San Máximo Confesor. Misterio Siempre Nuevo

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MISTERIO SIEMPRE NUEVO

De los Capítulos, distribuidos en cinco


centurias, de san Máximo Confesor, abad

(Centuria 1, 8-13: PG 90, 1182-1186)

El Verbo de Dios nació según la carne una vez por todas, por
su bondad y condescendencia para con los hombres, pero
continúa naciendo espiritualmente en aquellos que lo desean;
en ellos se hace niño y en ellos se va formando a medida que
crecen sus virtudes; se da a conocer a sí mismo en proporción
a la capacidad de cada uno, capacidad que él conoce; y si no se
comunica en toda su dignidad y grandeza no es porque no lo
desee, sino porque conoce las limitaciones de la facultad
receptiva de cada uno, y por esto nadie puede conocerlo de un
modo perfecto.

En este sentido el Apóstol, consciente de toda la virtualidad de


este misterio, dice: Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para
siempre, es decir, que se trata de un misterio siempre nuevo,
que ninguna comprensión humana puede hacer que envejezca.

Cristo, que es Dios, nace y se hace hombre, asumiendo un


cuerpo y un alma racional, él, por quien todo lo que existe ha
salido de la nada; en el Oriente una estrella brilla en pleno día
y guía a los magos hasta el lugar en que yace el Verbo
encarnado; con ello se demuestra que el Verbo, contenido en
la ley y los profetas, supera místicamente el conocimiento
sensible y conduce a los gentiles a la luz de un conocimiento
superior.

Es que las enseñanzas de la ley y los profetas, cristianamente


entendidas, son como la estrella que conduce al conocimiento
del Verbo encarnado a todos aquellos que han sido llamados
por designio gratuito de Dios.

Así pues, Dios se hace perfecto hombre, sin que le falte nada
de lo que pertenece a la naturaleza humana, excepción hecha
del pecado (el cual, por lo demás, no es inherente a la
naturaleza humana); de este modo ofrece a la voracidad
insaciable del dragón infernal el señuelo de su carne, excitando
su avidez; cebo que, al morderlo, se había de convertir para él
en veneno mortal y causa de su total ruina, por la fuerza de la
divinidad que en su interior llevaba oculta; esta misma fuerza
divina serviría, en cambio, de remedio para la naturaleza
humana, restituyéndola a su dignidad primitiva.

En efecto, así como el dragón infernal, habiendo inoculado su


veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido al hombre
cuando éste quiso gustar de aquel árbol, así también aquél,
cuando pretendió devorar la carne del Señor, sufrió la ruina y
la aniquilación, por el poder de la divinidad latente en esta
carne.

La encarnación de Dios es un gran misterio, y nunca dejará de


serlo. ¿Cómo el Verbo, que existe personal y substancialmente
en el Padre, puede al mismo tiempo existir personal y
substancialmente en la carne? ¿Cómo, siendo todo él Dios por
naturaleza, se hizo hombre todo él por naturaleza, y esto sin
mengua alguna ni de la naturaleza divina, según la cual es Dios,
ni de la nuestra, según la cual es hombre? únicamente la fe
puede captar estos misterios, esta fe que es el fundamento y la
base de todo aquello que excede la experiencia y el
conocimiento natural.

Liturgia de las Horas - Enero de 2019

TIEMPO DE NAVIDAD

JUEVES DE LA SEMANA I

Del Propio. Salterio I

4 de enero

Oficio de Lectura

SEGUNDA LECTURA

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http://liturgiadelashoras.com.ar/sync/2019/ene/03/index.htm
San Máximo, el Confesor
( 580 - 662)

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