Historia Antigua Dem 02 Clav
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HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO
Historia Antigua de México
SACADA DE LOS MEJORES HISTORIADORES ESPAÑOLES Y DE LOS
MANUSCRITOS Y DE LAS PINTURAS ANTIGUAS DE LOS INDIOS.
DIVIDIDA EN DIEZ LIBROS: ADORNADA CON MAPAS Y ESTAMPAS E
ILUSTRADA CON DISERTACIONES SOBRE LA TIERRA, LOS
ANIMALES Y LOS HABITANTES DE MÉXICO
ESCRITA POR KL
J. JOAQUÍN DE MORA
Y PRECEDIDA DE NOTICIAS BIO-BIBLIOGRAFICAS DEL AUTOR. POR
TOMO II
MÉXICO
DEPARTAMENTO EDITORIAL DE LA DIRECCIÓN GENERAL
DE LAS BELLAS ARTES
1,917
He rtdíano cUMwtco
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Y. X
(1) Robertson dice que los españoles "pusieron pie en tierra, e inter-
nándose en el país de Yucatán, observaron con admiración grandes casas
990700
6 FRANCISCO J. CLAVIJERO
res que usaban los indios; objetos que hasta entonces no habían
visto en el Nuevo Mundo. No menos se maravillaban los yuca-
tecos de la forma, del tamaño y del aparato de sus buques. En
dos puntos en que desembarcaron los españoles, tuvieron dos
encuentros con los indios; y en ellos, y en otras desgracias que
les sobrevinieron, perdieron la mitad de sus soldados, y el mismo
capitán recibió doce heridas, que en pocos días le ocasionaron la
muerte. Regresaron apresuradamente a Cuba, y encendieron
con su relación y con algún oro que trajeron por muestra, roba-
do en un templo de Yucatán, la codicia de Diego Velázquez,
uno de los conquistadores, y a la sazón gobernador de aquella
isla; de modo que al año siguiente, envió a su pariente Juan de
Gri jaiva con cuatro buques y doscientos cuarenta soldados. Este
comandante, después de haber reconocido la isla de Cozumel,
distante pocas millas de la costa oriental de Yucatán, costeó todo
el país que media hasta el río Panuco, cambiando cuentas de vi-
drio y otras bagatelas, con el oro que tanto ansiaba y con los
víveres de que tenían gran necesidad.
Cuando llegaron a que llamaron San Juan de
la islilla
de piedra." Así habla delv viaje de Hernández; pero pocas páginas antes,
hablando del de Grijalva, dice así: "Había muchos pueblos esparcidos por
la costa, en la que vieron los españoles casas de piedra, que a cierta dis-
tancia parecían blancas y soberbias. En el calor de la imaginación se figu-
raron que eran ciudades adornadas con torres y cúpulas." Entre todos los
historiadores de México que he leído, no he hallado uno que diga que los es-
pañoles se imaginaron ver cúpulas en Yucatán. Esto ha salido de la cabeza
de Robertson y no de la de los españoles. Estos creyeron ver torres y casas
grandes, como en efecto las vieron, porque los templos de Yucatán, como
los de Anáhuac, estaban fabricados a guisa de torres y algunos eran muy
altos. Bernal Díaz, escritor sincerísimo y testigo ocular de cuanto ocurrió
a los españoles en los primeros viajes a Yucatán, cuando habla del desem-
barco que hicieron en la costa de Campeche, dice así: "Nos condujeron los
indios a ciertas casas muy grandes y bien edificadas de piedra y cal." Así
que, no sólo vieron de lejos los edificios, sino tan de cerca, como que en-
traron en ellos. Siendo tan común en aquellos pueblos el uso de la cal, no
es extraño que se sirviesen de ella para blanquear las casas. Véase lo que
digo acerca de esto en el libro VII de mi Historia. Lo que yo no puedo
entender es que una casa que no está blanqueada, pueda aparecer blanca
desde lejos.
16 FRANCISCO J. CLAVIJERO
con el asombro que puede imaginarse el lector, por los dos gober-
nadores y por su numerosa comitiva, que, según Gomara, no baja-
ba de cuatro mil hombres. Entre las armas de los españoles,
observó Teuhtlile una celada dorada, la cual, por ser muy seme-
jante a otra que tenía uno de los principales ídolos de México,
pidióla a Cortés, a fin de hacerla ver a Moteuczoma. Cortés la con-
cedió, con la obligación de devolvérsela llena de oro en polvo,
bajo el pretexto de ver si el oro que se sacaba de las minas de
México era igual al de su patria. (1)
Terminadas las pinturas, se despidió cariñosamente Teuhtli-
le de Cortés, ofreciéndose a volver dentro de pocos días con la
den que Teuhtlile se opuso desde luego al viaje de Cortés a la capital; pero
consta por mejores autoridades, que no manifestó esta oposición hasta
haber tenido orden positiva del rey.
(2) Bernal Díaz llama a este embajador Quintalbor; mas este nombre
no es, ni pudo ser mexicano. Robertson dice que los mismos oficiales que
hasta entonces habían tratado con Cortés, fueron los encargados de la res-
puesta del rey, sin hacer mención del embajador; pero tanto Bernal Díaz
del Castillo, como otros historiadores españoles, afirman lo que refiero.
Solís, en vista del corto intervalo de siete días y de la distancia de setenta
leguas entre aquel puerto y la capital, no quiso creer que fuese entonces
un embajador a ver a Cortés; pero habiendo dicho poco antes que las pos-
tas mexicanas eran más diligentes que las de Europa, no es de extrañar
que llevasen en poco más de un día la noticia de la llegada de los espa-
ñoles, y que en cuatro o cinco días hiciese el viaje el embajador en litera y a
hombros de los mismos correos, como muchas veces se hacía. Pues el he-
cho no es inverosímil, debemos creer a Bernal Díaz, testigo ocular y sincero.
(3) Este acto de incensar a los españoles, aunque no fuese más que un
20 FRANCISCO J. CLAVIJERO
Dos soldados que hacían la guardia fuera del campo, vieron ve-
nir hacia ellos cinco hombres, algo diferentes de los mexicanos
en sus trajes y adornos, los cuales, conducidos a presencia del
general español, dijeron en mexicano, (por no haber allí quien
entendiese su idioma) que eran de la nación totonaca y enviados
,
FUNDACIÓN DE VERACRUZ
Concluido felizmente aquel gran negocio, se despidió Cortés
de aquellos señores para ir a poner en ejecución un proyecto de
suma importancia, que había formado poco antes, y era el de fun-
dar en aquella costa, una colonia fuerte, que pudiera servir a
los españoles de refugio en sus desgracias, de punto de apoyo pa-
ra mantener a los totonacas en la fidelidad jurada, de escala
para las nuevas tropas que viniesen de España o de las islas
Antillas, y de almacén y depósito de los efectos que les enviasen
los naturales de aquellos países, o que pudieran recibir de Eu-
ropa. Fundóse en efecto la colonia en el país mismo de los toto-
nacas, en una llanura situada al pie del monte Quiahuitztla, a
doce millas al norte de Cempoala, y cerca del nuevo puerto. (1)
la Antigua, fundada sobre el río del mismo nombre, creen que no ha habido
más que dos ciudades con el nombre de Veracruz, esto es, la antigua y la
moderna edificada en el mismo arenal en que desembarcó Cortés; pero
no hay duda en que ha habido tres con el mismo nombre: la primera, fun-
dada en 1519 cerca del puerto de Quiahuitztla, que conservó después el
nombre de Villa Rica; la segunda, la antigua Veracruz, fundada en 1523 o
1524; y la tercera, la nueva Veracruz, que hoy conserva este segundo nom-
bre y fue fundada por orden del conde de Monterrey, virrey de México, a
fines del siglo XVI y recibió de Felipe III el título de ciudad en 1615.
30 FRANCISCO J. CLAVIJERO
Bernal Díaz y Solís llaman a esta ciudad Zocotlan; lo que puede in-
(1)
ducir a error a los lectores, pues sería fácil confundirla con la de Zacatlan,
situada a distancia de treinta millas de Tlaxcala, hacia el norte.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 35
cotia. A
natural aspereza del sitio, había añadido el arte bue-
la
nas murallas, con sus barbacanas y fosos; (1) pues siendo aquella
plaza fronteriza de los tlaxcaltecas, estaba más expuesta a sus
invasiones. Allí fueron muy bien acogidos y regalados los es-
pañoles.
Bernal Díaz del Castillo dice que los mensajeros fueron dos, y que
(2)
inmediatamente después de su llegada a Tlaxcala fueron puestos en la
cárcel; pero el mismo Cortés que los envió, afirma que eran cuatro, y del
contexto de su relación se infiere que Bernal Díaz no tuvo buenos informes
acerca de lo que ocurrió en Tlaxcala. La narración de este escritor contraria
a la de los otros historiadores españoles e indios, ha inducido a error a
muchos escritores modernos, y entre ellos a Robertson.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 37
(1) Herrera y Torquemada dicen que Temiloltecatl era uno de los cua-
tro señores de Tlaxcala; pero de las Memorias de Camargo, y de otros
tlaxcaltecas, y aun deque dice el mismo Torquemada, se infiere clara-
lo
mente que los cuatro señores eran los que he nombrado en el texto. Quizá
podría conciliarse esta anomalía suponiendo que Tlehuexolotzin se llamaba
además Temiloltecatl, como también tenía el nombre de Tezcacalteuctli,
pues sabemos que muchas personas tenían dos y tres nombres.
(2) Bernal Díaz dice que los primeros mensajeros cempoaltecas vol-
vieron a Cortés antes de haber entrado éste en el país de Tlaxcala; pero
Cortés afirma lo contrario. En cuanto a la relación de los otros dos que que-
daron en Tlaxcala, aunque casi todos los historiadores españoles le han dado
fe, es enteramente increíble por las razones dadas en el texto. Robertson
hace algunas conjeturas para darle verosimilitud; pero no convencen.
40 FRANCISCO J. CLAVIJERO
GUERRA DE TLAXCALA
Apenas habían terminado los cempoaltecas su relación, cuan-
do se dejó ver una hueste de cerca de mil tlaxcaltecas, los cuales
luego que descubrieron a los españoles, empezaron a tirarles
flechas, piedras y dardos. Cortés, después de haberles protestado
delante del notario regio del ejército, y por medio de tres prisio-
neros, que no venía con intenciones hostiles, rogándoles al mismo
tiempo que no le tratasen como a enemigo, viendo que sus re-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 41
(1) Bernal Díaz dice que el ejército tlaxcalteca era de cuarenta mil
hombres; Cortés creyó que pasaba de cien mil; otros escritores dicen
treinta mil. Es difícil conocer a ojo el número de hombres de un ejér-
cito, sobre todo, no observando éste el orden de la milicia europea. Por no
exponerme a errar, me contento con decir que el ejército era grande.
42 FRANCISCO J. CLAVIJERO
a la paz.
NUEVAS EMBAJADAS
No fué la alianza de los tlaxcaltecas el único fruto que los es-
pañoles sacaron de sus victorias, pues en el mismo campo en que
habían oído a sus embajadores, recibió Cortés a los de la República
de Huexotzingo y a los del príncipe Ixtlilxochitl. Los huexotzin-
gos, que habían sido vasallos de la corona de México y enemigos
de los tlaxcaltecas, se habían substraído al dominio de aquélla y
confederado con éstos, que eran sus vecinos, y por esto siguieron
su ejemplo uniéndose con los españoles. El príncipe Ixtlilxochitl
envió embajadores a Cortés para felicitarlo por sus victorias y
48 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Tuvo Alvarado de doña Luisa, dos don Pedro y doña Leonor.
hijos,
Esta se casó con don Francisco de la Cueva, caballero de la orden de Santiago,
gobernador de Guatemala y primo del duque de Alburquerque. De este ma-
trimonio nacieron muchos hijos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 51
(1) Bernal Díaz dice que el ejército mexicano, según se supo, era de
veinte mil hombres; Cortés dice que los mismos señores de Cholula le con-
fesaron que no bajaba de cincuenta mil.
56 FRANCISCO J. CLAVIJERO
CATÁSTROFE DE CHOLULA
Llegó finalmente aquel día que debía ser tan infausto para los
cholultecas. Aparejaron los españoles sus caballos, apercibieron
la artillería y las armas, y se formaron en un gran patio de su alo-
jamiento, que debía ser el teatro principal de aquella tragedia.
Llegaron los cholultecas al rayar el día. Los señores, con unos
cuarenta nobles y los hombres de carga, entraron en las salas y
en las cámaras para tomar el equipaje; mas en breve se les
pusieron guardias para que no pudieran salir. Las tropas cho-
lultecas, a lo menos una gran parte de ellas, entraron en el patio
con otros nobles, a petición, sin duda, del mismo Cortés, el cual,
montando a caballo, les habló en estos términos: "Yo, señores,
me he esmerado en granjearme vuestra amistad; entré pa-
cíficamente en esta ciudad, y ni yo, ni ninguno de los míos, os
hemos hecho el menor perjuicio antes bien, para que no tuvierais
;
Dicho esto y dada la señal del ataque, que era un tiro de mos-
quete, partieron tan furiosamente los españoles contra aquellas
miserables víctimas, que de todos los que se hallaban en el patio,
que eran muchos, no quedó uno solo con vida. Los arroyos de
sangre que corrían por el patio y los tristes lamentos de los
moribundos, hubieran bastado a mover a piedad todo corazón que
no estuviese animado por el furor de la venganza. No quedando
ya nada que hacer en aquel recinto, salieron por las calles ensan-
grentando con el mismo furor las espadas en cuantos cholultecas
se les presentaban. Los tlaxcaltecas entretanto vinieron a la ciu-
dad como leones sangrientos, aguijoneada su ferocidad por el odio
a sus enemigos y por el deseo de complacer a sus nuevos aliados.
Tan horrendo e inesperado golpe puso en el mayor desorden a los
habitantes; pero habiéndose reunido en muchas huestes, hicie-
ron por algún tiempo una vigorosa resistencia, hasta que notando
los estragos que en ellos hacía la artillería y reconociendo la
superioridad de las armas europeas, de nuevo se desordenaron,
retirándose confusos y despavoridos. La mayor parte procuró sal-
varse con la fuga; otros recurrieron a la superstición de arrasar
los muros del templo para inundar la ciudad pero viendo que
;
REVOLUCIÓN DE TOTONACAPAN
Cnauhpopoca, Nauhtlan, ciudad llamada por los
(1) señor de
españoles Almería, situada en la costa del Seno mexicano, a trein-
ta y seis millas al norte de Veracruz- y cerca de los confines del
Imperio, tuvo orden de Moteuczoma de reducir a los totonacas
a la debida obediencia, inmediatamente después que Cortés se
retirase de aquellas costas. Para cumplir este mandato aquel cau-
dillo requirió con amenazas de los pueblos desobedientes, el
tributo que debían pagar a su soberano. Los totonacas, insolenta-
dos con el favor de sus nuevos amigos, respondieron con arrogan-
cia que no debían homenaje alguno a quien ya no era su rey.
Viendo entonces Cuauhpopoca que de nada servían sus amonesta-
ciones y que no conseguía reducir aquellos hombres, demasiado
fiados en la protección de los españoles y ya resueltos a no res-
petar a su monarca, poniéndose a la cabeza de las tropas mexi-
canas de la frontera, empezó a hacer correrías en los pueblos de
Totonacapan, castigando con las armas su rebelión. Los toto-
(1) Todos o casi todos los historiadores dicen que Cortés recibió esta
noticia, hallándose en México; pero el mismo Cortés asegura que la tuvo
en Gholula.
62 FRANCISCO J. CLAVIJERO
cerse con la presa de tan prósperos países pero algunos, más pru-
;
Bernal Díaz y casi todos los historiadores, dicen que Ordaz subió a
(1)
la cima del Popocatepetl y observó la boca de aquel famoso monte; pero
Cortés, que lo sabía mejor, dice lo contrario. Sin embargo, Ordaz obtuvo
del Rey Católico el permiso de poner un volcán en su escudo de armas. Esta
gran empresa estaba reservada para Montano y otros españoles, que
después de la conquista de México, no sólo observaron el espantoso cráter,
sino que entraron en él, con evidente peligro de la vida, y de allí saca-
ron una gran cantidad de azufre para hacer la pólvora de que necesitaban.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 63
66 FRANCISCO J. CLAVIJERO
peligros en tan largo viaje. "Si así es, dijo entonces el rey, en
la corte nos veremos ;" y despidiéndose cortesmente, después de
haber recibido algunas frioleras de Europa, dejó allí una parte
de la nobleza, a fin de que acompañase a Cortés en su viaje.
De Ayotzingo marcharon los españoles a Cuitlahuac, ciudad
fundada en una isla del lago de Chalco, y aunque pequeña, la más
hermosa, según dice Cortés, que habían visto hasta entonces. Co-
municaba con tierra firme por medio de dos anchos y cómodos
caminos, construidos sobre el lago: el uno a mediodía, que tenía
dos millas de largo, y el otro que tenía algo más, y estaba al nor-
te. Marchaban los españoles alegrísimos al ver la muchedumbre
(1) Un historiador indio, citado por Alba, dice que en esta ocasión se
bautizó Ixtlilxochitl con otros doscientos nobles de su corte; mas esta es
una fábula tan inverosímil que no necesita impugnación.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 69
(1) Solís al referir este encuentro comete cuatro errores. Dice que el
regala de Cortés era una banda; que los dos señores que acompañaban a
Moteuczoma no permitieron que se la pusiese al cuello; que hicieron esto
con muestras de enojo y que el monarca los reprendió y contuvo. Todo esto
es falso y opuesto a la relación del mismo Cortés.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 71
dón y bancos hechos de una sola pieza. Algunas tenían el piso es-
terado y los muros cubiertos de tapetes de algodón de varios
colores. Los muros eran gruesos y tenían torres de distancia en
distancia; así que, los españoles encontraron allí cuanto podían
apetecer para su seguridad. El diligente y cauto general distribu-
yó inmediatamente las guardias, formó con sus cañones una bate-
ría enfrente de la puerta de palacio y empleó todo su esmero en
fortificarse, como si aguardase ser atacado aquel mismo día por
sus enemigos. No tardó en presentarse a Cortés y a sus capitanes
un magnífico banquete, servido por la nobleza, mientras se
distribuían al ejército diversos y copiosos víveres, aunque de
inferior calidad. Este día tan memorable para españoles y me-
xicanos, fue el 8 de noviembre de 1519, siete meses después de la
llegada de aquéllos al país de Anáhuac.
:
LIBRO NONO
74 FRANCISCO J. CLAVIJERO
Pero todos estos errores se han disipado con el trato que ellos
mismos han tenido con vosotros. Ya se sabe que sois hombres
mortales como todos, aunque algo diferentes de los demás, en el
color y en la barba. Hemos visto por nosotros mismos que esas fie-
ras tan famosas no son más que ciervos más corpulentos que los
nuestros, y que vuestros supuestos rayos son unas cerbatanas me-
jor construidas que las comunes, cuyas bolas se despiden con más
estrépito y hacen más daño que las de aquéllas. En cuanto a vues-
tras prendas personales, estamos bien informados por los que os
conocen de cerca, que sois humanos y generosos, que toleráis con
paciencia los males, que no usáis de rigor sino con los que exci-
tan vuestro enojo con su enemistad y que no os servís de las ar-
mas, sino para la justa defensa de vuestra persona. No dudo
que vosotros igualmente habréis desechado, o desecharéis, las fal-
sas ideas que de mí os habrá dado la adulación de mis vasallos, o
la malevolencia de mis enemigos. Os habrán dicho que soy uno
de los dioses que se adoran en esta tierra y que tomo cuan-
do quiero, la forma de león, de tigre o de otro cualquier animal
pero ya veis (y al decir esto se tocó un brazo, como para hacer
ver que estaba formado a guisa de los otros hombres), que soy de
carne y hueso como los demás mortales, aunque más noble que
ellos por mi nacimiento, y más poderoso por la elevación de
mi dignidad. Los cempoaltecas, que con vuestra protección se han
substraído a mi obediencia, (aunque no quedará impune su
rebelión) os habrán hecho creer que los muros y los techos de mi
,
80 FRANCISCO J. CLAVIJERO
ban mas nada los dejó tan atónitos como la gran plaza del merca-
;
PRISIÓN DE MOTEUCZOMA
No habían pasado más de seis días después de la entrada de
los españoles en México, cuando viéndose Cortés aislado en me-
dio de un pueblo inmenso y conociendo el peligro en que se ha-
llaba su vida y la de los suyos, si mudaba de sentimientos el rey,
como podía suceder, llegó a persuadirse que no podía adoptar otro
medio para su seguridad, que el de apoderarse de la persona de
aquel soberano; pero siendo esta una medida tan opuesta a la
razón, como al respeto y al engrandecimiento que le debía, buscó
pretextos para aquietar su conciencia y poner a cubierto su ho-
nor, (2) y no halló otro que pudiera convenirle sino la revolución
promesa, ¿por qué al confesarse vasallo de otro monarca sintió tanto dolor,
que se le turbó la voz y derramó lágrimas, como el mismo escritor afirma?
No necesitaba de tanta ficción para quitarse de encima a los españoles.
¡Cuántas veces pudo, con hacer una seña a sus subditos, o sacrificar los es-
pañoles a sus dioses, o dejándoles la vida, hacerlos conducir atados al puer-
to, para que de allí pasasen a Cuba! Toda la conducta de Moteuczoma
está en contradicción con los sentimientos que Solís le atribuye; pero nada
desmiente tanto su acusación, como el claro testimonio dado por el gobier-
no español, el cual, en muchos documentos expedidos en favor de la real
descendencia de aquel monarca, concediéndole exenciones y privilegios extra-
ordinarios, declara que estos privilegios no pueden servir de ejemplo a nin-
guna otra casa, pues "ninguna, añade, ha hecho a la España tan gran servi-
cio, como el que le hizo el emperador Moteuczoma, incorporando a aquella
corona, con su voluntaria cesión, un reino tan rico y tan grande como el de
México." Si la obediencia prestada por Moteuczoma al rey Católico, hubiera
sido como la representa Solís, se diría que la corte de España creía incor-
porado el reino de México a la corona de Castilla, en virtud de una cesión
fingida y engañosa y de un mero artificio de Moteuczoma; lo que sería
gravemente injurioso a la rectitud de los reyes Católicos. Betancourt, en
a
la 2. parte, tratado 1.° de su Teatro Mexicano, cita los referidos documentos,
los cuales se conservarán, sin duda, originales en los archivos de los condes
de Motezuma y Tula.
II— 4
98 FRANCISCO J. CLAVIJERO
carse con su gente; que aligerase por tanto su salida, pues así
convenía al bien del reino. Cortés, disimulando el júbilo que le
ocasionaba aquella noticia y dando gracias interiormente a Dios
por haberle enviado tan oportuno socorro, respondió que si aque-
llos barcos debían hacer viaje a Cuba, estaba pronto a partir; pe-
ro que de otro modo le era preciso continuar la obra empezada.
Vio y examinó las pinturas de aquella armada, que enviaban al
rey los gobernadores de la costa y no dudó que fuese española;
pero lejos de pensar que se componía de enemigos suyos, se per-
suadió que habían vuelto los procuradores enviados por él un año
antes a la corte de España y que traían consigo los despachos
reales y un buen número de tropas para la conquista.
(1) Bernal Díaz dice que los españoles que quedaron en México fueron
ochenta y tres. En las ediciones modernas de las Cartas de Cortés, se dice que
fueron 500; pero en una edición antigua se halla 140, lo que me parece cierto,
atendido el número total de las tropas españolas. El número de 500 es falso
y contrario a la relación del mismo Cortés.
104 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Bernal Díaz dice que Cortés fue a Cempoala con 206 hombres; Tor-
quemada cuenta 266 y 5 capitanes; pero Cortés, que lo sabía mejor que ellos,
afirma que eran 250.
(2) Hay variedad en los autores acerca del número de los muertos
en el asalto; yo pongo el que me parece más verosímil, atendidos los datos
de diversos historiadores.
(3) Algunos dicen que los chinantecas tomaron parte en el asalto; pero
Bernal Díaz estuvo presente y afirma lo contrario. Cortés no hace mención
de esta circunstancia. Quien desee informarse de todos los pormenores de
aquella gloriosa expedición de Cortés, podrá consultar a los historiadores
de la Conquista; yo los omito por no pertenecer exclusivamente a mi
asunto.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 105
cansaron de las fatigas del día pero al siguiente fue tan terrible
;
mentación popular, tanto por la poca gente que vio en las calles,
cuanto por algunos puentes de los canales que se habían levan-
tado. Cuando llegó a los cuarteles, con grandes demostraciones
de júbilo de una y otra parte, Moteuczoma salió al patio a reci-
birlo con las más obsequiosas demostraciones de amistad; pero
Cortés, o insolentado por la victoria que había conseguido con-
tra Narváez, o por las fuerzas respetables que traía a sus ór-
denes, o persuadido de que le convenía fingirse enfadado con el
rey, como creyéndolo culpable del alboroto de sus subditos, pasó
de largo, sin fijar en él la atención. El rey, atravesado del más
vivo dolor al verse tratado tan indignamente, se fue a su es-
108 FRANCISCO J. CLAVIJERO
acudían otros a llenar los vacíos que dejaban los muertos. Cortés,
viendo su obstinación, salió con la mayor parte de sus tropas
y se encaminó, peleando siempre, por una de las tres calles
principales de la ciudad; se apoderó de algunos puentes, pegó
fuego a muchas casas, y después de haber combatido casi todo
el día, se retiró a sus cuarteles, con más de cincuenta españoles
heridos, dejando muertos innumerables mexicanos.
La
experiencia hizo conocer a Cortés que el mayor daño que
recibían sus tropas, procedía de las azoteas, y para evitarlo, mandó
construir tres máquinas de guerra, llamadas mantas por los es-
pañoles, tan grandes, que cada una podía llevar veinte hombres
armados, cubiertas de fuertes tablados para defenderlos de los
tiros de las azoteas, provistas de ruedas para facilitar su mo-
vimiento, y de troneras o ventanillas para poder disparar las
armas de fuego.
Mientras se construían estos amaños, ocurrieron grandes
novedades en la capital. Moteuczoma había observado uno de los
combates desde la torre de palacio, y distinguido entre la muche-
dumbre a su hermano Cuitlahuatzin, mandando las tropas mexi-
canas. A vista de tantos objetos lamentables, asaltaron su espí-
ritu un tropel de tristes pensamientos. Consideraba por una parte
el peligro que corría de perder la corona y la vida, y por otra se
le presentaba la destrucción de los edificios de la capital, la muerte
de sus vasallos y el triunfo de sus enemigos, no hallando otro
remedio a tantos males que la pronta salida de los españoles.
Pasó la noche agitado por aquellas ideas y al día siguiente muy
temprano llamó a Cortés y le habló sobre el asunto, rogándole
encarecidamente que no difiriese su viaje. No necesitaba Cortés
de tantos ruegos, pues se hallaba tan escaso de víveres, que ya se
daban por medida a los soldados, y en tan corta cantidad, que
bastaban a mantener la vida, pero no a dar la fuerza necesaria
para oponerse a tantos enemigos como continuamente los moles-
taban. Finalmente, conocía que lejos de serle posible hacerse
dueño de la ciudad, ni aun podría lograr sostenerse en ella; por
otra parte, lo afligía la idea de tener que abandonar la empresa
comenzada, perdiendo en un momento, con su salida, todas las
ventajas que se había proporcionado con su valor, con su destre-
za y con su felicidad pero cediendo a tan imperiosas circunstan-
;
cias, le dijo que estaba pronto a partir, por la paz del reino, con
tal que depusieran las armas sus vasallos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 111
yo no lo creo.
112 FRANCISCO J. CLAVIJERO
/
(2) Cortés dice que quemaban las casas; más esto no quiere decir que
ardían todas, quedando reducidas a cenizas, sino que les pegaba fuego, el
cual en algunas hacía mucho daño, en otras poco, y en otras ninguno.
Bernal Díaz dice que costaba trabajo hacerlas arder, porque todas tenían
azoteas y estaban separadas unas de otras.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 115
fausta y memorable para los españoles, que por los grandes ma-
les que en ella sufrieron, le dieron el nombre de Noche Triste, con
el cual es conocida en la historia. Mandó Cortés hacer un puente
de madera, que pudiesen llevar cuarenta hombres, para servir-
se de él en el paso de los fosos. Después sacó todas las riquezas de
oro, plata y joyas que tenía en su poder; separó la quinta parte,
que pertenecía al rey, y la consignó a los oficiales de S. M., protes-
tando la imposibilidad en que se hallaban de sacarla. Dejó todo lo
demás a disposición de sus oficiales y soldados, para que cada uno
tomase lo que quisiese, aunque les hizo ver cuánto mejor sería
dejarlo todo a los enemigos; pues libres de aquel peso, podrían
más fácilmente salvar sus vidas. Muchos, no queriendo privarse
del principal objeto de sus deseos, y del único fruto de sus fatigas,
cargaron con aquellas preciosidades, bajo cuyo peso perecieron,
víctimas, no menos de su codicia, que de la venganza de sus ene-
migos.
(1) Bernal Díaz dice que la derrota de los españoles ocurrió en la noche
del 20 de julio; pero es yerro de imprenta. Cortés dice que llegó a Tlaxcala
el 10, y del diario de su marcha se infiere que la derrota debió ser en la
noche del 1.°.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 121
tes, para llevar pronto auxilio a donde fuese más necesario. Las
tropas auxiliares de Tlaxcala, Cholula y Cempoala, que compo-
nían más de siete mil hombres, se dividieron en los tres cuerpos
del ejército. Implorada, antes de todo, la protección del cielo,
se rompió la marcha por el camino de Tlacopan. La mayor par-
te de las tropas pasaron felizmente el primer foso o canal, por el
puente que consigo llevaban, sin encontrar otra resistencia que
la poca que hicieron los centinelas que guardaban aquel punto;
pero habiendo notado aquella novedad los sacerdotes que vela-
ban en el Templo, gritaron a las armas, y con las cornetas desper-
taron a los habitantes. En un momento se vieron los españoles
cercados por agua y por tierra de un número infinito de enemi-
gos, los cuales con su misma muchedumbre se estorbaban e im-
pedían en el ataque. Fue muy terrible y sangriento el combate en
el segundo foso, extremo el peligro, y extraordinarios los es-
fuerzos para sobrepujarlo. La obscuridad de la noche, el estrépito
de las armas, los clamores amenazantes de los combatientes, los la-
mentos y sollozos de los heridos y los lánguidos suspiros de
los moribundos, formaban un conjunto no menos lastimoso que
horrible. Aquí se oían las voces de un soldado que pedía auxilio a
sus compañeros allí la de otro que clamaba a Dios misericordia.
;
'
el desventurado rey Cacamatzin y un hermano, un hijo y dos
hijas de Moteuczoma. (3) La misma suerte tuvo doña Elvira, hi-
ja del príncipe tlaxcalteca Maxixcatzin.
No pudo Cortés, a pesar de la grandeza de su corazón, refre-
nar las lágrimas a vista de tanta calamidad. En Popotla, aldea
(1) Cortés dice que perecieron 150 españoles; pero o disminuyó el nú-
mero, por miras particulares, o fue yerro de los copistas o del primer im-
presor de sus Cartas. Bernal Díaz cuenta 870 muertos; pero en este nú-
mero comprende, como él dice, no sólo los que perecieron en aquella infausta
noche, sino los que murieron en los días siguientes hasta la llegada a
Tlaxcala. Solís no cuenta más que 200, y Torquemada 290. En el número
de las tropas auxiliares que perecieron están de acuerdo Gomara, Herrera,
Torquemada y Betancourt. Solís dice tan solo que faltaron más de 1,000
tlaxcaltecas; pero esto no está de acuerdo con la relación de Cortés, ni con
la de los otros autores.
(2) Cortés afirma que murieron todos los prisioneros; pero se debe
exceptuar a Cuicuitzcatzin, a quien Cortés había dado el trono de Acolhua-
can. Sabemos por el mismo Cortés que este príncipe era prisionero, aunque
ignoramos la causa, y por otra parte consta que murió en Tezcoco, como
después veremos.
Torquemada afirma, como cosa segura, que pocos días después dfc
(3)
haberse apoderado Cortés de Cacamatzin, le mandó dar garrote en la pri-
sión. Cortés, Bernal Díaz, Betancourt y otros, dicen que murió, como los
otros prisioneros, en aquella terrible noche.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 123
BATALLA DE OTOMPAN
El día siguiente, apenas se pusieron en camino por el monte
de Aztaquemecan, vieron de lejos en la llanura de Tonanpoco,
poco distante de Otompan, un numeroso y brillante ejército, o de
mexicanos, como dicen comunmente los historiadores, o como yo
creo, de las tropas de Otompan, Calpolalpan, Teotihuacan y de
otros pueblos vecinos, excitados por los mexicanos a tomar las
armas contra los españoles. Algunos autores dicen que aquel ejér-
cito se componía de doscientos mil hombres, número que los espa-
ñoles calcularon a ojo, y que engrandeció sin duda el miedo. En
efecto, todos ellos se persuadieron que aquel día debía ser el últi-
mo de su vida. Ordenó el general sus abatidas tropas, extendien-
do cuanto pudo el frente de su mezquino ejército, a fin de que que-
dasen de algún modo cubiertos sus flancos con el pequeño número
de caballos que aun conservaba, y con el rostro enardecido, dijo a
sus soldados: "En tal estrecho nos hallamos, que sólo debemos
pensar en vencer o morir. Valor, castellanos, y confiad en que
quien nos ha librado hasta ahora de tantos peligros, nos preser-
vará del que nos amenaza. ,, Dióse la batalla, que fue muy san-
grienta, y duró más de cuatro horas. Cortés viendo sus tropas
disminuidas, y en gran parte desanimadas, mientras los enemigos
se mostraban cada vez más orgullosos, a pesar del daño que reci-
bían, tomó una resolución tan atrevida como peligrosa, con la
cual obtuvo el triunfo y puso en salvo aquellos pobres restos
de su ejército. Acordóse de haber oído decir muchas veces que
los mexicanos se desordenaban y huían, siempre que en la ac-
ción perdían al general, o el estandarte. Cihuacatzin, general de
aquel ejército, iba en una litera, llevada en hombros de algunos
soldados, vestido con un rico traje militar, cubierta la cabeza
con un hermoso penacho, y con un escudo dorado en el brazo. El
estandarte, que según el uso de aquellas gentes, llevaba él mismo,
era una red de oro, puesta en la punta de una lanza, que se ha-
bía atado fuertemente al cuerpo y que se alzaba cerca de diez
palmos sobre su cabeza. (1) Observólo Cortés, en el centro de
aquella multitud de combatientes, y resuelto a dar un golpe deci-
(1) Carlos V
concedió algunos privilegios a Juan de Salamanca, y
entre otros el de un escudo de armas para su casa con un penacho, para
recuerdo del que había quitado al general Cihuacatzin, cuando le dio muerte.
126 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(2) Bernal Díaz dice que la batalla de Otompan fue el 14 de julio; mas
esto es una distracción, pues Cortés asegura que entraron en los dominios
de Tlaxcala el 8, un día después de la acción.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 127
amigos pero
;
muyen breve se desengañaron viendo sus sinceras
demostraciones de aprecio y compasión, por las desgracias, que
habían sufrido. Apenas tuvieron la noticia de su llegada los cua-
tro jefes de la República, cuando pasaron a Hueyotlipan a cumpli-
mentarlos, acompañados por uno de los principales señores de
Huexotzingo, y por un gran número de nobles. El príncipe Maxix-
catzin, aunque afligido por la muerte de su querida hija doña El-
vira, procuró consolar a Cortés, con la esperanza de nuevos triun-
fos, asegurándole que llegaría el día de la venganza, y que para
tomarla, bastaban el valor de los españoles y las fuerzas de la
República, que desde entonces le prometía. Lo mismo ofrecieron
muchos señores. Cortés les dio gracias por su singular benevolen-
cia, y tomando el estandarte del general mexicano, lo regaló a
Maxixcatzin, y a los demás señores presentó otros despojos. Las
mujeres tlaxcaltecas rogaron a Cortés que vengase la muerte de
sus hijos y parientes, y desfogaron su dolor en imprecaciones
contra la perfidia de los mexicanos.
Después de haber descansado tres días en aquel pueblo, pasa-
ron a la capital de la República, distante de allí quince millas, para
curar sus heridas, de las que murieron ocho soldados. El concurso
que asistió a su regreso en Tlaxcala, fue igual, y quizá mayor que
el que salió a recibirlos en su primera entrada. La acogida que les
hizo Maxixcatzin, y el cuidado que tuvo de ellos fueron dig-
nos de su ánimo generoso y de su sincera amistad. Los españoles
se mostraban cada día más reconocidos a aquella nación, cuya
amistad constantemente cultivada fue el medio más eficaz que
emplearon, no sólo para la conquista del Imperio mexicano, si-
no también para la de todas las provincias que se opusieron a los
progresos de sus armas, y para la sumisión de los bárbaros chi-
chimecas y otomíes, que tanto los molestaron.
(1) Solísda a este rey el nombre de Cuatlabaca, y dice que vivió pocos
días en el trono y que éstos bastaron a borrar su memoria; mas lo contra-
;
II. —5
130 FRANCISCO J. CLAVIJERO
los españoles. La
altercación fue tan animada, y excitó a tal pun-
to los ánimos, que Maxixcatzin, arrebatado de cólera, dio un golpe
a Xicotencatl y lo precipitó por las gradas de la sala de audiencia,
llamándolo sedicioso y traidor a la patria. Esta demostración,
hecha por un hombre tan circunspecto, tan respetado y amado
por la nación, obligó al Senado a mandar prender a Xicotencatl.
La resolución en que convinieron los senadores fue la de res-
ponder a la embajada, que la República estaba pronta a aceptar
la paz y la amistad de la corte de México, con tal que no se exigiese
una acción tan indigna y un delito tan enorme, como era el de
sacrificar a sus huéspedes y amigos pero cuando se envió a buscar
;
Ya
estaba Cortés fuera del peligro a que había expuesto su
vida el golpe que había recibido en la última acción, y algunos es-
pañoles habían curado de sus heridas con la ayuda de los ciruja-
nos tlaxcaltecas. Durante su enfermedad, Cortés no había pen-
sado sino en los medios de conseguir la grande empresa de la
conquista de México, y para esto había mandado cortar una gran
cantidad de madera, con el objeto de construir trece bergantines;
pero mientras formaba estos vastos proyectos, muchos de sus
soldados trazaban designios harto diferentes. Veíanse disminuí-
dos, pobres, estropeados, desprovistos de armas y caballos. No
podían olvidar el terrible conflicto de la trágica noche del I o .
(1) Solís dice que se llamaba Lorenzo; mas este fue el nombre del
padre; el hijo se llamó Juan, como dice Torquemada, que lo supo por los
mismos tlaxcaltecas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 141
(1)
volcán de Popocatepetl para hacer pólvora; que el que lo sacó se llanv
Montano, y para confirmarlo alega el testimonio de Laet; pero lo d
es que no se sacó azufre de aquel volcán antes de la conquista de M
y que quien lo sacó en 1522 se llamaba Montano, no Montano, con
Solís. Para probar la verdad de estos datos, no es necesario ir a b
-
(1) "No hay duda, que Cortés salió de Tlaxcala con más
dice Solís,
de 60,000 hombres." Lo cierto es que no se sabe positivamente su número,
pues ni Cortés ni Bernal Díaz lo mencionan. Gomara dice que eran más
de 80,000.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 147
sa de haber abrazado tan vil partido. era el miedo que tenían del
poder de aquellos enemigos, supiesen que los mexicanos se ha-
llaban con fuerzas superiores, y que con ellas exterminarían
muy en breve a juntamente con sus aliados favori-
los españoles,
tos los tlaxcaltecas que si se habían reducido a tanta extremidad
;
parece, cristiano, decían a Cortés, que irán ahora las cosas como
antes? ¿Piensas que reina en México un Moteuczoma, sacrifica-
do a tus caprichos ? Entra en la corte y serás en breve inmolado,
con todos los tuyos, a los dioses." En las acciones que sostu-
vieron aquellos días los españoles, entraron en aquel fatal camino
y se acercaron a los memorables fosos en que habían sufrido tan
sangrienta derrota. Hallaron en ellos una terrible resistencia, y to-
dos estuvieron próximos a perecer; porque empeñados en perse-
guir a unas tropas mexicanas, que habían salido a insultarlos para
atraerlos al peligro, se hallaron de pronto atacados de una y
otra parte del camino por tan gran número de contrarios, que no
pudieron retirarse sin suma dificultad, combatiendo furiosamente
hasta llegar a tierra firme. En este conflicto tuvieron cinco espa-
ñoles muertos y muchos heridos. Cortés, disgustado del mal
éxito de su expedición, volvió con su ejército por el mismo cami-
no a Tezcoco, recibiendo en la marcha nuevos insultos de los
158 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Solís,queriendo desmentir a Bernal Díaz, dice: "Por más que diga
nuestro historiador de esta expedición, fue tan importante al fin principal,
que apenas regresado Cortés a Tezcoco, vinieron suplicantes a prestarle
obediencia los caciques de Tucapan, Mascalzingo, Auhtlan (así llama a
Tizapán, Mexicaltzinco y Nauhtlan) y otros pueblos de la orilla septen-
trional, lo que da a conocer que los españoles volvieron con reputación, etc."
Pero dejando aparte la expresión ambigua orilla septentrional, que algunos
lectores aplicarán quizás a la orilla del lago, debiendo entenderse de la del
mar, y el error que comete en decir vinieron los señores de aquellos estados,
cuando consta por el mismo Cortés que enviaron sus embajadores, lo cierto
es que no pudieron decidirse a enviar esta embajada, de resultas de lo ocu-
rrido en Tlacopan, porque los embajadores llegaron a Tezcoco cuatro días
después de la expedición, y sus ciudades distaban de aquella corte más de
200 millas.
(1) Bernal Díaz se burla de Gomara por esta narración de las aguas
teñidas de sangre, y añade que no necesitaban beber de aquélla, habiendo
allí muchos manantiales; pero si éstas se hallaban en el campo de batalla,
en los enemigos, y tales los estragos que éstos se hicieron entre sí, que
todos los presentes afirman que un arroyo que circundaba casi todo aquel
sitio, quedó teñido de sangre por más de una hora, de modo que no pudie-
ron beber de sus aguas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 161
II.— 6
162 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(2) Cortés en sus Cartas no habla más que de dos españoles muertos
en aquel monte; pero Rernal Díaz cuenta ocho y da sus nombres.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 163
CONQUISTA DE CUAUHNAHUAC
Este nombre es uno de los que más han alterado los españoles.
(1)
Cortés dice Coadnabaced; Bernal Díaz, Coadalbaca; Solís, Cuatabalca. Ha
prevalecido el de Cuernavaca, que es el que se conserva, aunque los indios
usan el antiguo de Cuauhnahuac. Este pueblo es uno de los 30 que Carlos V
dio a Cortés, y después fue parte de los estados del duque de Monteleón,
como marqués del Valle de Oaxaca.
(2) hacer mención de aquel tlaxcalteca, atribuye toda la glo-
Solís, sin
ria de la acción a Bernal Díaz, en lo que contradice a Cortés y a todos los
historiadores. El mismo Bernal Díaz, que en la narración de este suceso
164 FRANCISCO J. CLAVIJERO
CONQUISTA DE XOCHIMILCO
se hace a sí mismo cuanto honor puede, se jacta de haber sido uno de los
que despreciando el peligro, pasaron sobre los árboles del barranco; pero
no se alza con la gloria de haber sido el primero, ni de haber sugerido la
idea. Véase lo que dicen Cortés, Gomara, Herrera, etc.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 165
(1) Herrera y Torquemada dicen que el día siguiente al del riesgo que
había corrido Cortés, habiendo buscado al tlaxcalteca que lo socorrió, no
pudo ser habido vivo ni muerto, y por la devoción que aquel general tenía
a San Pedro, se persuadió que este santo Apóstol era el que lo había sal-
vado. No sé de dónde sacaron aquellos autores tan extraña anécdota. Bernal
Díaz, Gomara, y el mismo Cortés hablan de un tlaxcalteca, sin hacer men-
ción de su desaparición, ni de San Pedro.
166 FRANCISCO J. CLAVIJERO
ejecutó con tanta prontitud, que apenas habían descansado los es-
pañoles del día anterior, cuando las centinelas avisaron a Cortés
la marcha de los enemigos hacia aquella ciudad. Dividió el gene-
ral todas sus tropas en tres huestes y dio a sus capitanes las órde-
nes más oportunas dejó alguna tropa de guarnición en los cuar-
;
SUPLICIO DE XICOTENCATL
(1) Solís dice que Sandoval y Olid salieron juntos de Tezcoco, pero
confundió a Sandoval con Alvarado.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 173
(3) Bernal Díaz dice que la escuadra que atacó a Cortés se componía
de todas las barcas que había en México y en todos los pueblos del lago,
mas ésta es una hipérbole descabellada. Solís afirma que constaba de cuatro
mil canoas; pero Cortés, que tenía más interés que Solís y Bernal Díaz
en exagerar el número de las barcas, para dar más realce a su victoria,
sólo cuenta quinientas.
174 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1)El padre Sahagún dice que Cortés, por medio de ciertos personajes
prisioneros, convocó al rey y a la nobleza de México, a un sitio del lago
llamado Acachinanco, y copia la arenga que les hizo exponiéndoles los mo-
tivos de la guerra; mas esta reunión ni es verdadera, ni verosímil. Cortés
no hubiera omitido un hecho tan notable, siendo minucioso en referir todas
sus comunicaciones con los mexicanos.
por una y otra parte pero los españoles y sus aliados se apode-
;
(1) Robertson dice que Cortés quiso atacar la ciudad por tres puntos
diferentes: por Tezcoco, al lado oriental del lago; por Tacuba, a poniente,
y por Cuyocan (esto es, Coyohuacan), a mediodía. "Estas ciudades, añade,
estaban colocadas sobre las calzadas principales que conducen a la ciudad
y que estaban hechas para su defensa." Lo cierto es que por la parte de
levante no podía haber calzada alguna, siendo muy profundas allí las
aguas. Sandoval se acampó, no ya en Tezcoco, en donde era imposible atacar
a México, sino en Tepeyacac, hacia el norte.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 177
doval. Esta jornada fue muy fatigosa para los españoles y sus
aliados; pero de indecible aflicción para los mexicanos, no sólo
por la pérdida de tantos bellos edificios, sino también por la befa
con que los insultaban sus mismos vasallos, confederados con
los españoles, y los tlaxcaltecas, sus mortales enemigos; los
cuales les enseñaban los brazos y las piernas de los mexicanos
que habían matado, dándoles a entender que las cenarían aque-
lla noche, como en efecto lo hicieron.
que podrían darle de noche, no le era fácil desde allí impedir los
socorros que se dirigiesen a la ciudad, como podía hacerlo en la
posición de Xoloc.
(1) Solís dice que este foso estaba fuera de la ciudad, y que de
al salir
él los españoles, fueron atacados por los mexicanos; mas este es un error
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 185
más diligentes en llenar los fosos, les fue menos difícil la retira-
da, cuando por orden de Cortés la efectuaron hacia la plaza ma-
yor de Tenochtitlan, donde se reunieron. Desde allí vieron con
gravísimo dolor, elevarse de los hogares del Templo Mayor, el
humo del copal que los mexicanos quemaban a sus dioses en ac-
ción de gracias por la victoria pero creció su pena cuando los
;
los males aún mayores que los amenazaban, y les mandó que
dijesen libremente su parecer. Algunos, previendo el éxito de
la guerra, se inclinaban a la paz; otros, movidos por odio a los
españoles y por el estímulo del honor, insistían en la continua-
ción de la guerra. Los sacerdotes, cuya autoridad era de tanto
peso en aquel asunto, como en todos los graves, se opusieron
fuertemente a la paz, alegando los supuestos oráculos de sus dio-
ses, cuya cólera debía temerse, si cedían los mexicanos a las pre-
tensiones de aquellos crueles enemigos de su culto, y cuya protec-
ción debía ser implorada con oraciones y sacrificios. Prevaleció
este dictamen por el temor supersticioso que se había apoderado
de aquellos espíritus, y en su virtud se respondió al general es-
pañol que continuase la guerra, pues ellos estaban resueltos a
defenderse hasta el último aliento. Si los hubiesen inducido a es-
ta resolución, no ya el miedo de sus falsas divinidades, sino el
honor, el amor de la patria y el deseo de vivir libres, no hubiera
sido tan culpable su tezón pues aunque su ruina parecía inevita-
;
II —7
194 FRANCISCO J. CLAVIJERO
de una y otra parte de la calle, tanto por evitar el daño que reci-
bían sus tropas de las azoteas, como para obligar a los enemigos,
con tan rigorosas hostilidades, a ceder a sus proposiciones. Pidió
para esto, y obtuvo de los aliados algunos millares de gastadores,
provistos de las armas necesarias para echar abajo las casas y
rellenar los fosos. Hizo en los días siguientes nuevas entradas en
el pueblo, con sus españoles, con los bergantines y con más de
cincuenta mil aliados, arruinando los edificios, llenando los fosos
y disminuyendo el número de los contrarios, aunque no sin gra-
ve riesgo de su persona y de su gente pues hubiera caído él mis-
;
ción que Cortés deseaba con ansia, para tener libres sus comuni-
caciones con el campamento de Alvarado. Tomaron y llenaron
varios fosos; quemaron y arruinaron muchos edificios, y entre
otros uno de los palacios del rey Cuauhtemotzin, que era vastísi-
mo, sólido y bien fortificado. De las cuatro partes de la ciudad,
(2) Dice Cortés que cuando vieron los aliados la fortuna de las armas
españolas, acudieron en tan gran número a servir en el asedio, que era im-
posible contarlos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 195
ba, por la suma dificultad que halló en los fosos y por la tenaz
resistencia de los enemigos, los cuales lo obligaron a retroceder y
lo atacaron furiosamente por retaguardia. Cortés, habiendo ob-
servado una humareda extraordinaria que se alzaba de aquella
torre, y sospechando lo que en efecto sucedía, entró como solía
en la ciudad y empleó todo el día en reparar los pasos difíciles.
Sólo le faltaban un canal y una trinchera para entrar en la plaza
del mercado. Resolvió hacerse dueño de aquellos puntos y lo
196 FRANCISCO J. CLAVIJERO
Alvarado que entrase de mano armada por una gran calle en que
había más de mil casas, y él con todo su ejército, renovó los
ataques por otro punto. Fue tan grande el destrozo que hicie-
ron aquel día en los sitiados, que entre muertos y prisioneros se
contaron más de doce mil. Los aliados se cebaban de tal modo en
aquellas infelices víctimas, que no perdonaban edad ni sexo, no
bastando a refrenar su crueldad las órdenes severas del general
español.
Al día siguiente volvió éste a después de haber
la ciudad,
prohibido toda especie de hostilidad, tanto por la compasión que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 197
bre, que era poco el daño que hacían y demasiado el que recibían
de sus enemigos.
Volvió Cortés al día siguiente a la ciudad, esperando a cada
momento que se rindiesen los mexicanos, y sin permitir que se
les hiciese la menor ofensa, se dirigió a ciertos personajes que
guardaban una trinchera, y a quienes conocía desde su primera
venida a México. Preguntóles por qué se empeñaban tan obsti-
(1) Se dijo, según escribe Cortés, que cuando aquel personaje se pre-
sentó a Cuauhtemotzin, para hablarle de paz, fue sacrificado por su orden;
mas no teniendo este hecho más fundamento que un rumor vano, no me
parece digno de crédito.
198 FRANCISCO J. CLAVIJERO
con su ejército atacaba la ciudad por la parte del norte. Aquel día
fue el más infausto para aquella desventurada población, y en el
que más copiosamente se derramó la sangre mexicana, no tenien-
do ya aquellos infelices ni armas para rechazar la muchedumbre
y el furor de sus enemigos, ni fuerzas para defenderse, ni tierra
para combatir. Las calles de la ciudad estaban cubiertas de ca-
dáveres, y el agua de los fosos y canales teñida de sangre. No se
veía más que ruina y desolación y sólo se oían llantos, gritos de
desesperación y lamentos. Los aliados se encarnizaron de tal
modo contra aquella gente miserable, que los españoles se fati-
garon más en refrenar su crueldad, que en combatir con sus ene-
migos. El estrago que se hizo aquel día en los mexicanos fue
tan grande, que según Cortés, pasó de cuarenta mil personas,
entre muertos y prisioneros.
(2)"Es verdad, y juro amén que toda la laguna, casas y barcas, esta-
ban tan llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué
manera lo escriba; pues en las calles y en los mismos patios de Tlatelolco
no había otras cosas, ni podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de
indios muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella
hubo tanta mortandad como ésta, yo no lo sé, etc." Bernal Díaz, cap. 156.
Estas expresiones de un testigo ocular, sincero y que nunca exagera sus
relaciones, dan alguna idea de aquel horrendo estrago. Yo sospecho que los
mexicanos dejaron sin sepultar muchos cadáveres para incomodar con su
fetor a los sitiadores; ni puedo persuadirme otra cosa, sabiendo la suma
premura de aquellas naciones en celebrar las exequias de sus difuntos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 203
(1) Cortés dice que el oro que se fundió pesaba 130,000 castellanos,
que hacen 19,000 onzas; Bernal Díaz dice que importó 380,000 pesos, que
forman mayor cantidad. Entre los despojos que se enviaron a Carlos V,
había perlas de enorme tamaño, joyas preciosísimas y alhajas maravillosas
de oro. La nave en que se enviaron cayó en manos de Juan Florín, célebre
corsario francés, y el tesoro pasó a la corte de Francia, que autorizaba
estos robos, bajo el famoso y frivolo pretexto de ser el rey Cristianísimo
hijo de Adán, como el rey Católico.
(2) Bernal Díaz dice que vio sacar del lago algunas cosas de oro, y en-
tre otras un sol semejante al que envió Moteuczoma a Cortés cuando éste se
hallaba en la costa.
ii
III
IV
V
D. Andrés Fabricio Pignateli de Aragón, Carrillo de Men-
doza y Cortés, VI duque de Monteleone, VI duque de Terranova,
VIII marqués del Valle, grande de España, gran camarlengo
de Ñapóles, caballero del Toisón de Oro, etc. casado con Doña
;
VI
VII
D. Diego Pignateli de Aragón, etc., VIII duque de Monteleo-
ne y de Terranova, X marqués del Valle, gran almirante y con-
destable de Sicilia, grande de España, etc. casado con Doña Mar-
;
VIII
IX
D. Héctor Pignateli de Aragón, etc., X duque de Monteleone
y de Terranova, XII marqués del Valle de Oaxaca. Vivía cuando
Clavijero escribió su Historia, y se casó en Ñapóles con Doña
N. Piccolomini, de los duques de Amalfi.
AL LECTOR
Las disertaciones que ofrezco son necesarias, no
al público
solamente útiles, para ilustrar la historia antigua de México,
y para confirmar la verdad de muchas especies contenidas en ella.
La primera tiene por objeto suplir la falta de noticias sobre la
primera población del Nuevo Mundo. La segunda, aunque pare-
cerá fastidiosa, no deja de ser útil, para conocer los fundamentos
de nuestra cronología, y ayudar a los que emprendan escribir la
historia de los países de Anáhuac. Todas las otras podrán ser-
vir a disipar en los lectores incautos, los errores a que los habrán
inducido los escritores modernos, que desprovistos de conocimien-
tos sólidos, se han puesto a escribir sobre la tierra, los animales
y los hombres de América.
¡Cuántos, al leer, por ejemplo, las investigaciones de Mr. ele
Paw, no se llenarán la cabeza de ideas disparatadas y contrarias
a lo que yo digo en mi Historia! Aquel escritor es un filósofo a la
moda; hombre erudito en ciertas materias en que más le con-
vendría ser ignorante, o callar a lo menos; realza sus discursos
con bufonadas y maledicencias, ridiculizando todo lo más sagra-
do que se venera en la Iglesia de Dios, y mordiendo a cuantos
se le presentan, sin ningún respeto a la inocencia y a la verdad;
decide francamente, y en tono magistral, citando a cada paso
a los escritores americanos, y protestando que su obra es fruto
212 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(4) El escrito del inglés Sioane, en que trata de probar que los gran-
des huesos encontrados en América son de elefantes y otros animales, y no
de gigantes, se halla en las Memorias de la Academia de Ciencias de Pa-
rís de 1727. Además de lo que he dicho en el libro I sobre esta opinión,
tiene en contra el dicho del Dr. Hernández, testigo ocular, inteligente y
sincero: Per multa gigantum, dice, non vulgaris magnitudinis ossa, per
hosce dies ad inventa sunt, tune apud Tescocanos, tune apud Tollocenses.
Haec autem notiora sunt, quam ut fides queat illis ab aliquo denegari,
et tamen non me latet a multis judicari multa fieri non posse, antequam
facta sint. Adeo verum est, atque indubitatum quod Plinius noster dixit:
naturae vim atque majestatem ómnibus momentis fidei carere. Si en las
excavaciones hechas en América sólo se hubieran hallado huesos sueltos
y separados, podría creerse que pertenecían a grandes cuadrúpedos; pero
habiéndose hallado cráneos y esqueletos enteros humanos, no hay lugar a
las conjeturas de Sioane. Véase lo que cuenta Acosta acerca del esqueleto
gigantesco desenterrado en 1556 en Jesús del Monte, casa de campo de los
jesuítas de México, hallándose aquel escritor en ella. Véase lo que dice
Zarate, hombre docto y respetable, sobre los huesos y cráneos humanos
descubiertos en Puerto Viejo, en la provincia de Guayaquil. Véase lo que
refiere el sincerísimo Bernal Díaz, de los huesos presentados a Cortés
por los tlaxcaltecas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 217
(2) Operti sunt omnes montes excelsi sub universo coelo. Quindecim
cubitis altior fuit —
aqua super montes quos operuerat. Gen. VIL Parece
que Dios inspiró estas palabras para desmentir a los incrédulos, pues no es
fácil expresar con más claridad la universalidad del Diluvio. Pero aunque
sólo se entendiese el texto de los montes de Palestina y de otros países
inmediatos, como algunos opinan, no alcanzo cómo pueda el agua, con
218 FRANCISCO J. CLAVIJERO
arreglo a las leyes naturales, alzarse quince codos sobre los montes de aque-
lla tierra, sin anegar todo el mundo antiguo y aun el nuevo. Y si el Di-
luvio no fue universal, ¿a qué fin mandar construir el arca, cuando tan
fácilmente podía la familia de Noé sustraerse a la inundación, pasando
a otros países que estaban exentos de aquella calamidad ? ¿ Por qué en-
cerrar en el arca individuos de toda especie de cuadrúpedos, aves y rep-
tiles, a fin de conservar sus especies en la superficie de la tierra, como tan
terminantemente se lee en el Génesis ? Quedando las especies de animales
esparcidas en otras regiones a que no llegaran las aguas, aquella precau-
ción era del todo infructuosa y ridicula, especialmente con respecto a las
aves. Por estas y otras razones, no menos poderosas, debemos concluir
que los que creyendo divina la autoridad de los libros sagrados, niegan,
sin embargo, la universalidad del Diluvio, tienen alguna desorganización
o vicio en el cerebro.
sés no hace mención de otro primer patriarca que Adán, fue por-
que no escribía la historia de todos los pueblos, sino sólo la de
los israelitas. Pero además de que este rancio sistema contra-
dice abiertamente la venerable tradición, la Sagrada Escritu-
ra, (1) y la creencia común de la Iglesia Católica (cosas en ver-
dad poco importantes a los ojos de aquella clase de filósofos),
se halla desmentido por la tradición de los mismos americanos,
los cuales, en sus pinturas y en sus cánticos se reconocen des-
cendientes de los hombres que se preservaron de la innundación
universal. Los toltecas, los acolhuas, los mexicanos, los tlaxcal-
tecas, los tarascos, los mixtecas, los chiapanecas, y otros pue-
blos están de acuerdo en este punto: todos decían que sus abue-
los habían venido de otros países indicaban el camino que habían
;
ferri. — Gen. (Esto es: Sella también parió a Tubalcain, que fue artí-
IV.
fice en trabajar a martillo toda especie de obras de cobre y de hierro). ¿Se
dirá acaso que la América se pobló antes de la época de Tubalcain? Los
americanos no usaron del hierro, quizás porque en los países septentrio-
nales donde se establecieron al principio, no hallaron aquel metal, y poco
a poco se fue perdiendo su memoria.
(1)Tres isti filii sunt Noe: ab his disseminatum est omne genus homi-
num —
super universam terram. Gen. IX. (Esto es: Dichos tres son los
hijos de Noé, y de esos se propagó todo el género humano sobre la tierra).
Fecit ex uno omne hominum genus inhabitare super faciem universae
terrae. —
Ac. VII. (Esto es: El es el que de uno solo ha hecho nacer todo el
linaje de los hombres, para que habitase la vasta extensión de la tierra.)
No se puede expresar de un modo más claro el origen común de todos los
hombres, de Adán y de Noé.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 221
(1) Votan era el pricipal de aquellos veinte hombres ilustres que dieron
sus nombres a los veinte días del año chiapaneca.
222 FRANCISCO J. CLAVIJERO
taros, los indios orientales, los chinos, los japoneses, todos tienen
sus abogados entre los historiadores y los filósofos de estos dos
últimos siglos. Otros hay que, no hallando lo que buscaban en
los países conocidos, sacan de las aguas la famosa Atlántida, para
enviar de allí colonos al continente occidental y aun esto es poco,
;
pues ha habido escritores, que para quedar bien con todos, afir-
man que los americanos provienen de todas las naciones de la
tierra.
La causa de tantas y tan extravagantes opiniones ha sido
el error común de que para creer a una nación originaria de otra,
sólo basta hallar una afinidad en voces de sus lenguas, o
las
alguna semejanza en sus ritos, usos y costumbres. Tales son
los fundamentos de casi todos aquellos sistemas, que recogió
e ilustró con gran erudición el dominicano García, y que aumen-
taron los doctos españoles que reimprimieron su obra con adi-
ciones considerables. En ella podrá verlos el curioso lector, pues
yo creería perder el tiempo en refutarlos.
Pero no puedo omitir opinión del Dr. Sigüenza, adoptada
la
por el ilustre obispo francés Pedro Daniel Huet, y que me pare-
ce la más sólida y racional. Según estos escritores, las naciones
que poblaron el imperio mexicano, pertenecían a la descenden-
cia de Nephtuim, de la cual algunas familias, saliendo del Egipto,
poco después de la confusión de las lenguas, se dirigieron hacia
el continente que nosotros llamamos Nuevo Mundo. Las razo-
nes en que Sigüenza fundó su sistema, sólo se hallan indicadas
en la Biblioteca Mexicana. Quisiéramos verlas expuestas con
aquella fuerza y erudición que su sabio autor emplearía en la
obra original; mas, privados de sus apreciables manuscritos, nos
contentaremos con referirnos a Eguiara en su ya citada Bi-
blioteca.
Redúcense, pues, sus fundamentos a la conformidad que
se observa entre las naciones americanas y los egipcios, en el
uso de las pirámides y de los geroglíficos, en el modo de compu-
tar el tiempo, en el traje, y en algunos usos, a que se añadirá
quizá la semejanza del Teotl de los Mexicanos, con el Theuth
de los egipcios, que fue lo que indujo o Jíuet a seguir la opinión de
Sigüenza, aunque por diverso camino. He dicho que estos argu-
mentos son sólidos, y bien fundados mas sólo para formar con-
;
II.— 8
226 FRANCISCO J. CLAVIJERO
los climas calientes, podía ser común a ambos mundos, por ser-
virles de barrera el frío de los países septentrionales, que debían
atravesar al pasar de uno a otro. Repite sin cesar esto mismo en
toda su Historia Natural, y con tal seguridad, que por esta sola
razón destierra de América las gacelas, las cabras y los conejos.
No llama cuadrúpedos propiamente americanos, sino a los que
viven en los países cálidos del Nuevo Mundo, y coloca entre
ellos trece o catorce especies de monos americanos, divididas
por él en las dos clases de Sapajous y Sagouins. De éstas dice
que no había ninguna en el antiguo continente, como ninguna
de las diez y siete de éste se hallaba en aquél. ¿Cuál fue, pues,
el origen de estos y otros cuadrúpedos propiamente america-
nos? Esta duda, que se presenta muchas veces en la obra de
aquel gran filósofo, queda irresuelta hasta el penúltimo tomo
de la Historia de los Cuadrúpedos, en que hablando como buen
católico raciocina así: "No pudiendo dudarse que todos los ani-
males fueron creados en el 'antiguo continente, es preciso admitir
el tránsito de éste al nuevo, y suponer al mismo tiempo, que
muchos animales, en lugar de degenerar, como otros, en el nue-
vo, se perfeccionaron y superaron su propia naturaleza, por la
conveniencia del clima. El haberse hallado en el Nuevo Mundo
tantos animales que no se encuentran en el Antiguo, prueba que
su origen no debe atribuirse a la simple degeneración. Por gran-
des y eficaces que sean sus defectos, nunca se podrá creer que
estas especies hayan sido originalmente las mismas que las del
Mundo Antiguo. Debe creerse, pues, que los dos continentes es-
taban unidos o contiguos, y que las especies que se habían reti-
rado a las regiones de América, por haber encontrado en ellas
clima y producciones más convenientes a su naturaleza, se ais-
laron y separaron de las otras por las irrupciones del mar, que
dividieron la América del África." (1) De todo esto se infiere:
(1) Ruego a los lectores que confronten lo que dice aquí el conde de
Buffon, sobre la antigua unión de América y África, con lo que escribe
en el tomo XVIII hablando del león. "El león americano no puede descen-
der del león del antiguo continente; pues no habitando éste sino entre
los trópicos, y habiéndole cerrado la naturaleza, según parece, todos los
caminos hacia el norte, no pudo pasar de las partes meridionales del Asia
y del África a la América, estando separados estos continentes por mares
inmensos: de donde se infiere que el león americano es un animal propio del
Nuevo Mundo."
230 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Algunos autores afirman que el marinero que dio noticia a Colón
de aquellos nuevos países de poniente, era andaluz; otros lo hacen viz-
caíno, y otros portugués. Otros niegan totalmente el hecho. Como quiera
que sea, la historia nos presenta ejemplos de buques arrebatados por los
vientos a muchos grados de distancia del derrotero que seguían. Plinio
cita algunos de estos casos en el lib. II, cap. 57, y en el lib. VI, cap. 22
de su Historia Natural.
;
ron ser transportadas por los hombres, para tener caza con que
divertirse; pudieron, en fin, ser formadas de la tierra, como lo
fueron al principio del mundo. Pero ninguna de estas explicacio-
nes conviene al tránsito de las fieras ai nuevo continente. En
cuanto a la primera, por estrecho que se suponga el brazo de mar
que separaba los dos mundos, no es creíble que se aventurasen
a pasarlo a nado tantos animales, poco acostumbrados al agua.
Es cierto que los jabalíes pasan nadando de Córcega a Francia;
pero ¿quién puede creer lo mismo del mono, que nada con tanta
dificultad, y del perico ligero, cuyos movimientos son tan penosos
y pausados? Además ¿qué causa pudo inducir a los animales a
dejar la tierra, y abandonarse a los peligros de otro elemento?
No es menos increíble que los hombres en bu-
los llevasen
ques; especialmente si se supone que su arribo a las costas de
América fue imprevisto y casual. Si el viaje hubiera sido efecto
de un designio premeditado, hubieran podido transportar anima-
les útiles o curiosos, para multiplicar sus especies, y emplearlos
en sus necesidades y placeres; pero ¿de qué podían servirles
los lobos, los zorros, las fuinas, los coyotes y otras bestias, que
234 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Muller dice que los huesos de que se trata, eran de unos grandí-
simos cuadrúpedos llamados manmut. El conde de Buffon, fijándose quizás
demasiado en los datos de aquel escritor, calculó que el manmut era seis
veces mayor que el elefante. Otros dicen que son huesos de hipopótamo,
otros de bestias marinas, otros, finalmente, de animales desconocidos, y
cuyas especies se han extinguido de un todo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 243
Los año de
toltecas el 648
Los chichimecas hacia el de 1170
Los primeros nahuatlacas, hacia el de 1178
Los acolhuas a fines del siglo XII.
Los mexicanos llegaron a Tula en 1196
A Tzompanco en 1216
A Chapoltepec en 1245
Los otomíes llegaron al valle de México, y empezaron a civi-
lizarse en 1420
que Gemelli, que no tuvo sobre este asunto otra instrucción que
la que le comunicó aquel literato, pone la fundación en el mismo
año 1325, añadiendo que fue II Calli. (1) Si antes fue de otra
opinión, la reformó posteriormente, echando de ver que era in-
compatible con el principio indudable de que el año de 1519 fue
I AcatL
(1) En
otra parte he notado la equivocación de Gemelli en escribir
año 1325 de la creación del mundo, en vez de 1325 de la era vulgar.
(2) Los años que se leen en la tabla, según el intérprete de la Co-
lección de Mendoza, son los que se hallan en la edición de Thevenot, no en
la de Purchas, que no he podido haber a las manos.
254 FRANCISCO J. CLAVIJERO
y ocho años, y que reinó poco menos de once así que debió morir
;
zin sólo reinó cuarenta días, rechazan como falsa aquella noti-
cia; pero sin fundamento que pueda destruir su certeza.
Acerca del día en que empezó el asedio de México, y del
tiempo de su duración, se engañan comunmente los historiadores.
Dicen éstos que el asedio duró noventa y tres días; pero no hi-
cieron exactamente su cálculo, pues Cortés hizo la reseña de
sus tropas en la gran plaza de Texcoco, y señaló los puntos que
debían ocupar las tres divisiones de su ejército, el lunes de Pen-
tecostés del año de 1521. Aun suponiendo, contra la verdad de
la historia, que aquel mismo día de la revista se empezaron las
operaciones militares que propiamente pertenecen al sitio, no
serían noventa y tres días, sino ochenta y cinco; porque aquel
lunes cayó a 20 de mayo, y el asedio terminó el 13 de agosto con
la toma de la ciudad. Si dan el nombre de asedio a las hostili-
dades hechas por los españoles en las ciudades del lago, debían
fijar el principio del asedio en los primeros días de enero, y
contar, no ya noventa y tres días, sino siete meses. Cortés,
que en este punto merece más crédito que ningún otro historia-
dor, dice expresamente que el asedio empezó el 30 de mayo, y
duró setenta y cinco días. Es cierto que la misma carta puede
inducir a error, pues en ella se da a entender que el 14 de mayo
estaban las divisiones de Alvarado y Olid en Tacuba, donde em-
pezó el sitio; pero esta es una manifiesta equivocación en los nú-
meros, pues no es probable que aquellos dos jefes se separasen
del ejército antes de la revista, y sabemos por Cortés y por todos
los otros historiadores, que ésta se verificó el lunes de Pentecos-
tés, 20 de mayo.
DISERTACIÓN III
(1) El mismo Mr. de Paw, después de haber hecho mención del Ve-
subio, del Etna, del Hecla y del volcán de Lipari, dice así: "Entre los
grandes volcanes se cuentan el Paramucan en la isla de Java, el Camapis
en la de Banda, el Balaluan en la de Sumatra. En Ternate hay otro cuyas
erupciones no ceden a las del Etna. De todas las islas grandes y peque-
ñas que componen el imperio del Japón, no hay una que no tenga su
volcán más o menos considerable: lo mismo sucede en las Malinas (quiere
decir Filipinas), en las Azores, en las Canarias". Recherches philosophi-
ques, Lettre III, sur les vicissitudes de notre goble. (Indagaciones filosó-
a
ficas, carta 3. , sobre las vicisitudes de nuestro globo).
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 267
del mar, no hay país mediterráneo en que sean más raros los cuer-
pos marinos petrificados.
cen las yerbas más dulces, las legumbres más sanas, los frutos
más suaves, los animales más pacíficos, y los hombres más tran-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 273
ciones hechas por los mismos académicos con los mismos termó-
metros en la ciudad de Cartagena, que no es el centro de la zona
tórrida, sino al 10° de la línea, que el calor ordinario de esta
ciudad es igual al mayor de París, como lo asegura D. Antonio
de Ulloa, uno de los observadores. (1)
Son muchas las causas que, además de la proximidad o dis-
tancia de la línea, influyen en el calor y en el frío. La elevación
del terreno, la proximidad de alguna alta montaña cubierta de
nieve, la abundancia de lluvias, etc., contribuyen a aumentar la
frialdad del ambiente y por el contrario, la depresión del terreno,
;
necesitar del trabajo del hombre, tienen bastante con lo que les
da la Providencia, sirviéndoles el cielo de techo para resistir a la
inclemencia de las estaciones? Ni la nieve, ni el hielo obligan
al hombre a vivir entumido al lado del fuego ni el ardiente calor
;
Júpiter brumas.
Ver ubi longum, tepidasque praebet.
! :
lente obra del P. Acosta, y encontrará en el libro II, cap. 14, que
si hay alguna tierra a que convenga el nombre de paraíso es la de
examinar las razones que alega sobre cada uno de ellos, sin escri-
bir un gran volumen, y me limitaré a lo que pertenece exclusi-
vamente a México.
El conde de Buf f on y Mr. de Paw parecen convencidos de que
todo el terreno de América se reduce a montes inaccesibles, a
bosques impenetrables, y a llanuras anegadas y pantanosas. Le-
yeron sin duda en las descripciones de aquel país, que los famosos
Andes, o Alpes americanos, formaban dos larguísimas cadenas
de montes altos, y cubiertos en gran parte de nieves que el vasto
;
ropa; las judías, los guisantes, las habas y todas las legumbres;
las lechugas, las coles, los nabos, los espárragos y otras ensa-
ladas y raíces, y en general, toda especie de hortaliza; los albér-
chigos, las manzanas, las peras y otras frutas las rosas, los cla- ;
Xo es menor
abundancia de aquella tierra en plantas me-
la
dicinales basta para esto ver la obra del célebre naturalista
:
tas venenosas que todo el resto del mundo. Pero ¿qué sabe él
de las que se crían en lo interior del Asia y del África? Siendo
tan grande la fertilidad de aquel suelo, no es extraño que abun-
den en él toda clase de vegetales. Pero, a la verdad, yo no sé
que hasta ahora se hayan descubierto en México ni la vigésima
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 289
de esta verdad basta leer las obras de los autores europeos que
han escrito sobre la historia de aquel Nuevo Mundo.
Véase, pues, cómo podrían responder los americanos al ri-
dículo parangón que hace el cronista Herrera en su primera
Década, y de que hemos hecho mención al principio de este dis-
curso. "En América, dice, no había, como en Europa, limones,
naranjas, granadas, higos, melocotones, uvas, olivas, azúcar,
arroz ni trigo." Los americanos dirían: 1.° Tampoco había en
Europa ninguno ele esos frutos, antes que se trajesen de Asia
y África. 2.° Actualmente se hallan en América, y generalmente
son mejores y más abundantes, especialmente la caña de azúcar,
la naranja, el limón y el melón. 3.° Si la América no tenía trigo,
tampoco tenía maíz la Europa, grano que no cede al trigo, ni en
292 FRANCISCO J. CLAVIJERO
bres; que cuenta sus dientes, y aun mide sus colas, se muestre
tan ignorante del reino animal de un país tan interesante co-
mo México. ¿Qué animal más común y más conocido allí que
el coyote? Nómbranlo todos los historiadores de aquel reino,
(1) Los animales del Antiguo Continente que más se parecen al co-
yote son el chacal, el adive y el isatis; pero con grandes diferencias. El
chacal es del tamaño de un zorro, y el coyote es doble mayor. El coyote va
solo, y el chacal en cuadrillas de 30 o 40. El adive es más chico y más débil
que el chacal. El isatis es propio de las zonas frías y huye de los bosques;
el coyote gusta de los bosques y habita los países cálidos o templados.
298 FRANCISCO J. CLAVIJERO
cias de los animales mexicanos que las que tomó del mismo
Hernández, o en las relaciones de otros autores, no tan dignos
de fe cuanto aquel docto y práctico naturalista.
"Praeter canes notos nostro orbi, qui omnes pene ab Hispanis trans-
(1)
lati ab Indis in his plagis hodie educantur, tria alia offendas genera, quo-
rum primum, antequam huc me conferrem, vidi in patria: caeteros vero
ñeque conspexeram, ñeque adhue eo delatos puto, Primus xoloitzcuintli vo-
—
catus alios corporis vincit magnitudine &c." Hernández, Hist. Quadrup.
Novae. Hisp., cap. 20.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 299
(2) Muy grandes debían ser aquellos alces para poder tirar de un co-
che de los que se usaban en aquel país el siglo pasado.
(3) "Leoni nostrati minime jubato aut idem est miztli, aut congener,
interdumque rubeus, aut subalbi-
in infantia fuscus, et fulvus in juventa,
dus, in majorem tamen assurgnens molem, quod ob regionis diversitatem
potest evenire." —Hist. Quadrup. Novae Hisp., cap. XI.
(4) "Vulgaris est huic orbi tygris, sed nostrate major." — Ibid., cap. X.
—
(1) Forma, colore, moribus, ac mole corporis hipo nostrati similis est
cuetlachtli, atque adeo ejus, ut mihi videtur, speciei, sed ampliore capite.
Hist. Quadrup. Novae. Hisp., cap. XXIII.
Es, pues, falso que todos los animales del Nuevo Mundo son
más pequeños que los del antiguo, sin ninguna excepción: es
también falsísimo que todos son mucho más pequeños, y que la
naturaleza se ha servido en América de diferente escala de di-
mensiones, como en otra parte asegura el mismo conde de Buf-
fon. Del mismo modo se puede demostrar el error de Mr. de Paw,
cuando dice que todos los cuadrúpedos americanos son una sexta
parte más pequeños que sus análogos en las otras partes del
mundo. La tuza mexicana es análoga al topo europeo, y mayor
que éste, según Buffon. El cuadrúpedo mexicano que el mismo
naturalista llama cocualino, y nosotros tlalmototli, es análogo
a la ardilla de Europa, y, según el mismo, de doble tamaño. La
musaraña del Brasil, análoga a la europea; el coyote, que lo es al
chacal; y la llama, que lo es al carnero, son de mayores dimen-
siones que estos animales antiguos. Pero aquellos ñlósofos, em-
peñados en desacreditar la América y sus animales, hallan tam-
bién defectos en sus colas, en sus pies y en sus dientes. "No
sólo, dice el conde de Buffon, escaseó la materia en el nuevo con-
tinente, sino que parece que se descuidó en las formas imperfec-
tas de los animales. Los de la América Meridional, que son los
que realmente pertenecen al Nuevo Mundo, están casi general-
mente privados de astas y cola; su figura es extravagante; sus
miembros desproporcionados y mal distribuidos, y algunos, como
el hormiguero y el perico ligero, de tan miserable constitución,
que apenas tienen las facultades de comer y andar." "Los ani-
males propios del Nuevo Mundo, dice Mr. de Paw, son, por la
mayor parte, de una forma desairada, y en algunos tan mal dis-
puesta, que los primeros dibujantes no pudieron, sin grandes di-
ficultades, diseñarlos exactamente. Se ha observado que la
mayor parte de las especies carecen de cola y tienen una irre-
gularidad en los pies lo cual es notable en el tapir, en el hormi-
;
sino que son efectos del clima de América, no hay duda que
transportados a Europa, desaparecerían aquellos defectos, y me-
jorarían de forma, de índole y de instinto: a lo menos, después de
diez o doce generaciones, aquellas infelices bestias que el clima
ha despojado de cola y de astas, las recobrarían bajo un cielo
menos avaro. No: dirán los dos filósofos, porque no es tan fácil
recobrar de la naturaleza lo que se pierde, como perder lo que
se tiene; dé modo que aunque el clima de Europa no les resti-
tuyese lo que han perdido, podría todavía decirse que el clima de
América era la verdadera causa de aquella privación. Sea en
buena hora, y por consiguiente, no hablemos de las irregulari-
dades que consisten en algún defecto, sino de las que son tales
por exceso de materia. Hablemos del avestruz, que, según Mr. de
Paw, tiene, por vicio de la naturaleza, dos dedos más en cada
pie: (1) o más bien, para no salir de los cuadrúpedos, hablemos
del unau, especie de perico ligero que, entre otras irregularida-
des, tiene cuarenta y seis costillas. "El número de cuarenta y
seis costillas en un animal de tan pequeño cuerpo, dice el conde
de Buffon, es una especie de error o de exceso de la naturaleza;
pues ningún animal tiene tantas, ni aun los más voluminosos
o los que tienen el cuerpo más largo, a proporción de su grueso.
El elefante tiene cuarenta, el caballo treinta y seis, el tejón
treinta, el perro veintiséis y el hombre veinticuatro." Si el
primer unau que hubo en el mundo recibió de la mano de Dios
el mismo número de costillas que tienen los individuos actuales,
la observación del conde de Buffon es una censura del Hacedor
Supremo; y decir que aquel excesivo número de costillas ha
sido un error de la naturaleza, es decir que ha sido un error de
Dios, que es el autor de la naturaleza y el que sacó el mundo
de la nada. Estoy seguro de que esta blasfemia es muy ajena de
la mente sublime y del corazón cristiano del conde de Buffon;
pero el espíritu filosófico que reina en sus obras lo indujo tal
vez a hacer uso de aquellas expresiones que, bien examinadas,
no concuerdan con la fe que profesamos. (2) Si, por el contrario,
(1) Mr. de Paw se engañó en el número de los dedos del tuyú, o aves-
truz americano, pues no tiene más que tres; pero en la parte posterior de
los pies tiene un tubérculo redondo y calloso que le sirve de talón y a que
el vu!g;o ha dado el nombre de dedo.
(2) Queriendo explicar por qué el hombre resiste más que los anima-
les el influjo del clima, dice así en el tomo XVIII: "El hombre es en todo
306 FRANCISCO J. CLAVIJERO
obra del cielo; los animales no son, bajo muchos aspectos, sino produccio-
nes de la tierra." Esta proposición parece algo dura; pero otras harto más
duras se hallan en las Épocas de la Naturaleza.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 307
uno solo que haya notado la menor diferencia entre las colas
de unos y otros.
Con las mismas razones podemos responder a lo que dice
el conde de Buffon sobre la falta- de astas y ele otras partes
en el mayor número de los cuadrúpedos americanos; pues el
buey, el carnero y la cabra conservan allí invariablemente sus
astas, el perro y el puerco sus dientes, y los gatos sus uñas,
como saben cuantos han estado en aquellos países. Si el clima
americano es tan contrario a los dientes y a las astas de los
animales, habrían perdido, a lo menos, una buena parte de ellas
los descendientes de los cuadrúpedos que fueron transportados
al Nuevo Mundo, tres siglos hace, y especialmente la posteridad
de los lobos, de los osos y otros, que quizás pasaron de Asia a
principios del primer siglo después del Diluvio Universal. Si, por
el contrario, la Zona Templada de Europa es más propicia a los
dientes que la Tórrida de América, ¿por qué la naturaleza dio
a ésta y no a aquélla, el tapir y el cocodrilo, los cuales en el nú-
mero, en el tamaño y en la atrocidad de los dientes exceden a
todos los cuadrúpedos y reptiles europeos?
Finalmente, si hay en América algunos animales sin astas,
sin dientes (1) y sin cola, no es por causa de la perversidad del
clima, ni de la avaricia del cielo, ni por aquella imaginaria com-
binación de elementos; sino porque Dios, cuyas obras son per-
fectas, y cuyos consejos debemos reverenciar humildemente,
quiso hacerlo así, para que esa misma variedad sirviese a hermo-
sear el universo y a ostentar su infinita sabiduría y poder. Lo
que en unos animales es perfección, en otros sería deformidad.
En el caballo es perfección tener la cola larga; en el ciervo, te-
nerla pequeña, y en el pongo no tener ninguna.
En cuanto a lo que dicen nuestros filósofos acerca de la feal-
dad de los animales americanos, es cierto que entre tantos hay
algunos cuya forma no corresponde a la idea que nos hemos
formado de la belleza de las bestias. Pero ¿quién nos ha dicho
que esta idea es exacta? ¿Y por qué no será imperfecta y pro-
(1) Basta saber el caso que hacen los dos citados filósofos, del testi-
monio de Mr. de la Condamine sobre los tigres americanos, a pesar de la
estimación general de que goza aquel sabio matemático.
(2) El conde de Buffon dice que cuando se habla de aves no se debe ha-
cer caso del clima; pues "pudiendo pasar fácilmente de un continente a
otro, es imposible distinguir ios que a cada uno pertenecen." Pero como la
causa de los viajes que hacen es el frío o el calor del clima, que procuran
evitar, no es extraño que las aves americanas permanezcan en su país,
donde pueden huir de todos los excesos de temperatura, hallando por do-
quiera el alimento de que necesitan. Lo cierto es que las aves mexicanas
no trasmigran al continente antiguo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 315
(1) "Terribilis haec contra fugaces bellua est, fugaz contra insequen-
tes."— Lib. VIII, cap. 25.
(2) Plinio dice que el cocodrilo africano suele tener 18 codos de largo;
el Dr. Hernández dice que el americano llega comunmente a la longitud de
7 pasos. Si se calculan estas medidas, se verá que es poquísima la diferen-
cia, y que si hay algún exceso, está en favor del americano.
316 FRANCISCO J. CLAVIJERO
rienda tenía en las aves de rapiña, por haber estado muchos años
en la corte de Felipe II, cuando la halconería era la caza favo-
rita de los nobles, dice, hablando del cuauhtotli, o sacre mexicano,
que todos los pájaros de esta clase son mejores y más animosos
en México, que en el antiguo continente. (1) Tan conocida fue
desde el principio la excelencia de los halcones de aquel país,
que Carlos V mandaba llevar cada año cincuenta a su corte, y
otros tantos de la isla de Santo Domingo, como cuenta Herrera.
Acosta dice que se regalaban a los magnates de España halcones
de México y del Perú, por ser muy apreciados. El mismo histo-
riador refiere "que el cóndor o buitre americano es de un tamaño
enorme, y de tan extraordinaria fuerza, que no sólo destroza una
oveja, sino también un ternero;" y D. Antonio Ulloa asegura que
de un aletazo echa al suelo a un hombre. (2) El Dr. Hernández
dice que el itzcuauhtli, o águila real de México, ataca a los hom-
bres y aun a los más feroces cuadrúpedos. Si el clima de América
hubiera privado a los cuadrúpedos de la fuerza y del valor, sin
duda hubiera producido el mismo efecto en las aves pero por el
;
(1) "Fateor accipitrum omne genus apud hanc Novam Hispaniam Ju-
catanicamve provinciam repertum praestantius esse atque animosius, ve-
—
tere in orbe natis." De Avibus Novoe Hisp., cap. 92.
lencia del canto, en lo que los nuestros son superiores. Así ha-
blan dos escritores italianos, (1) tan doctos en ciertas materias
especulativas, como ignorantes en las cosas de América. Basta-
ría a confundirlos el testimonio del Dr. Hernández que copio en
la nota. (2) Aquel excelente observador, después de haber oído
los mejores ruiseñores en la corte de Felipe II, oyó muchos años
al centzontli o poligloto, al cardenal, al tigrillo, al cuitlaccochi
y otras aves canoras, comunes en México y no conocidas en Eu-
ropa, además del ruiseñor, el jilguero, la calandria y otros comu-
nes a los dos continentes. Entre todos los pájaros apreciados en
Europa, el ruiseñor es el generalmente preferido, y, sin embargo,
el de América es mejor, como dice Mr. de Bomare. "El ruiseñor
de la Luisiana, dice, es el mismo de Europa; pero aquél es más
familiar, canta todo el año, y tiene más variedad de sones." He
aquí tres grandes ventajas del pájaro americano sobre el euro-
peo. Pero aunque no hubiese en América ruiseñores, jilgueros,
ni ningún otro de los que se estiman en Europa por su canto,
bastaría el centzontli o poligloto, para no tener nada que envidiar
a ningún país del globo. (3) Puedo asegurar a nuestros filósofos
antiamericanos que cuanto dice el Dr. Hernández acerca de la
superioridad de aquel pájaro con respecto al ruiseñor, es la pura
verdad, y tan conforme a la opinión de los europeos que han esta-
do en México, como a la de los mexicanos que han estado en Eu-
ropa. Además de dulzura de su canto, de la prodigiosa
la singular
variedad de sus sones, y de la donosa propiedad de remedar las
(2) "In cavéis, quibus detinetur, suavissime cantat; nec est avis ulla,
animalve cujus vocem non reddat luculentissime, et exquisitissime aemu-
letur. Quid? Philomelam nostram longo superat intervallo, cujus suavissi-
mum concentum, tantopere laudant, celebrantque vetusti auctores, et quid-
quid avicularum apud orbem nostrum cantu auditur suavissimum." De —
Avibus Novoe Hisp., cap. XXX.
(2) Valdecebro, en su obra Gobierno de las Aves, lib. V, cap. 29: "El
gorrión americano, aunque semejante al de Europa, es de diversa especie."
CAMFXLOS
"De todos los cuadrúpedos llevados a América, dice Mr. de
Paw, los que más han prosperado han sido los camellos. A princi-
pios del siglo XVI
pasaron algunos de África al Perú, donde el
frió les deconcertó los órganos destinados a la reproducción, y no
dejaron posteridad." Pero, disimulando el error cronológico en
que incurre, porque no hace al caso si el frío fue la causa de la
destrucción de los camellos en América, lo mismo sucedería
en Europa, especialmente en los países del Norte, en los que el
frío es sin comparación mucho mayor que en cualquiera parte
del Perú. Acuse Mr. de Paw a los que quisieron aclimatar aque-
llos animales en regiones poco análogas a su naturaleza, y no
acuse a la América, en cuya extensión hay tierras cálidas y secas,
como las que necesita el camello para subsistir. La misma expe-
riencia se hizo en España, y no tuvo buen éxito, y no habrá quien
niegue que el clima de esta península es de los más templados y
benignos de Europa. El conde de Buffon opina que aquellos úti-
les cuadrúpedos podrían fácilmente propagarse en América y en
España, si se tomasen las precauciones convenientes, y yo no du-
do que prosperarían en la Nueva Galicia. Por lo demás, es falso
que los camellos transportados al Perú no dejasen posteridad: el
P. Acosta, que estuvo allí pocos años después, asegura haberlos
visto multiplicados, aunque no tanto como era de desear.
TOROS
Esta es una de las especies de animales que nuestros filósofos
creen degradadas en América, y a las que suponen ser contrario
aquel clima. Pero si el ganado vacuno ha perdido una parte de
su corpulencia en el Canadá, como afirma el conde de Buffon, y
ii.— 11
322 FRANCISCO J. CLAVIJERO
( 1 ) En
contornos de la capital de México, a pesar de estar muy po-
los
blados, se vende un buen par de bueyes para el arado por veinte pesos; en
los de Guadalajara, capital de la Nueva Galicia, por doce o catorce. Aun
son más ínfimos los precios en otros puntos del territorio mexicano. En el
Río de la Plata es aun más numeroso este ganado. Según persona fidedig-
na, hay en aquellas provincias 5.000,000 de toros y vacas en rebaños, y
cerca de 2.000.000 salvajes.
CARNEROS
CABRAS
PUERCOS
CABALLOS Y MULAS
PERROS
GATOS
me toca. He
nacido de padres españoles y no he tenido la me-
nor afinidad ni consanguinidad con indios, ni espero el menor
galardón de su miseria. Así que, sólo el amor a la verdad y el
celo en favor de la especie humana, me hacen abandonar la cau-
sa propia y abrazar la ajena, con menos peligro de errar.
Mr. de Paw
representa a los americanos débiles y enfermi-
zos; Ulloa afirma, por el contrario, que son sanos, robustos y
fuertes. ¿Cuál de estos dos escritores merece más crédito: Mr.
de Paw, que se puso a filosofar en Berlín sobre los americanos
sin conocerlos, o don Antonio de Ulloa, que por muchos años los
vio y trató en diversos países de la América Meridional? ¿Mr.
de Paw, que se propuso vilipendiarlos y envilecerlos para esta-
blecer su desatinado sistema de la degeneración, o don Antonio
de Ulloa que, aunque poco favorable a los indios, no trató de for-
mar un sistema, sino de escribir lo que creyó verdadero? Deci-
dan esta cuestión los lectores imparciales.
Para demostrar la debilidad desconcierto de la consti-
y el
tución física de los americanos, alega Mr. de Paw otras razones
de que debo hacerme cargo, y son las siguientes: 1. a Que los pri-
meros americanos traídos a Europa rabiaron en el viaje, y que
la rabia les duró hasta la muerte. 2. a Que los hombres adultos
en muchos países de América tienen leche en los pechos. 3. a Que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 345
son los que dan de mamar a los niños, pues las mujeres tienen
poquísima leche." ¡Qué excelentes materiales para una Thau-
matografía! Yo no sé ciertamente lo que más deba admirar, si
la temeridad y la desfachatez de los viajeros que propagan se-
mejantes fábulas, o la sencillez de los que les dan crédito. Si se
hubiese observado aquel fenómeno en algún pueblo del Nuevo
Mundo (lo que jamás probará Mr. de Paw), ciertamente no
bastaría esto para decir que en muchas partes de América
abunda la leche en los pechos de los hombres, y mucho menos
para afirmarlo, como afirma Johnston, de casi todos los hom-
bres del nuevo continente.
Las singularidades que observa Mr. de Paw en las ameri-
canas, serían sumamente agradables si fueran ciertas, porque
¿qué más podrían apetecer que verse libres de los grandes do-
lores del parto, tener en abundancia el licor con que alimentan
a sus hijos y ahorrarse en gran parte las incomodidades que
trae consigo la evacuación periódica? Pero lo que ellas tendrían
a gran dicha, es, en sentir de Mr. de Paw, un síntoma cierto de
degeneración. La facilidad del parto demuestra, según dice, la
expansión del conducto vaginal y la relajación de los músculos
de la matriz por causa de la profusión de los fluidos: la abun-
dancia de leche no puede provenir sino de la humedad de la
complexión, y por lo demás, las americanas no se conforman
con las mujeres del antiguo continente, el cual debe ser, se-
gún la legislación de Mr. de Paw, el modelo de todo el mundo.
Pero, ¿no es cosa admirable que el autor de las Investigaciones
histéricas declare a las americanas tan escasas de leche que
los hombres tienen que criar a los hijos, mientras el autor de las
Investigaciones filosóficas atribuye a la complexión húmeda de
las americanas la abundancia excesiva que tienen de aquel li-
cor? ¿Y
quién no echará de ver, al notar estas y otras contra-
dicciones y disparates publicados en Europa de pocos años a
esta parte, que los viajeros, los naturalistas, los historiadores
y los europeos han hecho de la América el almacén
filósofos
general de sus fábulas y de sus delirios, para dar más amenidad
348 FRANCISCO J. CLAVIJERO
pueblos, excepto en los que habitan; ellos son los que abren y
componen los caminos; los que limpian las ciudades; los que tra-
bajan en las innumerables minas de plata, oro, cobre y otros
metales. Ellos son los pastores, los gañanes, los tejedores, los al-
fareros, los panaderos, los horneros, los correos, los mozos de cor-
del; en una palabra, ellos son los que llevan todo el peso de los
trabajos públicos, como es notorio a cuantos han estado en aque-
llas regiones. Esto hacen los débiles, flojos e inútiles america-
nos, mientras el vigoroso Mr. de Paw y otros infatigables euro-
peos se ocupan en escribir contra ellos amargas invectivas.
(2) La viruela fue llevada al Nuevo Mundo por los europeos, como
saben todos, y ha hecho más estragos allí que el mal venéreo en Europa.
La raquitis no es conocida en América, y ésta es, en mi entender, la causa
de no verse allí tantas personas imperfectas como en el continente anti-
guo. La sarna o no existe, o es tan rara, que habiendo yo estado muchos
años en aquellos países, ni vi, ni tuve noticia de ningún sarnoso. El vómito
prieto o negro, que también parece enfermedad endémica, es bastante mo-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 353
(2) "Coeleste viaticum, quod nulli ex hac vita migranti negat Mater
Ecclesia, multis abhinc annis, Indis atque Aethiopibus, caeterisque per-
sonis miserabilibus praeberi deberé, Concilium Limense constituit. Sed ta-
men Sacerdotum plurium vel negligentia, vel zelo quodam praepostero,
atque intempestivo illis nihilo magis hodie praebetur. Quo fit ut imbeci-
!
lies animae tanto bono, tamque necessario priventur. Volens igitur Sancto
Synodus ad executionem perducere, quae Christo duce, ad salutem Indo-
rum ordinata sunt, severe praecipit, ómnibus Parochis, ut extreme laboran-
tibus Indis atque Aethiopibus, viaticum administrare non praetermittant
dummodo in eis debitam dispositionem agnoscant, nempe fidem in Chris-
tum, et poenitentiam in Deum suo modo Porro Parochos qui a prima
. . .
que parece increíble, y es, sin embargo, cierto, que 500 hombres
de la nación de los Seris hayan sido por muchos años el azote de
los españoles de Sonora y Sinaloa.
Finalmente, omitiendo otros muchos despropósitos de Mr.
de Paw contra los americanos, no puedo disimular la atroz in-
juria que les hace, hablando de sus costumbres. Cuatro son los
principales vicios con que infama a todos los americanos, a sa-
ber: la glotonería, la embriaguez, la ingratitud y la sodomía.
Yo, ciertamente, no había oído hablar de la glotonería de
los americanos, hasta que tropecé con el pasaje de Mr. de la
Condamine, citado y adoptado por Mr. de Paw; por el contrario,
no he leído autor, algo instruido en las cosas de América, que no
celebre la sobriedad de aquellos pueblos. Consúltense las obras
de Las Casas, Garcés, el conquistador anónimo, Oviedo, Goma-
ra, Acosta, Herrera, Torquemada, Betancourt, etc. (1) Casi
todos los historiadores cuentan la admiración que causó a los
españoles la parsimonia de los indios, y, por el contrario, la ex-
trañeza de éstos al ver que aquéllos comían en un día más que
ellos en una semana, y, para decirlo en pocas palabras, la so-
briedad de los americanos es tan notoria, que sería necedad
defenderlos del vicio contrario. Mr. de la Condamine vio quizás
comer a algunos indios hambrientos, en su viaje por el río Ma-
rañón, y de allí infirió, como tantas veces sucede a los viaje-
ros, que todos ellos eran glotones. Don Antonio Ulloa, que estu-
vo en América con Mr. de la Condamine, que se detuvo allí más
tiempo y tomó más menudos informes acerca de las costumbres
de los indios, dice todo lo contrario que el matemático francés.
La embriaguez es el vicio dominante de aquellas naciones.
Así lo confieso ingenuamente en el libro I de esta Historia, ex-
poniendo sus excesos y señalando sus causas; pero añado que
no era así en los países de Anáhuac antes que los ocupasen los
MONEDA
Mr. de Paw decide que ninguna nación de América era cul-
ta y civilizada, porque ninguna usaba de moneda; y para pro-
bar la exactitud de su consecuencia alega un pasaje de Mon-
tesquieu: "Habiendo naufragado Arístipo, dice este escritor, se
salvó a nado en una playa, y, al ver delineadas en la arena unas
figuras de geometría, se llenó de júbilo, conociendo que había lle-
gado a un pueblo griego y no a una horda bárbara. Imaginaos
que llegáis por acaso a un país desconocido; si encontráis algu-
na moneda, no dudéis que estáis en un país culto." Pero si Mon-
tesquieu infirió sensatamente la cultura de un pueblo del uso
de la moneda, Mr. de Paw infiere muy insensatamente de la
falta de moneda, la falta de cultura. Si por moneda se entiende
un pedazo de metal acuñado con el busto del rey o con un sello
o signo público, es cierto que su falta no supone barbarie en
una nación. "Los atenienses, dice el mismo *Montesquieu, porque
no hacían uso de los metales, se servían de bueyes en lugar de
moneda, como los romanos de ovejas;" de donde viene el nom-
bre de pecunia; pues en la primera moneda acuñada de los ro-
—
sus armas de oro, que valían cien bueyes, por las de Diomedes,
que eran de cobre y no valían más que nueve. Dondequiera que
habla de un objeto adquirido por contrato, se expresa en tér-
minos de cambio o permuta. Por esto, en la antigua controver-
sia-suscitada entre las dos sectas de jurisconsultos, sabinianos
y proculianos, los primeros sostenían que podía haber verdade-
ra compra y venta sin precio, y en su apoyo citaban ciertos ver-
sos de Homero, en que se llama compra y venta lo que no era
realmente más que el cambio de una cosa por otra. Los lacede-
monios eran un pueblo civilizado de Grecia, sin embargo de ca-
recer de moneda, pues una de las leyes fundamentales de Licur-
go era que no se comerciase de otro modo que por permutas (1).
Los romanos no tuvieron moneda acuñada hasta los tiempos de
Servio Tulio; ni los persas, hasta el reinado de Darío Histaspes,
y nadie habrá que llame bárbaros a unos y a otros en los tiem-
pos que precedieron a aquellas dos épocas. Los hebreos estaban
civilizados a lo menos desde el tiempo de sus jueces, y no sabe-
mos que conociesen la moneda hasta los de los macabeos. Luego
la falta de moneda acuñada no es prueba de barbarie.
Si por moneda se entiende un signo representativo del va-
lor de todas las cosas, como lo define el mismo Montesquieu, es
cierto e indudable que los mexicanos y todas las naciones de
Anáhuac, excepto los bárbaros chichimecas y otomites, se servían
de moneda en su tráfico. ¿Qué otra cosa era el cacao, que cons-
tantemente empleaban en el mercado, para adquirir lo que
dola observado conde Caylus, declaró que casi era igual en du-
el
reza a las armas antiguas de cobre, de que se servían los grie-
gos y los romanos, los cuales no empleaban el hierro en muchos
usos a que nosotros lo aplicamos en la actualidad, o porque en-
tonces era más escaso, o porque sabían templar mejor el cobre
que el acero." Finalmente añade que el conde de Caylus, admi-
rado de la perfección de aquel trabajo, se persuadió (engañado
por el mismo Mr. de Paw) que la segur no era obra de aquellos
peruanos embrutecidos que los españoles encontraron en tiem-
po de la Conquista, sino de otra nación más antigua y más
industriosa.
del hierro, ¿qué serán los que desconocen el uso del fuego? Aho-
ra bien, en toda la extensión de la América no se ha encontrado
un solo pueblo ni una sola tribu, por bárbara que fuese, que no
conociera el modo de hacer fuego y el de aplicarlo a los usos
comunes de la vida; pero en el mundo antiguo se han visto
gentes tan estúpidas, que no tenían la menor idea de la aplica-
ción de aquel elemento. Tales eran los habitantes de las islas
Marianas, a los cuales era enteramente extraño antes de la lle-
gada de los españoles, como lo testifican los historiadores de
aquellos países. Y con todo eso, ¡querrá hacernos creer Mr.
de Paw que los pueblos americanos son más salvajes que los más
toscos del mundo antiguo!
Por lo demás, tanto se engaña nuestro investigador en lo
que dice del hierro americano, como en lo que piensa del cobre.
En México, en Chile y en otros muchos países de América se
han descubierto innumerables minas de hierro, de buena cali-
dad; y si no hubiera estado prohibida su elaboración, para no
perjudicar al comercio de España, podría la América suminis-
trar a Europa todo el hierro que necesita, como hace con el oro
y con la plata. Si Mr. de Paw hubiese sabido investigar filosó-
ficamente las cosas de América, hubiera hallado en el cronista
Herrera que aun en Española había hierro mejor que el
la isla
otros vasos para los usos domésticos; así que no necesitaban del
ponderado secreto de los pueblos antiguos. El amor a la verdad
me obliga a defender los progresos reales de la industria ameri-
cana y a rechazar las invenciones imaginarias que se atribuyen
a las naciones del Nuevo Mundo. El secreto que verdaderamente
poseían, era el que menciona Oviedo, testigo ocular y muy prác-
tico e inteligente en metales. "Los indios, dice, saben dorar bas-
tante bien los vasos de cobre o de oro bajo, y les dan un color
tan excelente y tan encendido, que parece oro de 22 quilates y
384 FRANCISCO J. CLAVIJERO
más. Lo hacen con ciertas yerbas. Este trabajo tiene tan buen
efecto, que si algún platero de España o de Italia poseyese el
"
secreto, no necesitaba más para enriquecerse.
FALTA DE LETRAS
y que era tan grande, que cabían en él 600 hombres más. Tam-
bién habla del palacio del señor de Iztapalapan, y de muchas ciu-
dades, alabando su estructura, su hermosura y su magnificen-
cia. Tales eran las cabanas de los reyes y señores de México.
Decir, como dice Mr. de Paw, que Cortés mandó construir
a toda prisa un palacio porque no hallaba habitación proporcio-
nada en aquella capital, es un error que, hablando con mayor
propiedad, deberá llamarse una mentira. La verdad es que Cor-
tés, durante el asedio de México, quemó y arruinó la mayor par-
te de su caserío, como él mismo refiere, con cuyo objeto pidió,
y obtuvo de sus aliados, algunos millares de hombres que úni-
camente se empleaban en echar abajo los edificios a medida que
los españoles adelantaban, a fin de no dejar a retaguardia nin-
guna casa en que pudieran parapetarse los enemigos. No era,
pues, extraño que el caudillo español careciese de alojamiento
proporcionado en una ciudad que él mismo había destruido;
pero esta destrucción no fue tan general que no quedasen en
pie muchas buenas casas en el cuartel de Tlaltelolco, en que hu-
bieran podido acomodarse muy bien los españoles y todos sus
aliados. "Desde que dispuso nuestro señor, dice Cortés, que esta
gran ciudad de Temixtitan (México) fuese conquistada, no me
pareció bien residir en ella, por causa de muchos inconvenien-
tes; así que me fui con toda mi gente a vivir a Coyoacan."
Si fuese cierto lo que dice Mr. de Paw, Cortés hubiera dado por
motivo de su salida de la capital, la falta de edificios para su re-
sidencia y la de sus tropas. El palacio de Cortés se construyó
en el mismo sitio en que había estado el de Moteuczoma. Si Cor-
tés no hubiese arruinado éste, hubiera podido habitar cómo-
damente en él, como habitaba Moteuczoma con toda su corte.
Además, es falso que exista actualmente el palacio de aquel
conquistador, pues se quemó elaño de 1692, en una sedición po-
pular. Pero, sobre todo, es falsísimo que los muros de los edificios
mexicanos no fuesen más que grandes piedras, puestas unas
sobre otras, sin ninguna unión; lo contrario demuestran todos
los historiadores y los restos de los edificios antiguos, de que
400 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Teocalli (casa de Dios) era el nombre que daban los mexicanos a
sus templos. Entre los españoles, unos los llamaban templos, otros ado-
ra torios; los otros, acostumbrados al lenguaje de los sarracenos, mezqui-
tas, y otros, en fin, Cues, palabra tomada de la lengua haitiana. Los tem-
plos pequeños solían llamarse humilladeros o sacrificaderos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 401
(2) El pez de que los indios se servían para dar caza a otros mayores,
como en Europa se usan los halcones para cazar otras aves, es el llamado
en aquellas islas Guaicán, y por los españoles Reverso. Oviedo describe el
modo con que hacían esta pesca.
408 FRANCISCO J. CLAVIJERO
"Las lenguas de América, dice Mr. ele Paw, son tan limita-
das y tan escasas ele palabras, que no es posible expresar en
ellas ningún concepto metafísico. En ninguna de ellas se puede
contar más allá de tres (en otra parte dice que los mexicanos
contaban hasta diez). No es posible traducir un libro, no ya en
las lenguas de los algonquines y de los guranies o paraguayeses,
pero ni aun en las de México y Perú, por no haber en ellas su-
ficiente cantidad de voces para expresar nociones generales."
El que lea estas decisiones magistrales del filósofo prusiano, se
persuadirá sin duda que pronuncia su fallo, después de haber
viajado por toda la América y de haber examinado todas las
lenguas que se hablan en aquel continente; pero no es así: sin
salir de su gabinete de Berlín, sabe mejor todo lo que pasa en
América que los mismos americanos, y en el conocimiento de
las lenguas es superior a los que las hablan. Yo aprendí la me-
xicana y la oí hablar a los mexicanos por espacio de muchos
años, y no sabía que fuese tan escasa de voces numerales y de
términos significativos de ideas universales, hasta que me des-
cubrió este gran secreto Mr. ele Paw. Sabía que los mexicanos
habían dado el nombre de Centzontli (esto es 400), o más bien
el de Centzont látale (esto es, el que tiene 400 voces) a aquel
20 Cempoalli
40 Ompoalli
60 Epoalli
80 Nauhpoalli
100 Macuilpoalli
120 Chicuacempoalli
200, 10 veces 20 Matlacpoalli
300, 15 veces 20 Caxtolpoalli
400 Centzontli
800 Ontzontli
1,200 Etzontli
1,600 Nauhtzontli
2,000 Macuiltzontli
2,400 Chicuacentzontli
4,000, 10 veces 400 Matlactzontli
6,000, 15 veces 400 Caltoltzontli
8,000 Cexiquipilli
16,000 Onxiquipilli
24,000 Exiquipilli
410 FRANCISCO J. CLAVIJERO
32,000 Nauhxiquipilli
40,000 MacuilxiquipiUi
48,000 Chicuacenxiquipilli
80,000, 10 veces 8,000 Matlacxiquipilli
.
120,000, 15 veces 8,000 . . ' Caxtolxiquipilli
160,000, 20 veces 8,000 Cempoalxiquipilli
320,000, 40 veces 8,000 Ompoalxiquipilii
3.200,000, 400 veces 8,000 Centzontxiquipilli
6.400,000, 800 veces 8,000 Onízonxiquipilli
32.000,000, 4,000 veces 8,000 Matlactzonxiquipilii
48.000,000, 6,000 veces 8,000 Caltoltzonxiquipilli (1).
(1) Dije que podían contar hasta 48.000,000, cuando menos, porque pue-
den contar mayores cantidades; pero necesitan emplear palabras más lar-
gas, y lo dicho basta para desmentir a Mr. de Paw.
(2) Mari, en lengua araucana, vale 10; Pataca, 100; Huaranca, 1,000;
Patachuaranca, 100,000; Maripatacahurancu, 1.000,000. Después de escrita
esta Disertación he adquirido la serie de voces numerales de la lengua
otomite, que aunque se cree una de las más imperfectas de América, pue-
de expresar todo número de millares.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 411
Cosa Tlamantli
Esencia Geliztii
Bondad Cuailoti
Verdad Neltiiiztli
Unidad. Cetiliztli
Dualidad. .......... Ometiliztli
Trinidad Jeitiliztli
Dios Teotl
Divinidad Teoyotl
Reflexión Neyolnonotzalizíli
Previsión Tlatchtopaitlaliztli
Duda Neyoltzotzonaliztli
Recuerdo Tlainamiquiliztli
Olvido Tlalcahualiztli
Amor Tlazotlaliztli
Odio Tlacocoliztli
Temor Tlamauhtiiiztli
Esperanza Netemachiliztli
Omnipotencia Cenhueliciliztli
Persona Tlacatl
Personalidad. ........ Tlacayotl
Paternidad Tayotl
Maternidad Nanyotl
Humanidad Tlacticpactlacayotl
Alma Teyolia
Mente Teixtiamatia
Sabiduría Tlamatiiiztli
Razón Ixtlamachiliztli
Comprensión Ixaxiliztli
Conocimiento Tlaiximatiliztli
Pensamiento Tlanemiliztli
Dolor Necocoiiztli
Arrepentimiento Neyoltequipacholiztli
Deseo Ellehutliztli
v . , , í Cuaitihuani
| Yectmuam
Malicia Acuallotl
Fortaleza Tolchicahualiztli
Templanza Tlaixyeyecoliztli
Prudencia Yollomachiliztli
Justicia Tlamelahicacachicahualiztli
Magnanimidad Yolhueliztli
Paciencia Tlapaccaihiyohuiliztli
Liberalidad Tlanemactiliztli
Mansedumbre Paccanemiliztli
Benignidad Tlatlacoyotl
Humildad Necnomatiliztli
Gratitud Tlazocamatiliztli
Soberbia Nepohualiztli
Avaricia Teoyehuacatiliztli
Envidia. Nexicolizíli
Pereza Tlatzihuiiiztli
(1) Véanse los nombres siguientes que el conde de Buffon usa, y com-
párense con los mexicanos aun alterados por él: Baurdmannetyes. Miszor-
zechowa. Niedzwiedz. Brandhirts. Stachelschwein. Przawiaska. Chemiks-
karzecsek. Siebenschlafer. Meerschwein. Ildgiersdiur. Sterzeczleck. Sczurcz.
-::: FRANCISCO J. CLAVIJERO
los otros dos; pero unidos los tres, formaban un poder invenci-
ble. ¿Cuál fue, pues, el partido que tomaron? El de formar una
triple alianza que aseguraba a cada uno contra la ambición de
los otros dos, y a los tres contra la rebeldía de sus subditos.
A este pacto se deben la consolidación de los tronos de Acolhua-
can y de Tlacopan y las conquistas que hicieron los mexicanos;
la unión de los tres Estados fue tan firme y estuvo tan bien
ordenada, que no se deshizo ni vaciló jamás, hasta la llegada de
los españoles. Este solo rasgo de política demuestra suficiente-
mente el discernimiento y la sagacidad de aquellos pueblos;
pero aun hay otros muchos de que no podría hacer mención
sin repetir una gran parte de lo que he dicho en mi Historia.
El orden judicial de los mexicanos y de los texcocanos nos
ofrece también útiles lecciones de arreglo y de justicia. La di-
versidad de grados en los jueces contribuía al buen orden y a la
subordinación de la magistratura; su asidua frecuencia a los tri-
bunales, desde el rayar del día hasta la noche, abreviaba los
procesos y apartaba a los jueces de muchas prácticas clandes-
tinas que hubieran podido prevenirlos en favor de algunas de
las partes. La pena de muerte prescrita contra un gran núme-
ro de prevaricadores, la puntualidad de su ejecución y la vigi-
lancia de los soberanos, retenían a los magistrados en los límites
de su obligación, y los suministros que se les hacían, por cuen-
ta del monarca, de todo lo que bastaba a satisfacer sus necesi-
dades, los hacía inexcusables y los ponía al abrigo de la corrup-
ción. Las reuniones que se celebraban de veinte en veinte días,
presididas por y particularmente la asamblea general de
el rey,
(1) "Si plures forent, quibus reus esse judicatus, secare si vellent,
aeque partiti corpus addicti sibi hominis permiserunt."
(2) "Qui frugem aratro quaesitam furtim nox pavit secuitve suspen-
sus cereri necator."
!
(2) Muchos
juristas dicen que la ley Cornelia de Sicariis fue la que
despojó al marido de la potestad de quitar la vida a la mujer adúltera;
pero esta ley se promulgó en tiempo de Sila, a fines del siglo VII de Ro-
ma; así que, en cuanto al tiempo, no se diferencia mucho de la de Augusto.
424 FRANCISCO J. CLAVIJERO
que les concedían las leyes, eran dueños, no sólo de todo lo que
los esclavos adquirían con el sudor de su frente, sino de su vida,
(1) ¿Qué extraño es que los romanos concediesen tan bárbara autori-
dad a los amos sobre los esclavos, habiéndola también concedido a los pa-
dres sobre sus hijos legítimos? Endo liberis justis jus vitae, necis, venum-
dandique potestas patri. Esta ley fue promulgada por los primeros reyes,
e inserta por los decenviros en las XII tablas.
428 FRANCISCO J. CLAVIJERO
En Lengua Cakchiquel
En Lengua Maya
Alfonso de Solana, F. español. Alvaro Paz, F. criollo.
Andrés de Avendaño, F. criollo. Antonio Saz, F. criollo.
Antonio de Ciudad Real, español. Bartolomé de Anleo.
Bernardino de Valladolid, F. espa- Benito de Villacañas, D. criollo.
ñol.
Carlos Mena, F. criollo. En Lengua Taraumara
José Domínguez, P. criollo.
Agustín Roa, J. español.
En Lengua Totonaca
En Lengua Tepehuana
Andrés de Olmos.
Antonio de Santoyo, P. criollo. Benito Rinaldini, T. napolitano.
LOSfines
errores de muchos escritores españoles acerca de los
del imperio mexicano,
con-
los despropósitos
y de Mr. de
Paw y de otros autores extranjeros sobre la población de aquellos
países, me obligan a poner en claro estos dos puntos. Así pro-
curaré hacerlo en esta Disertación con toda la brevedad posible.
i
POBLACIÓN DE ANAHUAC
cer los objetos que se pintan es una pasión harto común a todas
las naciones de la Tierra. Mr. de Paw no ha sabido preservarse
de este contagio, como lo hace ver en toda su obra y como lo
acredita este modo de hablar en masa de todos los escritores
españoles, haciendo un gravísimo daño a la nación, en la cual,
como en todas, hay bueno y malo. Yo puedo asegurar que des-
pués de haber leído los mejores historiadores de las naciones
cultas de Europa, no he encontrado dos que me parezcan com-
parables en sinceridad a los dos españoles Mariana y Acosta (1),
estimados por esto y justamente elogiados por los enemigos
de su nación y de su religión. Entre los antiguos historiadores de
México ha habido algunos, como Acosta, Bernal Díaz y el mis-
mo Cortés, cuya sinceridad no admite duda. Pero aunque ningu-
no de estos escritores poseyese las cualidades necesarias para
inspirarnos confianza, la uniformidad de sus datos sería un for-
tísimo argumento en favor de la verdad de lo que dicen. Los au-
tores poco verídicos no concuerdan entre sí, si no es cuando se
copian mas no lo hicieron así los que hemos nombrado, pues
;
(1)Es cierto que a proporción del exceso de una ciudad sobre otra en
el número de los nacidos y muertos, deberá ser el exceso del número de los
habitantes, y no hay medio más seguro de hallar este número en una ciu-
dad populosa, que el de saber el de los que nacen y mueren en ella, con tal
que se adopten las precauciones convenientes.
(3)El pulque no se puede guardar para otro día, y cada día se consu-
me todo el que se introduce. La nota del consumo diario de pulque y ta-
baco en México se ha tomado de una carta escrita por uno de los mejores
calculadores de aquella aduana, escrita a 23 de febrero de 1775.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 443
(1) Cortés habla de esta ciudad sin nombrarla; pero del contexto se
infiere que alude a ella. Torquemada lo dice expresamente.
444 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Entre los quince primeros misioneros franciscanos, hubo seis que
renunciaron los obispados que les quiso conferir Carlos V.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 447
muestran que no fueron españoles los que las fundaron, sino in-
dios. Que estos pueblos, de que tantas veces hago mención en
mi Historia, no eran miserables aldeas, sino grandes poblacio-
nes y ciudades bien construidas, como las de Europa, consta por
el dicho de todos los escritores que las vieron.
janza que hay entre los delirios de los americanos y los de las
otras naciones del continente antiguo, en materia de religión.
"Como las supersticiones religiosas de los pueblos de América,
dice, han tenido una semejanza notable con las que han adop-
tado las naciones del continente antiguo, no he hablado de es-
tos despropósitos sino para hacer una comparación entre unas
y otras, y para hacer ver que a pesar de la diversidad de climas,
la debilidad del espíritu humano ha sido constante e invariable."
Si hubiera hablado con este juicio en otras ocasiones, me hubie-
ra ahorrado el trabajo de sostener tantas disputas y hubiera
evitado las graves censuras que han hecho de sus investiga-
ciones algunos sabios de Europa. Yo me dirijo en este trabajo
a los que, por ignorancia de lo que ha pasado y pasa en el mun-
do, o por falta de reflexión, se han espantado tanto al leer en la
historia de México la crueldad y la superstición de aquellos pue-
blos, como si fuera una cosa jamás vista ni oída en el mundo.
Les haré ver el error que padecen y demostraré que la religión
de los mexicanos fue menos supersticiosa, menos indecente, me-
nos pueril y menos irracional que la de las más cultas naciones
dé la antigua Europa, y que de su crueldad se hallan ejemplos,
y quizás más atroces, en casi todos los pueblos del mundo.
El sistema de la religión natural depende principalmente
de la idea que los hombres se forman de la Divinidad. Si conciben
al Ser Supremo como un padre lleno de bondad, cuya providen-
cia vela sobre todas sus criaturas, las prácticas religiosas es-
tarán llenas de demostraciones de amor y de respeto; si, por
el contrario, se presenta como un tirano inexorable, el cul-
to será sanguinario. Si los hombres creen en un Ser Omnipo-
452 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) Cierto autor francés, movido por un ciego amor a su patria, niega
redondamente que los galos hiciesen sacrificios de víctimas humanas; pero
sin alegar razón alguna que baste a desmentir testimonio de César, de
el
Plinio, de Suetonio, de Diódoro, de Estrabón, de Lactancio, de San Agus-
tín y de otros graves autores. Basta a confundirlo la autoridad de César,
que conocía bien aquellos países. "Natio est omnis Gallorum admodum de-
dita religionibus, atque ob eam causam, que sunt affecti gravioribus mor-
bis, quique in proelio periculisque versantur, aut pro victimis hominis
immolant, aut se immolaturos vovent, administris ad ea sacrificia Druidi-
bus; quod pro vita hominis, nisi vita hominis reddatur, non posse aliter
Deorum immortalium numen placari arbitrantur; publiceque ejusdem ge-
—
(1) "Adspiei humana exta nefas habetur." — Plin. Hist. Nat., lib.
XXXVIII, cap I.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 463
un año. Del famoso Anníbal, cuenta Tito Livio que dio a comer
carne humana a sus soldados para inspirarles valor. Plinio re-
conviene amargamente a los griegos por el uso que tenían de co-
mer todas las partes del cuerpo humano, creyendo poder curar
de este modo diversas enfermedades: Quis invenit singula mem-
bra humana mandere? Qua conjectura inductus? Quam potest
medicina ista originem habuisse? Quis beneficia innocentiora
(1) "Deae Magnae Sacerdotes, qui Calli vocabantur, virilia sibi am-
putabant et furore perciti caput rotabant cultrisque faciem musculosque
totius corporis disecabant." —Aug., De Civit Dei, lib. II, cap. 7.
"Ule viriles sibi partes amputat, ille lacertos secat. Ubi iratos déos
timent qui sic propitios merentur? Tantus est perturbatae mentís et se-
dibus suis pulsae furor, ut sic Dii placentur, quemadmodum ne homines
quidem saeviunt teterrimi, et in fábulas traditi crudelitatis Tyranni lace-
ra ventur aliquorum membra: neminem sua lacerare jusserunt. In regiae
libidinis voluptatem castrati sunt quídam, sed nemo sibi, ne vir esset, ju-
bente domino manus intulit. Se ipsi in templis contrucidant, vulneribus
suis ac sanguine supplicant. Si cui intueri vacet quae faciunt, quaeque
patiuntur, inveniet tam indecora honestis, tam indigna liberis, tan dissi-
milia sanis, ut nemo fuerit dubitaturus furere eos, si cum paucioribus fu-
rerunt: nunc sanitatis patrocinium insanientium turba est," Senec, lib. —
de superst.
464 FRANCISCO J. CLAVIJERO
griegos usaban por medicina? Pero no: estoy muy lejos de ha-
eer la apología ele los mexicanos en este punto, pues en él fue-
ron más bárbaros que los romanos, los egipcios y las otras na-
ciones cultas: mas. por lo demás, no puede dudarse, en vista de
lo que ya hemos visto, que su religión fue menos supersticiosa,
ENMr. presente
la
de Paw,
Disertación no tengo que disputar tan
con
sino todos
casi
sólo con
los europeos, entre los cua-
les está muy propagada de que el mal venéreo debe
la opinión
su origen al Nuevo Mundo, recurso que tomaron las naciones
de Europa, como de común acuerdo, después de haberse estado
echando en cara, unas a otras, por espacio de treinta años, el
origen de tan vergonzosa enfermedad. Yo incurriría, sin duda,
en la nota de temerario, al querer combatir una creencia tan
general, si los argumentos de que voy a echar mano y el ejem-
plo de dos europeos modernos no justificasen en algún modo
mi osadía (1). Como entre los defensores de la opinión dominan-
te, el principal, el más famoso y el que más y con más erudición
ha escrito sobre el asunto es Mr. Astruc, docto médico francés,
a él dirigiré la mayor parte de mis objeciones, sirviéndome a
este fin, con alguna frecuencia, de los mismos materiales que
me suministra su obra. Esta se intitula De Morbis Veneréis, y
la edición de que me he valido es la de Venecia.
(1) Estos dos autores antiguos son Guillermo Becket, cirujano inglés,
y Antonio Rivero Sánchez. Becket escribió tres disertaciones para probar
que el mal venéreo era ya conocido en Inglaterra desde el siglo XIV. Rive-
ro escribió una disertación, impresa en París en 1765 con este título: Dis-
sertation sur Porigine de la Maladie Venerienne, dans la quelle on prouve
466 FRANCISCO J. CLAVIJERO
aire más templado en Europa (ya echa mano del aire que antes
había excluido), non adest eadem in virorum semine acrimonia,
472 FRANCISCO J. CLAVIJERO
o, cuando más tarde, a principios ele 1493, esto es, algunos meses
antes que Colón volviese ele su primer viaje. Juan León, que fue
mahometano, natural de Granada, y conocido vulgarmente con
el nombre de León Africano, en su descripción de África, escri-
ta en Roma bajo el pontificado de León X, después de su con-
versión al cristianismo, dice que los judíos, arrojados de Es-
paña en tiempo de Fernando el Católico, llevaron a Berbería el
mal venéreo y contaminaron a los africanos, de cuyas resultas
lo llamaron mal español. El edicto de los reyes católicos sobre
la expulsión de ios hebreos fue publicado en 1492, como dice Ma-
riana, concediéndoles cuatro meses para que pudiesen vender
sus bienes si no querían llevarlos consigo. El siguiente mes, Fray
Tomás Torquemada, inquisidor general, promulgó otro edicto
prohibiendo a los cristianos, bajo gravísimas penas, tratar con
los judíos y suministrarles víveres, pasado el término señalado
por el rey; así que, todos ellos, excepto los que se fingieron cris-
tianos, salieron de la península antes que Colón saliese a des-
cubrir la América. Este cálculo no deja la menor duda acerca
de la existencia del mal antes del descubrimiento. Además de
esto, entre las poesías de Pacífico Máximo, poeta de Ascoli, pu-
blicadas en Florencia en 1479, hallamos algunos versos en que
describe la gonorrea virulenta y las úlceras venéreas que pade-
cía y que sus excesos le habían ocasionado.
II.— 16
482 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(2) Sydenham afirma, en una de sus cartas, que el mal venéreo es tan
extraño a la América como a la Europa, y que fue traído por los negros
esclavos de Guinea; pero no es cierto que éstos lo introdujesen en América.
pues antes que llegasen a Santo Domingo estaba ya inficionada la isla.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 485
(12) parescen.
(13) con cada.
(14) ítem más.
(15) ]\Iás en unas barbas.
(16) e jDarescen.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 491
oro, con sus guariques de palo y chapas de oro, y más dos pá-
jaros de plumaje verde, con sus pies, pico y ojos de oro (1).
Más: diez y seis rodelas de pedrería con sus plumajes de
colores, que cuelgan de la redonda de ellas (2), y una tabla an-
cha esquinada de pedrería con sus plumajes de colores, y en
medio de la dicha tabla, hecha de la dicha pedrería, una cruz de
rueda (3), la cual está aforrada de cuero, que tiene los colores
como martas.
Otrosí un cetro de pedrería colorada hecha a manera (4)
de culebra, con su cabeza y los dientes y ojos que parescen de
nácar y el puño guarnecido con cuero (5) de animal pintado, y
debajo del dicho puño cuelgan seis plumajes pequeños.
ítem más: un moscador (6) de plumajes, puesto en una
caña guarnecida en un cuero de animal pintado, hecho a mane-
ra de veleta, y encima tiene una copa de plumajes, y en fin (7)
de todo tiene muchas plumas verdes largas.
ítem: dos aves hechas (8) de hilo y de plumajes y tienen
los cañones de las alas y colas y las uñas de los pies, y los ojos
y los cabos de los picos de oro (9), puestas en sendas cañas cu-
biertas de oro y abajo unas pellas de plumajes, una blanca y
otra amarilla (10), con cierta argentería de oro entre las plu-
mas, y de cada una de ellas cuelgan siete ramales de pluma.
ítem: cuatro pies hechos (11) a manera de lizas puestas en
sendas cimas (12) cubiertas de oro, y tienen (13) las colas y las
agallas y los ojos y bocas de oro; abajo (14), en las colas, unos
plumajes de plumas verdes, y tienen hacia las bocas las dichas
(2) cuelga.
(3) y abajo del asidero cuelga.
(4) vergueta.
(5) en un cuero puesta.
(6) ítem: cuatro moscadores.
(7) que los tres dellos.
(8) y tienen a tres.
(9) y el uno tiene a trece.
(10) pedreñal.
(11) guarnecidas de plumajes.
(12) guarnecido el envés.
(13) plumaje.
(14) de manera.
(15) que los señores destas partes que hasta aquí eran, se ponían.
(16) y en el pecho trece piezas.
(17) que los señores en esta tierra se solían poner en las cabezas, he-
cha a manera de cimera de justador.
494 FRANCISCO J. CLAVIJERO
(1) orejeras.
(2) le cuelgan.
(3) y las otras dos tigres.
(4) y dellos.
(5) mantas de algodón.
(6) que parescen de gato cerval.
(7) de otro animal que paresce de león, y otros dos cueros de venado.
Más: cuatro cueros de venados pequeños adobados, y más media
(8)
docena de guadameciles de los que acá hacen los indios.
(9) de amoscadas.
(10) Falta esta partida en el manuscrito de Viena.
(11) La cual pesó por romana cuarenta e ocho marcos de plata.
(12) Más: unos brazaletes e unas hojas batidas, un marco y cinco on-
zas y cuatro adarmes.
(13) las cuales pesaron seis marcos y dos onzas de plata.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 495
con unas ruedas, y otras dos piezas azules de pincel y dos cami-
sas de mujer.
Once almaizares (15).
ítem: seis rodelas, que tienen cada una chapa de oro que
toma la rodela, y media mitra de oro (16).
Las cuales cosas, cada una de ellas, según que por estos ca-
pítulos van declaradas y asentadas, nos Alonso Fernández Puer-
tocarrero y Francisco de Monte jo, procuradores susodichos, es
verdad que las recibimos y nos fueron entregadas para llevar
a sus altezas, de vos Fernando Cortés, Justicia mayor por sus
altezas en estas partes, y de vos Alonso de Avila y de Alonso de
Grado, tesorero y veedor de sus altezas en ellas. Y porque es
—
verdad lo firmamos de nuestros nombres. Fecho a seis días de
julio de 1519 años. —
Puerto Carrero. Francisco de Montejo.
Don Juan Bautista Muñoz añade: "Consta del mismo libro (Manual
del Tesorero) que en cumplimiento de la dicha cédula fueron vestidos ri-
camente los cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias traídas por
Montejo y Puertocarrero, y enviados a S. M, a Tordecillas, donde estaba
S. M. Salieron de Sevilla en 7 de febrero de 1520, y en ida y estada y vuel-
ta, que fue en 22 de marzo, se gastaron cuarenta y cinco días. Uno de los
indios no fue a la corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla.
Venidos de la corte, murió uno. Permanecieron los cinco en Sevilla, muy
bien asistidos, hasta el 27 de marzo de 1521, día en que "partieron en la
nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez, en Cuba, para
que dellos hiciese lo que fuese servicio de S. M."
—
Nota. Siendo en la actualidad olvidadas muchas de las vo-
ces de que se hace uso en la memoria precedente, es necesario
dar alguna idea de las cosas a que ahora corresponden, para su
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 497
—
El rey. Hernando Cortés, nuestro gobernador e capitán
general de la Nueva España llamada Aculvacan e Uloa. Luego
como a la Divina Clemencia plugo de me traer a estos reinos,
que desembarqué con toda mi armada real en la villa e puerto
de Santander, a diez y seis días del mes de julio de este presen-
te año, mandé que se entendiese con mucha diligencia en el des-
pacho de las cosas del Estado de esas partes como en cosa tan
principal; especialmente quise por mi real persona ver y enten-
der vuestras relaciones e las cosas de esa Nueva España, e de lo
que en mi ausencia de estos reinos en ella ha pasado, porque
lo tengo por cosa grande y señalada, y en que espero nuestro Se-
ñor será muy servido, y su santa fe católica ensalzada y acre-
centada, que es nuestro principal deseo, y de que estos reinos
recibirían mucho provecho e noblecimiento, en que por la dicha
mi ausencia no se ha podido entender. E para que mejor se pu-
diese hacer y proveer mandé oír a Martín Cortés vuestro padre,
y Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco Monte jo vues-
tros procuradores y de los pueblos de esa tierra, y los procura-
dores del adelantado Diego Velázquez, asimismo el veedor Cris-
tóbal de Tapia que después llegó, que había sido proveído de la
gobernación de esa tierra por nuestros gobernadores en nues-
tro nombre, y por todo ello parece cuan dañosa ha sido para la
población de esa tierra e conversión de los naturales de ella, y
estorbo para que nos no fuésemos servidos y estos reinos e na-
turales de ellos aprovechados, las diferencias que entre vos y
500 FRANCISCO J. CLAVIJERO
mera grandeza con cien mil ducados ele renta y oficios de los
más honoríficos de palacio. No sólo dice esto el vulgo a voces:
así lo siente también generalmente la nobleza, tocia España y
tedas las naciones, considerando tantas circunstancias dignas
ele que Y. M. haga mayores mercedes a tan gran casa, pues las
1 i
Debe emencerse por muchos.
:
—
Nota. Este documento ha sido sacado de un manuscrito
perteneciente al colegio de la compañía de Jesús de Morelia,
que se titula: Historia del Emperador Moteuczoma, escrita por
el P. Luis de Moteuczoma.
índice de materias
—
Llegada de los españoles a las costas de Anáhuac. Inquietudes,
—
embajadas y regalos del rey Moteuczoma. Confederación de los
españoles con los totonacas; su guerra y alianza con los tlaxcal-
tecas; su severidad con los cholultecas y su solemne entrada en
— —
México. Noticia de la célebre india doña Marina. Fundación
de Veracruz, primera colonia de los españoles 5
Libro nono.
—
Conferencias de Moteuczoma con Cortés. Prisión de Moteuczoma,
del rey de Acolhuacan y de otros señores. —
Suplicio atroz de
—
Cuauhpopoca. Tentativas del gobernador de Cuba contra Her-
—
nán Cortés, y derrota de Pánñlo Narváez. Muerte de muchos no-
bles y sublevación del pueblo de México contra los españoles.
—
Muerte del rey Moteuczoma. Combates, peligros y derrota de los
—
españoles. Batalla de Otompan y retirada de los españoles a Tlax-
—
cala. —
Elección del rey Cuitlahuatzin. Victoria de los españoles
en Tepeyacac, en Xalatzinco, en Tecamachalco y en Cuauhquecho-
—
llan. —
Estragos hechos por las viruelas. Muerte del rey Cuitla-
huatzin y de los príncipes Maxixcatzin y Cuicuitzcatzin. —
Elec-
ción en México del rey Cuauhtemotzin 73
Libro décimo.
Marcha de los españoles a Tezcoco; sus negociaciones con los me-
xicanos; sus correrías y batallas en las cercanías de los lagos; sus
expediciones contra Yecapichtla, Cuauhnahuac y otras ciudades.
— —
Construcción de los bergantines. Conjuración de algunos es-
—
pañoles contra Cortés. Reseña, división y puestos del ejército
—
español. Asedio de México, prisión del rey Cuauhtemotzin y rui-
na del imperio mexicano 143
Descendencia del rey Moteuczoma 205
Descendencia de Hernán Cortés 20G
II.- 17
índice de disertaciones
Pág-s
Al lector 211
Disertación I
Disertación II
Disertación III
Disertación IV
Disertación V
Constitución física y moral de los mexicanos 339
Disertación VI
Disertación VII
Disertación VIII
Disertación IX Págs.
PAGS.
Cempoala. Entrada allí de los españo- Constitución física y moral de los me-
les 24 xicanos 339
Centla. Batalla y victoria de los es- Construcción de piraguas por los me-
pañoles 12 xicanos 187
Cihuacatzin. Muerte de este general. . 124 Continente antiguo. Cuadrúpedos sin
Cihuacatzin. Su estandarte es regala- cola de él 309
do por Cortés a Maxixcatzin. . . . 127 Continente antiguo. De algunos paí-
Cihuacoatl. Su heroica respuesta a Cor- ses de éste pudo comunicarse a Eu-
tés 200 ropa el mal venéreo 467
Cinco ministros. Su prisión 26 Corneta del dios Painalton 184
Citlalpopoca. Su bautizo 131 Coronación de Cuauhtemotzin. . . . 140
Ciudad de México. Su descripción. . 77 Coronación de Ixtlilxochitl 149
Ciudades de los lagos. Confederación de Correspondencia de los años mexica-
algunas de ellas con los españoles. 180 —
nos con los nuestros. Época de la
Coanacotzin. Fuga de este rey. . . . 148 fundación de México 251
Coanacotzin. Reconciliación de este Corte de Tezcoco. Revoluciones que en
príncipe con su hermano Ixtiilxo- ella surgieron a la llegada de los
chitl 66 españoles 148
Coanacotzin. Su exaltación 141 Cortés apadrina el bautismo de Ma-
Coanacotzin. Su muerte 204 xixcatzin, Xicotencatl, Tlehuexolot-
Coanacotzin. Su prisión 201 zin y Citlalpopoca 131
Coaixtlahuacan. Homenaje que rindió Cortés. Armada del gobernador de Cu-
a Cortés 138 ba contra él 101
Coatlichan. El señor de esa ciudad Cortés. Aumenta sus tropas auxiliares . 177
ofrece su alianza a Cortés. . . . . 148 Cortés. Carta que le dirigió Carlos V. 499
Colhuacan. Su alianza con Cortés. . . 180 Cortés. Conjuración contra él 167
Combate en Tlaxcala 39 Cortés da a don Juan Maxixcatzin el
Combates de los bergantines y estra- Estado vacante de Ocotelolco. . . . 140
tagemas de los mexicanos 187 Cortés da el mando de su primera di-
Combates entre mexicanos y españoles visión a Julián Alderete 184
en la capital 109 Cortés deja a Sandoval el mando de
Combates entre tlacopaneses y tlax- Tezcoco 161
caltecas 157 Cortés. Desahogos de su celo por la re-
Combate terrible en elTemplo Mayor. 113 ligión 80
Condes de Moteuczoma. Documentos Cortés disuade a sus soldados del in-
relativos a ellos 503 tento de volver a Veracruz. . . . 132
Confederación de algunas ciudades del Cortés. Embajadas que le envió Moteuc-
lago con los españoles 180 zoma 19, 29, 44 y 59
Confederación de los totonacas con Cortés entabla negociaciones infructuo-
los españoles 28 sas con los mexicanos 160
Confederación de Otompan y otras ciu- Cortés envía una embajada a Cuauh-
dades con los españoles 152 temotzin 160
Cortés es auxiliado con tropas por
Confederación y paz con los tlaxcal-
tecas 46 don Carlos IxtOxochitl 197
Cortés. Estragos que hizo en México
Conferencia de Moteuczoma con Cor-
para obligar a ceder a los sitiados. 193
tés. La primera que tuvieron. . . 73
Cortés. Famosa acción de este capitán. 33
Confines de los reinos de Anáhuac. . 431
Cortés fija su cuartel general en Xo-
Conjuración contra Cortés 167
loc 174
Conquista. Época de los sucesos de
Cortés. Grave peligro que corrió. . . 165
ella 258
Cortés hace ahorcar a Villafaña. . . 168
Conquista de Cuauhnahuac 163
Cortés. Herida que recibió 186
Conquista de Xochimilco 164 Cortés incendia el templo de Tlate-
Conquistadores. Botín que tomaron en lolco 196
México 202 Cortés incendia los templos de Itzo-
Conquistadores de México. Carácter de can 137
los principales 8 Cortés. Le ofrecen su alianza los se-
Consecuencias de la embajada del se- ñores de Huexotla, Coatlichan y
ñor de Cempoala 23 Ateneo 148
520 FRANCISCO J. CLAVIJERO
Épocas de los sucesos de la Conquista. 258 Españoles. Su viaje al país de los tlax-
Esclavos. Dos mil tecamachalqueses son caltecas 34
reducidos a esa categoría 138 Españoles. Su viaje a Tlalmanalco. . 61
Escritura mexicana. Su falta de letras. 386 Españoles. Su victoria en Tabasco. . 12
España. Sumisión de los cholultecas Españoles. Tentativa del rey de Acol-
y tepeyaqueses a la corona de. . . 58 huacan contra ellos 91
España. Sumisión de Moteuczoma y Españoles. Terrible derrota que sufrie-
de la nobleza mexicana al rey de. 96 ron en su retirada. (Noche Triste) . 120
Españolas. Valor de algunas mujeres. 193 Españoles y mexicanos. Combates en-
Españoles. Abatimiento de algunos. . 132 tre ellos en la capital 109
Españoles. Alianza de Amaquemecan Especies de cuadrúpedos americanos
con ellos 64 confundidas por el conde de Buffon. 334
Españoles. Alianza de Ixtlilxochitl con Especies de cuadrúpedos americanos
ellos 47 conocidas y admitidas por el conde
Españoles. Confederación de algunas de Buffon 329
ciudades del lago con ellos. . . . 180 Especies de cuadrúpedos americanos
Españoles. Confederación de los toto- ignoradas o negadas sin fundamen-
nacas con ellos 28 to por el conde de Buffon 335
Españoles. Confederación de Otompan Estado deplorable de los mexicanos. . 196
y otras ciudades con ellos 152 Estandarte de Cihuacatzin, regalado por
Españoles. Emboscada contra ellos en Cortés a Maxixcatzin. ...... 127
el lago 187 Estragos de las viruelas. Sucesos en
Españoles. Mueren los ochenta envia- México 139
dos contra Tochtepec 139 Estragos de México y valor de algu-
Españoles. Peligro que corrieron en el nas mujeres 193
anegamiento de Itztapalapan . . . . 152 Estragos horrendos que en los mexica-
Españoles. Sublevación del pueblo de nos hicieron las tropas enemigas. . 198
México contra ellos 105 Estratagemas de los mexicanos y com-
Españoles. Su confederación y paz con bates de los bergantines 187
los tlaxcaltecas 46 Europa. Pudo comunicarse a ella el
Españoles. Su derrota en Tlatelolco. 184 mal venéreo de otros países del con-
Españoles. Su entrada en Acatzinco. 134 tinente antiguo 467
Españoles. Su entrada en Azcapozalco 156 Europa. Pudo en ella padecerse el
Españoles. Su entrada en Cempoala. 24 mal venéreo sin contagio 469
Españoles. Su entrada en Cuautitlan. 156 Exaltación del príncipe Coanacotzin y
Españoles. Su entrada en Cuitlahuac. 180 muerte de Cuicuitzcatzin 141
Españoles. Su entrada en Cholula. . 53 Exaltación del príncipe Cuicuitzcatzin. 94
Españoles. Su entrada en Itztapala- Expedición de los mexicanos contra
pan ... 68 Chalco 160
Españoles. Su entrada en México. . 69 Expedición de Sandoval contra Huax-
Españoles. Su entrada en Tenayocan. 156 tepec y Yacapichtla 158
Españoles. Su entrada en Tezcoco. . . 66 Expedición peligrosa contra Itztapala-
Españoles. Su entrada en Tlaxcala. . 49 pan. 151
Españoles. Su llegada a Ayotzinco. . 64 Expediciones contra las ciudades de
Españoles. Su llegada a Chalchiuhcue- Xaltocan y Tlacopan 156
can 15 Expediciones contra los malinalqueses
Españoles. Su llegada a Tezcoco y re- y los matlazincas 189
voluciones en aquella corte 148
Españoles. Su marcha después de la
F
derrota 123
Españoles. Su marcha en torno de los Falta de letras en la escritura mexi-
lagos. cana. 386
166
Fin del asedio de México 200
Españoles. Su marcha hacia Tezcoco. 143
Florín Juan. Cae en su poder la nave
Españoles. Su reconocimiento hacia
que llevaba a Carlos V el botín de
Tlaxcala 127
guerra 203
Españoles. Su retirada a Tlaxcala. . 126 Fuga del rey Coanacotzin 148
Españoles. Sus primeros viajes a las Fundación de México. Época en que
costas do Anáhuac 5 acaeció 251
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 523
PAGS.
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II— 18
Esta obra se comenzó a imprimir en los talleres gráneos
Departamento dependencia de
la Oñcina Impresora de la
Secretaría de Hacienda.
México, D. F.
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MAR 17 1993
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-PR 16 1993
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