Artemisia I, Tirana de Halicarnaso - Teresa Mayor Ferrándiz

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Revista de Claseshistoria Revista

Publicación digital de Historia y Ciencias Sociales Índice de Autores


Artículo Nº 417 Claseshistoria.com
15 de abril de 2014

ISSN 1989-4988

DEPÓSITO LEGAL MA 1356-2011

TERESA Mª MAYOR FERRÁNDIZ


Artemisia Iª, tirana de Halicarnaso

RESUMEN

La tirana Artemisia Iª de Halicarnaso aparece citada en


el Libro VII de la monumental Historia del historiador
Heródoto, quien demuestra por su paisana una gran
admiración. Esta reina doria participó en la batalla
naval de Salamina como “aliada” del rey Jerjes de
Persia y su cabeza fue puesta a precio: diez mil gracias
para quien la capturase viva porque los griegos
consideraban algo inadmisible que una mujer hiciera la
guerra a Atenas. La verdadera reina Artemisia no tiene
nada que ver con la villana guerrera que aparece en la
película “300. El origen de un imperio”.

PALABRAS CLAVE
Lígdamis, Paniasis, Hoplita, Medo, Aliado, Enseña,
Trierarco, Damasítimo, Proskínesis, Ahura Mazda, Teresa Mª Mayor Ferrándiz
Roca Leúcade, Andreia, Croma.
Licenciada en Geografía e Historia

Profesora de Historia en el IES Joseph


Iborra de Benissa

teresa.mayor@gmail.com

Claseshistoria.com
15/04/2014
Teresa Mª Mayor Ferrándiz Artemisia Iª, tirana de Halicarnaso

“Diez mil dracmas para quien la capturase viva, ya que consideraban


algo inadmisible que una mujer hiciera la guerra a Atenas” (Heródoto,
VIII, 93, 2. Traducción del profesor Carlos Schrader).

Aforismo 237: Para tener un conocimiento superficial de lo que sucede a


nuestro alrededor bastan los periódicos: todo es nuevo bajo el sol. Pero
para tener un conocimiento más profundo de nuestro presente lo más
oportuno es familiarizarse con el pasado: nada nuevo bajo el sol.
(Rafael Argullol: El cazador de instantes. Cuaderno de travesía 1990-
1995, Barcelona, 1996, Ed. Destino, Pág. 113).

Artemisia de Halicarnaso debió de ser muy famosa en su época por su intervención


en la batalla naval de Salamina, al lado del rey persa Jerjes. El cómico Aristófanes la
menciona, por boca de uno de sus personajes de ficción, el Corífeo, en su célebre y
divertidísima comedia “Lisístrata”. Aparece en una escena en la que el citado
personaje masculino se queja de la actitud militante que han tomado las mujeres
atenienses para poner fin a una guerra que enfrentaba a griegos contra griegos
(alusión directa a la Guerra del Peloponeso):

...Llegarán a mandar construir naves e intentarán incluso hacer una


batalla naval y navegar contra nosotros, como Artemisia – dice –

Y después de nombrar a Artemisia, el mismo personaje masculino, menciona, a


continuación, a las míticas mujeres guerreras, las amazonas, para concluir, su poco
afortunado discurso, con esta propuesta violenta y decididamente ginecofóbica:

...Hacía falta que las agarráramos a todas ellas y les sujetáramos por el
cuello en un cepo perforado (1).

Artemisia ostentaba el honor de tener un nombre teofórico, o teónimo, es decir, de una


divinidad helénica, en este caso de la diosa de la caza Ártemis, hermana gemela de
Apolo. Era hija de una aristócrata cretense y del rey de Halicarnaso, llamado Lígdamis,
como el tirano de Naxos y como su propio hijo. Se debió casar hacia el 500 a. C. con
un esposo cuyo nombre desconocemos y que murió poco después. Como el hijo que

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dejaba era demasiado pequeño para ocupar el trono de Halicarnaso, la reina viuda se
hizo cargo del poder, como otras muchas reinas viudas cuyo cónyugue real ha
fallecido, y lo hizo con su título de Týrannos, o gobernante autocrática (2). El
historiador Heródoto nos presenta así a Artemisia, en el Libro VII, 99, de su
monumental “Historia”:

Artemisia, una mujer que tomó parte en la expedición contra Grecia y


por quien siento una especial admiración, ya que ejercía personalmente
la tiranía (pues su marido había muerto y contaba con un hijo todavía
joven) y tomó parte en la campaña, impulsada por su bravura y arrojo
(3).

"¡Una mujer y madre en la vanguardia de una tropa de élite!", escribe, con evidente
asombro, Albert Schlögl, en su libro sobre Heródoto, para, a continuación, comentar
que este hecho seguiría siendo, todavía, en nuestro tiempo, un titular en destacadas
páginas de la prensa amarilla y sensacionalista: "Tanto más debió impresionar a los
antiguos griegos, que rendían pleitesía a un patriarcado sin concesiones"(4).

Resulta curiosa la confesión que hace Heródoto de su admiración por Artemisia,


cuando él y su familia se implicaron en luchas y conspiraciones contra el hijo de esta
reina, pero, como historiador, intentaba separar los asuntos familiares de su obra
escrita. El propio Heródoto tuvo que exiliarse de Halicarnaso hacia los años 468–467,
al verse envuelto en una rebelión contra el tirano Lígdamis, quien mandó ejecutar al
poeta Paniasis, tío carnal suyo y autor de una monumental obra, “Heracleia”, escrita
en unos catorce libros, de los que sólo se conservan algunos fragmentos y algunas
referencias indirectas en la “Biblioteca” de Apolodoro (I, 5, 2; III, 10, 3 y III, 14, 4).
Esta sublevación, en la que estaría implicado el ya citado Paniasis, tuvo lugar en
estrecha conexión con el ambiente posterior a la Segunda Guerra Médica. Atenas
siempre trató de liberar a las ciudades de Asia menor, todavía sometidas a Persia. A
partir del año 467 a. C., fecha de la batalla de Eurimedonte, ganada por Cimón,
muchas ciudades griegas de Asia Menor, entre ellas Halicarnaso, lograron su
independencia definitiva del Imperio Persa (5).

Según Heródoto, la tirana Artemisia:

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Imperaba sobre Halicarnaso, Cos, Nisiro y Calidna, y aportaba cinco


navíos. Precisamente las naves que aportó eran las más celebradas de
toda la flota, después, eso sí, de las de Sidón.

Ella fue también consejera del Rey de los persas, Jerjes, y quien:

Dio al monarca los más atinados consejos (VII, 99, 2-3).

Uno de ellos fue que no se enfrentase por mar contra los griegos:

Reserva tus naves y no libres un combate naval, pues, por mar,


nuestros enemigos son tan superiores a tus tropas como lo son los
hombres a las mujeres. Además ¿por qué tienes que correr a toda
costa riesgos en enfrentamientos navales? ¿No eres dueño de Atenas,
por cuya conquista emprendiste la expedición? ¿No eres dueño,
asimismo, del resto de Grecia (6)? Nadie te ofrece resistencia; y
quienes lo han hecho han acabado tal y como merecían (7).

Este último párrafo del “discurso” de Artemisia es, posiblemente, una alusión directa al
rey Leónidas y a los Trescientos hoplitas espartiatas que murieron luchando contra los
persas en la batalla del Paso de las Termópilas, combatientes muy admirados por
Heródoto, quien, en su Libro VII, los eleva a la indiscutible categoría de héroes míticos,
dignos continuadores de las gestas homéricas. Y continúa hablando la tirana
Artemisia:

Si te apresuras a librar de inmediato una batalla naval, temo que una


derrota de la flota acarrease, de paso, serios perjuicios al ejército de
tierra (VIII, 68).

La franqueza de las palabras que Heródoto pone en boca de Artemisia suscita entre
los persas y sus aliados (en realidad jefes de pueblos sometidos por éstos) distintas
reacciones. Por una parte los que simpatizaban con ella:

Se sentían apesadumbrados por sus palabras, en la creencia de que,


por orden del monarca, iba a sufrir algún castigo, dado que se oponía a
que presentara batalla por mar.

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Y, por otra:

Quienes la detestaban y le tenían envidia, porque, de entre todos los


aliados (8), era una de las personas a las que Jerjes más estimaba, se
alegraban de su intervención, seguros de que le costaría la vida (9).

Heródoto, con estas palabras, nos presenta un mundo de intrigas, antipatías,


animadversiones y rivalidades entre los distintos caudillos de los pueblos sometidos
por los persas (medos –de quienes descienden los actuales kurdos-, cilicios, matienos,
fenicios, lidios, masagetas, carios, bactrianos, egipcios...) que luchaban junto con su
rey, Jerjes, contra los griegos. Y, sobre todo, nos habla de la intrigante reina de
Halicarnaso, una audaz mujer que luchaba por ganar un puesto destacado en un
mundo de hombres y que combatía contra la libertad de los griegos (10). El rey persa,
según Heródoto:

Se sintió muy complacido con la (opinión) de Artemisia y, pese que la


consideraba una mujer muy notable desde hacía tiempo, en aquellos
momentos su aprecio aumentó considerablemente (11).

No obstante decidió enfrentarse a los griegos por mar, en la isla de Salamina. Y


Artemisia combatió allí, con todas sus naves, mostrando una sangre fría y una falta de
escrúpulos admirables. Por su parte, los griegos ofrecieron una recompensa de:

Diez mil dracmas para quien la capturase viva, ya que consideraban


algo inadmisible que una mujer hiciera la guerra a Atenas (VIII, 93, 2).

Era mucho dinero porque podemos considerar que esta cantidad sería el equivalente
al sueldo bruto de un obrero asalariado durante unos tres años de duro trabajo (12).
Además, en la ciudad de Esparta, había una estatua de Artemisa. Estaba situada junto
a otras de malhechores y enemigos persas. Vendría a ser una especie de “fichero”, o
de “picota”, según nos cuenta Pausanias en su “Viaje a Grecia” (III, 2, 3).

En la batalla de Salamina nos podemos imaginar a la tirana de Halicarnaso sentada en


la cubierta de la plataforma de popa de su navío, protegida del sol por un toldo, ella la
única mujer en un barco lleno de guerreros armados.

En un momento de la batalla, Artemisia, al verse acosada por un navío ateniense,


embistió violentamente contra una nave “aliada” de los persas, hundiéndola, para

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poder escapar, así, del acoso griego. Pretendía hacer creer a sus perseguidores que
embestía a un barco pro-persa y que ella era, pues, una “aliada” de los griegos
antipersas, es decir, de los atenienses y de los espartanos, entre otros muchos
combatientes de las distintas “polis”... Así nos narra Heródoto este incidente:

…En el preciso momento en que las fuerzas del rey se hallaban en


plena confusión, la nave de Artemisia se vio acosada por un navío del
Ática; como no podía escapar (pues delante de ella había varias naves
aliadas y se daba la circunstancia de que la suya era la que se hallaba
más próxima al enemigo), decidió –y la medida dio resultado- hacer lo
siguiente: al verse acosada por el navío del Ática, embistió
violentamente a una nave aliada, tripulada por alindeos, a bordo de la
cual iba el propio rey de Calinda, Damasítimo. Ahora bien, yo no puedo
precisar si es que había mantenido alguna polémica con él cuando
todavía se hallaban en el Helesponto, si tampoco si lo hizo
premeditadamente, o si la nave de Calinda chocó con la suya por
haberse cruzado casualmente en su camino. Sea como fuere, después
de haberla embestido, provocando su hundimiento, Artemisia tuvo la
fortuna de granjearse un doble beneficio: el trierarco de la nave ática, al
ver que embestía a un navío bárbaro, creyó que la nave de Artemisia
era griega o que estaba desertando de la flota de los bárbaros para
apoyar a los griegos, por lo que mandó cambiar el rumbo y se dirigió
contra otras naves.

Así fue como Artemisia pudo escapar, evitando la muerte (…). Jerjes -
agregan- preguntó si la hazaña se debía realmente a Artemisia, a lo que
los asistentes respondieron afirmativamente, pues conocían a la
perfección el emblema de su nave y creían que el navío destruido era
enemigo (a la serie de circunstancias favorables que, como he dicho, le
sucedieron, se añadió el hecho de que no se salvara ningún tripulante
de la nave de Calinda que pudiese acusarla). Y según cuentan, ante
esa aseveración, Jerjes manifestó: “Los hombres se me han vuelto
mujeres; y las mujeres, hombres”. Esto fue, según dicen, lo que
comentó Jerjes (Historia, VIII, 87-89).

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En relación con esta célebre muestra de astucia, Polieno cuenta que, en la contienda
naval, Artemisia cambió varias veces de enseña, usando la que más le convenía
según el momento y la situación en la que se encontraba. O sea, estandartes griegos
o persas, indistintamente, a lo largo del curso de la batalla (Polieno: Estratagemas,
VIII, 53, 1, 3):

Cuando Artemisia era trierarco de una nave larga, no sólo tenía la


enseña de los bárbaros, sino también la de los griegos. Si perseguía
una nave griega, izaba la enseña bárbara, pero si era perseguida por
una nave griega, izaba la griega, para que sus perseguidores se
apartaran de ella, creyendo que era una nave griega (13).

El trirreme ateniense estaba capitaneado por Aminias de Palene, uno de los héroes
griegos. La víctima de Artemisia era, como hemos dicho, el trirreme de Damasítimo,
rey de Calinda, una ciudad situada al sureste de Halicarnaso. Ambas ciudades eran
vecinas y, como tales, tal vez hubiesen rivalizado entre ellas por cuestiones
fronterizas. Se puede pensar que Artemisa se aprovechase de la ocasión para ajustar
cuentas, para vengarse… Jerjes vio la maniobra de Artemisia contra Damasítimo y
tomó a éste por enemigo, por lo tanto, la reina de Halicarnaso, a los ojos del soberano
persa, ganó en estima y consideración. Pero… ¿qué pudo pasar con los soldados
supervivientes del navío de Damasítimo? ¿Perecieron todos cuando se hundió el
barco calindio después de la embestida de la astuta Artemisia? ¿Ordenó Artemisia a
sus arqueros disparar contra cualquier calindio vivo? Tal vez Artemisia tenía el valor
suficiente como para ordenar un baño de sangre, pero con tantos barcos griegos a su
alrededor, los pobres supervivientes calindios tenían muy pocas posibilidades de salir
con vida de la contienda. Incluso los mejores nadadores podrían perecer golpeados
por los remos de los trirremes griegos (14).

Como los temores de Artemisia se hicieron realidad (una espectacular victoria militar
griega en la batalla de Salamini), Jerjes decidió pedirle consejo por segunda vez:

Dado que anteriormente había sido, sin lugar a dudas, la única en intuir
lo que había que hacer (VIII, 101).

Cuando la Tirana de Halicarnaso llegó a la tienda del rey persa, éste le dijo, según
Heródoto, lo siguiente:

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Mardonio me sugiere que me quede aquí y que ataque el Peloponeso,


alegando que, ante mí, los persas y el ejército de tierra no son
responsables de desastre alguno y que, para ello, sería un placer poder
demostrarlo (...) Y, en cuanto a mí, me sugiere regresar a mis dominios
con el resto de las tropas. Por consiguiente, y como quiera que me diste
un buen consejo a propósito de la batalla naval que acaba de tener
lugar, al tratar de que no la librase, aconséjame ahora qué plan debo
seguir para que mi decisión sea realmente acertada (CIII, 101).

Entonces Artemisia le responde:

Debes regresar a tu patria y dejar aquí a Mardonio, si quiere hacerlo y


se compromete a cumplir lo que ha dicho, con los soldados que desea.
Pues, ante todo, si logra someter lo que, según él, pretende subyugar y
le sale bien el plan del que habla, el éxito, señor, te pertenece a tí, ya
que lo habrán conseguido tus esclavos. Pero, además, es que, si
sucede lo contrario de lo que piensa Mardonio, no será ninguna
catástrofe, dado que tú estarás a salvo, al igual que lo estará todo lo
relativo a tu dinastía. De hecho, si tanto tú como tu dinastía os
encontráis a salvo, los griegos deberán arrastar muchas campañas para
salvarse. Y, en cuanto a Mardonio, de pasarle algo, carece de
importancia: si los griegos lo vencen, su victoria será
intrascendente, porque habrán matado a un esclavo tuyo. Por otra
parte, tú te vas a marchar después de haber incendiado Atenas que era
el objetivo por el que organizaste la expedición (VIII, 102).

Es frecuente la utilización del "estilo directo". Pero es necesario aclarar que, a la hora
de analizar casi todas estas "intervenciones" y "consejos" atribuidos a la reina
Artemisia hay que tener una cierta prudencia y bastante precaución, ya que, en
realidad, es Heródoto quien se cita a sí mismo. Por ello, pese a que muchos
historiadores actuales no consideran como hechos históricos estas intervenciones y
consejos que Artemisa le da al rey Jerjes, esta tirana griega se erige como una “figura
retórica” que le sirve a Heródoto para simbolizar la supremacía moral de los griegos
frente a los otros consejeros persas. Bien, continuamos, después de esta aclaración,
diciendo que Heródoto concluye así la intervención de Artemisia:

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Jerjes se sintió complacido con el consejo, pues lo que decía Artemisia


coincidía plenamente con lo que él mismo pensaba (en mi opinión,
aunque todo el mundo, hombres y mujeres, le hubiese aconsejado
quedarse, el monarca no lo habría hecho, tan aterrorizado estaba).

Colmó, pues de elogios a Artemisia y le ordenó que se dirigiera a Éfeso


con sus hijos, dado que le habían acompañado algunos de sus
bastardos (VIII, 103).

En la monarquía persa todos los súbditos eran considerados como esclavos del Rey,
independientemente de su rango y categoría. Esto se ve aquí, en el texto de Heródoto,
un griego, en las palabras (reales o inventadas, tanto da) que pone en labios de
Artemisia, cuando califica a los hombres del ejército persa y al propio Mardonio (yerno
de Darío I y cuñado el propio rey Jerjes) como “esclavos”. El rey persa, que llevaba los
títulos de Rey de Reyes (Shāhanshāh) y Gran Rey, exigía a sus súbditos obediencia
total, fidelidad y postración ceremonial, llamada “Proskínesis”, ante su presencia,
pero, contrariamente al faraón de Egipto, a otros reyes orientales y al monarca
macedonio Alejandro Magno (quien, posteriormente, se adueñaría de todo el Imperio
Persa), no estaba considerado un dios, aunque su poder procedía del mismo Ahura
Mazda.

En el texto vemos, también, como el Gran Rey Jerjes I confía sus numerosos hijos
bastardos a Artemisia, como una prueba más de su confianza y admiración hacia esta
decidida y valiente mujer. Sabemos por Plutarco que Artemisia había reconocido el
cadáver de Ariamenes, hermano o tal vez hermanastro del Gran Rey persa, que
estaba flotando en el mar. Ella lo recogió y se lo entregó a Jerjes (Plutarco, Vida de
Temístocles, 14, 3). Para el arqueólogo y escritor italiano Valerio Massimo Manfredi la
tirana Artemisia de Halicarnaso era: "Aliada de Jerjes y su amante" (15), afirmación
que es muy discutible y muy peculiar.

La única esposa legítima de Jerjes era Amastris, con quien tuvo tres hijos varones:
Darío, Artajerjes e Hipastes. Heródoto, en su Libro IX, nos retrata a la persa Amastris
como una mujer tremendamente celosa y vengativa, que actúa con gran sadismo y
crueldad contra sus rivales femeninas, sospechosas de compartir el lecho y el amor de
su marido, el rey Jerjes.

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Pero, volvamos a Artemisia de Halicarnaso: De esta reina griega la Enciclopedia


Espasa-Calpe nos da esta pequeña reseña mítico-biográfica. Destacamos el final,
casi tan patético como una tremenda tragedia griega, como las escritas por alguno de
los grandes autores dramáticos griegos de época clásica:

Reina de Halicarnaso. Después de la muerte de su marido Lígdamis,


acompañó a Jerjes en su expedición contra Grecia. Se distinguió en el
combate de Salamina (480 a. d. C.) y poco después se apoderó de
Patmos.

Enamorada del joven Dardano de Abidos, como éste no le correspondía


le mandó sacar los ojos. Acosada por los remordimientos se suicidó
arrojándose desde lo alto de la roca Leúcade (16).

Triste y “moralista” final que no concuerda con la Artemisia que Heródoto nos ha
retratado tan admirablemente en su “Historia”: una mujer de carácter muy fuerte, llena
de “hybris”, valiente, luchadora, guerrera, carente de escrúpulos y para quien el fin
justifica todos los medios empleados para llegar a él.

En uno de los libros que ha publicado la periodista y escritora madrileña Rosa


Montero, titulado “Historias de mujeres”, se recoge también esta tópica leyenda de
desamor, loca pasión y cruel venganza:

Se enamoró de Dárdano y, al ser rechazada por él, le mandó arrancar


los ojos y después se quitó la vida.

Esta noticia posiblemente inventada a posteriori, procede de un escritor tardío, del


siglo II a. C., llamado Tolomeo Hefestión, cuya obra, Nueva Historia, es resumida por
Photius. El profesor Barry Strauss, en su libro “La batalla de Salamina. El mayor
combate naval de la antigüedad”, escribe sobre este tema que:

Años después, circuló el rumor de que se había dado muerte tras sufrir
el rechazo de un amante, pero sólo después de atacarlo mientras
dormía y sacarle los ojos. En ella se combinaba la astucia de Atenea y
la atracción de Afrodita. Y detrás de esas dos cualidades se encontraba
la ambición de Hera, la reina del Olimpo (17).

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La roca Leúcade, o “Blanca”, es un elevado peñasco que, evidentemente, existe en la


isla de Leucas, o Leúcade, situada al lado de la mítica Ítaca, en el mar Jónico, cerca
de las costas de Acarnania, al sur del antiguo Epiro. Allí se hallaba un templo dedicado
al dios Apolo, donde, según la tradición, se arrojaban al mar los amantes
desgraciados. Hay una leyenda, falsa, por supuesto, que afirma que desde esta misma
roca se suicidó la gran poetisa Safo de Lesbos, arrojándose a las profundas aguas
marinas (18). Leyenda que fue recogida, entre otros muchos autores, por el poeta
latino Ovidio en su obra “Cartas de las heroínas”, conocida, también, como
“Heroidas”. Esta tradición de suicidios por amores no correspondidos y desgraciados
no guarda ninguna relación con la realidad. Los que se arrojaban al mar desde este
famoso peñasco no lo hacían para, voluntariamente, poner punto final a sus días, sino
que buscaban, con este acto, absurdo, peligroso e irracional, encontrar una especie
de liberación de las tribulaciones y de las angustias cotidianas. En definitiva, una
expiación, una “katarsis” (19).

El gran poeta Anacreonte, en uno de sus fragmentos conservados de un poema suyo,


mutilado, ironiza cínicamente sobre este tema:

Tirándome de nuevo desde la roca de Leúcade, me sumerjo en la mar


canosa, ebrio de amor (20) .

Sin embargo no nos han llegado noticias sobre las actividades de Artemisia a partir de
la llegada a su ciudad, Halicarnaso, después de su participación en la batalla de
Salamina (hacia el 25 de septiembre del 480 a. C.). No sabemos ni cómo ni cuándo
pudo morir. Pero su dinastía se hallaba sana y salva varias generaciones después. Su
hijo Lígdamis gobernó como rey de Halicarnaso entre los años 460-450 a. C. (21).

Polieno nos cuenta una “estratagema” muy ingeniosa que la tirana Artemisia llevó a
cabo para lograr la ocupación de Latmo, una ciudad fortificada que se encontraba al
norte de Halicarnaso:

Artemisia ocupó Latmo y ocultó la fuerza armada y, celebrando una


fiesta orgiástica con eunucos, mujeres, flautistas y tamborileros, se
retiró al bosque de la Madre de los dioses, que dista siete estadios. Y al
venir los latmios y observar y admirar su piedad, los emboscados
salieron y se apoderaron de la ciudad, dominando con flautas y
tímpanos a la que no pudieron dominar con las armas (22).

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Descendiente de esta célebre tirana es la también famosa Artemisia II (siglo IV a. C.),


quien, al quedarse viuda de su esposo Mausolo de Caria (377 – 353 a.C.), al que
amaba apasionadamente, mandó construir un grandioso y espectacular monumento
funerario en su honor, que es considerado una de las siete maravillas de la
Antigüedad: el célebre Mausoleo de Halicarnaso (23), que dio origen a la palabra
“Mausoleo”, que significa “sepulcro magnífico y suntuoso” (según la definición dada
por el Diccionario de la Real Academia Española, 20ª, 1984). El Mausoleo de
Halicarnaso era un monumento de orden jónico, sobre el que descansaba una especie
de pirámide truncada que, a su vez, servía de pedestal a un carro de triunfo, que
coronaba toda la construcción. Sus esculturas fueron realizadas por Briaxis, Leocares
(autor de la bella y célebre estatua conocida como el “Apolo de Belvedere”del Museo
Vaticano), Escopas y Timoteo. Fue destruido por un fuerte seísmo. Sus piedras fueron
empleadas por los Caballeros de San Juan de Rodas para erigir una impresionante
fortaleza. Este castillo alberga actualmente el magnífico museo de Bodrum dedicado a
la Arqueología Submarina. En 1855 se excavó el lugar. Algunas esculturas, como las
supuestas estatuas de Mausolo y de su esposa, la reina Artemisia IIª, y algunos
fragmentos del friso, donde estaban representados combates de Griegos contra
Amazonas y Centauros, se llevaron a Inglaterra. En la actualidad todas estas obras se
conservan en el Museo Británico. Los cimientos del Mausoleo se localizan actualmente
en la ciudad turca de Bodrum, construida en el emplazamiento de Halicarnaso.
Además de este monumento fúnebre, su esposa Artemisia organizó unos fastuosos
funerales, con competiciones literarias, destacando en éstas Teopompo (24).

¿Dónde empieza y dónde termina lo real? ¿Dónde el mundo de lo imaginario, de los


mitos, de los tópicos que pasan de generación en generación, de las leyendas y de las
ideologías? Paul Ricoeur, en su obra “Ideología y Utopía”, señala que:

Nadie conoce la realidad fuera de la multiplicidad de las maneras en


que está conceptualizada, puesto que la realidad está metida en un
marco de pensamiento que es él mismo una ideología (25).

Por lo tanto, las ideologías, todas, deforman la realidad, la manipulan consciente o


inconscientemente. Como ejemplo extremado, y ultranacionalista, podemos citar estas
“Tesis” sostenidas por la profesora turca Afet Inan, en una conferencia pronunciada el
23 de abril de 1930 ante la Asamblea General de la Asociación Turca de Historia:

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Teresa Mª Mayor Ferrándiz Artemisia Iª, tirana de Halicarnaso

El tronco más elevado y más antiguo de la cultura de la humanidad es el


tronco turco, con el Altai y el Asia Central como patria. Los turcos fueron
la base de la civilización china. Los sumerios (...) quienes construyeron
en Mesopotamia y en Irán, alrededor de 7.000 años antes de Nuestra
Era, la primera civilización de la humanidad, eran turcos. (...) Los dorios,
a quienes más tarde se les llamó griegos, así como los hititas, eran
turcos...

Para reforzar estos “argumentos” el propio Atatürk hizo crear bancos con los nombres
de Etibank y Sumerbank. Esta aberrante Historia Universal Turca, al parecer, se sigue
impartiendo, hoy en día, en muchos centros escolares de Turquía (26). Así pues, como
hace notar Stéphano Yerasimos, turcos eran los hititas, los sumerios y los aqueos,
ancestros de los griegos. Pero esta construcción ideológica sólo podía servir para
"consumo interno". No era, en absoluto, "exportable". Aunque Mohamed II el Otomano
que ocupó Atenas diecinueve siglos después de la expedición del persa Jerjes, fue
visto, por sus contemporáneos, como "El retorno del péndulo", y, en la Europa del
Renacimiento, los turcos son vistos como los "descendientes de los troyanos". O sea
"la venganza de Oriente sobre Occidente” (27). Es decir, observamos, pues, falsos
mitos que han falsificado la realidad histórica y que se han trasmitido, al parecer con
bastante éxito, hasta nuestros días, en las escuelas y los institutos de la Turquía
kemalista, como ya hemos señalado más arriba, y que, ahora mismo, muchos autores
e historiadores turcos se atreven a cuestionar (ya era hora). Sobre todo porque el
origen de los actuales turcos hay que buscarlo en un pueblo nómada de Asia central
que llegó a enfrentarse a los chinos, quienes, para defenderse de sus numerosos
ataques, construyeron su Gran Muralla, en el año 214 a. C. Muchos siglos después,
hacia el III después de Cristo, unas terribles sequías obligaron a las numerosas tribus
turcas a emigrar hacia las tierras más ricas del oeste, llegando a crear diversos
estados, que comprendían a los turkmenios, kirguices, uzbekos, azeríes, kazajos,
yakutos, chuvacos... Los selyúcidas conquistaron Anatolia después de su victoria de
Malazgrit contra el ya decadente Imperio Bizantino en 1021 y, finalmente, en el año
1453, el joven sultán Mehmet el Conquistador tomó Bizancio, poniendo punto final al
Imperio Bizantino y la Edad Media (28).

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Una vez vistos estos ejemplos de manipulación "interesada" de la Historia, Hans


Blumenberg, uno de los grandes pensadores alemanes del siglo XX (1920-1996) nos
asegura, muy acertadamente, que:

La teoría es algo que no se ve. Es verdad que el comportamiento


teórico consiste en acciones que están sujetas a reglas intencionales y
que conducen a complejos de enunciados en conexiones reguladas,
pero esas acciones sólo por su lado externo son interpretables como
"ejecuciones" de algo. A alguien no iniciado en su intencionalidad, que
ni siquiera sea capaz de suponer por su modalidad que pertenecen a la
"teoría", tienen que resultarle enigmáticas y pueden parecerle chocantes
y hasta ridículas. Para eso no hace falta llegar a la desconcertante
ostentación de una cientificidad altamente institucional y "aparatizada"
(29).

Los textos de Heródoto, que ya hemos visto aquí, y las leyendas posteriores que nos
dan noticias (reales o inventadas) de esta célebre tirana doria, están impregnadas de
un marcado lastre ideológico filogriego (filoateniense, para ser más exactos) y
antipersa, legitimador de una autoridad, una política, unas costumbres y una forma de
pensar, cuyas notas más destacadas referidas al mundo de las mujeres son:

1. Un fuerte machismo saturado de misoginismo (Hesíodo: “Teogonía”,


Creación de Pandora, versos 570 – 616) y de ginecofobia (“Yambo de las
Mujeres” de Semónides de Amorgos; Eurípides: versos 616 – 624 de su
tragedia “Hipólito", etc).
2. Una antagónica división sexual del espacio: la mujer encerrada en el
“gineceo”, el hombre en el ágora de las ciudades, en los gimnasios y en los
campos de batalla.
3. Una concepción patriarcal de la familia, en la que las mujeres desempeñan
un papel de eternas “menores de edad”, sometidas, tuteladas y vigiladas
por su “señor”, su “kyrios”...
En este sentido la conducta de la tirana Artemisia de Halicarnaso debió de sorprender,
y mucho, a los machistas ciudadanos de Atenas, al igual que le chocó al propio
Heródoto, un dorio de Asia Menor (como la propia Artemisia), quien la llega a describir
con rasgos típicamente masculinos y no femeninos, aunque emplee sustantivos y
adjetivos del género femenino (strateusamenes gunaikós, aúte, zygáter...). Según

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estos escritos, Artemisia II de Halicarnaso sería, pues, una mujer “a-normal”,


excepcional, rompedora de moldes y de estereotipos. Una mujer poseedora de
“ANDREIA”, la virtud “viril” por excelencia, que equivalía a hombría, valor, ánimo,
fortaleza, bravura, valentía... Virtud antagonista de la típica, y tópica, “Sofrosyne”
femenina. En definitiva, una hembra poderosa y guerrera, peligrosa, inteligente y casi
tan astuta como el homérico Odiseo. Un contrapunto femenino a las “dóciles” y
pacientes mujeres atenienses, contemporáneas suyas, aquéllas cuya máxima virtud
era el silencio, tal y como recomendaban el trágico Sófocles (verso 294 de la tragedia
Ayax: “Mujer, el silencio es un adorno en las mujeres") e, incluso, el propio Pericles, un
político liberal, “ilustrado”, amigo y protector de artistas y filósofos (Tucídides: “Historia
de la Guerra del Peloponeso, II, 45), quien, no obstante, eligió como compañera a otra
mujer que también se “alejaba” del modelo ideal ateniense: la bella e inteligente
Aspasia de Mileto.

Si las reinas no son como las demás mujeres, Artemisia, en opinión del helenista e
historiador Paul Cartledge fue, entre las reinas, una figura excepcional y única, hasta
el punto de que se la puede comparar a la egipcia Hatshepshut, la única mujer que
ostentó el varonil título de faraón (30). Porque, según palabras de la antropóloga
Mercedes Fernández Martorell, "los humanos hemos construido casi toda nuestra
identidad basándonos en esa pequeña porción de nuestro cuerpo que es nuestro
sexo" (31). O lo que es lo mismo, los seres humanos hemos basado nuestra identidad
(léase Género) en algo tan insignificante y tan pequeño como es nuestro sexo
biológico. Es decir, muchas construcciones ideológicas están basadas en unas
diferencias que, hoy en día y para los hombres y mujeres occidentales, se nos antojas
ridículas, lo que no obsta para que, a lo largo de la Historia, se haya legitimado (por el
patriarcado) el dominio de un sexo (el femenino) por otro (el masculino), ya que a las
mujeres se las ha hecho responsables de las desgracias que sufre toda la Humanidad
(mitos de Eva y Pandora). Se busca a un culpable (mujer) y sobre ese chivo expiatorio,
o cabeza de turco, se vierten todos los males, temores y miedos... Así se demoniza, se
sataniza a la mujer, para, después, dominarla mucho mejor. Claro que el éxito de esta
"empresa" culmina cuando la víctima, completamente alienada, acepta como algo
"natural", como un mandato divino, su propia sumisión al varón. Por eso podemos
considerar a la feminidad como una elaborada construcción ideológica basada en los
deseos masculinos. La mujer "femenina" sería quien asumiría ese rol, impuesto por el

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patriarcado, y, una vez asumido este rol sumiso y dependiente, sería completamente
feliz, es decir, alienada.

Hay dos tipos de crítica feminista a la manera tradicional de estudiar la Historia, dos
maneras de cuestionar los "cánones académicos" establecidos:

 La "Revisionista", que, en pocas líneas, podemos definir como la metodología


preferida por los/las historiadores y enseñantes que optan por el "feminismo de la
igualdad", y que se puede resumir en "añadir mujeres y agitar". Esto supone
investigar, buscar en los viejos textos mujeres olvidadas para añadirlas a la
Historia general: Safo, Hiparquia, Hipatia, la reina Gorgo de Esparta, Artemisia de
Halicarnaso, Aspasia de Mileto, Erina, Friné, Olimpia de Epiro y Macedonia, la
emperatriz Teodora de Bizancio, etc, etc.
 La segunda opción, más "radical", es cuestionarse la idea del "canon académico
histórico" en su totalidad. Una especie de "¡Abajo las Jerarquías!". Algo mucho
más complicado y más difícil de llevar a cabo por el peligro de caer en el panfleto
y en la proclama. Aquí hay que cuestionarse cómo se han construido dichos
"cánones", como los historiadores, escritores y filósofos helenos (todos varones),
llevados y dominados por la misoginia de su tiempo, plasmaron unos prejuicios
relativos a las mujeres que, en lo esencial, se han mantenido vivos y vigentes
durante siglos y milenios. Esta segunda opción suele ser la preferida por quienes
se posicionan en el llamado "feminismo de la diferencia".

En la película “300. El origen de un imperio”, dirigida por Noam Murro, la reina


Artemisia está interpretada por la bella actriz Eva Green. Su vestuario no es el que
llevaría una aristócrata griega del siglo V a. C, sino el que vestiría una muchacha de
una tribu urbana “gótica-siniestra”, el de una “reina del black metal” o el de una
heroína de “cómic” futurista de ciencia-ficción postapocalíptica. La película es
francamente mala, un monumental despropósito lleno de anacronismos (en los barcos,
en el vestuario, en la actuación de Temístocles en la batalla de Maratón…),
descuartizamientos, miembros seccionados, ríos de sangre y violencia a raudales,
testosterona, abuso del “croma” y luchas a cámara lenta. Es un film de acción antes
que una película histórica, una curiosa mezcla de “cómic” y estridente videoclip. Un
blog de cine la ha calificado, con bastante acierto, como “épica a hostias”.

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La película empieza con un largo “flash black” consistente en la narración que hace la
reina Gorgo (interpretada por la actriz Lena Headey) a los soldados espartanos
contándoles la batalla de Maratón, en la que el rey persa Darío I muere a
consecuencia de una flecha que le ha disparado nada más y nada menos que el
ateniense Temístocles (Sullivan Stapleton), quien, además, según la película, es el
autor de la estrategia que llevó a los griegos a la victoria, cuando, en realidad, el
general que comandaba los ejércitos helenos en Maratón era Milcíades. Además el rey
Darío, tercer soberano persa de la dinastía Aqueménida, no viajó a Grecia y, por tanto,
no pudo participar en esta batalla. Darío I murió de una enfermedad, en el año 486 a.
C., dos años después de la derrota persa de Maratón (que tuvo lugar en el 490 a. C.),
mientras preparaba otra expedición contra Grecia, según el texto de Heródoto:

Tras nombrar a Jerjes futuro rey de los persas, Darío se dispuso a


entrar en campaña. Pero resulta que, un año después de los hechos
que he contado y de la sublevación de Egipo, a Darío le sorprendió la
muerte en plenos preparativos… (32)

Está enterrado en la tumba rupestre de Naqsh-e-Rostam. El ejército persa estaba,


pues, al mando de Artafernes, que era sobrino del monarca, y de Datis, que era el
almirante de la flora.
Por otra parte, el armamento de los griegos era el propio de una infantería pesada. Los
hoplitas atenienses y sus aliados llevaban un casco, una coraza, unos protectores
para sus piernas, brazales de bronce y un escudo redondo llamado “hoplon”, palabra
de la cual proviene la voz hoplita, una lanza larga, “dory”, y una espada. Toda la
armadura, llamada panoplia, debía pesar unos 20 kilos aproximadamente. En esta
película, en cambio, aparecen casi desnudos, luciendo una musculatura de gimnasio
incrementada por el consumo de anabolizantes, con solo un pequeño taparrabos y una
capa, nada que ver con el equipamiento militar que los griegos debieron usar en la
batalla de Maratón y en todas las batallas en las que participaron.

Siguiendo con la narración del argumento de la película, hay que añadir que el joven
príncipe Jerjes (el actor y modelo brasileño Rodrigo Santero) es testigo de la muerte
de su padre y busca vengarse de los griegos. Cuando regresa a tierras iranias,
Artemisia (Eva Green), comandante de la marina persa, aconseja a Jerjes que sólo un
dios podrá vencer a los griegos. Entonces Jerjes inicia un viaje al desierto. Penetra en
una misteriosa cueva donde se baña en un extraño y mágico líquido dorado que hay

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en su interior. Esto le provoca una metamorfosis que le transforma en un enjoyado


“Rey dios” de tres metros de altura, cargado de “piercings” y con más apariencia de
una “Drag Queen” de los carnavales de las Palmas de Gran Canaria que de un “Rey
de Reyes” (Shāhanshāh) persa… (Para conocer la religión persa, aconsejo a quien
lea estas líneas que consulte el APËNDICE 3, al final de este trabajo).

Cuando las tropas persas, al mando de Jerjes, penetran, por segunda vez, en territorio
heleno, Temístocles viaja a Esparta para buscar una alianza con esta polis guerrera y
entrevistarse con el rey Leónidas (Gerard Butler). Pero no se produce tal entrevista, ya
que el monarca espartano ha ido a consultar al Oráculo (¿el de Delfos?). Su encuentro
con la reina Gorgo resulta decepcionante porque la dama espartana se opone a una
alianza con Atenas.

Más tarde Temístocles se entera, por su amigo Escilias, de que Artemisia es una
griega renegada, pero que se ha unido al ejército persa porque unos soldados helenos
mataron a toda su familia y a ella la convirtieron en una especie de “esclava sexual”
(¡qué fuerte!), hasta que se hartaron de ella y la abandonaron, medio muerta, en una
calle solitaria, siendo encontrada por un soldado persa de raza negra. Ese es, pues, el
origen del odio de la renegada Artemisia hacia los griegos y de su insaciable sed de
venganza. Pero… ¿no escribió Heródoto, en su Libro VII, que Artemisia era una
tirana, una aristócrata doria, hija y madre de tiranos que, al quedarse viuda, se hizo
cargo del reino de Halicarnaso ejerciendo la tiranía en nombre de su hijo? Estas son
las palabras de Heródoto:

Ejercía personalmente la tiranía, pues su marido había muerto y


contaba con un hijo todavía joven, y tomó parte en la campaña, cuando
nada la obligaba a hacerlo, impulsada por su bravura y arrojo (33).

En la siguiente escena, vemos a Temístocles como comandante supremo de la flota


ateniense. Artemisia queda impresionada por la valentía y audacia de Temístocles y
desea entrevistarse con él en su propio barco. Su intención es tratar de convencerlo
para que se una a ella y lo hace intentando seduciéndole con su deslumbrante belleza,
pero su encuentro erótico resulta ser una mezcla de lucha libre y sexo. Decepcionada
le deja ir, pero jura vengarse…

En la escena que viene a continuación, los persas derraman un líquido negro y espeso
en el mar y envían a varios soldados suicidas, una especie de peligrosos “kamikaces

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avant le lettre”, o fanáticos “yihadistas”, cargados de zurrones de cuero llenos de


alquitrán para lanzarlos, como bombas, contra los navíos griegos. Artemisia, desde su
propio barco, dispara flechas incendiarias provocando la destrucción de los navíos
helenos.

Hay que decir que ni los griegos ni los persas usaron alquitrán o cualquier otro líquido
incendiario en las batallas navales que tuvieron lugar en las Guerras Médicas. El
llamado “Fuego Griego” fue un arma bizantina, no del siglo V a. C. Se cree que su
autor fue un cristiano sirio llamado Calínico de Heliópolis, que consiguió la fórmula de
los alquimistas de Alejandría. El “Fuego Griego” consistía en una sustancia inflamable
que se empleaba, sobre todo, en las batallas navales porque tenía la cualidad de arder
en el mar. Su fórmula era un secreto de Estado e intentar conocer su composición se
podía castigar con la pena de muerte. Aunque todavía hoy en día no se sabe, a
ciencia cierta, qué ingredientes formaban parte del “Fuego Griego”, muchos expertos
opinan que entre sus variados componentes habría petróleo, cal viva, azufre, resina,
grasa, salitre y nafta, Los guerreros bizantinos lanzaban chorros ardientes de “Fuego
Griego” a sus enemigos empleando sifones como si fueran cañones, o, más bien,
lanzallamas.

Seguimos, después de este breve inciso, analizando el argumento de la película. Para


huir del fuego, Temístocles se arroja al mar, donde observa, con espanto, como unos
peces monstruosos se le acercan para devorarle… ¿Una alucinación de un hombre a
punto de morir ahogado? Sin embargo es rescatado por uno de sus soldados.
Artemisia cree que ha muerto en el combate y se retira de la batalla.

Poco después Temístocles se entera de que el rey Leónidas y sus 300 guerreros
espartiatas han muerto en las Termópilas. En Atenas el deforme, y jorobado, traidor
Efialtes le informa que Jerjes atacará su ciudad. Temístocles le perdona la vida para
que vaya a ver a Jerjes y le comunique que la flota griega se reunirá y presentará
batalla junto a la isla de Salamina. A continuación, Temístocles viaja a Esparta para
pedirle a la reina Gorgo que le ayude, pero la viuda de Leónidas se limita a llorar la
muerte de su esposo. Antes de marcharse, Temístocles, le entrega a Gorgo la espada
de Leónidas y le dice que vengue a su marido.

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Atenas es destruida y todos sus templos de la


Acrópolis son quemados por los soldados persas
del ejército de Jerjes. Artemisia se entera de que
Temístocles está vivo y se prepara para la batalla
contra los deseos del rey persa, que la abofetea
con violencia. Es decir, en la película ocurre
justamente lo contrario de los que nos ha narrado
el historiador Heródoto de Halicarnaso. Finalmente
los barcos griegos se enfrentan a los persas en la
batalla de Salamina.

En una de las escenas más chocantes,


Temístocles toma un caballo y, saltando de barco
en barco, llega hasta el navío de Artemisia para pedirle que se rinda, pero la guerrera
se enfrenta a él en un curioso duelo en el que la mujer le dice con rabia: “Luchas mejor
que follas”. En este duelo final Artemisia muere atravesada por la espada de
Temístocles, pero antes de morir la mujer contempla como los guerreros espartanos
han unido sus barcos, con velas pintadas con la letra lambda de color rojo, emblema
de Esparta, a los barcos atenienses. Temístocles y la reina espartana Gorgo se han
unido, por fin, contra los invasores persas para dar la batalla decisiva a los invasores
persas.

En estos dos fotogramas de la película “300. La conquista de una imperio” vemos a la bella actriz Eva
Green, que interpreta a la villana Artemisia. El vestuario y la armadura que lleva son pura fantasía “gótica-
siniestra”, nada que ver con las ropas y las corazas griegas.

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NOTAS

(1) Aristófanes: Lisístrata, Versos 680-681, Madrid, 3ª Edición, 1992, Alianza


Editorial, Pág. 143. Traducción de Elsa García Novo. Este cepo, tetreménon
xýlon ((…era un madero perforado que servía para inmovilizar al condenado
por un tiempo determinado y, también, para exponerle a la ignominia y a la
humillación públicas. Cantarella, Eva. Los suplicios en Grecia y Roma, Madrid,
1996, Akal, Pág. 41. Este suplicio lo cita Aristófanes en otras dos comedias
suyas: Los Caballeros (Versos 1048-1049) y Las Nubes (versos 591-592),
donde el gran autor cómico condena al demagogo Cleón.
(2) Cartledge, Paul: Los griegos, Barcelona, 2001, Crítica, Pág. 74. Aquí podemos
citar a la reina Gorgo de Esparta, viuda del famoso rey Leónidas, el héroe de
las Termópilas. Del mismo autor: Termópilas. La batalla que cambió el mundo,
Traducción de David León y Joan Soler, Barcelona, 2007, Ariel, Págs. 133-134.
(3) Heródoto: Historia, Libro VII, 99.
(4) Schlögl, Albert: Heródoto, Madrid, 2000, Alderabán Ediciones, Págs 22-23.
(5) Rodríguez Adrados, Francisco: "Introducción a la Historia de Heródoto", 1984,
Ed. Gredos, Biblioteca Clásica Gredos, Págs. 16-17.
(6) Con excepción del Peloponeso.
(7) Libro VIII. El subrayado es mío y refleja la mentalidad de la época.
(8) Los persas jamás trataban a los pueblos sometidos en régimen de igualdad,
por tanto no podían ser considerados “aliados”. Este concepto es griego, no
persa (aliados en griego es “summajoi”).
(9) Libro VIII, 69, 2, 1.
(10) Strauss, Barry: La batalla de Salamina. El mayor combate de la
Antigüedad, Barcelona, 2006, Edhasa, traducción de Ignacio Alonso, Pág. 39.
(11) Libro VIII, 69. Más adelante veremos la absurda y novelesca
"tesis" de escritor italiano Valerio Manfredi, quien confunde esta "estima" de la
que habla Heródoto con la condición de amante del rey persa. Esta curiosa
"tesis" aparece escrita en su libro Akrópolis, citado en la nota 13. En pocas
palabras: que la fantasía no tiene límites...
(12) Strauss, Barry: La batalla de Salamina. El mayor combate naval de la
Antigüedad, Barcelona, 2006, Edhasa, Págs. 179-180.
(13) Polieno: Stratatemata, VIII, 53, 1, Traducción de José Vela Tejada y
Francisco Martín García, Madrid, 1991, Ed. Gredos, Págs. 554 y 555.

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(14) Strauss, Barry: La batalla de Salamina. El mayor combate de la


Antigüedad, Barcelona, 2006, Edhasa, Págs. 276-278, 293-295, 300, 302-304.
(15) Manfredi, Valerio: Akrópolis, Barcelona, 2000, Grijalbo, Pág. 14.
(16) Enciclopedia Espasa-Calpe, Tomo VI, Madrid, 1954, Pág. 478.
(17) Montero, Rosa: Historias de mujeres, Madrid, 1995, Ed. Alfaguara, Pág.
25. Strauss, Barry: La batalla de Salamina. El mayor combate de la
Antigüedad, Barcelona, 2006, Ed. Edhasa, Págs. 174 y 411. Focio,
Myrobiblion, Codex 190, que hace referencia a una obra, hoy perdida, llamada
Nueva Historia por Ptolomeo Queno: “Y muchos otros, hombres y mujeres,
sufriendo del mal de amor, fueron liberados de su pasión saltando desde lo alto
de la roca, como Artemisa, hija de Lygdamis, que hizo la guerra con Persia.
Enamorada de Dárdano de Abidos y despreciada, le arrancó los ojos mientras
él dormía, pero como el amor aumentaba bajo el influjo de la rabia divina, fue a
Léucade siguiendo las instrucciones de un oráculo y se lanzó desde lo alto de
la roca, se mató y fue enterrada”.
(18) Rodríguez Adrados, Francisco: Lírica Griega Arcaica, Madrid, 1986, 1ª
Reimpresión, Ed. Gredos, Págs 336 –337. Mayor Ferrándiz, Teresa María:
“Safo, la décima Musa. Su vida y su voz a través de sus versos", En Biografías
literarias (1975 - 1997), Actas del VII Seminario Internacional del Instituto
Teatral y Nuevas Tecnologías de la U.N.E.D. José Romera Castillo y Francisco
Gutiérrez Carbajo Editores, Madrid, 1998, Visor libros, Págs. 503 – 514.
(19) Fernández-Galiano, Manuel:”Introducciones y versiones rítmicas de las
Tragedias Troyanas de Eurípides “, Barcelona, 1986, Ed. Planeta, Pág.658.
Mayor Ferrándiz, Teresa Mª, Op. Cit., Pág. 512. La roca Leúcade aparece
citada en la Odisea (XIV, 11-15), donde se la relaciona con el Más Allá.
(20) Rodríguez Adrados, F.: Lírica Griega Arcaica, Pág. 408.
(21) Strauss, Barry: La batalla de Salamina, Barcelona, 2006, Edhasa, Págs.
302-304 y 318-312.
(22) Polieno: Estratagemas, VIII, 53, 3, Madrid, 1991, Gredos, Pág. 555.
(23) Fernández Uriel, Pilar y Vázquez Hoys, Ana María: Diccionario del Mundo
Antiguo, Madrid, 1994, Ed. Alianza, Págs. 125 y 372.
(24) Diccionario de la civilización griega, Larousse, Barcelona, l996, Planeta,
Pág 194. Martínez-Pinna, Jorge; Montero Herrero, Santiago y Gómez Pantoja,
Diccionario de personajes históricos griegos y romanos, Madrid, 1998, Istmo,
Pág. 255.
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(25) Ricoeur, Paul: Ideología y Utopía, Barcelona, 1989, Gedisa, Pág.201.


(26) Sammali, Jacqueline: Ser kurdo ¿Es un delito?, Tafalla, 1999. Txalaparta,
Pág. 111.
(27) Yerasimos, Stéphano:”El Mediterráneo oriental: entre ruptura y trasición”,
en Identidades y conflicto de valores. Diversidad y mutación social en el
Mediterráneo, María-Ángels Roque (ed.), Barcelona, 1997, Icaria, Págs.289 y
282.
(28) Sahinter, Menter: Origen, influencia y actualidad del kemalismo. Edición a
cargo de Ana García Jiménez, Madrid, 1998, Págs. 11-13. Roux, Jean-Paul:
Histoire des Turcs, París, 1984, Fayard.
(29) Blumenberg, Hans: La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria de la
teoría, Valencia, 2000, Pre-textos, Pág. 15.
(30) Cartledge, Paul, Op. Cit., Pág. 80.
(31) Diario El País, 21 de enero del 2001. Cita tomada del libro del periodista
Vicente Verdú: El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción,
Barcelona, 2003, Anagrama, Pág. 182).
(32) Herótoto, Historia, VII, 1, 4.
(33) Heródoto, Historia, VII, 99.

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FOTOGRAFÍAS

La nave “Olympias”, reconstrucción de un trirreme ateniense de época clásica. Hay que destacar su
afilado espolón de proa, con el que embestía a los barcos enemigos en el combate.

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Un fragmento de un relieve perteneciente al Mausoleo de Halicarnaso, que se puede ver en la actual

Bodrum, en el mismo lugar donde estaba situado el famoso Mausoleo (Foto de Teresa Mª Mayor).

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Bodrum: Ruinas del Mausoleo de Halicarnaso. Estado actual (Fotos de Teresa Mª Mayor).

Más imágenes de las ruinas de lo que en su día fue una de las siete maravillas de la Antigüedad: el
Mausoleo de Halicarnaso. Obsérvese el grosor de los tambores que formaban las columnas (Fotos de
Teresa Mª Mayor).

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Maqueta del célebre Mausoleo de Halicarnaso que se puede ver en el pequeño Museo que se encuentra
junto a las ruinas del Monumento.

En la fotografía se ve la imagen del Castillo que los Caballeros de San Juan construyeron en lo que fue la
antigua Halicarnaso, actual Bodrum., para ello emplearon piedras procedentes del Mausoleo, que un
terremoto había destruido. Actualmente es un importante Museo de Arqueología Submarina (fotos de
Teresa Mª Mayor).

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Teatro helenístico de la ciudad turca de Dodrum, antigua Halicarnaso, contemporáneo del Mausoleo.
Actualmente todos los veranos tiene lugar un importante festival de teatro y música. En ambas fotografías
se puede ver, al fondo, el Castillo que construyeron los Caballeros de San Juan. (Fotos de Teresa Mª
Mayor).

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APENDICE N° 1: DE HALICARNASO A LEÚCADE

Resulta absurdo pensar que la tirana Artemisia 1ª de Halicarnaso para suicidarse


tuviera que ir a la isla jónica de Leucas, o Leúcade, teniendo en cuenta que los
atenienses habían puesto precio a su cabeza (diez mil dracmas, según nos cuenta el
historiador Heródoto, en VIII, 93, 2)... La distancia entre Halicarnaso, Asia Menor,
actualmente Turquía, y Leucas es considerable. ¿Cómo podría haber hecho este
último viaje? ¿Por tierra? ¿Por mar, haciendo escala en alguna isla del archipiélago de
las Cícladas, en Cítera por poner un ejemplo, pasando por el cabo Ténaro, en territorio
dominado por Esparta, al sur del Peloponeso...?

APENDICE N° 2: LA DINASTÍA DE LOS AQUEMÉNIDAS

Ciro II: 559 – 528 a.C., llamado “El Grande”. Sometió Asia Menor, Media (553), derrotó
al rey Creso de Lidia (549) y conquistó Babilonia (539). Para el profeta judío Deutero-
Isaías este monarca persa es el Ungido, el Mesías, un Enviado del propio Yavé, por
haber destruído Babilonia y haber dado la libertad a los israelitas, permitiendo la
reconstrucción del Templo de Jerusalén (“Crónicas”, 2, 36, 22-23 y “Esdras”, I, 1-
11):

“Así dice el Señor a su Ungido, Ciro,

a quien lleva de la mano:

doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes,

abriré ante él las puertas , los batientes no se cerrarán.

Yo iré delante de tí, allanándote los cerros;

haré trizas las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro,

te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos “... (Segundo


Isaías, 45, 1-2)

Cambises II: 528 – 523 a.C.

Darío I: 521 – 486 a. C. Primera Guerra Médica. Derrotado por los griegos en la
batalla de Maratón (490 a. C.).

Jerjes I: 485 – 465 a. C. Participó en la Segunda Guerra Médica. Batallas del Paso de
las Termópilas y Cabo Artemision. Incendio de Atenas, para vengarse por el incendio
de Sardes (480 a. C.). Derrotas persas en Salamina y Platea (490 a. C.).

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Artajerjes I: 464 – 424 a. C.

Darío II: 423 – 404 a. C.

Jerjes II: Reinó solamente un mes y medio. Murió asesinado.

Artajerjes II: 405 – 359 a. C. Se enfrentó a su hermano Ciro el Joven (424 – 401a C.),
que murió en la batalla de Cunaxá. Después de este enfrentamiento armado, los
mercenarios griegos se retiraron, guiados por Jenofonte, quien los puso a las órdenes
del rey de Esparta Agesilao. Este hecho lo inmortalizó el propio Jenofonte en su
célebre obra “Anábasis”.

Artajerjes III: 359 – 338 a. C.

Darío III Codomano: 381 – 330 a. C. Derrotado por el rey macedonio Alejandro
Magno en la batalla de Issos (noviembre del 333 a. C.) y en la de Gaugamela,
conocida, también, como Arbelas (principios de octubre del 330 a. C.). Fue asesinado
por el sátrapa Bessos.

Alejandro Magno: 356 – 323 a. C.

Como ya se ha señalado, en estas mismas páginas, los reyes Aqueménidas no


estaban considerados dioses vivos (como los faraones egipcios), ni siquiera
descendientes, lejanos o próximos, de un dios ( como los Heraclidas espartanos,
miembros de las dos dinastías reinantes, Agíadas y Euripóntidas ), pero su poder sí
que le era otorgado por el dios Ahura Mazda :

“Habla el rey Darío: yo soy rey por la voluntad de Ahura Mazda. Ahura
Mazda me otorgó el reino (...) Por la gracia de Ahura Mazda, yo me
convertí en rey. Ahura Mazda me concedió el reino...” (Schrader, C.:
“Tipología y orígenes de la historiografía griega”. En Los orígenes
de la oratoria y la historiografía en la Grecia clásica”, Publicaciones
de la Universidad de Zaragoza, Págs. 83 – 86).

APÉNDICE N° 3: LA RELIGIÓN PERSA, EL MAZDEÍSMO

Ahura Mazda es el Señor del Universo, el Sabio Señor, el Único, el dios de la Luz, que
no puede representarse (aniconismo). Es ayudado por su ejército de Santos
Inmortales o Arcángeles (Amesha Spenda) en su lucha contra Angra Mainyu ( El

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Espíritu Destructor ) , llamado también Ahrimán , el señor del Mal, que , a su vez ,
también cuenta con su ejército de “daevas” , o demonios maléficos (Aeshma, el Furor,
Azi , la Codicia, Apaosha, el Abrasador...). Los Arcángeles de Ahura Mazda (Ormazd,
en persa) son seis ( un hexágono como las seis puntas de la estrella de David ) y,
según el profeta Zaratustra, llamado también Zoroastro, son, según la triple división de
Dumézil:

Vohu Manah (Buen Pensamiento)

Asa Vahista (Orden Bueno, Recta Elección) ------------------------------ Función Sacerdotal

Xasathra Vairya (Potencia Deseable, Buen Imperio)

Spenda Armaiti (Pensamiento Piadoso, Santa Devoción) --------------- Función Guerrera

Haurvatat (Integridad, Salud)

Ameretat (Vida Eterna, Inmortalidad) --------------------------------------- Función Económica

El mazdeísmo es una religión dualista. En realidad, un dualismo sistemático, una lucha


continúa del BIEN contra el MAL. El mundo es una especie de “Campo de Batalla”,
donde se enfrentan las fuerzas de Bien con las del Mal. Todo ser humano tiene que
escoger entre el Bien y el mal y su elección, y posterior conducta, será recompensada
o castigada, después de su muerte, pudiendo ir su alma al cielo o al infierno, que era
concebido como una cruenta ordalía de fuego. Su ética estaba basada en una
“trilogía”: buenos pensamientos, buenas palabras y buenos actos. Después de la
muerte tendría lugar el “juicio del alma”. Al final de los tiempos aparecería un
“salvador” y los muertos resucitarían. La práctica sacrificial se centraba en el fuego y
en el uso de algunas drogas psicodélicas, como el ”Haoma”, la bebida sagrada de los
rituales, en cuya composición entraba la “Amanita Muscaria”, un hongo alucinógeno
que también emplean los chamanes siberianos...

La religión y el Imperio de la clase gobernante persa, los Reyes Aqueménidas, era


ética y universalista, a diferencia del nacionalismo sangriento y opresivo de los reyes
de la llamada Dinastía Caldea del Imperio Neobabilónico (Nabucodonosor II). Los
persas respetaban las creencias religiosas de los pueblos sometidos (por ejemplo del
pueblo judío), siempre que fueran compatibles con la aceptación de su autoridad

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política indiscutible. Ciro el Grande acabó con las deportaciones y las destrucciones
de templos realizadas por sus predecesores.

Algunas comunidades kurdas se dieron cuenta de que en las creencias “antiguas” y


las “nuevas” hay muchos puntos de contacto, por esto tienen una cierta tendencia al
“sincretismo”. Así pues la institución del Año Nuevo (“Newroz”), que festeja la llegada
de la Primavera (21 de marzo), es una fiesta que celebran, simultáneamente, los
kurdos, los musulmanes iraníes y los seguidores de la religión de Zoroastro.

En la actualidad, después de la revolución “Jomeinista” de 1978 – 1978, los


mazdeístas iraníes son unos 30.000, con una fuerte tendencia a la disminución. Fuera
del Irán existen unos 120.000 mazdeístas que reciben el nombre de “parsis” (persas).
Se localizan en La India, Pakistán y Sri Lanka. A principios del siglo XX entraron en
contacto con la famosa Sociedad Teosófica, como representantes de un saber
milenario.

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BIBLIOGRAFÍA

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Madrid, 1975, Ed. Cristiandad.
2. Díez de Velasco, Francisco: Hombres, ritos, Dioses. Introducción a la Historia de
las religiones, Madrid, 1995, Ed. Trotta, Págs 304 – 310 y 342 – 343.
3. Johnson, Paul: La historia de los judíos, Buenos Aires, 1991, Javier Vergara
Editor S.A., Págs 93 – 94 y 184.
4. Tejel, Jordi: Els kurds, a l´ombra de la história, Barcelona, l999, Llibres de
L´index, Págs. 121– 123.
5. Trías, Eugenio: Diccionario del Espíritu, Barcelona, 1996, Ed. Planeta, Págs. 118
– 121.

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