Singular - Lombardi. U II

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Singular; particular, singular.

La función del diagnóstico en psicoanálisis.

G. Lombardi

Nada ocurre 2 veces n°8.


Tulio de Sagastizabal, 2003.

Si uno intenta rápidamente discernir la estructura de estas cuerdas, tironeando de ellas para saber
si pueden desanudarse, se enredaría más y más. Así es en la estructura de la neurosis; no
solamente hay un nudo, además el nudo esta enredado. En el abordaje psicoanalítico de una
dolencia así, inicialmente uno está en problemas y ni siquiera sabe cuál es el que importa
solucionar. El enredo causa más inhibiciones de las que impone el anudamiento por si solo;
simplificar el nudo, aunque no lo desate puede permitir un margen de libertad mayor. Por eso,
reducir ese nudo confuso a unos pocos cordones, podría ser el mayor beneficio de un análisis.

Lacan conjeturó que los hilos que sostienen nuestra existencia y nuestro deseo puedan ser
reducidos finalmente a unos pocos. Advirtió que los equívocos de lenguaje –en cualquier nivel que
ocurra- pueden entenderse como la trama intima de uno de esos cordones, al que desde el
comienzo de su enseñanza llamo “simbólico”. Otro cordón, encarna lo real en tanto imposible de
entramar en lo simbólico, un tercero figura lo imaginario que toda estructura requiere como
consistencia mínima. Consideró esa tripartición de las referencias subjetivas como su aporte a la
lectura de Freud y de la experiencia del psicoanálisis.

Constato sin embargo que no alcanza con esos 3 elementos para configurar un nudo borromeo,
capaz de alojar al ser hablante en tanto ser social. Entendió entonces como una consistencia la
necesidad freudiana de ese mínimo de mito, de padre, -realidad que liga, que salva del
desencadenamiento- que necesitamos los seres hablantes para no estar completamente locos
desde una perspectiva social.

El valor práctico, ético, del psicoanálisis en tanto tal, surge de algo que suele hacerse patente un
poco antes de la terminación del tratamiento: la evidencia de que no se puede tirar de la soga de
lo simbólico tanto como uno quiera, que a nivel asociativo no somos tan libres. Si estiramos
demasiado esa cuerda, por hablar de más se produce un tironeo del nudo que duele fuertemente
en alguna parte, desde aquel primer encuentro con un goce que marcó un antes y un después, un
goce seleccionado entre otros, que singulariza el ser hablante en sus coordenadas.

Singular, particular.

En esta materia conviene ser prudentes, porque si consideramos únicamente la singularidad de


cada cual, eso viene a coincidir con el Universal: cada uno de nosotros es singular. El sujeto es de
una singularidad universal, todos somos singulares. Saber esto, aún si es cierto, no nos aporta
mucho a la hora de ocuparnos de resolver la maraña de la neurosis. Para desenredarla habría que
pasar de los síntomas múltiples y cambiantes de la histeria al síntoma, sutil pero definitivo, que
define su estructura desde la perspectiva de la clínica psicoanalítica ya clásica.

Ser un sujeto singular por un lado coincide con el Universal, todo hombre singular, lo cual
raramente exige salir del principio de placer. Entre todos los sujetos singulares, hay algunos, para
los cuales la singularidad puede ser experimentada desde otra perspectiva, extremadamente
sensible en la paranoia: ser un sujeto singular puede vivirse como ser una cosa nunca vista. La
singularidad tiene la virtud de la excepcionalidad y el defecto eventual de ser cosificante. Dada
mi singularidad, el Otro no puede reconocerme, y si por azar desea algo de mí no sé qué es…

Que la singularidad cosifica forman parte de las coordenadas acostumbradas de la paranoia, cuyo
sujeto, en tanto excepcional, se siente objeto de deseos en el Otro que lo perjudican ¿qué quiere
de mí, qué me quiere? a esta pregunta que acaso él no llega a formularse conscientemente se
anticipa la respuesta paranoica: el Otro quiere gozar de él de un modo que el sujeto rechaza,
apartándose de lo social. La paranoia es un caso de singularidad vivida como tal, realmente, por
fuera del registro tranquilizador del “para todos”.

En el neurótico en cambio el sentimiento de singularidad no exige mayormente salir del principio


de placer: se puede ser una víctima universal, y como todo el mundo puede padecer a causa de las
fechorías de los padres y los hermanos mayores, de los excesos del lenguaje, de la esposa, del
marido, etc. Lacan explica que la función del padre consiste en encarnar una excepción tal, que
releva al sujeto de ese lugar, de ese goce de lo que el Otro desea oscuramente. El padre como
función mítica y lógica al mismo tiempo, alivia al neurótico de lo que la singularidad tiene de
excepcionalidad cosificante para el psicótico.

Lo que incómoda al neurótico no es la singularidad, sino la particularidad de su síntoma, que lo


señala como perteneciendo a cierta clase. De allí que el psicoanalista debe no sólo buscar su
clasificación, sino también su reacción propiamente sintomática a los indicadores de lo que su
síntoma tiene de típico. Tal reacción suele ser diversa, pero tiene una importancia capital, para
advertir que la singularidad no es normal ni universal, que el síntoma es algo muy suyo pero
también ajeno, que le es familiar pero también extranjero ya que le ocurre a otros neuróticos que
padecen la misma neurosis que él. El síntoma es algo extraño que lo habita desde hace ya algún
tiempo y el proceso mismo del diagnóstico psicoanalítico tiene como función revelarlo en su
extrañeza.
Por eso, para situar el síntoma neurótico no podemos conformarnos con la singularidad del caso,
con las asociaciones peculiares, las combinaciones inéditas de la historia; debemos además, pasar
por enunciados particulares, y debemos volver algunas categorías freudianas, -histeria, neurosis
obsesiva, fobia, paranoia, etc.- que interrogan seriamente, por fuera de las modas, lo que del
síntoma y su historia parecía singular. Pero no hacemos esto por el gusto de encasillar, sino con el
trabajo y la anuencia del propio paciente, buscando su percepción interna de la tipicidad de su
padecimiento, y ayudándolo en ello en el estilo freudiano de interpretación, que permita al
síntoma no atenuarse sino dar manifestaciones más nítidas y entonces más fácilmente
elaborables.

Particular, singular.

La particularización del síntoma es decisiva en el proceso diagnóstico en psicoanálisis, ya que es


condición de la ubicación del padecimiento subjetivo para el paciente, y también es la posibilidad
de abordarlo analíticamente. El psicoanálisis no realiza en ello ningún afán clasificatorio, ni busca
una pericia de manual que facilite la estandarización de las intervenciones del analista. La
particularización de la que hablamos no es tampoco el momento intermedio de un pasaje a un
Universal de salud o bienestar, no perseguimos fines utópicos. Por el contrario, a este primer
juego clasificatorio responde luego un movimiento inverso que singulariza realmente analizante,
por una vía que hace a la definición lacaniana de lo que es el síntoma en psicoanálisis: es lo que el
sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello.

Hay algo en el síntoma de lo que resiste a la particularización, y que despunta ya en el comienzo


del psicoanálisis como un cuerpo extraño que sin embargo concierne al sujeto íntimamente, por
fuera del reconocimiento yoico. El carácter opaco del síntoma no se reducirá con su clasificación,
por el contrario se reforzará con ella, tomará fuerza y así durará hasta el final del análisis, -
contribuyendo con ello decisivamente a la caída del sujeto supuesto saber que se instaló durante
el análisis- el síntoma es ese punto de opacidad y división que constituye y da presencia a un ser
irrepresentable para sí y también para el Otro. El síntoma es la división instalada en el ser
hablante, división que de él hace sujeto.

Por esta vía se llega lógicamente a la cuestión de que si el síntoma es o no resoluble en el


análisis: su incurabilidad demostrada por el proceso analítico, otorga el ser hablante la posibilidad
de agarrárselas con él: el síntoma ha sido simplificado, desenmarañado, advertido como división
del ser. Como consecuencia, ahora resulta más doloroso, si no se hace algo con él. Es en esa
dirección que el análisis empuja en la medida en que se apoya en el síntoma como motor
freudiano de la cura: va de la inhibición al obrar, de la singularidad ficticia a la singularidad del acto
que no es sólo ficción inoperante sino corte real.

Por supuesto, no todo se sublima, un resto de padecer sintomático resta. Sin embargo, hacia la
conclusión del análisis, el síntoma alcanza en destino del hablante. Se abren opciones diversas allí
donde parecía no haberlas: ante lo incurable se puede optar por una posición cínica o amigable,
hacer de él un uso perverso o una sublimación parcial de goce.
El proceso de diagnóstico en psicoanálisis, algunas precisiones.

El proceso de diagnostico especifico de la clínica psicoanalítica, diferenciándolo del diagnostico


psiquiátrico. Estudiaremos la inclusión del analista en el campo transferencial del paciente como
una de sus propiedades fundamentales. Mostraremos como el diagnostico genera un nuevo
posicionamiento del sujeto del inconsciente, buscando establecer finalmente relaciones entre el
proceso diagnostico y los efectos terapéuticos característicos de la clínica psicoanalítica.

Introducción.

El proceso de diagnóstico psicoanalítico conlleva de por sí efectos terapéuticos, en el punto en que


el sujeto puede, en dicho proceso, determinar su participación inconsciente en la etiología del
síntoma que lo aqueja. Es decir, advertir su implicación en la formación y el mantenimiento del
mismo. Sin embargo no podemos reducir el sujeto y su relación con el padecer sintomático al tipo
clínico en el cual se inscribe.

Definimos el proceso de diagnóstico como: “… el trabajo por el que el analista se ubica en el


campo transferencial del paciente para hacer posible desde allí una manifestación más nítida del
síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que concierne y divide al sujeto que lo
padece.”

¿De quién es el diagnóstico?

Sabemos que el psicoanálisis posee categorías psicopatológicas diagnósticas imprescindibles para


nuestra orientación en el trabajo clínico.

Dilucidar la estructura en juegos será necesario, justamente, para que el analista tome su lugar en
ella, a fin de que pueda sostener la transferencia en su singularidad en cada caso.

Soler nos advierte, que el diagnóstico estructural también puede desorientarnos cuando no tiene
buenos efectos, cuando funciona como una taxonomía colocando una “etiqueta” sobre el
paciente. Y agrega que el diagnóstico puede tener también peligrosos efectos sobre el terapeuta,
ya sea que genere en él inhibiciones o excesivos cuidados ante un caso de psicosis, o excesivo
alivio ante una neurosis cosa “completamente injustificada…”.

Lacan mismo nos dirá que el el progreso de nuestra concepción de neurosis nos ha mostrado que
no está hecha únicamente de síntomas susceptibles de ser descompuestos en elementos
significantes y en los efectos de significado de dichos significantes, sino que “toda la personalidad
del sujeto lleva la marca de estas relaciones estructurales” y que todo “el conjunto de
comportamientos obsesivos o histéricos está estructurado como un lenguaje”.

También Freud dirá que es perfectamente posible referirse a las conductas de las personas que
padecen neurosis, describir la manera en que padecen por su causa, se defienden de ellas y con
ellas conviven, pero que así corremos el riesgo de: “… no descubrir el inconsciente, de descuidar la
gran importancia de la libido, y de juzgar las constelaciones tal cómo le aparecen al yo del
neurótico”.

Reducir el diagnóstico a la aplicación desde el exterior de un conocimiento “analítico” no sólo no


nos garantiza la posibilidad de realizar un tratamiento psicoanalítico, sino que además nos expone
al riesgo de obstaculizar la aparición del sujeto inconsciente.

El proceso de diagnóstico psicoanalítico es mucho más complejo y genera posibilidades


terapéuticas mucho más específicas y ricas a la vez. El diagnóstico constituido en la situación
transferencial, es una Innovación de la clínica psicoanalítica. El dispositivo analítico habilita la
emergencia de un sujeto capaz de ubicar y advertir su responsabilidad en el padecer que lo
aqueja.

Así, Freud dirá que para que la cura tenga lugar “es preciso que el paciente cobre el coraje de
ocupar su atención en los fenómenos de la enfermedad”

Evidentemente Freud diferencia la enfermedad en sí, de la posición de sujeto, que debe “tomar
coraje” frente a la misma y dejar de lado la “política de avestruz” que había practicado frente a los
orígenes de ella.

Lacan nos advierte que el proceder analítico no parte del enunciado del síntoma, sino del
reconocimiento de que “eso funciona así” y que el primer paso de un análisis es que el síntoma se
constituya en su forma clásica, es decir que “salga del estado de enigma todavía informulado” y
que el sujeto se “perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso”.

El efecto analítico resultante del proceso diagnóstico genera el encuentro del sujeto con lo real de
lenguaje, y se presenta como algo incalculable para el analista.

La clínica psicoanalítica precisa su efectividad, paradójicamente, en el punto en que sitúa aquellos


lugares en que el analista no posee un saber dado de antemano sobre el sujeto. El saber sobre el
goce de un sujeto en particular, es sin duda un saber imposible para el analista.

Nos preguntamos acaso a qué se refiere Freud con “estudiar analíticamente” a los pacientes.
cuando decimos que el proceso de diagnostico en psicoanálisis no consiste en la aplicación de un
saber exterior, es porque pensamos que es en el interior del dispositivo, de acuerdo a la posición
del paciente en transferencia y a su respuesta a las intervenciones del analista, donde el sujeto
puede diagnosticar o advertir determinadas características de su posición subjetiva. Por lo tanto el
tratamiento y proceso diagnóstico no estarían separados, en el punto en que el advertir su propia
responsabilidad en el padecer sintomático ya tiene de por sí efectos terapéuticos.

¿Cómo responder?

Lacan nos advierte que cuando los pacientes vienen a consultarnos y despliegan sus demandas en
la escena analítica, detrás de esos pedidos encontramos una posición subjetiva no explicitada y, en
muchos casos, difícil de conmover. Nos dice que cuando el enfermo es remitido el médico no
espera de él pura y simplemente la curación, sino que: “… coloca al médico ante la prueba de
sacarlo de su condición de enfermo, lo que es totalmente diferente, pues esto puede implicar que él
esté totalmente atado a la idea de conservarla”.

Es importante ver entonces que si el analista intenta satisfacer las demandas desplegadas por los
pacientes o intenta operar desde un saber hacer diagnóstico, se perderá la posibilidad para el
paciente de dar cuenta y modificar su singular posición subjetiva frente al padecer, quedando
confirmada su condición de “enfermo”

Es importante ver que si el analista intenta satisfacer las demandas del paciente no hará más que
confirmar el diagnóstico “silencioso” detrás de las mismas y que enmascara la responsabilidad del
sujeto en relación a su propia posición.

El analista responde pero de otra manera. Llevar al paciente hacia “el lado opuesto de las ideas
que emite”, no implica llevarlo hacia otras ideas o hacia otro diagnóstico distinto, sino a
enfrentarse con su propio deseo articulado en la metonimia de la cadena significante. Para
eso no debe responder mediante un saber exterior sobre el sujeto, sino operando con la
transferencia misma.

El analista que sólo escucha, por principio es nocivo, en tanto ratifica la demanda y la posición del
sujeto subyacente a la misma. La abstinencia del analista no es por fuerza silenciosa, sino que al
operar con la transferencia, reenvía sujeto desde la demanda hacia su deseo. En ese sentido,
interpretar no es solamente desarticular el sentido común al discurso del yo, sino sobre todo: “…
desarticular el lugar del Otro significante al que se dirige primero y en donde el sujeto se aliena en
el discurso de la demanda del destino”.

El juego significante sólo tiene sentido en tanto permite leer a la letra, y por lo tanto: “…
desarticular los puntos en los cuales el sujeto hizo del deseo del Otro demanda: ¿Quién habla y
para quién habla?

- Mas allá de la posible clasificación de las demandas, de acuerdo a un saber diagnostico


exterior, es solo el proceso diagnostico propio de la clínica analítica el que permite que
emerja allí un sujeto capaz de dar cuenta de “quien” y “para quien “habla en sus
demandas, abriendo la posibilidad de no quedar encerrado en los diagnósticos del destino.

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