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El Tirador de Arco

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10/7/2019 Agar y el tirador de arco • El Nuevo Diario

Mujeres de la Biblia (I)

Agar y el tirador de arco


 Jorge Eduardo Arellano

 28 Diciembre 2007  |  8:14 p.m.  |  END

Entre las mujeres que aparecen en la Biblia, hay algunas cuyas apariciones son
mínimas, apenas unos párrafos, pero las imágenes de ellas se quedan en la
retina. Y hay una, casi al principio de los tiempos, que llama la atención.

La terrible prueba que Dios le hizo pasar a Abraham, a punto de degollar a su


hijo Jacob, probando su fe a punta de cuchillo en el aire, no fue la primera. De
hecho, cualquiera diría que Abraham era un infanticida en potencia (con
perdón).

Algún tiempo antes, celebrando una esta en la que estaban presentes las dos
madres de sus hijos respectivos, en un ataque de celos, Sara dijo que el niño
de Agar se había reído de su hijo. Sara era la legítima esposa de Abraham,
mientras que Agar sólo había sido su amante, escogida para dar a luz a
Ismael. Con esa excusa imposible, Abraham comprendió que aquella situación
no podía durar mucho más tiempo y despidió a Agar y a su hijo. Lo extraño de
la historia es que Abraham, en lugar de abandonarlos sin nada, los obliga a la
mujer y al hijo a adentrarse en el desierto, y antes de que se marchen les
provee de un morral --de un cuero con agua.

Abraham y la mujer saben perfectamente que ese cuero apenas le durará el


tiempo su ciente para salir del desierto con vida. El niño es el único que no lo
sabe, porque no puede. La mujer acepta sin rechistar, como quien se acerca al
pasillo de la muerte. Pero la última misericordia de Abraham, insu ciente a
todas luces, quizá se parezca a la última gracia concedida a un condenado a
muerte. O quizá no.

Quizás es la vaga esperanza de un milagro, la única mano de hombre mientras


se espera que ocurra lo imposible. Abraham actúa como un hombre férreo,
determinado y un tanto cruel; un hombre que le da prioridad a su palabra, a la
que él entiende que es la ley, la que debe ser la ley, y al mismo tiempo, sabe
que aquello que se marcha, que según el ciclo de la historia debe morir, es
parte suya. “Que Dios se apiade de ti”. Abraham se conmina a destruir para
que Dios reconstruya, para que Dios en último instante le diga que retroceda,
porque se trataba de una prueba.

Lo que ocurre en el desierto se puedo ver y oír con golpes secos de viento.
Agar comprueba que el agua se ha acabado, y decide, con la absoluta frialdad
del cansancio cercano a la muerte, en el afán de sobrevivir al último
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10/7/2019 Agar y el tirador de arco • El Nuevo Diario

desgarramiento, dejar al niño a la sombra de una mata y distanciarse de él, “a


un tiro de arco”. No tenemos relato de las penalidades del camino, no hemos
asistido a la largura de su cansancio, para ella no estuvieron los cronistas
como para el pueblo liderado por Moisés. Sólo llegamos al momento en el que
el agua se ha agotado. La tibia serenidad, la poca resistencia con que Agar
actúa apenas se entiende si no supiéramos lo que signi ca caminar por el
desierto y que se acabe el agua. No es necesario tomárselo al pie de la letra.
Ella se dice: “Así al menos no veré a mi hijo morirse”.

La mujer avanza, en esa lejana inexactitud de la trayectoria de una echa. Ha


llevado en el camino al niño a sus espaldas, así que se podría sospechar que
aún siente su peso, el bulto, el calor de la presencia, y hasta la forma plegada
en su carne ya débil, imagino que aún siente el miembro amputado.
Probablemente en el camino ella se ha ido frente al sol, retándolo como si aún
la forma alargada de su sombra por la espalda pudiera darle frescor al niño.
Ella frente al sol, caminando. Aún podría soportar su muerte, su propio dolor
de antemano aceptado. La mujer de tanto retar al sol se ha quedado ciega. El
relato lo dice de una forma gurada, claro.

Y a esa distancia nos damos cuenta de algo que se nos había escapado. La
mujer no sólo se ha ido tan lejos del niño con el n de no verlo morir, sino
para no oírlo tampoco, ni su llanto ni los intentos por cazar el poco aire que el
calor le deje. El ruido de la muerte es aún más espantoso que su visión.

Pero a pocos metros de llegar al punto donde hiere la echa imaginaria, Agar
escucha un llanto. En mitad del desierto, sólo puede ser la locura, su
cansancio o verdaderamente el niño aquel bajo la mata. Agar se ha visto
condenada junto a él por una risa, o lo que Sara quiso creer que era un risa
del niño, y ahora ese mismo bebé le devuelve la esperanza con el llanto, que
es la desesperada llamada de un bebé hacia la vida. Sólo fue necesario aquel
llanto del que no tenía ninguna voz para que Agar se vuelva sin remisión.
Entonces recupera la vista y Dios les tiene ante sí un lugar lleno de agua. Fue
todo justo antes de llegar donde se clava la punta de la echa, como justo
antes de que Abraham clave el cuchillo de libación.

El desenlace de todo estuvo en la boca y en los ojos de unos niños y en la


distancia o cercanía de los adultos, como dos seres que hubieran olvidado que
un día hablaron el mismo idioma. El niño de Abraham y Agar se llamaba
Ismael. La Biblia dice que Dios hizo un gran pueblo de él. Cuando creció se iba
haciendo famoso, por ser un experto tirador de arco. Medía muy bien las
distancias. Le había ido la vida en ello.

Después de todo, Abraham no parece ser a quien Dios impuso la prueba, sino
el que tensó el hilo de la vida para poner a prueba a Dios, y preguntarle en el

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