1 Arquitectura Urbana de Fin de Siglo

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La arquitectura urbana de fin

de siglo
“historia de la arquitectura en Colombia” Silvia Arango.

Durante la segunda mitad del siglo XIX las transformaciones urbanas fueron mínimas.
En Bogotá, aunque no hay muchos datos respecto a los cambios graduales en las
tipologías distributivas, diversas crónicas se refieren a una densificación gradual, por
desmembración o fragmentación de las casas anteriores. En cuanto a la apariencia
exterior de las casas, se utilizó con cierta frecuencia el ladrillo como material a la vista,
pero el gesto estilístico más significativo se concentró en las ventanas, a través de las
cuales es posible seguir la evolución de las modas. Ya desde mediados de siglo Reed
anotaba que “ustedes los bogotanos, por la necesidad de aserrar ventanas incómodas
conciliaron las conveniencias del dueño y las del transeúnte produciendo estas ventanas
de pecho de dama que agracian sus calles”13. En efecto, la moda de recortar los barrotes
de la ventana y rematarlos en curva con el fin de evitar que los transeúntes se golpearan
la cabeza, se popularizó no sólo en Bogotá sino en todo el país durante el siglo XIX. En
otras regiones se hablaba de ellas como “ventanas arrodilladas” o de “pecho de paloma”.
A las ventanas arrodilladas sucedió, al menos en Bogotá, la introducción de elaboradas
barandas de hierro colado en los balcones. Ya a finales de siglo se popularizaron los
“camerines” o gabinetes en las casas que consistían en balcones cerrados con pequeñas
divisiones en madera y vidrios. El general Reyes mandó construir el más tardío y refinado
“gabinete francés” para el Palacio de San Carlos, el cual duró sólo unos años.

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194 a. CRA. 7 A FINALES DEL SIGLO XIX, BOGOTÁ.


194 b. CASA EN BOGOTÁ. Las ventanas arrodilladas y los camarines fueron las dos innovaciones fundamentales en el
exterior de la arquitectura doméstica en el siglo XIX.

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195. GABINETE FRANCÉS EN EL PALACIO DE SAN CARLOS, BOGOTÁ. Es posible que este elaborado camarín haya sido
diseñado por Gastón Lelarge, por encargo del general Reyes en 1904.
196. CASA EN BOGOTÁ. INTERIOR. La importancia concedida al comedor, los cielos rasos decorados y el papel de colgadura
cambiaron el aspecto interior de la vivienda. Esta casa, recientemente restaurada por Germán Téllez, es hoy sede del Fondo
Cultural Cafetero.

Al interior de las casas el cambio más significativo fue la prioridad social y arquitectónica
que adquirió el comedor, presidido, cuando los recursos lo permitían, por canceles de
madera con recuadros de vidrio. También lo fueron el empleo de muebles “de estilo”,
los cielos rasos ornamentados y el papel de colgadura, que cubrieron con un ropaje
decorativo los austeros interiores coloniales. Estas transformaciones interiores y
exteriores fueron sentidas como cambios importantes en el ambiente estático de las
ciudades colombianas, como lo describe un testigo de la época:

“La casa moderna tiene fachada de verdadero o falso ladrillo, ventanas arrodilladas o
balcones con reja de hierro de prolija labor, canales de lata con encajes de lo mismo;
puertas, columnas y barandas pintados de varios colores artísticamente combinados y
adornadas con molduras doradas y con cachivaches de níquel o de vidrio (…) cielos
rasos tan altos como el cielo empíreo, enmarcados en finas molduras y engalanados con
florones elegantísimos y papeles de colgadura de aquellos colores de telas desteñidas
(…) Todo esto tiene la casa, digo mal, la casita moderna; pero no tiene ni espacio, ni
aire, ni luz, ni aquel sabroso más allá que tenían las casas santafereñas”.14

13. Del discurso de Reed ante el Congreso al presentar el Capitolio, en “Datos para la
historia del Capitolio Nacional”, Alfredo Ortega, Op. cit.

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197. GALERÍAS EN LA PLAZA DE BOLÍVAR, BOGOTÁ. Hechas por el constructor Juan Manuel Arrubla hacia 1850, las galerías
presentaron este aspecto hasta su incendio en 1900. La reconstrucción y rediseño posterior estuvo a cargo de Gastón
Lelarge.

198. PASAJE RUFINO CUERVO, BOGOTÁ. Se comenzó a construir en 1880 bajo la dirección del ingeniero español Alejandro
Manrique, pero no vino a terminarse sino en 1914.
199. BANCO DE COLOMBIA, BOGOTÁ. Diseño por Julián Lombana hacia 1880. Hoy desaparecido.

200. HOSPITAL ASILO DE SAN ANTONIO, BOGOTÁ. Construido por Julián Lombana entre 1902 y 1907, en ladrillo a la vista.
Hoy es una escuela.

Algunas edificaciones grandes, sin mérito arquitectónico, pero con osadía constructiva
fueron levantadas por maestros de obra. En Bogotá, un ejemplo lo constituyó Juan
Manuel Arrubla (1800?-1874), un antioqueño emprendedor que se había convertido a
mediados de siglo en el constructor más importante de la ciudad. Relata Cordovez Moure
cómo hacia 1825 hizo venir un norteamericano para que lo asesorara en la construcción
de los cielos y cornisas del Palacio de San Carlos para alojar allí al Libertador. Camacho
Roldan dice que los hermanos Arrubla iniciaron “de un modo serio la construcción de
casas cómodas y elegantes”.15 Su edificio más importante fue el de las Galerías, en la
Plaza Mayor, construidas en 1850, según la tradición medieval de mercado en el primer
piso y cabildo en el segundo. Es natural que sea Arrubla quien fuera contratado para
hacer los cimientos del Capitolio en 1847.

Constructores de características similares debieron existir en las principales ciudades


colombianas; muchos de ellos no diseñaban, pues era práctica común que las
autoridades municipales vendieran planos de las casas, siendo éste uno de sus
principales ingresos.

14. “El cuarto de los trastos”, José Manuel Marroquín, escrito a finales de siglo y
recogido en la selección de escritos Nada nuevo, Ed. Librería Americana. Bogotá, 1908

15. En Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, J.M. Cordovez Moure.

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201. PALACIO DEPARTAMENTAL, PASTO. Diseñado en 1908 por Julián Lombana en ladrillo, la fachada fue pañetada
posteriormente. La entrada, al nivel del segundo piso, produce una interesante visión del claustro interior.

a. Fachada. Claustro interior

Sobre un telón de fondo de escasísimas variaciones, entre 1880 y 1910 empezarán a


levantarse algunos edificios de “nuevo estilo”. Ellos son tan escasos que no alcanzan a
transformar la fisonomía de ciudades todavía coloniales en su apariencia fundamental.
Es posible que ideológicamente hubiera consenso social para la aparición de una nueva
arquitectura, o de otra manera no se explicaría el éxito inusitado que tendrá a partir de
1910 cuando hay una recuperación económica significativa. Sin embargo, la ausencia
de personas capacitadas y la pobreza e inseguridad reinantes, hacen tremendamente
excepcionales los edificios que rompen los cánones tradicionales.

La historia del Capitolio es de alguna manera la historia de los demás edificios de la


época. Las obras se adelantan con lentitud pasmosa. La catedral de Medellín dura, desde
su concepción hasta la terminación de su cuerpo arquitectónico, más de 30 años; el
templo de San Nicolás en Barranquilla se hace, con grandes dificultades, durante cerca
de 40 años. Lentísimas avanzan incluso obras más modestas: el Pasaje «Rufino Cuervo»
de Bogotá tarda más de 30 años en hacerse. Sólo cuando existió una voluntad estatal
decidida y una fuerte presión social las obras culminaron en plazos más cortos, como el
teatro Colón de Bogotá, cuya construcción de todas maneras tarda 10 años. El diseño
se dilataba en un lentísimo proceso de realización material, que convertía la arquitectura
en un fenómeno básicamente constructivo: los planos -si existían- servían sólo de guía
general. Por otro lado, la construcción se hacía con tan malos materiales y en forma tan
endeble que resultaron obsoletos muy rápidamente. Muchos edificios-como plazas de
mercado y circos de toros- debieron reconstruirse varias veces. El rápido deterioro de
esta arquitectura explica por qué gran parte de la labor de los arquitectos a partir de
1910 consistirá en hacer reformas y remodelaciones.

En las últimas décadas del siglo la mayor parte de los edificios notables fueron
concebidos por ingenieros o por maestros de obra. La Facultad de Ingeniería, que
comienza en 1868, prepara los primeros profesionales encargados de las obras públicas
(carreteras, ferrocarriles, puentes, etc.). Algunos de ellos, como actividad marginal,
diseñaron edificios con alguna pretensión estilística, como Ruperto Ferreira (1845-1912)
y Diódoro Sánchez (1859-1922). Los maestros de obra más destacados, dedicados sobre
todo a vivienda, aprenden los secretos estéticos en una relación de maestro-aprendiz,
que luego desarrollarán en una larga práctica. A este género pertenecen Julián Lombana
en Bogotá, quien se inicia con Reed; Antonio J. Duque y José María Amador, en Medellín,
quienes comienzan su aprendizaje con Carré y unas décadas más tarde, Luis Gutiérrez
de la Hoz, Barranquillero, quien se forma con el italiano Alfredo Camerano.

Julián Lombana (1830?-1915?) era de extracción popular y logró figuración a lo largo


de un amplio y concienzudo trabajo y de un gran amor hacia su profesión. Por Cordovez
Moure se sabe que construyendo el templo de Chapinero en elemental “estilo gótico”,
hacia 1890, (el templo actual fue el que rehizo Arturo Jaramillo en 1917) sufrió un
accidente donde perdió una pierna; sin embargo, se recuperó y continuó una larga acti-
vidad. Hizo el portal del Cementerio Central, el Palacio Municipal, el Palacio de la Carrera
(donde “introdujo mayores y más elegantes proporciones al proyecto de Lelarge”)16 y
numerosas casas. Su mayor calidad arquitectónica se expresó en el Banco de Colombia
en Bogotá (1881), el Asilo de Niños de San Antonio en Bogotá (1902-1907) y el Palacio
Departamental de Pasto (1908). Si Lombana no fue un exquisito artista, es necesario
reconocer que para su época fue un pionero. Utilizó consistentemente un lenguaje
historicista gótico o renacentista con sobriedad y se distinguió por la pulcra y cuidadosa
construcción y terminación de detalles, sobre todo en ladrillo.

Un puñado de edificios meritorios y “cultos” se deben a los tres únicos arquitectos con
formación académica que trabajaron en Colombia en las dos últimas décadas del siglo
pasado: Cantini, Santamaría y Carré. Aunque Cantini era 10 años mayor que
Santamaría, comparte con él las vigencias historicistas en boga en Europa. Carré es
menor y generacionalmente coetáneo a arquitectos que se destacaron después, pero su
caso es peculiar pues permanece muy poco tiempo en Colombia y por ello puede ser
asimilado a los dos arquitectos anteriores. Debe anotarse que la labor que ejercieron
Cantini, Santamaría y Carré no se definía claramente aún como “arquitectura” sino que

16. Informe del Ministerio de Obras Públicas, 1909. Pág.118


202. TEMPLETE EN EL PARQUE DEL CENTENARIO. BOGOTÁ. A la izquierda, el
Templete diseñado por Cantini en 1881, dentro del Parque del Centenario. El Templete
se encuentra hoy en el Parque de los Periodistas.

203. HOSPITAL SAN JÓSE, BOGOTÁ. Construido 1905 por Cantini a partir de los
planos del ingeniero Diódoro Sánchez. Es el primer ejemplo de hospital por pabellones
en Colombia.

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204. TEATRO COLON. BOGOTÁ. Arquitecto Pietro Cantini. Construido entre 1886 y
1896.

205. TEATRO MUNICIPAL. BOGOTÁ Arquitecto Mariano Santamaría. Construido entre


1887 y 1890. Hoy demolido.
se asimilaba confusamente al trabajo de los ingenieros y al de los artistas. En este
sentido es muy diciente la discusión acerca del carácter de la profesión de Cantini,
cuando se buscó definir si lo que él hacía era “ingeniería” o “arquitectura civil”.17

Pietro Cantini (1850-1929) había estudiado ingeniería y Arquitectura en Florencia, su


ciudad natal. En 1880, siendo presidente Rafael Núñez, es llamado para hacerse cargo
de las obras inconclusas del Capitolio Nacional. Cantini se encontraba entonces en París,
dictando cursos de arquitectura y allí había trabado amistad con Rafael García,
vicecónsul colombiano. El contrato de Cantini establecía que además de dirigir y vigilar
los trabajos del Capitolio, debía dictar un curso de una hora diaria sobre “arquitectura
general” en la Universidad Nacional y redactar, en vacaciones, una memoria sobre algún
asunto de su profesión. Cantini llega a Bogotá en 1881 y ese mismo año presenta un
proyecto de restauración del Capitolio. Hasta 1908, cuando se retira por motivos de
salud, su vida estará ligada a la construcción de este edificio.

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17. Copia del contrato original y otros documentos interesantes recogidos por los
estudiantes Ecar Ceballos y Andrés Mejía (descendiente de Cantini) de la Universidad
de los Andes, 2do. semestre de 1983. Para ampliación del tema ver: “Evolución del
pensamiento arquitectónico en Colombia”, Silvia Arango, Anuario de la Arquitectura en
Colombia No. 13, Ed. SCA, 1984.

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206. ARCO TRIUNFAL, BOGOTÁ. Aunque fue el ganador del concurso abierto con motivo del centenario del nacimiento de
Bolívar, este proyecto de Santamaría nunca se construyó.
207. CATEDRAL, MANIZALES. Diseñada en 1885 por Santamaría y construida en madera, esta catedral desapareció en el
incendio de 1926. Una réplica en cemento fue construida después en el barrio Chipre de Manizales.

208. CATEDRAL. SONSON. Arquitecto: Mariano Santamaría. Se construyó entre 1889 y 1915 y se demolió en 1962 al quedar
muy deteriorada por un sismo.
210. CAPILLA DEL CABRERO, CARTAGENA. Diseño de Mariano Santamaría, hacia 1887.

A diferencia de Reed y de Carré, Cantini decide quedarse definitivamente en el país; a


finales de la década del 80 contrae matrimonio con Pia Sighinolfi, hija del escultor César
Sighinolfi. Cantini va adoptando lentamente las costumbres colombianas y en las fotos
de los últimos años de su vida se le ve tranquilo, de ruana, en su hacienda de Suesca,
como un patriarca sabanero. Sus amistades más cercanas son los artistas italianos que
vivían en Bogotá, sobre todo don Luis Ramelli y su suegro, con quienes trabaja en el
teatro Colón, aunque también es amigo personal de presidentes y altas personalidades
colombianas. Es fácil imaginarlo algo retraído, culto, de fina sensibilidad y buen
conversador.

Las obras que dejó Cantini, además de los trabajos en el Capitolio, todas en Bogotá y
sus alrededores, son: el templete para el Parque del Centenario (1881) (hoy en el parque
de los periodistas), el Teatro Colón (1885-1895), la cúpula del templo de Santo
Domingo, hoy desaparecido (1890-91), su casa de hacienda en Suesca (1912-1915) y
la construcción del Hospital de San José, sobre planos de Diódoro Sánchez (comenzado
en 1905). Sus restos reposan en un mausoleo que él mismo construyó en el cementerio
de Suesca.

De sus proyectos, el más ambicioso fue el teatro Colón, impulsado directamente por el
Presidente Núñez que va a ser, después de Mosquera, el Presidente que más se interesa
por la arquitectura. La construcción de buenos teatros era una necesidad social sentida;
diferentes compañías de variedades recorrían las ciudades y presentaban obras de
teatro, comedias ligeras, zarzuelas, cantantes, pianistas y eventualmente números de
circo; estas diversiones alteraban la vida cotidiana y constituían verdaderos
acontecimientos. En las distintas ciudades se construyen teatros a finales del XIX,
aunque casi todos deben reconstruirse varias décadas después.
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a. Fachadas en construcción.

211. CATEDRAL DE VILLANUEVA, MEDELLIN. Reputada como “la iglesia en ladrillo más grande del mundo, se debe a
Charles Carré, quien la diseñó y trabajó en su construcción entre 1889 y 1894. Su construcción, sin embargo, no vino a
terminarse sino hasta 1931 bajo la dirección, en esta segunda etapa, de Giovanni Buscaglione.

212. CATEDRAL DE VILLANUEVA. MEDELLIN. INTERIOR. Estado actual del interior, tras la intervención de Buscaglione.

213. PALACIO ARZOBISPAL. MEDELLIN. Diseñado en 1892 por Charles Carré y construido por José María Amador, este
edificio fue demolido para la ampliación de una vía.
214. TEMPLO DEL SAGRADO CORAZÓN, MEDELLIN. Diseño de Francisco Navech. Construcción, entre 1902 y 1907, por
Horacio Marino Rodríguez.

En Bogotá se emprende la construcción del Colón (inicialmente planteado como


remodelación del antiguo teatro Maldonado) y del Teatro Municipal. El Colón estaba
destinado a ser el mejor teatro del país y Núñez busca para ello el mejor arquitecto
disponible en 1881: Cantini. La obra comprende no sólo la concepción arquitectónica,
sino un delicado trabajo de ornamentación interior; junto a Cantini trabajan, en la
construcción, el maestro Eugenio López y en el interior los escultores y artistas Luis
Ramelli y César Sighinolfi. Es indudable que en Cantini pesaba la referencia de los teatros
europeos del siglo XIX, sobre todo la Opera de París de Garnier y el Scala de Milán de
Piermarini, como bien ha sido señalado. La característica central de estos teatros es la
dualidad: la representación de los espectadores es tan o más importante que la
representación en el escenario. Los asistentes van no sólo para ver, sino para ser vistos;
en el decorado de la platea y los palcos descansa la carga semántica central de estas
construcciones. Aunque este teatro no puede compararse con otros del mismo tipo que
por las mismas épocas se hicieron en otras partes de América, llena la imaginación de
los bogotanos y es el sitio donde desde entonces se presentan los espectáculos de mejor
calidad y además se hacen actos y reuniones de trascendencia.

El Teatro Municipal de Santamaría fue desde sus orígenes más modesto, y cumplió por
varias décadas el rol de teatro más popular y de centro de discusión política, hasta que
fuera demolido en los años 50 de este siglo. Las fachadas de ambos teatros son
relativamente modestas. Aunque en piedra con detalles neoclásicos, ambos se
construyeron “entre medianeras”, siguiendo la línea paramental de la calle, con escaso
impacto sobre el espacio público.

Mariano Sanz de Santamaría (1857-1915) es sólo diez años más joven que Cantini
y una figura pionera cuya importancia no ha sido hasta ahora suficientemente
reconocida. Santamaría es el primer arquitecto colombiano graduado y quien domina el
quehacer arquitectónico más significativo en Colombia entre 1883 y 1910. Proveniente
de familias bogotanas social y económicamente muy destacadas, es enviado a estudiar
a París desde los diez años. En Francia permanece hasta 1875, y luego se traslada a
Alemania. En el Politécnico de Weimar obtendrá su título de profesor de Arquitectura en
1880. El mismo instituto le costea un viaje a Italia, donde permanece dos años, sobre
todo en Florencia y Roma. Cuando regresa al país en 1883, es, fuera de Cantini, la única
persona preparada en el campo de la arquitectura. Esto explica que desde muy
temprana edad ocupe cargos y dirija obras de gran importancia. Por ejemplo, la
dirección de la escuela de Bellas Artes la ejerció desde poco después de su llegada, a
los 26 años y antes de los 30 años ya había diseñado la impresionante catedral de
Sonsón y el teatro Municipal de Bogotá.

Santamaría fue no sólo profesor de nuevos arquitectos y obreros manuales, sino un


excelente dibujante y acuarelista y un prolífico constructor. Sus discípulos y quienes lo
conocieron coinciden en señalarlo como un auténtico renovador. “Sin hablar de Reed, a
quien Bogotá debe no pocas de sus mejores construcciones, pero cuyas lecciones fueron
olvidadas en más de 30 años, fue Mariano Santamaría quien vino a romper con la rutina
en las construcciones, introduciendo en ellas métodos corrientes en Europa, pero
ignorados en nuestra tierra y mejorando el gusto arquitectónico a pesar de que muy
pocas eran las personas que en ese entonces se resolvían a emplear dinero en
edificaciones costosas” (Arturo Jaramillo, 1915). “Para romper con los viejos moldes,
don Mariano tuvo la fe del propagandista, el celo del reformador. Fue él el primero que
levantó edificios acordes con determinado orden arquitectónico bajo las prescripciones
de la ciencia estética” (Escipión Rodríguez, 1915).18

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18. Semblanzas de don Mariano Santamaría, a raíz de su muerte, por Alberto Borda
Tanco, Arturo Jaramillo y Escipión Rodríguez, en: “Anales de Ingeniería” No. 273 y 274,
Octubre de 1915. Gran parte de la información sobre Santamaría, fue proporcionada
por el estudiante de la Universidad de los Andes Camilo Santamaría, su descendiente.

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Como la de todo reformador, la obra de Santamaría era muy discutida. El Papel Periódico
Ilustrado de octubre de 1886, aunque presenta una casa suya, lo hace con reticencia:
“si al primer aspecto tiene cierto aire pesado por la ornamentación… y atendiendo las
dificultades que debían vencerse, demuestra que el señor Santamaría halló satisfactoria
y elegante solución al problema”. El tono polémico se nota también en una encendida
defensa que un tal Pick Witt (posiblemente Lelarge), en la Revista Ilustrada (1899),
hace del Bazar Veracruz: …”La fachada del Bazar Veracruz, debida al arquitecto
Santamaría, marca de manera decisiva la transición entre el antiguo y el moderno modo
de construir, sin que tal novedad haya sido suficientemente comprendida por todos”.

Por el sino de los tiempos, muchas de las obras de Santamaría nunca llegaron a
construirse; ninguno de los 15 concursos en que participó y ganó (proyecto de arco
triunfal, proyecto para el mercado, iglesia de la Veracruz, por ejemplo), ni los
monumentos que proyectó lograron realizarse. La mayoría de los edificios que levantó
han desaparecido ya. La Catedral de Sonsón, gigantesca iglesia en piedra, donde se
combina el románico y el gótico, se construyó entre 1889 y 1915 pero fue demolida tras
los desperfectos que sufrió en el terremoto de 1961. Su iglesia de madera de Manizales,
de estilo similar, se quemó en el incendio de la ciudad de 1926; una réplica fue luego
construida en cemento en el barrio Chipre. Con sus características cúpulas piramidales
rodeadas de adornos triangulares resta en estado original la pequeña capilla de El
Cabrero en Cartagena, que Núñez le encargó diseñar cerca a la casa donde viviría con
doña Soledad Román.19 Santamaría fue el director general de los pabellones que se
hicieron con motivo de la Exposición del Centenario, hoy desaparecidos, a los que nos
referiremos más adelante. El Bazar Veracruz, en Bogotá (1898), un modesto edificio
neorrenacentista que provocó tan enconadas polémicas, el teatro Municipal (1887-1890)
y sus casas bogotanas, tampoco sobrevivieron. A Santamaría se le atribuyen también
obras en Villapinzón, Soacha, Choachí y Caracas, Venezuela, cuya suerte ignoramos.

Hoy sería fácil, partiendo de los pocos edificios que quedan y de unos cuantos dibujos,
hacer una crítica severa de la obra de Santamaría, pues ellos no revelan una gran
destreza de diseño; pero en un país pobre, alterado continuamente por guerras civiles,
sus obras renovadoras extendidas por toda la geografía colombiana y la formación de
un contingente de nuevos arquitectos es ya un logro importante. Juzgado con un frío
cálculo estético, Santamaría no es un gran arquitecto, pero a la luz de sus circunstancias
históricas es el arquitecto más representativo de lo que era Colombia a finales del siglo
pasado.

Charles Carré (1863-1923?) es un caso en cierto modo similar a Reed pues no


permaneció en Colombia sino 5 años, y toda su actividad la desplegó en Medellín. Sus
obras en esta ciudad tendrán, sin embargo, gran impacto. Desde 1875 la curia de
Medellín estaba interesada en construir una gran catedral y para ello había contratado
al italiano Felipe Crosti; como la obra no prosperaba, en 1888 monseñor Bernardo
Herrera se pone en contacto con el francés L. Doillard, quien recomienda ampliamente
a un discípulo suyo, también francés: Charles Caire; deciden entonces contratarlo y llega
a la ciudad al año siguiente. Pocos arquitectos han tenido en su actividad profesional
una oportunidad semejante: a los 26 años, poco después de graduado, y con una corta
experiencia constructiva como inspector de obras de la iglesia del Sagrado Corazón de
Montmartre en París, Carré tiene a su disposición las obras más importantes de una
pequeña ciudad llena de entusiasmo y dispuesta a hacer las cosas en grande.

Carré tiene sentido común y esto se evidencia en su principal decisión: construiría todo
en ladrillo, pegado con argamasa, sacándole el máximo de partido a este material. La
catedral de Villanueva fue proyectada en 1890 y su construcción siguió la acostumbrada
lentitud colombiana de la época. Aunque ya para 1914 estaba terminado el cuerpo final
del edificio, los detalles finales y la ornamentación interior no estuvieron terminados
hasta 1931, año en que se inaugura. Luego de Carré, en esta obra participó el italiano
Giovanni Buscaglione. Villanueva, uno de los edificios de ladrillo más grandes del mundo,
sigue un patrón románico en su concepción y construcción, aunque posee una planta
en cruz latina. Su sobriedad, su tamaño y su material, hacen de la catedral de Medellín
la obra más importante que se concibió en Colombia en el siglo pasado, después del
Capitolio. Pero Villanueva es también, para los habitantes de la ciudad, una obra
inconclusa por varios lustros. 20

Carré dejó terminadas en Medellín otras obras: el diseño del Palacio Arzobispal (1892)
que tuvo como constructor a José María Amador; este excelente edificio en ladrillo, muy
destacado en el Medellín de fin de siglo, no mereció el respeto debido, pues no se tuvo
miramientos en demolerlo para hacer la Avenida Oriental hace unos 20 años. La plaza
de Mercado y los edificios «Carré», en el sector de Guayaquil, fueron obras utilitarias
más modestas, pero también cuidadosamente realizadas en ladrillo. Aunque
deteriorados, los edificios «Carré» aún subsisten.

Por los mismos años y seguramente influido por Carré, el jesuita nicaragüense Félix
Pereira deja las fachadas de dos iglesias, también en ladrillo a la vista; la iglesia de San
Lorenzo (hoy de San José) (1893-1903) y la antigua de Jesús Nazareno (1907-1911). El
arquitecto Francisco Navech, a su vez, diseña el templo del Sagrado Corazón (1902-
1906), también en ladrillo.

Cuando Carré abandona el país definitivamente en 1892 ha cumplido a cabalidad su


contrato de proyectar y dirigir obras de calidad y de “formar nuevos hombres”. La
utilización del ladrillo, que tan vigorosamente impulsa Carré, no sólo en sus proyectos
sino con la formación de una fábrica de ladrillo, continuará en algunos proyectos
significativos en las siguientes décadas en Medellín.

Como resumen, se puede decir que este período de fin de siglo tuvo dos aspectos
interesantes para la arquitectura colombiana:

El primero tiene que ver con la formación de una “imagen” de la ciudad. A pesar de que
la construcción fue escasa y los sistemas constructivos muy atrasados, una minoría
intelectual y económica muy reducida intentó dar un salto cualitativo en la apariencia
física de las ciudades colombianas. Poco a poco se fue abriendo paso la idea de que una
“ciudad” debía contar con un programa mínimo. En un país que tenía que ir
inventándose y formándose, se fue volviendo necesario contar con edificios respetables

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19. Referencias y grabado en la revista Colombia Ilustrada de febrero 15 de 1890.

20. Ref. “Arquitectura hasta los años treinta”, de Dicken Castro, en Historia del arte colombiano, tomo 10. Ed. Salvat, 1983.

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215. BANCO COMERCIAL. BARRANQUILLA. Construido hacia 1905, era el edificio más destacado de Barranquilla al comenzar
el siglo.

216. FABRICA DE CERVEZA GERMANIA, BOGOTA. Construida en 1903-1905 enteramente en ladrillo.

217. FABRICA DE CERVEZA BAVARIA. BOGOTÁ. Aspecto que presentaba la fábrica poco después de su construcción en
1888- 1891 por Alejandro Manrique.
218. FABRICA DE CERVEZA BAVARIA, BOGOTÁ. Aspecto que presentaba la fábrica luego de la remodelación de 1919, hecha
por Alberto Manrique Martín, hijo del constructor inicial.

de gobierno, fábricas, instituciones educativas de nivel secundario y superior,


instalaciones hospitalarias modernas y adecuadas, edificios bancarios, instalaciones
ferroviarias y plazas de mercado. Este repertorio básico debía complementar las obras
para la dotación de servicios públicos: alcantarillados, luz eléctrica y acueductos. Aunque
las circunstancias históricas no permitieron que este esfuerzo se lograra en lo
fundamental sino hasta la segunda y tercera década del siglo XX, es indudable que
desde mucho antes existía la conciencia de su necesidad.

Tomemos, por ejemplo, los bancos y los hospitales. En distintas ciudades del país se
acometieron débilmente algunas obras destinadas a estos servicios.
Arquitectónicamente hablando, el banco más curioso de esta época fue el Banco
Comercial de Barranquilla, un pequeño templo griego, que atestigua el afán simbolizador
de los empresarios barranquilleros. En todas las guías y referencias gráficas de
Barranquilla de comienzos del siglo aparece siempre éste como el único edificio de
categoría de la ciudad, cuyas construcciones predominantes eran todavía de bahareque,
madera y techo pajizo, y cuyo templo de San Nicolás estaba inconcluso. A pesar de su
significado en ese momento, el Banco Comercial, por sus dimensiones reducidas, sus
materiales pobres y su ingenuidad estilística se convirtió con el tiempo en un pastiche y
su carácter de decorado quedó en evidencia en el uso que actualmente tiene, el de un
almacén popular.

La concepción decimonónica de hospitales en las afueras de la ciudad, donde se aislaban


los pacientes por tipos de enfermedades en un sistema de pabellones propiamente
aireados para evitar los contagios, fue una intención que sólo logró concretarse
cabalmente solo algunas décadas después, en los hospitales de San José y San Juan de
Dios en Bogotá y en el San Vicente de Paúl en Medellín.

En estos términos, a finales de siglo, sólo Bogotá contaba con una “imagen”
medianamente urbana, con 2 buenos teatros, algunos colegios y bancos y un buen
edificio de gobierno en construcción, pero el sentimiento urbano iría en continuo proceso
de consolidación en todas las ciudades. Aunque cuantitativamente marginales y
estilísticamente superficiales, la utilización de los estilos historicistas en algunos edificios
representativos, tendrá un inmenso impacto en la imaginación arquitectónica colectiva.
Cuando Colombia empieza a recuperarse, tanto en lo político como en lo económico, de
la tremenda guerra de los Mil Días (1899-1902), la más larga y sangrienta de todas las
guerras civiles, estos precedentes van a servir de modelo para la inmensa
transformación estilística que entre 1910 y 1930 penetra todos los sectores sociales en
todas las ciudades del país.

El segundo aspecto notable de este período, es el haber sentado las bases de lo que
podemos llamar la tradición moderna del ladrillo en Colombia. La tradición constructiva
se basó fundamentalmente en madera, bahareque o tapia pisada. Si los constructores
coloniales usaron los ladrillos como parte de los componentes de los muros, no lo
hicieron, sino excepcionalmente, como material a la vista. La piedra, costosa y escasa
en nuestro medio, sólo se usó en edificios de gran importancia y generalmente como
revestimiento de fachada. Por otra parte, el cemento en Colombia sólo empezará a
producirse inicialmente en pequeñas cantidades, desde 1910. Con el mayor sentido
práctico, varios constructores colombianos y extranjeros privilegiarán el ladrillo, que
puede producirse artesanalmente en pequeñas fábricas locales.

En una historia del ladrillo en Colombia no podrían dejar de mencionarse las


construcciones industriales de estas épocas. La Ferrería de la Pradera, los hilados de
Samacá, las dos grandes fábricas de cerveza -Germania y Bavaria en Bogotá-
construyeron imponentes edificaciones en ladrillo, de escasos méritos arquitectónicos,
pero de cuidadosa factura. En general, las fábricas de chocolates, loza y vidrio, de
fósforos y cigarrillos y los molinos que empezaron a aparecer en las afueras de los
centros urbanos, dejaron edificios de grandes dimensiones en ladrillo a la vista.

Lo interesante no fue la simple utilización de este material, sino la forma como se hizo:
el ladrillo se va a trabar en forma delicada para lograr detalles decorativos en cornisas,
dinteles y portadas, dando una textura y color muy particulares. Esta tradición, que se
puede decir que comienza en esta época, tendrá un desarrollo ininterrumpido en
algunas ciudades durante todo el siglo XX hasta el punto de convertirse en el aspecto
más peculiar de la arquitectura colombiana.

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