Palestina en Tiempos de Jesús
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Palestina en Tiempos de Jesús
monástica
I Origen y desarrollo de la vida monástica en Oriente. Los basilianos
Uno de los elementos que más han contribuido siempre a fomentar el fervor religioso en el
pueblo cristiano, es el Monacato, que ya desde los siglos IV y V fue adquiriendo una enorme
importancia. Por esto es de gran utilidad seguir los diversos pasos de su desarrollo.
1) Desarrollo de la vida anacorética. La base primera de la vida monástica la forma el
ascetismo de muchos cristianos, ya desde el tiempo apostólico. Nos consta que algunos hacían
una vida de retiro más o menos perfecto, se abstenían del matrimonio, con o sin voto de castidad,
y se dedicaban a una estricta penitencia y a los ejercicios de piedad. Estos elementos eran
considerados como esenciales para el perfecto ascetismo. S. Clemente Romano, S. Ignacio de
Antioquía y algunos apologetas dan testimonio de la existencia de tales ascetas.
Sobre esta base se desarrolló lo que puede ser considerado como el primer estadio de la vida
monacal, que es la vida anacorética en sus diversas formas. En efecto, no contentos con lo
indicado, muchos ascetas abandonaron definitivamente la familia y todo lo que poseían y se
retiraron al desierto, donde vivían dedicados por completo a la vida de piedad y penitencia y sin
comunicación alguna con otras personas. A estos tales se les llamó solitarios, ermitaños o
anacoretas (de retirarse), y este sistema de vida ascética en la soledad del desierto
comenzó a cundir mucho desde principios del siglo IV. Uno de los casos más notables de esta vida
eremítica es S. Pablo el Ermitaño (t 347), el primero de los ilustres ermitaños de Egipto, a donde en
adelante afluyeron sus imitadores en gran número. Por esto precisamente las soledades del Egipto
son el ejemplo clásico de la vida eremítica.
Un nuevo paso en el desarrollo de la vida eremítica es el representado por S. Antonio Abad,
llamado también él Solitario. A principios del siglo IV se retiró al desierto de Egipto e hizo vida
solitaria; pero pronto reunió en torno suyo una comunidad de ermitaños. En esto consiste lo
nuevo, introducido por S. Antonio: los nuevos ascetas vivían en sus chozas solitarias y cada uno por
separado; pero recibían la dirección de un maestro o padre espiritual.
No obstante, hay que advertir que no era ésta la intención del Santo, quien pretendía vivir
enteramente solitario, y así, se retiró a otro lugar más apartado, aunque también allá le siguieron
sus discípulos. Por otra parte, este ilustre Santo no se mantuvo herméticamente cerrado al mundo.
En la persecución de Maximino el año 311, y hacia el año 335, con ocasión de las revueltas
arrianas, volvió a Alejandría, donde trabajó incansablemente por confirmar en la fe a los
vacilantes. Él con sus ermitaños fue siempre el mejor apoyo de S. Atanasio. La Regla que corre con
el nombre de S. Antonio, es apócrifa.
De esta manera, siguiendo el ejemplo de S. Antonio, se fueron constituyendo muchas colonias de
anacoretas, que fue la forma definitiva de la vida anacorética. Lo característico, generalmente, es
que eran pequeñas, con sólo unos diez miembros, pero muy numerosas, de modo que S. Atanasio y
Rufino atestiguan que ya los discípulos inmediatos de S. Antonio subirían a unos seis mil. Los
primeros se extendieron en el monte Kolzim; pero luego fueron poblando el bajo Egipto a ambos
lados del Nilo hasta el mismo delta. Sobre todo, se hizo célebre por sus colonias de solitarios el
desierto de Nitria, no lejos de Alejandría. En esta región se distinguió como organizador Ammonio,
quien a su vez, ya en el siglo IV, contaba con más de cinco mil discípulos. Entre los discípulos de
Antonio y Ammonio hubo santos ilustres. Son dignos de especial mención: S. Macario el Viejo, que
pobló el desierto de Escitia y vivió en continua comunicación con S. Antonio. Émulo suyo en
santidad fue Macario el Joven. Rufino, en su Historia Eclesiástica, habla de otros núcleos de la
Tebaida.
Todos estos solitarios se ganaban la vida con el trabajo de sus manos. Tenían una especie de
distribución y de cuándo en cuándo alguna instrucción doctrinal que les daba algún sacerdote,
pues por regla general ellos eran legos. Sólo pocas veces se reunían para los oficios divinos.
Al lado de las colonias de solitarios se desarrollaron en forma parecida las de las vírgenes o
ermitaños. Unos y otras fueron aumentando de tal manera, que a todo lo largo de la cuenca del
Nilo se hallaban infinidad de colonias. De la diócesis de Oxyrhintus, afirmaba su obispo que en ella
había unas 20 000 ermitañas y unos 10 000 ermitaños, distribuidos en colonias.
Del Egipto pasó el entusiasmo a Palestina y al Asia Menor, donde la vida cristiana era más
intensa. Es célebre Hilarión, quien constituyó un centro notable de vida eremítica en el desierto
entre Gaza y Egipto, extendiéndola a Palestina. En torno suyo se juntaron unos dos mil discípulos.
También son dignos de mención los maronitas. Su establecimiento en Siria, en la región del Líbano,
se debe a un presbítero llamado Marón, quien a fines del siglo IV se retiró a aquellas regiones y
reunió en torno suyo gran número de anacoretas. De ellos se desarrollaron más tarde los
monasterios denominados maronitas del Líbano.
2) Vida cenobítica o vida propiamente monacal.
La vida cenobítica (c, común; c, vida) en contraposición a la anacorética, consiste
substancialmente en alguna manera de vida común bajo un superior y con alguna regla. El primer
organizador de esta vida cenobítica fue S. Pacomio. Nacido en 292 en la Tebaida superior, como
soldado conoció y abrazó el Cristianismo en 313. Su ansia de perfección lo llevó primero a la vida
anacorética, al lado del solitario Palemón. Pero bien pronto reunió en torno suyo en el alto Egipto
gran cantidad de discípulos, y con ellos fundó el primer monasterio con todas las características de
la vida monacal.
Todos vivían en un lugar cerrado, obligándose a obedecer al superior y guardar una distribución
y regla determinada. Para esto, él mismo compuso la regla de su nombre, en torno a la cual existe
alguna confusión de ideas. En primer lugar, es conocida una regla de S. Pacomio, que según una
leyenda antigua, le fue dictada por un ángel. Pero además, existe la que ciertamente escribió
Pacomio, como fruto de su experiencia. Poco después eran ocho los monasterios que seguían esta
regla, que se fue acreditando cada vez más. La congregación se extendió rápidamente, de modo
que, aun en vida de Pacomio, llegó a contar unos siete mil monjes, y a fines del siglo V ascendió a
unos cincuenta mil. El abad que dirigía un monasterio grande, al qué estaban sometidos otros más
pequeños, se llamaba archimandrita. Los monjes estaban divididos en clases, según su ocupación,
eran generalmente legos y vivían, como los anacoretas, de trabajos manuales. La admisión se hacía
después de estrecha prueba.
S. Pacomio fundó también monasterios de monjas. A la cabeza se hallaba la abadesa, llamada
comúnmente Ammas. Llevaban un velo o al menos un distintivo especial en la cabeza. El
desarrollo de los monasterios femeninos sobrepasó al de los varones. Por otra parte, los
monasterios fundados por S. Pacomio se circunscribieron generalmente al Egipto.
Pero al mismo tiempo, la vida cenobítica se extendió a otras regiones. En Palestina, las
colonias fundadas por S. Hilarión se convirtieron poco a poco en verdaderos monasterios de vida
cenobítica. Sin embargo, tomaron una forma característica, llamada lauras (), o cabañas,
pues cada monje vivía en su cabaña por separado, pero todos en un mismo campo y llevando una
vida de comunidad semejante a la de los monjes de S. Pacomio. Este tipo de vida monacal se
extendió por toda Palestina, desierto de Judea, Belén y Jerusalén. Fueron célebres la Antigua y la
Nueva Laura. Todas ellas formaron una congregación especial, que fue organizada por S. Eutimio.
Luego se convirtieron en cenobios propiamente tales, en lo que trabajó particularmente S.
Teodosio.
Del mismo modo se extendió la vida cenobítica en otras regiones de oriente, sobre todo en
Siria, en particular en el monte Sinaí, en Armenia, etc.
3) S. Basilio. Monjes basilianos.
Dignos de un capítulo especial son los monasterios fundadas por S. Basilio ó que siguieron la
regla dada por él. Basilio, siendo aún joven, se sintió llamado a la vida ascética y se dirigió a
Egipto, donde conoció perfectamente la organización de los anacoretas y cenobitas. Vuelto a
Capadocia, su patria, distribuyó todos sus bienes y se retiró a una soledad cerca de Neocesarea.
Pronto acudieron a él gran número de anacoretas, para gozar de su dirección, uno de los cuales
fue su amigo S. Gregorio Nacianceno. Juntos compusieron la regla, que es doble: una larga, que
comprende cincuenta y cinco apartados; otra breve, que consta de trescientos trece puntos, o
disposiciones breves. Con esta regla, que es la Regla de S. Basilio, se formaron aquellas colonias
de ermitaños que rodeaban al Santo y constituían un cenobio, al que luego se agregaron otros
muchos. El nombre de los nuevos monjes fue el de basilianos.
Uno de los puntos característicos de la Regla de S. Basilio es la obediencia, con lo cual
consiguió una perfecta unidad, que fue sin duda lo que más contribuyó a dar a los basilianos la
consistencia que adquirieron, de modo que, cuando algo más tarde fueron desapareciendo las otra
Congregaciones, los basilianos poblaron el Egipto y se extendieron en todo el oriente. Desde el
siglo vi fueron la regla predominante en oriente, como los benedictinos lo fueron en occidente, y
aun hoy día constituyen los monjes orientales por antonomasia. Las monjas basilianas tuvieron
también gran prosperidad.
Sobre todos los géneros de vida anacorética y cenobítica conviene hacer una advertencia
general, y es, que no siempre se hacía una distinción expresa de los dos géneros de vida. Por esto
observamos que a las veces, los que comenzaban con un género de vida, pasaban luego y
continuaban en el otro; otras veces algunas personas o algún grupo hacía una vida que era
propiamente mezcla de eremita y cenobita, y en todo caso ambas direcciones se desarrollaban
contemporáneamente, pues unos se hallaban más bien con una, otros con otra; pero la tendencia
general era el predominio de la vida de comunidad o cenobítica, que fue algunas veces
recomendada por los mismos Concilios.
4) Sistemas especiales de ascética.
Junto con los géneros de vida hasta aquí esbozados, se desarrollaron más o menos algunos
otros, que conviene dar a conocer aquí:
1. Fueron muy célebres los estilitas, es decir, penitentes que vivían largos años sobre una
columna de ocho, diez, quince metros de altura, en una superficie de unos dos metros cuadrados,
donde oraban, dormían y lo hacían todo. El más célebre es Simeón Estilita, quien se mantuvo cerca
de Antioquía unos treinta años sobre una columna, que en los primeros años era más baja, y los
últimos dieciséis años hasta quince metros de alta. Todavía se conservan algunos fragmentos. En
este lugar era visitado por grandes muchedumbres, a las cuales predicaba haciendo fruto
inmenso. Fue asimismo gran mediador en favor de los oprimidos ante el emperador Teodosio II,
quien lo estimaba sobremanera. Murió el año 459, sumamente venerado. Tuvo algunos
imitadores, aunque, por el peligro de este género de vida, el episcopado no lo fomentó. Algunos
críticos han llegado a poner en duda la existencia misma de los estilitas, pues no creen posible tal
género de vida; pero los testimonios contemporáneos son tan explícitos que no se pueden negar.
2. Más frecuentes fueron los llamados inclusos. Eran hombres o mujeres que se encerraban de
por vida en una celda (clausa, inclusorium), donde hacían una vida de oración y penitencia. El
alimento indispensable lo recibían por un agujero. Se sabe de algunos que vivieron hasta ochenta
años encerrados. Es célebre, entre otros, la penitente Thais, de la primera mitad del siglo IV. Más
tarde, algunos monasterios, sobre todo entre los benedictinos de occidente, tenían en sus
cercanías algunas inclusas, donde vivían algunos de sus monjes durante algún tiempo. Este género
de vida llegó a prosperar bastante en la Edad Media.
3. Los llamados acoimetas, vigilantes, fueron fundados hacia el año 400 por S. Alejandro en
las riberas del Éufrates, y tenían por objeto la alabanza del Señor. Para ello se dividían los monjes
en tres coros, de modo que constantemente estuviera alguno de ellos cantando himnos, etc. Era
una especie de "adoración perpetua".
Mas, como fácilmente se entiende, la vida de los solitarios, junto con sus grandes ventajas, se
prestaba a grandes peligros, a los cuales sucumbieron muchos. Aunque menores, también eran
considerables los peligros del cenobita, sobre todo cuando salía del cenobio. Por esto se formaron
ya en el siglo IV y V algunos grupos, que podríamos designar como herejes de la vida monacal.
Tales eran: los sarabaítas en Egipto, y los remoboth en Siria, verdaderos alumbrados de su tiempo,
que especulaban con la vida ascética para entregarse a cierto libertinaje. A este tipo pertenecen
los giróvagos, que discurrían de un lado a otro, a veces con pretexto de santidad o de celo; los
pabulatores, llamados así porque decían asemejarse a los animales salvajes, y se alimentaban de
yerbas y raíces.
Contra todos estos abusos se tomaron medidas en algunos sínodos y aun en los Concilios
ecuménicos. Sobre todo fueron muy eficaces las que tomó el Concilio de Calcedonia. Una de ellas
fue el procurar que los monasterios y sus monjes, pero sobre todo los ermitaños, estuvieran
sujetos al Ordinario. En segundo lugar, se fomentó la vida de comunidad, para evitar el peligro de
la independencia de los solitarios. Los mismos emperadores tomaron medidas contra los monjes
vagos. Pero a pesar de estos abusos, la vida monástica estaba en gran aprecio, y a ella se acogían
muchísimos dignatarios de la corte y gente distinguida. Por otra parte los monjes, sobre todo los
cenobitas, se distinguieron por sus trabajos teológicos, y aunque algunas veces favorecieron
alguna herejía, generalmente fueron el mejor sostén de la ortodoxia.