La Idea de Justicia y La Organizacion Judicial Indiana
La Idea de Justicia y La Organizacion Judicial Indiana
La Idea de Justicia y La Organizacion Judicial Indiana
*
LA '
JUDICIAL INDIANA
EDUARDO Mamá
Profesor adjunto (i) de Historia
del Derecho Argentino
1. LA IDEA DE JUSTICIA
*
Conferencia pronunciada durante el mes de junio de 1967 en el
Curso de Derecho Indiano que se llevó a cabo en Rosario con el auspi-
cio de la Facultad Católica de Humanidades y su Instituto de Historia
Argentina, de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Ar-
gentina y del Instituto Santafesino de Estudios Históricos de Rosario,
y patrocinado por ei Instituto Argentino de Cultura Hispánica. Agra-
estas instituciones haber permitido la publicación de dicha
con ¿a
decemos eren .
45
mantiene el mundo. E es assi como fuente onde manan todos
los derechos". Es “raigada virtud [. .] que dura .
siempre en
las voluntades de los omes justos, e da e comparte a cada uno
segund su merescimiento".
Esta clara concepción
de la justicia, su alto significado y la
constante preocupación por obtener que se la guardase en todo
momento, llevó
a una organización judicial sumamente particular.
La función
de administrar justicia no fue encomendada a
un grupo especial de funcionarios, o a lo que hoy llamaríamos un
poder del Estado, sino que prácticamente todos _los funcionarios
de gobierno indiano tuvieron, en mayor o menor medida, la fa- '
cultad de ejercerla.
En la estructura institucional indiana no existió división de
1
ALFONSO GARCIA GALLO, Manual de Historia del Derecho-Es-
pañal, n s 42-44,Madrid, 1964.
46
poderes, pero si de funciones, por supuesto dentro de un con-
3
RICARDO ZORRAQUIN BECÚ, La organización judicial argenti-
na en el período hispánica, Buenos Aires, 1952, p. 19.
3
Recopilación de Leyes de Indias, V, ix, 1.
4 Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, con-
quista y organización de las antiguas posesiones españolas de América.
y Oceania, Madrid, 1872, XVIII, 76-77. Tanto esta cita como la anterior
han sido tomadas de ZORRAQUIN BECÚ, La organización judicial. cit. .
.,
5 Part.
II, i. 15 y ZORRAQUIN BECÚ, clt., p. 10-11.
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es puesto en la tierra en lugar de Dios. para cumplir la justicia,
e dar a cada uno lo suyo" °. Pero este concepto en manera alguna
presuponía la existencia de reyes despóticos y absolutos; por el
contrario, el poder real sufría repetidas limitaciones; la primera
de ellas estaba determinada por la ley, a la que debían someterse
ineludiblemente: “Guardar debe el Rey las leyes como a su honra
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ético-religioso a un ordenamiento superior o Derecho natural
significaron barreras insalvables, que penetrando en la legisla-
ción, desempeñaron un poder moderador de las atribuciones
reglas.
decir
Es que de este Rey, que no reconocía poder superior
a él en la tierra, pero que veía limitada su autoridad por la ley,
por los fueros, por la religión, por el Derecho natural y, en fin,
por la armazón misma de la monarquía a que pertenecía, deri-
vaba la potestad jurisdiccional de los funcionarios encargados
de administrar justicia en 'el Imperio. De ahí la preocupación
permanente de que éstos fuesen sanos y honestos, temerosos de
Dios, leales, de buen nombre, sin codicia, mansos y de buena
palabra “e que hayan sabiduría, para juzgar los pleitos derecha-
mente por su saber, e por uso de luengo tiempo" 1°.
El gran jurista indiano Juan de Solórzano y Pereyra, recor-
dando la alta función que ejercían los jueces, les recomendaba
que debían “proceder en modestia, templanza y costumbres, de
suerte que los que viven debaxo de su goviemo, protección y
jurisdicción, se miren en ellas como en un puro y cristalino es-
n. LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL
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fueron muchisimos los funcionarios
ya que que administraron
justicia y no existió desde un comienzo un plan orgánicoal res-
pecto. Los magistrados fueron designándose a medida que las
necesidades lo exigían y de esta manera tenemos jurisdicciones
superpuestas o competencias complicadas y acumuladas en va-
MARIO GÓNGORA,
18
El Estado en el Derecho Imüano (Epoca de
fundaaón, 1492-1570). Santiago de Chile, 1955, p. 223.
14
ZORRAQUIN BECÚ, clL, p. 20.
50
Jueces capitulares eran los que formaban parte del Cabildo,
o bien recibían su nombramiento de ese cuerpo. Eran los alcal-
des ordinarios de primero y segundo voto, de la santa herman-
dad, de aguas, los jueces de naturales, etc. Ninguno de ellos ne-
cesitaba ser letrado. Los alcaldes ordinarios, eran cargos elec-
tivos, duraban un año y no podían- ser reelegidos salvo con un
intervalo de dos. Actuaban “a costas", es decir que las partes
del litigio debían abonar sus honorarios y no' recibían sueldo
de la Corona. Señala Zorraquín Becú que la justicia adminis-
trada por estos funcionarios “era eminentemente localista, por
su origen y por su desempeño”, embuida de “todas las preocu-
paciones políticas, religiosas y sociales que tanto predominio
ejercían en aquellas comunidades incipientes, quitando así a
los alcaldes gran parte de su independencia y de su imparcia-
lidad” 1‘.
Los alcaldes de la santa hermandad entendían en los deno-
minados “delitos de hermandad” que se cometían fuera de la
ciudad, en lugares despoblados; salteamientos de caminos, muer-
tes y heridas, incendios de campos, violación de mujeres, robos
y hurtos y otros más que las leyes indicaban. Revestían las mis-
mas características que los alcaldes ordinarios y desempeñaban,
además de estas funciones, otras- de carácter administrativo 1°.
Era común que recibieran funciones delegadas por otros ma-
15
Ibídem, p. .
51
cutivas eran en general de mayor importancia que las judiciales.
Los Virreyes habían recibido algunas funciones judiciales
otorgadas por leyes especiales, como entender en primera ins-
tancia, con apelación ante la Audiencia, en las causas en que
fuesen partes los indios, o bien fuese indio el reo; también en
a algún
aquéllas en que se acusase criminalmente miembro de
la audiencia. Además se les había otorgado el conocimiento de
todos aquellos pleitos en que se tratase de la interpretación y
aplicación del Patronato Real, con apelación ante la Audiencia y
el Consejo de Indias. La Ordenanza de Minería de Nueva España
los facultaba para resolver las cuestiones de competencias sus-
citadas entre jueces ordinarios y jueces mineros, sin apelación
de ninguna especie. También presidían las audiencias que resi-
dían en cada capital virreinal y ejercían una misión de vigilancia
sobre toda la administración de justicia de su territorio, a fin
de evitar que se olvidase el fin superior del Estado, que —como
hemos dicho- no era otro que la justicia, junto con el bien
común.
Los gobernadores tuvieron jurisdicción en las causas de go-
bierno, guerra y justicia, no porque fuese esa la competencia de
estos funcionarios, sino porque al cargo de gobernador se agre-
gaban los de capitán general y justicia mayor. El gobernador,
en el ramo de gobierno, entendía en las causas de orden conten-
cioso-administrativo, regidas por el derecho público, así como
los pleitos entre particulares originados por esa legislación. Se
hizo frecuente la delegación de estas funciones por parte del go-
bernador en otros magistrados, como sus tenientes o los alcaldes
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se lo extendió a las mujeres, hijos y criados de los oficiales 17.
También la Armada gozó de un fuero semejante, y a fines del
siglo XVIII fue otorgada al Príncipe de la Paz la máxima juris-
dicción en asuntos navales, creándose el Consejo Supremo del
Almirantazgo, a cuyo frente se
puso a Godoy.
El gobernador, en su carácter de justicia mayor, conocía en
17
ZORRAQUIN BECÚ, p. 90 y sgts.
18 ISMAEL SÁNCHEZ BELLA, La jurisdicción de Hacienda en
Indias (siglos XVI y XVII), en Anuario de Historia del Derecho Espa-
ñol, Madrid, 1959, XIX, passlm.
53
eran apelables ante la Junta Superior de Real Hacienda. De esta
forma —dice Zorraquín Becú— los intendentes asumieron una
todos los asuntos
jurisdicción exclusiva en en que por razones
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temporal se organizaran en forma paralela y complementaria.
Se procuraba la coincidencia de los distritos politicos-y eclesiás-
ticos y tanto las autoridades religiosas como las laicas debían
c00perar estrechamente en los objetivos que procuraba la Coro-
na. Esta cooperación impuesta obligó a la Iglesia a ejercer fun-
ciones que si bien coadyuvaban a su fin sobrenatural, eran subs-
tancialmente de orden político, o- invadían el campo del orden
temporal. En la práctica, la Iglesia se consideraba un organismo
más del Estado indiano, que hacía derivar su fuerza y.su impor-
tancia de la autoridad civil “y aunque esa orientación se expli-
caba por la coincidencia de los fines religiosos y políticos, la al-
teración de estos últimos tenía forzosamente que incidir en per-
juicio de la organización eclesiástica, acostumbrada a admitir la
superioridad del Estado aun dentro de la esfera espiritual” ¡9.
Los obÍSpos y arzobispos tenían amplias facultades judicia-
les para intervenir no sóloen cuestiones exclusivamente religio-
sas, sino también en aquellos pleitos en que debian aplicarse
normas canónicas o bien los que estuviese
en directamente in-
teresada la Iglesia o sus bienes terrenales. Su competencia se
1’
ZORRAQUIN BECÚ, p. 115.
55
En primera instancia actuaban los arzobispos u obispos,
quienes en general delegaban estas funciones en sacerdotes de
menor jerarquía. Se apelaba ante el arzobispo metropolitano si
la primera instancia había sido ejercida por un obispo y allí con-
cluía el juicio. Si, en cambio, el juez de primera instancia había
sido un arzobispo, la apelación se concedía para ante el obispo
sufragáneo más próximo y la sentencia era definitiva si ésta
confirmaba la del arzobispo, de lo contrario se elevaba el pleito
en tercera instancia al arzobispo u obispo, cuya sede estuviese
más cercana a la del juez de primera instancia. La sentencia de-
finitiva era aquella que tuviese dos pareceres iguales. Las cues-
tiones de competencia entre jueces eclesiásticos debían ser re-
sueltas por el rey, en su calidad de delegado apostólico. Para el
caso de que los jueces en conflicto fuesen un seglar y un reli-
gioso, intervenía la Audiencia. Este tribunal recibía jurisdicción
por medio del llamado recurso de fuerza, que interponía el par-
ticular agraviado, en los pleitos sustanciados ante los tribunales
eclesiásticos, en caso de haberse violado las leyes, o haberse de-
negado las apelaciones que correspondieren.
Dentro de esta categoría de jueces se ubican los jueces con-
servadores, que entendían en las causas en que aparecían inte-
resadas las comunidades religiosas, como ser acciones civiles
contra los conventos, o bien encaminadas a reprimir las injurias
contra las órdenes o sus miembros, o mantener los privilegios
que poseían. En estos casos el convento o comunidad designaba
el juez eclesiástico ante quien se substanciaría la causa. Cuando
el convento era actor debía mediar una autorización de la Au-
diencia, con carácter previo. A fines del siglo mn se suprimió este
privilegio monástico.
Los tribunales del Santo Oficio de la Inquisición fueron otros
importantísimos órganos eclesiásticos. Se establecieron en Mé-
xico y Lima durante el siglo XVI con el fin de mantener la
ortodoxia religiosa. Entendían en forma privativa, con exclusión
de cualquier otro juez, incluso la Audiencia y el Consejo de Indias,
en aquellas cuestiones que afectaban el dogma de la religión ca-
tólica, como la herejía, apostasía, hechizos, blasfemias heréticas,
supersticiones, idolatría, adivinación, etc. Sus fallos eran apela-
bles ante el Consejo de la Santa Inquisición en España.
El tribunal de la Santa Cruzada y los de diezmos, fueron
otros órganos administrativo-jurisdiccionales, que a la vez que
recaudaban los tributos respectivos entendían en las cuestiones
suscitadas sobre el particular. Sin embargo los Jueces de diez-
mos no fallaban los pleitos decimales, sino que éstos eran re-
sueltos por los ordinarios eclesiásticos. Señala Zorraquín Becú
que estos pleitos fueron muy escasos, ya que no se permitía la
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ejecución forzada de los deudores, limitándose la condena a apli-
car censuras de orden religioso 9°.
Las audiencias indianas fueron creadas con un doble pro-
pósito, de conformidad con el concepto de justicia que tenía
presente la Corona: no solo decir el derecho, sino adecuar la
vida social y política del Imperio al ideal de justicia a que aspi-
raba la monarquía. Sus funciones eran primordialmente judicia-
les, pero tenían también atribuciones de gobierno y policía que
llenaban ese doble fin que hemos advertido en
los demás orga-
nismos estudiados. Su importancia fue enorme y resulta difícil
establecer si se. trataba de un organismo superior o inferior al
virrey. Señala Enrique Ruiz Guiñazú
21
que las audiencias cons-
20
Ibídem, p. 133.
31
ENRIQUE RUIZ GUIÑAZÚ, La magistratura indiana, Buenos Al-
res, 1916, 42 y sgts.
57
tronato, al envío de jueces pesquisadores, de comisión y residen-
cia, a la autorización de gastos extraordinarios, etc., hicieron
de este tribunal el organismo más complejo y poderoso de Indias.
Sus facultades judiciales, que son las que aquí interesa se
58
Los consulados creados para lograr el fomento y protección
del comercio, estaban investidos de funciones judiciales a fin de
lograr, según decía la cédula ereccional del de Buenos Aires, “la
más breve y fácil administración de justicia en los pleitos mer-
cantiles". Surgieron como consecuencia del enorme tráfico mer-
cantil establecido entre España e Indias y abrieron sus puertas
en Sevilla (1543), México (1592) y Lima (1613). Durante el si-
glo XVIII, respondiendo a una nueva política económica de
mayor liberalidad, se crearon consulados en otros puertos ame-
ricanos, incluso Buenos Aires (1794). Integraban el cuerpo el
prior, dos cónsules, dos consejeros (que eran el prior y uno de
los cónsules salientes) y varios conciliarios (en Buenos Aires
hubo nueve y un síndico). Se trataba de cargos electivos bianua-
les, siendo condición ineludible ser comerciantes tanto los elegidos
como los electores. En los pueblos interiores de mayor movimien-
to comercial existían diputaciones, que tenian idénticas atribucio-
nes que el cuerpo.
Para administrar justicia se formaba un tribunal com-
59
Se trataba de un tribunal especial, integrado por médicos.
En Buenos Aires se organizó en 1779, por obra del virrey Ver-
tiz, resolución que recién confirmó la Corona en 1798. Estaba com-
33
ZORRAQUIN BECÜ. p. 198.
2‘
Ibídem, 201.
60
asuntos derivados de esta actividad, tanto civil como criminal,
fue el alcalde mayor de minas, quien debía resolver los pleitos
sumariamente, procurando no entorpecer las labores comprome-
tidas, con apelación para ante la audiencia. Se preveía que los
alegatos debían presentarse ante el juez de primera instancia,
para que el pleito llegase al tribunal de apelaciones en estado de
dictar el fallo. _ _
_
b) Los fiscales.
La organización judicial indiana se completa con la existen-
cia de los fiscales. En efecto, -la defensa del patrimonio y ha-
cienda real en Indias, como así también la vigilancia de la apli-
cación del derecho y la conducción de los pleitos de la Corona,
estuvo confiada a estos funcionarios, que como los ya nombra-
dos, combinaban funciones administrativas y judiciales.
Ante el Consejo Supremo de Indias actuaba un fiscal, “era
el jefe del Ministerio Público del derecho indiano y como tal
debía vigilar el cumplimiento de las leyes dadas para el buen
gobierno de América" 25. Su función de control y vigilancia abar-
caba a todos los funcionarios indianos, aún a los de la Casa de
Contratación. Intervenía en todas las cuestiones contenciosas
ventiladas ante el Consejo, y debía enterarse de todos sus des-
pachos, que luego comunicaba a los fiscales de las audiencias o
a los funcionarios a quienes estuviesen dirigidos. Estaban facul-
tado para demandar ante el Consejo a los particulares, por cual-
quier asunto que interesara a la Corona, como así también éstos
podian litigar contra él por pleitos referidos a Indias. Debía dic-
taminar en la concesión de mercedes o gratificaciones de servi-
cios e intervenía en el nombramiento de los altos funcionarios
indianos. Tenía igual sueldo que los demás miembros del Con--
sejo y similar jerarquía.
Los fiscales que actuaban ante la audiencia tenían faculta-
des importantísimas, llegando a ejercer un efectivo control sobre
los demás integrantes del tribunal 2'. Existia un fiscal para los
61‘
asuntos criminales y otro para los civiles, sin embargo podían
actuar en uno u otro ramo, según fuese necesario. Estaban encar-
62