La Parroquia
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1. Presupuestos pastorales
Quizá una de las acusaciones que se podría hacer a nuestra pastoral parroquial es
aquella que realizaba el profeta contra los ídolos de Israel cuando dejaba constancia de
su inanidad. Una de las razones que daba es que tenían ojos pero no veían. Me pregunto
si no será éste uno de los primeros problemas que necesitamos afrontar para realizar una
reflexión y una acción realmente operativa, más allá de si luego nuestros planteamientos
den resultados medibles y satisfactorios humanamente. Necesitamos mirar y ver,
percibir el movimiento del subsuelo eclesial, el corrimiento de terreno que se ha
producido socialmente, para no pensar desde presupuestos ya caducos. Detengámonos
por tanto un momento aquí.
1
R. Prat i Pons, Tratado de Teología Pastoral, Salamanca 1995, 271
2
A. Borras – G. Routhier, La nueva parroquia, Santander 2009, 95, donde lo explica con las necesarias
matizaciones.
3
J. Ramos, Teología Pastoral, Madrid 1995, 337.
4
Lo que se ha dado en llamar el modelo evangelizador de la acción pastoral. Cf. J. Ramos, Teología....,
134-41.
1
Vivimos en un momento de tránsito, inestable por tanto. Las nuevas formas de
pensar y situarse en el mundo nacidas con el Renacimiento y la Ilustración han ido
adquiriendo una progresiva velocidad de implantación social de tal forma que lo que
aparecía como nuevas cuestiones académicas de círculos selectos ahora ya no es
discutido, sino dado como evidente vitalmente por todos. Por otra parte, a ellas se han
sumado sus formas dialécticas, la llamada posmodernidad, que reconfiguran el
imaginario moderno, pero desde dentro. Nada de esto es ya sólo teórico, sino que ha
dado lugar a una forma concreta de autoidentificación humana, de valoración de las
instituciones, de los tiempos y los espacios sociales, de comprensión del sentido y los
valores con que afrontar la existencia, de los arraigos y las tradiciones (o la tradición),
de los sistemas de enseñanza, aprendizaje y de información... y lo importante para
nuestro tema es que esta nueva forma existencial de lo humano no se siente cómoda en
los bancos de nuestras Iglesias, casi ni siquiera cuando está allí sentada. Nuestras
estructuras pastorales, aunque no sólo ellas sino también nuestros principios pastorales,
y más aún determinados principios evangélicos y teológicos, son extraños ya a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Durante siglos la parroquia ha desarrollado una función socializadora en un
mundo estable que estaba estructurado en su forma y fondo (más o menos asumido) por
el imaginario cristiano-católico: los ciclos naturales con fiestas religiosas, los ciclos
vitales con los sacramentos o sacramentales, las estructuras sociales coincidían
fundamentalmente con la distribución jurídico-canónica de la población, los valores
sociales estaban justificados trascendentalmente por el Dios cristiano y su transmisión
por el poder magisterial del clero. La fe (parroquial) ha sido uno de los elementos de
inserción social en el entramado de lo humano dado. Por esto la fe formaba parte de la
vida no sólo como contenido asumido de relación con Dios, sino como forma de
configuración personal y social de la vida.
Si de esta forma la fe se inculturó realmente, el precio pagado fue la identificación
ideológica de la fe con el orden social, de la verdad con lo dado y de la autoridad con el
poder del orden. Esto en su forma concreta no siempre trajo males, pero otras sí y nunca
es aceptable como principio. En este esquema Dios aparecía no sólo como sujeto de una
relación salvífica, sino como principio a-personal garante de este orden. En este sentido,
para muchos la fe en Dios era real pero apenas relacional, su convencimiento de fe era
básico pero no subjetivamente dinámico.
Se había pasado, y así vivió nuestra Iglesia por siglos, de una sacramentalidad ante
el mundo a la configuración cristiana de este mundo, con las aportaciones que esto
supuso y supone y también con las tragedias que lleva ocultas, al marginarse el
principio de autonomía de las realidades temporales. Es la pérdida de la tensión y
diferencia escatológica que sostiene la vida eclesial y la vida personal en un dinamismo
evangélico y profético (testimonial) de verdad trascendente lo que quedó oscurecido
(evidentemente no anulado) y lo que en este momento se ha convertido en un reto
recuperar. La sacramentalidad eclesial como principio eclesiológico subrayado con
énfasis por el Concilio Vaticano II apunta en esta dirección y nos sitúa en una nueva
forma de comprensión de la presencia eclesial/parroquial a desarrollar en nuestra
sociedad.
Pues bien, la parroquia se sitúa hoy en un contexto ya no configurado
cristianamente, ni tiene como función la socialización humana en él. Por el contrario
tiene delante de sí un territorio fundamentalmente pagano con referencias de fondo
cristianas que se van deshaciendo socialmente por momentos. A un hombre
desarraigado de sus identidades tradicionales que se dota de celebraciones nuevas o
antiguas redefinidas por una precomprensión individualista, hipersusceptible a la
2
imposición de valores (que no tienen como juez en él más que una subjetividad
habitualmente emocional) y al arraigo grupal que siente como amenaza para su libertad.
Un hombre en continuas relaciones y actividades, pero con graves problemas de
confianza relacional y de soledad personal (con afiliaciones sociales igualmente
emocionales: fútbol, nacionalismos...). Un hombre que ha ido perdiendo la conciencia
de que la sociedad es autoconstrucción social basada en el trabajo y la ascesis
individual y una presupuesta responsabilidad en la vinculación social, y no sólo espacio
de protección estatal de derechos que tiende a identificarse con necesidades o principios
propios. Por otra parte, un hombre muy sensible a valores como lo concreto, lo
diferencial, lo plural… además de ser especialmente susceptible a todo lo que suponga
manipulación o imposición, por tanto atento a la salvaguarda de la libertad y la
razonabilidad necesaria de toda proposición de verdad.
2. La parroquia
5
J. Martín Velasco ha hablado de “la Iglesia como país de misión”, modificando aquella típica expresión
sobre la sociedad francesa de los años 40. Citado por A. Ginel, «Encrucijada y horizonte de la catequesis
hoy», en Misión joven, Septiembre (2005), 22.
6
Cf. las reflexiones de T. Citrini, «Progetto parrocchia: pero una chiesa dal volto fraterno», en
Scommessa sulla parrocchia. Condizioni e percorsi dell’azione pastorale, Milano 1989, 23-44 (31-34) y
en el mismo volumen las de P. A. Sequeri, «Programare l’azione pastorale oggi», 113-132 (122-130).
3
"demasiado definidos") y la naturalidad de compartir socialmente la vida con los más
necesitados (en todos los sentidos)7. Un elemento transversal a estos dos subrayados es
que se trata en cualquier cambio de una cuestión eclesial y no clerical simplemente, de
tal forma que el ministerio en este momento de exaltación eclesial y de reclericalización
(no siempre por opción), ha de identificarse como instrumento de memoria y
estructuración de vida cristiana global y no como Iglesia ante la que ser cristiano.
Habría que recordar aquella expresión que dice "un cura solo no puede hacer una
parroquia, pero sí puede deshacerla", y una de las maneras de hacerlo es identificarla
(en la práctica) con él mismo.
Pasemos ahora a una pequeña reflexión sobre tres de los pilares de la acción
pastoral de la comunidad eclesial y sobre su concreción parroquial. Subrayemos el
sustantivo comunidad, no tanto para referirnos en su dimensión sociológico-grupal8,
sino para resaltar que es la communio un elemento estructurante de estas dimensiones,
de tal forma que si faltara éstas tenderían rápidamente a perder su identidad cristiana.
No desarrollaremos una perspectiva que abarque todos los aspectos de estas
dimensiones, sino los que nos parecen más relevantes aquí y ahora.
2.1. La liturgia
7
“No debemos preocuparnos demasiado del rostro misionero de la parroquia, sino más bien de su rostro
cristiano: entonces justamente dicho rostros será buena noticia y la comunidad parroquial será testigo y,
precisamente porque está situada en la compañía de los hombres, será también misionera, apta para
evangelizar”, en E. Bianchi - R. Corti, La parroquia, Salamanca 2005, 43.
8
A. Borras analizando el significado de la expresión comunidad en el Vaticano II dice: “El Vaticano II
utiliza también el vocablo comunidad para sugerir la solidaridad, la comunicación y la interrelación entre
los individuos y los grupos […] Así pues, cuando se habla de comunidad, se está hablando de la
multiplicación de las relaciones entre personas, no de una forma especial de socialización […] ‘La
palabra comunidad evoca ideas y sentimientos de solidaridad, de fraternidad, de ayuda mutua, de
intercambio, de diálogo y de comprensión’ (V. Harvey). A esta terminología, más evocadora que crítica,
remiten los textos del Vaticano II”, en La nueva…, 42-43. Es en este sentido en el que utilizaremos la
expresión nosotros.
9
“Soy consciente de que la comunidad cristiana es antológicamente eucarística […] y de que debe
restituirse a la parroquia la figura de Iglesia eucarística que desvela el misterio de su naturaleza de
comunión”, en E. Bianchi, La parroquia…, 27.
4
En ella acontece no sólo la Palabra que se dice, sino que se realiza transformando
el cuerpo humano en cuerpo crístico. En ella Dios nos hace suyos uniéndonos a su Hijo
que se entrega como nuestro propio espacio de existencia10.
La eucaristía es el centro de la comunión eclesial más allá de las identificaciones
afectivas o ideológicas de los diferentes grupos. Es el amor de Cristo dándose en el
memorial de su Pascua el que constituye aquella comunión sacramento “de la unidad
del género humano" (LG 1). Si la sociedad como ya percibió Aristóteles tiende a
configurarse desde la comunidad de iguales, la eucaristía nos define como comunión en
los diferentes, amados y entregados los unos a los otros, reunidos en alabanza al recibir
la vida misma de Dios (diferente de la nuestra y salvífica) y en ella la vida de los
hermanos (diferente de la nuestra y don pluriforme de Dios en la Iglesia).
Es el amor de Cristo el celebrado como obediencia y alabanza del Padre, y como
salvación de los hombres, núcleo verdadero de donde nace una justicia no condenatoria,
un compromiso que no se vuelve sobre sí para juzgar a los demás desde la acción propia
y una paciencia histórica que no es apatía, pereza o insensibilidad ante el sufrimiento.
Subrayada su centralidad, ¿cuáles serían los elementos a cuidar parroquial mente
hoy?
10
Ninguna forma limitada de vivir la eucaristía con todas las críticas que se la puedan hacer debería hacer
creer que ella no es lo central, lo más importante que recibimos y el lugar fundante de la experiencia
cristiana de fe. “Una liturgia dominical -dice Bianchi- con calidad mistagógica es el más fecundo
magisterio eclesial que semanalmente puede dar forma a la vida cristiana de cada uno y de la comunidad.
En consecuencia, el mayor empeño de la parroquia, párroco y parroquianos juntos, debería ser
precisamente el dedicado a la liturgia, de manera que la liturgia sea verdaderamente central y tenga una
primacía real sobre toda la vida eclesial”, en E. Bianchi, La parroquia…, 31. De igual forma Sequeri, en
el artículo citado, habla de la comunidad de altar como “unidad parroquial significativa”, en «Programare
l’azione…», 124-125.
5
parroquial, en especial el que preside, han de convencerse de que los que asisten a la
celebración son verdaderos sujetos activos de una relación indominable por los agentes
litúrgicos, y que poseen capacidad y voluntad de apertura a las mociones de la Palabra
(en toda su amplitud ritual). Es esta lectio continua y esta participación en los gestos
crísticos fundantes en medio del torbellino de las preocupaciones humanas, de las que
por un momento Cristo nos separa, la que conforma la identidad sencilla pero
hondamente arraigada (“para mí la vida es Cristo”) del cristiano (en especial de los
laicos). Si es verdad que no hay que perder el empeño en crear grupos de reflexión,
estudio... en las parroquias no habrá que perder de vista que no todos tienen que estar
entre los 12 ó con los 72, que hubo más de 500 hermanos a los que se apareció el Señor
haciéndolos suyos de por vida.
11
No conviene mezclar los motivos. Siempre me ha resultado extraño, por poner un ejemplo, que se
cantara en un entierro, más si se hace con euforia, La muerte ¿dónde está la muerte? ¿dónde su victoria?
mientra muchos lloran una muerte concreta. Este canto que tiene su lugar propio en la Vigilia Pascual
aquí parece resultar incluso indiscreto y torpe, aunque afirme una realidad central de la fe. Y es que
incluso confesamos la muerte y la resurrección de Cristo y no sólo una de los dos realidades y esto
significa que hay tiempo para reír y tiempo para llorar que se deben vivir también litúrgicamente
expresados.
12
Los orientales han cubierto esos gestos con un iconostasio donde se dibuja la comunión de los santos y
la majestad de gloria del Señor, de tal manera que los gestos queden absolutamente cubiertos por su
significado último. Sin llegar a este extremo, creemos que es necesario percibir la realidad a la que
apuntan. Me comentaba un cura alemán que la parroquia donde ejercía su ministerio estaba hecha de
cemento para integrarse en la vida de las gentes de una zona donde muchos trabajaban en empresas que lo
6
distinto para aprender a mirar de forma nueva lo ya conocido. Podríamos decir que tiene
el mismo dinamismo de las parábolas: extrañas de inicio y comprensibles sólo desde
una nueva relación de los elementos ya conocidos, hacen comprensible desde dentro un
mundo demasiado rápidamente aceptado en su orden vital y que oculta su fundamento y
su designio originario.
La naturalidad litúrgica, cuando ésta se pone al servicio de la expresión del
misterio no sólo de un Dios genérico, sino de su designio salvífico debe ofrecer un
camino de iniciación mistérica (de mistagogia) a la identidad sacramental del mundo y
al ser de Dios en él. Toda reducción simbólica por asimilación mundana (por prejuicios
litúrgicos de un extremo) y todo exceso simbólico por exaltación ritualista (por
prejuicios litúrgicos de otro) empaña la bella naturalidad del misterio en su acontecer
litúrgico13.
producían. Como ya tenían el cemento en casa dejaron de ir a la Iglesia, terminaba medio en bromas
medio en serio su relato.
13
Pueden verse las sugerentes y profundas reflexiones del pequeño libro de F. Cassingena-Trévedy, La
belleza de la liturgia, Salamanca 2008.
7
f) Potenciar una liturgia del pueblo de Dios. La celebración es una acción de todo
el pueblo de Dios que participa real y verdaderamente del sacrificio de alabanza de
Cristo. Esto significa que es necesario que el pueblo de Dios sienta, y esto debe
posibilitarlo la forma y la dinámica litúrgica, que la celebración es suya, en sentido de
propia celebración y no sólo un lugar de recepción de una gracia posibilitada por una
celebración de otro que sería el celebrante real: el que preside. La dimensión receptiva
de la celebración litúrgica es sólo una dimensión (quizá la fundamental sí, pero) que
debe integrarse en la afirmación dogmática de que es el pueblo de Dios entero el sujeto
de dicha celebración (SC 26)14.
Esto significa que el presbiterio es sólo un espacio de la geografía litúrgica de la
eucaristía y que los agentes litúrgicos deben cuidar de que no absorba el todo de la
celebración si no es para que todos se hagan uno en ella, que es lo central. De otra forma
nos encontraremos con la experiencia tantas veces vivida por los laicos de ser
espectadores de los actos litúrgicos y recibir sus frutos desde fuera de mismo
acontecimiento que no reconocen como propio. Esto significa que no se debe
clericalizar la liturgia recargándola de gestos que son significativos teóricamente o
vivencialmente para el presbítero, pero que rompen la comunión vivencial del
acontecimiento, como tampoco a través de aquella idea en la que sólo saliendo al
presbiterio a leer, llevar ofrendas, hacer signos… se participa realmente en la
celebración.
Esto significa que la acción liturgia tal y como se celebra debe ayudar a extender
el altar hacia la asamblea sentando a todo pueblo de Dios en el altar y levantándolo
como un solo cuerpo en alabanza al Padre. La distancia necesaria litúrgicamente entre
presbiterio y nave (ministerio – pueblo de Dios) está sólo en función de la comunión
total, sólo para visualizar que todos somos vinculados a Cristo que nos ofrece su vida,
nada más. En el fondo, la distancia o subraya la unidad, la corporalidad crística única, o
está mal realizada. En este sentido diversificación ministerial y comunión eclesial se
realizan al unísono.
14
Cf. M. Augé, LITURGIA. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad, Barcelona 2005, 57-64.
8
2.2. El testimonio.
15
Benedicto XVI, Deus Caritas est, 20.
9
siente que el otro (no-cristiano) es, en su dolor, hermano de designio y, por tanto, lugar
de camino común y de cuidado concreto.
¿Qué elementos habría que potenciar en la acción pastoral de las parroquias hoy
según este planteamiento?:
a) Reducir los escándalos provocados por las diferencias entre los cristianos de
una misma parroquia sobre todo cuando éstos se dejan notar de forma ostensible. El
hecho está ahí, es innegable, además aparece como algo que no sería necesario afrontar
como comunidad ni en la existencia pastoral. Es necesario en este sentido crear una
conciencia de austeridad de vida, que pertenece a la propia existencia cristiana que
reconoce el valor de la riqueza como signo de la exuberancia de Dios, pero que
igualmente percibe la degradación en la que ésta es vivida en el mundo por la injusticia
estructural que lo configura. Esta austeridad debe ir acompañada de un movimiento de
bienes real que sostenga a los hermanos más necesitados. De otra forma las
comunidades parroquiales quedarían bajo el juicio de Pablo sobre la cena de Corinto.
Igualmente es también urgente una utilización racional y evangélica de los bienes
parroquiales en el contexto de la fraternidad de las parroquias. Debería tenderse a una
evangelización de las economías parroquiales en la que éstas no funciones como
mónadas autosuficientes en su pobreza o su riqueza. Esto depende de las directrices
diocesanas, pero también de la conciencia de los cristianos parroquiales.
10
desaparecer so pena de, o bien convertirnos en funcionarios sociales ante los que los
pobres exigirían lo que no siempre podemos dar o bien puros exhibicionistas malgrè
nous de una bondad que escondería a Dios o lo identificaría demasiado con nosotros
frente a otros.
11
2.3. La iniciación
12
Si la fe fuera simple fe en Dios (en su existencia) quizá su comunicación estaría de
más y algo así parece haberse apoderado de muchos cuando algunos teólogos parecen
pensar que lo confesional es secundario (algo incomprensible si no fuera como reacción
excesiva a previos excesos). Pero la fe cristiana es confesión de la acción salvífica
última y definitiva de Dios, de aquí el envío misionero que es interior al mismo
encuentro con el resucitado, que comporta su comprensión como misterio de salvación
para todos. En este sentido, el testimonio parroquial -definido como “memorial de
evangelización” por el congreso Parroquia Evangelizadora19- debe verse impulsado por
esta gratitud comunicativa (Jn 4, 39-42; Mt 9, 27-31; Lc 5, 12-15), por esta invitación a
la experiencia de encuentro (Jn 1, 40-42). Cuando esta alegría no existe en la vida
cotidiana de los cristianos quizá la misión no es más que un esfuerzo (no interiormente
integrado) de sumar adeptos a la causa y así termina por ser percibido.
19
Congreso Parroquia evangelizadora, Madrid 1989, 118-119.
20
Hablando en el contexto europeo y en orden a una propuesta de la fe significativa B. Forte describía
esta situación: “La mayor enfermedad de nuestros días es la falta de pasión por la verdad; tal y como es el
rostro trágico del hombre posmoderno. En este clima de nihilismo difuso todo induce a los hombres a no
seguir pensando, a rehuir la fatiga y el entusiasmo que exige lo verdadero, a abandonarse al disfrute de lo
inmediato, sin interés por lo que haya de venir”, en La esencia del Cristianismo, Salamanca 2002, 20.
13
*La necesaria recomposición en avance.
No hay vuelta atrás. No es posible ya una pastoral que algunos llamarían clásica o
tradicional, porque el mundo donde se realizaba y sobre el que tenía sentido (con todos
sus límites admitidos) ya no existe. Habrá por tanto que tener cuidado cuando se echa la
vista atrás para proponer figuras pastorales o formas de acción o estructuras eclesiales
porque podría hacernos caer, presos de nuestro miedo a la situación actual francamente
desmoralizante21, en la creación de mundos artificiales que aparecerían como ghettos
inhabitables para el hombre actual. Y da lo mismo si este ghetto tiene forma de los años
40 ó de los 70, aunque la tentación actual parece evidente a una simple mirada.
Pues bien, en esta recomposición es necesaria la atención a una reducción
moralizadora de la fe que termina enfrentándonos a la mediocridad de nuestra buena
voluntad o al resentimiento con los ‘mediocres’. Y es necesaria igualmente la atención a
una reducción en la confesión formal o ritual de fe que termina sometiéndolos a un
alejamiento social y haciéndonos insignificantes. La recomposición de la iniciación
necesita por tanto configurarse como acceso a la identidad global nucleada por la fe y
diferenciada en la pluriformidad existencial del cristiano22.
a) Los elementos nucleares a los que esta recomposición debería atender serían:
- La vida adulta como destinatario principal. En ella se integrarían los hijos
(subrayo los hijos, sin emplear simplemente los niños).
- La centralidad del encuentro con Cristo.
- La Escritura como referencia nuclear.
- La comunidad como espacio de comunión real, pero no de configuración total de
la relacionalidad.
- El discernimiento real como necesidad de unos mínimos de veracidad y
honestidad hacia lo dado y lo recibido.
21
Quizá no tanto por la situación como por el gasto evangélico de energías y la ilusión puesta en los
últimos cuarenta años en la renovación eclesial. No es extraño encontrar, más allá de si se explicita, el
cansancio de muchos agentes de pastoral que sienten que su trabajo ha sido baldío y a los que no se
debería decir que todo pasa por renovar la ilusión y el esfuerzo como si el problema fuera suyo en
exclusiva o fundamentalmente.
22
Una magnífica reflexión que da mucho que pensar y ofrece pistas para buscar operatividad a las nuevas
formas es el artículo de A. Fontana, «El gran desafío: la iniciación cristiana hoy», Misión joven 344
(2005) 27-55.
23
Martín Velasco titulaba un pequeño artículo sobre la situación de los sacramentos en las parroquias con
el sugerente título: «Del dicho al hecho hay mucho miedo», en VV. AA., La parroquia en la encrucijada,
Madrid 1988, 51-57.
14
dado como palabra salvífica y la ofrecemos con el respeto, el amor y de adoración que
pide por llevar en sí la vida del mundo. No puede por tanto ser degradada bajo esa
lógica del consumismo y los caprichos de nuestra sociedad, ni bajo el presupuesto de
unos presuntos derechos de los hombres sobre ella. La Palabra de Dios requiere
obediencia de fe, también en su forma sacramental, lo demás la viola (volens nolens).
- Otra de las condiciones de esta recomposición que van mostrándose más claras
es la necesidad de una lógica del contrato, bíblicamente diríamos de la alianza para
evitar toda interpretación de tintes economicistas. Supone que todo don, aun siendo
gratuito, requiere unas condiciones para ser recibido como tal. Cuando el Evangelio de
Lucas nos cuenta que Jesús dice que no pudo hacer milagros en Nazaret porque no
encontró fe, no es que los intentara hacer pero "no le salía el truco", sino que no
encontró la disposición necesaria para darse a sí como exuberancia eficaz de vida frente
a las limitaciones de la vida. Además en algunos momentos Jesús raya lo que nuestra
sociedad tacharía el fanatismo cuando pide a uno darlo todo a los pobres para seguirlo
(Mc 10, 21). Si los discípulos se espantan es porque saben que también a ellos va
dirigida una advertencia en estas palabras. Hay condiciones para recibir de Jesús lo que
él da y no deberíamos ser nosotros los que las quitáramos so pena de terminar siendo sal
que sólo vale para ser pisada.
Es necesario saber qué ofrecemos, tomar conciencia de ello sin radicalismos, pero
en verdad. La súplica ¡queremos ver a Jesús! ha de aparecer antes o después. Sin ella no
es posible ningún camino de iniciación en el interior de la Iglesia y no debería ser
posible ninguna celebración sacramental (así lo hizo la misma concepción sacramental
que pide la fe para su eficacia) 24.
24
“Hasta en los tiempos en los que se sobreestimaba el ex opere operato, y se estimaba la eficacia misma
del sacramento por encima de la actitud de quien lo recibía… hasta en esos tiempos nunca se admitió que
el sacramento fuera una fórmula mágica que se pudiera repartir como amuleto a creyentes y no creyentes.
Siempre se ha exigido un mínimo de disposición”, en J. Martín Velasco, «Del dicho al…», 51. Esto
mismo habría que decirlo con respecto a la admisión en los mismos procesos de iniciación antes de llegar
a la celebración sacramental. Lo contrario además de contradictorio con la fe ofrecida está quemando a
muchos catequistas que a veces parecen enviados directamente a los leones.
15
vivir una ve a la altura de los tiempos y en la situación contextual concreta. El caso de la
iniciación es paradigmático. Es necesaria, urgente ya, la toma de opciones discernida,
arriesgada y confiada25.
En este ámbito es evidente que pueden producirse errores o fracasos, por eso es
fundamental la evaluación. Además esto conlleva el diálogo fraterno en verdad, aquel
diálogo que sabe decir, reconociendo el esfuerzo evangélico del otro, los límites de sus
opciones y los elementos que deben ser repensados. Evidentemente cuando el que lo
dice está en su misma dinámica de renovación. En otro sentido, los mismos agentes
deben integrar comunitariamente la autocrítica humilde en sus procesos de valoración
pastoral.
Un último elemento importante es la aceptación de la ambigüedad casi
constitutiva de toda opción en tiempos de transición. Quizá lo que se realice no sea la lo
totalmente adecuado, pero ¿acaso ahora se da o alguna vez se dio?
25
Se trata de la programación, tan comentada y exigida como mal realizada en la mayoría de los ámbitos
estructurales de la acción pastoral. Cf. sobre el tema la obra francamente bien hecha con la necesaria
reflexión teórica y pistas prácticas V. Altaba, La planificación pastoral al servicio de la misión. ¿Por qué
y cómo planificar la acción pastoral?, Madrid 2007.
16
3. Último apunte
26
Sin referirse explícitamente a este tema que tratamos Prat i Pons afirma como principio básico de
cualquier comienzo de la acción pastoral en situación de cambio el de “comenzar por no trabajar solos
[…] comenzar por buscar compañeros de camino”, en Tratado de…, 166
17