Frederic Martinez El Nacionalismo Cosmopolita La R
Frederic Martinez El Nacionalismo Cosmopolita La R
Frederic Martinez El Nacionalismo Cosmopolita La R
d'études andines
31 (2) (2002)
Varia
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Clément Thibaud
Bogotá: Banco de la República, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001. 580 pages
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Referencia electrónica
Clément Thibaud, « Frédéric Martinez. El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción
nacional en Colombia, 1845-1900 », Bulletin de l'Institut français d'études andines [En línea], 31 (2) | 2002,
Publicado el 08 agosto 2002, consultado el 15 mayo 2015. URL : http://bifea.revues.org/6870 ; DOI : 10.4000/
bifea.6870
es grande por sus obras materiales, el Edén republicano y espiritual de América traza una
línea infranqueable en materia de religión y de política.
Mientras más desbarata, a lo largo de su libro, el famoso “modelo” europeo,
Frédéric Martinez logra mostrar mejor la fineza y la complejidad de las relaciones
Europa-América. Aquí no hay ningún suspenso, ese modelo no existe ya que carece de
consistencia y de unidad. Es tan ecléctico como los actores colombianos que se apoderan
de él para construirlo, cada uno a su manera. En este sentido, el concepto centro-periferia
vuela en pedazos; a lo más, esta circulación cultural y política se limita al estatuto de una
referencia retórica, edificada por la multitud de puntos de vista colombianos sobre una
Europa deseada y a la vez odiada pero sobre todo imaginaria.
Esto ocurre porque las élites colombianas tienen primero una relación instrumental
con la cultura política del viejo continente. En efecto, tratan de construir una identidad
específica con algunos ingredientes extranjeros sin que eso signifique querer importar
de Europa la civilización. Cuando los diputados colombianos disertan largamente sobre
las ventajas y los inconvenientes de los diferentes regímenes políticos, no es índice de
una dominación sino prueba de una relación dinámica con la civilización del viejo
continente, cuya historia y actualidad sirven de reservorio argumentativo en las batallas
políticas locales. La amplitud y la naturaleza única de la experiencia histórica europea
constituyen una caja de herramientas conceptual para las proposiciones identitarias. Y
como la identidad colombiana no es objeto de consenso, la Europa imaginaria será unas
veces católica y tradicionalista para los conservadores, otras veces moderna y
francmasónica para los liberales.
conservadores le dan la espalda, en apariencia, a los valores europeos para cultivar una
diferencia, que toman como la garantía de su identidad. Esta resolución remodela, más
que anula, la referencia a Europa, porque lejos de apartarse del viejo continente, los
conservadores buscan allí mucha de su inspiración, al mismo tiempo que no cesan de
denunciar el carácter extranjero de la ideología de sus adversarios liberales, inadecuado
a las realidades colombianas. Se valoriza a la Madre Patria española, modelo de
catolicidad, y la estabilidad de las instituciones inglesas. Al mismo tiempo, el gobierno
intenta importar algunas instituciones desarrolladas por la III República francesa, que
tuvo el mérito de resolver los problemas de inestabilidad que se planteaban, casi en los
mismos términos que en Colombia. Frédéric Martinez ha caracterizado este período
como el del “orden importado”. Congregaciones religiosas para educar al pueblo pero
manteniéndolo sometido a Dios y a las autoridades civiles, policía, cárceles, ejército;
todo es copiado de Francia para dar vida a una República de Notables. Una vez más, el
intento es un fracaso, a pesar de algunos éxitos parciales.
UN OCCIDENTE AMPLIADO
La ambición del libro no se detiene en estas necesarias precisiones. Los factores
coyunturales no pueden explicar por sí solos la centralidad de la referencia a Europa en
los debates colombianos de la segunda mitad del siglo. El rechazo del modelo
difusionista obliga a reconsiderar sin anacronismo las relaciones particulares que unen
a Europa con Hispanoamérica. Los movimientos descolonizadores de los años 1950 y
1960 efectivamente concentraron la atención historiográfica sobre los fenómenos de
resistencia o de dominación culturales y políticos. Desgraciadamente muchos de estos
útiles estudios se dedicaban más a construir que a explicar sus objetos. El deseo de
exaltar la visión de los vencidos dio a luz utopías identitarias. En efecto estas
concepciones estáticas ponían frente a frente dos identidades puras —la del pueblo
dominado contra la del pueblo dominante—, enfrentadas a muerte en el marco de una
progresiva intervención occidental sobre el mundo. Desde hace veinte años se ha puesto
el acento sobre los fenómenos de hibridación y de mestizaje biológico, político y
cultural entre conjuntos humanos cuyas identidades son vistas como procesos o
dinámicas más que como objetos estáticos. Los fenómenos de contra-aculturación y de
intercambio “de abajo hacia arriba” cobrán interés (1). Los recientes genocidios
ocurridos en Europa y África han hecho reflexionar a los investigadores sobre lo
inconveniente de considerar como un absoluto la identidad de una comunidad étnica o
nacional. La exaltación de la pureza cultural daba demasiados argumentos a líderes
étnicos (2), pacíficos o guerreros. La globalización refuerza este proceso revisionista.
Dentro de esta perspectiva, lejos de oponer resistencia a una cultura hegemónica
de origen europeo, las élites colombianas se creen herederas de la tradición del viejo
continente —hasta por lo menos 1860—. La Independencia no es vivida como una
ruptura con occidente. Al contrario, al emanciparse de España, Colombia se colocó entre
los primeros países donde se afirmaron el liberalismo político, la modernidad de los
derechos humanos y el régimen representativo. Sobre este punto, no existen complejos
en relación a la vieja Europa monárquica. Retomando la imagen de Bernard de
Clairvaux, aunque Colombia es todavía un enano en la escala de las naciones, por lo
menos es un enano encaramado sobre los hombros del gigante republicano, lo que le
permite abarcar un horizonte político más amplio que aquel de las monarquías europeas,
y de estar en la vanguardia del progreso. Este orgullo republicano se afirma sobre todo
entre 1854 y 1867.
(1) Los estudios de Serge Gruzinski (por ejemplo, 1999) son característicos de esta nueva
manera de abordar los intercambios culturales.
(2) Ver la reciente tesis de doctorado de Elisabeth Cunin sobre este tema (2000).
402 RESEÑAS
Por este motivo América Latina republicana no se vio a sí misma como una
periferia servil de Europa sino como un miembro más de una civilización común. La
pertenencia asumida al mundo occidental permite la rápida circulación de las ideas
políticas y de las novedades artísticas, culturales y técnicas, porque estos intercambios
simbólicos se hacen en un mismo plano de civilización. Es verdad que las poblaciones
rurales escapan frecuentemente de esta cultura canónica, urbana y elitista. Pero gracias
a la escuela y a la acción civilizadora del Estado, los patricios de las capitales no pierden
la esperanza de integrar a la nación a estas masas “amorfas”. El estudio de Frédéric
Martinez repudia el europeocentrismo ingenuo de las historiografías tanto del viejo
continente como de América, mostrando que los intercambios entre ambos continentes
se deben a la profundidad y a la intensidad de esta pertenencia a un mismo plano de
civilización que juntos van construyendo. Por esta razón el nacionalismo colombiano
es cosmopolita, como todos los nacionalismos y todas las identidades tanto en su origen
como en su evolución. En este sentido, el magnífico trabajo de Frédéric Martinez
contribuye a una profunda renovación de la reflexión sobre los intercambios culturales.
C. THIBAUD
Referencias citadas
CUNIN, E., 2000 - Le métissage dans la ville. Apparences raciales, ancrage territorial et
construction de catégories à Cartagena (Colombie), Université de Toulouse.
GRUZINSKI, S., 1999 - La pensée métisse; Paris: Fayard.