Conectadosdesconectados Czerlowski Viamonte
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El ser humano nace en un mundo cultural, en un contexto determinado que imprime categorías simbólicas
desde las cuales se constituye. La sociedad le provee bienes culturales, de los que deberá apropiarse para ser
un miembro más de ella. Los sujetos no pueden ser sin cultura, pero estar dentro de ella genera malestar. "La
cultura opera sobre la subjetividad en forma doble, aliena, unifica, pero a la vez ofrece soportes para el
despliegue de la singularidad” (Fornari, Santos y Saragossi, 2002). El modo de ser hombre en una situación
sociocultural va a ser instituido a partir del lazo social. Es lo que permite que un conjunto de individuos se
constituya en sociedad. No depende de la voluntad individual. Propicia la cohesión a partir de la
identificación con ideales comunes. En la modernidad el lazo social es nacional. La adhesión a los valores
nacionales garantiza la unión de los ciudadanos.
En la actualidad no se construye un lazo social universal que nuclee a todos los miembros de la sociedad, se
constituyen, grupos donde se estructuran mutuos reconocimientos y reciprocidades. La desarticulación del
lazo social y el establecimiento de alianzas o ligaduras por sectores, barrios, grupos implican un claro triunfo
de la hegemonía neoliberal. Esta se vale de una trama social desintegrada, y vínculos precarios para imponer
su poder libre de revisiones e intervenciones.
El ciudadano moderno es un sujeto sujetado a leyes, a espacios de encierro, a normas que le dicen cómo
tiene que ser y cómo tiene que hacer las cosas. Pero esa sujeción le da identidad, pertenencia y existencia.
Las políticas neoliberales nos conducen a otro modelo de sujeto. Se espera que las personas sean pro-activas,
plásticas y creativas. Tras el velo de libertad y autonomía, lo que se está promoviendo son sujetos efímeros,
inseguros y frágiles. Las certezas anteriores se reemplazan por verdades fugaces que instantáneamente
caducan. En este contexto la lógica voraz del mercado, oferta, liquida y fagocita constantemente nuevas
subjetividades.
El Estado Nación es una forma de organización social, basada en una estructura funcional de instituciones
coordinadas entre sí que responden a la misma lógica. El Estado como meta-institución coordina las
prácticas sociales. A través de dos instituciones pilares, la familia y la escuela, constituye un tipo de sujeto
acorde a sus necesidades: el ciudadano.
Las sociedades industriales desarrollaron toda una serie de dispositivos destinados a disciplinar los cuerpos
y las subjetividades de sus ciudadanos. Son las técnicas aplicadas en las diversas instituciones de encierro
características de los Estados nacionales: escuelas, fábricas, hospitales, prisiones, cuarteles, asilos, etc.
Entre esos dispositivos, cabe destacar la arquitectura panóptica, la regulación del tiempo de todos los
1
hombres, desde el nacimiento hasta la muerte. La máquina emblemática de esa época es el reloj. Para formar
un nuevo orden social se necesita sincronizar las actividades humanas y organizar los trabajos en intervalos
regulares. Tal como lo explica Foucault1 la sociedad industrial funciona con el ritmo cronometrado.
Esos dispositivos promovieron una autovigilancia generalizada, cuyo objetivo era la “normalización” de los
sujetos: su sujeción a la norma. Se trata de tecnología de biopoder, es decir, de un poder que apunta
directamente a la vida, administrándola y modelándola para adecuarla a la normalidad. De esta manera se
fueron configurando ciertos tipos de cuerpos y determinados modos de ser.
Las prácticas son coercitivas y alienantes pero otorgan identidad. Las instituciones estables y seguras
generan sentimiento de ser en tanto se pertenece a ella. Las experiencias disciplinarias, mediante prácticas de
vigilar y castigar, forman subjetividad disciplinaria.
Los ciudadanos modernos son portadores de derechos, sujetos de la razón y de la conciencia. Son iguales
ante la ley, esto supone que todos están atravesados por las mismas prohibiciones y habilitados por las
mismas posibilidades. La ley empareja, iguala y homogeniza. Son sujetos sujetados a una lógica institucional
uniforme que garantiza trayectos de vida. Se pasa de una institución a otra. Hay un orden que asegura un
progreso y la movilidad social es posible. La ley no sólo iguala, sino que sanciona. Lo que no está dentro de
ella es disruptivo, anormal, lo que hay que excluir. El objetivo es la sujeción a las normas vigentes. La
sociedad de vigilancia produce una población homogénea. Las instituciones como la familia, la escuela, la
fábrica, entre otras, promueven individuos “normales” dentro de espacios de encierro1.
En las últimas décadas de manera acelerada se produce un pasaje hacia un capitalismo globalizado y
postindustrial. Comienza a instalarse un sistema que propicia la actividad financiera por sobre la industrial. La
globalización del mercado trae como consecuencia transformaciones geopolíticas. El Estado comienza a
transformarse y a correrse de ese lugar de regulación y coordinación. Se produce un vaciamiento del ámbito
político.
1
Foucault Michel “Vigilar y castigar”, 1989
2
Se recompone la hegemonía, se desmoronan los muros de las fábricas, de los hospitales, de las escuelas, y se
instala un nuevo mecanismo de dominación: el control. La dominación pasa de la sujeción al control. Se
produce un pasaje de una sociedad disciplinaria a una sociedad controlada.
En la sociedad contemporánea imperan ciertas técnicas de poder cada vez más sutiles y eficaces, pues
permiten ejercer un control total de los espacios abiertos. A medida que pierde fuerza la vieja lógica
mecánica de las sociedades disciplinarias, nacen nuevas modalidades digitales que se dispersan
aceleradamente por toda la sociedad. La lógica de funcionamiento vinculada a los nuevos dispositivos suele
ignorar todas las fronteras: atraviesa espacios y tiempos, devora el “afuera” y rechaza cualquier alternativa
que se interponga en su camino. Por eso, la nueva configuración social se presenta como totalitaria en un
nuevo sentido: nada, nunca, parece quedar fuera de control. De ese modo, nace un nuevo régimen de poder y
saber, asociado al capitalismo postindustrial.
Las nuevas formas de poder no remiten al encierro, sino a una supervisión permanente. El ciudadano era
parte de la masa homogénea, el consumidor está segmentado según sus hábitos y gustos. Forma parte de
bancos de datos y de perfiles de mercado. Se convierte en un producto cuyos datos se venden y se compran.
Las empresas lo compran para ofrecerle propagandas personalizadas. Se produce un cambio en la forma de
sujeción de los sujetos. El control que ejerce el mercado, adquiere una fachada de flexibilidad. Es abierto y
fluido, opera sobre la base del cambio constante. Las personas se sienten libres, de decidir qué consumir,
cómo y cuándo, mientras compran al ritmo de las promociones de las tarjetas de créditos o descuentos y
ofertas de los supermercados.
El nuevo orden social también impacta en las categorías de tiempo y espacio. Ya no se necesita de tiempos
segmentados, cronometrados y disciplinados, el tiempo pasa a ser un continuo. Se pierden los intersticios,
cortes que permiten establecer ritmos, y regulaciones. Un ejemplo claro de esto son los shoppings, burbujas
con microclima. La persona entra y no sabe cuando sale. En su interior no se distingue el día y la noche, el
frío y el calor.
Esta forma de construir la categoría temporal genera un sujeto que no trabaja en una cadena de montaje al
estilo del fordismo o taylorismo del capitalismo industrial, ahora él mismo se monta a esa cadena que nunca
para. Está a ´full´, come ´fast food´, necesita días de 30 horas y compra cosas en los ´open 25´.
La anulación del transcurrir del tiempo como un proceso que deja inscripciones, también se plasma en los
ideales de nuestra época de eterna juventud y belleza. El cuerpo, base material de nuestro ser, es sometido a
intervenciones constantes. Las personas utilizan un arsenal tecnológico junto con una ortopedia
farmacológica del bienestar, para comprar esa ilusoria detención del trascurrir del tiempo y alimentar la
fantasía omnipotente de inmortalidad.
Las relaciones laborales también son afectadas. En la modernidad el tiempo y el espacio de trabajo estaban
delimitados. En la actualidad un trabajador puede continuar en la computadora de su hogar la tarea que
comenzó en la oficina. Las videocomunicaciones permiten que los ejecutivos de una empresa organicen una
reunión estando cada uno en una parte diferente del globo. A partir de la masificación de la Red y telefonía
celular móvil no existe casi nadie que se pueda escapar de las demandas laborales, en horas no laborales. El
trabajo ´full time´ muta en trabajo ´all time´.
Con la lógica hegemónica del mercado se comienza a construir otro tipo de subjetividad, con otros valores,
necesidades, falencias. Un sujeto distinto que navega en el flujo de los capitales y en muchos casos termina
ahogado por éstos.
En la actualidad os medios de comunicación marcan la agenda del día dicen qué pensar, cómo y cuándo. El
hombre construye la realidad a través de una pantalla. La oferta de mercado se traduce en ofertas de
programación que invitan al televidente a un consumo continuo. En su afán voraz de estar en todo, el sujeto
se zambulle en un zapping en el que poco importa lo que ve. Una serie de fragmentos se sustituyen unos a
otros, se suceden imágenes volátiles y fugaces que se “unifican” en el acto mecánico de pulsar un botón.
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Internet también modifica las relaciones humanas. Tareas cotidianas que requerían el desplazamiento físico,
desde hacer una compra, hasta consultas médicas, ya se realizan por este medio. Se pasa del tradicional
contacto persona a persona a la versión actual del vínculo mediatizado vía mail, chat o redes sociales. Con
las nuevas tecnologías los sujetos están conectados, pero desconectados.
Conexión-desconexión en el SXXI
Como mencionamos en el comienzo del trabajo. Las personas nacen en un mundo cultural, en un contexto
determinado, que va marcando sus modos de ser. Hemos desarrollado como la lógica de mercado va
modelando modos de sentir, pensar y actuar La instantaneidad gobierna a esta sociedad hambrienta de
estímulos. La instalación de un presente permanente que no se detiene impide pensar en proyectos futuros y
compartidos.
Las transformaciones que se van configurando afectan la constitución subjetiva de niños, jóvenes y adultos
que se sienten frágiles y evanescentes. La revolución tecnológica de la que venimos hablando, ha dejado
afuera a cierta generación de adultos. Pareciera que éstos no pueden ser ejemplo para los chicos porque no
dominan los códigos de comunicación posmodernos. La particularidad de este cambio social y cultural es
que se pone en crisis el valor de la experiencia.
En la actualidad se habla de pérdida de autoridad del adulto. El cuestionamiento a la asimetría entre adultos
y niños hace vacilar la capacidad de los adultos para responsabilizarse y hacerse cargo de ellos. Los niños
pasan de ser meros receptores de las certezas paternas a ser sujetos de opinión y de cuestionamiento de
incertidumbres adultas. Ellos saben y deciden Al no tener asegurado la protección y el amparo por la
fragilidad del adulto por querer ser ellos también adolescentes (a través del lenguaje, la vestimenta, etc.), el
niño queda vulnerable y en situación de riesgo.
Cabe preguntarse como impacta estos cambios en la constitución subjetiva en la cotidianeidad de la escuela.
Corea (2004) plantea que hay un desfasaje entre la expectativa de subjetividad que la escuela supone a sus
alumnos y los sujetos que ingresan a la misma. La escuela del siglo XIX era funcional con el proyecto del
capitalismo industrial y estatal. La escuela formaba ciudadanos. Como institución moderna tenía límites muy
claros y usos muy pautados tanto del espacio como del tiempo.
Los nativos tecnológicos, maman otra lógica. Hiperconectados a las redes, desconocen las barreras
espaciales y temporales. La subjetividad contemporánea se dirige hacia otros, hacia afuera, es más
susceptible a la dispersión y a la desconcentración. La penetración del mercado, por el retiro del Estado
como articulador, también favorece la dispersión. Dado que a la dinámica del consumo le sirve una
subjetividad desconcentrada y deseosa de novedades.
Pensamos que la escuela como institución necesita producir un cambio La pregunta es hacia dónde
direccionar ese cambio. Las dos respuestas más frecuentes que aparecen y que expresada de manera extrema
son: la conservadora que propone volver a la escuela tradicional y la otra que propone conectar a la escuela
con el mercado, las empresas y las redes de comunicación.
Nuestra propuesta es salir del binarismo. Tomar de la escuela tradicional su finalidad de ser una institución
encargada de enseñar, de transmitir cultura y no demonizar a la tecnología, sino incorporarla como
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herramienta que mejor esa transmisión. Sin que eso implique la delegación de la función que le compete al
educador.
Transmitir es sostener la asimetría del vínculo. Como docentes debemos sostener esa asimetría en un
contexto social en el que se presentan múltiples cuestionamientos a la autoridad del docente, como producto
de la pérdida de prestigio del rol. Tenemos que tener presente que es justamente la autoridad docente la que
va a favorecer la autonomía del alumno y la democratización del conocimiento.
De acuerdo con Dermeval Saviani (1986:22), “el dominio de la cultura constituye el instrumento
indispensable para la participación política de las masas”. Es indudable que la apropiación de las
herramientas que ofrece la cultura fortalece políticamente a los sujetos que, de esta forma, se encuentran
mejor posicionados para defender sus intereses. El dominio de herramientas simbólicas como el lenguaje o
el cálculo, la interiorización de esquemas de percepción y valoración, la capacidad de analizar y argumentar,
constituyen el soporte mediante el cual se vuelve posible, la apropiación de pensar y pensarse con
autonomía. Estimular el pensamiento abstracto y la reflexión es un camino que puede frenar las categorías de
inmediatez, de saber práctico y efímero. El ‘pensar con’ ayuda y estimula la creación de lazo y reubica al
adulto en el lugar de portador de la experiencia.
Finalmente pensamos que la escuela- por ser la institución donde los niños y adolescentes concurren
diariamente- tendría que poner a disposición las herramientas necesarias para que puedan cuestionar el orden
establecido. Consideramos que es el espacio específico para la desarticulación del discurso que homologa las
prácticas de subjetivación con actividades mercantiles. La escuela debería proponer un discurso de
subversión que reemplace la competividad por la cooperación, el individualismo por el lazo social. Es decir,
apostamos a que la escuela sea una institución constituyente de un sujeto humanizado autónomo y
conectado con otros.
Bibliografía
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Referencias
1 Para Foucault, en la sociedad moderna, la burguesía y el capitalismo crearon extensiones de control a través de los ‘aparatos de encierro’. El
objetivo era subsanar las anormalidades. Los ‘aparatos de encierro’ marcan las fases del tiempo social y, a la vez, definen y controlan al
individuo por la posición que adopta en esos espacios de estancia reglada.