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HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO
Historia Antigua de México
SACADA DE LOS MEJORES HISTORIADORES ESPAÑOLES Y DE LOS
MANUSCRITOS Y DE LAS PINTURAS ANTIGUAS DE LOS INDIOS.
DIVIDIDA EN DIEZ LIBROS: ADORNADA CON MAPAS Y ESTAMPAS E
ILUSTRADA CON DISERTACIONES SOBRE LA TIERRA, LOS
ANIMALES Y LOS HABITANTES DE MÉXICO

ESCRITA POR KL

ABATE FRANCISCO JAVIER CLAVIJERO


TRADUCIDA DEL ITALIANO POR

J. JOAQUÍN DE MORA
Y PRECEDIDA DE NOTICIAS BIO-BIBLIOGRAFICAS DEL AUTOR. POR

LUIS GONZÁLEZ OBREGON

TOMO II

MÉXICO
DEPARTAMENTO EDITORIAL DE LA DIRECCIÓN GENERAL
DE LAS BELLAS ARTES
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Y. X

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO


LIBRO OCTAVO
— -

LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A LAS COSTAS DE ANAHüAC. INQUIE-


TUDES, EMBAJADAS Y REGALOS DEL REY MOTEUCZOMA. CON-
FEDERACIÓN DE LOS ESPAÑOLES CON LOS TOTONACAS; SU GUE-
RRA Y ALIANZA CON LOS TLAXCALTECAS; SU SEVERIDAD CON
LOS CHOLULTECAS, Y SU SOLEMNE ENTRADA EN MÉXICO. NO-
TICIA DE LA CÉLEBRE INDIA DONA MARINA. FUNDACIÓN DE
VERACRUZ, PRIMERA COLONIA DE LOS ESPAÑOLES.

PRIMEROS VIAJES DE LOS ESPAÑOLES A LAS


COSTAS DE ANAHUAC

LOS españoles, que en año de 1492 habían descubierto el


el
Nuevo Mundo, guiados por el famoso genovés Cristóbal
Colón, y sometido en pocos años a la corona de Castilla las prin-
cipales islas Antillas, salían de ellas con frecuencia para des-
cubrir nuevos países y para cambiar las bujerías de Europa
por el oro americano. Entre otros zarpó el año de 1517 del puerto
de Ajaruco (hoy Habana), Francisco Hernández de Córdoba,
con ciento diez soldados, y dirigiéndose hacia poniente, por con-
sejo de Antonio de Alaminos, uno de los más expertos y famosos
pilotos de aquel tiempo, y doblando después hacia el sur, descu-
brió a principios de marzo el cabo oriental de la península de
Yucatán, que llamó Cabo Catoche. Costearon los españoles una
parte de aquel país, admirando los bellos edificios y altas torres
que descubrían desde el mar, (1) y los trajes de diversos colo-

(1) Robertson dice que los españoles "pusieron pie en tierra, e inter-
nándose en el país de Yucatán, observaron con admiración grandes casas

990700
6 FRANCISCO J. CLAVIJERO

res que usaban los indios; objetos que hasta entonces no habían
visto en el Nuevo Mundo. No menos se maravillaban los yuca-
tecos de la forma, del tamaño y del aparato de sus buques. En
dos puntos en que desembarcaron los españoles, tuvieron dos
encuentros con los indios; y en ellos, y en otras desgracias que
les sobrevinieron, perdieron la mitad de sus soldados, y el mismo
capitán recibió doce heridas, que en pocos días le ocasionaron la
muerte. Regresaron apresuradamente a Cuba, y encendieron
con su relación y con algún oro que trajeron por muestra, roba-
do en un templo de Yucatán, la codicia de Diego Velázquez,
uno de los conquistadores, y a la sazón gobernador de aquella
isla; de modo que al año siguiente, envió a su pariente Juan de
Gri jaiva con cuatro buques y doscientos cuarenta soldados. Este
comandante, después de haber reconocido la isla de Cozumel,
distante pocas millas de la costa oriental de Yucatán, costeó todo
el país que media hasta el río Panuco, cambiando cuentas de vi-

drio y otras bagatelas, con el oro que tanto ansiaba y con los
víveres de que tenían gran necesidad.
Cuando llegaron a que llamaron San Juan de
la islilla

Ulúa, (1), distante poco más de una milla de la costa de Chai-

de piedra." Así habla delv viaje de Hernández; pero pocas páginas antes,
hablando del de Grijalva, dice así: "Había muchos pueblos esparcidos por
la costa, en la que vieron los españoles casas de piedra, que a cierta dis-
tancia parecían blancas y soberbias. En el calor de la imaginación se figu-
raron que eran ciudades adornadas con torres y cúpulas." Entre todos los
historiadores de México que he leído, no he hallado uno que diga que los es-
pañoles se imaginaron ver cúpulas en Yucatán. Esto ha salido de la cabeza
de Robertson y no de la de los españoles. Estos creyeron ver torres y casas
grandes, como en efecto las vieron, porque los templos de Yucatán, como
los de Anáhuac, estaban fabricados a guisa de torres y algunos eran muy
altos. Bernal Díaz, escritor sincerísimo y testigo ocular de cuanto ocurrió
a los españoles en los primeros viajes a Yucatán, cuando habla del desem-
barco que hicieron en la costa de Campeche, dice así: "Nos condujeron los
indios a ciertas casas muy grandes y bien edificadas de piedra y cal." Así
que, no sólo vieron de lejos los edificios, sino tan de cerca, como que en-
traron en ellos. Siendo tan común en aquellos pueblos el uso de la cal, no
es extraño que se sirviesen de ella para blanquear las casas. Véase lo que
digo acerca de esto en el libro VII de mi Historia. Lo que yo no puedo
entender es que una casa que no está blanqueada, pueda aparecer blanca
desde lejos.

(1) Dieron a la nombre de San Juan, porqué la descubrieron


isla el
el día de aquel santo y porqué éste era el nombre de su comandante: el de
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 7

chiuhcuecan, los gobernadores mexicanos, atónitos al ver buques


tan grandes y hombres de tan extraña figura y traje, consulta-
ron entre sí lo que debían hacer, y decidieron ir en persona a
la corte, para dar cuenta al rey de una novedad tan extraordi-
naria; y a fin de darle ideas más exactas, hicieron representar
por sus pintores, los buques, la artillería, las armas, la ropa y el
aspecto de aquella nueva gente, y sin tardanza partieron a -la
capital y expusieron verbalmente al rey lo ocurrido, presentán-
dole las pinturas y algunas cuentas de vidrio que los españoles
les habían dado. Turbóse Moteuczoma al oir aquellas nuevas,

y para no precipitar su resolución en negocio tan grave, consul-


tó con Cacamatzin, rey de Acolhuacan, su sobrino; con Cuitla-
huatzin, señor de Itztapalapan, su hermano, y con otros doce
personajes, sus consejeros ordinarios. Después de una larga con-
ferencia, fue opinión de todos, que el que se había presentado
en aquellas playas con tanto aparato, no podía ser otro que el
dios del aire, Quetzalcoatl, a quien ya desde muchos años espe-
raban; pues era antigua tradición de aquellas naciones, como
ya en otra parte he dicho, que el dios del aire, después de haberse
granjeado la veneración de los pueblos de Tollan, Cholula y Ono-
hualco, con su inocente vida y singular beneficencia, había desa-
parecido de entre ellos, prometiéndoles antes, volver al cabo de
algún tiempo, para regirlos en paz, y hacerlos felices. Los reyes
se creían vicarios de aquel numen y depositarios de la corona,
que deberían cederle cuando se presentase. Aquella tradición
inmemorial; algunas circunstancias que observaron en los espa-
ñoles, conformes con las que su mitología atribuía a Quetzalcoatl
las extraordinarias dimensiones de los buques, comparadas con las
de sus barcas y canoas; el estrépito y violencia de la artille-
ría, tan semejantes a los de las nubes, los indujeron a creer
que no podía ser otro que el dios del aire el que se aparecía en
las costas con el terrible aparato de relámpagos, rayos y truenos.
Lleno de esta creencia, mandó Moteuczoma a cinco personajes

Ulúa, porque habiendo encontrado en ella dos víctimas humanas recién


sacrificadas y preguntado por señas la causa de aquella inhumanidad, res-
pondieron los indios Acolhua, Acolhua, dando a entender que lo hacían por
orden de los mexicanos, que como tpdos los pueblos del valle, eran llamados
acolhuas por los indios remotos de la Capital. En esta islilla hay actual-
mente una buena fortaleza que defiende la entrada del puerto de Ve-
racruz.
8 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de su corte que pasasen inmediatamente a Chalchiuhcuecan, a


felicitar a la supuesta divinidad por su feliz llegada, en su nom-
bre y en el de todo el reino y llevarle al mismo tiempo, como
homenaje, un rico presente; mas antes de enviarlos, dio orden
a los gobernadores de las costas que pusiesen centinelas en los
montes de Nauhtlan, Quauhtla, Mictlan y Tochtlan, para que
observaran los movimientos de la escuadra y diesen pronto
aviso a la corte de lo que ocurriese. Los embajadores mexicanos
no pudieron, a pesar de su diligencia, alcanzar a los españoles,
los cuales, habiendo hecho sus negocios en aquellas playas, si-
guieron costeando hasta el río Panuco, de donde volvieron a Cu-
ba, con diez mil pesos en oro, adquiridos en parte, con la venta
de las bujerías y en parte, con un gran regalo que había hecho
al comandante un señor de Onohualco.

CARÁCTER DE LOS PRINCIPALES CONQUISTADORES DE MÉXICO

Mucho pesó gobernador de Cuba que Gri jaiva no hubiese


al
establecido una colonia en aquel nuevo país, que todos pintaban
como el más rico y dichoso del mundo; por lo que, a toda prisa
mandó alistar otro armamento más considerable, cuyo mando
pidieron a porfía muchos colonos de los principales de aquella
isla; mas gobernador, por consejo de dos de sus confidentes,
el
lo encargó a Hernán o Fernando Cortés, hombre de noble extrac-
ción y bastante rico para poder soportar con su capital y con
el auxilio de sus amigos, una buena parte de los gastos de la
empresa.
Nació Cortés en Medellín, pequeña ciudad de Extremadura,
el año de 1485. Por parte de padre era Cortés y Monroy y por el
lado materno, Pizarro y Altamirano, habiéndose reunido en él
la sangre de los cuatro linajes más ilustres y antiguos de aquella
ciudad. Enviáronlo sus padres a la edad de catorce años a Sala-
manca, para que aprendiendo en aquella famosa universidad
la latinidad y la jurisprudencia, pudiera ser útil a su casa, que
se hallaba muy decaída de su antigua riqueza; pero apenas
estuvo allí algunos días, cuando su genio emprendedor y belico-
so lo apartó del estudio, y lo llevó al Nuevo Mundo, en pos de
muchos ilustres jóvenes de su nación. Acompañó a Diego Veláz-
quez en la conquista de la isla de Cuba, donde adquirió bienes
y se granjeó mucha autoridad. Era hombre de gran talento y
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 9

destreza, valeroso, hábil en el ejercicio de las armas, fecundo


en medios y recursos para llegar al fin que se proponía, suma-
mente ingenioso en hacerse respetar y obedecer aun de sus
iguales, magnánimo en sus designios y en sus acciones, cauto
en obrar, modesto en la conversación, constante en las empresas
y paciente en la mala fortuna. Su celo por la religión no fue
inferior a su constante e inviolable fidelidad a su soberano; pero
el esplendor de éstas y otras buenas calidades, que lo elevaron
a la clase de los héroes, fue eclipsado por otras acciones indignas
de la grandeza de su ánimo. Su desordenado amor a las muje-
res, ocasionó algún desarreglo en sus costumbres, y ya en tiempos
anteriores le había acarreado graves disgustos y peligros. Su
demasiada obstinación y ahinco en las empresas, y el temor
de menoscabar sus bienes le hicieron a veces faltar a la justicia,
a la gratitud y a la humanidad; pero ¿dónde se vio jamás un
caudillo conquistador formado en la escuela del mundo, en quién
no se equilibrasen las virtudes con los vicios ? Cortés era de buena
estatura, de cuerpo bien proporcionado, robusto y ágil. Tenía
el pecho algo elevado, la barba negra, los ojos vivos y amorosos.

Tal es el retrato que del famoso Conquistador de México nos


han dejado los escritores que lo conocieron.
Cuando se vio honrado con cargo de general de la armada,
el
se aplicó con la mayor diligencia a preparar su viaje, y empezó
a tratarse como gran señor, tanto en su porte como en su servicio,
convencido de que estas exterioridades son eficaces para des-
lumhrar al vulgo y dar autoridad al que las emplea. Tremoló
inmediatamente el estandarte real a la puerta de su casa y
mandó publicar un bando en toda la isla para alistar soldados.
Concurrieron a porfía a ponerse bajo su mando los hombres
principales de aquel país, tanto por su nacimiento, como por sus
empleos, de cuyo número fueron: Alfonso Hernández de Porto-
carrero, primo del conde de Medellín; Juan Velásquez de León,
pariente inmediato del gobernador Diego de Ordaz, Francisco de
;

Monte jo, Francisco de Lugo y otros cuyos nombres se verán


en el curso de esta Historia. Mas entre todos merecen particular
mención Pedro de Alvarado, de Badajoz; Cristóbal de Olid, de
Baeza, en Andalucía, y Gonzalo.de Sandoval, de Medellín, por
haber sido los primeros comandantes de las tropas empleadas
en aquella conquista y los que más papel hicieron en ella: los
tres eran guerreros distinguidos, animosos, duros en los trabajos
10 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de la arte militar; pero de harto diferente


guerra, peritos en el

carácter. Alvarado era un joven bien formado y agilísimo, rubio,


gracioso, popular, dado al lujo y a los pasatiempos,
festivo,
sediento del oro que necesitaba para mantener su ostentación,
y según afirman los primeros historiadores, poco escrupuloso
en el modo de inhumano además, y violento en su con-
adquirirlo ;

ducta. Olid era membrudo, torvo y de dobles intenciones. Uno


y otro hicieron grandes servicios a Cortés en su conquista; mas
después fueron ingratos, y tuvieron un trágico fin. Alvarado
murió en la Nueva Galicia, bajo el peso de un caballo que se
precipitó de un monte. Olid fue decapitado por sus enemigos
en la plaza de Naco, en la provincia de Honduras. Sandoval, joven
de buena cuna, apenas tenía veintidós años cuando se enganchó
en la expedición de su compatriota Cortés. Era de proporcionada
estatura, de complexión robusta, de cabello castaño y rizado,
de voz fuerte y gruesa, de pocas palabras y de grandes acciones.
A él fue a quien Cortés encargó las operaciones más arduas y
peligrosas, y de todas salió con honor. En la guerra contra los
mexicanos, mandó una parte del ejército español, y en el asedio
de la Capital tuvo bajo sus órdenes más de treinta mil hombres,
mereciendo siempre, con su buena conducta, la amistad de su ge-
neral, el respeto de los soldados y el afecto de sus mismos enemi-
gos. Fundó la colonia de Medellín en la costa de Chalchiuhcue-
can y la del Espíritu Santo en las orillas del río Coatzacualco.
Fue comandante del presidio de Veracruz, y por algún tiempo
gobernador de México y en todos sus empleos dio repetidos testi-
monios de su equidad. Fue constante y asiduo en el trabajo, obe-
diente y fiel a su general, benigno para con los soldados, humano
para con sus enemigos, (1) y enteramente libre del común con-

Robertson echa la culpa a Sandoval del espantoso ejemplo de se-


(1)
veridad hecho en los panuqueses, cuando los españoles quemaron sesenta
señores y cuatrocientos nobles, a vista de sus hijos y parientes, y en favor
de esta opinión cita el testimonio de Cortés y de Gomara; pero Cortés no
afirma que Sandoval ejecutase aquel castigo y ni aun lo nombra. Bernal
Díaz, cuya autoridad en este punto vale más que la de Gomara, dice que
habiendo Sandoval vencido a los panuqueses y hecho prisioneros a veinte
señores, con algunas otras personas notables, escribió a Cortés pregun-
tándole lo que había de hacer con ellos: que Cortés para justificar su
castigo, cometió el proceso a Diego de Ocampo, juez de aquella pro-
vincia, el cual, oída la confesión de los reos, los condenó al suplicio del
fuego, que en efecto fue ejecutado. Bernal Díaz no cita el número de los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 11

tagio de la avaricia. Para decirlo en pocas palabras, no hallo


en toda la serie de los conquistadores un hombre más perfecto ni
más digno de elogio; pues ninguno hubo entre ellos que supiese
mejor que él reunir el ardor juvenil con la prudencia, el va-
lor y la intrepidez, con la humanidad, el comedimiento con el mé-
rito y la modestia con la fortuna. Murió en la flor de la edad,
en un pueblo de Andalucía, cuando se dirigía a la corte en com-
pañía de Cortés; hombre ciertamente digno de mejor suerte
y de vida más larga.

ARMADA Y VIAJE BE CORTES

Ya estaban hechos casi todos los preparativos del viaje,


cuando el gobernador de Cuba, cediendo a las sugestiones y ma-
nejos de los enemigos de Cortés, revocó la comisión que le había
dado y mandó prenderlo; pero los que fueron encargados de
esta orden no se atrevieron a ponerla en ejecución, viendo tan-
tos hombres respetables y animosos empeñados en sostener el
partido del nuevo general: así que, Cortés, que no sólo había
gastado en los preparativos todo su capital, sino que había con-
traído grandes deudas, retuvo el mando a despecho de sus enemi-
gos, y teniendo ya ordenada su expedición, zarpó del puerto de
Ajaruco a 10 de febrero del año de 1519. Componíase su armada
de once bajeles; de quinientos ocho soldados, distribuidos en
once compañías; de ciento nueve marineros; de diez y seis caba-
llos; de diez cañones y de cuatro falconetes. Navegaron bajo la
dirección del piloto Alaminos, hasta la isla de Cozumel, donde
recobraron al diácono español Gerónimo de Aguilar, que viajando
algunos años antes, del Darien a la isla de Santo Domingo, ha-
bía naufragado en las costas de Yucatán y había sido hecho

reos. Cortés diceque fueron quemados cuatrocientos, entre señores y gente


principal. Este castigo fue sin duda excesivo y cruel; pero Robertson, que
tan amargamente se lo echa en cara a los españoles, debería, para proce-
der con imparcialidad, declarar los motivos que éstos tuvieron para obrar
con tanto rigor. Los panuqueses, después de haberse sometido a la corona
de España, sacudieron el yugo, tomaron las armas y alborotaron toda la
provincia; mataron cuatrocientos españoles, de los cuales cuarenta fueron
quemados vivos en una casa y comieron los cadáveres de los demás. Estas
atrocidades no justifican a los españoles, pero hacen menos odiosa su se-
veridad. Robertson leyó en Gomara los atentados de los panuqueses y la
venganza de los españoles; pero exagera ésta y omite aquélla.
VI FRANCISCO J. CLAVIJERO

esclavo de los indios el cual, noticioso de la llegada de los espa-


;

ñoles, obtuvo de su amo la libertad, y se agregó a la expedición.


Con el largo trato de los yucatecos, había aprendido lengua
la
maya, que era la que se hablaba en aquellos países ;
por lo que
Cortés lo hizo su intérprete.

VICTORIA DE LOS ESPAÑOLES EN TABASCO

De Cozumel procedieron costeando península de Yucatán,


la
hasta el río de Chiapa, en la provincia de Tabasco, por el cual
se internaron en el país, con los botes y buques más pequeños,
hasta llegar a un palmar, donde desembarcaron con el pretexto
de buscar agua y víveres. De allí se dirigieron hacia una gran villa,
que distaba apenas dos millas de la costa, combatiendo a cada
paso con una multitud de indios, que con flechas, dardos y otras
armas, les cerraban el paso y superando las estacadas que habían
formado para su defensa. Dueños finalmente los españoles de la
villa, salían de ella con frecuencia, para hacer correrías en los
lugares vecinos, en los cuales tuvieron algunos encuentros peli-
grosos, hasta que el 25 de marzo se empeñó una batalla campal
y decisiva. Dióse ésta en las llanuras de Centla, villa poco dis-
tante de la ya mencionada. El ejército de los tabasqueños era muy
superior en número pero a pesar de su muchedumbre, fueron
;

completamente vencidos, por la mejor disciplina de los españoles,


la superioridad de sus armas y el terror que inspiraron a los
indios la grandeza y la fogosidad de sus caballos. Ochocientos
tabasqueños quedaron muertos en el campo de batalla los espa- ;

ñoles tuvieron un muerto y más de sesenta heridos. Esta victo-


ria fue el principio de la felicidad de los españoles, y en su me-
moria fundaron después allí una pequeña ciudad, con el nombre
de la Virgen de la Victoria, (1) que por mucho tiempo fue la
capital de la provincia. Procuraron justificar su hostilidad con
las reiteradas protestas que, antes de venir a las manos, hicie-
ron a los tabasqueños, de no haber venido a aquel país como
enemigos, ni con intenciones de hacer daño, sino como navegantes

(1) La ciudad de Victoria se despobló enteramente hacia la mitad


la
del siglo pasado, de resultas de las frecuentes invasiones de los ingleses.
Fundóse después a mayor distancia del mar otra pequeña ciudad, que
llamaron Villa Hermosa; pero la capital de aquella provincia y la residen-
cia del gobernador es Tlacotlalpan.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 13

que deseaban adquirir, con el cambio de sus mercancías, todo


lo que necesitaban para continuar su viaje; a cuyas protestas
respondieron los indios con una lluvia de flechas y dardos. Tomó
Cortés solemne posesión del país, en nombre de su soberano,
con una extraña ceremonia, conforme a los usos y las ideas ca-
ballerescas de aquel siglo: embrazó la rodela, desenvainó la
espada y dio con ella tres golpes en el tronco de un árbol que
estaba en la villa principal, protestando que si alguno osaba
oponerse a aquella posesión, él estaba pronto a defenderla con su
acero.
Para consolidar dominio de su rey, convocó a los señores
el
de aquella provincia y los persuadió a tributarle obediencia y
a reconocerlo como su legítimo señor; y para darles más alta
idea del poder de aquel monarca, mandó disparar un cañón y
les hizo creer que los relinchos de los caballos eran muestras
de su enojo contra los enemigos de los españoles. Todos se mostra-
ron dóciles a las proposiciones del vencedor y escucharon con
admiración y agradecimiento las primeras verdades de la religión
cristiana, que les declaró, por medio del intérprete Aguilar, el
P. Bartolomé de Olmedo, religioso docto y ejemplar de la orden
de la Merced y capellán de la armada. Presentaron después a Cor-
tés, en señal de su sumisión, algunas frioleras de oro, trajes de
tela gruesa, que era la única que se usaba en aquella provincia,
y veinte esclavas que fueron distribuidas entre los oficiales de
la expedición.

NOTICIA DE LA FAMOSA INDIA DOÑA MARINA


Entre ellas había una doncella noble, hermosa, de mucho
ingenio y de gran espíritu, natural de Painala, pueblo de la pro-
vincia mexicana de Coatzacualco. (1) Su padre había sido feuda-

(1) En una historia M. S. que se conservaba en el Colegio de San Pedro


y San Pablo de jesuítas de México, se leía que doña Marina era natural
de Huilotla, pueblo de Coatzacualco. Gomara, a quien siguieron Herrera y
Torquemada, dice que nació en Jalisco y que de allí la llevaron los merca-
deres a Xicalanco; mas esto es falso, pues Jalisco dista de Xicalanco más
de novecientas millas, y no se sabe, ni es verosímil que haya habido co-
mercio entre provincias tan distantes. Bernal Díaz, que vivió largo tiempo
en Coatzacualco y conoció a la madre y al hermano de doña Marina, con-
firma la verdad de mi noticia y dice que lo supo de su misma boca. A esto
se añade la tradición conservada hasta ahora en Coatzacualco, conforme a
lo que he dicho.
14 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tario de la corona de México y señor de muchos pueblos. Ha-


biendo quedado viuda su madre, se casó con otro noble, de quien
tuvo un hijo. El amor que los dos esposos profesaban a este fruto
de su unión, les sugirió el inicuo designio de fingir la muerte de
la primogénita, a fin de que toda la herencia pasase al hijo.
Para dar color a su mentira, habiendo muerto a la sazón la hija de
una de sus esclavas, hicieron el duelo como si la muerta fuese
su propia hija y entregaron ésta clandestinamente a unos mer-
caderes de Xicalanco, ciudad situada en los confines de Tabasco.
Los xicalancos la dieron o la vendieron a los tabasqueños, sus
vecinos, y éstos la presentaron a Cortés, estando muy lejos de
pensar que aquella joven debía contribuir tan eficazmente a la
conquista de aquellos países. Sabía, además de la lengua mexi-
cana, que era la suya, la maya que se hablaba en Yucatán y en
Tabasco, y en breve aprendió también la española. Instruida
en poco tiempo en los dogmas de la religión cristiana, fue bauti-
zada solemnemente con las otras esclavas y recibió el nombre
de Marina. (1) Fue constantemente fiel a los españoles, y no
se pueden encomiar bastantemente los servicios que les hizo;
pues no sólo sirvió de intérprete y de instrumento en sus negocia-
ciones con los tlaxcaltecas, con los mexicanos y con las otras
naciones de Anáhuac, sino que les salvó muchas veces la vida,
anunciándoles los peligros que los amenazaban, e indicándoles
los medios de eludirlos. Acompañó a Cortés en todas sus expedi-
ciones, sirviéndole siempre de intérprete, muchas veces de con-
sejero, y por su desventura, de dama. El hijo que de ella tuvo
aquel conquistador, se llamó D. Martín Cortés, caballero de la
orden de Santiago, el cual, por infundadas sospechas de rebelión,
fue puesto en el tormento en México, el año de 1568, olvidando
aquellos inicuos y bárbaros jueces los incomparables servicios
que los padres del ilustre reo habían hecho al Rey Católico y a
toda la nación española. (2)

Los mexicanos, adaptando a su idioma el nombre de doña Marina,


(1)
la llaman Malintzin, de donde viene el nombre de Malinche, con que es co-
nocida por los españoles de México.

Los que dieron tortura a D. Martín Cortés y pusieron preso al Mar-


(2)
qués del Valle, su hermano, fueron dos formidables jueces enviados a Mé-
xico por Felipe II. El principal, llamado Muñoz, hizo tales estragos, que
movido el rey por las quejas de los mexicanos, lo llamó a la corte y le dio
tan severa reprensión, que al día siguiente se le encontró muerto en una
silla.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 15

Después de la Conquista se casó doña Marina con un espa-


ñol llamado Juan de Jaramillo. En el largo y penoso viaje que
hizo en compañía de Cortés a la provincia de Honduras, en 1524,
tuvo ocasión, al pasar por su patria, de ver a su madre y hermano,
los cuales se le presentaron cubiertos de lágrimas y de conster-
nación, temerosos de que viéndose en tanta prosperidad, con el
apoyo de los españoles, quisiese vengar el agravio que le habían
hecho en su niñez; mas ella los acogió con mucha amabilidad,
mostrando de este modo que su piedad y grandeza de ánimo no
eran inferiores a las otras prendas con que el cielo la había dota-
do. No me ha parecido justo omitir estos datos acerca de una
mujer que fue la primera cristiana del Imperio Mexicano, que ha-
ce un papel tan importante en la historia de la Conquista y
cuyo nombre es tan célebre entre los mexicanos y los españoles.

LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A CHALCH5UHCUECAN


Asegurada la tranquilidad de los tabasqueños, y conociendo
Cortés que no podía sacar mucho oro de aquel país, resolvió con-
tinuar su viaje para buscar otro más rico;pero acercándose
el domingo de Ramos, quiso dar a los tabasqueños, antes de

separarse de ellos, alguna idea de la santidad de la religión cris-


tiana. Celebróse aquel día la santa misa con el mayor aparato
que se pudo, se bendijeron los ramos y se hizo una solemne pro-
cesión con la música militar, a la que asitieron atónitos y edifi-
cados aquellos gentiles, quedando desde entonces en sus corazo-
nes la semilla de la gracia, que iba a germinar y fructificar en
época más conveniente.
Terminada la función y dada la despedida a los señores de
Tabasco, se puso en camino la armada, y dirigiéndose hacia po-
niente, después de haber costeado la provincia de Coatzacualco
y atravesando la boca del río Papaloapan, entró en el puerto de
San Juan de Ulúa el jueves santo, 21 de abril. Apenas habían
echado el ancla, cuando vieron venir de la costa de Chalchiuhcue-
can hacia la capitana, dos canoas con muchos mexicanos enviados
por el gobernador, para saber qué gente era aquella, qué negocio
traían y para ofrecerle todos los auxilios que les fuesen nece-
sarios a la continuación de su viaje: lo que hizo ver la vigilancia
de aquel caudillo y la hospitalidad de aquella nación. Admitidos
a bordo de la capitana, y presentados a Cortés, con modales
;

16 FRANCISCO J. CLAVIJERO

civiles le expusieron su embajada por medio de doña Marina


y de Aguilar; pues por no saber éste todavía el mexicano, ni
aquélla el español, fue necesario en aquellos primeros tratos
emplear tres lenguas y dos intérpretes. Doña Marina exponía a
Aguilar en lengua maya lo que los mexicanos decían en la suya,
y Aguilar lo explicaba a Cortés en español. Este general acogió
cortesmente a los mexicanos y sabiendo cuánto habían gastado
el año anterior de las bujerías de Europa, les respondió que sólo
había venido a aquellas tierras para comerciar con sus habitan-
tes y para tratar con su rey de asuntos de la mayor importancia
y para más complacerlos les dio a probar el vino de España y
les regaló algunas frioleras que creyó les serían agradables. (1)

El primer día de pascua, después que los españoles hubieron


puesto pie en tierra y desembarcado sus caballos y artillería;
después que con la ayuda de los mexicanos se hubieron cons-
truido con ramas algunas barracas en aquella playa arenosa en
que está actualmente la ciudad de la nueva Veracruz, llegaron dos
gobernadores de aquella costa, llamados Teuhtlile y Cuitlalpi-
toc, (2) con un gran séquito de criados, y hechas por una y otra
parte las ceremonias convenientes de urbanidad y respeto, antes
de entablar la conversación quiso Cortés, no menos para empezar

(1) Torquemada dice que prevenido Moteuczoma de lallegada de la


nueva expedición, por los centinelas de los montes, despachó inmediata-
mente a sus embajadores para reverenciar al supuesto dios Quetzalcoatl,
los cuales, dirigiéndose con gran celeridad a Chalchiuhcuecan, pasaron in-
mediatamente a bordo de la capitana, el mismo día en que aparecieron allí
los españoles: que Cortés, viendo el error que padecían y queriendo apro-
vecharse de él, los recibió sentado en un alto trono, que hizo disponer a
toda prisa donde se dejó adorar, vestido con el traje sacerdotal de Quetzal-
coatl, adornado el cuello con un collar de piedras, y la cabeza con una celada
de oro, salpicada con joyas, etc.; pero todo esto es falso. El ejército salió
del río de Tabasco el lunes santo y llegó el jueves al puerto de Ulúa. Los
montes de Tochtlan y de Mictlan, de donde se pudo ver la expedición, no
distan de la capital menos de 300 millas, ni ésta de Ulúa menos de 220;
así que, aunque se hubiese visto la expedición el misma día en que zarpó
de Tabasco, era imposible que los embajadores llegasen el jueves a Ulúa.
No hay escritor que haga mención de esta circunstancia, antes bien, de la
Relación de Bernal Díaz, se infiere que todo es invención y que los mexi-
canos habían ya conocido el error que ocasionó la primera armada.

Bernal Díaz escribe Tendile en lugar de Teuhtlile, y Pitalpitoque


(2)
en lugar de Cuitlalpitoc. Herrera lo llama Pitalpitoe; Solís y Robertson, que
quisieron enmendarlo, Pilpatoe.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 17

bajo buenos auspicios su empresa, que para dar a aquellos idó-


latras alguna idea de nuestra religión, que se celebrase en su
presencia el santo sacrificio de la misa. Cantóse con la mayor
solemnidad posible, y ésta fue la primera que se celebró en los
dominios mexicanos. (1)
Convidó en seguida a los embajadores a comer en su com-
pañía y en la de sus capitanes, procurando atraerse su benevolen-
cia con grandes obsequios. Di joles que era subdito de D. Carlos
de Austria, el mayor monarca de Oriente, cuya bondad, grandeza
y poder, encareció con las más magníficas expresiones añadiendo :

que su soberano, habiendo tenido noticias de aquellas tierras y


del señor que en ellas reinaba, lo enviaba a visitarlo en su nom-
bre y a comunicarle verbalmente algunas cosas de suma impor-
tancia; por lo que deseaba saber dónde le convendría recibir
la embajada. " Apenas, respondió Teuhtlile, habéis llegado a este
país, y ya queréis ver a nuestro rey He escuchado con satisfac-
¡
!

ción lo que habéis dicho acerca de la grandeza y bondad de vues-


tro soberano; pero sabed que el nuestro no le cede en una ni en
otra calidad, antes bien, me maravillo que pueda haber en el mun-
do otro que le exceda en poder; pero pues vos lo afirmáis, lo haré
saber al rey, de cuya bondad confío, que no sólo oirá con placer
las nuevas de tan gran príncipe, sino que honrará a su emba-
jador. Aceptad, entretanto, este regalo que en su nombre os
presento" y sacando de un petlacalli, o caja hecha de cañas,
algunas excelentes alhajas de oro, se las presentó al caudillo es-
pañol, juntamente con algunas obras curiosas de plumas, diez
cargas de trajes finos de algodón y una gran provisión de ví-
veres. (2)

(1) y a Herrera por haber afirmado,


Solís reconviene a Bernal Díaz
según él creía, que se había celebrado la misa en viernes santo. El autor
del Prefacio de la edición de Herrera de 1730, emplea una erudición impor-
tuna y fastidiosa para justificar la supuesta celebración de la misa en
aquel día; pero con licencia de este escritor y de Solís, diré que no enten-
dieron el texto. Bernal Díaz dice en el capítulo 38, que el viernes santo
desembarcaron los caballos y la artillería, e "hicimos, añade, un altar en
que muy en breve se dijo misa." No dice que en aquel mismo día se hizo
el altar; antes bien, dice claramente que se hizo en domingo, después de la
llegada de Teuhtlile.

(2) Robertson dicen que Teuhtlile era general, y lo privan del


Solís y
gobierno político de aquella costa. Bernal Díaz, Gomara y otros autores
antiguos, dicen que era gobernador de Cuetlachtlan. Los dos primeros aña-
18 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Aceptó Cortés el regalo, con singulares demostraciones de


gratitud, y correspondió con otro de objetos de poco valor; pero
muy apreciados por aquellos naturales, o por ser para ellos en-
teramente nuevos, o por su aparente brillo. Había traído consigo
Teuhtlile varios pintores, a fin de que dividiéndose entre sí los
diferentes objetos de que se componía la expedición, pudiesen
en breve representarla en su totalidad, y ofrecer al rey la imagen
de lo que iba a referirle verbalmente. Conocido por Cortés su in-
tento, mandó, para dar a los pintores un asunto capaz de hacer
mayor impresión en el ánimo del rey, que su caballería corriese
por la playa, haciendo algunas evoluciones militares y que se dis-
parase a un mismo tiempo toda la artillería lo que fue observado,
;

con el asombro que puede imaginarse el lector, por los dos gober-
nadores y por su numerosa comitiva, que, según Gomara, no baja-
ba de cuatro mil hombres. Entre las armas de los españoles,
observó Teuhtlile una celada dorada, la cual, por ser muy seme-
jante a otra que tenía uno de los principales ídolos de México,
pidióla a Cortés, a fin de hacerla ver a Moteuczoma. Cortés la con-
cedió, con la obligación de devolvérsela llena de oro en polvo,
bajo el pretexto de ver si el oro que se sacaba de las minas de
México era igual al de su patria. (1)
Terminadas las pinturas, se despidió cariñosamente Teuhtli-
le de Cortés, ofreciéndose a volver dentro de pocos días con la

respuesta de su soberano; y dejando en su lugar a Cuitlalpitoc,


para que proveyese a los españoles de cuanto podrían necesitar,
pasó a Cuetlachtlan, lugar de su residencia ordinaria, de donde lle-
vó en persona a la corte la embajada, las pinturas y el regalo,
como afirman Bernal Díaz y Torquemada, o bien, como dice So-
lís, envió todo por las postas, que estaban siempre dispuestas a

marchar en los caminos principales.

den que Teuhtlile se opuso desde luego al viaje de Cortés a la capital; pero
consta por mejores autoridades, que no manifestó esta oposición hasta
haber tenido orden positiva del rey.

Algunos historiadores dicen que Cortés, para exigir la celada llena


(1)
de oro, se valió del pretexto de cierto mal de corazón que padecían él y
sus compañeros y que sólo se curaba con aquel precioso metal; mas esto
poco importa a la verdad histórica.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 19

INQUIETUD DE MOTEUCZOMA; SU PRIMERA EMBAJADA


Y REGALO A CORTES

Fácil es de imaginarse la gran inquietud y perplejidad en que


pondrían a Moteuczoma aquellas noticias, y los pormenores
que supo acerca del carácter de aquellos extranjeros, del ímpetu
de sus caballos y de la violencia destructora de sus armas. Como
dado a la superstición, mandó consultar inmediatamente a sus
dioses sobre la pretensión de los extranjeros, y la respuesta
fue, según dicen, que no los admitiese jamás en su capital. Pro-
viniese este oráculo del demonio, como algunos autores creen,
el cual procuraba cerrar la entrada al Evangelio, o de los sacer-
dotes, como yo pienso, por su interés propio, y por el de toda la
nación, lo cierto es que Moteuczoma se decidió desde entonces
a no recibir a los españoles mas para proceder con acierto, y
;

de un modo conforme a su carácter, les mandó una embajada


con un regalo ciertamente digno de su regia magnificencia. El
embajador fue un gran personaje de su corte, muy semejante,
tanto en la estatura como en las facciones, al general español,
según lo asegura un testigo ocular. (1) Apenas habían pasado
siete días de la despedida de Teuhtlile, cuando volvió acompañado
de este sujeto y de más de cien hombres de carga que traían el
regalo. (2) Cuando se halló el embajador en presencia de Cortés,
tocó con la mano el suelo y después la llevó a la boca, según el
uso de aquellas gentes; incensó al general (3) y a los otros

(1) Bernal Díaz del Castillo.

(2) Bernal Díaz llama a este embajador Quintalbor; mas este nombre
no es, ni pudo ser mexicano. Robertson dice que los mismos oficiales que
hasta entonces habían tratado con Cortés, fueron los encargados de la res-
puesta del rey, sin hacer mención del embajador; pero tanto Bernal Díaz
del Castillo, como otros historiadores españoles, afirman lo que refiero.
Solís, en vista del corto intervalo de siete días y de la distancia de setenta
leguas entre aquel puerto y la capital, no quiso creer que fuese entonces
un embajador a ver a Cortés; pero habiendo dicho poco antes que las pos-
tas mexicanas eran más diligentes que las de Europa, no es de extrañar
que llevasen en poco más de un día la noticia de la llegada de los espa-
ñoles, y que en cuatro o cinco días hiciese el viaje el embajador en litera y a
hombros de los mismos correos, como muchas veces se hacía. Pues el he-
cho no es inverosímil, debemos creer a Bernal Díaz, testigo ocular y sincero.

(3) Este acto de incensar a los españoles, aunque no fuese más que un
20 FRANCISCO J. CLAVIJERO

oficiales que estaban a su lado, lo saludó respetuosamente, y


sentándose en un asiento que le presentó Cortés, pronunció su
arenga, que se redujo a felicitarlo por su llegada, en nombre
del rey; a manifestar el placer que su majestad había tenido al
saber que habían llegado a sus dominios hombres tan valientes
y al oir las noticias que le traían de tan gran monarca, mostrán-
dole al mismo tiempo su agradecimiento por el regalo que le ha-
bía hecho, y que en prueba de su aprecio le enviaba otro. Dicho
esto, mandó extender por el suelo unas esteras finas de palma
y telas de algodón, sobre las cuales se colocó en buen orden y
simetría todo el presente. Este consistía en muchos objetos de
oro y plata, aún más preciosos por su maravilloso artificio, que
por el valor de su materia, entre los cuales había algunos con pie-
dras preciosas, y otros representaban figuras de leones, tigres,
monos y otros animales; en treinta cargas de telas finísimas de
algodón de varios colores y en parte tejidas de hermosas plumas;
en muchos excelentes trabajos de plumas con adornos de oro,
y en la celada llena de este metal en polvo, como lo había pedido
Cortés, la cual importaba mil y quinientos pesos; pero lo más
admirable de todo eran dos grandes láminas, hechas en figuras
de ruedas, una de oro y otra de plata. La de oro representaba
el siglo mexicano y en medio tenía la imagen del sol y en rede-
dor otras de bajo relieve. Su circunferencia era de treinta palmos
toledanos y su valor de diez mil pesos. (1.) La de plata, en que
estaba figurado el año mexicano, era aun de mayores dimensio-
nes, y tenía en medio la imagen de la luna y otras al rededor,
también de bajo relieve. Los españoles quedaron no menos mara-
villados que contentos al ver tanta riqueza. "Este regalo, aña-
dió el emabjador hablando con Cortés, es el que mi soberano
envía para vos y para vuestros compañeros, pues para vuestro
rey os dirigirá en breve ciertas joyas de inestimable valor. Entre-
tanto podréis deteneros todo el tiempo que gustéis en estas pla-

obsequio puramente civil y el nombre de teteuctin (señores), con que los


llamaban, y que es algo semejante al de teteo (Dios), les hicieron creer que
los mexicanos los creían seres superiores a la humanidad.

(1) Varían considerablemente autores acerca del valor de estas


los
alhajas; pero yo doy mayor crédito a Bernal Díaz, que lo sabía bien, como
que debió tener parte en el regalo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 21

yas, para reposaros de las fatigas de vuestro viaje y para pro-


veeros de cuanto necesitéis antes de regresar a vuestra patria.
Si alguna otra cosa queréis de esta tierra, para vuestro monarca,
pronto os será franqueada; pero por lo que respecta a vuestra
solicitud de pesar a la corte, estoy encargado de disuadiros de tan
difícil y peligroso viaje, pues sería necesario caminar por ás-
peros desiertos y por países de enemigos. " Cortés recibió el
presente con las mayores expresiones de gratitud a la real muni-
ficencia, correspondió a ella como pudo; pero lejos de desistir de
su pretensión, suplicó al embajador que hiciese ver al rey los
males y peligros que había padecido en tan larga navegación
y el disgusto que tendría su soberano al ver frustradas sus es-
peranzas que por lo demás, los españoles eran de tal condición,
;

que ni las fatigas, ni los peligros eran capaces de apartarlos de


sus empresas. El embajador prometió decir al rey lo que Cortés
le encargaba y se despidió urbanamente con Teuhtlile, quedando

Cuitlalpitoc con gran número de mexicanos, en un caserío que


había formado de cabanas, poco distante del campo de los es-
pañoles.

Bien conocía Cortés, en medio de tanta prosperidad, que no


podía subsistir largo tiempo en aquel sitio; pues además de la
incomodidad del calor, y de la importunidad de los mosquitos,
que abundan en demasía en toda aquella playa, temía que ocasio-
nase algún daño a sus naves la violencia del norte, a que está muy
expuesto aquel puerto, por lo que despachó dos buques, al. man-
do del capitán Monte jo, a fin de que costeando hacia Panuco,
buscase un puerto más seguro. Volvió aquella expedición al cabo
de pocos días, con la noticia de haber hallado, a treinta y seis
millas de Ulúa, un puerto próximo a una ciudad edificada en
una posición fuerte.

REGALO DE MOTEUCZOMA PARA EL REY CATÓLICO


Entretanto volvió Teuhtlile al campo de los españoles, y
llamando aparte a Cortés con los intérpretes, le dijo que su señor
Moteuczoma había agradecido los regalos que le había enviado:
que el que aquel soberano le remitía entonces, era para el gran
rey de España; que le deseaba muchas felicidades, pero que no
le enviase nuevos mensajes, ni se tratase más del viaje a la capi-
22 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tal.El presente para el Rey Católico se componía de muchas alha-


jas de oro, que importaban mil y quinientos pesos; de diez cargas
de trabajos curiosísimos de pluma y de cuatro joyas tan esti-
madas por los mexicanos, que según afirmó el mismo Teuhtlile,
cada una de ellas valía cuatro cargas de oro. Pensaba aquel mal
aconsejado rey que con su liberalidad obligaría a los españoles
a dejar aquellos países, sin echar de ver que el amor del oro es
un fuego que tanto más se inflama, cuanto más abundante es el
alimento que se le echa. Mucho sintió Cortés la repulsa de Moteuc-
zoma; pero no desistió de su pensamiento, pues el aliciente de la
riqueza excitaba más y más la natural constancia de su ánimo.
Observó Teuhtlile, antes de despedirse, que los españoles al
oír los toques de la campana del Ave María, se arrodillaban
delante de una cruz y lleno de admiración preguntó por qué
adoraban aquel leño. De allí tomó ocasión el P. Olmedo para
declararle los principales artículos de la fe cristiana y para echar-
le en cara el culto abominable de sus ídolos y la inhumanidad
de sus sacrificios; mas este discurso era de un todo inútil, pues
aun no había llegado para aquellos pueblos el tiempo de la santi-
ficación.
Al día siguiente se hallaron los españoles tan abandonados
por los mexicanos, que ni uno solo se dejaba ver en toda aquella
playa: efecto de la orden dada por el rey, de retirar del campo
de aquellos extranjeros la gente destinada a su servicio y las
provisiones, si persistían en su temeraria resolución. Esta ines-
perada novedad ocasionó gran consternación entre los españo-
les, porque a cada momento temían que se desplomase sobre su

miserable campamento todo el poder de aquel vasto Imperio por ;

lo que Cortés mandó asegurar los víveres en los barcos y poner


la tropa sobre las armas. No hay duda que tanto en ésta, como en
otras muchas ocasiones, que aparecerán en el curso de esta His-
toria, pudo fácilmente Moteuczoma desbaratar aquellos pocos
extranjeros, que después debían hacerle tanto daño; pero Dios
los conservaba a fin de que fuesen instrumentos de su justicia,
sirviéndose de sus armas para castigar la superstición, la cruel-
dad y otros delitos con que aquellas naciones habían provocado
su ira. No trato de justificar el intento ni la conducta de los con-
quistadores; pero tampoco puedo dejar de conocer en la serie
de la Conquista, y en despecho de la incredulidad, la mano de
Dios que iba preparando la ruina de aquel Imperio y se valía
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 23

de los mismos desaciertos de los hombres para los altos desig-


nios de su Providencia.

EMBAJADA DEL SEÑOR DE CEMPOALA Y SUS CONSECUENCIAS


En este mismo de tanta consternación para los españo-
día,
les, tuvieron sin embargo un testimonio de la protección divina.

Dos soldados que hacían la guardia fuera del campo, vieron ve-
nir hacia ellos cinco hombres, algo diferentes de los mexicanos
en sus trajes y adornos, los cuales, conducidos a presencia del
general español, dijeron en mexicano, (por no haber allí quien
entendiese su idioma) que eran de la nación totonaca y enviados
,

por el señor de Cempoala, ciudad distante veinticuatro millas de


aquel punto, para saludaV a aquellos extranjeros y para rogarles
pasasen a aquel pueblo, donde serían bien recibidos; añadiendo
que no habían venido antes, por miedo de los mexicanos. Era el
señor de Cempoala uno de aquellos feudatarios que vivían im-
pacientes del yugo de Moteuczoma. Informado de la victoria obte-
nida por los españoles en Tabasco y de su llegada al puerto en
que entonces residían, le pareció aquella una ocasión favorable
de recobrar su independencia, con el auxilio de tan animosos
guerreros. Cortés, que nada deseaba tanto como una alianza de
aquella especie para aumentar sus fuerzas, después de haber
tomado menudos informes acerca del estado y de la condición
de los totonacas y de los daños que sufrían por la prepotencia de
los mexicanos, respondió dando gracias al cempoalteca por su
cortesía y prometiéndole hacerle una visita sin tardanza.
En inmediatamente publicó su salida para Cempoa-
efecto,
la;mas antes le fue preciso vencer los obstáculos que halló en
sus mismas tropas. Algunos parciales del gobernador de Cuba,
cansados de las incomodidades que habían sufrido, atemorizados
por los peligros que presagiaban y deseosos del descanso y de
las holguras de sus casas, rogaron enérgicamente al general que
volviese a Cuba, exagerando la escasez de víveres, la temeridad
de tamaña empresa, como era la de oponer tan pequeño núme-
ro de soldados a todas las fuerzas del rey de México, especial-
mente después de haber perdido en aquellos arenales treinta y
cinco hombres, parte de resultas de las heridas recibidas en la
batalla de Tabasco, parte por el aire insalubre de la playa. Cortés,
ya con dones, ya con promesas, ya con un poco de rigor oportuna-
24 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mente aplicado, y con otros medios inventados por su raro inge-


nio, manejó tan bien los ánimos, que no sólo aquietó a los descon-
tentos, sino que logró que se decidiesen gustosos a permanecer
en aquel delicioso país: y adelantándose además en su nego-
ciaciones, obtuvo que el ejército, en nombre del rey, y con entera
independencia del gobernador de Cuba, lo confirmase en el mando
supremo, tanto político como militar, y que para los gastos que
había hecho y que después hiciese en la expedición, se le adju-
dicase desde entonces en adelante, el quinto del oro que se adqui-
riese, sacada antes la parte que al rey pertenecía. Después creó
las magistraturas y los otros cargos públicos necesarios para
una colonia que intentaba establecer en quellas costas.
Habiendo superado estos obstáculos y tomado las medidas
convenientes para la ejecución de sus vastos designios, se puso
en camino con sus tropas. Su intento no era tan sólo buscar
aliados y proporcionar a su gente algún alivio a los males que
habían sufrido, sino también escoger un buen sitio para la fun-
dación de la colonia, por estar Cempoala en el camino de Quia-
huitztla, (1) en cuyo distrito estaba el puerto descubierto por
el capitán Monte jo. El ejército, con una parte de la artillería,
marchó en buen orden hacia Cempoala y apercibido a la defensa,
en caso de ser atacado por los totonacas, de cuya buena fe no
estaban seguros, o por los mexicanos, a quienes suponían ofen-
didos por su resolución: disposiciones que ningún buen general
juzgará inútiles, y que nunca descuidó Cortés, ni aun en los tiem-
pos de su mayor prosperidad pues siempre son útiles para man-
;

tener la disciplina militar, y casi siempre necesarias a la seguri-


dad propia. Los buques se dirigieron por la costa al puerto de
Quiahuitztla.
Tres millas antes de llegar a Cempoala, salieron de aquella
ciudad al encuentro de Cortés veinte sujetos de distinción, le
presentaron un refresco de pinas y de otras frutas del país, lo sa-
ludaron a nombre de su señor, y lo excusaron de no haber venido
en persona, por impedírselo sus dolencias. Entraron en la ciu-
dad en orden de batalla, temiendo alguna traición de los habitan-
tes. Un soldado de caballería que se adelantó hasta la plaza mayor,
habiendo visto un bastión del palacio, que por estar recién blan-

(1) Solísy Robertson dan a este puerto el nombre de Quiabislan, que ni


es, ni puede ser mexicano.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 25

queado y bruñido, resplandecía a los rayos del sol, creyó que


aquel edificio era de plata, y volvió a toda brida a dar tan buena
noticia al general. Semejantes engaños son demasiado frecuentes
en aquellos que tienen la mente ofuscada por la pasión. Marcha-
ron los españoles por las calles no menos alegres que maravillados
al ver aquella ciudad, la mayor que hasta entonces habían visto
en el Nuevo Mundo; con tanto número de gente y tan hermosos
huertos y jardines. Algunos, por su tamaño, la llamaron Sevilla,
y otros, por su amenidad, Villaviciosa. (1)
Cuando llegaron al templo mayor, salió a recibirlos a la
puerta del atrio, el señor de aquel estado, que aunque casi incapaz
de movimiento, a causa de su desmesurada gordura, era hombre
hábil y de buen ingenio. Después de haber saludado e incensado
a Cortés, según el uso del país, pidió venia para retirarse, pro-
metiendo volver cuando todos hubiesen descansado de las fati-
gas del viaje. Alojó a toda la tropa en unos grandes y hermosos
edificios que había en lo interior del templo, que quizás serían
la residencia habitual de los sacerdotes, o estarían destinados
para albergue de los forasteros, como los había en el recinto
del templo mayor de México. Allí fueron bien tratados y pro-
vistos de cuanto necesitaban, a expensas de aquel caudillo, el
cual volvió a verlos después de comer, en una silla portátil, o lite-
ra, y acompañado de muchos nobles. En la conferencia secreta
que tuvo con Cortés, ponderó este general, por medio de sus in-
térpretes, la grandeza y poder de su soberano, que lo había envia-
do a aquellos países, encargándole muchas comisiones impor-
tantes, y entre ellas la de dar auxilio a la inocencia oprimida.
"Por tanto, añadió, si puedo serviros en algo con mi persona,
o con mis tropas, decídmelo y lo haré de buena voluntad." Al
oír el cempoalteca esta oferta, introducida con mucha destreza
en la conversación, lanzó un profundo suspiro, al que siguió una
lamentación amarga sobre las desventuras de su pueblo. Dijo
que habiendo sido libres los totonacas desde tiempo inmemorial,

(1) No puede dudarse de la antigua grandeza de Cempoala, si se atien-


de al testimonio de los que la vieron y a la extensión de sus ruinas; mas
no debe hacerse caso del cómputo de Torquemada, que unas veces le da
25,000 habitantes, otras 50,000, y hasta 150,000 en el índice del primer
tomo. A Cempoala sucedió lo mismo que a otras ciudades del Nuevo Mundo,
a saber: que con las enfermedades y los otros desastres del siglo XVI fue
disminuyéndose hasta despoblarse de un todo.
26 FRANCISCO J. CLAVIJERO

y regidos por señores de su propia nación, hacía pocos años


que se hallaban oprimidos por el yugo de los mexicanos; que
éstos por el contrario, de humildes principios se habían alzado a
tanta grandeza, por su estrecha y constante alianza con los reyes
de Acolhuacan y de Tlacopan, que se habían hecho señores de
toda aquella tierra; que su poder era desmesurado y su tiranía
igual a su poder; que el rey de México se apoderaba del oro de
sus subditos, y los recaudadores de los tributos requerían sus
hijas para violarlas, y sus hijos para sacrificarlos, además de
otras inauditas vejaciones. Cortés mostró compadecerse de sus
desgracias, y se ofreció a darle auxilios, dejando para otra oca-
sión el tratar sobre el modo de verificarlo, porque por entonces
le urgía pasar a Quiahuitztla, para informarse del estado de
sus buques. En esta visita le hizo el cempoalteca un regalo de al-
hajas de oro que importó, según dicen algunos autores, cerca
de mil pesos.
Ai día siguiente se presentaron a Cortés cuatrocientos hom-
bres de carga, que le enviaba aquel señor para transportar su
bagaje; y entonces supo por doña Marina el uso de aquellas
naciones de suministrar espontáneamente y sin interés, aquel
modo de conducción, a las personas de consideración que transi-
taban por sus pueblos.

PRISIÓN DE CINCO MINISTROS

De Cempoala pasaron los españoles a Quiahuitztla, pequeña


ciudad colocada sobre un monte áspero y peñascoso, a poco más
de doce millas de Cempoala, hacia el norte, y a tres del nuevo
puerto. Allí tuvo Cortés otra conferencia con el señor de aquel
estado, y con el de Cempoala, que con este objeto se hizo llevar
a aquel punto. En tanto que discurrían sobre los negocios de la
independencia, llegaron con gran séquito cinco nobles mexicanos,
recaudadores de los tributos regios, mostrándose extraordina-
riamente coléricos contra los totonacas por haber osado admitir
aquellos extranjeros, sin aguardar el beneplácito del monarca,
y exigiendo víctimas humanas para sacrificarlas a los dioses
en expiación de tanto delito. Turbóse toda la ciudad con aquella
nueva, y especialmente los dos señores que se reconocían más
culpables. Cortés,informado por doña Marina de la causa de su
consternación, imaginó un modo extraordinario de salir de aquel
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 27

aprieto. Sugirió, pues, a los dos señores el atrevido consejo de


apoderarse de los recaudadores^ ponerlos en la cárcel y aunque
;

al principio se negaron a hacerlo, pareciéndoles un atentado tan


temerario como peligroso, cedieron finalmente a sus instancias.
Fueron pues encarcelados en las jaulas aquellos cinco personajes
que habían entrado tan orgullosos en la ciudad y con tanto des-
precio de los españoles, que ni siquiera se dignaron mirarlos
cuando pasaron por delante dé ellos.
Apenas dieron aquel primer paso los totonacas, cuando rea-
nimando su valor, se adelantaron hasta el exceso de querer sa-
crificar aquella misma noche
a los mexicanos; pero los disuadió
Cortés, el cual habiéndose conciliado con aquella medida el amor
y el respeto de los totonacas, quiso captarse el agradecimiento
de los mexicanos con la libertad de sus compatriotas. Esta con-
ducta artificiosa y doble, daba sin duda muestras de su gran
ingenio; mas sólo podrán alabarla aquellos cortesanos, cuya po-
lítica se reduce al arte de engañar a los hombres y que no hacien-
do caso de lo justo, sólo buscan lo útil en sus operaciones. Cor-
tés, pues, dio orden a sus guardias de sacar por la noche de las
jaulas a dos de los mexicanos y de conducirlos cautelosamente
a su presencia, sin que lo echasen de ver los totonacas. Así se
ejecutó, y los mexicanos quedaron tan reconocidos al general
español, que hicieron mil demostraciones de gratitud y le
le

aconsejaron que no se fiase de sus bárbaros y pérfidos huéspedes.


Cortés les encargó que manifestasen a su soberano cuanto lo
había afligido el atentado cometido por aquellos montañeses con-
tra sus ministros, asegurándole al mismo tiempo, que pondría a
los otros tres en libertad, como con ellos había hecho. Ellos mar-
charon inmediatamente para su capital, conducidos por los espa-
ñoles en una barca, hasta más allá de los límites de aquella
provincia, y Cortés al día siguiente se mostró muy encolerizado
contra sus guardias, por el descuido que habían tenido de dejar
escapar a aquellos prisioneros. Añadió, que para que no suce-
diese lo mismo con los otros, quería ponerlos en prisión más
estrecha; y para hacerlo creer así, los mandó conducir encade-
nados a sus buques: de ahí a poco los puso en libertad, como
a los dos primeros.
28 FRANCISCO J. CLAVIJERO

CONFEDERACIÓN DE LOS TOTONACAS CON LOS ESPAÑOLES


Hizo inmediatamente correr la voz por todas aquellas monta-
ñas, de que los habitantes eran libres del tributo que pagaban
al rey de México, y que si llegaban otros recaudadores, se lo hi-
ciesen saber, para apoderarse de ellos. Con esta noticia se des-
pertó en toda la nación la dulce esperanza de la libertad y empe-
zaron a venir a Quiahuitztla otros muchos señores, no menos
para dar gracias a su pretendido libertador, que para deliberar
sobre los medios de asegurar su independencia. Algunos, que aún
no habían arrojado de sus ánimos el miedo de los mexicanos,
eran de dictamen que se pidiese perdón al rey, por el atentado
cometido con sus ministros; mas prevaleció, por sugestión de
Cortés y de los señores de Cempoala y Quiahuitztla, la opinión
opuesta, de substraerse al tiránico dominio de Moteuczoma con
el auxilio de aquellos valientes extranjeros, ofreciéndose a poner
un ejército formidable bajo las órdenes del general español.
Cortés, después de haberse asegurado suficientemente de
la sinceridad de los totonacas e informádose de sus fuerzas,
se valió de aquel momento favorable para inducir aquella nume-
rosa nación a prestar obediencia al Rey Católico. Celebróse este
acto con intervención del notario del ejército y con todas las
otras formalidades legales.

FUNDACIÓN DE VERACRUZ
Concluido felizmente aquel gran negocio, se despidió Cortés
de aquellos señores para ir a poner en ejecución un proyecto de
suma importancia, que había formado poco antes, y era el de fun-
dar en aquella costa, una colonia fuerte, que pudiera servir a
los españoles de refugio en sus desgracias, de punto de apoyo pa-
ra mantener a los totonacas en la fidelidad jurada, de escala
para las nuevas tropas que viniesen de España o de las islas
Antillas, y de almacén y depósito de los efectos que les enviasen
los naturales de aquellos países, o que pudieran recibir de Eu-
ropa. Fundóse en efecto la colonia en el país mismo de los toto-
nacas, en una llanura situada al pie del monte Quiahuitztla, a
doce millas al norte de Cempoala, y cerca del nuevo puerto. (1)

(1) Casi todos los historiadores se engañan acerca de la fundación de


Veracruz, pues cuando dicen que la primera colonia de los españoles fue
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 29

Llamáronla Villa Rica de la Veracruz, por las muestras de rique-


za que habían visto y por haber desembarcado en viernes santo,
y aquella fue la primera colonia de los españoles en el Continente
de la América Septentrional. Cortés fue el primero que echó
mano a la obra para estimular a los otros con su ejemplo, y con
el auxilio de los totonacas se construyó en breve un número su-
ficiente de casas y una pequeña fortaleza capaz de hacer alguna
resistencia a los mexicanos.

NUEVA EMBAJADA Y REGALO DE MOTEUCZOMA


Entretanto habían llegado a México aquellos dos recauda-
dores que Cortés puso en libertad y dado noticia a Moteuczoma
de todo lo que había ocurrido, elogiando altamente al general
español. Moteuczoma, que ya estaba decidido a enviar un ejér-
cito para castigar la insolente temeridad de los extranjeros y
arrojarlos de sus dominios, se detuvo con aquella noticia y agra-
decido a los servicios que aquel general había hecho a sus mi-
nistros, le envió dos príncipes sobrinos suyos (hijos quizás de
su hermano Cuitlahuatzin), acompañados de muchos nobles y
servidumbre y con un regalo de alhajas de oro que importaban
más de dos mil pesos. Dieron gracias a Cortés en nombre del
rey y juntamente se le quejaron de haber hecho amistad con
los rebeldes totonacas, porque esta nación había tenido la inso-
lencia de negar el tributo que debía a su soberano. Añadieron,
que sólo por respeto a tales huéspedes, no había venido ya un
ejército a castigar la rebelión de aquellos pueblos; pero que al
fin no quedarían impunes. Cortés, después de haber significado
con las expresiones más convenientes su gratitud, procuró defen-
derse de la acusación sobre la amistad de los totonacas, alegan-
do la necesidad en que se había visto de buscar víveres para
sus tropas, a causa de haber sido abandonado por los mexicanos.

la Antigua, fundada sobre el río del mismo nombre, creen que no ha habido
más que dos ciudades con el nombre de Veracruz, esto es, la antigua y la
moderna edificada en el mismo arenal en que desembarcó Cortés; pero
no hay duda en que ha habido tres con el mismo nombre: la primera, fun-
dada en 1519 cerca del puerto de Quiahuitztla, que conservó después el
nombre de Villa Rica; la segunda, la antigua Veracruz, fundada en 1523 o
1524; y la tercera, la nueva Veracruz, que hoy conserva este segundo nom-
bre y fue fundada por orden del conde de Monterrey, virrey de México, a
fines del siglo XVI y recibió de Felipe III el título de ciudad en 1615.
30 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Dijo además, que por lo que respectaba al tributo, no era posi-


ble que aquella nación sirviese juntamente a dos señores: que
él esperaba pasar en breve a la corte para satisfacer más com-
pletamente al rey y hacerle ver la sinceridad de su conducta.
Los dos príncipes, después de haber visto con gran placer y ad-
miración el ejercicio militar de la caballería española, regresaron
a la Capital.

DESTRUCCIÓN DE LOS ÍDOLOS DE CEMPOALA


El señor de Cempoala, a quien había desagradado mucho la
última embajada de los mexicanos, para estrechar más y más su
alianza con los españoles, presentó a Cortés ocho doncellas bien
vestidas, a fin de que se casasen con los capitanes, y entre ellas

había una sobrina suya que destinaba al mismo general. Cortés,


que había hablado muchas veces con él sobre la religión, le res-
pondió que no podía aceptarlas, si antes no renunciaban la idola-
tría y abrazaban el cristianismo y de aquí tomó ocasión para
;

explicarle de nuevo las puras y santas verdades de nuestra reli-


gión y declamó con la mayor energía contra el culto de aquellos
falsos númenes, especialmente contra la horrenda crueldad de
sus sacrificios. A
tan fervorosa exhortación, respondió el cem-
poalteca, que aunque apreciaba altamente su amistad, no podía
complacerlo en abandonar el culto de sus dioses, de cuyas manos
recibían aquellos pueblos la salud, la abundancia y todos los
bienes que poseían, y de cuya cólera, provocada por su ingratitud,
debían temer los más severos castigos. Inflamóse más con esta
respuesta el celo de Cortés y volviéndose a sus soldados, les dijo:
"Vamos, españoles, ¿qué aguardamos? ¿Cómo podemos sufrir
que éstos, que se jactan de ser nuestros amigos, den a las esta-
tuas e imágenes abominables del demonio, el culto que se debe
a nuestro único y verdadero Dios? ¿Cómo permitimos que dia-
riamente y a nuestra vista les sacrifiquen víctimas humanas?
Animo, soldados: ahora es ocasión de manifestar que somos es-
pañoles y que hemos heredado de nuestros abuelos el celo ardien-
te en favor de nuestra religión. Destrocemos sus ídolos y quite-
mos de la vista de estos infieles ese perverso fomento de su
superstición. Si así lo conseguimos, haremos un gran servicio
a Dios; si morimos en la empresa, El nos recompensará con la
gloria eterna el sacrificio que le haremos de nuestras vidas."
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 31

El cempoalteca, que en el semblante de Cortés y en los mo-


vimientos de los soldados descubría claramente su intento, hizo
señal a su gente que se apercibiese a la defensa de sus dioses.
Empezaban ya los españoles a subir las escaleras del templo,
cuando los cempoaltecas, atónitos e indignados, gritaron que se
guardasen de cometer aquella tropelía, si no querían que se des-
plomase sobre ellos toda la cólera de los númenes. No siendo
Cortés capaz de intimidarse con sus amenazas, les respondió que
ya muchas veces los había amonestado que dejasen aquella infa-
me superstición; que pues no habían querido tomar un consejo
tan provechoso, tampoco quería él conservar por más tiempo su
amistad que si los mismos totonacas no se decidían a quitar
;

de en medio aquellos abominables simulacros, él con su gente


los haría pedazos, y por último, que se guardasen de cometer la
menor hostilidad contra los españoles, porque inmediatamente los
atacarían ellos con tanto furor, que ni uno solo dejarían con vida.
A estas amenazas añadió doña Marina otra más eficaz, a saber:
que si querían oponerse al intento de aquellos extranjeros, en
vez de aliarse con los totonacas contra los mexicanos, se unirían
con mexicanos contra los totonacas y en este caso sería in-
los
evitable su ruina. Esta razón entibió el primer ardor del celo
del cempoalteca y siendo más poderoso en su ánimo el miedo de
los mexicanos, que el de sus dioses, dijo a Cortés que hiciese lo
que le agradase, pues él no tenía bastante valor para poner
sacrilegamente las manos en los simulacros de sus divinidades.
Apenas tuvieron el permiso los españoles, cuando cincuenta sol-
dados, subiendo apresuradamente a la parte superior del templo,
arrebataron de los altares y los arrojaron por las es-
los ídolos
caleras. Los totonacas, entretanto, llorando a lágrima viva y
cubriéndose los ojos por no ver aquella profanación, rogaban con
voz doliente a sus dioses que no castigasen en la nación la te-
meridad de aquellos extranjeros pues ellos no podían impedirla,
;

sin ser sacrificados al furor de los mexicanos. Sin embargo, algu-


nos, o menos cobardes, o más celosos del honor de sus númenes,
se disponían a tomar venganza de los españoles, y hubieran ve-
nido a las manos, si éstos no se hubieran apoderado del señor
cempoalteca y de cinco de los principales sacerdotes, y si ame-
nazándolos con la muerte, no los hubieran obligado a comprimir
el ímpetu de sus compatriotas.
32 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Después de una acción tan osada, en la que no tuvo parte


la prudencia, mandó Cortés a los sacerdotes que quitasen de su
vista y arrojasen al fuego los fragmentos de los ídolos. Fue pron-
tamente obedecido, y lleno entonces de júbilo, como si al ani-
quilar los ídolos hubiera destruido la idolatría y extirpado en
aquellos pueblos la superstición, dijo al señor de Cempoala que
aceptaba de buena voluntad las ocho doncellas que le ofrecía;
que de entonces en adelante miraría a los totonacas como sus ami-
gos y hermanos y que en todas sus necesidades los ayudaría con-
tra sus enemigos; que pues ya no debían ser adoradas aquellas
detestables imágenes del demonio, quería colocar en el mismo tem-
plo la de la Madre del verdadero Dios, a fin de que la reverencia-
sen e implorasen su protección. Entró en seguida en un largo
razonamiento sobre la santidad de la religión cristiana y cuando
;

lo hubo concluido, mandó a los albañiles cempoaltecas quitasen

de las paredes del templo aquellas horrorosas manchas de sangre


humana que se conservaban como trofeo de su inhumano culto,
y que las puliesen y blanqueasen. Después mandó construir un
altar al uso de los cristianos y colocó sobre él la imagen de Ma-
ría Santísima. Cometió al cuidado de cuatro sacerdotes cempoal-
tecas, el nuevo santuario, encargándoles que estuviesen siempre
aseados y vestidos de blanco, en lugar del triste ropaje negro
de que usaban, por causa de su ministerio. A fin de que nunca
faltasen luces delante de aquella sagrada imagen, les enseñó el
uso de la cera que las abejas trabajaban en sus montañas y para
que en el tiempo de su ausencia no fuesen repuestos los ídolos,
ni profanado de ningún modo el santuario, dejó en él a uno de
sus soldados, llamado Juan Torres, que por su avanzada edad
era poco útil en la guerra, y que hizo a Dios el sacrificio de per-
manecer entre aquellos infieles, para promover su culto. Las
ocho doncellas, después de haber sido suficientemente instruidas,
recibieron el santo bautismo, tomando el nombre de doña Cata-
lina, la sobrina del señor de Cempoala, y el de doña Francisca,
la hija de Cuexco, uno de los principales señores de aquella nación.

De Cempoala volvió Cortés a lanueva colonia de Veracruz,


donde tuvo el consuelo de reforzar su pequeño ejército con dos
capitanes y diez soldados qeu llegaron de Cuba, a los que se agre-
garon, de ahí a poco, otros seis hombres, que fueron tomados por
engaño, de un buque de la Jamaica.
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 33

CARTAS DE CORTES Y DEL EJERCITO AL REY CATÓLICO


Antes de emprender el viaje a México, quiso Cortés dar cuen-
ta a su soberano de todo lo que hasta entonces le había ocurrido
y a fin de que sus noticias fueran mejor recibidas, envió todo
el oro que se había reunido, cediendo su parte, por sugestión del
mismo general, cada uno de los oficiales y soldados de la expedi-
ción. Cortés en aquella carta prevenía al rey contra las tentativas
del gobernador de Cuba. Otras dos se le escribieron, una firmada
por los magistrados de la nueva colonia y otra por los principales
oficiales de las tropas, y en ellas le rogaban que aprobase cuanto
habían hecho y que confirmase los cargos de capitán general y
de primer juez, conferidos por los votos de toda la armada a Cor-
tés, a quien recomendaban con los más magníficos elogios. Estas
cartas, juntamente con el regalo de oro, fueron enviadas a España
con los dos capitanes Alonso Hernández de Portocarrero y Fran-
cisco de Montejo, que se hicieron a la vela el 16 de julio de 1519.

ACCIÓN FAMOSA DE CORTES


Apenas habían salido aquellos procuradores, cuando Cortés,
que siempre tenía ocupada la mente en altos designios, llevó
a cabo una empresa, que por sí sola bastaría a dar a conocer su
magnanimidad y a inmortalizar su nombre. Para quitar a sus
soldados toda esperanza de volver a Cuba y para reforzar su ejér-
cito con los marineros de la escuadra, después de haber castigado
con el último suplicio a dos de sus soldados que maquinaban trai-
ción y fuga en uno de los buques, y con otras menores penas
corporales a tres de sus cómplices, indujo a fuerza de razones
y ruegos a dos de sus confidentes y a uno de los pilotos de quien
más se fiaba, a barrenar en secreto uno o dos de los buques y
a persuadir a todos que se habían perdido por estar agujereados
por la broma, manifestándole a él, de un modo público, que los
otros no podían servir por la misma causa lo que no debía pare-
;

cer extraño, habiendo estado parados tres meses en el puerto.


Valióse de este engaño para que no se conjurase contra él la
gente, hallándose reducida a la necesidad de vencer o morir.
Todo se hizo como lo había dispuesto, y con el consentimiento
de todo el ejército, después de haber sacado de los bajeles las
II 2
34 FRANCISCO J. CLAVIJERO

velas, las cuerdas, la clavazón y todo cuanto podía ser de alguna


utilidad. "Así fue, dice Robertson, como por un esfuerzo de
magnanimidad, que no tiene ejemplo en la historia, quinientos
hombres convinieron voluntariamente en encerrarse en un país
enemigo, lleno de naciones poderosas y desconocidas, cerrados
todos los caminos a la fuga, y sin otro recurso que su valor y
su perseverancia." Yo no dudo que la atrevida empresa que Cor-
tés meditaba hubiera sido del todo imposible, a no haber tomado
aquella resolución pues los soldados, a vista de los grandes obs-
;

táculos que a cada paso encontraban, hubieran esquivado el peli-


gro con la fuga, y el mismo general se hubiera visto obligado a
seguirlos.

VIAJE DE LOS ESPAÑOLES AL PAÍS DE LOS TLAXCALTECAS

Libre de estas inquietudes, ratificada la alianza con los to-


tonacas y dadas las órdenes convenientes para el adelanto y la
seguridad de la nueva colonia, pensó Cortés en hacer su viaje
a México. Dejó en Veracruz cincuenta hombres al mando del capi-
tán Juan de Escalante, uno de los mejores oficiales del ejército;
encargó a los cempoaltecas que ayudasen a los españoles a con-
cluir la fortaleza, y que les suministrasen los víveres necesarios,
y se puso en camino el 16 de agosto, con cuatrocientos quince
peones españoles, diez y seis caballos, doscientos tlamama, u
hombres de carga, para el transporte de los bagajes y de la arti-
llería y con algunas tropas totonacas, entre las cuales iban cua-
renta nobles, que Cortés tomó consigo, o como auxiliares para
la guerra, o como rehenes de aquella nación. Los tres principales
se llamaban, según algunos autores, Teuch, Mamexi y Tamalli.
Encaminóse por Talapan y Texotla y después de haber atra-
;

vesado con suma fatiga algunas montañas desiertas, donde el


aire era en extremo rígido, llegó a Xocotla, (1) ciudad considera-
ble, y con buenos edificios, entre los cuales se alzaban trece
templos y el palacio del señor, construido de cal y canto, com-
puesto de un gran número de buenas salas y cámaras, y que era
la fábrica más completa que los españoles habían visto hasta
entonces en el Nuevo Mundo. Tenía el rey de México en aquel

Bernal Díaz y Solís llaman a esta ciudad Zocotlan; lo que puede in-
(1)
ducir a error a los lectores, pues sería fácil confundirla con la de Zacatlan,
situada a distancia de treinta millas de Tlaxcala, hacia el norte.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 35

pueblo y en los caseríos que de él dependían, veinte mil vasallos


y cinco mil mexicanos de guarnición. Olintetl (que así se llamaba
el señor de Xocotla), salió a recibir a los españoles y los alojó
cómodamente en la ciudad; pero en el suministro de víveres se
mostró al principio algún tanto escaso, hasta que por los informes
de los totonacas adquirió una idea más ventajosa de su valor, de
la fuerza de sus armas y de sus caballos. En la conferencia que
tuvo con el general español, uno y otro ponderaron a porfía la
grandeza y el poder de sus respectivos soberanos. Cortés exi-
gía inconsideradamente que aquel señor prestase obediencia al
Rey Católico y diese alguna cantidad de oro en reconocimiento
de su vasallaje. "Tengo mucho oro, respondió Olintetl; pero no
quiero darlo sin consentimiento expreso de mi rey." "Yo haré
dentro de poco, respondió Cortés, que os mande darme el oro y
todo cuanto poseéis." "Si así lo manda, repuso Olintetl, no sólo
os daré el oro y todo cuanto poseo, sino también mi persona."
Pero lo que no pudo obtener Cortés de aquel señor con sus ame-
nazas, lo consiguió de la liberalidad de dos personajes de aquel
valle, que fueron a visitarlo a Xocotla, y le presentaron algunos
collares de oro y siete u ocho esclavas. Hallóse perplejo Cortés
sobre el camino que debía tomar para llegar a México. El señor
de Xocotla y los comandantes de la guarnición mexicana, le acon-
sejaban que se encaminase por Cholula; pero él creyó más segu-
ro el dictamen de los totonacas, que preferían pasar por Tlaxca-
la y en efecto, hubiera perecido en Cholula con toda su tropa, si
;

hubiese ido allí en derechura, como se inferirá de lo que des-


pués diré. Para obtener de los tlaxcaltecas el permiso de pasar
por su país, envió al Senado cuatro mensajeros, de los mismos
cempoaltecas que lo acompañaban; mas éstos, como luego vere-
mos, no hicieron la propuesta en nombre de los españoles, sino
en el de los totonacas, o por que así se lo mandó el general espa-
ñol, o porque a ellos les pareció más conveniente.

De Xocotla pasó el ejército a Iztacmaxtitlan, cuya pobla-


ción se extendía por diez o doce millas, en dos filas no interrum-
pidas de casas edificadas sobre las dos márgenes de un riachue-
lo, que corre por medio de aquel largo y estrecho valle. La ciudad,

que propiamente tenía aquel nombre, que se componía de bellos


edificios y de una población de cerca de seis mil almas, ocupaba
la cima de un monte y escabroso, cuyo señor fue uno de
alto
aquellos dos personajes que visitaron y regalaron a Cortés en Xo-
36 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cotia. A
natural aspereza del sitio, había añadido el arte bue-
la
nas murallas, con sus barbacanas y fosos; (1) pues siendo aquella
plaza fronteriza de los tlaxcaltecas, estaba más expuesta a sus
invasiones. Allí fueron muy bien acogidos y regalados los es-
pañoles.

ALTERACIONES DE LOS TLAXCALTECAS


Entretanto se ventilaba en el Senado de Tlaxcala su solicitud,
toda aquella gran ciudad se había alterado con la noticia de la
llegada de los extranjeros, y especialmente con los pormenores
que dieron los mensajeros cempoaltecas de su aspecto y de su
valor, del tamaño de sus buques, de la agilidad y violencia de sus
caballos, y del espantoso tronido y fuerza destructora de su arti-
llería. Regían a la sazón aquella República: Xicotencatl, señor del
cuartel de Tizatlan Maxixcatzin, señor del de Ocotelolco, y gene-
;

ral de las armas de la República; Tlehuexolotzin, señor de Tepe-


ticpac, y Citlalpopocatzin, señor de Quiáhuitztlan. Los cem-
poaltecas fueron cortesmente recibidos y alojados en la casa
destinada para morada de los embajadores, (2) y después que
reposaron y comieron, se les introdujo en la sala del Senado,
para exponer su mensaje. Allí, después de haber hecho una pro-
funda inclinación y todas las otras ceremonias acostumbradas
en semejantes casos, uno de ellos tomó la palabra y dijo: "Muy
grandes y valientes señores, los dioses os den prosperidad y vic-
toria contra todos vuestros enemigos. El señor de Cempoala y
con él toda la nación de los totonacas-os saludan, y os hacen
saber que de parte de levante han llegado a nuestro país en
unos grandísimos barcos, ciertos héroes fuertes y sumamente
valerosos, con cuyo auxilio venimos a libertaros del tiránico do-
minio del rey de México. Ellos dicen que son subditos de un pode-
roso monarca, en cuyo nombre quieren visitaros, ofreciéndose

(1) Cortés en sus Cartas compara aquella fortaleza a las mejores de


España.

Bernal Díaz del Castillo dice que los mensajeros fueron dos, y que
(2)
inmediatamente después de su llegada a Tlaxcala fueron puestos en la
cárcel; pero el mismo Cortés que los envió, afirma que eran cuatro, y del
contexto de su relación se infiere que Bernal Díaz no tuvo buenos informes
acerca de lo que ocurrió en Tlaxcala. La narración de este escritor contraria
a la de los otros historiadores españoles e indios, ha inducido a error a
muchos escritores modernos, y entre ellos a Robertson.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 37

a daros noticia del verdadero Dios, y a prestaros ayuda contra


vuestro antiguo y capital enemigo. Nuestra nación, por la estre-
cha amistad con vuestra República, que constantemente ha cul-
tivado, os aconseja que recibáis como amigos a estos héroes,
los cuales, aunque pocos, valen por muchos." Maxixcatzin les res-
pondió en nombre del Senado, que daban gracias a los señores
totonacas por la noticia y por el consejo, y a los valientes extran-
jeros por el socorro que se ofrecían a prestarles; mas que se
necesitaba algún tiempo para deliberar sobre un punto de tanta
importancia: que entretanto se restituyesen a su alojamiento,
donde serían tratados con la distinción que correspondía a su
nacimiento y a su carácter. Retiráronse los mensajeros, y el Sena-
do quedó en deliberación.
Maxixcatzin, que gozaba del aprecio general por su benigni-
dad y por su prudencia, dijo que no se debía desechar aquel con-
sejo, pues lo daban unos amigos tan fieles y tan contrarios al
gran enemigo de la República; que aquellos extranjeros, según
lo que de ellos decían los cempoaltecas, parecían ser los héroes,
que según su tradición, debían llegar a aquellos países; que los
terremotos que poco antes se habían sentido, el cometa que a la
sazón se dejaba ver en el cielo, y otros semejantes sucesos de
aquellos últimos años, eran indicios de acercarse el cumplimien-
to de la referida tradición; que si los extranjeros eran inmorta-
les, en vano sería hacerles resistencia y oponerse a su entrada.

"Nuestra oposición, añadió, podría ocasionar daños gravísimos,


y para el rey de México sería motivo de maligno placer, el ver
introducidos por fuerza en la República a los que no queremos
aceptar de buena voluntad; por todo lo cual es mi opinión que
se deban recibir amigablemente." Esta opinión fue acogida con
aplauso; pero la contradijo inmediatamente Xicotencatl, (1)
anciano de gran autoridad por su larga práctica en los negocios
civiles y militares. "Nuestras leyes, dijo, nos mandan dar acogi-
da a los extranjeros, mas no a los enemigos, que puedan ser
perjudiciales al estado. Estos hombres que pretenden entrar en
nuestra ciudad, más parecen monstruos arrojados por el mar,
no pudiendo ya sufrirlos en su seno, que dioses bajados del cielo,

(1) Solís atribuye al joven Xicotencatl, el razonamiento de su anciano


padre; pero yo doy más crédito a los autores antiguos que estuvieron infor-
mados por los mismos tlaxcaltecas.
38 FRANCISCO J. CLAVIJERO

como neciamente imaginan algunos. ¿Es posible que sean


se
dioses los que buscan con tanta avidez el oro y los placeres?
¡Y qué no debemos temer de ellos, en un país tan pobre co-
mo el nuestro, que hasta de sal carece para el condimento
de nuestros manjares! Agravio hace al valor de la nación quien
la cree capaz de ser vencida por unos pocos extranjeros. Si son
mortales, las almas de los tlaxcaltecas lo harán ver al mundo;
y si son inmortales, tiempo tendremos de aplacar con obse-
quios su enojo, y de implorar con el arrepentimiento su perdón.
Rechacemos, pues, su demanda, y si quieren entrar por fuerza,
sea reprimida con las armas su temeridad. " Esta contrariedad
de opiniones entre dos personajes de tanto respeto, dividió los
ánimos de los otros senadores. Los que eran inclinados al comer-
cio, y estaban acostumbrados a la vida pacífica, se agregaron
al parecer de Maxixcatzin, y los militares abrazaron el de Xico-
tencatl. Temiloltecatl, uno de los senadores (1) sugirió un arbi-
trio para conciliar ambos dictámenes. Propuso que se enviase
al jefe de aquellos extranjeros una respuesta cortés y amigable,
concediéndole el permiso de entrar en el territorio de la Repúbli-
ca; pero que al mismo tiempo se diese orden a Xicotencatl el
joven, de salir con las tropas otomíes de la República, a cerrar-
les el paso, y a probar sus fuerzas. "Si quedamos vencedores,
dijo, será inmortal la gloria de nuestras armas: si somos ven-
cidos, echaremos la culpa a los otomíes, y daremos a entender
que emprendieron la guerra sin nuestra orden." (2) Artificio
político, que se practica muy frecuentemente en el mundo, y
especialmente por las naciones cultas pero no menos contrario
;

a la buena fe que se deben entre sí los hombres. Aceptó el Sena-


do el consejo de Temiloltecatl; pero antes de despedir a los men-
sajeros con la respuesta, dio a Xicotencatl las órdenes conve-

(1) Herrera y Torquemada dicen que Temiloltecatl era uno de los cua-
tro señores de Tlaxcala; pero de las Memorias de Camargo, y de otros
tlaxcaltecas, y aun deque dice el mismo Torquemada, se infiere clara-
lo
mente que los cuatro señores eran los que he nombrado en el texto. Quizá
podría conciliarse esta anomalía suponiendo que Tlehuexolotzin se llamaba
además Temiloltecatl, como también tenía el nombre de Tezcacalteuctli,
pues sabemos que muchas personas tenían dos y tres nombres.

(2) Ya he dicho que muchos otomíes se habían refugiado a Tlaxcala


para substraerse al dominio de los mexicanos, y que hacían servicios im-
portantes a la República.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 39

nientes. Este era un joven intrépido, enemigo del reposo,


y aficio-
nado en demasía a la gloria militar; por lo que aceptó con gusto
un encargo que le daba ocasión de lucir su esfuerzo y su arrojo.
Cortés, después de haber aguardado ocho días la respuesta
del Senado, creyendo que aquella tardanza sería efecto de la len-
titud que suele afectar la majestad de los potentados, y no du-
dando por esto lo que los cempoaltecas le decían, que sería bien
recibido por los tlaxcaltecas, salió de Iztacmaxtitlan con todo
su ejército, que además de los totonacas y de los españoles se
componía de un competente número de tropas mexicanas de la
guarnición de Xocotla, y marchó en buen orden, como solía, hasta
la muralla, que por aquella parte separaba los estados de México
y Tlaxcala. Esta gran fortaleza, cuya descripción y medidas he
dado, hablando del arte militar de aquellos pueblos, había sido
construida por los tlaxcaltecas para defenderse de sus antiguos
enemigos por la parte de levante, (1) y con el mismo objeto ha-
bían hecho fosos y trincheras por la de poniente. La salida
del muro, que siempre estaba guardada por tropas otomíes,
se halló, no sé por qué, enteramente abandonada en aquella im-
portante ocasión; de modo que las tropas españolas entraron
sin inconveniente en el territorio de la República, lo que de otro
modo no hubieran podido hacer sin derramar mucha sangre.
Aquel mismo día, que fue el 31 de agosto, se dejaron ver
algunos indios armados, y queriendo alcanzarlos la caballería
de descubierta para tener por ellos algunos datos de la resolu-
ción del Senado, fueron muertos dos caballos, heridos otros tres
y dos hombres: pérdida ciertamente grande para una caballería
tan reducida. Presentóse en seguida una fuerza que parecía como
de cuatro mil hombres, contra los cuales se avanzaron los espa-
ñoles y los aliados, y muy en breve los pusieron en derrota
quedando muertos ochenta otomíes. De ahí a poco llegaron dos
de los mensajeros cempoaltecas con algunos tlaxcaltecas, (2)

(1) De lo que dijeron* los mexicanos a Cortés acerca de la muralla po-


dría inferirse que fueron ellos los que la fabricaron; pero no tiene duda
que fueron los tlaxcaltecas.

(2) Bernal Díaz dice que los primeros mensajeros cempoaltecas vol-
vieron a Cortés antes de haber entrado éste en el país de Tlaxcala; pero
Cortés afirma lo contrario. En cuanto a la relación de los otros dos que que-
daron en Tlaxcala, aunque casi todos los historiadores españoles le han dado
fe, es enteramente increíble por las razones dadas en el texto. Robertson
hace algunas conjeturas para darle verosimilitud; pero no convencen.
40 FRANCISCO J. CLAVIJERO

los cuales cumplimentaron a Cortés en nombre del Senado, y le


hicieron saber el permiso que se le concedía de ir con su ejército
a Tlaxcala, manifestándole al mismo tiempo que las hostilidades
cometidas hasta entonces habían sido culpa de los otomíes.
y ofreciéndose a pagarle los caballos muertos. Cortés fingió c
crédito a su mensaje y manifestó su gratitud al Senado. L
tlaxcaltecas se despidieron y retiraron del campo sus muer:
para quemarlos. Cortés mandó enterrar los dos caballos, para
evitar que con su vista se animasen los enemigos a cometer
nuevas hostilidades.
Al día siguiente marchó el ejército hasta la proximidad
de unas montañas entre las cuales había unos barrancos. Allí lo
alcanzaron los otros dos mensajeros cempoaltecas que habían
quedado en Tlaxcala. bañados de sudor y de lágrimas y maldi-
ciendo la perfidia y la crueldad de los tlaxcaltecas pues violando
;

el derecho de gentes, los habían maltratado y aprisionado desti-

nándolos para el sacrificio del que se habían libertado, habiendo


tenido la fortuna de poderse desatar uno a otro. Esta relación
era ciertamente falsa pues era imposible que se libertasen por
;

sí las víctimas, tanto por la estrechez de las jaulas en que las


tenían, cuanto por la vigilancia de las guardias que las custo-
diaban; además que no había ejemplo de haber faltado los tlax-
caltecas al respeto debido al carácter de los embajadores, y mu-
cho menos siendo éstos de una nación tan estrechamente unida
con ellos por los vínculos de la amistad. Lo que parece más vero-
símil es que el Senado, después de haber despedido los primeros
mensajeros, entretuvo a los otros dos, para despacharlos cuando
hubiesen sido probadas las fuerzas de los españoles y que ellos
impacientes de volver al ejército se fugaron ocultamente y pro-
curaron justificar su resolución con aquel pretexto.

GUERRA DE TLAXCALA
Apenas habían terminado los cempoaltecas su relación, cuan-
do se dejó ver una hueste de cerca de mil tlaxcaltecas, los cuales
luego que descubrieron a los españoles, empezaron a tirarles
flechas, piedras y dardos. Cortés, después de haberles protestado
delante del notario regio del ejército, y por medio de tres prisio-
neros, que no venía con intenciones hostiles, rogándoles al mismo
tiempo que no le tratasen como a enemigo, viendo que sus re-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 41

convenciones eran inútiles, dio orden de rechazarlos. Los tlaxcal-


tecas se retiraron atrayendo a los españoles a los barrancos de
que he hecho mención, donde no podían manejar sus caballos
y donde los esperaba un gran ejército. (1) Allí se dio un encuen-
tro terrible, en que los españoles se creyeron perdidos; pero reu-
nidos en el mejor orden que pudieron y animados por las exhor-
taciones y el ejemplo de su general, se desembarazaron de aquel
peligro, y entrando en la llanura, hicieron tan grande estrago en
los enemigos con la artillería y con los caballos, que los obli-
garon a retirarse. De los tlaxcaltecas hubo un gran número de
heridos y no poco de muertos. De los españoles, aunque hubo
quince gravemente heridos, sólo uno murió al día siguiente.
En esta ocasión hubo un famoso duelo entre un capitán tlax-
calteca y un noble cempoalteca de los que habían ido con el
mensaje a Tlaxcala. Los dos pelearon bravamente largo rato
a vista de ambos ejércitos; mas al fin venció el cempoalteca
que, habiendo arrojado al suelo a su contrario, le cortó la cabe-
za y la llevó en triunfo a los suyos. Celebróse la victoria con
aclamaciones y con música militar. El sitio en que se dio esta
batalla se llamaba Teoatzincon, es decir, lugar del agua divina.
Aquella noche acampó el ejército español en una colina en
que había una torre a distancia de cerca de diez y ocho millas
de la capital de Tlaxcala. Construyéronse barracas para co-
modidad de las tropas, y se hicieron trincheras para su defensa.
Allí estuvo el campo de los españoles hasta la paz con aquella
República.
Cortés para obligar con sus hostilidades a los tlaxcaltecas
a recibir la paz y la amistad que les ofrecía, salió el tres de sep-
tiembre con su caballería, cien peones españoles, cuatrocientos
cempoaltecas y trescientos mexicanos de la guarnición de Iztac-
maxtitlan; quemó cinco o seis caseríos vecinos e hizo cuatro-
cientos prisioneros, los cuales después de haberlos obsequiado y
regalado, puso en libertad, encargando a los principales de entre
ellos que fueran de su parte a ofrecer la paz a los caudillos de
su nación. Estos fueron en derechura a Xicotencatl el joven,

(1) Bernal Díaz dice que el ejército tlaxcalteca era de cuarenta mil
hombres; Cortés creyó que pasaba de cien mil; otros escritores dicen
treinta mil. Es difícil conocer a ojo el número de hombres de un ejér-
cito, sobre todo, no observando éste el orden de la milicia europea. Por no
exponerme a errar, me contento con decir que el ejército era grande.
42 FRANCISCO J. CLAVIJERO

el cual estaba acampado con un gran ejército a seis millas de


distancia de aquella colina. El orgulloso tlaxcalteca respondió
que si los españoles querían tratar de paz, se encaminasen a
la capital donde serían víctimas consagradas a sus dioses, y sus
carnes manjar de los tlaxcaltecas; que por su parte, al día si-
guiente les enviaría una persona con la respuesta decisiva. Esta
resolución notificada a los españoles por los mismos mensajeros,
los puso en tanta consternación, que pasaron la noche preparán-
dose a la muerte con la confesión sacramental, sin descuidar
por esto las precauciones necesarias a su defensa.
Al día siguiente, 5 de septiembre, se presentó el ejército
tlaxcalteca no menos terrible a la vista por su innumerable mu-
chedumbre, (1) que hermoso por la variedad de penachos y
otros adornos militares que ostentaban los guerreros. Dividíase
en cinco huestes de diez mil hombres cada una; llevaban éstas
sus respectivos estandartes y a retaguardia, según el uso de
aquellas naciones, venía la insignia común y principal de la Repú-
blica que, como ya he dicho, era un águila de oro con las alas
extendidas. El arrogante Xicotencatl para dar a entender el poco
caso que hacía de los españoles y que no quería vencerlos por
hambre, sino con las armas y con el valor, les envió un regalo
de trescientos pavos y doscientas canastas de tamalli, exhortán-
dolos a restaurar sus fuerzas para la batalla. De ahí a poco desta-
có dos mil hombres animosos para que asaltasen el campamento
de los españoles. Este asalto fue tan violento, que forzando las
trincheras, entraron en el campo y combatieron cuerpo a cuerpo
con los españoles. Los. tlaxcaltecas hubieran conseguido la victo-
ria en aquella ocasión, tanto por el número superior de sus tropas,
cuanto por su valor y la cualidad de sus armas, que eran picas, es-
padas y dardos de dos y tres puntas, si la discordia suscitada en-
tre ellos no hubiera facilitado el triunfo a sus enemigos. El hijo
de Chichimecateuctli, que mandaba el cuerpo de tropas de su

que el ejército tlaxcalteca era de más de 149,000 hom-


(1) Cortés dice
bres; Bernal Díaz asegura, como cosa averiguada y sabida, que constaba
de 50,000, esto es, 10,000 de Maxixcatzin; 10,000 de Xicotencatl; 10,000 de
Tlehuexolotzin; 10,000 de Chichimecateuctli, uno de los señores principales
de aquella República; 10,000 de Tecpanecatl, señor de Topoxanco, ciudad
considerable de la misma. Estos nombres fueron, sin embargo, muy alte-
rados por aquel escritor. Su cálculo parece verosímil; el que se lee en las
Cartas de Cortés pudo ser error de imprenta.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 43

padre, (1) habiendo sido injuriado con palabras por el arrogante


Xicotencatl, se indignó de tal modo que lo desafió a combate sin-
gular, que decidiese de su valor y de su suerte; y no pudiendo
obtener de él aquella satisfacción, para vengarse de algún modo
retiró del campo que estaban bajo sus órdenes e indujo
las tropas
a Tlehuexolotzin a que hiciera lo mismo. A pesar de tan gran di-
minución del ejército, la batalla fue -obstinada y sangrienta. Los
españoles después de haber rechazado valerosamente las tropas
que habían asaltado su campamento, marcharon en orden de ba-
talla contra el cuerpo del ejército tlaxcalteca. Los estragos que
hacía en su agolpada muchedumbre la artillería, no bastaban a ha-
cerles volver la espalda, ni impedían que se llenasen prontamente
los vacíos que los muertos dejaban; antes bien, con su firmeza e
intrepidez habían puesto en confusión y derrota a los españoles,
no obstante los gritos y reconvenciones de Cortés y de sus capi-
tanes. Finalmente, después de cuatro horas de combates volvieron
victoriosos los españoles a su campo, aunque no cesaron los
tlaxcaltecas de molestarlos en el curso de aquel mismo día. De
los españoles faltó un solo hombre, habiendo sido heridos sesenta,
y todos los caballos. Los tlaxcaltecas tuvieron muchos muertos;
pero no se vio un solo cadáver por la suma diligencia y prontitud
con que los retiraban del campo de batalla.
Disgustado Xicotencatl de aquella expedición, hizo consultar
a los adivinos de Tlaxcala y éstos respondieron que aquellos
extranjeros, como hijos que eran del sol, no podían ser vencidos
durante el día; pero cuando llegaba la noche y les faltaba el ca-
lor de aquel planeta les faltaban también las fuerzas para defen-
derse. En virtud de aquel oráculo, resolvió el general dar de noche
un asalto al campamento de los españoles. Entretanto Cortés salió
de nuevo para hacer hostilidades en los pueblos inmediatos, de
los cuales quemó diez, y entre ellos uno de tres mil vecinos, y se
volvió con algunos prisioneros.
Xicotencatl, para no errar el golpe que meditaba, quiso infor-
marse de las disposiciones y de las fuerzas del campamento de
los enemigos. Envió para esto cincuenta hombres a Cortés, con
un regalo y con expresiones de benevolencia y de urbanidad,
encargándoles al mismo tiempo, que observasen atentamente la

(1) Solís dice que Chichimecateuctli era aliado de la República; pero


se engaña, pues sabemos por todos los historiadores que era uno de los
principales señores de ella.
44 FRANCISCO J. CLAVIJERO

disposición interior de aquel sitio; mas no pudieron hacerlo con


tanto disimulo, que no lo echase de ver Teuch, uno de los tres
principales cempoaltecas, el cual dio parte inmediatamente a Cor-
tés de sus sospechas. Este general, habiendo llamado aparte a al-
gunos de los mensajeros, los obligó con amenazas a declarar que
Xicotencatl pensaba dar el asalto la noche siguiente y que ellos
habían sido enviados para averiguar el punto por donde sería más
fácil la entrada. Cortés, oída su confesión, les hizo cortar las ma-
nos a todos los cincuenta, (1) y los mandó a su jefe, encargán-
doles hacerle saber que, viniese de día o de noche a su campo, le
haría conocer que eran españoles, y pareciéndole aquella ocasión
favorable para la batalla, antes que los enemigos estuviesen aper-
cibidos al asalto, salió al anochecer con un buen número de tropas
y con sus caballos, a los que hizo poner campanillas en los preta-
les, y marchó al encuentro de los enemigos, que ya se encami-
naban hacia el campamento. La vista del castigo ejecutado en los
espías y el ruido de las campanillas en el silencio y en la obscuridad
de la noche, inspiraron tanto miedo a los tlaxcaltecas, que inme-
diatamente echaron a huir y el mismo Xicotencatl volvió lleno de
confusión y vergüenza a la capital. Tomó de ahí ocasión Maxixca-
tzin para inculcar su primer sentimiento, añadiendo a las razo-
nes que ya había expuesto, la experiencia funesta de tantas ac-
ciones perdidas lo que bastó a mover el ánimo de todo el Senado
;

a la paz.

NUEVA EMBAJADA Y REGALOS DE MOTEUCZOMA


Mientras se ventilaba este negocio en Tlaxcala, se consulta-
ba en ^léxico sobre lo que debía hacerse con aquellos extranjeros.
Moteuczoma, noticioso de las victorias de los españoles y temien-
do su confederación con los tlaxcaltecas, llamó al rey de Tezcoco,
su sobrino, al príncipe Cuitlahuatzin y a otros sus consejeros; les
expuso el estado de las cosas, les descubrió sus temores y les pi-
dió su parecer sobre el partido que le convendría tomar en tan
arduas circunstancias. El rey de Texcoco se mantuvo en su pri-
mer parecer: esto es, que los extranjeros fuesen magníficamente
tratados por dondequiera que pasasen; que fuesen benigna-

(1) Algunos historiadores españoles dicen que a los espías tlaxcaltecas


sólo los dedos se les cortaron; pero el mismo Cortés asienta que les hizo cor-
tar las manos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 45

mente admitidos en la Capital y se diese oídos a sus proposiciones


como a las de cualquier vasallo, mostrando siempre el rey su
superioridad y guardando aquel decoro que convenía a la ma-
jestad del trono; que si llegaban a maquinar contra la persona
del rey o contra la seguridad del estado, se empleasen contra
ellos lafuerza y la severidad. El príncipe Cuitlahuatzin repitió lo
que había dicho en la otra conferencia: que no era conveniente
admitir a los extranjeros en la Capital; que se enviase a su jefe
un buen regalo y que se le preguntase qué era lo que deseaba
de aquel país para el gran señor en cuyo nombre venía y se le
ofreciese la amistad y la buena correspondencia de los mexica-
nos; pero que al mismo tiempo se el hiciesen nuevas instancias
para que regresase a su patria. De los consejeros unos abrazaron
el dictamen del rey de Texcoco y otros el del señor de Itztapa-
lapan, al que se mostró más inclinado Moteuczoma. Este desven-
turado rey no hallaba por todas partes sino objetos y motivos
de temor. La inminente confederación de los tlaxcaltecas con los
españoles, lo ponía en suma inquietud. Por otra parte recelaba
de la alianza de Cortés con el príncipe Ixtlilxochitl, su sobrino,
y su enemigo jurado, el cual desde que conspiró contra el rey de
Texcoco, su hermano, no había dejado las armas, y a la sazón
se hallaba en Otompan a la cabeza de un ejército formidable.
Aumentaba sus temores la rebelión de algunas provincias que
habían seguido el ejemplo de los totonacas.
Envió, pues, seis embajadores a Cortés con mil trajes cu-
riosos de algodón y una buena cantidad de oro y hermosas
plumas, encargándoles que le diesen la enhorabuena por sus
victorias, y le ofreciesen mayores regalos si desistía del viaje
a México, representándole las dificultades del camino y otros
obstáculos que no podían ser superados fácilmente. Partieron
los embajadores con un séquito de más de doscientos hombres,
y llegados al campo de los españoles ejecutaron puntualmente
lo que se les había mandado. Cortés los recibió con los honores de-
bidos a su carácter, y les manifestó cuan agradecido estaba a
la bondad de tan gran monarca; pero los entretuvo con varios
pretextos, esperando que se empeñase algún encuentro con los
tlaxcaltecas que acreditase a los mexicanos el valor de sus tro-
pas y la superioridad de las armas europeas, o que hecha la paz
con la República, fuesen testigos de la severidad con que pensaba
reconvenir a los tlaxcaltecas por su obstinación! En efecto, no
46 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tardó en presentarse la ocasión que tanto deseaba. Tres batallo-


nes enemigos atacaron el campamento español con aullidos es-
pantosos y con una tempestad de dardos y flechas. Cortés, a
pesar de haber tomado aquel día un purgante, montó a caballo
y salió intrépidamente contra los tlaxcaltecas, a los que derrotó
sin mucho esfuerzo, a vista de los embajadores.

PAZ Y CONFEDERACIÓN CON LOS TLAXCALTECAS


Persuadidos al fin los partidarios del viejo Xicotencatl que
no convenía a la República la guerra con los españoles y temiendo
además que éstos se aliasen con los mexicanos, resolvieron de
común acuerdo hacer la paz, y tomaron por mediador de ella
al mismo que había sido general en la guerra. Xicotencatl, aun-
que al principio rehusó aquel encargo, por la vergüenza que te-
nía del éxito infausto de la campaña se vio obligado al fin a acep-
tar la comisión. Pasó, pues, al campo de los españoles con una
noble y numerosa comitiva; saludó a Cortés en nombre de toda
la República; se excusó de las hostilidades con el pretexto de
haberlo creído aliado de los mexicanos, tanto por causa de los
soberbios regalos que se le habían enviado de México, como por
el gran número de gente de aquella nación que traía consigo;
prometió una paz firme y una alianza eterna entre tlaxcaltecas
y españoles y le presentó un poco de oro y algunas cargas de
ropas de algodón, excusando la pequenez del regalo con la pobre-
za de su país, efecto de la guerra perpetua con los mexicanos,
que impedían su comercio con las otras provincias. Cortés no
omitió ninguna demostración de respeto para con Xicotencatl;
fingió quedar satisfecho de sus excusas; pero exigió que la paz
fuese sincera y durable, pues si llegaban a romperla, tomaría
de ellos tan terrible venganza, que serviría de ejemplo a las
otras naciones.
Hecha paz y despedido Xicotencatl, hizo Cortés celebrar
la
el santo sacrificio de la misa, en acción de gracias al Altísimo.
Fácil es de imaginarse el disgusto con que verían los embajadores
mexicanos aquel convenio. Quejáronse a Cortés y le echaron
en cara su demasiada facilidad en dar crédito a las promesas de
unos hombres tan pérfidos como los tlaxcaltecas. Decíanle que
aquellas apariencias de paz no tenían otro objeto que inspirarle
confianza para atraerlo a su capital y hacer allí sin peligro lo
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 47

que no habían podido conseguir con las armas en el campo; que


comparase la conducta del Senado con la del rey de México. Los
tlaxcaltecas, después de haberles concedido pacíficamente el per-
miso de entrar en su país, no habían cesado de hacerles la guerra
hasta que conocieron que sus esfuerzos eran inútiles. Los mexi-
canos, por el contrario, no les habían hecho la menor hostilidad,
antes bien, les habían prodigado los obsequios y los servicios
en todos los pueblos de su territorio a donde habían llegado y su
soberano les había dado las pruebas más relevantes de amistad
y benevolencia. Cortés respondió que no creía hacer daño con
aquel tratado a la corte de México, a la cual se manifestaba su-
mamente reconocido, pues su intención era tener paz con todos;
que, por lo demás, no temía a los tlaxcaltecas, en caso de que qui-
sieran ser sus enemigos; que para él y para los otros españoles
tanto valía ser atacados en los muros de una ciudad como en
medio del campo; tanto de día como de noche; que antes bien,
por lo mismo que de los tlaxcaltecas le decían, quería ir a su
ciudad para tomar en ella una estrepitosa venganza de su perfidia.
Muy lejos estaban los tlaxcaltecas de aquella deslealtad que
les imputaban los mexicanos, porque desde el momento en
que el Senado decretó la paz, fueron siempre los más fieles aliados
de los españoles, como se verá en el discurso de esta Historia.
Deseaba el Senado tener a Cortés con todo su ejército en Tlax-
cala para estrechar la mutua amistad de ambas naciones, y pa-
ra tratar seriamente de la confederación contra los mexicanos;
y ya los senadores habían enviado mensajeros a Cortés, convi-
dándolo a tomar alojamiento en sus casas, pues no podían sufrir
que tan ilustres amigos de la República padeciesen la menor in-
comodidad.

NUEVAS EMBAJADAS
No fué la alianza de los tlaxcaltecas el único fruto que los es-
pañoles sacaron de sus victorias, pues en el mismo campo en que
habían oído a sus embajadores, recibió Cortés a los de la República
de Huexotzingo y a los del príncipe Ixtlilxochitl. Los huexotzin-
gos, que habían sido vasallos de la corona de México y enemigos
de los tlaxcaltecas, se habían substraído al dominio de aquélla y
confederado con éstos, que eran sus vecinos, y por esto siguieron
su ejemplo uniéndose con los españoles. El príncipe Ixtlilxochitl
envió embajadores a Cortés para felicitarlo por sus victorias y
48 FRANCISCO J. CLAVIJERO

para convidarlo a seguir su viaje por Teotlalpan, donde quería unir


sus fuerzas con las de los españoles, para hacer la guerra al rey
de México. Cortés, después de haberse informado de la calidad de
las pretensiones y de las fuerzas de aquel príncipe, aceptó de bue-
na voluntad su alianza y se ofreció a colocarlo en el trono de
Acolhuacan.
Al mismo tiempo volvió de la Capital el embajador mexicano
que se esperaba, con un presente de joyas de oro, que importaban
una suma considerable y de doscientos preciosos trajes de plu-
mas y con nuevas instancias de Moteuczoma para disuadirlo de
su viaje a México y de la alianza con los tlaxcaltecas; inútiles
esfuerzos de la pusilanimidad de aquel monarca, pues el oro que
prodigaba en sus regalos a aquellos extranjeros no era otra cosa
que el precio con que compraba las cadenas que en breve debían
esclavizarlo;

SUMISIÓN DE TLAXCALA AL REY CATÓLICO

Seis días habían pasado después de la paz hecha con los


tlaxcaltecas, cuando los cuatro jefes de aquella República, para
obligar a Cortés a ir a su capital, se hicieron llevar en sillas portá-
tiles a su campo, con gran acompañamiento. Las demostraciones
de júbilo y respeto fueron extraordinarias por una y otra parte.
Aquel ilustre Senado, no contento con ratificar su alianza, prestó
obediencia espontáneamente al Rey Católico lo que fué tanto más
;

agradable a los españoles, cuanto más cara era a los tlaxcaltecas


la libertad que de tiempo inmemorial habían gozado. Quejáronse
en términos amistosos de la desconfianza del caudillo español
y con sus ruegos lo indujeron a ponerse en camino al día siguiente
para Tlaxcala.
Faltaban cincuenta y cinco españoles de los que se habían
alistado en Cuba y la mayor parte de los que quedaban, estaban
heridos o maltratados y esto causó tanto desaliento en los solda-
dos, que no sólo murmuraban del general, sino que le rogaban vol-
viese a Veracruz; pero Cortés los reconvino, y con eficaces razo-
nes de honor y con su propio ejemplo de brío y de constancia en
los peligros, enardeció sus ánimos y los dispuso a seguir en la
empresa comenzada. Contribuyó en gran manera a restablecer
sus esperanzas, la alianza que acababa de celebrarse.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 49

ENTRADA DE LOS ESPAÑOLES EN TLAXCALA


Los embajadores mexicanos que Cortés tenía aún consigo
rehusaron acompañarlo a Tlaxcala pero él los persuadió a acom-
;

pañarlo, prometiéndoles que a su lado estarían seguros. Superado


este obstáculo, marchó el ejército con buen orden y preparado
para cualquiera novedad. En las ciudades de Tecompantzinco y
de Atlihuetzian fué recibido con toda la magnificencia posible,
aunque no comparable a la de la capital, de la que salieron al en-
cuentro de los españoles los cuatro señores de la República con
una bella danza de la nobleza y con tan gran muchedumbre de
pueblo, que de algunos fue estimada en cien mil personas; nú-
mero verosímil, atendida la población de Tlaxcala, la novedad
que produjeron aquellos hombres extranjeros y la curiosidad que
excitaron en los pueblos circunvecinos. En todas las calles de
la ciudad se habían formado, según el uso de aquellas naciones,
arcos de flores y ramas de árboles, y por todas partes sonaba
una música confusa de instrumentos y aclamaciones, con tan
grandes demostraciones de júbilo, que más parecían celebrar el
triunfo de la República, que el de sus enemigos. Este día, tan
memorable en los anales de Tlaxcala, fué el 26 de septiembre
de 1519.
Era entonces aquella ciudad una de las más considerables
del país de Anáhuac. Cortés, en sus Cartas a Carlos V, afirma que
en el tamaño, en la población, en la calidad de los edificios y en la
abundancia de las cosas necesarias a la vida, era superior a Gra-
nada cuando fue conquistada a los moros, y que en su mercado,
cuya descripción hace, concurrían diariamente hasta treinta mil
traficantes. El mismo conquistador asegura que habiendo obte-
nido del Senado un censo de la población de la República, en las
ciudades, villas y caseríos, resultaron ciento y cincuenta mil casas
y más de quinientos mil habitantes.
Habían preparado los tlaxcaltecas, para los españoles y para
todos sus aliados, un bello y cómodo alojamiento. Cortés quiso
que los embajadores mexicanos se alojasen en una habitación
próxima a la suya, tanto para hacerles honor, cuanto para quitar
de sus ánimos todo recelo de los tlaxcaltecas. Los jefes de la Repú-
blica, para dar a los españoles un nuevo testimonio de su sincera
amistad, presentaron a Cortés, según el uso de aquellos pueblos,
50 FRANCISCO J. CLAVIJERO

trescientas bellas jóvenes. Cortés las rehusó al principio, alegando


que la ley cristiana condenabapoligamia mas después aceptó
la ;

algunas, por no disgustarlos, para que sirviesen y acompaña-


sen a doña Marina. A pesar de su repulsa, volvieron muy en
breve a regalarle cinco de la primera nobleza, que aceptó para
estrechar más y más los vínculos de su amistad con la Repú-
blica. Estas doncellas y las otras, fueron prontamente instruidas,
y renunciando a la superstición de sus padres, recibieron solemne-
mente el bautismo, en un templo que Cortés mandó asear y com-
poner para celebrar en él los sacrosantos misterios de nuestra
religión. Una de las cinco señoras, que era hija del príncipe
Maxixcatzin, tomó en el bautismo el nombre de doña Elvira y fue
dada al capitán Juan Velázquez de León; otra, hija del viejo Xico-
tencatl, se llamó doña Luisa Techquihuatzin, y se dio al capitán
Pedro de Alvarado, (1) y las otras tres se dieron a los capitanes
Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval y Alonso de Avila.
Estimulado por tan felices principios, quiso Cortés persuadir
a los jefes de la República y de la nobleza a detestar su supersti-
ción y reconocer al verdadero Dios mas ellos, aunque convenci-
;

dos por sus razones, confesaron la bondad y el poder del Dios


que adoraban los españoles, no quisieron renunciar a sus supues-
tas divinidades, porque las creían necesarias a la felicidad hu-
mana. "Nuestro dios Camaxtle, decían, nos conoede la victoria
sobre nuestros enemigos; nuestra diosa Matlalcueye envía la
lluvia necesaria a nuestros campos, y nos defiende de las inunda-
ciones del río Zahuapan. A cada uno de nuestros dioses debe-
mos una parte de la felicidad de nuestra vida, y su cólera, provo-
cada por nuestra ingratitud, podría atraernos los más terribles
castigos." Cortés, animado de un celo demasiado ardiente y vio-
lento, quería hacer con los ídolos de Tlaxcala lo mismo que
había hecho con los de Cempoala; pero el padre Olmedo y otras
personas prudentes lo disuadieron de tan temerario atentado, ha-
ciéndole ver que aquella violencia, además de no ser conveniente
a la pacífica promulgación del Evangelio, podría ocasionar la to-
tal ruina de los españoles, en una ciudad tan populosa y tan adicta
al culto supersticioso que profesaba. No cesó, sin embargo, en los

(1) Tuvo Alvarado de doña Luisa, dos don Pedro y doña Leonor.
hijos,
Esta se casó con don Francisco de la Cueva, caballero de la orden de Santiago,
gobernador de Guatemala y primo del duque de Alburquerque. De este ma-
trimonio nacieron muchos hijos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 51

veinte días que allí se detuvo, de reconvenir a los tlaxcaltecas por


la abominable crueldad de sus sacrificios, inculcándoles la pureza
y la santidad de la religión cristiana, la falsedad de aquellos núme-
nes que adoraban y la existencia de un Ser Supremo que rige to-
das las causas naturales y vela con admirable providencia sobre
la conservación de sus criaturas. Estas exhortaciones, hechas
por un hombre de tanta autoridad y de quien habían formado los
tlaxcaltecas tan sublime concepto, aunque no produjeron todo el
fruto que se deseaba, fueron muy útiles, pues movido por ellas
el Senado, mandó que se rompiesen las jaulas y que se pusiesen en
libertad los prisioneros y los esclavos que se guardaban para ser
sacrificados a sus dioses en las fiestas solemnes, o en las necesida-
des públicas del estado.
Así se establecía cada día más, con nuevas demostraciones, la
alianza de los tlaxcaltecas, en despecho de las continuas suges-
tiones que los embajadores mexicanos hacían para romperla.
Cortés, aunque bien persuadido de la sinceridad de los tlaxcal-
tecas, había dado orden a sus tropas para que estuviesen siempre
armadas, por lo que pudiera sobrevenir. Ofendióse de esto el Se-
nado y se quejó amargamente de la desconfianza de Cortés,
después de tantas y tan incontestables pruebas de buena fe como
los tlaxcaltecas le habían dado; pero Cortés se excusó protes-
tando que aquello no se hacía por desconfianza, sino por ser cos-
tumbre establecida entre los españoles. Con esta respuesta que-
daron satisfechos y tanto les gustó aquella disciplina, que
Maxixcatzin quiso introducirla en las tropas de la República.
Finalmente, Cortés después de haber adquirido en el tiem-
po de su mansión en Tlaxcala, una noticia más exacta de la situa-
ción de la ciudad de México, de las fuerzas de aquel reino, y de
todo lo que podia coadyuvar al éxito de sus designios, determinó
continuar su viaje; mas antes de partir, regaló a los tlaxcalte-
cas un gran número de los trajes más hermosos que le había
enviado Moteuczoma. Estaba dudoso sobre el camino que debía
tomar para dirigirse a la capital del Imperio. Los embajadores
mexicanos querían que fuese por Cholula, donde se había pre-
parado un gran alojamiento para toda su gente; los tlaxcaltecas
lo disuadieron de aquel plan, manifestándole la perfidia de los
cholultecas y aconsejándole que se encaminase por Huexotzingo,
estado confederado con los tlaxcaltecas y con los españoles; mas
Cortés se resolvió a ir por Cholula, tanto por complacer a los em-
52 FRANCISCO J. CLAVIJERO

bajadores, como para acreditar a los tlaxcaltecas el poco caso que


hacía de los esfuerzos de sus enemigos.
Los cholultecas habían sido aliados de Tlaxcala; pero a la
llegada de los españoles se habían confederado con los mexica-
nos y eran enemigos jurados de la República. La causa de esta
gran enemistad había sido la perfidia de los mismos cholultecas.
Estos, en una batalla, que como aliados de Tlaxcala, habían dado
a las tropas de México, estando en la vanguardia del ejército,
se pusieron, por una repentina evolución, a retaguardia y atacan-
do a los tlaxcaltecas por la espalda, mientras los mexicanos pe-
leaban de frente, hicieron en ellos grandes estragos. El odio que
encendió en los tlaxcaltecas esta detestable traición, sólo busca-
ba ocasiones de venganza y ninguna les pareció más oportuna
que la de aquella alianza con los españoles. Para inspirar el
mismo odio a Cortés y moverlo a declarar la guerra a Cholula,
le hicieron ver que la conducta de aquellos pueblos para con él,
era muy sospechosa, pues no le habían enviado mensajeros para
cumplimentarlo, como lo hicieron los huexotzingos, no obstante
la distancia a que se hallaban. Referíanle, además, el mensaje
que decían haber recibido de ellos, reconviniéndolos por su alian-
za con los españoles, llamándolos cobardes y viles y amenazán-
dolos que morirían todos anegados, en el punto y hora en que
emprendiesen algún ataque contra aquella santa ciudad; pues
entre otros errores de su creencia, se figuraban que siempre que
quisieran, podían, sólo con echar abajo los muros del templo
de Quetzalcoatl, hacer brotar ríos caudalosos, que en un momento
inundarían la ciudad, y aunque los tlaxcaltecas no dejaban de te-
mer aquel infortunio, el deseo de la venganza era más poderoso,
que el miedo en sus corazones.
Convencido Cortés por aquellas sugestiones, envió cuatro
nobles tlaxcaltecas a Cholula, para saber de los señores de aque-
lla ciudad el motivo de no haber tenido con él la consideración de
que habían usado los huexotzingos. Los cholultecas se excusa-
ron con la enemistad de los tlaxcaltecas, de los cuales no podían
fiarse. (1) Esta respuesta fue enviada por cuatro plebeyos, lo

(1) Torquemada añade que los cholultecas retuvieron al principal de


los mensajeros tlaxcaltecas, llamado Patlahuatzin, y que con inaudita
crueldad le desollaron el rostro y los brazos y le cortaron la nariz, mas esto
es falso, porque aquella crueldad no podía ser ignorada por los españoles,
pues ni Bernal Díaz ni Cortés, ni ninguno de los historiadores antiguos
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 53

que era una manifiesta demostración de desprecio. Aconsejado


Cortés por los tlaxcaltecas, mandó decir a aquellos señores, por
medio de cuatro cempoaltecas, que la embajada de un monarca
tan grande como el rey de España no debía confiarse a tan vi-
les mensajeros, cuando ni aun ellos mismos eran dignos de recibir-
la; que supiesen que el Rey Católico era el verdadero dueño de
aquellos países y que él venía en su nombre a exigir homenaje
de sus pueblos que los que se sometiesen serían honrados, y los
;

rebeldes castigados como merecían; que, por tanto, comparecie-


sen en el término de tres días a tributar obediencia a su verdadero
soberano y que si así no lo hacían, serían tratados como enemigos.
Los cholultecas, aunque se burlaron interiormente, como era pro-
bable, de tan arrogante embajada, para disimular su maligno in-
tento, se presentaron al siguiente día a Cortés, rogándole que
excusase su falta, ocasionada por la enemistad de los tlaxcalte-
cas y reconociéndose no sólo amigos de los españoles, sino vasa-
llos de su rey.

ENTRADA DE LOS ESPAÑOLES EN CKOLULA


Resuelto, pues, el viaje por Cholula, salió Cortés de Tiaxcala
con toda su gente y con un gran número de tropas de aquella
República, (1) que muy en breve licenció, conservando sólo seis
mil hombres. Poco antes de llegar a Cholula, salieron a su en-
cuentro los principales señores y sacerdotes con incensarios en
las manos, y después de las acostumbradas ceremonias de respeto,
dijeron al general que entrase con todos sus españoles y con los
totonacas, pero que no permitiese lo acompañasen los tlaxcaltecas,
a quienes miraban como enemigos. Consintió en ello Cortés por
complacerlos, y los tlaxcaltecas quedaron acampados fuera de
la ciudad, imitando en la disposición del campo, en el orden de los
centinelas y en todo lo demás, la disciplina militar de los es-

hace mención de ella. Cortés no la hubiera omitido en su carta a Carlos V,


en justificación del castigo que impuso a los cholultecas; ni es verosímil
que después de tamaño atentado cometido contra uno de sus mensajeros,
hubiese aguardado otros indicios de la mala fe de aquella gente.

Cortés dice que los tlaxcaltecas que lo acompañaron hasta seis


(1)
millas antes de llegar a Cholula, eran cien mil guerreros, poco más o menos.
Bernal Díaz cuenta tan solo dos mil de los diez mil que ofreció el Senado;
mas ésta seguramente es ana distracción de aquel escritor.
54 FRANCISCO J. CLAVIJERO

pañoles. A entrada del ejército español hubo la misma con-


la
currencia y las mismas ceremonias, aclamaciones y obsequios
que en Tlaxcala; mas no con la misma sinceridad.
Era entonces Cholula una ciudad populosa, distante diez y
ocho millas de Tlaxcala, y cerca de sesenta de México, y no me-
nos célebre por el comercio de sus habitantes, que por su re-
ligión. Su situación, como en la actualidad, era una bella llanura
a poca distancia de aquel grupo de altas montañas que circun-
dan el valle de México por la parte de levante. Su población en
aquel tiempo, según afirma Cortés, era de cerca de cuarenta mil
casas y casi había otras tantas en los lugares vecinos que le
servían como de arrabales. Su comercio consistía en manufactu-
ras de algodón, joyas y vajilla de barro, siendo muy famo-
sos sus joyistas y alfareros. Por lo que respecta a la religión,
puede decirse que Cholula era la Roma de Anáhuac. Como el
célebre Quetzalcoatl se había detenido tanto tiempo en aquella
ciudad y había favorecido tanto a sus habitantes, después de
su apoteosis se le consagró allí un culto especial. La extraordi-
naria muchedumbre de templos que allí había, y especialmente
el mayor, erigido sobre un monte artificial, que hasta ahora sub-
siste, atraían a aquel pueblo, que se reputaba santo, un número
infinito de peregrinos, no sólo de las ciudades vecinas, sino tam-
bién de las provincias más remotas.
Fue alojado Cortés con todas sus tropas en unas casas gran-
des, donde los dos primeros días fueron abundantemente provis-
tos de víveres pero muy en breve empezaron a escaseárselos, has-
;

ta que llegó el caso de que sólo les suministraban agua y leña. Ni


fue éste el único indicio que dieron de sus torcidas intenciones,
pues a cada momento se ofrecían nuevos anuncios de la traición
que meditaban. Los aliados cempoaltecas habían observado que
en las calles de la ciudad se habían construido unos grandes
agujeros, en que se habían plantado estacas agudas, cubriéndolas
después con tierra; lo cual no podía tener otro objeto, que el de
inhabilitar los caballos. Ocho hombres, venidos del campo tlaxcal-
teca, le avisaron que habían visto saMr de la ciudad gran mu-
chedumbre de mujeres y niños, señal indudable en aquellas na-
ciones de una guerra inminente. Además de esto, se sabía que
en algunas calles se formaban trincheras y que había grandes
montones de guijarros en las azoteas de las casas. Finalmente,
una señora cholulteca que se había prendado de la hermosura, del
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 55

ingenio y de la discreción de doña Marina, la rogó que se salvase


en su casa del peligro que amenazaba a los españoles con lo que ;

ésta tuvo ocasión de informarse de toda la trama y de ella dio


cuenta inmediatamente a Cortés. Este supo, de boca de la misma
señora cholulteca, que sus compatriotas habían concertado el
exterminio de todos los españoles, con el auxilio de veinte mil
mexicanos, acampados cerca de la ciudad. (1) No satisfecho con
todos estos datos, encargó a doña Marina que emplease todas sus
artes en hacer venir a su alojamiento dos sacerdotes, los cuales
confirmaron todo lo que la señora había descubierto.
Viéndose Cortés en tan grave peligro, determinó emplear to-
dos los medios oportunos para salvarse. Mandó llamar a su pre-
sencia a las personas de más alto carácter de la ciudad y les dijo
que si tenían alguna queja contra los españoles, la expusiesen
claramente, como convenía a hombres de honor y se les daría la
competente satisfacción. Ellos respondieron que estaban satis-
fechos de su conducta y prontos a servirlo que cuando resolviese
;

marchar, sería abundantemente provisto de todo cuanto necesi-


tase para el viaje y que aun se le darían fuerzas para su seguri-
dad. Aceptó Cortés la oferta, y señaló el día siguiente para su mar-
cha. Los cholultecas se fueron contentos, porque les parecía que
todo se preparaba felizmente para el éxito de sus designios, y
para asegurarlo más, sacrificaron a sus dioses, según dicen, diez
niños, cinco de cada sexo. Cortés reunió a sus capitanes, les des-
cubrió las intenciones malvadas de aquellos hombres y les man-
dó que le dijesen su dictamen sobre lo que debía hacerse en
tanto aprieto. Algunos querían que se evitase el peligro, retirán-
dose a la ciudad de Huexotzingo, distante apenas nueve millas de
Cholula, o bien a Tlaxcala pero la mayor parte se sometieron a lo
;

que decidiese el general. Cortés dio las órdenes que le parecieron


más conducentes a su intento, protestando que no se creía segu-
ro en México, si no dejaba bien castigada aquella pérfida ciudad.
Mandó a las tropas auxiliares de Tlaxcala que al día siguiente,
al despuntar el sol, cayesen de pronto sobre ella, destruyendo
cuanto encontrasen y respetando tan solo las mujeres y los
niños.

(1) Bernal Díaz dice que el ejército mexicano, según se supo, era de
veinte mil hombres; Cortés dice que los mismos señores de Cholula le con-
fesaron que no bajaba de cincuenta mil.
56 FRANCISCO J. CLAVIJERO

CATÁSTROFE DE CHOLULA
Llegó finalmente aquel día que debía ser tan infausto para los
cholultecas. Aparejaron los españoles sus caballos, apercibieron
la artillería y las armas, y se formaron en un gran patio de su alo-
jamiento, que debía ser el teatro principal de aquella tragedia.
Llegaron los cholultecas al rayar el día. Los señores, con unos
cuarenta nobles y los hombres de carga, entraron en las salas y
en las cámaras para tomar el equipaje; mas en breve se les
pusieron guardias para que no pudieran salir. Las tropas cho-
lultecas, a lo menos una gran parte de ellas, entraron en el patio
con otros nobles, a petición, sin duda, del mismo Cortés, el cual,
montando a caballo, les habló en estos términos: "Yo, señores,
me he esmerado en granjearme vuestra amistad; entré pa-
cíficamente en esta ciudad, y ni yo, ni ninguno de los míos, os
hemos hecho el menor perjuicio antes bien, para que no tuvierais
;

queja, no quise permitir que entrasen conmigo las tropas tlaxcal-


tecas. Además, os he rogado que me digáis claramente si ha-
béis recibido de nosotros algún agravio, para daros la debida
satisfacción pero vosotros, con detestable perfidia, habéis urdido,
;

bajo semblante de amistad, la más cruel traición, para que yo


perezca con mi gente. Nada ignoro de vuestros malignos proyec-
tos." Y llamando aparte a cuatro o cinco cholultecas les pregun-
tó qué razón habían tenido para maquinar tan execrable aten-
tado. Ellos respondieron que los embajadores mexicanos, para
complacer a su soberano, los habían inducido a exterminar a los
españoles. Cortés entonces, con el rostro encendido en cólera,
habló así a los embajadores que se hallaban presentes: "Estos
malvados, para excusar su delito, acusan de traición a vosotros y
a vuestro rey pero ni yo os creo capaces de tanta maldad, ni pue-
;

do persuadirme que el gran monarca Moteuczoma quiera ser tan


cruel enemigo mío, al mismo tiempo que me concede las prue-
bas más relevantes de amistad, ni que pudiendo abiertamente
oponerse a mis pretensiones, se valga de la traición para frustrar-
las. Yo haré respetar vuestras personas con el escarmiento que

voy a dar a estos perversos. Hoy perecerán y su ciudad será


destruida. Llamo al cielo y a la tierra por testigos, que su perfidia
es la que arma nuestros brazos, para una venganza tan opuesta a
nuestra índole."
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 57

Dicho esto y dada la señal del ataque, que era un tiro de mos-
quete, partieron tan furiosamente los españoles contra aquellas
miserables víctimas, que de todos los que se hallaban en el patio,
que eran muchos, no quedó uno solo con vida. Los arroyos de
sangre que corrían por el patio y los tristes lamentos de los
moribundos, hubieran bastado a mover a piedad todo corazón que
no estuviese animado por el furor de la venganza. No quedando
ya nada que hacer en aquel recinto, salieron por las calles ensan-
grentando con el mismo furor las espadas en cuantos cholultecas
se les presentaban. Los tlaxcaltecas entretanto vinieron a la ciu-
dad como leones sangrientos, aguijoneada su ferocidad por el odio
a sus enemigos y por el deseo de complacer a sus nuevos aliados.
Tan horrendo e inesperado golpe puso en el mayor desorden a los
habitantes; pero habiéndose reunido en muchas huestes, hicie-
ron por algún tiempo una vigorosa resistencia, hasta que notando
los estragos que en ellos hacía la artillería y reconociendo la
superioridad de las armas europeas, de nuevo se desordenaron,
retirándose confusos y despavoridos. La mayor parte procuró sal-
varse con la fuga; otros recurrieron a la superstición de arrasar
los muros del templo para inundar la ciudad pero viendo que
;

aquella diligencia era inútil, procuraron fortificarse en los templos


y en las casas. Nada de esto les sirvió, porque sus enemigos
empezaron a pegar fuego a todos los edificios en que hallaron
alguna resistencia. Arden las casas y las torres de los santuarios
por las calles no se ven más que cadáveres ensangrentados o a me-
dio devorar por las llamas sólo se oyen los clamores insultantes
;

y amenazadores de los confederados, los débiles suspiros de los


moribundos, las imprecaciones de los vencidos contra los vence-
dores y los lamentos que dirigen a sus dioses, por haberlos aban-
donado en tan gran calamidad. De los muchos que se refugiaron a
las torres de los templos no hubo más que uno solo que se rindie-
se a sus verdugos todos los otros perecieron en las llamas, o bus-
;

caron una muerte menos dolorosa, arrojándose desde aquella


altura.
Con este horrible estrago, (1) en que perecieron más de seis
mil cholultecas, quedó por entonces despoblada la ciudad. Ljs tem-

(1) En de Las Casas se lee muy desfigurado este suceso de


los escritos
Cholula. Es cierto que fué demasiado rigorosa la venganza y horrible el
destrozo; mas no carecieron los españoles, para castigar a los cholultecas,
de las razones que he indicado en el texto, y sin embargo, ninguna mención
58 FRANCISCO J. CLAVIJERO

píos y las casas fueron saqueados, apoderándose los españoles


de las joyas, del oro y de la plata; los tlaxcaltecas de las ro-
pas, de las plumas y de la provisión de sal. Terminada apenas
la catástrofe, se presentó un ejército de veinte mil hombres,
enviados por la República de Tlaxcala, bajo el mando del general
Xicotencatl; probablemente sería efecto de algún aviso despa-
chado la noche antes al Senado por los jefes de las tropas tlaxcal-
tecas, que acamparon fuera de la ciudad. Cortés agradeció el so-
corro, regaló a Xicotencatl y a sus capitanes una parte del
botín y le rogó que se volviese con su ejército a Tlaxcala, puesto
que no lo necesitaba; sin embargo, conservó consigo los seis mil
hombres que le habían ayudado en el castigo de Choiula, a fin de
que lo acompañasen en su viaje a México. De este modo quedó
más consolidada la alianza de españoles y tlaxcaltecas.

SUMISIÓN DE LOS CHOLULTECAS Y DE LOS TEPEYAQUESES


A LA CORONA DE ESPAÑA
Vuelto Cortés a su alojamiento, en que habían quedado como
prisioneros cuarenta cholultecas de la primera nobleza, éstos le
rogaron que diese lugar entre tanto rigor a la clemencia y que
permitiese a uno o dos de ellos ir a llamar a las mujeres, niños y
otros fugitivos que andaban aterrados y llenos de espanto por
los montes. Movido Cortés a compasión, mandó cesar el furor
de las armas y publicó un indulto general. Promulgado este bando,

hace de ellas aquel prelado. Tampoco es cierto que interviniesen aquellas


odiosas circunstancias que él cita, y que no se hallan en ningún historiador
antiguo. Para hacernos creer que los españoles hicieron aquel escarmiento
por mero capricho, y que mientras los soldados derramaban torrentes de
sangre, el general cantaba alegremente unas coplas, sería necesario a lo
menos, que el mismo prelado lo refiriese como testigo ocular, o que alegase
algunos documentos que bastasen a borrar la idea que nos dan de Cortés
los que lo conocieron. De este modo sería algún tanto verosímil, lo que es
enteramente increíble. Pero ni Las Casas se halló presente, ni cita prueba
alguna digna de nuestra fe. Sin duda se valió ligeramente de alguna noticia
dada por uno de los muchos enemigos del Conquistador. Yo no soy su pa-
negirista, ni excuso sus yerros; pero soy historiador, hombre y cristiano,
y bajo ninguno de estos aspectos puedo afirmar lo que no creo, ni creer de
un individuo de mi especie tanta maldad, sin graves fundamentos. Des-
cribo el hecho de Choiula como lo hallo en los historiadores sinceros que
se hallaron presentes, o que se informaron, tanto de los antiguos españoles,
como de los indios.
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 59

se vieron de repente alzarse de entre los muertos, algunos que


habían fingido estarlo, para preservar la vida y acudir a la ciu-
dad bandadas de fugitivos, deplorando, quién la muerte del esposo,
quién la del hijo, quién la del hermano. Mandó Cortés quitar
de los templos y de las calles los cadáveres que empezaban a
corromperse y poner en libertad a los nobles prisioneros, y den-
tro de pocos días quedó aquella ciudad tan bien poblada, que no
parecía faltar ninguno de sus habitantes. En seguida recibió las
enhorabuenas de los huexotzingos y de los tlaxcaltecas y el ju-
ramento de fidelidad a la corona de España, de los mismos cholul-
tecas y de los tepeyaqueses ajustó los disturbios que reinaban
;

entre las dos Repúblicas de Tlaxcala y Cholula y restableció su an-


tigua amistad y alianza que se mantuvo firme desde entonces en
adelante. Finalmente, para cumplir con las obligaciones de la
religión y de la caridad, mandó romper las jaulas y poner en
libertad a todos los prisioneros y esclavos destinados a los sacri-
ficios. Hizo además limpiar el templo mayor y enarboló en él el
estandarte de la cruz, después de haber dado a los cholultecas,
como a todos los otros pueblos, entre los cuales se detenía, algunas
ideas de la religión cristiana.

OTRA EMBAJADA Y REGALOS DE MOTEUCZOMA


general español por tan felices sucesos y deseoso
Orgulloso el

de amedrentar a Moteuczoma, encargó a los embajadores mexi-


canos dijesen a su señor, que si hasta entonces se había propuesto
entrar pacíficamente en México, después de lo ocurrido en Cho-
lula, se había determinado a entrar como enemigo, y haciéndole
cuanto daño pudiese. Los embajadores respondieron que antes de
tomar aquella resolución, hiciese más diligentes investigaciones
sobre los sucesos últimamente ocurridos, para asegurarse de las
buenas intenciones de su soberano, y que, si le parecía bien, uno
de pasaría a la corte a representar al rey las quejas que de él
ellos
tenía Cortés. Consintió éste en aquella medida y al cabo de seis
días volvió elembajador, trayendo un gran regalo, que consis-
tía en diez platos de oro, de valor de muchos miles de pesos mil ;

y quinientos vestidos y una gran provisión de comestibles


dando gracias al general español, en nombre del monarca, por el
castigo que había dado a los cholultecas y asegurando que el ejér-
cito que se había alistado, para sorprender a los españoles en el
60 FRANCISCO J. CLAVIJERO

camino, era de acatzinqueses y de itztocaneses, aliados de Cho-


lula, los cuales, aunque subditos de la corona, habían tomado las
armas sin orden de su soberano. Los embajadores aseguraron
esto mismo con su juramento y Cortés fingió darles crédito.
No es fácil descubrir la verdad en este negocio, ni puedo me-
nos de censurar la ligereza con que los autores aseguren tan fran-
camente lo que de un todo ignoraban. ¿Por qué se ha de dar
asenso a los cholultecas, hombres dobles y falsos, como todos
confiesan, y no a los mexicanos y al mismo Moteuczoma, que
por la eminencia de su carácter es más digno de confianza ? La con-
ducta constantemente pacífica de aquel monarca para con los espa-
ñoles, a quienes no hizo el menor daño, en tantas y tan oportu-
nas ocasiones como tuvo de exterminarlos y la moderación con
que siempre habló de ellos, como confiesan los mismos historia-
dores, hacen increíble la excusa de los cholultecas por otro lado, le
;

dan alguna apariencia de verdad, ciertos indicios, aunque obscu-


ros, de la indignación de Moteuczoma, y sobre todo, las hostili-
dades cometidas en aquella misma época contra la guarnición
de Veracruz por un poderoso feudatario de la corona de México.

REVOLUCIÓN DE TOTONACAPAN
Cnauhpopoca, Nauhtlan, ciudad llamada por los
(1) señor de
españoles Almería, situada en la costa del Seno mexicano, a trein-
ta y seis millas al norte de Veracruz- y cerca de los confines del
Imperio, tuvo orden de Moteuczoma de reducir a los totonacas
a la debida obediencia, inmediatamente después que Cortés se
retirase de aquellas costas. Para cumplir este mandato aquel cau-
dillo requirió con amenazas de los pueblos desobedientes, el
tributo que debían pagar a su soberano. Los totonacas, insolenta-
dos con el favor de sus nuevos amigos, respondieron con arrogan-
cia que no debían homenaje alguno a quien ya no era su rey.
Viendo entonces Cuauhpopoca que de nada servían sus amonesta-
ciones y que no conseguía reducir aquellos hombres, demasiado
fiados en la protección de los españoles y ya resueltos a no res-
petar a su monarca, poniéndose a la cabeza de las tropas mexi-
canas de la frontera, empezó a hacer correrías en los pueblos de
Totonacapan, castigando con las armas su rebelión. Los toto-

(1) Bernal Díaz lo llama Quetzálpopoca, que también es nombre mexi-


cano.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 61

nacas se quejaron a Juan de Escalante, gobernador de Veracruz


y le rogaron que se opusiese a la crueldad de los mexicanos,
ofreciéndose a poner a sus órdenes un buen número de tropas. Es-
calante envió al jefe de los mexicanos una cortés embajada para
disuadirlo de aquella empresa, que según creía, no podía ser agra-
dable al rey mexicano, a quien tantas pruebas de favor debían
los españoles, amigos de los totonacas. Cuauhpopoca respon-
dió que él sabía mejor que los españoles si era o no grato a su rey
el castigo de los rebeldes que si los españoles querían favorecer-
;

los, él con sus tropas los aguardaría en las llanuras de Nauhtlan,


a fin de que las armas decidiesen de su suerte. No pudo sufrir esta
respuesta el gobernador, y sin pérdida de tiempo marchó al
punto señalado, con dos caballos, dos pequeños cañones, cincuen-
ta peones españoles y cerca de diez mil totonacas. Estos se des-
barataron al primer ataque de los mexicanos y la mayor parte
de ellos se pusieron en fuga; pero con vergüenza suya, los espa-
ñoles continuaron valientemente el empeño, haciendo no poco
daño a los mexicanos los cuales, no habiendo experimentado la
;

violencia de la artillería, ni el modo de combatir de los españoles,


se retiraron despavoridos a la próxima ciudad de Nauhtlan. Los
españoles los persiguieron furiosamente y pegaron fuego a algu-
nos edificios mas esta victoria costó la vida al gobernador, el cual
;

murió al cabo de tres días de sus heridas, a seis o siete soldados y


a muchos totonacas. Uno de aquellos soldados que tenía la cabe-
za gruesa y el aspecto feroz, fue hecho prisionero y enviado a
México pero habiendo muerto en el camino, de sus heridas, sólo
;

llevaron a Moteuczoma la cabeza, cuya vista lo horrorizó en tales


términos, que no permitió que se ofreciese a sus dioses en ningún
templo de la Capital.
Tuvo Cortés noticia de estas revoluciones antes de salir de
Cholula; (1) pero no quiso decir nada, ni descubrir sus inquietu-
des, por no desanimar a sus soldados.

VIAJE DE LOS ESPAÑOLES A TLALMANALCO


Noteniendo ya nada que hacer en Cholula, continuó Cortés
su viaje hacia México, con sus españoles, con seis mil tlaxcalte-

(1) Todos o casi todos los historiadores dicen que Cortés recibió esta
noticia, hallándose en México; pero el mismo Cortés asegura que la tuvo
en Gholula.
62 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cas y con algunas tropas huexotzingas y cholultecas. En Izcalpan,


pueblo de Huexotzingo, a quince millas de Cholula, salieron de
nuevo a cumplimentarlo los señores de aquel estado, y a prevenirle
que desde aquel punto había dos caminos para México: uno
abierto y cómodo, que pasaba por unos barrancos donde podía te-
merse alguna emboscada de los enemigos; otro embarazado con
árboles cortados a propósito y que, sin embargo, era el más corto
y seguro. Cortés se aprovechó del aviso y en despecho de los
mexicanos, hizo desembarazar el camino de los obstáculos que lo
obstruían, alegando que la dificultad era mayor aliciente para el
valor de los españoles. Siguió caminando por aquellos grandes pi-
nares y encinares, hasta llegar a la cima de un alto monte llama-
do Ithualco, entre los dos volcanes, Popocatepec e Ixtachihuatl,
donde encontraron unas casas grandes destinadas al alojamien-
to de los mercaderes mexicanos. Allí tuvieron noticia de la
atrevida empresa del capitán Diego de Ordaz, el cual pocos días
antes, para dar a conocer a aquellos pueblos el valor de su na-
ción, subió con otros nueve soldados a la altísima cumbre del Po-
pocatepec, aunque no pudo observar la boca o cráter de aquel
gran volcán por causa de la alta nieve que en él había y de las
nubes de humo y ceniza que lanzaba de sus entrañas. (1)
De la cima de Ithualco observaron los españoles el bellísimo
valle de México; pero con bien diversos sentimientos: unos se
deleitaron con la perspectiva que ofrecían sus lagos, sus amenas
llanuras, sus verdes montañas y las muchas y hermosas ciuda-
des que lo cubrían en otros se reanimó la esperanza de enrique-
;

cerse con la presa de tan prósperos países pero algunos, más pru-
;

dentes y cautos, se estremecieron al contemplar la temeridad de


arrostrar tan graves peligros y de tal modo se amedrentaron, que
hubieran regresado desde allí a Veracruz, a no haberlos estimula-
do Cortés a seguir en la empresa comenzada, valiéndose de su
autoridad y de las razones que le sugirió su buen ingenio.

Bernal Díaz y casi todos los historiadores, dicen que Ordaz subió a
(1)
la cima del Popocatepetl y observó la boca de aquel famoso monte; pero
Cortés, que lo sabía mejor, dice lo contrario. Sin embargo, Ordaz obtuvo
del Rey Católico el permiso de poner un volcán en su escudo de armas. Esta
gran empresa estaba reservada para Montano y otros españoles, que
después de la conquista de México, no sólo observaron el espantoso cráter,
sino que entraron en él, con evidente peligro de la vida, y de allí saca-
ron una gran cantidad de azufre para hacer la pólvora de que necesitaban.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 63

Entretanto Moteuczoma, consternado por suceso de Cho-


el
lula, se retiró al palacio Tlitlancalmecatl, destinado para tiempos
de duelo y allí estuvo ocho días ayunando y ejercitándose en las
acostumbradas austeridades, para granjearse la protección de los
dioses. Desde aquel mismo retiro envió a Cortés cuatro persona-
jes de su corte con un regalo y nuevos ruegos y pretextos para
disuadirlo de su viaje, ofreciéndose a pagar anualmente un tributo
al rey de España y a dar al general cuatro cargas de oro y una a
cada uno de sus oficiales y soldados, (1) si volvían atrás desde
aquel punto en que se hallaban. ¡Tan grande era el recelo que
inspiraban los españoles a aquel supersticioso príncipe No hubie-
!

ra hecho más urgentes diligencias para evitar su presencia, aun


habiendo previsto los males que debían hacerle. Los embajadores
alcanzaron a Cortés en Ithualco; el regalo que traían era de
muchas alhajas de oro, que importaban una crecida suma. Cortés
les hizo los mayores obsequios y respondió dando gracias al rey
por su generosidad y por sus magníficas promesas, a las cua-
les esperaba corresponder con buenos servicios mas protestando
;

al mismo tiempo que no podía volver atrás sin ser culpable de


desobediencia para con su soberano y que procuraría no hacer el
menor perjuicio con su venida al estado; que si después de haber
manifestado verbalmente a su majestad la embajada que traía, y
que no podía confiar a otra persona, juzgaba aquel monarca no
convenir al bien de su reino la permanencia de los españoles en la
corte, sin tardanza volvería a ponerse en camino para restituirse
a su patria.
Aumentaban la inquietud de Moteuczoma las sugestiones de
los sacerdotes y especialmente lo que le dijeron de ciertos
oráculos de sus falsos númenes y de unas visiones que referían ha-
bérseles aparecido aquellos últimos días. Estos artificios lo cons-
ternaron en tales términos, que sin esperar el éxito de la última
embajada, celebró otro consejo con el rey de Tezococo, con su
hermano Cuitlahuatzin y con los otros personajes que solía con-
sultar, los cuales se mantuvieron en sus primeras opiniones:
Cuitlahuatzin, en la de no permitir a los españoles la entrada en la
corte y de hacerlos salir del reino por fuerza, si era necesario, y

(1) Siendo la carga ordinaria de un mexicano de cincuenta libras espa-


ñolas, u ochocientas onzas, podemos conjeturar, en vista del número de es-
pañoles, que la contribución que ofrecía Moteuczoma valía más de seis
millones de pesos.
64 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Cacamatzin, en de recibirlos como embajadores, puesto que no


la
faltaban recursos al rey de México para reprimirles, en caso do
que maquinasen algo contra su real persona o contra el estado.
Moteuczoma, que siempre había seguido el parecer de su hermano,
abrazó en aquella ocasión el del rey de Tezcoco; pero encargó a
éste que fuese al encuentro de los extranjeros y procurase di-
suadir al general de su viaje. Entonces Cuitlahuatzin, vuelto al
rey su hermano, le dijo: "Los dioses quieran, señor, que no ad-
mitáis en vuestra casa al que de ella os arroje, y que cuando
queráis poner remedio al daño, tengáis medios y ocasión de hacer-
lo." "¿Qué hemos de hacer? respondió el monarca. Nuestros ami-
gos, y lo que es más, nuestros dioses mismos, en vez de favorecer-
nos, amparan a nuestros contrarios. Estoy resuelto, y quisiera
que todos se resolviesen a no huir, ni mostrar la menor cobardía,
suceda lo que sucediere pero me compadece la suerte de los viejos
;

y de los niños, que no pueden oponerse a la violencia que nos ame-


naza."
Cortés, despedidos los embajadores, se dirigió con sus tropas
a Ithualco, encaminándose por Amaquemecan y Tlalmanalco, ciu-
dades que distaban entre sí cerca de nueve millas y que estaban
situadas en la pendiente de aquellas grandes montañas. Amaque-
mecan, con los caseríos inmediatos, contenía una población de
veinte mil habitantes. (1) En estos pueblos fueron bien reci-
bidos los españoles, y muchos señores de aquella provincia visi-
taron a Cortés y le presentaron cierta cantidad de oro y algunas
esclavas. Estos personajes se quejaron amargamente de las veja-
ciones que sufrían del rey de México y de sus ministros, en los
mismos términos que lo habían hecho los de Cempoala y de
Quiahuitztla, y por sugestión de los cempoaltecas y de los tlaxcal-
tecas, que acompañaban a Cortés, se confederaron con los espa-
ñoles para mantener su independencia. Así que, mientras más se
internaban aquellos extranjeros en aquel país, más aumentaban
sus fuerzas, a guisa de un arroyo que con las aguas que recibe en
su curso crece hasta llegar a ser un gran río.
De Tlalmanalco marchó el ejército hacia Ayotzingo, pueblo

(1) Amaquemecan, quelos españoles llaman Mecameca, es ahora un


pueblo conocido por haber nacido en él la célebre monja Inés de la Cruz,
mujer de prodigioso ingenio y de no vulgar literatura. (Este es un error,
pues Sor Juana Inés de la Cruz nació en el pueblo de San Miguel Ne-

pantla, próximo a Chalco. J. R. de A.)
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 65

situado a la orilla meridional del lago de Chalco, (1) donde estaba


el puerto para los barcos que hacen el comercio con los países
situados a mediodía de México. La curiosidad de observar el
campo de los españoles costó cara a muchos mexicanos, pues los
centinelas, creyéndolos espías, por el miedo que siempre tenían de
alguna traición, mataron quince aquella noche.

VISITA DEL REY DE TEZCOCO A CORTES


Al día siguiente, cuando estaban los españoles prontos a mar-
char, llegaron cuatro nobles mexicanos con la noticia de que el rey
de Tezcoco venía a visitar al general español, en nombre del rey de
México. No tardó en llegar aquel personaje, en una litera ador-
nada con hermosas plumas, llevada por cuatro domésticos, y se-
guida de una numerosa y brillante comitiva de nobleza mexica-
na y tezcocana. Cuando llegó a vista de Cortés, bajó de la litera
y empezó a andar, precedido por algunos de sus servidores, que
iban quitando del camino todo cuanto podía ofender sus pies o su
vista. Los españoles quedaron maravillados de tanta grande-
za y por ella conjeturaron cuánta sería la del rey de México. Cor-
tés salió a recibirlo a la puerta de su alojamiento y le hizo una
profunda reverencia, a la que respondió el rey tocando la tierra
con la mano derecha y llevándola a la boca. Entró con aire noble
y majestuoso en una de las salas, y habiendo tomado asiento, dio
la enhorabuena al general y a sus capitanes por su feliz llegada,

y aseguró los grandes deseos que tenía su tío el rey de México de


estrechar amistad y vivir en buena correspondencia con el gran
monarca de levante que los había enviado a aquellos países pero ;

al mismo tiempo exageró las grandes dificultades que era necesa-


rio superar antes de llegar a la capital, y rogó a Cortés que muda-
se de propósito, si quería complacer al rey. Cortés respondió que
si volvía atrás sin desempeñar su embajada, faltaría a su obliga-

ción y daría gran disgusto a su soberano, especialmente hallándo-


se tan cerca de la corte y habiendo vencido tantos obstáculos y

(1) Solís confunde Amaquemecan con Ayotzinco. Amaquemecan no ha


estado nunca, como él dice, en las orillas del lago, sino distante de él más
de 12 millas, a la falda de un monte. La visita del rey de Tezcoco fué, sin
duda, en Ayotzinco, como afirman los historiadores bien informados y como
se infiere de la relación de Cortés. Bernal Díaz dice que la visita se verificó
en Iztapalatenco, mas este es un error, hijo de poca memoria.
II.—3
;

66 FRANCISCO J. CLAVIJERO

peligros en tan largo viaje. "Si así es, dijo entonces el rey, en
la corte nos veremos ;" y despidiéndose cortesmente, después de
haber recibido algunas frioleras de Europa, dejó allí una parte
de la nobleza, a fin de que acompañase a Cortés en su viaje.
De Ayotzingo marcharon los españoles a Cuitlahuac, ciudad
fundada en una isla del lago de Chalco, y aunque pequeña, la más
hermosa, según dice Cortés, que habían visto hasta entonces. Co-
municaba con tierra firme por medio de dos anchos y cómodos
caminos, construidos sobre el lago: el uno a mediodía, que tenía
dos millas de largo, y el otro que tenía algo más, y estaba al nor-
te. Marchaban los españoles alegrísimos al ver la muchedumbre

y hermosura de los pueblos que había en el lago, los templos y


las torres que se erguían sobre los otros edificios, las arboledas
que hermoseaban los sitios habitados, los huertos y jardines flo-
tantes, los innumerables barcos que navegaban en todos sentidos
pero no menos se amedrentaban al verse rodeados de la inmen-
sa multitud de gente que de todas partes acudía a verlos; por
lo que mandó Cortés que marchasen en buen orden y apercibi-
dos, y previno a los indios que no les embarazasen el paso ni
se acercasen a las filas, si no querían ser tratados como enemi-
gos. En Cuitlahuac fueron bien alojados y obsequiados. El señor
de aquella ciudad se quejó secretamente a Cortés de la tiranía del
rey de México, se confederó con él y le hizo saber cuan cómodo
era el camino para la capital, la consternación en que habían
puesto a Moteuczoma los oráculos de sus dioses, los fenómenos del
cielo y la felicidad de las armas españolas.

VISITA DE LOS PRINCIPES DE TEZCOCO Y ENTRADA DE LOS


ESPAÑOLES EN AQUELLA CAPITAL
De Cuitlahuac se dirigieron por el otro camino a Itztapalapan,
y en élaguardaban a Cortés nuevas prosperidades. El prínci-
pe Ixtlilxochitl, viendo que Cortés no había querido hacer el viaje
por Calpolalpan, donde lo aguardaba, resolvió salirle al encuen-
tro en el camino de Itztapalapan. Marchó con este objeto a la
cabeza de un gran número de tropas y pasó por junto a Tez-
coco. Noticioso de esta novedad el príncipe Coanacotzin, su her-
mano, que desde los disgustos que con él había tenido tres años
antes y de que he hecho mención, no lo trataba, ni tenía la menor
comunicación con él, o movido por el amor fraterno, o seducido
por la esperanza de mayores ventajas que con su unión podría
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 67

granjearse, salió a encontrarlo en el camino, donde los dos her-


manos tuvieron una explicación, se reconciliaron y se pusieron
de acuerdo en unirse con los españoles. Caminaron juntos hasta
Iztapalatenco y alcanzaron. Cortés, viendo venir tanta gen-
allí los

te armada, tuvo alguna inquietud; pero informado de la calidad


de aquellos personajes y del motivo de su venida, salió a# recibir-
los, y hechos mutuamente debidos cumplimientos, convida-
los
ron los dos príncipes a Cortés a ir a Tezcoco, y él se dejó
fácilmente persuadir, por la gran utilidad que pensaba sacar de
Ixtlilxochitl, cuyo afecto a los españoles era ya bastante cono-
cido.
Era entonces Tezcoco, aunque algo inferior a México en la
magnificencia y en el esplendor, la ciudad más vasta y populosa
de todo el país de Anáhuac. Su población, comprendida la de
Huexotla, Coatlichan y Ateneo (que por estar contiguas a ella
se consideraban como sus arrabales), era, según dice Torquemada,
de ciento cuarenta mil casas. A los españoles pareció de doble
extensión que Sevilla. La grandeza de los templos y palacios rea-
les, la hermosura de las calles, de las fuentes y de los jardines,
eran a sus ojos otros tantos objetos de admiración.
Entró Cortés en aquella gran ciudad acompañado por
(1)
los dos príncipes y por mucha nobleza acolhua, en medio de un
concurso inmenso de espectadores. Fue alojado con todo su ejér-
cito en el palacio principal del rey, donde el trato de su persona
correspondió a la dignidad del alojamiento. Allí le expuso el prín-
cipe Ixtlilxochitl sus pretendidos derechos al reino de Acolhuacan,
sus quejas contra su hermano Cacamatzin y contra el rey de Mé-
xico, su tío. Cortés le prometió ponerlo en posesión de la corona

(1) Cortésno hace mención de la entrada de los españoles en Tezcoco.


Tampoco hablan de ella Bernal Díaz, Acosta, Gomara, ni Torquemada; pero
se infiere claramente de un pasaje de la carta escrita por Cortés a Carlos V
en 1522. Herrera y Solís hacen mención de aquel suceso, pero con circuns-
tancias opuestas a la verdad. Dicen que antes fueron los españoles a Tez-
coco, y después a Cuitlahuac; en lo que manifiestan ignorar la situación
de aquellos lugares. Afirman que Cacamatzin acompañó a Cortés a Tezco-
co; pero lo contrario consta por la relación del mismo Cortés y por los ma-
nuscritos antiguos citados por D. Fernando de Alba Ixtlilxochitl. Nada dicen
de la reconciliación de los dos príncipes, ni del motivo que tuvo Cortés
para ir a Tezcoco, separándose del camino que conducía a México. Yo sigo
en esta parte a Betancourt, que escribió con el auxilio de las Memorias de
Alba y de Sigüenza.
68 FRANCISCO J. CLAVIJERO

inmediatamente después de haber terminado sus negociaciones


con Moteuczoma, y sin detenerse en aquella corte, marchó a Itzta-
palapan. (1)
i

ENTRADA DE LOS ESPAÑOLES EN ITZTAPALAPAN


Era, aquellauna grande y hermosa ciudad, situada hacia la
punta de la pequeña península que media entre los dos lagos, el
de Chalco, a mediodía, y el de Tezcoco al norte. Ibase de esta
península a la isla de México, por un camino empedrado, de siete
millas de largo, y construido sobre las aguas muchos años antes.
La población de Itztapalapan era de más de doce mil casas, fabri-
cadas por la mayor parte en muchas isletas, próximas unas a
otras, junto a las cuales había innumerables huertos y jardines
flotantes. Mandaba a la sazón en la ciudad el príncipe Cuitlahua-
tzin, hermano de Moteuczoma, y su inmediato sucesor en la co-
rona de México. Aquel personaje y su hermano Matlatzincatzin,
señor de Coyohuacan, acogieron al caudillo español con las mis-
mas demostraciones que habían hecho los otros señores de
los pueblos por donde había pasado. Cumplimentólo Cuitlahuatzin
con una elegante arenga y lo alojó, con las tropas que lo acom-
pañaban, en su mismo palacio. Era éste un vastísimo edificio de
cal y canto, recién construido y aun no completamente amueblado.
Además de las muchas salas y estancias cómodas, cuyos te-
chos eran de cedro y cuyas paredes estaban cubiertas de telas
finas de algodón además de los grandes patios en que se acuarte-
;

laron las tropas aliadas de los españoles, tenía un jardín de


extraordinario tamaño y amenidad, de que ya he hablado, cuando
traté de la agricultura de los mexicanos. Después de comer, con-
dujo el príncipe a sus huéspedes al jardín, donde se recrearon mu-
cho, formando una gran idea de la magnificencia de aquellos
pueblos. En esta ciudad observaron los españoles, que en lugar
de las quejas y murmuraciones que en otras partes habían oído,
sólo resonaban encomios del gobierno, porque la proximidad
de la corte hacía más cautos y prudentes a los habitantes.
Al día siguiente, muy temprano, marcharon los españoles por
aquel gran camino, que, como he dicho, unía a Itztapalapan con

(1) Un historiador indio, citado por Alba, dice que en esta ocasión se
bautizó Ixtlilxochitl con otros doscientos nobles de su corte; mas esta es
una fábula tan inverosímil que no necesita impugnación.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 69

México. Estaba cortado por siete pequeños canales, para el paso de


los barcos y sobre ellos había otros tantos puentes de madera,
para la comodidad de los pasajeros. Estos puentes se alzaban
con facilidad, cuando querían impedir el paso a los enemigos. Des-
pués de haber pasado por Mexicaltzinco y visto las ciudades
de Colhuacan, Huitzilopochco, Coyohuacan y Mizcuic, fundadas en
la orilla del lago, llegaron en medio de una muchedumbre increí-
ble de gente a un lugar llamado Xoloc, en que se unía aquel camino
con el de Coyohuacan. En el ángulo que formaban los dos, y
que sólo distaba media legua de la capital, había un buen baluarte
con dos torrecillas, circundado por un muro de diez pies de al-
to, con parapeto y almenas, dos salidas y un puente levadizo sitio
:

memorable en la historia de México por haber sido el campo del


general español en el asedio de aquella capital. Allí hizo alto el
ejército, para recibir el parabién de más de mil nobles mexica-
nos, que venían todos uniformemente vestidos y que al pasar por
delante del general español le hacían el acostumbrado cumpli-
miento de tocar la tierra y besarse la mano.
.

ENTRADA DE LOS ESPAÑOLES EN MÉXICO


Terminada aquella etiqueta, que duró más de una hora, conti-
nuaron los españoles su viaje, tan bien ordenados, como si fuesen
a dar una batalla. Poco antes de llegar a la ciudad, tuvo Cortés avi-
so de que salía a recibirlo el rey de México, y de ahí a poco se
dejó ver con un numeroso y lucido acompañamiento. Precedían
tres nobles que alzaban las manos y llevaban en unas va-
ellas
ras de oro, insignias de la majestad, con las cuales se anunciaba
al público la presencia del soberano. Venía Moteuczoma ricamente
vestido, sobre una litera cubierta de planchas de oro, que llevaban
en hombros cuatro nobles, y bajo un parasol de plumas verdes,
salpicadas de alhajas del mismo metal. Llevaba pendiente de los
hombros un manto adornado con riquísimas joyas; en la cabeza
una corona ligera de oro, y en los pies unas suelas, también de oro,
atadas con cordones de cuero cubiertos de oro y piedras preciosas.
Acompañábanlo doscientos señores, mejor vestidos que los otros
nobles, pero todos descalzos, de dos en dos, ymuy arrimados a
los muros de una y otra parte de la calle, para manifestar su respe-
to al monarca. Cuando llegaron a verse el rey y el general español,
desmontaron, aquél de su litera, y éste de su caballo, y Moteuc-
zoma echó a andar, apoyado en los brazos del rey de Tezcoco y del
70 FRANCISCO J. CLAVIJERO

señor de Itztapalapan. Cortés, después de haberse inclinado pro-


fundamente, se acercó al rey para ponerle al cuello un cordón de
oro con cuentas de vidrio, que parecían piedras preciosas, y el rey
inclinó la cabeza para recibirlo; pero queriendo Cortés abrazar-
lo, no se lo permitieron los dos señores que apoyaban al monar-

ca. (1) Declaróle el general, en una breve arenga, como lo reque-


rían las circunstancias, su afecto, su veneración y el placer que
experimentaba al conocer un rey tan grande y tan poderoso. Mo-
teuczoma respondió en pocas palabras, y hecha la ceremonia de
estilo, le recompensó el presente de las cuentas de vidrio, con dos
collares de hermoso nácar, de que pendían algunos cangrejos gran-
des de oro, hechos al natural. Encargó al príncipe Cuitlahuatzin
que condujese a Cortés a su alojamiento y se volvió con el rey de
Tezcoco.
Tanto la nobleza como pueblo inmenso que desde las azo-
el
teas, puertas y ventanas observaba aquella escena, estaban ma-
ravillados y aturdidos, no menos por la novedad de tantos objetos
extraordinarios, que por la inaudita dignación de su rey, la cual
contribuyó muy eficazmente a engrandecer la reputación de los
españoles. Estos marchaban también llenos de admiración al ver
la grandeza de la ciudad, la magnificencia de los edificios, el nú-
mero de habitantes, y siguieron andando por aquel grande y ancho
camino que, sin separarse de la línea recta, servía de continuación
sobre las aguas del lago, al de Itztapalapan, hasta la puerta me-
ridional del Templo Mayor, alternando, en sus ánimos, con la admi-
ración, el temor de su suerte, viéndose solos en medio de un reino
extraño. Así procedieron por espacio de milla y media, dentro de
la ciudad, hasta el palacio que había sido del rey Axayacatl, des-
tinado para servirles de alojamiento, y que estaba cerca del men-
cionado templo. Allí los esperaba Moteuczoma, que con este
objeto los había precedido. Cuando llegó Cortés a la puerta del pa-
lacio, lo tomó el rey por la mano y lo introdujo en una gran sa-
la; hízolo sentar en un reclinatorio, semejante a los que se usan
en nuestras iglesias, cubierto de un hermoso tapete de algodón,
cerca de un muro, cubierto también de una colgadura adornada

(1) Solís al referir este encuentro comete cuatro errores. Dice que el
regala de Cortés era una banda; que los dos señores que acompañaban a
Moteuczoma no permitieron que se la pusiese al cuello; que hicieron esto
con muestras de enojo y que el monarca los reprendió y contuvo. Todo esto
es falso y opuesto a la relación del mismo Cortés.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 71

de oro y piedras, y despidiéndose cortesmente, le dijo: "Vos y


vuestros compañeros, estáis ahora en vuestra propia casa comed
;

y descansad, que yo volveré en breve."


Retiróse el rey a su palacio y Cortés mandó inmediatamente
hacer una salva de artillería, para amedrentar con su estrépito
a los mexicanos. En seguida pasó a examinar todas las estancias
del palacio, para distribuir los alojamientos de su tropa. Era
tan grande aquel edificio, que se alojaron en él cómodamente los
españoles y sus aliados, los cuales, con las mujeres y servidumbre
que los acompañaban, pasaban de siete mil personas. Reinaba por
doquiera un aseo exquisito; casi todas las piezas tenían camas
de esteras de junco y de palma, según el uso de aquellos países,
con rollos de lo mismo para servir de almohadas cortinas de algo-
;

dón y bancos hechos de una sola pieza. Algunas tenían el piso es-
terado y los muros cubiertos de tapetes de algodón de varios
colores. Los muros eran gruesos y tenían torres de distancia en
distancia; así que, los españoles encontraron allí cuanto podían
apetecer para su seguridad. El diligente y cauto general distribu-
yó inmediatamente las guardias, formó con sus cañones una bate-
ría enfrente de la puerta de palacio y empleó todo su esmero en
fortificarse, como si aguardase ser atacado aquel mismo día por
sus enemigos. No tardó en presentarse a Cortés y a sus capitanes
un magnífico banquete, servido por la nobleza, mientras se
distribuían al ejército diversos y copiosos víveres, aunque de
inferior calidad. Este día tan memorable para españoles y me-
xicanos, fue el 8 de noviembre de 1519, siete meses después de la
llegada de aquéllos al país de Anáhuac.
:

LIBRO NONO

CONFERENCIAS DE MOTEUCZOMA CON CORTES. PRISIÓN DE MOTEUC-


ZOMA, DEL REY DE ACOLHUACAN Y DE OTROS SEÑORES. SUPLI-
CIO ATROZ DE CUAUHPOPOCA. TENTATIVAS DEL GOBERNADOR
DE CUBA CONTRA HERNÁN CORTES Y DERROTA DE PANFILO DE
NARVAEZ. MUERTE DE MUCHOS NOBLES Y SUBLEVACIÓN DEL
PUEBLO DE MÉXICO CONTRA LOS ESPAÑOLES. MUERTE DEL REY
MOTEUCZOMA. COMBATES, PELIGROS Y DERROTA DE LOS ESPA-
ÑOLES. BATALLA DE OTOMPAN Y RETIRADA DE LOS ESPAÑOLP:S
A TLAXCALA. ELECCIÓN DEL REY CUITLAHUATZIN. VICTORIA
DE LOS ESPAÑOLES EN TEPEYACAC, EN XALATZINCO, EN TECA-
MACHALCO Y EN QUAUHQUECHOLLAN. ESTRAGOS HECHOS POR
LAS VIRUELAS. MUERTE DEL REY CUITLAHUATZIN Y DE LOS
PRINCIPES MAXIXCATZIN Y CUICUITZCATZIN. ELECCIÓN EN MÉ-
XICO DEL REY CUAUHTEMOTZIN.

PRIMERA CONFERENCIA Y NUEVOS REGALOS DE


MOTEUCZOMA
DESPUÉS de haber comido los españoles y dispuesto cuanto
convenía a su seguridad, volvió a visitarlos el rey con gran
acompañamiento de nobleza. Cortés salió a recibirlo con sus
capitanes, y los dos juntos entraron en la sala principal, donde
inmediatamente se colocó otro reclinatorio al lado del general
español. El rey le presentó muchas alhajas curiosas de oro, plata
y plumas, y más de cinco mil vestidos finísimos de algodón. Ha-
biendo Moteuczoma tomado asiento, hizo sentar también a Cor-
tés, y todos los circunstantes permanecieron en pie. Cortés le
manifestó su gratitud con expresiones elocuentes, y queriendo
continuar su discurso, lo interrumpió Moteuczoma con estas
palabras
;

74 FRANCISCO J. CLAVIJERO

"Valiente general, y vosotros sus compañeros, todos mis cor-


tesanos y domésticos son testigos de la satisfacción que me ha
causado vuestra feliz llegada a esta capital, y si hasta ahora he
aparentado mirarla con repugnancia, ha sido únicamente para
condescender con mis subditos. Vuestra fama ha engradecido los
objetos y turbado los ánimos. Decían que erais dioses inmortales,
que veníais montados sobre fieras de portentosa grandeza y fero-
cidad y que lanzabais rayos, con los cuales hacíais estremecer la
tierra. Otros creían que erais monstruos arrojados del seno del
mar; que la sed del oro os había obligado a dejar vuestra patria;
que os dominaba el amor de los deleites y que tal era vuestra gu-
la, que uno de vosotros comía tanto como diez de mis subditos.

Pero todos estos errores se han disipado con el trato que ellos
mismos han tenido con vosotros. Ya se sabe que sois hombres
mortales como todos, aunque algo diferentes de los demás, en el
color y en la barba. Hemos visto por nosotros mismos que esas fie-
ras tan famosas no son más que ciervos más corpulentos que los
nuestros, y que vuestros supuestos rayos son unas cerbatanas me-
jor construidas que las comunes, cuyas bolas se despiden con más
estrépito y hacen más daño que las de aquéllas. En cuanto a vues-
tras prendas personales, estamos bien informados por los que os
conocen de cerca, que sois humanos y generosos, que toleráis con
paciencia los males, que no usáis de rigor sino con los que exci-
tan vuestro enojo con su enemistad y que no os servís de las ar-
mas, sino para la justa defensa de vuestra persona. No dudo
que vosotros igualmente habréis desechado, o desecharéis, las fal-
sas ideas que de mí os habrá dado la adulación de mis vasallos, o
la malevolencia de mis enemigos. Os habrán dicho que soy uno
de los dioses que se adoran en esta tierra y que tomo cuan-
do quiero, la forma de león, de tigre o de otro cualquier animal
pero ya veis (y al decir esto se tocó un brazo, como para hacer
ver que estaba formado a guisa de los otros hombres), que soy de
carne y hueso como los demás mortales, aunque más noble que
ellos por mi nacimiento, y más poderoso por la elevación de
mi dignidad. Los cempoaltecas, que con vuestra protección se han
substraído a mi obediencia, (aunque no quedará impune su
rebelión) os habrán hecho creer que los muros y los techos de mi
,

palacio son de oro; pero vuestros ojos pueden desmentirlos. Es-


te es uno de mis palacios y ya veis que los muros son de cal y
canto y los techos de madera. No niego que son grandes mis ri-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 75

quezas; pero las aumenta la exageración de mis subditos. Algu-


nos se os habrán quejado de mi crueldad y de mi tiranía pero ellos
;

llaman tiranía al uso legítimo de mi autoridad, y crueldad a la


necesaria severidad de la justicia. Depuesto así por una y otra
parte todo concepto desventajoso ocasionado por falsas noticias,
acepto la embajada del gran monarca que os envía, aprecio su
amistad y ofrezco a su obediencia todo mi reino, pues en vista de
las señales que hemos observado en los cielos y de lo que vemos
en vosotros, nos parece llegado el tiempo de que se cumplan los
oráculos de nuestros antepasados, en los cuales se anunciaba que
debían venir de la parte de levante ciertos hombres diferentes de
nosotros en trajes y costumbres, y que al fin serían señores de es-
tos países. Nosotros no somos originarios de ellos; hace muchos
años que nuestros progenitores vinieron de las regiones septen-
trionales y nuestro dominio no ha sido hasta ahora sino como
lugartenientes de Quetzalcoatl, nuestro dios y legítimo señor."
Cortés respondió dándole gracias por los singulares benefi-
cios que de su mano había recibido, y por el concepto ventajoso
que de los españoles había formado. Di jóle que era enviado por el
mayor monarca de Europa, el cual, aunque podía aspirar a algo
más, como descendiente de Quetzalcoatl, se contentaba con esta-
blecer una confederación y amistad perpetua con su majestad y
con sus sucesores que el fin de su embajada no era quitar a nadie
;

lo que poseía, sino anunciarle la verdadera religión y darle algunos


consejos importantes para mejorar su gobierno y hacer felices a
sus vasallos lo que haría en otra ocasión, si su majestad se digna-
;

ba concedérselo. Aceptólo el rey, y habiéndole informado del, grado


y condición de cada uno de los españoles, se despidió, y de ahí
a poco les envió un gran regalo, que consistía en ciertas alhajas
de oro y tres cargas de preciosos trajes de pluma para cada uno de
los capitanes, y dos de trajes de algodón para cada soldado. Tan
felices principios hubieran podido asegurar a los españoles la pa-
cífica posesión de aquella vasta monarquía, si se hubiesen dejado
conducir más bien por la prudencia, que por el valor. (1)

(1) El docto y juicioso P. Acosta, hablando de esta primera conferen-


cia de Moteuczoma, dice "Muchos son de opinión que atendido el estado
de las cosas en aquel primer día, hubiera sido fácil a los españoles hacer lo
que hubieran querido del rey y del reino, y comunicarles la ley de J. C. con
gran paz y contento de todos; pero los juicios de Dios son profundos y
76 FRANCISCO J. CLAVIJERO

VISITA DE CORTES AL REY

Al día siguiente, queriendo Cortés pagar la visita al rey, man-


dó a pedirle audiencia y la obtuvo tan prontamente, que los mis-
mos que le llevaban la respuesta, eran los introductores de emba-
jadores que debían conducirlo e instruirlo en el ceremonial de la
corte. Vistióse Cortés de las más vistosas galas que tenía, y con-
dujo en su compañía a los capitanes Alvarado, Sandoval, Veláz-
quez de León y Ordaz, y cinco soldados de su ejército. Llegaron
al real palacio por en medio de un gentío innumerable, y al en-
trar por la primera puerta, los que lo acompañaban se ordenaron
en dos filas, pues el entrar de tropel se creía falta de respeto a la
majestad. Después de haber pasado por tres patios y por algunas
salas, a la última antecámara, para llegar a la sala de audien-
cia, fueron cortesmente recibidos por algunos señores que esta-
ban de guardia, y obligados a descalzarse y a cubrirse las galas
con ropas groseras. Cuando entraron a presencia del rey, éste
dio algunos pasos hacia Cortés, lo tomó por la mano y mirando
a todos los demás con semblante agradable, les hizo tomar asien-
to. La conversación fue larga y sobre diversos asuntos. El rey
hizo muchas preguntas, tanto sobre el gobierno político, como
sobre las producciones naturales de España, y Cortés, después
de haberlo satisfecho en todo, se introdujo a hablar de religión.
Expúsole la unidad de Dios, la Encarnación del Verbo, la crea-
ción del mundo, la severidatl del juicio de Dios, la gloria con que
premia a los justos y las penas eternas a que condena a los pe-
cadores. Después raciocinó sobre los ritos del cristianismo y par-
ticularmente sobre el incruento sacrificio de la misa, comparán-
dolo con los inhumanos que practicaban los mexicanos y
declamando fuertemente contra la bárbara crueldad de inmolar
víctimas humanas y de alimentarse de su carne. Moteuczoma
respondió que en cuanto a la creación del mundo estaban de acuer-
do, pues lo mismo que Cortés refería, habían oído de boca de sus
antepasados; que por lo demás sus embajadores lo habían infor-
mado de la religión que los españoles profesaban. "Yo no dudo,
dijo, de la bondad del Dios que adoráis; pero si él es bueno para

muchos eran lospecados de ambas naciones; por lo que no sucedió lo que


debía esperarse, aunque al fin cumplió Dios sus designios de hacer miseri-
cordia a aquellas gentes, después de haber juzgado y castigado a los que
lo merecían."
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 77

España, nuestros dioses son también buenos para los mexica-


nos, como lo ha hecho ver la experiencia de tantos siglos. Excusad,
pues, el trabajo de quererme inducir a dejar su culto. En cuanto
a los sacrificios, no sé por qué se ha de censurar el que se sacrifi-
quen a los dioses los hombres que, o por sus delitos, o por la suerte
que han experimentado en la guerra, están destinados a sufrir la
muerte. " Aunque Cortés no logró persuadir a Moteuczoma la ver-
dad de la religión cristiana, obtuvo, sin embargo, según dicen, que
no se volviese a servir a su mesa carne humana, o porque con las
razones de Cortés se despertase en su ánimo el natural horror que
debe inspirar, o porque quisiese complacer a lo menos en aquella
condescendencia a los españoles. Dio, además, en aquella ocasión
nuevos testimonios de su magnificencia, regalando a Cortés y a los
cuatro capitanes algunas alhajas de oro y diez cargas de trajes
finos de algodón, y a cada soldado un collar de oro.

Habiendo regresado Cortés a sus cuarteles (que así llama-


remos de ahora en adelante al palacio del rey Axayacatl, en que
se alojaron los españoles) empezó a reflexionar sobre el peligro en
,

que se hallaba en el centro de una ciudad tan fuerte y populosa,


y resolvió conciliarse el afecto de los nobles, con una buena con-
ducta, con modales obsequiosos y amables y mandó a su gente
que se comportasen de manera que no pudieran quejarse de ellos
los mexicanos; pero mientras parecía esmerarse en la conserva-
ción de la paz, agitaba en su mente pensamientos temerarios,
nada favorables a ella; y como para madurarlos era necesario,
antes de todo, informarse por sí mismo del estado de las fortifica-
ciones de la capital y de las fuerzas militares del imperio, pidió
permiso al rey de ver los palacios reales, el templo mayor y la pla-
za del mercado. Concediólo benignamente Moteuczoma, no te-
miendo la menor sospecha del asunto general, ni previendo los
resultados de su demasiada fácil indulgencia. Vieron, pues, los es-
pañoles cuanto quisieron, hallando en todas partes grandes mo-
tivos de extrañeza y de admiración.

DESCRIPCIÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Estaba entonces la ciudad de México situada, como hemos di-


cho, en una isla pequeña del lago de Tezcoco, a quince millas al
poniente de esta capital y a cuatro de Tlacopan, por la parte
opuesta. Se pasaba del continente a la isla por tres grandes calza-
78 FRANCISCO J. CLAVIJERO

das de tierra y piedra, construidas a propósito sobre el lago: la


de Itztapalapan, a mediodía, de siete millas de largo la de Tlaco-
;

pan, a poniente, de cerca de dos millas, y la de Tepeyacac, (1) al


norte, de tres. Todas eran tan anchas, que podían ir por ellas
diez hombres a caballo, de frente
Además, había otra algo más estrecha para los dos acueduc-
tos de Chapoltepec. El circuito de la ciudad, no comprendidos los
arrabales, era de más de nueve millas, y el número de las casas,
sesenta mil, a menos. (2) Estaba dividida en cuatro cuarte-
lo
les, y cada cuartel en muchos barrios, cuyos nombres mexicanos
se conservan aún entre los indios. Las líneas divisorias de los cua-
tro cuarteles, eran cuatro calles principales, correspondientes a
las cuatro puertas del atrio del Templo Mayor. El primer cuartel,
llamado Tecpan, y hoy San Pablo, comprendía toda la parte de
la población que estaba entre las dos calles correspondientes a las
puertas meridional y oriental. El segundo, Moyotla, hoy San Juan,
la comprendida entre las calles meridional y occidental. El ter-
cero, Tlaquechiuhcan, hoy Santa María, la comprendida entre
las calles occidental y septentrional. El cuarto, Atzacualco, hoy
San Sebastián, la comprendida entre las calles septentrional y

Robertson pone en lugar del camino de Tepeyacac, el de Tezcoco,


(1)
el cual, cuando describe a México, lo sitúa al nordeste, y cuando habla de
la distribución del ejército español, durante el asedio, a levante, habiendo
ya dicho que hacia levante no había camino sobre el lago; pero lo cierto
es que no hubo, ni pudo haber nunca camino alguno sobre el lago de México
a Tezcoco, por la gran profundidad de su lecho en aquella parte, y en caso
que hubiese alguno, no sería de tres millas, sino de quince, que es la distan-
cia entre ambos puntos.

Torquemada afirma que la población de la capital era de 120,000


(2)
casas; pero el Conquistador Anónimo, Gomara, Herrera y otros escritores,
convienen en el número de 60,000 casas y no de 60,000 habitantes, como dice
Robertson, pues no hay autor antiguo que la estime tan pequeña. Es cierto
que en la traducción italiana del Conquistador Anónimo se traduce 60,000
habitantes por 60,000 vecinos, debiendo decir fuegos; pues de otro modo se
diría que Cholula, Xochimilco, Itztapalapan y otras ciudades, eran más
populosas que México. Pero en el referido número no se comprendían los
arrabales. Nos consta por el testimonio de Herrera y de Bernal Díaz del
Castillo, que hacia poniente continuaban las casas, por una y otra parte
del camino de Tlacopan, hasta tierra firme, lo que forma un espacio de
dos millas. Los otros arrabales eran Aztacalco, Acatlan, Malcuitlapilco,
Ateneo, Iztacalco, Zancopinca, Huitznahuac, Xocotitlan, Coltonco y otros.
Probablemente Torquemada incluyó en su cálculo los arrabales; pero aun
de este modo me parece excesivo el número de 120,000 casas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 79

oriental. A estas cuatro partes, en que fue dividida la ciudad


desde
su fundación, se agregó después, como quinta parte, la ciudad de
Tlatelolco, quedando, por las conquistas del rey Axayacatl, unida
a la de Tenochtitlan y compuesta de todas ellas la capital del Im-
perio Mexicano.
Había alrededor de la ciudad muchos diques y esclusas, para
contener las aguas en caso necesario, y dentro de ella tantos ca-
nales, que apenas había barrio por el cual no se pudiese transitar
en barco; lo que no menos contribuía a hermosear la población,
que a facilitar el transporte de los víveres y de todos los renglones
de comercio, asegurando de este modo a los ciudadanos con-
tra las tentativas de sus enemigos. Las calles principales eran
anchas y derechas. De las otras, había algunas que no eran más
que canales; muchas empedradas y sin agua, y no pocas que te-
nían en medio una acequia entre dos terraplenes, que servían a la
comodidad de los pasajeros y a descargar las mercancías, o en su
lugar, plantíos de árboles y flores.
Entre los edificios, además de los muchos templos y palacios
de que se ha hablado, había otros palacios o casas grandes, cons-
truidas por los señores feudatarios para su habitación, en el tiem-
po en que se les obligaba a residir en la corte. Sobre todas las
casas, excepto sobre las de los pobres, había azoteas con sus para-
petos, y en algunas, almenas y torres, aunque más pequeñas que
las de los templos así que, los templos, las calles y las casas, eran
;

otros tantos medios de defensa para los habitantes.


Además de lagrande y famosa plaza de Tlatelolco, donde se
hacía el mercado principal, había otras menores distribuidas por
toda la ciudad, donde se vendían las provisiones de boca más co-
munes. En otros puntos había fuentes y estanques, especialmen-
te en las cercanías de los templos, y muchos jardines plantados,
los unos al nivel de la tierra, y otros en altos terrados. Los mu-
chos y bellos edificios, primorosamente blanqueados y bruñidos,
las altas torres de los templos esparcidos por los cuarteles de la
ciudad, los canales, los vergeles y los jardines, formaban tan her-
moso conjunto, que los españoles no se cansaban de admirarlo,
especialmente cuando lo contemplaban desde el atrio superior del
Templo Mayor, el cual, no sólo dominaba la población de la
corte, sino los lagos y las bellas y grandes ciudades de sus bordes.
No menos maravillados quedaron al ver los palacios reales y
la variedad infinita de plantas y animales que en ellos se cria-
;

80 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ban mas nada los dejó tan atónitos como la gran plaza del merca-
;

do. No hubo español que no la celebrase con singulares enco-


mios, y algunos de ellos, que habían viajado por casi toda la Euro-
pa, aseguraron, como dice Bernal Díaz, no haber visto jamás
en ninguna plaza del mundo, ni tan gran número de traficantes,
ni tanta variedad de mercancías, ni tanta regularidad y orden en
el conjunto.

DESAHOGOS DEL CELO DE CORTES POR LA RELIGIÓN

españoles subieron al Templo Mayor, encontraron


Cuando los
allí al rey, que se les había anticipado, para evitar con su presen-

cia que cometiesen algún atentado contra sus ídolos. Después de


haber observado desde aquella altura la ciudad, que el mismo rey
le indicaba, Cortés le pidió permiso de ver los santuarios y él lo
concedió, habiendo antes consultado a los sacerdotes. Entraron en
ellos los españoles y contemplaron, no sin compasión ni horror,
la ceguedad de aquellos pueblos y el horrendo estrago que en
ellos hacía la crueldad de sus sacrificios. Cortés, volviéndose en-
tonces a Moteuczoma, le dijo: "Me maravillo, señor, que un mo-
narca tan sabio como vos, adore como dioses esas figuras abomi-
nables del demonio." "Si yo hubiese sabido, respondió, que
debíais hablar con tanto desprecio de nuestros númenes, no hu-
biera cedido jamás a vuestras instancias." Cortés, viéndolo tan
enojado, se excusó como pudo y se despidió para retirarse a
sus cuarteles. "Id en buena hora, respondió el monarca, que yo
me quedo aquí para aplacar a los dioses, irritados con vuestras
blasfemias."
A pesar de este disgusto obtuvo Cortés del rey, no sólo el per-
miso de construir dentro del recinto de sus cuarteles una capilla
en honor del verdadero Dios, sino también los materiales y opera-
rios para la fábrica, en la cual se celebró el santo sacrificio de la
misa, mientras duró la provisión de vino, y diariamente concu-
rrían a ella los soldados a encomendarse a Dios. Plantó, además, en
el patio principal una cruz, a fin de que los mexicanos viesen la
suma veneración en que los españoles tenían aquel santo instru-
mento de la redención del linaje humano. Quiso después consagrar
al culto del verdadero Dios el templo mismo de Huitzilopochtli
pero lo detuvo el miedo del rey y de los sacerdotes, aunque lo con-
siguió más tarde, habiendo aumentado su autoridad de resultas
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 81

de rey y de otras acciones no menos temerarias, que


la prisión del
referiré muy en breve. Despedazó los ídolos que allí se venera-
ban, hizo limpiar el santuario, colocó en él un Crucifijo y una ima-
gen de la Madre de Dios; (1) y arrodillado delante de aquellos
simulacros, dio gracias al Altísimo por haberle concedido la
gracia de adorarlo en aquel lugar, que por tanto tiempo había si-
do consagrado a la más abominable y cruel idolatría. Este mismo
celo lo indujo a repetir muchas veces a Moteuczoma sus razona-
mientos sobre las santas verdades de nuestra fe, y aunque aquel
monarca no estaba dispuesto a abrazarlas, sin embargo, movido
por sus argumentos mandó que no se sacrificasen más víctimas
humanas, y aunque no complaciese al general español en renunciar
a su creencia, siguió tratándolo con cariño y no pasaba día en que
no hiciese nuevas finezas y regalos a los españoles. La orden
que dio a los sacerdotes acerca de los sacrificios no fue observada
con rigurosa puntualidad, y la gran armonía que reinaba entre
Cortés y Moteuczoma fue turbada por el inaudito atentado que
voy a referir.

PRISIÓN DE MOTEUCZOMA
No habían pasado más de seis días después de la entrada de
los españoles en México, cuando viéndose Cortés aislado en me-
dio de un pueblo inmenso y conociendo el peligro en que se ha-
llaba su vida y la de los suyos, si mudaba de sentimientos el rey,
como podía suceder, llegó a persuadirse que no podía adoptar otro
medio para su seguridad, que el de apoderarse de la persona de
aquel soberano; pero siendo esta una medida tan opuesta a la
razón, como al respeto y al engrandecimiento que le debía, buscó
pretextos para aquietar su conciencia y poner a cubierto su ho-
nor, (2) y no halló otro que pudiera convenirle sino la revolución

La imagen de la Virgen que colocó Cortés en aquel santuario, se


(1)
cree ser lamisma que en la actualidad se venera con el título de los Re-
medios o del Socorro, en un magnífico templo, a ocho millas de la capital
hacia poniente. Se dice que la llevó consigo a México un soldado de Cortés
llamado Villafuerte y que el día después de la terrible noche en que fueron
derrotados los españoles, la escondió en el sitio en que se encontró algunos
años después, que es el mismo en que hoy se venera.

(2) Que el intento de Cortés era apoderarse de cualquier modo de la


persona de Moteuczoma y que la revolución de Veracruz no era más que
un pretexto para cubrir su designio, se infiere claramente de su carta a
82 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de Veracruz, cuya noticia, que recibió en Cholula, había tenido


hasta entonces reservada en su pecho. Queriendo, pues, en fin, sa-
car partido de ella, la comunicó a sus capitanes para que seriamen-
te pensasen en los medios que podrían libertarlos de tantos peli-
gros; y para justificar la temeridad que pensaba, y obligar a los
españoles a prestarse a ella, mandó llamar a muchas personas
principales de los aliados (cuyo testimonio debía ser sospechoso a
causa de su enemistad con los mexicanos) y les preguntó si ha-
,

bían observado alguna novedad en la conducta de los habitantes


de aquella corte. Ellos respondieron que la plebe estaba divertida
en los regocijos públicos que el rey había dispuesto para solemni-
zar la llegada de tan nobles extranjeros pero que en la nobleza se
;

notaba cierto aspecto sospechoso, y entre otras cosas, habían oído


decir a sus individuos que sería fácil levantar los puentes de los
canales, lo que indicaba alguna conspiración secreta contra los es-
pañoles.
Tan grande era la inquietud de Cortés, que no pudo dormir
aquella noche y la pasó dando vueltas, pensativo y agitado, por
sus cuarteles. Un centinela le notició entonces que en una de las
cámaras había una salida tapada con una pared que parecía re-
cién hecha. Cortés la hizo abrir y halló muchas piezas en que
estaba depositado el tesoro del rey Axayacatl. Vio allí muchos
ídolos; una gran cantidad de alhajas de oro, plata y piedras pre-

carios V, de 30 de octubre de 1520. "Pasados, invictísimo príncipe, seis días


después que en la gran ciudad de Temistitan entré (debía decir Tenochti-
tlan), y habiendo visto algunas cosas de ella, aunque pocas, según lo que
hay que ver y notar, por aquellas me pareció, y aun por lo que de la tierra
había visto, que convenía al real servicio y a nuestra seguridad, que aquel
señor (Motezuma) estuviera en mi poder y no en toda su libertad; porque
no mudase el propósito que mostraba en servir a V. A., mayormente que
los españoles somos algo incomportables e importunos, e porque enojándose,
nos podía hacer mucho daño, y tanto que no hubiese memoria de nosotros,
según su gran poder; e también, porque teniéndole conmigo, todas las
otras tierras que a él eran subditas, vendrían más aina al conocimiento
y servicio de V. M., como después sucedió." Todavía descubre con mayor
claridad su intento en otro pasaje de la misma carta, citando otra que había
escrito al mismo Carlos V desde Veracruz. "Certifiqué a V. A. que lo habría
(a Motezuma) o preso, o muerto, o subdito a la corona real de V. M.,
y con este propósito y demanda me partí de la ciudad de Cempoal." Ahora
bien, cuando Cortés salió de Cempoala no habían ocurrido los sucesos de
Veracruz, ni había recibido agravio alguno del rey, sino más bien finezas
singulares y magníficos presentes.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 83

ciosas ; ricos tejidos de pluma y algodón y otros objetos que paga-


ban a corona los pueblos tributarios, o que regalaban los seño-
la
res feudatarios a su soberano. Después de haber examinado
atónito tantas riquezas, mandó hacer de nuevo el muro, dejándolo
todo en el mismo estado en que se hallaba.
En la mañana siguiente reunió a sus capitanes, les representó
las hostilidades cometidas por el señor de Nauhtlan contra la
guarnición de la Veracruz y contra los totonacas sus aliados;
excesos que, según decían éstos, no se hubieran llevado a efecto
sin la orden o el permiso del rey Moteuczoma. Expúsoles con la
mayor energía el gravísimo peligro en que se hallaban y les decla-
ró su designio, exagerando las ventajas que debían aguardarse de
su ejecución y disminuyendo los funestos resultados que podía te-
ner. Hubo variedad en los dictámenes de los otros jefes. Los unos
desaprobaban el proyecto como impracticable y temerario, dicien-
do que sería mejor pedir licencia al rey para retirarse de la corte,
pues el que con tantas instancias y regalos había procurado disua-
dir a Cortés de su resolución de ir a México, fácilmente les daría
permiso de salir de allí. Los otros creían necesaria la salida pero ;

opinaban que debía hacerse de pronto y en secreto para no dar


ocasión a que los mexicanos pusiesen por obra alguna perfidia. Sin
embargo, la mayor parte de ellos, inducidos de antemano, como es
de creerse, por el mismo general, se adhirieron a su voto, oponién-
dose a los otros, como vergonzosos y más arriesgados. "¿Qué se
dirá de nosotros, preguntaban, viéndonos salir intempestivamente
de una corte, donde con tantas honras hemos sido acogidos?
¿ Habrá quién no crea que el miedo es el que nos pone espuelas ? Y
si perdemos la reputación de valientes, ¿qué seguridad podemos
prometernos ? ¿ Qué no harán con nosotros, en los puntos del terri-
torio mexicano, o del de nuestros aliados, por donde tengamos
que transitar, cuando ya no los detenga el respeto de nuestras
armas?" Tomóse finalmente la resolución de apoderarse de Mo-
teuczoma en su palacio y de llevarlo preso a los cuarteles proyecto
:

bárbaro y extravagante, sugerido por el temor de los males que


podrían sobrevenirles o por la experiencia de su propia felicidad,
que, más que ninguna otra consideración, estimula a los hombres
a acometer las más arduas empresas y frecuentemente los arro-
ja a los más hondos precipicios.
Para la ejecución de tan peligroso atentado, puso Cortés en
armas a toda su tropa y la distribuyó en los puntos convenientes.
84 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Mandó a cinco de sus capitanes y a veinticinco de sus soldados,


en quienes más confianza tenía, que se dirigiesen de dos en dos
a palacio; pero de tal modo, que acudiesen todos a un tiempo y
como si fuese por casualidad, él se encaminó al mismo punto
con su intérprete doña Marina, obtenido antes el beneplácito del
rey, a la hora en que solía visitarlo. Fue introducido con los
otros españoles en la sala de la audiencia, donde Moteuczoma, le-
jos de pensar lo que iba a suceder, los recibió con la misma ama-
bilidad que siempre. Mandóles tomar asiento, les regaló algunos
efectos de oro y además presentó a Cortés una de sus hijas. Cor-
tés, después de haberle significado con las más urbanas expresio-
nes su gratitud, se excusó de aceptarla, alegando que estaba ca-
sado en Cuba, y que según la ley divina de los cristianos, no le era
lícito tener dos mujeres; pero al cabo la admitió en su compa-
ñía, por no disgustarlo, y con el objeto de reducirla al cristianismo,
como lo verificó en efecto. A los otros capitanes dio también
algunas hijas de los señores mexicanos, que tenía en su serrallo.
Hablaron después algún rato sobre varios asuntos; pero viendo
Cortés que la conversación lo distraía de su intento, dijo al rey
que aquella visita tenía por objeto darle parte de la conducta del
señor de Nauhtlan, su vasallo: quejóse de las hostilidades que ha-
bía cometido contra los totonacas, sólo por su amistad con los
españoles de la guerra que había hecho a la guarnición de Vera-
;

cruz, de la muerte del gobernador Escalante y de seis soldados de


aquella plaza. "Yo, dijo, debo dar cuenta a mi soberano de la
muerte de estos hombres, y para poder satisfacerlo dignamente,
he hecho varias indagaciones acerca de un procedimiento tan irre-
gular. Todos os inculpan, como al principal autor de aquellos
sucesos; mas yo estoy lejos de creer tamaña perfidia en tan
gran monarca, cual sería la de tratar como enemigo en aquella
provincia al que al mismo tiempo colmáis de favores en la cor-
te." "No dudo, respondió Moteuczoma, que los que me atribuyen
la guerra de Nauhtlan sean los tlaxcaltecas, mis eternos enemi-
gos; pero yo os protesto que no he tenido en ella el menor influjo.
Cuauhpopoca ha obrado sin orden mía antes bien, contra mis in-
;

tenciones, y a fin de que os conste la verdad, lo haré venir inme-


diatamente a la corte y lo pondré en vuestras manos." Llamó en
seguida a dos de sus cortesanos y entregándoles una joya, en que
estaba esculpida la imagen del dios de la guerra, que siempre
llevaba pendiente del brazo, y servía en vez de sello para la ejecu-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 85

ción de sus mandatos, les mandó que se dirigiesen con la mayor


celeridad posible a Nauhtlan y de allí condujesen a la corte a
Cuauhpopoca, y a las otras personas principales que habían con-
tribuido a la muerte de los españoles, autorizándolos a listar tro-
pas y apoderarse de ellos por fuerza, en caso de negarse a obedecer
sus órdenes.
Los dos cortesanos partieron sin tardanza para poner en cum-
plimiento su comisión, y el rey dijo a Cortés: "¿Qué más puedo
hacer para aseguraros de mi sinceridad?" "No dudo de ella, res-
pondió Cortés, mas para disipar el error en que están vuestros
mismos vasallos, de que el atentado de Nauhtlan se ha ejecutado
por orden vuestra, necesito una demostración extraordinaria, que
haga manifiesta la benevolencia con que nos miráis. Ninguna me
parece más conveniente a este fin, que la de que os dignéis venir a
vivir con nosotros, hasta que lleguen los reos, y por su confesión
se aclare vuestra inocencia. Esto servirá para satisfacer a nuestro
soberano, para justificar vuestra conducta, para honrarnos y para
ponernos a cubierto, bajo la sombra de vuestra majestad." A pe-
sar de las palabras artificiosas con que procuró Cortés dorar su
atrevida e injuriosa pretensión, el rey la penetró inmediatamente,
y se turbó. "¿Dónde se ha visto, dijo, que un soberano se deje lle-
var preso? Y aunque yo consintiese en envilecer de ese modo mi
persona y mi dignidad, ¿no tomarían las armas al instante todos
mis vasallos para libertarme? No soy yo hombre de los que pue-
den esconderse y huir a los montes. Sin someterme a tal infamia,
aquí estoy pronto a satisfacer vuestras quejas." "La casa, señor,
a que os convidamos, dijo entonces Cortés, es uno de vuestros pa-
lacios, y vuestros subditos, acostumbrados a veros mudar de resi-
dencia, no podrán extrañar que paséis a la de vuestro difunto pa-
dre Axayacatl, bajo el pretexto de darnos este nuevo testimonio
de amistad. En caso de que intenten algo contra vuestra persona,
o contra nosotros, tenemos valor, brazos fuertes y armas podero-
sas para reprimir su temeridad. Por lo demás, yo empeño mi pala-
bra que seréis honrado por nosotros y servido, como por vuestros
subditos." El rey perseveró en su repugnancia y Cortés en su pre-
tensión, hasta que uno de los capitanes españoles, demasiado
atrevido e inconsiderado, llevando a mal que se retardase la ejecu-
ción de aquel designio, dijo en tono colérico, que se dejasen las
palabras y que sería mejor llevarse al rey por fuerza o quitarle la
vida. Moteuczoma, que en el semblante del español conoció su in-
86 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tentó, preguntó a doña Marina qué decía aquel furioso extranjero,


"Yo, señor, respondió ella con discreción, como subdita vuestra,
deseo vuestra ventura, y como confidente de estos hombres poseo
sus secretos y conozco su índole. Si os dignáis hacer lo que so-
licitan, seréis tratado por ellos con todo el honor y distinción que
se debe a vuestra real persona mas si persistís en vuestra deter-
;

minación, corre peligro vuestra vida." Aquel infeliz monarca, que


desde la primera llegada de los españoles se había dejado dominar
por un terror supersticioso, y cuya pusilanimidad aumentaba de
día en día, viéndose en tanto apuro y creyendo que antes que
llegasen sus guardias, podría haber perecido a manos de aquellos
hombres tan osados y resueltos, cedió finalmente a sus instancias.
"Quiero, dijo, fiarme de vos vamos, vamos, pues que, los dioses
:

lo quieren así;" y dando orden de que se le preparase la litera,


se puso en ella para ir a los cuarteles de los españoles.
No dudo que los lectores sentirán al leer y al considerar las
circunstancias de este extraordinario suceso, el mismo disgusto
que yo experimento al referirlo; mas en éste, no menos que en
otros acaecimientos de nuestra historia, es necesario levantar la
mente al cielo y reverenciar con el más profundo respeto los altísi-
mos consejos de la Divina Providencia, que se valió de los españo-
les como de instrumentos de su justicia y de su misericordia, cas-
tigando en algunos la superstición y la crueldad, e iluminando a
los otros con la luz del Evangelio. No cesaremos de inculcar este
principio, ni de dar a conocer, aun en las acciones más irregulares
de las criaturas, la bondad, la sabiduría y la omnipotencia del
Criador.
Salió finalmente Moteuczoma de su para no volver a
palacio,
entrar más en sus muros, protestando al mismo tiempo a sus cor-
tesanos que por ciertos motivos que había consultado ya con los
dioses, se iba por su gusto a vivir algunos días con aquellos
extranjeros, y mandándoles que lo publicasen así por toda la ciu-
dad. Iba con todo el tren y magnificencia que solía llevar consigo,
cuando se dejaba ver en público y los españoles marchaban a su
lado guardándolo, con pretexto de honrarlo. Divulgóse inmediata-
mente por la ciudad la noticia de tan extraordinario suceso y con-
currió en tropel el pueblo a presenciarlo los unos lloraban enter-
;

necidos, y los otros se arrojaban al suelo como desesperados. El


rey procuraba aquietarlos, significándoles el placer con que iba a
residir entre sus amigos; pero temiendo algún alboroto, dio or-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 87

den a sus ministros de despejar el camino de la plebe e impuso


pena de muerte al que ocasionase la menor inquietud. Llegado
a los cuarteles, acogió con suma benignidad a los españoles que
salieron a su encuentro y tomó por su alojamiento la habitación
que más le acomodó y que fue muy en breve amueblada por su ser-
vidumbre con finos tapetes de algodón y de plumas y con los me-
jores muebles del real palacio. Cortés puso guardia a la puerta de
aquella habitación y dobló la ordinaria de los cuarteles. Intimó
a todos los españoles y aliados que tratasen y sirviesen al rey con
el respeto debido a su alto carácter y permitió que entrasen a vi-
sitarlo cuantos mexicanos quisiesen, con tal de que fuesen pocos
a la vez así que, Moteuczoma no carecía de nada de lo que tenía en
;

su palacio, sino de libertad.

VIDA DEL REY EN LA PRISIÓN


Daba Moteuczoma libremente audiencia a sus vasallos, oía
sus preguntas, pronunciaba sentencias y gobernaba el reino con la
ayuda de sus ministros y consejeros. Servíanlo sus criados con
la diligencia y puntualidad acostumbradas. Asistíanlo a la me-
sa una muchedumbre de nobles, distribuidos de cuatro en cuatro,
llevando en alto los platos para mayor ostentación. Después
de haber escogido lo que le gustaba, distribuía lo demás entre
los españoles que lo guardaban y los mexicanos de su servi-
dumbre. No satisfecha con esto su generosidad, hacía frecuentes
y magníficos regalos a los españoles. Cortés, por su parte, mos-
traba tanto celo en que sus soldados lo respetasen como debían,
que mandó dar de palos a uno de ellos por haberle respondido
con aspereza y lo habría mandado ahorcar, según afirman los his-
toriadores, si el mismo rey no hubiera intercedido en favor del reo.
Mas si éste era digno de tan severo castigo, por haber faltado con
su respuesta al respeto debido a la majestad del monarca, ¿qué
pena merecía él, que lo había privado enteramente de su libertad ?
Cada vez que Cortés iba a visitarlo, le hacía los mismos aca-
tamientos y ceremonias, que cuando estaba en su palacio. Para
distraerlo en su prisión, mandaba a sus soldados hacer ejerci-
cios de armas o jugar en su presencia, y el mismo rey se dignaba
también jugar con él, o con el capitán Alvarado, a un juego que
los españoles llamaban bodoque, y mostraba placer en perder, pa-
ra tener nuevos motivos de ejercer su liberalidad. Después de
comer, perdió en una ocasión cuarenta pedazos de oro en bruto,
88 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que formaban, según conjeturo, ciento y sesenta onzas a lo me-


nos. Así disipan fácilmente sus riquezas los que las han adquirido
sin fatiga.
Viendo Cortés por mejor decir, la prodigali-
la liberalidad, o
dad del rey, le dijo un día que algunos soldados atrevidos habían
tomado del tesoro de su difunto padre Axayacatl unos pedazos
de oro, mas que ya había mandado reponerlos donde estaban.
"Con tal que no toquen, dijo el rey, a las imágenes de los dio-
ses, ni a lo que está destinado a su culto, tomen cuanto quieran."
Con este permiso, ios españoles sacaron de aquel depósito más de
mil vestidos de algodón. Cortés mandó restituirlos; pero Mo-
teuczoma se opuso, diciendo que jamás volvía a tomar lo que
había dado. Quiso, además, el general español que se arrestasen
otros soldados que del mismo tesoro habían tomado cierta canti-
dad de liquidámbar, mas a petición del rey fueron puestos en liber-
tad. No contento con prodigar sus riquezas a los extranjeros,
presentó a Cortés otra de sus hijas, que él aceptó para casarla
con Cristóbal de Olid, maestre de campo de las tropas españolas.
Esta princesa, como la otra que había Moteuczoma dado antes,
fue prontamente instruida y bautizada, sin que su padre hiciese
la menor oposición.
No dudando ya
Cortés de la buena voluntad del rey, descu-
bierta, no sólo en tan extraordinarias demostraciones de libera-
lidad, sino también en el placer que tenía de tratar con los españo-
les, le concedió, después de algunos días de prisión, licencia para
salir de los cuarteles y lo exhortó a que fuese, cuantas veces
quisiese, a divertirse en la caza, ejercicio a que era aficionadísimo.
No rehusó el envilecido monarca aquel uso miserable de su liber-
tad, pues salía muchas veces e iba o a los templos a practicar sus
devociones, o al lago a cazar aves acuáticas, o al bosque de Chapol-
tepec u otro sitio de recreo, siempre guardado por un buen núme-
ro de soldados españoles. Cuando iba al lago, lo escoltaban mu-
chas barcas y dos bergantines que mandó hacer Cortés poco
después de su entrada en aquella capital. (1) Cuando iba a los
bosques lo acompañaban dos mil tlaxcaltecas, además de la nume-
rosa comitiva de mexicanos que lo servían continuamente mas ;

nunca pasaba la noche fuera de su alojamiento.

(1) Para exponer de una vez vida de Moteuczoma en la prisión,


la
cito algunos sucesos posteriores a los que voy a referir.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 89

SUPLICIO DEL SEÑOR DE NAUHTLAN Y NUEVO INSULTO


A LA MAJESTAD DEL RFY
Mas de quince días habían pasado después que Moteuczoma
mudó de residencia, cuando volvieron los dos sujetos que había
enviado a Nauhtlan, trayendo consigo a Cuauhpopoca, a un hijo
suyo y a quince nobles cómplices de la muerte de Escalante.
Cuauhpopoca venía ricamente vestido sobre una litera. Cuando
llegó a los cuarteles se descalzó, según el ceremonial de pala-
cio, y se cubrió de un ropaje tosco. Introducido a presencia del
rey y hechas las acostumbradas reverencias, le dijo: "Ved
aquí, muy grande y poderoso señor, a vuestro siervo, obediente
a vuestras órdenes y pronto a cumplir en todo vuestra voluntad."
"Harto mal os habéis conducido en esta ocasión, le respondió
indignado el rey, tratando como enemigos a unos extranjeros
que yo recibo amigablemente en mi corte, y grande ha sido vues-
tra temeridad en inculparme tamaño atentado; seréis por tanto
castigado como traidor a vuestro soberano" y queriendo Cuauh-
;

popoca excusarse, no quiso darle oídos y mandó entregarlo a


Cortés con sus cómplices, a fin de que examinado el delito, lo
castigase con la merecida pena. Cortés les hizo varios interro-
gatorios y ellos confesaron claramente el hecho, sin inculpar al
principio al rey, hasta que viéndose amenazados del tormento,
y creyendo inevitable el suplicio, declararon que cuanto habían
hecho, les había sido mandado por el rey, sin cuyas órdenes no
hubieran osado intentar la menor cosa contra los españoles.
Oída la confesión por Cortés y fingiendo no dar crédito a sus
excusas, mandó que fuesen quemados vivos delante del real pa-
lacio, como reos de lesa me j estad. Pasó inmediatamente a la
estancia del monarca, con tres o cuatro capitanes y un soldado
que llevaba unos grillos, y sin detenerse en las acostumbradas
ceremonias y cumplimientos, le dijo: "Ya, señor, han sido exa-
minados los reos y todos han confesado su delito, inculpándoos a
vos, como autor de la muerte de mis españoles. Yo los he con-
denado al suplicio que merecen y que merecéis vos mismo, en
virtud de su confesión; pero considerando, por otra parte, los
grandes beneficios que nos habéis hecho y el afecto que habéis ma-
nifestado a mi soberano y a mi nación, quiero concederos la gra-
cia de la vida, ya que no puedo evitar que sufráis una parte de la
pena a que os habéis hecho acreedor por vuestro delito." Dicho
90 FRANCISCO J. CLAVIJERO

esto, mandó airadamente al pusiese los grillos en


soldado que le
los pies, y sin querer oirlo, le volvió la espalda y se retiró. Fue
tan grande el asombro del monarca, viendo sometida a tanto ul-
traje su persona, que no hizo la menor resistencia, ni prorrumpió
en una palabra que denotase su dolor. Mantúvose algún rato pri-
vado de sentido. Los criados que lo asistían declararon con mu-
das lágrimas su dolor y echándose a sus pies le aliviaban con sus
manos el peso de los grillos y con montones de algodón le evi-
taban su contacto. Pasada aquella primera sorpresa, prorrum-
pió en ademanes de impaciencia; pero serenóse muy en breve,
atribuyendo su desventura a la soberana disposición de los dioses.
Terminada apenas aquella atrevida acción, acometió Cortés
otra empresa no menos temeraria. Después de haber prohibi-
do la entrada en los cuarteles a los mexicanos que venían a vi-
sitar al rey, mandó conducir al suplicio a Cuauhpopoca, a su hijo
y a los otros cómplices. Escoltáronlos los mismos españoles ar-
mados y en orden de batalla, para contener al pueblo, si intentaba
oponerse a la ejecución; pero ¿qué podría hacer aquel pequeño
número de extranjeros contra la muchedumbre inmensa de mexi-
canos, que debían ser espectadores de aquel gran suceso, si Dios,
que lo disponía todo para la ejecución de sus altos designios, no
hubiese impedido los efectos de tan inaudito atentado ? Encendió-
se la hoguera delante del palacio principal del rey, y la leña con-
sistía en una gran cantidad de arcos, flechas, dardos, lanzas, es-
padas y escudos, que estaban en una armería, porque así lo exigió
Cortés del rey para libertarse de la inquietud que le ocasionaba
la vista de tantas armas. Cuauhpopoca, atado de pies y ma-
nos y puesto sobre la hoguera en que iba a perecer, protestó de
nuevo su inocencia y repitió que cuanto había hecho, había sido
por expreso mandato de su rey después hizo oración a sus dioses
;

y exhortó a sus compañeros a que muriesen con valor. Encen-


dióse el fuego y en pocos minutos fueron consumidos, (1) a vista

cuando habla de la sentencia de Cortés contra Cuauhpopoca,


(1) Solís,
dice: "Juzgóse militarmente la causa, y se les dio sentencia de muerte, con
la circunstancia de que fuesen quemados públicamente sus cuerpos." Con
lo que, sin explicar claramente el suplicio de los reos, da a entender que no
fueron quemados vivos: este modo de hablar no conviene a la sinceridad
que se requiere de un historiador. Procuró disimular lo que no cuadraba
con el panegírico de su héroe; pero de poco sirve su artificio, cuando no
mismo Cortés
sólo los otros historiadores, sino el lo afirma positivamente
en su carta a Carlos V. Véase además la Década 2, libro VIII, cap. 9, del
cronista Herrera.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 91

de un pueblo innumerable, que se mantuvo quieto, porque se


persuadió, como es de creerse, que aquella sentencia se ejecutaba
por orden del rey, y es verosímil que se publicaría en su nombre.
No puede justificarse de modo alguno conducta de Cortés,
la
porque además de haberse arrogado una autoridad que no le com-
petía, si creía en efecto que el rey era el verdadero autor de las
revoluciones de Veracruz, ¿por qué condenar a muerte, y a una
muerte tan acerba a los que no tenían otro delito que haber ejecu-
tado puntualmente las órdenes de su soberano ? Si no creía culpa-
ble al rey, ¿por qué someterlo a tanta ignominia, dejando aparte
el respeto debido a su carácter, la gratitud que requería su ge-
nerosidad y la seguridad a que es acreedora la inocencia ? Yo con-
jeturo que Cuauhpopoca tuvo orden del rey de someter a los
totonacas a la obediencia de su corona, y no pudiendo obedecer
este mandato sin indisponerse con los españoles, como protec-
tores de los rebeldes, llevó las cosas al extremo que dejo referido.
Terminada la ejecución, pasó Cortés a la habitación de Mo-
teuczoma y saludándolo afectuosamente, y ponderando la gracia
que le hacía concediéndole la vida, mandó quitarle los hierros.
El júbilo que experimentó en aquella ocasión Moteuczoma fué
proporcionado a la aflicción que había sentido cuando se los pu-
sieron. Disipóse enteramente el temor que había tenido de per-
der la vida y recibió la libertad como un beneficio incomparable.
¡Tanto se había envilecido su ánimo! Abrazó con suma ternu-
ra a Cortés, manifestándole con singulares expresiones su grati-
tud, y aquel día hizo grandes finezas a los españoles y a sus
vasallos. Cortés mandó retirar la guardia que le había puesto, y
le dijo que podía restituirse cuando quisiera a su palacio; pero
estaba seguro que no lo haría, pues repetidas veces le había oído
decir que no le convenía volver a su antigua habitación, ínte-
rin estuviesen en la Capital los españoles. En efecto, no quiso
dejar los cuarteles, alegando el riesgo que corrían Cortés y los su-
yos, si los abandonaba mas también puede creerse que contribuyó
;

a esta determinación su propio peligro, no ignorando cuánto des-


aprobaban sus vasallos el envilecimiento a que se había redu-
cido y su demasiada condescendencia con los extranjeros.

TENTATIVAS DEL REY DE ACOLHUACAN CONTRA LOS ESPAÑOLES


Es verosímil que el suplicio de Cuauhpopoca ocasionase algu-
na fermentación en la nobleza ;
pues de ahí a pocos días Cacama-
92 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tzin, rey de Acolhuacan, no pudiendo sufrir la preponderancia que


iban adquiriendo los españoles en la corte de México, y avergon-
zándose de ver a Moteuczoma, su tío, en tan miserable estado, le
mandó a decir que se acordase de su alta dignidad, y que no qui-
siese ser esclavo de aquellos desconocidos pero viendo que no ha-
;

cía caso de sus consejos, resolvió hacer la guerra por sí mismo a


los españoles. La ruina de éstos hubiera sido inevitable, si el con-
cepto que tenían aquellos pueblos de Cacamatzin hubiera corres-
pondido a su intrepidez y resolución; pero los mexicanos sospe-
chaban que bajo color de celo por el honor de su tío, ocultaba
miras ambiciosas y el designio de usurparle la corona los totona-
;

cas no lo amaban, por su orgullo y por el mal que había hecho a


su hermano Cuicuitzcatzin, el cual, para huir de su persecución,
se había refugiado en México y era generalmente estimado por su
gallardía y popularidad.
Pasó, pues, Cacamatzin a Tezcoco, y habiendo convocado a
sus consejeros y a los principales personajes de su corte, les repre-
sentó el deplorable estado en que se hallaba la corte de México, por
el soberbio arrojo de los españoles y por la pusilanimidad del
rey su tío la autoridad que aquellos pocos extranjeros se iban
;

arrogando, las gravísimas injurias que habían hecho a la persona


del monarca, aprisionándolo como si fuera un vil esclavo y aun a
los dioses mismos, introduciendo en aquel reino el culto de nú-
menes extraños exageró las funestas consecuencias que de aque-
;

llos principios podían resultar contra la corte y el reino de Acol-


huacan. "Es tiempo, decía, de combatir por nuestra religión, por
nuestra patria, por nuestra libertad y por nuestro honor, antes
que se aumente el poder de estos hombres, o con nuevos refuer-
zos que vengan de su país, o con nuevas alianzas que en éste con-
traigan." Finalmente, les mandó que descubriesen libremente
su opinión. La mayor parte de los consejeros se pronunciaron
por la guerra, o para complacer al rey, o porque en efecto eran del
mismo dictamen; pero algunos ancianos, a quienes todos mi-
raban con veneración, dijeron al rey sin empacho que no se dejase
tan fácilmente llevar por el ardor de la juventud que antes de to-
;

mar una resolución, considerase que los españoles eran hombres


belicosos y resueltos y peleaban con armas superiores; que no
considerase tanto su parentesco con Moteuczoma, como la alian-
za y amistad de éste con los españoles; que esta amistad, de
que existían pruebas tan positivas, lo induciría a sacrificar a la
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 93

ambición de aquellos extranjeros, todos los intereses de la sangre


y de la patria.
A pesar de estas representaciones, se abrazó el partido de la
guerra y empezaron a hacerse inmediatamente con el mayor
secreto los preparativos pero no dejaron de saberlos Moteuczoma
;

y Cortés. Este entró en gravísima inquietud; mas consideran-


do, por otra parte, que salía bien en todas las empresas teme-
rarias, pensó en evitar el golpe, marchando con sus tropas a dar
el asalto a Tezcoco. Moteuczoma lo disuadió de tan osado proyec-
to, informándolo de las fuerzas de aquella corte y de la inmen-
sa muchedumbre de sus habitantes. Determinó, pues, Cortés,
enviar una embajada a aquel monarca, recordándole la amis-
tad que mutuamente se habían prometido en Ayotzinco, cuando
fue a verlo de parte de su tío, y diciéndole que reflexionase
cuan fácil es emprender la guerra y cuan difícil terminarla
ventajosamente; por fin, que más le convendría mantenerse en
buena correspondencia con el rey de Castilla y con la nación es-
pañola. Cacamatzin respondió que no podía tener por amigos a
los que le quitaban el honor, a los que oprimían la patria, a los que
ultrajaban a su familia y despreciaban su religión; que no sa-
bía, ni le importaba saber quién era el rey de Castilla; que si
quería evitar el golpe que le amenazaba, saliese inmediatamente
de México y regresase a su país.
A pesar de ser tan violenta la respuesta, Cortés le envió otro
mensaje; pero habiéndole contestado en el mismo tono que la vez
primera, se quejó amargamente a Moteuczoma, y para más em-
peñarlo, fingió sospechar de él que tenía algún influjo en los de-
signios hostiles de su sobrino. Moteuczoma se justificó de aquel
agravio con las protestas más sinceras y se ofreció a interpo-
ner su autoridad. Envió, pues, a decir a Cacamatzin que viniese
a visitarle a su corte y que él hallaría modo de ajustar aque-
lla disensión. Cacamatzin, indignado al ver a Moteuczoma más

empeñado en favor de los que oprimían su libertad, que en el de


qiuen se esforzaba en restituírsela, le respondió que si después
de tanta infamia hubiera quedado en su alma el menor senti-
miento de honor, se avergonzaría de verse hecho esclavo de cua-
tro aventureros, que mientras lo halagaban con palabras, lo ul-
trajaban con sus hechos que pues no bastaba a moverlo ni el celo
;

de la religión y de los dioses acolhuas, despreciados por aquellos


hombres, ni la gloria de sus abuelos, eclipsada y envilecida por
94 FRANCISCO J. CLAVIJERO

su cobardía, él quería defender su religión, vengar a los dioses,


conservar su reino y recobrar el honor y libertad de la nación
mexicana y de su monarca que iría en efecto a la corte, como se
;

lo rogaba; pero no con las manos en el seno, sino empuñando la


espada, para borrar el oprobio de los mexicanos con la sangre de
los españoles.

PRISIÓN DEL REY DE ACOLHUCAN Y DE OTROS SEÑORES Y


EXALTACIÓN DEL PRINCIPE CUICUITZCATZIN
Consternóse Moteuczoma al oir esta respuesta, temiendo ser
víctima, en aquella tempestad, o de la venganza de los españo-
les o del furor de Cacamatzin por lo que se decidió a tomar un
;

partido extremo para impedirla y salvar su vida por medio de una


traición. Dio instrucciones secretas a unos oficiales mexicanos
que servían én la guardia del rey su sobrino, para que con la ma-
yor diligencia y astucia se apoderasen de él y lo condujesen caute-
losamente a México, porque así convenía al bien público del esta-
do. Sugirióles al modo de ejecutarlo y quizás les haría algún
regalo o les ofrecería alguna recompensa para estimularlos a lie-
var a cabo su designio. Ellos se confabularon con otros oficiales y
domésticos del rey Cacamatzin, que reconocieron dispuestos a
ayudarlos y con su socorro obtuvieron todo lo que Moteuczoma
deseaba. Uno de los palacios del rey de Acolhuacan estaba cons-
truido a orillas del lago, de tal manera, que por un canal que corría
por debajo, podían entrar y salir barcos. Allí residía entonces
Cacamatzin, y los conjurados dispusieron un buen número de bar-
cos con gente armada, y en la obscuridad de la noche, que tantos
delitos cubre y favorece, atacaron de improviso al rey, con tan-
ta prontitud, que antes que viniesen los suyos a su socorro, lo
pusieron en un barco y lo llevaron sin perder tiempo a México.
Moteuczoma, sin respeto alguno al carácter de soberano, ni a su
parentesco con el príncipe Cacamatzin, lo entregó inmediatamen-
te a Cortés. Este general, que según aparece en toda su conduc-
ta, no tenía la menor idea del respeto que se debe a la majestad
real, aun en la persona de un bárbaro, mandó encadenarlo y ence-
rrarlo bajo la custodia de una buena guardia. Las reflexiones a que
dan lugar este y otros extraordinarios sucesos de esta Historia,
son tan triviales, que no juzgo necesario interrumpir con ellas el
curso de mi narración.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 95

Cacamatzin, que había empezado su infausto reinado con


las disensiones de su hermano Ixtlilxochitl y con la división de
sus dominios, lo acabó con la pérdida de la corona, de la libertad
y de la vida. Determinó Moteuczoma, con aprobación de Cor-
tés, que la corona de Acolhuacan se diese al príncipe Cuicuitzca-
tzin, que había sido hospedado en el palacio de su tío, desde que
por huir de la persecución de Cacamatzin se refugió en México, e
imploró su protección. (1) En esta elección se hizo agravio
a los príncipes Coanacotzin e Ixtlilxochitl, que por haber nacido de
la reina Xocotzin, tenían más derecho a la corona. No se pue-
de saber el motivo que tuvo el rey de México para desechar a
Coanacotzin, y por lo que hace a Ixtlilxochitl, parece que no quiso
aumentar el poder de un enemigo tan formidable. Como quiera
que sea, Moteuczoma hizo proclamar rey a Cuicuitzcatzin, y lo
acompañó con Cortés hasta el barco en que debía pasar el lago,
recomendándole la amistad de los mexicanos y de los españoles,
pues a unos y a otros era deudor de la corona.
Pasó Cuicuitzcatzin a Tezcoco acompañado de muchos nobles
de una y otra corte, y allí fué recibido con aclamaciones, con
bailes y arcos de triunfo, llevándolo la nobleza en una litera desde
el barco hasta su palacio, donde el noble más anciano lo feli-
licitó en un largo discurso, a nombre de toda la nación, exhor-
tándolo a amar a sus vasallos y prometiendo que ellos lo amarían
como padre y lo respetarían como señor. No es posible expresar
el dolor que estas nuevas ocasionaron a Cacamatzin, viéndose
en la flor de la juventud (pues no tenía más de veinticinco años),
privado de la corona que tres años antes había heredado de su pa-
dre y reducido a la estrechez y soledad de una cárcel, por el mismo
rey a quien deseaba libertar y por los mismos extranjeros que
había pensado arrojar de aquellos estados.
Tenía ya Cortés en su poder a los dos más poderosos sobera-
nos de Anáhuac, y no tardó mucho en apoderarse también del rey
de Tlacopan, de los señores de Itztapalapan y Coyohuacan, her-
manos los dos de Moteuczoma, de dos hijos de este mismo rey,

(1) Cortés, en su carta a Carlos V, dice que Cuicuitzcatzin era hijo de


Cacamatzin; mas esto es error del copista o del mismo Cortés, pues consta
que eran hermanos de padre; además, Cortés dice que Cacamatzin era un
joven de veinticinco años y representa a Cuicuitzcatzin en edad de poder
ya gobernar. Finalmente, en otra carta de 15 de mayo de 1522, afirma que
estos dos príncipes eran hermanos.
96 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de Itzcuauhtzin, señor de Tlatelolco, de uno de los sumos sacer-


dotes de México y de muchos otros personajes de la más alta
jerarquía. Ignóranse las circunstancias de todos estos arrestos;
mas es de presumir que los prendería uno a uno, cuando iban a
visitar a Moteuczoma.

SUMISIÓN DEL REY MOTEUCZOMA Y DE LA NOBLEZA


MEXICANA AL REY DE ESPAÑA
Animado general español con tan prósperos sucesos y vien-
el
do al rey de México enteramente sometido a su voluntad, le dijo
que era ya tiempo de qué él y sus subditos reconociesen al rey de
España por legítimo soberano, como descendiente del rey y dios
Quetzalcoatl Moteuczoma, que ya no tenía valor para contrade-
cirlo, convocó a la principal nobleza de la corte y de las ciuda-
des circunvecinas. Acudieron todos prontamente a recibir sus
órdenes y reunidos en una gran sala del cuartel, en presencia
de Cortés y de otros españoles, les dirigió el rey un largo discurso,
en que les manifestó el amor que a todos tenía como padre, de
quien no debían temer que les propusiese lo que no fuera justo y
ventajoso. Les recordó la antigua tradición sobre la devolución
del Imperio Mexicano a los descendientes de Quetzalcoatl, de quien
habían sido lugartenientes él y todos sus predecesores, y los fe-
nómenos observados en los elementos que significaban, según la
interpretación de los sacerdotes y de los adivinos, ser llegado el
tiempo de que se cumpliesen aquellos oráculos. Yo no dudo que
también haría mención del memorable suceso y vaticinio de su
hermana Papantzin, que ya he referido, el cual habría sido en gran
parte la causa de su apocamiento. Siguió comparando las cir-
cunstancias de los españoles con las de la tradición, y concluyó
diciendo que el rey de España era en realidad el legítimo descen-
diente de Quetzalcoatl, y que por tanto le cedía el reino y le pres-
taba obediencia, mandando a todos hacer lo mismo. (1) Al con-

(1) Las circunstancias de este suceso se refieren en las historias con


tanta variedad, que no hay dos de ellas que estén perfectamente de acuer-
do. En mi narración he procurado seguir a Cortés y a Bernal Díaz, que
fueron testigos oculares. Solís afirma que el reconocimiento de Moteuczoma
fue un mero artificio; que no tuvo jamás intención de cumplir lo que pro-
metía; que su intento era desembarazarse de los españoles y contemporizar,
para dar rienda después a su ambición, sin curarse de su palabra. Pero
si el acto de Moteuczoma fue un mero artificio, si no pensaba cumplir su
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 97

fesarse subdito de otro soberano, sintió tan gran pena, que no


pudo seguir hablando y las lágrimas substituyeron las palabras.
Al llanto del rey siguieron tan amargos sollozos de los concurren-
tes, que enternecieron y movieron a piedad a los españoles. Ce-
saron aquellas demostraciones de dolor y quedaron todos sumer-
gidos en un melancólico silencio, que interrumpió uno de los más
distinguidos señores mexicanos, diciendo: "Pues es llegado el
tiempo de que se cumplan los oráculos antiguos y los dioses quie-
ren y vos mandáis que seamos subditos de otro señor, ¿ qué hemos
de hacer nosotros sino someternos a las soberanas disposiciones
del cielo, intimadas por vuestra boca ?"
Cortés entonces dio gracias al rey y a todos los señores que es-
taban presentes, por su pronta y sincera sumisión y declaró que
su soberano no pretendía quitar la corona al rey de México, sino
hacer reconocer su alto dominio en aquellos estados; que Mo-
teuczoma no sólo seguiría mandando a sus subditos, sino que
ejercería la misma autoridad
sobre todos los otros pueblos que se
sometiesen al rey de España. Disuelta la asamblea, mandó hacer
Cortés un instrumento público de aquel acto, con todas las solem-
nidades que juzgó convenientes para enviarlo a su corte.

promesa, ¿por qué al confesarse vasallo de otro monarca sintió tanto dolor,
que se le turbó la voz y derramó lágrimas, como el mismo escritor afirma?
No necesitaba de tanta ficción para quitarse de encima a los españoles.
¡Cuántas veces pudo, con hacer una seña a sus subditos, o sacrificar los es-
pañoles a sus dioses, o dejándoles la vida, hacerlos conducir atados al puer-
to, para que de allí pasasen a Cuba! Toda la conducta de Moteuczoma
está en contradicción con los sentimientos que Solís le atribuye; pero nada
desmiente tanto su acusación, como el claro testimonio dado por el gobier-
no español, el cual, en muchos documentos expedidos en favor de la real
descendencia de aquel monarca, concediéndole exenciones y privilegios extra-
ordinarios, declara que estos privilegios no pueden servir de ejemplo a nin-
guna otra casa, pues "ninguna, añade, ha hecho a la España tan gran servi-
cio, como el que le hizo el emperador Moteuczoma, incorporando a aquella
corona, con su voluntaria cesión, un reino tan rico y tan grande como el de
México." Si la obediencia prestada por Moteuczoma al rey Católico, hubiera
sido como la representa Solís, se diría que la corte de España creía incor-
porado el reino de México a la corona de Castilla, en virtud de una cesión
fingida y engañosa y de un mero artificio de Moteuczoma; lo que sería
gravemente injurioso a la rectitud de los reyes Católicos. Betancourt, en
a
la 2. parte, tratado 1.° de su Teatro Mexicano, cita los referidos documentos,
los cuales se conservarán, sin duda, originales en los archivos de los condes
de Motezuma y Tula.

II— 4
98 FRANCISCO J. CLAVIJERO

PRIMER HOMENAJE DE LOS MEXICANOS A LA CORONA


DE CASTILLA
Dado con tanta felicidad este primer paso, Cortés representó
a Moteuczoma, que pues había ya reconocido al rey de España
como soberano de aquellos países, era necesario manifestar su
subordinación, por medio de alguna contribución de oro o pla-
ta, alegando para esto el derecho que los soberanos tenían de exi-
gir este homenaje de sus vasallos, para mantener el esplendor de
su corona, para pagar a sus ministros, para soportar los gastos
de la guerra y para las otras necesidades del Estado. Moteuczoma,
con regia magnificencia, le dio el tesoro de su padre Axayacatl,
que se conservaba, como hemos dicho, en aquel mismo palacio,
y del cual nada había tomado aún Cortés, aunque el rey le había
dado el permiso expreso de tomar cuanto quisiese. Todo aquel
gran depósito de riquezas pasó a manos de los españoles, junta-
mente con todo lo que contribuían los vasallos feudatarios de la
corona; lo que componía tan considerable suma, que después de
haber separado la quinta parte para el rey de España, tuvo
Cortés lo bastante para pagar las deudas que había contraído en
Cuba en el armamento de su expedición y remunerar a sus ofi-
ciales y soldados, quedándole una provisión suficiente para los
gastos que podría hacer en el porvenir. Para el rey se desti-
naron, además del quinto del oro y la plata, varios objetos que
parecieron dignos de conservarse enteros por su maravilloso
artificio, y que, según el cómputo del mismo general, importaban
más de cien mil ducados mas la mayor parte de estas riquezas se
;

perdieron, como después veremos.

INQUIETUDES DE LA NOBLEZA DE MÉXICO Y NUEVOS


TEMORES DE MOTEUCZOMA
Triunfaban españoles al verse dueños a tan poca costa de
los
tantas riquezas, y por haber sometido a su rey, sin esfuerzo, un
estado tan vasto y opulento mas esta felicidad los había envane-
;

cido y era necesario, según la condición de la especie humana, que


alternasen los sucesos prósperos con los adversos. La nobleza
mexicana, que hasta entonces se había mantenido en un respe-
tuoso silencio, por su gran deferencia al soberano, viéndolo ya
reducido a tanta humillación, aherrojados el rey de Acolhuacan
y otros altos personajes, y sometida la nación a un príncipe
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 99

extranjero, a quien no conocía, empezó desde luego a murmurar


y después a explicarse con más franqueza, a formar juntas y reu-
niones, a censurar su propia tolerancia, y por último, según pare-
ce, a levantar tropas para sacudir la opresión que el rey y el pue-
blo padecían. Hablaron a Moteuczoma algunos de sus favoritos, y
le representaron la pena que experimentaban sus vasallos al
verlo en aquella condición, disminuido su poder y obscurecido el
esplendor de su corona, y la fermentación que empezaba a notar-
se, tanto en la nobleza, como en la plebe, impacientes del yugo
extranjero que se les imponía y ofendidas de verse condenadas
a sacrificar a un rey desconocido el fruto de sus sudores. Exhor-
táronlo a disipar el temor que se había apoderado de su alma y
a recobrar su autoridad primera, pues si no lo hacía, lo harían
por él sus vasallos, los cuales estaban decididos a echar de la ca-
pital y del reino aquellos huéspedes tan insolentes y perniciosos.
Por otra parte, los sacerdotes le exageraban el detrimento que su-
fría la religión y lo amedrentaron con las amenazas que atri-
buían a sus dioses irritados, de negar la lluvia a los campos y su
protección a los mexicanos, si no arrojaba aquellos hombres
tan contrarios a su culto. Algunos escritores, demasiado fáciles
en creer sucesos maravillosos, dicen que el demonio se apareció
al rey, amenazándolo con los males que haría a su persona y a su
reino, si sufría más tiempo a los españoles y prometiéndole, si
los arrojaba, perpetuar en su familia la corona de México y prodi-
gar las venturas a sus subditos.
Movido Moteuczoma por tantas representaciones y amenazas,
avergonzado de la cobardía que se le echaba en cara y enterne-
cido al ver la desgracia de su sobrino Cacamatzin, a quien siempre
había amado con la mayor ternura, la de su hermano Cuitla-
huatzin y la de otros personajes de la primera nobleza; aunque
no consintió en sacrificar la vida de los españoles, como algu-
nos le aconsejaban, se resolvió a decirles claramente que saliesen
de sus estados. Mandó, pues, llamar a Cortés, el cual, noticioso de
las conferencias secretas que había tenido el rey los días anterio-
res, con sus ministros, con los nobles y con los sacerdotes, sintió
gran turbación en su ánimo al recibir aquel mensaje pero disimu-
;

lando cuanto pudo su inquietud, se presentó a Moteuczoma acom-


pañado por doce españoles. El rey lo recibió con menos agrado
que el que acostumbraba mostrarle y le descubrió claramente
su resolución. "No podéis dudar, le dijo, del gran amor de que
100 FRANCISCO J. CLAVIJERO

os he dado tantos y tan repetidos testimonios. Hasta ahora no


sólo os he visto con placer en mi corte, sino que he querido venir
a residir en vuestra compañía, por la singular satisfacción que
he experimentado en vuestra familiaridad y trato. Por mi parte,
no tengo el menor inconveniente en dejaros permanecer aquí,
dándoos cada día mayores pruebas de mi benevolencia; pero no
puede ser, pues ni los dioses lo permiten, ni lo consienten mis
vasallos. Me hallo amenazado con los más terribles castigos del
cielo, si os consiento más tiempo en mis estados, y ya se ha em-
pezado a notar tanta inquietud en mis subditos, que si no extirpo
prontamente la causa, me será después imposible contenerla.
Es necesario, pues, tanto por mi bien y el vuestro, como por el
de estos países, que os apercibáis a regresar prontamente a vues-
tra patria." Cortés, aunque penetrado del más acerbo dolor, afec-
tando una gran serenidad, le dijo que su ánimo era obedecerlo;
pero que careciendo absolutamente de barcos para su vuelta, por
haberse destruido los que lo trajeron de Cuba, necesitaba tiempo,
operarios y materiales para construir otros. Moteuczoma, lleno
entonces de júbilo, al ver la prontitud con que el general español
se disponía a complacerlo, lo abrazó y le dijo que no corría tanta
prisa su viaje; que construyese los buques y que él le suminis-
traría, así la madera necesaria, como la gente que la cortase y
la llevase al puerto. En efecto, mandó que se dispusiese un buen
número de trabajadores y que se cortase la madera de un pinar,
poco distante del puerto de Chiahuitztlan, y Cortés, por su parte,
envió algunos españoles que dirigiesen el corte, esperando que
entretanto mudaría el aspecto de las cosas en México, o que le
llegasen nuevos socorros de las islas o de España. (1)
Ocho días después de tomada aquella resolución, mandó Moteuc-
zoma llamar otra vez a Cortés, lo que puso a éste en mayor so-
bresalto. El rey le dijo que no necesitaba construir los buques,
pues acababan de llegar al puerto de Chalchiuhcuecan diez y ocho,
semejantes a los suyos destruidos, en los cuales podía embar-

(1) Algunos historiadores dicen que cuando Moteuczoma llamó a Cor-


tés para intimarle la orden de su partida, había preparado un ejército con
el fin de hacerse obedecer por fuerza si los españoles resistían; pero hablan
de esto con gran variedad, pues unos dicen que el ejército preparado era de
100,000 hombres, otros reducen este número a la mitad, y otros, finalmente,
lo reducen a 5,000. Yo creo que hubo algunos preparativos hostiles, mas no
por orden del rey, sino por la de algunos nobles de los que habían tomado
tanto empeño en el negocio.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 101

carse con su gente; que aligerase por tanto su salida, pues así
convenía al bien del reino. Cortés, disimulando el júbilo que le
ocasionaba aquella noticia y dando gracias interiormente a Dios
por haberle enviado tan oportuno socorro, respondió que si aque-
llos barcos debían hacer viaje a Cuba, estaba pronto a partir; pe-
ro que de otro modo le era preciso continuar la obra empezada.
Vio y examinó las pinturas de aquella armada, que enviaban al
rey los gobernadores de la costa y no dudó que fuese española;
pero lejos de pensar que se componía de enemigos suyos, se per-
suadió que habían vuelto los procuradores enviados por él un año
antes a la corte de España y que traían consigo los despachos
reales y un buen número de tropas para la conquista.

ARMADA DEL GOBERNADOR DE CUBA CONTRA CORTES


Este gran consuelo le duró hasta que le llegaron las cartas de
Gonzalo de Sandoval, gobernador de la Colonia de Veracruz, en
que le noticiaba que aquella expedición, compuesta de once na-
vios y siete bergantines, ochenta y cinco caballos, ochocientos
infantes y más de quinientos marineros, con doce piezas de arti-
llería y abundantes municiones de guerra, al mando del general
Panfilo de Narváez, era enviada por Diego Velázquez, gobernador
de Cuba, contra el mismo Cortés, como vasallo rebelde y traidor a
su soberano. Recibió este fuerte golpe Cortés en presencia de Mo-
teuczoma; pero sin dejar ver en su semblante la menor turbación,
le dio a entender que los que habían aportado a Chalchiuhcuecan
eran nuevos compañeros que venían de Cuba. Del mismo disi-
mulo usó para con sus españoles, hasta que tuvo bien prepara-
dos sus ánimos.
No hay duda que ésta fue una de aquellas ocasiones en que
Cortés hizo alarde de su invicta constancia y magnanimidad. Ha-
llábase, de un lado, amenazado por todo el poder de los mexicanos
si permanecía en la corte; por otro, veía contra sí un ejército de
sus mismos compatriotas, muy superior al suyo pero su penetra-
;

ción, su singular destreza y su maravilloso brío, hicieron muy en


breve mudar de aspecto al mal que lo amenazaba. Procuró, tan-
to por cartas, como por el ministerio de algunos mediadores, de
quienes más se fiaba, conciliarse el ánimo de Narváez, haciéndo-
le varios partidos y representándole las ventajas que resultarían

a los españoles si se unían y obraban de acuerdo los dos ejércitos,


y por el contrario, los males que acarrearía a unos y a otros la
102 FRANCISCO J. CLAVIJERO

discordia. Narváez, por consejo de tres desertores de Cortés, ha-


bía ya desembarcado toda su tropa en la costa de Cempoala y se
había acuartelado en aquella ciudad, cuyo señor, conociendo que
aquellos extranjeros eran españoles, y creyendo que venían a
unirse con su amigo Cortés, o temeroso de su poder, los acogió
con grandes honores y los proveyó de todo cuanto necesitaban.
Moteuczoma, creyendo lo mismo al principio, envió a Narváez ri-
cos presentes y dio orden a sus gobernadores que le hiciesen los
mismos obsequios que a Cortés; pero de ahí a poco, conoció la dis-
cordia que entre ellos existía, a pesar del gran disimulo de éste, y
de los esfuerzos con que procuraba impedir que llegase aquella
noticia a oídos del rey y de sus subditos.

Tuvo entonces Moteuczoma la mejor ocasión que podía ape-


tecer para destruir los dos ejércitos españoles, si hubiese abrigado
en su corazón los sangrientos designios que muchos historiadores
le imputan. Narváez procuró indisponerlo con Cortés y con su
partido, acusándolo de traidor, prometiendo castigar la inaudita
temeridad de aprisionar al mismo rey y ofreciéndose a libertarlo
a él y a toda la nación de la opresión en que gemían pero Moteuc-
;

zoma, lejos de ceder a estas sugestiones y de proceder de modo al-


guno contra Cortés, cuando éste le dio parte de la expedición que
proyectaba contra Narváez, se mostró apesadumbrado por el
riesgo que iba a correr, peleando contra fuerzas tan superiores y
ofreciéndole un gran ejército en su auxilio.

Ya había agotado Cortés todos los recursos de que podía


echar mano para proporcionar un convenio pacífico y ventajoso a
ambos que nuevos desprecios y ame-
ejércitos, sin otro resultado
nazas del arrogante y fiero Narváez. Viéndose, pues, obligado a
hacer la guerra a sus compatriotas y no atreviéndose a fiarse del
socorro que le ofrecía Moteuczoma, rogó al senado de Tlaxcala
que apercibiese cuatro mil soldados para llevarlos consigo y en-
vió a Chinantla uno de los suyos, llamado Tobilla, hombre prác-
tico en la guerra, a fin de que pidiese dos mil hombres a aquella
belicosa nación y se proveyese de trescientas picas de las que
usaban los mismos chinantecas, que por ser más fuertes y largas
que las de los españoles, le parecían excelentes para resistir a la
caballería contraria. Dejó en México ciento y cuarenta españoles,
con todos sus aliados, bajo el mando del capitán Pedro de Al-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 103

varado, (1) recomendándoles que guardasen y tratasen bien al rey


y procurasen mantenerse en buena armonía con los mexica-
nos, especialmente con la familia real y con la nobleza. Al despe-
dirse de M'oteuczoma le dijo que dejaba en su lugar al capitán
Tonatiuh (con este nombre del sol apellidaban a Alvarado, por-
que era rubio), encargándole que complaciese en todo a su ma-
jestad; que le rogaba continuase protegiendo a los españoles;
que él salía al encuentro de aquel capitán recién venido, y a
poner por obra cuanto estuviese a sus alcances para ejecutar
sus reales órdenes. Moteuczoma, después de haberle hecho nuevas
protestas de su benevolencia, lo mandó proveer abundantemente
de víveres y de hombres de carga para la conducción del bagaje,
y lo despidió con la mayor amabilidad.
Salió Cortés de México a principios de mayo de 1520, después
de haber estado seis meses en aquella corte, con setenta españo-
les y alguna nobleza mexicana, que quiso acompañarlo por una
parte del camino. Algunos historiadores dicen que estos mexica-
nos iban a espiar lo que ocurriese y dar cuenta de ello al rey mas ;

Cortés no lo creyó así, aunque tampoco se fiaba mucho de ellos.


Hizo su viaje por Cholula, donde se unió con el capitán Velázquez,
que volvía de Coatzacualco, a donde lo había enviado Cortés con
alguna tropa para buscar un puerto cómodo. Allí recibió nuevas
provisiones de víveres que le enviaba el senado de Tlaxcala;
pero no los cuatro mil hombres que había pedido, o porque los
tlaxcaltecas no osasen venir otra vez a las manos, como dice
Bernal Díaz, o porque no quisiesen alejarse tanto de su patria, co-
mo conjeturan otros historiadores, o porque viendo a Cortés con
fuerzas tan desproporcionadamente inferiores a las de su enemi-
go, temiesen quedar vencidos en aquella expedición. Algunas
jornadas antes de llegar a Cempoala se le unió el soldado Tobilla,
con las trescientas picas de Chinantla, y en Tapanacuetla, pue-
blo distante cerca de treinta millas de aquella ciudad, se encontró
con el famoso capitán Sandoval, que venía con sesenta soldados de
la guarnición de Veracruz.

(1) Bernal Díaz dice que los españoles que quedaron en México fueron
ochenta y tres. En las ediciones modernas de las Cartas de Cortés, se dice que
fueron 500; pero en una edición antigua se halla 140, lo que me parece cierto,
atendido el número total de las tropas españolas. El número de 500 es falso
y contrario a la relación del mismo Cortés.
104 FRANCISCO J. CLAVIJERO

VICTORIA DE CORTES CONTRA NARVAEZ


Finalmente, después de haber hecho nuevas proposiciones a
Narváez y distribuido algún oro entre los partidarios de aquel
arrogante general, entró Cortés en Cempoala a media noche, con
doscientos cincuenta hombres, (1) sin caballos, ni otras armas que
picas, espadas, rodelas y puñales, y encaminándose cautelosamen-
te y sin hacer ruido, al templo mayor de aquella ciudad, donde
se habían acuartelado sus enemigos, les dio tan furioso asalto, que
antes de venir el día, se había hecho dueño del puesto, de toda la
tropa contraria, de la artillería, de las armas y de los caballos, que-
dando muertos sólo cuatro de sus soldados, quince de los de
Narváez y muchos heridos de una y otra parte. (2) Hízose reco-
nocer por todos capitán general y supremo magistrado, man-
dó encadenar en la fortaleza de Veracruz a Narváez y a Salva-
tierra, hombre distinguido y enemigo jurado suyo, y dispuso que
se quitasen de los buques las velas, las brújulas y los timones.
Apenas empezó a rayar el día, que era el domingo de Pentecostés,
27 de mayo, llegaron los chinantecas, (3) en buen orden y bien
armados, los cuales vinieron a ser testigos del triunfo de Cortés
y de la vergüenza de los partidarios de Narváez, que habían sido
vencidos por tan pocos contrarios y no tan bien armados como
ellos. La felicidad de esta expedición se debió en gran parte al in-
comparable valor de Sandoval, el cual subió al templo, con ochen-
ta hombres, en medio de una lluvia de saetas y balas, asaltó el
santuario, donde se había fortificado Narváez y se apoderó de
su persona.
Hallándose entonces Cortés con diez y ocho buques, cerca
de dos mil hombres de tropa española, y de cien caballos y sufi-

(1) Bernal Díaz dice que Cortés fue a Cempoala con 206 hombres; Tor-
quemada cuenta 266 y 5 capitanes; pero Cortés, que lo sabía mejor que ellos,
afirma que eran 250.

(2) Hay variedad en los autores acerca del número de los muertos
en el asalto; yo pongo el que me parece más verosímil, atendidos los datos
de diversos historiadores.

(3) Algunos dicen que los chinantecas tomaron parte en el asalto; pero
Bernal Díaz estuvo presente y afirma lo contrario. Cortés no hace mención
de esta circunstancia. Quien desee informarse de todos los pormenores de
aquella gloriosa expedición de Cortés, podrá consultar a los historiadores
de la Conquista; yo los omito por no pertenecer exclusivamente a mi
asunto.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 105

cíente número de provisiones de guerra, pensó en hacer nuevas


expediciones en la costa del Golfo, y había ya nombrado los je-
fes que debían mandarlas y la gente que debía componerlas, cuan-
do le llegaron noticias infaustas de México, que trastornaron
sus planes y lo obligaron a volver precipitadamente a aquella
capital.

SUBLEVACIÓN DEL PUEBLO DE MÉXICO CONTRA LOS ESPAÑOLES


Durante ausencia de Cortés ocurrió en México la fiesta
la
de la incensación de Huitzilopochtli, que se hacía en el mes
Toxcatl, el cual empezó aquel año a 13 de mayo. Esta función, la
más solemne del año, se celebró con baile del rey, de la nobleza,
de los sacerdotes y del pueblo. Rogaron los nobles al capitán
Alvarado que permitiese que el rey pasase al templo a cumplir
con los deberes que la religión le imponía pero Alvarado no quiso
;

ceder a sus instancias, o porque así se lo había mandado Cor-


tés, o porque temiese que los mexicanos maquinasen alguna tro-
pelía, viéndose con el rey en su poder, y sabiendo cuan fácilmen-
te se vuelven en tumulto los regocijos públicos. Tomóse, por tanto,
el partido de hacer el baile en el patio del palacio que servía de
cuartel a los españoles, (1) o por disposición de aquel capitán, o
por orden del mismo rey, que quiso de aquel modo tomar parte
en las ceremonias del día. Llegada la hora, concurrieron al pa-
tio muchos sujetos de la primera nobleza (cuyo número no cons-
ta, pues los autores varían de seiscientos a dos mil), cubiertos
todos de adornos de oro, piedras y plumas. Empezaron a cantar y
a bailar al son de los instrumentos, y entretanto mandó Alvarado
que algunos soldados ocupasen las puertas cuando vio a los me-
:

xicanos más distraídos y quizás fatigados del baile, hizo señal a


su tropa que los atacase; lo que verificó con furia contra aque-

(1) Los historiadores de la Conquista dicen que el baile se hizo en el


atrio del Templo Mayor; pero no es verosímil que la inmensa concurrencia
que permitiese hacer tan horrendo estrago en la nobleza, especial-
allí asistía
mente estando tan cerca las armerías, donde podían tomar armas para
oponerse a la temeridad de aquellos pocos extranjeros, ni es creíble que
los españoles se expusiesen a tan inminente peligro. Cortés y Bernal Díaz
no hacen mención del lugar en que se hizo el baile. El P. Acosta dice que
fue el palacio, mas no puede ser otro que el que habitaba el rey. La inve-
rosimilitud que se nota en la relación de los historiadores y el juicio y anti-
güedad del P. Acosta, me obligan a preferir su autoridad a la de aquéllos.
106 FRANCISCO J. CLAVIJERO

líos desventurados, que por estar desarmados y rendidos de can-


sancio, no pudieron hacer resistencia ni huir, hallándose bien
guardadas las puertas. Fueron terribles los estragos, lamentables
los gritos que exhalaban al cielo los moribundos y copiosa la san-
gre que se derramó. Este golpe fatal fue en extremo sensible a
los mexicanos, porque en él perdieron la flor de su nobleza, y
para perpetuar su memoria, compusieron sobre aquel argumento,
tristes elegías, que se conservaron muchos años después de la Con-
quista. Terminada aquella trágica y horrenda escena, los españo-
les despojaron a los cadáveres de toda la riqueza que los cubría.
Ignórase el motivo que pudo inducir al capitán Alvarado a un
hecho tan temerario y cruel. Algunos dicen que no tuvo otro
que la maldita sed de oro: (1) otros afirman, y parece más verosí-
mil, que habiendo tenido noticia de que los mexicanos querían
en aquella fiesta dar un golpe a los españoles para substraerse a su
opresión y poner en libertad al rey que tenían aprisionado, el jefe
español quiso anticiparse, siguiendo el dicho vulgar de que el que
ataca vence. (2) Como quiera que sea, no se puede negar que su
conducta fue tan bárbara como imprudente.
Irritada la plebe con tan sensible golpe, trató desde entonces
a los españoles como enemigos capitales de la patria. Atacaron
algunas tropas mexicanas el cuartel, con tanto ímpetu, que arrui-
naron una parte del muro, minaron en diversas partes el palacio
y quemaron las municiones pero fueron rechazados por el fuego
;

de la artillería y de los mosquetes, con lo que los españoles tu-


vieron tiempo de reedificar el muro destruido. Aquella noche des-

(1) Los historiadores mexicanos, el P. Sahagún en su Historia M. S.,


Las Casas en su formidable escrito sobre la Destrucción de los indios, y
Gomara en su Crónica de la Nueva España, atribuyen el arrojo de Alvarado
a su codicia; mas yo no puedo creerlo sin pruebas convincentes. Gomara
y Las Casas siguieron a Sahagún, y éste a los informes de los mexicanos,
que, como enemigos de los españoles, no son dignos de fe en este caso.

(2) Es enteramente mexicanos quisieran aprovecharse


increíble que los
de la ocasión del baile para maquinar una traición contra los españoles,
como muchos historiadores suponen, y absurdo lo que dice Torquemada,
que tenían ya preparadas las ollas para cocer sus cadáveres. Estas son
fábulas inventadas para justificar a Alvarado. Lo que me parece más vero-
símil es que los tlaxcaltecas, por el gran odio que tenían a los mexicanos,
hicieron creer a este capitán la supuesta traición. En la historia de la Con-
quista tenemos muchos ejemplos de esta clase de sugestiones inventadas
por los tlaxcaltecas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 107

cansaron de las fatigas del día pero al siguiente fue tan terrible
;

el asalto, que los españoles se creyeron perdidos, y en efecto, no


hubiera quedado uno solo con vida, como sucedió a seis o siete, a
no haberse mostrado el rey al tropel de combatientes y refrenado
con su autoridad el furor que los animaba. El respeto a la per-
sona del monarca contuvo al pueblo, y desde entonces no atacó
con armas el cuartel; mas no dejó de cometer otras hostilidades,
pues quemó los cuatro bergantines que Cortés había mandado
construir para escaparse en ellos, caso de no poder hacerlo por las
calzadas y resolvió sitiar por hambre a los^españoles, negándoles
los víveres e impidiendo que se introdujesen en el cuartel, con
cuyo objeto abrió un foso en rededor.
En esta situación se hallaban los españoles en México, cuando
Alvarado avisó a Cortés, por dos mensajeros tlaxcaltecas, ro-
gándole que apresurase su vuelta, si no quería hallarlos muertos a
todos. Lo mismo le envió a decir Moteuczoma, haciéndole sa-
ber cuan sensible le había sido la sublevación de sus vasallos, oca-
sionada por el sangriento y temerario atentado del capitán To-
natiuh.
Cortés, después de haber dado las órdenes convenientes para
trasferir la colonia de Veracruz a un sitio más próximo a Chal-
chiuhcuecan, lo que no pudo ejecutarse por entonces, marchó
con su gente, a grandes jornadas, hacia la capital. En Tlaxcala
fue magníficamente hospedado en el palacio del príncipe Maxix-
catzin. Allí hizo la reseña de sus tropas y halló noventa y seis
caballos y mil trescientos peones españoles, a los que se unie-
ron dos mil tlaxcaltecas que le dio la República. Con este ejér-
cito entró en México el 21 de junio, sin hallar oposición alguna
en la entrada pero muy en breve echó de ver síntomas de la fer-
;

mentación popular, tanto por la poca gente que vio en las calles,
cuanto por algunos puentes de los canales que se habían levan-
tado. Cuando llegó a los cuarteles, con grandes demostraciones
de júbilo de una y otra parte, Moteuczoma salió al patio a reci-
birlo con las más obsequiosas demostraciones de amistad; pero
Cortés, o insolentado por la victoria que había conseguido con-
tra Narváez, o por las fuerzas respetables que traía a sus ór-
denes, o persuadido de que le convenía fingirse enfadado con el
rey, como creyéndolo culpable del alboroto de sus subditos, pasó
de largo, sin fijar en él la atención. El rey, atravesado del más
vivo dolor al verse tratado tan indignamente, se fue a su es-
108 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tancia, donde se le aumentó la pesadumbre con la noticia que


inmediatamente le trajeron sus servidores, de las palabras in-
juriosas que había proferido contra su majestad, el general
español. (1)
Reprendió Cortés severísimamente al capitán Alvarado y le
hubiera impuesto el castigo que merecía, si lo hubiesen permitido
las circunstancias del tiempo y del culpable. Preveía la borrasca
que iba a estallar sobre su ejército, y no le pareció prudente
en aquella ocasión tener por enemigo a uno de los más valientes
capitanes de sus tropas.
Con que trajo Cortés a México tenía un ejército
los refuerzos
de nueve mil hombres, y no pudiendo caber todos en el aloja-
miento, ocuparon algunos de los edificios del recinto del Templo
Mayor, en la parte más próxima a los cuarteles. Con la mu-
chedumbre creció la penuria de víveres, ocasionada por la falta
del mercado. Mandó Cortés entonces a decir a Moteuczoma,
con grandes amenazas, que diese orden de que se celebrase el
mercado, a fin de que ellos se proveyesen de cuanto necesitaban.
Moteuczoma respondió que los personajes de más autoridad de
que podía fiarse para la ejecución de aquella orden se hallaban, co-
mo él, privados de libertad que soltase algunos de ellos para que
;

se le complaciese en lo que pedía. Cortés sacó de la prisión al


príncipe Cuitlahuatzin, hermano de Moteuczoma, estando muy le-
jos de pensar que la libertad de aquel personaje ocasionaría la
ruina de los españoles pues no sólo no regresó al cuartel, ni res-
;

tableció el mercado, o porque no quisiese favorecer a los extran-


jeros, o porque no consintiesen en ello los mexicanos, sino que
éstos lo obligaron a ejercer su empleo de general y él fue quien
desde entonces mandó las tropas y dirigió las hostilidades, hasta
que por muerte de su hermano fue elegido rey de México.

(1) Solís no da crédito al desprecio que Cortés hizo de Moteuczoma, y


por defender a su héroe, agravia a Bernal Díaz que lo afirma, como testigo
ocular y al Cronista Herrera, que lo asegura fundado en buenos documen-
tos. Acusa injustamente a Díaz de parcialidad contra Cortés, y de He-
rrera dice que quizás adoptaría aquella versión, para aplicarle una sen-
tencia de Tácito; "ambición, añade, peligrosa en el historiador;" pero en
ninguno tanto como en el mismo Solís, pues todo hombre imparcial que lea
su obra, verá que este autor, en lugar de ajustar las sentencias a la narración,
ajusta la narración a las sentencias. Por fin, si no alega mejores razones que
las que usa contra Bernal Díaz, debemos creer a éste, que presenció el lance.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 109

COMBATES ENTRE MEXICANOS Y ESPAÑOLES EN LA CAPITAL


El día en que Cortés entró en México no hicieron ningún mo-
vimiento sus habitantes pero al siguiente, empezaron a hacer uso
;

de las hondas y dispararon tantas piedras a los españoles, que pa-


recía, según dice Cortés, una tempestad. Siguieron las flechas
en tanto número, que cubrieron todo el patio, siendo tan excesivo
el de los combatientes, que no se veía el suelo de las calles. No
pareció bien a Cortés mantenerse en la defensiva, porque no se
atribuyese a cobardía y cobrasen más ánimo sus enemigos; hizo
por tanto, una salida con cuatrocientos hombres, parte españoles
y parte tlaxcaltecas. Los mexicanos se fueron retirando con po-
ca pérdida, y Cortés, después de haber pegado fuego a algunas
casas, volvió a sus cuarteles; pero viendo que los enemigos con-
tinuaban sus hostilidades, mandó salir al capitán Ordaz con dos-
cientos soldados. Los mexicanos fingieron huir y desordenarse,
para alejarlos de su alojamiento, como en efecto lo obtuvieron;
pero de repente se vieron los españoles rodeados de enemigos,
y atacados por frente y retaguardia, aunque tan tumultuariamen-
te, que los mexicanos se embarazaban unos a otros. Al mismo
tiempo se dejó ver sobre las azoteas una gran muchedumbre,
que no cesaba de tirar piedras y flechas. Halláronse entonces los
españoles en gran peligro, y aquella ocasión fue una de las muchas
en que dio pruebas de su arrojo el valiente Ordaz. El comba-
te fue muy sangriento, aunque sin gran daño de los españoles,
los cuales, con los mosquetes y las ballestas limpiaron las azo-
teas, y con las picas y espadas rechazaron a la turba que inun-
daba la calle así pudieron finalmente retirarse, dejando muertos
;

muchos mexicanos, y de los suyos no más de ocho pero todos sa-


;

lieron heridos, incluso el animoso jefe. Uno de los daños que


hicieron aquel día los mexicanos a los españoles, fue el pegar
fuego al cuartel en varios puntos, y en uno de ellos fue tal el in-
cendio, que los sitiados tuvieron que echar abajo el muro y defen-
der la brecha con la artillería, y con la mucha gente que en ella
pusieron hasta que llegó la noche y los sitiadores les dejaron
tiempo de reedificar el muro y curar los heridos.
El siguiente día, 26 de junio, fue más terrible el empeño y
mayor la furia de los mexicanos. Los españoles se defendieron
con doce piezas de artillería, que hacían grandes estragos en el
tropel de enemigos; pero como éstos eran tantos, muy en breve
110 FRANCISCO J. CLAVIJERO

acudían otros a llenar los vacíos que dejaban los muertos. Cortés,
viendo su obstinación, salió con la mayor parte de sus tropas
y se encaminó, peleando siempre, por una de las tres calles
principales de la ciudad; se apoderó de algunos puentes, pegó
fuego a muchas casas, y después de haber combatido casi todo
el día, se retiró a sus cuarteles, con más de cincuenta españoles
heridos, dejando muertos innumerables mexicanos.
La
experiencia hizo conocer a Cortés que el mayor daño que
recibían sus tropas, procedía de las azoteas, y para evitarlo, mandó
construir tres máquinas de guerra, llamadas mantas por los es-
pañoles, tan grandes, que cada una podía llevar veinte hombres
armados, cubiertas de fuertes tablados para defenderlos de los
tiros de las azoteas, provistas de ruedas para facilitar su mo-
vimiento, y de troneras o ventanillas para poder disparar las
armas de fuego.
Mientras se construían estos amaños, ocurrieron grandes
novedades en la capital. Moteuczoma había observado uno de los
combates desde la torre de palacio, y distinguido entre la muche-
dumbre a su hermano Cuitlahuatzin, mandando las tropas mexi-
canas. A vista de tantos objetos lamentables, asaltaron su espí-
ritu un tropel de tristes pensamientos. Consideraba por una parte
el peligro que corría de perder la corona y la vida, y por otra se
le presentaba la destrucción de los edificios de la capital, la muerte
de sus vasallos y el triunfo de sus enemigos, no hallando otro
remedio a tantos males que la pronta salida de los españoles.
Pasó la noche agitado por aquellas ideas y al día siguiente muy
temprano llamó a Cortés y le habló sobre el asunto, rogándole
encarecidamente que no difiriese su viaje. No necesitaba Cortés
de tantos ruegos, pues se hallaba tan escaso de víveres, que ya se
daban por medida a los soldados, y en tan corta cantidad, que
bastaban a mantener la vida, pero no a dar la fuerza necesaria
para oponerse a tantos enemigos como continuamente los moles-
taban. Finalmente, conocía que lejos de serle posible hacerse
dueño de la ciudad, ni aun podría lograr sostenerse en ella; por
otra parte, lo afligía la idea de tener que abandonar la empresa
comenzada, perdiendo en un momento, con su salida, todas las
ventajas que se había proporcionado con su valor, con su destre-
za y con su felicidad pero cediendo a tan imperiosas circunstan-
;

cias, le dijo que estaba pronto a partir, por la paz del reino, con
tal que depusieran las armas sus vasallos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 111

DISCURSO DEL REY AL PUEBLO, Y SUS EFECTOS


Apenas terminada aquella conferencia, gritaron a las armas
en el cuartel, por venir los mexicanos resueltos a dar un asalto
general. En procuraban subir a los mu-
efecto, por todas partes
ros, mientras otras huestes, colocadas en puntos ventajosos, dis-
paraban un número increíble de flechas para superar la resistencia
de los sitiados, y otros se arrojaban, a pesar del fuego de la arti-
llería y de los mosquetes, hasta poner el pie en el recinto de los
cuarteles y combatir cuerpo a cuerpo con los españoles. Estos cre-
yéndose ya vencidos por la superioridad del número, peleaban co-
mo desesperados. Moteuczoma, viendo su conflicto y el riesgo en
que él mismo se hallaba, resolvió mostrarse a sus vasallos, para
reprimir con su presencia y con su voz el furor que los animaba.
Púdose las insignias reales, y escoltado por algunos de sus minis-
tros y por doscientos españoles, subió a la azotea y se presentó
al pueblo, mientras sus ministros le imponían silencio para que
se oyese la voz del soberano. Cesó al verlo el ataque, enmude-
cieron todos, y aun algunos, penetrados de respeto, se arrodilla-
ron. Alzó entonces la voz y les hizo en substancia este breve dis-
curso "Si el motivo que os induce a tomar las armas contra estos
:

extranjeros, es el deseo de mi libertad, yo os agradezco el amor


y la fidelidad que me mostráis pero os engañáis creyéndome su
;

prisionero, pues en mi mano está dejar este palacio de mi di-


funto padre y trasladarme al mío cuando quiera. Si vuestra có-
lera nace de su permanencia en esta corte, os hago saber que
me han dado palabra de salir de ella, y yo os aseguro que lo ha-
rán, inmediatamente que depongáis las armas. Cese pues vues-
tra inquietud; mostradme en esto vuestra fidelidad, si queréis
desmentir las voces que han llegado a mis oídos acerca de haber
vosotros jurado a otro señor la obediencia que sólo a mí me debéis
tributar; lo que yo no he podido creer, ni vosotros podréis ejecu-
tar, sin acarrearos toda la cólera de los dioses."
Quedó todo en silencio por algún rato, hasta que un hombre
más atrevido que los otros, (1) alzó la voz, llamando al rey cobar-
de y afeminado, y más digno de manejar el huso y la rueca,

(1) El P. Acosta dice que el mexicano que dirigió aquellas injurias


al rey, fue Cuauhtemotzin, su sobrino, y después último rey de México pero
;

yo no lo creo.
112 FRANCISCO J. CLAVIJERO
/

que de gobernar una nación tan valerosa como la mexicana, y


echándole en cara que por su pusilanimidad se había constituido
vilmente prisionero de sus enemigos. No satisfecho con estas in-
jurias, el mismo que las había proferido, tomó el arco y disparó
una flecha al monarca. La plebe, tan fácil a seguir el impulso
que se le da, siguió su ejemplo, y por todas partes empezaron a
oirse improperios, a llover piedras y flechas hacia el punto en
que el rey se hallaba. Los historiadores españoles dicen que
aunque la persona de Moteuczoma estaba cubierta con dos rode-
las, fue herido de una pedrada en la cabeza, de otra en una pier-
na y de una flecha en el brazo. De allí fue llevado por sus mi-
nistros a su habitación, más atormentado por la indignación y por
la rabia, que por las heridas.
Entretanto, persistían los mexicanos en el asalto y los espa-
ñoles en la defensa, hasta que algunos nobles llamaron a Cortés
al mismo sitio en que había sido herido el rey y discurrieron^gon
él acerca de ciertas condiciones que los historiadores no declaran.
Cortés les preguntó por qué lo trataban como enemigo, no habién-
doles hecho él daño alguno. "Si queréis, le respondieron, evi-
tar nuestras hostilidades, salid pronto de esta ciudad si no, esta- ;

mos resueltos a morir, o a daros muerte a todos." Cortés añadió


que no se quejaba de ellos porque les temiese, sino porque ellos
mismos lo obligaban a exterminarlos y a destruir tan hermosa
ciudad. Los nobles se fueron repitiendo sus amenazas.
Concluidas finalmente las tres máquinas de guerra, salió con
ellas Cortés el día 28 ó 29 de junio, muy temprano, (1) por una
de las tres calles principales de la ciudad, a la cabeza de tres mil
tlaxcaltecas y de otras fuerzas auxiliares, con la mayor parte de
los españoles, y con doce piezas de artillería. Llegados que fueron
al puente del primer canal, acercaron a las casas las máquinas
y las escalas, para arrojar la turba que cubría las azoteas; pero
fueron tantas y tan gruesas las piedras que les arrojaron, que
las máquinas fueron muy en breve destrozadas. Los españoles
combatieron animosamente hasta mediodía, sin poder pasar el
puente, por lo que, volvieron avergonzados a los cuarteles, de-
jando uno de ellos muerto, y conduciendo con ellos muchos he-
ridos.

(1) Es increíble la variedad de los autores sobre el orden y las circuns-


tancias de aquellos combates: yo sigo la relación de Cortés, que me parece
la más segura.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 113

COMBATE TERRIBLE EN EL TEMPLO


Envanecidos con estas ventajas los mexicanos, se fortifica-
ron quinientos nobles en el atrio superior del Templo Mayor, bien
provistos de armas y víveres, y de allí empezaron a hacer gran
daño a los españoles con piedras y flechas, mientras otras tropas
los atacaban por la calle. Mandó Cortés un capitán con cien sol-
dados a rechazar a los nobles de aquel punto, que por estar
muy alto y próximo a los cuarteles, los dominaba enteramente;
pero habiendo emprendido la subida, fueron vigorosamente re-
chazados. Determinóse por tanto el general a dar él mismo el
asalto, a pesar de tener desde el primer ataque una grave heri-
da en la mano izquierda. Atóse la rodela al brazo y habiendo cir-
cundado el templo de un número competente de españoles y tlax-
caltecas, empezó a subir por las escaleras con una gran parte de
su tropa. Los nobles sitiados defendían briosamente la subida,
y echaron por tierra algunos españoles, mientras otras fuerzas
mexicanas, que habían entrado en el atrio inferior, luchaban fu-
riosamente con los que lo rodeaban. Cortés, aunque con mucha
fatiga y dificultad, logró poner el pie con los suyos en el atrio
superior. Allí fue el mayor peligro y el más arduo empeño del
conflicto, el cual duró tres horas. De los mexicanos, unos murie-
ron a los filos de la espada, otros se arrojaron a los atrios infe-
riores, donde siguieron peleando hasta perder todos la vida.
Cortés mandó pegar fuego a los santuarios y se retiró en buen
orden a sus cuarteles. La acción costó la vida a cuarenta y seis
españoles, y todos los otros salieron heridos y cubiertos de san-
gre. Este famoso combate fue uno de los más terribles y encar-
nizados de aquella guerra; por esto lo representaron después de
la Conquista, tanto los mexicanos como los tlaxcaltecas, en sus
pinturas.
Algunos historiadores añaden a esto el gran peligro en que
dicen que se halló Cortés de ser precipitado por dos mexicanos,
los cuales, resueltos a sacrificar la vida en bien de su patria, lo
agarraron en el borde del atrio superior para dejarse caer con él
a los atrios bajos, creyendo poner fin a la guerra con la muerte
del general; pero este hecho de que no hacen mención Cortés,
Bernal Díaz, Gomara, ni ninguno de los historiadores antiguos,
114 FRANCISCO J. CLAVIJERO

se ha hecho todavía más inverosímil por las circunstancias que le


añaden algunos escritores modernos. (1)
Regresado Cortés a los cuarteles, se abocó de nuevo con unos
mexicanos de alta clase, representándoles el daño que recibían
los habitantes, de las armas españolas. Ellos respondieron que
nada les importaba, con tal que todos los españoles pereciesen lo ;

cual habría de verificarse, no a manos de los mexicanos, de re-


si

sultas del hambre que padecerían encerrados en aquel edificio.


Cortés, habiendo observado aquella noche algún descuido en los
ciudadanos, salió con algunas compañías, y encaminándose por
una de las tres calles principales, incendió más de trescientas
casas. (2)
Al día siguiente, después de reparadas las máquinas, salió con
ellas y con la mayor parte de sus tropas y marchó por el gran
camino de Itztapalapan, con mejor éxito que la primera vez; por-
que a despecho de la vigorosa resistencia que hacían los enemi-
gos en las trincheras que habían construido para defenderse del
fuego de los españoles, ganó los cuatro primeros puentes y quemó
algunas casas, aprovechándose de los materiales para llenar los
fosos, a fin de que no hubiese dificultad en el paso, si los enemigos
llegaban a levantar los puentes. Dejó en aquellos puestos suficien-
te guarnición y volvió al cuartel con muchos soldados heridos,
dejando diez o doce muertos.

(1) mexicanos se acercaron de rodillas a Cortés,


Solís dice que los dos
en actitud de implorar su clemencia, y sin tardanza se lanzaron sobre él
y lo arrojaron al suelo, aumentando la violencia del impulso con la fuerza
natural de sus cuerpos; que Cortés se desembarazó de ellos y los rechazó,
aunque no sin dificultad. Yo la tengo muy grande en creer una fuerza tan
extraordinaria en Cortés. Los humanísimos Raynal y Robertson, movidos a
compasión, según parece, de la situación de Cortés, lo socorren, aquél con
unas almenas, y éste con unas rejas, en aue pudo apoyarse para deshacerse
de los mexicanos; pero ni éstos usaron jamás rejas, ni el Templo Mayor
tenía almenas en el atrio superior. Es extraño que estos autores, tan in-
crédulos de lo que dicen los historiadores españoles e indios, crean lo que
no se halla en ningún escritor antiguo, siendo, además, un hecho tan inve-
rosímil.

(2) Cortés dice que quemaban las casas; más esto no quiere decir que
ardían todas, quedando reducidas a cenizas, sino que les pegaba fuego, el
cual en algunas hacía mucho daño, en otras poco, y en otras ninguno.
Bernal Díaz dice que costaba trabajo hacerlas arder, porque todas tenían
azoteas y estaban separadas unas de otras.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 115

A otro día continuó sus ataques por el mismo camino, ganó


los tres puentes que le faltaban, y persiguiendo a los que los de-
fendían, llegó por fin a tierra firme. Mientras se empleaba en lle-
nar los fosos para verificar, como es de creerse, su retirada de la
corte, por el mismo camino por donde había entrado en ella siete
meses antes, se le dijo que los
mexicanos querían capitular, y de-
seoso de oir sus proposiciones, volvió apresuradamente con la
caballería, dejando a la infantería de guardia en los puentes. Los
mexicanos le dijeron que estaban prontos a suspender las hosti-
lidades mas que para efectuar la capitulación, necesitaban tener
;

la persona de un sumo sacerdote que había sido hecho prisionero


en el ataque del Templo Mayor. Cortés mandó ponerlo en li-
bertad y en seguida quedó ajustado el armisticio. Esta parece
haber sido una estratagema de los electores, para recobrar al je-
fe de su religión, de cuya presencia necesitaban para la unción
del nuevo rey que habían elegido o iban a elegir; porque apenas
tuvo Cortés la satisfacción de haber concluido aquel convenio,
cuando llegaron algunos tlaxcaltecas con la nueva de que los
mexicanos habían vuelto a tomar los puentes, y dado muerte a
algunos españoles y que se aproximaba una multitud de guerre-
ros hacia los cuarteles. Cortés salió a su encuentro con la caba-
llería y recobró los puentes, rompiendo por medio de los con-
trarios, con gran peligro y fatiga; pero cuando estaba ganando
los últimos, ya los mexicanos habían vuelto a tomar a los españo-
les los cuatro primeros, quitando también los materiales con que
éstos habían llenado los fosos. Cortés volvió a recobrarlos, y se
retiró a los cuarteles con toda su gente cansada, mal parada y
herida.
En su carta a Carlos V, Cortés le habla del gran peligro que
corrió aquel día, de perder la vida, y atribuye a una particular
providencia de Dios el haber podido preservarla, en medio de
tan gran muchedumbre de enemigos. Es cierto que desde el mo-
mento en que los mexicanos se sublevaron contra- los españoles,
hubieran podido en poco tiempo exterminarlos a ellos y a sus
aliados, si hubieran observado mejor orden en los ataques, y si
hubiera reinado mayor concordia entre los jefes subalternos que
los dirigían ; mas éstos no estaban de acuerdo, como diré después,
y el populacho se dejaba llevar tan sólo por el ímpetu de su des-
ordenado furor. Por otra parte, los españoles parecían hechos de
hierro, pues ni cedían al rigor del hambre, ni a la necesidad del
116 FRANCISCO J. CLAVIJERO

sueño, ni a las heridas, ni a la fatiga incesante. Después de haber


empleado todo el día peleando, pasaban la noche enterrando
a los muertos, curando a los heridos y reparando los males que
los mexicanos habían hecho en el edificio que ocupaban; y aun
durante el poco tiempo que dedicaban al reposo necesario, no de-
jaban jamás las armas de la mano, hallándose siempre dispuestos
a presentarse a sus enemigos. Pero aun más se conocerá la dure-
za de aquellos hombres, en los terribles combates que referiré
muy en breve.

MUERTE DE MOTEUCZOMA II Y DE OTROS PERSONAJES


En uno de aquellos días, que probablemente sería el 30 de
junio, murió, dentro del alojamiento de los españoles, el rey Mo-
teuczoma, a los cincuenta y cuatro años de edad, y diez y ocho de
reinado, en el séptimo mes de su encarcelamiento. Acerca de la
causa y de las circunstancias de este acaecimiento, reina tanta
variedad entre los historiadores, que parece imposible averiguar
la .verdad. Los historiadores mexicanos atribuyen su muerte a
los españoles, y los españoles a los mexicanos. Yo no puedo
creer que los españoles se decidiesen a quitar la vida a un rey a
quien debían tantos bienes, y de cuya muerte sólo podían aguar-
dar grandes males. Según Bernal Díaz, autor sincerísimo y tes-
tigo ocular, su pérdida fue llorada, no menos por Cortés que por
todos los capitanes y soldados, como si todos hubieran perdido
en él un padre. En efecto, Moteuczoma los favoreció extraordi-
nariamente, sea por inclinación, sea por miedo; siempre se les
mostró benévolo y sincero; a lo menos no hay razón para creer lo
contrario, ni se sabe que recibiesen de él un solo disgusto, como
ellos mismos lo confesaron. (1)
Sus buenas y malas calidades pueden inferirse de la relación
de sus hechos. Fue circunspecto, magnífico, liberal, celoso de-

(1) Cortés y Gomara aseguran que Moteuczoma murió de la pedrada


que recibió de sus vasallos. Solís dice que la muerte fue efecto de no haber
querido curarse la herida. Bernal Díaz añade a esta omisión la voluntaria
inedia. Herrera dice que la herida no era mortal, sino que murió de pesa-
dumbre y despecho. Sahagún y los historiadores mexicanos y tezcocanos,
afirman que los españoles lo mataron, y uno de ellos refiere que un soldado
lo atravesó por una ingle. Entre estos historiadores, unos dicen que la
muerte ocurrió la noche de la derrota de los españoles, otros que fue antes.
Acosta, Torquemada y Betancourt se refieren al juicio divino.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 117

íensor de la justicia, agradecido a los beneficios de sus subditos;


pero su altanera circunspección hacía inaccesible el trono a los
lamentos de los oprimidos; su magnificencia y su liberalidad, se
ejercían a expensas de la substancia de los pueblos, y su justicia
degeneraba a veces en crueldad. Fue exacto y puntual en los de-
beres de la religión, muy adicto al culto de sus dioses y a la ob-
servancia de los ritos. (1) En su juventud fue animoso y dado a
la guerra, habiendo quedado victorioso, según dicen, en nueve
batallas; pero en los últimos años de su reinado, los placeres do-
mésticos, la fama de las primeras victorias de los españoles, y so-
bre todo, los errores de la superstición, habían degradado de tal
manera su ánimo, que parecía haber mudado de sexo, como de-
cían sus subditos. Deleitábase en la música y en la caza, y era tan
diestro en el ejercicio del arco, como en el de la cerbatana. Era
de alta estatura y buena complexión, y tenía el rostro largo y los
ojos vivos.
Dejó muchos hijos, tres de los cuales perecieron en la in-
fausta noche de la derrota de los españoles, o a manos de éstos,
como dicen los mexicanos, o a manos de los mexicanos, como
aquéllos aseguran. De los que sobrevivieron, el mayor era Yohua-
licahuatzin, que en el bautismo se llamó D. Pedro Motezuma, y de
quien descienden los condes de Motezuma y Tula. Tuvo Mo-
teuczoma este hijo de Miahuaxochitl, (2) hija de Ixtlalcuecha-
huac, señor de Tula o Tollan. De otra mujer tuvo a Tecuichpo-
tzin,hermosa princesa, de quien descienden las dos nobles casas
de Cano Motezuma, y Andrade Motezuma. Además de éstos, se
sabe que tuvo otro hijo, señor de Tenayocan, el cual habiéndose
escapado, y refugiándose en Tepotzotlán, cuando los españoles sa-
lieron derrotados de México, fue después solemnemente bauti-
zado, próximo ya a morir, a fines del año de 1524, o a principios

que aquel monarca apenas doblaba la cerviz a sus dioses,


(1) Solís dice
que tenía más alta idea de sí mismo que de ellos, etc. Pero esta y otras
especies, que afirma aquel escritor, son contrarias a la verdad y al testi-
monio de los autores indios y españoles que conocieron a Moteuczoma. El
mismo Solís añade que el demonio lo favorecía con frecuentes visitas;
credulidad extraña en un Cronista Mayor de las Indias.

(2) Solís, adulterando, como nombre de esta reina, la llama


suele, el
Niagua Súchil. Sobrevivió a la Conquista y tomó en el bautismo el nombre
de Doña María Miahuaxochitl.
!

118 FRANCISCO J. CLAVIJERO

del siguiente. Los Reyes Católicos concedieron singulares


(1)
privilegios a la posteridad de Moteuczoma, en atención al inapre-
ciable servicio que les hizo aquel monarca, incorporando a la co-
rona de Castilla, por su cesión voluntaria, un reino tan grande y
rico como el de México. Dichoso si después de haber cedido a
¡

la España su reino, hubiera sabido granjearse el del cielo! Pe-


ro ni las reiteradas instancias que le hizo Cortés durante el tiem-
po de su encarcelamiento, ni las continuas exhortaciones que
empleó el P. Olmedo, especialmente en los últimos días de su vida,
pudieron inducirlo a abrazar la fe de Jesucristo, (2) que des-
pués adoptaron tan fácilmente sus vasallos. ¡Consejos altísimos
de la predestinación, que no pueden indagar los mortales
Cortés notició la muerte del rey al príncipe Cuitlahuatzin,
por medio de dos ilustres prisioneros, que habían sido testigos de
aquel suceso, y de ahí a poco envió el real cadáver con seis nobles
mexicanos, acompañados de muchos sacerdotes que estaban en
su poder. (3) Su visita excitó un gran llanto en el pueblo (último
homenaje que le tributaban), y ya encomiaban con magníficas
expresiones sus virtudes los mismos que poco antes no hallaban
en él sino vicios e infamia. La nobleza, después de haber derra-
mado copiosas lágrimas sobre los fríos restos de su desventurado

Este príncipe tomó en el bautismo el nombre de su padrino Ro-


(1)
drigo de Paz, primo del conquistador Cortés. Asistieron a la solemnidad
los magistrados españoles de aquella corte, y su cadáver fue enterrado
con la pompa correspondiente, en la iglesia de S. José, de padres francisca-
nos, primera parroquia de México.

Diego Muñoz Camargo, noble tlaxcalteca, dice en sus manuscritos


(2).
que Moteuczoma recibió el bautismo poco antes de morir, y aun nombra sus
padrinos, que fueron Cortés, Alvarado y Olid; mas todo esto es falso,
pues no puede creerse que aquel general, en su carta a Carlos V, omitiese
un hecho tan importante y que tanto conducía a su justificación. Bernal
Díaz, testigo ocular, cita la pesadumbre del P. Olmedo por no haber podido
reducir aquel monarca al cristianismo. Gomara dice que Moteuczoma pidió
el bautismo en el carnaval de aquel año; que se difirió hasta la Pascua
para hacerlo con más solemnidad y que entonces todo se trastornó con la
llegada de Panfilo de Narváez; pero no tiene duda que la noticia de la expe-
dición de este jefe llegó a México después de Pascua.

(3) Torquemada y otros dicen que el cadáver de Moteuczoma fue arro-


jado con los otros al Tehuayoc; pero Cortés y Bernal Díaz dicen que fue
enviado fuera del cuartel, en los hombros de cuatro nobles.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 119

rey, llevó el cadáver a un sitio de la ciudad, llamado Copalco, (1)


donde fue quemado con ceremonias de estilo, y enterradas con
las
suma reverencia las cenizas, aunque no faltaron hombres indig-
nos que las insultaron con denuestos.
En aquella misma ocasión, si es cierto lo que refieren algunos
historiadores, mandó Cortés arrojar a un sitio llamado Tehuayoc
los cadáveres de Itzcuauhtzin, señor de Tlatelolco, y de otros se-
ñores prisioneros, muertos todos, según afirman, por orden del
mismo Cortés, aunque ninguno expresa el motivo de aquella reso-
lución, que en caso de ser justa, nunca pudo ser prudente, pues la
vista de aquellos estragos debía necesariamente irritar la cólera
de los mexicanos, e inducirlos a la sospecha de haber sido también
aquellos extranjeros autores de la muerte de su monarca. (2) Los
tlatelolcos llevaron en un barco el cadáver de su señor, y cele-
braron con grandes demostraciones de pesar sus exequias.
Entretanto, continuaban los mexicanos con mayor ardor sus
ataques. Cortés, aunque hacía gran daño a los enemigos, y casi
siempre salía vencedor, consideraba que las ventajas de sus
triunfos no compensaban la sangre que costaba a sus compatrio-
tas, y que al fin la falta de víveres y de municiones, y la superio-
ridad de las fuerzas contrarias, debían prevalecer sobre el valor de
sus tropas y la excelencia de sus armas. Creyendo, pues, absolu-
tamente necesaria la pronta salida de su ejército, llamó a consejo
a sus capitanes, para deliberar sobre el tiempo y modo de ejecu-
tarla. Fueron diversos los dictámenes. Unos opinaban que debía
hacerse de día, abriéndose camino con las armas, si los mexicanos
se les oponían otros preferían la noche, y ésta fue la opinión de
;

(1) Herrera conjetura que las cenizas de Moteuczoma fueron deposita-


das en Chapoltepec y se funda en el llanto que los españoles oyeron hacia
aquella parte. Solís afirma lo mismo y añade que en Chapoltepec estaba
el sepulcro de los reyes; mas todo esto es contrario a la verdad, pues
Chapoltepec no distaba menos de tres millas de los cuarteles y no era
fácil oir el llanto a tanta distancia, especialmente en una ciudad tan po-
pulosa, tan agitada y turbulenta a la sazón. Los reyes no tenían sepultura
determinada, y consta, además, por la deposición de los mexicanos, que las
cenizas de Moteuczoma se enterraron en Copalco.

(2) De muerte de aquellos señores no hablan Cortés, Bernal Díaz,


la
Gomara, Herrera ni Solís; pero la dan por cierta Sahagún, Torquemada,
Betancourt y los historiadores mexicanos. Yo cedo al respeto de estos nom-
bres y al del público; pero con alguna desconfianza acerca del suceso en que
hallo mucha inverosimilitud.
120 FRANCISCO J. CLAVIJERO

un soldado llamado Botello, echaba de astrólogo, y en


que la
quien Cortés confiaba más de lo que debía, seducido por haber
visto algunas de sus predicciones casualmente realizadas. Re-
solvió, pues, prefiriendo los consejos de aquel ignorante a la
luz de la prudencia militar, verificar su salida de noche y con el
mayor silencio posible, como pudiesen bastar todas sus pre-
si

cauciones para ocultar a la vigilancia de tan gran número de ene-


migos, la marcha de nueve mil hombres con sus armas, caballos,
artillería y bagaje. Señalóse la noche de I o de julio, (1) tan in-
.

fausta y memorable para los españoles, que por los grandes ma-
les que en ella sufrieron, le dieron el nombre de Noche Triste, con
el cual es conocida en la historia. Mandó Cortés hacer un puente
de madera, que pudiesen llevar cuarenta hombres, para servir-
se de él en el paso de los fosos. Después sacó todas las riquezas de
oro, plata y joyas que tenía en su poder; separó la quinta parte,
que pertenecía al rey, y la consignó a los oficiales de S. M., protes-
tando la imposibilidad en que se hallaban de sacarla. Dejó todo lo
demás a disposición de sus oficiales y soldados, para que cada uno
tomase lo que quisiese, aunque les hizo ver cuánto mejor sería
dejarlo todo a los enemigos; pues libres de aquel peso, podrían
más fácilmente salvar sus vidas. Muchos, no queriendo privarse
del principal objeto de sus deseos, y del único fruto de sus fatigas,
cargaron con aquellas preciosidades, bajo cuyo peso perecieron,
víctimas, no menos de su codicia, que de la venganza de sus ene-
migos.

TERRIBLE DERROTA DE LOS ESPAÑOLES EN SU RETIRADA


Ordenó Cortés su marcha en el mayor silencio de la noche,
que obscurecían las nubes y que una lluvia pequeña, pero ince-
sante, hacía más peligrosa y molesta. Confió el mando de la van-
guardia Sandoval, con otros capitanes, con doscientos
al invicto
infantes y veinte caballos; la retaguardia a Pedro de Alvarado,
con la mayor parte de las tropas españolas. En el cuerpo del
ejército se conducían los prisioneros, la gente de servicio y el
bagaje, a las órdenes de Cortés, con cinco caballos y cien infan-

(1) Bernal Díaz dice que la derrota de los españoles ocurrió en la noche
del 20 de julio; pero es yerro de imprenta. Cortés dice que llegó a Tlaxcala
el 10, y del diario de su marcha se infiere que la derrota debió ser en la
noche del 1.°.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 121

tes, para llevar pronto auxilio a donde fuese más necesario. Las
tropas auxiliares de Tlaxcala, Cholula y Cempoala, que compo-
nían más de siete mil hombres, se dividieron en los tres cuerpos
del ejército. Implorada, antes de todo, la protección del cielo,
se rompió la marcha por el camino de Tlacopan. La mayor par-
te de las tropas pasaron felizmente el primer foso o canal, por el
puente que consigo llevaban, sin encontrar otra resistencia que
la poca que hicieron los centinelas que guardaban aquel punto;
pero habiendo notado aquella novedad los sacerdotes que vela-
ban en el Templo, gritaron a las armas, y con las cornetas desper-
taron a los habitantes. En un momento se vieron los españoles
cercados por agua y por tierra de un número infinito de enemi-
gos, los cuales con su misma muchedumbre se estorbaban e im-
pedían en el ataque. Fue muy terrible y sangriento el combate en
el segundo foso, extremo el peligro, y extraordinarios los es-
fuerzos para sobrepujarlo. La obscuridad de la noche, el estrépito
de las armas, los clamores amenazantes de los combatientes, los la-
mentos y sollozos de los heridos y los lánguidos suspiros de
los moribundos, formaban un conjunto no menos lastimoso que
horrible. Aquí se oían las voces de un soldado que pedía auxilio a
sus compañeros allí la de otro que clamaba a Dios misericordia.
;

Todo era confusión, clamores, heridas y muerte. Cortés, como


buen general, acudía intrépidamente a todas partes, pasando mu-
chas veces los fosos a nado, animando a los unos, ayudando a los
otros, y poniendo en los restos de su ejército el orden que podía,
no sin gran riesgo de morir, o de caer en manos de sus contrarios.
El segundo foso se llenó de tal modo de cadáveres, que la reta-
guardia pudo pasar cómodamente sobre ellos. Alvarado, que la
mandaba, se halló en el tercer foso tan furiosamente embestido
por los enemigos, que no pudiendo hacerles frente, ni pasar a
nado, sin evidente peligro de morir a sus manos, fijó la lanza
en el fondo del canal, y aferrando la otra extremidad con los bra-
zos, y dando un extraordinario impulso a su cuerpo, se lanzó de
un salto a la orilla opuesta. Este prodigio de agilidad dio a aquel
sitio el nombre que hasta hoy conserva del Salto de Alvara-
do. (1)

(1) Bernal Díaz se burla de los que creían en el salto de Alvarado, y


dice que era absolutamente imposible, atendida la anchura y profundidad
del foso; pero los otros autores lo citan por cierto, y la constante tradición
lo confirma.
122 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Grande fue pérdida de los mexicanos en aquella noche.


la
De la de los españoles hablan con variedad los historiadores, co-
mo sucede en otros muchos cómputos de aquella época. (1) Yo
doy crédito al cálculo de Gomara, que hizo diligentes observacio-
nes, y se informó del mismo Cortés y de otros conquistadores.
Aquel escritor dice que perecieron cuatrocientos cincuenta espa-
ñoles, y más de cuatro mil hombres de las tropas auxiliares, entre
ellos, según el mismo Cortés, todos los cholultecas. Fueron tam-
bién muertos todos, o casi todos los prisioneros, (2) todos los
hombres y mujeres de servicio de los españoles y cuarenta y seis
caballos se perdieron todas las riquezas que habían recogido, to-
;

da la artillería y todos los manuscritos de Cortés, que contenían


la relación de cuanto había ocurrido hasta entonces a los españo-
les. Entre los que faltaron de esta nación, los más notables fue-
ron los capitanes Juan Velázquez de León, íntimo amigo de Cor-
tés, Amador de Láriz, Francisco Moría y Francisco de Saucedo,
hombres de gran mérito y valor entre los prisioneros, perecieron
;

'
el desventurado rey Cacamatzin y un hermano, un hijo y dos
hijas de Moteuczoma. (3) La misma suerte tuvo doña Elvira, hi-
ja del príncipe tlaxcalteca Maxixcatzin.
No pudo Cortés, a pesar de la grandeza de su corazón, refre-
nar las lágrimas a vista de tanta calamidad. En Popotla, aldea

(1) Cortés dice que perecieron 150 españoles; pero o disminuyó el nú-
mero, por miras particulares, o fue yerro de los copistas o del primer im-
presor de sus Cartas. Bernal Díaz cuenta 870 muertos; pero en este nú-
mero comprende, como él dice, no sólo los que perecieron en aquella infausta
noche, sino los que murieron en los días siguientes hasta la llegada a
Tlaxcala. Solís no cuenta más que 200, y Torquemada 290. En el número
de las tropas auxiliares que perecieron están de acuerdo Gomara, Herrera,
Torquemada y Betancourt. Solís dice tan solo que faltaron más de 1,000
tlaxcaltecas; pero esto no está de acuerdo con la relación de Cortés, ni con
la de los otros autores.

(2) Cortés afirma que murieron todos los prisioneros; pero se debe
exceptuar a Cuicuitzcatzin, a quien Cortés había dado el trono de Acolhua-
can. Sabemos por el mismo Cortés que este príncipe era prisionero, aunque
ignoramos la causa, y por otra parte consta que murió en Tezcoco, como
después veremos.

Torquemada afirma, como cosa segura, que pocos días después dfc
(3)
haberse apoderado Cortés de Cacamatzin, le mandó dar garrote en la pri-
sión. Cortés, Bernal Díaz, Betancourt y otros, dicen que murió, como los
otros prisioneros, en aquella terrible noche.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 123

próxima a Tlacopan, se sentó sobreuna piedra no ya a descansar


de sus fatigas, sino a llorar la pérdida de sus amigos y compañe-
ros. En medio de tantos desastres tuvo el consuelo de saber que
se habían salvado sus más valientes capitanes, Sandoval, Alvara-
do, Olid, Ordaz, Avila y Lugo; sus intérpretes, Aguilar y doña
Marina, y su ingeniero Martín López, en quienes cifraba princi-
palmente su confianza de reparar su honor y conquistar a Mé-
xico.

MARCHA PENOSA DE LOS ESPAÑOLES


Halláronse los españoles tan débiles y malparados por el can-
sancio y las heridas, que si los mexicanos los hubiesen seguido,
no hubiera quedado uno solo con vida; pero apenas llegaron al úl-
timo foso del camino, regresaron a la ciudad, o porque se conten-
taron con los estragos que habían hecho, o porque habiendo en-
contrado los cadáveres del rey de Acolhuacan, de los príncipes
reales de México y de otros personajes, sólo pensaron por enton-
ces en llorar su muerte y en celebrar sus exequias. Lo mismo hi-
cieron con sus amigos y parientes muertos, dejando aquel día
limpios los fosos y caminos, y quemando los cadáveres, antes que
inficionaran el aire con su corrupción.
Al rayar encontraron los españoles en Popotla, es-
el día, se
parcidos, cansados, penetrados de dolor, y habiéndolos reunido y
ordenado Cortés, se pusieron en marcha para Tlacopan, perse-
guidos sin cesar por algunas tropas de aquella ciudad y por las
de Azcapozalco hasta Otoncalpolco, templo situado en la ci-
ma de un pequeño monte, a nueve millas a poniente de la capital,
donde hoy está el célebre santuario y magnífico templo 'de Nuestra
Señora de los Remedios, o sea del Socorro. Allí se fortificaron, se-
gún sus pocos recursos, para defenderse con menos fatigas de
las tropas contrarias que los molestaron todo el día. Descansaron
algún tanto por la noche y tuvieron algún refresco que les sumi-
nistraron los otomíes de dos caseríos próximos, que vivían impa-
cientes bajo el yugo de los mexicanos. Desde aquel punto empe-
zaron a encaminarse hacia Tlaxcala, su único refugio en aquel
desastre, por Cuauhtitlan, Citlaltepec, Xoloc y Zacamolco, perse-
guidos en toda la marcha por algunos cuerpos volantes enemigos.
En Zacamolco se hallaron tan hambrientos y reducidos a tanta mi-
seria, que cenaron la carne de un caballo que murió en una ac-
ción de aquel día, y el general participó, como todos, de aquel
124 FRANCISCO J. CLAVIJERO

alimento. Los tlaxcaltecas se echaban al suelo para comer hier-


bas, implorando a gritos @1 socorro de sus dioses.

BATALLA DE OTOMPAN
El día siguiente, apenas se pusieron en camino por el monte
de Aztaquemecan, vieron de lejos en la llanura de Tonanpoco,
poco distante de Otompan, un numeroso y brillante ejército, o de
mexicanos, como dicen comunmente los historiadores, o como yo
creo, de las tropas de Otompan, Calpolalpan, Teotihuacan y de
otros pueblos vecinos, excitados por los mexicanos a tomar las
armas contra los españoles. Algunos autores dicen que aquel ejér-
cito se componía de doscientos mil hombres, número que los espa-
ñoles calcularon a ojo, y que engrandeció sin duda el miedo. En
efecto, todos ellos se persuadieron que aquel día debía ser el últi-
mo de su vida. Ordenó el general sus abatidas tropas, extendien-
do cuanto pudo el frente de su mezquino ejército, a fin de que que-
dasen de algún modo cubiertos sus flancos con el pequeño número
de caballos que aun conservaba, y con el rostro enardecido, dijo a
sus soldados: "En tal estrecho nos hallamos, que sólo debemos
pensar en vencer o morir. Valor, castellanos, y confiad en que
quien nos ha librado hasta ahora de tantos peligros, nos preser-
vará del que nos amenaza. ,, Dióse la batalla, que fue muy san-
grienta, y duró más de cuatro horas. Cortés viendo sus tropas
disminuidas, y en gran parte desanimadas, mientras los enemigos
se mostraban cada vez más orgullosos, a pesar del daño que reci-
bían, tomó una resolución tan atrevida como peligrosa, con la
cual obtuvo el triunfo y puso en salvo aquellos pobres restos
de su ejército. Acordóse de haber oído decir muchas veces que
los mexicanos se desordenaban y huían, siempre que en la ac-
ción perdían al general, o el estandarte. Cihuacatzin, general de
aquel ejército, iba en una litera, llevada en hombros de algunos
soldados, vestido con un rico traje militar, cubierta la cabeza
con un hermoso penacho, y con un escudo dorado en el brazo. El
estandarte, que según el uso de aquellas gentes, llevaba él mismo,
era una red de oro, puesta en la punta de una lanza, que se ha-
bía atado fuertemente al cuerpo y que se alzaba cerca de diez
palmos sobre su cabeza. (1) Observólo Cortés, en el centro de
aquella multitud de combatientes, y resuelto a dar un golpe deci-

(1) Los mexicanos llaman a estos estandartes Tlahuizmatlaxopili.


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 125

sivo, mandó a sus valientes capitanes Sandoval, Alvarado, Olid y


Avila, que le guardasen las espaldas, y con otros que lo acompa-
ñaron, se adelantó, por donde 'le parecía más fácil la empresa,
con tanto ímpetu, que arrojó al suelo a cuantos halló al paso. Así
fue internándose por las huestes contrarias, hasta llegar al gene-
ral, a quien echó al suelo de un lanzazo, no obstante la escolta de
oficiales que lo defendía. Juan de Salamanca, valiente soldado
de los que acompañaban a Cortés, desmontó con gran prontitud,
quitó la vida al jefe enemigo y arrancándole el penacho, lo presen-
tó inmediatamente al caudillo español. (1) El ejército contrario,
viendo a su general muerto y perdido su estandarte, se desordenó
y huyó en tropel. Los españoles, estimulados por tan gloriosa ha-
zaña, le siguieron el alcance y le hicieron grandes estragos.
Esta victoria fue una de las más famosas que
tuvieron los
españoles en el Nuevo Mundo. Señalóse en ella sobre todos el gene-
ral español, de quien decían sus capitanes y soldados, que no ha-
bían visto jamás tanta actividad ni tanto valor, como el que había
mostrado en aquella jornada; pero recibió una gran herida en
la cabeza que fue empeorándose de día en día, y puso su vida
en gran riesgo. Bernal Díaz alaba justamente el denuedo de San-
doval, y hace ver la parte que tuvo este famoso oficial en la victo-
ria, inspirando valor a todos con su ejemplo y con sus exhortacio-
nes. También elogian los historiadores a María de Estrada, mujer
de un soldado español, la cual armada de lanza y rodela, corría
tras las huestes enemigas, hiriendo y matando con un arrojo
extraño en su sexo. De los tlaxcaltecas, dice Bernal Díaz que pe-
learon como leones, distinguiéndose entre ellos Calmecahua, ca-
pitán de las tropas de Maxixcatzin. Aquel valiente jefe tomó en
el bautismo el nombre de D. Antonio y fue célebre, más que por
su valor, por su larga vida de ciento y treinta años.
La pérdida de los enemigos fue considerable, aunque no tan-
tocomo lo dicen algunos escritores, que la calculan en veinte mil
hombres número increíble si se considera el miserable estado a
;

que habían quedado reducidos los españoles, la falta de artillería


y otras armas de fuego. La de éstos no fue tan pequeña como pre-
tende Solís; pues perecieron casi todos los tlaxcaltecas y mu-

(1) Carlos V
concedió algunos privilegios a Juan de Salamanca, y
entre otros el de un escudo de armas para su casa con un penacho, para
recuerdo del que había quitado al general Cihuacatzin, cuando le dio muerte.
126 FRANCISCO J. CLAVIJERO

chos españoles, a proporción de su número, y todos salieron he-


ridos. (1)
Cansados de seguir a los fugitivos, volvieron a tomar el ca-
mino de Tlaxcala, por de aquella llanura. Allí
la parte oriental
pasaron la noche a descubierto, y el mismo general, a pesar de su
cansancio y de su herida, hizo personalmente la guardia para ma-
yor seguridad. Los españoles no eran ya más que cuatrocientos
cuarenta. Además de los muertos en los combates precedentes a la
noche infausta de su retirada, perecieron en ella, y en los seis días
siguientes, ochocientos s'esenta, como asegura Bernal Díaz; mu-
chos de los cuales, habiendo sido hechos prisioneros por los mexi-
canos, fueron inhumanamente sacrificados en el Templo Mayor
de la capital.

RETIRADA DE LOS ESPAÑOLES A TLAXCALA


El día siguiente, 8 de julio de 1520, (2) entraron, alzando las
manos al cielo, y dando gracias al Altísimo, en los dominios de
los tlaxcaltecas y llegaron a Hueyotlipan, pueblo considerable
de aquella República. Temían hallar alguna novedad en la fideli-
dad de los tlaxcaltecas, sabiendo cuan común es que los hombres
se vean abandonados en sus infortunios, aun por sus mejores

(1) para exagerar la victoria de Otompan, dice que en los espa-


Solís,
ñoles hubo algunos heridos, de los que murieron dos o tres en Tlaxcala;
mas este autor, atento únicamente a la cultura del lenguaje, a los elogios
y a las sentencias, no se cura de la exactitud de los números. Dice que
Cortés condujo consigo a México, después de la derrota de Narváez, 1,100
hombres, los cuales, con los 80 que, según él dice, quedaron con Alvarado,
forman 1,180. En los combates precedentes a la derrota de México, apenas
hace mención de algún muerto. En la salida cuenta 200, y en el viaje a
Tlaxcala los dos o tres heridos en Otompan. ¿Qué se hicieron los 500 o más
que faltan para componer 1,180 ? Diversa es la idea que nos dan de aquella
acción los que en ella se hallaron, como puede verse en las Cartas de
Cortés y en la Historia de Bernal Díaz. "¡O cuánto era furiosa y espan-
tosa de verse aquella batalla! dice este último. ¡Cómo combatían cuerpo
a cuerpo, y con qué furia se lanzaban los perros! (Así llama a los mexica-
nos.) ¡Qué heridas y matanza hacían en nosotros con sus lanzas y espadas!"
y luego añade: "vuelvo a decir que nos hirieron y mataron muchos sol-
dados."

(2) Bernal Díaz dice que la batalla de Otompan fue el 14 de julio; mas
esto es una distracción, pues Cortés asegura que entraron en los dominios
de Tlaxcala el 8, un día después de la acción.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 127

amigos pero
;
muyen breve se desengañaron viendo sus sinceras
demostraciones de aprecio y compasión, por las desgracias, que
habían sufrido. Apenas tuvieron la noticia de su llegada los cua-
tro jefes de la República, cuando pasaron a Hueyotlipan a cumpli-
mentarlos, acompañados por uno de los principales señores de
Huexotzingo, y por un gran número de nobles. El príncipe Maxix-
catzin, aunque afligido por la muerte de su querida hija doña El-
vira, procuró consolar a Cortés, con la esperanza de nuevos triun-
fos, asegurándole que llegaría el día de la venganza, y que para
tomarla, bastaban el valor de los españoles y las fuerzas de la
República, que desde entonces le prometía. Lo mismo ofrecieron
muchos señores. Cortés les dio gracias por su singular benevolen-
cia, y tomando el estandarte del general mexicano, lo regaló a
Maxixcatzin, y a los demás señores presentó otros despojos. Las
mujeres tlaxcaltecas rogaron a Cortés que vengase la muerte de
sus hijos y parientes, y desfogaron su dolor en imprecaciones
contra la perfidia de los mexicanos.
Después de haber descansado tres días en aquel pueblo, pasa-
ron a la capital de la República, distante de allí quince millas, para
curar sus heridas, de las que murieron ocho soldados. El concurso
que asistió a su regreso en Tlaxcala, fue igual, y quizá mayor que
el que salió a recibirlos en su primera entrada. La acogida que les
hizo Maxixcatzin, y el cuidado que tuvo de ellos fueron dig-
nos de su ánimo generoso y de su sincera amistad. Los españoles
se mostraban cada día más reconocidos a aquella nación, cuya
amistad constantemente cultivada fue el medio más eficaz que
emplearon, no sólo para la conquista del Imperio mexicano, si-
no también para la de todas las provincias que se opusieron a los
progresos de sus armas, y para la sumisión de los bárbaros chi-
chimecas y otomíes, que tanto los molestaron.

ELECCIÓN Y MEDIDAS DEL REY CUITLAHUATZ5N EN MÉXICO


Mientras los españoles descansaban en Tlaxcala de sus fati-
gas, y curaban sus males, los mexicanos se empleaban en remediar
los que habían sufrido la capital y el reino. En el espacio de un
año habían experimentado grandes desventuras, pues además de
las considerables sumas de oro, plata, piedras
y otras preciosida-
des que habían gastado, parte en regalos a los españoles, y par-
te en homenaje al rey de España, de las cuales recobraron, sin
embargo, algunos restos, se había obscurecido la fama de sus ar-
128 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mas, y disminuido esplendor de la corona: habíanse substraído


el
a la obediencia los totonacas y otros pueblos, e insolentado en de-
masía sus enemigos hallábanse mal parados los templos y arrui-
;

nadas muchas casas de la capital, y sobre todo faltaba el rey, mu-


chas personas reales y una gran parte de la nobleza. A estos daños
que habían recibido de los españoles, se añadían los que ellos
mismos se ocasionaban con la guerra civil, cuya noticia debemos
a los escritos de un historiador mexicano, que se hallaba a la
sazón en aquella corte, y que sobrevivió algunos años a la ruina
del Imperio.
Cuando los españoles se hallaban en la capital, molestados
por el hambre y por las hostilidades del pueblo, algunos señores
de la primera nobleza, o por favorecer el partido de los extranje-
ros, o, lo que parece más verosímil, para socorrer a su rey, que ha-
llándose entre los sitiados, debía participar de sus penurias, los
proveían secretamente de víveres, y fiados en la autoridad que les
daba su nacimiento, se declararon abiertamente en favor de Cor-
tés. De aquí resultó tan funesta disensión entre los mexicanos,
que sólo pudo extinguirse con la muerte de muchos ilustres perso-
najes, y entre ellos, Cihuacoatl, Tzihuacpopoca, Cipocatli y Ten-
cuenotzin, hijos los unos, y los otros hermanos del rey Moteuc-
zoma.
Necesitaba la nación un jefe capaz de restablecer su honor y
de reparar las pérdidas sufridas en los últimos tiempos del reina-
do de aquel monarca. Fue elegido rey Cuitlahuatzin, poco antes
o poco después de la derrota de los españoles, y era, como ya he
dicho, señor de Itztapalapan, consejero íntimo de su hermano
Moteuczoma, y Tlachcocalcatl, o sea general de las tropas. Era
hombre sabio y de gran talento, como asegura su enemigo Cortés,
y tan liberal y magnífico como su hermano. Gustaba de la ar-
quitectura y de la jardinería, como se vio en el magnífico palacio
que edificó en Itztapalapan, y el célebre jardín que en él plantó,
de que hacen grandes elogios casi todos los historiadores antiguos.
Su valor y su pericia militar le adquirieron la estimación de sus
pueblos, y algunos españoles, bien informados de su carácter, ase-
guran que si la muerte no hubiera abreviado su carrera, no habría
sido posible apoderarse de la capital. (1) Es probable que los sa-

(1) Solísda a este rey el nombre de Cuatlabaca, y dice que vivió pocos
días en el trono y que éstos bastaron a borrar su memoria; mas lo contra-
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO ,


129

orificios que se hicieron en la época de su coronación, fueron de


los españoles que él mismo hizo prisioneros la noche de la re-
tirada.
Terminada aquella solemnidad, se aplicó el nuevo soberano a
remediar los males de la capital y del Imperio. Mandó reparar los
templos y reedificar las casas arruinadas; aumentó y mejoró
las fortificaciones envió socorros a las provincias, excitándolas a
;

la defensa común del Estado, contra aquellos nuevos enemigos, y


prometió absolver de todo tributo a los que tomasen las armas en
defensa de la corona. Mandó, además, embajadores a la República
de Tlaxcala, con un buen regalo de plumas, ropas y sal; los cua-
les fueron recibidos con honor, según los usos establecidos en
aquellas naciones. El objeto de esta embajada era representar al
Senado, que aunque hasta entonces habían sido enemigos capitales
los mexicanos y los tlaxcaltecas, era ya tiempo de unirse, como
originiarios del mismo país, como pueblos de una misma lengua,
y como adoradores de unos mismos númenes, contra los enemigos
comunes de la patria y de la religión que ya tenía noticia de los
;

sangrientos estragos que habían hecho en México y en otros pue-


blos aquellos hombres orgullosos e inhumanos; sus sacrilegos
atentados contra los santuarios y contra las venerables imágenes
de sus dioses su ingratitud y perfidia contra su hermano y prede-
;

cesor, y contra los más respetables personajes del reino, y su insa-


ciable sed de oro, que los inducía a violar las santas leyes de la
amistad; que si la República continuaba apoyando los perversos
designios de aquellos monstruos, tendría el mismo galardón que
Moteuczoma, en cambio de la humanidad con que los acogió en
su corte y de la liberalidad con que los favoreció en todo tiempo
que los tlaxcaltecas serían detestados generalmente, por ha-
ber dado auxilio a tan inicuos usurpadores, y los dioses descar-
garían sobre la República todo el furor de su cólera, por haberse
confederado con los enemigos de su culto que si por el contrario,
;

rio aseguran Cortés, Bernal Díaz, Gomara y Torquemada. ¿Cómo podían


olvidar su nombre los mexicanos, cuando los españoles lo conservaban in-
deleble, considerándolo autor de los desastres de su retirada? Cortés se
acordaba tanto de Cuitlahuatzin y conservaba tal indignación contra él,
que cuando se halló con fuerzas suficientes para emprender el asedio de
México, queriendo vengarse del rey y no pudiendo hacerlo en su persona,
por haber ya muerto, se vengó en su ciudad favorita, y no fue otro el mo-
tivo de su expedición contra Itztapalapan, como él mismo confiesa.

II. —5
130 FRANCISCO J. CLAVIJERO

se declaraban, como el rey enemigos de aquellos hombres


lo pedía,
odiados del cielo y de la tierra, la corte de México haría perpe-
tua alianza, y tendría comercio libre con la República, con lo
que ésta podría evitar la miseria a que hasta entonces había es-
tado reducida todas las naciones de Anáhuac le agradecerían tan
;

importante servicio, y los dioses, aplacados con la sangre de las


víctimas, enviarían a sus campos la lluvia necesaria, darían feli-
cidad a sus armas y harían célebre en toda la tierra el nombre de
tlaxcalteca.

El Senado, después de haber oído el mensaje y despedido los


embajadores de la sala de audiencia, según costumbre, quedó reu-
nido para deliberar sobre aquel gran negocio. No faltaron miem-
bros a quienes parecieron sensatas las proposiciones de los me-
xicanos, y convenientes a la felicidad de la República, exagerando
las ventajas que se les ofrecían, el éxito infausto de la expedición
de los españoles a México, y la pérdida de las tropas tlaxcaltecas
que habían estado bajo sus órdenes. Alzó la voz entre ellos el
joven Xicotencatl, que siempre había sido enemigo capital de los
españoles y procuró apoyar con cuantas razones pudo, la alian-
za con los mexicanos, añadiendo que sería mucho mejor conservar
las antiguas costumbres de su nación, que someterse a las nue-
vas y extravagantes usanzas de aquella gente indómita e impe-
riosa que no podía ofrecerse una ocasión más oportuna para des-
;

embarazarse enteramente de los españoles, que aquella en que


estaban tan cansados, débiles y abatidos. Maxixcatzin, por el con-
trario, que les era sinceramente afecto, y que tenía más luces para
conocer el derecho de gentes, y mejor voluntad de observarlo, re-
chazó el voto de Xicotencatl, censurando como abominable perfidia
el designio de sacrificar a los mexicanos aquellos hombres perse-
guidos por la fortuna, y que habían buscado un asilo en Tlaxcala,
fiados en las protestas y en las demostraciones del Senado y de la
nación. Añadió que si los lisonjeaban las ventajas que los mexica-
nos ofrecían, mayores las esperaba él del valor de los españoles;
y que si no convenía fiarse en éstos, menos confianza debían
inspirar aquéllos, de cuya falsía tenían tantas pruebas; final-
mente, que ningún delito sería capaz de irritar tanto la cólera de
los dioses, ni de obscurecer tanto las glorias de la nación, como la
horrible maldad que se proponía contra aquellos huéspedes inocen-
tes. Xicotencatl inculcaba su primer dictamen, presentando a los
senadores un odioso retrato de la índole y de las costumbres de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 131
ér

los españoles. La
altercación fue tan animada, y excitó a tal pun-
to los ánimos, que Maxixcatzin, arrebatado de cólera, dio un golpe
a Xicotencatl y lo precipitó por las gradas de la sala de audiencia,
llamándolo sedicioso y traidor a la patria. Esta demostración,
hecha por un hombre tan circunspecto, tan respetado y amado
por la nación, obligó al Senado a mandar prender a Xicotencatl.
La resolución en que convinieron los senadores fue la de res-
ponder a la embajada, que la República estaba pronta a aceptar
la paz y la amistad de la corte de México, con tal que no se exigiese
una acción tan indigna y un delito tan enorme, como era el de
sacrificar a sus huéspedes y amigos pero cuando se envió a buscar
;

a los embajadores para intimarles la respuesta, se echó de ver


que habían salido ocultamente de Tlaxcala, porque habiendo ob-
servado en la plebe alguna inquietud de resultas de su llegada,
temieron que cometiesen algún atentado contra el respeto de-
bido a su carácter. Es probable que el Senado enviaría embaja-
dores tlaxcaltecas para llevar su contestación. Los senadores
procuraron ocultar a los españoles todo lo que había ocurrido;
pero a pesar de sus precauciones, lo supo Cortés, el cual dio gra-
cias, como debía, a Maxixcatzin, por sus buenos oficios y ofreció
corresponder a la idea ventajosa que tenía del valor y amistad de
sus compatriotas.

BAUTISMO DE CUATRO SEÑORES TLAXCALTECAS

No satisfecho Senado con estas pruebas de su cordialidad,


el
prestó de nuevo obediencia al Rey Católico, y lo que es más,
movidos los cuatro jefes de la República por la gracia del Es-
píritu Santo, renunciaron a la idolatría, y después de haber sido
instruidos competentemente, fueron bautizados por el P. Juan
Díaz, capellán del ejército siendo sus padrinos Cor-
español,
tés y sus principales capitanes. Celebróse esta función con gran-
des demostraciones de júbilo, tanto de los españoles como de los
tlaxcaltecas. Llamóse Maxixcatzin en el bautismo D. Lorenzo;
Xicotencatl el viejo, D. Vicente; Tlehuexolotzin, D. Gonzalo, y
Citlalpopoca, D. Bartolomé. (1) Siguieron su ejemplo algunos

(1) Ni Cortés ni Bernal Díaz hablan de este bautismo. Herrera hace


mención del de Maxixcatzin, y Solís añade el de Xicotencatl. Unos autores
dicen que fue administrado por el P. Olmedo, y otros que Maxixcatzin lo
recibió en su última enfermedad; pero lo cierto es que los cuatro jefes
;

132 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tlaxcaltecas pero de éstos no todos perseveraron en la fe, por no


;

estar íntimamente persuadidos de la verdad del cristianismo.

ABATIMIENTO DE ALGUNOS ESPAÑOLES

Ya
estaba Cortés fuera del peligro a que había expuesto su
vida el golpe que había recibido en la última acción, y algunos es-
pañoles habían curado de sus heridas con la ayuda de los ciruja-
nos tlaxcaltecas. Durante su enfermedad, Cortés no había pen-
sado sino en los medios de conseguir la grande empresa de la
conquista de México, y para esto había mandado cortar una gran
cantidad de madera, con el objeto de construir trece bergantines;
pero mientras formaba estos vastos proyectos, muchos de sus
soldados trazaban designios harto diferentes. Veíanse disminuí-
dos, pobres, estropeados, desprovistos de armas y caballos. No
podían olvidar el terrible conflicto de la trágica noche del I o .

de julio, ni querían exponerse a semejantes calamidades. Co-


municábanse mutuamente sus temores y censuraban la obsti-
nación de su general en una empresa tan temeraria. De las
murmuraciones privadas pasaron a presentarle una súplica le-
gal, queriendo obligarlo con muchas razones a volver a Vera-
cruz, donde podrían tener socorros de tropas y municiones, para
emprender con mayores fuerzas la conquista, que entonces juz-
gaban imposible. Turbóse Cortés con esta novedad, que frus-
traba totalmente sus designios; pero valiéndose del talento que
poseía para persuadir cuanto quería a sus soldados, les habló con
tanta energía, que los indujo a desistir de su pretensión. Echó-
les en cara su miedo; despertó en sus almas los sentimientos de
honor; hízoles un cuadro lisonjero de sus hechos gloriosos, y
de las protestas llenas de ardor y de intrepidez que tantas veces
le habían hecho ellos mismos manifestóles cuánto más peligroso
;

era el regreso a Veracruz, que la permanencia en Tlaxcala;


aseguróles la fidelidad de aquella República, de la cual dudaban
finalmente, les rogó que suspendieran su resolución hasta ver

fueron bautizados, aunque Torquemada y Betancourt no convienen en el


tiempo. También se sabe que Maxixcatzin no aguardó a la última enfer-
dad, y que los cuatro fueron bautizados por el P. Díaz. Todo esto consta,
además de otras pruebas, por las pinturas antiguas tlaxcaltecas que esta-
ban en muchos conventos de franciscanos y que vio el historiador Tor-
quemada.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO , 133

el éxito de la guerra que pensaba hacer contra la provincia de


Tepeyacac, en la que esperaba tener nuevos testimonios de la sin-
ceridad de los tlaxcaltecas.

GUERRAS DE TEPEYACAC, DE CUAUHQUECHOLLAN, DE ÍTZOCAN, DE TALATZINCO,


DE TECAMACHALCO Y DE TOCHTEPEC

Los señores de la provincia de Tepeyacac, confinante con la


República de Tlaxcala, se habían declarado amigos de Cortés y
subditos del rey de España, desde el horrendo destrozo que los
españoles hicieron en Cholula; pero viéndolos después abati-
dos, y victoriosos a los mexicanos, volvieron a someterse a éstos,
y para granjearse la voluntad de su rey, dieron muerte a al-
gunos españoles, que, ignorando la tragedia de sus compatriotas,
iban de Veracruz a la capital; admitieron guarniciones mexica-
nas en sus pueblos, ocuparon el camino ele Veracruz a Tlaxcala,
y entraron varias veces de mano armada en las tierras de aque-
lla República. Decidió Cortés hacerles la guerra, no menos para

castigar su perfidia, que para asegurar aquel camino, por el


cual debían llegarle los socorros que aguardaba. Incitábalo tam-
bién a aquella expedición joven Xicotencatl, que por media-
el

ción del mismo general español había sido puesto en libertad, y


que, para borrar todas las sospechas que podía inspirar su con-
ducta, después de lo ocurrido en el Senado, ofreció ayudarlo en
aquella guerra con un ejército numeroso. Cortés aceptó la oferta;
mas antes de tomar las armas, exigió amigablemente alguna
satisfacción de los tepeyaqueses, y los exhortó a dejar el partido
de los mexicanos, prometiendo perdonarles el asesinato de los
españoles. Pero habiendo sido rechazadas sus proposiciones, mar-
chó contra aquella provincia con cuatrocientos veinte españoles,
y con seis mil flecheros tlaxcaltecas, en tanto que Xicotencatl
reunía un ejército de cincuenta mil hombres. En Tzimpantzinco,
ciudad de Tlaxcala, se le agregaron tantas fuerzas de aque-
lla República, de Huexotzingo y de Cholula, que se cree no baja-

ban de ciento y cincuenta mil hombres.


La primera expedición fue contra Zacatepec, pueblo de la
confederación de los tepeyaqueses. Sus habitantes hicieron una
emboscada contra los españoles; el combate fue sostenido con
tenacidad por una y otra parte; pero fueron vencidos los zaca-
134 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tepequeses, quedando muchos de ellos muertos en el campo. (1)


De allí marchó el contra Acatzinco, ciudad distante
ejército
diez millas de Tepeyacac, hacia levante, y en ella entraron triun-
fantes los españoles, después de haber ganado otra acción, poco
menos ardua que la de Zacatepec. De Acatzinco mandó Cortés
muchos destacamentos a quemar unos pueblos de los alrede-
dores, a someter otros a su obediencia, y cuando le pareció ser
tiempo de atacar la ciudad principal, se encaminó con todo su
ejército a Tepeyacac, donde entró sin ninguna resistencia de los
habitantes. Allí declaró esclavos a muchos prisioneros hechos
en aquella provincia, y los hizo marcar con un hierro ardiendo, se-
gún la bárbara costumbre de aquel siglo, aplicando la quinta
parte al rey de España, como se hacía con todo lo que tomaban,
dividiendo el resto entre los españoles y los aliados. Allí fun-
dó, según el modo de hablar de aquel tiempo, una ciudad que
llamó Segura de la Frontera, cuyo acto se redujo a establecer
magistrados españoles y erigir una pequeña fortificación. (2)
Las tropas mexicanas, que estaban de guarnición en aquella
provincia, se retiraron de ella, por no tener bastantes fuerzas
para resistir a sus enemigos pero al mismo tiempo se dejó ver so-
;

bre la ciudad de Cuauhquechollan, (3) distante de la de Tepeya-


cac más de cuarenta millas, un ejército mexicano, mandado por
el rey Cuitlahuatzin, para impedir a los españoles el paso a la
capital por aquella parte, en caso de que lo intentasen. Era Cuauh-
quechollan una ciudad considerable, cuya población subía de
cinco a seis mil familias, muy amena y no menos fortificada por
la naturaleza que por el arte. Defendíanla por un lado, un mon-
te alto y escabroso, y por otro, dos ríos poco distantes entre sí.

(1) Muchos historiadores dicen que la noche siguiente a la batalla de


Zacatepec, tuvieron los aliados de los españoles una gran cena de carne
humana, parte asada en un número increíble de asadores de madera, parte
cocida en cincuenta mil ollas; pero esto me parece una fábula. No es pro-
bable que pasasen por alto aquel suceso ni Cortés, ni Bernal Díaz, el cual
es demasiado prolijo y enojoso en este género de atrocidades.

(2) Aun subsiste la ciudad de Tepeyacac o Tepeaca; pero el nombre de


Segura de la Frontera fue muy en breve puesto en olvido. Carlos V le dio
el título y honores de ciudad en 1545. Hoy pertenece al marquesado del
Valle.

(3)Los españoles llaman a Cuauhquechollan, Guaquechula o Huaca-


chula. Hoy es un amenísimo pueblo de indios, abundante en excelente
fruta.
4

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 135

Toda la ciudad estaba circundada de un fuerte muro de cal y


canto, de veinte pies de alto y de doce de grueso, con un buen
parapeto que la coronaba, en toda su extensión, y que tenía cer-
ca de tres pies de altura. No se podía entrar en ella sino por cua-
tro puertas, situadas en los puntos en que se doblan las extre-
midades del muro, formando dos semicírculos concéntricos, como
se ha representado en la estampa del libro VIL Aumentaba la
dificultad del ingreso, la elevación del piso de lo interior, que
era tanta, cuanta la altura del muro, de modo que para entrar era
forzoso subir algunos escalones bastante altos.
El señor de aquella ciudad, que era el parcial de los españo-
les, envió una embajada a Cortés, declarándose vasallo del rey

de España, reconocido ya señor de aquella tierra en la solemne


reunión que celebró el rey Moteuczoma con la nobleza mexicana
en presencia de Cortés; que él deseaba dar pruebas de su fideli-
dad, pero que no se lo permitían los mexicanos que a la sazón
;

había en aquella ciudad y en los pueblos circunvecinos gran nú-


mero de oficiales de aquella nación, y hasta treinta mil soldados,
para impedir toda confederación con los españoles que por tanto,
;

le rogaba viniese a socórrelo y a libertarlo de las vejaciones

que de aquellas tropas sufría. Agradeció Cortés el aviso, y envió


inmediatamente con los mensajeros un socorrp de trece caballos,
de doscientos peones españoles y de treinta mil hombres de las
huestes auxiliares, al mando del capitán Olid. Los mensajeros,
por orden de su señor, se ofrecieron a conducir el ejército por un
camino poco frecuentado, y avisaron al comandante Olid, que
cuando se acercase a la ciudad, los habitantes atacarían de ma-
no armada los alojamientos de los oficiales mexicanos, y pro-
curarían tomarlos o matarlos, a fin de que entrando después los
españoles, fuese más fácil vencer a los enemigos, privados ya de
sus jefes. Pero doce millas antes de llegar a Cuauhquechollan, el
comandante español entró en sospechas de que los huexotzin-
gos se hubiesen confederado secretamente con los cuauhquecho-
leses y con los mexicanos, para destruir a los españoles. Estos
recelos, fundados en siniestros informes, y que después se hicie-
ron más verosímiles por el gran número de huexotzingos que se
agregaron espontáneamente al ejército, lo obligaron a volver a
Cholula, donde mandó prender a los huexotzingos de más autori-
dad y a los mensajeros de Cuauhquechollan, y los mandó con bue-
136 FRANCISCO J. CLAVIJERO

na escolta a Cortés, para que hiciese las averiguaciones necesa-


rias.
Mucho desaprobó Cortés aquella conducta contra unos ami-
gos tan fieles como los huexotzingos sin embargo, los examinó
;

diligentemente, descubrió la inocencia y la buena fe de unos y


otros y conoció que las desgracias pasadas habían hecho medrosos
a los españoles, y el miedo, como suele, los inducía a formar sos-
pechas injustas y precipitadas. Acarició y regaló cuanto pudo a
los huexotzingos y cuauhquecholeses, y acompañado por ellos,
marchó inmediatamente para Cholula, con cien peones españoles
y diez caballos, determinado a dirigir personalmente aquella em-
presa. (1) Halló a las tropas de Olid amedrentadas; por lo que les
inspiró valor, y siguió la marcha a Cuauhquechollan, con todo el
ejército, que a la sazón constaba de más de trescientos espa-
ñoles y de más de cien mil aliados tanta era la prontitud de aque-
;

llos pueblos en armarse contra los mexicanos, para substraer-


se a su dominio. Antes de llegar a Cuauhquechollan, le avisó aquel
señor que ya estaban tomadas todas las medidas; que los me-
xicanos confiaban en los centinelas que habían puesto en los
caminos y en las torres; pero que los ciudadanos se habían apo-
derado en secreto de ellas.
Apenas vieron los de la ciudad el ejército que venía a su so-
corro, asaltaron con tanta violencia los alojamientos de los mexi-
canos, que antes de entrar Cortés, le presentaron cuarenta prisio-
neros. Cuando entró aquel general, atacaban tres mil ciudadanos
el cuartel principal de aquellos oficiales, que aunque muy infe-
riores en número, se defendieron con tanto brío, que los cuauh-
quecholeses no pudieron entrar en la casa, a pesar de haberse he-
cho dueños de las azoteas. Cortés la tomó por asalto; pero en
despecho de sus conatos para hacer algún prisionero que lo in-
formase del estado actual de la corte, no lo pudo conseguir, pues
ellos pelearon con tanto tezón, que todos murieron, y sólo de un
oficial moribundo se pudieron sacar algunas noticias. Los otros
mexicanos esparcidos por la ciudad, huyeron precipitadamente a

(1)Bernal Díaz niega que Cortés se hallase en persona en estas expe-


diciones; pero el mismo Cortés lo asegura y habla de tal modo de las dos
ciudades, que aunque no lo dijese, deberíamos inferir que intervino en la
guerra. Bernal Díaz escribió cuarenta años después del suceso y pudo pa-
decer alguna falta de memoria. Cortés escribió su segunda carta a Carlos V,
en la que habla de aquella campaña, pocos días después de ella.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 137

incorporarse con el grueso del ejército, acampado en una eleva-


ción que dominaba todos los contornos, el cual se puso en un mo-
mento en orden de batalla, y entró en la ciudad, pegando fuego a
las casas. Cortés afirma que no había visto jamás tropa de más
bello aspecto, por las alhajas de oro y los penachos que en ella
lucían. Los españoles corrieron a la defensa con su caballería y
con muchos millares de aliados, y obligaron a los enemigos a
huir a una posición alta y escabrosa pero viéndose todavía perse-
;

guidos en ella, se recobraron en un monte élevadísimo, dejando


muchos muertos en el campo. Los vencedores, después de haber
saqueado el de los enemigos, volvieron a la ciudad, llenos de gloria
y cargados de despojos.
Tres días descansó el ejército, y al cuarto pasó a Itzocan, lla-
mada por los españoles Izúcar, ciudad de tres a cuatro mil fa-
milias, situada a la falda de un monte, a cerca de diez millas
de Cuauhquechollan, rodeada de un río profundo y de una pe-
queña muralla. Sus calles eran bien ordenadas, y tantos sus tem-
plos, que entre grandes y pequeños contó Cortés hasta ciento;
su clima es cálido, por estar en un valle profundo, encerrado entre
altas montañas, y el terreno, como el de Cuauhquechollan, férti-
lísimo, y sombreado por árboles de hermosas flores y excelentes
frutos. Mandaba en aquel país un personaje de la sangre real
de México, a quien Moteuczoma lo había dado en feudo, des-
pués de haber mandado dar muerte, no sé por qué motivo, al legí-
timo señor que lo. poseía. A la sazón, tenía una guarnición de cinco
o seis mil hombres de tropas mexicanas. Todos estos datos,
comunicados por el señor de Cuauhquechollan a Cortés, lo mo-
vieron a emprender aquella expedición. Hallándose con un ejér-
cito, según él mismo afirma, de cerca de ciento veinte mil hom-
bres, dio el asalto a la ciudad, por la parte que le pareció menos
difícil. Los itzocaneses, ayudados por las tropas reales, hicie-
ron al principio alguna resistencia; pero vencidos por fuerzas
tan superiores, se desbarataron y huyeron por la parte opuesta
a la del ataque, pasando el río y alzando los puentes, a fin de
no ser perseguidos por sus contrarios. Los españoles y los alia-
dos, en despecho de las dificultades que hallaron para vadear el
río, los siguieron por más de cuatro millas, matando a unos, ha-
ciendo prisioneros a otros, y aterrando a todos con su furor y vio-
lencia. Vuelto Cortés a la ciudad, mandó pegar fuego a todos los
santuarios, y por medio de algunos prisioneros llamó a los ha-
138 FRANCISCO J. CLAVIJERO

bitantes, que estaban esparcidos en los montes, dándoles salvo-


conducto, para que volviesen sin temor a sus casas.
El señor de Itzocan se había ausentado de la ciudad, y puesto
en camino para México, cuando se descubrió el ejército contra-
rio. Esto bastó a la nobleza, que quizás no le era muy afecta,
para declarar el estado vacante; por lo que, con aprobación y
bajo el amparo de Cortés, convinieron en darlo a un príncipe,
hijo del señor de Cuauhquechollan y de una señora hija del
antiguo poseedor, condenado a muerte por Moteuczoma, y por
ser de tierna edad, se le nombraron por tutores a su padre, a su
tío y a dos nobles. Aquel mancebo fue en breve instruido en
la religión cristiana y bautizado.
La fama de de los españoles voló inmediatamen-
las victorias
te por aquellos países, y atrajo muchos pueblos a la obediencia del
rey de España. Además de Cuauhquechollan, Itzocan y Ocopetla-
yocan, gran ciudad, poco distante de aquellas dos, (1) vinieron
a tributar homenaje a la corona de Castilla, los señores de ocho
pueblos de Coaixtlahuacan, (2) parte de la vasta provincia de
Mixtecpan, distante más de ciento veinte millas de Cuauhquecho-
llan, solicitando todos a porfía la amistad de aquellos hombres
invencibles.
Cortés volvió a Tepeyacac, y por medio de sus capitanes hizo
la guerra a varias ciudades que habían cometido hostilidades
contra los españoles. Los habitantes de Xalatzinco, ciudad poco
distante del camino de Veracruz, fueron vencidos por el famo-
so Sandoval, y los principales de entre ellos conducidos prisio-
neros a Cortés, el cual, viéndolos arrepentidos y humillados,
los puso en libertad. Los de Tecamachalco, ciudad considerable

(1) Ocopetlayocan es llamado por Cortés Ocupatuyo, por causa de la


ignorancia de la lengua, y el autor de las notas a sus Cartas creyó que
fuese Ocuituco; mas este pueblo no estaba tan cerca de Cuauhquechollan,
como, según Cortés, estaba Ocupatuyo. Torquemada, aunque exacto en los
nombres, lo llama Acapetlayocan y Acapetlahuacan.

(2) Coaixtlahuacan es llamada por Cortés Coastoaca, y dice que está


cerca de Tamazola, a donde pocos meses antes había enviado unos espa-
ñoles a buscar minas. El autor de dichas notas dice que Tamazola está en
Sinaloa; mas este es uno de los grandes despropósitos que se hallan en
aquella obra. El mismo Cortés asegura que Tamazola distaba 40 leguas
de Itzocan, y Sinaloa dista más de 400. Tampoco habla Cortés de Huaxya-
cac u Oaxaca, donde dice Coastoaca, como pretende aquel escritor, sino de
Coaixtlahuacan, llamada por los españoles Justlahuaca.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 139

de la nación popoloca, hicieron una vigorosa resistencia; mas


al fin se rindieron, y dos mil de ellos fueron hechos esclavos.
Contra Tochtepec, ciudad grande, a orillas del río de Papaloapan,
donde había guarnición mexicana, envió al capitán Salcedo, con
ochenta españoles, de los cuales no quedó uno vivo para traer la
noticia a Cortés. Mucho sintió esta pérdida, que en efecto era
muy grande, atendido el pequeño número de gente propia que le
quedaba. Para vengarla, envió a los dos valientes capitanes Or-
daz y Avila, con algunos caballos y veinte mil aliados, los cua-
les, a pesar del valor con que los mexicanos se defendieron, toma-
ron la ciudad y mataron muchos enemigos.
No fue la pérdida de aquellos soldados la que más amargó a
Cortés; los mismos que poco antes le habían suplicado que re-
gresase a Veracruz, persistieron tan obstinadamente en su de-
manda, que se vio obligado a concederles permiso de volver, no ya
a Veracruz, para aguardar allí nuevos refuerzos, sino a Cuba, pa-
ra estar más lejos de los peligros de la guerra, pareciéndole menos
malo disminuir sus tropas que tener consigo malcontentos, que
con su disgusto enfriasen el valor de los otros; pero esta pér-
dida fue pronta y ventajosamente reparada con un buen número
de soldados, que con caballos, armas y municiones, llegaron al
puerto de Veracruz, enviados los unos por el gobernador de Cuba,
en socorro de Narváez, y los otros por el gobernador de la
Jamaica, para la expedición de Panuco. Todos se agregaron gus-
tosos al partido de Cortés, mudándose en instrumentos de fe-
licidad los mismos recursos que sus enemigos empleaban para
su ruina.

ESTRAGOS DE LAS VIRUELAS.— SUCESOS EN MÉXICO

Las victorias de los españoles y la muchedumbre de


sus alia-
dos, engrandecieron de tal modo su nombre, y granjearon tanta
preponderancia a Cortés, que era el arbitro de los disturbios de
aquellos pueblos, y a él, como a supremo señor de aquella tierra, se
dirigían para obtener la confirmación de la investidura de los es-
tados vacantes, como sucedió con los de Cholollan y de Ocotelolco
en Tlaxcala, que vacaron de resultas de las muertes ocasionadas
por las viruelas. Este azote del género humano, desconocido
enteramente hasta entonces en el Nuevo Mundo, fue llevado a
él por un negro esclavo de Narváez. Este lo comunicó a los
140 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cempoaltecas, y de éstos se propagó el contagio por todo el Impe-


rio Mexicano, con indecible daño de aquellas naciones. Los que
por ser dotados de una fuerte complexión, resistieron a la violen-
cia del mal, quedaron tan desfigurados por las profundas trazas de
la erupción, que hacían horror a cuantos los miraban. Entre los
otros males ocasionados por tan terrible enfermedad, fue muy
sensible a los mexicanos la muerte de su rey Cuitlahuatzin, des-
pués de tres o cuatro meses de reinado, y a los tlaxcaltecas y es-
pañoles la del príncipe Maxixcatzin.
Los mexicanos dieron la corona a Cuauhtemotzin, sobrino de
Cuitlahuatzin, por no quedar ya ningún hermano de los dos últi-
mos reyes. Era joven de veinticinco años, de ánimo intrépido, y
aunque por su corta edad no muy práctico en la guerra, con-
tinuó las disposiciones militares de su predecesor. Casóse con su
prima Tecuichpotzin, hija de Moteuczoma, y viuda de su tío
Cuitlahuatzin.

Cortés lloró la pérdida de Maxixcatzin, tanto por la amistad


que con él había estrechado, cuanto por haber sido aquel perso-
naje el que más había influido en la armonía que hasta entonces
había reinado entre españoles y tlaxcaltecas. Por tanto, des-
pués de haber asegurado el camino de Veracruz y de haber man-
dado a la corte de España al capitán Ordaz, con una relación
exacta, dirigida al Emperador Carlos V, de cuanto hasta enton-
ces le había ocurrido, y al capitán Avila a la isla de Santo Domingo
solicitando nuevos socorros para la conquista de México, salió de
Tepeyacac para Tlaxcala, y entró allí vestido de luto, y haciendo
grandes demostraciones de dolor, por la muerte del príncipe su
amigo. Confirió, a petición de los mismos tlaxcaltecas, y a nom-
bre del Rey Católico, el estado vacante de Ocotelolco, uno de los
cuatro principales de aquella República, a un hijo del difun-
to príncipe, mancebo de doce años, que en el bautismo tomó el
nombre de D. Juan Maxixcatzin, (1) siendo desde entonces
el nombre del padre apellido del hijo y de toda su ilustre descen-
dencia, y para honrarlo de un modo particular, en atención a los
méritos de su padre, lo armó caballero al uso de Castilla.

(1) Solís dice que se llamaba Lorenzo; mas este fue el nombre del
padre; el hijo se llamó Juan, como dice Torquemada, que lo supo por los
mismos tlaxcaltecas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 141

EXALTACIÓN DEL PRINCIPE COANACOTZIN, Y MUERTE


DE CUICUITZCATZIN

En aquel tiempo, aunque por muy distinta causa, ocu-


mismo
rrió la muerte del príncipe Cuicuitzcatzin, a quien Moteuczoma y
Cortés habían puesto en el trono de Acolhuacan, en lugar de su
desventurado hermano Cacamatzin. No le fue dado gozar lar-
go tiempo de su postiza dignidad, pues muy en breve lo privó
de la libertad el mismo que le había dado la corona. Salió de
México con los otros prisioneros, en la noche de la derrota de los
españoles; mas entonces tuvo la fortuna, o más bien la des-
gracia de salvar la vida, que debía perder después de un modo
ignominioso. Acompañó a los españoles hasta Tlaxcala, donde
permaneció hasta que, o impaciente de la opresión, o deseoso de
recobrar el trono, se huyó secretamente a Tezcoco. Reinaba a
la sazón en aquella corte su hermano Coanacotzin, a quien por
muerte de Cacamatzin tocaba por ley del reino la corona. Ape-
nas se presentó Cuicuitzcatzin, cuando fue preso por los ministros
reales, que dieron cuenta inmediatamente al rey, el cual se ha-
llaba en México. Este lo hizo saber a su primo Cuauhtemotzin,
el cual, creyendo que el príncipe fugitivo era espía de los espa-
ñoles, fue de opinión que se le diese muerte. Coanacotzin, o por
complacer a aquel monarca, o más bien por deshacerse de un ri-
val peligroso, mandó ejecutar sin tardanza aquel designio. Así
terminó su vida aquel desventurado, cuya elevación sólo sirvió
para hacer más estrepitosa su caída. (1)

(1) No hay un historiador español, excepto Cortés, que haga men-


ción de la fuga, de la prisión y de la muerte de Cuicuitzcatzin. Gomara
sólo habla de su muerte y lo llama Cocuzca; Herrera, Quisquizca, y Cortés,
Cucazcasin. Añade que se llamaba también Ipalsuchil, esto es, Icpalxochitl.
LIBRO DÉCIMO

MARCHA DE LOS ESPAÑOLES A TEZCOCO; SUS NEGOCIACIONES


CON LOS MEXICANOS; SUS CORRERÍAS Y BATALLAS EN LAS
CERCANÍAS DE LOS LAGOS; SUS EXPEDICIONES CONTRA YA-
CAPICHTLAN, CUAUHNAHUAC Y OTRAS CIUDADES.— CONS-
TRUCCIÓN DE LOS BERGANTINES.— CONJURACIÓN DE ALGU-
NOS ESPAÑOLES CONTRA CORTES. — RESEÑA, DIVISIÓN Y
PUESTOS DEL EJERCITO ESPAÑOL.— ASEDIO DE MÉXICO, PRI-
SIÓN DEL REY CUAUHTEMOTZIN Y RUINA DEL IMPERIO ME-
XICANO.

MARCHA DE LOS ESPAÑOLES A TEZCOCO

CORTES, que no apartaba nunca de su espíritu la idea de la


conquista de México, se empleaba en Tlaxcala con su-
ma diligencia en la construcción de los bergantines y en la disci-
plina de sus tropas. Obtuvo de aquel Senado algunos centenares
de hombres de carga para la conducción de las velas, jarcias,
clavazón y otros materiales de los navios que había mandado
desbaratar el año anterior. De ellos pensaba servirse para los
bergantines, y con el mismo objeto hizo sacar una gran cantidad
de resina de los pinos del monte de Matlalcueye. (1) Avisó a los

Solís dice que en aquella ocasión sacaron azufre los españoles o


1

(1)
volcán de Popocatepetl para hacer pólvora; que el que lo sacó se llanv
Montano, y para confirmarlo alega el testimonio de Laet; pero lo d
es que no se sacó azufre de aquel volcán antes de la conquista de M
y que quien lo sacó en 1522 se llamaba Montano, no Montano, con
Solís. Para probar la verdad de estos datos, no es necesario ir a b
-

apoyo de un escritor holandés, pues consta por el testimonio de


autores españoles y por los privilegios que concedió el Rey Cat
posteridad de Montano.
144 FRANCISCO J. CLAVIJERO

huexotzingos, a los cholultecas, a los tepeyaqueses y a otros


aliados, a fin de que alistasen sus tropas, e hizo reunir una gran
provisión de municiones de guerra y de boca, para el numeroso
ejército que pensaba emplear en el asedio de México. Cuando
le pareció oportuno ponerse en marcha, pasó reseña a su tropa,
que se componía de cuarenta caballos y de quinientos cincuenta
peones. Dividió aquella poca caballería en cuatro partes, y la
infantería en nueve compañías, armada la una de mosquetes,
la otra de ballestas, la tercera de espada y rodela, y la cuarta de
picas. Puesto a caballo enfrente de su pequeño ejército, después
de ordenarlo, habló de este modo a sus guerreros: "Amigos y
compañeros, todo lo que yo pudiera deciros para excitar vuestro
valor, sería enteramente inútil; pues todos nos reconocemos obli-
gados a reparar el honor de nuestras armas, y a vengar la muerte
de nuestros compatriotas y de nuestros aliados. Vamos a la con-
quista ele México, empresa la más gloriosa de cuantas se nos pue-
den ofrecer en el discurso de nuestra vida vamos a castigar de un
;

golpe la perfidia, el orgullo y la crueldad de nuestros enemigos;


a ensanchar ios dominios de nuestro soberano, agregándoles un
reino tan grande y tan rico; a facilitar los progresos del Evan-
gelio, abriendo las puertas del cielo a tantos millones de almas a
;

asegurar en pocos días de trabajo el bienestar de nuestras fami-


lias, y a inmortalizar nuestros nombres estímulos todos capaces
;

de aguijonear a los más cobardes, cuánto más a corazones tan no-


bles y generosos como los vuestros. Yo no veo dificultad alguna
que no pueda sobrepujar vuestro brío. Son muchos nuestros
contrarios pero les somos superiores en el valor, en la disciplina y
;

en las armas. Tenemos, además, a nuestras órdenes un núme-


ro tan crecido de tropas auxiliares, que, ayudados por ellas, po-
dremos conquistar no una, sino muchas ciudades como México.
No hay duda que es fuerte; pero no tanto, que pueda resistir
a ios ataques que vamos a darle por agua y por tierra. Final-
mente, Dios, por cuya gloria peleamos, se ha declarado favorable
a nuestros designios. Su Providencia nos ha conservado en me-
dio de tantos desastres y peligros nos ha enviado nuevos compa-
;

ñeros en lugar de los que hemos perdido, y ha convertido en nues-


tro bien, ios mismos instrumentos que nuestros enemigos habían
npleado en nuestro daño. ¿ Qué no debemos esperar en el porve-
de su misericordia? El es nuestro conductor en esta grande
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 145

empresa; merezcamos, pues, su protección y no nos hagamos


indignos de ella con nuestra pusilanimidad y desconfianza."
Los tlaxcaltecas, que procuraban imitar la disciplina de los
españoles, quisieron hacer también reseña de sus tropas en pre-
sencia de Cortés. Rompía la marcha la música militar de cornetas,
caracoles y otros instrumentos de viento, y detrás venían los cua-
tro jefes de la República, armados de escudo y espada, y adorna-
dos con hermosísimos penachos de dos pies de alto. Llevaban los
cabellos atados con cordones de oro, pendientes de joyas en los la-
bios y en las orejas, y en los pies calzados de gran valor.
Seguíanles cuatro escuderos, armados de arco y flechas, y en pos
los cuatro estandartes principales de la República, cada cual
con su insignia propia, hecha de plumas. Después empezaron a
pasar en filas bien ordenadas las tropas de flecheros de veinte
en veinte, dejando ver de trecho en trecho los estandartes par-
ticulares de sus compañías, compuesta cada una de trescientos o
cuatrocientos hombres; seguían las tropas armadas de espada y
rodela, y al fin armadas de pica. Herrera y Torquemada afir-
man que los flecheros eran sesenta mil, los piqueros diez mil y
los de espada y escudo cuarenta mil. (1)
Xicotencatl el joven, hizo también una arenga, a ejemplo de
Cortés, en la que dijo a sus tropas que al día siguiente, como ellos
sabían, debían marchar con los valientes españoles contra México,
enemiga eterna de la República; que aunque el nombre sólo de
los tlaxcaltecas bastaba para amedrentar a todas las naciones
de la tierra, debían apercibirse a ganar nueva gloria con sus
acciones.
Cortés, por su parte, convocó a los principales señores de los
ejércitos aliados, y exhortó a una fidelidad constante para con
los
los españoles, ponderándoles las ventajas que debían esperar de la
ruina de los mexicanos, y los males que los amenazaban, si por

(1) Solís siguiendo, como él dice, a Bernal Díaz, no cuenta en la reseña


de los tlaxcaltecas más de 10,000 hombres y critica a Herrera porque dice
que había 80,000; pero en éste, como en otros muchos puntos, se nota el
descuido de Solís en consultar los autores. Bernal Díaz no hace mención
de la reseña de los tlaxcaltecas, sólo dice que Cortés pidió al Senado 10,000
hombres, y el Senado respondió que estaba pronto a darle mayor número
de tropas. Herrera no cuenta 80,000 hombres como dice Solís, sino 110,000,
y en este cómputo lo han seguido Torquemada y Betancourt. Ojeda, que
estuvo presente y mandaba las tropas aliadas, dice que eran 150,000; pero
incluye a los huexotzingos, a los cholultecas y a los tepeyaqueses.
:

146 FRANCISCO J. CLAVIJERO

sugestión de éstos, o por miedo de la guerra, o por inconstancia


de ánimo, faltaban a la fe que habían empeñado. Después pu-
blicó un bando, para gobierno de sus tropas, que contenía los
artículos siguientes

Io . Nadie blasfeme de Dios, de la Santa Virgen, ni de sus


santos.
2o . Ninguno riña con otro, ni ponga mano a la espada u otra
arma para herirlo.
3 o
. Nadie juegue las armas, ni el caballo, ni otra prenda
del servicio.
Nadie forcé a mujer alguna, so pena de muerte.
4o .

5 Ninguno se apodere de los bienes o prendas que no le


o
.

pertenecen, ni castigue a ningún indio, si no es su esclavo.


6 o Ninguno haga correrías sin permiso del general.
.

7 o Ninguno prenda a los indios, ni saquee sus casas, sin


.

permiso del general.


8 o Ninguno trate mal a los aliados, antes bien procuren to-
.

dos conservar su amistad.

Y porque de nada sirven las leyes cuando no se cela su ob-


servancia y no se castigan los delincuentes, mandó ahorcar dos
negros esclavos suyos, porque habían robado un pavo y dos capas
de algodón. Con estos y otros ejemplos hizo respetar aquellas
disposiciones, tan necesarias para la conservación de sus peque-
ñas fuerzas.
Después que hubo tomado las medidas que le parecieron con-
ducentes al buen éxito de su empresa, marchó finalmente con to-
dos sus españoles, y con un buen número de aliados, el día 28 de
diciembre de 1520, después de haber oído misa e invocado elíSan-
to Espíritu. No quiso, desde luego, llevar consigo todo el ejército
aliado que había pasado reseña el día antes, tanto por la dificul-
tad de mantener tan gran número de gente en Tezcoco, como por-
que creyó más- oportuno dejar la mayor parte en Tlaxcala, para
seguridad de los bergantines, cuando llegase el tiempo de trans-
portarlos. (1) De los tres caminos que había para ir a Tezcoco,

(1) "No hay duda, que Cortés salió de Tlaxcala con más
dice Solís,
de 60,000 hombres." Lo cierto es que no se sabe positivamente su número,
pues ni Cortés ni Bernal Díaz lo mencionan. Gomara dice que eran más
de 80,000.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 147

tomó Cortés el más creyendo prudentemente que no de-


difícil,
biendo aguardarlo por allí los mexicanos, sería más segura su
marcha. Pasó por Tetzmelocan, pueblo perteneciente al estado
de Huexotzingo. El 30 contemplaron, desde la cima más alta de
aquellos montes, el hermoso valle de México, parte con júbilo,
por ser aquel el término de sus deseos, parte con disgusto, por
el recuerdo de sus desastres. Al comenzar a bajar hacia el lla-
no, hallaron el camino embarazado con troncos y ramas de ár-
boles, atravesadas a propósito, y tuvieron que emplear mil tlaxcal-
tecas en remover aquel obstáculo. Cuando llegaron al valle, los
atacaron algunas tropas volantes de enemigos; pero habiendo
los españoles dado muerte a algunos de ellos, los demás se pu-
sieron en fuga. Aquella noche se alojaron en Coatepec, lugar
distante ocho millas de Tezcoco, y al día siguiente, cuando se en-
caminaban a aquella capital, inciertos de la disposición de los
tezcocanos, pero resueltos a no volver atrás, sin haber tomado
venganza de sus enemigos, vieron venir hacia ellos cuatro perso-
najes sin armas, con una bandera de oro, y conociendo Cortés que
esta era señal de paz, se adelantó para abocarse con ellos. Eran,
en efecto, mensajeros enviados por el rey Coanacotzin, para
cumplimentar al general español, para convidarlo a ir a su corte
y para rogarle que no cometiesen hostilidad alguna en sus esta-
dos. Al mismo tiempo le presentaron la bandera, que pesaba
treinta y dos onzas. Cortés, a pesar de estos indicios de amistad,
le echó en cara la muerte dada pocos meses antes, por los habitan-
tes del pueblo de Zoltepec, a cuarenta y cinco españoles, cinco
caballos y trescientos tlaxcaltecas, que los acompañaban cargados
de oro, plata y armas para los españoles que estaban enton-
ces en México, con tanta inhumanidad, que habían colgado como
trofeos en el Templo de Tezcoco, los pellejos de los españoles, con
sus armas y trajes. Añadió que ya que no era posible compensar
la pérdida de aquella gente, debían al menos pagarle el oro y la
plata que habían robado; que si no le daban la debida satisfac-
ción, por cada español muerto haría él morir mil tezcocanos. Los
mensajeros respondieron que su nación no era la culpable de aquel
exceso, sino los mexicanos, por cuya orden obraron los zoltepe-
queses que sin embargo, ellos se ofrecían a emplear toda la dili-
;

gencia posible, para que se restituyese todo lo que se había quita-


do; y despidiéndose cortesmente del general, volvieron a toda
prisa a Tezcoco, con la noticia del pronto arribo de los españoles.
148 FRANCISCO J. CLAVIJERO

LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A TEZCOCO Y REVOLUCIONES


EN AQUELLA CORTE

Entró Cortés con su ejército en Tezcoco, el último día de


aquel año. Salieron a su encuentro algunos nobles, y lo condujeron
a uno de los palacios del difunto rey Nezahualpilli, el cual era tan
grande, que no sólo se alojaron en él los seiscientos españoles, sino
que aun cabían cómodamente otros seiscientos. Muy en breve
notó el general que el concurso de las calles había disminuido con-
siderablemente, pareciéndole que no había la tercera parte de la
población que viera en otras ocasiones, y sobre todo, observó que
faltaban las mujeres y los niños, indicio manifiesto de alguna mala
disposición de aquella corte. Para no aumentar la desconfianza
de los ciudadanos, y para no exponer su gente a nuevos infortu-
nios, publicó un bando en que prohibió a los soldados la salida
de los cuarteles, so pena de la vida. Después de comer, observa-
ron desde las azoteas del palacio, que salía mucha gente de la
ciudad, encaminándose los unos a los bosques vecinos, y los otros
a los diversos pueblos del lago. La noche siguiente se ausen-
tó el rey Coanacotzin, pasando a México en una barca, en des-
pecho de Cortés, que deseaba apoderarse de él como había hecho
de sus tres hermanos Cacamatzin, Cuicuitzcatzin e Ixtlilxochitl.
En verdad, Coanacotzin no podía tomar otro partido, porque
¿cómo era posible que se creyese seguro entre los españoles, des-
pués de lo que habían hecho con sus hermanos, con Moteuczoma
su tío, y mayormente temiendo que muchos de sus subditos se
aprovechasen de aquella ocasión, para declararse en contra, los
unos por miedo de los españoles y por los intereses particulares
de sus familias, los otros por vengar la muerte de Cuicuitzcatzin,
y muchos por poner en el trono a Ixtlilxochitl?
Las revoluciones que inmediatamente ocurrieron en aquella
capital justificaron su fuga. Apenas había estado allí tres días
Cortés, cuando se le presentaron los señores de Huexotla, de
Coatlichan y de Ateneo, tres ciudades tan inmediatas a Tezco-
co, según hemos dicho, que podían considerarse como sus arra-
bales. El objeto de su venida era ofrecer su amistad y alianza
a Cortés, y éste, que nada deseaba tanto como aumentar su
partido, los acogió benignamente, y les ofreció su protección. In-
formada de esta novedad la corte de México, envió una severa
reprensión a aquellos señores, mandándoles decir, que si la cau-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 149

sa de haber abrazado tan vil partido. era el miedo que tenían del
poder de aquellos enemigos, supiesen que los mexicanos se ha-
llaban con fuerzas superiores, y que con ellas exterminarían
muy en breve a juntamente con sus aliados favori-
los españoles,
tos los tlaxcaltecas que si se habían reducido a tanta extremidad
;

por conservar los estados y dominios que tenían en Tezcoco,


pasasen a México, en cuyo territorio se les darían mejores pose-
siones. Mas aquellos señores, en lugar de amedrentarse con las
amenazas, y de ceder a las promesas, se apoderaron de los mensa-
jeros y los enviaron a Cortés. Este les preguntó el motivo de su
embajada, y ellos respondieron que sabiendo que aquellos se-
ñores estaban en su gracia, venían a interponer su mediación
a fin de negociar la paz entre los españoles y los mexicanos.
Cortés, fingiendo dar crédito a lo que decían, los puso en li-
bertad, y les encargó dijesen a su soberano que él no quería
la guerra ni la haría jamás, si los mexicanos no lo obligaban a
ello con sus hostilidades; que por tanto, viviese apercibido y se
guardase de hacer el menor daño a los suyos o a sus aliados,
pues en este caso serían sus enemigos y darían lugar a la total
ruina de la ciudad.
Mucho importaba en efecto a Cortés la alianza de aquellas
tres ciudades mas antes de todo, era necesario ganarse la corte
;

misma de Tezcoco, tanto por la gran nobleza que en ella había,


cuanto por su influjo en las otras ciudades del reino. Desde
su entrada procuró granjearse los ánimos con su afabilidad
y buenos modales, y lo mismo había recomendado a los suyos,
prohibiendo severísimamente toda clase de hostilidad contra los
habitantes. Conoció desde luego entre los nobles un partido fa-
vorable a Ixtlilxochitl, a quien tenía detenido, no sé por qué
razón, en Tlaxcala. Hízolo conducir a la corte por un buen nú-
mero de españoles y tlaxcaltecas, presentólo a la nobleza y obtuvo
que fuese aclamado rey, y coronado con las mismas ceremo-
nias y regocijos que se solían hacer con los soberanos legíti-
mos. (1) Promovió Cortés la exaltación de aquel príncipe, tanto

(1) Solís en la relación de este suceso, además de las imaginarias aren-


gas que pone en boca de Cortés y de los tezcocanos, incurre en siete erro-
res substanciales: 1.° Supone vivo en aquel tiempo a Cacamatzin, siendo
así que, por testimonio de Cortés y de otros historiadores consta que fue
muerto en la noche de la derrota de los españoles o poco antes. 2.° Duda
al principio y luego afirma positivamente que en el mismo tiempo reinaba
150 FRANCISCO J. CLAVIJERO

por vengarse de Coanacotzin, como por tener a la nación depen-


diente de su voluntad. El pueblo lo aceptó sin dificultad, o porque
no osase oponerse a los españoles, o por que estaba cansado de su
antiguo jefe.
Era Ixtlilxochitl joven de cerca de veintitrés años. Desde
la primera entrada de Cortés en Tlaxcala, se había declarado
abiertamente en su favor, se le había ofrecido con su ejército, y
convidádolo a hacer su viaje a México por Otompan, donde a la
sazón se hallaba; pero en despecho de su buena voluntad y de
sus obsequios, fue prisionero de los españoles, cuando éstos sa-
lieron derrotados de México, y detenido en Tlaxcala hasta el su-
ceso de que voy hablando. Todas estas circunstancias me ha-
cen creer que su cautiverio no fue más que una decorosa privación
de su libertad, dorada con alguno de aquellos pretextos que
suele inventar la política de los hombres, cuando los guía la des-
confianza o el deseo de la propia seguridad. Con la larga prác-
tica de los españoles, se acostumbró a sus usos y modales. Fue
instruido en la religión cristiana y tomó en el bautismo el nom-
bre de D. Fernando Cortés Ixtlilxochitl, por respeto al general
español, que fue su padrino. No gozó sino de la apariencia de
la majestad, pues más que señor de sus subditos, fue ministro

en Tezcoco Cacamatzin, siendo indudable que el príncipe reinante era


Coanacotzin. 3.° Hace a Cacamatzin hermano de Nezahualpilli (a quien
llama Nezabal), de quien era hijo, como saben los que han saludado la
historia de aquellos pueblos. 4.° Supone que Cacamatzin mató a Nezahualpi-
lli, fábula jamás oída en la historia de Tezcoco. 5.° Cree muerto a Nezahual-

pilli cuando reinaba el antecesor de Moteuczoma. Ahora bien, el antecesor

de Moteuczoma murió en 1502; luego, Nezahualpilli fue muerto aquel mismo


año, cuando más tarde, por Cacamatzin. Cuando tuvo el arrojo de matar
a su rey, se debe creer que tendría a lo menos 15 años; luego, en 1519,
cuando el mismo Cacamatzin visitó a Cortés en Ayotzinco, tenía a lo
menos 32 años, y sin embargo, el mismo Solís en otra parte sólo le da 25.
Pero la verdad es que Nezahualpilli murió en 1516. 6.° Supone a Cacamatzin
usurpador de la corona, cuando consta de la historia que era el sucesor
legítimo. 7.° Finge que el nuevo rey se hallaba en Tezcoco cuando llegó
Cortés; que éste no lo había visto antes; que la primera vez que se le
presentó, quedó el caudillo español tan prendado de su elocuencia y gen-
tileza, que lo abrazó sin poderse contener; todo lo cual es un tejido de
fábulas; pues por las Cartas del mismo Cortés y por muchos historiadores
consta, que aquel príncipe (cuyo nombre ignoró Solís), había sido conocido
por Cortés un año antes de su elevación, que había sido seis meses su pri-
sionero y que lo hizo venir de Tlaxcala para coronarlo, como se refiere
en el texto de esta Historia.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 151

de voluntad de los españoles, a quienes hizo grandes servicios,


la
no sólo en la conquista de México, en que sirvió con su persona y
con su tropas, sino en la reedificación de aquella capital, para
la cual suministró millares de arquitectos, albañiles y operarios.
Murió todavía joven en 1523, y le sucedió en el señorío de Tez-
coco su hermano D. Carlos, de quien haré honrosa mención des-
pués. Con la exaltación de Ixtlilxochitl y con los obsequios que
Cortés le hacía, se aumentó considerablemente el partido de
los españoles, y todas las familias tezcocanas que se habían
ausentado de la corte por miedo de sus hostilidades, volvieron
seguras y alegres a sus casas.
Cortés había resuelto fijar su cuartel general en Tezcoco, por
lo que dispuso fortificar el palacio que servía de alojamiento a
sus tropas. No podía abrazar un partido más conducente a sus
miras. Tezcoco, como capital del reino de Acolhuacan, y ciu-
dad tan grande y populosa, abundaba en toda clase de víveres,
para el mantenimiento de sus tropas tenía buenos edificios para
;

su habitación, buenas fortificaicones para su defensa y gran nú-


mero de artífices de toda clase para los trabajos de que podría
necesitar el ejército. Los dominios de aquel estado confinaban con
los de Tlaxcala, y de este modo estaban seguras las comunicacio-
nes con la República; la proximidad del lago era de suma impor-
tancia para la conducción de los bergantines, y la ventajosa situa-
ción de la ciudad proporcionaba a los españoles la noticia de todos
los movimientos de sus enemigos, sin exponerse a sus hosti-
lidades.

EXPEDICIÓN PELIGROSA CONTRA ITZTAPALAPAN

Después de haber arreglado negocios de Tezcoco, resolvió


los
Cortés atacar la ciudad de Itztapalapan, para vengar en ella y
en sus ciudadanos las ofensas que había recibido de su señor
Cuitlahuatzin, a quien atribuía la causa de las desgracias de la
noche memorable de la retirada. Dejó en Tezcoco una guarni-
ción de más de trescientos españoles y muchos aliados, al mando
de Sandoval, y él marchó con más de doscientos de los suyos,
más de tres mil tlaxcaltecas y muchos nobles de Tezcoco. An-
tes de llegar a Itztapalapan, salieron a sus encuentro algunas tro-
pas, las cuales, fingiendo oponerse a su entrada y peleando parte
en tierra, parte en agua, se iban retirando hacia el pueblo, como si
no puedieran resistir a los invasores. Empeñados españoles y
152 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tlaxcaltecas en alcanzarlos, entraron en la ciudad, cuyas calles ha-


llaron en gran parte desiertas, pues los ciudadanos se habían reti-
rado con sus mujeres e hijos, y la mayor parte de sus bienes, a
unas casas que tenían en las islas del lago; pero aun allí fueron
perseguidos por sus enemigos, que peleaban igualmente por agua
y tierra. Era ya muy entrada la noche, cuando los españoles, ale-
gres por la victoria que creían haber conseguido, se ocupaban en
saquear las casas, y los tlaxcaltecas en pegarles fuego, cuando
en pocos instantes se convirtió su júbilo en espanto, pues a la luz
del incendio observaron que salía el agua de los canales, y em-
pezaba a cundir en la ciudad. Conocido el peligro, se dio el toque
de retirada, y se abandonó precipitadamente el pueblo, toman-
do el camino de Tezococo; mas a pesar de la diligencia de las
tropas, llegaron a un punto donde se habían acumulado de tal
modo las aguas, que los españoles pasaron con gran trabajo; de
los tlaxcaltecas se ahogaron algunos y se perdió la mayor par-
te del botín. No hubiera quedado uno solo vivo¿ si se hubieran
detenido tres horas en la ciudad, como el mismo Cortés asegu-
ra; porque los ciudadanos, queriendo deshacerse de aquel modo
de sus enemigos, rompieron los diques del lago y anegaron la ciu-
dad. Al día siguiente, continuaron su marcha por las orillas
del lago, continuamente perseguidos e insultados por los enemigos.
Esta expedición disgustó mucho a los españoles; pero aunque
perdieron los despojos y muchos fueron heridos, sólo murieron
dos de ellos y un caballo. La pérdida de los de Itztapalapan fue
mucho más considerable; pues además del menoscabo que sus
casas sufrieron, quedaron, según Cortés, más de seis mil muertos.

CONFEDERACIÓN DE OTOMPAN Y DE OTRAS CIUDADES


CON LOS ESPAÑOLES
La pesadumbre que produjo a Cortés aquel suceso, fue muy
en breve compensada por la satisfacción de recibir la sumisión que
le enviaron, por medio de sus embajadores, las ciudades de Miz-
cuic, Otompan y otras de aquellos contornos alegando, para obte-
;

ner su gracia, que habiéndolos excitado los mexicanos a tomar


las armas en su favor, ellos no habían querido jamás ceder a sus
deseos. Cortés, cuya autoridad se extendía tan rápidamente como
se aumentaba su partido, les exigió, como condición necesaria
para conseguir su alianza, que se apoderasen de cuantos mensa-
jeros les fuesen enviados de México, y de cuantos mexicanos lie-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 153

gasen a su ciudad. Ellos lo prometieron así, aunque no sin gran-


des dificultades, y desde entonces fueron constantemente aliados
fieles de los españoles.
A esta confederación siguió muy en breve la de Chalco, ciu-
dad y Estado Considerable de la orilla oriental del lago dulce. Sa-
biendo Cortés que sus habitantes deseaban unirse a su partido,
pero no osaban declararse por miedo de las guarniciones mexica-
nas que estaban en sus plazas, les envió a Sandoval con veinte
caballos, doscientos peones españoles y un buen número de alia-
dos, dándole orden de acompañar a unos tlaxcaltecas que de-
seaban llevar a su patria la parte que habían salvado del botín de
Itztapalapan, y volver sobre Chalco para arrojar a los mexicanos.
Dio Sandoval la vanguardia a los tlaxcaltecas; algunas tropas
enemigas que se habían puesto en acecho, los atacaron de impro-
viso, los desordenaron, les mataron mucha gente y les quita-
ron el botín; pero sobrevinieron los españoles y vengaron aquel
triunfo, derrotando a los mexicanos y quitándoles los despojos.
Los tlaxcaltecas continuaron sin peligro su viaje y Sandoval mar-
chó a Chalco; pero antes de llegar a la ciudad, salió al encuen-
tro la guarnición mexicana, compuesta, según algunos autores,
de doce mil combatientes. Se dio la batalla, que duró dos ho-
ras, y terminó con la muerte de muchos enemigos, y con la fuga
de los otros. Los chalqueses, noticiosos de la victoria, salieron
con gran júbilo a recibir a los españoles y los acompañaron triun-
fantes a la ciudad. (1) El señor de aquel estado, que había muerto
de viruelas pocos días antes, había recomendado eficazmente,
en los últimos momentos de su vida, a los dos hijos que deja-
ba, que se confederasen con los españoles, que cultivasen su amis-
tad y que tuviesen a Cortés por padre. Por respeto a su última
voluntad, pasaron aquellos dos jóvenes a Tezcoco, acompañados
del ejército español, y de muchos nobles chalqueses; presenta-
ron a Cortés una suma considerable de oro y establecieron la
alianza, en que se mantuvieron constantemente fieles. La causa

(1) Solís, en de este suceso, incurre en dos errores geográfi-


la relación
cos: 1.° Supone que Chalco estaba contigua a Otompan, no sabiendo que
entre ellas estaban la corte de Tezcoco y otras ciudades importantes de
Acolhuacan. 2.° Dice que los estados de Chalco y de Tlaxcala eran confi-
nantes, cuando había entre ellos un bosque vastísimo y una parte de los
dominios de Huexotzingo, y por otro lado mediaban los distritos más pobla-
dos de Acolhuacan.
;

154 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de rebelarse tan fácilmente aquellos pueblos contra el Imperio,


era. en unos, el miedo de las armas españolas y del poder de sus
aliados, y en otros el odio de la dominación mexicana. Xo es posi-
ble que sea constante la fidelidad de los pueblos, cuando en la su-
bordinación influye más el terror que la beneficencia, ni hay trono
más vacilante que el que se sostiene más bien en la fuerza de las
armas, que en el amor de los pueblos. Cortés, después de haber
obsequiado a los dos príncipes, dividió entre ellos el estado, o
porque así lo pidieron ellos mismos, o porque le sugirieron este
plan los nobles. Dio al mayor la investidura de la ciudad princi-
pal, con otros pueblos, y al menor la de Tlalmanalco, Chimalhua-
can, Ayotzinco y otros.
No cesaban, entre tanto, los mexicanos de hacer correrías en
los estados que se habían unido con los españoles pero la dili-
;

gencia de Cortés en enviar socorros a donde eran necesarios.


inutilizaba completamente sus esfuerzos. Entre otros, vinieron
los chalqueses a Tezcoco a pedir socorro a los españoles, pues
habían sabido que los mexicanos se apercibían a darles un golpe,
en castigo de su rebelión. Xo pudo condescender el general espa-
ñol con sus deseos, pues habiéndose concluido el corte de la
madera que debía servir en los bergantines, necesitaba de toda su
gente para transportarla con seguridad de Tlaxcala a Tezcoco
pero les aconsejó que se confederasen con los huexotzingos, con
los cholultecas y con los cuauhquecholeses. Ellos rehusaron es-
te partido, por la enemistad que siempre habían tenido con aque-
llos pueblos pero al fin lo aceptaron, movidos por las instancias
;

de Cortés, y obligados por la necesidad. Atenas se habían despe-


dido los chalqueses, cuando llegaron oportunamente a Tezcoco
tres mensajeros de Huexotzingo y de Cuauhquechollan. enviados
por aquellos señores a Cortés, para darle parte de su inquie-
tud, de resultas de unas humaredas que sus centinelas habían
descubierto desde las cimas de los montes, y que eran indicios
manifiestos de próximas hostilidades al mismo tiempo le ofrecían
;

sus tropas, que estaban apercibidas a ponerse bajo sus órdenes


cuando necesitase de ellas. Aprovechóse Cortés de tan favorable
ocasión para confederar aquellos estados con el de Chalco, obli-
gándolos a renunciar, por el bien común, a sus particulares
resentimientos. Fue tan sólida aquella alianza, que desde enton-
ces se ayudaron mutuamente sus miembros contra los mexi-
canos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 155

TRANSPORTE DE LOS MATERIALES PARA LOS BERGANTINES


Siendo ya tiempo de llevar a Tezcoco el maderaje, las velas,
la jarcia y la clavazón de los bergantines, dio Cortés esta comisión
a Sandoval, con doscientos infantes españoles y quince caballos,
encargándole que fuese antes a Zoltepec a castigar rigorosamen-
te a sus habitantes, por la muerte de los cuarenta y cinco sol-
dados españoles y trescientos tlaxcaltecas, de que ya he hablado.
Los zoltepequeses, cuando vieron acercarse la borrasca, abando-
naron sus casas para salvar la vida con la fuga pero habiéndolos
;

alcanzado los españoles, muchos de ellos fueron pasados a cuchi-


llo, y otros hechos esclavos. De allí marchó Sandoval a Tlaxcala,

donde halló todo dispuesto para la conducción de los materiales.


El primer bergantín fue construido por Martín López, soldado
español que hacía de ingeniero en el ejército de Cortés, y se
echó al agua, para prueba, en el río de Zahuapan. Por aquel
modelo hicieron los tlaxcaltecas los otros doce. Hízose la conduc-
ción con el mayor aparato y júbilo de los tlaxcaltecas, pare-
ciéndoles ligera aquella carga que debía contribuir a la ruina de
sus enemigos. Ocho mil tlaxcaltecas llevaban a hombro la ma-
dera, las velas y todos los demás objetos necesarios a la construc-
ción dos mil llevaban los víveres, y treinta mil marchaban arma-
;

dos para la defensa del convoy, mandados por tres caudillos


principales, que eran Chichimecatl, o sea Chichimecateuctli, (1)
Ayotecatl y Teotepil, o Teotlypil. Este acompañamiento ocupa-
ba, según Bernal Díaz, una estación de más de seis millas.
Cuando salieron de Tlaxcala, mandaba la vanguardia Chichime-
catl; mas al poner el pie fuera de los confines de la República,
Sandoval lo puso a retaguardia, porque temía alguna sorpresa de
los enemigos. Esta disposición ocasionó un grave disgusto a los
tlaxcaltecas, pues se jactaban de valientes, y decían que en todas
las acciones en que hasta entonces se habían hallado, habían

(1) Este Chichimecatl, que hace tanto papel en nuestra historia, no


parece que fuese el padre, que ya era muy viejo, sino el hijo que tenía el
mismo nombre y que en la guerra de españoles y tlaxcaltecas tuvo el grave
disgusto de que he hablado. Ayotecatl es llamado así por Torquemada en la
Historia; pero en el índice lo llama Ayutecatl. Al otro jefe da en la Historia
el nombre de Teotepil, y en el índice el de Teotlypil. Yo sospecho que aquel
noble tlaxcalteca fuese Ayotecatl, padre inhumano que en odio de la fe
cristiana mató después a dos hijos suyos. Cortés llama a estos jefes Tutecatl
y Teupitl.
;

156 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ocupado, a ejemplo de sus mayores, el puesto más peligroso; de


modo que Sandoval tuvo que emplear razones y ruegos para con-
tentarlos. Cortés, vestido de brillantes galas y acompañado de
todos los oficiales, salió a recibir el convoy, y abrazó y dio gra-
cias a los señores tlaxcaltecas por sus buenos oficios. Su entrada
en Tezcoco, que se hizo con el mejor orden, duró tres horas.
Las tropas de una y otra nación gritaban Castilla, Castilla,
Tlaxcala, Tlaxcala, en medio del estrépito de la música militar.

EXPEDICIONES CONTRA LAS CIUDADES DE XALTOCAN


Y TLACOPAN

Apenas cuando sin descansar del viaje


llegó Chichimecatl,
rogó a Cortés que lo emplease a él y a su tropa en alguna expe-
dición contra los enemigos. Cortés, que sólo aguardaba la llegada
de las tropas auxiliares de Tlaxcala para ejecutar un designio
que desde largo tiempo meditaba, dejando en Tezcoco una
buena guarnición, y dadas las órdenes oportunas acerca de la
obra de los bergantines, se puso en marcha al principio de la pri-
mavera de 1521, con veinticinco caballos, seis pequeños cañones,
trescientos cincuenta infantes españoles, treinta mil tlaxcalte-
cas y una parte de la nobleza tezcocana, y porque temía que
los tezcocanos, de quienes no se fiaba, diesen aviso secreto a los
enemigos y trastornasen sus proyectos, salió de aquella ciudad
sin descubrir a nadie el término de su viaje. Caminó el ejército
doce millas hacia el norte, y pasó la primera noche a descubierto.
El día siguiente se dirigió a Xaltocan, ciudad fuerte, situada en
medio de un pequeño lago, con una calzada que a ella conducía,
y que, como México, estaba cortada con fosos. La infantería es-
pañola, sostenida por un buen número de aliados, los pasó entre
una densa lluvia de dardos y flechas que hirieron a muchos mas
;

no pudiendo los habitantes sufrir los estragos que en ellos hacían


las armas españolas, abandonaron la ciudad y huyeron. Los ven-
cedores saquearon las casas y quemaron algunas.
Terminada esta expedición, se encaminó el ejército a Cuauh-
titlán, grande y hermosa ciudad, como Cortés la llamó con razón
pero la hallaron despoblada, pues los habitantes, amedrentados
con lo que habían oído de Xaltocan, procuraron ponerse en se-
guro.
De pasaron a Tenayocan y a Azcapozalco, donde no hicie-
allí

ron daño, por no haber hallado resistencia. Finalmente, llega-


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 157

ron a la corte de Tlacopan, término que se había propuesto Cor-


tés, con el objeto de negociar algún convenio con México, y si
no lo lograba, para proporcionarse algunas noticias sobre los de-
signios que allí se trazaban. Los habitantes se manifestaron dis-
puestos a oponerse a los invasores. Atacaron, en efecto, con su
acostumbrado ímpetu a los españoles y pelearon valerosamente
largo rato mas al fin, no pudiendo resistir los estragos de las ar-
;

mas de fuego, ni el impulso de los caballos, se retiraron a la ciu-


dad. Los españoles, por ser ya entrada la noche, se alojaron en
una gran casa de los arrabales. Al día siguiente, los tlaxcaltecas
pegaron fuego, a una parte de la población, y en los seis días
que permanecieron allí los españoles, tuvieron continuos en-
cuentros, y hubo algunos duelos famosos entre tlaxcaltecas y
tlacopaneses. Unos y otros combatieron con extraordinario valor,
y desfogaron en oprobios el odio que mutuamente se profesaban.
Los tlacopaneses llamaban a los tlaxcaltecas damas de los es-
pañoles, sin cuya protección nunca se hubieran atrevido a llegar
hasta los muros de aquella ciudad. Los tlaxcaltecas respondían
que a los mexicanos y a todos sus partidarios se debía más
bien el título de mujeres; pues siendo tan superiores en nú-
mero a ellos, no habían podido dominarlos en ningún tiempo.
También prodigaron los enemigos insultos y denuestos a los espa-
ñoles, convidándolos, por burla, a entrar en México, para mandar
allí como señores y gozar de todos los placeres de la vida. "¿Te

parece, cristiano, decían a Cortés, que irán ahora las cosas como
antes? ¿Piensas que reina en México un Moteuczoma, sacrifica-
do a tus caprichos ? Entra en la corte y serás en breve inmolado,
con todos los tuyos, a los dioses." En las acciones que sostu-
vieron aquellos días los españoles, entraron en aquel fatal camino
y se acercaron a los memorables fosos en que habían sufrido tan
sangrienta derrota. Hallaron en ellos una terrible resistencia, y to-
dos estuvieron próximos a perecer; porque empeñados en perse-
guir a unas tropas mexicanas, que habían salido a insultarlos para
atraerlos al peligro, se hallaron de pronto atacados de una y
otra parte del camino por tan gran número de contrarios, que no
pudieron retirarse sin suma dificultad, combatiendo furiosamente
hasta llegar a tierra firme. En este conflicto tuvieron cinco espa-
ñoles muertos y muchos heridos. Cortés, disgustado del mal
éxito de su expedición, volvió con su ejército por el mismo cami-
no a Tezcoco, recibiendo en la marcha nuevos insultos de los
158 FRANCISCO J. CLAVIJERO

enemigos, que atribuían su retirada a cobardía y desaliento. (1)


Los tlaxcaltecas que acompañaron a los españoles, habiendo to-
mado muchos y ricos despojos, pidieron permiso a Cortés de lle-
varlos a su país, y él lo concedió sin dificultad. (2)

EXPEDICIÓN DE SANDOVAL CONTRA HUAXTEPEC Y YACAPICHTLA

Sandoval, que durante la ausencia de Cortés había quedado


mandando en Tezcoco, salió de allí dos días después de la lle-
gada de aquel general, con veinte caballos, trescientos infantes
españoles y un gran número de aliados, para socorrer a los chal-
queses, que temían un gran ataque de los mexicanos pero habien-
;

do hallado en Chalco muchas tropas de Huexotzingo y de Cuauh-


quechollan, que habían ido allí con el mismo objeto, y sabiendo
que el mayor peligro estaba en la guarnición mexicana de Huaxte-
pec, se dirigió a este pueblo, situado en los montes, quince mi-
llas a mediodía de Chalco. En su marcha fue atacado por dos
gruesos cuerpos enemigos; pero los derrotó sin gran esfuerzo,
lo que se debió en gran parte al inmenso número de aliados
que llevaba consigo. Entraron los españoles en Huaxtepec y se

(1) Solís,queriendo desmentir a Bernal Díaz, dice: "Por más que diga
nuestro historiador de esta expedición, fue tan importante al fin principal,
que apenas regresado Cortés a Tezcoco, vinieron suplicantes a prestarle
obediencia los caciques de Tucapan, Mascalzingo, Auhtlan (así llama a
Tizapán, Mexicaltzinco y Nauhtlan) y otros pueblos de la orilla septen-
trional, lo que da a conocer que los españoles volvieron con reputación, etc."
Pero dejando aparte la expresión ambigua orilla septentrional, que algunos
lectores aplicarán quizás a la orilla del lago, debiendo entenderse de la del
mar, y el error que comete en decir vinieron los señores de aquellos estados,
cuando consta por el mismo Cortés que enviaron sus embajadores, lo cierto
es que no pudieron decidirse a enviar esta embajada, de resultas de lo ocu-
rrido en Tlacopan, porque los embajadores llegaron a Tezcoco cuatro días
después de la expedición, y sus ciudades distaban de aquella corte más de
200 millas.

(2) Herrera y Torquemada dicen que Cortés mandó despojar violen-


tamente a los tlaxcaltecas de las alhajas de oro con que se adornaron des-
pués de la expedición de Tlacopan, y que ellos se resintieron tanto de este
agravio, que en dos días desertaron más de veinte mil. Si esto fuera cierto,
Cortés hubiera sido el más insensato de los hombres y la misma avaricia
que hizo perecer tantos españoles en su retirada de México, hubiera frus-
trado la gran empresa de la Conquista; mas la noticia de aquellos histo-
riadores está en contradicción con lo que refieren Cortés, Bernal Díaz y
Gomara, que cuentan el hecho como se halla en el texto de mi Historia*
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 159

alojaron en unas casas grandes, para descansar y curar los he-


ridos pero inmediatamente fueron atacados de nuevo por los me-
;

xicanos, a quienes rechazaron y persiguieron por más de tres


millas, dejándolos totalmente derrotados. Volvieron al pueblo y
descansaron dos días. Era entonces Huaxtepec ciudad célebre, no
menos por sus excelentes manufacturas de algodón, que por su
hermoso jardín, de que ya he hablado.
Sandoval envió desde allí mensajeros a ofrecer
paz a los ha-
la
bitantes de Yacapichtla, lugar fortísimo, a seis millas de distan-
cia de Huaxtepec, situado en la cima de un monte casi inaccesible
a la caballería y defendido por una numerosa guarnición me-
xicana; pero habiendo sido rechazadas sus proposiciones, marchó
hacia aquella ciudad, con intención ele dar un golpe que castigase
su orgullo y libertase para siempre a los chalqueses del mal que
por aquella parte podían temer. Los tlaxcaltecas y los otros
aliados se amedrentaron a vista de tanto peligro pero Sandoval,
;

animado por el heroico valor que lucía en todas sus acciones, se


resolvió a vencer o morir. Empezó a subir con su infantería, supe-
rando al mismo tiempo la aspereza del monte y el gran número
de enemigos que lo defendían con flechas, dardos, guijarros y aun
con piedras desmesuradas, las cuales, aunque se rompían al cho-
car con las rocas interpuestas, herían con sus fragmentos a
los españoles ;
pero nada fue capaz de contener su ímpetu. En-
traron en la ciudad bañados de sangre y de sudor y seguidos por
sus aliados. El cansancio y las heridas inflamaron de tal modo
su cólera y con tanta furia se abalanzaron a sus enemigos, que
muchos de ellos, huyendo de las espadas, se precipitaron por los
tajos del monte. Tanta fue la sangre derramada, que tino un arro-
yo que por allí corría, en términos que en más de una hora no
pudieron hacer uso de sus aguas les vencedores, para apagar la
gran sed que los aquejaba. (1) "Fue ésta, dice Cortés, una de
las más señaladas victorias, en la cual los españoles dieron las
mayores pruebas de su valor y de su constancia." La jornada cos-

(1) Bernal Díaz se burla de Gomara por esta narración de las aguas
teñidas de sangre, y añade que no necesitaban beber de aquélla, habiendo
allí muchos manantiales; pero si éstas se hallaban en el campo de batalla,

es probable que también quedasen teñidas de sangre, y si distaban de aquel


punto, no estaban los españoles en estado de ir a buscarlas. Bernal Díaz
no se halló en aquella expedición y yo doy más crédito a la relación de
Cortés. "Fue tan grande, dice, la matanza que nuestros españoles hicieron
"

160 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tó la vida a Gonzalo Domínguez, uno de los más valientes solda-


dos de Cortés, cuya pérdida fue muy sensible a todo el ejér-
cito.
Irritados los mexicanos con el estrago de Yacapichtla, arma-
ron prontamente veinte mil hombres y los enviaron en dos mil
barcas contra Chalco. Los chalqueses imploraron, como otras ve-
ces, el socorro de los españoles y sus mensajeros llegaron cuando
volvía de Yacapichtla Sandoval con sus tropas, cansado, mal pa-
rado y herido. Cortés, atribuyendo, con demasiada ligereza, las
repetidas hostilidades de los mexicanos contra Chalco, a descuido
de aquel inapreciable caudillo, sin querer informarse de su con-
ducta, ni oirlo, ni permitirle un momento de reposo, lo mandó
ponerse en marcha, con los soldados más capaces de seguirlo,
para sostener aquellos aliados. Mucho sintió Sandoval esta ofensa
que el general le hacía, cuando esperaba recibir de él los elo-
gios a que era acreedor; pero fue tanta su prudencia en disimu-
lar su pesar, y tan pronta su obediencia, cuanto había sido su
arrojo en la expedición última. Partió sin tardanza a Chalco, y
cuando llegó, ya estaba concluida la batalla, de la que salieron
victoriosos los chalqueses, con los auxilios de sus nuevos alia-
dos los huexotzingos y los cuauhquecholeses y si bien tuvieron
;

una pérdida considerable, en cambio mataron muchos enemigos


y cogieron cuarenta prisioneros, entre ellos un general y dos
personajes de la primera nobleza, los cuales fueron entrega-
dos por los chalqueses a Sandoval, y por éste a Cortés. Este co-
noció su error, y bien informado de la irreprensible conducta
de Sandoval, procuró aplacar su justo resentimiento con singu-
lares demostraciones de estimación y honor.

NEGOCIACIÓN INFRUCTUOSA DE CORTES CON LOS MEXICANOS

Queriendo, en fin, hacer algún convenio con los mexicanos,


tanto para evitar las fatigas y los males de la guerra, como para
apoderarse de su hermosa ciudad sin arruinarla, resolvió enviar
a ella aquellos dos personajes prisioneros, con una carta al rey
Cuauhtemotzin, la cual, aunque no podía ser entendida en aquella

en los enemigos, y tales los estragos que éstos se hicieron entre sí, que
todos los presentes afirman que un arroyo que circundaba casi todo aquel
sitio, quedó teñido de sangre por más de una hora, de modo que no pudie-
ron beber de sus aguas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 161

corte, servía de credenciales y de señal auténtica de la emba-


jada. Expuso su contenido a los mensajeros y les encargó mani-
festasen a su soberano, que él no aspiraba a otro objeto, sino
a que el rey de España fuese reconocido señor de aquella tierra,
ya que así lo había resuelto la nobleza en la respetable asamblea
que se reunió en presencia de Moteuczoma; que se acordase del
homenaje que entonces tributaron todos los señores mexicanos al
gran monarca de oriente que deseaba establecer con México una
;

paz duradera y una eterna alianza; que no había emprendido


aquella guerra, sino obligado por sus hostilidades que le pesaba
;

tener que derramar tanta sangre mexicana y destruir ciudades


tan grandes y hermosas que ellos mismos eran testigos del valor
;

de los españoles, de la superioridad de sus armas, de la muche-


dumbre de sus aliados y de la felicidad de sus empresas; en fin,
que reflexionase bien en lo que hacía, y no lo obligase con su
obstinación a continuar una guerra que terminaría con la ruina
total de la corte y del Imperio.

El fruto de esta embajada se conoció muy en breve en los la-


mentos de los chalqueses, los cuales, informados de las grandes
fuerzas que contra ellos se apercibían, vinieron a implorar el soco-
rro de los españoles, presentando a Co^és, pintadas en una tela,
las ciudades que se armaban contra Chalco y el camino que toma-
ban sus tropas. En tanto que Cortés disponía las suyas para aque-
lla expedición, llegaron a Tezcoco los mensajeros de Tizapan,
Mexicaltzinco y Nauhtlan, ciudades de la costa del seno mexica-
no, situadas más allá de la colonia de Veracruz, a prestar obe-
diencia, en nombre de sus señores, al rey de España.

MARCHA DEL EJERCITO ESPAÑOL POR LOS MONTES MERIDIONALES


En 5 de abril salió Cortés de Tezcoco, con treinta caballos,
trescientos peones españoles y veinte mil aliados, dejando a San-
doval el mando de aquella plaza y el cuidado de los bergantines
Marchó en derechura a Tlalmanalco y de allí a Chimalhua-
can, (1) donde se engrosó su ejército con más de veinte mil

Había, y hay ahora, dos pueblos de aquel nombre: el uno a orillas


(1)
del lago de Tezcoco, al principio de la península de Itztapalapan y llamado
simplemente Chimalhuacan; el otro en los montes al mediodía del valle, y
se llama Chimalhuacan-Chalco. Se trata de este último.

II.— 6
162 FRANCISCO J. CLAVIJERO

hombres, (1) que, o por vengarse de los mexicanos, o por inte-


rés del botín, o como yo creo, por uno y porvenían de dife-
otro,
rentes puntos a servir en aquella guerra. Siguiendo después,
como es de creerse, el camino representado por los chalqueses en
sus pinturas, se dirigieron por los montes del mediodía hacia
Huaxtepec, y vieron cerca del camino una elevación muy escabro-
sa, cuya cima estaba ocupada por mujeres y niños, y las faldas
por un gran número de guerreros, que confiando en la fuerza
natural del sitio, se burlaban con gritos y silbidos de los españoles.
Cortés, no pudiendo sobrellevar aquella mofa, mandó atacar por
tres partes el monte; pero apenas habían empezado a subir con
gran trabajo, entre una tempestad de dardos y piedras, dio orden
de que se retirasen, pues además de ver que la empresa era te-
meraria y más difícil que útil, se dejó ver otro ejército de enemi-
gos que marchaba por aquella parte, con intento de atacar por la
espalda al ejército aliado, cuando más empeñado estuviese en
la acción. Cortés les salió al encuentro con sus tropas bien orde-
nadas; la batalla duró poco; pues los enemigos, reconociéndose
inferiores en fuerzas, abandonaron prontamente el campo. Los
españoles los siguieron por más de hora y media, hasta derrotar-
los completamente. La pérdida de los españoles en la batalla fue
casi ninguna pero en la subida del monte tuvieron ocho muertos y
;

muchos heridos. (2)


La sed que molestaba al ejército y el aviso que tuvo Cortés
de otro monte, distante de allí tres millas, ocupado también por
enemigos, lo obligaron a marchar hacia aquella parte. Observó
en uno de los costados del monte dos rocas prominentes de-
fendidas por muchos guerreros mas éstos, creyendo que los espa-
;

ñoles intentaban la subida por el lado opuesto, abandonaron la


posición y corrieron a donde les parecía mayor el peligro. Cortés,
diestro en aprovechársele todas las coyunturas que le presen-
taba la suerte o la inadvertencia de los enemigos, mandó a uno
de sus capitanes que procurase ocupar, con un número com-
petente de tropas, aquellos dos peñascos, mientras él entretenía

(1) Cortés dice que en Chimalhuacan se le agregaron 40,000 hombres,


y Bernal Díaz dice que eran más de 20,000; mas éste habla de los recién
llegados, y aquél, de la suma total de aliados, inclusos los tlaxcaltecas que
sacó de Tezcoco y los que se reunieron en Chimalhuacan.

(2) Cortés en sus Cartas no habla más que de dos españoles muertos
en aquel monte; pero Rernal Díaz cuenta ocho y da sus nombres.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 163

a los mexicanos por la parte opuesta. Empezó, pues, a subir


con suma dificultad, y cuando llegó a un punto tan alto como
el que ocupaban los enemigos, vio enarbolada la bandera espa-
ñola en una de las prominencias. Los enemigos se rindieron
viéndose rodeados por todas partes y habiendo ya empezado a co-
nocer el daño que les hacían las armas de fuego. Cortés los acogió
con mucha benignidad; pero exigió de ellos, como condición
necesaria del perdón, que indujesen también a rendirse a los
que ocupaban el primer monte lo que se verificó en efecto.
;

CONQUISTA DE CUAUHNAHUAC

Libre de aquellos estorbos, se encaminó Cortés, por Huaxte-


pec, Yauhtepec y Xiuhtepec, a la grande y amena ciudad de
Cuauhnahuac, (1) capital de la nación tlahuica, distante más
de treinta millas de México, hacia mediodía. Era muy fuerte por
su situación, pues de un lado estaba rodeada por montes escabro-
sos, y de otro por un barranco, de cerca de siete toesas de profun-
didad, por el cual corría un arroyo. No podía entrar la caballería,
si no era por dos caminos que los españoles ignoraban enton-

ces, o por los puentes, si no hubieran estado levantados cuando


llegaron. Mientras buscaban un lugar oportuno para el asalto,
los cuauhnahuaqueses les tiraban una increíble cantidad de dar-
dos, flechas y piedras; pero habiendo observado un animoso
tlaxcalteca que dos árboles grandes, colocados en las dos orillas
opuestas del barranco, habían cruzado mutuamente sus ramas,
se sirvió de ellos como de un puente y pasó a la margen opuesta;
ejemplo que fue muy en breve imitado, aunque con gran esfuerzo
y peligro, por seis soldados españoles, y después por otros mu-
chos, tanto españoles como tlaxcaltecas. (2) Este razgo de in-

Este nombre es uno de los que más han alterado los españoles.
(1)
Cortés dice Coadnabaced; Bernal Díaz, Coadalbaca; Solís, Cuatabalca. Ha
prevalecido el de Cuernavaca, que es el que se conserva, aunque los indios
usan el antiguo de Cuauhnahuac. Este pueblo es uno de los 30 que Carlos V
dio a Cortés, y después fue parte de los estados del duque de Monteleón,
como marqués del Valle de Oaxaca.
(2) hacer mención de aquel tlaxcalteca, atribuye toda la glo-
Solís, sin
ria de la acción a Bernal Díaz, en lo que contradice a Cortés y a todos los
historiadores. El mismo Bernal Díaz, que en la narración de este suceso
164 FRANCISCO J. CLAVIJERO

trepidez amedrentó de tal modo


a los que por allí defendían
la entrada de la ciudad, que se retiraron y fueron a unirse
con los que, por la parte opuesta, resistían a las tropas man-
dadas por Cortés; mas cuando estaban más acalorados en la
acción, se vieron atacados de pronto por las que siguiendo los
pasos del valiente tlaxcalteca, habían entrado por la parte inde-
fensa de la ciudad. Entonces se espantaron y huyeron a los
montes, de modo que los aliados quemaron sin oposición una bue-
na parte de la ciudad. El señor de ella, que había huido con todos,
temiendo que lo alcanzasen los españoles, tomó el partido de ren-
dirse, asegurando que no había hecho antes, porque esperaba
lo
que la cólera de los españoles se desfogase en la ciudad y satisfe-
chos con aquellas primeras hostilidades, se abstuvieron de ven-
garse en su persona.

CONQUISTA DE XOCHIMILCO

Después de haber descansado el ejército, partió, cargado de


despojos, hacia el norte, por un pinar, donde sufrió una gran sed,
y al día siguiente se halló cerca de la ciudad de Xochimilco. Esta
hermosa población, la mayor, después de la corte, de todas las del
valle mexicano, estaba a orillas del lago de Chalco y distaba poco
más de doce millas de México. Su vecindario era muy nume-
roso, muchos sus templos, magníficos sus edificios y singularmen-
te bellos sus jardines flotantes en el lago, de donde tomó el
nombre de Xochimilco, que significa jardín o campo de flores.
Tenía, como la capital, muchos canales o fosos, y a la sazón, por
miedo de los españoles, se habían construido algunas trincheras.
Cuando vieron venir alzaron los puentes de los ca-
al ejército,
nales, para que fuese más difícil la entrada. Los españoles divi-
dieron el ejército en tres cuerpos, para atacar la ciudad por otros
tantos puntos pero en todos ellos hallaron gran resistencia, y no
;

pudieron ganar el primer foso, sino después de un terrible combate


de más de media hora, en que fueron muertos dos españoles y mu-
chos heridos pero superados en fin, estos obstáculos, entraron en
;

la ciudad, persiguiendo a los que la defendían. Estos se refugiaron

se hace a sí mismo cuanto honor puede, se jacta de haber sido uno de los
que despreciando el peligro, pasaron sobre los árboles del barranco; pero
no se alza con la gloria de haber sido el primero, ni de haber sugerido la
idea. Véase lo que dicen Cortés, Gomara, Herrera, etc.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 165

a los barcos, y desde ellos perseveraron combatiendo hasta


morir. Oíanse al mismo tiempo entre ellos algunas voces que pe-
dían la paz; pero conociendo los españoles que su objeto era
tan solo ganar tiempo para poner en seguro sus familias y sus
bienes, y para recibirsocorro de los mexicanos que aguardaban,
el
apretaron más el ataque, hasta que cesó la resistencia y pudieron
entrar tranquilos en el pueblo, para descansar y curar sus heri-
dos. Mas apenas empezaban a respirar, caundo se vieron rodeados
por un gran número de enemigos, que venían formados en orden
de batalla, por el mismo camino que habían seguido los españoles
en su entrada. Estos se vieron reducidos entonces al mayor estre-
mo, y el mismo Cortés corrió peligro de caer en manos de los
contrarios, pues habiéndose echado al suelo su caballo, o de
cansancio, como dice, o abatido por los xochimilcos, según otros
historiadores, continuó peleando a pie con la lanza; mas el nú-
mero de enemigos era tan considerable, que no hubiera podido
evitar su pérdida, a no haber llegado oportunamente a su soco-
rro un valiente tlaxcalteca, y con él dos criados del mismo Cortés
y algunos soldados españoles. (1) Vencidos, finalmente, los xo-
chimilcos, tuvieron los españoles tiempo de descansar algún tanto
de las fatigas de la jornada, en la que murieron algunos de los
suyos, y casi todos fueron heridos, incluso el mismo general, y
los principales capitanes Alvarado y Olid. Cuatro españoles, que
cayeron prisioneros, fueron conducidos a la capital, y sin tardanza
sacrificados, y sus brazos y piernas enviadas a varios pueblos,
para excitar el valor de los habitantes. No hay duda que en esta
y otras ocasiones pudo Cortés fácilmente morir a manos de sus
enemigos, si no hubieran tenido éstos la insensata presunción de
cogerlo vivo para sacrificarlo a sus dioses.
La nueva de la toma de Xochimilco puso en gran consterna-
ción a la corte de México. El rey Cuauhtemotzin convocó algunos
jefes militares y les representó el daño y el peligro que ocasiona-
ba a la capital la pérdida de una plaza tan importante el servicio
;

(1) Herrera y Torquemada dicen que el día siguiente al del riesgo que
había corrido Cortés, habiendo buscado al tlaxcalteca que lo socorrió, no
pudo ser habido vivo ni muerto, y por la devoción que aquel general tenía
a San Pedro, se persuadió que este santo Apóstol era el que lo había sal-
vado. No sé de dónde sacaron aquellos autores tan extraña anécdota. Bernal
Díaz, Gomara, y el mismo Cortés hablan de un tlaxcalteca, sin hacer men-
ción de su desaparición, ni de San Pedro.
166 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que harían a los dioses y a la nación si podían recobrarla, y el


valor y la fuerza de que necesitaban para vencer aquellos atrevi-
dos y perniciosos extranjeros. Dio inmediatamente la orden de
armar un ejército de doce mil hombres para pelear por tierra, y_
otro numeroso para sostener las hostilidades en el lago lo que se
;

ejecutó con tanta prontitud, que apenas habían descansado los es-
pañoles del día anterior, cuando las centinelas avisaron a Cortés
la marcha de los enemigos hacia aquella ciudad. Dividió el gene-
ral todas sus tropas en tres huestes y dio a sus capitanes las órde-
nes más oportunas dejó alguna tropa de guarnición en los cuar-
;

teles, y mandó que veinte caballos con quinientos tlaxcaltecas


pasasen al través de los enemigos, a ocupar una colina inmediata,
y allí aguardasen sus órdenes ulteriores para el ataque. Los co-
mandantes mexicanos venían llenos de orgullo y ostentando las
espadas europeas que habían cogido a los españoles en la derrota
del I o de julio. La batalla se dio fuera de la ciudad, y cuando
.

Cortés juzgó conveniente, dio orden a las tropas de la colina que


atacasen a los mexicanos por la espalda. Estos, viéndose cer-
cados por todas partes, se desordenaron y abandonaron el campo,
dejando en él quinientos muertos. Los españoles, de vuelta al
cuartel, supieron que la tropa que había quedado en él, había
estado en gran peligro, por la muchedumbre de xochimilcos que
la habían atacado. Cortés, después de haberse detenido allí tres
días, combatiendo frecuentemente con los enemigos, mandó pe-
gar fuego a los templos y a las casas, y reunió toda su gente en la
plaza del mercado, que estaba fuera de la ciudad, para ordenar-
la y ponerse en marcha. Los xochimilcos, creyendo que su salida
fuese efecto del miedo, atacaron con grandes clamores la reta-
guardia; pero se retiraron vencidos y no osaron presentarse de
nuevo.

MARCHA DE LOS ESPAÑOLES EN TORNO DE LOS LAGOS


Adelantóse Cortés con su ejército hasta Coyohuacan, ciudad
grande, situada en la orilla del lago, distante seis millas de Mé-
xico hacia mediodía, con intención de observar todos aquellos
puestos, para disponer más acertadamente al asedio de la capital.
Halló la ciudad despoblada y al día siguiente salió de ella, para
reconocer el camino que desde allí iba a unirse con el de Itzta-
palapan. Encontró una trinchera defendida por mexicanos mandó;

atacarla, y a pesar de la terrible resistencia de los enemigos, la


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 167

infantería se apoderó de quedando heridos diez españoles, y


ella,
muertos muchos mexicanos. Cortés subió a la trinchera y des-
de ella vio el camino de Itztapalapan cubierto de una muchedum-
bre innumerable de enemigos, y el lago, de muchos millares de
barcas; por lo que, después de haber observado lo que convenía
a sus designios, volvió a la ciudad, cuyos templos y casas mandó
entregar a las llamas.
De Coyohuacan marchó el ejército a Tlacopan, molestado en
el camino por algunas tropas volantes mexicanas, que atacaron el
bagaje. En uno de estos encuentros, en que el mismo general co-
rrió gran peligro, le hicieron prisioneros dos de sus servidores, que
fueron conducidos a México, e inmediatamente sacrificados. Llegó
a Tlacopan afligido por aquella desgracia y se le aumentó el
disgusto cuando desde el atrio del Templo Mayor de aquella ciu-
dad, contempló con otros españoles el fatal camino, en que había
perdido algunos meses antes tantos amigos y soldados, consi-
derando al mismo tiempo las grandes dificultades que tenía que
vencer antes de hacerse dueño de la capital. Algunos le sugerían
que enviase tropas por aquel camino, para cometer algunas hos-
tilidades; pero no queriendo exponerlas a tanto peligro, ni dete-
nerse más tiempo en aquella ciudad, volvió por Tenayocan,
Cuauhtitlan, Citlaltepec y Acolman, a Tezcoco, después de haber
recorrido en aquel viaje las orillas de los lagos, y observado cuan-
tos pormenores necesitaba para el éxito de su gran empresa.

CONJURACIÓN CONTRA CORTES

En Tezcoco siguió Cortés activando todos los preparativos


de su marcha. Estaban ya acabados los bergantines, y un canal de
milla y media, bastante profundo y con cortaduras por una y otra
parte, para recibir el agua del lago. También estaba hecha la
máquina para botarlos. (1) Las tropas que Cortés tenía a sus ór-
denes eran innumerables y aun el número de españoles se ha-
bía aumentado considerablemente con los que poco antes habían
venido de España, en un navio que había aportado a la Vera-

(1) Gomara dice que en el canal trabajaron 400,000 tezcocanos, pues en


los cincuenta días que duró la obra, cada día entraban 8,000 operarios
nuevos. Añade que el canal tenía media legua de largo, 12 pies de ancho,
y donde menos, 4 brazas de profundidad; mas yo creo que hay error en la
medida del ancho y que era de más de 12 pies.
168 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cruz, cargado de caballos,armas y municiones de guerra. Todo


prometía los resultados más felices, cuando ocurrió un suce-
so que puso toda la empresa en gran peligro de frustrarse. Unos
soldados españoles, partidarios del gobernador de Cuba, excita-
dos por el odio que tenían a Cortés, o por la envidia de su gloria,
o, lo que es más verosímil, por el miedo de los peligros que los

amenazaban en el asedio de la capital, convinieron secretamente


en quitar la vida al general, a sus capitanes Alvarado, Sando-
val y Tapia, y a todos aquellos que parecían más adictos al par-
tido del jefe. Xo sólo estaba ya señalado el tiempo y el modo
de dar el golpe con seguridad, sino elegidas también las per-
sonas a quienes debían ciarse los cargos de general, juez y ca-
pitanes pero uno de los cómplices, arrepentido de su culpa,
;

reveló oportunamente a Cortés todo el plan de la conjuración.


Mandó prender sin pérdida de tiempo a Antonio de Villafaña,
cabeza de toda aquella maquinación; cometió a un juez el examen
del reo, y habiendo confesado éste su delito, fue ahorcado a una
de las ventanas del cuartel. Cortés no quiso mostrarse tan se-
vero con los cómplices, fingiendo no creerlos culpables, y atri-
buyendo a la malignidad de Villafaña la infamia que de su con-
fesión resultaba contra ellos pero a fin de que en el porvenir no
;

estuviese tan expuesta su persona, creó para su custodia una


guardia compuesta de soldados fieles, valerosos y seguros, que lo
acompañaban de día y de noche.

ÚLTIMOS PREPARATIVOS DEL ASEDIO DE MÉXICO

Evitados con el castigo del reo principal los efectos de aquella


perniciosa trama, se aplicó Cortés con mayor actividad a dar la
última mano a su grande empresa. El 28 de abril, después de
celebrada la misa de Espíritu Santo, en que comulgaron todos
los españoles, y después de haber dado un sacerdote la bendición
a los bergantines, con las ceremonias acostumbradas, fueron
botados al agua, y desplegando inmediatamente las velas, empe-
zaron a surcar por el lago, al estruendo de la artillería y de los
mosquetes, a que siguió el Te Deum, acompañado por la música
de los instrumentos militares. Todas estas eran demostraciones de-
la confianza que tenía Cortés en los bergantines, para la felici-
dad de su empresa y en efecto, quizá sin ellos no hubiera podido
;

llevarla a buen fin. Hizo después la reseña de su ejército y contó


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 169

ochenta y seis caballos y más de ochocientos peones españo-


les, tres grandes cañones de hierro, quince menores de cobre, mil
libras castellanas de pólvora de fusil y una gran cantidad de ba-
las y de saetas, aumentos que se debían a los socorros venidos
aquel año de España y de las Antillas. Reanimó el valor de sus
tropas con un discurso semejante al que les había dirigido en su
salida de Tlaxcala. Envió mensajeros a esta República, a Cholu-
la, a Huexotzingo y a otras ciudades, dándoles parte de estar ya

terminada la obra de los bergantines, y rogándoles que enviasen


dentro de diez días cuantas tropas escogidas pudiesen, por ser ya
llegada la ocasión de poner asedio a la soberbia ciudad que por
tanto tiempo los había esclavizado. Cinco días antes de la fiesta
de Pentecostés, llegó a Tezcoco el ejército tlaxcalteca, que cons-
taba, según afirma el mismo Cortés, de más de cincuenta mil hom-
bres, bajo el mando de muchos jefes famosos, entre los cuales
venían Xicotencatl el joven y el valiente Chichimecatl, a cuyo en-
cuentro salió Cortés con toda su tropa. Las de Huexotzingo y
Cholula pasaron por el otro lado de los montes, según la orden que
se les había dado. En los dos días siguientes acudieron nue-
vos refuerzos de Tlaxcala y de otros pueblos circunvecinos, los
cuales, con las huestes ya mencionadas, formaban un total de
más de doscientos mil hombres, como testifica su jefe Alfonso
de Ojeda.

DISTRIBUCIÓN DEL EJERCITO EN EL ASEDIO DE LA CAPITAL

El lunes de Pentecostés, 20 de mayo, reunió Cortés su gente


en la plaza mayor, para dividir su ejército, nombrar los coman-
dantes, señalar su puesto a cada uno y las tropas de su mando, y
para reiterar las órdenes que había dado en Tlaxcala. Mandó a
Pedro de Alvarado que acampase en Tlacopan, para impedir que
entrasen por allí socorros a los mexicanos, y le dio treinta ca-
ballos, ciento sesenta peones españoles, distribuidos en tres com-
pañías, con otros tantos capitanes y veinticinco mil tlaxcaltecas,
con dos cañones. Cristóbal de Olid fue creado maestre de campo
y jefe de la división destinada a Coyohuacan, teniendo a sus
órdenes treinta y tres caballos, ciento sesenta y ocho peones espa-
ñoles, con tres capitanes, dos cañones y veinticinco mil aliados.
A Gonzalo de Sandoval fueron dados veinticuatro caballos,
ciento sesenta y tres peones españoles, con dos capitanes y dos
170 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cañones, y los aliados de Chalco, Huexotzingo y Cholula, que


eran más de treinta mil hombres le mandó Cortés que fuese
;

a destruir la ciudad de Itztapalapan y que acampase en aquellas


inmediaciones, desde las cuales creyó que le sería más fácil apre-
tar más y más a los mexicanos. Cortés, a pesar de las instancias
que le hicieron sus capitanes y soldados, tomó el mando de los
bergantines, porque opinaba que en ellos era más necesaria su
presencia. Dividió entre los trece bergantines trescientos veinti-
cinco españoles, y trece falconetes, señalando a cada bergantín
un capitán, doce soldados y otros tantos remeros así que, todo el
;

ejército destinado a empezar el asedio, constaba de novecientos


diez y siete españoles y más de setenta y cinco mil hombres de
tropas auxiliares, (1) cuyo número se aumentó, como después ve-
remos, hasta doscientos mil y más. Todas las otras tropas que ha-
bían venido a Tezcoco, o permanecieron allí para acudir donde
fuese necesario, o volvieron a sus pueblos, que por estar próxi-
mos a la capital, les proporcionaban la facilidad de hallarse pron-
tas al primer llamamiento.

SUPLICIO DE XICOTENCATL

Partieron juntos de Tezcoco Alvarado y Olid con sus tropas,


para ocupar los puestos que les había señalado el general. En-
tre los principales tlaxcaltecas que acompañaban a Alvarado,
se hallaban Xicotencatl el joven, y su primo Pilteuctli. Este,
en una disputa que sobrevino, fue herido por un español, el cual,
no haciendo caso de las órdenes de Cortés, ni del respeto de-
bido a aquel personaje, pudo con su imprudencia ocasionar la

(1) Herrera y Solís cuentan 100,000 aliados, distribuidos en tres cam-


pamentos; Bernal Díaz no cuenta más de 24,000 en tres campamentos, de
8,000 cada uno. Yo doy más crédito a Cortés, que debía estar mejor infor-
mado en estos pormenores. Solís dice que Bernal Díaz se queja muchas
veces de que los aliados les daban más estorbo que ayuda: es falso, antes
bien, elogia su valor y habla de las ventajas que sacaron de ellos los es-
pañoles. "Los tlaxcaltecas, nuestros amigos, dice en el cap. 151, nos ayuda-
ron bastante bien en aquella guerra, como hombres animosos." Toda su
historia está llena de semejantes expresiones, como lo están las Cartas de
Cortés, y las narraciones de los otros historiadores. Lo que únicamente
dice Bernal Díaz, es que en la retirada de Tlacopan los aliados estorbaron
a los españoles; mas esto sucede siempre que un ejército se retira por un
camino estrecho.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 171

deserción de los tlaxcaltecas. Estos se resintieron amargamen-


te de aquel ultraje e hicieron algunas demostraciones de enojo.
Procuró apaciguarlos Ojeda, y permitió a Pilteuctli que fuese
a curarse a su patria. Xicotencatl, a quien, tanto por su dignidad
como por su parentesco, era más sensible que a ningún otro aque-
lla injuria, no hallando entonces otro modo de vengarla, abandonó
ocultamente y con otros compatriotas el ejército y tomó el ca-
mino de Tlaxcala. Alvarado dio parte de este suceso a Cortés, y
éste mandó a Ojeda que alcanzase y prendiese al fugitivo. Cuan-
do lo tuvo en su poder, mandó ahorcarlo públicamente, o en la
misma ciudad de Tezcoco, (1) según dicen Herrera y Torque-
mada, o en un sitio inmediato, como afirma Bernal Díaz, habién-
dose pregonado antes el motivo de su sentencia, que era el haber
desertado y procurado sublevar a los tlaxcaltecas contra los
españoles. Es probable que Cortés no se aventuraría a tan peligro-
sa acción, sin haber antes obtenido el consentimiento del Senado,
como asegura claramente Herrera; que no era difícil, en
lo
vista de la severidad con que castigaban los delitos aun en las
personas más ilustres y del odio particular con que miraban a
aquel príncipe, cuyo orgullo les era insufrible. Tan ruidoso escar-
miento, que hubiera debido naturalmente excitar los ánimos
de los tlaxcaltecas contra los españoles, los amedrentó en ta-
les términos, y a los otros aliados, que desde entonces observa-
ron más puntualmente las leyes de la milicia y se mantuvieron

(1) Cortés no hace mención del suplicio de Xicotencatl; quizá ten-


dría sus razones para pasarlo por alto. Bernal Díaz afirma que aquel jefe
marchó a Tlaxcala para apoderarse del estado de Chichimecatl, mientras
éste se hallaba en la guerra; mas esto es inverosímil. Hay autores que
atribuyen su fuga al amor; yo sigo en la relación de este suceso a Torquema-.
da y a Herrera, porque se guiaron por los manuscritos de Ojeda y Camar-
go, que tenían datos seguros. Solís cree imposible que Xicotencatl fuese ajus-
ticiado en Tezcoco, "porque hubiera sido demasiado arriesgado el resolverse
Cortés a tan violenta ejecución, a vista de tan gran número de tlaxcaltecas,
a quienes debía necesariamente sqr muy sensible tan ignominioso castigo
en uno de los principales hombres de su nación." Pero mucho más se
expuso Cortés, aprisionando al rey Moteuczoma en su misma capital y en
presencia de un número incomparablemente mayor de mexicanos, que tan
mal debían llevar aquella injuria hecha a su monarca. Si en la conquista
de México no se vieran otros hechos igualmente temerarios, quizá sería
fundada la conjetura de Solís; además de que, según Herrera, Cortés pro-
cedió con el beneplácito del Senado y yo no dudo que la sentencia se publicaría
a nombre de éste.
172 FRANCISCO J. CLAVIJERO

más subordinados a aquellos jefes extranjeros. Así es como éstos


sacaban fruto de sus mismos errores. Sin embargo, los tlaxcalte-
cas hicieron muchas demostraciones de la estima y veneración
que tenían a su príncipe lloraron su muerte, distribuyeron entre
;

sí, como preciosas reliquias, sus vestidos, y es de creer que cele-

brasen con la debida magnificencia sus exequias. La familia y


los bienes de Xicotencatl se adjudicaron al Rey de España, y fue-
ron enviados a Tezcoco; en la familia había treinta mujeres, y
en los bienes una gran cantidad de oro.

PRINCIPIO DEL ASEDIO DE MÉXICO

Alvarado y Olid continuaron su marcha hacia Tlacopan, de


donde pasaron a romper el acueducto de Chapoltepec, para cor-
tar el agua a los mexicanos; mas no pudieron ejecutar tan im-
portante empreáa, sin gran resistencia de los enemigos, los cuales,
previendo aquel golpe, habían hecho por agua y por tierra mu-
chos preparativos de defensa. Fueron, sin embargo, vencidos, y
los tlaxcaltecas, que los persiguieron, les mataron veinte hombres
y les hicieron siete u ocho prisioneros. Dado felizmente este
primer paso, resolvieron aquellos caudillos ir por el camino de
Tlacopan y apoderarse de algún foso pero fue tan grande la mul-
;

titud de mexicanos que se les opuso, y tan formidable la nube de


dardos, flechas y piedras que les tiraron, que mataron ocho es-
pañoles e hirieron más de cincuenta, y éstos no pudieron sin gran
dificultad retirarse a Tlacopan, a donde llegaron avergonzados,
y donde Alvarado fijó su campo, según las órdenes de Cortés.
Olid marchó a Coyohuacan el 30 de mayo, que en aquel año
fue día de Corpus, y en él empezó, según el cómputo de Cortés,
el asedio.
Mientras Alvarado y Olid se empleaban en rellenar algunos
fosos de las orillas del lago, y en allanar algunos pasos, para co-
modidad de la caballería, Sandoval, con el número de españoles
que ya hemos dicho, (1) y con más de treinta y cinco mil aliados,
salió de Tezcoco el 31 de mayo, con el designio de tomar por asal-
to la ciudad de Itztapalapan, en cuya operación estaba fuerte-
mente empeñado Cortés. Entró en ella haciendo terrible estrago,
con el fuego en las casas, y con las armas en los habitantes, los

(1) Solís dice que Sandoval y Olid salieron juntos de Tezcoco, pero
confundió a Sandoval con Alvarado.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 173

cuales, despavoridos, procuraron salvarse en las barcas. Cortés,


para atacar al mismo tiempo
parte de la ciudad que estaba
la
sobre el agua, después de haber sondeado todo el lago, se embarcó
con toda su gente en los bergantines y navegó a vela y remo ha-
cia Itztapalapan. Dio fondo cerca de un montecillo aislado, poco
distante de aquella ciudad, cuya cima estaba coronada por mu-
chos enemigos, resueltos a defenderse y a ofender a los españoles
cuanto les fuese posible. (1) Desembarcó el general español,
y superando con ciento y cincuenta hombres la aspereza de la
subida, y la resistencia de los contrarios, se apoderó del mon-
te, dando muerte a cuantos lo defendían. (2) Pero apenas hubo
logrado este triunfo, vio venir contra su escuadra una numerosí-
sima de barcas (3) que acudieron a las humaredas hechas, tanto
en el monte como en algunos templos de las cercanías, cuando
vieron aproximarse los bergantines. Embarcáronse inmediata-
mente los españoles y se mantuvieron inmóviles, hasta que ayu-
dados por un viento fresco, que se levantó oportunamente, y
aumentando la velocidad de los bergantines con el impulso de los
remos, pasaron por entre las barcas, rompiendo algunas y echan-
do otras a pique. De los enemigos murieron muchos, heridos por
los remos, o ahogados. Todas las otras barcas huyeron persegui-
das de los bergantines, por espacio de más de ocho millas, hasta
guarecerse en la capital.
Inmediatamente que vio Olid, desde un templo de Coyohua-
can, la refriega de la escuadra, marchó con sus tropas en orden de
batalla, por el camino de México, tomó algunos fosos y trincheras,
y mató muchos enemigos. Cortés, por su parte, recogió aque-

(1) En cima de aquel montecillo fabricó Solís una fortaleza muy


la
capaz; digo que la fabricó, porque semejante dato no se halla en ningún
historiador. El mismo Cortés, que pondera su victoria, sólo habla de unas
trincheras.

(2) Solís que Cortés concedió la vida a la mayor parte de los


dice
que defendían el montecillo; pero Cortés asegura que ni uno solo de ellos
escapó. Este monte se llamó desde entonces el Peñón del Marqués, en memo-
ria de aquella acción.

(3) Bernal Díaz dice que la escuadra que atacó a Cortés se componía
de todas las barcas que había en México y en todos los pueblos del lago,
mas ésta es una hipérbole descabellada. Solís afirma que constaba de cuatro
mil canoas; pero Cortés, que tenía más interés que Solís y Bernal Díaz
en exagerar el número de las barcas, para dar más realce a su victoria,
sólo cuenta quinientas.
174 FRANCISCO J. CLAVIJERO

lia noche los bergantines, y se dirigió con ellos a atacar el baluar-


te situado en el ángulo que camino de Coyohuacan
formaba el
con el de Itztapalapan. Atacólo, en efecto, por agua y tierra, y a
pesar de la intrepidez con que lo defendió la guarnición mexica-
na, se hizo dueño del punto, y con sus dos grandes cañones de
hierro, causó horrendo estrago en la muchedumbre que ocupaba el
lago y el camino. Aquel sitio, llamado por los mexicanos Xoloc (1),
pareció a Cortés muy ventajoso para fijar sus reales; y en
efecto, no era fácil hallar uno más favorable a sus designios, pues
desde él dominaba el camino principal, y aquella parte del lago,
por donde podían entrar mayores socorros a los sitiados, y ade-
más el camino de Coyohuacan, que era su comunicación con Olid.
La poca distancia que mediaba entre aquel punto y los campa-
mentos de Coyohuacan y Tlacopan, facilitaba la comunicación de
sus órdenes y lo ponía en estado de acudir a donde fuese más ne-
cesario su socorro. Finalmente, la proximidad de México, contri-
buía a multiplicar los ataques. (2) Allí reunió Cortés los bergan-
tines, y abandonando la expedición contra Itztapalapan, formó el
designio de dirigir todas sus hostilidades a la capital. Para esto
llamó a su campo a la mitad de las tropas de Coyohuacan y a cin-
cuenta infantes escogidos de las de Sandoval. Aquella noche se
oyó venir hacia el campamento una gran multitud de enemigos.
Los españoles, sabiendo que los mexicanos no peleaban de noche,
sino cuando estaban seguros de la victoria, se amedrentaron al
principio; pero aunque recibieron algún daño de los contrarios,
los obligaron en fin con las armas de fuego a retirarse. El día si-
guiente se vieron atacados por una prodigiosa multitud de gue-
rreros, que con sus espantosos gritos, aumentaban el peligro a la
imaginación de los españoles. Cortés, que ya había recibido el so-
corro de Coyohuacan, hizo una salida con su gente, puesta en or-
den de batalla. El empeño se sostuvo con gran valor y tenacidad

(1)El padre Sahagún dice que Cortés, por medio de ciertos personajes
prisioneros, convocó al rey y a la nobleza de México, a un sitio del lago
llamado Acachinanco, y copia la arenga que les hizo exponiéndoles los mo-
tivos de la guerra; mas esta reunión ni es verdadera, ni verosímil. Cortés
no hubiera omitido un hecho tan notable, siendo minucioso en referir todas
sus comunicaciones con los mexicanos.

(2)Betancourt da a entender que Cortés acampó dentro de la ciudad;


lo que está en contradicción con el mismo general, el cual dice que su cam-
pamento distaba media legua de México.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 175

por una y otra parte pero los españoles y sus aliados se apode-
;

raron de un foso y de una trinchera, y con la artillería y los ca-


ballos hicieron tanto daño a los mexicanos, que los obligaron a
refugiarse en la ciudad y porque en la parte del lago que estaba
:

a occidente del camino empezaban a molestar a Cortés las bar-


cas enemigas, mandó ensanchar uno de los fosos, a fin de dar
paso a los bergantines, los cuales se dirigieron tan impetuosa-
mente a ellas, que las persiguieron hasta la ciudad, y pegaron
fuego a muchas casas de los arrabales.
Entretanto Sandoval, terminada felizmente, aunque no sin
gran riesgo, la expedición de Itztapalapan, marchó hacia Coyo-
huacan con sus huestes. En el camino lo atacaron las tropas de
Mexicaltzinco pero las derrotó, y quemó su ciudad. Cortés, no-
;

ticioso de su marcha y de un gran foso abierto nuevamente en el


camino, le mandó dos bergantines para facilitarle el paso. La di-
visión de Sandoval se dirigió a Coyohuacan, y él en persona pasó
con diez caballos al campo de Cortés. Cuando llegó, estaban los
españoles peleando con los mexicanos. El cansancio del viaje y
de la acción de Mexicaltzinco, no bastaron a impedirle tomar
parte en el encuentro. Combatió con su acostumbrado valor y
recibió un dardo que le atravesó una pierna. Otros muchos es-
pañoles quedaron heridos; mas estas ventajas de los mexicanos
no eran comparables a la pérdida que sufrieron aquel día, ni al
miedo que cobraron al fuego de los cañones. En muchos días no
osaron acercarse al campamento, no obstante lo cual los españo-
les pasaron seis en continuos encuentros; pues los bergantines no
cesaban de girar en torno de la ciudad, pegando fuego a mu-
chas casas. En sus correrías descubrieron un canal grande y pro-
fundo, por el cual podían entrar fácilmente en la ciudad, circuns-
tancia de que sacaron después ventajas importantes.

Alvarado, por su parte, apretaba cuanto podía a los mexica-


nos, apoderándose en frecuentes refriegas, de algunas trincheras
y fosos del camino de Tlacopan. Tuvo en estas peleas algunos
hombres muertos y muchos heridos. Observó que por el camino
de Tepeyacac, situado hacia el norte, se introducían continuamen-
te socorros en la ciudad, y conoció que por allí podrían escapar
fácilmente los sitiados, cuando se hallasen en estado de no poder
resistir más a los sitiadores. Comunicó sus observaciones a Cor-
tés, y éste mandó a Sandoval que fuese con ciento diez y ocho
peones españoles, y con grandísimo número de aliados, a ocu-
176 FRANCISCO J. CLAVIJERO

par aquel punto, y cortar toda comunicación con los enemigos.


Obedeció Sandoval, aunque molestado por la herida, y habién-
dose apoderado sin oposición del camino, quedó desde entonces
impedida toda comunicación entre México y la tierra firme» (1)

PRIMERA ENTRADA DE LOS SITIADORES EN MÉXICO

Ejecutada felizmente aquella medida, determinó Cortés ha-


cer al día siguiente una entrada en la ciudad, con más de quinien-
tos españoles y más de ochenta mil aliados, dejando diez mil de
éstos, con alguna caballería, en el campamento. Sandoval y Al-
varado debían entrar al mismo tiempo, cada uno por su camino,
con las tropas de su mando, que no bajaban de ochenta mil hom-
bres. Marchó Cortés en su dirección con su numeroso ejército,
bien ordenado y flanqueado por los bergantines mas a poca dis-
;

tancia halló un foso ancho y profundo y una trinchera de diez pies


de alto. Opusiéronse valerosamente los mexicanos a su paso;
pero rechazados por los bergantines, se adelantaron los españo-
les, alcanzando a los enemigos hasta la ciudad, donde los de-
tuvieron otro foso y otra trinchera. El ímpetu del agua que
entraba por el foso, el tropel de enemigos que concurrieron a
su defensa, sus gritos espantosos y la multitud de flechas, dar-
dos y piedras que arrojaban, suspendieron algún tanto la re-
solución de los españoles; pero habiendo, finalmente, echado
de la trinchera a los que la ocupaban, con las repetidas des-
cargas de todas las armas de fuego, pasó el ejército y continuó
su marcha, tomando otros fosos y trincheras, hasta una plaza
principal de la ciudad que estaba llena de gente. A pesar de los
estragos que en ella hacía un cañón que se fijó en la entrada, no
se atrevían los españoles a acometerla, hasta que el mismo ge-
neral, echándoles en cara su ignominiosa cobardía, los impulsó y
les dio ánimo. Los mexicanos, amedrentados al ver tanta intre-
pidez, huyeron al recinto del templo, donde también fueron per-

(1) Robertson dice que Cortés quiso atacar la ciudad por tres puntos
diferentes: por Tezcoco, al lado oriental del lago; por Tacuba, a poniente,
y por Cuyocan (esto es, Coyohuacan), a mediodía. "Estas ciudades, añade,
estaban colocadas sobre las calzadas principales que conducen a la ciudad
y que estaban hechas para su defensa." Lo cierto es que por la parte de
levante no podía haber calzada alguna, siendo muy profundas allí las
aguas. Sandoval se acampó, no ya en Tezcoco, en donde era imposible atacar
a México, sino en Tepeyacac, hacia el norte.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 177

seguidos y atacados pero de improviso lo fueron los españoles en


;

su retaguardia por otras tropas mexicanas, y puestos en tal


aprieto, que no pudiendo sostener su empuje, ni dentro del tem-
plo, ni en la plaza inmediata, se retiraron al camino por el cual
habían entrado, dejando el cañón en poder de los contrarios. De
allí a poco entraron oportunamente en la plaza tres o cuatro ca-

ballos, y persuadiéndose los mexicanos que iba contra ellos toda


la caballería, se desordenaron por el miedo que tenían a aque-
llos grandes y fogosos animales, y abandonaron ignominiosamen-
te el templo y la plaza, que fueron ocupados sin pérdida de tiem-
po por los españoles. Diez o doce nobles se habían fortificado en el
atrio superior del Templo Mayor; mas a pesar de su tenaz resis-
tencia, fueron vencidos y muertos. El ejército español, en su reti-
rada, pegó fuego a las mayores y más hermosas casas del camino
de Itztapalapan, aunque no sin gravísimo peligro, por el ímpetu
con que los atacaban los enemigos a retaguardia, y por el daño que
les hacían desde las azoteas. Alvarado y Sandoval hicieron gran-
dísimos estragos con sus divisiones, y los aliados merecieron
aquel día los elogios del general español.

AUMENTO DE LAS TROPAS AUXILIARES DE LOS ESPAÑOLES


Crecían diariamente y de tal modo las fuerzas auxiliares de
los españoles con nuevos socorros y alianzas de ciudades y de pro-
vincias enteras, que no habiendo al principio en sus campamen-
tos más de noventa mil hombres, en pocos días llegaron a dos-
cientos cuarenta mil. El nuevo rey de Tezcoco, para manifestar
a Cortés su gratitud, procuraba conciliarse el afecto de toda
su nobleza, y armó, además, un ejército de cincuenta mil hombres,
que envió en socorro de los españoles, bajo las órdenes de un
hermano suyo. Este príncipe, que se llamó en el bautismo don
Carlos Ixtlilxochitl, (1) era un joven de cuyo valor dan testimo-
nio todos los historiadores antiguos, y especialmente el mismo
Cortés, ponderando la oportunidad y la importancia de su auxi-

(1) Cortés lo llama Istrisuchil; Solís y Bernal Díaz corrompen más el


nombre y escriben Súchil. Torquemada, en contradicción consigo mismo,
dice que este joven era Coanacotzin, hermano mayor de D. Fernando Ixtlilxo-
chitl, y pocas páginas después hace a este mismo Coanacotzin, consejero
principal del rey de México, durante el asedio. Lo cierto es que el joven
caudillo del ejército tezcocano fue D. Carlos Ixtlilxochitl, al cual, muerto
178 FRANCISCO J. CLAVIJERO

lio.Cortés lo tuvo en su campo con treinta mil hombres, y los


otros veinte mil se dividieron entre Sandoval y Alvarado. A este
refuerzo de los tezcocanos siguió muy en breve la confederación
de los xochimilcos y de los otomíes de los montes, con los espa-
ñoles, de cuyas resultas se agregaron veinte mil hombres más
al ejército.
Sólo faltaba a Cortés, para completar su plan de asedio, im-
pedir los socorros que entraban por agua en la ciudad. Para lle-
var a cabo este designio, retuvo consigo siete bergantines y envió
los otros seis a parte del lago que estaba entre Tlacopan y
la
Tepeyacac, a fin de que pudieran socorrer fácilmente a Sandoval
y Alvarado, cuando éstos lo necesitasen, y entretanto surcasen
en diferentes direcciones el lago, tornando todas las barcas que
llevasen socorros y tropas a la ciudad.
Hallándose ya Cortés con tan numerosas huestes a su mando,
determinó hacer dentro ele tres días una entrada en México. Dio
de antemano las órdenes necesarias, y el día señalado marchó con
la mayor parte de su caballería, trescientos peones españoles,
siete bergantines y una multitud innumerable de aliados. Halla-
ron los fosos abiertos, las trincheras reparadas y los enemigos
bien apercibidos a la defensa: con todo, auxiliados por los ber-
gantines, los sitiadores consiguieron hacerse dueños de todos
los fosos y trincheras que había hasta la plaza mayor de Tenoch-
titlan. Allí hizo alto el ejército, no permitiendo Cortés que se
adelantase, sin dejar allanados todos los pasos difíciles que es-
taban en su poder; pero mientras diez mil aliados se empleaban
en llenar los fosos, los otros quemaron algunos templos, casas
y palacios, entre ellos el del rey Axayacatl, donde ya habían te-
nido los españoles sus cuarteles, y la célebre casa de pájaros
de Moteuczoma. Hechas estas hostilidades, a duras penas y con
gran peligro, por los esfuerzos que hacían los sitiados para estor-
barlas, mandó Cortés tocar la retirada, que se ejecutó felizmen-
te, aunque los enemigos no cesaron de molestar la retaguardia.
Lo mismo hicieron por sus lados respectivos Alvarado y San-

su hermano D. Fernando Cortés Ixtlilxochitl, después de la Conquista, dio


Cortés la investidura del estado de Tezcoco. Coanacotzin se mantuvo en
la corte de México desde el principio de aquel año hasta la Conquista. Fue
hecho prisionero con el rey Cuauhtemotzin, y con él ajusticiado tres años
después en Izancanac, cuando los dos viajaban con el general español
hacia Comayahua.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 179

doval. Esta jornada fue muy fatigosa para los españoles y sus
aliados; pero de indecible aflicción para los mexicanos, no sólo
por la pérdida de tantos bellos edificios, sino también por la befa
con que los insultaban sus mismos vasallos, confederados con
los españoles, y los tlaxcaltecas, sus mortales enemigos; los
cuales les enseñaban los brazos y las piernas de los mexicanos
que habían matado, dándoles a entender que las cenarían aque-
lla noche, como en efecto lo hicieron.

NUEVAS ENTRADAS EN LA CAPITAL

Al día siguiente, muy temprano, para no dar tiempo a que


los enemigos reparasen el daño del anterior, salió Cortés de su
campo con el designio de continuar las operaciones pero a pesar ;

de su diligencia, los mexicanos habían erigido de nuevo las for-


tificaciones arruinadas y las defendieron con tal obstinación, que
no pudieron tomarlas los sitiadores, sino después de combatir
furiosamente por espacio de cinco horas. Adelantóse el ejército
y ganó dos fosos del camino de Tlacopan; pero aproximándose
la noche, se retiró al campamento, sin cesar de pelear con las
tropas que le seguían el alcance. Sandoval y Alvarado sostenían
otros combates, debiendo los sitiados hacer frente al mismo
tiempo a tres ejércitos numerosos, que tenían en su favor las
ventajas de las armas, de los caballos, de los bergantines y de
la disciplina militar. Alvarado, por su parte, había ya arruinado
todas las casas que estaban a uno y otro lado del camino de
Tlacopan; (1) pues la población de la capital continuaba por aque-
lla parte hasta el continente, como aseguran Cortés y Bernal
Díaz.
Cortés hubiera querido evitar a sus tropas la gran fatiga de
repetir diariamente combates para apoderarse de los mismos fo-
sos y trincheras; pero no podía guarnecer los que tomaba, sin
exponerse a sacrificar las guarniciones al furor de los enemigos,
ni quería acampar dentro de la ciudad, como se lo aconsejaban
algunos de sus capitanes; pues además de los continuos ataques

(1) Estas casas no estaban construidas en el mismo camino, sino cerca


de él, en unas isletas que había por una y otra parte. No sabemos que
hubiese en el camino otro edificio que un templo, situado en una de las
placetas que formaba. Alvarado lo tomó y mantuvo en él una guarnición
casi todo el tiempo del asedio.
180 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que podrían darle de noche, no le era fácil desde allí impedir los
socorros que se dirigiesen a la ciudad, como podía hacerlo en la
posición de Xoloc.

CONFEDERACIÓN DE ALGUNAS CIUDADES DEL LAGO CON


LOS ESPAÑOLES

Mientras iban careciendo los sitiados de los auxilios de tie-


rra firme, se aumentaban los de los sitiadores, los cuales recibie-
ron a la sazón uno que les -era tan ventajoso, como perjudicial a
sus enemigos. Los habitantes de las ciudades situadas en las ori-
llas y en las islas del lago de Chalco, habían sido hasta entonces
opuestos a los españoles, y hubieran podido hacer mucho daño- al
campo de Cortés, atacándolo por una parte del camino, mientras
los mexicanos lo hacían por la otra; mas se habían abstenido de
toda hostilidad, reservándose quizás para ocasión más oportuna.
Los chalqueses y otros aliados, a quienes no convenía la proximi-
dad de tantos enemigos, procuraron atraerlos a su partido, ya
con promesas, ya con amenazas y con vejaciones y tanto pudo su
;

importunidad y el temor de la venganza de los españoles, que al


fin se presentaron en el campamento de Cortés, ofreciendo confe-
deración y alianza, los nobles de Itztapalapan, Mexicaltzinco, Col-
huacan, Huitzilopochco, Mizcuic y Cuitlahuac, ciudades que
ocupaban una parte considerable del valle. Alegróse considera-
blemente Cortés de este suceso, y pidió a sus nuevos aliados, no
sólo que lo ayudasen con tropas y con barcos, sino que trans-
portasen materiales para fabricar chozas en el camino; pues
siendo aquella la estación de las lluvias, padecía mucho su gente
por falta de abrigo.
Todo esto se ejecutó con tanta puntualidad, que inmediata-
mente pusieron a las órdenes de Cortés un cuerpo considerable
de tropas, cuyo número no se dice, y tres mil barcas para ayu-
dar a los bergantines en sus correrías. En estas barcas llevaron
los materiales necesarios para las chozas, en que pudieron alo-
jarse cómodamente todos los españoles, y dos mil indios em-
pleados en su servicio; pues el grueso de las tropas aliadas es-
taba acampado en Coyohuacan, a cuatro millas de Xoloc. No
contentos con tan importantes servicios, llevaron al campamen-
to muchos víveres, y especialmente pescado y cerezas en gran
cantidad.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 181

Cortés, a quien daban mayor estímulo estas nuevas fuer-


zas que se habían agregado, entró con ellas dos días seguidos
le

en la capital, haciendo un estrago considerable en los habitan-


tes. Persuadíase que estos cederían al excesivo número de ene-
migos que los rodeaban, y experimentando los perniciosos efec-
tos de su tenaz resistencia; pero se engañó en su esperanza,
pues los mexicanos estaban resueltos a perder la vida antes
que la libertad. Determinó, pues, continuar sus entradas, para
obligarlos con incesantes hostilidades a pedir la paz que habían
rehusado hasta entonces. Dividió su marina en dos escuadras,
compuesta cada una de tres bergantines y mil quinientas barcas,
mandándoles que se aproximasen a la ciudad, pegasen fuego a
las casas, e hiciesen a los sitiados todo el daño posible. Dio or-
den a Sandoval y a Alvarado que ejecutasen lo mismo por los
puntos que ocupaban, y él, con todos sus españoles y con ochen-
ta mil aliados, según parece, (1) marchó, como solía, por el ca-
mino de Itztapalapan hacia México, sin poder conseguir en esta
ni en las otras entradas de aquellos días, más ventajas, que ir
disminuyendo poco a poco el número de enemigos, arruinar al-
gunos templos, e internarse algo más, para ponerse en comuni-
cación con Alvarado, si bien no le fue posible obtenerlo por en-
tonces.

OPERACIONES DE ALVARADO Y PROEZAS DE TZILACATZÍN

Alvarado, con sus tropas ayudadas por los bergantines, ha-


bía tomado un templo que estaba en una placeta del camino de
Tlacopan, en el que mantuvo guarnición desde entonces, a pesar
de los violentos asaltos de los mexicanos. También se había
apoderado de algunos fosos y trincheras, y sabiendo que la ma-
yor fuerza contraria estaba en Tlatelolco, donde residía el rey
Cuauhtemotzin, y donde se había recobrado infinita gente de Te-
nochtitlan, enderezó hacia aquella parte sus operaciones; mas
aunque peleó con todas sus fuerzas por tierra y por agua, no pudo
llegar hasta donde quiso, por la intrépida resistencia de los sitia-
dos. En estos combates pereció mucha gente de una y otra parte.

(1) Conjeturo que las tropas aliadas que acompañaron a Cortés en


esta entrada eran 80,000 hombres, porque él mismo afirma que aquel día
tenía 100,000 en su campamento, de los cuales 20,000 a 22,000 se emplearían
probablemente en los barcos.
;

182 FRANCISCO J. CLAVIJERO

En uno de los primeros encuentros se dejó ver un membrudo y


animoso tlatelolco, disfrazado de otomí, con un ichcahuepilli,
o coraza de algodón, y sin más armas que un escudo y tres pie-
dras, y corriendo velocísimamente hacia los sitiadores, arrojó
sucesivamente las tres piedras, con tanta destreza y vigor, que
abatió un español con cada una, causando no menos indignación
a los españoles, que miedo y admiración a los aliados. Se emplea-
ron muchos arbitrios para haberlo a las manos; pero no fue
posible, porque en cada combate se presentaba con un vestido di-
ferente, y en todos hacía gran daño a los sitiadores, teniendo ade-
más tanta velocidad en los pies para huir, como fuerza en los
brazos para ofender. El nombre de este célebre tlatelolco era Tzi-
lacatzin.

Ensoberbecido Alvarado por algunas ventajas que había


conseguido sobre los mexicanos, quiso un día internarse hasta la
plaza del mercado. Ya había tomado algunos fosos y trincheras
uno, entre aquéllos, que tenía cincuenta pies de ancho y siete de
profundidad, y olvidado de mandarlo llenar, como lo había man-
dado Cortés, siguió adelante con cuarenta o cincuenta españoles,
y algunos aliados. Los mexicanos, conociendo su descuido, ca-
yeron sobre ellos, los derrotaron y obligaron a huir, y al pasar el
foso les mataron muchos aliados y cogieron cuatro españoles, que
inmediatamente fueron sacrificados a vista de Alvarado y los
suyos, en el Templo Mayor de Tlatelolco. Mucho sintió Cortés
esta desgracia, que debía aumentar el vigor y el orgullo de los
enemigos, y sin perder tiempo pasó a Tlacopan, con intención de
reprender severamente a Alvarado por su temeridad y des-
obediencia pero informado del valor con que se había conducido
;

en aquella jornada, y de que había tomado los puestos más di-


fíciles, se contentó con una benigna admonición, repitiendo sus
órdenes sobre el modo en que deberían hacerse las entradas.

TRAICIÓN DE LOS XOCHIMíLCOS Y DE OTROS PUEBLOS

Las tropas de Xochimilco, de Cuitlahuac y de otras ciudades


del lago, que estaban en el campamento de Cortés, queriendo
aprovecharse de la ocasión que les ofrecían las continuas entra-
das de los españoles para saquear las casas de México, se sirvie-
ron de una abominable perfidia. Enviaron una secreta embajada
al rey Cuauhtemotzin, protestándole su invariable fidelidad y
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 183

quejándose de los españoles, porque los forzaban a tomar las


armas contra su señor natural, y añadiendo que en su primera
entrada querían unirse a los mexicanos contra aquellos enemigos
de su patria, para darles muerte a todos, y preservarse de una
vez de tanta calamidad. Alabó el rey su intento y les señaló los
puestos que debían ocupar, preguntándoles al mismo tiempo la
recompensa que querían por su lealtad y afecto. Entraron aque-
llos traidores, como solían, a la ciudad, y fingiendo al principio
volverse contra los españoles, empezaron a saquear las casas de
los mexicanos, matando a cuantos se les oponían y haciendo pri-
sioneras a las mujeres y a los niños. Conocieron su perfidia los
mexicanos y los atacaron con tanta furia, que casi todos los cul-
pados pagaron su maldad con la vida. Los que no murieron en el
conflicto, fueron inmediatamente sacrificados por orden del rey.
Esta traición parece no haber sido planteada ni puesta en eje-
cución, sino por una parte del populacho de aquella ciudad, gente
mal nacida y dispuesta siempre a cometer toda clase de delitos.

VICTORIA DE LOS MEXICANOS

Durante veinte días no habían cesado los españoles de hacer


entradas en la ciudad, de cuyas resultas algunos capitanes y sol-
dados, cansados de tantos combates infructuosos, se quejaron al
general y le rogaron que aventurase todas las grandes fuerzas
que a sus órdenes tenía y diese un golpe decisivo, que los sacase
de una vez de tanto peligro y cansancio. El designio de éstos
era internarse hasta el centro de Tlatelolco, donde habían reu-
nido sus fuerzas los mexicanos, para arruinarlos en una acción,
o al menos inducirlos a rendirse. Cortés, que conocía cuan arries-
gada era aquella empresa, procuraba disuadirlos de ella, con
las razones más eficaces mas no pudiendo conseguirlo, ni pudien-
;

do ya oponerse a una opinión que había llegado a ser general en


el ejército, tuvo que ceder a sus importunas instancias. Ordenó
al comandante Sandoval que con ciento quince peones y diez
caballos, fuese a unirse con Alvarado; que emboscase su caballe-
ría y levantase el campo, fingiendo retirarse y abandonar el ase-
dio de la ciudad, a fin de que, empeñados los mexicanos en se-
guirlo, pudiera él atacarlos con la caballería por retaguardia;
que con seis bergantines procurase tomar el gran foso en que fue
vencido Alvarado, haciéndolo llenar y apisonar; que no diese un
184 FRANCISCO J. CLAVIJERO

paso adelante, sin dejar bien preparado el camino para la reti-


rada, y que hiciese todos los esfuerzos posibles para entrar de
mano armada en la plaza del mercado.
El día señalado para el ataque general marchó Cortés con
veinticinco caballos, toda su infantería y más de cien mil aliados.
Flanqueaban su ejército, por una y otra parte del camino, los ber-
gantines y más de tres mil barcas auxiliares, Entró sin oposición
en el pueblo, y dividió su ejército en tres trozos, para que por
otros tantos caminos llegasen al mismo tiempo a la plaza del
mercado. El mando de la primera división se dio a Julián de Al-
derete, tesorero del rey, que era el que con mayor empeño ha-
bía importunado a Cortés para emprender aquella expedición, y
éste le mandó encaminarse por la calle principal y más ancha,
con sesenta peones españoles, siete caballos y veinte mil aliados.
De las otras dos calles que conducían desde el camino de Tla-
copan a la plaza del mercado, la menos estrecha se señaló a los
capitanes Andrés de Tapia y Jorge de Alvarado, hermano de
Pedro, con ochenta peones españoles y más de diez mil aliados y ;

de la más estrecha y difícil se encargó el mismo Cortés, con cien


peones españoles y con el grueso de las tropas auxiliares, dejan-
do a la entrada de cada calle el resto de la caballería y los cañones.
Entraron todos a un tiempo peleando con valor. Los mexicanos
hicieron al principio alguna resistencia; pero fingiendo después
acobardarse, se retiraron y abandonaron los fosos a los españo-
les, a fin de que éstos, atraídos por la esperanza de la victoria, se
aventurasen a los peligros que los aguardaban. Algunos españo-
les llegaron a las calles más próximas a la plaza, dejando incau-
tamente detrás un ancho foso abierto, y cuando con más ardor
procuraban entrar a porfía en la misma plaza, oyeron el formida-
ble sonido de la corneta del dios Painalton, que sólo se tocaba por
los sacerdotes, en caso de urgencia pública, para excitar al pue-
blo a tomar las armas. Acudieron inmediatamente tan numerosas
tropas mexicanas, y embistieron con tanta furia a los españo-
les y aliados, que los desordenaron y obligaron a volver atrás
hasta el foso. Este parecía fácil de pasar, por estar lleno de ra-
mazón y de otros objetos de poco peso, y al poner el pie en aque-
lla engañosa superficie, se hundieron todos los que lo intentaron,
agravando el mal la violencia del tropel que se agolpaba. (1) Allí

(1) Solís dice que este foso estaba fuera de la ciudad, y que de
al salir
él los españoles, fueron atacados por los mexicanos; mas este es un error
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 185

fué el mayor apuro de los fugitivos, pues no pudiendo pasar a na-


do y defenderse al mismo tiempo, morían a manos de los mexi-
canos, o quedaban en su poder. Cortés, que con la diligencia pro-
pia de un general, había acudido al peligro, cuando vio llegar las
tropas aterradas, procuró detenerlas con sus gritos y exhortacio-
nes, a fin de que su desorden no facilitase los estragos que esta-
ban haciendo los enemigos. ¿Pero qué voces bastan a contener la
fuga de una multitud desbaratada, especialmente cuando el te-
rror la aguijonea? Atravesado del más vivo dolor por la pérdida
de los suyos, y no haciendo caso de su propio peligro, el general
se acercó al foso para salvar a los que pudiera. Algunos salían
desarmados, otros heridos, y otros casi ahogados. Procuró po-
nerlos en orden y encaminarlos al campo, quedando él detrás
con doce o veinte hombres, para guardarles las espaldas; pero
apenas empezó la marcha, cuando él mismo se halló en un paso
estrecho rodeado de enemigos. Aquel día hubiera sido el último
de su vida, a pesar del extraordinario brío con que se defendió,
y con su vida se hubiera perdido la esperanza de la conquista de
México, si los mexicanos, en vez de darle muerte, como pudieron
hacerlo fácilmente, no se hubieran empeñado en cogerlo vivo pa-
ra honrar con tan ilustre víctima a sus dioses. Ya estaba en su
poder, y ya lo conducían al sacrificio, cuando noticiosa su gente
de aquel suceso, acudió con la mayor prontitud a libertarlo. De-
bió Cortés, principalmente, la vida y la libertad, a un soldado de
su guardia, llamado Cristóbal de Olea, hombre de gran valor y
de singular destreza en las armas, (1) el cual en otra ocasión lo
había preservado de un peligro semejante, y en aquélla lo salvó
a costa de su propia vida, cortando de un tajo el brazo al mexi-
cano que lo llevaba consigo. También contribuyeron a su preser-
vación el príncipe D. Carlos Ixtlilxochitl y un valiente tlaxcalteca
llamado Tamacatzin.
Llegaron por fin los españoles, aunque con indecible dificul-
tad y con no poca gente herida, al gran camino de Tlacopan, don-
de Cortés pudo ordenarlos, quedando siempre a retaguardia con

manifiesto, pues nos consta por el dicho de Cortés y de otros historiadores,


que estaba entre el camino principal de Tlacopan y la plaza del mercado,
y que para regresar los españoles a su campo tuvieron que atravesar la
mayor parte de la ciudad.

(1) Bernal Díaz alaba en muchos lugares de su Historia el valor de


Olea, cuya muerte fue muy sentida por el general y por los soldados.
186 FRANCISCO J. CLAVIJERO

la caballería; pero el arrojo y el furor con que los perseguían los


mexicanos eran tales, que parecía imposible que uno solo escapa-
se vivo. Los que habían entrado por los otros caminos, habían
sostenido también reñidísimos combates pero habiendo sido
;

más diligentes en llenar los fosos, les fue menos difícil la retira-
da, cuando por orden de Cortés la efectuaron hacia la plaza ma-
yor de Tenochtitlan, donde se reunieron. Desde allí vieron con
gravísimo dolor, elevarse de los hogares del Templo Mayor, el
humo del copal que los mexicanos quemaban a sus dioses en ac-
ción de gracias por la victoria pero creció su pena cuando los
;

vencedores, para desanimarlos, les arrojaron las cabezas de algu-


nos españoles y cuando oyeron decir que habían perecido Alva-
rado y Sandoval. De la plaza se encaminaron por el camino de
Itztapalapan, a su campamento, hostigados sin cesar por una gran
muchedumbre de enemigos.
Alvar ado y Sandoval habían procurado entrar en la plaza
del mercado por un camino que iba desde Tlacopan a Tlatelolco,
y avanzaron felizmente sus operaciones hasta un sitio poco dis-
tante de la plaza; pero habiendo visto los sacrificios de algunos
españoles, y oído decir a los mexicanos que Cortés y sus capi-
tanes habían perecido, se retiraron con gran dificultad, habién-
dose agregado a los enemigos que antes los atacaban, los que
habían derrotado a las tropas de Cortés.
La pérdida que tuvieron en aquella jornada los sitiadores,
fue cíe siete caballos, muchas armas y barcas, un cañón, más de
mil aliados y más de sesenta españoles, de los cuales, unos mu-
rieron en la batalla, y los otros que cayeron prisioneros, fueron
inmediatamente sacrificados en el Templo Mayor de Tlatelolco, a
vista de la división de Alvarado. También murió el capitán de un
bergantín. Cortés fue herido en una pierna, y apenas hubo entre
los sitiadores quien no quedase herido o mal parado. (1)
Celebraron los mexicanos por espacio de ocho días continuos
la victoria que acababan de conseguir, con iluminaciones y mú-
sica en los templos propagaron la noticia por todo el reino y en-
;

viaron a las provincias las cabezas de los españoles que habían

(1) Cortés no cuenta más que


35 ó 40 españoles muertos y 20 heridos;
pero, como otros muchos generales, disminuye sus pérdidas y así lo hizo
con la que experimentó en la derrota del 1.° de julio. Más digno de crédito
es Bernal Díaz, que parece tener particular esmero en llevar cuenta de los
españoles que iban faltando.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 187

perecido, para amedrentar a los pueblos que se habían rebelado


contra la corona, y volverlos a traer a su obediencia, como lo
consiguieron de algunos. Excavaron de nuevo los fosos, repa-
raron las trincheras y volvieron a poner la ciudad, excepto los
templos y las casas arruinadas, en el mismo estado en que se
hallaba antes del asedio.

COMBATES DE LOS BERGANTINES Y ESTRATAGEMAS DE LOS MEXICANOS

Entretanto, los españoles estaban a la defensiva, curando a


los heridos y restableciéndose para los combates futuros; mas
a fin de que no se aprovechasen de su descuido los mexicanos, e
introdujesen víveres en la ciudad, mandó Cortés que los bergan-
tines no cesasen de costear el lago de dos en dos. Los mexicanos,
reconociendo la superioridad de los buques y de las armas de
sus enemigos, y no pudiendo servirse de los mismos recursos,
quisieron a lo menos rivalizar en cierto modo con los bergantines.
Con este objeto habían fabricado treinta barcas grandes, llama-
das por los españoles piraguas, bien provistas de todo lo necesa-
rio y cubiertas de gruesos tablados, para poder combatir en ellas,
sin tanto riesgo de irse a pique. Determinaron hacer con ellas
una emboscada a los bergantines en los cañaverales que había
entre los huertos flotantes, y clavaron en los mismos sitios grue-
sas estacas, ocultas por las aguas, para que chocando en ellas,
se rompiesen los buques contrarios, o al menos se hallasen em-
barazados en la defensa. Dispuesto este amaño, hicieron salir
de los canales tres o cuatro barcas pequeñas, a provocar a los
bergantines que allí cruzaban, y a empeñarlos, con una disimu-
lada fuga, al punto de la emboscada. Los españoles, al ver las
barcas, hicieron vela hacia ellas, y cuando estaban más empeña-
dos en darles caza, chocaron los bergantines con las estacas,
saliendo al mismo tiempo las treinta barcas grandes y atacán-
dolos por todos lados. Corrieron los españoles gran riesgo de
perder los buques y las vidas; pero mientras que con el fuego
de los mosquetes entretenían a los enemigos, tuvieron tiempo
algunos diestros nadadores de arrancar las estacas, con lo que
libres de todo empacho, pudieron servirse de la artillería para
poner en fuga a los contrarios. Los bergantines recibieron mu-
cho daño, los españoles quedaron heridos y de los dos capitanes
que los mandaban, uno murió en la acción y otro algunos días
;

188 FRANCISCO J. CLAVIJERO

después. Los mexicanos repararon sus piraguas para repetir la


estratagema; pero avisado secretamente Cortés del sitio en que
se ponían en acecho, dispuso otra emboscada con seis berganti-
nes, y aprovechándose del ejemplo de los enemigos, mandó que
uno solo se acercase al sitio en que éstos se ocultaban, y que cuan-
do lo descubriesen, huyese hacia la emboscada española. Todo
se hizo conforme a su plan porque los mexicanos, al ver el ber-
;

gantín, salieron prontamente, y cuando se creían más seguros


de su presa, los atacaron de pronto los otro cinco bergantines,
y empezaron a servirse ele la artillería, con cuya primera des-
carga echaron a pique unas barcas, e hicieron pedazos otras. La
mayor parte de los mexicanos perecieron muchos fueron hechos
;

prisioneros, y entre ellos algunos nobles, de quienes se sirvió


Cortés para proponer un convenio con la corte de México.

MENSAJE INFRUCTUOSO AL REY DE MÉXICO

Mandó, pues, decir por medio de aquellos personajes,


al rey,
que considerase cuánto se iba disminuyendo la población de su
reino, al mismo tiempo que se aumentaban las fuerzas españolas
que al fin debían ceder al mayor número; que aunque el ejército
sitiador no entrase en la ciudad a cometer hostilidades, bastaba
impedir la entrada a toda especie de socorro, para que el ham-
bre hiciese lo que no habían hecho las armas; que aun estaba a
tiempo de evitar los desastres que lo amenazaban; que si admi-
tía las condiciones pacíficas que le ofrecía, cesarían inmediata-
mente todas las operaciones del asedio, quedando el rey en tran-
quila posesión del poder y de la autoridad de que hasta entonces
había gozado, y sus subditos libres y dueños absolutos de sus
bienes; que lo que sólo se exigía de su majestad y de sus pueblos,
era que tributasen el homenaje debido al rey de España co-
mo supremo señor de aquel imperio, cuyos derechos habían sido
ya reconocidos por los mismos mexicanos y se fundaban en la
antigua tradición de sus mayores que si por el contrario se obs-
;

tinaba en la guerra, se vería privado de su corona, la mayor par-


te de sus subditos perderían la vida y aquella grande y hermosa
ciudad quedaría reducida a cenizas y escombros. El rey con-
sultó con sus ministros, con los generales de sus ejércitos y con
los jefes de la religión; les expuso las proposiciones que el caudi-
llo español le hacía, la escasez de víveres, la aflicción del pueblo y
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 189

los males aún mayores que los amenazaban, y les mandó que
dijesen libremente su parecer. Algunos, previendo el éxito de
la guerra, se inclinaban a la paz; otros, movidos por odio a los
españoles y por el estímulo del honor, insistían en la continua-
ción de la guerra. Los sacerdotes, cuya autoridad era de tanto
peso en aquel asunto, como en todos los graves, se opusieron
fuertemente a la paz, alegando los supuestos oráculos de sus dio-
ses, cuya cólera debía temerse, si cedían los mexicanos a las pre-
tensiones de aquellos crueles enemigos de su culto, y cuya protec-
ción debía ser implorada con oraciones y sacrificios. Prevaleció
este dictamen por el temor supersticioso que se había apoderado
de aquellos espíritus, y en su virtud se respondió al general es-
pañol que continuase la guerra, pues ellos estaban resueltos a
defenderse hasta el último aliento. Si los hubiesen inducido a es-
ta resolución, no ya el miedo de sus falsas divinidades, sino el
honor, el amor de la patria y el deseo de vivir libres, no hubiera
sido tan culpable su tezón pues aunque su ruina parecía inevita-
;

ble, continuando la guerra, no podían tener esperanza de que la


paz mejorase su condición. Por otra parte, la experiencia de los
sucesos pasados no les permitía fiarse de las promesas de aque-
llos extranjeros; así que, debía parecerles más conforme a las
ideas de honor la resolución de morir con las armas en la mano,
en defensa de la patria y de la independencia, que abandonar la
misma patria a unos invasores codiciosos, y quedar reducidos
por su humillación a una triste y miserable esclavitud.

EXPEDICIONES CONTRA LOS MALINALQUESES Y LOS MATLAZINCAS

Dos días después de la derrota de los españoles, llegaron al


campo de Cortés algunos mensajeros enviados por la ciudad de
Cuauhnahuac, a quejarse de los grandes males que les hacían
los malinalqueses sus vecinos, los cuales, según parecía, querían
confederarse con los cohuixcas, nación muy numerosa, para des-
truir a Cuauhnahuac, porque se había aliado con los españo-
les, y pasar después los montes, dirigiéndose con un gran ejército

al campamento de Cortés. Este general, aunque se hallaba más


bien en estado de pedir socorro que de darlo, por la reputación
de las armas españolas, y para evitar el golpe que lo amenaza-
ba, envió al capitán Andrés de Tapia con los mismos mensaje-
ros y con doscientos peones españoles, diez caballos y un buen
;

190 FRANCISCO J. CLAVIJERO

número de aliados, encargándole que se uniese con las tropas


cuauhnahuaqueses, e hiciese cuanto pudiese convenir al servicio
de su rey y a la seguridad de sus compatriotas. Tapia ejecutó
cuanto se le había mandado, y en un pueblecillo, situado entre
Cuauhnahuac y Malinalco, tuvo una gran batalla con los enemi-
gos, los destruyó y los persiguió hasta la falda del alto monte en
que esta segunda ciudad estaba situada. No pudo atacarla, co-
mo hubiera querido, por ser el monte inaccesible a la caballería
pero asoló la campiña, y siendo ya cumplido el término de diez
días que el general le había señalado, volvió a reunirse con el
grueso del ejército. .

Dos días después llegaron los mensajeros de los otomíes del


valle de Tolocan, pidiendo ayuda contra los matlazincas, nación
guerrera y poderosa del mismo valle, los cuales les hacían gue-
rra, quemándoles sus pueblos y cogiéndoles muchos prisioneros;
y además, se habían puesto de acuerdo con los mexicanos para
atacar con todas sus fuerzas al ejército de Cortés, por parte de
tierra, mientras ellos hacían una salida general. En efecto, en
las diferentes entradas de los españoles en México, los habitan-
tes los habían amenazado con el poder de los matlazincas; por
lo que Cortés, oído el mensaje de los otomíes, conoció el gra-
ve riesgo que corría, si daba tiempo a que los enemigos ejecu-
tasen su designio. No quiso confiar aquella importante empresa
sino al ilustre y nunca vencido Sandoval. Este hombre infatiga-
ble, aunque había recibido una herida el día de la derrota de Cor-
tés, en los siguientes había estado ejerciendo las funciones de ge-
neral, recorriendo incesantemente los tres campamentos, y dando
las órdenes más oportunas para su seguridad. Pasados apenas
catorce días después de aquel desastre, marchó al valle de To-
locan, con diez y ocho caballos, cien peones españoles y sesenta
mil aliados. En el camino vieron indicios de los estragos hechos
por los matlazincas, y cuando entraron en el valle, hallaron un
pueblo recién destruido y descubrieron las tropas enemigas, que
marchaban cargadas de despojos, los cuales abandonaron al di-
visar a los españoles, queriendo pelear sin aquel embarazo. Pa-
saron un río que atraviesa el valle y permanecieron en la orilla,
aguardando de pie firme a los españoles. Sandoval lo vadeó intré-
pidamente con su ejército, atacó a los contrarios, los obligó a po-
nerse en fuga y los siguió por espacio de nueve millas, hasta una
ciudad, donde se refugiaron los matlazincas, dejando muertos
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 191

más de mil de los suyos en el campo. Sitió Sandoval el pue-


blo y forzó a los enemigos a dejarlo y a guarecerse en una for-
taleza, construida en la cima de una escabrosa elevación. Entró
el ejército victorioso en la ciudad, y después de haberla saqueado,
pegó fuego a los edificios. Era tarde, y la tropa estaba fatiga-
dísima, por lo que Sandoval resolvió dejarla descansar allí aque-
lla noche, reservando para el día siguiente el asalto de la forta-
leza; mas cuando quiso emprenderlo, la halló abandonada. En
su regreso, pasó por algunos pueblos que se habían declarado
enemigos mas no necesitó emplear las armas contra ellos, por-
;

que amedrentados a la vista de tan formidable ejército, aumen-


tado con numerosos refuerzos de otomíes, se rindieron espontá-
neamente al jefe español. Este los acogió con suma benignidad y
exigió de ellos que indujesen a los matlazincas a ser amigos de
los españoles, representándoles las ventajas que de ellos podían
aguardar y los males que podría acarrearles su enemistad. Estas
expediciones fueron de grandísima importancia; pues cuatro
días después de la vuelta de Sandoval, llegaron al campamen-
to de Cortés muchos señores matlazincas, malinalqueses y co-
huixcas, (1) a excusarse por las hostilidades cometidas y a esta-
blecer una confederación, que fue tan útil a los españoles, como
perjudicial a los mexicanos.
Ya no tenían los españoles enemigos que temer por la parte
de tierra firme, y Cortés se hallaba con tan excesivo número de
tropas, que hubiera podido emplear en el asedio de México más
gente que la que Jerges envió contra Grecia, si por causa de la
situación de aquella capital, no hubiese servido de embarazo
más bien que de provecho tan gran muchedumbre de sitiadores.
Los mexicanos, por el contrario, se hallaban abandonados por sus
confederados y por sus subditos, rodeados de enemigos y afligidos
por el hambre. Tenía aquella desventurada corte contra sí, los
españoles y el reino de Acolhuacan; las repúblicas de Tlaxcala,
de Huexotzingo y de Cholula casi todas las ciudades del valle de
;

México; las numerosas naciones de totonacas, mixtecas, oto-


míes, tlahuicas, cohuixcas, matlazincas y otras, de modo que,

(1) Cortés escribe Cuisco, en vez de Cohuixco. El autor de las notas


a las Cartas de aquel conquistador pensó que hablaba de Huisuco, porque
no sabía que había una gran provincia llamada Cohuixco. Huisuco, en mexi-
cano Huitzoco, era y es un lugar obscuro y no una gran provincia, como
Cortés dice que era Cuisco.
192 FRANCISCO J. CLAVIJERO

además de enemigos extranjeros, más de la mitad del im-


los
perio conspiraba contra su ruina, y la otra mitad la miraba con
indiferencia.

HECHO MEMORABLE DEL GENERAL CHICHIMECATL


Mientras Sandoval empleaba su acero y su pericia militar
contra los matlazincas, el tlaxcalteca Chichimecatl dio una nue-
va prueba de su arrojo. Este famoso general, viendo que después
de la derrota los españoles se mantenían en la defensiva, de-
terminó hacer una entrada en México, sólo con sus tlaxcaltecas.
Salió, pues, del campamento de Alvarado, donde había perma-
necido desde el principio del asedio, acompañando a los españo-
les en todos los combates y ostentando en todas ocasiones su
intrepidez. Pasó en aquella expedición muchos fosos, y dejan-
do en el más importante y arriesgado una guarnición de cua-
trocientos flecheros, para que le asegurasen la retirada, entró
con el grueso de las tropas en la capital, donde tuvo un terrible
encuentro con los mexicanos, en que fueron muertos y heridos
muchos, de una y otra parte. Lisonjeábanse los enemigos con la
esperanza de dar un golpe terrible a los tlaxcaltecas en el paso
del foso; por lo que, les siguieron el alcance cuando vieron que
se retiraban; pero con el auxilio de los flecheros pudo Chichi-
mecatl burlarse de sus esfuerzos y volver lleno de gloria a su
campo. (1)
Los mexicanos, para vengarse del arrojo de los tlaxcaltecas,
atacaron una noche el campo de Alvarado pero habiéndolos oído
;

oportunamente las centinelas, corrieron a las armas españoles


y aliados. Duró el combate tres horas, durante las cuales, oyen-
do Cortés el cañoneo desde su campo y sospechando lo que sería,
creyó que aquella era una excelente ocasión de entrar en la

(1) Bernal Díaz dice que después de la derrota de Cortés en México,


los españoles se vieron abandonados por sus aliados y que éstos, por miedo
de las amenazas que los sitiados les hacían en nombre de los dioses, se
retiraron todos a sus casas; que en el campo de Cortés sólo quedó el prín-
cipe D. Carlos con 40 tezcocanqs; en el de Sandoval, un señor de Huexotzin-
go con 50 hombres, y en el de Alvarado el general Chichimecatl con 80
tlaxcaltecas. Mas esto no pudo ser, pues dos días después de la retirada
salió el capitán Tapia a combatir a los malinalqueses y llevó consigo mu-
chos aliados, como lo refiere el mismo Bernal Díaz. Doce días después que
Tapia, partió del mismo campo Sandoval con 60,000 aliados, según Cortés,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 193

ciudad con su gente, que ya estaba curada de sus heridas. Los


mexicanos que habían ido a Tlacopan, no habiendo podido su-
perar la resistencia de los españoles, volvieron al pueblo, donde
hallaron el ejército de Cortés. Ambas huestes pelearon con valor,
pero sin ventajas notables de una ni otra parte.
En este mismo tiempo, y cuando más necesidad había de ar-
mas y municiones, llegó un buque con socorros a Veracruz, y con
ellos pudieron los españoles continuar las operaciones del sitio.
El príncipe D. Carlos Ixtlilxochitl había aconsejado al general
español que no se empeñase en nuevos ataques, que debían ser
funestos a su ejército, haciéndole ver que sin exponerse a nue-
vas pérdidas y sin arruinar los edificios de aquella hermosa ciu-
dad, podría apoderarse de ella sólo con impedir la entrada de
víveres, pues cuanto mayor fuese el número de los sitiados, tanto
más pronto consumirían las pocas provisiones que les quedaban.
Este sabio consejo, que no debía esperarse de un príncipe tan
joven y que sólo deseaba ocasiones de señalar su intrepidez, fue
tan del gusto del caudillo español, que sin poder contenerse, co-
rrió a darle un abrazo, significándole con las más vivas expre-
siones su gratitud. Observó, en efecto, aquel plan algunos días;
mas después, cansado de la inacción, volvió a las antiguas hos-
tilidades, aunque no sin ofrecer antes la paz a los mexicanos,
exponiéndoles las razones con que antes había procurado con-
vencerlos. Los mexicanos respondieron que no dejarían jamás
las armas, ínterin los españoles permaneciesen en aquel país.

ESTRAGOS DE MÉXICO Y VALOR DE ALGUNAS MUJERES

Informado de esta resolución, viendo que llevaba ya cuaren-


ta y cinco días de asedio y que cuanto más convidaba con la paz a
los sitiados, tanto más se obstinaban en la guerra, determinó
Cortés no dar un paso en la ciudad sin destruir todos los edificios

y mientras Sandoval hacía la guerra a los matlazincas, esto es, diez y


seis o diez y ocho días después de la derrota, hizo su famosa entrada
Chichimecatl, y no pudo verificarla sin muchos millares de tlaxcaltecas.
Lo cierto es que no se fueron todos los aliados, y que si se fueron algunos,
pronto volvieron, pues de allí a pocos días había en los tres campamentos,
y especialmente en el de Cortés, mayor número de ellos que antes de su
última y desastrosa expedición. Cortés no habla de aquella deserción y no es
probable que la echase en olvido en la relación que hace al rey, de sus
desventuras.

II —7
194 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de una y otra parte de la calle, tanto por evitar el daño que reci-
bían sus tropas de las azoteas, como para obligar a los enemigos,
con tan rigorosas hostilidades, a ceder a sus proposiciones. Pidió
para esto, y obtuvo de los aliados algunos millares de gastadores,
provistos de las armas necesarias para echar abajo las casas y
rellenar los fosos. Hizo en los días siguientes nuevas entradas en
el pueblo, con sus españoles, con los bergantines y con más de
cincuenta mil aliados, arruinando los edificios, llenando los fosos
y disminuyendo el número de los contrarios, aunque no sin gra-
ve riesgo de su persona y de su gente pues hubiera caído él mis-
;

mo prisionero, a no haber llegado oportunamente a socorrerlo


sus soldados, y el grueso de sus tropas tuvo que huir varias ve-
ces, para substraerse al furor de los mexicanos. Perecieron en
aquellas jornadas algunos españoles y aliados, y dos bergantines
estuvieron ya casi vencidos por una escuadra de canoas; mas
otro bergantín los sacó de aquel apuro.
Hiciéronse célebres en estas entradas algunas mujeres es-
pañolas que acompañaron voluntariamente a sus maridos a la
guerra, y que con los continuos males que sufrían, y con los ejem-
plos de valor que tenían siempre a la vista, habían llegado a
ser buenos soldados. Hacían la guardia, marchaban con sus ma-
ridos armadas de corazas de algodón, espada y rodela, y se
arrojaban intrépidamente a los enemigos, aumentando, no obs-
tante su sexo, el número de los sitiadores. (1)
El 24 de julio se hizo otra entrada en la ciudad, con un núme-
mero de tropas superior al de las últimas. (2) Los españoles,
combatiendo vigorosamente, se apoderaron del camino por el
cual se unía el grande de Itztapalapan con el de Tlacopan opera- ;

ción que Cortés deseaba con ansia, para tener libres sus comuni-
caciones con el campamento de Alvarado. Tomaron y llenaron
varios fosos; quemaron y arruinaron muchos edificios, y entre
otros uno de los palacios del rey Cuauhtemotzin, que era vastísi-
mo, sólido y bien fortificado. De las cuatro partes de la ciudad,

(1) Estas mujeres se llamaban María de Estrada, de cuyo valor he


hablado antes; Beatriz Bermúdez de Velasco, Juana Martín, Isabel Rodrí-
guez y Beatriz Palacios.

(2) Dice Cortés que cuando vieron los aliados la fortuna de las armas
españolas, acudieron en tan gran número a servir en el asedio, que era im-
posible contarlos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 195

tres quedaron aquel día en poder de los españoles, y los sitiados


se aislaron en Tlatelolco, que por tener allí más agua el lago, era
la más fuerte y segura.

Por una señora mexicana que fue hecha prisionera en el úl-


timo asalto, supo Cortés el miserable estado de la ciudad, por la
penuria de víveres y la discordia que reinaba entre los habitan-
tes, pues el rey, sus parientes y una parte de la nobleza, estaban
decididos a morir antes que ceder, pero el pueblo estaba des-
animado y cansado del asedio. Confirmaron estas noticias algu-
nos fugitivos que, estrechados por el hambre, vinieron al cam-
pamento de Cortés. Ellos lo decidieron a no dejar pasar un día
sin hacer una entrada, hasta reducir la ciudad o destruirla.

Volvió en efecto el 25 con su ejército y se apoderó de una


larga calle, en que había un foso tan ancho, que para llenarlo fue
necesario pasar todo el día. Entretanto, las tropas demolían to-
das las casas de una y otra acera, a pesar de la resistencia de los
mexicanos. Estos, viendo a los aliados tan afanados en aquella
destrucción, les gritaban: "Arruinad esas casas, traidores, que
pronto tendréis el trabajo de reedificarlas." A lo que los aliados
respondían: "Así lo haremos, si salís vencedores; pero más pro-
bable es que vosotros las alcéis de nuevo, para que se alojen en
ellas vuestros enemigos." No pudiendo los mexicanos reparar
tanto daño, hicieron en las calles unas pequeñas fortificaciones
de madera, para reemplazar las azoteas, y llenaron la plaza de
guijarros para estorbar el juego de la caballería; pero los aliados
sacaron gran partido de esta estratagema, pues se sirvieron de
los guijarros para llenar con ellos los fosos.

En entrada del 26 se ganaron dos de éstos, recién hechos


la
por los mexicanos, y de considerable anchura. Alvarado, por su
parte, se adelantaba cada vez más en la ciudad, y tantos progre-
sos hizo, que llegó a ganar dos torres próximas al palacio en que
residía el rey Cuauhtemotzin pero no pudo avanzar, como desea-
;

ba, por la suma dificultad que halló en los fosos y por la tenaz
resistencia de los enemigos, los cuales lo obligaron a retroceder y
lo atacaron furiosamente por retaguardia. Cortés, habiendo ob-
servado una humareda extraordinaria que se alzaba de aquella
torre, y sospechando lo que en efecto sucedía, entró como solía
en la ciudad y empleó todo el día en reparar los pasos difíciles.
Sólo le faltaban un canal y una trinchera para entrar en la plaza
del mercado. Resolvió hacerse dueño de aquellos puntos y lo
196 FRANCISCO J. CLAVIJERO

consiguió: entonces fue cuando por primera vez, después de em-


pezado reunieron sus tropas a las de Alvarado, con
el asedio, se
indecible júbilo de unos y otros. Entró Cortés con alguna ca-
ballería en aquella gran plaza y vio en ella innumerable gente alo-
jada en los pórticos, por no haber quedado casa en pie en todo
el barrio. Subió al templo, desde el cual observó la ciudad, y vio
que sólo le quedaba por tomar una octava parte de ella. Man-
dó pegar fuego a las altas y hermosas torres de aquel edificio, en
el cual, así como en el Templo Mayor de Tenochtitlan, se adora-
ba el ídolo del dios de la guerra. La plebe mexicana, viendo aquel
gran incendio, que parecía subir hasta las nubes, prorrumpió
en las más amargas demostraciones de dolor. Movido a piedad,
al ver el triste estado a que se hallaban reducidos tantos mise-
rables, mandó suspender por todo el día las hostilidades y envió
nuevas proposiciones a los sitiados; mas ellos respondieron que
ínterin quedase un mexicano con vida, defenderían la patria has-
ta morir.

ESTADO DEPLORABLE DE LOS MEXICANOS

Pasados cuatro días sin combates, entró de nuevo Cortés en


México y encontró una gran multitud de hombres, mujeres y ni-
ños, débiles, macilentos y casi moribundos de hambre, la cual
había llegado a tal punto, que muchos vivían de hierbas, de raíces,
de insectos y aun de las cortezas de los árboles. Compadecido a
vista de tantas desventuras, mandó a sus tropas que no hiciesen
daño a nadie pasó a la plaza del mercado y vio los pórticos lle-
:

nos de gente desarmada, indicio seguro del desaliento del pueblo,


y del disgusto con que sufría la obstinación del rey y de la noble-
za. La mayor parte de aquel día se empleó en negociaciones de
paz pero viendo Cortés que nada conseguía, dio orden al capitán
;

Alvarado que entrase de mano armada por una gran calle en que
había más de mil casas, y él con todo su ejército, renovó los
ataques por otro punto. Fue tan grande el destrozo que hicie-
ron aquel día en los sitiados, que entre muertos y prisioneros se
contaron más de doce mil. Los aliados se cebaban de tal modo en
aquellas infelices víctimas, que no perdonaban edad ni sexo, no
bastando a refrenar su crueldad las órdenes severas del general
español.
Al día siguiente volvió éste a después de haber
la ciudad,
prohibido toda especie de hostilidad, tanto por la compasión que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 197

le inspiraba la vista de aquellas miserias, como por la esperanza


que tenía de que cediese al fin la resistencia. Los mexicanos,
viendo venir tan gran número de tropas, y entre ellas a los sub-
ditos que antes los servían, y que ya los amenazaban con la muer-
te; hallándose reducidos a tan penosa situación y teniendo a la
vista tantos y tan deplorables objetos, pues no podían poner
el pie en tierra sin pisar los cadáveres de sus conciudadanos, des-
fogaron su rabia en horrendos clamores y pedían la muerte co-
mo el único término que podían tener sus males. Rogaron a
Cortés algunos de la plebe que se abocase con los nobles que
defendían una trinchera para tratar de convenio. Eran justa-
mente de aquellos que ya no podían sobrellevar los males del si-
tio. Cortés quiso hablarles, aunque sin esperanza de conseguir lo
que deseaba. Cuando lo vieron venir los nobles, le dijeron deses-
peranzados: "Si eres hijo del sol, como algunos creen, ¿por qué
siendo tu padre tan veloz, que en el breve espacio de un día ter-
mina su carrera, tardas tanto en poner fin a nuestros males
con la muerte ? Queremos morir para ir al cielo, donde nos aguar-
da nuestro dios Huitzilopochtli, para darnos el reposo de nues-
tras fatigas y el premio de nuestros afanes." Cortés les propuso
varias razones, para reducirlos a la paz; mas habiendo ellos
respondido que ni tenían autoridad para aceptarla, ni esperan-
za de convencer al rey, envió a éste con el mismo fin un ilustre
personaje, que tres días antes había sido hecho prisionero, y
era tío del rey de Tezcoco. Aunque estaba herido, pasó inme-
diatamente a Tlatelolco a comunicar su mensaje; pero no se
vio otro resultado que el continuo clamor con que el pueblo pe-
día la muerte. (1) Algunas tropas mexicanas embestían deses-
peradas a los españoles pero estaban tan debilitadas por el ham-
;

bre, que era poco el daño que hacían y demasiado el que recibían
de sus enemigos.
Volvió Cortés al día siguiente a la ciudad, esperando a cada
momento que se rindiesen los mexicanos, y sin permitir que se
les hiciese la menor ofensa, se dirigió a ciertos personajes que
guardaban una trinchera, y a quienes conocía desde su primera
venida a México. Preguntóles por qué se empeñaban tan obsti-

(1) Se dijo, según escribe Cortés, que cuando aquel personaje se pre-
sentó a Cuauhtemotzin, para hablarle de paz, fue sacrificado por su orden;
mas no teniendo este hecho más fundamento que un rumor vano, no me
parece digno de crédito.
198 FRANCISCO J. CLAVIJERO

nadamente en defenderse, no siéndoles ya posible resistir, y ha-


llándose en tal estado, que con un solo golpe podría exterminar-
los a todos. Ellos respondieron que veían ser inevitable su ruina,
y que hubieran deseado evitarla; pero no podían, pues sólo les
tocaba obedecer. Sin embargo, ofrecieron suplicar al rey que
aceptase la paz que se le proponía, En efecto, fueron a palacio y
de allí a poco volvieron con la respuesta de que por ser ya tarde
no podía venir el rey pero que al día siguiente hablaría con Cor-
;

tés en aquel mismo sitio. Este era el centro de un gran terraplén


cuadrado, en que los mexicanos hacían sus representaciones tea-
trales, como en otra parte he dicho. Mandó Cortés adornar aquel
teatro con tapetes y poner bancos, para celebrar la deseada con-
ferencia, disponiendo al mismo tiempo una buena comida para el
rey y para los nobles que debían acompañarlo. Llegado el día,
envió a decir al rey que lo estaba aguardando mas Cuauhtemo-
;

tzin respondió por medio de cinco personajes de su corte, que no


podía asistir a la entrevista, por hallarse indispuesto y porque
no se fiaba de los españoles. Cortés los acogió con extraordina-
rias muestras de amabilidad, comió con ellos y los volvió a en-
viar al rey para suplicarle en su nombre que viniese sin recelo,
pues él empeñaba su palabra de que la real persona sería tratada
con el respeto debido que su presencia era absolutamente nece-
:

saria, y que sin ella nada se podía concluir, y acompañó el mensa-


je con un regalo de víveres, que era lo más precioso que podía
enviarle. Los nobles, después de haber hablado largamente de las
grandes necesidades que padecían, marcharon a desempeñar su
encargo, y de allí a dos horas volvieron con la misma respuesta
que antes y con otro regalo de trajes finísimos, que el rey envia-
ba a Cortés. Tres días se emplearon en estas negociaciones, sin
sacar de ellas ningún fruto.

TERRILLE CONFLICTO Y HORRENDOS ESTRAGOS DE LOS MEXICANOS

Cortés había dado orden a los aliados de permanecer fuera


de la ciudad, por haberle rogado los mexicanos que no les permi-
tiese entrar en ella, durante la conferencia con el monarca; pero
viendo ya perdida tocia esperanza de negociación, llamó todas
las tropas de su campo, en que había ciento cincuenta mil hom-
bres, y las del campo de Alvarado, y con todas estas fuerzas jun-
tas atacó unos fosos y trincheras, que eran las mayores fortifi-
caciones que habían quedado a los mexicanos, mientras Sandoval
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 199

con su ejército atacaba la ciudad por la parte del norte. Aquel día
fue el más infausto para aquella desventurada población, y en el
que más copiosamente se derramó la sangre mexicana, no tenien-
do ya aquellos infelices ni armas para rechazar la muchedumbre
y el furor de sus enemigos, ni fuerzas para defenderse, ni tierra
para combatir. Las calles de la ciudad estaban cubiertas de ca-
dáveres, y el agua de los fosos y canales teñida de sangre. No se
veía más que ruina y desolación y sólo se oían llantos, gritos de
desesperación y lamentos. Los aliados se encarnizaron de tal
modo contra aquella gente miserable, que los españoles se fati-
garon más en refrenar su crueldad, que en combatir con sus ene-
migos. El estrago que se hizo aquel día en los mexicanos fue
tan grande, que según Cortés, pasó de cuarenta mil personas,
entre muertos y prisioneros.

ULTIMO ATAQUE Y TOMA DE LA CIUDAD

La intolerable fetidez de tantos cadáveres insepultos obligó


entonces a los sitiadores a retirarse de la ciudad pero al día
;

siguiente, 13 de agosto, volvieron a ella para dar el último asal-


to a la parte de Tlatelolco, que aun conservaban los mexicanos.
Llevó Cortés consigo tres cañones y todas sus tropas. Señaló a
cada capitán su puesto y les mandó que empleasen todos sus
esfuerzos en obligar a los sitiados a echarse al agua hacia el pun-
to a que debía acudir Sandoval con todos los bergantines, que era
una especie de puerto, circundado por todas partes de casas, y al
cual aportaban por lo común las barcas de los traficantes que
asistían al mercado de Tlatelolco. Encargóles, sobre todo, que pro-
curasen apoderarse del rey Cuauhtemotzin, pues esto sólo bas-
taba para hacerse dueños de la ciudad y poner término a la
guerra; mas antes de emprender aquel golpe decisivo, hizo nue-
vas tentativas de negociación. Indújolo a esto, no sólo la compa-
sión de tantas miserias, sino también el deseo de apoderarse de
los tesoros del rey y de la nobleza pues tomando por asalto aque-
;

lla última parte de la ciudad, los mexicanos, privados de toda

esperanza de conservar sus bienes, podrían echarlos al lago para


que no cayesen en manos de sus enemigos, o en caso de no hacer-
lo así, los aliados, que eran innumerables y más prácticos en el
conocimiento de las casas y de los usos del país, se aprovecharían
de la confusión del asalto y poco o nada dejarían a los españo-
les. Volvió, pues, a hablar desde un sitio eminente a unos mexi-
200 FRANCISCO J. CLAVIJERO

canos de distinción, que le eran conocidos, representándoles el


extremo peligro en que se hallaban y rogándoles hiciesen nuevas
instancias al rey para que se prestase a la conferencia tantas ve-
ces propuesta, y de la cual sólo podría resultar su bien y el de to-
dos sus subditos pues si persistía en su designio de defenderse,
;

él estaba resuelto a no dejar aquel día un solo mexicano vivo. Dos


de aquellos nobles partieron a desempeñar su encargo, y a poco
rato volvieron, acompañando al Cihuacoatl o supremo magis-
trado de la corte. El general español lo recibió con extraordina-
rias demostraciones de honor y amistad; mas él, con aire majes-
tuoso, en que parecía querer manifestar cuan superior era a
todas las calamidades humanas, "ahorraos, le dijo, el trabajo de
solicitar una entrevista con mi rey y señor Cuauhtemotzin, el
cual está resuelto a morir, antes que ponerse en vuestra presen-
cia. No puedo explicaros cuan dolorosa me es esta resolución pe- ;

ro no hay remedio. Adoptad las medidas que más os convengan


y poned en ejecución vuestros designios." Cortés le respondió
que fuese a preparar los ánimos de sus compatriotas a la muer-
te que muy en breve debían sufrir. Entretanto, habían venido a
rendirse a Cortés numerosos tropeles de mujeres y niños, que
procuraban a porfía salvarse de tan extremo peligro, muchos de
los cuales, por estar tan débiles, se ahogaban al pasar los fosos.
Cortés mandó que no se hiciese mal a los que se entregasen y no
;

satisfecho con dar la orden, distribuyó varios puestos de españo-


les para que con su autoridad refrenasen la inhumana furia de los
aliados; mas a pesar de estas precauciones, murieron a manos
de aquellas tropas, crueles y sangrientas, más de quince mil
personas, entre hombres, niños y mujeres.
Los nobles y los militares, que habían abrazado el partido de
defenderse hasta el último aliento, ocuparon las azoteas de las
casas y algunas calzadas. Cortés, viendo que era tarde y que no
cedían, empleó contra ellos los cañones, y no bastando ésto, hi-
zo con un tiro de arcabuz la señal del asalto. En un momento
subieron los sitiadores y de tal modo estrecharon a los débiles
y afligidos ciudadanos, que no quedando en la ciudad un solo pun-
to en que pudieran guarecerse de tan innumerable muchedum-
bre, muchos se arrojaron al agua y otros se entregaban a los
vencedores. La gente principal había preparado barcas para huir
en aquel último trance Cortés, que había previsto este designio,
:

dio orden a Sandoval de apoderarse con los bergantines del


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 201

puerto de Tlatelolco y evitar la salida de todas las barcas que


la intentasen. A pesar de la diligencia de Sandoval, muchas
escaparon y entre ellas la que llevaba las personas reales. Sabi-
da esta novedad por aquel hábil caudillo, mandó a García de
Holguín, capitán del bergantín más veloz, que les diese caza; y
así lo hizo, con tanta oportunidad, que en breve las alcanzó,
y cuando los españoles se disponían a hacer fuego contra los fu-
gitivos, éstos alzaron los remos y echaron las armas en señal de
rendirse. En la mayor de las piraguas estaban el rey de México,
Cuauhtemotzin la reina Tecuichpotzin, su esposa el rey de Acol-
; ;

huacan, Coanacotzin el de Tlacopan, Tetlepanquetzaltzin, y otros


;

personajes. Abordó el bergantín, y el rey de México, adelantán-


dose hacia los españoles, dijo al capitán: "Soy vuestro prisionero
y no os pido otra gracia, sino la de que tratéis a la reina, mi
esposa, y a sus damas con el respeto que se debe a su sexo y a
su condición ;" y presentando la mano a la reina, pasó con ella al
bergantín. Observando después que Holguín miraba con inquie-
tud las otras barcas, le dijo que se tranquilizase, pues todos los
mexicanos, al saber que su rey estaba prisionero, vendrían gus-
tosos a morir a su lado.
Condujo Holguín aquellos ilustres prisioneros a Cortés, que
se hallaba a la sazón en la azotea de una casa de Tlatelolco. Cor-
tés los recibió con tanto decoro como humanidad, y les hizo to-
mar asiento. Cuauhtemotzin le dijo con dignidad: "Valiente ge-
neral, he hecho en mi defensa y en la de mis subditos, cuanto
exigían de mí el honor de mi corona y el amor de mis pueblos;
pero los dioses han sido contrarios a mi resolución, y ahora me
veo sin corona y sin libertad. Soy vuestro prisionero: disponed
como gustéis de mi persona ;" y poniendo la mano en un puñal que
Cortés llevaba en la cintura, "quitadme, añadió, la vida con este
puñal, ya que no he sabido perderla en defensa de mi reino."
Cortés procuró consolarlo, asegurándole que no lo consideraba
como prisionero suyo, sino del mayor monarca de Europa, en
cuya clemencia debía confiar; que no sólo le restituiría la li-
bertad que desgraciadamente había perdido, sino también el tro-
no de sus ilustres abuelos, que tan dignamente había defendido y
ocupado. ¿Pero qué consuelo podían proporcionarle estas protes-
tas, ni qué fe podía dar a las palabras de Cortés el que había
sido siempre su enemigo, habiendo visto que no bastó a Moteuczo-
ma haberse declarado su amigo y protector para preservar la li-
202 FRANCISCO J. CLAVIJERO

bertad y la corona ? Pidió al general español que no se hiciese más


daño a sus subditos, y éste le rogó diese las órdenes necesarias
para que todos se rindiesen. Uno y otro fueron prontamente obe-
decidos. También se dispuso que todos los mexicanos saliesen
de la ciudad sin armas y sin carga; y según afirma un testigo
ocular y sincerísirno, (1) durante tres días y tres noches se vie-
ron las calles llenas de hombres, mujeres y niños, débiles, sucios
y macilentos, que se restituían a sus pueblos. La fetidez que
exhalaban tantos cadáveres era tan intolerable, que causó algu-
na indisposición al general de los conquistadores. Las casas, las
calles y los canales, estaban cubiertos de aquellos objetos espan-
tosos: (2) el pisode la ciudad se halló en algunas partes exca-
vado, por los infelices que buscaban raíces para alimentarse
con ellas, y muchos árboles estaban sin corteza, que había ser-
vido para lo mismo. Cortés mandó sepultar los cadáveres, y
quemar una inmensa cantidad de leña, tanto para purificar el
aire, como para celebrar su victoria.
Esparcida por todo aquel país la noticia de la toma de la ca-
pital, prestaron obediencia a Cortés las provincias del imperio,
aunque no faltaron algunas que por espacio de dos años hicieron
guerra a los españoles. Los aliados volvieron a sus casas, satis-
fechos con la parte que les había tocado y con haber destruido
una corte, cuyo dominio no podían sufrir, y cuyas armas los te-
nían en perpetua inquietud. No sabían que ellos mismos forjaban
las cadenas que debían aprisionarlos, ni conocían que, arruinado
aquel imperio, sólo debían aguardar las otras naciones esclavitud
y envilecimiento.
El botín no fue tanto como esperaban los vencedores. Las
Topas se dividieron entre los aliados. Las piezas de oro, plata

(1) Bernal Díaz del Castillo.

(2)"Es verdad, y juro amén que toda la laguna, casas y barcas, esta-
ban tan llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué
manera lo escriba; pues en las calles y en los mismos patios de Tlatelolco
no había otras cosas, ni podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de
indios muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella

hubo tanta mortandad como ésta, yo no lo sé, etc." Bernal Díaz, cap. 156.
Estas expresiones de un testigo ocular, sincero y que nunca exagera sus
relaciones, dan alguna idea de aquel horrendo estrago. Yo sospecho que los
mexicanos dejaron sin sepultar muchos cadáveres para incomodar con su
fetor a los sitiadores; ni puedo persuadirme otra cosa, sabiendo la suma
premura de aquellas naciones en celebrar las exequias de sus difuntos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 203

y plumas, que por su singular artificio se conservaron enteras,


fueron enviadas al emperador Carlos V. Todo el resto del oro
que se mandó fundir, apenas llegó a diez y nueve mil doscientas
onzas, (1) tanto porque los mexicanos echaron una gran parte
al lago, (2) como porque los españoles y los aliados procuraron,
en el saqueo de la ciudad, indemnizarse secretamente de sus
fatigas.
Fue conquista de aquella ciudad en 13 de agosto de 1521,
la
ciento noventa y seis años después de fundada por los Aztecas,
y ciento sesenta y nueve después de erigida en monarquía, cuyo
trono ocuparon sucesivamente once soberanos. El sitio de Méxi-
co, comparable al de Jerusalén en desgracias y estragos, duró
setenta y cinco días, en cuyo tiempo murieron algunos millares
de los doscientos mil aliados que se hallaban presentes, y de no-
vecientos españoles, más de ciento. Se ignora el número de mexi-
canos muertos; pero, según los datos de Cortés, de Bernal Díaz
y de otros historiadores, pasaron de cien mil, sin contar los que
murieron de hambre o de enfermedad, ocasionada por el mal
agua que bebían, o de la infección del aire, que, según el mismo
Cortés, fueron más de cincuenta mil. El rey de México, a pesar
de las magníficas promesas del general español, fue, después de
algunos días, puesto ignominiosamente en la tortura, que sopor-
tó con invicta constancia, para obligarlo a declarar donde esta-
ban ocultas las inmensas riquezas de la corte y de los templos, (3)

(1) Cortés dice que el oro que se fundió pesaba 130,000 castellanos,
que hacen 19,000 onzas; Bernal Díaz dice que importó 380,000 pesos, que
forman mayor cantidad. Entre los despojos que se enviaron a Carlos V,
había perlas de enorme tamaño, joyas preciosísimas y alhajas maravillosas
de oro. La nave en que se enviaron cayó en manos de Juan Florín, célebre
corsario francés, y el tesoro pasó a la corte de Francia, que autorizaba
estos robos, bajo el famoso y frivolo pretexto de ser el rey Cristianísimo
hijo de Adán, como el rey Católico.

(2) Bernal Díaz dice que vio sacar del lago algunas cosas de oro, y en-
tre otras un sol semejante al que envió Moteuczoma a Cortés cuando éste se
hallaba en la costa.

(3) El tormento que se dio a Cuauhtemotzin fue el de quemarle poco


a poco los pies, después de habérselos untado con aceite. Acompañólo y
murió en el tormento uno de sus privados. Bernal Díaz dice que también
se dio la tortura al rey de Tlacopan. Cortés, a pesar suyo, abrazó aquel
indigno y bárbaro partido, por condescender con algunos españoles codi-
ciosos, que sospechaban no quisiese poner al rey en tormento por aprove-
charse él solo secretamente de todo el real tesoro.
204 FRANCISCO J. CLAVIJERO

y de allí a tres años, murió ahorcado por ciertas sospechas, jun-


tamente con los reyes de Tezcoco y de Tlacopan. (1) Los mexi-
canos, con todas las naciones que contribuyeron a su ruina,
quedaron, a pesar de las cristianas y humanísimas disposicio-
nes de los Reyes Católicos, abandonados a la miseria, a la opresión
y al desprecio, no sólo de los españoles, sino también de los
más viles esclavos africanos, y de sus infames descendientes;
castigando Dios, en la miserable posteridad de aquellos pueblos,
la injusticia, la crueldad y la superstición de sus antepasados:
¡horrible ejemplo de la justicia divina y de la instabilidad de los
reinos de la tierra!

(1) Cuauhtemotzin, rey de México; Coanacotzin, rey de Acolhuacan, y


Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan; fueron ahorcados de un árbol por
orden de Cortés, en Izacanac, ciudad principal de la provincia de Acallan,
en uno de los tres días de carnaval del año de 1525. La causa de su muerte
fue cierta conversación que tuvieron entre sí sobre sus desgracias, insi-
nuando cuan fácil les sería, si quisieran, matar a Cortés y a todos los
españoles y recobrar sus tronos y su libertad. Un traidor mexicano, para
granjearse la gracia de Cortés, le dio cuenta de todo, alterando el sentido
de las palabras y representando, como conjuración tramada, lo que no era
más que un desahogo de la justa pesadumbre de aquellos monarcas. Cortés,
que viajaba entonces hacia la provincia de Comayahua con pocos españoles
cansados, y con más de 3,000 mexicanos, creyó que no le quedaba otro
arbitrio para evitar el peligro de que se creía amenazado, que el de dar
muerte a los tres reyes. "Esta ejecución, dice Bernal Díaz, fue demasiado
injusta, y censurada por todos los que íbamos en aquella jornada.' Ocasionó
a Cortés una gran melancolía y muchos desvelos. El mismo autor añade
que el P. Juan de Varillas, religioso mercedario, los confesó y exhortó en el
patíbulo; que eran buenos cristianos y murieron bien dispuestos; pero no
hay un solo autor que haga mención de un suceso tan notable y tan glo-
rioso como el bautismo de aquellos tres reyes, llenando al mismo tiempo
tantas páginas de trivialidades y frioleras. Torquemada, que trabajó veinte
años en la historia de México y que llenó tres enormes volúmenes con por-
menores sobre el descubrimiento de las islas de Salomón, las revoluciones
de las Filipinas, las persecuciones del Japón y otras mil especies fuera de
propósito, no hace siquiera mención de la conversión de aquellos mo-
narcas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 205

DESCENDENCIA DEL REY MOTEUCZOMA

MOTEUCZOMA, IX rey de México, casado con Miahuaxochitl, su sobrina

D. Pedro Yohualicahuatzin Motezuma,


casado con D^ Catalina Cuauhxochitl, su sobrina

D. Diego Luis Ihuitemotzin Motezuma,


casado en España con D^ Francisca de la Cueva

D. Pedro Tesifón Motezuma de la Cueva, I conde de Motezuma y de Tula,

y vizconde de Iluca, casado con D^ Jerónima Porras

D. Diego Luis Motezuma y Porras, II conde D^ Teresa Francisca Motezuma y


de Motezuma, etc., casado con D^ Luisa Porras, casada con D. Diego Cis-
Jofre Loaisa y Carrillo, hija del conde neros de Guzmán.
del Arco.

D^ María Jerónima Motezuma Jofre de D ? Jerónima de Cisneros Motezu-


Loaisa, III condesa de Motezuma, etc., ma, casada con D. Félix Nieto de
casada con D. José Sarmiento de Valla- Silva, I marqués de Tenebrón.
dares; que fue virrey de México, y I du-
que de Atrisco.
D^ Teresa Nieto de Silva y Motezu-
ma, II marquesa de Tenebrón, y
VI condesa de Motezuma, etc., ca-
sada con D. Gaspar de Oca Sar-
D^ Fausta Dominga D? Melchora Sar- miento y Zúñiga.
Sarmiento y Mote- miento Motezuma.
zuma, IV condesa V condesa de Mote-
de Motezuma, zuma, murió sin su- D. Jerónimo de Oca y Motezuma,
muerta en tierna cesión en 1717; por III marqués de Tenebrón y VII
edad en México, en lo que recayeron los
conde de Motezuma, casado con
1697. estados de Motezu-
D^ María Josefa de Mendoza.
ma en D^ Teresa
Nieto, etc., hija del
I marqués de Tene-
brón. D. Joaquín de Oca Motezuma y
Mendoza, VIII conde de Motezu-
ma, etc., IV marqués de Tenebrón,
y grande de España. (Vivía cuan-
do Clavijero escribrió esta obra).

Hay en México y en España algunas ramas laterales de esta ilustre estirpe.


— — — —

206 FRANCISCO J. CLAVIJERO

DESCENDENCIA DE HERNÁN CORTES

D. FERNANDO o HERNÁN CORTES, conquistador, gober-


nador y capitán general de México, I marqués del Valle de Oaxa-
ca, casado en segundas nupcias con Doña Juana Ramírez de
Arellano y Zúñiga, hija de D. Carlos Ramírez de Arellano, II
conde de Aguilar, y de Doña Juana de Zúñiga, hija del conde de
Bañares, primogénito de D. Alvaro de Zúñiga, I duque de Béjar.
Fue su hijo (1) :—

D. Martín Cortés Ramírez de Arellano, segundo marqués


del Valle, casado con su sobrina Doña Ana Ramírez de Arella-
no. Fueron sus hijos:

ii

1. D. Fernando Cortés Ramírez de Arellano, III marqués


del Valle, casado con Doña Mencia Fernández de Cabrera y Men-
doza, hija de D. Pedro Fernández Cabrera y Bobadilla, II conde
de Chinchón, y de Doña María de Mendoza y de la Cerda, herma-
na del príncipe de Melito. Tuvo D. Fernando un hijo que murió
niño. Sucedióle su hermano:
2. D. Pedro Cortés Ramírez de Arellano, IV marqués del
Valle, casado con Doña Ana Pacheco de la Cerda, hermana del II
conde de Montalbán. Murió sin hijos, y le sucedió su hermana:
3. Doña Juana Cortés Ramírez de Arellano, V marquesa

del Valle, casada con D. Pedro Carrillo de Mendoza, IX conde de


Priego, asistente y capitán general de Sevilla, y mayordomo ma-
yor de la reina Doña Margarita de Austria. Fue su hija:

(I) Además marquesado, tuvo el Conquistador muchos


del heredero del
hijos legítimos y bastardos. Los primeros fueron: 1. Da. María Cortés, ca-
sada con D. Luis de Quiñones, V conde de Luna; 2. Da. Catalina, que murió
en Sevilla; 3. Da. Juana, mujer de D. Fernando Enríquez de Ribera, II
duque de Alcalá, etc.; 4. Da. Eleonora, casada en México con Juan Tolosa,
vizcaíno. Los bastardos fueron: 1. D. Martín Cortés, caballero de la orden
de Santiago, hijo de la famosa Doña Marina; 2. D. Luis, hijo de una señora
llamada Hermosilla, y otras tres hijas de tres indias nobles.
— ——
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 207

III

Doña Estefanía Carrillo de Mendoza y Cortés, VI marquesa


del Valle, casada con D. Diego de Aragón, IV duque de Terra-
nova, príncipe de Castel Vetrano, y del S. R. I. marqués de Avola

y de la Favara, condestable y almirante de Sicilia, comendador


de Villafranca, virrey de Cerdeña, caballero del insigne orden del
Toisón de Oro. Fue su hija única:

IV

Doña Juana de Aragón, Carrillo de Mendoza y Cortés, V


duquesa de Terranova y VII marquesa del Valle, camarera ma-
yor de la reina Doña Luisa de Orleans, y después, de la reina
Doña Mariana de Austria casada con D. Héctor Pignateli, V du-
;

que de Monteleone, príncipe de Noya, marqués de Cerchiara,


conde de Borelo, virrey de Cataluña, grande de España, etc. Fue
su hijo único:

V
D. Andrés Fabricio Pignateli de Aragón, Carrillo de Men-
doza y Cortés, VI duque de Monteleone, VI duque de Terranova,
VIII marqués del Valle, grande de España, gran camarlengo
de Ñapóles, caballero del Toisón de Oro, etc. casado con Doña
;

Teresa Pimentel y Benavides, hija de D. Antonio Alfonso Pimen-


tel de Quiñones, XI conde de Benavente, de Luda, de Mayorga,
grande de España, etc., y de Doña Isabel Francisca de Benavides,
III marquesa de Javalquinto y de Villarreal. Fue su hija:—

VI

Doña Juana Pignateli de Aragón, Pimentel, Carrillo de Men-


doza y Cortés, VII duquesa de Monteleone, VII duquesa de Te-
rranova, IX marquesa del Valle, grande de España, etc.; mujer
de D. Nicolás Pignateli, de los príncipes de Noya y Cerchiara,
príncipe del S. R. I. virrey de Cerdeña y de Sicilia, caballero del
Toisón de Oro, etc. Fue su hijo:
— —

208 FRANCISCO J. CLAVIJERO

VII
D. Diego Pignateli de Aragón, etc., VIII duque de Monteleo-
ne y de Terranova, X marqués del Valle, gran almirante y con-
destable de Sicilia, grande de España, etc. casado con Doña Mar-
;

garita Pignateli, de los duques de Bellosguardo. Fue su hijo:

VIII

D. Fabricio Pignateli de Aragón, IX duque de Monteleone


y de Terranova, XI marqués del Valle, grande de España, etc.;
casado con Doña Constanza Medici, de los príncipes de Orta ja-
no. Fue su hijo:

IX
D. Héctor Pignateli de Aragón, etc., X duque de Monteleone
y de Terranova, XII marqués del Valle de Oaxaca. Vivía cuando
Clavijero escribió su Historia, y se casó en Ñapóles con Doña
N. Piccolomini, de los duques de Amalfi.

De Doña JuanaPignateli y D. Nicolás Pignateli, núm. VI, na-


cieron cuatro hijos: Diego, Fernando, Antonio y Fabricio; y
cuatro hijas: Rosa, María Teresa, Estefanía y Catalina.
1.D. Diego fue el heredero del marquesado del Valle y de los
ducados de Terranova y Monteleone. 2. D. Fernando se casó con
Doña Lucrecia Pignateli, princesa de Strongoli, y su hijo D. Salva-
dor con Doña Julia Mastrigli, de los duques de Marigliano. 3. D.
Antonio se casó en España con la hija única del conde de Fuentes,
y fue su hijo D. Joaquín Pignateli de Aragón Moncayo, etc., conde
de Fuentes, grande de España, etc., embajador de España en las
cortes de Inglaterra y Francia, y presidente del consejo de Orde-
nes; cuyo hijo D. Luis se casó con la hija única y heredera de
Casimiro Pignateli, conde de Egmont, teniente general de los
ejércitos franceses. 4. D. Fabricio se casó con Doña Virginia
Pignateli, hermana de la princesa de Strongoli, cuyo hijo D. Mi-
guel fue marqués de Saiice y Guagnano. 5. Doña Rosa se casó
con el príncipe de Scaiea. 6. Doña María Teresa con el marqués
de Westerlo, señor bohemio. 7. Doña Estefanía con el príncipe de
Bisiñano. 8. Doña Catalina con el conde de Acerra.
DISERTACIONES
DISERTACIONES
SOBRE LA TIERRA, LOS ANIMALES Y LOS HABITANTES
DE MÉXICO;
EN QUE SE CONFIRMA EN PARTE LA HISTORIA ANTIGUA DE AQUEL PAÍS,
SE ILUSTRAN MUCHOS ARTÍCULOS DE HISTORIA NATURAL, Y SE CONFUTAN MUCHOS ERRORES
PUBLICADOS SOBRE AMERICA POR ALGUNOS CELEBRES ESCRITORES MODERNOS

AL LECTOR
Las disertaciones que ofrezco son necesarias, no
al público
solamente útiles, para ilustrar la historia antigua de México,
y para confirmar la verdad de muchas especies contenidas en ella.
La primera tiene por objeto suplir la falta de noticias sobre la
primera población del Nuevo Mundo. La segunda, aunque pare-
cerá fastidiosa, no deja de ser útil, para conocer los fundamentos
de nuestra cronología, y ayudar a los que emprendan escribir la
historia de los países de Anáhuac. Todas las otras podrán ser-
vir a disipar en los lectores incautos, los errores a que los habrán
inducido los escritores modernos, que desprovistos de conocimien-
tos sólidos, se han puesto a escribir sobre la tierra, los animales
y los hombres de América.
¡Cuántos, al leer, por ejemplo, las investigaciones de Mr. ele
Paw, no se llenarán la cabeza de ideas disparatadas y contrarias
a lo que yo digo en mi Historia! Aquel escritor es un filósofo a la
moda; hombre erudito en ciertas materias en que más le con-
vendría ser ignorante, o callar a lo menos; realza sus discursos
con bufonadas y maledicencias, ridiculizando todo lo más sagra-
do que se venera en la Iglesia de Dios, y mordiendo a cuantos
se le presentan, sin ningún respeto a la inocencia y a la verdad;
decide francamente, y en tono magistral, citando a cada paso
a los escritores americanos, y protestando que su obra es fruto
212 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de diez años de sudores. Todo esto hace muy recomendable a


un escritor, para con cierta clase de lectores, en el siglo filosó-
fico en que vivimos. Su mordacidad, el desprecio con que habla
de los más respetables padres de la Iglesia, la mofa que hace de
los sumos pontífices, de los soberanos y de las órdenes religiosas,
y la poca estima en que tiene a los libros santos, en vez de dis-
minuir su autoridad, podrá aumentarla, en esta edad en que se
han publicado más errores que en todas las precedentes, y en
que tantos literatos tienen a honra escribir con desenfreno y
mentir con descaro; en que no se aprecia al que no es filósofo,
y en que no es filósofo quien no se burla de la religión, y quien
no adopta el lenguaje de la impiedad.
El objeto de la obra de Mr. de Paw es persuadir al mundo
que en América la naturaleza ha degenerado enteramente en los
elementos, en las plantas, en los animales y en los hombres. La
tierra, cubierta de ásperos montes y peñascos, y en las llanuras,
bañada de aguas muertas y podridas, o sombreada por bosques
tan espesos que no pueden penetrar en ellos los rayos solares, es,
según aquel autor, sumamente estéril, y más abundante en plan-
tas venenosas que todo el resto del mundo; el aire mal sano, y
mucho más frío que el del otro continente; el clima contrario
a la generación de los animales. Todos los propios de aquellos paí-
ses eran más pequeños, más disformes, más débiles, más cobar-
des, más estúpidos que los del mundo antiguo, y los que se han
transportado allí de otras partes, inmediatamente han degera-
do, como ha sucedido con los vegetales trasplantados de Europa.
Los hombres apenas se diferenciaban de las bestias sino en la
figura, y aun en ésta se echaban de ver muchas trazas de dege-
neración: el color aceitunado, la cabeza dura, y con pocos grue-
sos cabellos, y todo el cuerpo privado enteramente de pelo. Son
feos, débiles, y sujetos a muchas enfermedades extravagantes,
ocasionadas por la insalubridad del clima. Pero por imperfectos
que sean sus cuerpos, aun lo son mucho más sus almas. Son tan
faltos de memoria, que no se acuerdan hoy de lo que hicieron
ayer. Noreflexionan ni coordinan sus ideas, ni son capaces de
mejorarlas, ni de pensar, porque los humores de sus cerebros
son gruesos y viscosos. Su voluntad es insensible a los estímulos
del amor y a los de las demás pasiones. Su pereza los tiene su-
mergidos en la imbecilidad de la vida salvaje. Su cobardía se hizo
ver claramente en la época de la Conquista. Sus vicios morales
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 213

corresponden a sus defectos físicos. La embriaguez, la mentira


y la sodomía eran comunes en las islas, en México, en el Perú y
en todas las regiones del nuevo continente. Vivían sin leyes,
y las pocas artes que conocían eran groserísimas. La agricultura
estaba en el mayor abandono su arquitectura era mezquinísima,
;

y más imperfectos aún sus instrumentos y utensilios. En todo el


Nuevo Mundo no había más que dos ciudades Cuzco en la Amé-
:

rica Meridional, y México en la Septentrional, y éstas no eran más


que miserables aldeas.
He aquí un ligero bosquejo del monstruoso retrato que Mr.
de Paw hace de la América. No lo copio enteramente, ni cito lo
que sobre el mismo asunto han dicho otros autores mal informa-
dos o mal prevenidos, porque me falta la paciencia para repetir
tantos despropósitos. No es mi intento escribir la apología de
América y de los americanos, porque este asunto exigiría una
obra voluminosa. Para escribir un error o una falsedad, basta
un renglón: para impugnarlo no basta un pliego, y ni aun suele
bastar un tomo. ¿Qué no se necesitaría, pues, para refutar tan-
tos centenares de falsedades y de errores? Sólo atacaré los que
se oponen a la verdad de mi Historia. He escogido la obra de
Mr. de Paw, porque en ella, como en un muladar, se han recogido
las inmundicias, esto es, los errores de los otros. Si parecen fuer-
tes mis expresiones, ha sido porque no he creído conveniente
emplear la dulzura con un hombre que se pone de hecho pensa-
do a injuriar al Nuevo Mundo, y a las personas más respetables
del Antiguo.
Pero aunque la obra de Mr. de Paw será el principal baluarte
a que dirigiré mis tiros, tendré que habérmelas con otros auto-
res, y entre ellos con el conde de Buffon. Tengo en gran estima
a este ilustre francés, y lo creo el más diligente, el más elocuen-
te, y el más exacto de todos los naturalistas de nuestro siglo :no
pienso que ningún otro le haya excedido en el arte difícil de
describir los animales pero siendo tan vasto el argumento de su
;

obra, no es extraño que a veces se engañase o pusiese en olvido


lo que había dicho antes, especialmente sobre América, donde
es tan varia la naturaleza: por lo que ni sus descuidos, ni las
razones con que los ataco, podrán de ningún modo perjudicar
a la gran reputación de que goza en el mundo literario.
En la comparación que hago entre un continente y otro,
no es mi designio elogiar la América a expensas de las otras
214 FRANCISCO J. CLAVIJERO

partes del mundo, sino indicar las consecuencias que se deducen


naturalmente de los principios establecidos por los autores que
impugno. Estos paralelos son demasiado odiosos, y el que pondera
apasionadamente su país, colocándolo sobre todos los otros, se
parece más a un muchacho que pelea, que a un literato que
disputa.
En las citas Historia de los Cuadrúpedos del conde de
de la
Buffon, me he valido de la edición hecha en París en la Impren-
ta Real, en treinta y un tomos, y concluida el año de 1768. En las
de las Investigaciones de Mr. de Paw, me he servido de la edi-
ción de Londres de 1771, en tres tomos, con las impugnaciones de
Pernetty y la respuesta del autor.
DISERTACIÓN I

SOBRE EL ORIGEN DE LA POBLACIÓN DE AMERICA, Y PARTICULARMENTE


DE LA DE MÉXICO

Apenas se hallará en la historiaun problema de más difícil


resolución, que el del origen de la población del Nuevo Mundo,
ni sobre el cual reine mayor variedad de opiniones. Puede decirse
que éstas son tantas, cuantas de los filósofos antiguos sobre
las
la esencia del Sumo Bien. No trato de examinarlas todas, porque
sería un trabajo inútil; ni de establecer un sistema nuevo, por-
que carezco de fundamentos en que apoyarlo; quiero tan sólo
exponer y someter al juicio de los hombres doctos mis conjeturas,
porque me parece que no serán de un todo infructuosas mas pa- ;

ra proceder con aquella claridad y precisión que el asunto exige,


dividiré el punto general en varios artículos, y declararé en diver-
sas conclusiones mis ideas.

¿EN QUE TIEMPO EMPEZÓ A POBLARSE LA AMERICA?

Betancourt y otros autores creyeron que el Nuevo Mundo


empezó a poblarse antes del Diluvio. Pudo ciertamente verifi-
carse así, porque el espacio de 1656 años transcurridos entre
la creación de los primeros hombres y aquella gran catástrofe,
según la cronología del texto hebreo del Génesis, y mucho más
el de 2242 o 2262 años, según el cómputo de los Setenta, fue
suficiente para poblar toda la tierra, como algunos escritores
han demostrado. A lo menos, después de diez o doce siglos, pu-
dieron algunas familias de las que se esparcieron en las partes
más orientales del Asia, pasar al continente occidental que lla-
mamos América; sea, como yo creo, por estar unida a ellas, sea
por estar separada tan sólo por un pequeño estrecho. Pero ¿ cómo
se probará que en efecto la América se pobló antes del Diluvio?
Porque en América, dicen algunos de los que sostienen aquella
216 FRANCISCO J. CLAVIJERO

opinión, había gigantes, y la época de éstos fue antediluviana.


(En aquel tiempo había gigantes sobre la tierra. (1) Gen. VI.). —
Porque Dios, dicen no creó la tierra sino para que fuese
otros,
habitada (El mismo Dios que formó y conserva la tierra. ... y
que no en vano la crió, sino que la hizo para que fuese habita-
da. (2). —Isa. XLV.), y no es verosímil que habiendo creado la
América con este objeto, quisiese dejarla tanto tiempo sin habi-
tantes, especialmente habiendo mandado a los primeros hom-
bres, que se multiplicasen y cubriesen la tierra (Creced y multi-
plicaos, y poblad la tierra. (3) —
Gen. IX). Pero aun concediendo
que el sagrado texto en que se hace mención de los gigantes,
deba entenderse en el sentido vulgar, esto es, en el de hombres
de extraordinaria altura y corpulencia, y aunque no dudo que
hubiese de estos hombres en América, no obstante lo que dicen
Mr. Sioane, (4) Mr. de Paw y otros, que sólo creen lo que ven,
de ningún modo confirma la opinión de la población antedilu-
viana; pues los mismos libros santos hablan de algunos gigan-

(1) Gigantes erant super terram in diebus illis. — Gen. VI.

(2) Ipse Deus formans terram, et facieras eam.... non in vanum


creavit eam, ut habitaretur formavit eam. — Isa. XLV.
(3) Crescite, et multiplicamini, et replete terram. — Gen. IX.

(4) El escrito del inglés Sioane, en que trata de probar que los gran-
des huesos encontrados en América son de elefantes y otros animales, y no
de gigantes, se halla en las Memorias de la Academia de Ciencias de Pa-
rís de 1727. Además de lo que he dicho en el libro I sobre esta opinión,
tiene en contra el dicho del Dr. Hernández, testigo ocular, inteligente y
sincero: Per multa gigantum, dice, non vulgaris magnitudinis ossa, per
hosce dies ad inventa sunt, tune apud Tescocanos, tune apud Tollocenses.
Haec autem notiora sunt, quam ut fides queat illis ab aliquo denegari,
et tamen non me latet a multis judicari multa fieri non posse, antequam
facta sint. Adeo verum est, atque indubitatum quod Plinius noster dixit:
naturae vim atque majestatem ómnibus momentis fidei carere. Si en las
excavaciones hechas en América sólo se hubieran hallado huesos sueltos
y separados, podría creerse que pertenecían a grandes cuadrúpedos; pero
habiéndose hallado cráneos y esqueletos enteros humanos, no hay lugar a
las conjeturas de Sioane. Véase lo que cuenta Acosta acerca del esqueleto
gigantesco desenterrado en 1556 en Jesús del Monte, casa de campo de los
jesuítas de México, hallándose aquel escritor en ella. Véase lo que dice
Zarate, hombre docto y respetable, sobre los huesos y cráneos humanos
descubiertos en Puerto Viejo, en la provincia de Guayaquil. Véase lo que
refiere el sincerísimo Bernal Díaz, de los huesos presentados a Cortés
por los tlaxcaltecas.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 217

tes posteriores al Diluvio, como fueron Og, rey de Bazán, (1)


y los cinco de que hacen mención los libros de ios Reyes. Po-
demos conjeturar que había otros muchos, tanto en Palesti-
na como en otros países, de que no hablan los historiadores
sagrados, porque no importaba a su propósito. El texto de
Isaías nada prueba en favor de aquella opinión; pues aunque
Dios formó la tierra para que fuese habitada, nadie puede adi-
vinar el tiempo que fijó para la ejecución de sus altos designios.
El viajero Gemelli dice, alegando ciertas pinturas mexica-
nas, que la ciudad de México fue fundada en el año II Calli, co-
rrespondiente, según él mismo, al 1325 de la creación del mundo,
esto es, más de trescientos años antes del Diluvio; pero este
enorme despropósito no fue error de su mente, sino un descuido
de su pluma, como claramente se infiere de todo el contexto de su
narración: así que, injustamente se lo echa en cara el maledi-
ciente investigador, el cual achaca también el mismo dislate al
ilustre Sigüenza, que fue de opinión contraria. Es cierto que
la ciudad de México fue fundada el año II Calli, y que éste fue. el
de 1325; pero no de la creación del mundo, sino de la Era Cris-
tiana. Gemelli, en lugar de escribir lo uno, escribió lo otro.
Por otra parte, es inútil averiguar si la población de Amé-
rica empezó antes del Diluvio; pues por una parte, es imposible
descubirir la verdad en un punto tan obscuro, y por otra, siendo
indudable que en el Diluvio perecieron todos los hombres, es nece-
sario volver a buscar pobladores después de aquella gran cala-
midad. Sé que algunos autores circunscriben el Diluvio a los
confines de una parte del Asia; pero también sé que esta opi-
nión no está de acuerdo ni con el texto expreso de la Santa Es-
critura (Y vinieron a cubrirse todos los montes encumbrados
debajo de todo el cielo. Quince codos se alzó el agua sobre los
montes, que tenía cubiertos. (2) —
Gen. VII), ni con la tradición

(1) Torrubia, en su Aparato a la Historia Natural de España, incurre


tres veces en el error de que Og fue antediluviano, y afirma expresamente
que se ahogó en el Diluvio.

(2) Operti sunt omnes montes excelsi sub universo coelo. Quindecim
cubitis altior fuit —
aqua super montes quos operuerat. Gen. VIL Parece
que Dios inspiró estas palabras para desmentir a los incrédulos, pues no es
fácil expresar con más claridad la universalidad del Diluvio. Pero aunque
sólo se entendiese el texto de los montes de Palestina y de otros países
inmediatos, como algunos opinan, no alcanzo cómo pueda el agua, con
218 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de los mismos americanos, (1) ni con las observaciones físicas.


El Dr. Sigüenza creyó que la población de América empezó
poco después de la dispersión de las gentes. Como carezco de
los manuscritos de aquel ilustre mexicano, ignoro los funda-
mentos en que apoya su opinión, la cual es conforme a la tradi-
ción de los chiapanecas, de que luego haré mención. Otros auto-
res, por el contrario, la creen demasiado moderna, porque los
historiadores de México y del Perú no hallaron en aquellas na-
ciones memoria alguna de sucesos anteriores a ocho siglos. Pero
confunden la población de México hecha por los chichimecas
y por los otros aztecas, con la que sus antepasados fundaron
muchos siglos antes en los países septentrionales; ni saben dis-
tinguir a los mexicanos de otras naciones que antes que ellos
habitaron aquel país. ¿Quién sabe, por ejemplo, cuándo entraron
en el país de Anáhuac los otomíes, los olmecas, los cuitlatecas
y los michuacaneses ? No es de extrañar que no se hallasen en
México memorias de sucesos anteriores a ocho siglos pues ade- ;

más de la pérdida de innumerables monumentos históricos de


aquellas naciones, no sabiendo la mayor parte de ios escritores
la relación entre los años mexicanos y los nuestros, debieron
incurrir, y en efecto incurrieron en un gran número de anacro-
nismos; pero los que adquirieron mayor abundancia de pinturas

arreglo a las leyes naturales, alzarse quince codos sobre los montes de aque-
lla tierra, sin anegar todo el mundo antiguo y aun el nuevo. Y si el Di-
luvio no fue universal, ¿a qué fin mandar construir el arca, cuando tan
fácilmente podía la familia de Noé sustraerse a la inundación, pasando
a otros países que estaban exentos de aquella calamidad ? ¿ Por qué en-
cerrar en el arca individuos de toda especie de cuadrúpedos, aves y rep-
tiles, a fin de conservar sus especies en la superficie de la tierra, como tan
terminantemente se lee en el Génesis ? Quedando las especies de animales
esparcidas en otras regiones a que no llegaran las aguas, aquella precau-
ción era del todo infructuosa y ridicula, especialmente con respecto a las
aves. Por estas y otras razones, no menos poderosas, debemos concluir
que los que creyendo divina la autoridad de los libros sagrados, niegan,
sin embargo, la universalidad del Diluvio, tienen alguna desorganización
o vicio en el cerebro.

(1) Queriendo Dios hacer respetar su justicia por la posteridad de


Noé, y confundir la incredulidad de los mortales, dispuso que además
de la autoridad de la Biblia y de los cuerpos marinos que en gran cantidad
se hallan en los montes, como otros tantos monumentos irrefragables del
Diluvio, se conservase la memoria de aquel espantoso y general castigo
entre las naciones americanas. Estas, sin tener noticia del Génesis, ni
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 219

antiguas y escogidas, y tuvieron mayor sagacidad para indagar


la cronología, hallaron ciertamente memorias de tiempos más re-
motos, como hicieron Sigüenza e Ixtlilxochitl, sirviéndose de
ellas en sus apreciables escritos.
Yo no dudo que la población americana sea antiquísima, y
mucho más de lo que creen los autores europeos. 1.° Porque los
americanos carecían de ciertas artes o inventos, como la apli-
cación de la cera y del aceite al alumbrado, que por una parte
son muy antiguos en Asia y en Europa, y por otra, tan nece-
sarios, que una vez aprendidos no se olvidan jamás. Luego, los
que pasaron del antiguo al nuevo continente, y propagaron en
éste la especie humana, verificaron su emigración antes de aque-
llos descubrimientos. 2.° Porque las naciones del Nuevo Mundo
que vivían en sociedad, y especialmente las de México, conser-
vaban en sus pinturas y tradiciones la memoria de la creación
del mundo, del Diluvio, de la torre de Babel, de la confusión de
las lenguas y de la dispersión de las gentes, aunque alterada
con algunas fábulas, y no tenían noticia de los sucesos ocurridos
después en Asia, África y Europa habiendo algunos tan grandes
;

e importantes, que no era fácil echarlos en olvido. 3.° Porque ni


los americanos tenían la menor idea de los pueblos del mundo
antiguo, ni éstos de aquéllos, ni en unos ni en otros se halla el
menor recuerdo del tránsito de los hombres a América. Estas
razones hacen, si no cierta, verosímil al menos mi opinión. (1)

comunicación con los pueblos antiguos, conservaban la memoria del Dilu-


vio, como lo testifican Gomara, Acosta, Herrera y otros muchos escrito-
res, que investigaron cuidadosamente aquel punto. Los toltecas, los acol-
huas, los tarascos o michuacaneses, los mexicanos, los mixtecas, los
tlaxcaltecas, los chiapanecas y otros muchos pueblos, seguían aquella tra-
dición, y la representaron en sus pinturas. Todos ellos creían que la inun-
dación había sido universal, y que todos los hombres se habían ahogado,
excepto un hombre y una mujer, o una familia. Este es un hecho que no
puede dudar quien proceda de buena fe. Véase lo que he dicho acerca de
esto en la Historia, y lo que diré después. El P. Acosta dice que todos los
indios tenían noticia del Diluvio; pero esto debe entenderse de los que
vivían en sociedad.

(1) Cierto autor moderno afirma que la población de América es ante-


rior al uso del hierro, porque no se encontró este uso entre los america-
nos. Esta opinión carece de fundamento, pues la invención del hierro es
anterior al Diluvio. De Tubalcain, sexto nieto de Adán, se dice en la Es-
critura Santa, que trabajó en todas las obras de cobre y de hierro. Sella
genuit Tubalcain, qui fuit malleator, et faber in cuneta opera aeris et
220 FRANCISCO J. CLAVIJERO

¿QUIENES FUERON LOS POBLADORES DE AMERICA?

Los que no reconocen en los libros santos el sello de la ver-


dad divina, o reconociéndolo no hacen caso de lo que su autoridad
sanciona, dicen que los americanos no descienden de Adán y
de Noé, creyendo, o fingiendo creer, que como Dios creó al pri-
mero para que fuese el padre de los asiáticos, así formó antes
o después otros hombres para que fuesen padres de los africa-
nos, de los europeos y de los americanos. Esto no se opone, según
un autor moderno, a la verdad de la Biblia porque si bien Moi-
;

sés no hace mención de otro primer patriarca que Adán, fue por-
que no escribía la historia de todos los pueblos, sino sólo la de
los israelitas. Pero además de que este rancio sistema contra-
dice abiertamente la venerable tradición, la Sagrada Escritu-
ra, (1) y la creencia común de la Iglesia Católica (cosas en ver-
dad poco importantes a los ojos de aquella clase de filósofos),
se halla desmentido por la tradición de los mismos americanos,
los cuales, en sus pinturas y en sus cánticos se reconocen des-
cendientes de los hombres que se preservaron de la innundación
universal. Los toltecas, los acolhuas, los mexicanos, los tlaxcal-
tecas, los tarascos, los mixtecas, los chiapanecas, y otros pue-
blos están de acuerdo en este punto: todos decían que sus abue-
los habían venido de otros países indicaban el camino que habían
;

seguido, y aun conservaban los nombres verdaderos o falsos de


aquellos primeros progenitores, que después de la confusión de las
lenguas se separaron de los demás hombres.

ferri. — Gen. (Esto es: Sella también parió a Tubalcain, que fue artí-
IV.
fice en trabajar a martillo toda especie de obras de cobre y de hierro). ¿Se
dirá acaso que la América se pobló antes de la época de Tubalcain? Los
americanos no usaron del hierro, quizás porque en los países septentrio-
nales donde se establecieron al principio, no hallaron aquel metal, y poco
a poco se fue perdiendo su memoria.

(1)Tres isti filii sunt Noe: ab his disseminatum est omne genus homi-
num —
super universam terram. Gen. IX. (Esto es: Dichos tres son los
hijos de Noé, y de esos se propagó todo el género humano sobre la tierra).
Fecit ex uno omne hominum genus inhabitare super faciem universae
terrae. —
Ac. VII. (Esto es: El es el que de uno solo ha hecho nacer todo el
linaje de los hombres, para que habitase la vasta extensión de la tierra.)
No se puede expresar de un modo más claro el origen común de todos los
hombres, de Adán y de Noé.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 221

El Sr. Núñez de la Vega, obispo de Chiapa, dice en el proe-


mio de sus Constituciones Sinodales, que en la visita que él mismo
hizo de su diócesis a fines del siglo pasado, halló muchos calenda-
rios antiguos de los chiapanecas, y un antiguo manuscrito, en la
lengua de aquel país, hecho por los mismos indios, en que se de-
cía, según su tradición, que un cierto Votan, (1) tuvo parte en
la construcción de aquel gran edificio, que se alzó para subir al
cielo, por orden de uno de sus antepasados; que allí tomó cada
pueblo su idioma respectivo, y que el mismo Votan fue destinado
por Dios para hacer la división de la tierra de Anáhuac. Añade
que en su tiempo había en Teopixca, pueblo grande de aquella
diócesis, una familia del nombre de Votan, que se creía descen-
diente de aquel personaje. No pretendo yo dar tanta antigüedad
a los americanos, sino sólo demostrar que se creían descendien-
tes de Noé.
De los antiguos habitantes de Cuba, cuentan muchos his-
toriadores, que preguntados por los españoles sobre su origen,
respondieron haber oído decir a sus progenitores que Dios crió
el cielo, la tierra y todas las cosas que habiendo vaticinado
;

un viejo cierta gran inundación, con la cual Dios quería castigar


los pecados de los hombres, fabricó una gran canoa, y se em-
barcó en ella con su familia y con muchos animales; que pasada
la inundación, soltó un cuervo, el cual habiendo hallado cadá-
veres con que alimentarse, no volvió más a la canoa que después
;

soltó una paloma, la cual volvió de allí a poco, trayendo en el


pico una rama de hoba, que es un árbol frutal de América; que
cuando el viejo vio enjuta la tierra, desembarcó, y habiendo
hecho vino con uvas silvestres, bebió de él, y se embriagó; que
entonces uno de sus hijos se burló de su desnudez, y otro más
respetuoso lo cubrió; que cuando salió de su letargo, bendijo a
éste, y maldijo a aquél; finalmente, que ellos descendían del hijo
maldito, y por eso andaban desnudos, y que los españoles, que
estaban vestidos, descenderían quizá del otro.
Los mexicanos llamaban a Noé, Coxcox y Teocipactli, y
los michuacaneses Tezpi. Estos decían que hubo un gran diluvio,

y que Tezpi, para no ahogarse, se embarcó en una nave, hecha a


guisa de arca o caja, con su mujer, sus hijos, muchas especies

(1) Votan era el pricipal de aquellos veinte hombres ilustres que dieron
sus nombres a los veinte días del año chiapaneca.
222 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de animales, y una provisión de granos y semillas; que viendo


que las aguas disminuían, dio libertad a un pájaro de los que allí
se llaman auras, el cual se quedó fuera para comer cuerpos
muertos, y después soltó otros pájaros que tampoco volvieron,
excepto uno (el chupamirto) tan apreciado en aquellos países por
,

el hermoso color de sus plumas, y éste le trajo una rama de


árbol; (1) y que de aquella familia descendían todos los habi-
tantes de Michuacan. Luego, ora nos apoyemos en la Biblia, ora
en las tradiciones americanas, debemos buscar en la posteridad
de Noé los pobladores del Nuevo Mundo.
Pero ¿quiénes fueron éstos? ¿Cuál de los hijos de Noé fue
el tronco de aquellas naciones? El Dr. Sigüenza, y la ingeniosa
mexicana Sor María Juana Inés de la Cruz, creyeron, o conje-
turaron que los mexicanos y las otras naciones de Anáhuac
descendían de Nephtuim, hijo de Mesrain y nieto de Cham. Bo-
turini fue de opinión que no sólo provenían de Nephtuim, sino
de sus otros cinco hermanos. El docto español Arias Montano
se persuadió que los americanos, y especialmente los del Perú,
pertenecían a la posteridad de Ofir, cuarto nieto de Sem. Sus ra-
zones son tan débiles, que no merecen refutación. De las de Si-
güenza hablaré después.
Los otros autores que no han querido penetrar con sus in-
dagaciones hasta una antigüedad tan remota, han buscado en
diversos países del mundo el origen de los americanos. Sus opi-
niones son tantas y tan diversas, que no es casi posible numerar-
las. Unos creen descubrir sus progenitores en Asia, otros en
África, otros en Europa. Entre los que abrazan esta última opi-
nión, unos dicen que eran griegos, otros que eran romanos otros ;

los hacen españoles, irlandeses, curlandeses, y aun rusos. De los


que prefieren el origen africano, unos lo atribuyen a los egip-
cios, otros a los cartagineses, otros a los númidas. Pero aun es
mayor la variedad entre los partidarios del origen asiático. Los
israelitas, los caldeos, los asirios, los fenicios, los persas, los tár-

(1) Herrera, Dec. 3, lib. Véase lo que él mismo dice


III, cap. 10.
en la Dec. 4, lib. I,2, cap. que
acerca dereferían los indios de tierra
lo
firme, sobre su origen. Véanse también el mismo Herrera, Torquemada y
otros sobre la tradición de los haitianos. De la de los mexicanos, acolhuas
y tlaxcaltecas, he hablado en el libro II de mi Historia. De la de los tol-
tecas hacen mención Boturini, Torquemada y otros. García habla de la de
los mixtecas en su erudito Tratado sobre el Origen de los Indios.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 223

taros, los indios orientales, los chinos, los japoneses, todos tienen
sus abogados entre los historiadores y los filósofos de estos dos
últimos siglos. Otros hay que, no hallando lo que buscaban en
los países conocidos, sacan de las aguas la famosa Atlántida, para
enviar de allí colonos al continente occidental y aun esto es poco,
;

pues ha habido escritores, que para quedar bien con todos, afir-
man que los americanos provienen de todas las naciones de la
tierra.
La causa de tantas y tan extravagantes opiniones ha sido
el error común de que para creer a una nación originaria de otra,
sólo basta hallar una afinidad en voces de sus lenguas, o
las
alguna semejanza en sus ritos, usos y costumbres. Tales son
los fundamentos de casi todos aquellos sistemas, que recogió
e ilustró con gran erudición el dominicano García, y que aumen-
taron los doctos españoles que reimprimieron su obra con adi-
ciones considerables. En ella podrá verlos el curioso lector, pues
yo creería perder el tiempo en refutarlos.
Pero no puedo omitir opinión del Dr. Sigüenza, adoptada
la
por el ilustre obispo francés Pedro Daniel Huet, y que me pare-
ce la más sólida y racional. Según estos escritores, las naciones
que poblaron el imperio mexicano, pertenecían a la descenden-
cia de Nephtuim, de la cual algunas familias, saliendo del Egipto,
poco después de la confusión de las lenguas, se dirigieron hacia
el continente que nosotros llamamos Nuevo Mundo. Las razo-
nes en que Sigüenza fundó su sistema, sólo se hallan indicadas
en la Biblioteca Mexicana. Quisiéramos verlas expuestas con
aquella fuerza y erudición que su sabio autor emplearía en la
obra original; mas, privados de sus apreciables manuscritos, nos
contentaremos con referirnos a Eguiara en su ya citada Bi-
blioteca.
Redúcense, pues, sus fundamentos a la conformidad que
se observa entre las naciones americanas y los egipcios, en el
uso de las pirámides y de los geroglíficos, en el modo de compu-
tar el tiempo, en el traje, y en algunos usos, a que se añadirá
quizá la semejanza del Teotl de los Mexicanos, con el Theuth
de los egipcios, que fue lo que indujo o Jíuet a seguir la opinión de
Sigüenza, aunque por diverso camino. He dicho que estos argu-
mentos son sólidos, y bien fundados mas sólo para formar con-
;

jeturas, no para asegurar una verdad, pues bajo este aspecto


los creo sujetos a varias objeciones.
;

224 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Sigüenza quiere que los hijos de Nephtuim saliesen de Egip-


to para América, poco tiempo después de la confusión de las len-
guas; y para sacar de aquí una probabilidad, debería comparar
las costumbres de los americanos con las de los primeros egip-
cios, no con las de sus descendientes, que muchos años después
se establecieron en Egipto, y de los cuales no creen provenir
los pueblos de América. Ahora bien, ¿quién creerá que los egip-
cios, inmediatamente después de la dispersión de las gentes,
empezaron a erigir pirámides, y a señarse de geroglíficos, y
que desde entonces arreglaron sus años y meses en la misma
forma que después los tuvieron? Todo esto fue, sin duda, poste-
rior a la época de que se trata. Ni necesitaban los americanos ver
las pirámides de Egipto para construir otras del mismo género
pues para esto bastaban los montes, verdaderos modelos de
aquellas obras colosales. La forma piramidal es la que natural-
mente se presenta al que quiere perpetuar su memoria en un
edificio; pues no hay otra que ofrezca tanta elevación con menos
dispendio, disminuyéndose la cantidad de los materiales a me-
dida que sube la obra. Además, que las construcciones mexicanas
eran totalmente diversas de las de los egipcios. Estas eran ver-
daderas pirámides; aquéllas se componían de tres, cuatro o más
cuerpos cuadrados o cuadrilongos, de los cuales los inferiores
tenían más amplitud que los superiores. Las egipcias eran hue
cas; las mexicanas, macizas; éstas servían de base a los santua-
rios; aquéllas, de sepulcro a los reyes. Los templos de los mexi-
canos y de los otros pueblos de Anáhuac, eran de un dibujo tan
singular, que no creo que los haya habido semejantes en ningu-
na otra nación: así que, deben considerarse como invención ori-
ginal de los toitecas, o de otros pobladores más antiguos.

Mayor analogía se halla en el modo


de computar el tiempo,
que tenían aquellas dos naciones, aunque no debemos olvidar que
se trata de los egipcios posteriores, no ya de los primeros, de
quienes nada se sabe. El año egipcio era solar, y de 365 días como
el de los mexicanos los unos y los otros contaban 360 días en sus
:

meses, añadiendo 5 días los egipcios a su mes Mesori, y 5 los


mexicanos a su mes Izcalli, en lo que convenían también con
los persas; pero por lo demás, había gran variedad entre unos
y otros. El año egipcio constaba de 12 meses, y cada mes de 30
días: año mexicano religioso, pues del civil y astronómico
el
nada se sabe, se componía de 18 meses, y cada mes de 20 días.
:

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 225

Los egipcios, como otras muchas naciones del antiguo conti-


nente, contaban por semanas: los mexicanos por períodos de
5 días en el orden y de 13 en el religioso.
civil,

Los geroglíficos eran comunes a los dos pueblos pero cuán-


; ¡

tas otras naciones no se han servido de ellos para significar


de un modo misterioso los dogmas de su creencia! Y si los
mexicanos aprendieron de los egipcios los geroglíficos, ¿por qué
no les tomaron también el uso de las letras? Se dirá que porque
éstas se inventaron después de su separación; pero ¿quién sabe
si los geroglíficos se inventaron antes? El traje de los primeros
egipcios habrá sido probablemente el mismo de los otros hijos
y nietos de Noé: a lo menos, no hay motivo para creer lo con-
trario. En
cuanto a las instituciones políticas de aquellos prime-
ros hombres, nada sabemos. Los más antiguos egipcios de que
hay memoria, son los que vivían en tiempo del patriarca Josef,
y si queremos parangonar sus usos con los de los mexicanos,
hallaremos en lugar de semejanza, la mayor diversidad. Nada
de esto se dirige a probar la falsedad de la opinión de Sigüenza
únicamente a manifestar que no es una verdad indudable.
El extravagante autor de las Investigaciones dice que los
mexicanos traen su origen de los apalachites meridionales; pero
ni alega, ni puede alegar una razón que dé verosimilitud a su
paradoja; y aunque fuese cierta, quedaba todavía en pie la difi-
cultad del origen de los mismos apalachites. Es cierto que para
aquel escritor no hay dificultades, pues a veces da a entender
que no le desagrada el descabellado sistema del francés La
Peyrere.
Por lo que hace a mi opinión, me parece conveniente redu-
cirla a las siguientes conclusiones:
1.
a
Los americanos descienden de diversas naciones, o más
bien diversas familias, dispersas después de la confusión de las
lenguas. No podrá dudar de esta verdad el que tenga alguna
idea de la muchedumbre, y de la extraña diversidad de las len-
guas americanas. En México he contado 35 de las conocidas hasta
ahora; más numerosas son las de la América Meridional. Al
principio del siglo pasado contaban los portugueses 150 en el Ma-
rañón. Es cierto que entre algunos de estos idiomas se descubre
tanta afinidad, que muy en breve se echa de ver el origen común
de que emanan tales son la eudeve, la opata, y la tarahumara en
:

la América Septentrional; la mocobi, la toba y la abipona,

II.— 8
226 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en la del mediodía; pero también hay otras muchas que difieren


entre sí más que la hebrea y la ilírica. Puedo asegurar, sin
riesgo de engañarme, que entre las lenguas vivas y muertas de
Europa, no se hallan dos más diferentes entre sí, que lo son
la mexicana, la otomí, la tarasca, la maya y la mixteca, que
son las dominantes en diversas provincias de México. Así que, se-
ría un despropósito decir que las lenguas americanas no son
más que dialectos de una misma. ¿Cómo es posible que una na-
ción altere de tal modo su idioma, o lo multiplique en tantos
dialectos, y tan diferentes, que no conserven muchas voces co-
munes, o a lo menos alguna afinidad o traza de su origen?
¿Quién creerá lo que dice el P. Acosta, atribuyendo la es-
pecie a los mexicanos, aunque sin impugnarla? Esto es, que
habiendo llegado los aztecas o mexicanos, después de su larga pe-
regrinación al reino de Michuacan, quisieron establecerse en aquel
país, atraídos por su amenidad; pero no pudiendo caber en
él todo el cuerpo de la nación, consintió el dios Huitzilopochtli
en que algunos permaneciesen, y para ello sugirió a los otros, que
mientras aquéllos se bañaban, les robasen sus vestidos, y conti-
nuasen su marcha: que los que se bañaban, viéndose privados
de ropa y burlados por sus compañeros, se enojaron en tales
términos, que no sólo resolvieron quedarse, sino que adoptaron
otro idioma, y que de aquí proviene la lengua tarasca. Aun más
increíble es la historia adoptada por Gomara y otros escritores:
a saber, que de un viejo llamado Ixtac Mixcoatl, y de su mujer
Itancueitl, nacieron seis hijos, cada uno de los cuales hablaba
una lengua distinta. Llamábanse Tollina, Tenoch, Olmecatl, Xi-
callancatl, Mixtecal y Otomil, y fueron los progenitores de otras
tantas naciones, que poblaron la tierra de Anáhuac. Esta era
una alegoría con que los mexicanos querían significar que todas
aquellas naciones tenían un origen común; pero los escritores
citados la transformaron en historia, por no haberla entendido.
2. a
Los americanos no traen su origen de ninguno de los
pueblos que existen actualmente en el Antiguo Mundo: a lo me-
nos, no hay razones para creerlo así. Esta conclusión se funda
en las mismas razones que acabo de exponer; pues si los ameri-
canos descendiesen de alguno de aquellos pueblos, se hallaría
alguna traza de éstos en sus lenguas, por muy antigua que fuese
su separación; pero semejante traza no se ha podido descubrir,
aunque muchos autores la han buscado con empeño, como puede
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 227

verse en la obra del dominicano García. He confrontado proli-


jamente la lengua mexicana y otras americanas con muchas vi-
vas y muertas del antiguo continente, y no he podido hallar entre
ellas la menor afinidad. La semejanza del Teotl mexicano con el
Theos griego, me indujo a comparar estas lenguas; pero las he
hallado diferentísimas. Este argumento es más eficaz con res-
pecto a los americanos, por su constancia en conservar los idio-
mas que hablan. Los mexicanos conservan el suyo a pesar del
dominio de los españoles, y el de los otomíes, que es dificilísimo,
ha resistido al de los españoles y mexicanos, por espacio de dos
siglos y medio.

Si los americanos provienen, como yo creo, de diversas fa-


milias esparcidas después de la confusión de las lenguas, y se-
paradas desde entonces de las otras que poblaron el antiguo
continente, en vano se fatigarán los escritores en buscar su origen
en las lenguas y usos de los pueblos asiáticos. No dudo que, en
virtud de lo que dicen los libros santos, habiéndose multiplicado
suficientemente la posteridad de Noé, mandase Dios expresa-
mente que se separasen las familias, y que cada una fuese a
poblar el país que se le había señalado. Moisés en su cántico habla
así al pueblo de Israel: "Acuérdate de los tiempos antiguos, y
considera de una en una las generaciones pasadas: pregunta
a tus padres, y declararán a tus mayores, y te dirán que cuando
;

el Altísimo dividía las gentes, cuando separaba los hijos de Adán,


fijó los límites de los pueblos, según el número de los hijos de
Israel ;" en lo cual representa al Señor en acto de dividir las fami-
lias, y de prescribir límites, a los países que debían ocupar. Los
hombres que emprendieron la construcción de la torre de Babel,
se decían unos a otros: "Venid, edifiquemos una ciudad y una
torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, y hagamos célebre nues-
tro nombre, antes de esparcirnos por todas las tierras." Sabían,
pues, que debía llegar la época de esta dispersión, y Dios, porque
con aquella temeraria empresa se oponían a sus designios acer-
ca de la población de la tierra, confundió su lenguaje, y así les
fue necesario separarse y dividirse. Es verosímil que Noé, ancia-
no venerable, y reverenciado por todos como padre, habiendo
sobrevivido trescientos cincuenta años al Diluvio, señalase a cada
familia su distrito, según las instrucciones* que habría recibido
de Dios porque de otro modo no hubiera podido verificarse la
;

división sin guerras sangrientas, queriendo cada cual permanecer


228 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en su país nativo, sin exponerse a los peligros y desastres que


debían temer en regiones desconocidas. Esta opinión mía se apo-
ya en la tradición de los chiapanecas, acerca de Votan, primer
poblador de Anáhuac, de quien ya he hablado. No se debe creer,
sin embargo, que la primera población de América se debe a las
primeras familias que se separaron en Babel, sino a sus descen-
dientes, pues ellas irían encaminándose poco a poco hacia aquella
parte, y multiplicándose en su larga peregrinación.

¿DE DONDE Y COMO PASARON LOS POBLADORES Y LOS ANIMALES


AL NUEVO MUNDO?

Este es punto más difícil de nuestro problema, y, como


el
en el otro, reina en él gran variedad de opiniones. Algunos atri-
buyen la población de América a ciertos traficantes fenicios, que
llegaron allí navegando por el océano: otros se imaginan que los
mismos pueblos que suponen haber pasado del continente antiguo
a la isla Atlántida, pasaron de ésta fácilmente a la Florida, y
de aquel vasto país se fueron esparciendo por toda la América:
otros, en fin, dicen que pasaron del Asia, por el estrecho de Anián,
y otros, que el tránsito se hizo de las regiones septentrionales
de Europa, por no sé que brazo del mar Glacial.
El benedictino Feijoo se ofreció a proponer al mundo un
nuevo sistema. ¿Y cuál era éste? Que la América estuvo unida
por el norte al continente antiguo, y que por aquella unión pa-
saron los hombres y los animales. Pero esta opinión es tan anti-
gua como el P. Acosta, el cual la publicó 144 años antes que
Feijoo, en su Historia Natural y Moral de las indias: además
de que no basta a responder a las dificultades que ofrece el paso de
los animales, como veremos después.

El conde de Buff on, a pesar de su gran ingenio y de su proli-


ja exactitud, se contradice abiertamente en este punto. Supone
unidos los dos continentes por la parte de la Tartaria Oriental,
y afirma que por allí pasaron a América los primeros poblado-
res, y todas las bestias comunes a uno y otro mundo, como los bi-
sontes, llamados en mexicano cíbolos, los lobos, los zorros, los
ciervos y otros cuadrúpedos que soportan los climas fríos. Añade
que no podía haber en América leones, tigres, camellos, elefan-
tes, ni ninguna de las diez y siete especies de monos del antiguo
continente; en una palabra, que ningún cuadrúpedo propio de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 229

los climas calientes, podía ser común a ambos mundos, por ser-
virles de barrera el frío de los países septentrionales, que debían
atravesar al pasar de uno a otro. Repite sin cesar esto mismo en
toda su Historia Natural, y con tal seguridad, que por esta sola
razón destierra de América las gacelas, las cabras y los conejos.
No llama cuadrúpedos propiamente americanos, sino a los que
viven en los países cálidos del Nuevo Mundo, y coloca entre
ellos trece o catorce especies de monos americanos, divididas
por él en las dos clases de Sapajous y Sagouins. De éstas dice
que no había ninguna en el antiguo continente, como ninguna
de las diez y siete de éste se hallaba en aquél. ¿Cuál fue, pues,
el origen de estos y otros cuadrúpedos propiamente america-
nos? Esta duda, que se presenta muchas veces en la obra de
aquel gran filósofo, queda irresuelta hasta el penúltimo tomo
de la Historia de los Cuadrúpedos, en que hablando como buen
católico raciocina así: "No pudiendo dudarse que todos los ani-
males fueron creados en el 'antiguo continente, es preciso admitir
el tránsito de éste al nuevo, y suponer al mismo tiempo, que
muchos animales, en lugar de degenerar, como otros, en el nue-
vo, se perfeccionaron y superaron su propia naturaleza, por la
conveniencia del clima. El haberse hallado en el Nuevo Mundo
tantos animales que no se encuentran en el Antiguo, prueba que
su origen no debe atribuirse a la simple degeneración. Por gran-
des y eficaces que sean sus defectos, nunca se podrá creer que
estas especies hayan sido originalmente las mismas que las del
Mundo Antiguo. Debe creerse, pues, que los dos continentes es-
taban unidos o contiguos, y que las especies que se habían reti-
rado a las regiones de América, por haber encontrado en ellas
clima y producciones más convenientes a su naturaleza, se ais-
laron y separaron de las otras por las irrupciones del mar, que
dividieron la América del África." (1) De todo esto se infiere:

(1) Ruego a los lectores que confronten lo que dice aquí el conde de
Buffon, sobre la antigua unión de América y África, con lo que escribe
en el tomo XVIII hablando del león. "El león americano no puede descen-
der del león del antiguo continente; pues no habitando éste sino entre
los trópicos, y habiéndole cerrado la naturaleza, según parece, todos los
caminos hacia el norte, no pudo pasar de las partes meridionales del Asia
y del África a la América, estando separados estos continentes por mares
inmensos: de donde se infiere que el león americano es un animal propio del
Nuevo Mundo."
230 FRANCISCO J. CLAVIJERO

1.°Que no hay animal propiamente americano, pues todos pasa-


ron del continente en que fueron creados. 2.° Que el argumento
fundado en la naturaleza de los animales repugnante al frío,
nada prueba en contra de su tránsito al nuevo continente, pues
aquellos que no podían sufrir el frío del norte, pudieron pasar
por la parte del África. 3.° Que por donde pasaron los monos
Sapajous y Sagouins, pudieron también pasar los elefantes y los
camellos.
Dejando aparte otras opiniones que no merecen citarse,
expondré en algunas conclusiones la mía, no ya para establecer,
como he dicho, un sistema, sino para suministrar materiales a
otros ingenios superiores, y para ilustrar algunos puntos de
mi obra.
Los hombres y los animales pasaron del antiguo continen-
1.
a

te al nuevo. Esta verdad se funda en los libros sagrados. El mis-


mo Moisés, que declara a Noé origen común de todos los hombres
después del Diluvio, dice expresamente que en aquella inundación
general de la tierra, perecieron todos los cuadrúpedos, todas las
aves y todos los reptiles, excepto algunos pocos individuos que
se salvaron en el arca para restablecer la especie. Las repetidas
expresiones de que se vale el historiador sagrado para significar
la universalidad, no permiten poner en duda que todos los cua-
drúpedos, reptiles y aves que hoy existen en el mundo, descien-
den de aquellos que se preservaron del exterminio general; de
otro modo, como ya he dicho, hubiera sido tan infructuosa como
ridicula la diligencia de encerrar aquellos animales, y especial-
mente las aves, en el arca, y despropósito semejante al de las
hijas de Lot, que cuando vieron arder las ciudades de Sodoma
y Gomorra, se persuadieron que habían perecido todos los hom-
bres, y que ellas quedaban en la tierra para perpetuar la espe-
cie humana.
2. a Los primeros pobladores de América pudieron pasar por

mar en barcos, o a pie por tierra, o sobre el hielo. 1. Pudieron


pasar en barcos, o casualmente impulsados por el viento, o con
expreso designio, suponiendo la existencia de un estrecho que
separase un continente de otro. Así sucedió muchos siglos después
con el marinero o piloto, que, según algunos escritores, dio a
Colón las primeras noticias que lo movieron a emprender sus
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 231

grandes y memorables descubrimientos. (1) 2. Pudieron pasar


a pie por tierra, si existía la comunicación que hemos mencio-
nado entre el Antiguo y el Nuevo Mundo. 3. Pudieron pasar por
un estrecho helado. Nadie ignora cuan grandes y durables sean
los hielos de los mares del norte: no es, pues, imposible que los
hombres pasasen por alguna de aquellas masas sólidas, ora
persiguiendo alguna fiera, ora en busca de nuevas tierras. Aquí
no hablo de lo que sucedió, sino de lo que pudo suceder.
a
3. Los progenitores de las naciones que poblaron el país de
Anáhuac (de que principalmente nos ocupamos), pasaron de los
países septentrionales de Europa a los septentrionales de Amé-
rica, o más bien, de los más orientales del Asia a los más occi-
dentales de América. Esta conclusión se funda en la tradición
constante y general de aquellos pueblos, que unánimemente de-
cían haber venido sus abuelos a Anáhuac, de los países situados
al norte y al nordeste. Confirman esta tradición los restos de
algunos adificios antiquísimos, construidos por aquellas nacio-
nes en su peregrinación, de que ya he hablado, y la creencia
común de los pueblos septentrionales. Además de lo que he dicho
sobre este punto en el libro II de la Historia, tenemos en Tor-
quemada y Betancourt otra prueba en apoyo de aquella opinión.
En un viaje que hicieron los españoles el año de 1606, desde el
Nuevo México hasta el río que ellos llamaron Tizón, distante
600 millas de aquella provincia, hacia nordueste, encontraron
algunos grandes edificios, y vieron muchos indios, que hablaban
la lengua mexicana, de los que supieron que a cierta distancia
de aquel río, hacia el norte, estaba el reino de Tollan, o Tolan,
y gran número de poblaciones grandes, de las que salieron los
que poblaron el imperio mexicano; atribuyendo a estas gentes
la construcción de aquellos edificios. En efecto, todos los pueblos
de Anáhuac creían que en las regiones situadas hacia el norte
y el nordeste, estaban los reinos y provincias de Tolan, Teoacol-
huacan, Amaquemecan, Aztlan, Tehuayo, Cópala, etc.: nombres

(1) Algunos autores afirman que el marinero que dio noticia a Colón
de aquellos nuevos países de poniente, era andaluz; otros lo hacen viz-
caíno, y otros portugués. Otros niegan totalmente el hecho. Como quiera
que sea, la historia nos presenta ejemplos de buques arrebatados por los
vientos a muchos grados de distancia del derrotero que seguían. Plinio
cita algunos de estos casos en el lib. II, cap. 57, y en el lib. VI, cap. 22
de su Historia Natural.
;

232 FRANCISCO J. CLAVIJERO

todos mexicanos. Si llegasen a descubrirse estos países, darían


grandes luces sobre la historia antigua de México. Boturini asegu-
ra que en las pinturas antiguas de los toltecas, se representaba
la peregrinación de sus abuelos por el Asia, y por los países
septentrionales de América, hasta su establecimiento en Tolan,
y aun se ofreció a señalar en su Historia General el camino que
siguieron; mas como no tuvo tiempo de escribir aquella obra,
no puedo decir más acerca de su sistema.
Ahora bien: estando los países en que aquellas gentes se
establecieron en la parte de la costa occidental de América que
más se aproxima a la costa más oriental del Asia, es probable
que por allí mismo pasasen de uno a otro continente, o en bar-
cas, si entonces existía el estrecho que hoy existe, según parece
por los descubrimientos de los rusos, o a pie, si no había separa-
ción, como después veremos. Las trazas que fueron dejando aque-
llas naciones nos conducen hasta aquel estrecho, que es probable-
mente el mismo que descubrieron los viajeros del siglo XVI, y a
que dieron el nombre de estrecho de Anián. (1)
En cuanto a las otras naciones de América, no hallándose
en ellas ninguna tradición acerca de la parte por donde pasaron
sus fundadores, nada podemos decir. Quizás el tránsito gene-
ral se hizo por donde pasaron los progenitores de los mexicanos,
o quizás por otro punto muy distinto. Yo conjeturo que los que
poblaron el mediodía, tomaron la misma dirección que los ani-
males propios de los países calientes, y que las naciones que ha-
bitan la parte situada entre las Floridas y lo más septentrional
de América, deben su origen a gentes que pasaron del septen-
trión de Europa. La diversidad de caracteres que se descubren
entre aquellas tres clases de americanos, y la situación de los
países que ocuparon, me inclinan a creer que no son del mismo
origen, y que no pasaron por los mismos puntos sus fundadores
mas esto no pasa de conjeturas.
Hay otros escritores que resuelven el problema valiéndo-
se de la Atlántida; cuya existencia, combatida por el P. Acosta,
ha sido sostenida por Sigüenza, según Gemelli, y posteriormente,
con mucha erudición, por el autor de las Cartas Americanas. Si

(1) En los mapas geográficos de América, publicados el siglo pasado,


se señala el estrecho de Anián, aunque con mucha diversidad. Después se
omitió, porque se creía fabuloso; pero después de los descubrimientos
de los rusos, algunos geógrafos han empezado a señalarlo de nuevo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 233

en la descripción que Platón hace de aquella isla en su Timeo,


no se hallaren tantas fábulas increíbles, sería de gran peso la
autoridad de aquel filósofo. Dejando, pues, a otros esta disputa,
vengamos al punto más difícil del problema.
4. a Los cuadrúpedos y reptiles del Nuevo Mundo, pasaron
por tierra. Esta verdad se acredita manifestando la improbabi-
lidad o la inverosimilitud de las opiniones contrarias. El gran
Doctor de la Iglesia, S. Agustín, creyó que las fieras y los anima-
les dañinos que están en las islas, pudieron ser llevados a ellas
por el ministerio de los ángeles, como puede creerse que por estos
agentes de la voluntad divina se hizo la reunión de los animales
en el sitio en que se construyó el arca de Noé, no siendo posible
que los hombres congregasen las fieras errantes en los bosques,
y los pájaros que volaban por regiones tan diversas. Pero esta
solución, que corta la dificultad del tránsito de los animales al
Nuevo Mundo, no será bien recibida en el siglo presente, ni de-
bemos hacer uso de ella, sino después de haber reconocido la
inutilidad de todas las demás explicaciones que se emplean en sal-
var la verdad de los libros santos.
El mismo santo Doctor sugiere otras tres soluciones de la di-
ficultad. Pudieron las fieras, dice, pasar a nado a las islas pudie- ;

ron ser transportadas por los hombres, para tener caza con que
divertirse; pudieron, en fin, ser formadas de la tierra, como lo
fueron al principio del mundo. Pero ninguna de estas explicacio-
nes conviene al tránsito de las fieras ai nuevo continente. En
cuanto a la primera, por estrecho que se suponga el brazo de mar
que separaba los dos mundos, no es creíble que se aventurasen
a pasarlo a nado tantos animales, poco acostumbrados al agua.
Es cierto que los jabalíes pasan nadando de Córcega a Francia;
pero ¿quién puede creer lo mismo del mono, que nada con tanta
dificultad, y del perico ligero, cuyos movimientos son tan penosos
y pausados? Además ¿qué causa pudo inducir a los animales a
dejar la tierra, y abandonarse a los peligros de otro elemento?
No es menos increíble que los hombres en bu-
los llevasen
ques; especialmente si se supone que su arribo a las costas de
América fue imprevisto y casual. Si el viaje hubiera sido efecto
de un designio premeditado, hubieran podido transportar anima-
les útiles o curiosos, para multiplicar sus especies, y emplearlos
en sus necesidades y placeres; pero ¿de qué podían servirles
los lobos, los zorros, las fuinas, los coyotes y otras bestias, que
234 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en lugar de utilidad sólo dan molestia y daño? ¿Para la caza?


Pero ¿no podían gozar de la misma recreación, sacando de ella
productos útiles con las liebres, los conejos, las cabras monte-
ses, los venados, los ciervos y otros cuadrúpedos menos feroces?
Supongamos, en fin, que los primeros pobladores de América
fueron tan insensatos que quisieron transportar fieras para diver-
tirse en cazarlas: ¿sería tanta su insensatez que se tomasen el
trabajo de conducir innumerables especies de culebras para te-
ner después el gusto de destruirlas?
La tercera solución, esto es, que Dios creó animales en Amé-
rica como los había creado en Asia, sería sin duda una respuesta
perentoria, no se opusiese directamente a los libros sagrados.
si

Si Dios había resuelto hacer esta segunda creación, ¿por qué


mandó a Noé que guardase en el arca cierto número de indivi-
duos de cuadrúpedos, de reptiles y de pájaros, para que no pere-
ciesen sus especies? Ut salvetur semen super faciem universae
terrae. (Esto es: para que se conserve su casta o especie sobre
la faz de toda la tierra). Si este texto sólo se entiende de los
animales del antiguo continente, y no de los del nuevo, lo mismo
podrá aplicarse al otro en que se dice que de los tres hijos de
Noé se propagó todo el género humano. Ab his disseminatum est
omne genus hominum super universam terram. (Esto es: de esos
se propagó todo el género humano sobre toda la tierra). Yo a lo
menos no encuentro distinción entre el super faciem universae
terrae del primero, y el super universam terram del segundo.
Queda otra objeción al tránsito de las bestias, que es la
misma que hemos indicado hablando del de los hombres. Es fácil
imaginarse que aquéllas pasaron sobre el hielo pero ¿ quién puede
;

persuadirse que muchas especies de animales voracísimos se


dirigiesen a unas regiones privadas de todo lo que podría ser-
virles de sustento, y que otros, a cuya naturaleza es repugnante
el frío, emprendiesen en medio del invierno su marcha para los
países en que éste ejerce con más severidad sus rigores?
No siendo, pues, probable que los animales del Nuevo Mun-
do pasasen a nado, ni por hielo, ni que fuesen transportados
por los hombres, ni por los ángeles, ni creados nuevamente por
Dios, debemos creer que tanto los cuadrúpedos como los reptiles
que se hallaron en América, pasaron por tierra, y que los dos
continentes estaban unidos. Tal ha sido la opinión de Acosta,
de Buffon, de Grocio y de otros grandes hombres. Estoy lejos de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 235

adoptar el sistema del conde de Buffon en toda su extensión.


Nunca podrá persuadirme este filósofo, con toda su elocuencia y
erudición, que todo lo que es ahora tierra ha sido en otro tiem-
po lecho de mar. Jamás creeré que el antiguo continente, y lo
mismo digo del nuevo, padeciese una inundación general, dis-
tinta del Diluvio, y más durable que él. Todos los argumentos
de aquel naturalista, no bastan a sostener una opinión que pa-
rece poco conforme a los libros santos, en los cuales se da a enten-
der que una parte del Asia, a lo menos, estuvo poblada desde
la creación de los primeros hombres hasta el Diluvio Universal,
y desde que la tierra se enjugó hasta algunos años después de la
muerte del Redentor. En la serie de cuarenta siglos o más, com-
prendidos en la relación de los libros bíblicos, no se halla un hue-
co, digámoslo así, en qué poder colocar la supuesta catástrofe.
Contrayéndome al nuevo continente, no hallo razón alguna para
creer que lo sumergiese una inundación distinta de la del tiempo
de Noé, como espero demostrarlo en la tercera disertación.
Pero no hay duda que después del Diluvio, nuestro planeta
ha experimentado grandísimas vicisitudes. Las historias anti-
guas y modernas confirman esta verdad, que Ovidio cantó en
nombre del filósofo Pitágoras:

Vidi ego quod fuerat quondam solidissima telus,


Esse fretum: vidi facías ex oequore ierras.

Hoy se aran tierras sobre las cuales se navegaba antes, y


por el contrario, se navega por donde antes se araba. Los terre-
motos han hundido las unas, y las otras han salido del seno del
mar, a impulso de los fuegos subterráneos. (1) El fango de los
ríos ha dado origen a nuevos terrenos; el mar, retirándose de
algunas costas, ha ensanchado por aquella parte los continentes,
mientras por otras ha usurpado sus dominios, separando en
otras su unión, y formando nuevos estrechos y senos. Los siglos
pasados ofrecen ejemplos de estas revoluciones. La Sicilia estaba
unida al continente de Italia, como la Eubea (hoy Negroponto)
lo estaba a Beocia. Diódoro, Estrabón y otros autores antiguos
dicen lo mismo de España y África, y afirman que de resultas

Nascuntur et alio modo terrae, et repente in aliquo mare emergunt,


(1)
veluti paria secum faciente natura quaeque hauserit hiatus, alio loco
reddente. — Plin. Hist. Nat.
236 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de una violenta irrupción del océano, se rompió la comunica-


ción entre los montes Abila y Calpe, y se formó el Mediterráneo.
Los habitantes de Ceylán creen, en virtud de una tradición anti-
gua, que aquella isla fue separada por una convulsión semejante
de la península Indica. Otro tanto creen algunos pueblos orien-
tales de las Maldivias y de Sumatra. ''Es cierto, dice el conde
de Buffon, que en Ceylán la tierra ha perdido treinta o cuarenta
leguas que le ha usurpado el mar, mientras en Tongres, pueblo
de los Países Bajos, el mar ha cedido casi otro tanto a la tierra. La
parte septentrional de Egipto debe su existencia al Nilo. (1)
La tierra que este río trae de los países mediterráneos del África,
y ha depositado en sus inundaciones, ha formado un suelo de
más de veinticinco brazas de profundidad. Del mismo modo la
provincia del Río Amarillo en la China, y la de la Luisiana, no
se han formado sino con fango de los ríos." Plinio, Séneca, Dió-
doro y Estrabón, citan innumerables ejemplos de estas revolucio-
nes (2), que omito por evitar la prolijidad, como también otras
muchas de los tiempos modernos, de que hablan el mismo Buffon
en su Teoría de la Tierra, y otros escritores. En América, todos
los que hayan observado con ojos filosóficos la península de Yu-
catán, no dudarán que su terreno ha sido lecho de mar en otro
tiempo y por el contrario, en el canal de Bahama se descubren
;

indicios de haber estado unida la isla de Cuba al continente de


la Florida. En el estrecho que separa la América del Asia se ven
muchas islas, que probablemente serían las cimas de las mon-
tañas de algún espacio de tierra, sumergido por la violencia de
un terremoto lo que hace más verosímil la multitud de volca-
:

(1) Faro o Farión, isla de Egipto, que según Homero, en la Odisea,


distaba un día y una noche de navegación del continente, apenas en tiempo
de Cleopatra distaba siete estadios, longitud del puente que por orden de
aquella reina hicieron los rodios. Herodoto, Aristóteles, Séneca, Plinio y
otros escritores, hablan de esta importante revolución del terreno de Egipto.

(2) Véase loque dicen Plinio en el lib. II de su Historia, y Séneca


en el VI de sus Cuestiones. Plinio cuenta nueve islas formadas por la ele-
vación del fondo del mar, que eran Rodas, Délos, Anafe, Nea, Aloua, Jera,
Tera, Terasia y en sus tiempos, Tia. Entre las otras, formadas por terre-
motos, cita a Sicilia, que dista 12 millas de Italia; a Chipre separada de la
Siria; a Eubea de la Beocia; a Atalanta y Nacris de la Eubea; a Berbisco
de la Bitinia; a Leucosia del promontorio de las Sirenas. Entre las tierras
sumergidas hace mención de la isla Cea, en que se anegaron 30 millas de
terreno, con inmenso extrago de habitantes.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 237

nes de península de Kamschatká. Es, por consiguiente, proba-


la
ble que la separación de los dos continentes haya sido efecto
de aquellos espantosos terremotos de que hacen mención los
historiadores americanos, y que en aquellos pueblos forman una
época casi tan memorable como la del Diluvio. Los toltecas lo
colocan en el año I Tecpatl; pero ignorando el siglo de que se
trata, no nos es dado referirlo a nuestra cronología. Si se hun-
diese el istmo de Suez, por efecto de algún gran trastorno físico,
y ocurriese esto en una época en que hubiese tanta escasez de
historiadores como en los primeros siglos después del Diluvio,
al cabo de 300 años se dudaría si el Asia estuvo unida por aquella
parte con el África, y no faltarían personas que lo negasen re-
dondamente.
a
5. Los cuadrúpedos y reptiles de América, pasaron por di-
versas partes, de un continente a otro. Entre los animales ame-
ricanos hay algunos que no pueden soportar el frío, como los
cocodrilos y los monos hay otros, por el contrario, naturalmente
;

inclinados a vivir en el hielo, como las marmotas, los rengíferos


y los glotones. Ni éstos pudieron pasar al continente americano
por la zona tórrida, ni aquéllos por la fría; pues sería necesario
violentar su índole, y morirían indudablemente en el camino. Los
monos que se ven en las provincias mexicanas, provienen de la
América Meridional. (1) El centro de su población está situado
bajo la línea equinoccial, y entre ésta y los 14° y 15° de latitud:
a proporción que se alejan del ecuador, se va disminuyendo su
número, y más allá de los trópicos sólo se encuentran en algunos
países en que las circunstancias locales producen un calor igual
al que se experimenta bajo la línea: ¿quién, pues, podría creer
que estos animales se encaminasen al Nuevo Mundo por el áspero
clima del norte? Se dirá que no es inverosímil que los hombres
los llevasen consigo, para divertirse con sus ridículos ademanes
y remedos; pero además de que lo que decimos de los monos,
se puede aplicar a otros muchos animales que no tienen la menor

(1) D. Fernando de Alba Ixtlilxochitl, indio muy instruido en las


antigüedades de su nación, dice en la Historia Universal de la Nueva
España, que no había monos en la tierra de Anáhuac, y que los primeros
que allí se vieron, vinieron del mediodía, después de la época de los gran-
des vientos. Los tlaxcaltecas, desfigurando con fábulas aquel suceso, decían
que la especie humana fue destruida por el viento, y que los pocos hom-
bres que sobrevivieron fueron transformados en monos.
238 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cualidad apreciable, sino muchas temibles y odiosas, ¿es creíble


que los hombres se tomasen el trabajo de llevar individuos de
cada una de las numerosas especies de monos que se ven en Amé-
rica, entre las cuales hay algunas que lejos de ser graciosas, son
de un aspecto disforme, y de una índole feroz, como los llamados
zambos? Y en caso de que se hubiesen resuelto a llevar dos in-
dividuos a lo menos de cada especie, éstos ciertamente no hu-
bieran podido pasar ni por los mares, ni por las tierras del norte,
por muchas precauciones que se hubiesen adoptado para preser-
varlos del frío. Era, pues, necesario transportarlos de los países
cálidos del antiguo continente, a los países cálidos del nuevo, por
unos mares cuya temperatura fuese análoga al país natural de
aquellos cuadrúpedos esto es, o del mediodía del Asia al medio-
:

día de América, por los mares Indico o Pacífico, o del occidente


de África al oriente de América, por el Océano Atlántico. El
transporte de los animales no puede hacerse sino por alguno
de aquellos mares. Pero esta navegación ¿fue casual, o intentada
a propósito? Si casual, ¿a qué fin llevaban consigo los hombres
aquel extraño cargamento? Si tenían el proyecto de pasar a
aquellos países que les eran desconocidos, ¿quién les dio noticia
de ellos? ¿quién les indicó su situación? ¿quién les enseñó el
camino? ¿cómo se arriesgaron a surcar sin el auxilio de la brú-
jula aquellos mares vastísimos? ¿de qué buques se sirvieron
para tan larga y arriesgada navegación ? Si estos buques llegaron
felizmente, ¿es posible que no haya quedado entre los ameri-
canos el menor recuerdo de su construcción ?
Añádase a lo dicho la abundancia de cocodrilos en la zona
tórrida del Nuevo Mundo, animales que exigen un clima caliente
o templado, y que viven alternativamente en la tierra y en el
agua dulce. ¿Por dónde pasaron éstos? No por el norte, cuyo
frío es contrario a su naturaleza; ni transportados por los hom-
bres, que seguramente no podían tener el absurdo capricho de
introducir en las tierras que iban a poblar, unas bestias tan
perjudiciales y destructoras. Tampoco puede decirse que hicieron
al viaje a nado, alejándose por las aguas saladas del océano a
cerca de dos mil millas de los ríos o lagos en que nacieron, y en
que gozaban de la compañía de los otros individuos de su especie.
No queda otro arbitrio sino de admitir la antigua unión
el
de los países equinocciales de América con los de África, y la
continuación de los países septentrionales de América hasta los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 239

de Europa y Asia : para el tránsito de las bestias propias de


ésta,
los países fríos, y aquélla para el de los cuadrúpedos y reptiles
de los cálidos. Por todo lo que he dicho hasta ahora, me persuado
que hubo en épocas remotas una gran extensión de tierra, que
unía la parte más oriental del Brasil con lo más occidental de
África, la cual desapareció quizás, de resultas de algún gran
terremoto, quedando sólo algunos restos en las islas del Cabo
Verde, de Fernando de Noroña, de la Ascensión, de San Mateo
y otras, y en los muchos bancos reconocidos por los navegantes, y
particularmente por Mr. Buache, que sondeó todos aquellos pa-
rajes con la mayor diligencia. (1) Estas islas y bancos habrán
sido verosímilmente la parte más alta de aquel continente hun-
dido. Del mismo modo creo que la parte más occidental de Amé-
rica estuvo unida con la más oriental de Tartaria, y quizás no
sería imposible que existiese otra unión, por la Groenlandia,
entre América y el norte de Europa.
El sumo respeto que se debe a los libros santos, me obliga
a creer que los cuadrúpedos y reptiles del Nuevo Mundo descien-
den de aquellos individuos que se salvaron del Diluvio Universal
en el arca de Noé, y las razones alegadas hasta ahora, y otras
que omito por evitar fastidio a mis lectores, me persuaden que
su tránsito se hizo por tierra, y por diversas partes del nuevo
continente. Todos los otros sistemas están sujetos a gravísimas
dificultades en el que propongo hay algunas pero no son insupe-
:
;

rables. La principal consiste en la aparente inverosimilitud de


un terreno capaz de sumergir un espacio de tierra de más
de 1,500 millas, que era el que, en mi hipótesis, unía el África con
la América, sepultándolo hasta la profundidad que se observa
en algunos puntos de aquellos mares. Pero además de que yo no
atribuyo tan estupenda revolución a un solo terremoto, habiendo
en las entrañas de la tierra tantas masas de materias combusti-
bles, la inflamación de las unas podría comunicarse rápidamente
a las otras, (del mismo modo que Gasendi explica la formación
del rayo) y la violenta rarefacción del aire contenido en aquellas
minas naturales, podría en un momento sacudir, agitar y preci-
pitar al seno del océano un continente de dos o tres mil millas

(1) Mr. Buache presentóel año de 1737 a la Academia Real de Cien-


cias de París, el mapa hidrográfico de aquellos mares, hecho según sus
observaciones. La Academia lo examinó y aprobó. El autor de las Cartas
Americanas copia en pequeño aquel mapa, en el tomo II de su obra.
240 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de extensión. Esto no es imposible, ni inverosímil, ni carece de


ejemplos en la historia. El terremoto que se sintió en el Canadá
en 1663, aniquiló una cadena de montes de roca, que tenía 300
millas de largo, quedando convertido todo aquel espacio en una
vasta llanura. ¿Cuan terrible no habrá sido la convulsión ocasio-
nada por aquellos extraordinarios y memorables temblores de
tierra, de que hacen mención las historias antiguas americanas,
y con los cuales creían aquellos pueblos que se había destruido
el mundo?
También puede oponerse a mi sistema que si los animales
pasaron por tierra de uno a otro continente, no es fácil adivi-
nar por qué razón pasaron algunas especies, sin quedar un solo
individuo de ellas en el continente antiguo, y por el contrario,
quedaron en éste especies enteras, sin que pasase al otro un
solo individuo de ellas. Por ejemplo, ¿por qué pasaron las 14
especies de monos que hoy se encuentran en América, y no las
17 que el conde de Buffon cuenta en Asia y en África, siendo
todas de un mismo clima, y teniendo la misma facilidad de hacer
el viaje? ¿Por qué pasó el lentísimo perico ligero, y no la veloz
gacela ? Si de la Armenia, donde se detuvo el acá de Noé, se enca-
minaron los animales hacia la América, debieron hacer un viaje
de 6,000 millas las especies destinadas a los países equinoccia-
les de aquella parte del mundo, pasando de Armenia a Egipto
por la Siria y la Mesopotamia; de Egipto por el Asia Central,
al supuesto espacio de tierra que unía los dos continentes, y
finalmente al Brasil. Con respecto a muchos cuadrúpedos, este
viaje no ofrece dificultad, concediéndoles un espacio de 10, 20
o 40 años; pero el perico ligero no se puede concebir que lo eje-
cutase en 6 siglos, caminando sin cesar. Si damos fe al conde
de Buffon, aquel animal no puede andar en una hora más que
una toesa, o 6 pies reales de París de modo que para 6,000 millas,
;

necesitaba 680 años, y mucho más, si creemos lo que dicen Maffei,


Herrera y Pisón, a saber: que aquel infeliz cuadrúpedo apenas
puede andar en 15 días un tiro de piedra.
Estas son las objeciones que presenta mi opinión: y algunas
de ellas tienen todavía mayor fuerza contra todos los sistemas
que he citado, excepto el que echa mano de los ángeles, para
cortar la dificultad. Si los hombres fueron los que transportaron
las bestias, ¿por qué en lugar de lobos y zorros no llevaron ca-
ballos, toros, ovejas y cabras? ¿Por qué no dejaron un solo indi-
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 241

viduo de muchas especies en el continente antiguo? Si los ani-


males pasaron a nado, a la dificultad del viaje marítimo se añade
la del terrestre. Si todos, aun los de la América Meridional, pa-
saron por el norte, en lugar de 6,000 millas tendremos 15,000,
que el perico ligero no pudo atravesar en menos de 1740 años.
Respondiendo, pues, a las mencionadas objeciones, diré:
1.° Que no siendo hasta ahora conocidos todos los cuadrúpedos

de la tierra, no podemos saber cuáles son los que faltan en uno


y en otro continente. El conde de Buffon cuenta 200 especies;
Mr. Valmont de Bomare, que escribió algún tiempo después,
cuenta 205; pero lo cierto es que nadie es capaz de numerarlas
todas, pues nada se sabe de las de algunas regiones interiores
del África, de una gran parte de la Tartaria, del país de las
Amazonas, de la Luisiana septentrional, de los países situados
al norte del río Colorado, del país de los apaches, de las islas
de Salomón, de la Nueva Holanda, etc.: regiones que ocupan
una vasta porción de la superficie de nuestro globo. Ni es de
extrañar que no se tenga noticia de los animales que habitan
los países desconocidos, cuando de los que residen en países co-
nocidos y habitados 260 años por los europeos, no tienen los
zoologistas los datos necesarios para escribir su historia. El con-
de de Buffon, con poseer tan vastos conocimientos sobre esta
parte importante de las ciencias naturales, omite algunos cua-
drúpedos de México, y hablando de otros, comete los graves erro-
res de que hablaré en otra disertación.
Contrayéndome a los animales de que ciertamente care-
cían las tierras de América, como el elefante, el camello y el
caballo, no faltan razones para explicar su falta. Puede ser que
en efecto pasasen al Nuevo Mundo, y que pereciesen extermina-
dos por las fieras o por alguna epidemia peculiar a sus especies
también puede ser que nunca pasasen. Algunos, como el elefante
y el rinoceronte, cuya multiplicación es lenta, permanecieron qui-
zás en los países meridionales de Asia y África, hallando un
clima conveniente a su naturaleza, buenos pastos y un grande
espacio de tierra en que poder vivir con holgura; por lo que no
necesitarían salir de sus regiones primitivas, para vivir según
sus inclinaciones y apetitos. Es cierto que, según algunos autores,
los grandes huesos que se han encontrado en las márgenes del
Ohio y en otros puntos de América, pertenecen a elefantes, de lo
que se inferiría su antigua existencia en aquel continente; pero,
242 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en general, los zoologistas no están de acuerdo sobre este punto,


y por consiguiente, no se puede deducir ningún argumento sólido
contra mi hipótesis. (1) Por fin, pudo ser también que muchas
bestias no pasasen al Nuevo Mundo, por habérselo impedido los
hombres. Yo no dudo que después de haber salido del arca la
familia de Noé, retuvo en su poder las vacas, las ovejas y las
cabras, formando rebaños para satisfacer sus necesidades co- ;

mo habían hecho sus antepasados, en virtud del permiso que Dios


había concedido después del Diluvio. A medida que se fueron
propagando los hombres, se fueron igualmente aumentando sus
posesiones en Armenia, Caldea, Siria, Persia y Egipto; a cuyas
regiones quedaron verosímilmente confinados en aquellos pri-
meros tiempos los rebaños, bajo el cuidado de los primogénitos
de las familias. Entre tanto, los cuadrúpedos que habían con-
servado su libertad, huyeron de los hombres, y se dirigieron
a los países despoblados, y algunos de ellos, buscando el clima y
el pasto convenientes a su naturaleza, pudieron encaminarse

hacia el Nuevo Mundo. Después, algunas familias destinadas a


poblar otros países, previendo su separación, y queriendo dejar
a la posteridad un monumento de su magnificencia, emprendie-
ron la construcción de la ciudad y la torre que se llamó de Babel.
Dios confundió sus idiomas para obligarlas a ir a sus destinos,
y ellas, cediendo a la voluntad del Eterno, y al castigo que las
amenazaba, se pusieron en marcha por diversos caminos. Los
progenitores de los que debían poblar la América, o no condu-
jeron consigo rebaños, porque no pudieron adquirirlos, o habién-
dolos sacado de Caldea, los consumieron en su larga peregrina-
ción. Lo cierto es que ninguno de los animales que estuvieron
en los primeros siglos bajo el cuidado especial de los hombres
del Mundo Antiguo, se encontró en el Nuevo: lo que parece ser
claro indicio de que los que pasaron lo hicieron por su propio
instinto, y no por ministerio de los hombres. Lo que digo de
las vacas, de las ovejas y de las cabras, se puede aplicar a los as-
nos y a los caballos, animales que sin duda alguna fueron redu-

(1) Muller dice que los huesos de que se trata, eran de unos grandí-
simos cuadrúpedos llamados manmut. El conde de Buffon, fijándose quizás
demasiado en los datos de aquel escritor, calculó que el manmut era seis
veces mayor que el elefante. Otros dicen que son huesos de hipopótamo,
otros de bestias marinas, otros, finalmente, de animales desconocidos, y
cuyas especies se han extinguido de un todo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 243

cidos a esclavitud, inmediatamente después del Diluvio. Como


quiera que sea, el argumento sacado del tránsito de unas bes-
tias y no de otras, nada prueba contra mi sistema.
En cuanto al cálculo indicado del tiempo que necesitaba el
perico ligero para pasar de la Armenia al Brasil, no hallo en
él ningún inconveniente. Aunque necesitase 1,000 años, pudo
en fin llegar, si los dos continentes estuvieron unidos todo aquel
tiempo suposición que no repugna ni a la razón ni a la historia.
:

Pero tampoco se debe admitir ciegamente el cálculo en que la


objeción se funda. El mismo conde de Buffon dice que los escri-
tores han exagerado la lentitud de aquel animal, y Mr. d'Auben-
ton asegura que no es tan lento como la tortuga. Además de que,
no siendo un animal dañoso, sino antes bien digno de compa-
sión, pudieron ayudarlo los hombres, llevándolo de un país a otro.
Tal es mi opinión acerca de la población de América. Somé-
tola al juicio de los hombres sabios y cristianos: no empero al
de los filósofos incrédulos y caprichosos, que ni respetan la
autoridad divina, ni se curan de las tradiciones humanas, ni hacen
caso de los dictados de la razón.
DISERTACIÓN II

PRINCIPALES ÉPOCAS DE LA HISTORIA DE MÉXICO

La extraña variedad que se nota en los autores, acerca de


lacronología de la historia de México, me obliga a examinar pro-
lijamente las épocas de sus principales sucesos. Para hacerlo
en el cuerpo de la Historia, hubiera sido necesario interrumpir
el hilo de la narración con disputas espinosas. En las notas no
podía hacerse sin darles demasiada extensión. La variedad de las
opiniones de los escritores, nace de no haber podido ajustar
los años mexicanos a los nuestros. Yo he trabajado con gran
esmero en averiguar la verdad, y en parte me parece haberlo
conseguido; como haré ver en la presente Disertación, que sin
duda parecerá enojosa a los que miran con poco interés la ilus-
tración de las cuestiones cronológicas.

SOBRE LA ÉPOCA DE LA LLEGADA DE LOS TOLTECAS Y OTRAS NACIONES


AL PAÍS DE ANAHUAC

No hablamos ahora de los primeros pobladores, sino de las


naciones que figuran en mi Historia, sobre las cuales están dis-
cordes los autores, acerca del orden de su llegada. Los chichi-
mecas, por ejemplo: que según Acosta, Gomara, y Sigüenza,
fueron los primeros, según Torquemada fueron los terceros, y
según Boturini los cuartos. No es menor su discordancia acerca
del tiempo de la llegada de cada nación, como haré ver después.
Nadie duda que los toltecas fueron antiquísimos. De las mis-
mas historias de los chichimecas se infiere que éstos no llegaron
al país de Anáhuac, sino después de la ruina de aquéllos, cuyos
edificios vieron en su viaje, y cuyos restos encontraron en las
orillas del lago mexicano, y en otros puntos. En esto convienen
Torquemada, Betancourt y Boturini; Herrera, Acosta y Goma-
ra, no hacen mención de los toltecas, quizás porque los autores
;

246 FRANCISCO J. CLAVIJERO

antiguos de que se sirvieron, omitieron las noticias de aquella


nación, siendo en su tiempo obscuras y escasas.
Acerca del tiempo de su llegada, Torquemada dice en el li-
bro III de su Historia, que ocurrió en el año 700 de la era vulgar
pero de lo que escribe en el libro I se deduce que debió ser en el
648. Boturini cree que fue un siglo antes, pues dice que Ixtlil-
cuechahuac, rey segundo de Tula, remaba por los años de 660.
Por sus pinturas sabemos que salieron de Huehuetlapallan el
año I Tecpatl; que después de haber peregrinado 104 años, se
establecieron primero en Tollantzinco, y luego en Tula, y que
su monarquía, que empezó el año VII Acatl, duró 384 años. Des-
pués de haber confrontado estas épocas de los toltecas con las
de los chichimecas sus sucesores, me he convencido de que su
salida de Huehuetlapallan ocurrió el año 544, y su monarquía
empezó en el de 667. El que quiera continuar retrocediendo hasta
aquel tiempo, por la serie de años mexicanos comparados con
los de la era cristiana, como la he expuesto al fin del tomo I,
hallará que el año 544 de ésta, correspondía al I Tecpatl, y el año
667 al VII Acatl. No hay motivo para anticipar estas épocas,
ni pueden posponerse sin trastornar algunas de las naciones pos-
teriores. Ahora bien, si la monarquía empezó en 667, y duró 384
años, debe fijarse su fin y la destrucción de los toltecas, en el año
1051 de nuestra era.
Entre la ruina de los toltecas y la llegada de los chichimecas,
no pone Torquemada más de 9 años mas esto no puede ser, por-
;

que según el mismo autor, los segundos encontraron arruinados


los edificios de los primeros, lo que no pudo verificarse en tan
poco tiempo. Además, no puede fijarse en aquel siglo el princi-
pio de la monarquía chichimeca, sin aumentar el número de sus
reyes, o sin prolongar excesivamente su vida, como hace Torque-
mada. ¿Quién será capaz de creer que Xolotl reinase 113 años,
y viviese 200? ¿Que Nopaltzin, su hijo, viviese 170; Techotlalla,
su tercer nieto, reinase 104, y Tezozomoc, su descendiente, ocu-
pase el trono de Azcapozalco 160 o 180 años? Es cierto que un
hombre de complexión robusta, ayudado por la sobriedad y por
el influjode un clima benigno, como el de México, podía llegar a
tan avanzada edad; y no son raros en la historia de aquellos
países los ejemplos de hombres que han prolongado su existen-
cia más allá del término ordinario. Calmecahua, uno de los capi-
tanes tlaxcaltecas que ayudaron a los- españoles en la conquis-
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 247

ta de México, vivió 130 años: el jesuíta Pedro Nieto murió


en 1630, a la edad de 132: Diego Ordóñez, franciscano, murió en
Sombrerete, de, 117 años, predicando hasta el último mes de su
vida. (1) Pudiera hacerse un largo catálogo de aquellos que,
tanto en los dos siglos pasados, como en nuestros días, han
pasado en aquellos países de la edad centenaria. Entre los indios,
particularmente, no son raros los que llegan a 90 y a 100 años,
conservando hasta la extrema vejez los cabellos negros, la den-
tadura entera y la vista firme; pero habiendo sido tan pocos
los que desde el siglo XXIII del mundo han prolongado la vida
hasta los 150 años, que se miran como otros tantos fenómenos,
no podemos convenir con la extravagante cronología de Torque-
mada, que quizás se apoyaría en alguna pintura o escrito de los
texcocanos especialmente cuando él mismo confiesa que aquellas
;

naciones no fueron muy exactas en el cómputo de los años. Por


tanto, no dudo que la llegada de los chichimecas a Anáhuac se ve-
rificó en el siglo XII, y probablemente hacia el año de 1170.
Apenas habían pasado ocho años, desde que Xolotl, primer
rey chichimeca, se había establecido en Tenayuca, cuando llega-
ron nuevas gentes, conducidas, como he dicho en la Historia, por
seis caudillos. Estas eran, en mi opinión, las seis tribus de xochi-
milcas, tepanecas, colhuas, chalqueses, tlahuicas y tlaxcaltecas,
que se separaron de los mexicanos en Chicomoztoc, y que llegaron
unas después de otras al valle, en el mismo orden en que acabo
de nombrarlas. Lo cierto es que cuando llegaron, pocos años
después, los acolhuas, hallaron fundada por los tepanecas la ciu-
dad de Azcapozalco, y por los colhuas la de Colhuacan. Además,
se sabe que aquellas tribus llegaron después de los chichimecas
de que se infiere que su llegada fue en el intervalo que medió
entre la de éstos y la de los acolhuas. Ahora bien: no hay me-
moria de otras gentes venidas por aquel tiempo al Anáhuac,
sino las conducidas por los mencionados seis jefes; luego, éstas
fueron las seis tribus de nahuatlacas, que he citado con sus res-
pectivos nombres. El P. Acosta las coloca tres siglos antes, pues
dice que llegaron a orillas del lago el año de 902, después de
una peregrinación de ochenta años; mas este cálculo no está
de acuerdo con la historia, de la que consta que cuando Xolotl

(1) Diego Ordóñez vivió en su orden 104 años, y en el sacerdocio 95.


En su último sermón se despidió del pueblo de Sombrerete con aquellas
palabras de S. Pablo: Bonum certamen certavi, cursum consumavi etc.
248 FRANCISCO J. CLAVIJERO

vino al valle con su colonia de chichimecas, halló despobladas


las orillas del lago, y la llegada de esta colonia no pudo verificar-
se antes de la mitad del siglo XII, como he dicho más arriba.
Ignórase la época de la llegada de los acolhuas; pero yo no
dudo que fuese hacia fines del mismo siglo, porque aquellos pue-
blos llegaron pocos años después de las seis tribus, y por otra
parte, consta de la historia que Xolotl sobrevivió algunos al es-
tablecimiento de éstas.
La última nación o tribu que se dejó ver en Anáhuac fue
la de los mexicanos. En todos los autores que he consultado no
he hallado uno que sea de opinión contraria sino Betancourt, el
cual da el último lugar a los otomíes. El P. Acosta fija la llegada
de los mexicanos a las orillas del lago en el año de 1208, porque
coloca aquel suceso 306 años antes de la llegada de las seis tri-
bus nahuatlacas, que, según su cómputo, se verificó en 902. Tor-
quemada, según el cálculo hecho por Betancourt sobre los datos
en que se funda, pone la llegada de los mexicanos a Chapoite-
pec en el año 1260. Una historia mexicana anónima, citada por
Boturini, pone la venida de aquella tribu a Tula en 1196, y en
esta época parece que están de acuerdo algunos historiadores
indios. Esta cronología, además, concuerda perfectamente con
todas las otras épocas; por lo que yo la adopto, como la más
probable y casi cierta. Supuestos estos principios, digo que los
mexicanos llegaron a Tzompanco el año de 1216, y a Chapolte-
pec el de 1245: porque se sabe que se detuvieron en Tula nueve
años; en Tepexic y en otros puntos antes de llegar a Tzompan-
co, once; en Tzompanco, siete, y en otros lugares antes de Cha-
poltepec, veintidós. Después de haber estado allí diez y siete
años, pasaron a Acúleo en 1262; detuviéronse cincuenta y
dos años, y fueron conducidos esclavos a Colhuacan en 1314.
En otomíes, también hay gran variedad de
cuanto a los
opiniones. Unos los confunden con los chichimecas, como Acos-
ta, Gomara, y la mayor parte de los escritores españoles. Tor-
quemada en unas partes hace lo mismo, y en otras los separa.
Betancourt, después de haber copiado la narración de Torque-
mada, en todo lo relativo a los toltecas, a los chichimecas y a
las otras naciones, dice, hablando del reinado de Chimalpopoca,
tercer rey de México, que en su tiempo llegaron los otomíes al
Anáhuac, y se establecieron principalmente en Xaltocan. No debe
echarse en olvido esta anécdota de Betancourt, que sin duda
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 249

tomaría de de Sigüenza, pues no suele separarse de


los escritos
Torquemada, sino cuando abraza las opiniones de aquel docto
mexicano; pero se engaña en la cronología, pues fija la llegada
de los otomíes en el año VI Tecpatl, que creyó correspondiente
al 1381: no es así; pues como se ve en mi tabla cronológica, el
año de 1381 fue el VI Calli, y no reinaba entonces Chimalpopoca,
sino Acamapitzin, como haré ver después. Si la llegada de
los otomíes al valle mexicano (no al país de Anáhuac, en que
estaban establecidos muchos siglos antes), ocurrió en el año VI
Tecpatl, y bajo el reinado de Chimalpopoca, debió ser en 1420.
El no hacerse mención de los otomíes antes de esta época, y el
ser menos civilizados que las otras naciones, cuando llegaron
los españoles, los cuales los encontraron esparcidos en varias
provincias, aislados y rodeados de pueblos de diferentes idiomas,
nos hace creer que en la época que hemos indicado empezaron
a vivir en sociedad, bajo el dominio de los tepanecas, y después
bajo el de los mexicanos y tlaxcaltecas. Yo conjeturo que habien-
do encontrado el país ocupado por las otras naciones, no pudieron
establecerse en uno solo, aunque la gran masa de la nación oto-
mi pobló el terreno que está al norte y al nordeste de la capi-
tal, como más próximo a los montes en que antes vivían espar-

cidos, a guisa de fieras.

La causa de haber sido los otomíes confundidos por muchos


españoles con los chichimecas, se halla en la misma historia.
Cuando los antiguos chichimecas fueron civilizados por los tolte-
cas y los nahuatlacas, muchas familias de aquella nación se aban-
donaron a la vida salvaje en el país de los otomíes, prefiriendo
el ejercicio de la €aza a los trabajos de la agricultura. Estos
fueron los nombre de chichimecas, y los otros
que conservaron el
empezaron a llamarse acolhuas, honrándose con el nombre de la
nación que se estimaba la primera en
orden de la civilización.
el

De los otomíes, los que se civilizaron, conservaron su antiguo


nombre, con el cual son conocidos en la historia; pero los otros,
que, esparcidos en los bosques, y mezclados con los chichimecas,
no quisieron renunciar a su bárbara libertad, fueron llamados
chichimecas por muchos que adoptaron, para las dos naciones,
el nombre de la que tenía más celebridad. Por esto algunos es-
critores, hablando de aquellos bárbaros que por más de un siglo
después de la Conquista molestaron a los españoles, distinguen los
chichimecas mexicanos, de los chichimecas otomíes, porque
250 FRANCISCO J. CLAVIJERO

los unos hablaban la lengua otomí, y los otros la mexicana, según


la nación a que debían su origen.
De todo lo que llevo dicho se puede inferir, con mucha ve-
rosimilitud, en cuanto lo permiten cuestiones tan obscuras, que el
orden y el tiempo de la llegada de aquellas naciones al país de
Anáhuac, fue el siguiente:

Los año de
toltecas el 648
Los chichimecas hacia el de 1170
Los primeros nahuatlacas, hacia el de 1178
Los acolhuas a fines del siglo XII.
Los mexicanos llegaron a Tula en 1196
A Tzompanco en 1216
A Chapoltepec en 1245
Los otomíes llegaron al valle de México, y empezaron a civi-
lizarse en 1420

Sé que tepanecas ponderan tanto la antigüedad de Az-


los
capotzalco, que, según Torquemada, contaban 1561 años desde su
fundación hasta el principio del siglo XVII: es decir, que la
creían fundada inmediatamente después de la muerte de nues-
tro Redentor pero consta lo contrario de la historia de las otras
;

naciones, las cuales hacen a los tepanecas poco más antiguos


que los mexicanos en Anáhuac. Acredita lo mismo la serie de los
señores de Azcapozalco, cuyos retratos se han conservado hasta
tiempos muy modernos en un antiguo edificio de aquella ciudad.
Ellos no contaban más de diez señores, desde la fundación del
estado hasta su memorable ruina, ocasionada por los ejércitos
unidos de los mexicanos y de los acolhuas en 1425 de modo que ;

sería necesario dar a cada señor ciento y cuarenta años de go-


bierno para llenar aquella suma.
Los totonacas, por su parte, se creían más antiguos que los
chichimecas, pues la jactancia de un origen remoto es flaqueza
común a todas las naciones. Contaban, pues, que habiéndose esta-
blecido por algún tiempo a las orillas del lago de Tezcoco, pasa-
ron de allí a poblar las montañas, a que dieron el nombre de
Toíonaeapan; que allí fueron regidos por diez señores, cada uno
de los cuales gobernó ochenta años, ni más ni menos, hasta que
habiendo llegado los chichimecas al Anáhuac, en el reinado de
Xatoncan, señor de la nación totonaca, la sometieron a su domi-
nio, y después los mexicanos al suyo. Torquemada, que refiere
esta tradición en el libro III de su Monarquía Indiana, dice que
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 251

es cierta,y comprobada por historias auténticas y dignas de fe


pero por más que diga, no se sabe, ni se puede saber el tiempo
de la llegada de aquella nación al Anáhuac, y en cuanto a los
diez señores, que reinaron cada uno ochenta años exactos, es un
cuento bueno para divertir a niños.
Mayor obscuridad reina sobre la llegada de los olmecas y
xicalangos. Boturini dice que no pudo hallar memorias ni pintu-
ras concernientes a aquellos dos pueblos: con todo, los cree an-
teriores a los toltecas, y no puede dudarse que fueron antiquí-
simos.
No hago aquí mención de las otras naciones, porque se ig-
nora absolutamente su antigüedad pero estoy convencido de que
;

los chiapanecas fueron de los más antiguos, y quizás la primera


de las naciones que poblaron la tierra de Anáhuac.

CORRESPONDENCIA DE LOS AÑOS MEXICANOS CON LOS NUESTROS.


ÉPOCA DE LA FUNDACIÓN DE MÉXICO

Todos los escritores, tanto mexicanos como españoles, que


hacen mención de la cronología mexicana, están de acuerdo acerca
del método que tenían aquellas gentes de contar los siglos y
los años método que he explicado en el libro VI de la Historia,
;

y en las tablas puestas al fin del tomo I. Siempre, pues, que se


halle la correspondencia de un año mexicano con uno de la era
cristiana, se sabrá la correspondencia de todos los otros. Si sé,
por ejemplo, que el año de 1780 es el II Tecpatl, estoy seguro
de que el 1781 es el III Calli, y que el 1782 es el IV Tochtli, etc.
Toda la dificultad consiste en hallar un año mexicano, cuya co-
rrespondencia con uno de los nuestros sea cierta e indudable;
mas esta dificultad está ya vencida, puesto que, tanto por las pin-
turas de los indios, como por el testimonio de Acosta, Torquema-
da, Sigüenza, Betancourt y Boturini, consta que el año 1519,
en que los españoles entraron en México, fue el I Acatl, y por
consiguiente el 1518 fue el XIII Tochtli; el 1517, el XII Calli etc.
Así que, no puede dudarse de la exactitud de mi tabla del tomo I,
por lo que hace a la correspondencia de los dos calendarios. Los
autores que no están de acuerdo con ella, erraron el cálculo, y se
contradijeron a sí mismos. Betancourt, para explicar el método
mexicano de computar los años, nos presenta su tabla, compa-
rándola con la de los cristianos, desde 1663 hasta 1688 mas este
;

trabajo es un tejido de errores, pues el autor hace corresponder


252 FRANCISCO J. CLAVIJERO

el año de 1663 con el I Tochtli, lo cual se demuestra ser falso,


si se continúa mi tabla hasta aquel año. Afirma que el de 1507
fue secular, y admitido este error, no puede menos de fallar en
toda su cronología. Si el año de 1519 fue I Acatl, como él supone
con otros escritores, hallaremos, retrocediendo en nuestra tabla,
que no fue secular el de 1507, sino el de 1506. Para confirmar
su sistema, alega el testimonio de su amigo y compatriota el
Dr. Sigüenza, del cual dice que había descubierto que el 1684
había sido IX Acatl. Si esto fuese cierto, su cálculo sería acer-
tado; pero aunque no dudo de su veracidad en la cita de Sigüen-
za, tengo algunas razones para creer que este docto mexicano
corrigió su cronología; ni podía hacer otra cosa, sabiendo, como
en efecto sabía, que el año 1519 había sido í Acatl, principio
cierto sobre el cual debe apoyarse toda cronología mexicana,
y del cual se deduce claramente que el 1684 no fue IX Acatl,
sino X Tecpatl. Torquemada, hablando de los totonacas en el li-
bro III, dice de un noble de aquella nación, que había nacido
el año II Acatl, y que el año antes, 1519, en que llegaron a aquel
país los españoles, era para los mexicanos el I Acatl. Cuando
Torquemada escribió esto, o estaba agobiado del sueño, o distraí-
do con otras ideas, pues sabía, como todos saben, que el año
que en el calendario mexicano sigue al I Acatl, no es el II Acatl,
sino el II Tecpatl, y tal fue el 1520 de que habla.
Supuesto, pues, que el año 1519 fue el I Acatl, y sabida la
relación entre los años mexicanos y los cristianos, no es difícil
encontrar la época de la fundación de México. Todos los historia-
dores que han consultado las pinturas mexicanas, o han recogido
datos verbales de aquellos pueblos, están de acuerdo en que aque-
lla célebre ciudad fue fundada por los aztecas en el siglo XIV del
cristianismo pero difieren en el año. El intérprete de la Colección
;

de Mendoza señala el de 1324 Gemelli, calculando sobre las noti-


;

cias de Sigüenza, el de 1325; Sigüenza, citado por Betancourt,


y un mexicano anónimo, citado por Boturini, el de 1327; (1)
Torquemada, apoyándose en el cálculo hecho por Betancourt so-
bre sus propios datos, el de 1341, y Enrique Martínez el de 1357.
Los mexicanos dicen que su ciudad se fundó en el año II Calli,
como se ve en la primera pintura de la Colección de Mendoza, y

El testimonio de este anónimo se halla en una copia de una pintu-


(1)
ra antigua, descubierta en 1631.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 253

otras citadas por Sigüenza. Siendo, pues, cierto que el siglo de


la fundación fue el XIV, y el año el II Calli, no pudo ser el 1324,
ni el 1327, ni el 1341, ni el 1357, porque ninguno de éstos fue II
Calli. Si retrocedemos del 1519, hasta el siglo XIV, hallaremos
en él dos años II Calli, esto es, el 1325 y 1377. En este último
no pudo ser la fundación pues sería abreviar demasiado los rei-
;

nados de los monarcas mexicanos, contradiciendo la cronología


de las pinturas antiguas. No queda, pues, otro arbitrio sino con-
venir en que aquella capital fue fundada el año de 1325 de la era
vulgar y este fue sin duda el sentimiento del Dr. Sigüenza por-
; ;

que Gemelli, que no tuvo sobre este asunto otra instrucción que
la que le comunicó aquel literato, pone la fundación en el mismo
año 1325, añadiendo que fue II Calli. (1) Si antes fue de otra
opinión, la reformó posteriormente, echando de ver que era in-
compatible con el principio indudable de que el año de 1519 fue
I AcatL

cronología de los reyes mexicanos


Es cronología de los reyes mexicanos, estan-
difícil ilustrar la
do tan discordes entre sí los escritores sobre este punto. Algunos
datos ciertos pueden servir, sin embargo, para conocer los dudo-
sos. Para dar a los lectores alguna idea de la diversidad de opi-
niones acerca de esta parte de la historia, basta presentar la
tabla siguiente, en que se ven los años en que empezó cada rei-
nado, según Acosta, el intérprete de la Colección de Mendoza
y Sigüenza. (2)
ACOSTA EL INTERPRETE SIGÜENZA
Acamapitzin 1384 1375 3 de mayo de 1361
Huitzilihuitl 1424 1396 19 de abril de 1403
Chimalpopoca 1427 1417 24 de ferero de 1414
Itzcoatl 1437 1427 1427
Moteuczoma I 1449 1440 13 de agosto de 1440
Axayacatl 1481 1469 21 de noviembre de 1468
Tízoc 1477 1482 30 de octubre de 1481
Ahuitzotl 1492 1486 13 de abril de 1486
Moteuczoma II 1503 1502 15 de septiembre de 1502

(1) En
otra parte he notado la equivocación de Gemelli en escribir
año 1325 de la creación del mundo, en vez de 1325 de la era vulgar.
(2) Los años que se leen en la tabla, según el intérprete de la Co-
lección de Mendoza, son los que se hallan en la edición de Thevenot, no en
la de Purchas, que no he podido haber a las manos.
254 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Acosta, y con él Enrique Martínez y Herrera, no sólo discor-


dan de los otros autores en la cronología, sino también en el or-
den de los reyes, poniendo a Tízoc antes de Axayacatl constando
;

lo contrario, no sólo por el testimonio de los mexicanos, sino


también por el de los autores españoles. Gomara confunde los
reinados de los señores de Tula, con los de los reyes de Colhua-
can y de México. Torquemada indica los años de los unos y de
los otros, y su cronología difiere de la de todos los historiadores.
Solís dice que Moteuczoma II fue el XI de los reyes mexicanos,
y por cierto que no adivino de dónde sacó tan extraña y curiosa
anécdota. Mr. de Paw, para manifestar aun en esto su extra-
vagancia, sólo cuenta ocho reyes de México, siendo indudable
que hubo once, a saber los nueve del catálogo precedente, y des-
:

pués de ellos Cuitlahuatzin y Cuauhtemotzin. Algunos autores


omiten a estos dos últimos, porque reinaron poco tiempo; pero
habiendo sido legítimamente elegidos, y pacíficamente aceptados
por la nación, tanto derecho tienen al título de reyes, como todos
sus predecesores. Acosta dice que no los nombra, porque sólo
tuvieron de reyes el título, hallándose en sus tiempos dominado
casi todo el reino por los españoles; mas esto es absolutamente
falso, porque cuando subió al trono Cuitlahuatzin, los españoles
sólo ocupaban la provincia de los totonacas, y éstos eran más
bien sus aliados que sus subditos. Al principio del reinado de
Cuauhtemotzin, habían agregado a la referida provincia los esta-
dos de Cuauhquechollan, Itzocan, Tepeyacac, Tecamachalco y al-
gunos otros de aquellos contornos pero todos estos dominios,
;

comparados con el resto del imperio mexicano, eran menos que


Bolonia con* respecto a todo el Estado Pontificio.
Para ilustrar de estos once reyes, es necesa-
la cronología
rio adoptar otro método, empezando por los últimos, y retrogra-
dando hasta los principios de la monarquía.
Cuauhtemotzin. Este monarca terminó su reinado en 13 de
agosto de 1521 habiendo sido hecho prisionero de los españoles,
;

y conquistada la capital de su imperio. El día de su elección no


se sabe pero de la relación de Cortés se infiere que debió ser por
;

octubre o noviembre del año anterior, de modo que no pudo rei-


nar más de nueve o diez meses.
Cuitlahuatzin. Este rey, sucesor de su hermano Moteuczo-
ma, subió al trono en los primeros días de julio de 1520, como
se deduce de la relación de Cortés. Algunos autores españoles
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 255

dicen que no reinó más de cuarenta otros afirman que


días:
reinó sesenta; pero de lo que Cortés oyó decir a un oficial mexi-
cano en la guerra de Cuauhquechollan, se viene en conocimiento
de que vivía por octubre. Yo no dudo que su reinado fuese a lo
menos de tres meses.
Moteuczoma II.Se sabe que reinó diez y siete años, y poco
más de nueve meses que empezó a reinar en septiembre de 1502,
;

y murió en los últimos días de junio de 1520. La razón de haber


puesto algunos autores el principio de su reinado en 1503, fue
porque sabían que había reinado diez y siete años, y no hicieron
cuenta de los otros nueve meses.
Ahuitzotl. Acosta le da once años de reinado; Martínez, do-
ce; Sigüenza, diez y seis, y Torquemada, diez y ocho. Creo que
se pueden averiguar los años de su reinado, y el tiempo de su
exaltación, guiándose por la época de la dedicación del Templo
Mayor. Esta se hizo sin duda en 1486, en lo que están de acuerdo
muchos autores. Por otra parte, consta que el rey Tízoc empezó
apenas aquella fábrica, y que Ahuitzotl la concluyó y llevó a
cabo y esto no pudo ser en el mismo año en que empezó a reinar,
;

ni en los dos ni tres primeros años, pues la obra era vastísima


y difícil. Tampoco pudo en tan breve tiempo hacer las guerras
que hizo en países tan remotos entre sí, ni adquirir el inmenso
número de prisioneros que se sacrificaron en aquella ocasión.
Creo, por tanto, que no se puede fijar el principio de su reinado
después del año de 1482, ni anticiparse, sin trastornar las épocas
de sus antecesores, como después veremos. Habiendo, pues, em-
pezado a reinar en 1482, y acabado en 1502, debemos darle diez
y nueve años, y algunos meses, o casi veinte años de remado.
Tízoc. Nadie duda que el reinado de este monarca fue muy
breve, y no hay autor que le dé más de cuatro años y medio de
vida en el trono. Podemos deducir el tiempo de su reinado y del
de su antecesor, por el de Nezahualpilli, rey de Acolhuacan pues
;

habiendo sido éste tan célebre, y tenido tantos historiadores


en su corte, abundan las noticias ciertas acerca del tiempo de su
gobierno. Nezahualpilli murió en 1516, después de haber reinado
en Acolhuacan cuarenta y cinco años, y algunos meses por lo que
;

debe fijarse el principio de su reinado en 1470. Se sabe, además,


que el octavo año de Nezahualpilli fue el primero de Tizoc;
así que, éste debió empezar a reinar en 1477, y seguir cuatro años
y medio, como dicen muchos historiadores. Torquemada le da
256 FRANCISCO J. CLAVIJERO

menos de tres; pero se contradice en este, como en otros puntos


de su cronología, porque adoptando el cálculo que acabo de hacer
sobre el reinado de Nezahualpilli, y dando menos de tres años
al reinado de Tízoc, debía fijar su muerte en 1480, y dar por con-
siguiente a Ahuitzotl, no diez y ocho, sino veinte años de reinado.
Axayacatl. Se sabe que este rey empezó a reinar seis años
antes de Nezahualpilli, esto es, en 1464, y que acabó, como he
dicho, en 1477, en que subió al trono Tízoc. De aquí se deduce
que reinó trece años, como dicen Sigüenza y otros historiadores.
Acosta le da once años, y doce el intérprete de la Colección de
Mendoza. Lo más probable es que los trece años no fueron cum-
plidos.

Moteticzoma I. La opinión general es que este famoso rey


cumplió veintiocho años en el trono; pero algunos le dan un año
más, porque cuentan como año cumplido los meses que pasaron
de los veintiocho años. Comenzó, pues, a reinar en 1436, y acabó
en 1464. En su tiempo se celebró el toxiuhmolpia, o año secular,
no ya en el decimosexto año de su reinado, como dice Torque-
mada, sino el decimoséptimo, que fue el de 1454.
Itzcoatl. Casi todos los historiadoresdan trece años de rei-
nado a este gran rey: sólo Acosta y Martínez cuentan doce. La
causa de esta diversidad será la misma que he mencionado, a
saber: que no habiendo cumplido los trece años en el trono, los
unos contaron como año entero, y los otros no, los meses que
pasaron de los doce años. Empezó a reinar en 1423; no pudo
ser antes ni después, porque subió al trono un año después que
Maxtlaton usurpó la corona de Acolhuacan. Maxtlaton reinó tres
años, y acabó con el reinado de los tepanecas. El año siguiente,
esto es, tres años después que Itzcoatl empezó a reinar, fue res-
tablecido Nezahualcoyotl en el reino de Acolhuacan, que los te-
panecas le habían usurpado. Se sabe, además, que este monarca
reinó cuarenta y tres años y algunos meses y habiendo acabado
;

en 1470, parece que debe fijarse el principio de su reinado en


1426 la ruina de los tepanecas en 1425 el principio del reinado
; ;

de Itzcoatl en 1423, y el de la usurpación de Maxtlaton en 1422.


Chimalpopoca. Este infeliz monarca ha sido confundido por
Acosta, Martínez y Herrera, con su sobrino Acolnahuacatl, hijo
de Huitzilihuitl por lo cual lo colocan en el trono a la edad de
;

diez años, y lo hacen morir muy en breve a manos de los tepane-


cas. Lo contrario consta en las pinturas y relaciones de los indios,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 257

citadas por Torquemada, y de las cuales he visto yo algunas.


Sigüenza incurre por inadvertencia en una contradicción; pues
dice que Chimalpopoca fue hermano menor de Huitzilihuitl, como
lo fue en efecto: de éste afirma que empezó a reinar a los diez

y ocho años, y que reinó poco menos de once así que debió morir
;

antes de cumplir los veintinueve de edad, y Chimalpopoca, que


inmediatamente le sucedió, debía haber tenido a lo más veinti-
ocho años cuando empezó a reinar. Sin embargo, Sigüenza le da
más de cuarenta años cuando subió al trono. En la Colección
de Mendoza no se dan a este rey más que diez años de reinado.
Torquemada y Sigüenza le dan trece, y esto es lo más probable,
atendida la serie de sus acciones y sucesos; pero Betancourt,
siguiendo a Torquemada, comete en este punto algunos notables
anacronismos. Pone la elección de Chimalpopoca en el tiempo de
Techotlalla, rey de Acolhuacan; supongamos que fuese en el
último año de este rey: a Techotlalla sucedió Ixtlilxochitl, que
reinó siete años; a Ixtlilxochitl, Tezozomoc, que tiranizó aquel
imperio nueve años; y a Tezozomoc, Maxtlaton, en cuyo tiempo
murió Chimalpopoca. Según estos principios, adoptados por Tor-
quemada y Betancourt, es necesario dar a Chimalpopoca diez y
seis años, a lo menos, de reinado, que resultan de los siete de
Ixtlilxochitl y de los nueve de Tezozomoc lo que se opone a la cro-
;

nología de aquellos dos autores, y a la de otros muchos. Si quere-


mos combinar la cronología de los reyes de México con la de los
reyes de Tlatelolco, según el cálculo de los mismos Betancourt y
Torquemada, apenas nos quedarán diez y nueve años para dividir-
los entre Chimalpopoca e Itzcoatl, como después veremos. Debien-
do, pues, contar trece años en el reinado de Chimalpopoca, según
el parecer de la mayor parte de los historiadores, debemos po-
ner el principio de su reinado en 1410. Maxtlaton sucedió a
Tezozomoc, su padre, un año antes de la muerte de Chimalpo-
poca, esto es, en 1422. Tezozomoc poseyó nueve años la corona
de Acolhuacan: habiendo, pues, muerto en 1422, empezó su
tiranía en 1413. Por lo que hace a Ixtlilxochitl, rey legítimo
de Acolhuacan, sabemos que reinó siete años, hasta que en 1413
perdió la corona y la vida a manos de Tezozomoc: luego, empezó
a reinar en 1406.
Huitzilihuitl. Son muy
diversos los dictámenes de los histo-
riadores acerca del número de años que reinó este monarca.
Sigüenza dice que fueron diez años y diez meses : Acosta y Mar-
II— 9
258 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tínez le dan trece : elintérprete de la Colección de Mendoza vein-


tiuno. Torquemada atestigua que entre los historiadores mexi-
canos que vio, unos le dan veintidós años, y otros veintiséis;
pero yo no dudo que el verdadero número es el del intérprete,
pues sabemos que las pinturas históricas de los mexicanos, que
el año decimotercio de este rey fue secular, el cual, según mi
tabla cronológica del fin del tomo I, no pudo ser otro que el
1402 empezó, pues, a reinar en 1389. Habiendo muerto en 1410,
:

como se infiere de lo que hemos dicho hablando de Chimalpopoca,


debemos contar en el reinado de Huitzilihuitl veintiún años.
Acamapitzin. Supuesta la verdad de los cómputos prece-
dentes, y establecida la época de la fundación de México, poco
tenemos que hacer por lo que respecta a este rey. Torquemada
afirma que las pinturas y las historias manuscritas de los mexi-
canos fijan la elección de Acamapitzin en el vigesimoséptimo
año de la fundación de México: fue, pues, elegido en 1352, o al
principio de 1353, y su reinado habrá sido de treinta y siete
años, o poco menos. El interregno que hubo después de su muer-
te, fue, según Sigüenza, de cuatro meses: todos los otros his-
toriadores lo hacen de pocos días.

SOBRE LAS ÉPOCAS DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA


No es muy señalar las épocas de los sucesos de la
difícil
Conquista, hallando la mayor parte de ellas indicadas por el con-
quistador Cortés en sus cartas a Carlos V; pero habiendo mu-
chos anacronismos en los escritores españoles, o porque no con-
sultaron aquellas cartas, o porque no se curaron de saber en
qué días cayeron las fiestas movibles de aquellos años, de las
cuales suele servirse Cortés, es necesario fijar algunos puntos
cronológicos, dejando otros de menos importancia, para evitar
fastidio a los lectores.
La llegada de la expedición de aquel caudillo a la costa de
Chalchiuhcuecan, ocurrió, como todos saben, el jueves santo de
1519, que fue el 21 de abril, habiendo caído en 24 la Pascua.
La entrada de los españoles en Tlaxcala fue, no ya en 23 de
septiembre, como dicen Herrera y Gomara, sino en 18, como
afirman Bernal Díaz, Betancourt y Solís; lo que puede demos-
trarse calculando, en virtud de los datos de Cortés, los días que
los españoles estuvieron en Tlaxcala y en Cholula, y los que em-
plearon en su viaje hasta México. Bernal Díaz dice que antes
HISTORIA ANTIGUA DE l^EXICO 259

de entrar en Tlaxcala, estuvieron veinticuatro días en las tie-


rras de aquella República, y después veinte en la ciudad, como
lo confirman también las cartas de Cortés. En Cholula entraron
a 14 de octubre, y en México a 8 de noviembre. Seis días des-
pués fue aprisionado Moteuczoma, según Cortés refiere. Este
general se mantuvo en aquella capital hasta principios de mayo
del año siguiente, en cuyo tiempo fue a Cempoala, para oponer-
se a Narváez. Dio el asalto, y ganó la victoria contra aquel ene-
migo, el domingo de Pentecostés, que en aquel año de 1520 cayó
en 27 de mayo. La sublevación de los mexicanos, ocasionada
por la violencia de Alvarado, fue en la gran fiesta del mes
Texcatl, que empezó en aquel año en 13 de mayo. Cortés volvió
a la capital, después de su victoria, en 24 de junio. En la rela-
ción de los sucesos ocurridos en los últimos días de este mes,
y en los primeros del siguiente, hallo confusión y anacronismos
entre los escritores. Yo he seguido las cartas de aquel caudillo,
que contienen los datos más seguros sobre su empresa.
Parece que la muerte de Moteuczoma acaeció en 30 de junio,
pues murió, según Cortés, tres días después de haber recibido
la pedrada. Este suceso se verificó mientras se construían las dos
máquinas de guerra, de que hablo en la Historia, las cuales se
hicieron en la noche del 20 de junio y en el día siguiente. No
puede colocarse la muerte de aquel rey ni antes ni después del
30 de junio, sin trastornar la serie de los sucesos.
Fijo en 1.° de julio la Noche Triste, esto es, aquella en que
los españoles salieron derrotados de México, porque Cortés pone
siete días en su viaje a las tierras de Tlaxcala, donde entró el
8 de julio. Bernal Díaz y Betancourt dicen que los españoles
salieron de México el 10, 16 en los dominios de aque-
y entraron el
lla República pero en esto se debe dar más crédito a Cortés. Los
;

sucesos ocurridos desde el 24 de junio hasta el 1.° de julio, parecen


muchos para tan corto tiempo pero no es de extrañar que en cir-
;

cunstancias tan críticas y peligrosas, se multiplicasen las opera-


ciones de los que hacían los últimos esfuerzos para salvar la vida.
La guerra de los españoles en Cuauhquechollan fue en el
mes de octubre, según la relación de Cortés. Esta época importa
para determinar el tiempo del reinado de Cuitlahuatzin pues ;

un capitán mexicano, de quien Cortés se informó acerca del es-


tado de la capital, le dio cuenta de las diligencias practicadas por
aquel rey contra los españoles. Los que suponen que Cuitlahuat-
260 FRANCISCO J. CLAVIJERO

zin sólo reinó cuarenta días, rechazan como falsa aquella noti-
cia; pero sin fundamento que pueda destruir su certeza.
Acerca del día en que empezó el asedio de México, y del
tiempo de su duración, se engañan comunmente los historiadores.
Dicen éstos que el asedio duró noventa y tres días; pero no hi-
cieron exactamente su cálculo, pues Cortés hizo la reseña de
sus tropas en la gran plaza de Texcoco, y señaló los puntos que
debían ocupar las tres divisiones de su ejército, el lunes de Pen-
tecostés del año de 1521. Aun suponiendo, contra la verdad de
la historia, que aquel mismo día de la revista se empezaron las
operaciones militares que propiamente pertenecen al sitio, no
serían noventa y tres días, sino ochenta y cinco; porque aquel
lunes cayó a 20 de mayo, y el asedio terminó el 13 de agosto con
la toma de la ciudad. Si dan el nombre de asedio a las hostili-
dades hechas por los españoles en las ciudades del lago, debían
fijar el principio del asedio en los primeros días de enero, y
contar, no ya noventa y tres días, sino siete meses. Cortés,
que en este punto merece más crédito que ningún otro historia-
dor, dice expresamente que el asedio empezó el 30 de mayo, y
duró setenta y cinco días. Es cierto que la misma carta puede
inducir a error, pues en ella se da a entender que el 14 de mayo
estaban las divisiones de Alvarado y Olid en Tacuba, donde em-
pezó el sitio; pero esta es una manifiesta equivocación en los nú-
meros, pues no es probable que aquellos dos jefes se separasen
del ejército antes de la revista, y sabemos por Cortés y por todos
los otros historiadores, que ésta se verificó el lunes de Pentecos-
tés, 20 de mayo.

Torquemada dice en el libro IV, capítulo 46, que los espa-


ñoles entraron por primera vez en México en 8 de noviembre;
pero en el capítulo 4.° -del mismo libro, afirma que esta entrada
fue el 22 de julio; que se mantuvieron ciento cincuenta días,
los noventa y cinco en amistad con los mexicanos, y los cuarenta
en las hostilidades ocasionadas por los estragos que hizo Alva-
rado en la fiesta del mes Texcatl, que según el mismo autor, co-
rresponde a nuestro abril, etc. El conjunto de errores, anacro-
nismos y contradicciones, que contiene este capítulo, bastan
para dar una idea de su descabellada cronología. Creo que el
esmero con que me he aplicado a la ilustración de estos puntos,
me habrá hecho evitar, si no todas, a lo menos muchas de las
equivocaciones en que otros han caído.
" ;

DISERTACIÓN III

SOBRE EL TERRENO DE MÉXICO

El que lea la horrible descripción que hacen de América


algunos europeos, u oiga el injurioso desprecio con que .hablan
de su terreno, de su clima, de sus plantas, de sus animales y de
sus habitantes, se persuadirá que el furor y la rabia han anima-
do sus plumas o sus lenguas, o bien que el Nuevo Mundo es una
tierra maldita, y destinada por el cielo a ser suplicio de malhe-
chores. Si hemos de dar fe al conde de Buffon, América es un
país enteramente nuevo, apenas salido del fondo de las aguas
que lo habían anegado un continuo pantano en las llanuras una
; ;

tierra inculta, y cubierta de bosques, aun después de poblada


por los europeos, más industriosos que los americanos, o inter-
ceptada por montes inaccesibles, que sólo dejan pequeñísimos es-
pacios para el cultivo, y para la habitación de los hombres:
tierra infeliz bajo un cielo avaro, en que todos los animales del
antiguo continente han degenerado, y en que los propios de su
clima son pequeños, disformes, enfermizos, y privados de armas
para su defensa. Si damos oídos a Mr. de Paw (que en parte
copia los sentimientos de Buffon, y cuando no los copia, multi-
plica y aumenta sus errores), "América ha sido y es un país
estéril, en que todas las plantas de Europa se debilitan, excepto
las acuáticas y jugosas; su terreno fétido cría mayor número
de plantas venenosas que el de todas las otras partes del mundo
su extensión está cubierta de montes o de bosques y pantanos,
que sólo ofrecen a la vista un inmenso y estéril desierto; su cli-
ma, contrario en alto grado a la mayor parte de los cuadrúpedos,
es, sobre todo, pernicioso a los hombres, en términos que los
naturales están embrutecidos, débiles, viciados de un modo ex-
traño en todas las partes de su organización.
El cronista Herrera, aunque generalmente moderado y jui-
cioso, cuando compara el cielo y el terreno de América con los
262 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de Europa, se muestra tan ignorante de los primeros elemen-


tos de la geografía, y prorrumpe en tales despropósitos, que ni
aun en un niño serían tolerables. "Nuestro hemisferio, dice, es
mejor que el nuevo con respecto al cielo. Nuestro polo está más
hermoseado con estrellas, porque tiene el septentrión a los 314°,
con muchas estrellas resplandecientes." En lo que supone: 1.°,
que el hemisferio austral es nuevo, siendo conocido, hace tantos
siglos en Asia y África; 2.°, que toda la América pertenece al
hemisferio austral, y que la América del Norte no mira al mis-
mo polo, ni tiene las mismas estrellas que la Europa. "Tenemos,
añade, otra preeminencia, y es que el sol se detiene siete días más
hacia el trópico de Cáncer que hacia el de Capricornio;" como
si el exceso de la permanencia del sol en el hemisferio boreal

no fuera el mismo en el antiguo que en el nuevo continente. Pa-


rece que nuestro buen cronista se persuadió que el amor que
tiene el planeta a la bella Europa sea la causa de su mayor es-
tancia entre la línea y el tronico de Cáncer. ¡Pensamiento ga-
lante, y digno de un poeta francés "Y de aquí proviene, con-
!

tinúa, que la parte ártica es más fría que la antartica, porque


goza menos del sol." Pero ¿cómo puede gozarse del sol en la
parte ártica, cuando este planeta se detiene siete días más en
el hemisferio boreal? "Nuestro continente se extiende más de
poniente a levante, y por tanto es más cómodo para la vida
humana que el otro, el cual estrechándose en la misma dirección,
se alarga demasiado hacia los polos pues la tierra que se en-
;

sancha más de poniente a levante, está a igual distancia del


frío del septentrión, y del calor del austro." Pero si el septen-
trión es la región del frío, y el austro del calor, como este escri-
tor da a entender, los países equinocciales serán, según sus prin-
cipios, los más cómodos para la vida humana, porque ellos son
los que están realmente a igual distancia de ambos extremos.
"En el otro hemisferio, concluye nuestro autor, no había pe-
rros, asnos, ovejas, cabras, etc., ni naranjas, higos, melocoto-
nes, etc."

Estos, y otros despropósitos de muchos escritores son efec-


tos de un ciego y excesivo patriotismo, que les hace creer en
ciertas imaginarias preeminencias de sus respectivos países so-
bre todos los de la tierra. No sería difícil oponer a sus invectivas
contra la América los grandes elogios que le han tributado mu-
chos ilustres autores, algo mejor instruidos que ellos; pero ade-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 263

más de que esto sería ajeno de mi propósito, no podría menos


de causar fastidio al lector: por lo que me limitaré a examinar
lo que se ha escrito contra el terreno de América, y contra el de
México en particular.

SOBRE LA SUPUESTA INUNDACIÓN DE AMERICA


Casi todo lo que el conde de Buffon y Mr. de Paw han es-
crito contra el terreno de América, acerca de sus plantas, ani-
males y habitantes, se apoya en la suposición de una inundación
general, diferente de la que sobrevino en los tiempos de Noé,
y mucho más reciente, de cuyas resultas quedó todo aquel país,
por espacio de mucho tiempo, debajo de las aguas. De esta mo-
derna catástrofe nace, según el conde de Buffon, la malignidad
del clima de América, la esterilidad de su terreno, la imperfec-
ción de sus animales, y la frialdad de los americanos. "La natu-
raleza no había tenido tiempo de poner en ejecución sus desig-
nios, ni de desarrollar toda su amplitud." De los lagos y de los
pantanos que han quedado de aquella inundación, proviene, se-
gún Mr. de Paw, la excesiva humedad del aire, y la humedad pro-
duce la infección del ambiente, la extraordinaria multiplicación
de los insectos, la irregularidad y la pequenez de los cuadrúpedos,
la esterilidad y la fetidez de la tierra, la infecundidad de las mu-
jeres, la abundancia de leche en los pechos de los hombres, la es-
tupidez de los americanos, y otros muchos fenómenos, que él ob-
servó desde su gabinete de Berlín, mucho mejor que todos los que
hemos estado en América. Estos dos autores están de acuerdo
en la inundación, pero no en el tiempo, pues Mr. de Paw la cree
más antigua que el conde de Buffon.
Sin embargo, toda esta suposición es aérea, y la inundación
de que hablan debe colocarse en la clase de las quimeras. Mr. de
Paw la apoya en el testimonio del P. Acosta, en el número
casi infinito de lagos y pantanos, en las venas de metales graves
que se encuentran casi en la superficie de la tierra, en los cuer-
pos marinos amontonados en los puntos más bajos de los sitios
mediterráneos, en la destrucción de los grandes cuadrúpedos y,
finalmente, en la unánime tradición de los mexicanos, de los
peruanos, y de todos los salvajes que habitan desde la tierra
Magallánica hasta el río de San Lorenzo, todos los cuales están
de acuerdo en creer que sus abuelos residieron en los montes,
mientras se mantuvieron anegados los valles.
264 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Es verdad que Acosta en el libro I, capítulo 25, de su


el P.
Historia, duda si lo que los americanos decían del Diluvio, debía
entenderse del de Noé, o de algún otro particular, ocurrido en
aquellos países, como el de Deucalión y Ogiges en Grecia: y aun
parece que se declara por esta opinión, que dice haber sido acep-
tada por hombres inteligentes; pero hablando después en el
libro V, capítulo 19, de las conquistas de los primeros incas, da a
entender que la segunda inundación no fue otra que el Diluvio
de Noé. "El pretexto, dice, que tuvieron los incas, para apode-
rarse de toda aquella tierra, fue el fingir que después del Diluvio
Universal (de que tenían noticia todos aquellos indios) ellos
eran los que habían poblado el mundo, habiendo salido siete de
la cueva de Pacaritambo, y que, por consiguiente, todos los
hombres debían tributarles homenaje, como a sus progenitores."
Luego, reconoció que las tradiciones de los indios se referían al
Diluvio Universal, y que las fábulas con que se desfiguró después,
eran pretextos inventados por los incas para establecer su im-
perio. ¿ Qué diría aquel autor si hubiera tenido en favor de aque-
lla tradición general los documentos que nosotros poseemos ? Los
mexicanos, según afirman sus propios historiadores, como ya
he dicho en otra parte, no hablaban del diluvio sin hacer men-
ción al mismo tiempo de la confusión de las lenguas, y de la dis-
persión de las gentes: estos tres sucesos sé representaban en
la misma pintura, como se ve en la que tuvo el Dr. Sigüenza
de D. Fernando de Alva Ixtlilxochitl, y éste de sus ilustres ante-
pasados, cuya copia he dado en el primer tomo de esta Historia.
La misma tradición se halló en los chiapanecas, en los tlaxcal-
tecas, en los michuacanos, en los cubanos, y en los indios de Tie-
rra-firme, con la expresión de haberse salvado del Diluvio algu-
nos hombres y animales en una barca, y de haber antes dado
libertad a un pájaro, que no volvió por haber encontrado cadáve-
res en que cebarse, y después a otro, que volvió con un ramo
verde en el pico: todo lo cual manifiesta claramente que no ha-
blaban de otro Diluvio sino del que inundó la tierra en tiempo
del patriarca Noé. Todas las circunstancias con que se halla alte-
rada en algunas naciones americanas esta universal y antiquí-
sima creencia, o son alegorías, como la de las siete cavernas
de los mexicanos, para significar las siete naciones principales
que poblaron al país de Anáhuac, o ficciones de la ignorancia o
de la ambición. Ninguno de aquellos pueblos creía que los hom-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 265

bres se hubiesen salvado en las cimas de los montes, sino en


una barca; y si hubo alguno que no lo creyese así, fue porque
la tradición del Diluvio, después de tantos siglos, debió padecer
algunas alteraciones. Es, pues, absolutamente falsa la tradición
universal de una inundación particular de la América, y que
esta especie fuese admitida por todos los que residían desde
la tierra Magallánica hasta el río de San Lorenzo.
Los lagos y los pantanos, que según aquellos dos escritores,
son trazas indudables de la soñada inundación, son efectos ne-
cesarios de los grandes ríos, de las innumerables fuentes, y de
las abundantísimas lluvias de América. Si aquellos lagos provi-
niesen de una inundación, y no de las causas que acabamos de
indicar, se hubieran secado al cabo de tantos siglos, por la con-
tinua evaporación que provocan los rayos del sol, especialmente
en la zona tórrida, o a lo menos se hubieran disminuido en gran
parte; pero esta disminución no se observa, sino en aquellos
lagos, de que la industria humana ha separado los ríos y torren-
tes que descargaban en ellos, como sucede en los del valle mexi-
cano. Yo he visto y observado los cinco lagos principales de aquel
país, que son los de Tezcoco, Chalco, Cuiseo, Pátzcuaro y Cha-
pala, y estoy seguro de que no se han formado, ni se conservan
sino por las copiosas lluvias, por los ríos y por las fuentes. Todo
el mundo sabe que no hay lluvias más abundantes ni ríos más
caudalosos que los de América. Si tenemos a la mano las causas
naturales y conocidas, ¿por qué hemos de acudir a las supuestas
e improbables? Si los lagos indican inundación, más bien debe-
mos creerla en el antiguo continente, que en el moderno; pues
todos los lagos de América, aun comprendidos los del Canadá, que
son los mayores, no pueden compararse con los mares Negro,
Blanco, Báltico y Caspio, los cuales, aunque tienen el nombre
de mares, son, según el mismo conde de Buffon, verdaderos la-
gos, formados por los ríos que en ellos desembocan. Si a éstos
se añaden los lagos Leman, Onega, Pleskow, y otros muchos y
grandes de la Rusia, de la Tartaria y de otros países, (1) pron-
to se echará de ver cuánto se olvidan de su propio continente
los que tanto exageran las peculiaridades del otro. El lago de

(1) Mr. Valmont de Bomare cuenta 38 lagos en los Cantones suizos,


y dice que en el de Harlem pueden entrar navios de alto bordo. El de
Aral, en Tartaria, según el mismo, tiene 100 leguas de largo y 50 de ancho.
266 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Chápala, que en algunos mapas geográficos se halla condecorado


con el magnífico título de Mar Chapálico, y que yo he visto y
costeado tres veces, apenas tiene 100 millas de circunferencia.
Ahora bien, si los ríos Don, Wolga, Boristenes, Danubio, Odor,
y otros del Mundo Antiguo, aunque no tan caudalosos como el
Marañón, La Plata, Magdalena, S. Lorenzo, Orinoco, Misisipí, y
otros del nuevo, bastan, según el conde de Buff on, a formar aque-
llos inmensos lagos, que han merecido el nombre de mares, ¿qué
extraño es que los magníficos raudales de América formen otros
menos extendidos? Mr. de Paw dice: "Estos lagos parecen re-
ceptáculos de aguas, que no han podido salir todavía de aquellos
lugares anegados por una violenta agitación impresa a todo
el globo de la tierra. Los numerosos volcanes de la Cordillera
o Alpes americanos, y de las rocas de México, y los terremotos
que incesantemente agitan una u otra parte de aquellas eleva-
ciones, dan a entender que todavía no está aquella tierra en re-
poso." Pero si aquella violenta agitación fue general a todo el
globo de la tierra, ¿por qué razón se inundaron el Perú y México,
siendo, como confiesan el mismo Mr. de Paw y el conde de Buff on,
sumamente elevados sobre la superficie del mar, y no se inunda-
ron las tierras de Europa, que son mucho más bajas? Quien
haya observado la estupenda elevación del suelo de América, no
podrá persuadirse jamás que el agua suba a cubrirlo, sin haber
anegado antes toda la Europa. Por lo demás, también podremos
decir que el Vesubio, el Etna, el Hecla, y los innumerables vol-
canes de las islas Momeas y Filipinas y del Japón, y los frecuen-
tes terremotos que allí se experimentan, como igualmente en
China, Persia, Siria y Turquía, dan a entender que el Mundo
Antiguo no está todavía en reposo. (1)
"Las venas de metales, añade Mr. de Paw, que en algunos
puntos se hallan en la superficie de la tierra, parecen indicar

(1) El mismo Mr. de Paw, después de haber hecho mención del Ve-
subio, del Etna, del Hecla y del volcán de Lipari, dice así: "Entre los
grandes volcanes se cuentan el Paramucan en la isla de Java, el Camapis
en la de Banda, el Balaluan en la de Sumatra. En Ternate hay otro cuyas
erupciones no ceden a las del Etna. De todas las islas grandes y peque-
ñas que componen el imperio del Japón, no hay una que no tenga su
volcán más o menos considerable: lo mismo sucede en las Malinas (quiere
decir Filipinas), en las Azores, en las Canarias". Recherches philosophi-
ques, Lettre III, sur les vicissitudes de notre goble. (Indagaciones filosó-
a
ficas, carta 3. , sobre las vicisitudes de nuestro globo).
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 267

que aquel suelo fue anegado, y que los torrentes arrebataron


la superficie." Pero ¿no sería más sensato decir que algunas
erupciones violentas de fuegos subterráneos, bastante claras en
los numerosos volcanes de la Cordillera, arruinando la superficie
de algunos terrenos, dejaron casi descubiertos aquellos depósitos
metálicos ?
Los cuerpos marinos amontonados en algunos lugares me-
diterráneos de América, si prueban la pretendida inundación,
probarán más bien una inundación mayor del Mundo Antiguo;
pues si en América son pocos los sitios en que se hallan masas
enteras de conchas y cuerpos marinos en estado de petrificación,
la Europa está llena de ellos, demostrando haber estado en otro
tiempo bañada por las aguas del mar. (1) Sabidos son los aspa-
vientos y los cálculos que han hecho algunos físicos franceses
de la inmensa cantidad de conchas que hay en la Turena, y nadie
ignora que esta clase de cuerpos marinos se hallan también en
los Alpes. ¿Por qué, pues, se inferirá de algunas de estas substan-
cias que hay en América, la inundación de aquellos países, y no
se supondrá la inundación en Europa, donde son más comunes,
y donde se encuentran en mayores masas? Si la colocación de
estos cuerpos en los puntos mediterráneos de Europa se atribuye
al Diluvio Universal, ¿por qué no se atribuyen a la misma causa
los efectos que se notan en América? (2) Por el contrario, si no
fueron las aguas del Diluvio las que transportaron los cuerpos
marinos a lo interior de las tierras de Europa, sino las de otra
inundación posterior; si la Europa es, en general, como dice el
*

(1) Mr. de Bourguet en su Tratado de las petrificaciones, y el P.


Torrubia en su Aparato de la Historia Natural de España, presentan gran-
des catálogos de los sitios de Europa y Asia, donde se hallan cuerpos
marinos petrificados.
(2) Uno de los montes más altos de América es el Descabezado, si-
tuado en los Alpes Chilenos, a más de 150 millas del mar. Su altura
perpendicular sobre la superficie del mar, es, según el diligente y eru-
dito Molina, de más de tres millas. En la cima de este coloso se han
hallado grandes cantidades de cuerpos marinos petrificados, los cuales no
pudieron subir a tan estupenda altura por. efecto de una inundación par-
ticular, distinta de la del Diluvio. Tampoco puede decirse que habiendo
sido aquella cima lecho del mar, se fue elevando poco a poco, y con ella
los cuerpos marinos; porque aunque esto no sea inverosímil en algunos
sitios poco elevados sobre el nivel del mar, a tan extraordinaria altura
es absolutamente increíble: así que, la existencia de aquellos restos debe
considerarse como una prueba cierta e indudable del Diluvio.
268 FRANCISCO J. CLAVIJERO

conde de Buffon, un país nuevo; si no hace mucho tiempo que


estaba cubierta de bosques y pantanos, ¿por qué no se ven en
ella, ni se veían hace dos mil años, esos estupendos efectos de la
inundación que ven aquellos dos autores en América ? ¿ Por qué
no se han degradado los animales europeos, como los ameri-
canos? ¿Por qué los habitantes de un continente no son tan
fríos como los del otro? ¿Por qué las mujeres de una y otra
parte del mundo no son, o a lo menos, no han sido igualmente
infecundas ? ¿ Por qué habiendo estado la Europa anegada como la
América, y más tiempo aquélla que ésta, como se infiere clara-
mente de las razones del conde de Buffon, el terreno de Europa
quedó fecundo, y el de América estéril; el cielo de Europa es
tan benigno, y el de América tan avaro; a Europa se concedieron
todos los bienes, y a América se destinaron todos los males? El
que quiera conocer toda la fuerza de estas dificultades, lea lo que
dice Buffon acerca de la inundación de Europa.

El último argumento de Mr. de Paw se toma de la extin-


ción o exterminio de los grandes cuadrúpedos en América, los
cuales, dice, son los primeros que perecen en las aguas. Este
autor cree que antiguamente había en América elefantes, came-
llos, hipopótamos, y otros grandes cuadrúpedos, y que todos

perecieron en la supuesta inundación. Pero ¿no es cosa maravi-


llosa que pereciesen los camellos y los elefantes, siendo tan velo-
ces, y se salvase el perico ligero con toda su lentitud y pereza?
¿ Cómo no se refugiaron los elefantes en las cimas de los montes,
a imitación del hombre, huyendo a nado, en lo que son diestrí-
simos, o valiéndose de la velocidad de sus pies, la cual es tal
que, según el conde de Buffon, andan en un día ciento y cin-
cuenta millas, y pudo refugiarse el perico ligero, que, según el
mismo autor, necesita una hora para andar una toesa? Aun su-
poniendo que hayan existido en América aquellos grandes cuadrú-
pedos, no hay motivo para atribuir su exterminio a la inundación
posterior al Diluvio: pudieron haberlo producido otras muchas
causas. El mismo Mr. de Paw afirma, que si se transportasen
los elefantes a América, como lo han procurado hacer los portu-
gueses, "tendrían la misma suerte que los camellos en el Perú,
que no se propagarían, aunque se dejasen en los bosques aban-
donados a su propio instinto, porque la mudanza de clima y de
alimento es mucho más sensible a los elefantes que a todos los
otros cuadrúpedos de primera magnitud/' En otra parte dice,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 269

que "la causa de la destrucción de los grandes cuadrúpedos del


Mundo Nuevo es una de las mayores dificultades, y uno de los
puntos más curiosos e interesantes de la física del globo." ¿Có-
mo, pues, decide tan osadamente en cuestión tan espinosa, seña-
lando por causa una inundación tan problemática?
El conde de Buffon trata de probar la reciente inundación
de América, con algunos argumentos, a que responderemos en
pocas palabras. "Si este continente es tan antiguo como el otro,
¿por qué se encuentran en él tan pocos hombres?" Los hombres
que se encontraron en América no eran pocos, si no es con res-
pecto al vastísimo continente que habitaban. Los que vivían en
sociedad, como los mexicanos, los michuacanos, los acolhuas, y
otros que ocupaban todo el espacio de tierra que se extiende
desde el 9 o hasta el 23° de latitud, y desde el 271° hasta el 294°
de longitud, formaban pueblos tan numerosos como los de Europa,
y así lo haré ver en otra disertación. (1) Los que vivían disper-
sos formaban pequeñas naciones o tribus, porque la vida salvaje
no favorece la multiplicación de la especie humana, ni allí, ni
en ningún otro país del mundo. "Si los salvajes son pastores,
dice Montesquieu, necesitan de un gran terreno para mantener
un reducido número de individuos: si son cazadores, como eran
los salvajes de América, aun existen en menor número, y com-
ponen una nación más pequeña."
"¿Por qué, vuelve a preguntar el conde de Buffon, eran to-
dos salvajes, y vivían dispersos?" No hay tal cosa. ¿Habrá quien
dude que los mexicanos, los peruanos, y todas las naciones so-
metidas a ellos vivían en sociedad ? Estas, como el mismo Buffon
confiesa, eran harto numerosas, y no pueden llamarse nuevas.
Los otros pueblos permanecieron salvajes por demasiado amor
a la libertad, o por otras causas que ignoramos. En Asia, aun
siendo un país tan antiguo, hay todavía tribus salvajes y disper-
sas. "¿Por qué, añade, los pueblos americanos que vivían en so-
ciedad, contaban apenas doscientos o trescientos años después

(1) Estos argumentos del conde de Buffon contra la antigüedad ame-


ricana, se hallan en el tomo VI de su Historia Natural; pero poco antes,
en el mismo tomo, dice: "Halláronse en México y en el Perú hombres
civilizados y pueblos cultos, sometidos a leyes y gobernados por monar-
cas: no carecían de industria, de artes, de ideas religiosas. Habitaban
en ciudades, en que reinaba el orden, y en que los reyes ejercían su auto-
ridad. Estos pueblos, bastante numerosos, no pueden llamarse nuevos."
270 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de su reunión?" Otro error. Los mexicanos contaban apenas dos-


cientos años desde la fundación de su capital, y los tlaxcaltecas
algo más desde el establecimiento de su República; pero tanto
estas naciones, como las que les estaban sometidas, y los toltecas,
los acolhuas y los michuacanos, vivían en sociedad desde tiempo
inmemorial. Ni el conde de Buffon, ni Mr. de Paw, ni el Dr. Ro-
bertson, ni otros muchos escritores europeos, saben distinguir
el establecimiento de aquellas naciones en Anáhuac, del que mu-
chos siglos antes habían tenido en los países septentrionales del
Nuevo Mundo.
"¿Por qué, sigue conde de Buffon, aun las naciones que
el
vivían en sociedad, ignoraban el arte de transmitir a la posteri-
dad la memoria de los hechos, por medio de figuras durables,
puesto que habían descubierto el modo de comunicarse de lejos,
y de escribirse por medio de los nudos ?" ¿ Y qué eran las pintu-
ras y los caracteres de los mexicanos y de las otras naciones
civilizadas de Anáhuac, sino signos durables, destinados, como
nuestros caracteres, a perpetuar la memoria de los sucesos ? Véa-
se lo que dice Acosta en el lib. VI, cap. 7.°, de su Historia, y lo
que yo digo en mi Disertación sobre la cultura de los mexicanos.
"¿Por qué no domesticaban animales, ni se servían de otros
que del llama (1) y del paco, los cuales no eran, como nuestros
animales domésticos, estables, fieles y dóciles?" Porque carecían
de animales que pudiesen ser domesticados. ¿Quería el conde de
Buffon que domasen tigres, lobos y otras fieras de esta especie?
Mr. de Paw echa en cara a los americanos el no haberse servido
de los rengíferos como los laponeses; pero estos animales no
se hallan sino en países demasiado remotos de México, y los sal-
vajes que los habitaban no quisieron servirse de aquellos cua-
drúpedos, porque no los necesitaban. Además de que las pala-
bras de Buffon, tomadas en su generalidad, encierran un error,
pues él mismo confiesa que los indios domesticaron el aleo o te-
chichi, animal semejante al perro, y común a ambas Américas.
Los mexicanos, además, habían domesticado los conejos, los pa-
tos, los pavos y otros animales.

(1) Llama según dice el P. Acosta, el nombre genérico de las cua-


era,
tro especies de cuadrúpedos de aquel género; pero hoy se emplea para
significar la que los españoles designan con el nombre de carneros del
Perú. Las otras tres especies son el paco, el guanaco, o huanaco, y la
vicuña.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 271

Finalmente, "sus artes, concluye el conde de Buffon, eran


tan nuevas como su sociedad; su talento imperfecto; sus ideas
no estaban desarrolladas; sus órganos eran toscos, y bárbaras
sus lenguas." Los errores contenidos en estas palabras serán refu-
tados en las siguientes Disertaciones.
La nueva inundación de América debe, pues, considerarse,
como una de aquellas quimeras filosóficas, inventadas por los in-
genios de nuestro siglo; puesto que los americanos no conservan
memoria de otra inundación, que de la universal referida en los
libros santos. Antes bien, se puede asegurar, que si el Diluvio de
Noé no anegó toda la tierra, ningún otro país se pudo, con ma-
yor probabilidad, substraer de aquella catástrofe, que el territo-
rio de México pues además de su gran elevación sobre el nivel
;

del mar, no hay país mediterráneo en que sean más raros los cuer-
pos marinos petrificados.

DEL CLIMA DE MÉXICO

Si quisiera empeñarme en rebatir todos los despropósitos


que Mr. de Paw escribe contra el clima de América, sería necesa-
rio emplear, en lugar de una disertación, un volumen. Basta decir
que ha recogido todo lo que se ha dicho y escrito, con razón o
sin ella, contra diversos países particulares de América, para
representar a sus lectores un conjunto monstruoso y horrible;
sin echar de ver que si quisiéramos imitar su ejemplo y adoptar
su sistema a los diversos países de que se compone el antiguo
continente, lo que no sería difícil, resultaría un retrato no menos
espantoso. Pero dejemos esto, como ajeno de nuestro propósito,
y limitémonos a hablar sobre el clima de México.
Siendo este país tan vasto, y hallándose dividido en tantas
provincias, tan diversamente situadas, no es extraño que reinen
en ellas diferentes climas. Algunas tierras, como las inmediatas
a las costas, son cálidas, y por lo común húmedas y malsanas:
otras, como casi todas las interiores, son templadas, secas y sanas.
Estas son demasiado altas, y aquéllas demasiado bajas. En unas
reinan los vientos del sur, en otras el levante, en otras el norte.
El mayor frío de todos los puntos habitados no llega al de Fran-
cia ni aun al de Castilla ni el mayor calor puede compararse con
;

el de África, ni con el de la canícula en algunos pueblos de Europa.


La diferencia entre el verano y el invierno es generalmente tan
;

272 FRANCISCO J. CLAVIJERO

pequeña, que muchas personas usan la misma ropa en agosto


y en enero. Todo esto, y lo que he dicho en otra parte acerca
de la benignidad y suavidad de aquel clima, es tan notorio, que no
necesitamos de citas ni de argumentos para probarlo.
Mr. de Paw, para demostrar la malignidad del clima de
América, alega: 1.° la pequenez y la irregularidad de los anima-
les 2.° la corpulencia y la enorme multiplicación de los insectos
;

3.° las enfermedades de los americanos, y especialmente el mal

venéreo; 4.° los defectos de su constitución física; 5.° el exceso


del frío en algunos países de América, con respecto a los del an-
tiguo continente, situados a igual distancia de la línea equinoc-
cial.

Ahora bien, la supuesta pequenez y la menor ferocidad


de los animales americanos, de que hablaré después, lejos de de-
mostrar la malignidad del clima, manifiestan su suavidad, si
damos crédito al conde de Buff on, de cuyo testimonio se ha valido
el mismo Mr. de Paw, en todo lo que dice contra Pernetty. Buff on,
que en muchos pasajes de la Historia Natural alega la pequenez
de los animales americanos, como una prueba cierta de la malig-
nidad del clima, dice en el tomo XI, hablando de los animales
selváticos: "Como todas las cosas, y aun las criaturas más li-
bres, están sujetas a las leyes físicas; y como los animales, igual-
mente que los hombres, están sometidos al influjo del cielo y de la
tierra, parece que las mismas causas que han civilizado y suavi-
zado la especie humana en nuestros climas, han debido producir
los mismos efectos en las otras especies. El lobo, que es quizás
el cuadrúpedo más feroz de la zona templada, es, por otra parte,
incomparablemente menos terrible que el tigre, el león, y la pan-
tera de la zona tórrida, y que el oso blanco, el lobo cerval y la
hiena de la zona fría. En América, donde el aire y la tierra son
más blandos que en África, el tigre, el león y pantera sólo
la
tienen de terrible el nombre. Si la ferocidad unida a la crueldad,
formaba parte de su naturaleza, no hay duda que han degenerado,
o por mejor decir, han sufrido el influjo del clima: bajo un cielo
más suave, su índole se ha amansado. De los climas extremosos
salen las drogas, los perfumes, los venenos y todas las plantas
cuyas cualidades son fuertes y vehementes. Por el contrario, una
tierra templada no da sino productos templados a ella pertene-
:

cen las yerbas más dulces, las legumbres más sanas, los frutos
más suaves, los animales más pacíficos, y los hombres más tran-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 273

quilos porque la tierra influye en las plantas la tierra y las plan-


: ;

tas, en los animales; la tierra, las plantas y los animales, en el


hombre. Las cualidades físicas del hombre, y de otros animales
que se alimentan de otros animales, dependen, aunque más re-
motamente, de aquellas mismas causas que influyen en su índole
y en sus costumbres. La mayor prueba que puede darse de que
en los climas templados todo se templa, y de que todo es exce-
sivo en los extremosos, es que el tamaño y la forma que parecen
cualidades fijas y determinadas, dependen, como las cualidades
relativas, de la acción que el clima ejerce. El tamaño de nuestros
cuadrúpedos no puede compararse con el del elefante, el rinoce-
ronte y el hipopótamo; las mayores de nuestras aves son harto
pequeñas comparadas al avestruz, al cóndor y al casoar." Hasta
aquí el conde de Buffon, cuyo texto he copiado, porque me ha
parecido importante a mi propósito, y contrario a lo que Mr. de
Paw dice contra el clima de América, y a lo que el mismo Buffon
escribe en otras partes.

Si,pues, los animales grandes y feroces son propios de los


climas excesivos, y los pequeños y mansos de los templados, co-
mo dice el conde deBuffon si la suavidad del clima influye en
;

la índole y en las costumbres de los animales, mal deduce Mr.


de Paw la malignidad del clima de América, del menor tamaño
y de la menor ferocidad de sus animales; antes bien, de esto
mismo debería inferir la suavidad de su clima. Si por el contra-
rio, el menor tamaño y la menor ferocidad de los animales ame-
ricanos, con respecto a los del antiguo continente, prueban su
degeneración por la malignidad del clima, como dice Mr. de Paw,
deberemos del mismo modo deducir la malignidad del clima de
Europa, del menor tamaño y de la menor ferocidad de sus anima-
les, comparados con los de África. Si algún filósofo de Guinea
emprendiese una obra por el estilo de la de Mr. de Paw, con el
título de Recherches Philosophiques sur les européens (Indaga-
ciones filosóficas sobre los europeos) podría valerse del mismo
argumento para censurar el clima de Europa y las ventajas del
de África. "El clima de Europa, podría decir con las mismas pa-
labras de su modelo, es demasiado opuesto a la generación de los
cuadrúpedos, que allí son incomparablemente menores y más
cobardes que en el nuestro. ¿ Qué son el caballo y el buey, los
mayores de sus animales, comparados con nuestros elefantes,
con nuestros rinocerontes, con nuestros hipopótamos, con núes-
274 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tros camellos y nuestras giraf as ? ¿ Qué son sus lagartos, compa-


rados en intrepidez y tamaño con nuestros cocodrilos? Los lobos
y los osos, las más temidas de
sus fieras, parecen ovejas al lado
de nuestros leones y tigres. Sus águilas y sus buitres son galli-
nas en comparación de nuestros avestruces. " Omito otras bellas
cosas que podrían decirse contra Europa, valiéndose de los mis-
mos materiales y casi de las mismas expresiones de Mr. de Paw,
por no hacer fastidiosa esta Disertación. Lo que aquellos dos
escritores responderían al filósofo africano, respondo yo a cuan-
to ellos dicen; pues sus argumentos, o no prueban que es malo
el clima de América, o demuestran que es malo el de Europa, o

a lo menos inferior al de América.


De la escasez y pequenez de los cuadrúpedos pasa Mr. de
Paw al enorme tamaño y prodigiosa multiplicación de los insectos
y otros animalillos dañosos. "La superficie de la tierra, dice, in-
ficionada por la putrefacción, estaba inundada de lagartijas, de
culebras, de reptiles e insectos monstruosos por su tamaño y por
la actividad de su veneno, los cuales sacaban jugos abundantes
de aquel suelo inculto, viciado y abandonado a sí mismo, en que
el jugo nutritivo se agriaba, como la leche en el seno de los ani-
males que no ejercen la virtud propagativa. Las orugas, las garra-
patas, las mariposas, los escarabajos, las arañas, las ranas y los
sapos eran de una corpulencia gigantesca en su especie, y se ha-
bían multiplicado más de lo que puede imaginarse. Panamá está
infestada de culebras; Cartagena, de nubes espesas de enormes
murciélagos; Porto Beo, de sapos; Suriñan, de kakerlaquis o cu-
carachas; Guadalupe y otras colonias de las islas, de escarabajos;
Quito, de piques o niguas, y Lima, de piojos y chinches. Los
antiguos reyes de México y los emperadores del Perú no hallaban
otro medio de libertar a sus subditos de estos insectos que los de-
voraban, que el de imponerles cierta cantidad de piojos que debían
pagarles cada año. Hernán Cortés encontró sacos llenos de ellos en
el palacio de Moteuczoma." Pero este argumento, lleno de falseda-
des y exageraciones, nada prueba contra el clima de América en
general, ni en particular contra el de México. El haber algunas
tierras en América, en que por ser cálidas, húmedas e inhabita-
das, se hallan insectos grandes y que se multiplican excesiva-
mente, probará, cuando más, que en aquella vasta parte del mun-
do hay algunos puntos inficionados por la putrefacción; pero
no que el terreno de México y el de toda la América, son fétidos,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 275

incultos, viciados y abandonados a sí mismos, como pretende des-


acertadamente Mr. de Paw. Si esta consecuencia fuera exacta, po-
díamos decir que el terreno del antiguo continente, es igualmente
fétido y podrido, pues en muchos países de los que lo componen,
hay una prodigiosa multitud de insectos monstruosos, de reptiles
dañinos y de viles animalillos, como en las islas Filipinas, en las
del Océano Indico, en muchas partes del Asia Meridional y de
África, y aun en no pocas de Europa. Las Islas Filipinas están in-
festadas de hormigas enormes, y de murciélagos monstruosos el ;

Japón, de escorpiones; el Asia Menor y el África, de serpientes;


el Egipto, de áspides; la Guinea y la Etiopia, de ejércitos de hor-
migas la Holanda, de ratones la Ukrania, de sapos, como el mis-
; ;

mo Mr. de Paw asegura. En Italia, la campaña romana, cuya po-


blación es tan antigua, abunda en víboras la Calabria, en tarán-
;

tulas; las costas del mar Adriático, en nubes de mosquitos; y


aun en la misma Francia, cuya población es tan antigua y tan
grande, cuyas tierras están tan cultivadas, y cuyo clima alaban
tanto los franceses, apareció hace años, según el mismo conde
de Buffon, una nueva especie de rata campestre, mayor que la
común y que él llama surmulot, cuya especie se propagó excesi-
vamente, con gran daño de los campos. Mr. Bazin, en el Compen-
dio de la Historia de los Insectos, cuenta setenta y siete espe-
cies de chinches en París y en sus contornos. Aquella gran capital,
según Mr. de Bomare, hormiguea de tan enojosos bichos. Es muy
cierto que hay puntos en América, en que la muchedumbre de
insectos y reptiles hace incómoda la vida; pero no sabemos que
de resultas de su excesiva multiplicación se haya despoblado la
más miserable aldea: a lo menos no podrían citarse tantos ejem-
plos de despoblación por aquel motivo, como los que del antiguo
continente refieren Teofrasto, Varron, Plinio y otros autores. Las
ranas despoblaron un lugar de las Galias, y otro en África las lan-
gostas. La isla de Giaro, una de las Cicladas, quedó despoblada por
las ratas Amidas, cerca de Terracina, por las culebras otro pue-
; ;

blo próximo a Etiopia, por los escorpiones y por las hormigas


venenosas, y otro por las escolopendras y más cerca de nuestros
;

tiempos, los habitantes de la isla Mauricio estuvieron próximos


a abandonarla, de resultas de la extraordinaria multiplicación
de los ratones, según me acuerdo de haber leído en un autor
francés.
276 FRANCISCO J. CLAVIJERO

En cuanto al tamaño de los insectos y de los reptiles, Mr.


de Paw Mr. Dumont. el cual, en sus
se vale del testimonio de
Memorias sobre la Luisiana. dice que las ranas de aquel país
son tan grandes, que pesan 37 libras francesas, y que su horren-
do clamor es muy semejante al de las vacas. Pero ¿quién podrá
fiarse de aquel autor, sabiendo lo que dice el mismo Mr. de Paw,
que todos los que han escrito sobre la Luisiana. desde Kenepin.
Le Clerc, y el Caballero Tonti. hasta Dumont. se han contradicho
unos a otros? Yo. además, me maravillo que Mr. de Paw. haya
osado decir que no existen semejantes monstruos en el resto del
mundo. Sé que ni en el antiguo continente, ni en el nuevo, exis-
ten ranas de 37 libras pero existen en Asia y África serpientes.
:

murciélagos, hormigas y otros animales de esta especie, de tan


estupendo tamaño, que superan a cuantos se han descubierto
hasta ahora en el Nuevo Mundo. ¿En qué parte de América se ha
visto una serpiente de 50 codos romanos, como la que enseñó
Augusto al pueblo en los espectáculos, según afirma Suetonio, (1)
o tan gruesa como la que se mató en el Vaticano, en tiempo del
emperador Claudio, de la que asegura Phnio. autor casi contem-
poráneo, que se le encontró un niño entero en el vientre? Sobre
todo, ¿cuándo se ha visto, aun en los bosques más solitarios de
América, una serpiente que se pueda comparar, bajo ningún as-
pecto, con la enorme y prodigiosa, de 120 pies, vista en África
en tiempo de la primera guerra Púnica, destruida con máquinas
de guerra por el ejército de Atilio Régulo, y cuya piel y quija-
das se conservaron en un templo de Roma, hasta la guerra de
Numancia. como testifican Livio. Phnio y otros historiadores?
Sé que algún escritor ha dicho que en los bosques de América se
hallan unas culebras gigantescas, que con su aliento atraen a
los hombres, y los ahogan: pero también sé que lo mismo y algo
mas cuentan algunos historiadores antiguos y modernos de las
serpientes de Asia. Megastenes. citado por Phnio. dice que en
aquellas regiones se hallan serpientes que tragan ciervos y toros
enteros. (2) Metrodoro. citado por el mismo escritor, afirma que

(1) In Octaviarlo Caesare.

(2) Megasthenes seribit. írt magnitudinem


India serpentes in tantam
adolescere. ut solidos hauriant cervos. taurosque. Metrodorus. circa Rhyn-
dacum amnem in Ponto, ut supervolantes quamvis alte, perniciterque alites
haustu raptas absorbeant. Nota est in Punicis bellis ad flumen Bagradam
a Regulo Imper. balistis. tormentisque. ut oppídum aliquod. expugnata
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 277

en Ponto había unas, culebras que atraían con su aliento a los


el
pájaros, por altos que estuviesen y por rápido que fuera su vuelo.
Gemelli, en el tomo V de su Vuelta al Mundo, hablando de las
islas Filipinas, dice así: "Hay serpientes en aquellas islas, de
desmesurado tamaño. Hay una, llamada Ibitin, que se cuelga por
la cola del tronco de un árbol, y espera que pasen ciervos, java-
líes y aun hombres, para atraerlos a sí violentamente con el alien-
to, y devorarlos enteros." Bien se ve por todo esto que aquella
antiquísima fábula ha sido común a uno y otro continente.
Mr. de Paw querrá quizás responder que aquellos monstruo-
sos animales se veían en el antiguo continente, cuando aun no se
había perfeccionado su clima. Pero si se compara lo que escribie-
ron los antiguos, con lo que ahora sabemos del Asia y África,
¿ quién negará que el clima de aquellos países es el mismo que era
hace 2,000 años, con el mismo calor, la misma humedad y las mis-
mas producciones animales y vegetales? Además, que aun en nues-
tros tiempos se ven allí varias suertes de animales de extraordi-
narias dimensiones, que superan a los de la misma especie en el
nuevo continente. ¿En qué país de América encontrará Mr.de Paw
hormigas que puedan compararse con las llamadas sulum en las
islas Filipinas, de las cuales afirma el Dr. Hernández que tienen
seis dedos de largo y uno de ancho? ¿Quién ha visto en América
murciélagos tan gruesos como los de las islas Borbón, Ternate,
Filipinas y los de todo el archipiélago Indico ? El mayor murciéla-
go de América, propio de ciertas tierras cálidas y sombrías, que es
el que el conde de Buffon llama vampiro, es, según él mismo, del
tamaño de un pichón la rougette, una de las especies de Asia, es
:

tan grande como un cuervo, la roussete, otra especie de Asia,


como una gallina. Sus alas tienen de punta a punta tres pies de
París, y según Gemelli, que las midió en Filipinas, seis palmos.
El conde de Buffon confiesa el exceso de tamaño en los murcié-
lagos asiáticos, pero les niega el del número. Gemelli, testigo
ocular, dice que los de la isla de Luzon eran tantos, que cubrían
el aire, y que el rumor que hacían con los dientes, al comer las fru-
tas de los bosques, se oía a distancia de tres millas. Lo mismo

serpens CXX pedum longitudinis. Pellis ejus maxillaeque usque ad bellum


Numantinum duravere Romae in templo. Faciunt his fidem in Italia ape-
llatae boae in tantam amplitudinem exeuntes, ut Divo Claudio principe,
occisae in Vaticano, solidus in alvo spectatus sit infans." Plin., Hist. Nat,
lib. VIII, cap. 14.
278 FRANCISCO J. CLAVIJERO

confirman muchas personas fidedignas que han residido largos


años en aquellas islas. El mismo Mr. de Paw dice, hablando de
las serpientes, que "no se puede afirmar que en el Nuevo Mun-
do se hayan encontrado tan grandes como las que vio Adanson en
los desiertos de África." La mayor serpiente hallada en México,
después de las más diligentes investigaciones hechas por el Dr.
Hernández, tenía 18 pies de largo; mas ésta no es comparable
con la de las Molucas, de la que dice Mr. de Bomare que tiene
32 pies de largo, ni con la Anacandaya de Ceylán, que, según él
mismo, tiene 33 pies, ni con otras de Asia y África, citadas por
el mismo autor. Finalmente, el argumento sacado de la muche-
dumbre y tamaño de los insectos americanos, es casi tan débil,
como el que se deduce de la pequenez y escasez de los cuadrúpe-
dos, y en uno y otro se muestra la misma ignorancia y el mismo
voluntario olvido de las cosas del Antiguo Mundo.
En cuanto a lo que dice Mr. de Paw acerca del tributo de
piojos que se pagaba en México, descubre su mala fe, como en
otras muchas cosas. Es cierto que Cortés halló sacos de piojos
en los almacenes del palacio del rey Axayacatl también es cierto
;

que Moteuczoma impuso aquel tributo; pero no a todos sus sub-


ditos, sino a los mendigos; y no porque la excesiva multitud de
aquellos insectos los devoraba, como dice Mr. de Paw, sino por-
que Moteuczoma, que no podía soportar el ocio en sus vasallos,
quiso que hasta aquella gente miserable, que no podía trabajar,
se ocupase en quitarse de encima aquella asquerosa molestia. No
influiría poco en aquella medida la gran afición de aquel monarca
al orden y al aseo. Tales eran los motivos de aquel extravagante
tributo, como afirman Torquemada, Betancourt y otros historia-
dores, y a nadie se le ha ocurrido hasta ahora la interpretación
de Mr. de Paw, con la cual creía, sin duda, dar mayor peso a sus
opiniones. Por lo demás, aquellos inmundos insectos abundan en
los cabellos y en la ropa de los mendigos americanos, como
en los de la gente miserable de todos los países del mundo, y no
hay duda que si algún soberano de Europa exigiese aquella con-
tribución de los pobres de sus dominios, podría llenar fácilmente,
no digo yo sacos, sino fragatas enteras.
Finalmente, reservando para otra disertación el examen de
las pruebas del clima de América, fundadas en las dolencias y en
los defectos de la constitución física de los americanos, en la
cual demostraremos los errores y las preocupaciones pueriles de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 279

aquel escritor, vengamos a lo que dice sobre el exceso del frió


en los países del Nuevo Mundo, con respecto a los del antiguo,
situados a igual distancia de la línea equinoccial. "Comparando,
dice, las experiencias hechas con los termómetros en el Perú, por
los señores de la Condamine y D. Juan de Ulloa (no se llamaba
Juan, sino Antonio), con las del infatigable Adanson en el Sene-
gal, se puede fácilmente inferir que el aire es menos cálido en el
Nuevo Mundo que en el antiguo. Calculando con la mayor exac-
titud posible la diferencia de temperatura, creo que será de 12
grados de latitud: esto es, que hace tanto calor en África a 30°
del ecuador, como a 18° de la misma línea en América. El licor no
ha subido a tanta altura en el termómetro ni en el Perú, ni en el
centro de la zona tórrida, como en Francia en el mayor calor
del verano. Quebec, con estar a la misma altura polar que París,
tiene incomparablemente un clima más áspero y más frío que esta
capital. La misma diferencia se nota entre la bahía de Hudson
y el Támesis, que están a la misma latitud."
Aun cuando concediésemos todo esto, nada se inferiría en
contra del clima de América. ¿ Por qué se ha de deducir la perver-
sidad de aquel clima de exceso del frío en América, y no se de-
ducirá más bien la perversidad del clima del antiguo continente
del exceso del calor en los países situados a igual distancia de
la línea? No se podrá sacar ningún argumento contra América,
que los americanos no puedan emplear contra Europa y África.
Pero lo principal es que las observaciones hechas hasta ahora
no bastan a establecer, como principio general, que los países del
Nuevo Mundo son más fríos que los del antiguo, situados a la
misma latitud y mucho menos para creer, como cree Mr. de Paw,
;

que haya tanto calor en el antiguo, a 30° de latitud polar, como


a los 18° en el nuevo. Si esto fuera verdad, sería en América tan
intenso el frío a los 67° de latitud como a los 80° en el continente
antiguo. Ahora bien, Mr. de Paw dice que el frío del antiguo
continente en noviembre, más allá de los 80°, es tan perjudicial
al hombre, que destruye la vida :
¡y no la destruiría en América
más allá de los 67° ¿ Cómo, pues, afirma él mismo que en el país
!

de los esquimales se hallan habitantes más allá del 75 o ? Y si los


débiles americanos pueden subsistir en aquella latitud, debemos
creer que los fortísimos europeos serían capaces de resistir al
frío de los 80°. Además, si aquel principio fuera cierto, haría tan-
to calor en Jerusalén, situada a poco menos de 32°, como en la
280 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Veracruz que está a poco menos de 20°; lo que nadie, si no es


Mr. de Paw, es capaz de pensar. Igualmente podrían inferirse
otros despropósitos, especialmente si se adoptase el cálculo del
Dr. Michel, el cual, según dice el Dr. Robertson, concluyó después
de treinta años de observaciones, que la diferencia entre el cli-
ma del Nuevo Mundo y el del antiguo, es de 14 a 15 grados:
esto es, que hace tanto calor en los países del antiguo continente,
que están a los 29° o a los 30°, como en los del nuevo que están
a los 15°. Es cierto que así como hay muchos países en América
más fríos que otros del mundo antiguo, igualmente distantes de
la línea Equinoccial, así hay otros mucho más cálidos. Agrá, ca-
pital del Mogol, y el puerto de Loreto en las Californias, se hallan
en la misma latitud, y sin embargo no es comparable el calor de
aquella ciudad asiática con el de este puerto americano. Hue,
capital de la Cochinchina, y Acapulco, están a igual distancia
de la línea, y el aire de Hue es fresco, comparado con el de Aca-
pulco. Más falsa es aún, y más improbable la otra proposición
de Mr. de Paw, a saber, que en el centro de la zona tórrida no
sube a tanta altura el termómetro, como en París, en lo más fuer-
te del verano. Si esto fuera cierto, la diferencia entre el clima
europeo y el americano, no sería sólo de 12 grados, como dice Mr.
de Paw, sino de 49, cuanta es la diferencia de latitud entre el
centro de la zona tórrida y París. Es cierto que en virtud de las
observaciones hechas en Quito, y comparadas con las hechas en
París, el calor de aquella ciudad equinoccial no llega nunca al
de París en el verano pero también es cierto, según las observa-
;

ciones hechas por los mismos académicos con los mismos termó-
metros en la ciudad de Cartagena, que no es el centro de la zona
tórrida, sino al 10° de la línea, que el calor ordinario de esta
ciudad es igual al mayor de París, como lo asegura D. Antonio
de Ulloa, uno de los observadores. (1)
Son muchas las causas que, además de la proximidad o dis-
tancia de la línea, influyen en el calor y en el frío. La elevación
del terreno, la proximidad de alguna alta montaña cubierta de
nieve, la abundancia de lluvias, etc., contribuyen a aumentar la
frialdad del ambiente y por el contrario, la depresión del terreno,
;

(1) En el año de 1735 se mantuvo el termómetro de M. Reaumur


en Cartagena a 1025 V2 sin otra variación que el bajar tal cual vez
,

a 1024°, o subir a 1026°. En París, el mismo año no subió a más de 1025^°


en el mayor calor del verano.
— —

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 281

la escasez de agua, los arenales, etc., aumentan el calor. Ciudad


Real, capital de la diócesis de Chiapa, por estar situada en un
punto alto, es fría,y Chiapa de los Indios, poco distante de allí,
es calidísima, por estar en un punto bajo. Chalchicomula, villa
grande, al pie de la altísima montaña de Orizaba, es fría, y Vera-
cruz, en la misma latitud, es sumamente calurosa; y, lo que es
más, siendo frío el aire de Ciudad Real, en la latitud de 16 V2 ,

es caliente el de Loreto, en Californias, a 25% ó .

Las mismas observaciones de Mr. de Paw convencen que


el clima de América no es tan vario como el de Europa, y que los
habitantes del Nuevo Mundo no pasan, como la mayor parte de
los del antiguo, de un frío excesivo a un calor intolerable. Cuanto
más uniforme es el clima, tanto más se acostumbran a él los
hombres, y tanto más fácilmente evitan los perniciosos efectos
que ocasiona la mudanza de temperatura. En Quito no sube el
termómetro tanto como en París en verano; pero tampoco baja
tanto como en los países más templados de Europa, en invierno.
¿Qué se puede desear más en un clima que un temple en el aire,
igualmente distante de uno y otro extremo, como el de Quito, y
el de la mayor parte del territorio mexicano? ¿Qué clima puede
haber más benigno, y más favorable a la vida, que aquel en que
se goza todo el año de los deleites del (campo en que la tierra se
;

ve siempre adornada de yerbas y flores, los campos cubiertos


de grano, y los árboles cargados de fruta en que los rebaños, sin
;

necesitar del trabajo del hombre, tienen bastante con lo que les
da la Providencia, sirviéndoles el cielo de techo para resistir a la
inclemencia de las estaciones? Ni la nieve, ni el hielo obligan
al hombre a vivir entumido al lado del fuego ni el ardiente calor
;

del estío lo arroja de las ciudades, sino que experimentando siem-


pre la acción benigna de la naturaleza, goza indiferentemente en
todas las estaciones de la sociedad en las poblaciones, y de las
delicias de la naturaleza en el campo. Esta es la idea que tienen
los hombres de un buen clima, y por esto los poetas, queriendo
ensalzar en sus versos algunos países, decían que reinaba en ellos
una perpetua primavera, como Virgilio hablando de Italia:
Bis gravidae pecudes, bis pomis utilis arbos.
Hic ver assidum, atque alienis mensibus aestas,

y Horacio de las islas Fortunadas :

Júpiter brumas.
Ver ubi longum, tepidasque praebet.
! :

282 * FRANCISCO J. CLAVIJERO

Así representaban los antiguos los Campos Elíseos, y aun en


los libros santos, para darnos alguna idea de la Jerusalén celeste,
se dice que no se siente en ella frío, ni calor.
El P. Acosta, a cuya Historia da Mr. de Paw el título de obra
excelente, que era práctico en los climas de ambos continentes,
y que por no ser muy parcial de América, no debía tener gran
interés en exagerar sus preeminencias, dice, hablando de su clima
"Viendo yo la dulzura del aire, y la suavidad del clima de muchos
países de América, donde no se sabe qué cosa es invierno que
moleste, ni verano que angustie; donde una estera basta para
preservarse de la intemperie de las estaciones; donde apenas se
necesita mudar de ropa en todo el año considerando yo todo esto,
;

me ha parecido muchas veces, y lo mismo pienso hoy, que si los


hombres quisieran desembarazarse de los lazos que les tiende
la codicia, y dejar ciertas pretensiones inútiles y enojosas, po-
drían llevar en América una vida tranquila y agradable; porque
lo que los poetas cantaron de los Campos Elíseos y del famoso
valle de Tempe, y lo que Platón refería, o fingía de su isla Atlán-
tida, se halla reunido en aquellas tierras." Lo mismo que Acosta,
dicen de América algunos historiadores, y particularmente de Mé-
xico y de las provincias circunvecinas, cuyos países mediterrá-
neos, casi desde el istmo de Panamá hasta los 40° de latitud (pues
los de más allá no se han descubierto), gozan de un aire benigno
y de clima favorable a la vida excepto algunos puntos, que o por
;

su depresión son cálidos y húmedos, o por demasiada elevación


son de un clima áspero. Pero cuántos no hay en el Mundo Anti-
¡

guo ásperos y dañosos

DE LAS CALIDADES DEL TERRENO EN MÉXICO

"Lo Mr. de Paw, que la América en general ha


cierto es, dice
,,
sido, y es hoy día un país demasiado estéril. Lo que sí es cierto
es que esta proposición general es una falsedad insigne, y si
quiere convencerse de ello, infórmese de los muchos alemanes
que han estado recientemente en América, y residido allí algunos
años, y ahora se hallan en Austria, en Bohemia, en el Palatinado
del Rhin, y aun en la misma Prusia o si no, lea de nuevo la exce-
;

lente obra del P. Acosta, y encontrará en el libro II, cap. 14, que
si hay alguna tierra a que convenga el nombre de paraíso es la de

América. Esto dice un europeo docto, juicioso, imparcial, nacido


;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 283

en España, uno de los mejores países de Europa; y hablando en


el libro III, de los del imperio mexicano, dice: "que la Nueva
España es uno de los mejores países de todos cuantos alumbra
el sor'. Ciertamente no hablaría así de América en general, ni
en particular de la Nueva España, bajo cuyo nombre comprende
toda la América Septentrional dominada por los españoles, si la
América fuera un país estéril. No hablan de otro modo de aquellas
regiones, y con especialidad de México, otros muchos europeos,
cuyos testimonios omito por no dar fastidio a los lectores. (1)
Por la misma razón dejo aparte lo que el mismo Mr. de Paw
escribe contra otros países del Nuevo Mundo pues sería imposible
;

examinar las razones que alega sobre cada uno de ellos, sin escri-
bir un gran volumen, y me limitaré a lo que pertenece exclusi-
vamente a México.
El conde de Buf f on y Mr. de Paw parecen convencidos de que
todo el terreno de América se reduce a montes inaccesibles, a
bosques impenetrables, y a llanuras anegadas y pantanosas. Le-
yeron sin duda en las descripciones de aquel país, que los famosos
Andes, o Alpes americanos, formaban dos larguísimas cadenas
de montes altos, y cubiertos en gran parte de nieves que el vasto
;

desierto de las Amazonas se compone de bosques espesos; que


Guayaquil y tal cual otro pueblo son húmedos y pantanosos, y
esto bastó para que no viesen en todo aquel continente sino
pantanos, sierras y espesuras. Leyó Mr. de Paw en la Historia
de Gumilla lo que dice aquel autor acerca del modo que tenían los
indios del Orinoco de preparar el terrible veneno de sus flechas
en la Historia de Herrera y en otros autores, que los caníbales
y otras naciones bárbaras usaban de flechas envenenadas, y de
aquí sacó que "el nuevo continente produce mayor número de yer-
bas venenosas que todo el resto del mundo." Leyó que en las tie-
rras demasiado calientes no nace trigo, ni prosperan las frutas
de Europa, y no necesitó de más para decir que "los albérchigos

(1) Tomas Gage, oráculo de los ingleses y de los franceses, en cuan-


to es relativo a la América, hablando de México, dice: "En México no
falta nada de lo que puede constituir la felicidad de un pueblo; y si los
escritores que han empleado sus plumas en alabar las provincias de Gra-
nada en España, y de Lombardía y Toscana en Italia, que convierten en
paraísos terrestres, hubieran visto este Nuevo Mundo y la ciudad de Mé-
xico, pronto se retractarían de todo lo que han dicho acerca de aquellos
países." Esto dice de México aquel autor que no sabe hablar bien de nada.
284 FRANCISCO J. CLAVIJERO

y albaricoques sólo han fructificado en la isla de Juan Fernán-


dez," (1) y que "el trigo y la cebada no han granado sino en al-
gunos países del Norte".
Nada es cierto, con respecto a México, de todo lo que dicen
contra el terreno de América. Hay, ciertamente, en aquel país
montañas elevadísimas, y cubiertas de nieves eternas hay gran-:

des bosques, y algunos puntos pantanosos; pero es sin compa-


ración más vasto el terreno fértil y cultivado, como lo saben
cuantos lo han visto. En todo aquel inmenso espacio en que ahora
se siembra trigo, cebada, maíz, y otras especies de plantas ce-
reales y leguminosas, de que abunda infinitamente aquel país,
se sembraba antes maíz, pimiento, judías, cacao, chía, algodón,
y otras plantas que servían a las necesidades y placeres de aque-
llos pueblos; ios cuales, siendo tan numerosos, como he dicho
en la Historia, y demostraré en otra parte, no hubieran podido
tener con que subsistir, si la tierra hubiera sido una continua-
ción de montes, bosques y pantanos. El conde de Buffon que
en su tomo 1.° dice que la América no es más que un pantano
continuo, y en el tomo V afirma que las montañas inaccesibles
apenas dejan allí pequeños espacios para la habitación de los
hombres, en el mismo tomo confiesa que los pueblos de México
y del Perú eran bastante numerosos. Pero si estos pueblos, que
ocupaban una grandísima parte de la América, eran bastante
numerosos, y vivían, como él dice, en sociedad, y bajo la direc-
ción de las leyes, no es posible que el país que los alimentaba
fuese un vasto pantano; si estos pueblos tan numerosos se sus-
tentaban, como es cierto, de los granos y frutos que cultivaban,
no pueden ser pequeños los espacios que los montes inaccesi-
bles dejan a la agricultura y a la habitación de los hombres.
La muchedumbre, la variedad, y la bondad de las plantas
de México no dejan la menor duda acerca de la prodigiosa ferti-
lidad de su suelo. "En los pastos, dice el P. Acosta, es excelente

(1) A de mostrar cuánto se aparta de la verdad Mr. de Paw, es


fin
necesario saber que en la miserable isla de Juan Fernández, donde dice
que se crían tan bien los albérchigos, hay muy pocos, y éstos malos, como
lo he oído decir al presbítero D. José García, valenciano, que estuvo allí
siete meses, y en la estación de las frutas. Por el contrario, en casi todos
los países templados y fríos de América, donde cree Mr. de Paw que. no hay
albérchigos, se dan excelentes, y en algunas partes, como en Chile y en va-
rios pueblos de México, mejores que en Europa.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 285

el terreno de México y es increíble la multitud de caballos, va-


cas, ovejas, y otros cuadrúpedos que allí se crían. También es
abundante, tanto en frutas como en toda clase de granos." En
efecto, no hay grano, legumbre, hortaliza o fruta que no prospere
en aquella tierra venturosa. El trigo, que apenas concede Mr.
de Paw a pocos distritos del Septentrión, no nace generalmente
en las tierras demasiado cálidas de México, como tampoco en la
mayor parte de África, y en otros muchos países del antiguo
continente; pero las tierras frías y templadas de las provincias
mexicanas, lo dan de excelente calidad, y más abundante que en
Europa. Baste decir que el que se coge en la diócesis de la
Puebla de los Angeles es tanto, que del que sobraba, después
de provistos sus innumerables habitantes, se proveían las islas
Antillas, y la escuadra que había en la Habana con el nombre
de Armada de Barlovento. En Europa no hay más que una siem-
bra, y una cosecha: en México hay muchas. Torquemada, autor
europeo, que estuvo muchos años en aquellos países, y los reco-
rrió en todos sentidos, dice: "En las tierras en que se cultiva el
trigo, se ve en cada estación del año un trigo que se está segando,
otro que empieza a madurar, otro que aún está verde, y otro que
se siembra; y ahora, que es el mes de noviembre, se verifica
así, pues vemos la siega del trigo temporal, el de riego, (1)
que va creciendo en Atlixco y en otros lugares, mientras se está
haciendo en otros la siembra: lo que demuestra la maravillo-
sa fertilidad de la tierra." (2) El mismo autor hace mención
de muchas tierras que daban 60, 80 y 100 por uno y en nuestros ;

días se ha visto aquella extraordinaria multiplicación de trigo


en muchos campos, (3) siendo generalmente cierto que dando
más productos que los de Europa, exigen menos cultivo, como

(1)El trigo llamado de riego, se siembra en octubre, en noviembre


o en diciembre, y la cosecha se hace en mayo o en junio; el de temporal
se siembra en junio, y se siega en octubre; y el aventurero se siembra en
noviembre, y la cosecha no tiene época fija.

(2) Torquemada, lib. I, de la Monarquía Indiana, cap. 4. Véase también


lo que dice acerca abundancia de frutas en todas
de la las estaciones,
y
Herrera en muchas partes de su obra.

(3) Yo heestado en países en que la tierra solía dar 50 por uno, y he


sabido de otros en que daba hasta 100. En Sinaloa, aunque es país caliente,
la tierra suele dar 200 por uno, según me ha informado una persona dig-
na de fe que estuvo allí muchos años. Mi erudito amigo el profesor D. Juan
286 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que han viajado por aque-


es notorio a los europeos inteligentes
llas regiones. Lo que decimos del trigo, se puede aplicar a la
cebada, aunque de ésta no se siembra sino lo necesario para
mantener los caballos, las muías y los puercos. Mucho más podría
decir del maíz, que es el grano propio de aquella parte de Amé-
rica.
Mr. de Paw dice que todas las plantas de Europa han dege-
nerado en América, excepto las acuáticas y jugosas; y para apo-
yar este despropósito, añade que "los albérchigos y los albari-
coques sólo han fructificado en la isla de Juan Fernández." Aun-
que le concediésemos que ningún país de América da aquellas
dos clases de frutas, no por esto habría probado su aserción;
pero el hecho en que se funda es enteramente falso. El P. Acos-
ta, hablando de aquellas frutas en particular, dice: "Prosperan
allí los albérchigos, los melocotones y los albaricoques (1) pero;

mejor que en ninguna parte, en México." En todo aquel país,


excepto en las tierras muy calientes, han prosperado aquellas
frutas, y todas las otras que se han llevado de Europa, y nacen
en gran abundancia, como atestiguan todos los viajeros. (2)
"Finalmente, dice Acosta, hablando de la América en general,
casi todo lo bueno que produce la España, lo hay allí, en parte
mejor, y en parte no: trigo, cebada, ensaladas, hortalizas, legum-
bres, etc." (3) Si hubiera hablado sólo de México, hubiera po-
dido omitir el casi.

Ignacio Molina, dice en su Historia Compendiosa de Chile, publicada en


Bolonia, que en aquellos países el trigo da comunmente 150 por uno. La
fanega se vende a precio ínfimo, y cada año van al Perú 30 buques car-
gados de trigo, quedando mucho en el país.

(1)Acosta, lib. IV, cap. 31. Es tanta la abundancia de albérchigos en


México, que se suelen dar dos, tres, y aun cuatro veintenas por la moneda
más pequeña del país. En Chile se cuentan hasta doce especies de albér-
chigos, y los hay tan grandes que algunos pesan una libra española. Así
lo asegura Molina. Véase lo que dice el P. La Feuillée, acerca de su deli-
cadísimo sabor.

(2)Las peras se venden también por veintenas en México, y hay


más de cincuenta especies. Gemelli habla de la cuantiosa renta que saca-
ban de las frutas europeas de su jardín, los carmelitas de S. Ángel, pueblo
distante siete millas de la capital, y del producto de la hortaliza que culti-
vaban en su pequeño huerto los dominicanos de S. Jacinto, en un arrabal
de la misma.

(3) Acosta, lib IV, cap. 31.


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 287

"Hay otra ventaja, añade el mismo, y es que en América


se dan mejor productos de Europa, que en Europa los de Amé-
los
rica." ¿Y parecerá pequeña esta ventaja a Mr. de Paw? Esto
sólo bastaría para demostrar que si hay algún exceso, está en
favor de América. En México prosperan admirablemente, como
dicen muchos escritores, y como saben todos los que han estado
allí, el trigo, la cebada, el arroz y todos los otros granos de Eu-

ropa; las judías, los guisantes, las habas y todas las legumbres;
las lechugas, las coles, los nabos, los espárragos y otras ensa-
ladas y raíces, y en general, toda especie de hortaliza; los albér-
chigos, las manzanas, las peras y otras frutas las rosas, los cla- ;

veles, las violetas, los jazmines, la albahaca, la yerba buena,


la mejorana, el toronjil y otras flores y plantas europeas; pero
en Europa no prosperan, ni pueden prosperar, las plantas ameri-
canas. El maíz se cultiva en Europa pero es mucho más pequeño,
;

y de inferior calidad que el de América. De las muchas y sabro-


sas frutas del Nuevo Mundo, algunas, como el plátano y la pina,
han fructificado en los jardines europeos, gracias a las estufas
y a un grandísimo esmero; pero ni tan bien sazonadas, ni con
tanta abundancia como en su propio país. Otras más apreciadas,
como la chirimoya, el mamey y el chicozapote, no sabemos que
se hayan podido aclimatar, a pesar de la industria y del saber
que en ello se ha empleado. La causa de esta gran diversidad
entre Europa y América, es la que señala el mismo Acosta, es-
to es, "porque en América hay mayor variedad de temperaturas
que en Europa, y así es más fácil dar a cada planta el temple que
le conviene." Y como no es prueba de la esterilidad de Europa
que no se den en ella las plantas propias de América, tampoco
podrá inferirse la esterilidad de algunas partes de América, de
que no se den allí algunas plantas de Europa.

Non omnis fert omnia tellus,


Hic segetes, ibi provenient felicius uvae. (1)

Antes bien puede asegurarse que los países cálidos, que se


niegan a la producción del trigo y de las frutas europeas, son más
fecundos y amenos bajo otros aspectos, como saben los que en
ellos han residido.

(1) toda especie de tierra produce todos los frutos: una es


No más
propia para el cultivo de las mieses, otra para el de las vides.
288 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Yo. sin embargo, no dudo que si se quiere hacer un parangón


entre los dos continentes, se hallarán casi iguales en sus produc-
ciones, porque en Asia y África hay tierras y climas proporcio-
nados a todas las plantas de América, las cuales, por causa de
la diversidad de aquellos dos elementos esenciales, no pueden
prosperar en Europa. Pero ¿qué ventaja sacan los europeos de
lo que produce el Asia? Por el contrario, los mexicanos, rodea-

dos de países en que reinan toda clase de climas, gozan de todos


los frutos que éstos favorecen. La plaza de México (así como las
de otras muchas ciudades de América) es el centro de todos
los dones de la naturaleza. Allí se ven la manzana, el albérchigo.
el albaricoque. la pera, la uva. la cereza, el camote, la jicama.

la nuez y otras innumerables frutas, raíces y yerbas sabrosas


que se crían en los países fríos y templados la pina, el plátano.
:

el coco, la anona, la chirimoya, el mamey, el chicozapote. el za-

pote negro, y otros muchísimos de las tierras cálidas; el melón,


la sandía, la naranja, la granada, el aguacate, el zapote blanco

y otros, comunes a países calientes y fríos. En todas las esta-


ciones del año se ve aquel mercado abundantemente provisto de
varias frutas exquisitas, y aun en la época en que los europeos
no tienen más que castañas y. cuando más. las uvas y manzanas
que su industria sabe conservar. Todo el año. sin exceptuar el in-
vierno, entran en aquella plaza, por uno de los canales, innume-
rables barcas, cargadas de frutas, flores y hortalizas: de modo
que parece que todas las estaciones y todos los países son tri-
butarios a las necesidades y placeres de aquellos habitantes:
díganlo los europeos que han tenido la satisfacción de verlo.

Xo es menor
abundancia de aquella tierra en plantas me-
la
dicinales basta para esto ver la obra del célebre naturalista
:

Hernández, en la cual se describen y dibujan más de 900 plan-


tas (la mayor parte de nacidas en los alrededores de la
ellas
capital) cuyas virtudes ha dado a conocer la experiencia, ade-
.

más de otras 300 cuyo uso no es conocido. No hay duda que en


este largo catálogo faltan otras innumerables. Mr. de Paw. por
el contrario, dice que la América produce mayor número de plan-

tas venenosas que todo el resto del mundo. Pero ¿qué sabe él
de las que se crían en lo interior del Asia y del África? Siendo
tan grande la fertilidad de aquel suelo, no es extraño que abun-
den en él toda clase de vegetales. Pero, a la verdad, yo no sé
que hasta ahora se hayan descubierto en México ni la vigésima
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 289

parte de las plantas ponzoñosas del continente antiguo, de que


hacen mención en sus libros los naturalistas y los médicos eu-
ropeos.
En cuanto a las gomas, resinas, aceites y otros jugos que
despiden los árboles, o espontáneamente, o ayudados por la in-
dustria humana, es admirable, como dice el P. Acosta, el terreno
de México, por la abundancia de esta clase de productos. Hay
bosques enteros de acacias, que son las que dan la verdadera
goma arábiga, la cual, por ser tan común, no tiene valor en aquel
país. Hay bálsamo, incienso, copal de muchas especies, liqui-
dámbar, tecamaca, aceite de abeto, y otros muchos jugos apre-
ciables por su suavísimo olor y por sus virtudes medicinales.
Aun esos mismos bosques que cubren de América,
el suelo
según afirman el conde de Buffon y Mr. de Paw, acreditan su
fecundidad. Siempre ha habido, y en la actualidad hay en aque-
llas vastas regiones bosques espesos y sostenidos; pero no son
tantos que no se pueda hacer un viaje de 500 o de 600 millas
sin encontrar uno solo. ¿Y qué clases de bosques son esos que
tanto disgustan a aquellos dos escritores? Por lo común, o de
árboles frutales, como de plátanos, mameyes, chicozapotes, na-
ranjos y limoneros, cuales son los de Coatzacoalco, Mixteca y
Michuacan; o de árboles preciosos por sus maderas y por sus
resinas, como los que separan el valle de México de la diócesis
de la Puebla de los Angeles, y los de Chiapa, Zapotecas y otros.
Además de los pinos, robles, fresnos, nogales, abetos y otros
muchísimos, comunes a los dos continentes, hay mayor número
de los propios de aquella tierra, que son los más apreciados,
Encuéntranse bosques enteros de cedro, como en otra parte he
dicho. El conquistador Cortés fue acusado por sus émulos ante
el emperador Carlos V, de haber empleado en el palacio que hizo

construir en México, 7,000 vigas de cedro, y se excusó diciendo


que el cedro era una madera común del país. Lo es en efecto
tanto, que con él se hacen las estacas para los cimientos de
las casas, en el suelo pantanoso de la capital. Del justamente
celebrado ébano, hay también bosques en Chiapa, Yucatán y
Cozumel; del brasil en las tierras calientes, y en otras partes,
del oloroso aloe.El tapineeran, el granadillo o ébano rojo, el ca-
mote, y los otros de que he hablado en la Historia, suministran
materias harto mejores que las que se emplean en Europa. Fi-
nalmente, para no detenerme en una larga y enojosa enume-
II— 10
290 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ración, me Hernández, a Jiménez,


refiero al P. Acosta, al Dr.
y a otros autores españoles que han estado en México, sin em-
bargo de que todo lo que dicen no basta a formar una idea de la
fertilidad de aquella tierra. El P. Acosta afirma que en cuanto
al número y la variedad de árboles incultos, es muy superior la
América al África, al Asia y a la Europa.
Este último dato es decisivo; pues la naturaleza y propie-
dades de un terreno se dan a conocer mucho más por sus produc-
ciones espontáneas, que por las que nacen con el auxilio del arte.
Comparemos, pues, las de Europa, no ya con las de América,
sino tan solamente con las de México. "La causa, dice Montes-
quieu. de haber tantos salvajes en América, es la abundancia
de frutas que da por sí misma la tierra, y que les suministra
un fácil alimento. Creo que no se gozarían de estas ventajas en
Europa, si se dejase la tierra sin cultivo, y que sólo produciría
encinas y otros árboles inútiles." '"'Examinando, dice Mr. de Paw.
la historia y el origen de nuestras legumbres, de nuestras hor-
talizas, de nuestros árboles frutales y aun de nuestros granos.
se conoce que todos son extranjeros, y que han sido transporta-
dos de otros climas al nuestro. Fácilmente puede concebirse
cuan grande habrá sido la miseria de los antiguos galos y aun
de los germanos, cuya tierra no producía en los tiempos de Tá-
cito ningún árbol frutal. Si la Alemania debiera restituir todos
los vegetales que no pertenecen originalmente a su terreno, ni
a su clima, casi nada le quedaría, ni conservaría otros granos
que la amapola y la avena silvestre". Lo que Mr. de Paw confiesa
claramente de las Galias y de la Germania, podría decirse de
los otros países de Europa, sin excluir la Grecia y la Italia, que
han sido los almacenes de los demás. Si se quitasen al suelo de
Italia las adquisiciones con que lo ha enriquecido la industria
del hombre. ¿ qué otra cosa le quedaría sino sus antiguas be-
llotas? Los nombres de malum persicum. malum medicum. ma-
lura assyrium. malum punicum. malum cidonium, malum ar-
meniacum. nux pontica, etc., sirven a recordar el origen asiático
y africano de las frutas que designan. "Se sabe, dice Mr. Bus-
ching, que las frutas mejores y más hermosas pasaron de Ita-
lia a los países que actualmente las producen. Italia las recibió
de Grecia, de Asia y de África. La manzana viene de Siria, de
Egipto y de Grecia; el albaricoque. de Egipto; la pera, de Ale-
jandría, de Siria, de Xumidia y de Grecia; el limón y la naran-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 291

ja, de Media, de Asiría y de Persia; el higo, de Asia; la gra-


nada, de Cartago la castaña, de Castania en Magnesia, provincia
;

de Macedonia; la cereza, de Cerezimto en el Ponto; la almen-


dra, de Asia a Grecia, y de aquí a Italia; la nuez, de Persia; la
avellana, del Ponto; la aceituna, de Chipre; el albérchigo, de
Persia; el melocotón, de Cidonia en Candía."
hombres no se alimentaban al principio
Plinio dice que los
de otra cosa que de bellotas. Aunque esto es falso con respecto
al común de los hombres, parece cierto con respecto a los pri-
meros pobladores de Italia al menos tal era la opinión de los an-
;

tiguos, según se lee en sus escritos. Plinio añade que aun en su


tiempo muchos pueblos que carecían de granos, se estimaban
ricos a proporción de las bellotas que poseían, y con cuya hari-
na hacían pan, como en los tiempos modernos los noruegos lo
hacían con corteza de pino, y otros pueblos con huesos de pes-
cado. Mr. de Bomare asegura que todos los primores de los jar-
dines de Europa son extranjeros, y que las principales flores
que los hermosean vienen de Levante. El mismo Mr. de Paw
hace una confesión más franca de la antigua miseria de los euro-
peos, cuando asegura que las plantas útiles que ahora poseen,
vinieron del Asia meridional a Egipto, de Egipto a Grecia, de
Grecia a Italia, de Italia a las Galias, y de las Galias a Gemia-
nía: así que, el terreno de Europa, en cuanto a sus producciones
originales, es de los más pobres y estériles del mundo. Por el con-
trario, cuan feraz y abundante no es el suelo americano, y espe-
¡

cialmente el de México, en plantas propias y útiles a la manuten-


ción, al vestido y a los otros usos sociales Para convencerse
!

de esta verdad basta leer las obras de los autores europeos que
han escrito sobre la historia de aquel Nuevo Mundo.
Véase, pues, cómo podrían responder los americanos al ri-
dículo parangón que hace el cronista Herrera en su primera
Década, y de que hemos hecho mención al principio de este dis-
curso. "En América, dice, no había, como en Europa, limones,
naranjas, granadas, higos, melocotones, uvas, olivas, azúcar,
arroz ni trigo." Los americanos dirían: 1.° Tampoco había en
Europa ninguno ele esos frutos, antes que se trajesen de Asia
y África. 2.° Actualmente se hallan en América, y generalmente
son mejores y más abundantes, especialmente la caña de azúcar,
la naranja, el limón y el melón. 3.° Si la América no tenía trigo,
tampoco tenía maíz la Europa, grano que no cede al trigo, ni en
292 FRANCISCO J. CLAVIJERO

utilidad ni en buenas cualidades: si la América no tenía naran-


jas ni limones, en el día los tiene; y la Europa no tiene, ni ha
podido tener, chirimoyas, plátanos, aguacates, chicozapotes etc.
Finalmente, los dos escritores a quienes he combatido en
esta Disertación, y otros historiadores y filósofos europeos, que
tanto ponderan la esterilidad, los bosques, los pantanos y los de-
siertos de América, podrían acordarse de que los miserables paí-
ses de Laponia, Noruega, Isiandia, Nueva-Zembla, Spitzberg,
y los vastos y horrendos desiertos de Siberia, Tartaria, Arabia,
África y otros, pertenecen al antiguo continente, y forman una
cuarta parte de su extensión. Y qué países Véase a lo menos
¡
!

la elocuente descripción que hace el conde de Buffon de los de-


siertos de Arabia: "Un país sin verdor y sin agua, un sol abrasa-
dor, un cielo constantemente seco, llanuras arenosas, montes aun
más áridos que las llanuras, sobre las cuales se extiende la vista
hasta donde puede alcanzar, sin encontrar un objeto animado:
una tierra, por decirlo así, muerta y desollada por los vientos,
en cuya superficie sólo se ven huesos y guijarros esparcidos,
rocas erguidas y destrozadas: un desierto desnudo, en que el
caminante no respira jamás bajo la sombra, en que nada lo acom-
paña, ni le recuerda la naturaleza viva: soledad absoluta, algo
más espantosa que la de los bosques; pues a lo menos los árbo-
les son criaturas vivas, que dan algún alivio al hombre, el cual
se halla solo, aislado, más desnudo y más abatido en estos luga-
res vacíos y sin término. Todo el terreno que lo rodea, se le pre-
senta como una vasta sepultura; la luz del día, más melancólica
que las sombras de la noche, no renace sino para hacerle ver su
desnudez y su impotencia, y para presentarle a los ojos su ho-
rrenda situación, alejando de ellos los límites del vacío, y ensan-
chando en torno el abismo de la inmensidad que lo separa de
la tierra habitada inmensidad que en vano procuraría atravesar,
:

pues el hambre, la sed, y el calor sofocante le abrevian los instan-


tes que median entre la desesperación y la muerte."
DE LOS ANÍMALES DE MÉXICO

Una de las especies que más inculcan el conde de Buffon


y Mr. de Paw, para probar la mezquindad del suelo america-
no y la malignidad de aquel clima, es la supuesta degradación
de los animales, tanto de los propios de aquella tierra, como de
los que han sido transportados del antiguo continente. En esta
disertación examinaré sus razones y demostraré algunos de sus
errores y contradicciones.

ANIMALES PROPIOS DE MÉXICO

Todos los animales que se hallan en el Nuevo Mundo pasa-


ron del antiguo, como he dicho, y esto lo confiesa el mismo Buf-
fon en el tomo XXIX de la Historia Natural, y deben confesarlo
todos los que miran con respeto los libros santos. Cuando hablo,
pues, de animales propios de México, entiendo los que encon-
traron allí los españoles, no porque traigan su origen primitivo
de aquel país, como han dado a entender Mr. de Paw y el
conde de Buffon en los primeros veintiocho tomos de su obra,
sino para distinguir los que desde tiempo inmemorial se han
criado allí, de los que fueron transportados de Europa: llamaré,
pues, a éstos europeos, y americanos a los otros.
La primera acusación contra América, según Buffon, es el
pequeño número de sus cuadrúpedos, comparados con los del an-
tiguo continente. Cuenta 200 especies de cuadrúpedos descubier-
tos hasta ahora en la tierra, de las cuales 130 pertenecen al an-
tiguo continente, y sólo 70 al nuevo. Si de éstas se quitan las que
son comunes a ambos, apenas tendremos, dice, 40 especies de
cuadrúpedos propiamente americanos. De este antecedente dedu-
ce que en América ha escaseado prodigiosamente la materia.
Pero ¿ por qué quitar a la América, de las 70 especies de cua-
drúpedos que posee, las 30 que son comunes a ambos continentes,
294 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cuando por su antiquísima residencia en el nuevo, merecen tan


propiamente el nombre de americanas como las otras? Además,
si las bestias que llama propiamente americanas, fueron creadas

desde el principio en América, podría, con menos verosimilitud,


alegar la pretendida escasez de la materia en aquella parte del
mundo; pero siendo asiático en su origen todo el reino animal,
como confiesa él mismo, no sé en qué puede fundar su atrevida
consecuencia. 'Todo animal, dice, abandonado a su instinto, bus-
ca la zona y la región proporcionada a su naturaleza/' He aquí,
pues, la verdadera causa del menor número de las especies de
cuadrúpedos en América; porque abandonados a su instinto, des-
de que salieron del arca de Noé, buscaron y encontraron en su
mismo continente la zona y la región que les acomodaban, y no
necesitaron de hacer un largo viaje para buscar lo que ya tenían.
Si el arca de Noé, en lugar de detenerse en los montes de Arme-
nia, se hubiese detenido en la cordillera de los Andes, por la mis-
ma razón hubiera sido menor el número de las especies de
cuadrúpedos en Asia, África y Europa, y sería digno de censura
el filósofo americano que de allí sacase la consecuencia de la
prodigiosa escasez de materia y el cielo avaro de aquellas tres
partes del mundo.
Pero aunque todos aquellos caudrúpedos fueran verdade-
ramente originarios de América, no debía deducirse de aquí la
supuesta escasez de la materia pues no debe decirse que escasea
;

la materia en un país que tiene un número de especies de cua-


drúpedos proporcionado a su extensión. La de América es igual
a la de la tercera parte de toda la tierra: teniendo, pues, de
200 especies, 70 propiamente suyas, que son algo más de la ter-
cera parte de aquel número, no hay motivo para quejarse de su
pobreza.
Hasta ahora he raciocinado sobre la suposición de ser cierto
cuanto dice el conde de Buffon acerca de cuadrúpedos; pero,
¿quién lo sabe, cuando a la hora esta no se ha descubierto el
verdadero carácter distintivo de la especie? Tanto el conde de
Buffon como otros muchos naturalistas que han escrito después,
creen que la única señal indudable de la diversidad específica
de dos animales semejantes en muchos accidentes y propiedades,
es la de no poder el macho cubrir la hembra y producir, por la
generación, un individuo fecundo y semejante a ellos. Pero este
carácter de diversidad falla en algunos animales, y en otros
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 295

es muy de determinar. Para conocer su incertidumbre,


difícil
comparemos la unión del asno y la yegua, con la del mastín y
la galga, que son dos razas diferentes de perros. De esta segunda
unión nace un perro o perra, que participa del mastín y de la gal-
ga; de aquélla una muía o mulo, que participa de la yegua y del
asno. Ahora quisiera yo saber, ¿por qué el asno y la yegua
son dos especies de cuadrúpedos, y el mastín y la galga dos razas
de la misma especie? "Porque de esta pareja, dice el conde de
Buffon, nace un individuo fecundo, y de aquélla no." Pero ¿cómo?
El mismo, en el tomo XXIX de la Historia Natural, afirma posi-
tivamente que el no concebir generalmente las muías, no nace
de absoluta impotencia, sino del calor excesivo y de las extra-
ordinarias convulsiones que padecen en el acto del coito. Aris-
tóteles, en su Historia de los Animales, cuenta que, en su tiempo,
los mulos de Siria, hijos de caballo y asno, engendraban sus
semejantes. Mr. de Bomare, después de haber citado esta auto-
ridad, añade: "Este hecho, apoyado por el testimonio de un filó-
sofo tan digno de fe, prueba que las muías son animales especí-
ficamente fecundos en sí mismos y en su posteridad." Semejantes
hechos, que demuestran la fecundidad de las muías, se ven ates-
tiguados por muchos autores de crédito, antiguos y modernos,
y algunos se han verificado en mis días en México. (1) La única
diferencia entre los dos ejemplos que he comparado es que los
partos de la galga, cubierta por el mastín, son más comunes que
los de la yegua cubierta por el asno.
¿De dónde ha sacado, además, el conde de Buffon, que el
gibón, el magote, el mammón y el pappión (cuatro diferencias
de monos) no se cubren recíprocamente, ni engendran individuos
fecundos? Ni averigua el hecho con experiencias propias, ni cita
otro naturalista que las haya emprendido, y sin embargo, decide
que aquellos cuadrúpedos son otras tantas especies diversas.
Luego es muy dudosa e inconsecuente la división que hace de
las especies, y no es posible saber si pertenecen a una misma las
que aquel autor separa, o si son específicamente diversas las que
reúne.

(1) Entre otros ejemplos es digno de particular mención el parto re-


petido de muía, engendrada por asno y yegua, que se vio en la gran ha-
cienda llamada Salto de Zurita, junto a la ciudad de Lagos, perteneciente a
don Fulgencio González Rubalcaba. Esta muía concibió de un asno, y parió
un muleto en 1762 y otro en 1763.
296 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Pero sin hacer uso de este argumento, para desconfiar de la


clasificación que el conde de Buffon hace de las especies, basta
notar las contradicciones en que incurre, tanto en éste como
en otros de los puntos que agita en su Historia, por otra parte
tan apreciable. Cuando habla, en el tomo XXIX, de la degenera-
ción de los animales, afirma que si se quiere hacer la enu-
meración de los cuadrúpedos propios del nuevo continente, ha-
llaremos 50 especies diferentes, y en la enumeración que hace
de los cuadrúpedos de ambos continentes, apenas concede 40 es-
pecies a la América. En este mismo cálculo cuenta, como especies
diferentes, la cabra doméstica, la gamuza y la cabra montes,
y en el tomo XXIV, hablando de los mismos animales, dice que
estos tres y las otras seis o siete especies de cabras, que los no-
mencladores distinguen, son todas una sola; así que, de las 130
que atribuye al continente antiguo, tenemos que disminuir ocho
o nueve. En la misma enumeración cuenta al perro, a la ra-
ta y a la marmota, y añade que ninguno de estos cuadrúpedos
existía en América; y después, cuando trata de los comunes a
ambos mundos, dice que la marmota y la rata son de esta clase,
aunque es difícil conocer si los que se designan con aquellos
nombres en América son de la misma especie que los de las otras
partes; a lo que añade en el tomo XVI, que las ratas fueron
llevadas a América en buques europeos. En cuanto a los perros,
se los niega al continente americano en la enumeración citada,
y luego se los concede en el tomo XXX, donde dice que el toloitz-
cuinili, el itzcointepotzoli y el techichi eran tres razas diferen-
tes de la misma especie de perros del continente antiguo. Basta
lo dicho para manifestar que aquel sabio naturalista, a pesar
de su gran ingenio y diligencia, se olvida a veces de lo que había
escrito.
En 130 especies de cuadrúpedos del mundo antiguo, cuen-
las
ta 7 especies de murciélagos comunes a la Francia y a otros
países de Europa, 5 de las cuales, desconocidas o confundidas
antes, fueron descubiertas o clasificadas por Mr. Daubenton, co-
mo el mismo Buffon asegura en el tomo XVI de su Historia
Natural. Y si en la docta Francia (donde tantos años hace que
se estudia la historia de la naturaleza, han sido hasta ahora ig-
noradas cinco especies de murciélagos, ¡qué extraño será que en
las vastas regiones de América, donde no son tan comunes los
buenos naturalistas, y donde no hace mucho que se aprecia
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 297

aquel estudio, sean igualmente desconocidas muchas especies de


cuadrúpedos Yo no dudo que si fueran allí algunos hombres como
!

Buffon y Daubenton, se hallaría mayor número de especies que


las que se pueden contar desde París, donde no es regular
que haya tantos datos sobre los animales americanos como soore
los europeos. En efecto, da lástima ver que un ñlósofo tan cé-
lebre, tan ingenioso, tan erudito, tan elocuente, que describe
todos los cuadrúpedos del mundo, que distingue sus especies,
familias y razas que pinta su carácter, su índole y sus costum-
;

bres; que cuenta sus dientes, y aun mide sus colas, se muestre
tan ignorante del reino animal de un país tan interesante co-
mo México. ¿Qué animal más común y más conocido allí que
el coyote? Nómbranlo todos los historiadores de aquel reino,

y lo describe exacta y menudamente el Dr. Hernández, cuya


Historia cita frecuentísimamente el mismo Buffon; y, sin em-
bargo, no hace la menor mención de él, ni bajo aquel, ni bajo
ningún otro nombre. (1) ¿Quién no sabe que el conejo era un
cuadrúpedo comunísimo en los países del imperio mexicano, don-
de se conocía con el nombre de tochtli; que su figura era uno de
los caracteres del año mexicano, y que de su pelo se hacían
ropas para la gente rica? Sin embargo, el conde de Buffon quie-
re que éste sea uno de los cuadrúpedos transportados de Europa
pero de todos los historiadores europeos de México no hay uno
solo que lo diga: todos suponen que el ratón habita desde tiem-
po inmemorial aquellos países, y yo no dudo que los mexicanos
se reirán al leer tan singular anécdota.
El Dr. Hernández cuenta en la Historia de los cuadrúpedos,
cuatro animales mexicanos de la especie de los perros, que son
los que yo he nombrado en el libro I de esta obra, a saber: el
xoloitzcuintli, o perro pelado; el itzcuintepotzotli, o perro joro-
bado; el techichi, o perro comestible, y el tepeitzcuintli, o perro
montes. Estas cuatro diversísimas especies de cuadrúpedos han
sido reducidas por el conde de Buffon a una sola. Dice que el
Dr. Hernández se engañó en lo que escribió del xoioitzcukitli,

(1) Los animales del Antiguo Continente que más se parecen al co-
yote son el chacal, el adive y el isatis; pero con grandes diferencias. El
chacal es del tamaño de un zorro, y el coyote es doble mayor. El coyote va
solo, y el chacal en cuadrillas de 30 o 40. El adive es más chico y más débil
que el chacal. El isatis es propio de las zonas frías y huye de los bosques;
el coyote gusta de los bosques y habita los países cálidos o templados.
298 FRANCISCO J. CLAVIJERO

porque ningún otro autor lo nombra y, por consiguiente, es


de creer que aquel animal fue transportado de Europa; mayor-
mente asegurando el mismo Hernández haberlo visto en España,
y que no tenía nombre en México. Añade Buffon que xoloitz-
cuintli es el nombre propio del lobo, impuesto por Hernández
a aquel cuadrúpedo, y que todos los perros se conocían en México
con el nombre genérico de aleo. ¡Qué conjunto de errores en
pocas palabras! El nombre aleo o alico no es mexicano, ni jamás
se ha usado en México, sino en la América Meridional. El xoloitz-
cuiFitli no se ha aplicado jamás al lobo, ni ningún mexicano lo
ha usado en este sentido. El nombre mexicano de lobo es cue-
tiachtii, y en algunos pueblos, donde no se habla con mucha pu-
reza, se le llama teeuani, que es el nombre genérico de las fieras.
Consta, además, por el mismo texto de Hernández, copiado en
la nota (1), que ni el xoloitzcuintli fue transportado de Europa
al Nuevo Mundo, nifue Hernández quien le dio aquel nom-
bre, que era propio del idioma del país para designar el animal de
que se trata. Hernández lo había visto en España, a donde ha-
bía sido transportado ele México, como él mismo dice, y también
había visto muchas plantas mexicanas en los jardines de Feli-
pe II. Pero ¿por qué no hablan del xoloitzcuintli los otros auto-
res? Porque no ha habido ninguno, antes ni después de Hernán-
dez, que haya emprendido escribir la historia de los cuadrúpedos
mexicanos, y los historiadores de aquel país sólo hacen mención
de los más comunes. Por lo demás, todo hombre sensato e impar-
cial deberá dar mayor crédito al Dr. Hernández en todo lo rela-
tivo a la historia natural de México, por haber sido tantos años
empleado en aquellos países de orden de Felipe II, observando
por sí mismo los animales que describe, o tomando noticias ver-
bales de los indios, cuya lengua aprendió, que al conde de Buffon,
el cual, aunque más ingenioso y elocuente, no tuvo otras noti-

cias de los animales mexicanos que las que tomó del mismo
Hernández, o en las relaciones de otros autores, no tan dignos
de fe cuanto aquel docto y práctico naturalista.

"Praeter canes notos nostro orbi, qui omnes pene ab Hispanis trans-
(1)
lati ab Indis in his plagis hodie educantur, tria alia offendas genera, quo-
rum primum, antequam huc me conferrem, vidi in patria: caeteros vero
ñeque conspexeram, ñeque adhue eo delatos puto, Primus xoloitzcuintli vo-

catus alios corporis vincit magnitudine &c." Hernández, Hist. Quadrup.
Novae. Hisp., cap. 20.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 299

Quiere Buffon que el tepeitzcuintli, de Hernández, no sea


otro que el glotón, cuadrúpedo común en los países más septen-
trionales de ambos continentes; pero quien quiera confrontar la
descripción que da de este animal con la que Hernández da de
aquél, pronto echará de ver que reina entre ellos una gran dife-
rencia. El glotón es, según Buffon, propio de los países fríos
del Norte; el tepeitzcuintli, de la Zona Tórrida; el primero, de
doble tamaño que el tejón; el segundo, como dice Hernández,
parvi canis magnitudine. El glotón ha merecido este nombre
por su inaudita y estupenda voracidad, que lo obliga a desen-
terrar los cadáveres para devorarlos: nada de esto se cuenta
del tepeitzcuintli, y no lo hubiera omitido Hernández, siendo el
principal carácter del glotón; antes bien, asegura que aquél se
domestica y se alimenta con huevos y pan deshecho en agua
caliente, lo que no bastaría a una fiera tan ávida como ésta. Fi-
nalmente, omitiendo otras pruebas de su diversidad, la piel del
glotón es, según el escritor francés, tan preciosa como la de la
marta cebellina, y no sabemos que la del cuadrúpedo mexicano
goce del mismo favor.
Siendo, pues, el xoloitzcuintli distinto del lobo, y el tepeitz-
cuintli del glotón; siendo aquellos cuatro cuadrúpedos america-
nos de la clasede los perros y diversos entre sí en tamaño, ín-
dole y otros accidentes notables, y no constando que puedan
unirse unos a otros, ni producir un tercer individuo fecundo, de-
bemos concluir que son cuatro especies diferentes y, por con-
siguiente, restituir a la América las tres que se le han arreba-
tado injustamente.
No acabaría si quisiera notar todos los errores de este autor
en cuanto dice sobre el asunto presente; pero para demostrar
que el número de 70 especies, que señala al nuevo continente, no
es exacto, sino muy inferior a la verdad y contrario a lo que
él mismo dice en el curso de su Historia, daré al fin de esta
Disertación una lista de los cuadrúpedos americanos, sacada
de su Historia Natural, a que añadiré los que ha confundido con
otros diversos y los que ha omitido enteramente, demostrando
cuánto se ha alejado de la verdad al decir que en América ha
escaseado prodigiosamente la materia. Además de que para in-
ferir esta prodigiosa escasez, no basta probar que es reducido
el número de especies: sería necesario demostrar que son pocos
los individuos de cada una de ellas, pues si los individuos de
300 FRANCISCO J. CLAVIJERO

aquéllas 70 son más que de las 130 del continente antiguo,


los
podrá decirse que la naturaleza no ha sido tan varia en América,
pero no que la materia es escasa. Sería preciso, igualmente,
examinar si son pocas o poco numerosas las especies de reptiles
y de pájaros, pues éstas pertenecen también a la materia; pero
¿ quién habrá tan ignorante de las cosas de América, que no ten-
ga noticia de la increíble variedad y extraordinaria muchedum-
bre de los pájaros americanos? ¿Y era posible que la naturaleza,
tan pródiga en aquellos países para esta clase de vivientes, se
haya manifestado tan avara con los cuadrúpedos, como quieren
decir los escritores a quienes estoy respondiendo?
No contento ni uno ni otro con disminuir el número de las
especies, se esfuerzan también en abreviar su estatura. 'Todos
los animales de América, dice el conde de Buffon, no menos los
que fueron transportados por los hombres, como el caballo, el
toro, el asno, la oveja, la cabra, el puerco, el perro, etc., que los que
pasaron por sí mismos, como el lobo, el zorro, el ciervo, el al-
ce, etc., son considerablemente más pequeños allí que en el mun-
do antiguo, y esto, sin ninguna excepción;" cuyo estupendo
efecto atribuye al cielo avaro de América, y a la combinación
de los elementos y de otras causas físicas. "No hay, dice Mr. de
Paw, bajo la Zona Tórrida del nuevo continente ningún gran
cuadrúpedo. El mayor de los propios de aquel país, existente
en el día entre los trópicos, es el tapir, que es del tamaño de un
ternero." "La bestia más corpulenta del nuevo continente, dice
el conde de Buffon, es el tapir, que no es mayor que una muía

pequeña, y después el cabiai, semejante en las dimensiones a un


puerco mediano."
Ya he demostrado en la precedente Disertación, que aun
concediendo a estos filósofos la supuesta pequenez de los cua-
drúpedos americanos, nada se inferiría contra el terreno, ni
contra el clima de América; pues, según los principios del conde
de Buffon, los animales mayores son propios de los climas exce-
sivos y los menores de los templados y suaves. Si el gran ta-
maño de los cuadrúpedos fuera indicio de las ventajas del clima,
confesaríamos que el de África y el de Asia meridional eran
mucho mejores que el de Europa. Pero si en América, cuando
fue descubierta por los europeos, no había elefantes, rinoceron-
tes, hipopótamos, camellos, ni jirafas, al menos en otro tiempo
los hubo, si hemos de dar crédito a Mr. de Paw, a Sloane, a Pratz,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 301

a Lignery y a otros escritores, los cuales afirman la antigua


existencia de aquellos grandes cuadrúpedos en América, fundán-
dose en el descubrimiento de huesos fósiles y de esqueletos
enteros de desmesurado tamaño, en diversos puntos de aquel
continente. Y aun más: pues si creemos lo que dice el conde de
Buffon en el tomo XVIII de su Historia, hubo en América
un cuadrúpedo seis veces mayor que el elefante, llamado mam-
mout por Mr. Muller; (1) pero en Europa no ha habido, ni po-
dido haber jamás, cuadrúpedos de primera magnitud. En Amé-
rica no había caballos, asnos, ni toros (2) antes que los llevasen
los europeos; pero tampoco los había en Europa antes que pa-
sasen allí del Asia. Todos los animales traen su origen de esta
parte del mundo: de ella se esparcieron por las otras. La proxi-
midad de Europa y el comercio de los pueblos asiáticos con los
europeos, facilitaron el paso de los cuadrúpedos y con ellos pa-
saron también muchos usos e inventos útiles a la vida, de que
estuvieron privados los americanos, por causa de la lejanía y de la
falta de tráfico.
Cuando el conde de Buffon afirmó que el mayor cuadrúpe-
do del Nuevo Mundo era el tapir, y después el cabiai, se olvidó
enteramente de morsa, de la foca, del bisonte, del rengífero,
la
del alce, del oso y del huanaco. El mismo confiesa que la foca
vista en América por lord Anson y por Rogers, a la cual dieron
el nombre de león marino, era incomparablemente mayor que to-
das las del mundo antiguo. ¿Quién osará comparar el cabiai,
que no es mayor que un puerco mediano, con el bisonte y con
el alce? El bisonte es comunmente igual y muchas veces mayor

(1) En vista de lo que dice Mr. Muller de su mammout, este cuadrúpe-


do tenía 133 pies de largo, y 105 de alto. El conde de Buffon dice: "El pro-
digioso mammout, cuyos enormes huesos he considerado muchas veces, y
que juzgo, a lo menos, seis veces mayor que el más grueso elefante, no exis-
te ya." En otra parte dice que está seguro de que aquellos huesos desme-
surados eran de un elefante siete u ocho veces mayor que aquel cuyo esque-
leto había observado en el gabinete real de París; pero en las Épocas de la
Naturaleza, obra posterior a la Historia Natural, vuelve a asegurar la an-
tigua existencia de aquel cuadrúpedo gigantesco en América.

Cuando digo que no había toros en América, aludo a


(2) la raza co-
mún que se emplea en la agricultura; pues había bisontes, que el conde de
Buffon coloca unas veces en la especie del toro y otras no.
302 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que el toro. Véase la descripción que hace Mr. de Bomare (1)


de uno de aquellos cuadrúpedos, transportado de la Luisiana a
Francia, y medido con gran exactitud en París, el año de 1769,
por el mismo naturalista. Hay una cantidad innumerable de
aquellos animales en la Zona Templada de la América Septen-
trional. Los alces del Nuevo México son del tamaño de un caba-
llo grande. En Zacatecas hubo un sujeto que se sirvió de ellos

para tirar de su coche en lugar de caballos, como atestigua


Betancourt, (2) y a veces se han enviado de regalo al rey de
España.
La proposición universal en que afirma el conde de Buffon
que todos los cuadrúpedos comunes a ambos continentes, son
más pequeños en América, y esto sin excepción alguna, ha sido
desmentida por muchos escritores europeos, que por sí mismos
observaron los animales de que se trata, y aun por el mismo
conde de Buffon en otras partes de su Historia. Del miztli, o
león americano, dice el Dr. Hernández que es mayor que el león
de la misma especie del antiguo continente. (3) Del tigre mexi-
cano afirma lo mismo. (4) Ni el conde de Buffon, ni Mr. de Paw
tuvieron ideas exactas de aquella fiera. Entre otras muchas, vi
una que había muerto pocas horas antes, de nueve escopetazos,
y era mucho mayor que lo que dice Buffon. Estos dos autores, ya
que no tuvieron a bien fiarse del testimonio de los españoles, hu-
bieran debido dar crédito a Mr. de la Condamine, francés docto
y sincero, el que dice que los tigres que vio en los países calientes
del Nuevo Mundo, no le parecieron diversos de los africanos,

(1) Mr. de Bomare llama al bisonte cuadrúpedo colosal; dice que su


longitud, desde la extremidad del hocico hasta la raíz de la cola, medida por
los costados, era de 9 pies y 2 pulgadas; su altura desde la cima de la cor-
cova hasta las uñas, 5 pies y 4 pulgadas; su grueso, midiendo la corcova,
10 pies de circunferencia. Añade que el dueño del bisonte que vio, y a que
se refieren estas medidas, decía que las hembras eran mayores.

(2) Muy grandes debían ser aquellos alces para poder tirar de un co-
che de los que se usaban en aquel país el siglo pasado.

(3) "Leoni nostrati minime jubato aut idem est miztli, aut congener,
interdumque rubeus, aut subalbi-
in infantia fuscus, et fulvus in juventa,
dus, in majorem tamen assurgnens molem, quod ob regionis diversitatem
potest evenire." —Hist. Quadrup. Novae Hisp., cap. XI.

(4) "Vulgaris est huic orbi tygris, sed nostrate major." — Ibid., cap. X.

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 303

ni en la hermosura de tamaño, ni en ninguna


los colores, ni en el
otra propiedad. Del lobo mexicano, dice el mismo Dr. Hernández,
que tanto en el color como en la figura, en las inclinaciones y
en el tamaño, es semejante al europeo; excepto que aquél tiene
la cabeza más voluminosa. (1) Lo mismo dice del ciervo, y Ovie-
do del ciervo y del gamo. El mismo conde de Buffon, a pesar de
la generalidad del principio que establece, sin alguna excepción,
sobre el menor tamaño de los cuadrúpedos americanos, racioci-
nando después en el tomo XXIX sobre la degeneración de los
animales, dice que el gamo y el corzo son, de los cuadrúpedos
comunes a los dos continentes, los solos mayores y más fuertes
en el nuevo que en el antiguo; y en el tomo XXVII, hablando
de la nutria del Canadá, confiesa que es mayor que la de Europa,
y lo mismo dice del castor americano; así que, después de no
admitir ninguna excepción a su principio, la reconoce en el ga-
mo, en el corzo, en la nutria, en el castor y en la foca. Si a éstos
se añaden el tigre, el león sin melena, y el ciervo, según el testi-
monio de Hernández y de Oviedo, tendremos a lo menos ocho
especies de cuadrúpedos, comunes a los dos mundos, y que son
mayores en el nuevo que en el antiguo. Igualmente debemos in-
cluir en este catálogo los cuadrúpedos que son del mismo tama-
ño en todas las partes del mundo; pues también éstos demues-
tran la falsedad de aquel principio general. El Dr. Hernández
dice que el lobo mexicano es del mismo tamaño que el europeo;
Buffon asegura que entre uno y otro no hay más diferencia
sino que el mexicano tiene más hermosa la piel, cinco dedos
en los pies delanteros y cuatro en los traseros. Por lo que hace a
los osos, no faltan sujetos en Europa que han visto los de Méxi-
co y los de los Alpes, y no creo haya uno solo que no reconozca
la superioridad de aquéllos en el tamaño. Yo a lo menos declaro
sinceramente que todos los que he visto en México me han pa-
recido mayores que los de Italia. (2)

(1) Forma, colore, moribus, ac mole corporis hipo nostrati similis est
cuetlachtli, atque adeo ejus, ut mihi videtur, speciei, sed ampliore capite.
Hist. Quadrup. Novae. Hisp., cap. XXIII.

(2) Buffon distingue la especie de los osos negros de la de los pardos,


y afirma que aquéllos no son tan feroces; pero los mexicanos, que son en-
teramente negros, son ferocísimos, como yo lo he visto y como es notorio
en aquellos países.
304 FRANCISCO J. CLAVIJERO ,
-

Es, pues, falso que todos los animales del Nuevo Mundo son
más pequeños que los del antiguo, sin ninguna excepción: es
también falsísimo que todos son mucho más pequeños, y que la
naturaleza se ha servido en América de diferente escala de di-
mensiones, como en otra parte asegura el mismo conde de Buf-
fon. Del mismo modo se puede demostrar el error de Mr. de Paw,
cuando dice que todos los cuadrúpedos americanos son una sexta
parte más pequeños que sus análogos en las otras partes del
mundo. La tuza mexicana es análoga al topo europeo, y mayor
que éste, según Buffon. El cuadrúpedo mexicano que el mismo
naturalista llama cocualino, y nosotros tlalmototli, es análogo
a la ardilla de Europa, y, según el mismo, de doble tamaño. La
musaraña del Brasil, análoga a la europea; el coyote, que lo es al
chacal; y la llama, que lo es al carnero, son de mayores dimen-
siones que estos animales antiguos. Pero aquellos ñlósofos, em-
peñados en desacreditar la América y sus animales, hallan tam-
bién defectos en sus colas, en sus pies y en sus dientes. "No
sólo, dice el conde de Buffon, escaseó la materia en el nuevo con-
tinente, sino que parece que se descuidó en las formas imperfec-
tas de los animales. Los de la América Meridional, que son los
que realmente pertenecen al Nuevo Mundo, están casi general-
mente privados de astas y cola; su figura es extravagante; sus
miembros desproporcionados y mal distribuidos, y algunos, como
el hormiguero y el perico ligero, de tan miserable constitución,
que apenas tienen las facultades de comer y andar." "Los ani-
males propios del Nuevo Mundo, dice Mr. de Paw, son, por la
mayor parte, de una forma desairada, y en algunos tan mal dis-
puesta, que los primeros dibujantes no pudieron, sin grandes di-
ficultades, diseñarlos exactamente. Se ha observado que la
mayor parte de las especies carecen de cola y tienen una irre-
gularidad en los pies lo cual es notable en el tapir, en el hormi-
;

guero, en el glama de Margraf en el perico ligero y en el cabiai.


,

El avestruz, que en nuestro continente tiene dos dedos unidos


con una membrana, tiene cuatro dedos separados en América."
Estas objeciones, en verdad, son más bien dirigidas contra
la conducta del Creador que contra el clima de América: por el
estilo de la blasfemia que se atribuye al rey don Alfonso el Sabio,
sobre la disposición de los cuerpos celestes. Si los primeros in-
dividuos de aquellas especies de animales no salieron de las ma-
nos del Creador con esas imperfecciones que se les atribuyen,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 305

sino que son efectos del clima de América, no hay duda que
transportados a Europa, desaparecerían aquellos defectos, y me-
jorarían de forma, de índole y de instinto: a lo menos, después de
diez o doce generaciones, aquellas infelices bestias que el clima
ha despojado de cola y de astas, las recobrarían bajo un cielo
menos avaro. No: dirán los dos filósofos, porque no es tan fácil
recobrar de la naturaleza lo que se pierde, como perder lo que
se tiene; dé modo que aunque el clima de Europa no les resti-
tuyese lo que han perdido, podría todavía decirse que el clima de
América era la verdadera causa de aquella privación. Sea en
buena hora, y por consiguiente, no hablemos de las irregulari-
dades que consisten en algún defecto, sino de las que son tales
por exceso de materia. Hablemos del avestruz, que, según Mr. de
Paw, tiene, por vicio de la naturaleza, dos dedos más en cada
pie: (1) o más bien, para no salir de los cuadrúpedos, hablemos
del unau, especie de perico ligero que, entre otras irregularida-
des, tiene cuarenta y seis costillas. "El número de cuarenta y
seis costillas en un animal de tan pequeño cuerpo, dice el conde
de Buffon, es una especie de error o de exceso de la naturaleza;
pues ningún animal tiene tantas, ni aun los más voluminosos
o los que tienen el cuerpo más largo, a proporción de su grueso.
El elefante tiene cuarenta, el caballo treinta y seis, el tejón
treinta, el perro veintiséis y el hombre veinticuatro." Si el
primer unau que hubo en el mundo recibió de la mano de Dios
el mismo número de costillas que tienen los individuos actuales,
la observación del conde de Buffon es una censura del Hacedor
Supremo; y decir que aquel excesivo número de costillas ha
sido un error de la naturaleza, es decir que ha sido un error de
Dios, que es el autor de la naturaleza y el que sacó el mundo
de la nada. Estoy seguro de que esta blasfemia es muy ajena de
la mente sublime y del corazón cristiano del conde de Buffon;
pero el espíritu filosófico que reina en sus obras lo indujo tal
vez a hacer uso de aquellas expresiones que, bien examinadas,
no concuerdan con la fe que profesamos. (2) Si, por el contrario,

(1) Mr. de Paw se engañó en el número de los dedos del tuyú, o aves-
truz americano, pues no tiene más que tres; pero en la parte posterior de
los pies tiene un tubérculo redondo y calloso que le sirve de talón y a que
el vu!g;o ha dado el nombre de dedo.
(2) Queriendo explicar por qué el hombre resiste más que los anima-
les el influjo del clima, dice así en el tomo XVIII: "El hombre es en todo
306 FRANCISCO J. CLAVIJERO

creen aquellos escritores que el unau, en su primer origen, tuvo


un número de costillas proporcionado a su tamaño, y que el
maligno clima de América se las fue aumentando poco a poco,
debemos creer que, transportada aquella especie al continente an-
tiguo y sometida al influjo de un clima más favorable, retrocede-
ría finalmente a su antigua perfección. Hágase, pues, la experien-
cia tráiganse a Europa dos o tres machos de aquella desgraciada
:

especie, y otras tantas hembras, y si después de veinte o


más generaciones, se reconoce que, en efecto, empieza a dismi-
nuir el número de costillas, confesaremos que la tierra de Amé-
rica es la más infeliz, y su clima el más perverso del globo. Si así
no sucede, diremos, como decimos ahora, que la lógica de aque-
llos señores es más miserable que el cuadrúpedo, asunto de
sus observaciones, y que sus argumentos son verdaderos para-
logismos. Por otra parte, es cosa extraña que en un país en que
tanto ha escaseado la materia, la naturaleza haya pecado por
exceso en los dedos de un ave y en las costillas de un cua-
drúpedo.
Mas para demostrar que estos filósofos tan empeñados en
desacreditar el clima de América se han olvidado enteramente
de las miserias del continente que habitan, preguntémosles
¿ cuál es el animal más imperfecto y miserable de todos los ame-

ricanos? El perico ligero, responderán, porque es el de más


débil organización, el menos capaz de movimiento, el más des-
provisto de armas para su defensa, y, sobre todo, el que parece
menos susceptible de sensaciones: animal verdaderamente in-
feliz, condenado por naturaleza a la inercia, al hambre y al
la
llanto, con el cual inspira horror y compasión a todos los otros.
Pero este cuadrúpedo, tan famoso por sus miserias, es común
a los dos continentes. El conde de Buffon no quiere creerlo, por-
que no le acomoda, y dice que si se halla algún individuo en
Asia, ha sido transportado de América; pero por más que diga,
lo cierto es que el unau, que es de la misma especie, es animal
asiático, según la opinión de Klein, Linneo, Brisson, del publi-
cador del gabinete de Seba, y, sobre todo, de Vosmaer, docto e
inteligente naturalista holandés. El unau de Bengala, visto, cria-

obra del cielo; los animales no son, bajo muchos aspectos, sino produccio-
nes de la tierra." Esta proposición parece algo dura; pero otras harto más
duras se hallan en las Épocas de la Naturaleza.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 307

do y exactamente descrito por este autor, no ha podido proce-


der de América, porque jamás ha habido comercio entre la
América Meridional y el Asia. Además, el unau de Bengala es
diverso del perico ligero americano: éste tiene dos dedos, y aquél
cinco. Si el conde de Buffon se persuade que el clima de Asia
puede aumentar los dedos de este cuadrúpedo, sería natural
que el clima del antiguo continente restituyese la cola y las astas
a los animales que las han perdido a efecto del clima maléfico
del Nuevo Mundo. Últimamente, cualquiera que compare la elo-
cuente descripción que el conde de Buffon hace del perico ligero
americano, con la que Mr. Vosmaer hace del pentadattilo de
Bengala, conocerá que éste es tan desventurado como aquél.
Pero examinemos filosóficamente lo que dicen estos autores
acerca de la supuesta irregularidad de aquellos cuadrúpedos. La
verdadera irregularidad en los animales es la desproporción de
los miembros, o la inconveniencia de la forma, o de la índole
de algunos individuos, con respecto a la masa común de la es-
pecie; y no ya la diferencia que se observa entre una especie
nueva y otra conocida: Sería una necedad decir que el techichi
es irregular porque no ladra. Este cuadrúpedo americano fue
llamado perro por los españoles, en virtud de su semejanza con
el perro de Europa, no porque pertenece a la misma especie; y
de aquí nació la fábula de que los perros de América son mudos.
También el lobo se asemeja al perro, y no ladra, sino aulla. Si
los primeros españoles que fueron a México no hubieran visto
lobos en Europa, al ver los de México hubieran dicho que eran
perros grandes, incapaces de domesticarse, y que aullaban en
vez de ladrar; y de este argumento se hubieran valido el conde
de Buffon y Mr. de Paw, para aprobar la degradación y la irre-
gularidad de los cuadrúpedos americanos.
En efecto, no es de otro calibre la objeción de Mr. de Paw
sobre el avestruz americano. El tuyú (1) es un ave específica-
mente diversa del avestruz; pero le han dado este nombre por
parecerse al avestruz y por ser muy corpulento. Esto basta a
Mr. de Paw para declarar que hay irregularidades en aquel ave
de América; pero aun concediéndole que el tuyú es un verdadero
avestruz, jamás podrá sacar la consecuencia con que quiere apo-

(1) El avestruz es conocido en el Perú con el nombre de suri; pero


adoptó elde tuyú, para condescender con los naturalistas.
n
08 FRANCISCO J. CLAVIJERO

yar su opinión. Dice que el avestruz del Nuevo Mundo es irre-


gular, porque en lugar de dos dedos unidos con una membrana,
como el del antiguo, tiene cuatro separados. Pero un americano
podrá decir que el avestruz africano es el que verdaderamente
merece el nombre de irregular, pues en lugar de tener cuatro
dedos separados, tiene dos unidos por una membrana. "No, res-
ponderá enfadado Mr. de Paw; no es así: la irregularidad está
en vuestro pájaro, porque no se conforma con el del mundo an-
tiguo, que es el modelo de su especie, ni con el retrato que de
este animal nos han hecho los primeros naturalistas de Euro-
pa." "Nuestro mundo, dirá el americano, que vos llamáis nuevo
porque hace tres siglos que lo empezasteis a conocer, es tan an-
tiguo como el vuestro, y nuestros animales son coetáneos a los
que poseéis. No están ellos obligados a conformarse con los vues-
tros, ni nosotros tenemos la culpa de que vuestros naturalistas
tengan tan escasas luces acerca de lo que pasa en América:
así que, o es irregular vuestro avestruz porque no se conforma
con el nuestro, o, a lo menos, éste no debe llamarse irregular
porque no se conforma con aquél. ínterin no probéis con docu-
mentos auténticos que el primer avestruz salió de las manos de
la naturaleza con dos dedos unidos por una membrana, no puedo
creer en la irregularidad del tuyú.' Este mismo eficaz raciocinio
9

sirve para disipar otras observaciones de nuestros filósofos, que


nacen de la imperfección de sus ideas, o de sus prevenciones
contra el nuevo continente.
No
son más acertados en lo que dicen acerca de las colas
de los animales. Declaran francamente, y sin ningún respeto
a la verdad, que la mayor parte de los cuadrúpedos americanos
carecen enteramente de cola; lo cual, como todos los demás efec-
tos observados por ellos en aquellos desventurados países, atri-
buyen a la avaricia del cielo americano, a la infancia de la natu-
raleza én aquella parte del mundo, a la perversidad del clima,
y a no sé qué combinación de los elementos. Así raciocinan aque-
llos célebres filósofos del siglo de las luces. Pero siendo, según

Buffon, 70 las especies de cuadrúpedos americanos, sería nece-


sario, a lo menos, que 40 estuviesen privadas de cola, para que
fuese cierto que la mayor parte carece de aquel miembro, como
dice Mr. de Paw, o que casi todos experimentasen esta privación,
como el mismo Buffon opina. Ahora bien, loscuadrúpedos ame-
ricanos que se hallan en este caso, son seis, como después veré-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 309

mos: con que aquella proposición es una desmesurada hipérbole,


por no decir una gran mentira.
Parece que en tiempo de Plinio no conocían los naturalistas
otros animales sin cola que el hombre y el mono. (1) Si desde
entonces no se hubiesen descubierto en el antiguo continente
otros muchos cuadrúpedos desprovistos de aquel miembro, ten-
drían razón el conde de Buffon y Mr. de Paw; pero de la misma
Historia Natural del primero consta que las especies europeas, de-
fectuosas en esta parte, componen mayor número que las america-
nas. He aquí la lista de unas y otras sacada de la citada obra.

CUADRÚPEDOS SEN COLA DEL CONTINENTE ANTIGUO

1. El pongo, orang-után, sátiro u hombre salvaje.


2. El Piteco, o mono.
3. El Gibón, especie de mono.
4. El Cinocéfalo, o magoto.
5. El Perro Turco.
6. El Tanrec de Madagascar.
7. El Loris de Ceilán.
8. El Cochinillo de Indias.
9. La Ruseta | dos especies de murciélagos grandes de
10. La Rugeta j Asia.
11. El Topo dorado de Siberia.
12. El Perico ligero pentadattilo de Bengala, descrito por
Mr. Vosmaer.
13. La Klipda, o marmota bastarda del Cabo de Buena Es-
peranza, descrita por el mismo.
14. El Capiverd, o Capivard, del Cabo de Buena Esperanza,
descrito por Mr. de Bomare.

CUADRÚPEDOS SIN COLA DEL NUEVO CONTINENTE


1. El Unau, especie de perico ligero.
2. El Cabiai, o puerco anfibio.
3. La Aperea del Brasil.
4. El Cochinillo de Indias.
5. El Saino, pecar, o cayametl.
6. El Tapeto.

(1) "Caudae praeter hominem ac simias ómnibus fere animalibus et


ova gignentibus pro desiderio corporum." Plin., Híst. Nat., lib. XI, cap. 58.
310 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Vemos, pues, que en antiguo mundo hay, a lo menos,


el
catorce especies de cuadrúpedos desprovistos de cola, (1) y en
América sólo seis, de las que debemos quitar las dos últimas
por ser inciertas. (2) En todos los treinta tomos de la Historia
Natural de Buffon no he hallado otro animal americano sin cola
que los ya dichos. ¡Y no obstante, osó decir que casi todos ca-
recen de ella! En lo que se echa de ver que esas proposiciones
generales son tan fáciles de proferir, como difíciles de probar.
Si el clima de América es tan pernicioso a las colas de los
animales, ¿por qué estando privados de este miembro cuatro
especies de monos del antiguo continente, a saber: el pongo, el
piteco, el gibón y el cinocéfalo, lo tienen todas las especies de
monos del nuevo, y algunas, como el saki, seis veces más larga
que el cuerpo del animal? ¿Por qué abundan tanto en América
las ardillas, los cocualines, loshormigueros y otros cuadrúpedos
semejantes, de enorme cola con respecto a sus cuerpos? ¿Por
qué la marmota del Canadá, con ser de la misma especie que
la de los Alpes, tiene la cola mucho más larga que ésta, como
dice Buffon? ¿Por qué el ciervo y el corzo de América, aunque
más pequeños que los del mundo antiguo, se hallan en el mismo
caso? Si hubiese en América algún principio destructor de las
colas de los animales, los que llevó Colón de Europa y de las islas
Canarias, por los años de 1493, carecerían ahora de aquel miem-
bro, especialmente los puercos, en que es tan corto, o a lo menos
se hubiera disminuido notablemente al cabo de 288 años; pero
de tantos europeos como han visto caballos, bueyes, ovejas, etc.,
nacidos en América, y los nacidos en Europa, no se encontrará

(1) A mencionadas podríamos añadir el unau di-


las catorce especies
dáctilo de Ceylán, de que hablan muchos autores, y el porta-almizcle, des-
crito por Daubenton y por Bomare; pero dejemos el primero, porque no
estoy seguro de que sea diferente del loris de Buffon; dejemos el segundo,
porque quizás tendrá una cola pequeña, aunque no pudo encontrarla el di-
ligente Daubenton; también debemos dejar aparte como inciertas las dos
últimas especies de cuadrúpedos americanos del catálogo.

(2) Oviedo, Hernández y Acosta, describen el pecar con los nombres


de saino, cayametl, y nada dicen de la falta de cola. Yo me he informado de
personas inteligentes y sinceras que han visto muchos sainos, y me han
dicho que la tienen, aunque pequeña. En cuanto al tapeto, Buffon cree que
es el citli de Hernández, y todos los mexicanos saben que el citli es la lie-
bre de México, la cual tiene cola, como la europea.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 311

uno solo que haya notado la menor diferencia entre las colas
de unos y otros.
Con las mismas razones podemos responder a lo que dice
el conde de Buffon sobre la falta- de astas y ele otras partes
en el mayor número de los cuadrúpedos americanos; pues el
buey, el carnero y la cabra conservan allí invariablemente sus
astas, el perro y el puerco sus dientes, y los gatos sus uñas,
como saben cuantos han estado en aquellos países. Si el clima
americano es tan contrario a los dientes y a las astas de los
animales, habrían perdido, a lo menos, una buena parte de ellas
los descendientes de los cuadrúpedos que fueron transportados
al Nuevo Mundo, tres siglos hace, y especialmente la posteridad
de los lobos, de los osos y otros, que quizás pasaron de Asia a
principios del primer siglo después del Diluvio Universal. Si, por
el contrario, la Zona Templada de Europa es más propicia a los
dientes que la Tórrida de América, ¿por qué la naturaleza dio
a ésta y no a aquélla, el tapir y el cocodrilo, los cuales en el nú-
mero, en el tamaño y en la atrocidad de los dientes exceden a
todos los cuadrúpedos y reptiles europeos?
Finalmente, si hay en América algunos animales sin astas,
sin dientes (1) y sin cola, no es por causa de la perversidad del
clima, ni de la avaricia del cielo, ni por aquella imaginaria com-
binación de elementos; sino porque Dios, cuyas obras son per-
fectas, y cuyos consejos debemos reverenciar humildemente,
quiso hacerlo así, para que esa misma variedad sirviese a hermo-
sear el universo y a ostentar su infinita sabiduría y poder. Lo
que en unos animales es perfección, en otros sería deformidad.
En el caballo es perfección tener la cola larga; en el ciervo, te-
nerla pequeña, y en el pongo no tener ninguna.
En cuanto a lo que dicen nuestros filósofos acerca de la feal-
dad de los animales americanos, es cierto que entre tantos hay
algunos cuya forma no corresponde a la idea que nos hemos
formado de la belleza de las bestias. Pero ¿quién nos ha dicho
que esta idea es exacta? ¿Y por qué no será imperfecta y pro-

(1) Los solos cuadrúpedos americanos privados de dientes son los


hormigueros, como en el continente antiguo lo son el pangolino y el fa-
tagino, cuadrúpedos de la India Oriental, cubiertos de escamas en lugar de
pelo. Todos estos carecen de dientes porque no los necesitan, manteniéndo-
se sólo de hormigas. El Creador los ha provisto de una lengua larguísima,
con la que cogen las hormigas para tragarlas.
312 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ducto de la limitación de nuestros conocimientos? ¡Y cuántos


otros animales no podremos hallar en el antiguo continente, aun
peor formados que todos los del nuevo, hablando en el sentido
de aquellos escritores, y reverenciando la mano de Dios en todas
sus obras! ¿Qué cuadrúpedo hay en América, que pueda com-
pararse en la deformidad y desproporción de los miembros al
elefante, llamado monstruo de materia por el mismo conde de
Buffon? (1) Aquella vasta mole de carne, más alta que larga;
aquella piel áspera, desnuda y surcada de arrugas aquella enor-
;

me trompa en lugar de nariz; aquellos largos dientes que salen


de una feísima boca y que se vuelven hacia arriba, al revés de
lo que se nota en los demás animales; aquellas orejas vastas y
polígonas; aquellas piernas gruesas, torcidas y desproporciona-
damente pequeñas; aquellos pies informes y con los dedos ape-
nas bosquejados, y, finalmente, aquellos pequeñísimos ojos, y
aquella ridicula cola en un cuerpo tan desmesurado ¿no hacen
del elefante un verdadero monstruo, según las reglas que go-
biernan la creación animal? Busquen nuestros dos filósofos un
ejemplo de esta clase entre las especies americanas. Las mismas
reflexiones podrían aplicarse al camello, a la jirafa, al macaco,
Buffon que es de una deformidad es-
del cual dice el conde de
pantosa; y no por esto debemos acusar al clima en que nacen,
ni a la mano que formó.
los
Lo que dicen aquellos dos escritores acerca de la menor fe-
rocidad de las fieras americanas, en lugar de probar la maligni-
dad del clima, no prueba sino su blandura y bondad. "En Amé-
rica, dice el conde de Buffon, donde el aire y la tierra son más
blandos que en África, el tigre, el león y la pantera no son te-
rribles sino en el nombre. Han degenerado sin duda, si es cierto
que la ferocidad y la crueldad eran propiedades de su índole; o
por mejor decir, no han hecho más que sufrir el influjo del
clima. Bajo un cielo apacible, se ha apaciguado su naturaleza."
¿ Qué más se puede desear en favor del clima de América ? ¿ Co-

tí) "Considerando este animal, dice Bomare, con relación a la idea


que nos hemos formado de las proporciones, lo hallaremos mal proporcio-
nado, por tener el cuerpo grueso y corto, las piernas inflexibles y mal for-
madas, los pies redondos y torcidos, la cabeza gruesa, los ojos pequeños y
las orejas grandes. Puede decirse también que su ropaje contribuye a su
fealdad. Tan extraordinario es por su estatura como por sus pies, su trom-
pa y sus colmillos."
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 313

mo hay, pues, quien alegue la menor ferocidad de las bestias


americanas como prueba de su degeneración, ocasionada por la
malignidad del clima? Si el clima del antiguo continente debe
reputarse mejor que el del nuevo, porque bajo aquél nacen las
fieras más terribles, por la misma razón el de África será incom-
parablemente mejor que el de Europa. Esta objeción, de que ya
he hecho uso, debe ser inculcada para mayor confusión de nues-
tros dos filósofos.
Pero estos escritores no tienen ideas exactas de las fieras
americanas. Es cierto que el miztli, o león mexicano, no es com-
parable con los célebres leones de África. Esta especie o no pasó
al Nuevo Mundo, o fue extinguida por los hombres pero en nada
;

cede la fiera de América a las demás de su especie, o leones


sin melena del continente antiguo, como dice Hernández, que
conocía bien a unas y a otras. El tigre mexicano, sea o no sea
de la misma especie que el tigre real de África, pues esto no
importa a la cuestión, es de una fuerza y ferocidad extraordina-
rias. No hay cuadrúpedo europeo ni americano que pueda resis-
tirle. Ataca intrépidamente y destroza los hombres, los ciervos,
los toros y aun los más horrendos cocodrilos, como testifica
Acosta. Este docto escritor habla con admiración de su arrojo
y velocidad. Gonzalo de Oviedo, que había viajado por muchos
países de Europa y no ignoraba la historia natural, hablando
de los tigres americanos, dice: ''Son animales muy fuertes de
piernas, bien armados de garras, y tan terribles, que, en mi jui-
cio, no hay león real que pueda competir con ellos en fuerza ni
ferocidad/' El tigre es el terror de los bosques de América cuan-
:

do es adulto, no es posible amansarlo, ni cogerlo; sólo se cogen


los pequeños y no pueden guardarse sin peligro, si no es en fortí-
simas jaulas de hierro o de madera, fal es la índole de aquellas
bestias, llamadas cobardes por Mr. de Paw y por otros autores,
que no supieron discernir las especies de cuadrúpedos de piel
manchada.
Por otra parte, aquellos escritores se mostraron tan fáci-
les en creer todo lo que hallaron escrito acerca del tamaño, de la
fuerza y de la fiereza de los tigres reales, como obstinados en
negar fe a lo que dicen de los americanos muchos testigos ocula-
res. El conde de Buffon cree, porque lo refiere no sé quién, que
el tigre real tiene trece o catorce pies de largo y cinco de alto;
que hace frente a tres elefantes que mata a un búfalo y
;
lo arras-
314 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tra a una gran distancia y otras maravillas a que no se puede


dar crédito sino en virtud de una fuerte prevención en favor del
antiguo continente. Si algunos autores fidedignos contasen del
tigre americano una pequeña parte de tan extraordinarias proe-
zas, su autoridad sería desechada como si refiriesen fábulas ri-
diculas. (1) Lo que se lee en Plinio de la industria de los caza-
dores en quitar a la hembra del tigre sus hijos, y de la paciencia
con que ella los va recobrando uno a uno, y lo que dice Mr. de
Bomare del combate que se vio el año de 1764 en el bosque
de Windsor en Inglaterra, entre un ciervo y un tigre traído del
Asia para el duque de Cumberland, y del cual salió vencedor
el ciervo, hacen ver que la ferocidad de aquel cuadrúpedo asiáti-

co no es tanta cuanto la representan el conde de Buffon y Mr. de


Paw.
Los lobos americanos no son menos fuertes ni menos atre-
vidos que los del mundo antiguo. Aun los ciervos, que, según
Plinio, son los más tímidos de todos los animales, en México tie-
nen tanta audacia, que muchas veces atacan a los viajeros, como
dice el Dr. Hernández y es notorio en aquel reino. Yo mismo
he visto los estragos que hizo en mi casa un ciervo casi domesti-
cado, en una pobre americana.
Pero sean pequeños, informes y pusilánimes los cuadrúpedos
de América: concedamos también que de este principio se deba
inferir la bondad del clima del antiguo continente; no por esto
se me persuadirá jamás que aquel mismo principio forma una
prueba completa de la malignidad del nuevo. Sería necesario ma-
nifestar en los reptiles y en las aves la misma degradación que
en los cuadrúpedos. (2) Mr. de Paw dice, hablando de los coco-
drilos americanos, cuya ferocidad es tan notoria, que "parece,

(1) Basta saber el caso que hacen los dos citados filósofos, del testi-
monio de Mr. de la Condamine sobre los tigres americanos, a pesar de la
estimación general de que goza aquel sabio matemático.

(2) El conde de Buffon dice que cuando se habla de aves no se debe ha-
cer caso del clima; pues "pudiendo pasar fácilmente de un continente a
otro, es imposible distinguir ios que a cada uno pertenecen." Pero como la
causa de los viajes que hacen es el frío o el calor del clima, que procuran
evitar, no es extraño que las aves americanas permanezcan en su país,
donde pueden huir de todos los excesos de temperatura, hallando por do-
quiera el alimento de que necesitan. Lo cierto es que las aves mexicanas
no trasmigran al continente antiguo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 315

por las observaciones de Mr. de Pratz y otros viajeros, que no


tienen el furor y la impetuosidad de los de África;" pero el
Dr. Hernández, que conocía unos y otros, no encontró la menor
diferencia entre ellos. Acosta dice que el americano es ferocísi-
mo, pero lento; mas esta lentitud no se entiende del movimiento
progresivo en línea recta, sino de las vueltas de un lado a otro,
pues en el primero es extraordinaria su velocidad, y en el segundo
es torpe y pesado, como el africano, por causa de la inflexibili-
dad de las vértebras. El Dr. Hernández afirma que el acuetzpalin,
o cocodrilo mexicano, huye de los que lo persiguen y persigue
a los que huyen, aunque esto sucede más frecuentemente que
aquello. Plinio cuenta lo mismo del cocodrilo africano. (1) Fi-
nalmente, si se comparan los datos que reunieron estos dos natu-
ralistas sobre aquel gran anfibio, se verá que no hay la menor
diferencia, ni aun de tamaño, entre los que producen los dos
continentes. (2)
En cuanto a los pájaros, Mr. de Paw sólo habla del avestruz,
y esto tan de ligero como hemos visto. Tomó, sin duda, el parti-
do de callar, porque en esta parte vio su causa perdida; pues
ora se considere el número y la variedad de las especies, ora la
intrepidez, ora la hermosura del plumaje, ora la excelencia del
canto, no hay duda que las aves americanas son superiores a
las de todos los países de la tierra. He hablado en otra parte de
su inmensa muchedumbre. Son innumerables las especies que se
ven en los campos, en los bosques, en los ríos, en los lagos, y aun
en los pueblos. Gemelli, que había dado la vuelta al mundo y
había estado en los mejores países de Asia, África y Europa,
dice que no hay región en el universo que pueda compararse con
México en la hermosura y variedad de sus aves. Véase lo que di-
cen los historiadores de la Nueva Francia, de la Luisiana, del
Brasil y de otros países del Nuevo Mundo.
De la fuerza y animosidad que los distinguen dan testimonio
muchos escritores fidedignos. El Dr. Hernández, que tanta expe-

(1) "Terribilis haec contra fugaces bellua est, fugaz contra insequen-
tes."— Lib. VIII, cap. 25.

(2) Plinio dice que el cocodrilo africano suele tener 18 codos de largo;
el Dr. Hernández dice que el americano llega comunmente a la longitud de
7 pasos. Si se calculan estas medidas, se verá que es poquísima la diferen-
cia, y que si hay algún exceso, está en favor del americano.
316 FRANCISCO J. CLAVIJERO

rienda tenía en las aves de rapiña, por haber estado muchos años
en la corte de Felipe II, cuando la halconería era la caza favo-
rita de los nobles, dice, hablando del cuauhtotli, o sacre mexicano,
que todos los pájaros de esta clase son mejores y más animosos
en México, que en el antiguo continente. (1) Tan conocida fue
desde el principio la excelencia de los halcones de aquel país,
que Carlos V mandaba llevar cada año cincuenta a su corte, y
otros tantos de la isla de Santo Domingo, como cuenta Herrera.
Acosta dice que se regalaban a los magnates de España halcones
de México y del Perú, por ser muy apreciados. El mismo histo-
riador refiere "que el cóndor o buitre americano es de un tamaño
enorme, y de tan extraordinaria fuerza, que no sólo destroza una
oveja, sino también un ternero;" y D. Antonio Ulloa asegura que
de un aletazo echa al suelo a un hombre. (2) El Dr. Hernández
dice que el itzcuauhtli, o águila real de México, ataca a los hom-
bres y aun a los más feroces cuadrúpedos. Si el clima de América
hubiera privado a los cuadrúpedos de la fuerza y del valor, sin
duda hubiera producido el mismo efecto en las aves pero por el
;

testimonio de los mencionados autores y de otros, todos euro-


peos y dignos de fe, consta que, lejos de ser débiles y pusiláni-
mes, exceden en intrepidez y fuerza a las de todas las regiones
conocidas.
En cuanto a su belleza, no niegan esta ventaja a la Amé-
rica los autores que tanto se han empeñado en vilipendiarla. En
vano lo harían, cuando tantos testimonios respetables confirman
la hermosura de los pájaros que allí se crían. Quien quiera for-
marse alguna idea de ella, consulte los escritos de Oviedo, He-
rrera, Acosta, Ulloa y otros autores europeos que hablan de lo
que ellos mismos han visto. "En México, dice Acosta, hay gran
abundancia de pájaros, adornados de tan excelentes plumas, y
tan finas, que no se hallan semejantes en Europa."

(1) "Fateor accipitrum omne genus apud hanc Novam Hispaniam Ju-
catanicamve provinciam repertum praestantius esse atque animosius, ve-

tere in orbe natis." De Avibus Novoe Hisp., cap. 92.

(2) El cóndor es tan grande, que tiene de 14 a 16 pies de una a otra


extremidad de las alas extendidas. Mr. de Bomare dice que es común a
los dos continentes y que los suizos lo llaman Laemmer-geyer. Como quie-
ra que sea, hasta ahora no se ha visto en el mundo antiguo una ave de ra-
piña que pueda compararse en tamaño y fuerza con el cóndor americano.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 317

Es verdad, dicen algunos, que pájaros americanos exce-


los
den a los nuestros en la belleza de las plumas pero no en la exce-
;

lencia del canto, en lo que los nuestros son superiores. Así ha-
blan dos escritores italianos, (1) tan doctos en ciertas materias
especulativas, como ignorantes en las cosas de América. Basta-
ría a confundirlos el testimonio del Dr. Hernández que copio en
la nota. (2) Aquel excelente observador, después de haber oído
los mejores ruiseñores en la corte de Felipe II, oyó muchos años
al centzontli o poligloto, al cardenal, al tigrillo, al cuitlaccochi
y otras aves canoras, comunes en México y no conocidas en Eu-
ropa, además del ruiseñor, el jilguero, la calandria y otros comu-
nes a los dos continentes. Entre todos los pájaros apreciados en
Europa, el ruiseñor es el generalmente preferido, y, sin embargo,
el de América es mejor, como dice Mr. de Bomare. "El ruiseñor
de la Luisiana, dice, es el mismo de Europa; pero aquél es más
familiar, canta todo el año, y tiene más variedad de sones." He
aquí tres grandes ventajas del pájaro americano sobre el euro-
peo. Pero aunque no hubiese en América ruiseñores, jilgueros,
ni ningún otro de los que se estiman en Europa por su canto,
bastaría el centzontli o poligloto, para no tener nada que envidiar
a ningún país del globo. (3) Puedo asegurar a nuestros filósofos
antiamericanos que cuanto dice el Dr. Hernández acerca de la
superioridad de aquel pájaro con respecto al ruiseñor, es la pura
verdad, y tan conforme a la opinión de los europeos que han esta-
do en México, como a la de los mexicanos que han estado en Eu-
ropa. Además de dulzura de su canto, de la prodigiosa
la singular
variedad de sus sones, y de la donosa propiedad de remedar las

(1) El autor de cierta disertación metafísico-política sobre la propor-


ción de los talentos y sobre su uso, en la que dice tales despropósitos so-
bre América y se mostró tan ignorante de todo lo relativo a aquella parte
del mundo, como el niño más idiota. El otro es el autor de unas fabulillas
italianas en que finge una conversación entre un pájaro americano y un
ruiseñor.

(2) "In cavéis, quibus detinetur, suavissime cantat; nec est avis ulla,
animalve cujus vocem non reddat luculentissime, et exquisitissime aemu-
letur. Quid? Philomelam nostram longo superat intervallo, cujus suavissi-
mum concentum, tantopere laudant, celebrantque vetusti auctores, et quid-
quid avicularum apud orbem nostrum cantu auditur suavissimum." De —
Avibus Novoe Hisp., cap. XXX.

(3) Linneo llama al centzontli Orfeo; otros moqueur, o burlón.


318 FRANCISCO J. CLAVIJERO

diferentes voces de animales que oye, (1) lleva al ruiseñor la


ventaja de ser mucho más común y de condición más apacible.
Su especie es una de las más numerosas de aquellos países. Si
yo quisiese discurrir a la manera de Mr. de Paw, podría añadir,
para probar la bondad del clima de América, que algunas aves
que no se aprecian en Europa por su canto, allí lo tienen bastante
agradable.
"El gorrión, dice Valdecebro, autor europeo, no canta en Es-
paña, y en México canta mejor que el jilguero. (2)
Lo que digo de pájaros cantores se aplica a los que imitan
los
el habla del hombre, pues las especies de papagayos americanos
son mucho más numerosas que las de los africanos y asiáticos. (3)
Pero, pues estoy hablando de pájaros, quiero, antes de dejar
una reflexión que no me parece inoportuna.
este asunto, hacer
No hay animal americano sobre el cual hagan más aspavientos
nuestros filósofos que el perico ligero, a causa de su extraordi-
naria lentitud e incapacidad de movimiento. ¿Qué diríamos si
hallásemos un ave semejante? Este sería, sin duda, el animal más
irregular de todos, pues la pereza y la inercia desdicen más del
ave que del cuadrúpedo. ¿Y dónde se encuentra este pájaro? En
el antiguo continente, según el conde de Buffon, el cual dice
que el dronte de las Indias Orientales es, entre las aves, lo que en-
tre los cuadrúpedos el perico ligero. "Parece, añade, una tortuga
vestida con los despojos de un ave, y la naturaleza, concediéndole
los inútiles adornos de las alas y la cola, parece haber querido
aumentar, con nuevos estorbos, la irregularidad de sus movimien-
tos y la inercia de su cuerpo, y hacerle más enojoso su pesado
volumen, recordándole que es pájaro."

(1) Mr. Barrington, vicepresidente de la Real Sociedad de Londres,


dice en una obra muy curiosa sobre el canto de las aves, presentada por
él a aquella docta asamblea, que oyó a un poligloto, el cual, en el espacio

de un solo minuto, remedó las voces de cinco aves diferentes.

(2) Valdecebro, en su obra Gobierno de las Aves, lib. V, cap. 29: "El
gorrión americano, aunque semejante al de Europa, es de diversa especie."

(3) "Hay en América una gran variedad de papagayos, especialmente


en los Andes del Perú y en las islas de Puerto Rico y Santo Domingo."

Acosta, lib. IV, cap. 35. En las costas mexicanas del Mar Pacífico son
más numerosos que en las islas.
:

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 319

De todo lo que llevo dicho se claramente que ni el cielo


infiere
de América es avaro, ni su clima contrario a la generación de los
animales, ni la materia escasea-, ni la naturaleza ha empleado
una escala de dimensiones diferente de las del mundo antiguo:
por fin, que es un error, o por mejor decir, un conjunto de erro-
res, cuanto el conde de Buffon y Mr. de Paw dicen sobre la peque-
nez, la irregularidad y los defectos de los cuadrúpedos america-
nos; lo cual, aun siendo cierto, de nada serviría para probar la
malignidad del clima de aquel vasto continente. Veamos ahora
si han hablado con más acierto en lo que dicen sobre la imagina-

ria degradación de los cuadrúpedos transportados de Europa.

ANIMALES TRANSPORTADOS AL NUEVO MUNDO


'Todos los animales transportados al Nuevo Mundo, dice el
conde de Buffon, como el caballo, el asno, el toro, el carnero, la
cabra, el perro y el puerco, son considerablemente más pe-
queños allí que en Europa; y esto sin excepción." Si buscamos
la prueba de una regla tan general, no hallaremos otra en toda la
Historia Natural de aquel filósofo, sino que algunos de los
cuadrúpedos del mundo antiguo transportados al Canadá, son
más pequeños en aquella parte de América que en Francia. "Los
animales europeos y asiáticos, dice Mr. de Paw, que se han lle-
vado a América, inmediatamente después de su descubrimiento,
han degenerado su corpulencia ha disminuido y han perdido una
;

parte de su instinto y de su índole; los cartílagos y las fibras de


sus carnes se han vuelto más gruesos y rígidos." Tal es la con-
clusión general de aquel autor; veamos ahora sus pruebas:
"1. La carne de buey es tan fibrosa, que apenas se puede comer
en la isla española. 2. Los puercos de la isla de Cubagua muda-
ron en breve de forma, en tales términos que era imposible reco-
nocerlos: las uñas les crecieron hasta tener un palmo de largo.
3. Las ovejas sufrieron una gran alteración en la Barbada. 4. Los

perros transportados de nuestros países perdieron la voz y cesa-


ron de ladrar en la mayor parte del nuevo continente. 5. El frío
del Perú desconcertó, en los camellos que se llevaron de África,
los órganos de la generación." Tales son los argumentos de que
se valen nuestros filósofos para pronunciar la degradación de los
animales introducidos en América, después de su descubrimiento
argumentos que, aunque fuesen verdaderos, no bastarían a esta-
blecer una opinión tan general; porque ¿qué importa que la carne
320 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de buey sea tan fibrosa en Santo Domingo, si en casi todos los


otros países de América es buena, y en algunos, como en todos
los de México situados en la costa del Pacífico, tan excelentes cuan-
to la mejor de Europa, y quizás superior? ¿Qué importa que las
ovejas hayan sufrido alguna alteración en la Barbada, y en algu-
nos países demasiado calientes, si en los templados de México y de
la América Meridional se conservan como fueron de España?
¿Qué importa que los puercos se hayan desfigurado en Cubagua,
isla miserable, privada de agua y de todo lo necesario a la vida,
si en el resto de la América han adquirido, según Mr. de Paw,
una corpulencia extraordinaria y su carne se ha perfeccionado
en tales términos, que los médicos la prescriben a sus enfermos,
como la más sana que puedan comer? Ahora pues, si el haberse
desfigurado los puercos en Cubagua no prueba que el clima de
América les sea contrario, ¿por qué el detrimento de las ovejas
en la Barbada, la fibrosidad de la carne de buey en Santo Domin-
go, y la diminución de algunos cuadrúpedos en Canadá han de
probar que el clima de América es, en general, contrario a la
generación de los animales, a su corpulencia y a su instinto?
Si esta lógica fuese admisible, más fuertes serían los argu-
mentos de que podría echar mano contra el clima del antiguo
continente, sin servirme de otras armas que las que me suminis-
tra el conde de Buffon en su Historia Natural. Los camellos no
han podido multiplicarse en España, como dice el mismo autor,
aunque aquel clima sea, de todos los de Europa, el menos contra-
rio a su naturaleza. Los toros han degenerado en Berbería, y en
Islandia han perdido las astas. "Las ovejas, dice Buffon, se han
alejado de su ser primitivo en nuestros países/' y en todos los
calientes del mundo antiguo han mudado la lana en pelo. Las
cabras han disminuido de volumen en Guinea y en otras partes.
Los perros en Laponia son pequeñísimos y disformes, y los de
los climas templados, si pasan a los fríos, dejan de ladrar, y des-
pués de la primera generación nacen con las orejas derechas. Por
las relaciones de los viajeros consta qué los mastines y galgos,
y las otras razas de perros europeos, llevados a Madagascar, a
Calicut, a Madure y a Malabar, degeneran después de la segunda
o tercera generación, y que en los países excesivamente calientes,
como laGuinea y el Senegal, esta degradación es mucho más
pronta, pues apenas pasan tres o cuatro años, pierden el pelo
y la voz. Los ciervos han perdido la mitad de su corpulencia en los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 321

países montuosos, cálidos y secos, como en Córcega y Cerdeña.


Si a estas y otras noticias que nos da el conde de Buffon, quere-
mos añadir lasque suministran otros autores, cuántos argumen-
¡

tos no pondríamos a nuestros filósofos, algo más sólidos y decisi-


vos que los suyos cuántas pruebas de que la degeneración animal
! ¡

ha sido mayor en el continente antiguo que en el nuevo! Pero


para que se vea la exageración y la falsedad de sus ejemplos,
examinemos una a una todas las especies de animales asiáticos
y europeos, transportados al Nuevo Mundo, y que han degenerado
allí, según aseguran aquellos dos escritores.

CAMFXLOS
"De todos los cuadrúpedos llevados a América, dice Mr. de
Paw, los que más han prosperado han sido los camellos. A princi-
pios del siglo XVI
pasaron algunos de África al Perú, donde el
frió les deconcertó los órganos destinados a la reproducción, y no
dejaron posteridad." Pero, disimulando el error cronológico en
que incurre, porque no hace al caso si el frío fue la causa de la
destrucción de los camellos en América, lo mismo sucedería
en Europa, especialmente en los países del Norte, en los que el
frío es sin comparación mucho mayor que en cualquiera parte
del Perú. Acuse Mr. de Paw a los que quisieron aclimatar aque-
llos animales en regiones poco análogas a su naturaleza, y no
acuse a la América, en cuya extensión hay tierras cálidas y secas,
como las que necesita el camello para subsistir. La misma expe-
riencia se hizo en España, y no tuvo buen éxito, y no habrá quien
niegue que el clima de esta península es de los más templados y
benignos de Europa. El conde de Buffon opina que aquellos úti-
les cuadrúpedos podrían fácilmente propagarse en América y en
España, si se tomasen las precauciones convenientes, y yo no du-
do que prosperarían en la Nueva Galicia. Por lo demás, es falso
que los camellos transportados al Perú no dejasen posteridad: el
P. Acosta, que estuvo allí pocos años después, asegura haberlos
visto multiplicados, aunque no tanto como era de desear.

TOROS
Esta es una de las especies de animales que nuestros filósofos
creen degradadas en América, y a las que suponen ser contrario
aquel clima. Pero si el ganado vacuno ha perdido una parte de
su corpulencia en el Canadá, como afirma el conde de Buffon, y

ii.— 11
322 FRANCISCO J. CLAVIJERO

si en Santo Domingo se ha hecho fibrosa su carne, según la opi-


nión de Mr. de Paw, al menos no ha sucedido así en la mayor
parte de los países del Nuevo Mundo, en los cuales la muchedum-
bre y gran tamaño de aquellos animales, y la bondad de su carne,
manifiestan cuan favorables sean aquellos climas a su generación.
Su prodigiosa multiplicación en América se halla atestiguada por
muchos autores europeos, antiguos y modernos. El P. Acosta
cuenta que en la flota en que él volvió a Europa el año de 1587,
esto es, sesenta años, poco más o menos, después de introducidos
en México los primeros toros y vacas, se enviaron a España 64,360
cueros de aquel país, y 35,444 de Santo Domingo, cuyo clima pa-
rece a Mr. de Paw tan opuesto a su prosperidad. Yo no dudo que
si se comparase el número de toros y vacas llevados del antiguo

continente al nuevo, con el de cueros que América ha enviado a


Europa, se hallarían más de 5.000,000 de cueros por cada uno de
aquellos animales. Valdecebro, escritor español de la orden de San-
to Domingo, que vivió muchos años en México a mediados del
siglo pasado, refiere, como un hecho notorio, que las vacas de
don Juan Orduña. caballero mexicano, dieron en un año 36,000
terneros, lo que supone un rebaño de 200,000 entre toros y va-
cas. En el día hay sujetos que poseen 50,000 cabezas de este
ganado. Pero nada prueba tanto la estupenda multiplicación de
estos animales, como el precio a que se venden en aquellos países
en que son necesarios para el sustento del hombre y los trabajos
del campo, y donde, en razón de la abundancia de los metales pre-
ciosos, todo se vende caro. (1) Para decirlo en pocas palabras,
los toros se han multiplicado en México, en el Paraguay, y en al-
gunas otras regiones del Nuevo Mundo, mucho más que en Italia,
que mereció de los escritores latinos el epíteto de armentosa (2).

( 1 ) En
contornos de la capital de México, a pesar de estar muy po-
los
blados, se vende un buen par de bueyes para el arado por veinte pesos; en
los de Guadalajara, capital de la Nueva Galicia, por doce o catorce. Aun
son más ínfimos los precios en otros puntos del territorio mexicano. En el
Río de la Plata es aun más numeroso este ganado. Según persona fidedig-
na, hay en aquellas provincias 5.000,000 de toros y vacas en rebaños, y
cerca de 2.000.000 salvajes.

(2)Timeo, autor griego, y Varron, citados por Aulo Gellio (Xoct.


Attic, XI, cap. I), dicen que Italia fue llamada así por la abundancia
lib.

de bueyes, siendo el nombre de este animal en griego irakoi, por lo que


dice Gellio que Italia quiere decir armentosísima.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 323

Por lo que hace al tamaño de los toros y vacas de aquel país,


fácil es averiguar la verdad, viniendo tantos buques cargados de
cueros a los puertos de Europa. (1) Mande Mr. de Paw, o algún
otro de los que siguen su opinión, medir cincuenta o sesenta de
aquellos cueros, y si resultan más pequeños que los comunes
de Europa, confesaremos que el clima de América ha reducido
la corpulencia del ganado vacuno, y que la materia ha escaseado
en el Nuevo Mundo. De lo contrario, tendrán ellos que confesar
que son falsas sus noticias, mal fundadas sus observaciones, y
fantástico su sistema; y para demostrar que no debemos tener
mucha confianza en sus datos, citaremos a Gonzalo de Oviedo, uno
de los antiguos pobladores de Santo Domingo, donde residió mu-
chos años. Hablando de los bueyes de aquella isla, cuya carne
no puede comerse, según Mr. de Paw, dice aquel escritor: "Los
ganados son aquí mayores y más hermosos que todos los de Es-
paña, y como el aire es tan suave y nunca hace frío, jamás enfla-
quecen los bueyes, y nunca adquiere mal sabor su carne." El conde
de Buffon afirma que los países fríos son más favorables a estos
animales que los calientes; lo contrario se verifica en México.
La carne de vaca de las tierras marítimas, que son generalmente
cálidas, es tan delicada, que se suele enviar de regalo a la capital,
aunque la distancia es de 250 a 300 millas.

CARNEROS

El conde de Buffon confiesa que el ganado lanar ha pros-


perado en los países calientes y fríos del nuevo continente; pero
añade que esta prosperidad consiste sólo en la multiplicación,
pues los individuos son más flacos, y su carne menos jugosa y
tierna que en Europa. En todo esto manifiesta que sus informes
son muy errados. En los países cálidos de América no prosperan
comunmente los carneros, y la carne de los castrados es mala;
de lo que no debemos maravillarnos, pues todo clima caliente es
tan opuesto a estos animales, que, según Buffon, los hace mudar
la lana en pelo. En los climas fríos y templados de México se han

(1) Todos saben que el mayor comercio de cueros se hacía en el Pa-


raguay, y yo sé, por persona práctica y fidedigna, que los que se envían
de aquel país a España, tienen por lo común tres varas de largo, cuando
menos, y muchos llegan a cuatro. No creo que haya tres países en Europa
en que los bueyes adquieran tan desmesurada dimensión.
324 FRANCISCO J. CLAVIJERO

multiplicado en proporción más que los toros y vacas su lana es


;

en algunas partes tan fina como la mejor de España, y su carne


tan gustosa como la mejor de Europa. La propagación de los car-
neros en América es casi increíble. El P. Acosta asegura que
antes de su viaje al Nuevo Mundo había allí hacendados que po-
seían de 60 a 100,000 cabezas, y hoy se ven en México sujetos
que tienen 400, 500, y aun 600,000. Los europeos que no han visto
aquellos países podrán dudar de estos datos; pero yo no osaría
presentarlos al público, a no estar seguro de que es imposible
desmentirlos. Valdecebro dice que D. Diego Muñoz Camargo,
noble tlaxcalteca de quien he hecho mención en otra parte, tuvo
en diez años 40,000 cabezas de ganado, de solas diez ovejas. ¿Có-
mo podría verificarse esta excesiva multiplicación bajo un clima
contrario? En cuanto al tamaño, aseguro que no he visto en nin-
gún país del mundo carneros mayores que los de México.

CABRAS

El conde de Buffon, aunque tan empeñado en proscribir los


animales de América, confiesa que las cabras se han aclimatado
bastante bien en algunos de aquellos países, y que se multiplican
más que en Europa; pues aquí dan en un parto uno o dos cabri-
tos, y allí suelen dar tres, cuatro, y a veces cinco. Mr. de Paw,
que da tan justamente a Buffon el título de Plinio de la Francia,
y quiere que en tratando de animales se respete su autoridad,
como la de quien ha pasado revista a todos los de la tierra, debe-
ría haber considerado esta y otras noticias de aquel sabio natu-
ralista, antes de ponerse a escribir sobre los animales americanos.

PUERCOS

Noestán de acuerdo en este punto aquellos dos escritores,


pues el conde de Buffon coloca al puerco entre los animales que
han degenerado en América, y Mr. de Paw asegura, al contra-
rio, que adquiere en el Nuevo Mundo una corpulencia extraordi-
naria, y que su carne se perfecciona. Esta contradicción nace de
no distinguir los países. Puede ser, aunque yo lo ignoro, que haya
algunos en que el puerco ha perdido parte de su volumen pero lo
;

cierto es que en México, en las islas Antillas, en Tierra Firme,


y en otras partes de América, los puercos son tan grandes como
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 325

en Europa, y que en la isla de Cuba hay una raza de mucha ma-


yor corpulencia, como consta a todos los que han estado en aque-
llas regiones. Nuestros filósofos pueden, si gustan, informarse
de muchos escritores europeos que han visto los puercos de To-
luca, de la Puebla de los Angeles, de Cartagena, de Cuba, etc.,
y tendrán datos acerca de su excesiva multiplicación y de la
excelencia de su carne. (1)

CABALLOS Y MULAS

En nada de cuanto dicen conde de Buffon y Mr. de Paw,


el

acerca de los animales americanos, ofenden tanto a la verdad,


como en suponer la degradación de los caballos en aquellos países.
De éstos dice el P. Acosta "que en muchas partes de América
han prosperado y prosperan, y hay razas tan buenas como las me-
jores de España, no menos para la carrera y el lucimiento, que
para el viaje y la fatiga." Este .testimonio de un europeo tan crí-
tico, tan imparcial y tan práctfco en las cosas de América y de
Europa, vale más que todas las declamaciones de aquellos filó-
sofos contra el Nuevo Mundo. El teniente general D. Antonio
Ulloa, docto matemático español, habla con admiración de los ca-
ballos que vio en Chile y en el Perú, y celebra con especialidad los
llamados en Chile aguilillas, por su extraordinaria velocidad, y
los parameros, que en la caza de ciervos corren agilísimamente
con el jinete encima, por los puntos más ásperos y difíciles de
los montes. El mismo asegura haber montado muchas veces uno
de los aguilillas, el cual no era de los mejores de su raza, y anda-
ba más de quince millas en 57 o 58 minutos. En México hay una
indecible cantidad de caballos y muías: su gran número puede
inferirse de su precio. En tiempo de la Conquista valía un caba-
llo ordinario mil pesos, y hoy se compra uno bueno por diez o

(1) "Es que los puercos se han multiplicado


cierto, dice el P. Acosta,
considerablemente en toda la América. En Cartagena y en otros muchos
países se come su carne fresca, reputándola tan sana como la del carnero
castrado. En otros se ceban con maíz y engordan extraordinariamente. En
Toluca, en Paria y en otras partes, se preparan muy bien el tocino y los
jamones." El conde de Buffon, después de haber colocado al puerco en el
número de los animales degenerados de América, dice que ha prosperado
bien en aquel país.
326 FRANCISCO J. CLAVIJERO

doce. Su tamaño es el del caballo común de Europa:


(1)
raras veces se ve en México un caballo tan pequeño como los
esclavones de Italia o como los de Islandia y la Gran India, si es
cierto lo que de éstos dicen Anderson, Tavernier y otros auto-
res. Su fuerza es tal, que es muy común en los habitantes de
aquellos países hacer un viaje de 70, 80 y aun más millas, sin
mudar de caballo, ni parar, andando siempre a buen paso y por
caminos muy difíciles. Los de silla, aunque comunmente capo-
nes, son muy fogosos. Las muías, que en casi todo el territorio
de México sirven al tiro y a la carga, son también, en cuanto al
tamaño, semejantes a las europeas. Las de carga, que van en
recuas, suelen llevar cerca de 500 libras de peso; su jornada or-
dinaria no pasa de 12 a 14 millas, por ser éste el uso de los
arrieros; pero de este modo hacen viajes de 800, 1,000 y aun
de 1,500 millas. Las de coche van al paso común de la posta de
Europa, aunque el carruaje lleva un peso muy considerable,
que es el equipaje de los viajeros; sin embargo de lo cual hacen
viajes muy largos, caminando $0 millas diarias, a lo menos.
Las de silla sirven para los viajes más largos. Es común ir en
muía de México a Guatemala, que dista cerca de 1,000 millas,
por un camino en gran parte montuoso y áspero, y andando
cada día más de 30 millas. Todo esto, que demuestra el error
de nuestros filósofos acerca de la degradación de aquellos cua-
drúpedos, es público y notorio en América, y conforme a lo que
escriben muchos autores europeos. Concluiré con una observa-
ción que me parece probar de un modo irrefragable la multitud
y excelencia de los caballos americanos. Entre tantas cosas co-
mo los europeos establecidos en América hacen venir de su
país, a efecto del amor que le Conservan, no sé que de doscien-
tos años a esta parte hayan enviado a pedir caballos de Espa-
ña; a lo menos puedo asegurarlo de México; por el contrario,
es sabido que muchas veces se envían caballos americanos a
España, para regalo de los magnates y aun del mismo rey ca-
tólico.

(1) En la Nueva compra un caballo mediano por cuatro pe-


Galicia se
sos, una muía por seis, y una yeguada de veinticuatro cabezas, con el pa-
dre, por cincuenta. En Chile se tiene por un peso uno de los caballos que
van al trote, los cuales son los que más aprecia la gente del campo, por
su fuerza y extraordinaria agilidad.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 327

PERROS

Es grande el despropósito que, entre otros muchos, dice


Mr. de Paw acerca de los perros americanos: "Los perros que
se llevan de nuestros países pierden en breve la voz y dejan de
ladrar en la mayor parte de las regiones del nuevo continente."
Los americanos se reirán de muchos errores de Mr. de Paw;
pero al llegar a este que acabo de citar, soltarán la carcajada.
Aunque concediésemos la degradación de los perros en el Nue-
vo Mundo, nada se inferiría contrario a su clima, que no pudie-
ra aplicarse al del antiguo; pues según Mr. de Buffon, los pe-
rros llevados de los climas templados a los fríos de Europa,
pierden la voz, y en los muy cálidos pierden también el pelo.
Esta aserción se apoya en la experiencia hecha con los perros
europeos llevados a varias partes de Asia y África, cuya degra-
dación, dice aquel filósofo, ha sido tan rápida en Guinea y en
otros países calientes, que al cabo de tres o cuatro años quedan
enteramente pelados y mudos. No se atreve Mr. de Paw a decir
otro tanto de América; pero aun lo que dice es falsísimo. ¿Dón-
de están esos países americanos en que pierden la facultad de
ladrar los perros llevados de Europa? ¿Cuál es el autor en cuyo
crédito se funda tan absurda fábula? La mayor parte del te-
rritorio de América en que hay perros europeos, es el que los
españoles conquistaron, y yo no he oído decir que se haya ob-
servado en ninguna de sus partes semejante fenómeno. Ni entre
los autores europeos que han notado las particularidades de
América, ni entre los muchos americanos que se hallan actual-
mente en Europa y que proceden de todas las regiones de aquella
parte del mundo, he hallado uno solo que conforme la anéc-
dota de Mr. de Paw. Lo que sabemos por los escritores ameri-
canos y por muchas personas que conocen prácticamente aque-
llos países, es que los perros no padecen nunca de rabia en el

Perú, en Quito, en Chile y en otras muchas partes del Nuevo


Mundo. Si en los dominios americanos de Francia y de Inglate-
rra hay alguno (que no lo creo) en que los perros hayan perdido
la voz, ¿podrá decirse por esto que lo mismo sucede "en la ma-
yor parte de las regiones del nuevo continente?" Mr. de Paw
leería acaso que en algunos países de América hay perros que
no ladran, y esto le bastó para generalizar el hecho. Por la mis-
ma razón podría decirse que el higo trasportado de Europa al
328 FRANCISCO J. CLAVIJERO,

Nuevo Mundo inmediatamente espinoso, por las espinas


se hace
que tiene el fruto del nochtli o nopal, a que los españoles dieron,
no sé por qué, el nombre de higo de las Indias, como llamaron
perro de México al techichi, fundados en la semejanza que se
nota entre los dos animales. Pero ni este cuadrúpedo es perro,
ni aquel fruto es higo. Fácil es caer en semejantes errores cuan-
do no se moderan las pasiones y no se rectifican las ideas. El
conde de Buffon, por el contrario, asegura que los perros euro-
peos han prosperado tanto en los países cálidos como en los
fríos del Nuevo Mundo; en lo cual concede gran ventaja a la
América, con respecto al continente antiguo.

GATOS

Nada dicen nuestros filósofos sobre la degeneración de los


gatos en América; pero deben entenderse comprendidos en su
sentencia general. Sin embargo, el conde de Buffon, que en el
pasaje citado no admite excepción en la degeneración de los
animales europeos en el Nuevo Mundo, hablando en particular
de los gatos, después de haber- elogiado los de España como los
mejores, afirma que "estos gatos españoles trasportados a Amé-
rica, han conservado sus bellos colores y en nada han degene-
rado." (1)
Estos son los cuadrúpedos con que el mundo antiguo ha
enriquecido al nuevo, y todos ellos, con excepción del camello,
se han multiplicado profusamente y han conservado sin altera-
ción su corpulencia, su figura y todas las perfecciones de sus
progenitores. Así consta, en parte, por la confesión de los mis-
mos filósofos, en parte por el dicho de autores europeos impar-
ciales, juiciosos y prácticos en aquellos países, y, finalmente,
por la notoriedad que alego sin temor de ser desmentido. No
dudo que los lectores de buena fe echarán de ver, por lo que he
expuesto con la mayor sinceridad, los errores y contradicciones
de nuestros filósofos, dictados por el ridículo empeño de infa-
mar al Nuevo Mundo; la falsedad de sus observaciones, la in-
consecuencia de sus raciocinios y la temeridad de su censura.

(1) A cuadrúpedos de que he hablado añade el conde de Buffon el


los
conejo y el puerco de Guinea, y afirma que estas especies han prosperado
bien en América. En cuanto a las ratas, sería un gran bien para aquellos
países que no pudieran vivir en ellos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 329

CATALOGO DE LOS CUADRÚPEDOS AMERICANOS


ESPECIES CONOCIDAS Y ADMITIDAS POR EL CONDE DE BUFFON

Acuti, pequeño cuadrúpedo del Paraguay y del Brasil, seme-


jante al conejo. El nombre acuti es de las lenguas guarani
y paraguayesa.
Ai, especie de perico ligero con cola.
Akuchi, pequeño cuadrúpedo de la Guayana.
Alce, vulgarmente llamado gran-bestia, por los franceses elan,
y por los canarios oriñac. En la América dan el nombre de
gran-bestia al tapir.
Aleo, llamado por los peruanos allco, por los mexicanos techi-
chi. Cuadrúpedo mudo y bueno de comer, semejante al
perro.
Apar, especie de tatú o armadillo, armado de tres fajas mo-
vibles.
Aperea, en Guarani: cuadrúpedo semejante al conejo, pero sin
cola.
Bisonte o toro jorobado, llamado en México cíbolo. Cuadrúpedo
grande de la América Septentrional.
Cabassu, especie de tatú, cubierto de dos placas o conchas, y de
doce bandas movibles.
Cabiai o capibara, cuadrúpedo anfibio, semejante al puerco. Los
tucumaneses lo llaman capibara o capiguara; los guara-
níes capiira o capibara; los tamanaques cappivá; los chi-
quitos oquis, y en otras naciones chiaco, ciguiri e irabubi.
Cachimaco, especie de tatú, cubierto con dos láminas y nueve
fajas movibles.
Castor.
Chinche. Aunque puede ser que el conde de Buffon haya altera-
do el nombre de chingue, que dan en Chile a otro insecto.
Ciervo.
Coaita, especie de cercopiteco, o mono con cola.
Coaso. Véase lo que he dicho en el libro I de la Historia, acer-
ca de este cuadrúpedo.
Coati o cuati, pequeño y curioso cuadrúpedo de la América Me-
ridional.
Cochinillo de Indias, pequeño cuadrúpedo de la América Meri-
dional, semejante al conejo y al puerco, pero sin cola.
330 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Coendú, o más bien cuandú, de la Guayaría y del Paraguay. Llá-


mase en el Orinoco arura.
Conepata, en México conepatl.
Coqualino. Así llama el conde de Buffon al cozocotecuillin de los
mexicanos, cuadrúpedo semejante a la ardilla, pero diverso.
Corzo.
Couguar, manchada como el
fiera tigre.
Coyopolin, y no cayopolin, como escribe Buffon. Pequeño cua-
drúpedo de México.
Encobertado, tatú cubierto de dos láminas o conchas y de seis
fajas.
Exquima, especie de cercopiteco.
Falanger, nombre dado a un pequeño cuadrúpedo semejante a
la. rata.
Filandro de Suriñán. Cuadrúpedo semejante a la marmosa y
al tlacuatzin, pero diverso.
Gamo.
Gamuza.
Hormiguero, cuadrúpedo de los países calientes de América.
Los españoles lo llaman oso hormiguero, aunque es más
diferente del oso que el perro del gato. El conde de Buffon
distingue tres especies en América: La primera, el hormi-
guero; la segunda, el tamanoir; y la tercera, el tamanduá.
Los peruanos lo llaman hucumari; los quiteses, huauniri y
cuchichi; y los tamanaques del Orinoco, varaca. En el Bra-
sil llaman al hormiguero grande tamandua-guazu, y al pe-

queño, irara y guatimonde. *

Glotón, llamado en el Canadá carcaj u, fiera de los países sep-


tentrionales.
Jaguar, o tigre americano. Jagua,* en lengua guaraní, es nom-
bre común al tigre, a la puma y al perro. Los peruanos lla-
man al tigre uturuncu, y los mexicanos ocelotl.
Jaguareté, o más bien jaguareté, fiera del género de los tigres. Ja-
guar-eté es en guaraní el nombre genérico de los tigres.
Isatis, fiera de los países fríos.
León marino: llama lord Anson a
así la foca mayor, que en Chi-
le se llama lame.
Liebre común.
Lince o gato cerval.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 331

Llama, no lama, como dice el conde de Buffon, ni glama, como


escribe Mr. de Paw: nombre del carnero peruano.
Lobo común, llamado por los mexicanos cuetlachtli.
Lobo marino o foca menor.
Lobo negro, muy diverso del común.
Manatí, llamado por los franceses lamentin, gran animal mari-
no de los^agos y de los ríos, colocado por el conde de Buf-
fon entre los cuadrúpedos, aunque apenas pueda llamarse
bípedo o bimano.
Mapach, cuadrúpedo curioso de México.
Margai, o gato-tigre, fiera. Puede ser que este nombre se deri-
ve del mharacayá de los paraguayeses.
Marikina, o mona leonina, especie de cercopiteco.
Marmosa, pequeño y curioso cuadrúpedo de los países cálidos
y templados de 'América.
Marmota, llamada muar de los canadenses.
Mico, la especie más pequeña de los cercopitecos. En español es
nombre genérico de todos ellos.
Morso, gran anfibio marino.
Musaraña.
Nutria, llamada miquilo en el Perú.
Ocelotl, o gato-pardo de México. Ocelotl en mexicano es el nom-
bre del tigre; pero el conde de Buffon lo da al gato-pardo.
Ondatra (rat musqué du Canadá), cuadrúpedo semejante a la
rata.
Oso negro, específicamente diverso del pardo.
Oso pardo.
Paca, cuadrúpedo semejante al puerco en el pelo y en el gruñi-
do, y en la forma de la cabeza al conejo. En Brasil se lla-
ma paca; en Paraguay pag; en Quito picuru, y en el Orino-
co accuri.
Paco, cuadrúpedo de la América Meridional, del mismo géne-
ro, pero no de la misma especie que el llama. El nombre in-
dio es alpaca.
Pécari, cuadrúpedo que tiene en la espalda una glándula, que
muchos han creído ser el ombligo, y por la cuál exhala un
humor fétido. Los verdaderos nombres de este animal en
diferentes países de América son saino, coyametl, tatabro
y pachira. De este último se deriva quizás el de pécari que
332 FRANCISCO J. CLAVIJERO

le conde de Buffon. También lo llama tajazú, nombre


da el
común en Guaraní a todas las especies de puercos.
Pekan, o marta americana.
Pequeño gris (petit gris). Así llama el conde de Buffon a un
pequeño cuadrúpedo de los países fríos, semejante a la
ardilla.
Pilori (rat musqué des Antilles), pequeño cuadrúpedo seme-
jante a la rata y diferente de la ondatra.
Pinchis, llamado por el conde de Buffon pinche, especie de pe-
queño cercopiteco.
Polatuca, cuadrúpedo semejante en parte a la ardilla, llamado
por los españoles quimichpatlan o ratón volante.
Puma, o león americano, llamado por los mexicanos miztli, y
por los chilenos pagi.
Quirquincho, especie de tatú cubierto de una concha y de die-
ciocho fajas. Quirquincho, nombre peruano; ayotochtli, me-
xicano; tatú, paraguayes, y armadillo, español, son genéri-
cos de estas especies de cuadrúpedos. El conde de Buffon
limita el nombre de quirquincho a una sola especie, como
hace con el ayotochtli.
Ratón de agua.
Rengífero, llamado en el Canadá caribu.
Sai, especie de cercopiteco. Cai, en lengua guaraní, es el nombre
genérico de los cercopitecos pero el conde de Buffon lo
;

limita a una sola especie.


Saimirí, más
bien caimiri, especie curiosa de cercopiteco.
Saki, especie de cercopiteco con cola larga.
Saricovienna, nutria particular del Paraguay, del Brasil, de la
Guayana y del Orinoco. En el Paraguay se llama kijá, y en
el Orinoco cairo o nevi.
Sayú, o cayú, especie de cercopiteco.
Suizo, llamado por los mexicanos tlalmototli, cuadrúpedo se-
mejante en la forma a la ardilla; pero diverso en muchas
cualidades y casi de doble tamaño.
Suricate, cuadrúpedo de la América Meridional, que tiene, co-
mo la hiena, cuatro dedos en cada uno de los cuatro pies.
Taira, de la Guayana.
Tamanduá, o más bien tamanduá, la especie media de los hor-
migueros.
Tamannoir, la mayor especie de los hormigueros.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 333

Tamarino, especie de pequeño cercopiteco.


Tapet o tapeto, cuadrúpedo de la América Meridional, seme-
jante en algo a la liebre y al conejo. Su verdadero nombre
en lengua guarani, es tapiti.
Tapir, cuadrúpedo grande de América, llamado por los españo-
les anta, danta o gran bestia, y en diversas lenguas ame-
ricanas tapii, tapiíra, beori, tlacaxolotl, huariari, sacha-va-
ca, etc. Yo adopto el nombre de tapir, porque ya lo usan
los y además porque no es equívoco. El de
zoologistas,
gran bestia es propio del alce; el de anta o danta se da tam-
bién al zebú, cuadrúpedo del África muy diverso del tapir.
Tarsiere, cuadrúpedo algo semejante a la marmosa y al tla-
cuatzin.
Tatuelo, nombre dado por conde de Buffon a una especie de
el

tatú que está cubierto de dos conchas y de ocho fajas.


Tlacuatzin, cuadrúpedo curioso, cuya hembra lleva los cacho-
rros después del parto en una bolsa o membrana que tiene
debajo del vientre. En diversos países de América tiene los
nombres siguientes: churcha, chucha, mucamuca, jariqué,
fara, auare. Los españoles de México lo llaman tlacuache.
Algunos naturalistas le dan el nombre de filandro y otros
el de didelfo, que le conviene con más razón. El conde de
Buffon lo llama sarigue o cariguei, alterando el nombre
jariqué, que es el que le dan en el Brasil.
Tuza (no tucán, como dice el conde de Buffon), en mexicano
tozan, cuadrúpedo de México, del género del topo; pero ma-
yor y de hermoso aspecto. No sé si este animal es el mis-
mo que los peruanos llaman tupu-tupu.
Vampiro, gran murciélago de América.
Varina, llamado por el conde de Buffon ouarine; gran cercopi-
teco barbudo, llamado en Quito omeco. Buffon duda si
es la misma especie que el aluata, otro cercopiteco grande.
Yo convengo en que sea así y por esto no pongo al aluata
en el catálogo.
Vison, o fuina americana.
Unistiti, cercopiteco pequeño.
Unau, especie de perico ligero Buffon dis-
sin cola. El conde de
tingue con razón dos especies de perico ligero: una con co-
la y otra sin ella; pues además de éste tienen otros carac-
334 FRANCISCO J. CLAVIJERO

teres distintos. El perico ligero se llama en Quito quillac,


y en el Orinoco proto.
Urson, cuadrúpedo de los países fríos, semejante al castor, pe-
ro diverso.
Zorra común.
Zorrillo. Los mexicanos lo llaman epatl; en Chile chingue, y en
otros países de la América Meridional mapurita, aguatu-
ja, etc.

Así que, conde de Buffon, que no ha hallado en toda la


el

América más de 70 especies de cuadrúpedos, cuenta y distingue


94 a lo menos en su Historia Natural. Digo a lo menos, pues a
las precedentes deben añadirse el puerco común, el armiño y
otras que en unas partes concede a la América y en otras se las
niega.

ESPECIES CONFUNDIDAS POR EL CONDE DE BUFFON

El guanaco con la llama. Además de otras diferencias entre el


llama, el guanaco, la vicuña y el paco, se observa que los
individuos de cada una de estas especies no procrean con
los de las otras, aunque vivan juntos. Si esto basta para
distinguir la especie del perro de la del lobo, siendo anima-
les tan semejantes entre sí, ¡cuánto más no servirá para los
cuatro mencionados que no tienen tanta semejanza!
La vicuña con el paco.
El citli con el tapete. Las mismas descripciones del conde de
Buffon y las del Dr. Hernández no dejan duda acerca de la
diferencia de estas dos especies.
El huitzlacuatzin con el cuandú de la Guayana.
El tlacocelotl con el ocelotl. El conde de Buffon dice que éste es
el macho y aquél la hembra de la misma especie, y que el
segundo nombre es la síncopa del primero. Por esto mismo
podríamos decir que el canis latino es lo mismo que el semi-
canis, y el tygris lo mismo que el semitygris; pues el oce-
lotl mexicano significa tigre, y el tlacocelotl no quiere decir
otra cosa que medio-tigre. No es extraño que aquel na-
turalista ignorase el mexicano; pero sí lo es que afirme lo
que no sabe. El Dr. Hernández, que vio por sí mismo y ob-
servó aquellas especies como hombre sabio, merece más
crédito.
El tepeitzcuintli, o perro montañés de México, con el glotón.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 335

El xoloitzcuintli, o perro pelado, con el lobo.


El izcuintepozotli, o perro jorobado, con el aleo o techichi. Añá-
danse estas ocho especies, confundidas con otras, a las 94
del catálogo anterior, y harán 102.

ESPECIES IGiNORADAS O NEGADAS SIN FUNDAMENTO


POR EL CONDE DE BUFFON

Achuni, cercopiteco de Quito, con gran hocico, fortísimos dien-


tes y pelo grueso como cerdas. Manuscrito que poseo.
Ahuitzotl, pequeño cuadrúpedo anfibio de México, que he des-
crito en el libro I de la Historia.
Amiztli, cuadrúpedo descrito en el libro I. Dije allí que me pa-
recía el mismo que el conde de Buffon llama saricovienne ;

pero después he hallado diferencias específicas entre am-


bos.
Cacomiztle, cuadrúpedo mexicano semejante a la fuina, pero
diverso en la forma; descrito por mí en el libro I de mi
Historia.
Chinchico, cercopiteco de Quito, tan pequeño que puede tener-
se en el puño. Suele hallarse en diversos colores. Manus-
crito.
Chillihueque, cuadrúpedo grande de Chile, semejante al huana-
co, pero de diversa especie. Historia de Chile, por Molina.
Chinchilla, especie de ratón campestre lanudo. Hablan de él mu-
chos autores de la América Meridional.
Chinchimen, o gato marino; cuadrúpedo anfibio del mar de Chi-
le. Historia de Chile.

Cinocéfalo cercopiteco, cuadrúpedo de México, de que hacen


mención Hernández, Brisson y otros.
Coyote (en mexicano coyotl), fiera descrita en el libro I.
Conejo común, llamado por los mexicanos tochtli.
Cui, o conejo peruano, pequeño cuadrúpedo muy semejante al
cochinillo de Indias. Lo describen muchos historiadores del
Perú.
Culpen, especie particular de zorra grande de Chile. Historia
de Chile.
Degu o güiro, de Chile. Historia de Chile.
Foca porcuna, o puerco marino anfibio de Chile, especie parti-
cular de foca. Historia de Chile.
336 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Gato melero. Así llaman a un cuadrúpedo de la


los españoles
provincia del Chaco, en la América Meridional. Es seme-
jante en la forma al gato; caza los pájaros en los árboles
y gusta mucho de la miel de abejas. Manuscrito.
Guanque. Especie de ratón campestre azul, de Chile. Historia
de Chile.
Horro, cercopiteco grande de Quito y de México; negro en to-
do el cuerpo, excepto el cuello, que es blanco. Grita mucho
en los bosques, y puesto en pie tiene la altura de un hom-
bre. Manuscrito que poseo.
Huemul, o caballo bifulco de Chile. Historia de Chile.
Hurón de Chile y del Paraguay, llamado en guarani jaguaro-

bape. Historia de Chile y manuscrito.
Jaguarón, en guarani jagua-rá, fiera anfibia del Paraguay, lla-
mada por algunos tigre acuático.
Kiki, cuadrúpedo de Chile. Historia de Chile.
Mayan, cuadrúpedo semejante al puerco. Tiene el cuerpo re-
dondo, las cerdas encrespadas y habita en el Paraguay.
Manuscrito que poseo.
Perro de Ciboia, o de carga, cuadrúpedo del país de Cíbola, se-
mejante en la forma a un mastín. Se sirven de él los indios
para llevar cargas. Hacen mención de este robusto animal
muchos historiadores de México.
Pisco-Cushillo, esto es, cercopiteco pájaro, cercopiteco de Qui-
to. Tiene casi todo el cuerpo cubierto de una especie de plu-
ma. Manuscrito que poseo.
Rata blanca rústica, común en México.
Rata común rústica, común en México y en otros países de
América.
Rata de Maule, cuadrúpedo de aquella provincia de Chile, muy se-
mejante a la marmota, pero doble mayor. Historia de Chile.
Ratón, comunísimo en América antes de la llegada de los espa-
ñoles, llamado por los mexicanos quimichín, y descrito en
el libro I de esta Historia.
Ratón rústico, común en México y en otros países de América.
Richo, común en el Paraguay. Manuscrito que poseo.
Tayé, cuadrúpedo de la California, de que se hace mención tan-
to en la Historia impresa cuanto en las relaciones manus-
critas de aquel país. El tayé es sin duda el ibex de Plinio,
descrito por el conde de Buffon con el nombre de bouquetin.

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 337

Taitetú, cuadrúpedo del Paraguay, del género del puerco. La


hembra pare siempre dos individuos, que nacen unidos por
el cordón umbical. Manuscrito que poseo.
Tejón blanco, de Nueva York, descrito por Mr. Brisson.
Thopel-Lame, cuadrúpedo anfibio del mar de Chile, especie de
foca mucho más semejante al león, que la que vio lord An-
son. Hist. Nat. de Chile.
Tlalcoyote, en mexicano tlalcoyotl, cuadrúpedo común en Mé-
xico, descrito en el libro I de esta Historia.
Trefle o trifoglio, cuadrúpedo grande de la América Septentrio-
nal, descrito por Mr. de Bomare.
Viscacha rústica, cuadrúpedo semejante al conejo, pero con una
gran cola empinada. Acosta y otros historiadores de la
América Meridional.
Viscacha montaraz, hermoso cuadrúpedo del mismo género
que el precedente, pero de diversa especie. Manuscrito que
poseo.
Usnagua, o cercopiteco nocturno. Manuscrito.
Unidas estas 40 especies a las 102 mencionadas arriba, te-
nemos 142 especies de cuadrúpedos americanos. Si se añaden
puerco co-
las del caballo, el asno, el toro, la oveja, la cabra, el
mún, el puerco de Guinea, el perro, el gato y la rata doméstica,
trasportados después de la Conquista, contaremos en América
hasta 152 especies. El conde de Buffon, que en toda su Histo-
ria Natural no cuenta más de 200 especies de cuadrúpedos en
los países del mundo antiguo descubiertos hasta ahora, en su
obra posterior intitulada Las Épocas de la Naturaleza halla
300. ¡Tanto se aumentó su número en pocos años! Pero dando
por cierto este cálculo, la América, que no es más que la terce-
ra parte de nuestro globo, tiene la mitad a lo menos de las es-
pecies de cuadrúpedos. Vuelvo a decir a lo menos, porque he
omitido algunas que dudo si son o no las mismas descritas por
el conde de Buffon. El fin principal que me he propuesto en la

formación de este catálogo, no ha sido el de demostrar el error


del conde de Buffon en la enumeración de los cuadrúpedos ame-
ricanos, ni la falsedad de su opinión sobre la escasez de la ma-
teria en el Nuevo Mundo, sino el de servir a los naturalistas eu-
ropeos, indicándoles algunos cuadrúpedos desconocidos hasta
ahora, y allanándoles las dificultades que ha podido suscitar una
mal entendida nomenclatura. De buena gana hubiera añadido
338 FRANCISCO J. CLAVIJERO

a los nombres de los cuadrúpedos una exacta descripción de ca-


da uno de ellos; mas esta empresa no entra en el cuadro de mi
trabajo. Para formación del catálogo, además del gran estu-
la
dio que he necesitado hacer, he tomado informes por escrito
de personas doctas, sinceras y prácticas en los diversos países de
América, a las que doy gracias por la bondad con que me han
complacido.
DÍSERTACÍON V

CONSTITUCIÓN FÍSICA Y MORAL DE LOS MEXICANOS

Cuatro clases de hombres pueden distinguirse en México


y en otros países de América: 1.° Los propiamente americanos,
vulgarmente llamados indios, esto es, los descendientes de los
antiguos habitantes del Nuevo Mundo, cuya sangre no se ha
mezclado con la de los pueblos del antiguo. 2.° Los europeos, los
asiáticos y los africanos, establecidos en aquellos países. 3.° Los
hijos y descendientes de éstos, llamados criollos por los españo-
les, nombre que se da principalmente a. los hijos o descendien-
tes de europeos, cuya sangre no se ha mezclado con la de los
americanos, africanos ni asiáticos. 4.° Las razas llamadas castas
por los españoles, es decir, los hijos o descendientes de europeo
y americana, o de europeo y africana, o de africano y america-
na, etc. A todas estas clases de hombres comprenden los de-
nuestos de Mr. de Paw. Supone o finge tan maligno al clima
de América, que hace degenerar no sólo a los criollos y a los ame-
ricanos, sino también a los habitantes europeos de aquellos paí-
ses, a pesar de haber nacido bajo un cielo más blando y en un
clima más favorable, como él dice, a todos los animales. Si aquel
escritor hubiera compuesto sus Investigaciones filosóficas en
América, podríamos con razón sospechar la degeneración de la es-
pecie humana en el Nuevo Mundo pero como vemos que aquella
;

obra y otras del mismo jaez se han escrito en Europa, tene-


mos un nuevo testimonio de la verdad del refrán español, imi-
tado del griego: Todo el mundo es Popayán. Pero, dejando apar-
te los despropósitos de aquel filósofo y de sus partidarios contra
las otras clases de hombres, hablaré sólo de lo que escribe con-
tra los propiamente americanos, que son los más injuriados y
los más indefensos. Si a esta tarea me indujese alguna pasión
o interés, me hubiera encargado más bien de la causa de los
criollos, que, además de ser la más fácil, es la que más de cerca
340 FRANCISCO J. CLAVIJERO

me toca. He
nacido de padres españoles y no he tenido la me-
nor afinidad ni consanguinidad con indios, ni espero el menor
galardón de su miseria. Así que, sólo el amor a la verdad y el
celo en favor de la especie humana, me hacen abandonar la cau-
sa propia y abrazar la ajena, con menos peligro de errar.

CUALIDADES FÍSICAS DE LOS MEXICANOS

Mr. de Paw, que critica la estatura, la forma y las supues-


tas irregularidades de los animales americanos, no se ha mos-
trado más indulgente para con los hombres de aquel país. Si
los animales le parecieron una sexta parte más pequeños que los
de Europa, los hombres son también, en su opinión, más peque-
ños que los castellanos. Si en los animales notó la falta de cola,
en los hombres censuró la falta de pelo. Si en los animales
halló notables deformidades, en los hombres vitupera el color y
las facciones. Si creyó que los animales eran menos fuertes que
los del continente antiguo, también afirma de los hombres que
son débilísimos y que están expuestos a mil dolencias ocasio-
nadas por la corrupción de aquel aire y por las exhalaciones
pestilentes de aquel terreno.
En cuanto a la estatura de los americanos, dice, en general,
que aunque no sea igual a la de los castellanos, hay poca dife-
rencia entre la de unos y otros. Pero yo estoy seguro, y es noto-
rio en todo México, que los indios que habitan aquellos países,
esto es. los que están desde el 9° hasta el 40° de latitud septen-
trional hasta donde han llegado ios descubrimientos de los es-
pañoles, tienen más de cinco pies de París de alto, y que los que
no pasan de aquella estatura son más raros entre los indios
que entre los españoles. También estoy cierto de .que muchas
de aquellas naciones, como los apaches, los hiaqueses, los pi-
meses y los coquimes (1) son, a lo menos, tan altos, cuanto los
más altos europeos, y no sé que en toda la vasta extensión del
Nuevo Mundo se halle un pueblo, excepto los esquimales, cuya
estatura sea tan reducida como la de los lapones, samoyedos y
tártaros septentrionales del antiguo continente. Así que, bajo

(1) Lo que digo de las naciones de la América Septentrional, se pue-


de aplicar a los chilenos, a los patagones y a los otros pueblos de la Me-
ridional.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 341

este aspecto, no ceden los mexicanos a los habitantes de las otras


partes del mundo.
En cuanto a la regularidad y proporción de los miembros,
no es necesario añadir nada a lo que he dicho en el libro I de
mi Historia. Estoy persuadido que no habrá una sola perso-
na de las que lean esta obra en América, que contradiga la des-
cripción que allí hago de las formas y del carácter de los indios,
a menos de tener nubes en los ojos y trastornado el cerebro.
Es cierto que don Antonio Ulloa dice, hablando de los indios de
Quito, haber observado "que entre ellos abundan los imperfec-
tos, o porque tienen los cuerpos irregulares y monstruosos a
causa de su pequenez, o porque pierden la razón, el habla o la vis-
ta, o porque les falta algún miembro;" pero habiendo yo hecho
grandes investigaciones acerca de esta singularidad de aquellos
pueblos, he sabido, por personas dignas de fe y prácticas en el
conocimiento del país, que estos defectos no nacen de los malos
humores, ni del influjo del clima, sino de la mal entendida y
cruel humanidad de los padres, los cuales, para sustraer a sus
hijos de los gravámenes y fatigas que los españoles exigen de
los indios sanos, los inutilizan en la niñez y los ponen imper-
fectos e irregulares; lo que no sucede en los otros países de
América, ni tampoco en los otros pueblos de Quito, en que los
indios están exentos de aquellas penalidades. Mr. de Paw y el
Dr. Robertson dicen que entre los salvajes de América no se
hallan personas irregulares y monstruosas, porque, como los
lacedemonios, dan muerte a los niños que nacen ciegos, joroba-
dos o privados de algún miembro; pero que en los países en que
están reunidos en sociedad y en que la vigilancia de los que los
rigen no permite ejercer aquella cruel previsión, el número de
los individuos defectuosos es mayor que en cualquier parte
de Europa. Este sería un excelente modo de eludir la dificultad,
si se fundara en hechos positivos; pero si ha habido en Amé-

rica alguna tribu salvaje que haya imitado el ejemplo de los


tan celebrados lacedemonios (1), no se infiere de aquí que deba
imputarse la misma barbarie a los otros pueblos de aquel con-
tinente, pues es innegable que la mayor parte de las naciones
americanas desconocen aquel uso, como puede demostrarse por

(1) La inhumanidad de matar a los niños que nacían disformes, no sólo


era permitida en Roma, sino prescrita por las leyes de las XII tablas: pa-
ter insignem ad deformitatem puerum cito necato^.
342 FRANCISCO J. CLAVIJERO

el testimonio de los escritores mejor instruidos en sus costum-


bres. Además de esto, en todos los países de México, los cuales
forman a lo menos una cuarta parte del Nuevo Mundo, los in-
dios viven en sociedad y congregados en ciudades, villas o al-
deas, bajo la vigilancia de magistrados y de párrocos españoles
o criollos. Allí no se tiene noticia de la inhumana precaución
que alegan en su defensa los dos mencionados escritores, y, sin
embargo de esto, todos los españoles y criollos que vinieron de
México a Italia en 1768, fueron entonces y están hoy día mara-
villados de observar en los pueblos de esta cultísima penínsu-
la tan gran número de ciegos, cojos, tullidos y estropeados. Es,
pues, harto diversa de la que imaginan aquellos autores, la cau-
sa de aquel fenómeno observado por tantos escritores en Amé-
rica.
Del color de aquellos pueblos no se puede sacar ninguna
objeción contra el Nuevo Mundo; pues aquel color es menos
distante del blanco de los europeos, que del negro de los africa-
nos y de una gran parte de los asiáticos. El cabello de los mexi-
canos y de los otros indios, como ya he dicho en otra parte, es
espeso y tupido, su barba escasa y por lo común (1) carecen
de vello en las piernas y en los brazos; pero es un error decir,
como dice Mr. de Paw, que están enteramente privados de pelo
en todas las otras partes del cuerpo. Este es uno de los muchos
pasajes de las Investigaciones filosóficas en que no podrán con-
tener la risa los mexicanos y otros pueblos de América, viendo
el tenaz empeño de un filósofo europeo en privarlos de lo que
la naturaleza les ha concedido. Leyó sin duda aquel autor la
ignominiosa descripción que Ulloa hace de algunos pueblos ame-
ricanos del mediodía, y de este solo dato dedujo, con su acos-
tumbrada una conclusión universal (2).
lógica,
El aspecto solo de un angolano, mandinga, o congo, hubie-
ra debido espantar a Mr. de Paw y disuadirlo de su malhumo-
rada censura contra el color, las facciones y el pelo de los ame-

Digo por lo común, porque hay en México pueblos barbudos y que


(1)
tienen vello en los brazos y en las piernas.

(2) Ulloa, en que hace de los indios de Quito, dice que


la descripción ni
a los hombres ni a las mujeres les nace pelo cuando llegan a la edad de
pubertad. Sea lo que fuere de esta singularidad y de su causa, lo cierto es
que en el resto de América la pubertad tiene los mismos síntomas que en
las otras partes del mundo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 343

ricanos.¿Puede imaginarse un conjunto más opuesto a la idea


general que tenemos de la belleza y de la perfección del cuerpo
humano, que un hombre fétido, cuya piel es negra como la tin-
ta, lacabeza cubierta de lana negra en lugar de cabello, los ojos
amarillentos o rojos, los labios gruesos y negruzcos y la nariz
aplastada? Tales son los habitantes de una gran parte del Áfri-
ca y de muchas del Asia. ¿Qué hombres más imperfectos que
los que tienen apenas cuatro *pies de estatura, el rostro lar^o y
chato, la nariz respingada, los ojos de un amarillo obscuro, los
párpados estirados hacia las sienes, las mejillas desproporciona-
damente elevadas, la boca grandísima, los labios gruesos y pro-
minentes y estrechísima la parte inferior de la cara? Tales son,
según el conde de Buffon, los lapones, los zembleses, los boran-
dianos, los samoyedos y los tártaros orientales. ¿Qué objeto
más disforme que un hombre con el rostro largo y arrugado
aun en la juventud, la nariz gruesa, los ojos pequeños y hun-
didos, las mejillas altas, la parte superior de las mandíbulas en-
corvada, los dientes largos y desunidos, las cejas tan peludas
que cubren los ojos, los párpados carnudos, los muslos grandes,
las piernas pequeñas, y cubierta una parte del rostro de cerdas
en lugar de barba? Tal es el retrato que el mismo naturalista
hace de los tártaros, pueblos que, según dice, habitan una porción
del Asia que tiene más de 1,200 leguas de largo y más de 750
de ancho. Entre ellos, los calmucos son los más notables por su
deformidad, la cual les ha merecido el título de los hombres más
feos del universo, como los llama el viajero Tavernier. Su ros-
tro es tan ancho, que, si hemos de dar crédito a Buffon, tiene
entre los dos ojos un espacio de cinco a seis dedos. En Calicut,
en Ceylán y en otros países de la India, hay, según Pyrard y otros
escritores, una raza de hombres con una de las piernas, y aun
con ambas, cada una tan gruesa como el cuerpo de un hombre
regular, imperfección hereditaria entre ellos. Los hotentotes
tienen, entre otros defectos, aquella monstruosidad de un apén-
dice calloso que se extiende desde el hueso pubis hacia abajo,
como atestiguan todos los que han descrito los países inmedia-
tos al Cabo de Buena Esperanza. Marco Polo, Struys, Gemelli
y otros viajeros afirman que en el reino de Lambry, en la isla
Formosa, y en la de Mindoro, se hallan hombres con cola. Mr.
de Bomare dice que ésta en los hombres no es más que una pro-
longación del hueso sacro, o rabadilla: ¿qué otra cosa es la cola
344 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en los otros animales, sino una prolongación del mismo hueso,


aunque dividida en muchas articulaciones? Llámese como se
quiera, un hombre con rabo no deja de ser un conjunto harto
irregular y monstruoso.
Si nos pusiéramos a recorrer las otras naciones africanas
y asiáticas, apenas hallaríamos una pequeña parte de ellas que
no se distinga, o por la obscuridad del color, o por alguna irre-
gularidad más enorme, o por algún defecto más notable que
cuantos Mr. de Paw censura en los americanos. El color de és-
tos es mucho más claro que el de casi todos los habitantes de
África y del Asia Meridional. La escasez de barba es común a
los filipinos, a los pueblos del Archipiélago Indico, a los famo-
sos chinos, a los japoneses, a los tártaros y a otras muchas na-
ciones del antiguo continente, como saben todos los que tienen
alguna idea de la variedad de la especie humana en los diver-
sos países del globo. Las imperfecciones de los americanos, por
mucho que se exageren, no pueden compararse con los defectos
de aquellos pueblos inmensos cuyo dibujo he bosquejado y con
los de otros que omito. Véase lo que dicen el conde de Buffon
en el tomo VI de su Historia Natural, y todos los viajeros de
Asia y África. Estas consideraciones hubieran debido refrenar
la pluma de Mr. de Paw; pero o las echó en olvido o maliciosa-
mente las disimuló.

Mr. de Paw
representa a los americanos débiles y enfermi-
zos; Ulloa afirma, por el contrario, que son sanos, robustos y
fuertes. ¿Cuál de estos dos escritores merece más crédito: Mr.
de Paw, que se puso a filosofar en Berlín sobre los americanos
sin conocerlos, o don Antonio de Ulloa, que por muchos años los
vio y trató en diversos países de la América Meridional? ¿Mr.
de Paw, que se propuso vilipendiarlos y envilecerlos para esta-
blecer su desatinado sistema de la degeneración, o don Antonio
de Ulloa que, aunque poco favorable a los indios, no trató de for-
mar un sistema, sino de escribir lo que creyó verdadero? Deci-
dan esta cuestión los lectores imparciales.
Para demostrar la debilidad desconcierto de la consti-
y el
tución física de los americanos, alega Mr. de Paw otras razones
de que debo hacerme cargo, y son las siguientes: 1. a Que los pri-
meros americanos traídos a Europa rabiaron en el viaje, y que
la rabia les duró hasta la muerte. 2. a Que los hombres adultos
en muchos países de América tienen leche en los pechos. 3. a Que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 345

las americanas paren con demasiada facilidad, tienen una ex-


traordinaria abundancia de leche y muy escasa e irregular la
periódica evacuación de sangre. 4. a Que el menos vigoroso euro-
peo vencía en la lucha a cualquier americano. 5. a Que los ame-
ricanos no pueden sobrellevar un peso ligero. 6. a Que padecían
el mal venéreo y otras enfermedades endémicas.

En cuanto a la primera prueba, la niego como absoluta-


mente falsa y destituida de fundamento. Mr. de Paw, fiado en
la autoridad del flamenco Dappers, dice que los primeros ame-
ricanos que trajo consigo Cristóbal Colón el año de 1493, qui-
sieron darse muerte en la navegación ;
pero que habiéndolos
atado para evitar la ejecución de aquel designio, se pusieron ra-
biosos y continuaron en el mismo estado hasta su muerte; que
cuando entraron en Barcelona, espantaron de tal modo a los
habitantes con sus gritos, contorsiones y movimientos convul-
sivos, que todos los creían frenéticos. Yo no he visto la obra de
Dappers; pero no dudo que toda esta relación es un conjunto
de fábulas absurdas, pues .no hallo quien haga mención de tal
suceso, ni entre los autores contemporáneos ni entre los que
escribieron en los años siguientes; antes, de lo que atestiguan
éstos se puede demostrar la falsedad de toda la historia.
Gonzalo Fernández de Oviedo, que se hallaba en Barcelona
cuando llegó Cristóbal Colón; que vio y conoció a aquellos ame-
ricanos y fue testigo ocular de su conducta, nada dice de su ra-
bia, de sus aullidos, de sus contorsiones; y no lo hubiera omiti-
do, si fuera cierto, por no ser muy partidario de los indios, como
después veremos, y porque hablando de los que trajo Colón,
describe individualmente su entrada en Barcelona, su bautis-
mo, sus nombres, y en parte el fin que tuiveron. Dice que Cristó-
bal Colón condujo de la isla Española, después llamada Santo
Domingo, diez americanos, de los cuales uno murió en el via-
je; tres quedaron enfermos en Palos, puerto de Andalucía, don-
de murieron de allí a poco, según conjetura; y los otros seis
llegaron a Barcelona, donde se hallaba la corte a la sazón; que
fueron bien instruidos en la religión cristiana y solemnemente
bautizados, siendo sus padrinos los reyes católicos y el prínci-
pe don Juan; que el principal de ellos, pariente del rey Guaca-
nagarí, tomó en el bautismo el nombre del rey católico y se llamó
don Fernando de Aragón; que al segundo se dio el nombre del
príncipe, y desde entonces se llamó don Juan de Castilla; que
346 FRANCISCO J. CLAVIJERO

elpríncipe alojó a éste en su palacio y cuidó de su enseñanza;


que aprendió muy bien la lengua española y murió de allí a dos
años. Pedro Mártir de Anglería, que se hallaba en España en
la época de la llegada de Colón, hace mención de los indios que
trajo aquel famoso almirante, y no dice una palabra de su ra-
bia; antes bien, cuenta que cuando Colón regresó a la Española
lo acompañaron tres de aquellos indios, habiendo muerto los
otros a efecto de la mudanza de clima y de alimentos, y que se
valió de uno de ellos para informarse del estado de los españo-
les que había dejado en aquella isla (1). Fernando Colón, docto
y diligente biógrafo de su padre don Cristóbal, y que a la sazón
se hallaba en España, hace una relación menuda de las acciones
y viajes de aquel ilustre navegante, habla de los indios que él
mismo vio y nada añade a los pormenores de Pedro Mártir de
Anglería. Son, pues, falsas las noticias de Dappers, o si no, di-
remos que los reyes católicos consintieron en ser padrinos de
bautismo de unos hombres rabiosos que el príncipe quiso tener
;

consigo a un rabioso, para divertirse con sus espantables aulli-


dos que un rabioso aprendió bastante bien la lengua española,
;

y, finalmente, que el prudente Colón se sirvió de un rabioso para


informarse de todo lo que había ocurrido en una vasta posesión
durante su ausencia.
La anécdota de la leche en los pechos de los americanos, es
una de las más curiosas de cuantas contienen las Investigacio-
nes filosóficas y de las más dignas de celebrarse con la risa ge-
neral de los habitantes del Nuevo Mundo; pero es necesario
confesar que el investigador filosófico se mostró más moderado

(1) A muerte de aquellos indios, citados por Pedro


las causas de la
Mártir de Anglería, deben añadirse los males extraordinarios que sufrie-
ron en aquella horrible navegación, cuya descripción puede verse en las
cartas del almirante, copiadas por su hijo don Fernando. Del número de
muertos que Pedro Mártir refiere, debe disminuirse el que conservó el prín-
cipe don Juan, pues murió dos años después, como dice Oviedo. Pero aun-
que todos hubiesen muerto en el viaje, o se hubiesen vuelto frenéticos, na-
da tendría de extraño, si se compara con lo que el mismo Mr. de Paw dice
en la 3. a parte, sec. 6. a de sus Investigaciones: "Los académicos franceses
tomaron más allá de Torneo dos lapones, que, molestados y martirizados
por aquellos filósofos, murieron de desesperación en el viaje." Ahora bien,
ni el país que dejaban los lapones, ni el viaje que hicieron, pueden compa-
rarse con el país y el viaje de los indios de Colón, ni yo puedo creer tan
humanos a los marinos españoles del siglo XV, como a los académicos fran-
ceses del siglo XVIII.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 347

en esto que otros autores que él mismo cita. El célebre natura-


lista Johnston afirma en su Thaumatografía, con la autoridad
de no sé qué viajero, que en el Nuevo Mundo casi todos los hom-
bres tienen abundancia de leche en los pechos. "En todo el Bra-
sil, dice el autor de las Investigaciones históricas, los hombres

son los que dan de mamar a los niños, pues las mujeres tienen
poquísima leche." ¡Qué excelentes materiales para una Thau-
matografía! Yo no sé ciertamente lo que más deba admirar, si
la temeridad y la desfachatez de los viajeros que propagan se-
mejantes fábulas, o la sencillez de los que les dan crédito. Si se
hubiese observado aquel fenómeno en algún pueblo del Nuevo
Mundo (lo que jamás probará Mr. de Paw), ciertamente no
bastaría esto para decir que en muchas partes de América
abunda la leche en los pechos de los hombres, y mucho menos
para afirmarlo, como afirma Johnston, de casi todos los hom-
bres del nuevo continente.
Las singularidades que observa Mr. de Paw en las ameri-
canas, serían sumamente agradables si fueran ciertas, porque
¿qué más podrían apetecer que verse libres de los grandes do-
lores del parto, tener en abundancia el licor con que alimentan
a sus hijos y ahorrarse en gran parte las incomodidades que
trae consigo la evacuación periódica? Pero lo que ellas tendrían
a gran dicha, es, en sentir de Mr. de Paw, un síntoma cierto de
degeneración. La facilidad del parto demuestra, según dice, la
expansión del conducto vaginal y la relajación de los músculos
de la matriz por causa de la profusión de los fluidos: la abun-
dancia de leche no puede provenir sino de la humedad de la
complexión, y por lo demás, las americanas no se conforman
con las mujeres del antiguo continente, el cual debe ser, se-
gún la legislación de Mr. de Paw, el modelo de todo el mundo.
Pero, ¿no es cosa admirable que el autor de las Investigaciones
histéricas declare a las americanas tan escasas de leche que
los hombres tienen que criar a los hijos, mientras el autor de las
Investigaciones filosóficas atribuye a la complexión húmeda de
las americanas la abundancia excesiva que tienen de aquel li-
cor? ¿Y
quién no echará de ver, al notar estas y otras contra-
dicciones y disparates publicados en Europa de pocos años a
esta parte, que los viajeros, los naturalistas, los historiadores
y los europeos han hecho de la América el almacén
filósofos
general de sus fábulas y de sus delirios, para dar más amenidad
348 FRANCISCO J. CLAVIJERO

a sus obras con la novedad de las observaciones, atribuyendo a


todos los americanos lo que se ha notado en algunos individuos
o quizás en ninguno? (1)
Las americanas, sometidas a la sentencia común de su sexo,
no paren sin dolor; pero tampoco echan mano del aparato de
las damas europeas, porque son menos delicadas y no temen
tanto la molestia ni el sufrimiento. Tevenot dice que las muje-
res del Mogol paren con suma facilidad y que al día siguiente al
del parto se las ve andar por las caDes, sin dudar por esto de
su fecundidad ni hallar nada que decir contra su complexión.
La cantidad y la cualidad de la leche de las americanas son
bien conocidas en México a las señoras europeas y criollas, que or-
dinariamente les confían la crianza de sus hijos; y saben que
son sanas, robustas y diligentes en el desempeño de aquel mi-
nisterio. No basta decir que se habla de las americanas anti-
guas y no de las modernas, como tal vez responde Mr. de Paw a
su adversario Pernety; pues además de que sus proposiciones
contra ellas están en tiempo presente, como sabe todo el que ha
leído su obra, aquella distinción no puede aplicarse a muchos
países de América, y especialmente a México. Los mexicanos
usan generalmente la misma clase de alimento que usaban sus
progenitores antes de la Conquista. Habrá mudado quizás el cli-
ma en otras partes por la destrucción de los bosques y de las
aguas estancadas; mas en México no se ha notado la menor
alteración. Los que han comparado, como yo lo he hecho, las '

relaciones de los primeros españoles con el estado presente del


país, saben del modo más positivo que existen los mismos la-
gos, los mismos ríos y casi los mismos bosques que en otros
tiempos.
En cuanto a la evacuación periódica de las americanas, ni
yo puedo dar cuenta de ella, ni creo que haya muchos que pue-
dan darla. Mr. de Paw, que desde Berlín ha visto en América
tantas cosas ignoradas por los mismos americanos, habrá en-
contrado quizás en algún autor francés, el modo de saber lo
que yo no puedo ni quiero averiguar. Pero suponiendo que esta
evacuación sea escasa e irregular en las mujeres de América,
como pretende Mr. de Paw, nada se inferiría de aquel hecho en

(1) Lo que digo de los escritores europeos de las cosas de América,


no se entiende con todos; pues entre ellos hay hombres verdaderamente
sabios y amantes de la verdad.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 349

contra de su complexión, porque "la cantidad de aquella evacua-


ción depende, como dice muy bien el conde de Buffon, de la can-
tidad del alimento y de la transpiración insensible. Las mujeres
que comen demasiado y hacen poco ejercicio, tienen los me-
ses abundantísimos. En los países cálidos, en que la transpira-
ción es más copiosa que en los fríos, la evacuación es más escasa."
Luego si esta escasez puede provenir de la sobriedad, del calor
del clima y del ejercicio, ¿por qué se ha de atribuir a la mala
complexión? Además que yo no sé cómo ajustar esta escasez
de menstruos con aquella superabundancia de fluidos, que Mr. de
Paw supone en las americanas, como efecto del desconcierto
de su constitución física.
No son más eficaces las otras pruebas de la debilidad de
los americanos. Dice Mr. de Paw que eran vencidos en la lucha
por los europeos; que no podían llevar un peso mediano y que
se ha calculado haber perecido en un año 200,000 americanos,
empleados en el transporte de bagajes. En cuanto a lo primero,
sería necesario que la experiencia de la lucha se hubiese hecho
con muchos individuos de uno y otro continente, y que el re-
sultado se hallase apoyado en el testimonio de los americanos
y de los europeos. Sea como fuere, yo no pretendo que aquéllos
sean más fuertes que éstos: los americanos pueden serlo me-
nos, sin que esto baste a decir que positivamente son débiles y
que en ellos ha degenerado la especie humana. Los suizos son
más fuertes que los italianos, y no por esto creemos que los ita-
lianos han degenerado, ni acusaremos el clima de aquella penín-
sula. El ejemplo de 200,000 hombres muertos en un año bajo
el peso de los bagajes, si fuese cierto, no probaría tanto la de-
bilidad de los americanos como la inhumanidad de los europeos.
Como perecieron aquellos 200,000 hombres americanos, hubie-
ran perecido 200,000 prusianos, si se les hubiese obligado a ha-
cer un viaje de 300, 400 o más millas, con 100 libras de peso
en los hombros de cada uno; si hubieran llevado al cuello grue-
sas argollas, sujetas con cadenas de hierro, obligándolos a ca-
minar por montes y asperezas, cortando la cabeza a los que se
cansaban o a los que se les rompían las piernas, para que no de-
tuviesen a los otros, y dando a todos un mezquinísimo alimento,
para sobrellevar tan enorme fatiga. El señor Las Casas, de cu-
yas obras sacó Mr. de Paw el hecho principal de la muerte de
aquellos 200,000 hombres, refiere también todas las circunstan-
350 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cias que acabo de indicar; conque si lo cree en lo uno, también


deberá darle fe en lo otro. Pero un filósofo que tanto pondera las
cualidades físicas y morales de los europeos a expensas de los
americanos, debería abstenerse de citar unos hechos tan poco
favorables a los objetos de su admiración. Es cierto que no pue-
den inculparse a la Europa ni a ninguna de las naciones que la
componen, los excesos en que incurren algunos de sus indivi-
duos, especialmente en países tan remotos de la capital, y con-
tra la voluntad expresa y las órdenes repetidas de los sobera-
nos; pero si los americanos quisieran servirse de la lógica de
Mr. de Paw, podrían de muchos de estos antecedentes parti-
culares, deducir consecuencias universales contra todo el anti-
guo continente, pues aquel escritor forma a cada tres palabras
argumentos contra todo el Nuevo Mundo, de lo que sólo se ha
observado en un pueblo o en un individuo, como puede ver todo
el que lea sus obras.

Concede a los americanos una gran ligereza y velocidad en


la carrera, porque desde la infancia se acostumbran a este ejer-
cicio. Por la misma razón no debería negarles la fuerza, pues
desde niños se acostumbraban, como consta por sus pinturas, a
llevar grandes pesos, en cuyo ejercicio debían emplearse du-
rante toda sií vida; antes bien, según los principios de aquel
autor, ninguna otra nación debería serles superior en esta par-
te, pues ninguna se ejercitaba, como los americanos hacían,
en el transporte de grandes pesos, careciendo de bestias de carga
(1) de que otros se sirven. Si Mr. de Paw hubiera visto, como
yo, ios enormes pesos que llevan a hombro los americanos, no
hubiera osado echarles en cara su debilidad.
Nada prueba robustez y fuerza de aquellos pueblos, co-
la
mo las grandes fatigas en que están continuamente empleados.
Mr. de Paw dice que cuando se descubrió el Nuevo Mundo, no
se veía más en su terreno que espesísimos bosques que en el ;

día hay algunas tierras cultivadas; mas no por los americanos,


sino por los africanos y europeos que el terreno cultivado, con
;

(1) Aunque peruanos tenían animales de carga, no podían servir


los
para la conducción de aquellas grandes piedras que se hallan en algunos
de sus edificios, como en los de México: con que no teniendo máquinas
para facilitar la operación, sólo debían emplearse en ella las fuerzas del
hombre.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 351

respecto al inculto, está en proporción de 2,000 a 2.000,000 (1).


Estas tres especies son otros tantos errores; pero dejando pa-
ra otra disertación lo relativo a los trabajos de los antiguos me-
xicanos, y hablando sólo de los tiempos modernos, no hay duda
que desde de la Conquista, los americanos solos
los han sobre-
llevado las fatigas de la agricultura en todos los vastos países
de la América Septentrional y en la mayor parte de los de la
Meridional, conquistados por los españoles. Allí no se ven euro-
peos empleados en las labores del campo. Los negros, que en el
inmenso territorio mexicano son poquísimos en comparación
de los naturales, se emplean en la cultura del tabaco y de la
caña y en las elaboraciones del azúcar; pero el terreno destina-
do al cultivo de estas plantas, no está, con respecto a toda la tie-
rra cultivada, ni en la proporción de 1 a 2,000. Los americanos
son los verdaderos labradores ellos son los que aran, siembran,
;

escardan y siegan el trigo, el maíz, el arroz, las habas, las habi-


chuelas y todos los otros granos y legumbres; ellos los que cul-
tivan el cacao, la vainilla, el algodón, el añil y todas las plantas
útiles al sustento, al vestido y al comercio de aquellas provin-
cias. Sin su ministerio no se hace nada, en términos que el año
de 1762 se abandonó en muchas partes la cosecha del trigo, de
resultas de las enfermedades que atacaron a los indios y que no
les permitieron hacer la siega. Aun puedo decir algo más: ellos
son los que cortan y transportan de los bosques toda la leña y
madera que se consume; ellos los que cortan, transportan y ela-
boran la piedra; ellos los que hacen la cal, el yeso y los ladri-
llos. Ellos son los que construyen todos los edificios de aquellos

pueblos, excepto en los que habitan; ellos son los que abren y
componen los caminos; los que limpian las ciudades; los que tra-
bajan en las innumerables minas de plata, oro, cobre y otros
metales. Ellos son los pastores, los gañanes, los tejedores, los al-
fareros, los panaderos, los horneros, los correos, los mozos de cor-
del; en una palabra, ellos son los que llevan todo el peso de los
trabajos públicos, como es notorio a cuantos han estado en aque-
llas regiones. Esto hacen los débiles, flojos e inútiles america-
nos, mientras el vigoroso Mr. de Paw y otros infatigables euro-
peos se ocupan en escribir contra ellos amargas invectivas.

(1) Hubiera sido mejor decir: "en la proporción de 1 a 1,000," porque


significa lo mismo con números más simples.
352 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Estos trabajos, en que se emplean continuamente los in-


dios, demuestran su salud y su robustez; pues sería imposible
que resistiesen a tan arduas fatigas si fueran de una constitu-
ción enfermiza, y si por sus venas corriese una sangre corrom-
pida, como pretende Mr. de Paw. Para hacer creer viciosa su
complexión, alega todo lo verdadero y falso que recogió de los
escritores de América acerca de las enfermedades que reinan
en algunos países particulares de aquel vasto continente, y, so-
bre todo, acerca del mal venéreo, que cree natural de América.
De este último punto hablaré largamente en otra disertación:
por lo que hace a otras dolencias, yo le concedo que en la inmensa
superficie de América hay países en que los hombres están más
expuestos que en otras partes a ciertas enfermedades ocasio-
nadas, o por la intemperie del aire, o por la mala calidad de los
alimentos; pero lo cierto es, conforme a la autoridad de muchos
graves escritores, prácticos en las cosas del Nuevo Mundo, que
la mayor parte de aquellos países son sanos, y que si los ameri-
canos quisieran pagar en la misma moneda a Mr. de Paw y a
otros europeos que escriben como él, tendrían una buena colec-
ción de materiales para desacreditar el clima del antiguo con-
tinente y la complexión de sus habitantes, en las muchas enfer-
medades endémicas que les son propias; en la elefantiasis y la
lepra de Egipto y Siria (1) en el verben del Asia Meridional;
;

en el dragoncillo, o gusano de Medina en el pircal del Malabar en


; ;

el yaws, o mal de Guinea; en la tiriasis, o dolencia pedicular

de la pequeña Tartaria; en el escorbuto, o disentería boreal de


los países del Norte en la plica de Polonia en las paperas del
; ;

Tirol y de muchos países alpinos en la sarna, la raquitis, la


;

viruela (2), y, sobre todo, en la peste, que tantas veces ha des-

(1) La elefantiasis, enfermedad endémica de Egipto y enteramente


desconocida en América, fue tan común en Europa en el siglo XII, que se-
gún Mateo de París, escritor exacto de aquel tiempo, había 19,000 hospita-
les para los contagiados.

(2) La viruela fue llevada al Nuevo Mundo por los europeos, como
saben todos, y ha hecho más estragos allí que el mal venéreo en Europa.
La raquitis no es conocida en América, y ésta es, en mi entender, la causa
de no verse allí tantas personas imperfectas como en el continente anti-
guo. La sarna o no existe, o es tan rara, que habiendo yo estado muchos
años en aquellos países, ni vi, ni tuve noticia de ningún sarnoso. El vómito
prieto o negro, que también parece enfermedad endémica, es bastante mo-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 353

poblado ciudades y provincias enteras del antiguo continente y


que tantos estragos hace anualmente en las regiones orientales,
terrible azote de que hasta ahora se ha preservado el Nuevo
Mundo.
Finalmente, es algo difícil combinar la supuesta flaqueza
y viciosa constitución de los americanos, con el largo término
de su vida. De aquellos a quienes no anticipan la muerte las
grandes fatigas, los excesivos trabajos y las enfermedades epi-
démicas, hay muchos que llegan a 80, 90 y 100 años; y lo más
admirable es no observarse en ellos los estragos que hace co-
munmente la edad en los cabellos, en los dientes, en la piel y en
los músculos del cuerpo humano. Este fenómeno, tan admirado
por los españoles residentes en México, puede atribuirse a la sa-
nidad de su complexión y a las excelentes calidades de su clima.
Lo mismo refieren de los otros países del Nuevo Mundo los his-
toriadores y otras personas que han permanecido en ellos mu-
chos años. Mas si acaso hay en aquel continente alguna región
en que no se prolongue tanto la vida, no se hallará una en que se
abrevie tanto como en la Guinea, en Sierra Leona, en el Cabo de
Buena Esperanza y en otras partes de África, donde la vejez
empieza a los 40 años y donde el que llega a 50 se mira como
entre nosotros un octogenario. De éstos sí podría decirse con ra-
zón que tienen la sangre corrompida y desconcertada la cons-
titución (1).

derno, y sólo se padece en algunos puertos de la zona tórrida frecuenta-


dos por los europeos. Los primeros que lo experimentaron fueron unos
marineros de buques europeos, que después de los malos alimentos de la
navegación, comían en aquellos puertos con exceso las frutas del país y
bebían aguardiente. Don Antonio Ulloa asegura que en Cartagena, uno de
los puntos más insalubres de América, no se conoció el vómito antes del
año de 1729, y empezó en la marinería europea de la escuadra que apor-
tó allí, mandada por don Domingo Justiniani.

(1)Los hotentotes, dice el conde de Buffon, viven poco, pues apenas


pasan de cuarenta años. Drack asegura que unos pueblos que habitan en
las fronteras de los desiertos de Etiopía, son tan escasos de víveres, que
su principal alimento consiste en langostas saladas, lo que produce un
terrible efecto, pues cuando se acercan a los cuarenta años, se engendran
en sus cuerpos unos insectos volantes que les acarrean la muerte, devorán-
doles el vientre, el pecho y aun los huesos algunas veces. Estos insectos,
como los que afligen a los habitantes de la pequeña Tartaria, según dice
Mr. de Paw, bastan a los americanos para contrapesar los gusanos ascá-
rides, que dice haber descubierto en no sé qué nación de América.
II.— 12
354 FRANCISCO J. CLAVIJERO

CUALIDADES MENTALES DE LOS MEXICANOS

Hasta ahora sólo hemos examinado loque dice Mr. de Paw


acerca de las cualidades físicas de los americanos; veamos sus
despropósitos acerca de la parte espiritual de aquellos pueblos.
En ellos ha encontrado una memoria tan débil, que no se acuer-
dan hoy de lo que hicieron ayer; un ingenio tan obtuso, que no
son capaces de pensar ni de poner en orden sus ideas; una vo-
luntad tan fría, que no sienten los estímulos del amor; un áni-
mo apocado y un entendimiento indolente y estúpido. En fin,
tales son los colores que emplea en el retrato de los americanos
y de tal modo envilece sus almas, que aunque a veces se enfa-
da contra los que pusieron en duda su racionalidad, no dudo
que si entonces hubiera dicho francamente su opinión, hubiera
declarado ser partidario del mismo sistema. Sé que otros mu-
chos europeos, y lo que es más extraño, algunos hijos y descen-
dientes de europeos, nacidos en la misma América, piensan en
esta parte como Mr. de Paw, los unos por ignorancia, los otros
por falta de reflexión y otros, en fin, por cierta pasión o preocu-
pación hereditaria. Pero todo esto, y aunque hubiese mucho
más, no bastaría a desmentir mi propia experiencia y el testi-
monio de muchos europeos, cuya autoridad es de gran peso, por
ser hombres de juicio, de doctrina y de experiencia en aquellos
países, y porque hablan en favor de extranjeros y en contra de
sus compatriotas. Son tantos los argumentos y las razones que
podríamos alegar en favor de la parte mental de los americanos,
que con ellas nos sería fácil componer un grueso volumen; pero,
dejando aparte el mayor número de estas pruebas, por no ha-
cer difusa y enojosa esta disertación, nos limitaremos a algu-
nas pocas autoridades, que valen por muchas.
El señor don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de
México, prelado de gran reputación y sumamente estimado de los
reyes católicos, por su doctrina, por la pureza de su vida, por su
celo pastoral y por sus fatigas apostólicas, en su carta escrita
el año de 1531 al capítulo general de franciscanos reunido en
Tolosa, dice, hablando de los indios: "son castos y bastante in-
geniosos, especialmente en la pintura. Sus almas son buenas.
Dios sea alabado por todo."
Si Mr. de Paw no testimonio de aquel venerabi-
aprecia el
lísimo prelado, a quien llama Sumarica y bárbaro, en virtud de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 355

la autoridad que se arroga de injuriar a los que no están de acuer-


do con su desbarajustado sistema de la degeneración, lea lo que
dice el famoso Bartolomé de Las Casas, primer obispo de Chia-
pa, que conocía bien a los indios, como que tanto los trató en
muchos países de América. Así se explica aquel prelado en uno
de los memoriales que presentó a Felipe II: "son (los america-
nos) de ingenio vivo y despejado; bastante dóciles y capaces
de admitir toda buena doctrina, aptísimos a recibir nuestra san-
ta fe y las costumbres virtuosas y los que tienen menos obs-
táculos para ello entre todos los pueblos del mundo." Casi los
mismos términos emplea en su impugnación de la respuesta del
Dr. Sepúlveda: "Tienen, dice, tan buen entendimiento, tan agu-
do ingenio, tanta docilidad y capacidad para las ciencias mora-
les y especulativas, y son generalmente tan racionales en su
gobierno político, como se echa de ver en muchas de sus justí-
simas leyes y han hecho tantos progresos en el conocimiento
;

de nuestra santa fe y religión y en las buenas costumbres, cuan-


do han tenido religiosos y personas de buena vida que los ense-
ñen y tan adelantados están hoy día, como ha podido estarlo
;

cualquiera otra nación, desde los tiempos apostólicos hasta los


nuestros." Ahora bien, puesto que Mr. de Paw cree todo lo que
aquel docto, ejemplar e infatigable obispo escribió contra los
españoles, aunque no estuvo presente a la mayor parte de los su-
cesos que refiere, mucho más crédito deberá darle en lo que él
mismo depone en favor de los indios, como testigo ocular y tan
práctico en el conocimiento de aquellas gentes, especialmente
siendo necesario menor esfuerzo del entendimiento para creer
que los americanos son de buen ingenio y de buena índole, que
para admitir como ciertos aquellos horrendos e inauditos aten-
tados de los conquistadores.
Pero nuestro investigador recusa la autoridad de Las
si

Casas, como de un hombre preocupado y ambicioso, en lo que


seguramente se engañaría, lea lo que dice Julián Gareés, pri-
mer obispo de Tlaxcala, hombre doctísimo y con razón apre-
ciado y alabado por su famoso maestro Antonio de Nebrija, res-
taurador de las letras en España. Este insigne prelado, en su
excelente carta latina al Papa Paulo III, escrita en 1536, des-
pués de diez años de continua práctica y de observaciones ocu-
lares de los indios, entre las muchas expresiones con que cele-
bra su buena índole y las prendas de su alma, alaba su ingenio,
356 FRANCISCO J. CLAVIJERO

y en cierto modo lo hace superior al de los españoles, como pue-


de verse en el fragmento de su carta que copio en la nota (1).
¿Quién habrá que no dé mayor crédito a estos tres venerables
obispos, que, además de su probidad, doctrina y carácter, tu-
vieron la ventaja de un largo trato con los indios, que a tantos
otros escritores, los cuales, o no vieron a los americanos o los
vieron sin reflexión, o se fiaron más de lo que convenía en los in-
formes de hombres ignorantes, prevenidos o interesados?
Pero si, finalmente, Mr. de Paw rehusa el dicho de aquellos
tres testigos, por grande que sea su autoridad, fundado en que
eran religiosos, de quienes cree inseparable la imbecilidad men-
tal, no podrá resistir al juicio del famoso obispo Palafox, cuya
obra sobre las Virtudes del Indio ha sido muchas veces impre-
sa, y a quien el mismo escritor, aunque prusiano y filósofo, lla-
ma venerable siervo de Dios. Si da tanta fe a este venerable sier-
vo de Dios en lo que escribe contra los jesuítas, cuando hablaba en
su propia causa, ¿por qué no ha de dar asenso a lo que dice
en favor de los americanos ? Lea, pues, la obra escrita por aquel
prelado con el solo objeto de demostrar las buenas prendas que
adornan al indio.
A pesar del odio implacable que Mr. de Paw profesa a los
eclesiásticos de la comunión romana, y sobre todo a los jesuítas,
alaba con justa razón la Historia Natural y Moral del P. Acos-
ta, llamándola obra excelente. Este juicioso, imparcial y doctí-
simo español, que vio y observó por sí mismo a los americanos,
tanto en el Perú como en México, emplea todo el libro VI de
aquella excelente obra en probar la sana razón de aquellas gen-
tes, alegando por pruebas su gobierno antiguo, sus leyes, sus
historias en pinturas y cordones, su calendario, etc. Basta para

(1) "Nunc vero de horum sigillatim hominum ingenio, quos vidimus


ab hinc decennio, quo ego in patria conversatus eorum potui perspicere mo-
res, ac ingenia perscrutari, testificans coram te, Beatissime Pater, qui
Christi in terris vicarium agis, quod vidi, quod audivi, et manus nostrae
contrectaverunt, de his progenitis ab Ecclesia, per qualecumque ministe-
riúm meum in verbo vitae, quod singula singulis referendo, id est, paribus
paria, rationis optimae compotes sunt, et integri sensus ac capitis, sed
insuper nostratibus pueri istorum et vigore spiritus et sensuum vivacitate,
dexteriore in omne agibili, et intelligibili praestantiores reperiuntur." Esta
carta se halla en latín en el primer tomo de los Concilios Mexicanos, pu-
blicados en México el año de 1769, y en francés en la misma Historia de
América, del P. Touron, que Mr. de Paw alega contra los americanos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 357

informarse de su opinión en esta materia, leer el primer capí-


tulo del citado libro. Ruego, tanto a Mr. de Paw como a mis lec-
tores, que lo lean atentamente porque hay cosas dignas de sa-
berse. Allí encontrará nuestro filósofo el origen de los errores
en que 'él y otros muchos europeos han caído, y notará la gran
diferencia que hay entre ver las cosas con ojos obscurecidos
por la pasión, y examinarlas con imparcialidad y juicio. Mr. de
Paw llama a los americanos bestias; Acosta llama locos y pre-
suntuosos a los que abrigan aquella opinión. Mr. de Paw dice
que el más diestro de los americanos era inferior en industria y
sagacidad al habitante más limitado del antiguo continente;
Acosta encomia el gobierno político de los mexicanos y lo cree
mejor que el de muchos Estados de Europa. Mr. de Paw no
halla en la conducta moral y política de los americanos sino
barbarie, extravagancia y brutalidad; Acosta encuentra en
aquellas naciones leyes admirables y dignas de ser imitadas por
los pueblos cristianos. ¿Cuál de estos dos testimonios tan opues-
tos debemos preferir? Decídalo la imparcialidad de los lec-
tores.
Yo, entretanto, no puedo menos de copiar aquí un pasaje
de las Investigaciones filosóficas, en que el autor se muestra no
menos maldiciente que enemigo de la verdad: "Al principio, di-
ce, no se creyó que los americanos eran hombres, sino sátiros
o monos grandes, que era lícito matar sin escrúpulo ni remor-
dimiento. Al fin, para que no faltase la ridiculez a todas las ca-
lamidades del tiempo, hubo un papa que promulgó cierta donosa
bula, en que declaró que, deseando fundar obispados en los paí-
ses más ricos de América, era de su agrado y del Espíritu San-
to reconocer por hombres a los americanos; de modo que, sin
esta decisión de un italiano, los habitantes del Nuevo Mundo
serían hoy, a los ojos de los fieles, una raza de hombres equívo-
cos. No hay ejemplo de una decisión semejante desde que los
monos y los hombres habitan el globo terráqueo." ¡Ojalá no
hubiese en el mundo otro ejemplo de semejantes calumnias e
insolencias como las que emplea Mr. de Paw Mas a fin de dejar
!

más a descubierto su malignidad, daremos una copia de aquella


decisión papal, después de haber expuesto su motivo.
Algunos de los primeros europeos que se establecieron en
América, no menos poderosos que avaros, queriendo aumentar
sus riquezas a expensas de los indios, los tenían continuamente
358 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ocupados y se servían de ellos como de esclavos; y para evitar


las amonestaciones que les hacían los obispos y los misioneros
a fin de que los tratasen humanamente y les dejasen algún tiem-
po libre, a lo menos para instruirse y para desempeñar sus obli-
gaciones cristianas y domésticas, aquellos hombres codiciosos
e injustos propagaban que los indios estaban destinados por la
naturaleza a la esclavitud, que eran incapaces de instrucción, y
otros semejantes despropósitos de que hace mención el cronista
Herrera. No pudiendo aquellos celosos eclesiásticos, ni con su
autoridad ni con sus exhortaciones, sustraer los pobres neófitos
al yugo de sus opresores, acudieron a los reyes católicos, y final-
mente obtuvieron de su equidad y clemencia aquellas leyes tan
favorables a los indios y tan honrosas a la corte de España, que
se leen en la Nueva recopilación de las leyes de Indias, las cua-
les se debieron principalmente al celo infatigable del obispo Las
Casas. Por otra parte, don Julián Garcés, primer obispo de Tlax-
cala, sabiendo que los españoles, a pesar de su perversidad, mi-
raban con gran respeto las decisiones del vicario de Jesucristo,
recurrió el año de 1536 al papa Paulo III, con la famosa carta
que he mencionado, representándole los males que de aquellos
malos cristianos sufrían los indios y rogándole que interpusie-
se su autoridad. Movido el pontífice por tan poderosas razones,
expidió el año siguiente aquella donosa bula, cuya copia doy en
la nota (1), la cual no tiene por objeto declarar que los ameri-

(1) "Paulus Papa III universis Christi Fidelibus praesentes Litteras


inspecturis Salutem et Apostolicam benedictionem. Veritas ipsa, quae nec
fallí, nec fallere potest, cum
praedicatores fidei, ad officium praedicatio-
nis destinaret, dixisse dignoscitur: Euníes docete omnes gentes: omnes di-
xit, absque omni delectu, cum omnes fidei disciplinae capaces existant.
Quod videns et invidens ipsius liumani generis aemulus, qui bonis operi-
bus, ut pereant, semper adversatur, modum excogitavit hactenus inaudi-
tum, quo impediret ne Verbum Dei gentibus, ut salvae fierent, praedica-
retur; ac quosdam suos satellites conmovit, qui suam cupiditatem adimple-
re cupientes, occidentales et meridionales indos, et alias gentes, quae tem-
poribus istis ad nostram notitiam pervenerunt, sub praetextu quod fidei
Catholicae expertes existant, uti bruta animalia, ad nostra obsequia redi-
gendos esse, passim asserere praesumant, et eos in servitutem redigunt,
tantis afflictionibus illos urgentes, quantis vix bruta animalia illis servien-
tia urgeant. Nos igitur, qui ejusdem Domini nostri vices, licet indigni, ge-
rimus in terris, et oves gregis sui nobis commissas, quae extra ejus ovile
sunt, ad ipsum ovile toto nixu exquirimus, attendentes indos ipsos, utpote
veros nomines, non solum Christiane Fidei capaces existere, sed, ut nobis
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 359

canos son realmente hombres, pues esto sería una insensatez


ajena de aquel y de cualquier otro Sumo Pontífice, sino sostener
los derechos naturales de los americanos contra las tentativas
de sus perseguidores, y condenar la injusticia y la inhumani-
dad de aquellos que, bajo pretexto de ser los indios idólatras e
incapaces de instrucción, les quitaban los bienes y la libertad y
los empleaban a guisa de animales. Los españoles en verdad hu-
bieran sido más estúpidos que los más incultos salvajes del Nue-
vo Mundo, si para reconocer por hombres a los americanos hu-
bieran necesitado aguardar la decisión de Roma. Mucho antes
que el papa expidiese aquella bula, los reyes católicos habían
recomendado eficazmente la instrucción de los americanos, dan-
do las órdenes más urgentes para que fuesen bien tratados y
no se les hiciese el menor perjuicio en sus bienes ni en su liber-
tad. Así lo acredita Herrera en sus Décadas y lo demuestran
las leyes de la Recopilación. Enviáronse al Nuevo Mundo mu-
chos obispos y algunos centenares de misioneros a expensas del
real erario, para que predicasen a aquellos sátiros y grandes mo-
nos las verdades del Evangelio, y los doctrinasen en la vida
cristiana. En 1531, seis años antes de la promulgación de la
bula, sólo los misioneros franciscanos habían bautizado más de
un millón de indios, como asegura Zumárraga, y en 1534 se ha-
bía fundado en Tlatelolco el seminario de Santa Cruz, para la
instrucción de los jóvenes del país, los cuales aprendían allí la
lengua latina, la retórica, la filosofía y la medicina. Si desde el
principio se creyó que los americanos eran sátiros, nadie podía
decirlo mejor que Cristóbal Colón, su descubridor. Véase, pues,
cómo habla aquel* célebre navegante en su relación a los reyes
católicos Fernando e Isabel, de los primeros sátiros que vio en
la isla de Haití, o Española: "Juro, dice, a VV. AA., que no hay

innotuit,ad Fidem ipsam promptissime currere, ac volentes super his con-


gruis remediis providere, praedictos indos, et omnes alias gentes ad noti-
tiam Christianorum in posterum deventuras, licet extra Fidem Christi exis-
tant, sua libértate et dominio hujusmodi uti, et potiri, et gaudere libere et
licite possc,nec in servitutem redigi deberé, ad quidquid secus fieri eontige-
rit irritum et inane, ipsosque indos, et alias gentes Verbi Dei praedicatione,
et exemplo bonae vitae, ad dictam Fidem Christi invitandos fore, Auctori-
tate Apostólica per praesentes litteras decernimus, et declaramus, non
obstantibus praemissis, caeterisque contrariis quibuscumque. Datum Ro-
mae anno 1537, IV. Non. Jun. Pontificatus nostri anno III." Esta y no otra
es la famosa bula que tanto ruido ha hecho.
FRANCISCO J. CLAVIJERO

en el mundo mejor gente que tan amorosa, afable y


ésta, ni
mansa. Aman a sus prójimos como a sí mismos; su idioma es
el más suave, el más dulce, el más alegre, pues siempre hablan

sonriendo y aunque van desnudos, créanme VV. AA. que tienen


:

costumbres loables y que su rey es servido con gran majestad.


el cual tiene modales tan amables, que da gusto verlo, así co-

mo el considerar la gran retentiva de aquel pueblo y el deseo de


saber todo, lo que los impulsa a preguntar las causas y los efec-
tos de las cosas." Cuánto mejor sería que el mundo estuviera
;

habitado por sátiros de esta especie que por hombres embuste-


rps y calumniadores! Per lo demás, puesto que Mr. de Paw em-
pleó diez años continuos en indagar las cosas de América, debe-
ría saber que en los países del Nuevo Mundo conquistados por
los españoles, no se han fundado otros obispados que los que han
nierido los reyes católicos. A ellos tocan el patronato que
ejercen en las iglesias americanas, y el derecho, reconocido el
año de 1508 por el papa Julio II. de fundar obispados y de pre-
sentar los obispos. Luego el afirmar que Paulo III quiso reco-
nocer por hombres a los americanos para fundar obispados en
los países más ricos del Nuevo Mundo, es una temeraria calum-
nia de un enemigo de la Iglesia romana, el cual, a no tener la
mente tan obcecada por el odio, debería más bien alabar el celo
y la humanidad que respira toda aquella bula.
El Dr. Robertson, que en parte adopta las extravagantes
opiniones del investigador, habla así de los americanos en el libro
VIII de su Historia de América: "Algunos misioneros, atónitos
al ver la lentitud de su comprensión y su insensibilidad, creye-
ron que eran una raza de hombres tan degenerada, que eran in-
capaces de entender los primeros rudimentos de la religión." Pe-
ro de pdénes sean estes misioneros y de cuánto peso su opinión,
oadie podrá saberlo mejor que el obispo Garcés. el cual lo explica
en la citada carta al papa Paulo III. Léase el pasaje de ella que
copio (1) y se verá que las causas de aquel error han sido la ig-

"Qiris tí:", impudenti animo ac preíricata fronte incapaces fidei


s. = ¿rr-E-re aodet, gaos meehaniearnsí artínm :;;:í::^líios intnemiir. ac anos
etiam ad mmisterram nostrum reÍ3.:~:s bonae indolis, fidele=. e£ sedea-tes
Et si loando, Beatásshne Patea*, tus Sancütas aliqnem religio-
. -

sam viram in hanc declinare sententiam aodierit, ersi eximia integritate


vitae, vel lignitate folgere videator, :=. oon ideo quicaiiam illi hac ir. re
;::ir5:et autorítatis, sed eomdein parnm aut nihil insndasse in illorum con-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 361

norancia y la desidia de algunos misioneros: y yo añado que


también las falsas ideas inspiradas a los indios en su primera
edad. Casi lo mismo que Garcés, dicen Las Casas, Acosta y otros
graves escritores.
"Un concilio celebrado en Lima, continúa el Dr. Robertson,
decretó que en virtud de esta su natural imbecilidad, fuesen ex-
cluidos del sacramento de la Eucaristía, y aunque Paulo III, en
su bula de 1537, los declarase criaturas racionales y capaces de
todos los privilegios de cristianos, sus progresos han sido tan
lentos en el curso dé dos siglos, que pocos poseen bastante dis-
cernimiento espiritual para que se les crea dignos de acercarse
a la sagrada mesa. Después de la más asidua instrucción, su fe
ha parecido débil y dudosa y aunque algunos han llegado a cono-
;

cer las lenguas sabias y han recorrido con aplauso la educación


académica, tan sospechosa es la solidez de su juicio, que a nin-
guno de ellos se confiere el orden del sacerdocio y ninguno es
admitido fácilmente en las casas religiosas." He aquí en pocas pa-
labras cuatro errores a lo menos. 1.° Que un concilio de Lima haya
excluido a los indios del Sacramento de la Eucaristía, por cau-
sa de su imbecilidad. 2.° Que Paulo III declaró a los indios cria-
turas racionales. 3.° Que pocos son los que poseen bastante dis-
cernimiento espiritual para que se les juzgue dignos de acercarse
a la sagrada mesa. 4.° Que a ningún indio se confiere el orden
sacerdotal.
En cuanto a lo primero, es cierto que en una congregación
de eclesiásticos reunida en Lima el año de 1552, la cual se llamó
primer concilio de Lima, aunque no fue concilio, ni tuvo fuerza
de tal, se mandó que no se administrase el Sacramento de la Eu-

versione certo certius arbitretur, ac in eorum addiscenda lingua, aut in-


vestigaríais ingeniis parum studuisse perpendat; nam qui in his caritate
christiana laborarunt, non frustra in eos jactare retia caritatis affirmant:
illi vero qui solitudini dediti, aut ignavia praepediti neminem ad Christi

cultum sua industria reduxerunt ne inculpari possint quod inútiles fuerint,


quod propriae negligentiae vitium est, id infidelium imbecillitati adscri-
bunt, veramque suam desidiam falsae incapacitatis impositione defendunt,
ac non minorem culpam in excusatione commitunt, quam erat illa, a qua
namque summe istud hominum genus talia asse-
liberari conantur. Laedit
rentium, hanc Indorum miserrimam turbam: nam aliquos religiosos viros
retrahunt, ne ad eosdem in fide instruendos proficiscantur, quamobrem
nonnulli Hispanorum qui ad illos debellandos accedunt, horum freti ju-
dicio, illos negligere, perderé ac mactare opinari solent non esse flagitium."
362 FRANCISCO J. CLAVIJERO

caristía a los indios, hasta que se hallasen perfectamente ins-


truidos y convencidos de las verdades de la fe cristiana; pues
aquel Pan Divino es alimento de perfectos, no ya porque se cre-
yesen idiotas aquellas gentes. Así consta por el testimonio del
primer concilio provincial, vulgarmente llamado II, celebrado en
Lima el año de 1567, el cual mandó a los párrocos que administra-
sen la Eucaristía a tocios los indios que hallasen bien dispuestos.
(1) Y no bastando aquella disposición para que algunos ecle-
siásticos la obedeciesen, de lo que se quejaba con razón el P. Acos-
ta, el segundo concilio de Lima, del año de 1583, presidido por
Santo Toribio de Mogrobejo, procuró remediar el daño con otros
decretos que copio (2), en los cuales se ve que por los mismos
motivos se negaba la Eucaristía a los negros traídos de África;
que las verdaderas causas de negarla eran, a juicio del concilio,
la negligencia o desidia, o el celo indiscreto, mal entendido de
los párrocos, y que el concilio se creyó obligado a remediar tan
grave desorden con nuevos decretos y con severos castigos. No
ignoro que estas respetables providencias fueron también des-
obedecidas y que fue preciso inculcarlas de nuevo en los sínodos
diocesanos de Lima, de la Plata, de la Paz, de Arequipa y del
Paraguay; pero todo esto prueba más la obstinación de algunos
párrocos que la incapacidad de los indios.
Por lo que hace a la bula de Paulo III, ya he demostrado
que no tuvo por objeto declarar hombres a los americanos, de que

(1) "Quamquam omnes Christiani adultiutriusque sexus teneantur


sanctissimum Eucharistiae Sacramentum accipere singulis annis saltem
in Paschate, hujus tamen provinciae antistites, cum animadverterent gen-
tem hanc Indorum et recentem esse, et infantilem in fide, atque id illorum
salute expediré judicarent, statuerunt ut usque dum fidem perfecte tene-
rent, hoc divino Sacramento, quod est perfectoram cibus, non communica-
rentur, excepto si quis ei percipiendo satis idoneus videretur. Placuit huic
Sanctae Synodo monere, prout serio monet, omnes Indorum Parochos, ut
quos audita jam confessione perspexerint, hunc coelestem cibum a reli-
quo corporali discernere, atque eumdem devote capere et poseeré, quoniam
sine causa neminem divino alimento privare possumus, quo tempore caete-
ris Christianis solent, Indis ómnibus administrent." Conc. Lim. I, vulgo II,
cap. 58.

(2) "Coeleste viaticum, quod nulli ex hac vita migranti negat Mater
Ecclesia, multis abhinc annis, Indis atque Aethiopibus, caeterisque per-
sonis miserabilibus praeberi deberé, Concilium Limense constituit. Sed ta-
men Sacerdotum plurium vel negligentia, vel zelo quodam praepostero,
atque intempestivo illis nihilo magis hodie praebetur. Quo fit ut imbeci-
!

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 363

sólo podrían dudar fueran capaces de duda; sino,


las bestias, si
supuesta su racionalidad, condenar la injusticia de sus opre-
sores.
En cuanto al tercer error de Robertson, dejando aparte los
otros países de América, porque no hacen al caso, es cierto y
notorio que en todas las provincias de México los indios están
obligados, como los españoles, a recibir la Eucaristía por Pas-
cua, excepto los neófitos de los países remotos, los cuales son
admitidos o no a la participación del Sacramento, según el jui-
cio de los misioneros. "En las tres audiencias en que está divi-
dido el territorio de México, dice Robertson, hay en la actualidad
-a lo menos dos millones de indios." Estoy seguro que este nú-

mero es inferior a la verdad; pero convengamos por un momen-


to en su exactitud. Luego no son poquísimos los indios que poseen
bastante discernimiento espiritual para que se les juzgue dig-
nos de ser admitidos a la sagrada mesa; a menos que Robert-
son crea que dos millones de hombres son poquísimos hombres,
o que atribuya a los obispos y párrocos la temeridad, no sólo de
admitir, sino de obligar a participar del Sacramento a los indios
que no están dignamente preparados. ¡Cuánta mayor fuerza no
tiene este argumento si se añaden a aquel número los indios de
las provincias meridionales que están sometidos a la misma
obligación
No es menos extraño el otro error sobre que ningún indio
recibe el orden sacerdotal. ¡Es posible que en éste y otros pun-
tos se muestre tan mal informado un escritor que reunió tan
vasta librería de escritores de América, y que recibió de Madrid
tantas noticias sobre el Nuevo Mundo! Sepa el Dr. Robertson

lies animae tanto bono, tamque necessario priventur. Volens igitur Sancto
Synodus ad executionem perducere, quae Christo duce, ad salutem Indo-
rum ordinata sunt, severe praecipit, ómnibus Parochis, ut extreme laboran-
tibus Indis atque Aethiopibus, viaticum administrare non praetermittant
dummodo in eis debitam dispositionem agnoscant, nempe fidem in Chris-
tum, et poenitentiam in Deum suo modo Porro Parochos qui a prima
. . .

hujus decreti promulgatione negligentes fuerint, noverint se, praeter di-


vinae ultionis judicium, etiam poenas arbitrio ordinarium, in quo conscien-
tiae onerantur, daturos: atque in visitationibus in illos de hujus statuti
observatione specialiter inquirendum." Conc. Lim. II, vulgo III, act II,
cap. 19. "In Paschate saltem Eucharistiam ministrare Parochus non prae-
termittat iis, quos et satis instructos et correctione vitae idóneos judica-
verit: ne et ipse alioqui ecclesiastici praecepti violati reus sit." Ib. cap. 20.
364 FRANCISCO J. CLAVIJERO

que, aunque primer concilio provincial, celebrado en México


el
el año de 1555, prohibiese que se ordenasen los indios, no ya
por su incapacidad, sino porque se creía que del envilecimiento
de su condición redundase alguna infamia al estado eclesiásti-
co, el tercer concilio provincial de 1585, que fue el más célebre
de todos, y cuyas disposiciones están en vigor, permitió que se
les confiriese la orden sacerdotal, con las precauciones debidas.
Pero conviene saber que los decretos de uno y otro concilio
comprenden igualmente y bajo los mismos términos a los in-
dios y a los mulatos, esto es, los hijos descendientes de sangre
europea y africana, y, sin embargo, nadie duda del gran talento
y de la capacidad de los mulatos para toda clase de ciencias. Tor-
quemada, que escribió su Historia en los primeros años del si-
glo XVII, dice que no era común admitir indios a las órdenes
religiosas, ni al sacerdocio, por su violenta inclinación a la em-
briaguez; pero al mismo tiempo asegura que en su tiempo ha-
bía sacerdotes indios, sobrios y ejemplares; así que hace a lo
menos 170 años que empezaron a recibir el sacerdocio. Desde
entonces ha habido tantos sacerdotes americanos en México,
que podrían contarse por millares; entre ellos algunos cen-
tenares de párrocos, muchos canónigos y doctores (1), y, según
conjeturas, un obispo doctísimo (2). Actualmente hay un gran
número de sacerdotes, no pocos párrocos y entre ellos tres o
cuatro discípulos míos. Si en hechos tan positivos erró tan gro-
seramente el historiador inglés, ¡qué será en aquellos puntos
que no pudo averiguar tan fácilmente, escribiendo desde tan
lejos y de países que nunca vio!

Entre estos doctores es digno de particular mención don Sebastián


(1)
Grijalva, natural de Ocozacuauhtla, pueblo grande de la diócesis de Chia-
pa. Habiendo venido a España, recibió el grado de doctor en Teología en
la Universidad de Salamanca, donde adquirió una gran reputación por su
saber. Regresado a América, fue nombrado párroco de su país, y allí hizo
tan sabios reglamentos para la conducta civil y cristiana de sus compa-
triotas, que su parroquia hubiera debido ser el modelo de todas las de
América. Hasta nuestros días se han conservado allí los efectos de sus
prudentes disposiciones. Escribió una docta obra teológica sobre la Inma-
culada Concepción de la Virgen, cuyo original se hallaba en la librería del
colegio de jesuítas de Ciudad Real, capital de aquella diócesis.

(2) Don Juan de Merlo, obispo de Honduras, y antes vicario general


del obispo Palafox. No he podido hallar ningún autor que hable de su pa-
tria; pero en la opinión general pasa por indio.
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 365

Yo, al contrario, traté íntimamente a los americanos; viví


algunos años en un seminario destinado a su educación; vi la
erección y los progresos del colegio de Guadalupe, fundado en
México por un jesuíta mexicano para la instrucción de las jó-
venes indias; tuve muchos indios entre mis discípulos; traté
con muchos párrocos americanos, con muchos nobles, y con un
grandísimo número de artesanos; observé atentamente su ca-
rácter, su genio, sus inclinaciones y su modo de pensar; he exa-
minado con suma diligencia su historia antigua, su religión, su
gobierno, sus leyes y sus costumbres. Después de tan gran prác-
tica y de tan prolijo estudio, por lo que me creo en estado de
poder decidir sin mucho peligro de engañarme, aseguro a Mr.
de Paw y a toda Europa que las almas de los americanos no son
en nada inferiores a las de los europeos; que son capaces de
todas las ciencias, aun de las más abstractas, y que si seriamen-
te se cuidase de su educación; si desde niños se instruyesen en
seminarios, bajo la dirección de buenos maestros, y si fuesen
protegidos y estimulados con premios, se verían entre ellos filó-
sofos, matemáticos y teólogos que podrían rivalizar con los
más famosos de Europa. Pero es harto difícil, por no decir im-
posible, hacer grandes porgresos en las ciencias en medio de una
vida miserable y servil, y bajo el peso de continuos males. Quien
contemple el estado presente de la Grecia, dudaría que aquel
país haya sido la cuna de tantos hombres grandes, si no cons-
tase por sus inmortales obras y por el consentimiento general
de los siglos. Y, sin embargo, los obstáculos que los griegos mo-
dernos tienen que vencer para llegar a las fuentes de la ciencia,
no son comparables con los que siempre se han opuesto a la
ilustración de los americanos. A pesar de todo, yo quisiera que
Mr. de Paw y todos los que piensan como él, se hallasen pre-
sentes, sin ser vistos, a los consejos y reuniones que celebran
en ciertos días, para tratar de sus negocios, los indios que ejer-
cen más autoridad e influjo en sus pueblos, y oyesen cómo aren-
gan y discurren aquellos sátiros del Nuevo Mundo.
Finalmente, toda la historia antigua de los mexicanos y
de los peruanos manifiesta que saben pensar y ordenar sus ideas
que son susceptibles de las pasiones de la humanidad y que la
única ventaja que les llevan los europeos es la de haber recibido
mayor dosis de instrucción. El gobierno político de los antiguos
americanos, sus leyes y sus artes, demuestran evidentemente
su buen ingenio. Sus guerras hacen ver que sus almas no son
366 FRANCISCO J. CLAVIJERO

insensibles a los estímulos del amor, como piensan el conde de


Buffon y Mr. de Paw, pues hubo ocasiones en que el amor les
puso las armas en la mano.
He hablado de su valor, exponiendo sinceramente, cuando
traté de su carácter en general, lo que he observado en los ame-
ricanos actuales, y mi opinión sobre los antiguos; pero, pues
Mr. de Paw alega la conquista de México como una prueba con-
vincente de su cobardía, conviene ilustrar su ignorancia o ha-
cer patente su mala fe.
"Cortés, dice, conquistó imperio de los mexicanos con
el

450 vagabundos, mal armados, y con 15 caballos; su miserable


artillería constaba de 6 falconetes, que hoy no serían capaces
de amedrentar a un castillejo defendido por inválidos. Duran-
te su ausencia se mantuvo dueño de la capital con la mitad de
aquella fuerza. ¡Qué hombres! ¡Qué sucesos!"
"Es constante, dice en otra parte, por la deposición de to-
dos los historiadores, que los españoles entraron por primera
vez en la capital de México, sin disparar una vez la artillería.
Si el título de héroe conviene al que tiene la desgracia de dar
muerte a un gran número de animales racionales, Hernán Cor-
tés puede aspirar a conseguirlo: por lo demás, no creo que haya
adquirido verdadera gloria, trastornando una monarquía vaci-
lante, que del mismo modo hubiera podido trastornar cualquier
bandido de nuestro continente." Estos pasajes de las Investiga-
ciones filosóficas demuestran que su autor ignoraba la historia
de la conquista de México, o, lo que es más verosímil, que calló
maliciosamente lo que se oponía a su sistema, pues todos los
que la han leído saben que la conquista de México no se hizo
con 450 hombres, sino con más de 200,000. El mismo Cortés, a
quien más que a Mr. de Paw convenía disminuir el número de
los conquistadores para dar más realce a su valor y más gloria
a su empresa, declara que era excesivo el número de aliados
que estaban a sus órdenes en el asedio de la capital, y que com-
batían contra los mexicanos más furiosamente que los mismos
españoles. Consta, por la relación de Hernán Cortés enviada a
Carlos V, que el asedio de México empezó con 87 caballos, 848
peones españoles armados de mosquetes, ballestas, espadas y
lanzas, y más de 75,000 aliados tlaxcaltecas, huexotzingos, cho-
lultecas y chalqueses, y provistos de diferentes especies de ar-
mas; con tres grandes cañones de hierro, 15 pequeños de bron-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 367

ce y 13 bergantines. Durante el sitio se agregaron a los espa-


ñoles las numerosas naciones de otomites, cohuixcas, matla-
zincas y las tropas de las populosas ciudades de los lagos de ;

modo que el ejército de los aliados no sólo pasó de 200,000 hom-


bres, sino que llegó a 240,000, según parece por la misma carta
del general, sin contar 3,000 barcas o canoas que acudieron a
su ayuda. Ahora pregunto yo a Mr. de Paw si le parece cobardía
haber sostenido por 75 días el asedio de una ciudad abierta,
combatiendo diariamente con un ejército tan numeroso y en
parte provisto de armas superiores, y luchando, sobre todo, al
mismo tiempo con la sed y con el hambre. ¿Merecen el nombre
de cobardes los que, después de haber perdido siete de las ocho
partes de la ciudad y 150,000 conciudadanos, parte en acciones
de guerra, parte exterminados por las privaciones y por las en-
fermedades, continuaron defendiéndose hasta verse furiosamen-
te atacados y oprimidos por el número, en el único rincón que
les quedaba? Pues todo esto consta por las cartas del mismo
caudillo de las tropas del sitio.
"Lo cierto es, dice Mr. de Paw, y en ello convienen todos
los historiadores, que los españoles entraron la primera vez en
México sin disparar una sola vez su artillería." Qué argumento ¡

tan sólido, y cuan digno de la lógica del investigador! Si los


mexicanos fueron cobardes porque los españoles entraron la
primera vez en su capital sin disparar su artillería, podremos
también decir que son cobardes los prusianos, porque los em-
bajadores de muchas partes de Europa entran en Berlín sin
disparar siquiera una pistola. ¿Quién ignora que los españoles
fueron entonces admitidos como embajadores del gran monar-
ca de Levante? Véase lo que dicen los historiadores, y el mis-
mo Cortés, que en aquella ocasión se fingió embajador del rey
católico. Si los mexicanos hubieran querido entonces oponerse
a su entrada, como se opusieron la segunda vez, ¿cuándo hubie-
ran podido entrar con 6,000 hombres, habiéndoles sido tan di-
fícil después hacerlo con 200,000? (1)

(1) "No es menos que en la Nueva España, el auxi-


cierto, dice Acosta,
lio de los tlaxcaltecas fue el que dio a Cortés y a los suyos la victoria y la
conquista de México, y sin ellos hubiera sido imposible, no ya apoderarse
de la ciudad, sino mantenerse más tiempo en ella. Los que hacen poco
caso de los indios y se persuaden que los españoles podían conquistar so-
los aquellos países, gracias a las ventajas de sus personas, de sus caba-
llos y de sus armas, se engañan notablemente."
368 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Mr. de Paw censura a Cortés, y yo ni quiero hacer la apo-


logía de este conquistador, ni puedo sufrir el panegírico que en
lugar de historia escribió Solís; pero todo hombre instruido en
la de sus acciones militares, deberá confesar que en la cons-
tancia, en el valor y en la prudencia militar, rivaliza con los
generales más famosos de los tiempos antiguos y modernos, y
que tuvo aquella especie de heroísmo que reconocemos en Ale-
jandro y en César, a cuya magnanimidad se tributan los elogios
que merece, sin embargo de los vicios que la obscurecieron.
Las causas de la rapidez con que los españoles se apodera-
ron de América, han sido en parte indicadas por Mr. de Paw.
"Confieso, dice, que la artillería era un instrumento destructor
y poderosísimo, al cual debían ceder al cabo los americanos."
Si a la artillería se añaden las otras armas superiores, los ca-
ballos y la mejor disciplina militar de los conquistadores; si se
agrega, sobre todo, la discordia que dividía a los conquistados,
se verá que no hay motivo para censurar la cobardía de aque-
llos pueblos, ni para maravillarse del violento trastorno que
sufrió el Nuevo Mundo. Imagínese Mr. de Paw que en los tiem-
pos de las estrepitosas y crueles facciones de Sila y de Mario
hubiesen los atenienses inventado la artillería y las otras armas
de fuego, y que 6,000 hombres, reunidos, no a todo el ejérci-
to de Mario, sino a una pequeña parte de sus tropas, hubiesen
emprendido la conquista de Italia: ¿cree que no la hubieran lo-
grado, a despecho del poder de Sila, del valor y de la disciplina
de las legiones romanas, del número de éstas y de su caballe-
ría, de la multitud de sus armas y de sus máquinas y de las
fortificaciones de las ciudades? ¡Cuánto terror no hubieran ins-
pirado en los ánimos de los más intrépidos centuriones el ho-
rrendo estrépito de la artillería, la violencia destructora de las
balas, a cuyo irresistible impulso hubieran visto desaparecer filas
enteras ! Y qué no habrá sido en las naciones del Nuevo Mundo,
¡

que no tenían ni las armas, ni la caballería, ni la disciplina, ni


las máquinas, ni las fortificaciones de los romanos Por el con-
!

trario, lo que es realmente digno de admiración es que los va-


lientes españoles, con toda su disciplina, con su artillería, con
sus armas de fuego, no hayan podido en más de dos siglos sub-
yugar en la América Meridional los guerreros araucanos, ar-
mados sólo de lanzas y de mazas; en la América Septentrional,
los apaches, que sólo tienen arcos y flechas, y, sobre todo, lo
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 369

que parece increíble, y es, sin embargo, cierto, que 500 hombres
de la nación de los Seris hayan sido por muchos años el azote de
los españoles de Sonora y Sinaloa.
Finalmente, omitiendo otros muchos despropósitos de Mr.
de Paw contra los americanos, no puedo disimular la atroz in-
juria que les hace, hablando de sus costumbres. Cuatro son los
principales vicios con que infama a todos los americanos, a sa-
ber: la glotonería, la embriaguez, la ingratitud y la sodomía.
Yo, ciertamente, no había oído hablar de la glotonería de
los americanos, hasta que tropecé con el pasaje de Mr. de la
Condamine, citado y adoptado por Mr. de Paw; por el contrario,
no he leído autor, algo instruido en las cosas de América, que no
celebre la sobriedad de aquellos pueblos. Consúltense las obras
de Las Casas, Garcés, el conquistador anónimo, Oviedo, Goma-
ra, Acosta, Herrera, Torquemada, Betancourt, etc. (1) Casi
todos los historiadores cuentan la admiración que causó a los
españoles la parsimonia de los indios, y, por el contrario, la ex-
trañeza de éstos al ver que aquéllos comían en un día más que
ellos en una semana, y, para decirlo en pocas palabras, la so-
briedad de los americanos es tan notoria, que sería necedad
defenderlos del vicio contrario. Mr. de la Condamine vio quizás
comer a algunos indios hambrientos, en su viaje por el río Ma-
rañón, y de allí infirió, como tantas veces sucede a los viaje-
ros, que todos ellos eran glotones. Don Antonio Ulloa, que estu-
vo en América con Mr. de la Condamine, que se detuvo allí más
tiempo y tomó más menudos informes acerca de las costumbres
de los indios, dice todo lo contrario que el matemático francés.
La embriaguez es el vicio dominante de aquellas naciones.
Así lo confieso ingenuamente en el libro I de esta Historia, ex-
poniendo sus excesos y señalando sus causas; pero añado que
no era así en los países de Anáhuac antes que los ocupasen los

(1) Las Casas, en su memorial a Felipe II, intitulado Destrucción de


los Indios, afirma que el comer de los indios es tal, que el de los antiguos
padres de la Tebaida no podía ser ni menos sobrio, ni más escaso, ni más
miserable. Garcés, en su carta a Paulo III, dice que no es posible dar una
idea exacta de su sobriedad. El conquistador anónimo dice que no hay
pueblo que se mantenga con menos que el americano. Así hablan todos los
testigos oculares de sus costumbres. Por Torquemada sabemos que los pri-
meros abstinentísimos religiosos que anunciaron el Evangelio a los mexi-
canos tuvieron mucho que aprender y no poco que admirar de su modera-
ción en comer.
370 FRANCISCO J. CLAVIJERO

españoles, por el gran rigor con que se castigaba aquel vicio,


el cual queda impune en la mayor parte de los países del anti-
guo continente, o más bien sirve de excusa a otros delitos más
graves. Los escritores que investigaron el gobierno político de
los mexicanos citan las leyes severas que había contra la embria-
guez, tanto en México como en Texcoco, Tlaxcala y otros Esta-
dos, según lo representan sus pinturas. La LXIII de la colección
de Mendoza representa dos jóvenes de ambos sexos, conde-
nados a muerte por haberse embriagado, y un anciano septua-
genario, a quien la ley, en consideración a su edad, permitía beber
cuanto apetecía. Pocos Estados se hallarán en el mundo, en que
haya sido mayor el celo de los soberanos en la corrección de esta
clase de excesos.
También he refutado, en dicho libro I de mi Historia, el
error común acerca de la ingratitud de los americanos mas, co- ;

mo todo lo que allí he dicho no bastará a convencer a los que


están prevenidos contra ellos, quiero citar aquí un singular
ejemplo de gratitud que bastará a disipar la opinión contraria.
El año de 1556 murió en Uruapan, pueblo considerable de
Michuacan, visitando su diócesis, a la edad de 95 años, el céle-
bre Vasco de Quiroga, fundador y primer obispo de aquella
iglesia, el cual, a ejemplo de San Ambrosio, pasó de la judica-
tura civil a la dignidad episcopal. Este insigne prelado, digno
de compararse a los primeros padres del cristianismo, trabajó
infinito en favor de los michuacanos, instruyéndolos como após-
tol y amándolos como padre; construyó templos, fundó hospi-
tales y señaló a cada lugar de indios un ramo principal de co-
mercio, a fin de que su recíproca dependencia los tuviese unidos
con los vínculos de la caridad y de este modo se perfeccionasen
en las artes y a nadie faltasen recursos para vivir. La memoria
de tantos beneficios se conserva tan viva en aquellos naturales,
después de pasados dos siglos, como si todavía viviese su bien-
hechor. El primer cuidado que tienen las indias, cuando sus
hijos empiezan a hacer uso de la razón, es el de hablarles de ta-
ta, don Vasco (así lo llaman todavía por el amor filial que le

conservan), declarándoles lo que hizo en favor de su nación, en-


señándoles su retrato y acostumbrándolos a no pasar nunca
delante de él sin arrodillarse. Además de esto fundó aquel gran
prelado, por los años de 1540, un seminario en la ciudad de
Pátzcuaro, para la instrucción de la juventud, y encargó a los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 371

indios de Santa Fe (pueblo fundado por él mismo en las orillas


del lago de Pátzcuaro) que enviasen cada semana un hombre
a servir a los seminaristas. Fue puntualmente obedecido, y has-
ta hoy, después de más de 230 años, no ha faltado nunca el
indio a quien toca desempeñar aquellas funciones, sin haber
sido jamás necesario llamarlos ni constreñirlos, pues tienen
empeño en corresponder de este modo a los grandes bienes que
les hizo aquel pastor incomparable. Poseen en la ciudad de Pátz-
cuaro sus huesos, con tal veneración, que una vez que pensó en
transferirlos a Valladolid el cabildo de aquella catedral, se in-
quietaron los indios y se disponían a impedirlo con la fuerza,
como hubiera sucedido a no haber renunciado el cabildo a su
proyecto, por evitar los desórdenes que se apercibían. ¿Puede
darse una prueba más positiva de la gratitud de una nación?
Semejantes demostraciones han hecho los indios en muchos
pueblos de aquellos países a fin de retener en ellos a los misio-
neros que los habían doctrinado en la fe. Las ocurrencias de
esta clase que sucedieron en los dos siglos pasados pueden ver-
se en el tomo III de Torquemada y en el Teatro Mexicano, de
Betancourt. De las de nuestros tiempos, aún viven muchos tes-
tigos oculares, y yo soy uno de ellos. Si a veces no se muestran
agradecidos los indios a sus bienhechores, es porque los conti-
nuos males que padecen les hacen sospechosos los beneficios;
pero cuando están seguros de la sincera benevolencia del que
los favorece, son capaces de sacrificar cuanto poseen a la gra-
titud, como saben todos los que han vivido entre ellos y los
han observado sin preocupación.
Pero la mayor injuria que Mr. de Paw hace a los america- „

nos es la de afirmar que "la sodomía estaba en gran uso en


aquellas islas, en el Perú, en México y en todo el continente."
No sé cómo, después de haber estampado tan atroz calumnia,
se atrevió a decir, como dice en su respuesta a Pernety, que to-
da su obra de las Investigaciones respira humanidad. ¿Es hu-
manidad infamar a todas las naciones del Nuevo Mundo, echán-
doles en cara un vicio tan vil y tan vergonzoso? ¿Es humanidad
su cólera contra Garcilaso porque defiende a los peruanos de
aquella imputación? Aunque hubiese graves autores que atri-
buyesen tan torpe delito a todos los pueblos americanos, sien-
do, como en efecto son, muchos los autores graves que aseguran
todo lo contrario, debía Mr. de Paw, según las leyes de la hu-
372 FRANCISCO J. CLAVIJERO

manidad, abstenerse de una acusación de tan graves consecuen-


cias, especialmente cuando no hay un solo autor digno de cré-
dito en cuya autoridad pueda fundarse la generalidad de su
proposición. Hallará quizás algunos escritores, como el conquis-
tador anónimo, Gomara y Herrera, que han achacado aquel vicio
a algunos americanos o cuando más a algún pueblo de Amé-
rica pero ¿ dónde hallará un escritor de nota que haya osado de-
;

cir "que la sodomía estaba en gran uso en las islas, en el Perú,


en México y en todo el Nuevo Mundo?" Antes bien, todos los
historiadores de México declaran a una voz que las naciones me-
xicanas detestaban aquel vicio, y citan las penas terribles con
que lo castigaban las leyes, como puede verse en las obras de
Gomara, Torquemada, Betancourt y otros. Las Casas asegura,
en su escrito presentado a Carlos V en 1542, que habiendo he-
cho diligentes averiguaciones en las islas Española, Cuba, Ja-
maica, Puerto Rico y Lucayas, halló que no había memoria de
semejante delito en aquellas naciones. Lo mismo afirma del Pe-
rú, de Yucatán, de todos los países de América en general, ex-
ceptuando tan sólo tal cual pueblo, según sus expresiones, en
que hay algunos culpables; "mas no por esto, añade, debe in-
culparse todo aquel mundo." (1) ¿Quién, pues, ha autorizado
a Mr. de Paw para vilipendiar en asunto tan grave a todo un
continente? Aunque los americanos fuesen, como él supone,
hombres sin honor y sin vergüenza, las leyes de la humanidad
exigen, a lo menos, que no se les calumnie. A tamaños excesos
lo conduce aquel ridículo empeño de envilecer a la América, y
tales son las consecuencias de su perversa lógica, con la que de-
duce muchas veces, según hemos demostrado, proposiciones ge-
nerales, de premisas particulares y de hechos aislados. Si por-

"Los españoles (dice Las Casas hablando de algunos y no de to-


(1)
dos) han infamado a los indios con los mayores delitos, no por otra razón
que por sus intereses personales. Desde que echaron de ver cuan fácil era
enriquecerse a costa de los bienes y de las personas de los indios, los han
acusado mil veces de estar infestados con el vicio de sodomía; pero esta
acusación es una gran maldad y perversidad de los acusadores, pues en
todas las grandes islas Española, Cuba, San Juan, Jamaica, y en 60 islas
Lucayas, en que había pueblos numerosos, no hay memoria de semejante
vicio, como yo puedo atestiguar habiendo hecho desde el principio grandes
investigaciones sobre el asunto. Ni tampoco se halló este vicio en el Perú
ni en Yucatán, y así generalmente en ninguna parte, excepto en algunos
lugares en que dicen que había algunos que lo practicaban."
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 373

que lospanuqueses u otros pueblos americanos estaban infes-


tados de aquel vicio, es lícito decir que era común a toda la
América, también podrán los americanos infamar con igual im-
putación a todo el antiguo continente, sabiendo que la sodomía
estaba muy en uso en algunos pueblos antiguos del Asia y mu-
cho más entre los griegos y romanos. Además de que no se
sabe que en América haya en la actualidad pueblo alguno con-
taminado con aquella peste moral; y, por el contrario, sabemos,
por deposición de muchos autores, que algunos pueblos del Asia
no han renunciado a ella, y que aun en la Europa misma, si es
cierto lo que dicen Locke y Mr. de Paw, es común entre los tur-
cos santones otro vicio más execrable del mismo género y que,
en lugar de ser castigados los que lo practican, son reputados
generalmente por santos y todos los turcos les prodigan las ma-
yores demostraciones de respeto y veneración.
El suicidio es otra de las enormidades que Mr. de Paw
achaca a los objetos de su encarnizado odio. Es cierto que en
tiempo de la Conquista hubo muchos que se ahorcaron, se pre-
cipitaron, o por medio de un hambre voluntaria pusieron fin a
su amarga existencia; pero ¿qué extraño es que unos hombres
privados de las luces de la religión y desesperados por las into-
lerables vejaciones que les hacían sufrir los conquistadores, hi-
ciesen lo que tan frecuentemente hacían los griegos, los roma-
nos y los españoles antiguos, y lo que hacen los ingleses, los
franceses y los japoneses modernos, por el más leve motivo,
por un capricho o por una idea ridicula de honor? (1) ¿Cuál es
el europeo que puede echar en cara el suicidio a los americanos,
en un siglo en que se ha hecho moda en Inglaterra y en Francia
(2) y en que, borrando de la mente las ideas más justas que re-
cibimos de la naturaleza y de la religión, se inventan razones y
se publican libros para justificarlo? ¡Tan grande es el empeño
de ultrajar a la América y a los americanos!
El mismo ahinco tuvo, sin duda, el español, cualquiera que
sea, que ordenó el índice general de las Décadas del cronista

(1)Entre las muchas y memorables extravagancias de los que en es-


tos últimos tiempos se han suicidado en Inglaterra, sé, por persona que se
hallaba a la sazón en Londres, que uno que sé mató en aquella capital dejó
escrito no tener otro motivo para dejar la vida, que el deseo de ahorrarse
la molestia de vestirse y desnudarse diariamente.

(2) Consta que en París ha- habido año de 150 suicidios.


374 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Herrera, imputando inconsideradamente a todos los america-


nos lo que dice de algunos individuos, con varias excepciones.
Quiero copiar aquí lo que se lee en aquel índice, para que se
avergüencen los hombres de escribir tales despropósitos. "Los
indios, dice, son harto perezosos, viciosísimos, grandes borra-
chos por genio, estafadores, débiles, embusteros, enredadores,
novadores, inconstantes, ligeros, cobardes, inmundos, sedicio-
sos, ladrones, ingratos, incorregibles, vengativos más que nin-
guna otra nación de tan grosera masa que
; se duda si son racio-
nales; bárbaros, bestiales, gobernados por sus apetitos como
los brutos, etc." Este mismo es el lenguaje de Mr. de Paw y de
otros muchos humanísimos europeos; de modo que parece que
estos hombres no se creen obligados, para con el Nuevo Mundo,
a respetar la verdad, ni a observar las leyes de la caridad fra-
terna, publicadas por el Hijo de Dios en el mundo antiguo.
Pero un americano dotado de mediano ingenio y de algu-
si

na erudición, quisiera pagar en la misma moneda a los mencio-


nados escritores (como hemos dicho del filósofo Guineo), le se-
ría fácil componer una obra con el título de Investigaciones filo-
sóficas sobre los habitantes del antiguo continente. Observando
el mismo método de su predecesor, recogería cuanto hallase es-
crito sobre los países estériles del mundo antiguo, sus montes
inaccesibles, sus llanuras pantanosas, sus bosques impenetra-
bles, sus desiertos arenosos y sus maléficos climas; de ios rep-
tiles asquerosos y malignos, de las culebras, de los sapos, de los
escorpiones, de las hormigas, de las arañas, de los cientopies,
de los escarabajos, de las chinches y de los piojos; de los cuadrú-
pedos irregulares, chicos, rabones, defectuosos y pusilánimes;
de los hombres degenerados, descoloridos, desproporcionados
en la estatura, disformes en las facciones, débiles de complexión^
apocados de ánimo, obtusos de ingenio y crueles de índole.
Cuando llegase al capítulo de los vicios ¡qué inmensa copia de
materiales no podría reunir! ¡Cuántos ejemplos de bajeza,
de perfidia, de crueldad, de superstición, de disolución, de hipo-
cresía! La historia del pueblo romano, la nación más célebre del
mundo antiguo, le suministraría por sí sola una cantidad in-
creíble de las más horrendas maldades. Bien echaría de ver que
aquellos defectos y estos vicios no eran comunes a todos los paí-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 375

ses ni a todos los habitantes de aquella parte del globo ; pero no


importa, si había de seguir por modelo a Mr. de Paw y servirse
de su lógica. Esta obra sería mucho más apreciable y más dig-
na de crédito que la de Mr. de Paw; pues si este filósofo no cita
contra la América y contra los americanos sino autores euro-
peos, nuestro investigador americano no echaría mano sino de
autores nacidos en el mismo continente contra el cual dirigiría
sus ataques.
DISERTACIÓN VI

CULTURA DE LOS MEXICANOS

Siempre enfurecido contra el Nuevo Mundo Mr. de Paw,


llama bárbaros y salvajes a todos los americanos y los juzga
inferiores en sagacidad e industria a los pueblos más toscos y
groseros del antiguo continente. Si se hubiese satisfecho con
decir que las naciones americanas eran en gran parte incultas,
bárbaras y brutales en sus costumbres, como fueron antigua-
mente muchas naciones de las que ahora son las más cultas de
Europa, y como son en la actualidad muchos pueblos de Asia,
de África y de la Europa misma; que sus artes no estaban tan
perfeccionadas ni sus leyes eran tan buenas ni tan bien orde-
nadas; que sus sacrificios eran inhumanos, y algunos de sus
usos extravagantes, no podríamos ciertamente contradecirlo.
Pero tratar a los mexicanos y a los peruanos como a los caribes
y a los iroqueses colocar en la misma línea su industria, des-
;

acreditar sus leyes, despreciar sus artes y poner aquellas acti-


vas y laboriosas naciones en el mismo pie que los pueblos más
toscos del antiguo continente, ¿no es esto obstinarse en el em-
peño de envilecer al Nuevo Mundo y a sus habitantes, en lugar
de buscar la verdad, como parece prometerlo el título de In-
vestigaciones filosóficas ?
Llamamos hoy bárbaros y salvajes a los hombres que, con-
ducidos más bien por el ímpetu de los apetitos naturales que
por los dictados de la razón, ni viven congregados en sociedad,
ni tienen leyes para su gobierno, ni jueces que decidan sus de-
rechos, ni superiores que velen su conducta, ni ejercitan las ar-
tes necesarias para remediar las miserias de la vida; en fin, los
que no tienen idea de la Divinidad, o a al menos carecen de un
culto establecido para honrarla. Los mexicanos, todas las na-
ciones de Anáhuac y los peruanos, reconocían un Ser Supremo
y Omnipotente, aunque su creencia era, como la de otros mu-
378 FRANCISCO J. CLAVIJERO

chos pueblos idólatras, un tejido de errores y supersticiones.


Tenían, sin embargo, un sistema fijo de religión; sacerdotes,
templos y sacrificios; ritos encaminados al culto uniforme de la
Divinidad. Tenían reyes, gobernadores y magistrados; ciuda-
des y poblaciones tan grandes y tan bien ordenadas como haré
ver en otra Disertación. Tenían leyes y costumbres de cuya ob-
servancia cuidaban las autoridades públicas. Ejercían el comer-
cio y se esmeraban en hacer respetar la equidad y la justicia en
sus tratos. Sus tierras estaban distribuidas y aseguradas a ca-
da uno la propiedad y la posesión de su terreno. Practicaban la
agricultura y las otras artes, no sólo las necesarias a la vida,
sino también las de deleite y lujo. ¿Qué más se requiere para
sacar a una nación del catálogo de las bárbaras y salvajes? "La
moneda, responde Mr. de Paw; el uso del hierro; el arte de es-
cribir, el de construir navios y puentes de piedra y el de hacer
cal. Sus artes eran imperfectas y toscas; sus lenguas escasísi-
mas de voces numerales y de términos capaces de expresar las
ideas universales; se puede decir que casi no tenían leyes, por-
que no puede haberlas donde reinan la anarquía y el despotis-
mo." Cada uno de estos artículos exige un examen particular.

MONEDA
Mr. de Paw decide que ninguna nación de América era cul-
ta y civilizada, porque ninguna usaba de moneda; y para pro-
bar la exactitud de su consecuencia alega un pasaje de Mon-
tesquieu: "Habiendo naufragado Arístipo, dice este escritor, se
salvó a nado en una playa, y, al ver delineadas en la arena unas
figuras de geometría, se llenó de júbilo, conociendo que había lle-
gado a un pueblo griego y no a una horda bárbara. Imaginaos
que llegáis por acaso a un país desconocido; si encontráis algu-
na moneda, no dudéis que estáis en un país culto." Pero si Mon-
tesquieu infirió sensatamente la cultura de un pueblo del uso
de la moneda, Mr. de Paw infiere muy insensatamente de la
falta de moneda, la falta de cultura. Si por moneda se entiende
un pedazo de metal acuñado con el busto del rey o con un sello
o signo público, es cierto que su falta no supone barbarie en
una nación. "Los atenienses, dice el mismo *Montesquieu, porque
no hacían uso de los metales, se servían de bueyes en lugar de
moneda, como los romanos de ovejas;" de donde viene el nom-
bre de pecunia; pues en la primera moneda acuñada de los ro-

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 379

manos, se puso la imagen de la oveja, en recuerdo del objeto


que había servido antes para sus contratos. Los griegos eran,
sin duda, una nación bastante culta en tiempo de Homero pues ;

no era posible que de un pueblo inculto se alzase un hombre ca-


paz de componer la Diada y la Odisea, poemas inmortales, que
después de veinticinco siglos no cesan de ser admirados, aunque
nadie ha sido parte a imitarlos todavía, y, sin embargo, los
griegos de aquellos tiempos no conocían la moneda acuñada, co-
mo se echa de ver en las obras mismas de aquel poeta, el cual,
cuando quiere significar el valor de alguna cosa, no lo expresa
de otro modo que por el número de bueyes o de ovejas que va-
lía. Así es como en el libro VII de la Iliada dice que Glauco dio

sus armas de oro, que valían cien bueyes, por las de Diomedes,
que eran de cobre y no valían más que nueve. Dondequiera que
habla de un objeto adquirido por contrato, se expresa en tér-
minos de cambio o permuta. Por esto, en la antigua controver-
sia-suscitada entre las dos sectas de jurisconsultos, sabinianos
y proculianos, los primeros sostenían que podía haber verdade-
ra compra y venta sin precio, y en su apoyo citaban ciertos ver-
sos de Homero, en que se llama compra y venta lo que no era
realmente más que el cambio de una cosa por otra. Los lacede-
monios eran un pueblo civilizado de Grecia, sin embargo de ca-
recer de moneda, pues una de las leyes fundamentales de Licur-
go era que no se comerciase de otro modo que por permutas (1).
Los romanos no tuvieron moneda acuñada hasta los tiempos de
Servio Tulio; ni los persas, hasta el reinado de Darío Histaspes,
y nadie habrá que llame bárbaros a unos y a otros en los tiem-
pos que precedieron a aquellas dos épocas. Los hebreos estaban
civilizados a lo menos desde el tiempo de sus jueces, y no sabe-
mos que conociesen la moneda hasta los de los macabeos. Luego
la falta de moneda acuñada no es prueba de barbarie.
Si por moneda se entiende un signo representativo del va-
lor de todas las cosas, como lo define el mismo Montesquieu, es
cierto e indudable que los mexicanos y todas las naciones de
Anáhuac, excepto los bárbaros chichimecas y otomites, se servían
de moneda en su tráfico. ¿Qué otra cosa era el cacao, que cons-
tantemente empleaban en el mercado, para adquirir lo que

(1) "Emi singula, non pecunia, sed compensatione mereium jussit."


Justin, lib. III.
380 FRANCISCO J. CLAVIJERO

necesitaban, sino un signo representativo de todas las cosas


que se adquirían por su medio? El cacao tenía su valor fijo: se
daba por número; y para ahorrarse el trabajo de contar cuando
la mercancía importaba un gran número de almendras, ya se
sabía que cada saco de cierto tamaño contenía tres xiquipillis o
24,000 almendras. ¿Y quién no confesará que el cacao es mu-
cho más conveniente para signo representativo que los bueyes
y las ovejas de que se servían los griegos y los romanos, y la sal
que en la actualidad tiene el mismo uso entre los abisinios? Con
un buey o con una oveja no se puede adquirir un objeto de poco
valor, y cualquiera enfermedad o accidente que les sobreviniese
podía empobrecer fácilmente al que no tenía otro capital. "Em-
pléase el metal en la moneda, dice Montesquieu, a fin de que el
signo sea más durable. La sal de que se sirven los abisinios tie-
ne el inconveniente de una disminución progresiva;" el cacao,
por el contrario, podía servir para toda especie de valores, se
transportaba y custodiaba más fácilmente y se conservaba con
menos peligro y sin necesidad de tantas precauciones.
El uso del cacao en el tráfico de aquellas naciones podrá
parecer a algunos un verdadero cambio; mas no era así, pues
habiendo varias especies de cacao, no usaban como moneda el
llamado tlalcacahuatl o cacao menudo, con que hacían sus bebidas
ordinarias, sino más bien otras especies más comunes y menos
aptas para servir de alimento, las cuales corrían de mano en
mano, y casi no se aplicaban a otro fin que a las transacciones
mercantiles. De esta especie de moneda hacen mención todos
los historiadores de México, tanto españoles como indios: de las
otras cuatro especies mencionadas en el libro VII de esta His-
toria, hablan Cortés y Torquemada. Cortés afirma, en su última
carta al emperador Carlos V, que habiendo hecho muchas in-
dagaciones acerca del comercio de aquellas gentes, halló que en
Tlachco y en otras provincias se servían de moneda. Si no hu-
biese oído hablar de moneda acuñada,, no habría limitado su
uso a Tlachco y a otras provincias, pues bien sabía, sin nece-
sidad de hacer nuevas investigaciones, que en los mercados de
México y de Tlaxcala, a los que muchas veces había concurrido,
se servían, como de moneda, del cacao, de unos pedazos de tela
de algodón, que llamaban Patolquachtli, y del oro en polvo,
puesto en plumas de ánade. Yo sospecho, sin embargo de lo que
he dicho en aquella parte de mi Historia, que había verdadera
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 381

moneda acuñada y que tanto aquellas piezas delgadas de es-


taño, de que habla Cortés, como las de cobre, hechas en forma
de T, que menciona Torquemada (1), tenían algún sello o se-
ñal autorizada por el rey o por los señores feudatarios.
Para evitar todo fraude en comercio, nada podía vender-
el
se fuera del mercado, si no es los comestibles ordinarios; y en
aquel sitio, como ya he dicho y como consta por testigos ocula-
res, reinaba el mejor orden que puede imaginarse. Había medi-
das prescritas por los magistrados; comisarios que giraban por
todas partes observando cuanto ocurría, y jueces de comercio
encargados de conocer en todos los pleitos que se suscitaban en-
tre los comerciantes, y en castigar los delitos que se cometían en
el mercado. ¡Y en vista de todos estos datos, habrá quien diga
que los mexicanos eran inferiores en industria a los pueblos más
groseros del antiguo continente, entre los cuales hay algunos tan
embrutecidos y obstinados en su barbarie, que no ha bastado en
tantos siglos el ejemplo de las otras naciones para darles a co-
nocer las ventajas de la moneda!

USO DEL HIERRO

El uso del hierro es una de aquellas circunstancias que Mr.


de Paw exige para llamar culta a una nación; y por falta de
ella cree bárbaros a todos los americanos. Así que si Dios no
hubiese formado aquel metal en las entrañas de la tierra, todo
el género humano merecería el título de bárbaro, según el mo-
do de raciocinar de aquel filósofo. Pero en la misma parte de
su obra en que echa mano de este argumento contra los ameri-
canos, nos suministra todos los materiales que se podían apete-
cer para rebatirlo. Afirma "que en todo el territorio de América
se hallan pocas minas de hierro, y el que hay es de tan inferior
calidad al del antiguo continente, que apenas se puede emplear en
hacer clavos; que los americanos poseían el secreto, perdido
en el antiguo continente, de dar al cobre un temple igual al del
acero que Mr. Godin mandó en 1727 (quiere decir en 1747, pues
;

en 1727 aun no había ido Mr. Godin al Perú) al conde de Maure-


pas una segur vieja de cobre peruano, endurecido, y que habién-

(1) En la misma capital de México, en que se acuñan hoy 18 ó 20.000,000


de pesos al año, en oro y plata, emplea todavía la gente pobre el cacao pa-
ra comprar algunas frioleras en el mercado.
382 FRANCISCO J. CLAVIJERO

dola observado conde Caylus, declaró que casi era igual en du-
el
reza a las armas antiguas de cobre, de que se servían los grie-
gos y los romanos, los cuales no empleaban el hierro en muchos
usos a que nosotros lo aplicamos en la actualidad, o porque en-
tonces era más escaso, o porque sabían templar mejor el cobre
que el acero." Finalmente añade que el conde de Caylus, admi-
rado de la perfección de aquel trabajo, se persuadió (engañado
por el mismo Mr. de Paw) que la segur no era obra de aquellos
peruanos embrutecidos que los españoles encontraron en tiem-
po de la Conquista, sino de otra nación más antigua y más
industriosa.

De todo esto que dice el investigador saco yo cuatro con-


secuencias importantes: 1. a Que los americanos tuvieron el ho-
nor de imitar en el temple del cobre a las dos naciones más cé-
lebres del antiguo continente. 2. a Que obraron sensatamente
en no hacer uso del hierro, siendo el que tenían tan inferior, que
ni aun podía servir para hacer clavos, y sirviéndose en su lugar
de un cobre al que sabían dar el temple del acero. 3. a Que si
ignoraron el arte comunísimo de elaborar el hierro, poseían el
singularísimo de templar el cobre como el acero, que no han siclo
parte a restaurar los filósofos europeos del siglo ilustrado. 4. a
Que tanto se engañó el conde de Caylus en el juicio que formó
de los peruanos, cuanto Mr. de Paw en el que ha hecho de to-
dos los pueblos de América. Tales son las consecuencias legíti-
mas que deben deducirse de la doctrina de nuestro filósofo sobre
el uso del hierro, y no la falta de industria, que es la que él in-
fiere. Quisiera preguntarle si se necesita mayor industria para
trabajar el hierro como lo trabajan los europeos, que para tra-
bajar sin hierro toda ciase de piedras y maderas, fabricar
muchas especies de armas, y hacer, como ellos hacían, los más
curiosos trabajos de oro, plata y piedras preciosas. El uso de-
terminado del hierro no prueba un alto grado de industria
en las naciones europeas. Inventado por los primeros hom-
.

bres, fácilmente pasó a sus descendientes, y como los america-


nos modernos lo recibieron de los europeos, así éstos lo recibie-
ron de los asiáticos. Los primeros pobladores conocían sin duda
el uso del hierro, pues su invención es casi coetánea al principio

del género humano. Pero yo no dudo de la probabilidad de la


conjetura que expuse en mi primera Disertación, a saber: que
no habiendo hallado desde luego las minas de aquel metal en los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 383

países del norte, donde entonces se establecieron, se fue poco


a poco extinguiendo su memoria en las generaciones sucesivas.
Pero, finalmente,son bárbaros lo que no conocen el uso
si

del hierro, ¿qué serán los que desconocen el uso del fuego? Aho-
ra bien, en toda la extensión de la América no se ha encontrado
un solo pueblo ni una sola tribu, por bárbara que fuese, que no
conociera el modo de hacer fuego y el de aplicarlo a los usos
comunes de la vida; pero en el mundo antiguo se han visto
gentes tan estúpidas, que no tenían la menor idea de la aplica-
ción de aquel elemento. Tales eran los habitantes de las islas
Marianas, a los cuales era enteramente extraño antes de la lle-
gada de los españoles, como lo testifican los historiadores de
aquellos países. Y con todo eso, ¡querrá hacernos creer Mr.
de Paw que los pueblos americanos son más salvajes que los más
toscos del mundo antiguo!
Por lo demás, tanto se engaña nuestro investigador en lo
que dice del hierro americano, como en lo que piensa del cobre.
En México, en Chile y en otros muchos países de América se
han descubierto innumerables minas de hierro, de buena cali-
dad; y si no hubiera estado prohibida su elaboración, para no
perjudicar al comercio de España, podría la América suminis-
trar a Europa todo el hierro que necesita, como hace con el oro
y con la plata. Si Mr. de Paw hubiese sabido investigar filosó-
ficamente las cosas de América, hubiera hallado en el cronista
Herrera que aun en Española había hierro mejor que el
la isla

de Vizcaya. También habría visto, en el mismo autor, que en


Zacatilla, provincia marítima de México, conocían dos especies
de cobre: uno duro, de que se servían en lugar de hierro para
hacer segures, hachas y otros instrumentos militares y agríco-
las y otro ordinario y flexible, que emplean en ollas, pucheros y
;

otros vasos para los usos domésticos; así que no necesitaban del
ponderado secreto de los pueblos antiguos. El amor a la verdad
me obliga a defender los progresos reales de la industria ameri-
cana y a rechazar las invenciones imaginarias que se atribuyen
a las naciones del Nuevo Mundo. El secreto que verdaderamente
poseían, era el que menciona Oviedo, testigo ocular y muy prác-
tico e inteligente en metales. "Los indios, dice, saben dorar bas-
tante bien los vasos de cobre o de oro bajo, y les dan un color
tan excelente y tan encendido, que parece oro de 22 quilates y
384 FRANCISCO J. CLAVIJERO

más. Lo hacen con ciertas yerbas. Este trabajo tiene tan buen
efecto, que si algún platero de España o de Italia poseyese el
"
secreto, no necesitaba más para enriquecerse.

ARTE DE CONSTRUIR BUQUES Y PUENTES Y DE HACER CAL

Si a otras naciones puede echarse en caraignorancia de


la
las construcciones navales, esta reconvención sería injusta di-
rigida a los mexicanos, porque, no habiéndose hecho dueños de
las costas del mar sino en los últimos tiempos de su monarquía,
no tuvieron necesidad ni ocasión de pensar en aquel adelanto.
A los pueblos que ocupaban las playas de ambos mares antes que
llegasen a ellas los mexicanos, bastaban aquellas barcas de
que se servían para la pesca y para su comercio con las provin-
cias vecinas, porque, exentos de codicia y de ambición, que son
por lo común las causas de las navegaciones largas, no aspira-
ban a usurpar a otras naciones lo que legítimamente poseían,
ni querían transportar de países remotos los metales que no les
hacían falta. Los romanos, a pesar de haber fundado su metró-
poli tan próxima al mar, estuvieron 500 años (1) sin construir
buques, hasta que la ambición de ensanchar sus dominios y de
apoderarse de la Sicilia, los impulsó a proporcionarse los me-
dios de pasar el estrecho. Qué extraño es, pues, que las nacio-
¡

nes americanas, que no sentían aquellos estímulos para abando-


nar su patria, no inventasen buques en que poder trasladarse a
países remotos Lo cierto es que la falta de construcciones na-
!

vales no arguye falta de industria en los pueblos que no la ne-


cesitaban.
No puede decirse lo mismo de la invención de los puentes.
Mr. de Paw afirma que "no había un solo puente de piedra en
toda la América cuando fue descubierta," porque los america-
nos no sabían fabricar arcos, y que "el arte de hacer cal fue en-
teramente desconocido en aquellos pueblos;" tres proposiciones
que son otros tantos errores clásicos. Los mexicanos sabían ha-

(1) "Appio había empleado toda la diligencia posible en acudir al


socorro de los mamertinos. Para conseguirlo era necesario pasar el es-
trecho de Messina, y la empresa era no sólo temeraria, sino peligrosa y, se-
gún todas las apariencias, imposible. No tenían los romanos armada na-
val, sino barcas groseramente construidas, por el estilo de las canoas de
los indios."— Rollin, Hist. Rom., lib. XI.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 385

cer puentes de piedra, y entre los restos de su antigua arquitec-


tura se ven hoy día en el río de Tula los grandes y fuertes pila-
res del puente que había. Los restos de los antiguos palacios
allí

de Texcoco, y, aun mucho más, los temazcaili o hipocaustos, des-


cubren el uso antiguo de los arcos y de las bóvedas en las nacio-
nes de Anáhuac. Diego Valadés, que permaneció treinta años en
México, adonde fue poco tiempo después de la Conquista, nos
muestra, en su Retórica Cristiana, la imagen de un templo pe-
queño, que él mismo vio y que no deja duda sobre esta materia.
Sobre el uso de la cal, es necesario todo el arrojo de Mr. de
Paw para asegurar, como asegura, que el secreto de hacerla
era desconocido en toda la América; pues consta, no menos por
la deposición de los conquistadores españoles que por la de los
primeros misioneros, que no sólo usaban cal las naciones de Mé-
xico, sino que blanqueaban muy bien las casas y los templos y
pulían primorosamente los muros. En las obras de Bernal Díaz,
de Gomara, de Herrera, de Torquemada y de otros, se ve que
los primeros españoles que entraron en la ciudad de Zempoala
creyeron que eran de plata los muros del palacio principal, error
a que dio lugar el bruñido resplandeciente de sus paredes. Últi-
mamente, de las pinturas de tributos que están entre las de la
Colección de Mendoza, se infiere que las ciudades de Tepeyacac,
Tecamachalco, Quecholac, etc., pagaban anualmente al rey 4,000
sacos de cal. Pero aunque no existiera ninguno de estos docu-
mentos, bastarían a demostrar el conocimiento que los mexica-
nos tenían de la cal, y a confundir la temeridad de Mr. de Paw,
las ruinas de los edificios antiguos que se ven en Texcoco, en
Mictlan, en Huatusco y en otros muchos puntos de aquel te-
rritorio.

Con respecto Perú, aunque el P. Acosta confiesa que aque-


al
llos pueblos no conocían el arte de hacer cal, ni sabían construir
arcos ni puentes de piedra; y aunque este solo dato bastase a
Mr. de Paw para decir, según su execrable lógica, que el uso
de la cal era ignorado en toda la América, con todo, el mismo
Acosta, que no era hombre vulgar ni exagerador, ni parcial de
los americanos, alaba la maravillosa industria de los peruanos
en sus puentes de totora, o sea junco, en la embocadura del la-
go de Titicaca y en otros puntos donde la gran profundidad del
agua no permite la construcción de obras de mampostería y
donde la rapidez de la corriente hace peligroso el uso de los
II.— 13
386 FRANCISCO J. CLAVIJERO

barcos. Asegura haber pasado por aquellos puentes, y encarece


la seguridad y facilidad del paso. Mr. de Paw se aventura a de-
cir que los peruanos no conocían ni aun los rudimentos de la
navegación que no sabían hacer ventanas en los edificios, y aun
;

sospecha que no tenían techos en las casas; despropósitos de


los más ridículos que pueden ofrecerse a la imaginación de un
escritor de cosas de América. Da a entender que no sabe lo que
son bejucos, y que no ha formado idea exacta de los ríos de la
América Meridional. Mucho podría decirse acerca de esta extra-
ña confesión; pero tenemos asuntos más importantes que dis-
cutir.

FALTA DE LETRAS

Ninguna nación americana conocía el arte de escribir, si

por arte de escribir se entiende el de expresar en papel, perga-


mino, tela u otra materia semejante, cualquiera especie de pa-
labras, con la diferente combinación de algunos caracteres; pe-
ro si el arte de escribir es el de significar, representar o dar a
entender las cosas o las ideas a los ausentes y a la posteridad,
con figuras, geroglíficos o caracteres, no hay duda que este arte
era conocido y estaba en gran uso entre los mexicanos, los acol-
huas, los tlaxcaltecas y todas las naciones de Anáhuac que ha-
bían salido del estado de barbarie. El conde de Buffon, para de-
mostrar que la América era una tierra enteramente nueva, y
nuevos también los pueblos que la habitaban, alega, como he
dicho en otra parte, que "aun aquellas naciones que vivían en
sociedad, ignoraban el arte de transmitir los hechos a la poste-
ridad, por medio de signos durables, a pesar de haber descu-
bierto el de comunicarse de lejos y de escribirse unos a otros
por medio de nudos." Pero el arte que empleaban para hablar a
los ausentes, ¿no podía también servir para hablar a la posteri-
dad? ¿Qué eran las pinturas históricas de los mexicanos, sino
signos durables que transmitían la memoria de los sucesos a los
lugares y a los tiempos remotos? El conde de Buffon se mues-
tra tan ignorante en la historia de México, como sabio en la his-
toria natural. Mr. de Paw, aunque concede a los mexicanos el
arte que tan injustamente les niega el conde de Buffon, sin em-
bargo, para desacreditarlos, alega innumerables desatinos, al-
gunos de los cuales no puedo pasar por alto.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 387

Dice, pues, "que los mexicanos no usaban de geroglíficos;


que sus pinturas no eran otra cosa que representaciones toscas
de los objetos que para figurar un árbol, pintaban un árbol que
; ;

en sus pinturas no se descubre la menor traza de claro-obscuro,


ni la menor idea de perspectiva, ni de imitación de la naturale-
za; que no habían hecho el menor progreso en el arte que em-
pleaban en perpetuar la memoria de los sucesos; que la única
copia de pinturas históricas mexicanas sustraídas al incendio
que hicieron los primeros misioneros, fue la que el primer virrey
de México envió a Carlos V, la cual publicaron después Purchas
en Inglaterra y Thevenot en Francia; que esta pintura es tan
grosera y tan mal ejecutada, que no se puede discernir si trata,
como dice el intérprete, de ocho reyes de México o de ocho con-
cubinas de Moteuczoma," etc.
En todo esto se muestra la ignorancia del investigador, y
de su ignorancia nace su temeridad. Pero ¿deberá darse mayor
crédito a un filósofo prusiano, que sólo ha visto los malos dibu-
jos de Purchas, que a los que han visto y estudiado diligente-
mente muchas pinturas originales de los mexicanos? Mr. de Paw
no quiere que los mexicanos se sirviesen de geroglíficos, porque no
se piense que les concede alguna semejanza con los antiguos
egipcios. El P. Kirker, célebre investigador y encomiador de
las antigüedades de aquel pueblo, en su obra intitulada Oedipus
Aegyptiacus, y Adriano Walton, en los prolegómenos de la Bi-
blia Políglota, opinan del mismo modo que Mr. de Paw, y su opi-
nión no tiene otro apoyo que las estampas del mismo Purchas;
pero Motolinía (1), Sahagún, Valadés, Torquemada, Enrique
Martínez, Sigüenza y Boturini, que supieron la lengua mexicana,
que consultaron a los indios, que vieron y estudiaron con esmero
un número considerable de sus pinturas antiguas, dicen que uno
de los medios que los mexicanos empleaban para representar los
objetos, eran los geroglíficos y las pinturas simbólicas. Lo mis-

il) Toribio de Motolinía en sus manuscritos, especialmente en la ex-


posición del calendario mexicano. Bernardino Sahagún en su Diccionario
Mexicano. Diego Valadés en su Retórica Cristiana. Enrique Martínez en
su Historia de la Nueva España. Sigüenza en su Ciclografía Mexicana y
en su Teatro de virtudes políticas. Torquemada en su Monarquía Indiana.
Valadés trató a los mexicanos 30 años; Torquemada más de 40; Motolinía
45, y Sahagún 60. Este fue el hombre más instruido en los secretos de
aquella nación. Se necesita gran orgullo para fiarse más a sus propias lu-
ces, y éstas escasas, que a las de tantos hombres doctísimos.
388 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mo Acosta y Gomara en sus Historias el Dr. Eguia-


testifican ;

ra, en su erudito prefacio de la Biblioteca Mexicana, y los doc-


tos españoles que publicaron con grandes adiciones la obra de
Gregorio García Sobre el origen de los indios. El Dr. Sigüenza
impugnó victoriosamente al P. Kirker. en su Teatro de virtudes
políticas. Lo cierto es que Kirker se contradice manifiestamen-
te, pues en el primer tomo de la citada obra Oedipus Aegyptia-

cus, confrontando la religión de los egipcios con la de los mexi-


canos, confiesa claramente que las partes de que se componía la
imagen del dios Huiízilopochíli tenían muchas significaciones
que eran otros tantos arcanos y misterios. Acosta, cuya Histo-
ria alaba tan justamente Mr. de Paw, en la descripción que hace
de aquella imagen, dice: "Todos estos ornatos que hemos dicho.
y lo demás, que era bastante, tenían sus significaciones particu-
lares, según declaraban los mexicanos ;" y en la descripción del
ídolo de Tezcatlipoca se expresa en estos términos: "Sus cabe-
llos estaban atados con una cuerdeciila de oro. de cuyas extre-
midades pendía una oreja del mismo metal, con ciertos vapores
de humo pintados en ella, los cuales significaban los ruegos de
los atribulados y de los pecadores que aquel dios escuchaba cuan-
do se encomendaban a él. En la mano izquierda tenía un abanico
de oro. adornado con hermosas plumas verdes, azules y amari-
llas, tan relucientes, que parecían un espejo, en lo que daban a

entender que en aquél se veía todo lo que pasaba en el mundo.


En la mano derecha tenía cuatro saetas para significar el casti-
go que daba a los delincuentes por sus atentados, etc." ¿Qué
son éstas y otras semejantes insignias de los dioses mexicanos
de que hablo en el libro VI de la Historia, sino geroglíficos y
signos no muy diferentes de los que usaban los antiguos egip-
cios ?

Mr. de Paw dice que para significar un árbol pintaban un


árbol. Hágame favor de decirme ¿qué es lo que pintaban para
representar el día, la noche, el mes. el año. el siglo, los nombres
de las personas y otras mil cosas que no tienen tipos fijos en la
naturaleza? ¿Cómo podían representar el tiempo, si no es por
medio de un geroglífico o emblema? "Tenían los mexicanos, dice
Acosta. figuras y geroglíficos con que representaban las cosas
de este modo: esto es. las cosas que tenían figura las signi-
ficaban con sus figuras para las que no tenían imágenes pro-
;

pias se servían de otros caracteres significativos de aquéllas;


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 389

así expresaban cuanto querían, y para determinar el tiempo en


que ocurría algún suceso, empleaban aquellas ruedas pintadas,
cada una de las cuales comprendía un siglo de 52 años."
Pero he aquí otra piedra de escándalo para la ignorancia
del prusiano. Búrlase de las ruedas de los mexicanos, "cuya ex-
posición se atrevió a dar Carreri, fiándose a un profesor caste-
llano llamado Congara, el cual no osó publicar la obra que había
prometido sobre este asunto, porque sus parientes y amigos le
aseguraron que contenía muchos errores." Parece que Mr. de
Paw no sabe escribir sin disparatar. Aquel profesor en quien se
fió Carreri, o sea Gemelli, no era castellano, sino criollo, nacido

en la misma ciudad de México; no se llamaba Congara, sino Si-


güenza y Góngora; no dejó de estampar su Ciclografía mexica-
na, que fue la obra de que se sirvió Gemelli, por temor de la cen-
sura del público, sino por los crecidos gastos de la impresión en
aquellos países, que es lo que también ha estorbado la publica-
ción de otras excelentes producciones, tanto del mismo escritor
como de otros hombres doctísimos. Decir que los parientesy los
amigos de Sigüenza lo disuadieron de publicar la obra porque
contenía muchos errores, no es un error o equivocación cometi-
da por descuido, sino una mentira manifiesta, inventada con el
premeditado designio de alucinar al público. ¿Quién puede ha-
berle comunicado tan extraña anécdota, enteramente ignorada
en México, donde es tan cara la memoria y tan célebre la fama
de aquel grande hombre, y donde los literatos no cesan de de-
plorar la pérdida de aquellas y de otras preciosas obras de su
mano? ¿Qué podía temer Sigüenza de la publicación de las rue-
das mexicanas, publicadas ya un siglo antes por Valadés en Ita-
lia, y descritas por Motolinía, Sahagún, Gomara, Acosta, Herrera,

Torquemada y Martínez, todos europeos, y por los historiadores


mexicanos, acolhuas y tlaxcaltecas, Ixtlilxóchitl, Chimalpain,
Tezozomoc, Niza, Ayala y otros? Todos estos escritores están
de acuerdo con Sigüenza en las explicaciones de las ruedas me-
xicanas del siglo, del año, del mes, y sólo difieren de él acerca
de los principios del año y de los nombres de algunos meses,
por las razones que he indicado en el libro VI de mi Historia.
Todos los que han escrito en esta materia, tanto españoles co-
mo americanos, que son en gran número, dicen a una voz que
los mexicanos y las otras naciones de aquellos países se valían
de las ruedas para representar su siglo, su año y su mes; que

390 FRANCISCO J. CLAVIJERO

su siglo constaba de 52 años; su año de 365 días, distribuidos


en 18 meses de 20 días cada uno, con 5 días más que llamaban
Nemontemi; que en su siglo contaban 4 períodos de 13 años;
que los nombres y caracteres de los años eran solamente cua-
tro,a saber: el conejo, la caña, el pedernal y la casa, los cuales
alternaban sin interrupción mudando los números, etc.
"No puede investigador prusiano, porque estos
ser, dice el
usos supondrían una larga serie de observaciones astronómicas
y de conocimientos exactos sobre el arreglo del año solar, lo
cual no puede combinarse con la prodigiosa ignorancia en que
estaban envueltos aquellos pueblos. ¿Cómo podían perfeccionar
su cronología los que no tenían voces para contar más allá de
diez?" Está bien. Luego, si los mexicanos tuvieron en efecto
aquel modo de coordinar el tiempo, no deberán de llamarse bár-
baros y salvajes, sino cultos y cultísimos, pues no merece otro
epíteto la nación que tiene una larga serie de observaciones y
de conocimientos exactos en astronomía. Ahora bien, la certeza
del arreglo del tiempo entre los mexicanos, es una cosa que no
admite duda, porque si el unánime consentimiento de los escri-
tores españoles acerca de la comunión de los mexicanos (1) no
permite dudar de aquella solemnidad religiosa, ¿no existe el
mismo consentimiento unánime, añadido al de los escritores me-
xicanos, acolhuas y tlaxcaltecas en favor del método que tenían
aquellas naciones para el cómputo de los siglos, de los meses y
de los años, y de la conformidad de este cómputo con el curso
solar? Además de que la deposición de los españoles en esta ma-
teria es de gran peso, pues se empeñaron, como dice Mr. de Paw,
en desacreditar a los americanos hasta el extremo de poner en
duda su racionalidad. Cedamos, pues, al peso de tantas autori-
dades; creamos lo que dicen los historiadores acerca de las rue-
das, y confesemos que los mexicanos no estaban sumergidos en
la prodigiosa ignorancia que finge Mr. de Paw. Por lo que hace
a la escasez de voces numerales, en otra disertación haré ver
su error y su ignorancia.

(1) "Confieso que consentimiento de los historiadores españoles no


el
permite dudar que estos dos pueblos (mexicano y peruano), en la masa
enorme de sus supersticiones, tenían algunos usos que no se diferenciaban
mucho de lo que nosotros llamamos comunión." Investigaciones filosófi-
cas, tom. II, carta a Mr. * * * sobre la religión de los americanos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 391

"No puede saberse, dice Mr. de Paw, de las


la significación
pinturas mexicanas, porque los españoles no podían entender-
las sin que se las declarasen los mexicanos, y ninguno de ellos
ha sabido lo bastante para traducir un libro." ¡Cuántos dislates
en pocos renglones Para que los españoles entendiesen el senti-
!

do de las pinturas mexicanas, no era necesario que los mexi-


canos supiesen la lengua española, pues bastaba que los con-
quistadores supiesen la del país ni para explicar una pintura
;

se necesita tanto saber como para traducir un libro. Mr. de Paw


dice que la aspereza de la lengua mexicana ha impedido hasta
ahora que los españoles la pronuncien, y que la estolidez de los
mexicanos les ha impedido aprender el español; una y otra es-
pecies son opuestas a la verdad. De la lengua mexicana hablaré
en otra parte. La castellana ha sido siempre comunísima entre
los habitantes de México y hay muchos que la hablan tan co-
rrecta y fluidamente como los mismos españoles. Muchos de
ellos escribieron en castellano su historia antigua y la de la
Conquista, como puede verse en el catálogo que se halla al fin
de esta obra; otros tradujeron libros latinos en castellano, cas-
tellanos en mexicano y mexicanos en castellano entre los cua-
;

les son dignos de particular mención don Fernando Alva Ixtlilxó-


chitl, de quien tantas veces he hablado; don Antonio Valeriano,
de Azcapozalco, maestro de lengua mexicana del historiador
Torquemada, que habla de él con grandes elogios; don Juan Be-
rardo, de Huexotzingo; don Francisco Bautista Contreras, de
Cuauhnahuac; Fernando Rivas y Esteban Bravo, de Texcoco;
Pedro de Gante; Diego Adrián y Agustín de la Fuente, de Tla-
telolco (1). Sabemos, por la historia de la Conquista, que la cé-
lebre india doña Marina aprendió con extraordinaria prontitud
y facilidad la lengua castellana, y que hablaba muy bien la me-
xicana y la maya, más diferentes entre sí que el francés, el
hebreo y el ilírico. Habiendo, pues, habido en todos tiempos mu-
chos españoles que han hablado el mexicano y muchos mexica-
nos que han hablado el español, ¿qué tiene de imposible que los
mexicanos hayan explicado a los españoles el sentido de sus
pinturas?

(1) Véase sobre este asunto la Monarquía Indiana, de Torquemada;


el Epítome de la Biblioteca Occidental, de Pinelo; la Biblioteca Mexicana,
del Dr. Eguiara, y el Teatro Mexicano, de Betancourt.
392 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Es que en las copias de las pinturas mexicanas pu-


cierto
blicadas por Purchas y por Thevenot no se ven observadas las
proporciones ni las leyes de perspectiva; pero es necesario tener
presente que aquellos toscos dibujos están grabados en madera,
lo que verosímilmente aumentaría los defectos del original. Ni
es de extrañar que las referidas estampas fuesen copias imper-
fectísimas de las pinturas, si se observan los descuidos de toda la
publicación; pues en ella se omiten enteramente las pinturas
XXI y XXII, en la mayor parte de las otras faltan las imágenes
de las ciudades y además están trastornadas las de los años co-
rrespondientes a los reinados de Ahuitzotl y Moteuczoma II,
como ya lo he manifestado hablando de las diversas colecciones
de pinturas mexicanas que existen en la actualidad. Boturini,
que vio en México las pinturas originales de aquellos anales y
las de la matrícula de tributos, copiadas en las obras de Pur-
chas y Thevenot, se lamenta de los grandes defectos que se no-
tan en estas ediciones. En efecto, basta comparar las publica-
das en México el año 1770, por Lorenzana, con las publicadas en
Londres por Purchas, y en París por Thevenot, para conocer la
gran diferencia que reina entre unas y otras. Yo no me empe-
ño, sin embargo, en defender la perfección de las pinturas ori-
ginales copiadas por Purchas; antes bien, soy de opinión que
eran imperfectas, como todas las históricas de aquellos pueblos,
pues los pintores sólo se limitaban a los contornos y al colorido
de los objetos, sin curarse de la perspectiva, de las proporciones,
ni del claro-obscuro. Ni era posible que observasen escrupulo-
samente las reglas del arte, si se atiende a la extraordinaria
prontitud con que pintaban, de lo que dan fe Cortés y Berna!
Díaz, como testigos oculares. Pero veamos las consecuencias
que de todo esto deduce Mr. de Paw. Los mexicanos no observa-
ban en sus pinturas las reglas de la perspectiva: luego no po-
dían por medio de ellas perpetuar la memoria de los sucesos.
Los mexicanos eran malos pintores: luego no podían ser buenos
historiadores. Pero si se quiere adoptar esta lógica, deberemos
también decir que los que no tienen buena letra no pueden ser
buenos historiadores, pues las letras son para los nuestros lo
que las pinturas para los mexicanos, y así como pueden escribir-
se buenas historias con mala letra, así también pueden represen-
tarse bien los hechos históricos con imágenes toscas; lo esen-
cial es que se entienda lo que se ha querido expresar.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 393

Mas esto es justamente lo que Mr. de Paw noencuentra en


las copias de Purchas. Declara que habiendo confrontado de di-
versos modos las figuras con la explicación, no halla la menor
relación entre aquéllas y ésta; y que así como en una de ellas
se interpretan ocho reyes de México, podrían entenderse del
mismo modo ocho concubinas de Moteuczoma. Esto mismo po-
dría sucederle si se le presentase el libro Chun-yum del filósofo
Confucio, escrito en caracteres chinos, con la interpretación al
lado en lengua francesa. Confrontaría de varios modos los ca-
racteres chinos con la interpretación, y no hallando la menor re-
lación en ellos, diría que como se interpretan allí las nueve
condiciones que debe tener un buen emperador, así podrían in-
trepretarse las nueve concubinas o los nueve eunucos que tuvo
un emperador antiguo, pues tanto entiende de figuras mexica-
nas como de caracteres chinos. Si yo pudiera abocarme con Mr.
de Paw, le demostraría la relación que hay entre las ideas y las
imágenes de que se valían los mexicanos para representarlas;
mas pues lo ignora, debería remitirse al juicio de los inte-
ligentes.
Cree, o quiere hacernos creer, que las pinturas copiadas por
Purchas son las únicas que escaparon del incendio dispuesto
por los primeros misioneros; mas ésto es falsísimo, como lo hi-
ce ver en el tomo I, rebatiendo la opinión de Robertson. Las pin-
turas que se preservaron del incendio fueron tantas, que ellas
suministraron la mayor parte de los materiales para la historia
antigua de México, no sólo a los escritores mexicanos, sino a los
españoles. No se fundaban en otros apoyos ni documentos las
obras de don Fernando Alva Ixtlilxóchitl, de don Domingo Chi-
malpain, de don Fernando Alvarado Tezozomoc, de don Tadeo
de Niza, de don Gabriel de Ayala y de los otros que he nombra-
do en mi catálogo. El infatigable Sahagún se valió de muchas
pinturas para su Historia de la Nueva España. Torquemada cita
con frecuencia las que consultó para su obra. Sigüenza heredó
los manuscritos y las pinturas de Ixtlilxóchitl y adquirió otras
muchas a sus expensas, y después de haberse servido de ellas,
las dejó, por su muerte, con su preciosa librería, al colegio de
San Pedro y San Pablo de jesuítas de México, donde yo vi y es-
tudié muchas de ellas. En los dos últimos siglos se presentaban
muchas veces por los indios, en los tribunales de México, pintu-
ras antiguas como títulos de propiedad o de posesión de las
394 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tierras, y para esto había intérpretes instruidos en su significa-


ción. Gonzalo de Oviedo hace mención de este uso, en tiempo
de don Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la audien-
cia de México y porque era de mucha importancia la inteli-
;

gencia de aquellos títulos para la decisión de los pleitos, había


en la Universidad de México un profesor encargado de enseñar
la ciencia de las pinturas, de los geroglíficos y de los caracteres.
Las muchas pinturas recogidas por Boturini e indicadas en el
catálogo de su museo, impreso en Madrid el año de 1746, como
las que yo he citado en muchas partes de esta obra, prueban que
no son pocas, como pensaron Mr. de Paw y el Dr. Robertson, las
que escaparon del incendio de los misioneros.
Finalmente, para mayor confirmación de lo que llevo di-
cho y para manifestar a Mr. de Paw la variedad de las pinturas
mexicanas, extractaré lo que dejó escrito el Dr. Eguiara (1)
en el erudito prefacio de su Biblioteca Mexicana. "Había, dice,
pinturas lunares, llamadas Tonalamatl, en que publicaban sus
pronósticos acerca de las mudanzas del tiempo. De una de ellas
se sirvió el Dr. Sigüenza en su Ciclografía Mexicana, como él
mismo asegura en la obra que intituló Libra Astronómica. Otras
contenían los horóscopos de ios niños, en que se representaban
sus nombres, los signos de su nacimiento y su hado o estrella de ;

esta clase son las que menciona Jerónimo Román en su Repúbli-


ca del Mundo. Otras eran dogmáticas, que contenían el sistema
religioso de aquellos pueblos ; otras históricas, otras geográ-
ficas. Es cierto que las que se hacían para el uso común y fa-
miliar eran tan claras que todos las entendían; pero las que con-

(1) El Dr. Eguiara, digno de perpetua memoria por su índole amabi-


lísima, por su incomparable modestia, por su vasta literatura y por el celo
con que trabajó hasta su muerte en servicio de su patria, nació en Méxi-
co a fines del siglo pasado. Fue muchos años profesor de teología en aque-
lla Universidad, y publicó en un tomo en folio algunos tratados teológicos
muy apreciados. Fue rector y luego canciller de aquel cuerpo literario, y
dignidad de aquella iglesia metropolitana, amado siempre y reverenciado
por toda clase de personas, por la pureza de su vida y la solidez de su
doctrina. Después de haber renunciado el obispado de Yucatán, a que lo
destinó el rey católico en atención a sus relevantes méritos, publicó en Mé-
xico un tomo en folio de su Biblioteca Mexicana, para la cual, además de
la inmensa fatiga de recoger, ordenar y perfeccionar los materiales, mandó
llevar de París una gran imprenta, provista de caracteres romanos, grie-
gos y hebreos. Su muerte, ocurrida en 1763, no nos permitió ver termina-
da aquella obra, que hubiera hecho mucho honor a su patria.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 395

tenían los arcanos de la religión, estaban llenas de geroglíficos


que no estaban al alcance del vulgo. Había, además, gran diver-
sidad entre ellas, tanto con respecto a los pintores como por lo
que hace a su ejecución, a su fin y a su uso. Las que se destina-
ban al ornato de los palacios eran perfectas; pero en las que
contenían algún sentido misterioso, se veían ciertos caracteres
y figuras horribles. Los pintores eran muchos pero el escribir
;

los caracteres, el componer los anales y el tratar de los asuntos


relativos a la religión, eran funciones propias de los sacerdotes."
Hasta aquí el Dr. Eguiara.
Sepa, pues, Mr. de Paw que de las pinturas mexicanas al-
gunas eran imágenes simples de los objetos; otras, caracteres
que no expresaban palabras como los de nuestra escritura, sino
cosas como las de los astrónomos y algebristas. Algunas pintu-
ras estaban destinadas a expresar solamente las cosas o las
ideas, o por decirlo así, a escribir; y en éstas no se curaban de
las proporciones ni de la belleza, porque se hacían de prisa, para
instruir la mente y no para recrear los ojos; pero en las que
procuraban imitar la naturaleza, y que se ejecutaban con la len-
titud que repieren obras de esta especie, se observaban las
proporciones, las distancias, las actitudes y las reglas del arte,
aunque no con tanta perfección como las que admiramos en los
buenos artistas de Europa. Como quiera que sea, yo quisiera que
Mr. de Paw me indicase en el antiguo continente un pueblo bár-
baro o semibárbaro que haya empleado tanta industria y dili-
gencia como los mexicanos en eternizar la memoria de sus su-
cesos.
El Dr. Robertson, hablando de la cultura de los mexicanos
en el libro VII de su Historia, expone los progresos que hace la
industria humana para llegar a la invención de las letras, con
cuya combinación puedan expresarse todas las modificaciones
del habla. Estos progresos sucesivos son, según aquel escritor,
de la pintura actual al simple geroglífico; de éste al símbolo ale-
górico; del símbolo alegórico al carácter arbitrario, y, última-
mente, al alfabeto. Si alguno busca en aquella obra a qué grado
llegaron los mexicanos, no podrá ciertamente adivinarlo, pues
el autor habla con tanta ambigüedad, que a veces parece creer
que llegaron apenas al simple geroglífico, otras al carácter ar-
bitrario. Diga lo que quiera, lo cierto es que todos los modos
que cita de representar las ideas, excepto el alfabeto, estaban
396 FRANCISCO J. CLAVIJERO

en uso entre los mexicanos. Sus caracteres numerales, los sig-


nificativos de la noche, del día, del año, del siglo, del cielo, de la
tierra, del agua, de la voz, del canto, etc., ¿no eran acaso ver-
daderos caracteres arbitrarios y convencionales? Llegaron, pues,
al mismo grado que los famosos chinos después de tantos siglos
de cultura. No hay otra diferencia entre los unos y los otros,
sino que los caracteres chinos se han multiplicado con tanto ex-
ceso, que no basta la vida de un hombre para aprenderlos.
El mismo Dr. Robertson, lejos de negar, como hace teme-
rariamente Mr. de Paw, la existencia de las ruedas seculares
de los mexicanos, reconoce su método en el cómputo de los tiem-
pos, y confiesa que habiendo ellos observado que en 18 meses
de 20 días cada uno no se abrazaba el curso completo del sol,
añadieron los cinco días Nemontemi. "Esta gran proximidad,
añade, a la exactitud fiolosófica, muestra claramente que los me-
xicanos habían prestado a las investigaciones especulativas la
atención que los hombres en estado de salvajes no suelen em-
plear en semejantes objetos." ¿Qué hubiera dicho al saber, co-
mo sabemos, no sólo por el gravísimo testimonio del Dr. Si-
gílenla, sino por observaciones propias sobre la cronología
mexicana, que además de contar aquellas gentes 365 días en el
año, reconociendo el exceso de casi seis horas del año solar con
respecto al civil, remediaron esta irregularidad por medio de los
13 días intercalares que añadían a su siglo de 52 años?

ARTES DE LOS MEXICANOS

Después de haber hecho Mr. de Paw una ignominiosa des-


cripción del Perú y de la barbarie de sus habitantes, habla de
México, "de cuyo imperio, dice, se han contado tantas maravi-
llas y falsedades como las del Perú pero lo cierto es, añade, que
;

aquellas dos naciones eran casi iguales, ora se considere su go-


bierno, ora sus instrumentos y sus artes. La agricultura esta-
ba en ellas abandonada; arquitectura era mezquina; sus pin-
la
turas toscas sus artes imperfectas
; sus fortificaciones, sus
;

palacios, sus templos, puras ficciones de los españoles. Si los me-


xicanos hubieran tenido fortificaciones, hubieran podido gua-
recerse de los efectos de las armas de fuego, y aquellos seis mez-
quinos cañones de hierro que llevó consigo Cortés, no hubieran
destruido en un momento tantos baluartes y trincheras. Los
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 397

muros de sus no eran otra cosa que grandes piedras


edificios
puestas unas sobre otras. El ponderado palacio en que residían
los reyes de México, era una cabana; por lo que Cortés, no ha-
llando habitación proporcionada en toda la capital de aquel Es-
tado que acababa de someter, se vio en la precisión de mandar
construir un palacio, que todavía subsiste." No es fácil llevar
cuenta de los desatinos que amontona Mr. de Paw en este pa-
saje; pero dejando aparte los relativos al Perú, hablemos tan
sólo de lo que escribe sobre las artes de los mexicanos.
De su agricultura he hablado lo bastante para hacer ver
que no sólo cultivaban con gran esmero todas las tierras culti-
vables del imperio, sino que formaban con maravillosa indus-
tria nuevos terrenos, construyendo en la superficie del agua
aquellos huertos y jardines flotantes tan celebrados por espa-
ñoles y extranjeros, y que aún admiran los que navegan en los
lagos. También he probado, con la autoridad de muchos testi-
gos oculares, que no sólo cultivaban las plantas útiles al man-
tenimiento y al vestido del hombre, y al alivio de sus males, sino
también las flores y los otros vegetales que sólo sirven a los pla-
ceres de la vida. Cortés, en sus cartas a Carlos V, y Bernal Díaz,
en su Historia, hablan con admiración de los famosos huertos
de Iztapalapan y de Huaxtepec, que uno y otro vieron, y de los
que habla también el Dr. Hernández, que los vio 40 años des-
pués de la Conquista. El mismo Cortés, en su carta al empera-
dor, fecha 30 de octubre de 1520, dice: "es cosa grande la mu-
chedumbre de habitantes en estos países, que no hay un palmo
de tierra que no esté cultivado." Es necesario tener una dosis
nada vulgar de terquedad para negar crédito a esta clase de
testimonios.
Con los mismos apoyos he hablado de lagran diligencia de
los mexicanos en la cría de toda especie de animales, en cuyo
género de magnificencia excedió Moteuczoma a todos los reyes
del mundo. Era imposible que aquellas gentes mantuviesen tan
estupenda variedad de cuadrúpedos, aves y reptiles, sin tener
grandes conocimientos acerca de su naturaleza, de su instinto,
de su modo de vivir, etc.

Su arquitectura no era ciertamente comparable con lade los


europeos; mas era muy superior a la de la mayor parte de
los pueblos de Asia y África. ¿Quién osará comparar a las ca-
sas, a los palacios, a los templos, a los baluartes, a los acueduc-
:

398 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tos, a los caminos de los antiguos mexicanos, no ya las misera-


bles cabanas de los tártaros, de los siberianos, de los árabes y
de aquellas mezquinas naciones que viven entre el Cabo Verde
y el de Buena Esperanza, sino los edificios de Etiopía, de una
gran parte de la India, de las islas del Asia y del África, y entre
ellas el Japón? Basta confrontar lo que han escrito acerca de la
arquitectura de todos estos países los viajeros que los han re-
corrido y examinado, para desmentir a Mr. de Paw, el cual osa
asegurar que todas las naciones americanas eran inferiores en
industria y sagacidad a los pueblos más groseros del antiguo
continente.
Dice que el ponderado palacio de Moteuczoma no era más
que una cabana; pero Cortés, Bernal Díaz y el conquistador
anónimo, que tantas veces lo vieron, dicen todo lo contrario
"Tenía, dice Cortés hablando de Moteuczoma, en esta ciudad (de
México) casas para su habitación, tales y tan maravillosas, que
no creo poder expresar su excelencia y grandeza por lo que diré
;

tan solamente que no las hay iguales en España." Así escribe


este conquistador a su rey, sin miedo de que lo desmientan sus
capitanes y soldados, los cuales tenían a la vista los objetos de
que se habla. El conquistador anónimo, en su curiosa y sincera
relación, tratando de los edificios de México, se explica en estos
términos: "había hermosas casas de señores, tan grandes y con
tantas cuadras y jardines altos y bosques, que nos dejaban ató-
nitos. Yo entré cuatro veces, por curiosidad, en un palacio de
Moteuczoma, y habiendo girado en lo interior hasta cansarme,
no lo vi todo. Acostumbraban tener alrededor de un gran patio,
cámaras y salas grandísimas; pero sobre todo había una tan
vasta, que dentro de ella podían estar tres mil hombres sin in-
comodarse; era tal, que el corredor que había encima formaba
una placeta en que podían correr cañas treinta hombres a ca-
ballo." De semejantes expresiones usa Bernal Díaz en su His-
toria. Todos los historiadores de México convienen en que el
ejército de Cortés, compuesto de más de 6,400 hombres, entre
españoles, tlaxcaltecas y zempoaltecas, se alojó todo en el pa-
lacio que había sido del rey Axayacatl, y quedó bastante para
la habitación del rey Moteuczoma y de su servidumbre, además
de los almacenes en que estaba guardado el tesoro del primero de
aquellos dos monarcas. Por los mismos escritores consta la mag-
nificencia y bellísima disposición del palacio de los pájaros; y
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 399

Cortés añade que en las piezas de aquel edificio podían alojarse


cómodamente dos grandes príncipes con todas sus cortes, y des-
cribe menudamente sus pórticos, sus cuartos y jardines. El
mismo Cortés dice a Carlos V que en el palacio del rey Neza-
hualpilli, en Texcoco, se alojó él con 600 españoles y 40 caballos,

y que era tan grande, que cabían en él 600 hombres más. Tam-
bién habla del palacio del señor de Iztapalapan, y de muchas ciu-
dades, alabando su estructura, su hermosura y su magnificen-
cia. Tales eran las cabanas de los reyes y señores de México.
Decir, como dice Mr. de Paw, que Cortés mandó construir
a toda prisa un palacio porque no hallaba habitación proporcio-
nada en aquella capital, es un error que, hablando con mayor
propiedad, deberá llamarse una mentira. La verdad es que Cor-
tés, durante el asedio de México, quemó y arruinó la mayor par-
te de su caserío, como él mismo refiere, con cuyo objeto pidió,
y obtuvo de sus aliados, algunos millares de hombres que úni-
camente se empleaban en echar abajo los edificios a medida que
los españoles adelantaban, a fin de no dejar a retaguardia nin-
guna casa en que pudieran parapetarse los enemigos. No era,
pues, extraño que el caudillo español careciese de alojamiento
proporcionado en una ciudad que él mismo había destruido;
pero esta destrucción no fue tan general que no quedasen en
pie muchas buenas casas en el cuartel de Tlaltelolco, en que hu-
bieran podido acomodarse muy bien los españoles y todos sus
aliados. "Desde que dispuso nuestro señor, dice Cortés, que esta
gran ciudad de Temixtitan (México) fuese conquistada, no me
pareció bien residir en ella, por causa de muchos inconvenien-
tes; así que me fui con toda mi gente a vivir a Coyoacan."
Si fuese cierto lo que dice Mr. de Paw, Cortés hubiera dado por
motivo de su salida de la capital, la falta de edificios para su re-
sidencia y la de sus tropas. El palacio de Cortés se construyó
en el mismo sitio en que había estado el de Moteuczoma. Si Cor-
tés no hubiese arruinado éste, hubiera podido habitar cómo-
damente en él, como habitaba Moteuczoma con toda su corte.
Además, es falso que exista actualmente el palacio de aquel
conquistador, pues se quemó elaño de 1692, en una sedición po-
pular. Pero, sobre todo, es falsísimo que los muros de los edificios
mexicanos no fuesen más que grandes piedras, puestas unas
sobre otras, sin ninguna unión; lo contrario demuestran todos
los historiadores y los restos de los edificios antiguos, de que
400 FRANCISCO J. CLAVIJERO

después hablaré. Así que no hay en todo el pasaje de Mr. de


Paw una sola proposición que no sea un error.
No contento con echar al suelo las casas de los mexicanos,
también se pone a destruir sus templos, y enfadado con Solís
porque afirma que los de México eran 2,000, entre grandes y pe-
queños, dice: "Jamás ha habido tan gran número de edificios
públicos en ninguna ciudad, desde Roma a Pekín; por lo que
Gomara, menos temerario, o más sensato que Solís, dice que,
contando siete canillas, no se hallaron en México más de ocho
lugares destinados al culto de los ídolos." Para que se vea la
fidelidad de las citas de Mr. de Paw, copiaré el pasaje de Goma-
ra a que se refiere. "Había, dice en el capítulo XXC, muchos
templos en la ciudad de México, esparcidos por las parroquias
o barrios, con su torres, y en ellos había capillas y altares en
que se ponían lo»s ídolos. Casi todos eran de la misma forma;
así que lo que vo„. a decir del templo principal bastará para dar
a conocer todos los otros ;" y después de una menuda descripción
de aquel gran templo, ponderando su altura, su amplitud y su
belleza, añade: "Además de estas torres, que se formaban sobre
las pirámides, con sus capillas correspondientes, había otras cua-
renta, y más, ent^e grandes y pequeñas, en otros Teocallis (1)
menores que había dentro del recinto de aquel templo principal,
los cuales eran todos de la misma forma que éste otros Teo-
. . .

callis o Cees había en otros puntos de la ciudad todos estos


. . .

templos tenían sus casas propias y sus sacerdotes y sus dioses,


con todo lo necesario a su culto y servicio." Vemos, pues, que el
mismo Gomara, que, según Mr. de Paw, sólo halló en México
ocho lugares destinados al culto de los ídolos, comprendiendo
siete capillas, cuenta claramente más de 40 templos, dentro del
recinto del templo principal, además de otros muchos esparcidos
por las parroquias y barrios. ¿ Quién podrá fiarse de Mr. de Paw
después de tan manifiesta falsedad ?
Es verdad que' Solís mostró poca crítica en dar por cierto
el número de templos que los primeros historiadores expresa-
ron sólo por un cálculo conjetural; pero también se muestra poco

(1) Teocalli (casa de Dios) era el nombre que daban los mexicanos a
sus templos. Entre los españoles, unos los llamaban templos, otros ado-
ra torios; los otros, acostumbrados al lenguaje de los sarracenos, mezqui-
tas, y otros, en fin, Cues, palabra tomada de la lengua haitiana. Los tem-
plos pequeños solían llamarse humilladeros o sacrificaderos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 401

juicioso Mr. de Paw en comprender en el número de los edifi-


cios públicos las capillas que los españoles llamaron templos. De
éstas había innumerables. Todos los que vieron aquel país an-
tes de la Conquista, declaran que, tanto en los pueblos cuanto
en los caminos y en las montañas, se veían por todas partes edi-
ficios de esta clase, los. cuales, aunque pequeños y diferentes en
un todo de nuestras iglesias, fueron, sin embargo, llamados tem-
plos por estar consagrados al culto de los ídolos. Así en las car-
tas de Cortés como en la Historia de Bernal Díaz, se ve que ape-
nas daban un paso los conquistadores en sus expediciones, sin
encontrar un templo o capilla. Cortés dice que contó más de 400
templos en la ciudad de Cholula. Pero había una gran diferen-
cia en las dimensiones de estos edificios. Algunos no eran más
que un pequeño terraplén de poca elevación s^bre el cual esta-
ba la capilla del ídolo titular; otros eran realmente estupendos
en su altura y amplitud. Cortés, hablando dePtemplo mayor de
México, asegura a Carlos V que no era fácil describir sus par-
tes, su grandeza y las cosas que en él se contenían; que era tan
grande, que dentro del recinto de la fuerte muralla que lo cir-
cundaba, cabía un pueblo de 500 casas. No hablan de otro mo-
do de aquel y de los otros templos de México, Texcoco, Cholula
y otras ciudades, Bernal Díaz, el conquistador anónimo, Saha-
gún y Tovar, que los vieron, y los historiadores mexicanos y es-
pañoles que escribieron después, y con buenos informes y datos
seguros, como son Acosta, Gomara, Herrera, Torquemada, Si-
güenza, Betancourt y otros muchos. Hernández describe, una
a una, las 78 partes de que se componía el templo mayor. Cor-
tés asegura que entre las altas torres que hermoseaban aquella
gran capital, había cuarenta tan elevadas que la menor de ellas
no era inferior en altura a la famosa Giralda ie Sevilla. Don Fer-
nando de Alva Ixtlilxóchitl habla en sus manuscritos de aquella
torre de nueve pisos, que su célebre abuelo Nezahualcoyotl dedi-
có al Creador del cielo, edificio que probablemente es el mismo
famoso templo de Tezcutzinco, que tanto encomia Valadés en
su Retórica Cristiana.
Toda esta nube de autoridades depone contra Mr. de Paw:
a pesar de las cuales no tiene a bien creer aquella gran multitud
de templos en México, "porque Mofeuczoma I fue el que dio a
aquella villa la forma de ciudad; desde el reinado de aquel mo-
402 FRANCISCO J. CLAVIJERO

narca hasta la llegada de los españoles no habían transcurrido


más de 42 años, espacio que no basta a construir 2,000 templos."
En primer lugar, es falso que Moteuczoma I fue el que dio
a México la forma de ciudad, pues sabemos, por la historia, que
aquella capital tenía forma de ciudad desde los tiempos de Aca-
mapichtzin, primer rey de aquel Estado. En segundo lugar, es
falso que desde el reinado de Moteuczoma I hasta la conquista
de los españoles no transcurrieron más que 42 años. Moteuczo-
ma empezó a reinar, según he probado en mi segunda Diserta-
ción, el año de 1436 y murió en 1464, y los españoles no llegaron
a México antes de 1519; luego desde el principio del reinado de
aquel príncipe hasta la llegada de los españoles hubo 83 años,
y 55 desde la muerte de Moteuczoma. En tercer lugar, Mr. de
Paw se muestra enteramente ignorante de la estructura de los
templos mexicanos, ni sabe cuan grande era el número de ope-
rarios que concurrían a la construcción de los edificios públicos,
y cuánta su prontitud en llevarlos a cabo. Tal vez se ha visto
en México construir en una sola noche un pueblo entero (aun-
que en verdad sólo se componía de cabanas de madera cubier-
tas de heno) y conducir a él los nuevos colonos sus familias,
sus animales y sus bienes.
En cuanto a fortificaciones, es cierto e indudable, por el di-
cho de Cortés y de todos cuantos vieron las antiguas ciudades
de aquel imperio (1), que los mexicanos y todas las otras na-
ciones que vivían en sociedad usaban murallas, baluartes, es-
tacadas, fosos y trincheras. Pero aunque no hiciesen fe tantos
testigos oculares, bastarían las fortificaciones antiguas que aún
subsisten en Cuauhtochco o Huatusco, y en Molcaxac, de que ya
he hablado en otra parte, para demostrar el error de Mr. de Paw.
Es cierto que no eran comparables con las de Europa, porque ni
la arquitectura militar de aquellos pueblos se había perfeccio-
nado tanto, ni tenían necesidad de ponerse a cubierto de la ar-
tillería, cuyo uso les era desconocido; pero bastante dieron a
entender su industria inventando tantas especies de reparos
para defenderse de sus enemigos ordinarios. Quien lea las uná-

(1) Hablan con mucha frecuencia de las antiguas fortificaciones Cor-


tés, en sus cartas a Carlos V, Pedro de Alvarado y Diego Godoy en sus
cartas a Cortés, Bernal Díaz en su Historia, el conquistador anónimo en
su relación, Alfonso de Ojeda en sus Memorias, y Sahagún en su Historia;
todos testigos oculares.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 403

nimes deposiciones de los conquistadores, no dudará de los gran-


des esfuerzos que tuvieron que emplear para combatir los fo-
sos y las trincheras de los mexicanos en el asedio de la capital,
a pesar de ser excesivo el número de los aliados y de tener tan-
tas ventajas los sitiadores en las armas de fuego y en los ber-
gantines. La terrible derrota que sufrieron los españoles cuan-
do se retiraron de México, no deja lugar a que se dude de las
fortificaciones de aquella capital. No
estaba circundada de mu-
rallas, porque tenía bastante para su seguridad con los grandes
fosos que cortaban las calzadas que la unían con tierra firme, y
que eran los únicos puntos por los cuales se podía entrar en su
recinto; mas otras ciudades cuya situación no era tan ven j afo-
sa, tenían murallas y otros reparos para su defensa. El mismo
Cortés describe menudamente las fortificaciones de la ciudad
de Cuauhquechollan.
Mas, ¿para qué perder el tiempo en acumular testimonios
y otras pruebas de la arquitectura de los mexicanos, cuando
ellos mismos nos las han dejado irrecusables en las tres calza-
das que construyeron sobre el lago, y en el antiquísimo acue-
ducto de Chapoltepec un monumento inmortal de su industria?
Los mismos autores que testifican el estado a que llegó la
arquitectura en aquellos pueblos, acreditan la excelencia de sus
plateros, de sus tejedores, de sus lapidarios y de los que se em-
pleaban en los mosaicos y otras obras de plumas. Fueron mu-
chos los europeos que vieron y examinaron estos trabajos, y
se maravillaron de la destreza de sus artífices. Sus obras fun-
didas excitaron la admiración de los plateros de Europa, como
afirman muchos escritores que entonces vivían, y entre otros
el historiador Gomara, que tuvo muchas de aquellas piezas en
sus manos, y oyó decir a los plateros de Sevilla que no se creían
capaces de imitarlas. ¿Es tan común el arte de construir aque-
llas alhajas de que hablé en el libro VIII de esta Historia, y que
celebran unánimemente tantos escritores? ¿Hay muchos artí-
fices en Europa que sepan fundir un pez, con escamas de oro

y plata, dispuestas alternativamente? Cortés dice que las imá-


genes de oro y de pluma que vio en México, eran de tan exquisita
labor que no le parecía posible se hiciesen mejores en Euro-
pa; que en cuanto a las joyas, no se podía entender de qué ins-
trumentos se valían para darlas tanta perfección, y que los tra-
bajos de pluma eran tales, que ni en cera ni en seda se podían
404 FRANCISCO J. CLAVIJERO

imitar. Ensu tercera carta a Carlos V, hablando del botín que


cayó en manos de los conquistadores, después de la toma de
México, dice que se hallaron unas rodelas de oro y plumas, y
otras preciosidades de la misma materia, tan maravillosas, que
no siéndole posible dar una exacta idea de su mérito por escri-
to, las enviaba a S. M. para que por sus propios ojos se asegu-
rase de su excelencia y perfección. Estoy seguro que no hubiera
hablado en aquellos términos de unos objetos que enviaba, si no
hubieran merecido éstos los elogios que de ellos hacía. Casi en
los mismos términos que Cortés, se expresan sobre el mismo
asunto los autores que vieron aquellas obras, como Bernal Díaz,
el conquistador anónimo, Gomara, Hernández, Acosta y otros,
de cuyos datos me he valido para todo lo que he escrito sobre
este asunto en mi Historia.
El Dr. Robertson reconoce el unánime testimonio de los
antiguos escritores españoles, y cree que no tuvieron intención
de engañar a los que leyeran sus escritos; pero asegura que
todos fueron inducidos a exagerar, por las ilusiones que el calor
de su imaginación les sugería. Con esta bella solución no hay
cosa más fácil que echar por tierra todo lo que en sí contienen
las historias. Todos, todos se engañaron, sin exceptuar al ilus-
tre Acosta, ni al docto Hernández, ni a los artífices sevillanos, ni
al rey Felipe II, ni al Sumo Pontífice Sixto V, admiradores to-
dos y encomiadores de aquellas obras maestras de la industria
de los pueblos del Nuevo Mundo. Todos tuvieron caliente la
imaginación, y aun aquellos mismos que escribieron pocos años
después de la Conquista. Tan solamente el escocés Robertson y
el prusiano Paw han tenido, después de dos siglos y medio, aquel
temple de fantasía que es necesario para juzgar exactamente de
las cosas sin duda porque el frío de los países en que nacieron
;

habrá moderado los ímpetus fogosos de su imaginación.


"Estas descripciones, añade Robertson, no bastan para que
formemos juicio del mérito de los trabajos de los mexicanos;
es necesario considerar los productos de sus artes como todavía
se conservan. Muchos de sus adornos de oro y plata, como tam-
bién muchos utensilios domésticos, están depositados en el mag-
nífico gabinete de curiosidades naturales y artificiales que aca-
ba de abrir el rey católico; y algunas personas, en cuyo gusto
y juicio debo fiarme, me han asegurado que estos ponderados
esfuerzos del arte de los mexicanos, son torpes representacio-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 405
/

nes de objetos comunes, o imágenes de figuras humanas y de


animales, privadas enteramente de gracia y propiedad." Y en
la nota de este pasaje añade: "En la armería del palacio real de
Madrid se muestran unas armaduras que dicen ser de Moteuc-
zoma. Compónense de unas placas de cobre muy bruñidas. Los
inteligentes las creen orientales. La forma de los adornos de
plata de que están cubiertas, son figuras de dragones y pueden
considerarse como apoyos de aquella opinión. En punto a tra-
bajo, son infinitamente superiores a todos los otros esfuerzos
de la industria americana, vistos hasta ahora. La sola muestra
indudable que yo he visto del arte de los mexicanos en Inglate-
rra, es una copa de oro finísimo, que aseguran haber perteneci-
do a Moteuczoma. En esta copa se representa un rostro huma-
no. Por una parte se ve el rostro de frente por otra de perfil, y
;

por la otra la parte superior de la cabeza. Las facciones son


gruesas, pero tolerables, y demasiado tosco el trabajo para que
se pueda atribuir a mano española. Esta copa fue comprada
por Odoardo, conde de Oxford, cuando se hallaba en el puerto
de Cádiz." Hasta aquí Robertson, a cuyas observaciones res-
pondo: 1.° Que no tuvo motivo para creer que aquel tosco tra-
bajo fuese realmente mexicano. 2.° Que tampoco sabemos si las
personas a cuyo juicio creyó deber fiarse Robertson, merecían
también nuestra confianza, pues vemos que aquel escritor se
fía con mucha frecuencia del testimonio de Gage, de Corral, de
Ibáñez y de otros autores muy poco dignos de crédito. También
pudo ser que aquellas personas tuviesen caliente la imaginación,
pues, según la índole de la corrompida especie humana, es más
común calentarse la imaginación en contra que en favor de una
nación. 3.° Que es bastante probable fuesen realmente mexica-
nas las armas que aquellos inteligentes creyeron orientales, pues
estamos seguros, por el testimonio de todos los escritores de Mé-
xico, que aquellas naciones usaban armaduras de placas u ho-
juelas de cobre, y que con ellas se cubrían el pecho, los brazos
y los muslos, para defenderse de las flechas, y no sabemos que
hayan tenido el mismo uso los habitantes de las islas Filipinas,
ni algún otro pueblo de los que con ellos tenían tráfico y comu-
nicación. Los dragones representados en aquellas armas, lejos
de confirmar, como cree Robertson, la opinión de los que las tie-
nen por orientales, confirman más bien la mía; pues no ha ha-
bido pueblo en el mundo que haya usado en sus armas las figu-
406 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ras de animales terribles tan comunmente como hacían los me-


xicanos. Ni es de extrañar que éstos tuviesen idea de los dra-
gones, pues también la tenían de los grifones, como asegura
Gomara, cual dice que algunos señores tenían en sus armas
el
la figura de un grifón con un ciervo en las garras. 5.° Que aun-
que sean toscas las imágenes formadas en aquellas labores de
oro y plata, bajo otro aspecto podrían ser excelentes, maravi-
llosas e inimitables, pues en ellas deben considerarse dos clases
de trabajo que no tienen entre sí la menor conexión, a saber:
la fundición y el dibujo. El famoso pez de que ya he hablado,
tendría quizás una forma incorrecta y desproporcionada, sin que
esto disminuya el mérito de aquella admirable alternativa de
escamas de oro y plata, hechas en la fundición. 6.° Finalmente,
el juicio de algunas personas desconocidas al público, sobre
aquellos pocos objetos de dudoso origen que están en el gabine-
te de Madrid, no puede contrapesar la unánime decisión de to-
dos los historiadores antiguos que vieron y describieron mu-
chos trabajos de aquella especie, indudablemente mexicanos.
De que llevo dicho hasta ahora, se infiere el gran
todo lo
agravio que hace Mr. de Paw a los mexicanos, creyéndolos in-
feriores en industria y sagacidad a los pueblos más incultos del
antiguo continente. El P. Acosta, hablando de los peruanos, di-
ce: "Si estos hombres son bestias, dígalo quien quiera; yo estoy
seguro que en aquello a que se aplican, nos son muy superiores."
Esta ingenua confesión de un europeo de tan sana crítica y tan
imparcial en sus opiniones, vale algo más que todas las invecti-
vas de un filósofo prusiano y de un historiador escocés, mal ins-
truidos uno y otro en las cosas del Nuevo Mundo, y extrañamen-
te prevenidos contra los pueblos que lo habitan.

Pero aun concediendo a Mr. de Paw que la industria de los


americanos en sus artes sea inferior a la de los otros pueblos del
mundo, nada debe inferirse de aquí contra las calidades men-
tales de aquellos pueblos, ni contra el clima de sus regiones,
siendo cierto e indudable que la mayor parte de los inventos y
progresos de la industria, se deben, más que al ingenio, a la suer-
te, a la necesidad y a la codicia. Los hombres más diestros en
las artes no son siempre los más ingeniosos, sino los que más
necesidades padecen y los que más vivamente sienten los deseos
de adquirir. "La esterilidad de la tierra, dice Montesquieu, hace
industriosos a los hombres, porque se ven precisados a propor-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 407

cionarse de un modo o de otro lo que la tierra les'rehusa. La fer-


tilidad de la tierra trae consigo la facilidad de mantenerse y, al
mismo tiempo, la desidia." "La necesidad, mismo Robert-
dice el
son, es el estímulo y conductor del
el género humano en el ca-
mino de los inventos/' Los chinos no serían ciertamente tan
industriosos como son, si la excesiva población del país no hi-
ciese tan difícil la subsistencia; ni en Europa se hubieran he-
cho tantos progresos en las artes si hubiese faltado el aliciente
de los premios a la esperanza de mejorar fortuna en los que
las cultivan. Sin embargo de todo, los mexicanos pueden alegar
en su favor muchos inventos capaces de inmortalizar sus nom-
bres, como son, además de sus famosas fundiciones de metales
finos, y sus inimitables mosaicos de plumas y de conchas, el
papel que hacían con algodón, maguey, seda y palma de mon-
te (1); sus tintes de colores indelebles; sus hilados y tejidos
del pelo más sutil del conejo y de la liebre; sus navajas de afei-
tar de obsidiana o piedra itztli; la industriosísima cría de la co-
chinilla, para sacar de este insecto tan preciosos colores; el es-
malte de los pavimentos de las casas y otros muchos no menos
dignos de admiración, cuyos pormenores pueden verse en esta
obra y en las de todos los historiadores de México, así como de
los inventos y progresos industriales de los peruanos, dan sufi-
ciente idea las obras del Inca Garcilaso y del P. Acosta, y las
Cartas Americanas de Carli. Pero, ¿qué extraño es que las na-
ciones civilizadas del nuevo continente poseyesen aquellas in-
venciones y conocimientos, cuando entre los pueblos bárbaros
del mismo se han encontrado artes singularísimas y nunca vis-
tas en Europa? ¿Qué invento, por ejemplo, más extraordinario
que el de domesticar los peces del mar y servirse de ellos para
pescar otros más grandes, como hacían Icte habitantes de las
Antillas? Esta sola prueba de ingenio y destreza, de que hacen
mención Oviedo (2), Gomara y otros autores, bastaría para des-
(1) Véase lo que digo sobre el papel en el libro VII. La invención del
papel es sin duda más antigua en América que en Egipto, de donde pasó
a Europa. Es cierto que el papel mexicano no es comparable en finura al
europeo; pero debe tenerse presente quo no lo hacían para escribir, sino pa-
ra pintar.

(2) El pez de que los indios se servían para dar caza a otros mayores,
como en Europa se usan los halcones para cazar otras aves, es el llamado
en aquellas islas Guaicán, y por los españoles Reverso. Oviedo describe el
modo con que hacían esta pesca.
408 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mentir las invectivas de Mr. ele Paw contra la industria de los


americanos.
LENGUA MEXICANA

"Las lenguas de América, dice Mr. ele Paw, son tan limita-
das y tan escasas ele palabras, que no es posible expresar en
ellas ningún concepto metafísico. En ninguna de ellas se puede
contar más allá de tres (en otra parte dice que los mexicanos
contaban hasta diez). No es posible traducir un libro, no ya en
las lenguas de los algonquines y de los guranies o paraguayeses,
pero ni aun en las de México y Perú, por no haber en ellas su-
ficiente cantidad de voces para expresar nociones generales."
El que lea estas decisiones magistrales del filósofo prusiano, se
persuadirá sin duda que pronuncia su fallo, después de haber
viajado por toda la América y de haber examinado todas las
lenguas que se hablan en aquel continente; pero no es así: sin
salir de su gabinete de Berlín, sabe mejor todo lo que pasa en
América que los mismos americanos, y en el conocimiento de
las lenguas es superior a los que las hablan. Yo aprendí la me-
xicana y la oí hablar a los mexicanos por espacio de muchos
años, y no sabía que fuese tan escasa de voces numerales y de
términos significativos de ideas universales, hasta que me des-
cubrió este gran secreto Mr. ele Paw. Sabía que los mexicanos
habían dado el nombre de Centzontli (esto es 400), o más bien
el de Centzont látale (esto es, el que tiene 400 voces) a aquel

pájaro tan célebre por su singular dulzura y por la incompara-


ble variedad de su canto. También sabía que los antiguos me-
xicanos contaban por xiquipiüi las almendras de cacao que em-
pleaban en el comercio, y sus tropas en la guerra; así que, para
decir, por ejemplo, que un ejército se componía de 40,000 hom-
bres, decían que tenía 5 xiquipillis. Sabía yo, en fin, que los me-
xicanos tenían voces numerales para expresar cuantos millares
y millones querían; pero Mr. de Paw sabe todo lo contrario, y
no hay duda que lo sabrá mejor que yo, porque yo tuve la des-
gracia de nacer en un clima menos favorable que el de Prusia
a las operaciones intelectuales. Sin embargo, para satisfacer la
curiosidad de mis lectores, quiero ponerles a la vista la serie
de nombres numerales de que se han servido siempre las na-
ciones de Anáhuac.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 409

VOCES NUMERALES DE LOS MEXICANOS


1 Ce
2 One
3 Yei
4 Nahui
5 Macuilli
6 Chicuace
7 Chicóme
8 Chicuei
9 Chiucnahui
10 Matlactli
15 Chaxtolli

Con estas voces, diversamente combinadas entre sí, y con


los tres nombres de Pohualli, o Poalli, 20, Tzontli, 400, y Xiqui-
pilli, 8,000, expresan cualquiera cantidad, como

20 Cempoalli
40 Ompoalli
60 Epoalli
80 Nauhpoalli
100 Macuilpoalli
120 Chicuacempoalli
200, 10 veces 20 Matlacpoalli
300, 15 veces 20 Caxtolpoalli

De este mismo modo cuentan hasta llegar a 400.

400 Centzontli
800 Ontzontli
1,200 Etzontli
1,600 Nauhtzontli
2,000 Macuiltzontli
2,400 Chicuacentzontli
4,000, 10 veces 400 Matlactzontli
6,000, 15 veces 400 Caltoltzontli

Este modo de numerar sigue hasta 8,000.

8,000 Cexiquipilli
16,000 Onxiquipilli
24,000 Exiquipilli
410 FRANCISCO J. CLAVIJERO

32,000 Nauhxiquipilli
40,000 MacuilxiquipiUi
48,000 Chicuacenxiquipilli
80,000, 10 veces 8,000 Matlacxiquipilli
.
120,000, 15 veces 8,000 . . ' Caxtolxiquipilli
160,000, 20 veces 8,000 Cempoalxiquipilli
320,000, 40 veces 8,000 Ompoalxiquipilii
3.200,000, 400 veces 8,000 Centzontxiquipilli
6.400,000, 800 veces 8,000 Onízonxiquipilli
32.000,000, 4,000 veces 8,000 Matlactzonxiquipilii
48.000,000, 6,000 veces 8,000 Caltoltzonxiquipilli (1).

En este catálogo de vocesnumerales mexicanas, se echa de


ver que los que, según Mr. de Paw, no tenían palabras para con-
tar más allá de tres, podían contar, a lo menos, hasta 48.000,000.
Del mismo modo me sería fácil rebatir el error de Mr. de la Con-
damine y del mismo Mr. de Paw, alegando el ejemplo de otras
muchas lenguas de América, aun de las que se usaban por pue-
blos que se creían generalmente bárbaros. Actualmente se ha-
llan en Italia personas muy prácticas en las cosas del Nuevo
Mundo y que pueden dar razón de más de 60 lenguas america-
nas; pero todo esto serviría tan sólo para cansar la paciencia
de los lectores. Entre los materiales que he recogido para esta
obra, tengo los nombres numerales de la lengua araucana, que,
con ser de una nación más guerrera que culta, tenía voces para
contar millones (2).
No es menor equivocación de Mr. de Paw en afirmar que
la
las lenguas americanas no pueden expresar conceptos metafí-
sicos, noticia que ha sacado de la obra de Mr. de la Condamine.
"Tiempo, dice este filósofo, hablando de las lenguas americanas,
duración, espacio, ser, sustancia, materia, cuerpo, todas estas
palabras y otras muchas carecen de equivalente en aquellos idio-

(1) Dije que podían contar hasta 48.000,000, cuando menos, porque pue-
den contar mayores cantidades; pero necesitan emplear palabras más lar-
gas, y lo dicho basta para desmentir a Mr. de Paw.

(2) Mari, en lengua araucana, vale 10; Pataca, 100; Huaranca, 1,000;
Patachuaranca, 100,000; Maripatacahurancu, 1.000,000. Después de escrita
esta Disertación he adquirido la serie de voces numerales de la lengua
otomite, que aunque se cree una de las más imperfectas de América, pue-
de expresar todo número de millares.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 411

mas. No sólo los nombres de los seres metafísicos, sino también


los de las ideas morales carecen de voces propias, y sólo pueden
expresarse aquellos conceptos, muy imperfectamente y con lar-
gas circunlocuciones." Pero Mr. de la Condamine sabía tanto de
lenguas americanas como Mr. de Paw, y sin duda se informó
de algún hombre ignorante, como sucede tantas veces a los via-
jeros. Yo estoy íntimamente convencido de que muchas lenguas
americanas no tienen esa escasez de voces de que hablan aque-
llos escritores; pero, dejando esto por ahora, hablemos sólo de
la mexicana, que es el principal objeto de la disputa.
Es cierto que los mexicanos no tenían voces para expresar
los conceptos de la materia, de la sustancia, del accidente y otros
semejantes; pero también es cierto que ninguna lengua de Asia
y de Europa las tenía, hasta que los griegos empezaron a for-
mar ideas abstractas y a inventar voces para expresarlas. El
gran Cicerón, que tan bien sabía su lengua latina y que floreció
en tiempo de su mayor perfección, aunque la creía más abun-
dante que la griega, trabajó mucho en sus obras filosóficas en
hallar voces correspondientes a las ideas metafísicas de los grie-
gos. ¡Cuántas veces no se vio obligado a crear términos nuevos,
equivalentes en algún modo a los griegos, porque no los hallaba
en su idioma nativo! Y aun en la actualidad, después que aque-
lla lengua se ha enriquecido con muchas palabras inventadas
por Cicerón y por otros doctos romanos, que a su ejemplo se
dieron al estudio de la filosofía, le faltan expresiones correspon-
dientes a muchos conceptos metafísicos, y para darlos a enten-
der tiene que echar mano del bárbaro lenguaje de las escuelas.
Ninguna de las lenguas que hablan los filósofos de Europa te-
nía voces significativas de la sustancia, del accidente y de otros
conceptos semejantes, por lo que fue necesario emplear las grie-
gas y latinas. Los mexicanos antiguos, que no se aplicaron al
estudio de la metafísica, merecen alguna disculpa por no haber
inventado el lenguaje propio de aquella ciencia; no es, sin em-
bargo, tan escasa su lengua de voces significativas de ideas ge-
nerales, como Mr. de la Condamine asegura que lo son las de los
pueblos de la América Meridional; antes bien, afirmo que hay
pocas lenguas más capaces de expresar las ideas metafísicas,
que la mexicana, porque es difícil hallar otra en que tanto abun-
den los nombres abstractos. Pocos son los verbos que tiene de
que no puedan formarse nombres verbales correspondientes a
412 FRANCISCO J. CLAVIJERO

los latinos en io, y pocos los nombres sustantivos y adjetivos


de que no se formen nombres abstractos, que expresen el ser o
la quiditad de las escuelas. No encuentro la misma facilidad en
el hebreo, en el griego, en el latín, en el francés, en el inglés, en el
italiano, en el español y en el portugués, de cuyos idiomas me
parece tener el conocimiento necesario para hacer la compara-
ción. Para ilustrar más este asunto y satisfacer la curiosidad
de los lectores, daré aquí algunas de aquellas voces, que suelen
oírse en boca de los indios más groseros.

CATALOGO DE VOCES MEXICANAS QUE SIGNIFICAN IDEAS


METAFÍSICAS Y MORALES

Cosa Tlamantli
Esencia Geliztii
Bondad Cuailoti
Verdad Neltiiiztli
Unidad. Cetiliztli
Dualidad. .......... Ometiliztli
Trinidad Jeitiliztli
Dios Teotl
Divinidad Teoyotl
Reflexión Neyolnonotzalizíli
Previsión Tlatchtopaitlaliztli
Duda Neyoltzotzonaliztli
Recuerdo Tlainamiquiliztli
Olvido Tlalcahualiztli
Amor Tlazotlaliztli
Odio Tlacocoliztli
Temor Tlamauhtiiiztli
Esperanza Netemachiliztli

El que tiene todas las cosas . . i _, ,


| Nanuaque
Aquel por quien se vive. . . ípalnemoani
Incomprensible Amacicacaconi
Eterno Cemicacyeni
Eternidad Cenmancanyeliztli
Tiempo Cahuitl
Creador de todo . Cenyocoyani
Omnipotente Oenhuilitini
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 413

Omnipotencia Cenhueliciliztli
Persona Tlacatl
Personalidad. ........ Tlacayotl
Paternidad Tayotl
Maternidad Nanyotl
Humanidad Tlacticpactlacayotl
Alma Teyolia
Mente Teixtiamatia
Sabiduría Tlamatiiiztli
Razón Ixtlamachiliztli
Comprensión Ixaxiliztli
Conocimiento Tlaiximatiliztli
Pensamiento Tlanemiliztli
Dolor Necocoiiztli
Arrepentimiento Neyoltequipacholiztli
Deseo Ellehutliztli

v . , , í Cuaitihuani
| Yectmuam
Malicia Acuallotl
Fortaleza Tolchicahualiztli
Templanza Tlaixyeyecoliztli
Prudencia Yollomachiliztli
Justicia Tlamelahicacachicahualiztli
Magnanimidad Yolhueliztli
Paciencia Tlapaccaihiyohuiliztli
Liberalidad Tlanemactiliztli
Mansedumbre Paccanemiliztli
Benignidad Tlatlacoyotl
Humildad Necnomatiliztli
Gratitud Tlazocamatiliztli
Soberbia Nepohualiztli
Avaricia Teoyehuacatiliztli
Envidia. Nexicolizíli
Pereza Tlatzihuiiiztli

excesiva cantidad de estas voces que forman el cau-


Por la
dal de la lengua mexicana, ha sido muy fácil expresar en ella
los misterios de nuestra religión y traducir algunos libros de la
Sagrada Escritura, entre otros los Proverbios de Salomón y los
Evangelios, los cuales, como la Imitación de Cristo, de Tomás
;

414 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Kempis, y otros semejantes que se leen hoy en aquel idioma,


contienen un vasto caudal de voces significativas de ideas me-
tafísicas y morales. Son tantos los libros publicados en lengua
mexicana sobre la religión y la moral cristiana, que con ellos
solos podría formarse una buena librería. Al fin de esta Diser-
tación daré un catálogo de los principales autores de que me
acuerdo, no menos para confirmar cuanto llevo dicho, que en
testimonio de gratitud a sus desvelos. Algunos de ellos han pu-
blicado un gran número de obras que yo mismo he visto; otros,
para facilitar a los españoles la inteligencia de la lengua mexi-
cana, han compuesto gramáticas y diccionarios de ésta.
Lo que digo del mexicano, se puede afirmar igualmente de las
otras lenguas que se hablaban en aquellos dominios, como la oto-
mite, la matlazinca, la mixteca, la zapoteca. la totonaca y la
popoluca, pues también se han compuesto gramáticas y diccio-
narios de todas ellas, y en todas se han publicado tratados de
religión, como se verá en dicho catálogo.
Los europeos que han aprendido mexicano, entre los cua-
el

les hay italianos, franceses, flamencos, alemanes y españoles,


le han tributado grandes elogios, y algunos la han encomiado

hasta creerla superior a la griega y a la latina, como en otra


parte he dicho. Boturini afirma que "en la urbanidad, en la cul-
tura y en la sublimidad de las expresiones, no hay lengua algu-
na que pueda serle comparada." Este escritor no era español,
sino miianés no era un hombre vulgar, sino crítico y erudito
;

sabía muy bien a lo menos el latín, el italiano, el francés, el es-


pañol, y del mexicano lo suficiente para formar un juicio com-
parativo. Reconozca, pues, su error Mr. de Paw, y aprenda a
no decidir en las materias que ignora.
Una
de las pruebas de que el conde de Buffon echa mano
en apoyo de la reciente organización de la materia en el Nuevo
Mundo, es que
órganos de los americanos son ásperos y sus
los
idiomas bárbaros. "Véase, dice, la lista de sus animales, cuyos
nombres son de tan difícil pronunciación que parece increíble
haya habido europeos que se hayan tomado el trabajo de escri-
birlos." Yo no me maravillo tanto de su trabajo en escribirlos
como de su descuido en copiarlos. Entre ios autores europeos
que han escrito la historia natural y civil de México en Europa,
no he hallado uno solo que no haya alterado considerablemente
los nombres de las personas, de los animales y de las ciudades,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 415

desfigurándolos de tal manera que a veces es enteramente impo-


sible adivinar lo que querían decir. La historia de los animales
de México pasó de las manos de su autor, el Dr. Hernández, a
las de Nardo Antonio Recchi, que no sabía una palabra del me-
xicano; de las de Recchi a las de los académicos linceos de Ro-
ma, que la publicaron con notas y disertaciones, y ésta fue la
obra de" que se valió el conde de Buffon. Era imposible que se
conservasen los verdaderos nombres de los animales, pasando
por tantos europeos que ignoraban la lengua del país. Para con-
vencerse de las alteraciones que el mismo conde de Buffon in-
trodujo en aquellos nombres, basta comparar los que escribe
en su Historia Natural con los que se leen en la edición romana
de Hernández. Generalmente hablando, es cierto que la dificul-
tad que hallamos en pronunciar una lengua a la cual no esta-
mos acostumbrados, especialmente si sus articulaciones no son
semejantes a las más frecuentes en nuestro propio idioma, no
prueba de ningún modo que aquélla sea bárbara. Esa misma
dificultad que conde de Buffon encuentra en la pronunciación
el

de la .lengua mexicana, hallan los mexicanos en la pronuncia-


ción de la francesa. Los que están acostumbrados a la española,
experimentan gran trabajo en pronunciar la polaca y la alema-
na, y las tienen por las más ásperas y duras de todas. La len-
gua mexicana no fue la de mis padres, ni yo la aprendí en la in-
fancia; sin embargo, todos los nombres mexicanos de animales
que el conde de Buffon copia en su obra, como prueba de la bar-
barie de aquella lengua, me parecen, sin comparación, de mu-
cha más fácil pronunciación que otros de lenguas europeas de
que también hace uso (1). Lo mismo dirán los europeos que no
están acostumbrados a los idiomas de que los saca, y no faltará
quien se maraville de que aquel naturalista se haya tomado el
trabajo de copiar aquellas voces capaces de arredrar al escritor
más animoso. Como quiera que sea, cuando se trata de lenguas
extranjeras, debemos referirnos al juicio de los que las saben
y no a la opinión de los que las ignoran.

(1) Véanse los nombres siguientes que el conde de Buffon usa, y com-
párense con los mexicanos aun alterados por él: Baurdmannetyes. Miszor-
zechowa. Niedzwiedz. Brandhirts. Stachelschwein. Przawiaska. Chemiks-
karzecsek. Siebenschlafer. Meerschwein. Ildgiersdiur. Sterzeczleck. Sczurcz.
-::: FRANCISCO J. CLAVIJERO

LEYES DE LOS MEXICANOS

Queriendo Mr. de Paw desmentir la antigüedad que Ge-


melli atribuyó por equivocación a la capital de México, alega la
anarquía de su gobierno y la escasez de sus leyes; y tratando
rno de ios peruano.?, dice: "que no puede haber leyes en
i

un Estado despótico, y que aunque las haya habido en algún


tiempo, es imposible analizarlas en el día. porque no las cono-
cemos ni podemos conocerlas, porque nunca fueron escritas y
su memoria debía perecer con la muerte de los que las sabían."
Plasta ahora nadie había hecho mención de la anarquía de
México : para este gran descubrimiento ha sido necesario que
venga al mundo Mr. de Paw, cuyo cerebro parece singularmen-
te organizado para entender las cosas ai revés que todos las en-
venden. Todos los que han leído algo saben que los pueblos me-
xicanos vivían bajo la autoridad de ciemos señores, y todo el
Estado bajo la de un jefe supremo, que era el rey de México.
Todos los autores hablan del gran poder de que gozaba aquel
soberano en los negocios públicos, y del sumo respeto con que lo
acataban sus vasallos. Si esto es anarquía, serán sin duda anár-
quicos todos los Estados del mundo.
El despotismo no se conoció en México hasta los últimos
años de la monarquía. En los tiempos anteriores, siempre ha-
an los reyes observado las leyes promulgadas por sus prede-
cesores y cuidaban con gran celo de su ejecución. Aun en los
tiempos ele Moctezuma II. que fue el único rey verdaderamente
despótico, los juzgaban según las leyes del rei-
magistrados
no, y el mismo Moteuczoma castigaba severamente a los tras-
gres eres, abusando tan sólo de su poder en lo que podía contri-
buir al aumento de su opulencia y de su autoridad.
Estas leyes no eran escritas: pero se perpetuaban en la
memoria de los hombres por la tradición y por las pinturas. No
había subdito alguno que las ignorase, porque los padres de fa-
milia no cesaban de instruir en ellas a sus hijos, a fin de que,
huyendo de la trasgresión. evitasen el castigo que les estaba
señalado. Eran infinitas las copias de las pinturas mexicanas
en que se expresaban las disposiciones de las leyes vigentes,
pues aun han quedado muchas que yo he visto, no obstante
haber sido tan furiosamente perseguidas por los españoles. Su
inteligencia no es difícil para los que conocen los signos y figu-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 417

ras de que los mexicanos se valían para representar las cosas


y saben su lengua y la significación de sus caracteres mas para
;

Mr. de Paw deben ser tan obscuras como de los chi-


las leyes
nos, escritas en caracteres de aquella nación. Además de que,
después de la Conquista, muchos mexicanos escribieron las le-
yes de México, Acolhuacan, Tlaxcala, Michuacan, etc., con los
caracteres de nuestra escritura. Entre otros, don Fernando de
Alba Ixtlilxóchitl escribió en lengua española las 80 leyes pro-
mulgadas por su célebre abuelo el rey Nezahualcoyotl, como he
dicho en la Historia. Los españoles indagaron las leyes y usos
antiguos de aquellas naciones con más diligencia que las otras
partes de su organización social, porque su conocimiento im-
portaba mucho al gobierno cristiano, civil y eclesiástico, espe-
cialmente con respecto a los matrimonios, a las prerrogativas
de la nobleza, a la cualidad del vasallaje y a la condición de los
esclavos. Se informaron verbalmente de los indios más instrui-
dos, y estudiaron sus pinturas. Además de los primeros misio-
neros, que trabajaron con gran fruto en esta empresa, don Al-
fonso Zurita, uno de los principales jueces de México, docto
en la legislación y práctico en aquellos países, hizo esmeradas
indagaciones por orden de los reyes católicos, y compuso la úti-
lísima obra de que hice mención en el catálogo de los escritores
de las cosas antiguas de México. Así es como pueden saberse
las leyes de los antiguos mexicanos, sin necesidad de que ellos las
hubiesen dejado por escrito.
Pero ¿qué leyes? "Dignas muchas de ellas, dice Acosta, de
nuestra admiración y que podían servir de modelo a los pueblos
cristianos. " En primer lugar era muy sabia y prudente la cons-
titución del Estado en lo relativo a la sucesión de la corona, pues
al mismo tiempo que evitaba los inconvenientes inseparables de
la sucesión hereditaria, excluía los que siempre se han experi-
mentado en la electiva. Debía ser elegido un individuo de la fa-
milia real, para conservar el esplendor del trono y alejar de tan
alta situación a todo hombre de bajo nacimiento. No sucedien-
do el hijo, sino el hermano, no había peligro de que tan eminen-
te e importante dignidad estuviese expuesta a la indiscreción
de un joven inexperto, ni a la malignidad de un regente am-
bicioso.

Si loshermanos hubieran debido suceder según el orden


de su nacimiento, tal vez hubiera tocado la corona a un hombre
— 14. II
41S FRANCISCO J. CLAVIJERO

inepto, incapaz de gobernar, exponiéndose también al riesgo


de que el heredero presuntivo maquinase contra la vida del so-
berano para anticipar la sucesión la elección evitaba uno y otro
:

inconveniente. Los electores escogían entre los hermanos del


rey muerto, y si no había hermanos, entre los hijos de los re-
yes predecesores, el más digno de ponerse a la cabeza de la na-
ción. Si hubiera pertenecido al rey el nombramiento de los elec-
tores, hubiera designado los más favorables a sus designios.
procurando cautivar sus sufragios en favor del hermano prefe-
rido, y quizás también en favor de su hijo, hollando las leyes
fundamentales del Estado : pero no era
pues el cuerpo de la
así.

nobleza nombraba los electores y ella representaba la opinión


y los votos de toda la nación. Si el empleo de elector hubiera si-
do perpetuo, no hubieran hallado dificultad los electores, abu-
sando de su autoridad, en apoderarse de- la monarquía: pero co-
mo el voto electoral terminaba en la primera elección y entonces
se nombraban otros electores para la siguiente, no era tan fácil
que la ambición se abandonase a la ejecución de sus proyectos.
Finalmente, para evitar otros inconvenientes, los verdaderos
electores no eran más de cuatro, hombres de la primera nobleza.
de acreditada prudencia y de notoria probidad. Es cierto que
aun con todas estas precauciones no siempre se conseguía evitar
desórdenes y sobornos: pero, ¿hay alguna clase de gobierno en-
tre los hombres que no esté expuesto a mayores males?
La nación mexicana era guerrera y necesitaba, por tanto.
de un jefe experto en el arte de la guerra. ¿Qué arbitrio podía
inventarse más eficaz para conseguir aquel fin. que el de no con-
ferir la corona sino al que por sus méritos hubiese obtenido an-
tes el cargo de general de ejército, y de no coronar sino al que
después de la elección hubiese tomado en la guerra las víctimas
que. según su sistema de religión, debían sacrificarse en las
fiestas de aquella solemnidad?

La prontitud con que mexicanos sacudieron el yugo de


los
los tepanecas. y la gloria que adquirieron con sus armas en la
conquista de Azcapozalco. debían excitar naturalmente la riva-
lidad y la desconfianza de sus vecinos, y especialmente del rey
de Aeolhuacan. que había sido y era el mayor potentado de
aquellas regiones, a lo que se añadía que, estando aún vacilante
el trono de México, necesitaba de fuertes apoyos que lo sostu-

viesen. El rey de Aeolhuacan, que acababa de recobrar, con el


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 419

auxilio de los mexicanos, la corona de que lo había despojado


el tirano Tezozomoc, debía temer que algún subdito poderoso,
siguiendo las huellas de aquel usurpador, excitase a la rebelión
una parte de sus pueblos y lo privase, como sucedió a su padre,
de la corona y de la vida. Más graves debían ser los temores del
rey de Tlacopan, que ocupaba un trono recién erigido y cuyo po-
der no era considerable. Cada uno de estos dos monarcas, por
sí solo, no gozaba de mucha seguridad y debía desconfiar de

los otros dos; pero unidos los tres, formaban un poder invenci-
ble. ¿Cuál fue, pues, el partido que tomaron? El de formar una
triple alianza que aseguraba a cada uno contra la ambición de
los otros dos, y a los tres contra la rebeldía de sus subditos.
A este pacto se deben la consolidación de los tronos de Acolhua-
can y de Tlacopan y las conquistas que hicieron los mexicanos;
la unión de los tres Estados fue tan firme y estuvo tan bien
ordenada, que no se deshizo ni vaciló jamás, hasta la llegada de
los españoles. Este solo rasgo de política demuestra suficiente-
mente el discernimiento y la sagacidad de aquellos pueblos;
pero aun hay otros muchos de que no podría hacer mención
sin repetir una gran parte de lo que he dicho en mi Historia.
El orden judicial de los mexicanos y de los texcocanos nos
ofrece también útiles lecciones de arreglo y de justicia. La di-
versidad de grados en los jueces contribuía al buen orden y a la
subordinación de la magistratura; su asidua frecuencia a los tri-
bunales, desde el rayar del día hasta la noche, abreviaba los
procesos y apartaba a los jueces de muchas prácticas clandes-
tinas que hubieran podido prevenirlos en favor de algunas de
las partes. La pena de muerte prescrita contra un gran núme-
ro de prevaricadores, la puntualidad de su ejecución y la vigi-
lancia de los soberanos, retenían a los magistrados en los límites
de su obligación, y los suministros que se les hacían, por cuen-
ta del monarca, de todo lo que bastaba a satisfacer sus necesi-
dades, los hacía inexcusables y los ponía al abrigo de la corrup-
ción. Las reuniones que se celebraban de veinte en veinte días,
presididas por y particularmente la asamblea general de
el rey,

la magistratura que se verificaba de ochenta en ochenta días


para terminar las causas pendientes, además de evitar los gran-
des males que acarrea la lentitud de los juicios, ofrecía a los
jueces una ocasión oportuna de comunicarse recíprocamente
sus luces y sus observaciones. De este modo el rey conocía a
;

420 FRANCISCO J. CLAVIJERO

fondo a las personas a quienes había encargado aquellas eleva-


das funciones; la inocencia tenía más recursos y el aparato del
juicio daba mayor influjo y más respeto a los tribunales. Aque-
lla ley que permitía la apelación del tribunal Tlacatecatl al Ci-

huacoatl en las causas criminales y no en las civiles, manifiesta


que los mexicanos, respetando las leyes de la humanidad, co-
nocían que se necesitaba mayor número de pruebas para creer
a un hombre culpable, que para declararlo deudor. En los jui-
cios criminales no se admitía otra prueba contra el reo que la
deposición de los testigos. Jamás emplearon la tortura para
arrancar al inocente, a fuerza de dolor, la confesión del crimen
que no había cometido; jamás se valieron de aquellas bárbaras
pruebas del duelo, del fuego, del agua hirviendo y otras seme-
jantes que fueron la legislación dominante de los pueblos euro-
peos y que hoy no podemos leer sin horror en las historias. "No
habrá quien no se maraville, dice sobre este asunto Montesquieu,
que nuestros abuelos hiciesen depender el honor, el bienestar y
la propiedad de los ciudadanos, de ciertas prácticas que no en-
traban en la jurisdicción de la razón, sino que pertenecían ex-
clusivamente a la suerte, y que empleasen continuamente prue-
bas que nada probaban y que no tenían la menor conexión con
la inocencia ni con el delito." Lo que decimos ahora de este gé-
nero de pruebas dirá la posteridad de la tortura, y las genera-
ciones futuras no cesarán de admirar que este bárbaro arbitrio
haya sido tanto tiempo un uso general de la parte más civiliza-
da del mundo. El juramento era prueba de mucho peso en los
juicios de los mexicanos, como ya he dicho, pues no creían que
pudiese haber perjuros, estando persuadidos de los terribles
castigos que los dioses imponían infaliblemente a este crimen
pero no sabemos que esta prueba se admitiese al actor contra el
reo, sino solamente al reo para su justificación.
Castigaban severamente todos aquellos delitos que repug-
nan particularmente a la razón y que son perjudiciales al Es-
tado, como el de lesa majestad, el homicidio, el hurto, el adul-
terio, el incesto y los otros excesos de esta clase contra la
naturaleza el sacrilegio, la embriaguez y la mentira. Obraron sin
;

duda sabiamente en no dejar impunes estos atentados; pero


traspasaron los límites en la imposición de las penas, pues és-
tas eran excesivas y crueles. No pretendo excusar las faltas de
aquella nación; mas tampoco puedo disimular que de todo lo que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 421

se halla reprensible en su legislación, se encontrarán ejemplos en


los pueblos más famosos antiguo continente, y ejemplos
del
que, si se comparan con las instituciones de los mexicanos, ha-
rán parecer a éstos suaves y conformes a la razón. "Las cé-
lebres leyes de las doce tablas, dice Montesquieu, están llenas
de disposiciones cruelísimas. en ellas se ve el suplicio del
. .

fuego, y las penas son siempre capitales." Pues, sin embargo,


esta es la celebradísima compilación que hicieron los romanos
de lo mejor que habían encontrado en los pueblos griegos. Y si
esto era lo mejor de la cultísima Grecia, ¿qué sería lo que no era
tan bueno? ¿Qué habrá sido la legislación de aquellos pueblos
que ellos llamaban bárbaros? ¿Cuál ley más inhumana y
cruel que aquella de las doce tablas que permitía a los acreedores
descuartizar al deudor que no pagaba, llevándose cada cual una
parte de su cuerpo en satisfacción de la deuda? (1) Y esta ley
no se promulgó en Roma en los groseros principios de aquella
famosa ciudad, sino 300 años después de su fundación. Por el
contrario, ¿qué disposición más inicua que aquella del famoso
legislador Licurgo, que permitía el hurto a los lacedemonios ?
Los mexicanos castigaban este delito tan pernicioso a la socie-
dad pero no le imponían la pena capital sino cuando el ladrón
;

no estaba en estado de satisfacer y pagar la ofensa con su li-


bertad o con sus bienes. No era así con los robos cometidos en
los sembrados, porque estando éstos, por su situación, más ex-
puestos a la rapiña, tenían más necesidad de la custodia de las
leyes pero esa misma ley que imponía la pena de muerte al que
;

robaba una cierta cantidad de frutas o de granos, permitía a


los caminantes necesitados tomar de ellos lo que necesitaban
para socorrer la urgencia presente. Cuánto más racional no
¡

era esta disposición que la de las doce tablas, que condenaba


sin distinción a la pena de horca a todo el que tomaba algo' en
los sembrados ajenos! (2)
La mentira, aquel pecado tan pernicioso a la sociedad, se
deja comunmente impune en la mayor parte de los países del an-
tiguo continente, y al mismo tiempo se castiga en el Japón con

(1) "Si plures forent, quibus reus esse judicatus, secare si vellent,
aeque partiti corpus addicti sibi hominis permiserunt."

(2) "Qui frugem aratro quaesitam furtim nox pavit secuitve suspen-
sus cereri necator."
!

422 FRANCISCO J. CLAVIJERO

pena capital.. Los mexicanos se alejaron prudentemente de uno


y otro extremo. Sus legisladores, bien instruidos en el genio y
en las inclinaciones de la nación, conocieron que si no se pres-
cribían penas graves contra la mentira y contra la embriaguez,
carecerían los hombres de juicio para satisfacer sus respectivas
obligaciones y faltaría siempre la verdad en los tribunales y la
fidelidad en los contratos. La experiencia ha hecho conocer cuan
perjudicial sea a los mismos pueblos mexicanos la impunidad de
estos dos delitos.
Pero en medio de su severidad, los mexicanos cuidaron de
no confundir al inocente con el culpado en la aplicación de las
penas. Muchas leyes de Europa y de Asia prescribieron el mis-
mo castigo al reo de alta traición y a toda su familia. Los me-
xicanos castigaban aquel crimen con pena capital; pero no pri-
vaban de la vida a los parientes del traidor, sino sólo de la
libertad y no ya a todos, sino a los que, teniendo noticia del cri-
;

men y no habiendo querido revelarlo, se habían hecho también


culpables. Cuánta más humana es esta ley que la del Japón
¡

"Ley, dice Montesquieu, que castiga, por un solo delito, toda


una familia y todo un barrio; ley que no reconoce inocentes
dondequiera que hay culpables." No sabemos que los mexicanos
prescribiesen pena alguna contra los que murmuraban del go-
bierno; parece que no hicieron caso de este desahogo del amor
propio de los subditos, que con tanto horror se mira en otros
países. *

Sus leyes relativas al matrimonio eran, sin duda, más ho-


nestas y más decorosas que las de los romanos, griegos, persas,
egipcios y otros pueblos del mundo antiguo. Los tártaros se ca-
saban con sus hijas; los antiguos persas y asirios con sus ma-
dres; los atenienses y los egipcios con sus hermanas. En México
estaba severamente prohibido todo enlace entre personas con-
juntas en el primer grado de consanguinidad y de afinidad, ex-
cepto entre cuñados, cuando el hermano dejaba por su muerte
algún hijo. Esta prohibición da a conocer que los mexicanos juz-
gaban con más acierto del matrimonio que todas las naciones
que acabo de nombrar. Aquella excepción demuestra sus senti-
mientos humanos y benévolos. Si una viuda pasa a segundas
nupcias, muchas veces tiene el pesar de ver a sus hijos poco ama-
dos por un padre a quien no deben la existencia; a su marido,
poco respetado por los hijos, que lo miran como un extraño, y a
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 423

los hijos de uno y otro matrimonio, tan desunidos y discordes


entre sí como si hubiesen nacido de diversas madres. Hablando,
pues, según las reglas de la política humana, que eran las únicas
por las que se guiaban aquellas naciones, privadas del conocimien-
to de las santas leyes del cristianismo, ¿qué mejor arbitrio po-
dían tomar para remediar males tan comunes como funestos,
que el de casar a la viuda con el cuñado?
Muchas naciones antiguas de Europa, imitadas por no pocos
pueblos modernos de Asia y África, compraban sus mujeres y
ejercían en ellas una autoridad mucho más extendida que la que
permite a los hombres el autor de la Naturaleza, tratándolas más
bien como esclavas que como compañeras. El mexicano no obte-
nía la mano de su esposa si no es por medio de una lícita y deco-
rosa pretensión, y aunque presentaba algunos dones a sus pa-
dres, no se consideraban como precio de la hija, sino como un
obsequio para cautivarse su benevolencia e inclinar su ánimo a
la aprobación del contrato. Los romanos, aunque no tenían mucho
reparo en prestar sus mujeres (1), estaban autorizados por las
leyes a quitarles la vida si las sorprendían en adulterio. Esta ini-
cua disposición, que constituía a un hombre juez en su propia cau-
sa y ejecutor de su sentencia, en lugar de disminuir el número de
los adulterios, aumentaba el de los parricidios. Entre los mexica-
nos no era lícito al esposo hacer un comercio infame con la com-
pañera de su suerte; pero tampoco ejercía autoridad alguna en
su existencia. El que quitaba la vida a su mujer era condenado a
muerte, aunque la hubiese sorprendido en el acto de la infideli-
dad. Esto es, decían, usurpar la autoridad a los magistrados, a
quienes toca conocer de los delitos y castigarlos según las leyes.
Antes que Augusto promulgase la ley Julia de adulteriis, "no
sabemos, dice Luis Vives (2), que se sentenciase en Roma nin-
guna causa de adulterio;" es decir, que aquella gran nación ca-
reció, por espacio de más de siete siglos, de justicia y de legisla*
ción en materia tan grave y tan importante.

(1) "En Roma, marido prestar a otro


dice Montesquieu, era lícito al
su mujer. Lo dice expresamente Plutarco. Se sabe que Catón prestó su
mujer a Hortensio, y Catón no era capaz de violar las leyes patrias."

(2) Muchos
juristas dicen que la ley Cornelia de Sicariis fue la que
despojó al marido de la potestad de quitar la vida a la mujer adúltera;
pero esta ley se promulgó en tiempo de Sila, a fines del siglo VII de Ro-
ma; así que, en cuanto al tiempo, no se diferencia mucho de la de Augusto.
424 FRANCISCO J. CLAVIJERO

después de haber comparado las leyes quisiéramos hacer


Si
el paralelo de los ritos nupciales de aquellas dos naciones, hallaría-
mos en una y otra una gran masa de superstición; pero, por lo
demás, se notará una gran variedad: los de los mexicanos eran
honestos y decentes; los de los romanos, obscenos e infames.
Por lo que respecta a las leyes de la guerra, es difícil que
sean justas en un pueblo belicoso. El gran aprecio que en él se
hace del valor y de la gloria militar, hace que se miren como ene-
migos a los que no lo son realmente, y el deseo de conquistar lo
impulsa a traspasar los términos prescritos por la justicia. Sin
embargo, en las leyes de los mexicanos se notan rasgos de equi-
dad, que harían honor a las naciones más cultas. No era lícito
declarar la guerra sin hab.er examinado antes, en pleno consejo,
sus razones y sin que éstas fuesen aprobadas por el jefe de la
religión. A la guerra debían preceder las embajadas, que repe-
tidas veces se enviaban al Estado o gobierno al cual se iba a de-
clarar, para obtener pacíficamente por medio de un convenio, y
antes de tomar las armas, el allanamiento del objeto de la dispu-
ta. Esta dilación daba tiempo al enemigo a que se apercibiese a la
defensa, y mientras facilitaba su justificación contribuía a su
gloria, pues se estimaba villanía y bajeza en aquellas gentes ata-
car a un enemigo desprovisto y sin que precediera un reto so-
lemne, a fin de que nunca pudiera atribuirse la victoria a la sor-
presa, sino al valor. Es cierto que estas leyes no eran siempre
escrupulosamente observadas mas no por esto dejaban de ser
;

sabias y justas, y si hubo injusticia en las conquistas de los


mexicanos, otro tanto y algo más puede decirse de las que hicie-
ron los romanos, los griegos, los persas, los godos y otras céle-
bres naciones.
Uno
de los grandes males que trae consigo la guerra es el
hambre, como resultado" de los estragos que se hacen en los cam-
pos. No es posible impedir de un todo esta calamidad; pero si
ha habido alguna disposición capaz de moderarla, fue el uso
constantemente seguido por los pueblos de Anáhuac, de tener
en cada provincia un sitio señalado para campo de batalla. No
era menos conforme a la razón y a la humanidad la otra práctica
de tener en tiempo de guerra, de cinco en cinco días, uno ente-
ro de treguas y reposo.
Tenían aquellas naciones una especie de derecho de gentes,
en virtud del cual, si el señor, la nobleza y la plebe desechaban
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 425

las proposiciones que otro pueblo les hacía y llegaba el caso de


referirse a la decisión de las armas, quedando vencido aquel Es-
tado que no había querido admitir las condiciones propuestas, el
señor perdía sus derechos de soberano, la nobleza el dominio que
tenía en sus posesiones, la plebe quedaba sometida al servicio per-
sonal, y todos los que habían sido hechos prisioneros en las re-
friegas, eran privados, quasi ex delictu, de la libertad y del de-
recho a la ^ida. Todo esto se opone, sin duda, a las ideas que
nos hemos formado de la humanidad; pero el convenio general
de los pueblos hacía menos odiosa aquella violencia, y los ejem-
plos algo más atroces de las más cultas naciones del antiguo
continente, disminuyen la crueldad que a primera vista ofre-
cen las prácticas de los americanos. "Entre los griegos, dice
Montesquieu, los habitantes de una ciudad tomada a fuerza de
armas, perdían la libertad y eran vendidos como esclavos." Tam-
poco puede compararse la inhumanidad que los mexicanos ejer-
cían con sus prisioneros enemigos, con la que los atenienses prac-
ticaban con sus mismos conciudadanos. "Una ley de Atenas,
dice el mismo autor, mandaba que cuando fuese sitiada una
ciudad, se diese muerte a toda la gente inútil." Seguramente
no se hallará ni en México ni en ningún otro pueblo a medio ci-
vilizar del Nuevo Mundo una ley tan bárbara como aquella de
la nación más culta del antiguo; antes bien, el principal cuida-
do de los mexicanos y de las otras naciones de Anáhuac, cuando
se tenía aviso de que una ciudad iba a ser sitiada, era la de po-
ner en salvo los niños, las mujeres y los enfermos, en otras ciu-
dades o en los montes. Así preservaban aquella gente débil e
indefensa del furor de los enemigos y evitaban el consumo in-
útil de las provisiones.
Los tributos que se pagaban a los reyes de Anáhuac eran
excesivos y tiránicas las leyes relativas a su exacción; pero es-
tas leyes eran consecuencias del despotismo introducido en los
últimos años de la monarquía mexicana, despotismo que, sin
embargo, no llegó en su mayor aumento hasta el exceso de apo-
derarse de las tierras del imperio y de los bienes de los ciudada-
nos, como han hecho muchos monarcas jamás se
asiáticos, ni
publicaron allí leyes fiscales tan extravagantes y duras como
innumerables que se leen en los códigos del mundo antiguo, por
ejemplo, la del emperador Anastasio, que exigió un tributo por
la respiración: "ut unusquisque pro haustu aeris pendat."
426 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Pero tiránica ambición de algunos reyes de México y


si la

de los otros países circunvecinos es digna de amarga censura,


no es posible dejar de admirar en las leyes sobre el comercio,
la cultura de aquellas naciones y la sabiduría de sus legislado-
res. El tener en todas las ciudades y villas una plaza destinada
al tráfico de todas las cosas que podían servir a las necesidades

y placeres de la vida, era una disposición ingeniosa, que reunía


a todos los traficantes para el más pronto despacho.de su géne-
ro, y los ponía a la vista de los inspectores y comisarios, a fin
de que se evitase todo fraude y desorden en los contratos. Cada
clase de mercancía tenía su puesto determinado, con lo que era
más fácil preservar el buen orden y se consultaba la comodidad
del público, sabiendo cada cuál dónde se hallaba el objeto que
deseaba adquirir. El tribunal de comercio, establecido en la
misma plaza del mercado, para cortar toda disputa entre los
que compraban y vendían, y para castigar prontamente todo
exceso que allí se cometiese, conservaba inviolables los derechos
de la justicia y de la tranquilidad pública. A estas sabias dis-
posiciones se debía el orden maravilloso que en medio de tan
excesivo número de concurrentes admiraron los primeros es-
pañoles.
Finalmente, en las leyes sobre los esclavos los mexicanos
fueron superiores a las naciones más cultas de la antigua Euro-
pa. Si se quiere comparar su legislación en esta parte con la de
los romanos, los lacedemonios y otros pueblos célebres, se echa-
rá de ver en ésta una crueldad que horroriza, y en aquélla un
gran respeto a las leyes de la naturaleza (1). Allí todos los hom-
bres nacían libres, sin exceptuar los hijos del esclavo; éste era
dueño absoluto de lo que poseía y de lo que adquiría con su in-
dustria y con su trabajo el amo estaba obligado a tratarlo co-
;

mo hombre y no como bestia, por lo que ningún derecho ejercía


sobre su vida y ni aun podía venderlo en el mercado, sino des-
pués de haber acreditado jurídicamente su indocilidad. ¿Pueden
imaginarse leyes más prudentes y más humanas? ¡Cuan diver-
sas eran las de los romanos Estos, por la excesiva autoridad
!

que les concedían las leyes, eran dueños, no sólo de todo lo que
los esclavos adquirían con el sudor de su frente, sino de su vida,

(1) No hablo de los prisioneros de guerra, de que trataré en otra Di-


sertación.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 427

de que podían privarlos según su capricho (1), tratándolos con


la mayor crueldad y atormentándolos del modo más atroz; y lo
que más demuestra la índole inhumana de esta célebre nación,
es que la misma legislación que tanto ampliaba la autoridad de
los dueños en todo lo que era contrario a los esclavos, la restrin-
gía en cuanto les era favorable. La ley Fusia Caninia limitaba
el número de esclavos que podían manumitirse por el testamen-
to. En la ley Silaniana y en otras se prescribía que cuando un
amo muriese violentamente se diese también muerte a todos los
esclavos que habitasen en su casa y en los sitios inmediatos, has-
ta donde alcanzase su voz. Si el amo recibía muerte en un viaje,
morían los esclavos que habían quedado con él y los que habían
huido en el acto de la muerte, por manifiesta que fuese su ino-
cencia. La ley Aquilia comprendía bajo una misma acción la
herida hecha a un esclavo ajeno y la que se hacía a una bestia.
A tales excesos llegó la barbarie de los cultísimos romanos. No
fueron, en verdad, más suaves las leyes de los lacedemonios,
los cuales no concedían a los esclavos ninguna acción en juicio
contra los que los injuriaban o insultaban.
Si además de todo dicho hasta ahora quisiéramos paran-
lo
gonar el sistema de educación practicado por los mexicanos con
el de los griegos, reconoceríamos que éstos no daban a sus hi-
jos tanta instrucción en las artes y ciencias, como aquéllos a
los suyos en las costumbres de sus antepasados. Los griegos se
esmeraban en ilustrar la mente, y los mexicanos en rectificar
el corazón. Los atenienses prostituían a sus hijos, acostum-
brándolos a la más execrable obscenidad, en las mismas escue-
las destinadas a la enseñanza de las artes. Los lacedemonios
amaestraban a los suyos en el robo, según lo dispuesto por Li-
curgo, con el objeto de hacerlos astutos y ligeros, y los castiga-
ban rigorosamente cuando los sorprendían robando, no en pena
del delito que cometían, sino de su poca destreza y habilidad.
La educación doméstica de los mexicanos era de diferente ín-
dole: ella comprendía las artes, la religión, la modestia, la ho-

(1) ¿Qué extraño es que los romanos concediesen tan bárbara autori-
dad a los amos sobre los esclavos, habiéndola también concedido a los pa-
dres sobre sus hijos legítimos? Endo liberis justis jus vitae, necis, venum-
dandique potestas patri. Esta ley fue promulgada por los primeros reyes,
e inserta por los decenviros en las XII tablas.
428 FRANCISCO J. CLAVIJERO

nestidad, la sobriedad, la vida laboriosa, el amor a la virtud y


el respeto a los mayores.
Este es un breve, pero verdadero ensayo de la cultura de
los habitantes de Anáhuac, sacada de su historia antigua, de sus
pinturas, de las relaciones de los más fidedignos y exactos his-
toriadores españoles. Así se gobernaban aquellos pueblos que
Mr. de Paw cree los más salvajes del mundo; aquellos pueblos
inferiores en industria y sagacidad a los más groseros del anti-
guo continente; aquellos pueblos de cuya racionalidad dudaron
algunos europeos.

CATALOGO DE ALGUNOS AUTORES EUROPEOS Y CRIOLLOS


QUE HAN ESCRITO SOBRE LA DOCTRINA Y MORAL CRISTIANA,
EN LAS LENGUAS DE ANAHUAC

(A, significa religioso agustino; D, dominicano; F, franciscano; J, jesuíta; P, presbítero secular.


La estrella denota que el autor publicó alguna obra.)

En Lengua Mexica$| Juan de la Anunciación, A. espa-


ñol.
Agustín de Betancourt, F. criollo.
Juan de Ayora, F. español.
Alfonso de Escalona, F. español. Juan Bautista, F. criollo.
Alfonso de Herrera, F. español. Juan de San Francisco, F. español.
Alfonso Molina, F. español. Juan Focher, F. francés.
Alfonso Rangel, F. español. Juan de Gaona, F. español.
Alfonso de Trujillo, F. criollo. Juan Mijangos.
Andrés de Olmos, F. español. Juan de Rivas, F. español.
Antonio Dávila Padilla, D. criollo. Juan de Romanones, F. español.
Antonio de Tovar Motezuma, P. Juan de Torquemada, F. español.
criollo. Juan de Tovar, J. criollo.
Arnaldo Bassace, F. francés. José Pérez, F. criollo.
Baltasar del Castillo, F. español. Ignacio de Paredes, J. criollo.
Baltasar González, J. criollo. Luis Rodríguez, F.
Bernabé Páez, A. criollo. Martín de León, D. criollo.
Bartolomé de Alba, P. criollo. Maturino Gilbert, F. francés.
Benito Fernández, D. español. Miguel Zarate, F.
Bernardino Pinelo, P. criollo. Pedro de Gante, F. flamenco.
Bernardino de Sahagún, F. español. Pedro de Oroz, F. español.
Carlos de Tapia Centeno, P. criollo. Toribio de Benavente, F. español.

Felipe Diez, F. español.


Francisco Gómez, F. español.
En Lengua Otomite
Francisco Jiménez, F. español. Alfonso Rangel.
García de Cisneros, F. español. Bernabé de Vargas.
Jerónimo Mendieta, F. español. Francisco de Miranda, J. criollo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 429

Juan de Dios Castro, J. criollo. Cristóbal Díaz de Anaya, P. crio-


Horacio Carochi, J. milanés. llo.

Pedro Palacios, F. español.


Pedro de Oroz. En Lengua Popoluca
Sebastián Rivero, F.
N. Sánchez, P. criollo. Francisco Toral, F. español y obis-
po de Yucatán.
En Lengua Tarasca
En Lengua Matlazinca
* Ángel Sierra, F. criollo.
Juan Bautista Lagunas, F. Andrés de Castro, F. español.
* Maturino Gilbert.
En Lengua Huaxteca
En Lengua Zapoteca
Andrés de Olmos.
Alfonso Camacho, D. criollo. * Carlos de Tapia Centeno.
Antonio del Pozo, D. criollo.
Bernardo de Alburquerque, D. es-
En Lengua Mixe
pañol, obispo de Oaxaca.
Cristóbal Agüero, D. criollo. * Agustín Quintana, D. criollo

En Lengua Mixteca En Lengua Kiche


Antonio González, D. criollo.
Bartolomé de Anleo, F. criollo.
* Antonio de los Reyes, D. español.
Agustín de Avila, F.
Benito Fernández, D. español.

En Lengua Cakchiquel
En Lengua Maya
Alfonso de Solana, F. español. Alvaro Paz, F. criollo.
Andrés de Avendaño, F. criollo. Antonio Saz, F. criollo.
Antonio de Ciudad Real, español. Bartolomé de Anleo.
Bernardino de Valladolid, F. espa- Benito de Villacañas, D. criollo.
ñol.
Carlos Mena, F. criollo. En Lengua Taraumara
José Domínguez, P. criollo.
Agustín Roa, J. español.

En Lengua Totonaca
En Lengua Tepehuana
Andrés de Olmos.
Antonio de Santoyo, P. criollo. Benito Rinaldini, T. napolitano.

Ha habido otros muchos escritores en otras lenguas; pero


yo me he limitado a citar aquellos cuyas obras han merecido
el aprecio de los inteligentes.
430 FRANCISCO J. CLAVIJERO

AUTORES DE GRAMÁTICAS Y DICCIONARIOS DE LAS LENGUAS


DE ANAHUAC
De Lengua Mexicana De Lengua Mixteca
* Agustín de Aldana y Guevara. Antonio de los Reyes. Gram.
Gram. y Dic.
* Agustín de Betancourt. Gram. De Lengua Maya
* Alfonso de Molina. Gram. y Dic.
Andrés de Avendaño. Gram. y Dic.
Alfonso Rangel. Gram.
Antonio de Ciudad Real. Dic.
Andrés de Olmos. Gram. y Dic.
*
Luis de Villalpando. Gram. y Dic.
Antonio del Rincón, J. criollo.
Pedro Beltrán, F. criollo. Gram.
Gram.
Antonio Dávila Padilla. Gram.
De Lengua Totonaca
Antonio de Tovar Motezuma. Gram.
* Antonio Castelu, P. criollo. Gram. Andrés de Olmos. Gram. y Dic.
* Antonio Cortés Canal, P. indio. Cristóbal Díaz de Anaya. Gram. y
Gram. Dic.
Bernardino de Sahagún. Gram. y
Dic. De Lengua Popoluca
Bernardo Mercado, J. criollo. Gram.
Bernabé Páez. Gram. Francisco Toral. Gram. y Dic.
* Carlos de Tapia Centeno. Gram. y
Diá De Lengua Matlazinca
Cayetano de Cabrera, P. criollo.
Andrés de Castro. Gram. y Dic.
Gram.
Francisco Jiménez. Gram. y Dic.
De Lengua Huaxteca
* Horacio Carochi. Gram.
* Ignacio de Paredes. Gram. Andrés de Olmos. Gram. y Dic.
* José Pérez. Gram. Carlos de Tapia. Gram. y Dic.
Juan Focher, J. francés. Gram.
De Lengua Mixe
De Lengua Otomite
Agustín Quintana. Gram. y Dic.
Horacio Carochi. Gram.
Juan Rangel. Gram. De Lengua Cakchiquel
Juan de Dios Castro. Gram. y Dic.
Pedro Palacios. Gram. Benito de Villacañas. Gram. y Dic.
Sebastián Rivero. Dic.
N. Sánchez. Dic. De Lengua Taraumara
Agustín de Roa. Gram.
De Lengua Tarasca
Jerónimo Figueroa, J. criollo,
* Ángel Sierra. Gram. y Dic. Gram. y Dic.
* Juan Bautista de Lagunas. Gram.
* Maturino Gilbert. Gram. y Dic. De Lengua Tepehuana
Benito Rinaldini. Gram.
De Lengua Zapoteca
Jerónimo Figueroa. Gram. y Dic.
Antonio del Pozo. Gram. Tomás de Guadalajara, J. criollo.
Cristóbal Agüero. Dic. Gram.
DISERTACIÓN VII

CONFINES Y POBLACIÓN DE LOS REINOS DE ANAHUAC

LOSfines
errores de muchos escritores españoles acerca de los
del imperio mexicano,
con-
los despropósitos
y de Mr. de
Paw y de otros autores extranjeros sobre la población de aquellos
países, me obligan a poner en claro estos dos puntos. Así pro-
curaré hacerlo en esta Disertación con toda la brevedad posible.
i

CONFINES DE LOS REINOS DE ANAHUAC

Solís, fundado en autoridad de algunos escritores espa-


la
ñoles mal informados, afirma que el imperio mexicano se ex-
tendía desde el Istmo de Panamá hasta el Cabo Mendocino, en
las Californias. El P. Touron, dominico francés, queriendo am-
pliar más aquellos términos en su Historia General de América,
dice que todos los países descubiertos en la parte septentrional
de aquel continente estaban sometidos al rey de México; que la
extensión de aquel imperio, de levante a poniente, era de 500 le-
guas, y de norte a sur, de 200 o de 250 que sus términos eran,
;

al norte, el Océano Atlántico al poniente, el Golfo de Anián al


; ;

mediodía, el Mar Pacífico, y al levante, el Istmo de Panamá.


Pero esta descripción contiene no sólo errores geográficos, sino
graves contradicciones, pues si fuera cierto que el imperio se ex-
tendía desde el Istmo de Panamá hasta el Golfo, o más bien Es-
trecho de Anián, su extensión, en aquella línea, no hubiera sido
de 500 leguas, sino de 1,000, pues no comprendería menos de
50 grados.
La causa de estos errores es la persuasión en que estaban
aquellos escritores que en Anáhuac no había otro soberano que el
de México; que los reyes de Acolhuacan y de Tlacopan eran sus
subditos, y que los michuacanos y tlaxcaltecas pertenecían a la
misma corona, aunque se rebelaron después contra ella. Pero
432 FRANCISCO J. CLAVIJERO

no es así, pues ninguno de aquellos Estados perteneció jamás


al reino de México, como consta por la deposición de todos los
historiadores indios y de todos aquellos escritores españoles que
por sí mismos se informaron de la verdad, como fueron Moto-
linía, Sahagún y Torquemada. El rey de Acolhuacan había sido
siempre aliado del de México, desde el año de 1424; pero nunca
fue su subdito. Es cierto que cuando llegaron los españoles pa-
recía que el rey Cacamatzin dependía de su tío Moteuczoma;
mas era porque aquél, temeroso de la prepotencia de su hermano
Ixtlilxóchitl, necesitaba del auxilio de los mexicanos. Los espa-
ñoles vieron a Cacamatzin salirles al encuentro como embajador
de Moteuczoma, y algunos días después, que este monarca
se apoyaba en los brazos de aquél. Vieron también que el so-
brino fue llevado preso a México por orden de su tío. Todo esto
podía servir de disculpa al error de los conquistadores; pero lo
cierto es que las demostraciones de Cacamatzin a Moteuczoma
no eran servicios de vasallo a su rey, sino de un sobrino a un
tío, y que Moteuczoma, al apoderarse de Cacamatzin, por dar
gusto a los españoles, se arrogó una autoridad que no le com-
petía, haciendo al rey de Acolhuacan un agravio de que luego
tuvo que arrepentirse. En cuanto al de Tlacopan, no se puede
dudar que Moteuczoma le dio la corona; pero gozó de un per-
fecto dominio y plena soberanía en sus Estados, con la única
condición de ser perpetuo aliado de los mexicanos y de prestar-
les auxilio con sus tropas siempre que lo necesitasen. El rey de
Michuacan y la república de Tlaxcala fueron siempre rivales y
enemigos declarados de los mexicanos, y no hay memoria de
que ni uno ni otro Estado hayan sido jamás sometidos a la co-
rona de México.
Lo mismo debemos decir de otras muchas provincias que
los historiadores españoles creyeron dependientes de aquel im-
perio, y partes integrantes de su territorio. ¿Cómo era posible
que una nación reducida a una sola ciudad bajo el yugo de los
tepanecas, subyugase en menos de un siglo todos los pueblos
que ocupaban el vasto territorio comprendido entre el Istmo
de Panamá y las Californias? Todo lo que en realidad hicieron
los mexicanos, aunque mucho menos de lo que dijeron aquellos
autores, fue ciertamente digno de admiración, y no podríamos
creer la rapidez de sus conquistas si no se apoyase en tantos y
tan innegables documentos. Por lo demás, ni la narración de
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 433

los historiadores indios, ni la enumeración de los Estados con-


quistados por los reyes de México, que se halla en la Colección
de Mendoza, ni la matrícula de las ciudades tributarias, inser-
ta en la misma, suministran el menor motivo para confirmar
aquella arbitraria ampliación de los dominios mexicanos, antes
bien, consta todo lo contrario en la relación de Bernal Díaz.
Este, en el capítulo XCIII de su Historia, dice así: "Tenía el
gran Moteuczoma muchas guarniciones y gente de guerra en
las fronteras de sus Estados. Tenía una en Soconusco para de-
fenderse de Guatemala y de Chiapa; otra para defenderse de
los panuqueses, entre Tuzapan y el pueblo que nosotros llama-
mos Almería; otra en Coatzacualco y otra en Michuacan." (1)
Sabemos, pues, positivamente que los dominios mexicanos no
se extendían hacia el levante, más allá de Xoconochco, y que
no entraba en ellos ninguna de las provincias comprendidas ac-
tualmente en las diócesis de Guatemala, Nicaragua y Honduras.
En el libro IV de la Historia he dicho que Tlitototl, célebre ge-
neral mexicano, en los últimos años del rey Ahuitzotl llegó con
su ejército victorioso hasta Cuauhtemallan, y ahora añado que
no se sabe quedase entonces sujeto aquel país a la corona de
México, antes bien, todo lo contrario se debe inferir de la rela-
ción de aquellos sucesos. Torquemada habla de la conquista de
Nicaragua hecha por los mexicanos pero lo mismo que en el li-
;

bro II, capítulo 81, atribuye a un ejército mexicano en tiempo


de Moteuczoma II, en el libro 1,11, capítulo 10, refiere de una
colonia que salió muchos años antes, por orden de los dioses,
de las inmediaciones de Xoconochco; así que no debemos fiar-
nos en su noticia.
Bernal Díaz, tanto en el lugar que hemos citado como en
otros, afirma expresamente que los chiapanecas no fueron ja-
más conquistados por los mexicanos; mas esto no puede enten-
derse de todo aquel territorio, sino de una parte de él pues ;

sabemos por Remezal, cronista de aquella provincia, que los me-


xicanos tenían guarnición en Tzinacantla, y consta, por la ma-
trícula de tributos, que Tochtlan y otras ciudades de aquel país
eran tributarias de los mexicanos.
Por la parte del nordeste no se adelantaron éstos más allá
de Tuzapan, como se infiere del citado lugar de Bernal Díaz, y

(1) Véase, para mayor inteligencia, el mapa geográfico puesto al prin-


cipio de esta obra.
434 FRANCISCO J. CLAVIJERO

sabemos de cierto que jamás los obedecieron los panuqueses,


Por el levante, sus confines eran las orillas del río Coatzacualco.
Bernal Díaz dice que el país de Coatzacualco no era provincia
de México por otra parte, hallamos entre las ciudades tribu-
;

tarias de la corona a Tochtlan, Michapan y otros pueblos de


aquella provincia. Por tanto, creo que los mexicanos poseían
tocio lo que estaba al poniente del ya mencionado río, y no lo
que estaba al levante, sirviéndoles sus orillas de última fron-
tera por aquel lado. Hacia el norte estaba el país de los huaxte-
cas, que nunca los reconoció por señores. Hacia el nordeste, el
imperio no se extendía más allá de Tula, y todo el país que esta-
ba fuera de este punto era el territorio ocupado por los bárba-
ros otomites y chichimecas, que no tenían poblaciones fijas ni
obedecían a ningún monarca. Del lado del poniente se sabe que
terminaban sus dominios en Tlalximaloyan, frontera del reino
de Michuacan; pero en las guarniciones de la extremidad occi-
dental de la provincia de Coliman, y no más lejos. En el catá-
logo de las ciudades tributarias vemos a Coliman y otros pue-
blos de aquella provincia, y ninguna de las que están más allá
ni tampoco se hace mención en la historia de México. Los mexi-
canos no tenían qué hacer en Californias, ni podían esperar nin-
guna ventaja de la conquista de un país tan remoto, el más des-
poblado y miserable del mundo. Si aquella árida y pedregosa
península hubiese sido provincia del imperio mexicano, se hu-
bieran hallado en ella algunas poblaciones; pero lo cierto es que
no se encontró una casa, ni el resto o señal de ella. Finalmente,
por la parte del mediodía los mexicanos se habían apoderado
de todos los grandes Estados que había desde el valle hasta las
playas del mar Pacífico, y extendiéndose por allí sus límites des-
de Xoconochco hasta Coliman, podemos decir que aquella era
la mayor línea territorial del imperio.
El Dr. Robertson dice que "los territorios pertenecientes
a los jefes de Texcoco y Ta-cuba. apenas cedían en extensión a
los del soberano de México ;" error contrario a lo que nos dicen
todos los historiadores de aquel país. El reino de Tezcoco o de
Acolhuacan estaba limitado al poniente, parte por el lago de Tez-
coco, parte por las tierras de Tzompanco, y parte por otros
Estados mexicanos; y al levante por los dominios de Tlaxcala;
así que no podía tener en aquella dirección más de 60 millas.
Al mediodía estaba el territorio de Chalco. perteneciente a Mé-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 435

xico, y al norte el país de los huaxtecas. Ahora bien, desde la


frontera de este país hasta Chalco, hay cerca de 200 millas; he
aquí, pues, toda la extensión del reino de Acolhuacan, extensión
que no forma ni octava parte de los dominios mexicanos. Los
la
del reyezuelo de Tlacopan, o Tacuba, eran tan pequeños que no
merecieron llamarse reino; pues desde el lago mexicano al le-
vante, hasta la frontera de Michuacan al poniente, no tenía más
que 80 millas, ni más que 50 desde el valle de Tolocan al medio-
día, hasta el país de los otomites al norte. Es, pues, un error
comparar el Estado de México, en punto a extensión, con los
de Acolhuacan y Tlacopan.
La república de Tlaxcala, rodeada por los mexicanos y tex-
cocanos y por los de Huexotzinco y Cholula, era tan limitada,
que de levante a poniente apenas tenía 50 millas, y de norte
a sur 30, poco más o menos. El* escritor que da mayor territo-
rio a los tlaxcaltecas es Cortés, el cual dice que tenía 90 leguas
de circuito; pero esta fue sin duda una equivocación.
En cuanto al reino de Michuacan, nadie, que yo sepa, ha
señalado todas sus antiguas fronteras, si no es Boturini. Dice
que su extensión desde el valle de Ixtlahuacan, cerca de Tolocan,
hasta el mar Pacífico, era de 150 leguas, y desde Zacatolan has-
ta Xichú, de 160; y que en los dominios de Michuacan se com-
prendían las provincias de Zacatolan o Zacatula, y la que los
españoles llamaron Provincia de Avalos. Pero en todos estos
pormenores se engañó, pues se sabe positivamente que el reino
de Michuacan no tenía sus confines en Ixtlahuacan, sino en
Tlalximaloyan, que era el punto a que llegaban los de México.
Por la matrícula de los tributos se sabe que las provincias ma-
rítimas de Zacatolan y Coliman pertenecían a México. Final-
mente, no podían los michuacanos ampliar sus dominios hasta
Xichú, sin subyugar antes a los bárbaros chichimecas, que ocu-
paban aquel país; pero de éstos sabemos que no fueron subyu-
gados sino por los españoles, machos años después de la con-
quista de México. No era, pues, tan grande el reino de Michua-
can como creyó Boturini; su extensión no comprendía más de
tres grados de longitud y poco más de dos de latitud.
Cuanto he dicho hasta ahora demuestra la exactitud de
mi descripción y de mis mapas geográficos, en lo concerniente
436 FRANCISCO J. CLAVIJERO

a los confines de aquellos Estados, fundado todo en la Historia


misma, en la matrícula de los tributos y en el testimonio de los
historiadores antiguos.

POBLACIÓN DE ANAHUAC

No es población de toda la Amé-


mi intención hablar de la

rica, asunto vastísimo y ajeno de mi propósito, sino sólo de la


de México. En América había, y hay en la actualidad, países,
poblaciones y grandes desiertos, y no menos se alejan de la ver-
dad los que se imaginan las regiones del Nuevo Mundo tan po-
bladas como la China, que los que las creen tan desiertas como
los arenales de África. Tan incierto es el cálculo de P. Riccioli
como el de Susmilch y el de Mr. de Paw. El primero cuenta en
América 300.000,000 de habitantes; los aritméticos políticos no
cuenta más de 100, según Mr. de Paw. Susmilch en una parte de
su obra habla de 100 y en otra de 150.000,000. Mr. de Paw, que
cita todos estos cálculos, dice que no hay en América más
que de 30 a 40.000,000 de americanos. Pero todo es incierto y nin-
guna de estas opiniones estriba en fundamentos sólidos, por-
que hasta ahora no se sabe, ni por aproximación, la población
si

de los países en que se han establecido los europeos, como Mé-


xico, Guatemala, Chile, Quito, Perú, Tierra Firme y otros, ¿quién
será capaz de adivinar el número de los inmensos territorios
poco o nada conocidos, como los que están al norte de Coahuila,
del Nuevo México, de Californias y del Río Colorado en la Amé-
rica Septentrional? ¿Quién podrá numerar los habitantes del
Nuevo Mundo, cuando no se sabe ni se puede saber tampoco
el número de las provincias y de las naciones que comprende?

Dejando, pues, aparte estos cálculos, que no podemos empren-


der sin temeridad, examinemos lo que dicen Mr. de Paw y Ro-
bertson sobre la población de México:
"La población de México y del Perú, dice Mr. de Paw, ha
sido indudablemente exagerada por los escritores españoles, acos-
tumbrados a pintar toda clase de objetos con proporciones des-
mesuradas. Tres años después de la conquista de México, fue
preciso que los españoles llevasen gente de las islas Lucayas y
después de la costa de África para poblar aquel país. Si la mo-
narquía mexicana contenía en 1518 30.000,000 de habitantes,
¿por qué estaba despoblada en 1521?" Yo no negaré jamás que
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 437

entre los escritores españoles hay algunos propensos a exage-


rar, como sucede entre los prusianos, entre los franceses, entre
los ingleses y en los otros pueblos porque el deseo de engrande-
;

cer los objetos que se pintan es una pasión harto común a todas
las naciones de la Tierra. Mr. de Paw no ha sabido preservarse
de este contagio, como lo hace ver en toda su obra y como lo
acredita este modo de hablar en masa de todos los escritores
españoles, haciendo un gravísimo daño a la nación, en la cual,
como en todas, hay bueno y malo. Yo puedo asegurar que des-
pués de haber leído los mejores historiadores de las naciones
cultas de Europa, no he encontrado dos que me parezcan com-
parables en sinceridad a los dos españoles Mariana y Acosta (1),
estimados por esto y justamente elogiados por los enemigos
de su nación y de su religión. Entre los antiguos historiadores de
México ha habido algunos, como Acosta, Bernal Díaz y el mis-
mo Cortés, cuya sinceridad no admite duda. Pero aunque ningu-
no de estos escritores poseyese las cualidades necesarias para
inspirarnos confianza, la uniformidad de sus datos sería un for-
tísimo argumento en favor de la verdad de lo que dicen. Los au-
tores poco verídicos no concuerdan entre sí, si no es cuando se
copian mas no lo hicieron así los que hemos nombrado, pues
;

ocupados únicamente en referir lo que vieron o lo que recogie-


ron en sus indagaciones, no se curaron de lo que los otros dije-
ron, antes bien, de sus obras se infiere que cuando las escribían
no tenían a la vista las ajenas. El mismo Mr. de Paw, hablando
en una de sus cartas de aquel rito de los mexicanos en que con-
sagraban y comían la estatua de masa del dios Huitzilopochtli,
que él llama Vitzilipultzi, y de otra ceremonia de los peruanos,
en la fiesta de Capac-raime, dice a uno de sus corresponsales:
"Yo os confieso que el testimonio unánime de todos los escrito-
res españoles no nos permite dudar, etc." Si esta unanimidad de
los escritores españoles en lo que no vieron por sí mismos no deja
lugar a duda, ¿cómo podrá dudarse de lo que refieren unánime-
mente como testigos oculares?
Veamos, pues, qué dicen de población de México los anti-
la
guos escritores españoles. Todos están de acuerdo en afirmar
que aquellos países estaban muy poblados que había muchas
;

(1) Hablo aquí tan sólo de la sinceridad, porque es lo que hace a mi


propósito; los dos escritores citados poseen otras prendas que los hacen
dignos del mayor aprecio.
438 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ciudades grandes, e infinitas villas y caseríos; que en los mer-


cados de las ciudades populosas concurrían muchos millares de
traficantes; que armaban ejércitos numerosísimos, etc. Cortés
en sus cartas a Carlos V; el conquistador anónimo en su Rela-
ción; Alfonso de Ojeda y Alfonso de Mata en sus Memorias; el
obispo Las Casas en su Destrucción de las Indias; Bernal Díaz
en su Historia; Motolinía, Sahagún y Mendieta en sus escritos,
testigos de vista de la antigua población de México; Herrera,
Gomara, Acosta, Torquemada y Martínez, todos convienen en
la gran población de aquellos países. No me podrá alegar Mr.
de Paw ni un solo autor antiguo que no lo confirme con su tes-
timonio; y yo le citaré muchos que no hablan una sola palabra
de aquel rito de los mexicanos, como Cortés, Bernal Díaz y el
conquistador anónimo, que son los tres primeros historiadores
españoles de México. Sin embargo, Mr. de Paw asegura que no
se puede dudar, de aquel hecho porque se funda en el testimonio
unánime de los escritores españoles, ¿ y querrá dudar de la gran
población de México y negarla redondamente, cuando se funda
en el mismo apoyo?
"Pero si la población de México era tan grande en 1518,
¿por qué en 1521 fue preciso llevar gente de las islas Lucayas
y después de la costa de África para poblar aquellos países?"
Confieso ingenuamente que no puedo leer esta observación de
Mr. de Paw sin indignarme al verlo afirmar con tanto arrojo
lo que es absolutamente falso y contrario al testimonio de los
autores. ¿De dónde ha sacado el investigador esa extraordina-
ria especie de las islas Lucayas? Lo desafío a que me cite un
solo autor que dé semejante noticia; antes bien, de lo que mu-
chos de ellos dicen se debe inferir todo lo contrario. Sabemos
por el cronista Herrera y por otros, que desde el año de 1493,
que fue el del establecimiento de los españoles en la isla de San-
to Domingo, hasta el de 1496, pereció por la guerra y por otros
desastres la tercera parte de los habitantes de aquella gran po-
sesión. En 1507 no había quedado más de la décima parte de
los indios que había en 1493, como dice Las Casas (1), que era
testigo de vista, y desde entonces fue disminuyendo la población

(1) Ensu obra intitulada De la destrucción de las Indias. Todo lo que


aquí digo consta no menos por el testimonio de Las Casas en aquella obra
que en la intitulada El Suplicante Esclavo Indio, y por lo que se lee en las
Décadas de Herrera.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 439

de Santo Domingo, en tales términos, que en 1540 apenas que-


daron 200 indios, por lo que desde el principio del siglo XV em-
pezaron los españoles a sacar millares de indios de las Lucayas
para aumentar la población de la Española; pero habiendo pe-
recido éstos también, llevaron a ella, antes de la conquista de
México, pobladores de Tierra Firme y de otros países del con-
tinente de América, según los iban descubriendo. En una carta
escrita al consejo de Indias por el primer obispo de México, y de
que habla Las Casas a Carlos V, se lee que el cruel Ñuño Guz-
mán, gobernador de Panuco, envió de aquellos países 28 buques
cargados de indios esclavos para que se vendiesen en las islas;
así que, lejos de sacar los españoles habitantes de las islas para
poblar a México, enviaban indios de México a las islas, como lo
dicen en los términos más claros aquellos dos escritores y otros
varios. Es cierto que después de la Conquista se enviaron a Mé-
xico esclavos africanos mas no porque se necesitasen poblado-
;

res, sino porque los españoles querían servirse de aquellos negros


para las elaboraciones del azúcar y para los trabajos de las minas,
en cuyas tareas no podían emplear a los indios por fuerza, en aten-
ción a las leyes recién promulgadas. De todo esto resulta la conse-
cuencia clarísima de ser falso y contrario al dicho de los auto-
res que el territorio mexicano estuviese tan despoblado tres
años después de la Conquista, que fuese necesario volverlo a
poblar con habitantes de las islas Lucayas y con africanos; por
el contrario, es innegable que de los países antiguamente some-

tidos al rey de México y a la república de Tlaxcala, se enviaron


colonos, algunos años después dea la Conquista, para poblar otros
países, como Zacatecas, San Luis Potosí, el Saltillo, etc.

Pero veamos qué dicen en particular de la población de Mé-


xico aquellos antiguos escritores. No sé que ninguno de ellos
haya osado expresar el número total de los habitantes del im-
perio mexicano. Si contenía o no 30.000,000, sólo el rey y los
ministros podían decirlo; y aunque de éstos podían muy bien
informarse los españoles, no consta que ninguno lo haya he-
cho. Lo que muchos de los historiadores aseguran es que entre
los feudatarios de la corona de México había treinta, cada uno
de los cuales tenía cerca de 100,000 subditos, y otros 3,000 se-
ñores que no tenían tantos. Lorenzo Surio dice que este cálcu-
lo constaba en los documentos que existían en los archivos rea-
440 FRANCISCO J. CLAVIJERO

les de Carlos V. Cortés, en su primera carta al mismo empera-


dor, se expresa en estos términos: "Es tan grande la muche-
dumbre de habitantes de estos países, que no hay un palmo de
tierra que no esté cultivado, y, con todo, hay mucha gente que
por falta de pan mendiga por las calles, por las casas y por los
mercados." La misma idea nos dan en general de la población
de México Bernal Díaz, el conquistador anónimo, Motolinía y
otros testigos oculares. Por lo que hace a los diferentes países
de Anáhuac, el dicho de los mismos escritores y el de casi to-
dos los antiguos no deja la menor duda acerca de la gran po-
blación del valle de México, de los países de los ot omites, de los
matlatzincas, de los tlahuicas, de los cohuixcas, de los miztecas,
de los zapotecas y de los cuitlatecas; de la provincia de Coatza-
cualco, de los reinos de Acolhuacan y Michuacan, y de los Es-
tados de Cholula, ,Tlaxcala y Huexotzinco.
El valle de México, no obstante el tener una parte de su
superficie ocupada por los lagos, era a lo menos tan poblado
como el país que más en la Europa. Había en él 40 ciudades
considerables, cuyos nombres he dado en otra parte de esta
obra, y de que hacen mención todos los historiadores antiguos.
Los otros lugares habitados que contenía eran innumerables, y
de ellos pudiera presentar un largo catálogo si no temiera fas-
tidiar a mis lectores. El sincerísimo Bernal Díaz, describiendo
en el capítulo LXXXVIII ele su Historia todo lo que los españo-
les conquistadores iban viendo en su viaje por el valle mexicano
a la capital, dice así: "Cuando veíamos cosas tan maravillo-
sas, no sabíamos qué decir, ni si era verdad lo que se presenta-
ba a nuestros ojos; porque veíamos tantas grandes ciudades
en tierra firme y otras muchas en el lago, y todo lleno de bar-
cas.''* Dice, además, que algunos soldados, compañeros suyos,
maravillados sobremanera al ver tantas y tan hermosas pobla-
ciones, dudaban si eran sueño o cosas de encanto las que estaban
viendo. Estas y otras noticias dadas con la mayor sinceri-
dad por aquel escritor soldado, bastan a responder al Dr. Ro-
bertson, el cual se valió de algunas palabras del mismo, que no
supo entender, para hacer creer a sus lectores que la población
de México no era tan grande como se dice.
En
cuanto a la de la antigua capital, hay gran variedad de
opiniones ni puede ser de otro modo cuando se quiere calcular
:

a bulto el número de habitantes de una gran ciudad; pero to-


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 441

dos los escritores que o la vieron o tomaron informes de los que


la habían visto, están de acuerdo en que era muy considerable.
El cronista Herrera dice que era doble que Milán; Cortés afir-
ma que era tan grande como Sevilla y Córdoba; Lorenzo Surio,
citando los documentos del archivo real de Carlos V, asegura
que la población de México se componía de 130,000 casas; Tor-
quemada, apoyándose en Sahagún y en algunos historiadores
indios, cuenta 120,000 y añade que en cada casa había de 4 a
10 habitantes. El conquistador anónimo se explica en estos tér-
minos: "Puede tener esta ciudad de Temistitan más de dos le-
guas y media, o cerca de tres, poco más o menos, de circuito; la
mayor parte de los que la han visto dicen que contiene 60,000
hogares, más bien más que menos." Este cálculo, adoptado por
Gomara y por Herrera, me parece el que más se acerca a la ver-
dad, si se atiende a la extensión de la ciudad y al modo de ha-
bitar de aquellas gentes.
Mr. de Paw
contradice toda esta masa de autoridades. Lla-
ma "excesiva y extravagante la descripción que nos hacen de
esta ciudad americana, la cual contenía, según algunos autores,
60,000 casas en los tiempos de Moteuczoma II; así que tendría
350,000 habitantes, siendo notorio que la ciudad de México,
aumentada considerablemente bajo el dominio de los españoles,
no tiene en la actualidad más de 60,000, incluyendo en este nú-
mero 20,000 entre negros y mulatos." He aquí otro de los pa-
sajes de las Investigaciones filosóficas que hará reír a los me-
xicanos. Pero, ¿quién no ha de reír al ver a un filósofo prusiano
tan empeñado en disminuir la población de aquella gran ciudad
americana, y enfurecido contra los que la representan mayor
que él se la figura? ¿Quién no se mismo tiempo
admirará al
al oír que en Berlín se sabe con tanta notoriedad el número de
los habitantes de México, cuando no hace mucho que lo igno-
raban los párrocos de aquella ciudad que anualmente los cuen-
tan? Yo, sin embargo, quiero dar a Mr. ele Paw algunas noti-
cias seguras sobre este punto, a fin de que en lo sucesivo evite
los errores en que ha incurrido.

Sepa, pues, que México es la ciudad más populosa de cuan-


tas hay en los Estados americanos en que se habla español, y
que lo es más que la mayor de la Península. Por el número de
nacidos y muertos en Madrid y en México, publicado en los dia-
rios de ambas capitales, consta que el número de habitantes
442 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de la primera es una cuarta parte menos que el de la segunda


(1) ; esto es, si Madrid, por ejemplo, tiene 160,000 habitantes,
México, sin duda, tiene más de 200,000. Ha habido una gran va-
riedad de opiniones sobre la población de la capital moderna, co-
mo las hubo acerca de la antigua y como las hay acerca de otras
ciudades de primer orden (2) pero habiéndose hecho en estos
;

últimos años con mayor diligencia la numeración, tanto por los


párrocos como por los magistrados, ha resultado que el núme-
ro de habitantes pasaba de 200,000, aunque no se sabe con
exactitud cuántos son los que exceden esta cantidad. Puede for-
marse alguna idea de aquella población por la cantidad de pul-
que y de tabaco que se consume en ella diariamente (3). Cada
día entran en sus muros más de 6,000 arrobas de pulque. En to-
do el año de 1774 entraron 2.214,294 y media arrobas, no inclu-
yendo en este cómputo el que se introdujo de contrabando ni
el que vendieron los indios exentos en la plaza mayor. Esta gran
cantidad de pulque no es más que para el consumo de los indios
y mulatos, cuyo número es inferior al de los europeos blancos y
criollos, entre los cuales hay muy pocos que usen de aquella
bebida. El impuesto sobre ella sube sólo en la capital a 280,000
pesos anuales, poco más o menos. El consumo de tabaco de hu-
mo en la misma importa cada día cerca de 1,250 pesos, lo que
al año forma más de 450,000. Debe tenerse presente que son
pocos los indios que fuman. Entre los criollos y europeos hay
muchísimos que no tienen aquella costumbre, y entre los mu-

(1)Es cierto que a proporción del exceso de una ciudad sobre otra en
el número de los nacidos y muertos, deberá ser el exceso del número de los
habitantes, y no hay medio más seguro de hallar este número en una ciu-
dad populosa, que el de saber el de los que nacen y mueren en ella, con tal
que se adopten las precauciones convenientes.

(2) Basta saber de opiniones que ha reinado mucho tiem-


la diversidad
po sobre la población de París. Leonel Waffer, viajero inglés, creyó que
en México había 300,000 almas; Gemelli opinó que eran 100,000; el misio-
nero Tallandier 60,000; un viajero moderno que pasó a México después
de haber visto toda Europa y los principales países de Asia, era de pare-
cer que no había en México menos de 1.500,000 habitantes. Este disparató
por exceso y Talandier por defecto.

(3)El pulque no se puede guardar para otro día, y cada día se consu-
me todo el que se introduce. La nota del consumo diario de pulque y ta-
baco en México se ha tomado de una carta escrita por uno de los mejores
calculadores de aquella aduana, escrita a 23 de febrero de 1775.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 443

latos, algunos. ¿Y habráquien dé más crédito al cálculo de Mr.


de Paw que a las matrículas de aquella capital, y quien aprecie
más el juicio de un prusiano moderno, tan extravagante en to-
do lo que escribe sobre la capital de México, que al de tantos
escritores antiguos que por sí mismos la vieron y observaron?
De la capital de Tezcoco sabemos, por las cartas de Car-
los V, que tenía cerca de 30,000 casas mas esto debe entenderse
;

de aquella parte de la población que propiamente se llamaba


Tezcoco; pues comprendidas las otras tres ciudades de Coatli-
chan, Huexotla y Ateneo, que, según el mismo Cortés, podían
considerarse como un solo pueblo, su circuito era mayor que el
de México. Torquemada, apoyado en el testimonio de Sahagún
y en el de los indios, asegura que en aquellas cuatro ciudades
se contaban 140,000 casas, y si queremos disminuir la mitad
de este número, todavía queda una población considerable. Nin-
gún historiador habla de la de Tlacopan, aunque todos convie-
nen en que era muy vasta. De la de Xochimilco sabemos que era
la mayor de todas aquellas ciudades, después de las capitales.
Cortés afirma que en Iztapalapan había de 12 a 15,000 hogares;
en Mixcuic cerca de 6,000; en Huitzilopochco de 4 a 5,000; en
Acolman, 4,000; otros tantos en Otompan y 3,000 en Mexical-
zinco. Chalco, Azcapozalco, Coyoacan y Cuauhtitlan eran, sin
comparación, mayores que estas últimas. Todos estos y otros
muchísimos pueblos estaban edificados en el valle de México, y
su vista ocasionó no menos admiración que miedo a los espa-
ñoles conquistadores, cuando por primera vez observaron destle
las cimas de los montes aquel delicioso punto de vista. Lo mis-
mo les sucedió cuando vieron a Tlaxcala. Cortés, en su carta a
Carlos V, habla así de esta última ciudad "Es tan grande v ma-
:

ravillosa, que aunque yo omita mucho de lo que pudiera decir,


lo poco que diré parecerá increíble, porque es mayor y más po-
blada que Granada cuando se tomó a los moros, harto más fuer-
te, con tan buenos edificios y mucho más abundante en todo."
Del mismo modo se explica el conquistador anónimo: "Hay
allí muchas grandes ciudades, y entre ellas la de Tlaxcala, que

en algunas cosas se parece a Segovia y en otras a Granada;


pero es más poblada que cualquiera de éstas." De Tzinpantzinco,
ciudad de aquella república, dice Cortés (1) que habiéndose he-

(1) Cortés habla de esta ciudad sin nombrarla; pero del contexto se
infiere que alude a ella. Torquemada lo dice expresamente.
444 FRANCISCO J. CLAVIJERO

cho padrón por su orden, resultaron 20,000 casas. De Huexo-


el
tlipan, que pertenecía al mismo Estado, dice que tenía de 4 a
5,000 hogares. En Cholula cuenta cerca de 20,000 casas y casi
otras tantas en las poblaciones vecinas, que podían considerar-
se como sus arrabales. Huexotzinco y Tepeyacac eran émulas
de Cholula en extensión. Estos son algunos de los pueblos que
vieron los españoles antes de la Conquista, omitiendo otros mu-
chos cuya importancia consta por la deposición de los mismos
y de otros historiadores.
No menos se infiere la muchedumbre de habitantes de
aquellos países, del innumerable concurso que se notaba en los
mercados, de los grandes ejércitos que se armaban cuando era
necesario y del gran número de bautismos que se confirieron des-
pués de la Conquista. En la Historia he hablado largamente del
gentío que asistía a los mercados, fundándome en el dicho de
muchos testigos oculares. Podría sospecharse alguna exagera-
ción en los conquistadores acerca del número de las tropas con-
tra las cuales combatían; mas no así con respecto al de sus
confederadas, pues cuanto mayor fuese el número de éstas, tan-
to menos difícil y glorioso debía parecer el triunfo. Y, sin em-
bargo, el conquistador Ojeda contó 150,000 hombres en los ejér-
citos aliados de Tlaxcala, Cholula, Tepeyacac y Huexotzinco,
cuando les pasó reseña en Tlaxcala para ir a la conquista de
México. El mismo Cortés dice que las tropas aliadas que lo
acompañaron a la guerra de Cuauhquechollan, pasaban de. . . .

100,000 hombres, y de 200,000, con mucho, los que lo ayudaron


en el asedio de la capital. Por otra parte, los sitiados eran tan-
tos, que habiendo muerto durante el asedio más de 150,000,
como he dicho en la Historia, cuando los españoles se apodera-
ron de la ciudad y mandaron salir de ella a todos sus habitan-
tes, por espacio de tres días y tres noches se vieron continua-
mente llenos los tres caminos de gente que iba a refugiarse a
otros pueblos, como dice Bernal Díaz, que estuvo presente. En
cuanto al número de bautismos, sabemos, por el testimonio de
los mismos religiosos que se emplearon en la conversión de aque-
llos pueblos, que los niños y adultos bautizados solamente por
los padres franciscanos (1) desde el año de 1524 hasta el de
1540, fueron más de 6.000,000, la mayor parte de los cuales eran

Benavente, o Motolinía, uno de aquellos religiosos, bau-


(1) Toribio de
tizó por sus manos más de 400,000 indios, de los que llevó cuenta escrita.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 445

habitantes del valle de México y de las provincias vecinas. En


este número no se incluyen los bautizados por los clérigos, por
los dominicos, por los agustinos, entre los cuales y los francis-
canos se dividió por entonces aquella abundantísima mies; y,
por otro lado, es cierto que hubo innumerables indios que se
mantuvieron obstinados en su gentilismo, o que no recibieron
la fe de Cristo sino muchos años después. Las estrepitosas con-
troversias suscitadas en aquellos países por algunos religiosos
y sometidas a la decisión del Papa Paulo III, nos hacen ver que
de resultas de la extraordinaria y nunca vista muchedumbre de
catecúmenos, se vieron obligados los misioneros a omitir al-
gunas ceremonias del bautismo, y entre ellas la de la saliva,
pues se les secaban la boca, la lengua y las fauces.
Desde el descubrimiento de México hasta nuestros días, ha
ido disminuyendo continuamente el número de indios. Además,
de los infinitos millares de ellos que perecieron en el primer con-
tagio de las viruelas en 1520 y en la guerra de los españoles, la
epidemia de 1545 arrebató 80,000, y en la de 1576 murieron
más de 2.000,000 sólo en la diócesis de México, Puebla de los
Angeles, Michuacan y Oaxaca. Estos datos resultan de las no-
tas presentadas por los curas al virrey. Sin embargo de esta
vasta destrucción, el cronista Herrera, que escribió a fines del
siglo XVI, fundándose en los documentos enviados por el
dice,
virrey de México, que en las diócesis de la Puebla de los Ange-
les y de Oaxaca, y en las provincias del obispado de México, pró-
ximas a la capital, se contaban en aquel tiempo 655 pueblos
principales de indios y otros innumerables menores, dependien-
tes de aquéllos, en los cuales había 900,000 familias de indios
tributarios. Pero es necesario saber que en esta clase no se com-
prenden los nobles, los tlaxcaltecas, ni los otros indios de aque-
llos que ayudaron a los españoles en la Conquista, los cuales
fueron exentos del tributo en atención a su nacimiento o a sus
servicios. El mismo Herrera, bien instruido en estos asuntos,
dice que en su tiempo se contaban en la capital 4,000 familias
españolas y 30,000 casas de indios. Desde entonces ha ido dis-
minuyendo el número de éstos y aumentando el de aquéllos.
Mr. de Paw responderá, como acostumbra, que todas las
pruebas de que me he valido para demostrar la gran población
de México valen menos que nada, pues aquellos documentos
provienen de soldados toscos y perversos, o de religiosos igno-
446 FRANCISCO J. CLAVIJERO

rantes o supersticiosos; pero aunque mereciesen todos estos epí-


tetos los escritores de cuya autoridad me he valido, lo que es
enteramente falso, su uniformidad bastaría para darles gran
valor. ¿Quién podrá creer que Cortés y los oficiales que con él
firmaron sus cartas se atreviesen a engañar a su rey, pudiendo
fácilmente ser desmentidos por tantos centenares de testigos,
entre los cuales había muchos que los miraban con envidia y
con odio? ¿Sería posible que tantos escritores, así españoles
como indios, se pusiesen de acuerdo en exagerar la población de
aquellos países, y que no hubiese uno solo entre ellos que res-
petase el juicio de la posteridad? De la veracidad de los prime-
ros misioneros no cabe duda: fueron hombres de vida ejemplar
y de gran doctrina, escogidos entre muchos para predicar el
evangelio en aquel Nuevo Mundo. Algunos de ellos fueron pro-
fesores en las más célebres universidades de Europa; habían
obtenido las primeras dignidades en sus respectivas órdenes y
habían sido dignos del favor y de la confianza de Carlos V. Los
honores a que renunciaron en Europa (1), y los que no acep-
taron en América, manifiestan claramente el desinterés del celo
que los animaba; su voluntaria y rígida pobreza; su continuo
trato con Dios; sus indecibles fatigas en tantos y tan difíciles
viajes, hechos a pie y sin recursos; su constancia en tantos y
tan penosos ministerios, y, sobre todo, su caridad llena de com-
pasión y dulzura para con aquellas afligidas naciones, harán
siempre venerable su memoria en los países que edificaron con
su predicación y con su ejemplo, a despecho de Mr. de Paw y de
cualquiera otro maligno escritor, a quien basta reconocer en
otro la calidad de religioso para despreciarlo e injuriarlo. En
los escritos de aquellos hombres inmortales se descubre un ca-
rácter tan poco equívoco de sinceridad, que no es posible dudar
de la exactitud de sus noticias. Es verdad que a los ojos de Mr. de
Paw cometieron un crimen imperdonable, cual fue el de que-
mar, como supersticiosas, la mayor parte de las pinturas histó-
ricas de los mexicanos. Yo aprecio mucho más que Mr. de Paw
aquellas pinturas y me duele más que a él su destrucción; mas
no por esto vilipendio a los autores de aquel deplorable incen-
dio, ni ultrajo su memoria, pues aquel mal, a que los indujo un
celo demasiado ardiente y no bien dirigido, no puede comparar-

(1) Entre los quince primeros misioneros franciscanos, hubo seis que
renunciaron los obispados que les quiso conferir Carlos V.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 447

se con los grandes bienes que en otros ramos hicieron, además


de que algunos de ellos procuraron reparar aquella pérdida con
sus escritos, y así lo hicieron Motolinía, Sahagún, Olmos y Tor-
quemada.
Pero Mr. de Paw se ha empeñado de tal manera en dismi-
nuir la población de aquellos países, que llega a decir (¿quién
lo creería?), en tono decisivo y magistral, que no había en to-
dos ellos otra ciudad que la de México. Oigámoslo hablar para
divertirnos un poco: "No habiéndose descubierto en todo el te-
rritorio mexicano algún vestigio de ciudades antiguas de indios,
es claro que no había allí más que un solo lugar que tuviese al-
guna apariencia de ciudad, y éste era México, que los escrito-
res españoles quisieron llamar la Babilonia de las Indias; pero
ya hace tiempo que no nos engañan los nombres magníficos da-
dos por ellos a las miserables aldeas de América."
Cuantos historiadores han escrito de las cosas de México,
afirman unánimemente que todas las naciones de aquel vasto
imperio vivían en sociedad; que tenían muchas poblaciones
grandes y bien ordenadas, designando por sus nombres las ciu-
dades que vieron. Léanse las cuatro cartas de Cortés a Carlos
V; la Historia de la Conquista, por Bernal Díaz del Castillo; la
curiosa e ingenua relación del conquistador anónimo; los ma-
nuscritos de Motolinía, Sahagún y Mendieta; las obras del obis-
po Las Casas; las cartas de Pedro Alvarado, Diego Godoy y
Ñuño Guzmán, que se hallan en la Colección de Ramurio, todos
ellos testigos oculares, a los que se deben añadir todos los his-
toriadores mexicanos, acolhuas y tlaxcaltecas, principalmente
los que he nombrado en el catálogo que se halla a la cabeza de
esta obra. Los que viajaron por aquellas regiones en los dos
siglos y medio que siguieron a la Conquista, vieron por sus ojos
las poblaciones de que hablan los historiadores antiguos, en
los mismos sitios que ellos habían indicado; así que, o Mr. de
Paw se imagina que los historiadores anunciaron profética-
mente las poblaciones futuras, o confesará que desde entonces
estaban donde están ahora. Es cierto que los españoles han
fundado muchas ciudades, como la Puebla de los Angeles,
Guadalajara, Valladolid, Veracruz, Celaya, Potosí, Córdoba, León,
etc.;
pero éstas, con respecto a las fundadas por los indios, a lo
menos en el territorio mexicano, están en la proporción de me-
nos de uno a mil. Sus nombres, conservados hasta ahora, de-
448 FRANCISCO J. CLAVIJERO

muestran que no fueron españoles los que las fundaron, sino in-
dios. Que estos pueblos, de que tantas veces hago mención en
mi Historia, no eran miserables aldeas, sino grandes poblacio-
nes y ciudades bien construidas, como las de Europa, consta por
el dicho de todos los escritores que las vieron.

Mr. de Paw quisiera que se le enseñasen vestigios y ruinas


de las ciudades antiguas; algo más le enseñaremos si quiere;
esto es, ciudades antiguas existentes todavía. Y, sin embargo,
si se obstina en querer vestigios, vaya a Texcoco, a Otumba, a

Tlaxcala, a Cholula, a Huexotzinco, a Cempoala, a Tula, etc., y


verá tantos que no podrá dudar de la grandeza de las ciudades
americanas.
Este gran número de ciudades y de lugares habitados, a
pesar de la muchedumbre de personas que morían anualmente
en los sacrificios y en las continuas guerras de aquellos pueblos,
es una prueba irrecusable de la gran población del imperio de
México y de los otros países de Anáhuac. Si nada de esto basta
a convencer a Mr. de Paw, le aconsejo caritativamente que se
meta en un hospicio.
Los argumentos de que me he valido contra este escritor,
pueden servir también para responder al Dr. Robertson, el cual,
viendo tantos testigos contrarios a su parecer, echa mano de
un subterfugio semejante al del calor de la imaginación, que
empleó hablando de los trabajos de fundición elogiados por
tantos historiadores. Tratando de la sorpresa que produjo en los
españoles la vista de las ciudades del territorio de México, dice
así en el libro VII de su Historia: "En el primer arrebato de
su admiración, compararon a Cempoala, aunque ciudad de se-
gunda o tercera clase, con algunas de las principales de su país.
Cuando después vieron sucesivamente a Tlaxcala, Cholula, Ta-
cuba, Texcoco y México, creció tanto su asombro, que exagera-
ron su grandeza y población hasta los límites de lo increíble.
Conviene, por tanto, disminuir gran parte de lo que dicen acer-
ca del número de habitantes en aquellos pueblos, y rebajar algo
el cálculo de su población." Así lo manda Robertson, y yo estoy
dispuesto a obedecerlo. Si los españoles hubieran escrito sus
cartas, historiasy relaciones en el primer arrebato de su admi-
ración, podría sospecharse que el asombro los indujo a exage-
rar; pero no sucedió así. Cortés, el primero de los historiadores
de México, en cuanto a la antigüedad, no escribió su primera car-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 449

ta al emperador sino año y medio después de su llegada al con-


tinente de América; el conquistador anónimo, algunos años des-
pués de la Conquista; Bernal Díaz del Castillo, después de más
de cuarenta años de continua permanencia en el territorio mexi-
cano, y así los otros. ¿Es posible que durase un año, veinte, y
más de cuarenta años aquel primer arrebato? ¿Y de dónde pudo
provenir su asombro? Oigámoslo del mismo Dr. Robertson: "Los
españoles, acostumbrados a esta clase de habitaciones (caba-
nas aisladas) entre las tribus salvajes, de que ya tenían noticia,
quedaron atónitos al entrar en la Nueva España y al ver a los
habitantes reunidos en grandes ciudades semejantes a las de
Europa." Pero Cortés y sus compañeros, antes de ir a México,
sabían muy bien que aquellos pueblos no eran salvajes y que
sus casas no eran cabanas; porque todos los que un año antes
habían hecho aquel viaje con Gri jaiva, sabían que los indios
tenían bellas poblaciones compuestas de casas bien hechas, de
cal y canto, con altas torres, como dice Bernal Díaz, cuya auto-
ridad es de tanto peso por ser hombre sincero y haber visto las
cosas que describe. No era, pues, aquella la causa de su asom-
bro, sino la verdadera grandeza y muchedumbre de las ciuda-
des que se ofrecían a sus ojos. "No es extraño, añade Robert-
son, que Cortés y sus compañeros, poderosamente excitados a
ponderar las cosas para exaltar el mérito de sus descubrimientos
y conquistas, cayesen en el error común de traspasar en sus des-
cripciones el límite de la verdad." Pero Cortés no era loco y co-
nocía que con exagerar el número de sus aliados, en lugar de
exaltar su propio mérito, disminuía la gloria de sus conquis-
tas; sin embargo, confiesa muchas veces que en sus empresas
lo auxiliaron 80,000 y 100,000 y 200,000 aliados; y así como es-
tas ingenuas confesiones manifiestan su sinceridad, así también
aquellos numerosos ejércitos demuestran la gran población del
país. Además, el Dr. Robertson supone que cuanto escribieron los
autores españoles sobre el número de las casas de las ciudades
mexicanas, fue solamente por conjetura y calculando a ojo;
pero no fue así, pues el mismo Cortés asegura, en su primera
carta al emperador Carlos V, que había mandado hacer la ma-
trícula de las casas que comprendía el distrito de la república
de Tlaxcala, y que resultaron 150,000, y más de 20,000 en la ciu-
dad de Tzimpantzinco.
II.— 15
DISERTACIÓN VIII

RELIGIÓN DE LOS MEXICANOS

ENcon esta Disertación no pienso habérmelas, como en


Mr. de Paw, pues reconoce ingenuamente la seme-
las otras,

janza que hay entre los delirios de los americanos y los de las
otras naciones del continente antiguo, en materia de religión.
"Como las supersticiones religiosas de los pueblos de América,
dice, han tenido una semejanza notable con las que han adop-
tado las naciones del continente antiguo, no he hablado de es-
tos despropósitos sino para hacer una comparación entre unas
y otras, y para hacer ver que a pesar de la diversidad de climas,
la debilidad del espíritu humano ha sido constante e invariable."
Si hubiera hablado con este juicio en otras ocasiones, me hubie-
ra ahorrado el trabajo de sostener tantas disputas y hubiera
evitado las graves censuras que han hecho de sus investiga-
ciones algunos sabios de Europa. Yo me dirijo en este trabajo
a los que, por ignorancia de lo que ha pasado y pasa en el mun-
do, o por falta de reflexión, se han espantado tanto al leer en la
historia de México la crueldad y la superstición de aquellos pue-
blos, como si fuera una cosa jamás vista ni oída en el mundo.
Les haré ver el error que padecen y demostraré que la religión
de los mexicanos fue menos supersticiosa, menos indecente, me-
nos pueril y menos irracional que la de las más cultas naciones
dé la antigua Europa, y que de su crueldad se hallan ejemplos,
y quizás más atroces, en casi todos los pueblos del mundo.
El sistema de la religión natural depende principalmente
de la idea que los hombres se forman de la Divinidad. Si conciben
al Ser Supremo como un padre lleno de bondad, cuya providen-
cia vela sobre todas sus criaturas, las prácticas religiosas es-
tarán llenas de demostraciones de amor y de respeto; si, por
el contrario, se presenta como un tirano inexorable, el cul-
to será sanguinario. Si los hombres creen en un Ser Omnipo-
452 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tente, su veneración se dirigirá a uno sólo; pero si se le atribu-


ye un poder limitado, se multiplicarán los objetos del culto. Si
se reconoce la santidad y la pureza de su esencia, se implorará su
protección con un culto puro y santo; pero si se cree someti-
do a las imperfecciones y a los vicios de los hombres, la religión
consagrará los delitos.
Comparemos, pues, la idea que los mexicanos tenían de sus
dioses con la que se habíanformado de sus númenes los griegos,
los romanos y las naciones cuya religión imitaron los unos y los
otros, y en breve reconoceremos las ventajas de los mexicanos
en esta parte, con respecto a todas las naciones antiguas. Es
cierto que dividían el poder entre varios númenes, suponiendo
reducida a ciertos límites la jurisdicción de cada uno. "No dudo,
decía el rey Moteuczoma al conquistador Cortés en una confe-
rencia que tuvieron sobre religión, yo no dudo de la bondad del
dios que adoráis pero si él es bueno para España, nuestros dio-
;

ses son buenos para México."


"Nuestro dios Camaxtle, decían al mismo Cortés los tlax-
caltecas, nos concede la victoria sobre nuestros enemigos; nues-
tra diosa Matlalcueye nos da la lluvia que los campos necesitan
y nos preserva de las inundaciones del río Zahuapan. A cada uno
de nuestros dioses debemos una parte de la felicidad de que go-
zamos ;" pero no los creían tan impotentes como los griegos y los
romanos creían a los suyos. Los mexicanos no tenían más que
un numen bajo el nombre de Centeotl para la protección del
campo y de los sembrados y aunque amaban cordialmente a sus
;

hijos, se contentaban con ponerlos bajo el patrocinio de una


sola divinidad. Los romanos, además de la diosa Ceres, emplea-
ban sólo en el cuidado del trigo a Seja, que protegía el grano
sembrado; Proserpina, el grano nacido; Nodoto, los nudos del
tallo; Volatína, los retoños; Patelena, las plantas ya espigadas;
Flora, las flores Ostilina, las espigas Segesta, los granos nue-
; ;

vos; Lactancia, los granos en leche; Matura, el grano maduro;


Tutano o Tutilina, el grano guardado en los graneros; a los que
debe añadirse Sterculio, que corría con los abonos y estercole-
ros; Priapo, que ahuyentaba los pájaros; Rubigo, que preser-
vaba los sembrados de los insectos, y las ninfas Napeas, que su-
ministraban el jugo nutritivo.
Para los niños tenían el dios Ope, que favorecía al recién
nacido y lo recogía en su seno; Vaticano, que le abría la boca
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 453

cuando lloraba; Levano, que lo alzaba del suelo; Cunina, que


guardaba la cuna; las Carmentas, que vaticinaban su suerte
futura; Fortuna, que le daba prosperidad en los sucesos; Ru-
mina, que introducía el pezón del pecho de la madre en la boca
del niño Potina, que cuidaba de darle de beber Educa, a quien
; ;

tocaba velar sobre sus primeros alimentos Faventia, que lo ca-


;

lentaba con el vaho; Venilia, que animaba sus esperanzas; Vo-


lupia, que procuraba divertirlo; Agenoria, que observaba y guia-
ba sus operaciones; Stimula, que le daba viveza; Streiuia, que
lo hacía valiente; Numeria, que le hacía aprender las cuentas;
Camena, que le enseñaba a cantar; Conso, que le daba consejos;
Senda, que le inspiraba resolución; Juventa, que patrocinaba
el principio de la juventud, y Fortuna barbata, que desempeña-
ba las importantes funciones de hacer crecer la barba. ¿Quién
creerá que la custodia de las puertas necesitaba de tres núme-
nes celestes, que eran Forculo, Cama y Limentino? "íta, excla-
ma San Agustín, ita non poterat Forcuíus, simul fores, el car-
dinem, limenque servare." ¡Tan mezquino era a los ojos de los
romanos el poder de sus dioses! Aun los nombres que daban a
muchos de ellos manifiestan el triste concepto en que los tenían
sus adoradores. ¿Pueden imaginarse nombres más indignos de
una divinidad que Júpiter Pistor, Venus Calva, Pecunia, Caca,
Subigus y Cloacina? ¿Quién había de creer que este último nom-
bre serviría para convertir en diosa una estatua encontrada
por Tacio en la principal cloaca de Roma? ¿No es esto burlarse
de la religión y hacer viles y despreciables los dioses que se ado-
raban? "Quoe ista religionum derisio est?, preguntaba con ra-
zón Lactancio. Si earum defensor essem, quid tan graviter que-
ri possein, quam deorum numen in tantum venisse contemptum,

ut turpissimis nominibus ludibrio habeatur? Quis non rideat


FORNACEM Deam? Quis cum audiat deam MUTAM risum tenere
queat?, colitur et CACA, etc."
Pero en nada mostraron tanto los griegos y los romanos
la opinión que tenían de sus númenes, como en los vicios que
les atribuían. Toda su mitología es una larga serie de atenta-
dos; toda la vida de sus dioses se reducía a rencores, vengan-
zas, incestos, adulterios y otras pasiones bajas capaces de in-
famar a los hombres más viles. Jove, aquel padre omnipotente,
aquel principio de todas las cosas, aquel rey de los hombres y
de los dioses, como lo llamaban los poetas, se muestra unas ve-
454 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ees en figura humana para


tratar con Alcumena; otras disfra-
zado de sátiro, para gozar de Antiope; otras de toro, para arre-
batar a Europa; otras de cisne, para abusar de Leda, y, en fin,
en forma de lluvia de oro para corromper a Danae, y de otros
mil modos para satisfacer sus perversos designios. Entretanto,
la gran diosa Juno, rabiosa de celos, no piensa más que en ven-
garse de su infiel esposo. De este mismo calibre eran los otros
dioses inmortales, especialmente los mayores o escogidos, como
ellos los llamaban: "Escogidos, dice San Agustín, por la supe-
rioridad de sus vicios; no ya por la excelencia de sus virtudes."
¿Y qué buenos ejemplos podían contar de sus dioses aquellas
gentes, que mientras se jactaban de dar a los hombres leccio-
nes de virtud sólo consagraban en sus altares desórdenes, mal-
dades y flaquezas? ¿Qué otro mérito tenían entre los griegos
Leena, y entre los romanos Lupa, Faula y Flora, sino el de ha-
ber sido famosas prostitutas? De aquí nace el haber habido va-
rios númenes encargados de los más infames y vergonzosos em-
pleos. Véanse en el libro VI de la Ciudad de Dios, de San
Agustín, que yo no tengo valor para ponerlos a la vista de mis
lectores.
¿Y qué diremos de los egipcios, que fueron los creadores
de la superstición? Sabido es lo que de ellos dice Lucano:

Nos intempla tuam Romana accepimus Isin;


Semiscanesque Déos est sistra moventia luctum.

No daban culto al buey, al perro, al lobo, al gato, al co-


sólo
codrilo, al esperaván y a otros animales semejantes, sino a las
cebollas y a los ajos; lo que dio motivo a la célebre expresión
de Juvenal:

O sanctas gentes, quibus hic nascuntur in hortis Numina.

No satisfechos con esto, celebraban la apoteosis de las co-


sas más indecentes. El detestable casamiento de hermano con
hermana ejemplo de sus dioses.
se creía autorizado con el
Harto diversa de ésta era la idea que tenían de sus núme-
nes los mexicanos; no se halla en toda su mitología la más pe-
queña traza de aquellas estupendas perversidades con que los
otros pueblos infamaron a los suyos. Los mexicanos honraban
la virtud, y no el vicio, en los objetos de su veneración religio-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 455

sa: en Huitzüopochtli, el valor; en Ceníeotl y en otros, la bene-


ficencia; en Quetzalcoaíl, la castidad, la justicia y la prudencia.
Aunque tenían númenes de ambos sexos, no los casaban ni los
creían capaces de aquellos placeres obscenos que eran tan co-
munes en los dioses griegos y romanos. Suponían en ellos una
suma aversión a toda especie de delitos, por lo que el culto se
dirigía a templar su cólera, provocada por los pecados de los
hombres y a granjearse su protección con el arrepentimiento y
con los obsequios religiosos.
Conforme en un todo a estos principios fundamentales, eran
los ritos que practicaban en las funciones del culto público y
privado. La superstición era común a todas las naciones de
Anáhuac; pero la de los mexicanos era menos pueril que la
de los pueblos antiguos para convencerse de ello, basta comparar
;

los agüeros de unos y otros. Los astrólogos mexicanos obser-


vaban los signos y caracteres del día para sus casamientos, via-
jes, y, en* general, para todas sus operaciones, como los astrólo-
gos de Europa observan la posición de los astros para vaticinar
la ventura de los hombres. Los unos y los otros miraban con
el mismo temor los eclipses y los cometas, como precursores
de alguna gran calamidad, porque esta preocupación ha sido
general en todo el mundo. Todos se amedrentaban al oír el sil-
bido de una ave nocturna: errores vulgares de uno y otro con-
tinente, que no han desaparecido de muchos pueblos de la cul-
tísima Europa. Pero todo lo que sabemos de los americanos en
este ramo, no puede compararse con lo que nos dicen de los an-
tiguos romanos sus mismos historiadores y poetas. Las obras
de Tito Livio, de Plinio, de Virgilio, de Suetonio, de Valerio
Máximo y de otros escritores juiciosos (que no pueden leerse
sin compasión), hacen ver a qué exceso llegó la pueril supersti-
ción de los romanos en sus agüeros. No había animal entre los
cuadrúpedos, entre las aves y entre los reptiles de que no saca-
sen alguna predicción para el porvenir. Si el ave volaba hacia
la izquierda, si graznaba el cuervo o la corneja, si el ratón pro-
baba la miel, si la liebre cruzaba el camino, era inevitable la
proximidad de alguna gran desventura. Hubo ocasión de hacer-
se la expiación, o sea lustración de la capital del mundo, sólo
porque había entrado un buho en el capitolio. Así lo refiere Pli-
nio: Buho funebris et máxime abominatus publice precipui aus-.
piciis.. capitolie cellam ipsam intravit, Sex. Papellio Istro, L.
.
456 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Pedanio coss. propter quod nonis Martiis urbs lustrata est eo


azmo. Y no sólo los animales, sino las cosas más ruines y des-
preciables bastaban a inspirarles un temor supersticioso: como
si estando comiendo se derramaba el vino o la sal, o caía al sue-

lo algún fragmento de manjar. ¿No era cosa admirable el ver a


un señor arúspice, personaje de alta gerarquía, ocupado seria-
mente en observar los movimientos de las víctimas, el estado
de sus entrañas y el color de su sangre, para pronosticar, en
virtud de aquellos datos, los principales sucesos de la más pode-
rosa nación de la tierra? "Me maravillo, decía el gran Cicerón,
de que no se ría un arúspice cuando encuentra a otro." ¿Puede
haber, en efecto, cosa más ridicula que la adivinación que lla-
maban Tripudium? ¿Quién creerá que una nación, por una
parte tan ilustrada y por otra tan guerrera, llevaba consigo en
sus ejércitos, como cosa importantísima para la felicidad de sus
armas, una jaula llena de pollos, y que las tropas no osaban
aventurar una acción sin consultarlos antes? Si los pollos no
probaban la masa que se les ponía delante, era mala señal; si,
además de no comerla, se salían de la jaula, peor; si la comían
ansiosamente, no había nada que temer, pues la victoria era se-
gura. Así que, el medio más eficaz para conseguir el triunfo,
hubiera sido dejar sin comer a los pollos un par de días antes de
consultarlos.
A estos excesos llega el espíritu humano cuando se aban-
dona a sus propias luces. La experiencia de los torpes errores,
de la ridicula puerilidad y de las monstruosas abominaciones
en que han incurrido las naciones más cultas del gentilismo,
nos hace ver que no podemos esperar la verdadera y santa reli-
gión sino de la eterna sabiduría. A ella toca revelar la verdad
que debemos creer, y dictar el culto que debemos practicar. Si
el gravísimo negocio de la religión se confía a la débil razón

humana, de cuya miseria tenemos tanta experiencia, se pre-


sentarán a nuestra mente ios mayores absurdos como dogmas
verdaderos, y el culto debido al Ser Supremo vacilará entre los
escollos de la impiedad y de la superstición. ¡Pluguiese a Dios
que esos mismos filósofos de nuestro siglo, que tanto ponderan
la fuerza de la razón, no nos diesen en sus obras tantas prue-
bas de su imbecilidad!
Pero al fin, americanos, griegos, romanos y egipcios, todos
eran supersticiosos y pueriles en la práctica de su religión mas ;
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 457

no todos eran indecentes en sus ritos, pues en los de los mexi-


canos no se halla el menor vestigio de aquellas abominaciones
tan comunes entre los romanos y otras naciones de la antigüe-
dad. ¿Puede haber nada más impuro que las fiestas eleusinas
de los griegos, las que celebraban los romanos en honor de Ve-
nus, en las calendas de abril, y, sobre todo, aquellos obscenísi-
mos juegos que se hacían en honor de Cibeles, de Flora, de
Baco y de otros númenes, escándalos contra los cuales decla-
maron tantas veces los padres de la Iglesia y muchos pruden-
tes romanos? ¿Hay algo que pueda compararse en obscenidad
con aquel rito que se hacía con la estatua de Priapo en las ce-
remonias nupciales? ¿Y cómo era posible que celebrasen de
otro modo las fiestas de aquellos dioses incestuosos y adúlteros?
¿Y cómo podían avergonzarse ellos mismos de los vicios que
consagraban en sus divinidades?
Es cierto que aunque en los ritos de los mexicanos no ha-
bía demostraciones impuras, intervenían en ellos algunas cere-
monias que podían suponer flaquezas y miserias en los dioses
a que se dirigían, como era la de untar los labios de los ídolos
con sangre de las víctimas; pero, ¿no hubiera sido peor darles
bofetones, como hacían los romanos con la diosa Matuta en las
fiestas matrales? Supuesto el error de unos y otros, menos irra-
cionales eran ciertamente los mexicanos, dando a los dioses un
licor que, según los principios de su religión, debía serles agra-
dable, que los romanos haciendo con los suyos un acción que se
tiene por grave afrenta entre todos los pueblos del mundo.
Lo que llevo dicho hasta ahora, aunque basta para demos-
trar que la religión de los mexicanos era menos digna de censu-
ra que la de los romanos, griegos y egipcios, es nada en compa-
ración de lo que podría añadir si no temiese dar molestia a mis
lectores. Por otra parte, veo que hay muchos puntos que debe-
rían entrar -en comparación: por ejemplo, los sacrificios, en los
cuales confieso que los mexicanos eran sanguinarios, bárbaros
y crueles. Pero cuando considero lo que han hecho las otras
naciones de la tierra, me confundo al reconocer la miseria del
hombre y los errores deplorables en que se precipita cuando
no está guiado por las luces de la verdadera religión, y doy in-
finitas gracias al Altísimo porque se ha dignado preservarme
de tantas calamidades.
458 FRANCISCO J. CLAVIJERO

No ha habido casi ninguna nación en el mundo que no haya


sacrificado víctimas humanas al objeto de su culto. Los libros
santos nos dicen que los ammonitas quemaban a sus hijos en
honor de su dios Moloch, y que lo mismo hacían otros pueblos
de la tierra de Canaam. Los israelitas imitaron alguna vez aquel
ejemplo. Consta en el libro IV de los Reyes que Achaz y Ma-
nases, reyes de Judá, usaron aquel rito gentílico de pasar a sus
hijos por las llamas. La expresión del texto sagrado parece in-
dicar más bien una lustración o consagración, que un holocaus-
to; pero el Salmo CV no nos permite dudar que los israelitas
sacrificaban realmente sus hijos a los dioses de los cananeos,
no bastando a retraerlos de aquella bárbara superstición los
estupendos y evidentes milagros obrados por el brazo omnipo-
tente del verdadero Dios: Commixti sunt inter gentes, et didi-
ceriint opera eortsm, et servierunt scolpíilibus eorum, et factum
esi illis in scandalum. Et inmolaverunt filios suos, et filias suas
Daemoniis. Et effuderont sanguinem innocentem; sanguinem
filiorum seoriim, et filiarum suarum quas immolaverant sculp-
tilibus Chanaam, et infecta est térra in sanguinibus.
De los egipcios sabemos, por el testimonio de Manetón, sa-
cerdote e historiador célebre de aquella nación, citado por Euse-
bio de Cesárea, que cada día se inmolaban tres víctimas humanas
en Heliópolis sólo a la diosa Juno. Y no eran solos los ammo-
nitas, los cananeos y los egipcios los que obsequiaban de un mo-
do tan inhumano a sus dioses Moloch, Belfegor y Juno, pues
los persas hacían iguales sacrificios a Mitra o el Sol; los feni-
cios y los cartagineses, a Baal o Saturno; los cretenses, a Jove;
los lacedemonios, a Marte; los focenses, a Diana; los habitan-
tes de Lesbos, a Baco; los tesalios, al centauro Quirión y a Pe-
leo; los galos, a Eso y a Teutate (1) los bardos de la Germa-
;

(1) Cierto autor francés, movido por un ciego amor a su patria, niega
redondamente que los galos hiciesen sacrificios de víctimas humanas; pero
sin alegar razón alguna que baste a desmentir testimonio de César, de
el
Plinio, de Suetonio, de Diódoro, de Estrabón, de Lactancio, de San Agus-
tín y de otros graves autores. Basta a confundirlo la autoridad de César,
que conocía bien aquellos países. "Natio est omnis Gallorum admodum de-
dita religionibus, atque ob eam causam, que sunt affecti gravioribus mor-
bis, quique in proelio periculisque versantur, aut pro victimis hominis
immolant, aut se immolaturos vovent, administris ad ea sacrificia Druidi-
bus; quod pro vita hominis, nisi vita hominis reddatur, non posse aliter
Deorum immortalium numen placari arbitrantur; publiceque ejusdem ge-

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 459

nia, a Tristón, y así otras naciones a sus dioses tutelares. Filón


dice que los fenicios, en sus calamidades públicas, ofrecían en
sacrificio, a su inhumano Baal, los hijos que más amaban; y
Curcio afirma que lo mismo hicieron los tirios hasta la con-
quista de su famosa ciudad. Sus compatriotas los cartagineses
observaban el mismo rito en honor de Saturno el Cruel, llama-
do así con justa razón. Sabemos que cuando fueron vencidos
por Agatocles, rey de Siracusa, para aplacar a su dios, que creían
irritado contra ellos, le sacrificaron 200 familias nobles, además
de 300 jóvenes que espontáneamente se ofrecieron en holocaus-
to para dar este testimonio de su valor, de su piedad para con
los dioses y de su amor a la patria; y, según asegura Tertulia-
no, que, como africano y poco posterior a aquella época, debía
saberlo bien, aquellos sacrificios fueron usados en África hasta
los tiempos del emperador Tiberio, como en las Galias hasta los
de Claudio, según dice Suetonio.
Los pelasgos, antiguos habitantes de Italia, sacrificaban,
para obedecer a un oráculo, la décima parte de sus hijos, como
cuenta Dionisio de Halicarnaso. Los romanos, que fueron tan
sanguinarios como supersticiosos, conocieron también aquellos
sacrificios. Durante todo el tiempo del dominio de los reyes, in-
molaron niños en honor de la diosa Manía, madre de los Lares,
para implorar de ella la felicidad de sus casas. Indújolos a esta
práctica, según dice Macrobio, cierto oráculo de Apolo. Por Pli-
nio sabemos que hasta el año 657 de la fundación de Roma, no
se prohibieron los sacrificios humanos: DCLVII démun anuo ur-
bis Cn. Con;. Lentulo, Licinio Coss. Seeaíns consultum factum
est, ne homo immolaretur. Mas no por esta prohibición cesaron
de un todo los ejemplos de aquella bárbara superstición, pues
Augusto, según afirman varios escritores citados por Suetonio,
después de la toma de Perusia, donde se había fortificado el
cónsul L. Antonio, sacrificó en honor de su tío Julio César, di-
vinizado ya por los romanos, 300 hombres, parte senadores y

neris habent instituta sacrificia. Alii immani magditudine simulacra ha-


bent: quorum contextaviminibus membra vivís hominibus complent, qui-
bus succensis circunventi flamma examinantur nomines. Supplicia eorum
qui in furto, aut latrocinio, aut aliqua noxa sint comprehensi, gratiora
Diis immortalibus esse arbitrantur. Sed cum ejus generis copia deñcit,

etiam ad innocentium supplicia descendunt." Lib. VI de Bello Gallico.
Por este pasaje se echa de ver que los galos eran algo más crueles que los
mexicanos.
460 FRANCISCO J. CLAVIJERO

parte caballeros, escogidos entre gente de Antonio, sobre un


la
altar erigido al nuevo dios Perusia capta in pluribus animad-
:

vertit; orare veniam, vel excusare se conantibus una voce oc-


curens, moriendum esse. Scribunt quídam, trecentos ex dediti-
tiis electos, utriusque ordinis ad aram D. Julio exstructam Idib.

Mari lis victimarum more mactatos. Lactancio Firmiano, que


conocía a fondo la nación romana y que floreció en el siglo IV
de la Iglesia, dice expresamente que aun en sus tiempos se ha-
cían aquellos sacrificios en Italia al dios Lacial: Nec Laíini qui-
dem hojas imxnanitaíis expertes fuerunt siqnidem Laíiaüs Jú-
:

piter etiam nunc sanguine colitur humano. Ni los españoles se


preservaron de aquel horrible contagio. Estrabón cuenta en el
libro III que los lusitanos sacrificaban los prisioneros, cortán-
doles la mano derecha para consagrarla a sus dioses, observan-
do sus entrañas y guardándolas para sus agüeros; que todos
los habitantes de los "montes sacrificaban también a los prisio-
neros con sus caballos, ofreciendo ciento a ciento aquellas víc-
timas al dios Marte; y hablando en general, dice que era pro-
pio de los españoles sacrificarse por sus amigos. Xo es ajeno de
este modo de pensar lo que Sillo Itálico cuenta de los héticos.
sus antepasados, a saber: que después de pasada la juventud,
fastidiados de la vida, se daban muerte a sí mismos lo que él ;

elogia como una acción heroica:


Prodiga gens animae et properare facillima mortem;
Nanque. ubi trascendenti florentes viribue annos,
Impatiens aevi spernit veniss senectam.
Et fati modus in dextera est.

¿Quién diría que esta manía de los héticos había de ser


después una moda en Francia y en Inglaterra ? Viniendo a tiem-
pos posteriores, el P. Mariana, hablando de los godos, que ocu-
paron la España, dice así: "Porque estaban persuadidos que no
tendría buen éxito la guerra si no ofrecían sangre humana por
el ejército, sacrificaban ios prisioneros de guerra al dios Marte,
al cual eran particularmente devotos, y también acostumbraban
ofrecerle las primicias de los despojos y suspender de las ra-
mas de los árboles los pellejos de los que mataban." Si no hu-
bieran olvidado esta especie los españoles que escribieron la
Historia de México, y hubieran tenido presente lo que pasaba
en su misma península, no se habrían maravillado tanto de los
sacri .de los mexicanos.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 461

Si se quieren másejemplos, consúltese a Eusebio de Cesá-


rea en el libro IV de Preparatione Evangélica, donde se hallará
un largo catálogo de las naciones que acostumbraban hacer
aquellos bárbaros sacrificios, pues amí me basta lo que he di-
cho para demostrar que los mexicanos no han hecho más que
seguir las huellas de los pueblos más célebres del continente
antiguo, y que sus ritos no fueron más crueles ni más absurdos
que los que éstos practicaban. ¿No es mayor inhumanidad la
de sacrificar sus conciudadanos, sus hijos, y darse muerte a sí
mismo, que la de inmolar los prisioneros de guerra, como los
mexicanos hacían? Jamás mancharon éstos los altares con san-
gre de sus compatriotas, excepto con la de los reos de muerte,
y muy raras veces con la de algunas mujeres de altos persona-
jes, a fin de que los acompañasen en el otro mundo. La respues-
ta que dio Moteuczoma a Cortés cuando éste le echaba en cara la
crueldad de sus sacrificios, da a entender que aunque sus sen-
timientos no eran justos, eran menos bárbaros que los de las
naciones antiguas cuyos ejemplos he citado. "Nosotros, le dijo,
tenemos derecho de quitar la vida a nuestros enemigos; pode-
mos matarlos en el calor de la acción, como vosotros hacéis con
los vuestros, ¿y por qué no podremos reservarlos para honrar
con su muerte a nuestros dioses?"
La frecuencia de estos sacrificios no fue ciertamente me-
nor en Egipto, en Italia, en España y en las Galias, que en Mé-
xico. Si sólo en la ciudad de Heliópolis se sacrificaban anualmen-
te, según dice Manetón, más de mil víctimas humanas a la diosa

Juno, ¡cuántas no serían las sacrificadas en las otras ciudades


de Egipto a la famosa diosa Isis y a los otros innumerables nú-
menes de aquella supersticiosa nación! ¿Qué no harían los pe-
lasgos, que consagraban a sus dioses la vida de la décima parte
de sus hijos? ¿Qué número de hombres no se habrá consumido
en aquellas hecatombes de los antiguos habitantes de España?
¿Y qué diremos de los galos, que, no contentos con la muerte
de los prisioneros de guerra y de los malhechores, la daban
también a los inocentes, como lo hemos visto en el citado pasa-
je de César? Además, que ya he probado que los escritores es-
pañoles exageraron el número de las víctimas sacrificadas en
México.
462 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Los humanísimos romanos, que tenían escrúpulo en obser-


var las entrañas de los hombres (1), aunque prohibieron al fin
estos sacrificios al cabo de seis siglos y medio de fundada su
capital, siguieron permitiendo con demasiada frecuencia el sa-
crificio gladiatorio. Doy este nombre a los bárbaros combates
que servían de diversión al pueblo, siendo al mismo tiempo uno
de los deberes prescritos por la religión. Además de la sangre hu-
mana que se derramaba en los juegos del circo y en los convi-
tes, no era poca la que regaba los funerales de la gente rica, sea
en los combates de los gladiadores, sea dando muerte a algunos
prisioneros para aplacar los manes del difunto. Y tan persuadi-
dos estaban de la necesidad de sangre humana en aquellas oca-
siones, que cuando las facultades de la familia no permitían
comprar gladiadores ni prisioneros, se pagaban lloronas para
que con las uñas se sacasen sangre de las mejillas. Cuál no ha- ¡

brá sido el número de infelices inmolados por la superstición


romana en tantos funerales, especialmente reinando en esto
cierta emulación, pues los unos querían superar a los otros en
el número de gladiadores y prisioneros que debían solemnizar

con su muerte la pompa fúnebre Este espíritu sanguinario


!

de los romanos fue el que tantos estragos hizo en los pueblos de


Europa, de Asia y de África, y el que muchas veces inundó a
Roma con sangre de sus propios ciudadanos, y particularmente
durante las horrendas proscripciones que tanto obscurecieron
las glorias de aquella famosa república.
No fueron crueles los mexicanos para con sus prisio-
sólo
neros: lo fueron también consigo mismos, como se echa de ver
en las austeridades que usaban y que refiero en mi Historia.
Pero el sacarse sangre, con las espinas de maguey, de la lengua,
de los brazos y de las piernas, como hacían todos, y el aguje-
rarse la lengua con pedazos de caña, como hacían los más rigo-
rosos, parecerán mortificaciones ligeras, comparadas con aque-
llas espantosas y horribles penitencias de los fanáticos de la
India Oriental y del Japón, cuyos pormenores no pueden leerse
sin horror. ¿Quién osará poner la crueldad de los más famosos
Tlamacazques de México y de Tlaxcaia al nivel de la que prac-

(1) "Adspiei humana exta nefas habetur." — Plin. Hist. Nat., lib.
XXXVIII, cap I.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 463

ticaban los sacerdotes de Cibeles y de Belona? (1) ¿Cuándo se


vio a los mexicanos destrozarse los miembros, arrancarse la
carne con los dientes y castrarse en honor de sus dioses, como
hacían los sacerdotes de la primera de aquellas dos divinidades?
Finalmente, los mexicanos no sólo sacrificaban víctimas hu-
manas, sino que comían su carne. Confieso que en esto fueron
más bárbaros que otras muchas naciones; pero no forman una
excepción de toda la especie humana, pues no faltan ejemplos
de esta clase en el antiguo continente y aun en los pueblos que
se han llamado cultos. "Aquel uso horrible, dice el historiador
Solís, de comerse los hombres unos a otros, se vio antes en otros
bárbaros de nuestro hemisferio, como lo confiesa en sus anales
la Galicia." Además de los antiguos africanos, entre cuyos des-
cendientes hay todavía muchos antropófagos, es cierto que lo
fueron muchas de aquellas naciones comprendidas bajo la co-
mún denominación de scitas, y aun los antiguos pobladores de
la Sicilia y del continente de Italia, como dicen Plinio y otros
autores. De los indios que vivían en tiempo de Antioco el Ilus-
tre, escribe Apion, historiador egipcio (no griego, como dice
Mr. de Paw) que cebaban un prisionero para comerlo al cabo de
,

un año. Del famoso Anníbal, cuenta Tito Livio que dio a comer
carne humana a sus soldados para inspirarles valor. Plinio re-
conviene amargamente a los griegos por el uso que tenían de co-
mer todas las partes del cuerpo humano, creyendo poder curar
de este modo diversas enfermedades: Quis invenit singula mem-
bra humana mandere? Qua conjectura inductus? Quam potest
medicina ista originem habuisse? Quis beneficia innocentiora

(1) "Deae Magnae Sacerdotes, qui Calli vocabantur, virilia sibi am-
putabant et furore perciti caput rotabant cultrisque faciem musculosque
totius corporis disecabant." —Aug., De Civit Dei, lib. II, cap. 7.

"Ule viriles sibi partes amputat, ille lacertos secat. Ubi iratos déos
timent qui sic propitios merentur? Tantus est perturbatae mentís et se-
dibus suis pulsae furor, ut sic Dii placentur, quemadmodum ne homines
quidem saeviunt teterrimi, et in fábulas traditi crudelitatis Tyranni lace-
ra ventur aliquorum membra: neminem sua lacerare jusserunt. In regiae
libidinis voluptatem castrati sunt quídam, sed nemo sibi, ne vir esset, ju-
bente domino manus intulit. Se ipsi in templis contrucidant, vulneribus
suis ac sanguine supplicant. Si cui intueri vacet quae faciunt, quaeque
patiuntur, inveniet tam indecora honestis, tam indigna liberis, tan dissi-
milia sanis, ut nemo fuerit dubitaturus furere eos, si cum paucioribus fu-
rerunt: nunc sanitatis patrocinium insanientium turba est," Senec, lib. —
de superst.
464 FRANCISCO J. CLAVIJERO

fecit quam remedia? Esto, barbari externique ritus invenerint:


etiamne Graeei suas fecere has artes?" ¿Qué extraño es, pues.
te los mexicanos ejecutasen por máxima de religión lo que los

griegos usaban por medicina? Pero no: estoy muy lejos de ha-
eer la apología ele los mexicanos en este punto, pues en él fue-
ron más bárbaros que los romanos, los egipcios y las otras na-
ciones cultas: mas. por lo demás, no puede dudarse, en vista de
lo que ya hemos visto, que su religión fue menos supersticiosa,

menos ridicula y menos indecente que la de aquellos pueblos.


DISERTACIÓN IX

ORIGEN DEL MAL VENÉREO

ENMr. presente
la
de Paw,
Disertación no tengo que disputar tan
con
sino todos
casi
sólo con
los europeos, entre los cua-
les está muy propagada de que el mal venéreo debe
la opinión
su origen al Nuevo Mundo, recurso que tomaron las naciones
de Europa, como de común acuerdo, después de haberse estado
echando en cara, unas a otras, por espacio de treinta años, el
origen de tan vergonzosa enfermedad. Yo incurriría, sin duda,
en la nota de temerario, al querer combatir una creencia tan
general, si los argumentos de que voy a echar mano y el ejem-
plo de dos europeos modernos no justificasen en algún modo
mi osadía (1). Como entre los defensores de la opinión dominan-
te, el principal, el más famoso y el que más y con más erudición
ha escrito sobre el asunto es Mr. Astruc, docto médico francés,
a él dirigiré la mayor parte de mis objeciones, sirviéndome a
este fin, con alguna frecuencia, de los mismos materiales que
me suministra su obra. Esta se intitula De Morbis Veneréis, y
la edición de que me he valido es la de Venecia.

OPINIÓN DE LOS MÉDICOS ANTIGUOS ACERCA DEL MAL VENÉREO

En primeros treinta años después que empezó a sentir-


los
se en Italia el mal venéreo, no hubo un solo escritor que atribu-
yese su origen a América, como desmostraré después. Todos los
que escribieron antes de 1525 y aun algunos de los que escri-
bieron después, lo atribuyen a diversas causas, cuya enumera-

(1) Estos dos autores antiguos son Guillermo Becket, cirujano inglés,
y Antonio Rivero Sánchez. Becket escribió tres disertaciones para probar
que el mal venéreo era ya conocido en Inglaterra desde el siglo XIV. Rive-
ro escribió una disertación, impresa en París en 1765 con este título: Dis-
sertation sur Porigine de la Maladie Venerienne, dans la quelle on prouve
466 FRANCISCO J. CLAVIJERO

ción excitará sin duda en nuestros lectores, a veces la compa-


sión y a veces la risa.
Algunos de los primeros médicos de los que entonces vi-
vían, como Coradino Gilini y Gaspar Torella, se persuadieron,
según las ideas dominantes en aquel tiempo, que el mal vené-
reo procedía de la conjunción del Sol con Jove, Saturno y Mer-
curio en el signo de la Libra, ocurrida el año de 1483. Otros,
guiados por el célebre Nicolo Leoniceno, le dan por causa las
lluvias abundantísimas y las grandes inundaciones que se ex-
perimentaron en Italia el año en que empezó el contagio. Así se
explica aquel autor: itaque dicimus, malum hoc, quod MORBUM
GALLICUM vulgo appeilant, ínter epidemias deberi connumerari . .

Ilhid satis constat. eo anno magnam aquarum per universam


Italiam f uisse exuberantiam aestivam autem ad illam ve-
. . .

nisse intemperiem calidam scilicet et humidam.


Juan Manardi, docto profesor de la universidad de Ferra-
ra, atribuyó el origen de la enfermedad al comercio impuro de
un caballero valenciano leproso con una mujer pública. El le-
proso, según Paracelso, era francés. Antonio Musa Brasavola,
sabio escritor ferrares, dice que el mal venéreo tuvo principio
en una mujer pública que se hallaba en el ejército de los fran-
ceses en Ñapóles y que tenía un tumor en el útero.
Gabriel Fallopio, famoso médico de Modena, cuenta que,
siendo pocos los españoles en la guerra de Ñapóles, y los fran-
ceses muchos, aquéllos envenenaron una noche el agua de los
pozos de que se surtían sus enemigos, de cuyas resultas empe-
zó el contagio.
Andrés Casalpino, médico de Clemente VIL dice haber sa-
bido, por los que se hallaron en la guerra de Ñapóles, que cuan-
do los franceses sitiaban un pueblo inmediato al Vesubio, lla-
mado Somma, donde hay una gran abundancia de excelente vino
griego, los españoles sitiados se escaparon secretamente duran-
te la noche, dejando una gran cantidad de aquel vino mezclado
con sangre de los que padecían el mal de San Lázaro, y que en-

qu'elle n'a point eté portee de l'Amerique.Habiendo leído este título en el


catálogo de los libros y manuscritos españoles del tomo TV de la Historia
de Robertson, he buscado la obra en muchas ciudades de Europa y no he
podido encontrarla, ni sé si el autor es español o portugués, como lo indica
su apellido,, o nacido en Francia, de padres españoles o portugueses.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 467

trando inmediatamente los franceses, bebieron el vino y empe-


zaron de allí a poco a sentir los efectos del mal venéreo.
Leonardo Fioravanti, médico bolones, dice, en su obra inti-
tulada Caprichos Médicos, haber sabido por el hijo de un vivan-
dero del ejército de Alfonso, rey de Ñapóles, que el año de 1456,
habiendo escaseado los víveres por haberse prolongado la gue-
rra, tanto en el ejército de aquel rey como en el de los franceses,
!

los vivanderos vendían a unos y otros carne humana preparada


y que de aquí se originó la enfermedad. El célebre canciller
de Inglaterra, Bacon de Verulam, añade que aquella carne era de
hombres muertos en Berbería y que estaba escabechada como
el atún.
Como no es posible saber quién fue el primero que padeció
el mal en Europa, tampoco se puede saber su causa; veamos,
pues, no lo que sucedió, sino lo que pudo suceder.

EL MAL VENÉREO PUDO COMUNICARSE A EUROPA DE OTROS PAÍSES


DEL CONTINENTE ANTIGUO

Para demostrar que el mal venéreo pudo comunicarse por


vía de contagio a Europa, de otros países del mismo continente,
se necesita y basta probar que este mal se padeció en algunos
países del mismo, y que éstos tenían comercio con Europa antes
que se descubriese el Nuevo Mundo. Voy a demostrar comple-
tamente uno y otro punto.
Vatablo, el P. Pineda, el P. Calmet y otros sostienen que
una de las enfermedades que afligieron al santo Job fue el mal
venéreo. Esta opinión es tan antigua, que cuando se empezó
a conocer en Italia fue inmediatamente llamado mal de Job, co-
mo lo acredita Fuigosio, autor de aquella época. El P. Calmet
procura apoyar su opinión en una discusión muy erudita; pero
como nada sabemos de las enfermedades de Job, si no lo leemos
en la Biblia, y esto puede entenderse de otras varias enferme-
dades, conocidas o desconocidas, no debemos dar mucha impor-
tancia a la cuestión.
Andrés Thevet, geógrafo francés, y otros autores afirman
que el mal venéreo era endémico en las provincias interiores del
África situadas a una y otra orillas del Senegal. Andrés Cleyer,
protomédico de la colonia holandesa de la isla de Java, dice que
era propio y natural de aquella isla y tan común como la calen-
468 FRANCISCO J. CLAVIJERO

tura. Lo mismo afirma Juano. Jácome Bonzio, médico de los ho-


landeses en la India Oriental, atestigua que aquel mal era en-
démico en Amboina y en las islas Momeas, y que para contraer-
lo no era necesario comercio carnal. En parte confirman esto
mismo los compañeros de Magallanes, los primeros que dieron la
vuelta al mundo en el famoso navio La Victoria, los cuales di-
jeron, según el cronista Herrera, haber visto en Timor, isla del
archipiélago de las Molucas, un gran número de isleños infectos
del mal venéreo ; seguramente no se dirá que se lo comunica-
ron los americanos ni los europeos.
El P. Foureau, jesuita francés, docto, exacto y práctico en
las cosas de China, preguntado por Mr. Astruc si los médicos
chinos creían al mal venéreo originario de su país, o traído de
otro, respondió que los que él había consultado eran de opinión
que aquella enfermedad se padecía en el imperio desde la anti-
güedad más remota, y que, en efecto, los libros de medicina es-
critos en caracteres chinos, que se creían antiquísimos, nada de-
cían acerca de su origen, antes bien, hablaban de ella como ele
una dolencia conocida mucho tiempo antes de la época en que
aquellos libros se escribieron, y que, por consiguiente, no era
verosímil que fuera traída de otros países.
Finalmente, el mismo Mr. Astruc dice que, en su opinión,
después de haber examinado y pesado el testimonio de los auto-
res, el mal venéreo no era solamente propio de la isla de Haití, o
Española, sino común a muchas regiones del antiguo continen-
te, y quizás a todas las equinocciales del mundo, en las que rei-
naba desde tiempos muy antiguos. Esta ingenua confesión de
un hombre tan instruido en esta materia, y, por otro lado, tan
empeñado contra América, además de las otras autoridades ci-
tadas, es suficiente para demostrar que, aunque supongamos al
mal venéreo antiguamente conocido en el Nuevo Mundo, nada
pueden echar en cara los europeos a la América, que los ameri-
canos no puedan decir de las otras partes del globo; y que si,
como dice Mr. Astruc, la sangre de los americanos estaba co-
rrompida, no estaba más sana la de los africanos y asiáticos.
Mr. Astruc añade que el mal venéreo pudo comunicarse de
los países de Asia y África, en que era endémico, a otros pueblos
vecinos; pero no a la Europa, por no haber habido comercio ni
comunicación con esta parte del mundo, siendo opinión general
que la zona tórrida era inaccesible e inhabitable. Pero, ¿quién
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 469

ignora el comercio frecuente que tuvo por tantos siglos el Egipto,


por una parte con Italia y por otra con los países equinocciales
del Asia? ¿Y por qué no habrán podido los traficantes asiá-
ticos llevar el mal venéreo de la India a Egipto, de donde pasa-
ría a Italia por medio de los venecianos, genoveses y písanos,
que tantas relaciones de comercio tuvieron con Alejandría? ¿No
fueron europeos los que llevaron a Italia la lepra de Siria y las
viruelas de Arabia? Además de esto, de los muchos europeos
que empezaron en el siglo XII a emprender viajes a los países
meridionales de Asia, como Benjamín de Tudela, Carpini, Mar-
co Polo y Mandeville, entre los cuales hubo algunos que se in-
ternaron hasta la China, como Marco Polo, ¿no pudo haber uno
que trajese a Europa el contagio que tomó en sus correrías?
Estas son hipótesis, no hechos; porque los hechos no pueden
ser conocidos en asunto tan obscuro.
No sólo de Asia, sino también de África pudo pasar el mal
venéreo a Europa antes del descubrimiento de América; pues
treinta años antes de la gloriosa expedición de Cristóbal Colón,
los portugueses habían ya descubierto una gran parte de los
países meridionales de África y entablado comercio con sus ha-
bitantes. ¿No pudo algún portugués contagiarse allí y comuni-
car el mal a sus compatriotas, y éstos a las otras naciones de
Europa, como parece que sucedió en efecto, según todas las pro-
babilidades de que después haremos mención? Vea, pues, Mr.
Astruc de cuántos modos pudo pasar el contagio a Europa, sin
que viniese de América y a pesar de la antigua opinión de ser
inaccesible la zona tórrida.

EL MAL VENÉREO PUDO PADECERSE EN EUROPA SIN CONTAGIO

Antes de tratar de este asunto necesito decir algo de la na-


turaleza y de la causa física de aquella enfermedad. En ésta, se-
gún los médicos, la linfa, y especialmente su parte más serosa,
adquiere una crasitud y acrimonia extraordinarias. "El virus
venéreo, dice Mr. Astruc, es de naturaleza salina, o, por mejor
decir, ácido-salina, corrosiva y fija. Ocasiona la condensación de
los humores y la acrimonia de la linfa, y de aquí provienen las
inflamaciones, las úlceras, las erupciones, los dolores y todos los
otros síntomas horribles que los médicos conocen. Este vene-
no, comunicado a un hombre sano, no debe considerarse como
un nuevo humor añadido a los humores naturales, sino como una
470 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mera dyscrasia, o calidad viciosa de éstos, o como una degenera-


ción ácido-salina de su estado habitual."
Esto supuesto, es necesario saber que casi todos los médi-
cos son de opinión que la enfermedad de que vamos hablando
no puede provenir si no es por contagio, y que éste se comunica
por el licor seminal, o por la leche, o por la saliva, o por el su-
dor, o por el contacto de las úlceras venéreas, etc. Mas yo, con
permiso de estos señores, sostengo que el mal venéreo puede
absolutamente engendrarse en el hombre sin ningún contagio
o comunicación con los contagiados, porque puede engendrarse
en un individuo del mismo modo que en el primero que lo pa-
deció. Este no lo tuvo por contagio, puesto que fue el primero,
sino por alguna otra causa; luego esta misma causa, sea cual
fuere, pudo producir la misma alteración humoral, la misma
condensación y acrimonia de la linfa en cualquier individuo de
la especie humana. "Esto es verdad, dice Mr. Astruc, en el nue-
vo continente o en otro país semejante, pero no en Europa."
¿Y por qué ha de gozar Europa de este privilegio? "Porque en
Europa, dice el mismo autor, no concurren las circunstancias
que desde el principio pudieron dar origen a este mal en Amé-
rica." ¿Cuáles son estas circunstancias? Vamos a examinarlas.
En primer lugar, no debe contarse el aire entre las causas
originales del mal venéreo. El pudo ocasionar otras enfer-
aire
medades en la isla Española, pero no aquélla, porque los espa-
ñoles, que por espacio de 200 años y más la habitan, no
han contraído jamás el mal venéreo sino por contagio. El aire
no es diferente ahora del que fue 300 años hace; y aunque fue-
se diferente, no lo fue a principios del siglo XV. Xo debemos.
pues, hacer caso del aire en la investigación del origen del mal.
Así raciocina Mr. Astruc; sin embargo de lo cual, en otra parte
admite el aire, contradiciéndose manifiestamente, como después
veremos.
Dos son lascausas que señala Mr. Astruc: los alimentos y
el calor. En cuanto a los alimentos dice que cuando los habitan-
tes de la isla Española carecían de maíz y cazabe, se mantenían
con arañas, gusanos, murciélagos y otros animales de esta cla-
se. Por lo que hace al calor, afirma que las mujeres en los países
cálidos suelen tener menstruos acres en demasía y virulentos,
especialmente si usan de alimentos malsanos. Establecidos es-
tos principios, sigue discurriendo así: multis ergo et gravissi-
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 471

mis morbis indigenae insulae Haití, affici olim debuerunt, ubi


nenio a menstruatis mulieribus se continebat: ubi viri libídine
impotentes in venerem obviam belluarum ritu agebantur; ubi
mulieres, quae impudentissimae erant, viros promiscué admitte-
bant, ut testatur Consalbus Oviedo, Hist., índ. lib. V, cap. 3, im-
mo eosdem et plures impudentius provocabant menstruationis
tempore, cum tune, incalescente útero, libidine magis insanire pe-
cudum more. Quid igitur mirum varia, heterogénea, acria multo-
rum virorum semina una confusa, cum acérrimo et virulento
menstruo sanguine mixta intra uterum aestuantem et olidum
spucissimarum mulierum coercita, mora, heterogeneitate, calo-
re loci brevi computruisse, ac prima morbi venerei seminia cons-
tituisse, quae in alios si qui forte continentiores erant, dima-
navere?
He aquí todo el argumento de Mr. Astruc en apoyo de su
sistema sobre el mal venéreo, lleno todo, desde el principio has-
ta el fin, de falsedades, como pienso demostrar; pero suponien-
do que todo ello sea cierto, sostengo lo que he dicho antes, es
decir, que lo mismo que él refiere de la isla de Haití pudo suce-
der en Europa. Así como aquellos habitantes,, cuando les falta-
ba el maíz y otros alimentos usuales, comían arañas, gusanos,
etc., así los europeos, cuando les ha faltado el trigo y otros ví-
veres sanos, han comido ratones, lagartos, excrementos de ani-
males y aun pan hecho con harina de huesos humanos, de cuyas
resultas se han visto reinar gravísimas enfermedades. Basta
leer la historia de las hambres que han padecido muchos pue-
blos europeos, ocasionadas en parte por las guerras y en parte
por el desorden de las estaciones. Siempre ha habido, además,
hombres desenfrenados, que a guisa de bestias se han dejado
llevar por sus pasiones a cometer los más horribles excesos.
Siempre ha habido mujeres impúdicas y desaseadas, pudiendo
aplicárseles el dicho de Plauto: plus scortorum ibi est, quam
muscarum tum, cum caletur máxime. Tampoco han faltado en
las regiones antiguas del mundo fluidos seminales demasiado
acres, ni menstruos virulentos. Pudieron muy bien estas causas
producir el mal venéreo en Europa, como lo produjeron en Amé-
rica, según piensa Mr. Astruc.

"No — responde este autor — no es así; porque siendo el


;

aire más templado en Europa (ya echa mano del aire que antes
había excluido), non adest eadem in virorum semine acrimonia,
472 FRANCISCO J. CLAVIJERO

eadem in menstruo sanguine idem in útero mulierum


virulentia,
fervor, quales in Ínsula Haití probatum est. (Las pruebas no
son otras que las ya citadas.) Luego no podían resultar en Euro-
pa los mismos síntomas del concurso simultáneo de las mis-
mas causas. Y, para decirlo en pocas palabras, se debe juzgar
de las enfermedades y de sus causas, como de la generación de
los animales y de las plantas. Como en Europa no engendran los
leones, ni las monas se propagan, ni los papagayos labran sus
nidos, ni el suelo produce muchas plantas de las que nacen en
la India y en América, aunque se siembren, del mismo modo el
mal venéreo no pudo originarse espontáneamente en Europa,
de las mismas causas que, como he dicho, lo produjeron en la
isla de Haití. Cada clima tiene sus propiedades peculiares, y las
cosas que en un clima vienen por sí mismas no pueden venir en
otro, pues, como dice el poeta "Non omnis f ert omnia telus."
:

Quiero conceder a Mr. Astruc muchas cosas que cualquier


otro le negaría. Le concedo que no haya habido nunca en Euro-
pa ni abuso de mujeres menstruadas, ni virulencia en los fluidos
del cuerpo humano, ni fervor en el útero (circunstancias todas
que supone en la isla Española), aunque de los libros de medi-
cina publicados de 2,000 años a esta parte consta todo lo con-
trario. Concédele que no se hayan visto jamás en los pueblos
europeos ejemplos de la más desenfrenada lujuria, puesto que
tanto trabajo le cuesta reconocer tanta depravación en aquella
parte del globo (1). También quiero concederle que la salud y
la castidad sean propiedades naturales de todos los hombres
y mujeres que la habitan. Convengo en que todo esto sea ver-
dad, por más que lo contradigan la historia y la opinión común
de los mismos europeos. Con todo, afirmo que el mal venéreo
pudo producirse en Europa sin contagio, porque todos los des-
órdenes que Mr. Astruc supone en Haití pudieron accidental-
mente reunirse en Europa, aunque no dependiesen de causas
radicales y permanentes. Esas mujeres tan castas y tan puras
eran, sin embargo, hijas de Adán, y, como toda la posteridad
del primer hombre, estaban sujetas a flaquezas y pasiones; en
un rapto de los que éstas provocan no era imposible que alguna
de aquellas irreprensibles europeas llegase a ser tan incontinen-

(1) "Sed esto: demus in Europa venerem aeque impuran, atque in


Hispaniola exerceri: ñeque enim contra pugnare placet, quanquam ea ta-

men nimia videantur." Astruc, De Morbis Veneréis, lib. I, cap. 12.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 473

te y descarada como el autor supone que eran las isleñas de


Haití. Esos hombres tan sanos pudieron alimentarse de sus-
tancias dañosas, capaces de alterar y corromper sus humores.
El esperma humano, tan acre de por sí, como dice el mismo Mr.
Astruc, pudo aumentar su acrimonia de resultas de aquellos ma-
los alimentos, hasta llegar al punto que necesita el mal venéreo
para desarrollarse. Los menstruos pudieron adquirir una extra-
ordinaria virulencia, sea por su supresión, sea por efecto de la
plétora, sea, en fin, por una de las innumerables causas morbíficas
que atacan los fluidos y los vasos. El útero pudo enardecerse
excesivamente a influjo del calor comunicado a la sangre por
los licores fermentados y por los alimentos cálidos. No creo que
haya un médico que contradiga estas verdades, y pues Mr. As-
truc confiesa que el veneno sifilítico no es un nuevo humor aña-
dido a los humores naturales, sino una depravación de éstos,
¿por qué razón no pudieron depravarse en Europa por las mis-
mas causas a que él atribuye su depravación en la isla? "Porque
en Europa, dice, el aire es más templado."
Este es el único subterfugio que le queda; pero de nada le
sirve, pues es cierto que en muchos países de Europa, como Ita-
lia, y especialmente su parte meridional, el aire es mucho más

caliente en el verano que en la isla de Haití, y no hay motivo


para creer que sea necesario el calor de todo el año y que no bas-
te el de algunos meses para causar aquella depravación de hu-
mores. Pero, ¿quién ha creído jamás que ésta no puede verifi-
carse sin un calor excesivo? ¿No trae consigo el escorbuto una
horrible acrimonia y corrupción en la sangre? Pues en verdad
que los males escorbúticos son tan propios de los climas fríos
como de los calientes, y con más frecuencia se padecen en las
navegaciones por las zonas templadas que en las que se hacen
por la tórrida. Luego no es necesario un grado elevado en la
temperatura para que los humores del cuerpo humano se vicien
hasta la corrupción y la acrimonia.
Finalmente, Mr. Astruc quiere que se juzgue de las enfer-
medades y de sus causas como de la generación de los animales,
y afirma que así como los leones no engendran, ni los monos se
propagan en Europa, del mismo modo el mal venéreo no puede
producirse allí por las causas que lo produjeron en la isla Espa-
ñola. ¿Y qué diría si viera a los leones nacer más fuertes y a los
monos propagarse más en Europa que en África? Diría, o a lo
474 FRANCISCO J. CLAVIJERO

menos debería decir, que el clima de Europa era más favorable


que el de África a la generación de aquellos cuadrúpedos. Ahora
bien, que el mal venéreo es mucho más fuerte en Europa que
en América es una verdad que el mismo Mr. Astruc confiesa, y en
que también están de acuerdo Oviedo y Mr. de Paw. Que su pro-
pagación ha sido mayor en Europa que en América lo saben cuan-
tos han estado en ambas partes del mundo o tienen noticias se-
guras de lo que en ellas pasa. Luego, según los mismos principios
de Mr. Astruc, el clima de Europa es más favorable al mal ve-
néreo que el de América.
Todo lo que hasta ahora hemos dicho se funda en las hi-
pótesis que hemos concedido a Mr. Astruc; pero además de
los grandes errores que comete en sus teorías físicas, hay en los
hechos que alega algunos arbitrariamente supuestos y contra-
rios a la verdad. Dice, en primer lugar, que los indios de la Espa-
ñola comían arañas, gusanos y otras inmundicias; mas esto
pudo suceder algunos años después del descubrimiento de la
isla, cuando los americanos, huyendo del furor de los conquis-
tadores españoles, andaban dispersos y errantes por los bos-
ques. Careciendo entonces de maíz y de cazabe, que no habían
sembrado por odio a sus enemigos, como aseguran muchos auto-
res, sostenían la vida con lo que hallaban en los campos; pero
ningún escritor antiguo dice se sirviesen de comidas inmundas
antes de la llegada de los españoles. Para demostrar, además,
que aquellos alimentos tuvieron algún influjo en el origen del
mal venéreo, era necesario probar que su uso era a lo menos tan
antiguo como la enfermedad misma lo era en opinión de Mr.
Astruc, lo que no ha hecho ni podido hacer. En segundo lugar,
asegura que en la isla Española nenio se a menstruatis mulie-
ribus continebat pero yo quisiera que este dato se fundara en
;

la autoridad de algún escritor antiguo; yo no lo encuentro; an-


tes bien, entre las cosas singulares que los viajeros europeos
notaron entre las tribus más bárbaras, fue que aquellos hom-
bres se abstenían de sus mujeres durante la evacuación perió-
dica. Mr. de Paw, aquel enemigo capital de todo el Nuevo Mun-
do, aquel gran investigador de las inmundicias americanas, dice
así en la parte I de su obra: "había una ley en todos los pue-
blos salvajes del Nuevo Mundo, que prohibía usar de las muje-
res en el tiempo de sus reglas, o porque creyesen pernicioso a
la salud el contacto del flujo, o porque su instinto solo bastaba
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 475

a inspirarles aquella moderación." En tercer lugar, Mr. Astruc


representa a los hombres y a las mujeres de Haití extraordi-
nariamente estimulados por una lujuria rabiosa y violenta. Mr.
de Paw y el conde de Buffon dicen, por el contrario, que los ame-
ricanos son friísimos e insensibles a los estímulos del amor.
¿Qué quiere decir esta contradicción, sino que aquellos autores
sistemáticos pintan a los americanos con los colores que más les
convienen? Cuando quieren probar la apatía y la insensibilidad
de los americanos, dicen que son friísimos cuando quieren des-
;

acreditar sus costumbres y atribuirles el origen del mal vené-


reo, dicen que son extraordinariamente libidinosos. Mr. Astruc
alega el testimonio de Gonzalo de Oviedo en el libro V, cap. 3,
de su Historia, para probar que las mujeres haitianas eran de-
masiado impúdicas y que se prostituían indistintamente a to-
dos los hombres; pero, además que el dicho de Oviedo vale me-
nos que nada, como después veremos, no dice lo que Mr. Astruc
le atribuye. He aquí sus palabras: "las mujeres de aquella isla
eran castas con sus hombres, pero se daban con frecuencia a
los cristianos." Lo mismo, y casi con las mismas palabras, dice
Herrera. Si, pues, eran castas con sus compatriotas, no fue su
incontinencia la que produjo el mal venéreo antes de la llegada
de los españoles. Si eran deshonestas sólo con los cristianos,
como dice Oviedo, es verosímil que las importunidades de és-
tos, más bien que su propia lujuria, las incitase a aquel desor-
den. Finalmente, cuanto afirma Mr. Astruc acerca de la acri-
monia del humor espermático, de la virulencia de la sangre
menstrua, del desaseo de las americanas y de su fervor uterino,
son palabras al aire que no se apoyan en ningún fundamento
histórico.
Antes de terminar este artículo no puedo menos de men-
cionar la ridicula y absurda opinión del Dr. Juan Linder, escri-
tor inglés, acerca del origen del mal venéreo, para que se vea
hasta dónde puede llegar el empeño de desacreditar en este
punto a los americanos. Asegura, pues, aquel extravagante na-
turalista que este contagio tuvo por principio la unión de los
americanos con las hembras de los sátiros o grandes cercopite-
cos. Por fortuna de los habitantes de la isla de Haití, no había
en ella cercopitecos grandes ni pequeños.
476 FRANCISCO J. CLAVIJERO

EL MAL VENÉREO NO PROCEDE DE AMERICA

Ya hedicho que en los primeros treinta años después del


descubrimiento de América, nadie pensó en atribuirle el origen
del mal venéreo. A lo menos, por mi parte, puedo asegurar que
he consultado un gran número de autores, tanto médicos como
históricos, que escribieron en aquellos tiempos sobre la en-
fermedad y sobre sus principios, y no he hallado uno solo que
adopte aquella opinión. Tampoco lo halló Mr. Astruc, sin em-
bargo de haber examinado todos los escritores españoles, fran-
ceses, italianos y alemanes que pudiesen prestar algún apoyo
a su sistema. El primero a quien se ocurrió el pensamiento de
atribuir al Nuevo Mundo el origen del contagio sifilítico fue
Gonzalo Hernández de Oviedo, que en el Sumario de la Histo-
ria de las Indias Occidentales, presentado a Carlos V en 1525,
afirmó que los españoles, contaminados en la isla de Haití, re-
gresaron a España con Colón, de allí pasaron a Italia con el Gran
Capitán, y de este modo infestaron a las napolitanas, a las fran-
cesas, etc. Como Oviedo era literato y vivió muchos años en
América ejerciendo un empleo de importancia, su autoridad
arrastró a casi todos los escritores. Por una parte lo creían bien
informado; por otra abrazaban con satisfacción una idea que
preservaba a las naciones cultas de tan vergonzosa imputación.
Antes de examinar su opinión es necesario darlo a conocer a
él mismo, sin echar en olvido que su autoridad ha sido el prin-
cipal o quizás el único apoyo de la opinión dominante.

Las Casas, que vivía en América al mismo tiempo que Ovie-


do y lo conocía a fondo, en su impugnación del Dr. Sepúlveda,
que alegaba el dicho de aquel escritor contra los indios, dice:
"Lo que más perjudica al reverendo doctor a los ojos de los
hombres prudentes y timoratos que tienen noticias oculares de
las Indias, es el alegar como autor irrefragable a Oviedo, en su
falsísima y execrable Historia, habiendo sido uno de los tiranos
ladrones y destructores de las Indias, como él mismo confiesa
en el prefacio de la primera parte y en el lib. VI, cap. 8, y, por
tanto, debe considerarse como enemigo capital de los indios.
Juzguen las personas sabias si este escritor es testigo idóneo
contra ellos. Y, sin embargo, el doctor lo llama grave y diligen-
te cronista, porque lo halló favorable a su intento; pero es cier-
to que aquella Historia tiene pocas más hojas que mentiras,
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 477

como largamente pruebo en otros escritos y en la Apología."


En efecto, el cronista Herrera, hombre juicioso e imparcial, di-
ce que Las Casas tuvo razón de quejarse de Oviedo, y que éste
no fue muy exacto en algunas noticias. Por otro lado, promovió
opiniones extravagantes, inducido a ello por un espíritu de adu-
lación y de vanidad. Basta leer el libro II de su Historia, en que,
después de decir que los troyanos descendían de los españoles,
afirma que las islas Antillas son las Hespérides de los antiguos
y que fueron llamadas así por Héspero, rey XII de España, el
cual dominó allí 1,658 años antes de la era cristiana. "De este
modo, añade, con tan antiguo derecho, y por línea recta, volvió
aquel señorío a España al cabo de tantos siglos; y como cosa
suya, parece que haya querido la justicia divina restituírselo,
a fin de que lo poseyese por la buena dicha de los dos felices y
católicos monarcas, don Fernando y doña Isabel." (1) Tal es
el autor de la opinión común: veamos ahora la opinión misma.
Oviedo habla con alguna variedad en el Sumario de la His-
toria y en el cuerpo de ésta; mas siendo ella su principal obra,
la más extendida, publicada algunos años después del Sumario
y trabajada con mayor esmero, debemos atenernos a lo que en
ella dice, aunque haya variedad en su contexto. En el lib. II, ca-
pítulo 14, de la Historia General de las Indias, dice que los es-
pañoles que volvieron a España con el almirante Colón el año
de 1596, de su segundo viaje al Nuevo Mundo, trajeron de Haití
el mal venéreo, juntamente con las muestras de oro de las fa-
mosas minas de Cibao; que algunos de ellos, ya contagiados,
pasaron a Italia con el gran capitán Gonzalo Fernández de Cór-
doba y contagiaron, por medio de las italianas, a los franceses
que habían venido con el rey Carlos VIII a tomar el reino de Ña-
póles. Todos estos pormenores son disparatados y llenos de
anacronismos. Colón volvió a España de su segundo viaje en 3
de junio de 1496, y sabemos, por innumerables testigos de vis-
ta, que la Europa estaba ya infecta del mal venéreo, a lo menos
desde 1495 luego no pudieron ser los españoles los que lo comu-
;

nicaron por primera vez al mundo antiguo. Para demostrar, por


otra parte, con la mayor evidencia histórica, que los franceses
que estaban en Ñapóles con el rey Carlos VIII no pudieron ser

(1) El Dr.don Fernando Colón, en el capítulo IX de su Historia, echa


en cara a Oviedo la extravagancia de sus opiniones y la infidelidad de sus
citas.
478 FRANCISCO J. CLAVIJERO

contagiados por las tropas españolas que fueron con el Gran


Capitán a Italia, basta exponer simplemente los hechos como
los encontramos en Guicciardini, Mariana, Mezeray y otros his-
toriadores italianos, españoles y franceses. El rey Carlos VIII
marchó con su ejército a Italia en agosto de 1494; llegó a Astí,
ciudad próxima al río Tanaro, a 2 de septiembre entró en Roma
;

a 31 de diciembre y en Ñapóles a 22 de febrero de 1495. En esta


última ciudad no se detuvo más de tres meses, porque, noticioso
de la gran confederación que se armaba contra él, juzgó opor-
tuno regresar precipitadamente a Francia. Salió de Ñapóles el
20 de mayo, como aseguran Mariana, el Bembo y Guicciardini,
y habiendo ganado en 6 de julio la famosa batalla de Fornovo
contra los venecianos, se retiró aceleradamente a su- corte, lle-
vando consigo su ejército inficionado del mal venéreo, según el
dicho unánime de los historiadores de aquel tiempo. El Gran
Capitán, detenido en Mallorca y en Cerdeña por vientos contra-
rios, no pudo llegar con su ejército a Mesina antes del 24 de ma-
yo de 1495, esto es, cuatro días después de la salida del rey
Carlos, de Ñapóles, con su ejército contagiado; luego éste no
pudo contagiarse por los españoles. Es admirable que los sos-
tenedores de la opinión vulgar no hayan caído en tan manifies-
to anacronismo. Quizás se querrá decir que no fueron las tro-
pas españoles del gran capitán las que llevaron el contagio, sino
otras de la misma nación que las precedieron; mas ni Oviedo ni
los otros autores que lo han seguido hacen mención de otros es-
pañoles que los del ejército de Gonzalo, ni yo encuentro escritor
alguno, entre los muchos que he consultado, que hable de tro-
pas españolas llegadas a Italia en el intervalo del descubrimien-
to de América y la expedición de aquel caudillo. Mariana da a
entender lo contrario. Así, pues, es falso que los españoles lle-
vasen aquel funesto don a Ñapóles.
De lo que llevo dicho no debe inferirse que el mal venéreo
precediese pocos días en Italia a la llegada de las tropas espa-
ñolas, pues ya se conocía algunos meses antes, según afirman
los mejores médicos de aquella época. El valenciano Gaspar To-
rella, médico del papa Alejandro VI, que reinaba a la sazón, dice
en su tratado De Pudendagra, publicado el año de 1500: Gallis
manu forti Italiam ingredientibos, et máxime regno Partheno-
paeo ©ccupato, et ibi commorantibus, hic morbus detectus fuit.
De aquí se infiere que la enfermedad empezó en Italia desde la
'

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 479

entrada de los franceses, aunque su gran aumento fue durante


la ocupación del reino de Ñapóles. Los franceses, como ya he di-
cho, entraron en Italia en septiembre de 1494. Wendelino Hook,
docto alemán y profesor de medicina en la universidad de Bo-
lonia; Jacobo Cataneo de Lagomarsini, sabio médico genovés;
Juan de Vigo, genovés, médico y cirujano del papa Julio II, y
otros profesores inteligentes en la materia y testigos oculares,
dicen, en los términos más positivos, que el contagio venéreo em-
pezó a conocerse en Italia desde el año de 1494. No es de extra-
ñar que se note alguna variedad entre los autores acerca de la
época fija de su principio, pues unos observaron la enfermedad
antes que otros, no habiéndose presentado al mismo tiempo en
todos los Estados de la península.
Podrá responderse a esto que aunque Oviedo haya errado
en su Historia afirmando que los primeros que llevaron el mal
venéreo a España fueron los españoles que volvieron con Co-
lón en 1496, no erró en el Sumario de la misma Historia, publi-
cado algunos años antes, en el que da a entender que entre los
que lo acompañaron en su segundo regreso de 1493 había al-
gunos ya inficionados; mas esto no es verdadero ni verosímil.
Consta por las cartas del mismo almirante, citadas por su doc-
to hijo don Fernando, que desembarcó por vez primera en la
isla de Haití el 24 de diciembre de 1492, habiéndosele roto una
carabela de su pobre escuadra; que todos aquellos días que pasó
allí, desde el 24 de diciembre hasta el 4 de enero, fueron em-

pleados por la poca gente que lo acompañaba, en sacar de la


.

playa la madera de la carabela para hacer una pequeña fortale-


za; que construida ésta, y habiendo dejado en ella 40 hombres,
se embarcó, con los otros que le quedaban, para volver a España
a traer la noticia del descubrimiento del Nuevo Mundo. Todas
las circunstancias de su llegada a la isla no permiten sospechar
que los españoles tuviesen tiempo de adquirir con las america-
nas la familiaridad que supone aquella clase de contagio. La
mutua admiración que excitaba en unos y en otros la vista de
tantos objetos nuevos y la cortísima mansión de once días, ocu-
pados en tan grandes fatigas, después de la navegación más
larga y peligrosa que se había visto hasta entonces, hacen ente-
ramente inverosímil aquella conjetura. Auméntase esta invero-
similitud con el silencio del mismo Colón, de su hijo don Fer-
480 FRANCISCO J. CLAVIJERO

nanclo y de Pedro Mártir, que, describiendo todos los desastres


de aquel viaje, no hacen la menor mención del mal venéreo.
Pero concedamos que los españoles regresados con Colón en
su primer viaje traían ya la enfermedad consigo: diré, sin em-
bargo, que el contagio de Europa no provino de ellos, según el
testimonio de los escritores dignos de fe que a la sazón vivían.
Gaspar Torella, a quien ya he citado, en su obra intitulada
Aphrodysiacum, dice que el mal venéreo empezó en Auvernia,
provincia de Francia, muy distante de España, el año de 1493.
Bautista Fulgosio, o Fregosio, dux de Genova en 1478, en su
curiosa obra intitulada Dicta, factaque niemorabilia, impresa
en 1509, afirma que el mal venéreo empezó a conocerse dos años
antes que el rey Garlos VIII llegase a Italia. Aquel monarca lle-
gó en septiembre de 1494 luego el mal era conocido desde 1492,
;

o, cuando más tarde, a principios ele 1493, esto es, algunos meses

antes que Colón volviese ele su primer viaje. Juan León, que fue
mahometano, natural de Granada, y conocido vulgarmente con
el nombre de León Africano, en su descripción de África, escri-
ta en Roma bajo el pontificado de León X, después de su con-
versión al cristianismo, dice que los judíos, arrojados de Es-
paña en tiempo de Fernando el Católico, llevaron a Berbería el
mal venéreo y contaminaron a los africanos, de cuyas resultas
lo llamaron mal español. El edicto de los reyes católicos sobre
la expulsión de ios hebreos fue publicado en 1492, como dice Ma-
riana, concediéndoles cuatro meses para que pudiesen vender
sus bienes si no querían llevarlos consigo. El siguiente mes, Fray
Tomás Torquemada, inquisidor general, promulgó otro edicto
prohibiendo a los cristianos, bajo gravísimas penas, tratar con
los judíos y suministrarles víveres, pasado el término señalado
por el rey; así que, todos ellos, excepto los que se fingieron cris-
tianos, salieron de la península antes que Colón saliese a des-
cubrir la América. Este cálculo no deja la menor duda acerca
de la existencia del mal antes del descubrimiento. Además de
esto, entre las poesías de Pacífico Máximo, poeta de Ascoli, pu-
blicadas en Florencia en 1479, hallamos algunos versos en que
describe la gonorrea virulenta y las úlceras venéreas que pade-
cía y que sus excesos le habían ocasionado.

No satisfecho Oviedo con afirmar que el mal venéreo pro-


cedía de la isla Española, se ofrece también a probarlo. He aquí
sus fundamentos "Con el guayaco (madera abundante de aquel
:
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 481

mejor que con ninguna otra medicina aquella


territorio) se cura
horrenda enfermedad de las bubas, y la clemencia divina quiso
que donde por nuestros pecados estuviese el mal, por su miseri-
cordia se encontrase el remedio." Si este modo de raciocinar tu-
viese alguna solidez, debería inferirse que la Europa, más bien
que la isla Española, era la patria de aquella dolencia; pues to-
dos saben que su remedio más eficaz es el mercurio, comunísimo
en Europa y desconocido en Haití. Lo cierto es que apenas se
presentó en esta parte del mundo aquella nueva dolencia, em-
pezó a aplicársele el mercurio, de que hicieron uso Juan Beren-
gario de Carpi, Gaspar Torella, Juan Vigo, Wendenlino Hook y
otros acreditados profesores de aquella época, aunque después,
por la indiscreción de algunos empíricos, estuvo algún tiempo
abandonado aquel remedio. El uso del guayaco es de 1517, esto
es, veinticinco años después de conocida la enfermedad; el de la
zarzaparrilla de 1535, y del mismo tiempo el de la quina y otras
drogas.
La otra prueba de Oviedo (pues sólo alega dos) es que en-
tre los españoles que volvieron con Colón de su segundo viaje
en 1496, se hallaba don Pedro Margarit, caballero catalán, "el
cual andaba tan enfermo y se quejaba tanto, que creo sentía
aquellos dolores que suelen sentir los que padecen aquella en-
fermedad, aunque yo no le vi nunca granos en el rostro. De allí
a pocos meses, en el año de 96, empezó a sentirse la enfermedad
entre algunos cortesanos, pues a los principios sólo se vio entre
la gente baja. Sucedió después que el Gran Capitán fue enviado
a Italia con una fuerte y hermosa armada, y entre los españo-
les que iban en ella algunos estaban inficionados y así se comu-
nicó por medio de las mujeres." Tales son las pruebas de Ovie-
do, indignas ciertamente de ser citadas.

Mr. de Paw cree haber conseguido una victoria y demos-


trado la verdad de la opinión común, con el testimonio de Ro-
drigo Díaz de Isla, médico de Sevilla (a quien llama autor
contemporáneo), como si fuese decisiva su sentencia; pero ni
Díaz fue contemporáneo, puesto que escribió sesenta años des-
pués del descubrimiento del mal venéreo, ni su relación merece
crédito alguno. Dice que los primeros españoles regresados con
Colón en 1493, llevaron el contagio a Barcelona, donde enton-
ces se hallaba la corte; que ésta fue la primera ciudad que se
inficionó; que el mal hizo en ella tantos estragos, que se echó

II.— 16
482 FRANCISCO J. CLAVIJERO

mano de lasrogativas públicas, de los ayunos y de las limosnas


para aplacar la cólera de Dios; que habiendo pasado el año si-
guiente a Italia el rey Carlos de Francia, ciertos españoles que
estaban allí, o muchos regimientos, según Mr. de Paw, enviados
por la España para oponerse a la invasión de Carlos, contagiaron
a los franceses. Pero en la historia vemos que ningún español y
ningún regimiento sano ni enfermo llegó a Italia antes que sa-
liese de sus fronteras el rey de Francia. Por lo que hace al con-
tagio de Barcelona, sabemos que cuando llegó allí Colón se ha-
llaba también Oviedo. Ahora bien, si fuese cierto lo que cuenta
el médico sevillano, Oviedo, que andaba buscando pruebas para
confirmar su extravagante opinión, hubiera sin duda alegado
aquellos tremendos estragos de que sería testigo, las rogativas,
los ayunos, las limosnas, y no se hubiera valido de la triste prue-
ba del guayaco y de las lamentaciones de Margarit. Además de
que el mal venéreo es más antiguo que aquella época en Europa,
como creo haber demostrado.
Parece que los médicos sevillanos eran los menos instruidos
sobre el asunto que nos ocupa. Nicolás Monardes, médico de la
misma ciudad y contemporáneo del mismo Díaz, nos da una re-
lación tan llena de fábulas, que no puede leerse sin indignación.
Dice, pues, "que el año de 1493, en la guerra que el rey católico
tuvo en Ñapóles con el rey Carlos de Francia, vino don Cristó-
bal Colón del primer descubrimiento que hizo de la isla de San-
to Domingo, etc., y condujo consigo de aquella isla una gran
muchedumbre de indios e indias, que llevó a Ñapóles, donde en-
tonces se hallaba el rey católico, acabada la guerra. Y porque
había paz entre los dos reyes y los ejércitos platicaban unos
con otros, llegado que fue Colón con sus indios e indias, empe-
zaron a tratar los españoles con las indias y los indios con las
españolas, y de tal modo infestaron los indios y las indias el
ejército de los españoles, italianos y franceses, etc., etc." ¿Quién
creería que un escritor español osase desfigurar tan extraña-
mente los hechos públicos de su nación, no muy anteriores a la
época en que escribió, que no vierta una proposición que no sea
un tejido de dislates? Pero cuando se trata de desacreditar la
América, no hay por qué mirar con respeto a la verdad. Es cier-
to y notorio que no hubo guerra entre España y Francia en
1493 que el rey católico no se hallaba en Ñapóles, sino en Bar-
;

celona, y no enteramente restablecido de las heridas que había


HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 483

recibido en una ocasión anterior; que Colón no trajo consigo


una multitud de indios y de indias, sino solamente diez indios;
que Colón no fue jamás a Italia después de su gloriosa expedi-
ción que los indios que vinieron con él a Europa no pusieron el
;

pie en Italia, etc.

Yo, lejos de pensar como los escritores que hasta ahora he


combatido, después de haber hecho las más diligentes observa-
ciones, estoy tan lejos de creer que el mal venéreo vino de Amé-
rica al mundo antiguo, que estoy íntimamente persuadido de
todo lo contrario, esto es, que aquella enfermedad, lo mismo
que las viruelas, fue llevada al nuevo continente por los euro-
peos. Fundóme: 1.° En que ni Cristóbal Colón, en su diario, ni
don Fernando Colón en la Vida de su famoso padre, hablan una
sola palabra de aquel contagio; sin embargo de que ambos vie-
ron aquellos países recién descubiertos y observaron todas sus
particularidades, y de que cuentan menudamente los males y
padecimientos de los primeros viajes. Tampoco habla de aque-
lla gran novedad, en su Historia de los mismos países, Pedro

Mártir, autor contemporáneo de Colón y que debía tener bue-


nas noticias, como protonotario que fue del consejo de las In-
dias y abad deJamaica. Oviedo, el primero que atribuyó aquel
la
mal a América, no estuvo en aquella parte del mundo sino vein-
te años después que los españoles habitaban la isla de Haití.
Lo que digo de estos escritores acerca de su silencio sobre las
islas Antillas, puede aplicarse al de los otros historiadores so-
bre la América en general. 2.° Fundóme también en que si la
América hubiese sido la patria del mal venéreo y los america-
nos los primeros que lo padecieron, la América sería el país en
que con más extensión reinase, y los americanos los más propen-
sos a contraerlo; pero no es así. De los indios de las islas Anti-
llas no podemos hablar ahora, porque hace siglos que desapare-
cieron de un todo; pero en los habitantes actuales es más raro
el contagio venéreo que en Europa, y sólo se siente en los sitios

frecuentados por soldados y marineros europeos. En la capital


de México hay algunos blancos e indios que lo padecen; pero
son poquísimos con respecto al gran número de habitantes. En
otras ciudades grandes de aquel territorio son todavía más ra-
ros los inficionados y algunas hay en que no se encuentra uno
484 FRANXISCO J. CLAVIJERO

solo. En los pueblos de indios en que no hay concurso de blan-


cos, no se tiene la menor idea de aquella enfermedad. En cuan-
to a la América Meridional, según informes de personas muy
instruidas en las circunstancias de aquel país, raras veces se
ve el mal venéreo entreblancos y nunca entre los indios de
los
las provincias de Chile y Paraguay. Algunos misioneros que han
vivido veinte y aun treinta años en diferentes naciones ameri-
canas, declaran unánimemente que jamás han visto en ellas el
contagio ni oído decir que lo conociesen. Ulloa, hablando de las
provincias de Perú y Quito (1), dice que aunque los blancos pa-
decen allí con mucha frecuencia el mal venéreo, rarísimas veces
sucede que un indio lo contraiga. No es, pues, América la pa-
tria de aquel azote, como vulgarmente se ha creído, ni debe con-
siderarse, según opina Mr. de Paw, como un efecto de la sangre
corrompida y del mal temperamento de los americanos.
¿ Cuál es. pues, su origen, puesto que no lo tuvo en América

ni en Europa? Si en medio de tantas tinieblas se me permite


hacer uso de una conjetura, diré que mis sospechas se fijan en
Guinea o en otro país equinoccial del África. De esta misma opi-
nión fue doctísimo médico inglés
el Tomás Sydenham (2), y la
confirma la autoridad de Bautista Fulgosio, testigo ocular de
los principios de aquella enfermedad en Europa, el cual dice que
el mal venéreo pasó de España y de Etiopía a España.
a Italia,
Mr. Astruc quiere que Fulgosio entendiese por Etiopía el Nue-
vo Mundo; donoso arbitrio para eludir la dificultad. ¿Quién ha
dado jamás a la América el nombre de Etiopía? Por el contrario,
sabemos que era muy común entre ios escritores de aquel siglo
llamar Etiopía a todo país habitado por negros, y etiopes a és-

Parece que este escritor confundió el mal venéreo con el escorbu-


(1)
to, sé, por persona fidedigna, que el Dr. Julio Rondoli, de Pesara, mé-
pues
dico famoso de Lima, afirmó a un sujeto de autoridad que de los muchos
enfermos que se creían infestados de la sífilis y que él había curado, casi
ninguno la padecía en realidad; la mayor parte eran escorbúticos y habían
sanado con los remedios que generalmente se aplican al escorbuto.

(2) Sydenham afirma, en una de sus cartas, que el mal venéreo es tan
extraño a la América como a la Europa, y que fue traído por los negros
esclavos de Guinea; pero no es cierto que éstos lo introdujesen en América.
pues antes que llegasen a Santo Domingo estaba ya inficionada la isla.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 485

tos; así que, el sentido natural de las palabras de Fulgosio es


que mal venéreo fue llevado de los países equinocciales de Áfri-
el
ca a la España Lusitánica o Portugal. Yo sospecho, en efecto,
que este fue el primer país europeo en que se conoció el conta-
gio; pero no me atreveré a sostenerlo sin hacer nuevas inves-
tigaciones y adquirir mejores documentos que los que hasta
ahora me han servido para fundar mis conjeturas.
MEMORIA
DE LAS JOYAS, RODELAS Y ROPA REMITIDAS AL EMPERADOR CAR-
LOS V POR DON FERNANDO CORTES Y EL AYUNTAMIENTO
DE VERACRUZ, CON SUS PROCURADORES FRANCISCO DE
MONTEJO Y ALONSO HERNÁNDEZ POR TOCARRERO
El contenido de esta memoria es del mayor interés, porque
manifiesta cuál era el estado de las artes de lujo de los mexica-
nos antes de tener comunicación alguna con los europeos.

"Don Juan Bautista Muñoz marzo de 1784


cotejó en 30 de
esta relación que sigue de los presentes enviados de Nueva Es-
paña, con otra que se halló en el libro llamado "Manual del Te-
sorero" de la casa de la contratación de Sevilla, y de este último
manuscrito son las variantes que ponemos al pie.'yy

El oro y joyas y piedras y plumajes que se han habido en


estas partes (1) nuevamente descubiertas (2), después que es-
tamos en ella, que vos Alfonso Fernández Portocarrero y Fran-
cisco de Monte jo que vais por procuradores de esta rica villa
de la Vera Cruz, a los muy altos y escelentísimos príncipes y
muy católicos y muy grandes reyes y señores, la reina doña
Juana y don Carlos su hijo nuestros señores lleváis, son las si-
guientes :

Primeramente una rueda de oro grande con una figura de


monstruos en ella (3) y labrada toda de follajes, la cual pesó
tres mil ochocientos pesos de oro; y en esta rueda, porque era

(1) y plumas y plata que se ovo en las partes, etc.

(2) nuevamente descubiertas que el capitán Fernando Cortés envió


desde la rica villa de la Vera Cruz, con Alonso Fernández Portocarrero
e Francisco de Montejo, para su cesárea e católicas magestades, e se re-
cibieron en esta casa (de la contratación de Sevilla) en sábado 5 de no-
viembre de 1519 años, son las siguientes.
(3) con una figura de monstruo en medio.
488 FRANCISCO J. CLAVIJERO

la mejor pieza que acá se ha habido y de mejor oro, se tomó


(1)
el quinto para sus altezas que fue (2) dos mil castellanos que le

pertenecía (3) de su quinto y derecho real según la capitula-


ción que trajo (4) el capitán general Fernando Cortés, de los
padres gerónimos que residen en la isla Española y en las otras
(5), y los mil y ochocientos pesos restantes a todo lo demás que
tiene a cumplimiento de los mil y doscientos pesos (6), el con-
sejo de esta villa (7) hace servicio dello a sus altezas (8), con
todo lo demás que aquí en esta memoria va, que era y pertene-
cía a los de esta dicha villa (9).
ítem: dos collares (10) de oro y pedrería, que el uno (11)
tiene ocho hilos y en ellos doscientas y treinta y dos piedras co-
loradas, y ciento y sesenta y tres verdes, y cuelgan por el dicho
collar (12) por la orladura de él veintisiete cascabeles de oro,
y en medio de ellos hay cuatro figuras de piedras grandes en-
gastadas (13) en oro. y de cada una de las dos en medio (14)
cuelgan pujantes (15) sencillos, y de las de los cabos (16) cada
cuatro pujantes (17) doblados. Y el otro collar tiene (18) cuatro
hilos que tienen ciento y dos piedras coloradas y ciento y sesen-
ta y dos piedras que parecen en la color verdes, y a la redonda
de las dichas piedras veintiséis cascabeles de oro, y en el dicho
collar diez piedras grandes engastadas en oro, de que cuelgan
ciento y cuarenta y dos pujantes (19) de oro.

(1) que acá se había habido.


(2) fueron.
(3) que les pertenecía.
(4) trujo.
(5) y en todas las otras.
(6) de los dichos tres mil e ochocientos pesos.
(7) concejo de la villa.
el

(8) a sus magestades dello.


(9) que les pertenesce.
(10) ítem más dos collaretes.
(11) que el uno de ellos.
(12) y cuelgan del dicho collar.
(13) engastonadas.
(14) y en medio del uno.
(15) cuelgan siete pinjantes.
(16) y en los cabos de los dos.
(17) pinjantes.
(18) y el uno tiene.
(19) pinjantes.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 489

ítem: cuatro pares de antiparras, los dos pares de hoja de


oro delgado, con una guarnición de cuero de venado amarillo, y
las otras dos de hoja de plata delgada con una guarnición de
cuero de venado blanco (1), y las restantes de plumajes (2)
de diversos colores y muy bien obrados, de cada una de las cua-
les cuelgan diez y seis cascabeles de oro, y todas guarnecidas de
cuero de venado colorado.
ítem más: cien pesos de oro por fundir para que sus alte-
zas (3) vean cómo se coge acá oro de minas.
ítem más: una caja una pieza grande de plumajes en-
(4),
forrada en cuero, que en las colores parescen martas, y atadas y
puestas en la dicha pieza, y en el medio una patena grande de
oro (5) que pesó sesenta pesos de oro, y una pieza de pedrería
azul un poco colorada (6), y al cabo de la pieza otro plumaje
de colores que cuelga de ella (7).
ítem (8) : un moscador de plumajes de colores con treinta
y siete verguitas (9) cubiertas de oro.
ítem más: una pieza grande de plumajes de colores que se
pone (10) en la cabeza, en que hay a la redonda de ella (1.1) se-
senta y ocho (12) piezas pequeñas de oro, que será cada una
(13) como medio cuarto, y debajo de ellas veinte torrecitas
de oro (14).
ítem: una ristra (15) de pedrería azul con una figura de
monstruos (16) en el medio de ella y enforrada en un cuero que

(1) de venado blanco la guarnición.


(2) y las restantes de plumaje.
(3) sus reales altezas.
(4) en una caja.
(5)de oro grande.
(6) e un poco colorada a manera de rueda, y otra pieza de pedrería
azul, un poco colorada.
(7) que cuelgan de ella de colores.
(8) ítem más.
(9) verjitas.
(10) que ponen.
(11) a la redonda del.
(12) sesenta y ocho.
(13) que será cada una tan grande.
(14) e más bajo de ellas veinte torrecicas de oro.

(15) una mitra.


(16) monstruo.
490 FRANCISCO J. CLAVIJERO

parece en las colores martas, con un plumaje pequeño, el cual


es de que arriba se hace mención son de esta dicha ristra íl).
ítem: cuatro arpones de plumajes (2) con sus puntas de
piedra atadas con un hilo de oro, y un centro de pedrería con dos
anillos de oro, y lo demás plumaje.
ítem (3) un brazalete de pedrería y más una pieza de plu-
:

maje (4) negra y de otros colores, pequeña.


ítem: un par de zapatones de cuero de colores (5) que pa-
rescen martas, y las suelas blancas cosidas con hilos de oro (6).
un espejo puesto en una pieza de pedrería azul y co-
]\Iás
lorada con un plumaje pegada (7) y dos tiras de cuero colorado
pegados (8) y otro cuero que paresce (9) de aquellas martas.
ítem (10) tres plumajes de colores que son de una cabeza
:

grande de oro que paresce de caimán.


ítem: unas antiparras de pedrería azul (11) enforradas en
cuero, que las colores parescían (12) martas, en cada (13) quin-
ce cascabeles de oro.
ítem (14) un manípulo de cuero de lobo con cuatro tiras
:

de cuero que parescen de martas.


Más: unas barbas (15) puestas en unas plumas de colores,
y las dichas barbas son blancas, que parescen (16) de cabellos.

(1) el cual y el de arriba de que se hace mención, son desta dicha


mitra.
(2) cuatro hurpares de plumaje.
(3) ítem más.
(4 ) de plumas.
(5) ítem: un par de zapatos de un cuero que en las colores del pa-
rescen, etc.

(6) con tiritas de oro.


(7) pegado.
(8) pegada.
(9) que parescen.
(10) ítem más.
(11) Más: unas antiparras de pedrería azul.

(12) parescen.
(13) con cada.
(14) ítem más.
(15) ]\Iás en unas barbas.
(16) e jDarescen.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 491

ítem dos plumajes de colores que son para dos carpe-


(1) :

tas (2) de pedrería que abajo dirá.


Más: otros dos plumajes de colores que son para dos pie-
zas de oro que se pone (3) en la cabeza, hechas de manera (4)
de caracoles grandes.
Más: dos pájaros de pluma verde con sus pies y picos y
ojos de oro, que se ponen en la una pieza de las de oro que pa-
rescen caracoles (5).
Más: dos guariques grandes de pedrería azul (6), que son
para poner en la cabeza grande del caimán.
En otra caja cuadrada una cabeza de caimán grande de
oro, que es la que arriba se dice, para poner las dichas pie-
zas (7).
Más: un caparete de pedrería azul con (9) veinte cas-
(8)
cabeles de oro que le cuelgan a la redonda con dos sartas (10)
que están encima (11) de cada cascabel, y dos guariques de
palo con dos chapas de oro.
Más: un pájaro (12) de plumajes verdes, y los pies, pico y
ojos de oro.
ítem: otro caparete (13) de pedrería azul con veinticinco
cascabeles de oro, y dos cuentas de oro encima de cada casca-
bel, que le cuelgan a la redonda con unas (14) guariques de palo
con chapas de oro, y un pájaro de plumaje verde, con los pies,
pico y ojos de oro.
ítem en una hava de caña dos piezas grandes de oro que
:

se ponen en la cabeza, que son hechas a manera de caracol de

(1) ítem más.


(2) capacetes.
(3) que se ponen.
(4) a manera.
(5) Falta esta partida en el manuscrito sevillano.
(6) de piedra azul.
(7) para que son las piezas.
(8) capacete.
(9) en.
(10) con dos cuentas.
(11) que están en cañada.
(12) Más: una pájara.
(13) capacete.
(14) unos.
492 FRANCISCO J. CLAVIJERO

oro, con sus guariques de palo y chapas de oro, y más dos pá-
jaros de plumaje verde, con sus pies, pico y ojos de oro (1).
Más: diez y seis rodelas de pedrería con sus plumajes de
colores, que cuelgan de la redonda de ellas (2), y una tabla an-
cha esquinada de pedrería con sus plumajes de colores, y en
medio de la dicha tabla, hecha de la dicha pedrería, una cruz de
rueda (3), la cual está aforrada de cuero, que tiene los colores
como martas.
Otrosí un cetro de pedrería colorada hecha a manera (4)
de culebra, con su cabeza y los dientes y ojos que parescen de
nácar y el puño guarnecido con cuero (5) de animal pintado, y
debajo del dicho puño cuelgan seis plumajes pequeños.
ítem más: un moscador (6) de plumajes, puesto en una
caña guarnecida en un cuero de animal pintado, hecho a mane-
ra de veleta, y encima tiene una copa de plumajes, y en fin (7)
de todo tiene muchas plumas verdes largas.
ítem: dos aves hechas (8) de hilo y de plumajes y tienen
los cañones de las alas y colas y las uñas de los pies, y los ojos
y los cabos de los picos de oro (9), puestas en sendas cañas cu-
biertas de oro y abajo unas pellas de plumajes, una blanca y
otra amarilla (10), con cierta argentería de oro entre las plu-
mas, y de cada una de ellas cuelgan siete ramales de pluma.
ítem: cuatro pies hechos (11) a manera de lizas puestas en
sendas cimas (12) cubiertas de oro, y tienen (13) las colas y las
agallas y los ojos y bocas de oro; abajo (14), en las colas, unos
plumajes de plumas verdes, y tienen hacia las bocas las dichas

(1) Falta esta partida en el manuscrito sevillano.


(2) a la redonda dellas.
(3) de ruedas.
(4) de manera.
(5) con un cuero.
(6) un moscador.
(7) que en fin.
(8) ítem: dos ánades fechas.
(9) e tienen los cañones de las alas e las colas de oro, e las uñas de
los pies e ojos e cabos de los pies puestas, etc.
(10) la una blanca y la otra amarilla.
(11) ítem: tres piezas hechas.
(12) cañas.
(13) y que tienen.
(14) y abajo.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 493

lizas (1)sendas copas de plumajes de colores y en algunas de


las plumas blancas está (2) cierta argentería de oro, y abajo
cuelgan (3) de cada una seis ramales de plumajes de colores.
ítem: una verjita (4) de cobre aforrada en un cuero en
que está puesto (5) una pieza de oro a manera de plumaje, que
encima y abajo tiene ciertos plumajes de colores.
ítem más: cinco moscadores (6) de plumajes de colores
y los cuatro de ellos (7) tienen a diez (8) cañoncitos cubiertos
de oro, y el uno tiene trece (9).
ítem: cuatro arpones de pedernal (10) blanco, puestos en
cuatro varas de plumajes (11).
ítem: una rodela grande de plumajes guarnecida del en-
vés (12) y de un cuero de un animal pintado, y en el campo
de la dicha rodela, en el medio, una chapa de oro con una figu-
ra de las que los indios hacen, con cuatro otras medias chapas en -

la orla, que todas ellas juntas hacen una cruz.


ítem: más una pieza de plumajes (13) de diversos colores,
hecha a manera (14) de media casulla aforrada en cuero de ani-
mal pintado, que los señores de estas partes que hasta ahora
hemos visto, se ponen (15) colgada del pescuezo, y en el pecho
tienen trece piezas (16) de oro muy bien asentadas.
ítem: una pieza de plumajes de colores, que los señores de
esta tierra se suelen poner en las cabezas (17) y de ella cuelgan

(1) e hacia las bocas de las dichas lizas tienen, etc.

(2) cuelga.
(3) y abajo del asidero cuelga.
(4) vergueta.
(5) en un cuero puesta.
(6) ítem: cuatro moscadores.
(7) que los tres dellos.
(8) y tienen a tres.
(9) y el uno tiene a trece.
(10) pedreñal.
(11) guarnecidas de plumajes.
(12) guarnecido el envés.
(13) plumaje.
(14) de manera.
(15) que los señores destas partes que hasta aquí eran, se ponían.
(16) y en el pecho trece piezas.
(17) que los señores en esta tierra se solían poner en las cabezas, he-
cha a manera de cimera de justador.
494 FRANCISCO J. CLAVIJERO

dos orejas (1) de pedrería con dos cascabeles y dos cuentas de


oro, y encima un plumaje de plumas verdes ancho, y debajo
cuelgan (2) unos cabellos blancos;
Otrosí cuatro cabezas de animales: las dos parescen de lobo
y las otras dos de tigres (3), con unos cueros pintados., y de
ello (4) les cuelgan cascabeles de metal.

ítem: dos cueros de animales pintados, aforrados en unas


matas de algodón (5), y parescen los cueros de gato cerval (6).
ítem: un cuero bermejo y pardillo de otro animal, y otros
dos cueros que parescen de venado (7).
ítem: cuatro cueros de venados pequeños de que acá hacen
los guantes pequeños adobados (8).
Más: dos libros de los que acá tienen los indios.
Más: media docena de moscadores (9) de plumajes de co-
lores.

Más: una poma de plumas de colores con cierta argente-


ría en ella (10).
Otrosí una rueda de plata grande que pesó cuarenta y ocho
marcos de plata (11), y más en unos brazaletes y unas hojas ba-
tidas, un marco y cinco onzas y cuatro adarmes de plata (12).
Y una rodela grande y otra pequeña de plata, que pesaron cua-
tro marcos y dos onzas, y otras dos rodelas que parescen de pla-
ta, que pesaron seis marcos y dos onzas (13). Y otra rodela que

(1) orejeras.

(2) le cuelgan.
(3) y las otras dos tigres.

(4) y dellos.
(5) mantas de algodón.
(6) que parescen de gato cerval.
(7) de otro animal que paresce de león, y otros dos cueros de venado.
Más: cuatro cueros de venados pequeños adobados, y más media
(8)
docena de guadameciles de los que acá hacen los indios.
(9) de amoscadas.
(10) Falta esta partida en el manuscrito de Viena.
(11) La cual pesó por romana cuarenta e ocho marcos de plata.
(12) Más: unos brazaletes e unas hojas batidas, un marco y cinco on-
zas y cuatro adarmes.
(13) las cuales pesaron seis marcos y dos onzas de plata.
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 495

paresce asimismo de plata (1), que pesó un marco y siete on-


zas, que son por todo sesenta y dos marcos de plata (2).

ROPA DE ALGODÓN (3)

ítem más: dos piezas grandes de algodón tejidas de labo-


res de blanco y negro (4) muy ricas.
ítem: dos piezas tejidas de plumas (5) y otra pieza teji-
da de varios colores (6) otra pieza tejida de labores, colora-
;

do, negro y blanco, y por el envés no parecen las labores (7).


ítem: otra pieza tejida de labores y en medio unas ruedas
negras de pluma (8).
ítem: dos mantas blancas en unos plumajes tejidas (9).
Otra manta con unas presecillas y colores pegadas (10).
Un sayo de hombre de la tierra.
Una pieza (11) blanca con una rueda grande de plumas
blancas en medio,
Dos piezas de guescasa (12) pardilla con unas ruedas de
pluma, y otras dos de guascasa (13) leonada.
Seis piezas de pintura de pincel (14) otra pieza colorada
;

con unas ruedas, y otras dos piezas azules de pincel y dos cami-
sas de mujer.
Once almaizares (15).
ítem: seis rodelas, que tienen cada una chapa de oro que
toma la rodela, y media mitra de oro (16).

(1) que paresce así de plata.


(2) Falta en el manuscrito sevillano que son por todo sesenta y dos
marcos de plata.
(3) Falta este título en el manuscrito de Viena.
(4) de blanco y negro y leonado.
(5) de pluma.
(6) e otra pieza tejida a escaques de colores.
(7) otra pieza tejida de colores, color negro, blanco; por el envés no
se parecen las labores.
(8) de plumas.
(9) con unos plumajes tejidos.
(10) Otra manta con unas pesesicas pegadas de colores.
(11) Otra pieza.
(12) Dos piezas de guascaza.
(13) guascaza.
(14) Seis piezas de pincel.
(15) Falta esta partida en el manuscrito de Viena.
(16) Seis rodelas, que tiene cada una chapa de oro que toma toda la

rodela. —ítem: media mitra de oro.


496 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Las cuales cosas, cada una de ellas, según que por estos ca-
pítulos van declaradas y asentadas, nos Alonso Fernández Puer-
tocarrero y Francisco de Monte jo, procuradores susodichos, es
verdad que las recibimos y nos fueron entregadas para llevar
a sus altezas, de vos Fernando Cortés, Justicia mayor por sus
altezas en estas partes, y de vos Alonso de Avila y de Alonso de
Grado, tesorero y veedor de sus altezas en ellas. Y porque es

verdad lo firmamos de nuestros nombres. Fecho a seis días de
julio de 1519 años. —
Puerto Carrero. Francisco de Montejo.

Las cosas de suso nombradas en el dicho memorial con la


carta y relación de suso dicha que el concejo de Veracruz envió,
recibió el rey don Carlos, nuestro señor, como de suso se dijo,
en Valladolid, en la semana santa, en principios del mes de abril
del año del Señor de 1520 años.

En lugar de los dos párrafos antecedentes que no se hallan en el ma-


nuscrito del Manual del Tesorero de la casa de la contratación de Sevilla,
hay el que sigue:

Todas las cuales dichas cosas, así como vinieron, enviamos


a S. M. con Domingo de Ochandiano, por virtud de una carta
que sobre ello S. M. nos mandó escribir, fecha en Molín del Rey,
a cinco de diciembre de mil y quinientos e diez y nueve: y el di-
cho Domingo trajo cédula de S. M., por la cual le mandó entre-
gar las cosas susodichas a Luis Veret, guarda-joyas de sus ma-
jestades, y carta de pago del dicho Luis Veret de como las re-
cibió, que está en poder del dicho tesorero.

Don Juan Bautista Muñoz añade: "Consta del mismo libro (Manual
del Tesorero) que en cumplimiento de la dicha cédula fueron vestidos ri-
camente los cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias traídas por
Montejo y Puertocarrero, y enviados a S. M, a Tordecillas, donde estaba
S. M. Salieron de Sevilla en 7 de febrero de 1520, y en ida y estada y vuel-
ta, que fue en 22 de marzo, se gastaron cuarenta y cinco días. Uno de los
indios no fue a la corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla.
Venidos de la corte, murió uno. Permanecieron los cinco en Sevilla, muy
bien asistidos, hasta el 27 de marzo de 1521, día en que "partieron en la
nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez, en Cuba, para
que dellos hiciese lo que fuese servicio de S. M."


Nota. Siendo en la actualidad olvidadas muchas de las vo-
ces de que se hace uso en la memoria precedente, es necesario
dar alguna idea de las cosas a que ahora corresponden, para su
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 497

mejor inteligencia. Los pujantes o pinjantes que sirven de ador-


no a los collares y otras alhajas, son pendientes, como los que
ahora se usan en los sarcillos y gargantillas.

Las antiparras o antiparas las describe de esta manera el


primer Diccionario de la lengua española, publicado por la Aca-
demia en 1726, que tiene el origen de las palabras y las auto-
ridades en que se funda su sentido: "cierto género de medias
calzas o polainas que cubren las piernas y los pies sólo por la
parte de adelante. Cervantes, novela 3.
a
"Me enseñó
a cortar an-
:

tiparas, que como V. M. sabe, son medias calzas, con avampiés."


De aquí viene sin duda el darse este nombre por ampliación a
las calzoneras que usa la gente del campo.

La patena era un adorno redondo con alguna figura escul-


pida en él, que se llevaba colgado al cuello.

El moscador, o mosqueador, especie de abanico de plumas,


a la manera de los que recientemente han usado las señoras. Su
uso era muy frecuente entre los antiguos mexicanos, y apenas
hay alguna pintura de aquel tiempo en que no se encuentre.
Empleaban en ellos las más ricas plumas, y los mangos estaban
adornados con las piedras preciosas que conocían.
Los guariques no he podido descubrir qué cosa eran; los
caparetes eran capacetes, pieza de armadura que cubría la ca-
beza.
Las eran imitación del pescado de este nombre; pues-
lizas
tas en sendas cimas, esto es, puestas cada una en la extremidad
de una varilla. En este género de fundición con diversos meta-
les eran muy diestros los plateros mexicanos, pues no sólo sa-
bían sacar las piezas en una sola fundición, como éstas que aquí
se describen, con las colas y las agallas y los ojos y las bocas de
oro, sino alternando las escamas, unas de oro y otras de plata.
Las verjitas eran metal o de otra materia, a ma-
varillas de
nera de bastón o cetro, con alguna figura o plumaje en la punta.
Se ven frecuentemente en las pinturas antiguas mexicanas.
Los guantes adobados se debe entender de cuero curtido.
Los tejidos de algodón con labores que no parecían por el
revés, prueban los adelantos que habían hecho, pues sabían te-
jer con doble trama, que es en lo que consiste este artificio.
498 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Los indios que fueron llevados a la corte, según Bernal Díaz,


fueron cuatro, que estaban en Tabasco engordando en jaulas
de madera para ser sacrificados, y fueron los primeros que se
enviaron como muestra de los habitantes del país.
La noticia que precede se ha tomado de la colección de do-
cumentos inéditos del señor Navarrete.
CARTA
DE CARLOS V A HERNÁN CORTES
EN QUE SE DA POR SATISFECHO DE SUS SERVICIOS EN NUEVA
ESPAÑA, SACADA DE LA COLECCIÓN DE DOCUMENTOS
INÉDITOS PARA LA HISTORIA DE ESPAÑA, PARA LA
CUAL SE COPIO DEL ARCHIVO DE SIMANCAS

Valladolid, 25 de octubre de 1522.


El rey. Hernando Cortés, nuestro gobernador e capitán
general de la Nueva España llamada Aculvacan e Uloa. Luego
como a la Divina Clemencia plugo de me traer a estos reinos,
que desembarqué con toda mi armada real en la villa e puerto
de Santander, a diez y seis días del mes de julio de este presen-
te año, mandé que se entendiese con mucha diligencia en el des-
pacho de las cosas del Estado de esas partes como en cosa tan
principal; especialmente quise por mi real persona ver y enten-
der vuestras relaciones e las cosas de esa Nueva España, e de lo
que en mi ausencia de estos reinos en ella ha pasado, porque
lo tengo por cosa grande y señalada, y en que espero nuestro Se-
ñor será muy servido, y su santa fe católica ensalzada y acre-
centada, que es nuestro principal deseo, y de que estos reinos
recibirían mucho provecho e noblecimiento, en que por la dicha
mi ausencia no se ha podido entender. E para que mejor se pu-
diese hacer y proveer mandé oír a Martín Cortés vuestro padre,
y Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco Monte jo vues-
tros procuradores y de los pueblos de esa tierra, y los procura-
dores del adelantado Diego Velázquez, asimismo el veedor Cris-
tóbal de Tapia que después llegó, que había sido proveído de la
gobernación de esa tierra por nuestros gobernadores en nues-
tro nombre, y por todo ello parece cuan dañosa ha sido para la
población de esa tierra e conversión de los naturales de ella, y
estorbo para que nos no fuésemos servidos y estos reinos e na-
turales de ellos aprovechados, las diferencias que entre vos y
500 FRANCISCO J. CLAVIJERO

el dicho adelantado ha habido, e como aquellas y la ida de Pan-


filo de Narváez, e la armada que llevó, fue causa de se alzar e

perder la gran ciudad de Tremistitan (México) que está fun-


dada en la gran laguna, con todas las riquezas que en ella ha-
bía, y de los males e muertes de cristianos e indios que ha habi-
do, de que nuestro Señor ha sido muy deservido, y nos habernos
recibido desplacer. E nos queriendo proveer en ello de manera
que lo pasado se remedie y adelante pueda haber camino para que
en esa tierra se haga el fruto que es razón, e yo tanto deseo
para el acrecentamiento de nuestra santa fe católica y salvación
de las ánimas de los indios naturales y habitantes en esas par-
tes, e por vos quitar de las dichas diferencias, habernos remitido
las dichas diferencias y debates que entre vos y el dicho ade-
lantado hay o pueda haber a justicia, y lo habernos cometido y
mandado al nuestro gran canciller e a los del nuestro consejo de
las Indias, para que ellos conozcan de ellas y brevemente os ha-
gan y administren entero cumplimiento de justicia, y envío a
mandar al dicho adelantado que no arme ni envíe contra vos
gente ni fuerza, ni haga otra violencia ni novedad alguna. E por-
que soy certificado de lo mucho que vos en ese descubrimiento e
conquista y en tornar a ganar la dicha ciudad e provincias habéis
fecho e trabajado, de que me he tenido e tenga por muy servi-
do, e tengo la voluntad que es razón para vos favorecer y hacer
la merced que vuestros servicios y trabajos merecen, y con-
fiando de vuestra persona e creyendo que me serviréis con la leal-
tad que debéis y que en todo pornéis la buena diligencia e recau-
do que conviene como persona que tanta experiencia tiene de lo
de allá, vos habernos mandado proveer del cargo de nuestro go-
bernador y capitán general de la Nueva España y provincias de
ella por el tiempo que nuestra merced e voluntad fuere, o nos
mandamos proveer otra cosa, como veréis por las provisiones e
poderes e instrucciones que vos mando enviar. Por ende yo vos
mando y encargo que uséis de los dichos oficios conforme a ellos,
con aquella diligencia e buen recaudo que a nuestro servicio y a
la ejecución de nuestra justicia y población de esa tierra conven-
ga, e yo de vos confío: que como dicho es yo envío a mandar
al dicho adelantado que no haga cosa alguna que pueda ser per-
judicial a la dicha vuestra gobernación e a la paz e sosiego de
esa tierra, y que principalmente tengáis grandísimo cuidado y
;

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 501

vigilancia de que los indios naturales de esa tierra sean indus-


triados e doctrinados, para que vengan en conocimiento de nues-
tra santa fe católica, atrayéndolos para ello por todas las buenas
mañas buenos tratamientos que convenga, pues (a Dios gra-
e
cias), según vuestras relaciones, tienen más habilidad y capaci-
dad para que se haga en ellos fruto y se salven, que los indios de
las otras partes que hasta agora se han visto, porque este es
mi principal deseo e intención y en ninguna cosa me podéis tan-
to servir.
Y para lo que toca al recaudo de nuestra hacienda, y porque
haya con vos personas cuerdas e oficiales nuestros, enviarnos a
Alonso de Estrada, contino de nuestra casa, por nuestro tesore-
ro, y a Rodrigo de Albornoz, nuestro secretario, por nuestro con-
tador, y Alonso de Aguilar (1) por nuestro factor, e a Peralmín-
dez Cherino por nuestro veedor, a los cuales vos encargo miréis
e tratéis bien como a criados e oficiales nuestros, e les deis parte
de todo lo que os pareciere que conviene a nuestro servicio e que
por razón de sus oficios la deben haber, de manera que ellos usen
y ejerzan, y puedan usar y ejercer como conviene, que ellos asi-
mismo llevan de mí mandado que os honren y acaten como es ra-
zón, y en todo los favorezcáis como de vos confío.
Las instrucciones tocantes, así para la buena gobernación
de esa tierra como para que los dichos indios sean bien tratados,
doctrinados e industriados en las cosas de nuestra santa fe ca-
tólica, que es lo que principalmente deseamos, como a la forma
e manera que los dichos nuestros oficiales han de tener en sus
oficios, llevan ellos, las cuales vos mostrarán por mi servicio
que vos por lo que toca a vuestro oficio las guardéis e cumpláis
y hagáis guardar e cumplir, e a ellos para que las guarden ha-
gáis dar todo favor e ayuda, e tened siempre cuidado de me es-
cribir muy largo de todas las cosas de allá, e de lo que a vos os
parece que debo mandar proveer para el buen gobierno de esas
tierras. —De Valladolid, a quince días del mes de octubre de qui-
nientos y veinte e dos años. —Yo el rey. — Por mandado de S. M.,

Francisco de los Cobos.

(1) En lugar de éste, vino Gonzalo de Salazar.


DOCUMENTOS RELATIVOS
A LOS CONDES DE MOTEUCZOMA

MEMORIAL QUE DIO LA PRIMERA VEZ LA CASA DE MOTEUCZOMA


PRETENDIENDO LA GRANDEZA DE ESPAÑA

ELdonconde don Diego Luis de Moteuczoma,


Pedro de Moteuczoma y
hijo del
príncipe
emperador Moteuc-
nieto del
zoma, dice Que obedeciendo la real orden de V. M. ha venido de
:

México, y viéndose hoy a sus reales plantas, espera que no es-


torbe ya la separada distancia las generosas influencias de su
real presencia, pues sola la relación de legítimo nieto de un mo-
narca tan poderoso, aun cuando le hubiesen desposeído del rei-
no violencias o derechos de otros príncipes, si en tal caso se re-
fugiara a España y se valiera del real amparo de V. M., fuera
estilada atención de tan augusto ánimo el señalarle rentas y
honrarle con puestos que conservasen algún lustre respectivo
a la primera grandeza, de que da cada día V. M. plausibles
ejemplares, enriqueciendo de rentas, oficios, gruesas ayudas de
costa, a tantos que caídos de menos alta fortuna, hallan en la
real magnificencia de V. M. logro de su caída en considerables
medras, sin más mérito que recurrir al favor de V. M., y le ex-
perimentan pronto, por más que instan los empeños de la coro-
na y aun los aprietos de su real palacio.
Lucen dignamente los descubridores de la América con
mercedes de grandeza, títulos, Estados poderosos y ricos mayo-
razgos, gozando sus descendientes cada día mayores favores y
mercedes, con que adelantan el esplendor de sus casas. El supli-
cante, pues, no debe verse con menos lucimiento, teniendo en sus
venas tan fresca la sangre real de aquel emperador y tan re-
ciente la memoria de todos tan de admiración, como sin ejem-
504 FRANCISCO J. CLAVIJERO

piar servicio con que Moteuczoma su abuelo, con ardiente aíee-


y sin violencia alguna, puso a augustas plantas de la real
las
casa de V. M. su corona, su reino, sus vasallos y toda la Nueva
España.
Nunca se envejecerá, señor, tan heroico mérito: siempre
subsiste. Hoy está gozando Y# M. del imperic fie M eme-zoma
innumerables miñones con la plata y el oro que tributa a V.
:

M. cada año la corona de México, llena V. M. a todo el Oriente


por la puerta que abren las Filipinas, las que mantiene Y. M.
con las reales cajas de México. Los millones que han venido a
España, con ser como increíbles de muchos (1). los que cons-
tan por los registros en la casa real de la contratación de Se-
villa, son innumerables los que han traído por alto y rebosando

en los reinos extraños, no hay quien no atesore reales mexi-


canos.
Hoy México y sus provincias ele las joyas más ricas que
es
resplandecen en la inmensa monarquía ele S. M. Sustenta con
singular esplendor que de cancillerías y audiencias reales, obis-
pados, arzobispados, deanatos. universidades, suntuo-
colegios,
sas obras pías, estados ele grandes y de títulos, infinitas rentas
de mayorazgos, gruesos caudales de mercaderes, poderosas y
magníficas religiones, riquísimas encomiendas que Y. M. repar-
te a los que están en España.

Y si tuviera otros nuevos mundos aquel gran Moteuczoma.


con igual fineza y bizarría de ánimo y demostración de afecto
los hubiera renunciado tocios en la real casa de Y. M.. dejando
a sus legítimos descendientes, por más preciosa y única heren-
cia, sola la gloria ele ser vasallos ele Y. M.. y la seguridad de eme
viviendo debajo de su real protección, jamás echarían menos
las riquezas y reinos que con tanta magnificencia poseyeron
sus pasados por tantos siglos en el imperio de México.
Hazañas, señor, son éstas tan especiosas, que es muy infe-
liz estrella de esta casa no haber conseguido ya merced ele pri-

mera grandeza con cien mil ducados ele renta y oficios de los
más honoríficos de palacio. No sólo dice esto el vulgo a voces:
así lo siente también generalmente la nobleza, tocia España y
tedas las naciones, considerando tantas circunstancias dignas
ele que Y. M. haga mayores mercedes a tan gran casa, pues las

1 i
Debe emencerse por muchos.
:

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 505

suele hacer V. M. crecidas a méritos de que no ha interesado


tan considerables conveniencias. Y cuando haya quien hubiese
avasalládole a V. M. grandes reinos, no hay rey que con igual
afecto como Moteuczoma, en la mayor pujanza de su imperio
se entregue con todos sus vasallos por vasallo de V. M., y lo que
es de incomparable y casi increíble asombro, que en su defensa
de esta causa se arrestase hasta derramar la sangre y perder la
vida, sacrificándose así totalmente al servicio de V. M. y de su
católica corona. Sin parecer, pues, que pisa la raya de la mode-
ración ni los grados del merecimiento, suplica que V. M. honre
su casa con primera grandeza, la llave de la cámara y cien mil
ducados de renta en la casa de la Contratación.
Y cuando en la junta particular (a que suplico a V. M. se
remita la consideración de este memorial), no mereciere que
V. M. le haga merced, se sirva darle licencia para que se vuelva
a las Indias, donde en un rincón de México pase con la poquedad
que allá tiene, lamentando su poca suerte, pues no se juzga dig-
no de servir a V. M. en palacio, ni gozar de la liberalidad que
todos experimentan y le ofreció el rey de México en nombre
de V. M., cuando le intimó su real orden para que viniese a Es-
paña, que en esto recibirá merced de V. M.


Nota. Este documento ha sido sacado de un manuscrito
perteneciente al colegio de la compañía de Jesús de Morelia,
que se titula: Historia del Emperador Moteuczoma, escrita por
el P. Luis de Moteuczoma.

Los resultados de este memorial fueron algunas gracias


de poca valía, y añade el documento inédito de donde se han
tomado estas noticias, que nada pudo conseguirse por entonces
a causa de los grandes trastornos de la rebelión de Flandes y
conquista de Portugal. No pudiendo el conde hacer en la corte
el gasto que su elevado rango demandaba, se retiró a un peque-
ño mayorazgo que poseía en Guadix.
Su hijo don Pedro Tesifón de Moteuczoma renovó esta pre-
tensión cuando el monarca español, por consulta del consejo de
Indias, pidió que la casa de Moteuczoma reiterase la renuncia
del imperio mexicano que su bisabuelo había hecho. La cláusu-
la de la escritura literalmente es como sigue
506 FRANCISCO J. CLAVIJERO

'Tenemos por bien, y desde luego nos todos, madre e hijos,


de un acuerdo y conformidad, nos desistimos, quitamos y apar-
tamos de cualquier derecho y pretensión, que nos, y cualquier
de nos, y nuestros herederos y sucesores, tenemos y podamos
tener en razón de ser tales bisnietos del dicho Moteuczoma, y lo
cedemos, renunciamos y traspasamos en su majestad y en ios se-
ñores reyes que por el tiempo fueren sus sucesores, y en su coro-
na real."
RETRATO DE HERNÁN CORTES
SACADO DE BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

ERA don Fernando Cortés, según


do Bernal Díaz, "de una buena
la relaciónque nos ha deja-
estatura y cuerpo, y bien
proporcionado y membrudo, y la color de la cara tiraba a ceni-
cienta, y no muy alegre, y si tuviera el rostro más largo, mejor
le pareciera; los ojos en el mirar amorosos, y por otra graves; las
barbas tenía algo prietas y pocas y ralas, y el cabello que en
aquel tiempo se usaba, era de la misma manera que las barbas,
y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera, y era cence-
ño y de poca barriga, y algo estevado, y las piernas y muslos
bien sacados. Era buen jinete y diestro de todas armas, ansí a
pie como a caballo, y sabía muy bien menearlas, y sobre todo,
corazón y ánimo que es lo que hace al caso. En todo lo que mos-
traba, ansí en su presencia y meneo, como en pláticas y con-
versación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de
gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y
usanza, y no se le daba nada de no traer muchas sedas ni da-
mascos, ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni tampoco
traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de pri-
ma hechura, con un joyel con la imagen de nuestra Señora la
Virgen Santa María, con su hijo precioso en los brazos, y con
un letrero en latín en lo que era de nuestra Señora, y de la otra
parte del joyel el Señor San Juan Bautista con otro letrero; y
también traía en el dedo un anillo muy rico con un diamante,
y en la gorra, que entonces se usaban de terciopelo, traía una
medalla, y no me acuerdo el rostro que en la medalla traía figu-
rado la letra de él, mas después el tiempo andando, siempre
traía gorro de paño sin medalla. Servíase ricamente, como gran
señor, con dos maestresalas y mayordomos, y muchos pajes, y
todo el servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de
plata y de oro. Comía a medio día bien, y bebía una buena taza
508 FRANCISCO J. CLAVIJERO

de vino aguado, que cabría un cuartillo, y también cenaba, y no


era nada regalado, ni se le daba nada por comer manjares de-
licados ni costosos, salvo cuando veía que había necesidad que
se gastase o los hubiese menester. Era muy afable con todos
nuestros capitanes y compañeros, en especial con los que pasa-
mos con él la isla de Cuba la primera vez y era latino, y oí de-
;

cir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y


hombres latinos respondía a lo que le decían en latín. Era algo
poeta; hacía coplas en metros y en prosa, y en lo que platicaba
lo decía muy apacible y con muy buena retórica, y rezaba por la
mañana en unas horas, e oía misa con devoción; tenía por su
muy abogada a la Virgen María Nuestra Señora, y también te-
nía a Señor San Pedro, Santiago y al Señor San Juan Bautista,
y era limosnero. Cuando juraba, decía: en mi conciencia; y cuan-
do se enojaba con algún soldado de los nuestros, sus amigos, le
decía: o mal pese a vos; y cuando estaba más enojado se le hin-
chaban una vena de la garganta y otra de la frente, y aun al-
gunas veces de muy enojado, aro jaba una manta y no decía
palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado; y era muy
sufrido, porque soldados hubo muy desconsiderados, que decían
palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy so-
brada ni mala, y aunque había materia para ello, lo más que le
decía era: callad, o idos con Dios, y de aquí adelante tened más
miramiento en lo que dijéredes, porque os costará caro por ello,
e os haré castigar. Era muy porfiado, en especial en cosas de la
guerra.
ADVERTENCIA
CUANDO hago mención de toesas, pies y pulgadas, sin decir
más, me refiero a las medidas de París, que por ser más ge-
neralmente conocidas, están menos expuestas a equivocaciones.
La toesa de París tiene 6 pies de rey; cada pie 12 pulgadas y
cada pulgada 12 líneas. La línea se considera compuesta de 10
partes o puntos, para poder expresar más fácilmente la pro-
porción de este pie con otros. El pie toledano, que es por anto-
nomasia el español, es la tercera parte de una vara castellana,
y es al pie de rey como 1,240 a 1,440: es decir, de las 1,440 par-
tes en que se considera dividido el pie de rey, el toledano tiene
1,240, de modo que 7 pies toledanos hacen 6 pies de rey, o una
toesa de París.
En el mapa geográfico del imperio mexicano (tomo I), me
he limitado a indicar las provincias y algunos pocos pueblos, omi-
tiendo una gran cantidad de ellos y no pocas ciudades importan-
tes, por ser sus nombres demasiado largos. Las dos islillas que
se ven en el golfo mexicano, distan apenas milla y media de la
costa; pero el grabador quiso figurarlas más lejos. Una de ellas
es la que los españoles llaman San Juan de Ulúa (1).

(1) La edición italiana, aunque hecha a vista de Clavijero, está llena


de errores y descuidos. Me parece oportuno notar los siguientes, que in-
evitablemente se han copiado en la traducción: Hablando del viaje de los
toltecas en el libro primero, se dice que empezó el año I Tecpatl, 596 de
la era vulgar; debe decir: 544. Allí mismo dice que la monarquía tolteca
empezó el año VIII Acatl; debe decir: el año Vil Acatl. Hablando del ca-
lendario mexicano se dice que los últimos años del siglo empezaban a 14
de febrero; debe decir: a 13. En toda la obra se ha conservado el uso de
las millas que emplea el autor, tres de las cuales forman, poco más o me-
nos, una legua española. — Nota del traductor.
ÍNDICES

índice de materias

Libro octavo. Págs.


Llegada de los españoles a las costas de Anáhuac. Inquietudes,

embajadas y regalos del rey Moteuczoma. Confederación de los
españoles con los totonacas; su guerra y alianza con los tlaxcal-
tecas; su severidad con los cholultecas y su solemne entrada en
— —
México. Noticia de la célebre india doña Marina. Fundación
de Veracruz, primera colonia de los españoles 5

Libro nono.


Conferencias de Moteuczoma con Cortés. Prisión de Moteuczoma,
del rey de Acolhuacan y de otros señores. —
Suplicio atroz de

Cuauhpopoca. Tentativas del gobernador de Cuba contra Her-

nán Cortés, y derrota de Pánñlo Narváez. Muerte de muchos no-
bles y sublevación del pueblo de México contra los españoles.

Muerte del rey Moteuczoma. Combates, peligros y derrota de los

españoles. Batalla de Otompan y retirada de los españoles a Tlax-

cala. —
Elección del rey Cuitlahuatzin. Victoria de los españoles
en Tepeyacac, en Xalatzinco, en Tecamachalco y en Cuauhquecho-

llan. —
Estragos hechos por las viruelas. Muerte del rey Cuitla-
huatzin y de los príncipes Maxixcatzin y Cuicuitzcatzin. —
Elec-
ción en México del rey Cuauhtemotzin 73

Libro décimo.
Marcha de los españoles a Tezcoco; sus negociaciones con los me-
xicanos; sus correrías y batallas en las cercanías de los lagos; sus
expediciones contra Yecapichtla, Cuauhnahuac y otras ciudades.
— —
Construcción de los bergantines. Conjuración de algunos es-

pañoles contra Cortés. Reseña, división y puestos del ejército

español. Asedio de México, prisión del rey Cuauhtemotzin y rui-
na del imperio mexicano 143
Descendencia del rey Moteuczoma 205
Descendencia de Hernán Cortés 20G

II.- 17
índice de disertaciones

Pág-s

Al lector 211

Disertación I

Sobre el origen de la población de América y particularmente de la


de México 215

Disertación II

Principales épocas de la Historia de México 245

Disertación III

Sobre el terreno de México 261

Disertación IV

De los animales de México 293

Disertación V
Constitución física y moral de los mexicanos 339

Disertación VI

Cultura de los mexicanos , 377

Disertación VII

Confines y población de los reinos de Anáhuac 431

Disertación VIII

Religión de los mexicanos 451


516 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Disertación IX Págs.

Origen del mal venéreo 465

Memoria de y ropa remitidas al emperador Carlos V


las joyas, rodelas
por don Fernando Cortés y el Ayuntamiento de Veracruz, con sus
procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portoca-
rrero . 487
Carta de Carlos V a Hernán Cortés, en que se da por satisfecho de
sus servicios en Nueva España !"
..... . 499
Documentos relativos a los condes de Moteuczoma 503
Retrato de Hernán Cortés, sacado de Bernal Díaz del Castillo 507
índice analítico del TOMO II

América. ¿ En qué tiempo empezó a


poblarse? 215
Abatimiento de algunos españoles. . . 132 América. La supuesta inundación de
Acatzinco. Entrada de los españoles en ella 263
esa ciudad 134 América. No procede de allí el mal
Acción famosa de Cortés 33 venéreo 476
Acolhuacan. Prisión de su rey Caca- América. Quiénes fueron sus pobla-
¿
matzin 94
dores 220
?
Acolhuacan. Su rey es aprehendido con
Anáhuac. Autores de gramáticas y dic-
el de Tlacopan y Cuauhtemotzin. . 201
cionarios de lenguas de este país. . 430
Acolhuacan. Tentativas de su rey con-
Anáhuac. Autores españoles y criollos
tra los españoles 91
que han escrito en la lengua de este
Adjudicación de los bienes de Xíco-
país, sobre la doctrina y moral cris-
tencatl al rey de España ...... 172
tianas 428
Alderete Julián. Le da Cortés el man-
Anáhuac. Confines de los reinos de
do de la primera división 184
este país 431
Aliados. Su crueldad 196 y 199
Anáhuac. Época de la llegada a este
Alianza de Amaquemecan con los espa-
país de los toltecas y otras nacio-
ñoles. . 64
nes 245
Alianza de Colhuacan, Cuitlahuac, Huit-
Anáhuac. Primeros viajes que a las cos-
zilopochco, Itztapalapan, Mexicaltzin-
tas de este país hicieron los espa-
co y Mizcuic con Cortés . 180
ñoles 5
Alianza de Chalco con Huexotzingo y
Cuauhquechollan. ......... 154
Anáhuac. Su población. ....... 436
Anegamiento de Itztapalapan para aho-
Alianza de Ixtlilsóchitl con los espa-
gar a los españoles 152
ñoles 47
Animales. ¿ De dónde y cómo pasaron
Alianza de los chalqueses con los es-
al Nuevo Mundo?. . 228
pañoles 153
Animales propios de México 293
Alianza de los huexotzingos con los es-
Animales transportados al Nuevo Mun-
pañoles 47
do 319
Alianza del señor de Cuitlahuac con
Años mexicanos. Su correspondencia
Cortés 66
con los nuestros. . 251
Alianza de tlaxcaltecas y mexicanos
Aprehensión de Cuauhtemotzin y de
contra los españoles, propuesta por los reyes de Tlacopan y Acolhuacan 201
Cuitlahuatzin. 129 Armada del gobernador de Cuba con-
Alianza ofrecida a Cortés por los se- tra Cortés 101
ñores de Huexotla, Coatlichan y Armada y viaje de Cortés 11
Ateneo 148 Arte de construir buques y puentes y
Altar cristiano colocado en Cempoala de hacer cal entre los mexicanos . . 384
por Cortés 32 Artes de los mexicanos ... .... 396
Alteraciones de los tlaxcaltecas. ... 36 Asalto y toma de Cuauhquechollan. . . 136
Alvarado. Sa.lto de ese nombre. ... 121 Asalto y toma de Itzocan 137
Alvarado. Sus operaciones en el asedio Asedio de México. Distribución del
de México . 181 ejército para formalizarlo 169
Amaquemecan. Su alianza con los espa- Asedio de México. Operaciones de Al-
ñoles 64 varado. 181
518 FRANCISCO J. CLAVIJERO
PAGS. PAGS.

Asedio de México. Su fin 200 Bergantín. Es echado al río Zahua-


Asedio de México. Su principio. . . . 172 pan el primero que construyen los

Asedio de México. Sus últimos prepa- españoles 155


rativos 168 Bernal Díaz. Retrato que hace de Cor-
Ataques de los matlazincas a los oto- tés 507
mites 190 Biografía de Hernán Cortés 8

Ataque último a México y toma de Botín de guerra enviado a Carlos V.


esta ciudad 199 Cae en poder de Juan Florín. . . 208
Ateneo. Su señor ofrece alianza a Cor- Botín tomado en México por los con-
tés 148 quistadores 202
Aumento de las tropas auxiliares de Buques. Arte de construirlos entre los
Cortés 177 mexicanos 387
Autores de gramáticas y diccionarios
de las lenguas de Anáhuac. .... 430
Autores españoles y criollos que han
escrito sobre la doctrina y moral
cristianas en las lenguas de Aná- Caballos y muías 325
huac 428 Cabo Catoche. Su descubrimiento por
Auxilia don Carlos Ixtlilxochitl a Cor- Hernández de Córdova 5
tés 177 Cabras 324
Avila. Lo manda Cortés a Santo Do- Cacarnatz'n. Muerte de este rey. . . 122
mingo 140 Cacaiíiatzin.Prisión de este rey. . . 94
Avila y Ordaz toman Tochtepec. . . . 139 Cal. Arte de hacerla entre los mexica-
Axayacatl. Incendio de su palacio. . . 178 nos 384
Ayotzingo. Llegan allí lo; españoles. . 64 Calidades del terreno en México. . . . 282
Ayuntamiento de Veracruz. Joyas, ro- Camellos. 321
delas y ropa que envió a Carlos V. 487 Capital. Combates entre mexicanos y
Azcapozalco. Entrada de los españo- españoles habidos en ella 109
les en esa ciudad 156 Carácter de los principales conquista-
dores de México 8
Carlos V. Memoria de las joyas, ro-
B delas y ropa remitidas a este em-
perador por Cortés y el Ayunta-
Batalla cerca de Malinalco 190 miento de Veracruz 487
Batalla de Nauhtlan 61 Carlos V. Su carta a Hernán Cortés. 499
Batalla de Otompan 124 Carneros 323
Batalla de Tabasco, en Centla 12 Carta de Carlos V a Hernán Cortés. 499
Batalla de Teoatzincon 41 Cartas de Cortés y del ejército al rey
Batalla de Xoehimilco 166 católico 33
Batalla de Xoloc 174 Casamiento de Cuauhtemotzin con su
Batalla de Zacatepec 133 prima Tecuichpotzin 140
Batalla e incendio de Mexicaltzinco. . 175 Castigo de los zoltepequeses por San-
Batalla en las cercanías de Huaxtepec. 162 doval 155
Batalla en las cercanías de Tlacopan. 157 Castilla. Primer homenaje de los me-
Batalla en las inmediaciones de Chal- xicanos a la corona de ese reino . 98
co 153 Catálogo de algunos autores europeos
Batalla entre chalqueses y mexicanos. y criollos que han escrito sobre la
Victoria de aquéllos 160 doctrina y moral cristiana, en las
Bautismo de cuatro señores tlaxcalte- lenguas de Anáhuac 428
cas 131 Catálogo de voces mexicanas que sig-
Bautismo de Ixtlilxochitl 150 nifican ideas metafísicas y morales . 412
Bautismo de ocho doncellas totonacas. 32 Catástrofe de Cholula . 56
Beatriz Bermúdez de Velasco. Su va- Celo de Cortés por la religión. Sus
lor 194 desahogos 80
Beatriz Palacios. Valor de esta espa- Cempoala. Altar cristiano levantado
ñola 194 allí por Cortés 32
Bergantines. Combates de los 187 Cempoala. Destrucción de los ídolos. . 30
Bergantines. Construcción de doce por Cempoala. Embajada del señor de ese
los tlaxcaltecas 155 lugar y sus consecuencias 23
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 519

PAGS.

Cempoala. Entrada allí de los españo- Constitución física y moral de los me-
les 24 xicanos 339
Centla. Batalla y victoria de los es- Construcción de piraguas por los me-
pañoles 12 xicanos 187
Cihuacatzin. Muerte de este general. . 124 Continente antiguo. Cuadrúpedos sin
Cihuacatzin. Su estandarte es regala- cola de él 309
do por Cortés a Maxixcatzin. . . . 127 Continente antiguo. De algunos paí-
Cihuacoatl. Su heroica respuesta a Cor- ses de éste pudo comunicarse a Eu-
tés 200 ropa el mal venéreo 467
Cinco ministros. Su prisión 26 Corneta del dios Painalton 184
Citlalpopoca. Su bautizo 131 Coronación de Cuauhtemotzin. . . . 140
Ciudad de México. Su descripción. . 77 Coronación de Ixtlilxochitl 149
Ciudades de los lagos. Confederación de Correspondencia de los años mexica-
algunas de ellas con los españoles. 180 —
nos con los nuestros. Época de la
Coanacotzin. Fuga de este rey. . . . 148 fundación de México 251
Coanacotzin. Reconciliación de este Corte de Tezcoco. Revoluciones que en
príncipe con su hermano Ixtiilxo- ella surgieron a la llegada de los
chitl 66 españoles 148
Coanacotzin. Su exaltación 141 Cortés apadrina el bautismo de Ma-
Coanacotzin. Su muerte 204 xixcatzin, Xicotencatl, Tlehuexolot-
Coanacotzin. Su prisión 201 zin y Citlalpopoca 131
Coaixtlahuacan. Homenaje que rindió Cortés. Armada del gobernador de Cu-
a Cortés 138 ba contra él 101
Coatlichan. El señor de esa ciudad Cortés. Aumenta sus tropas auxiliares . 177
ofrece su alianza a Cortés. . . . . 148 Cortés. Carta que le dirigió Carlos V. 499
Colhuacan. Su alianza con Cortés. . . 180 Cortés. Conjuración contra él 167
Combate en Tlaxcala 39 Cortés da a don Juan Maxixcatzin el
Combates de los bergantines y estra- Estado vacante de Ocotelolco. . . . 140
tagemas de los mexicanos 187 Cortés da el mando de su primera di-
Combates entre mexicanos y españoles visión a Julián Alderete 184
en la capital 109 Cortés deja a Sandoval el mando de
Combates entre tlacopaneses y tlax- Tezcoco 161
caltecas 157 Cortés. Desahogos de su celo por la re-
Combate terrible en elTemplo Mayor. 113 ligión 80
Condes de Moteuczoma. Documentos Cortés disuade a sus soldados del in-
relativos a ellos 503 tento de volver a Veracruz. . . . 132
Confederación de algunas ciudades del Cortés. Embajadas que le envió Moteuc-
lago con los españoles 180 zoma 19, 29, 44 y 59
Confederación de los totonacas con Cortés entabla negociaciones infructuo-
los españoles 28 sas con los mexicanos 160
Confederación de Otompan y otras ciu- Cortés envía una embajada a Cuauh-
dades con los españoles 152 temotzin 160
Cortés es auxiliado con tropas por
Confederación y paz con los tlaxcal-
tecas 46 don Carlos IxtOxochitl 197
Cortés. Estragos que hizo en México
Conferencia de Moteuczoma con Cor-
para obligar a ceder a los sitiados. 193
tés. La primera que tuvieron. . . 73
Cortés. Famosa acción de este capitán. 33
Confines de los reinos de Anáhuac. . 431
Cortés fija su cuartel general en Xo-
Conjuración contra Cortés 167
loc 174
Conquista. Época de los sucesos de
Cortés. Grave peligro que corrió. . . 165
ella 258
Cortés hace ahorcar a Villafaña. . . 168
Conquista de Cuauhnahuac 163
Cortés. Herida que recibió 186
Conquista de Xochimilco 164 Cortés incendia el templo de Tlate-
Conquistadores. Botín que tomaron en lolco 196
México 202 Cortés incendia los templos de Itzo-
Conquistadores de México. Carácter de can 137
los principales 8 Cortés. Le ofrecen su alianza los se-
Consecuencias de la embajada del se- ñores de Huexotla, Coatlichan y
ñor de Cempoala 23 Ateneo 148
520 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Cortés levanta un altar cristiano en Cuauhquechollan. Embajada de su se-


Cempoala 32 ñor a Cortés 135
Cortés. Lo visita el rey de Tezcoco. . 65 Cuauhquechollan. Su alianza con Chal-
Cortés. Lo visitan los príncipes de Tez- co 154
coco 66 Cuauhtemotzin. Embajada que le en-
Cortés manda a Avila a Santo Domin- vía Cortés 160
go y a Ordaz a España. ...... 140 Cuauhtemotzin. Incendio de uno de sus
Cortés. Memoria de las joyas, rodelas palacios 194
y ropa que remitió a Carlos V. . . 487 Cuauhtemotzin. Le dan la corona los
Cortés obtiene la sumisión de Miz- mexicanos 140
cuic 152 Cuauhtemotzin. Su casamiento con su
Cortés. Su primera conferencia con prima Tecuichpotzin 140
Moteuczoma 73 Cuauhtemotzin. Su muerte 204
Cortés recibe nuevos refuerzos de Cu- Cuauhtemotzin. Su prisión 201
ba y Jamaica 139 Cuauhtemotzin. Su suplicio. . . . . . 203
Cortés regala a Maxixcatzin el estan- Cuauhtemotzin y los reyes de Acol-
darte del general Cihuacatzin. ... 127 huacan y Tlacopan son aprehendi-
Cortés. Regalos que recibió de Mo- dos y llevados ante Cortés 201
teuczoma 19, 29, 44, 59 y 73 Cuauhtitlan. Entrada de los españoles
Cortés salvado por Cristóbal de Olea. 185 en ella 156
Cortés. Su armada y viaje 11 Cuba. Armada del gobernador de esa
Cortés. Su biografía. ........ 8 isla contra Cortés 101
Cortés. Su descendencia. ...... 206 Cuicuitzcatzin. Exaltación de este prín-
Cortés. Su retrato, sacado de Bernal cipe 94
Díaz. . 507 Cuicuitzcatzin. Su muerte 141
Cortés. Sus cartas al rey católico. . . 33 Cuitlahuac. Alianza de su señor con
Cortés toma el Peñón del Marqués. . 173 Cortés 66
Cortés va a Coyohuacan. . . . . . . 166 Cuitlahuac. Entrada de los españoles
Cortés. Victoria suya contra Narváez. 104 en esa ciudad 180
Cortés visita a Moteuczoma. ... ._____. 76 Cuitlahuac. Su alianza con Cortés. . . 180
Costas de Anáhuac. Primeros viajes Cuitlahuac. Traición de sus habitantes
que a ellas hicieron los españoles. 5 a los mexicanos. ... 182
Coyohuacan. Cortés va a esa ciudad. 166 Cuitlahuatzin muere de viruela. . . . 140
Coyohuacan. Marcha Olid a esa ciudad Cuitlahuatzin propone a los tlaxcalte-
al empezar el sitio de México. . . . 172 cas una alianza contra los españoles. 129
Cristóbal de Olea salva a Cortés. . . 185 Cuitlahuatzin. Su elección y medidas
Cronología de los reyes mexicanos. . 253 que tomó 127
Crueldad de los aliados 196 y 199 Cultura de los mexicanos 377
Cuadrúpedos americanos. Algunas es-
pecies conocidas y admitidas por el
conde de Buffon 329 Ch
Cuadrúpedos americanos. Especies con-
fundidas por el conde de Buffon. . 334 Chalco. Batalla en sus inmediaciones. 158
Cuadrúpedos americanos. Especies ig- Chalco. En
sus inmediaciones son de-
noradas o negadas sin fundamento rrotados los mexicanos 153
por el conde de Buffon 335 Chalco. Expedición de los mexicanos
Cuadrúpedos sin cola del continente centra esa ciudad 160
antiguo 309 Chalco. Su alianza con Huexotzingo y
Cuadrúpedos sin cola del nuevo conti-
Cuauhquechollan 154
nente 309
Chalchiuhcuecan. Llegada de los espa-
Cualidades físicas de los mexicanos. .340
ñoles a esa ciudad 15
Cualidades mentales de los mexicanos. 354
Cuauhnahuac. Rendición de su señor. 164 .
Chalqueses. Su alianza con los espa-
Cuauhnahuac. Su conquista 163 ñoles . 15S
Cuauhnahuac. Va a defenderla Andrés Chalqueses. Su victoria contra los me-
de Tapia 189 xicanos. . 160
Cuauhpopoca. Su muerte en la hoguera 90 Chichimecatl. Hecho memorable de es-
Cuauhquechollan. Asalto y toma de esa te general 192
ciudad 136 Cholula. Catástrofe en esa ciudad. . 56
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 521

Cholula. Entrada de los españoles en E


esa ciudad 53
Cholultecas. Su sumisión a la corona Efectos de un discurso de Moteuczoma
de España 58 al pueblo 111
Ejército español. Su marcha por los
montes meridionales 161
Ejército. Su carta al rey católico. 33
D . .

Ejército. Su distribución en el ase-


dio de la capital 169
¿De dónde y cómo pasaron los pobla- Elección y medidas del rey Cuitlahuat-
dores y los animales al Nuevo Mun-
zin en México 127
do? 228 El mal venéreo no procede de Amé-
Defensa de Cuauhnahuac 189 rica 476
De las calidades del terreno en Mé- El mal venéreo pudo comunicarse a
xico 282 Europa de otros países del continen-
Del clima de México 271 te antiguo 467
De los animales de México 293 El mal venéreo pudo padecerse en
Derrota de los españoles en su reti- Europa sin contagio 469
rada (Noche Triste) 120 Embajada de Cortés a Cuauhtemotzin
Derrota de los españoles en Tlatelolco 184 proponiéndole reconocer al rey de
Derrota de los huaxtepequeses . . . . 162 España 160
Derrota de los itzocaneses 137 Embajada rey Cuitlahuatzin a los
del
Derrota de los mexicanos en las inme- tlaxcaltecas, proponiéndoles una alian-
diaciones de Chalco 153 za contra los españoles 129
Derrota de los mexicanos en Xochi- Embajada del señor de Cempoala y
milco 166 sus consecuencias 23
Desahogos del celo de Cortés por la Embajada del señor de Cuauhquecho-
religión 80 llan a Cortés 135
Descendencia de Hernán Cortés. . . . 206
Embajada. La primera que envió a
Descendencia del rey Moteuczoma.
Descripción de la ciudad de México.
. . 205
77
Cortés el rey Moteuczoma. .... 19
Embajadas de Moteuczoma a
.
Cortés,
Descubrimiento del Cabo Catoche por 59
29, 44 y
Hernández de Córdova. . 5
Emboscada contra los españoles en el
Destrucción de los ídolos de Cempoa- 187
lago
la 30
¿ En qué tiempo empezó a poblarse la
Detención de Ixtlilxochitl en Tlaxca- América? 215
la 150
Entrada de los españoles en Acatzinco. 134
Díaz. El padre Juan, de este apellido, en Azcapo-
Entrada de los españoles
bautiza a los cuatro jefes de Tlax- 156
zalco
cala, Max;xcatzin, Xicotencatl el vie-
Entrada de los españoles en Cuauhti-
jo, Tlehuexolotzin y Citlalpopoca. . 131
tlan : 156
Diccionarios y gramáticas de las len-
Entrada de los españoles en Cempoala 24
guas de Anáhuac. Sus autores. . . 430
Entrada de los españoles en Cholula. 53
Discordias de los mexicanos durante el
Entrada de '
los españoles en Itztapa-
sitio de México 195
lapan 68
Discurso del rey Moteuczoma al pue- en México.
Entrada de los españoles 69
blo y sus efectos 111 en Tenayo-
.
Entrada de los españoles
Disensiones entre los mexicanos . . . 128
can 156
Distribución del ejército en el asedio
Entrada de los españoles en Tezcoco. 66
de la capital 169
Entrada de los españoles en Tlaxcala. 49
Doctrina y moral cristianas. Autores
Entrada primera de los españoles si-
españoles y criollos que han escrito
tiadores en México 176
sobre ellas en las lenguas de Aná-
Entradas de los conquistadores en Mé-
huac 428
.176, 178, 179, 194, 195 y 196
xico. . .

Documentos relativos a los condes de


Entrada segunda de los españoles si-
Moteuczoma 503
tiadores en México 178
Doncellas totonacas. Bautizo de ocho Entradas nuevas en la capital 179
de ellas 32 Época de la fundación de México. . . 251
Doña Marina. Noticia de esta famosa Época de la llegada de los toltecas y
india 13 otras naciones al país de Anáhuac. 245
522 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Épocas de los sucesos de la Conquista. 258 Españoles. Su viaje al país de los tlax-
Esclavos. Dos mil tecamachalqueses son caltecas 34
reducidos a esa categoría 138 Españoles. Su viaje a Tlalmanalco. . 61
Escritura mexicana. Su falta de letras. 386 Españoles. Su victoria en Tabasco. . 12
España. Sumisión de los cholultecas Españoles. Tentativa del rey de Acol-
y tepeyaqueses a la corona de. . . 58 huacan contra ellos 91
España. Sumisión de Moteuczoma y Españoles. Terrible derrota que sufrie-
de la nobleza mexicana al rey de. 96 ron en su retirada. (Noche Triste) . 120
Españolas. Valor de algunas mujeres. 193 Españoles y mexicanos. Combates en-
Españoles. Abatimiento de algunos. . 132 tre ellos en la capital 109
Españoles. Alianza de Amaquemecan Especies de cuadrúpedos americanos
con ellos 64 confundidas por el conde de Buffon. 334
Españoles. Alianza de Ixtlilxochitl con Especies de cuadrúpedos americanos
ellos 47 conocidas y admitidas por el conde
Españoles. Confederación de algunas de Buffon 329
ciudades del lago con ellos. . . . 180 Especies de cuadrúpedos americanos
Españoles. Confederación de los toto- ignoradas o negadas sin fundamen-
nacas con ellos 28 to por el conde de Buffon 335
Españoles. Confederación de Otompan Estado deplorable de los mexicanos. . 196
y otras ciudades con ellos 152 Estandarte de Cihuacatzin, regalado por
Españoles. Emboscada contra ellos en Cortés a Maxixcatzin. ...... 127
el lago 187 Estragos de las viruelas. Sucesos en
Españoles. Mueren los ochenta envia- México 139
dos contra Tochtepec 139 Estragos de México y valor de algu-
Españoles. Peligro que corrieron en el nas mujeres 193
anegamiento de Itztapalapan . . . . 152 Estragos horrendos que en los mexica-
Españoles. Sublevación del pueblo de nos hicieron las tropas enemigas. . 198
México contra ellos 105 Estratagemas de los mexicanos y com-
Españoles. Su confederación y paz con bates de los bergantines 187
los tlaxcaltecas 46 Europa. Pudo comunicarse a ella el
Españoles. Su derrota en Tlatelolco. 184 mal venéreo de otros países del con-
Españoles. Su entrada en Acatzinco. 134 tinente antiguo 467
Españoles. Su entrada en Azcapozalco 156 Europa. Pudo en ella padecerse el
Españoles. Su entrada en Cempoala. 24 mal venéreo sin contagio 469
Españoles. Su entrada en Cuautitlan. 156 Exaltación del príncipe Coanacotzin y
Españoles. Su entrada en Cuitlahuac. 180 muerte de Cuicuitzcatzin 141
Españoles. Su entrada en Cholula. . 53 Exaltación del príncipe Cuicuitzcatzin. 94
Españoles. Su entrada en Itztapala- Expedición de los mexicanos contra
pan ... 68 Chalco 160
Españoles. Su entrada en México. . 69 Expedición de Sandoval contra Huax-
Españoles. Su entrada en Tenayocan. 156 tepec y Yacapichtla 158
Españoles. Su entrada en Tezcoco. . . 66 Expedición peligrosa contra Itztapala-
Españoles. Su entrada en Tlaxcala. . 49 pan. 151
Españoles. Su llegada a Ayotzinco. . 64 Expediciones contra las ciudades de
Españoles. Su llegada a Chalchiuhcue- Xaltocan y Tlacopan 156
can 15 Expediciones contra los malinalqueses
Españoles. Su llegada a Tezcoco y re- y los matlazincas 189
voluciones en aquella corte 148
Españoles. Su marcha después de la
F
derrota 123
Españoles. Su marcha en torno de los Falta de letras en la escritura mexi-
lagos. cana. 386
166
Fin del asedio de México 200
Españoles. Su marcha hacia Tezcoco. 143
Florín Juan. Cae en su poder la nave
Españoles. Su reconocimiento hacia
que llevaba a Carlos V el botín de
Tlaxcala 127
guerra 203
Españoles. Su retirada a Tlaxcala. . 126 Fuga del rey Coanacotzin 148
Españoles. Sus primeros viajes a las Fundación de México. Época en que
costas do Anáhuac 5 acaeció 251
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 523

PAGS.

Fundación de Segura de la Frontera. 134 Incendio del palacio de Axayacatl. . 178


Fundación de Veracruz 28 Incendio de Mexicaitzinco 175
Incendio de un palacio de Cuauhte-
motzin 194
G
Inquietud de Moteuczoma ; su prime-
Gatos 328 ra embajada y regalo a Cortés. . . 19
Gobernador de Cuba. Armada del mis- Inquietudes de la nobleza de México
mo contra Cortés 101 y nuevos temores de Moteuczoma. . 98
Gramáticas y diccionarios de las len- Insulto a la majestad del rey Moteuc-
guas del Anáhuac. Sus autores. . . 430 zoma 89
Grave altercado entre Maxixcatzin y Xi- Inundación de América. Disertación so-
cotcncatl a consecuencia de la emba- bre la supuesta 263
jada enviada por el rey Cuiílahuat- Isabel Rodríguez. Valor de esa espa-
zin, proponiendo a los tlaxcaltecas ñola 194
una alianza contra los españoles. . . 130 Itzocan. Asalto y toma de esa ciudad
Grave peligro que corrió Cortés. . . 165 por Cortés 137
Guerra de Tlaxcala 40 Itzocaneses. Son derrotados por los es-
Guerras de Tepeyacac, de Cuauhque- pañoles 137
chollan, de Itzocan, de Xalatzinco, Itzocan. Incendio de sus templos por
de Tecamachalco y de Tochtepec. . 133 Cortés 137
Itztapalapan. Entrada de los españo-
les en esta ciudad 68
H Itztapalapan. Peligi'osa expedición con-
Hecho memorable del general Chichi- tra esa ciudad 151
mecatl 192 Itztapalapan. Su alianza con Cortés. 180
Herida que recibió Cortés 186 Itztapalapan. Su anegamiento para
Hernández de Córdova descubre el Ca- ahogar a los conquistadores 152
Itztapalapan. Su toma por Sandoval. 172
bo Catoche 5
Ixtl'Ixochltl Carlos va con tropa a
Heroica respuesta del Cihuacoatl a
auxiliar a Cortés 177
Cortés 200
Ixtlilxochitl. Embajada de este prínci-
Hierro. Su uso entre los mexicanos. . 381
pe y su alianza con Cortés 47
Holguín aprehende a Cuauhtemotzin y
Ixtlilxcch'tl es aclamado rey 150
a los reyes de Acolhuacan y Tlaco-
Ixtlilxochitl. Se reconcilia con él su
pan 201
Homenaje que por primera vez rin-
hermano Coanacotzin 66
Ixtlllxochitl. Su bautizo 150
den los mexicanos a la corona de
Ixtlilxochitl. Su detención en Tlaxcala. 149
Castilla , 98
Ixtlilxochitl. Su muerte 151
Homenaje rendido a Cortés por seño-
res de ocho pueblos. . 138
Huaxtepec. Batalla en sus inmediacio-
nes 162
Huaxtepec. Expedición de Sandoval
Joyas, rodelas y ropa enviadas por
contra esa ciudad 158
Cortés y el Ayuntamiento de Vera-
Huaxtepequeses. Los derrotan los es-
cruz a Carlos V 487
pañoles 162
Juana Martín. Valor de esa española. 194
Huexotla. El señor de esa ciudad ofre-
ce su alianza a Cortés 148
Huexotzingo. Embajada de esta repú-
blica a Cortés y su alianza con éste. 47
Huexotzingo. Su alianza con Chalco. 154 Lago. Confederación de algunas ciuda-
HuitziloDocheo. Su alianza con Cortés. 180 des de él con los españoles 180
Lago. Emboscada en él contra los es-
pañoles 187
í
Lagos. Marcha de los españoles en
ídolos de Cempoala. Su destrucción. 30 torno de aquéllos 166
Incendia Cortés el templo de Tlate- Lengua mexicana 408
lolco 196 Lenguas de Anáhuac. Autores europeos
Incendio de los templos de Itzocan, y criollos que han escrito en ellas
por Cortés 137 sobre la doctrina y moral cristianas. 428
524 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Letras. Falta de ellas en la escritura Maxixcatzin. Su muerte 140


mexicana 386 Memoria de las rodelas y ropa
joyas,
Leyes de los mexicanos 416 remitidas al emperador Carlos V por
Libertad de Xicotencatl y sus prepara- don Fernando Cortés y el Ayunta-
tivos para pelear contra los tepe- miento de Veracruz, con sus procu-
yaqueses 133 radores Francisco de Montejo y Alon-
Llegada de los españoles a Ayotzinco. 64 so Hernández Portocarrero 487
Llegada de los españoles a Chalchiuh- Mensaje infructuoso al rey de México . 188
cuecan 15 Mexicaltzinco. Batalla e incendio de
Llegada de los españoles a Tezcoco y esa ciudad 175
revoluciones en aquella corte. . . . 148 Mexicaltzinco. Su alianza con Cortés. 180
Llegada de los toltecas y otras nacio- Mexicaltzinco. Su señor presta obedien-
nes al país de Anáhuac. Época en cia al rey de España 161
que esto aconteció 245 Mexicana. Lengua 408
Llegada de nuevos refuerzos a Cortés. 139 Mexicanos. Construyen piraguas para
combatir a los bergantines españo-
les 187
M Mexicanos. Correspondencia de sus años
con los nuestros 251
Malinalco. Batalla cerca de esa ciudad. 190 Mexicanos. Cronología de sus reyes. . 253
Malinalqueses. Expedición contra ellos. 189 Mexicanos. Disensiones entre ellos. . 128
Mal venéreo. No procede de América. 476 Mexicanos. Estado deplorable en que
Mal venéreo. Opinión sobre él de los se encontraban 196
médicos antiguos . .
• 465 Mexicanos. Horrendos estragos que en
Mal venéreo. Pudo comunicarse a Eu- ellos hicieron las tropas enemigas. 198
ropa de otros países del continente Mexicanos. Los traicionan los habitan-
antiguo 467 tes de Cuitlahuac y Xochimilco. . . 182
Mal venéreo. Pudo padecerse en Euro- Mexicanos. Negociación infructuosa de
pa sin contagio 469 Cortés con ellos 160
Mal venéreo. Su origen . 465 Mexicanos. Se refugian en Tlatelolco. 195
Marcha del ejército español por los Mexicanos. Son derrotados cerca de
montes meridionales 161 Chalco 153
Marcha de los españoles a Tezcoco. . 143 Mexicanos. Son derrotados por los te-
Marcha de los españoles en torno de peyaqueses 160
los lagos 166 Mexicanos. Su constitución física y
Marcha penosa de los españoles. . . . 123 moral. . 339
María de Estrada. Su arrojo en Otom- Mexicanos. Su cultura 377
pan . 125 Mexicanos. Su derrota en Xochimilco. 166
Marina. Noticia de esta famosa india. 13 Mexicanos. Su moneda 378
Martín López construye el primer ber- Mexicanos. Su primer homenaje a la
gantín 155 corona de Castilla 98
Matanza de Yacapichtla 159 Mexicanos. Su religión 451
Materiales para los bergantines. Trans- Mexicanos. Sus artes ........ 396
porte de ellos . . . 155 Mexicanos. Sus cualidades físicas . . . 340
Matlazincas. Expedición contra ellos. 189 Mexicanos. Sus cualidades mentales . . 354
Matlazincas. Los derrota Sandoval. . . 190 Mexicanos. Sus discordias durante el
Matlazincas. Sus ataques a los otomi- sitio 195
tes. ,
190 Mexicanos. Sus estratagemas 187
Maxixcatzin don Juan. Le da Cortés Mexicanos. Sus leyes 416
el Estado vacante de Ocotelolco. . 140 Mexicanos. Sus voces numerales . . . 409
Maxixcatzin golpea a Xicotencatl a Mexicanos. Su victoria 183
consecuencia de un altercado surgi- Mexicanos y españoles. Combates entre
do por el proyecto de alianza con elios en la capital 109
los mexicanos 131 México. Animales propios de este país 293
Maxixcatzin. Le regala Cortés el es- México. Calidades de su terreno. . . . 282
tandarte del general Cihuacatzin. . 127 México. Comienza su asedio 172
Maxixcatzin. Muerte de su hija doña México. Descripción de la ciudad. . . 77
Elvira 122 México. Distribución del ejército espa-
Maxixcatzin. Su bautizo. 131 ñol en el asedio de esta ciudad. . . 169
.

HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 525

México. Entrada de los españoles en Muerte de Coanacotzin . 204


esta capital 69 Muerte de Cuauhpopoca 90
México. Entradas que hicieron allí los Muerte de Cuauhtemotzin. . . . . . 204
conquistadores. 176, 178, 179, 194,
. Muerte de Cuicuitzcatzin 141
195 y 196 Muerte de Cuitlakuatzin por las virue-
México. Época de su fundación. . . . 251 las 140
México. Estragos de las viruelas y su- Muerte de doña Elvira, hija de Ma-
cesos en esta ciudad 139 xixcatzin 122
México. Estragos que en esta capital Muerte de Ixtlilxochit! 151
hizo Cortés para obligar a ceder a Muerte del general Cihuacatzin. . . . 124
los sitiados 193 Muerte del rey Cacamatzin 122
México. Fin del asedio de esta ciudad. 200 Muerte de Moteuczoma y de otros per-
México. Mensaje infructuoso al rey. . 188 sonajes . . 116
México. Primera entrada de los sitia- Muerte de Tetlepanquetzaltzin 204
dores en esta ciudad 176 Muerte de un hermano, un hijo y dos
México. Segunda entrada de los sitia- hijas de Moteuczoma. 122
dores en esta ciudad 178 Mujeres españolas. Valor de algunas 193
México. Sublevación del pueblo de es- Muías y caballos. 325
ta capital contra los españoles . . . 105
México. Su clima 271
N
México. Su terreno 261
México- Ultimo ataque y toma de es- Narváez. Victoria de Cortés contra él. 104
ta ciudad 199 Nauhtlan. Batalla de 61
México. Últimos preparativos para el Nauhtlan. Suplicio de su señor. ... 89
asedio 168 Nauhtlan. Su señor presta obediencia
Ministros. Prisión de cinco 26 al rey de España 161
Mizcuic. Su alianza con Cortés. . . . 180 Negociación infructuosa de Cortés con
Mizcuic. Sumisión de esa ciudad a los mexicanos. 160
Cortés 152 Nobleza de México. Inquietudes de la
Moneda de los mexicanos 378 misma 98
Montes meridionales. Marcha por ellos Nobleza mexicana. Su sumisión al rey
del ejército español 161 de España 96
Moteuczoma. Documentos relativos a Noche Triste 120
los condes de este nombre 503 Noticia de la famosa india doña Ma-
Moteuczoma es herido al dirigir un dis- rina. 13
curso al pueblo 111 Nueva embajada y regalo de Moteuc-
Moteuczoma. Inquietud de este monar- zoma estando Cortés en Veracruz. . 29
ca su primera embajada y regalo a
; Nuevas embajadas. 47
Cortés 19 Nuevas entradas en la capital 179
Moteuczoma. Muerte de un hermano, Nuevo continente. Cuadrúpedos sin co-
un hijo y dos hijas suyos 122 la de éste » . 309
Moteuczoma. Nuevo insulto a la majes- Nuevo insulto a la majestad del rey
tad de este monarca 89 Moteuczoma 89
Moteuczoma recibe la visita de Cortés 76 Nuevo Mundo. Animales transporta-
Moteuczoma. Su descendencia. . . . 205 dos a él 319
Moteuczoma. Su muerte 116 Nuevo Mundo. ¿De dónde y cómo pa-
Moteuczoma. Su primera conferencia saron a él los pobladores y los ani-
con Cortés 73 males? 228
Moteuczoma. Su prisión 81
Moteuczoma. Su regalo al rey católico. 21
O
Moteuczoma. Sus embajadas y regalos
a Cortés 19, 29, 44, 59 y 73 Obediencia al rey de España. La pres-
Moteuczoma. Sus nuevos temores. . . 98 tan los señores de Mexicaltzincc, Ti-
Moteuczoma. Su sumisión al rey de Es- zapan y Nauhtlan 161
paña 96 Ocotelolco. Da Cortés ese Estado va-
Moteuczoma. Su vida en la prisión. . 87 cante a don Juan Maxixcatzin. . . 140
Muere de viruelas Maxixcatzin. . . . 140 Ofrece Xicotencatl pelear contra los
Mueren los ochenta españoles envia- tepeyaqueses 133
dos contra Tochtepec 139 Olea Cristóbal salva la vida a Cortés. 185
526 FRANCISCO J. CLAVIJERO
PAGS

Olid. Su marcha a Coyohuacan al em- Prisión de Tecuichpotzin, esposa de


pezar el sitio de México 172 Cuauhtemotzin 201
Operaciones de Alvarado y proezas de Prisión de Tetlepanquetzaltzin, rey de
Tzilacatztn 181 Tlacopan 201
Opinión de médicos antiguos acer-
los Prisión de Xícotencatl, ordenada por
ca del mal venéreo 465 el Senado 131
Ordaz. Lo manda Cortés a España. . 140 Prisión. Vida que en ella llevaba Mo-
Ordaz y Avila toman Tochtepec. . . 139 teuczoma 87
Ordena el Senado de Tlaxcala la prisión Proezas de Tzilacatzin 181
de Xícotencatl 131 Pueblo de México. Su sublevación con-
Origen del mal venéreo 465 tra los españoles 105
Otomites. Ataques que sufrieron de los Puentes. Arte de construirlos en los
matlazincas 190 mexicanos 384
Otompan. Batalla de 124 Puercos 324
Otompan. Confederación de esa ciu-
dad con los españoles 152
Q
P ¿ Quiénes fueron los pobladores de
América? 220
Painalton. Sonido de la corneta de ese
dios 184
Palacio del rey Axayacatl. Su incen- R
dio. 178
Palacio de Cuauhtemotzin. Incendio de Rasgo de intrepidez de un tlaxcalteca. 163
una parte de él 194 Reconciliación del príncipe Coanacot-
Paz y confederación con los tlaxcal- zin con su hermano Ixtlilxochitl . . 66
tecas 46 Reconocimiento de los españoles a Tlax-
Peñón del Marqués. Toma del cerro cala ... 127
de ese nombre 173 Refuerzos llegados a Cortés del exte-
Perros 327 rior 139
Piraguas. Las construyen los mexicanos 187 Regalo de Moteuczoma para el rey ca-
Población de América. ¿ En qué tiem- tólico 21

po empezó?. 215 Regalos de Moteuczoma a Cortés, 19,

Población de Anáhuac 436 29, 44, 59 y 73


Pobladores de América. ¿ Quiénes fue- Reinos de Anáhuac. Sus confines. . . 431
ron los primeros? 220 Religión de los mexicanos 451
Pobladores. ¿ De dónde y cómo pasa- Religión. Desahogos del celo de Cortés
ron al Nuevo Mundo? 228 por ella 80
Preparativos últimos para el asedio Rendición del señor de Cuauhnahuac. 164
de México 168 Rendición de Tecamachalco 138
Primera conferencia y nuevos regalos Rendición de Xalatzinco 13S
de Moteuczoma 73 Retirada de los españoles a Tlaxcala. . 126
Primera entrada de los sitiadores en Retirada de los españoles. Terrible de-
México 176 rrota que sufrieron en la Noche Tris-
Primer embajada y regalo de Moteuc- te. . . 120
zoma a Cortés 19 Retrato de Hernán Cortés, sacado de
Primer homenaje de los mexicanos a la Bernal Díaz del Castillo 507
corona de Castilla 98 Revolución de Totonacapan 60
Primeros viajes de los españoles a las Revoluciones en la corte de Tezcoco
costas de Anáhuac 5 a la llegada de los españoles. . . . 148
Principio del asedio de México. . . . 172 Rey católico. Regalo que a este monar-
Prisión de Cacamatzin 94 ca hizo Moteuczoma 21
Prisión de cinco ministros 26 Rey católico. Se le somete la repúbli-
Prisión de Coanacotzin 201 ca de Tlaxcala 48
Prisión de Cuauhtemotzin 201 Rey de Acolhuacan. Sus tentativas con-
Prisión del rey de Acolhuacan y de tra los españoles 91
otros señores, y exaltación del prín- Rey de España. Le prestan obediencia
cipe Cuicuitzcatzin 94 los señores de Mexicaltzinco, Tiza-
Prisión de Moteuczoma 81 pan y Nauhtlan 161
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 527

PAGS.

Rey de España. Sumisión a éste de Sucesos en México durante el sitio. 139


Moteuczoma y de la nobleza mexi- Sumisión de los cholultecas y de los
cana 96 tepeyaqueses a la corona de Espa-
Rey México. Mensaje infructuoso
de ña 58
que le envía Cortés 188 Sumisión del rey Moteuczoma y de la
Reyes mexicanos. Cronología de ellos. 253 nobleza mexicana al rey de España. 96
Rodelas, joyas y ropa enviadas a Car- Sumisión de Mizcuic a Cortés. . . . 152
los V por Cortés 487 Sumisión de Tlaxcala al rey católico. 48
Ropa, joyas y rodelas enviadas por Súplica de soldados
españoles a Cor-
Cortés a Carlos V. 487 tés para que la expedición regrese
a Veracruz en espera de armas y
municiones para seguir la Conquis-
S
ta 132
Suplicio de Cuauhtemotzin 203
Salto de Alvarado 121
Suplicio del señor de Nauhtlan y nue-
Sandoval castiga a los habitantes de
vo insulto a la majestad del rey. . 89
Zoltepec 155
Suplicio de Xicotencatl 170
Sandoval derrota a los matlazincas . . 190
Sandoval. Lo deja Cortés al mando
de Tezcoco 161
Sandoval marcha en defensa de To-
locan 190
Tabasco. Victoria de los españoles. . 12
Sandoval sale de Tezcoco para ir al
Tapia Andrés va en defensa de Cuauh-
sitio de México 172
nahuac 189
Sandoval. Su expedición contra Huax-
Tecamachalco. Rendición de sus habi-
tepec y Yacapichtla 158
tantes 138
Sandoval toma la ciudad de Itztapa-
Tecamachalqueses. Dos mil de ellos son
lapan 172
hechos esclavos 138
Sandoval va a hacer alianza con los
Tecuichpotzin, esposa de Cuauhtemot-
chalqueses 153
zin. Su prisión 201
Sandoval va a Tepeyacac a cortar las
Tecuichpotzin se casa con su primo
comunicaciones a los mexicanos . . . 175
Cucuhtemoc 140
Sandoval vence a los de Xalatzinco. . 138
Templos de Itzocan incendiados por
Segunda entrada de los sitiadores en
Cortés 137
México 178
Templo Mayor. Terrible combate en él. 113
Segura de la Frontera. Su fundación. 134
Templo de TlateloJco. Lo incendia Cor-
Senado de Tlaxcala. Ordena la prisión
tés 196
de Xicotencatl 131
Tenayocan. Entrada de los españoles. 156
Sitiadores. Primera entrada que hicie-
Tentativas del rey de Acolhuacan con-
ron en México 176
tra los españoles 91
Sitiadores. Segunda entrada que hicie-
Teoatzincon. Batalla de 41
ron en México 178
Tepeyacac. Guerra de 133
Sitio de México. Durante él surgen
Tepeyacac. Va Sandoval a este punto
discordias entre los mexicanos. . . 195
para cortar las comunicaciones a los
Sitio de México. Para cooperar a él
mexicanos 175
sale Sandoval de Tezcoco 172
Tepeyaqueses. Ofrece Xicotencatl pe-
Sitio de México. Sucesos ocurridos du-
lear contra ellos 133
rante él 139
Tepeyaqueses. Su sumisión a la coro-
Sobre el terreno de México 261
na de España. 58
Sobre la época de la llegada de los
Terreno de México. Disertación sobre
toltecas y otras naciones al país
él 261
de Anáhuac 245
Terreno en México. Sus calidades. . . 282
Sobre las épocas de los sucesos de la
Terrible combate en el Templo Mayor. 113
Conquista 258
Terrible conflicto y horrendos estragos
Sobre la supuesta inundación de Amé-
263 de los mexicanos 198
rica
Terrible derrota de los españoles en su
Sublevación del pueblo de México con-
tra los españoles 105 retirada (Noche Triste) 120
Sucesos de la Conquista. Épocas en Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan.
que acontecieron 258 Su muerte. 204
528 FRANCISCO J. CLAVIJERO

Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan. Tochtepec e¿ tomado por Avila y Or-


Su prisión 201 daz 139
Tezcoco. Cortés deja a Sandoval el Tochtepec. Mueren los ochenta españo-
mando de este señorío 161 les enviados a esa ciudad 139
Tezcoco. Entrada de los españoles en Tolocan pide auxilio a Cortés. . . . 190
aquella capital. 66 Toltecas. Época de su llegada al paÍ3
Tezcoco. Llegada de los españoles a de Anáhuac 245
esta ciudad 148 Toma de Cuauhquechollan 136
Tezcoco. Marcha de los españoles a Toma de Itzocan 137
ese lugar 143 Toma de Itztapalapan por Sandoval. . 172
Tezcoco. Sale Sandoval de esa ciudad Toma de la ciudad de México. . . . 199
para cooperar al sitio de México. . 172 Toma del Peñón del Marqués. . . . 173
Tezcoco. Su nuevo rey manda un ejér- Toma de Tochtepec por Ordaz y Avila 139
cito para ayadar a Cortés 177 Toma de Xochimilco. ....... 165
Tezcoco. Visita de su rey a Cortés. . 65 Toros 321
Tezcoco. Visita de sus príncipes a Cor- Totonacapan. Revolución en esos pue-
tés * 66 blos. 60
Tizapan. Su señor presta obediencia Totonacas. Su confederación con los es-
al rey»de España 161 pañoles 28
Tlacopan. Batalla en sus cercanías. . 157 Traición de las tropas de Cuitlahuac
Tlacopaneses. Sus combates con los a los mexicanos 182
tlaxcaltecas 157 Traición de los xochimiícos y de otros
Tlacopan. Expedición contra esa ciu- pueblos 182
dad 156 Transporte de los materiales para los
Tlacopan. Muerte de su rey Tetlepan- bergantines 155
quetzaltzin 204 Tropas auxiliares de Cortés. Su aumen-
Tlacopan. Su rey es aprehendido con to. ... . 177
Cuauhteiíiotzin y el rey de Acolhua- Tzilacatzin. Sus proezas. 181
can 201
Tlalmanalco. Viaje de los españoles a U
ese punto 61
Tlatelolco. Incendia Cortés parte del
Últimos preparativos para el asedio de
templo 196
México 199
Tlatelolco. Se aislan allí los mexica-
Ultimo ataque y toma de la ciudad de
nos. 195
México 168
Tlatelolco. Son derrotados allí los espa-
Uso del hierro entre los mexicanos . . 381
ñoles 184
Tlaxcala. Combate en 39 V
Tlaxcala. Entrada de los españoles en
Valor de algunas mujeres españolas. 193
esa ciudad.' 49
Veracruz. Su fundación 28
Tlaxcala. Gratitud de los españoles ha-
Viaje de los españoles al país de los
cia esa república 127
tlaxcaltecas 34
Tlaxcala. Guerra de esta república. . 40
Viaje de españoles a Tlalmanalco.
los 61
Tlaxcala. Retirada de los españoles a
Viajes. Los primeros que a las costas
esa república 126 de Anáhuac hicieron los españoles. 5
Tlaxcala. Su sumisión al rey católico. 48 Viaje y armada de Cortés 11
Tlaxcalteca. Rasgo de intrepidez de un Victoria de Cortés contra Narváez. . 104
guerrero 163 Victoria de los chalqueses sobre los
Tlaxcaltecas. Bautismo de cuatro seño- mexicanos 160
res 131 Victoria de los españoles en Tábasco. 12
Tlaxcaltecas. Su paz y confederación Victoria de los mexicanos 183

con los españoles


Vida del rey en la prisión 87
46
Villafaña Antonio. Lo hace ahorcar
Tlaxcaltecas. Sus alteraciones. .... 36
Cortés 168
Tlaxcaltecas. Sus combates con los tla-
Viruelas. Sus estragos 139
copaneses 157 Visita de Cortés al rey 76
Tlaxcaltecas. Viaje de los españoles al Visita de los príncipes de Tezcoco y
país de aquéllos 34 entrada de los españoles en aquella
Tlehuexolotzin. Su bautizo. ..... 131 capital 66
HISTORIA ANTIGUA DE MÉXICO 529

PAGS

Visita del rey de Tezcoco a Cortés. . 65 Xochimilco. Batalla de este nombre y


Voces mexicanas que significan- ideas derrota de los mexicanos 166
metafísicas y morales 412 Xochimilco. Su conquista 164
Voces numerales de los mexicanos. . 409 Xochimilco. Toma de esta ciudad. . . 165
Xochimilcos. Traición de éstos a los
mexicanos 182
Xoloc. Batalla en ese lugar 174
Xoloc. Cortés fija allí su cuartel gene-
Xalatzinco. Sus habitantes son vencidos ral 174
por Sandoval . 138
Xaltocan. Expedición contra esa ciu-
dad 156
Xicotencatl. Adjudicación de sus bie- Yacapichtla. Expedición de Sandoval
nes al rey de España 172 contra esa ciudad 158
Xicotencatl el viejo. Su bautizo. . . . 131 Yacapichtla. Terrible matanza en esta
Xicotencatl recobra su libertad y ofre- ciudad 159
ce pelear contra los tepeyaqueses . 133
Xicotencatl sostiene grave altercado
con Maxixcatzin, a consecuencia del
proyecto de alianza con los mexica- Zacatepec. Batalla de ese nombre. . . 133
nos 130 Zahuapan. Se echa a ese río el primer
Xicotencatl. Su prisión ordenada por bergantín 155
el Senado 131 Zoltepec. Castigo de sus habitantes por
Xicotencatl. Su suplicio 170 Sandoval 155

II— 18
Esta obra se comenzó a imprimir en los talleres gráneos

del Departamento Editorial de la Dirección General

de las Bellas Artes, se continuó al pasar éste


a la Dirección General de Educación Pública,

y se concluyó el 28 de febrero de 1918,


en los mismos talleres, siendo el

Departamento dependencia de
la Oñcina Impresora de la

Secretaría de Hacienda.
México, D. F.

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UNIVERSITY OF CALIFORNIA LIBRARY
Los Angeles
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MAR 17 1993

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