La Academia de San Carlos Durante El Seg PDF

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UNIVERSIDAD NACIONAL
AUTÓNOMA DE MÉXICO
FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES
ACATLÁN

LA ACADEMIA DE SAN CARLOS EN


EL SEGUNDO IMPERIO

TESIS

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN HISTORIA

PRESENTA:

SERGIO ESTRADA REYNOSO

ASESORA: LIC. ADRIA PAULINA MILAGROS PICHARDO HERNÁNDEZ

NOVIEMBRE DE 2005.

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Reconocimientos
Esta tesis, como muchas otras es un trabajo colectivo. No hubiera sido posible su
concretización sin el efectivo auxilio de muchas voluntades.
Agradecemos en primer lugar a la Universidad Nacional Autónoma de México (por
habernos desde la adolescencia abrigado en su seno y por su paternal protección al brindarnos
una beca en el Instituto de Investigaciones Históricas).
También agradecemos la encomiable labor y servicios brindados por el personal del
Archivo General de la Nación, del fondo reservado de la Biblioteca Nacional, de la
hemeroteca del Museo de Antropología, del Instituto Mora, del Archivo Condumex, del
Archivo de la Academia de San Carlos, de la Fototeca de la Academia de San Carlos, del
Museo Nacional de Historia, del Museo Nacional de Arte y de la Mapoteca Manuel
Orozco y Berra.
También queremos manifestar nuestro eterno agradecimiento y fiel adhesión a algunas
personas, de las muchas que nos auxiliaron y alentaron para el buen fin de este trabajo.
Primeramente a nuestra asesora Milagros Pichardo (por su valiosa paciencia y sabios
consejos), a nuestros padres Servando y Elizabeth (por su amor y por todo lo que hay de
bueno en nosotros), a la doctora Ivonne Mijares (por su protección desinteresada), a nuestra
hija Aura Jusune (por ser el gran motor de nuestros afanes) pero sobre todo a Araceli
Lozano (por su increíble compañía, por dar luz a nuestros ojos, por su ilimitado apoyo, y por
todo lo que regaló al trabajo, que ahora le obsequiamos en prenda de nuestro amor).
Gracias mil a todos.

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ÍNDICE
Introducción

I. Antecedentes

1.1. La época de la Independencia


1.2. La reapertura de 1824
1.3. La reorganización de 1843

II. La Academia al comenzar la Intervención Francesa (enero 1861-mayo 1863)

2.1. Caso Ramírez-Rebull


2.2. Caso Díez de Bonilla-Fuentes y Muñiz
2.3. Caso Espinosa-Iturbide
2.4. Requerimientos a la Academia
2.5. La situación económica (1861-1863)
2.6. Reformas a la educación y cultos alternativos (1861-1863)
2.7. La desamortización de bienes eclesiásticos y la Academia San Carlos
2.8. Un cuerpo de bomberos en la Academia de San Carlos
2.9. La dirección de Santiago Rebull
2.10. Historia de la firma de un acta de protesta contra la Intervención Francesa

III. La Regencia del Imperio y la Academia de San Carlos (junio 1863-mayo 1864)

3.1. La reapertura de la Academia Imperial de San Carlos


3.2. La dirección de José Fernando Ramírez
3.3. Advenimiento de Maximiliano y Carlota y la llamada arquitectura efímera

IV. El Segundo Imperio y la Academia de San Carlos (junio 1864-julio 1867)

4.1. Los catedráticos y discípulos de San Carlos en el Imperio de Maximiliano


4.2. Los antiacadémicos: Juan Cordero y Miguel Mata
4.3. El Patrocinio a la Academia de San Carlos durante el Segundo Imperio
4.4. Los premios y las exposiciones durante el Segundo Imperio
4.5. La situación económica (1863-1867)
4.6. Historia de la fallida construcción de un monumento a la Independencia
4.7. Los recintos imperiales
4.8. Proyecciones urbanísticas durante el Imperio de Maximiliano
4.9. Las obras del desagüe del Valle de México
4.10. La Galería de Iturbide
4.11. La fotografía y la Academia de San Carlos
4.12. La casa de la Academia
4.13. Las colecciones artísticas de la Academia
4.14. La dirección de José Urbano Fonseca
4.15. La Academia al declinar el Segundo Imperio
4.16. Epílogo

Conclusiones
Fuentes consultadas

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Introducción
Existen hechos o encuentros en la vida de nosotros los humanos que inicialmente parecen
intrascendentes. Sin embargo, algunos de ellos retornan a nuestro presente y toman una significación
insospechada.
Últimamente ha vuelto a recurrir a nuestra mente un antiguo recuerdo de niñez. En aquel aparece la
fachada de la Academia de San Carlos, deslumbrando con toda su belleza la púber imaginación nuestra.
Jamás hubiésemos imaginado que dicho sitio, ininteligible para nosotros en aquellos instantes, en el
futuro se nos convertiría en objeto de estudio histórico. Por eso hoy, aquel casual encuentro con el
establecimiento artístico de San Carlos, se nos reaparece envuelto de dulce melancolía.
La visión de aquel edificio aguijoneó frecuentemente nuestros juveniles intereses y en parte fue
motivo de nuestro gusto por el dibujo y las bellas artes en general.
Por ello desde niños, siempre nos imaginábamos como un gran artista plástico y hacia aquel objetivo
se encaminaron inicialmente todas nuestras energías.
Sin embargo, el azaroso destino nos condujo por otras rutas. Por motivos que aún no acabamos de
descifrar, elegimos la carrera de Historia sobre otras que nos atraían muchos más que esta. No obstante (sin
quererlo y sin que fuera propósito nuestro) terminamos absolutamente seducidos por los senderos y vías de
los dilucidadores del pasado.
Al tiempo que iniciábamos la carrera de Historia, ocurrimos extracurricularmente por las noches a la
Academia de San Carlos, donde comenzamos a tomar el taller de dibujo al natural o del desnudo. Pero el
demandante estudio y dedicación de la carrera, nos hizo poco a poco abandonar las sesiones nocturnas en
aquel sagrado recinto de las artes.
Quien esto escribe, dedicado exclusivamente al estudio de la Historia, extrañamente comenzó a
odiarla por haberlo arrancado de los brazos de la Academia. Sin embargo, aquella secuestradora, finalmente
nos devolvería a aquel venerable sitio, pero ahora ya no como artistas, sino bajo la forma de estudiosos del
pasado.
Estando casi al final de la carrera, en el seminario de ―Instituciones culturales México siglo XIX‖, la
maestra Milagros Pichardo (asesora de esta tesis) anotó en el pizarrón (como temas tentativos a investigar)
algunos nombres, a saber: ―San Juan de Letrán‖, ―Las Vizcaínas‖, ―El Ateneo‖, ―Colegio de Minería‖, y por
supuesto ―Academia de San Carlos‖. Cuando éste último nombre estaba siendo anotado, movidos por un
ingobernable impulso, con la mano indicamos que ya estábamos decididos, que ya habíamos elegido tema:
estudiaríamos a la Academia. Nació así, el objeto básico del presente estudio y nos reencontramos con un
establecimiento tan entrañable para nuestras inclinaciones y gustos personales.
Por otra parte, nuestros primeros contactos con el Segundo Imperio, fueron en Chapultepec. Las
visitas escolares, al castillo que fue delicia del archiduque Fernando Maximiliano, nos hicieron conocer el par
de fastuosas pinturas que retratan a aquel hombre y a su desdichada consorte, la princesa Carlota Amalia,
manufacturados por el pintor francés Albert Graefle. Aquellos cuadros, que para nuestra concepción
parecían algo misteriosos, extravagantes y exóticos, nos provocaron una especial seducción. Dichos
señuelos, aunados con algunas lecturas sobre el Imperio de Maximiliano, tamizadas de tragedia y
romanticismo, conquistaron tempranamente un lugar especial en nuestras preferencias históricas.
Curiosamente, al leer algunas historias de la Academia, notamos que en todas ellas, las referencias al
Imperio de Maximiliano eran en suma escuetas, casi inexistentes. Sin embargo, algunos datos recogidos al
azar y superficialmente explicados, levantaron positivamente algún interés y comenzamos así la
investigación, casi a tientas, pues gracias a la rusticidad que poseíamos en el tema, fue necesario dar
primeramente algunos bastonazos de ciego. No obstante dicho inconveniente, al poco tiempo, la
investigación comenzó a adquirir ciertas rutas y parámetros definidos.
Las pesquisas se abocaron inicialmente en la hemerografía contemporánea al objeto de estudio. Se
escrutó la totalidad del conjunto de rotativos de la época de Maximiliano (página por página) tratando de
rescatar alguna nota de interés a nuestro tema. Además, en el Archivo General de la Nación, se consultaron

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quizá más de un centenar de cajas repletas de documentos, que contenían en descomunal desorden, lo
mismo folios relativos a la Academia de San Carlos, que comunicados de todos los ministerios del gobierno
del Imperio, así como correspondencias, memorias, recortes de diarios, decretos, libros, etcétera.
Sucediendo que muchos documentos de interés para el presente trabajo, fueron hallados en medio de notas
militares, balances financieros, reglamentos, avisos, órdenes de tal o cual secretaría, etcétera. En suma, se
halló información en sitios que nunca hubiésemos supuesto.
Zambullirse en aquel maremagno documental, no fue labor fácil, pues hubo días enteros en los que
tras explorar cientos de folios (muchos de ellos en estado de destrucción) tan sólo lográbamos exhumar
alguna nota de interés para nuestro trabajo. Sin embargo, esta dificultad, lejos de resultar fastidiosa, nos
parecía en suma encantadora. Pues suponemos que lo que en verdad sucedía, era que sin preverlo de aquel
modo, se enriquecía nuestra visión del Imperio de Maximiliano, creando alrededor del tema, un marco
histórico más definido y detallado, que finalmente sería un auxiliar eficaz en la estructuración de esta tesis.
El archivo de la Academia de San Carlos, ubicado en la biblioteca de la facultad de arquitectura en
Ciudad Universitaria, fue otra de las fuentes imprescindibles que hicieron florecer muchas páginas de este
estudio. Dicho archivo, al igual que el General de la Nación, fue consultado lo más exhaustivamente posible.
Finalmente, un breve repertorio de folletines y libros, contemporáneos y antiguos, fueron de suma
utilidad para un resultado mucho más feliz.
Poco después de haber emprendido la presente investigación, la historiadora Esther Acevedo,
egresada de la Universidad Iberoamericana, concluía su tesis de doctorado en historia del arte por la UNAM,
trabajo que trata sobre la principal producción plástica que se generó en torno al Imperio de Maximiliano y
que bajo el patrocinio del Museo Nacional de Arte, dio a conocer a la luz pública con la denominación de
Testimonios artísticos de un episodio fugaz. Preparándose además una soberbia exposición en el mismo
museo, de la cual Acevedo fue curadora.
A la vista de estos sucesos, hubo quienes conociendo nuestro tema, opinaron que la doctora
Acevedo ya se nos había adelantado. Esto fue algo que efectivamente temimos, pero al leer el libro de la
historiadora y acudir a la exposición que se llevó a cabo, recuperamos la tranquilidad, pues aunque la
investigación de aquella y la nuestra poseían puntos de coincidencia, el enfoque que pretendíamos dar y
dimos a la nuestra, es muy distinto al expuesto por Acevedo.
Por principio hay que señalar que el trabajo de la doctora procura exponer la totalidad de los
designios artísticos que se concibieron en aquel periodo, nosotros a diferencia nos constreñimos a examinar
únicamente lo concerniente a la Academia, desde los inicios de la Intervención francesa, pasando por el
Imperio y hasta llegar a la restauración de la República. Para ser exactos, se trata de un estudio monográfico
sobre una institución educativa (la Academia) en un determinado período temporal (el Segundo Imperio),
por lo que nuestra atención, además de enfocarse en la naturaleza artística del plantel, analiza también una
serie de tramas que nada tienen que ver con el arte, y que van desde aspectos políticos y económicos, hasta
administrativos, sociales e ideológicos.
Resultando entonces, que las analogías entre aquella tesis y la nuestra son pocas, pues los temas sólo
son en parte afines. Siendo además, que precisamente en aquellas cuestiones convergentes, las explicaciones
de Acevedo y las nuestras son sumamente distintas. Dando por consecuencia lógica que introdujésemos en
el presente trabajo, algunas sencillas querellas, que nos han puesto en desavenencia con algunos de los
argumentos de la doctora Acevedo. Discrepancias expositivas, específicamente florecidas en torno al
objetivo del patrocinio de Maximiliano a las artes, al desempeño administrativo del director de la Academia,
don José Urbano Fonseca y a algunos otros asuntos de menor importancia, que por lo mismo sólo son
referidos al pie de página.
Asimismo, entre las personas que indicaron que el tema ya había sido ―agotado hasta la saciedad‖,
estuvo el doctor Eduardo Báez Macías, quien catalogó el amplio archivo de la Academia y escribió unas
provechosas ―guías‖ del mismo, las cuales fueron publicadas por el Instituto de Investigaciones Estéticas.
Con dicho historiador (a quien personalmente se le expuso el enfoque que pretendíamos dar el presente
trabajo), también hemos desarrollado algunas sustanciosas réplicas contra algunos puntos expuestos en los
prólogos de sus ―guías‖, inspirados específicamente en temas referentes a los pintores Rafael Flores, Miguel

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Mata y Reyes, al grabador Buenaventura Enciso y al cobro de colegiaturas que al final del Imperio se
exigieron a los alumnos del plantel.
Hemos de confesar desde este momento, que las polémicas o controversias que personalmente
efectuamos, no con los doctores Acevedo y Báez, sino con algunos de sus argumentos, contienen dentro de
sí algo de sarcasmo e ironía, pero para salvedad personal, creemos no haber salido de un acotamiento
puramente histórico-documental. Sin embargo, si se llegase a herir alguna susceptibilidad, expresamos
anticipadamente nuestras más rendidas disculpas, pues no omitimos ni modificamos medio ápice de dichas
impugnaciones, ya que expresan el sentimiento y puntos de vista de quien esto escribe. Además de que no
sólo a aquellos historiadores objetamos algunos de sus postulados, sino también lo hicimos con Roberto S.
Garibay, Michael Drewes y Rosa Casanova.
Las rectificaciones realizadas a los historiadores antes mencionados, no las hicimos con la intención
de que se nos considere como poseedores de la verdad absoluta en el tema, sino con la finalidad de que
aquellos errores que les indicamos no se sigan repitiendo como veracidades históricas, y para que dichos
estudiosos y quizá otros más, al leer la presente, nos hagan las enmiendas e indicaciones que alcancemos.
Quizá de todo esto germine un sano debate y un mayor rigor entre quienes estudian estos temas, a fin de
evitar caer en el conformismo de pensar que todo lo que se ha escrito sobre la Academia, sobre el arte
mexicano y la historia en general es dictamen irrefutable.
Con respecto a la estructuración y contenido básico de esta tesis, decimos que se halla organizada
esencialmente en cuatro capítulos.
Primeramente se exponen unos breves Antecedentes. En estos se presenta una somera visión de
como la Academia, desde la época de su fundación (y más adelante), estuvo estrechamente ligada con grupos
de tendencia política conservadora. Asimismo, se expone la manera en que aquel grupo político opuesto al
liberalismo fue el que siempre procuró proteger el establecimiento y cómo personalidades notables del
mismo (en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX) la colocaron bajo un régimen de
prosperidad mayúsculo. Bonanza que finalmente permitió formar un selecto grupo de artistas mexicanos a
quienes precisamente conocería años más tarde el archiduque de Austria y con quienes forjaría una
verdadera colección de proyecciones artísticas durante su efímero gobierno en la década de los sesenta del
mismo siglo.
En el segundo capítulo, La Academia de San Carlos al comenzar la Intervención Francesa (enero
1861-mayo 1863), se presenta el estado que la Academia guardó en los años inmediatos al establecimiento
del Imperio.
Se disecciona el sistema a través del cual, el gobierno de Benito Juárez, buscó el control del plantel
de San Carlos. Para ello se presentan tres casos, en los que el gobierno liberal realizó igual número de
sustituciones del personal administrativo de la Academia, ejemplos significativos que revelarán al lector el
desconocimiento que las autoridades ―progresistas‖ tenían sobre la Academia y el sentido corporativista que
los liberales tuvieron sobre la educación pública.
Más adelante pormenorizamos la angustiosa situación económica que vivió la Academia en aquellos
años de gobierno liberal, las opiniones que sobre ese estado de cosas se dijeron y las soluciones que para ello
se plantearon. Así como las acciones que ante aquella lamentable situación tomó la administración juarista.
Las reformas educativas introducidas por los políticos liberales, con las cuales pretendían dar a la
educación pública en México un carácter científico, racionalista y moderno, son motivo de reflexión en un
apartado especial. Destacando particularmente la aplicación de las mismas y sus resultados en la Academia
de San Carlos.
También puntualizamos qué personas del plantel de San Carlos colaboraron en las famosas
exclaustraciones de monjas de la ciudad de México y las posteriores y lamentables demoliciones de
exquisitos monumentos conventuales de la época colonial. Sin dejar de señalar quiénes resultaron ser los
verdaderos beneficiados de las incautaciones de los bienes del clero.
Incluimos como uno de los temas de este primer capítulo, la curiosa instauración de un cuerpo de
bomberos en el edificio de la Academia, integrado por los profesores y alumnos en los justos momentos en
que México vivió la intervención francesa. La forma en que se organizó y el porqué de su creación.

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Describimos asimismo, las muchas situaciones y problemas que el director de la Academia, don
Santiago Rebull, tuvo que sortear en los años de 1861 a 1863.
Finalmente en este capítulo, se incluyó la extraña historia de la serie de peripecias y sinsabores que el
plantel de San Carlos tuvo que experimentar, cuando se le solicitó que todo su personal suscribiera un acta
de protesta contra la intervención de Francia en México.
En el capítulo tres, La Regencia del Imperio y la Academia de San Carlos (junio 1863-mayo 1864),
por inicio exponemos la postura política de la Academia de San Carlos ante el instalado gobierno que
antecedería al del archiduque de Austria.
Analizamos la figura del señor José Fernando Ramírez, su dirección de la escuela y su integración al
gabinete imperial de Maximiliano.
Para finalizar este título, exploramos el conjunto de situaciones en que trabajaron los hombres de la
Academia y la Regencia del Imperio, con el fin de preparar el recibimiento de los príncipes europeos en la
capital del país. Considerándose a la par, las expectativas, anhelos y esperanzas que en el plantel se
despertaron con el advenimiento de Maximiliano al trono de México.
Por último, exhibimos el capítulo cuatro, titulado El Segundo Imperio y la Academia de San Carlos
(junio 1864-julio 1867), cuerpo fundamental de este trabajo.
Presentamos por principio el perfil de los principales catedráticos y alumnos de San Carlos,
mostrando algunos rasgos de sus cualidades personales y académicas, sus gustos, aversiones e importancia
en la sociedad mexicana.
Posteriormente estudiamos las figuras de los pintores Juan Cordero y Miguel Mata, su postura con
respecto al sistema de gobierno de la Academia y en particular su abierta enemistad con el pintor español
Pelegrín Clavé. Describiendo el poco conocido duelo entre Cordero y Clavé, suscitado en tiempos del
Imperio y que tuvo como uno de sus protagonistas al propio archiduque Maximiliano. Batalla decisiva entre
aquellos y que curiosamente no expone ninguno de los alegres biógrafos del pintor Cordero.
Consecutivamente analizamos el patrocinio que el propio Maximiliano ejerció en favor de los artistas
de la Academia, describiendo cada uno de los ramos de estudio de la escuela y qué personas de ellos
recibieron encomiendas del archiduque de Austria. Indicando las aspiraciones artísticas que quedaron en
meros proyectos, las que sí se concluyeron, además de señalar las características formales y el mérito artístico
de cada una.
Narramos posteriormente las particularidades referentes a las ceremonias de premiación de alumnos
y de apertura de exposiciones artísticas de la Academia durante el Segundo Imperio. La participación directa
de los propios emperadores, tanto para laurear personalmente a los alumnos de la escuela como para
concurrir a admirar las obras de los mismos. Subrayando la significación política y artística de las obras
expuestas durante el Segundo Imperio, así como las interpretaciones que sobre dicho asunto se han dado.
También reseñamos la situación económica que vivió el establecimiento de San Carlos durante el
periodo que comprende este capítulo. Especificando el monto de los presupuestos concedidos, las
dificultades para cubrir cada uno de ellos y las soluciones propuestas para que el plantel volviera a las
doradas épocas que vivió antes de la guerra de los tres años entre conservadores y liberales.
Relatamos la historia y circunstancias referentes a la proyección de un monumento a la
Independencia Mexicana en la plaza mayor de la ciudad de México. Desde la convocatoria al concurso y
calificación de los proyectos, hasta la final e irregular determinación del archiduque Maximiliano.
Exponemos a detalle las particularidades referentes al remozamiento, construcción y arreglo de las
mansiones que Maximiliano y Carlota ocuparon en México. Descubriendo igualmente los planes para
aposentos imperiales que no llegaron a cumplirse, sus características, su importancia artística y su
trascendencia histórica para la mejor comprensión no sólo de la relación entre Maximiliano y la Academia de
San Carlos, sino de la psicología de aquél y de la historia del Segundo Imperio en general.
Presentamos de la misma manera, la idea básica que tenía el archiduque para modificar la fisonomía
general de la ciudad de México. Proyección que fue un novedoso pensamiento sobre una nueva
organización urbana, lo que incluiría la creación de nuevas avenidas, glorietas y puntos de encuentro.
Transformaciones metropolitanas en las cuales los artistas de la Academia estaban contemplados para ser los
principales artífices de ellas.
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Después de lo anterior, exponemos los puntos esenciales sobre las obras del desagüe del valle de
México. La importancia que Maximiliano y Carlota le dieron al asunto y las acciones tomadas por los
ingenieros de la Academia.
Luego analizamos la creación de la llamada ―Galería de Iturbide‖ (obra de ex-alumnos de la
Academia), la historia de cada uno de los cuadros que la integran, su sentido político, su mérito y su
trascendencia en la construcción histórica-visual de los principales caudillos de la independencia mexicana.
En otro apartado, describimos la trascendencia que la técnica fotográfica tuvo en el plantel de San
Carlos, el pensamiento que sobre ella se tenía, la forma en que la integraron a sus actividades artísticas y la
preponderancia que adquirió sobre muchos de los alumnos de la escuela en tiempos del Imperio.
Del mismo modo, también abordamos los trabajos y complicaciones que significó mantener, reparar
y concluir la obra material del edificio de la Academia. Las cantidades asignadas para dicho propósito, la
búsqueda constante de mayores recursos, los avances logrados, etcétera.
No podíamos olvidar consignar los afanes coleccionistas de la escuela de San Carlos. El
acondicionamiento especial de habitaciones, tanto para su resguardo como para su exposición, las
adquisiciones hechas por el establecimiento en los años del Imperio, así como algunos hechos escandalosos
que sobre las monumentales pinturas coloniales mexicanas acaecieron en aquellos tiempos. El posterior
confinamiento, expulsión y destrucción de gran parte de las obras de los académicos que vivieron y
estuvieron en activo en tiempos del Imperio; los motivos ideológicos de aquellos virulentos actos de
barbarie así como los hombres que los perpetraron.
La dirección administrativa del licenciado, don José Urbano Fonseca, también es motivo de
reflexión. Se estudia la activísima gestión de este hombre al frente de la Academia, donde corregimos
algunas infundadas afirmaciones que con respecto a él se han dicho, completando por señalar la marcada
importancia que como consejero de Maximiliano tuvo, así como las funestas consecuencias que ello trajo.
Casi para concluir este capítulo, observamos como el ocaso y fin del gobierno de Maximiliano, se
vieron fielmente reflejados en el desarrollo escolar de la Academia y en la vida cotidiana de sus integrantes.
Sobre este punto, presentamos las actuaciones, posturas políticas manifestadas y participación directa de los
académicos en los precisos momentos finales del Segundo Imperio.
Para finalizar esta tesis, concluimos describiendo sencillamente los sucesos más importantes que
acaecieron en el establecimiento de bellas artes al restaurarse la administración juarista, la fortuna que
corrieron los académicos, las situaciones en que se vieron por haber participado estrechamente con el
archiduque Maximiliano y las actuaciones finales que los hombres de la Academia tuvieron con respecto al
Imperio.
A lo largo del desarrollo de este trabajo, hemos dejado entrever a menudo claros atisbos de
vehemencia política, que a propósito han encendido añejas hogueras, cuyo humo rememora viejos debates
de la historia nacional.
Hasta el menos apercibido de nuestros lectores, notará que existe en nosotros cierta simpatía por
Maximiliano de Habsburgo y por otra parte innegables visos de animadversión contra Benito Juárez. No
obstante esta declaratoria, nos consideramos muy lejos de simpatizar políticamente con el grupo político
conservador o liberal del siglo XIX, partidos que han hecho caer en ridículo juego maniqueo a muchos
hombres reputados como despejados e imparciales historiadores.
Nosotros por nuestra parte no queremos fingir una objetividad que definitivamente no poseemos,
preferimos declarar nuestras preferencias y aún pese a ellas, dejar que los simples y llanos documentos nos
muestren sus datos, y nosotros frente a ellos y mediante una honesta exégesis, explicar y consignar lo que
nos dicen o nos quieren decir.
En esta tesis, en la que contamos la historia de la Academia de San Carlos entre los años de 1861 a
1867 (que recorre desde el estado embrionario del Imperio hasta su muerte e inmediatas consecuencias),
hemos pretendido ilustrar particularmente cada uno de los aspectos y asuntos que vivió en dichos años.
Nosotros, grandes admiradores de las bellas artes y apologistas tan celosos de todo y todos los que les hacen
o les han hecho un gran bien, en el recorrido escudriñador que emprendimos, logramos identificar a sus
defensores y por otra parte a sus agresores. Y adelantándonos a la lectura del texto y las conclusiones,
decimos que en dicha inquisición documental hallamos simplemente que los partidos liberal y conservador
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se encontraron en posiciones muy diferentes respecto a las artes. Ello marcó de manera decisiva nuestra
labor, pues al observar (a través de incontrovertibles fuentes documentales) los efectos positivos y negativos
de uno y otro gobierno sobre la escuela de bellas artes, hicieron florecer de manera natural en nosotros
pasiones de muy distinta naturaleza tanto para uno como para otro bando político, sin que ello significase de
ninguna manera afiliación de nuestra parte a su fe política.
Queremos declarar que nosotros no iniciamos nuestro trabajo con ningún postulado o tesis
preconcebida. De haber hallado a los liberales como bienhechores de la Academia y a los conservadores
como poco defensores de la misma, así lo expondríamos, de la misma manera como exhibimos lo contrario.
No creemos haber hecho mal. Se invita a quien quiera, a leer las páginas siguientes, pues confiamos
que en ellas encontrará algo de provecho.
Pedimos excusas por adelantado por la extensión del trabajo, quizá como un error fruto de nuestro
noviciado en los menesteres y ejercicios de la historia, además de que creemos en algo justificada la
amplificación de nuestra obra en vista de que incluimos muchos temas y asuntos que habían sido poco
tomados en cuenta o excluidos totalmente y que estimamos como de capital importancia para la
comprensión total de las tramas y fondo esencial de nuestra tesis.
También creemos prudente aclarar que el desequilibrio en tamaño de los capítulos, no es una
cuestión caprichosa. Ya que la extensión de cada uno responde a la importancia que tienen en relación al
tema esencial de esta investigación.

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I
Antecedentes
Realizar una historia de la Academia de San Carlos durante el Segundo Imperio, trae consigo una
serie de problemas de corte historiográfico, ya que existe en la mayoría de los historiadores mexicanos, una
fuerte resistencia a estudiar los temas en donde el partido conservador haya hecho una labor en pro de la
nación.
Durante el tiempo que duró el Imperio (1863-1867), la Academia formó parte del proyecto de
gobierno del partido conservador y del archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo.
El grupo conservador, gustó de patrocinar a los artistas de la Academia, y en muchos sentidos,
apoyó fuertemente a la consolidación de este establecimiento que siempre creyó utilísimo para el desarrollo
de la nación mexicana. Los progresos que experimentó San Carlos en la carrera de su historia, han sido
adjudicados por largo tiempo a la fracción liberal, o en el mejor de los casos, se atribuye a la nada, queriendo
hacer parecer que todo avance en ese plantel, fue cuasi producto de una generación espontánea.
Es justo reconocer, aquí y ahora, los valiosísimos servicios prestados por los conservadores
mexicanos al plantel de San Carlos. La labor de este grupo, ha sido vista en la mayoría de los casos, en un
sentido despreciativo, peyorativo y minimizante.
Ningún otro momento, como el siglo XIX mexicano, es tan fértil en mitos y leyendas. Hemos visto
correr infinitas interpretaciones maniqueas de nuestra historia; historias de vaqueros e indios, de policías y
ladrones... en fin, de liberales-buenos y de conservadores-malos.
Nadie de nosotros negará la patriótica labor de ilustres patricios liberales, así, de la misma suerte,
resulta tonto, pero más producto de la ignorancia, negar los hechos loables y honrosos del partido
conservador. Toda historia señalará, por supuesto, los aciertos y errores de nuestros hombres; permítasenos
repetir con énfasis esta palabra: Hombres:... no héroes, no villanos, sino hombres todos con grandezas y
mezquindades. Que quede claro que no intentamos hacer aquí, una apología del conservadurismo mexicano,
simplemente y como un acto de piedad al esfuerzo de muchos hombres, debemos decir y con justa razón,
que fue este partido y no el liberal, el que apoyó durante el siglo XIX de una manera mucho más decidida, a
la Academia de San Carlos.

1.1. La época de la independencia


Comúnmente se opina que la Academia de San Carlos fue una institución creada, administrada y
protegida por los conservadores.
Hablar de conservadurismo antes de la independencia, resulta delicado. Pero si pensamos que desde
sus inicios, la Academia de San Carlos se vio rodeada de gente ilustrada, en su mayoría adinerada, que poseía
un status elevado en la sociedad novohispana y que muchos de ellos formaron parte del partido conservador
al consumarse la independencia. Entonces sí se puede intuir que desde su fundación, había entre sus
miembros una tendencia política conservadora o bien liberal-moderada.
La Academia es una institución que en sus inicios nació bajo un influjo puramente hispánico; ideada
originalmente por el grabador español Jerónimo Antonio Gil, bajo los auspicios del escritor y hacendista
sevillano Fernando José Mangino y del virrey Martín de Mayorga.
La Academia fue fundada a finales del siglo XVIII, durante este siglo, el neoclasicismo se apoderó
del gusto de los hombres y se convirtió en una exigencia académica, fuera de la cual todo arte era repudiado.
El arte barroco novohispano ya había dado todo de sí, y pese a sus grandes exponentes criollos, los ímpetus
neoclásicos de la Academia pretendían propagar el ―buen gusto en las artes‖ y evitar los abusos que se
hacían de ellas, donde personas ineptas emprendían obras de pintura, escultura y arquitectura, ocasionando
―las más tristes consecuencias.‖1

1 Archivo de la Academia de San Carlos, exp. 1089. De aquí en adelante A.A.S.C.


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El movimiento de independencia novohispano, seguramente gozó de pocas simpatías entre los
profesores y alumnos del plantel, esta antipatía era justificada, ya que desde su fundación había recibido del
gobierno virreinal generosas dotaciones, las cuales fueron mermando conforme la guerra iba absorbiendo
progresivamente los recursos del virreinato.
En 1816, ante la crisis económica que vivía la Nueva España, se empezaron a tomar algunas
diligencias para asegurar la subsistencia de la otrora bien protegida Real Academia de las tres nobles artes de
San Carlos de la Nueva España.2La situación económica fue insostenible, la Academia dejó prácticamente de
recibir las aportaciones que por ley debía proporcionársele, y aunque no cerró sus puertas en estos años, su
decadencia era total.
A pesar de ser un centro de artes tuvo que jurar el 15 de junio de 1820, fidelidad a la Constitución
Política de la Monarquía Española, decretada por las Cortes de Cádiz en 1812. Al año siguiente (11 de junio
del 21) el Conde de la Casa de Agreda, José Ignacio Omarchena y el Conde de la Casa de Heras Soto,
enviaron un escrito dirigido al presidente de la Academia, solicitando informes del personal con el propósito
de formar compañías de defensores de la integridad de las Españas.3
Pese a lo anterior, el 26 de octubre de 1821, el personal de la Academia prestó juramento al Imperio
Mexicano.4 El Acta de Independencia del Imperio Mejicano, fue firmada por algunas personas que guardaban
estrecha relación con el plantel; a saber: Francisco Manuel Sánchez de Tagle5 (secretario de la Academia),
Antonio Joaquín Pérez Martínez (obispo de Puebla y protector de la Academia), el Conde de la Casa de
Heras Soto (académico de honor), Juan Raz y Guzmán (académico de honor), Juan Hobergoso (académico
de honor), José María Fagoaga (conciliario de la Academia, Director de Minería y conocido coleccionista de
arte) y otros que de manera indirecta tuvieron cierta relación o asuntos que tratar con la Academia como
José Yáñez, Juan José Espinosa de los Monteros, el Marqués de San Juan de Rayas y Juan Francisco de
Azcárate. Por eso se dice que la Academia fue un enclave de españoles que, apoyados en la logia masónica
escocesa, adquirieron fuerza política.
La producción plástica que se generó a raíz de la independencia, fue en su gran mayoría hecha por
artistas ajenos a la Academia; hay quien afirma que esto se debió a que la investidura colonial de la
institución no correspondió a las aspiraciones independentistas de Agustín de Iturbide; sin embargo, este es
un argumento poco sostenible, ya que de facto, el colegio permaneció cerrado desde el año de 1821 a 1824 y
del esplendor que de esta escuela describió el barón Alejandro de Humboldt, poco o casi nada poseía ya el
virtualmente abandonado establecimiento de San Carlos. Además, era imposible que Iturbide pensase en
utilizar a los artistas de la Academia, ya que esta no producía nuevos discípulos y los maestros (quienes
tuvieron que buscar otros trabajos para subsistir) se encontraban en un estado de postración increíble; para
muestra un botón: Rafael Ximeno y Planes (1759-1825), quien era director general de la escuela y particular
de pintura, decía en enero 31 de 1823 al emperador Iturbide:
―Llevo largo año y medio de haberme enfermado gravemente; y sin otro recurso para subvenir a los
precarios gastos de mi enfermedad y de mi numerosa familia; que el de la dotación de mi empleo; me veo en
un estado de indigencia porque desde el mes de agosto de 1821 hasta la fecha no percibí de mi honorario
mas que quinientos pesos que V.M.Y [Vuestra Majestad Imperial] tuvo la bondad de mandar se me librasen
en noviembre de 1821 [... por lo que pido] auxilio con que atender a las necesidades de mi penosa
enfermedad teniéndome esta inmóvil en una cama e imposibilitado de poder adquirir el escaso sustento.‖6
En comunicación enviada al gobierno, Andrés Mendívil y Amírola (presidente de la Academia) y
Francisco Manuel Sánchez de Tagle decían que habiendo cesado las entradas de fondos se debían diecinueve
meses de sueldos a los empleados y que aunque quisieran no podían seguir por esta causa, que no habiendo
ya quien supliese un real, tenían el dolor el dolor de participar que aquel establecimiento tan útil, tan

2 A.A.S.C., exp. 1199 a 1215.


3 A.A.S.C., exp. 1604 a 1613.
4 A.A.S.C., exp. 1616.
5 Sánchez de Tagle es poco recordado por haber sido redactor del Acta de Independencia. Al momento de esta era regidor de la

ciudad de México. Fue un excelente poeta, escribió secretamente versos a Morelos elogiándolo por sus hazañas guerreras. Se dice
que murió de tristeza el año de 1847 cuando Palacio Nacional ondeaba la bandera de las barras y las estrellas.
6 Archivo General de la Nación, Justicia e Instrucción Pública, vol. 4, foja 248. En lo sucesivo abreviaremos A.G.N.

11
protegido por los reyes de España, había llegado a su término, siendo forzoso cerrarlo, con desdoro del
Imperio y que sólo les quedaba el consuelo de haber procurado evitarlo. Que esperaban se les previniese
dónde debían parar todas las preciosidades que encerraba aquel edificio, para desocuparlo y no gravar más la
deuda con los arrendamientos.7 Con todo no hubo ninguna disposición de traslado ni dinero para hacerlo, y
así parecía fenecer dicho centro de artes.

1.2. La reapertura de 1824


Gracias al decidido apoyo de don Lucas Alamán (principal ideólogo del partido conservador), la
institución reabrió sus puertas el 20 de febrero de 1824, la noticia fue dada por el periódico El Sol 8 en los
términos siguientes:
―Hoy se abre la academia de nobles artes de esta capital, cerrada desde el año de [18]21. Mucho debe
agradecerse al gobierno que en unos instantes tan críticos haya podido ocuparse de este asunto y
proporcionar a la nación en este utilísimo establecimiento el medio de fomentar el buen gusto que el mismo
iba formando.‖9
La junta superior de gobierno de la Academia avisó al público sobre este hecho por medio de
rotulones que se fijaron en las esquinas y se remitieron a los editores de periódicos para su inserción. Desde
la mañana de dicho día se adornaron con colgaduras los balcones del edificio y se iluminaron por la noche.
El señor don Miguel Domínguez, miembro del poder ejecutivo,10 llegó a la Academia donde estaba
esperándolo un gentío y recibían ya clases ciento setenta y dos discípulos: el presidente, el secretario, algunos
conciliarios y académicos, quienes lo recibieron con gran decoro lo condujeron, junto con una multitud de
alborozados espectadores, de sala en sala, mostrándole cada una de las preciosidades del establecimiento. Se
retiró hasta las ocho y media de la noche no sin antes recibir los más sinceros agradecimientos por el
empeño del poder ejecutivo para hacer renacer al plantel de San Carlos.
El periódico finalizaba en su nota:
―Mexicanos: loor a nuestro gobierno paternal e ilustrado; y procurando aprovechar sus beneficios,
trabajemos en que las bellas artes lleguen a su perfección entre nosotros, que con ellos marchan siempre
hermanadas la paz, la abundancia y la prosperidad.‖11
Fuerte entusiasmo debió sentirse y grandes esperanzas debieron forjarse en el porvenir de la
Academia, Lucas Alamán pese a este noble esfuerzo, vio en el futuro, a un país lleno de guerras, indigencia e
infortunio, gracias a las continuas asonadas militares de los siguientes gobiernos. La escuela si no cerró
posteriormente, fue tan sólo por el amor que los maestros y muchas personas de la sociedad le profesaban.12
En un nuevo intento por salvar de su condición a la Academia, Alamán comunicó a través de la
Primera Secretaría de Estado que el Congreso había resuelto facultar al Gobierno para trasladar al Museo
Nacional13 y a la Academia al antiguo edificio de la Inquisición. El arquitecto Joaquín Heredia hizo algunos
presupuestos de rehabilitación y traslado pero todo fue en balde, debido evidentemente a la falta de dinero.14

1.3. La reorganización de 1843


7 A.G.N., Ídem, foja 72. El edificio en el que se encuentra la Academia, no siempre le perteneció, originalmente la Academia se
estableció por diez años en la Antigua Casa de Moneda, que hoy día es el Museo de las Culturas; poco después pasó al inmueble
que hoy ocupa.
8 El diario El Sol, fue el órgano de difusión de las ideas de la logia masónica de los escoceses en México, de la cual surgiría el

Partido Conservador Mexicano.


9 ―México. Febrero 20‖ en El Sol, viernes 20 de febrero de 1824, núm. 251, pág. 1004.
10 José Miguel Domínguez fue miembro del Supremo Poder Ejecutivo que se constituyó después del Imperio de Iturbide.
11 ―Academia Nacional de San Carlos‖, en El Sol, lunes 24 de febrero de 1824, pág. 1019.
12 La situación fue tan grave después, que el mismo Sánchez de Tagle, tenía que costear los gastos menores de su propia bolsa y el

Hospital de San Andrés, propietario del edificio, demandó judicialmente, a través de sus mayordomos, los pagos de las rentas.
13 Dicho museo se encontraba en el edificio de lo que fue la Real y Pontificia Universidad. En las esquinas de Moneda y

Seminario.
14 A.A.S.C., exp. 2080.

12
El 2 de octubre de 1843, el ministerio de Justicia e Instrucción Pública dio a conocer un decreto
donde el general Antonio López de Santa Anna, formulaba bajo diez puntos la reorganización de la
Academia. El punto medular radicó, en cómo se proveería de fondos suficientes al plantel de San Carlos.
Muchas ideas debieron correr para crear un medio seguro por el cual se dotaran los dineros para que la
Academia saliera definitivamente de su miseria y se convirtiera en un verdadero centro creativo de artes.15
El 16 de diciembre del mismo año, se cedió la administración de la lotería a la Academia. Manuel
Díez de Bonilla, prominente miembro del partido conservador y heredero ideológico de Alamán, fue quien
propuso la idea de que la lotería pasara a manos de la Academia; en nota El Pájaro Verde dijo:
―Es sabido que había dos establecimientos nacionales en una decadencia deplorable, la Academia y la
lotería... El Sr. Bonilla, que venía de Roma, rico de gusto y de pasión artísticos, y que poseía un talento
privilegiado en materias financieras, se encerró con el general Santa Anna... y la propuso levantar los dos
establecimientos de que hablamos.‖16
Existió en realidad, un verdadero cariño desbordado por toda aquella persona que patrocinaba el
resurgimiento del plantel; en esta ocasión la Academia tuvo un gesto de agradecimiento hacia el general
Santa Anna, en una carta dirigida al ministro de Justicia e Instrucción Pública dice:
―Exmo. Señor.
En la sesión de ayer acordó esta Academia Nacional dar un testimonio de gratitud hacia el E.S.
[excelentísimo señor] Presidente de la República, Benemérito de la Patria [sic] don Antonio López de Santa
Anna, por la singular protección que de tantos modos la dispensa, colocando en el Salón de Juntas un
retrato de S.E.[su excelencia], con alguna alegoría alusiva a dicha protección; el que deberá el Director de
Pintura ejecutar con todo esmero, copiando inmediatamente el mismo original, o la mejor copia que se
encuentre, si acaso fuese molesto a S.E. prestarse a la observación del profesor.
Lo participo a V.E. [vuestra excelencia] con el objeto que se digne indagar confidencialmente esa
última circunstancia, para proceder según su aviso.
Tengo el honor de reproducir a V.E. las sincerísimas protestas de mi aprecio.
Dios y Libertad. México, mayo 17 de 1844.
[Rúbrica] Francisco Manuel Sánchez de Tagle.
17
E.S. Ministro de Justicia e Instrucción Pública‖
Se revela en esta carta, la estrecha relación entre la Academia y el conservadurismo mexicano, que en
cierto sentido fue encarnado por el general Santa Anna.
La ayuda brindada al establecimiento de San Carlos, será una de las glorias que cubrirán al tan
vilipendiado López Santa Anna, ya que con motivo de estas reformas, la Academia aseguró definitivamente
su subsistencia. Se obtuvo en un corto plazo los medios suficientes para pagar los arrendamientos atrasados
y los premios insolutos heredados por la lotería, además de comprar el edificio en que habitaba18 y traer de
Europa un grupo de artistas que vinieron a hacer escuela, creando una importante camada de verdaderos
genios artísticos. Los profesores fueron: Pelegrín Clavé (español), para la clase de pintura; Manuel Vilar
(español), para la de escultura; Javier Cavallari (italiano), para arquitectura; Eugenio Landesio (italiano), para
pintura de paisaje; Juan Santiago Baggally (inglés), para el grabado en hueco y Jorge Agustín Periam (inglés),
para el grabado en lámina. Estos profesores descubrieron en muchos de sus alumnos, la genialidad artística
que contribuyó a llenar con espléndidas obras las galerías de San Carlos.

15 En el Archivo General de la Nación, se encontró un ―borrador‖ del citado decreto, donde hay una cláusula tachonada en la que
se proponía, se sacase un cigarro de cada cajetilla de las que se expendían por el estanco nacional, y que estos cigarros al venderse
se darían sus productos a las Administraciones Generales de Tabacos, las cuales los conservarían a disposición de la Academia.
Esta idea fue prontamente descartada. A.G.N., Justicia e Instrucción Pública, vol. 94, foja 337 v.
16 ―Apuntes biográficos del señor Manuel Díez de Bonilla‖ en El Pájaro Verde, sábado 20 de agosto de 1864, núm. 341, pág. 1.
17 A.G.N., Justicia e Instrucción Pública, vol. 93, foja 305 y 305 v.
18 El edificio que actualmente alberga a la Academia, originalmente fue un hospital para enfermedades venéreas, conocido por

mucho tiempo como el Hospital de las Bubas, fundado por el primer obispo de la Nueva España fray Juan de Zumárraga, quien le
dio el título de El Amor de Dios. El inmueble rompe con la traza de la calle ya que un tiempo fue ocupado por unas religiosas que
ganaron un pleito contra el Ayuntamiento de la ciudad, que pretendía recortar la casa.
13
Fue en este proceso, en el que se formaron los discípulos que tiempo después trabajarían en el
Imperio de Maximiliano. Al advenimiento del emperador, éste encontró un plantel con creadores mexicanos
de talla mundial. Maximiliano de Habsburgo, que provenía de una familia que tradicionalmente protegía a
artistas y que personalmente poseía él un refinado gusto artístico, de no haber encontrado genio de
suficiente mérito en el país, seguramente hubiese preferido a extranjeros que a nacionales. Así que es
importante señalar, que gracias a las reformas del 43 en San Carlos, el archiduque pudo encontrar a su
llegada en 1864, a un respetable grupo de artífices que lo fascinaron con sus obras.

14
II
La Academia al comenzar la Intervención Francesa
(enero 1861-mayo 1863)
Nada hay mejor que refleje el devenir de una nación que el estado que guardan sus instituciones
educativas. Estas proyectan perfectamente la economía, la política y el estado social en que se encuentra un
país. Ante todo nos hablan del proyecto de nación que tiene la fracción política que se encuentra en el
poder.
El año de 1861 fue aciago para San Carlos; las pasiones políticas condujeron a la administración
juarista a funestos resultados.
De 1843 a 1861, México había sufrido increíbles guerras civiles que tenían sumido al país en un
estado miserable, pero la Academia vivió por el contrario durante estos años su época de mayor opulencia;...
opulencia que había nacido con la cesión de la lotería a manos de la Junta de Gobierno de la Academia y que
vendría a caducar con el gobierno de Juárez.
En los tres años de la llamada Guerra de Reforma que corrieron del 58 al 60, coexistieron en el país dos
gobiernos, el liberal en Veracruz y el conservador en la ciudad de México. Esta fratricida guerra (que fue
fruto de otras tantas) parecía terminar cuando el bando liberal entró triunfante a la capital con sus ejércitos
al mando del general Jesús González Ortega, el 1º de enero de 1861. Fue a raíz de este triunfo y del regreso
del señor Juárez a la capital del país, que el bando liberal comenzó una sistemática política para expulsar de
todo puesto público a los elementos conservadores que aún se apostaban en ellos. Y como era bien sabido
que las personas que dirigían la Academia eran en su mayoría hombres de filiación conservadora, los
liberales se aprestaron a sacar a sus enemigos de esta trinchera.
La Guerra de Reforma de los liberales, de hecho, continuaba en otros campos, uno de ellos y por cierto
muy importante, se desarrolló en los muros de la escuela de bellas artes.
El Segundo Imperio no inició con el advenimiento de Maximiliano a México en 1864, sino que este
comenzó a fraguarse y tomar forma desde 1861. Napoleón III y los conservadores exiliados en Europa,
como José María Gutiérrez de Estrada, José Hidalgo y Juan Nepomuceno Almonte, trabajaban arduamente
en su concepción. El Segundo Imperio ya existía, por así decirlo, en una especie de estado embrionario. Aún
no nacía realmente, pero la triple intervención europea de Inglaterra, España y Francia, y las opiniones
favorables de muchos en el país, preparaba el campo, en un preludio que auguraba un próximo nacimiento.
Como todo ser latente comenzaba a ocupar a quienes lo esperaban. Así, este trabajo, que lleva por nombre
La Academia de San Carlos en el Segundo Imperio, no puede ni debe prescindir del estudio de los años de 1861 a
1863, periodo de creación del Imperio que formó las filias y fobias que experimentaron los hombres de la
Academia en dicho tiempo. Por lo tanto, lógicamente no puede existir un verdadero entendimiento de la
Academia de San Carlos en el Segundo Imperio, si no se arroja luz a los años de su formación, periodo en
que su presencia ya se dejaba sentir en la vida institucional de la Academia, en sus catedráticos, alumnos y
empleados.
A continuación ponemos a la vista tres casos específicos del control al que se sometió a San Carlos a
raíz del triunfo liberal en la Guerra de Reforma. Esta sujeción llegó a veces a casos extremos, debido al
temor republicano que atisbaba el inminente nacimiento del Imperio, estado fetal que marcó a la Academia
aún antes de su establecimiento formal. Pues bien, adentrémonos a su análisis.

2.1. Caso Ramírez-Rebull


A fines de agosto de 1860, siendo presidente de la nación en la ciudad de México el general Miguel
Miramón y en Veracruz don Benito Juárez, el ilustre jurista señor don José Bernardo Couto19, pidió licencia

19José Bernardo Couto (1803-1862). Jurista nacido en Orizaba, Ver. En 1818 ingresa al Colegio de San Ildefonso, discípulo y
amigo íntimo del doctor Mora. Se adhirió al partido liberal moderado. Negoció la paz con los Estados Unidos en el Tratado de
15
(por enfermedad) para abandonar la presidencia de la Junta Directiva de la Academia de San Carlos. Dicho
puesto fue ocupado interinamente por el también eminente jurista e historiador, don José Fernando
Ramírez. El señor Ramírez, fue un hombre muy respetado en México y en Europa por su vasta erudición y
su gran talento.
Como dijimos anteriormente, los liberales habían tomado la ciudad de México el 1° de enero de
1861, pero fue diez días después, cuando Juárez hizo su entrada solemne a la capital. Su principal problema,
fue la necesidad de reorganizar su gobierno en el país, pues la desastrosa guerra que acababa de pasar, había
dejado como herencia la miseria y el desorden. Las pasiones enardecidas exigían castigos ejemplares sobre
aquellos que habían colaborado con el gobierno conservador. Los liberales más moderados opinaban que se
diese una amnistía amplísima que sería la que garantizaría la paz, otros más exaltados clamaban que la
revolución no había concluido y acusaban al gobierno de lenidad al aplicar los remedios que debían
suministrarse.
Juárez, inmediatamente dictó la expulsión de algunos ministros extranjeros por la supuesta ayuda que
habían brindado al anterior gobierno, casi al mismo tiempo ordenó el destierro del arzobispo de México
(Lázaro de la Garza y Ballesteros) y de cuatro obispos (Joaquín Madrid, Clemente de Jesús Munguía, Pedro
Espinosa y Pedro Barajas). Además, suspendió a magistrados de la Suprema Corte y por último la orden de
fusilamiento sin juicio previo de Isidro Díaz, ministro de Miramón, puso a la prensa liberal al colmo de la
exaltación, que condenó aquella conducta como falseamiento de la revolución y arbitrariedad convertida en
sistema.
El 2 de enero de 1861, se expidió una ley que cayó como botafuego a muchos ciudadanos. El gran
reformista don Melchor Ocampo redactó, como ministro de Hacienda y Crédito Público, la siguiente
circular:
―El Exmo [excelentísimo] señor Presidente interino constitucional de la República [Benito Juárez];
se ha servido disponer que todos los empleados de la lista civil que han servido a lo que aquí se llamó
Gobierno durante el periodo en que fue interrumpido el orden legal, sean separados inmediatamente de las
oficinas, dando cuenta los jefes de ellos a esta Secretaría, de los que por esta disposición quedan destituidos
de sus empleos.‖20
En consecuencia, según los liberales, quedaba con esta resolución eliminada de tajo, todo la reacción.21
La administración juarista trabajaba rápido en la destitución de todo hombre que no fuera adicto a su forma
de gobierno.
En el primer mes de l861, el Boletín de Noticias22, con la intención de que se introdujesen mejoras en
San Carlos, opinó creer oportuno que fuese visitado dicho establecimiento. En este sentido se nombró una
comisión visitadora de la Academia de San Carlos, integrada originalmente por Guillermo Prieto, Ignacio
Ramírez y Gabino F. Bustamante, pero el ingreso al gabinete de los dos primeros, hizo necesario que se les
sustituyera por Ramón Isaac Alcaraz23 y Joaquín Cardoso. Que según carta rubricada por Francisco Zarco
―se hallan [Prieto y Ramírez] imposibilitados para el cumplimiento de la comisión‖ 24. Posteriormente

Guadalupe Hidalgo. Dos años después de la Revolución de Ayutla se apartó del partido moderado y resueltamente se adhirió al
bando conservador. En 1843, junto con Javier Echeverría y Honorato Riaño colaboró en la restauración de la Academia. Tiempo
después al ser nombrado presidente de la Junta Directiva de la Academia, promovió la reforma de la fachada por el arquitecto
italiano Javier Cavallari, la construcción del gran Salón de la Galería Clavé y el de actos. Invirtió fuertes sumas en el inmueble, no
sólo para mejorarlo, sino también para evitar que el gobierno dispusiera de los fondos que poseía, distrayéndolos de su objetivo,
como se hizo en varias ocasiones. Murió rodeado de sus hijos y esposa, que lo fue su sobrina doña María de la Piedad Couto y
Couto. Fue sepultado en el Panteón de San Fernando, sus restos fueron exhumados y puestos junto a los de su esposa en el coro
alto del Sagrario Metropolitano.
José Bernardo Couto, Diálogo sobre la historia de la pintura en México, México, FCE, 1947, págs. 17 a 30.
20 Juan de Dios Peza, Epopeyas de mi patria, México, Editora Nacional, 1965, pág. 13.
21 El partido liberal, acostumbraba apodar ―reaccionarios‖ a los conservadores, a su vez los liberales eran llamados ―demagogos‖.

De hecho, existió una gran variedad de sobrenombres de este tipo.


22 ―Academia Nacional de San Carlos‖ en Boletín de Noticias, sábado 12 de enero de 1861, de un artículo inserto en la obra de Ida

Rodríguez Prampolini, La crítica del arte en México en el siglo XIX, México, UNAM, tomo II, 1997, pág. 30.
23 Al término del Imperio, Ramón Isaac Alcaraz se convirtió en Director de la Academia.
24 A.G.N., Segundo Imperio, caja 60, exp. 43, foja 4.

16
Bustamante también se lamenta no poder cumplir con la visita a la Academia por tener que formar el
padrón para las elecciones.25
Dicha visitación no se realizaba, y José Fernando Ramírez, impaciente por reabrir los cursos en la
Academia, dirigió la siguiente misiva al ministro don Francisco Zarco:
―Academia de las tres nobles artes de San Carlos
Exmo Señor.
Había suspendido la publicación del programa de los cursos de la Academia en la expectativa de dos
eventos que esperaba ver prontamente realizados: el uno la visita de este establecimiento, de la cual podían
resultar algunas novedades, el otro la adquisición de recursos para sufragar sus gastos; pues con la
suspensión de la Lotería ha quedado privado de todo auxilio. Uno y otro evento se han retardado; llegando a
la vez el día en que deben abrir las cátedras.
En lo expuesto verá V.E. [vuestra excelencia] los inconvenientes que se presentan para su apertura,
quedando con ello evacuado el informe que me pide en su respetable nota fecha 30 del ppdo. [próximo
pasado] que recibí ayer, y yo en su espera de sus órdenes superiores para cumplirlas.
Dios y Libertad. México, febrero 1 de 1861.
[Rúbrica] José F. Ramírez.
E.S. Ministro de Relaciones [don Francisco Zarco].26
Los cursos fueron abiertos (entre los días 2 y 5 de febrero) bajo el beneplácito de toda la sociedad; el
diario El Siglo XIX, en breve nota con fecha del 6 dijo: ―Merced a los esfuerzos del supremo gobierno, se
han abierto ya los cursos de este año en la Academia de San Carlos.‖27 Ciertamente merced a los esfuerzos del
supremo gobierno, la Academia de Bellas Artes, reabría sus puertas, igualmente, merced a los esfuerzos del supremo
gobierno la Academia se enfilaba hacia una pérdida de prestigio insalvable, ocasionada por la poca protección
que tuvo en aquellos años.
Pero Ramírez, no quitaba el dedo del renglón. Aquel hombre honorabilísimo, que servía
desinteresadamente al plantel, combatía los vientos adversos a la Academia y planteaba en correspondencia
fechada 21 de febrero de 1861 a don Ignacio Ramírez ―el Nigromante‖ (ministro de Justicia e Instrucción
Pública) que las penurias que afligían a la Academia, no le permitían situar en París los fondos necesarios
para cubrir sus atenciones; las cuales consistían en pagar las pensiones que disfrutaban los jóvenes que allí y
en Roma completaban su educación y el viático que debía dárseles a los que la concluyesen o se les
suspendiese su prórroga. Fernando Ramírez pedía se considerase la terrible situación a la que se verían
reducidos los alumnos becados de San Carlos en Europa si repentinamente les faltasen sus alimentos, y
finalizaba diciendo que todavía quedaba tiempo suficiente para la salida del próximo paquete a Europa y así
poder proveer las antedichas exigencias de los académicos en ultramar.
Lógico sería pensar que se hubiese procurado atender tan notable cuestión, pero lejos de tal cosa, se
envió una comunicación a José Fernando Ramírez, el mismo día de su petición, informándole que el
gobierno había dispuesto nombrar al pintor Santiago Rebull, como Director de la Academia, diciéndole lo
que sigue:
―Hoy digo a don Santiago Rebull lo siguiente: ―El E.S. [excelentísimo señor] Presidente interino
[don Benito Juárez] se ha dignado nombrar a V. [usted] director provisional de la Academia Nacional de San
Carlos‖ Y lo comunico a V. [usted] para que proceda a hacer entrega, previo inventario, al nuevo Sr.
Director de todos los objetos pertenecientes a la Academia de que V. [usted] estaba hecho cargo.
Dios, Libertad y Reforma.28 México febrero 21 de 1861.
[Rúbrica] [Ignacio] Ramírez.
A don José Fernando Ramírez‖29

25 Flora Elena Sánchez Arreola, Catálogo del archivo de la Escuela Nacional de Bellas Artes 1857-1920, México, UNAM, 1996, pág. 5.
26 A.G.N., Segundo Imperio, caja 61, exp. 1, foja 3.
27 ―Academia de San Carlos‖ en El Siglo XIX, miércoles 6 de febrero de 1861, de un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez

Prampolini, op.cit, tomo II, pág. 33.


28 La divisa entre liberales era Dios, Libertad y Reforma, en los momentos de mayor agitación política los documentos demuestran

una tendencia a evitar la palabra ―Dios‖ y a sólo decir Libertad y Reforma; los conservadores por su parte omitían la palabra
―Reforma‖ y nada más ponían la frase Dios y Libertad.
17
Pues bien, esta fue la respuesta a tan urgente y apremiante situación. La contestación del ministro
Ignacio Ramírez, revela una insensibilidad brutal y un total desconocimiento de la administración de la
Academia. Con la anterior carta se creía destituir de su puesto a Fernando Ramírez, pero legalmente no era
así, pues Ramírez no era Director de la Academia, sino Presidente de la Junta de Gobierno de la misma. En el
establecimiento de San Carlos había desaparecido el puesto de director hacia ya tiempo (desde la
reorganización del 2 de octubre de 1843) y quien dirigía a la Academia a partir de entonces era una Junta de
Gobierno. Así Ramírez no fue destituido realmente, sino que inmediatamente después de conocer la
resolución del señor Juárez renunció a su puesto de Presidente interino de la Junta de Gobierno.
La separación del señor Ramírez de la Junta de Gobierno de la Academia era lógica e inminente. Su
filiación liberal moderada, su relación con hombres resueltamente conservadores y las diferencias que había
tenido tiempo atrás con Juárez le habían creado una atmósfera poco propicia; evidentemente su presencia
resultaba poco tolerable a la vista de los liberales llamados ―puros‖. Fernando Ramírez, pues, dejó tan digno
cargo por razones eminentemente políticas.
Ramírez al hacer dimisión de su cargo consignó al conserje de la Academia, don Vicente Barrientos,
hacer entrega inventariada de los objetos del establecimiento, ya que decía que era aquel quien conservaba
dichos objetos y que él como Presidente interino nada había recibido. Suplicaba, igualmente se admitiera su
separación de la Junta de Gobierno, pidiendo al señor ministro Ramírez se sirviese designar la persona que
habría de continuar desempeñando la Presidencia de la Junta.30
Entonces se pensó en dar el tiro de gracia a toda la organización de la Academia, y el señor Juárez
disolvió, el 1º de marzo del mismo año, la Junta de Gobierno que tantos y tan buenos servicios había
prestado al arte; se le dijo a Ramírez: ―S.E. [su excelencia, don Benito Juárez] reconoce debidamente los
buenos servicios que usted ha prestado, durante el tiempo que tuvo usted a su cargo la dirección de aquel
establecimiento; y que siente también la separación de usted de la Junta de Gobierno de que ha sido usted
Presidente, y la cual queda hoy mismo suprimida‖31
Así, quedó finiquitada la administración de la Junta, y de estas fechas hasta la entrada de los
franceses en la ciudad de México, fue dirigida la Academia por el señor Rebull. De su administración
hablaremos poco más adelante.

2.2. Caso Díez de Bonilla-Fuentes y Muñiz


Don Manuel Díez de Bonilla, es una de esas figuras controvertibles de nuestra historia.
Fungió como ministro en Centroamérica y Colombia en 1831 (bajo las instrucciones de Lucas
Alamán), como Secretario de Relaciones Exteriores en 1835 (durante la Presidencia del general Barragán),
como enviado por el Congreso en 1836 para arreglar ante la Santa Sede la cuestión del Patronato, como
ministro de Relaciones y Gobernación durante la dictadura de López de Santa Anna.32
Fue jefe del partido conservador y Gran Cruz de la Orden de Guadalupe (Orden restituida por Santa
Anna). Su relación con la Academia fue estrechísima, era reconocido como un prestigioso amante y
protector de las artes, del año de 1852 al 53 fungió como presidente de la Junta de Gobierno de San Carlos y
posteriormente fue nombrado con el cargo de secretario perpetuo de la Academia.
Al entrar los liberales a la ciudad de México a principios del 61, el señor Díez de Bonilla, por su
filiación decididamente conservadora, resultaba insoportable que siguiese desempeñando el cargo de
Secretario en el establecimiento de San Carlos.
No se encontró documento donde se le haya comunicado su remoción o donde renunciase a la
secretaría, pese a esto su salida de la Academia era más que obvia. Cuanto más por que había laborado como
Secretario de Relaciones en el periodo de gobierno de Miguel Miramón, administración que había

29 A.A.S.C., exp. 6037, foja 1.


30 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 5, foja 5.
31 A.G.N., Ídem, foja 4.
32 El 13 de febrero de 1855 una turba amotinada, que penetró a casa del señor Díez de Bonilla, saqueó su abundante y bien

escogida biblioteca científica, destruyó su gabinete de física y ajuar de casa.


18
combatido duramente al gobierno republicano que se había refugiado por tres años en el puerto de
Veracruz.
Para el 31 de enero de 1861, aún fungía como secretario de la escuela de Bellas Artes, pues con esta
fecha se localizó en el archivo de San Carlos una Lista de los empleados de la Academia33 elaborada por el señor
Bonilla. Para el 27 del siguiente mes, envió Manuel Díez de Bonilla al Director Santiago Rebull la siguiente
comunicación:
―Academia Nacional de las tres nobles artes de San Carlos
En contestación del oficio de V. [usted] fecha de ayer, y que he recibido hasta hoy, en que me
participa su nombramiento de Director general del establecimiento por el Exmo Sr. Presidente interino de la
República [don Benito Juárez]; y en cuya consecuencia me indica que para la entrega de los archivos y demás
objetos que han estado a mi cargo, nombre una persona que la verifique por inventario, ya que
personalmente no puedo yo hacerlo; le manifiesto que el Sr. Lic. don Zenón Luis Estrada, estará mañana a
las 9 en el local de la secretaría para cumplir por mí, con la entrega de lo que esta toca; pues que los demás
objetos del establecimiento están a cargo y bajo la responsabilidad del conserje, quien conforme al
inventario existente, hará la de ellos, con la intervención del expresado Estrada, según corresponde por los
Estatutos, como quiera que el secretario hace en esto las funciones de fiscal, y no de encargado o
responsable.
Con esta ocasión, protesto a V. [usted] las seguridades de mi consideración y aprecio.
Dios y Libertad. México febrero 27 de 1861.
[Rúbrica] Manuel Díez de Bonilla.
34
Sr. don Santiago Rebull.‖
Lamentable resultaba la separación del señor Díez de Bonilla de la Secretaría de la Academia, pues
sus luces habían contribuido de manera contundente a que la Academia saliera del marasmo al que estuvo
sujeta largo tiempo, a que creciera entre sus paredes y pasillos el genio artístico que caracterizó al plantel de
San Carlos a partir de su reorganización.
Santiago Rebull, inmediatamente que entró en funciones a partir del 21 de febrero de 1861, comenzó
a trabajar arduamente en el buen funcionamiento de la Academia.
Como notó la falta de un secretario, el 26 de febrero del mismo año, comunicó al ministro de
Justicia e Instrucción Pública (don Ignacio Ramírez), que siendo indispensable conforme a los Estatutos de
la Academia una persona que se encargase de las obligaciones de Secretario, proponía para dicho destino a
don Jesús Fuentes, persona en quien, decía Rebull, ―concurren las circunstancias necesarias para su
desempeño.‖35
A dicho oficio se le contestó el 28 de febrero de 1861, que Juárez se había ―servido nombrar
secretario de la Academia, con el carácter de muy provisional (las cursivas son nuestras), al Sr. don Jesús
Fuentes Muñiz.‖36
Fuentes y Muñiz en el año de l861, era apenas un mozuelo, contaba con 20 ó 21 años cuando entró a
laborar como secretario, edad que contrastaba con los 56 ó 57 que tenía el señor Díez de Bonilla.
De filiación liberal, Jesús Fuentes, cayó como anillo al dedo a la Secretaría de la Academia; por una
parte su ideología partidista correspondía al nuevo orden de cosas en el país, y por su carácter vertical y justo
dio energía al establecimiento en momentos tan funestos para las artes (más adelante tendremos nueva
ocasión para referirnos al señor Fuentes y Muñiz).37

33 A.A.S.C., exp. 5932, foja 1. Dicha lista indica los sueldos (de profesores y empleados) y las becas (de los pensionados). Los
sueldos no se entregaban completos, en dicho listado se indica las cantidades nominales y lo que en realidad percibían los que
laboraban en la Academia.
34 A.A.S.C., exp. 6395, foja 1 y 1 v.
35 A.G.N., Segundo Imperio, caja 60, exp. 41, foja 3.
36 A.G.N., Ídem, foja 4.
37 Jesús Fuentes y Muñiz (1840?-1895). Hizo sus estudios primarios en Toluca, de donde pasó a México y recibió el título de

ingeniero. Prestó diversos servicios al gobierno Federal y del Estado de México. En la administración del general Manuel
González fue oficial Mayor del Ministerio de Hacienda, y poco después ministro de la misma, que dejó por renuncia. Al declararse
en quiebra el Nacional Monte de Piedad, fue nombrado director de esta institución, la que administró tan diestramente que en
poco tiempo logró la reposición de lo perdido. Murió en este cargo.
19
De tal suerte quedó concluido el segundo cambio de importancia en San Carlos, arrojando de sus
interiores al señor Bonilla y poniendo en su lugar al antedicho joven.

2.3. Caso Espinosa-Iturbide


El caso más claro sobre la cesantía de un trabajador de la Academia de San Carlos por sus ideas
políticas, nos lo da don Cosme Espinosa; hombre que laboró en ese lugar y que profesaba una ideología
conservadora.
En 1856 Espinosa obtuvo una colocación en el establecimiento para desempeñar la plaza de celador
(con la dotación de 25 pesos mensuales), tiempo después murió el señor don Ignacio Carpio y Cosme
Espinosa fue ascendido a Sota-Conserje38, sin que por esa circunstancia se le hubiera dado el sueldo
correspondiente a ese empleo.
Siguiendo Espinosa sus servicios con solicitud y puntualidad, acaeció que el día 14 de enero de 1861
falleció el conserje José Estanislao Nájera. El día 15 del mismo, Espinosa recibió un nombramiento firmado
por los señores Manuel Díez de Bonilla y José Fernando Ramírez, para que desempeñara con la misma
diligencia la conserjería de la Academia (como ayudante del conserje fungía un tal Agustín Pérez el cual
recibía el mismo estipendio de 25 pesos).
El 28 de febrero del mismo año, se presentó don Vicente Iturbide con un oficio del ministerio de
Relaciones, dirigido al señor Ramírez para que se le entregara la conserjería. Con esta orden superior, los
servicios de Espinosa quedaron relegados, descendiendo en consecuencia nuevamente al puesto de Sota-
conserje o segundo conserje de la Academia.39
El nombramiento del liberal Vicente Iturbide, se hizo al mismo tiempo que se nombró Director de
la Academia a Santiago Rebull; el comunicado dirigido a este señor fue:
―El E.S. [excelentísimo señor] Presidente interino [don Benito Juárez] se ha dignado nombrar a
usted [don Santiago Rebull] Director Provisional, de la Academia Nacional de San Carlos.
Se lo comunico a usted para su satisfacción y efectos consiguientes; debiendo prevenirle al mismo
tiempo, que ponga usted inmediatamente en posesión de la plaza de conserje de dicho establecimiento, para la que ha sido
nombrado, a don Vicente Iturbide (las cursivas son nuestras).
Dios, Libertad y Reforma. México febrero 21 de 1861.
[Rúbrica] Joaquín Ruiz
Al señor don Santiago Rebull, Director Provisional de la Academia Nacional de San Carlos.‖40
Cosme Espinosa permaneció en el empleo de segundo conserje hasta el 24 de enero de 1863, en
cuya fecha se le despojó de su colocación ―por ser contrario a las ideas del partido que dominaba.‖
El 19 de julio del 63, estando ya los franceses en la capital y habiendo sido restituida la Junta de
Gobierno de la Academia, Espinosa escribía con motivo de su remoción suscitada en tiempo de Juárez: ―No
sin esperanza me resigné a sufrir toda clase de padecimientos y escasez de sueldos; porque aguardando yo un
día en que desapareciendo el favoritismo y la intriga, las garantías individuales fueran una verdad. Por
fortuna [ese día] ha llegado; y deseando en las memorables palabras del ilustre general [Elías] Forey: de que
―la Justicia no se rematará al mejor postor‖ confío en que la honorable Junta Superior de Gobierno de la
Academia Nacional de San Carlos, observando las leyes de justicia y de la razón, tomará en consideración la
escala de mis servicios que dejo indicada, para que en vista de ellos se sirva resolver se me reponga y de en
propiedad el empleo de conserje de que fui injustamente destituido: por [lo] tanto a V.S. [vuestra señoría]
suplico se sirva dar cuenta a la excelentísima Junta de que es digno Secretario con esta representación en que
recibiré gracia y justicia.
México, julio 19 de 1863.
[Rúbrica] Cosme Espinosa

38 El puesto de ―Sota-conserje‖, era el de segundo conserje o subconserje. Aparte existía el puesto de ayudante de conserje.
39 A.A.S.C., exp. 5949, foja 1 y 1 v.
40 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 5, foja 2.

20
Excelentísimo señor Secretario de la Academia Nacional de San Carlos, don Manuel Díez de
Bonilla.‖41
Vicente Iturbide, a la llegada del ejército franco-mexicano a la capital del país, dejó la conserjería de
la Academia y se dirigió a San Luis Potosí; allí se le dijo al ministro de Hacienda (25 junio de 1863), que se le
diera un auxilio a dicho conserje que había ido a aquella ciudad siguiendo al Supremo Gobierno.42
Así, vacante la conserjería por haberla abandonado el señor Iturbide al seguir al gobierno con el cual
simpatizaba, comenzaron a llover durante los meses de junio-agosto, solicitudes para ocupar dicha plaza; la
pidieron: el 10 de junio, Juan Antonio Nájera (hijo del finado José Estanislao Nájera); el 13 de julio, Luis
Icaza e Iturbe; el 19 de julio, Cosme Espinosa; el 29 de julio, Zenón Luis Estrada y el 12 de agosto, Miguel
Villalba.43 Finalmente, dicha plaza fue dada al señor Espinosa, quizá por considerar los señores Ramírez y
Díez de Bonilla que sus motivos eran de mayor justicia.
Pero no nos alejemos de la línea de nuestro estudio. Más adelante habrá ocasión de hablar de los
hechos acaecidos en los justos momentos en que el ejército franco-mexicano penetró la ciudad de México y
sostuvo sus primeros contactos directos con el establecimiento de San Carlos.

2.4. Requerimientos a la Academia


Tanto liberales como conservadores, estilaban y se deleitaban en ―invitar‖ (léase forzar) a las
instituciones de gobierno, para que estas tomaran parte en los eventos de carácter público que daban brillo e
imagen a su dirección. El partido liberal tuvo la singular particularidad de especializarse en estos menesteres
poco más que el conservador.
Esto hacía sentir a su gobierno más seguro y confiado en la ―fidelidad‖ y control que tenía sobre
aquellas instituciones. En este sentido existen constancias en el archivo de la Academia de San Carlos donde
la administración juarista pidió a los miembros de dicho establecimiento concurrir a Palacio Nacional para
acompañar al ―Supremo Magistrado‖ don Benito Juárez, al entierro de don Miguel Lerdo de Tejada, al del
―ilustre mártir‖ (sic) don Melchor Ocampo y al aniversario fúnebre del ―benemérito general‖ (sic) don
Santos Degollado.44
Igualmente se pidió asistir a Palacio para las solemnidades del 16 de Septiembre, a las sesiones
extraordinarias y de clausura del Congreso de la Unión, al aniversario de la Constitución del 57 y a celebrar
el primer año de la derrota del ejército francés ―por el Benemérito de la patria [sic] C. general Ignacio
Zaragoza‖, para lo cual se autorizó hacer los gastos necesarios para adornar e iluminar lo mejor posible el
exterior de la Academia.45
Ya habíamos mencionado que al entrar el señor Juárez a la ciudad de México a principios de 1861,
en realidad la guerra de tres años llamada Guerra de Reforma, no había concluido, el gobierno liberal no tuvo
ni un día de paz, los conservadores, que acechaban la ciudad capital, no estaban vencidos ni política, ni
militar y mucho menos ideológicamente. A sabiendas de este hecho y de la desastrosa situación económica,
que en nada había mejorado con la confiscación de los bienes del clero, Juárez decretó el 17 de julio de
1861, la suspensión por dos años del pago de los intereses sobre la deuda exterior de México.
Desconocemos si Juárez y su gabinete esperaban una reacción negativa con el decreto del 17 de julio
(o sí era por la guerra que se preveía continuar contra el bando conservador). Pero es cosa extraña que unos
días antes, el 5 de julio, se haya emitido una disposición en la que se ordenaba a los profesores de la
Academia el que se organizaran para que junto con los empleados civiles, formasen uno o más batallones de
guardia nacional de infantería.

41 A.A.S.C., exp. 5949, foja 1 v.


42 A.G.N., Gobernación (Segundo Imperio), (Sección primera. Índice de las comunicaciones firmadas por el C. Ministro desde el mes de abril de 1863),
caja 1, exp. 12 o libro 3º de la caja 1, foja 29 v.
43 A.A.S.C., exp. 5939, pássim.
44 A.A.S.C., exp. 6043, 6052 y 6104.
45 A.A.S.C., exp. 6063, 6059, 6075, 6008 y 6026.

21
Dicha orden decía que el presidente consideraba más obligados que a otros, a los empleados del
gobierno a cooperar en la conservación del orden y al sostenimiento de sus instituciones, esto por su doble
carácter de ciudadanos y de servidores de la nación. Se agregaba que esta guardia debía armarse, equiparse,
vestirse y financiar sus gastos de banda y papelería a su costa, y que quien se negase a prestar este servicio de
guardia nacional sin causa justificada se le destituiría de su plaza. Se exceptuaba de este servicio a los altos
funcionarios de gobierno, a los rectores y directores de los colegios, a los mayores de cincuenta años y a los
impedidos físicamente.46
Posteriormente, el 8 de julio, se dispuso que no sólo los rectores y directores quedarían exentos de
este deber, sino también los vicerrectores, prefectos y catedráticos, pero que quedaban obligados a
contribuir con una cuota que proporcionalmente les correspondía.47
Unos meses antes de la batalla del 5 de Mayo (febrero-marzo del 62), cuando se temía que los
franceses derrotarían a los defensores de Puebla, se comunicó al señor Rebull la prevención de que los
estudiantes que así lo solicitasen, se les expediría su correspondiente resguardo y que los alumnos internos y
empleados de los colegios que pernoctasen en ellos, no pudiesen ser obligados a prestar el servicio que
recientemente se había establecido de vivaques.48
Por otra parte, en el mes de julio del 62, el ministerio de Guerra hizo una ―invitación‖ a los
profesores, empleados y alumnos de la Academia para que contribuyeran en una suscripción abierta en la
misma para costear los uniformes de los oficiales del Ejército de Oriente.49
Las contribuciones variaron dependiendo de las posibilidades y de la categoría de cada uno de los
empleados: Santiago Rebull, por su calidad de director de la Academia fue el que contribuyó más, su
aportación fue de cinco pesos; le siguieron con dos pesos el secretario Fuentes y Muñiz y el director de la
clase de arquitectura Javier Cavallari; con un peso se suscribieron, Manuel Gargollo y Parra, Vicente
Heredia, Ramón Agea, Leopoldo Río de la Loza, Antonio Torres Torija, Manuel Delgado, Pelegrín Clavé y
Eugenio Landesio; con cantidades que fluctuaron entre doce y medio y cincuenta centavos contribuyeron
treinta y tres personas más entre profesores, alumnos y empleados de la Academia. Finalmente hubo cinco
personas que no aportaron nada en esta recaudación, a saber: los profesores Joaquín de Mier y Terán y
Ladislao de la Pascua, que ya se habían subscrito respectivamente en los colegios de Minería y Medicina
(donde también impartían clases), y los también profesores Petronilo Monroy, Rafael Flores y Miguel Mata y
Reyes.50
Resulta interesante y curioso observar que en estas contribuciones al Ejército de Oriente, aparezcan
suscritos Cavallari, Clavé y Landesio, personas que nunca mostraron gran simpatía por el gobierno liberal y
que no quisieron protestar contra la intervención francesa; y que por otra parte el profesor Mata, no
aportara nada, a pesar de ser tan mentado por su repudio a la Intervención Francesa y por decirse que fue el
único que estando activo en 1863, se había separado de la Academia para no servir al Imperio.
De la Sección Geográfica del Cuartel Maestre del Ejército del Centro, se remitieron varias cartas a la
Academia rubricadas por un tal J.J. Álvarez. Ya en plena lucha contra la intervención francesa y con fecha 17
de noviembre de 1862, este hombre remitió un escrito a don Santiago Rebull diciéndole que los inmensos
recursos que demandaba la continuación de la guerra que se sostenía contra Francia y la suma escasez del
erario nacional para cubrir las exigencias; obligaba a todos los mexicanos a contribuir por cuantos medios
estuvieran a su alcance para salvar la situación. Agregaba diciendo que el general en jefe del Ejército de
Oriente, don Ignacio Comonfort, disponía citar por su conducto al patriotismo de todos los habitantes del
Distrito Federal; que muy particularmente se dirigiese a personas (como Santiago Rebull), que además de su
adhesión a la libertad e independencia, reuniese la circunstancia de una posición que facilitase el logro de los
objetivos.

46 A.A.S.C., exp. 6376.


47 A.A.S.C., exp. 6057.
48 Campamento de un cuerpo militar. A.A.S.C., exp. 6082 y 6088.
49 En estos momentos todavía se encontraba al mando de dicho ejército el general Ignacio Zaragoza, que murió el 8 de septiembre

del citado año.


50 A.A.S.C., exp. 6400.

22
J.J. Álvarez, pedía la ayuda de los alumnos, pero queriendo evitarles sacrificios que perjudicasen sus
intereses particulares o la continuación de sus estudios. Decía al director que sólo se dirigiese a aquellos
alumnos que además de tener nociones de topografía y dibujo, no les fuese gravoso emplear algunas horas
del día durante las vacaciones en los trabajos de dicha Sección Geográfica. Solicitaba, además, se prestase
durante las vacaciones un teodolito, un nivel, dos pantómetros, dos planchetas, dos estadios y dos cadenas
métricas; en la inteligencia de tener en ellos el mayor cuidado y de reponer lo que eventualmente sufriese
algún menoscabo.51
El 10 de marzo del 63, mismo día que la ciudad de Puebla fue declarada por un decreto en estado
riguroso de sitio; el presidente Juárez dispuso, que con la brevedad posible remitiese el director de la
Academia una lista nominal de todos los empleados con expresión de sus sueldos, a fin de pasarla a la junta
local para la organización de la guardia popular.52
Los miembros de la Academia aunque sabedores de esta última disposición, nunca hicieron mucho
en realidad para integrarse a tal guardia, cosa justificable si se piensa en las exigentes y absorbentes tareas
que un artista debe dedicar a su profesión. Muchas de estas disposiciones y mandatos fueron siempre letra
muerta, ya porque era imposible su puntual cumplimiento, ya porque se relajaba la disciplina y no se exigía
su realización al momento.
El 14 de abril del dicho año del 63, el ejército franco-mexicano a las órdenes del coronel Brincourt;
propinaba una terrible derrota al Ejército del Centro, que llegaba a auxiliar al de Oriente, que encerrado
resistía el terrible sitio en la ciudad angelopolitana. Mientras esto sucedía, exactamente el mismo día a que
nos acabamos de referir, Juárez ordenaba se hiciese efectivo el descuento por la contribución de Guardia
Popular a los empleados de instrucción pública. Ante tal mandamiento Rebull mandó al señor Fuentes y
Muñiz pedir al gobernador los resguardos para los profesores, pensionados y empleados que los necesitasen,
y que se realizara el cargo correspondiente de la mencionada contribución todos los meses siguientes. 53 Se
hacían estas diligencias, quizá sin sospechar que quedaba escaso mes y medio para que saliera de la capital
Juárez rumbo a la ciudad de San Luis Potosí.

2.5. La Situación Económica (1861-1863)


Ya habíamos mencionado, que la Academia dependía de los recursos que le daba la Lotería de San
Carlos. En los diecisiete años que la tuvo a su cargo, hizo logros que se hubiesen antojado imposibles de
haber estado a expensas del erario nacional:
Se consiguió pagar las rentas pendientes al Hospital de San Andrés (quien era dueño del inmueble),
comprar el edificio de la Academia, adquirir las casas del conserje, de Baños y de Portal de Mercaderes,
pagar los premios insolutos heredados por la Lotería, llevar a cabo el arreglo del edificio de la Academia,
como el acondicionamiento de los salones para cada una de las clases, compostura de pisos, escaleras, caños,
cielorraso, tragaluces, ventanas, gasómetros, galerías, biblioteca, sala de juntas, estudios, fachada, etcétera.
Además, costeaba el pago de todos los profesores (nacionales y extranjeros), pensionados (en la
Academia y Europa), secretario, conserje, portero, ayudantes, compra de libros y obras de arte en el
extranjero, compra de los mejores trabajos de los discípulos de la Academia, organización de exposiciones,
premios a los alumnos, compra de papel, lápices, pinceles y todo útil necesario para el desarrollo de las
clases.
Como vemos, fue en los años de 1843 a 1860, cuando San Carlos experimentó su mayor riqueza
económica. Esto fue logrado gracias a los honestos manejos de que fue objeto la Lotería. Sus caudales
atrajeron miradas codiciosas e intenciones nefandas de los hombres en el poder. Los gobiernos en turno no
tuvieron ningún empacho en solicitar fuertes ―préstamos‖ a la Lotería de San Carlos. Los solicitantes fueron:
José Joaquín de Herrera, Juan Bautista Ceballos, Antonio López de Santa Anna, Ignacio Comonfort, Félix
Zuloaga y Miguel Miramón.

51 A.A.S.C., exp. 6013.


52 A.A.S.C., exp. 6019.
53 A.A.S.C., exp. 6397.

23
Los dos más destacados solicitantes, fueron José Joaquín de Herrera e Ignacio Comonfort,
llevándose las palmas este último, quien en el lapso del 21 de diciembre de 1855 al 30 de diciembre de 1857,
solicitó 123 675 pesos; De Herrera extrajo por su parte la nada despreciable suma de 93 911 pesos. Los más
moderados fueron los generales Zuloaga y Santa Anna, extrayendo respectivamente las sumas de 32 500 y
35 000 pesos.54
La administración de la lotería fue tan eficaz que a un año de su constitución, podía darse el lujo de
entregar al gobierno la cantidad de 3 000 pesos mensuales.
Esta limpia dirección se debió a hombres como Javier y Pedro Echeverría, Tomás Pimentel, Joaquín
Flores y Honorato Riaño (quienes fungieron como directores de la Lotería y el último como su tesorero);
además, el dinero que se le daba a la Academia, era sabia y honradamente dirigido por su Junta de Gobierno,
donde figuraron, entre otros, individuos como Lucas Alamán, José Bernardo Couto, José Joaquín Pesado,
Manuel Carpio, José Urbano Fonseca, Tomás Pimentel, Luis G. Cuevas, Manuel de la Peña y Peña, José
María Bocanegra, José Fernando Ramírez, y algunos más. Sujetos que fueron acaudalados en dinero unos,
otros, en saber y consejo y todos reconocidos por su afición hacia las bellas artes.
Los fondos de que disponía la Academia habían ido sufriendo mermas considerables, pero no por
vicio o mala administración de ellos, sino por las mencionadas extracciones y contribuciones impuestas. Los
efímeros gobiernos de entonces, lo mismo conservadores que liberales, estuvieron a la competencia para
gravar la renta de la Lotería, imponiendo la obligación de sufragar diversos y subidos gastos: como los del
Hospicio, las correccionales, la Casa de Mendigos, el Hospital de Mujeres Dementes y la mitad del
presupuesto del ministerio de Relaciones. Y, aún así, la Academia cubría el total de estos y caminaba
adelante. Pero como se acudió al ruinoso expediente de los préstamos extraordinarios, cuantiosos y
continuos, la marcha de la Academia se hizo en extremo difícil al fin de la Administración del señor Couto
en 1860.55
Cabe mencionar que no sólo el gobierno central repetía exacciones sin coto ni medida, sino que
también los gobernadores de los Estados y aún los jefes militares ocupaban como propios los productos que
recaudaban las colecturías foráneas, agotando así por todos lados los fondos de la Academia.56

Manuel Vilar, Boceto para un monumento ecuestre a Agustín de Iturbide (ca. 1860).
A.A.S.C., exp. 6640.

Para comprender el punto al que llegó tal situación, citamos como ejemplo un incidente: el general
Miguel Miramón, recién hecho presidente del país, visitaba un día el establecimiento de San Carlos, los
señores de la Junta de Gobierno queriendo impresionarlo y agradarlo en sus ideas políticas, le dijeron que
preparaban una estatua ecuestre en bronce del general Agustín de Iturbide. Miramón al oír esto, paró

54 La Lotería de la Academia de San Carlos (1841-1863), México, INBA, Lotería Nacional para la Asistencia Pública, 1987, pág. 166.
55 Manuel Gustavo Antonio Revilla, Obras, México, Imp. de V. Agüeros, 1908, págs. 114, 150 y 175.
56 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖ en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.

24
mientes en el asunto, no por el mérito artístico del proyecto, ni por su significado glorioso, sino por los
gastos que esto implicaba; el jefe conservador con estudiada y aparente indiferencia, interrogó
minuciosamente a sus ingenuos informantes sobre los fondos de que disponía la Academia para la erección
del monumento. Satisfecha su curiosidad, no echó la especie en saco roto, pues a los pocos días comisionó
al ministro Teodosio Lares para que pidiera un ―préstamo‖ de 60 000 pesos, indicando de qué fondos se
podía echar mano. Sin olvidar la orden correlativa de desalojar el sitio que en el Cuartel de Granaderos,
ocupaba el escultor Vilar con los trabajos para la escultura de Iturbide.
La Junta de Gobierno de la Academia tuvo que renunciar a sus anhelos, ya que a regañadientes, el
presidente de dicha Junta, don Bernardo Couto, tuvo que dar cumplimiento a ambas órdenes. Temeroso
Couto de que se repitieran esos pedidos sin reintegro, ―determinó invertir cuanto en cajas había en beneficio
de la misma Academia‖, emprendiendo desde luego ―obras de consideración en el edificio que mucho
habrían de mejorarle‖, en las que no se escatimó gasto alguno.57
En páginas anteriores dijimos que a fines de agosto de 1860, Couto abandonaba la presidencia de la
Junta de Gobierno de la Academia.58 La licencia fue concedida en atención a que alegó motivos de salud; el
abandono pudo ser en parte por razones de esta naturaleza, pero en realidad se encontraba ―disgustado y
cansado de las violencias de que venía siendo objeto la Academia y de las importunidades con él tenidas.‖59
Algunos lectores verán con extrañeza que estas circunstancias hayan hecho dimitir de su cargo a
Couto. Pensarán que dejar un puesto tan elevado era un disparate, que no sólo renunciaba al cargo, sino
también a su retribución económica; y más se sorprenderán al saber que los antiguos presidentes de la Junta
de Gobierno de la Academia, nunca percibieron remuneración o premio alguno por sus servicios. Todos
ellos fueron entusiastas amantes de las bellas artes, poseían una posición económica relativamente
desahogada que les permitía hacer este sacrificio y en el que su único premio consistía en la simple
satisfacción de sentirse partícipes del progreso de la Academia. Tal vez muy en su interior creían ser un poco
creadores de aquellas obras de arte que tanto admiraban.
Pero regresemos a nuestro cauce, decíamos que Couto había renunciado; y como ya sabemos
Fernando Ramírez lo sustituyó. Pero, ¿cuál era realmente la situación económica de la Academia al
comenzar el año de 1861?
Para aclarar esta cuestión, nos adelantaremos un poco en este año, precisamente en el día 2 de mayo.
En esta fecha, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, don Ignacio Ramírez, daba a conocer un decreto
del presidente Juárez, en el que se suprimía la Lotería de San Carlos y establecía otra llamada ―Lotería
Nacional‖60; dicho decreto despojaba a la Academia de su principal sustento y motor. Se decía en el
antedicho bando, que el veinticinco por ciento restante del pago de los premios se destinaría al
sostenimiento de las escuelas de Bellas Artes y de Agricultura.
Pero, ¿qué fue lo que motivó realmente la supresión de la Lotería de San Carlos? El 25 de enero de
1861, el influyente diario liberal El Siglo XIX, publicaba una nota bajo el título de ―La Lotería y la Academia
de San Carlos‖; aquella noticia decía:
―Es tan increíble como escandaloso el desorden que hay en esos ramos, y llega hasta el grado de que
hay premios de la lotería que no se han pagado.
Excitamos al supremo gobierno para que recibido el informe necesario, exija la responsabilidad a
quien corresponda‖.
La anterior nota de Manuel M. de Zamacona, provocó otra de José F. Ramírez, publicada en el
mismo diario, el día 29 del antedicho, que con el título de ―Academia Nacional de las tres nobles artes de
San Carlos‖ decía:
―La vehemencia de estos conceptos [los de Zamacona] y el daño irreparable que pueden causar al
establecimiento con descrédito de los que lo servimos sin estipendio ni remuneración alguna, me estrechan a

57 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 175 a 177.


58 Manuel Revilla menciona que esta licencia fue solicitada en noviembre del 60, José Fernando Ramírez dice que fue en agosto
del mismo. Confiamos más en lo que dice Ramírez, ya que él fue quien sustituyó a Couto en el puesto, y por ende estaría mejor
informado sobre el asunto.
59 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 195.
60 La Lotería..., pág. 167.

25
responder y a entrar en ciertos pormenores que no hubiera querido que salieran de mi pluma.‖61 Continúa
Ramírez diciendo que en efecto no se había pagado un billete premiado, pero no por desorden de la
administración de la Academia, ni de la Lotería; que agotados los fondos de la Academia por las extracciones
que le habían hecho desde 1848 los gobiernos de todos los colores y partidos, con excepción solamente del
infortunado don Mariano Arista, se vio la Lotería al fin precisada a celebrar un convenio de avío con una
casa de comercio establecida en la ciudad de México.62 Mediante este convenio se le concedía la recaudación
de los productos de la Lotería, interesándola en ellos y con la esperanza de acotar las exacciones. La casa
aviadora se obligaba a pagar puntualmente los billetes premiados y a facilitar a la Academia las cantidades
que pidiera para cubrir sus gastos, percibiendo, además, un muy regular interés por los fondos que
adelantara.
Dicho trato finiquitaba el 31 de diciembre de 1860, el premio de 20 000 pesos del sorteo de octubre
del mismo año, cayó en Zacatecas y presentándose el ganador para su pago en los primeros días del mes de
enero, la casa aviadora se negó obstinadamente a pagar, alegando que su compromiso había fenecido el día
31 de diciembre, sin considerar que era una obligación vencida durante el tiempo del contrato.
Ramírez dice que a dicha casa se le suplicó, e incluso se le amenazó buscando vencer esa resistencia
que iba a dar un golpe mortal al crédito de la Lotería y a matar de paso a la única escuela de bellas artes de la
República. Comenta que se le llegaron a hacer proposiciones que realmente eran sarcásticas, proposiciones
que se sabía no podría cumplir; dio cuenta de la situación al ministro de Relaciones, implorando un auxilio
del gobierno, pero se le contestó que no había dinero y que lo único que se podía hacer era consignar el caso
al Juez de Hacienda para que procediera contra la casa. Ramírez movió todos los resortes legítimos a su
alcance e incluso se sometió a la vergüenza de las antesalas ministeriales y a mendigar recursos de extraños.
Fue en el intermedio de este asunto que el Supremo Gobierno, determinó enviar una visita al
establecimiento, medida que, según Ramírez, mortificaba pero no alarmaba al que nada tenía que temer.
Visitación que Ramírez apremiaba se cumpliera, para que se resolviera todo lo antes posible.
Por lo anterior decía Ramírez, no se podía culpar a la Academia ni a la dirección de la Lotería, por el
billete no pagado y que al mismo tiempo esto aclaraba la sorpresa de que no se vendieran billetes de la
Lotería de San Carlos. Explicaba el señor Ramírez, que la Junta de Gobierno que él presidía, estimaba el
decoro de la Academia y el suyo propio y por lo tanto no podía decidirse a hacer un sorteo si no contaba
con los fondos suficientes para pagar los premios; ya que esta aventura hubiera expuesto a una ruina
irreparable el crédito de la Lotería y de las personas que la regían.
Ramírez concluía su artículo diciendo que la suspensión de la Lotería no dejaba duda acerca de que
en muy pocos días las puertas de San Carlos se cerrarían, y agregaba que si este hecho era lamentable por mil
títulos, sería peor hacerlo sellándolo con la afrenta de haber engañado al público, haciendo un sorteo sin
fondos, fiándose únicamente de sus eventualidades.
En situación tan grave, como todos sabemos la Academia no cerró sus puertas y los gastos
indispensables para que abriera sus cursos fueron cubiertos, gracias a la influencia de don Ramón Isaac
Alcaraz, alto funcionario del gobierno de Juárez y un diletante reconocido.
Poco después, como ya dejamos dicho, Ramírez abandonó la Academia, la Lotería de San Carlos fue
suprimida y el plantel volvió a caer en su antigua y precaria situación que guardaba en el año de 1843.
El 9 de mayo de 1861, a siete días de la supresión de la Lotería, el periódico La Independencia decía al
respecto:
―Desearíamos saber con qué recursos cuenta para subsistir este importante plantel de instrucción
pública, antes de leer el decreto que establece la lotería nacional, creíamos que se le destinaría una parte de sus
fondos; pero después nos hemos convencido de lo contrario, y no queremos que se cierre este útil

61 ―La Lotería y la Academia de San Carlos‖ y ―Academia Nacional de las tres nobles artes de San Carlos‖ en El Siglo XIX, viernes
25 y martes 29 de enero de 1861, de dos artículos insertos en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 30 a 33.
62 Dicha casa aviadora, era la del banquero suizo Jean-Baptiste Jecker, misma que hizo el famoso préstamo al general Miramón y

que sería uno de los pretextos para que Francia interviniera en México. La casa Jecker era representada en México por un
hermano de Jean-Baptiste, un tal J.J. Jecker.
26
establecimiento, que tan buenos frutos ha dado a nuestro país, y que iba a sucumbir en los fatales tiempos
de la reacción.‖63
A más de nueve meses de la supresión de la Lotería de San Carlos, la situación no había mejorado.
El diario El Siglo XIX, ponía la nota inicial, a una ríspida discusión periodística entre el Administrador
General de la Lotería Nacional señor Leandro Cuevas y algunos alumnos de San Carlos que, bajo el
pseudónimo de Varios Pensionados, pusieron a discusión algunos puntos con el citado señor sin llegar, como
era de esperarse, a ninguna solución.
El 27 de febrero de 1862, Francisco Zarco, redactor en jefe de El Siglo XIX, decía que el público
sabía ya que los sorteos en que el premio mayor era de 25, 000 pesos, la dirección de la Lotería los sustituiría
con otros en que el premio sería de 6, 000 pesos. Agregaba, que la dirección vendía pocos billetes en
Veracruz, Puebla y Durango, por la constante interrupción del correo. Pero que más valiera procurar
reestablecer la seguridad de los caminos, que resignarse a la interrupción de la correspondencia.64
Pocos días después, Leandro Cuevas envió una carta a Zarco, en la que le decía que conociendo ―lo
franco, leal y justo‖ que era, se tomaba la libertad de quejarse de un ―parrafito‖ que leyó contra la Lotería en
El Siglo XIX, del que decía: ―tengo la honra y el gusto de ser suscriptor‖. Prosigue Cuevas, diciendo que no
cree que dicha nota sea obra de Zarco, si no de algún otro empleado y que habiendo sacrificado parte de su
escasa fortuna en acabar la obra útil del patio de la Lotería, no creía justo se le inculpase de la baja de los
premios. Y que se había hecho esto como una medida prudente para conservar la renta de la Lotería,
poniendo en circulación sólo los billetes que pudiera realizar en su mayoría, no ofreciendo premios que no
pudiesen pagar por causa de la interrupción de caminos, asalto de correos y poca circulación metálica. Zarco
enseguida aclaraba que dicho párrafo era obra suya, pero que en este no había ―el menor ataque a los
empleados de la Lotería‖, que lo que había censurado era la resignación del gobierno con respecto a la
irregularidad del correo, y que su intención sólo había sido el estimular al gobierno a remediar tal estado de
cosas, con el objeto de reestablecer los premios de a 25 000 pesos y así beneficiar a la Academia de San
Carlos.65
Fue después de esta aclaración de Zarco, que los Varios Pensionados de la Academia, se aprestaron a
blandir sus argumentos, muy viscerales por cierto, pero que nos delatan claramente la irritación que muchos
de ellos experimentaron al ver sus pensiones suspendidas y a la Academia de San Carlos, su alma máter,
mendigar unos cuantos pesos.
En su remitido fecha 12 de marzo de 1862, los Varios Pensionados, decían haber visto inserta una
―pomposa carta‖ del señor Cuevas, donde a decir de los académicos, ―se queja, sin razón, de un parrafito
que dice ser contra la Lotería, siendo todo lo contrario‖. Luego en un tono mordaz, decían que dejando de
lado ―que sea útil adornar un patio que estaba en buen estado, es digno del mayor elogio‖ y que entendían
que el señor Cuevas merecía ―por su buen comportamiento‖ una ―mención honorífica.‖
Explicaban que ellos no tenían, por falta de recursos, el gusto y la honra de ser suscriptores de El
Siglo XIX, ni tenían el honor de ser amigos del señor Zarco (como lo menciona el señor Cuevas), pero que
―no obstante‖, le agradecían ―el referido parrafito.‖ Que creían, que el haber bajado los sorteos, les parecía
―francamente‖, una medida que buscaba como fin exclusivo ―conservar la oficina de la lotería con los
sueldos de los empleados y los 4 000 pesos del señor administrador.‖ Que el decreto que suprimía la Lotería
de San Carlos, establecía que la Nacional era para el sostenimiento de la Academia y de la Escuela de
Agricultura. Pero que el resultado no era ese, ―sino el que se conserve la oficina de la Lotería en cuestión
con sus empleados bien pagados, mientras que las escuelas de Bellas Artes y Agricultura, se mantienen con
esperanzas, diciéndoles por boca del señor administrador, que lo positivo será cuando las circunstancias lo
permitan y puedan hacerse sorteos más grandes, y entonces tendrán mayores auxilios, siendo así que ni
menores los ha recibido principalmente la Academia de San Carlos‖. Y que ―según se dice en el público la
junta de la extinguida Lotería dejó en créditos 9, 000 pesos, de los cuales puede decirse que los ha recibido

63 ―La Academia de San Carlos‖ en La Independencia, jueves 9 de mayo de 1861, de un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez
Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 35.
64 ―La Lotería Nacional‖, en El Siglo XIX, jueves 27 de febrero de 1862, núm. 409, pág. 4.
65 ―Lotería Nacional‖, en El Siglo XIX, martes 4 de marzo de 1862, núm. 414, pág. 4.

27
en pago la Academia, con lo que le ha ministrado el Supremo Gobierno, porque la nueva Lotería ha
exhibido muy poco.‖
A los Varios Pensionados les restaba sólo manifestar, que en la opinión que tenían formada, si el
Gobierno Supremo no volvía a poner la Lotería de San Carlos exclusivamente en manos de la Junta Especial
Directiva de la Academia de San Carlos, sería imposible que sin aquellos fondos pudiera ―subsistir por más
tiempo bajo el pie de escasez en que hoy se encuentra tan interesante establecimiento‖.66
Tres días después de haber aparecido la anterior carta, El Siglo XIX, publicó una breve nota que
decía:
―Reestablecido el servicio del correo entre la capital y los estados del interior, creemos que ha cesado
el inconveniente que existía para que siguieran haciéndose los sorteos mensuales de 25, 000 duros, y
deseamos que el Ministro de Instrucción Pública mande que se continúen, para que así puedan ser
debidamente atendidas las escuelas especiales a que está dedicada esa renta.‖ 67 Editoriales de esta especie,
atizaban más el fuego que apagarlo.
Poco más tarde otro entró a discusión y en defensa del señor Cuevas, alguien que se hizo llamar Un
amigo de la justicia; quien dijo con respecto a las inculpaciones que los Varios Pensionados hacían al señor
Cuevas, que aquel ―podría contestar victoriosamente‖, si no se lo impidiese su carácter de servidor público,
y que, por consiguiente, él iba ha hacerse cargo ―de los ataques‖ que se dirigían al mencionado Cuevas.
Entre otras observaciones, Un amigo de la justicia preguntaba:
―¿En qué puede ser reprensible el proceder del señor Cuevas?, ¿Estaba en su mano resolver los
obstáculos que se oponían a la continuación de la Lotería en los términos prevenidos en la ley del 5 de
mayo?, ¿Debería más bien haber pedido la suspensión de los sorteos o su absoluta supresión?, ¿Qué es,
pues, lo que tocaba hacer?
Los autores del artículo habrían hecho mejor en indicarlo, y no en zaherir a una persona cuyo celo y
actividad son notorios a cuantos le conocen.‖
Agregaba que la ley que había establecido la Lotería Nacional, disponía en su artículo 3° que el 25%
restante del 75 que constituye el fondo, se destinaría ―deducidos los gastos de giro y administración‖, al
sostenimiento de la Academia y Escuela de Agricultura y que los empleados de la Lotería Nacional, estaban
en su derecho de cubrir primero sus sueldos, y que a nadie podía exigírsele se privase de lo propio en
beneficio ajeno, por laudable que fuera el objeto.
Sobre los gastos en el edificio, opinaba que hubiera bastado con los muy esenciales para acomodar
las oficinas, sin emprender otros que pudiera tomarse como superfluos como ―el de la columna y estatua‖
que se levantaron en el centro del patio; ―monumento impropio de aquel lugar que, en realidad, no es otra
cosa que una casa de vecindad.‖68
En fecha 20 de marzo de 1862, el señor Leandro Cuevas regresa, para darle punto final, a la
controversia. Comienza diciendo: ―Me había propuesto no contestar una sola palabra al remitido de Varios
pensionados de la Academia, a quienes he apreciado bien pero que me han pagado mal, hiriendo mi amor
propio y el de los demás empleados mis compañeros‖, pero que habiendo visto otro artículo que tomaba su
defensa creía conveniente hacer algunas explicaciones sobre la renta.
Aducía que además de los males que ya había señalado existían otros tantos, como el de las bajas
ventas ―por las muchas rifitas pequeñas‖ que se celebraban en diversos estados de la república a pesar de su
prohibición, ―la venta clandestina de los billetes de la Habana, las ruletas, casas de juego y loterías de
cartones‖, y que la Lotería Nacional, debido al creciente número de billetes sobrantes, no podía estar
jugando ―albures de 30, 000 pesos contra 30, 000 pesos‖, arriesgándose la administración si se acababa el
fondo, de recibir ―la nota de indolente o de imbécil.‖
Además, retaba, a la persona que fuera, pasar a la administración, donde se le presentarían libros,
cuentas y expedientes que desmentiría que el dinero que ha recibido la Academia, es aquel que dejó en unos
créditos la extinta Lotería de San Carlos.

66 ―La Academia de San Carlos y la Lotería‖, en El Siglo XIX, miércoles 12 de marzo de 1862, núm. 422, pág. 4.
67 ―La Lotería Nacional‖, en El Siglo XIX, sábado 15 de marzo de 1862, núm. 425, pág. 3.
68 ―La Lotería Nacional y la Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, miércoles 19 de marzo de 1862, núm. 429, pág. 3.

28
Decía que el público sabía que la Lotería de San Carlos en la época de ―Zuloaga y Miramón‖, habían
acabado con un buen fondo, empleándolo todo en reformar el edificio, sostener al establecimiento y parte
dada a Zuloaga y Miramón, y que, además, la Casa del banquero Jecker reclamaba 50 000 pesos y el tenedor
de un billete otros 20 000 pesos.
Sobre que la Lotería volviera a la Junta Particular Directiva, opinaba que así como el no había
―podido hacer el milagro de los 5 panes‖, tampoco lo podría hacer ninguna Junta, pues lo único que podía
ejecutarse, estaba ya hecho por él y por los demás empleados.
Respecto a las obras materiales del edificio de la Lotería explicaba que ellas no se habían hecho con
gastos exagerados, y que por no tocar el fondo de la Lotería, vendió los derechos de dos casas suyas, ―valor
de 30, 000 pesos a la señora Pady de Baggally, y al señor don Juan José Garza en 4, 000 pesos‖, que no pedía
recompensa y que si se quería aquello no era mas que ―un capricho‖. Finalizaba, diciendo que no creía haber
ofendido a nadie y no volvería a ocuparse de aquel asunto.69
Eran de este tenor la forma en que académicos y gobierno, dirimían sus controversias,
descalificándose unos a otros sin llegar a ningún acuerdo que sacase a San Carlos de la situación en que se
hallaba.
Por otra parte, el diario El Siglo XIX, no quitaba el dedo del renglón y deploraba las condiciones de
la Academia en otra lacónica nota que decía:
―Lamenta [el diario] El Universo la falta de fondos que sufre esta Academia, y la atribuye a la
refundición de la lotería de San Carlos en la Lotería Nacional.
La creación de esta última lotería ha servido para restaurar este útil establecimiento, que está cerrado
a consecuencia de los despilfarros de la administración conservadora, que llegó a hacer que estuviera en
quiebra la Lotería de San Carlos.‖70
La percepción de la prensa liberal era muy clara, la escuela de San Carlos no estaba protegida; la
causa: la ya no-posesión de la Lotería en manos de la Academia; pero a alguien había que echarle la culpa de
este mal, y quien mejor que la ―administración conservadora‖ o como ellos le llamaban ―la reacción‖, que
según creencia liberal era la única fuente de este mal. Creemos, y está de sobra decir lo evidente, que la
fuente del mal era doble; liberal y conservadora, y sin embargo de estas dos tendencias surgían también sus
redentores.
En su época de bonanza, San Carlos, había extendido sus actividades académicas al extranjero,
concretamente hacia el viejo mundo; sus alumnos de mayor mérito (no siempre todos), eran enviados a
perfeccionarse, aquellos dependían casi exclusivamente de los recursos que les eran suministrados desde
México, y al llegar Juárez a la capital, y por ende la poca protección al establecimiento, aquel puente que
alcanzaba a sus alumnos que se aventuraban a Europa, quedaba roto. Y claro, las personas ligadas con la
Academia tuvieron que poner remedio a tal situación.
Los temores que se sintieron sobre la suerte que correrían los pupilos de San Carlos en Europa a
mediados de 1861, quedaron expuestos en una misiva dirigida por José Basilio Guerra 71 (quien fue
representante de la Academia en Roma) a Santiago Rebull con fecha 8 de agosto de 1863; dicha carta dice
textualmente en sus tres primeros párrafos:
―Señor don Santiago Rebull. México Roma, agosto 8/63.
Muy señor mío de mi atención. La misiva de V, fecha 29 de mayo último manifiesta que hasta
entonces no había llegado a sus manos la mía del 8 de abril de este mismo año, en la que expuse que la idea

69 ―La Lotería Nacional y la Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, miércoles 26 de marzo de 1862, núm. 436, pág. 3.
70 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, martes 4 de febrero de 1862, de un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez
Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 35 y 36.
71 José Basilio Guerra y Aldea (1790-1872). Nació en la ciudad de Campeche. Estudió leyes en España, fue diputado de Yucatán

en las cortes españolas de 1820, junto con Lorenzo de Zavala y Pedro Sáinz de Baranda. Diputado en el constituyente de 1824.
Electo en 1821 magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Secretario en la legación de Panamá. Se casó en Londres con Isabel,
baronesa de Jumbline y de Meux de Brabante. Ministro en Roma en donde murió. Sus restos están en el cementerio del Agro
Verano de dicha ciudad. Diplomático.
29
de separar los viáticos de los pensionados, de modo que no se tocasen por ningún motivo, fue propuesta
mía al señor don Guillermo O‘Brien72 en 8 de junio de 1861.
Tan luego que los vándalos [léase liberales] triunfaron en México [en 1861], conté positivamente que
los fondos y objetos más sagrados debían ser objeto de sus depredaciones y de su devastación; yo no podía
desatenderme de [los] jóvenes mexicanos que habían venido aquí a estudiar bajo la garantía de exacto pago
de sus mesadas y de los gastos del oportuno regreso de ellos a nuestra patria, y no pudiendo ya esperar ningún
recurso de la Academia hallándose tan a las manos de la rapacidad, era preciso tomar una providencia capaz de impedir una
suerte miserable a nuestros jóvenes [las cursivas son nuestras].
Tal fue la poderosa consideración que me movió a hacer la indicada propuesta al señor O‘Brien.
Después del cambio de algunos costos quedamos de acuerdo, en que los fondos que tenía en su poder de la
pertenencia de la Academia tuviesen dos primarios objetos con preferencia a cualquier otro: el primero la
separación e inviolabilidad de los viáticos a fin de ponerlos inmunes de otra aplicación y también
independientes de las disposiciones de México; el segundo la de las mesadas de los pensionados hasta donde
alcanzaran después de aquella primera separación. [...]
Queda de V. afectísimo servidor. Q.B.S.M. [quien besa su mano]
[Rúbrica. José Basilio] Guerra.‖73
Con la lectura del fragmento de la anterior, se desprenden algunas observaciones. José Basilio
Guerra, el 8 de junio de 1861 (a poco más de un mes de la supresión de la Lotería), exponía la idea de
asegurar para fines primordiales el dinero que se tenía de la Academia en Europa, pretextando la llegada al
poder de los ―vándalos‖ y temiendo sus ―depredaciones‖, su ―devastación‖ y ―rapacidad‖. Resulta curioso
que una idea efectuada desde 1861, sea comunicada hasta el año de 1863, cuando ya era inminente la entrada
de los franceses a la capital de México.
Rebull no recibió la primera carta del 8 de abril del 63, donde se le comunicaba dicha determinación,
sin embargo, escribió otra al señor Guerra el 29 de mayo,74 que aunque desconocemos su contenido,
seguramente mencionaba la situación política de la nación y las condiciones en que se encontraba la
Academia. Pensamos hipotéticamente que dichas noticias motivaran la misiva de Guerra del 8 de agosto de
1863, cuando con seguridad se conocía en Europa la fuga del gobierno republicano al interior del país, y
esto animó al representante en Roma a poder hablar en términos mucho más desenfadados.
Sobre el porqué de la tardanza en informar el destino que se le daría a los fondos situados en
Europa, se nos ocurren dos teorías: Primera, que por la guerra de intervención que se libraba en el camino
de México-Veracruz, la llegada de la correspondencia de Europa se dificultaba, cuanto más que esta hubiera
sido de un conservador a un funcionario público del gobierno de Juárez; y segunda, que el señor Guerra no
hallaba mucho sentido en escribir a México, que como ya no se recibía dinero para los pensionados, le
hubiera parecido más prudente dejar pasar el tiempo, esperando algún mejor momento político para poder
escribir al director de la Academia.
Dejemos pues, los problemas de la Academia en Europa, y pasemos a los que tenía en México; para
esto, intentemos escudriñar las entrañas de la Academia con una nueva pregunta que nos planteamos: ¿cuál
fue realmente la protección que brindó el gobierno republicano a la Academia, en los momentos en que el
país era intervenido por los franceses? Las opiniones a esta cuestión son diversas, y llama la atención
particularmente una que fue escrita en el anteriormente citado apunte biográfico del señor Bonilla, que
apareció en el diario ultra conservador llamado El Pájaro Verde, y que dice:
―La Academia estuvo en prosperidad hasta la entrada del señor Juárez, que le quitó su renta, la
lotería; y los profesores, los pensionados y todos los dependientes comenzaron a extrañar que los sueldos

72 Guillermo O‘Brien. Fue representante de la Academia en París. Sus labores fueron diversas: administraba los fondos de la
Academia en Europa, pagaba mesadas, vigilaba el aprovechamiento de los alumnos, adquiría y enviaba cuadros, grabados,
litografías, instrumentos diversos, libros, colecciones de monedas, fotografías, etcétera. En Europa recibieron su protección, los
hermanos Agea, Rodríguez Arangoity, Pina, Calvo, Cordero, Pérez, Valero, etcétera. La ayuda de los señores Guerra y O‘Brien fue
fundamental para el desarrollo de la Academia de San Carlos.
73 A.A.S.C., exp. 5891, foja 33 y 33 v.
74 Curiosamente el día en que apareció en la ciudad de México un decreto diciendo que los poderes de la Federación se

trasladaban a la ciudad de San Luis Potosí y tan sólo dos antes de que Juárez saliera con sus ministros rumbo a dicha ciudad.
30
escaseaban, después de más de quince años de puntualidad. Un personaje de ese tiempo [no se menciona
quien] que supo que los pensionados reclamaban sus sueldos al gobierno, aconsejó al señor Juárez que echara
a pasear a los muñequeros. ¡Que distinto tratamiento tuvieron siempre los interesantes artistas de parte del señor
Bonilla, que los miraba con cariño, con respeto, con aquella urbanidad delicada que era uno de sus rasgos!‖75
Si la anterior afirmación de que un personaje, evidentemente de filiación ―liberal‖, hubiese
aconsejado al señor Juárez que ―echara a pasear a los muñequeros‖, no se pensaría otra cosa, mas que aquella
persona, era una abominación, un ser detestable que sin una pizca de la más ligera instrucción hablaba al
oído del presidente.
Sin embargo, habrá quien diga que qué validez puede tener aquella cita, en la que el autor del artículo
no se atreve o no quiere decir el nombre de aquel hombre, que seguramente es una afirmación falaz y que
por no hallar a quien calumniar sólo menciona que lo dijo ―un personaje de ese tiempo‖.
Cuanto más si pensamos que el autor del artículo no pone ni su nombre, y firma el apunte del señor
Bonilla como Uno de sus amigos. ¿Qué clase de cita puede ser aquella donde el citado y el citador quedan
anónimos?
Pues entonces dejemos que cada cual le conceda la validez que quiera, pues lo demás del texto
citado: Que la Academia perdió su prosperidad en tiempos de Juárez, que le quitó la Lotería, que todos en la
Academia empezaron a extrañar los sueldos puntuales que tuvieron por más de quince años y que el señor
Bonilla trataba con especial deferencia a los alumnos, es a nuestro parecer algo inobjetable.
Podemos, además, citar en apoyo de Uno de sus amigos, al arquitecto decimonónico, don Manuel F.
Álvarez, que en su librito La cultura plástica en México, menciona lo siguiente:
―Muchos Presidentes de la República han carecido del gusto artístico, como muchos ministros de
Justicia e Instrucción Pública; las personas encargadas de este Ministerio han llegado a ser notabilidades en la
ciencia del Derecho y en la Magistratura, pero han carecido de los conocimientos artísticos. Hubo un
ministro que al gestionar ante él el pago de las cantidades, para las atenciones de la Academia de Bellas
Artes, decía que no daba dinero para los que hacían muñecos de barro.‖76
Esta cita de Álvarez, viene sólo a confirmarnos lo que dice el biógrafo del señor Bonilla, y nos habla
de la fama, bien granjeada, de los gobiernos que se hicieron llamar: ilustrados, demócratas y liberales.
Y sin afán de querer exculpar a quien se hizo llamar Uno de sus amigos, sólo diremos en su favor que
en los diarios mexicanos del siglo diecinueve, eran muy comunes los pseudónimos, o incluso el total
anonimato, y no por querer esconderse en dicho pseudónimo o anonimato, sino simple y llanamente porque
así lo acostumbraban. Además, ¿Qué temor pudo albergar Uno de sus amigos, para no atreverse a citar a aquel
personaje?
El artículo está inserto a escasos dos meses de haber llegado Maximiliano a la capital, los
conservadores eran dueños de las principales ciudades del país, se publicaban cientos de artículos
abiertamente partidarios al conservadurismo y detractores del gobierno de Juárez. Así que no hallamos
alguna razón de peso, por la cual omitir aquella información y nos inclinamos en pensar que no le pareció a
Uno de sus amigos, poner su nombre ni el del citado, por modestia lo primero y por prudencia lo segundo.
Pero esto es sólo hipotético y repetimos: que cada cual le conceda la validez que guste.
Aún, si resultasen totalmente falsas las citas anteriores, nadie negará que son reflejo del poco
patrocinio que el gobierno juarista brindó a las artes, el cual que no sólo se expuso en la prensa
conservadora, pues se extendía también a la que apoyaba su régimen, es decir, la liberal; comprobemos lo
dicho:
El Siglo XIX, en su edición del 25 de febrero de 1862, decía: la Academia merece toda la protección
del gobierno. ―Pues bien, triste es decirlo, este establecimiento no está atendido como debiera; hay grande
atraso en el pago de los sueldos de los catedráticos y dependientes, y en el de las pensiones de los alumnos, y
es preciso remediar sin demora este mal, disponiendo que el presupuesto de la Academia sea cubierto de
preferencia por la tesorería de la lotería nacional; o que al menos los productos de esta renta se distribuyan
por dicha oficina con la debida equidad entre las escuelas especiales para cuyo fomento se ha establecido.

75 ―Apuntes biográficos... ‖ en El Pájaro Verde, sábado 20 de agosto de 1864, núm. 341, pág. 1.
76 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez. Algunos escritos, México, SEP, INBA, 1982, pág. 64.
31
Así lo esperamos del señor presidente [Juárez], y de su ilustrado y progresista ministro de Instrucción
Pública [Jesús Terán].‖77
Resulta notable y sorprendente, como ambos diarios manifiestan básicamente las mismas ideas (falta
de protección, atraso en los sueldos y pensiones y que la lotería ya no proveía a la Academia del sustento
indispensable). Las diferencias son meramente formales, de matices, pero el fondo es fundamentalmente el
mismo.
Pues resulta, que El Siglo XIX y El Pájaro Verde, dos periódicos, uno liberal y el otro conservador,
miraban a través del mismo cristal, o al menos con dos muy parecidos. Y si bien es cierto que la crítica
conservadora pudiera parecer a muchos hecha con dolo, citemos entonces algunas otras opiniones de la
prensa liberal. Decía la misma publicación:
―Estamos firmemente persuadidos, de que el supremo gobierno apenas puede cubrir el presupuesto
de la administración, mal se podría exigir dotarse profusamente un establecimiento tan útil como el de bellas
artes; pero sí no podemos ser indiferentes a la injusta preferencia con que se protegen a los demás
establecimientos científicos que, como el de San Carlos, subsisten del erario público [sic], y sus profesores y
alumnos no vegetan en la miseria: como los de la Academia de artes que en muchos meses no perciben un
centavo.‖78
Con respecto a que en el año de 1863 no se verificó exposición de objetos artísticos en la Academia,
El Siglo XIX dijo el 2 de enero del mismo año:
―Nos causa pena observar que este año no haya habido en la Academia exposición de objetos de
bellas artes, cuanto esto importa tan poco que en gran parte se cubren con la suscripción que se abre en el
público para la rifa de pinturas, grabados y esculturas.
[...] Si la suscripción no basta para cubrir los gastos, no creemos que los fondos de la lotería, creada
exclusivamente para la Academia, se encuentren en tan mal estado, que no puedan sufragar el costo de la
exposición.
[...] Desearíamos que se diera sobre esto alguna explicación al público, que salvara de todo cargo al
señor Ministro de Fomento [Jesús Terán].‖79
Tres días más tarde, El Siglo XIX, insertaba otro artículo donde manifestaba que se le habían dirigido
algunas explicaciones sobre lo anterior, en las cuales le decían que las subscripciones para la rifa de cuadros,
no bastaba para cubrir los gastos de la exposición y que en la rifa del año anterior (1862), después de
cobrada la suscripción había resultado un déficit de 2 000 pesos que tuvo que cubrir el gobierno, y que no se
creyó oportuno hacer dicho gasto ya que era más urgente pagar los sueldos atrasados que se debían a
profesores y dependientes. Que la distribución de premios se había realizado muy sencilla porque los
mismos alumnos quisieron librar al gobierno de este gasto, para que tuviera mayores recursos que dedicar a
las atenciones de la guerra que sostenía contra el ejército francés.
Se explicaba que los productos de la Lotería Nacional no pertenecían exclusivamente a la Academia,
sino que debía distribuirse entre otras escuelas especiales. Que dicha renta no se encontraba en un estado
muy floreciente porque los billetes sufrían frecuentes extravíos en el correo, que no podían venderse en los
puestos ocupados por los franceses y que ninguno de los premios grandes se había quedado en el fondo de
la Lotería.
El Siglo XIX, finalizaba contestando que si bien, estas razones eran de algún peso, convenía hacer
notar que hasta ese momento, 5 de enero del 63, no se habían pagado los sueldos atrasados a los profesores
y dependientes, pese a que se habían verificado las precitadas economías.80
El Siglo XIX, en un afán casi conmovedor, todavía tuvo fuerzas y esperanzas para intentar sacar de
su postración a la Academia y en una breve nota dijo: ―creemos que es igualmente justo llamar la atención
del gobierno hacia las escaseses que sufren los profesores y dependientes de la Academia nacional de San

77 ―La Academia Nacional de San Carlos‖ en El Siglo XIX, martes 25 de febrero de 1862, de un artículo inserto en la obra de Ida
Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 76.
78 ―Exposición de la Academia Nacional de San Carlos en 1862‖ en El Siglo XIX, lunes 17 de febrero de 1862, núm. 399, pág. 1.
79 ―La Academia Nacional de San Carlos‖ en El Siglo XIX, viernes 2 de enero de 1863, núm. 718, pág. 3.
80 ―La Academia de San Carlos‖ en El Siglo XIX, lunes 5 de enero de 1863, de un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez

Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 90.


32
Carlos, que ni en un sólo mes del año pasado recibieron su sueldo completo, mientras que los empleados de
la Dirección de los Fondos de Instrucción Pública y los de la Lotería no han sufrido ningún atraso. Es de
desear que todos los ramos de la instrucción pública, sean puntualmente atendidos.‖81
Esperanzas vanas, sofocadas por el fragor de la guerra y por un gobierno, que si bien no abandonó a
la Academia totalmente, tampoco hizo todo lo que estaba en sus manos. No se pedía al gobierno juarista
que la Academia fuera dotada abundantemente, tan sólo se pedía equidad. La prensa liberal solicitaba que no
hubiera favoritismos en la distribución del erario nacional; costumbre que evidentemente se practicó y que
los miembros de la Academia resintieron, quizá por su tradicional relación con el grupo conservador.
El Siglo XIX, al no encontrar eco con sus editoriales, dejó de buscar protección para la Academia y
se conformó con tratar al menos que alguno de sus más destacados alumnos fuera protegido.
Con tales miras publicó un artículo el 10 de enero de 1863, que bajo el título de Protección a las artes,
decía que en la exposición de la Academia de 1862, habían cautivado los cuadros del alumno Pablo Valdés.
Que dicho joven había sido premiado con una pensión de dieciséis pesos y que no se sabía ―por qué ideas
de orden y economía ha sido suprimida la pensión de Valdés.‖82
Las argumentaciones del diario liberal a favor de Pablo Valdés, aunque bien intencionadas, eran en
gran parte erróneas, pues cinco días más tarde, el director de la escuela, Santiago Rebull, aclaraba a El Siglo
XIX que en dicha exposición, el señor Valdés no había ganado ninguna pensión, que los premios habían
consistido en medallas, los accésit y menciones honoríficas, porque las pensiones se ganaban por oposición,
por lo tanto no se podía suprimir una beca que no existía. Aclaraba al mismo tiempo, que las pensiones eran
de quince y no de dieciséis pesos, y que las bases para fijar el número de pensiones y cómo se cubrirían las
vacantes, habían sido presentadas al Supremo Gobierno por conducto del ministerio de Justicia Fomento e
Instrucción Pública el 29 de marzo de 1862. Que lo cierto era que Pablo Valdés había solicitado una pensión
al gobierno, la cual le fue negada por la escasez de recursos.
El Siglo XIX, aceptó las rectificaciones que le hizo Rebull, pero completaba estas diciendo: ―De su
carta [señor Rebull] resulta que hace once meses que en el Ministerio de Instrucción Pública están
pendientes las bases sobre pensionados de la Academia, que hay varias pensiones vacantes, y que ha sido
negada al alumno Valdés por escasez de recursos.
En vista de esto, excitamos al gobierno que despache el negocio pendiente hace once meses, y
suplicamos al señor Presidente [Juárez] se sirva conceder una de las pensiones vacantes al señor Valdés, que
tan buenas disposiciones tiene para el arte, creyendo que el gasto de quince pesos mensuales no ha de dejar ni
más pobres ni más ricos los fondos de los ramos de Fomento e Instrucción Pública [las cursivas son nuestras], que esta
cortísima suma puede ahorrarse muy bien de otro modo en los presupuestos de los mismos ramos.‖83
Y, pues bien, casi no necesitamos decirlo, el señor Juárez no se sirvió conceder una de esas pensiones y
ni tampoco se restablecieron las vacantes.
El Siglo XIX no hubiera desperdiciado tanta tinta si hubiera conocido la correspondencia que el
gobierno de Juárez mantenía con la Academia, pues evidentemente, el redactor en jefe, don Francisco
Zarco, se encontraba atrasado de noticias.
Las comunicaciones que enviaba a la Academia el ministro de Instrucción Pública y Cultos, don
Jesús Terán, resultan más reveladoras y crudas que cualquier opinión o conjetura que hiciera la prensa. Es
claro que cuando piden el señor Zarco y El Siglo XIX, una pensión vacante para Pablo Valdés el 15 de
febrero de 1863; desconocían la orden del 31 de enero del mismo año, donde el ministerio citado le decía a
don Santiago Rebull que:
―El C. Presidente de la República [Benito Juárez...] ha tenido ha bien acordar que las nuevas vacantes
que comunica no se provean, [y] que se retiren las pensiones a todos los individuos que no hayan cumplido
con sus deberes‖.
Pues vaya con la disposición de nuestro ―benemérito‖; así se las gastaba el gobierno liberal ―ilustrado
y progresista‖. Es comprensible que en tan difíciles circunstancias como en las que estaba el gobierno liberal,

81 ―La Academia Nacional de San Carlos‖ en El Siglo XIX, jueves 8 de enero de 1863, núm. 724, pág. 4.
82 El Siglo XIX, martes 10 de febrero de 1863, núm. 757, pág. 3.
83 El Siglo XIX, domingo 15 de febrero de 1863, núm. 762, pág. 4.

33
quisiesen llevar a cabo ciertas economías, pero cuando estas se aplicaban a costillas de la juventud de la
Academia de San Carlos, resultaban verdaderamente odiosas. Jóvenes aquellos que no obstante su trabajo y
genio, legalmente se les negaba un miserable estímulo.
Y a que hablamos de disposiciones gubernamentales, entre otras que el ministerio de Justicia e
Instrucción Pública mandó a la Academia, citamos una comunicación con fecha de 20 de enero de 1863.
En ella instruye que los sueldos del Director General, Santiago Rebull, del Director de Arquitectura,
Javier Cavallari y del Director de Pintura, Pelegrín Clavé, fueran reducidos a 2 000 pesos anuales, así como el
del Secretario, Jesús Fuentes a 1 200 pesos. A la vez indicaba que quedaban suprimidas de la Academia seis
cátedras, a saber: 1) Álgebra Superior, Cálculo y Topografía, 2) Geometría Descriptiva y Estereotomía, 3)
Geometría Analítica y Mecánica, 4) Aritmética, Álgebra y Geometría, 5) Química y 6) Física; quienes tenían
respectivamente a los profesores Joaquín de Mier y Terán, Vicente Heredia, José María Rego, Manuel
Rincón, Leopoldo Río de la Loza y Ladislao de la Pascua. También mandaba suprimir tres plazas en el
plantel; la de Profesor Preparador de Física, otra igual de Química y la de primer sota – conserje, que las
desempeñaban Juan de Mier y Terán, Maximino Río de la Loza y Cosme Espinosa. Indicando que los
alumnos que tuviesen estudios pendientes de las cátedras suprimidas asistiesen al Colegio de Minería o a la
Escuela de Medicina.84
Sin embargo, como es evidente ni alumnos ni profesores creyeron que el asistir a los otros colegios
reemplazaría satisfactoriamente las que se impartían en San Carlos. No coincidían seguramente los horarios
ni los planes de estudio y la atención prestada al alumno no sería la misma en una clase saturada por los
discípulos de aquellos planteles. En vista de esto, el Director de la Academia, envió al ministro Terán, una
comunicación el 8 de abril del 63, diciéndole que los profesores separados ofrecían impartir las clases
abrogadas sin recibir remuneración alguna y de esta manera se derogase la orden que suprimía las citadas
clases.
Este rasgo de los catedráticos de la Academia, es a todas luces digno de todo elogio, de toda
consideración y encomio. Sin embargo, Juárez no pensaba lo mismo y el 5 de marzo de 1863, a escasos dos
meses de celebrar el primer aniversario de la batalla de Puebla, se comunicó la siguiente respuesta:
―El C. Presidente de la República [don Benito Juárez], en vista de la comunicación de V. fecha 8 del
próximo pasado y del informe pedido al Consejo de Instrucción Pública, ha tenido a bien acordar que no es
conveniente admitir servicios gratuitos de los profesores, ni hay razón bastante para derogar la medida que
dictó el Supremo Gobierno suprimiendo en esa Academia las clases que se pretende restablecer.‖85
¡Vaya con el Benemérito de las Américas, que no hallaba razón bastante!
Evidentemente su razón se hallaba totalmente perdida. Lo que sí halló Juárez fue una magnífica
forma de preparar la conmemoración del 5 de Mayo. Lo más patético del caso es que un día antes de la tan
traída fecha, se dijo al Director de la Academia:
―Debiendo celebrarse mañana el aniversario de la derrota del ejército francés, el 5 de mayo por el
Benemérito de la Patria [sic] C. General Ignacio Zaragoza, se servirá V. concurrir en unión de los empleados
y alumnos de la Academia al Palacio Nacional a las nueve de la mañana para la solemnidad indicada.
Asimismo dispondrá V. que se adorne e ilumine lo mejor posible el exterior de ese establecimiento, a cuyo fin se le autoriza
para hacer los gastos que considere necesarios.
[...] Independencia, Libertad y Reforma. México, mayo 4 de 1863.
[Rúbrica. Jesús] Terán.
86
C. Director de la Academia Nacional de San Carlos. Presente.‖
El establecimiento no podía recibir mejor comunicación. ¡Grandioso! La Academia hermosamente
adornada e iluminada, bellamente engalanada el primer aniversario de la batalla de Puebla. El magnánimo
gobierno autorizaba al señor Rebull a hacer los gastos que considerara necesarios para tal fin. ¡Qué felicidad!,
¡Qué alegría!... mientras los catedráticos, los dependientes y los alumnos de la Academia, a decir de El Siglo
XIX: vegetaban en la miseria.

84 A.A.S.C., exp. 6002, foja 1 y 1 v.


85 A.A.S.C., exp. 6019, foja 3.
86 A.A.S.C., exp. 6026, foja 1.

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Querido lector, cabe aclarar, que a veces nos hemos dejado guiar por la pasión y por un fuego
irrefrenable. Pero debemos decir en nuestra defensa que esta vehemencia con que en ocasiones hablamos,
no tiene otro origen que el amor hacia la escuela de San Carlos. Sus decididos protectores se han granjeado
nuestras simpatías, sus expoliadores por el contrario se nos han hecho completamente aversibles. Sabemos
que en momentos, nos hemos expuesto a parecer poco objetivos, pero con todo, no deseamos cambiar ni
un ápice de lo escrito, pues de antemano decidimos asumir los riesgos y las críticas.
El que escribe estas líneas que no es dueño de una refulgente imparcialidad, y consiente de este
hecho, hemos reservado para el final de este título el parecer del señor don José Fernando Ramírez, hombre
poseedor de un juicio recto y lógico. Su opinión sorprende por su desapasionamiento y objetividad, a pesar
de que en carne propia experimentó los desaires de la administración juarista. Pues su estimación es la que
sigue:
―Este revés [el descrédito de la lotería], que venía preparado de muy lejos, acaeció a tiempo que yo
desempeñaba interinamente la presidencia de la Junta, por licencia que a fines de agosto de 1860 se concedió
al señor don Bernardo Couto, su presidente nato. Cuatro meses después se operó un cambio político, y al él
siguió muy de cerca la crisis de la lotería. Acontecimientos posteriores no me permitían continuar en el
puesto, e hice formal dimisión de la presidencia. El gobierno me contestó admitiéndola y disolviendo la
Junta. [...] Algún tiempo después [el gobierno] restableció la lotería como una renta nacional, destinándose
una parte de sus productos para cubrir los sueldos cercenados de la Academia y proveer a sus más urgentes
necesidades. El establecimiento, en consecuencia, volvió a caer en su antigua y precaria condición. Esto
acaecía en 1861. Justo es decir que no se le abandonó enteramente, ni menos que sus clases quedaran desiertas como lo
estuvieron en otra vez, pues todavía se le dio la mano para hacer la importante adquisición de una casa contigua, con la cual
ensanchó sus departamentos y completó su fachada [las cursivas son nuestras].
El curso más y más desgraciado que sucesivamente fueron tomando los negocios públicos, orilló a la
Academia a una crisis que pudo causar su ruina, quizá irreparable.‖87
Fernando Ramírez, muestra en el anterior fragmento un balance sereno, no se detectan pasiones
políticas ni odios, sólo los hechos simples, claros, sosegados e implacables; donde hablan por sí mismos.
Hemos pues, hasta aquí, a nuestras escasas luces alumbrado y dejado un tanto claro el cometido de
este apartado.
Sólo, y por último, quisiéramos rebatir un punto y defender una reputación. En el libro colectivo
llamado Y todo... por una nación. Historia social de la producción plástica de la ciudad de México. 1781-1910, la
historiadora Rosa Casanova al referirse al tema que concierne a este apartado dice:
―No obstante [que la Academia perdió su independencia económica al suspenderse la Lotería], a nivel
de discurso, Javier Cavallari – director del ramo de arquitectura e ingeniería civil- dijo en la entrega de premios en
febrero de 1862 que la escuela tenía el apoyo del gobierno [las cursivas son nuestras].‖88 Casanova afirma que el
profesor de origen italiano, Javier Cavallari, ―a nivel de discurso‖ dijo que la Academia ―tenía el apoyo del
gobierno‖. Entiéndase con esto que se quiere manifestar que el doctor Cavallari dijo que tenía aquel apoyo,
pero que en realidad no lo decía en serio.
En la enciclopedia Historia del Arte Mexicano, la misma Casanova junto con Eloísa Uribe Hernández,
llegaron a la conclusión de que Cavallari ―se vio obligado a reconocer‖ que la Academia tenía el apoyo del
gobierno por las siguientes palabras que pronunció aquel:
―Felizmente hemos llegado a una época, en la cual han terminado las congojas de los hombres
cultos. Los poderes han sacudido la apatía y se han convencido de la necesidad de proteger y desarrollar las
artes y las ciencias; por esto vemos abrirse en todas partes escuelas, academias y galerías, que se enriquecen
con las obras de los artistas y fomentan el gusto de los pueblos.‖89
Esto nos lleva a pensar tres cosas: 1) que el doctor Cavallari buscaba halagar al gobierno, ―quedar
bien‖ como se dice habitualmente, 2) que no era una persona muy honesta, ya que afirmaba algo que de

87 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖ en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.
88 Eloisa Uribe, et.al., Y todo... por una nación. Historia social de la producción plástica de la ciudad de México. 1781-1910, México, INAH,
1987, pág. 117.
89 ―Academia Nacional de San Carlos‖ en El Siglo XIX, miércoles 12 de marzo de 1862, de un artículo inserto en la obra de Ida

Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 86.


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antemano sabía que era falso, ó 3) que el maestro se había plegado dócilmente a la política del gobierno
viéndose obligado a dar un reconocimiento que se le pedía.
Cuando Cavallari, sostiene que los poderes habían sacudido la apatía y se habían convencido de la
necesidad de proteger las ciencias y artes, no se refería al gobierno de Juárez; cuando afirma que se veía
abrirse por todas partes escuelas, academias y galerías, no pensaba precisamente en México. La lectura
completa del discurso de Cavallari, es clara: habla en un sentido general, ecuménico, nunca particular. Las
frases del doctor no iban encaminadas a alabar falsamente una protección en la que ni él creía. Si bien en un
fragmento del discurso declara que la Academia tiene un grado de desarrollo que no tiene rival en América,
habla justamente de eso, de un desarrollo, cosa a toda luz innegable, pero nunca atribuyéndolo a la
administración juarista.
Por razones de espacio no mostramos el discurso íntegro del doctor Cavallari. Pero aquel que sea
curioso y no haga acto de fe en lo que decimos, se convencerá de lo que decimos si consulta el discurso a
que nos referimos.
Así creemos contradicho un halago nunca dicho al gobierno de la Republica de Juárez, y objetada
una imputación nada lisonjera para Cavallari Ya que este hombre se caracterizó por la honestidad más
probada, y que a nuestro juicio no andaría haciendo, por el motivo que fuera, declaraciones ―a nivel de
discurso‖. Pero este no es momento para extendernos en hablar del doctor Javier Cavallari, así que
suplicamos a nuestros lectores aguarden un poco, cuando discurramos concretamente del profesorado y sus
características.

2.6. Reformas a la educación y cultos alternativos


(1861-1863)
Durante el Siglo XIX, la conciencia y los actos cotidianos de la mayoría de los mexicanos giraba en
torno a la Iglesia Católica. Esta había permeado todos los campos de la vida de los antiguos novohispanos,
en particular se había introducido y tomado como cosa natural, que toda educación tuviera como columna
vertebral la moral cristiana.
Por otra parte, el partido liberal, se sentía atraído por el númen de la Ilustración Francesa, por una
visión que rompía todo nexo con el clero católico y con el pasado colonial mexicano. El nudo del problema,
o al menos así lo veían los liberales, estaba en que los colegios e instituciones culturales del país habían sido
creados, promovidos y cuidados por una corriente de pensamiento opuesta a la de ellos. Todos aquellos
establecimientos, independientemente del campo de estudio al que se dedicasen, tenían como regla entre sus
alumnos el cumplimiento y observancia de ciertas reglas en el terreno religioso. Así, todas las escuelas
poseían alguna pequeña capilla o al menos un sencillo altar donde los alumnos y el profesorado hicieran
atención de dichas prácticas.
Decía don Justo Sierra: ―no había acto de la vida, ni movimiento del espíritu, ni aspecto de la
naturaleza, ni fenómeno de la conciencia que la religión no penetrase y explicase o imantase orientándolo
hacia ella [...] Bañados en esta atmósfera, aspirándola por todos los poros, saturados por ella, [los hombres
de aquellos tiempos...] tuvieron que hacer un esfuerzo cuya energía apenas podemos concebir, para
desligarse de las vendillas de momia que envolvían sus almas, [...] Afortunadamente, las mallas tenían
muchos nudos rotos y por las aberturas se escaparon las almas hacia los libres mares del pensamiento.‖90
El problema de la educación, para los liberales, era una cuestión religiosa y por ser una cuestión de
este tipo, el partido liberal fue siempre una minoría. Por esto, se ve cuan serio, resuelto y radical tenía que
ser este grupo si quería triunfar. El partido liberal, no podía hacerse ilusiones, tenía que ser anticatólico,
jacobino a ultranza, disidente absoluto de las doctrinas del Pontífice. Por esto, bajo el partido radical, se
formó otro partido moderado, es decir, un partido liberal que creía en la necesidad de realizar la Reforma de
manera paulatina, sin grandes sobresaltos y de una manera razonada y justa para todos.

90 Justo Sierra, Juárez: su obra y su tiempo, México, UNAM, 1948, pág. 15.
36
Muchos hombres ilustrados pertenecían a esta comunión moderada, personajes como José Bernardo
Couto y su primo, el poeta José Joaquín Pesado,91 fueron liberales al principio de su carrera política, pero al
paso del tiempo se unieron al gran líder conservador, don Lucas Alamán. Otros, no menos inteligentes,
como José Fernando Ramírez, Antonio García Cubas y Manuel Orozco y Berra, también liberales
moderados, terminaron apoyando a los conservadores en mayor o menor grado. Estos sabían que la
verdadera reforma educativa en México se realizaba en base al trabajo y difusión de las ciencias, la literatura
y las bellas artes. Por eso pertenecieron y alentaron instituciones como la Academia de San Carlos, la
Academia de Letrán, el Ateneo, la Sociedad de Geografía y Estadística, la Universidad, el Colegio de
Minería, la Escuela de medicina, la de Jurisprudencia y la Sociedad Humboldt, entre otras.
Sin embargo, lamentablemente no fueron los hombres cultos, de pensamientos puros y elevados, los
llamados a personificar las grandes transformaciones culturales; fueron por el contrario, los radicales, los de
inamovible voluntad, los convocados a dar impulso, para bien o mal, a tamañas modificaciones. Estos
hombres, sabían que la precipitación del movimiento evolutivo de nuestra sociedad iba a encontrar
resistencias formidables y que volcarían a la sociedad mexicana en una cruenta y prolongada guerra civil. Los
radicales creían que de esta revolución, nacería triunfante la justicia, la paz social, la verdadera ciudadanía y el
estado de derecho entre los mexicanos.
La instrucción pública, debió ser objeto de mil pensamientos entre los militantes del liberalismo. La
primera acción que llevó a cabo el gobierno de Juárez con relación a la educación, fue extinguir en enero de
1861, la antigua Universidad, por ser esta un bastión de la educación religiosa y por los nexos que mantenía
con el grupo conservador. Posteriormente. En abril de 1861, el ministro de Justicia e Instrucción Pública,
don Ignacio Ramírez, dio a conocer al público un nuevo plan de estudios, donde por decreto se infundía a la
educación pública un espíritu laico.
No obstante, en los años 1861, 1862 y principios de 1863, la educación pública en México, en nada
cambió drásticamente. Fue hasta el mes de abril de 1863, en los momentos de mayor polarización política,
cuando aquel espíritu laico de la ley sobre instrucción pública, quiso ponerse en vigor, pues en la práctica era
letra muerta.
Ponemos como ejemplo, a la Compañía Lancasteriana, institución que impartía educación primaria y
que en su sesión nocturna del 6 de abril de 1863, recibió una orden del gobierno, donde se disponía que en
las escuelas costeadas por los fondos públicos, cesaran la enseñanza y las prácticas religiosas. La Compañía
Lancasteriana acordó en aquella sesión pasar esa orden a las comisiones de vigilancia para su inmediato
cumplimiento, previniendo a la vez se recogieran los libros de religión que hubiera en las escuelas. También
se dispuso que en el salón de sesiones de la Compañía, y en todas las escuelas que ella sostenía, se colocasen
los retratos de Miguel Hidalgo e Ignacio Zaragoza, en lugar de las imágenes de los santos que tenían. Se
acordó igualmente que las cuatro escuelas que llevaban nombres de santos, se llamaran en adelante con los
nombres de ―Independencia‖, ―Libertad‖, ―Reforma‖ y ―Progreso‖.92
Por otra parte, la Academia de San Carlos, que era la institución rectora de las bellas artes en México,
no sufrió cambio alguno en sus planes de estudio. Los catedráticos continuaron impartiendo sus clases,
siguiendo sus propios métodos e inspiraciones, tomando como libros de texto, aquellos que creían más a
propósito para la impartición de su materia.
En contraparte, el régimen interior de la Academia, no corrió la misma suerte que las cátedras, las
cuales habían quedado en absoluta libertad. Los cambios en la Academia, ya los hemos mencionado: La
salida de José Fernando Ramírez y de Manuel Díez de Bonilla, la disolución de la Junta de Gobierno, el
nombramiento de Santiago Rebull como director y la supresión de la lotería de San Carlos.
Así, el gobierno se conformó con dictar una serie de reformas de carácter puramente administrativo.
Con estos cambios, la Academia funcionó 1861, 1862 y hasta el 26 de marzo de 1863, día en que Jesús
Terán, remitió a Rebull una comunicación, donde le indicaba que tomando en cuenta que en los reglamentos

91 José Joaquín Pesado, junto con su primo José Bernardo Couto y el médico y poeta Manuel Carpio, fueron el jurado calificador
que seleccionó como triunfador el Himno Nacional Mexicano de José María Bocanegra, en los tiempos del general Antonio
López de Santa Anna.
92 ―La Compañía Lancasteriana‖ en El Siglo XIX, martes 7 de abril de 1863, núm. 813, pág. 4.

37
de los establecimientos de enseñanza, se exigía a los alumnos la observancia forzosa de ciertas prácticas
religiosas, como la confesión y la comunión. Juárez había convenido que mientras se dictaban las
disposiciones generales que regir en los colegios sobre enseñanzas y prácticas religiosas, se previniera a los
rectores y directores que por ningún motivo exigieran a los alumnos dichas prácticas. Debiendo dejarlos en
este punto en completa libertad para que siguieran las inspiraciones de su conciencia, y que por ningún
motivo permitieran hacerles indicaciones en este sentido, y mucho menos hacerles coacción alguna.
Además, indicaba que como el poder que los rectores y profesores ejercían era sólo una delegación
de la patria potestad, pero no de la autoridad pública, se disponía que cuando el padre pidiese se le entregase
a su hijo para poderlo hacer observar las prácticas religiosas que juzgase convenientes, los rectores los
entregarían sin poner obstáculo alguno.93
En el mismo sentido, el ministro Jesús Terán, envió a la Academia otra prevención fechada igual que
la precitada del 26 de marzo de 1863, que decía textualmente:
―Pudiendo suceder que en esa Academia se crea que debe conservarse la antigua costumbre de dar
vacaciones a los alumnos desde el viernes llamado de Dolores hasta el domingo de Pascua, desobedeciendo
así las prevenciones de la ley, el C. Presidente [de la República] ha tenido a bien ordenar que las clases
permanezcan abiertas hasta el miércoles llamado Santo y que sólo deberán cerrarse el jueves, viernes y
sábado llamado[s] Santos y el domingo de Pascua. Esta prevención la observará V. en lo venidero sin que
sea necesario renovársela.
Dios, Libertad y Reforma, México, mayo 26 de 1863.
[Rúbrica. Jesús] Terán.
C. Director de la Academia de las Bellas Artes. Presente.‖
Dignas de aplauso son estas disposiciones; el laicismo es requisito previo para una educación plena
de libertad. La reducción del calendario festivo católico y el fundamento de no exigir a los alumnos ninguna
práctica religiosa, dejándolos en completa libertad para que siguieran las ―inspiraciones de su conciencia‖,
emancipaban los espíritus de los educandos. Son este tipo de disposiciones las que los verdaderos liberales
alaban, las que conducen a los países a la tolerancia de ideas y al libre pensamiento. Este es el mayor triunfo
y legado del partido liberal.
Pero no todo en este asunto podía ser luminoso, los liberales, a mi parecer, no comprendieron a
plenitud la grandiosidad de sus preceptos ni estuvieron a la altura de tan importante misión. Pues, liberaban
los espíritus del culto religioso, pero por otra parte comenzaban a encadenarlos a un no menos dogmático
culto nacional.
La funesta tendencia de los hombres en ―creer en algo‖, condujo a los gobiernos de la Reforma
(Juárez, Lerdo y Díaz) y a los más modernos llamados ―revolucionarios‖, a llenar el calendario de un sinfín
de conmemoraciones. A tal punto de convertir a México en un país repleto de ―fechas memorables‖, que
sólo servían de pretexto para no trabajar o para exaltar sentimientos patrioteros.94
Esta terrible influencia cobró uno de sus grandes impulsos en tiempos de don Benito Juárez, poco
antes del Imperio de Maximiliano, y al triunfo de los liberales en 1867.
Los santos dejarían de ser los hombres ―modelo de conducta‖, y ahora los ―héroes nacionales‖, ―los
beneméritos‖, ocuparían el lugar que antiguamente tenían los apóstoles del catolicismo.
Para ejemplificar este cambio de culto, baste recordar, los que asistimos a las escuelas públicas, que si
algunos nos jactábamos de nunca haber asistido a misa el día domingo, ni ningún otro día, rarísimas veces
podíamos escapar de la rigurosa ceremonia cívica de todos los lunes.
El que escribe estos apuntes, aún hace memoria de aquellos extraños periódicos murales, llenos de
imágenes y frases incomprensibles, dogmáticas casi. Aún viene a la mente, cómo, con regla en mano, los
profesores castigaban a quien no repitiera de memoria y ―completo‖ el Himno Nacional, sucediendo que

93 A.A.S.C., exp. 6023, foja 1 y 1 v.


94 Muchos alegarán que estas ―fechas‖ han disminuido sustancialmente. Yo diría que sólo han tomado trazas y rutas más sutiles y
comercializadoras. Piénsese por ejemplo en: el día de la Madre, del Padre, del Compadre, del Niño, del Abuelo, del Maestro, de la
Secretaria, del Amor y Amistad, de Muertos o Halloween, Navidad, Reyes, de la Virgen de Guadalupe, del Trabajo, Natalicio de
Juárez, Batalla de 5 de mayo, Niños Héroes, 15 y 16 de septiembre, de la Raza, etcétera. Esto sin mencionar los tristes triunfos de
la Selección Nacional de fútbol o del equipo Olímpico, por ser los ejemplos más acabados de falso patriotismo.
38
aquellos más renuentes, aquellos ―cabeza de teflón‖ eran hincados a medio patio con dos pesados libros,
uno en cada mano y en actitud de crucifixión.
Aún se recuerda vivamente cómo terminaban doloridas las manos, después de la insufrible
penitencia de inagotables planas repletas de frases nunca aprendidas. Cómo aquellos impenetrables cuadros
de Hidalgo, Juárez, Morelos, y Madero, observaban imperturbables los afanes de los alumnos al interior de
las aulas. Como los ―predilectos‖ por los maestros tenían el ―privilegio‖ de ser los oradores en las fiestas
especiales, concediéndose como pináculo a sus esfuerzos abanderar la escolta de la escuela y resistir con
estoicismo las mofas de los compañeros y los rigores del sol, mientras transcurrían lentamente aquellas
aburridísimas, salmodiantes e ininteligibles ceremonias.
Escritores de la talla de Justo Sierra, no tuvieron ningún miramiento en hablar favorablemente acerca
de la celebración de ―los ritos de nuestra religión cívica‖.95 Vaya ironía, para quien buscaba que las almas se
desligaran de sus ―vendillas de momia‖ y escapasen ―hacia los libres mares del pensamiento‖. Pues todo rito
implica creencia, la creencia, fe, y la fe, dogma, por lo tanto, negación de la razón.
Este infausto culto, comenzó a fraguarse desde la época de la independencia nacional, pero fue
excitado a grados delirantes con la victoria de las armas liberales en la Batalla de Puebla, el 5 de Mayo de
1862. El culto recayó principalmente sobre el general Ignacio Zaragoza, muerto el 8 de septiembre de 1862,
de una fiebre que contrajo en el Palmar, cerca de Acultzingo, Puebla.96
El presidente Juárez, decretó el mismo día de la muerte de Zaragoza: Que se celebraran honras
fúnebres en toda la República, que todo funcionario y empleado público vistiera luto por nueve días, que
todo edificio público izara el pabellón nacional a media asta por tres días, disparándose durante ellos en las
ciudades donde se pudiese, un cañonazo cada 15 minutos, del alba a la puesta del sol y que los restos de
Zaragoza serían trasladados a la ciudad de México, donde se harían sus funerales en el panteón de San
Fernando.97
Hubo más, el 11 de septiembre, otro decreto de Juárez, declaraba a Zaragoza ―Benemérito de la
Patria en grado heroico‖, agregaba que su nombre se escribiera en letras de oro en el salón de sesiones del
Congreso de la Unión, que había merecido el ascenso a General de División, que se dotara a su hija con 100
000 pesos (en bienes nacionalizados), a su madre con una pensión vitalicia por 3 000 pesos, a sus hermanas
otras que sumadas dieran también la misma cantidad, que ―Puebla de los Ángeles‖ ahora sería ―Puebla de
Zaragoza‖ y que las calles de la Acequia y otra abierta en el ex-convento de la Profesa, se llamasen
―Zaragoza‖ y ―5 de Mayo‖.98
Pocos días antes de la muerte de Zaragoza, éste llegó inesperadamente a la ciudad de México y
enseguida se le presentó un banquete, allí, reunidos los más ilustres liberales, el señor José María Iglesias
dijo: ―He aquí a un héroe de la antigüedad.‖ Al conocerse poco después la defunción del general, a decir de
Sierra: ―Para los republicanos consternados, el héroe muerto ya no era el héroe de la antigüedad, era el
guerrero de la fábula [las cursivas son nuestras], el hijo de Príamo, Héctor, el domador de caballos y destructor
de hombres. [...] era el exterminador impasible de Guadalajara y Silao [...] Los periódicos enlutados
publicaban elocuentes panegíricos. El cadáver llegó a la ciudad, y se preparó la apoteosis.‖ De la pluma de
Guillermo Prieto brotaron estrofas que, según Sierra, ―veinte años después, los niños de las escuelas leían
sollozando.‖ Francisco Zarco escribía: ―Antes defendíamos a la patria: hoy tenemos que defender, además,
la tumba de Zaragoza.‖99
Concluimos: ¿Eran estos hombres los que se liberaban del fanatismo, del dogma y de la idolatría?
Pero no divaguemos, volvamos a nuestro cauce, decíamos, que un culto, fuerte e impactante, había
caído sobre los hombros de la figura del general Zaragoza. A este, la Academia de San Carlos, como
institución artística, no se pudo sustraer.
El 27 de noviembre de 1862, el diario El Heraldo, indicaba que el artista de la Academia Primitivo
Miranda, estaba encomendado, desde el 25 de octubre pasado, por el ministro de Relaciones y Gobernación,

95 Justo Sierra, op.cit., pág. 537.


96 Ignacio Zaragoza, Cartas y documentos, México, F.C.E., 1962, págs. 41 a 43.
97 Ídem, págs. 135 y 136.
98 Ídem, pág. 137.
99 Ídem, págs. 382 y 383.

39
Juan Antonio de la Fuente (quien sustituía por esos días a Manuel Doblado en Relaciones y que fue el autor
de la ley de cultos), para llevar al óleo una escena de la batalla de Puebla. Diciéndole que personalmente le
proporcionaría ―en el teatro mismo de la guerra‖ los datos sobre personas notables, escenas interesantes y
demás información necesaria para que diera perfección al cuadro. La selección de Miranda, según el
gobierno, había sido por que se tuvieron en consideración, los ―vastos conocimientos, exquisito gusto, y
práctica ventajosamente calificada en el arte de la pintura.‖100 Pero, ¿Por qué no se eligió a otro artista de San
Carlos para esta tarea?
El hecho, a nuestra vista queda claro. Miranda, aunque era antiguo becario de la Academia en Roma,
sus nexos con ella no parecían muy estrechos. No tenía relación con los nuevos profesores europeos de la
Academia y había estado trabajando101 y hecho equipo con el pintor Juan Cordero, con quien hizo amistad
en Europa, y que se había conformado como el rival natural del profesor de pintura de la Academia don
Pelegrín Clavé. Su relación con Cordero, quizá lo hizo alejarse aún más de la Academia. Y siendo contrario a
los académicos, tuvo que acomodarse, al igual que Cordero, al lado de aquellos gobiernos que no profesaran
las mismas ideas que los que poseían un lugar preponderante en la institución y que era por demás sabido
que no simpatizaban con las administraciones liberales, ni con ninguno que quisiera coaccionarlos.102
Primitivo Miranda, Juan Cordero y Miguel Mata y Reyes, conformaron un grupo opositor a la
escuela de Clavé, en algunas exposiciones de la Academia no participaron, por ―motivos de suma
delicadeza.‖ Pues se decía existían ―marcadas personas‖ que se empeñaban en desacreditarlos como
artistas.103
Así, creemos que al ministro de Gobernación, Juan Antonio de la Fuente, le pareció mejor elegir a
Miranda sobre cualquier otro que estuviera al interior de la Academia y que en apariencia no estuviera
influenciado por ideas conservadoras.
Realmente, por el tipo de obras y su temática, no podemos establecer la ideología de Miranda, que si
bien dejó obras con una iconografía de corte liberal como el cuadro de la Batalla de Puebla del 5 de Mayo, las
estatuas de Ignacio Ramírez y de Leandro Valle, que inauguran la serie de las que adornan el Paseo de la
Reforma, unos bustos de Zaragoza, Juárez y Díaz y las ilustraciones de El Libro Rojo, escrito por los liberales
Manuel Payno, Juan A. Mateos y Vicente Riva Palacio. No se puede desconocer que también trabajó al lado
de Juan Cordero y hermanos Juan y Ramón Agea en la construcción y decoración de un arco triunfal al
general Santa Anna, y que dejó obras de corte eminentemente religioso como La muerte de Abel y La
desesperación de Caín.
El hecho es, que Primitivo Miranda, había concluido el cuadro de la Batalla de Puebla del 5 de Mayo
para abril de 1863,104 en estas fechas, El Siglo XIX, informaba que en el corredor que iba de la Presidencia a
la sala del Congreso de la Unión, se estaban tapando los claros de los arcos con tepetate, ―afeando
notablemente la vista del patio.‖ Afirmando que ignoraba qué clase de obra iba a emprenderse, pero que El
Heraldo le instruía que se pretendía construir una galería de pinturas, en la que se colocaría el cuadro de
Miranda. Remataba el artículo diciendo: ―Nuestro colega [El Heraldo] se declara en contra de este trabajo de
albañilería, haciendo notar su mal gusto y su costo, y cree con razón, que en el mismo palacio no faltan
salones a propósito para galerías de pintura, o que estas pueden establecerse en alguno de los edificios
nacionales.‖105 Un día después El Monitor Republicano secundaba la crítica que se había hecho, recordando

100 ―Cuadro de la Batalla del 5 de Mayo‖, en El Heraldo, jueves 27 de noviembre de 1862, núm. 2104, pág. 4.
101 Miranda ayudó a Cordero en la cúpula del Convento de Santa Teresa. Pinturas que se perdieron en un incendio y que dicho
lugar hoy alberga un centro de arte moderno conocido como X-Teresa.
102 El General Santa Anna, quien había sido halagado por Cordero con unos soberbios cuadros de él y su esposa, decretó que al

finalizar la contrata de Clavé se le diera la dirección del ramo de pintura al dicho Cordero. Bernardo Couto, presidente de la Junta
Directiva, se opuso ferozmente al dictador, diciéndole que dichas plazas sólo se concedían por oposición, dando un ejemplo raro
de entereza y Santa Anna no tuvo otra alternativa que hacer una prudente retractación.
103 ―Novena exposición en la Academia Nacional de San Carlos en México‖, en El Siglo XIX, sábado 7 de febrero de 1857, de un

artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo I, págs. 459 y 460.
104 Recibió Miranda el pago de 3 000 pesos. Manuel Francisco Álvarez, op, cit., pág. 146.
105 ―Galería de Pinturas‖, en El Siglo XIX, miércoles 8 de abril de 1863, núm. 814, pág. 4.

40
oportunamente que una parte del ex-convento de la Encarnación, había sido destinada a formar un Museo
Nacional de Pinturas.106
La idea de inmortalizar a Zaragoza, no acabó aquí, y el mal gusto de los juaristas tampoco. Al tiempo
en que se encomendaba a Primitivo Miranda su famoso cuadro (octubre de 1862), el señor Ramón Isaac
Alcaraz, encomendaba a otro artista de la Academia, Epitacio Calvo, la factura en mármol de un busto del
general Zaragoza.107
El primero de mayo del año siguiente (1863), apareció en El Siglo XIX, un desplegado titulado ―El
busto del héroe del Cinco de Mayo‖, donde quienes rubricaron bajo la fórmula de Varias personas que
conocieron al general Zaragoza, decían que habían visto un busto de yeso, que en pedestal decía que era el
general Zaragoza, y que sin afán de ofender al artista de la Academia que había hecho esa obra, que si como
escultura era digna de premio, en cuanto al parecido, no era en absoluto el retrato del vencedor de los
franceses. A lo cual volvían a hacer hincapié y finalizaban ―repetimos por lo demás, en nada, enteramente en
nada se asemeja al hombre que llenó de gloria la bandera de la nación. Como entendemos, según se nos dijo
ayer, que ese busto es el que va a colocarse en el Congreso, nos hemos permitido hacer estas
observaciones.‖108
Mas estos comentarios, eran al parecer de algunos liberales, meras sugerencias puntillosas, a las
cuales no debía sujetarse el arte, lo mismo valía poner a Juárez con bigote o a Santos Degollado sin barba.
Cada cual entiende las cosas de la forma como quiere o como puede, eso va en gustos e inteligencia.
El autor del busto era Epitacio Calvo, antiguo becario en Roma en el ramo de escultura. Cabe aquí
recordar una carta que José Basilio Guerra escribió a Bernardo Couto el 22 de octubre de 1858,
informándole la conducta de Calvo, diciéndole entre muchos otros detalles que:
―No ha querido seguir [los] consejos de su maestro [Pietro Galli] para aplicarse al dibujo por no
saber dibujar, [... además, es] un joven divagado y en consecuencia no puede sacar provecho de su
talento.‖109
El caso fue que el gobierno, no se detuvo en estos miramientos. En abril 14 de 1863, se indicaba al
Administrador de la Lotería que diera a Calvo la cantidad de 150 pesos para gastos del busto y nuevamente
en mayo 11 (a tan sólo días de la entrada de los franceses a la capital), se vuelve a ordenar se entreguen 187
pesos que era el resto que se le debía por el busto.110
Así pues, dos disposiciones del gobierno liberal, una más exitosa que otra, nos dan un perfecto
ejemplo de la manera tan sui géneris en que oscilaban las políticas artísticas de la administración juarista.
Al caer el Imperio en 1867, el señor Miranda, queriendo resarcir este error, tenía en julio del mismo
año, concluido en mármol otro busto de Zaragoza, además de estar preparar otros dos de Juárez y Díaz. El
diario liberal La Orquesta, al mismo tiempo pedía al Ayuntamiento y a la Academia, que adquiriesen esas
obras para que se colocaran en lugar apropiado.111
A pesar de lo anterior, básicamente los alumnos y profesores de la Academia no se interesaron en el
tema del 5 de Mayo, ni aún con fines económicos. Lo cual fue aprovechado ampliamente por los artistas de
fuera de la Academia, en especial por el dibujante Constantino Escalante y el litógrafo Hesiquio Iriarte.
Escalante e Iriarte, se asociaron y publicaron una obra titulada Las Glorias Nacionales. Álbum de Guerra.
Fue hecha en entregas de a cuatro reales, contendría según el aviso promocional: Las principales batallas,
asaltos, episodios, escenas, trajes, retratos, planos, vistas y poblaciones con dibujos tomados al natural por
Escalante y litografiados por Iriarte, conteniendo a la vez un texto explicativo.112

106 ―Galería de Pinturas‖, en El Siglo XIX, jueves 9 de abril de 1863, núm. 815, pág. 3.
107 A.A.S.C., exp. 6106. El gobierno pidió al director de la Academia, Santiago Rebull, que le facilitara a Calvo los trozos de
mármol necesarios para su encomienda.
108 ―El busto del héroe del Cinco de Mayo‖, en El Siglo XIX, viernes 1° de mayo de 1863, núm. 837, pág. 4.
109 A.A.S.C., exp. 6644.
110 Los 237 pesos que consigno aquí, son únicamente las cantidades que se ubicaron en los archivos y desconocemos si el pago fue

mayor a esto o no. A.G.N. Ramo Gobernación (Segundo Imperio), caja 1 exp. 12.
111 ―El busto del general Zaragoza‖, en La Orquesta, sábado 6 de julio de 1867, 3ª época, núm. 4, pág. 3.
112 ―Las Glorias Nacionales. Álbum de Guerra‖, en La Orquesta, 23 de junio de 1862, núm. 25, pág. 4.

41
La comercialización del 5 de Mayo, tuvo tintes que hoy día nos parecen hilarantes, pero que no
difieren en lo esencial con la ventajosa mercadotecnia que envuelve actualmente los conflictos mundiales o
nacionales. Se promocionaron retratos en pequeño ―del invicto Zaragoza, para que los mexicanos lo usen
del lado izquierdo del pecho, como una prueba de afecto al inmortal caudillo.‖ El anuncio prevenía que los
grabados con arillo de metal, para prendedor de señora valían 2 reales, grabados sin arillo, 1 real y litografía
medio real. Eran vendidos en la litografía de Iriarte, en la librería de la escuela de Medicina, en la imprenta
de Abadiano y en el Teatro Nacional.113
El colmo llegó cuando Iriarte, anunció el novedoso Gran Juego del Cinco de Mayo. Combate entre los
mexicanos y los franceses, explicando que se trataba de una ingeniosa combinación elíptica que divertía, hacía
discurrir, causaba pesares y regocijo, además de ser un entretenimiento curioso y lleno de interés. Este juego
―perfectamente dibujado y adornado con mucho gusto‖ se hallaba de venta en la casa litográfica de Iriarte y
Cía. calle de Santa Teresa núm. 23, al menguado precio de dos reales el ejemplar.114
Así, concluimos este apartado diciendo que, si bien la sociedad mexicana, poco a poco, comenzaba a
desligarse de la sofocante vida religiosa, en la cual estuvo avasallada por muchos años, los liberales, que se
sentían los redentores del pueblo mexicano, lo insertaban al mismo tiempo a otro tipo de culto. Un culto
nacional, donde se consagraban hombres y batallas. Resultando en cierto sentido, una alternativa para los
que necesitaban creer, tener fe y sentirse identificados con algo.
Y el pueblo mexicano, que desde los inicios de la evangelización, necesitó de imágenes para creer,
encontró a sus nuevos proveedores icónicos en los mercachifles del arte y en el Estado mexicano, el cual se
convertía, paulatinamente y no con mucho éxito, en el nuevo protector de artistas, Que en esta nueva hora,
plasmaban otro tipo de dramas y de personas, donde los gustos y sobre todo una nueva ética, se transmitían
a las nuevas generaciones.

2.7. La desamortización de bienes eclesiásticos


y la Academia de San Carlos
El triunfo de la revolución de Ayutla, quedaba virtualmente consumado cuando el 9 de agosto de
1855, el general Antonio López de Santa Anna, se fugaba de la capital del país.
Pese a esta victoria, los liberales seguían sentados en un polvorín; las asonadas, motines y
pronunciamientos seguían siendo el pan de cada día. Estos movimientos, más o menos desordenados y
anárquicos, si bien obedecían a una tendencia conservadora, lejos estaban de presentar el aspecto
amenazador que alcanzó la revolución en el Estado de Puebla. Pero para fortuna de los liberales pudieron
controlarla.
No en balde, en el seno del partido liberal, se sentía la necesidad de evitar sublevaciones como la
poblana. El carácter religioso del movimiento, la parte que tomó el clero de Puebla en el fomento de la
sedición y los auxilios pecuniarios que prestaron a los rebeldes, exigían un castigo ejemplar.
El presidente Ignacio Comonfort decía: ―Sólo los grandes castigos que nada tienen de sanguinario ni
de cruel, pueden restablecer la paz y el orden.‖115
El 31 de marzo de 1856, Comonfort decretó la intervención de los bienes eclesiásticos de la diócesis
de Puebla.
Pero para los liberales exaltados, esto no era más que el inicio, para ellos había llegado el tiempo de
encaminarse sin rodeos a la causa del mal y extirparla definitivamente. Veían al clero, ―como un enemigo
poderoso que era preciso desarmar a toda costa, privándole de riquezas que eran en sus manos elemento
constante de perturbación.‖116

113 ―El 5 de Mayo‖, en Diario del Gobierno de la República Mexicana, viernes 1° de mayo de 1863, núm. 83, pág. 3.
114 ―Gran juego del cinco de Mayo. Combate entre los mexicanos y los franceses‖, en La Orquesta, 20 de mayo de 1863, núm. 36,
pág. 144.
115 José María Vigil, México a través de los siglos, México, editorial Cumbre, vigésima tercera edición, tomo IX, 1988, pág. 123.
116 Ídem, págs. 132 y 133.

42
El 25 de junio de 1856, a menos de tres meses de la intervención de bienes en Puebla, el jefe del
ejecutivo decretaba la desamortización de los bienes del clero.
A través de este decreto, conocido como ―Ley Lerdo‖ (por ser obra del ministro de Hacienda,
Miguel Lerdo de Tejada), se liberaron ―gran cantidad de propiedades que tenían que ser medidas,
delimitadas y valuadas para su rescate o venta, lo que significó una rica fuente de trabajo para la gente
calificada.‖117
Esta gente calificada en medir, delimitar y valuar, provenía de la Academia de San Carlos118 o del
Colegio de Minería. Los ingenieros topógrafos, agrimensores e hidromensores aunque hubieran estudiado
en Minería, tenían que ser examinados por la Academia para obtener su título.
La Ley Lerdo, venía acompañada de una circular que expresaba, a decir de los liberales, el
pensamiento del gobierno al expedir aquel decreto. Entre otras cosas dicha circular decía que esta ley iba ―a
hacer desaparecer uno de los errores económicos que más han contribuido a mantener entre nosotros
estacionaria la propiedad e impedir el desarrollo de las artes e industria.‖ La realidad, vista a la distancia, fue que las
―artes e industria‖, no avanzaron ni un ápice con dicha disposición. En particular, el avance o retroceso de
las artes en México, no tuvieron en absoluto, nada que ver con la nacionalización de los bienes del clero.
Si bien es cierto, que brindó oportunidades de trabajo a maestros y alumnos de arquitectura de la
Academia, esto no fue mas que algo pasajero.
La guerra de Tres años, que colocó al gobierno liberal en el puerto de Veracruz, detuvo
momentáneamente la venta de predios, casas, iglesias y conventos nacionalizados al clero. Siendo que al
retornar a la ciudad de México, en enero de 1861, se había generado una maraña legal que confundía acerca
de quienes eran los legítimos dueños de tal o cual sitio.
El 3 de enero de 1861, el ministro Melchor Ocampo dio una circular en la que ―fundamentándose en
que el clero había sido el principal promovedor, sostenedor e instigador de la rebelión de Tacubaya y que la
desastrosa guerra que de ella se había seguido, le hacía responsable de los perjuicios ocasionados al país.‖119
Por otra parte, el 10 de febrero de 1861, el ministro de Hacienda, Guillermo Prieto, expedía un
decreto, donde se contemplaba la reducción de conventos de monjas. Ley que cayó a los conservadores
como un rayo.
Sobre este punto, el poeta Juan de Dios Peza120, escribía: ―Aunque yo era un chiquillo, me produjo
tal impresión en el ánimo el sacudimiento social que ocasionara la exclaustración de las monjas, que lo
recuerdo como si lo estuviera viendo.‖121
En su relato, dice Peza que se temía con razón que, al llevar a la práctica dicha resolución, la ciudad
se levantaría en masa contra el gobierno. Para prevenir ese levantamiento, se juntaron en secreto Ignacio
Ramírez, el Nigromante, entonces ministro de Justicia, y el gobernador del Distrito de México, general
Miguel Blanco, e hicieron correr el rumor de un próximo pronunciamiento, que les obligaba a ocupar con
fuerza armada todas las alturas.
Así, introdujeron tropas a los conventos, asegurando poder penetrar con el mayor sigilo a la media
noche del trece de febrero para sacar a las monjas.
Ramírez, llamó a los más ardientes miembros de la juventud que venían de la revolución, y con ellos
formó las comisiones que habían de ir, rodeados de fuerza armada, a los conventos a efectuar las
traslaciones.
Ramírez y Blanco consultaron con Juárez los nombramientos de las comisiones y recomendaron a
cada una de estas, profunda y absoluta reserva.
Para exclaustrar a las monjas de la Concepción se nombró a los abogados Joaquín M. Alcalde, Juan
A. Mateos y Manuel G. Parada, acompañándolos el arquitecto don Manuel Delgado de la Academia de San

117 Jan Bazant, Los bienes de la Iglesia en México, 1856-1875, México, El Colegio de México, 1977, pág. 234.
118 Entre estos avalúos, el director del ramo de arquitectura de la Academia, Dr. Javier Cavallari, puso precio al convento de San
Agustín en la suma de 147 mil pesos.
119 Ídem, pág. 446.
120 Su padre, también de nombre Juan de Dios, fue Ministro de Guerra durante el gobierno de Maximiliano.
121 Juan de Dios Peza, op.cit., pág. 25.

43
Carlos, bajo cuya dirección, la barreta de la Reforma demolió la mayor parte de aquellos monumentales,
amplios y sólidos edificios.122
Presentamos a continuación, íntegro el relato que hace Peza de esta exclaustración, por no querer
omitir parte alguna del relato ni privar a alguno del elegante y sencillo estilo del autor:
―-¡Si se irán a insurreccionar contra nosotros! Decía el arquitecto Delgado.
-No hay que temerlas, contestaba tranquilo Joaquín M. Alcalde; nosotros las vamos a tratar con
guante blanco, y derramaremos a sus pies las flores de nuestra galantería más exquisita.
Llegaron los comisionados al convento a punto que los relojes daban las doce de la noche.
Juan Mateos había arreglado que le enviase Slook todos los ómnibus que hacían entonces en el
Distrito el servicio que vino a perfeccionar más tarde la Compañía de ferrocarriles urbanos.
Se había convenido con la guardia que custodiaba el convento, que el santo y seña serían las palabras
―Libertad‖ y ―Reforma‖.
Era en esa ocasión jefe del día, el valiente e inolvidable Leandro Valle.
Manuel Parada llamó a la puerta del monasterio, y al grito de ―¿quién vive?‖, respondió ―Libertad.‖-
¿Qué gente?‖- ―Reforma‖, y se le franqueó la entrada.
He oído decir a uno de los comisionados, que salió a recibirlos, a medio vestir, el capellán Pbro. Br.
Don Pascual Gregorio Gordo, y después el Pbro. Munguiondo o Barba, ambos capellanes del convento.
-¿Qué quieren ustedes? preguntó uno de los capellanes.
-Que pasen ustedes a la prevención inmediatamente, le respondieron, y que se avise a la Abadesa que
necesitamos hablarla.
Pasados algunos minutos, bajó la comunidad entera, compuesta de abadesa, vicaria, correctora,
cantadora mayor, portera mayor, tornera mayor, enfermera mayor, sacristana mayor, obrera mayor, portera
segunda, cantadora segunda, correctora mayor, cantora, secretaria mayor, tornera segunda, enfermera
segunda, provisora mayor, tornera tercera, tornera última, tres sacristanas, refectolera, cinco contadoras, dos
provisoras, cuatro cantoras, cuatro enfermeras, una correctora y dos novicias.
El hábito que usaban se componía de una túnica blanca con escapulario del mismo color, y un
manto de color azul cielo. Completaban el vestido un calzado tosco, un cordón de cáñamo y una toca blanca
de lienzo, que cubría la frente, mejillas y garganta, y sobre ella un velo negro sin ningún adorno.
Presentáronse delante de la comisión más de cuarenta monjas, presididas por la Abadesa formadas
de dos en dos, todas con los rostros cubiertos por el velo, y llevando en la mano un cirio encendido.
-Señoras, dijo respetuosamente Mateos, el Gobierno nos ha confiado el encargo de trasladar a
ustedes al convento de Regina.
-¿Y a que obedece disposición tan extraña? Interrogó la Abadesa.
-Es una ley la que lo dispone, señora.
-Pues no saldremos de aquí, señores, no saldremos sino muertas.
-No saldremos nunca, respondieron en coro todas.
-Señoras, interrumpió Alcalde, van ustedes a ser respetadas, pues somos unos caballeros, en sus
personas, en sus celdas y en sus propiedades, pero tienen que mudar de casa e ir a vivir con las religiosas de
Regina.
-¡Nunca! dijo la Abadesa.
-¡Nunca! contestaron todas.
-Está bien, agregó Mateos, entonces voy a dictar la disposición que conviene al caso.
-¿Podríamos saber cual es esa disposición?
-Dejar a la tropa con libertad para transitar en los corredores, y entrar a las celdas, al refectorio, al
coro, a todos los departamentos del convento.
Inclinó la frente la Abadesa, y después, sollozando, se arrodillaron ella y todas las religiosas delante
de los comisionados del Gobierno, llorando, implorando, diciendo a un tiempo mismo frases que no era
fácil entenderles.

122 Ídem, págs. 26 a 28.


44
Con excepción de Delgado, que ya peinaba canas, los comisionados eran jóvenes, de distinguidas
familias, de corazón bien puesto, de valor no desmentido, y, como era natural, se turbaron, mirando aquel
inmenso grupo de damas, algunas bellísimas, en la flor de su juventud, puestas de hinojos y bañadas en
lágrimas delante de ellos.
Parada se mesaba su larga piocha rubia; a Alcalde le brillaban húmedos sus grandes, negros y
expresivos ojos, y Mateos, pálido pero sereno, buscaba la manera de obligarlas a que cambiasen de actitud y
se calmaran.
Detrás de las monjas vino una legión de criadas y de niñas, que también se arrodillaron llorando.
-Pues, señores, dijo la Abadesa levantándose, aunque formamos una comunidad, aquí cada una vive
en un departamento con su familia, con sus niños y sus criadas.
-Está bien, interrumpió Alcalde, irán por familias, y se respetará a las niñas y alas criadas.
-¿No hay remedio, señores?
-La ley es la ley, y no podemos desobedecerla.
-Que nos lleven al convento de las Hermanas de la Caridad.
-Es que allí han de tener escondido el dinero, le dijo Mateos a Leandro Valle, quien, como jefe del
día, entró en esos instantes de visita al Cuerpo de Guardia.
Valle, que era muy listo, se fue inmediatamente a la casa de las Hermanas de la Caridad, buscó en
varios sitios, y se le ocurrió ir al panteón de la Congregación; encontrose allí un sepulcro recientemente
cerrado, ordenó que lo abrieran, y en lugar de un cadáver halló diez y siete mil pesos.
Entretanto, las monjas de la Concepción fueron ocupando los ómnibus con las niñas que
designaban, y en la parte de arriba, en imperial, que decimos ahora, Mateos dispuso que subieran las criadas,
cargando cazuelas y jaulas con loros que armaban, con sus chillidos, un escándalo mayúsculo.
Cuentan que en esa noche, el arquitecto Delgado, con extremada finura, ofrecía a las monjas el brazo
para conducirlas y subirlas al ómnibus.
-Gracias, señor, le dijo una de ellas, sabemos andar y subir solas.
-¡Al fin mujeres! Murmuró por lo bajo el viejecito, que fue más tarde con sus cuadrillas de albañiles a
derribar los gruesos muros y las sonoras bóvedas, para abrir las dos calles nuevas del Progreso y de 1857,
que vinieron a dividir en tres la manzana inmensa que ocupó el monasterio.
El resto se dividió en lotes, que compraron muchos particulares.
Las monjas de la Concepción continuaron viviendo en Regina, hasta el 8 de marzo de 1863, en que
fueron definitivamente exclaustradas, y se dispersaron como una parvada de aves, tomando ignorados
rumbos.‖123
Manuel Delgado, el mencionado arquitecto en el relato de Peza, era catedrático de Composición de
Arquitectura en la Academia de San Carlos. Se encontraba al parecer más ligado al partido liberal que
cualquier otro arquitecto de la Academia. También fue profesor en el Colegio Militar, por el que tenía
verdadera simpatía, al grado de educar en éste a sus hijos Manuel y Luis. El primero fue a trabajar como
ingeniero a la costa de Veracruz y el segundo, llegó a ser Coronel de Artillería e íntimo amigo del general
Leandro Valle y que murió de tifo en 1861, al llegar a México, con el ejército liberal procedente de
Guadalajara.124
Uno de los personajes que participó con mayor actividad en la demolición de los conventos fue Juan
José Baz, quien aparece como suscriptor en la duodécima exposición de la Academia de San Carlos en 1862.
Este pasajero ―protector de las artes‖, fue en distintas oportunidades gobernador del Distrito.
Juan José Baz, a decir de Justo Sierra era el ―verdadero tipo de revolucionario de gobierno, temido
por el populacho, azote de los bandidos urbanos, terror de las beatas, que veían en él y en sus ideas radicales
verdaderos engendros del espíritu maligno, y que con una bravura temeraria había entablado una especie de
cuestión personal con el partido mocho [...] hombre de una sola pieza, de los que para ir a su fin no
escatimaban ni labor, ni riesgo, ni reputación. [... Baz] apresuraba la desaparición material de los conventos,

123Ídem, págs. 31 a 37.


124Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari y la carrera de Ingeniero Civil en México, México, A.Carranza y Comp. Impresores, 1906,
pág. 77.
45
‗para que, si volvía, los pájaros no encontrasen ya sus jaulas,‘ como decía, restringía el número de templos y
conventos dejados en uso al clero y a las monjas, y mantenía, muy bien secundado por un grupo de jóvenes
liberales à outrance, la excitación patriótica y el odio a los invasores gachupines‖.125
Eran tales las agitaciones que provocaba este hombre, que igual conservadores como liberales se
violentaban con sus conductas. En tiempos en los que Baz era Gobernador, los conservadores propagaban
clandestinamente impresos anónimos, panfletos terribles que emitían opiniones del siguiente tenor: ―¡Muerte
y exterminio a estos malvados asesinos, cobardes, sacrílegos, ladrones de los bienes del clero! [...] ¡Muera Baz
y sus esbirros!‖126 Pero Baz, no tenía mejor suerte con los liberales. En una ocasión el presidente Comonfort
le dijo: Usted, señor Baz, ―no me ha servido más que para echar a perder las cosas y para hacer odioso al
gobierno con sus violencias.‖127
El caso está, en que hombres de la audacia de Baz y de la finura del arquitecto Delgado, contribuían
de una manera u otra a la derrota del partido conservador y al triunfo de los liberales.
La guerra frontal entre liberales y conservadores atrajo a personajes como Emilio Rodríguez
Arangoity128 (hermano de Ramón Rodríguez Arangoity, quien fuera arquitecto personal de Maximiliano),
antiguo alumno de la Academia de San Carlos, que perteneció al Cuerpo Nacional de Ingenieros. Se dedicó a
trabajos de fortificación siempre bajo la bandera republicana. En la batalla de Puebla de 1862, fortificó los
cerros de Loreto y Guadalupe, mandando a la artillería y combatiendo heroicamente, lo que le valió el grado
de Mayor de Ingenieros y una condecoración. Después se le ascendió a teniente coronel de Ingenieros y con
este grado lucho en el sitio de Puebla de 1863, siendo capturado por los franceses el 29 de marzo de ese año
al hacer la defensa del fuerte de San Javier. Fue conducido preso a la ciudad francesa de Tours. Vuelve a
México el 14 de septiembre de 1864 y no se reintegra al ejército republicano sino hasta noviembre de 1866.
Concurre entre otras partes al sitio de Puebla y de la ciudad de México con Porfirio Díaz. El 9 de enero de
1868, Juárez le extiende un diploma ―por su acendrado Patriotismo y sus Buenos y Leales Servicios a la
causa Nacional de la Guerra Extranjera‖.
Tirso Rafael Córdoba, escritor conservador relacionado con el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de
Labastida y Dávalos, en su libro El Sitio de Puebla, inserta una ―Orden general extraordinaria‖ del Ejército de
Oriente del 27 de marzo de 1863, donde dice que es ―de mencionarse la actividad e inteligencia‖ del
ingeniero teniente coronel Emilio Rodríguez. Unos días después el general Elías Forey menciona en un
despacho de guerra que se había logrado el 29 de marzo la captura de 200 hombres, entre ellos a ―un
coronel de ingenieros‖.129
Córdoba, en su relación de ―los horrores y las angustias de aquellos días, [... donde vio] reducir a
escombros monumentos del arte y de la religión‖, menciona un dato curioso sobre la fama que se
granjearon los liberales en Puebla: Dice que gracias al ―instinto devastador‖ de los juaristas, que arrasaron
con la ―barreta de la reforma‖ las iglesias poblanas de San Sebastián, de Guadalupe y otras; el pueblo dio ―su
exacta calificación a los ingenieros del ejército de Oriente‖, siendo conocidos por el vulgo ―con el apodo de
‗El tiempo‘.‖130
Resulta interesante y aleccionador este calificativo, el pueblo es siempre quien en una palabra
encierra todo el significado de una época. ―El tiempo‖, eso fueron los liberales, inexorables a pesar de todo

125 Justo Sierra, op.cit., págs. 110, 277 y 354.


126 José María Vigil, op.cit., pág. 187.
127 Ídem, pág. 268.
128 Hermano de Juan María Rodríguez Arangoity y Ramón Rodríguez Arangoity. A Emilio lo hallamos en 1852, ya como alumno

de la Academia en el ramo de Grabado en Hueco, ese año destaca por ser el único alumno premiado en cuatro ocasiones. De sus
obras en la clase de Copia de Medallas y Bajorrelieves, fueron premiados sus bustos ―La reina Victoria‖, ―El príncipe Alberto‖ y la
figura de ―El guerrero africano‖; en la clase de Estudio de retratos y bustos ideales fue premiado por el busto de ―El Divino Salvador‖.
El 5 de enero de 1854, los arquitectos Manuel M. Delgado, Vicente Heredia y Manuel Gargollo y Parra lo premian en la clase de
Delineación. En diciembre de 1854 lo hallamos por última vez en los documentos de la Academia, fecha en que presentaba junto
con otros alumnos exámenes de las clases de Matemáticas, Mecánica, Construcción e Historia de la Arquitectura. A.A.S.C. exps. 4401,
4755 y 4764.
129 Tirso Rafael Córdoba, El Sitio de Puebla, México, Editorial Innovación, 1984, págs. 47 y 55.
130 Ídem, págs. 6 y 63.

46
y de todos, destructores implacables, novedosos, imperturbables en su proceder, demoledores de lo sagrado
y lo profano, irreverentes,... pero siempre y extrañamente inspiradores de sueños y esperanzas.
Los objetivos que buscaron los liberales con la nacionalización de los bienes eclesiásticos, eran a
decir de la historia oficialista: Primero: Quebrantar el poder económico del clero; segundo: Crear las
condiciones necesarias para el surgimiento de una clase media industriosa que daría mejores condiciones de
vida a toda la sociedad y tercero: Llevar a la nación entera al ideal liberal de justicia y democracia.
Pero, el resultado fue otro muy diverso. Los liberales sentaron las bases, de un sistema político,
económico y social, incluso más odioso que el que pudo existir en tiempos del colonialismo español.
La nacionalización de los bienes eclesiásticos en México, no fue otra cosa sino un soberbio
desgarriate, donde lo que privó fue el oportunismo, el compadrazgo y una ambición de tales proporciones
que no halló coto alguno.
En los años que corrieron de 1856 a 1863, muchas propiedades fueron rescatadas por funcionarios
públicos, profesionistas, comerciantes, hacendados, industriales o por los mismos inquilinos de las
propiedades que otrora pertenecieron al clero.
El jalapeño Francisco Somera, ingeniero civil graduado en Europa, fue uno de los más afortunados
en estos ―rescates‖. Fue enviado por su padre a estudiar a España, donde hizo sus estudios de ingeniero
civil, residió un tiempo en Francia e Inglaterra donde adquirió toda clase de conocimientos y relaciones,
―llamando la atención por su buena figura, su elegancia en el vestir, sus finos modales y su corrección.‖131
Al regresar a México, trabajó para el Ayuntamiento de la ciudad, que le encargó levantar los planos
de los ejidos de la ciudad de México. Ocupado en ello, vino la desamortización y Somera que tenía todos los
datos, realizó la correspondiente denuncia de los terrenos ejidos, haciéndose la adjudicación a su favor.
Poco después, en 1857, ―proyectó la Colonia de Arquitectos en los terrenos adjudicados entre la
Hacienda de la Teja y el Rancho de San Rafael.‖ Siendo los arquitectos de la Academia y algunos de sus
alumnos los primeros en adquirir lotes en aquella colonia. Entre ellos contamos a Javier Cavallari,
Buenaventura Alcérreca, Manuel M. Delgado, Manuel Rincón, Luis Anzorena, Vicente Heredia, Juan
Manuel Bustillo y los alumnos Francisco Vera, Manuel Ocaranza,132 Velásquez y otros. 133 Detrás, su cargo
como Regidor del Ayuntamiento, le permitió recibir privilegios fácilmente, como exenciones de impuestos y
otorgamiento de servicios públicos sin pagar por ellos o a un muy bajo costo. Cuando arreglaba con la
empresa del ferrocarril México-Chalco las bases por las que el Ayuntamiento permitiría la ocupación de
calles, logró que el ferrocarril saliera del Hotel ―La Sociedad del Progreso‖ que le había heredado su padre. 134
Durante el imperio fue nombrado ministro de Fomento, en diciembre de 1866, ante la insostenible situación
del Imperio, pidió permiso a Maximiliano para retirarse a Europa.135 Volvió en 1870.136 Más adelante
ahondaremos en su participación en el Segundo Imperio.
Otro arquitecto, más modesto, pero no por esto menos oportunista, fue el ya mencionado Manuel
Delgado. Sucediendo que con la nacionalización de los edificios del clero y la apertura y consecuente
alineación de varias calles (de las que fue encargado). Delgado, en el costado del atrio de la iglesia de San
Juan de Dios, en donde se encontraba un nicho con una estatua de cantera de San Antonio de Padua,
construyó una casa que se adjudicó, en la que murió el 6 de octubre de 1870.137
Citando nuevamente el libro Y todo... por una nación. Historia social de la producción plástica de la ciudad de
México, advertimos que se anota el siguiente texto: ―Se exceptuaron del rescate los bienes de establecimientos
de beneficencia, tales como hospitales, hospicios, manicomios, orfanatorios, casas de maternidad y escuelas, pero de
cualquier manera se quitaron de la protección de la Iglesia, secularizándolos.‖138

131 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 122.


132 No se confunda Manuel Ocaranza, estudiante de arquitectura, con su homónimo estudiante de pintura y autor del célebre
cuadro La flor marchita, expuesto actualmente en el Museo Nacional de Arte.
133 Ídem, pág. 122. El Velásquez al que se refiere, puede ser: Miguel Ángel Velásquez o Manuel Velásquez de León.
134 Eloisa Uribe, et.al., op.cit., pág. 127.
135 José Luis Blasio, Maximiliano Íntimo, México, Librería de la Vda. de C. Bouret, 1905, pág. 291.
136 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 123.
137 Ídem, pág. 80.
138 Eloisa Uribe, et.al., op.cit., pág. 126.

47
El lector desapercibido, dejará pasar estas líneas sin mayor problema. Mas quien sea curioso y
conozca levemente el centro de la ciudad de México sabrá que estos hospitales, hospicios, manicomios, orfanatorios,
casas de maternidad y escuelas ya no existen. La realidad fue bien diferente, no hubo tal excepción y fueron
nuestros ―beneméritos‖ los que dilapidaron sus bienes.
Para quien dude esta realidad baste hojear dos libritos llamados El Gran Despojo Nacional, o De Manos
Muertas a Manos Vivas de José Lorenzo Cossio y Los Hospitales de México y la Caridad de don Benito obra de
Francisco Santiago Cruz.
En el prólogo del libro de Cossio, escrito por Victoriano Salado Álvarez, dice: ―En esta triste historia
que destila lodo y vergüenza –condición es de las llagas ‗no dejarse manejar sino con dolor y con sangre‘-,
Cossio va con la intrepidez de un cirujano diestro, más bien dicho, con la serenidad de un anatomista
tranquilo y seguro, mostrando el mecanismo de nuestras revoluciones, la razón de nuestras caídas, el
proceso de nuestra vida; pero no en la forma que conocíamos de elegantes tiradas, de proclamas belicosas,
de exquisitas y bien combinadas síntesis, sino en la más concisa, más árida y más irrefutable de los
números.‖139 Y bien cierto es lo que dice Salado Álvarez. Cossio hace una disección magistral, sólo relata
hechos, absteniéndose del todo de hacer comentario o deducción alguna. Sin embargo, esa desnudez en su
estudio, provoca en el lector más pensamientos que los que pudo haber puesto el autor.
Como muestra sólo referimos algunos casos, pues estos son materia de otro estudio, y presentamos
sólo aquellos que llamaron nuestra atención:
La Iglesia del Hospital de San Andrés, fue derribada en 1868 para abrir la calle de Xicoténcatl, sus
despojos sirvieron para construir la casa número 10 del callejón de Santa Clara (hoy 1ª de Motolinía 11),
propiedad que fue de don Juan José Baz, que como Gobernador del Distrito hizo la destrucción del
templo.140
El terreno donde ahora está el Casino Español y casas contiguas, formaba lo que fue el Hospital del
Espíritu Santo, se donó a Vicente García Torres, propietario del diario El Monitor Republicano.

139 José Lorenzo Cossío, El Gran Despojo Nacional o De Manos Muertas a Manos Vivas, México, Editorial Polis, 1945, pág. 6.
140 La historia alrededor de este hecho es interesantísima y aquí la relato algo escueta: Al ser fusilado Maximiliano, se le trajo a la
ciudad de México, pero como lo habían embalsamado mal, se nombró a otros médicos para que se le embalsamara nuevamente.
El sitio elegido para este trabajo fue la iglesia de San Andrés. Fueron retirados por los soldados los retablos, las esculturas, las
pinturas y todo mueble para dejar totalmente desmantelado. Enseguida se rodeó de tropa para impedir cualquier manifestación de
los partidarios del Imperio. Hecha una fortaleza la iglesia, fue llevado allí el cadáver de Maximiliano. Se le desnudó completamente
y para hacer salir de él todo el bálsamo que se le inyectó en Querétaro, se le colgó de la linternilla de la bóveda, por medio de una
cadena. Así permaneció varias semanas.
Juárez, movido por una extraña curiosidad, quiso ver el cuerpo desnudo de su enemigo, y a poco le mandaron decir que podía
pasar a verlo. En la noche de aquel día, acompañado de su ministro Sebastián Lerdo de Tejada, penetraron a la iglesia
encontrando al cadáver de Maximiliano tendido en una mesa y rodeado de cuatro enormes hachones encendidos que no lograban
vencer las tinieblas del recinto. Juárez observó fijamente el cadáver y con la mano derecha midió el cuerpo de la cabeza a los pies y
sin desprender la mirada de él, le dijo a Lerdo de Tejada: ― ―Era alto este hombre, pero no tenía buen cuerpo: tenía las piernas
muy largas y desproporcionadas‖. Después de unos minutos exclamó: ―No tenía talento, porque aunque la frente parece
espaciosa, es por calvicie.‖ Dicho esto, don Benito y su ministro se sentaron en un banquillo que estaba a pocos pasos de
distancia. Nadie podrá decir qué pensó Juárez en aquellos momentos tan especiales de su vida. Después salieron, se subieron a su
coche y se alejaron a Palacio Nacional. La guardia permaneció día y noche hasta que el cuerpo fue enviado a Viena.
El 19 de junio de 1868 se cumplió el primer aniversario de la muerte de Maximiliano. Los imperialistas hicieron en la iglesia
solemnísimas honras fúnebres por el alma del Emperador. El sermón estuvo a cargo del padre jesuita Mario Cavelieri, quien
arremetió contra los liberales. Los comentarios se desataron en toda la ciudad. Juárez al saber lo ocurrido, mandó llamar a Juan
José Baz y le ordenó dar prisa a la demolición de la iglesia de San Andrés. Sonrió el licenciado Baz, pues se le presentaba
magnífica oportunidad para demostrar sus aptitudes de demoledor. Reunió a la gente preparada para esta clase de hazañas y
siendo de noche subieron a la bóveda del templo. Allí dio sus instrucciones: encajarían cuñas de madera en la base de la cúpula
con al ayuda de pesados marros y una vez hecho esto, rociarían la madera con brea y le prenderían fuego. La cúpula se hundió
despedazando a su paso los retablos, esculturas, pinturas y demás objetos de valor que por entonces habían sido restituidos al
templo. Al día siguiente el ―batallón de demoledores‖ destruyó los muros hasta quedar abierta la actual calle de Xicoténcatl. El
licenciado, después de su trabajo no tuvo ninguna objeción para edificar, con las piedras de la iglesia una casa de su propiedad en
la actual calle de Motolinía.
La historia viene consignada en el libro de Francisco Santiago Cruz, Los Hospitales de México y la caridad de don Benito, México,
Editorial Jus, 1959, págs. 94 a 98.
48
La manzana que ocupaba el Hospital Real de Indios se adjudicó a don Ignacio Cumplido (suscriptor
en distintas ocasiones en las exposiciones de la Academia de San Carlos), dueño de El Siglo XIX (no en
balde defendían los héroes del libre pensamiento los grandes principios de la Reforma).
Los 200 mil pesos que poseía la Casa de Niños Expósitos o La Cuna, desaparecieron sin dejar huella.
Los 859 776 pesos que poseía para su sostenimiento la Escuela de Agricultura, fueron dispuestos por
los Gobiernos de 1859 a 1861, dejando al establecimiento cerca de la ruina, la que se consumó en mayo de
1863, en que lo poco que le quedaba, fue vendido o arrendado y los alumnos despachados a su casa.
El Colegio de la Enseñanza Nueva o de las Inditas fue adjudicado, en pago de sueldos al
―inmaculado‖ don Benigno Márquez.
En el Colegio de San Ildefonso, don Luis Yánez dejó unas propiedades para la fundación de becas
con que sostener a colegiales pobres. Pero don Sebastián Lerdo de Tejada, rector del Colegio y patrono de
esas becas, las vendió en 64 mil pesos a su compadre el despensero del Colegio, Macedonio Ibáñez,
aprobando la cuenta el 26 de enero de 1857 el ministro de Hacienda don Miguel Lerdo, hermano del Rector
(nótese que los Lerdo no lo eran tanto).141
Lo dicho, es apenas una pequeñísima muestra de lo que fue el maremagno que se extendió en cada
ciudad y pueblo de la nación y que hoy vemos ya sin indignación, ni vergüenza.
Dice Salado Álvarez: ―A miles de millones ha de haber llegado lo que distribuyeron con larga mano
los Beneméritos de América, los que tenían ‗un sol por cerebro‘, y otros menos ilustres y famosos que
acabaron con lo que pertenecía a los humildes y a los necesitados de alimento intelectual y de asistencia en
sus dolores.‖
Pero a pesar de esta barbarie, los profesores y alumnos de la Academia, no languidecían a los vientos
adversos de la política y de lo malo hacían algo bueno, pues dentro de su espíritu de artistas aún soñaban y
veían un porvenir promisorio, pletórico de risueñas ilusiones. En medio de aquellas demoliciones, los
discípulos de San Carlos, iban a tomar asiento en un muro caído o en una columna despedazada y apoyando
quizá un pie sobre el despojo de un sagrado altar, bebían de la sabiduría de Javier Cavallari.
Manuel F. Álvarez, uno de sus discípulos, cuenta que Cavallari los llevaba ―a las obras de derrumbe
de conventos‖, especialmente a las del convento de las Capuchinas, pues como les decía, ―también
destruyendo se aprende‖, allí los alumnos aplicaban la teoría de lo que se les enseñaba; aprendían a cómo
―cuidar a los trabajadores‖ cuyas vidas, les decía su maestro, dependían de las disposiciones de trabajo que
ellos les diesen.142
Todavía hay otro tema en que se relaciona la Academia con la nacionalización de bienes del clero,
que es el de las galerías de pintura de San Carlos, pues estas se vieron aumentadas con aquellas
confiscaciones. Pero hemos decidido dejar este punto para retomarlo en alguna otra parte más a propósito.

2.8. Un Cuerpo de Bomberos en la Academia de


San Carlos
Esta historia comienza el año de 1853. La Academia prosperaba ampliamente con el control que
tenía de la Lotería de San Carlos, ya habían sido contratados los profesores Pelegrín Clavé y Manuel Vilar,
para las clases de Pintura al Óleo y Escultura respectivamente.
El inusitado buen manejo de la Lotería de San Carlos por la Junta de Gobierno de la escuela, daba al
establecimiento los fondos necesarios para que se cubrieran las plazas no cubiertas en los ramos de Grabado
en Hueco, Grabado en Lámina, Pintura de Paisaje y Arquitectura.
En marzo de 1853, José Bernardo Couto, en correspondencia con el coronel Francisco Facio,
encargado de la Legación Mexicana en Londres, le pedía encontrase un buen grabador para hacerse cargo de
la dirección de Grabado en Hueco de la Academia de San Carlos y que finalmente se logró la contrata del inglés
Jorge Agustín Periam.

141 José Lorenzo Cossío, op.cit., págs. 19, 28, 29, 39, 51, 67, 68, 92 y 93.
142 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., págs. 26 y 27.
49
Por aquel tiempo las galerías de San Carlos ya habían crecido considerablemente gracias a la
inteligente actividad del señor Couto y de la Junta de Gobierno de la Academia. Los alumnos ya habían
creado algunos cuadros interesantes los que habían sido adquiridos por la Academia. Por otra parte, se
habían empezado a reunir algunos cuadros de los legendarios pintores de la Nueva España y se empezaba a
adquirir obras de artistas europeos, unas veces a propuesta de sus alumnos pensionados en Roma y otras
por el banquero Guillermo O‘Brien encargado en París de los fondos de la Academia.
Esta creciente colección de cuadros, urgía fuese conservada y cuidada, ya que algún accidente podía
ocurrir, cuanto más si se piensa que las sucesivas y furiosas luchas de partidos podían desatar en alguna
batalla un incendio, en que las galerías que con tanto esfuerzo se iban formando, se perdieran por falta de
una medida precautoria.
Seguramente pensando en esto y aprovechando el contacto con el coronel Facio en la contratación
de Periam, don Lucas Alamán y Joaquín Velásquez de León dijeron se escribiera al dicho coronel diciéndole
que la Academia ponía a su disposición la suma de mil pesos para la compra de una bomba contra
incendios. La cual fue comprada y remitida posteriormente de Londres a México.143
La bomba, permaneció en la Academia de San Carlos a disposición de lo que pudiera ofrecerse, no
teniendo que lamentar por fortuna incendio alguno en las Galerías ni en ninguna otra parte del
establecimiento.
A causa de la intervención francesa en México, el gobierno de la República tuvo que proceder a la
defensa de las principales ciudades del país, y una de las medidas reclamadas fue la fortificación de dichas
ciudades. Desde luego se procedió a las obras de defensa de la ciudad de México y se ordenó que todos los
ciudadanos prestaran sus trabajos personales en ellas.
En varias fechas entre 1862 y 1863 el diario El Siglo XIX, consignó en sus páginas el número de
ciudadanos (que superaban fácilmente por día más de 3 mil ciudadanos) que trabajaban en ellas, así como el
dinero recaudado a aquellas personas que por alguna razón no podían o no querían ir a estos trabajos de
fortificación.144
A propósito de las fortificaciones nos cuenta al arquitecto Álvarez: ―Gusto daba ver el entusiasmo
con que concurrían los habitantes de la capital a prestar sus servicios; por todas partes, hombres de todas
clases y condiciones, viejos y jóvenes, iban a los lugares designados, y con placer recuerdo al corredor
titulado Don Cayetano Téllez, conocido de toda la sociedad y comercio de México, con su traje negro, su
sombrero de seda y con la pala al hombro, conducía a sus hijos Guillermo, Mariano, el estudiante de
arquitectura de la Academia de San Carlos y el pequeño Enrique, todos con sus herramientas a trabajar en
las fortificaciones. Como la familia Téllez, iban otros padres con sus hijos, a prestar el mismo servicio. Los
alumnos de la Academia de San Carlos, íbamos con todo ahínco y entusiasmo a trabajar en las obras de
defensa, no obstante nuestras obligaciones de estudiante.‖145
Pero los alumnos de la Academia, entre otras personas, encontraron dificultades para continuar por
buena ruta sus estudios si concurrían a las fortificaciones. Si a esto se agrega que muchos de ellos eran de
condición social notablemente humilde y que no podrían pagar la ―Contribución de fortificaciones‖ que
semanalmente se exigía a quien no concurría a las obras, ponían al estudiante en una situación tal en que se
hubieran visto en la obligación de abandonar los estudios de su carrera artística.
Mas como la administración pública de la República, había dado repetidas muestras de que poco le
importaba el destino de los estudiantes de San Carlos, la solución a este conflicto de intereses entre los
alumnos de San Carlos y las exigencias del ―ilustrado‖ gobierno de la República, era obvio que tenía que
surgir del interior de la misma Academia. Fue entonces, que al arquitecto Manuel Delgado, se le ocurrió
―organizar un cuerpo de bomberos que se encargara del servicio de incendios y cuyos miembros quedaran
exceptuados de la contribución citada‖146

143 A.A.S.C., exp. 5892.


144 El Gobierno de Juárez, al ver las dificultades y perjuicios que recibían muchas personas al prestar sus servicios personales,
decretó una contribución semanaria, que debían pagar todas las personas que no sirvieran a las obras de defensa y que se llamó
―Contribución de fortificaciones‖.
145Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 78.
146 Ídem, pág. 79.

50
El ofrecimiento de los académicos fue bien recibido por el gobierno, ya que este servicio público era
un gasto que el gobierno no podía sufragar fácilmente. Entonces quedó establecido que el ―núcleo de la
institución serían los alumnos de la Academia, pudiendo recibir otra clase de personas. Se formaron dos
compañías, una mandada por el Arquitecto Don Ventura Alcérreca y otra por el Arquitecto Don Manuel
Rincón; cada compañía constaba de diez escuadras, compuestas cada una de un teniente, un sargento y
veinte hombres, es decir, el cuerpo tenía un coronel, el Arquitecto Don Manuel María Delgado, dos
capitanes, los Arquitectos Alcérreca y Rincón y cuatrocientos bomberos. Los tenientes eran de preferencia
estudiantes de arquitectura de tercer año en adelante y los sargentos alumnos de años inferiores. Así fueron
nombrados Torres, Velásquez, Téllez, Iglesias, Soto, Álvarez, Couto, Orozco, Orellana, Sánchez, etc.,
etc.‖147
Si bien es cierto que este cuerpo de bomberos quedó establecido en abril de 1862, en el archivo
documental de la Academia de San Carlos, se encuentra un manuscrito curioso que nos da cuenta de que
esta organización pensó llevarse a cabo desde el 8 de marzo de 1860, cuando los conservadores tenían bajo
su control la ciudad de México. El impreso de Francisco G Casanova, Comandante General y Gobernador
del Departamento del Valle de México, comienza así:
―CONSIDERANDO: que no sólo es útil, sino necesario, por los frecuentes incendios, el
establecimiento de unas compañías de bomberos, de acuerdo con el Exmo. Ayuntamiento y con aprobación
suprema, he tenido a bien disponer se observe el siguiente
REGLAMENTO
Art. 1° Se formarán dos compañías perpetuas de bomberos de ciento diez hombres cada una,
compuesta la primera de artesano y la segunda de cargadores.
Art. 2° Cada compañía tendrá dos capitanes, que se distinguirán en primero y segundo. Por ahora lo
serán de la primera los arquitectos de la ciudad D. Vicente Heredia, primero, y D. Manuel Delgado,
segundo. De la segunda, los arquitectos de la ciudad D. Manuel Rincón, primero, y D. Manuel Gargollo y
Parra, segundo.
[... Siguen los demás artículos. Marzo 8 de 1860.]‖148
Desconocemos si este cuerpo de bomberos llegó a funcionar o no. Lo que sí queda claro, es que el
establecimiento de un cuerpo de esta especie, venía de tiempo antes de lo que nos comunica el arquitecto
Álvarez.
Resalta a diferencia del cuerpo que se constituyó en 1862, que las compañías se conformarían de
artesanos y cargadores, y que los mandos de ellas quedaban en manos de los arquitectos Heredia, Delgado,
Rincón y Gargollo y Parra. Es curioso notar que Delgado aparezca como capitán 2° de la primera compañía,
pues si como dice Álvarez, fue una ocurrencia de Delgado el organizar el cuerpo de bomberos, no tiene
lógica que en el primer proyecto de 1860, tenga una posición tan poco preponderante. Nos inclinamos en
creer que era una idea que venía circulando en la Academia tiempo atrás y que el mencionado Delgado, por
su cercana relación con el gobierno juarista, la propuso, dándose por sentado que a él se le había ocurrido
aquella idea.
El caso es que, muy aparte de estas consideraciones, el 14 de abril de 1862 el general de división
Anastasio Parrodi, dio a conocer los estatutos del Batallón de Bomberos, expidiendo los nombramientos y
pasándoles revista personalmente frente a su casa habitación de la esquina de la calle de la Moneda y la
Plaza.
Inicialmente (16 de abril de 1862), el mismo edificio de la Academia albergó el cuerpo de bomberos,
esto a pesar de que el director de San Carlos, Santiago Rebull, poseía una orden del ministro de Justicia para
que no se permitiera establecer en ese edificio al cuerpo de bomberos. Unos días después (10 de mayo), el
mismo ministro, Jesús Terán, comunicó a Rebull, que el General en Jefe de las fuerzas del Distrito había
dispuesto su traslación. Y que sería colocado en el patio de la antigua casa de Moneda o bien en uno del
Palacio Nacional que daba vista al ministerio de Justicia e Instrucción Pública.149

147 Ídem, pág. 79.


148 A.A.S.C., exp. 6425, foja 4.
149 A.A.S.C., exp. 6012 y 6100.

51
El cuartel finalmente quedó instalado en Moneda, ―habiéndose recibido las bombas de la Academia,
de la Aduana y otras dos chicas, la dotación de escaleras de mano, mangos de salvamento, cubos de lona,
mangueras y otros útiles y aparatos de gimnasia; diariamente entraba una escuadra de guardia; los bomberos
se ejercitaban en trabajos gimnásticos y los correspondientes a las bombas y como ejercicios de incendio,
todo el batallón o por compañías concurrían a la plazuela de Loreto, que tenía una fuente en su centro que
se aprovechaba para ese objeto.‖150
Manuel F. Álvarez, refiere las anécdotas de dos incendios; el primero de ellos ocurrió la noche del 5
de mayo de 1862, el cual se inició ―en la casa núm. 3 de la 1ª de Plateros, habitación del Sr. General Don
Benito Quijano,‖ a aquella conflagración concurrió desde luego la guardia de bomberos y al poco rato todos
los demás bomberos, entre los que se encontraba el mismo Álvarez. El incremento que tomó el fuego hizo
difícil extinguirlo; toda la noche se trabajó con poco éxito y en la mañana a las siete, al subir una bombita a
una pieza, se derrumbó un techo, causando varias lesiones a Antonio Torres Torija, Ángel Miguel Velásquez
y Carlos Moreno. El incendio quedó sofocado y el resto del día 6 se pasó en refrescar encorazados,
derrumbar las partes peligrosas y asegurar otras que presentaban riesgo. Otro incendio de menores
dimensiones se registró en la esquina de Seminario y Moneda, al cual concurrió el Gobernador General don
Joaquín María González Mendoza, quien con sus vastos conocimientos y su genial carácter, les dio a los
alumnos de la Academia una verdadera lección científica y práctica sobre el mismo lugar del incendio.151
Habíamos dicho que el cuerpo de bomberos se instaló al principio de su formación en la Academia,
esto a pesar de que Santiago Rebull, tenía una orden para que no sucediera esto. Los bomberos se
trasladaron a Moneda, y allí parecía terminar el asunto.
Todavía el 25 de diciembre de 1862, el arquitecto coronel del Cuerpo de Ingenieros Bomberos del
Ejército del Centro, don Manuel M. Delgado, quien fungía como cabeza de las dos compañías, envió una
carta a Rebull donde se le decía que interinamente ese cuerpo iba a ocupar para su cuartel la Academia de
San Carlos.152 Si se llegó a ocupar la Academia de nueva cuenta o no, es algo de lo que no se tiene noticia. Lo
que sí es cierto, es que el cuerpo siguió prestando sus servicios hasta la entrada de los franceses a la ciudad
en junio de 1863, en que se disolvió. La bomba fue devuelta a la Academia.
La vocación anticonflagrante no murió en el Segundo Imperio, pues el 10 de julio de 1865,
Maximiliano, a través del Inspector de la Obras de Palacio, arquitecto Antonio Torres Torija, mandaba pedir
a Fonseca ―las bombas‖ contra incendio que poseía la Academia, ―por si desgraciadamente ocurriese tal
suceso en la noche hoy que tiene lugar un baile dispuesto por Su Majestad.‖ 153
Extrañamente la orden de José Urbano Fonseca, nuevo director de la Academia durante el Imperio,
dice: ―Entréguense las bombas, dejando el recibo correspondiente para resguardo del señor Ecónomo.
[Rúbrica. J.U. Fonseca]‖ Al parecer, durante el imperio la Academia poseía más de una bomba, el cómo se
consiguieron y el cuándo, lo ignoramos del todo.154
El archivo de San Carlos, conserva documentadas otras tres peticiones más, durante el año de 1865
para que se prestara a Palacio las bombas de la Academia. Las otras tres fechas, aparte de la del 10 de julio,
son: 14 de septiembre, 18 de octubre y 4 de noviembre. La petición de 14 de septiembre es algo interesante,

150 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 79.


151 Ídem, págs. 79 a 80.
152 A.A.S.C., exp. 6012.
153 A.A.S.C., exp. 6447.
154 En enero 23 de 1865, el ingeniero civil Fernando Somera, quien fungía por entonces como Prefecto municipal de la ciudad de

México, remitió el siguiente escrito al señor José Urbano Fonseca:


―Palacio Municipal. México. Enero 23 de 1865.
La Junta de Hacienda de esta corporación tiene la necesidad de saber el costo que tuvo la bomba de incendios que existe en ese
edificio, sus dimensiones, su procedencia y todo lo demás conducente y que pueda ilustrar a la misma junta en esta materia. Por lo
mismo suplico a V. se sirva remitirme esta noticia.
El prefecto municipal.
[Rúbrica] F. Somera.
Sr. Director de la Academia Nacional de San Carlos.‖
En la foja 2 del mismo expediente, se incluye un dibujo de la bomba que se tenía en la Academia de San Carlos.
A.A.S.C., exp. 6537.
52
pues afirma que Maximiliano deseaba tener ―dispuesta una bomba para incendio en el Palacio por tener que
arrojarse luces en el interior.‖155
Hubo más, el 6 de junio de 1865, el profesor Manuel Rincón, que había formado parte del antiguo
cuerpo de bomberos, envía a Fonseca, un proyecto para el mejor manejo de la bomba de la Academia.
Este contemplaba la existencia de un jefe de bomba, un jefe 2°, ―dos capataces, veinte y cuatro
hombres para las palancas, doce para cubos y cuatro para manga, total 44 hombres.‖ Que de la Academia
podrían conducir la bomba seis hombres y al lugar del incendio ocurrirían los restantes, que el mando de la
bomba estaría a cargo del jefe, a su falta el jefe 2° y así sucesivamente, que para que pudiera realizarse aquel
proyecto era necesario portasen uniforme o un distintivo, a fin de que no los fueran a ocupar en el derrumbe
de techos y se distrajeran de su objeto principal que era la conservación y cuidado de la bomba y agregaba
finalmente que deberían hacer ejercicio una vez por semana, porque aunque conocían el manejo de la
bomba era necesario para la conservación de la misma, moverla con la mayor frecuencia posible.156 Estas
disposiciones no se llevaron a cabo pero es interesante ver como el tema seguía siendo parte fundamental de
la vida de la Academia.
La bomba contra incendios de la Academia de San Carlos siguió dando servicio durante todo el
Imperio. Fueron los mozos de ella, quienes habían aprendido a manejarla, pues el 9 de abril de 1866, el
secretario de la Academia, don José María Flores Verdad, indicaba al Alcalde Municipal de la ciudad de
México, don Ignacio Trigueros, el pago de 10 pesos que por ley le correspondían a los mozos de la
Academia Francisco Quintana, Juan Coutiño y José Chávez. Quienes habían presentado la primera bomba
contra incendio en la conflagración del antiguo convento de San Agustín la noche del 22 de marzo de 1866 y
que se habían presentado a los guardas nocturnos Domiciano Cisneros, Diego Arelumdia y a otro que
ignoraban su nombre pero que había salido lastimado. Pidiendo en consecuencia el pago a dichos señores y
que en otro caso similar, no se les distrajera del manejo de la bomba, porque de ello resulta el mal de que se
descomponga, como sucedió en aquella noche, por quedar a merced de personas ineptas. Al parecer los
trabajadores de la Academia, no recibieron ningún pago, pues cinco meses después, el 3 de agosto del
mismo año, aún se reclamaba acerca del particular.157
En marzo de 1865, Fonseca se quejaba ante los representantes del gobierno de la ciudad de México,
pues, decía, las mercedes de agua que disfrutaba el establecimiento desde tiempo inmemorial, habían sido
recortadas, teniendo en cuenta que la cantidad de agua que llegaba era tan corta que no era posible fuera la
merced que se disfrutaba. Argumentaba que si pedía más agua para la Academia, era porque la imperiosa
necesidad de este líquido para el gasómetro que se había establecido, como para las muchas operaciones que
se hacían en la Academia y, además, para prevenir cualquier caso desgraciado de incendio que pudiera
ocurrir. Finalmente el fontanero mayor pasó a la Academia y se tomaron las providencias que al caso se
necesitaban para que la Academia quedara mejor surtida de agua.158
Como se ve, no es de despreciarse este tema para comprender de manera más cabal, el periodo que
corresponde a nuestro estudio, ya que si bien a alguno le pudiera parecer algo sin importancia, no lo era en
lo absoluto para los hombres de aquella época.

2.9. La dirección de Santiago Rebull


El 21 de febrero de 1861, la administración juarista comunicaba a don Santiago Rebull, su
nombramiento de Director de la Academia de San Carlos.159
La causa de que se haya elegido a Rebull, no fue por que tuviera alguna tendencia política liberal,
sino por el alto prestigio que tenía en aquel entonces como artista. Hacía no mucho que había regresado de

155 A.A.S.C., exp. 6447.


156 A.A.S.C., exp. 6425.
157 A.A.S.C., exp. 6496.
158 A.A.S.C., exp. 6746.
159 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 5, foja 2.

53
Europa después de largos años de estudio. Esta cualidad unida a su juventud, pues apenas contaba con 31
años, fue determinante para que Rebull fuera designado Director General de la Academia.
Por otra parte, la labor que tenía por cumplir como Director de la Academia, era harto difícil.
Recibía una Academia devastada, como no se había visto desde hace mucho tiempo. La Lotería de San
Carlos, le fue entregada por José Fernando Ramírez, en tal estado de depredación, que resultaba más una
carga que una ayuda.
Su labor primera, fue organizar y despachar los asuntos pendientes de la oficina de la Academia, por
lo que propuso para el cargo de Secretario, al señor Jesús Fuentes y Muñiz. Propuesta que fue aceptada de
inmediato.

Don Santiago Rebull.


Director de la Academia Nacional de San Carlos
de febrero 21 de 1861 a junio 8 de 1863.

Las sombras de sus antecesores, José Fernando Ramírez, pero sobre todo la de Bernardo Couto,
pesaban sobre la naciente administración de Rebull, seguramente más de un profesor o alumno, añoraban
hondamente tiempos pasados de la Academia. Difícilmente, llegaron a pensar que al advenimiento de Rebull
a la dirección de la Academia, esta saldría del marasmo al cual hace no mucho había penetrado.
Y es que realmente no estaba en manos de Rebull, ni de nadie más, sacar a la Academia de San
Carlos de aquellos insalvables abismos. Sólo una decidida protección del gobierno hubiera paliado en algo
las necesidades de la Academia. Protección que nunca se notó dentro de su periodo de dirección. El mismo
Rebull, el 20 de septiembre de 1861 en comunicación con el gobierno, hablaba acerca de los alumnos lo que
sigue: ―sus ánimos han decaído hasta el grado de que algunos de ellos, de los que más esperanzas prometían
por su talento se han separado de la Academia abandonando una carrera a la que habían consagrado son
asiduidad y empeño algunos años.‖ 160
Este mismo desánimo, había penetrado también en el profesorado. Pelegrín Clavé, el 27 de marzo de
1861, a escaso mes y días de que Rebull entrara en funciones, escribía a su amigo Claudio Lorenzale, quien
era Director General de Nobles Artes de la Academia Barcelonesa, las siguientes palabras: ―Todos los días
anhelo con más calor volver a la patria, pero ya llega mi deseo a un grado que no puedo permanecer mucho
aquí sin caer en una insoportable tristeza. Siento no haberlo verificado cinco años atrás, y lo haría ahora si
algunos trabajos urgentes y particularmente un niño recién nacido, no me lo impidieran. México después de los
cambios sufridos en la Academia y de la muerte del amigo Vilar, perdió su encanto para mí, [las cursivas son
nuestras...]. Ojalá pueda sin tropiezos llegar pronto a ella, que no podrá ser antes del marzo próximo, a
menos que haya guerra España contra México, que después de las locuras que aquí han hecho y hacen, bien
podría ser.‖161

160A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 12, foja 1.


161Pelegrín Clavé, ―Pelegrín Clavé a Claudio Lorenzale. Director General de la Academia de Nobles Artes Barcelonesa‖, en
Salvador Moreno, El Pintor Pelegrín Clavé, México, UNAM, 1966, págs. 101 y 102.
54
La Junta de Gobierno que tan sabiamente había conducido la marcha de la Academia, fue disuelta
por Juárez, viéndose Rebull privado de tan provechosa ayuda que bien pudo haberlo auxiliado en tan
sensible situación.
Al referirse a esta época, José Fernando Ramírez comenta que en el tiempo de Rebull ―se mudó todo
el régimen de la Academia. Encomendose su gobierno interior a otra Junta compuesta de seis profesores del
mismo establecimiento, presidida por otro con el carácter de Director General y goce de sueldo, todo bajo la
dependencia del Gobierno, que se reservó el ejercicio de las facultades que desempeñaba la antigua Junta
directiva.‖162
Sobre la Junta de seis profesores a que se refiere Ramírez, la conformaban los señores directores de
cada ramo. Estos eran, a saber: Pelegrín Clavé, Eugenio Landesio, Javier Cavallari, Felipe Sojo, Luis Campa
y Sebastián Navalón. Pero para Rebull, la situación no era tan fácil y además de la Junta de profesores de la
Academia, buscó consejo fuera de ella. Esto lo confirma el señor Manuel Revilla, que comenta lo que sigue:
―Para cumplir su nuevo cometido, nuestro profesor, en las cuestiones graves, solía tomar consejo, aunque
reservadamente, del señor Couto, hombre entendido en arte, prudente y experimentado en todos los
asuntos de la Academia; mas como tal circunstancia llagara a conocimiento del gobierno liberal, fue
amonestado Rebull severamente por pedir consejo a un sujeto que, si bien eminente, figuraba como
significadamente conservador. ¡A tales extremos llegó la intransigencia y la pasión política por aquel tiempo!
Y en verdad que Rebull necesitaba de consejo para dirigir la marcha del establecimiento que se le había
confiado, pues bien demostró que si tenía sobrados conocimientos en el arte, no poseía en igual grado el
don de gobierno.‖163
Efectivamente, Rebull, hombre más bien alejado de cuestiones políticas y de arraigadas y profundas
creencias religiosas, veía como lo más conveniente para la buena marcha de la Academia, que el señor
Couto, diera su opinión sobre tal o cual asunto que se presentaba. Pero algunos meses antes de que
concluyera la administración de Rebull, se vio privado de este consejo, debido al fallecimiento del señor
Couto el 11 de noviembre de 1862. Teniendo que afrontar los últimos meses de su dirección sin tan sabia
orientación y apoyándose exclusivo en el cuerpo consultivo que lo conformaban los directores de ramo de la
Academia.
Por otra parte, Revilla no exagera cuando dice que Rebull carecía del don de gobierno. Pues mientras
fue director, aunque altamente apreciado por muchos alumnos y profesores, también se enfrentó a serios
problemas interiores, motivados por ciertas disposiciones suyas, en alto grado rigurosas y violentas, las que
le enajenaron, las voluntades de algunos profesores y discípulos. No obstante, se dice que tuvo un exquisito
tacto para tratar a todos sus discípulos a quienes estimulaba y hacía progresar constantemente.164
El caso es que Rebull tuvo fama de mal humorado, y cuentan que su carácter era tan agrio que hasta
en familia lo llamaban ―vinagrillo‖. Veamos pues los problemas a los que se vio sometido.
Rebull el 1º de mayo de 1861, hace una denuncia ante Ignacio Ramírez ministro de Justicia e
Instrucción Pública, en la cual informa sobre la indisciplina de los pensionados. Entre otros asuntos se queja
diciendo que don Ramón Sagredo y don Celso Zavala ―a pesar de no haber concurrido a los estudios han
venido a la Academia [en] algunas ocasiones a trastornar el orden y distraer con sus conversaciones a los
alumnos.‖ Rebull pide para estos casos se dé una resolución, pues si bien, agrega, cree que si a ―los
pensionados que por enfermedad u otras causas de la misma naturaleza dejan de concurrir a la Academia
debe tenérseles consideración, a los que no tengan una razón tan atendible debe exigírseles que con toda
puntualidad den el lleno debido a sus obligaciones.‖165
El gobierno, le contesta diez días más tarde, que se le autorizaba para que dictara, él mismo, las
providencias que juzgara más eficaces a fin de reprimir pronto los desórdenes a que se refería.166 Rebull

162 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.
163 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 346.
164 Luis Monroy, Oración fúnebre pronunciada en honor del insigne artista D. Santiago Rebull, por el Lic. Don Luis Monroy en la velada que se

celebró en honor suyo en la Academia de San Carlos, la noche del sábado 19 de julio de 1902, México, Tip. de la Compañía editorial Católica,
1902, pág. 25.
165 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 14, foja 1 v.
166 A.A.S.C., exp. 6049, foja 1.

55
dispuso se descontara a los pensionados una cantidad proporcional a la duración de sus faltas. Sin embargo,
por la irregularidad con que el gobierno cubría aquellas pensiones, aquel descuento no se empezó a aplicar
sino hasta el mes de marzo de 1862. Es probable que Sagredo y Zavala, así como otros alumnos, sus faltas
obedecieran al hecho de que tenían que buscarse un sustento dedicándose a otras actividades.
Un día después de la denuncia de Rebull contra Sagredo y Zavala, al encontrarse vacante la plaza de
la cátedra de Ornato en la Academia de San Carlos, como consecuencia del deceso de Juan Manchola, se
convocó a concurso para la obtención de dicha plaza.Participaron como opositores tres alumnos de la
Academia, a saber: Petronilo Monroy, Ramón Sagredo y Fidencio Díaz de la Vega; los sinodales fueron los
maestros Javier Cavallari, Eugenio Landesio y Pelegrín Clavé.
En dicho concurso se calificaron los trabajos de cada uno de los opositores, los que llevaban
diferentes contraseñas para que no se supiera de quien era el trabajo que calificaban. Finalmente salió
ganador Petronilo Monroy sobre Fidencio Díaz y Ramón Sagredo, protestando éste último sobre el fallo de
los sinodales. Posteriormente manifestó el presidente Juárez que los fallos de los jurados de oposición son
inapelables y que se diera propiedad de la clase de ornato a Petronilo Monroy. La protesta de Sagredo pese a
no haber encontrado eco está redactada en un tono combativo e irreverente, por lo cual la transcribo íntegra
para que así el lector descubra mejor el carácter de este alumno. El documento, dice de esta suerte:
―Exmo Sr Ministro de Justicia e Instrucción Pública D. Joaquín Ruiz.
Academia Nacional de las tres nobles Artes de San Carlos.
Exmo Sor.
El que suscribe alumno de la Academia Nacional de San Carlos ante V.E. ocurre respetuosamente
manifestando: que habiendo sido uno de los opositores al concurso para la clase de ornato de esta
Academia: he presenciado que la calificación hecha de las obras expuestas no ha sido legal, por cuyo motivo
protesté en el acto reconocerla en los términos aproximativos que expresa la siguiente protesta que suplico a
V.E. en nombre de la patria y la civilización toda, tome en consideración por ser un bien público:
―Protesto reconocer [como] legal la calificación hecha por los tres sinodales encargados del concurso
para la clase de Ornato de esta Academia, en razón a que es palpable la superioridad de las obras del
opositor nº 1 que lo es D. Fidencio Díaz de la Vega sobre las del Nº 3 del Sr. Monroy en el que recayó la
aprobación, siendo yo el opositor Nº 2 que juzgo el hecho como [nada o poco] imparcial pidiendo se
califiquen dichas obras por una junta de Artistas de fuera de la Academia.‖
Señor, si la diferencia que alego en favor del Sr. Vega no fuera tan notable: no expondría mis pocos
conocimientos a la calificación universal pero como así opinan los académicos de mérito y otras personas
que han visto las obras del citado concurso, puedo asegurar sin temor de equivocarme que dichos Sres.
sinodales Clavé, Caballary [sic] y Landesio obran de mala fe, pues solo así, puede comprenderse que hayan
dado tan errónea calificación porque otras [veces] en que no se ha versado ningún capricho o interés se les
ha visto calificar de otra manera. Por tratarse aquí sólamente del mérito artístico. E. Sr [excelentísimo señor]
no quisiera citar lo que es bien sabido: que estos Sres. y aún el director general son de ideas muy atrasadas,
que sirvieron a Couto en su mala administración de los fondos de la Academia y que tienen la tendencia
siempre de proteger a los suyos haciendo la guerra a cuantos tienen la desgracia de no pensar como ellos,
pero sí en el engrandecimiento de nuestro país.
Por lo tanto a V.E. suplico se digne nombrar tres o cuatro artistas de los buenos que tenemos fuera
del establecimiento de S. Carlos (donde no les ha sido posible entrar hasta ahora por ser de ideas
progresistas) para que dichos artistas califiquen nuestras obras sin saber el nombre de sus autores, pues así
recibiremos merced y justicia.
Dios, Libertad y Reforma, México Julio 22 de 1861.
[Rúbrica] Ramón Sagredo.‖167
Se descubre en esta carta un Sagredo impetuoso, poco conformista, empujado por una nueva idea
―el progreso‖, contraponiéndola contra ―el atraso‖ que ve en la Academia. Las palabras vertidas en la carta
anterior quizá tengan algún fundamento ya que en una oportunidad, Francisco Zarco, redactor del periódico
El Siglo XIX dijera al referirse a Monroy las siguientes líneas:

167 Ídem, exp. 24, foja 5 a 5 v.


56
―Nosotros, que vimos las otras pruebas que hicieron los opositores de este señor [Monroy], D.
Ramón Sagredo y D. Fidencio D. de la Vega, decimos francamente, respetando la calificación de los
profesores que distinguieron al primero, que encontramos más mérito en el pensamiento y la ejecución en
cualquiera de las de los últimos, que en la del agraciado.
No queremos suponer que hubo influencias que favorecieran a Monroy, aunque tenemos
antecedentes para creerlo así, supuesto que en la mayor parte de los premios acordados para las pensiones
que se dan todos los años, ya en la Academia o en Roma, con anticipación a las calificaciones, y aún al
estarse ejecutando las pruebas, se sabe ya quién será el agraciado.‖168
El concurso de oposición dio mucho de que hablar, pocos días después de que se diera a conocer el
fallo y tan sólo dos después de la carta arriba transcrita de Sagredo sucedió un hecho bochornoso por los
términos en que se suscitó, el director de la Academia, Santiago Rebull, en nota al ministro Joaquín Ruiz
fechada en 25 de julio de 1861, informa que el día 24 ―entre [las] cuatro y cinco de la tarde se presentaron
armados en esta Academia los S.S. oficiales don Jesús Ponce y don Pedro Patiño, quienes colocaron a la
entrada del establecimiento un centinela que impidiera la salida de los alumnos y pretendieron llevarse las
pruebas del concurso, las que [...] están expuestas al público; pero hallándose a la sazón visitando la
exposición el Sor. Lic. don Felipe Sánchez Solís éste Sor. logró calmar a las personas que he mencionado
quienes se retiraron desde luego; pero volvieron poco después preguntando si aún estaba en la Academia el
Sor. Sánchez Solís y como se les contestó afirmativamente volvieron a retirarse‖.
Después de los hechos el Director Santiago Rebull, y el Secretario de la misma, Sr. Jesús Fuentes y
Muñíz, se movilizaron buscando protección para evitar desórdenes al interior de ella, ese día a las siete y
media de la noche encontrando al Gobernador del Distrito y exponiéndole los hechos, éste ordenó al Jefe
de Policía que mandara a la Academia una fuerza con el objeto indicado; dice Rebull que esta ―orden fue
inmediatamente cumplida viniendo a resguardar el establecimiento una fuerza de veinticinco hombres‖.
Esto debió sorprenderle mucho, ya que el mismo Rebull había pedido que se enviasen sólo cuatro o cinco
hombres.169
El ministerio de Justicia e Instrucción Pública exigió se practicase cuanto antes la correspondiente
averiguación para aplicar una pena correccional a los culpables de la infracción de policía cometida, los
documentos no permiten ver cual fue el resultado de las indagatorias o si al menos se llegaron a hacer.
No pudimos sustraernos de la suspicacia de pensar que Ramón Sagredo u otra persona de la
Academia, haya tenido algo que ver en el asunto. Ya que en ningún momento se aclara qué movió a estos
oficiales o quién les ordenó que fueran a la Academia. Nos inclinamos a pensar que actuaron sin ningún otro
motivo que las hablillas que corrieron con motivo del controvertido concurso, ya que creemos sería poco
probable que algún superior les haya ordenado hacer tal acto o que algún alumno o persona cercana a la
Academia los incitase a ello. Sin embargo, puede surgir algún documento que aclare el asunto.
El hecho es que muy posteriormente, más de cuatro meses después de dado el fallo de los sinodales;
el 25 de noviembre de 1861 el gobierno resuelve que la plaza sería de Monroy.
Este hecho vino a desvanecer las ilusiones que Sagredo pudo haber hecho en su mente ante la
expectativa de convertirse en un profesor de la afamada Academia. Sagredo tuvo que buscar su sustento por
otros medios.
Los hechos relacionados con Sagredo, sobre su conducta y el concurso de oposición, debieron de
causar a Rebull serios malestares, ya que aquellos llegaron a puntos en que verdaderamente salían del control
de Rebull.
Otra vez el mismo mes de mayo de 1861, Rebull informó que desde febrero de ese año el profesor
de Dibujo, Miguel Mata y Reyes no se había presentado a sus labores, que eran dar clases diariamente por
dos horas, y que tampoco había explicado por escrito el motivo de su ausencia. Pidiendo al Supremo
Gobierno que la mitad del sueldo de Mata se le diera como gratificación al alumno que lo venía sustituyendo
en las clases.170

168
―Exposición de la Academia Nacional de San Carlos en 1862‖ en El Siglo XIX, jueves 20 de febrero de 1862, núm. 402, pág. 1.
169
A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 24, foja 3 y 3 v.
170 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 14, fojas 4 a 6.

57
Miguel Mata, argumentó que no había asistido porque el mismo Supremo Gobierno, lo tenía
comisionado para inventariar los cuadros de los conventos y elaborar un Reglamento para la Academia. De
cualquier manera las disposiciones de Rebull hicieron que Mata se disgustara profundamente y que en lo
sucesivo no asistiera más a la Academia. El disgusto no era menor para Rebull ya que el maestro Mata en
una ocasión expresó que en la Academia no reconocía más autoridades que el ministro de Justicia.
El comentario del antiguo profesor de la Academia no podía ser más fulminante. De un sólo tajo
desconocía toda autoridad de Rebull.
Todavía en abril de 1862, Rebull tuvo que hacer frente a un problema con un alumno de la
Academia, en el que incluso se temió, tuviera consecuencias lamentables.
La cuestión, empezó en el mes de mayo de año anterior, cuando Rebull había informado al
Gobierno de la República sobre los trastornos e inasistencias de los pensionados Sagredo y Zavala, a lo que
el gobierno le autorizaba hacer lo que mejor le pareciese al caso. Como ya dijimos, Rebull puso como
medida correctiva un descuento proporcional al número de faltas de los pensionados, pero que dicha
medida se suspendió por la irregularidad con que se pagaban las mismas, y que notando que la regularidad
de aquellas era cubierta con mayor puntualidad a partir del año de 1862, se renovó la orden y se hizo
efectivo el descuento en el reparto del 1° de abril, con respecto a las inasistencias del mes de marzo.
Esta disposición del director de la Academia, tuvo consecuencias extrañas, que las comenta el propio
Rebull en carta fechada 11 de abril de 1862 al ministro de Justicia e Instrucción Pública. Parte de ella es lo
que continúa:
―Entre los pensionados que incurrieron en la pena del descuento se encontraba D. José Díaz, quien
se me presentó solicitando en términos bastantes descomedidos su prorrateo íntegro: yo me vi precisado a
suplicarle que se retirara de mi presencia, calificando de impertinentes su insistencia y su conducta: el señor
Díaz apoyaba su solicitud de que no se le sujetara al descuento que se le imputó en la razón de que algunos
días reclamándole yo sobre su poca puntualidad en la asistencia a sus estudios e indicándole que si no se
corregía me vería precisado a dar cuenta de su conducta al Supremo Gobierno, él me replicó que concurría
siempre que pudiera, considerando por tanto [dicho señor] que; puesto que no había contraído compromiso
de asistir sus faltas estaban justificadas; como yo no podía considerar que aquella respuesta era una razón
suficiente para eximir al Sr. Díaz del cumplimiento de sus deberes de pensionado y por otra parte este Sr. ni
solicitó ni obtuvo permiso para faltar a sus clases no revoqué la orden que había dictado mandando
descontarle de su pensión la parte proporcional a sus faltas. He referido a V estos hechos porque ellos son
los antecedentes que le suministrarán la luz necesaria para apreciar la conducta posterior del Sr. Díaz la que
me veo precisado a poner en su conocimiento por juzgarla de un carácter sumamente grave.
El día 9 del presente se me presentó un joven, a quien no conozco, en representación del Sr. Díaz
quien me exigió por conducto de aquel una satisfacción en presencia de testigos del agravio, que dice le
inferí, al extrañarle su conducta calificándola de impertinente y en caso de que a ello me negara le diera dicha
satisfacción en un duelo [el subrayado es nuestro]; yo conteste a dicho señor que mi conducta para con el señor
Díaz había sido dictada por el sentimiento de mis deberes de Director de la Academia, que no creía que
hubiera razón para revocar mis disposiciones con respecto a él y que como particular no tenía ninguna
relación con el señor Díaz.
El comisionado de este Sr. se retiró diciéndome que le comunicaría mi respuesta y ayer volvió
diciéndome, en presencia del Sr. Diputado Castro, a quien acompañaba yo en una visita que hacía a la
Academia, y de los SS [señores] directores de escultura, D. Felipe Sojo y profesor D. Juan Urruchi que el Sr.
Díaz insistía en pedirme una satisfacción; mi respuesta fue la misma del día anterior, manifestándome
además que me vería precisado a tomar una providencia de otra especie, si el Sr. Díaz insistía en su conducta
irregular. He creído, sin embargo, que no era libre de ocultar al Supremo Gobierno, por diferencia a la
persona del Sr. Díaz, la conducta que ha observado en este asunto tanto más cuanto que había llegado
casualmente a conocimiento de una persona tan respetable como el Sr. Castro y por lo mismo elevo estos
hechos al superior conocimiento de V. para que se sirva dictar las providencias que juzgara oportunas,

58
absteniéndome de toda calificación en el asunto tan delicado por creerme personalmente atacado por el
pensionado a que me he referido.‖171
La resolución del gobierno fue la expulsión de José Díaz. Mas en los términos en que se redacta la
resolución del gobierno, se nota a simple vista que, las altas autoridades gubernamentales veían la falta de
carácter para el manejo de la Academia por parte de Rebull, pues se dice en dicha resolución:
―En vista de lo que expone usted en su oficio 11 del actual el Presidente de la República ha tenido a
bien disponer; que con el objeto de que la providencia que debe de dictarse, como digno castigo de la grave
falta cometida por el pensionado C. José Díaz, produzca resultados favorables a la disciplina de ese
establecimiento e imprima mayor vigor a la autoridad de su director [las cursivas son nuestras]; dicte usted desde
luego la expulsión del alumno de quien se trata, declarando que se pierde su pensión y dando cuenta a este
Ministerio a fin de que sea aprobada esa necesaria medida.
Lo comunico a U. para su cumplimiento.
Dios, Libertad y Reforma. México abril 15 de 1862.
[Rúbrica] Terán
172
Al C. Director de la Academia Nacional de San Carlos.‖
Y bien es cierto que Rebull, necesitaba imprimir mayor vigor a su figura de director, pues es claro que,
independientemente de la actitud del pensionado, Rebull no supo tratar el asunto con tino, desembocando
aquello en una situación de peligro. ¿Qué sucedió luego?: Lo ignoramos, pero seguros estamos de que nada
grave pudo ocurrir, pues Rebull siguió asistiendo a la Academia sin ningún contratiempo extraordinario.
De José Díaz, todavía se tuvieron noticias durante la época de Maximiliano y una vez acabando el
Segundo Imperio, expone al nuevo director de la Academia las razones por las que fue destituido y a la vez
solicita le sea concedida la dirección de la clase de Escultura.173
Con todo, el único fin de Rebull, era el mejoramiento de la situación tan triste en que estaba la
Academia.
Ya por terminar su periodo al frente de la Academia, las pasiones políticas se desataron. Los juaristas
exigieron a la Academia, como a otras muchas instituciones, se suscribiera un acta de protesta en contra de
la intervención francesa. Rebull, convocó a una junta en la que profesores y algunos alumnos, rubricaron el
mencionado escrito. Trascendió que en aquella ocasión, cuatro de los profesores no la firmaron, a saber: el
español, Pelegrín Clavé, los italianos, Eugenio Landesio y Javier Cavallari, además del profesor mexicano
Rafael Flores. Rebull hizo todo lo posible por llevar a buena meta su cometido, aunque tuvo algunas
dificultades para ello. Los pormenores de este caso, por su extensión e importancia para la historia de la
Academia, los dejo para el título que sigue inmediatamente.
Para finales de mayo de 1863, la suerte de Juárez estaba echada, tendría que errar nuevamente. El
futuro gobierno trashumante, dio a Santiago Rebull, tres últimas disposiciones. La primera, con fecha 28 de
mayo, ordenaba que Rebull mandase empacar todas las pinturas de la Academia que fuera posible, para que
se remitieran al interior del país; la segunda, de idéntica fecha, decía que el presidente había acordado que
cesaran los trabajos de la Academia tan luego como lo ordenara el General en Jefe del Ejercito y que cuando
saliesen los alumnos de la escuela, todo lo que en ella quedase al cuidado del mayordomo de la Academia, y
la tercera, fecha 29 de mayo, ordenaba hacer saber a los alumnos que se les abonaría el tiempo que durara
cerrado el establecimiento, hasta que el Supremo Gobierno Constitucional, dispusiera su reapertura,
pudiendo hasta entonces presentar sus exámenes.174
La actuación que tuvo Rebull, en la primera de estas disposiciones, le valieron hacer un gran bien a la
Academia de San Carlos, pues la acelerada salida de Juárez, podría dañar en el camino, con toda seguridad,

171 A.A.S.C., exp. 6079. El maestro Eduardo Báez Macías dice ―Díaz fue expulsado en 1862, en forma terminante, ignorándose
cuál fue la falta que cometió y que tan severamente fue sancionada.‖ Este comentario es inaudito si se tiene en cuenta que el señor
Báez fue quien catalogó los documentos del archivo de la Academia. La cita viene en el volumen 1 de la Guía del Archivo de la
Antigua Academia de San Carlos. 1867-1907, México, UNAM, 1993, pág. 112.
172 A.A.S.C., exp. 6096., foja 1.
173 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1 exp. 64. Dicha clase no le fue concedida. De sus actuaciones durante el Segundo

Imperio hablaremos más adelante.


174 A.A.S.C., exp. 6030, 6031 y 6032.

59
las pinturas de la Academia. La idea de los juaristas era poner las pinturas de San Carlos a cubierto de la
codicia de los franceses. Pero Santiago Rebull, que sabía como se las gastaban los liberales, temió que los
cuadros no fueran devueltos por los mismos que deseaban ponerlos a salvo de los deseos de los extranjeros.
Entonces Rebull, ―dispuso que el empaque se hiciera con la mayor lentitud posible y en grandes cajas que no
cupiesen por las puertas llegando el momento de intentar sacarlas.‖175
El ardid sirvió a la perfección para que los liberales salieran de la capital antes de que se concluyera el
embalaje176 y para que los cuadros volvieran a sus respectivas galerías.
El 29 de mayo, el secretario de la Academia, Jesús Fuentes y Muñiz, presenta en términos por demás
sentidos, su formal renuncia a Rebull, que más que renuncia parece una carta de despedida de alguien que
emprendía un largo viaje. Pues el señor Fuentes y Muñiz, esperaba salir en la caravana de juaristas hacia el
exilio en el septentrión mexicano. Esta es la renuncia:
―No permitiéndome las presentes circunstancias continuar la plaza de Secretario de la Academia
Nacional de San Carlos que dignamente dirige V. le incluyo un inventario en cuatro fojas útiles de los
objetos que han estado a mi cargo, suplicándole se sirva V. mandarme expedir copia certificada de él.
Al separarme de la Academia no puedo menos que expresar mi profunda gratitud por las
distinguidas muestras de consideración y afecto que me ha dispensado V. personalmente y los SS directores
y profesores a quienes igualmente suplico a V. se sirva hacerles presente mi reconocimiento, manifestándole
que conservaré siempre un recuerdo grato de su benevolencia y estaré dispuesto a serles útil en lo que se
sirviera ocuparme.
Dios, Libertad y Reforma. México mayo 29 de 1863.
[Rúbrica] Jesús Fuentes y Muñiz.
[Al margen del documento dice:] Nómbrese interinamente al Sr. Sojo para que desempeñe la
secretaría. [Rúbrica] Fuentes y Muñiz. Secretario.
Sr. Director General de la Academia Nacional de San Carlos Santiago Rebull. Presente.‖177
Y así sucedió, el joven Fuentes y Muñiz, quien rondaba los 23 años, se separaba de la Academia,
siendo sustituido inmediatamente, en carácter de secretario provisional, por el director de la clase de
Escultura don Felipe Sojo.178
Pocos días después, el 4 de junio, Rebull formula su renuncia al Jefe Político y Militar del Distrito
General Mariano Salas:
―Junio 4 de 1863.
Por motivos particulares y de mucha trascendencia para mi salud e intereses; me obligan a separarme
de la dirección de esta Academia. Ruego a V. se sirva admitir mi renuncia y acoger con la bondad que me ha
dispensado en estos pocos días las protestas de mi atenta consideración y respeto.
D y O [Dios y Orden] &‖179
Esta renuncia la remite Rebull al día siguiente y le es aceptada el día 8.180

175 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 347.


176 El mismo 28 de mayo de 1863, fecha en que se dispusiera el embalaje de las pinturas, Rebull remitió un presupuesto al Ministro
de Justicia, Fomento e Instrucción Pública, en el que le decía: ―Tengo el honor de mandar a V. el presupuesto del importe de 7
cajones para guardar las principales pinturas de las galerías de este Establecimiento y una cajita para colocar la colección de
medallas y troqueles de establecimiento, con el costo del embalaje de dichos objetos.‖ Se dice que el embalaje costaría 20 pesos y
que los 7 cajones junto con la caja para las medallas, completarían una suma de 270 pesos. Aclarando que aquel presupuesto era
aproximativo y que había sido formado por el carpintero J. Vásquez. A.A.S.C., exp. 6079, fojas 37 v y 38.
177 A.A.S.C., exp. 6361.
178 En el Archivo General de la Nación, bajo el rubro de Ramo Gobernación (Segundo Imperio), encontré una curiosísima noticia. El

expediente 12 o libro 3° de la caja 1, contiene un ―Índice de las comunicaciones firmadas por el C. Ministro [de Justicia e
Instrucción Pública], donde se dice que el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública había trascrito el 8 de mayo, al ministro de
Guerra, ―un ocurso del C. Felipe Sojo en que pide se le ponga en libertad.‖ En mayo 11, se envía otra comunicación al mismo
ministro de Guerra, diciendo que ya están enterados de que se ―dio la orden para poner en libertad al C. Felipe Sojo.‖ Agregando
que lo mismo se comunicaba a Sojo.
No sabemos que sucedió realmente al respecto, pero creemos que la libertad que Sojo pedía era porque se le había tomado por la
fuerza para prestar servicios militares (leva). Pues curiosamente el mismo índice de comunicaciones, en el 20 de abril, se pide la
libertad del ―portero de la Universidad que fue cogido de leva.‖
179 A.A.S.C., exp. 6079.

60
Hasta aquí, llevamos este apartado, destacando los hechos más importantes del gobierno de Santiago
Rebull, los que a pesar de pertenecer a la historia particular de la Academia, nos dan luces y complementan
la idea de una época.

2.10. Historia de la firma de un acta de protesta contra la


Intervención Francesa
Esta historia es de pasiones políticas. Sólo que llevadas a un extremo tal que si no se tuviera
documentación al respecto, sería dificultoso creer la cantidad de absurdos, disparates e incongruencias que
se dijeron al respecto.
Fenecía el mes de marzo de 1863 y los franceses ya tenían sitiada la ciudad de Puebla. Mientras, la
ciudad de México, era una tormenta política y ciertamente eran momentos en que los sentimientos políticos
no podían estar más exaltados.
Como era de esperarse, la administración juarista, exigió a sus empleados que mostrasen
públicamente su adhesión al gobierno. La Academia de San Carlos (que había perdido su independencia,
económica y administrativa) recibió una misiva de Jesús Terán que le instruía para ello, la nota es la
siguiente:
―Siendo muy importante en las actuales circunstancias hacer constar que todos los empleados del
gobierno son adictos a las instituciones nacionales y repugnan cualquier intervención extranjera, el C
Presidente ha dispuesto se ordene a V. como lo verifico, que proceda en el acto a reunir a los profesores y
demás empleados de ese establecimiento, para que en presencia de todos los alumnos hagan una protesta
contra la intervención extranjera levantando un acta que original y suscrita por los empleados remitirá
inmediatamente a esta Secretaría.
Lo comunico a V. para su inteligencia y cumplimiento.
Dios y Libertad. México, marzo 30 de 1863.
[Rúbrica] Terán.
C. Director de la Academia de Bellas Artes. Presente.‖181
Rebull convocó a los miembros de la Academia inmediatamente, reuniéndose al caso alumnos y
profesores el 1° de mayo de 1863, trascendiendo en aquella ocasión que el acta no fue firmada por la
totalidad del profesorado. Faltaron en suscribirla: Pelegrín Clavé, Javier Cavallari, Eugenio Landesio y Rafael
Flores. Fue en este punto cuando la controversia comenzó. El acta de protesta fue remitida ese mismo día
con las debidas explicaciones e incidentes al ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública don Jesús
Terán.182
Los rumores sobre este asunto se empezaron a ventilar al público dos días después, cuando el
redactor de El Siglo XIX, señor Francisco Zarco escribió la extravagante nota que sigue:
―Sabemos que ayer en este establecimiento [la Academia] se puso a discusión la nota del gobierno en
que se previno que los catedráticos suscribieran una protesta contra la intervención extranjera, y que hubo
quienes se negaron a firmarla alegando que no son mexicanos. Esta excusa no es admisible, porque los que sirven al
país en cargos que disfrutan sueldos del erario, pierden su calidad de extranjeros [las cursivas son nuestras]. Seguros
estamos de que el Sr. Terán procederá en este caso con el rigor que reclaman las circunstancias.‖183

180 A.A.S.C., exp. 6114.


181 A.A.S.C., exp. 6028.
182 Hubo, otros establecimientos, que al suscribir sus respectivas actas de protesta, no tuvieron tantos problemas como la

Academia. En el colegio de San Ildefonso, la protesta fue unánime (el rector del colegio era Sebastián Lerdo de Tejada), en el
Colegio de San Juan de Letrán (el rector era José María Lacunza) se dijo que los profesores Carlos Cardona e Ignacio Ma.
Rodríguez, no querían firmarla, aclarándose después que no se habían negado a firmar el acta en lo relativo a la intervención,
diciendo que la discusión ―versó‖ sobre puntos accidentales de redacción. Sólo en la Escuela de Agricultura, el ciudadano francés
Eugenio Bergeyre se negó a suscribir el acta respectiva. El Siglo XIX, 8 a 10 de abril de 1863, núm. 814 a 816.
183 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, viernes 3 de abril de 1863, núm. 809, pág. 4.

61
La singular nota, llama la atención por la chabacana frase del señor Zarco donde formula la idea de
que los señores Clavé, Landesio y Cavallari, por el estricto hecho de trabajar en una corporación que
dependía del erario, perdían su calidad de extranjeros y por lo tanto debían de ser considerados como
mexicanos. La idea raya en la necedad más absoluta. El señor Zarco, tenía muchas cualidades, pero la lógica
en temas políticos no era una de ellas.
Un año y algo atrás, Zarco hablando de los profesores europeos de la Academia decía:
―Ya es tiempo de que nacionales estén colocados a la cabeza de los ramos de artes e industria del
país, y que en igualdad de circunstancias, no se prefiera al extranjero tan sólo por serlo, con notable perjuicio
y menoscabo del honor de México; esto establecería una notable competencia en los hijos del país, porque
tendrían abierto un inmenso campo a sus esperanzas, encontrando el premio a sus afanes.‖184
Esto para Zarco no fue sino falta de sindéresis, porque si fuera cierto que perdían su calidad de
extranjeros, no se podría estar refiriendo, un año antes, a Clavé, Landesio o Cavallari, ya que como
laboraban para el gobierno, habían perdido su nacionalidad y eran entonces mexicanos y no extranjeros. ¿O
acaso había una ley, código o estatuto del gobierno que contuviese una cláusula al respecto? No lo creemos,
y especulamos que lo que seguramente motivó a Zarco a hacer un juicio tan notablemente errado fue su
postura chauvinista, nacionalista a ultranza y si se quiere hasta xenófoba.
La aserción de Zarco, era tan evidentemente desatinada que unos días más adelante, al referirse al
caso, dijo: ―Creemos que es necesario declarar que todo extranjero que desempeñe cargos públicos de
cualquier clase, sea considerado en todo y por todo como ciudadano mexicano.‖185 Declaración del todo
incomparable con la interior, que no es lo mismo opinar que debiera declararse como mexicano a todo
extranjero que fuera remunerado por el erario, que afirmar que así sucedía efectivamente.
Finalmente, esto se comprende como una simple ofuscación del señor Zarco, que nos enseña la
forma en que personas de tanto seso como él, que en un dado momento exhibían muestras de rabiosas
contradicciones inducidas por los tiempos políticos tan sensibles que se vivían. Ya que para el partido liberal
era crucial tener sujetos incluso los extremos más apartados de la política.
El caso está en que no obstante haber enviado Santiago Rebull la protesta de la Academia desde el
1° de abril, insólitamente no se publicaba, y nuevamente El Siglo XIX apuntaba:
―Aún no se publica la protesta contra la intervención extranjera, suscrita por los profesores y
dependientes de este establecimiento, y parece que se andan recogiendo firmas. Nos parece que no hay que
rogar a nadie que suscriba esta clase de documentos.‖186
El caso fue que el gobierno devolvió el acta a Rebull el 8 de abril, para que se terminase de suscribir.
En el Archivo General de la Nación, encontramos esta nota: ―Al Director de la Academia se devuelve el acta
que mandó para que recoja una firma que falta.‖187
Irregular parece, que se pida se recoja una firma, cuando fueron cuatro los profesores que no habían
estampado su rúbrica en el acuerdo mencionado. Sucede, en realidad, que sólo tres se negaron a suscribirla,
y fueron Clavé, Landesio y Cavallari, el cuarto, profesor Rafael Flores, estrictamente se hallaba ausente de la
junta a la que requirió Rebull.
En 1976, se publicó la Guía del Archivo de la Antigua Academia de San Carlos (1844-1867) del señor
Eduardo Báez Macías. Obra ventajosamente útil para quien quiera consultar el archivo de la Academia
localizado en la biblioteca de la facultad de arquitectura en Ciudad Universitaria. En esta obra podemos leer
las siguientes palabras de Báez: ―En cuanto al pintor Rafael Flores, siendo mexicano debió firmarla, y si no
lo hizo debemos suponer que fuera por el deseo de adular a Clavé o porque esperaba alguna recompensa al
triunfo inevitable de los franceses.‖188

184 ―Exposición de la Academia Nacional de San Carlos en 1862‖, en El Siglo XIX, miércoles 19 de febrero de 1862, núm. 401,
pág. 1 y 2.
185 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, viernes 17 de abril de 1863, núm. 823, pág. 4.
186 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, 14 de abril de 1863, núm. 822, pág. 4.
187 Archivo General de la Nación, Ramo Gobernación (Segundo Imperio), exp. 12 o libro 3° de la caja 1, índice de comunicaciones

firmadas por el C. Ministro desde el mes de abril de 1863, foja 7.


188 Eduardo Báez Macías, Guía del Archivo de la Antigua Academia de San Carlos. 1844-1867, México, UNAM, 1976, págs. 11 y 12.

62
Mientras hacíamos la investigación para este trabajo conocimos a Eduardo Báez personalmente, lo
apreciamos y reconocemos el valor de su trabajo, pero en honor a la verdad, debemos decir que ha incurrido
en un lamentable error. Báez Macías catalogó los documentos de la Academia por lo tanto los conoce con
profundidad mejor que nadie, resultando, por tanto, extrañísimo que no advirtiera el documento en el que
consta que Rebull enviara el acta al ministro Jesús Terán y el cual dice textualmente:
―Copia de la Protesta mandada al Gobierno por la Academia de San Carlos.
Tengo el honor de acompañar a V. la protesta en contra de la intervención extranjera que se ha
levantado en esta Academia en la cual no aparecen las firmas de los SS directores D. Javier Cavallari, D.
Eugenio Landesio y D. Pelegrín Clavé, italianos los dos primeros y español el último, quienes se excusaron
de firmarla diciendo que habiendo venido a servir a la Academia las plazas que en ella desempeñan a virtud
de contratas por tiempo fijo en las cuales no fue estipulada la condición al venir a servir como directores en
la Academia renunciaran su nacionalidad, ellos han entendido siempre que la conservaban y que creen por lo
mismo de su deber observar en nuestras cuestiones políticas la más estricta neutralidad.
Por mi parte tengo que expresar a V. que en efecto los SS mencionados entraron a desempeñar las
plazas que sirven en esta Academia a consecuencia de las contratas que ellos celebraron [con] los agentes del
establecimiento en Europa, cuyas contratas han sido diferentes veces renovadas, estando en la actualidad en
vigor la del señor Cavallari hasta fin del presente, la del señor Clavé hasta el 30 de julio próximo y habiendo
fenecido hace tiempo la del señor Landesio sin haber sido prorrogada.
Tampoco aparece en la protesta la firma del Sr. don Rafael Flores, profesor sustituto de dibujo de la estampa, porque
estaba enfermo no ha sido posible recogerla [las cursivas son nuestras].
Aunque la orden del supremo gobierno que previno levantar el acta que acompaño no disponía que
la protesta fuera firmada por los alumnos del establecimiento y sí sólo que se hiciera en su presencia; algunos
de los alumnos solicitaron firmarla a lo cual accedió la junta de profesores, por lo que aparecen sus firmas en
la acta [sic] mencionada.
C. Ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública. Presente.
Abril 1° de 1863.‖189
Como se lee claramente, la firma no se recogió porque estaba enfermo el señor Flores. Afirmar que este
pintor no quiso firmar el acta de protesta contra la intervención francesa, es un error que muchos
historiadores han repetido como una verdad axiomática, pero se justifica si se tiene en cuenta que no
conocen a profundidad el tema.
Resulta pues, la idea de Báez, relativa a que debemos suponer que fue por el deseo de adular a Clavé o porque
esperaba alguna recompensa al triunfo inevitable de los franceses, una imputación, sin fundamento alguno y de paso
poco decorosa para el honor del señor Rafael Flores. Honestamente, creemos que Eduardo Báez, no tenía
derecho a suponer nada, pues nos fiamos, de que él conoce el tema hondamente. Opinamos, que este desliz
de Báez, nace de un descuido de catalogación, pues el expediente 6079, que es donde se localiza lo
anteriormente citado, es catalogado de la siguiente forma: ―Legajo que contiene correspondencia con el
supremo gobierno. Febrero de 1861 a 1863. Contiene presupuestos, nóminas y pensionados.‖ Exactamente
no recuerdo el número de fojas que contiene este legajo, pero sí rondan las cuarenta, y cada una contenía
transcrita dos o tres correspondencias, muchas de ellas de alto interés. Si Báez utilizó el mismo espacio y a
veces algo más para describir documentos de menor trascendencia para la historia de la Academia, no nos
explicamos porque en este legajo no los detalló un poco más. A veces sucede entre los que clasifican
archivos que algunos de sus expedientes no son leídos, resultando que el catálogo contenga fallas por mera
desgana o dejadez, y sin más afán que poner los puntos sobre las íes decimos que este fue el caso de
Eduardo Báez Macías.
La historiadora Rosa Casanova, comentó sobre el tema: ―la Academia se retrasó en la entrega de
dicho documento pues tres de sus profesores extranjeros (Clavé, Cavallari y Landesio) se negaron a firmarla,
argumentando, que al ser extranjeros, no debían intervenir en esos asuntos; sin poder argüir esta razón,

189 A.A.S.C., exp. 6079, foja 35 v y 36.


63
también se negó [las cursivas son nuestras] el pintor mexicano Rafael Flores.‖190 Claro que nada arguyó, pues
nada puede argüir quien no se encuentra en el lugar de la discusión.
Esther Acevedo, autora del libro Testimonios Artísticos de un Episodio Fugaz, apunta por su cuenta: ―El
documento no fue firmado por los profesores extranjeros, que eran directores de sus ramos respectivos:
Pelegrín Clavé (pintura), Javier Cavallari (arquitectura) y Eugenio Landesio (pintura de paisaje), ni tampoco
por el maestro mexicano Rafael Flores.‖191 La doctora Acevedo, apropiadamente dice que Rafael Flores no
firmó el acta, pero tampoco dilucida el porqué. Siendo que si consultó el archivo de la Academia y en su
estudio podría considerarse tema de importancia, tampoco se preocupó por consultar en aquel los rubros no
claros en la Guía... . Aunque es bien meritorio, que acertadamente no haya hecho suyo el juicio de Eduardo
Báez.
Opiniones más, opiniones menos, el asunto es que por muchos años el lustre del señor Flores no
había estado nada bien.
Y por si alguien quisiera suponer más adelante que el señor Flores pretextó enfermedad como mera
astucia de momento, sería bueno que completemos la información acerca del caso. En una carta con fecha
13 de abril de 1863, Rebull decía a Jesús Terán:
―Para dar cumplimiento a la disposición que se sirvió V. comunicarme con fecha 8 del actual, relativa
a hacer que inmediatamente suscribiera la protesta levantada en este establecimiento en contra de la
intervención extranjera el C. Rafael Flores, quien no la había hecho por hallarse enfermo, dispuse que [el] C.
Secretario de esta Academia [don Jesús Fuentes y Muñiz] pasara personalmente a recoger la firma al
profesor mencionado; pero su familia lo informó de que el C. Flores se encontraba fuera de la capital por
disposición del facultativo que lo cura; en tal virtud se le dirigió con fecha 10 una comunicación
manifestándole las disposiciones del Supremo Gobierno y exigiéndole que manifestara su consentimiento en
firmar la protesta a la cual no ha contestado hasta ahora diciendo su familia que esta tardanza es motivada
por la dificultad de comunicación para el punto en que se encuentra el C. Flores.
Todo lo cual tengo el honor de elevar al conocimiento de V. para comprobarle que causas
independientes de mi voluntad han hecho que no pudiera cumplir con el tenor de la orden que V. me
transmitió al devolverme el acta que se levantó en esta Academia la cual acompaño a V. nuevamente.
C. Ministro de Justicia. Abril 13 de 1863.‖192
Esta carta del director de la Academia, evidencia de una manera clarísima, primero que el señor
Flores ni siquiera estaba en la ciudad para poder suscribir el acta, segundo los afanes que hizo la oficina de la
Academia, para poder recoger la firma y en último tiempo que al menos Flores manifestara por correo cual
era su voluntad al respecto.
Ahora bien; la disposición que tomó el gobierno de la República, respecto a Clavé, Landesio,
Cavallari y Flores, fue destituirlos de sus cátedras. La carta de la destitución, que conocen cuantos han
tocado este tema, aunque no explica porque no aparece la firma de Flores, tampoco dice que se hubiera
negado a ello y sólo asevera que los tres profesores extranjeros sí se negaron. Así de nueva cuenta, no vemos
razón porque se le haya acusado a Flores de que no quiso firmar. La comunicación de destitución es la
siguiente:
―Con la comunicación de V. fecha 1° del presente se ha recibido en este Ministerio el acta levantada
en esa Academia de la protesta de sus empleados contra la intervención extranjera y la adhesión a las
instituciones que nos rigen. En vista de ella el C. presidente de la república ha tenido a bien acordar que el
profesor D. Rafael Flores, cuya firma no aparece en el acta [las cursivas son nuestras] se le destituya de su
empleo; y en cuanto a D. Pelegrín Clavé; D. Eugenio Landesio y D. Javier Cavallari, que se negaron a hacer la
protesta [las cursivas son nuestras] alegando su calidad de extranjeros y que no se dignaron siquiera dar una
muestra de simpatía al país a cuyas expensas viven, dispone que queden igualmente separados, por cuanto
conviene al gobierno que las personas que se hallen al frente de la instrucción pública, den a los jóvenes

190 Eloisa Uribe, et.al., op.cit., pág. 132.


191 Esther Acevedo, Testimonios Artísticos de un Episodio Fugaz, Museo Nacional de Arte, Museo Nacional de Arte, 1995, pág. 81.
192 A.A.S.C., exp. 6079, fojas 36 y 36 v.

64
lecciones y ejemplo de amor a la República; debiendo entenderse esta separación sin perjuicio de los demás
derechos que les conceden sus contratas respectivas.
Lo comunicará V. así a los interesados haciendo que la Junta de gobierno proponga a esta Secretaría
las ternas respectivas a fin de que se cubran interinamente las plazas que resultan vacantes mientras que
puedan proveerse por medio de concurso.
Dígolo a V. para su inteligencia y efectos correspondientes.
Libertad y Reforma. México. Abril 14 de 1863.
[Rúbrica] Terán.
C. Director de la Academia de Bellas Artes. Presente.‖193
Queda entonces claro, que Flores jamás se negó a hacer la protesta. A pesar de ello fue destituido
junto con los que sí se negaron. De inmediato se dio conocimiento de ello a los depuestos profesores.
Existen constancias, de que Rebull, mandó tres misivas a los profesores Landesio, Cavallari y Flores,
en las de los dos primeros Rebull hace un voto de gratitud por sus servicios prestados a la Academia194 y otra
a Rafael Flores, mandada al lugar donde se encontraba, aunque nunca se aclara el sitio, y que es la siguiente:
―El C. Ministro de Justicia Fomento e Instrucción Pública a quien al elevarle la protesta que se
levantó en esta Academia en contra de la Intervención Extranjera di cuenta de no haber podido recoger la
firma de V. por la enfermedad que le ha impedido concurrir a esta Academia las diferentes veces que fue
citado para aquel objeto, me previene diga a V. que en virtud de no estar suscrita por V. la protesta
mencionada queda separado de la plaza de profesor sustituto de la clase de Dibujo de la Estampa. Al
comunicarlo a V. de orden superior me veo en el caso de manifestarle que como no hay en la Academia constancia
de que se haya negado V. a suscribir la protesta mencionada, entiendo que expresando V. su voluntad de suscribirla el
Supremo Gobierno atenderá sus razones y revocará la disposición que hoy le comunico. [las cursivas son nuestras]
Reitero a V. etc. Dios
C. Rafael Flores. Presente.‖195
No existen noticias de que Flores haya manifestado posteriormente su deseo o no de firmar. Y
aclarado de nuevo y hasta la saciedad, que Flores no se negó jamás a firmar
A nuestro parecer las destituciones de los maestros extranjeros fue un exceso político del gobierno
juarista, ya que ser adicto o no al partido liberal, no significaba ni cercanamente tener o no simpatías por
México. Porque no era el partido liberal la única nota patriótica en el país. Cavallari y Landesio, exponen
sensatamente sus explicaciones del porque se negaron a firmar el acta, el primero de ellos escribía:
―Sr. Director de la Academia Nacional de San Carlos.
México 22 de abril de 1863.
He recibido la resolución del Sr. Ministro de Instrucción Pública relativa a mi destitución del
desempeño de la Dirección del Ramo de Ingeniería y Arquitectura que conforme a mi contrata deben dar en
esta Academia, y esta resolución fue emanata [sic] por haberme negato [sic] a protestar contra la
intervención francesa.
Yo lo repito, que con toda la simpatía que profeso para el país y que he manifestado repetidas veces,
no podía hacer ninguna manifestación en política por la razón de que ésta traía la consecuencia de la pérdida de mi
nacionalidad conforme al Estatuto del Reino d’Italia, y por esto no podía ni debía venderla a ningún precio. [las cursivas son
nuestras]
La espresión [sic] que se ha servido en esta ocasión manifestar SS en nombre de la Junta de la
Academia me fue sumamente grata y la raciomicado [sic] dimanifestar [sic] mi gratitud y repetidas gracias.
Con esta ocasión suplico a Usted se digna [sic] disponer mi liquidación general hasta el
cumplimiento de mi contrato conforme la justicia y las sabias disposiciones del supremo Ministro de Pública

193 A.A.S.C., exp. 6029, fojas 1 y 1 v.


194 Al parecer a Clavé no se le dio esta misma clase de carta, pues el legajo que citamos, contiene reproducciones de las cartas
dirigidas de la Academia a su personal, y vienen juntas una tras otra, inclusive en la misma hoja y por ningún lugar apareció copia
alguna de que se enviara una a Clavé.
195 A.A.S.C., exp. 6367, foja 3 v.

65
Instrucción y Justicia. Me considera su atento S.B.L.M. Sr. Don Santiago Rebull. Dir. de la Academia
Nacional de San Carlos [Rúbrica] Dr. Javier Cavallari.‖196
La carta de Landesio, es la que sigue:
―Sr. Director General.
Muy estimado Sr. mío. En su apreciable como atenta comunicación del 18 corriente abril, veo con
sentimiento, y no sé comprender, cómo, por no haber tomado parte en los asuntos políticos del país pueda haber ofendido al
gobierno, [las cursivas son nuestras] al paso de destituirme de la dirección para la cual fui llamado desde
Roma, y no es necesario decir si la atendí con esmero, porque las obras de mis discípulos Jiménez, Coto y
Velasco lo atestiguan claramente.
Ciertamente esperaba, que en vista de las razones incontestables que alegué, y otras más fuertes tal
vez, si se atiende la utilidad verdadera de la Academia, y que no es decoroso para mi exponer, esperaba,
señor director, que se pronunciaría [el gobierno] sobre de mí no de este modo sino con aquella
caballerosidad que distingue a los mexicanos, como a todo pueblo culto.
Mi consuelo, es que, esta separación, no habiendo sido ocasionada por [mi] culpa, mas al contrario,
por haber sostenido mi dignidad, no deshonra; y que lejos de haber desmerecido en su concepto de V. Sr.
Director, como en el de la Academia, he aumentado, y lo prueba el voto de gracias que en nombre de la
última me remite V., el cual agradezco y aprecio muchísimo, y ruego a V. tenga la benignidad de presentar a
la misma los sentimientos de mi más sincera gratitud, como de pesar por haber sido separado de ella. En fin;
siendo ahora mi posición bastante precaria,197 y debiendo, además, entrar necesariamente en gastos que no
podía ni debía suponer, ruego a V., Sr. Director, se verifique lo más pronto posible la liquidación y reciba de
una vez lo que se me debe, según el tiempo que tuve el honor de funcionar en esta Academia, justamente a
la cantidad convenida por mi viático.
Reciba, Sr. Director las expresiones sinceras de mi consideración y distinguido aprecio de su atento y
humilde servidor.
Sr. Don Santiago Rebull. México 24 de abril de 1863.
[Rúbrica] Eugenio Landesio.‖198
Para el gobierno de Juárez, el que unos extranjeros (los profesores de la Academia) se hubiesen
abstenido de hacer manifestaciones políticas del país, es decir, de no intervenir en cuestiones de interés
público, era motivo de disgusto, no comprendiendo que aquellas manifestaciones irían en menoscabo de la
soberanía nacional. Como si no bastara la opinión de los mexicanos para hacer una declaración de aquel
tipo.
Pasaba, que para los liberales, aquellas manifestaciones políticas a favor de su partido no atentaban
contra la soberanía, pero las que no los apoyasen, ya no con una guerra frontal, sino como una simple
neutralidad era para ellos una provocación.
Cómo podrían los profesores europeos soñar que el gobierno entendería sus razones, si ni siquiera
se hizo una excepción a Flores, aún sabiendo que su situación verdaderamente le impedía hacer tal
suscripción; ¿Qué podían esperar aquellos que estando presentes decidieron no someterse a un capricho
motivo de la pasión política?
La Junta de directores de la Academia acordó el 21 de abril las ternas para cubrir las clases que
quedaban vacantes en la Academia. Para cubrir la de Pintura se propuso a Santiago Rebull, Juan Cordero y
Joaquín Ramírez; para la de Paisaje a Luis Coto y José María Velasco; para la de Ingeniería y arquitectura a
Manuel Gargollo y Parra, Eleuterio Méndez y Francisco P. Vera y para la plaza de profesor sustituto de Dibujo de
la estampa a Petronilo Monroy, Ramón Sagredo y José Obregón.
En Paisaje sólo se propuso a Coto y Velasco, porque se les consideró como los únicos capaces para
poder desempeñar la clase. Se pensó proponer a José Salomé Pina para la clase de Pintura, pero teniendo en

196 A.A.S.C., exp. 6358, foja 1.


197 Landesio había perdido sus ahorros con la quiebra de la casa Jecker.
198 A.A.S.C., exp. 6360, foja 1.

66
cuenta que las sustituciones serían inmediatas y con el carácter de provisionales, se esperaría mejor a que
Pina regresara de Europa para realizar un concurso de oposición.199
La aprobación gubernamental, recayó sobre Rebull (que ya servía el cargo de Director de la
Academia), Coto (quien era pensionado de la clase de Paisaje), Gargollo y Parra (que tenía la clase de
Construcción de puentes y canales) y Monroy (que, además, tenía la clase de Ornato). 200 El 23 de abril
entraron a desempeñar sus respectivas clases. No sabemos si esta selección se hizo teniendo en cuenta el
mérito de las personas propuestas en las ternas. Pero resulta curioso que los elegidos hayan sido los
mencionados en las ternas en primer término, haciendo sospechosas aquellas aprobaciones, que llevan a
pensar que se hicieron tan sólo para salir del paso, porque seguramente el gobierno liberal e ilustrado, ni
conocía quienes eran ni mucho menos sabía de su valía en las artes.
Academia, Prensa y Gobierno, tomaron posturas distintas sobre el caso de los profesores
destituidos: Los académicos mostraron por mucho un rasgo de plena caballerosidad: el 17 de abril, la Junta
Directiva de la Academia integrada por los señores Rebull, Sojo, Navalón y el secretario Fuentes y Muñiz,
acordaron se comunicara a Clavé, Landesio, Cavallari y Flores ―su separación dándoles un voto de gracias
por sus servicios y que personalmente el C. Director General [Santiago Rebull] y el que suscribe [Jesús
Fuentes y Muñiz] les supliquen consientan que se hagan sus bustos para la Academia‖201
El periódico, El Siglo XIX, opinó no estar de acuerdo en que pese a su destitución conservaran los
demás derechos de sus contratas, y que deseaban se les diera una explicación, por si acaso seguían
percibiendo sus sueldos ya que decían serían en perjuicio del establecimiento.202 Es por demás recordar que
el perjuicio al establecimiento no podía ser mayor: sueldos insolutos, cátedras cerradas, pensiones
suprimidas, la Academia obligada a hacer manifestaciones políticas, etcétera. ¿Qué otro perjuicio podría
dejar en peor estado a la Academia según El Siglo XIX?. En el diario La Orquesta, su redactor en jefe el señor
Hilarión Frías y Soto,203 opinaba: ―Nosotros creemos, que para evitar estos inconvenientes, deben caducar
esas contratas celebradas con estos extranjeros destituidos a los que en rigurosa justicia no se les deben
otorgar ningunas concesiones en un país por el que no dan muestras ningunas de simpatía y con el que
cometen la ingratitud de manifestarse neutrales, si no sus enemigos [las cursivas son nuestras], hoy que su
independencia se encuentra amagada tan injustamente.
Estamos ciertos que las contratas que estos extranjeros tenían celebradas, pueden con muchas
ventajas para el gobierno y la instrucción pública, celebrarse con artistas mexicanos, que indudablemente
desempeñarán los profesorados vacantes, talvez con más acierto, dedicación y provecho, que los extranjeros
tan justamente destituidos por el supremo gobierno.‖204
Quizá el autor del Juárez Glorificado, o alguno de sus editores, esperaba un loor a su descerebrado,
torcido y maltrecho juicio. Pero no señor, nadie en su sano juicio, puede afirmar que aquellos sabios artífices
no daban ―muestras ningunas de simpatía‖, que era una ingratitud ―manifestarse neutrales‖, y se necesita
estar efectivamente chiflado para decir que estos hombres que tanto hicieron por las artes en México se
manifestaban como ―sus enemigos‖. No, mil veces no, jamás dejaremos que una insana pasión política
enlode la memoria de quien, siendo mexicano o extranjero, haya trabajado a favor de las artes o ciencias en
México.

199 A.A.S.C., exp. 6070, fojas 36 v y 37.


200 A.A.S.C., exp. 6024, foja 1.
201 A.A.S.C., exp. 6197, foja 22 v.
202 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, viernes 17 de abril de 1863, núm. 823, pág. 4.
203 En el diario La Orquesta, aparte del redactor en jefe, don Hilarión Frías y Soto, fungían como editores propietarios Constantino

Escalante, Hesiquio Iriarte y Manuel C. de Villegas. Como en toda empresa, existió en La Orquesta una necesaria división de
trabajo. En ella, Escalante e Iriarte innegablemente conformaban la parte artística y Villegas y Frías y Soto, básicamente trabajaban
en la redacción diaria de notas, artículos, avisos, etcétera. Durante la época del Imperio, el señor Villegas fue el responsable de la
publicación, éste fue hecho preso junto con los redactores de otros diarios, a poco Maximiliano les concedió el indulto. Por lo
anterior, no creemos que al autor de dicha nota sea Escalante, como lo asegura la historiadora Esther Acevedo.
María Esther Acevedo Valdés, La obra de Constantino Escalante en el periódico La Orquesta, México, Universidad Iberoamericana, tesis
para optar por el grado de maestro de historia del arte, 1975, pág. 36.
204 ―Academia de San Carlos‖, en La Orquesta, miércoles 22 de abril de 1863, núm. 28, pág. 110.

67
Nos perdonarán nuestros lectores, pero es que tenemos sangre y no atole en las venas. Ahora,
pasemos con el Gobierno, si bien habíamos dicho que su disposición había sido la destitución de los
profesores que no estamparon su firma en el acta de protesta. Aún, hubo algo más. El señor Jesús Terán, el
15 de abril, envió una nota al ministro de Relaciones y Gobernación, Juan Antonio de la Fuente. Dicha nota
decía: ―Que [el señor ministro De la Fuente] dé sus órdenes para que sean aprehendidos y desterrados [las cursivas
son nuestras] de la República los profesores que no firmaron la protesta contra la intervención extranjera.‖205
Esto fue el colmo del fanatismo político, y aunque dicha solicitud de Jesús Terán nunca se llevó a
cabo. Sólo imaginamos la locura que hubiera significado aquel acto, que hubiera puesto al juarismo al límite.
Si fue el señor Juan Antonio de la Fuente quien se opuso a esta monstruosa solicitud de Terán, lo
felicitamos ampliamente, porque así se hace patria, defendiendo a las cosas y a los hombres que hacen un
bien a la sociedad.
De seguro estamos que Clavé, Landesio, Cavallari y Flores ignoraron esta disposición, que hubiera
violentado hasta lo más profundo la dignidad de estos maestros, pues el Dr. Cavallari, ignorando
indudablemente aquella disposición, ponderaba aún ―la justicia y las sabias disposiciones del supremo
ministro de Pública Instrucción y Justicia [don Jesús Terán].‖206 Los profesores de la Academia, artistas y
soñadores hasta el infinito, aún creían y se fiaban del ministro Terán, que veladamente aspiraba hundir su
fino estilete en las espaldas de los académicos con tan majadera disposición.
Para completar este apartado, reservamos por colofón las opiniones de los señores José Fernando
Ramírez y de Manuel G. Revilla; el primero de ellos, en el periódico El Mexicano relataba sobre el caso:
―El curso más y más desgraciado que sucesivamente fueron tomando los negocios públicos, orilló a
la Academia a una crisis que pudo causar su ruina, quizá irreparable. La fatal tendencia en los tiempos turbulentos a
introducir el disolvente germen de las pasiones políticas [las cursivas son nuestras] hasta los departamentos más
extraños a sus querellas, cuales son los de las ciencias e instrucción pública, lanzó de la Academia a los
profesores que rehusaron hacer las declaraciones políticas que se les exigían y que resistieron, ya porque
chocaban con sus convicciones, ya porque no se consideraban obligados a ellas. Afortunadamente, la crisis
pasó sin dejar huella bastante profunda.‖207
Insuperablemente, Ramírez apunta que la crisis de la Academia, se debió a la fatal introducción del
disolvente germen de las pasiones políticas. Pero bien es cierto, y con mucha fortuna, que aquellos sucesos, como
dice Ramírez, pasaron sin dejar huella muy profunda para el establecimiento de San Carlos.
Manuel G. Revilla, es de la misma opinión que Ramírez y anota que ―la administración juarista [...]
aún más rigurosa fue, al destituirlo [habla de Clavé] de su empleo juntamente con Landesio y Cavallari, por
haberse abstenido los tres, como extranjeros, de signar el acta de protesta contra la intervención francesa.
¡Funesto resultado a que conducen las pasiones políticas! [las cursivas son nuestras]‖208
Al comenzar este apartado escribimos: ―Esta es una historia de pasiones políticas‖, y sin
premeditación concluimos con dos opiniones idénticas. Confesamos que con estas pasiones se escribió gran
parte de lo aquí dicho, pues no creemos que hubiera podido ser de otra manera, pero a diferencia de aquella
época nuestra inclinación no es ni del lado de los liberales ni tampoco de los conservadores, sino de todos
aquellos que protegieron a la Academia de San Carlos.
Para finalizar, insertamos el texto que es motivo de esta exposición:
―Ministerio de justicia, fomento e instrucción pública.
Sección 1ª. Academia nacional de las tres nobles artes de San Carlos.- En la ciudad de México, a 1°
de Abril de 1863, reunidos en la sala de juntas de la Academia nacional de San Carlos, los ciudadanos que
suscriben, directores, profesores, empleados y alumnos de dicho establecimiento, comprendiendo que es
deber de todo buen mexicano, ser celoso de la dignidad de su país y amante de su independencia, ambas
injustamente atacadas por el gobierno de Francia, el que movido por informes calumniosos y conculcando

205 A.G.N., Ramo Gobernación (Segundo Imperio), exp. 12 o libro 3° de la caja 1. Índice de las comunicaciones firmadas por el C.
Ministro desde el mes de abril de 1863, foja 6 v.
206 A.A.S.C., exp. 6358, foja 1.
207 ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.
208 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 196.

68
nuestros indisputables derechos, hace a la República una guerra tan injusta como desleal, acordaron estender
[sic] la protesta siguiente:
1°. Los directores, profesores, empleados y alumnos de la Academia nacional de Bellas Artes de San
Carlos, protestan enérgicamente contra toda intervención de cualquiera potencia estranjera [sic] en los
asuntos del país, y muy especialmente contra la que en la actualidad pretende ejercer el gobierno de Francia.
2°. Protestan igualmente su adhesión al supremo gobierno, a las instituciones democráticas y a las
leyes de reforma.
3°. Esta protesta original se elevará a conocimiento del supremo gobierno, por conducto del
ministerio de justicia, fomento e instrucción pública.-Santiago Rebull- M. M. Delgado- Vicente Heredia- Antonio
Torres Torija- Sebastián Navalón- Felipe Sojo- Luis G. Campa- Manuel Gargollo y Parra- Ramón Agea- Vicente Iturbide-
P. G. Monroy.- Miguel Mata y Reyes- Juan Urruchi- Ricardo Orozco- Epitacio Calvo- Felipe Santillán- A. Orellana- A.
Spíritu- Antonio Flores- Luis Coto- Tomás Ortiz- Cayetano Ocampo- Tomás de la Peña- Vicente E. Huitrado- Pablo
Valdés- Manuel Jiménez Velasco- Jesús Fuentes y Muñiz.
Es copia. México, abril 14 de 1863. -Ramón I. Alcaraz.‖209

209Diario del Gobierno de la República Mejicana, domingo 19 de abril de 1863, núm. 71, pág. 2.
Los cargos que ocupaban los firmantes son: Rebull, Director; Delgado, profesor jubilado de arquitectura; Heredia, profesor de
geometría descriptiva y Estereotomía; Torres, maestro de artesanos; Navalón, profesor de grabado en hueco, Sojo, profesor de
escultura; Campa, profesor de grabado en lámina; Gargollo y Parra, profesor de construcción de puentes y canales, Agea, profesor de
órdenes clásicos; Iturbide, conserje; Monroy, profesor de ornato dibujado; Mata, profesor jubilado de pintura; Urruchi, corrector de
dibujo; Orozco, alumno de ingeniería-arquitectura; Calvo, ex-alumno de escultura becado en Roma; Santillán, alumno de escultura;
Orellana, alumno de grabado en lámina; Spíritu, alumno de grabado en hueco; Flores, alumno de grabado en hueco; Coto, alumno de
paisaje; Ortiz, alumno de pintura; Ocampo, alumno de grabado en hueco; De la Peña, alumno de grabado en hueco; Huitrado, alumno
de pintura; Valdés, alumno de pintura; Jiménez, ayudante de conserjería y Fuentes y Muñiz, secretario.
69
III
La Regencia del Imperio y la Academia de San Carlos
(junio 1863-mayo 1864)
Al saberse que había capitulado el Ejército de Oriente al mando de Jesús González Ortega y que
había sido tomada la plaza de la ciudad de Puebla de los Ángeles, fue declarada en estado de sitio la ciudad
de México. Se expidió un decreto que disponía que todos los franceses residentes de la ciudad se alejaran de
ella a una distancia de cuarenta leguas rumbo a Querétaro o Morelia y se dictó una disposición para que
salieran de la ciudad mujeres, niños y ancianos. Todo hacía creer que se defendería la ciudad.
Pero el gobierno juarista, sabía que el empuje de los franceses sería irresistible y por esto decretó el
29 de mayo que los poderes de la Federación se trasladaban a la ciudad de San Luis Potosí.
En las vísperas del 31 de mayo de 1863 salió Juárez con sus ministros. Inmediatamente, a las
primeras horas de la mañana del 1° de junio los conservadores se pronunciaron a favor de la intervención
francesa y el general José Mariano Salas se hizo cargo del mando político y militar.210
Aunque el juarismo estaba puesto en fuga, lejos estaba de considerarse vencido. Estando en San Luis
Potosí, todavía se dictaron algunos despachos que se relacionaban con la Academia de San Carlos.
El 20 de junio del 63, se dispuso desde San Luis Potosí que el ciudadano Jesús Medina pasara a la
ciudad de México y se entrevistara con el profesor de la Academia Sebastián Navalón, para que le entregara
las matrices y troqueles de las medallas del 5 de Mayo y de las monedas de a uno, de a cinco y de a diez
centavos. Para lo cual se extendieron despachos tanto para el mencionado Medina como para Navalón.211
El 25 de junio, se avisó al ministro de Hacienda que se sirviera dar un auxilio económico al conserje
de la Academia Vicente Iturbide y que lo mismo se hiciera con el catedrático jubilado de San Carlos, don
Manuel M. Delgado, que habían llegado a San Luis Potosí siguiendo al gobierno de Benito Juárez.212
Todavía el 15 de julio, el ministerio de Justicia e Instrucción Pública en San Luis Potosí, por oficio al
ex secretario de la Academia, Lic. Jesús Fuentes y Muñiz, se dio por enterado de que había llegado a aquella
ciudad y de que éste había entregado al director de la Academia don Santiago Rebull, las cuentas y objetos
del mismo establecimiento.213
Raro, aunque cierto, la administración juarista no obstante estar fuera de la ciudad de México,
todavía emitía resoluciones con respecto de personas en la Academia y de otras que acababan de dejar sus
puestos en la misma.
Por otra parte, quienes habían tomado el poder en la ciudad de México comenzaron sus primeros
contactos con la que por breves años se nombraría Academia Imperial de San Carlos.

3.1. La reapertura de la Academia Imperial de San Carlos


El 2 de junio de 1863, marchados ya los liberales a su nómada vida al norte de México, y aceptada
por medio de un manifiesto de los conservadores la intervención francesa, el general José Mariano Salas,
ordenó se enviara la siguiente nota al director de la Academia don Santiago Rebull:
―La Jefatura Política y Militar del Distrito. Considerando el ES General encargado de los mandos
políticos y militar de este Distrito, dos graves perjuicios que se siguen a la juventud estudiosa de que se sigan
cerrando colegios, y estando del todo reestablecido en esta capital el orden y tranquilidad se ha servido
disponer vuelvan ha habrirse [sic] las cátedras a de ese establecimiento del encargo de V.
Lo que digo a V. para su efecto.
Dios y Orden. Junio 2 de 1863.

210 José María Vigil, op.cit., pág. 117.


211 A.G.N., Ramo Gobernación (Segundo Imperio), exp. 12 o libro 3° de la caja 1, foja 27 v.
212 Ídem, foja 29 v.
213 Ídem, foja 35 v.

70
[Rúbrica] José M. Garay. Secretario.
214
Sr. Director de la Academia Nacional de San Carlos.‖
El director de la Academia, ya desligado de toda conexión con el gobierno anterior, contestó al señor
Salas en una nota en la que se denota, por la forma y tratamientos en que está redactada, una aceptación por
el nuevo orden de cosas en que estaba la ciudad:
―NUEVA ÉPOCA
Minuta.
Junio 3 de 1863. E.S. [excelentísimo señor] Jefe político y militar del Distrito. Presente.
Tengo el honor de contestar a VE [Vuestra Excelencia] que ha sido cumplida desde esta fecha la
orden dirigida a esta dirección el día de ayer, relativa a la apertura de los estudios.
Lo que digo a VE [Vuestra Excelencia] en respuesta ofreciéndole con este motivo mis respetos. L
[ibertad] D [ios] y O [rden]. &‖215
Así, la Academia fue reabierta el 3 de junio y enseguida Rebull inició las actividades de lo que serían
sus últimos días como director de la corporación de San Carlos.
Rebull ordenó al secretario provisional don Felipe Sojo, que se circulara una nota a los señores
Clavé, Landesio, Cavallari, Campa y Navalón, para que el mismo 3 de junio a las cuatro de la tarde en punto,
concurrieran a la secretaría de la Academia, ―para celebrar junta de SS [señores] directores y tratar asuntos de
grande importancia y urgencia.‖216 Al mismo tiempo, en otra nota les decía a los profesores, que por orden
superior disponía seguir sin interrupción los estudios, comenzando desde el viernes 5 de junio.217
Los catedráticos acudieron al instante al llamado. Reunidos en la secretaría de la escuela, discutieron
de seguro la situación política y en vista de ella resolvieron cual sería el nuevo rumbo que buscarían darle a la
Academia con las nuevas autoridades gubernamentales que darían a luz en breve, al Segundo Imperio
Mexicano.
Rebull fue el primero en mostrar la ruta al convocar a los profesores destituidos, echando por borda
las disposiciones de Juárez que había nombrado nuevos profesores y que Rebull ya no reconoció como tales
al no reclamarlos para la junta del 3 de junio.
Congregados en la Academia, director y académicos decidieron dar marcha atrás al tiempo y retornar
a la Academia al punto justo en que se encontraba antes de que los liberales tomaran el poder en enero de
1861. La carta de los académicos es más que elocuente y la presentamos a continuación:
―Solicitud elevada por acuerdo de los SS directores, fecha 3 de junio de 1863.
El director de la Academia Nacional de San Carlos y los directores de sus diversos ramos de
enseñanza, tienen el honor de dirigirse a VE expresándole que desde la fundación de esta Academia ha
habido una Junta Gubernativa a la cual por su grande protección y celo, sólo se ha debido el progreso de
este establecimiento. Uno de los primeros actos de la administración pasada al recibirse del poder, fue
disolver esta honorable junta, de entonces a acá hemos sido testigos y víctimas de la carestía absoluta de recursos y todos
los elementos que en mejores días habían cooperado a su engrandecimiento.
Dos años y medio hemos soportado la responsabilidad de la dirección de esta Academia sin otro propósito que salvarla
del cataclismo que atravesamos [las cursivas son nuestras]; ahora que las cosas vuelven a su estado normal, nos
dirigimos a VE suplicándole se sirva disponer que el Sr. don Fernando Ramírez se sirva de la presidencia de
esta Academia, así como el Sr. D. Manuel Díez de Bonilla de su secretaría, por ser ellos los que dignamente
servían los honoríficos puestos en la época de la disolución de la honorable junta de Gobierno.
En tal virtud a VE encarecidamente suplicamos acceda a nuestra solicitud por ser así de justicia.
D [ios] y O [rden]. & Junio 3 de 1863.‖218

214 A.A.S.C., exp. 6113, foja 1.


215 A.A.S.C., exp. 6079, foja 38.
216 A.A.S.C., exp. 6363, foja 1.
217 A.A.S.C., exp. 6363, foja 2.

El viernes 5, la Academia de San Carlos pidió al diario El Cronista de México, que participara al público que desde el día 3 se
hallaban abiertas las clases en el establecimiento. A.A.S.C., exp. 6363, foja 3.
218 A.A.S.C., exp. 6079, foja 38 y 38 v.

71
La carta revela las efectivas pasiones y huellas que el gobierno de Juárez había dejado en los
académicos. Se nota en ella mayor libertad, y ausencia de ese discurso oficialista y frío que tenía la
comunicación entre Academia y gobierno liberal.
Los académicos son muy claros en cuatro puntos:
1°. Que sólo a la protección y celo de la Junta se debe el progreso de la Academia y por lo tanto
solicitan su restitución.
2°. Que ellos han sido testigos y víctimas de la absoluta falta de recursos e insumos para la Academia
desde que los liberales tomaron el poder.
3°. Que si Rebull había ―soportado la responsabilidad de la dirección‖ de la Academia por dos años
y meses, fue con el sólo propósito de salvar a la Academia del cataclismo por el que atravesaban.
4°. Que ahora que las cosas habían vuelto a su estado normal se nombre a José Fernando Ramírez y
a Manuel Díez de Bonilla, como presidente de la Junta directiva y secretario respectivamente. Tal cual estaba
la Academia antes de la llegada de los juaristas.
Estos son básicamente las ideas de la carta que por acuerdo de Clavé, Landesio, y Cavallari, se envió
al general Salas, pero juntamente con firmantes del acta de protesta, que fueron Campa, Navalón, Sojo y
Rebull. Al leer notas como la que transcribimos arriba nos preguntamos qué tan sinceros pudieron haber
sido los suscriptores del acta de protesta contra la intervención francesa. Tal vez sea que independientes a
tendencias políticas, los artistas de la Academia, cumplían con los requerimientos que se les pedían tan sólo
para no entrar en conflicto.
Eran a nuestro juicio artistas que no intentaban cambiar el mundo, poseían mas bien un carácter
suave y sosegado. Aunque había algunos de carácter impetuoso, eran los menos y la calma social y política
era lo que buscaban estos hombres, paradójicamente en medio de un país convulsionado por sangrientas
guerras fratricidas y odios tan encontrados que rayaban en la locura.
Independientemente a estas consideraciones, la Academia se sentía más desahogada dentro de un
gobierno conservador. Y esto fue evidentísimo en los momentos que describimos.
Volviendo al eje de nuestro asunto, Rebull preparó su renuncia el día 4 de junio, la envió el 5 y para
el 8 le fue aceptada por el general Salas. Pareciera ser que, aunque esto era premeditado para dejar el campo
libre a Ramírez, Rebull descansaba en verdad al dejar aquella dirección que le había traído más dolores de
cabeza que gloria.
A la renuncia de Rebull, Ramírez no entró a desempeñar el puesto inmediatamente, sino hasta el 14
de julio, siendo que durante treinta y seis días la Academia quedó acéfala en espera del reacomodo de los
conservadores en el poder político.
En este ínterin, los académicos buscaron les fuera restituida la lotería, pues era opinión dominante
que sería el único medio por el cual saldrían de su postración. Bien les había dicho su experiencia, que la
única vez que prosperó la Académica fue cuando no estuvo sujeta a ningún presupuesto gubernamental. No
pedían la protección paternalista de los burócratas, sólo querían les fuera repuesta la herramienta con la cual
pudieran por su propia cuenta y energías, allegarse los recursos que ningún régimen le podría endosar.
Para tal objetivo, se insertó un artículo, elaborado en la Academia de San Carlos el 6 de julio de 1863
y rubricado por quienes se nombraron Varios amantes de las Artes. Se hace, en dicho artículo, un cuadro a
grandes pinceladas del estado lamentable que guardaba la Academia, diciendo que el establecimiento había
sido foco de donde habían brotado cantidad de lumbreras en el arte y la ciencia. Que sus fondos fueron
disminuidos ―durante la administración del Sr. Comonfort, [y] privada totalmente de ellos por el Sr. Juárez a
causa de haber suprimido la lotería‖. Que los alumnos se habían visto desprovistos de ―papel, lienzos,
pinturas, libros e instrumentos que antes se les ministraban gratis‖, siendo esto motivo de que muchos
abandonaran sus estudios por que sus recursos eran tan cortos que no podían costeárselos por su cuenta.
Agregaban diciendo, que no satisfecho el ―gobierno progresista‖ y con el pretexto de introducir economías
suprimió las cátedras de 1° y 2° de matemáticas, las de Geodesia, Mecánica, Física y Química, no bastándole
al gobierno que los profesores quisieran proporcionarlas en forma gratuita. Y que los catedráticos Joaquín
Mier y Terán y José María Rego ofrecieron continuar y continuaron dando sus cátedras en sus respectivas
casas, sin ser retribuidos de ninguna manera en espera de que la Academia volviera a su antiguo ser. Que el

72
colmo de todo fue que se destituyese a Clavé, Landesio y Cavallari, no obstante que por ser nacionales de
otro país eran en consecuencia, extraños a cuestiones políticas de México.
El artículo remataba con la petición de que fuera devuelta la lotería y en un tono por demás acorde a
los nuevos tiempos en que los conservadores figuraban como actores preponderantes:
―Por obra de la Providencia Divina, hemos vuelto al tiempo del verdadero progreso, [las cursivas son nuestras] y
excitamos al ilustrado gobierno que rige los destinos de nuestra cara patria, torne sus miradas a ese
interesantísimo instituto, y haga le sean devueltas sus rentas, para que pueda seguir protegiendo a la
juventud, y pagando a los hábiles catedráticos que tanto lustre dan a la nación.‖219

3.2. La dirección de José Fernando Ramírez


El nombre de José Fernando Ramírez, está ligado a la política, a la ciencia y a las humanidades en
México. Pero también se halla mezclado indisolublemente a la historia de la Academia de San Carlos y del
Imperio de Maximiliano.
Su primera atadura a la Academia, fue el 19 de noviembre de 1856, cuando la Junta de Gobierno
presidida por el ilustre señor don José Bernardo Couto, lo nombró por unanimidad de votos, académico de
honor del establecimiento de San Carlos.

Don José Fernando Ramírez


Director de la Academia Imperial de San Carlos
de julio 14 de 1863 a agosto 27 de 1864.

A finales de agosto de 1860, sustituyó en la conducción de la Junta Superior de Gobierno a Couto,


renunciando a la presidencia de la misma en febrero de 1861, por haber sido nombrado director general de
la Academia don Santiago Rebull por el gobierno juarista.
Como se dijo en el apartado pasado, el 3 de junio de 1863 solicitaron el señor Rebull y la Junta de
directores de la Academia que fuera restituida la Junta Superior de Gobierno de la Academia y que se pusiera
la presidencia de la misma en manos del señor Ramírez, por haber sido éste quien la dirigía al momento de
su disolución.
El 8 de junio, mismo día en que se aceptó la renuncia de Santiago Rebull, se libró una orden a
Ramírez, previniéndole que reuniera a la Junta Superior de la Academia y continuara en su presidencia.
Ramírez rechazó aceptar el nombramiento, puesto que como había renunciado a este en febrero de 1861, no
se ―consideraba con título para continuar en él.‖220

219 ―La Academia de Bellas Artes de San Carlos‖, en El Cronista de México, martes 7 de julio de 1863, núm. 22, p 3.
220 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.
73
Instalada formalmente el 11 de julio de 1863 la Regencia del Imperio, ―mandó reunir la Junta
[Superior de Gobierno], y ésta procedió con arreglo a sus estatutos a llenar la vacante que había dejado la
sensible muerte del Sr. D. Bernardo Couto‖.221
Reunida la Junta, el 12 de julio lo primero que hizo fue proponer una terna que conforme al artículo
27 sección 1ª de sus estatutos debía elevar al Supremo Gobierno para que este determinase el Presidente de
la misma. La terna la integraron: José Fernando Ramírez, José Urbano Fonseca y Joaquín Velásquez de
León;222 la Regencia del Imperio, eligió ―para presidente de la Junta Directiva de la Academia Nacional de
San Carlos, al Sr. Lic. D. José Fernando Ramírez‖ el 14 de julio de 1863. 223 De nueva cuenta, Ramírez se
expresó renuente a aceptar el cargo, pero ni la Junta ni la Regencia consideraron sus excusas volviendo
finalmente al desempeño de aquel puesto.224 Cabe mencionar que lo desempeñó sin la percepción de sueldo
alguno, como se acostumbraba antes de la dirección de Rebull.
La Academia volvió entonces a su antigua organización. Inmediatamente, Ramírez manifestó ―la
necesidad y conveniencia de que se hiciera lo mismo con la lotería, pues que sin ella, [decía Ramírez] la
existencia de la Academia sería siempre efímera‖. Ramírez afirma que hubo consideraciones que se juzgaron
de poderosas y las que dejaron sin efecto su petición.225
Visto estaba que ciertas consideraciones poderosas (no explica Ramírez de que se trataban), impidieron
durante la Regencia del Imperio la restauración de la Lotería de San Carlos. La falta de esta renta hizo
obsoleta la Junta Superior de Gobierno que era la que tendría las atribuciones de administradora de la
lotería, para irla acreditando poco a poco de las deslucidas actuaciones que habían tenido en los últimos
meses de su existencia. Lo único que les quedaba a los académicos era esperar que el nuevo gobierno
cumpliera con sus esperanzas.
Antes de que esto sucediera, la Regencia del Imperio, tuvo ciertos requerimientos para la Academia
de San Carlos. Veamos cuales fueron.
El 27 de julio de 1863, el ministerio de Fomento, el cual había quedado a cargo de la Academia,
envió dos notas: La primera de ellas remitida al secretario de la Academia don Manuel Díez de Bonilla y la
segunda a José Fernando Ramírez. En la primera, el sub.-secretario de Estado y del despacho de Fomento,
don José Salazar Ilarregui,226 pedía se le remitieran los estatutos para tenerlos a la vista en aquella
secretaría;227 la segunda, suscrita por el mismo Ilarregui, pedía al señor Ramírez que los empleados de la
Academia prestaran un juramento de adhesión a la Regencia. El remitido es el siguiente:
―Palacio de la Regencia del Imperio. Méjico. Julio 27 de 1863.
La Regencia del Imperio se ha servido disponer que todos los empleados de ese establecimiento
presten juramento de servir fiel y exactamente el cargo que se les confía, sosteniendo la Yndependencia [sic]
y Soberanía de la Nación, y acatando las leyes y disposiciones de la Regencia del Imperio para el
sostenimiento del orden. Lo que aviso a V.S. para que se los reciba:
El Sub.-Secretario [de Estado] y del Despacho de Fomento.
[Rúbrica] José Salazar Ilarregui.
Sr. Director de la Academia Imperial de San Carlos.‖228
En agosto, se le mandó decir a Ilarregui que en respuesta a su nota, han ―prestado juramento bajo la
fórmula que en dicha nota se contiene todos los empleados‖ de la Academia.229
El 7 de noviembre de 1863, apareció en el Diario Oficial del Imperio Mexicano la lista nominal del
personal de la Academia, que había prestado juramento de adhesión y obediencia a la Regencia. En ella

221 Ídem, págs. 119 y 120.


222 Estos tres hombres destacarían como prominentes personajes en el gabinete de Maximiliano, el primero como Ministro de
Relaciones, el segundo como consejero y el tercero como Ministro de Estado.
223 A.A.S.C., exp. 5937.
224 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 120.
225 Ídem.
226 Fue nombrado más adelante por Maximiliano como virrey en Yucatán.
227 A.A.S.C., exp. 5947, foja 1.
228 A.A.S.C., exp. 5936, foja 1.
229 A.A.S.C., exp. 5936, foja 2.

74
aparecen los nombres del Presidente de la Junta Directiva, José Fernando Ramírez y del Secretario, Manuel
Díez de Bonilla, aunque después, José Salazar Ilarregui aclara que ni Ramírez ni Díez de Bonilla prestaron el
correspondiente juramento por no haberlo creído necesario en atención al carácter de los expresados cargos
que tenían. 230 De este carácter independiente ya había dado muestras José Fernando Ramírez, quien el 6 de
julio había renunciado a la conocida Junta de Notables.231
Es de llamar la atención que en esta ocasión no se negaran a hacer este manifiesto los señores Clavé,
Landesio, Cavallari, ni ningún otro profesor ni dependiente. ¿Será como se ha dicho, que la Academia era
verdaderamente una trinchera del conservadurismo? Nosotros opinamos que sí.
Las únicas personas que se alejaron de la Academia en estos tiempos, fueron el ex-secretario Jesús
Fuentes y Muñiz, el pintor jubilado Miguel Mata y Reyes, el arquitecto también jubilado Manuel María
Delgado y el ex–conserje Vicente Iturbide; quienes a fin de cuentas, se acercaron a la Academia de San
Carlos, para hacer alguna petición económica. Lo que deja mucho que desear acerca de su disidencia con el
régimen de Maximiliano. Sobre esta cuestión abundaremos más adelante.
Por otra parte, el 31 de julio de 1863, cuatro días después de que solicitara el antedicho juramento,
Salazar Ilarregui, decía al señor Diez de Bonilla, que la Regencia en vista de que en la contrata de Clavé se
había convenido que hiciera una obra anualmente para la Academia, disponía que hiciera una copia del
retrato de Napoleón III, la que sacaría de uno que estaba en la legación francesa.
Al día siguiente, se contestaba a Ilarregui que se había instruido a Clavé sobre la prevención de la
Regencia para que se apersonara con el Subsecretario de Relaciones para ejecutar el dicho cuadro. Un mes y
días más tarde se volvía a instruir a Clavé para que sacara otra copia de las mismas dimensiones, pero ahora
de la emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo, tomándolo también de uno que había en la misma
legación.
¿Cómo se enteró la Regencia del Imperio con tanta celeridad, de los pormenores de la contrata de
Clavé?. Siendo que en el archivo de la Academia no hay constancia de que se hubiera pedido algún informe
al respecto, lo más seguro es que Manuel Díez de Bonilla, en contacto con José Salazar Ilarregui se pusieron
de acuerdo para hacer que Clavé cumpliera con esta obligación que siempre se había mostrado renuente en
llevar a cabo y de paso poderse hacer de los cuadros de quienes consideraban benefactores de la nación
mexicana. Los dos, Salazar y Díez de Bonilla habían estado en la Junta de Notables. Y siendo Bonilla,
secretario de la Academia tenía todos los informes necesarios acerca de Clavé.
El 26 de abril de 1864, Clavé informaba a José Fernando Ramírez la conclusión de ambos cuadros.232

230 Diario Oficial del Imperio Mexicano, sábado 7 y jueves 12 de noviembre de 1863, núm. 47 y 49, págs. 1 y 2.
Según dicho diario, prestaron juramento de adhesión Vicente Barrientos, Cosme Espinosa, Pelegrín Clavé, Rafael Flores, Juan
Urruchi, Eugenio Landesio, Felipe Sojo, Javier Cavallari, Manuel Gargollo y Parra, Manuel Rincón, José María Rego, Joaquín de
Mier y Terán, Vicente Heredia, Ramón Agea, Ladislao de la Pascua, Juan de Mier y Terán, Leopoldo Río de la Loza, Antonio
Torres, Petronilo Monroy, Sebastián Navalón y Luis Campa.
231 Igualmente renunciaron a la Junta de Notables otras personas relacionadas a la Academia como el profesor de química

Leopoldo Río de la Loza; el empresario don Hermenegildo de Viya y Cosío, académico de honor de San Carlos y socio con su
hermano Manuel de Viya en una compañía transportista que se encargaba de trasladar de Veracruz a México las mercancías y
objetos de arte provenientes del extranjero y con destino a la Academia; los también académicos de honor, Luis Gonzaga Cuevas
y Mariano Riva Palacio y el sucesor de Ramírez en la Academia, José Urbano Fonseca quien a pesar de que en su renuncia hacía
patente que deseaba separarse de los ―sucesos políticos‖, fue Consejero de Maximiliano y Presidente interino de su Consejo de
Estado. Otros profesores como Ramón Agea, Joaquín de Mier y Terán, el secretario Manuel Díez de Bonilla y el académico de
honor José Hilario Elguero, sí participaron en dicha junta. A.G.N., Segundo Imperio, caja 1, exp. 5 y 13, fojas 7 a 8 y 3, 5, 6 y 7.
232 A.A.S.C., exp. 5938, fojas 1 a 6. La historiadora Esther Acevedo, en su ya citada obra Testimonios... págs. 82 y 83. Hace la

sugerencia de que, como José Salazar y Fernando Ramírez habían estado en la Junta de Notables, de ahí pudo provenir el origen
de que la Regencia se enterara con tanta rapidez acerca de la contrata de Clavé y en consecuencia se diera la orden de hacer los
mencionados cuadros. En poco probable tenemos esta hipótesis, primero porque Ramírez nunca estuvo en la mencionada Junta
de Notables y segundo porque a pesar de haber dirigido a la Academia en tiempos de Miramón, de la Regencia y de Maximiliano,
sus preferencias políticas son por demás conocidas como liberales. Por el contrario, el señor Díez de Bonilla por su sobrada
trayectoria en el partido monarquista se acomoda mejor a este tipo de peticiones. De paso quisiéramos corregir otros errores de la
doctora Acevedo. Afirma que en el mes de abril de 1864, ―Clavé remitió una carta a Urbano Fonseca, director de la Academia‖, y
que esta carta y un informe que elaboró José María Flores Verdad (sucesor de Díez de Bonilla en la secretaría de la Academia)
acerca de las obligaciones del pintor, ―revelan la molestia que Clavé debió experimentar al verse obligado a cumplir la contrata que
por tantos años no había obedecido.‖ El primer error es sostener que Clavé haya remitido una carta a Fonseca, siendo esto
75
También la Regencia del Imperio, por conducto de Ilarregui solicitó a Ramírez que los miembros de
la Academia concurrieran el 15 de agosto de 1863 al Tedeum y Misa que se celebrarían en catedral a la siete
treinta de la mañana y poco más adelante solicitó una lista de todo el personal de la Academia.233
Una de las peticiones a la Academia que más han causado controversia, es aquella en que el Estado
Mayor General del Cuerpo Expedicionario francés, representado por el Mariscal Elías Forey, solicitó en
junio de 1863, que como la administración militar tenía necesidad de colocar sus abastecimientos en la sala
donde se guardaban las esculturas de madera, aquellas obras debían llevarse a otra pieza.234 Nosotros al
respecto sólo podemos decir que en el expediente al caso, no existe ninguna referencia que nos lleve a
aseverar que dicha disposición se haya llevado a cabo efectivamente. Situación que no creemos se haya dado,
pues nada más se dice al respecto en el archivo de San Carlos, ni persona alguna de la época hace referencia
al hecho. Y si se llegó a realizar fue algo sumamente efímero.235
También hay otro expediente en el archivo de la Academia con número 5946, en el que dice
Eduardo Báez que hay una orden de la Regencia al señor Ramírez, donde se disponía se preparara en la
Academia a los oficiales de ingeniería del cuerpo expedicionario francés.236 Esto no es exacto, tan sólo el
señor Ilarregui transcribe un comunicado del Subsecretario de Estado y del Despacho de Guerra, donde se
habla de un acuerdo para que los oficiales ingenieros del cuerpo expedicionario puedan visitar los
establecimientos que dependen del Despacho de Fomento.237 Cosa que diametralmente dista de que fueran a
prepararse a la Academia. Tal vez, si es que hubo alguna visita, fue sólo para recabar información
topográfica de algunas zonas de interés para el mencionado cuerpo expedicionario.
Ahora hablando de bienes que la Regencia del Imperio concedió a la Academia se puede citar el caso
del alumno Celso Zavala, aquel que habíamos mencionado que visitaba junto con Ramón Sagredo la
Academia y trastornaban el orden de las clases con sus pláticas. Este alumno fue tomado prisionero de
guerra por el ejército francés y en septiembre 3 de 1863, la Prefectura Política de México, solicitó a la
Academia un informe sobre Zavala. A lo cual contestó Pelegrín Clavé que el mencionado alumno había
concurrido a la clase de pintura desde 1858, dándose a conocer su aprovechamiento y que por su excelente
talento el 24 de diciembre de 1860 había ganado una pensión. Que así continuó hasta 1861, no volviendo a
clases desde principios del año siguiente, agregando Clavé que había guardado en su clase buena conducta.
El Mariscal Forey, en vista del informe de Clavé, decidió ponerlo en libertad de la cárcel de Belén, para que
continuara con sus estudios de pintura. Al mismo tiempo la Regencia instruyó al director Fernando Ramírez

absurdo pues en abril de 1864, el director de la Academia era todavía el señor Fernando Ramírez y no Fonseca (quien entró a la
dirección de San Carlos hasta fines de agosto) y segunda, que la carta y el informe de Flores Verdad, revelen una molestia en
Clavé. Veamos la carta de Clavé, para comprobarlo:
―México. Abril 26 de 1864.
Cumpliendo con las órdenes que se sirvió comunicarme esa Academia con fecha 1° de agosto y 14 de Septiembre último he concluido los
retratos de SSMM [sus majestades] el Emperador y la Emperatriz de los franceses [las cursivas son nuestras], los cuales tengo el honor de
remitirlos, quedando con estas dos obras, satisfecha una de las condiciones que tenía impuestas por mi contrata.
Admita VS con este motivo las seguridades de mi distinguido aprecio.
El Director de la clase de pintura de la Academia de San Carlos.
[Rúbrica] Pelegrín Clavé.
Sr. Director de la Academia de las tres nobles artes de San Carlos‖
Quizá no tengamos la perspicacia de Acevedo, pero realmente no vemos en los subrayados que pusimos y que ella cita, algún
reflejo de molestia. Es obvio que Clavé no chistaba de alegría, pero la carta tampoco manifiesta desagrado. Ahora, sobre el
informe; este fue entregado a un mes de que entrara a la Academia el señor Fonseca y lógico es que desease conocer las
obligaciones de todo su personal. Y no como dice Acevedo que pidió el informe a Flores Verdad ―Seguramente ante las múltiples
quejas de Clavé.‖ Preguntamos a Acevedo: ¿a qué ―múltiples quejas‖ se refiere?
233 A.A.S.C., exp. 6115 y 6121.
234 A.A.S.C., exp. 6118, foja 3.
235 Sobre este punto el señor Báez dice que los franceses ―demostraron tanto desprecio por las bellas artes como nuestros propios

militares, y su comandante Forey hizo utilizar la sala de escultura en madera como bodega para su bagaje.‖ Eduardo Báez Macías,
Guía... 1844-1867, pág. 30.
236 Ídem, pág. 218.
237 A.A.S.C., exp. 5946.

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para que se le recibiera de nuevo en el establecimiento y se le continuara pagando la pensión que le había
sido asignada.238
Otro bien que hizo la Regencia a la Academia, fue conceder el 31 de diciembre una protección a las
clases de grabado y de escultura, la cual consistía en que todos los trabajos de decoración y ornato que se
hicieran por cuenta de los establecimientos públicos u oficinas de gobierno fueran ejecutados por los
alumnos de las expresadas clases y bajo la dirección del profesor del ramo.239
Ahora, pasemos a la cuestión económica de la Academia. Para quienes aún atesoren una idea
maniquea de la historia nacional del siglo XIX, donde los liberales son los bienhechores de la patria y los
conservadores los villanos. Resultará desagradable saber que la Regencia del Imperio atendió a la Academia
con mayor generosidad que la administración del ―Benemérito de las Américas‖.
En los años del juarismo, no hubo siquiera un presupuesto en el cual basarse. Las microscópicas
cantidades iban siendo proporcionadas a cuentagotas, dando por resultado, como ya se dijo, atraso en los
sueldos, supresión de cátedras, suspensión de las pensiones de los alumnos y falta de todo tipo de útiles para
las clases. Afortunadamente para la Academia, la Regencia del Imperio no siguió la misma política para los
dos presupuestos que tuvo que aprobar, el primero, para el 2° semestre de 1863 y el segundo para todo el
año de 1864.
En el primero de ellos, Ramírez había calculado que se necesitaban 29 983.33 pesos,240 pero la
Regencia sólo autorizó para ese medio año la cantidad de 15 693.33 pesos, 241 que vendría siendo el 52.34%
de lo previsto por la Academia. Si bien resulta clarísimo que no era lo que se esperaba, sí era mucho más de
lo que se había acostumbrado a recibir durante los dos y medio años anteriores. Al año siguiente, la
Regencia aprobó un presupuesto de 31 466 pesos, a los que se les debe de sumar 4 000 pesos que se le
asignaron para continuar la obra indispensable de la Academia y que sumaron la cantidad de 34 466 pesos
para el año de 1864.242
En un comparativo con los tres presupuestos que aprobó Maximiliano en los años de 1865, 1866 y
1867, los presupuestos de la Regencia sólo están por debajo en 1.27%. Esto sin considerar las partidas extras
que Maximiliano hizo a los presupuestos de la Academia conforme iba pasando el año y también sin tomar
en cuenta los pagos que se hacían a pintores, escultores, grabadores y arquitectos en sus obras particulares.
Queda claro entonces que la Regencia aunque no procuró abundantemente a la Academia, al menos
los sueldos de los profesores se comenzaron a pagar con puntualidad, se restablecieron las clases suprimidas,
se volvieron a pagar las pensiones de los alumnos en México y el extranjero y se continuó con la obra del
edificio.
Una de las consecuencias de poca protección de la administración juarista fue la baja en la
producción de obras artísticas entre los alumnos de San Carlos. Así que, cuando se presentó la oportunidad
en 1863 de hacer una exposición, por haber concedido la Regencia 600 pesos para aquel propósito,
seguramente se temió fuera un fracaso por la falta de obras de arte. La Regencia resolvió entonces, que no
hubiera exposición aquel año y que la cantidad que se tenía contemplada para ese objeto se invirtiera en
marcos dorados y reparación de las pinturas ―de la escuela antigua mexicana‖. Los 600 pesos, lejos de haber
sido bastantes para cubrir ese objeto, sólo revelaron que aún hacían falta 1 150 pesos, de los cuales 950
serían para 20 marcos más y 200 para los gastos de limpieza y restauración de cuadros. Aunque las metas no
se cumplieron el inicio fue bueno y ayudó a la salvaguarda de algunos cuadros.243
Por otra parte, la Regencia del Imperio, en su idea de resarcir los daños de la administración juarista
en torno a la Iglesia, tomó la determinación, en octubre y noviembre de 1863, de que se devolvieran unos
cuadros del convento de Santa Teresa y otros de la madres Betlehemitas que se encontraban en la Academia

238 A.A.S.C., exp. 6123, fojas 1 a 6.


239 A.A.S.C., exp. 6723.
240 A.A.S.C., exp. 5948.
241 Periódico Oficial del Imperio Mexicano, martes 10 de noviembre de 1863, núm. 48, págs. 1 y 2.
242 A.A.S.C., exp. 6676.
243 A.A.S.C., exp. 6655, fojas 1 y 13.

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por ordenes del gobierno liberal. Salazar Ilarregui instruyó a Fernando Ramírez sobre la resolución de la
Regencia y los cuadros fueron devueltos a su lugar de origen.244
También durante la Regencia se creó la clase de ornato modelado. El profesor de escultura Felipe
Sojo, refiere el ―triste caso‖ de que al estarse haciendo la remodelación de la fachada de la Academia, se tuvo
que recurrir al escultor italiano Antonio Piatti, por no haber nadie en la Academia capaz de hacer los
capiteles de las columnas que enmarcan la entrada ni los ornatos para la misma. Agregaba que como el
pensionado en Europa, Epitacio Calvo, había ido a Milán a estudiar el ornato modelado por acuerdo de la
Junta Directiva y habiendo ya regresado dicho pensionado y estado próxima la apertura de los cursos de
1864, le pedía a Ramírez recabara la autorización de la Regencia del Imperio para crear dicha clase. Con lo
cual, a decir de Sojo, se haría un bien al país, a la Academia y se cumpliría con un acto de rigurosa justicia. La
Regencia autorizó la inteligente petición de Sojo y en 1864 la Academia se vio con una nueva cátedra.245
No en balde que los 600 pesos que se destinarían para exposición y premios ya habían sido
dispuestos para otro objeto, la Regencia autorizó el 2 de diciembre otros 300 pesos para que se hiciera al
menos la entrega de premios a los alumnos.246
Resultó entonces, que el señor Fernando Ramírez y los profesores de la Academia, organizaron la
ceremonia de distribución de premios el día 20 de diciembre de 1863. En aquella ocasión los señores
Cavallari y Clavé pronunciaron sendos discursos donde abiertamente hacen alusión a cuestiones políticas y
religiosas respectivamente. Cabe destacar que en la ceremonia de distribución debía haber estado presente el
Regente don Mariano Salas, pero no asistió debido a una imprevista indisposición, teniendo el propio
director del plantel, don Fernando Ramírez, que entregar de propia mano los galardones.
En el discurso de Cavallari destaca su parte inicial:
―Excelentísimo señor:
A pesar de las serias dificultades en que se ha encontrado la Academia en el presente año, se han
obtenido al fin de ella resultados muy satisfactorios. [...] todo se debe, casi exclusivamente, al noble y
patriótico celo de los profesores y a la aplicación y sufrida constancia de los alumnos.
A principios del año se encontraba la Academia casi desorganizada [las cursivas son nuestras], pues dándose
por casual la falta de fondos, fueron separados algunos profesores, resultando de aquí que los alumnos, para
aprovechar su tiempo y seguir los estudios de su carrera, se vieron obligados a vagar de uno a otro colegio
hasta que los profesores los llamaron fuera del establecimiento para continuarles, sin remuneración alguna,
las lecciones que se habían visto obligados a interrumpir. [...]
Con el establecimiento del nuevo orden político, los directores y profesores se reconstituyeron espontáneamente [las
cursivas son nuestras], previo permiso del excelentísimo señor general Salas, quien lo otorgó con la calidad
de provisional: después la excelentísima Regencia sancionó ese permiso, y el cuerpo académico quedó
definitivamente reorganizado conforme a sus estatutos.‖247
La alusión al gobierno de Juárez es clara, y la satisfacción por un nuevo orden de cosas, donde se
preveía el próximo establecimiento de una monarquía en México, es por demás notable. Recalcaba que si
había buenos logros en la Academia se debían en lo fundamental a los profesores de la Academia. Era
lógico, que por orgullo y honor a la verdad, dejase claro que a nadie debían el progreso de las artes sino a
ellos mismos.
Por otra parte, el discurso de Clavé, es por mucho más soñador e idealista. Hace grandes alusiones al
arte cristiano, y rechaza totalmente las pasiones humanas y la sensualidad como fuentes de inspiración en el
arte. Hablándoles a sus alumnos, decía:
―Pensad en que pronto debéis ser los sostenedores de lo moral y bello en las artes [las cursivas son nuestras].
Procurad conservar siempre las sublimes tradiciones del arte cristiano, que os han legado los grandes
maestros espiritualistas. No descendáis hasta el punto de permitir que vuestro talento se emplee en

244 A.A.S.C., exp. 6125 y 6126.


245 A.A.S.C., exp. 6729.
246 A.A.S.C., exp. 6127.
247 Javier Cavallari, ―Breve reseña del director de la clase de la clase de arquitectura e ingeniería civil, Doctor Javier Cavallari.‖, en

un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 97 y 98.
78
materializar las ideas y en pervertir la moral. Dad a vuestras obras el carácter conveniente a cada una, pero
siempre cristiano.‖248
Un discurso con frases como las que se acaban de leer, hubiera sido imposible de expresar en una
distribución de premios con un gobierno liberal. Aunque parezca paradójico, evidentemente dentro del
conservadurismo se aprecia a un Clavé libre, y en el liberalismo lo percibimos de sobra encadenado.
A poco tiempo de hecha la anterior distribución de premios, se suscitó, en enero de 1864, una
reforma en la organización interior de la Academia.
José Fernando Ramírez, comenta que al negarle la Regencia su petición de restablecer la Lotería de
San Carlos, ésta sólo pensó ―en la reforma de la administración interior.‖ Y en efecto, en comunicación de
fecha 11 de enero de 1864, se le anunció a Ramírez una nueva organización, previniéndole que continuara
como presidente de la Junta Directiva, ejerciendo las funciones de Director con una Junta de cuatro
profesores, elegidos por otros, en calidad de cuerpo consultivo. Esta quedó instalada el 18 del mismo
enero.249 En la integración del Consejo o cuerpo consultivo que representara a las clases de la Academia,
resultaron electos, por la de pintura, Clavé; por la de escultura, Calvo; por la de arquitectura, Joaquín de Mier
y Terán y por la de los grabados, Navalón.250
A partir de ese momento, la organización de la Junta Directiva quedó desecha, y se estableció que los
gastos de la Academia serían pagados por el tesoro público y que el director no gozaría sueldo ni
remuneración alguna.
Ramírez, no obstante esta modificación en el gobierno interno, siguió trabajando como hasta esa
fecha, pero ahora consultando a la Junta de Profesores sobre los pormenores que concernían a toda la
escuela. Por ejemplo, el 25 de febrero reunió a los cuatro profesores y, además, al arquitecto Vicente
Heredia, exponiéndoles que como el ministerio de Fomento le había concedido una suma para las
reparaciones urgentes del edificio, ponía el caso a discusión, para que ellos decidieran en que se utilizaría.
Después de una breve discusión en torno a lo que cada uno reputó como más urgente, convinieron en que
debía procederse a techar un salón apuntalado que amenazaba ruina, dar buena corriente a las aguas de la
azotea de la pieza inmediata y colocar las vidrieras de la fachada que estaban ya construidas y a punto de
perderse.251
Tenía que atender la infinidad de pequeños asuntos que demandaba una escuela común. Como la
puntual asistencia a clases de catedráticos y alumnos, para lo cual recibió ayuda de José Salazar Ilarregui, que
mandó una circular para profesores y pensionados haciendo que estos firmaran de enterados.252
Pocos meses después, el 12 de junio de 1864 Maximiliano y Carlota hacían su entrada triunfal a la
ciudad de México. Prácticamente toda la gente había adornado profusamente sus casas y el Ayuntamiento
había hecho lo propio en las calles. Algunos hubo que, haciendo alarde de republicanismo, decidieron no
hacer ninguna muestra de júbilo ni decoraron en nada su casa. Entre ellos estuvo José Fernando Ramírez.
A poco tiempo, Maximiliano comenzó a entablar conversaciones con personas de todos los partidos
y opiniones. El 23 de junio de 1864, Maximiliano invitó a su mesa al señor José Fernando Ramírez, junto
con los señores Rincón, Lacunza, Lafragua, Siliceo, Martínez de la Torre ―y dos indios enteramente
descalzos.‖ Se dice que varios indios habían venido desde Cuautitlán, a felicitarlo, y que Maximiliano
―dispuso que se apartaran dos de los más limpiecitos, que hizo sentar en su mesa, al lado de los personajes
que allí había.‖253
Es esta condición tan peculiar, el señor Ramírez y Maximiliano tuvieron su primera entrevista. Y
desde aquel momento Maximiliano decidió atraerse a Ramírez para que trabajara con él.
El señor Hilarión Frías y Soto, narra la interesante anécdota en la que Ramírez finalmente accedió a
trabajar con Maximiliano:

248 Pelegrín Clavé, ―Discurso del director de la clase de pintura, don Pelegrín Clavé, que leyó en la solemne distribución de
premios de la Academia de San Carlos el día 20 de diciembre de 1863.‖, en Ídem, pág. 103.
249 José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág. 119.
250 A.A.S.C., exp. 5938, foja 4.
251 A.A.S.C., exp. 6193, foja 1 y 1 v.
252 A.A.S.C., exp. 6578, foja 1.
253 Manuel Romero de Terreros, Maximiliano y el Imperio, México, Editorial ―Cvltura‖, 1926, pág. 23.

79
―¿Qué sistema empleaba Maximiliano para atraerse partidarios?
Era la atmósfera irresistible de simpatía que se exaltaba en torno de él.
Y sin embargo, algunas veces fracasaba en su seducción.
Uno de sus deseos más vivos había sido atraerse a D. Fernando Ramírez, porque lo consideraba una
de las ilustraciones del partido liberal: pero todo había sido en vano, halagos, promesas, empeños, todo se
había estrellado en la firmeza del viejo patricio.
Éste se vio al fin un día arrastrado al gabinete imperial, adonde lo recibió el emperador.
La conferencia fue larga.
Maximiliano expuso a Ramírez el plan que había concebido de regenerar completamente a la nación
con los principios más progresistas del siglo, consolidando la paz, la libertad y el orden. Le hizo comprender
que la restauración republicana era imposible, como lo era vencer al ejército francés, y que siendo innegable
que las tropas intervensionistas habían de durar por muchos años en México, era un crimen negar el hecho
consumado y no aprovecharlo a favor de la causa del progreso y el adelanto, dejando que los conservadores
se aprovecharan de la situación. Que no siendo dable a Ramírez ni a los demás liberales derrocar al imperio,
debían ayudarlo desde que daba garantías a sus principios.
Razones de alta conveniencia política, de patriotismo, todo fue inútil; el antiguo demócrata, aunque
se sentía conmovido y convencido, no quiso quebrantar su resolución ni dejar de ser fiel a la causa
republicana.
Se negó, pues, de una manera perentoria a adherirse al imperio.
Entonces se descorrió la cortina que cerraba la puerta del gabinete que conducía a las habitaciones
interiores.
Apareció la emperatriz Carlota en el dintel de aquella puerta.
Avanzó lentamente acercándose a los dos interlocutores.
Y tendiendo la mano a Ramírez, le dijo con su voz breve y armoniosa:
-Todo lo he oído. Al negaros a servir a nuestro país, ayudando a su obra grandiosa al emperador, no
demostráis mucho patriotismo. Pero lo que no habéis cedido en el debate, lo cederéis a una mujer que os lo
suplica, y yo, la emperatriz, os ruego que ingreséis al consejo de ministros, pues no creo que temáis correr
nuestra buena o mala suerte.
Ramírez inclinó aquella cabeza prominente y nutrida en el estudio: su alma apasionada no pudo
resistir aquel ataque, y cedió.‖254
Así ingresó al ministerio de Relaciones, y con él muchos de sus amigos como el honrado Manuel
Orozco y Berra255, hombre instruido, probo y lleno de lealtad. En octubre de 1865, Ramírez sirvió
temporalmente el ministerio de Estado, siendo admitida su renuncia en el de Relaciones en los términos más
honoríficos y condecorándolo Maximiliano, por lo bien de su trabajo, con la Gran Cruz de la Orden
Imperial de Guadalupe.256
Como era natural, su ingreso al ministerio a fines de junio y las obligaciones de Director de la
Academia de San Carlos no podían compaginar por mucho tiempo. Sin embargo, ostentó los dos cargos por

254 Hilarión Frías y Soto, México, Francia y Maximiliano, obra anexa en Conde É. de Kératry, Elevación y Caída del Emperador
Maximiliano, México, Imprenta del Comercio, 1870, págs. 481 y 482.
255 El sabio Manuel Orozco y Berra, ostentó diversos puestos durante el Segundo Imperio. Fue sub-secretario del Ministerio de

Fomento, también fue director del Museo Nacional después de José Fernando Ramírez, Consejero de Estado y, además,
Maximiliano le concedió el título de Comendador del Águila Mexicana. Esta última le fue concedida en Querétaro, el 10 de abril
de 1867, con motivo de celebrar el tercer año de su aceptación al trono de México. Boletín de Noticias, Querétaro, miércoles 10 de
abril de 1867, núm. 5, pág. 2.
256 Manuel Romero de Terreros, op.cit., págs. 90 y 91.

El decreto que concedía esta distinción a Ramírez es el que sigue:


―MAXIMILIANO, Emperador de México:
En atención a las circunstancias que concurren a nuestro Ministro de Estado, D. Fernando Ramírez, Hemos tenido a bien
concederle la Gran cruz de la Orden Imperial de Guadalupe.
Dado en el Palacio de México, a 18 de Octubre de 1865.
MAXIMILIANO.
Al Gran Canciller de las Órdenes Imperiales.‖ La Sociedad, viernes 20 de octubre de 1865, núm. 849, pág. 1.
80
dos meses. Siendo relevado en sus funciones de director de San Carlos por el abogado y filántropo don José
Urbano Fonseca el 27 de agosto de 1864.
La idea de Maximiliano era allegarse a los hombres más destacados del partido liberal y en esta tarea
Fernando Ramírez lo ayudó. Pero hubo casos en los que falló. El día 27 de agosto, el señor Ramírez tuvo
una entrevista con el antiguo académico de honor de San Carlos, el licenciado don Mariano Riva Palacio, a
quien Maximiliano pretendía para el ministerio de Gobernación.257 El señor Riva Palacio, en carta a su amigo
el señor Manuel Romero de Terreros, que al caso se encontraba en París, refiere el suceso:
―hoy tuve la entrevista con Ramírez; que fue de dos horas, y que hablé claro, muy claro, diciendo que
a la confianza que se había hecho en mí, sólo podía pagar[la] con la verdad, como hombre de honor y sin
ánimo de ofender; que yo no podía servir bajo el Imperio, e Imperio extranjero; que yo sería un mal
mexicano, si habiéndome honrado tanto la República de mi país, prestara el menor servicio a lo actual; que
aunque apruebo la política que hasta aquí ha descubierto el Emperador, sus maneras en lo particular,
etcétera, esto no obstante, no le quitaba el carácter de extranjero, ni a mí la vergüenza de no haber sabido
sostener la integridad de la independencia de mi país, que nada me debe. En suma, que en este punto era yo
intransigente, aunque muy agradecido a la distinción. Ramírez me dijo que transmitiría lo que yo he dicho, y
creo de buena fe que él sufre por posición, y que en lo que ha hecho, ha obrado con compromiso y conveniencia patriótica [las
cursivas son nuestras].
Lo quiere con todo su corazón su amigo
Mariano (Rúbrica).‖258
Esta atracción de liberales era tal que su secretario particular, el mexicano José Luis Blasio escribió:
―La gran ilusión del Emperador era poder hablar con Juárez, atraerlo a su causa, hacerlo su primer ministro,
y ayudado por él, y ya libres de la intervención francesa, gobernar sabiamente el Imperio, e inaugurar una era
de paz, de progreso y de bienestar en todo el país.‖259
Utopías eran los pensamientos de Maximiliano, y tuvo que contentarse con haberse atraído a algunos
otros liberales.
Ya nombrado ministro de Relaciones, y siendo aún director de la Academia, le cupo el gusto a
Ramírez de acompañar a Maximiliano a su primera visita a la Academia el 20 de julio de 1864.260
Pocos días después, el 5 de agosto, el secretario de la Academia, don Manuel Díez de Bonilla, fallecía
en Tacubaya. Se dijo que las persecuciones y el retraimiento a que se vio sujeto en las turbulencias políticas,
le trajeron una dilatada y penosísima enfermedad a la cual sucumbió; pero que aquella no le impidió tomar
parte activa en los entusiastas preparativos de la recepción de Maximiliano261 y de los cuales hablaremos en
el siguiente apartado. El señor Díez de Bonilla fue sustituido por el señor José María Flores Verdad.
Al paso del tiempo, Fernando Ramírez, se comprometió en todo con el Imperio de Maximiliano. Al
grado de haber firmado, junto con Luis Robles Pezuela, ministro de Fomento; José María Esteva, ministro
de Gobernación; Juan de Dios Peza, ministro de guerra; Pedro Escudero, ministro de Justicia; Manuel
Siliceo, ministro de Instrucción Pública y Francisco de P. César, subsecretario de Hacienda, el funesto
decreto del 3 de octubre de 1865, por el cual se pasó por armas a gran cantidad de revolucionarios y que
sirvió de pretexto al consejo de guerra de Querétaro que sentenció a la pena de muerte a Maximiliano.262
No obstante sus compromisos políticos, José Fernando Ramírez nunca perdió contacto con los
hombres de la Academia.

257 Mariano Riva Palacio, fue nombrado académico de honor el 22 de agosto de 1845. A.A.S.C., exp. 4990.
258 Manuel Romero de Terreros, op.cit., págs. 34 y 35.
259 José Luis Blasio, op.cit., pág. 161. Así describe el secretario de Maximiliano a Ramírez: ―notable abogado liberal, muy erudito, y

de gran talento; había costado gran trabajo haberle hecho aceptar ese cargo pues se había rehusado servir al Imperio; tendría en
esa época unos cuarenta y cinco años, era de mediana estatura, un poco grueso y en su fisonomía se revelaba el tipo muy
caracterizado de la raza indígena. Sus frases eran concisas y terminantes y desde luego se adivinaba en él, al hombre de carácter
firme y de principios fijos.‖ Ídem, págs. 14 y 15.
260 ―Visita‖, en El Cronista de México, viernes 22 de julio de 1864, núm. 71, pág. 3.
261 ―Defunción‖, en La Sociedad, sábado 6 de agosto de 1864, núm. 412, pág. 3.
262 José Luis Blasio, op.cit., págs. 158 a 162.

81
Un ejemplo de la continua relación de Ramírez con la Academia, es el folleto llamado Descripción del
Aerolito de Yanhuitlán, escrito por don Leopoldo Río de la Loza, profesor de la Academia en la clase de
química inorgánica. El Sr. Ramón Larrainzar había presentado a Maximiliano una masa notable de hierro
meteórico que yacía descuidada y abandonada en la Mixteca alta. José Fernando Ramírez, encargó su análisis
al Sr. Río de la Loza. Este aerolito fue remitido a México por el Sr. Prefecto Superior Político del
Departamento de Oaxaca, Lic. Juan Pablo Franco.263
Todavía, José Fernando Ramírez ordenó el 16 de agosto de 1865, en virtud de una solicitad de
Urbano Fonseca, se recogieran por el Archivo General, unos cajones (16) con papeles que existían en la
Academia Nacional de San Carlos, pertenecientes a la Lotería de San Carlos.264
Durante el Imperio se le encargó el cuidado del Museo Nacional, creación de Maximiliano y para
finales de 1865 acompañó a Carlota a su viaje por Yucatán.
Al caer el Imperio emigró a Europa y murió en la ciudad alemana de Bonn, en 1871.

3.3. Advenimiento de Maximiliano y Carlota y la llamada


arquitectura efímera
El mariscal francés Aquiles Bazaine, máxima autoridad el ejército intervencionista, tuvo a principios
de 1864, la idea de convocar a científicos, literatos y artistas, que al momento se encontraban en México,
para la creación de una Comisión Científica, Literaria y Artística de México. La idea fue la formación de un
instrumento que permitiera a mexicanos e intervensionistas trabajar juntos en favor de las ciencias, las letras
y las bellas artes. Para que cuando llegara Maximiliano a México hallara una organización hecha ex-profeso
para aquellas actividades.
El diario El Pájaro Verde, el martes 9 de abril de 1864, informaba los pormenores de su formación.
Estaría compuesta de diez secciones, a saber: 1ª. Zoología y Botánica, 2ª. Geología y Mineralogía, 3ª. Física y
Química, 4ª. Matemáticas y mecánica, 5ª. Astronomía y Física del globo, 6ª. Medicina, 7ª. Estadística y
Agricultura, 8ª. Historia y Literatura, 9ª. Arqueología, Etnología y Lingüística y 10ª. Bellas artes.
Los artistas de la Academia, no desoyeron el llamado del mariscal Bazaine y algunos de ellos
formaron parte del proyecto. La 10ª. Sección dedicada a las bellas artes estaba distribuida de la siguiente
forma:
Presidente: Sr. Lorenzo de la Hidalga (arquitecto español, académico de mérito de San Carlos).
Vicepresidentes: Sres. Jean-Adolphe Beauce (pintor francés radicado en México durante la intervención) y
Pelegrín Clavé (director de pintura en San Carlos). Miembros: Sres. José Amor y Escandón, teniente Brunet
de la artillería, Luis Campa (profesor de grabado en lámina), Hippolyte Carresse, capitán Chretien de
ingenieros, doctor Clement, Juan Cordero (ex–alumno de San Carlos becado en Roma), jefe de música
Demange del 95° de línea, el teniente Dussausse de la artillería, Antonio Gómez, capitán, Joly del 12° de
cazadores a caballo, Eleuterio Méndez (profesor de caminos comunes y ferrocarriles de San Carlos), José
Ma. Miranda265 (escultor de fuera de la Academia, pero que en ocasiones remitió sus obras para las
exposiciones de San Carlos), Sebastián Navalón (profesor de grabado en hueco), Francisco Lizardi, Antonio

263 Leopoldo Río de la Loza, Descripción del Aerolito de Yanhuitlán, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1865. 8 págs. Este
folleto lo consulté en el A.G.N., Ramo Gobernación (Segundo Imperio), caja 7, exp. 13. El folleto está escrito con fecha 31 de diciembre
de 1864.
264 A.G.N., Segundo Imperio, caja 12, exp. 8, fojas 1 a 9.
265 José María Miranda, por algún motivo se puso el firme propósito de no presentar sus obras en las exposiciones de San Carlos.

No se le vaya a confundir con el académico Primitivo Miranda, quien junto con Juan Cordero y Miguel Mata, también decidió no
remitir obras suyas a exposiciones de la Academia. ―Décima exposición de Bellas Artes en la Academia Nacional de San Carlos de
México‖, en El Siglo XIX, miércoles 3 de febrero de 1858, de un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit.,
tomo I, pág. 491. José María Miranda, también tuvo relación con Juan Cordero, ya que trabajaron junto con los hermanos Agea,
en un arco de triunfo dedicado al general Santa Anna, después de su desgraciada campaña contra el General Álvarez. Quizá José
María Miranda, decidió también ya no mandar obras suyas a la Academia por el enfrentamiento que había entre Clavé y los
señores Cordero, Mata, y Primitivo Miranda.
82
Piatti (escultor italiano de fuera de la Academia), Pierson, Santiago Rebull (ex–director y alumno de San
Carlos), Sauvinet, Felipe Sojo (profesor de escultura de la Academia) y el comandante Vasse de artillería.266
Además, el presidente de la 9ª. sección (arqueología, etnología y lingüística) de esta comisión fue el
Director de la Academia don José Fernando Ramírez.
A decir del propio mariscal Bazaine: ―El objeto de esta comisión [... era] desarrollar en México el
gusto y cultivo de las ciencias, de las letras y de las bellas artes.‖267 Finalmente la comisión se instaló el 19 de
abril de 1864 en el Palacio de Minería. A pesar de la buena idea que significó esta comisión, no sabemos si
cumplió con sus objetivos. Parece que aunque se constituyó no se hizo nada, pues no hallamos más noticias
acerca de ella durante el Imperio de Maximiliano.
Lo que sí queda claro, es que académicos e intervensionistas, buscaron caminos por los cuales llevar
a buena meta las firmes esperanzas que muchos se forjaron con el advenimiento de Carlota y Maximiliano.
Desde el mes de enero de 1864, empezaron en México los preparativos para recibir al archiduque
Maximiliano. El 30 del mismo, la regencia del Imperio había dispuesto un bando donde se prevenía pintar
de blanco las fachadas de los edificios de la ciudad de México.268
Para fines de febrero de 1864 la Regencia ya tenía preparado un programa de recibimiento del
archiduque Fernando Maximiliano. Se habían aprobado los presupuestos de los arcos triunfales que se
construirían y la obra de palacio ya la tenían bastante adelantada.269
También, ya pensaba poner en circulación una moneda especial ―al advenimiento de S.A.I. [su alteza
imperial] el archiduque‖. Las matrices se preparaban en la Academia de San Carlos, además, en la misma, se
abrirían otros troqueles para las medallas que serían distribuidas en la jura de Maximiliano.270
En las calzadas de Guadalupe, Vallejo, Risco y Estanzuela se hacían mejoras notables. En las de la
Piedad y el Niño Perdido, que habían sido taladas por la reforma, se plantaron centenares de fresnos y sauces
y se pensaba hacer lo mismo en la de Chapultepec. Se reparaba el puente de Nativitas y se construía otro en
Chapultepec.271
Se componían a gran prisa las calles de la Acequia, Parque de la Moneda, Bajos de San Agustín,
Palma y otras que se encontraban en pésimo estado.272
En la Alameda, se retiraron los teatros de títeres que formados de tabla había en aquella época. Que
según El Cronista de México, eran repugnantes y de mal gusto.273
A pesar de que ya se tenía programado, no fue sino hasta el 14 de abril de 1864 que se dio a conocer
a la luz pública el Programa de las solemnidades que deben tener lugar en la entrada del Emperador D. FERNANDO
MAXIMILIANO I, a esta corte de México, y disposiciones que deben tomarse con anterioridad.274
Este programa constó de 19 artículos. El 8° establecía la ruta que inicialmente se marcó por la que
entraría Maximiliano, la cual se tomó en cuenta para la colocación de los arcos triunfales que se deberían de
construir y que se establecían en el artículo 9°.
La entrada a la capital se verificaría por la calzada que salía de la Hacienda de la Teja (hoy esa calzada
es Manuel Villalongín), que era donde se hospedarían los emperadores, siguiendo por Pane (hoy Atenas),
dando vuelta en el Paseo de Bucareli, hasta donde estaba la estatua de Carlos IV, dando vuelta por la ex-
Acordada, Corpus Christi y Puente de San Francisco (hoy estas tres Av. Juárez), dando vuelta en Santa
Isabel (hoy Juan Ruiz de Alarcón), luego otra vuelta por Colegio de Minería o San Andrés (hoy Tacuba),
hasta la calle de Vergara, siguiendo por Coliseo y Colegio de Niñas (hoy estas tres Bolívar), dando vuelta en

266 ―La comisión científica, literaria y artística de México‖, en El Pájaro Verde, sábado 9 de abril de 1864, núm. 228, pág. 3.
267 ―La comisión científica, literaria y artística‖, en Ídem, martes 12 de abril de 1864, núm. 230, pág. 2.
268 ―Fachadas de las casas‖, en El Cronista de México, lunes 4 de abril de 1864, núm. 80, pág. 3.
269 ―Recibimiento de S.A. el archiduque‖, en El Pájaro Verde, sábado 27 de febrero de 1864, núm. 194, pág. 3.
270 ―Monedas y medallas‖, en El Pájaro Verde, jueves 3 de marzo de 1864, núm. 198, pág. 3.
271 ―San Ángel, ―Calzada de Chapultepec‖, ―Calzadas‖ y ―Un Puente‖, en El Cronista de México, miércoles 6 de abril de 1864, núm.

82, pág. 2.
272 ―Calles‖, en Ídem, viernes 8 de abril de 1863, núm. 84, pág. 3.
273 ―La Alameda‖, en Ídem, sábado 9 de abril de 1864, núm. 85, pág. 2.
274 ―Programa de las solemnidades que deben tener lugar en la entrada del Emperador D. FERNANDO MAXIMILIANO I, a

esta corte, y disposiciones que deben tomarse con anterioridad‖, en El Cronista de México, jueves 14 de abril de 1864, núm. 89, pág.
1.
83
la de la Cadena (hoy Venustiano Carranza), vuelta otra vez en Puente del Espíritu Santo (hoy Isabel la
Católica), dando finalmente vuelta en Plateros (hoy Madero) y de allí hasta la puerta de la Catedral.
La Regencia establecía inicialmente tres arcos, el primero sería dedicado a la Paz, el segundo
dedicado por las señoras mexicanas a la emperatriz Carlota y el tercero dedicado exclusivamente al
emperador Maximiliano. El primero se colocaría pasando la estatua de Carlos IV esquina con la ex-
Acordada, el segundo en Puente de San Francisco y el tercero en la esquina de Plateros y el Portal de
Mercaderes.

Ruta marcada por la Regencia para la entrada de los emperadores.

Según el programa, el primer arco debía ser de estilo monumental, sencillo pero elegante, que
recordara por sus formas el renacimiento en las artes del año 1500. Una estatua representando la Paz
terminaría el monumento, en el friso se inscribirían con letras de oro los nombres de los principales
caudillos que habían cooperado a su obtención, en ambos frentes estarían los bustos de los emperadores
(Maximiliano y Napoleón III) y las Emperatrices (Carlota y Eugenia) y se agregarían atributos de ciencias,
artes, agricultura, comercio y frutos de paz, donde se necesitasen adornos.
El segundo arco, dedicado a Carlota, debería estar decorado con flores, según el modelo que
adoptara la comisión de señoras al efecto.
El tercer arco, dedicado a Maximiliano, en la parte superior tendría una estatua que lo representaría,
cubierta con el manto imperial y llevando en la mano derecha la bandera mexicana. En el friso se pondrían
los nombres de los departamentos del Imperio. En el frente principal habría dos bajorrelieves, uno
representando la aclamación hecha en su favor en la asamblea de Notables y el otro la aceptación de la
corona de México. En el otro frente los bajorrelieves recordarían sus hechos más notables, su viaje al Brasil
representaría su carrera de marino y su moderación y tino en el mando político del reino de Lombardo
Véneto, serían simbolizados por un bajorrelieve que le representara socorriendo a los desventurados por la
inundación de Pó. Dos estatuas representarían las virtudes que le servían por norma: La Equidad y la
Justicia, y festones de flores y frutos, coronas de laureles y siemprevivas adornarían los lugares que no
estuviesen ocupados.
El 18 de abril se publicó la lista de las comisiones para arreglar todos los puntos concernientes al
programa de recepción, dichas comisiones fueron: 1) compostura de calles y paseos, 2) construcción de
arcos, 3) orquesta y músicas militares, 4) adorno del templo, 5) tribuna para los jefes, ministros y empleados
del ejército francés, 6) tribuna de señoras, 7) colocación de autoridades, 8)fuegos artificiales, 9) función de
teatro, 10) arreglo del baile en Minería, 11) para recibir a las señoras en el baile y conducirlas al salón, 12)
poesías, 13) iluminación, 14) hacienda de la Teja, 15) Mesa de Palacio, 16) adorno del tramo de catedral a
palacio y 17) comisión de señoras para el arco de flores.275
En algunas de estas comisiones trabajaron catedráticos de Academia de San Carlos. En la segunda
comisión se encontraba Ramón Agea (profesor de órdenes clásicos), en la cuarta estaba don Ladislao de la

275 ―Comisiones‖, en El Cronista de México, lunes 18 de abril de 1864, núm. 92, pág. 3.
84
Pascua (profesor de física), en la décima otra vez Ramón Agea, en la onceava don Vicente Heredia (profesor
de estereotomía) y en al treceava don Joaquín de Mier y Terán (profesor de topografía y geodesia).
El 19 de abril, se invitaba a los profesores a que presentaran a la comisión de construcción de arcos,
sus proyectos para la construcción de los mismos.
En Veracruz, Orizaba, Puebla y Cholula también se derrochaban grandes recursos para la recepción
de Maximiliano. Además, se hacían rogativas públicas en todas las iglesias para implorar al ―Todopoderoso
el buen viaje y feliz arribo de SS.MM.II. [sus majestades imperiales].‖276
Los preparativos que hacía la Regencia, sorprenden sobremanera, y mucho más si se piensa que para
cuando estos se hacían ni siquiera existía la seguridad de que Maximiliano viniera a México, es más, para esas
fechas aún no aceptaba la corona del Imperio Mexicano. Un escritor anónimo de aquella época decía:
―Había, sin embargo, entonces todavía no pocas dudas sobre su aceptación y su venida, porque parecía
imposible que el archiduque y su esposa abandonaran una vida de placeres para venir a luchar con las
tempestades de un pueblo desquiciado.‖277 Con todo, la Regencia, nunca vaciló en su confianza de que
Maximiliano sí aceptaría.
El archiduque aceptó oficialmente el trono de México el 10 de abril de 1864, pero no fue sino hasta
el 13 de mayo que llegó al puerto de Veracruz el vapor Barcelona, procedente de La Habana, por el que
llegaron periódicos de Nueva York. Entre ellos la Crónica, periódico español que se publicaba en aquella
ciudad y que contenía los pormenores de la ceremonia verificada en el castillo de Miramar el 10 de abril.278
Desde entonces se apresuraron los preparativos para la recepción, que habían marchado hasta
entonces con lentitud, por no haber noticias seguras sobre la aceptación de la corona por parte de
Maximiliano.
Comprobadas las esperanzas de la Regencia del Imperio, ésta dictó sus últimas disposiciones, ya que
el 20 de mayo de 1864 cesaron sus funciones y empezaron las de Juan Nepomuceno Almonte, que por
decreto dado por Maximiliano en Miramar el 10 de abril lo nombraba su lugarteniente.
El mismo día 20 de mayo, la Regencia del Imperio envió a José Fernando Ramírez, su última
ordenanza, relativa a la Academia de San Carlos:
―Palacio Imperial. México. Mayo 20 de 1864.
Para asistir al Tedeum que ha de cantarse a la una en la Catedral, en acción de gracias por la
aceptación de la corona del Imperio Mexicano de nuestro Augusto monarca Maximiliano, concurrirá V. con
todos los miembros de esa Academia al Palacio antes de la hora citada.
El Sub-Secretario de Estado y del Despacho de Fomento.
[Rúbrica] José Salazar Ilarregui.
Sr. Director de la Academia Imperial de San Carlos.‖279
Al día siguiente, Salazar Ilarregui, remitía a Ramírez el número 61 del Periódico Oficial del Imperio
Mexicano, que contenía el bando publicado con el acta en que constaba la aceptación de Maximiliano y del
decreto en donde se designaba al lugarteniente.280
El sábado 28 de mayo, llega a las playas veracruzanas la fragata de guerra austriaca Novara con los
emperadores a bordo.
A partir de este momento, iniciaría el recorrido de Maximiliano a la ciudad de México. En este
camino, cruzarían literalmente por debajo de miles de arcos triunfales. Por citar sólo un ejemplo, en el
camino de Puebla a Cholula, se construyeron más de quinientos arcos, distantes uno de otro, cerca de dos
leguas, y ya cerca de esta ciudad en un radio de cuatro leguas había setecientos setenta arcos de flores y
verdura, distantes uno del otro unas treinta varas.281 La verdad fue que millares de arcos de todas clases
formaron una serie no interrumpida en toda la carrera. Los habitantes de pueblos, ranchos y aldeas salían a

276 ―Preparativos‖ y ―Cholula‖, en El Cronista de México, miércoles, jueves y viernes 20, 21 y 22 de abril de 1864, núm. 94, 95 y 95,
págs. 3 y 2.
277 De Miramar a México, Orizaba, Imprenta de J. Bernardo Aburto, 1864, pág. 27.
278 Ídem, pág. 34.
279 A.A.S.C., exp. 5831, foja 2.
280 A.A.S.C., exp. 5831, foja 3.
281 De Miramar..., págs. 183 a 185.

85
recibir a los emperadores llenándolos de ramilletes y ofrendas de todas clases. No mediaban más de tres
leguas, cuando cohetes y músicas anunciaban una nueva diputación de algún pueblo que dirigía sus
felicitaciones. En varias poblaciones, niñas vestidas de blanco, ofrecieron coronas a Maximiliano y Carlota, y
multitud de hacendados, con sus dependientes y vestidos en elegantes trajes de ranchero, los acompañaban
hasta los límites de sus haciendas.282
Tres o cuatro días antes de la entrada, la Prefectura política de México, decía que por disposición de
los emperadores se había variado el programa de su entrada a la capital por querer visitar antes el Santuario
de Guadalupe, la ruta que se marcó fue la siguiente: a las ocho de la mañana del día 12 saldrían de
Guadalupe en tren, llegando a la Plazuela de Villamil (hoy plaza Aquiles Serdán), siguiendo en carruaje por
Puente de la Mariscala (hoy Aquiles Serdán o Eje Central), dando vuelta en San Andrés (hoy Tacuba), otra
vuelta Vergara (hoy Bolívar), y vuelta de nuevo en la 2ª de San Francisco, y en línea recta pasando por la 1ª
de San Francisco y por la 2ª y 1ª de Plateros (estas cuatro hoy Madero), hasta catedral.

Segunda ruta para la entrada de los emperadores (línea punteada).

El cambio de ruta, como era de esperarse causó grandes trastornos a la vez que disminuía
notablemente el camino y por ende el esplendor de la fiesta. A marchas forzadas comenzaron las
composturas y la puesta de adornos por otras calles, cuyos vecinos se pusieron tan alegres como tristes los
de las otras. Esto no sólo porque ya no pasarían por su calle los emperadores, sino porque los dueños de las
casas por donde originalmente sería la ruta, seguramente ya habían llevado a cabo operaciones financieras de
alta conveniencia. En algunas casas, sus inquilinos habían asegurado la renta de todo un año con sólo prestar
sus balcones. El diario El Pájaro Verde decía: ―En donde el terreno lo permite, se han puesto tablados con
asientos, en varias azoteas se han formado palcos, los balcones son solicitados a precios crecidísimos, y hasta
las ventanas bajas enrejadas, las puertas, el menor agujero, en una palabra, tiene hoy precio elevado y da
operaciones de alza muy formales.‖283
Incluso hubo quien esperó hasta los últimos días, para que el sobreprecio de los balcones le redituara
una mayor ganancia. El miércoles 8 de junio, a cuatro días de la entrada de Maximiliano apareció en el diario
La Sociedad, este anuncio:
―Interesante.

282 Ídem, pág. 145. Quien quiera conocer a detalle el recorrido que hizo Maximiliano y Carlota hasta la ciudad de México, se puede
consultar, el ya citado libro De Miramar a México y otro nombrado Advenimiento de SS.MM.II. Maximiliano y Carlota al trono de México,
México, edición del diario ―La Sociedad‖, imprenta de Andrade y Escalante, 1864.
283 Advenimiento..., pág. 257.

86
En la 1ª calle de Plateros núm. 6, se alquila por entero el balcón de los entresuelos, para el día de la
entrada de SS MM II a esta capital. La persona que se interese, puede ocurrir a la zapatería de la misma casa,
donde se contestará.
México, junio 3 de 1864.‖284
Los balcones en las calles de Plateros, Vergara y San Andrés alcanzaron precios de 100 hasta 500
pesos por sólo el instante de la entrada.285 Los caminos que conducían a la ciudad de México se atestaron de
forasteros, e hicieron falta hoteles, fondas y mesones para atender a tanta gente. Incluso las casas más
apartadas del centro de la ciudad fueron rentadas a precios exorbitantes, muchas de ellas habían estado
abandonadas tiempo atrás y fueron abiertas con el sólo objeto de hospedar gente.286
El arco que ya casi estaba terminado en la esquina de Paseo de Bucareli y ex Acordada y el otro en
Corpus y Puente de San Francisco, fue preciso trasladarlos al Puente de la Mariscala y San Andrés. Poco
tiempo tuvieron para la mudanza, y aún de estos muchas horas se perdían por los recios aguaceros y
chubascos que hubo entonces, porque los trabajadores habrían corrido riesgos subiendo a los andamios
mojados.287 El único que no tuvo este contratiempo fue el arco del emperador que estaba en la esquina de
Plateros y Portal de Mercaderes, el cual estaba encargado a profesores y alumnos de la Academia de San
Carlos.
La comisión de iluminación, donde se encontraba el profesor Joaquín de Mier y Terán, 288 invitaba a
los vecinos de la ciudad, para que iluminaran lo mejor que pudieran sus domicilios. 289 A pesar de esta
invitación, en las vísperas de la entrada de los emperadores, no se podía conseguir una sola luz de ninguna
clase, y hubo casas que estuvieron a obscuras mientras la ciudad brillaba de noche.290
El adorno para el Tedeum en Catedral, en el cual participó el profesor Ladislao de la Pascua costó 8
mil pesos.291
El advenimiento de los emperadores fue un motor para el comercio. En la ciudad de México, se
preparaban muchas fiestas, y con este motivo, todos los efectos que podían servir para ellas estuvieron
carísimos y escasos. Los tapiceros, pintores, albañiles y toda clase de artesanos estaban ocupados.
Igualmente hubo gran movimiento de modistos, gorros, carruajes y trajes, todo carísimo.292
La pintura blanca, en las casas estuvo concluida poco antes de la llegada de Maximiliano, muchas de
ellas fueron blanqueadas con cal, lo que hacía que los rayos de sol se reflejaran, molestando y dañando la
vista, a la vez que se provocaba un calor insufrible.293
Sin embargo, hubo casas como la de don Manuel Romero de Terreros, que estaban en las calles de la
Cadena y Santa Isabel, que se pintaron de negro en señal de luto por la intervención francesa. Decía don
Manuel, que así debían estar, puesto que las desgracias de la patria debían ser públicamente sentidas. El buen
señor Romero de Terreros, se embarcó en Veracruz con su familia el 3 de marzo de 1864, huyendo de los
franceses, pero ironías del destino le hicieron establecer su residencia por algunos años en París. 294

284 ―Interesante‖, en La Sociedad, miércoles 8 de junio de 1864, núm. 355, pág. 4.


285 Advenimiento..., pág. 268.
286 ―Solemnísima entrada de SS.MM.II. en México‖, en Periódico Oficial del Imperio Mexicano, martes 21 de junio de 1864, núm. 74,

pág. 2. En esta misma edición, el Periódico..., comentando la entrada de Maximiliano insertaba la curiosa nota que a continuación
sigue: ―En las calles apartadas, en las manzanas que quedaban lejos de la carrera, pocas habitaciones había en que no se notara
alguna señal exterior de regocijo: coronas de ramos y flores, palmas, listones o papeles de colores ondeaban al viento.
¡Demostraciones pobres, pero tan significativas como las de las casas opulentas! En un arrabal hemos visto a dos niños danzar de
gusto frente a su puerta adornada con tres ramas de fresno. Bien hacía esto las veces de un arco de triunfo.‖ Ídem, pág. 3.
287 Advenimiento..., pág. 256.
288 Hay que recordar que Joaquín de Mier y Terán fue de los profesores que llamaron a los alumnos de San Carlos a su casa para

seguir dándoles clase gratuitamente. Estuvo en la Junta de Notables, formaba parte de la junta de cuatro profesores en la
Academia de San Carlos y durante el Imperio fue Ministro de Fomento.
289 Advenimiento..., pág. 257 y 258.
290 Manuel Romero de Terreros, op.cit., págs. 19 y 20.
291 Ídem, pág. 15.
292 Ídem, págs. 17 y 18.
293 ―Las fachadas‖, en El Cronista de México, sábado 19 de marzo de 1864, núm. 67, pág. 3.
294 Manuel Romero de Terreros, op.cit., págs. 3 y 4.

87
Se dio la orden de que para el día de la entrada cerraran todas las pulquerías y vinaterías. En las calles
de la recepción se prohibió estacionar carruajes, se previno que no se quemaran cohetes ni se dispararan
armas de fuego, se prohibió arrojar ramilletes de flores, coronas o flores sin deshojar y se prohibió también
acercarse a la carroza de los emperadores para quitarle los caballos.295 Esto último porque se temía que la
gente quisiera conducir la calesa en sustitución de los caballos.
El tan ansiado domingo 12 de junio llegó. La ciudad era ―la novia ataviada con sus más preciosas
galas y ricas joyas, esperando risueña y henchida de júbilo al prometido de quien esperaba la felicidad.‖296
Se levantaron en la ciudad de México varios arcos triunfales. Tres dorados en las puertas de Palacio,
otro en al puerta principal de catedral, hecho con flores encarnadas, blancas y amarillas, fabricado por los
indios de Xochimilco, y que llevaba también tejido con flores esta inscripción: ―Xochimilco, a S.M.I.
Maximiliano I‖, y encima del arco un círculo que servía de remate, hecho también de flores y que decía ―11
de Junio de 1864‖.
Y seis más que fueron conocidos como: ―Arco del emperador‖ (en Plateros o Madero), ―Arco de los
Potosinos‖ (en la bocacalle de Palma y Alcaicería), ―Arco de Zacatecas‖ (esquina de Vergara y San Andrés o
Bolívar y Tacuba), ―Arco de la Paz‖ (en San Andrés y Betlehemitas o Tacuba y Filomeno Mata), ―Arco de
las Flores‖ (esquina de San Andrés y Mariscala o Tacuba y Eje Central) y ―Arco de Tlaxcala‖ (en la calle del
Espíritu Santo o Isabel la Católica).
De estos destacaron por su belleza, los de ―La Paz‖ y el de ―Las Flores‖, dirigidos por el señor
Manuel Serrano, artífice de escenografías teatrales y de pinturas de temas populares. Aunque no fue alumno
de la Academia, mantuvo estrecha relación con ella, y en cuatro ocasiones remitió sus obras a las
exposiciones de San Carlos.
Pero, sobre todos, destacó el ―Arco del emperador‖, dirigido por los profesores de la Academia
Epitacio Calvo, Felipe Sojo y Petronilo Monroy, trabajando como operarios en al construcción del mismo
los alumnos de San Carlos.
El Cronista de México, se refirió a este arco, diciendo que era majestuoso, de orden romano, de
bellísimas proporciones y que revelaba inmediatamente las hábiles inteligencias que lo concibieron y llevaron
a cabo. Que en aquel lucían cuatro hermosas columnas de bellas proporciones y que en los intercolumnios
se descubrían, en relieve, la alegoría de las ciencias y de las artes. Sobre el cornisamiento se admiraba un friso
donde estaban representadas la comisión de Miramar y la Junta de Notables. En la parte alta destacaba la
estatua del emperador de tres y media varas, y a sus lados unas figuras alegóricas de la Equidad y de la
Justicia, a la derecha e izquierda respectivamente, ambas de un mérito sobresaliente y de gran efecto en su
construcción. Remataba El Cronista de México diciendo: ―El conjunto del arco sorprende, arrebata, es, en una
palabra, bello y grandioso: sujeto a las reglas más rígidas de la arquitectura, nada hay en él que no admire,
que no revele ser la obra de arte por esencia, que en esta ocasión hemos notado con satisfacción.‖297
Decía El Cronista de México, que el arco era tan bello, que la vista no se cansaba de contemplarlo. Se
agregaba que en dicho arco, se veían artísticamente colocados los siguientes dísticos de don Niceto de
Zamacois, que hacían alusión a la divisa de Maximiliano ―Equidad en la Justicia‖:

―El Soberano la Nación dirige,


La ley gobierna, la Justicia rige.
-----------
Por base el Trono a la Justicia tiene,
Y en la Equidad y el Orden se sostiene.‖298

El ―Arco del emperador‖, indudablemente tuvo una importancia capital para los artistas de la
Academia, pues era la carta de presentación de la escuela ante Maximiliano, ya que de esta manera tenían la

295 Advenimiento..., pág. 258.


296 ―Solemne entrada de SS.MM.II. a Guadalupe y México‖, en El Cronista de México, lunes 13 de junio de 1864, núm. 37, pág. 2.
297 Ídem, págs. 2 y 3.
298 Ídem, pág. 3.

88
oportunidad de mostrarle el estado que guardaban las artes en México. Se ignoran los detalles acerca del
precio en que se contrató. Igualmente, los métodos, material y demás pormenores para su elaboración los
desconocemos en lo absoluto, pero se revela un trabajo fino y escrupuloso de los profesores de la Academia.
Felipe Sojo, de seguro, en las esculturas y bajorrelieves del friso, Petronilo Monroy en el diseño de los
ornamentos, Epitacio Calvo en el moldeado de los capiteles y en los adornos de los intercolumnios y los
alumnos, en los mil detalles que implican una construcción de este tipo. No es de sorprender que no se
conserve ni una sola parte del arco, como podrían ser los bajorrelieves en el friso, la estatua de Maximiliano,
la de la equidad o la de la justicia, algún capitel jónico de los cuatro que se colocaron u otra parte del arco;
pues estos estaban hechos con el fin de ser desarmados a poco de haberse colocado, por lo que su estructura
era fundamentalmente frágil. Confeccionados en gran parte con planchas de yeso, láminas, doraduras,
cartón, papel, tela, redes de alambre y otros materiales efímeros por naturaleza.
Ahora, nosotros tan sólo lo podemos apreciar en foto o litografía, y, aún así, su visión cautiva y
sorprende. Imaginemos la buena acogida que tuvo entre todas las personas de aquella época. Hubiéramos
tenido que estar parados frente a él para valorar y estudiar con esmero toda su grandiosidad. Es una
verdadera lástima que nadie hay hecho descripciones más amplias o que se hubieran realizado
reproducciones fotográficas a detalle. Sobre los dibujos que tuvieron que elaborar los profesores de la
Academia para el proyecto, tampoco conocemos si aún se conserven, pero lo más seguro es que ya no
existan.

Arco del emperador (1864).


Litografía incluida en el libro ―Advenimiento de SS.MM.II. Maximiliano y Carlota al trono de
México‖. Edición del diario La Sociedad.

Al respecto del ―Arco del emperador‖, Manuel F. Álvarez opinaba que por sus adecuadas
proporciones, por sus detalles y por sus bellas estatuas, mostraba el adelanto en que se hallaban las Bellas
Artes en México en tiempos del Segundo Imperio. Expresaba que para 1916, desgraciadamente aquel
adelanto parecía haberse paralizado, pues la ciudad no había visto nada mejor que aquel ―Arco del
emperador‖. Que incluso en los festejos de arcos que se prodigaron a Porfirio Díaz con motivo de su
onomástico en 1899, no se halló nada siquiera parecido.299
Podría ser que Ramón Agea, profesor de la clase de órdenes clásicos, y que formaba parte de los
regidores del ayuntamiento de la ciudad de México, haya elaborado los requisitos que debían reunir los arcos

299 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 51.


89
que contrataría el gobierno de la ciudad. Y conocedor de la importancia que tenía el ―Arco del emperador‖,
influyó en que los profesores y alumnos de la Academia, se encargaran de aquel, por ser el que le abriría a
Maximiliano la visión del corazón de la ciudad. Pero aún sin esta ayuda, los miembros de la Academia, por
su trayectoria eran los únicos capaces de llevar a buen fin el proyecto.
Las dificultades para la elaboración fueron muchas y el tiempo corto, resultando que ni los arcos del
señor Serrano, ni el de los de la Academia, estuvieran totalmente terminados a la entrada de los
emperadores. Sin embargo, no dando por concluida su labor, los académicos terminaron el suyo, en los días
siguientes.300
Los miembros de la Academia correspondieron de sobra a lo que se esperaba de ellos. Su arco, era
por mucho el más soberbio que se construyó entre los miles que cruzaron Maximiliano y Carlota. La
perfección de éste, de seguro admiró al archiduque, buen conocedor del arte, siendo quizá una de las causas
que le llevaron a acercarse al establecimiento de San Carlos, a poco tiempo de haber llegado a la capital.
La condesa Paula Kolonitz, quien formó parte del séquito de los emperadores desde Miramar hasta
la ciudad de México y que era una aguda observadora, decía al respecto de las fiestas y arreglos que se habían
hecho para recibir a los monarcas: ―Ahora todo aparecía bajo colores más alegres, bajo auspicios y formas
más felices de lo que se habían osado esperar. Todo se mostraba de su mejor lado. Naturaleza y hombres
habían desplegado sus halagos para cautivar la benevolencia de los recién llegados, y aun tal vez para
fascinarlos.‖301 Con crecida penetración, Kolonitz, localiza el cogollo del asunto. El trasfondo de toda esta
parafernalia era la búsqueda de la generosidad de los emperadores, atraerlos para obtener el favor de ellos. Y
los artistas de la Academia buscaban un gobierno que les restituyera su antiguo ser o que les patrocinara
profusamente.
No resulta descabellado pensar que los artífices del ―Arco del emperador‖, al comprender que el
archiduque Maximiliano lo contemplaría; echaran a volar su imaginación soñadora y en ella concibieran un
futuro utópico, donde la Academia recuperaría viejos tiempos de bonanza. Posiblemente, esta idea los
espoleó e hizo duplicar su empeño y laboriosidad en la concretización de lo que estaban seguros sería su aval
y presentación ante el emperador.
Y no fueron defraudados los creadores del ―Arco del emperador‖, pues rápidamente Maximiliano
los llamó, a ellos y a muchos más de la Academia, y se emprendió una serie de proyectos artísticos que bajo
el gobierno liberal jamás se hubieran siquiera pensado.
El ―Arco del emperador‖ como todos los demás, se esfumó al poco tiempo. Fue arquitectura
efímera, que se diluyó en las quimeras del Segundo Imperio Mexicano, donde los sueños y la protección a
los académicos se evaporaron tan rápido como aquel legendario arco, del cual hoy nada queda.

300 ―Solemnísima entrada de SSMMII en México‖, en La Sociedad, martes 14 de junio de 1864, núm. 359, pág. 4.
301 Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, México, FCE, 1984, pág. 93.
90
IV
El Segundo Imperio y la Academia de San Carlos
(junio 1864-julio 1867)
El Segundo Imperio Mexicano, encarnaron en la figura de Maximiliano de Habsburgo, y la
Academia de San Carlos, representada por sus profesores y alumnos, tuvieron en el lapso de poco menos de
tres años ocasión de frecuentarse, hablar de arte y proyectar obras artísticas de gran significación.
El encuentro entre Maximiliano y los profesores y alumnos de la Academia, no fue fortuito. Era una
necesidad más del primero que de los segundos. Hay quienes han visto este trato en un sentido trivial.
Queriendo forjar la idea de que la producción plástica de los académicos en esos tiempos obedeció a
necesidades de Estado, como un recurso usado por Maximiliano para vincular a través de las imágenes su
Imperio con la identidad nacional. Nosotros apartamos decididamente de esta proposición.
Nos inclinamos por una teoría en la que, el fin último y más importante de Maximiliano, era la
satisfacción que le dejaba la obra artística en sí misma.
Maximiliano no era una persona práctica, los denuncian todas y cada una de sus acciones de
gobierno. Fue un soñador, por eso no pedía llanamente la creación de tal o cual obra, sino que en ocasiones
él fungía como creador, dando sugerencias a proyectos, modificándolos y aprobándolos según sus ideales
artísticos. Vamos pues, nosotros no creemos que la relación Maximiliano-Academia de San Carlos fuera la
búsqueda de una vulgar estrategia política, por la cual Maximiliano se hallase más firme en el trono que se le
daba. Hubo proyectos artísticos, que Maximiliano trato de salvar aún cuando su causa era a todas luces
perdida. Los franceses ya se habían ido, la hacienda pública estaba hecha pedazos e incluso había pensado en
abdicar. El fin, su situación era insostenible y todavía el archiduque se daba tiempo e invertía fuertes sumas
en sus designios artísticos. Es sorprendente comprobar documentalmente, la cantidad de personas que a
pocos meses de ser fusilado Maximiliano en el cerro de las Campanas, entraban aún a Palacio, requeridos
para un sinnúmero de negocios de índole artística. Sentimos en una palabra que la producción plástica en el
Segundo Imperio fue una necesidad muy particular de Maximiliano, algo inevitable en su naturaleza
soñadora y muy alejado de una mera política en la cual se vinculasen los caminos del arte con la memoria
popular.
En México, la Academia de San Carlos fue la principal fuente creadora de los monumentales
proyectos de Maximiliano.
Es este pensamiento, el que trataremos de comprobar.
Pero antes de penetrar en lo que fue el patrocinio de Maximiliano, sus dificultades financieras y los
principales proyectos que hubo, es de suma necesidad, que conozcamos a los hombres de la Academia, su
carácter, su situación y algunos rasgos ilustrativos en torno a sus métodos de enseñanza. De igual forma es
elemental conocer el carácter del alumnado del plantel, porque no fueron pocos los que participaron y
fueron favorecidos con el mecenazgo del emperador.

4.1. Los catedráticos y discípulos de San Carlos en el Imperio de


Maximiliano
Los maestros de la Academia con quienes trato Maximiliano, antes de ser docentes fueron
estudiantes, por tanto jóvenes e impetuosos. Tomemos por inicio el caso del profesor de órdenes clásicos,
quien fue uno de los arquitectos de Palacio en tiempos de Maximiliano, don Ramón Agea, quien fue alumno
pensionado en Europa, y que dependía del dinero que le ministrase el establecimiento a través de los agentes
que le auxiliaban al efecto. El señor José María Montoya, encargado de la legación mexicana en Roma, era
quien le surtía su beca cada mes. Hubo ocasión en que el señor Montoya se atrasó en el pago de algunas
mesadas, y Agea, contrariado y furibundo, escribió México, quejándose contra el embajador por no haberle

91
pagado sus mensualidades anteriores, agregando que lo único que sentía era, que por la posición de aquel
señor, no tenían la resolución bastante para hacerle una visita y romperle la cabeza.302
El profesor de la clase de ornato modelado, don Epitacio Calvo, tuvo también algunas dificultades
propias de la juventud, cuando radicó en Roma igualmente pensionado por la Academia, don José Basilio
Guerra escribía a Bernardo Couto diciéndole que Calvo era un joven muy divagado, y que en esa divagación
había tenido influencia la casa en que vivía y las relaciones de íntima amistad con un tal Nicolás Ramos, en
cuya compañía estaba siempre. Señalaba el señor Guerra, que a Calvo poco le faltó para que hubiese sido
aprendido con el tal Ramos, quien había falsificado la firma de un señor llamado Juan Bautista Ceballos, por
lo que ya había logrado robar a la casa de los Sres. C. de Murrieta y C a centenares de pesos en cartas y letras
de cambio; por lo que fue condenado a diez años de galeras en el fuerte de Civita Castellana. Además, Calvo
estaba cargado de deudas, siendo su principal acreedor el señor Pietro Galli, quien era su maestro, al cual no
le pagaba los cuatro escudos mensuales por sus clases. En Roma se había casado con una tal María
Petlorossi,303 y al cuestionarle el señor Guerra sobre el respecto, Calvo lo negó, diciéndole que no había
trabajo para los artistas, Guerra le dijo que eso no era razón para no haberse casado, sino para no deberse
haber casado. El señor Basilio Guerra logró averiguar con el cura de la iglesia de Santa María la Mayor que
efectivamente sí se había casado el 21 de marzo de 1858. Remataba Guerra su informe diciendo
textualmente: ―No sé ni se me ha podido decir qué casta de pájaro es esta mujer.‖304
Como es de notar, Calvo lejos estaba de ser el alumno modelo. Pero hubo otros más prudentes
como Ramón Rodríguez Arangoity, quien figuró como el arquitecto de mayor importancia durante el
Imperio. Éste, que vivía a la sazón en la misma casa que Calvo y Ramos, pero que al observar y cerciorase de
ciertas irregularidades y prácticas que le parecían mal, habló con claridad al dueño de la casa y se salió
inmediatamente de ella, siendo que el poco tiempo resultó la prisión del susodicho Ramos. 305 Más sensato
no pudo haber sido.
Hubo alumnos de imaginación más soñadora que cultivaban el arte de la versificación como don
Antonio Torres Torija, hombre de ―acrisolada honradez y conocimientos‖, maestro de la clase nocturna de
artesanos, trabajó con Rodríguez Arangoity en Palacio, siendo Torres el que dirigió toda la parte que
correspondió al Museo Nacional que fundó Maximiliano.306 Torres Torija, en las distribuciones de premios
de febrero de 1862 y diciembre de 1864, hizo gala de buen vate y leyó dos sentidas poesías. La primera de
ellas, creada en los aciagos tiempos del liberalismo, está compuesta de una octava y doce cuartetos
endecasílabos. Tiene un tono pesimista y melancólico, muy al estilo de los bardos de la época. El poema
contiene características y temas predominantes del romanticismo mexicano: gusto por lo monumental,
incertidumbre por el porvenir, búsqueda de la gloria, exaltación de la juventud y decepción ante la frugalidad
de la vida. La composición de Torres Torija, es una oda a los púberes de San Carlos y la despedida a la
Academia, quizá por los rumores que corrían por aquella época de que se cerraría el plantel.307
La poesía que pronuncia casi tres años después, en la distribución de premios de diciembre de 1864,
es una soberbia elegía sobre los esfuerzos de la juventud, es un himno a la vida sobrellevada de los alumnos
del plantel. Torres se percibe en esta poesía mucho más vehemente que en la primera. Hace uso de mayores
libertades literarias, dando por resultado una poesía más vigorosa que la primera que le conocimos. Tal vez
el arquitecto de San Carlos, consciente de que lo escucharían los emperadores, se sintió inspirado y con
gallardía expuso su orgullosa y plañidera lamentación sin hacer la más mínima adulación a sus regios
auditores.308
Otros profesores como Clavé y Landesio daban rienda suelta a sus aficiones musicales. En una
ocasión comentaba Manuel Vilar, el fallecido maestro de escultura, que él y Clavé, que asistían

302 A.A.S.C., exp. 5853.


303 Algunos consignan el apellido de la esposa de Calvo como Petterossi o Petirrosi.
304 A.A.S.C. exp. 6644.
305 Ídem.
306 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 33.
307 ―La Academia Nacional de San Carlos‖, en El Siglo XIX, martes 25 de febrero de 1862, núm. 407, pág. 3. De un artículo

inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 87 y 88.
308 A.A.S.C., exp. 6572.

92
frecuentemente a las casas de distintas familias a escuchar diversiones musicales y que en la que ellos
mismos vivían, se presentaban todos los martes los más distinguidos filarmónicos. Agregaba Vilar: ―Clavé
canta de que tenor, teniendo una expresión y voz bastante buena, y yo de barítono.‖ 309 Tal fue la afición de
Clavé por la música, que incluso llegó a oídos de Maximiliano, y éste en una ocasión le obsequió una flauta
de cristal.310 Por su parte Eugenio Landesio, también tuvo expansiones sociales que lo alejaron del
retraimiento a que era tendiente, ―y dio vado a su pasión por el canto, luciendo en los salones su hermosa
voz de barítono.‖311
Felipe Sojo, autor de los bustos de los emperadores y muchas otras comisiones para Maximiliano, en
febrero 12 de 1854, renunció su pensión que había ganado para ir a estudiar a Roma. Expuso como origen
de su renuncia el comprometido estado de salud de su madre, que se encontraba en riesgo de morir o perder
la razón completamente. Decía Sojo en su manifestación: ―quiero contribuir a la conservación de los días de
mi señora madre, y no quiero levantar mi engrandecimiento sobre su tumba: sacrificaré gustoso todo mi
porvenir sin atreverme a culparla.‖312 Rasgos tan dignos como este, eran comunes entre los profesores de la
Academia y nos hablan de su entereza, ya no sólo como artistas, sino como hombres.
Javier Cavallari, director del ramo de arquitectura, quien regresó a Italia al concluir su contrato a
principios de 1864, quien por lo mismo no vio a Maximiliano en México, tuvo oportunidad de demostrar su
carácter invariable y honorable. Antes de venir contratado a México, era director de la Academia de Milán,
siendo que por alguna complicación política, los ánimos se exaltaron en aquella ciudad, y los alumnos
prorrumpieron en manifestaciones que desagradaron a la autoridad política, la que inmediatamente mandó al
establecimiento una fuerza armada; disgustado Cavallari el exceso de celo, demandó se retirara la fuerza, y
como no obtuvo respuesta satisfactoria, y herido por la presión que se ejercía contra sus alumnos, manifestó
que si la fuerza no se retiraba, se separaría del establecimiento. La medida subsistió y fiel a su palabra se
separó de la Academia milanesa, salvando así las dificultades que se habían presentado para que viniera a
México.313 País donde tuvo oportunidad de manifestar acciones del mismo tipo. Para prueba de ello citamos
dos anécdotas.
En el primero de ellos sucedió que habiendo sido fusilado el caudillo liberal Santos Degollado en
1861, un extranjero proyectó un monumento a su memoria, que era una columna que sostenía la estatua de
Degollado, y con este motivo solicitó que se le expidiera el título de arquitecto. Cavallari a saber la noticia
dijo ―ma prima me cortan questa mano que yo firme ese título, un corno‖. Cavallari junto con sus alumnos fueron a
Palacio Nacional a mostrar su inconformidad por la pretensión, el gobierno tomó en consideración la
manifestación y acordó que si el interesado quería el título, debía sujetarse a las pruebas de rigor y presentar
el examen correspondiente. El candidato ocurrió a la escuela donde se le entregó un programa para la
construcción de una catedral gótica y jamás volvió a presentarse.314 Así, Cavallari salvo los intereses y buen
nombre del establecimiento.
El segundo incidente, acaeció un día antes de que el gobierno liberal saliera rumbo a San Luis Potosí.
Dicho día se presentó en la secretaría de la escuela el alumno Ángel Cabrera Echenique, que seguía los
cursos de la carrera pero que no los había concluido ni presentado examen profesional. Dicho alumno traía
una orden superior para que se le expidiera el título de Arquitecto e Ingeniero Civil. Cavallari, quien era el
que ponía su firma en los títulos que escribiera la Academia, seguramente tuvo alguna influencia sobre el
secretario Jesús Fuentes y Muñiz (amigo íntimo de Cabrera), haciendo que constara en el documento que
dicho certificado se expedía por la mencionada orden superior, lo que no le pareció a Cabrera pues aquella
aclaración lo demeritaba. Sin embargo, muy contrariado, tuvo que conformarse con el referido título, tal y
como se le entregó.315

309 Salvador Moreno, op.cit., pág. 36.


310 Ídem, pág. 47. En la obra de Salvador Moreno, comenta que la flauta se conservaba en México por uno de los nietos del pintor,
don José Clavé Sánchez.
311 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 304.
312 A.A.S.C., exp. 5567.
313 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., págs. 21 y 22.
314 Ídem., pág. 21.
315 Ídem.

93
Los catedráticos de San Carlos, fueron hombres muy al estilo decimonónico: elegantes, de maneras
refinadas, de charla amena y edificante, comprometidos de lleno al profesorado en una especie de mesiánico
apostolado.
De tales conductas eran los profesores de la Academia, y es de suponerse que hombres de este
talante tuvieran en sus cátedras un tratamiento y empeño esmerado.316
Por ejemplo, la enseñanza de Clavé era esencialmente práctica. Instruía a sus discípulos en los
procesos técnicos en el más corto tiempo posible, con la mira de que ejecutaran cuadros y que se observaran
de lleno los adelantos de su enseñanza. El maestro los tenía trabajando en diversos estudios por mañanas,
tardes y noches: tanto en dibujo del yeso y del modelo vivo, como copiando y ejecutando cuadros. Los
alumnos propiamente hacían su vida en el taller, con lo cual avanzaban rápido en la técnica. ―Para formarles
el gusto, dábales a calcar grabados de cuadros de la escuela alemana moderna, por la que mostraba Clavé
marcada predilección, singularmente por las obras de Overbeck, Kaulbach y Cornelius.‖317 ―Clavé hizo
grandes reformas a la enseñanza; introdujo el empleo del modelo vivo y del manequí, hizo que se dibujara
del bulto y se estudiara la anatomía, la perspectiva y sobre todo, fijándose en la parte pedagógica, fundó toda
la enseñanza en el taller, en el trabajo en común de todos los alumnos, creando entre ellos el estímulo, la
confraternidad y el amor a la profesión.‖318

Pelegrín Clavé

Cuando se disponían a ejecutar cuadros originales, oían de labios de su maestro algunas


observaciones relativas a la composición; aún cuando llegaron a darse casos en que acudían a Clavé y éste les
daba un apunte hecho por él mismo, facilitándoles el trabajo a sus alumnos. Situación que pudo haberse
dado algunas veces, pero siempre, ya que esto sería desconocer las aptitudes pictóricas manifiestas en los
cuadros de sus discípulos.319
Para que se comprenda la dificultad que tenía que enfrentar Clavé en sus clases, citemos un
incidente: Cuando se recibió en la Academia desde Europa, el magnífico cuadro El sacrificio de Abraham, obra
del pensionado Santiago Rebull. Después de haberlo estudiado y admirado detenidamente, Clavé lo llevó
ante sus discípulos y les preguntó: — ¿Qué les parece? Aquellos con la insustancialidad propia de los mozos
poco ilustrados, le contestaron: — Señor, nos parece bonito. No satisfecho Clavé con tan vulgar respuesta,
insistió: — Pero díganme ustedes qué es lo que ante él sienten. — Pues nada, señor, le replicaron. Oyendo lo cual,
sobradamente contrariado y algo airado, a su vez les repuso: Pues es natural que no sientan nada, porque estas obras
están hechas para que las sientan y estimen las personas ilustradas y a ustedes aún les falta mucho para que lleguen a serlo.320
El profesor Javier Cavallari, tenía métodos de enseñanza menos provocadores con sus discípulos, sin
que redundara ello en un menos rigor en el aprendizaje. Propendía fijar en sus alumnos los principios de la

316 En diciembre de 1864, se publicaron los requisitos para la admisión en las cátedras del plantel. ―Academia de Bellas Artes‖, en
La Sociedad, sábado 17 de diciembre de 1864, núm. 545, págs. 2 y 3.
317 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 125.
318 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 111.
319 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 125.
320 Ídem, pág. 345.

94
ciencia, y lo hacía comúnmente bajo la forma de aforismos: ―así, algunas veces decía: quiero un cantero sin
cuñas, un albañil sin mezcla, un carpintero sin cola.‖ Esto para expresar que la solidez de la construcción
debía depender de la horizontalidad de los lechos, de la precisión de los cortes y de la exactitud de las
ensambladuras y no con medios artificiales más o menos débiles. En otros momentos les decía a sus
discípulos: ―En el terreno pocas líneas y en el papel pocos ángulos‖, queriendo expresar lo difícil de medir
grandes alineamientos y de transportar al papel los ángulos con la debida exactitud. ―También al destruir se
aprende‖, decía, y en varias ocasiones entró al derrumbe de los templos para explicarles como habían
obrado las fuerzas a la hora de la destrucción.321
A la llegada de Cavallari a la Academia, dominaba aún en ella una rigidez excesiva, cuidándose
demasiado las meras formas de porte, que las más iban en detrimento de la expansión de los alumnos. Esto
por el elemento español que dominaba en ella, representado por Clavé y Vilar, quienes por su saber,
actividad y empeño tenían gran ascendiente. Pero Cavallari cambió este sistema con sus alumnos,
obteniendo muy buenos resultados. ―Cavallari se hacía amar más bien que respetar, evitando un lujo de
autoridad innecesario, dejando en entera libertad a los discípulos, en todo aquello que no tocaba al régimen
estricto de las cátedras. En relación constante con ellos, se dirigía a todos, hablaba con cada uno en
conversación familiar, y les hacía explayarse con él para descubrir sus respectivas aptitudes; lo que, en efecto,
consiguió a poco tiempo, pues su perspicaz inteligencia se advertía hasta en su mirada.‖322

Javier Cavallari

Con frecuencia, oía discutir a sus discípulos, sobre tal o cual punto, escuchando con atención los
argumentos de cada uno, dando al final la razón al quien la tenía, explicando amistosamente a quien estaba
equivocado el motivo de su error. En una ocasión, asistiendo a práctica sus discípulos a una construcción
del mismo Cavallari, se suscitó una discusión, pues los pupilos estaban convencidos que la mezcla que
estaba utilizando su maestro para los cimientos, no secaría por las condiciones del suelo, los alumnos se
apoyaban en sus conocimientos de reacciones y fórmulas químicas. Cavallari los oyó razonar a todos, y
cuando terminaron, los aplazó para ―ver‖ la respuesta más adelante. En efecto, unos días después, reunió a
los cinco alumnos motivo de la controversia y los llevó al lugar de la discusión, mandó abrir los cimientos y
les hizo examinar personalmente el estado de la mezcla, la cual hallaron tan dura como una roca. Cuando vio
que quedaron desengañados por el testimonio de sus propios sentidos, y no por el ―magíster dixit‖, les
explicó en lo que había consistido el endurecimiento.
Cambio tan radical en el sistema y conducta hacia los alumnos, no podía menos que extrañar a
directores como Clavé, y aún algo le indicaron sobre las libertades que les consentía. A lo que Cavallari
contestó: — ¿Qué queréis?, no estoy en un convento,... sino en una reunión de jóvenes que conocen bien sus deberes y sus
derechos.323

321 Ídem, págs. 404 y 405.


322 Ídem, págs. 405 y 406.
323 Ídem, págs. 406 y 407.

95
Cavallari fue tan cariñoso con sus discípulos, que incluso le llamaban ―Papá Cavallari‖, a lo que él
contestaba que todos eran sus hijos.324
La extraña combinación de buen maestro y fraternal trato con sus alumnos, le era difícil a personas
como Clavé, pues a pesar de todos los esfuerzos, dedicación y gran empeño que ponía al aprendizaje de sus
alumnos y al progreso del establecimiento, no le dio nunca el lujo de ser generalmente amado por sus
discípulos. Pues hubo ocasión, en que quedando vacante momentáneamente la plaza de director del ramo de
pintura, por haber fenecido la contrata de Clavé en julio de 1860, algunos de sus discípulos ―nacionales de la
República y, por consiguiente, defensores de la nacionalidad‖ redactaron un escrito donde instaban que se
nombrase en lugar de Clavé, a Santiago Rebull como director interino de la clase de pintura. Fueron
veintidós firmantes, entre los que destacan sus alumnos más sobresalientes como Ramón Sagredo, Joaquín
Ramírez, Felipe Gutiérrez, Celso Zavala, Fidencio Díaz de la Vega, Gregorio Figueroa, Tiburcio Sánchez,
José Obregón, Salvador Murillo, Antonio Orellana, Petronilo Monroy, Vicente Huitrado y Crecencio
Villagrán.325
La escuela de Clavé ha recibirlo acerbas críticas desde su época de vigencia hasta hoy día. Su crítico
más mordaz, fue el reconocido liberal Ignacio Manuel Altamirano, de quienes hablaremos más adelante, e
incluso el mismo Clavé notaba algunas deficiencias en sus cuadros. Decía que ya sea porque todas las
personas que le había tocado retratar eran de carácter suave o por su propia índole, el caso era, que hallaba
en sus retratos cierta ―monotonía dulce‖.326 Cabe destacar también, que en 1863 cuando fue separado de su
puesto, sus alumnos al parecer no hicieron ni un voto de gracias por sus enseñanzas, cosa que extrañamente
si realizaron el director de la clase de escultura y sus alumnos.327
Por otra parte, Eugenio Landesio, el director de paisaje, quien también recibió encargos de
Maximiliano, y quien era de naturaleza más dulce y retraída, se preocupó por brindar una enseñanza de
carácter científico.
Landesio, además de poseer dotes excepcionales para el desempeño del magisterio, utilizaba los
libros que él mismo elabora con fines didácticos. En 1866 publicó su libro intitulado Cimientos del Artista.
Dibujante y Pintor, compendio de perspectiva lineal y aérea, sombras y refracción, con las nociones necesarias
de geometría. Se acompañaba junto con 28 láminas explicativas, que fueron ejecutados por sus discípulos
Luis Coto, José María Velasco y Gregorio Dumaine.328 A fines del Imperio, en 1867, dio a la luz pública otro
tratado llamado La pintura General o de Paisaje y la perspectiva en la Academia Nacional de San Carlos en donde dice
Landesio que entre los estudios que desarrollaban sus alumnos pintores se hallaban los cursos de
matemáticas, física, química e historia natural.329 El estudio de la perspectiva, la anatomía, la botánica y la
zoología, no eran extraños a sus pupilos. Por ello no es extrañar, que hasta nuestros días no haya existido
una escuela mexicana en el ramo de paisaje que supere en calidad a la que fundó Landesio, pues algunos
otros paisajistas más modernos, pese a sus buenas disposiciones, les hace falta la sólida formación científica
que tuvieron aquellos que cursaron con Landesio.
Su método de enseñanza, consistía básicamente en hacer dibujar primeramente grupos de hojas con
la mayor exactitud en la forma y los menos trazos posibles, acostumbrando al ojo a medir, a leer la forma y a
marcar los puntos extremos, antes de echar el trazo. Después, los hacía dibujar troncos, terrenos, líneas de
montañas, edificios y nubes; y no ponía en sus manos la paleta y los colores, en tanto que no acertaban a
caracterizar grupos de árboles por medio del lápiz. Simultáneamente estudiaban la perspectiva y dibujaban la
figura humana desnuda y de animales en un tamaño que no superara un pliego. La introducción del color se
hacía de un estudio del natural, de mano experta o un fragmento de edificio con luz difusa. Adquirido el
conocimiento y el uso del color, pasaban a estudiar directamente de la naturaleza, eligiendo de preferencia

324 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 20.


325 A.A.S.C., exp. 5766.
326 Salvador Moreno, op.cit., pág. 35.
327 Ídem, pág. 159.
328 Hortensia Solís Ogarrio, José María Velasco. Naturalista científico y pintor, tesis de maestría en Historia del Arte, Facultad de

Filosofía y Letras, UNAM, 1980, pág. 13.


329 Eugenio Landesio, La pintura General o de Paisaje y la perspectiva en la Academia Nacional de San Carlos, México, Imprenta de Lara,

1867, pág. 18.


96
objetos con luz permanente, que fuesen fácilmente legibles al alumno. Una vez dominado esto, se llegaba al
punto de poder emprender cuadros originales y escogíanse motivos de buenos efectos de luz, para obtener
la entonación conveniente y los efectos totales del claroscuro. Su idea básica era que después de una estricta
educación, el discípulo, formado ya, tomase el camino que más de le gustase. Máximas inculcaras por
Landesio a sus alumnos eran estas: el artista ha de estar ante la naturaleza, siempre como discípulo, nunca como maestro,
y esta otra: no os prendéis de tales o cuales colores; aceptad todos, según convenga al caso, y, por último, la siguiente:
pintar despacio, para pintar bien, que en llegándose a pintar bien, se pintará con ligereza.330
Motivo de gran contrariedad para Landesio fue ―verse subordinado para Clavé en la enseñanza de la
Academia, cuando para su fuero interno, sabía tanto en su ramo como Clavé en el suyo. Clavé en más de
una ocasión hízole sentir el peso de esa supremacía, que no podía menos de serle enfadosa y molesta‖. Sin
que por esto ocurriese al expediente de las rebeldías, sino por el contrario, fue abnegado al grado de acallar
sus resentimientos, hasta merecer que Clavé le llamara su óptimo amigo en todas ocasiones. No menos
lesiva para su naturaleza delicada y amor propio, hubo de ser que la Junta de Gobierno le sujetara a la
vigilancia de don Honorato Riaño, 331 a fin de que se diese estricto cumplimiento a la cláusula de su contrato,
relativa a pintar siempre con su estudio abierto y en presencia de alumnos. Sin embargo, soportó la mala
disimulada vigilancia que en él se ejercía, pues finalmente el hecho redundó en su beneficio. Honorato
Riaño, pudo apreciar sus prendas personales y cobrar de afecto, dando ocasiones a que lo relacionara con
familias de buena posición social, en cuyo seno encontró buena acogida y de donde recibió en muchas
ocasiones encargos de sus paisajes.332

Eugenio Landesio.

Santiago Rebull, quizá el artista por excelencia de Maximiliano, era un individuo ―que no obstante su
gran saber, fue siempre modesto e indulgente con las obras ajenas. Nunca conoció la envidia, y sólo cuando
de un modo expreso se le pedía su parecer, exponía sus observaciones con franqueza, y en este concepto su
crítica fue siempre tan juiciosa y sus doctrinas y razonamientos tan bien fundados y tan claros, que
convencían plenamente, a la vez que ilustraban el punto discutido. Hombre instruido en muchas materias,
de finísima educación, conocedor de varios idiomas, dotado de un talento despejadísimo, y con un alma
sensible sin afeminación.‖333 No en balde Maximiliano lo nombró su pintor de cámara y profesor de la clase
de dibujo al natural, gratificando generosamente sus trabajos. Sin embargo, pese a sus gentiles cualidades, su
expresión se adivinaba melancólica y su carácter a veces se revelaba algo seco, abrió y retraído, al grado que
se cuenta que no le simpatizó a la emperatriz Carlota.

330 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 299 a 302.


331 Honorato Riaño, tuvo sitio en el antiguo mercado del Parian que se hallaba en el zócalo. Al frente de Catedral había grandes
relojerías, a las que daba el tono precisamente este personaje. Hombre singular del que se contaban mil curiosas anécdotas, y
persona tenida en mucho entre los pintores de la época. Se dice que fue sobresaliente jugador de damas chinas, al igual que otros
parianistas.
332 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 303 y 304.
333 Luis Monroy, op.cit., págs. 24 y 25.

97
Hubo en tiempos del Segundo Imperio, otros profesores que poco son mencionados en las historias
de la Academia de San Carlos, pero que eran tan buenos en la enseñanza como aquellos que ya nombramos.
Es el caso de Manuel Gargollo y Parra, profesor de la clase de construcción de puentes y canales, de quien
se dice era uno de los catedráticos más prominentes de la Academia. Su posición económica desahogada
(pues era un opulento prestamista), su claro talento, su amor al estudio y su decidida vocación por el
profesorado, le ponían en condiciones de cumplir con exagerada exactitud sus obligaciones, siendo rarísima
la vez que dejara de concurrir a clases. Severo, pero correctísimo en sus maneras, Gargollo era estimado y
respetado de sus discípulos, y sus profundos conocimientos hacían que sus alumnos se enorgullecieran por
tenerlo de maestro. ―Puede decirse que Gargollo era maestro de los maestros, y en efecto, el crédito, que
programas y profesores daban a la Academia de San Carlos, hicieron que concurrieran cómo alumnos a sus
clases, personas verdaderamente notables [... como ingenieros titulados en Minería, así como individuos que
habían trabajado en la comisión de límites con los Estados Unidos, y que] con gusto seguían los cursos
dados por el Sr. Gargollo.‖334 A Manuel Gargollo, se le concedió el 6 de febrero de 1864, una licencia para
separarse de la Academia, siendo sustituidos durante todo lo que resto del Imperio y aún después por Juan
Cardona,335 quien por sus conocimientos y gran práctica en las obras, fue un digno sucesor de Gargollo.
Sobre su actividad durante el Imperio, no tenemos noticias, tan sólo encontramos en el Archivo General de
la Nación una lista en la que dice que don Manuel Gargollo entró al Palacio Imperial el 26 de enero de 1867,
a él mismo documento hace constar que aquel día Maximiliano se encontraba en dicho Palacio. 336 Aunque
no se dice a que asunto entró, es probable que ya sea por sus conocimientos en arquitectura o por su elevada
posición social, haya mantenido nexos con el archiduque. En 1877, a volver figurar como profesor de la
Academia en la clase de construcción de arquitectura y carpintería.337
Remitámonos ahora a don Joaquín de Mier y Terán, profesor de cálculo, topografía y nivelación. Ya
habíamos mencionado que al ser suprimida su cátedra en tiempos de Juárez brindó su clase de manera
gratuita a los alumnos en su propio domicilio; que participó también en la Junta de Notables y en el
recibimiento de Maximiliano fue sobre Mier y Terán, se dice que fue el prototipo de los profesores de
matemáticas, que no había establecimiento en la capital, en que se señala matemáticas, de que no fuera
profesor. Además de ser muy estimado y de gran mérito.338 En 1866, Maximiliano lo hizo figurar como
ministro de Fomento, y sustituido en sus clases por Juan Cardona en septiembre 21 del mismo año.339
José María Rego, quien fue profesor de geometría analítica y mecánica racional durante el Imperio,
poseía vastos conocimientos matemáticos, siendo verdaderamente notables los cursos que profesaba. 340
Vicente Heredia, profesor de geometría descriptiva y estereotomía fue el mejor profesor que tuvo la
Academia en ese ramo.341
El profesor de física, el Dr. y Pbro. don Ladislao de la Pascua, quien participó en el adorno de la
Catedral a la llegada de Maximiliano, fue el mejor de aquella época en su clase. Era ayudado con ventaja por
el preparador don Juan de Mier y Terán.342
El arquitecto Manuel Rincón y Miranda, quien llevó a cabo trabajos de conservación en el Palacio
Imperial por orden de Maximiliano, el profesor de aritmética, álgebra y geometría, tenía a su cargo el primer
curso de matemáticas, y ―era el que tenía que batallar con jóvenes bulliciosos, inexpertos y aún mal
preparados para seguir sus estudios.‖ El señor Rincón, incluso llegó al punto de que para estimular y dar
consejos a sus alumnos, recurrió al hecho de llevar a su clase al arquitecto Manuel M. Delgado, que por su

334 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 22.


335 A.A.S.C., exp. 6579.
336 A.G.N., ―Personas que han entrado hoy a Palacio Imperial‖, en Segundo Imperio, caja 36, sin número de expediente, foja 7.
337 A.A.S.C., exp. 7281.
338 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 23.
339 A.A.S.C., exp. 6478.
340 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 23.
341 Ídem.
342 Ídem.

98
aspecto venerable, su facilidad de expresión y finas maneras, era a propósito para estimular al estudio y hacer
ver a los jóvenes la conveniencia de una conducta correcta y ejemplar.343
El señor Leopoldo Río de la Loza, científico universalmente conocido, servía la clase de química,
siendo una verdadera honrar del profesorado de la Academia.344
Eleuterio Méndez, alumno graduado el 16 de junio de 1860, sustituyó a Javier Cavallari desde el 31
de octubre de 1863 en la clase de composición de caminos y ferrocarriles,345 trabajó con Rodríguez
Arangoity en las obras de Palacio Imperial y de Chapultepec.
Quien claros entonces, que el carácter de los profesores de la Academia era variado y lleno de
vórtices. La generación de catedráticos que conoció Maximiliano poseía un cariz extremadamente personal.
Los catedráticos de San Carlos viendo que Fernando Ramírez reunía la dualidad de ministros de
Relaciones y director de la Academia, creyeron que éste por su alta posición en el gobierno y su reconocido
aprecio por las bellas artes y las ciencias, influiría positivamente en que Maximiliano diera su protección a un
viejo proyecto que tenían en mente. El 18 de agosto de 1864 presentaron a Ramírez un plan para la creación
de un periódico. El proyecto lo suscribían dieciséis profesores, a saber: Joaquín de Mier y Terán, Felipe Sojo,
Epitacio Calvo, Manuel Rincón, Antonio Torres Torija, Ramón Agea, Eleuterio Méndez, Petronilo Monroy,
Sebastián de Navalón, José María Rego, Luis Campa, Juan Cardona, Vicente Heredia, Pelegrín Calve, Rafael
Flores y Eugenio Landesio.
Le expresaban a Ramírez que sí creyese digno de apoyo su proyecto, lo elevara al conocimiento de
Maximiliano, a fin de que impartiera la protección necesaria. Que no querían hacer de esta idea una
especulación pecuniaria, y que por el contrario contribuirían con todas sus fuerzas a tan noble fin, haciendo
individualmente cuantos sacrificios fueran necesarios.
Exponían el periódico llevaría por título El Artista, que se compondría ―de 48 páginas en cuarto
mayor, de letra clara y hermosa e impreso en buen papel, repartiéndose un número cada 15 días, y fijándose
el precio más bajo posible‖ para tener el mayor número posible de suscriptores.
La publicación tendría una parte científica, una artística, una histórica y otra literaria.
La sección científica se ocuparía de trabajos relativos a las ciencias e industrias y en ella se procuraría
tener al corriente al público de los descubrimientos que se hiciesen ―en todos los ramos del saber humano.‖
En la parte artística se buscaría difundir las obras de pintores, grabadores y escultores, tanto de la
―antigua escuela mexicana, como de la moderna‖.
En la de historia, se abrirían las columnas a historiadores, arqueólogos, anticuarios, etcétera, dando a
conocer sus por medio de dibujos los monumentos, costumbres y trajes nacionales desconocidos en
Europa.
En la sección literaria, tendrían cabida algunas poesías, anécdotas, músicas y modas. Donde se
incluiría una sección de novelas escogidas, que pudieran ―leer toda clase de personas sin temor alguno.‖
Señalaban que por el carácter puramente científico, artístico y literario del periódico, se huiría de
todo cuanto pudiera tener relación con la política y que no se entraría en polémica o discusión sobre materia
alguna.346
La propuesta de los catedráticos de la Academia no encontró eco en el Imperio de Maximiliano. El 2
de enero de 1865, el ministerio de Fomento envió un oficio al nuevo director del plantel don José Urbano
Fonseca, previniendo le enviara todas las noticias de interés para que fueran publicadas en el Diario Oficial del
Imperio Mexicano, pues toda disposición un documento oficial debía aparecer en aquel diario.347
Posteriormente el 20 de diciembre de 1865, el recién creado ministerio de Instrucción Pública y Cultos, del
que ahora dependía la Academia, instruía que por disposición de Maximiliano, se debía remitir un artículo
semanal al renovado periódico oficial llamado ahora el Diario del Imperio. Ambas disposiciones fue puestas en
conocimiento de los profesores de la Academia y olvidadas tan rotundamente como su proyecto de
periódico.

343 Ídem, pág. 24.


344 Ídem.
345 A.G.N., Despachos, vol. I, foja 407.
346 A.A.S.C., exp. 6604, foja 1 a 3 v.
347 A.A.S.C., exp. 6544.

99
Pese a no haberse concretado el propósito de los catedráticos, el anécdota es revelador en dos
sentidos, el primero que salta a la vista, es la protección que esperaban de Maximiliano como hombre
ilustrado a favor de los intereses de la escuela, y el segundo nos descubre que los académicos no eran
hombres constreñidos a su puro campo de trabajo, sino que estaban abiertos a múltiples terrenos del
conocimiento y que se sentían con el deber ético y la necesidad de difundir los conocimientos que
ostentaban. Se veían a sí mismos como una entidad privilegiada, afirmando, a nuestro parecer con mucha
razón, que no había personas más indicadas que ellos para llevar a cabo tan ambiciosa empresa, pues la
Academia, por su organización y lo diverso de sus estudios, combinaba la ciencia y las artes en una misma
casa.
Ahora insertaremos una lista de los profesores y dependientes que durante el Segundo Imperio,
prestaron sus servicios en la Academia:
Dirección: José Fernando Ramírez: director sin sueldo, del 14 de julio de 1863 al 27 de agosto de 1864.
José Urbano Fonseca: director sin sueldo, por algún tiempo gozó de alguno, pero volvió a prestar
sus servicios sin retribución alguna. Tuvo este puesto desde la salida de Ramírez hasta la toma de la Ciudad
de México el 21 de junio de 1867 por el general Porfirio Díaz. Vivía en la calle de Tacuba núm. 11 (otra
fuente dice Callejón de la Olla núm. 11).
Secretaría: Manuel Díez de Bonilla: prestó sus servicios desde principios de junio de 1863 hasta el 5 de
agosto de 1864, fecha en que falleció.
José María Flores Verdad: de la muerte de Bonilla hasta octubre 24 de 1867. Se les destituyó para
que entrara el secretario de tiempos de la República, don Jesús Fuentes y Muñiz. Flores Verdad vivía en la
calle de la Santísima núm. 8.
Mayordomo, ecónomo y prefecto de estudios: Vicente Barrientos, antiguo pensionado en el ramo de pintura,
fue nombrado conserje el 2 de junio de 1863, pero no se llevó a cabo esta disposición. En agosto del mismo
año aparece con el puesto de mayordomo, luego se encarga de las cuentas de la Academia con el carácter de
ecónomo y finalmente se le concede la atribución del prefecto de estudios. Los tres puestos los ostentó al
mismo tiempo. Fue destituido el 6 de septiembre de 1867. Tuvo sus habitaciones en la calle de la Estampa
de Jesús María núm. 8. Posteriormente Barrientos vivió en el interior de la Academia. Esta plaza fue creada
durante el Segundo Imperio.
Conserje: Lo fue Cosme Espinosa de julio de 1863 a agosto de 1864, fecha en que falleció.
Manuel Jiménez de Velasco, desde la época de la República el ayudante de conserjería, siéndole
concediera aquella el 31 de agosto de 1864 y la tuvo hasta el 8 de junio de 1867, cuando pidió licencia por
enfermedad. Vivía en el callejón del Amor de Dios num. 2. En febrero 8 de 1868, fue rehabilitado
(perdonado) por el gobierno de la República.
Emiliano Salas, fue nombrado en este puesto el 8 de junio de 1867 por Urbano Fonseca, continuó
en el puesto durante la República, siendo relevado nuevamente por Manuel Jiménez de Velasco.
Portero: Pedro Osorio era portero de la Academia hacía mucho tiempo, y fue jubilado el 12 de junio
de 1866 por Maximiliano en virtud de su vejez y estado de salud, fue nombrado en su lugar el mozo José
Ma. Osorio.
Mozos: Estos variaban continuamente por la versatilidad en los presupuestos. Normalmente existían
de dos a cuatro. Nosotros hemos rescatado el nombre de seis que trabajaron en la Academia durante el
Imperio y son: José María Osorio, Francisco Zamorano, Francisco Ibarra, Francisco Quintana, Juan
Coutiño y José Chávez.
Profesor de pintura al óleo: Pelegrín Clavé, vivía en la 1ª Calle Nueva núm. 12 (otra fuente dice núm. 2),
con su esposa y cinco hijos.
Profesor de dibujo de la estampa: Rafael Flores, vivía en Choconautla núm. 22 (otra fuente dice núm. 21),
con su madre, dos hermanas, una tía y una sobrina.
Profesor de pintura del paisaje: Eugenio Landesio, vivía en la Academia de San Carlos, era sólo.

100
Profesor de la clase de perspectiva: Eugenio Landesio dio esta nueva clase que se entregó En el Segundo
Imperio, comenzó a impartirse el 3 de julio de 1866, los días martes el viernes de 4 a 5 de la tarde.348 La clase
pervivió aún después de la caída del Imperio.
Profesor de dibujo al natural o del desnudo: Santiago Rebull dio esta clase de nueva creación por
Maximiliano, vivía en la calle de la Machincuepa núm. 7, con su padre y madre. En 1864 se casó con
Concepción Pérez con quien vivió hasta el 27 de agosto de 1894, fecha del deceso de ella.
Corrector de dibujo: Juan Urruchi, vivía en el callejón del Amor de Dios núm. 2, con su esposa, una tía,
una hermana, una prima y cuatro niños.
Profesor de escultura: Felipe Sojo, vivía en Puente de Peredo núm. 2, con su mujer y madre política.
También se cita como su domicilio los bajos de Porta Coelli núm. 4.
Profesor de ornato modelado: Epitacio Calvo impartió esta nueva clase que se creó durante la Regencia
del Imperio, vivía en Escalerillas núm. 7, con su esposa, hijo, madre, hermana y madre política.
Profesor de aritmética, álgebra y geometría: Manuel Rincón, vivía en Puente de Correo Mayor núm. 8 o
Parque de la Moneda núm. 8, con su esposa y seis hijos.
Profesor de geometría, analítica y mecánica: José María Rego, vivía en la calle de la Merced núm. 2, con su
madre, su esposa, dos hermanas y una prima.
Profesor de álgebra superior, calculó, topografía y nivelación: Joaquín de Mier y Terán, vivía en la 1ª de
Mesones núm. 12, con su esposa. Fue sustituido por Juan Cardona.
Profesor de construcción y puentes y canales: Javier Cavallari quien vivía con su hijo Cristóbal. Ignoramos si
tenía más familia viviendo con él en México. Fue sustituido por Juan Cardona. Cardona vivía en la 1ª de
Mesones núm. 11.
Profesor de composición de caminos comunes y ferrocarriles: También era dada por Cavallari, fue sustituido por
Eleuterio Méndez, quien vivía con su esposa y cinco hijos en la Calle Verde núm. 2 ½ (otra fuente dice núm.
22).
Profesor de arqueología y mecánica aplicada a la madera y fierro: Ramón Rodríguez y Arangoity impartió esta
clase creada durante el Imperio a instancias de José Urbano Fonseca. Vivía con dos hermanas y dos
hermanos en Puente de San Francisco núm. 6 (otra fuente dice núm. 4), igualmente se menciona como su
domicilio el exconvento de San Diego. Al parecer también vivía con su padre, pero éste se hallaba bastante
enfermo.
Profesor de geometría descriptiva y estereotomía: Vicente Heredia, vivía en la 1ª de San Ramón núm. 11, con
su esposa y cuatro niños.
Profesor de dibujo de órdenes clásicos y copia de monumentos: Ramón Agea, quien vivía en Acequia núm. 24
(otra fuente dice núm. 23), con su padre y hermana.
Profesor de física: Ladislao de la Pascua, quien vivía en Puente Quebrado núm. 13 (otras fuentes dicen
núm. 16 y núm. 23), con su sobrina.
Preparador de física: Juan de Mier y Terán, vivía en Puente de Monzón núm. 9, con tres hermanas y
una sobrina.
Profesor de química: Leopoldo Río de la Loza, vivía en la Botica de la Merced, con esposa y ocho hijos.
Otra fuente dice que vivía en Puente de la Peña núm. 3.
Preparador de química: Maximino Río de la Loza, vivía en la Botica de la Merced, sólo.
Maestro de artesanos: Antonio Torres Torija, vivía con su padre y hermana en la 1ª de San Ramón núm.
11 (otra fuente dice callejón de Santa Inés núm. 7).
Profesor de dibujo de ornato: Petronilo Monroy, sólo sabemos que vivía en el callejón de los Baños del
Amor de Dios.
Profesor de grabado en hueco: Sebastián de Navalón, vivía en Rinconada como Plazuela de Santa Clarita
núm. 21, con su padre, esposa, seis hijos, sobrina y un huérfano. También se dice que vivía en el callejón de
la Esmeralda núm. 1.
Profesor de grabado en lámina: Luis S. Campa, vivía en Santa Clara núm. 13.

348 A.A.S.C., exp. 6507.


101
Profesor adjunto de grabado en lámina, conservador e impresor de sus láminas: Esta plaza fue concedida a
Buenaventura Enciso el 10 de enero de 1866, gracias a que el profesor titular de la cátedra don Luis Campa,
a principios de aquel año partió la Europa por espacio de un año. El 20 de septiembre del mismo, Urbano
Fonseca nombró a Enciso conservador e impresor de dicha clase, asignándole la módica gratificación de 15
pesos mensuales (valor de una pensión). Ambos nombramientos fueron considerados caducos al restaurase
la República. Enciso vivía en el pueblo de Tacuba.
Profesor de idioma francés: Martiniano Muñoz, daba clases gratuitamente en la Academia desde antes de
1861, pero se instituyó formalmente durante el Imperio, vivía en Toribio núm. 16 ó 15 (otra fuente dice
núm. 1), con su esposa, hija y cuñados.
Profesor de grabado en madera: Antonio Orellana, esta clase se creó durante el Segundo Imperio. 349
Orellana vivía en la calle del Indio Triste núm. 2 (cuando se presentó en audiencia pública con Maximiliano
dijo vivir en la calle de Chiconautla núm. 19 y ser de oficio grabador y pintor). La clase desapareció al
restaurase la República.
Profesor de litografía: José María Muñozguren, impartió esta clase a los alumnos en forma gratuita. Se
instituyó durante el Imperio. Trabajó para Maximiliano litografiando en diciembre de 1865 unas muestras
del uniforme que debían usar los individuos del Cuerpo Diplomático.350 También litografió unos modelos de
accésit, de puños de espada imperial, de un botón imperial, de punto y faldones, de bordados para el pecho,
de cuello y vueltas.351
Profesor del arte de reestirar y barnizar dibujos: Antonio García Cubas, reconocido científico
decimonónico, antiguo alumno de la Academia,352 impartió lecciones gratuitas sobre esta técnica en carácter
de profesor auxiliar durante el Segundo Imperio.353 Maximiliano le concedió un diploma que lo nombró
Oficial de la Orden de Guadalupe.354
Curso de matemáticas incorporado a la Academia de San Carlos: Lo impartió en su casa el ingeniero civil y
arquitecto don Cayetano Caamiña. Su domicilio se ubicaba en la calle de la Merced núm. 4. Se autorizó su
apertura en febrero de 1867.355
Clase de amoldamiento de objetos en cartón-piedra: El 9 de septiembre de 1865, José Urbano Fonseca,
siempre atento a introducir mejoras en el plantel, propuso al ministro de Instrucción Pública y Cultos, P. el
ciudadano francés Mr. Thibout, separado de la sección de paleografía de la Comisión Científica Francesa,
enseñara esta técnica a los alumnos de la clase de esculturas por el lapso de dos meses y a un costo de 120
pesos.356 La respuesta del gobierno fue negativa. Aún así, los profesores contrataron personalmente a este
albañil modelador para que les enseñara mediante cierta retribución pecuniaria la modelación de las
esculturas o tallados en relieve, como el calendario azteca. Esta clase fue tomada por cuentas de los
profesores, pagando por aprender y haciendo los moldes con papel-piedra.357
Clase de escultura en la Sociedad de Bellas Artes de Guadalajara: El 26 de agosto de 1865, se autorizó fundar
esta clase en dicha sociedad a petición del director de la Academia de San Carlos. Esta sociedad artística fue
fundada en 1857 por los ex-alumnos Albino del Moral y Felipe Castro. Nuevamente Fonseca imponía su
buen juicio e inteligencia para la difusión de los conocimientos artísticos de la Academia. El profesor
nombrado sería a bien proveniente de San Carlos hijos sabía de una dotación de un sueldo anual de 2 200
pesos más 300 pesos para gastos de viaje. Ignoramos quién haya sido el designado para este puesto.358
Con la anterior relación, saltan a la vista de que se fundaron durante el Imperio, siete nuevas
cátedras, dos nuevas plazas (la de Barrientos y la de Enciso), un curso de matemáticas incorporado, una

349 A.A.S.C., exp. 6453, foja 4.


350 A.G.N., Segundo Imperio, caja 4, exp. 67, 3 fojas.
351 A.G.N., Segundo Imperio, caja 5, exp. 16, 17 y 18.
352 García Cubas tomó lecciones de grabado con Luis Campa. A.A.S.C., exp. 6273.
353 A.A.S.C., exp. 6534, foja 2.
354 A.G.N., Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 9, Libro de la Gran Chancillería, pássim.
355 A.A.S.C., exp. 6853.
356 A.A.S.C., exp. 6438.
357 A.A.S.C., exp. 6437, foja 5.
358 A.A.S.C., exp. 6420 y A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, excp. 1 y 2.

102
clase de escultura en Guadalajara y una propuesta fallida pero recuperada por los profesores. El saldo pese a
las limitaciones financieras de los gobiernos de la Regencia del Imperio y de Maximiliano, es verdaderamente
muy favorable.
Aparte el 10 de marzo de 1866, Maximiliano dispuso que se admitiese en cualquier clase a los
jóvenes que así lo solicitarán, aunque no tuviesen estudios preparatorios. Con el objeto de difundir los
conocimientos científicos, pero bajo el concepto de que estos estudios voluntarios no tendrían validez
académica, ni autorizarían a quienes los hiciesen, a recibir título, certificado o facultad para ejercer profesión
alguna. José Urbano Fonseca ante la disposición contestó que se cumpliría sin problemas puesto que está
práctica ya se hacía en la Academia hacía algún tiempo.359
Las cátedras del plantel tenían múltiples y muy diversas necesidades y la provisión de todas ellas era
muy difícil. En una ocasión el ministro de Instrucción Pública y Cultos, don Manuel Siliceo, 360 pidió se le
dirigiera una relación de los libros necesarios para las clases. Los profesores remitieron sus peticiones
particulares a Fonseca y este al final, las vuelve a enlistar, señalando aquellas que por su escasez en México o
por su precio tan subido era difícil adquirir. Señala unas que eran exclusivamente para consulta y otra que
era periodística. De 33 obras sólo 11 son expuestas con posibilidades de ser comparadas.361
Y había profesores que pensaban en mejoras que eran verdaderas quimeras. Como Eugenio
Landesio, en diciembre de 1864, tuvo una ensoñación que consistía en que se acondicionara en la azotea de
la Academia un mirador para clase de paisaje. Proponía que fuese octagonal o hexagonal, con vidrios que
pudieran abrirse o cerrarse con comodidad y cada uno con su tela para poder quitar las luces a voluntad y
tener dominio de estudiar las nubes al abrigo del sol y los aguaceros.362 En abril de 1865 hizo una nueva
solicitud de instrumentos necesarios para la clase de paisaje, donde resulta verdaderamente sorprendente ver
todas las cosas que pide y que se necesitaban para su clase.
Más práctico, Pelegrín Clavé asentaba como urgente el poner cortinas nuevas en las dos ventanas del
estudio de los discípulos, siendo que las que había estaban ya podridas y rotas y que en lo alto de cada
ventana se necesitaba poner una ventila grande, fácil de abrir y cerrar para templar el exceso de calor y
mantener la salubridad del aire.
En el mismo abril de 1865, el profesor Felipe Sojo, manifestó la urgencia de levantar el piso de las
galerías de escultura y especialmente el salón de estudios, pues debido a las continuas inundaciones, los
alumnos de escultura se encontraban enfermos y reumáticos.363
Pero más allá de las carencias, habíamos dicho ya, que la Academia por su organización y diversidad
de cátedras, combinaba las ciencias las artes en una misma escuela. Esta característica en particular otorgaba
muchas ventajas a todos sus discípulos.
Hoy no existe en México, escuela que igual de tal particularidad. El alumnado de San Carlos,
principalmente en las décadas de los años cincuenta y setenta del siglo XIX, al igual que sus profesores,
poseía una fisonomía extremadamente distinta.
El arquitecto Manuel F. Álvarez, decía al referirse a aquellos tiempos: ―El trato íntimo y la armonía
que reinaba en aquella época entre todos los alumnos de la Academia hacía que estuviéramos al tanto de los
trabajos que se ejecutaban en los diversos talleres y nos proporcionaba, sin que nosotros mismos lo
comprendiéramos, conocimientos en otros ramos del arte, como pasa en la Escuela de Bellas Artes de París,

359 A.A.S.C., exp. 6492.


360 Manuel Siliceo: (¿? -1875) Jurisconsulto nacido en Silao, Gto. Formó parte del grupo de liberales moderados. Nombrado
miembro del Consejo de Gobierno de Maximiliano en diciembre de 1864. Ministro de Instrucción Pública y Cultos de abril a
octubre de 1865 y brevemente de Gobernación. A la caída del Imperio se retiró de la política, murió en Orizaba, Ver. el 16 de
noviembre. Recibió de Maximiliano un diploma nombrándolo Comendador de Guadalupe. Vivía en la calle de San José del Real
núm. 6, como consejero de Maximiliano recibió un sueldo anual de 4 000 pesos. A.G.N., Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio,
caja 9, Libro de la Gran Chancillería, pássim, caja 10, exp. 29, foja 20 y caja 11.
En octubre de 1865 fue reemplazado por el joven Lic. Francisco Artigas. La renuncia de Siliceo fue admitida de la manera más
seca imaginable, haciendo gran contraste con la de José Fernando Ramírez, que fue admitida por la misma época. Manuel Romero
de Terreros, op.cit., pág. 91.
361 A.A.S.C., exp. 6432.
362 A.A.S.C., exp. 6614, foja 1.
363 A.A.S.C., exp. 6558.

103
y por eso es de temer que alguna vez se piense en separar las enseñanzas artísticas y si quiere llevarlo la de la arquitectura a
otro plantel [las cursivas son nuestras], medida nociva y que incompletaría y atrasaría esta enseñanza.‖ 364
Continuaba diciendo el mismo arquitecto que aquella amistad y aquella armonía de los alumnos, hacía que
siempre se buscasen, que siempre tuvieran noticias unos de otros, y el taller del pintor Tiburcio Sánchez fue,
hasta que murió, el centro de reunión de los artistas mexicanos y principalmente de los antiguos alumnos de
la Academia. Allí, se reunían al pardear la tarde, después de haber concluido sus ocupaciones del día, no sólo
a buscar descanso, sino satisfacción en una plática amena, artística e instructiva, y sin sentirlo, y aún sin
intención preconcebida, los alumnos de la Academia se ilustraban mutuamente al tratar de los asuntos en
que se ocupaban en la prosa de la vida.365
En el taller de Tiburcio Sánchez, se congregaban pintores, escultores y arquitectos de San Carlos.
Igualmente concurrían varios amateurs y personas diversas que tuvieran gusto por las bellas artes. En sus
conversaciones los alumnos trataban desde los más sencillos y útiles procedimientos de la práctica, hasta los
conceptos más elevados sobre estética artística. Al taller de Sánchez, concurrían también personas de alta
sociedad, que además de ser artistas, se ocupaban del comercio de objetos de arte. Esto hacía que los
alumnos estuvieran al corriente de las compras y ventas que se hacían, del mérito de cada una y de las obras
de arte que iban formando las galerías de coleccionistas particulares. Para los discípulos de la Academia, no
eran desconocidos los escritos sobre arte del doctor Rafael Lucio, de don Bernardo Couto y del licenciado
Manuel Revilla, así como los principales tratados de pintura europea de aquel tiempo.366
El mérito artístico de los alumnos de la Academia, a que lo establecido por Couto, al comparar a
éstos con los legendarios pintores de la época colonial. Dijo: ―Los nombres de Cordero, Pina, Rebull,
Ramírez, Sagredo, Monroy, etc., no quedarán oscurecidos al lado de los de Echave, Juárez, Arteaga,
Rodríguez, Ibarra y Cabrera. Además, a favor de los primeros se notará siempre la superior instrucción, el
conocimiento más fundamental del arte, un gusto formado con la vista y el estudio de los más excelentes
modelos que conoce la pintura. Ahora lo que importa es que no les falten ocasiones de mostrarse.‖367
Entre los alumnos de Clavé había verdaderos genios, como Ramón Sagredo, Joaquín Ramírez, José
Obregón, Petronilo y Luis Monroy, Rafael Flores, Manuel Ocaranza, Santiago Rebull y José Salomé Pina,
que valían por ellos mismos, que tenían una personalidad bien marcada, que no eran simplemente pintores
que conocían la técnica, sino que eran artistas de inspiración revelada.368
En las obras de estos se logran esbozar tímidamente rasgos de su personal carácter, pugnando por
no dejarse subyugar por las imperiosas indicaciones de su maestro. En Rebull, se aprecia el sentimiento de la
bella forma; en Pina, la energía en el modelado de las figuras; en Flores, un misticismo un tanto afeminado;
el Ramírez, la portentosa facilidad y soltura en la ejecución y en Sagredo, una soñadora imaginación.369
El que los alumnos eran artistas que tenían voluntad propia, lo demuestran varios hechos de escuela.
Un par de ejemplos los dieron Ramón Sagredo y Joaquín Ramírez.
El primero de ellos, se hallaba pintando su cuadro conocido como La ida a Emmaús, mientras su
maestro Pelegrín Clavé hacia correcciones a los demás discípulos. Entonces le tocó el turno a Sagredo, Clavé
tomó asiento, asió los pinceles y la paleta, y se puso a corregir la manga del brazo suelto del Jesús
representado en el óleo. Sagredo manifestó desagrado, que fue notado por sus compañeros, no replicó
palabra alguna a su maestro, pero tan luego como se levantó Clavé y pasó a corregir a otro alumno, el joven
pintor cogió una espátula y levantó el codo que con pintura el profesor había puesto. Pues no era así como
Sagredo se había imaginado la manga, y aún en este siempre detalle, quería expresar la nobleza y majestad,
que logró en su obra, que por mucho es el mejor cuadro del escuela de Clavé.

364 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 105. Temores bien fundados, la Universidad Nacional Autónoma de
México, que absorbió a la Academia de San Carlos, tiene bien separados los estudios de arquitectura y los puramente artísticos,
siendo notable aún para el más desapercibido, que el ramo de arquitectura ha perdido su nota artística y los otros han perdido en
absoluto la parte científica que poseían.
365 Ídem.
366 Ídem, págs. 105 y 106.
367 José Bernardo Couto, op.cit., pág. 116 y 117.
368 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 117.
369 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 130 y 132.

104
Por otra parte, el ejemplo de Joaquín Ramírez también es edificante y revela la modestia y buen
juicio de los alumnos de aquella época. Sucedió en una ocasión que Clavé, solicitó a los otros directores le
dieran su opinión sobre el cuadro Moisés en Raphidín, que pintaba Ramírez. El profesor de grabado en hueco,
Santiago Baggally, manifestó que era una lástima que el guerrero representado en el cuadro, estuviera de pie,
a la altura de la cabeza de la del Moisés, quitando todo el interés a la de éste y aún perjudicando a la
composición. Nadie replicó a las observaciones, y éstas fueron tomadas en consideración a por Ramírez, la
figura fue corregida y colocada de rodillas, haciendo de este cuadro una verdadera obra de arte.370
Un ejemplo de magnánimo compañerismo, pundonor y nobleza llevada al límite, lo dio el alumno de
arquitectura don Ricardo Orozco durante el Segundo Imperio. Orozco ―fue el modelo del estudiante
abnegado. Venido a México, con beca del estado de Colima, a la Escuela de Artes y Oficios fundada por
Comonfort y Siliceo en terrenos de la Escuela de Agricultura de San Jacinto, y la cual sufrió un incendio que
obligó a los alumnos a pasar a la de Agricultura, dedicándolos a seguir la carrera de veterinarios, por la que
Orozco no sentía vocación y sí por la de Arquitecto.‖
Con fuerza de voluntad increíble, y no obstante que desde Colima su familia le pedía regresar y no
contando con ningún recurso, solicitó en la Academia que se le empleara como carpintero y que se le
permitiera entrar a la clase de matemáticas; así lo consiguió de sus benefactores Cavallari y Couto. Llegado el
fin del año, Orozco obtuvo la primera calificación y siguió con los estudios. ―Hubo un momento en que el
señor Couto llamó a Orozco ofreciéndole dinero para que pusiera un taller y abandonara los estudios,
haciéndole ver las dificultades que habría de encontrarse para concluirlos, y le citaba los sacrificios que
muchos padres tenían que hacer para la educación de sus hijos. Orozco por toda contestación manifestó al
Sr. Couto, que las profesiones no eran únicamente para los ricos y que él tan pobre se prometía alcanzar la
obtención del título.‖371
Couto no le retiró su protección, lo mismo que Cavallari. Gracias a los esfuerzos de Orozco y en
consideración a su pobreza, al poco tiempo le fue concedida una pensión. El hecho insólito, fue que el 6 de
marzo de 1865, este alumno tan necesitado de recursos pecuniarios, dirigió una minuta a Urbano Fonseca
donde le decía:
―Sr. director general de la Academia de bellas artes de San Carlos.
Ricardo Orozco ante VS. con el debido respeto expongo que hace 4 años y medio disfruto de una
pensión en la clase de Arquitectura de esta Academia. Aún no termina mi carrera y aunque mis recursos son
cortos, sin embargo, la situación que guarda el alumno don Carlos Moreno, joven estudioso, que promete
muchas esperanzas y que se halla reducido a la miseria, me obliga a renunciar dicha pensión para que con
ella sea favorecido el referido Moreno, si esa Dirección tuviera a bien acordarlo así, pues es el único motivo
de mi renuncia.
A VS. suplico me conceda esta petición en la que recibiré merced y gracia.
México, marzo 6 de 1865.
[Rúbrica] Ricardo Orozco.‖372
El señor Fonseca contestó positivamente al generoso ofrecimiento de Orozco, en atención a la
aplicación constante y aprovechamiento que había mostrado en sus exámenes el señor Carlos Moreno y por
cuyas cualidades unidas a su pobreza se dictó le fuera concedida la gracia por el plazo de seis años. Ambos
jóvenes lograron su objetivo, Orozco obtuvo su título el 15 de noviembre de 1865 y Carlos Moreno el 14 de
septiembre de 1867.373
En otro sentido, los actos de rebeldía, no fueron ajenos a los alumnos de San Carlos. De ello nos
habla la ya citada carta de Sagredo, cuando protestó contra el dictamen de los profesores en relación con el
concurso de oposición que proveería la clase de ornato dibujado y la actitud del alumno José Díaz en contra
de Santiago Rebull, cuando éste le hizo un descuento en su pensión.

370 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 117 y 118.


371 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 39.
372 A.A.S.C., exp. 6551.
373 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., págs. 40 y 41.

105
Tampoco faltaron actos insolentes del alumnado. Uno de ellos se suscitó el 5 de agosto de 1865;
aquellas el profesor de idioma francés don Martiniano Muñoz se vio precisado a poner un castigo al alumno
Manuel Gutiérrez, por no haber cumplido con los deberes que le tenía impuestos. El castigo consistía en
detenerlo en la escuela hasta las siete de la noche. Tan luego como concluyó la cátedra, Muñoz llamó a
Gutiérrez con el objeto de impedirle la salida. Lejos de obedecer, salió del salón de clases, despreciando las
observaciones del profesor. Dos días después, el día 7, Muñoz duplicó el castigo y para evitar que burlara de
nuevo sus disposiciones, lo invitó a que se sentara a su lado. Desobedeciendo por segunda vez en presencia
de sus compañeros, dándoles de aquél modo un pésimo ejemplo. Muñoz le manifestó en vista de lo
expuesto, que de no obedecer, desde luego quedaba despedido de la cátedra y la contestación de Gutiérrez
fue tomar su sombrero y salir del aula para no volver más.374
Otro caso es el del alumno Felipe de Jesús Santillán, alumno de escultura desde el 27 de abril de
1857.375 Santillán fue un discípulo destacado, premiado en múltiples ocasiones y pensionado por la
Academia.376
En febrero de 1866, Fonseca apuntó que Felipe Santillán había cometido faltas graves de respeto
contra el mayordomo y prefecto de estudios don Vicente Barrientos que Santillán había presentado ante el
emperador Maximiliano un escrito quejándose de la conducta que el prefecto había observado contra él.
Fonseca agregó que a tal punto llegó la audacia de aquel alumno, que hasta se quejó de un castigo que se le
impuso por una falta que él mismo confesó haber cometido. Señalándose (según el director) que todo se
debía a la absoluta falta de educación de Santillán.377
El ocurso de Felipe Santillán, efectivamente llegó a conocimiento de Maximiliano. El 2 de abril del
mismo año, el emperador resolvió que el director del Academia, José Urbano Fonseca, amonestará
seriamente al quejoso por considerarse infundada su queja.378 Pero el asunto realmente iba más allá del
simple conflicto que pudo haber entre Santillán y Barrientos.
Los documentos de la Academia de San Carlos, exhiben una poco usual camaradería entre el
secretario de la Academia José María Flores Verdad y el señor Vicente Barrientos. Justo en los días que José
Fernando Ramírez dejaba la dirección de la Academia, el 27 de agosto de 1864, se recibió en ella una
comunicación del ministerio de Fomento donde se informaba que Maximiliano había tenido a bien aprobar
una moción del recién ingresado secretario de la Academia, relativa a que se aumentará al Mayordomo y
Ecónomo de la Academia su sueldo de 600 a 800 pesos anuales y que también aprobará la idea del mismo
secretario tocante a que se le diera al dicho Barrientos la atribución adicional de Prefecto de Estudios.379
Parece ser que Flores Verdad, aprovechó la coyuntura referente a que el señor Ramírez ya no podía hacerse
cargo de la Dirección de San Carlos, y él, como encargado absoluto de la Academia buscó y logró favorecer

374 A.A.S.C., exp. 6733.


375 A.A.S.C., exp. 6670.
376 En febrero de 1865, Santillán pide se le exima de asistir a la clase de dibujo el natural o el desnudo por tener un problema de la

retina, que le impedía trabajar asiduamente en su profesión. Esta solicitud la hace el final del 29 de enero de 1865. Su profesor
Felipe Sojo dijo que le constaba que el pensionado era muy corto de vista por lo que dilataba en todos sus estudios y a veces no le
podía exigir más de lo que permitía su defectuosa organización. Pero aseguraba que el estudio que Santillán trataba de dispensarse,
era tan interesante que completamente mataría su carrera, por lo que sugería que fuera al estudio un día si y otro no, dibujando en
papel de color oscuro y en el último de los casos que supliera de día en horas extraordinarias el estudio al desnudo que se
practicaba en las noches.
El 9 de febrero, Fonseca, acordó que Santillán fuera un día si y un día no y dio la orden para que se le ministrase el papel del color
que indicaba el profesor.
El 6 de marzo, Santillán dijo que había consultado a su médico si acaso podría estudiar cada dos noches como lo tenía dispuesto
Fonseca y éste le dijo resueltamente que no, porque le sería muy perjudicial a la vista, tanto que podría perderla si adoptaba aquel
ejercicio. Santillán volvía a pedir se le redimiera de aquella obligación, diciendo que no estaba en su arbitrio el obedecerla sin
sujetarse a sufrir un perjuicio irreparable. Y proponía dibujar de la estatua de las dos a las tres de la tarde. Finalmente pedía se
aceptase su propuesta y que Fonseca mandara al señor Vicente Barrientos, le devolviera los centavos que le había rebajado de su
pensión por no considerarla justa por la imposibilidad que exponía. Agregaba Santillán que no se fuera a entender que algún
capricho o pereza le hayan movido a aquel fin. A.A.S.C., exp. 6536, fojas 1 y 2.
377 A.A.S.C., exp. 6485.
378 A.G.N, Segundo Imperio, caja 48, exp. 35, foja 2.
379 A.A.S.C., exp. 6606, foja 5.

106
al señor Barrientos, otorgándole, además, mayores atribuciones al interior de la escuela. Para 1865, su sueldo
había subido a1200 pesos anuales380 y en 1867, su sueldo se redujo a 1000 pesos anuales.381
Como dijimos, en febrero de 1866, se suscitó el problema con el señor Santillán. En aquellos días el
director de la Academia Urbano Fonseca se hallaba enfermo y en consecuencia la Academia volvía a tener
como autoridad máxima al secretario Flores Verdad, quien extrañamente vuelve a sus intentos de brindar
aún mayores atribuciones a Barrientos. En carta fechada 17 de febrero, decía el señor Francisco Artigas382,
ministro de Instrucción Publica y Cultos, que en las faltas accidentales del director general de la Academia
quien lo sustituía era él. Más como argüía, que él sólo asistía a la Academia en horas determinadas, solicitaba
como muy necesario, que durante el tiempo que él no estuviera se quedará como encargado de la Academia
el prefecto Vicente Barrientos, quien no sólo asistía constantemente sino que tenía habitación en ella.
En consecuencia, Flores Verdad suplicaba respetuosamente al señor Artigas, que se decretara, que en las
faltas del director y del secretario, quedara como jefe del establecimiento el señor Barrientos. Pues decía,
esto serviría para evitar que los alumnos cometieran desórdenes, con el pretexto de no existir persona
autorizada por el Supremo Gobierno para vigilar el buen orden y la disciplina de la Academia.383
Desconocemos que resolución haya tenido esta segunda petición del señor Flores Verdad. Pero los
hechos parecen indicar, que el buen Barrientos, se ensoberbeció con las alas que le dio el secretario Flores
Verdad a tal punto, que colmó incluso los catedráticos de San Carlos. Al caso, el día 13 de diciembre de
1866, se celebró una Junta de Profesores para discutir sobre las atribuciones del prefecto Vicente Barrientos,
de quien pedían su destitución o que se limitará a sus atribuciones. Además, el profesor Eleuterio Méndez,
pidió a Urbano Fonseca, que constará la manifestación que hacían los profesores de que no estaban
conformes con que fuera prefecto de la Academia dicho señor. En este asunto, Fonseca mostró la
inteligencia que le caracterizaba y propuso sensatamente que se crease un reglamento donde se especificasen
las funciones de cada persona y así poderlo elevar al Supremo Gobierno. Se nombró una comisión integrada
por los señores Vicente Heredia (como presidente), Santiago Rebull y Eleuterio Méndez, la cual presentaría
dentro de ocho días un proyecto del reglamento para la Academia, según lo propuesto por el señor
director.384
El asunto del prefecto Barrientos no paró allí, pues a poco de haber caído el Imperio de
Maximiliano, el 22 de agosto de 1867, los alumnos del ramo de Ingeniería Civil y Arquitectura, manifestaron
textualmente lo siguiente: ―en el caso de faltar los catedráticos, el prefecto de estudios suple sus faltas y la
Academia cuenta con dicho funcionario, no es, sin embargo, un individuo digno de ocupar dicho puesto,
por ser una persona que además de carecer de los conocimientos indispensables necesarios, como pueden
acreditarlo los profesores mismos, se ha abrogado facultades tales, que no tienden sino a impedir el adelanto
de los alumnos: por tales razones, creemos que será removido.‖385
Y los alumnos no se equivocaban al decir que los profesores los avalarían, pues el nuevo director de
la Academia a la caída del Imperio, don Ramón Isaac Alcaraz, de acuerdo con el ministerio de Justicia e
Instrucción Publica, removió a Barrientos, contra quien dijo había quejas de los alumnos y de los profesores
―por su mal carácter y poca a aptitud para el desempeño de las funciones de prefecto.‖ Alcaraz nombró en
su lugar al profesor Epitacio Calvo, de quien dijo creía desempeñaría convenientemente la prefectura de los
estudios.386
La anterior disposición se comunicó a Barrientos el 13 de septiembre de 1867, y éste como era de
esperarse no se quedó con los brazos cruzados y refutó el 25 de septiembre, a sus acusadores. Dijo que antes

380 A.A.S.C., exp. 6440, foja 4.


381 A.A.S.C., exp. 6464.
382 Durante el Segundo Imperio, hubo 5 personas con las cuales tuvo que entenderse la Academia.

El señor José Salazar Ilarregui (subsecretario de Estado y del despacho de Fomento), Manuel Siliceo (Ministro de Instrucción
Pública y Cultos), Francisco Artigas (Ministro de Instrucción Pública y Cultos), Pedro Escudero (Ministro de Justicia encargado
del Ministerio de Instrucción Pública y Cultos) y Manuel García Aguirre (Ministro de Instrucción Pública y Cultos).
383 A.A.S.C., exp. 6486.
384 A.A.S.C., exp. 6466, fojas 1 a 3.
385 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1 exp. 45, foja 1 v.
386 A.G.N., Instrucción Publica y Bellas Artes, caja 1 exp. 47, foja 2.

107
de alegar lo que en su derecho correspondía, había hecho entrega inventariada de los objetos que estaban
bajo su cuidado, no obstante, que de tal forma no los había recibido él. Y que habiendo terminado aquélla
labor pasaba a contestar a sus detractores. Afirmaba que dos eran las razones fundamentadas por algunos
alumnos y por las que había sido separado, la primera era la de carecer de los conocimientos necesarios para
desempeñar el puesto de prefecto y la segunda la de haberse abrogado facultades que tendían a impedir el
adelanto de los alumnos.
La primera razón la refuta diciendo, que siendo la Academia, una escuela de bellas artes donde se
enseñaban cinco diferentes ramos se necesitaría para quien desempeñase el citado empleo ser un omniscio y
preguntaba ― ¿existe?‖. Y si así fuera, cuestionaba Barrientos, si aquél personaje tendría acaso la suficiente
candidez de desempeñar una plaza para la que no adquiriera gloria alguna y si disgustos infinitos,
subyugándose de paso a una remuneración mezquina e insegura. Y afirmaba que al establecerse dicha plaza,
ni remotamente se había pensado en tal disparate, sino que se había querido tener una persona que cuidará
el orden y que tuviese la suficiente autoridad para reprimir los abusos sin que fuera precisa la presencia del
director. Por lo que no había la necesidad de los conocimientos que alegaban los alumnos para el
desempeño de la plaza de prefecto. Decía que al cabo de los cuatro años que desempeñó aquel puesto, hubo
algunos alumnos que castigo por su mal proceder y resentidos ahora venían a pedir su remoción. Y en
cuanto al segundo punto, decía ignorar cuáles eran aquellas facultades que se había abrogado y que impedían
el adelanto de los alumnos, agregando que como si para impedir el adelanto de los alumnos fuera preciso
abrogarse facultades. Que si corregir faltas, conservar el orden, hacer que estudiaran los alumnos y permitirle
todo aquello que redundar en su provecho eran faltas, era seguro entonces que les había cometido.
Barrientos finalizaba su exposición protestando no haber dado causa para que se le despojara de un empleo
que había desempeñado con eficacia y honradez.387
En la exposición de Vicente Barrientos, aunque en algunos puntos es visceral, predomina la razón y
buen juicio. Sus refutaciones son sencillas, justas y claras. A nuestro parecer, lo que realmente pesó más en
su destitución, no fueron solo las razones expuestas para que fuera removido de su cargo, sino el que los
alumnos y profesores uniéndose, hicieran frente común y expusieran al director Alcaraz sus quejas contra el
señor Barrientos. Pues lo que ellos querían, era hacer a un lado el malestar y contrariedad que ocasionaban
las actitudes del prefecto, y no la honradez con que pudo haber manejado los dineros de la Academia. Las
atribuciones a que se refieren profesores y alumnos, y que no explican, tal vez sean un exceso de celo en la
vigilancia y orden de las clases, potestades que antiguamente se hallaban reservadas para los catedráticos, y
que, como eran lógico, aquello causaría extrañeza y molestia, creando un estado de tensión y discordia con la
nueva figura de autoridad creada en el Segundo Imperio y que no toleraron los académicos.
Por otra parte, hubo casos con respecto a la conducta de los alumnos, mucho menos sonados y en
los que el director, Urbano Fonseca, prefirió mantener en el mayor sigilo. En una correspondencia interna
de la Academia de San Carlos, fechada el 19 de abril de 1865, que Fonseca rótulo con la leyenda de ―
Reservada‖, exponía el profesor Sebastián Navalón, la situación de los alumnos de su clase que habían sido
cesados de la Academia de San Carlos, por una incorrección suscitada por alguno de ellos. Le decía al
catedrático de grabado hueco, que para que pudieran ser admitidos de nueva cuenta los alumnos, y tomando
en cuenta el hecho de que no se había logrado descubrir ―al autor de la falta cometida en la misma clase‖, y
al mismo tiempo, viendo el perjuicio que resultaría de que a los alumnos se les cortase su carrera. Se resolvía
que era de absoluta necesidad que el profesor Navalón, respondiera de la conducta futura de todos ellos,
―haciéndose único responsable‖ de lo que pudiera acontecer y quedando obligado de dar cuenta de la menor
falta que observase en dichos alumnos. Navalón contesta agradeciendo el espíritu de equidad del señor.
Fonseca, y que aceptaba aquella condición con tal que se les concediese a sus alumnos, la gracia de volver a
los estudios de su carrera. Aunque las comunicaciones tienen el cuidado de no mencionar a que falta se
referían, suponemos que tal vez se debía a que un alumno de la clase, sustrajo algún objeto del taller del
profesor, pues al final de la carta de Fonseca, éste dice: ―De esta manera se considera la seguridad de
cuantos se halla al cargo de V., con la continuación de los estudios de sus discípulos.‖388

387 A.A.S.C., exp. 6873, fojas 8 y 9.


388 A.A.S.C., exp. 6557, fojas 1 y 2.
108
Durante el Segundo Imperio, los inquietos alumnos de San Carlos, enviaban frecuentemente ocursos
y solicitudes al ministerio de Instrucción Pública y Cultos. Así que el ministro Artigas, pidió a Fonseca que
instruyera a sus alumnos que toda petición que hicieran, fuera hecha por conducto del mismo director, con
su informe respectivo, pues se había observado que después de algún tiempo los alumnos salvaban este
conducto, presentando sus escritos directamente. El 19 de febrero de 1866 el secretario Flores Verdad fijó
en la Academia un papel que tenía por título AVISO A LOS ALUMNOS DE LA ACADEMIA, donde les
hacía constar la mencionada disposición del ministro de Instrucción, agregando que sería severamente
castigado el alumno que infringiera esta disposición.389
Dentro de las peticiones o inconformidades de los alumnos, hay algunos puntos que quedan en total
penumbra. Por ejemplo, en el Archivo General de la Nación, hallamos un documento elaborado en
Chapultepec, en el que se listan distintos asuntos que hubo entre Maximiliano y sus diversos ministros de
Estado. En aquel listado se hacían a cada comunicación tres observaciones, que eran: fecha, dirección y
extracto de la misma. Un punto de este listado decía esto: ―[fecha] Chapultepec Agosto. 14 [dirección] –
Ministro Siliceo [extracto]-Acompañándole una nota sobre los motivos de disgusto que tienen los alumnos
de la Academia de San Carlos.‖390 Tan ahorrativa noticia, no puede más que inquietarnos. ¿Qué motivos
eran aquellos?, ¿Cuál sería aquel asunto, que el ministro Siliceo ponía en conocimiento de Maximiliano? El
año no lo dice la escueta comunicación, pero no puede ser otro más que 1865, pues Siliceo fue ministro de
Instrucción Pública y Cultos de abril a octubre de aquel año. Imaginamos, que se pudiera tratar del mismo
caso del señor. Barrientos. Pero aún todo está por decirse al respecto del hecho tal vez a un sobreviva,
extraviada en algún archivo la citada comunicación, de la cual sólo se conocen la magra noticia que citamos.
Pero veamos ahora la situación económica en que vivían los estudiantes de la Academia. Decía
Ignacio M. Altamirano: ―En México, triste es decirlo los artistas son parias; no tenemos ni bastante
población ni bastante cultura para poder ofrecer a un artista un porvenir capaz de hacerle grata la vida. Un
gran pintor aquí no tiene más recurso que hacer retratos para vivir, o ponerse a iluminar fotografías. Un
escultor, aunque tenga genio de Praxiteles, tiene que resignarse hacer bustos de diputados o mercaderes
ricos, o imágenes de santos, según la idea de una vieja devota o del cura de un pueblo de indígenas.‖391
No exageraba el señor. Altamirano, los campos laborales para un artista en aquella época no iban
más allá de lo que refiere. Pintores como Ramón Sagredo y Joaquín Ramírez, se dedicaron por muchos años
a iluminar fotografías y Juan Cordero, no tuvo otra opción que convertirse en un mercader semi-industrial
de retratos. Y realmente, no había que ser un avispado liberal para observar esto. El señor José Urbano
Fonseca, reconocido clerical, conocía mejor que nadie las carencias y necesidades de los egresados de San
Carlos.
La actuación de Fonseca en la historia de la Academia no se constriñe al periodo en que fue director
de ella, sino también cuando era simplemente miembro de la antigua Junta de Gobierno de la Academia, en
la época en que aquélla poseía la renta de la Lotería de San Carlos.
En agosto 25 de 1865, Fonseca exponía el señor Siliceo, la situación real de los alumnos de San
Carlos. Explicaba que cuando fue miembro de la Junta de Gobierno, y meditando sobre el porvenir de los
alumnos que con tanto empeño educaban en México y Europa, consiguió de la Junta que se concediese el
goce de la pensión hasta por un año más después de su regreso a México. Y que se les diera aunque fuera
por una sola vez, cierta cantidad, con que pudieran abrir un estudio o taller, y así lograran establecerse. El Sr.
Fonseca, trataba así, de ponerlos a cubierto de las necesidades de su noviciado. Continúa diciendo, que esto
se había venido ejecutando, sin que ello hubiese bastado para librar de la miseria a muchos, y principalmente
a los que estudiaban y concluían en México su carrera artística, la que tenían que abandonar, para
proporcionarse por otros caminos la subsistencia. Indicaba, ya que el mal, se hacía sentir cada día más, en la
misma proporción que iban concluyendo su carrera los discípulos. Y que viendo la juventud mexicana que
las carreras de la Academia no prometían esperanzas ni porvenir, tampoco era fácil que acudieran nuevos

389 A.A.S.C., exp. 6487, fojas 1 y 3.


390 A.G.N., Segundo Imperio, caja 36, sin número de expediente.
391 Ignacio Manuel Altamirano, Escritos de literatura y arte, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1989, págs., 106 y

107.
109
alumnos al establecimiento. Comentaba, que esta misma inseguridad de la futura subsistencia de los artistas,
inducía a las familias de cierta previsión y acomodamiento en la sociedad, a preferir las carreras científicas,
dejando entregadas las carreras artísticas a personas, que por lo regular no tenían de que subsistir y a quienes
era preciso auxiliar. Fonseca nunca cesó de promover en cuántas asociaciones lo abrigaron, que se ocupará a
la Academia, en las obras de bellas artes que se ofrecieron. Y cuando le cupo la honra de ser director de esta
casa, siempre procuró hacer algo más, porque fue testigo inmediato de las escaseses pecuniarias de la mayor
parte de los que cultivaban las bellas artes.392
Otro informe del mismo Urbano Fonseca, confirmaba lo anterior de una manera más fría y
categórica. El 4 de mayo de 1866, el ministro de Justicia encargado del despacho de Instrucción Publica y
Cultos, señor Pedro Escudero, pidió a Fonseca que le informara minuciosa y circunstancialmente respecto a
los alumnos pensionados que había en esos momentos, indicando conducta y materias que cursaban. Al
efecto existían en mayo de aquel año, diecisiete pensionados.393 Fonseca al referirse a su condición
económica, dice que algunos que no sólo eran pobres, como lo eran todos, sino que determinados
pensionados eran excesivamente pobres (como Luis Monroy) o tan extraordinariamente pobres que no
contaban con el menor recurso para su subsistencia (como Atanasio Vargas).
Como bien lo apunta Fonseca, la tónica en la Academia, era que los alumnos de familias humildes
cursaran carreras puramente artísticas, como pintura, paisaje, escultura o grabado, y los estudiantes con
mayores recursos estudiaban la carrera de arquitectura, entre ellos estaban los hermanos Juan y Ramón Agea
(hijos del general Ramón Agea), Manuel F. Álvarez (un hijo del general de brigada Juan Álvarez), José
domingo y Manuel Couto (hijos del prestigiado abogado José Bernardo Couto), Mariano Téllez Pizarro (hijo
del corredor Cayetano Ocampo), José Hilario Elguero (hijo del rico comerciante José Hilario Elguero 394)
Ventura Alcérreca (hijo del general Agustín Alcérreca, quien fue un gran amigo y familiares del presidente
Comonfort) y otros estudiantes, que aunque no hemos podido definir quiénes eran sus padres, sólo sus
apellidos son sugerentes con respecto a algunos personajes de la sociedad y la política de esos tiempos.
Lo que sucedía, es que la carrera de ingeniero civil-arquitecto, demandaba mayores gastos por parte
de la familia de los estudiantes, como lo había mencionado don Bernardo Couto al alumno Ricardo Orozco,
y, además, era bien claro, que los alumnos de aquella tuvieron mejor futuro en la sociedad mexicana que los
estudiantes de los otros ramos. El libro de Manuel F. Álvarez, El Dr. Cavallari y la carrera de ingeniero civil en
México, que ya hemos citado en diversas ocasiones, es prueba de ello, pues hace una relación de los
egresados de esta carrera y el porvenir que les deparó, en los que se nota una tendencia favorable hacia el
éxito. Y no como los egresados de los demás ramos, donde sólo algunos destacaron al término de su carrera,
desapareciendo la mayoría de ellos en el olvido, la indigencia y sobre todo, en el fracaso más rotundo. Triste
es comprender, que después de haber consagrado los mejores años de su juventud al estudio de las bellas
artes, los gobiernos nacionales nada o poco hicieron para evitar su amarga fortuna. Este triste destino, lo
trató de evitar, sólo el gobierno extranjero de Maximiliano de Habsburgo. Y guste o no, esto es una realidad
histórica.
El profesor Felipe Sojo, refiriéndose al mismo tema, decía en enero 7 de 1867: ―En los años pasados
habíamos visto abandonar el arte a algunos de nuestros compañeros más distinguidos; porque, parecerá
mentira, después de tantos años de estudios y sacrificios, no habían podido con el ejercicio de su profesión
procurarse con que vivir.
Para remediar este mal, la previsión de nuestro gobierno y esta Academia, debe ir más lejos,
buscando los medios de que nuestra sociedad proporcione ocupación a nuestros artistas. De otra manera, este
plantel será un invernadero dentro del cual florecerán las plantas que aquí se cultivan; una vez desarrolladas, al salir del
temperamento especial que las ha vivificado, saldrán a morir; porque ni siquiera les quedará vida suficiente para darse a conocer
[las cursivas son nuestras].

392 A.A.S.C., exp. 6437, fojas 1 a 3.


393 Atanasio Vargas, Pablo Valdés, Lauro Campos, Luis Monroy (estos cuatro en pintura), Luis Coto, José M. Velasco, Gregorio
Dumaine (estos tres en paisaje), Felipe Santillán, Francisco Dumaine, José Tentori (estos tres en escultura), Juan Anza, Carlos
Moreno, Luis Vicario, Eusebio Sosa (estos cuatro en arquitectura), Tomás Peña (en grabado en la mina), José Dumaine (grabado
en hueco) y Valeriano Lara (grabado en madera).A.A.S.C., exp. 6441, fojas 12 y 13.
394 José Hilario Elguero fue nombrado Académico de Honor el 12 de agosto de 1856. A.A.S.C., exp. 5905.

110
Tal habría sido el resultado de algunos de los hijos de esta Academia si SSMM [Sus Majestades] no les hubiera
tendido una mano generosa [las cursivas son nuestras], ocupándolos en sus obras particulares.‖395
Nadie mejor que Sojo, hubiera podido explicar de manera más exacta la situación de los alumnos de
San Carlos en la época del Imperio. Efectivamente, la Academia de San Carlos fue en buena parte un
invernadero, del cual salían las flores más hermosas formadas por los verdaderamente patriotas y filántropos
señores de la Junta de Gobierno. Sería fácil decir, que el error de aquellos hombres, había radicado en haber
creado una institución sumamente paternalista y que al término de aquella tutela, natural era, que muchos de
sus hijos murieran cuando intentarán salir de sus capullos de crisálidas. Pero siendo honestos, era elegir
entre aquello o no haber hecho cosa alguna. Tampoco se les puede culpar, de no haber buscado medios a
través de los cuales, los artistas de la Academia tuvieran en que emplearse.396
No pudieron más, y no es sensato exigir que hubieran hecho más, pues mucho hicieron en un teatro
que poco o nada era propicio para el florecimiento de las bellas artes.
El emperador Maximiliano en algo y por corto tiempo logró mitigar aquella condición. Esta historia,
lo confesamos, nos ha hecho encogernos de pavor, al contemplar como aquella próspera institución,
esperanza de la juventud artística del siglo XIX, fue brutalmente arrasada por la mano de los facciosos
gobiernos liberales y conservadores. Mas hoy, a la distancia temporal que nos separa, podemos apreciar en
su verdadera magnitud aquellas almas vehementes y portentosas que se llamaron orgullosamente académicos
de San Carlos.
Para nosotros, el ejemplo más acabado de fatalismo en el destino de los alumnos de la Academia, lo
encarna Ramón Sagredo. Este hombre poseía las características típicas del antihéroe. No existe en él la
tradicional lucha entre las adversidades. No es en lo absoluto modelo de abnegación, perseverancia,
serenidad y mucho menos equilibrio. Es más bien un pintor obscuro, anónimo, desterrado de la lista de los
grandes pintores mexicanos. Sagredo, es reflejo del fracaso más rotundo, pues llamado por sus cualidades
pictóricas y su genial carácter a ser el primer pintor de su época, no despuntó al grado que se lo hubieran
permitido sus facultades. Es el prototipo romántico de los pintores de su época. El historiador Manuel
Revilla, al referirse una ocasión al maestro de Sagredo, don Pelegrín Clavé, declaró: ―Clavé era el Carpio de
la pintura.‖397 Pues hacía un símil entre las poesías del médico Manuel Carpio,398 quién era un excelente
versificador de evocaciones plenas de misticismo religioso, y las pinturas de Clavé, inspiradas en la escuela
purista de Overbeck. Y si se nos permite hacer una comparación análoga, nosotros decimos que Sagredo,
fue el Manuel Acuña de la pintura.
Aquéllos, Sagredo y Acuña, tuvieron muchas similitudes en sus vidas: los dos venían de provincia a
estudiar a la capital, eran de escasos recursos, gozaban de un espíritu poético y atormentado, uno estudio la
anatomía a través de la medicina, el otro a través del dibujo, fueron becados respectivamente por sus
escuelas, ambos se distinguieron siendo aún estudiantes, y Sagredo, al igual que Acuña, también puso fin a
sus días, llevado por una infausta pasión amorosa.399

395 A.A.S.C., exp. 6521, foja 2 v.


396 Esta fue una de las preocupaciones fundamentales de Bernardo Couto. Éste se había propuesto la mira de establecer en
México, el gusto por la pintura mural. Pues veía en ella una excelente opción que les daría ocupación a futuro. Lo que les faltó a
Couto y a la Academia para concretar este noble y visionario propósito, fue tiempo y los fondos de la lotería. Estamos seguros de
que si Couto y la Lotería, hubieran perdurado unos cuantos años más, en la Academia hubiesen sucedido fulgurantes hechos para
la historia del arte mexicano. En lugar de ellas nos tenemos que conformar con unas más grises y mediocres. José Bernardo
Couto, op.cit., págs. 117 y 118.
397 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit, pág. 132.
398 Manuel Carpio, fue miembro de la Junta de Gobierno de la Academia de San Carlos y algún tiempo dio clases de anatomía en

la Academia de San Carlos. Ya habíamos mencionado que junto con Bernardo Couto y José Joaquín Pesado fue jurado de la
selección del Himno Nacional.
399 Ramón Sagredo se suicidó el jueves dos de junio de 1870. Se ha tenido como cosa cierta que murió en 1872 ó 1873. La fecha

errada, ha sido repetida en todo estudio donde por casualidad mencionan las fechas de nacimiento y muerte de este pintor. Quizá
llevados por la autoridad irrefutable que han concedido a los escritos del historiador de arte don Justino Fernández.
El periódico La Opinión Nacional dijo el lunes 6 de junio de 1870:
― SUICIDIO
En la noche del jueves se suicidó en esta capital D. Ramón Sagredo, hábil fotógrafo.
111
La personalidad de Sagredo cautivó grandemente a Justo Sierra e Ignacio Manuel Altamirano. Este
último, dijo sobre nuestro pintor, que ―era un verdadero bohemio del arte‖ y que poseía un carácter
―vehemente y melancólico‖. Al salir de la Academia, se mostró desilusionado de la pintura. Dando por
resultado que su talento se ahogara en el abandono y el desencanto.400
Un documento curioso en el archivo de la Academia, trasluce en toda su intensidad, la tragedia de
Sagredo, quien intuía con toda certeza, que el abandonar San Carlos, representaría para él, lo dicho por el
profesor Felipe Sojo: ―sería una magnífica planta, que al dejar el invernadero que le significaba la Academia,
saldría ineludiblemente a sucumbir‖. El manuscrito, fechado seis de febrero de 1861, es una carta autógrafa,
en la que solicita al director José Fernando Ramírez, una prórroga de supresión por dos años. 401
Transcribimos integrar la carta por lo interesante de cada una de sus partes, y bajo la certeza de que si
omitiésemos alguna parte de ella, se extraviaría la esencia fundamental del escrito. El comunicado de
Sagredo es el que continúa:
―E. Sr. [Excelente señor]
Ramón Sagredo, discípulo de la Academia nacional de S. Carlos en el ramo de pintura, ocurre ante la
justifición [sic.] y benevolencia de la Junta directiva de dho [dicho] establecimiento, diciendo: Que dha
[dicha] respetable Junta tuvo la dignación el año de 1853.—de concederme la pensión anual de 180 pesos
cuya gracia debió terminar el año de 1859— En este año solicité y obtuve el que se me prorrogase el goce de
dha [dicha] pensión por todo el año siguiente, dio hoy a riesgo de parecer importuno, pero confiado en la buena
disposición de que siempre han dado pruebas las personas que han tenido su cargo la dirección de la Academia [las cursivas
son nuestras], me atrevo a suplicar encarecidamente se me prorrogue aún la gracia.
Mi pretensión, Señor, no carece de fundamento. —Apasionado desde mis primeros años al bellísimo arte de
la pintura, todo mi anhelo se reducía a llevar a cabo mis aspiraciones ingresando a un plantel como en el que he tenido la honra
de permanecer durante nueve años, y dedicarme allí bajo la dirección de artistas distinguidos y de mérito, al estudio de dho
[dicho] arte [las cursivas son nuestras]. Efectivamente, Señor, mis deseos fueron satisfechos más allá de lo
que hubiera podido esperar, atendida la escasez de recursos con que yo contaba para cultivar un arte que
absorbe mucho tiempo y demanda un estudio sostenido y laborioso. A la sombra protectora de la Junta directiva
he podido permanecer en la Academia subvencionado en parte por la generosidad del establecimiento [las cursivas son
nuestras]; y a la solicitud, verdaderamente paternal de los profesores, he debido los pequeños adelantos que
he dicho en el ramo que me dedico, habiendo logrado presentar en diversas exposiciones cuadros que han
merecido calificaciones honrosas, y que han probado, lo que tengo genio artístico pero sí al menos que he
procurado corresponder con mi aplicación a los beneficios que la Academia me ha dispensado.
Todos estos antecedentes me autorizan, o en cierta manera disculpan mi actual solicitud, porque es
bien sabido que en los corazones bien organizados la benevolencia crece en proporción de los beneficios
dispensados. — ¿Y siendo esto así no me atrevería a suplicar a mis benefactores que concluyan la obra que han comenzado
tan generosamente? [las cursivas son nuestras y el subrayado indica dos palabras que Sagredo destacó,
escribiendo las levemente de mayor tamaño]. Si cuando no emprendía yo aún la escabrosa carrera del artista

En el curso de un mes, tres veces intentó quitarse la vida, y realizó su deseo la noche a que nos referimos, tomando una dosis
considerable de cianuro de potasa.
Parece que la causa de su locura fue una pasión amorosa.
El juzgado del Sr. Barreda hace las averiguaciones necesarias.‖
El diario La Voz de México, de tendencia católica opinó al saber de su muerte:
―El Jueves último ha muerto repentinamente el inteligente fotógrafo D. Ramón Sagredo, persona muy estimable por las buenas
prendas de su carácter. ¡Descanse en paz!‖
Al saber que fue un suicidio, el mismo diario aclaró:
―No murió repentinamente, como nos dijeron, el joven D. Ramón Sagredo. Después de anunciar esa muerte, supimos con tristeza
que el expresado joven ha venido a inscribir su nombre en la lista de los que ofendiendo a la Majestad divina, y violando la ley
sagrada de la conservación, ponen término a sus días en medio de la enajenación a que los arrastra una pasión desordenada, el
abatimiento moral o la desesperación. Sentimos que ese fin trágico haya tenido la existencia del joven Sagredo, y deseamos que su
alma haya encontrado misericordia ante el Tribunal de Dios.‖
La Opinión Nacional, lunes 6 de junio de 1870, núm. 699, pág. 3, La Voz de México, domingo 5 de junio de 1870, núm. 43, pág. 3 y
La Voz de México, martes 7 de junio de 1870, núm. 45, pág. 3.
400 Ignacio Manuel Altamirano, op.cit., pág. 187.
401 Las pensiones en la Academia, tenían normalmente una vigencia de seis años.

112
ellos me tendieron una mano protectora, hoy después de tantos sacrificios y cuando tengo algo avanzado de
mi camino ¿me dejarán abandonado a mis solos esfuerzos, o expuesto tal vez a dejar lo que medias no puede serme útil? No
puedo creerlo [las cursivas son nuestras]. Y en virtud de estas consideraciones confío en que los que hasta aquí
me han ayudado, ahora que mi porvenir está íntimamente ligado con la perfección de mi carrera y comprometido altamente
si la abandono [las cursivas son nuestras], no permitirán que así suceda y acogerán favorablemente mi
solicitud.
Así pues.
A V.S. suplico se sirva determinar, ya por sí ya con acuerdo de la junta que tan dignamente preside,
que se me prorrogue la atención de que hasta fines del pasado he disfrutado por todo el año de 1861 y el
venidero de 62. Recibiendo en esto merced y gracia.
México. Febrero 6 de 1861.
[Rúbrica] Ramón Sagredo.
Al Exmo. Sr. D. Fernando Ramírez.
Presidente de la junta directiva de la Academia N.l de S. Carlos.
[A un costado de la foja 1, dice lo siguiente:] Informe. El exponente posee un verdadero talento para
el arte y podrá obtener grandes adelantos si sigue sus estudios. No teniendo a su familia en México ni
contando con otros recursos que los de la atención, creó que es muy atendible la súplica que lleva a esa
protectora Junta. México 17 de febrero de 1861. [Rúbrica] P. Clavé.‖402
El escrito de Ramón Sagredo, al menos a nosotros, nos ha sacudido grandemente, pues posee una
fuerza expresiva y una agitación interna incomparables. La carta, deja ver a todas luces, que Sagredo no
estaba listo para salir del vientre de la Academia y enfrentarse a la cruel e inculta sociedad mexicana. Su
genio, que lo poseía de sobra, se enmarañaba y confundía con su extrema delicadeza.
La tónica de esta carta, contrasta con la que insertamos en el apartado consagrado a Santiago Rebull,
en la que protestaban contra el dictamen de los maestros extranjeros referente al concurso por la cátedra que
finalmente obtuvo de Petronilo Monroy. Hay en aquella, un tono descomedido, pues llama de ideas
atrasadas a los señores Rebull, Clavé, Cavallari y Landesio, a los que acusa de haber servido a la mala
administración de Couto y de tener la tendencia de proteger a los suyos, haciendo la guerra a cuantos tenían
la desgracia de no pensar como ellos. Apuntaba que los sinodales habían obrado de mala fe, y pedía que las
pruebas fuesen calificadas por artistas ―progresistas‖ de fuera de la Academia. En ella Sagredo, da la espalda
a quien tantas veces lo protegió. Pues no habla nada bien de Couto, que fue quien le consiguió su primera
prórroga y quien le había llamado para que decorara el techo de una de las galerías de la Academia; de Clavé,
quien intercedió en la segunda prórroga, y quien lo había llamado a la decoración de la cúpula del templo de
la Profesa; de toda la estructura que representaba la Academia de San Carlos, pues dejaba ver un sentimiento
en que la señalaba a toda ella, de no ―progresistas‖ (palabra muy utilizada en esos tiempos por el Partido
Liberal, para nombrar a todo aquel cúmulo de ideas que a su decir lo representaban).
La actitud, de Sagredo, nos parece natural, pues aquel dictamen cortaba de tajo todas las esperanzas
que había forjado, pues por un momento creyó que formarían parte del notable grupo de profesores de la
Academia. Esta fue una de tantas ilusiones rotas, en el camino de abrojos de Sagredo. Más adelante,
Sagredo, abandonó la pintura y se dedicó a la fotografía e hizo sociedad con algunos de los más importantes
fotógrafos de su época (Julio Valleto, Luis Veraza y José María Maya), aunque todas ellas efímeras,
terminando por independizarse y poner por su cuenta un buen taller, del cual obtenía lucro.
Este pintor, de carácter impetuoso, de inmensa sensibilidad artística, poseedor de un espíritu
idealista, al dejar la pintura y dedicarse a la fotografía, rápidamente se dio cuenta de que aquella no recreaba
su alma de artista. Sagredo no estaba hecho para ser un fotógrafo, ni aun para ser el mejor. Sus aspiraciones
eran muy distintas, él lo que necesitaba era pintar, volver a hallar la sublimidad que logró en su Ida a Emmaus.
Mas no encontró el apoyo ni la forma de seguir la carrera congénita a su espíritu. Desilusionado, no
satisfecho por lo que había logrado, no hallo más sentido a su vida y la arrancó para dejar testimonio de su
tragedia, se sintió seguramente un artista prostituido, frustrado, no valorado. Sagredo no resistió la
indiferencia de un pueblo que no sabía como recompensar al genio del artista;... le espetó su muerte a una

402 A.A.S.C., exp. 6369, fojas 1 y 2.


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sociedad no preparada para genios de su cualidad y altura. Simboliza Sagredo el genio artístico tantas veces
desperdiciado. No creemos que aquel se haya suicidado meramente por una infausta pasión amorosa, aquella
pudo ser sólo su detonador, pero no su causa. Fue tan sólo una gota en el cáliz de la amargura, que Sagredo
bebió hasta las heces.
Ramón Sagredo, queda pues como el ejemplo más original de los alumnos de su tiempo.403
Los alumnos de la Academia, al igual que sus profesores, fueron altamente reconocidos por
Maximiliano. Al grado de ser invitados muchos de ellos a las comidas dadas por él en Palacio. Entre los que
indudablemente fueron invitados, están: Rebull, los hermanos Agea, Ramón Rodríguez, Sojo, Navalón,
Noreña y muchos otros que aunque no hay referencia cierta, seguros estamos si afirmamos que también
fueron invitados a la mesa del emperador. Por ejemplo, el domingo 8 de octubre de 1865, a la 6 de la tarde,
se dio una comida, donde se prevenía que debían asistir con frac, corbata blanca y condecoraciones. Y en la
lista de los ilustres invitados se leen los nombres de los pintores Obregón y Monroy. Que eran seguramente
José M. Obregón y Petronilo o Luis Monroy. Curiosamente se señala que Sr. Monroy se excusó.404
La que hallamos, fue sólo una lista extraviada, entre muchos otros que existieron y que quizá haya
sobrevivido al paso del tiempo y se encuentren perdidas en algún viejo archivo.
La vida política y social de los alumnos de la Academia también fue muy intensa. Eran amigos como
son generalmente los jóvenes de la novedad y el bullicio y tomaron participación muy directa en la agitación
que envolvía al país entero.
Cuando la Ciudad de México, se supo que habían iniciado las hostilidades del ejército francés.
Algunos alumnos de los colegios de Minería, Agricultura, San Ildefonso, Medicina, San Juan de Letrán y por
supuesto de la Academia de San Carlos, se reunieron en la Alameda, donde pronunciaron discursos y
poesías llenas de entusiasmo y decidieron, ir a ver al presidente Juárez, para explicarle sus deseos y
sentimientos.

403Otro artista, a que nuestro juicio, poseía también verdaderas cualidades románticas, fue el joven Manuel Ocaranza. La vida de
Ocaranza estuvo marcada también por el infortunio. Los poetas Emilio Rey y Manuel M. Flores, dedicaron algunos versos. Del
primero quisiéramos incluir el sentido soneto que apareció durante el Segundo Imperio, y que nos habla de la vida desventurada
de los artistas y su genio:
―EL GENIO. AL ARTISTA D. MANUEL OCARANZA.
Emilio Rey.
¿Porqué permite el Ser Omnipotente
Que el poeta en el valle de la vida
Arrastre una existencia mas decida
En cambio de laurel que orna su frente?

¿De qué le sirve cuanto en estro ardiente


Brota su noble inspiración sentida,
Estando su alma triste y abatida,
El aplauso que arranca de la gente?

Hondo cáliz de amargo sufrimiento,


No rica copa de placer profundo.

¡Ay! Por eso vagando acá en el mundo


Vemos que el genio sin cesar suspira,
Y al fin quiebra el pincel, rompe la lira.‖
El Año Nuevo, periódico semanario de Literatura, Ciencias y Variedades, 1865, núm. 3, pág. 64.
404A.G.N., Segundo Imperio, cajas 7, exp. 10, foja 4. Habrá algún juarista trasnochado qué brinqué de alegría al pensar que esto

significa una prueba fehaciente de disidencia al Imperio de Maximiliano. Aunque no necesariamente se debe entender así. Si
hubiera sido Petronilo Monroy, poco creíamos que existiera aquella conducta, pues en distintas ocasiones dio muestras de su
adhesión al Imperio. Fue uno de los artífices del arco del Emperador, la casa de los Escandón lucía en sus balcones dos regios
retratos con factura del mismo pintor el día que entró un Maximiliano a México, hizo diversos trabajos particulares para el
archiduque y al final del Imperio, se declaró a favor de tomar las armas en su defensa. Por otra parte, si se hubiese tratado de Luis
Monroy, se podría pensar que quizá su inasistencia se debió a la falta de riguroso frac que se exigía, y tomando en cuenta la
pobreza extrema de dicho alumno, seguramente no contaba con dicho traje, ni con recursos para la renta de alguno.
114
Acompañados de centenares de hombres del pueblo, llegaron a Palacio, invadieron el patio, subieron
las escaleras y entraron al Salón de los Embajadores.
Los alumnos de Minería, que eran los que formaban el grupo de vanguardia, nombraron a Miguel
Lerdo de Tejada, hijo del estadista, para que hablara en nombre de todos ellos. Lerdo a dijo Juárez, que la
juventud pensadora, afligida por los ultrajes del ejército francés, pedía que se expulsara de la ciudad a todos
los franceses residentes en ella y que se considerase a cada estudiante como un soldado para defender la
dignidad e integridad de la patria. Juárez, dijo que mucho le satisfacía que la juventud no fuera indiferente a
lo que sucedía en aquellos momentos pero que expulsar a los franceses por los residentes en la capital sería
una injusticia, pues aquellos eran hombres de trabajo. Agregando, por otra parte, que la oferta de la juventud
si la aprobaba y aplaudía, y que mandaría abrir en la ciudadela un registro en el cual se pudieran apuntar, se
les proporcionará un fusil y se les diera de alta en los cuerpos del ejército liberal. Que a quien había que
expulsar era a los franceses que se acercaban a Puebla, añadiendo Juárez finalmente a su discurso las
siguientes palabras: ―Alistaos para eso, y yo, desde ahora, os felicitó en nombre de la Nación, que premiará
vuestros servicios.‖ El grupo salio con el mayor orden de Palacio, vitoreando a la República.405 En el
apartado La desamortización de los Bienes Eclesiásticos y la Academia de San Carlos, ya vimos cómo fueron
premiados los alumnos de la Escuela de Agricultura y del Colegio de San Ildefonso.
Durante el Imperio, la fiesta procesionaria del Corpus Christi, se distinguió por la atención que le
prestó Maximiliano, pues esta fue especialmente celebrada por el archiduque con mucha fastuosidad y
boato. En aquellas solemnidades eran invitados los señores ministros, acompañados de las autoridades y
corporaciones que dependían directamente de ellos. Por ello, el director, los catedráticos y los alumnos de la
Academia de San Carlos, fueron citados para que concurriesen a aquella. El señor ministro Manuel Siliceo,
instruyó a Fonseca para que profesores y alumnos concurrieran a la solemnidad.406
Los alumnos que concurrían tenían que ir arreglados lo mejor posible Fonseca al caso, instruyó el 14
de junio de 1865 para que se escogieran 20 alumnos de los que estuvieran mejor dispuestos y que se diera
aviso al ecónomo Barrientos, para que aquel justificara la falta de los que asistieran a la dicha procesión.
En los tiempos del Imperio, y años anteriores, cada colegio tenía su uniforme, a excepción de los
alumnos de la Academia, con el cual asistían a las ceremonias civiles y religiosas, seguros de entrar en
descomunal combate con sus adversarios, pertenecientes a otros institutos. Cada colectividad, era clasificada
con un apodo, los alumnos de San Ildefonso eran llamados ―cocheros‖, por su frac y sombrero alto; los de
Minería ―lacayos‖, los de Agricultura ―gañanes‖, los del Seminario ―mulas‖ y los de la Academia de San
Carlos eran denominados con el mote de ―albañiles‖407 por la afición constructora de los alumnos de
arquitectura, además de que era el grupo más representativo y numeroso de la Academia.408
Hubo ocasión, en un Corpus en tiempos del Imperio en que después de la procesión solemne, se
fueron a la Alameda los colegiales de todos los institutos. Allí ―se formaron bandos y enseguida
emprendieron un descomunal combate a puñetazos, volviendo a sus casas con las narices maltrechas y los
ojos morados.‖409
Esos pleitos se derivaban de las precedencias en la comitiva, porque todos querían ser los primeros,
y de ahí resultaban las riñas.410

405 Juan de Dios Peza, op.cit., págs. 62 a 65.


406 A.A.S.C., exp. 6744.
407 Juan de Dios Peza, Memorias, reliquias y retratos, México, Porrúa, colección ―Sepan Cuantos...‖ núm. 594, 1990, pág. 80.
408 El número de alumnos inscritos en arquitectura siempre fue notablemente más numeroso que el de los otros ramos de la

Academia. José Fernando Ramírez, ―Escuela Imperial de Bellas Artes‖, en El Mexicano, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 78, pág,
119.
Es de notar que en la clase nocturna de artesanos y de dibujo de la estampa, el número era mayor, sólo que la primera no era
considerada como una carrera sino como la escuela preparatoria o primaria de la carrera de Arquitectura, y la segunda era una
clase donde concurrían alumnos de todos los ramos. Durante el Segundo Imperio, el número de alumnos creció
considerablemente y en especial en la clase de artesanos, aquélla tuvo una demanda inusual, aumentando considerablemente el
número de alumnos. En el año de 1865, los alumnos que concurrieron a la Academia fueron cerca de 500 y en 1866 llegaron a los
400. Esto gracias a la decidida protección de Maximiliano y a la apertura de nuevas cátedras.
409 Juan de Dios Peza, Memorias..., pág. 80.
410 Ídem, pág. 261.

115
El alumnado del establecimiento de San Carlos, era una comunidad influyente, no sólo en las bellas
artes que se cultivaban en la Academia, sino en otras como la música. Caso especial, es el del Melesio
Morales, ex-alumno nuevo de la Academia. Morales, nació en México el día 4 de diciembre de 1838. Siendo
aún muy pequeño exhibió la más decidida vocación por la música; pero su padre don Trinidad Morales,
anhelante porque abrazara la carrera de ingeniero civil, le dedicó al estudio de las matemáticas, forzándolo a
entrar en la Academia. Melesio no pudo vencer su repugnancia por aquel género de estudios, y persuadido
de que poco avanzaría en él, dejó la Academia y se consagró, a partir de los nueve años, al cultivo de un arte
que se acomodaba más a sus aspiraciones e inteligencia privilegiada.411
Morales, a pesar de su indiscutible genio, sufrió una gran cantidad de dificultades para poner en
escena su primera ópera llamada Romeo y Julieta, aprietos a los que se agregaba el poco interés del público
mexicano por este tipo de música.
Morales era aún muy joven a principios del año de 1863. Época en verdad difícil para las bellas artes,
pues el ayuntamiento de la ciudad lo había defraudado con el apoyo que la había prometido. Después de
muchas eventualidades que impedían ensayar cómo se debía la dicha obra, llegó al Teatro Nacional un grupo
de jóvenes, alumnos de la Academia de San Carlos, entusiastas por las glorias de México, y que habían
contribuido a la buena acogida de otras obras de maestros mexicanos. Deseando estos conocer la nueva
ópera para preparar una ovación a Morales, solicitaron entrar. Morales, que deseaba hacer los ensayos sin
testigos, para tener libertad de corregir, hizo que se les negase el permiso sin saber quiénes eran, por lo que
los académicos se retiraron asaz disgustados. Después supo el maestro quiénes eran, y sabiendo que sus
aplausos o desaprobación influirían mucho en el éxito de la obra, temió naturalmente, que el desagrado que
involuntariamente les había causado con su negativa, le fuese perjudicial.
Sin embargo, no fue así, y los alumnos de la Academia, patriotas y buenos estimadores de la música,
supieron olvidar el anterior desaire y manifestar francamente su admiración hacia el joven maestro, cuando
se presentó por primera vez Romeo y Julieta.412
Los días previos a la primera representación, las cantantes principales, las celebérrimas Tomassi y
Paniagua, que eran nada menos que Romeo y Julieta, estaban de tal manera roncas que no podían cantar y se
tuvo que diferir la presentación unos días más.
El día de la representación, 27 de enero de 1863, dos sucesos impidieron que el teatro se llenase, la
primera, fue que aquel día llegaron a México noticias de que los franceses habían sido derrotados en
Tampico, y así, muchos no acudieron por temor a las masas populares que recorrían las calles gritando
―mueras‖ a los franceses. A esto se sumó una lluvia molestísima durante toda la tarde y noche que hizo que
otros no quisieran exponerse a las inclemencias del clima.
La representación de la ópera resultó un fiasco, por las recurrentes desentonaciones de las divas
descompusieron de tal modo el dúo, que la concurrencia salió disgustada del teatro. No obstante la
desgraciada ejecución de la ópera, aquello no fue impedimento para que el público demostrase su aprecio al
autor y su aprobación a la obra. Morales fue llamado tres veces a escena, se arrojaron numerosos ramilletes,
la orquesta y las bandas militares tocaron dianas.
Pasados algunos días se anunció la segunda representación, la cual se dio con el teatro casi vacío. Por
último y esperando recuperarse de las pérdidas que tuvo en la segunda, anunció una tercera representación,
pero esta vez aumentando el espectáculo con un saxofonista y un guitarrista. La función se halló
lamentablemente desierta, aún así, la ópera comenzó. En el tercer entreacto, el guitarrista, viendo que el
público se cansaba, pidió ejecutar su pieza que era El carnaval de Venecia, al término de ella, algunas voces
pidieron El ave, el público que no escuchó bien, secundó los primeros gritos pidiendo el Jarabe a voz de
cuello. ¡El Jarabe! ¡el Jarabe! No se oía otra cosa del salón, el público daba al mismo tiempo grandes patadas
en el pavimento, palmoteaba con frenesí, y como unos locos desaforados continuaban pidiendo dicha pieza.
Eso era como para perder el juicio, o para renunciar de una vez a la carrera artística, pero Morales, con el
infierno en el alma, ocupó su asiento inicial y se alzó el telón para continuar la ópera. Pero el público seguía
pidiendo el Jarabe, el músico, arrojó su batuta, cerró su partitura y fue con el guitarrista para pedirle que

411 Ignacio Manuel Altamirano, op.cit., pág., 79.


412 Ídem. págs. 91 y 92.
116
repitiera su pieza. Así lo hizo, el público se tranquilizó aunque no quedó muy contento, pues lo que querían
oír era el Jarabe. Los espectadores aquella noche no estaban de humor aristocrático, y más bien parecían
excitados por el licor blanco inventado por las reina Xóchitl.
La ópera se terminó como se pudo, el público, claro en sus caprichos, aplaudió con furor a Morales.
Después la Tomassi, le entregó una corona de laurel, en nombre de los alumnos de la Academia de San
Carlos. El triste autor, recibió aquella de buen grado, aunque con el corazón destrozado por aquello de
Jarabe y por el espectáculo del teatro vacío.413
Los miembros del Ayuntamiento, otra vez, prometieron solemnemente, como ya lo habían hecho,
proteger a Morales, pero aquello quedó de nueva cuenta en vanos ofrecimientos. Dando preferencia a
patrocinar un carnaval que se presentó por aquellas fechas. Melesio Morales, sólo encontró apoyo poco
tiempo después, en las personas de Manuel Payno y Maximiliano. Sobra decir que su nueva ópera Ildegonda
resultó un éxito magnífico. A poco tiempo, pudo ir a triunfar a Europa apoyado por hombres de tendencia
conservadora. Cuando cayó el Imperio, su familia le escribió describiéndole los horrores del sitio de la
ciudad; un amigo le dijo: ―Vuélvete sino quieres padecer de hambre en un país extraño; tus protectores están
perseguidos.‖414
Este ejemplo, es ilustrativo en torno a las actividades que los alumnos de la Academia realizaban
fuera de la escuela, y en el, es clara la ayuda de Maximiliano para aquel antiguo académico que optó por la
carrera de la música, pero que el destino no lo hizo apartarse del todo el establecimiento San Carlos.415
Los alumnos de San Carlos, amantes de toda manifestación artística, no pudieron abstraerse de los
numerosos homenajes que se le rindieron durante el Segundo Imperio, a la mundialmente conocida Ángela
Peralta, ―el ruiseñor mexicano‖.
La señorita Peralta, había llevado a todo el mundo las dotes espectaculares de su voz, al grado que
Maximiliano la celebró nombrándola como su cantante de cámara. Por otra parte el 14 de febrero de 1866,
el diario La Orquesta, dio a luz una interesante nota donde se explica que Ángela Peralta, se había hecho el
día anterior un retrato en el estudio fotográfico del alumno Salvador Murillo, localizado en la calle de
Alcaicería núm. 17. Y que el mismo Murillo y sus compañeros de la Academia de San Carlos, habían
obsequiado al Ruiseñor Mexicano con un concierto de música de cuerda, interpretado por mexicanos
diestrísimos.
La reunión entre los académicos y la Peralta, estuvo muy cordial, aquella se excedió a sí mismas en
amabilidad y en dar testimonios de gratitud en medio de brindis liberales y entusiastas. Según se dice, su
retrato salió perfectísimo, y que las reproducciones se distribuyeron entre los numerosos amigos de Ángela,
que aquella les ofreció con su dedicatoria correspondiente.416
No debemos concluir este apartado, sin dejar bien claro, que a pesar de los ejemplos que hemos
puesto, la gran mayoría de los alumnos de la Academia, eran personas serenas y no muy rebeldes a las
indicaciones de sus maestros. Nos arriesgamos incluso, a decir que los alumnos de la Academia, al igual que
sus profesores poseían una ideología más conservadora que liberal. Esto nos lo confirma el señor.
Altamirano cuando se preguntaba al referirse a los alumnos de la Academia: ―¿Por qué tantos jóvenes,
poseyendo un verdadero conjunto de cualidades artísticas, no han acometido la empresa de crear una
escuela pictórica y escultórica esencialmente nacional, moderna y en armonía con los progresos
incontrastables del siglo XlX?‖417 Para Altamirano, la verdadera traba se encontraba en los directores de la
Academia de San Carlos y en la influencia dañosamente personal del señor Clavé.
Altamirano, no obstante, admitió que Clavé, Vilar y Landesio vinieron a ensanchar para los
discípulos los horizontes del arte, pero que extrañamente se había caído en una segunda edición de la escuela
pictórica colonial, pero con el dibujo, la carnación y los ropajes evocadores de la escuela purista de
Overbeck. Que se había pasado del suero a la sangre del toro, de la penumbra a la orgía del color.

413 Ídem, págs. 92 a 98.


414 Ídem, págs. 101 a 104.
415 El año de 1866, se constituyó el Conservatorio Nacional de Música. Melesio Morales y José Urbano Fonseca, el director de la

Academia, fueron de sus fundadores.


416 ―Un retrato‖, La Orquesta, miércoles 14 de febrero de 1866, núm. 1, pág. 3.
417 Ignacio Manuel Altamirano, op.cit., pág. 109.

117
Altamirano, algo incierto, dudaba entre dos hipótesis a este fenómeno, la primera, es la que atribuía dichas
circunstancia a circunstancias extrañas a los artistas; y la segunda, decía, quizás se debía al carácter mismo de
aquellos.418
Altamirano, en sus opiniones, se inclinaba más decididamente por la primera, que quizá tenga algo
de cierta; pero ¿acaso, se puede responsabilizar a Clavé y los demás profesores venidos Europa, de que sus
alumnos no fundasen una escuela nacional? Aquellas reflexiones las hacía Altamirano en 1883, quince años
después de la salida de Clavé de México, y casi cuarenta después de la restauración de la Academia, y ¿aún
no eran capaces los alumnos de haber creado una escuela propiamente nacional? Ninguna autoridad,
creemos nosotros, por muy grave que esta haya sido, puede sujetar tanto tiempo a un espíritu, cuanto más, si
el evocador de ella ha opuesto un océano por barrera. Por lo que nosotros nos inclinamos en pensar que, los
alumnos de San Carlos, como integrantes de una sociedad, que por generalidad, era católica a machamartillo,
se encontraban en gran medida empapados de ella. Y por lo tanto, detestaban todo aquello que no fuera
acorde a su moral y costumbres. Y aunque Clavé y Vilar, dieron buenas muestras de obras históricas y hasta
de temas indígenas, los alumnos, le tomaron mayor gusto a los temas religiosos que le sugerían, pero no
imponían, sus maestros.
Altamirano, en sus visitas a la Academia, decía que ni un héroe de la independencia, ni ningún mártir
de la Reforma había sido moldeado en el plantel de San Carlos. Y decía: ―Estos tipos no eran del agrado de
los antiguos académicos, y parece que no lo son tampoco de los actuales. Eso va en gustos.‖ 419 Altamirano,
no se equivocaba. Y señalamos, que aquello no sólo iba en gustos, sino en política, en la forma de concebir
una nación, en ideales y en la forma de pensar el arte. Señalaba, además, que en los bultos que contemplaba
sólo hallaba a personajes de la crema y nata del partido conservador y monarquista. Esto no debería haber
extrañado el señor Altamirano, pues incluso Clavé había notado desde su llegada el carácter religioso y
conservador de los mexicanos, remontando a los primeros años de la colonia decía: ―la pintura cristiana [...]
venida de Europa encontró en México un suelo propicio en que produjo bellos y sazonados frutos‖. 420
Y aquel suelo propicio, aún existía, en las personas de los alumnos de aquella generación. Sólo así se
comprende que alumnos, maestros y sociedad, hayan apreciado tan bien las obras de Clavé, pues existía
entre éste y aquellos un sentimiento de empatía que gustó y asentó sus reales, muy a pesar de la
consternación que aquello causó en formas distintas de pensar que ya existían en México.
El señor Francisco Díez de Bonilla, comentaba en enero de 1878: ―De una cosa si quiero hablar, y es
el carácter religioso que tomó principalmente la escuela [de Clavé] desde su principio, y ¿por qué? Porque
México ha sido siempre católico; porque la juventud artística oyó la voz de Chateaubriand: de que las bellas
artes beben con más éxito en las fuentes de la Iglesia que en las impuras del paganismo‖.421
Por último, comprendiendo el carácter del alumnado, de sus profesores y la religiosidad de la
sociedad mexicana de aquellos tiempos, ¿acaso sería descabellado pensar que de la escuela fundada por
Clavé, y la buena acogida que ésta tuvo por el carácter de los propios mexicanos, haya nacido una escuela
propiamente nacional? Que no nacional al estilo como hubiera gustado Altamirano u otros, pero aún con
todo nacional. Pues si se analiza aquella escuela, sus características y manías, no se repitieron en ningún otro
tiempo ni país; y por lo tanto, forma parte de una identidad única y exclusiva de México. Esto sonará
extraño, pero así nosotros lo concebimos, pues no creemos que para que una escuela pictórica pueda
llamarse nacional, deba por fuerza tener elementos o mostrar aspectos típicos o costumbristas de tiempos
prehispánicos, coloniales o contemporáneos; ni mucho menos poseer una tendencia política, llámese liberal,
conservadora o de otro tipo.
Es como el afrancesamiento porfirista, que aunque no era algo originalmente mexicano, sí formo
parte de una identidad y de un sentir propiamente nacional. Así, de igual forma, aunque la escuela pictórica

418 Ídem, págs. 182 y 183.


419 Ídem. pág. 120.
420 Pelegrín Clavé, ―Discurso del director de la clase de pintura, don Pelegrín Clavé, que leyó en la solemne distribución de

premios de la Academia de San Carlos, el día 20 de diciembre de 1863.‖, en un artículo citado en la obra de Ida Rodríguez
Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 100.
421 Francisco Díez de Bonilla, ―Academia de Bellas Artes‖, en El Siglo XIX, miércoles 23 de enero de 1878, de un artículo inserto en

la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 451.


118
implantada por Clavé no tuviera sus orígenes en México, es indiscutible que fue adoptada por los mexicanos,
y por consiguiente, formó y construyó parte de la identidad nacional del México del siglo XIX. Muy
independientemente de que no fuera esencialmente mexicana, ni moderna, ni que estuviera acorde con los
progresos y cambios que se vivían en el México de aquel entonces.
No queremos terminar este apartado sin antes referirnos brevemente a los eventos a los que fueron
invitados los miembros de la Academia de San Carlos durante el imperio de Maximiliano. Aunque debemos
prevenir que los requerimientos que los académicos recibieron durante este tiempo fueron realmente
contados.
El primero fue el día 6 de julio de 1864, cumpleaños de Maximiliano. Un día antes, el señor Salazar
Ilarregui, enviaba a José Fernando Ramírez, director de la Academia, una comunicación en la que se invitaba
exclusivamente a él. Dicha nota, explicaba que el emperador disponía que el día de su aniversario, se
celebrara con una misa cantada y un Tedeum en catedral, en la cual sólo asistiría la emperatriz Carlota, pues él
(el emperador) permanecería aquel día en Chapultepec, lejos del bullicio de la corte. Se remitía igualmente un
esquema en que se prevenía el lugar que debía ocupar en catedral las personas invitadas al acto.
El 14 de septiembre del mismo año de 1864, se remitió al nuevo director, Urbano Fonseca, una
comunicación para que asistiera junto con los profesores a la función cívica del día 16 de septiembre. El
director de la Academia, dio orden de que se avisara a los profesores y demás empleados del
establecimiento, para que cumplieran dicha prevención.422
Desde que llegaron a México, Maximiliano Carlota, sintieron una fuerte atracción por el culto y la
imagen de la Virgen de Guadalupe. Por eso antes de entrar a la capital quisieron visitar el célebre santuario
donde se venera a la Patrona de México. Se dice que cuando llegaron allí por primera vez, y entrando al
solemne templo, estuvieron los emperadores ―con un recogimiento y devoción edificantes.‖ También se
comentó que al dirigir la emperatriz sus ojos a la imagen de la Virgen, dijo en voz baja a Maximiliano: ―¡Que
linda imagen...! me ha conmovido profundamente.‖423 Bajo esta idea, los emperadores no podían dejar de
solemnizar el primer 12 de diciembre que pasaban en la capital. Para lo cual Maximiliano, dio la orden de
que se imprimiera un ceremonial para aquélla ocasión, así como modelos de las colocaciones de la Iglesia,
para que asistieran igualmente los funcionarios de su gobierno. Lo que fue informado por el ministro de
Fomento Luis Robles Pezuela, para que se tuviera presente para la asistencia de los miembros de la
Academia.424
Los emperadores fueron muy dados a viajar por el interior del país. A la vuelta de uno de ellos, con
fecha 24 de junio de 1865, el ministro de Instrucción Pública y Cultos, Manuel Siliceo, invito a Fonseca a
recibirlos, y le pedía se sirviese hacer lo mismo con profesores y alumnos de la Academia para que llegaran a
las 9 de la mañana a la garita de San Lázaro, ya fuese el pie, a caballo o en coche. Fonseca mandó circular
dicha disposición a los catedráticos y que se avisara de aquello a todos los alumnos. 425
Ya habíamos mencionado que la procesión del Corpus Christi del 15 de junio de 1865, fueron
invitados los profesores y alumnos de la Academia. En aquella fiesta asistieron los siguientes profesores:
Clavé, Landesio, Flores, Urruchi, Monroy, Calvo, Campa, Navalón, Rincón, Rego, Agea, Méndez, Torres,
Terán, Rebull, Cardona, Muñoz y Rodríguez; y los pensionados: Sánchez, Valdés, Campos, José Dumaine,
Peña, Anza, Vicario, Moreno, Coto, Velasco, Noreña, Santillán y Antonio Flores. El señor Siliceo, convocó
a los catedráticos y alumnos de la Academia, para que se reunieran junto con los demás cuerpos de los
colegios nacionales. La cita fue en el atrio de la catedral a las 7 horas con 45 minutos, en donde se formaría
el orden de la comitiva del ministerio de Instrucción Pública.426 Como quedó dicho, fue después de esta
solemnísima procesión que los alumnos de los distintos colegios, se reunieron en la Alameda, donde
liberaron temible combate a puñetazos, por las disputas en la precedencia de dicha comitiva.

422 A.A.S.C., exp. 6607.


423 De Miramar..., pág. 218.
424 A.A.S.C., exp. 6620.
425 A.A.S.C., exp. 6746.
426 A.A.S.C., exp. 6744.

119
Uno de los proyectos más importantes durante el Segundo Imperio, fue la difusión de las ciencias y
la literatura. Por ello el 10 de abril de 1865, para conmemorar el primer año de la aceptación al trono por
Maximiliano, apareció en el Diario del Imperio, un decreto que comenzaba con el siguiente tenor:
―Maximiliano, Emperador de México.
Considerando que el cultivo de las ciencias y bellas letras requieren protección y estímulos y que sus
adelantos figuran entre los más esenciales elementos del engrandecimiento y renombre de las naciones;
queriendo distinguir y recompensar a los que se hacen notables en una y otra carrera,
Decretamos:
Se establece una Academia Imperial de ciencias y literatura en Nuestra Capital de México‖.427
La mencionada Academia Imperial de Ciencias y Literatura, se instaló solemnemente en el Palacio
Imperial el 6 de julio de 1865, segundo cumpleaños de Maximiliano en México, a la una de la tarde.
El señor Siliceo invitó al acto al señor Fonseca, pero advertía, que dicha invitación era personal, sin
concurrencia de los alumnos. El director, sin embargo, llevó consigo a cuatro profesores de San Carlos.428
En la instalación, estuvieron presentes, el señor José Fernando Ramírez, presidente de la recién creada
Academia y el sabio profesor de química, don Leopoldo Río de la Loza, quien fungió como vicepresidente
de la misma.
Después del Imperio, la mencionada Academia Imperial de Ciencias y Literatura, creada en tiempos
de Maximiliano, se conservó quitándole sólo el título de ―Imperial‖.429
El carácter filantrópico de los emperadores fue ampliamente conocidos durante el Segundo Imperio.
El 27 de abril de 1867, el ministro Pedro Escudero, excitaba a nombre de la emperatriz Carlota, a que la
Academia de San Carlos, abriera una suscripción en aquel establecimiento para socorro de los pobres. El
director Fonseca dijo: ―Que se abra la suscripción y se solicite la cooperación de todos los que reciben
dinero de las arcas públicas.‖ Las personas que se suscribieron con la expresión de las cantidades aportadas
fueron las siguientes: Flores Verdad, 1 peso; Barrientos, 1 peso; Jiménez de Velasco, 50 ctvos.; Sojo, 5 pesos;
Cardona, 2 pesos; Orellana, 1 peso; Vicario, 25 ctvos.; Rafael Flores, 1 peso; Gregorio Dumaine, 25 ctvos.;
Eusebio Sosa, 25 ctvos.; un nombre ilegible, 25 ctvos.; José Dumaine, 25 ctvos.; Landesio, 3 pesos; Valdés,
25 ctvos.; Juan N. Anza, 25 ctvos.; Tomás de la Peña, 25 ctvos.; Lauro María Campos, 25 ctvos; Rego, 1
peso; Ramón Agea, 2 pesos; Calvo, 1 peso; Torres, 2 pesos; Méndez, 2 pesos; Muñoz, 1 peso; Terán, 1 peso;
Clavé, 3 pesos. Lo que hicieron un total de 31 pesos con 75 ctvos. Se dice que se completaron 35 pesos,
probablemente los 3 pesos 25 centavos que restaban fueron puestos por el director José Urbano Fonseca,
pues se halla en la lista de los suscriptores, pero sin tener ninguna cantidad consignada.
El 16 de septiembre de 1866, fue el tercer y último aniversario de la Independencia Mexicana que se
conmemoró bajo el gobierno de Maximiliano. Por disposición del mismo, se ordenó que los catedráticos y
alumnos de San Carlos, asistieran al Tedeum que se haría en la mañana en la catedral y que de allí pasarían al
Palacio Imperial, para estar en el pláceme que se llevaría a cabo en el Salón Iturbide (hoy Salón de los
Embajadores). Al parecer Fonseca no acudiría, y los profesores y alumnos tendrían que ellos en compañía
del odiado prefecto Vicente Barrientos.
A dicha función religiosa y brindis, asistieron los profesores Flores, Landesio, Rebull, Urruchi,
Calvo, Rego, Heredia, Monroy, Navalón, Orellana y Muñoz; y los pensionados Anza, Moreno, Sosa,
Santillán, Tentori, Valdés, Monroy, Dumaine (los tres), Peña, Lara, Campos, Vicario, Vargas y Lozano.
Extrañamente, los profesores Clavé, Sojo, Méndez y Agea, se reportaron como enfermos; Rincón tenía
licencia y además, se advertía que sólo podrían asistir los que tuvieren traje a propósito. 430 Podría pensarse
que cuatro profesores enfermos al mismo tiempo conforman una situación algo extraña; y bien podría
decirse que aquello era un artificio para evitar ir a la convocatoria, o bien, que simplemente para algunos de
los profesores, ya se había perdido la novedad por conocer a Maximiliano, o que querían rehuir el asistir al
lado del impopular prefecto Barrientos.

427 Diario del Imperio, lunes 10 de abril de 1865, núm. 83, pág. 337.
428 A.A.S.C., exp. 6423.
429 A.G.N., ―Ley orgánica de la Instrucción Pública en el Distrito Federal‖, Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 24, exp.

17, foja 1.
430 A.A.S.C., exp. 5831 y 5832, fojas 4 y 1.

120
Hasta aquí, todo parecía más o menos bien, los eventos públicos en los que participó la Academia de
San Carlos con el Segundo Imperio, se mostraban por su lado optimista y lisonjero. Ni Maximiliano, ni los
académicos, sospechaban que el destino, les tenía reservados algunos asuntos poco gratos en el desenlace del
Imperio. Tramas que tenemos reservadas para apartados posteriores.
Aquí concluimos este apartado, creyendo bien ejemplificados, los caracteres de los profesores y el
alumnado de la Academia de San Carlos, que conoció Maximiliano durante su efímera estancia en nuestro
país. Conociéndolos, como los conocemos, no es de sorprender, que el archiduque, persona fina y delicada
en su temperamento, pudiera apreciar y proteger a estos hombres, que se le resaltaron como idóneos e
inteligentes para llevar a cabo sus innumerables proyectos artísticos, de los que más adelante tendremos
ocasión de hablar.

4.2. Los antiacadémicos: Juan Cordero y Miguel Mata


Durante el siglo XIX, la Academia de San Carlos, fue centro rector de las bellas artes en México. Sin
embargo, fuera de ella, existían otras fuerzas, que aunque mucho más débiles, buscaban un espacio en el
supuesto monopolio artístico que ejercieron los directores y profesores de la Academia.
Pero hay que advertir que si la Academia concentró la mirada de los amantes de las artes, si reunió a
los mejores creadores, si fue tan importante como para ser el hilo conductual de la historia del arte en
México, aquello no se debió a alguna maquinación maquiavélica, ni a grupo alguno que buscase atraer hacia
sí, todos los reflectores.
Al nacer México, como nación independiente, la Academia de San Carlos, era una institución caduca
y sin vida. Un verdadero hospital de las bellas artes. No existía, pues, escuela artística en México.
A decir del señor José Joaquín Pesado, al llegar Pelegrín Clavé y los demás profesores venidos de
Europa, encontraron que la cadena tradicional de los pintores novohispanos había desaparecido hacía más
de cincuenta años, y el arte en México hubo de plantearse casi tan nuevo, como en el siglo XVI.431
Resulta, por tanto, que la nueva escuela diseñada a partir de la restauración de la Academia, no se
oponía a tradición alguna que se hallase en México, pues no había cultivo de las bellas artes. Y es lógico, que
si no existía aquel, el ejercicio de las mismas, fuera exclusivo de la Academia por algún tiempo aún, sin que
se le pueda culpar de ello a la Academia, pues toda la población de país tenía el derecho y la posibilidad de
expresar libremente sus inspiraciones artísticas.
La escuela fundada en la Academia de San Carlos, encontró en el pintor Juan Cordero, su mayor
rival. Cordero, fue hijo de Tomás Cordero, un comerciante español, que atento a la mucha afición de su
hijo, determinó que entrara al estudio de pintura en la Academia de San Carlos (donde conoció un Miguel
Mata); mas siendo muy deficiente la enseñanza artística que en ella se dispensaba, esto es, antes de su
reorganización; y sintiendo Juan Cordero la necesidad de irse a perfeccionar a Europa, y faltándole los
recursos necesarios para su viaje, se dedicó algún tiempo a baratillero, yéndose por temporadas para
expender sus mercancías por distintos pueblos, y hasta no haber reunido la suma necesaria, no abandonó
aquella penosa ocupación.
Llegó a Roma en junio de 1845, comenzando de inmediato sus estudios. Al poco tiempo la
Academia, que por entonces comenzó a disponer de cuantiosos fondos que la Lotería de San Carlos le
proporcionaba, le concedió una pensión para que prosiguiese desahogadamente sus estudios en aquella
ciudad.432
Cuando regresó a México, comenzó entre Clavé y Cordero una rivalidad que hizo que personas de la
Academia y de la prensa, si dividieran en bandos contrapuestos.
El periodista Rafael de Rafael, en sus reseñas se mostraba parcial de Clavé y contrario por lo mismo,
del pintor mexicano.433 En oposición, Felipe López López (amigo de Cordero desde la infancia), el poeta

431 José Bernardo Couto, op.cit., pág. 115.


432 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 251 y 252.
433 Ídem, pág. 257.

121
Luis Gonzaga y Ortiz, también amigo del pintor, y el profesor de dibujo Miguel Mata fueron auxiliares muy
eficaces de Cordero en sus campañas periodísticas en contra de Clavé.434
El director de la Academia y el presidente de la Junta Directiva, don Bernardo Couto, justo
apreciador del mérito artístico donde quiera que lo hubiera, quiso tal vez, darle una muestra de aprecio a
Cordero y de paso poner fin a las inútiles y absurdas batallas que libraban ambos pintores. Le ofreció a
Cordero, en febrero de 1854, el puesto de subdirector de pintura de la propia Academia, con el sueldo de
mil pesos al año.
Cordero, después de las pláticas sostenidas con Couto, y reflexionando sobre la proposición que le
hacía la Academia, finalmente rehusó en definitiva el sitio que se le invitaba a desempeñar. La carta en que
Cordero renuncia al ofrecimiento del señor Couto es algo altiva, pero netamente sincera, ya que aquel
ofrecimiento no era el que esperaba se le hiciera, pues decía: ―no sacrifiqué los mejores años de mi vida en
otros países, ni recibí los favores de la Academia, para venir a mi patria a ser dirigido por el señor Clavé [...]
Aún suenan en mi oído los elogios que la bondad romana me ha prodigado, no obstante ser ahí extranjero.
Ellos me hicieron sospechar que me toca cierta categoría, y de esta ilusión, (que acaso no más esto será), de
esta ilusión que me es grato conservar, no quiero hacer dueño al señor Clavé.‖435
Sucedió entonces que de alguna forma, Cordero se acercó al general Santa Anna y le hizo un retrato
ecuestre, que por cierto a nuestro juicio, es bastante malo. El general quedó tan complacido en su ego, que el
27 de julio de 1855, se informó al señor Couto, que Su Alteza Serenísima, teniendo en cuenta algunas
opiniones de individuos de la Academia en favor de Cordero; había tenido a bien acordar, que tan luego
como concluyera la contrata de Clavé, se le confiriese la clase del director de pintura al mencionado
Cordero, con dispensa de oposición, concurso u otros requisitos.
Pero Couto, hombre de superior inteligencia, no se dejó amedrentar por el dictador mexicano y salió
en defensa del pintor catalán y de la desautorizada Junta de Gobierno de la Academia. Como abogado
expertísimo que era, expuso razonamientos tan decisivos al general Santa Anna, que este no pudo menos
que acceder a lo pedido por Couto, dejando a Clavé en su puesto de director de pintura.436

Juan Cordero

Cordero se sintió despechado con la Academia de San Carlos y en una especie de represalia, dejó de
enviar obras suyas a las exposiciones anuales que se realizaban en la Academia. A él, se unieron en
solidaridad los señores Miguel Mata y Primitivo Miranda, pues se creía que el interior de San Carlos existían
marcadas personas que se empeñaban en desacreditarlos como artistas.437

434 Ídem, págs. 273 y 274.


435 Ídem, págs. 258 a 260.
436 Ídem, págs. 261 a 264.
437 ―Novena exposición en la Academia Nacional de San Carlos en México‖, en El Siglo XIX, lunes 2 de febrero de 1857, de un

artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo I, págs. 459 y 460.
122
Los pormenores de las disputas entre Cordero y Clavé, han sido ampliamente tratados en otros
estudios.438 Por lo que tan sólo nos referimos aquellas situaciones que confrontar a Clavé y Cordero durante
el Segundo Imperio y que por razones que ignoro, no ha sido referidas por los modernos biógrafos de
aquellos pintores.
No debemos perder de vista, la curiosa situación de que al instalarse la Regencia y convocar el
mariscal Bazaine la creación de la Comisión, Científica, Literaria y Artística de México, fungieron como miembros
de ella Pelegrín Clavé y Juan Cordero. El primero como vicepresidente de la 10ª Sección dedicada por a las
bellas artes y el segundo como simple miembro de aquella sección. Esto nos habla de la búsqueda de ambos
de espacios en el nuevo régimen y aunque ninguno de los dos lo declararan así, es una aceptación de la
intervención francesa por el simple hecho de oír el llamamiento del primer jefe del ejército expedicionario
francés.
Maximiliano, al llegar a México, encendió las esperanzas artísticas de Pelegrín Clavé. Que por ser el
director de la clase de pintura de la Academia, quizá pensó sería el elegido por el archiduque Maximiliano
para ser llamado a decorar con sus pinturas el Palacio Imperial y el castillo de Chapultepec. Sin embargo, no
fue así, y prefirió en su lugar a uno de sus discípulos: Santiago Rebull. ¿Cuál fue el motivo de aquella
determinación?, tal vez sea que le haya preferido por ser Clavé extranjero y Rebull mexicano o quizá
también por que Rebull le pareció más simpático que Clavé. Algo influirían tales causas, pero a nuestro
sentir, creemos que aquello se debió a haberle contentado más al archiduque como artista. Tal vez a Clavé le
encontró algo atrasado en ideas y técnica; y acaso por su edad algo avanzada lo juzgó si las energías e
ímpetus necesarios para las tareas que tenía en mente Maximiliano. Pues Clavé, sólo se hallaba a sus anchas
en el género religioso, además de abominar la desnudez femenina a la que titulaba de ―profanidad
pecaminosa.‖439
Los mejores tiempos de Clavé habían ya pasado, y aquel ―desvío de Maximiliano entristeció y abatió
a Clavé tanto o más que la muerte del escultor Vilar, amigo queridísimo y eficaz colaborador suyo. Desde
que tuvo la convicción de que no sería de la gracia del Emperador, como artista, no pensó ya sino en los
preparativos para ausentase de México, volviéndose a su ciudad natal, Barcelona, después de que dejara la
clase de pintura de la Academia en manos de su discípulo [José Salomé] Pina.‖440
En este último mes de 1864, le escribía a aquel a Roma, apremiándole para que se presentase en
México para hacerse cargo de la dirección del ramo de pintura. Clavé escribía: ―Quiero que al terminar mi
contratar, V. sea quien me reemplace en la dirección de pintura. Véngase pues, pronto, que me canso y
pierdo terreno.‖441
Sabía Clavé a ciencia cierta que Cordero estaba alerta y que no retrocedía en su idea de sobrevenirle
en su puesto de la Academia, y bajo esta certeza solicitaba a Pina que apremiase su retorno. Más Pina, en
tanto, se hallaba absorto en la factura de ―un gran cuadro histórico que había emprendido‖442 para la
Academia y con la expectativa de hacer un viaje a los museos de los países bajos, lo que retardaba su venida
México. Así Pina dio oportunidad a Cordero para que pusiera en juego algunas sutilezas con las cuales
Maximiliano le concediese la plaza de director de pintura al óleo al término de la contrata de Clavé.443
Cordero sabía que al finalizar diciembre de 1865, le contrata de Clavé también concluiría, por lo que
el día 15 escribió al director de la Academia la siguiente nota:
―Habiendo concluido en el presente año algunas obras de pintura, deseo exponerlas para que el
público las califique; pero siendo algunas de ellas de magnitud y no teniendo local a propósito: me atrevo a

438 Para este tema, se puede consultar el ya citado libro de Salvador Moreno, El pintor Pelegrín Clavé y sobre Cordero se puede
consultar ―Juan Cordero‖, en Saber Ver, núm. 41, México, julio-agosto, 1998 y de Elisa García Barragán, El pintor Juan Cordero. Los
días y las obras, México, UNAM, 1984.
439 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 201 y 202.
440 Ídem, pág. 202.
441 Ídem.
442 A.A.S.C., exp. 5954, foja 1 v. Este ―gran cuadro histórico‖, del pensionado Pina, jamás llegó a México y parece que fue sólo

uno de los ardides que empleó Pina para dilatar su estancia en Europa. Se desconoce incluso la temática que llevaría aquel. Al
menos, los documentos del archivo de la Academia no lo revelan, aunque lo mencionan en varias ocasiones.
443 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 203.

123
suplicar a V.S. se digne ordenar se me proporcione un salón de la Academia Imperial de San Carlos por
unos ocho o diez días, en la inteligencia de que los gastos que se originen serán de mi cuenta.
Espero que V.S. no me negará esta gracia, teniendo en consideración que he sido pensionado de esa
Academia.
Con este motivo, reproduzco a V.S. mi consideración y particular aprecio.
Dios guarde a V.S. muchos años. México, diciembre 15 de 1864.
[Rúbrica] Juan N. Cordero.
Señor Lic. Don Urbano Fonseca. Presidente de la Junta Directiva de la Academia Imperial de San
Carlos.‖444
Fonseca, como miembro que había sido de la Junta de Gobierno de la Academia, conocía
perfectamente los pormenores de las disputas entre Cordero y Clavé, y de seguro imaginaba que aquella
petición formarían un nuevo capítulo en aquella guerra declarada. Pese a ello, Fonseca reflexionó sobre la
petitoria de Cordero, y honesto como era, no se sintió en derecho de negarle a Cordero su solicitud y mandó
ordenar cinco días después que se le concediese la sala de arquitectura para que hiciese la exposición que
pretendía.
Fueron dieciséis los cuadros presentados por Cordero en la exposición particular que hizo. La cual
duró abierta por 12 días.445
Y no hablaba Cordero con toda la verdad al decir que eran obras que había concluido en aquel año
de 1864, pues no todas las pinturas expuestas fueron de reciente factura; es el caso, por mencionar sólo un
ejemplo, el óleo conocido como La Adúltera (1853), obra que le había granjeado muchos admiradores,
siendo en realidad que sus miras eran exponer lo mejor de su producción que llevaba hasta entonces
realizada.
Instalada entonces la exposición, Cordero, que había pintado algunos buenos retratos de la familia
Escandón, solicitó y obtuvo de los señores Vicente y Antonio de aquella familia, que gozaban de cierto
valimiento y prestigio en la Corte, el que Maximiliano fuese a ver los varios cuadros que había expuesto, a
fin de darse a conocer por éste medio y ganarse su favor como artista y allanarse el camino para la sucesión
de Clavé. Acabada de instalar dicha exposición, escribía Clavé lo siguiente a Pina: ―Cordero, desde que llegó,
no pierde de vista el puesto que a fines de 1865 dejaré vacante, y para llamar más la atención sobre sí, ha
pedido al señor Fonseca (sucesor de D. Fernando Ramírez en la dirección de la Academia) un sitio en la
Escuela para colocar sus cuadros y hacer una exposición pública de ellos. Ha presentado ―La Adúltera‖ 446,
―Moisés‖, ―La Oración del Huerto‖, un cuadrito de Atala, dos cuadritos de bañadoras estilo Ridel, una
Concepción y varios retratos, y un periódico ha dicho al mismo tiempo, que ―el insigne pintor mexicano
Cordero, ha expuesto sus bellísimas obras.‖ De todo esto deduzco que se presentará como candidato para
mi puesto, y con la habilidad que se le conoce, temo fundadamente que logre su intento. Si V. piensa
radicarse en México, debe optar mi puesto y venirse pronto y antes de que se tome una resolución sobre la
clase.‖447
Y bien fundados eran los temores de Clavé, pues en aquel tiempo, no sólo un rotativo habló a favor
de Cordero. El Cronista de México, La Sociedad, La Razón de México y Diario del Imperio, dieron noticias
pormenorizadas que abarcaron desde la solicitud de Cordero a la Academia, hasta la inauguración y
desarrollo de aquella.448

444 A.A.S.C., exp. 6625, foja 1.


445 Las obras fueron: ―Una joven bañándose en una fuente bajo unos plátanos‖, ―Retrato del señor Antonio Vértiz‖, ―Un cuadro
representando a los niños del señor Martínez de la Torre, jugando en un campo con un borrego‖, ―Retrato de la señora Agea‖,
―Retrato de la Sra. Ángela Osio de Cordero‖, ―La virgen de la Silla‖, de Rafael, ―Moisés en Raffidin‖, ―La oración del huerto‖,
―Retrato de la señora Michaud‖, ―La mujer adúltera‖, ―La estrella de la mañana‖ (Purísima), ―Retrato de don Gabino Barreda‖,
―Una joven medio desnuda con una paloma muerta entre las manos‖, ―Retrato del Sr. Cordero‖, ―Atala y Chacta S‖ y ―Retrato de
la señora Orihuela‖.
446 Este cuadro de enormes dimensiones (320 x 660) actualmente se haya en el Museo de la Basílica de Guadalupe.
447 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 203 y 204.
448 Elisa García Barragán, op.cit., págs. 45 y 46.

124
El diario La Sociedad, informaba al caso que la exposición sería inaugurada el día 22 de diciembre, y
que estaría abierta de las diez de la mañana a las tres de la tarde.449 Unos días después, la misma publicación,
explicaba que la entrada era gratuita a todo público y que no era necesario boleto alguno como habían creído
algunas personas. En la misma edición, se daba luz a un extenso artículo de Manuel Payno, acerca de un
cuadro que recientemente había terminado Cordero y que había puesto por nombre La Estrella de la Mañana;
el artículo de Payno ponderaba a más no poder las cualidades de Cordero, brindándole una felicitación por
tan bello trabajo y dando un parabién a la nación por contar entre sus hijos a un artista tan distinguido.450
Satisfecho debió de sentirse Cordero con el ambiente que si generaba en torno a él, pues
nuevamente volvía a acariciar su antigua ilusión de poseer el puesto por el cual había suspirado desde que
regresó de Roma; a la vez que era un momento ideal para una revancha contra Clavé que ahora ya no
contaba con el eficaz auxilio de Couto, que hubiera sabido aconsejarle qué hacer. Así, Clavé, tuvo que
afrontar sólo la situación en contra de Cordero, ofensiva en la cual no estaba seguro de vencer, pues cómo le
había dicho a su discípulo, se hallaba cansado y perdía terreno.
Se observa, entonces, el persistente y casi obsesivo propósito de Cordero por hacerse de la dirección
de pintura, y por otra parte el empeño de Clavé por no dejar en manos de su némesis mexicano, el señor
Juan Cordero, aquél puesto que tenía reservado para Pina. Al caso, queremos incluir la opinión imparcial del
señor Manuel Revilla quien dijo lo siguiente: ―ambos estaban en su más perfecto derecho, sin que, por lo
tanto, encontremos nada de censurable en la pretensión del uno ni del otro.‖451
Pero Cordero no debió confiarse demasiado, pues si su rival era ya algo viejo y cansado; en
contraparte su espíritu lleno de fe religiosa, su incuria por las riquezas materiales452 y su experiencia, le daban
la convicción de poder derrotar una vez más a su enemigo, pues el tiempo le concedía las habilidades que no
posee la juventud, puesto que para aquellas fechas, Clavé era ya un veterano lobo de mar. Ahora, lo que
correspondía era ver quien de los dos resultaba más astuto.
Tan pronto como Clavé se cercioró de que el emperador iría a la Academia, comprendió la
estratagema de Cordero. Para lo cual urdió una argucia llena de ingenio, que sobradamente nos habla muy a
favor de la inteligencia del pintor catalán.
Clavé, con celeridad, pero sigilosamente, hizo colocar, a su vez, en un departamento distinto al
otorgado a Cordero, los cuadros que Pina había remitido de Europa, y es seguro que en este punto fue
apoyado por Urbano Fonseca; inclusive a la viuda de José Bernardo Couto, le pidió una obra de Pina
llamada La Piedad, y aquella la prestó, colaborando así en parte, en el propósito de Clavé.
Entonces, el día fijado,453 Maximiliano pasó a examinar los pinturas de Cordero, y cuando hubo el
archiduque salido de la sala de arquitectura que era donde estaban; Clavé inmediatamente invitó al
emperador a que pasará también a ver las obras de su discípulo Pina, no con poca sorpresa de los asistentes,
que al momento, entendieron los alcances de la astucia de Pelegrín Clavé. El Habsburgo, no tuvo el menor
reparo en acceder a ello, y pasó a ver los óleos de Salomé Pina. La añagaza, le salió a Clavé a las mil
maravillas, pues Maximiliano quedó tan vivamente impresionado de la idealidad, la fuerza en la ejecución y
la magia del colorido que resplandecen en La Piedad, que en gran parte se esfumó en él, el favorable efecto
de las obras de Cordero. A la sazón, Maximiliano manifestó su anuencia de que fuera el creador de La
Piedad, el sucesor de Clavé.454
Además, es por seguro que Clavé, pusiera algo de su parte en el mayor lucimiento de las pinturas de
Pina. Pues, Clavé que había estado en Francia e Italia, conocía bien las ventajas de la luz sobre los cuados. El

449 ―Bellas artes‖, en La Sociedad, miércoles 21 de diciembre de 1864, núm. 549.


450 Ídem, domingo 25 de diciembre de 1864, núm. 553, pág. 2.
451 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 204.
452 El historiador Salvador Moreno dice al respecto que Clavé y Vilar, veían con recelo a ciertos artistas que, sin escrúpulos,

llegaban a México a probar fortuna; como el pintor Eduardo Pingret. De quien decía Vilar, que pese a que tenía bastante mérito,
era un verdadero charlatán, un mal criado y un sinvergüenza, pues que para reunir los veinte mil pesos que decía se proponía
ganar en dos años, no se paraba en ―pelillos‖. Agrega Moreno que aunque Clavé ―fuera del mismo parecer jamás hace en sus
escritos estos comentarios.‖ Salvador Moreno, op.cit., pág. 37.
453 Se desconoce el día exacto en que Maximiliano fue a ver las obras de Cordero, pero debió ser entre el 22 de diciembre de 1864

y el 2 de enero de 1865, fechas en que permaneció abierta la mencionada exposición.


454 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 204 y 205.

125
pintor europeo Eduardo Pingret, al quejarse en cierta ocasión en contra de Clavé, ponía de manifiesto los
conocimientos que el catalán poseía. Mencionaba Pingret, que en las exposiciones de la Academia que él
había participado, Clavé había tenido cuidado de exponer sus cuadros sobre la línea oblicua de un ángulo a
otro de la pieza y que para que la luz aclarara por encima y no se deslizara por la superficie, había puesto
telas de color rojo arriba y debajo de sus cuadros para ocultar las paredes. Que suprimiría una parte de la luz
de las piezas con telas de colores atadas por la parte superior, para forzar a la luz a que hiriera directamente
sus retratos y que ponía una división a cierta distancia para impedir que los espectadores se acercaran
demasiado a las pinturas al óleo, cuya dureza y espesura de los colores siempre son desagradables. Y que por
último también solía colocar sillas a propósito en los rincones más oscuros de las salas, indicando con esto
donde es preciso estar para ver bien los retratos. 455 Con estos antecedentes, es seguro pensar que Clavé, no
se atuvo a que las obras de Pina deslumbran por sí mismas al emperador, sino que consciente de las ventajas
que podría sacar de sus conocimientos, es lógico que haya elegido el salón de la Academia, que en su larga
experiencia observó que las luces podría jugar muy a favor de alguna obra y sorprender con ello más al
espectador, que al caso era el archiduque Maximiliano.
La impresión, que las obras de Pina causaron en Maximiliano fue más que favorable. Confirmando
seguramente las referencias que ya poseía de aquel; pues cerca de tres meses antes del mencionado suceso, el
mismo emperador Maximiliano, estando al punto en Morelia, emitió el 12 de octubre de 1864, un acuerdo al
ministerio de Fomento, donde concedía a Salomé Pina, permanecer en Europa, durante todo el año que
seguía de 1865, para lo cual aprobó el gasto de 600 pesos que era lo que importaba su pensión.456 Incluso
unos meses después, en julio de 1865, le encargó a través de su ministro Joaquín Velásquez de León, que
Pina pintara un cuadro con el tema de La entrevista de Maximiliano y Carlota con el Papa Pío IX.457 Además, a
Salomé Pina, Maximiliano le concedió el grado de caballero de la Orden Imperial de Guadalupe,
condecoración que se otorgaba con el objeto de recompensar el mérito distinguido o las virtudes cívicas.458
Distinción que Maximiliano no concedió ni Cordero y ni a Clavé.

Juan Cordero, Maximiliano (1864).


Col. Particular.

Por otra parte, creemos por muy probable, que Juan Cordero, desde el advenimiento de Maximiliano
a México, haya empezado a urdir su frustrado plan, pues la presencia del archiduque debió haberlo

455 A.A.S.C., exp. 6283.


456 A.A.S.C., exp. 5954.
457 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 92. El lienzo ―La entrevista de Maximiliano y Carlota con el Papa Pío IX‖, jamás llegó a

gconcluirlo Pina. Pero se conocen dos bocetos al óleo del malogrado proyecto pictórico. Al parecer la lentitud de Salomé Pina no
conocía límites.
458 Diario del Imperio, lunes 10 de abril de 1865, núm. 83, pág. 342.

126
aguijoneado y prueba de ello es un retrato que hizo del emperador, fechado en el año de 1864. Y no es de
extrañar que no lo exhibiera en la mencionada exposición, pues la imagen pintada por Cordero, adolece de
muchos errores en su fabricación, desde traspiés en el dibujo hasta en el colorido; resultando esto lógico,
pues no contó con el privilegio de retratarlo de cuerpo presente. Además, de que puede tratarse de un
simple ensayo, pensando quizá en la fantasía de ser él, el seleccionado para pintor de cámara.
Pero Cordero era un hombre tenaz, y aún después de que Clavé echara por tierra su proyecto,
todavía pretendido llamar la atención del público y quizá del mismo emperador. Pues no deja de extrañar
que Cordero, que hacía ya algunos años no presentaba obras suyas en las exposiciones de la Academia, haya
exhibido en la treceava exposición de la Academia, organizada en diciembre de 1865, cuatro obras de su
factura, y que fueron: La familia del Sr. Lic. D. Rafael Martínez de la Torre, Retrato de la Sra. Dª Catalina Barrón de
Escandón, Retrato del Sr. D. Tomás Cordero y La Estrella de la Mañana.459
Resultó pues, de todo esto, que por enésima vez, Cordero hubiera frustrados durante el Segundo
Imperio sus anhelos con respecto a la Academia de San Carlos.
Ahora quisiéramos hacer algunas reflexiones acerca de la oposición de Cordero y Pelegrín Clavé. La
enemistad de Cordero, fue en apariencia, sólo un antagonismo frente al señor Clavé; pero en la Academia, se
sabía que aquélla iba contra todo el plantel, de sus organizadores y forma el gobierno; y no porque aquello le
pareciera perfectible a Cordero, si no por la simple razón de que no se veía favorecido en su capricho. Es
comprensible y lógico que Cordero entrase en franca enemistad con su antigua protectora (la Academia),
pues por alguna extraña razón o motivo, él se creía con el derecho de ostentar el primer puesto de los
pintores de México, y por desatino, consideraba que para serlo, era imperioso poseer la dirección de pintura
en la Academia de San Carlos.
Manuel Vilar, que estuvo hasta el día de su muerte, al tanto de los pormenores de la pugna, decía que
la armonía que existía entre los directores de los diferentes ramos y la Junta Directiva se debía en gran parte
a los adelantos de la Escuela. Lo que no podía esperarse con la entrada del señor Cordero, que a decir de
Vilar, parecía hallarse en abierta pugna con unos y con otros.460
El historiador Salvador Moreno, acierta en decir que los incidentes del conflicto Clavé-Cordero,
sirvieron durante mucho tiempo para exaltar los ánimos de los nacionalistas empedernidos, pues uno de los
recursos que utilizó para alcanzar sus sueños fue el argumentar que él era mexicano. Además, atina al
desmentir al historiador Salvador Toscano, quien afirmaba que Cordero era el verdadero precursor de la
pintura mexicana; porque, decía, su vida había sido una ―lucha continua contra los prejuicios europeizantes‖.
Moreno señala intachablemente que Cordero nunca negó su formación europea, sin que esto le permitiera
una cierta expresión mexicana, latente también en los cuadros de Clavé, pues este último había permanecido
veintidós años en el país, con lo cual algo de México se refleja en su pensamiento y obras. Tampoco admite,
igualmente con toda propiedad, que Cordero sea el ―antepasado inmediato del muralismo mexicano‖, por el
simple hecho de que hiciera algunos cuadros ―de tamaño monumental‖461 pues además de ser moda de la
época, hubo tanto pintores mexicanos como europeos que hicieron cuadros de amplias dimensiones, lo cual
no implicaría que fueran por algún motivo, precursores del movimiento muralista mexicano.
Nosotros complementaríamos, diciendo que aquellos nacionalistas empedernidos, no han dejado de
hacer algunas observaciones del todo fantásticas. En el núm. 41 de la revista Saber ver, de julio y agosto de
1998; se hace un estudio sobre el pintor Juan Cordero, en el cual se vuelve insistir en el traído cliché de que
Cordero fue el primer muralista mexicano. Se dice en aquella revista, al referirse a la obra titulada Retrato de
Dolores Tosta de Santa Anna, hecha por Cordero en 1855, que en ella a pesar de su aire clásico, de sus matices
escultóricos y de su finísimo dibujo, ―es notoria la rebeldía del pintor contra los cánones aprendidos en
Italia: la acuciosidad de los detalles, los brillos del satín, los brocados, los adornos en la habitación, todo está
armonizado con un contraste y brillante colorido, desconocido hasta entonces. Es factible señalar en este

459 Catálogo de las Obras de Bellas Artes presentadas en la decimotercia exposición anual de la Academia Imperial de S. Carlos de México, México,
Imprenta Económica, 1865, pág. 38.
460 Salvador Moreno, op.cit., pág. 39.
461 Ídem, pág. 40.

127
cuadro el nacimiento del auténtico color mexicano: cromatismo exacerbado pero bello, que es el más claro
preludio al extraordinario colorido de la pintura mexicana de los Riveras y los Tamayos.‖462
Verdaderamente, quisiéramos saber dónde ve el autor del anterior texto la ―notoria‖ rebeldía contra
los cánones italianos; pues la pose, el cortinaje, la ventana al fondo, el mobiliario, los adornos, etcétera; en
fin, el conjunto todo, no sólo concede un aire clásico a la pintura, sino que está fabricado con un evidente
estilo pictórico europeo. Y si hay un viso nacionalista, lo percibimos en el tocado que Cordero puso a la
señora Tosta de Santa Anna, el que pinta con los colores del pabellón nacional. Hubiera sido bueno que al
menos se explicara en donde radica el contraste y brillante colorido ―desconocido hasta entonces‖. Además,
sería tesis encantadora, explicar a través del pruebas irrefragables en lazo de unión entre el colorido de
Cordero y el de Diego Rivera y Rufino Tamayo. Pues, los cromatismos y brillantez de los cuadros de
Cordero, igualmente los hallamos en Clavé y en la mayoría de sus discípulos. Si bien es cierto que las obras
de Cordero poseen algunas características formales que le son inconfundibles, como la brillantez y
expresividad de los ojos, la acentuación en el dibujo de los labios, su peculiar apostura en las manos, una
cierta rigidez en los brazos y una etérea sensualidad en alguna de sus pinturas; es muy distinto, y hay un
océano de distancia, al afirmar que su obra sea un preludio al muralismo mexicano.
El estudio de dicha revista, está impecablemente ilustrado, bien documentado, pero el buen juicio y
la prudencia en sus hipótesis no son sus fuertes, pues la exposición remata con afirmaciones inadmisibles
como las siguientes: ―Creación suya [de Cordero] son los colores mexicanos, creación suya fue convertir lo
americano en tema universal. Creación suya fue poner la pintura nacional a la misma altura y calidad de la
mejor del mundo y creación suya fue el inicio del muralismo laico mexicano.‖ 463 Estos juicios, están por
mucho, plenos de absurdo y fatuidad. Además, las reflexiones valorativas en la revista Saber Ver a que no
referimos, quedan expuestas, cuando al referirse al retrato de que venimos hablando, se dice primero que
dicha obra posee un ―cromatismo exacerbado‖, y en la misma página, en el pie de foto de dicha obra, dice
que está hecha ―con suave colorido‖464
Por tanto, el antiacademismo en Cordero, a nuestro juicio, no existe en la forma de ir en contra de
los arbitrios y licencias permitidas por la pintura clásica academista dominante en su época. El
antiacademismo de Cordero, de ningún modo se encaró contra los patrones que la Academia seguía en su
educación; incluso pensamos que de haber logrado su objetivo (la dirección de la clase de pintura), Cordero
no hubiera cambiado en mucho la ruta religiosa que tenía la pintura en México, pues las convicciones de
Cordero y sus obras también lo eran. Cabe señalar que Clavé y Cordero estaban educados en la misma
forma de pintar, pues los dos fueron al parecer compañeros de estudios en la Academia de San Lucas en
Roma. Así, el mérito de Cordero (si es que así puede llamársele), fue hacer frente a la institución artística
más importante en México, pero jamás en las reglas académicas del momento. Su desafío culminante, fue
durante el Imperio, y en aquel Cordero perdió por última y enésima vez la partida en contra de su acérrimo
enemigo: Pelegrín Clavé.
Por otra parte, distinto opositor a la nueva escuela que nació en la reorganización de la Academia,
fue el pintor Miguel Mata y Reyes. El profesor Mata, también ha servido para entusiasmar a uno que otro,
por su oposición a Clavé y por su supuesta separación de la Academia al advenimiento del Segundo Imperio.
En 1845, cuando empezó la verdadera época de regeneración de la Academia, pensaron los señores
de la Junta de Gobierno en transformar toda la escuela, trayendo del extranjero un personal de directores
para cada ramo de la enseñanza, pero pensando en conservar a la Mata como director de pintura, a lo que
éste contestó: ―Yo no soy el hombre a propósito, México necesita en este ramo en maestro de primer orden,
y yo también necesito aprender.‖465
Entonces se hicieron proposiciones a los más notables pintores de Italia por conducto de Primitivo
Miranda y Juan Cordero, pero ninguno admitió venir a México, porque gozaban en su país de estimación y

462 Saber..., pág., 52. El autor del texto, no aparece consignado en la publicación.
463 Ídem, pág. 69.
464 Ídem, pág. 52.
465 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 110.

128
empleos envidiables. Haciendo aquellos importantes artistas algunas recomendaciones y eligiéndose
finalmente al español Pelegrín Clavé.
Al llegar a México, ―Clavé fue atacado por varias personas y Mata, el hombre recto, honrado e
intransigente, y que deseaba un buen artista europeo para director en la Academia, no quedó satisfecho con
la elección que se había hecho en la persona de Clavé.‖466
Una de las obligaciones en la contrata de Clavé, era presentar cada cierto tiempo un cuadro original,
y Clavé aguijoneado por las comparaciones que se le hacían con Juan Cordero, pintó un óleo de tema
histórico llamado La locura de Isabel de Portugal o la primera juventud de Isabel la católica al lado de su enferma madre;
obra que fue presentada en la exposición de 1855. La pintura de Clavé, llamó vigorosamente la atención del
público en general, por el conjunto de la composición, por su colorido, por la fiel imitación en las telas y
ropas y por la atracción psicológica que provocaba en sus espectadores.
Sin embargo, el profesor Miguel Mata, no fue de la misma opinión. El arquitecto, Manuel F. Álvarez,
refiere un rasgo del profesor Mata que nos habla de los celos y envidia que experimentó este maestro ante
aquellos elogios que creía inmerecidos para el español. Cuenta Álvarez, que en el año de 1874, por alguna
razón acudió el taller y casa del profesor Mata, ubicado en la calle de la Machincuepa núm. 9 (dice Álvarez
quien más recientemente era el núm. 38 de la 3ª calle de la Soledad), y que allí, Mata le enseñó un cuadrito al
óleo, pintado por él, y que aquél lienzo no era sino una fina caricaturización de Clavé. Mata lo había puesto
vestido de casaca, de pie, frente a la pintura de La locura de Isabel de Portugal y que Clavé que era representado
con una lente, con el cual observaba un grabado colocado al lado suyo, cuyo asunto de la Federico II y Pedro de
Viena, de Schader, composición semejante; y por lo que Mata quería expresar que el cuadro de Clavé no era
sino un arreglo o modificación de la composición del grabado que se hallaba (o tal vez todavía se halle)
marcado con el número 159 en las colecciones de la Academia. Álvarez, al respecto dice que la semejanza
era efectiva, pero que aquélla no indicaba un gran desmérito para Clavé ni su obra. Citando Álvarez el
ejemplo de obras maestras como La comunión de San Jerónimo, del Dominiquino, que estaba en el mismo caso
con respecto al cuadro de Agustín Carracci; y que el mismo Rafael de Urbino había tomado para su cabeza
del Cristo de Pasmo, la de un grabado de Martín Schoen, y que no por ello disminuía el mérito de aquellas
obras ni el crédito de tan sublimes artistas. ―Pero Mata era más exagerado y exigente: quería aprender, quería
la composición original, la fecundidad del ingenio, el estudio de la perspectiva y, en fin, todo lo que
constituye la sublimidad del arte.‖467
El rasgo que acabamos de presentar, aunado al no exhibir obras artísticas en la Academia y el haber
participado en las campañas periodísticas en contra de Clavé, nos inclinan a no creerle al doctor Eduardo
Báez, cuando al referirse a Mata y su relación con la Clavé diga que al parecer aquel nunca guardó
resentimientos en contra del español,468 pues esto no es creíble.
Mas le hubiera válido al señor Mata, insigne protector de la Academia en sus tiempos más difíciles,469
el haber demostrado de otra manera su disgusto por lo que él consideraba poco mérito. Debió a nuestros
sentir, combatirlo en el mismo terreno que le criticaba, habiendo hecho pinturas originales que acallarán las
voces que le disgustaban y no recurrir al detestable y poco constructivo expediente de sólo criticar, creando
de paso una caricatura que si bien es cierto, era una crítica justa para Clavé, el señor Mata nada aportaba a lo
que pretendía cambiar. Además, el haber apoyado ciegamente a su antiguo discípulo Juan Cordero, por la
amistad que les unía y por otras razones que quisieran, habla bien poco del sentido de justicia del señor
Mata, que aunque hacía bien en observar los errores de Clavé, jamás aplaudió sus méritos, ni los empeños
que aquél tuvo, al grado de haber creado bajo su dirección, y en muy corto tiempo, un buen conjunto de
notables pintores mexicanos. Pintores que todos superaban en cualidad, y por mucho, al señor Mata y nada
envidiaban a Cordero. Si Mata hubiera tenido menos orgullo y hubiera puesto en buena balanza lo bueno y
malo de Clavé, hubiera podido adquirir de aquel los conocimientos necesarios para superarse en el difícil y
empeñoso arte de la pintura.

466 Ídem, pág. 111.


467 Ídem.
468 Eduardo Báez Macías, Guía... 1867-1907, pág. 65.
469 El profesor Mata, antes de la reorganización de la Academia, en ocasiones tuvo que costear de su propio peculio las luces

necesarias para los estudios en el establecimiento.


129
Otro punto, muy interesante, en la vida de Mata es el que nos refiere Eduardo Báez, de la siguiente
forma: ―En 1863, cuando los franceses entraron a la Ciudad de México, Mata prefirió salir de la Academia, a
la que nunca regresaría, antes que colaborar con la intervención.‖470 Báez, pretende mostrarnos este parrafito
como una muestra de patriotismo liberal del señor Mata. A lo cual se nos permitirá hacer una leve pero
sustanciosa corrección. Y es que no sólo a nuestro juicio, sino a la luz de los documentos de la época, este
hecho es completamente falso; siendo que ellos mismos nos ilustran donde radica el punto que condujo al
señor Báez a hacer tan errónea observación.
Poco nos interesa la tendencia política del señor Mata, cosa no comprobable con los documentos de
la época. Lo que sí podemos afirmar, es que es falso que éste se haya separado del Academia en 1863, al
llegar a la capital los franceses, por no querer servir al Imperio.
Ya habíamos mencionado, en el apartado referente al gobierno de Santiago Rebull; que el 21 de
mayo de 1861, Rebull informaba que desde febrero de este año el profesor de dibujo, Miguel Mata y Reyes
no se había presentado a sus labores, que eran dar clases diariamente por dos horas, y que tampoco había
explicado por escrito el motivo de su ausencia. Por lo cual Rebull, pedía al Supremo Gobierno que la mitad
del sueldo de Mata se le diera como gratificación al alumno que lo había estado sustituyendo.471
Miguel Mata, argumentaba que si no había asistido, era porque el mismo Supremo Gobierno, lo tenía
comisionado para inventariar los cuadros de los conventos y elaborar un Reglamento para la Academia.472 Para
integrar dicho reglamento, fueron comisionados el 20 de febrero de 1861, además de Mata, sus amigos y
detractores del escuela de Clavé; los pintores Juan Cordero y Primitivo Miranda.473 El caso fue que Mata se
disgustó profundamente con Rebull, ocasionando que lo sucesivo no asistiera más a la Academia. Quedando
claro, pues, que Mata se separó a principios de 1861 y no en 1863 para no servir al Imperio, como dice Báez.
Innegablemente como el gobierno conservador acababa de ser derrotado por el nuevo gobierno
instalado en la capital, y como Mata empezaba a gozar de algunas prerrogativas como elaborar junto con
Cordero y Miranda, un reglamento que gobernaría a sus antiguos enemigos; se sintió tan seguro que
desconoció la autoridad de Rebull, pues en un afán nada dulce y conciliador dijo que no reconocía otra
autoridad en la Academia que no fuera el ministro de Justicia. Por cierto que Rebull fue uno de los
discípulos consentidos de Clavé y a la partida de éste a España, continuó junto con Salomé Pina, la escuela
marcada por su maestro en la Academia de San Carlos.
Pero de muy poco le sirvió este privilegio a la trinidad enemiga de Clavé y sus discípulos, pues
aunque es seguro que comenzaron la mencionada tarea de idear un reglamento para la Academia; bien
rápido comprendieron que de muy poco les serviría elaborarlo, pues el gobierno de Juárez, casi nada estaba
interesado en el plantel y cualquier reglamento caería en letra muerta por la poca o casi nula protección de
los liberales.
Ahora, ¿por qué el doctor Báez, incurre en el error que indicamos? A nuestro parecer es porque
recoge una noticia falsa que se creó entre el gobierno de Juárez y el señor Ramón Isaac Alcaraz, nuevo
director de la Academia al restaurarse la República.
Veamos: Alcaraz, al informar el 23 de septiembre de 1867, sobre la situación en que encontró a la
Academia después del Imperio, entre otras cosas dice: ―según me han informado algunos profesores, de los
nombrados por la República, antes del año de 1863 [las cursivas son nuestras], o fueron separados del
establecimiento no creyeron conveniente volverá a él, durante la última época.‖474 Por lo que se deduce que
a Alcaraz, no le constaba lo anterior, pues decía aquello era ―según‖ como le habían informado. El gobierno,
contestó la carta distorsionando la noticia diciendo a Alcaraz: ―se servirá Ud. llamar desde luego, al
desempeño de sus respectivas clases a los profesores que estaban en servicio activo en 1863 [las cursivas son
nuestras] y que se separaron espontáneamente de sus empleos por no servir en la época del llamado
Imperio‖475 La diferencia entra una y otra información que pusimos en cursivas, es sutil, pero al mismo

470 Eduardo Báez Macías, Guía... 1867-1907, pág. 65.


471 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 14, fojas 4 a 6.
472 A.A.S.C., exp. 6386.
473 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 6, fojas 1 a 3.
474 Ídem, caja 1, exp. 47, foja 3.
475 Ídem.

130
tiempo abismal, pues Alcaraz, jamás dice en su comunicación original que aquellos profesores a que se
refería estuvieran ―en servicio activo en 1863‖. Alcaraz, que no podía conocer la situación exacta de los
profesores, tuvo que confiar en lo que le informaban, y quizá agradándole la frase creada en la contestación
del gobierno, devuelve la nota diciendo: ―respecto del primer punto relativo a que se llamen a desempeñar
sus clases a los profesores que se hallaban en servicio activo en 1863 [las cursivas son nuestras], se llamará al C.
Miguel Mata y Reyes, que es el único que se hallaba en ese caso‖ Es evidente, que la noticia que recoge la
noticia el doctor Báez, es creada por el desconocimiento claro de la situación por parte de Alcaraz y por el
inexacto entendimiento entre las comunicaciones de este señor con el gobierno. Se diría en esta época, que
aquello fue un ―teléfono descompuesto‖, entre el nuevo director y el reestablecido gobierno liberal.
Así, creemos que hoy, nadie puede afirmar que la separación de Miguel Mata de la Academia, haya
acaecido en 1863, y menos se puede garantizar que aquélla hubiera sido por no querer servir al Imperio.
Además, nosotros nos hemos formulado estas preguntas: ¿Hicieron falta en la Academia los
servicios del señor Mata, durante el Imperio de Maximiliano?, ¿El emperador lo hubiera llamado alguna vez,
para desempeñar comisiones artísticas, si hubiera permanecido en el plantel? Realmente no lo creemos, pues
nadie puede negar, que nunca pasó de ser un pintor de medianos alcances. Al mismo tiempo, ¿Quién puede
decir que los demás profesores, por no haberse separado de la Academia, hayan sido menos o más patriotas?
Es mera cuestión de puntos de vista y de fe política.
Si se separó Mata de la Academia, fue (como se dicho) en 1861, por su enojo con Rebull y quizá por
su avanzada edad. Además, el señor Mata, no desmintió nunca la noticia, pues aquel comentario le ganaba
puntos y simpatías al elaborarse el expediente relativo a su jubilación en noviembre de 1868, en el que
Alcaraz, ahora dedicaba que aquella separación de 1863, había sido motivada ―por patriotismo‖. 476
Desconocemos que tan ―patriota‖ o no haya sido el señor Mata, pero es extraño, como ya habíamos
apuntado, que cuando se abrió en julio de 1862, una suscripción para contribuir al coste o de los uniformes
de Ejército de Oriente, el profesor Mata no haya auxiliado ni con un solo peso en tan ―patriótica‖ cuestión,
como lo hicieron los profesores extranjeros del plantel.477
Además, si Mata se separó para no servir al Imperio, se entiende, por consiguiente, que no deseaba
nada que viniera de él o de sus ―traidores‖ representantes. Por lo que es extrañísimo que el 1º de mayo de
1866, el ministro imperialista don Pedro Escudero y Echánove, en un oficio hiciera constar que el dicho
Miguel Mata y Reyes haya cedido 300 pesos, de los 589. 93 que se le adeudaban, al Ayuntamiento de la
ciudad de México;478 Ayuntamiento imperialista por cierto. ¿Acaso esto lo considerarían muy ―patriótico‖,
los catilinarios del Imperio de Maximiliano?

4.3. El patrocinio a la Academia de San Carlos durante el Segundo


Imperio
Ya hemos citado el Diálogo sobre la historia de la pintura en México, donde se recrea una conversación
celebrada una mañana de los últimos meses del año de 1860, entre el señor Bernardo Couto, su primo José
Joaquín Pesado y Pelegrín Clavé. En aquella conversación, que se desarrolló en la galería de pintura colonial
de la Academia, se diálogo principalmente sobre arte virreinal mexicano, pero hubo veces en que los
disertantes tocaban algún otro punto referente a las artes. En uno de esos momentos el catedrático de
pintura, comenzó a reseñar el avance que había tenido la Academia en los últimos años, merced a los buenos
esfuerzos de la Junta de Gobierno y la Lotería de San Carlos, y dijo: ―espero que no se encontrará que
hayamos perdido el tiempo, comparando lo que es ahora la Academia con lo que era doce o catorce años
atrás; cierto es que la protección que se le ha dispensado y los auxilios con que se le ha acudido, merecen el
nombre de regios. El soberano más dadivoso y más aficionado a las Nobles Artes, en igual tiempo no hubiera hecho en
México más de lo que se ha hecho por este establecimiento [las cursivas son nuestras], el cual entiendo que en las

476 A.A.S.C., exp. 6981.


477 A.A.S.C., exp. 6400.
478 A.A.S.C., exp. 6500.

131
Américas no tiene hoy competidor, y en cuanto a la manera con que se trata y favorece a los alumnos, en
Europa misma hay pocos que se le igualen.‖479
Estos eran los conceptos que en torno a protección artística, se habían acostumbrado los profesores
y alumnos de la Academia. Por ello resintieron tan fuertemente los rigores del juarismo y aquel era el
parámetro que esperaban recuperar durante el gobierno de Maximiliano, pues confiaban en que aparte de
serles restituida la Lotería, el archiduque Maximiliano crearía las condiciones favorables para que florecieran
las artes por lo largo y ancho del naciente Imperio.
Y bien esperanzados se hallaban los académicos con este cambio de gobierno, pues la experiencia les
había dictado que ninguno de los gobiernos civiles o militares de la República había heredado las aficiones
artísticas que la Iglesia había demostrado en tiempos de la colonia. Pues mal podrían aquellos gobiernos
consagrar su atención a otra cosa que no fuera la vorágine revolucionaria que más tarde o más temprano iba
absorbiéndolos a todos: yorquinos y escoceses, centralistas y federalistas, conservadores y liberales. Las artes
no habían encontrado en el país, otro mecenas que el grupo de espíritus selectos aunque de poder limitado,
que formaban la Junta de la Academia. Pues sólo merced a sus gratuitos esfuerzos, se fue poco a poco
interesando a los particulares para la adquisición de obras de arte. Para los particulares se celebraban las
exposiciones y en efecto se logró tal propaganda que algunos pintores, escultores y arquitectos recibieron
múltiples encargos.480 Pero no era dable que los particulares hicieran todo, pues su gusto y su poder
económico no eran bastantes para proteger profusamente a los artistas de la Academia. Por ello no se
equivocaron al creer que Maximiliano quisiera recoger aquella afición tan castigada por los últimos
gobiernos y que la Iglesia ya no practicaba por la zozobra en que se hallaba sometida por los gobiernos
creados en las escasas cuatro décadas de vida independiente.
Entrando de lleno al tema que nos ocupa diremos inicialmente que muchas opiniones se han vertido
en torno al patrocinio de Maximiliano, y la mayoría de ellas, coinciden en que éste fue favorable para las
artes en general y para la Academia en lo particular, pero veamos mejor lo que ocurrió a la luz de los diarios
y de los documentos de la época que no sigan formando una idea más clara de lo que significó el patrocinio
de las artes durante el Segundo Imperio.
Al poco tiempo de haber llegado a México, y como era lógico, Maximiliano se aprestó a hacer su
primera visita a la Academia de San Carlos. Los diarios La Sociedad, El Pájaro Verde, El Cronista de México y
L’Estafette dieron cuenta de aquella. La visita fue el día 20 de julio de 1864, y fue reseñada de la siguiente
forma:
―Al visitar S.M. el Emperador, acompañado del Sr. ministro de relaciones D. José Fernando
Ramírez, la Academia de bellas artes de San Carlos, quedó muy agradablemente sorprendido de las buenas
disposiciones de la mayor parte de los jóvenes que reciben allí su educación artística.
Los talleres de escultura, sobre todo, llamaron la atención de S.M.; cuyo gusto por las artes es
conocido. Sorprendiole la notable aptitud de varios alumnos, y después de una larga conversación con el
profesor [Felipe Sojo], invitó a este hábil artista a que fuese al siguiente día a Chapultepec. A fin de alentar
más y más a los alumnos, el Emperador ha mandado hacer desde luego para adorno del bosque de aquel
sitio imperial, varias estatuas que bajo la inteligente dirección del profesor, serán talladas en mármoles
mexicanos por los expresados alumnos.‖481
El señor ministro Ramírez, director también de la Academia, indudablemente influyó para que
Maximiliano hiciera aquella visita. Aunque conociéndose su carácter, es seguro que aquella invitación, fue
acogida no como una obligación o compromiso, sino con supremo placer; pues el emperador, volvió
frecuentemente a aquel lugar, o sus miembros iban a donde él se encontraba.
Con respecto de aquella visita, el director de la Academia en los calamitosos tiempos de la
Revolución Mexicana, Ing. Jesús Galindo y Villa, refiere que aquel día, favorablemente impresionado
Maximiliano le dijo a Pelegrín Clavé: ―Conozco las principales Academias de Europa y puedo apreciar ésta;

479 José Bernardo Couto, op.cit., pág. 116.


480 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 180 y 181.
481 ―Academia de Bellas Artes‖, en La Sociedad, domingo 24 de julio de 1864, núm. 399, pág. 2.

132
me sorprende encontrar en ella tales adelantos. Su organización y desarrollo en nada ceden a las mejores de
Europa.‖482
Y verdad fue que Maximiliano quedó fascinado por las obras que allí vio, no sólo por el mérito de
que gozaran, sino también en atención a la situación política y económica del país, observando desde luego,
que sus logros se debían casi exclusivamente a los artistas de la Academia y un pequeño grupo de amantes a
las artes.
El rotativo La Razón de México, al observar los primeros acercamientos entre Maximiliano y la
Academia, y con motivo de la primera distribución de premios que les hicieron a los alumnos en diciembre
de 1864, dio lugar a una serie de reflexiones que le habían venido el caso. Decía aquel diario que entre lo
poco que había dejado en pie las tormentas revolucionarias de México, era satisfactorio ver que la Academia
había resistido sus terribles embates. Que las bellas artes, se refugiaban en aquella como un sagrado asilo; y
que mientras había por fuera bramado la discordia destrozándolo todo, aquellas habían continuado sus
pacíficas labores dentro de sus muros, desarrollándose y perfeccionándose con una fortuna digna de su
empeño y de su perseverancia.
Continuaba el diario: ―La Academia de San Carlos no sólo es un consuelo en medio del espectáculo
de ruina o decadencia que ofrecen otras instituciones; no sólo es un establecimiento que hace honor a
México; es en realidad una gloria del país; por que da testimonio que el culto de las Bellas Artes es en él, un
culto religioso, puesto que le vieron con respecto a las revoluciones que nada respetaron, y le dieron su
protección hasta los gobiernos que nada protegieron.‖
Agregaba la publicación, que era preciso confesar, que a la Academia le habían tocado buena parte
de los quebrantos que todos los establecimientos públicos habían sufrido en los últimos días de la República;
y que era necesario tener aquello presente para hacer justicia a los que luchando contra las penurias y
dificultades, habían logrado mantener aquel instituto en estado satisfactorio y aún brillante. Debiendo
aquello a algunas personas de inteligencia y prestigio, que le habían estado prestando su eficaz apoyo en
medio del general desaliento; pero que por encima de todo, se debía ello, a la enérgica e infatigable
perseverancia de sus directores que habían trabajado por mantener sus estudios a la altura de sus mejores
días. Por esto, decía el diario, los amigos de las artes debían un voto de gracias, y la nación entera les era
deudora del placer con que veía a la Academia sobrevivir al general naufragio en que habían ya perecido
otras tantas instituciones.
Si en los momentos de turbulencia y de inquietud, decían La Razón de México, que ya habían pasado,
ocurrió el que pudieran las bellas artes vivir y prosperar en aquél recinto, y a su decir, que en esos momentos
empezaba en el país una era de paz y sosiego, tenían entonces doble motivo para esperar un porvenir
glorioso dentro de la monarquía. Y garantía de ello, decía el periódico, era el espectáculo que había
presentado la Academia el domingo 4 de diciembre de 1864, y textualmente remata su escrito expresando:
―Un monarca amigo de todos los progresos, una princesa que conoce y ama las artes, dirigieron palabras
animadores a sus alumnos, realzaron el valor de los premios concedidos al talento y al trabajo, y dejaron
dentro de que recinto un estímulo nuevo para los genios que pueden aspirar a las glorias artísticas. La fama
de Cabrera y de Ibarra, de Juárez y de Cendejas, se perpetuará entre los hijos de la generación presente que
cultivan las artes, bajo la augusta protección de los soberanos de México.‖483
Visionarios se hallaban los redactores de La Razón de México con respecto a lo que aspiraban
Maximiliano y los académicos. El archiduque, tampoco desconocía los antecedentes de la Academia, las
dificultades que habían enfrentado en el pasado ni mucho menos el mérito de los académicos ante el triste
estado del país entero. Esto no podía menos que envanecer a Maximiliano. Prueba de ello, es que el
arquitecto Rodríguez Arangoity, relato que el prurito de quien llamaba ―príncipe artista‖, fue el que todas las
obras de arte que sirvieran para el ornato público y para la suntuosidad de sus alcázares, debían ser
ejecutadas por artistas mexicanos, pues con orgullo, decía Rodríguez, Maximiliano se dirigió al cuerpo
diplomático en la exposición artística de la Academia de 1865, a quienes dijo:

482 Jesús Galindo y Villa, Anales de la Academia Nacional de Bellas Artes de México, México, Imprenta del Museo Nacional de
Arqueología, Historia y Etnología, 1913, pág. 28.
483 ―Bellas Artes‖, en La Razón de México, martes 6 de diciembre de 1864, núm. 44, pág. 1.

133
―Si vosotros tenéis grandes artistas, no es gracia, porque hay estímulo, sin embargo de que vuestras
escuelas están corrompidas. Aquí, sin emulación, guiado sólo por el amor al arte, con un corazón y
sentimiento joven, robusto y enérgico, caminando en la senda de la escuela clásica, tengo a mi Resbull [sic],
Ramírez, Obregón, Pina, Urruchi, como pintores; a Sojo, Calvo y Noreña, como escultores, e ingenieros
muy capaces de llevar a cabo obras de la mayor importancia.‖484
Maximiliano pues, se hallaba altamente complacido con el genio y habilidades que mostraban los
académicos y uno de sus mayores anhelos dentro de su gobierno fue protegerlos y hacer que tuvieran
oportunidad de mostrarse públicamente.
El secretario particular del emperador, el joven José Luis Blasio, dijo con motivo de aquella
apetencia de Maximiliano: ―Ocurriósele en esos días también hacer una visita a la Academia de San Carlos
[...], y en esa visita elogió mucho los trabajos del artista mexicano Reboull [sic], los del escultor Noreña y los
del arquitecto Rodríguez, manifestando desde luego el deseo que tenía de protegerlos y que darles a ganar
dinero y gloria.‖485
Pero Maximiliano nuera ningún simple aficionado a las bellas artes, y conocía las limitaciones de los
artistas de la Academia, que si bien tenían muy buenas disposiciones en sus cualidades como artistas, tenían
algunas limitaciones para la inventiva de temas originales. La princesa Paula Kolonitz, que formó parte del
séquito de los archiduques, notó esta deficiencia en los académicos. En una ocasión visitó San Carlos y dijo
al apreciar las pinturas que allí vio: ―En sus trabajos se nota un talento que no puede ignorarse; no tanto se
genio creador pero sí el de imitar fielmente aquello que ven.‖486
Por eso, y también por su espíritu creador, Maximiliano no sólo hacía sugerencias a Rebull, Sojo,
Rodríguez y los demás artistas que trabajaron con él, sino que explicaba claramente lo que tenían en mente.
Por decirlo así, Maximiliano era el autor intelectual y los artífices de la Academia los autores materiales; esto
sin que se entienda que creamos que la inventiva de los académicos estuviere en cero, sino que Maximiliano
como hombre de mundo, poseía a diferencia de aquellos un gusto más refinado y una claridad mayor de lo
que pretendía; tocándoles a los académicos asimilar la idea, llevarla a cabo y en el proceso de desarrollo,
ponerle la fuerza e idealismo que su carácter de artistas le dictaba en lo particular.
Maximiliano, no fue un simple patrocinador de aquellos, no habría la cartera y pagaba las obras de
arte simplemente; aquel príncipe, gustaba de participar activamente con ellos, discutir los proyectos, hacer
sugerencias, etc. Por ello las repetidas invitaciones a Palacio o a Chapultepec.
La historiadora María Esther Acevedo Valdés, en su obra Testimonios Artísticos de un Episodio Fugaz,
presenta la idea de que el patrocinio de las artes significó para Maximiliano, una necesidad. Que como
príncipe liberal europeo, sabía vincular los caminos del arte con la formación de la memoria, dice Acevedo:
―Ver era recordar, hacer ver era hacer recordar.‖ Cree Acevedo firmemente que la idea de Maximiliano era
construir una memoria que vinculara la historia nacional al régimen vigente que él representaba.487 Nos
perdonará Acevedo, y con todo el respeto que nos merece, desde que leímos aquella hipótesis nos chocó
inmediatamente y hemos decidido apartarnos de ella decididamente.
Aunque no dudamos que conociera Maximiliano este refinado don de gobierno de múltiples
dirigentes europeos, y los buenos resultados que habían obtenido con aquel. Sin embargo, no creemos que el
patrocinio de Maximiliano haya tenido como fin último la mera creación de una memoria visual que lo
apoyara a verse o que lo vieran más firme en el gobierno de México. No hay que perder de vista, que
Maximiliano antes de ser un gobernante, era en esencia un artista, y aquello lo señalan infinidad de autores
de la época, liberales y conservadores.
Su relación con la Academia y el nacimiento de infinidad de proyectos artísticos eran un atributo de
la condición y naturaleza del emperador, tan no le valió la infinidad de estos proyectos como necesidad de
Estado, que ellos mismos fueron en parte causa de la derrota que poco a poco Maximiliano se fue

484 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 130.


485 José Luis Blasio, op.cit., pág. 148.
486 Paula Kolonitz, op.cit., págs. 100 y 101.
487 Esther Acevedo, Testimonios..., págs. 115 y 116.

134
construyendo. Pues en ellos desperdició tiempo, energías y dinero que le hubieran sido más útiles a su causa
en el gobierno de México.
El patrocinio de Maximiliano a la Academia de San Carlos, desde fines de 1866, estaba ya agotado
financieramente. El 16 de marzo de 1867, a escasos tres meses del fusilamiento de Maximiliano, el ministro
de Instrucción Pública y Cultos, reconocía en correspondencia que desde la primera quincena de octubre del
año anterior, los profesores y empleados de la Academia no recibían ni quinto de sus asignaciones. 488 Y
desde aquella fecha, hasta agosto de 1867, cerca de un año, la Academia no recibió cantidad alguna.
Repitiéndose el noble gesto de los virtuosos profesores de la Academia al prestar sin retribución alguna sus
servicios a la juventud estudiosa del plantel de San Carlos.
Fue en ese mismo mes de octubre de 1866, que en México se recibió la noticia de la locura de
Carlota. El Imperio de Maximiliano se derrumbaba literalmente. En aquel mismo mes, Maximiliano salió de
México rumbo a Veracruz, pues había resuelto abdicar y embarcase con el mariscal Aquiles Bazaine. El
sueño de los académicos parecía caducar, pero no para Maximiliano. Pues aún sin recursos suficientes,
aunque no había siquiera algo de dinero para los sueldos de los profesores de la Academia, Maximiliano
seguía imaginando en su mente infinidad de proyectos artísticos.
La suerte del Imperio estuvo marcada desde el 12 de abril de 1866, fecha en que el ministro de
Guerra en París, envió una carta ordenando la reconcentración de las tropas francesas, para su próximo
embarque rumbo a la Francia.489
Edificante en torno a este asunto, es una lista que hallamos en el Archivo General de la Nación,
fechada 26 de enero de 1867 y que lleva el título de ―Personas que han entrado hoy a Palacio Ymperial‖ y
que se encuentra rubricada por alguien que se hizo llamar Un amigo. Es redundante repetir la situación en la
que se hallaba el país por aquella fecha, los estudiosos del siglo XIX mexicano la conocen perfectamente,
baste sólo decir que en diciembre de 1866, Maximiliano sometió a consejo de Estado su abdicación al
Imperio y algunos ministros lealmente opinaron que la situación era insostenible y pidieron permiso a
Maximiliano para retirarse a Europa.490 El caso está, en que ese día, 26 de enero de l867, poco después de
aquella crítica situación para el Imperio, se cite a la presencia de seis académicos en el Palacio Imperial, a
saber: Eleuterio Méndez (arquitecto), los hermanos Ignacio y Eusebio de la Hidalga (arquitectos), Manuel
Gargollo (ingeniero), Bernardo Guimbarda (agrimensor) y Santiago Rebull (pintor). Por si fuera poco
también entraron a Palacio algunos otros artistas como el litógrafo Hipólito Salazar, el fotógrafo de corte
Julio de María y Campos, un cristalero de apellido Martel, un escultor llamado Behmann y un carpintero
apellidado Navarro.491
En lo personal nos pasmó aquella lista, cualquiera diría que en la turbulenta situación en que se
hallaba el Imperio, Maximiliano poco dinero tendría para los artistas de la Academia. Pero la verdad es que
el archiduque siempre mostró más gusto por las artes y las ciencias que por las cosas de gobierno.
Se ve claramente con aquella lista el fuerte llamamiento que tenía Maximiliano para seguir ideando
proyectos artísticos. Aquello ya no podía significar la necesidad de construir una memoria visual, ni vincular
su gobierno con el pasado mexicano; aquello era un frenesí irresistible por su amor a las artes, lo que nos
lleva a pensar que durante todo su gobierno, la protección a las artes, no fue una política del gobierno, sino
una necesidad y un gusto por las bellas artes muy personal.

488 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 39, foja 1 y 2.
489 José Luis Blasio, op.cit, págs. 204 y 205.
490 Ídem, pág. 291. Entre esos ministros estuvieron Luis Robles Pezuela, Juan de Dios Peza y Francisco Somera.
491 A.G.N., ―Personas que han entrado hoy a Palacio Imperial‖, en Segundo Imperio, caja 36, sin número de expediente, foja 7. Sobre

el señor Navarro, decía la lista: ―Este individuo al pasar S.M. acompañado del M.R.P. Ficher [sic], por el patio de Palacio, se hizo
notable por su falta de respeto a S.M. pues ni aún por política, se tocó el sombrero, siendo así que es uno que está comiendo de la
bolsa de S.M. pues ha hecho varias obras del Palacio.‖ El documento finaliza así: ―S.M. salió en coche, acompañado del Sr.
Vilemck [sic], a las 4 y 47 minutos de la tarde [Rúbrica] Un amigo.‖ En estas anotaciones, se refiere al Padre Fischer, consejero de
origen alemán, que logró por algún tiempo absoluto dominio sobre Maximiliano y que fue quien más influyó en diciembre de
1866 sobre los ministros de Estado, para obligar a Maximiliano a permanecer en México. La persona con quien salió Maximiliano
era el sabio naturalista Billimeck, viejo monje exclaustrado, que dedicó toda su existencia en coleccionar insectos y reptiles. Al
archiduque le encantaba pasarse las horas en compañía del científico.
135
Poco más de un mes antes de la mencionada lista de enero 26 de 1867, su secretario José Luis Blasio,
quien regresaba a México después de haber ido a Europa a una misión secreta, describía así a Maximiliano:
―Las bromas y el buen humor de otros tiempos habían desaparecido por completo y su cabeza que antes
siempre estaba erguida y altiva, ahora se veía inclinada, como bajo el peso de tantas contrariedades y tantos
sufrimientos.‖492 Cualquier otro hombre, en las mismas circunstancias, hubiera mandado al diablo a los
artistas de la Academia con todo y sus pinceles, escoplos, buriles y escuadras.
Si el patrocinio de Maximiliano hubiera significado verdaderamente parte de un proyecto de Estado
del Imperio, hubiese ocurrido que aquéllos habrían tenido que esperar con todo y sus genialidades mejores
momentos, pues había necesidades de gobierno más importantes que proteger a unos soñadores artistas.
Pero Maximiliano que había sido educado con las maneras más exquisitas, no podía recurrir a aquel vulgar
expediente, prueba de ello es la lista del 26 de enero de 1867 y otras realidades que se suscitaron entre
Maximiliano y los académicos en los momentos en que se arremolinaban las nubes más negras en la política
del Segundo Imperio.
Para Maximiliano era suficiente con contemplar el buen fin de sus proyectos artísticos. El
archiduque no era dueño de sí en aquel punto en particular, pues era un loco soñador, que aunque veía
resquebrajarse su Imperio, todavía se deleitaba en locas quimeras, planeando, proyectando, corrigiendo y
volviendo a enmendar lo ya fraguado. Hay naturalezas, como la de Maximiliano, que contra todo y pese a
todo, no pueden evitar un cierto comportamiento, casi tan vital como respirar, hacer lo contrario hubiera
sido transgredirse, tergiversar y falsificar la identidad propia; hubiera significado para Maximiliano la
renunciación misma de su ser. Tendría que haber sido otro para evitar aquella genial locura, que en parte lo
condujo al cadalso de las Campanas.
El arquitecto Manuel F. Álvarez, refiere otro hecho en suma interesante. Cuenta que Maximiliano,
en los justos momentos que quedó decidida la partida del ejército francés, y quedaba abandonado a sus
propios esfuerzos; se entretenía en trazar con lápiz rojo sobre un plano de la ciudad de México. En aquel,
imaginariamente realizaba la ampliación de la calle de Plateros (hoy Madero), llevando su alineamiento del
lado norte hasta la altura del atrio de Catedral, para lo cual había necesidad de arrasar muchas manzanas, y
esto hasta salir a la parte poniente de la ciudad, por lo cual se hubiera cortado la parte sur de la Alameda.
Con el mismo lápiz rojo abría imaginariamente otra avenida, ésta sería la perpendicular al sur del centro de
Catedral, conocida entonces como Callejuela (hoy 20 de Noviembre), habiendo necesidad de hacer otro gran
derrumbe. Además, proyectaba dejar completamente aislada la Catedral, armando las fachadas del Sagrario
en otra parte.‖493
Parece ser que dicho plano se halla en la mapoteca ―Orozco y Berra‖, pues las reformas proyectadas
sobre él (en tinta roja), son exactas a las que menciona Álvarez.
Es sorprendente constatar cómo se perdía Maximiliano en sus proyectos artísticos, mientras su
Imperio se desmoronaba, quedando con ello confirmado que el patrocinio y los proyectos artísticos de
Maximiliano no respondían a otra cosa que no fuera su mera satisfacción por ver realizadas aquellas
reformas que fraguaba su mente. Su naturaleza idealista y soñadora le impedía concebir que las obras de arte,
tuvieran otro fin quien no fuera la complacencia del espíritu y de los sentidos.
Que tampoco se vaya a entender que Maximiliano era un trastornado que no se daba cuenta de lo
que sucedía en su alrededor, pues él sabía cabalmente la situación que pasaba el Imperio, sólo que le era
difícil pensar en economías y así lo manifestó desde el 15 de marzo de 1866 a intendente general de la lista
civil. Manifestó Maximiliano en aquella ocasión, que para él había resultado desagradable tratar de cerca los
puntos referentes a las asignaciones que la Regencia había decretado para sus gastos, y que aceptó aquellas
determinaciones sin alterarlas expresamente; pero que aquella suma la había disminuido por haber tomado
por cuenta propia los gastos de remodelación del Palacio Imperial, de Chapultepec y los salarios de los
príncipes Iturbide. Cuentas que debían de haber corrido separadamente sus asignaciones. Pero, aún así,
decía Maximiliano: ―ha llegado el momento de ocuparnos detenidamente por primera vez de tan delicado
asunto. La situación hacendaria del Imperio exige toda Nuestra atención, y consideramos conveniente y

492 José Luis Blasio, op.cit., págs. 286 y 287.


493 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 118.
136
como un deber, que el jefe de la Nación sea el primero que dé el ejemplo de someter a la más estricta
economía sus gastos personales, los de su familia y casa.‖ Pedía después que se le propusiera un presupuesto
reducido de los gastos de la casa imperial, pero advirtiendo lo que sigue: ―procurareis que no se perjudique el
buen servicio de Nuestra casa, ni se olvide la protección debida y para Nos tan cara, a las ciencias y a las artes
[las cursivas son nuestras]; y más que todo, que no se desatiendan a los pobres que llenos de confianza se
dirigen a Nosotros.‖494
Claramente nos damos cuenta, que Maximiliano conocía la necesidad de llevar a cabo economías;
como las hizo, pero él instruía no se olvidarse en sus gastos personales la protección de las ciencias y las
artes. Por ello vemos, que aunque desde octubre de 1866 no se pagó a los maestros de la Academia, por otra
parte Maximiliano tenía reservada para sí, una asignación particular para seguir llamando a artistas y
protegerlos de una manera directa.
Pero no nos desviemos de nuestro tema, porque aunque la situación económica y el patrocinio a la
Academia son temas tomados de la mano, los trataremos por separado. Pues teniendo un apartado especial
para que el otro tema, no debemos abundar en él, debiendo por el momento concentrarnos en las rutas que
tomó el patrocinio, sus proyectos y en las personas que se enfocó principalmente.
La correspondencia de Maximiliano con la Academia de San Carlos, creó grandes expectaciones
entre algunos miembros de la colectividad mexicana. En el diario La Sociedad, una persona que rubricó bajo
el pseudónimo de Un mexicano, ponía de manifiesto una de las aspiraciones más serias que se fundaron por
aquellos tiempos. Francia era el modelo a seguir en cultura, y se apetecía a muchos imitarla, por ello Un
mexicano expresó en aquella publicación:
―Dentro de poco tiempo esperamos ver convertido a México en un pequeño París. Las nobles
cualidades que adornan a SMI [Su Majestad Imperial]; su conocido gusto por las artes, y su amor paternal
por su nueva patria, nos hace esperar que lo que antes hemos creído un sueño, sea ahora una realidad, que
México sea el París de las Américas. Cooperaremos con un grano de arena, y nuestras ideas serán acogidas
con benevolencia, siquiera en gracia de la buena fe con que las emitimos.
Las dos grandes arterias de esta ciudad, deberían convertirse en unos boulevards. De la calle de
Tacuba por San Cosme, hasta la Tlaspana y Chapultepec, y de Plateros al Paseo de Bucareli, se deberán
establecer todo lo más selecto de la moda, de la industria y de las artes que el comercio cuida traernos de
Europa.‖495
La protección y promoción que recibió la Academia de San Carlos durante el Segundo Imperio no
tuvo como ruta exclusiva aquella que le brindaban los emperadores o el ministerio a la que estaba a cargo.
También recibió algunos encargos de particulares, y el propio director de la Academia, se empeñaba a
menudo en conseguir amparos para sus artistas. Aunque la Academia no logró en estos tiempos (ni nunca
más) la independencia económica de otros tiempos, sus miembros no se quedaron de brazos cruzados, y
promovieron algunas peticiones que terminaron en la protección de determinados alumnos o profesores.
A continuación, iremos mencionando el tipo de patrocinio y algunos de sus detalles, tomando por
guía la división de estudios que poseía la Academia, que fueron: pintura al óleo, pintura del paisaje, escultura,
grabado en lámina, grabado en hueco, grabado en madera, litografía, arquitectura y clase de artesanos.

PINTURA AL ÓLEO

El ramo de pintura tuvo por director en aquellos tiempos a Pelegrín Clavé Roquer.
Ya habíamos mencionado que Clavé en la época de la Regencia dirigió la restauración de las pinturas
de la escuela antigua mexicana, para lo cual llamó al pensionado Tiburcio Sánchez que fue quien reparó los
cuadros y al ex-becario en Europa Epitacio Calvo, a quien se encomendó la enmienda de los marcos.496
Ya en pleno Imperio, el viejo maestro Clavé se entusiasmó con la llegada del archiduque, más aún
con la realización de un sueño de artista: poder decorar los edificios al amparo y bajo la protección del

494 El Cronista de México, jueves 3 de mayo de 1866, págs. 1 y 2.


495 ―Embellecimiento de la Ciudad‖, en La Sociedad, martes 27 de septiembre de 1864, núm. 464, pág. 2.
496 A.A.S.C., exp. 6655, fojas 1 y 13.

137
Estado, a fin de obtener fama y provecho. Quizá creyó que sería el momento de demostrar a sus detractores
de lo que era capaz; pero Maximiliano no lo escogió como su pintor. El hecho fue que Clavé sintió gran
decepción por aquél desvío. Se dice que las relaciones de Maximiliano con el artista catalán no pasaron de
cordiales,497 y aunque en una ocasión al comparar la Academia con las europeas dijera el emperador algunas
palabras desdeñosas para España que dolieron mucho al pintor, en otra ocasión, como ya dijimos, al saberlo
aficionado al arte musical, le obsequió una flauta de cristal.498
A partir de ese momento, Clavé no pensó sino en regresar a España, entregando previamente su
clase a Pina y concluir las pinturas de la cúpula del templo de La Profesa, que habían sido iniciadas por él y
sus discípulos en 1858 y suspendidas poco tiempo después. El inicio de aquella decoración lo patrocinó la
Junta de la Academia de San Carlos y los padres del Oratorio, pero las dificultades financieras que le
sobrevinieron a la Academia y la disolución de las congregaciones religiosas con Juárez, estropearon el
proyecto.
En 1866, Clavé se propuso terminar la obra de la cúpula, que tenía por tema El Padre Eterno y los Siete
Sacramentos. Pero ahora el patrocinio vino de un particular, pues bastó con interesar al señor José Urbano
Fonseca, para que éste lo hiciera a su vez al señor Alejandro Arango, albacea del señor Manuel Escandón,
quien había dejado sus bienes a beneficio del culto católico. El consentimiento de retomar al proyecto fue
inmediato y se dió al pintor la cantidad de 2 378 pesos, según el presupuesto proyectado.499
Clavé se comprometió entregar para fines de diciembre de 1866, pintada completamente la cúpula
del dicho templo. Más hubo algunos inconvenientes, entre ellos que Clavé enfermara por más de un mes, 500
resultando que se terminara el trabajo hasta mayo de 1867, justamente en los críticos días del sitio de la
ciudad de México que precedió a la caída del Imperio, oyendo silbar cerca de sí, las balas de los sitiadores. 501
Clavé fue auxiliado inicialmente en aquella tarea por Ramón Sagredo,502 Joaquín Ramírez, Petronilo
Monroy, Rafael Flores y Felipe Castro.503 En su segunda etapa se integraron Pablo Valdés, Pedro
Guadarrama504 y al parecer Luis Monroy.505
Al estar trabajando Clavé y sus discípulos en la terminación de la decoración de la cúpula de La
Profesa, entró al caso un oficial francés que había hecho una copia del San Juanito de Ingres.506 Éste le dio su
opinión sobre los trabajos que realizaba y entre otras cosas le pareció al oficial que muchas cosas no se
distinguirían por ser demasiado finas, lo que hizo meditar la Clavé en que se había puesto más trabajo del
necesario; al tiempo que recordaba que obras de Rafael y Miguel Ángel del mismo tipo estaban muy
concluidas, como si debieran verse cerca. Por otra parte Landesio también acudió a dar su opinión sobre los
trabajos de los discípulos. Landesio dio en aquella ocasión un análisis técnico y detallado sobre varios
detalles de la obra sin dejar de tomar en cuenta el conjunto.507

497 Esther Acevedo dice al referirse a lo fluctuante del patrocinio de Maximiliano: ―Lo único predecible en la conducta del
emperador fue su aversión a Clavé.‖ Esta aseveración, creemos la base en el simple hecho de que Maximiliano no lo tomara en
cuenta para sus proyectos pictóricos. Mas no estamos de acuerdo con Acevedo, pues al no presentar algún otro argumento o
documentación en que sustentar su aserción, nos parece del todo excedida y gratuita. Además, Clavé no fue el único pintor en no
recibir encargos de Maximiliano, lo que no significa que aquéllos también fuesen antipáticos al archiduque. Esther Acevedo,
Testimonios..., pág. 86.
498 Salvador Moreno, op.cit., pág. 47.
499 Ídem, pág. 114.
500 Ídem, págs. 114 y 115.
501 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit, pág. 185.
502 Sagredo tuvo la comisión de dibujar y pintar los paños, para lo cual tardó cerca de un mes.
503 Castro fue un antiguo discípulo de Clavé en la Academia. Fundador de la ―Sociedad de bellas artes de Guadalajara‖. A decir de

Clavé, tenía el mejor carácter para realizar los trabajos, se ajustaba a lo que le decía, tenía gran inteligencia, facilidad de
comprensión y trabajaba sin distraerse.
504 Discípulo poco conocido de Clavé, poseemos pocas noticias de él. Se dedicó a la pintura mural.
505 La historiadora María Esther Ciancas, afirma que este joven discípulo colaboró con Clavé. Pero pensamos que posiblemente lo

esté confundiendo con Petronilo Monroy. Sin embargo, un artículo de la época dice que fueron nueve los discípulos que
trabajaron con Clavé, por lo que bien podría ser que Luis Monroy entrase entre aquellos y aún nos faltaría el nombre de alguno.
506 Este original, que perteneció a la Academia, se puede apreciar en las galerías del Museo de San Carlos.
507 Salvador Moreno, op.cit., págs. 115 y 116.

138
Para llevar a cabo la terminación de la decoración de la cúpula de La Profesa, Clavé se preparó, por
así decirlo, psicológicamente. Decía a su discípulo Pina: ―Cada vez admiro más las composiciones bíblicas de
Overbeck. Es tal mi afición a este verdadero maestro mío y ejemplo en asuntos religiosos, que acabo de
hacer unas copias en grande, de la aguarda original suya que posee la Academia508 y que representa la
Anunciación y la Visitación; y como las he pintado con empeño y fe, me han salido bien y de una dulzura y
claridad de color, que parecen un original de tan suprime artista. Este estudio ha sido para prepararme
nuevamente a ejecutar las pinturas de la Profesa, y tengo la esperanza de que los bocetos en grande que me
faltan para completar la cúpula saldrán en un estilo más espiritual y delicado.‖ 509 Estas palabras de Clavé,
sencillas y sinceras, ponen de manifiesto el campo mental en que procuraba dar luz a sus obras, lo que no
correspondía, ni de cerca, a la visión cosmopolita, liberal e ilustrada de Maximiliano. Por otra parte, el que
escribe estos apuntes, quien se jacta a menudo de su ateísmo, siente y comprende aquella alma sencilla,
misteriosa y algo atormentada que se llamó Pelegrín Clavé.

Clavé y discípulos, Los Siete Sacramentos (1867).


Cúpula de La Profesa.

Terminadas las obras de la cúpula de La Profesa al finiquitar el Imperio, fueron bien recibidas por el
público en general. Pero no opinaron lo mismo los eternos enemigos de Clavé. Pues a poco, el íntimo de
Cordero, don Felipe López López, dio a luz un opúsculo con motivo de aquellas pinturas. El estudio de
López López, lleva el farragoso título de Juicio crítico sobre las pinturas DE LA CÚPULA DEL TEMPLO DE LA
PROFESA, dirigidas por don Pelegrín Clavé y ejecutadas en su mayor parte por los alumnos de la Academia de Bellas Artes de
San Carlos.510 Esta exposición, la tuvo el historiador Justino Fernández por atinada y justa, ―no obstante su
apasionamiento‖.511 Pero la verdad es a nuestro parecer muy distinta de la que creía con Justino.
Si bien es cierto, que Clavé, cayó en algunos escollos de las perspectivas en las pinturas de la cúpula.
No fue este el que sus detractores le echaron en cara, sino otros puramente fantásticos. La obra de López
López, publicada en el siniestro mes de junio de 1867, a decir del despejado e inteligente historiador Manuel
Revilla está escrita ―en ese estilo enmarañado, altisonante y hueco que le era particular, y conforme a
apreciaciones exclusivamente suyas y de lo más arbitrarias, encaminadas todas a deprimir la obra de Clavé,

508 La aguada original de Overbeck a que se refiere Clavé se localiza en el Museo de San Carlos.
509 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 206.
510 Felipe López López, Juicio crítico sobre las pinturas DE LA CÚPULA DEL TEMPLO DE LA PROFESA, dirigidas por don Pelegrín Clavé y

ejecutadas en su mayor parte por los alumnos de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, Imprenta de ―La Constitución Social‖, 1868.
Inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 119 a 131.
511 Justino Fernández, El arte del siglo XIX en México, México, UNAM, 1967, pág. 60.

139
por sistema.‖ Y bien es cierto lo que dice Revilla, agregando por si fuera poco que aquellas apreciaciones del
amigo de Cordero no eran más que una ―balumba de pedantescas consideraciones.‖512
Sabemos que éste no es lugar para refutar el Juicio crítico... de López López, pero baste decir que entre
la multitud de absurdos a que hace su supuesta crítica, está el que Clavé haya pintado temas diversos en una
cúpula que por su forma octagonal y por la división arquitectónica hace imposible pintar un solo tema. Sin
embargo, para López López, aquello era un defecto, pues a su imaginación le hubiese gustado una pintura
con tema único.
Mas el pez por su boca muere, pues el seso del buen Felipe López López, quedó expuesto cuando en
una ocasión tuvo la oportunidad de contemplar el excelso cuadro La Muerte de Marat, obra de Santiago
Rebull.
Las reducidas dimensiones del cuadro dieron margen a una ocurrencia un tanto chusca del señor
López López, que presumía de muy entendido en pintura y que únicamente tenía frases de elogio para el
autor de La Adúltera. Muy divulgada y referida fue la anécdota, por lo mismo que provenía de un sujeto que
con excepción de Cordero y Mata, había siempre estado en constante pugna con los demás pintores. El caso
es que se refiere, que después de contemplar a sus anchas La muerte de Marat, en presencia de su autor, se
dirigió a éste y le dijo: — Lo felicitó a usted por su boceto. ¿Cuándo piensa hacer el cuadro?, a lo que contestó Rebull:
— Señor, el cuadro está concluido no es un boceto. Extrañado López López objetó: — ¿Cómo que no es un boceto? Pues
cómo me habían dicho que los bocetos se hacen “chiquitos” y éste de usted se halla precisamente en esas condiciones.
Se comprenderán fácilmente las zumbas que el yerro y la poca advertencia le valieron a López
López. Las burlas y sátiras le llovieron por prensa, en términos de que él mismo tuvo que tomar su defensa
aunque con habilidad escasísima, prefiriendo finalmente la abierta censura al cuadro que tanto alabaron las
personas inteligentes como el cubano José Martí.513
Pero no divaguemos, y volvamos a nuestro tema central.
Clavé, no recibió ninguna comisión por parte del gobierno de Maximiliano, y por si ello fuera poco
para su orgullo de artista; el ministro Pedro Escudero comunicó el 15 de mayo de 1866 al director de la
Academia don Urbano Fonseca la reducción del sueldo de Clavé de 3 000 a 1 500 pesos anuales, ello en
atención a las difíciles circunstancias del erario.514 Clavé ante tal disposición tuvo que aceptarla, pero
aclarando que se sometía a ella tomando en consideración que no era posible por el momento emprender su
viaje de regreso a España.515 Además, que de indudablemente ya planeaba la conclusión de los trabajos de La
Profesa, que por cierto terminó en el tiempo récord de ocho meses, pues además de que quería terminarlas
pronto para empezar a preparar su viaje, de seguro temía que algún cambio en la situación política podía
estropearle su cometido, que significaba su obra de despedida a las tierras mexicanas.
Con todo, Maximiliano ordenó el 30 de mayo de aquel año, se confirma el nombramiento de
profesor de pintura al óleo en favor de Pelegrín Clavé.516
Por otra parte, Clavé fue tomado en cuenta por Fonseca para llevar a cabo algunas comisiones
menores. Las tres comisiones fueron llevadas en el año de 1865, la primera de ellas, encomendada en enero,
consistió en que acudiera en unión de Santiago Rebull y el Dr. Rafael Lucio al convento de la Encarnación
para recoger de allí, las pinturas que se consideraran de mayor mérito para trasladarlas a la Academia; 517 la
segunda, en junio fue que investigara sin en la Capilla de la Concepción había pinturas que valieran la pena
incorporar a la colección de la Academia518 y la tercera, en diciembre, radicó en elaborar junto con Joaquín
de Mier y Terán y Antonio Torres Torija, un reglamento de la propiedad de la Academia sobre las obras de
sus alumnos.519

512 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 192 y 194.


513 Ídem, págs. 359 a 361.
514 A.A.S.C., 6441, foja 15.
515 Ídem, foja 16.
516 A.G.N., Despachos, vol. I, foja 324.
517 A.A.S.C., exp. 6541.
518 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, casa 1, exp. 28.
519 A.A.S.C., exp. 6457.

140
No queremos concluir con Clavé sin antes decir, que en los primeros meses de la llegada de
Maximiliano a México, pese a que éste no lo seleccionó para la ejecución de alguna obra, los miembros de la
Sociedad del ―Casino Español‖, animados de ardiente entusiasmo patrio, y deseando poseer una obra que
correspondiese en mérito y en parecido al cariño que profesaban a su reina Isabel II, por unanimidad
confiaron a su compatriota Pelegrín Clavé, la ejecución de la obra. Lo curioso y exquisito del retrato de
Clavé, es que no echó mano de los colores de la paleta, sino que con mano diestra colocó la delicada tela de
brillante seda para vestir el retrato.520 La obra que aún la conserva el ―Casino Español‖, posee buen dibujo y
colorido en su conjunto y habla muy bien de la originalidad del profesor español.
Por otra parte, continuando en el ramo de pintura, decimos que fueron altamente distinguidos por
Maximiliano muchos de sus integrantes. A continuación haremos mención de ellos, citando los trabajos que
se les encomendaron y las distinciones de que se hicieron acreedores.
Santiago Rebull, fue el pintor preferido por Maximiliano. Durante el Segundo Imperio se halló
muy activo. Fue presentado al emperador por el escultor Felipe Sojo, y a poco se convirtió en el pintor de
cámara de Maximiliano.521
Su elección, no fue un mero capricho de Maximiliano, pues éste, conocedor inteligente del arte, supo
apreciar de inmediato las dotes de Rebull.
Pocas son las obras que existen de Rebull pese su larga vida, pero todas sobresalientes, ajustadas a las
más estrictas reglas del idealismo clásico y el buen gusto. Decía el señor Revilla: ―Rebull fue un artista
aristocrático, exquisito, merecedor de haber vivido en Atenas y de haber sido contemporáneo de Pericles.
Cuánto produjo es selecto.‖522 Además, Revilla opina al respecto de Juan Rodríguez Juárez, el pintor
novohispano apellidado ―el Apeles mexicano‖, que aquello no fue más que una hiperbólica alabanza propia
del gongorismo, sin embargo de no hallarse dicho pintor exento de incorrecciones en el dibujo, de estar su
estilo inficionando de barroquismo y de no ofrecer puntos de comparación con la sobriedad, pureza y
corrección que brillaron en el pintor de Alejandro. Y que si algún pintor mexicano, pudieran merecer el
dictado que se le adjudicó a Rodríguez Juárez, aquél sería, seguramente, Santiago Rebull: ―dado que su juicio,
reflexión y justa medida; su procedimiento selectivo de formas, su sentimiento profundo de lo bello, su
acendrado buen gusto, su ansia, en fin, de lo perfecto, fueron cualidades comparables con las de aquel
insigne maestro de la Grecia antigua.‖523
A nuestro gusto, no exageraba Revilla. Sin embargo, Rebull halló detractores de la estatura de
Ignacio Manuel Altamirano, quien por la aversión profunda al tema de un cuadro de Rebull titulado Purísima
Concepción, la llamara en su apasionamiento que no era sino ―un dibujante vulgar con una imaginación de
santero común.‖524 Por otra parte, los alumnos y profesores no pensaban igual que el insigne autor de la
Navidad en las Montañas, pues con motivo de la obra La muerte de Marat, los discípulos de San Carlos le
organizaron a don Santiago, una apoteosis, pronunciándose en aquella ocasión discursos y poesías, y
habiendo sido coronado en presencia de un concurso numeroso.525 Por si aquello fuera poco, la Academia
en señal de duelo por la muerte del virtuoso artífice, interrumpió por tres días sus clases. 526
Sea como sea, Maximiliano gustó de sus aptitudes, por lo que en 1864, le encargó que hiciera un
retrato de él de cuerpo entero. Rebull lo representó con los atributos imperiales. Lleva Maximiliano los
grandes collares de las órdenes del Águila Mexicana y Guadalupe, el Toisón de Oro, la Cruz austriaca de San
Esteban, sobre su espalda y un cojín donde posa la corona imperial, cae la capa imperial de armiño y aparece
vestido con traje de general mexicano. La mano derecha que toma el cetro imperial, posa sobre el cojín, la
izquierda la lleva en la cintura, al fondo del lado derecho se aprecia el trono y a la izquierda se observa una
ventana con un paisaje del Valle de México donde aparece el alcázar de Chapultepec. El cuadro fue llevado a

520 ―El retrato de la reina doña Isabel II‖, en El Cronista de México, núm. 176, págs. 2 y 3.
521 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 349.
522 Ídem, pág. 342.
523 Ídem, pág. 370.
524 Ignacio Manuel Altamirano, op.cit., pág. 154.
525 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 355.
526 Ídem, pág. 369.

141
Miramar a la calidad del Imperio,527 y colocado sobre una chimenea de mármol en un ángulo del salón de la
Conversación.528 Cuenta el arquitecto Manuel F. Álvarez, que cuando visitó Miramar, después de la caída del
Imperio, observó el cuadro de Rebull, que decir suyo era considerado y apreciado como gran obra de arte y
que el ujier la anunció diciendo: ―retrato del archiduque Maximiliano por el pintor mexicano Santiago
Rebull.‖ 529

Santiago Rebull, Maximiliano (1864). Joaquín Ramírez, Maximiliano (1866).


Castillo de Miramar. Castillo de Chapultepec.

En este cuadro es notable la perfección del dibujo. Además, el estudio de la postura, el tratamiento
de los paños y la composición total del retrato son de sobra inspirados y exquisitos, excediéndose Rebull por
mucho en la fractura de dicho cuadro. Del mismo año, es el retrato que se conserva en Chapultepec, de
Albert Graefle, el cual no resiste comparación en ninguno de los anteriores puntos. También de 1865,
igualmente en Chapultepec, es el retrato ecuestre de Maximiliano de Jean-Adolphe Beaucé, que pese a sus
aciertos simbólicos no supera al de Rebull en ninguna de sus cualidades. Beaucé, comprendiendo incluso las
nobles cualidades de aquel retrato del pintor mexicano, hizo una copia,530 aunque con mucha rapidez de
seguro, por estar simplemente abocetada. Joaquín Ramírez también elaboró en 1866 una copia del cuadro de
Rebull, localizada en Chapultepec,531 que aunque muy buena, no lograr la expresión soñadora, y que
pareciera contener una exhalación, puesta por Rebull, siendo que esta copia posee una expresión en el rostro
más ruda y ordinaria.
Para la fabricación de este óleo, hubo tres etapas previas a su elaboración definitiva. En la primera
Maximiliano se hizo tomar un retrato con el fotógrafo François Aubert, que al momento estaba en México,

527 Ídem, pág. 349.


528 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 118.
529 Manuel Francisco Álvarez, El pintor Joaquín Ramírez y el retrato de Hidalgo, México, Impresores A. Carranza e hijos, 1910, pág. 6.
530 Se localiza dicha copia, en el Museo Erzerzog Franz Ferdinand, castillo de Artstetten, Austria.
531 Menciona la historiadora Esther Acevedo que el cuadro de Rebull fue reproducido seis veces más a tamaño natural y ocho del

busto a 125 pesos. Que los marcos dorados para cuatro de los retratos costaron 1480 pesos y fueron remitidos a las oficinas de los
comisarios imperiales. Esther Acevedo, Testimonios..., págs. 65 y 66.
142
fotografía que por sus similitudes se puede considerar como el antecedente rústico de la postura que deseaba
del archiduque;532 en segundo término Maximiliano posó directamente para Rebull, de lo que obtuvo un
retrato de busto.533 Subsiguientemente, Rebull ya con la idea, perfeccionó aquella idealizando especialmente
la apostura de Maximiliano, pero comprendiendo la dificultad de la pose de tal personaje, se le ocurrió un
arbitrio aprovechando el parecido que el emperador tenía con su amigo el ingeniero civil y arquitecto
Mariano B. Soto, a quien solicitó que posara para hacer de él, un dibujo a lápiz, 534 en la posición que deseaba
y así no tuvo más que vestir un maniquí con los respectivos paños bien estudiados y aprovechando el retrato
de busto, que ya había hecho, para obtener la obra de arte a que se admira en Miramar.535

François Aubert, Maximiliano (1864). Santiago Rebull, Mariano B. Soto (1864).


Museo Real de la Armada, Bélgica. Colección particular Sra. María Soto.

Rebull, también recibió la encomienda de un cuadro de iguales dimensiones de Carlota, ―mas éste no
se concluyó enteramente por no presentarse gustosa a que el pintor (que no le era personalmente grato)
acudirse las necesarias veces a tomar apuntes ante el natural. El busto de este segundo retrato, [fue] separado
del resto de la tela por el mismo Rebull para venderlo en ochenta pesos a D. Ramón de Ibarrola,536 fue
adquirido más tarde en doscientos por el Barón de Kaska.‖537
En aquel, aparece fielmente representado el tipo escultórico de Carlota: las facciones grandiosas de
amplios planos, el erguido y elegante cuello, la pensadora frente, los ojos de una dulzura maternal y de una
tristeza infinita; la nariz ligeramente redondeada en la extremidad, la boca pequeña y agraciada, el color, en
fin, de ese blanco marmóreo levemente sonrosado característico de las razas septentrionales de Europa. La
emperatriz es representada por Rebull, con una tónica de romántica melancolía. Lleva Carlota, un vaporoso
vestido blanco (aunque da la apariencia de estar algo rosáceo), una franja purpúrea, una condecoración, tres
hiladas de perlas y en el cabello castaño, que aparece enrulado a manera de tirabuzones, porta una diadema o
cofia que simula una pequeña corona. El dibujo es excelente, Rebull posee de la facultad extraordinaria de
idealizar sin desvirtuar la imagen real. Es una lástima que no concluyera este cuadro, pues ningún otro
retrato le supera en expresión y belleza. Cuadros como el de Graefle, en Chapultepec, aunque de primera
vista sea más regio, esto es invocado por los aditamentos que pone en la composición, pero si se comparan

532 La fotografía se halla en la colección del Museo Real de la Armada, en Bruselas, Bélgica.
533 Este retrato pertenece a la colección particular del señor Carlos Sánchez Navarro.
534 El dibujo se halla en la colección de la señora María Soto.
535 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 118.
536 José Ramón Ibarrola ingresó a la Academia, llevando ya el título de Hidro-Agrimensor que había adquirido el 25 de marzo de

1859 en la Escuela de Agricultura. Hizo una brillante carrera de ingeniero civil-arquitecto en San Carlos. Manuel Francisco
Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 35.
537 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 349 y 350.

143
exclusivamente los bustos, el ejecutado por Santiago Rebull, resulta mucho más atractivo, sugerente y
psicológico.

Santiago Rebull, Carlota (1866).


Colección particular Sr. José Sánchez Navarro.

Los cuadros de Carlota y Maximiliano, de Albert Greafle, que se localizan en Chapultepec, fueron
hechos basándose en otros que les hizo el pintor Franz Xaver Winterhalter, el retratista más prestigiado en
el género cortesano.538 Por lo que se podría pensar que Rebull llevaba alguna ventaja a Graefle por haber
tomado apuntes del natural, pero si se compara las efigies de Rebull, al lado de las de Winterhalter, el
afamado artista europeo que si tomó al igual que Rebull, estudios del natural, por mucho, no existe punto de
comparación entre unos y otros. Pues los retratos de Winterhalter al igual que los de Graefle, son fríos y
estáticos. Sin la portentosa y soñadora nota que les concede nuestro modesto pintor.
Rebull recibió en recompensa por su trabajo en el retrato de Maximiliano la cantidad de 3 000
539
pesos, y fue condecorado con el título del caballero de la orden Imperial de Guadalupe el 10 de abril de
1865.540
Además, Maximiliano, conocedor de las altas dotes de Rebull, y no contento con que tan destacado
artífice no poseyera plaza en la Academia, el 4 de diciembre de 1864, día en que se verificó la distribución de
premios a los alumnos de la Academia por sus trabajos desarrollados en el año de 1864; otorgó el emperador
cuatro premios extraordinarios entre los que se contaba que al iniciar en febrero de 1865 el próximo año
escolar, se abriera una clase nocturna de dibujo al natural o del desnudo a cargo de Santiago Rebull, 541 con
un sueldo anual de 800 pesos.542 La historiadora Esther Acevedo extrañamente consigna la falsa noticia de
que Santiago Rebull, fue director por el ramo de pintura de la Academia de San Carlos durante el Segundo
Imperio, puesto que como lo mencionamos, lo poseyó Pelegrín Clavé.543
También se dice que se le encargó a Rebull un retrato ecuestre de Maximiliano, pero las noticias
acerca de su factura son muy confusas. Blasio el secretario de Maximiliano, asegura que se le encargó a
Rebull; la historiadora Nanda Leonardini, dice que se elaboró en 1867 y Manuel F. Álvarez, menciona que se

538 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 57.


539 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 146.
540 Diario del Imperio, lunes 10 de abril de 1865, núm. 83, pág. 342.
541 A.A.S.C., exp. 6571.
542 A.A.S.C, exp. 6440, foja 2 v.
543 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 65.

144
vendió en 1865 a mil pesos pero que de una copia.544 Nosotros realmente no hemos encontrado referencia
alguna que nos guíe a aquel cuadro.
Igualmente, mientras ejecutaba los retratos de los soberanos, Maximiliano lo comisionó para que
bajo su dirección, ejecutaran los pintores que él seleccionará, una galería que contuviera a los héroes más
representativos de la independencia nacional. Así se pintaron Iturbide y Morelos, por Petronilo Monroy;
Matamoros, por José Ma Obregón; Guerrero, por Ramón Sagredo; Hidalgo, por Joaquín Ramírez y Allende, por
Ramón Pérez. No debemos excluir de esta lista un cuadro de Mina, obra también de Ramón Pérez de
Guevara, y que aunque se ignora su paradero, es mencionada en los documentos de la Academia de San
Carlos.545 Todos los demás cuadros fueron colocados en la ―Galería de Iturbide‖, en el entonces Palacio
Imperial. Hoy aún se conservan en el mismo sitio pero el recinto mudó de nombre y hoy es conocido como
―Salón de los Embajadores‖.
Pero no pararon aquí los encargos a Rebull, pues Maximiliano le comisionó la decoración de las
terrazas de Chapultepec, cuya ornamentación en estilo pompeyano se dice que fue proyectada por el mismo
archiduque. Así, Rebull diseñó seis Bacantes para igual número de tableros.

Santiago Rebull, Bacantes (1866).


Terrazas del castillo de Chapultepec.

Colaboraron con Rebull en aquellos diseños y trabajos, Petronilo Monroy y José Mª Obregón. En la
exposición de 1865, exhibieron cada uno, tres diseños de figuras pompeyanas del tamaño con que serían
pintadas en Chapultepec, además, Rebull y Monroy presentaron algunos bocetos de las mismas figuras.546
Con estos seis frescos Rebull llegó al límite de su carrera artística. Pues por su exquisita belleza, por
su desnudez franca, por su nobleza y elevación de estilo son dignas de la antigüedad grecorromana. La
primera bacante conduce a una pantera que parece quererle arrebatar con las fauces un ramo de frutas; la
segunda danza al son de un pandero que ella misma tañe; la tercera riega una planta de erguido tallo; la
cuarta corre airosamente con el bacanal tirso levantado en los aires; la quinta desde una prominencia atisba
con curiosa mirada una liebrezuela y la sexta y última se inclina para aspirar con delectación el aroma de un
lirio. Dice el señor Revilla: ―Pocas veces el tipo de la mujer representóse con igual encanto. ¡Qué actitudes
tan gallardas y naturales, qué flexibles movimientos, que líneas tan puras y delicadas! Las Gracias
mostráronse propicias en extremo cuando se delinearon estas ―Bacantes‖. Son por su belleza de la familia

544 José Luis Blasio, op.cit., págs. 148 y 149. Nanda Leonardini, El Pintor Santiago Rebull, México, UNAM, 1990, pág. 217. Manuel
Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 146.
545 A.A.S.C., exps. 7253 y 7296.
546 Catálogo..., pág. 34.

145
misma de las Afroditas de Praxiteles y Lysipo.‖547 Rebull, pintó las cuatro primeras durante el Imperio y las
dos últimas en el año de 1894, al tiempo que restauraban las primeras cuatro.

Santiago Rebull, Francisco José y Maximiliano de Habsburgo (1866).


Museo Erzerzog Franz Ferdinand, Castillo de Artstetten, Austria.

En mayo de 1866, Rebull inició el estudio para un cuadro titulado Francisco José y Maximiliano de
Habsburgo548 donde aparecen, el primero con uniforme rojo y blanco de la dinastía austriaca y el segundo, con
uniforme azul oscuro de vicealmirante de la flota austriaca.
Este doble retrato, que es un boceto simplemente, ha sido estudiado por el historiador Fausto
Ramírez y ha visto en él, un desacuerdo formal en su contenido. Observa al emperador Francisco José como
más acorde con el suntuoso fondo palaciego que les rodea y a Maximiliano lo nota, por su uniforme azul
oscuro de vicealmirante de la flota de Austria (que se parece al señor Fausto Ramírez más bien una levita),
como con una presencia más desenfadada y burguesa. Piensa el señor Fausto Ramírez, que aquella tensión
estilística que ve en el cuadro, podría simbolizar la tirantez de relaciones que hubo entre los hermanos en
torno al poderío y manejo de la casa dinástica austriaca y los múltiples desacuerdos que les precedieron al
advenimiento de Maximiliano a México. Sin embargo, de que esto podría tomarse como una hipótesis, la
conjetura del señor Fausto, no nos parece creíble en el sentido de que difícilmente Santiago Rebull, por su
natural discreción y modestia, hubiera tomado la iniciativa de incluir en el doble retrato a manera de
simbolismo, las diferencias políticas entre ambos hermanos. Además, no se puede dejar de considerar, que el
cuadro en cuestión no es más que un boceto y el color sumamente obscuro de traje de Maximiliano, no era
más que transitorio, sin entenderse necesariamente que aquellos serían los tonos definitivos que pondría en
la pintura si lo hubiese llegado a terminar. Nosotros a diferencia de Fausto Ramírez, no vemos a
Maximiliano en actitud de dar un paso hacia adelante en la composición, notando incluso que en realidad
Maximiliano se encuentra ligeramente más a fondo que su hermano. Y llegar un paso más, como intuye
Ramírez, no podría ―abrir un hueco en el brillante y artificial recinto‖ sin tropezar con la figura de su propio
hermano, que con su antebrazo izquierdo (el cual sostiene su casco) ligeramente le hace valla al costado
derecho del archiduque.

547 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 350 y 351.


548 Se localiza este boceto en el museo Erzerzog Franz Ferdinand, castillo de Artstetten, Austria.
146
Lo que si notamos en esta comisión imperial, es la nota de Maximiliano, de no querer olvidar su
antigua posición en el imperio austro-húngaro. De ello nos habla el escudo austriaco que se percibe detrás
del cortinaje, el paisaje algo frío y brumoso que le recordaría a su añorada Viena y verse nuevamente pintado
con el traje de vicealmirante austriaco, que tan hondos recuerdos le traían por su inclinación naviera. Es más
un cuatro histórico y de recuerdo. Además, la iconografía que se había estado manejando en los proyectos
imperiales no corresponde a la que se toca en este óleo. Es muy probable, asimismo, conociendo las
emociones que a menudo embargaban a Maximiliano, que comenzara a extrañar a su hermano muy a pesar
de las muchas dificultades que pudieran haber tenido.
Hubo todavía para Rebull, más comisiones en mayo de 1866, pero la caída del Imperio, impidió
concretar los encargos de Maximiliano. Se le confió al caso pintar un Felipe II, una Virgen con el niño, un San
Maximiliano, un San Carlos, un Santo Domingo, un San Francisco y un cuadro que tuviera por tema La alegoría de
la Equidad en la Justicia.549 En ese mismo mes, Maximiliano comisionó a Rebull para que escogiese los cuadros
que había en la Academia de San Carlos, para que con ellos se decorase Palacio, en el tránsito de la
procesión del Corpus.550
Todavía en diciembre 15 de 1866, Rebull sacó de la Academia tres retratos de virreyes de tamaño
natural, para copiarlos en el Palacio Imperial, conforme a una orden del ministerio de Instrucción Pública.551
También, y por último agregamos que Santiago Rebull formó parte, en junio de 1866, de una especie
de ―consejo artístico‖ que discutió el estilo y ornato que debían poseer todos los monumentos públicos,
palacios y obras imperiales.552 Acerca de dicho consejo, hablaremos un poco más adelante, en este mismo
apartado.
Pasando ahora al pintor José Salomé Pina, como ya quedó dicho en junio de 1865, se le encargó
pintara en Roma un cuadro con el tema de La entrevista de Maximiliano y Carlota con el papa Pío IX, para lo cual
el artista realizó dos bocetos,553 sin acometer jamás en la factura del dicha obra.
La entrevista que tomó Pina por tema, no fue la que los archiduques hicieron al Papa en el Vaticano,
sino aquella que el Sumo Pontífice devolvió a los emperadores en su lugar de hospedaje en Roma, que era el
Palacio Marescotti. Dicho palacio era propiedad del vital promotor de la idea imperialista en México, don
José María Gutiérrez de Estrada, quien había sido exiliado del país por manifestar públicamente en 1840, las
razones en que fundaba su idea por la cual México debía adoptar un gobierno monárquico.554
El periódico El Mundo Ilustrado, publicó el 18 de mayo de 1902, a un par de anécdotas relatadas por
el propio Pina.555
En la primera relata que el archiduque Maximiliano encargó a su embajador Velásquez de León,
residente en la capital italiana, que buscara en ese punto un pintor que pudiera encargarse de hacer un
cuadro conmemorativo de la visita hecha por Pío IX a él y su esposa, en el Palacio de Marescotti. Velásquez
de León fue a consultar a Pina, y por consejo de éste la obra se encomendó a Podesti, uno de los pintores
más afamados en aquella época. Súpolo Maximiliano, y teniendo noticias de que se encontraba en Roma un
―artista mexicano notable‖–Pina–escribió a Velásquez de León, recomendándole encargara de toda
preferencia a éste el trabajo. Podesti, que había puesto mano a la obra, se felicitó de esa resolución que
honraba al pintor mexicano, y aún prometió ayudarle en cuanto pudiera.

549 Esther Acevedo, Testimonios..., págs. 128, 130 y 131.


550 A.A.S.C., exp. 6505.
551 Ídem, foja 23.
552 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 138.
553 El primero de ellos se conserva en Chapultepec y el segundo en una colección particular.
554 La carta de Gutiérrez de Estrada, es reproducida en el libro de José María Hidalgo, Proyectos de Monarquía en México, México,

edición de F. Vázquez, 1904, págs. 295 a 308.


555 ―Artistas Mexicanos J. Salomé Pina‖, en El Mundo Ilustrado, 18 de mayo de 1902, núm. 20 págs. 2 y 3.

147
José Salomé Pina, La entrevista de Maximiliano y Carlota con el papa Pío IX (1865).
Castillo de Chapultepec.

Agrega Pina, que por aquellos momentos, Carlota salió para Roma, al arreglo con Pío IX de los
asuntos de la Iglesia en México, y pocos días antes de que se declarará por su médico la locura de aquélla,
estuvo varias veces en el estudio de Pina, a quien, según manifestó, quería servir de modelo para el famoso
cuadro.
La serie de acontecimientos políticos y la extremada parsimonia de Pina, hicieron que el cuadro
comenzado no se terminara.

José Salomé Pina, Carlota (1866).


Colección particular.

Existe un pequeño boceto firmado por Pina en París el año de 1866, en que se confirma el relato del
pintor. El apunte de Salomé Pina es algo raro, Carlota posa de pie vestida con un traje negro, nada que ver
con la postura que pudiera tener en el cuadro que debía elaborar Pina. El pensionado mexicano que percibió
desde aquellos momentos ―muestras de extravío‖ en Carlota, logró captar en aquél dibujó la personalidad de
la emperatriz que se encontraba al borde de la locura mental.

148
En el cuadro aparece Carlota en aparente serenidad. Pero su rostro manifiesta algo de enigmático y
perturbador. El cuadro nos sugiere algo de introspección morbosa, de una contagiosa melancolía, de un mal
de alma, de una mujer derrotada y a tientas. Posee un carácter obsesivo, traumático y de dislocación mental.
Ya se siente su aislamiento y sus preocupaciones atormentantes. Los ojos de Carlota tienen algo de
incomprensibles y transmiten un sentimiento de paz desnaturalizada. El cuadro de Pina, a decir de nosotros,
está lleno de presentimientos siniestros.
José Salomé Pina, curiosamente, tuvo la oportunidad de pintar, aunque sólo en boceto, los dos
extremos de la historia del Segundo Imperio. En el primero Salomé consigna a los dos emperadores en un
momento cumbre de sus vidas, justo cuando el Vicario de Cristo, les visitaba para darles su bendición en la
empresa mexicana, y el segundo, cuando el Imperio se hallaba en plena caída.
Prosiguiendo con nuestro tema, el joven Joaquín Ramírez, fue uno de los pintores preferidos por
Maximiliano, como ya mencionamos concibió el retrato de Hidalgo, cuadro que se dice fue altamente
estimado por Maximiliano, por su gran composición e idea portentosa.556 Complacido el archiduque con una
buena pericia de Ramírez, en 1865 le mandó pintar una Virgen de Guadalupe. La obra en cuestión fue mandar
a sacar fielmente de su original por orden de Maximiliano, como dice al calce la mencionada reproducción
del pintor mexicano. En 11 de mayo de 1866, también le fue encargado a Joaquín Ramírez en retrato de
Felipe IV,557 el que no pudo llevar a cabo por haber fallecido el 26 de julio de aquel año. El Diario del Imperio,
daba la siguiente noticia:
―Tenemos el sentimiento de comunicar a nuestros lectores la pérdida de una de las más célebres
notabilidades nacionales. El joven mexicano D. Joaquín Ramírez, discípulo de la Academia de San Carlos,
murió en la noche del 26 del presente, y ayer en la tarde tuvo lugar la inhumación de su cadáver.
El joven pintor cuya muerte nos es tan sentida, ejecutó varias obras que revelan el genio de un gran
artista, y prueba que el talento se encuentra fácilmente entre los mexicanos. En el salón de Iturbide del
palacio Imperial se halla el retrato del Cura Hidalgo, que mandó hacer el emperador; la Academia de Bellas
artes tiene otros dos cuadros, el Arca de Noé y los Israelitas llorando su destierro, trabajos del pincel del
malogrado artista mexicano. La muerte prematura de Ramírez priva a nuestra patria de un talento célebre
que le habría dado mayores glorias a las artes.
El emperador ha manifestado un profundo sentimiento por tan gran pérdida, y a su nombre el
Director del gran Chambelanato asistió a los funerales, que fueron costeados por S.M. de su caja
particular.‖558
Ramírez, murió a la edad de 34 años. Fue sepultado en el Panteón de San Fernando donde se puede
apreciar el modesto sepulcro que le mandó construir Maximiliano. En aquel se lee el siguiente epígrafe:

1834 1866

JOAQUÍN RAMÍREZ
ARTISTA
INSIGNE Y MALOGRADO
DEJÓ ESTE MUNDO
PARA IR A SU VERDADERA
PATRIA

A menos de un mes de la muerte de Joaquín Ramírez, su esposa María de la Luz Ávalos, envió un
ocurso a Maximiliano, donde solicitó se le entregara la gratificación que correspondía a su esposo por e
cuadro conocido como Los judíos en Babilonia.559 Por lo que se pedía informes a la Academia el 17 de agosto

556 Maximiliano pagó a Ramírez 1 000 pesos por aquel cuadro. Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 146.
557 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 128.
558 ―Defunción‖, en Diario del Imperio, sábado 28 de julio de 1866, núm. 473, pág. 93.
559 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 35, fojas 1 y 2.

149
de 1866.560 El 15 de octubre, Fonseca informaba que efectivamente se adeudaban a Ramírez 160 pesos,
dándose al día siguiente la orden de que la mayordomía de la Academia satisficiera aquella cantidad a dicha
viuda.561

Joaquín Ramírez, Virgen de Guadalupe (1865).


Colección particular.

Otro de los señalados por Maximiliano fue el pintor y profesor de ornato modelado, don Petronilo
Monroy. A través de Rebull, recibió la orden imperial de pintar para la Galería de Iturbide, los cuadros de
Morelos e Iturbide. Trabajó en Palacio Nacional dichos retratos y los bocetos para las figuras pompeyanas que
sirvieron para decorar Chapultepec.
Maximiliano lo mantuvo ocupado en Chapultepec, quizá auxiliando a Rebull en la factura de las
Bacantes, por lo que el 2 de septiembre de 1865, José Urbano Fonseca, informaba al ministro Manuel
Siliceo, Petronilo Monroy y otros dos profesores (Sojo y Rodríguez), que gozaban de licencia por estar
ocupados en obras encargadas por el archiduque, desatendían por ello a sus discípulos, causando por ello
gran atraso en sus estudios. Por lo que pedía se concediesen aquellas licencias pero sin goce de sueldo, para
aplicar aquellas sumas a las personas que los sustituían.562 La respuesta de Maximiliano fue la siguiente:
―Mi querido Ministro Siliceo.
Estando ocupados los Sres. Sojo, Monroy y Rodríguez en trabajos que son para el provecho de la
Nación, Dispongo se les deje el sueldo que disfrutan por la Academia y más tarde Me propongo arreglar este
detalle definitivamente pues sus trabajos son bien necesarios y de bastante producto por lo cual debe
hacérseles tal concesión.
Su afectísimo
Chapultepec [Rúbrica] Maximiliano.
Septiembre 11 de 1865.‖563

560 A.G.N., Segundo Imperio, caja 24, exp. 5, foja 2.


561 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 35, fojas 5 y 6.
562 A.A.S.C., exp. 6446, foja 13.
563 A.G.N., Segundo Imperio, caja 24, exp. 59, foja 13.

150
En febrero 8 de 1866, estando próximos a abrirse los cursos, volvía don Urbano a llamar la atención
sobre lo mismo, enfatizando que padres y tutores de los jóvenes que seguían los cursos del 1er año
preparatorio, se quejaban públicamente de que sus hijos no adelantaban por el abandono en que los dejaba
el profesor de ornato, don Petronilo Monroy, y que a la desidia de éste se debía que sus hijos no hubieran
pasado el año profesional. Por lo que Fonseca volvía a solicitar que se le diera la licencia necesaria pero sin
goce de sueldo.564 Maximiliano resolvió, el 14 de febrero, que mientras se hallara Monroy prestando sus
servicios al Alcázar de Chapultepec, no se le anotaron faltas ni se le exigiesen multas.565 Fonseca, tan
cumplido como era en sus obligaciones de director de la Academia, volvió a hacer notar el problema dos
veces más, el 21 de marzo de 1866, diciendo que Monroy, absolutamente ya no concurría a sus clases 566 y el
20 de septiembre del mismo año volvía a señalar la constante inasistencia de Monroy, Sojo y Rodríguez,
pidiendo de plano que mejor se nombraran profesores sustitutos.567
El académico don Tiburcio Sánchez, fue puesto también en la mira del Habsburgo. Sánchez, pintó
un cuadro de composición original, representando a la poetisa Safo a punto de arrojarse desde el
promontorio de Léucade, óleo que le valió ser premiado en la Academia por los emperadores en diciembre
de 1864. El señor José Urbano Fonseca, viendo el mérito de aquel, llegó a un acuerdo, el 30 de mayo de
1865, de conceder un premio de 100 pesos por su cuadro que había sido seleccionado para las galerías de la
Academia. Al día 13 del mes siguiente, Maximiliano aceptó que se diera la mencionada gratificación a
Tiburcio Sánchez.568 Aquel mismo año de 1865, Tiburcio Sánchez recibió la comisión de dos cuadros, el
retrato de Carlos II569 y el de Carlos III de España. Del primero de ellos presentó Sánchez en la treceava
exposición de 1865, un boceto que había ejecutado en Palacio para Maximiliano,570 cuyo cuadro fue
terminado al año siguiente.571 La obra que representaría a Carlos III, no fue concluida por la situación política
que se avecinó.
El profesor corrector de dibujo del yeso en la Academia, don Juan Urruchi, recibió la comisión de
realizar un óleo que representará al rey de España Felipe III.572 La obra no pasó del mero proyecto. Como ya
dijimos, Juan Urruchi fue alabado por Maximiliano ante el cuerpo diplomático en exposición de 1865, no
obstante el no haber presentado obra alguna en la exposición.573
El señor José Obregón realizó para el archiduque Maximiliano cuatro encomiendas. La primera
consistió en elaborar la efigie del general Matamoros para la galería de Iturbide; la segunda, un retrato de la
recién finada Sra. Condesa del Valle, la tercera, el dibujo de una de las figuras pompeyanas para las terrazas
de Chapultepec, y la cuarta consistió, según Manuel F. Álvarez, en pintar unos bustos de Maximiliano y
Carlota para modelos y la acuñación de medallas, que fueron enviados a Europa. Según se dice pintó
muchos retratos, llegando a ser el pintor predilecto de las altas damas.574
El profesor de dibujo de la estampa, don Rafael Flores, recibió la encomienda de ejecutar un retrato
que representará a Carlos V,575 el cuadro no pasó de mero proyecto artístico. El no haber realizado Flores la
encomienda de Maximiliano, podría haber sido por la pronta caída del Imperio, pero si se tiene en cuenta
que fue el único encargo que se le dio, bien podría pensarse que hubo alguna apatía en su desarrollo.
Aunque no hay nada que haga constar la verdadera razón de no haberlo ejecutado, resulta extraño que sea el
caso de quien, como ya dejamos dicho, se le ha señalado de pretender algún favor al advenimiento del
Imperio por no haber firmado el acta de protesta en contra de la intervención. Creemos que esto, es una
muestra más de que si Flores no suscribió el acta de 1863, no se debió al triste expediente del embuste o

564 A.A.S.C., exp. 6446, foja 18.


565 A.A.S.C., exp. 6446, foja 19.
566 A.A.S.C., exp. 6446, foja 20.
567 A.G.N., Segundo Imperio, caja 24, exp. 59, fojas 11 y 12.
568 A.A.S.C., exp. 6563.
569 Se halla en el castillo de Chapultepec.
570 Catálogo..., pág. 34.
571 Esta obra de Tiburcio Sánchez se halla hoy en las bodegas del museo del Castillo de Chapultepec.
572 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 128.
573 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 130.
574 Manuel Francisco Álvarez, El pintor..., págs. 2 y 3.
575 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 128.

151
efugio, pues si fuese el caso, creemos que hubiera tomado mayor diligencia en la comisión del archiduque,
cosa que no sucedió.

Pablo Valdés, Una avanzada de zuavos (1865).


Museo Erzerzog Franz Ferdinand, castillo de Artstetten, Austria.

El joven alumno Pablo Valdés, nativo de Guadalajara, fue también distinguido por Maximiliano
(Valdés fue uno de los alumnos que, sin estar obligado a ello, pidió a Santiago Rebull rubricar el acta de
protesta en contra de la Intervención Francesa). En diciembre de 1864 fue premiado por Maximiliano por la
composición de costumbres Una avanzada de Zuavos, cuadro que fue adquirido por el mismo emperador. El
ocho de mayo de 1866, Urbano Fonseca menciona que se concedió a este alumno un premio extraordinario
por la calificación que obtuvo en la composición histórica de dos figuras. La distinción consistió en una
medalla de plata.576
Avispado se distinguió Maximiliano al adquirir este cuadro pues el óleo de Pablo Valdés, es a nuestro
gusto el mejor que se pintó en aquellos tiempos. Cuando se encontró expuesto en el Museo Nacional de
Arte, nos atrajo tan poderosamente que incluso algunos de los custodios del museo, nos miraron con algo
de sana prevención. Además, comentamos con algunos artistas plásticos sobre el mérito de este cuadro,
concordando con nosotros en la apreciación de que el colorido y la composición en general tienen algo de
hechicero que no deja apartar fácilmente la mirada de aquella fúlgida pintura.
También Valdés pintó un cuadro llamado Ismael en el Desierto, por lo cual la Academia, pidió al
ministerio de Instrucción Pública, que se gratificara a dicho alumno con la cantidad de 130 pesos, para que
dicha obra enriqueciera las galerías de la escuela. El ministerio contestó, que aquello era imposible, ya que su
similar de Hacienda, no habría aprobado dicho gasto.577 Sin embargo, Urbano Fonseca, después se las
arregló para poder gratificar y hacer que la mencionada pintura quedara en las galerías de la Academia.

576 A.A.S.C., exp. 6641, foja 10 v.


577 A.A.S.C., exp. 6508, foja 4.
152
Luis Monroy Marroquín,578 el inteligente y ―excesivamente pobre‖ alumno de San Carlos, aunque
no recibió comisión alguna por mandato del archiduque, en la exposición de 1865 presentó una copia de San
Juan de Ingres, que le compró el emperador579 en la cantidad de 100 pesos.580 En el año de 1865 el profesor
Pelegrín Clavé llevó a cabo una comparación o concurso entre Luis Monroy, Ramón Sánchez y Eliseo
Olvera, en la clase de pintura del natural de objetos muertos, recibiendo Monroy la mayor calificación, igual
en la clase de copia de cuadros y la clase nocturna del natural desnudo. Por sus excelentes calificaciones
unidas a la circunstancia de ―pobreza, buena moral y aplicación‖ Clavé, recomendaba a este joven como
digno de obtener una pensión. En marzo 2 de 1866, José Urbano Fonseca decidió conceder la pensión
vacante por haberse terminado el tiempo al alumno Miguel Noreña.581
El ex-alumno Ramón Sagredo, recibió la encomienda de realizar para la Galería de Iturbide la
representación del general Guerrero. En este cuadro, aunque muy bueno, no hallamos la misma inteligencia y
genio que notamos comúnmente en las obras de Sagredo. Es una lástima que no haya podido demostrar la
misma penetración con que hizo su Ida a Emmaús o La Muerte de Sócrates, lo que quizá pudo ocasionar que
Maximiliano no lo haya ocupado en otras obras.

PINTURA DE PAISAJE

El ramo de pintura del paisaje, fue dirigido en tiempos del Segundo Imperio por el italiano Eugenio
Landesio.
Maximiliano estaba enamorado de las perspectivas que le presentara el Valle de México desde su
residencia en Chapultepec. Rememoraba su secretario aquella situación con estas palabras: ―Cuántas veces,
cuando el soñador Soberano contemplaba con su dulce mirada, el azul del cielo mexicano y el delicioso
paisaje que desde la terrazas se contempla; después de admirar placenteramente el panorama tan bello que
ante su vista se extendía, decíame después de largos minutos de silencio: ― ¿No cree Ud. que esto debía
llamarse Mira Valle, así como mi castillo de Trieste se llama Miramar?‖582
Ante aquel punto de vista que le tenía atrapada su imaginación, Maximiliano no podía prescindir en
sus colecciones artísticas de un cuadro que le recordara aquella hechicera visión. Por lo que pidió al italiano
Eugenio Landesio, hacer un cuadro que le perpetuara aquella panorámica. A decir del propio Landesio el
cuadro que pintó fue de grandes dimensiones, con la vista de la ciudad de México desde la torre de
Chapultepec, cuyo episodio era la emperatriz Carlota subiendo la rampa del lado norte del cerro y dos damas
acompañándola. En el primer término de este cuadro, Landesio presentó las principales y más características
plantas que suelen hallarse por los cerros de las cercanías de México.583
Además, el archiduque Maximiliano, le había encargado pintar para el alcázar de Chapultepec, seis
paisajes al fresco, cuyos asuntos fueron pensados de la historia antigua de México. Los temas encomendados
por Maximiliano o quizá propuestos por Landesio, se desconocen en lo absoluto. Lo que se sabe por el
propio Landesio, es que se comenzaron los estudios para los frescos, pero una enfermedad y los últimos
acontecimientos políticos que vinieron a caducar el gobierno de Maximiliano acabaron por nulificar aquel
proyecto plástico.584

578 Fue hijo de Ángel Monroy y Clara Marroquín, en 1864 tenía 19 años y vivía en la 1ª calle de la Santísima núm. 4, murió en la
ciudad de México en 1918.
579 A.A.S.C., exp. 6441, foja 12 v.
580 A.G.N., Segundo Imperio, caja 7, último fólder.

El recibo de pago del señor Luis Monroy dice así:


―Recibí del Sor. Durán la cantidad de Cien Pesos $ 100 por una copia de San Juan niño de Ingres, que S.M. el emperador se dignó
comprarme en la última exposición de Bellas artes de S. Carlos.
México 12 de Febrero de 1866.
Son $100 [Rúbrica] Luis Monroy.‖
581 A.A.S.C., exp. 6489.
582 José Luis Blasio, pág. 81.
583 Eugenio Landesio, op.cit., pág. 12. Desconocemos el paradero de este cuadro que afirma haber pintado para Maximiliano.
584 Ídem.

153
Pese a su trunca labor, Maximiliano reconoció altamente las grandes cualidades del paisajista italiano,
y el 17 de enero de 1867, firmó un acuerdo concediéndole la Cruz de Caballero de la Orden de
Guadalupe.585
El señor Roberto S. Garibay, en su libro Breve historia de la Academia de San Carlos y de la Escuela de
Artes Plásticas, pretende hacer creer que Landesio ―se negó a pintar algunas obras que le había encargado
pintar Maximiliano‖, por su ―repugnancia por la adulación y el servilismo‖.586 Roberto Garibay, se equivoca
en este punto, pues Landesio en el tratado que citamos, afirma que los motivos que lo llevaron a no realizar
dicha comisión, fueron de salud; a lo que se sumaron los cambios políticos. Jamás dice que se hubieran
negado a aquel pedimento, y no creemos fuese un ardid del italiano, pues de lo contrario no hubiera pintado
el cuadro que dice haber hecho desde la torre de Chapultepec. Tampoco hubiera dado al archiduque el trato
de ―S.M. el Emperador Maximiliano I‖ y el príncipe europeo no le hubiera concedido la condecoración a la
que nos referimos.
Nosotros no conocemos personalmente al señor Garibay, y ni siquiera sabemos si aún viva (pues
según se nos refirió hace ya algunos años, era ya de edad algo avanzada). Lo cierto es que este señor, quien
mereció por no se que influjo que se nombrase a una de las salas de la Academia con su nombre, en su
celebrada Breve historia de la Academia..., escribe disparates de este estilo: ―Con el objeto de que permaneciera
más tiempo en el país, [Bernardo] Couto hizo que Maximiliano encargara a [Manuel] Vilar la estatua de
Iturbide-que no se llevó acabo- y la de Colón que años más tarde, fundida en bronce, se instalaría en la Plaza
de Buenavista.‖587
Vilar murió en 1860, Couto en 1862 y Maximiliano llegó a México hasta 1864. Pero si al buen
Garibay le gustó que Couto y Vilar colaboraran con Maximiliano en algún proyecto artístico... ¿qué
podemos decir nosotros ante la afirmación de la ―biblioteca andante‖? (calificativo que un administrativo de
San Carlos, cuyo nombre no recordamos, dio al señor Garibay). Pero no perdamos el hilo de nuestro
estudio.
Los alumnos más destacados de Landesio durante el Segundo Imperio fueron Luis Coto, José María
Velasco, Gregorio Dumaine y Salvador Murillo. Sin embargo, fueron los dos primeros los que más
destacaron y recibieron protección durante esta época.
Luis Coto y Maldonado,588 quien en 1863 por brevísimo tiempo había sustituido a su maestro
Landesio (por haberse negado a firmar el acta de protesta en contra de la Intervención), durante el Segundo
Imperio se halló muy activo y favorecido por el archiduque Maximiliano (Coto también, sin necesidad de
hacerlo, solicitó firmar la dicha protesta).
En diciembre de 1864, recibió de manos del emperador a un premio por su cuadro histórico Origen
de la fundación de México, el cuadro fue adquirido por el propio archiduque. Además, en aquella ocasión se le
otorgó a Coto un premio extraordinario como recompensa por sus adelantos especiales en el ramo de
pintura de paisaje. Esta última recompensa consistió en una prórroga por los años de su beca que había ya
expirado desde fines de 1863.589

585 A.G.N., Segundo Imperio, caja 56, exp. 29, foja 7. Esto nos habla de que Maximiliano pese a que siempre manifestó voluntad por
que los artistas que decoraran sus galerías fueran mexicanos, sabía reconocer el mérito y las buenas disposiciones de cualquier
artista. Quedando con esto claro que sí Maximiliano escogió a Rebull en lugar de Clavé, no fue, como se ha querido ver, por el
simple hecho de ser mexicano, sino porque vio en el primero cualidades pictóricas que le atraparon más que las del español. Pues
no creemos que Maximiliano estuviese dispuesto a sacrificar calidad en sus galerías por aquel afán nacionalista.
586 Roberto S. Garibay, Breve historia de la Academia de San Carlos y de la Escuela de Artes Plásticas, México, UNAM, 1990, pág. 26.
587 Ídem, pág. 34.
588 Nativo de Toluca, primero fue discípulo de Clavé, cursando también las asignaturas de arquitectura. Fue discípulo en la clase de

grabado en hueco, al mando de Santiago Baggally, donde obtuvo una beca que disfrutó de 1852 a 1855. Al llegar Landesio a
México, se une al grupo de sus alumnos, donde obtiene una beca en 1857.
589 A.A.S.C., exp. 6571.

154
Luis Coto, Origen de la fundación de México (1864).
Museo Erzerzog Franz Ferdinand, castillo de Artstetten, Austria.

A principios de 1864, José Fernando Ramírez le había concedido ya una prórroga de un año, a
petición del mismo Luis Coto con fecha 18 de febrero de 1864. Coto en aquella ocasión pedía prórroga de
dos años, argumentando no haber podido concluir sus estudios a causa de los muchos trastornos políticos
que se hayan suscitado; pues teniendo que hacer parte de ellos en el campo y encontrándose este muy
inseguro, no le había sido posible efectuarlos, y que si no los verificaba quedaría cortada su carrera. En la
misma carta, su maestro, apoyaba dicha petición como muy razonable, pues afirmaba que fue materialmente
imposible salir al campo por algún tiempo con motivo de la inseguridad de los caminos, y que él como
profesor no pudo dar las respectivas lecciones a sus discípulos. Agregando Landesio: ―Sería verdaderamente
una lástima se truncara la carrera a un joven tan encomendable como Luis Coto, que ha estudiado siempre
con empeño y diligencia y recibiendo todas las mejores calificaciones. [Rúbrica] Eugenio Landesio.‖590 Así,
sumado el año concedido por Ramírez con los dos que le concedió Maximiliano, resulta que Coto alargó el
goce de su beca por tres años durante el Segundo Imperio.

Luis Coto, Netzahualcóyotl salvado por la fidelidad de sus súbditos (1865).


Museo Regional de Querétaro.

590 A.A.S.C., exp. 6581.


155
En febrero de 1864, no fue la única vez que Landesio abogó por Coto, pues el 28 de febrero de
1866, pedía una gratificación para que dos de sus cuadros, La Villa de Guadalupe y Netzahualcóyotl salvado por la
fidelidad de sus súbditos591 y uno de Velasco Cañada del Olivar del Conde, que habían sido premiados en
exposición de 1865, y pedía se quedaran en las galerías de la Academia. Dando como resultado que
Maximiliano ordenara gratificar con 120 pesos por cuadro a los mencionados alumnos.592
Cualquiera pensaría que el buen de Luis Coto retribuiría estos gestos con algo de agradecimiento
hacia su maestro y protector don Eugenio Landesio. En este punto cabe resaltar que después del término
del Imperio, Coto que había sido nombrado director de la clase de paisaje por Benito Juárez, antes de que
entraran los franceses a la ciudad de México; envió en enero de 1868, un ocurso al ministerio de Justicia e
Instrucción Pública, en donde pedía se le repusiese en su empleo de director de paisaje, plaza que se le había
concedido en 1863, por no haber suscrito Landesio el acta de protesta contra la intervención.593 El ingrato
de Coto, parece que olvidaba las buenas recomendaciones que le había dado Landesio y que habían
redundado y la prórroga de su pensión y en la gratificación por algunos de sus cuadros. La nota buena en el
caso es la sapiente prudencia de Alcaraz (nuevo director de la Academia al restaurarse la República), que al
pedírsele informes sobre el caso decía que era cierto que había sido nombrado director en abril de 1863, por
haberse Landesio rehusado a firmar la protesta contra la intervención, pero agregaba, además, que sin
desconocer el mérito de Coto, no era de su acuerdo por el momento aquella solicitud, en atención a la
puntualidad y empeño con que Landesio había estado desempeñando sus clases y que todavía se debía
esperar mucho de sus profundos conocimientos en provecho de los que se dedicaran al estudio de la pintura
de paisaje.594 Y bien puede ser que Luis Coto albergara algún resentimiento innoble sobre su maestro, pues
Coto, que fue para el celebradísimo José María Velasco un buen compañero, también le significó un émulo
muy adelantado. Y hubo alguna vez incluso en que ―Coto se enceló del aprecio que mostraba el profesor
hacia Velasco.‖595
Sin embargo, Coto y Velasco, durante el Segundo Imperio fueron casi inseparables compañeros de
estudios.
En enero de 1865, Coto y Velasco, deseosos de perfeccionarse en su ramo, pidieron al señor Urbano
Fonseca que intercediera por ellos para que fueran admitidos respectivamente en los cursos de botánica y
zoología de la Escuela de Medicina. Correspondiendo el director de la Academia a las notables aspiraciones
de sus alumnos, escribiendo en enero 13 de aquel año al señor José Ignacio Durán, director de la Escuela de
Medicina, expresándole las apetencias de los paisajistas. Pidió que en el caso de ser inscritos en dichas clases,
se les llevara la misma nota en sus asistencias, aplicación y aprovechamiento que a los demás alumnos de
Medicina; para así poder hacer los descuentos respectivos en sus pensiones si faltasen a sus clases.
Advirtiendo que la pretensión de estos alumnos no era ganar el año en el sentido académico sino solamente
instruirse en esos ramos. El señor Durán dio orden inmediatamente de que fueran admitidos a las clases de
Historia Natural por el señor profesor Jiménez, quien a fines de marzo de ese año, informó que Coto y
Velasco no habían faltado a las cátedras.596
Así, los paisajistas cursaron aquellas clases que redundaron en mucho beneficio en su carrera,
concediéndoles un carácter científico y naturalista a sus obras.
Al poco tiempo, en los meses de junio y julio, estos jóvenes hicieron una excursión al campo cada
cual por su lado, Coto llegó a Texcoco y Velasco a cinco leguas de Cuautitlán a un punto ―casi inaccesible

591 Este cuadro fue presentado por Coto en la exposición de 1865. El catálogo del exposición dice: ―Perseguido Netzahualcóyotl
por sus enemigos, encuentra a unos labradores, pero ocultan entre la chía que estaban recogiendo‖
592 A.A.S.C., exp. 6488.
593 A.A.S.C., exp. 6930, foja 1.
594 Ídem.
595 Hortensia Solís Ogarrio, op.cit., pág. 5.
596 A.A.S.C., exp. 6540, fojas 1 y 2.

156
llamado la Peña Encantada‖597 de donde tomaron apuntes del natural y desarrollaron enseguida los obras
tituladas Netzahualcóyotl salvado por la fidelidad de sus súbditos y Rocas de la Peña Encantada.598
Más en Coto y Velasco, había nacido ya un sentido científico por la exploración, los viajes y el
contacto directo con la naturaleza. Por eso cuando vieron en los periódicos de la época que se preparaba
una expedición a las ruinas de Metlatoyuca, ubicada en la ―Mesa de Coroneles‖, acudieron al señor Fonseca,
solicitando se les concediera alguna cantidad para emprender el viaje junto con los hombres de la citada
expedición. Pues como informaban los diarios que se acababa de descubrir una ciudad y su deseo era sacar
vistas y apuntes para la ejecución de unos cuadros que por su novedad e interés serían vistos con aprecio.
Fonseca con el fin de obsequiar los deseos de dichos jóvenes, habló con el ministro de Fomento Luis
Robles Pezuela, en los momentos en que precisamente se organizaban la excursión. Robles Pezuela no sólo
recibió con benevolencia la petición de los jóvenes sino que aprobándola les dio 100 pesos a cada uno para
gastos de viaje con la obligación de hacer los dibujos que se les encomendaran. El encargo lo aceptaron, sólo
por el entusiasmo del que se hallaban animados, y con la condición de que se les dejarán hacer los estudios
relacionados con su arte de paisajistas, y no limitándose servilmente a ejecutar los dibujos que se les
indicasen, y de los que no podrían sacar todo el partido que deseaban.599
Aquella comisión estuvo formada por el ingeniero Ramón Almaraz, comisionado por el ministerio
de Fomento; Guillermo Hay, arqueólogo; el inteligente Antonio García Cubas (quien ya habíamos dicho fue
profesor auxiliar y ex-alumno de la Academia), y los paisajistas Luis Coto y José María Velasco, quienes
encargaron de hacer vistas de algunos lugares y monumentos en donde las circunstancias particulares de la
oscuridad del bosque no permitían tomar fotografías.600
La expedición, a decir de Velasco, fue bastante penosa, aunque de gran utilidad. Y aunque los
apuntes sacados por Coto y Velasco fueron pocos, a causa de las grandes dificultades que hallaron para
realizarlos, sus imaginaciones se enriquecieron con la gran variedad de objetos que les mostró la naturaleza.
Algunos de los pormenores de aquella expedición quedaron consignados en un escrito de José María
Velasco al director de la Academia y que tituló: Informe que presenta el alumno pensionado de la Academia de Bellas
Artes don José María Velasco, al director de la misma, don José Urbano Fonseca del expedición que hizo la comisión
mandada del gobierno de Su Majestad a la Mesa de Metaltoyucan, en 19 de julio de 1865.601
El día referido, salieron Coto y Velasco en una diligencia rumbo a Tulancingo, donde se hallarían
con los demás señores. Cuando pasaron por el pueblo de Real del Monte, se encontraron con el pintor
Ramón Sagredo y el caricaturista del diario La Orquesta, Constantino Escalante.602 Estos manifestaron que

597 A.A.S.C., exp. 6448.


598 Al regresar de aquellas excursiones, José Urbano Fonseca los auxilio con 15 pesos a cada uno con motivo de sus gastos de viaje
y manutención.
599 A.A.S.C., exp. 6448, foja 1.
600 ―Ruinas de Metlaltoyuca‖, en La Sociedad, viernes 18 de agosto de 1865, núm. 787, pág. 2.
601 A.A.S.C., exp. 6448, fojas 4 a 13.
602 En Real del Monte es fama que Sagredo y Escalante son nativos de lugar, aunque en nuestras indagatorias no pudimos

establecer si esto era real. Sin embargo algunas fuentes dicen que Escalante nació en 1836 en la ciudad de México. Sobre Sagredo,
al tratar de localizar su fe bautismal (que debe ser de 1834) en la parroquia del pueblo, encontramos que no fue registrado en aquel
lugar, por lo que dudamos que realmente halla nacido en aquel pueblo minero. En el panteón de San Felipe del Real, hallamos una
lápida semienterrada que al excavar un poco descubrimos que en ella se encuentran sepultados el padre, la madre y un hermano de
Sagredo. La cita de lápida dice:
DON
GREGORIO SAGREDO
MURIÓ EL 13 DE
FEBRERO DE
1868
A LOS 67 AÑOS DE
EDAD
—°—
DON
TEODORO SAGREDO
MURIÓ EL 23 DE
JULIO DE

157
sólo esperaban una resolución del ministerio de Fomento para partir en unión de la comisión. La respuesta
de seguro no fue favorable, pues ninguno de los dos se unió a la dicha expedición.
Parte del viaje de Coto y Velasco, lo tuvieron que hacer a pie por falta de caballos, quedando de
acuerdo con sus compañeros de reunirse más adelante. En su marcha, por fuerza de la lluvia, tuvieron que
resguardarse en la casa de un hombre que desconfiaba de ellos, pues decía Velasco en su informe: ―nuestro
traje en nada indicaba que fuésemos paisajistas, pero ni aún traficantes, sino más bien hombres que salen de
su país a buscar fortuna.‖
Más adelante, pudieron conseguir los caballos. Sin embargo, Coto recorrió la mayor parte del camino
a pie, pues llevaba uno que apenas podía consigo mismo, teniendo la necesidad de dejarlo en el camino por
mostrarse incapaz de poder continuar la marcha.

Ramón Almaraz y Antonio García Cubas, Croquis del camino de Tulancingo a la Mesa de Coroneles (1865).
Litografiado y delineado por el ingeniero Manuel F. Álvarez, Litografía del ministerio de Fomento.
Mapoteca Manuel Orozco y Berro (Sagarpa), Hidalgo, varilla 2, 1425.

El camino contó con infinidad de eventualidades que pudieron costar la vida a los expedicionarios,
teniendo gran cantidad de accidentes y habiendo el señor Guillermo Hay que enfrentarse con su lagarto al
cruzar el arroyo de Salsipuedes, además, los repetidos aguaceros, las continuas caídas de sus mulas y lo
pesado de su equipaje, volvían más penosa su travesía.
A causa de la temporada de lluvias y para poder dibujar, Coto y Velasco se sirvieron de unos ramos
de palmas y les cortaron los indios que les proporcionó el señor Nicolás Jácome (quien tenía su rancho cerca
de las mencionadas ruinas), pues los quitasoles que llevaban no se podían abrir porque la madera estaba
hinchada por las precipitaciones.
Cuando llegaron a la bella cascada de Necaxa, el señor Almaraz tuvo que prestarle a Velasco su
ancho sombrero, cubriendo de la llovizna con su capote de hule y formándole con sus brazos y el capote un
toldo, pudiendo de esta manera hacer que su libro no se mojara y lograr apuntar la cascada.
A su regreso, los paisajistas fueron invitados a la casa de Texcoco del señor Guillermo Hay (quien
fue el encargado de hacer las tomas fotográficas), tratándolos con hospitalidad y un gusto de primera. Allí

1862
A LOS 31 AÑOS DE
edad
————
PADRE ESPOSA E HIJO
AQUÍ REPOSAN
Gregorio Sagredo, es su padre, prueba de ello está en el documento 5849 del archivo de la Academia, donde aquel hombre solicita
una licencia para que su hijo Ramón pueda ir al Real del Monte.
158
pudo mostrarles un álbum con dibujos a lápiz elaborados por él, otro con fotografías, algunas pinturas y les
tocó algunos trozos de óperas en un piano. Coto y Velasco, finalmente tomaron la canoa que los atravesó
por el lago de Texcoco para poder llegar a la ciudad de México.
Velasco finalizaba su informe con las siguientes palabras:
―agradezco a usted [señor Fonseca] el empeño que ha tomado por el adelanto de las bellas artes,
proporcionando a S.M. artistas que sean capaces de desempeñar con acierto lo que se confíe y para que se
cumpla igualmente la intención de S.M. que es la de desarrollar el gusto por las artes y elevar las al grado que
se elevaron en Grecia y Roma, y de cuyas épocas hemos tenido preciosos recuerdos.
[Rúbrica] J. M. Velasco.‖603
Es notable la confianza que mostraba Velasco por las intenciones que percibía en el gobierno de
Maximiliano y su protección a las artes.

José María Velasco, Caza de los antiguos mexicanos (1865).


Museo Nacional de Arte.

Los señores Ramón Almaraz, Guillermo Hay y Antonio García Cubas presentaron el 30 de agosto
de 1865, una relación acerca de que expedición.604 En aquella existen algunas pruebas de lo extraña y
delicada que resultó la expedición; en ella, Almaraz, Hay y García Cubas, mencionan que los miembros de la
comisión fueron testigos del desaliento y tristeza que se apoderó de los indígenas que condujeron a
Huauchinango los ídolos sacados de la ruinas de Metaltoyuca; y que abandonar su carga, un indio, casi
llorando y depositando una moneda en el agujero practicado en uno de los ídolos, se dirigió a él diciéndole
en idioma totonaco: ―Tú es un mal Dios, pues te has dejado traer; voy a pedir permiso a los demás dioses
para venir con todos los del pueblo a azotarte; mas entretanto, recibe este moneda en que te ofrecemos para
que no nos hagas daño.‖ A imitación de este indígena, los demás depositaron de la misma manera su
ofrenda. Otro indígena manifestó con sumo disgusto, que por el desacato cometido por ellos a sus dioses,
todos morirían; creyendo ver realizada aquella profecía, por las circunstancias de haber muerto uno de ellos
en Pantepec, como consecuencia de una fiebre aumentada por el baño de temascal que le hicieron tomar.
Además en Xico, les informaron a los miembros de la comisión de que aún eran comunes entre aquellas
gentes los sacrificios humanos, y que muchas veces acontecía ver colocados debajo de las aras de los altares
católicos a sus ídolos, para poder rendirles de esta manera sus homenajes y actos de adoración; de suerte que

603A.A.S.C., exp. 6448, foja 13 v.


604Ramón Almaraz, Guillermo Hay y Antonio García Cubas, ―Memoria acerca de los terrenos de Metlaltoyuca presentada al
Ministerio de Fomento por la Comisión Exploradora presidida por el Ing. Ramón Almaraz‖, en El Mexicano, 2, 6, 9 y 13 de
septiembre de 1866, núms. 69 a 72.
159
los curas que con abnegación y aislamiento de aquellos lugares (que para esa época eran considerados como
muy lejanos y apartados), luchaban vanamente por sacarlos de la crasa ignorancia en que se hallaban.
Por otra parte y continuando con los alumnos paisajistas de la Academia, decimos que José María
Velasco también fue premiado por Maximiliano por su cuadro Caza de los antiguos mexicanos, pero descollado
más el cuadro Un paseo en los alrededores de México, cuadro luminoso e incomparablemente romántico, en el
que se ve a Carlota acompañada de otros jinetes dando un paseo en la antigua Alameda de México. Pintura
de espacio abierto, donde el contraste de las tonalidades verdosas produce un agradable y fresco efecto. Se
representa en lontananza el Castillo de Chapultepec. La Alameda fue uno de los sitios favoritos de Carlota,
su gusto por los jardines era conocido, por ello en aquella época, Maximiliano la comisionó para dirigir las
obras de embellecimiento de aquel parque de recreo.

José María Velasco, Un paseo en los alrededores de México (1866).


Museo Nacional de Arte.

El paisajista Gregorio Dumaine González605 también fue premiado por el emperador en diciembre
de 1864, por su cuadro Vista del Olivar del Conde, y por unos estudios de la Calzada del Ceballón de San Cosme.
Dumaine, solicitó en enero 16 de 1864 una pensión. Su maestro Landesio le otorgó al caso una certificación
donde habló favorablemente de este alumno. Sin embargo, no fue sino hasta el 21 de marzo de 1865, en que
Fonseca concedió la pensión que resultó vacante por haberse terminado la prórroga que se había otorgado
al alumno de escultura Agustín Franco.606
ESCULTURA

Pasando ahora, al ramo de escultura, ya había quedado dicho que aquel era impartido por el profesor
Felipe Sojo.
Este escultor, ingresó a la Academia en 1845, pues el 7 de abril de aquel año, pide se le acepten en
los cursos de dibujo.607 Sojo en aquel tiempo contaba con apenas 11 ó 12 años, y es hasta los 14 años, en
diciembre de 1847, cuando al arribo del español Manuel Vilar, que se integra a la clase de escultura.608
Felipe Sojo, siempre fue un discípulo destacado, por lo que en múltiples ocasiones se le premió,
alcanzando en diciembre de 1853 el máximo laurel concedido a los alumnos de la Academia: una beca para
estudiar en Roma. Sojo compitió con sus colegas Epitacio Calvo y Juan Bellido, ganando la presea gracias a

605 Dumaine nació en la ciudad de México, fue hijo del señor Lorenzo Dumaine y de la señora Felicitas González. En 1866
manifestó tener 23 años, depender de sí mismo y vivir en la Rinconada de San Hipólito núm 21, murió en 1889.
606 A.A.S.C., exp. 6577.
607 A.A.S.C., exp. 4823.
608 A.A.S.C., exp. 6670.

160
su escultura original llamada Perseo con la cabeza de Medusa. Recompensa a la cual renunció en febrero de 1854,
por motivos mencionados anteriormente en este trabajo.
Sin embargo, en la Academia, gozó de una dilatada pensión, que duró de enero de 1850 a noviembre
de 1860 (cerca de 11 años). Nombrándosele en diciembre del mismo año de 1860, director de la clase de
escultura, debido al fallecimiento de su maestro, el señor Vilar.
Felipe Sojo, el joven director, pese a la vida tranquila en los estudios de su arte, no fue ajeno a los
acontecimientos políticos que se desarrollaban en el país. Resulta curioso saber que en mayo de 1863 Sojo se
encontraba preso por el ejército republicano (a tan sólo un mes de haber suscrito el acta de protesta contra
la intervención francesa); el motivo real de su prisión lo desconocemos, sin embargo, creemos que quizá
haya sido tomado prisionero en leva, para prestar por la fuerza servicios en las milicias juaristas. El hecho
fue que el 8 de mayo de 1863, se transcribió al ministro de Guerra ―un ocurso del C. Felipe Sojo‖ en el que
pedía se le pusiera en libertad, dándose al poco tiempo la orden de sacarlo de la prisión en que se hallaba
recluido.609
Pocos días después de ser liberado por los juaristas, el director de la Academia, don Santiago Rebull
lo nombró su secretario interino, en sustitución de Jesús Fuentes y Muñiz. Al llegar Maximiliano a México, a
mediados de 1864, Sojo participó activamente junto con Epitacio Calvo y Petronilo Monroy en la
construcción del Arco del emperador.
Sojo contaba en aquella época con aproximadamente unos 30 ó 31 años, edad muy similar a la del
recién llegado archiduque austriaco.610
Pues bien, habíamos mencionado que el patrocinio de Maximiliano sobre la Academia de San Carlos,
tuvo su primer contacto el 20 de julio de 1864, cuando en su visita a la Academia, el emperador invitó a
Felipe Sojo a Chapultepec. Pues así, éste escultor fue el primer académico en platicar con Maximiliano y fue
él, el medio por el cual Maximiliano de seguro conocido a fondo la situación del plantel, de los artistas y de
los principales proyectos artísticos que existían. El escultor y el emperador, en Chapultepec debieron platicar
acerca del futuro que debía llevar en lo venidero la Academia de San Carlos.
Las personas que rodeaban la Maximiliano, no podían haber dejado de intrigar en contra de toda
aquella persona que se acercaba al archiduque, y Felipe Sojo no fue excepción. Seguramente Sojo y
Maximiliano convinieron en que se volverían entrevistar en Palacio para continuar hablando todo lo relativo
a la Academia, para lo cual el 31 de julio de 1864, sólo unos días después de su entrevista en Chapultepec,
Sojo se presentó para Palacio solicitando a audiencia con Maximiliano. Fue inscrito en una lista con el
número 4, se anotó su profesión (escultor), su domicilio (Ciegos núm. 1), y el asunto que iba a tratar en la
audiencia (arreglo de la Academia de San Carlos) y una observación final que decía: ―No muy buen artista‖.
Las observaciones de las listas de las audiencias públicas eran del todo desinhibidas, no sabemos quién las
hacia, pero aquéllas eran de pésimo gusto y hubieran resultado ofensivas en caso de que los solicitantes las
hubieran podido leer. Por ejemplo un tal Mariano Quirban, de oficio pintor, que vivía en Puente del Carmen
Núm. 6 y que pedía protección para su industria, en las observaciones se dice que era ―Muy honrado, pero
tonto‖, a quien finalmente Maximiliano le dio 20 pesos. Las listas estaban llenas de adjetivos como
―avariento‖, ―nada notable‖, ―algo vivo‖, ―un poco progresista‖, ―de mala fama‖, etcétera. 611

609 A.G.N., Ramo Gobernación (Segundo Imperio), exp. 12 o libro 3° de la caja 1. ―Índice de las comunicaciones firmadas por el C.
Ministro desde el mes de abril de 1863‖, foja 15 v.
El ocurso escrito por Felipe Sojo no lo conocemos, así que por ello desconocemos los motivos reales que le obligaron a verse
reducido a la prisión.
610 En el A.A.S.C., exp. 6670, existe una lista de los alumnos de escultura y la fecha en que ingresaron en esa clase, donde dice que

Sojo ingresó a la cátedra en diciembre de 1847 a la edad de 14 años, por lo que debió de haber nacido alrededor del año de 1833,
sin embargo, publicaciones como Saber Ver en su núm. 13, de noviembre-diciembre de 1993, coloca como fecha de nacimiento de
escultor el año de 1815.
611 A.G.N. ―Listas de Audiencias Públicas, julio de 1864‖, Segundo Imperio, caja 43, exp. 1, fojas 4 a 6. Creemos que estos listados

posiblemente hallan sido elaborados por el secretario particular de Maximiliano., Nicolás de Poliakovits, joven austriaco que
conocía perfectamente el francés, el alemán, el inglés y el español. Éste se fracturó un brazo al caer de un caballo y gracias a aquel
accidente, el mexicano José Luis Blasio entró a la secretaría particular de Maximiliano en mayo de 1865. José Luis Blasio, op.cit.,
págs. 13 y 31.
161
Con todo, Felipe Sojo supo hacer valer aquella palanca a favor de la Academia, de él mismo y de
algunos de sus colegas como Santiago Rebull, quien fue presentado a Maximiliano por el mismo Sojo.612
Sojo fue ampliamente ocupado por Maximiliano en sus proyectos plásticos.
Los bustos en mármol de los emperadores, fueron su primera encomienda. La comisión debió de ser
inmediata, pues el 23 de noviembre de 1864, El Cronista de México, insertaba la siguiente nota:
―BELLAS ARTES
Según el Universo., el Sr. D. Felipe Sojo, profesor de escultura en la Academia de San Carlos, ha
hecho los bustos del emperador y de la emperatriz de México, y su obra nada deja que desear, ni respecto de
semejanza ni de perfección y buen gusto.‖613
Posiblemente, esta tarea de Felipe Sojo, haya sido la primera misión de Maximiliano hacia a algún
artista de la Academia de San Carlos, pues tan solo a cuatro meses de su primera entrevista en el recinto de
San Carlos, Sojo tenía listos los bustos tanto de Maximiliano como de Carlota.614

Felipe Sojo, Maximiliano y Carlota (1864).


Mármol.
Museo Nacional de Arte.

Poco se ha escrito sobre estos bustos que resguarda el Museo Nacional de Arte, sin embargo, hay
que decir que ellos están realizados con una maestría consumada.
En ellos es notable el rigor clasicista en que están elaboradas ambas efigies, alejadas totalmente de las
corrientes románticas europeas. No obstante, esto no debe sorprendernos, pues aquel era el ideal privativo
entre los académicos de San Carlos.
Sojo, y la mayoría de los académicos (sino es que todos), idealizaban a los griegos como el pueblo
más refinado e inteligente de todos los tiempos, y como aquellos que habían llevado a la belleza ―al colmo
de la perfección.‖ Apuntaba Felipe Sojo las siguientes palabras, que encerraban el sentido que tenía para él,
el paradigma de su oficio:

612 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 349.


613 ―Bellas Artes‖, en El Cronista de México, miércoles 23 de noviembre de 1864, núm. 521, pág. 3.
614 Esther Acevedo, data la hechura de estos dos bustos, como de 1865 (el de Maximiliano) y 1866 (el de Carlota), nosotros

creemos que estos años son erróneos, ya que la noticia que insertamos de El Cronista de México, fecha la hechura de ellos desde
finales de noviembre de 1864, o quizá antes. El yerro de Acevedo puede radicar en que en el citado catálogo de la exposición de
noviembre de 1865, es únicamente presentado el busto en mármol de Maximiliano, no así el de Carlota, por lo que la señora
Acevedo quizá pensó que el busto fue hecho el mismo año en que se presentó la exposición (1865) y como no apareció el de
Carlota en la misma, piensa tal vez, que aún no había sido hecho y que su factura se realizó el año posterior a la exposición (1866).
Catálogo..., pág. 6.
162
―¡Cuántos célebres artistas y cuantas maravillas de arte produjo aquel pueblo, que hasta la fecha
tratamos de imitar!‖615 Por ello, las otras obras de Sojo, tienen aquel toque clásico tan severo, donde un ideal
depurado y conservador es la tónica substancial.616
Queda pues claro, que aquellas formas colocadas en los bustos de Maximiliano y Carlota, no fueron
un mero antojo, sino que se derivan de la austera escuela clásica que seguían los artistas de San
Carlos.617Escuela clasicista que reconoció Maximiliano en aquellos hombres y que como mencionamos en
este mismo apartado alabó ante el cuerpo diplomático en la exposición de 1865.618
En otro sentido, si hablamos de los bustos propiamente dichos, en el de Maximiliano existe un
detalle que ha llamado la atención a muchos, y es el broche o botón que Sojo colocó en el hombro derecho
del emperador y que conecta los extremos de su túnica griega. Dicho prendedor tiene en bajorrelieve un
águila mexicana con las alas tendidas y que es un positivo signo que une la imagen del archiduque con los
símbolos nacionales. Aunque notable aquel detalle, nos parece algo casual, y que le vino por añadidura a la
composición global del busto del príncipe. Aunque creemos que sí hubo intención en ello, no la concebimos
como propósito o maquinación marcada, pues de lo contrario pensamos que la vestimenta hubiera sido otra
(el traje del general mexicano, por ejemplo) y el busto de la emperatriz, hubiera tenido alguna particularidad
alegórica a la nación, rasgo que no existe.

Felipe Sojo, Maximiliano (1864).


Bronce.
Castillo de Chapultepec.

615 A.A.S.C., exp. 6521, foja 1 v.


616 En aquellos tiempos, en México, de hecho, es perceptible en la escultura y arquitectura un sentido clasicista mucho más fuerte
que en la pintura y grabado. Estas dos últimas artes, presentan en la época a la que referimos notables visos de romanticismo.
617 Cabe aquí mencionar que en los tiempos de Maximiliano, la corriente arquitectónica clásica tuvo un repunte frente a las demás

tendencias artísticas. Al término del Segundo Imperio, el clasicismo marca una franca y decidida caída, dando por consecuencia
lógicas un despunte notable de otras corrientes en las tres siguientes décadas.
618 Como ya lo citamos, en aquella exposición Maximiliano dijo:

―Si vosotros tenéis grandes artistas, no es gracia, porque hay estímulo, sin embargo de que vuestras escuelas están corrompidas.
Aquí, sin estimulación, guiado sólo por el amor al arte, con un corazón y sentimiento joven, robusto y enérgico, caminando en la
senda de la escuela clásica, tengo a mi Resbull [sic], Ramírez, Obregón, Urruchi, como pintores, a Sojo, Calvo y Noreña, como
escultores, e ingenieros muy capaces de llevar a cabo obras de la mayor importancia.‖ Manuel Francisco Álvarez, El Dr.
Cavallari..., pág. 130.
163
La efigie que hizo Sojo del archiduque, de seguro cautivó en demasía al modelo de ella, al punto que
se pensó en reproducirla en bronce, tantas veces como Departamentos619 tenía el Imperio Mexicano. Sin
embargo, el crecido número de divisiones que poseyó el Imperio, hizo que Maximiliano desistiera de esa
ambiciosa tarea, mandándose reducir el número de reproducciones a tan sólo diez, para que fueran remitidas
a los sitios más importantes.620
Las fallidas reproducciones en bronce del busto del emperador, son un claro ejemplo en torno a
como el patrocinio imperial se vio en múltiples ocasiones deslucido por la precaria situación económica621
Con todo, y como ya dijimos, Felipe Sojo fue generosamente ocupado por el Imperio. Una de las
primeras tareas que se le dio a Sojo germinó en el mes de julio de 1864, cuando Maximiliano retomó un
viejo proyecto escultórico. Era una estatua del italiano Antonio Piatti, y que tenía por temática al insurgente
don José María Morelos y Pavón y que había sido originalmente mandada a hacer por el sabio jurisconsulto
y académico de honor don Mariano Riva Palacio. El ministro de Fomento, Luis Robles Pezuela, encargó el 3
de diciembre de 1864 a don Urbano Fonseca, designar un profesor para que examinara los trabajos de Piatti,
y que informara si verdaderamente correspondían a la suma de siete mil pesos. Cuatro días más tarde (7 de
diciembre), Fonseca nombró a Sojo para hacerse cargo de aquella responsabilidad, previniéndole de
antemano que diera cuenta a la dirección de la Academia de lo que se practicara622Sobra decir que Sojo
cumplió minuciosa y cabalmente aquel encargo.
Sojo fue requerido múltiples ocasiones en las casas imperiales, por lo que faltó repetidas ocasiones a
sus clases en San Carlos. Como ya quedó en este mismo apartado, Sojo (al igual que Petronilo Monroy y
Ramón Rodríguez Arangoity) fue disculpado por sus faltas ante el ministro de Instrucción Pública, por una
carta rubricada por el propio Maximiliano con fecha 11 de septiembre de 1865. Cinco días después de aquel
despacho, el 16 de septiembre de 1865, el emperador emitió el siguiente decreto:
―Maximiliano Emperador de México,
Considerando que la justicia y la gratitud nacional exigen que se erija un monumento fúnebre a la
memoria del Emperador Agustín de Iturbide, libertador de México.
DECRETAMOS LO SIGUIENTE:
Art. 1° Se construirá en la capilla donde hoy descansan los restos del Emperador Iturbide, un
sarcófago de bronce, conforme al proyecto y diseño que nos hemos formado para este fin.
Art. 2° Este sarcófago se compondrá de un arco cerrado de orden dórico, en él se verán el manto de
la orden de Guadalupe, una espada y una corona de laurel.
Art. 3° En el zócalo que servirá de base a la urna, se pondrá la siguiente fecha:
MDCCCXXIII
Y en el sarcófago se pondrá la inscripción siguiente:
―AGUSTINO IMPERATORI.

619 Durante el Imperio de Maximiliano, el territorio mexicano se dividió en 50 Departamentos. La división efectuada fue obra del
sabio subsecretario del Ministerio de Fomento, don Manuel Orozco y Berra.
620 A.G.N., Segundo Imperio, caja 33, exp. 56, foja 8. El Ministro de Fomento, Luis Robles Pezuela, propuso el 11 de noviembre de

1865, que fuesen remitidos los 10 bustos a los Departamentos de Guadalajara, Puebla, Veracruz, Guanajuato, Oaxaca, San Luis
Potosí, Michoacán, México, Aguascalientes y Zacatecas.
La historiadora Esther Acevedo, dice que ante el alto costo de las reproducciones (10 359 pesos), sólo se ordenó se remitieran a
Puebla y Guadalajara. Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 70.
621 Esta coyuntura, quisieron aprovecharla algunas de las personas cercanas a Maximiliano, proponiendo que los encargos

artísticos que Maximiliano hacía a los miembros de la Academia fueran hechos por otras personas. Una curiosa nota hallada en el
Archivo General de la Nación dice lo siguiente en torno al trabajo encargado a Felipe Sojo:
―El Director del Gran Chambelanato [Sr. Rodolfo Günner] en contestación al oficio que se le dirigió por este Gabinete con fecha
23 de Enero próximo pasado sobre que emitía su opinión respecto al precio que el escultor Sojo, solicita por cincelar los bustos
de S. M. el Emperador, dice: que dos soldados de los voluntarios Austriacos, llamado uno Phol y el otro Wodocher que pueden
trabajar en el tiempo que tienen libre, sin otro costo más, que los 50 $ presupuestados = Como al Sr. Güner sólo se le preguntó
que gratificación podría darse a Sojo; parece fuera de orden proponer que hagan los bustos otros individuos, y deberían limitarse a
decir cual es la gratificación que en su concepto se debe dar. [Al margen dice:] Contestar al Sr. Sojo que no ha lugar. [Marzo 2
1866].‖ A.G.N., Segundo Imperio, caja 58, exp. 2, foja 9.
622 A.A.S.C., exp. 6 616, foja 1. Más adelante tendremos oportunidad de hablar en particular de este monumento y su significación

para el Imperio de Maximiliano.


164
MAXIMILIANUS IMPERATOR.‖
MDCCCLXV.
Nuestros ministros de cultos, de hacienda y de fomento, quedan encargados de la ejecución de este
Decreto, en la parte que a cada uno concierne, y se depositará en los archivos del Imperio.
Dado en el palacio de México, a 16 de septiembre de 1865.
MAXIMILIANO.‖623
La encomienda obviamente recayó en Felipe Sojo. La significación de este proyecto, era crucial, pues
con él, se satisfacían las esperanzas de muchos imperialistas, que veían en este acto la unión de una tradición
monárquica netamente nacional.
El proyecto de ―El sarcófago Iturbide‖, vislumbra una obra clásica, plena de un sentido emblemático
y simbolista. Su significación era crucial, pues Maximiliano esperaba quedaran saciadas las ansias de una
tradición monárquica nacional, que no se acababa de completar en muchos sentidos.
Sojo puso manos a la obra y el diseño y moldes del mismo fueron hechos. Pero por infortunio, el
―sarcófago Iturbide‖, no pudo concluirse y terminó por ser uno de los inconclusos y fragmentarios sueños
artísticos del Imperio de Maximiliano.
Para principios de 1867, Sojo y los artistas de la Academia sabían que el patrocinio de Maximiliano
estaba exhausto. Para aquellas fechas, el molde del sarcófago se hallaba embarazando los hornos del
fundidor donde se había planeado concluir con la obra en bronce puro. Sin embargo, Sojo, conocedor de lo
que sucedía en las arcas del Imperio, sabía que la obra era un tema acabado, y que los trabajos que
inmortalizarían su nombre al lado del de Iturbide, habían sido en vano. Por ello, se comunico a Maximiliano
que Sojo pedía se le autorizara destruir el molde que estorbaba en el taller del fundidor contratado.
Ante la grave situación que vivía el Imperio en los primeros días de 1867, es de suponerse que
Maximiliano no se ocuparía de seguir con el proyecto, pues los caudales del Imperio naufragaban
literalmente en un océano de deudas. Verdaderamente ya no había cabida para una política que buscara
vincular los caminos del arte con la memoria e historia de un pueblo. No obstante, y como lo hemos
remarcado, no profesamos la figuración de que el arte haya sido para Maximiliano un instrumento político
por el cual fraguara la legitimidad de su gobierno. Por ello, Maximiliano no podía, o más bien, no quería
dejar morir el proyecto así nada más., por lo que, indeciso, todavía mandó preguntar cuanto costaría la
última fundición del trabajo. Por así decirlo, quería saber si aún le alcanzaba el dinero, para salvar aquella
obra624 A pesar de que Maximiliano aún revisó sus bolsillos, todo quedó en suspenso y ni se mandó fundir el
sarcófago ni se ordenó la destrucción de sus moldes.
Tal vez, Maximiliano, soñador al fin, imaginaba que sobrevendrían mejores tiempos para el Imperio
y por ello, quizá consideró que no era momento para decidir ni una cosa, ni otra, y que a un futuro cercano,
el sarcófago Iturbide sería una fantasía hecha realidad.
Finalmente, tocó a Benito Juárez decidir la cuestión sobre el mentado sarcófago. El 28 de febrero de
1868 (a más de un año de la dubitación de Maximiliano), Sojo consultó al gobierno si debía continuar con la
obra o si se destruían los moldes, pues el fundidor práctico demandaba daños y perjuicios por hallase su
horno embarazado desde hacía largo tiempo. La respuesta de Juárez fue contundente, el 2 de marzo del

623 El Cronista de México, lunes 18 de septiembre de 1865, núm. 222, pág. 2.


624 A.G.N., Segundo Imperio, exp. 30, foja 8. La minuta a la que nos referimos dice textualmente:
―El Ministro de Fomento comunica que el escultor D. Felipe Sojo encargado de la construcción del sarcófago de bronce para los
restos del Emperador Yturbide ha presentado una instancia solicitando se le dé por saldada la cuanta respectiva, se le autorice para
destruir el molde, cuyo volumen embaraza los hornos del fundidor, y que se nombre una persona que reciba todo lo hecho.
El Ministro es de la opinión que no debe accederse a dicho pedido teniendo presente que Sojo ha percibido ya $ 1 775 cantidad
mayor que lo que pueda valer el trabajo ejecutado; pero como por otra parte es de justicia librarlo de los perjuicios que le reclama
el fundidor con motivo de entorpecerle sus trabajos la guarda del molde es necesario también evitar este mal de algún modo, así es
que el Ministro cree que pudiera intentarse la conducción del molde al Ministerio de Fomento y caso de no poderse verificar,
permitir su destrucción, indemnizando a Sojo del costo de los gastos que justifique haber hecho hasta ahora, a excepción de los
causados en la 1era fundición y la cantidad que resultare excedente de los $1775 ministrados después de computada la indicada
indemnización, deberá devolverla Sojo, entregando el bronce y cuanto corresponda al sarcófago. [dice a lápiz] S.M. desea saber
cuanto costaría la última fundición del sarcófago antes de decidir. {20 de enero de 1867]‖
165
mismo año, se dictó la orden de destrucción de los dichos moldes, con la adición de conservar en la
Academia el modelo del monumento.625
El patrocinio que recibió Sojo durante el segundo Imperio, no fue exclusivo de Maximiliano, pues
otro personaje célebre de la época, el marqués de Montholón, a mediados de 1865, comisionó a Sojo el
modelado del Calendario Azteca, para enviar de aquel un ejemplar a Francia.626
En la exposición de fines de 1865, dentro de las obras pertenecientes a los emperadores, figura un
busto en galvano-plástico del emperador Carlos V,627 del cual ignoramos totalmente en que museo o
colección particular se halle.
Agregamos que también recibió la orden de Maximiliano de hacer unas inscripciones para que fueran
colocadas en los arcos de Zempoala.628 Además, en el Museo Nacional de Historia, existe un modelo para
monumento a la emperatriz Carlota, atribuido a Felipe Sojo y realizado en pasta de jabón.
Al igual que Santiago Rebull, Sojo también formó parte del ―consejo artístico‖ que discutió que
debían tener todas las obras imperiales.
Sorprende saber la actividad que Sojo tuvo durante el Imperio de Maximiliano, cuanto más si se
piensa que el 20 de febrero de 1865 sufrió un envenenamiento por equivocación del médico o botica que lo
atendían, por lo que a partir de esa fecha, se halló atormentado por una cruelísima enfermedad.629
Entre los discípulos de Sojo, que más destacaron durante el Segundo Imperio, se hallan Miguel
Noreña, Francisco Dumaine, Agustín Franco y José Tentori.
El pensionado Miguel Noreña,630 fue el alumno de escultura que más brilló. Noreña creyó que el
Segundo Imperio sería una buena oportunidad para perfeccionarse en sus estudios, sabedor de que México
poseía un monarca ilustrado y protector, el 13 de diciembre de 1864 el joven académico solicitó se la
concediera una pensión para marchar a estudiar a Europa,631 petición de la cual no obtuvo respuesta
positiva. Sin embargo, aquello no ensombreció su desempeño durante el Imperio.
La primera encomienda imperial que recibió Noreña nació a raíz de la siguiente solicitud:
“CASA DEL EMPERADOR
SERVICIO DEL GRAN MAESTRO
DE CEREMONIAS
Palacio de México
Octubre 3 de 1865.
Señor director.
Su majestad el Emperador habiendo dispuesto que se modifiquen los uniformes que usan hoy
determinadas corporaciones del Estado, como son por ejemplo los cuerpos diplomático y consular, etc.,

625 A.A.S.C., exp. 6932, foja 2. Ignoramos si aún exista algún modelo o dibujo de, sarcófago de Iturbide.
626 ―El Calendario Azteca‖, en La Sociedad, viernes 18 de agosto de 1865, núm. 787, pág. 2.
Es probable que Montholón, haya visto hecha en la Academia una reproducción del Calendario Azteca hecha por Sojo y que
quisiera una para enviarla a Europa, pues se tienen noticias periodísticas que desde el 12 de marzo de 1864, alguien se hallaba
realizando una reproducción fiel del dicho Calendario. ―Calendario Azteca‖, en El Pájaro Verde, sábado 12 de marzo de 1864,
núm. 206, pág. 3.
627 Catálogo..., págs. 3 y 6. En la misma exposición Sojo expuso seis obras más pertenecientes a su estudio particular, a saber: 1)

retrato en medalla del Sr. Director del Gran Chambelanato, D. Rodolfo Güner. 2) busto en mármol del Sr. D. Pedro Romero de
Terreros, fundador del Monte de Piedad (obra encomendada por el gobierno de Juárez al señor Sojo en octubre de 1862), 5)
busto de la Srta. Doña Refugio Valenzuela y 6) retrato en medalla del finado Sr. D. Manuel Vilar, antiguo director de escultura.
628
A.G.N., Segundo Imperio, exp. 20, fojas 9 y 10. La minuta dice: ―D. Felipe Sojo manifiesta que desde el 30 de junio presentó a la
intendencia la cuenta del importe de las inscripciones que por orden de S. M. hizo para que fueran colocadas en los arcos de
Zempoala: que como hasta la fecha no ha tenido contestación ninguna ocurre pidiendo a S. M. se sirva ordenar el pago de la
referida cuenta añadiendo que se conformará con abonos bastantes para subvenir a sus necesidades. [22 de sep. 1866].‖
629 A.A.S.C., exp. 6427, foja 1 y 1 v.

Debido a aquella enfermedad, que Sojo no revela, pidió a la Academia se le pagaran 16 pesos que se le adeudaban como
pensionado y otros 320 pesos por trabajos ejecutados para la Academia por órdenes del fallecido señor Bernardo Couto. Los
trabajos habían sido por un busto del general Santa Anna (220 pesos) y los de Manuel Vilar y Urbano Fonseca (100 pesos).
630 Gozó de su pensión del 1 de febrero de 1860 al 31 de enero de 1866. Ídem, exp. 6246.
631 Ídem, exp. 6622.

166
ruego a V. Se sirva poner a mi disposición uno de sus alumnos, el que juzgue más a propósito para hacer
dibujos, figurines, etc., de los nuevos uniformes.
La persona que V. designe deberá concurrir a esta secretaría a la mayor brevedad para que se la
entreguen los borradores sobre los que se han de fundar sus dibujos. La hora más oportuna para que,
además, se le den todas las explicaciones necesarias, es de las doce a la una del día.
Dios guarde a V. muchos años
El Gran Maestro de ceremonias.
[Rúbrica] Mora.
Sor. director de la Academia de San Carlos.‖632
A esta petición, José Urbano Fonseca contestó:
―México Oct. de 1865.
En contestación a la nota de V. fecha de ayer, en que pide se le envíe un dibujante para que arregle
los modelos de algunos uniformes que deben variarse. El joven Miguel Noreña portador de este oficio, que
es uno de los alumnos más distinguidos de la Academia, el que dejará satisfechos los deseos de S. M el
Emperador en la comisión que se le confía.
Dios g(uarde) a V. muchos años.
El Director gral. de la Acadª.
J. U. Fonseca.
Sr. D. José S. Mora. Gran Maestro de ceremonias.‖633
De esta manera, Noreña desempeñó su primera comisión imperial, la que de seguro dejó complacido
a Maximiliano, pues Noreña tuvo otras oportunidades de mostrar su talento al emperador.

Miguel Noreña, Vicente Guerrero (ca. 1865).


Yeso.
Archivo Particular.

Al mes siguiente de la comisión anterior, Noreña recibió el primer encargo directo de Maximiliano.
Sucedió que en noviembre de 1865, al hallarse montada la exposición de objetos de bellas artes, Maximiliano
pudo ver en ella el trabajo clasificado con el número 30 de la clase de escultura, obra de Miguel Noreña y
que llevaba por título Estatua monumental del benemérito de la patria general, D. Vicente Guerrero, de la
que el archiduque, de seguro leyó en el catálogo de la exposición la nota explicativa de la obra, que decía así:

632 A.A.S.C., exp. 6436, foja 1 y 1 v.


633 Ídem, foja 2.
167
―Este apreciable caudillo estrecha contra su corazón los restos del pabellón de Hidalgo, entonces sin
defensores, y con el valor y dignidad de un héroe, aparece ante sus enemigos, firmemente decidido a
defender hasta morir aquellos preciosos restos.634
La obra debió sorprender sobremanera al emperador, por lo que decidió fuese mandada fundir en
bronce. Varios diarios, dieron a conocer la noticia de esta manera:
―En la visita que S. M. el emperador hizo a la Academia de San Carlos, notó la bella estatua del
general Guerrero formada por el aventajado discípulo Sr. Noreña. La obra artística despertó en el ánimo de
S. M. la idea que había concebido mucho tiempo antes, de erigir un monumento que perpetuara la memoria
de aquel esclarecido varón, digno, por mil títulos, del reconocimiento nacional.

Miguel Noreña, Vicente Guerrero (ca. 1865).


Bronce.
Plazuela del Panteón de San Fernando.

Juntando la obra al deseo, S.M. ha dispuesto que la escultura hecha por el Sr. Noreña sea vaciada en
bronce, y se coloque sobre un pedestal elegante en la calle de Corpus Christi (hoy avenida Juárez, entre las
calles López y Luis Moya).
Esta medida lleva en sí misma su recomendación. Poco y muy poco es que con este nuevo
monumento se decore y embellezca México, el bronce y las piedras dirán a la posteridad, que S. M.
distinguió y supo recompensar a los hombres ilustres que supieron verter su sangre por la independencia y la
libertad de su patria.635
La erección de esta estatua no pudo concretarse durante el Segundo Imperio pese a que el proyecto y
los moldes se encontraban ya hechos y se halló la obra en vías de ejecución. Fue hasta diciembre de 1868,
cuando comenzaron con mucha actividad los trabajos para la colocación de esta estatua, pero ya no en el
lugar previsto por Maximiliano, sino en la Plazuela de San Fernando,636que es donde aún se halla.
No obstante no haberse logrado colocar en el sitio y tiempo prevenido por Maximiliano, queda la
obra como testimonio de su patrocinio y deseo por proporcionar a los académicos ocasión de mostrarse de
una manera pública. Y aunque la obra se erigió en tiempo de Juárez, es segura que si Maximiliano no le
hubiera dado su primer impulso, difícilmente el juarismo hubiera hecho la erección por cuanta propia.
Siguiendo con Noreña, decimos que en la exposición de 1865, presentó además, otras cuatro obras, a
saber: Un Retrato en bajorrelieve del emperador Iturbide (tomado de una de cera), el Busto del profesor de paisaje de la
Academia, Eugenio Landesio, otro Busto en mármol del Sr. D. Luis G. Cuevas y otra obra, que a nuestro gusto es la

634 Catálogo…, pág. 5.


635 ―Estatua de Guerrero‖, en El Cronista de México, sábado 18 de noviembre de 1865, núm. 274, pág. 3.
636 ―La estatua de Guerrero‖, en La Tarántula, viernes 11 de diciembre de 1868, núm. 11 pág. 2.

168
mejor de Noreña, por la cual fue premiado por Maximiliano en diciembre de 1864, y que lleva por título:
Bajorrelieve del virtuoso Fray Bartolomé de las Casas, convirtiendo a una familia azteca, de la cual la explicación del
catálogo de la exposición de 1865, es por demás elocuente y dice textualmente:
―En un lugar retirado de la ciudad de México sorprende el padre las Casas a una familia indígena,
que oculta entre unas malezas, tributaba adoración a su dios Huitzilopochtli: movido por un celo
verdaderamente apostólico, el piadoso sacerdote se interpone entre los indígenas y el ídolo, objeto de su
culto, les dirige un tierno y elocuente discurso, con el que logra convertirlos.637

Miguel Noreña, Fray Bartolomé de las Casas, convirtiendo a una familia azteca (1864).
Yeso.
Museo Nacional de Arte.

El bajorrelieve de Noreña, es cautivador en todo su conjunto. Sigue, pese al tema puramente


nacional, los cánones clásicos griegos; las vestiduras de los indígenas, apenas revelan tímidamente su
condición autóctona mexicana, pues en gran medida parecen túnicas griegas, y lo mismo se puede decir de
sus expresiones y proporciones, las cuales son más europeas que de hombres puramente americanos.
La obra está dividida estructuralmente en tres secciones, formadas por dos líneas perpendiculares
imaginarias, la primera parte del ángulo inferior derecho y asciende transversalmente hasta la cruz que
sostiene el padre las Casas (punto que representa la cima de toda la obra), la segunda línea imaginaria parte
del pie derecho del fraile y asciende de igual manera, rozando el perfil de la mujer hincada, cruzando por el
brazo y cabeza del varón indígena hasta llegar al extremo superior izquierdo. La obra queda así dividida en
dos triángulos extremos, separados entre sí por un romboide central; lo fascinante de la estructura que, ella
halla su equilibrio y se une completamente por otro triángulo imaginario, que parte de la mirada de la mujer,
completando su primer lado dirigiéndose hasta el rostro del famoso misionero, luego desde este punto hasta
los ojos del indio, y finalizando el tercer lado del triángulo desde este sitio, bajando por el brazo hasta el
punto descrito originalmente.
Además, Noreña proporciona a Bartolomé de las Casas, un lugar prominente dentro de la
composición. Este relieve tienen, otras lecturas, entre las que destaca, el elevado sitio que ocupa la fe
cristiana, sobre el paganismo prehispánico, hecho que debió ser considerado por Noreña como parte
fundamental de la identidad nacional mexicana, además, la obra en su sentido ideológico, encaja
perfectamente con la escuela purista de los nazarenos, la cual, Noreña conoció a través de su fallecido
maestro Manuel Vilar, el cual había sido formado como purista por sus maestros de la Academia de San
Lucas de Roma. En otro sentido, no podemos olvidar la admiración que sentía José Fernando Ramírez
(director de la Academia en 1864, año de la fabricación del bajorrelieve) por el padre De las Casas, y que

637 Catálogo…, págs. 4, 5 y 6.


169
posiblemente haya contribuido con algunas sesudas explicaciones al joven de 21 años, y que quizá hayan
excitado la imaginación del artista a favor de la concretización del mencionado bajorrelieve.
Esta hipótesis, algo descabellada para algunos, quizá tenga algo de sustento, si se piensa en la
relación, entre Fernando Ramírez y los escultores de la Academia, correspondencia que de seguro tuvo su
espacio más elevado en el Imperio, al grado que destaca del alumno Agustín Franco el busto que formó del
señor Ramírez. Dicha obra fue presentada en la misma exposición de 1865, y que habla muy en alto de las
cualidades de aquel alumno, que por desgracia ha quedado prácticamente en el anonimato, perdido en la
indeferencia hacia el arte, que mostraron los gobiernos posteriores al Imperio. Franco, fue premiado por
Maximiliano en diciembre de 1864 por dicha obra.638
El caso es que Noreña fue marcadamente de los predilectos de Maximiliano, su caso es excepcional,
pues pese a que todavía era alumnos de la Academia, Maximiliano tomó en tal estima sus conocimientos en
bellas artes, que hizo que formaba parte del ―consejo artístico‖ que hemos mencionado.

Agustín Franco, Busto de don José Fernando Ramírez (1864).


Yeso.
Museo Nacional de Arte.

Otro escultor favorito del archiduque fue el joven Francisco Dumaine González. En 1864, fue
premiado por Maximiliano por una estatua de un Labrador. En la exposición de 1865, presentó ocho
trabajos, donde destaca una estatua original llamada El joven Telémaco,639 por la que obtuvo el 2º premio
extraordinario dado por el emperador. Pensionado en la Academia de San Carlos,640 fue un discípulo de
condición económica muy pobre, de buena conducta y muy aprovechado en sus estudios. 641
Maximiliano, deseoso de proteger a este aventajado alumno, le encargó ejecutar en mármol su
estatua original del Labrador. Los gastos de elaboración fueron 253 pesos con 76 centavos, trabajaron como
desbastadores el tal Arrieta.642
Existió, además, una curiosa comisión en julio de 1866, proveniente del Gabinete Civil del
emperador, en aquella ocasión, se envió al señor Fonseca la siguiente nota:
―Gabinete Civil del Emperador. Palacio de México a 10 de julio de 1866.

638 A.A.S.C., exp. 6572.


639 Catálogo..., pág. 5.
640 Se le pensionó en febrero de 1864, a la edad de 20 años.
641 A.A.S.C., exp. 6702.
642 Ídem, exp. 6702.

170
Su majestad el Emperador ha tenido a bien disponer que V. Se sirva enviar a esta Secretaría dos de
los discípulos de la clase de escultura pertenecientes a la Academia de San Carlos de que es V. Digno
director, con objeto de que emitan su opinión sobre el mérito de un trabajo que del mismo ramo se ha
presentado a S.M.
Lo que tengo el honor de comunicar a V. Con el fin indicado protestándole las seguridades de mi
consideración.
El jefe de la Sección de Audiencia.
[Rúbrica] Jorge Lambrei.
Sr. Director de la Academia de San Carlos.‖643
A dicha orden imperial, dispuso Fonseca que fueran Noreña y Dumaine, los seleccionados para
opinar con relación a la obra en cuestión.644 Los alumnos ocurrieron a Palacio, como se les indicó, pero no
pudieron cumplir con su cometido como consta en el siguiente documento:
―Palacio de México a 23 de julio de 1866.
Por disposición de su S.M. el Emperador, tengo el honor de manifestar a V. Que los jóvenes
discípulos de esa Academia que envió para que clasificasen el trabajo de escultura que ha sido presentado a
S.M. han hecho presente que esta obra es de un género de escultura desconocido para ellos, por cuya razón
no pueden dar un parecer. En consecuencia, S.M. desea que para esta comisión se sirva V. Nombrar las
personas que crea más a propósito, según las indicaciones que al efecto le harán los escultores que por orden
de V. Se presentaron en esta Secretaría.
Reitero a V. las protestas de mi distinguida consideración.
Por orden de S.M. el Emperador. El director de asuntos civiles.
[Rúbrica] Francisco G. Villalobos.
645
Señor Director de la Academia Imperial de San Carlos.‖
En respuesta de la anterior orden, el 27 de julio, Fonseca designó para desempeñar el encargo del
monarca, al profesor de ornato modelado, don Epitacio Calvo.646
Aunque se desconoce el juicio que Calvo haya emitido, se pueden desprender del asunto las
siguientes reflexiones:
1) Los alumnos Noreña y Dumaine, no pudieron juzgar el valor artístico de la pieza escultórica,
quizá porque la escuela clásica que reinaba en la Academia, impedía que sus discípulos pudieran apreciar
otras corrientes, que iban abriéndose decidido camino en Europa, y tímidamente en México; 2) a pesar de
que Noreña y Dumaine, no emitieron juicio alguno, el que Maximiliano haya solicitado inicialmente que la
calificación la dieran dos alumnos de San Carlos, habla de la confianza (quizá un poco sobrada) que tenía en
los conocimientos de los pupilos de San Carlos o tal vez de la idea de que, como jóvenes, y, por tanto,
amantes de la innovación, sabría juzgar mejor aquella pieza, que los profesores que se habían educado
totalmente bajo una idea artística puramente clásica, y 3) al dar Noreña y Dumaine, ciertos informes
conducentes a que Fonseca eligiera a la persona más a propósito, para la calificación necesaria, se eligió a
Calvo, ya que como alumno pensionado en Europa, tuvo mejores oportunidades de conocer otros géneros
escultóricos, y no como los demás académicos, que al no haber tenido aquella fortuna, permanecieron más
ensimismados en la corriente artística que fue enseñada por el español Manuel Vilar.647

643 Ídem, exp. 6514, foja 1.


644 Ignoramos totalmente de qué género escultórico haya sido la citada obra.
645 A.A.S.C, exp. 6514, foja 3.
646 Ídem, foja 4.
647 De hecho, durante el Imperio, existían en México, muy limitada cantidad de escultores, el Archivo de la Academia de San

Carlos conserva este curioso documento:


―Lista de los escultores que existen en el Imperio con especificación de los que siguen la ―escultura clásica‖ y los que sin escuela se
dedican a la ―parte mecánica‖ de la madera.
Profesores de escultura clásica: Antonio Piatti, Felipe Sojo, Epitacio Calvo, Juan Bellido, Martín Soriano, Primitivo Miranda,
Manuel Islas, Adrián Islas, Tomás Pérez, Felipe Valero y Agustín Barragán.
Escultores en madera que existen en toda la nación: Francisco Terrazas, José M. Miranda, Primitivo Miranda, Juan Islas, Manuel
Islas, Homobono Rodríguez, Juan Bellido, Pedro Patiño, Tomás Pérez, Felipe Valero, Martín Soriano, Antonio Sánchez, Antonio
Romero, Benito López, Celso N... y Cruz Bravo.
171
Así, de esta manera, está petición imperial, nos revela más claramente la mentalidad de los
académicos de aquella época, confirmándose nuevamente las ideas artísticas que reinaban en la Academia, a
la vez que de paso se denuncian las carencias educacionales que poseían incluso los alumnos más
aventajados de San Carlos. No cabe duda, que el grueso de los académicos de la época que nos compete,
eran algo cerrados y anticuados con respecto al resto del mundo, parece que ellos, dentro de la Academia,
Vivían tiempos muy distintos y ajenos de los del siglo XIX. Este punto preciso, que acabamos de mencionar
es el que critican agriamente sus invectivos y el que exaltan dulcemente sus apologistas. Es a decir nuestro,
mera cuestión de enfoques y gustos artísticos.
Los también pensionados en el Segundo Imperio, Felipe de Jesús Santillán (quien también firmó
el acta de protesta en contra de la Intervención) y José Tentori, aunque no elaboraron trabajos
sobresalientes en este periodo, también fueron premiados en diciembre de 1864, por Maximiliano; el
primero por el retrato de Cirilo Castro, y el segundo por las cabezas de un niño, una niña y una joven.648
Para concluir con el ramo de escultura, sólo agregamos, que el ex-académico escultor, José Díaz (el
alumno expulsado durante la dirección de Rebull), asistió al Palacio Imperial, el 18 de diciembre de 1864,
con el asunto de terminar a la vista de Maximiliano unos retratos en relieve; motivo por el cual, al parecer, el
gobierno imperial le otorgó una gratificación.649

GRABADO EN LÁMINA

Pasemos ahora al ramo de grabado en lámina. Este estudio fue conducido por el académico Luis
Campa, este grabador fue discípulo de Jorge Agustín Periam.650 Campa había asimilado mejor que nadie las
doctrinas de Periam, pues a la llegada de México del inglés, Campa le había auxiliado como intérprete,
además de haber servido como criado en la casa del pintor Pelegrín Clavé.651 Gracias a su contacto directo
con estos dos directores de la Academia, y a su constante esfuerzo como estudiante, a poco, fue presionado
en la Academia y al despido de Periam de la Academia, sustituyó a su maestro en la dirección del grabado en
lámina.
Luis Campa,652 antiguo pensionado de San Carlos,653 fue también decididamente patrocinado por el
emperador Maximiliano. A principios de 1865, este profesor, tenía listo el plano del Distrito de México el
cual fue grabado bajo su dirección en la Academia. Cuando Campa puso en manos del ministro de
Fomento, don Luis Robles Pezuela, dicho grabado, Campa le expresó a éste lo conveniente que sería hacer
un viaje a Europa a expensas del gobierno imperial, con el fin de adquirir el mayor número de
conocimientos y de traer todos los útiles y aparatos necesarios para montar la clase de grabado que se
hallaba a su cargo desde hacía cinco años, y para que aquella estuviera al nivel de las extranjeras, añadiendo
que dicho viaje sería útil y fructífero a favor de la juventud y de la Patria. El inteligente ministro Robles
Pezuela, no sólo aprobó la idea, sino que ofreció interponer todo su influjo para obtener los dineros

Escultores prácticos en madera: Francisco Terrazas, José María Miranda, Homobono Rodríguez, Pedro Patiño, Agustín Solachi,
Antonio Romero, Antonio Sánchez, Benito López, Cruz Bravo, Celso N... y Julián Rivas.
Alumnos sin haber concluido sus estudios: Miguel Noreña, Francisco Dumaine, Felipe Santillán, Luis Paredes y José Díaz‖ Ídem,
exp. 6726.
648 Ídem, exp. 6572 y 6648.
649 A.G.N., Segundo Imperio, caja 43, exp. 6. José Díaz vivía en la calle de don Juan Manuel núm. 17.
650 El nombre de este grabador se puede utilizar castellanizado o no. Jorge Agustín o George Austin Periam.

En enero de 1865, el señor Periam presentó al gobierno de Maximiliano una cuenta, en la que solicitaba se le pagasen algunos
útiles para grabar que eran de su propiedad y que se habían quedado en la Academia. La cuanta ascendía a 216 pesos con 94
centavos. Luis Campa que se quedó a cargo de las clases consideró que la cantidad solicitada por Periam era justa. Resultando de
todo, que el 20 de febrero de 1866, habiéndose dado cuanta Maximiliano de la comunicación de Periam, éste ordenó al ministro
Artigas, que se verificara el pago que exigía el grabador inglés. Los documentos no dejan esclarecer si efectivamente se le pagó a
Periam, pues el 14 de marzo de 1866, aún se pedía el pago de dicha deuda. A.A.S.C., exp. 6536.
651 A.A.S.C., exp. 5580.
652 Es citado como Luis G. Campa y en otras ocasiones como Luis S. Campa.
653 Campa disfrutó de su pensión de enero 25 de 1855 a enero 31 de 1859.

172
necesarios, agregando que en caso adverso, se le darían aquellos fondos de los especiales de que disponía el
ministerio que él representaba.
Este pensamiento del señor Campa, no fue producto de un simple arrebato, sino que hacía tiempo
que se venía fraguando en la Academia; y llegado el Imperio y con él, el patrocino de Maximiliano, se creyó
momento preciso para ponerlo en práctica: el profundo e inteligente antiguo presidente de la junta
gobernativa de la Academia, don José Bernardo Couto, en repetidas ocasiones había invitado a Campa a
aquel proyecto, el cual por desgracia no pudo realizarse en su época por circunstancias independientes de su
voluntad.
El caso fue que Campa, en febrero 26 de 1865, apremiaba a sus futuros protectores para que le
dieran una resolución lo más rápido posible, pues decía que en caso de aprobarse su propuesta, debería
emprender el viaje de inmediato, ya que se corría el peligro de que si avanzaba demasiado el tiempo, podría
encontrarse con una estación poco favorable para su marcha, quedando por lo mismo en suspenso, el fruto
de sus afanes y trabajos.654
Campa tuvo que esperar cerca de cinco meses para recibir una respuesta favorable. El 15 de julio de
aquel año, el ministro de Instrucción Pública y Cultos, Don Manuel Siliceo, comunicaba a Urbano Fonseca,
que el emperador Maximiliano acababa de nombrar a Campa para que hiciera su viaje a Europa con los fines
previstos. Se anunciaba, además, que el viaje sería por un año, Campa sería pensionado con 100 pesos
mensuales y mil extras para sus viáticos.655
Campa partió en noviembre de 1865 y a mediados del mes siguiente, ya se hallaba en la capital
francesa. Durante el año que permaneció en Europa, básicamente residió en París, aunque se sabe que viajó
a Italia, donde visitó Milán, Venecia y por supuesto Florencia.
Su primer correo ultramarino a la Academia de San Carlos, lo envió de París con fecha 15 de
diciembre del citado año, correspondencia en la que notificó a don Urbano Fonseca que don Guillermo
O‘Brien, acababa de fallecer.656 Esta noticia debió ser en suma sentida por los miembros de San Carlos, ya
que aquel hombre, había prestado infinidad de auxilios a favor del progreso del arte de México, como ya
habíamos mencionado anteriormente, O‘Brien fue representante de la Academia de París y sus afanes en pro
de ella, fueron múltiples: administraba los fondos de la Academia en Europa, pagaba mesadas, vigilaba el
aprovechamiento de los alumnos, adquiría y enviaba ( con fondos de la Academia) cuadros, grabados,
litografías, instrumentos diversos, libros, colecciones de monedas, fotografías, etcétera. Como se ve la ayuda
de este hombre fue fundamental para el desarrollo de la Academia de San Carlos en sus momentos de auge
económico, y ahora, durante el Imperio, el señor Campa había pretendido recurrir a sus sabios consejos para
que le orientara y fuera más provechosa su estancia. Sin embargo, Campa no tuvo la suerte de los antiguos
becarios de San Carlos y tuvo que resignarse a no contar con tan valioso socorro.
Campa se halló con un mundo fascinante, y en sus escasas cartas a Fonseca, se trasluce en algo, la
emoción que le causaba el hallarse de frente con el mar ilimitado de obras y objetos relativos a las bellas
artes. En mayo de 1866, escribe una carta donde resalta su gran emoción por haberse hallado con algunas
nobles colecciones fotográficas de los más notables edificios de Europa, y de las obras artísticas de los
museos de París, Londres, Venecia, etcétera; de las cuales decía que podían sacar gran partido todos los
ramos de bellas artes de la Academia.657 Luis Campa, no se limitó únicamente en ver lo que podía ser
benéfico para su clase, sino que recomendaba la adquisición de múltiples objetos como, libros, magazines,
materiales, colecciones diversas e instrumentos para las clases de ornato modelado, grabado en hueco,
escultura, arquitectura y pintura.658
Cuando se trasladó a Florencia, en junio de 1866, quedó maravillado con las famosas puertas del
Baptisterio, obra del célebre Lorenzo Ghilberti, por lo que realizó algunas gestiones ante el gobierno

654 A.A.S.C., exp. 6419, foja 1 y 1 v.


655 Ídem, foja 7.
656 A.A.S.C., exp. 6419, foja 13.
657 Campa se halló muy interesado en todo lo relativo a la fotografía. Desde hacía algunos años, Campa junto con el académico

Antioco Cruces, había formado una reconocida sociedad fotográfica en la ciudad de México. Sobre este tema tendremos ocasión
de hablar más adelante.
658 A.A.S.C., exp. 6419, 2 fojas.

173
florentino para que se le autorizara obtener unos vaciados de dichas puertas. Sus diligencias finalmente
resultaron estériles, pues el gobierno local tenía temor de que aquel monumento de arte clásico sufriera
algún deterioro en fuerza de las repetidas reproducciones que por todas partes solicitaban.659
Urbano Fonseca, por las limitaciones económicas del Imperio, tan sólo pudo situar una letra de 5 mil
pesos, la cual fue enviada con instrucciones precisas acerca de lo que debía adquirir y que era: algunos
periódicos artísticos, una buena colección de dibujos de ornato, una docena de lápices de punta de diamante
para grabar en piedra litográfica y algunas láminas de cobre para planos.
Posteriormente se logró situar en Europa algunas otras cantidades (muy cotas por cierto), con las
que se pidió comprar una prensa litográfica de hierro, una colección de piedras, algunos libros y elementos
que creyera a propósito para su clase.660
El rudimentario correo que comunicaba a México con Europa, hizo que las correspondencias de
Campa y Fonseca no tuvieran buen entendimiento, pues el cruce de postas y la tardanza de hasta cerca de
dos meses de las mismas, provocaba graves trastornos, y en este caso, el tiempo apremiaba. Campa hizo las
compras de los objetos encargados, casi a última hora pues tenía que regresar en noviembre de 1866. Los
paquetes para la Academia los embarcó señalados con las letras ―ASC‖ (Academia de San Carlos), con el
propósito de que no hallaran obstáculos en su carrera a la capital. Los objetos llegaron a Veracruz, tan sólo
en un mes, pero su traslado a la ciudad de México, se complicó tanto por la guerra civil que se
desencadenaba en el interior del país, que su llegada se logró hasta junio de 1867, mismos mes en que fue
ajusticiado Maximiliano en Querétaro.
No queremos dejar el tema del viaje de Campa a Europa, sin decir que cuando éste se hallaba en
Italia, se encontró con el ex alumno de San Carlos, José Calderón, este joven originario de San Luis Potosí,
estudió con los maestros Clavé y Landesio. En 1864, marchó a perfeccionarse a Europa, merced a la
generosa ayuda de don Manuel Romero de Terreros.
En agosto de 1866, quizá estimulado por el propio Luis campa, Calderón realizó una solicitud desde
Roma para que se le concediese una pensión y así poder continuar sus estudios de pintura; juntamente con
la petitoria, el mismo Campa incluía una recomendación muy favorable donde destacaba el adelanto y la
buena conducta que el antiguo alumno de San Carlos observaba en la Academia de San Lucas de Roma. 661
La propuesta de Calderón y Campa, al parecer no halló eco en las arcas del Imperio, por lo que el mismo
director de la Academia, don Urbano Fonseca, escribió el 20 de febrero de 1867 (seis meses después de la
petición de Calderón) al ministro de Justicia e Instrucción Pública, abogando por el joven mexicano. El
ministro Manuel García Aguirre, fue categórico y sensato en lo que dispuso al respecto, pues a un costado
de la comunicación que le envió Fonseca, escribió: ―Resérvese para mejores circunstancias.‖662 Y es verdad,
como ya explicamos, la situación al momento, no estaba como para que el Imperio anduviera pensionando
alumnos en Roma, nosotros creemos que estas decisiones eran, en esos difíciles momentos, tomadas
unilateralmente por el ministro de Instrucción, sin participar ya en nada al archiduque Maximiliano. Que
como mencionamos en este mismo apartado, seguía para esas fechas protegiendo en lo que podía a los
artistas de la Academia.
Sin embargo, y para buena fortuna de Calderón, el señor Romero de Terreros, no le retiró su
protección y más tarde el ex académico estuvo en París y Madrid y por encargo del mismo señor Manuel
Romero, realizó excelentes reproducciones de las pinturas de Versalles, del Museo del Prado y del Louvre.
Empero, su estrella declinaría rápidamente, pues la fatalidad lo tomó preso en París, donde perdió la razón.

659 Ídem, fojas 28 y 29.


660 En el A.G.N. se halló el siguiente documento:
―Sria. Privada del Emperador Dirección Civil Palacio de Méx., a 22 de Marzo de 1866.
De [el Ministerio de] Instrucción Pública.
Acuerdo mandado poner a disposición de D. Luis Campa Profesor de la Academia de S. Carlos, que se halla actualmente en París,
la suma de $1,000 para compra de libros y objetos de bellas artes.
(Para la Firma)‖ Segundo Imperio, caja 48, exp. 22, foja 1.
661 A.A.S.C., exp. 6480.
662 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 37, fojas 1 y 2.

174
Calderón fue conducido a México e internado en el Hospital de San Hipólito, donde el hado acabó con sus
días poco tiempo después, en el año de 1872.
Independiente al éxito de las gestiones de Fonseca y Campa en el caso de Calderón, es bien notable y
digno de mencionarse el celo con que se intentó la protección de este joven en tiempos del Segundo
Imperio. Campa, de seguro influyó mucho en el ánimo de Calderón, y muy probablemente se ponía a sí
mismo como un alegre ejemplo del patrocinio del cual era capaz el nuevo gobierno mexicano,663 sin
embargo, el patrocinio artístico del Imperio toparía con el traído obstáculo de la falta de liquidez.
El académico don Buenaventura Enciso,664 antiguo pensionado,665 fue otro grabador en l, que se
destacó durante el Imperio. En enero 8 de 1866, al poco tiempo de que Campa había partido a Europa, el
profesor de la Clase de Artesanos, don Antonio Torres Torija, propuso se solicitase al gobierno del Imperio
el nombramiento de Enciso como profesor adjunto de la clase se grabado, con la obligación de que hiciese
las impresiones de todos los grabados que la Academia pidiese, así como, de cuidar la limpieza de las láminas
que así lo demandasen; dos días más tarde, la dirección de la escuela comunicó al grabador su
nombramiento como profesor adjunto de grabado de lámina, sustituyendo de manera oficial al señor Luis
Campa durante su estadía en el viejo continente.666
En 1864, trabajó, bajó la dirección de Campa, en el grabado e impresión de una carta del Valle de
México, que por orden del ministerio de Fomento se mandó formar.667
En 1865, Enciso había concluido la ejecución de un grabado que era copia de una escultura que
poseía la Academia y que quería dedicar a la emperatriz Carlota, para lo que escribió la siguiente carta al
señor Fonseca:
―Señor Director. Mayo 21 de 1866.
Tengo concluido el grabado de la estatua de San Carlos Borromeo668 que emprendí con el fin de
dedicar este estudio a nuestros Emperadores, y especialmente a S.M. la emperatriz Carlota porque ningún
mexicano hasta ahora creo le ha ofrecido un objeto de su particular devoción como no dudo lo será el Santo
de su nombre.
Mas si el objeto puede considerarse digno bajo este aspecto no lo es sin duda bajo el de ejecución
artística en que reconozco haberme quedado muy inferior a los artistas grabadores que en Europa dedican
sus obras a los príncipes. He temido pues por lo pequeño de mi ofrenda que no deba ella ser bien recibida
por lo cual no me atrevo a darle el giro que deseo sino sometiéndola como lo hago con gusto a esa
dirección, para que si no le pareciese mal se sirva elevarla a SSMM, mas que como una prueba de habilidad,
que es bien corta, como una muestra de amor y respeto que son bien grandes.
Su adicto alumno y obediente servidor.
[Rúbrica] Buenaventura Enciso.‖669

663 A Luis Campa, no le durarían su dicha y buen ánimo toda la vida. El futuro director de la Academia, Ing. Jesús Galindo y Villa,
en sus Anales..., menciona que el señor Campa aún vivía para el mes de julio de 1913, ―desengañado y lejos de nuestra Academia.‖
Y no era para menos, Luis Campa fue un ser que vivió las etapas más crueles de su patria: en su dorada juventud, Campa
contempló la Guerra del 47, más adelante, la Dictadura de Santa Anna, la Guerra de Reforma, La Intervención Francesa, El
Imperio, La República Restaurada, la totalidad del Porfiriato, la elevación y caída de Madero, la usurpación de Huerta, y en esos
momentos (mediados de 1913) la Revolución constitucionalista de Carranza. Quien hubiera vivido todo aquello no podría ser
juzgado de pusilánime si se sentara y echara a llorar de desengaño ante cuadro tan poco estimable para un patriota.
664 Su nombre aparece en los primeros documentos de la Academia como Buenaventura Sánchez Enciso, en otras ocasiones se le

nombre Ventura Sánchez Enciso, pero nosotros tomamos la forma más común con que se le conoció, y que es simplemente,
Buenaventura Enciso.
665 Gozó de su pensión desde el 24 de diciembre de 1854. La fecha exacta en que caducó su pensión, no la hemos podido

establecer, sin embargo, es un hecho, que en tiempos de Juárez, Enciso pidió al Ministro de Justicia e Instrucción Pública, don
Jesús Terán, una prórroga de la misma, la cual le fue negada el 5 de abril de 1862. A.A.S.C., exps. 6246 y 6092.
666 A.A.S.C., exp. 6460.
667 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 34, foja 1.
668 Este grabado se hallaba reproducido en el libro El grabado en lámina en la Academia de San Carlos durante el siglo XIX. Reimpresión

de 24 planchas originales existentes en el archivo de la Escuela de Artes Plásticas, tiradas a mano por Carlos Alvarado Lang, con
texto de Justino Fernández, UNAM, I.I.E., 1938.
669 A.A.S.C., exp. 6504, foja 1.

175
El señor Fonseca, se apresuró a dar solución a la misiva del joven Buenaventura e inmediatamente
dirigió al ministerio de Instrucción el siguiente correo:
―Exmo. Señor: Mayo 21 de 1866.
El grabador de esta Academia don Buenaventura Enciso, ha puesto en mis manos el adjunto cartón
con dos ejemplares de un grabado que acaba de concluir que dedica a SSMM Imperiales, sin atreverse a
hacerlo directamente, según manifiesta en la comunicación siguiente que acompaña a su obra (aquí la
comunicación de Enciso).
Por lo que toca a la ejecución de la obra debe informar esta Dirección que el grabado ha sido
tomado de la estatua que al tamaño natural existe en esta Academia, efectuada por el nunca olvidado
director donde escultura Manuel Vilar670 quien consultó para llevar a cabo multitud de pinturas grabadas y
demás documentos que le revelasen sus proporciones y fisonomía, sin descuidar la mascarilla que al morir el
santo sacó su familia y se conserva en Milán; de manera que el estudio que se hizo para [la] formación de
esta estatua ha sido tan cabal y cumplido bajo todos los aspectos que a juicio de esta Dirección se puede
considerar como un retrato verdadero del santo [ilegible] restaurador del lustre de la Iglesia y de las buenas
costumbres de su país.
Para dar a conocer el grabado de Enciso, antes de que tuviera conocimiento esta Dirección del
objeto con que lo había hecho, pensaba que fuese una de las reproducciones que deben repartirse entre los
subscriptores a la última exposición.
Si nuestros Emperadores se dignan aceptar la dedicatoria de Enciso, puede inscribirse por el mismo
autor en la misma y hacerse siempre la repartición de SSMM [si] se dignan aprobarla, pues así también se
puede hacer más pública la alta protección que dispensan a las artes y a los que las cultivan. Dígnese V.
Interponer sus respetos para que se acepten por Sus Majestades los estudios de Enciso y los respetos de esta
Academia.
El Director General de la Academia. [Rúbrica] José Urbano Fonseca.‖671
Ante la petición del señor Fonseca, el ministerio de Instrucción Pública consultó al respecto al
archiduque Maximiliano y la respuesta llegó el 16 de junio del citado año, en ella, se dice que los
emperadores aceptaban gustosos el obsequio que se les hacía. Maximiliano, como agradecimiento y
estímulo, concedió a Buenaventura una medalla, la cual decía el ministerio de Instrucción Pública, que la
pondría en manos del agraciado en cuanto se recibiera la condecoración en aquel ministerio.672
Complacido debió haberse sentido el señor Enciso con la distinción que le hacían los emperadores.
De esta manera, Buenaventura incluyó una dedicatoria bajo el grabado del Santo Carlos Borromeo. Fonseca
por su parte le ordenó hiciera las reproducciones necesarias para repartirlas entre los que protegieron con
sus subscripciones a los artistas de la Academia; una vez concluidas, Fonseca las remitió al ministerio de
Instrucción Pública, para que éste, a su vez las enviara a los emperadores. La comunicación enviada del
ministerio al archiduque Maximiliano, es la que sigue:
―Señor:
El Director de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, ha dirigido a este Ministerio la
comunicación siguiente:
―México Julio 3 de 1866.
SS.MM. el Emperador y la Emperatriz tuvieron a bien suscribirse por doscientas acciones a la
exposición de Bellas Artes que se verificó en esta Academia en el mes de Noviembre del año pp do.
[próximo pasado]. En la cláusula 14 del programa publicado con fha [fecha] 15 de Septiembre [sic.] del
mismo año se ofreció a los Señores Suscriptores un obsequio de cuatro o seis reproducciones de los cuadros
que en ella se presentasen, y aunque esta Dirección ha deseado cumplir lo más pronto posible con esa
obligación, no ha podido conseguir mas que la impresión de una de las obras que han de servir para tal
objeto y que es la reproducción de la Estatua de Sn. Carlos Borromeo ejecutada en yeso por el finado y
entendido profesor de Escultura de esta Academia D. Manuel Vilar y que ha sido grabada por el alumno D.

670 Esta obra actualmente se localiza en el Museo de San Carlos.


671 A.A.S.C., exp. 6504, foja 2 y 2 v.
672 Ídem, foja 3.

176
Buenaventura Enciso. Este joven desea que se presente a SS.MM. como un obsequio el día del cumpleaños
del emperador, y al efecto y accediendo a su deseo tengo la satisfacción de remitir a V.S. como un
testimonio de gratitud que esta Academia le debe por sus solícitos cuidados y su paternal protección a los
artistas que en ella han recibido, y reciben actualmente su instrucción.
Luego que estén dispuestos los demás objetos que han de servir para el expresado obsequio, remitiré
a V.S. los correspondientes a SS.MM.‖
Y tengo la honra de elevarlo al soberano conocimiento de V.M. remitiendo con esta fha [fecha] al
Gabinete civil los 200 ejemplares del grabado a que se refiere.
Señor.
El Jefe de la Sección 1ª encargado del Despacho de Instrucción Pública.
Julio 5 de 1866 [Rúbrica] Mariano A. Bejarano.‖ 673
El 6 de julio, se recibieron en la secretaría privada del emperador los 200 duplicados del grabado de
Enciso, de ellos se dio cuenta a Maximiliano, el cual dispuso fueran devueltos al ministerio de Instrucción,
para que fueran repartidos a nombre de la emperatriz a las niñas que concurren a las escuelas públicas.674
De lo anterior, no hemos podido sustraernos de hacernos un par de preguntas: ¿Por qué
Maximiliano no conservó para sí, al menos una de las reproducciones hechas por Enciso?, ¿acaso no la
estimó obra digna de figurar en sus galerías que construía en México? Ciertamente, el grabado de Enciso, no
es obra producto de la mano de un maestro consumado en el arte del grabado, pero tampoco es de un
novato. La obra de Buenaventura revela visiblemente, los años de estudio del joven académico, sus
habilidades y potenciales que tenía para el del grabado.
Además, no se puede decir que Maximiliano haya desestimado especialmente la obra de Enciso, pues
en septiembre de 1866, Fonseca le remitió 600 reproducciones adicionales, referentes a tres grabados más,
que se fabricaron en la Academia (obras de las cuales desconocemos sus autores) y que representaban a
―Galileo‖, ―El triunfo de Venus‖ y un ―Guerrero‖; duplicados con los que se completaba el mínimo que
había prometido la Academia para sus suscriptores y los que de nueva devolvió el archiduque, al ministro de
Instrucción Pública, señor Manuel García Aguirre, para que propusiera la manera más conveniente de
distribuirlos. Dichos grabados fueron distribuidos entre los alumnos de Minería y San Carlos.675
La protección a este alumno durante el Segundo Imperio no fue sólo la medalla que le concedió el
emperador, o el nombramiento de profesor sustituto de Luis Campa; el señor Urbano Fonseca, siempre
atento a las necesidades de los alumnos de San Carlos, y ante el próximo regreso de Campa al frente del
grabado en lámina, y en un afán porque no acabara la protección a Enciso, escribió la siguiente misiva:
―México Septiembre 19 de 1866.
Exmo. Sor.
En la clase de grabado en lámina de esta Academia, hay una colección de láminas de todos los
grabados que se ha ejecutado en ella, desde que se estableció dicha clase. La conservación y cuidado de esas
láminas, requiere una continua vigilancia, porque no basta aceitarlas una vez, es necesario estar limpiándolas
continuamente, bajo la pena de que se piquen o se oxiden perdiéndose ese trabajo, que demuestra los
adelantes de los alumnos en el arte del grabado.
Igualmente se requiere un individuo que siendo grabador, tenga algunos conocimientos para la
impresión de los grabados, cuya operación no es común puesto que en México no hay mas que una persona
que la ejecute, la cual ha impreso la carta del Valle de México, grabada por orden del ministerio de fomento
y las colecciones de grabados que se han repartido a los Sres. Suscritores a varias exposiciones de objetos de
bellas artes.
Estas circunstancias las reúne el alumno que fue de esta Academia Don Buenaventura Enciso, el que
hasta hoy ha estado encargado del tiro de dichas láminas. Mas como es indispensable tener una persona que,
como he dicho, se encargue de la conservación y limpieza, así como de la impresión de los grabados, tengo
la honra de proponer a V.E. se nombre a dicho Enciso conservador de las láminas de la Academia, e

673 A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, exp. 5, foja 3 y 4.


674 A.G.N., Segundo Imperio, caja 48, exp. 52, foja 1 y 2.
675 A.G.N., Segundo Imperio, caja 49, exp. 35, fojas 6, 7 y 8.

177
impresor de grabados, asignándole una módica gratificación, equivalente a una pensión, que son quince
pesos mensuales, con cuya cantidad se conservará una colección tan preciosa.
Al recomendar a V.E. al repetido Enciso, debo agregarle: que es muy digno de la protección del
gobierno porque es uno de los grabadores que más se han distinguido, como lo justifica la estatua de San
Carlos grabada de esta Academia y no hay persona que pueda reemplazarlo; y por último, porque siendo tan
incierto el porvenir de los que se dedican al grabado, este alumno activo, laborioso y honrado, no cuenta con
el menor recurso para atender a su subsistencia, y de la manera que dejo indicada se auxilia, aunque sea con
la friolera de quince pesos, a una persona que lleva más de diez años de estudio y trabajos en esta Academia.
Tomando V.E. estas razones en consideración, le suplico acceda a esta petición, tan justa como
conveniente para el establecimiento.
El Director gral. de la Academia.
[Rúbrica] J. Urbano Fonseca.
676
E.S. Ministro de Instrucción Pública y Cultos.‖
La carta anterior, curiosa en suma, revela además del afán de Fonseca en proteger a Enciso, la
solicitud de este último al interior de la Academia. La cosa fue, que al día siguiente de la carta de Fonseca,
llegó la respuesta del gobierno imperial, el que concedió a Buenaventura la pensión extraordinaria para que
dicho artista fuera el conservador de las láminas e impresor de grabados de la Academia, la cual sería
satisfecha del presupuesto ya asignado para la Academia en aquel año de 1866.677
Sin embargo, el gusto debió durarle muy poco a Enciso, pues quizá solamente haya recibido los 15
pesos correspondientes al mes de septiembre, pues como ya habíamos dicho, la delicada situación
económica del Imperio, hizo que los profesores, empleados y pensionados de San Carlos, no recibieran pago
alguno desde la primera quincena de octubre de 1866, quedando así, truncada al nacer, la protección que se
prometía al señor Buenaventura Enciso.
Antes de acabar de hablar del señor Buenaventura Enciso, quisiéramos comentar brevemente una
observación que hizo el doctor Eduardo Báez, con respecto a la obra de Enciso y su dedicatoria. El doctor
Báez dice textualmente: ―en 1866 [hizo Enciso] un San Carlos Borromeo, tomando del yeso de Vilar; que no
tuvo la ocurrencia de dedicar a la imperial pareja de usurpadores, con motivo del cumpleaños de
Maximiliano. Bien poco le reportaría este lacayuno gesto, pues en menos de un año se vería forzado a
solicitar el perdón del gobierno republicano.‖678 Sin otro afán que la simple justicia, quisiéramos hacer
algunas objeciones a los comentarios del doctor, además, de un par de valiosas y sustanciales correcciones
rigurosamente históricas. Vayamos por partes:
Primero, déjesenos aclarar, que el Imperio de Maximiliano y Carlota y las tendencias políticas de
Enciso, nos tienen sin cuidado. Lo que sí nos preocupa, es que un historiador con grado y tan respetable
como el doctor Báez, incurra en el nada valioso recurso de lanzar tirria de manera puramente gratuito a
quien no le simpatiza en sus preferencias políticas. Reputar a Maximiliano y Carlota de ―usurpadores‖ y a
Enciso de ―lacayo‖, está bien para un novato, para un aprendiz de las antiguallas de la historia, para quien no
posea un juicio recto, equitativo y probo, para quien no comprenda que la imparcialidad (que no el
apasionamiento) es el ingrediente básico de una buena exégesis histórica. Déjesenos esto para nosotros, los
principiantes y acólitos de Clío... pero no para un docto en historia.
El que el doctor Báez, no agrade con el rasgo de simpatía que mostró el antiguo académico con
Maximiliano y Carlota, no autoriza, en nuestro concepto, que se le imponga el despectivo de ―lacayo‖, pues
el que cualquiera dedique una obra, ya sea a Maximiliano o Juárez, a Hidalgo o a Iturbide, o a quien sea, no
es motivo suficiente para insultarle de tal manera. El doctor Eduardo Báez, bien podría decir, que él está en
su pleno derecho de opinar lo que desee al respecto; a lo cual nosotros diríamos que sí, que tiene razón, al
igual que lo está el vecino, el taxista, y cualquier zutano que se quiera,... pero a creer nuestro, un historiador,
debe sobreponerse a expedientes tan baratos y livianos.

676 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 34, foja 1 y 1 v.
677 Ídem, foja 2.
678 Eduardo Báez Macias, Guía... 1867-1907, pág. 121.

178
Ahora, con respecto al par de correcciones estrictamente históricas que prometimos hacer, la
primera es aquella que fecha la hechura del grabado de Enciso, y que debe ser 1865 y no 1866, pues en la
exposición de noviembre de 1865, dicho grabado, según consta en el catálogo respectivo, fue expuesta al
público.679 La segunda, estriba en el falso que dice: ―en menos de un año se vería forzado [Enciso] a solicitar
el perdón del gobierno republicano‖; esta quimera la ha sacado el doctor Báez de la manga, no es más que
un mero artificio e ilusión, pues sentimos decirle al señor Eduardo Báez, que el buen ―lacayo‖, don
Buenaventura Enciso, jamás tuvo que solicitar algún tipo de perdón al gobierno republicano. Nosotros
afirmamos esto basándonos, en documentos localizados en el Archivo General de la Nación y en los que
consta que tan sólo 18 empleados de la Academia pidieron su rehabilitación o perdón al gobierno de la
República, 17 de ellos profesores y uno más el conserje de la Academia. Al menos nosotros, no vemos
aparecer el nombre de Enciso, el cual no tendría por que figurar, pues como no ocupaba cargo alguno en la
Academia al momento de requerirse los dichos perdones, no tuvo necesidad de solicitarlo.680
Otro grabador favorecido por Maximiliano, fue el joven Antonio Orellana681 (quien también firmó
el acta de protesta contra la intervención). Orellana solicitó audiencia con el archiduque el 30 de julio de
1865, se le anotó en las ―Listas de Audiencias Públicas‖ de aquel día con el núm. 10, se apuntó su oficio
―grabador y pintor‖, su domicilio ―Chiconautla núm. 19‖ y una observación adicional ―No se sabe cosa
notable‖682 En aquella audiencia, Orellana pidió al emperador, se le concediera algún tipo de patrocinio,
siendo que este último le despachó diciéndole que poco después le avisaría lo que resolviese.
A los pocos días, Orellana recibió un oficio del archiduque, donde se le decía que manifestara
puntualmente cual era la protección que pedía y que dicha proposición se pusiera en manos del señor
Urbano Fonseca para que decidiera lo más conveniente. Antonio Orellana, al caso escribió lo siguiente:
―Señor [Fonseca]: Habiéndoseme concluido la pensión que disfrutaba en esa Academia Imperial de
Bellas Artes de San Carlos el mes de febrero del presente año y hallándome por lo tanto sin trabajo y sin
profesión ninguna, solicite una licencia temporal para ocuparme de los trabajos de dibujo del viajero
paleógrafo de la comisión científica francesa, en cuya obra he hecho setenta dibujos de diferentes estatuas e
ídolos entre las cuales las más notables son: la Diosa de la Muerte, una estatua de la misma y una sacerdotisa,
sesenta y tantas acuarelas de episodios de la guerra de la conquista y varias armas de los indios. El señor
[León] Méhédin683 me ha hecho la proposición de que continúe con él durante todo el tiempo de su
expedición encargado de la parte de dibujo, pero esta proposición la renuncio si se me protege en la
Academia de la manera que solicito.
Su protección que yo solicito de la citada Academia que V.E. tan dignamente dirige, consiste en que
se me dé una gratificación de 40 pesos mensuales, comprometiéndome a dar al establecimiento cada dos
meses una estatua o retrato de lo ejecutados en él por los discípulos y si es un cuadro de composición
entonces que se me conceda el tiempo que sea necesario para ejecutarlo grabado en lámina, dedicándome
además a dirigir [a] algunos discípulos en el grabado en madera, comprometiéndome a que en el espacio de
seis meses podrán encargarse de ilustrar un periódico o alguna obra científica, esto siempre que el gobierno
dé su protección.
Por el oficio que recibí del gabinete de Su Majestad el Emperador, se me dijo que manifestara cual
era la protección que yo pedía: esta queda ya manifestada en lo que llevo dicho y por lo tanto a V.S. suplico
atender a mi solicitud, en lo que recibiré merced y gracia.
México, agosto 7 de 1865. [Rúbrica] A. Orellana.

679 Catálogo..., pág. 9.


680 A.G.N., Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 22, exp. 2 ó ―Libro de rehabilitaciones 1867-68‖, 192 páginas e Ídem, exp.
3 ó ―Libro relativo a negocios pertenecientes a la Federación en el orden Gubernativo‖ pág. 136.
681 Orellana originalmente fue discípulo de Clavé, algunos años después solicitó y le fue concedida una pensión en el ramo de

grabado.
682 A.G.N., Segundo Imperio, caja 43, exp. 9, ―Listas de Audiencias Públicas del 30 de julio de 1865‖, fojas 11 a 14.
683 León Méhédin nació en 1828, se había formado como arquitecto e incursionó en la fotografía. Fotógrafo en la guerra de

Crimea, donde tomó la panorámica de Sabastopol, a su regreso se le nombró fotógrafo del Estado Mayor del Emperador, cargo
con el que fue a las campañas de Italia y Egipto, donde comenzó a trabajar como arqueólogo. Esther Acevedo, Testimonios..., pág.
190 y 191.
179
Sr. Director de la Academia Imperial de Bellas Artes de San Carlos. Presente.‖684
La carta de Orellana, nos señala lo que ya hemos dicho en varias ocasiones: cuando un alumno salía
de la Academia, quedaba en muchos casos, como decía el joven artista ―sin trabajo y sin profesión‖, pues los
estímulos a los decimonónicos creadores mexicanos, siempre le fueron verdaderamente cortos, sino es que
inexistentes. Por otra parte, volvemos a confirmar el hecho de que la Academia, era un verdadero
―invernadero‖, donde brotaban bellas flores que el momento de necesitar salir al ―mundo‖, sus fuerzas eran
tan exiguas que temían su futura fortuna, resultando ampliamente dichosos aquellos que por casualidad o
azar del destino lograban mantenerse al cobijo de su querida madre. Y naturalmente era seguridad lo que
Orellana buscaba en la Academia, pues aquella sosegada calma al interior de los muros de San Carlos,
resultaba más atractiva que la vida un tanto aventurera que experimentó con el expedicionario francés. La
relación de Orellana con Méhédin, hubiera podido resultar muy provechosa para el primero, pues era una
buena oportunidad para adquirir una visión de la vida más cosmopolita. Más para Orellana aquello no le
resultaba tan seductor como volver al regazo de su madre, al calor vivificante que lo había hecho crecer,… el
regreso de Orellana a la Academia, era entrar de nuevo en su capullo de crisálida, al delicioso invernadero
que le significaba aquel precioso edificio. Por decirlo así, San Carlos era para los académicos
indisolublemente su cruz y su gloria.
Sin embargo, y volviendo a nuestro cauce, como pasaban los días y no se daba una rápida respuesta a
Orellana, su profesor, Luis Campa, escribió el 14 de agosto del mismo 1865, una recomendación favorable a
su alumno para que se zanjaran las dificultades posibles y se le concediera lo que pedía.685
Finalmente el ministro Manuel Siliceo, informó el 29 de agosto del mismo año, que Maximiliano se
había servido conceder a Orellana la mencionada gratificación de 40 pesos mensuales686 con la obligación de
dar cada dos meses al establecimiento una estatua o retrato de los ejecutados por los discípulos y de tomar a
su cargo la dirección de algunos jóvenes en el grabado de madera.687 Finalmente la protección a Orellana y
su dirección del grabado en madera, se extinguió al restaurarse la República.
Los pobres alumnos Tomás de la Peña (quien firmó el acta de protesta contra la intervención) y
Valeriano Lara, solicitaron durante el Imperio sendas pensiones, los cuales les fueron concedidas y en las
que el profesor Luis Campa intercedió para que fueran proveídas.688

GRABADO EN HUECO

Pasemos ahora al ramo de grabado en hueco. Como se dijo dicho, estos estudios eran dirigidos por
el señor Sebastián Navalón Ramírez.689 Durante el Segundo Imperio, este artista se halló muy ocupado
por el archiduque Maximiliano.
El 19 de abril de 1853 (a los 16 años) Navalón ingresó a la Academia. Rápidamente destacó en sus
estudios como grabador, por lo que se le concedió una pensión, que disfrutó del 25 de enero de 1855 al 24

684 A.A.S.C., exp. 6453, foja 1.


685 Ídem, foja 2.
686 Esta suma era de 480 pesos anuales, que si bien no era cuantiosa, era mayor que la de los preparadores de física y química, Juan

de Mier y Terán y Maximino Río de la Loza, que ganaban 300 anuales cada uno, y casi la misma que la del maestro de ornato
modelado y del maestro de la clase de artesanos, Petronilo Monroy y Antonio Torres Torija, que ganaban 500 pesos anuales cada
uno.
687 A.A.S.C., exp. 6453, foja 4. En otros folios del mismo expediente, Orellana propone hacer un grabado para los títulos de

Ingeniero, según un dibujo fotografiado que envió a Maximiliano y que con aquella obra se le dispensaran los tres retratos o
estatuas que en seis meses debía a la Academia. La solicitud fue aceptada el 28 de marzo de 1866, por el ministro de Justicia
encargado del de Instrucción Pública y Cultos, don Pedro Escudero y Echánove.
688 A.A.S.C., exps. 6585 y 6613.
689 Sebastián Navalón Ramírez. Artista que rubricaba como ―Sebastián de Navalón‖ y en un opúsculo escrito por él, apuntó su

nombre común ―Sebastián C. Navalón‖.


Nació en la ciudad de México el 25 de febrero de 1837. Sus padres fueron Francisco R. Navalón y Locadia Ramírez, quienes no
omitieron esfuerzo alguno para darle la mejor educación posible. Terminada su instrucción primaria y en vista de la decidida
afición y facilidad que demostraba para el dibujo, ingresó a la Academia.
Sebastián C. Navalón, El Grabado en México, México, Talleres gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía,
1933, pág. 3.
180
de enero de 1861.690 Discípulo del grabador inglés Juan Santiago Baggaly,691 rápidamente tuvo que sustituirlo
en la dirección del grabado en hueco, pues las dificultades financieras de la Academia obligaron al
establecimiento a prescindir de los servicios del maestro europeo. Navalón comenzó a hacerse cargo del
desempeño de la clase a partir del 24 de junio de 1860, cargo que dijo le resultaba ―honroso‖ pero superior a
su ―insuficiencia‖.692
A pesar de su corta edad para el puesto (23 años) y sus relativamente pocos años de estudio (siete),
Navalón alentado por sus buenos deseos, comenzó su labor al lado de los alumnos, sus compañeros.
Baggaly había hecho buena labor en México, pues Navalón y los demás académicos grabadores eran
altamente estimados, al grado de elevarlos a un punto que ellos mismos sabían era difícil poder alcanzar. Por
ejemplo, al hacerse la distribución de premios en febrero de 1862, el diario El Cronista de México, opinó
acerca de las medallas de honor distribuidas y que habían sido grabadas en el establecimiento: ―son muy
superiores a las inglesas, y casi igual ya a los trabajos de los artistas alemanes de este género.‖693
Los escritores de El Cronista..., quizá no exageraban demasiado, pues el archiduque, durante el
tiempo que estuvo en México, tuvo la oportunidad de concebir diversos encargos, que cumplieron
cabalmente los grabadores en hueco de la Academia, y que en verdad no dejaron nada que desear, ni belleza,
ni en calidad en el cuño. Pues el mismo Maximiliano se mostró orgulloso de los trabajos que se le
mostraron.
Navalón recibió diversos encargos de los ministerios del Imperio. Hasta donde nosotros sabemos, la
primera petición que recibió fue del señor Salazar Ilarregui, a través del secretario de la Academia, la
solicitud es la que sigue:
―Palacio Imperial. Octubre 29 de 1863.
Hará V. [señor Díez de Bonilla] que se remita a la mayor brevedad una colección de todas las
medallas de origen mexicano desde la época de la Conquista hasta la actual.
El Sub-srio .de Edo. y del Despacho de Fto.
[Rúbrica] José Salazar Ilarregui.
Sr. Srio. de la Junta Directiva de la Academia de San Carlos. Presente.‖694
El señor Díez de Bonilla, puso al tanto de la cuestión al profesor de grabado y aquél respondió que
en la colección de medallas que poseía la escuela no se encontraba sino muy poco de lo que se pedía, y que
sólo existían los troqueles y matrices que se habían reunido de algún poco tiempo a esa fecha, cuya colección
se componía de medallas de las programaciones de Carlos IV y Fernando VII y algunas otras.
Continúa diciendo Navalón, que en el país había habido muy poco entusiasmo por representar la
historia nacional en medallas, como lo hacían todas las naciones europeas, y que aquello que se debía a que
los artistas de aquel ramo de las bellas artes habían sido muy contados, pues no llegaban ni a cinco los que
habíamos tenido. Agregaba, que con lo poco que se contaba, se podrían formar cuatro colecciones de
distintas épocas, mas como aquello demandaba gastos, sería necesario que el ministerio de Fomento
facilitara alguna cantidad para hacerlas, pues las limitaciones del establecimiento habían impedido que ni la
misma Academia hicieran las necesarias para ella misma. Y que con unos 150 pesos, se podrían hacer las
colecciones de dos maneras: o bien haciéndolas doradas y plateadas con unos marcos redondos para que
tuvieran más vista, o bien de bronce en una caja adecuada.695
Ignoramos cuál haya sido el fin de esta petición, pero muy probablemente no pasó de buenos
deseos, convirtiéndose así, en uno de los primeros proyectos plásticos frustrados durante el Segundo
Imperio Mexicano.
Al instalarse la monarquía en México, a mediados de 1863, el gobierno de la Regencia debió chocarle
el observar que en todas las casas de moneda del país, se siguiera acuñando la moneda republicana y esta

690 A.A.S.C., exp. 6246.


691 A este grabador, se le conoció en México bajó dicha castellanización, más su forma inglesa original era John James Baggaly.
692 Sebastián C. Navalón, op.cit., pág. 10.
693 ―Academia de San Carlos‖, en El Cronista de México, martes 25 de febrero de 1862, núm. 38, pág. 2.
694 A.A.S.C., exp. 6124, foja 1.
695 Ídem, foja 3.

181
circulaba por todo el territorio nacional. Por ello, algunos meses antes de que llegar a Maximiliano, mandó
abrir en la Academia una nueva moneda que se pondría en circulación al advenimiento del archiduque.696
Cuando llegó Maximiliano a México, hayó a un pueblo dividido entre liberales y conservadores. El
principal objetivo de aquél soñador artista, que por casualidad y desgracia fue príncipe y gobernante, era unir
bajo su manto a los dos partidos y se detuviera con su presencia la feroz guerra civil que uno y otro bando
fomentaban con una vehemencia increíble.
Todo reflejaba aquella odiosa división; la moneda que circulaba en México, tampoco pudo sustraerse
de aquel efecto. Aquella curiosa similitud entre el circulante y la segmentada vida social, quedó
perfectamente retratada en una nota que apareció en el efímero y satírico periódico que llevó por título La
Tos de mi Mamá. El 4 de diciembre de 1864, bajo el rótulo de ―Moneda Disidente‖, se publicaron las
siguientes líneas:
―Hoy las monedas mexicanas lo mismo que los mexicanos, están divididas en imperiales, republicanas,
conservadoras y reformistas.
Unas proclaman el imperio, otras, la república; otras, la inquisición; otras, el progreso, y sin embargo,
todos son iguales entre sí.‖697
Dicha división, intentó zanjarla Maximiliano en todos los sentidos, y con la acuñación de una nueva
moneda, diseñada por el grabador Navalón y aprobada por él mismo, satisfacía la apetencia personal de
verse retratado en una moneda oficial, a la vez que creía daría unidad al sistema cambiario nacional, como
quería hacerlo con todos los mexicanos. Sin embargo, ésta fue otra de las ilusiones del Habsburgo que se
perdieron en el confuso y sombrío mar de la política mexicana.
El 1° de julio de 1864, Navalón presentó a Maximiliano una ―memoria‖ sobre la moneda mexicana,
en ella mencionaba los motivos fundamentales por los que no era bien acuñada. El primero consistía en que
las matrices estaban muy gastadas por el tiempo que llevaban de construidas, y que no estando ejecutadas
debidamente, no se había podido conservar su primitivo estado, el segundo era que desde hacía algún
tiempo, los que eran antes grabadores de moneda y tenían algunos estudios, eran al momento meros
aficionados, sin conocimientos en el mecanismo del grabado, en los instrumentos que se utilizan en él, y ni
aún siquiera, en el dibujo, que es la base de todo artista. Por esos motivos las muestras de las diversas casas
de moneda, se hallaban siempre llenas de defectos, dando con esto cabida a una cómoda falsificación. Para
evitar esto, Navalón proponía que los puestos de las casas de moneda del país fueran ocupados por los
discípulos de la Academia, por lo que decía:
―¿Qué esperanza les queda para el porvenir a nuestros jóvenes que se dedican en la Academia de
Bellas artes al ramo de grabado de medallas, cuando el único destino que podrían dárseles en las casas de
moneda lo ven ocupado por personas ineptas y sin conocimientos, cuando ellos dedican los mejores años de
su juventud en aprehender un arte difícil, pero que les puede dar la subsistencia para el resto de su vida? Si
no alimentamos la esperanza yo y mis compañeros, de que se aprovechen los conocimientos que poseemos,
indudablemente habríamos abandonado tiempo ha los buriles para no volverlos a tocar jamás. Pero al
presente aunque el gobierno no tiene en propiedad las casas de moneda, puede obligar a los arrendatarios, a
que los grabadores sean discípulos de esta Academia y el mismo gobierno puede nombrarlos.‖698
La idea de una moneda imperial, la debió concebir rápidamente el joven príncipe teutón. Para ello,
tuvo que expedir un decreto donde se detallara el diseño y características de la moneda imperial, su valor,
unidad, gramaje material y subdivisiones.
El decreto estableció por primera vez en México el sistema métrico decimal. La unidad monetaria
sería el ―Peso mexicano‖ de plata, el cual se subdividía en 2 piezas de cincuenta centavos, 5 de veinte
centavos, 10 de diez centavos y 20 de cinco centavos, todas ellas en plata igualmente.
Llevarían estas monedas, grabado en el anverso el busto de Maximiliano, visto de perfil del lado
derecho y la leyenda ―Maximiliano Emperador‖ y debajo del busto el año de acuñación. Por el reverso,

696 ―Monedas y Medallas‖, en El Cronista de México, viernes 4 de marzo de 1864, núm. 54, pág. 2.
697 ―Moneda Disidente‖, en La Tos de mi Mamá, domingo 4 de diciembre de 1864, núm. 1, pág. 2.
698 A.A.S.C., 6759, foja 1.

182
ostentarían grabadas las armas del Imperio y la leyenda ―Imperio Mexicano. Un Peso‖, etcétera. Debajo del
mencionado escudo de armas, llevaría la letra inicial y final de la casa de moneda en que se acuñara.
Se decretaba además, la factura de monedas de oro, con valores de 20, 10, 5 y 1 peso. Llevarían en el
anverso el busto de Maximiliano, pero ahora colocado sobre el lado izquierdo, la misma leyenda
―Maximiliano Emperador‖, debajo del cual no llevaría el año de acuñación como las de plata, sino las letras
iniciales y final de las casas de moneda emisoras, en el reverso llevarían el escudo del Imperio, colocándose
debajo de él, el año de acuñación.
También se decretó la hechura de dos tipos de moneda de cobre, que serían de centavo y medio
centavo, con características similares a las anteriores.
Las monedas de oro y plata, llevarían el canto estriado y una grafila angosta por ambas caras, esto
con el objeto de evitar el recorte de moneda tan usual. El canto de las monedas del cobre sería
completamente liso, pero llevaría una grafila igual por ambos lados.
Para la fabricación de los troqueles, se pensó originalmente en convocar a concurso público a todos
los grabadores residentes en la capital, otorgando un premio económico no definido al que presentara los
mejores modelos conforme a lo prevenido. Finalmente, Maximiliano decidió que en todo se entenderían con
el director de grabado en hueco de la Academia, es decir: Sebastián de Navalón.699
El 1° de diciembre de 1864, el ministerio de Estado, de orden de Maximiliano, pidió a Navalón se
presentara los dibujos referentes a la moneda imperial, para lo cual el académico de San Carlos actuó con
prontitud, pues tan sólo cinco días más tarde, el 6 de diciembre, los presentó en contestación al dicho
ministerio.
Los proyectos tuvieron que afinase poco a poco, y Maximiliano no hallaba pocas dificultades para
concretar su ilusión. Las muchas eventualidades y diversas voces que le aconsejaban que aún no era tiempo
de emitir una moneda imperial oficial no detuvieron a Maximiliano. A decir de Navalón, el emperador tomó
tan activo empeño en el propósito, que el propio maestro de grabado, tuvo que solicitar el 6 de septiembre
de 1865, audiencia privada con el soberano, para presentarle el proyecto sobre la ―Nueva moneda‖ y todos
los sellos y timbres del Imperio, para que en ella le diese personalmente al archiduque, algunas explicaciones
verbales sobre el asunto.700
Sin embargo, como la mayoría de los proyectos del Segundo Imperio, no se concretó en su totalidad.
Las piezas mayores fueron obra de los excelentes grabadores Antonio Spíritu, Cayetano Ocampo (alumnos
que también, sin estar obligados, firmaron el acta de protesta contra la intervención francesa) y por supuesto
Sebastián Navalón, las cuales resultaron de alto mérito artístico. Se labraron en oro, la pieza de 20 pesos de
México (1866), en plata la de un peso de México (1866-67), de Guanajuato y San Luis Potosí (1866) y la de
50, 10 y 5 centavos de México (1866).
La moneda fraccionaria, fue anterior ha dicho decreto, y ostentó por un lado, el águila coronada y,
por el otro, el valor dentro de una corona de laurel, y la ceca o cruz. Se labraron en plata, monedas de 10 y 5
centavos en México, Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas (1864-1866); y en cobre únicamente la de un
centavo, en México (1864).701
Las demás casas de moneda siguieron labrando la moneda republicana y a la caída del Imperio, se
recurrió de nuevo a los antiguos valores en reales.
Una de las personas, que constantemente se había opuesto a la acuñación de la moneda imperial, fue
su ministro y ex-director de la Academia, don José Fernando Ramírez. Sin embargo, a fines de 1865,
Maximiliano aprovechó la ausencia de Ramírez, quien acompañaba a Carlota en su viaje a Yucatán, para dar
a luz a su ensueño,702 por lo que los artistas, Navalón, Ocampo y Spíritu, pusieron manos a la obra.
A la vuelta de Ramírez de Yucatán, Maximiliano lo invitó para que juntos, fueran a la casa de
moneda, y vieran los primeros puños de la moneda. Tal vez con el afán de que viendo Ramírez con sus

699 A.G.N., Segundo Imperio, caja 4, exp. 47, 4 folios.


700 A.G.N., Segundo Imperio, caja 41, exp. 10, foja 9.
701 Manuel Romero de Terreros, La Moneda Mexicana. Bosquejo histórico-numismático, México, Banco de México, 1952, págs. 27 y 28.
702 Hilarión Frías y Soto, op.cit., pág. 488.

183
propios ojos aquella obra, se convenciera de su utilidad. El diario El Mexicano, dio cuenta de este hecho. El
domingo 11 de febrero de 1866, el rotativo decía:
―Hemos tenido el gusto de ver la que con valor de un peso circulará en lo sucesivo. Esta obra,
ejecutada por los entendidos artistas mexicanos D. Sebastián de Navalón, profesor de grabado en la
Academia de Bellas Artes, y los Sres. Ocampo y Spíritu, presenta por un lado el busto de SM el Emperador,
perfectamente grabado, y por el otro las armas imperiales, en cuyo centro se ostenta el águila mexicana. Esta
nueva moneda está ejecutada siguiendo los modelos presentados en Diciembre de 1864, por el mismo Sr.
Navalón, los cuales tuvieron la honra de ser aprobados desde entonces por S.M.I.
Los mismos artistas mexicanos cuyos nombres acabamos de consignar al hablar de la nueva moneda,
fueron, según sabemos, los que tuvieron a su cargo la ejecución de las graciosas medallas que se repartieron
en la Villa de Guadalupe el día 12 de Diciembre, que ostentan por un lado la imagen de la Santísima Virgen,
perfectamente grabada, y por el otro los gustos de S.M. el Emperador y la Emperatriz, que reúnen la
perfección del grabado y el mérito del parecido.
Sabemos que de S.M.I., acompañado del Sr. Ramírez, Ministro de Estado, y del Subsecretario Sr.
Ulíbarri, estuvo el miércoles último en el Apartado, con el objeto de ver las primeras pruebas, manifestó su
aprobación, y dio orden de que se repartiera a cada operario dos pesos, acuñados con el nuevo tipo,
dignándose S.M. aceptar algunas monedas que se le presentaron.
Damos el parabién a los Sres. Navalón, Ocampo y Spíritu por el buen éxito de su delicado trabajo, y
felicitamos a la Academia de bellas artes, porque de su seno ha salido artistas tan aprovechados que honran
al país.‖703
Pero al parecer, aún este mutilado proyecto artístico de la acuñación de moneda imperial, recibió
algún revés del populacho, pues el señor Frías y Soto, dice:
―Satisfacción pueril [la de acuñar monedas con el busto imperial] que le costó muy cara [a
Maximiliano], porque el pueblo mexicano, con su admirable penetración, había sorprendido que en la efigie
acuñará del soberano se veía un doble efecto muy palpable cubriendo el rostro y dejando libre la barba sola.‖704
Frías y Soto, no explica en lo absoluto a que se refería con ese ―doble efecto‖. Nosotros no hemos podido
descifrar aquel, ya sea por falta de viveza o porque para ello se necesiten comprender alguna leve sutileza
que aún no hemos percibido. Algunas sospechas hemos formulado, pero no lo suficientemente claras como
para expresarlas por temor a parecer algo desvergonzados, por lo que preferimos un prudente silencio y
dejar que el lector forme su propia opinión.

Sebastián Navalón, Cayetano Ocampo y Antonio Spíritu,


Medalla de restauración de la orden de Guadalupe (1865).
Colección particular.

703 ―Nueva Moneda‖, en El Mexicano, domingo 11 de febrero de 1866, núm. 11, pág. 88.
704 Hilarión Frías y Soto, op.cit., pág. 488.
184
Con todo las monedas imperiales (de un peso plata) comenzaron a circular en agosto de 1866 y en
ese mismo mes se comenzaron a acuñar los ―Maximilianos de oro‖, que eran las monedas de 20 pesos.705

Sabastián Navalón, Medalla al mérito militar (1865).


Colección particular.

Para Sebastián Navalón, el Segundo Imperio significó una rica fuente de empleo, pues además de la
fractura de las monedas del Imperio, también hizo las medallas al mérito civil, al mérito militar,706 al mérito
científico, al mérito artístico, a la juventud estudiosa, la de la reinstalación de la orden de Guadalupe, para la
Sociedad de Geografía y Estadística, para la escuela de Beneficencia707 y por supuesto las que se repartieron
para premiar a los alumnos de la Academia de San Carlos. Entre otros múltiples trabajos.
Para la exposición de 1865, Navalón expuso entre otras obras, un retrato tomado del natural del
mariscal Forey y el escudo de las Armas Nacionales, decretado por la Regencia del Imperio.708 Este escudo al
que se refiere el catálogo de la exposición de 1865, es el que por mucho tiempo se ha tenido como
anónimo709 y que es conocido como el que adoptó en 1863 la Regencia del Imperio y del que se hallan
diversas reproducciones en el Archivo General de la Nación.710 No debe confundirse con el que mandó
hacer Maximiliano a la Casa Stern, de París y que sustituyó al diseñado originalmente por Navalón.

Sebastián Navalón, Escudo de las Armas Nacionales decretado por la Regencia del Imperio el 20 de septiembre de
1863 (1863). Litografía de Decaen.
Archivo General de la Nación, Segundo Imperio, caja 2, exp. 31.

705 ―Nuevas Monedas‖, en El Pájaro Verde, jueves 9 de agosto de 1866, núm. 189, pág. 3.
706 Se ordenó pagar en abril 3 de 1867 a Navalón, 363 pesos 79 centavos por la construcción de 527 medallas al mérito militar, de
oro, de plata y de bronce. A.G.N., Segundo Imperio, caja 19, s/f.
707 A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, ―Documentos dirigidos al Emperador‖, exp. 5, fojas 2 a 4.
708 Catálogo..., pág. 13.
709 Una prueba incontestable de que el diseñador de este escudo es Sebastián Navalón, se halla en un documento que habla de un

diseño para las Patentes de Navegación del Imperio y donde Navalón dice textualmente: ―en la parte superior y céntrica de la orla
del grabado, se encuentra el escudo de nuestras armas, según el dibujo que presentamos con anterioridad y que fue aprobado y
decretado por la Regencia del Imperio.‖ A.G.N., Segundo Imperio, caja 14, varias fojas.
710 A.G.N., Segundo Imperio, cajas 5, exps. 5 a 9.

185
El 8 de marzo de 1864, un oficio de la administración de correos, solicitaba a Navalón para que
pasara a ese establecimiento, donde se le necesitaba para un trabajo.711 El mismo 8 de marzo, pero de 1865,
se hacía a los dos profesores de grabado de la Academia, un encargo que debían trabajar conjuntamente. Se
les pedía formar a Navalón y Campa, en la mayor brevedad posible, unos moldes de sellos para el franqueo
previo, y de los que se usan en el correo para marcar los puntos de que dimana la correspondencia. Dichos
modelos deberían ser presentados al director Urbano Fonseca, para que en su vista se procediese a dar los
pasos necesarios para que esos trabajos se ejecutaran en la Academia, ―si saliesen [decía Fonseca] dignos de
figurar al lado de los que haya mejores en el mundo.‖712 El archivo de la Academia de San Carlos conserva el
dibujo de un grabado, representando a Maximiliano de perfil y con las leyendas ―Imperio Mexicano‖ y
―Correos‖ (parte superior e inferior del grabado, correspondientemente).

Luis Campa y Sebastián Navalón, Modelo para el correo


imperial mexicano (1865).
A.A.S.C., exp. 6452.

Campa y Navalón, como docentes de la Academia, poseían aspiraciones muy similares y ambos
fueron movidos en el Segundo Imperio por la ilusión de una protección decidida del archiduque
Maximiliano. Como mencionamos en este mismo apartado, el 15 de julio de 1865, Maximiliano concedió a
Luis Campa una pensión para ir a Europa; su compañero Navalón debió animarse con la noticia dada a su
colega, pero conociendo los mil y un esfuerzos hechos para que fuera una realidad; comprendió que seguir
el mismo camino era condenarse a una espera larga, por lo que pensó en otro arbitrio que le permitiera ir a
perfeccionarse al extranjero, sin molestar con un costoso patrocinio al gobierno y sin interrumpir sus clases
en la Academia.
Navalón envió el 20 de julio de 1865 (cinco días después de la concesión a Campa) una carta al
emperador Maximiliano, donde pedía se le satisficiera una cantidad que se le adeudaba por sueldos vencidos,
con el fin de emplearla en los gastos de un viaje que pretendía hacer a los Estados Unidos y que debería
durar solamente el tiempo de las vacaciones de la Academia.
El ministro de Instrucción Pública y Cultos, Manuel Siliceo, pidió a Fonseca un informe, no sobre la
legitimidad del crédito de Navalón, sino sobre la justicia de la solicitud de que fuera pagado con preferencia
a los demás que se hallaban en el mismo caso. Fonseca contestó el 1° de agosto de 1865, diciendo que creía
que no debía ser preferido, y que no había motivo alguno para que no se le considerase como a las demás
personas que se hallaban en el mismo caso, pues todos tenían los mismos derechos.
Con todo, Navalón no desechó su idea pues cuatro días después de la respuesta de Fonseca, volvió a
pedir al gobierno imperial le fueran pagados los 812 pesos que se le adeudaban, con preferencia de las demás

711 A.A.S.C., exp. 6586.


712 A.A.S.C., exp. 6452.
186
personas que se hallaban en su misma situación. Sin embargo, la resolución ya estaba tomada. Maximiliano
denegó la gracia a Navalón.713
El caso de Navalón y su búsqueda durante el Segundo Imperio de poder ir a perfeccionarse a los
Estados Unidos, tienen carácter dual; por una parte habla de las imposibilidades que el patrocinio de
Maximiliano encontró para complacer las aspiraciones de todos los académicos de San Carlos y por otra no
refiere un caso ejemplar de justicia, pues pese al revelado ánimo por excitar las artes en México durante el
Segundo Imperio, esto no fue motivo suficiente para que Maximiliano cometiera un acto flagrante de
inequidad.
Para terminar con Navalón, sólo agregamos que sabemos que construyó un sello para el ministerio
de Hacienda714 y elaboró para el ministerio de Guerra el grabado para las ―Patentes de Navegación del
Imperio Mexicano.‖715
En 1877, Navalón fue separado de la Academia ―obedeciendo orden superior‖. Desempeñó en
época difícil el puesto de inspector en la Oficina Impresora del Timbre, renunciándolo a los tres años por
enfermedad, pasando después a una comisión del ministerio de Fomento en Tehuantepec, luego a la casa de
moneda de Oaxaca de la que se separó para formar la Escuela de Artes y Oficios, que por iniciativa de
Porfirio Díaz, gobernador de aquel estado, se fundó y dirigió Navalón por diez años.716 Se dice que Navalón
fue relegado en aquella ciudad por su conexión con el Imperio de Maximiliano.
Como ya mencionamos en el grabado en hueco destacaron durante el Segundo Imperio, los
pensionados Cayetano Ocampo y Antonio Spíritu.
El primero de ellos expuso en 1865, entre otras obras, un par de bustos de Maximiliano ejecutados
en cera,717 otro igual en marfil, otro par de punzones grabados en acero con los bustos de los Emperadores,
un busto en marfil del cura Miguel Hidalgo e igualmente en cera los busto de los generales González Ortega
y Zaragoza.718
Spíritu por su parte expuso entre otras obras, un proyecto de una medalla histórica a la memoria del
ingeniero Manuel Tolsá, el reverso de la medalla, grabada en acero, del premio de la Sociedad Mexicana de
Geografía, un busto en cera de Carlota,719 unos punzones pequeños grabados en acero de los bustos de los
emperadores, un punzón grabado en acero de la virgen de Guadalupe y un busto en cera de Maximiliano.720
Otro alumno, Antonio Flores, expuso ejecutado en cera, el Arco del emperador, dos grabados en
acero formando una medalla conmemorativa de la entrada a México de los emperadores y un punzón
grabado en acero con el busto de Maximiliano.721 En la misma clase de grabado de hueco, estudió y fue
pensionado durante el Segundo Imperio, el tercero de los hermanos Dumaine, José Dumaine, quien en la
exposición de 1865, presentó doce obras,722 sin que fuera de ello pueda decirse de él cosa notable.

ARQUITECTURA E INGENIERÍA CIVIL

Pasemos por último, al ramo de arquitectura e ingeniería civil durante el Imperio de Maximiliano.
Al instaurarse la Regencia del Imperio, y hasta poco antes de la llegada de los emperadores, el doctor
Javier Cavallari, se mantuvo en el puesto directivo que tan dignamente dirigió en México y que produjo tan

713 A.A.S.C., exp. 6450, fojas 2 y 3.


714 A.G.N., Segundo Imperio, caja 8, sin núm. de exp., sección 6ª. ―Índice de los despachado por esta Sección [de Hacienda] en los
días del 1° al 15 de diciembre de 1864‖, foja 1.
715 A.G.N., Segundo Imperio, caja 14, varias fojas.
716 Sebastián C. Navalón, op.cit., pág. 12.
717 Uno de estos bustos se halla en el castillo de Chapultepec.
718 Catálogo..., págs. 12 y 13.
719 Se halla esta obra igualmente en el castillo de Chapultepec.
720 Catálogo..., pág. 13.
721 Ídem, pág. 12.
722 Las doce obras fueron: Zenón (copia del antiguo), figura académica, Discóbolo (copia del antiguo), Moctezuma (copia de

Vilar), busto del emperador Iturbide, grabado en acero del mismo busto, grabado en acero de la cabeza de Diana, impresiones de
ambos grabados, retrato de don Jesús Torres, cabeza original (modelada), copia grabada en marfil de la misma y una copia del
Calendario Azteca.
187
buenos frutos en el ramo de la arquitectura e ingeniería civil, al grado que no tiene parangón en la historia de
las artes y ciencias en nuestro país.
A su salida, la dirección de la carrera de arquitectura quedó vacante. Como quedó dicho
anteriormente, fue sustituido por sus discípulos más aventajados.
Los arquitectos relacionados a la Academia, los que se fueron a perfeccionar a Europa, los que
recibieron su educación en México y el excelente grupo de maestros de la carrera de arquitectura e ingeniería
civil, fueron altamente distinguidos por el archiduque Maximiliano. Hagamos un breve recuento de los más
destacados:
Lorenzo de la Hidalga y Musitu, arquitecto español, titulado en la Academia de Bellas Artes de
San Fernando de Madrid fue nombrado ―académico de mérito‖ de la de San Carlos de México. Este título
recibido y su estrecha relación con profesores y alumnos, a los que patrocinó más de una vez,723 nos llevan a
concebirlo como miembro y parte fundamental de la historia de la Academia, pese a que nunca fue, ni
discípulo ni catedrático de ella.
Don Lorenzo, llegó a México el 21 de mayo de 1838 (contando 28 años). Al poco tiempo de
establecerse en nuestro país, se casó con Ana García Icazbalceta724 (hermana del sabio historiográfico don
Joaquín García Icazbalceta), de cuyo enlace el señor Hidalga tuvo cuatro hijos: dos mujeres725 y dos varones.
Estos últimos, Eusebio e Ignacio, siguieron la misma carrera de su padre, estudiando en la Academia, bajo
los consejos de Cavallari.
Como habíamos dejado dicho, fue presidente de la Sección de Bellas Artes de la Comisión
Científica, Literaria y Artística de México, establecida por los franceses. Este puesto le ganó figurar como
arquitecto del Imperio (a cargo de las obras en el Palacio Nacional) hasta la caída de éste, sin más
interrupción que el tiempo que gozó de alguna privanza en la corte, el arquitecto mexicano Ramón
Rodríguez Arangoity.
Durante el Imperio de Maximiliano, uno de los principales proyectos artísticos fue la construcción
de un monumento a la Independencia mexicana. La idea no era nueva, pues el mismo señor De la Hidalga,
en 1843 había ganado un concurso convocado por el general López de Santa Anna, en el cual justamente se
emplazaba a la construcción de un monumento a la Independencia. De aquel primitivo proyecto, tan sólo se
construyó el zócalo, por lo que la Plaza Mayor de México, adquirió aquel inapropiado sobrenombre.
En las primeras pláticas que debieron haber sostenido el Habsburgo y De la Hidalga, éste último
debió haber recordado su vieja hazaña y sus esperanzas porque algún día se concretase aquella idea. Al
escucharlo, Maximiliano debió concebir (con fantasiosa imaginación de artista y mecenas), el primer
proyecto plástico del Segundo Imperio Mexicano, pues a poco tiempo de haber llegado, emitió un decreto
donde se convocaba a los arquitectos del Imperio para que, mediante concurso, se eligiera el mejor proyecto
para ser elevado en la Plaza Mayor un monumento a la Independencia. Los pormenores de este concurso,
son tema aparte, por lo que los abordaremos en apartado especial, un poco más adelante.
Lorenzo de la Hidalga, fue autor de diversas obras arquitectónicas que hablan muy a favor de su
inteligencia y genio artístico, fue autor del Teatro Nacional (derrumbado en favor del ―progreso‖), la cúpula
del ex-convento de Santa Teresa (aún existente), del antiguo y ya desaparecido Mercado del Volador, de la
casa de Guardiola (hoy desaparecida) y de otros edificios y casas privadas. Durante el Segundo Imperio
realizó, las cuatro elegantes fuentes, que adornaron la Plaza Mayor, las que enmarcarían el monumento a los

723 Efectivamente, don Lorenzo estimaba verse rodeado de obras de arte y artistas, a quienes brindaba franca y cordial amistad;
por lo que su mesa se sentaron Clavé y Vilar, pero con mayor frecuencia el paisajista Eugenio Landesio. Don Lorenzo prestó su
ayuda económica a los estudiantes Joaquín Ramírez (que pintó para De la Hidalga La Cautividad de los Hebreos y El Nacimiento del
Niño Dios), Rafael Flores (quien le pintó una obra llamada La Tempestad en la Barca), Felipe Sojo, Martín Soriano (quienes le
hicieron unas esculturas para su casa de Buenavista), Ricardo Orozco (aquí en auxilio secundariamente en un estudio de corte de
piedra pómez, que presentó en exposición de 1865) y Manuel Francisco Álvarez (quien trabajó a su lado por breve tiempo).
Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 115.
724 El Museo de San Carlos, conservan sus galerías los magníficos retratos de estos esposos, hechos por el señor Pelegrín Clavé.
725 Sus hijas llevaron los nombres de Pilar y Loreto. Pilar Hidalga, fue discípula de Clavé, colaboró en las exposiciones de la

Academia por un período de más de 30 años, en la exposición de 1865, presentó los retratos de dos de sus hermanos: Ignacio
Hidalga y Loreto Hidalga. Además de estos, Pilar Hidalga, presentó en la mencionada exposición Borregos en un corral, Unos gatos
jugando en un gabinete y Una joven dándole uvas a un pajarillo. Su nombre de casada al parecer era Pilar Hidalga de Usandizaga.
188
héroes independentistas. Las fuentes de De la Hidalga, revelaron el innegable talento y buen gusto que
poseía. Sin embargo, México, tan acostumbrado a atentados contra todo aquello que tenga algún valor
artístico, vio desaparecer aquellas preciosidades a causa de los malnombrados gobiernos liberales y
progresistas.
A la desaparición del Imperio, Lorenzo de la Hidalga sufrió notable quebranto en sus intereses.
Murió el 15 de junio de 1872 en el núm. 6 de Santa Isabel y sepultado bajo modesto y artístico monumento
en el Panteón del Tepeyac. En su sepulcro se lee esta sencilla inscripción: ―Lorenzo Hidalga, arquitecto.‖
El arquitecto Vicente Manero, académico de San Carlos, trabajó para Maximiliano en las obras de
remodelación del castillo de Chapultepec. Manero nació el 26 de diciembre de 1818, fue varias veces
arquitecto de Palacio Nacional, al menos se sabe que lo fue durante las administraciones de Mariano Arista,
Ignacio Comonfort y Benito Juárez. El 31 de mayo de 1863, Juárez le encargó cuidar Palacio Nacional de
cualquier desorden popular y que entregara las llaves a la primera autoridad constituida que las pidiera.726
Indiscutiblemente, el arquitecto que más destacó durante el Imperio, fue Ramón Rodríguez
Arangoity. Este acertado artista, comenzó sus estudios en el Colegio de San Gregorio, luego pasó al H.
Colegio Militar de Chapultepec. El 15 de septiembre de 1847 (contando 17 años) fue herido y hecho
prisionero por los norteamericanos en la heroica defensa de aquel Colegio, por lo que su nombre se
encuentra inscrito en el monumento que conmemora, al pie del cerro de Chapultepec, aquélla epopeya
(monumento que diseñó el propio Ramón Rodríguez).
Su amor a las bellas artes, lo hizo ingresar a la Academia junto con su hermano Emilio, dedicándose
al estudio de la arquitectura. En 1854, marchó como pensionado a la ciudad de Roma. En donde entró al
taller de Cippolla, el mismo maestro de los hermanos Juan y Ramón Agea, donde comenzó a trabajar
inmediatamente con todo ahínco, obteniendo positivos adelantos. Envió a la Academia, diversos proyectos,
revelando en cada uno su cualidad de hábil dibujante e ingenioso artista.
El genio artístico de Rodríguez Arangoity, fue apreciado tanto por conservadores como por
liberales. El rotativo religioso-conservador llamado Diario de Avisos y el ultraliberal El Siglo XIX, imprimieron
en sus páginas sendas críticas laudatorias al señor Rodríguez. El primero de estos, transfirió una carta
fechada el 25 de mayo de 1859, en la que el señor José Hidalgo (que tanta importancia habría de tener unos
años más tarde para la concretización del Imperio), escribía desde París a su amigo el señor Francisco S.
Mora, en la que hacía resaltar las notables cualidades de Rodríguez Arangoity.
Decía Hidalgo que el joven académico de San Carlos, gracias a los trabajos que había realizado en
Roma, había sido nombrado miembro de dos academias italianas, recibiendo, además, el título universitario
de doctor en matemáticas. Que posteriormente, en 1857, Rodríguez se había puesto bajo la dirección de un
célebre profesor de la Academia de Bellas Artes de París, presentando al año, sus correspondientes
exámenes, con todo éxito, logrando colocarse entre los primeros lugares. Que su profesor en París, sin decir
una sola palabra a Rodríguez, escribió a la legación mexicana en París, manifestando que hacía tiempo
deseaba instruirla de lo satisfecho que estaba de su discípulo, elogiándolo por el motivo de que a pesar de
haber obtenido el primer premio en México y pertenecer a varias academias, no había desdeñado ponerse
bajo su dirección y sentarse en el banco de la Escuela Imperial de Bellas Artes de Francia. Agregaba
Hidalgo, que dicho alumno poseía gran afición por la arqueología y le pedía a su amigo, que hablara con
Bernardo Couto, para que la Academia pudiera patrocinarle un viaje a Egipto y Grecia. Decía textualmente
Hidalgo: ―[Rodríguez Arangoity] Es muy modesto, más diré, tímido, y ningún elogio le envanecerá hasta el
punto de creer que no le queda nada por saber, como acontecer suele con algunos jóvenes de mérito.‖727
Por su parte, el redactor en jefe de El Siglo XIX, señor Francisco Zarco, al hablar de la exposición de
1862, refiriéndose al pensionado en París, primero lo ensalzaba como artista y luego politizaba la actividad
de Rodríguez en función de los intereses partidistas del propio Zarco. El célebre liberal decía:
―Los trabajos presentados por el pensionado en Europa D. Ramón Rodríguez son, como siempre,
obras verdaderamente maestras en todos sentidos, considerados como dibujos y lavados; ¡qué fineza en la

Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., págs. 115 y 116.


726

―Artistas mexicanos en el extranjero‖, en Diario de Avisos, jueves 7 de julio de 1859, de un artículo inserto en la obra de Ida
727

Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, págs. 14 y 15.


189
delineación! ¡Qué precisión y exactitud hasta en los más finos detalles! ¡Qué gusto en todos los formatos!
[...].
Las composición es grandiosa; el efecto sorprendente. El señor Rodríguez ha sostenido muy bien el
honor de los pensionados mexicanos en Roma, y ahora en París [...]. El señor Rodríguez debe volver muy
pronto a su patria, tan vilipendia por mendaces y ridículos parlanchines como el ex embajador español don
Joaquín Pacheco y creemos que será uno de los que con sus conocimientos y trabajos, puede dar un
solemne mentís a los que la calumnian, diciendo que es incapaz de alcanzar el grado de adelanto en que se
encuentran las naciones europeas.‖728
Entre los liberales del siglo XIX, fue muy común creer que toda actividad, incluidas las bellas artes,
tenían que servir de instrumentos políticos. Por ello, Zarco veía en Rodríguez Arangoity no sólo al artista,
sino además, un arma política que desmentiría la justificación que más recurrentemente tenían los
intervencionistas, que era como un axioma para todos los monarquistas mexicanos, y que decía: México es
incapaz de gobernase y de crear las condiciones favorables para el florecimiento de la paz y el progreso, por
ello la intervención no sólo es buena sino moralmente necesaria.
Ahora, sólo faltaba saber si Ramón Rodríguez, compartía el ideario liberal o el conservador. La
respuesta la daría el propio arquitecto.
A principios de 1863, Rodríguez Arangoity consideró que era tiempo de volver a México, sin
embargo, una enfermedad grave retuvo en París. Esto le sucedía, a decir de Rodríguez: ―por desgracia, antes
del Sitio de Puebla [que inició el 16 de marzo de 1863]‖. La prudencia y otras razones, según dijo el
arquitecto, le obligaron a tomar la resolución de salir de París, tan luego como la paz se restableciera en
México. Así para el 28 de julio de 1864 (ya establecido el Imperio de Maximiliano), Rodríguez Arangoity
decía literalmente: ―Esta [la paz] ha llegado, y con ella, un gobierno nacional se ha establecido [las cursivas son
nuestras].‖729

Ramón Rodríguez Arangoity.

Entonces pues, queda bien establecida, la tendencia política de Rodríguez Arangoity, quien veía en la
intervención francesa, la llegada de la paz, trayendo como consecuencia ―un gobierno nacional‖: El Imperio
de Maximiliano.
Por ello no sorprende que Ramón Rodríguez colaborara tan estrechamente con el archiduque. Lo
que no deja de llamar la atención, es la postura política diametralmente opuesta de su hermano Emilio
Rodríguez, que como habíamos mencionado anteriormente, fue capturado por los franceses el 29 de marzo
de 1863 y remitido como preso de guerra a la ciudad de Tours, Francia.730
728 ―La Academia de San Carlos‖, en El Siglo XIX, domingo 23 de febrero de 1862, núm. 405, página 2.
729 A.A.S.C., exp. 6587.
730 Emilio Rodríguez, al igual que los demás prisioneros, fue conducido a Veracruz. Se les trató rudamente en el camino, tanto que

muchos hicieron el camino a pie, sin alimentos, sin abrigo y sin consideraciones de ninguna especie. Se les prohibía caminar por
las orillas de los caminos para evitar los terrenos escabrosos, igualmente se les impedía tomar agua o recibir comestibles de pobres
indígenas, que movidos por la compasión, ofrecían a los vencidos. Las jornadas eran cortas, pero en cambio, eran alojados en
corrales desprovistos de techumbre, teniendo que dormir en el lodo húmedo.
190
Ramón y Emilio, entonces estuvieron al mismo tiempo en Francia. Posiblemente se encontraron en
aquel lugar, pero en realidad ignoramos si tuvieron contacto en dichos momentos. Lo que es cierto, es que
regresaron a México en distintas fechas. Emilio desembarcó en el puerto de Veracruz el 14 de septiembre de
1864731 y Ramón unos meses después.
Ramón Rodríguez halló graves dificultades para volver a México. Ignorando que Santiago Rebull
había dejado la dirección de la Academia desde mediados de 1863, escribía después de más de un año,
diciéndole que había ocurrido al señor Guillermo O‘Brien, depositario de los fondos para el viático de
regreso, el cual le comunicó que don Manuel Díez de Bonilla había dado una orden para que aquellos
dineros se reservaran a otro objeto. Rodríguez Arangoity decía textualmente a Rebull:
―En esta situación, la posición crítica de mi familia y la edad ya avanzada que mi padre, me obligaron
a recurrir a nuestro embajador en este corte, para solicitar lo que todo ciudadano en el extranjero debe
recibir del representante de su nación, y tanto más en mi situación... nada se ha hecho por mí.
Sin recursos para efectuar mi regreso, suplico al Sr. director, tenga la bondad, si la Academia, no ha
variado de acuerdo, de dar orden al Sr. O‘Brien para que se me den los fondos necesarios para el viaje.‖732
Obviamente la respuesta de la Academia no podía ser inmediata y Rodríguez Arangoity no podía
quedar en la inacción. Todo parece indicar que Ramón Rodríguez tenía alguna premura por regresar a
México (quizá adivinaba que Maximiliano le llamaría a trabajar a su lado) e hizo algunos esfuerzos por
retornar en un barco de guerra francés, pero no lo consiguió. En conclusión, logró obtener en agosto de
1864, 300 francos para un pasaje de segunda clase que salió de Saint Nazaire el 16 de octubre, llegando a
tierras mexicanas al mes siguiente (noviembre de 1864).
La protección del Imperio a Ramón Rodríguez, comenzó de hecho, algunos meses antes de que
llegara a México. El subsecretario de Estado y del despacho de Fomento, don José Salazar Ilarregui, quien
en lo que pudo, siempre ayudó a que la Academia recuperara su antiguo lustre, dispuso que se pagarán
834.52 pesos que se adeudaban a los hermanos Viya y Cossio, por objetos venidos de Europa para la
Academia en los años de 1858 a 1862 y que permanecían en su poder (en el puerto de Veracruz) desde
aquellos años. Igual protección recibió Rodríguez Arangoity del señor Salazar, pues en abril de 1864, se le
consultó acerca de cobrar o no a Juan María Rodríguez Arangoity,733 el costo del flete de cuatro cajas
repletas de libros, que venían de Veracruz y que pertenecen a su hermano Ramón. El subsecretario Salazar
Ilarregui, instruyó no se cobrara a los hermanos Rodríguez el mencionado flete.734
La llegada de Ramón Rodríguez Arangoity, no podía menos que preocupar al filantrópico director de
la Academia don José Urbano Fonseca. Este señor, siempre atento a las necesidades de los alumnos y ex-

En Veracruz, fueron embarcados en el vapor Darien y la fragata Cérès. En el primero embarcaron a generales y coroneles, con sus
ayudantes. En la segunda a los tenientes coroneles (grado que poseía Emilio Rodríguez), comandantes y oficiales subalternos. Las
embarcaciones eran de segunda clase y les daban por mejor comida galletas agusanadas, resto de las que se habían fabricado para
la guerra de Crimea. En la fragata Cérès, donde viajaba Emilio, los prisioneros desayunaban café negro, ron y galleta picada,
amarga y agorgojada, comían caldo, jamón o carne conservada en latas (las que eran de tan difícil digestión, que muchos se
empacharon), unas veces, otras chícharos o habas guisadas, acompañando esto de un pedazo de pan negro y un poco de vino, y
por la cena, lo mismo que en el desayuno. En cuanto al aseo personal, no habría, pues apiñados en aquellas galeras un número tan
considerable de cuerpos humanos, teniendo por hecho duras tablas, sin poderse desnudar y aunando a esto es sofocante calor de
la chimenea de la máquina y la falta de baños, dio por resultado que terminarán todos terriblemente empiojados. Juan de Dios
Peza, Epopeyas... y Memorias..., págs. 139 a 158 y 59 a 62.
731 Desconocemos si regresó con la ayuda de su hermano, de otra persona o si fue de los soldados republicanos que recibieron el

beneficio de regresar a su patria, con la condición de jurar no tomar las armas en contra de Imperio, situación que no resultaría
descabellada, pues al regresar Emilio, no tomó las armas por más de dos años, pues es hasta noviembre de 1866 que se reintegra a
los ejércitos republicanos, ya cuando el Imperio mostraba servir síntomas de desmoronamiento.
732 A.A.S.C., exp. 6587.
733 Juan María Rodríguez Arangoity (1828-1894), hermano mayor de Ramón y Emilio. Médico destacado en el ramo de la

obstetricia. Al parecer se abstuvo de toda política. Hombre de extraordinaria cultura, dominaba cinco idiomas y traducía con
soltura el latín y el griego. Apasionado de la música y las bellas artes, llegó a tener una formación filosófica muy por encima del
promedio de sus contemporáneos. Se tituló en la Escuela de Medicina en 1855.
734 A.A.S.C., exp. 5955, fojas 14 y 22. Las cuatro cajas pesaron 34 @ 4 lbs., a razón de 22.2 reales por @ de Veracruz a acá: $ 77.6

y de la aduana a la Academia $1.50, cuyas partidas formaban la suma de $ 78.56.


191
alumnos de la Academia, al llegar Rodríguez, pensó en un par de arbitrios que auxiliarían de manera
significativa al prestigioso arquitecto.
Al presentar Fonseca, a Luis Robles (ministro de Fomento) el 13 de diciembre de 1864, el
presupuesto proyectado para los gastos de una escuela, decía que en el plan de estudios de arquitectura se
prevenía que se dieran las clases de Geología y Mineralogía, Aplicación descriptiva y dibujo de máquinas, Mecánica
aplicada, Estética de las bellas artes, Historia de la arquitectura y Arquitectura legal y rural, las cuales no se enseñaban,
lo que significaba un gran vacío para los estudiantes de la carrera de arquitectura, por lo que proponía que
Ramón Rodríguez las impartiera todas ellas reunidas en dos clases, por un sueldo que no bajase de 1 500
pesos anuales. Entonces Fonseca, para justificar más aún su petición, hizo un recuento de los logros del
presionado en Europa, dejándonos una fiel crónica de las capacidades de Ramón Rodríguez. Decía el
director de la Academia: ―no tendría tal vez profesor que proponer a V.S., si no fuese por las cualidades de
haber regresado en estos últimos días de Europa el pensionado don Ramón Rodríguez Arangoity que en los
estudios que llevaba hechos en esta Academia ha reunido los conocimientos en las ciencias para obtener el
título de doctor en ciencias en la Universidad de la Sapienzia de Roma, en la parte artística y arqueológica ha
enviado a esta Academia algunas obras que figuran en la galería de arquitectura que han sido debidamente
apreciadas por los inteligentes y cuyas obras le valieron en Roma los títulos de miembros del Pantheón y
miembro de la Academia Thiberiana. En París se sujetó a examen en la Academia Imperial de Bellas Artes,
en la cual obtuvo el primer lugar, y transcurrido el curso fue nombrado Académico, Miembro de la Sociedad
Central de Arquitectos británicos y franceses. Por orden del señor don Bernardo Couto, presidente de la
junta de gobierno, se obligó al alumno a que se presentase a la escuela Imperial de Puentes y Calzadas en
Francia, en la que siguió todos sus cursos teóricos y los prácticos, en la parte hidráulica, en los puertos de
Marsella y de Brest, en los caminos de fierro del oeste. Se ocupó de la triangulación de París y en la Sociedad
de Crédito Inmobiliario, en la que trabajó en los edificios del boulevard el príncipe Eugenio. Durante su
permanencia en París y en Roma dirigió algunas obras notables entre las cuales debe encontrarse la capilla
mortuoria del señor don José Landa; un monumento de una familia inglesa, y en fin otras muchas obras de
arquitectura de ingeniería, sobre cuyos pormenores se podrán dar a V. todos los datos necesarios. En este
espacio de once años, que el joven Rodríguez permaneció en Europa, visitó la Italia, particularmente
Pompeya para hacer el estudio de la arqueología; la Lombardía para los canales de navegación y riego; la
Grecia para el estudio de los Edificios y la restauración de algunos de ellos, sobre estos trabajos piensa
presentar algunas muestras en la exposición primera que haya en esta Academia, así como algunos de
Egipto. Recorrió la Alemania; es un estudio particular de los Brolders [sic] de la Holanda, y visitó los
puentes principales desde Europa por encargo especial del señor Couto, sin embargo de que habiendo
terminado la pensión que disfrutaba, todos estos trabajos los emprendió a su costa y con el producto de su
trabajo, lo que les sirve de mayor recomendación, habiéndose existido de ésta manera más de 5 años.‖735
La nueva plaza fue aprobada. Pero Fonseca, no conforme con lo anterior, buscó ampliar la
protección a Rodríguez y el 22 de diciembre del mismo año de 1864, señalaba al gobierno Imperial que
anteriormente, cuando la Academia podía dispensar todas las atenciones a sus alumnos, se había aprobado
una proposición relativa a que los alumnos presionados por la Academia en Europa al regresar a México, se
les suministraría una suma de 300 pesos, para que pudieran establecerse en el país y además que se les
continuase pagando su pensión 50 pesos mensuales por un año extra de pensión, teniendo en cuenta que en
ese lapso adquirirían crédito en su profesión y podrían subsistir de su trabajo, puesto que después de
muchos años de ausencia se consideraban casi como extranjeros en su propia patria. Por lo que pedía se
diese dicha protección a Rodríguez Arangoity, cuanto más que ya la habían recibido los ex-alumnos Tomás
Pérez, Felipe Valero, Santiago Rebull y Epitacio Calvo. Dicho auxilio fue aprobado por Maximiliano el 1° de
enero de 1865.736
Sin embargo de estas salvaguardas dispersadas a Rodríguez sólo representaron la punta del iceberg
de la protección que recibiría del archiduque Maximiliano de Habsburgo. La fama de este insigne artista

735 A.A.S.C., exp. 6621, foja 4.


736 A.A.S.C., exp. 6623.
192
mexicano, llegó a oídos de Maximiliano e inmediatamente lo llamó a trabajar a su lado. El mismo Rodríguez
Arangoity escribió:
―En enero de 1865, dos meses después de haber llegado de Europa, fui llamado por Maximiliano
para que me encargara como ingeniero de las obras de Palacio de gobierno, Chapultepec, casas de
Cuernavaca, Castillo de Miramar, monumentos de Cristóbal Colón, Hidalgo, Guerrero, Iturbide y otros. De
todos estos trabajos fui director, hasta que ocupó el gobierno liberal esta ciudad, separándome
voluntariamente de mi encargo.‖737
No exageraba Rodríguez Arangoity, pues aún así, se queda corto al mencionar los encargos que
recibió durante el Segundo Imperio.
El rey Leopoldo de Bélgica (padre de Carlota), al poco tiempo de estar el joven académico al cargo
de las obras antes mencionadas, tuvo el deseo de regalar a México una estatua de Cristóbal Colón, y
Arangoity fue invitado para hacer varios proyectos, de los cuales hizo tres, mismos que fueron remitidos a la
corte de Bélgica, reservándose para aquí tres copias. Acaecida a poco, la muerte del rey de los belgas,
Maximiliano ya había elegido el proyecto y lugar donde erigir el monumento, que era la gran glorieta
(Bucareli) de la antigua calzada llamada Paseo Imperial y que hoy recibe el nombre de Paseo de la Reforma. Había
elegido para el monumento, ―la magnífica estatua de Vilar‖. Felipe Sojo habría de fundirla en bronce, y
Calvo, Noreña, Miranda y los hermanos Islas, se encargarían de los grupos de los cuatro grandes mares del
Nuevo Continente, así como de los demás detalles de escultura fundidos en bronce. El resto del
monumento sería de mármoles de Puebla y selectos granitos mexicanos. Rodríguez Arangoity, menciona
que hubiera sido muy fácil para Maximiliano haber mandado ejecutar este trabajo en Europa, y
particularmente en Mónaco, célebre por sus fundiciones, ya fuera con uno de los proyectos del mismo
Rodríguez o con el de cualquier otro extraño. Mas el afán de Maximiliano, como ya se mencionó, fue que las
grandes obras públicas fueran elaboradas por mexicanos, pues con orgullo gustaba exaltar a los artistas de la
Academia.738
Como se mencionó antes, Rodríguez Arangoity, fue nombrado director de las obras de Palacio
Nacional, así pudo entonces favorecer a algunos de sus compañeros de la Academia. Llamando a colaborar
con él, y no como empleados del gobierno, a Eleuterio Méndez, Antonio Torres Torija, Eduardo Davis,
Vicente Landín, Ricardo Iriarte y otros.
Maximiliano personalmente también lo comisionó a elaborar un proyecto para el monumento de la
Independencia. Proyecto que fue aprobado y depositado en el ministerio de Fomento, y que por los aprietos
económicos del Imperio no logró concretarse. El modelo que existía fue destruido, como consecuencia del
siniestro que sufrió la antigua Cámara de Diputados al interior del Palacio Nacional.739
En septiembre 25 de 1865, Maximiliano igualmente instruyó a Rodríguez, para levantar un plano de
las principales calles de la ciudad, por lo que el mismo emperador, le indicó que para los trabajos
topográficos, podrían cooperar los alumnos de la Academia que nombrase José Urbano Fonseca, para que
trabajaran en las horas que tuvieran libres y que dichas labores les sirvieran de práctica.
En octubre de 1865, asimismo Rodríguez Arangoity, proyectó un Museo Chino en el castillo de
Chapultepec. Obra que por sus exquisitos y exóticos diseños, revela que Rodríguez no sólo dominaba el
estilo arquitectónico clásico, sino que además poseía una fecunda imaginación, demostrando que podría
competir sin dificultad alguna, con cualquier arquitecto del mundo.
A fines de 1865, Maximiliano ratificó el cierre de la Universidad Nacional, escuela que era
considerada por muchos un bastión bastante importante de la corriente política conservadora. Con dicha
ratificación y pensando Maximiliano en lo importante que era salvar los objetos que ésta poseía y la
necesidad de fundar un Museo público de Historia Natural, Arqueología e Historia, previno que se llevaran
libros y objetos curiosos que existieran en la extinta Universidad, al Palacio Nacional. Para ello se comisionó
a Ramón Rodríguez Arangoity el recibir y trasladar dichos objetos. Existían en la Universidad, curiosas
colecciones zoológicas, geológicas, artísticas, libros, manuscritos, planos antiguos y objetos raros, de los

737 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 130.


738 Ídem.
739 Ídem, foja 131.

193
cuales no había inventario, índice o clasificación alguna. Respecto a la biblioteca y muebles, ésta y aquellos
estaban ordenados en cuanto era posible. Pero aún con todo, había regados en diferentes piezas de la
Universidad cerca de 80 000 volúmenes hacinados sin orden, índice ni clasificación.740

Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto para Museo Chino en Chapultepec (1865).

Las múltiples ocupaciones que Rodríguez Arangoity tuvo que desempeñar durante el Segundo
Imperio, le impidieron mucho más que cualquier otro profesor de la Academia, llevar a buen fin sus cátedras
en el establecimiento, sus faltas eran continuas, el director se quejaba de que no se pusiera por parte del
gobierno coto a estas inasistencias, que iban en detrimento de los pupilos del plantel. Rodríguez se
disculpaba repetidas veces, ya por tener que realizar ―reconocimientos‖ por orden del emperador, ya por
tener que tratar ―asuntos importantes con Su Majestad‖, o incluso por encontrarse unas veces enfermo su
padre o él mismo.741
Ramón Rodríguez Arangoity, también formó parte del mencionado ―consejo artístico‖ que formó
Maximiliano.
El arquitecto Antonio Torres Torija, significó igualmente parte fundamental de los arquitectos que
trabajaron para el Imperio.
Torres Torija, ingresó a la Academia, a mediados de la década de los cincuenta del siglo XIX. Su
honradez y conocimientos le ganaron la simpatía de sus contemporáneos. Compuso en ocasiones, como le
dijimos, algunas sentidas poesías a la Academia de San Carlos. El 4 de septiembre de 1857, Javier Cavallari
escribió a la Junta Directiva de la Academia, recomendando a este joven para que se le otorgara una pensión
vacante en arquitectura,742 la cual le fue concedida, comenzando a gozarla a partir del primer día de marzo de
1858.743 El 24 de diciembre de 1861, obtuvo su título profesional744 y en marzo 18 del año siguiente, el
ministro de Justicia e Instrucción Pública, don Jesús Terán, nombró a Antonio Torres como profesor
sustituto de la Clase de Artesanos, en ausencia del profesor Miguel Velásquez.745
El director Urbano Fonseca, escribía el 13 de diciembre de 1864 al gobierno del Imperio, diciéndole
que creía de absoluta justicia aumentar el sueldo de Torres Torija de 500 a 1000 pesos anuales, teniendo en
consideración que la clase que daba, podía reputarse no como siempre curso de una materia, sino como
varias cátedras, supuesto que tenía a su cargo la enseñanza del dibujo de ornato y lineal y los tres años de
estudio que constituían la profesión de maestros de obras, y que desempeñaba todo esto por una retribución

740 A.G.N., Segundo Imperio, caja 38, exp. 6, foja 13 a 15. Además, exp. 12 y 13, fojas 1 y 8.
741 A.A.S.C., exps. 6446, 6735, 6736 y 6741.
742 A.A.S.C., exp. 5680.
743 A.A.S.C., exp. 6246.
744 A.A.S.C., exp. 6580.
745 A.A.S.C., exp. 6091.

194
muy mezquina por lo que instaba fuera aceptada su propuesta para una mayor equidad y proporción con los
sueldos que disfrutaban los demás profesores de la Academia.746
La Clase de Artesanos fue cabalmente desempeñada por Torres Torija, y gracias al nuevo impulso que
se sintió en la Academia, durante el Segundo Imperio, esta clase multiplicó ampliamente sus pupilos. Ante
tal situación, Maximiliano emitió el siguiente decreto:
―Ministerio de Fomento—Supuesto el crecido número de alumnos que han tenido las clases que
abraza la cátedra que da el maestro de artesanos de la academia de nobles artes de San Carlos, D. Antonio
Torres Torija, le concedemos el sueldo anual de mil pesos, en lugar de piel de quinientos que antes
disfrutaba.
Dado en el Palacio de México, a 18 de febrero de 1865 (firmado) Maximiliano—Al ministros de
fomento.
Por mandato de S.M.I. en ausencia del Exmo. Sr. ministro de fomento— (firmado) Manuel
Orozco.‖747
Sin embargo, el asunto y la protección a la Clase de Artesanos no terminó aquí, el diario La Sociedad,
publicó unos días después del mencionado decreto, un artículo que les remitió el famoso sabio mexicano
don Manuel Orozco y Berra, que por los términos en que está redactado es un fiel retrato de las esperanzas
fraguadas (no sólo en los académicos, sino en buena parte de la sociedad) en la protección de Maximiliano a
las bellas artes:
―Ministerio de Fomento. México, febrero 28 de 1865.
Número 295. El director de la Academia de Nobles Artes de San Carlos hace presente en el adjunto
oficio, que la protección dispensada por V.M. a este establecimiento, y el porvenir que esta misma
protección inspira a las clases artísticas, han hecho afluir en el presente año tan grande número de alumnos
como jamás lo hubo en años anteriores, puesto que hoy es cuádruplo del que había en el año pasado.
Ese número de alumnos ha aumentado especialmente en las clases nocturnas, y la más numerosa es
la de los artesanos, que cuenta ciento sesenta personas inscritas en ella, porque componiéndose de la clase
menesterosa, ocupa el día en proporcionarse la subsistencia, y por la noche trabajan en perfeccionarse y
adquirir nuevos conocimientos, dando así un ejemplo de moralidad, y correspondiendo de esta manera a la
solicita y paternal protección que V.M. le ha dispensado al facilitarle el modo de mejorar de posición, con lo
cual conseguirán hacerse útiles a al patria.
Este significativo acrecimiento de los alumnos, a los cuales no podía despedirse después de haberse
invitado, trajo forzosamente el aumento de gasto de alumbrado en las referidas clases; gasto indispensable
por ser para el primero y principal de los elementos con que se debe contar para el trabajo, que es la luz. Así
es que el director, obligado por estas circunstancias, no vaciló en comprar las lámparas necesarias, y
cohonestado la economía con la necesidad, mandó también a componer todos los aparatos de gas, incluso el
gasómetro de que en otro tiempo se servía la Academia y que yacían abandonados, siendo en tal estado en
capital improductivo. En ambos objetos sólo ha invertido la cantidad de 586 pesos 62cs.
Recomendable es, por cierto, el empeñoso celo del director; y con personas de su clase debe V.M.
prometerse que un día no muy lejano, llegará este imperio al alto destino a que esta llamado; y yo me
congratulo en coadyuvar a los patrióticos designios del director, sometiendo a la aprobación de V.M. el
respectivo acuerdo, para fructuoso y reducido gasto de que se trata.
————————————
Aprobamos el nuevo gasto de quinientos ochenta y seis pesos y dos centavos invertidos en la
compra de lámparas, y los cuatrocientos pesos restantes destinados a la compostura del gasómetro y demás
útiles del alumbrado de dicha Academia.
Dado en el Palacio de México, a 2 de marzo de 1865.
Maximiliano.
Al Ministro de Fomento.-Por Mandato de S.M.I., en ausencia del Exmo. Sr. Ministro, el
subsecretario de Fomento, Manuel Orozco y Berra.

746 A.A.S.C., exp. 6621, foja 5.


747 ―Clases en la Academia‖, en El Pájaro Verde, jueves 23 de febrero de 1865 núm. 44, pág. 2.
195
Es copia. México, marzo 4 de 1865.- El subsecretario de Fomento. (firmado) Manuel Orozco.‖748
Queda claro entonces que durante el Imperio, la cantidad de alumnos aumentó significativamente,
gracias (a decir de Orozco y Berra) a la inspiración que les daba el porvenir que vislumbraba en la Academia,
debido a la protección de Maximiliano a las bellas artes. Sorprende saber, que la cantidad de alumnos en
1865, se había cuadruplicado con respecto al año anterior, y que gran parte de ese aumento se dio en la clase
de Antonio Torres Torija, siendo hombres pobres los que hicieron aumentar notablemente el número de
pupilos de la Academia.

Antonio Torres Torija.

Fue tal el aumento de alumnos en la clase nocturna de artesanos, que se les tuvo que asignar a Torres
Torija un ayudante. Para tal cargo se nombró al alumno Ángel Anguiano, como auxiliar en la clase del
profesor Torres, el 7 de abril de 1866.749
Maximiliano y el Imperio, significaron para muchos un símbolo de regeneración del país, el
entusiasmo orilló a muchos a pretender una superación personal, por ello la Academia recibió tal cantidad
de alumnos ―como jamás lo hubo en años anteriores‖.
Mas este no fue un fenómeno exclusivo de la Academia. Todos los colegios nacionales
experimentaron situaciones similares en el aumento formal del número de alumnos. Incluso, hubo gran
cantidad de peticiones de otras personas deseosas de ser admitidas, a los estudios de tal o cual clase, sin
haber hecho los cursos anteriores, a lo que Maximiliano opinó que acceder a esas solicitudes no contrariaba
el espíritu ni la letra de la ley sobre Instrucción pública, y que, antes bien con ello se facilitaba la difusión de
los conocimientos científicos en la masa de la población. Así pues, resolvió que se admitiese a todo
individuo que así lo quisiera, a cualquier clase, para que se perfeccionase en el estudio privado de alguna
ciencia o arte, pero bajo el concepto claro, de que esos estudios voluntarios no tendrían ninguna validez
académica, ni les autorizaría a solicitar certificado alguno ni les habilitaría a ejercer facultad o profesión
alguna.750
Con determinaciones de este tipo, el Imperio de Maximiliano se revela a nuestros ojos, según
sentimos muy particularmente, como el gobierno más ilustrado que ha poseído México en su triste historia
educativa. Pues hoy ni de chiste, la sociedad en general, siente arrebato alguno que le inspire lo que le inspiró
por breve lapso el Imperio de Maximiliano.
Pero no nos desviemos de nuestro tema, y dejemos que cada quien piense acerca de lo anterior lo
que quiera, pues podría ser que quien escribe estas líneas las emitiese más como una mera simpatía a la
figura histórica de Maximiliano, que como una reflexión profunda basada en un estudio histórico de la
educación pública en México.

748 ―Ministerio de Fomento‖, en La Sociedad, miércoles 8 de marzo de 1865, núm. 625, pág. 1.
749 A. A. S.C., exp. 6495.
750 ―Solicitudes‖, en El Mexicano, domingo 25 de marzo de 1866, núm. 23, pág. 183.

196
Estábamos con Antonio Torres Torija. Este arquitecto laboró con el ―Ingeniero Director‖ don
Ramón Rodríguez Arangoity en las obras del Palacio Nacional, con el puesto de ―Ingeniero Inspector‖,
trabajando en la dirección de lo correspondiente al Museo Nacional, que instituyó en aquel lugar el
emperador Maximiliano.751

Anónimo, Monumento al general Manuel Robles Pezuela (1863).


Acuarela mandada formar por Manuel María Rivadeneyra.
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Puebla, varilla 2, 1595.

Otro proyecto artístico en que participó Torres Torija durante el Segundo Imperio, fue en relación
con un monumento conmemorativo que se quiso erigir en honor del general conservador don Manuel
Robles Pezuela (hermano del ministro de Maximiliano, don Luis Robles Pezuela). El diario liberal La
Orquesta emitió la siguiente nota:
―Se nos asegura que al pasar el emperador por San Andrés Chalchicomula, hizo que se le enseñase el
lugar donde había sido fusilado Robles Pezuela, y que ha mandado erigir allí un monumento en mármol en
memoria de este señor.‖752
Este proyecto, como muchos otros en el Imperio, fue producto de otro anterior. En octubre de
1863, ya establecida la Regencia del Imperio. El diario francés publicado en la Ciudad de México llamado
L´Estafette, publicó un artículo donde se refiere a quien tuvo la idea original sobre el monumento y que
artista sería el que construiría la estatua conmemorativa. L´Estafette decía:
―La Sociedad reprodujo recientemente un artículo del Boletín Oficial de Puebla en el que anuncia que el
señor Manuel Rivadeneyra, prefecto de Chalchicomula, ha propuesto celebrar en esta ciudad una ceremonia
expiatoria en honor del general Robles y de erigir un mausoleo en su memoria. Nosotros nos unimos de
todo corazón al proyecto del señor Rivadeneyra.‖753

751 Sobre este aspecto se encontró en el Archivo General de la Nación el siguiente y curioso documento:
―Palacio de México a 9 de marzo de 1866.
Sr. Sub Srio. de Ynst. Pub. Y Cultos.
Antes de su salida del Ministerio el Sr. Artigas tuvo a bien encomendar al arquitecto Torres la dirección de los trabajos necesarios
para adecuar las piezas destinadas al museo nacional, a su objeto.
El Sr. Torres ha venido a manifestarme que tenía muy buena disposición para concluir aquellos trabajos; pero necesita que se le
proporcionen los fondos necesarios, y cómo me consta que una suma de ocho mil pesos ha sido depositada con este fin en ese
Ministerio he dicho al Sr. Torres que se dirija a V.S.
Ofrezco a V.S. las seguridades de mi consideración y particular aprecio.
El Sub Srio del Emperador‖. A.G. N., Segundo Imperio, caja 49, exp. 45, foja 6.
752 ―Un Monumento‖, en La Orquesta, miércoles 10 de mayo de 1865, núm, 46, página 2.
753 ―Le Monument du General Robles‖, en L´Estafette, lunes 19 de octubre de 1863, núm. 92, pág. 367. La traducción de

L´Estafette y L´Ere Nouvelle, fue hecha libremente por el autor de estos apuntes.
197
El artículo continúa dando algunas sugerencias para el mejor fin del mencionado proyecto,
concluyendo al afirmar que la ejecución del busto del general sería confiada al escultor Antonio Piatti.
El hecho fue que Maximiliano, tomó aquel proyecto como suyo y comenzó a tratar de allanar las
dificultades con que se habían topado los poblanos. Nuevamente Manuel Orozco y Berra tuvo que poner
manos a la obra. El 19 de junio de 1865 escribió a José Urbano Fonseca pidiéndole nombrar un arquitecto
que a su juicio tuviera el mejor gusto sobre esta clase de monumentos, para que se presentará con él, y
recibir instrucciones para que hiciera el presupuesto necesario. Fonseca contestó proponiendo a Torres
Torija, sus motivos fueron dos: el primero fue que Torres Torija tenía la cualidad del buen gusto y el
segundo, que le eligió por no estar demasiado ocupado para así poder atender la pronta ejecución de la
obra.754
El proyecto finalmente cayó en el olvido por falta de recursos necesarios para su levantamiento.
Eleuterio Méndez fue otro arquitecto que trabajó para Maximiliano. Ingresó a la Academia al
parecer en el año de 1854, recibiendo su título a mediados del año de 1860.

Eleuterio Méndez.

Eleuterio Méndez, Modelo de los tubos han de hacerse para la cañería


que ha de unir el acueducto en el Alcázar de Chapultepec (1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1564.

754 A. A.S.C., exp. 6745.


198
Cuando Javier Cavallari, marchó en 1864 a Europa, lo sustituyó Méndez como profesor de la clase
de Caminos Comunes y de Fierro, que siguió sirviendo en la Academia de San Carlos y luego en la Escuela
Nacional de Ingenieros, de la que llegó a ser director:
En tiempos del Imperio, trabajo con Rodríguez Arangoity con el puesto de ―Ingeniero Inspector
General‖o ―Ingeniero Sub-Director‖ en las obras de Palacio Nacional, pero más particularmente en las
obras del Castillo de Chapultepec.

Eleuterio Méndez, Modelos para las columnas de la escalera de servicio de Chapultepec (1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1564.

El 24 de abril de 1865, se le dieron a Eleuterio Méndez, instrucciones para que sus alumnos se
hicieran cargo de los proyectos para el adorno del patio de la Academia755y en noviembre del año siguiente,
se le nombró, junto con José María Rego y Juan Cardona, para que formasen una comisión encargada de
formular el proyecto para el reglamento de exámenes profesionales en la Academia de San Carlos.756

Los hermanos Juan y Ramón Agea.

Por otra parte, los hermanos Juan y Ramón Agea, también fueron distinguidos por Maximiliano.
Fueron hijos del general Juan Agea, estudiaron en el Colegio Militar y marcharon en 1846 como
pensionados de la Academia para dedicarse al estudio de la arquitectura en Roma.

755 A.A.S.C., exp. 6561.


756 A.A.S.C., exp. 6468.
199
Ramón Agea. Trabajó para Maximiliano en la conservación de Palacio Nacional, dirigiendo la
construcción de las magníficas escaleras para los ministerios (conocidas como las escaleras de la emperatriz),
que por la novedad y el atrevimiento en el diseño, impresionaron a propios y extraños. También formó
diversos presupuestos para hacer en el antiguo edificio de la Universidad las reformas indispensables para
establecer en ese lugar el ministerio de Fomento y otras oficinas de su dependencia.757
A este mismo arquitecto, en noviembre 22 de 1866, el ministerio de Justicia e Instrucción Pública le
concedió una licencia por un año, para separarse de sus cátedras de Construcción, Arquitectura y Copia de
Monumentos, para que pudiera viajar a Europa, en donde pensaba perfeccionar sus conocimientos visitando la
exposición de París de 1867, y que comenzaría a correr cuando lo avisará el interesado. Disponiéndose que
lo sustituyera en su cargo, en calidad de interino, el profesor Juan Agea.
Meses después, Ramón Agea, entregó al director de la Academia una carta fechada el 31 de enero de
1867, diciendo que empezaría a hacer uso de la licencia el 5 de febrero de 1867.758Ramón marchó a Europa,
dejando a cargo a su hermano, teniendo así la dicha al menos de no estar en México, durante los terribles
meses del sitio, que acechaban ya a la capital del país.
Juan Agea, durante el Imperio, fue inspector de caminos y puentes, fue nombrado por el ministro
Luis Robles, jefe de la comisión, encargado de estudiar el trazo de un camino de fierro de Querétaro a
Guanajuato, y cuyos trabajos no tuvieron ningún resultado.759Durante la Regencia también fue nombrado
director de los caminos de México a Cuernavaca y Toluca, con un sueldo de dos mil pesos anuales.760
Cuando se concluyó el trazo de la calzada que se conoció como Paseo Imperial los hermanos Agea,
fueron contratados para su construcción.
Murieron de edad avanzada, más de setenta y cinco años, estimados por la sociedad y dejando
algunos intereses, fruto de una vida de labor y economía.761Fueron sepultados juntos en el Panteón del
Tepeyac, donde comparten la misma modesta tumba, que puede apreciarse fácilmente, pues se halla en los
primeros sitios de aquel lugar.
Otros arquitectos de la Academia, que tuvieron importante actividad durante el Imperio de
Maximiliano fueron: Ricardo Orozco, Manuel Francisco Álvarez, Mariano Téllez Pizarro y Eduardo
Davis Jácome.
El primero de ellos, laboró en el ministerio de Fomento como ―Ingeniero tercero Provisional‖762, en
la exposición de 1865, presentó un notable Modelo de Corte de Piedra Pómez, de más de un metro de altura
y que estaba terminado por la estatua de San Carlos Borromeo, copia de la de Vilar. Este modelo, que existía
en la Academia por un descuido fue hecho pedazos, no existiendo ahora más recuerdo que una fotografía.763
Además, durante el Imperio, Ricardo Orozco logró concluir con muchos sacrificios una obra sobre
Estereotomía, con objeto de dejar en la Academia un modelo con los más difíciles cortes de piedra. Por lo
que solicitó se le indemnizaran sus gastos, que dijo ascendían a 860 pesos. A motivo de esto se pidió a
Vicente Heredia y a Antonio Piatti, que evaluaran la obra de Orozco, exponiendo que con toda seguridad,
no existía un estudio similar en todo el país. El ministerio de Fomento, en 1864, le proporcionó 300 pesos y
el ministerio de Instrucción Pública y Cultos, ordenó en 1865, se le indemnizará con una suma de 500
pesos.764

757 A.G.N., Segundo Imperio, caja 36, s/exp., foja 1 v.


758 A.A.S.C., exp. 6469, fojas 1 y 2.
759 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 117.
760 A.G.N., Segundo Imperio, caja 1 exp. 23.
761 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 118.
762 A.G.N., Despachos, vol. III, foja a 321.
763 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 39.
764 A.A.S.C., exp. 6611.

200
Manuel F. Álvarez, Ministerio de Fomento fachada actual de la calle de Meleros y proyecto (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 4, 1466.

Manuel Francisco Álvarez trabajó en el ministerio de Fomento como ingeniero dibujante, trabajando
en el levantamiento del Plano de la Ciudad de México.
Tuvo a su cargo la construcción del Camino de México a Río Frío y trabajó en la primera comisión
del Desagüe del Valle de México.
Existe de este arquitecto un proyecto para la fachada del ministerio de Fomento, en la calle de
Meleros (hoy Corregidora), pues ese ministerio se hallaba en aquel costado del Palacio Nacional.
Mariano Téllez Pizarro, trabajó en las obras del Desagüe del Valle de México, junto al ingeniero
Francisco de Garay.
Finalmente, Eduardo Davis, trabajó como auxiliar de Ramón Rodríguez Arangoity en el Palacio
Nacional.
Como se puede apreciar hasta aquí, resulta claro que el patrocinio de las bellas artes, durante el
Imperio de Maximiliano, no fue poco. Los proyectos presentados, son sólo algunas muestras del apoyo que
Maximiliano quiso brindar a los académicos de San Carlos.
Pese a esto, el director, don. Urbano Fonseca, en una comunicación o ―memoria‖ que el 25 de
agosto de 1865 dirigió al ministro de Instrucción Pública y Cultos, entre muchas otras cuestiones relativas a
la Academia, hizo mención de tres faltas capitales en el patrocinio que el archiduque prestó a la Academia de
San Carlos.
La primera de ellas, según Fonseca, consistía en la forma arbitraria de Maximiliano en elegir a los
artistas que trabajarían para esa casa imperial. El hecho de que la Academia, no tuviese potestad en elegir
quién habría de ejecutar las obras encargadas por el emperador, consideraba el director de la Academia,
podría resultar contraproducente para el establecimiento y para las artes mismas en el país. Decía que las
obras que habrían de decorar las mansiones imperiales, debían ser ejecutados por quien tuviese la capacidad
bastante para hacerlas con la mayor perfección, pero sin que esto sirviese de interrupción y demora a los
alumnos en sus carreras, como podría suceder al comisionarlos en obras inferiores al grado de adelanto que
poseían en sus estudios, lo cual los haría retroceder y estacionarse. Dando por resultado un perjuicio en el
orden gradual de dificultades que seguían en sus carreras.
Soñaba Fonseca con que dicho influjo le fuera dado a la Academia y agregaba: ―Sería pues de desear
que S.M.M.(Sus Majestades) o las personas que tengan el encargo de las obras, se dirijan a la Academia en el
concepto de que ésta pondrá en contribución a todos los profesores que sean necesarios para la mejor
realización de cualquier idea, que podrán ejecutar sus artistas, porque si éstos fueren alumnos, el
establecimiento distribuirá el trabajo, de modo que saliendo lo más perfecto posible contribuya a los
adelantos artísticos del que lo ejecuta, y a su fomentó pecuniario y con este método podrán los directores del
establecimiento convertir en medios de progreso para las artes, esas largas retribuciones pecuniarias, que
concede S.M.‖765Sobra decir que dicha autoridad, jamás le fue concedida a la Academia y Maximiliano la
reservó para sí mismo.

765 A.A.S.C., exp. 6437, fojas 19 y 20.


201
La segunda falla en el patrocinio imperial que observaba el directivo de San Carlos, consistía
justamente en las ―largas retribuciones pecuniarias‖, que concedía Maximiliano a los artistas de la Academia.
Temía Fonseca, que el patrocinio casi exclusivo de Maximiliano en las artes, pudiera resultar desfavorable
para otros patrocinadores. Decía textualmente don Urbano Fonseca: ―aunque yo deseo que se ocupen y
recompensen a los artistas, quiero también que no sea sólo la munificencia del Soberano la que pueda pagar
las obras; porque si hoy tenemos la desgracia de que no haya muchos particulares que las soliciten, serán
después muy raros o no habrá ninguno que quiera ni pueda comprarlas si se han acostumbrado los que las
ejecutan hacer pagados tan superabundantemente.‖766
El tercer error, en el patrocinio de Maximiliano, según Fonseca, afectaba directamente el buen
funcionamiento de la Academia como centro de aprendizaje, pues como ya se dijo, hubo algunos profesores
(como Rodríguez Arangoity, Petronilo Monroy y Felipe Sojo) que pretextando estar ocupados en
comisiones del emperador, descuidaban la instrucción de sus alumnos. Por ello, Fonseca volvía a insistir en
que se le concediera a la Academia la autoridad para elegir a los comisionados de las obras imperiales, para
poder así, tener mejor control sobre su personal. Decía: ―las personas ocupadas directamente por S.M. se
hacen inviolables para sus jefes, por temor de que no se falte a las disposiciones del Soberano, y si el
establecimiento fuese el encargado de ellos, él mismo sabría hacer conciliable con su buen servicio la
ejecución de dichas obras.‖767
Estas observaciones del director de la Academia, no tuvieron el eco deseado. Maximiliano siguió
ejerciendo su patrocinio tal y cual lo llevaba: directo, abundante y sobre todo arbitrario y desordenado.
Muy comúnmente un proyecto se sobreponía a otro. Maximiliano, algo habrá notado de todo ello,
por lo que hizo algún intento por dar sentido a aquel caótico enredo que era su patrocinio a las bellas artes.
El archiduque convocó entonces, a un ―consejo artístico‖, para unificar y dar un sentido lógico, a la multitud
de ideas y propuestas decorativas que se crearon alrededor del Segundo Imperio Mexicano. Este consejo
estuvo integrado por los mexicanos Ramón Rodríguez, Felipe Sojo, Miguel Noreña, Santiago Rebull y los
extranjeros Carl Gangolf Kaiser (arquitecto austriaco), Julius Hofman (decorador y dorador en Trieste) y
Grube (jardinero).768
El 24 de junio de 1866, el director del Gran Chambelanato, llamó a los citados artistas, para que se
reunieran dos días después, con objeto de llegar a un acuerdo sobre el estilo arquitectónico y ornamental que
debía emplearse los monumentos públicos, palacios y demás sitios imperiales. Insertamos a continuación un
interesante documento, donde afloran las opiniones de los tres artistas extranjeros y de los cuatro
mexicanos. Son las que siguen:
―El Sr. Kaiser.- Renacimiento Romano con motivos de la arquitectura azteca empleando en la
ornamentación la flora mexicana aplicándolo a todo género de edificios.
El Sr. Hofmann.- Estilo moderno pompeyano aplicándolo a todo género de construcción y la
ornamentación que caracterice la flora y productos del país.
El Sr. Grube.- Renacimiento Romano... estilo del 500 como el de la Villa Albani, Aldobrandini,
muebles y utensilios del renacimiento.
El Sr. Rebull.- Aplicando la flora, frutos y producciones del país a los estilos que correspondan en su
pureza.
El Sr. Sojo.- Adaptando la escultura clásica de la mejor época de Pericles a las costumbres, historia y
producciones minerales y vegetales del país.
El Sr. Noreña.- De acuerdo
El Sr. Rodríguez.- El origen de lo bello y lo útil tuvo su origen en Grecia. Su clima, materiales y
costumbres tienen relación con nuestro país... necesitamos ir a la fuente, el renacimiento italiano pereció por
haberse salido de las leyes de los antiguos... No teniendo modelos donde comparar y estudiar en nuestro
país necesitamos ir a la fuente para aplicar con mucha moderación la flora y los productos del país formando
así al menos un estilo original y reuniendo lo verdadero, lo bello y lo útil.

766 A.A.S.C., exp. 6437, fojas 20 y 21.


767 A.A.S.C., exp. 6437, foja 21.
768 Del último artista citado, ignoramos su nombre de pila.

202
Después de la discusión en la que tomaron parte todos los nombrados y después de haberse
discutido cada uno de los puntos y opiniones convinieron que el estilo general será: construcción moderna
aplicando el estilo griego a los usos, materiales, utilidad y conveniencia de la época y de la flora mexicana.
Acabada el acta firmaron todos.‖769
Como se lee, las opiniones de los extranjeros, difieren de las de los artistas de San Carlos. Las
primeras, parecen algo más modernas, las segundas, son mucho más conservadoras, siguiendo más el
clasicismo griego que predominaba en la Academia. En el resultado del debate, indiscutiblemente se impuso
la opinión de los mexicanos sobre la de los extranjeros.
Imaginar el halagüeño porvenir que tenían las bellas artes en México, bajo el Imperio de
Maximiliano, no deja de causarnos alguna tristeza. Pues el impulso que pudieron haber hallado bajo aquel
desdichado y fatídico gobierno, creemos hubiera podido ser mucho mayor del que obtuvieron de los
posteriores gobiernos republicanos.

4.4. Los premios y las exposiciones durante el Segundo Imperio


Los premios a los alumnos de la Academia y las exposiciones artísticas durante el Segundo Imperio,
fueron, por naturaleza misma de los eventos un estímulo y un escaparate para los académicos de San Carlos.
Durante el Segundo Imperio, se entregaron en tres ocasiones premios a los alumnos de la Academia.
La primera distribución de premios tuvo lugar el domingo 20 de diciembre de 1863, en la cual se
tenía previsto que fuera realizada por el señor regente don José Mariano Salas. En aquel entonces, José
Fernando Ramírez (Presidente de la Junta Directiva de la Academia), comisionó a Urbano Fonseca, a
Joaquín Rosas y a Joaquín Flores, para que en unión invitaran al mencionado regente para el objeto
indicado.770
La distribución se llevó a cabo el día indicado, pero no habiendo concurrido a los premios el señor
Salas, debido a una imprevista indisposición, fueron entregados por el propio Fernando Ramírez. En este
acto, se leyeron los interesantes discursos de Javier Cavallari y Pelegrín Clavé (de los cuales ya hemos hecho
mención), algunas poesías y escogidas piezas de música vocal, ejecutadas a cargo de la señorita Paz Castillo y
don Joaquín Gavica, acompañadas en el fortepiano por el joven maestro Julio Ituarte, tocando este señor
algunas otras piezas llenas de sentimiento y bravura.771
Para el siguiente año (1864), Maximiliano ya se encontraba en México y aprobó personalmente los
gastos para la distribución de premios, el decreto es el que sigue:
―México, octubre 23 de 1864.
En acuerdo del 15 del actual dado en Morelia y recibido hoy en esta Secretaría se ha servido disponer
Su Majestad el Emperador lo siguiente.
―Queda probado el gasto de 638 pesos que debe erogarse en la próxima distribución de premios a
los alumnos de las Academia de Bellas Artes de San Carlos.‖
Lo que tengo el honor de trasladarlo a VS para su inteligencia y fines correspondientes.
El encargado de la Secretaría de Fomento. [Rúbrica] José María Ruiz.
Señor director de la Academia de San Carlos.‖772

769 Esther Acevedo, Testimonios... pág. 738.


770 A.A.S.C., exp. 5788, foja 5.
771 ―Documentos relativos a la distribución de premios echa a los alumnos de la Academia de Nobles Artes de San Carlos el día 20

de diciembre de 1863.‖, en un artículo inserto en la obra de Ida Rodríguez Prampolini, op.cit., tomo II, pág. 97.
Sobre la destacada actuación del señor Julio Ituarte, hallamos el siguiente documento:
―La Academia de Bellas Artes de San Carlos ha dispuesto manifestar a V. su aprecio y gratitud por el servicio que ha prestado al
establecimiento en la función de premios este año, a cuyo lustre contribuyó V. eficazmente con su talento artístico en el forte-
piano.
Al efecto, se servirá V. aceptar por medio de una comisión la medalla de plata que le presentarán a nombre de la Academia.
Acepte V. igualmente las seguridades de mi particular aprecio. México Diciembre 1863 [José Fernando Ramírez].
Sr. D. Julio Ytuarte.‖ A.A.S.C., exp. 5788, foja 6.
772 A.A.S.C., exp. 6571.

203
Inmediatamente, la Academia, proyectó un programa para la ceremonia de entrega de premios, de
manos del propio archiduque de Austria.
El programa básicamente fue el siguiente:
1. Marcha por la orquesta.
2. Lectura de la reseña de los trabajos habidos en el año.
3. Pieza de piano.
4. Pieza de canto.
5. Discurso.
6. Lectura de una composición poética.
7. Otra pieza de canto.
8. Lectura del acta de premios y distribución de éstos.
9. Otra pieza de canto.
10. Otra composición poética.
11. Marcha.
12. Visita de los Emperadores a las galerías, quedándose la concurrencia en sus lugares, entretenida
por algunas otras melodías.
Consecuentemente, Maximiliano, tuvo a bien aprobar el programa de la distribución de premios de
la Academia, mostrando en esta ocasión, uno de esos extraños rasgos que afloraban a menudo en su
personalidad, fruto de su poco efecto a la fastuosidad y algaraza. En aquella ocasión Maximiliano, como
quedó dicho, aprobó el programa de la ceremonia de premios, pero con la única condición que las poesías
que fueran a recitarse en el acto, fueran cortas.773No por ser poco efecto a la poesía (que Maximiliano cultivó
con acierto y verdadero talento), sino como dijimos por su carácter franco, que rehuía por su naturaleza a
los actos que pudieran incurrir en pedantería o afectación.
Independientemente al arreglo del antedicho programa, el director de la Academia tuvo que cuidar el
ajuste de mil y un detalles.774
Además, los profesores Eleuterio Méndez y Juan Cardona, fueron comisionados para el recibimiento
de los convidados. Entre sus encargos estaba el que los alumnos fueran el día de los premios en los trajes
que tuviesen, cualesquiera que fuesen, con la sola condición que fueran aseados y se presentasen a las once
de la mañana. También seleccionaron a unos veinte alumnos, de los más decentemente vestidos, para que
divididos en dos alas, a los costados de la puerta de la Academia, recibieran y colocaran a las señoras en los
lugares que se les tendrían preparados; la instrucción, fue que las personas a quienes se recibiesen, fueran
tratadas con mucha cortesía y delicadeza, y que no hubiera predilección por ninguna mujer, ya fuese por su
belleza o atavíos, o por joven o vieja.
Se tenía también prevista la llegada a la Academia, de una guardia militar. Para dicho punto, se
comisionó el profesor Juan Urruchi para que al momento en que llegara esta, pidiera unos guardias para
subir a la azotea de la Academia y registrar que nadie estuviera en ella, sitio donde apostaría unos centinelas,
para que cuidasen de que permaneciese despejado el lugar y no fuese a haber algún desorden. Urruchi,
igualmente colocó un centinela en cada puerta de las galerías, para que no permitieran la entrada a ellas, sino
sólo a los emperadores y su corte, cuando las estuviesen visitando; en el concepto, de que después de que se
hubiesen retirado los soberanos, podrían permitir la entrada de la demás concurrencia, cuidando que no
fueran a tomar ni perjudicar alguna obra de las expuestas en los salones de la Academia.
Se le pidió igualmente a Urruchi, que cuidara especialmente que la música militar, con la que tendría
que ponerse de acuerdo anticipadamente, tocase a las once y media una pieza para el entretenimiento de la

773A.A.S.C., exp. 6571.


774La organización de cada uno de los pormenores necesarios para la ceremonia de premiación no fue sencilla. En el archivo de la
Academia, existe una lista de objetos que se necesitaban para el adorno que debía ponerse en la ceremonia. Los objetos eran: 1)
Una vela suficiente a cubrir el patio con su respectiva jarcia, 2) El trono, dosel y cortinas rosadas de damasco que hubiere, 3) Seis
docenas de banderas tricolores, 4) Dos docenas de gallardetes, 5) Las bandillas suficientes, 6) La gotina que estaba colocada en el
zócalo, 7) El lienzo que cubría el rededor del mismo, 8) Una docena de columnas, 9) La tribuna, 10) Las alfombras que hubiere,
11) Cuatro grandes pedestales para trofeos artísticos, 12) Las sillas y bancas suficientes a llenar el patio. [tachado], 13) Seis docenas
de coronas de hojas de naranja. [tachado] y 14) La banderilla que tenía el zócalo.‖ A.A.S.C., exp. 6571.
204
concurrencia que estuviese llegando y otra pieza al descubrirse en la calle de la Academia el coche de los
emperadores, durando dicha melodía hasta el momento en que diesen los emperadores el último paso fuera
del vestíbulo y comenzaran a entrar en el patio de la Academia.
La importancia que adquirió este evento, no fue poca, razón por la cual, Urbano Fonseca tuvo que
formar otras comisiones para que distribuyeran los convites necesarios. Se formaron comitivas para invitar:
a todos los ministros de Estado, a Manuel Orozco y Berra, al arzobispo de México, a los miembros de la
Comisión Científica, a los jefes principales del ejército francés, a los ministros extranjeros y consulares, a los
profesores de los demás establecimientos de instrucción pública (muy especialmente a los de medicina), al
deán y cabildo de la Catedral Metropolitana, a los miembros de la Sociedad de Geografía, a los de la
Suprema Corte de Justicia, a los jueces de letras de lo civil y criminal, a los de Ayuntamiento, a los miembros
del antigua Junta de Gobierno de la Academia, a los profesores jubilados (Delgado y Mata) y a los parientes
del finado Bernardo Couto. A las personas invitadas, les fueron repartidos varios convites en blanco, cuyos
atados podrían ir desde tres a cuarenta invitaciones.775
El acontecimiento, fue de tan gran magnitud, que la prensa no podía pasarlo inadvertido, el rotativo
El Cronista de México, decía:
―El domingo [4 de diciembre] a las doce del día, tendrá lugar la solemne distribución de premios que
se dignarán hacer SS.MM II entre los alumnos que los han merecido en el presente año.
El acto se verificará en la misma Academia, y será uno de los más brillantes, puesto que lo van a
honrar las augustas personas que ocupan el trono.
Cuando los soberanos se dignan concurrir a esos sitios para presenciar los adelantos de la juventud,
ésta se aplica asiduamente al estudio; los directores se esmeran en darles la más sólida instrucción, y los
pueblos prosperan.
¡Dios conserve la vida de nuestro amado soberano y su virtuosa esposa, para que la nación llegué a
ser lo que ellos se han propuesto que sea, grande, instruida y feliz!‖776
Y dicho y hecho, todo salió como lo programaron los académicos de San Carlos.
La guardia y la orquesta militar, llegaron anticipadamente a la Academia, los primeros fueron
colocados en sus puntos y los segundos se instalaron en el vestíbulo de la Academia. En punto de las once y
media comenzaron a tocar una pieza, para entretenimiento de la concurrencia. Cuando el carruaje de los
emperadores comenzó a tomar la calle de la Academia, se tocó la segunda pieza, hasta que aquéllos bajaron
del coche y entraron al vestíbulo del edificio (a las doce en punto), en cuyo acto, la orquesta entró en
silencio. Entonces se tocó una marcha desde que los soberanos entraron al patio y hasta que quedaron
situados en los asientos que se les tenían reservados.
Inmediatamente el secretario de la Academia, José María Flores Verdad, leyó una sucinta relación del
estado de los trabajos del año. Enseguida el joven pianista Julio Ituarte ejecutó, a manera de introducción,
una composición de Thalberg, dando paso a la señorita Joaquina González, quien cantó un aria de María de
Rohan. Siguió (según el programa) un discurso de Joaquín de Mier y Terán, una exquisita poesía de Antonio
Torres Torija, una pieza a dúo de María de Padilla, ejecutada por las señoritas Joaquina y Felicitas González,
la lectura de Flores Verdad del acta de distribución de premios, siendo entregados los diplomas por el
emperador y las medallas por el ministro de Fomento.
De nueva cuenta se interpretó otra pieza de canto por las hermanas González y para finalizar la
ceremonia, se leyó una composición poética del joven Ricardo Ituarte. Terminando la ceremonia de
distribución ya cerca de las dos de la tarde.
Cabe destacar que ni las señoritas González ni los hermanos Ituarte, eran artistas de profesión, y tan
sólo prestaron aquel servicio en obsequio, por amor a las bellas artes, por estímulo a la juventud y por
adhesión a los emperadores.

775
Los convites o invitaciones, tuvieron el siguiente texto:
―El Director y los Profesores de la Academia Imperial de Bellas Artes de San Carlos suplican a V. se sirva concurrir a la solemne
distribución de premios que se dignarán hacer SS.MM. entre los alumnos que los han merecido en el presente año. El acto se
verificará en la misma Academia el cuatro del actual a las doce del día.
México, Diciembre de 1864.‖
776 ―Academia Imperial de Bellas Artes‖, en El Cronista de México, sábado 3 de diciembre de 1864, núm. 188, pág. 3.

205
Finalmente Maximiliano y Carlota, visitaron los salones artísticos de la Academia.
Para que nuestros lectores, tengan una imagen más clara del aspecto que tuvo la Academia en aquella
ocasión, se nos permitirá agregar algunos otros detalles.
La Academia había sido alfombrada y adornada para el evento de manera conveniente. El patio fue
cubierto por un toldo en el que lucían los colores del pabellón nacional y los emperadores tomaron asiento
en su trono, bajo un dosel, levantando enfrente a la entrada y puesto ex profeso para ellos. A los lados del
dosel, se colocaron unos retratos de cuerpo entero de Carlos III y Carlos IV.
En las paredes del patio, se apreciaban hermosas obras de pintura y en cada columna de los arcos
había estatuas. Encima de los arcos se instalaron, circundados de coronas verdes los nombres de los más
famosos artistas mexicanos y de otros personajes que se habían distinguido por haber sido serios protectores
del establecimiento.
Cuando llegaron los emperadores, fueron saludados con estrepitosas aclamaciones por la
numerosísima concurrencia que se había dado cita.
Se dice, que durante la ceremonia, las hermanas González, cautivaron la atención del público por su
juego de garganta, su estilo puro y dulce y limpia voz. Además, fueron ovacionadas con entusiastas aplausos,
dando el ejemplo los emperadores.
La poesía de Torres Torija, se distinguió por su soberbia belleza, como ya habíamos dicho en otra
parte, se trata de una elegía sobre los esfuerzos de la juventud, un himno a la vida sobrellevada de los
alumnos de la Academia, una alabanza a los desengaños, a las ilusiones rotas, a las flores que palidecen ante
la empeñosa luz de la ambición y el estudio. Es un poema vehemente, en el que Torres Torija hace uso de
grandes libertades literarias dando por resultado una poesía vigorosa. Consciente de que lo escucharían los
emperadores, se sintió inspirado y con alto garbo expuso su orgullosa y plañidera lamentación poética. Por
otra parte, la oda de Ricardo Ituarte destacó por su correcta y elegante sencillez, además de haber sido
recitada con arrogante y gallarda entonación.
El ministro de Fomento, Luis Robles, entregó en manos de los alumnos, las correspondientes
medallas y enseguida Maximiliano les daba un diploma. Se menciona que el archiduque dirigió a cada uno de
los premiados algunas frases congratulatorias, animándolos a proseguir con la misma aplicación en sus
carreras.
Visitaron los emperadores, las salas de grabado, pintura y escultura, y al retirarse del edificio, fueron
victoreados por la concurrencia con numerosos vivas.777
Tres días después del evento, el señor Urbano Fonseca escribía una significativa comunicación al
ministro Robles. Dicha carta, trasluce la tremenda emoción por la que pasaron los miembros de la Academia
de San Carlos; al ser testigos de que un descendiente de Carlos V, hermano del emperador de Austria-
Hungría, archiduque de Austria, consorte de la hija del rey de los belgas e ilustre príncipe europeo
reconocido por todo el mundo como un gran amante de las artes; se hubiese tomado la molestia de entregar
de manos propias, un reconocimiento a los eternamente humildes y esforzados alumnos de la Academia de
San Carlos de México. La misiva es la siguiente:
―México, diciembre 7 de 1864.
Altamente reconocida la Academia a la bondad con que SSMM se han dignado distinguirla,
concurriendo a sus premios, alentando el trabajo con palabras dirigidas a sus alumnos a quienes honró
invitándolos a su mesa, y concediéndoles gracias, como la pensión en la clase la de arquitectura, otorgada al
aplicadísimo joven D. Juan Anza; la prórroga de la pensión por dos años al aventajado alumno del paisaje D.
Luis Coto, y el nombramiento de D. Santiago Rebull para profesor de la clase de dibujo natural; con que
SSMM han dado una muestra de amor a las bellas artes y de la protección que dispensan a este
establecimiento, tengo la honra de dirigir a V.E. esta comunicación con el fin de que siendo interprete de los
sentimientos de gratitud que abrigan todos los individuos que pertenecen a este establecimiento, se sirva

777―Academia de Bellas Artes‖, ―Academia de San Carlos‖, ―Bellas Artes‖ y ―Premios de la Academia‖, en La Sociedad, El Cronista
de México y La Razón de México, lunes 5 de diciembre de 1864, martes 6 de diciembre de 1864 y martes 6 de diciembre de 1864,
núms. 533, 190 y 44, págs. 2, 3, 1 y 3.
206
elevarlo al conocimiento de SSMM, dándoles las más rendidas gracias por todas bondades, admitiendo V.E.
las protestas de mi particular consideración. El director general de la Academia, J. Urbano Fonseca.
Excmo. Sr. D. Luis Robles, ministro de Fomento, etc., etc., etc.‖778
Al año siguiente (1865), no hubo distribución de premios, pero en septiembre de aquel año,
Maximiliano dispuso algunas prevenciones que había que observarse en las futuras distribuciones de
premios. Dispuso que los premios se entregarían en el Salón Iturbide de Palacio Nacional, y que a ellos,
además de los alumnos más destacados de la Academia, también concurrirían a recibir sus preseas los de San
Ildefonso, Minas, San Juan de Letrán, Medicina, Agricultura y Especial de Comercio.
Los premios se dividieron en extraordinarios y ordinarios, los primeros consistían en tres medallas
por colegio (una de oro, otra de plata y la tercera de bronce), además, la Academia gozaría del privilegio de
tener tres premios extraordinarios adicionales, que consistían en tres medallas de plata.
El emperador haría personalmente la entrega de los premios extraordinarios, ayudado por el ministro
de Estado y el de la Casa Imperial.
Maximiliano, como dijimos, era poco afecto al bullicio, por lo que dispuso que en dicha solemnidad
no hubiera música, ni canto, ni nada que desdijera el carácter serio y grave de una función de aquel género.
Seguramente había escarmentado de las funciones a que se sometió en las entregas de premios de todos los
colegios nacionales, incluyendo la de la Academia.
Los premios ordinarios, consistían en libros didácticos, y su distribución se haría en el propio
establecimiento escolar, por el ministro de Instrucción Pública y Cultos, y la cual sería una solemnidad
puramente académica, pudiendo sólo asistir, directores, profesores, alumnos y padres o tutores. 779
Se dispuso en aquella ocasión, que los premios serían entregados el segundo domingo del mes de
noviembre. No obstante, fue hasta abril de 1866 cuando se realizó la siguiente distribución de premios
(tercera ocasión para los alumnos de la Academia durante el Imperio).
El cambio de fecha, al parecer fue algo improvisado, de última hora. Un día antes de la distribución
de premios extraordinarios, el secretario de la Academia, colocó en la entrada de la Academia un ―Aviso‖ en
el que se pedía a los alumnos presentarse al día siguiente, lo más aseados posible, procurando llevar traje
negro y corbata; igualmente hizo correr una ―Circular urgente‖ entre los catedráticos, donde se les pedía se
reuniesen al día siguiente a las diez y media, para dirigirse en cuerpo al Palacio Nacional.780
La distribución fue hecha el 10 de abril de 1866 (segundo aniversario de la aceptación al trono de
México por Maximiliano), la ceremonia fue presidida por el emperador y por el ministro don Pedro
Escudero y Echánove. Ambos, en aquella ocasión, pronunciaron sendos discursos, donde predicaron la
gloriosa entrada de una ―nueva generación‖ y la salida de la ―vieja generación‖. En aquel acto, el archiduque
pronunció la siguiente alocución:
―Alumnos de nuestra escuelas nacionales:
Me es muy satisfactorio el verme rodeado de vosotros que representáis la flor de la juventud
mexicana, de esa juventud que formará la nueva generación y con ésta el porvenir de nuestra patria.
He elegido un día de bello recuerdo para Mí, para ejercer, premiándoos, uno de los dulces y gratos
derechos de la Soberanía.
Adelantad en los caminos que habéis escogido, con celo y persistencia, confiando en que el
Gobierno velará por vosotros, pues proteger las ciencias y las artes es uno de los sagrados deberes para el
Jefe de la nación.
Los nuevos reglamentos que en gran parte ya os He dado y que se ampliarán pronto, cambiaron
mucho de los antiguos principios, y por esto fueron poco comprendidos por muchos; pero están en los
principios más adelantados; y si vuestros profesores y vosotros cumplís con ellos, cosecharéis pronto los
frutos.
Señor Ministro: presentadme ahora los acreedores a una distinción especial.‖781

778 ―Academia de San Carlos‖, en El Cronista de México, lunes 19 de diciembre de 1864, núm. 201, pág. 32.
779 ―Ministerio de Instrucción Pública y Cultos‖, en El Cronista de México, lunes 2 de octubre de 1865, núm. 233, pág. 2.
780 A.A.S.C., exp. 6532, documentos 83 y 93.
781 ―Distribución de premios‖, en El Mexicano, jueves 12 de abril de 1866, núm. 28, pág. 224.

207
A lo que el señor Escudero y Echánove contestó:
―SEÑOR: SEÑORA:
La instrucción pública y la juventud son los dos elementos poderosos con que VV.MM. cuentan en
su ilustrado Gobierno para llevar a cabo la grandiosa empresa que han acometido, de regenerar una
sociedad. Por eso han procurado con solícito empeño estimular y fomentar por todos medios el estudio de
las ciencias y de las artes: por eso estamos hoy aquí reunidos, tocando a mí la honra de presentar a VV.MM.
los alumnos de los Colegios y Academia de Bellas Artes de esta Capital, que más han sobresalido en el
último año por su aprovechamiento, para recibir la medalla de honor con que habéis tenido a bien premiar
su aplicación y sus adelantos.
Nosotros, los hombres de la generación que acaba, nutridos en las discordias civiles de medio siglos
y debilitados por el escepticismo y la desconfianza, triste resultado de cincuenta años de revoluciones, somos
instrumentos gastados ya, para llevar a su término la grande obra que habéis emprendido; pero se levanta
otra generación llena de fe y vida, y animada de los generosos sentimientos y de las nobles aspiraciones que
alientan los corazones jóvenes. Los representantes más distinguidos de esa nueva generación se encuentran
reunidos en este salón, a la vista de VV.MM. Ellos, ilustrados por las ciencias, fortificados por los principios
de libertad y de la democracia en que está apoyado el Imperio, y moralizados por la religión son los dignos
colaboradores de esa grande obra: ellos sabrán consolidarla; y reconocidos, pagarán la deuda de gratitud
contraída por sus padres y por ellos mismos, colmando de bendiciones a los protectores de su educación, a
los fundadores del bienestar y prosperidad de su patria.‖782
Las anteriores palabras, fueron las mismas que escucharon los alumnos premiados de la Academia,
cuando junto con otros colegios fueron premiados por el archiduque Maximiliano, en el Salón Iturbide de
Palacio Nacional. Después de éste, no hubo más premios para los académicos de San Carlos; el Imperio ya
no navegaba por las risueñas aguas de diciembre de 1864, una tormenta política se avecinaba, y sus nubes al
poco tiempo obscurecían al porvenir del Imperio y de la Academia de San Carlos.
Pero bien, pasemos ahora al tema de las exposiciones artísticas durante el Segundo Imperio y su
relación con la Academia de San Carlos.
Además de la exposición de finales de 1865, la Academia de San Carlos, también participó en las
exposiciones de la Sociedad de Bellas Artes de Guadalajara.
Ya habíamos mencionado la existencia de esta Sociedad. En 1857, varios jóvenes se reunieron en
Guadalajara con el objeto de formar una Sociedad de Bellas Artes, donde pudiera estudiarse pintura,
escultura y grabado, a cuyo frente se hallaba el grabador de la Casa de Moneda de aquella ciudad, don
Albino del Moral y el pintor Felipe Castro, ambos ex-alumnos de la Academia de San Carlos de México. Sin
medios para llevar a cabo su empresa y debido sólo a sus constantes y activos esfuerzos, lograron establecer
la Sociedad, limitándose por entonces a la enseñanza del dibujo natural del desnudo, reservando para
cuando las circunstancias lo permitieren, el dar mayor ensanche a los estudios.783
Siguiendo el ejemplo de su alma máter, Del Moral y Castro organizaron exposiciones artísticas, con el
fin de exhibir las obras de sus estudiantes y las de los artistas, que de fuera de la Sociedad, remitiesen sus
obras. Así este par de emprendedores artífices lograron concretizar, las exposiciones de los años de 1857,
1859, 1861, 1863 y 1865. Dichas exposiciones, no pasaron desapercibidas para la Academia, pues en todas
ellas participaron, además de Albino del Moral y Felipe Castro, otros miembros de la Academia, a saber:
Juan Cordero, Jerónimo Híjar, Pablo Valdés, Miguel Mata y Reyes, Juan Urruchi, Rafael Flores, Francisco
Terrazas, Felipe S. Gutiérrez y Ramón Sagredo.
En 1863, la Sociedad de Bellas Artes de Guadalajara organizó su cuarta exposición. Ella publicó,
como en las tres anteriores, un breve catálogo explicativo. Destacando especialmente el de aquel año, pues
su prólogo es un patético y dramático retrato de la situación política nacional y de las lamentables
condiciones en que se hallaban las bellas artes en aquel 1863. Suplicamos encarecidamente a nuestros
lectores, leer nuestra siguiente cita con verdadera atención, pues quisiéramos que compartieran con
nosotros, la sombría y profunda impresión que nos ha causado. El prologuista de aquel catálogo decía:

782 ―Distribución de Premios‖, en El Mexicano, domingo 15 de abril de 1866, núm. 29, pág. 232.
783 A.A.S.C., exp. 6420, foja 2.
208
―Seis años hace, que la sociedad de Bellas Artes abrió por primera vez los salones de una exposición:
los que habían trabajado esa laboriosa tarea creían entonces, que el porvenir sería más risueño, que sus
afanes serían recompensados, con despertar una emulación viva; que el gobierno acogería bajo su sombra
poderosa, una idea útil y de verdadero progreso; creían, que el gusto por el arte, alimentado con estos
medios, se difundirían violentamente y los talleres, los salones, los monumentos y las academias reflejarían
en sus senos, esos raptos sentidos, de que el sentimiento ardiente de los hijos de Jalisco, han dado ya
pruebas.
Pero todo esto ha sido una ilusión de niño; el tiempo trayendo sus amargos días, ha pasado para
descubrir la desnuda figura de la verdad: ella ha venido envuelta en una nube negra que amenaza caer como
un nuevo diluvio; la Patria soñada un día, próspera, grande sabia y rica, se presenta a nuestra mirada, herida,
pobre, casi muerta!!... Sus hijos la abandonan o mueren por ella, el genio del arte cierra sus alas, cayendo de
rodillas en la gran hecatombe: su monumento son [sic] la memoria de las batallas, que no levantan sino
cementerios. ¡Qué cruel realidad! ¡Qué amargo desencanto! ¡Qué horrible martirio, a los que soñaron y
después vieron!...
La Sociedad de Bellas Artes ve morir sus más dulces esperanzas, el abatimiento se desprende tal vez
de su corazón; y, sin embargo, reúne toda su energía, multiplica todavía sus cansados esfuerzos, porque sabe
que esta energía es la única voz que levanta a sus artistas, arrancando de sus talleres un cuadro nuevo, una
idea que el destino contaba perdida en el infinito del desaliento y la impotencia: este es su mérito, bajo esta
impresión debe juzgarse su cuarta exposición: los preceptistas que vengan a lucir su agudeza en tan nobles
esfuerzos, se servirán comprar estos elementos, llamar los recuerdos de la primera exposición, pensar que
sin escuela alguna, los jóvenes aficionados a las bellas artes, le entregan sus pobres ensayos y sobre todo que
en estas circunstancias aparecen para oír su fallo; si en él hay verdad, conciencia y razón, será una lección
provechosa que ellos sabrán apreciar. Si en él hay un sentimiento innoble, lo olvidarán.
Ellos apasionados entusiastas de los esfuerzos, llaman a todos los buenos, esperan su cooperación
confían en el público y aunque parezca un delirio, esperan el bien todavía y por ello se manifiestan
constantes en su voluntad, a toda ofrenda de belleza y patria, de ilustración y porvenir.‖784
Por lo que respecta a nosotros, el anterior texto (cada vez que lo hemos leído) nos ha causado una
turbadora y absorbente emoción. Cuando comprendimos el verdadero sentido de las anteriores líneas,
sentimos hervir la sangre bajo nuestro pecho de fuego, fue como si una terrible saeta calcinara nuestra
frente, como si ardiera febrilmente el cerebro entero y finalmente se ingresara en un abatimiento abismal.
Pensar en todos esos jóvenes artistas, con mil sueños en el bolsillo, sin nadie que les pudiera tender una
mano y por otro lado, ver la facilidad con que cuantiosas fortunas se derrochaban en pro de los ―supremos
principios políticos‖ de uno u otro bando, no deja de causarnos sino un profundo desprecio por la clase
política mexicana. Si sentiste lo mismo que nosotros, querido lector, continuemos de la mano, si no fue tu
caso, pedimos disimulo a nuestro apasionamiento, que ya retomamos de nuevo el cause de este estudio.
El caso es que, en contraste con el anterior retrato nacional, el Segundo Imperio, trajo para la
Sociedad de Bellas Artes de Guadalajara una motivación especial. Del Moral y Castro, creyeron provechoso
el momento para reformar a su querida Sociedad de Bellas Artes. En mayo de 1865, variaron el
―Reglamento de la Sociedad Jalisciense de Bellas Artes‖, que se había hecho desde 1858.
Estimulados los artífices tapatíos por las expectativas artísticas que ofrecía el Segundo Imperio,
organizaron la quinta exposición de su Sociedad.
El 1° de agosto de 1865, la Sociedad público el programa para la exposición de aquel año,
puntualizando que además de las obras ejecutadas por los miembros de la Sociedad, se exhibirían todas
aquellas que remitiesen otros artistas, aficionados y particulares, ya fueran nacionales o extranjeros, siempre
que aquellas no ofendiesen ―la decencia y la moralidad.‖
Reunidas las obras, se publicó el respectivo catálogo, participando en la exposición, además de Del
Moral y Castro, los académicos Pablo Valdés y Felipe S. Gutiérrez.785

784Catálogo de los objetos artísticos que forman la Cuarta exposición que hace la Sociedad de Bellas Artes, Imprenta de Nicolás Banca, calle de
San Francisco núm. 3, Guadalajara, 1863, 16 páginas. 3 y 4. págs. 3 y 4. Folleto hallado en el A.A.S.C., exp. 6420.
209
Como ya se mencionó, en agosto de 1865, se autorizó fundar una clase de escultura en la Sociedad
de Bellas Artes, a petición del director de la Academia. Meses después (marzo 10 de 1866), el pintor Felipe
Castro, hizo a la Academia una donación de un grabado del busto del emperador Napoleón I, deseando
manifestar ―aunque en esa manera tan insignificante‖, su simpatía a la Academia de San Carlos de quien fue
discípulo.786
A este hecho debemos aunar que en abril de 1866 se mandó a la Sociedad, vía Felipe Castro, una
colección de grabados ejecutados en la Academia de San Carlos.787
Por su parte, la Academia, desde la fundación del Imperio, buscó continuar con sus exposiciones y a
finales de 1863, junto con la Regencia del Imperio, comenzó a mover los hilos necesarios para llevar a cabo
la treceava exposición de su historia. Sin embargo, y pese a que ya se encontraba aprobado el presupuesto
para montar la exhibición artística, esta no se llevó a cabo en aquel año. Un oficio del ministro de Fomento,
de aquella época decía:
―Palacio de la Regencia del Imperio. México, Septiembre 14 de 1863.
La Regencia del Imperio ha tenido a bien resolver que no haya exposición este año en esa Academia
y que la cantidad que se destinaba a ese objeto se invierta en cuadros para las pinturas de la escuela
mexicana.
Lo que digo a V.S. como resultado de consulta verbal, remitiéndole los papeles que me dejó,
relativos a los presupuestos hechos por algunos señores profesores.
El Sub. Secretario de Estado y del Despacho de Fomento.
[Rúbrica] José Salazar Ilarregui.
Sr. Secretario de la Academia Imperial de San Carlos [don Manuel Díez de Bonilla].‖788
Al año siguiente, estando Maximiliano en México, y viendo los académicos de San Carlos el decidido
apoyo a las bellas artes del archiduque de Austria, se le planteó el 27 de julio 1864, la necesidad de una
exposición pública de objetos artísticos. La respuesta no fue la esperada por la Academia, y es la que sigue:
―México septiembre 15 de 1864.
En el acuerdo 3 del actual, decretado en Irapuato y recibido ayer en esta Secretaria se ha servido
disponer S.M. el Emperador lo siguiente: ―Resérvese para mejor oportunidad, cuando lo permitan las
circunstancias del erario, la exposición de objetos de bellas artes de la Academia de San Carlos.‖
Y lo transcribo a V. Para su conocimiento y en respuesta a los oficios de esa Dirección sobre el
Particular, reiterándole mi consideración y aprecio,
El encargado de la Sria. de Fomento.
[Rúbrica] José Mª. Ruiz.
Sr. Dir. de la Academia de Bellas Artes de San Carlos [don José Fernando Ramírez].‖789
Sin embargo, y pese a que dos fechas, durante el Imperio, se había postergado la treceava exposición,
esto no desilusionó a los alumnos y profesores del establecimiento.
Antes de que se llevaran a cabo la exposición de finales de 1865, la Academia albergó en sus salones
un par de exposiciones particulares.

785 Catálogo de los objetos artísticos que forman la Cuarta exposición que hace la Sociedad de Bellas Artes, Tipografía Económica, calle de San
Francisco núm. 3 Guadalajara, 1865, 22 páginas. Folleto hallado en el A.A.S.C., exp. 6420. La sociedad de Bellas Artes, mandó a la
Academia (en 1865) los catálogos de sus exposiciones y una medalla con las que premió a los merecedores de una distinción.
786 A.A.S.C., exp. 6493.
787 A.A.S.C., exp. 6420. En el mismo expediente, existe una curiosísima comunicación dirigida a Jesús López Portillo (padre del

célebre escritor José López Portillo y Rojas y abuelo del ex–presidente José López Portillo Pacheco), quien fungía como
Comisario Imperial del Departamento de Jalisco, donde se dice que en 1857, el gobierno había cedido a la Sociedad de Bellas
Artes distintas obras de arte con motivo de la nacionalización de los bienes eclesiásticos. Y que al entrar a Guadalajara el ejército
franco-mexicano, la prefectura política mandó a la Sociedad devolver algunos cuadros y que hallándose esos cuadros en poder de
particulares, cuadros importantes y que pertenecían a la nación, podían correr el riesgo de que se les extrajera y fuesen a adornar
algún museo extranjero, perdiéndose así obras relativas a la historia del arte en México. Por lo que José Urbano Fonseca, pedía a
Jesús López Portillo diera sus órdenes para que fueran devueltos los cuadros a la Sociedad de Bellas Artes.
788 A.A.S.C., exp. 6655, foja 1.
789 A.A.S.C., exp. 6600, foja 4.

210
La primera de ellas fue la de Juan Cordero, y sobre la cual ya pormenorizamos, sólo recordamos que
fue efectuada en diciembre de 1864.
La segunda exposición particular en la Academia, se efectuó en el mes de marzo del año siguiente.
Los incidentes detallados de aquella exposición, los desconocemos. Tan sólo sabemos que quien expuso fue
un pintor húngaro recién llegado a México, de apellido Shoefft o (Shvefft), que la exposición duró ocho días
a partir del 10 de marzo de aquel año, que expuso cosa de 20 cuadros de gran mérito que había traído de
Europa, y que algunos de ellos habían sido comprados por la casa del emperador. Las obras se exhibieron
en San Carlos los mencionados días, pudiendo ser apreciadas de las doce del día a las tres de la tarde.790
Este par de exposiciones en la Academia, asociadas con la difusión de las obras de otros muchos
artistas extranjeros en México, hicieron que una exposición en la Academia se hiciera casi obligatoria.
Periódicos como L’Estafette y El Cronista e México, abogaban por que fueran reestablecidas las exposiciones
anuales de la Academia.791
De hecho, se acercaban los últimos meses de 1865 y sobre la exposición nadie sabía nada en firme.
Por ello el 2 de septiembre, el ministro Manuel Siliceo, escribía a Maximiliano pidiendo se le dijera si en
aquel año habría de efectuarse la exposición de la Academia, indicando se resolviera la cuestión lo antes
posible, pues algunos artistas querían saber si tendrían tiempo para concluir algunos trabajos que tenían ya
comenzados, o bien, para emprender algunos nuevos. Además, puntualizaba que como el gobierno de
México estaba invitado a la exposición universal de Paris en mayo de 1866, la de la Academia sería
preparativa de aquella, para poder hacer una buena selección de las obras que se enviarían para aquella
ciudad.792
Finalmente se dispuso que hubiese exposición a fines de aquel año. El órgano difusor del gobierno,
el Diario del Imperio, publicó el 4 de octubre de 1865 las disposiciones que regirían la treceava exposición de
Bellas Artes de la Academia Imperial de San Carlos. El programa es el siguiente:
―EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES.
Decimotercia exposición de Bellas Artes de la Academia Imperial de San Carlos. Habiéndose
dispuesto que haya exposición de obras de Bellas Artes en fines del presente año, se observarán las
disposiciones siguientes:
1ª Desde 1° de Noviembre del presente año hasta 30 del mismo, se hará en la Academia de San
Carlos la Exposición pública de las obras trabajadas por los alumnos de este establecimiento, el los años que
no ha habido Exposición, y de las de dibujo, pintura de todo género, escultura no colorida, arquitectura,
litografía, y de las diversas clases de grabado que mandaren a ella, con este fin, los artistas, aficionados y
particulares, nacionales o extranjeros, con tal de que estas obras no sean antiguas, ni se hayan presentado en
otra Exposición de dicha Academia.
2ª Las obras que se hayan hecho fuera de la Academia y se envíen a la Exposición serán recibidas
por el Secretario de ella, de las nueve a las doce de la mañana, y de las 3 a las cinco de la tarde, en los días del
1° al 20 de Octubre, a fin que haya tiempo de colocarlas en buen orden, e incluirlas en el correspondiente
catálogo; para cuyo objeto, al enviarlas los remitentes, las acompañaran con una explicación de lo que
represente el asunto expresado en ellas, y si son originales o copias; con los nombres de los autores, tanto
del original como de la copia, si fueren conocidos.
3ª Las obras que no se remitan en los días de que habla el artículo anterior, se pondrán el la
Exposición si quedare espacio para ella, y se incluirán en el catálogo si llegaren a tiempo.
4ª Los que deseen vender sus obras, lo expresarán por escrito al remitirlas, fijando el precio en que
las estimen. EL secretario al recibirlas, dará la correspondiente constancia, para que con ella puedan retirarse
las que no se hayan comprado según se dirá después.
5ª cualquier particular podrá libremente tratar en compra con los dueños de objetos presentados en
la Exposición, para cuyo fin se pondrá en el catálogo el nombre de la calle y el número de la casa del artista
remitente; pero en ningún caso podrá extraerse de la Academia las obras, sino hasta después de hecho el

790 ―Pinturas‖, en La Sociedad, sábado y domingo 11 y 12 de marzo de 1865, núms. 628 y 629, págs. 2 y 3.
791 ―Bellas Artes‖ en El Cronista de México, martes 25 de julio de 1865, núms. 176, pág. 3.
792 A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, exp. 1, fojas 9 y 10.

211
sorteo de las que deban rifarse entre los suscritores. Las que aparezcan marcadas en el catálogo con las
iniciales D.V., se entiende que están en venta.
6ª Los autores de las obras que estuvieren de venta, avisarán por escrito al Secretario de la Academia
el Día 30 de Noviembre, si han vendido alguna, y en caso de no verificarlo, podrán ser compradas con el
fondo que se reúna de las suscriciones.
7ª Se abre una suscrición de cinco pesos por acción, para formar en fondo destinado a la compra de
los objetos de arte que se hayan presentado a la Exposición por sus autores, que estén de venta y eligiere la
Comisión, que se nombrará al efecto en la Academia.
8ª Los objetos que se compren serán sorteados entre los suscritores.
9ª La comisión de que habla el artículo 7.°, tomará las disposiciones convenientes:
I Para excluir las obras que no deben figurar en la exposición.
II Para dar colocación en las salas de Exposición a los objetos que se remiten de fuera.
III Para precaver que los objetos expuestos puedan ser tocados o maltratados; cualquier accidente
que ocurriere, previas las precauciones que tome la comisión, no es de responsabilidad de la Academia.
IV Para que todas las obras expuestas tengan un número que corresponda al catálogo, en el cual se
pondrá además una explicación sencilla del asunto de cada objeto, según la que diere el autor o el que lo
presente. Estos catálogos se repartirán a los suscritores con la debida oportunidad.
10ª el día 3 de diciembre, a las doce del día, se hará en la Academia, y en la forma acostumbrada, el
sorteo de los objetos comprados de la Exposición, a presencia de los señores suscritores y de sus familias
que gustaren asistir a este acto. Aquellos a quienes hubieren tocado en suerte esos objetos, podrán mandar
por ellos desde el día siguiente, entregado el correspondiente recibo de suscrición.793

793 El resultado fue el siguiente:


―RIFA DE OBJETOS DE LA ACADEMIA
Academia Imperial de Bellas Artes de San Carlos – México, Diciembre 9 de 1865 – De conformidad con el art. 10 del programa
de la decimotercia exposición de bellas artes de esta Academia, publicado el 15 de septiembre último, el día 3 del actual se verificó
la rifa de los objetos comprados con el producto de la suscrición, y dicha rifa dio el resultado siguiente:
Números Nombre de los señores Nombre de los autores Asunto de los
Premiados suscritos de las obras cuadros

24 Escultura de Franco Psiquis desmayª, cop. de Tenerani.


25 D. Greg° Dumaine El Molino de Belem, original.
36 S.M. el Emperador D. Tiburcio Sánchez El Prisionero, original.
37 D. José Obregón La oración del huerto; original.
50 Dos camafeos en marfil.
85 Escultura de paredes Un niño jugando con un perro, orig.
95 D. José M. Velasco Puente rústico, original.
122 D. Manuel Chávez S. Juan de Dios, copia de Murillo.
125 D. Eliseo Olvera S. Fco. de Asís, cop. de Castillo.
126 S.M. la Emperatriz D. José M. Velasco Plaza de S. Ángel, original.
163 D. Diego Alarcón La vendimia, copia.
216 D. Ramón Agea Escultª de Dumaine Un niño con un cisne, copia.
233 D. José Amor y Escandón D. Lauro Campos Naturaleza muerta, original.
265 D. Martín Navarro D. Lauro Campos Cabeza del Salvador, cop. de Flores.
272 D. J.M. Muñozguren D. Diego Alarcón El divino pastor, cop. de Flores.
301 D. Maximino Río de la Loza D. Felipe Castro La pintura y la poesía, original.
310 D. Luis Rodríguez Palacios D. Ramón Pérez La carta misteriosa, copia.
317 D. José Rincón Gallardo D. Luis Coto La Tlaxpana, original.
345 D. Jesús Aguilar D. Rafael Sánchez Cabeza del avaro, copia.
364 D. Antonio Escandón D. Manuel Chávez Aldeana dando de comer a un pájaro, copia.
423 D. Benigno Prieto D. Pablo Valdez San Rafael y Tobías, original.
444 D. Lorenzo Hidalga D. José Chávez Una avanzada de suabos, original.
447 D. Francisco Iturbe D. Abraham Estrada San Jerónimo, copia.
448 D. Nicolás Islas Tres camafeos en marfil.
485 D. J. M. de Basoco D. Diego Alarcón El topo y la culebra, copia.
El secretario de la Academia, J.M. Flores Verdad.‖
―Rifa de Objetos de la Academia‖ en Diario del Imperio, sábado 16 de diciembre de 1865, núm. 290, pág. 663.
212
11ª Los artistas a quienes se hubiere comprado alguna obra con los fondos de la suscrición, ocurrirán
al Económico de la Academia a fin de recibir su importe, entregando el correspondiente recibo con el visto
bueno del Director general.
12ª Queda abierta, desde esta fecha, en la Academia, la suscrición indicada de cinco pesos, cuyo
importe será entregado al Económico en el acto de recogerse el recibo de suscrición, o a la que fuere a la
casa de los señores suscritos de dicho documento, sellado en la Academia y firmado por su secretario.
13ª Del fondo de la suscrición se harán los gastos que se han hecho en los años anteriores.
14ª A los señores suscritos se les obsequiará con cuatro o seis reproducciones de los mejores objetos
que se hayan presentado en la Exposición, y que serán elegido al efecto por la comisión.
15ª Se acompañará al obsequio de reproducciones que se haga a los suscritores la cuenta y
distribución que haya tenido el fondo de suscriciones; la lista de personas que lo hayan formado en clase de
suscritores, con el número de acciones que cada uno haya tomado, considerándolos a todos como
protectores de las bellas artes.
16ª En la entrada de la Academia estarán de venta los catálogos, y lo que produzcan servirá para
aumentar el fondo de la suscrición.
17ª Elegidos por la comisión los objetos que daban reproducirse, se quedarán para este efecto en la
misma Academia el tiempo necesario; y tan luego como esto se haya concluido se devolverán a sus dueños.
18ª La exposición se abrirá para los señores suscritos y sus familias, del día 1° al 8 de Noviembre, y
del 24 al 30 del mismo, debiendo cada uno presentar su boleto de suscrición a la puerta de la entrada. En los
días intermedios, de 9 a 23 de dicho Noviembre, estará abierta para el público. Los que hayan remitido obras
a la Exposición, no necesitarán presentar aquel documento, bastando mostrar el recibo que le haya dado el
Secretario.
19ª La exposición estará cerrada para los suscritores y para el público, el día que SS.MM. tengan a
bien pasar a visitarla.
México, Septiembre 15 de 1865. ── Por acuerdo de la Dirección, aprobado por el Excmo. Sr.
Ministro de Instrucción Pública y Cultos. El Secretario de la Academia, J.M. Flores Verdad.‖794
Colectadas las obras para la exposición, se publicó el correspondiente catálogo.
Las suscripciones fueron recibidas en la Academia, destacando que los emperadores tomaron para sí
100 acciones cada uno (200 en total),795 resultando que auxiliaron con 1000 pesos para el fondo que valdría
para la compra de las obras de los artistas.796 Dicho apoyo contrasta por mucho con las 20 acciones con que
asintió Benito Juárez a la Academia, en la exposición de 1862. Entre los suscriptores, estuvieron reconocidos
diletantes que por tradición siempre apoyaban a la Academia, empresarios, comerciantes, hacendados,
generales, servidores públicos, personajes fuertemente relacionados con el Imperio y algunos alumnos y
maestros de la Academia797
Se formó en San Carlos, una comisión que a nombre del establecimiento fuera a invitar
personalmente a Maximiliano y Carlota, recordándoles que las galerías estarán cerradas para el demás
público el día que gustasen pasar a visitar la Academia.798Como ya dijimos, en la visita que hizo en aquella

794 ―Exposición de Bellas Artes‖, en Diario del Imperio, miércoles 4 de octubre de 1865, núm. 229, pág. 529.
795 Esther Acevedo, en su estudio Testimonios..., pág. 113, dice: ―En cuanto a los suscriptores para esta exposición, Maximiliano y
Carlota compraron 100 acciones‖. Con lo que podría entenderse que los Emperadores, sólo compraron ―100 acciones‖, siendo en
realidad que adquirieron 100 acciones cada uno.
796 Manuel Romero de Terreros, Catálogos de las exposiciones de la antigua Academia de San Carlos de México (1850-1898), México,

UNAM, 1963, págs. 392 a 395.


797 Esther Acevedo, al comprar la exposición de 1865 con la de 1862, dice: ―Aumentó [en la de 1865] el número de suscriptores‖.

Nada más alejado de la verdad, pues en la exposición de 1862, participaron 270 personas, mientras que en la de 1865, fueron solo
253 suscriptores. No obstante dicha diferencia, la exposición de 1865, logró recaudar mas dinero, que fueron $2 603.75 contra $1
625.00 Por lo que en 1865, se pudo comprar a los académicos de San Carlos más obras que en la exposición anterior: 25 obras en
1865 contra 18 en 1862.
798 Ignoramos quienes formaron dicha comisión, sin embargo, en el archivo General de la Nación, hallamos la siguiente

comunicación:
―Señor:
213
ocasión, Maximiliano asistió acompañado de diplomáticos extranjeros, y con orgullo celebró, frente a dichos
plenipotenciarios, las cualidades de los discípulos de San Carlos.
La exposición de noviembre de 1865, destaca sobre todas las exposiciones que se organizaron
durante el siglo XIX. Lo que sucede es que la treceava exposición, presentó una fisonomía tan
particularmente diferente, que merece un lugar aparte de todas las demás. Los temas relacionados con la
historia nacional cobraron mayor interés entre los académicos de San Carlos, resultando que la escuela
pictórica de temas puramente bíblicos-religiosos, impuesta por Pelegrín Clavé, perdía la preponderancia y
fuerza inicial que dominó por completo a la Academia en sus primeros años de reorganización.
En la exposición, dominaron básicamente seis temas, a saber: 1) México prehispánico, 2) México
colonial, 3) México moderno (de la guerra de Independencia al Segundo Imperio), 4) antigüedad
grecorromana, 5) costumbrista y 6) Bíblico-religioso.
La exposición de 1865, se dice que fue la primera con expresiones puramente nacionalistas, pues las
obras con temas locales (historia prehispánica, colonial y moderna) aunque contadas, se presentaban sobre
las demás con un toque de novedad y orgullo nacional. Además de que no deja de llamar la atención el
hecho de que se diera una exposición con este tipo de tintes, bajo el gobierno de un príncipe europeo.
Con temas prehispánicos, tan sólo se presentaron cinco obras. En la clase de grabado en hueco o de
medallas, José Dumaine, presentó un Moctezuma (copia de Vilar) y un Calendario azteca (copia del original), el
paisajista José María Velasco, presentó dos cuadros de este corte, Xochitzin propone a Huauctli para jefe de los
chichimecas, a fin de recobrar sus dominios, usurpados por los toltecas, (cuadros histórico, en el que la escena pasa en
las montañas inmediatas a Cuautitlán) y La Caza (cuadro de costumbres antiguas mexicanas. La escena pasa
en una barraca de las Lomas de Tacubaya, a la salida del sol. En lontananza se distingue la ciudad de México,
con el gran templo de Huitzilopochtli). Por último, Luis Coto presentó la obra de Netzahualcóyotl salvado por la
felicidad de sus súbditos.
De la época colonial se presentaron seis obras. Felipe Sojo, presentó el busto de Pedro Romero de
Terreros (fundador del Monte Pío), Miguel Noreña, el bajorrelieve de Fray Bartolomé de las casas, convirtieron a
una familia azteca, el grabador Antonio Spíritu, presentó un Proyecto de una medalla histórica a la memoria del ingenio
Tolsá.
Tiburcio Sánchez, un Boceto de Carlos II rey de España, Cayetano Ocampo, el busto en cera del Conde de
Regla (copia de Sojo), y de fuera de la Academia, Agustín Barragán remitió una Estatua de ilustre Barón de
Humboldt (lo representó en pie, teniendo en una mano un libro, símbolo de sus elevadas producciones, y en
la otra un compás, emblema de las ciencias exactas en que tanto se distinguió).
De historia moderna, se representaron mucho más de media centena de obras: De Felipe Sojo un
retrato en medalla del director del gran Chambelanato, Rodolfo Güner, un retrato en medalla de Manuel Vilar y los
bustos de Maximiliano y Carlos V; de Miguel Noreña un retrato en bajorrelieve del Emperador Iturbide (tomado
de uno de cera), un busto de Eugenio Landesio y la estatua de Vicente Guerrero; de Agustín Franco los bustos de
José Fernando Ramírez, José Joaquín Pesado y Luis G. Cuevas; de Epitacio Calvo un busto en mármol de Ignacio
Zaragoza; de Antonio Orellana los retratos de los Emperadores (originales en aguafuerte), el Ornato para los
despachos de los empleados de marina (original en grabado e aguafuerte), un retrato de Francisco del Villar y
Bocanegra (grabado en lámina), un busto de Javier Echeverría (grabado en madera); del grabado en hueco
Antonio Flores, el Arco del emperador (copia de fotografía), dos grabados de la Medalla conmemorativa de la
entrada de SSMM a la ciudad de México y un punzón grabado en acero del Busto de Maximiliano; de Cayetano
Ocampo un par de bustos en cera de Maximiliano y Carlota, un busto en marfil de Hidalgo y los bustos de los

Desea el Director de la Academia de San Carlos, que una comisión a nombre del establecimiento, pase a invitar a V.M. para que se
digne concurrir a visitar la exposición de objetos de Bellas Artes, que deberá tener lugar en este mes, y que estará cerrada para el
público el día que V.M. tenga a bien asistir a ella.
Suplico a V.M. se sirva indicarme al día y hora en que tendrá la bondad de recibir a la expresada comisión para comunicarlo al
Director de la Academia.
Señor:
De V.M. obediente servido [Rúbrica] Francisco Artigas [Ministro de Instrucción Pública y Cultos]
México Nbre 6 de 1865. [al margen escrito con lápiz dice:] Mañana día 8 a las 12 ½. Avisará el Señor Deuriantus
[?] al Sor Artigas.‖ A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, exp. 2, foja 6.
214
generales liberales Jesús Ortega e Ignacio Zaragoza, de Antonio Spíritu, un busto de la Emperatriz, unos
punzones pequeños en acero de los bustos de los Emperadores y un busto del Emperador (en cera), de Jesús
Torres un retrato de José Dumaine (tomando al natural), el Arco de las Flores (copia de fotografía) y un retrato
de Vicente Guerrero (copia de un grabado); de Sebastián Navalón, un retrato del Mariscal Forey (del natural), las
Armas nacionales y una medalla al Merito militar; de Tiburcio Sánchez Una Avanzada de suabos (original), de José
Obregón La América y la libertad (cuadro alegórico. Original); de Manuel Chávez Una avanzada de zuavos799
(original); de Petronilo Monroy un retrato de José Mª Flores Verdad, un boceto de José Mª Morelos, retrato de
Agustín de Iturbide y otro de Adela Gutiérrez Estrada de Barrio (dama de Palacio); de José Obregón un boceto de
Mariano Matamoros y un retrato de la Condesa del Valle (dama que fue de Palacio); de Joaquín Ramírez, el
retrato de Miguel Hidalgo y finalmente de Juan Cordero el retrato de la Familia de Rafael Martínez de la Torre y el
retrato de Catalina Barrón de Escandón. Además de estas obras, se exhibieron otras muchas, que eran simples
retratos, donde se representaban a familiares, modelos y particulares que encargaban sus efigies.
De temática grecorromana, fueron la mayoría de las obras que se presentaron en esta exposición,
cerca de un centenar incluyeron trazas de esta tendencia. Por esto, es que habíamos dicho que en la
Academia de San Carlos, durante gran parte del siglo XIX, y particularmente durante el Segundo Imperio, la
idea de un arte rigurosamente clasicista, poseía una gran fuerza, pues el pasado griego y romano fue tomado
como el pináculo de la belleza en el arte. Este hecho lo reconoció Maximiliano al dirigirse a los diplomáticos
extranjeros y afirmarles que los artistas de la Academia caminaban ―en la senda de la escuela clásica‖. Y si
como dijimos, las obras de temática grecorromana fueron cerca de un centenar, las demás obras, pese a no
poseer propiamente dicha temática, eran ejecutadas bajo sus cánones e influencia. Así, obras con temática
contemporánea como los bustos de Maximiliano y Carlota, Fray Bartolomé de las Casas convirtiendo a una familia
azteca, la Galería Iturbide, y muchas más, poseen considerables rasgos y características de la austera escuela
clasicista que se enseñaba en la Academia. Por ello se expusieron (por citar sólo algunas) obras como Torso de
Fidias, Estatua de Aquiles (de José Tentori), bajorrelieve de Hércules niño ahogando una serpiente, estatua de
Demóstenes, grupo de Niño luchando con un cisne, estatua original del joven Telémaco (de Francisco Dumaine),
Psiquis desmayada (de agustín Franco), estatua de Gladiador (de Epitacio Calvo), grabado en acero de la Cabeza
de Diana (de José Dumaine), Discóbolo, Perseo, Niño con el cisne, Cabeza de César Augusto, grabado en marfil de
Musa (de Jesús Torres), cabezas de Aquiles, Calígula, Alejandro y Cicerón (de Rodrigo Gutiérrez), Discóbolo y
cabeza de Cicerón (de Félix Parra) Una joven odalisca, acabando de salir del baño, arregla su tocado (de Manuel
Chávez), Safo (de Tiburcio Sánchez) Cupido afilando sus saetas (de Pablo Valdés), Figuras pompeyanas (de
Santiago Rebull y Petronilo Monroy), Prometeo (de Felipe Castro), etcétera.
Las obras de corte costumbrista, fueron escasas en la exposición, aunque en suma eran más que las
prehispánicas y las coloniales juntas. Las escenas de este género eran ejemplo: Una vaca, Borregos, Burro
atravesando un río, etcétera, aunque hubo otros más atractivos como Puente rústico, El cabrio de San Ángel, Plaza
de San Ángel (de José María Velasco), El Molino de Belén (de Gregorio Dumaine), Lugar Salvaje de la Tlaxpana,
Patio Principal del convento de Santa Clara de México y El puente de San Antonio Chimalistac (de Luis Coto).
La pintura religiosa en la exposición de 1865, aunque ya no son la misma preponderancia, siguió
conservando un lugar privilegiado en la Academia. Más de dos Veintenas de obras de este corte se
presentaron en aquel año, destacando las obras de Jesús en el huerto (de Valeriano Lara), La vuelta de Tabor, El
bautismo de Jesucristo (de José María Velasco) Jesucristo y los apóstoles (de Gregorio Dumaine), La vocación de San
Pedro (de Luis Coto) y El amor maternal (de Pablo Valdés). Resultado curioso que los anteriores cuadros
fueron ejecutados por encargo de Clavé. También se presentaron obras como San Carlos (de buenaventura
Enciso), San Juan Niño (de Luis Monroy) La purísima (de Tiburcio Sánchez) Ismael en el desierto y Tobías y el
Ángel (de Pablo Valdés).800
Sobre esta exposición, Esther Acevedo dice: ―La nota distinta de esta exposición fueron los temas
relativos a la construcción de una historia nacional, a través de retratos y de paisajes, con motivos antiguos o

799 Este cuadro y el anterior de idéntico nombre, de Tiburcio Sánchez, no debe confundirse son el que realizó el alumno Pablo
Valdés. Los cuadros de Tiburcio Sánchez y Manuel Chávez, no los conocemos.
800 En aquella exposición, el señor Pascual Alamán (hijo de don Lucas Alamán), presentó nueve cuadros, ocho de corte religioso y

uno que representaba al fenecido jefe del partido conservador.


215
modernos. Las obras que trataban asuntos Bíblicos no adquirieron la importancia o significación que habían
tenido en ocasiones anteriores, y en cambio fueron aumentando el número de pinturas costumbristas.‖
Hasta aquí estamos en total acuerdo con Acevedo, pero inmediatamente agrega lo que sigue: ―El
vocabulario del imperio para transmitir su mensaje no se valió de las enseñanzas bíblicas, sino que fue más
directo en la formulación de sus programas iconográficos.‖801 La anterior afirmación de Acevedo es por
demás desconcertantes, a lo que nosotros nos preguntamos: ¿La tónica o temática que presentó la
exposición de la Academia de 1865 es realmente el reflejo de un programa iconográfico imperial?, ¿acaso el
Imperio marcó una línea a seguir? Evidentemente la respuesta a este par de interrogantes en negativa.
Nosotros nos inclinamos más en creer que la temática de esta exposición, es producto natural de la
emancipación del alumnado de escuela de Clavé, con la apertura de nuevas fronteras. A lo que se le puede
aunar que las obras fueron pintadas más bien como un espontáneo fruto de su tiempo y el sentimiento del
artista. Quizá sólo coincidió que la naciente producción de temas históricos en México, fuera del gusto de
Maximiliano, pero jamás, que se debiera a un ―programa iconográfico imperial‖, situación para nosotros del
todo inexistente y más bien imaginaria.
Para finalizar con el tema de las exposiciones, sólo decimos que en 1866, se proyectaba hacer una
nueva exposición, siendo que en esta ocasión, fue la misma Academia quien le suspendió. De hecho, ya se
hallaba autorizada en el presupuesto una partida de 1 200 pesos para dicho evento. El señor Fonseca, en
septiembre 11 de 1866, decía que la exposición de finales de ese año no tendría efecto,―porque no había
objetos que exponer‖, puesto que en la última exposición, se habían recogido cuántas pinturas pudieron
obtenerse, y que era de temer que anunciando la exposición de aquel año, quedarían vacías las galerías, y el
público juzgaría que las artes iban decayendo, no siendo fundado su juicio, porque decía el señor Fonseca,
―hoy más que nunca disfrutan los artistas de una definida protección por parte de S.M., que a todos los
emplea en obras particulares, pero que no podrían figurar en una exposición pública‖. Por lo que Fonseca,
pidió autorización, para que la dicha partida de 1 200 pesos, fuera empleada con otros fines en la misma
Academia.802

4.5. La situación económica (1863-1867)


Al analizar la dirección de José Fernando Ramírez, ya nos referimos a la situación económica de la
Academia durante la Regencia del Imperio (junio 1863-mayo 1864).
A principios del Imperio (mediados de 1863), el estado que guarda la Academia era verdaderamente
lamentable, las exacciones que sufrió principalmente durante la administración de Comonfort, y el tiro de
gracia que Benito Juárez le dio con la supresión de la Lotería de San Carlos y la disolución de su ilustrada
Junta de Gobierno, tenían al límite a la Academia, aunque afortunadamente, dentro de aquella catástrofe,
todos los académicos (alumnos y profesores), poseían en su corazón un fuego interno, que no pudo apagar
los vientos de la indolente administración del ―Benemérito de las Américas‖.
En los años de 1861 a 1863 (año del gobierno ―progresista y liberal‖) no hubo presupuesto alguno
en el que la Academia podría desarrollar siquiera una raquítica existencia. En aquellos años infaustos, sólo se
proporcionaba a la Academia, microscópicas cantidades a cuentagotas.
Por fortuna para el plantel de San Carlos, la Regencia del Imperio no siguió aquella rancia política
para los dos presupuestos que aprobó durante su gestión. El primero, para el segundo semestre de 1863 fue
de 15 693.33 pesos,803 y el segundo para el año de 1864 fue de 31 466 pesos, más 4 000 pesos para continuar
la obra indispensable del edificio.804
Después Maximiliano, aprobó tres presupuestos más para los años de 1865, 1866 y 1867.
En el primer año, Urbano Fonseca, propuso un presupuesto que alcanzaba un total de 48 355.87
pesos, autorizando el sub.-secretario de Fomento (don Manuel Orozco y Berra) tan sólo la cantidad de 34

801 Esther Acevedo, Testimonios..., págs. 104 y 105.


802 A.A.S.C., exp. 6641, foja 26 v.
803 Periódico Oficial del Imperio Mexicano, martes 10 de noviembre de 1863, núm. 48, págs. 1 y 2.
804 A.A.S.C., exp. 6676.

216
175.22 pesos.805 No obstante, a los pocos días de haberse aprobado la anterior dotación, Maximiliano
autorizó un aumento de 3 100 pesos para que se invirtiera en pagos y aumentos a Santiago Rebull (profesor
de dibujo al desnudo), Martiniano Muñoz (profesor de francés), José María Flores Verdad (secretario),
Vicente Barrientos (ecónomo y prefecto), Manuel Jiménez de Velasco (conserje), Manuel Delegado
(profesor jubilado de arquitectura) y el sirviente. Además de este aumento, hubo algunos otros, que a
petición de Fonseca fueron aprobados por Maximiliano, haciendo que en suma, el presupuesto en términos
reales, se acercara al que originalmente había propuesto el director de San Carlos.
La segunda mitad de 1864 y el año de 1865, fueron especialmente favorables para la Academia, pues
el 4 de agosto de 1864 Maximiliano acordó pagar los sueldos atrasados (que no fueron pagados en tiempos
de Benito Juárez) de los académicos de San Carlos. Algunos pagos se habían hecho, sin embargo en febrero
del año siguiente, se dispuso ya no proseguir con esta labor.
No obstante, hubo algunos hombres que se jactaban de muy republicanos y, aún así, acudieron al
gobierno de Maximiliano y solicitaron el pago: ¡¡¡¡... de los sueldos que les había quedado a adeudar la
República!!!! El nombre de dos de estos disidentes a conveniencia, ya los hemos mencionado. El primero de
ellos no fue ni más ni menos que el joven secretario de la Academia, don Jesús Fuentes y Muñiz (quien
renunció su cargo por seguir al gobierno de Juárez). Dicho personaje, pidió el 7 de octubre de 1865 al
gobierno Imperial, a través de su representante el señor Felipe Sánchez Solís, le satisficiera sus abonos de
sueldos atrasados, abonos que ya habían cobrado los profesores de la Academia, por lo que al señor Fuentes
le correspondía la suma de 146.40 presos,806 que era la que exigía al ―llamado Imperio‖. Sin embargo, no
existe ningún documento que revele verdaderamente si se le pagó o no a este rudo republicano que juró no
volver a México mientras perviviese el Imperio. No deja de resulta jocoso, que el buen Fuentes y Muñiz,
haya pretendido cobrar un dinero a expensas de un gobierno al que supuestamente desconocida y repudiaba.
Quizá lo que decimos sea sólo una sutileza, pero para aquel intachable hombre de la República, su
filosofía se reducía a cobrar primero, y luego, que se derrumbara el Imperio y triunfara la República.
El segundo ―discordante del Imperio‖, fue el antiguo conserje de la Academia, el liberal Vicente
Iturbide, quien al igual que Fuentes y Muñiz siguió al gobierno republicano a la ciudad de San Luis Potosí.
Este macizo liberalazo, en el año de 1866, en un oficio dirigido al propio emperador, pidió que se mandase
recibir las cuentas de los últimos meses en que desempeñó su puesto, y que además, se le pagasen 666 pesos
que se le adeudaban por sueldos vencidos desde tiempos de Juárez. Curiosamente, el buen Vicente Iturbide,
que ya no seguía más a la República (pues había regresado a la capital todavía en la calle de la Machincuepa),
en el oficio dirigido al archiduque Maximiliano le hace el tratamiento de ―Señor‖ y ―Vuestra Majestad‖.807
Pues bien, siguiendo con nuestro orden, decimos que para 1866, Fonseca propuso un gasto de 54
022.67 pesos, aprobando se la suma de 39 240 pesos. Presupuesto en el que se destaca especialmente la
reducción del sueldo de Pelegrín Clavé (de 3 000 a 1 500 pesos anuales) y que el puesto de director de la
Academia comenzó a servirse nuevamente demandada puramente honorífica. El ministro don Pedro
Escudero y Echánove, dijo que aquella reducción (la de Clavé) era necesaria ―en atención a las circunstancias
difíciles del erario‖, situación que el pintor tuvo que aceptar en consideración a que no le era posible, por el
momento, emprender su viaje de regreso a España.808
En especial, en este año de 1866, se comenzó a sentir la falta de puntualidad en el pago de las
dotaciones a la Academia, el presupuesto de hecho, no se cubrió su totalidad y como dijimos en páginas
anteriores, a partir de la primera quincena de octubre de 1866, los profesores, alumnos y empleados de la
Academia, ya no recibieron ni un cinco de sus asignaciones.
Con todo, el 21 de diciembre de 1866, Fonseca aún confiado en que la situación política y
económica podría mejorar, envió al ministerio de Instrucción Pública y Cultos el presupuesto
correspondiente al año de 1867. Año especialmente sombrío para la causa de los imperialistas, como
brillante para las falanges republicanas.

805 A.A.S.C., exp. 6621.


806 A.A.S.C., exp. 6418.
807 A.A.S.C., exp. 6491.
808 A.A.S.C., exp. 6441.

217
Para aquel año, Fonseca presentó un presupuesto mucho más bajo. La dotación según don Urbano,
debía alcanzar la suma de 35 340 pesos, haciendo especial hincapié en que el que presentaba tenía una
diferencia de 3 900 pesos en favor del gobierno, con respecto del presupuesto aprobado el año anterior. Sin
embargo, únicamente se sancionó la cantidad de 28 280 pesos, aunque esto es sólo un decir, pues el plantel
no vio ni medio centavo de aquellos insuficientes pesos.
Ilusoriamente, el señor Fonseca, en su presupuesto de 1867, consignó gastos tales como
―Instrumentos, libros y suscripción de periódicos en Europa‖ y ―Exposición de Bellas Artes‖, por 500 y 1
200 pesos respectivamente. En el primer rubro, Fonseca pidió no se retirase dicho gasto, pues decía ser un
egreso necesario para el progreso de la ciencia en México. Se le contestó que el gobierno había considerado
ya las desventajas que tal supresión resultarían para el establecimiento de San Carlos, pero que pesar de ellas,
era forzoso optar por su eliminación, en virtud de exigirlo las apremiantes circunstancias del tesoro. Con
respecto a la exhibición que se planeaba para 1867, el señor Fonseca no hizo ya ningún esfuerzo por que se
autorizaran los 1 200 pesos previstos en su presupuesto.809
Pese a que el Segundo Imperio, fue un tiempo en que especialmente se trató de proteger a la
Academia, eso no significa que fuera una época de opulencia. Las carencias fueron muchas, desde julio de
1866, el señor Fonseca decía francamente que si no se ponía remedio a la compra de carboncillos, papel,
colores, lápices, pinceles, brea, leña por el alumbrado, etc., sería forzoso cerrar los estudios de la Academia.
Argumentaba el director que todos aquellos efectos se adquirían al contado, porque los que les vendían eran
gentes necesitadas y que no podían dar crédito a la Academia.810
Todas estas dificultades financieras, hicieron que se mantuviera en la mente de muchos la idea de
reestablecer la Lotería de San Carlos. Pocos días después de que Fonseca se quejara amargamente (mediados
de julio de 1866), parecía que por fin el deseo de los académicos, se vería cristalizado. El diario El Pájaro
Verde, insertaba una pequeña nota que decía:
―LOTERÍA NACIONAL DE SAN CARLOS
Por fin el gobierno ha escuchado el deseo general, que nosotros hemos indicado dos veces, y parece
que el día 16 de septiembre se celebrará el primer sorteo de dicha lotería, el cual ojalá será de 50 ó 60, 000
pesos. Esta renta no sólo para los empleados todos de la Academia, sino que podrá construir el año que
entra, el monumento de la plaza, aún que cueste ochenta o cien mil pesos.‖811
Al día siguiente El Cronista de México indicaba:
―LOTERÍA NACIONAL DE SAN CARLOS
Fuimos los primeros en indicar al gobierno los bienes que a la Academia de bellas artes de San
Carlos, había proporcionado la lotería establecida para pagar a los maestros y presionar a los discípulos
adelantados que eran enviados a Europa. El gobierno de SM conociendo mejor que nadie los buenos
resultados de la expresada lotería, parece que ha dispuesto que el día 16 de septiembre se celebre el 1er.
sorteo de ella, con objeto de que su renta se emplee en pagar a los maestros y en terminar el edificio que ha
quedado por concluir.‖812
Unos días después, nuevamente El Pájaro Verde, indicaba que al parecer la Lotería de San Carlos se
estrenaría con un sorteo extraordinario de 60 000 pesos, continuando después con de 20 000 pesos como se
había acostumbrado. Además, el mismo rotativo, excitaba a apoyar dicha lotería, pues decía, que si el
comprador ganaba, celebraría su acierto; si perdía, se prometería tener mejor suerte otro día, pero que se
consolaría con saber que los centavos de que se desprendió servirían para el adelanto de las bellas artes.813
Los miembros de la Academia, debieron entusiasmarse con las nuevas noticias, pero no pasaría
mucho tiempo para que se desengañaran, pues al parecer algunos errores de inteligencia, evitaron que se
concretara el sueño de los académicos, que los hubiera podido llevar nuevamente a pretéritos, brillantes y
dorados momentos.

809 A.A.S.C., exp. 6464.


810 A.A.S.C., exp. 6441.
811 ―Lotería Nacional de San Carlos‖, en El Pájaro Verde, jueves 19 de julio de 1866, núm. 574, pág. 3.
812 ―Lotería Nacional de Sn Carlos‖, en El Cronista de México, viernes 20 de julio de 1866, núm. 171, pág. 2.
813 ―Loterías‖, en El Pájaro Verde, viernes 27 de julio de 1866, núm. 178, pág. 3.

218
Tan no se hizo nada con la Lotería de San Carlos, que el 3 de diciembre de 1866, estando
Maximiliano en Orizaba, no olvidando por un momento la importancia de los colegios nacionales, y viendo
la urgente necesidad de cubrir sus presupuestos, emitió un decreto en el que estableció una Lotería Nacional,
para el sostenimiento de la Academia de San Carlos, Colegios de Ciencias, Escuela de Agricultura, Casa
Correccional de San Antonio y algunos otros. Pues según decía el decreto del archiduque: ―la Lotería, por su
antigüedad, buen manejo de sus fondos y por importar una contribución voluntaria, es la renta que cuenta
con más asentimiento público.‖814
No obstante, esto fue otra fantasía del Segundo Imperio. El ministerio de Hacienda, se dice
trabajaba con asiduidad en dar cumplimiento a dicha disposición, pero el difícil estado de los negocios
públicos y las atenciones preferentes del servicio militar, hicieron que no se alcanzase el resultado esperado,
y el fondo seguro y eficiente que con ilusión esperaban los académicos de San Carlos, nunca llegó.
A principios de 1867, el Imperio rayaba en la mendicidad, prueba de ello es la comunicación, fecha
10 de enero de 1867, en la que el ministro de Instrucción Pública, incapaz en lo absoluto de proporcionar un
solo peso a los establecimientos a su cargo, instruía que se cobrasen tres pesos a los alumnos que se
matriculasen en la Academia, además, se exigirían dos pesos por cuota mensual y cinco por derecho a
examinarse. Advirtiendo que aquellos que no cubriesen las cuotas expresadas, no podrían tomar sus clases.815
Este hecho fue extraordinario en el plantel de San Carlos, pues nunca se les había cobrado cuota
alguna desde su fundación en el siglo XVIII. Pero igualmente extraordinaria era la situación en ese
momento, y de alguna manera, el gobierno del Imperio quiso que se cubrieran aunque sea
momentáneamente, los gastos más elementales de la escuela.
Sobre este punto quisiéramos hacer una aclaración, el doctor Eduardo Báez Macías dice: ―lo más
irónico es que ni siquiera se pensaba en aplicar ésos fondos para provecho de las escuelas o pago a
profesores, a algunos de los cuales se debían hasta seis meses de sueldos, sino para el pago de mercenarios
que defendían un régimen espurio y agonizante.‖816 Realmente ignoramos de donde saqué el señor Báez la
información de que el dinero recaudado por la Academia, haya sido utilizado para pagar a ―mercenarios que
defendían un gobierno espurio y agonizante‖, pues en la primera foja del expediente 6848, del Archivo de la
Academia de San Carlos (catalogado curiosamente por el Dr. Báez), dice textualmente: ―FONDOS Sobre
qué se cobran a los alumnos que se matriculen en la Academia, a una pensión mensual de dos pesos para
atender con ella a los gastos del establecimiento [las cursivas son nuestras].‖ Por si fuera poco, otro documento del
mismo archivo, con el número 6876, que es el ―Informe del estado de la Academia después del Imperio de
Maximiliano‖, elaborado por Ramón I. Alcaraz, dice en uno de sus puntos, que en los últimos meses del
Imperio, ―por falta de recursos que había para los gastos más indispensables del establecimiento [las cursivas son
nuestras], se autorizó al que fungía de Director para que cobrara de cada alumno con el nombre de derecho
de matrícula tres pesos y dos pesos mensuales con el de derecho de inscripciones.‖ 817 Queda claro que entre
una y otra idea, hay un abismo, la primera es una es una estricta realidad histórica, y la otra, una simple
fantasía nacida en la florida imaginación del doctor Eduardo Báez.
Pero regresamos a nuestro cause. Pues no fueron pocas las carencias en la Academia, el 18 de enero
de 1867, se les entero que quedaban suspendidas todas las becas, pues no era posible continuar dispensando
aquel beneficio a los alumnos agraciados. Que continuarían con su título de becarios, para que restablecido
algún fondo seguro pudieran seguir con la ayuda, pero que entre tanto quedarían con el único privilegio de
no pagar la cuota de dos pesos mensuales.818 Y a decir verdad, dicha contribución no fue muy popular entre
los alumnos de la Academia, que en su gran mayoría eran de bajos recursos. Por lo que en el archivo de San
Carlos, existen decenas de solicitudes de padres de familia y alumnos que piden ser exceptuados del pago de
la cuota, solicitudes que eran certificadas por personas como Lorenzo de la Hidalga, Petronilo Monroy,
Ramón Rodríguez, José María Rego, Vicente Heredia y Antonio Torres Torija.819

814 Diario del Imperio, viernes 7 de diciembre de 1866, núm. 584, pág. 469.
815 A.A.S.C., exp. 6848.
816 Eduardo Báez Macías, Guía... 1867-1907, pág. 15.
817 A.A.S.C., exp. 6876.
818 A.A.S.C., exp. 6850.
819 A.A.S.C., exp. 6848.

219
Por si fuera poco, se pidió a la Academia una lista de profesores, empleados y alumnos, con
especificación de sueldo y domicilio, para determinarles el pago de la contribución militar establecida por la
ley del 27 de febrero de 1867.820 Aportación del todo ridícula si se piensa que ni siquiera eran pagadas las
becas de los alumnos, mucho menos los sueldos de sus profesores.
También se suscitó en aquella época, un hecho que estuvo a punto de mandar literalmente la calle a
tres miembros de la Academia, a saber: el secretario José Mª Flores Verdad, y los profesores Vicente Heredia
y Luis Campa. A dichas personas, deudoras de la contribución de inquilinato, se les trataba de embargar sus
inmuebles por falta de pago en dicha contribución.821 Y la verdad, era que dichas personas, no habían
podido satisfacer sus deudas, por el hecho de que no percibían sus sueldos correspondientes, por lo que se
llegó al acuerdo de que la cuenta quedarse satisfecha con recibos de los empleados que no tuvieren al
corriente sus pagos, debidamente reconocidos por la Tesorería General.822
El caso más patético de este hecho, fue el de Flores Verdad, que a decir de Urbano Fonseca, poseía
―una casita medio arruinada‖, en la que habitaba con su familia, y que como se vencía ya su plazo, era seguro
que se la embargarían para rematarla, dejándolo con su familia, absolutamente en la calle. Por lo que el
director de San Carlos, pedía se recabase la mencionada compensación a cambio de sus sueldos vencidos, o
que al menos se le ministrase urgentemente una paga, a aquel empleado que concentraba en su persona
honradez, abnegación y puntualidad con sus deberes como secretario de la Academia.823
Para fenecer ya el Imperio de Maximiliano, se pidió a la Academia una lista con los empleados que
por voluntad quisieren tomar las armas en defensa de la capital. La mayoría dijeron que no podían servir
porque tenían que sostener familias numerosas y por estar obligados a procurarse otros recursos, en vista de
que sus sueldos no se habían pagado por varios meses.824
Pues finalizamos este apartado, apuntando, que como es notable, la situación económica de la
Academia de San Carlos durante el Imperio de Maximiliano, fue en suma voluble. La escuela, durante
aquellos breves años, tocó ambos extremos, la profusión en los gastos destinados a la Academia y la más
lamentable y absoluta falta de fondos pecuniarios.

4.6. Historia de la fallida construcción de un monumento a la


Independencia
El 25 de junio de 1864, don Manuel Romero de Terreros (que al tenor se hallaba en Francia), recibía
una carta de su primo el señor José Ignacio Palomo. En dicha posta, le decía entre otras mil cosas, que se
proyectaba hacer en México una columna de mármol, que personificaría con una estatua la figura de
Maximiliano, y que el archiduque había opinado que dicho gasto se haría a su tiempo, pero no para
representarlo a él, sino a los héroes de la Independencia mexicana.825
El hecho era que en México, hacía ya algunos años, se había planeado construir un monumento
consagrado a los protagonistas de aquella gesta. En el dicho mes de junio de 1864, Maximiliano seguramente
se vio influido por aquella vieja idea, que como habíamos expresado, quizá la comentó con el arquitecto
Lorenzo de la Hidalga, cuyo proyecto había sido tomado en cuenta para construirlo en tiempos en que el
poder ejecutivo residía en el general López de Santa Anna.
Dos días después de la carta de Ignacio Palomo a Romero de Terreros, la capital de la ciudad,
amaneció con una nueva noticia. El diario El Cronista de México, insertaba en sus hojas una misiva de
Maximiliano, dirigida a su ministro de Estado, don Joaquín Velásquez de León. La comunicación al caso es
la que sigue:

820 A.A.S.C., exp. 6864.


821 A.A.S.C., exp. 6863.
822 A.A.S.C., exp. 6866.
823 A.A.S.C., exp. 6863.
824 A.A.S.C., exp. 6867.
825 Manuel Romero de Terreros, Maximiliano y…, pág. 26.

220
―Mi querido ministro Velásquez de León.- Entre los muchos testimonios que he recibido desde que
pisé las playas de Veracruz, del amor y respeto que me profesan mis compatriotas, lo mismo que a la
Emperatriz, otro nuevo nos ha conmovido al saber que se había dispuesto erigir un arco de mármol
dedicado a la emperatriz, a la entrada de la hermosa avenida de la Piedad, la que llevaría el nombre de PASEO
DE LA EMPERATRIZ CARLOTA; y esa noticia ha aumentado vivamente, si es posible, nuestra firme decisión de
ser más que nunca mexicanos. Considerando por lo mismo, cuan grato será para nuestros conciudadanos y
cuánto apreciarán los verdaderos patriotas, que se eleve en el centro de la plaza mayor un monumento que
perpetúe el recuerdo, siempre dulce, de la Independencia mexicana, deseo en unión de la emperatriz, que
con los mármoles destinados al arco que se quería construir en su honor, se levante aquel monumento
consagrado a la Independencia de la Patria, debiendo llevar hacia la base las estatuas de los principales
héroes, como Hidalgo, Morelos, Iturbide, &c., y además los nombres de los otros caudillos de esa gloriosa
época, con letras de bronce dorado, y rematando todo en una gran estatua que represente dignamente a la
nación. Para complacerme a mí mismo, tocándome el resorte más sensible del corazón, quiero colocar
solemnemente la primera piedra de ese monumento el 16 de Septiembre próximo. Y en tal concepto, os
encargo, mi querido ministro, que por la secretaría correspondiente se convoquen pronto a los ingenieros y
artistas para que presenten sus proyectos relativos, a fin de que se lleve a cabo este pensamiento que tanto
deseo ver ya realizado.
Palacio de México, Junio 14 de 1864.
MAXIMILIANO.‖826
En resulta al elocuente escrito de Maximiliano, se hizo de conocimiento público la convocatoria
relativa al deseo imperial, la cual decía:
―Se convoca, en consecuencia, a todos los ingenieros y artistas que quieran ocuparse en el proyecto
de este monumento, a fin de que se dediquen sin dilación a formarlo, presentando a este ministerio [de
Fomento] precisamente antes del día último del próximo mes de Agosto, los planos, vistas, presupuestos, &,
con todas las aclaraciones correspondientes.
Estos planos y documentos vendrán sin el nombre del autor, y sólo con una contraseña, la que se
expresará por separado con aquel nombre en pliego cerrado, que se depositará en este Ministerio hasta
después de aprobado por S.M.I. aquel proyecto que lo merezca.
No se fijan bases, dejando a los interesados en libertad para escoger la forma que crean conveniente,
ya sea columna, arco, gran pedestal, fuente, &c., y sólo se establece que el monumento debe ser revestido de
mármol, con la estatua superior de bronce, de dimensiones colosales, pero proporcionadas; y en la parte
inferior o base, las estatuas de los principales héroes de la Independencia, que serán de mármol blanco.
El Subsecretario de Estado y del Despacho de Fomento, José Salazar Ilarregui.‖827
Sin embargo, a muchos, y en particular a los artistas de la Academia, aquella convocatoria les parecía
algo obscura e imprecisa. Debido a dicha ambigüedad, aparecieron en el diario L’Estaffete, un par de artículos
que buscaban se puntualizasen los puntos indeterminados y vagos de la invitación.
El primero de ellos, apareció el 3 de agosto de 1864. Era una carta en la que varios artistas
(seguramente miembros de la Academia de San Carlos), decían que algunas de las indicaciones contenidas en
la carta imperial eran necesarias esclarecer, pues les habían generado ciertas dudas. Preguntaban
básicamente: 1 ¿A qué sección particular del ministerio de Fomento debían ser remitidos los proyectos?, 2
¿Las hojas del diseño estarían enrolladas, dobladas, sobre un cuadro o una tablilla especial?, 3 ¿El artista,
tiene derecho a agregar a su proyecto una memoria descriptiva, que sirva como cuadro de la exposición de
sus ideas?, 4 ¿ Los diseños serán expuestos públicamente? y 5 ¿El anunciado viaje de Maximiliano al interior
del país, modificará en algo la colocación de la primera piedra?828
Un mes y días más tarde, el 7 de septiembre del mismo año, la redacción del mismo diario, insertaba
una carta de uno de los artistas que tomaron parte en el concurso. El autor (anónimo en la dicha posta),
después de algunos rodeos, indicaba que al manifestar Maximiliano su deseo de la construcción de dicho

826 ―Independencia Nacional‖, en El Cronista de México, lunes 27 de junio de 1864, núm. 49, pág. 3.
827 ―Convocatoria‖, en La Sociedad, martes 12 de julio de 1864, núm. 387, pág. 3.
828 ―Le monument national‖, en L’Estafette, miércoles 3 de agosto de 1864, núm. 179, pág. 2.

221
monumento, quienes lo secundaban, debían preocuparse por los detalles, y que la convocatoria publicada no
hacía nada para completar la idea, ni para dar efecto a las órdenes del emperador. Por ello culpaba a la
administración de aquellos momentos, el que los artistas llenos de buena voluntad y patriotismo, que vieron
ocasión en demostrar sus cualidades, se redujeran en virtud de la imprecisa información poseída. Igualmente
se quejaba de que ni siquiera estaba integrada la comisión calificadora de los proyectos, ni que se hubiese
ideado un sistema que garantizase la imparcialidad en la votación de la futura comisión.829
El hecho fue que por aquellos días, Maximiliano planeó y realizó un viaje a los Departamentos del
interior del Imperio Mexicano, arreglando el itinerario de manera que pudiera estar de vuelta en la capital el
16 de septiembre, para poder colocar personalmente la primera piedra del monumento, tal y como lo había
manifestado con anterioridad. Sin embargo, una inesperada inflamación de garganta, le obligó a permanecer
una semana más en Irapuato.830 No pudiendo, pues, en virtud de aquel contratiempo, colocar la primera
piedra, encargó a Carlota lo hiciera en su nombre el día indicado.831
El día prefijado para la colocación de la primera piedra, 16 de septiembre de 1864, al toque de la
diana se izaron los pabellones imperiales y se hizo una salva de veintiún cañonazos en la Ciudadela,
acompañada de un repique general en todos los templos de la ciudad.
A las ocho y veinte de la mañana, Carlota salió con su comitiva, en un magnífico coche tirado por
seis arrogantes caballos. La guarnición de México, reunida en la Plaza Mayor, formó una valla desde Palacio
hasta la Catedral y al salir la emperatriz le hizo los honores correspondientes. La hija del rey de Bélgica,
vistió en aquella ocasión un traje blanco riquísimo, bordado de oro; en sus hombros llevaba el manto real
carmesí; en su pecho portaba una banda negra y sobre sus sienes brillaba una preciosa corona.
Literalmente, la plaza, el atrio de Catedral, los balcones y las azoteas de los edificios que rodeaban la
plaza, estaban llenas de gente ávida de ver a la emperatriz. El arzobispo, acompañado de su clero, recibió a
Carlota en la puerta principal de Catedral y le presentó el agua bendita, donde la corte y el clero le
acompañaron hasta el dosel que se le tenía preparado al interior de la Catedral, en el acto el arzobispo cantó
el Tedeum y el Domine Salvum Fac. De aquel lugar, Carlota, se dirigió a pie, hasta el centro de la Plaza Mayor,
donde se levantó una vistosa tienda, para poner la primera piedra del Monumento a la Independencia, allí el
ministro Velásquez de León leyó una sencilla alocución a la que Su Majestad contestó. El arzobispo
revestido de pontifical y acompañado del venerable cabildo, bendijo la primera piedra, y al colocarla en su
lugar, se hizo una salva de artillería y las músicas al caso tocaron. Colocada ésta, la emperatriz, que había
tomado asiento bajo un dosel puesto ex profeso para ella, descendió del trono y dio sobre ella tres golpes con
un martillo de plata que le fue presentado, y le echó mezcla con una cuchara, también de plata, tan pronto
como la expresada piedra fue descendida al hueco que debía ocupar en el piso. 832 Posteriormente, el general
Salas leyó un discurso a nombre de los veteranos de la Independencia, al que Carlota se dignó contestar.
Concluida la ceremonia, la emperatriz, en medio de aclamaciones, regresó en coche a Palacio y presenció
desde un balcón el desfile de las tropas, al tiempo que saludaba al pueblo que prorrumpía en vivas a ella y su
augusto esposo.833
Aquel mismo día 16 por la tarde, el ministro de Relaciones y ex-director de la Academia de San
Carlos, don José Fernando Ramírez, junto con el de Estado, Velásquez de León, encabezaron en el Colegio
de Minería, un banquete dado por el gobierno imperial a los veteranos de la Independencia. Fernando
Ramírez brindó en estos términos:

829 ―Le monument national‖, en L’Estafette, miércoles 7 de septiembre de 1864, núm. 209, pág. 2.
830 La enfermedad de Maximiliano realmente no fue muy grave, sin embargo, le molestó en demasía, habiéndole hecho estar tres
días sin poder hablar ni una solo palabra, de modo que tenía que escribir lo que deseaba. Además, estuvo dos días sin tomar
ningún alimento, ni agua siquiera, por la imposibilidad de tragar. Afortunadamente la angina reventó y desde entonces se fue
mejorando rápidamente. ―La salud del Emperador‖, en La Sociedad, domingo 18 de septiembre de 1864, núm. 455, pág. 2.
831 ―La fiesta de independencia‖, en La Sociedad, lunes 12 de septiembre de 1864, núm. 449, pág. 2.
832 La piedra era de chiluca, perfectamente pulimentada y tenía en el centro una caja corrediza en que fueron puestos entre

cristales el decreto imperial, el acta de la ceremonia y las monedas mexicanas corrientes. ―La mañana de ayer‖, en La Sociedad,
sábado 17 de septiembre de 1864, núm. 454, pág. 3.
833 ―Aniversario de la proclamación de la Independencia‖ y ―La mañana de ayer‖, en La Sociedad, martes 13 y sábado 17 de

septiembre de 1864, núms. 450 y 454, pág. 3.


―Fiesta del día 16‖, en El Cronista de México, sábado 17 de septiembre de 1864, núm. 120, pág. 2.
222
―Brindo por SM el emperador Maximiliano I y por el acierto y la prosperidad de su gobierno, bajo la
bandera que ha enarbolado del orden y de la libertad.- Brindo por su ilustre consorte la emperatriz Carlota,
que con tanta inteligencia lo secunda en sus ilustradas miras.- Brindo porque la piedra que hoy ha colocado
SM sirva de base a la concordia y sea el símbolo de la consolidación de la independencia del pueblo
mexicano.‖
Aún duraba el banquete, cuando Velásquez de León, recibió allí mismo y dio lectura al siguiente
despacho telegráfico:
―El Emperador, al ministro de Estado.- Dolores Hidalgo, 16 de Septiembre de 1864.
El Emperador, reunido en la casa del cura Hidalgo, con todas las autoridades y oficiales, en una
comida, brinda por el recuerdo de los héroes de la independencia que murieron, y por la salud de los que
viven, y sintiendo no encontrarse entre ellos, los saluda cordialmente.‖
Se dice que la lectura del anterior despacho entusiasmó y conmovió honda y agradablemente a los
veteranos, y que algunos de ellos mostraron con lágrimas de ternura, el júbilo y la gratitud que las palabras
de Maximiliano habían sembrado en sus corazones.834
El asunto fue que por aquellos días de septiembre de 1864, ya algunos artistas habían presentado sus
propuestas para el monumento conmemorativo a la Independencia mexicana. Veintiséis, fue el número de
proyectos que según la prensa, habían sido remitidos al ministerio de Fomento y se afirmaba que
Maximiliano, a su regreso, adoptaría el proyecto que mejor le pareciera, oyendo el consejo de una junta
especial que sería nombrada para examinarlos todos.835
La trascendencia de este proyecto artístico, fue capital para el Imperio. El contexto político en que se
insertaba era delicadísimo, pues el hecho de que se elevara un monumento a la ―Independencia Mexicana‖
en los justos momentos en que se vivía una intervención extranjera, no dejaba de producir cierta extrañeza.
De ello estaba consciente Maximiliano, al cual le incomodaba la presencia de los franceses en
México, pues sentía que le restaban legitimidad a su gobierno. Por ello cuando salieron de la ciudad de
México las últimas tropas francesas y en un acto de muda protesta, ordenó que las puertas y las ventanas del
Palacio permanecieran herméticamente cerradas, sin que ni por una simple curiosidad apareciera una
persona en algún balcón, estando hasta los centinelas encerrados en sus garitones. Asimismo, resulta curiosa
la anécdota de que en esos momentos, en las azoteas de Palacio, escondido por la parte del norte y hacia la
calle de Moneda, un hombre alto, envuelto en un ―paletot‖ gris, y cubierta la cabeza con un ancho fieltro
blanco, siguió con sus miradas la retirada de las últimas columnas francesas, y cuando estas hubieron
desaparecido, dijo al grupo de caballeros que lo rodeaba: ―¡Henos libres al fin!‖836 Aquel hombre era
Maximiliano, y dicho lance resumía su verdadera postura con respecto a la intervención francesa. Habría que
recordar nuevamente una idea que ya citamos y que decía: ―La gran ilusión del Emperador era poder hablar
con Juárez, atraerlo a su causa, hacerlo su primer ministro, y ayudado por él, y ya libres de la intervención
francesa, gobernar sabiamente el Imperio, e inaugurar una era de paz, de progreso y de bienestar en todo el
país.‖837
Ironías del destino, aquellas que hicieron que justamente el hombre que trajeran las armas francesas,
deseara de todo corazón su partida. Indudablemente el tema de la ―independencia‖ fue central en las
preocupaciones del archiduque Maximiliano, por ello la construcción de un monumento referente a la
emancipación mexicana, no sólo era un capricho artístico, sino una necesidad de Maximiliano como
gobernador, pues le estorbaba su calidad de extranjero y consagrar justamente él, un vestigio a la memoria
de la independencia mexicana, significaría que su gobierno era una obra regeneradora y no una simple
usurpación.

834 ―Banquete‖, en La Sociedad, lunes 19 de septiembre de 1864, núm. 121, pág. 2.


El mismo diario, en su edición del miércoles 26 de octubre de 1864, núm. 153, pág. 3, dice en un artículo titulado ―Convite
juarista en Nueva York‖, que los refugiados republicanos celebraron en el hotel Delmónico de aquella ciudad, el aniversario del
―grito de Dolores‖. Señala, que brindaron por la muerte de Maximiliano, ―tirano de México‖, por la muerte del Papa, ―tirano de
las conciencias‖, y por la muerte de Napoleón III, ―tirano del mundo entero‖.
835 ―Monumento a la Independencia‖, en El Pájaro Verde, miércoles 14 de septiembre de 1864, núm. 362, pág. 3.
836 José Luis Blasio, op.cit., pág. 307.
837 Ídem, pág. 161.

223
Por ello, el periódico El Pájaro Verde, el 16 de septiembre de 1864, en una futurista visión histórica,
decía: ―Cuando el monumento esté levantado, sus mármoles y bronces que desafiarán al tiempo, recordarán
a los mexicanos eternamente que a principios del siglo XIX conquistaron la Independencia, y a mediados del
mismo la consolidaron.‖838
Eso era en parte lo que pretendía Maximiliano, más no llevaba prisa. Había que juzgar cual de los
proyectos remitidos era el mejor, pues la belleza del monumento no era menos importante que su
trascendencia histórica.
El 26 de noviembre de 1864, Luis Robles Pezuela, ministro de Fomento, instruyó a Urbano Fonseca
a fin de que nombrara a tres profesores de la Academia que hicieran el análisis artístico de cada uno de los
diseños, pero sin asignar premio a ninguno, dando cuenta por escrito del resultado del mismo.839
Tres días más tarde, Fonseca convocó a junta a los profesores de la Academia, para que por
votación, ellos mismos eligiesen quienes harían el antedicho análisis. Reunidos todos los profesores a las
once de la mañana, del día 29, se procedió a la elección de la primera persona. Siendo doce los votantes,
obtuvo ocho cédulas Ramón Rodríguez Arangoity, luego por unanimidad se seleccionó a Vicente Heredia y
por último también con ocho votos, recayó la tercera elección en Epitacio Calvo, quedando así integrada la
citada comisión.840
El dictamen fue entregado el 8 de febrero de 1865. Decían textualmente los profesores de San
Carlos:
―Hemos examinado escrupulosamente todos los proyectos en cuestión, y pasamos a hacer el análisis
de los que nos han parecido que lo merecen, puesto que los restantes no son ni aún dignos de ser tomados
en consideración.‖841
En el informe de la comisión sólo se evaluaron 10 diseños842 de los 21 que se remitieron a la
Academia.
Al compararse la lista de los veintiún proyectos remitidos por Orozco y Berra, el dictamen
calificador y la lista nominal de las obras devueltas al terminar el análisis artístico, sólo se pueden identificar
tres autores con sus respectivas obras, que son los hermanos Hidalga, Abraham Olvera y Luis Careaga y
Sáenz. Otros participantes que sin embargo no pudo identificarse su nombre con su obra artística, fueron
los hermanos Juan y Manuel Islas, José Manuel Siliceo, Guillermo Hay, José Ma. Miranda, Jesús Cárdenas,
un tal D.S. Achaval, un francés llamado Jean Théodore Coussy843, Eleuterio Méndez, Antonio Torres Torija
y Ramón Agea. Trece artistas en total, de supuestos veintiún remitidos, los demás concursantes permanecen
anónimos y de unos de ellos sólo pudimos recoger algunas iniciales como J.B.M., Y.M.S.F. y R.P.G.
El primero que analizaron, fue un proyecto marcado ―El Imperio y la Paz‖, obra de los hermanos
Ignacio y Eusebio de la Hidalga.844 Escribieron, entre otras observaciones, que era una copia de la columna

838 ―La primera piedra‖, en El Pájaro Verde, viernes 16 de septiembre de 1864, núm. 364, pág. 3.
839 A.A.S.C., exp. 6615, foja 1.
840 Ídem, foja 3.
841 Ídem, foja 4.
842 Los diarios de la época manejaron el dato de que habían sido remitidos al Ministerio de Fomento un total de veintiséis

proyectos. Sin embargo, el subsecretario de Fomento, Manuel Orozco y Berra, envió a la Academia, una lista en la que constan
sólo veintiún diseños. Ídem, foja 2.
843 En el diario La Sociedad, hallamos la siguiente curiosidad acerca de del señor Coussy:

―ESTABLECIMIENTO DE DIBUJO.
El infrascrito, recién llegado de Francia y establecido en México, tiene el honor de ofrecer sus servicios a los señores propietarios
y capitalistas para toda especie de construcción. Proveído ya hace algunos días del Diploma de la E. Academia de San Carlos y
teniendo mucha experiencia en la arquitectura europea, se encarga de construir toda clase de edificios para la industria o para el
gusto. En su despacho se encontrará un taller para el dibujo, como no los hay en México, adonde unos dibujantes especiales
establecerán todo genero de proyectos.‖
Se encarga también de copiar dibujos de cualesquiera clases, todo a precios sumamente baratos.- J.T. Coussy - Calle de San Juan de
Letrán, jardín de plantas.‖
844 Sobre el proyecto de los hermanos Hidalga, Manuel F. Álvarez, dice: ―Yo pensé también en formar un proyecto; pero a tiempo

fui solicitado por el Sr. Hidalga, por conducto de sus hijos mis compañeros, para dibujar su proyecto: era el mismo que el de 1843,
con algunas modificaciones en los detalles, tales como arreglo de mejores proporciones y sustitución de la estatua alada por otra
más severa con paños hasta los pies, pero siempre algo indecisa y sin un carácter bien determinado, pues el traje era indio, con un
224
de la Bastilla, conocida con el nombre de Columna de Julio, que sus proporciones carecían de grandeza y
que aunque el conjunto era agradable, le faltaba lo nacional.

Del segundo proyecto, marcado ―Águila León‖ , decían había originalidad. Que era de estilo
de ―transición‖ bien comprendido en su conjunto y en algunos detalles, que era un monumento de mérito
en lo general, pero que no era agradable su composición en relación con los edificios que lo rodearían.

845
Del tercer proyecto, marcado , obra de Abraham Olvera, decían que pertenecía al
dórico de decadencia (estilo Luis XIV), que era de mal gusto en los detalles, que le faltaba basamento, escala
y proporciones en el plinto. Agregaban que los cuatro pedestales de las ―alegorías‖ eran mezquinos y de
pésimo gusto y que las colosales dimensiones de la columna hacían que las figuras de los héroes apareciesen
casi pigmeas.

Del marcado , número cuatro, decían era un ―proyecto razonado‖. Agradable en su


conjunto, estilo de decadencia (Luis XIV y Carlos III), aunque los detalles en general de mal gusto. Que su
estilo era adaptable al de la Catedral y proporciones, excepto en algunas partes, bien entendidas.

846
Del de la marca , número cinco en su lista, decían tenía originalidad, buenas proporciones,
conjunto agradable y que era de estilo Renacimiento degenerado. Que por la distribución de sus aguas o
fuentes recordaba la de las villas Aldobrandini en Roma, las de un palacio en Mantua y las de Saint Cloud en
París. Efecto agradable y grandioso decían los críticos de la Academia. Que la parte superior, que coronaba
el monumento, carecía de proporciones y gusto, pero que salvando ciertas correcciones de estilo, su estilo
hubiera sido grandioso y recordaría la Fuente de los inocentes en París.

El proyecto número seis en la lista de los académicos y marcado , diseñado por Luis
Careaga y Sáenz y que era un arco de triunfo, decían recordaba el de Constantino en Roma y el de Trajano
en España. Que su estilo era de la última época primaria de decadencia, que todos sus detalles de decoración
estaban mal entendidos, de mal gusto y sin proporciones adecuadas. Que el diseño del arco estaba recargado
de pedestales y figuras y que además era sugeridora la forma piramidal, tan indispensable en este tipo de
edificios o monumentos.

Del séptimo marcado (tres sellos en lacre), dijeron que en general carecía de proporciones y
que era una recopilación de los etilos Luis XIV, Luis XV, Renacimiento y Clásico Romano. Que en el fuste
de la columna no se observaba las reglas del arte, pero que sin embargo, se tenían razonados los detalles de
construcción.

tocado de plumas: también se acompañaba a la columna el proyecto de reforma de la fachada del Palacio Nacional.‖ Manuel
Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari... pág. 112 y 113.
845 Este símbolo fue y sigue siendo utilizado por los ―liberales‖. Un dibujo casi idéntico es emblema de la C.N.O.L.

(Confederación Nacional de Organizaciones Liberales) que no es más que un ramal del P.R.I. (Partido Revolucionario
Institucional).
846 Al referirse la doctora Esther Acevedo a la marca de este quinto proyecto calificado por la comisión de Heredia, Rodríguez y

Calvo, dice que poseía como marca una ―estrella de cinco picos‖. Al menos nosotros, contamos y recontamos el número de picos
de la estrella en cuestión y siempre llegamos al número ocho. Sin embargo, a la doctora Acevedo le gustó para ser de cinco picos,
y no de ocho. Quien sea curioso puede consultar el mentado documento de la Academia número 6615. Quizá así, tal vez, pueda
resolverse satisfactoriamente este peliagudo problema matemático. Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 119.
225
El marcado (un lacre) número ocho. Era de estilo Luis XIV. Su basamento de grandes
dimensiones, no correspondía a las proporciones de la columna, haciendo muy pesado el pórtico que
rodearía al monumento, el cual, decían los académicos, destruía la parte principal del mismo.
Los últimos dos proyectos analizados por los catedráticos, fueron un par de ―Bocetos de Escultura‖,
como escribieron ellos mismos.
El primero de ellos y noveno en la lista, marcado con las alegorías de la ―Escultura y Arquitectura‖,
decían que poseía un conjunto agradable, de estilo Luis XIV y con un basamento de muy buen efecto. Con
las proporciones del primer cuerpo muy bien razonadas, pero con los remates de los tímpanos de muy mal
gusto. El segundo cuerpo, decían, era muy pesado en comparación con la ligereza del primero, y que en su
conjunto y detalles carecía de proporciones. Del tercer cuerpo con la estatua de la Independencia, opinaban
sería suficiente para componer un monumento que reuniría sencillez y buen gusto. Aunque del mismo estilo
que la catedral, afirmaban los profesores, no llenaba el objeto por sus grandes dimensiones y por las
dificultades en su construcción.
Del último proyecto evaluado, marcado ―Dolores‖, decían que su conjunto era agradable, de estilo
Lombardo de decadencia, con basamento muy pesado y con detalles de muy mal gusto. Que el segundo
cuerpo correspondía con el tercero y que en ellos se encontraba alguna originalidad. Además, añadían, que
no correspondería con los edificios que lo rodearían y finalmente, que las cuatro figuras de los héroes
poseían bellas proporciones, pero que sus pedestales eran de pésimo gusto.847
Como se ve, las apreciaciones de este jurado calificador en verdad no fueron nada halagüeñas para
los concursantes. Cuanto más si se piensa que se refieren a los diez mejores proyectos, es decir a los que
consideraron positivamente dignos para evaluar. Imaginen lo que opinarían de los otros once proyectos, que
ni siquiera fueron tomados en cuenta.
El informe de la comisión es rudo e implacable, y nosotros tenemos la corazonada de que en él, la
mano de Ramón Rodríguez Arangoity, tuvo un peso mucho mayor a las de Vicente Heredia y Epitacio
Calvo.
La serenidad y severidad de los juicios expuestos en el estudio de la junta evaluadora, debió
conocerlos personalmente el archiduque Maximiliano.848 ¿Qué habrá pensado al leerlos y compararlos con
los proyectos remitidos?, ¿Le habrá agradado especialmente algún proyecto?, ¿Consideraría especialmente
digno a alguno de aquellos proyectos para ser construido en la plaza mayor del imperio de México? o acaso,
como nosotros suponemos ¿habrá considerado desierto al concurso convocado? y en especial ¿algún
proyecto de aquellos, se acercaría al que imaginaba, en sus soñadores pensamientos? Definitivamente no.
Como indica el título de este apartado, se trata de un monumento que se planeó erigir en al plaza
mayor de México, pero que fue un proyecto fallido. La verdad, es que este propósito sufrió desde el inicio
de muchísimos contratiempos.
Dos meses y medio, tardó la comisión en entregar el mentado informe, mas como en los momentos
de haber sido designados como jurado, aquellos individuos se hallaban ocupados en la preparación de la
función de la distribución de premios de fines de 1864, no pudieron encargarse, con la prontitud deseada, de
aquel importante trabajo.849
Pero... ¿qué pasó realmente después de haber sido entregado el informe de la comisión evaluadora?
Como es natural, los artistas participantes esperaban se diera en breve alguna noticia, que les diese respuesta
acerca del ganador de aquella competencia. Sin embargo no sucedió así.
Y es que muy pronto, percibió la prensa mexicana, que las buenas intenciones del archiduque, no
eran sino puros sueños. Fue precisamente la prensa satírica de aquella época, la primera en cuestionar el
concurso convocado por el gobierno imperial. Un par de chispeantes diarios de aquella época, uno La
Cuchara y otro llamado La Sombra, se refirieron al caso.
847 A.A.S.C., exp. 6615, fojas 4r, 5, 6 y 7.
848 El 20 de febrero de 1865, el ilustre Manuel Orozco y Berra, en su calidad de subsecretario del ministerio de Fomento remitió al
Gabinete de Maximiliano el informe del juicio emitido por los profesores de la Academia. A.G.N., ―Índice de los asuntos
remitidos al Gabinete de S.M.I.‖Segundo Imperio, caja 29, foja 2.
849 A.A.S.C., exp. 6615, foja 8.

226
El primero de los dos, el 8 de marzo de 1865, en un articulillo titulado ―Lotería‖, explicaba
brevemente que el señor Nabor Muñoz tenía las nobles intenciones de establecer un sorteo de este tipo, y
que con las ganancias se beneficiaría a los artesanos de la ciudad. La Cuchara deseaba al proyecto del señor
Muñoz mucha suerte, pero decía: ―Esperamos que no suceda con la lotería a que nos venimos refiriendo, lo
que con el monumento que se pensó colocar en el zócalo de la Plaza.‖850
Por otra parte, el periódico denominado La Sombra, escribía lo que sigue:
―MONUMENTO A LA INDEPENDENCIA
¿En que estado se encuentra?
¿Cómo se halla?
¿La primera piedra ha fecundizado o permanece intacta en el lugar en que se ha colocado?
Nosotros sabemos que se presentaron diez y ocho modelos y entre ellos uno notable debido al hábil
escultor D. José María Miranda.
Sabemos también que de orden superior se hizo la calificación por tres artistas de la Academia de
San Carlos; pero que no obstante esto, nada se ha resuelto.
Dícese que a un artista extranjero se han dado algunas ideas respecto a la construcción del
monumento mencionado, y que se ocupa en dibujar el diseño.
¿Qué sucede entonces con la resolución de los artistas de la Academia?
¿Qué con los modelos hechos?
¿Les serán devueltos a sus dueños, o quedarán para la nación?
Nadie lo sabe.
Nosotros desearíamos se indemnizara a los artistas que fabricaron esos modelos, pues el trabajo que
ellos originaron es de consideración, y no es justo que lo pierdan.‖851
Más incertidumbre era imposible, nadie sabía nada. La única verdad tangible era que no había nada
resuelto y que el archiduque Maximiliano debió entrar en mil dubitaciones y pensamientos.
Muy interesante resulta el dato de que se corría un rumor que decía que se había encargado a un
artista extranjero el diseño del monumento, cosa nada descabellada y en verdad que nosotros, aún sin
pruebas, se nos antoja como muy cierta aquella murmuración.
Creemos que aunque no se declaró oficialmente, el concurso lo consideró Maximiliano como
desierto. Y es que a pesar que no se había aún decidido nada, los planes y proyectos no se detenían, incluso
desde principios de 1865, ya se había entrado en pláticas con los hermanos italianos Tangassi (que
estuvieron estrechamente relacionados con la Academia), poseedores de una magnífica tienda de mármoles y
espléndidas estatuas del mismo material, para que estos surtieran los necesarios para la columna de la
independencia.852

850 ―Lotería‖, en La Cuchara, miércoles 8 de marzo de 1865, núm. 41, pág. 323.
Este efímero periódico, bajo su nombre, tenía esta simpática leyenda: ―Papelillo alegre, entrometido, zumbón, impolítico y de
costumbres.─ ¿Porqué se ríe vd. cuando yo paso? ─ ¿Porqué vd. pasa cuando yo me río?‖
851 ―Monumento a la Independencia‖, en La Sombra, martes 21 de marzo de 1865, núm. 23, págs. 3 y 4.

La Sombra poseía la siguiente leyenda: ―Periódico Joco-serio, ultra-liberal y reformista. Escrito en los antros de la tierra por una
legión de espíritus que dirigen Mefistófeles y Asmodeo.‖
852 Los hermanos Tangassi, de origen italiano, fueron una familia que tuvo amplia relación con la Academia. Llegaron a México en

1832. Luis y Tito Tangassi ingresaron a la Academia en el ramo de escultura en mayo de 1847, el primero de ellos salió en junio
del mismo año y el segundo en el mismo mes de mayo, en aquel año tenían 18 y 22 años respectivamente. En 1867, en el ramo de
escultura de la Academia estudiaba alguno de nombre R. Tangassi y en cartas desde Italia, la Academia fue atendida por Carlos
Tangassi, que se hallaba en una casa-fábrica en Volterra. El 7 de julio de 1865, día de cumpleaños de Maximiliano, el Comité de la
Sociedad Italiana de Beneficencia en México, le envió al emperador una felicitación escrita en italiano, en ella firma como
miembro del dicho comité un hombre llamado Giuseppe Tangassi. A.A.S.C., exp. 6670, A.G.N.; Instrucción Pública y Bellas Artes,
caja 9, exp. 45; A.A.S.C., exp. 7252 y A.G.N., Segundo Imperio, caja 40, exp. 24, foja 14.
Sobre el monumento a la independencia en el A.G.N. hallamos esta notita: ―17 febrero [1865] Consultando no haber mérito en
justicia para conceder el pago de los tres mil ciento cincuenta y cinco pesos veinticinco centavos que reclaman Tangassi hermanos,
pues no procede ese crédito de las piedras de mármol para la columna de la plaza de armas, y debe correr la misma suerte que los
demás de su clase.‖
A.G.N., Segundo Imperio, caja 29, foja 1 v, ―Índice de los asuntos remitidos al Gabinete de S.M.I.‖
227
Y pese a todo y todos, el designio imperial parecía haber entrado en un impasse absoluto, nadie sabía
nada, nada se había resuelto y así pasó un año. El 15 de septiembre de 1865, la polémica volvió a surgir pero
ahora fue el diario L’Ere Nouvelle, el que insertó un artículo suscrito con las iniciales P.L., en el cual, su autor
deploraba el hecho de que a un año de haber sido colocada la primera piedra del monumento y de
encontrarse en el ministerio de Fomento los proyectos remitidos por los artistas interesados en el concurso,
aún no se hubiese tomado ninguna determinación. A decir de P.L., se debía de reunir al jurado del examen,
proclamar un vencedor y devolver después sus trabajos a los candidatos eliminados.853
Sin embargo, fueron palabras tiradas al viento, pues al siguiente día de publicado el artículo citado, y
con motivo del 16 de septiembre, Maximiliano tenía ya preparado un decreto, que echaba por borda el
concurso convocado en 1864 y aunque no se declaró explícitamente, los artistas participantes
sobreentendieron que el concurso se declaraba desierto.854 Para el día 18 de septiembre de 1865, la Academia

Inclusive, el propio Maximiliano concurrió al local de los hermanos Tangassi en México, donde se dice compró piezas escultóricas
de gran mérito. El Cronista de México, el sábado 1° de abril de 1865, núm. 78, pág. 3, publicó lo que sigue:
―BELLAS ARTES
ESTABLECIMIENTO DE LOS SRES TANGASSI
De un artículo que recibimos firmado por Los amigos de las bellas artes en México, extractamos los siguientes párrafos:
―Hemos visitado el hermoso establecimiento de los Sres. D. José y D. Attilio Tangassi, situado en la calle del Coliseo Viejo núm.
16, del cual salen los mejores tallados en mármol conocidos en esta capital [...].
El emperador Maximiliano, inteligente apreciador de las bellas artes, ha visitado hace pocos días el establecimiento de los
hermanos Tangassi, y escogió las piezas de mejor gusto de que hablamos, para adorno del palacio imperial de México y del de
Chapultepec. Entre las escogidas por SM, algunas de las grandes son del número de las premiadas en las exposiciones europeas
[...].‖
Por no dejar de lado, incluimos un articulillo, que accidentalmente hallamos y que se refiere a los hermanos Tangassi:
―EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
Hemos tenido el gusto de concurrir a la exposición que en el vestíbulo del Teatro Nacional han presentado los Sres. Tangassi
hermanos.
Muy complacida ha quedado La Tarántula de haber visto las preciosidades que de estuco, alabastro y mármol han coleccionado
dichos señores y que suponemos que en su mayor parte serán trabajadas en su acreditado taller.
La Tarántula se conmovió cuando en medio de tantas piedras labradas, tantas estatuas, fuentes, animales, etc. encontró un
costurero de mosaico trabajado por el C. mexicano Tomás Jiménez. Recomendamos a las personas que visiten la exposición de
los Sres. Tangassi procuren fijarse en esa obra de nuestro compatriota a quien no conocemos pero que su obra nos ha
simpatizado.‖
―Exposición de Bellas Artes‖, en La Tarántula, martes 15 de diciembre de 1868, núm. 12, pág. 3.
853 ―Le monument de l‘independance‖, en L’Ere Nouvelle, viernes 15 de septiembre de 1865, núm. 140, pág. 1 y 2.
854 El Cronista de México, lunes 18 de septiembre de 1865, núm. 222, pág. 2.

El decreto textualmente dice:


―MAXIMILIANO, emperador de México.
Visto nuestro decreto de 16 de Septiembre de 1864, y Considerando: la importancia y la necesidad de levantar aquel monumento
que perpetúe la memoria de nuestra Independencia:
Atendiendo a que es de justicia asociar a este monumento los nombres de los héroes que nos dieron patria y libertad;
Y teniendo en consideración que este monumento debe ser digno del alto asunto que está destinado a recordar a las generaciones
futuras,
DECRETAMOS lo siguiente:
Art 1º El Monumento que en la plaza de México debe erigirse a la Independencia Nacional, será conforme al modelo que Nos
hemos formado.
Art 2º Este monumento consistirá, en una columna de orden compuesto, la cual descansará sobre un dado, en cuyos cuatro
ángulos se colocarán las estatuas de Hidalgo, Iturbide, Guerrero y Morelos, y sus nombres aparecerán en letras de oro dentro de
unas coronas de encino y laurel, con las fechas de sus nacimientos y de su muerte.
Art 3º Alrededor de la columna girará en forma espiral una guirnalda con blasones de oro, en los cuales se verán los nombres de
otros héroes de la Independencia, rematando con el águila mexicana, hecha de metal dorado y representada en el momento de
romper las cadenas y remontar el vuelo.
Art 4º La altura total del monumento será de 50 varas: la base y el capitel, serán de mármol blanco: el fuste y plintos de pórfido; y
el dado, conchas y zócalos, de granito: las estatuas, mascarones y coronas serán de bronce.
Art 5º Al frente del Monumento, en el plinto de la columna, se pondrá la inscripción siguiente con letras de oro:
XVI DIE SEPTEMBRIS MDCCCX y en el zócalo estas palabras:
GRATA PATRIA
SUIS
LIBERATORIBUS
228
comenzó a regresar los trabajos calificados a sus correspondientes dueños y a petición de ellos mismos,
aclarando que ―por no tener ya objeto‖ es que eran devueltos.855
El hecho fue que Maximiliano encargó el diseño al mexicano Ramón Rodríguez, situación del todo
entendible, pues desde enero de 1865, el arquitecto Rodríguez Arangoity había entrado en contacto con el
emperador, pues fue llamado por el dicho archiduque para hacerse cargo como ingeniero de las obras de
Palacio de gobierno, Chapultepec, casas de Cuernavaca, Castillo de Miramar, monumentos de Cristóbal
Colón, Hidalgo, Guerrero, Iturbide y otros.856
Por ello, en la Academia de San Carlos, a nadie debió sorprender que aquella deferencia de
Maximiliano para con Rodríguez, se extendiera en todo campo, incluyendo el diseño del monumento a la
Independencia mexicana. Y aunque debieron existir como siempre, alguno que otro envidioso, todos sabían
bien de los conocimientos superiores, pulimentado dibujo y exquisito gusto artístico del ex-pensionado en
Europa.
Si alguna duda existió en aquel tiempo (al desecharse el concurso de 1864), sobre a quien se le
encargaría entonces el diseño del monumento, esta se disipó rápidamente, pues a finales de noviembre de
aquel mismo 1865, el Diario del Imperio dio a conocer que Maximiliano autorizó al ministerio de Fomento
pagar la suma de 500 pesos a Rodríguez Arangoity, para que con dicha cantidad formara, en yeso, el modelo
del monumento que tenía proyectado.857
Para los primeros días de 1866, el modelo había ya sido concluido. Un periódico bisemanal, llamado
El Marques de Caravaca,858 apuntaba: ―Hemos tenido el gusto de verle: nos parece muy bien trabajado, y del
pensamiento nada tenemos que decir. [...] El Sr. Rodríguez debe estar satisfecho, no por nuestra humilde
opinión, sino por la de personas inteligentes que han elogiado su obra.‖
El diario El Pájaro Verde, poco tiempo después, también indicó la conclusión del modelo y agregó
que por aquellas fechas había sido reestablecida la Lotería de San Carlos. Mencionó con gran ilusión, que
dicha renta no sólo pagaría el sueldo de todos los empleados de la Academia, sino que podría construir el
monumento para el año siguiente (1867) aunque costase 80 ó 100 mil pesos.859 Manuel Revilla apunta que
para la erección de dicho monumento se tenía destinada una suma de 800 mil pesos.860
Volviendo a hablar del mencionado modelo, Manuel F. Álvarez escribió: ―El proyecto [para el
monumento a la Independencia] fue desarrollado por el arquitecto D. Ramón Rodríguez Arangoity: Existía
en el Ministerio de Fomento un modelo de yeso que desapareció en el incendio de la Cámara de Diputados
del Palacio acaecido en 1872.‖861 Perdida irreparable sin lugar a dudas, para la historia de la arquitectura en
México, sin embargo, aquella queda en algo cubierta, pues El Marques de Caravaca, se tomó la molestia de
regalar a la posteridad una breve descripción del monumento ideado por el artista de San Carlos de que
venimos hablando.862

----------------
MAXIMILIANO IMPERANTE
MDCCCLXV
Nuestros ministros de fomento y de hacienda quedan encargados de la ejecución de este decreto, en la parte que a cada uno
concierne; y se depositará en los archivos del Imperio.
Dado en el palacio de México a 16 de Septiembre de 1865.
MAXIMILIANO
Por el emperador, el ministro de negocios extranjeros encargado del ministerio de Estado, José F. Ramírez.‖
855 A.A.S.C., exp. 6615. foja 9.
856 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 130.
857 ―Ministerio de Fomento‖ en Diario del Imperio, lunes 27 de noviembre de 1865, núm. 272.
858 Dicho informativo comenzó a ver la luz pública el día 3 de mayo de 1866. Salió los jueves y domingos de cada semana, sus

redactores lo anunciaban como: ―Político, retrógrado, conservador, santurrón y de chanzas pesadas.‖ Tuvo una vida en suma
efímera.
859 ―Gran Monumento‖ y ―Lotería Nacional de San Carlos‖, en El Pájaro Verde, jueves 10 y 19 de mayo y julio de 1866, núms. 111

y 171, pág. 3.
860 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 199.
861 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 113.

862 ―Monumento a la Independencia ‖, en El Cronista de México, jueves 31 de mayo de 1866, núm. 128, pág. 3. Tomado de un

artículo de El Marqués de Caravaca. El artículo dice:


229
El bisemanal capitalino destaca entre otros datos, que Rodríguez Arangoity, originalmente había
ideado que en el monumento debía ser un obelisco monolito, pero que Maximiliano le manifestó que una
columna le agradaría más, así, Ramón Rodríguez cambió sus planes para complacer al archiduque. No
obstante, muchos inteligentes y el mismo Rodríguez a pesar del cambio de planes, seguían convencidos que
el monumento más apropiado para el lugar era un obelisco. No se menciona que en el modelo de yeso de
Rodríguez Arangoity, existieran las estatuas de los héroes independentistas que el decreto del 16 de
septiembre de 1865 señalaba debía tener (así se evitaron el problema de que héroes debían elegir) y llama
poderosamente la atención, que se pusieran en el diseño del pedestal cuatro bajorrelieves alegóricos que
representarían los momentos más importantes de nuestra historia y que eran según el diseño concebido: 1)
El descubrimiento y la conquista, 2) la Independencia, 3) la Reforma Liberal y 4) La apoteosis de la Paz
(refiriéndose al Imperio de Maximiliano). Reconociendo con ello la notable labor liberal en la conformación
del Estado Moderno Mexicano. De haberse concretado el monumento, aquel bajorrelieve, hubiera sido uno
más de los rasgos liberales de Maximiliano, que tanto disgustaron a los conservadores mexicanos.
Pero bien, finalmente, con todo y modelo, y como todos sabemos, por falta de dinero y sobretodo
de tiempo, el monumento jamás se construyó bajo los planes que habían trazado Rodríguez Arangoity y el
ilustre Habsburgo.
Pero lo anterior, lo sabemos nosotros, para los hombres de aquella época, nada era realmente
seguro. En aquel 1866, cuando se terminó el citado modelo, al poco tiempo comenzaron a retirarse las
tropas francesas de México, Carlota se hizo a la mar rumbo a Europa el 13 de junio, Maximiliano se
encontraba ―profundamente impresionable‖, sin poder ―disimular su abatimiento‖, ―sus vacilaciones
aumentaban de día en día‖ y sus consejeros por una parte le decían que se ―obrara con energía y se

―Ofrecimos hacer una descripción detallada del modelo del monumento de la independencia que nuestro compatriota el Sr.
ingeniero D. Ramón Rodríguez Arangoity proyectó por encargo del Emperador, para el centro de la plaza principal de esta
ciudad; y en cumplimiento de esta oferta, diremos a nuestros lectores, que dicho monumento se divide en cuatro partes
principales, que son:
Primera. Un gran zócalo cuyos ángulos están cortados por cuatro pequeños planos, que tienen la misma forma de las caras
principales. En cada una de estas hay un resalte constituyendo propiamente un pedestal, sobre los que descansan cuatro
magníficas estatuas de bronce, que representan los principales ríos del país, El Bravo, El Grijalva, El Mexcala y el Santiago. Estas
figuras están recostadas sobre los productos minerales y vegetales propios de los Departamentos que estos ríos recorren. En la
parte superior de los pedestales sobre que están dichas figuras, hay un pequeño dado y una ranura por la que sale la agua que
alimenta a cuatro fuentes situadas debajo de cada una de las estatuas. La forma de la primera moldura que hace que el agua se
derrame formando cascada, tiene su curso continuo, gracias a un sistema surtidor colocado interiormente, sencillo a al vez que
ingenioso.
El segundo cuerpo se compone de un tronco de pirámide poligonal que tiene como el zócalo los ángulos cortados, y cada uno de
los cuales parten cuatro macizos de forma análoga al resto de la pirámide, que sirven a la vez de contrafuertes y pedestales a cuatro
figuras alegóricas proyectadas en mármol o bronce, que representan la Fuerza, la Victoria, la Paz y la Historia. En todo el
cornisamento se hallan repartidos algunos resaltes con cabezas de alto relieve que representan los Departamentos, y que servirán a
la vez para el derrame del agua llovediza.
Al tercer cuerpo lo constituye un gran pedestal sobre que descansa la columna. La cornisa está decorada con una guirnalda de
flores, pertenecientes a la Flora mexicana, las cuales están separadas unas de otras según requiere el estilo griego, que es el de todo
el monumento. En las cuatro caras del referido pedestal, van colocados igual número de bajo-relieves o inscripciones alegóricas a
los cuatro sucesos más memorables de nuestra historia nacional, como son su descubrimiento y conquista, su independencia, la
reforma y el apoteosis de la paz tan deseada por todos, y que ha de ser el término de las tres primeras épocas que felizmente ya
pasaron. Debajo de cada uno de estos relieves, hay un medallón saliente, en ojo de buey en el que irá marcado con los signos del
zodiaco la fecha del respectivo acontecimiento; aquellos van calados para dar luz al interior del monumento, cohonestando así la
conveniencia con el arte.
Aunque la primera idea del Sr. Rodríguez fue terminar su obra con un obelisco monolito, es decir, de una sola piedra, el
Emperador manifestó la idea de que una columna constituyera la parte principal del monumento, y solamente por obsequiar sus
deseos el autor se vio obligado a proyectarla en lograr del obelisco, que (si hemos de hablar con franqueza debida, según la
opinión de la porción de inteligentes a quienes hemos oído, y al mismo Sr. Rodríguez) constituye al monumento verdaderamente
original, sin que haya ningún otro que se le parezca.
La opinión que hemos emitido no tendría fuerza si estuviera simplemente basada en nuestras propias inspiraciones, pues no
tenemos la pretensión de llamarnos peritos en la materia, pero el juicio que hemos oído formar a varios inteligentes, nos ha
decidido a publicar estas líneas que no tienen más objeto que estimular a nuestro compatriota, y llamar la atención del público
sobre un trabajo que, como todos los del Sr. Rodríguez, tienen tanta idealidad como belleza y corrección.‖
230
demostrara al mundo entero que el Imperio podía vivir sin el auxilio de la Francia‖ y que otros, los más
sensatos ―opinaban que Maximiliano debía abdicar renunciando al trono de México.‖863 No obstante, el
asunto del monumento a la Independencia no se resignaba a encarpetarse del todo.
El adorno y embellecimiento de la plaza central continuaba merced a la actividad y empeño del
alcalde municipal don Ignacio Trigueros. La antiguamente llamada Plaza de Armas, en junio de 1866 se
había transformado a decir de El Cronista de México, en ―un bellísimo jardín cubierto de hermosos asientos de
fierro, y de elegantes fuentes.‖864
En agosto del citado año, el mismo diario, escribía que en la antedicha plaza, se habían suspendido
los trabajos emprendidos en la parte que mira a Catedral, para hacer jardines iguales a los que se hallaban
frente a la Diputación (hoy edificios del Departamento del Distrito Federal), Palacio y Portal de Mercaderes.
Según decía El Cronista de México, se le había dicho que se la suspensión era para dejar libre un punto por
donde pudieran entrar los materiales para la formación del monumento que se pensaba elevar en el
zócalo.865
El 21 de septiembre de aquel 1866, Rodríguez Arangoity pedía se le pagaran 2 000 pesos por cuenta
de sus honorarios devengados en los trabajos de erección del monumento, pues explicaba dicha suma la
tenía destinada a cubrir los gastos más precisos de alimentación y subsistencia.866
Tan seguros estaban de la construcción del monumento, que Ramón Rodríguez como paso previo a
la concretización de su proyecto arquitectónico, pidió a José Urbano Fonseca sometiera sus planos al
escrutinio de sus colegas de profesión. Bien sabía de la valía de la crítica, por ello remitió el siguiente oficio:
―México. Octubre 20 de 1866.
Habiendo concluido los trabajos relativos a los detalles de construcción del monumento a la
Independencia de cuya ejecución he sido encargado por SM el Emperador, y deseando que, antes de
entregarlos al Ministerio de Fomento donde existe el complemento de los dibujos, una comisión científica
formada por los Ingenieros elegida por la Academia, juzgue de ellos y emita su informe, he de merecer a VS
se sirva mandar se depositen esos planos en la memoria descriptiva en la secretaría y se proceda a la
ejecución de mis deseos en lo cual está interesado el honor de la corporación a que tengo el honor de
pertenecer y a cuyo juicio considero necesario sujetar esta clase de trabajos que tienen una importancia que
V.S. mismo conoce.
Protesto a V.S. mi particular aprecio y consideración.
[Rúbrica] Ramón Rodríguez y Arangoity.
867
Señor Director de la Academia Imperial de San Carlos.‖
La gran cantidad de planos ejecutados por el ex-pensionado de San Carlos, hoy se hallan perdidos.
Existe en la mapoteca Manuel Orozco y Berra solamente un plano de Rodríguez Arangoity (que por cierto
está exquisitamente dibujado y acuareleado), el cual es una vista aérea del proyecto, lo cual es una lástima,
pues no permite ver ningún detalle del diseño de la columna.
No obstante, podemos apreciar el diseño de los jardines de la plaza donde se observan cuatro
fuentes que armoniosamente enmarcan la columna. Lo que hoy es la Avenida ―20 de Noviembre‖ (que
antiguamente se llamó ―Callejuela‖, en el plano de Rodríguez aparece nombrada como ―Boulevard de la
emperatriz Carlota‖. Igualmente resulta curiosísimo observar a la catedral aislada, sin el Sagrario

863 José Luis Blasio, op.cit., pág. 207.


864 ―Adorno en la plaza de armas‖, en El Cronista de México, jueves 26 de junio de 1866, núm. 176, pág. 2.
865 ―Plaza de Armas‖, en El Cronista de México, sábado 4 de agosto de 1866, núm. 184, pág. 3.
866 A.G.N., Segundo Imperio, caja 58, exp. 20 y 21, fojas 5 y 1. Los textos citados dicen así:

―El Ingeniero D. Ramón Rodríguez y Arangoity, pide a S.M. se sirva mandar pagar la cantidad de $2.000 que libró el Ministerio de
Fomento a su favor, por cuenta de sus honorarios devengados en los trabajos de erección del Monumento a la Independencia,
por tener destinada esa suma, para cubrir los gastos mas precisos de alimentación y subsistencia. [21 de Sep. de 1866]‖
―El Yngeniero D. Ramón Rodríguez y Arangoity, elevó ocurso a S.M. pidiendo que se le mandará pagar, la cantidad de $2.000 que
libró el Ministerio de Fomento a su favor por cuenta de sus honorarios devengados en los trabajos de erección del Monumento de
Yndependencia, por tener destinada esa suma para cubrir los gastos precisos de alimentación y subsistencia.
El Ministerio de Fomento a quien se pidió informes, manifiesta que en su concepto sería un acto de justicia el que S.M. se dignase
prevenir que el Ministerio de Hacienda diese curso a la mencionada orden de pago. [dice a lápiz:] Conforme.‖
867 A.A.S.C., exp. 6472, foja 1.

231
Metropolitano y con un par de jardines con fuentes a sus costados. También se observa el trazo sobre
―Madero‖ (antes ―Plateros‖) de las casas que planeaban derrumbar para ampliar la calle y que desembocara
generosamente hasta Bucareli para encontrarse con ―Paseo de la Reforma‖ (originalmente conocido como
―Paseo del Emperador‖). Se nota en el diseño de Rodríguez, indudablemente en mucho influido por
Maximiliano, un admirable afán por darle alguna compensación al irregular espacio de la plaza, pues la
disposición de calles y edificios, era y sigue siendo algo desigual y asimétrica.

Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto del Zócalo y edificios que lo rodean (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1500.

Pues bien, con un dejo de tristeza, pensamos en todos aquellos esfuerzos estériles, en esos sueños
irrealizados que hoy se nos presentan como una lejana bruma en el pasado de nuestros predecesores. El que
escribe estos apuntes, en verdad debe de confesar la enorme nostalgia que siente al pensar en todas aquellas
ilusiones inconclusas, pero como es natural… hay que olvidar. Quizá tan rápido como los habitantes de la
ciudad de México de aquellos viejos ayeres. El Cronista de México, que aún se editaba cuando el ejército liberal
al mando de Porfirio Díaz tenía rodeada la ciudad de México, escribió la siguiente notilla, que a nuestros
ojos resulta profundamente significativa y refleja en unas cuantas palabras todo un retrato psicológico de la
sociedad mexicana, el parrafito (aparecido el 23 de abril de 1867, a tan sólo unos días de que fuera tomado
preso Maximiliano en Querétaro) decía:
―Los jardines de la plaza se hallaban el domingo en la noche llenos de una lucida concurrencia. La
música colocada en el zócalo, tocó piezas muy escogidas y muy bien ejecutadas. La gente se paseaba tan
tranquila como si no hubiese sitio.‖868
Maximiliano fue tomado preso a mediados de mayo y fusilado al mes siguiente, el proyecto de
Rodríguez, con todo y las instrucciones del emperador se abatió terminantemente en el olvido.
Al instalarse nuevamente en la ciudad de México la administración juarista, fue nombrado
gobernador de la ciudad el célebre bárbaro don Juan José Baz, sobre dicho tipo, el diario La Orquesta,
publico lo siguiente:

868 ―Paseo de la Plaza‖, en El Cronista de México, martes 23 de abril de 1867, núm. 96.
232
―El ciudadano Juan José Baz, Gobernador del Distrito, ha tenido la feliz idea de invitar a los
gobernadores de los estados para que concurran con auxilios pecuniarios y con materiales y mármoles
exquisitos a la construcción de un suntuoso monumento que deberá colocarse en el Zócalo de la plaza
mayor y perpetuar la memoria de la Independencia y de los héroes que han muerto por tan sagrada
causa.‖869
Pues vaya con el buen Baz, que gustaba combinar su instinto demoledor con el constructivo.
Nosotros nos congratulamos que tan ―feliz idea‖ no se llevase a cabo, pues no correspondía verdaderamente
aquel acento de gloria a hombre de memoria tan reputadamente destructora de obras de arte. Por cierto, al
parecer el académico José María Miranda, sería quien diseñaría el mencionado monumento; muy
seguramente con el mismo proyecto con el que participó durante el Imperio.
No quisiéramos terminar este apartado sin hacer antes un ligero apuntamiento a manera de
aclaración. Israel Katzman, en su libro titulado Arquitectura del siglo XIX en México, escribió: ―[Ramón
Rodríguez] intervino en el concurso de 1864 para monumento a la Independencia en la Plaza Mayor,
obteniendo el primer premio, seguramente envió el proyecto desde Europa.‖870 La información de Katzman,
es a todas luces errónea y más bien inventada, pues Rodríguez Arangoity, ni intervino en el concurso, ni
obtuvo el primer premio y ni envió proyecto alguno desde Europa.

4.7. Los recintos imperiales


Desde finales de 1863, los monarquistas mexicanos en Europa, José María Gutiérrez de Estrada y
José Hidalgo, comenzaron a tomar las providencias necesarias para alojar a Maximiliano y Carlota en
México.
Los mexicanos opinaban que el castillo de Chapultepec y el mismo palacio Nacional eran
inhabitables y que se tomaría bastante tiempo el acondicionarlos confortablemente. Por ello pensaron
originalmente en dos proyectos.
El primero consistía, según ellos, en un pequeño palacio en el barrio de San Cosme, el cual poseía un
bello jardín, con hermosa arquitectura y muy cómodo para una residencia temporal. Para noviembre de
1863, ya se habían gastado 125 mil francos en amueblarlo. Dicha residencia se hallaba rodeada de mansiones
hermosas y habitadas por personas distinguidas. La segunda propuesta, consistía en un edificio cercano a la
Alameda, que a decir de los mismos, reunía todas las condiciones necesarias para que los emperadores lo
habitaran digna y confortablemente de una manera provisional.871
Sin embargo Maximiliano no pensaba igual. El archiduque de Austria, desde su hechicero palacio de
Miramar en el norte de Italia, comenzó a soñar con Chapultepec.
Desde antes de aceptar formalmente la corona mexicana, el futuro emperador de México, ya había
decidido, que desde un principio, su residencia en México sería Chapultepec, y su lugar de trabajo, el antiguo
palacio de los virreyes.
Vistos los deseos de Maximiliano, se le remitieron a Miramar, planos de Chapultepec, con ideas de
como hacerlo una residencia confortable. Inmediatamente, éste tomó un vivo interés por aquel lugar y pidió
más planos y dibujos que complementaran su curiosidad, pues deseaba conocer como estaban dispuestas las
habitaciones altas y bajas de Chapultepec. Finiquitando el año de 1863, mandó pedir a la Regencia de
México que todo trabajo nuevo que se estuviera realizando en aquel sitio se suspendiera, pues
primitivamente tuvo la idea de elaborar personalmente un plan de reformas y enviar desde Europa a un
arquitecto que llevaría instrucciones precisas para llevar a cabo un arreglo simple y confortable.
Cabe resaltar, que el acondicionamiento (aunque sencillo) de aquel par de edificios, no fue tarea fácil.
Ambos edificios los encontró Maximiliano en ―completo abandono‖, debido a las críticas circunstancias por
las que había atravesado el país. Del antiguo palacio virreinal, no había habitable sino una parte demasiado
reducida, conteniendo departamentos ruinosos, oficinas públicas, oficios de notarios y escribanos,

869 ―Monumento a la Independencia‖, en La Orquesta, miércoles 9 de octubre de 1867, núm. 31, pág. 3.
870 Israel Katzman, Arquitectura del Siglo XIX en México, México, UNAM, 1973, pág. 292.
871 Esther Acevedo, Testimonios…, págs. 133 y 134.

233
tribunales, corte marcial, cárceles, almacenes, depósitos de guerra y pólvora, panadería militar, oficina de
correos de papel sellado, habitaciones privadas y hasta en las azoteas existían chozas habitadas por familias
sin autorización del gobierno. Por otra parte, el castillo de Chapultepec, estaba transformado en gran parte
en cuartel, otra había caído en ruinas. No se encontraba en él ni una silla, ni una mesa, y faltaban hasta
puertas y ventanas. Sus techos estaban en muchos lugares a punto de caer, el agua se filtraba al interior de las
piezas, las escaleras se hallaban descompuestas, las puertas (donde las había) no podían cerrarse, las aguas
inundaban los patios y mil inmundicias llenaban los zaguanes. El otrora afamado parque de Chapultepec,
orgullo de tiempos pasados, se encontraba en parte cubierto de maleza, y en otra convertido en un pantano
insalubre.872
Evidentemente, la dignidad del archiduque Maximiliano, aunada a su refinadísimo gusto por todo lo
bello y exquisito, no podía permitir que tal estado de cosas siguiese en pie.
Como es sabido, el 28 de mayo de 1864 llegó a las playas veracruzanas la fragata de guerra austriaca
Novara, con Maximiliano y Carlota a bordo. Sin embargo, de muchos días antes, el futuro emperador de
México, ya tomaba decisiones con respecto a sus habitaciones. El 20 de abril de dicho año, El Cronista de
México escribía que ni en Palacio, ni en Chapultepec se habían emprendido grandes obras, pues el archiduque
había expresado su deseo de determinarlas personalmente, con vista del estado en que se hallaban aquel par
de residencias.873
En la ciudad de México, como ya habíamos citado en otro apartado, casi hasta última hora se dudó
del advenimiento de los archiduques y cuando se tuvieron noticias seguras de aquel hecho, los trabajos que
habían emprendido con suma lentitud, fueron acelerados.
El apresuramiento de los trabajos en Palacio (que sería donde se les hospedaría), se precipitaron casi
en anarquía. En aquel sitio reinaba el mayor desorden y miles de incertezas, un gran variar de opiniones y
querellas de rango, propusieron los quehaceres más urgentes.
El selecto séquito de nobles que acompañaban a los emperadores, se adelantó a la entrada de
aquellos. A los huéspedes europeos se les había destinado una casa aparte, pero en el último momento, una
orden imperial cambió las disposiciones y fueron alojados en Palacio Nacional aquellas personas. Causando
como era natural, más desconcierto y caos.
Como la hora y el día de llegada de dichos aristócratas eran inciertos, cuando sus carrozas entraron
en el patio principal de Palacio, fue grandísimo el aspaviento y el estupor de los tapiceros e intendentes, que
nada habían preparado. En los cuartos de hospedaje aún se martilleaba y golpeaba, los mexicanos, por fin,
perdieron la calma y sus afanes se trasformaron en furioso tropel y movimiento. Los ministros de Estado,
para salir del atolladero, ofrecieron un eterno banquete que se prolongó hasta bien entrada la noche;
mientras, los operarios seguían trabajando, después de la cena, por fin aquel cúmulo de titulados, encontró
un lugar donde reposar.
No sucedió lo mismo a la llegada de los emperadores, pues sus departamentos se hallaron tapizados
y amueblados con antelación. Estos fueron arreglados de forma augusta, aunque su disposición era algo
incómoda y a pesar de la simplicidad que reinaba en todo, faltaba el buen gusto en los ornamentos, de modo
que Maximiliano pudo, sin escrúpulos, mudar las cosas del modo que mejor le conviniera.874
Por otra parte, Chapultepec, como ya se dijo, se encontraba en un estado ruinoso y pese a lo mucho
que Maximiliano deseo habitarlo desde su llegada, fue imposible por las condiciones casi apocalípticas en las
que se hallaba.
Un espíritu delicado y elevado como el que poseía Maximiliano no podía coexistir en medio de aquel
abandono. Además, la fastuosidad y boato que Maximiliano había experimentado en Europa no quiso
repetirlos en México, por ello pensó en tomar en consideración dos medidas, a saber: la economía y la
sencillez, conciliadas con la justa protección a las artes y a la industria nacional.
A los dos días de haber llegado a la capital, Maximiliano y Carlota visitaron el castillo de
Chapultepec, lugar donde quedaron encantados por la vista que les ofrecía del valle de México, expresándolo

872 ―Informe sobre gastos de la Lista Civil‖, en El Cronista de México, jueves 3 de mayo de 1866, núm. 104, pág. 1.
873 ―Preparativos‖, en El Cronista de México, miércoles 20 de abril de 1864, núm. 94, pág. 3.
874 Paula Kolonitz, op.cit., págs. 86 y 95.

234
verbalmente a las personas que los acompañaron aquel martes 14 de junio de 1864. Obviamente se le indicó
que para habitarlo, era necesario emprender obra formal, a lo cual Maximiliano, se dice que respondió que la
nación estaba pobre, y que era preciso crear y organizar primero su hacienda antes de erogar gastos de aquel
género.875
No obstante, del dicho al hecho hay mucho trecho. Hubiera sido muy saludable para la pervivencia
del Imperio de Maximiliano, que se hubiera cumplido al pie de la letra con aquel comentario, sin embargo
desde el principio se comenzaron a gastar grandes sumas en la remodelación tanto de Palacio Nacional
como de Chapultepec.
Lo gastado en modificar Palacio para aposentar Maximiliano, según las cuentas exactas que echó don
Manuel Payno, hasta junio de 1864, fecha en que estableció el archiduque su gobierno, importó $ 101,
011.83, y que desde entonces, las obras realmente, comenzaron de nuevo en una escala mayor.876 El mismo
Payno escribió: ―Las residencias reales eran varias. Al antiguo palacio de los virreyes se le llamó Palacio
Imperial. [...] A Chapultepec se le llamó alcázar, y desde el principio se comenzaron a gastar grandes sumas
que se entregaban a un austriaco llamado Schaffer y a otro Grube. Además, se compraron varias
propiedades en Cuernavaca y se les puso por nombre los palacios de Olindo y Cuernavaca.‖877
Y es que desde muy temprano (enero de 1865) se comenzaron a criticar los inmensos gastos que se
hacían en los palacios de México y Chapultepec, pues desde la llegada del emperador, las obras no cesaban y
todos los días se emprendían otras nuevas. Las invectivas, especialmente agrias, inclusive venían, no de
sansculotes, sino de conservadores netos de la vieja guardia. Y es que como escribió Mariano Riva Palacio,
se espantaban de los efectos sin ver la causa, pues un imperio no era una república, ni un emperador era un
presidente.878
En fin, el hecho fue, que al llegar Maximiliano a la ciudad de México en junio de 1864,
personalmente dirigió las primeras reformas a su gusto y antojo.
El primer gran afán del emperador, fue trasladarse lo antes posible a Chapultepec.879 Él sólo deseaba
un pabellón, pero era tal su estado ruinoso, que los esfuerzos para acondicionarlo antes de su llegada
resultaron completamente inútiles. Sin embargo, el archiduque mantuvo su palabra y a pesar de la infinita
confusión que reinaba, lo que parecía imposible se hizo realidad, y a los seis días, Maximiliano, Carlota y su
séquito, ya lo habitaban. Llegaron a la ciudad de México, como dijimos, el domingo 12 de junio, y para el
sábado 18 del mismo, ya pernoctaban en Chapultepec, no obstante que aún no habían sido hechas todas las
reposiciones necesarias en el edificio.880
Se cuenta, que aquella noche del sábado 18 de junio de 1864, en el aún devastado castillo de
Chapultepec, estuvo llena de aventuras para los archiduques. Se cree que la augusta pareja fue maltratada por
ciertos molestos animalillos y por el polvo que había en la habitación, lo que hizo necesario que se tuvieran
que transportar sus lechos a la terraza. Situación que confirma la condesa Paula Kolonitz, pues ella afirmó
que en la citada noche, la camarera de Carlota, le pidió un poco de la provisión de polvos insecticidas que
llevaba consigo.881
Con todo, los emperadores permanecieron en aquel lugar sin más que lo necesario, sin lujos ni
aparatos. Maximiliano, que desde el principio madrugaba y se mostraba muy activo, contrató a doscientos
albañiles, que trabajaron bajo su dirección y a su costa.882 Al poco tiempo, logró habilitar una pequeña
sección del castillo, infundiéndoles a sus departamentos una gran modestia y simplicidad burguesa, lo que

875 ―Chapultepec‖, en La Sociedad, viernes 17 de junio de 1864, núm. 362, pág. 1.


876 Artemio de Valle-Arizpe, El Palacio Nacional de México, México, M. A. Porrúa, 1936, pág. 345.
877 Agustín Rivera, Anales mexicanos. La reforma y el segundo imperio, México, Ortega y compañía editores, 1904, págs. 163 y 164.
878 Manuel Romero de Terreros, Maximiliano y..., págs. 51 y 52.
879 Uno de los motivos principales por los cuales Maximiliano prefería pernoctar en Chapultepec, fue que a partir de las ocho de la

noche reinaba en todo el castillo un absoluto silencio, el cual favorecía mucho su sueño, el cual era muy ligero. Incluso, cuando en
ocasiones pasaba la noche en Palacio Imperial, Maximiliano prefería una habitación que tenía vista a uno de los patios interiores,
pues como su costumbre era siempre acostarse a las ocho y levantarse a las cuatro, el ruido de los carruajes y el hablar de los
trasnochadores le impedían dormir. José Luis Blasio, op.cit., págs. 60 y 78.
880 ―Chapultepec‖, en La Sociedad, lunes 20 de junio de 1864, núm. 365, pág. 1.
881 Paula Kolonitz, op.cit., pág. 123.
882 Manuel Romero de Terreros, Maximiliano y…, pág. 26.

235
contrastaba grandemente con la reputación de pompa y amor a la prodigalidad que los archiduques tenían en
Milán.
Las transformaciones emprendidas en junio de 1864, hay que puntualizarlo, no obedecieron a un
vulgar deseo de ostentosidad, las modificaciones hechas acataron una idea de profunda intimidad personal.
Que el archiduque de Austria eligiera Chapultepec para su domicilio particular, no fue una situación casual o
azarosa. La vista que ofrecía Chapultepec a Maximiliano, más que cualquier otra cosa, dábale paz y consuelo
a su corazón, llamándolo a la más íntima reconciliación con su suerte, despertando en él, todo el valor
necesario para enfrentar su destino. Esto lo expresó a menudo en los momentos difíciles, que no fueron
pocos, explicaba que nada le daba mayor vigor a su espíritu ni tanto valor como la armonía grandiosa y
maravillosa de aquel cuadro que se le presentaba a sus ojos, y que con una mirada todo lo comprendía. Ante
todos estos encantamientos se sometió Maximiliano, y sus disímiles, como era natural, eran hombres que al
mirar aquel mismo paisaje, no veían nada, seres que tenían la cabeza sobre el cuello y dentro del pecho el
péndulo de la vida, hombres a los cuales difícilmente estas impresiones los sacudían. Su secretario, Luis
Blasio, en una ocasión escribió:
―Cuántas veces, cuando el soñador Soberano contemplaba con dulce mirada, el azul del cielo
mexicano y el delicioso paisaje que desde la terraza se contempla; después de admirar placenteramente el
panorama tan bello que ante su vista se extendía, decíame después de largos minutos de silencio:
─ ¿No cree Ud que esto debería llamarse Mira Valle, así como mi castillo de Trieste se llama
Miramar?‖883
Y es que como acertadamente se señala, la voluntad de construir y el gusto por modificar
estructuras, fueron una nota constante en la vida de Maximiliano. A los 17 años, diseño y construyó una
casita de campo en Heitzing, no lejos del castillo familiar, atrás de Schönbrunn, llamada Maxing; en 1853,
cuando su hermano Francisco José sufrió un atentado, mandó construir la iglesia Votiva en Viena, siguiendo
muy de cerca el concurso y hasta los mínimos detalles constructivos; en 1856 comenzó el gran proyecto que
haría nacer su Castillo de Miramar, donde personalmente eligió el terreno y de ser un páramo, lo habilitó
hasta transformarlo en un hechicero lugar, rodeado de magníficos parterres sembrados de raros especimenes
botánicos; en 1858, viviendo en Milán, marcó con lápiz rojo sobre un plano las metamorfosis, que imaginó
podrían hacerse en aquella ciudad; en 1859, compró la isla de Lacroma en la costa de Dubrovnik (en el sur
de Croacia), donde existía un antiguo monasterio que quiso reconstruir y rodear de jardines 884 y finalmente
en 1864, dirigió las iniciales obras de reconstrucción de Chapultepec y Palacio Nacional. Al parecer en
dichas primeras obras que dirigió Maximiliano en México, fue auxiliado por su decorador y dorador en
Miramar, Julius Hofmann, quien según testimonio de aquellos tiempos fungió como director de obras.885
Adempero, dicha situación no podía prolongarse por mucho tiempo y a los pocos días delegó a
otros aquella responsabilidad, que tanto cuadraba a su carácter, y tuvo que asumir otra para la cual no había
nacido: gobernar.
Cuando Maximiliano llegó a México, la Regencia del Imperio, no había nombrado a persona alguna
como director de la obras de reconstrucción de las residencias imperiales. Le habían reservado aquel
privilegio al propio archiduque. Destacaron en aquel momento, dos arquitectos que pretendieron el puesto,
ellos fueron Lorenzo de la Hidalga y Vicente Manero, relacionados ambos con la Academia, el primero de
ellos titulado en la Real Academia de San Fernando de Madrid, nombrado Académico de Mérito en la de San
Carlos y además presidente de la sección de Bellas artes de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México;
el segundo titulado en la de San Carlos de México en 1847,886 que había presentado al igual que De la
Hidalga un proyecto para monumento a la Independencia en enero de 1854887 y que ya había fungido como
arquitecto de Palacio en varias ocasiones.

883 José Luis Blasio, op.cit., pág. 81.


884 Esther Acevedo, Testimonios…, pág. 133.
885 Michael Drewes, ―Carl Gangolf Kaiser (1837-1895). Arquitecto de la corte del emperador Maximiliano‖, en Anales del Instituto

de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, 1988, núm. 59, vol. XV, pág. 245.
886 A.A.S.C., exp. 6622.
887 A.A.S.C., exp. 5592.

236
De la Hidalga y Manero, conocían el hecho extraño de que en Palacio, antigua morada de virreyes de
soberanos que llevaron el renombre de católicos, no hubiera una capilla decente para el servicio divino y que
en tiempo de los pasados presidentes se había erigido una capilla con aquel objeto, pero que su pequeñez y
mala colocación la hacían inútil para su destino. Por ello, ambos diseñaron respectivos proyectos para una
capilla en Palacio, con fechas 9 y 11 de julio de 1864.888
La decisión de Maximiliano, sin embargo fue salomónica. A De la Hidalga se le encargaron las obras
de Palacio Nacional y a Manero las de Chapultepec. La prensa nacional originalmente manejó que se le había
encomendado a don Lorenzo las obras de Chapultepec, La Sociedad decía:
―Chapultepec
Las obras de reparación y embellecimiento de este sitio, que como saben nuestros lectores es hoy la
residencia de SS.MM., se han encomendado, según se nos asegura, al Sr. D. Lorenzo Hidalga, tan
ventajosamente conocido por el buen gusto y la acabada ejecución de sus obras.‖889
A los pocos días el mismo diario insertaba una carta del señor De la Hidalga:
―Señores Editores de la Sociedad.― Casa de vdes., Junio 26 de 1864.― Muy señores mios. En el
número 367 del apreciable periódico de vdes., he hallado la noticia de que se me habían encargado las obras
de reparación y embellecimiento de Chapultepec. Es cierto que se me hizo alguna indicación sobre el
particular; mas habiendo ocurrido a la hora citada, no encontré a la persona con quien debía entenderme, y
el asunto ha quedado hasta ahora en ese estado.
Lo que comunico a vdes. Para que tengan la bondad de rectificar aquella noticia, y quedo su atento
S.S.Q.S.M.B. [seguro servidor que su mano besa] ― Lorenzo Hidalga.‖890
Al día siguiente, estos rumores fueron desmentidos por L’Estafette, que insertó una nota indicando
que el hábil arquitecto Vicente Manero había sido encargado para dirigir los trabajos en Chapultepec. 891
Posteriormente, ignoramos la fecha exacta, don Lorenzo fue encargado de las obras en Palacio Nacional.892
No obstante, el gusto no les duraría demasiado a este par, pues sus puestos serían ocupados por el
ex-becario de San Carlos, don Ramón Rodríguez Arangoity.
Y a decir la verdad, desde el inicio de las obras tanto en Palacio como en Chapultepec, todo aquello
fue un completo desorden. Muchos querían opinar, decidir, y meter su cuchara. Ni De la Hidalga, ni Manero
pudieron trabajar a sus anchas; prueba de que una horda de arquitectos estaba en torno a aquellos dos, la
hallamos en una notita desenterrada del el Archivo General de la Nación, la cual dice fielmente:
―México Agosto 8 de 1864.
S. M. el Emperador a quien di cuenta con la nota de esa Sria. de 23 de Junio último relativa a la
solicitud del Sr. Dn. Carlos Wischin sobre que se le conceda una plaza de Ingeniero Civil, se ha servido
acordar diga a V. E. en contestación, que habiendo abundante número de Ingenieros no se puede asegurar al
Sr. Wischin ninguna posición.
Reitero a V.E. las seguridades de mi consideración.
El Sub-Secretario de Estado y del Despacho de Fomento [rúbrica] José Salazar Ilarregui.
Exmo. Sr. Ministro de Negocios Extranjeros.‖893

888 De estos proyectos hay constancia en la mapoteca ―Orozco y Berra‖. Distrito Federal, varilla 7, 1566 d - e.
889 ―Chapultepec‖, en La Sociedad, miércoles 22 de junio de 1864, núm. 367, pág. 3.
890 ―El Sr. Hidalga‖, en La Sociedad, domingo 26 de junio de 1864, núm. 371, pág. 3.
891 ―Chapultepec‖, en L’Estafette, lunes 27 de junio de 1864, núm. 147, pág. 2.

Durante el tiempo en que Vicente Manero dirigió las obras en Chapultepec, se presentó en aquel sitio el Circo de Chiarini. Los
ingenieros improvisaron un lugar para la presentación que se dio a los Emperadores, pues se invitó a más de trescientos. Se dice
que la compañía circense se excedió a si misma y que Maximiliano mostró un vivo placer por la habilidad que en el arte de la
altaescuela demostró el Sr. Chiarini, a quien elogió por la habilidad de los artistas y la maravillosa destreza de los caballos.
―Chapultepec‖ y ―Más sobre el circo de Chiarini‖, en El Cronista de México, martes 8 y viernes 11 de noviembre de 1864, núms.
164 y 167, págs. 3 y 3.
892 Aunque el trabajo de don Lorenzo de la Hidalga, se concentró en Palacio; a instancias suyas se colocaron unos pararrayos tanto

en aquel lugar como en Chapultepec. Pues parece ser que las tormentas eléctricas tenían algo nerviosa a Carlota. ―Pararrayos‖, en
La Sociedad, miércoles 7 de septiembre de 1864, núm. 444, pág. 2.
893 A.G.N., Segundo Imperio, caja 17. Carlos Wischin, al parecer era ciudadano austriaco, pues la carpeta consultada se refería a

asuntos relacionados con ese país.


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Pues así estaba la cuestión verdaderamente, un abundante número de ingenieros se hallaba
laborando en aquellos sitios. Como era natural, dicha situación no podía pervivir mucho tiempo, y el 13 de
febrero de 1865, La Sociedad indicaba que Ramón Rodríguez Arangoity había sido llamado por Maximiliano,
para encargarle la decoración de los salones imperiales.894
Los motivos efectivos que hayan motivado la remoción de De la Hidalga y Manero, los ignoramos
por completo. Sin embargo, las intrigas palaciegas fueron muy seguramente el pan diario que tuvieron que
sufrir y que posiblemente en algo hubiesen influido en el ánimo del archiduque que lo motivara a tal
determinación, no queriendo con ello menoscabar los méritos y consabida ilustración de Ramón Rodríguez.
Prueba de las numerosas habladurías que sobre aquellos cayeron, es una carta que don Lorenzo
escribió y remitió a La Sociedad y que aquí trascribimos textualmente:
―México, Abril 26 de 1865.
Señores Editores de la ―Sociedad‖
Muy señores míos: Desde que dejé la dirección de las obras del Palacio Imperial de México han
corrido en el público voces absurdas y calumniosas, que me es preciso desvanecer porque se interesa en ello
mi reputación. Se ha dicho que una parte de las obra que ejecuté en el Palacio se encuentra en mal estado y
amenaza ruina: personas ha habido que hayan tenido la inocencia o el descaro de decir, que una de las
paredes que forman el gran salón había caído completamente. Por fortuna esas paredes están a la vista de
todos los que pasan por la Plaza Mayor, y si alguna se ha caído, con facilidad podrá notarse su falta.
Entre otras vulgaridades, anda la de que los pies derechos y arcos del patio principal sobre que carga
una de las paredes que forman el salón nuevo, están ruinosos. La calificación es hasta ridícula, pues no sólo
tiene la resistencia necesaria para el caso, sino que pueden soportar un peso diez veces mayor. Su solidez
llega al grado de que ni aún las juntas de las hiladas de piedra labrada se han dado por entendidas de la nueva
carga; y cuantos arquitectos han fabricado un edificio, aunque sea de poca importancia, saben bien, que la
mezcla de las referidas juntas siempre se estrella al cargar mayor peso sobre las pilastras. Pues ni esto ha
sucedido; y esta circunstancia favorable se debe a su antigüedad. La pared que soporta dichos pies derechos
o pilastras, vuela diez o doce pulgadas en un extremo, mientras que en otro acaba a plomo; disposición que
fue exigua por la necesidad de regularizar el salón. Este resalto de diez pulgadas, cuyo término medio es de
cinco, ha dado también lugar a dudas acerca de la solidez de la nueva pared. No comprendo que pueda
inspirar temor una cosa tan sencilla y frecuente en nuestra profesión, y hay infinitos medios de nulificar esta
diferencia de espesor.
En el departamento destinado a las nuevas habitaciones de SS.MM. hay una parte casi nueva,
construida bajo mi dirección y arreglada al carácter de Arquitectura de la antigua. Esa parte se encuentra sin
el menor indicio de movimiento o asiento, sin la más insignificante cuarteadura. Pues a pesar de eso, a
consecuencia de una que lleva muchos años de abierta en el piso bajo de la parte antigua, se ha suscitado
dudas acerca de la solidez de la fábrica, y (lo que no comprendo), se han atroquelado todos los vanos,
causándole un gasto no pequeño e inútil. Esta cuarteadura, guarida de murciélagos por su antigüedad, debió
ser tomada o cerrada; así lo hice en la parte correspondiente al piso superior al piso superior, y no me fue
posible hacer lo propio en el bajo, porque me separé de la dirección de las obras cuando iba a proceder a
esta operación, para lo cual tenía dispuesto ya los materiales necesarios.
Esto me da motivo para exponer, que habiendo entregado las obras de Palacio sin defecto alguno en
su construcción, pero no concluidas, no puedo ser responsable de la falta de algunos trabajos que estaban
haciéndose o iban a emprenderse, pero que no llegué a ejecutar por mi separación. Ni mucho menos puedo
responder de la manera con que estos trabajos se desempeñen. Digo esto sin ánimo de ofender a nadie;
siendo de por sí cosa clara y evidente, que no se responde de lo que otros hacen, pero a mi reputación
conviene dejar bien asentado, que no dejé en el Palacio obra alguna ruinosa.
LORENZO HIDALGA‖895

894 ―Salones de Palacio‖, en La Sociedad, lunes 13 de febrero de 1865, núm. 603, pág. 2.
895 ―Suplemento al núm. 675 de La Sociedad‖, en La Sociedad, viernes 28 de abril de 1865, núm. 675.
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No sorprende que Lorenzo de la Hidalga se quejara de esta manera. La intriga y el complot eran cosa
natural en todas las cortes europeas. Al venir Maximiliano a México, el fenómeno simplemente se reprodujo
a la perfección.
Los académicos de San Carlos, en particular tuvieron que lidiar con tres personajes. A saber: el
teniente coronel, Rodolfo Günner, el comandante Carlos Schaffer y el capitán Agustín Pradillo. Estos tres
individuos formaban parte de la guardia palatina y estaban encargados a la vez del gobierno de Palacio y
Chapultepec.
Günner y Schaffer habían sido oficiales de marina y compañeros de Maximiliano en sus viajes a
bordo de la fragata Novara, eran amigos muy queridos del archiduque, pero celosísimos de cualquier
mexicano a quien éste distinguía con sus favores o amistad.
Günner con hipócrita amabilidad y Schaffer con abierta franqueza trataban siempre de desprestigiar
a los mexicanos a quien distinguía el emperador.896 Günner era un apuesto mozo, de tez morena, de pelo y
barba negros, de nariz aguileña y representaba el tipo acabado y perfecto de la raza romana. Schaffer, por el
contrario, muy blanco, muy rubio, de ojos azules muy claros tenía el tipo completo de un alemán. Por
último Pradillo, un arrogante joven mexicano que había sido oficial de zapadores y dado a la guardia del
emperador durante su permanencia en Morelia, desde luego fue distinguido por Maximiliano que lo trajo a
México y lo nombró oficial de órdenes y de la guardia palatina, conquistándose inmediatamente la confianza
más absoluta del emperador, pues éste comprendió tan pronto como lo conoció que era un hombre leal,
honrado y valiente a carta cabal, y así lo demostró Pradillo después, porqué fue hasta lo último, muy adicto a
la causa del Imperio y estuvo siempre dispuesto a dar la vida por su soberano.897
Al ser llamado Rodríguez Arangoity para hacerse cargo de la dirección de la obras de Palacio y
Chapultepec, se le proporcionó a los pocos meses personal adecuado con quien poder trabajar. Se rodeó de
profesores y alumnos de la Academia, entre ellos se contó a Eleuterio Méndez, Antonio Torres Torija,
Eduardo Davis, Vicente Landín, Ricardo Iriarte y otros. Hubo personas como Ramón Agea y Manuel
Rincón que ya laboraban en Palacio antes de la llegada de Rodríguez Arangoity, y por lo menos se tienen
noticias de que Agea continuó trabajando, no afectándole en lo absoluto el cambio en los mandos.
Los trabajos de dirección de Rodríguez Arangoity en Palacio, comenzaron en abril de 1865. El
archivo Condumex, conserva bajo el rubro de Obras del Palacio Imperial, el libro de caja que Rodríguez utilizó
mientras tuvo a su cargo las obras de remodelación en dicho lugar. Nueve meses las tuvo bajo su mando, de
abril a diciembre de 1865; meses en los cuales invirtió la suma de $ 89 791.61 ⅜. En las referidas
operaciones, Rodríguez Arangoity, en su calidad de ―Ingeniero Director‖, fue auxiliado muy de cerca por
Eleuterio Méndez, con el cargo de ―Ingeniero Inspector General‖ y por Antonio Torres Torija, como
―Ingeniero Inspector‖.898 Éstos, fueron cabezas de la ―Dirección de obras de Palacio‖, teniendo, el
mencionado terceto, que firmar en dicho libro de conformidad después de cada balance mensual, que
igualmente tenía que ser revisado, firmado y sellado por el Director de Gran Chambelanato, quien era
Rodolfo Günner, o en su lugar, como encargado provisional, el capitán Agustín Pradillo. Las operaciones de
la oficina de la Dirección de Obras de Palacio Nacional, fueron interrumpidas al suprimirse aquella en enero
de 1866.899 Cabe aclarar que aunque Ramón Rodríguez dejó de trabajar en las obras de remodelación de

896 En apartado anterior, al hablar de Felipe Sojo, nos habíamos referido a Rodolfo Günner. Sobre la actitud de Günner respecto a
los mexicanos, en el Archivo General de la Nación hallamos el siguiente texto:
―El Director del Gran Chambelanato en contestación al oficio que se le dirigió por este Gabinete con fecha 23 de Enero próximo
pasado sobre que emita su opinión respecto del precio que el Escultor Sojo, solicita por cincelar los bustos de S.M. el Emperador,
dice: que dos soldados de los voluntarios Austriacos, llamado uno Phol y el otro Wodocher que pueden trabajar en el tiempo que
tienen libre, sin otro costo mas, que los 50$ presupuestados = Como al Sr. Günner solo se le preguntó que gratificación podría
darse a Sojo; parece fuera de orden proponer que hagan los bustos otros individuos, y debería limitarse a decir cual es la
gratificación que en su concepto se debe dar. [Al margen dice:] Contestar al Sr. Sojo que no ha lugar.[Marzo 2 1866]‖ AGN,
Segundo Imperio, Caja 58, exp. 2, foja 9.
897 José Luis Blasio, op.cit., págs. 66 y 67.
898 Archivo Condumex, Ramón Rodríguez Arangoity, Obras del Palacio Imperial, libro de caja.
899 ―Importante‖, en El Mexicano, jueves 25 de enero de 1866, núm. 7, pág. 56. La nota al respecto dice: ―Casa del Emperador.―

Dirección del Gran Chambelanato.─ Palacio de México, Enero 22 de 1866.― Habiendo quedado suprimida en el presente mes la
oficina de la Dirección de Obras de Palacio Nacional, se avisa al público, que todas las personas que tuvieren cuentas pendientes
239
Palacio Nacional, no significó aquello que el constructor mexicano dejara de trabajar para Maximiliano, pues
después de aquella fecha, siguió laborando en diversos proyectos como Chapultepec, monumento a la
Independencia, Miramar y casas de descanso del emperador.
Al dejar Arangoity las obras de Palacio, las labores fueron encomendadas nuevamente al instruido
don Lorenzo de la Hidalga, quien a partir del lunes 12 de febrero de 1866 volvió por sus fueros, y continuó
al mando de aquel sitio hasta el fin del Imperio. Esta circunstancia fue muy honrosa para el señor De la
Hidalga, pues este nuevo llamamiento nos prueba que la manera con que dio principio a la compostura del
expresado aposento, fue satisfactoria. Además, a don Lorenzo se le dio la nueva tarea de mejorar el ornato
público en la plaza de armas, donde ordenó plantar más árboles, podar los antiguos y colocar asientos de
piedra en el espacio que mediaba entre un árbol y otro.900
Por otra parte en Chapultepec, Vicente Manero no fue sustituido inmediatamente por Arangoity,
sino por un ―albañil‖ llamado Luis Müller.901 Sobre este último, nada sabemos más de lo que acabamos de
decir y tan sólo podemos creer que se podría tratar de algún extranjero llegado a México, atraído por el
advenimiento de Maximiliano, quizá de origen austriaco, y nada más. Ramón Rodríguez sustituyó a Müller
en las obras que se realizaban en aquel lugar, al parecer a finales de junio de 1865, ignorando en realidad
cuando las suspendió. Dicho relevo seguramente se debió a las dudas en la calidad constructiva de las obras
que se realizaban en Chapultepec, pues el día 10 de junio de dicho año, a las ocho y media de la mañana
ocurrió una desgracia. Aquel día se hundió un terraplén del castillo, y aplastó a los obreros que trabajaban en
reparar aquella parte. Catorce hombres fueron heridos más o menos gravemente por la caída y uno de ellos
murió en el acto. De México se enviaron inmediatamente médicos al lugar de la catástrofe, y los lesionados,
que algunos se hallaban en un estado verdaderamente desesperado, fueron trasladados al hospital de San
Andrés.902
Por ello, a finales del mes de aquel funesto hecho, se comenzaron a fraguar los cambios en los
mandos que dirigían las obras en Chapultepec. Para lo cual los hombres de la Academia, de lleno, hicieron
acto de presencia. En Chapultepec, el oficial de la guardia palatina, Agustín Pradillo, tenía el cargo de
―Prefecto del Alcázar‖. El 30 de junio de 1865, Pradillo expidió desde Chapultepec, un escrito dirigido al
director de la Academia, indicando previniese a Francisco Vera, Eleuterio Méndez, Santiago Méndez,
Antonio Torres Torija, Francisco Bustillos y Ramón Rodríguez (que según le habían dicho al prefecto
pertenecían a la Academia), para que concurriesen ante su presencia para constituir una junta de peritos, que
evaluaran y calificaran las obras que el albañil Müller había construido en aquel castillo. A lo cual, la
secretaría de la Academia giró una circular dirigida a los arquitectos señalados por Pradillo, pero aclarando
que sólo Eleuterio Méndez, Antonio Torres y Ramón Rodríguez pertenecían al establecimiento de San
Carlos.
Días después, el 11 de julio, Pradillo volvió a escribir a Urbano Fonseca, remitiéndole una lista de
arquitectos (Juan Cardona, Vicente Heredia, Manuel Rincón, Juan Agea, Ramón Agea, Ventura Alcérreca,
Luis G. Anzorena, Manuel Méndez, José M. Cortés y Francisco Martínez Chavero), indicándole que por
orden de Maximiliano tenía que nombrar a uno de ellos para que se hiciese cargo de la dirección de las obras
que debían emprenderse en dicho alcázar. Se le indicaba expresamente que nombrara a la persona que mejor
le pareciese, sirviéndose luego prevenir a su elegido se presentase con el susodicho Pradillo, para que aquel
le diese las condiciones bajo las cuales debían realizarse las obras. Además, le decía que Maximiliano deseaba
que nombrase inmediatamente a los dos alumnos más instruidos de arquitectura, para que se presentasen
con Ramón Rodríguez (ingeniero de la casa imperial) y levantasen los planos necesarios. Por último, se le
pedía al mismo Fonseca, que designase un maestro de obras, y que aquel se presentase también con Ramón
Rodríguez.903

con la extinguida oficina, se dirijan al señor ingeniero D. Ramón Rodríguez y Arangoity, advirtiéndose que en lo de adelante se
considerará sin valor alguno cualquier contrato respecto de trabajos en la Casa Imperial, que no sea estipulado directamente con la
Dirección del Gran Chambelanato. El Director del Gran Chambelanato, Günner.‖
900 ―Palacio‖ y ―Ornato público‖, en El Cronista de México, jueves 8 y sábado 10 de febrero de 1866, núms. 34 y 36, págs. 3 y 2.
901 A.A.S.C., exp. 6547, foja 1.
902 ―Desgracia en Chapultepec‖, en La Sociedad, lunes 12 de junio de 1865, núm. 720, pág. 2.
903 A.A.S.C., exp. 6547, foja 4.

240
Como era natural, José Urbano Fonseca hizo los nombramientos de inmediato. Designó para la
dirección de las obras en Chapultepec al arquitecto Vicente Heredia, a los alumnos Carlos Moreno y Manuel
Velásquez para el levantamiento de planos y a Ricardo Iriarte para maestro de obras.
Sin embargo, esto sólo causaría disgustos a Fonseca, pues en un oficio con fecha 15 de julio de 1865,
el mencionado maestro de obras, rehusó el nombramiento que se le hacía, aunque sin explicar el motivo que
lo llevó a aquella determinación. Por otra parte, Vicente Heredia, al comparecer ante el prefecto del alcázar,
este le indicó que ocuparía la subdirección de las obras y no la dirección, que ya correspondía al señor
Ramón Rodríguez. La entrevista entre Heredia y el prefecto de Chapultepec, debió no ser muy afortunada,
el arquitecto de la Academia al ver que sería relegado a una segunda posición, debió haber sentido herido su
amor propio y diplomáticamente manifestó al endiosado prefecto que no podía dedicarse exclusivamente a
estos trabajos en atención a sus ocupaciones en la ciudad. Pradillo respondió que se hallaba autorizado por
Maximiliano para elegir el ingeniero y demás empleados a su satisfacción, por lo que designaba para aquel
puesto a Eleuterio Méndez904 (quien también era segundo de Arangoity en las obras en el Palacio Imperial),
ordenando a Fonseca avisase al susodicho para que se presentase con Rodríguez Arangoity. Por otra parte, y
después de referirse a Heredia, Pradillo escribió sobre Iriarte lo siguiente: ―Tampoco me agrada [las cursivas
son nuestras] el Maestro de Obras Iriarte, pero ya autorizo al señor Rodríguez para que el señor Méndez me
proponga dicho Maestro de Obras.‖905 Curioso es que Pradillo escribiera Tampoco me agrada..., lo que indica
que igualmente no le simpatizó Heredia, pues de lo contrario hubiera escrito No me agrada... .
Nosotros nos preguntamos, ¿quien diablos se creía el tontuelo de Agustín Pradillo, para que después
de la desgracia ocurrida en Chapultepec, se pusiera a elegir ingenieros y maestros de obras por capricho y
gustos personales y no por sus cualidades en el trabajo que deberían desempeñar?, ¿es que acaso el orgullo
de Pradillo valía mas que el conocimiento que Urbano Fonseca tenía sobre las cualidades de los académicos
de San Carlos? Cabe aquí mencionar el curioso dato de que el buen Pradillo, en afán nepotista, logró colocar
a un sobrino suyo, trabajando en no sabemos qué, con Rodríguez Arangoity.906
Y aunque los alumnos que remitiera Fonseca fueron empleados, la torpeza y falta de tacto de
Pradillo, desembocaron en molestia para el esforzado y honesto director del plantel de San Carlos. El mismo
día de la segunda comunicación de Pradillo (18 de julio de 1865), Fonseca envió una minuta al ministerio de
Instrucción Pública, quejándose del desaire de que había sido víctima la Academia, por causa de las
ambigüedades del prefecto del alcázar de Chapultepec, precisando que había obedecido las órdenes de aquel,
no obstante haberle parecido impropio el conducto por el cual se le daban tales y, que si no fuese una
indiscreción, se solicitara que toda disposición con respecto a la Academia de San Carlos, le fuera
comunicada por conducto del mencionado ministerio, del cual dependía, pues, según Fonseca, al creerse
autorizado el prefecto Pradillo para oficiar a la dirección de la Academia, había resultado en haberla puesto
en ridículo, con una intervención que ni siquiera había solicitado.907
A raíz de este suceso, don José Urbano, pensó en poner remedio a dicha situación. Un mes más
tarde (25 de agosto de 1865) escribía al ministerio de Instrucción Pública, hablándole de la importancia que
debería haber en la elección de las personas que habrían de ejecutar las obras necesarias para la construcción
y decoración de las estancias y aposentos imperiales. Decía, que la administración de la Academia de San
Carlos, podría hacerse cargo de que fueran ejecutadas por personas que tuviesen la capacidad bastante para
desarrollarlas con la mayor perfección, pero sin que esto sirviere de interrupción y demora a los alumnos en
su carrera, como podría suceder al comisionarlos para obras inferiores al grado de adelanto que tuviesen en
sus estudios y que los haría retroceder y estacionarse. Agregaba que sería de desear que Maximiliano, o las
personas que tuviesen el encargo de las obras, se dirigieran a la Academia en el concepto de que ésta pondría
en contribución a todos los profesores que fuesen necesarios para la mejor realización de cualquier idea, y
que si estos fuesen alumnos de la Academia, la dirección de San Carlos distribuiría el trabajo, de modo que
saliendo lo más perfecto posible, contribuiría a los adelantos artísticos del que lo ejecutase y a su fomento

904 La designación seguramente debió ser a propuesta de Rodríguez Arangoity.


905 A.A.S.C., exp. 6547, foja 11.
906 Michael Drewes, op.cit., pág. 246.
907 A.A.S.C., exp. 6547, foja 12.

241
pecuniario, y que con dicho proceder podrían los directores del establecimiento convertir en medios de
progreso para las artes, las largas retribuciones pecuniarias que concedía el archiduque de Austria.908
No obstante las intenciones de Fonseca, su propuesta de poner a la Academia en un papel mucho
más protagónico que el que ya tenía, no hallaron eco.
Todos querían opinar con respecto en lo que se hacía y se dejaba de hacer en las mansiones
imperiales. Si bien, los proyectos artísticos en aquel momento fueron muchos, la organización en las obras
fue prácticamente nula (reflejo natural del carácter soñador e inestable del archiduque). Sucedía pues, que
aunque Maximiliano tenía varios arquitectos, tanto nacionales como extranjeros, el trabajo de rehabilitación
de sus residencias, fue en realidad dirigido, revisado y aprobado por él (Ramón Rodríguez Arangoity y los
demás arquitectos que tuvo bajo su personal patrocinio, entregaban planos y mapas a revisión y aprobación
del propio emperador, en los cuales personalmente estampaba su media rúbrica); por ello, no existe
documento alguno que indique un plan uniforme y completo de las obras efectuados bajo la dirección de
una sola persona, sino que se hacían a medida que se iban creyendo necesarias, o según la idea con que se
levantaba el emperador. Todo aquello, naturalmente, desembocó en ineficacia operativa en la dirección de
las obras, constantes cambios en los mandos, superposición de proyectos, movilidad intempestiva de ideas,
malversación de fondos, etcétera.

Julius Hofmann, Diseño para decoración (detalles) y rúbrica de Maximiliano (ca. 1864-67).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6, 1564 – 71.

Sobre esto, es conveniente nombrar al arquitecto austriaco Carl Gangolf Kaiser, quien fue
comisionado por Maximiliano para realizar trabajos de restauración en Palacio, Chapultepec, casa de Cortés
y Borda en Cuernavaca.
Kaiser fue un entusiasta alarife de vigorosa y fantasiosa imaginación (quizá por ello fue llamado por
Maximiliano). Sus proyectos para Palacio Nacional y Chapultepec, denotan de inmediato un carácter
vehemente, ecléctico y abigarrado. Este buen arquitecto nacido en Viena, llegó a México con
aproximadamente 28 años, y pronto mostró extremo interés por las obras que aquí se estaban llevando a
cabo. Para mostrar un rasgo de su temperamento, sabemos que enero de 1866, Kaiser fue a visitar la Casa de
Cortés para evaluar las condiciones en que se hallaba, y en comunicación con Maximiliano, le dijo entre
otras cosas que se hallaba ―encantado‖ por aquel lugar, incluso un testigo anónimo de aquella visita, escribió
textualmente estas palabras: ―Kaiser ha relinchado de alegría ante la vista de la casa de Cortés [...] no tuvo
descanso durante toda la noche, y al amanecer había ya hecho gran cantidad de dibujos para la restauración
futura.‖909 Además, cuando Kaiser regresó a Europa, se conoce que su carácter obsesivo, lo condujo a ser
recluido al manicomio de Inzersdorf (cerca de su ciudad natal), donde murió en 1895.910
Pues bien, dicho arquitecto austriaco, por la naturaleza de su personalidad y los bríos con que
actuaba, no podía dejar de criticar aquello que vio de mal, en la organización de las obras de las residencias
de los archiduques.

908 A.A.S.C., exp. 6437.


909 Michael Drewes, op.cit., págs. 242 y 243.
910 Ídem, pág. 239.

242
Carl Gangolf Kaiser, Proyecto de remodelación del Palacio Imperial (detalle) (ca. 1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 7, 1565 – 1.

Cuando Kaiser llegó a México, su primer esfuerzo consistió en conocer las peculiaridades en la
manera de construir aquí, en cuanto el estilo y organización práctica, para cuyo objeto observó ―como
huésped extraño‖ el palacio de México, el de Chapultepec y obras privadas. Ya durante su viaje, había
sopesado el orden y la secuencia de la obra que le había sido asignada por Maximiliano, pues Kaiser había
creído que el nombramiento de ―arquitecto de corte‖ le concedía el privilegio de organizar todo el trabajo
arquitectónico de los aposentos imperiales, sin embargo, al poco de llegar a México, escribió: ―me enteré
para mi más profunda vergüenza que no había sido elegido para este honor.‖ Y este en realidad, Kaiser no
fue sino uno de los muchos arquitectos de corte que Maximiliano había contratado.

Carl Gangolf Kaiser, Boceto para un proyecto de capilla en el alcázar de Chapultepec y Boceto para un proyecto de
reforma del Palacio Nacional (ca. 1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6 y 5, 1564 – 37 y 1505 – h15.

Sin embargo, Carl Gangolf Kaiser no se dio por vencido, y en silencio dejó que los académicos de
San Carlos, continuasen llevando los negocios de manera usual hasta enero de 1866, fecha en que dijimos,
fue suprimida la ―Dirección de obras de Palacio Nacional‖ de la cual Rodríguez era jefe. Aquel mismo mes
(el día 12 a las 10 de la mañana), Maximiliano recibió en Chapultepec al ―consejo artístico‖ integrado por
Rodríguez, Kaiser, Grube, Sojo, Noreña, Rebull y Hofmann, quienes como ya habíamos citado, fueron
convocados con el fin de que buscaran un sistema arquitectónico apropiado para todos los sitios imperiales.
Como es de echarse de ver, eran momentos de reacomodo. Kaiser comprendió la coyuntura y en
carta personal, escribió a Maximiliano: ―Como ahora las obras han sido detenidas, llegó un momento de
transición favorable para instituir en el futuro una dirección de obras reglamentada.‖ Le decía al archiduque

243
de Austria, que era urgentemente necesario un control central de la dirección de las obras, de fácil movilidad
para todos los diferentes proyectos, para que se evitasen confusiones y pérdidas innecesarias de tiempo, por
lo cual debía hacerse presente una contabilidad exacta de la dirección de obras, de los eventos para su
continua inspección y de todo plano original, lista y registro.
Y es que Kaiser, hablaba con verdadera razón, pues observó que los trabajos de restauración se
emprendieron de una manera muy inconexa y sin ninguna relación lógica. De modo que un proyecto
obstaculizaba a otro o causaba gran cantidad de modificaciones en otros proyectos ya existentes, a falta de
una relación preliminar necesaria para la ejecución. Los trabajos se comenzaron sin previsión ni cálculo
aproximativo, y por tanto, los precios se dejaban a merced de los contratistas; si eran demasiados altos,
fueron protestados y surgieron litigios, pleitos y escándalos por doquier. En otras ocasiones, los contratistas
que fueron interrumpidos en la ejecución de sus trabajos a precio alzado, pedían por una cuarta parte de la
obra realizada, cuatro quintas partes del precio completo, aduciendo que ya habían hecho compra de
materiales y preparaciones de todo el trabajo, que tendría que restituírseles; así los precios, inicialmente
convenidos subieron casi al doble.
En cada cambio de director de obras, así como de arquitectos (dice Kaiser), se retiraron los planos,
las medidas y el equipo de oficina, todo pagado con el monto de la obra, además de la pérdida de escritos
necesarios para la supervisión y control, se extraviaron los más urgentes auxilios de construcción, y tuvieron
que restituirse con gastos mucho mayores que al inicio de las obras.911
Así el joven Kaiser, ponía de manifiesto ante Maximiliano, que no existía la más mínima idea acerca
de como manejar sus programas de construcción, y resaltaba todos los defectos de la pésima administración
del Imperio en cuanto sus obras públicas, como malversación de fondos, fraude, duplicidades, falta de
correctas licitaciones, inflación de presupuestos, etcétera.
Y en realidad, Kaiser no exageraba, y para prueba un par de botones. Encontramos, dos casos
registrados documentalmente, respectivamente uno sucedido en Chapultepec y otro en Palacio Nacional.
En el primero de ellos, un señor llamado Teófilo Galicia, envió un oficio a Maximiliano, quejándose
de que Luis Müller le adeudaba dinero por arena que le había vendido para las obras en el alcázar de
Chapultepec. El emperador turnó el asunto al ministro de Justicia y este a su vez, el 18 de agosto de 1865, lo
pasó al prefecto de Chapultepec, don Agustín Pradillo.912 La resolución la ignoramos.
Otro caso, fue ventilado por el bisemanal decimonónico, La Sombra. El citado periódico, insertó el
22 de junio de 1866, una carta de un tal Pedro Guadarrama, la cual presenta un caso que igualmente nos
revela el absurdo y la ineficacia con que se laboró en las obras imperiales, textualmente dice:
―Señores redactores de la Sombra ― S.C. México, Junio 21 de 1866 ― Muy señores míos: He visto en
el Cronista del sábado último la citación que se me hace por el juzgado 2° de lo Civil para contestar la
demanda que me ha promovido D. Ladislao Ortiz sobre pesos.
Como es fácil que la lectura de esta citación haga suponer que pertenezco a la clase de personas poco
delicadas que para cubrir sus compromisos necesita ser compelidas por la autoridad, y mine así mi crédito,
único capital de que dispongo y que siempre he procurado conservar ileso, me veo en la necesidad de
suplicar a Vdes. se sirvan publicar las siguientes líneas para que tanto D. Ladislao Ortiz como las personas
que me honran con su confianza, se convenzan de la verdadera causa porque no satisfago mis deudas.
A principios del año pasado [1865] fui llamado por el señor Director de las obras de la Casa Imperial
[Ramón Rodríguez Arangoity] para encargarme de la pintura. Fue tal la exigencia de que comenzase
inmediatamente que se me obligó a abandonar las obras que estaba ejecutando en otras partes.
Trabajé en ellas sin interrupción velando muchas veces y cumpliendo siempre con todos mis
compromisos, hasta que el 17 de Enero del presente año se me dio violentamente la orden de suspender los
trabajos y se mandaron concluir a otras personas. Aunque no podía comprender que motivaba la suspensión

Ídem, pág. 245.


911
912La información que tenemos del caso, realmente no es amplia, ya que nunca encontramos los documentos relativos. En el
Archivo General de la Nación, consultamos un improvisado índice de documentos del Segundo Imperio, pero por la referencia
contenida en el mismo, jamás nos permitió ubicar los oficios tocantes. La referencia era: SI [Segundo Imperio], I, II, 36.
244
de un contrato por una de las partes, no hice mérito de esto y sólo me limité a pedir la liquidación de mi
cuenta de la que resultó se me adeudaban dos mil trescientos cuatro pesos noventa centavos.
En esta suma estaban comprendidas no sólo mis utilidades que forman una parte bien insignificante
sino lo que debía a las personas que me habían ministrado materiales a crédito, y los jornales de las que me
habían ayudado a trabajar, a cuya clase pertenece el crédito que reclama el Sr. Ortiz. Al separarme de Palacio,
convencido que los jornales no pueden detenerse, aumentando mis compromisos saldé a los operarios, y
para pagar a las tlapalerías & c., &, me vi precisado a desprenderme hasta de los muebles modestos que
poseía.
Durante el tiempo trascurrido de Enero a la fecha, no he cesado de emplear mi tiempo en dar
vueltas a la Dirección del Gran Chambelanato [de la cual era director Rodolfo Günner] a la Intendencia, y
de esta a la Dirección de las Obras, hasta que me resolví a ocurrir al Emperador dirigiéndole una solicitud
que llevé personalmente a Cuernavaca. S.M. la hizo pasar a informe del Gran Chambelanato; el que dijo que
debía dirigirme al Sr. Rodríguez para el pago de mi crédito.
Así lo verifiqué; pero el Sr. Rodríguez me contestó que como no había mandado hacer la obra en
provecho particular suyo sino para la Casa Imperial de la que era empleado, no comprendía en que hubiera
justicia para exigirle ese pago; que por otra parte todos los artesanos extranjeros que se encontraban en igual
caso habían sido pagados por la casa Imperial.
De estos hechos di cuenta a S.M. en una segunda solicitud, dirigiendo al mismo tiempo al señor
Intendente de la lista Civil una respetuosa carta, acompañándole original la contestación del Sr. Rodríguez a
que he aludido. Esta segunda solicitud fue también acogida por S.M. como la primera, y se dignó mandar
pedir informe al ingeniero de la Corte Sr. Kaiser.
Para poder subvenir a mis necesidades me he visto precisado a dejar de ir a Palacio y ocuparme en
las obras que se me han encargado, con toda asiduidad; por esta razón no he ido a la Intendencia a saber el
resultado, pero de la justificación de S.M. espero que al recibir este informe, se sirva dar orden de que sean
cubiertos los créditos tanto el mío como el de mi compañero Flores, y tan luego como esto suceda cubriré al
Sr. Ortiz su cuenta, así como a todos mis acreedores, sin que tengan necesidad de recurrir a juez alguno pero
si mientras llega este caso quiere el Sr. Ortiz que le pague con mi trabajo personal que es lo único de que
puedo disponer, lo haré gustoso, y así lo manifestaré en el juzgado, al que obedeciendo su orden me
presentaré tan luego como se me dé en la Intendencia un certificado que voy a pedir de que no he pagado.
Dando a vdes. las gracias, señores redactores, por este favor, me ofrezco de vdes. afectísimo servidor
Q.B.SS.MM. ― Pedro Guadarrama.‖913
Con la exhibición de los anteriores casos, se desenganchan un par de observaciones substanciales.
En primer lugar, queda clarificada, la forma tan obscura y desmañada con que se operó en las obras de
remodelación de las casas imperiales, e igualmente notable es la mano intrigante del austriaco Günner, pues
en iguales circunstancias sí se pagaba a extranjeros, como indicó Rodríguez Arangoity al quejoso. No cabe
duda, el compadreo y la corrupción no son nada más que una cuestión congénita, meramente naturales.
Igualmente congénita a la naturaleza humana, es la lucha contra los citados vicios, la legendaria y
manoseada lucha del bien versus el mal. Sobre este punto, Kaiser, decía a Maximiliano que no era posible
evitar el fraude en su totalidad, por más exacto que fuese el control, pues el director de obra y sus
subordinados podían celebrar convenios entre ellos y que para contrarrestarlo más o menos, dependía de
una correcta selección de un Director Superior, que coordinara la totalidad de las obras. Kaiser propuso al
emperador, la creación de una dirección de obras centralizada, así, Maximiliano podría tener en sus manos
todos los hilos necesarios para conocer el estado de las obras y su avance. Le urgía en la necesidad de que
sólo una cabeza estuviese encargada de ejercer la supervisión, modificación, control y ejecución, y que a
aquella persona se le confiriese todo el poder centralizado sobre el personal de construcción que se
encontrase en los diferentes proyectos, para que tuviese el poder del mando único.
Naturalmente Kaiser pensaba en sí, por ello le decía al emperador que si gustaba encomendarle a él
los diseños, compilación y ordenamiento de todo el trabajo arquitectónico de Chapultepec, Palacio Nacional
y castillo de Cuernavaca, entonces, en un lapso de tres meses, estaría listo para entregarle los planos

913 ―Remitidos‖, en La Sombra, viernes 22 de junio de 1866, núm. 50, pág. 4.


245
constructivos y presupuestos necesarios. Siempre y cuando, decía, no se le quitasen los medios auxiliares
indispensables para ello.914
A pesar de lo convenientes que pareciesen las apreciaciones y buena voluntad de Kaiser, no se les
tomó en serio. Tan sólo se le extendió el 11 de febrero de 1866 (un día antes de que De la Hidalga volviera a
Palacio Nacional) un nombramiento como ―arquitecto de corte‖, percibiendo un sueldo mensual de 250
pesos, y laborando para el imperio hasta diciembre del mismo año. Retirándose, quizá con algún desencanto
y quimeras rotas.
Pues bien, concentrándonos nuevamente en las obras en Chapultepec y Palacio Nacional, y antes de
que hablemos más específicamente del trabajo de los académicos de San Carlos, hagamos rápidamente un
breve recuento de las principales modificaciones que se hicieron en ese par de lugares durante el Imperio de
Maximiliano.
Se principiaron las obras de reparación en Palacio, subiendo el nivel de los patios y zaguanes (para
salvar a los patios interiores de las inundaciones en tiempo de aguas, se levantó el nivel de ellos más de un
metro). Como prueba del estado de abandono en que se hallaba dicho lugar puede citarse el hecho de que,
cuando se iba a derribar el pequeño cuartel que servía para la guardia de caballería, era tal la cantidad de
basura que en él se encontraba, que fue necesario que 67 carros estuvieran haciendo dos viajes diarios
durante 21 días para sacarla. Sobra decir que dicho depósito de inmundicias era sumamente perjudicial a la
salud pública.
Otra medida de gran importancia que debía tomarse en Palacio, era darle buena ventilación y luz,
derribando varios cuerpos del edificio que se encontraban en completa ruina, amenazando desplomarse, con
gran peligro de sus habitantes. Dicha operación sirvió mucho, aislando los diversos edificios para evitar los
riesgos de incendio y se hizo sin que costara el más leve sacrificio, cubriendo con el valor del material los
gastos de varios derrumbes.
Alguna administración anterior, había mandado construir en el jardín botánico de Palacio un cuartel,
que al poco tiempo se hizo inhabitable por falta de solidez, visto lo cual Maximiliano ordenó que este
desapareciera para dar al dicho jardín su antigua forma y extensión.
Se quitaron de las azoteas todas las chozas que pesaban sobre las vigas, causando muchísimo
perjuicio al buen estado de ellas; se niveló la azotea y se introdujo un sistema nuevo y sencillo para la
corriente de las aguas, cambiándose a la vez los techos y vigas que amenazaban caerse.
Además, se necesitaba en el Palacio Imperial una localidad amplia para las grandes recepciones de los
embajadores y en los días de fiestas nacionales para poder colocar en ella a todas las personalidades del
Estado, evitando así el gran inconveniente que aconteció el 16 de septiembre de 1864, de que una gran parte
de los primeros empleados de la nación, autoridades y corporaciones, tuviesen que permanecer en diversas
galerías y patios por falta de local adecuado. Por lo cual Maximiliano mandó reunir en una galería, las tres
localidades que antiguamente formaban los estrechos salones de recepción. Al salón se le llamó de
Embajadores o Salón de Iturbide, pues quedó destinado para las recepciones de los plenipotenciarios
extranjeros, para los grandes bailes y para las fiestas de la corte, mandando colocar allí una serie de óleos
representando a los principales caudillos independentistas. En la época del Imperio, estuvo tapizado con un
riquísimo tapiz carmesí, que fue expresamente traído de Europa y sobre el cual estaba bordado el escudo de
las armas del Imperio, con la divisa ―Equidad en la Justicia‖.
Las vigas de cedro de esas piezas, y que provenían de los agotados bosques de Tacubaya, se
descubrieron en aquella ocasión, después de un largo periodo de estar tapadas por mezquinos cielorrasos de
tela pintada. Se cuenta que un día que Maximiliano visitaba las obras del Palacio, vio que se encontraba roto
el cielorraso y pudo entonces observar que las vigas del techo eran de cedro, admirado ante aquella riqueza,
que según él mismo, habría llamado la atención en cualquiera de los palacios de Europa, ordenó se quitara
por completo el prosaico cielorraso de manta que cubría las preciosas maderas y mandó se barnizaran y
doraran las vigas.
Con respecto al Salón Iturbide o gran Salón de Fiestas, el 8 de mayo de 1865, el gobierno imperial
informó a Urbano Fonseca, que por orden de Maximiliano, nombrara una comisión de tres arquitectos para

914 Michael Drewes, op.cit., págs. 249 y 250.


246
que pasaran a examinar la obra que se hacía en el mencionado salón. El director de la Academia nombró a
Enrique Griffón, Ramón Ibarrola y Manuel Rincón, de los cuales los dos primeros se rehusaron a efectuar la
comisión. Sobre este hecho concreto oímos comentar que quizá podría tratarse aquello de un acto de
disidencia en contra del Imperio de Maximiliano, y que Griffón e Ibarrola, representaban un acento de
dignidad frente a los deseos del ―intruso‖ y autonombrado ―Emperador de México‖.
Sin embargo, a nuestro parecer, podría ser un comentario muy aventurado y poco sostenible. El
quehacer histórico, claro tiene mucho de interpretativo, pero antes de emitir cualquier tipo de juicio,
haríamos bien en conocer dos que tres cosillas sobre el ingeniero francés don Enrique Griffón y arquitecto
de San Carlos don Ramón Ibarrola.915
A nombre de don Enrique, su amigo Emilio Bandrüin escribió a Fonseca diciendo que Griffón se
veía forzado a rehusar la comisión por estar enfermo desde hacía más de un mes y exigir su estado de salud
un absoluto reposo, por su parte Ibarrola expresó que motivos puramente personales le impedían aceptar la
encomienda.916 Sin embargo de estas declaratorias, cualquiera podría apuntar que se podrían tratar de meros
pretextos pueriles. Con todo, parece no ser así, prueba de ello, es el señalamiento que Manuel Francisco
Álvarez, joven arquitecto contemporáneo de don Enrique, hace de dicho ingeniero, y que textualmente dice:
―El Sr. Griffón se dedicó de preferencia a construir y reparar casas por su cuenta para venderlas después,
formando así una regular fortuna, y ya de avanzada edad, pues nació en los últimos años del siglo XVIII,
abandonó en 1862 todo trabajo hasta su muerte.‖917 Queda así claro que en la repulsa de Griffón no debe
llevar necesariamente un afán de negarse a trabajar para Maximiliano, sino simplemente se hallaba ya
retirado y enfermo por su avanzada edad.
El caso de Ramón Ibarrola es aún más claro, pues según documentación encontrada en el Archivo
General de la Nación, Ibarrola trabajó como ingeniero en el ministerio de Fomento en tiempos de
Maximiliano, fue propuesto también en aquel tiempo para servir en la municipalidad y por si fuera poco fue
condecorado por Maximiliano con un diploma que lo nombraba Oficial de la Orden de Guadalupe.918
Además se conoce que Ibarrola compró a Santiago Rebull el retrato de busto que hizo de la emperatriz
Carlota.919 Una persona así, no tiene en verdad muchos tintes de adversario al Imperio de Maximiliano.
Pero bien, retomemos nuestro cauce. En el Palacio Imperial, por otra parte se readaptaron nuevos
sitios con los nombres de Salón de Yucatán, Galería de Leones, Salón del Consejo, Sala de Audiencias y
Salón Carlos V, entre otros muchos.

Ramón Rodríguez Arangoity, Croquis y distribución de Salones y Galerías en el Palacio Imperial (detalles) (ca.
1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1530 – f.

Maximiliano, bajo la idea de que la mayor sencillez reinase en el interior de los departamentos,
ordenó que todas las paredes fueran pintadas de blanco. Uno de los gastos más grandes y de absoluta
necesidad fue el cambio de las ventanas, vidrieras y puertas.
Entre otras muchas innovaciones, mandó adaptar para el ministerio de Relaciones Exteriores varios
departamentos de Palacio, ordenó preparar habitaciones para huéspedes ilustres y mandó construir una
nueva y más amplia capilla, ya que la que existía estaba muy pequeña y muy mal ubicada. De esta última,

915 Griffón fue nombrado académico de mérito por el plantel de San Carlos en agosto de 1843, por su parte Ibarrola obtuvo su
título en la Academia en febrero de 1862.
916 A.A.S.C., exp. 6426, fojas 3 y 4.
917 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 81.
918 A.G.N., Despachos, vol. 3, foja 325. Segundo Imperio, caja 63, exp. 17, foja 25. Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 9, libro

de la Gran Cancillería.
919 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 350.

247
ordenó fuera diseñada con la mayor sencillez posible, dando de esta manera un relevante testimonio de que
no necesitaba hacer alarde de riquezas, ni ostentación de tesoros para rendir culto a Dios, al celebrar los
misterios de la religión católica. El salón de sesiones de la antigua Cámara de Senadores, fue el lugar elegido
para dicha función. Por cierto, en aquel tiempo, hubo dos rumbosos casamientos que se celebraron en la
mencionada capilla, que fueron el del señor general don José Domingo Herrán con la señorita Guadalupe
Almonte (hija de Juan Nepomuceno Almonte y por consiguiente nieta de José María Morelos y Pavón),
bendijo la unión el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, siendo padrinos los emperadores, el
mariscal Bazaine y el general José María Salas. Más tarde, el 26 de junio de 1865, a las diez de la mañana, se
verificó en el mismo sitio el casamiento entre el orgulloso mariscal Aquiles Bazaine, con la señorita Josefa
Peña y Azcárate, casándolos el mismo arzobispo y apadrinando de nueva cuenta los archiduques. El mismo
día de este segundo casamiento se bautizó en la capilla imperial, a una niña, hija del general Herrán y de la
señora Almonte. Sus padrinos fueron Maximiliano y Carlota, quienes le regalaron diamantes, perlas y
encajes. Se le impuso el nombre eufórico de María Carlota.
El 30 de diciembre de 1865, Maximiliano expresó que deseaba fundar en Palacio Nacional un Museo
Público de Historia Natural, Arqueología e Historia, creando igualmente en aquel recinto una biblioteca con
los libros de los extinguidos conventos y Universidad. Que apetecía poner aquel lugar bajo su inmediata
protección, reuniendo además, todo lo que de interesante para las ciencias, hubiese en nuestro país. 920 El
museo fue establecido por decreto imperial, el 4 de diciembre de 1865 y las obras de adaptación de las piezas
que le albergarían fueron encomendadas por el señor Francisco Artigas, ministro de Instrucción Pública y
Cultos, al arquitecto Antonio Torres Torija. Se inauguró el 6 de julio de 1866 con una ceremonia en el salón
principal de Palacio, presidida por los emperadores, junto con los miembros de la Academia de Ciencias y
Literatura, el acta fue firmada por los emperadores, José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra, José
María Lacunza, Joaquín García Icazbalceta y Joaquín de Mier y Terán, entre otros muchos. Por fin de
cuentas, las penurias del erario, obligaron a Maximiliano a mandar suspender los trabajos que se habían
emprendido y los objetos allí existentes se pusieron bajo la custodia del sabio don Manuel Orozco y Berra.921
Al profesor de órdenes clásicos, don Ramón Agea, Maximiliano le encomendó la construcción de
unas nuevas escaleras. Auxiliado por su hermano, el también arquitecto Juan Agea, y recordando sin duda la
manera como están hechas en Roma muchas escaleras de piedra, diseñaron una para el Palacio Nacional de
México. Como es sabido, la estabilidad de esta clase de escaleras, estriba en el empotramiento de los
escalones en el muro y el peso que tienen encima en el lugar en que están empotrados. La ligereza de le
escalera y su completa estabilidad llamaron la atención de profanos e inteligentes y mucho sirvió esta
circunstancia para la reputación de los Agea, en una obra que es simple miembro de un edificio.922
La prensa de la época, alabó grandemente el trabajo de los Agea, destacando como mérito
incontrovertible, las muchas dificultades que tuvieron que sortear para llevar a buen fin su proyecto. La
escalera, fue formada con escalones de chiluca de una sola pieza y corta estatura, facilitando así el ascenso,
por la parte inferior, la escalera tiene la disposición de una bóveda plana, generándole un aspecto atrevido y
de difícil construcción. Esta escalera, verdaderamente preciosa, logró reunir la sencillez con la elegancia, y la
solidez con la ligereza. Se le nombró: ―De la emperatriz‖. 923 De nuestros contados lectores, si alguno conoce
la estructura básica de Palacio Nacional, sabrá seguramente de la mencionada escalera y sin duda estará de
acuerdo con nosotros en que es realmente un radiante y habilidoso prodigio arquitectónico.
También en Palacio, cuando Rodríguez Arangoity era director de las obras, Maximiliano mandó se
adaptara de manera provisional un local para que sirviera de Teatro Real. Todo nació a raíz de que los
archiduques tuvieron la ocurrencia de asistir al teatro junto con el pueblo mexicano. En alguna ocasión, al
entrar los emperadores a la función, los gendarmes y algunos oficiales franceses gritaron vivas y hurras; al lo
cual el público en general permaneció mudo y silencioso; ya en la representación, hubo alusiones a la

920 Diario del Imperio, martes 5 de diciembre de 1865, núm. 282.


921 Diario del Imperio, sábado 26 de enero de 1867, núm. 623, pág. 67.
922 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 117.
923 ―La escalera de Palacio‖, en El Cronista de México, miércoles 14 de febrero de 1866, núm. 39, pág. 2.

248
libertad, y los aplausos estallaron atronadores. Por dichas razones, los soberanos lograron traducir bien la
libre opinión del público y se abstuvieron de volver a concurrir a espectáculos de dicha índole.
De este incidente, sin duda, vino la idea de que en el local de lo que fue la antigua Cámara de
Senadores se llevara a cabo el proyecto. Así el Teatro Imperial, sencillo y elegante, se inauguró el 4 de
noviembre de 1865. Se representó Don Juan Tenorio, bajo la dirección de su autor, el famoso don José
Zorrilla, quien era ―Lector de Cámara‖ de Maximiliano. Se cuenta que el acaudalado poeta, antes de la
representación, expuso una poesía muy llena de vislumbres y tornasoles.924 Las decoraciones de ese teatro
(hoy desaparecidas), las pintó Manuel Serrano, mismo artífice de los arcos triunfales de ―La Paz‖ y ―Las
Flores‖ con que se recibió a Maximiliano en la capital del país. Se dice que los ornatos pictóricos de Serrano
en aquel lugar eran muy preciosos. Y es que este pintor, que en diversas ocasiones remitió sus óleos para las
exposiciones en San Carlos, fue un creador sincero, amable, festivo y sin muchas ambiciones, de él se hallan
numerosos pequeños óleos en los que hace derroche de un singular costumbrismo, donde retrata la vida
callejera de su tiempo. Además, Serrano trabajó muchas veces como escenógrafo teatral, por lo que debió
conocer a don José Zorrilla, y seguramente aquella relación, llevó al mencionado pintor a ser el decorador
del Teatro Imperial.
Finalmente, habiéndose descubierto en los adelantos de las obras del Palacio, que estaba construido
de piedra chiluca, Maximiliano ordenó se limpiase poco a poco, poniendo este inmueble en armonía con los
dos más hermosos edificios de la capital, como son Catedral y Minería. El descubrimiento de la dicha piedra
de cantería que forma el principal material del edificio, fue una oportunidad más que Maximiliano tuvo para
demostrar el magnífico gusto que tenía en cuanto a belleza y esteticismo. Y es que apenas se puede explicar,
como parecieron conspirar en aquellos tiempos (antes del Segundo Imperio) los maestros de obras que allí
laboraron, escondiendo su notabilidad constructiva y material, y es que las conductas realmente no han
cambiado mucho, pues antes como ahora, estuvo de moda ocultar la belleza bajo espesas capas de pintura,
colorete y cascarilla, de que tan abundante consumo se hace y se hizo.
Uno de los grandes proyectos en Palacio, idea de Maximiliano, que nunca se realizaron, fue la
reforma completa de la fachada; dicha aspiración tenía por objeto dar a Palacio Nacional un aspecto muy
semejante al de las Tullerías.925
En el Alcázar de Chapultepec, ordenó Maximiliano la restauración de las pequeñas habitaciones
imperiales, en el sencillo estilo urbano, poniendo las ventanas y puertas que faltaban completamente, y
acabando el edificio principal con las dimensiones modestas de una quinta. Con el objeto de conservar los
antiquísimos ahuehuetes de Chapultepec para formar un parque de recreo público que sirviera de desahogo
a la población, mandó se podaran los expresados árboles, que se abrieran cómodas calzadas y que se
desaguaran los muchos e insalubres pantanos que había. También ordenó que se principiara a formar en él,
un jardín zoológico que sirviera a la vez de instrucción y diversión al público.926
Se tapizaron y pintaron nuevamente todas las habitaciones, se hicieron traer nuevos muebles de
Europa, y se destinó para comedor la gran sala del piso principal, quedando a la derecha la recámara del
emperador y a la izquierda la de la emperatriz. Se construyó también un vasto corredor cubierto, que servía
para que el emperador se paseara y contemplara el maravilloso paisaje que ante su vista se desarrollaba,
mientras su secretario, Luis Blasio, le leía la correspondencia.
Para principios de 1866, Chapultepec se hallaba completamente transformado, se mudó su aspecto
inculto y silvestre, conservando de su grandiosa y secular vegetación todo lo que tenía de belleza y
sombrosidad selvática, también se sustituyeron árboles silvestres y de ninguna estimación, por un gran
plantío de pinos, cedros y plantas exquisitamente raras. Se adaptaron varios estanques, se pavimentó
nuevamente la ancha y hermosa rampa que conduce al castillo y cerca de la puerta principal, se construyeron
nuevos departamentos destinados a cocheras y caballerizas. Las innovaciones en el parque, hicieron pensar a

924 Artemio de Valle-Arizpe, op.cit., pág. 344.


925 José Luis Blasio, op.cit., pág. 150.
926 ―Informe sobre gastos de la Lista Civil‖, en El Cronista de México, jueves 3 de mayo de 1866, núm. 104, págs. 1 y 2.

249
algunos, que por la diversidad y rareza de plantas y animales, que Maximiliano hacía traer, dicho lugar
pronto podría competir con el Jardín de Plantas de París.927
Y es que el príncipe Habsburgo, se hallaba encantado por aquella mansión que le parecía olímpica e
ideal, pues en su fantasiosa imaginación creía que ningún soberano vivía tan admirablemente como él. Por
ello, en su afán de dotar a Chapultepec de una belleza portentosa e incomparable mandó colocar en diversas
partes de los jardines, numerosas estatuas de ninfas, faunos, sílfides y endriagos; fuentecillas ostentando
tazas de bronce o mármol formando caprichosas figuras, además de escalinatas, balaustradas, miradores y
exquisitos parterres.928 Todo destruido y en el mejor de los casos, saqueado.
Estas, a grandes rasgos, fueron las remodelaciones que se ejecutaron durante el Segundo Imperio
tanto en Palacio como en Chapultepec. En todas ellas, la Academia de San Carlos, tuvo una influencia
determinante.
Ramón Rodríguez Arangoity, fue por innúmeras razones el arquitecto favorito de Maximiliano. Su
enorme inspiración y agudeza artística, tenían mucho de clarividencia hacia los gustos y tendencias del
archiduque de Austria.
Y es que el exquisito gusto de Maximiliano, correspondía perfectamente con el correcto y romántico
genio artístico de Rodríguez Arangoity. Encajaban afinadamente entre ellos, las ideas que en sus ensueños,
convertirían a México en un espacio arquitectónico ideal y magnífico.
El fino y elegante poeta decimonono, don Juan de Dios Peza, refiere en una de sus anécdotas la
existencia en el Palacio de Miramar, de un par de planos de Rodríguez Arangoity. Cuenta que un guarda de
aquel sitio, lo condujo a él y a un par de amigos suyos, a una pobre y desmantelada sala, en la que pendían de
sus paredes varios cuadros. Uno de ellos, según refiere Peza, era un hermoso palacio de dos pisos coronados
de estatuas y que decía abajo: ―Proyecto de Reformas del Palacio Imperial de México por el ingeniero
Ramón Rodríguez Arrangoiti.‖ Otro plano destacaba un edificio sobre un montículo entre lo espeso de un
bosque, que era un castillo de grandes escalinatas de mármol, con juegos de agua semejantes a los de
Versalles, y con estatuas de guerreros aztecas. Decía al pie del mismo: ―Proyecto de reformas al Alcázar de
Chapultepec por Ramón Rodríguez Arrangoiti.‖
Entonces el guarda les dijo en francés. ―Este señor será paisano de ustedes.‖ A lo cual un
compañero de Peza expresó: ―Sí, es el poeta de la arquitectura. Hace poemas de piedra.‖929
Y en verdad, el compañero de Peza no amplificaba ni ponía por las nubes a nuestro compatriota.
Baste al incrédulo acudir a la mapoteca ―Orozco y Berra‖ y contemplar los planos que resguarda del finado
académico de San Carlos para percibir, como nosotros percibimos, la extraordinaria belleza que se
desprende de aquellos espléndidos monumentos gráficos. Por esto, declaramos, que las reproducciones
expuestas en este estudio, en realidad se hallan muy lejos de causar el mismo impacto. Viéndolo bien, las
imágenes puestas, comparándolas con el recuerdo de los originales, nos parecen ahora, algo lacias,
desabridas e insustanciales. Pero bueno, peor es nada.
Pues bien continuemos con nuestra exposición.
El historiador Michael Drewes al escribir una ocasión sobre Rodríguez Arangoity930 y su estilo
constructivo, apuntó que el arquitecto mexicano no se escapa de la influencia europea, que incluso la
profesaba con vehemencia y que prueba de ello se manifestaba en el dibujo denominado Croquis de la Entrada
del Alcázar, que resguarda la arriba citada mapoteca. Sobre este apuntamiento del señor Drewes, nos
preguntamos: ¿a que viene el comentario de ―no escapa de la influencia europea‖? y en caso de hacerlo: ¿a
que otra influencia debía arroparse? Quizá Drewes desconozca que la idiosincrasia, el pensamiento, la
religión, la lengua, las costumbres y la cultura toda de personas como Rodríguez Arangoity, no son sino
plenamente europeas y que en realidad todo aquello sólo posee de mestizaje mas que algunas formalidades,
pero que en el fondo la influencia europea es aplastante sobre otras valías. ¿O es que para poseer una
―influencia mexicana‖, tendría que estar lleno aquel diseño de motivos arquitectónicos mexicas, mayas,

927 ―El alcázar de Chapultepec‖, en El Mexicano, domingo 14 de enero de 1866, núm. 3, pág. 24.
928 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 147.
929 Juan de Dios Peza, Memorias..., pág. 20.
930 Michael Drewes, ―Proyectos de remodelación del Palacio de Chapultepec en la época del Emperador Maximiliano‖, en Anales

del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, Imp. Universitaria, 1983, núm. 51, vol. XIII, pág. 80.
250
toltecas o teotihuacanos?, ¿es que acaso lo europeo, lo netamente europeo, no tiene nada que ver con el ser
mexicano? Si Rodríguez Arangoity, hubiera escapado de la influencia europea, como el señor Drewes
jocosamente apunta, hubiera presentado su hoja albanene en blanco. Evidentemente, el apuntamiento del
señor Drewes debe ser tomado como una mera ocurrencia, producto de la sistemática e inexplicable idea de
que para que algo sea propiamente americano debe desconocer su influencia europea, por lo que no se le
debe tomar como una declaración seria.

Ramón Rodríguez Arangoity, Croquis de la entrada del Alcázar (ca. 1865).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6, 1564 – 44.

El diseño del dicho Croquis..., está inspirado en los propileos o antiguos pórticos con columnas de
los templos griegos. Rodríguez Arangoity, expone en su proyecto un par de pórticos de seis columnas
jónicas, también llamados hexástilos, los cuales ciñen una triada de accesos de hierro, que ostentan una
abundancia ornamental, de inspiración indudablemente barroca. Sobre ellos, campechanamente Drewes
apunta: ―Gracias a Dios, la ciudad de México se salvó de esos minitemplos destinados no al culto de Zeus
sino al alojamiento del corps du garde y de la servidumbre.‖931 Pues bien, sobre este dicho nosotros sólo
apuntamos que en realidad, somos totalmente ignorantes con respecto si la ciudad de México debe a Dios, la
no construcción de aquel proyecto, pero si lo dice el señor Drewes podríamos bien hacer un acto de fe y
creer en su palabra.

Autógrafo apócrifo y una tercia de genuinos de Rodríguez Arangoity.

En los frisos del entablamento, Arangoity apuntó la siguiente leyenda: VILLA SUBURBANNE
MAXIMILIANUS IMP., las acróteras representan unas victorias y los remates parecen ser un conjunto de tres
figuras humanas no bien definidas.

931 Ídem.
251
Sobre este plano en particular deseamos hacer un señalamiento. El dibujo denominado Croquis de la
entrada del Alcázar, ostenta una firma que dice: Rodríguez, firma a todas luces falsa. El tipo trazo del dibujo,
parece indicar que efectivamente se trata de un diseño de Rodríguez Arangoity, mas por tratarse de un
simple bosquejo del diseño, que tendría que detallar más adelante, quizá Ramón Rodríguez no estampó su
firma.

Letra falsa y un par de muestras de originales de Rodríguez Arangoity.

No se necesita ser ningún perito grafólogo para advertir de inmediato que el autógrafo que se
ostenta en el Croquis..., no sólo es ficticio, sino que es una grosera y torpe imitación. Fácilmente se nota, que
es letra de alguna persona que no sabe escribir manuscrita, por lo que suponemos que la falsa signatura es
contemporánea nuestra. Muy posiblemente, nuestro burdo e improvisado falsificador, al ver el plano sin
firma, quedó insatisfecho por aquella situación, y con toda buena intención, quiso darle la incontrovertible
prueba de una rúbrica. Sin embargo, la prueba irrefutable de que se trata de una falsificación, es la siguiente:
el papel albanene sobre el que está trazado el bosquejo, con el tiempo y por la fragilidad del mismo ha
sufrido cierto deterioro; para evitar que este prosiguiera, algún restaurador lo colocó sobre otra hoja de
mayor resistencia, que le sirviera de soporte, misma que intencionalmente es más grande para evitar que se
lastimen las orillas del Croquis... . En la imagen que insertamos de la falsificación, se ve que el rasgo final del
autógrafo, concluye en el papel de soporte, por lo que se deduce evidentemente que el supuesto autógrafo
del arquitecto imperial fue fabricado después de la rehabilitación del denominado Cróquis... . De igual forma,
el título de Croquis de la Entrada del Alcázar, es falso, tiene las mismas características gráficas de la supuesta
firma. Nuevamente nuestro bienintencionado falsificador, trata de remedar la letra de Rodríguez Arangoity,
pues el académico de San Carlos, en una de sus modalidades gráficas, escribía tendiendo la letra hacia la
izquierda, estilo que nuestro moderno imitador intentó duplicar, aunque sin mucho éxito. Para probar de
nuestro dicho, incrustamos la letra falaz y un par de muestras de la aludida manía gráfica, de la que en
ocasiones echó mano Rodríguez Arangoity. También se pueden observar la letra de Rodríguez Arangoity,
que insertamos unas páginas atrás, y que dice: Sala Carlos V, Sala de Iturbide y Galería de Leones.
Existe también en la citada mapoteca, un plano que representa la planta de la proyectada entrada
(varilla 6, 1564 – 45 y 46). De dicho plano Drewes, dice que servirían para ―alojamiento del corps du garde y de
la servidumbre.‖ Nos preguntamos, ¿por qué el buen Drewes, escribe ―corps du garde‖ y no simplemente
―Cuerpo de Guardia‖ como textualmente dice el plano?, ¿por qué dice que se alojaría a la ―servidumbre‖, si
se trataría de las habitaciones de tan sólo un ―Portero‖? Además: ¿qué tanto crédito podemos darle a los
apuntamientos de dicho dibujo, si la firma y letra tienen las mismas características falsarias e imitadoras que
se mencionan en el llamado Croquis...?
Dejemos a la zaga lo anterior y tornemos particularmente a nuestro artista, don Ramón Rodríguez.
De dicho creador se hallaron algunos otros planos, de los cuales, los más significativos son: Primero.- Plano y
detalles de un edificio y capilla con lo construido y lo proyectado, segundo.- Proyecto de cuartel para la Guardia Palatina
presentado a la corrección de S.M., tercero.- Distribución de los Ministerios en el Palacio Imperial, cuarto.- Proyecto de
capilla para el alcázar de Chapultepec, quinto.- Restauración habitaciones de verano y sexto.- Plano para el proyecto de una
casa en los Ahuehuetes de San Juan para S.M. el Emperador.

252
Ramón Rodríguez Arangoity, Plano y detalles de un edificio y capilla con lo construido (en obscuro) y lo
proyectado (en claro) (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1487 – b.

En el primero de ellos, con fecha 21 de marzo de 1866, se mira parte de la planta de un


indeterminado edificio, donde se aprecia la ubicación de una capilla, con entrada para el público y una galería
especial para los emperadores, y la proyección del remozamiento de aquella parte, que contenía un deposito
de carbón y colindaba con un jardín. Es notable la gran cantidad de construcción que hacía falta para dejar el
inmueble en situación de relativa funcionalidad. Posiblemente se trate de una proyección para Chapultepec.

Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto de cuartel para la Guardia Palatina presentado a la corrección de S.M.
(1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1503.

En el segundo y tercer plano Proyecto de cuartel para la Guardia Palatina presentado a la corrección de S.M. y
Distribución de los Ministerios en el Palacio Imperial es importante notar la influencia que sobre los proyectos
arquitectónicos tuvo Maximiliano. El primero de ellos, con fecha 30 de octubre de 1865, especifica que es
―presentado a la corrección‖ de Maximiliano, trato que indudablemente demandaba el propio archiduque,
debido seguramente a su capricho por meter mano a los propósitos que se iban introduciendo.
Dicha extravagancia, creemos se hace mucho más presente en el plano que representa una
Distribución de los Ministerios en el Palacio Imperial. La mencionada representación, contiene una nota marginal
que dice: ―No está bueno‖, que quizá refiriera desacuerdo en las reformas proyectadas. Sin embargo, lo que
llama la atención, es la forma en que está redactada dicha apostilla. En castellano habitual y corriente se
hubiera escrito: ―No esta bien‖, y pareciera aquella acotación escrita por alguien poco versado en el habla
castiza. Nos gustaría insinuar que fue Maximiliano quien lo escribió, pues a él eran entregados los planos ―a

253
corrección‖ por Rodríguez Arangoity, no obstante, no nos aventuramos a afirmar esta creencia pues
evidentemente correspondería a un experto paleógrafo, a la vista de diversos originales gráficos del
emperador Maximiliano, dilucidar esta irresolución. Incluso imaginamos que aquella glosa pudo ser hecha
por Rodolfo Günner, director del Gran Chambelanato, quien por su condición de extranjero, bien podría
incurrir en un desacierto de aquel tipo, ya que el plano fue remitido por Ramón Rodríguez, a la oficina que
despachaba aquel personaje.

Anotaciones en un plano de Ramón Rodríguez Arangoity, que representa la Distribución de los


Ministerios en el Palacio Imperial (ca. 1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1530 – e.

Sin embargo, son las tres últimas proyecciones, las que echan a volar nuestra imaginación con
respecto a los aposentos imperiales.

Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto de capilla para Chapultepec (planta) (ca. 1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6, 1564 – 59.

El primero de estos es un Proyecto de capilla para el alcázar de Chapultepec. Dicha planificación,


confeccionada por Rodríguez Arangoity en un irreprochable estilo neoclásico, comprende un edificio con
tres naves, la central o principal, alberga en su distribución el baptisterio, una escalera que subía al
campanario, el centro de la capilla, y el altar al fondo. Las naves laterales, en la proyección de Arangoity,
contienen (la de la izquierda) la sacristía, la cocina, la recámara, el patio, el comedor, el salón con biblioteca
(la de la derecha), la sala de gimnasia, el W.C. y una escalera más.

254
La fachada de la construcción, vislumbra un agradable aparejo de ladrillos, con pilastras pareadas de
capiteles corintios, un bajorrelieve (ceñido por un par de páteras) que parece representar una adoración del
niño Jesús, el segundo piso del cuerpo central con un sencillo rosetón flanqueado por el escudo papal y uno
imperial, y un frontón rematado por una cruz. Además se incluyen un trío de inscripciones latinas, que
dicen: 1ª. (a la izquierda) FERD. MAX. IMPR. P.P. JUVENTUTIS. CRISTIAN. DEDICAVIT. A.D. MCCCLXV. (sic.),
2ª. (al centro) FER. MAX. I. MEXICANUS. IMPERA. RESTA. A.D. MDCCCLXV. y 3ª. (a la derecha) CARLOTA.
VXOR. DEDICAVIT. M.P. JUVENTUTIS. MEXICAN. A.D. MCCCLXV. (sic.). Cada nave tiene su correspondiente
acceso, que son puertas de cuarterones rematadas con tímpanos, de los cuales, sólo el central está decorado
con una alusión al espíritu santo y entre este y la puerta central, hallamos un sencillo friso con palmetas.

Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto de capilla para el alcázar de Chapultepec


(frente de la fachada) (ca. 1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6, 1564 – 60.

En el plano del corte longitudinal, se aprecia a la izquierda la pila bautismal y un campanario con
balaustrada, al centro se ven un par de ventanas rectangulares que dan al salón con biblioteca y a la
recámara, y a la derecha, se halla la puerta de la entrada a la sacristía, y un cristo en la cruz. Se aprecian en
todo el conjunto, columnas estriadas con capiteles corintios (las de la planta baja con pedestal) y un
predominio total de arcos de medio punto.
Es verdaderamente una lástima que no se concretara este proyecto, que hubiera estado muy de
acuerdo con la estructura neoclásica del castillo de Chapultepec, a diferencia de la capilla con trazas
neorrománicas que planteó Kaiser en un dibujo, que páginas arriba insertamos.
El proyecto de Rodríguez Arangoity, caía más en la sencillez que en el lucimiento. Sin embargo, para
las dificultades económicas que desde el principio vivió el Segundo Imperio, fue un lujo, el cual, el
mismísimo archiduque Maximiliano, no pudo regalarse. Si durante el Imperio, muchos proyectos artísticos
no se completaron, no fue por falta de voluntad, sino triste y llanamente por exigüidad en el erario. Quizá
fue en estas situaciones, que Maximiliano descubrió que la leyenda de la riqueza mexicana, de la cual oyó
hablar en Europa, no era tan exacta como supuso.

255
Ramón Rodríguez Arangoity, Proyecto de capilla para el alcázar de Chapultepec
(corte transversal) (ca. 1865).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 6, 1564 – 58.

Para Maximiliano, el año de 1865, fue el momento en que creyó asentado su gobierno. Justamente
en aquel período, Ramón Rodríguez, diseñó para el archiduque, el proyecto arquitectónico, que a nuestro
juicio fue el más ambicioso de todos. Nos referimos al plano denominado Restauración – Habitaciones de
Verano, presentado al emperador el 26 de junio del citado año. Se trata de un exquisito y detallado plan para
las habitaciones de verano imperiales. En este se contemplan las siguientes demarcaciones: Guarda joyas de
la corona, Guarda muebles de la corona, Tesoro, Cocinas, Estufas, Gabinete para hombres con tres W.C.,
ídem para mujeres con tres W.C., Servicio con un W.C., Habitaciones para las damas de honor de S.M. la
emperatriz, Gran comedor, dos Galerías, Salón de baile, dos Pasadizos, unas Escaleras para la pinacoteca,
dos Vestíbulos, Antecámara, Servidumbre, Antesala, Salón de trabajo para S.M. la emperatriz, dos Patios
cubiertos, Sala de S.M. la emperatriz, Antigüedades mexicanas, Biblioteca, Escaleras de honor, Sala de S.M.
el emperador, Sala de ministros, Antesala de ministros, Billar y Jardines interiores y exteriores con fuentes.
De dicho plano, la doctora Esther Acevedo dice que tiene una planta de herradura, y opina, que por
el tipo de áreas planeadas posiblemente se trate de un proyecto para Chapultepec.932
Nosotros sólo quisiéramos precisar, que no se puede decir que se trate de una planta de herradura,
pues es notorio en el mapa que no está dibujado el plan total, sino sólo una parte. Definitivamente no es un
proyecto completo, como a primera vista podría suponerse. Observando detenidamente el plano de
Rodríguez Arangoity, vemos en la parte superior izquierda, que el inmueble continúa más allá de los límites
del papel, del lado izquierdo, donde termina la biblioteca y comienza uno de los pasadizos, la estructura gira
a la izquierda, quedando incompleta en el mencionado mapa, además se ve el dibujo un incompleto jardín
interior y las cocinas (en el extremo superior izquierdo) de ser el proyecto completo, estarían totalmente
incomunicadas de toda la estructura del edificio. Lógicamente se trata de sólo una parte de la proyección,
pues en los departamentos dibujados en el mapa, no están contempladas las habitaciones de los
emperadores, el salón de trabajo de Maximiliano, las habitaciones para huéspedes, el guardacoches, las
caballerizas, la capilla, las habitaciones para la guardia imperial, las habitaciones para el secretario particular,
las calderas, etcétera.
El plano podría ser uno de varios que completarían una especie de rompecabezas. El mapa
conservado tiene unas dimensiones aproximadas de 110 x 77 centímetros. Tampoco creemos que se tratara

932 Esther Acevedo, Testimonio..., pág. 149.


256
de una proyección para Chapultepec, pues las grandes extensiones del proyecto y el nombre del mismo, nos
hacen pensar como más probable un sitio como Cuernavaca. Suponemos, que la parte esquematizada por
Arangoity, es sólo el ala derecha de un complejo muchísimo más grande de lo que se podría pensar al ver a
simple vista el dibujo del mapa Restauración – Habitaciones de Verano.

Ramón Rodríguez Arangoity, Restauración – Habitaciones de Verano (detalles) (1865).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1504.

Más allá de la simple planeación arquitectónica, habría que pensar que simbolizan en verdad estas
proyecciones de Rodríguez Arangoity, para la historia general del Segundo Imperio Mexicano.
Nosotros vemos, en particular en el último plano del que venimos hablando, más que una
incontrovertible corrección y pureza en el dibujo y la iluminación con acuarela, un perfecto retrato del
archiduque Maximiliano. Al erudito y estudioso de la historia del siglo XIX, que desee en sus preferencias,
penetrarse en la psicología de dicho príncipe, creemos que no puede dejar de lado la contemplación de estos
frustrados planes, pues ellos le revelarán mucho de la parte subjetiva y soñadora del malogrado monarca.
Y es que si tiene aguzado su sentimiento, percibirá lo que nosotros hemos visto. Allí, claramente se
ve a un caballero de generosos y elevados instintos, chocando al mismo tiempo con su contraparte ociosa y
opulenta. Pleno su cerebro de ideas delicadas, nobles y exaltadas confundidas en tal mezcolanza con otras
muchas que más bien se antojan impracticables, superfluas y fútiles.
Organización y caos, se amalgamaban extrañamente en la mente del archiduque de Austria, por ello
no debe sorprendernos su irreflexiva prodigalidad en cuestiones monetarias, tampoco debe asombrarnos el
inconsciente desorden que se vivió en todo lo referente a las obras de las casas imperiales. Pues estas no
fueron sino un espejo de tremendo desorden administrativo que tuvo tan excepcional experimento de
gobierno en México.
Pero es preciso aclaran que aquel desorden no fue producto de la dejadez, la apatía o la pereza, pues
el emperador si por algo se distinguió fue por su notable actividad. En este aspecto, Maximiliano trabajaba
de manera equivalente a Penélope, la esposa del mítico héroe Ulises, pues lo que hacía en el día, en la noche
lo desvanecía.
257
Y era natural, pues Maximiliano pertenecía a esa clase de hombres nacidos para la vida fácil y
regalona, en el que la satisfacción de algún deseo no conoce cálculo alguno, y hacen a un lado el cuidado en
el pago, suponiendo que el dinero se encuentra siempre en alguna parte. Si de por sí, era ya un gasto
desproporcionado el establecimiento de un imperio, él le añadió un lío de todos los caprichos que le venía a
la imaginación.

Ramón Rodríguez Arangoity, Restauración – Habitaciones de Verano (1865).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 5, 1504.

Pues bien, finalmente el proyecto Restauración – Habitaciones de Verano, no se realizó, sin embargo el
flujo de ideas en el cerebro de Maximiliano no podía detenerse, y su fecunda inventiva fraguó un plan más,
que Rodríguez Arangoity tuvo que llevar al papel. Nos referimos a un mapa titulado Plano para el proyecto de
una casa en los Ahuehuetes de San Juan para S.M. el Emperador.
Maximiliano en alguna de sus múltiples excursiones debió conocer los ahuehuetes de San Juan
Tlihuaca. La visión de los añosos árboles, prendió en el la idea de mandar diseñar y construirse una casa, que
tuviera como centro y eje aquella vetusta arboleda. En el dicho sitio, representado en el Plano para..., se
observa una plaza con seis ahuehuetes, rodeados de desiguales posesiones territoriales de variados dueños.
El diseño de Rodríguez Arangoity, incluye una explicación de los terrenos que se pensaban tomar
para este proyecto. Se contemplaba desposeer de sus tierras, o de parte de ellas, a once propietarios, a saber:
Cornelio Soriano (3 m2), Omobono Sandoval (266 m2), Emmanuel Cordero (6 m2), Victoriano Mancilla (1
900 m2), Tomás Álvarez (638 m2), Nazario Peralta (1 044 m2), Mauricio Celaya (49 m2), Marcos Espinosa (2
600 m2), Omobono Arroyo (506 m2), Melquíades Vargas (856 m2) y Felipa Picaso (1 050 m2). Un total de 8
918 m2, a los que si se le agregaban las superficies de la Plaza que contenía los ahuehuetes y los caminos con
sus zanjas que eran 3 082 m2, daban por resultado una extensión total de 12 000 m2.
La proyección, presentada a Maximiliano, hoy nos parece algo alucinante. Impresiona pensar que fue
exhibida el 30 de junio de 1866, cuando la suerte del imperio ya había sido decidida, no por el gobierno
trashumante de Juárez, sino por amos de Washington. Casualmente, en las mismas fechas de la proyección,
cayó como botafuego en la corte imperial, la noticia de que Napoleón III (bajo influjo norteamericano),
tenía la firme idea de retirar de México al ejército francés.
Pero Maximiliano no podía paralizarse ante aquella circunstancia. Tener una vida virtuosa era su
objetivo, y debía hallar sitios a propósito para que le inculcaran los pasiones más nobles y las ideas más
sublimes, a través de las cuales, creía daría al pueblo mexicano, su tan soñada felicidad

258
Maximiliano era una persona susceptible a las bellezas naturales, y al contemplar la maravilla natural
de aquellos antiguos árboles, probablemente armó en su cerebro, en su loca y excéntrica cabeza, una
ensoñación más. Posiblemente, se figuró a sí mismo caminando tranquilamente alrededor de dichos
portentos naturales. Acaso se visualizó tendido en el césped, resguardado de los rayos del sol, y sintiendo en
el rostro una cálida brisa que le hablaba de un futuro risueño y próspero.

Ramón Rodríguez Arangoity, Plano para el proyecto de una casa en los Ahuehuetes de San Juan para S.M. el
Emperador (detalle) (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 4, 1472.

El lugar de los antiguos ahuehuetes de San Juan, ayer tan soñado por aquel desdichado príncipe, hoy
se encuentra convertido en una miserable glorietilla, sólo se aprecia un ahuehuete cercenado y apolillado tras
una mezquina cerca de metal. El sitio tiene visos de tiradero clandestino, es punto de reunión de holgazanes
que ven pasar sus vidas en el juego del dominó, además de haber sido pobremente adornado por un
malhecho kiosco, convertido hoy en un improvisado baño público. Es la herencia, de nuestra República
Democrática.
Poco sobrevive de las quimeras y ensueños del Segundo Imperio, concretizados en parte, en los
aposentos imperiales. A la caída de Maximiliano, muchos de los objetos, magníficos y curiosos, que había en
los salones reales, se evaporaron misteriosamente, incluso las alhajas destinadas expresamente para hacer
regalos, se ignora que sucedió con ellas. Lo que ocurrió con los objetos que tan cuidadosamente
seleccionaba Maximiliano para sus palacios y habitaciones, fueron centro de una rebatiña constante y
desaforada entre republicanos e imperialistas, ambos se afanaron en hacer bonitos y cuantiosos hurtos;
aunque, tal vez, los conservadores se hayan llevado todas esas cosas de valor sólo con el noble fin de tener
un tierno recuerdo del imperio, al que sirvieron, para cuando prestaran sus importantes servicios a la
República, y los liberales harían esas sustracciones únicamente para hacer memoria del oprobioso régimen
que habían contribuido a derribar.
Se cuenta incluso, que a posadas y restaurantes, fueron a parar exquisitos candelabros, finos trastes
de cocina y vinos añejos de gran historial, de los que existía un libro en el que se anotaban entradas y salidas
para la mesa imperial, pero un día salió toda la abundante existencia, siete mil seiscientas doce botellas
(según don Manuel Payno), de las que ya no hubo ni para que inscribir su salida; pero los austriacos que las
vendieron si las anotarían en sus cuentas particulares, a pesar de las protestas de don Carlos Sánchez
Navarro, ministro de la Casa Imperial.
Hasta en fonduchos se veían las míseras mesillas de pino, cubiertas por ostentosos manteles de
grueso lino y alemanisco brillador, que tenían el águila imperial con su mote Equidad en la Justicia.933 En
tiempos del Imperio, don Julio Valleto, abrió un modesto pero prestigioso taller fotográfico, poco tiempo
después, ya en la República Restaurada, se conoce que este señor, en sociedad con sus hermanos Ricardo y

933 Artemio de Valle-Arizpe, op.cit., págs. 355 y 356.


259
Guillermo, compraron (para adornar su ostentoso taller) la pavimentación que Maximiliano mandó poner al
castillo de Chapultepec.934
La Academia y las residencias imperiales, tuvieron un punto de encuentro. Palacio Nacional,
Chapultepec y la casa borda en Cuernavaca, aún conservan trazas de aquellas añejas obras imperiales.
Muchos planos y proyectos de los miembros de San Carlos, quedaron reducidos a meros recuerdos, de los
que hoy sólo se encuentran tímidos vestigios.

4.8. Proyecciones urbanísticas durante el Imperio de Maximiliano


Como se sabe, pasando breve tiempo de la llegada de Maximiliano, dispuso éste irse a vivir al castillo
de Chapultepec, trasladándose todos los días al Palacio Nacional para el despacho habitual del trabajo, pero
comiendo en el alcázar y sobretodo pasando allí la noche.
Un día por la mañana, cuando se dirigía en carruaje a Palacio, bien por la calzada de la Verónica,
atravesando por la Hacienda de la Teja hasta llegar a la glorieta de Carlos IV, bien por la vieja calzada y
cañería de Chapultepec; fue cuando el archiduque planeó su idea de comprar terrenos inmediatos al dicho
edificio, para que se trazara una avenida que comunicara directamente la puerta del bosque con la glorieta
del Caballito y formar un hermoso paseo; paseo que hoy se llama de la Reforma y que en la época del Imperio
se le llamó del Emperador.935
Este proyecto, vino a la mente de Maximiliano, seguramente para facilitar su traslado diario de
Chapultepec a Palacio y al mismo tiempo bajo la idea de regalar a la ciudad una bella y útil vía.
Para tal efecto, apareció en los diarios de la época esta citación:
―CONVOCATORIA.
Se suplica a los señores empresarios que deseen encargarse de los trabajos del nuevo camino de
Chapultepec, envíen sus propuestas antes del 27 de Septiembre a las doce, a la oficina de la intendencia del
palacio de México.
El proyecto del camino, el cuaderno de cargos, la factura y el modelo de contrata están depositados
en la misma oficina donde se podrá tomar conocimiento de ellos solamente hasta el día 27, de las nueve a las
once por las mañanas, y de una a cuatro por las tardes.‖936

Litografía de Decaen y Debray, Plano general de la ciudad de México (detalle donde se observa la calzada
de la Verónica y la antigua calzada de Chapultepec) (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 3, 951.

Proyectada por Maximiliano dicha vía, no deseaba se hiciese una simple trochuela o camino abierto
entre la maleza. Por ello comisionó a su ministro Luis Robles Pezuela ocuparse del trazo de la misma,

934 Arturo Aguilar Ochoa, La fotografía durante el Imperio de Maximiliano, México, UNAM, 1996, pág. 160.
935 José Luis Blasio, op.cit., págs. 78, 79, 82 y 83.
936 ―Convocatoria‖, en El Cronista de México, sábado 24 de septiembre de 1864, núm. 126, pág. 3.

260
encargando al Inspector de Caminos, don Miguel Iglesias y al Director de las Calzadas del Centro, don
Benito León Acosta, de llevarlo a cabo.
Entonces, se suscitaron algunas dificultades de entendimiento con respecto a lo que quería realmente
Maximiliano, por lo que personalmente el emperador desde el claro central de la fachada del fuera una sola
línea recta, que uniera la cabeza de la estatua de Carlos IV con el centro de la fachada en que se habían
colocado. Así, resuelta dicha mala inteligencia, se emprendieron los trabajos de apertura, debiendo tener la
parte central de la calzada 18 metros de ancho y 9 metros cada una de las banquetas. Al trazo lo
interrumpían 18 arcos del acueducto de la calzada de la Verónica que debieron ser derrumbados para que el
proyectado camino real fuese una sola línea recta.
Concluido el trazo, que tuvo una longitud de 3 435 metros, la construcción de la calzada fue
contratada con los hermanos Juan y Ramón Agea, ambos profesores de San Carlos. Se pactó entre el
gobierno y los dichos fraternos, que el precio sería de 90 000 pesos, debiendo formarse con pavimento
macadam de cascajo de río. Los Agea emprendieron los trabajos, siendo que la construcción de la citada
vialidad estaba ya muy adelantada cuando volvió a México la administración juarista. 937
Para abrir la avenida se tuvo que indemnizar a los dueños de los terrenos, los cuales se pagaron de la
caja particular de Maximiliano; además se planeaba que del tesoro público se comprarían los lotes laterales al
nuevo camino, que serían un par de anchas franjas, en las que vislumbraba construir un total de veinte
edificios de utilidad pública, contando cada uno con su jardín y plaza respectiva. Toda la calzada debería
tener cuatro hileras de árboles con sus bancas de hierro, fuentes e irrigadores. En el centro de la avenida se
proyectaba formar una gran glorieta con una fuente monumental de Cristóbal Colón, la cual se haría según
proyecciones de Ramón Rodríguez Arangoity.938

Litografía de Decaen y Debray, Plano general de la ciudad de México, (trazos rojos para una glorieta en el
Paseo del Emperador, donde Maximiliano anhelaba inaugurar una fuente monumental dedicada a Cristóbal
Colón) (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 3, 951.

En realidad, el Paseo del Emperador, sólo era parte de un gran y nuevo plan urbanística que
Maximiliano visualizaba para la ciudad. En los momentos que se decidió la partida del ejército francés, y
quedando el artista y soñador archiduque abandonado a sus propios esfuerzos, éste se entretenía en trazar
con lápiz rojo sobre un plano litografiado de la ciudad de México, las reformas que su fértil imaginación le
dictaba.
Maximiliano, imaginariamente definió las siguientes reformas urbanísticas: partiendo del corazón de
la ciudad, en la plaza de armas, se construiría el monumento a la Independencia según planos y presupuestos

937 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., págs. 117 y 118.


938 Esther Acevedo, Testimonios..., pág.s 141 y 142.
261
de Rodríguez Arangoity, se aislaría la Catedral y en consecuencia se demolería el Sagrario, el antiguo Colegio
de Infantes (Seminario) y la mitra. Alrededor de la Catedral iría una plaza rectangular que concluiría en el
alineamiento de la calle de Plateros. En las esquinas de la plaza, frente a la fachada de Catedral, se colocaría
dos grandes fuentes al estilo de las de San Pedro en Roma.
Al oriente de Catedral, a un costado de la calle del Seminario, se haría un derrumbe desde la vieja
sede de la Universidad hasta la antigua casa de los hermanos Ávila, lugar que cedería un jardín para el añejo
edificio del Arzobispado. Al otro costado de Palacio, se demolería la vieja plaza del Volador (hoy sede de la
Suprema Corte de Justicia) y más al este, también se derrumbaría el mercado de la Merced, donde
Maximiliano planeaba poner una plaza de recreo para niños, con una gran fuente en el centro, muchos
bancos y mucha sombra.939
Detrás de Palacio, se proyectaba formar la Plaza del Correo Mayor, a fin de dar entrada a la
biblioteca, museos y teatro nacional, la cual se construiría según planos y dibujos de Ramón Rodríguez.940
Se proyectaba igualmente la ampliación de las calles de Plateros, San Francisco, Corpus Cristi,
Calvario, Hospicio de Pobres y ex-Acordada (hoy Madero), para lo cual se derrumbaría todo el alineamiento
del lado norte, se arrasarían muchas manzanas con monumentos arquitectónicos coloniales como la Casa de
los Azulejos y el adoratorio de la Profesa. Asimismo se reduciría con esta ampliación, parte de la Alameda y
esto hasta salir al poniente de la ciudad, para reunirse con El Paseo del Emperador en el punto donde estaba la
estatua ecuestre de Carlos IV. El Caballito se planeaba moverlo unos 15 metros hacia el norte, para que
quedara exactamente en el centro del cruce de la Calzada Imperial y la ampliación de las antiguas calles. Según
gusto de Maximiliano, el ensanche, debería formar una avenida que se pareciera a la de los Tilos de Berlín o
a cualquiera de los hermosos bulevares de París.941 Dicho desarrollo se haría según planos de Rodríguez
Arangoity. 942

Litografía de Decaen y Debray, Plano general de la ciudad de México (detalle) (1866).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 3, 951.

939 Ídem., pág. 139.


940 Ídem., pág. 140.
941 José Luis Blasio, op.cit., pág. 150.
942 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 141.

262
Otra avenida sería la perpendicular al sur del centro de Catedral hasta salir al Potrero del Cuarterito,
dicha avenida llevaría el nombre de Boulevard de la emperatriz Carlota (hoy 20 de Noviembre). Al final de dicho
bulevar, se construiría un nuevo Colegio Militar. Este también sería un proyecto de Ramón Rodríguez y se
haría un gran plantío de árboles.943

Litografía de Decaen y Debray, Plano general de la ciudad de México (1866).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 3, 951.

De este punto (el nuevo Colegio Militar), partirían otras dos avenidas, una hacia el oriente que se
conectaría con el Paseo de la Viga, la otra se prolongaría por el poniente, conectándose y formando
glorietas, primero en la Garita del Niño Perdido, segundo en la Garita de Belén, finalizando y cerrando el
circuito para unirse con el Paseo del Emperador, en el punto medio de la glorieta de Colón. Dichos bulevares,
también se harían según los dibujos de Rodríguez Arangoity.944

Anónimo, Plano del pueblo de Chapultepec (detalles donde aparece en rojo el trazo de la Calzada
Imperial) (ca. 1865 – 66).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 2, 831.

943 Ídem., pág. 140.


944 Ídem., pág. 143.
263
En otro plano titulado Plano del Pueblo de Chapultepec, igualmente con color rojo, se observan los arcos
que habrían de derrumbarse y que formaban parte del acueducto que iba por la Calzada de la Verónica,
también se ve en rojo otra gran glorieta de 75 metros de radio, en la cual ignoramos que se proyectara hacer
y además se observa un trazado del mismo color escarlata, donde se marcaba que el ancho no debía ser el
marcado en inicialmente en el plano, sino el marcado con rojo. Se aprecian asimismo, una serie de puntos
rojos con simulación de sombra, y que son señalamientos del sembradío arbóreo que debía formarse a los
costados del nuevo camino real. Por último se aprecia que con la misma tintura carmesí se proyectaba la
unión de la Calzada Imperial, al norte con la Calzada de la Verónica y al sur con la Calzada de Tacubaya.

Anónimo, Plano del pueblo de Chapultepec (ca. 1865 – 66).


Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 2, 831.

Dentro de estas imaginadas reformas urbanísticas, el archiduque Maximiliano tenía contemplado un


sistema hidráulico mayúsculo, el cual poseería una gran máquina a vapor doble, la cual se colocaría en el
punto que Ramón Rodríguez indicase como más propicio. Dicho artefacto proveería de agua al monumento
a la Independencia, a las fuentes de la plaza, a las fuentes de la Alameda, al monumento de Colón, a los
irrigadores de las calzadas, a los mercados, a todas las fuentes públicas y a todas las casas particulares hasta
los pisos más elevados. Las casas privadas pagarían el servicio y el gas. También Rodríguez Arangoity,
diseñaría las casas de matanza o rastros, las que se erigirían en los puntos cardinales de la ciudad.
Conjuntamente, se contemplaba para la ciudad un nuevo empedrado (con un sistema similar al de
Viena o Milán con bloques de pedregal), un alumbrado general con gas (con faroles de ornato en las plazas
monumentales y bulevares), un sistema de relojes eléctricos como en Bruselas (los relojes principales en iglesias
y edificios públicos, los cuales serían transparentes y alumbrados con gas. Los particulares que deseasen un
reloj pagarán como en el caso del agua, fijándoles una gratificación de antemano), un sistema de cañerías
para todas las casas y aguas pluviales (donde se reunirían además los tubos de gas, hilos eléctricos, tubos de
agua, etcétera. Haciéndose limpieza de todo al menos dos veces al año), un sistema para lugares públicos, lugares
de salvación, bomberos, hospitales, y cementerios. Obras todas en las que los académicos de San Carlos, y en
particular Rodríguez Arangoity de seguro participarían.

264
De todas aquellas invenciones urbanísticas, como saben los actuales habitantes de la ciudad, tan sólo
se llegó a concretizar, lo que en idos tiempos se denominó Paseo del Emperador, bajo la idea y costa del propio
archiduque.945
Hoy, la indicada avenida, es muestra de orgullo de los habitantes de la ciudad y no pocos sienten por
ella un entrañable aprecio. Pocos en la actualidad conocen su origen, de ello se ha encargado nuestro rancio
gobierno liberal de tradición democrática. Había que borrar los vestigios del muerto Imperio, El Siglo XIX,
en enero de 1872 publicó esta curioso nota:
―LA CALZADA DEL EMPERADOR.
Van a plantarse árboles en ella y también se trata de nivelarle el piso. Como ya no hay emperador y
va a ser reformada esa vía, se llamará: Paseo de la Reforma.‖946

4.9. Las obras del desagüe del valle de México


Al establecerse en 1864 el gobierno de Maximiliano, entre los habitantes de la ciudad de México se
abrigaba poco temor por una inundación como consecuencia del crecimiento del lago de Texcoco en el
nivel de sus aguas. No obstante esta situación, el archiduque tomó gran empeño e interés por el asunto del
desagüe, y desde luego nombró una Junta especial, compuesta de cinco nacionales y dos extranjeros,
competentes todos en el asunto, a fin de que examinasen la cuestión con asiduidad y propusieran los medios
que juzgasen más convenientes para lograr el objeto con que se habían reunido.
La Junta la compusieron los ingenieros Eleuterio Méndez (de la Academia de San Carlos), Francisco
Somera (quien hizo sus estudios en España y fue ministro de Maximiliano), Juan Manuel Bustillo (también
estudió en España y era pariente de Somera), Francisco de Garay (estudió en la Escuela de Puentes y
Calzadas de París, pariente del académico Téllez Pizarro), José María Durán (coronel ingeniero jubilado por
el ministerio de Justicia como oficial mayor),947 y el capitán de Ingenieros Mathieu, todos ellos bajo la
dirección del coronel de Ingenieros del ejército francés L. Doutrelaine, persona que se distinguía por su
actividad, inteligencia y vasta instrucción.
De las primeras deliberaciones de la Junta resultó la necesidad de dos trabajos: 1° La indicación de
los medios que debían adoptarse para evitar las inundaciones parciales, y 2° el examen crítico de cada uno de
los proyectos que se habían presentado en 1856 en virtud de una convocatoria que hizo el gobierno del
general Comonfort.
Comenzando por hacer una justa y exacta apreciación de los medios de que disponía el valle para
distribuir las aguas y el estado de ellas en su primer trabajo, la nueva Junta recomendaba la reparación y
cuidado de las obras antiguas del desagüe y la conservación y buen servicio de las compuertas de la Viga y
Santo Tomás.
Conforme a sus deliberaciones, el segundo trabajo que era el dictamen pericial de los proyectos de
1856, la Junta se dividió en comisiones, tocando a cada una examinar detenida y cuidadosamente su
correspondiente proyecto. Se analizaron los trabajos de Santiago Bentley, José M. López Monroy, A.J.
Poumarede, Manuel Gargollo, del teniente Smith y de Francisco de Garay. Los seis primeros se excluyeron,
pues la junta los calificó de incompletos, inconvenientes, insatisfactorios, imprecisos y aventurados. Con

945 En el número 13 de la revista México en el tiempo, se publicó un artículo de la autoría de Oscar Muñoz Almada, titulado ―El
Paseo de la Emperatriz‖, en dicho escrito, el señor Muñoz asevera que el actual Paseo de la Reforma ―originalmente se llamó Paseo de
la Emperatriz‖, igualmente menciona que ―la principal promotora de tal camino fue la emperatriz Carlota, [pues se hallaba]
agobiada por los celos cuando su marido el emperador enviaba al castillo un propio con la noticia de que por una u otra razón no
iría a pernoctar al lado de su esposa‖. El artículo no tiene ninguna base documental y está repleto de intrépidas extravagancias. En
carta abierta a la Sra. Leonor López Domínguez (editora de México en el Tiempo), desmentimos a Muñoz Almada. La corrección que
hizo quien escribe estos apuntes, apareció en la misma revista dos números después del descocado artículo.
México en el Tiempo, Editorial Jilguero e INAH, junio/julio y octubre/noviembre de 1996, núms. 13 y 15.
946 ―La Calzada del Emperador‖, en El Siglo XIX, sábado 6 de enero de 1872, núm. 9860, pág. 3.
947 Solicitó en la Academia la cátedra de estudios preparatorios de aritmética, álgebra y geometría, la cual ignoramos si la obtuvo.

Fue jurado en el examen profesional de Francisco Yermo. En 1844 fue nombrado conciliario clavero de la Academia. A.A.S.C.,
exps. 5906, 6183 y 6258.
265
respecto al séptimo proyecto la Junta observó muy detenidamente los planos del señor Garay, y discutió su
plan con vista de ellos, conviniendo que de todos los trabajos, el de Garay era el único digno de fe, porque
se veía palpablemente que para llegar a sus conclusiones, se había ocupado muy detenidamente de todas las
operaciones topográficas que el caso requería. Así la Junta lo adoptaba como el más conveniente para llevar
a cabo la grande obra que implicaba el desagüe del Valle de México.948
Esto sucedía en noviembre de 1864 y sin embargo, ya días antes, los emperadores tomaban medidas
precautorias. Muestra de ello, fue que el día 27 de octubre del dicho año, se ordenaba a los ingenieros
Francisco Jiménez y Juan Agea, que procediesen a practicar un reconocimiento para evaluar si debía aún
permanecer destruida la presa de la Hacienda de la Escalera. Dichos especialistas hallaron la presa restituida,
por lo cual, se dispuso notificar a los dueños de la citada hacienda que el gobierno había sabido ―con sumo
desagrado‖ que de propia autoridad, su administrador había procedido a reponer la presa que por orden
expresa de la emperatriz Carlota había sido destruida para precaver la inundación de la capital y lugares
circunvecinos. Se ordenaba desde luego a quitar la presa y a vigilar que continuase quitada, haciendo uso de
la fuerza armada si fuese necesario, hasta que los ingenieros calificasen que no había más peligro en su
reposición, y que en caso de que se repusiese, se multase con 25 000 pesos a los dueños de la Hacienda de la
Escalera.949
En 1865 las lluvias fueron abundantes y excepcionalmente persistentes. Los ríos del Valle fueron
incapaces para mantener las crecientes dentro de sus cajas, además el personal de ingenieros empleados en
reponer los daños hechos en los ríos y obras anexas resultó por mucho insuficiente.
Los diques de Zumpango y San Cristóbal, en consecuencia tuvieron que resistir una fuerte carga de
agua, que unida al choque del oleaje, los expuso a ceder y ocasionar con esto una inundación de bastante
trascendencia para la ciudad de México.
El dique del lago de San Cristóbal se rompió, sin que bastaran para impedirlo los trabajos que se
ejecutaban en él con perseverancia y aplicación, las aguas abrieron una brecha de 1. 70 metros, por lo que el
ingeniero encargado del camino a Pachuca, don Carlos Villada, comenzó a tapar la brecha, consiguiendo
cerrarla en un lapso de tres días de intenso trabajo, en esta operación fue auxiliado muy eficazmente por una
compañía del Batallón de Zapadores que el ministerio de Guerra envió violentamente tan luego como lo
solicitó el de Fomento.
A la vista de la contingencia que se presentaba ante los ojos de los habitantes de la ciudad de México,
el emperador Maximiliano expidió el siguiente decreto:
―Al Ministerio de Fomento
México a 4 de agosto de 1865.
Considerando la necesidad de llevar al cabo las obras hidráulicas que convenga ejecutar en el Valle
de México para que las aguas que entran en el Valle y las que están contenidas en los lagos que dentro de él
hay, se dominen y dirijan de tal manera que la capital y las poblaciones vecinas queden para siempre libres de
riesgo de una inundación, Nombramos al señor D. Francisco de Garay director exclusivo y responsable e
inspector de todos los trabajos en relación con la cuestión de aguas en el Valle de México.
[Rúbrica] Maximiliano.‖950
Francisco de Garay, días después dirigió al gobierno la siguiente comunicación:
―México, 28 de agosto de 1865. — Exmo. Sr. Ministro de Fomento: Tengo a la vista la
comunicación de V.E. fecha 7 del presente por la cual se me informa que S.M. el Emperador, teniendo en
cuenta la necesidad de llevar a cabo las obras hidráulicas que convenga ejecutar en el Valle para que la
Capital y las poblaciones vecinas queden para siempre libres del riesgo de una inundación, ha tenido a bien
nombrarme Director exclusivo y responsable e Inspector de todos los trabajos en relación con la cuestión
de aguas en el Valle de México. — Honrado por demás con tal nombramiento, debo manifestar a V.E. que
lo acepto con gratitud, pues él me proporciona una oportunidad de dedicarme a una empresa que cual

948 Luis González Obregón, et.al., Memoria de las obras de desagüe del Valle de México 1449-1900, México, Tip. de la Oficina Impresora
de Estampillas Palacio Nacional, vol. I, 1902, págs. 285 a 299.
949 A.G.N., Segundo Imperio, caja 34, exps. 1 y 2, fojas 5 y 6.
950 Ídem., exp. 9, foja 6.

266
ninguna otra aumentará la riqueza, la salubridad y el bienestar de los habitantes de la Capital y del Valle
entero. — Desde que en 1857 fue aprobado mi proyecto de desagüe por la junta de ingenieros nombrada
por la junta menor del desagüe, y posteriormente por la junta facultativa nombrada el año próximo pasado,
me he considerado ligado a la grande obra que debe cambiar la faz del Valle de México: hoy que el peligro
amaga, mi deber me obliga a combatirlo. — Pero, al manifestar mi reconocimiento por la distinción
personal que se me hace, y al admitir el nombramiento de Director e Inspector del las Aguas del Valle,
cumple a mi deber de caballero el decir que lo hago reservándome toda mi independencia particular, y en la
inteligencia que al admitir la Comisión que se me encarga, no se me considerará en ningún tiempo
funcionario o empleado público, (pues así se ha dado a entender) y por esta razón sirvo gustoso y sin
remuneración alguna, en una empresa de utilidad general, humanitaria y grandiosa; mi recompensa será el
haber contribuido al bien de mis conciudadanos. — Suplico a V.E. que se sirva ser el intérprete de mi
reconocimiento hacia S.M. por haberme distinguido más allá de lo que merezco, y asegurarle a la vez que al
desempeñar mis nuevos deberes, jamás olvidaré la confianza sin límites con que ha sido puesta en mis
manos la salud de la Capital y de todo el Valle de México. — [Rúbrica] F. de Garay.‖951
Como bien lo indicaba Garay, su proyecto había resultado dos veces triunfador, primero en tiempos
de Comonfort y luego en 1864. Originalmente, el gobierno liberal había ofrecido un premio de 12 000
pesos, dinero que no recibió. Al ser examinado su proyecto en tiempos del Imperio, y resultar nuevamente
favorecido, diversas personalidades encumbradas del partido liberal y el mismo Garay, pensaron que en
justicia, debería el Imperio pagar la recompensa prometida en 1856. Maximiliano aprobó tal gasto, y Garay
lo recibió en varias partidas, aunque sólo 11 000 pesos.
Los aguaceros continuaron persistentes sobre la capital y áreas circunvecinas, por lo que
Maximiliano, libró la siguiente y emergente orden:
―Al Ministro de Fomento [don Francisco Somera] México, Septiembre 5 de 1865.
Autorizamos a Nuestra Secretaría de Fomento para erogar el gasto de cinco mil pesos en las obras
necesarias a reparar los daños ocasionados por las inundaciones parciales, que ha causado el desborde de la
mayor parte de los ríos que rodean la Capital y precaver los que aún puedan sobrevenir si continúa la
copiosa afluencia de las lluvias.
[Rúbrica] Maximiliano.‖952
En esta situación, Maximiliano no podía dejar de manifestar su sentido paternalista y benefactor
(rasgo típico en su personalidad), el cual quedó expuesto perfectamente en la siguiente carta que dirige al
sabio y virtuoso mexicano don Manuel Orozco y Berra:
―México, Set. 16 de 1865.
Mi querido Sub-Srio de Fomento.
A consecuencia de los males que en general ha ocasionado la inundación de estos últimos días, He
tenido a bien destinar de mi caja particular la cantidad de mil pesos, que unidos a quinientos que cede para el
mismo objeto la Emperatriz, se invertirán en socorrer a las familias que por esta causa hayan sufrido,
tomándose por V. todas las medidas necesarias, a fin de que esta distribución se haga de la manera mas
equitativa y de cuyo resultado me dará V. cuenta.
[Rúbrica] Maximiliano.‖953
De cualquier manera, en el mes de octubre el agua de Texcoco entraba a la ciudad e inundaba las
calles bajas; las lluvias habían cesado, y, no obstante, el nivel de la inundación crecía de un modo persistente
en más de un centímetro por día. Esto dio lugar a que las autoridades tomasen las disposiciones que el caso
requería.
El 15 de octubre el Ayuntamiento citó a los principales ingenieros de la ciudad, y después de una
larga discusión, se acordó suspender la ejecución de varias órdenes de la Comisión de Ríos y Acequias para
inundar algunas tierras del sur del Valle, y aprobar el plan que presentó el ingeniero Garay para impedir y
alejar la inundación.

951 Manuel Francisco Álvarez, El Dr. Cavallari..., pág. 126 y 127.


952 A.G.N., Segundo Imperio, caja 34, exp. 10, foja 5.
953 Ídem, exp. 11, foja 2.

267
Maximiliano, a su vez, presidió una junta el 16 de octubre, integrada de sus ministros, jefe del
gabinete, alcalde municipal, regidor de ríos e ingenieros de gobierno, de todas categorías. El ingeniero Garay,
que también fue citado a la junta, relató de ella que después de una discusión de cuatro horas, en que se trató
de los medios de salvar la ciudad de la inundación que ya comenzaba a sufrir, fueron desechados los
proyectos oficiales, y aprobado por unanimidad de quince votos el que él había desarrollado.
En el mismo mes, se abrieron otras dos juntas, más numerosas y con las mismas formalidades, en las
que se trató de los medios que debían adoptarse desde aquellos momentos para salvar a la ciudad y a todo el
Valle de la inundación que se consideraba tendría lugar con seguridad en el siguiente año, 1866.
Maximiliano, dio además otros dos decretos, en el primero de ellos, fechado 12 de noviembre de
1865, facultaba a Garay para que pudiera invertir las cantidades indispensables a fin de que cesara la
inundación de la ciudad, el segundo, del 16 de mismo, facultaba al mismo ingeniero, para que bajo su
exclusiva responsabilidad procediese a cuanto estimase conducente a precaver una inundación en 1866,
pudiendo por supuesto, invertir las cantidades precisas, de la cuales rendiría cuenta comprobada al ministro
de Fomento.954

Francisco de Garay Mariano Téllez Pizarro, Plano General del terreno que comprende las obras del desagüe
ejecutadas en el sur del valle de México (1866).
Mapotepa Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 1, 655.

No obstante los nombramientos hechos en favor del señor Garay y los trabajos parciales que dirigió,
la obra grande, el desagüe directo del Valle, quedó en dominio del ministerio de Fomento.
Francisco de Garay, junto con su pariente el ingeniero Mariano Téllez Pizarro, se encargó de las
obras del desagüe en el sur del Valle de México. De ello queda constancia gráfica en un plano denominado
Plano General del terreno que comprende las obras del desagüe ejecutadas en el sur del valle de México, el cual ilustra el
cerro de la Estrella, el dique de Culhuacán, las tierras anegadas al sur de la dicha barrera y algunas
informaciones técnicas de los avances de las aguas en aquellos sitios.

954 Luis González Obregón, et.al., op.cit., págs. 309 y 310.


268
Miguel Iglesias, Aurelio Almazán y Ricardo Orozco, Proyecto de circunvalación para la ciudad de México.
Trazo de la línea que seguirá el dique (ca. 1865.66).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 3, 950.

Fue entonces, cuando el ministerio de Fomento, se apresuró a levantar, para cercar a la ciudad,
aislarla y defenderla del agua, un dique que llamó de circunvalación, en la creencia de que no sería bastante la
detención de la aguas de Chalco y Xochimilco. Para su formación se aprovecharon algunas de las calzadas
en la parte poniente, mientras que al oriente se levantó especialmente un terraplén cuya altura variable llegó
a ser de hasta 1 metro 50 centímetros, con taludes de un metro de altura por 1 metro 50 centímetros de base
y siete metros de ancho en la corona. En conjunto las calzadas aprovechadas y los terraplenes levantados,
formaron un perímetro irregular de 52 lados, midiendo 20 430 metros y comprendieron dentro de él a la
ciudad y terrenos del poniente, limitados por las calzadas de Chapultepec, la Verónica y Nonoalco, que se
aprovecharon para formar el dique circunvalente. La superficie así definida fue de 1 968 hectáreas, el costo
de la obra fue de 60 000 pesos y concurrieron a su erección los ingenieros Manuel Francisco Álvarez,
Ricardo Orozco y Carlos Villada, bajo la inmediata vigilancia del ministro de Fomento, don Francisco
Somera.955 En la mapoteca ―Orozco y Berra‖ se localiza un plano llamado Proyecto de circunvalación para la
ciudad de México. Trazo de la línea que seguirá el dique, firmado por los ingenieros Miguel Iglesias, Aurelio
Almazán y Ricardo Orozco, en el cual presentan un polígono que tentativamente protegería una superficie
17 106 206 metros cuadrados.
La crecida de las aguas y el posterior anegamiento de las calles de la ciudad de México, causaron
mucho daño, por lo que fue indispensable que el gobierno imperial reparara en 1866 una gran cantidad de
ellas. Numerosas arterias necesitaron arreglo o renovación total de atarjeas, banquetas y empedrado, en
otros lugares fue imperioso poner terraplenes, pasaderas y en otras más se aprovechó para realizar plantíos.
Algunas fueron reparadas por contratistas.
El diario liberal La Orquesta, publicó un irónico y crítico parrafito en relación a las calles de la ciudad
de México, el cual decía:
―CALLES
Todas las de México están en compostura y ninguna está compuesta.‖956

955 Ídem., pág. 321.


956 ―Calles‖, en La Orquesta, miércoles 25 de enero de 1865, núm. 16, pág. 3.
269
Anónimo, Plano que representa las calles compuestas en el semestre de enero a junio de 1866 (1866).
Mapoteca Manuel Orozco y Berra (Sagarpa), Distrito Federal, varilla 2, 911.

Y es que la inundación de 1865, naturalmente vino a influir más en el ánimo de la administración


imperialista, y a decidir a Maximiliano a poner manos en la obra del desagüe. Así, a raíz de la promoción de
Francisco Somera al ministerio de Fomento, apareció el decreto de 27 de abril de 1866, el cual establecía una
contribución para subvenir a los gastos del desagüe y se adoptaba el proyecto del teniente Smith (quizá por
más económico), el que sería estudiado de nuevo para hacerle las modificaciones que se estimasen
convenientes.
La contribución decretada rindió un producto variable entre 40 y 50 mil pesos mensuales, con los
cuales desde luego se hizo frente a los gastos erogados en la construcción del dique de Culhuacán y el de
circunvalación de la ciudad de México, obras que se consideraban de la mayor importancia mientras se
terminaba el desagüe directo. En lo referente al estudio del proyecto de desagüe se nombró para presentarlo
en mayo de 1866, una comisión formada por los ingenieros Manuel Francisco Álvarez, Jesús Manzano,
Miguel Iglesias y Aurelio Almazán, la cual hizo como trabajo preliminar una nivelación desde el lago de
Texcoco hasta las barrancas de Acatlán y Ametlac, conocidas con el nombre de barrancas de Tequixquiac.
El resultado de esta nivelación comprobó que el desagüe era enteramente posible y conveniente por aquella
parte, y entonces los mismos ingenieros procedieron a trazar definitivamente la línea de Smith con las
variaciones que juzgaron convenientes.
Deseoso el archiduque Maximiliano de llevar a cabo la ejecución del desagüe con rapidez, a la vez
que ordenó que se emprendieran los trabajos, dispuso también que el ingeniero Miguel Iglesias fuera a
Europa para comprar la maquinaria necesaria, la cual consistía en un excavador para obrar en los tajos, una
locomóviles para desagües y extracción en las lumbreras, una máquina fija especial para desagües y unas
dragas para el desazolve o excavación de los lagos y canales. Los trabajos materiales se emprendieron en la
primera semana de julio de 1866.
El gobierno de Maximiliano, se encontraba decidido a realizar el desagüe del Valle de México, sin
embargo no era empresa sencilla y la mano de obra seguramente no abundaba. Sucediendo incluso, el
extravagante caso de que a mediados de 1866, cuando la Plaza de Armas se hallaba bellamente adornada por
elegantes fuentes, un nuevo jardín y cubierta de hermosos asientos de fierro; hubo personas
malintencionadas que se entregaban al nefasto placer de arrancar las plantas de los jardines y robar las
perillas de plomo que adornaban las expresadas bancas. Fue entonces cuando los guardias del Imperio,
aprehendieron a un individuo que se había adjudicado algunas de las dichas perillas y la autoridad le impuso

270
como castigo, cinco días de trabajos forzados en las obras del desagüe. Ese era el castigo para el que se le
sorprendiese destruyendo los referidos arreglos.957
Los trabajos estaban ya en movimiento cuando apareció un decreto de Maximiliano, fecha 7 de
noviembre de 1866, en el cual ordenaba al ministerio de Fomento a proceder al desagüe directo del Valle,
pero sujetándose al proyecto de Francisco de Garay. Se esperó por entonces, ente la nueva orden imperial,
que habría grandes cambios en los trabajos emprendidos. No fue así, sino que continuaron sin alteración
alguna, pues el ministerio de Fomento no ordenó cambio alguno. Por lo demás, hubo ya poco tiempo
disponible, pues no transcurrieron muchos meses sin que quedase interceptada toda comunicación del
ministerio con los ingenieros que residían en Zumpango, los fondos necesarios no pudieron ya remitirse, y
los trabajos se suspendieron en absoluto.
La intercepción a que aludimos fue resultado del sitio que puso a la ciudad el Ejército de Oriente que
dio fin al gobierno de Maximiliano. En el transcurso del sitio, los ingenieros del desagüe se dirigieron al
General en jefe del Ejército sitiador, que lo era Porfirio Díaz, con una exposición fechada el 3 de mayo de
1867, en la que daban cuenta del estado en que se encontraban las obras y su situación económica.
Finalmente Díaz resolvió dar 1 500 pesos mensuales para conservación de las obras del desagüe.
Curiosamente para esta resolución se pidió el parecer de los licenciados Manuel M. Zamacona (quien se hizo
cargo de la Academia al tomar la capital el Ejército de Oriente), Juan José Baz (famoso demoledor de
tesoros arquitectónicos) y del coronel de ingenieros Emilio Rodríguez Arangoity (hermano del arquitecto de
Maximiliano, Ramón Rodríguez Arangoity).958

4.10. La Galería de Iturbide


Habíamos mencionado que en Palacio, Maximiliano necesitaba una localidad amplia para las grandes
recepciones de los embajadores y los días de fiesta nacional, por lo cual el archiduque mandó reunir en una
galería, las tres localidades que antiguamente formaban los estrechos salones de recepción. Aquellos viejos
espacios fueron transformados en un exquisito y esplendoroso salón, al que se le llamó Salón de
Embajadores, se le revistió con un magnífico tapiz carmesí traído de Europa, sobre el cual se bordó el
escudo de las armas del Imperio, con el lema ―Equidad en la Justicia‖ y se descubrieron las vigas de cedro de
esas piezas, las cuales estaban tapadas por miserables cielorrasos de tela pintada. El emperador ordenó quitar
por completo el inelegante cielorraso de manta que cubría las admirables maderas y dispuso se barnizaran y
bañaran en dorado; además se colocaron monumentales candelabros europeos, finísimos cortinajes
encarnados, refinados herrajes de caprichosas formas e incontables sutilezas y objetos armónicos, adecuados
para maravillar a los asistentes del llamado Salón de los Embajadores.
Para dicho sitio, Maximiliano planeó uno de los proyectos plásticos de mayor significación. Imaginó
una soberbia galería pictórica en la que se representara a los caudillos más ilustres y afamados de la Guerra
de Independencia, la colección artística llevaría el nombre de Galería de Iturbide,959 siendo tan sobresaliente
esta galería, que al Salón de Embajadores se le comenzó a denominar Salón de Iturbide. Designación que el
arquitecto Rodríguez Arangoity, utilizó en sus planos de remodelación de Palacio Nacional.
Para lograr este cometido, Maximiliano comisionó a su pintor de cámara, don Santiago Rebull, para
que personalmente escogiera a los pintores de San Carlos que creyera más a propósito para desarrollar la
mencionada galería. Así, Petronilo Monroy, Joaquín Ramírez, Ramón Sagredo, José María Obregón y
Ramón Pérez Guevara, se pusieron bajo las órdenes de Rebull y ejecutaron los retratos de los ídolos de la
Independencia Mexicana. Monroy hizo los de Iturbide y Morelos, Ramírez el de Hidalgo, Sagredo el de Guerrero,

957 ―Adorno en la plaza de armas‖, en El Cronista de México, jueves 26 de junio de 1866, núm. 176, pág. 2.
958 Luis González Obregón, et.al., op.cit., págs., 323, 324, 328, 329 y 330.
959 ―Informe sobre gastos de la Lista Civil‖, en El Cronista de México, jueves 3 de mayo de 1866, núm. 104, págs. 1 y 2.

271
Obregón el de Matamoros y Pérez el de Allende. 960 Todos ellos de bella factura, aunque de poca realidad y
mucho idealismo.

L. Garcés, Salón de Embajadores (ca. 1865).


Litografía.

Se dijo en aquel tiempo, que los retratos de la Galería de Iturbide, fueron representados con ―verdad
histórica‖ por los pintores nacionales‖. ¿Es verdad esto?, ¿están realmente las efigies de los líderes
independentistas, apegadas a la ―verdad histórica‖? Para dilucidar este asunto analicemos una a una las dichas
representaciones.
Para que Monroy formara el retrato de Iturbide, fue socorrido por José Urbano Fonseca, quien
remitió dos cartas a propósito del caso, la primera de ellas dirigida al señor José Ramón Malo (sobrino de
Iturbide) y la segunda a la señora Josefa de Iturbide (hija del mismo).
En la primera, enviada el 13 de enero de 1865, Fonseca decía al señor Malo, su ―antiguo amigo‖ que
el profesor Petronilo Monroy estando encargado por Maximiliano de hacer un retrato de Iturbide del
tamaño natural, que sustituyera al que se hallaba en Palacio en la sala de su nombre, y que deseando que la
comisión se desempeñara lo mejor posible, le suplicaba que si acaso tuviera algún buen retrato del antiguo
emperador de México, se sirviera prestarlo, en el concepto de que se ejecutaría una copia sin sacar el original
del edificio de la Academia y que se le devolvería lo más pronto posible.961
En la epístola para la hija del libertador de México, se le pedía en mayo 19 de 1865, que Petronilo
Monroy artista comisionado a ejecutar un retrato de su padre, deseaba hacer un estudio de la fisonomía de
ella, pues según se decía tenía algunos puntos de semejanza con su progenitor y que como no deseaban
omitir trabajo alguno que contribuyera a la mayor perfección de la obra del dicho Monroy, se le suplicaba
tuviese la bondad de señalar las horas más oportunas para que aquel artífice ocurriese a hacer los apuntes
necesarios.962
Los resultados fueron que José Ramón Malo prestó a la Academia dos retratos, uno grande de cera y
otro chico de un tal señor Acevedo. Sobre la petición que se le hizo a la Josefa Iturbide, ignoramos si se
prestó para ella.

960 Maximiliano pagó por cada cuadro de la Galería de Iturbide la suma de $1000°°. No obstante en el archivo general de la
Nación se halló una anotación en la que consta que para mediados de 1866, Ramón Pérez de Guevara aún no había recibido su
paga por el Allende que pintó. La nota dice:
―Ramón Pérez, Indio triste nº 2, Se queja de que no se le ha pagado el importe del cuadro de Allende que pintó, [en observaciones
dice] Günner quiere saber la resolución, [otra dice] Habló con Gúnner‖
Segundo Imperio, caja 43, exp. 17, Listas de Audiencias Públicas del 17 de junio de 1866, foja 5, núm. 12.
961 A.A.S.C., exp. 6538, foja 1.
962 Ídem., foja 2.

272
El hecho es que las características faciales que Monroy imprimió a su Iturbide, al parecer no se
apartaron mucho de la realidad, pues comparándolo con los retratos que se le hicieron en los años de 1822 y
1823 y con las fotografías de su hija Josefa (de quien dice se le parecía mucho), vemos que manifiestamente
existen grandes similitudes entre estos y aquel.

Julio Valleto, Josefa Iturbide (ca.1865). José Ma. Uriarte, Agustín de Iturbide (1823).
Castillo de Chapultepec. Catedral de Guadalajara.

Por otra parte si confrontamos los retratos que de Iturbide se hicieran en vida y el que se hizo en
tiempos de Maximiliano, vemos que los ropajes, las proporciones, la apostura, el colorido, la expresión
corporal, al composición y el simbolismo, son diametralmente distintos. Los óleos de Iturbide, hechos en los
años veintes del siglo XIX, elaborados afectivamente por artistas-artesanos, interpretan a un hombre
colonial, a diferencia del que presenta Monroy, que más bien está inscrito dentro de una tradición
principesca de corte netamente europeo.

Petronilo Monroy, Agustín de Iturbide (1865).


Palacio Nacional.
273
El retrato de Iturbide hecho por Monroy, plasma al llamado Dragón de Hierro, como un hombre de
arrogante figura, elevada talla, frente despejada y ojos azules de mirar penetrante. Las vestiduras que llevó
Iturbide al entrar al frente del ejército trigarante y al momento de su coronación, fueron completamente
disímiles a los que incluye Monroy en su definición pictórica. El artista de San Carlos construyó una imagen
ideal, más adecuada para un predecesor del elegante archiduque de Austria, su figura es atlética y no con
sobrepeso como se dice que estaba en aquellos tiempos, porta la medalla de la Orden de Guadalupe, botas
de montar, antiguo traje militar de época colonial y banda tricolor en diagonal sobre el pecho, asimismo, la
composición toda también lleva los colores del ejército trigarante, el mantel sobre el cual se halla el Plan de
Iguala y que señala Iturbide es verde, su pantalón e interior de la capa imperial son blancos y el cortinaje,
corona, cojín y respaldo del sillón son rojos.
Con respecto al retrato de Morelos, los errores de Monroy son totalmente censurables, ya que de este
caudillo existen retratos auténticos, tomados del natural, y datos minuciosos sobre las prendas de vestir que
usaba, de las que algunas han llegado hasta nosotros.
La imagen hecha por Monroy del héroe de Cuautla pese a ser la más popularizada de todas, se aparta
mucho de la verdad, ya que Morelos es representado como un gigantón vestido con larga levita y botas de
montar, su rostro se encuentra más europeizado y no tiene ya las notables facciones mestizadas que poseía
en realidad. Y es que Morelos, en realidad era bajo de estatura y grueso de cuerpo, así lo consigna el proceso
inquisitorial, así lo acusa la indumentaria conservada en el castillo de Chapultepec y que nos siguiere que era
un hombre pequeño y no grande.
El poeta Juan de Dios Peza, cuenta que siendo él un niño, era cuidado por un viejecillo de unos
setenta años, de nombre Antonio, y que cariñosamente le llamaba el tío Tonchi. El señor Antonio, contó a
Peza que siendo joven fue asistente de Morelos y que poseía una de la glorias más grandes, la cual consistía
en ponerle diariamente las botas al general Morelos, pues según le narró, la gordura de Morelos había
llegado al punto en que su prominente vientre le imposibilitaba totalmente el simple acto de ponerse su
calzado y agregaba que Morelos le decía a menudo: ―Antonio, que no te maten, porque al día siguiente
tendré que salir descalzo; nadie me sabe poner las botas tan pronto y tan bien como tú.‖963 Así, vemos a
todas luces, que el cuadro de Morelos, de la Galería de Iturbide no es sino una mera invención.

Petronilo Monroy, José María Morelos y Pavón (1865).


Palacio Nacional.

963 Juan de Dios Peza, Memorias..., pág. 4.


274
El retrato de Hidalgo hecho por Joaquín Ramírez, es el más notable de todos por la enorme
popularidad que ha alcanzado, hasta el punto de hacer olvidar cualquier otra efigie del héroe insurgente. Esta
pintura, reproducida millares de veces por el grabado, la litografía, la fotografía y aún la escultura, ha hecho
formarse al pueblo una falsa idea de la figura y la indumentaria del iniciador de la independencia.
En efecto, Ramírez, para pintar su cuadro, después de coleccionar algunos de los retratos de Hidalgo
que por más parecidos se tenían, y de recoger noticias de los parientes del caudillo, forjó una figura ideal,
acomodada a su manera de comprender el personaje.
Ramírez representó a Miguel Hidalgo como un hombre esbelto y esmirriado, lo ubicó en una edad
circundante a los setenta años y como prendas de vestir lo dotó con un largo levitón, botas de montar y una
banda azul en la cintura. Al parecer, Joaquín Ramírez tomó el atuendo de una estatuilla en talla de madera,
que representa a Hidalgo y que actualmente se conserva en Chapultepec. Dicha figurilla, obra de escultor
Clemente Terrazas, de quien se dice era compadre de Hidalgo, 964 fue facilitada al pintor por el licenciado
Felipe Sánchez Solís, y según tradición, fue hecha en vista del mismo cura Hidalgo.
En contraparte, Lucas Alamán (quien conoció y trató personalmente a Hidalgo), dice que el cura de
Dolores, era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo
caída sobre el pecho, de unos sesenta años, vigoroso y algo lento en sus movimientos. Con respecto a las
vestimentas de Hidalgo, Alamán señala que era poco aliñado en su traje y que no usaba otro que el que
acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños, que no era sino un capote de paño negro,
sombrero redondo, bastón grande y un vestido de calzón corto, chupa y chaqueta de un género de lana que
venía de China que se llamaba rompecoches.965
Como vemos, tanto en el físico como en la vestimenta, Lucas Alamán, retrata de muy diferente
manera a don Miguel Hidalgo y Costilla.

Joaquín Ramírez, Miguel Hidalgo y Costilla (1865).


Palacio Nacional.

El joven pintor de San Carlos, a diferencia de sus compañeros, para formar el Hidalgo, no deseó
pintarlo en Palacio Nacional como lo hicieron los demás, así, lo pintó en el estudio de su casa, que se
ubicaba en la calle de los Siete Príncipes núm. 15. Ramírez quiso inspirarse adecuadamente y al efecto se
procuró cuantos datos pudo, para lo cual trató a la hermana del cura, quien le proporcionó muchos datos y

964 Alfonso Toro, ―Breves apuntes sobre iconografía de algunos héroes de la independencia‖, en Anales del Museo Nacional de
Arqueología, Historia y Etnología, México, Imp. Del Museo nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1913, pág. 205.
965 Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Editorial Jus, tercera edición, tomo I, 1986, pág. 227.

275
sobre todo lo presentó con su hermano, asegurando que éste que este era muy parecido al héroe de Dolores.
Ramírez tardó en pintar su cuadro unos dos meses y al concluirlo hizo que lo vieran Rebull y sus
compañeros, quienes encontraron soberbia la obra, lo que ya esperaban, pues conocían bien el genio de su
autor, y Rebull agregó más, diciendo, que el mismo Ramírez, por su modestia, no comprendía que había
producido una verdadera obra de arte.
Transportado a Palacio Nacional, fue recibido con beneplácito por Maximiliano, quien sentado
muchas veces en un sillón frente al cuadro, lo contemplaba, y decía: he aquí mi bello Hidalgo.
Y es que la obra de Ramírez, fue generalmente aceptada desde un principio, al grado que el
licenciado Joaquín Ma Alcalde (hermano político de Manuel F. Álvarez) decía que no sabía si Hidalgo tuviere
o no los rasgos que le atribuían los historiadores (como el diente salido que según Guillermo Prieto tenía el
héroe de Dolores), pero que lo cierto era que él y muchos de sus contemporáneos, no podían aceptar ya
ninguna otra imagen que la idealización hecha por Ramírez. Literalmente decía: ―no podemos aceptar otro
retrato, que no sea el simpático, el idealizado, el de nuestro pintor Joaquín Ramírez‖.966
El rotativo La Sombra insertó un artículo y un soneto dedicado a la pintura de Ramírez y que
textualmente dice:
―Hemos tenido la complacencia de ver en la exposición de pinturas del presente año en la Academia
Nacional de San Carlos, el bellísimo cuadro que representa la gran figura del primer caudillo de la
Independencia, del inmortal Hidalgo. La pintura es obra del Sr. Ramírez tan conocido ya por su genio
artístico.
Todo en el cuadro es una histórica verdad [las cursivas son nuestras], Hidalgo se levanta de un sillón en
los momentos de revolución suprema: su aptitud actitud no es guerrera ni lo que se llama ideal, es la aptitud
firme de un anciano vigoroso [las cursivas son nuestras], en cuyo semblante se revela un pensamiento
gigantesco, una abnegación tranquila, una bondad habitual. Hidalgo se destaca del cuadro y el esplendor
aguarda, espera verle dar el segundo paso y salir del aposento a la plaza del pueblo memorable que
inmortalizó con su nombre.
Los accesorios de la pintura corresponden perfectamente, sobre todo en el punto de perspectiva,
porque casi pueden medirse las distancias hacia el fondo, donde se ve una Guadalupana y un reloj señalando
la hora solemne de la redención de México.
El sillón y la mesa, muebles antiguos, como los libros que en ésta se hallan colocados, no dejan que
desear.
¿Qué premio hallará esa inspiración de Ramírez? ¿Cómo será retribuido el mérito de un mexicano
cuyas obras después que él haya pasado sobre la tierra, se verán con la estima que las de Velázquez? No lo
sabemos.
Entre tanto y mientras otros adulan al poder, nosotros gustosos le consagramos estas líneas y la
siguiente inspiración que debemos a su talento.
SONETO
Hidalgo tuvo la suprema gloria
De afrontar contra reyes y tirano,
Y de llevar en sus convulsas manos
La espada y el laurel de la victoria.

Hizo grande y eterna su memoria,


Libres hizo los siervos mexicanos;

966Manuel Francisco Álvarez, El pintor..., pág. 3 a 5.


Cuando Manuel Francisco Álvarez fue regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México en el año de 1875, estuvo a cargo de la
festividad del 5 de mayo, dedicó parte del presupuesto de ella para que Tiburcio Sánchez, realizara una copia del Hidalgo de
Ramírez, con su marco dorado y para hacerlo colgar en el salón de Cabildos del Ayuntamiento.
Se dice que Sánchez hizo aquella copia con la conciencia y el saber que le caracterizaban y habiendo oído decir al mismo Ramírez,
que encontraba muy en fuga las líneas de la mesa, hizo la corrección debida. La cantidad pagada a Sánchez, según Álvarez fue de
350 pesos. El mismo Álvarez, en otro texto suyo, dice que se le pagaron sólo 300 pesos. Ídem., pág. 5 y Manuel Francisco Álvarez,
Algunos escritos..., pág. 148.
276
Mas nunca pudo hallar en sus hermanos
Quien llevará su imagen a la historia.

Preciso era oto genio, otro gigante


Para llevar tan colosal figura,
Un poeta en acción; un nuevo Dante:

Tú has tenido ese honor, esa ventura


De unir tu nombre al del varón triunfante
Que un asiento a su lado te asegura.‖967

Nosotros sólo agregamos que la efigie creada por Ramírez tiene un enfático poder de seducción. Se
nota la facilidad que tenía en el dibujo y la impecable elección del momento significativo, que debe ser entendido
como el instante narrativo en el cual se condensan al máximo los impulsos físicos y psicológicos del
personaje. Es un cuadro elegante y sencillo, donde la sofisticación fluye por el lienzo completo. Obra
artística que sin lugar a dudas está elaborada bajo una brillante y sabia técnica.
Por otra parte, el retrato que Ramón Sagredo hizo de Vicente Guerrero, es a nuestro juicio el más
desafortunado de todos. La imagen que desarrolló es incorrecta y equivocada por múltiples motivos.

Ramón Sagredo, Vicente Guerrero (ca. 1865).


Palacio Nacional.

El abogado Mariano Riva Palacio, quien fue pariente del insurgente Vicente Guerrero y por ello
impuso el mismo nombre a su hijo, mandó reproducir en litografía la efigie del mítico patriota para que así
se conociera más fielmente su imagen. No obstante el empeño del señor Riva Palacio, el retrato desarrollado
por Sagredo no tiene ningún parecido con los retratos que por más fieles se tienen de Guerrero. El soñador
pintor de la Academia, lo caracterizó con una indumentaria del todo inadecuada y la corpulenta apostura del
Guerrero de Sagredo parece algo despótica, desvirtuando así el carácter popular que más se hubiera
adecuado al personaje.
El autor del Jesús en el camino de Emaús, a parecer nuestro, tan sólo logró concebir una menguada obra
de medianos alcances. Dicho menoscabo probablemente haya sido notado por el archiduque de Austria,

967 ―Una pintura‖, en La Sombra, martes 28 de noviembre de 1865, núm. 92, pág. 3.
277
quizá por ello el fugaz emperador no comisionó en nada más a Ramón Sagredo, que en esta composición, se
mostró como un perfecto novato y no como el portentoso y genial artista que demostró ser en otras de sus
obras más tempranas.
Quizá Ramón Sagredo recibió severos comentarios, o tal vez su autocrítica lo llevó a comprender los
graves errores en que incurrió al pintar el Vicente Guerrero para la Galería de Iturbide. Prueba de aquella
reflexión quedó patente en un óleo de su autoría y que representa El abrazo de Acatempan, pintura histórica
que representa a Guerrero consumando el pacto independentista con el general Agustín de Iturbide, pues en
esta nueva imágen vemos a un Guerrero de facciones más autóctonas y vestido de manera mucho más
apropiada para una representación histórica. El color de piel, la textura del cabello, la complexión física, el
machete en lugar de sable, los ropajes todos y especialmente la distinta actitud, remite de manera más cabal
al sencillo y memorable personaje independentista. Incluso vemos mucho tino en la representación del
Iturbide, el cual a diferencia del que presentó Monroy, tiene una fisonomía visiblemente más natural y algo
abotijadilla.

Ramón Sagredo, El abrazo de Acatempan (ca.1870).


Museo de Chapultepec.

José María Obregón, Mariano Matamoros (1865).


Palacio Nacional.

El caso del retrato de Mariano Matamoros es similar. La imagen de lugarteniente de Morelos,


igualmente fue falseada, pues Obregón le pinta de alta estatura, moreno, con traje de paisano y amplia capa.
Todo por no haber recogido este artista los datos que acerca del personaje nos han conservado los cronistas
de la época. Don Carlos María de Bustamante, al referirse a este jefe insurgente, dice que era un hombrecillo
delgado, rubio, de ojos azules, picado de viruelas y voz gorda y hueca. Puntualizaba que fijaba
278
constantemente la vista en el suelo, que inclinaba un tanto la cabeza sobre el hombro izquierdo y que a
juzgar por su exterior propio de un novicio carmelita, nadie hubiera creído que abrigaba un poderoso
espíritu marcial. Agrega Bustamante que en la ocasión que lo conoció se había dejado ―ver con uniforme
grande de mariscal, y mostraba muy bien que no descuidaba del adorno de su persona.‖968
Como se ve, ni por la figura ni por el traje, corresponde el retrato del Palacio Nacional a la impresión
que del caudillo nos ha dejado Bustamante.
Sobre el Allende de Ramón Pérez de Guevara, realmente no hay mucho que decir. Y es que de
Ignacio allende no existe retrato de autenticidad indiscutible, así en su mayoría son meras fantasías. De tal
suerte, Ramón Pérez tuvo la libertad de hacer uso amplio de su imaginación, con lo que logró un excelente
cuadro lleno de energía y entusiasmo. Pérez de Guevara retrata a Allende, incitando a las tropas insurgentes
a la lucha, en la mano derecha empuña un sable, mientras en la izquierda ondea una bandera con la imagen
de la Virgen de Guadalupe.

Ramón Pérez de Guevara, Ignacio Allende (ca. 1865).


Palacio Nacional.

Antes de continuar con este apartado, es justo declarar que no somos expertos críticos de arte. Y
aceptamos que los apuntamientos emitidos con anterioridad, puedan someterse a cuantos cuestionamientos
se quiera, pues nunca fue apetencia nuestra emitir juicios definitivos ni tener la verdad absoluta.
Declarándonos contentos si con ello se abriera un sano debate y mejores investigaciones al respecto.
Dicho lo anterior proseguimos con nuestro asunto.
La Galería de Iturbide, como asunto propiamente histórico, no es simplemente una colección de
retratos de caudillos independentistas. Esta galería, además nos permite ver la personalidad de los pintores
manifestada a través de esta forma artística. Percibimos así, en el Hidalgo de Ramírez, a un hombre al
máximo de sus facultades y destinado a ser uno de nuestros grandes pintores, a no ser, tan sólo porque fue
atajado por la muerte al año siguiente; también se percibe en el Iturbide y en el Morelos de Monroy una
personalidad convencionalista, pintor elegante pero sin ninguna chispa genial; en el Guerrero de Sagredo es
notable la inseguridad y el abatimiento moral de un alma gigantesca en decadencia, una flor marchita a la
corta edad de veintiséis años, evidentemente el preludio de su suicidio, el cual acaecería pocos años después;
finalmente en el Matamoros de Obregón y en el Allende de Pérez, se vislumbra a un par de jóvenes artistas,
con un gran ramillete de cualidades pictóricas, pero quizá con personalidades más tradicionalistas y

968 Alfonso Toro, op.cit., pág. 207 y 208.


279
comunes, con los fervientes sueños de cualquier joven, pero con imaginación y energías quizá demasiado
limitadas.
La Galería de Iturbide, también nos habla de la filosofía y de las ideologías políticas que se vivían en
el México del Segundo Imperio y que evidentemente venían a influir en el trabajo de los artistas de la
Academia de San Carlos. Así, vemos una serie de composiciones creativas, que en general, sus líneas, sus
formas y sus armonías poseen un tendencia artística preferente hacia el neoclasicismo, a la idealización de las
figuras, donde el realismo queda en un segundo plano, para dar paso a una forma de ver la vida siempre
matizada con el velo de las apariencias y la formalidad. Igualmente se avista el pensamiento político de
Maximiliano, siempre empeñado en conciliar los intereses partidarios, por lo que reunió en un mismo
espacio a personajes históricos que conservadores y liberales habían tomado como símbolos de sus causas.
Por ellos vemos a Hidalgo, a Guerrero, a Morelos y a Matamoros (banderas del partido liberal),
entremezclarse con Allende e Iturbide (reconocidos como héroes de la facción conservadora).
Para terminar con este apartado, quisiéramos dejar abierta una engorrosa cuestión referente a los
autores de la Galería de Iturbide y a los personajes allí representados.
Hasta donde nosotros tenemos entendido la Galería de Iturbide consta de seis retratos hechos por
cinco pintores, que son: Hidalgo de Ramírez, Morelos e Iturbide de Monroy, Guerrero de Sagredo, Matamoros de
Obregón y Allende de Pérez de Guevara.
En el catálogo de la exhibición artística de la Academia, efectuada a finales de 1865, hace constar que
fueron expuestas algunas obras ejecutadas en Palacio para Maximiliano por discípulos de la Academia. Se
presentó (entre otras obras) un boceto del Morelos, hecho por Monroy; otro boceto de Matamoros, obra de
Obregón y los retratos concluidos de Hidalgo e Iturbide, hechos respectivamente por Ramírez y Monroy. Sólo
faltó presentar algo del trabajo hecho por Sagredo y Pérez de Guevara en sus cuadros de Guerrero y Allende.
Meses más tarde en el ―Informe sobre gastos de la Lista Civil‖, aparecido en El Cronista de México del
jueves 3 de mayo de 1866, señalaba que ya estaban concluidos todos los cuadros y que tan sólo falta que
Monroy finalizara el de Morelos. Dicho ―Informe...‖, consigna los mismos seis retratos hechos por los
mismos cinco pintores. Además, hoy día, en Palacio Nacional, se encuentran físicamente los repetidos seis
cuadros igualmente adjudicados a idénticos cinco artífices.
La confusión sobre quiénes y qué pintaron, comienza el año de 1876, año en que se elabora una lista
de cuadros, esculturas y grabados que fueron designados para que figuraran en la exposición que se
celebraría en la ciudad estadounidense de Filadelfia. Entre las obras que figuraron en la dicha muestra se
remitieron dos de propiedad del Palacio Nacional, la primera de ellas fue de Joaquín Ramírez y que era el
Retrato del Cura Hidalgo, la segunda era de Ramón Pérez Guevara, y que era (según la lista) un Retrato del
General Mina.969 Así Pérez Guevara, aparece en la mencionada lista como autor, no del retrato de Allende que
todos conocemos, sino de uno que, al menos nosotros, no sabemos nada de el.
Además, en el archivo de la Academia existe un recibo que textualmente dice:
―[Un sello] Escuela Nacional de Bellas Artes.
Recibí del señor Ferriz conserje del Palacio Nacional dos pinturas al óleo con sus marcos dorados
que representan uno ―El general Mina‖ y el otro ―El cura Hidalgo‖ cuyos cuadros van a la exposición de
Filadelfia.
México, marzo 12 de 1876. [Rúbrica] Epitacio Calvo.
[a un costado dice:] Se recogió este recibo del conserje del Palacio al entregar los dos retratos.
[Rúbrica] Ocádiz.‖970
Mucho más cerca a nosotros en el tiempo, Fausto Ramírez, escribió que en la Galería de Iturbide se
retratan las figuras de ―Hidalgo, Morelos, Allende, Matamoros, Mina e Iturbide‖, y que fueron recreadas por
―Joaquín Ramírez, Petronilo Monroy, Ramón Pérez y José Obregón‖; en dicha relación, don Fausto excluye
a Vicente Guerrero, anexa a Mina y suprime de la lista de pintores a Sagredo. 971 Insólitamente, el mismo
historiador, en un escrito posterior que se insertó en el trabajo Testimonios... de la doctora Acevedo, al

969 Flora Elena Sánchez Arreola, op.cit., pág. 25.


970 A.A.S.C., exp. 7296.
971 Fausto Ramírez, Para construir un México nuevo: las imágenes del liberalismo, 1861-1876, México, MUNAL, sin año, pág. 2.

280
referirse de nueva cuenta a la Galería de Iturbide, ahora sí incluye como uno de los retratados a Guerrero,
también menciona a Sagredo y no señala en esta ocasión que exista el retrato de Mina.972
Otro autor que siembra cierta incertidumbre sobre el mismo asunto es el ex-alumno de pintura, Luis
Monroy, que fue discípulo de la Academia en tiempos del Imperio. Monroy al discurrir sobre la Galería de
Iturbide, señala que los pintores ejecutantes de los retratos de los héroes de la Independencia, fueron
Joaquín Ramírez, Petronilo Monroy, José Obregón, Tiburcio Sánchez y Rafael Flores, y que los personajes
retratados fueron Hidalgo, Iturbide, Morelos, Allende, Aldama, Abasolo y Matamoros. De forma que Monroy
excluye en su listado a Sagredo y a Pérez de Guevara, y anexa a Sánchez y Flores. En cuanto a los retratos
no menciona al Guerrero, y en su lugar incluye a otros dos héroes de la Independencia, que son Juan o
Ignacio Aldama y Mariano de Abasolo.973
Por su parte el historiador Alfonso Toro atribuye el cuadro de Morelos, no a Petronilo Monroy, sino
a Tiburcio Sánchez.974
Dejamos abiertas estas cuestiones, para que, quien teniendo más paciencia, pueda resolver estas
contrariedades.

4.11. La fotografía y la Academia de San Carlos


El martes 29 de enero de 1867, los profesores Eugenio Landesio y Pelegrín Clavé se hallaban al
interior del antiguo templo de la Profesa. En dicho sitio, ambos personajes trababan interesante plática, la
cual esencialmente discurría sobre las pinturas murales que en la cúpula de aquel santuario, había estado
ejecutando Clavé junto con algunos de sus discípulos. Entre las muchas y sabias observaciones que Landesio
le dijo a su colega, señaló que la pintura mural, podía ser muy bien explotada por los jóvenes pintores de San
Carlos, pues, según creía el paisajista, el género pictórico del retrato había muerto ya con la aparición de la
fotografía. Apreciación con la que Clavé estuvo totalmente de acuerdo.975
Posiblemente, sus infundados temores, les hacían concebir a la fotografía como un enemigo de su
profesión, la cual arrinconaría a campos de trabajo más reducidos a los artistas de la Academia. Y aunque
por aquel tiempo, algunos ya la consideraban como un arte, difícilmente alguien se atrevía a ponerla al nivel
de aprecio en que se podía tener a un óleo, a una escultura o a un grabado.
Por ejemplo, Ignacio Manuel Altamirano se lamentaba de que fuera rarísimo encontrar en las casas
opulentas una galería de pinturas, un bronce exquisito, un mármol notable o cuando menos un grabado de
mérito; y que en su lugar, se creía de buen gusto emperifollarlas con juguetes de zinc, muñecos de pasta o
fotografías no siempre buenas.976
Muy probablemente, Landesio y Clavé concebían a la fotografía como un mero método mecánico
que reproducía fielmente una imagen de la realidad, y nunca como un técnica interpretativa de emociones.
No obstante, ninguno de estos catedráticos pudo sustraerse del influjo y beneficios que el nuevo invento les
brindaba.
Y es que en el interior del establecimiento de San Carlos, se consideró a la fotografía, como un
medio utilísimo para educar. Constancia de ello, se reflejó al momento en que la Academia contrató al
italiano Javier Cavallari, quien costeado por el mismo plantel, trajo una valiosa colección de las mejores
fotografías de los principales edificios de Europa. El total de imágenes adquiridas por el arquitecto fue de
ciento treinta y nueve, con un valor de 1 206 pesos, entre las que se encontraban reproducciones de
construcciones árabes y bizantinas, de monumentos franceses y belgas y de ciudades como Florencia, Roma,
Milán y Venecia, entre otras.977

972 Esther Acevedo, Testimonios..., pág. 26.


973 Luis Monroy, op.cit., pág. 20.
974 Alfonso Toro, op.cit., pág. 207.
975 Salvador Moreno, op.cit., pág. 116.
976 Ignacio Manuel Altamirano, op.cit., pág. 114.
977 A.A.S.C., exp. 6321.

281
Igualmente en abril de 1865, el director del plantel, don Urbano Fonseca, remitió una circular donde
pidió a los profesores que le indicasen los instrumentos, libros y útiles que necesitasen para sus clases. En
respuesta de la misma, el profesor de pintura del paisaje, Eugenio Landesio, pidió se le proveyese de una
colección de ―...vistas fotográficas de todas las antigüedades del Imperio y de las costumbres indígenas.‖978
En el mismo sentido, en agosto del mismo año, Clavé y Landesio, solicitaron se les suministrasen
colecciones fotográficas de las obras de Rafael, de la villa Farnesina, del Vaticano, de la iglesia de la Paz de
Roma, de las pinturas de los Carraccis del Palacio Farnesio y de paisajes de Claudio de Lorena y Nicolás
Poussin.979
Incluso, cuando Pelegrín Clavé partió al viejo continente en 1868, fue justamente la fotografía uno
de los principales medios por los cuales el pintor español, mantuvo estrechos lazos con México y su amada
Academia de San Carlos que no olvidaba. En correspondencia mantenida con los pintores Pina y Velasco,
trataba siempre de mantenerse al tanto acerca de los sucesos políticos que se venían desarrollando a raíz de
la caída del Imperio. Curiosamente para hacerle conocer la marcha que llevaba la escuela, Pina le hizo llegar
fotografías de los cuadros más importantes que se pintaron a partir de la restauración de la República. De
esta manera, el barcelonés conoció La invención del pulque, de Obregón; La azucena marchita, de Ocaranza; El
Hijo pródigo, de Luis Monroy; Ariadna abandonada, de Rodrigo Gutiérrez; Santa Brígida, de Pina y La Muerte de
Marat, de Rebull (impresionándolo muy favorablemente ésta última obra).980 Además, Clavé poseía en
preciosas encuadernaciones las fotos de sus alumnos, con dedicatorias sinceras llenas de gratitud y afecto. 981
Sobre ellas, Clavé dijo en una ocasión: ―Cuánto lamento no haberme procurado retratos fotográficos de
todos los discípulos de mi tiempo, para tenerlos aquí presentes.‖982
La practicidad que los profesores de la Academia, concedieron al la fotografía, quedó manifiesta al
poco tiempo de la llegada de Maximiliano, pues en agosto de 1864, la mayoría de ellos presentaron un
proyecto para crear un rotativo de nombre ―El Artista‖, en el cual (según ellos) se darían a conocer las obras
de pintura, escultura, grabado y los artículos científicos hechos en la clase de arquitectura, con grabados y
fotografías.983
Y aunque el diario nunca se fundó, la idea debió permanecer en la escuela, pues el director de ella,
Urbano Fonseca, en 1865 opinó en informe dirigido al gobierno imperial, que la fotografía podría ser
explotada por la Academia, no sólo por sus aplicaciones científicas (como el levantamiento de planos), sino
porque a través de ella se podría dar a conocer al mundo los cuadros de la pintura mexicana antigua y
moderna que poseía el plantel en sus galerías, lo cual daría a la escuela un buen nombre que la recomendase
en el extranjero. Pues veía que eso hacían en los Estados Unidos, lugar de donde se remitían catálogos
fotográficos con las obras de sus artistas.984
Por otra parte, fueron los discípulos de la Academia, quienes primeramente lograron integrar a sus
labores artísticas la innovación fotográfica, para obtener de ella algún provecho.
Allí está el ejemplo del acérrimo enemigo de Clavé, el joven pintor Juan Cordero, quien hallando
muy benévola la crítica en el estado de Yucatán, obtuvo buenas demandas de trabajo, y favorecido de esta
manera, cada invierno hacía viajes de ida y vuelta al indicado lugar, trayéndose montones de fotografías, de
las que se servía para sus trabajos, y llevando, en cambio, la cantidad de óleos correspondientes al número de
fotografías. Por tal medio, Cordero se convirtió en un retratista semi-industrial, pues pintaba a la ligera y de
memoria los retratos, haciendo uno por día. Así, (según Manuel Revilla) pudo labrarse una modesta fortuna,
que no había logrado realizar cultivando seriamente la pintura.985

978 A.A.S.C., exp. 6558, foja 7 v.


979 A.A.S.C., exp. 6432, fojas 1 y 3.
980 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 211.
981 Salvador Moreno, op.cit., pág. 51.
982 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 211 y 212. En la Academia, se conserva una Colección fotográfica de pinturas,

litografías y grabados hechos por los alumnos de la Academia de San Carlos durante el siglo XIX, la cual no se me permitió consultar pues aún
no se hallaba catalogada y estaba en total desorden. Según me dijo quien la custodiaba, la colección incluye fotos de alumnos,
profesores y tomas diversas.
983 A.A.S.C., exp. 6604, foja 1 v.
984 A.A.S.C., exp. 6437.
985 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 278.

282
El primer alumno que entró al mundo de la fotografía fue Joaquín Díaz González, quien aún
estudiaba cuando abrió en 1844 un estudio de daguerrotipia y pintura, el cual funcionó por corto tiempo
(convirtiéndose así en el primer mexicano en tomar dicha profesión). Posteriormente, a principios de 1859
anunció la apertura de un nuevo estudio,986 situado exactamente al lado del que Tumbridge y Balbontin
ocupaban. Inmediatamente, en artículos realmente venenosos, Joaquín Díaz y Juan María Balbontin,
desataron un furioso altercado periodístico sobre quien de los dos era mejor fotógrafo. Entre otras
gentilezas, Díaz González calificó a Balbontin de ridículo, ciego, mentiroso y charlatán, sólo porque este
último dijera que sus retratos no tenían rival; a lo cual Balbontin le respondió iracundo, insultante y burlón,
calificándolo a su vez de incapaz, no sólo como artista, sino como mediano pintor de brocha gorda.987 En
dicha controversia, Juan Cordero y los hermanos Miranda le brindaron su apoyo a Díaz González, del otro
lado el ex–pensionado y multipremiado pintor de la Academia, Lorenzo Aduna, trabajó con Balbontin,
coloreándole los retratos que hacía, aunque ignoramos que postura tuviese en el asunto.988
El hecho de que alumnos destacados como Aduna se empleasen en iluminar retratos, no fue un
hecho aislado. Pues no fueron pocos los alumnos que sacrificaron tiempo, recursos y los mejores años de su
juventud, en el estudio de la pintura, para que a fin de cuentas se vieran despreciados y abandonados en una
carrera poco redituable y que más bien les resultaba gravosa; teniendo por necesidad, que servir a la boyante
industria de la fotografía. Entre ellos, podemos mencionar a un par de los más señalados discípulos de la
escuela de Clavé, que fueron Joaquín Ramírez y Ramón Sagredo.
Sobre estos dos, el diario El Siglo XIX en su edición del 20 de febrero de 1862, deploró que ellos, al
igual que otros discípulos de aptitud, tuviesen que contribuir con sus talentos y vigilias a la especulación de
los fotógrafos, que, ocupándolos en la iluminación de retratos, eran retribuidos con una mezquina parte del
valor del mismo. Asimismo, el mencionado diario añadía que aunque los pintores que iluminaban una
fotografía fuesen inteligentes, sacrificaban siempre gran parte de su genio, muriendo así ante las exigencias
del mal gusto y la imperturbable charla de los especuladores. 989
No sabemos cuanto tiempo, Ramírez y Sagredo estarían realizando dicha actividad. Lo cierto es, que
en tiempos del Imperio, ambos ya no disfrutaban de la subvención que la Junta Directiva de la Academia les
había concedido por sus destacados trabajos, buena conducta y notoria pobreza. La sombra protectora de la
Academia, que había cubierto a Ramírez por diez años (del 1° de febrero de 1852 al 31 de enero 1862) y a
Sagredo por nueve (del 1° de enero de 1854 al 31 de diciembre de 1862), había cumplido con su cometido
básico: ambos jóvenes eran ya valiosos y distinguidos artífices del hermoso arte de la pintura.
Sin embargo, como quedó dicho en títulos anteriores, la Academia actuó cual si fuese un
invernadero, pues al momento en que los alumnos abandonaban los muros de su protectora alma mater, la
gran mayoría sucumbía ferozmente ante los gélidos vientos del inadecuado ambiente mexicano para el
artista inteligente.
Y si, efectivamente, después de que Ramírez y Sagredo se dispersaron del amoroso seno de su
protectora escuela, tuvieron contadas ocasiones de mostrarse. La realidad que los recibió afuera, era muy
distinta a la que su adorada escuela les había procurado, y no fue sino hasta que llegó a México el ilustrado
príncipe Habsbugo, que revivieron en algo sus caras fantasías de ser admirados por la colectividad mexicana
de esos tiempos.
Joaquín Ramírez, gracias al excelente cuadro que hizo para la Galería de Iturbide, se granjeó su favor
y así comenzó a recibir encomiendas imperiales, las cuales no continuaron pues al poco tiempo fue atajado
por la muerte, situación que personalmente hirió el archiduque de Austria, mandando incluso (como ya
habíamos citado en otra parte) costear los funerales del pintor con dinero de su propia bolsa.
Por otra parte, el pincel de Sagredo, no corrió con igual suerte frente al emperador, quien, después
de la Galería de Iturbide, no lo tomó en cuenta para ninguna de las contadas proyecciones pictóricas que

986 El primer taller de Díaz González se ubicó en la calle de Puente de Santo Domingo núm. 9, el segundo estuvo en la primera
calle de Santo Domingo núm. 3.
987 Rosa Casanova y Oliver Debroise, Sobre la superficie bruñida de un espejo. Fotógrafos del siglo XIX, México, Fondo de Cultura

Económica, 1989, págs. 44 a 46.


988 Ídem., pág. 44 y 50.
989 ―Exposición de la Academia Nacional de San Carlos en 1862‖, en El Siglo XIX, jueves 20 de febrero de 1862, núm. 402, pág. 1.

283
alcanzó a ordenar. Sin embargo, al parecer, el creador de San Carlos no se hizo muchas ilusiones con
respecto al patrocinio de los archiduques de Austria, y quizás por esto, o tal vez por su apremiante situación
económica, se vio impulsado a dejar de ser un simple retocador de fotos e intentar convertirse en dueño de
su propio laboratorio fotográfico.
Pero montar un taller no era empresa fácil, y menos para una persona de exiguos fondos pecuniarios
como lo era Ramón Sagredo. Por ello, el exaltado pintor de la Academia, buscó formar sociedades
comerciales que le auxiliaran a enfrentar los múltiples y elevados gastos que generaba la articulación de un
local de aquella especie.
A mediados de 1864, se concretó la primera sociedad del académico, la cual verificó con el señor
Luis Veraza. Así, el 19 de julio del citado año, apareció en El Cronista de México un anuncio escrito por su
redactor, el señor José Sebastián Segura, en el cual hacía constar que la asociación Sagredo-Veraza acababa
de abrir un estudio fotográfico, el cual (según se decía) era el mejor escogido, cómodo y decentemente
amueblado de cuantos existían en la ciudad.990 Sebastián Segura exaltaba las bondades del taller diciendo que
al visitarlo, había quedado sumamente complacido al ver el resultado de la laboriosidad, eficaz empeño y
dedicación de dichos señores. Además, se aseguraba que el álbum que contenía las diversas clases de retratos
hechos en ese lugar, era bellísimo, pues se advertía de inmediato naturalidad, limpieza, y una hermosa
entonación. Agregando finalmente que siendo Sagredo alumno de la Academia, y artista apreciado por su
talento, el público podría hallar en dicho estudio, trabajos de crecida perfección, pues el requisito que tenía
este miembro de la sociedad, no se encontraba en otras personas dedicadas a esta profesión.991
Unos días después, el 3 de agosto, apareció otro artículo de dicha sociedad en El Pájaro Verde, el cual
indicaba básicamente las mismas virtudes que se expresaban en la primera mención, tales como ―empeño‖
de sus socios, ―naturalidad‖ y ―limpieza‖ en los retratos y el importante recurso de poseer un artista notable,
el que con su buen gusto realizaría retratos que contendrían las cualidades debidas en estos. 992

Luis Valleto, Josefa Varela Luis Valleto, Jean Moure


Dama de Honor Prostituta de 1ª clase.

Entre las múltiples actividades que Ramón Sagredo tuvo en el estudio fotográfico, estuvo la de
pintar paisajes y fondos para que los concurrentes pudieran elegir el que más de su agrado fuese.993 Lo

990 El estudio estuvo en la calle del Espíritu Santo núm. 2 ½


991 ―Fotografía‖, en El Cronista de México, martes 19 de julio de 1864, núm. 68, pág. 2.
992 ―Retratos‖, en El Pájaro Verde, miércoles 3 de agosto de 1864, núm. 326, pág. 3.
993 ―¡¡¡ATENCIÓN!!! SALONES DE FOTOGRAFÍA- PARA- RETRATOS DE TODAS CLASES CALLE DE BALVANERA N° 45 ¡PRECIOS

NUNCA VISTOS!‖, en El Pájaro Verde, miércoles 16 de noviembre de 1864, núm. 416, pág. 4.

284
curioso de estas escenografías, es que iconográficamente parecían democratizar a los diversos estratos
sociales del Imperio, pues curiosamente se puede observar que las mismas decoraciones pictóricas que
utilizaron para retratarse la gente común y las prostitutas de la época fueron las mismas que eligieron
funcionarios públicos, políticos, militares y personajes de la corte o séquito imperial.
Para mediados de noviembre de 1864, la sociedad Veraza–Sagredo se había ya disuelto. El primero
de ellos comenzó a anunciarse en diferente dirección, apuntando entre las virtudes de su nuevo estudio que
poseía una ―colección de más de 20 paisajes y fondos trabajados por un artista de conocido mérito.‖994 De lo
que resulta que al segregarse la mencionada compañía, el señor Luis Veraza, se quedó en el reparto de
propiedades con los fondos que Sagredo seguramente había pintado para el estudio que en conjunto habían
compuesto.
Posteriormente, Sagredo se asoció con Julio Valleto,995 aunque pronto se disolvió esta compañía. La
disociación, acaeció el 4 de octubre de 1866, la que hizo constar el pintor de San Carlos en una nota
aparecida en el periódico L’Estafette, en la que participaba al público haberse separado de la sociedad
fotográfica que bajo el nombre de Sagredo–Valleto había abierto,996 advirtiendo que cesaba por lo tanto
desde aquel día su responsabilidad por los trabajos que se hiciesen en dicha casa. Agregando que
oportunamente daría aviso del nuevo taller que estaba construyendo, según los últimos adelantos, donde
esperaba dar todo el desarrollo a multitud de mejoras, tanto en la pintura como en la fotografía
amplificada.997

994 Ídem.
995 Sobre Julio Valleto, existe una curiosa historia, que muy posiblemente haya vivido mientras estuvo asociado con Ramón
Sagredo. La anécdota sucedió en agosto de 1866.
Para aquel entonces, Maximiliano tenía ya nombrado como su fotógrafo personal al señor Julio de María y Campos, el cual
expresamente se había trasladado a Viena, donde dejó preparados todos los aditamentos y máquinas necesarias para montar un
taller fotográfico para el Emperador. Sin embargo, hubo gran tardanza en la llegada de los aparatos, lo cual impacientó al
archiduque, quien deseaba realizarse algunos retratos fotográficos tanto en Chapultepec como en Palacio Nacional.
Llegaron entonces a Maximiliano noticias de la habilidad de los retratos que se tomaban en la calle de Vergara, y aunque por esos
días al parecer ya habían llegado a la ciudad los aparatos de Julio de María y Campos, mandó a su ayudante, el capitán Rodríguez, a
suplicar a los encargados del estudio fotográfico fueran a verlo al alcázar de Chapultepec.
Julio Valleto acudió al llamado imperial y en breves instantes le hicieron pasar al gabinete del soberano.
— He visto magníficas fotografías hechas por ustedes- le dijo- y querría que me hiciera aquí un retrato.
— ¿Aquí?- dijo Julio.
— Sí, aquí, en Chapultepec.
— Señor; debo decirle a usted...
— Se le trata de Majestad, interrumpió el Edecán de guardia.
— En México no estamos acostumbrados a tratar Emperadores ni Reyes- contestó Julio Valleto.
— Tiene razón- agregó Maximiliano- déjelo usted que me trate como quiera.
— Pues señor- agregó Julio- bien podríamos hacer aquí, o donde usted guste, el retrato que desea; pero la fotografía está en
pañales, y no tendríamos las condiciones artísticas que nuestro taller reúne.
— Bueno- respondió Maximiliano,- hoy es jueves; iré el domingo al taller de ustedes, a las once de la mañana, si la fiebre
intermitente no me ataca, porque estoy enfermo, y vea usted; Semeleder me ha recetado estas obleas de quinina. Hoy me ha dado
el ataque.
— Pues estaremos preparados- respondió Julio- y usted, si no puede ir, se dignará avisarnos.
— ¡Ah! Temprano enviaré a un ayudante.
Se retiró Julio Valleto, y el mencionado día, recibió un atento aviso del archiduque, diciéndole que no podía ir, porque le había
dado con mayor fuerza que nunca la fiebre intermitente.
Y corrió un año, en el que se desarrolló el trágico drama de Querétaro. En 1867, en la misma fecha del mismo mes de agosto, se
presentó Benito Juárez en el taller de Julio Valleto (quien ya se había separado de Sagredo y se hallaba ahora asociado con sus
hermanos Ricardo y Guillermo), para hacerse un retrato. Al término de la sesión, cuando Juárez estaba por retirarse, Guillermo
Valleto, le refirió que en esa misma fecha, en el año anterior, a la misma hora, Maximiliano quiso retratarse, y sin duda, si la
enfermedad no se lo hubiese impedido, habría estado en el mismo salón, frente a la misma máquina y en la misma silla que había
ocupado minutos antes.
Juárez, tomando su sombrero y sin turbar su fisonomía, contestó con sequedad: — ¡Así es el mundo!
Juan de Dios Peza, Recuerdos de mi vida, México, Editorial Herrero Hnos., 1907, págs. 92 a 94.
996 El estudio estuvo en la calle de Vergara núm. 7.
997 ―Ramón Sagredo‖, en L’Estafette, jueves 4 de octubre de 1866, núm. 228, pág. 3.

285
Ramón Sagredo, General Juan B. Díaz (ca.1864).
Castillo de Chapultepec.

Más tarde Sagredo tuvo una tercera y fugaz sociedad, ahora con José María Maya, después de la cual,
logró establecer un taller fotográfico, con el que obtenía buenas ganancias. A los pocos años puso fin a sus
días, debido (según los diarios de la época) a una infausta pasión amorosa.
Sin embargo, los especialistas en el tema, aseguran que difícilmente alguien busque la muerte movido
por una causa aislada, pues la generalidad de los suicidios es ocasionada por una multiplicidad de factores.
Nosotros creemos que la muerte de Sagredo, no puede constreñirse exclusivamente a una ―infausta
pasión amorosa‖. La fogosidad de su carácter, la temprana pérdida de padres y hermano, su pobreza y el
posterior abandono de su carrera artística, debieron haber sido también agentes poderosísimos conducentes
a su inmolación.
Otros académicos que ingresaron al negocio fotográfico, fueron el pintor Antioco Cruces y el
profesor de grabado en lámina, Luis Campa; los cuales formaron lo que se conoció como la Sociedad Cruces
y Campa, la cual al parecer venía laborando desde el año de 1860.
El 26 de febrero de 1865, Luis Campa solicitó se le costease un viaje a Europa, de un año cuando
menos, para perfeccionarse en el grabado y adquirir algunos útiles que se necesitaban. Para julio del mismo
año Maximiliano autorizó a Campa para que efectivamente realizara el viaje que deseaba, pensionándolo por
un año con cien pesos mensuales y mil extras para viáticos.
Estando Campa en Europa, de inmediato comenzó las gestiones que la Academia le había encargado
hiciese, como la compra de libros y otros útiles. En las cartas que remitió constantemente a Fonseca, se le
nota emocionado por las muchas novedades y obras clásicas que tuvo la oportunidad de ver, señalando que
se había topado con interesantes colecciones fotográficas de los más notables edificios europeos, de los
museos de París, Londres, Venecia, etcétera. Luis Campa, no sólo se limitó a ver qué podía ser benéfico para
su clase, por ejemplo tomó nota de lo que podía ser útil para la clase de ornato modelado, grabado en hueco,
escultura, arquitectura y pintura, pero señalando muy particularmente las colecciones fotográficas que
podían serles útiles.998
Para mediados de 1866, mientras Campa se encontraba en Florencia, realizando infructuosas
gestiones para obtener unos vaciados de las puertas del baptisterio (obra de Lorenzo Ghilberti), en México
ya se preparaba su regreso. El establecimiento de la Sociedad Cruces y Campa, con motivo del viaje
realizado por éste último, fue encargado al señor José María de la Torre, quien en julio del dicho año de
1866, dejó la dirección del citado taller, para abrir uno de su propiedad; por este motivo, Antioco Cruces,
insertó un anuncio en el que participó al público que próximamente abrirían un nuevo taller que contuviese
el lujo y las comodidades que estos lugares tenían en Europa, agregando que el señor Campa ya se
encontraba de vuelta de París, a donde se había dirigido (según el anuncio) con el exclusivo fin de adquirir
mayores conocimiento en el arte fotográfico, visitando a su vez los establecimientos fotográficos de aquella

998 A.A.S.C., exp. 6419.


286
capital, con el fin de reunir los mayores elementos para realizar la idea proyectada. Agregaba que mientras se
concluía el nuevo taller y su socio regresaba, la Sociedad Cruces y Campa se trasladaba provisionalmente a la
calle de las Escalerillas núm. 3.999
Al regreso de Europa de don Luis Campa la sociedad fotográfica continuó trabajando, logrando
buena venta de retratos. Poco después del fusilamiento de Maximiliano, Mejía y Miramón 1000 en el cerro de
la Campanas, la esposa del último se hizo tomar una fotografía por la repetida sociedad, en la que se ve a
Concha Lombardo de perfil, observando un retrato de su finado consorte. Se cuenta que al salir del estudio,
se topó con la esposa de Benito Juárez, doña Margarita Maza.

Cruces y Campa, Concepción Lombardo de Miramón (1867).


Colección del castillo de Chapultepec.

Otro alumno de la Academia, Antonio Orellana, en sociedad con un tal señor Galindo, sin ser
fotógrafos, instalaron en agosto de 1865 un taller especializado en retocar e iluminar retratos.1001

999 ―Sociedad fotógrafo-artística de Cruces y Campa.‖, en El Pájaro Verde, lunes 23 de julio de 1866, núm. 174, pág. 3.
1000 El martes 14 de junio de 1864, a nombre del general Miramón, jefes y oficiales que pertenecieron a su división, Carlota recibió
un obsequio consistente en un retrato de Maximiliano, ―perfectamente pintado sobre fotografía‖, y al cual servía de marco una
orla de laurel de oro con piedras preciosas. El retrato estaba colocado en una caja de terciopelo, en cuya tapa se leía una
dedicatoria. ―Obsequio‖, en La Sociedad, sábado 18 de junio de 1864, núm. 364, pág. 1.
1001 Arturo Aguilar Ochoa, op.cit., pág. 172. El taller se ubicó en la calle de Plateros núm. 13.

En la página 35 del citado libro dice: ―Del señor Julio de María y Campos, designado oficial de la corte, no encontramos el más
mínimo trabajo.‖ Sobre este punto, sólo quisiéramos decir que hallamos una muy poco conocida fotografía de Maximiliano, el
texto al pie de la imagen dice: ―Reproducción del retrato del Emperador, hecho en un corredor del palacio de México, por el
fotógrafo de Cámara D. Julio de María Campos.‖ Juan de Dios Peza, Epopeyas..., pág. 165.

A.G.N., Segundo Imperio, caja 58 [trae extractos de la Prensa para S.M.], exp. 1 de extractos, foja 6. Dice:
―Día 31 [de Mayo de 1866]
Julio M. Campos fotógrafo de S.M. el Emperador, manifiesta que las máquinas que dejó en Viena preparadas para que le fuesen
enviadas a esta Corte y establecer el taller donde debe trabajar según lo prevenga el Emperador; ya están en camino y desea se le
designe el local donde ha de colocarlas.‖ [Al margen dice que se comunique al Director del Gran Chambelanato]
A.G.N., Segundo Imperio, caja 43, exp. 17, ―Lista de audiencias públicas del 17 de junio de 1866‖, foja 5.
287
Por otra parte, el señor Nicolás Fuentes, en julio de 1865, ―por tener que dedicarse a otro negocio‖,
resolvió traspasar su taller fotográfico,1002 el cual fue adquirido por el académico, Salvador Murillo, también
alumno de pintura. En dicho establecimiento Murillo retrató y organizó una cordial reunión al ―ruiseñor
mexicano‖ la mundialmente conocida Ángela Peralta. Las copias del retrato se repartieron entre los
convidados, en los que la cantante ofreció oportunas dedicatorias.1003
La fotografía, también provocó el recelo de algunos académicos, pues aún no era considerada por la
generalidad de las personas como un recurso artístico independiente. Por ello, los artistas que elaboraron el
―Arco del emperador‖, levantado en la calle de Plateros con motivo de la entrada de Maximiliano y Carlota a
la ciudad de México, publicaron el siguiente anuncio:
―Noticia. Como autores del arco dedicado a SS.MM., advertimos a los señores fotógrafos que hayan
sacado dicho arco, que no podrán vender esas fotografías sin nuestro expreso consentimiento, por
favorecernos la ley que rige sobre propiedad artística. México, julio 1° de 1864. Petronilo Monroy, F. Sojo y E.
Calvo.‖1004
Las pretensiones de los autores del ―Arco del emperador‖, fundadas más bien en temores y
creencias, son bien comprensibles, pues después de dilatadas horas de trabajo, les resultaba chocante pensar
que de pronto llegase alguien y tomase un ―instantánea‖, con la cual fácilmente pudieran obtener un
beneficio económico. Sin embargo no todos pensaban igual, pues unos días después un personaje anónimo
declaró que los deseos de Monroy, Sojo y Calvo, eran por mucho infundados. Dicho individuo, escribió
aclarando en primera instancia, que no era fotógrafo, litógrafo, grabador, pintor; editor, librero o impresor;
para que no fuese a pensarse que sus palabras pudiesen atribuirse a algún interés monetario sobre el asunto.
De forma clara expone posteriormente, que los señores artistas de San Carlos no podían abrogarse tal
derecho, pues aunque eran autores del arco, no eran sus dueños. Señalaba correctamente que el dueño del
arco era el público, pues era una obra encargada por el gobierno con dinero del pueblo.

Anónimo, par de fotos de El Arco del Emperador (1864).


Albúminas.

Dice en el nº 13:
―Julio Campos, Fotógrafo de S.M., 3º calle ancha 15, Pedir permiso de trabajar para el público entre tanto llegan los aparatos.
[Observaciones] Arreglado [otra] Decidido por S.M.‖
A.G.N., Segundo Imperio, caja 36, s/n exp., ―Personas que han entrado hoy al Palacio Imperial‖, enero 26 de 1867. En la lista dice:
―Sr. Campos, fotógrafo. [...] [Rúbrica] Un amigo.‖
1002 Ídem., págs. 151 y 154. El estudio estuvo en la calle de Alcaicería núm. 17.
1003 ―Un retrato‖, en La Orquesta, miércoles 14 de febrero de 1866, núm. 13, pág. 3.
1004 ―Noticia‖, en El Cronista de México, martes 5 de julio de 1864, núm. 56, pág. 3.

288
De existir tal derecho, no se hubieran podido siquiera hacer descripciones periodísticas del
mencionado arco, que son otra cosa sino retratos escritos que les atraían lectores y por consecuencia
mayores ganancias. Sería tanto como si Manuel Tolsá hubiera pedido algún botín monetario por las
reproducciones litográficas o pictóricas que se hicieron de su famosa estatua ecuestre de Carlos IV. Como
monumento público, el ―Arco del emperador‖, era de todos, y por lo tanto podía ser utilizada su imagen
para los fines que a cada quien conviniera. Además, el anónimo autor, creía que era de celebrar que los
bellos monumentos fuesen reproducidos en todo tiempo y de todas maneras, para hacerlos conocer en
todas partes.1005
El señor Arturo Aguilar Ochoa, en su estudio titulado La fotografía durante el Imperio de Maximiliano, al
referirse a los recursos de competencia que utilizaban los fotógrafos mexicanos y que por cierto eran muy
abundantes, señala que pese a ellos, ―sorprende encontrar una cortedad de miras en los fotógrafos
mexicanos‖, entre los cuales sus límites imaginativos ―eran todavía estrechos‖, pues ―se prefería la seguridad
de un camino conocido a la aventura de tomar uno nuevo‖. Indica que fotógrafos extranjeros como Désiré
Charnay, François Aubert y Agustín Peraire, fueron pioneros en la toma de fotografías de edificios públicos,
zonas arqueológicas, tipos populares, ciudades sitiadas, lugares históricos y finalmente autores de una
crónica visual del fusilamiento de Maximiliano.1006
En que había una ―cortedad de miras‖ y en que los límites imaginativos ―eran todavía muy
estrechos‖, estamos de acuerdo con Arturo Aguilar; sin embargo, no lo estamos en que dicha situación deba
sorprendernos.
A nosotros nos parece del todo natural aquella cualidad. Cuando una labor se desarrolla de una
manera tan mediocre como lo hicieron los fotógrafos artistas de la Academia, no significa otra cosa sino que
no hubo pasión por ella. Como todos conocemos, dicho sentimiento es condición necesaria para el
ensanche imaginativo y el despeje de las miras artísticas, además ¿por qué intentarían introducir elementos
notablemente artísticos en la fotografía, si en la vida diaria habían constatado, que cuanto más se esforzaban,
más parecían desadaptarse de su entorno? Ellos como fotógrafos, trabajaban para una sociedad, la cual les
había mostrado en repetidas ocasiones que era despreciadora de las bellas artes y que prefería el simple
retrato mecánico a la exquisita representación al óleo. La sociedad mexicana les había dado excesivas
muestras de poca inteligencia, se conformaba con poco, los artistas de la Academia, ya despojados de sus
aspiraciones artísticas, desencantados por la premura de llevar pan a casa, daban lo que el pueblo pedía: un
producto de mediana calidad, incuestionablemente adecuado para quien lo consumía.
Además, debemos pensar en que la educación que recibieron los alumnos de la Academia, en
especial los de pintura, estuvo inspirada en la escuela de los nazarenos. La cual fue un grupo de pintores
alemanes que vivieron monacalmente en Roma, los cuales aspiraban a recuperar el sentimiento religioso del
cristianismo medieval y buscaban su inspiración en la obra de artistas italianos como Rafael, Fra Angelico,
Perugino y el alemán Alberto Durero. Los trabajos de los nazarenos están considerados por la crítica
moderna, como artificiosos y rudimentarios.
De manera similar, los alumnos de Clavé, prácticamente vivían en los talleres de la Academia bajo las
órdenes de su maestro, quien les hacía tomar su inspiración en obras de los mismos artistas, lo cual
contribuía grandemente a que se convirtieran en seres aislados y abstraídos. Hoy también, la crítica mexicana
no es muy benigna con los discípulos de Clavé.
El escritor José Juan Tablada, al referirse a los estudiantes de pintura de Pelegrín Clavé, dijo que
estos ―se recluían en sus talleres celdas y pintaban, como si su único fin fuera ganar indulgencias,‖ además
agregaba que eran ―seres perfectamente antisociales y apartados del maravilloso mundo que los rodeaba.‖1007
Por otra parte, no todos los fotógrafos mexicanos fueron de la Academia, por lo que no tendrían
similares excusas. ¿Acaso no sería que los límites imaginativos de los fotógrafos nacionales, fuese sólo un
reflejo de una sociedad poco inteligente, que transmitía en cierto sentido sus limitaciones intelectuales a las
actividades que se desarrollaban en el país?

1005 ―El arco del Emperador‖, en El Pájaro Verde, viernes 8 de julio de 1864, núm. 304, pág. 2.
1006 Arturo Aguilar Ochoa, op.cit., pág. 152.
1007 José Juan Tablada, Historia del arte en México, México, Cía. Nacional Editora ―Águilas‖, 1927, pág. 234.

289
4.12. La casa de la Academia
En el año de 1778, por Real disposición, se estableció en la Casa de Moneda de México, una Escuela
de Grabado que dirigió el distinguido artista Jerónimo Antonio Gil, académico de plantel Real de Nobles
Artes de San Fernando y Grabador Mayor de dicha casa. Viendo el superintendente de este lugar, don
Fernando José Mangino, que la afluencia de alumnos era numerosa, tuvo el laudable propósito de que se
fundase en México una Academia de las tres Noble Artes de Pintura, Escultura y Arquitectura, a semejanza
de los planteles que existían en Madrid, Valencia y Barcelona.
Animado por este pensamiento, el 29 de agosto de 1781, Mangino presentó al virrey don Martín de
Mayorga, un proyecto para establecer en la misma Casa de Moneda un ―Estudio Público de Artes‖. 1008
Resultando que, después de algunas gestiones y acuerdos, se abrieron las clases el 4 de noviembre de 1781.
Poco después de dos años de su apertura, el rey Carlos III de España, por Real Cédula emitida el 25
de diciembre de 1783, aprobó, erigió y constituyó formalmente la Real Academia de Nobles Artes de Nueva
España, con el título de San Carlos, cobijándola bajo su inmediata protección y dotándola con generosos
caudales.1009
La Real Academia de San Carlos, que funcionaba en la Casa de Moneda, comenzó a recibir un
crecido número de alumnos. A causa de esto, se pensó en trasladarla a otro sitio, por lo que a principios de
1785, el plantel compró en treinta mil pesos el solar llamado de Nipaltongo, ubicado en la antigua calle de
San Andrés, muy cerca de la Alameda, para construir en dicho sitio un local definitivo que albergase a la
escuela.1010 Entretanto la Junta de la escuela tomó en arrendamiento, en septiembre de 1791, el edificio del
antiguo Hospital del Amor de Dios y a él se pasó la Academia. El arquitecto Antonio González Velásquez,
proyectó un edificio en el citado terreno de Nipaltongo, sin embargo la escasez de dinero impidió
construirlo, terminando por vender la propiedad al Tribunal de Minería (quien mandó construir el actual
Palacio de Minería). Quedándose finalmente la corporación artística en el indicado inmueble.
La vetusta morada que acogió al establecimiento demandaba composturas pues su obra era en gran
parte la misma que con anterioridad había sido hospital. En tiempos de turbulencia nacional fue quimérico
meterle mano, pero al reorganizarse la Academia en 1843 pudo disponer de dinero para acondicionar y
remozar la fábrica del inmueble, y ya no como casa ajena, sino como propia, pues según el decreto
restauratorio, la tercera parte del producto de la Lotería de San Carlos, habría de destinarlo a comprar el
edificio. El dinero que se debía en alquiler fue liquidado y en setenta y seis mil pesos fue comprado a su
dueño, que era el Hospital de San Andrés.
A mediados de 1854 se iniciaron las primeras obras de reparación, bajo la supervisión del inteligente
arquitecto Manuel Gargollo y Parra. Y en junio de 1856 se arreglaron las galerías y se adquirió la casa
número 2 del Callejón del Amor de Dios.
El 19 de junio de 1858, la ciudad de México experimentó un fuerte temblor que dañó el edificio, y
para repararlo se propusieron dos proyectos; el primero consistía en subsanarlo pero respetando la obra
antigua, el otro, más ambicioso, pretendía reedificarlo con nueva planta. El 25 de agosto el gobierno dispuso
que se siguiera el segundo. La presencia de Cavallari, que ya se encontraba en México, le daba ánimos para
atreverse a mayores obras. La construcción se desarrolló mientras la nación se desangraba en fraticida guerra
de liberales y conservadores.
Los fondos de que disponía la Academia, sufrieron mermas considerables, pero no por vicio o mala
administración, sino por extracciones y contribuciones impuestas por los gobiernos. Los efímeros gobiernos
de entonces, conservadores y liberales, parecían competir en cargar a la renta de la Lotería, imponiéndole
obligaciones y elevados gastos que nada tenían que ver con las bellas artes. Y, aún así, el plantel de San
Carlos salió avante, cubriendo aquellos gastos además de los muchos y multiplicados que se tenían al interior
de la escuela. Pero como se acudió al ruinoso expediente de los préstamos extraordinarios, cuantiosos y

1008 A.A.S.C., exp. 1.


1009 A.A.S.C., exp. 19.
1010 A.A.S.C., exp. 146.

290
continuos, la reconstrucción del edificio de la Academia se hizo en extremo difícil al fin de la administración
del señor Bernardo Couto en 1860. Por ello, temeroso de que se repitieran esos pedidos sin reintegro, y
dejaran inconclusa la obra material del edificio, Couto determinó invertir cuanto en cajas había en beneficio
de la misma Academia, emprendiendo desde luego obras de consideración en el edificio que mucho habrían
de mejorarle. Labores en las que no se escatimó gasto alguno.
La tarea de rejuvenecimiento de la casa de la Academia, aunque tuvo avances significativos, no se
concluyó mientras poseyó las rentas de la Lotería de San Carlos. Y no sólo no se completaron, sino que
liberales e intervencionistas, buscaron utilizar las instalaciones de la Academia para fines bien distintos a los
que debían consagrarse.
En 1862, el arquitecto coronel del Cuerpo de Ingenieros Bomberos del Ejército del Centro, don
Manuel M. Delgado, envió una carta a Santiago Rebull donde se le decía que interinamente ese cuerpo iba a
ocupar para su cuartel el edificio de la Academia.1011. Poco tiempo después, cuando los franceses ya habían
ocupado la ciudad de México, el Estado Mayor del Cuerpo Expedicionario francés, solicitó en junio de
1863, que como la administración militar tenía necesidad de colocar sus abastecimientos en la sala donde se
guardaban las esculturas de madera, aquellas obras debían llevarse a otra pieza. 1012 Nosotros al respecto sólo
podemos decir que ignoramos si efectivamente las disposiciones de los ejércitos liberal y francés se hayan
llevado a cabo. Aunque si se llegó a ocupar la Academia para estos fines, fue por muy corto tiempo.
Independientemente a estos tratos y la terrible situación económica que vivió la Academia al iniciar
la década de los sesenta, Javier Cavallari, logró avanzar algo en la conclusión de las galerías, biblioteca,
fachada y puerta central del edificio. Siendo de destacar, que en marzo de 1862, la Academia se anexó la casa
número 1 de la calle de la Academia, con la cual ensanchó sus departamentos y completó el tamaño de su
fachada.

Fachada de la Academia de San Carlos.


Litografía.

Aún con esto, numerosos trabajos al interior del inmueble quedaron pendientes, y en este estado la
Academia de San Carlos vio llegar al Segundo Imperio.
Establecida la Regencia del Imperio, y siendo los señores Juan N. Almonte, José Mariano Salas y
Juan B. Omarchena, representantes del Supremo Poder Ejecutivo Provisional de la Nación, aprobaron para
el segundo semestre de 1863, se invirtiese una suma de 600 pesos para gastos de conservación y reparación
del edificio de la Academia.1013

1011 A.A.S.C., exp. 6012.


1012 A.A.S.C., exp. 6118, foja 3.
1013 Periódico Oficial del Imperio Mexicano, martes 10 de noviembre de 1863, núm. 48, págs. 1 y 2.

291
Al iniciar el año de 1864, el subsecretario de Estado y del despacho de Fomento, don José Salazar
Ilarregui, comunicó a José Fernando Ramírez que se tenían señalados para continuar la obra más
indispensable de la Academia 4 000 pesos, por lo que le pedía ordenase se formase un presupuesto por
alguno de los arquitectos profesores de esa Academia, como Vicente Heredia, para que se encargase de la
obra, incluyendo sus honorarios para la dirección de esas reparaciones, previniendo de antemano al director
del plantel que se le remitiese el mencionado cálculo aproximativo antes de comenzar la obra.1014
A causa de este hecho, en febrero de 1864, José Fernando Ramírez convocó a una reunión en el
Salón de Juntas de la escuela, a la cual asistieron los señores Clavé, Terán, Navalón, Heredia, Calvo y el
secretario del plantel. Reunidos en aquel sitio, Ramírez tomó la palabra y expuso que por el ministerio
respectivo se había conseguido para reparación del edificio una cantidad corta, que no podía alcanzar para
todas las obras que era menester, por cuya circunstancia era indispensable gastar la expresada suma en lo
más urgente y necesario. Y que como él había reputado la conclusión de la biblioteca en este caso, había
ocurrido al carpintero que había comenzado la bóveda de madera, el cual le presentó copia de una cuenta
firmada por Javier Cavallari en la que se reconocía que la Academia le adeudaba la suma de 713.2 pesos por
lo que tenía ya hecho, y que para terminarla se necesitarían aproximadamente unos 3 250 pesos extras, y que
si ambas partidas se admitieran, este sólo trabajo absorbería la totalidad de la suma concedida, por lo que
consideraba volver la atención a otro punto más apremiante. Y que para señalarlo consultaba la opinión de
los presentes profesores.
Enseguida los señores Clavé, Terán y Heredia entraron en una discusión de lo que cada uno
estimaba como más urgente, concluyendo en convenir que de preferencia debía procederse a techar un salón
que se hallaba apuntalado y que amenazaba ruina, dar buena corriente a las aguas de la azotea de la pieza
inmediata a la dicha aula y colocar las vidrieras de la fachada que están construidas y a punto de perderse. Se
encargó al señor Vicente Heredia formara el presupuesto correspondiente, y enseguida terminó el acto.1015
Inmediatamente, Heredia procedió a elaborar el cálculo que se le había pedido, el cual ascendió a la
suma de 1 268.65 pesos. Sin embargo el presupuesto no fue aprobado sino hasta el 9 de agosto de 1864, 1016
justamente en los últimos días en que fue director del plantel don José Fernando Ramírez, sucediéndole en
esta labor don José Urbano Fonseca.
El sucesor de Ramírez, don Urbano Fonseca, conocedor de la problemática de la Academia por
haber pertenecido a la antigua Junta de Gobierno que tanto hizo por el plantel en años anteriores, se mostró
proclive a mejorar por todos los medios que estuvieron a su alcance el inmueble de San Carlos.
El 13 de diciembre de 1864, presentó su primer presupuesto, en el cual postulaba los gastos que se
pretendía efectuar durante el año de 1865. En dicha proposición, el directivo planteaba al gobierno imperial
como última partida presupuestaria una suma de 6 000 pesos que sería destinada para las obras materiales
(suma semejante a la que se invirtió en el año de 1864), que según él serviría para la prosecución del ―salón y
la fachada del establecimiento‖ que se hallaban pendientes y que ciertamente decía, no finalizarían con esta
cantidad pero que se irían haciendo paulatinamente y que se concluirían si cada año se destinaba algo para su
continuación.1017 No obstante del risueño tanteo de Fonseca, la nueva administración imperial no aprobó
dicho gasto para la obra material del edificio, y tan sólo aprobó las risibles sumas de 27.72 pesos para
completar los 1268.65 valor del presupuesto de la obra material que hizo Vicente Heredia, 60 pesos de 300
por honorarios del mismo arquitecto y 167.50 pesos que se adeudaban a Antonio Piatti por los capiteles que
construyó para las columnas de la fachada. Lo que si se aprobó a petición de Fonseca, fueron 1 200 pesos
para gastos de conservación y reparación del edificio y 2 400 pesos para gastos de útiles y todo lo necesario.
1018
Resultado en términos generales que para el año de 1865, no se concedió ninguna suma para las obras
materiales de la Academia, pues la suma de 1 200 pesos apenas serviría para la manutención y preservación
del inmueble, pero sin realizarle ninguna mejora.

1014 A.A.S.C., exp. 6576.


1015 A.A.S.C., exp. 6193.
1016 A.A.S.C., exp. 6576.
1017 A.A.S.C., exp. 6621.
1018 A.A.S.C., exp. 6621.

292
Curiosamente, para el año de 1865, el número de alumnos atraídos a la Academia fue el cuádruplo
del que se hallaban inscritos en el año anterior, ese número de alumnos aumentó especialmente en las clases
nocturnas de artesanos y la de dibujo al desnudo o al natural, esto trajo forzosamente la acentuación del
gasto de alumbrado, egreso indispensable por tratarse del primer y principal elemento de trabajo: la luz. Así,
el director de de la Academia, obligado por estas circunstancias, no vaciló en consultar con fecha 28 de
febrero de 1865, la aprobación de un nuevo gasto para mejorar el alumbrado en el plantel.
Sobre este asunto el subsecretario de Fomento, Manuel Orozco y Berra escribió a Maximiliano:
―Recomendable es, por cierto, el empeñoso celo del director; y con personas de su clase debe V.M. [Vuestra
Majestad] prometerse que un día, no muy lejano, llegará este Imperio al alto destino a que está llamado; y yo
me congratulo en coadyuvar a los patrióticos designios del director, sometiendo a la aprobación de V.M. el
respectivo acuerdo, para el fructuoso y reducido gasto de que se trata.‖ Así, Maximiliano aprobó el 2 de
marzo de mismo año, el gasto de 586. 62 pesos en la compra de lámparas y 400 pesos extras para la
compostura del gasómetro y demás útiles de alumbrado del plantel. Después de la aquiescencia imperial,
Fonseca mandó efectivamente se comprasen las lámparas necesarias, y se compusiesen todos los aparatos de
gas, incluso el gasómetro de que en otro tiempo se servía la Academia y que yacían abandonados, siendo en
tal estado un capital improductivo.1019
Sobre el mismo tema del gasómetro de la Academia, y ante la situación de haberse reinstalado el
gasómetro, el día 8 de marzo de marzo de 1865, Fonseca escribía a la Prefectura Política del Departamento
del Valle de México, pidiendo fuese mejor surtida la Academia de agua, pues el establecimiento de la red de
gas en la Academia necesitaba indispensablemente de una mayor cantidad de aquel líquido para su buen
funcionamiento, además de que era prudente poseer más de aquel producto por si acaeciese algún
desgraciado incendio en el inmueble de la Academia. Después de un reconocimiento que hiciera el
fontanero mayor de la ciudad, se determinó que el inmueble de la Academia debía quedar mejor surtido de
agua, en particular por el gasómetro que poseía.1020 Un año después, el 3 de marzo de 1866, Urbano Fonseca
escribió al señor Rodolfo Günner (Director del Gran Chambelanato), diciéndole que sabía que existían en
Palacio, sin tener aplicación alguna, varios tubos de fierro para la conducción de gas, y que como en la
Academia se empleaba aquella materia para el alumbrado, pero que como los tubos que se utilizaban en la
Academia eran de hoja de lata y por consiguiente muy débiles, por lo que pedía fueran aquellos cedidos
aquellos a la Academia para reemplazar los que servían de manera provisional.1021 No obstante de esta
petición, desconocemos si los mencionados tubos de fierro fueron cedidos para ser utilizados en la red de
gas del establecimiento de San Carlos.
Sin embargo de esta luminosa mejora, como dijimos, el año de 1865 no fue nada feliz para las obras
materiales que exigía el domicilio de los académicos de San Carlos. Esto lo conocía mejor que nadie el señor
Fonseca, por ello el 13 de noviembre de 1865, días antes de remitir al ministro Francisco Artigas el
presupuesto de gastos generales para el año de 1866, le envió una comunicación en la cual incluía un
presupuesto detallado de las obras que debían ejecutarse en el edificio del plantel, y que montaba la cantidad
de 32 159.42 pesos. Explicaba Fonseca que la fuerza de las aguas en aquel año, no había permitido
emprender obra alguna, así como la carestía de algunos materiales le habían obligado a suspender la remisión
del mencionado presupuesto; pero que ahora que ya habían amainado las lluvias verificaba dicho envío
agregando que en el año de 1864 se habían destinado para las obras materiales, la suma de 6 000 pesos,
mientras que en año que corría (1865) no se había concedido cantidad alguna. Añadiendo, que pese a esta
adversidad, y haciendo las mayores economías se había avanzado algo en la preparación del la vivienda del
conserje y de las galerías de escultura, pero que no obstante, dichos esfuerzos no fueron suficientes para
hacer posible la conclusión de dichas obras. Expuesto lo anterior, el director de la Academia exhortaba al
señor Artigas, para que tomando en consideración la urgente necesidad de continuar las galerías de pintura y
escultura, así como la conclusión del Salón Principal, se sirviese aprobar dicho presupuesto, el cual decía

1019 ―Ministerio de Fomento‖, en La Sociedad, miércoles 8 de marzo de 1865, núm. 625, pág. 1.
1020 A.A.S.C., exp. 6754, fojas 1 y 2.
1021 A.A.S.C., exp. 6490.

293
podía irse cubriendo parcialmente según lo exigiesen las necesidades de la obra, pidiendo se le señalara
igualmente el orden de preferencia que debería darse a las construcciones.
A esta petición de Fonseca, el mencionado ministro de Instrucción Pública y Cultos, escribió a
Maximiliano poniéndolo al tanto de la situación, diciéndole que como las obras materiales del edificio de la
Academia de San Carlos eran indispensables, y por otra parte, podían hacerse con economía y sin notable
gravamen para el erario, le pedía autorizase dicho presupuesto, el cual, agregaba, podía irse cubriendo
paulatinamente con mensualidades de a 500 pesos.1022
Puesto en manos de Maximiliano dicha decisión, éste no decidió nada favorable para el inmueble de
San Carlos, pues posiblemente el presupuesto de 32 159.42 pesos, le pudo haber parecido muy alto, pues
aquel ascendía más o menos al promedio presupuestal anual que el Imperio daba a la Academia para los
gastos generales totales de toda le escuela. Además, el gobierno de Maximiliano, no gozaba de gran salud
financiera, y hubo necesidad de prescindir de muchos gastos, desgraciadamente entre ellos estuvo el que
hubiera podido terminar la obra material de la casa de la Academia.
No obstante de la negativa del archiduque, para el 7 de diciembre de 1865, Fonseca mostró su
proyecto de presupuesto para el año de 1866, en el cual volvía a pedir 6 000 pesos para la continuación de la
obra del inmueble de la Academia, 3 470.92 pesos para gastos de oficina, de útiles y de alumbrado, 1 200
para gastos de conservación del edificio y 500 pesos que se debían al carpintero Fernando Zichl, 1023 por la
bóveda de madera de cedro que construyó para la biblioteca de la Academia. De estas peticiones,
Maximiliano autorizó respectivamente las sumas de 1 000, 3 000, 600 y 500 pesos. 1024 Siendo de notar que las
partidas para la continuación de las obras materiales, para gastos en la Academia (donde se incluía el servicio
y mantenimiento de la red de gas) y para la conservación del edificio fueron reducidas drásticamente.
Autorizándose sólo de manera íntegra los 500 pesos que se adeudaban al mencionado ebanista, y al cual ya
se le habían dado 150 pesos.1025
Urbano Fonseca, al ver que la exigua suma de 1 000 pesos que se concedió para las obras materiales,
rápidamente comprendió que de muy poco servirían para lo que se necesitaba hacer.
Pese a esta dificultad, el inteligente director de la Academia, el 11 de septiembre de 1866, escribió al
despacho de Instrucción Pública y Cultos, diciendo que entre los montos entregados para ese año, había
algunos que por diversos motivos no podrían ser utilizados para los objetivos que se tenían destinados, por
lo cual pedía autorización para poder gastarlos en otros fines, como en los desembolsos necesarios para las
prácticas de campo que necesitaban hacer los alumnos del último año de arquitectura, gratificación por un
cuadro premiado de Pablo Valdés, en la obra material del edificio y en mil y otros gastos que eran
imposibles de calcular en el presupuesto asignado por el gobierno.
Las sumas a las que Fonseca se refería, eran las relativas al sueldo del profesor en lámina, a la
exposición artística y a la amortización de las deudas de sueldos de profesores; expresando que aquellas no
se utilizarían, pues, en primer lugar, el profesor Luis Campa se encontraba pensionado por Maximiliano en
Europa; en segundo termino decía, no habría exposición, sencillamente porque no había suficientes objetos
artísticos que exhibir y finalmente la suma destinada para la liquidación de los sueldos adeudados a
profesores, no se emplearía, pues según Fonseca, aquellos adeudos habían entrado en deuda pública por el
gobierno imperial y por lo tanto no serían pagados de las asignaciones dadas al establecimiento.1026
Finalmente para el año de 1867, ante la difícil situación económica del Imperio, el director de San
Carlos ya no solicitó ni le fue dada cantidad alguna para la continuación de las obras. Sin embargo, para el

1022 A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, exp. 2, foja 7.


1023 Algunos documentos le apellidan Zichl, y otros Zinchl.
1024 A.A.S.C., exp. 6441.
1025 Sobre este asunto, se halló un documento, con fecha 1° de sep de 1865, en el cual se pide autorización para hacer válido el

convenio entre la Academia de San Carlos y el carpintero don Fernando Zinchl, al que se le adeudaban 813.25 pesos, según la
cuenta aprobada por Francisco Javier Cavallari. Dicha obra (que se ejecutó en los años de 1860 a 1863) era una bóveda de madera
de cedro para la biblioteca, y a lo que el Sr. Zinchl desistió de cobrar íntegramente el adeudo que la Academia tenía con él,
diciendo que se daba por pagado con la cantidad de 650 pesos, y que incluso, decía, le podían ser pagados en abonos de 50 pesos
mensuales.
A.G.N., Segundo Imperio, caja 32, [documentos dirigidos al Emperador], exp. 1, fojas 6 y 7.
1026 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 33, fojas 1 a 4.

294
alumbrado y útiles pidió 3 000 pesos, de los cuales se le asignaron sólo 2 400, y para conservación del
edificio solicitó 600 pesos, los cuales fueron concedidos íntegramente.1027 Empero estas concesiones para el
año de 1867, no fueron sino una mera fantasía, pues en los últimos meses del gobierno imperial, la falta de
recursos que hubo, hizo imposible darle siquiera para los gastos más indispensables del establecimiento.
Como se sabe, el 15 de mayo de 1867 la ciudad de Querétaro fue entregada por el coronel Miguel
López al general Mariano Escobedo y sus tropas, quienes ocuparon la plaza y tomaron presos a
Maximiliano, Tomás Mejía y Miguel Miramón. No obstante, en la ciudad de México (la cual se hallaba sitiada
por Porfirio Díaz), dicho hecho no fue tomado como válido por muchos días más, pues las noticias que
llegaban a la capital se hallaban alevosamente distorsionadas por miembros de ambos bandos beligerantes.
Pese a la prisión de Maximiliano, en la ciudad de México aún había imperialistas que se hallaban
resueltos a todo, unos más enfocaban sus energías en la mera supervivencia y otros se alistaban para
emprender deshonrosa fuga. No obstante, hubo otros (no muchos) que, como don José Urbano Fonseca,
no cesaban en desempeñar de la mejor manera posible la labor que el Imperio les había confiado. El señor
Fonseca, siete días después de haber sido tomado preso el archiduque de Austria, remitió un escrito que
bajo el título de ―URGENTE‖ remitió a la subsecretaría del ministerio de Instrucción Pública y Cultos,
diciéndole que en el Diario del Imperio del 18 de mayo de 1867, bajo el rubro de ―Remate de Fincas‖, había un
aviso del la Administración General de Rentas convocando a los que desearan por varias fincas que se
rematarían el día 29 del mismo, entre las que se encontraba la casa número uno de la 1ª calle de Vanegas, a
las espaldas de la Academia, ubicada en las esquina suroeste del cruce de las calles Amor de Dios 1028 y 1ª de
Vanegas (hoy General E. Zapata y Jesús María). Dicha propiedad, decía el director de la Academia, había
estado en la mira de su administración, pues declara que desde hacía mucho tiempo, había pensado en
celebrar algún contrato con el dueño de aquella posesión, pidiéndole al mencionado ministerio la
autorización correspondiente, así como que se cediese cualquier finca de las que habían vuelto al dominio de
la nación y ofrecerla en cambio del repetido inmueble de la 1ª de Vanegas. El fin que perseguía con este
asunto, según decía Fonseca, era obtener para el inmueble de la Academia un beneficioso ensanche y mayor
hermosura para su edificio, para lo cual pedía se recabara el acuerdo correspondiente para que aquella
vivienda, cuyo valor (según Fonseca) era muy corto, se adjudicase a la Academia, pidiendo se diesen al
efecto las órdenes correspondientes a la Administración General de Rentas, para que suspendiese todo
procedimiento sobre ella. Además se aclaraba, que la Academia no quería aquella casa para utilizar las rentas
que le produjera, sino para el engrandecimiento de su edificio, en particular de sus galerías. Además, decía
Fonseca, que no creía que volviera a presentarse tan buena oportunidad.1029
Curioso cuadro es este, mientras imperialistas y liberales se mataban por meras creencias políticas, el
candoroso director don José Urbano Fonseca, quien servía gratuitamente al establecimiento, soñaba con el
―engrandecimiento‖ y ―embellecimiento‖ de la casa de la Academia de San Carlos.
No muchos días después, el 19 de junio de 1867, claudicaban fusilados el célebre trío de imperialistas
en el Cerro de las Campanas de Querétaro. Dos días más tarde Porfirio Díaz ocupaba la ciudad de México,
poniendo punto final a la existencia del Segundo Imperio Mexicano.
Al reinstalarse el gobierno de Benito Juárez en la ciudad de México, el nuevo director designado,
Ramón I. Alcaráz, presentó un informe general de las condiciones en que recibía a la Academia. Sobre la
parte material del edificio, Alcaráz dijo al restaurado gobierno, que se necesitaba concluir las mejoras
importantes ya emprendidas en tiempos del Imperio, y hacer otras que demanda urgentemente la necesidad
de la conservación de los muchos objetos contenidos en él y la continuación de muchos de los trabajos de
las clases, con la comodidad necesaria. Decía que la fachada del establecimiento estaba por concluirse y que
lo sería a muy corto costo, sobre el gran Salón de Actos decía que de concluirse sería uno de los más bellos

1027 A.A.S.C., exp. 6464.


1028 Sobre esta lugar, Urbano Fonseca, el 20 de marzo de 1865 decía que a un costado del edificio de la Academia, en el callejón
llamado del Amor de Dios, en la acera que mira al norte, había un gran tramo en que faltaba el embanquetado, y que por esta
razón lo habían convertido los vecinos en un inmundo albañal, el cual era ofensivo a la vista y perjudicial al edificio. Por estas
razones pedía a las autoridades, se verificara un reconocimiento para que se mandara componer aquel tramo de banqueta.
A.A.S.C., exp. 6430.
1029 A.A.S.C., exp. 6869, foja 2.

295
salones de los edificios de la capital, el cual demandaba algunos gastos, sino para concluirlo del todo al
menos para ponerlo en estado de servicio, y que en el mismo caso estaba la galería para los trabajos de
arquitectura. Que las galerías para las esculturas y las piezas destinadas para estos trabajos, ocupaban la parte
baja del edificio y que como el piso de este estaba tan bajo, sucedía que el agua manaba por todas partes y la
humedad perjudicaba a los yesos y a los alumnos que allí trabajaban, al grado de que muchos de ellos sufría
de reumas, por lo que consideraba indispensable elevar el nivel del suelo y poner entarimados, lo cual
demandaba un gasto, que estimaba no sería corto. Por último, decía que había que rehabilitar nuevamente el
servicio de gas hidrógeno, pues los gasómetros se encontraban en mal estado y era preciso ponerlos en
estado de servicio, lo cual se conseguiría con muy poco gasto.1030 Pues durante todo el año de 1867, en la
Academia no hubo alumbrado.
Como vemos, los dineros que el Imperio suministró a la Academia para la reparación, conservación
y continuación de la obra de su inmueble, ciertamente no fueron abundantes. Evidentemente se hallaron
muy lejos de las expectativas y necesidades reales del establecimiento. Pero viendo la desastrosa situación
económica que vivió el Imperio durante su efímera existencia, es de mencionarse el esfuerzo que se hizo al
respecto.

4.13. Las colecciones artísticas de la Academia


Entre los múltiples fines de la Academia de San Carlos, se hallaba el de coleccionar objetos artísticos;
generados tanto fuera como dentro de sus muros. Con esto se cumplía el doble objetivo de tener suficientes
buenos modelos que sirvieran a sus alumnos y el de poseer las más destacadas obras de sus pupilos, con lo
cual se demostraban los avances de la escuela y se iba haciendo al mismo tiempo, la loable labor de reunir las
obras que servirían en un futuro para escribir parte de la historia del arte mexicano.
Por lo que se puede considerar, que la escuela no funcionaba simplemente como un plantel de
enseñanza, sino también como un museo.
En el apartado anterior, ya hablamos de las reparaciones materiales que durante el Imperio se
realizaron en las galerías de la Academia. Sin embargo, aquellas enmiendas se abocaron sólo al espacio físico
donde se colocaron las colecciones artísticas que la escuela había reunido. Ahora toca referirnos a los
cuidados que se tuvieron para conservar, reparar y aumentar sus repertorios artísticos.
Cuando en 1843, el insigne Javier Echeverría entró a desempeñar la presidencia de la Junta Superior
del Gobierno de la Academia, el establecimiento poseía una colección de obras bastante reducida, la cual por
sí sola no bastaba a la necesidad de posesión de modelos del arte que requerían los alumnos de la escuela.
Una vez que la Lotería de San Carlos empezó a rendir frutos, el señor Echeverría se apresuró a
cubrir aquella deficiencia, para lo cual inicialmente, hizo traer de Europa algunos lienzos de notables
pintores italianos. Sin embargo, su fallecimiento le impidió continuar su proyecto de ensanchar las
colecciones de la Academia, por lo cual tocó en suerte a Bernardo Couto (digno sucesor de Echeverría),
llevar a feliz término lo que su antecesor tan sólo en parte había comenzado.
José Bernardo Couto, durante los ocho años y meses que permaneció a la cabeza de la Academia,
hizo esfuerzos extraordinarios para dotar al plantel de buenas colecciones de pinturas, esculturas, grabados y
diseños arquitectónicos. Las adquisiciones se alcanzaron por medio de compras, encargos, donaciones,
trabajos hechos en el establecimiento e inclusive cambios.
Así en poco tiempo, la Academia pudo montar en primer lugar, una lucida galería, la cual recibió el
nombre de Gran Salón de Pintura Europea, logrando también instalar siete galerías de escultura, una de
grabado en hueco, otra de grabado en lámina, una de paisaje, una de arquitectura y finalmente otras de
pintura nacional, tanto moderna como antigua.

1030 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 47, foja 6.
296
Buen Abad, La Galería Clavé (1897).
Albúmina.
Colección de la fototeca de la Academia de San Carlos.

Para la penúltima galería a la que nos referimos, el notable directivo del que venimos hablando,
concibió un ambicioso y visionario proyecto. La intención fue concentrar en una localidad las mejores
pinturas de los alumnos de la Academia, espacio al que se le nombró inicialmente Galería de Pintura
Moderna Mexicana, pero que fue rebautizado años más tarde bajo el título de Galería Clavé, pues en dicho
sitio se aglutinaba substancialmente la escuela pictórica que aquel maestro y sus alumnos fundaron a
mediados del siglo XIX. Particularmente esta galería fue construida de manera cómoda, espaciosa y elegante,
dispuesta a la usanza de los museos de Europa.
Para establecer la última estancia, denominada Galería de la Escuela Antigua Mexicana, Couto tuvo
el feliz pensamiento de formar con los cuadros de los pintores que florecieron en México en los tres siglos
de gobierno colonial, una colección que representara las tendencias pictóricas de aquel periodo. Para lo cual,
no sólo recabó del gobierno recomendaciones para los superiores de las corporaciones religiosas, sino que
además visitó los conventos e iglesias de la capital para tratar personalmente con los clérigos el negocio de
los cuadros. Su respetabilidad y prestigio por una parte, y lo laudable y excelente de su proyecto por otra,
hicieron que los prelados de las órdenes le franquearan las puertas de sus conventos e iglesias, consintiendo
en que eligiese para la Academia y fuesen trasladadas a ella, cuantas pinturas encontró más de su agrado.
El presidente de la Junta de la Academia, en compañía de Clavé, recorrió los citados lugares e
inspeccionó el mérito positivo de los antiguos pintores mexicanos, destacando que la mayor parte de las
comunidades cedieron generosamente los cuadros que les fueron pedidos, por su parte la escuela
correspondió regalándoles a su vez, copias de los mismos cuadros, ejecutados por los discípulos de Clavé,
con lo que se ejercitaban éstos en su arte y no quedaban privadas las comunidades de todas sus imágenes.
Tiempo después, cuando el gobierno de Juárez ordenó la exclaustración de religiosos y la
confiscación de todos los bienes, aconteció el hecho de que cuantas pinturas había en los conventos, fueron
trasladadas al de la Encarnación (hoy sede de la SEP). De este depósito (que según algunos eran de dos mil y
a decir de otros llegaba a más de tres mil piezas), y a fin de poner a salvo aquellos monumentos del arte
nacional, el señor Ramón I. Alcaraz, en diciembre de 1861 dispuso que Santiago Rebull eligiese entre ellos

297
los que reputase de más mérito,1031 pues los móviles cambios políticos no ofrecían ninguna garantía y
pudieran ser fácil presa de largos de manos o de simple y llana destrucción. Entonces, el futuro pintor de
cámara de Maximiliano, mediante un examen rápido y poco escrupuloso (por el temor de que
desapareciesen) hizo llevar a la Academia los cuadros que ponderó como de mayor valía. Poco después
intervino Clavé y con un poco de más sosiego y conocimiento, hizo una segunda selección, designando para
las galerías de la escuela, aquellas que le habían llamado la atención en sus andanzas con Couto.
Hasta donde nosotros sabemos, los citados cuadros que se encontraban en la Encarnación aún en
mayo de 1863, fecha en la que según don Juan Suárez y Navarro (administrador de Bienes Nacionalizados
en épocas del Imperio), se podían hallar poco más de tres millares de óleos de los extintos conventos.
Independientemente a este hecho, la situación era que para este tiempo la Academia poseía una nutrida
colección de pinturas de la antigua escuela mexicana, que aunque incompleta, por faltar ejemplos de algunos
artistas de los más señalados, era aún así, una muy estimable compilación de pintura colonial.
Pero la historia de la colección de estas pinturas no acabó allí. Al establecerse a mediados de 1863 la
Regencia del Imperio, la coyuntura fue aprovechada por algunas de las comunidades despojadas por el
gobierno republicano. Al menos documentalmente existen constancias de que en los meses finales de este
año, el señor José Salazar Ilarregui, subsecretario del ministerio de Fomento, ordenó que la Academia
devolviera los cuadros que pertenecían a las comunidades de Santa Teresa y de las madres betlemitas, y que
habían ido a parar a las galerías de San Carlos. La respuesta del establecimiento fue positiva y los óleos
fueron efectivamente regresados en noviembre y diciembre de aquel año.1032
Con todo, la mayor parte de las disposiciones juaristas respecto a la desamortización de los bienes
del clero quedaron en vigor y el convento de la Encarnación siguió fungiendo como depósito de los cuadros
de las comunidades religiosas.
La atropellada selección que hizo Rebull, tuvo mucho de justificativo, pues según el historiador
Manuel Revilla, por aquel tiempo acaeció el calamitoso hecho de que algunas personas lograron sustraer de
aquel almacén varios cientos de óleos, los que bajo oprobiosa especulación fueron remitidos al extranjero y
vendidos, haciendo pasar aquellas obras de pintores novohispanos, como si fuesen de europeos.1033
Este infausto suceso, según documentos del Archivo de la Academia, sobrevino con el
establecimiento del Imperio. En un oficio con fecha 10 de enero de 1865, el ministro Luis Robles Pezuela,
dijo que sabiendo que en la Encarnación se encontraba aún la mayor parte de los cuadros que habían sido
recogidos en tiempos de Juárez, mandaba que la Academia escogiese las mejores pinturas, para que con ellas
se formase una Galería Nacional. A cuyo efecto se ordenó a Fonseca mandaba que los profesores de pintura
ocurrieran a dicha encomienda.
Ante esta ordenanza del ministro Robles, Fonseca nombró a Clavé y Rebull como comisionados,
igualmente previno a su secretario dirigir ―una atenta comunicación al ilustrísimo Sr. Arzobispo‖ pidiéndole
sus órdenes para que se permitiese la franca entrada a la Encarnación a la comisión nombrada. Además, se
lleva otro oficio al doctor en medicina, señor Rafael Lucio,1034 para que se sirviese acompañar a la comisión y
asociar sus conocimientos a los de aquellos, para designar más adecuadamente los cuadros que habían de
trasladarse a la escuela de bellas artes. La elección de aquella triada de personajes, según Fonseca informaba
al arzobispo, no había sido sólo por sus nociones en lo que a pintura se refería, sino también por sus bien
conocidas virtudes morales.

1031 A.A.S.C., exp. 6078.


1032 A.A.S.C., exps. 6125 y 6126.
1033 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 165.
1034 El doctor Rafael Lucio fue un liberal acérrimo. Por ello, cuando se le pidió atendiese al emperador de las fiebres intermitentes

que padecía, se negó rotundamente. Con muchos esfuerzos, Luis Blasio convenció a Lucio para que atendiese al archiduque.
Resultando que entre el facultativo y el regio paciente naciera una mutua simpatía, y lo que inicialmente era una pena para el
doctor, se convirtió en dicha. Cuando Maximiliano mandó pagar los servicios del sabio médico mexicano, aquel se rehusó a recibir
un sólo peso, alegando que le bastaba con haberse conquistado la gratitud de emperador. Al ver el archiduque tan digna actitud, y
sabedor de que Rafael Lucio, al igual que él era un refinado amateur de la pintura, pagó su deuda con un valioso regalo, el cual
consistió en un cuadro de gran mérito. José Luis Blasio, op.cit., págs. 186 a 189.
298
Para esos momentos, las religiosas del convento de la Encarnación, habían vuelto a ocupar el citado
edificio y además habían tenido el cuidado de asear y conservar las pinturas allí depositadas.
A más de dos meses (23 de marzo de 1865) de la orden del señor Robles Pezuela, el administrador
de Bienes Nacionalizados, Juan Suárez y Navarro, inquiría al director de la Academia para que se le
informarse si efectivamente se había recogido la colección de cuadros que existía en la Encarnación, así
como si sabía qué personas tomaron los cuadros que había entregado el padre capellán de dicho convento.
Al día siguiente se contestó que la Academia sólo poseía los cuadros que sus profesores habían escogido en
1861 y 1862 (que según inventario anexado eran 105 pinturas) y que en cuanto a las personas que recibieron
cuadros del padre capellán, nada se sabía, pues ni siquiera se tenía conocimiento de tal entrega.
Días más tarde, Suárez y Navarro volvió a interrogar a la Academia sobre si había dado paso alguno
en la averiguación de las personas y paradero de los cuadros que el señor Dr. Rada había entregado al volver
las religiosas del convento, a lo cual terminantemente se informó que habiéndose nombrado a Clavé, Rebull
y Lucio para la traslación de pinturas, aquellos habían tropezado (a decir de los documentos) con algunas
dificultades que sólo el tiempo podía allanar, y que se había creído conveniente suspender por algunos días
toda gestión relativa, especialmente mientras se acondicionaba un local en donde colocar las pinturas, pues
se afirmaba que las recibidas en 1861 y 1862, aún no se hallaban ubicadas adecuadamente.1035
El asunto incluso llegó a los juzgados, pues el 23 de octubre de 1866, se nombró a Juan Urruchi para
que concurriese a formar un inventario de los cuadros y pinturas de varias comunidades religiosas, acerca de
cuyo paradero el juez 4° de Instrucción de lo Civil tenía abierta una investigación. 1036 El desenlace final de
aquella o si sólo quedó en buenos propósitos, es para nosotros un misterio.
Lo único incontrovertible es la desaparición de aquellos admirables cuadros coloniales, que hoy se
hayan diseminados en galerías particulares de todo el mundo.
Independientemente a este vergonzoso hecho, la Regencia del Imperio había dispuesto que, en lugar
de abrir una exposición a finales de 1863, se destinase la suma de 600 pesos a costear la compra de marcos
dorados y reparación de las pinturas novohispanas que tenía la escuela. Los 600 pesos, lejos de haber sido
bastantes para cubrir ese objeto, sólo revelaron que aún hacían falta 1 150 pesos, de los cuales 950 serían
para 20 marcos más y 200 para los casos de mi pieza y restauración. A Clavé se le encomendó supervisar que
se cumpliera con aquel cometido, utilizándose haga Tiburcio Sánchez parar la restauración pictórica y a
Epitacio Calvo para el arreglo de los marcos. Y aunque no se cumplió con todo, el hecho ayudó a la mejor
salvaguarda de algunos de esos cuadros.1037
Por otra parte, el archiduque Maximiliano en las ocasiones que visitó la Academia y sus galerías,
seguramente pudo admirar el mérito incontrovertible de las pinturas coloniales que la escuela había ido
coleccionando, por ello quiso que durante la festividad del Corpus, se adornase el interior de Palacio
Nacional con muchas de aquellas obras con por lo que instruyó a Santiago Rebull, para que mediante
solicitud imperial expresa, se pudiesen trasladar de las galerías de la escuela al Palacio Imperial un gran
número de cuadros de pintores novohispanos. Las pinturas fueron efectivamente transportadas en los meses
de mayo y junio de 1866 de la Academia a la sede del poder nacional, y devueltas a su lugar al poco
tiempo.1038
Ya que hablamos de la salida del traslado de obras de arte (cosa que naturalmente implica siempre
algún riesgo), la disposición mas descocada fue emitida por el gobierno de Juárez en los justos momentos de
su salida a mediados de 1863. Se ordenó a Santiago Rebull empacar todas las pinturas de la Academia que
fuera posible, para que se remitieran al interior del país. El ilustrado pintor, seguro de los daños que sufrirían
las colecciones pictóricas de la escuela con tan irreflexivo mandato, y teniendo que los cuadros no fueran
devueltos por los liberales, dispuso que el embalaje se hiciera con la mayor lentitud posible y en grandes
cajas de madera que no cupiesen por las puertas, si llegaba el momento de intentar sacarlas.1039

1035 A.A.S.C., exp. 6541.


1036 A.A.S.C., exp. 6474.
1037 A.A.S.C., exp. 6655, fojas 1 y 13.
1038 A.A.S.C., exp. 6505.
1039 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., pág. 347.

299
La simulación de Rebull sirvió a las mil maravillas, pues los liberales se vieron forzados a salir de la
capital antes de que se concluyeran los envoltorios de los óleos, resultando que volvieron a sus respectivas
galerías, salvándose de verse reducidos a los rigores de una vida errabunda y trashumante.1040
Durante el Imperio, el establecimiento de San Carlos, continuó celosamente abrigando las obras
artísticas de sus galerías. Sin embargo, aquéllos objetos demandaban no sólo un sitio donde resguardarse y
exponerse, sino además trabajos de clasificación, manutención y conveniente ensanchamiento.
Respecto a su clasificación, en marzo de 1865 se dispuso el profesor Rafael Flores en asociación con
los académicos que juzgase convenientes, procediese a clasificar y ordenar por años los dibujos que existía
en la secretaría del plantel, con el fin de empastarlos y formar una colección que manifestara la historia y
progreso del arte del dibujo en la Academia desde su fundación hasta aquel tiempo, pidiendo a Flores poner
todo su celo, eficacia y brevedad a aquel objetivo.1041
En relación a su manutención, en enero de 1866 se nombró a Buenaventura Enciso, como impresor
y profesor adjunto de la clase de grabado en lámina, con la obligación de dar mantenimiento constante a las
planchas hechas en aquella cátedra.1042
El ensanchamiento de las colecciones durante el Imperio fue un problema que el señor Fonseca tuvo
que resolver de manera casi personal, pues la Academia tenía que sujetarse a presupuestos preestablecidos,
en los cuales no se preveía ninguna cantidad con la cual se comprasen las obras que sus alumnos iban
realizando durante sus años escolares.
La falta de solvencia de la Academia durante el Según Imperio, podría provocar alguna disputa entre
el plantel y sus creadores, pues no existía una definición clara de a quien pertenecían las obras artísticas que
se hacían al interior de la escuela. Por ello, en diciembre de 1865, Joaquín de Mier y Terán, Antonio Torres y
Pelegrín Clavé, previniendo que no fuera al darse ningún conflicto por este hecho, desarrollaron un
Reglamento de la propiedad de la Academia sobre las obras de sus alumnos, el cual explicaba que la escuela tenía
mayores derechos en la propiedad de las obras que ejecutaban sus alumnos, que la misma podría conservar
las que quisiera mediante una gratificación, la cual sería acordada por el director del plantel y el director del
ramo de estudio. Y para evitar que surgiese algún tercero con derecho, quedaba prohibido emprender
trabajos particulares con materiales de la escuela o sin previo permiso de la dirección del plantel.
Por ello, Fonseca buscó gratificar por medios directos o indirectos a los alumnos de San Carlos. No
a todos se les dio alguna retribución por sus obras, pero pagadas o no, algunos trabajos enriquecieron las
galerías del plantel por los años del Imperio. Las producciones más conocidas y significativas que nutrieron
las galerías de la escuela en esos tiempos, fueron:
Ismael en el desierto,1043 de Pablo Valdés; Safo,1044 de Tiburcio Sánchez; Busto de Pedro Romero de Terreros,
de Felipe Sojo; Busto de José Joaquín Pesado, de Luis Paredes; Busto de Luis G. Cuevas, de Miguel Noreña; Busto de
José Fernando Ramírez, de Agustín Franco; Bajorrelieve de fray Bartolomé de las Casas catequizando a una familia
azteca, de Miguel Noreña; El pantano, de Luis Coto; La Villa de Guadalupe,1045 mismo autor; Nezahualcóyotl
salvado por la fidelidad de sus súbditos,1046 igual; Un paseo por los alrededores de la Alameda, de José María Velasco;
Caza de los antiguos mexicanos, igual autor; Rocas de la Peña Encantada, mismo paisajista; Cañada del Olivar del
Conde,1047 también de Velasco y un Grabado en lámina de San Carlos Borromeo, de Buenaventura Enciso.
Además la escuela conservó para sus galerías diversos punzones y grabados de Antonio Spíritu,
Cayetano Ocampo y Sebastián de Navalón, con temas del Imperio y otros. Finalmente se conservaron
también varios planos arquitectónicos de Carlos Moreno, Ricardo Orozco, Ignacio Dosamantes y Manuel
Velásquez de León, entre algunos otros más.

1040 A.A.S.C., exp. 6079, fojas 37 v y 38.


1041 A.A.S.C., exp. 6421.
1042 A.A.S.C., exp. 6460.
1043 A.A.S.C., exp. 6508. A mediados de 1866 se le dieron 130 pesos por dicho cuadro.
1044 A.A.S.C., exp. 6563.
1045 En abril de 1866 recibió 120 pesos por esta obra.
1046 Igual que la nota anterior.
1047 Igual.

300
El celo con que la Academia cuidaba sus obras, era bien reconocido por toda la sociedad, por ello al
desencadenarse los eventos finales del Imperio, entre los que se cuenta el asedio republicano sobre la ciudad
de México, el ministro de la Casa Imperial dispuso que para su mejor resguardo, algunas de las obras más
importantes del archiduque Maximiliano, que se hallaban el Palacio de México, fueran enviadas a la
Academia ―en calidad de depósito‖. Así, y de manera temporal, la Academia acogió un par de remesas de
obras artísticas. Vicente Barrientos las recibió los días 30 de abril y 11 de mayo de 1867, siendo que mientras
la ciudad se hallaba rodeada y asediada por republicanos, se trasladaron del aún Palacio Imperial a la
Academia.
Al volver la administración juarista a la ciudad de México, el ministerio de Fomento pidió el 20 de
agosto de 1867, a Manuel Marías Zamacona (encargado provisional de la Academia de San Carlos), se
volvieran al conserje de Palacio los objetos de arte depositados en ella por el extinto gobierno Imperial; los
cuales fueron devueltos al día siguiente.1048
Al caer el Imperio, entre los habitantes de la capital se difundió la noticia de que se había sustraído
de la Academia muchas de sus mejores pinturas. Habladuría que el nuevo director, don Ramón I. Alcaraz, se
encargó de desmentir. Este personaje, informó que su primer cuidado como director había sido el de
cerciorase ―de la verdad de un rumor que corría muy válido en el público, sobre que durante los últimos
meses del llamado imperio se habían extraído del Establecimiento las pinturas de más importancia para
trasladarlas a Europa.‖ Alcaraz, a saber esto, recorrió inmediatamente todas las galerías de la Academia,
haciendo memoria de las pinturas que en ellas había, y advirtió con satisfacción que no solamente no faltaba
ninguno de los antiguos cuadros que las formaban, sino que las galerías se hallaban aumentadas, incluso con
los óleos que él mismo había hecho trasladar a la Academia en 1861, de los cuales apreció con gusto que ya
habían sido enmarcados y restaurados. Agregando que lo mismo que observó en las galerías de pintura, se
repitió en las de escultura y en los departamentos de grabado, y que se podía anunciar, con toda verdad, que
era falso cuanto se había estado diciendo sobre las extracciones hechas de objetos pertenecientes al
plantel.1049
A partir de la caída del Imperio de Maximiliano, y en particular desde que la Academia perdió el
recurso de la Lotería a manos de la administración juarista, la adquisición de obras de arte para las galerías de
San Carlos, se vio constreñida prácticamente al mínimo. Sobre este punto, Manuel F. Álvarez dijo que
realmente el establecimiento no era tan rico ni en originales, ni en copias como normalmente se pensaba,
que lo que poseía en galerías, se había adquirido básicamente en la época en que funcionó la Junta Directiva
de la Academia y su Lotería de San Carlos, que pocas habían sido las adquisiciones desde aquellos tiempos al
año de 1914, lo que indicaba la poca dedicación y estimada que los gobiernos sucesores al Imperio habían
tenido por dicho plantel.1050
El mismo arquitecto, menciona que en los años terminales de la época porfiriana, al entrar a
desempeñar en enero de 1903 la dirección de la Academia el arquitecto Antonio Rivas Mercado, se vivió en
México el ―furor de las innovaciones‖, que no era sino el deseo de ciertos espíritus modernistas de modificar
todo, aún rompiendo con las tradiciones e historia.

1048 A.A.S.C., exp. 6872. Las obras trasladadas fueron: El emperador Maximiliano a caballo, de Jean-Adolphe Beaucé; El emperador
Maximiliano, de Joaquín Ramírez (copia del de Rebull); El emperador Maximiliano, de Albert Graefle; La emperatriz Carlota, de Albert
Graefle; Carlos el Hechizado, de Tiburcio Sánchez; Busto de mármol que representa al emperador Maximiliano, de Felipe Sojo; Busto de
mármol que representa a la emperatriz Carlota, de Felipe Sojo; Bustos de bronce que representan al emperador Maximiliano, de Felipe Sojo
(cuatro); Modelo de monumento para la plaza de armas con nueve estatuas y un obelisco, de Ramón Rodríguez y Arangoity; Modelo de
monumento con dos bocetos, de Felipe Sojo; Estatuas de bronce de diversos tamaños (treinta y seis en total, cuatro de ellas rotas); Jarrones o
macetas de metal, de distintos tamaños y dibujos (veintidós en total, dos rotos).
Los bustos de mármol hechos por Sojo no salieron de escuela, pues un documento fechado el 9 de marzo de 1895, hacer constar
que en ése año, por disposición de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, pasaron de la Academia al Museo Nacional
varios objetos artísticos, por tener aquéllos un carácter netamente histórico. Dichos objetos según el escrito, fueron unos retratos
al óleo de los padres de Maximiliano, un retrato fotográfico de Carlota, algunas alabardas, algunas fotografías de los uniformes de
la guardia imperial y los bustos en mármol que Sojo hizo para los archiduques. A.A.S.C., exp. 8400.
1049 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 47, foja 1.
1050 Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 120.

301
Entre otras extrañezas y absurdos, Rivas Mercado mandó se suprimiera la clase de pintura del paisaje
como ramo o especialidad, y la desaparición total de las clases de grabado, pues consideraba que el grabado
clásico era anticuado y estaba en decadencia.1051
Sucediendo que por aquellos años, sin medir las consecuencias de sus actos, algunos de los dichos
renovadores llevaron a cabo actos irreparables de barbarie en contra de las colecciones artísticas de la
Academia. Se hizo desaparecer la galería de pintura del paisaje, a las demás se les cambió radicalmente su
clasificación y acomodo, se embodegaron pinturas de gran mérito, otras se vendieron a vil precio e incluso
algunas simplemente se regalaron. A decir de Manuel F. Álvarez, dicha selección y arreglo no fue sino un
brutal absurdo y un abuso incalificable, el cual había sido ejecutado por ignorancia y envidia en contra de las
obras creadas en la época en que Pelegrín Clavé y los demás maestros europeos que estuvieron en México a
mediados del siglo XIX.
Entre los múltiples cometidos de Rivas Mercado, estuvo aquel que implicaba despejar el edificio de
―estorbos y vejestorios‖. A los pocos meses de haber tomado posesión de su puesto, se abocó al espinoso
problema de qué hacer con las obras de arte que embarazaban a las bodegas de la Academia, por lo cual en
junio de 1903, pretendió desaparecer los cuadros que se juzgaran carentes de mérito artístico. Por fortuna no
se le permitió hacerlo con la premura que él hubiera deseado y se le ordenó nombrar una comisión presidida
por él, e integrada por Salomé Pina, Antonio Fabrés, Jesús Galindo y Villa y Germán Gedovius, con el
objeto de examinar más detenidamente el valor y destino que había de darse a las obras existentes. Dicha
comisión, meses más tarde, en largo informe clasificó el acervo en cinco lotes, dos de ellos destinados a
quedarse en la Academia, uno a pasar al Museo Nacional, otros se pondrían a disposición de los Estados de
la República, y el último ameritaba ser destruido por su pésimo estado de conservación.
Sin embargo, se le fueron dando largas al asunto. Se nombró en 1907 una nueva comisión integrada
por Félix Parra, Germán Gedovius y Leandro Izaguirre, para que se hiciera un nuevo arreglo y selección. El
21 de febrero del año siguiente, se designó a Gerardo Murillo (el doctor Atl) para que formulara un informe
e hiciera una selección de los cuadros existentes en las bodegas de la escuela, en el cual asentó que las obras
de pintura conservadas en las antiguas bodegas escolares, eran el ―detritus‖ que lentamente había ido
depositando el criterio estético de todos los que en San Carlos se habían ocupado de seleccionar las telas de
la pinacoteca. Decía también el sui géneris paisajista, que dichas pinturas, además de ser extraordinariamente
malas, en su totalidad estaban muy destruidas.1052
Finalmente, se comisionó a Ismael Sánchez de Tagle, pagador de la Escuela Nacional de Bellas Artes
y con conocimientos en materia de pinturas, para que emitiera su opinión respecto de los cuadros ―de
desecho‖ que la Academia ofrecía en remate, ordenando curiosamente que se excluyera de tal subasta de
cuadros, el que representaba al Archiduque Maximiliano, pintado por Joaquín Ramírez.
Y es que así como Gerardo Murillo no ocultaba su aversión hacia la obra de Clavé y sus discípulos,
los viejos académicos (aún vivos) veían en la política de adquisiciones de Rivas Mercado un signo de
decadencia en las artes. No estando por demás decir que entre ellas se encontraban trabajos del mismo
Murillo, de Diego Rivera, de Joaquín Clausell, y de otros muchos de aquella controvertida generación.
De estos hechos se lamentaron amargamente los señores Jesús Galindo y Villa y Manuel F. Álvarez.
El segundo de ellos, verdaderamente emocionado, dijo que la protección a las artes, en aquella época, era
sólo un alarde y que la famosa selección de obras, no había hecho otra cosa sino desanimar a los artistas
mexicanos, se veían con cuantos desprecio eran tratadas sus obras y con cuanta facilidad eran adquiridos
verdaderos mamarrachos, en nombre de un falso talento, de una mentida originalidad y de un atrevido
modernismo. Agregando que dichos modernismo de los cuales se llenaba la Academia, visiblemente carecían
de primer elemento de toda buena obra de arte, que era (según Álvarez) la corrección en el dibujo, y que
estaban fabricadas con un colorido tan falso, tan amanerado y convencional, que resultaba un absurdo
hacerlos pasar como verdaderas representaciones de la naturaleza.
Álvarez ponía como ejemplo de decadencia, que en la ―Galería de Iturbide‖ de Palacio Nacional, se
haya sustituido el cuadro de Hidalgo de Joaquín Ramírez, por el del español Antonio Fabrés, que aunque

1051 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 9, exp. 9.


1052 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 19, exp. 67.
302
pagado mucho más caro que el del primero, no poseía ni por asomo el mérito artístico que imprimió
Ramírez al cuadro encargado por el archiduque Maximiliano.1053 Por el primero se pagaron 1 000 pesos y por
el segundo 14 000, y hoy día el cuadro de Fabrés, sigue sustituyendo al de Ramírez.
Resulta pues, que las obras de los académicos de mediados del siglo XIX, que en su tiempo
sostuvieron y dieron un buen nombre al plantel de San Carlos, ahora un grupo de impetuosos artistas, las
clasificada y desechaba en un abrir y cerrar de ojos. Estas nuevas personas, cual si sostuviesen una guerra
contra el pasado de la escuela y sus forjadores, se ensañaron en aquella fatal hora, contra las pasadas ideas
estéticas, contra la memoria de los varones que les habían legado un plantel que muchas veces estuvo a
punto de desaparecer, contra las personalidades que se llevan plasmadas en las obras artísticas que se
conservaban, y cuyo único delito radicaba en haber poseído concepciones artísticas distintas.
Quien escribe estos apuntes, considera lamentable lo que aquellos hijos del establecimiento de San
Carlos hicieron en contra de la memoria de sus predecesores, mismos quienes ya se hallaban muertos o a un
paso de la tumba. Atroz es, que dichos innovadores se hubieran tan recargadamente autonombrado expertos
en cuanto a belleza y arte se refería, lo que, en nombre de su supuesta imparcialidad analítica, los llevó a
cometer el delito incalificable de devastar gran parte del acervo artístico de la Academia. Colección de arte
que fue considerada de gran mérito incluso por Maximiliano, hombre estimado (tanto por amigos como por
enemigos) como poseedor de un buen y educado gusto artístico.

4.14. La dirección de José Urbano Fonseca.


José Urbano Fonseca, no forma parte del caprichoso conjunto de personajes que han rescatado en
sus libros toda una legión de salerosos y chispeantes historiadores. Estos dragomanes del pasado, adrede
han procurado desterrar de la historia mexicana a quienes no compartieron el ideario político del partido
liberal mexicano, y por lo tanto Urbano Fonseca, por su filiación política conservadora, no podía aspirar a
ser recordado entre los hombres ilustres de nuestro pasado.
Comúnmente se dice que la historia la escriben los vencedores. De ser así, en el caso de que hubiera
triunfado en nuestras guerras intestinas el partido conservador, muy seguramente las miradas de los
intérpretes del ayer, hubieran tendido a biografiar a muy distintos personajes, y hoy, seguramente existiría
una digna semblanza del personaje que ahora tratamos.
Por ello, formar una buena biografía de este individuo es aún una labor por hacer, cosa que aquí no
pretendemos realizar, por exigir aquello un estudio cuidadoso y mesurado. Tan sólo daremos algunos datos
biográficos que nos dejen ver el tipo de hombre que dirigió a la Academia de San Carlos de finales de agosto
de 1864 hasta la caída del Segundo Imperio.
Fonseca nació en la ciudad de México por el año de 1792, fue abogado, político, humanista, notable
naturalista y distinguido filántropo. En 1847, como regidor del Ayuntamiento de México, fundo el hospital
de San Pablo para atender a los heridos de las batallas de Churubusco y Chapultepec (establecimiento
sanitario donde el profesor de física de la Academia, Pbro. don Ladislao de la Pascua, trabajó hombro con
hombro con las Hermanas de la Caridad atendiendo a los maltrechos soldados que combatían a los
estadounidenses),1054 fue también presidente de la Junta de Vigilancia de Tecpan, vicepresidente de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, presidente de la Junta de Colonización, comisionado (junto
con José Fernando Ramírez y Leopoldo Río de la Loza) para organizar la enseñanza profesional de México,
contribuyó a la fundación de la Escuela de Sordomudos, de la de Agricultura y de la del Conservatorio

1053Manuel Francisco Álvarez, Manuel F. Álvarez..., pág. 126.


1054El haber fundado dicho nosocomio, le valió que una de sus calles colindantes, se le pusiese el nombre de ―Lic. José Urbano
Fonseca‖. Cuando Fonseca falleció en 1871, en justicia y en honor a su memoria pudo haberse impuesto su nombre al
mencionado centro de salud. Sin embargo, al año siguiente, al morir Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada decretó que dicho
lugar se denominase como hasta hoy se conoce: Hospital Juárez. Irónica situación, pues se impuso al antiguo hospital el nombre
de uno de los adversarios políticos de Fonseca, y más lamentable resulta que aquella imposición la hiciera el señor Lerdo,
personaje que en sus irreflexivos afanes expulsara de México a las Hermanas de la Caridad, aquellas mismas que arduamente
habían trabajado en la fundación y sostenimiento del hospital.
303
Nacional de Música. Fue también presidente de la Suprema Corte de Justicia, ministro del Interior y del
Exterior y director de Instrucción Pública.

Don José Urbano Fonseca.


Director de la Academia Imperial de San Carlos
de agosto 27 de 1864 a junio 21 de 1867.

Al entrar los franceses y establecerse la Junta Superior de Gobierno, se le nombró como miembro de
la histórica Junta de Notables que proclamó la monarquía y señaló al archiduque Maximiliano como el más a
propósito para ocupar el trono de México. Sin embargo, el 5 de julio de 1863, Fonseca remitió a la repetida
Junta Superior de Gobierno una misiva en la que hacía patente su renuncia al cargo que se le comisionaba,
pues decía querer separarse de los ―sucesos políticos‖ que acontecían en aquel momento.1055
Días más tarde, el 12 de julio de 1863, la reestablecida Junta Gubernativa de la Academia, en sesión
privada trató el hecho de proponer al Supremo Gobierno una terna de tres personas, de la cual se escogería
al nuevo presidente de la misma Junta. El resultado de la votación, señaló que el cargo fuera ocupado por
José Fernando Ramírez, José Urbano Fonseca o Joaquín Velásquez de León.
Como ya lo habíamos mencionado, Fernando Ramírez fue designado para el puesto. Sin embargo, el
cargo fue modificado el 18 de enero de 1864, convirtiéndose de presidente de la Junta de Gobierno de la
Academia, a simple director del plantel con una Junta de cuatro profesores, en calidad de cuerpo consultivo.
Pocos meses después, Maximiliano conoció a Ramírez e hízole figurar entre su grupo de ministros
de Estado. Y como era natural, sus deberes oficiales y sus obligaciones de directivo de la Academia no
podían armonizar por mucho tiempo.
Habiéndose encargado a Fernando Ramírez la cartera de negocios extranjeros, el archiduque
nombró para sustituir a aquel en la dirección de la Academia al licenciado José Urbano Fonseca, quien
detentaría dicho puesto hasta el fin del Imperio. El relevo en el mencionado cargo directivo se realizo el 27
de agosto de 1864.1056
Hay que resaltar, que al tomar posesión de la dirección, Urbano Fonseca no era ningún extraño para
la Academia pues había figurado entre el grupo de celosos y virtuosos hombres de la Junta de Gobierno del
establecimiento que habían reorganizado y dirigido prudentemente al plantel hacia los años cuarenta y
cincuenta del siglo XIX.

1055A.G.N., Segundo Imperio, caja 1, exp. 13, folio 3.


1056Originalmente supusimos que la sucesión debió ocurrir entre los días 26 y 28 de agosto. Después logramos establecer que el
relevo se realizó exactamente el día 27, pues el 2 de septiembre de 1864, se ordenó se dieran a Fonseca la suma de 416.39 pesos.
Cantidad que haciendo cuentas, fue la parte proporcional de 1 200 pesos, asignados (según Fonseca) como gratificación al director
de la Academia en el año de 1864. Cantidad que dividida en 366 días (pues 1864 fue un año bisiesto) da por resultado una
percepción diaria de 3.27868 pesos. Que multiplicado por 127 días, que serían del 27 de agosto al 31 de diciembre, dan por
resultado exactamente 416.39 pesos. A.A.S.C., exp. 6587, 6437 y 6621. A.G.N., ―Índice de los negocios despachados por la
sección 3ª de esta Secretaría [de Hacienda] desde el día 2 hasta el 16 del presente mes [de septiembre de 1864]‖,Segundo Imperio, caja
8, foja 1 v.
304
Fonseca ingreso a la Junta de Gobierno junto con Lucas Alamán, Bernardo Couto, José Joaquín
Pesado, Luis Gonzaga Cuevas, Tomás Pimentel y Manuel Carpio. Así, al lado de aquella pléyade de notables
amantes de la artes, pudo palpar y ser partícipe directo del nacimiento de la dorada época del
establecimiento de San Carlos. Además, al igual que los otros miembros de la Junta, tuvo voz y voto en la
aprobación de las inteligentes y provechosas mociones que por aquellos años presentaban los mismos
integrantes de la ilustrada Junta Gubernativa.
Así que, para cuando Fonseca se convirtió en director de la Academia, conocía perfectamente los
avances y estatismos que había experimentado el plantel en los más recientes años.
Al igual que su predecesor, comenzó a desempeñar dicha comisión de manera puramente honorífica.
No obstante esta condición, se ordenó se retribuyese a Fonseca por los servicios que prestaría del 27 de
agosto al 31 de diciembre de 1864. Por ello el 2 de septiembre de 1864 (a escasos días de su nombramiento),
la sección 3ª del ministerio de Hacienda, mandó decir a su similar de Fomento, que abriera un crédito por
416 pesos 39 centavos en favor del director de la Academia, don Urbano Fonseca. Aclarándose que la suma
era concedida como ―gratificación‖ y no como sueldo.1057
Al presentar el 13 de diciembre de 1864 el presupuesto para el año siguiente, Urbano Fonseca,
escribió que dicha gratificación (que era de 1200 pesos anuales) había sido asignada a Fernando Ramírez
―según consta en la comunicación en que se le participó su nombramiento, y que por de contado no
figuraba en el presupuesto anterior [del año de 1864].‖ Además, creyó conveniente Fonseca que subsistiera
dicha subvención, pues aunque demasiado corta, serviría para ―indemnizar el tiempo‖ de la persona que
obtuviese aquel cargo. Por lo demás, creemos conveniente aclarar que el interés de Fonseca por conservar
aquel suministro pecuniario, no fue con miras a un beneficio personal, pues apuntaba que muy posiblemente
tendría ―que separarse de la Academia‖.1058
No obstante aquel pensamiento, Fonseca no renunció, continuando con la dirección de la Academia
y dividiendo su tiempo para poder atender las nuevas actividades que se le fueron acumulando a lo largo de
1865.
En el presupuesto para el año de 1865, Fonseca propuso que quien ocupara la dirección de la
Academia ganara 1 200 pesos anuales, agregando que el secretario del plantel percibiera 1 500 pesos; el
mayordomo, prefecto y ecónomo, 1 200 pesos y el conserje de la escuela 400 pesos. Sin embargo, el
gobierno, en afán economizador modificó las cifras: para Urbano Fonseca dejó la suma de 1 200 pesos, para
José María Flores Verdad (secretario) 800 pesos, para Vicente Barrientos (mayordomo, prefecto y ecónomo)
igual 800 pesos y para Manuel Velasco (conserje) 300 pesos. 1059 Reducción en los sueldos que casualmente
sumó un total de 1 200 pesos y que se prestó perfectamente para que Fonseca mostrara uno de sus rasgos
de hombre virtuoso, desinteresado y verdaderamente idealista.
El hecho fue que en aquellas fechas (finales de 1864) Maximiliano mando llamar a Fonseca para que
trabajara en un cargo importante del gobierno. En vista a aquella confianza, Urbano Fonseca creyó de su
deber y gratitud desempeñar gratuitamente la dirección de la Academia y preocupado por que los
trabajadores del plantel no sufrieran merma en las percepciones que él mismo había propuesto, renunció al
estipendio que se le dio como director y lo utilizó para que aquel trío de personas tuviese le paga que
originalmente había planeado.
Prueba de ello la hallamos en el mismo archivo de la Academia, donde existe un oficio del ministro
de Instrucción Pública, dirigido a la Academia y fechado el 19 de abril de 1865, en el que pedía se le
informase sobre su personal y cuánto dinero percibía cada quien. En contestación, Fonseca remitió una lista
nominal de la Academia, donde textualmente se apuntó que el director del plantel no tenía sueldo, y que
Flores Verdad, Barrientos y Velasco, correspondientemente gozaban de un estipendio de 1 500, 1 200 y 400
pesos.1060 Sumas que no correspondían al presupuesto aprobado por el gobierno y que hacen sobrentender
que Fonseca cedió su sueldo a aquellos personajes.

1057 A.G.N., ―Índice de los negocios despachados por la sección 3ª de esta Secretaría [de Hacienda] desde el día 2 hasta el 16 del
presente mes [septiembre de 1864], Segundo Imperio, caja 8, foja 1 v.
1058 A.A.S.C., exp. 6621, foja 2.
1059 A.A.S.C., exp. 6621, fojas 6 y 8.
1060 A.A.S.C., exp. 6440, foja 4.

305
Rasgos de esta naturaleza, son dignos de recalcarse. Y resulta lamentable que personajes como éste,
por el simple hecho de haber militado en el bando conservador han sido relegados a menos que una simple
acotación en los libros de historia.
No queremos continuar nuestro estudio sobre Urbano Fonseca, sin antes señalar que la historiadora
Esther Acevedo incurre en ciertos errores, dignos de ser rectificados.
En su ya citado estudio, titulado Testimonios artísticos de un episodio fugaz, Acevedo dice que Urbano
Fonseca era ya director de San Carlos en ―abril de 1864‖ (falso, pues su dirección empezó hasta el 27 de
agosto de aquel año), un par de hojas después, expresa que José Fernando Ramírez asumió la dirección de la
Academia en ―julio de 1864‖ (falso, fue en julio de 1863), agrega que su dirección fue muy breve, pues al
asumir Ramírez la cartera de Relaciones al mes siguiente, en ―agosto de ese año [de 1864]‖, tuvo que
entregar la dirección de la Academia a Urbano Fonseca (falso, Ramírez detentó aquel cargo por más de un
año, y no un mes, como sugiere Acevedo). Toda una confusión de fechas.1061
También dice la misma doctora, que en agosto de 1865 Fonseca se quejaba de ―que su puesto no
tenía paga y [que] en cambio los artistas de la corte eran premiados con largos honorarios‖ y que por motivo
de aquella circunstancia quería renunciar a la dirección de la Academia. Acevedo remata diciendo que en
conclusión no se le permitió renunciar a Fonseca y que el ―único cambio que logró don Urbano con su
escrito fue que se le asignara un salario como director.‖1062 Estas impresiones, las sacó Acevedo de la lectura
de un extenso escrito del mismo Fonseca, catalogado en el archivo de la Academia con el número 6437. Al
releer el citado documento (del cual poseemos una copia fotostática), vemos a todas luces, que la
interpretación hecha por la doctora está llena de alteraciones y falsedades. De todo esto resulta (según
Acevedo), que Fonseca buscaba tener un sueldo en agosto de 1865 (cuando ya le había sido concedido a
principio del mismo año), que envidiaba los ―largos honorarios‖ de los artistas (cuando el había cedido su
sueldo a otros individuos) y que quería renunciar por no tener sueldo (cuando lo hacía por falta de tiempo).
El único consuelo que nos queda, es recapacitar en que el pobre Fonseca se encuentra bien muerto y
que no tuvo el infortunio de escuchar tantas infamias en su contra. Afrentas, que por otra parte, estamos
seguros no fueron hechas de manera alevosa o maquiavélica. Sino que fueron simple producto de una laxa
lectura, lo que llevó a la doctora Acevedo a no explicar correctamente lo que frente a sus ojos se mostraba.
Pero no divaguemos y continuemos con el cauce de nuestro estudio.
Para agosto de 1865, Fonseca formuló su renuncia a la Academia, la cual fundaba en su falta de
tiempo, pues la convocatoria de Maximiliano, aunada a nuevas actividades que se le solicitaban, hacían difícil
que permaneciera al frente del establecimiento de bellas artes.1063 De nueva cuenta su dimisión no fue
aceptada y tuvo que seguir al frente de la Academia.
Para el presupuesto de 1866, Fonseca ya no pidió sueldo para el puesto de director, y volvió a hacer
la misma propuesta salarial para las tres personas de las cuales venimos hablando. Y efectivamente, Fonseca
ya no recibió sueldo alguno, sin embargo los sueldos de los dos primeros se redujeron a 1 200 y 800 pesos
respectivamente, conservándose íntegro únicamente el del conserje.1064
Para fines del antedicho año, la Academia dejó de recibir dinero del gobierno del Imperio. Con todo,
y aún esperanzado de que la situación cambiaría, Fonseca presentó el 21 de diciembre de 1866 una nueva
comunicación con el presupuesto para el año de 1867. En este volvía a proponer las sumas de 1 500, 1 200 y
400 pesos para los mismos empleados y ninguna para él. Sin embargo, al devolverse el presupuesto con las
modificaciones que el gobierno creyó convenientes, se restaron 300 pesos al secretario y 200 al prefecto.
Señalándose que aquellos 500 pesos se destinarían para gratificar a un catedrático de la Academia que hiciera
al mismo tiempo las labores de director del plantel.1065 Nunca se nombró al citado ―catedrático director‖ y
Fonseca tuvo que seguir al frente de la escuela, hasta el fin del Imperio. El presupuesto de 1867, no fue sino
una mera ilusión, pues no vieron de aquel, ni un peso partido por la mitad.

1061 Esther Acevedo, Testimonios..., págs. 82 y 86.


1062 Ídem, pág. 87.
1063 A.A.S.C., exp. 6437.
1064 A.A.S.C., exp. 6441.
1065 A.A.S.C., exp. 6464.

306
Por otra parte, al llegar Maximiliano a México, halló a un país en difícil situación. La necesidad de
organización y su particular forma de trabajo, hizo que el archiduque se ocupara desde las cuatro de la
mañana en los asuntos de Estado. A diario expedía leyes y decretos, daba instrucciones para tal o cual
asunto, pero sin embargo no le era dado abarcar todos los ramos necesarios en recomponer. Por ello pensó
en crear un Consejo de Estado, que tuviese las atribuciones de redactar leyes y reglamentos y que al mismo
tiempo examinase y estudiase las que él mismo redactase.
Dicho Consejo de Estado, fue establecido a principios de diciembre de 1864. Para su formación,
Maximiliano reunió a prominentes hombres de los dos partidos. Se llamó inicialmente a los liberales José Ma
Lacunza (en calidad de presidente del mismo), Vicente Ortigosa, Manuel Siliceo y Jesús López Portillo; entre
los consejeros reconocidos netamente como clericales, se llamó a Urbano Fonseca, Hilario Elguero,
Teodosio Lares y al obispo Ramírez, siendo también consejero el general José López Uraga.1066
Seguramente las virtudes cívicas de don Urbano Fonseca fueron rápidamente conocidas por
Maximiliano y por ello lo llamó a participar en el mencionado Consejo de Estado. Al paso del tiempo,
algunos de los miembros de aquella consejería fueron removidos, y puestos en su lugar a otros. Sin embargo,
Fonseca se contó entre aquellos que permanecieron hasta el fin del Imperio.
Fonseca expresó que cuando fue honrado por Maximiliano como uno de sus consejeros, le pareció
propio de su gratitud continuar prestando a la Academia sus servicios sin recompensa pecuniaria alguna,
pues no tenía en aquel momento ningún otro cargo que el de vicepresidente de la Sociedad de Geografía y
Estadística. Trabajó que opinó, no era incompatible con los de la dirección de la Academia.
Asimismo, don José Urbano, menciona que para mediados de 1865, se le había vuelto a llamar a la
Junta Permanente de Exposiciones, y que como antiguo miembro de ella (al igual que don Leopoldo Río de
la Loza), facilitaría a los hombres de nuevo nombramiento el rápido despacho de los negocios que a él ya le
eran conocidos. Que como en dicha Junta se le había encargado el promover los intereses de la industria, y
que siendo su tendencia buscar el bien del país a través de la explotación de sus materias primas, no quería
verse privado de la satisfacción de ayudar a ayudar a aquella empresa patriótica, que decía, cuadraba tan bien
a sus inclinaciones casi instintivas. Que teniendo que concurrir México a la Exposición Universal de París de
1867, la mencionada Junta Permanente debía comenzar a trabajar con asiduidad, para que se hiciera algo con
que pudiera brillar el país y se diera a conocer como nación digna de la protección que se le dispensaba.
Además decía que, se le había sobrevenido integrarse a la Junta de Colonización y a la Junta de
Vigilancia de Tecpan, en las que le esperaba mucho trabajo. Y por todas aquellas razones, rogaba se le
admitiese su renuncia a la dirección de la Academia, dada su absoluta falta de tiempo, pues tenía, además de
sus funciones como consejero, mucho trabajo organizativo en las citadas comisiones.1067
La renuncia no le fue admitida, y así con todo y sus setenta y tantos años, trabajó intensamente en
todos los cometidos con que se topó en el Segundo Imperio.
En su labor como redactor de leyes, procuró tuvieran alguna relación con su espíritu netamente
filantrópico. Presentando por ejemplo en noviembre de 1865, un Proyecto de ley sobre indultos y
conmutación de penas, en el cual fue auxiliado por los también consejeros José Ma Cortés Esparza y Víctor
Pérez. Aunque la redacción básica de la ley, creemos fue obra de Fonseca, pues el proyecto de ley, está
escrito de su propio puño y letra.1068
Como consejero de Maximiliano, Fonseca percibió un sueldo anual de 4 000 pesos (333.33
mensuales),1069 llegando incluso (en abril 7 de 1866) a fungir como presidente interino del Consejo de
Estado, por enfermedad de don Joaquín Velásquez de León. Dándole aquel nombramiento el mismo
Maximiliano.1070 Siendo de subrayar que por aquellas mismas fechas tuviera que sufrir la muerte de su
esposa.1071

1066 Agustín Rivera, op.cit., pág. 157 y José Luis Blasio, op.cit., págs. 117 y 118.
1067 A.A.S.C., exp. 6437.
1068 A.G.N., Segundo Imperio, caja 10, exp. 56.
1069 Ídem, caja 11.
1070 Ídem, caja 13. El nombramiento es el siguiente:

―En atención a los méritos y circunstancias que concurren en Dn Urbano Fonseca, Hemos tenido a bien disponer que
interinamente y mientras esté vacante la presidencia de Consejo de Estado, presida las funciones de este cuerpo.
307
La mucha actividad de Fonseca, sus diversos compromisos, su avanzada edad y sus enfermedades,
hicieron que no pudiera brindar a la Academia todo el tiempo que aquella demandaba. Estando ausente
muchas ocasiones del edificio de la Academia, el secretario Flores Verdad quedaba al cargo del plantel, pero
como este último sólo acudía a ciertas horas del día, el demás tiempo quedaba la Academia, por decirlo así,
sin autoridad alguna.
Don Urbano, consiente de este hecho, procuró de muy diversas formas dar al plantel reglas
puntuales para que pudiera funcionar de la mejor manera cuando él se hallase ausente.
Una de ellas, y por cierto de malos efectos, fue aquella en la que creyó que para el mejor régimen
mecánico de la casa se considerase como necesario que el señor Vicente Barrientos fuese un empleado de
―alguna consideración‖ y que viviese en la misma casa; para que quedara como jefe del establecimiento y
evitara que los alumnos cometieran desórdenes al interior de la escuela, con el pretexto de no existir persona
que vigilara el buen orden y disciplina. Para ello, Fonseca hizo preparar la casa contigua de la Academia, para
que en ella viviera Barrientos junto con los mozos del establecimiento.
Como ya se citó en otro apartado, esto dio por resultado que el dicho Barrientos, tal vez
ensoberbecido por las atribuciones que creía tener, entró en ríspidos enfrentamientos tanto con alumnos
como con profesores. Llegando a tal punto los conflictos, que en diciembre de 1866, los profesores del
plantel solicitaron a Fonseca que se destituyera a Barrientos o que se limitara a sus atribuciones. Viendo la
problemática, el director de la escuela comisionó a Heredia, Rebull y Méndez para que creasen un
reglamento donde se especificase las funciones de cada miembro del establecimiento.1072
Este hecho dejó al descubierto la notable falta que hacía la presencia de Fonseca al interior de la
Academia. Sin embargo, independientemente de aquel problema de autoridad que tuvieron alumnos y
profesores con Vicente Barrientos, Fonseca se distinguió por imprimir a su administración un importante
sello en todo lo tocante a reglamentación, aumento de cátedras y auxilios a alumnos y profesores.
Fonseca estableció un riguroso control para el año de 1865, el conserje apuntaría (a vista de los
catedráticos) la hora exacta de su entrada. Asimismo, aquellos deberían llevar un registro pormenorizado de
sus alumnos, en los que hicieran constar el nombre de cada uno de ellos, su asistencia, su conducta, su
aplicación y su aprovechamiento, del cual deberían dar conocimiento a la dirección al menos cada mes. A la
par, indicó que cuando algún alumno acumulase quince faltas, debía avisársele, para que oyendo
personalmente las razones del faltista acordase lo que creyese conveniente. Exhortándolos finalmente para
que anotaran con escrupulosidad las asistencias, ya que les indicaba que la tolerancia y el disimulo no
produciría ningún buen resultado.1073
Casualmente, a unos meses de haber echado a andar aquel estricto régimen, llegó a oídos de
Maximiliano que los profesores de los colegios nacionales, no eran exactos en su hora de entrada ni en la
duración de sus cátedras. Por lo que ordenó se previniese a rectores y directores, para que tomaran las
providencias necesarias a fin de evitar aquella dañosa costumbre. Siendo destacable que la Academia recibió
del gobierno del Imperio un reconocimiento de buen orden, situación que reveló la correcta administración
que Fonseca había impuesto al interior del plantel.1074
Igualmente se reglamentó la entrada de los pensionados,1075 se prohibieron las licencias a profesores
(a excepción de casos graves), se restringió la entrada a personas ajenas al plantel y además se lograron
asentar ciertas reglas sobre exámenes, matrículas y cursos.

Nuestro Ministro de Estado queda encargado de la ejecución del presente acuerdo.


Dado en el Palacio de México a 7 de Abril de 1866.
(firmado) Maximiliano.
Es copia del autógrafo.
Al Ministro de Gobernación encargado del Ministerio de Estado.‖
1071 Ídem, caja 56, exp. 49, foja 3. Hallamos en el A.G.N., una nota que hacía referencia a una carta que Maximiliano envió a

Fonseca, dándole el pésame por la defunción de su esposa. La carta fue remitida el 18 de abril de 1866.
1072 A.A.S.C., exps. 6466 y 6486.
1073 A.A.S.C., exp. 4774.
1074 A.A.S.C., exp. 6446.
1075 A.A.S.C., exp. 6578.

308
Cuando profesores o pensionados faltaban sin justificación (o causa grave), se les descontó una parte
proporcional de sus estipendios, siendo Fonseca muy celoso en este punto. Llamando incluso la atención al
gobierno imperial por las continuas faltas de los profesores Rodríguez, Monroy y Sojo, por causa de los
persistentes llamamientos que Maximiliano les hacía. Inasistencias a las que se aunaba la orden del propio
archiduque de no descontar ni un peso a aquellos, pues según el emperador, se hallaban realizando obras
útiles al gobierno.
En cuanto a las protecciones de alumnos y profesores, Fonseca buscó que fueran repartidas de
manera equitativa. Por ello cuando se le pidió alguna pensión o informe sobre tal o cual persona, siempre se
mostró inflexible para referir otra cosa que no fuera la verdad.
Así, llegó a denegar solicitudes de pensión a alumnos que no podían comprobar su buen
aprovechamiento.
Un ejemplo claro de su forma de actuar sucedió en agosto de 1865; en aquella fecha el profesor de
grabado, Sebastián de Navalón, envió una petición directamente al gabinete de Maximiliano, en la cual
solicitaba le fuesen pagados en una sola partida todos sus sueldos atrasados, pues argüía tener contemplado
un viaje a los Estados Unidos para perfeccionarse en su arte. Situación de atraso en la que también se
hallaban los demás profesores de la Academia, a quienes se les iban pagando dichos salarios poco a poco.
Siendo que, de darse aquel privilegio, se hubieran rezagado las pagas proporcionales que se hacían a los
demás catedráticos. Ante esta coyuntura, y antes de resolver cualquier cosa, el archiduque consideró
conveniente consultar a Fonseca sobre si era justa o no aquella petición; a lo cual, el director contestó que
como su administración llevaba ―por norte su justicia‖, consideraba que no se debía dar dicho privilegio al
grabador de San Carlos, pues decía no existir motivo alguno para preferirlo sobre los demás. Resultando
finalmente que la solicitud fue denegada gracias a la honesta respuesta de Urbano Fonseca, quien así
defendió las garantías y derechos de los demás preceptores.1076
Esta rectitud se repite en muchas solicitudes y consultas que se le formularon. ―Equidad en la
Justicia‖ fue el lema de Maximiliano y su Imperio, igual divisa, creemos se ajustaba al carácter y pensamiento
de don José Urbano Fonseca.
No queremos terminar este apartado, sin antes mencionar la participación que tuvo en los meses
finales del Imperio. Actuación en muchos sentidos lamentable, aunque a decir nuestro, no malintencionada.
Como es conocido, para los meses finales de 1866 el Imperio ya declinaba, habían llegado a México
noticias de la locura de Carlota, el ejército francés abandonaba México y mil detalles extras habían orillado a
Maximiliano a verse tentado a renunciar al trono que se le había ofrecido. Con esta idea marchó a Orizaba,
previendo la posibilidad de partir a Europa por el puerto de Veracruz. Sin embargo las muchas dubitaciones
e intrigas que se agolpaban en rededor del archiduque, hicieron que se convocara a varias personalidades
notables del gobierno, para consultarles sobre si debía o no abdicar. Así, el 20 de noviembre de 1866,
Fonseca (en calidad de Consejero de Estado) llegó a la ciudad de Orizaba, y junto con él, varios ministros y
consejeros. Maximiliano como se dijo, consultó a aquellos hombres sobre el tema de su abdicación,
resultando que de los veintitrés personajes convocados, dos votaron por que abdicara y los restantes por la
permaneciera al frente del gobierno. Lamentablemente Fonseca se contó entre los segundos.
Poco después, el 14 de enero de 1867, Maximiliano convocó a una segunda junta, en manos de la
cual puso definitivamente su suerte. A ella asistieron treinta y cinco notables, entre los que se contaron
varios hombres relacionados con la Academia, que fueron José Ma. Lacunza, Teodosio Lares, Manuel
Orozco y Berra, pascual Almazán y Alejandro Arango y Escandón;1077 un profesor, Joaquín de Mier y Terán
y naturalmente el director de la misma.
En aquella nueva junta, Fonseca mantuvo la opinión que había emitido en Orizaba. Y aunque opinó
en favor de la conservación del Imperio, consideró poco conveniente que dicha cuestión fuese cada mes
vuelta a discutir.

1076 A.A.S.C., exp. 6450.


1077 Estos habían sido nombrados ―académicos de número‖ en el año de 1865. A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp.
27.
309
Después de que cada uno de los treinta y cinco hombres opinara sobre el tema, se procedió
inmediatamente a recoger los votos. Siete votaron por la abdicación, dos se abstuvieron y veintiséis votaron
por la no abdicación. Entre estos últimos, estuvieron todos los académicos.1078
Así Maximiliano, viéndose cercado, aceptó el fallo de la Junta y se lanzó a la ciudad de Querétaro.
En dicho lugar, el 10 de abril de 1867 (en pleno sitio republicano, y celebrando el tercer aniversario de su
aceptación al trono de México), ordenó se condecorara a su Consejero de Estado, don Urbano Fonseca con
el grado de Gran Oficial de la Orden del Águila Mexicana.1079
A los setenta días del anterior hecho, Maximiliano fue fusilado en aquella ciudad.
Dos días más tarde, el 21 de junio de 1867, Porfirio Díaz tomó la ciudad de México y ordenó que se
le presentara en el lapso de veinticuatro horas toda persona que hubiese desempeñado algún puesto público
en tiempos del Imperio, bajo de pena de muerte si no lo hicieren.
Urbano Fonseca (al igual que muchos) se presentó ante Díaz y fue puesto bajo prisión en el ex-
convento de la Enseñanza Antigua, lugar donde el mencionado general mandó disponerle (como a todos los
demás presos) amplios departamentos para que viviera con el mayor desahogo posible, sin privaciones,
inquisición o espionaje que lo mortificase.
Evidentemente por la situación en la que se halló, perdió en el acto su título de director de la
Academia y se encargó provisionalmente el cuidado del plantel al señor Manuel Ma. de Zamacona.
En septiembre del mismo año, se dictaminó que por haber ocupado distintos cargos públicos
durante el Imperio, se le imponía una pena de dos años de cárcel. Sin embargo, no completó aquella
condena, debido a que la Ley de Amnistía que poco después promulgó Benito Juárez, lo contempló dentro
de un grupo de individuos que fueron excarcelados y absueltos definitivamente.
Finalmente, José Urbano Fonseca murió en 1871. Sus restos fueron inhumados en el panteón de San
Fernando, donde aún se puede leer la siguiente inscripción:

IN MEMORIAM.
LIC. JOSÉ URBANO FONSECA
POLÍTICO HUMANISTA
CONSTRUCTOR DE NACIONALIDAD
DURANTE SU VIDA SIRVIÓ A LA REPÚBLICA
PRESIDENTE DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA
MINISTRO DEL INTERIOR Y DEL EXTERIOR
DIRECTOR DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA
DIRECTOR DE LA ACADEMIA DE SAN CARLOS
FUNDÓ EL CONSERVATORIO NACIONAL DE MÚSICA
LA ESCUELA DE AGRICULTURA Y SORDOMUDOS
PRESIDIÓ LA SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA
26 DE AGOSTO DE 1871
NACIÓ Y MURIÓ EN LA CIUDAD DE MÉXICO.

No queremos terminar este apartado sin antes hacer una aclaración respecto al desempeño de
Urbano Fonseca en su administración de la Academia.
La historiadora Flora Elena Sánchez Arreola, escribió: ―Entre los logros de Fonseca estuvo el de la
instalación del alumbrado de gas, en 1866.‖1080
Contrariamente a lo que dice Elena Sánchez, declaramos que en definitiva que entre los logros de
Fonseca no estuvo el haber instalado el alumbrado de gas en 1866.

1078 Agustín Rivera, op.cit., págs. 213 y 218 a 221.


1079 ―Condecoraciones concedidas por el Emperador el 10 de abril de 1867‖, en Boletín de Noticias, miércoles 10 de abril de 1867,
núm. 5, pág. 2.
1080 Flora Elena Sánchez Arreola, op.cit., pág. XV.

310
Cosa imposible para Fonseca, pues aquel ya había sido colocado en el plantel desde finales de 1845,
cuando era presidente de la Junta directiva don Javier Echeverría, quien ordenó a Peter Green la disposición
material de todos los aparatos necesarios, junto con sus redes y demás elementos precisos para su
funcionamiento.1081 Si acaso Fonseca tiene un mérito en el asunto, es haberlo rehabilitado y vuelto echado a
andar, pero en los primeros meses de 1865 y no en 1866.
Fonseca tuvo muchos logros y aciertos durante su gestión al frente de la Academia, pero en honor
de la verdad, debemos decir que aquel mérito no le corresponde.

4.15. La Academia al declinar el Segundo Imperio


La declinación y trágico fin del Segundo Imperio, tiene una serie de hechos que ya han sido
cuidadosamente estudiados por otros historiadores. Sin embargo, si se sigue la historia de la Academia en
aquellas aciagas circunstancias de la historia mexicana, veremos claramente que el ocaso del Imperio de
Maximiliano, quedó perfectamente retratado en los movimientos que experimentaron en esos momentos los
académicos del plantel de San Carlos.
Entre los innúmeros eventos que precipitaron el fin del gobierno imperial, se encuentra el que
acaeció directamente sobre la archiduquesa Carlota cuando su cerebro fue invadido por una enajenación
mental.
Cuando comenzaba a fraguarse este malhadado sucedido en la cabeza de la hija del rey de Bélgica,
pudo ser contemplado de cerca por el pintor mexicano don José Salomé Pina.
Como ya lo habíamos mencionado, Maximiliano encargó a Salomé Pina, que se hallaba en Europa,
que elaborara un cuadro conmemorativo de la visita que el Papa Pío IX había hecho a él y a su esposa en el
Palacio de Marescotti, propiedad del señor José María Gutiérrez de Estrada.
Cuando carlota llegó a Europa en el año de 1866, visitó el estudio de Pina, a quien, según el pintor,
la propia emperatriz le manifestó querer servirle de modelo para el famoso cuadro. Aceptando la petición de
aquella, la princesa europea ocurrió varias veces al taller de Salomé Pina, donde el pintor de San Carlos le
tomó diversos apuntes anatómicos, entre los que se encuentra un boceto al óleo.
Sucedió entonces que a los pocos días de haberse prestado la emperatriz Carlota al estudio de Pina,
el médico particular de aquella declaró su locura. Trance que no debió sorprender al artista de San Carlos,
pues según él, desde los momentos en que Carlota asistió a modelar, notó que ya daba serias muestras de
extravío mental.1082
En el óleo bosquejado del señor Pina, emerge el rostro de la princesa con una actitud de paz y
sosiego. La postura a tres cuartos, la posición de las manos, el vestido negro con encajes blancos y el sencillo
fondo donde sólo se vislumbra una vasija, dan una excepcional idea de severa tónica aristocrática y austero
republicanismo.
Sin embargo, lo más notable del cuadro, es la afectación psicológica que Pina logró captar de su
modelo. El apunte pictórico, pese a manifestar a simple vista un sencillo y natural retrato, tiene (según
nosotros) visos enigmáticos y perturbadores. La obra da una idea de contagiosa melancolía, de un alma
erosionada, y sobre todo de una mujer al borde de una intensa dislocación mental. Refleja a fin de cuentas, la
franca caída del Segundo Imperio.
Por otra parte, en México, al conocerse la noticia del desequilibrio de la soberana, hubo una junta de
ministros, en la cual se acordó realizar una función religiosa en la iglesia Catedral, donde irían a implorar ―el
auxilio de la providencia para el reestablecimiento‖ de la augusta persona que se trataba. A dicha ceremonia,
que se llevó a cabo el día 24 de octubre de 1866 a las nueve de la mañana, fue invitado el señor Fonseca,
para que en unión de los catedráticos acudieran al mencionado sitio y elevaran sus plegarias en favor de la
salud de la esposa del emperador Maximiliano.1083

1081 A.A.S.C., exps. 6750 y 6751.


1082 ―Artistas mexicanos. J. Salomé Pina‖, en El Mundo Ilustrado, 18 de mayo de 1902, núm. 20, págs. 2 y 3.
1083 A.A.S.C., exp. 6470. A la solemnidad no acudieron algunos profesores de la escuela, pues se hallaban aplicando exámenes de

fin de curso por aquellos días.


311
Otro de los síntomas de la agonía imperial, fue el recrudecimiento de la guerra. El ejército francés
había partido, las fuerzas imperiales que quedaron al mando de los generales de Maximiliano no eran lo
suficientemente fuertes ni lo bastantemente numerosas para frenar el avance de sus equivalentes
republicanas.
A principios de 1867, y con el fin de reclutar alguna gente para los cuerpos de los ejércitos
imperiales, se comenzó a aprehender indistintamente en las calles de la ciudad de México a las personas que
por ellas transitaban. Teniendo noticia de aquella situación, el director de la Academia, arregló se
extendiesen a los alumnos de la Academia unos resguardos con el timbre del establecimiento para que no
fueran molestados y en caso de ser detenidos no sufriesen ningún perjuicio. Al mismo tiempo envió una
correspondencia al Lic. Mariano Icaza, a quien llamó ―apreciable compañero y amigo‖, expresándole que
como sabía que él hacía las calificaciones de quien era enlistado y quien no, le enviaba dicho correo a fin de
que (de ser posible) surtieran efecto dichos resguardos, pues decía se trataba de personas que seguían una
carrera científica y a los que se les perjudicaría distrayéndolos de sus estudios.
Extrañamente, la despedida de la carta está redactada en términos bastante obsequiosos, quizá con el
fin de adular adecuadamente al tal Icaza, y así cediera a la petición del director de San Carlos.1084
Pese a dicha solicitud, creemos poco probable que hayan funcionado los resguardos, pues según
testimonio de los discípulos de arquitectura, a principios de 1867 ―la odiosa leva‖ fue establecida como
sistema de reclutamiento, lo que hizo ―emigrar a multitud de jóvenes y a otros [a] abstraerse de concurrir a
las clases.‖1085
En este mismo tenor, a principios de 1867, el gobierno del Imperio ya experimentaba una profunda
falta de recursos monetarios. La gran mayoría de los arbitrios que lograba allegarse de las exiguas rentas
públicas, las aplicó a la defensa de su causa, por lo cual resultó imposible darle algún recurso a la Academia.
En vista de esta situación, el 10 de enero de aquel año, se ordenó a la dirección del plantel cobrar a
los alumnos por la instrucción que recibían, dictaminándose al mismo tiempo que quien no la diese se le
negara el acceso a clases. Así, el 22 de aquel mes, se le comunicó que por concepto de matrícula se les
cobrarían tres pesos, además mensualmente tendrían que dar por cuota dos pesos extras y por derecho de
examen, erogarían la suma de cinco pesos.
La noticia, como era de esperarse, no fue recibida de buen grado por la mayoría de los alumnos, y
mucho menos por sus padres o tutores. Cuanto más si se piensa que en lo que llevaba de existir la
Academia, jamás se había exigido dinero alguno a los alumnos, además de que la gran mayoría de los
discípulos que cursaban en San Carlos, eran de familias muy pobres, y que habían acudido a estudiar a aquel
plantel exactamente por su gratuidad. Donde curiosamente recibían conocimientos para carreras muy poco
remuneradas. Un círculo perfecto de pobreza.
El caso fue que la administración de la escuela, comenzó entonces a recibir decenas de solicitudes de
padres y alumnos que pedían la exención del pago de dichas cuotas. Formándose realmente con aquellas
hojas un auténtico catálogo de penurias, hambres e insuficiencias pecuniarias. Entre aquellas instancias,
muchas hubo incluso de los propios maestros de la Academia, que conociendo directamente las carencias de
sus pupilos, certificaron la mala economía de aquellos.1086
Con todo, los cursos fueron abiertos el 4 de febrero de 1867.1087 Siendo de destacar que el día 2 de
aquel mes, teniendo Maximiliano ante su vista una lista de empleados de los colegios nacionales que habían
renunciado a sus cargos del 1° de diciembre de 1866 a aquella fecha, mandó decir que en lo sucesivo no se
aceptase ninguna renuncia más. Y que sólo en casos especiales se le informara directamente, para que él
decidiera lo que creyera más conveniente.1088 Con respecto a la Academia, no existe constancia de que algún
profesor o empleado del plantel, expusiese su renuncia en aquellos finales momentos del Imperio de
Maximiliano.

1084 A.A.S.C., exp. 6845.


1085 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 45, fojas 1 y 1 v.
1086 A.A.S.C., exp. 6848.
1087 A.A.S.C., exp. 6855.
1088 A.A.S.C., exp. 6854.

312
Poco tiempo después, comenzó el sitio impuesto por el ejército de Porfirio Díaz a la ciudad de
México. A causa de aquel, los encargados de Palacio Nacional, temiendo que penetrasen a aquel lugar en
cualquier momento, y que quizá por el fuego cruzado fuesen dañadas algunas de las obras de arte allí
guardadas o francamente saqueadas, dispusieron que muchas de las que estaban en Palacio fueran
trasladadas a la Academia, pensando acaso que serían mejor respetadas en aquel local por ser un centro de
artes, y por tanto más alejado de las infaustas pasiones políticas.1089
Otro suceso curioso del sitio de la ciudad de México lo protagonizaron Clavé y sus discípulos. El
hecho fue que merced a las activas gestiones de Urbano Fonseca, pudieron reanudarse en 1866, los trabajos
de decoración que en la cúpula del templo de La Profesa habían comenzado hacía ya muchos años, el pintor
español y sus educandos. La labor fue emprendida con asiduidad y terminaron en ocho meses, justamente
durante los críticos días del asedio a la ciudad que precedió a la caída del Imperio.
Sin embargo, aquella actividad que debía haber sido de sosiego y paz espiritual, pues se hallaban
pintando Los Siete Sacramentos, fue una labor en la que las vidas de aquellos corrió un serio riesgo, pues,
encaramados como se hallaban, en altos andamios para alcanzar las alturas de la cúpula, en muchas
ocasiones oyeron silbar cerca de sí las balas del nutrido fuego de los sitiadores. No obstante, aquella
situación no los intimidó, resultando que en mayo de 1867, la decoración quedó descubierta y a la vista del
público.1090 Dando así estos pintores, posibilidad de recreo artístico para quien quisiera ir a contemplar sus
obras de arte, en medio de un panorama de vergonzante barbarie.
En el mismo sentido, en la ciudad de México, que se hallaba sitiada desde el 12 de abril de 1867,
comenzó rápidamente a resentir los rigores del asedio. Por lo cual, a los pocos días de haberse iniciado
aquel, el general Leonardo Márquez (quien había fallado en su misión de llevar pertrechos a Querétaro),
mandó se sondeara a los empleados públicos sobre su voluntad para tomar las armas en defensa de la capital
Así, el 17 y 20 de abril de 1867, se remitieron a la Academia un par de oficios en los que se pedía se
inquiriera sobre quien de los empleados de aquel plantel tenía los ―patrióticos sentimientos‖ que los
acercasen a desear formar parte de una compañía militar encargada exclusivamente de ―la guarnición y
defensa interior‖ de la ciudad, para que en caso de que fuese necesario emplear todo el ejército para
combatir a los sitiadores, quedase la ciudad al cargo de aquella.
Fonseca mandó contestar que los empleados y mozos vigilarían el establecimiento, en cuanto a los
profesores, dijo que les circularía aquella cuestión. Pero la verdad era que, ni Urbano Fonseca, ni nadie de la
Academia tenía prisa por integrarse a la citada compañía.
Pasaron diez días, y como en la Academia nadie hacía manifestación de su voluntad para tomar las
armas, el 1° de mayo se presentó personalmente a la escuela el coronel Luis Arrieta, con un oficio que puso
en manos de Fonseca donde se pedía que ―clara y terminantemente‖ se hiciera una relación de quien quisiera
prestar sus servicios en el ―Batallón Hidalgo‖ y otra de los que no quieran prestarlo con las excusas que
tuvieran para ello. En vista de esta presión, Fonseca cuestionó a los miembros de la Academia sobre el
particular, obteniendo finalmente el par de listas requeridas, las cuales entregó al día siguiente. El resultado
fue claro: cuatro personas dijeron estar dispuestas a prestar sus servicios, dieciocho dijeron que no lo
estaban y a otra más no se le encontró.
Conformaron la primera lista, los profesores Petronilo Monroy, Joaquín de Mier y Terán, Juan Agea
y Juan Cardona. El primero dijo que prestaría ―su buena voluntad, [y] sus servicios al gobierno‖ a la hora
que se le llamase; el segundo (que había sido ministro de Fomento) manifestó que no rehusaba ―servir a su
patria en cualquier cosa‖ para la que se le creyera útil; el tercero expresó ―que perteneciendo al
Ayuntamiento de la capital‖ estaba pronto a prestar los servicios que se le exigiesen, y finalmente, él último
catedrático indicó estar ―en disposición de prestar sus servicios.‖
La segunda lista la compusieron 1) José María Flores Verdad, quien expresó tener ―imposibilidad
física‖, además de tener una familia de once personas y como no recibía sueldo desde hacía siete meses tenía
personalmente que buscar su subsistencia. A más de hallarse encargado por el propio Fonseca de vigilar los
valiosos y multiplicados objetos que encerraba la Academia, 2) Vicente Barrientos, en el mismo caso que el

1089 A.A.S.C., exp. 6872.


1090 Manuel Gustavo Antonio Revilla, op.cit., págs. 184 y 185.
313
anterior y cuidando también los objetos de la Academia; 3) Manuel Jiménez de Velasco, además de hallarse
en igual situación que los anteriores era una persona enferma y septuagenaria; 4) Martiniano Muñoz, con
familia, sin paga y teniendo que buscar su subsistencia personalmente; 5) Antonio Torres Torija, igual; 6)
Sebastián de Navalón, igual; 7) Santiago Rebull, igual; 8) Eugenio Landesio, ―su salud y su edad‖ le impedían
tomar las armas; 9) José Ma Rego, con familia, sin sueldo, buscando su subsistencia y hallándose su esposa
gravemente enferma; 10) Juan Urruchi, con familia numerosa que tenía que mantener con su trabajo
personal; 11) Felipe Sojo, igual que los demás, además de hallarse enfermo lo cual podía probar con
certificados médicos, 12) Manuel Rincón, que tenía ―inconvenientes insuperables‖ que no podía hacer
públicos, los cuales le impedían tomar las armas; 13) Pelegrín Clavé, que su mal estado de salud y su edad le
impedían servir a las armas; 14) Eleuterio Méndez, dijo que sus circunstancias eran tales que no podía
ausentarse de su familia; 15) Epitacio Calvo, dijo: ―es público y notorio que por mi físico y complicadas
enfermedades no puedo tomar las armas‖; 16) Rafael Flores, que además de tener que sostener a su familia
tenía ―imposibilidad física‖; 17) Ramón Rodríguez, que no le era posible prestar ese servicio a la patria. Que
había sacrificado dos años de su trabajo a favor del Imperio en el Palacio y en el alcázar de Chapultepec y
que no se le había retribuido, como constaba en el ministerio de Fomento, que por otra parte al igual que
todos llevaba siete meses sin sueldo y teniendo familia que sostener le era imposible prestar sus servicio, y
18) Luis Campa, que se hallaba en el mismo caso que el anterior. Y por último, al profesor Vicente Heredia
no se le pudo hallar por la premura del tiempo.
En vista de las anteriores listas, se mandó decir que Monroy, Mier y Terán, Agea y Cardona, se
presentaran el día 8 de mayo a las cinco de la tarde en el cuartel de la aduana, para el arreglo definitivo del
―Batallón Hidalgo‖ y que desde luego comenzaran a prestar el servicio que les correspondiese.
Días después, al informársele a Márquez del estado que guardaba el ―Batallón Hidalgo‖, mandó decir
al ministro de Instrucción Pública, que en vista de aquel, el gobierno podía obligar a todos sus empleados a
tomar las armas cuando fuese necesario ―so pena de castigar severamente‖ a los que se negaran a prestar sus
servicios, a lo cual, según decía, estaba resuelto. Más como dicho general, deseaba conocer la opinión del
ministro antes de tomar cualquier providencia, se suplicaba volver a sondear a los empleados de la Academia
para que recabase Fonseca ―la definitiva voluntad‖ de aquellos. A lo cual mandó circular el nuevo
pedimento a los profesores.
La Academia por varios días nada resolvió, por lo que se le volvió a enviar otro oficio, fecha 28 de
mayo, volviendo a insistir en el asunto. La dirección de la Academia, se limitó a volverlo a comunicar a los
profesores, pero aquellos ya nada contestaron.1091
Y es que no era para menos, los profesores y empleados de la Academia tenían su mente y sus
fuerzas puestas en la más estricta supervivencia. Y específicamente a causa de aquella extrema situación,
algunos de ellos, imposibilitados de llevar al menos los más indispensables víveres a sus familias,
comenzaron a solicitar licencias a la Academia. Aquellas fueron pedidas por Manuel Jiménez de Velasco,
Felipe Sojo, Manuel Rincón, Sebastián de Navalón y Petronilo Monroy.
Jiménez de Velasco solicitó ―una licencia temporal sin sueldo por dos meses‖, para poder reponerse
de su quebrantada salud, pues se hallaba atacado de ―fuertes hinchazones‖ además de que tenía que
proporcionarse ―una ocupacioncita‖ pues no tenía recursos ni aún para la más elemental subsistencia de su
familia.
Sojo solicitó una licencia por ―ocho meses‖, pues tenía que ausentarse para ―arreglar asuntos graves
de familia‖.
Rincón por su parte expresó que debido a las ―aflictivas circunstancias‖ en que se hallaba tenía el
pesar de abandonar sus clases de matemáticas. Que siempre había sido puntual a la asistencia de ellas, y que
pese a que tenía una numerosa familia, seguiría con la misma exactitud, suministrando sus ―pobres
conocimientos en obsequio de la juventud‖, si no se viera en la necesidad de ausentarse para librarse ―del
hambre y de los padecimientos causados por el sitio.‖ Diciendo que en cuanto desapareciesen aquellas
circunstancias, continuaría prestando puntualmente sus servicios.

1091 A.A.S.C., exp. 6867.


314
Navalón igualmente dijo que teniendo la necesidad de salvar a su familia de las circunstancias del
sitio, se veía en la necesidad de salir fuera de la capital.
Petronilo Monroy, quien supuestamente pertenecía al ―Batallón Hidalgo‖, solicitó una licencia por
―seis meses‖, pues tenía que ―arreglar asuntos de familia muy interesantes.‖1092
Y es que sucedía, que aunque Maximiliano ya había sido tomado preso desde el 15 de mayo de 1867,
los imperialistas habidos en la ciudad de México se empeñaban en engañar a la población, queriéndola hacer
creer el 15 de junio del mimo año (pocos días antes del fusilamiento de Maximiliano), que estaba
confirmado ―plena y auténticamente‖, que el 15 de mayo no había sido tomada la ciudad de Querétaro, que
eran ―absurdos cuentos‖ y que el valiente soberano a la cabeza de sus bravos soldados había logrado evacuar
aquella plaza y que abriéndose paso bizarramente, marchaba ya en auxilio de la capital.
Tan sólo unos días antes del fusilamiento de Maximiliano, se envió a la Academia un comunicado en
el que el lugarteniente del Imperio, general Leonardo Márquez, disponía que el día 7 de junio de 1867,
cumpleaños de Carlota, se enarbolara el pabellón nacional según había sido costumbre en años anteriores.
Por lo que el ministerio de Instrucción Pública instruía a Fonseca para que dispusiera adornar con cortinas la
fachada del edificio, procurando en cuanto lo permitiera el estado de fondos de la escuela, poner
iluminación en la misma por la noche.1093
Estando próximo al patíbulo, Maximiliano nombró entre sus defensores al ilustre abogado y también
académico de honor de San Carlos, don Mariano Riva Palacio,1094 para que en conjunción con otros tres
notables juristas trataran de salvarle la vida. No obstante los grandes esfuerzos del ilustre patricio mexicano,
el archiduque de Austria fue llevado al cerro de las Campanas para ser ejecutado.
Ya frente al pelotón que lo había de ejecutar, Maximiliano dio unos pasos hacia los soldados; el
militar que mandaba la ejecución (capitán Simón Montemayor)1095 le dijo: — Atrás; entonces Maximiliano,
mostrándole lo que tenía en la mano le respondió: — ¿Qué, no se me permite darles esto?, el oficial contestó que
sí, y el archiduque se acercó a los jóvenes soldados y puso en mano de cada uno un ―maximiliano‖, que era
una onza de oro de a veinte pesos, con su busto, obra del notable grabador de la Academia, don Sebastián
de Navalón.
Luego que lo fusilaron, junto con los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, hubo una gritería de
¡Muera el Imperio! y ¡Viva la República!1096

4.16. Epílogo
Tomada la ciudad de México el 21 de junio de 1867 por Porfirio Díaz, dicho general se vio en la
urgencia de emitir algunas órdenes que ayudaran a que las instituciones de gobierno volvieran a un estado de
relativa funcionalidad.
La Academia, que había quedado acéfala por el encarcelamiento de Fonseca, era una institución que
urgentemente necesitaba un nuevo director. Sin embargo, como Díaz no tenía facultades para hacer aquel
nombramiento, mandó llamar al señor Manuel Ma Zamacona, a quien confirió la responsabilidad del plantel
de San Carlos, pero sólo en calidad de ―encargado provisional‖, en tanto que llegaba Benito Juárez.
La entrada de Juárez a la ciudad se retrasó, pues se preparaba su recibimiento. En vista del
acercamiento de la apoteosis del oaxaqueño, la comisión encargada de su recepción solicitó, el 9 de julio de
1867, ―un águila de bronce‖ que tenía la Academia, para colocarla en un trofeo que se pondría en el salón
del banquete que se ofrecería al mencionado señor. En la inteligencia de que sería devuelta luego que
hubiere servido a su objetivo.1097

1092 A.A.S.C., exp. 6865.


1093 A.A.S.C., exp. 6870.
1094 A.A.S.C., exp. 4990.
1095 Montemayor tenía 19 años. Según se dice era el mayor del pelotón de fusilamiento.
1096 Agustín Rivera, op.cit., pág. 276.
1097 A.A.S.C., exp. 6871.

315
Finalmente el día 15 de julio de 1867 se verificó la solemne entrada del licenciado Juárez a la ciudad
de México. Lugar del cual había salido hacía más de cuatro años.
Como era de esperarse, se dispusieron variadas recreaciones para el pueblo. Una de ellas fue una
presentación gratuita del circo Chiarini (aquel mismo que había deleitado al archiduque); además, en el
zócalo se improvisó ―una estatua colosal de la victoria‖, la cual tendía su mano para coronar (según decía El
Siglo XIX) ―a los héroes‖ que volvían a ―nuestros brazos‖; en la esquina del Portal de Mercaderes, se levantó
―un lujoso y elegante arco estilo pompeyano‖, el cual ostentó en su remate una inscripción que decía. ―EL
PUEBLO A JUÁREZ‖, y que por su transparencia estaría interiormente iluminado en la noche; frente a la
estatua de Morelos (inaugurada tiempo atrás por Maximiliano), se puso un ―arco rústico de heno y ramas,
del mejor gusto‖ en la nueva Calzada de Chapultepec (aquella misma que mandó construir Maximiliano con
su dinero y que el pueblo la conocía como El Paseo del Emperador) se levantó un ―altar de la patria‖ de estilo
igualmente pompeyano. Según el mismo diario ―el entusiasmo de la multitud‖ fue inaudito, y que mientras,
los traidores se ―ocultaban avergonzados de su crimen‖.
Sin embargo, un ―cambio de tiempo‖ impidió que los festejos de aquel día fueran tan brillantes
como se habían planeado. En la Alameda se comenzó un banquete el cual tuvo que ser interrumpido a causa
de ―un furioso aguacero‖ el cual se extendió hasta la noche e impidió que se pusiera ―la iluminación
preparada‖.1098
Por otra parte, algunos deseaban que un temporal similar cayera sobre los ya de por si muy
maltratados y sufridos catedráticos de San Carlos. Al día siguiente de la entrada de Juárez, El Siglo XIX alzó
su voz clamando castigo para todos los artistas de la Academia. La locuaz nota inserta entre las columnas del
diario liberal, decía a la letra:
―ACADEMIA NACIONAL. Con profunda sorpresa hemos sabido que dicho establecimiento está
entregado a los mismos catedráticos y empleados que lo sirvieron durante el llamado imperio.
Independientemente de lo peligroso y antilógico que es poner la instrucción pública en manos de los
traidores, es además muy inmoral que sigan en sus puestos los empleados del usurpador.
La ley sólo exime de pena a los maestros de instrucción primaria; están por lo mismo comprendidos
en el castigo que ella impone los catedráticos de la Academia.
Los hubo de varios establecimientos que prefirieron todo género de privaciones a servir al
archiduque, que esos sean llamados a desempeñar las cátedras, y no los que adularon a su rey, y decoraron
con pinturas y esculturas sus salones.‖1099
Alfredo Chavero, autor de aquel artículo sin firma, tenía razón al decir que por ley los catedráticos de
la Academia debían ser castigados. Se refería específicamente a la ley del 16 de agosto de 1863, la cual
señalaba que aquellos que sirvieran o auxiliaran directa o indirectamente a la intervención, serían
considerados ―reos de traición‖ y por tanto debían sufrir confiscación de bienes y demás penas que la ley les
impusiese. Además, como bien señalaba, sólo se eximía de estos escarmientos a los maestros de educación
primaria.
Por lo que, de acuerdo con dicha ley, todo el personal de la Academia debió ser procesado por el
crimen de traición, además de serles confiscados sus bienes y recibir los demás castigos que la ley
contemplara.
Pero de eso, a decir que el que estuvieran al frente de la Academia los artistas que colaboraron con
Maximiliano fuera peligroso, ilógico e inmoral, era muy diferente.
Tan abusiva ley, evidentemente no se aplicó a los abnegados profesores de la Academia como
hubiese deseado el redactor de El Siglo XIX. Y es que de haberse usado estrictamente dicha ley, se hubiera
desatado una ―cacería de brujas‖, pues aunque lo que decía el periódico era ―legal‖ (apegado a ley), por otra
parte (a decir nuestro) también era una ridiculez, una injusticia y una situación evidentemente inaplicable.
En realidad, aquella ley fue aplicada de acuerdo a la discrecionalidad y miras políticas del gobierno de
Juárez. Pues de haber hecho lo contrario, dicha administración hubiera tenido que aplicar tan draconiana

1098 ―Restauración de la República‖ y ―El 15 de Julio‖, en El Siglo XIX, lunes y martes 15 y 16 de julio de 1867, núms. 1 y 2, págs.
2, 3 y 2.
1099 ―Academia Nacional‖, en El Siglo XIX, martes 16 de julio de 1867, núm. 2, pág. 2.

316
legislación a gente, que si bien habían colaborado con el Imperio, no eran por ese hecho enemigos de la
República. Al tiempo que la hubieran tenido que usar contra viejos colaboradores suyos, que habían
cooperado con el Imperio, y que ahora se pensaba ocupar nuevamente.
Ejemplo claro lo hallamos en la edición del 22 de septiembre de 1867, del citado rotativo, donde con
el título de ―Remate‖, se anunciaba la subasta de casas confiscadas a diversas personas por haber cometido
―infidencia a la patria‖. Entre aquellos inmuebles, se hallaba la casa núm. 28 de la calle de la Merced, la cual
había sido incautada a José Fernando Ramírez y valuada en 34 170 pesos por el arquitecto de la Academia,
Manuel María Delgado.1100
En este caso particular, hallamos sancionada dicha ley confiscatoria sobre una propiedad de
Fernando Ramírez. Pero en cambio, el mencionado arquitecto valuador no sufrió ninguna clase de perjuicio,
pese a haber cometido el delito consistente en recibir estipendios monetarios del Imperio (en calidad de
pensión),1101 y por haber trabajado también como perito valuador durante aquel periodo.1102
Y es que el hecho no debería de sorprendernos, pues aquella deferencia que se hacía de Delgado, se
debió a que en años anteriores había dirigido la demolición de la mayor parte de los edificios conventuales
de la ciudad de México, a que había participado directamente en la exclaustración de las monjas y a que en
1863 había seguido a Juárez a San Luis Potosí. Méritos suficientes para olvidar que después había regresado
a la comodidad de la capital para recibir su pensión de manos del Imperio y para volver a habitar la casa que
se había construido a un costado de la iglesia de San Juan de Dios.
No obstante aquellas molestas situaciones, la Academia seguía oficialmente sin directivo. Así, en los
primeros días de septiembre de 1867, se nombró director del plantel al inteligente liberal Ramón Isaac
Alcaraz, persona distinguida por su amor a las artes, y que había influido, para que el gobierno de Juárez
otorgara algún dinero a la Academia entre los años de 1861 y 1863, y así no cerrara sus puertas.
Curiosamente las luces de Alcaraz no habían sido ignoradas por Maximiliano, quien en su Libro
Secreto, había anotado una breve semblanza de aquel, la cual decía:
―Alcaraz, Ramón Isaac, subsecretario de Justicia en tiempos de Juárez, acompañó al presidente a
Monterrey — Hombre inteligente e instruido, no se ocupa de política; firme en sus principios y fiel a sus
deberes de amistad por D. Benito. Podría ser empleado más tarde y prestar buenos servicios.‖1103
Aquel individuo, fue presentado el 1° de septiembre de 1867 con los empleados de la Academia por
el señor Zamacona, quien hasta aquel día había estado encargado del establecimiento. A partir de ese
momento, Alcaraz comenzó a reunir algunos datos, con cuales pretendía en pocos días enviar un informe
circunstanciado de la Academia.
En tanto, Alcaraz envió un oficio al Gobernador del Distrito, Juan José Baz, para que diera sus
órdenes a fin de cerrar ―5 ó 6 burdeles‖ que rodeaban el edificio de la Academia, pues a decir del director,
aquellas casas de prostitución promovían un entorno peligroso y de bullicio por el tipo de personas que las
habitaban, de relajación moral e incluso de descuido de los estudios de los jóvenes asistentes a la escuela.
Agregando que incluso se reunían en la mismísima puerta del establecimiento, escandalizando al vecindario y
aún a las calles circunvecinas, por lo cual solicitaba se tomaran las medidas convenientes para evitar los
males descritos en dicha petición.1104
Pasados algunos días, el día 23 de septiembre de 1867, con los datos que al vapor había reunido,
Alcaraz entregó un interesante informe de estado en que encontró a la Academia. En dicha reseña, entre los
muchos asuntos que planteó al gobierno, destacó el de los empleados del plantel.
Alcaraz expone que el señor Zamacona había citado a los antiguos profesores, a quienes excitó para
que continuasen sus trabajos y que además había mandado se abrieran las clases que se habían cerrado en los
últimos días del sitio. Añadiendo que a partir de ese hecho, algunos habían comenzado a ocurrir con toda

1100 ―Remate‖, en El Siglo XIX, domingo 22 de septiembre de 1867, núm. 70, pág. 2.
1101 A.A.S.C., exp. 6440.
1102 A.A.S.C., exp. 6847.
1103 ―LOS TRAIDORES PINTADOS POR SI MISMOS. Libro secreto de Maximiliano‖, en El Siglo XIX, viernes 3 de enero de 1868,

núm. 173.
1104 A.A.S.C., exp. 6875.

317
exactitud, otros con irregularidad, unos más muy pocas veces y finalmente algunos ni siquiera se habían
presentado, por temor de que no se les confirmasen sus nombramientos.
Agregó que todos los profesores de la Academia tenían ―su nombramiento del Gobierno de la
República‖, excepto Martiniano Muñoz, Ramón Rodríguez, Eleuterio Méndez y Juan Cardona, los dos
primeros por desempeñar clases de nueva creación y los otros por sustituir a quienes antiguamente las
servían. Muñoz daba la clase de Francés, Rodríguez la de Arqueología y Mecánica aplicada a la madera y fierro,
Méndez sustituía a Cavallari en la de Composición de Caminos comunes y de fierro y Cardona sustituía a Cavallari y
Joaquín de Mier y Terán en las de Construcción de Puentes y Canales y en la de Álgebra Superior, Cálculo, Topografía
y Nivelación.
Agregando que sólo había removido a Vicente Barrientos, ―contra quien había quejas de los alumnos
y de los profesores por su mal carácter y poca aptitud para el desempeño de las funciones de prefecto.‖
En contestación a esta información, el gobierno previno que llamara ―desde luego, al desempeño de
sus respectivas clases a los profesores que estaban en servicio activo en 1863, y que se separaron
espontáneamente de sus empleos por no servirlos durante la época del llamado Imperio‖, y que ―los
catedráticos que desempañaron sus funciones bajo el Gobierno usurpador‖ aunque podrían continuar en el
ejercicio de ellas, Alcaraz les tendría que hacer comprender la imprescindible obligación que tenían ―de pedir
la rehabilitación [perdón] correspondiente por conducto del ministerio de Relaciones y de Gobernación.‖
Que de aquellos, sin embargo, tendría que separar definitivamente de sus colocaciones a Eleuterio Méndez,
a Ramón Rodríguez y al profesor Juan Cardona que explicaba ―en sustitución de don Joaquín de Mier y
Terán‖ (que había sido ministro de Fomento).
De la lectura, tanto del informe de Alcaraz como en la respuesta que se le dio, saltan a la vista una
serie de omisiones e incongruencias, quizá debidas al que ambas partes se hallaban malamente informadas o
a que la discrecionalidad se hacía presente gracias a componendas, amistades y venganzas políticas.
En primer lugar, es falso como dijo Alcaraz, que todos los profesores tuvieran ―su nombramiento
del gobierno de la República‖ a excepción de Muñoz, Rodríguez, Méndez y Cardona. Pues tampoco lo
tenían Santiago Rebull, en la clase de Dibujo al desnudo, ni Epitacio Calvo en la de Ornato Modelado, que fueron
clases creadas durante el Imperio, tampoco lo tenía Juan Agea, quien suplía a su hermano Ramón en la clase
de Copia de Órdenes Clásicos. Además, de que en abril de 1863 el ahora reinstalado gobierno de la República
había expulsado de sus clases a Pelegrín Clavé, a Eugenio Landesio y a Rafael Flores, dando por
consecuencia lógica que los nombramientos que tenían, fuesen ya nulos.
También resulta extraño que en la respuesta del gobierno ordenase sólo la remoción de Méndez,
Rodríguez y del que cubría a Mier y Terán (Juan Cardona) y no se contemplara en dicha expulsión al
profesor de francés Martiniano Muñoz.
Después de las desatinadas correspondencias de Alcaraz y el ministerio de Instrucción pública,
surgieron nuevas incoherencias. Pero vayamos por partes.
Impuesto Alcaraz de la orden gubernamental, dijo que llamaría a trabajar a Miguel Mata y Reyes,
quien era el único profesor que estando activo en 1863 se había separado para no servir al Imperio y que
también ya había prevenido a los profesores sobre la petitoria de su rehabilitación, a lo cual le habían
contestado que la ejecutarían próximamente. Completaba su contestación Alcaraz, diciendo que ya se había
separado a Rodríguez Arangoity y a Joaquín de Mier y Terán, quedando pendiente el caso de Eleuterio
Méndez hasta que se resolviera una petición de varios alumnos que solicitaban no se le retirase de sus clases.
Nuevamente Alcaraz se equivocaba, ahora diciendo que Mata se había separado en 1863 para no
servir al Imperio, quimera que ya habíamos desmentido, pues la verdad era que se había alejado del plantel
desde 1861 a raíz de un resquemor que en aquel año tuvo con Santiago Rebull, quien fungía como director
del plantel. Otra extrañeza es cuando afirma haber destituido a Joaquín de Mier y Terán, siendo que lo que
se le había ordenado era destituir a Juan Cardona, que era la persona que lo sustituía en las clases, situación
que de inmediato denota una intención por encubrir a Cardona, pues la destitución que se hizo sobre Mier y
Terán era ridícula ya que aquel personaje ni de chiste se hubiera presentado a sus clases, pues la extrema liga
que había tenido con Maximiliano lo hacía temer por su vida. Resultando incluso que se le tomó preso y se
le impuso una pena de varios años de cárcel, la cual luego se le conmutó por el destierro, marchando a la
Habana, lugar donde murió en 1868. Respecto a Eleuterio Méndez fue restituido en sus clases gracias a la
318
petición de sus alumnos. En referencia a que Martiniano Muñoz no tuviera su nombramiento nada se volvió
a decir.
Resultando a fin de cuentas, que el personal de la Academia se conservase casi igual que como
estuvo en el Segundo Imperio. Oficialmente los únicos cambios que se verificaron fueron las destituciones
de Barrientos y Rodríguez Arangoity.
Sin embargo una lista nominal del personal de la Academia de octubre de 1867, revela algunas otras
curiosidades, que particularmente no se ventilaron en correspondencia oficial. La más importante es la
aparición de un tal Juan M. de Fernández con el cargo de Preparador de Física, situación extraña pues aquella
cátedra era impartida por Juan de Mier y Terán, hermano de Joaquín. En dicho cambio no hubo ni
nombramiento del primero ni remoción del segundo, al menos oficialmente.
En la misma lista nominal, aparece en el puesto de Barrientos el profesor Epitacio Calvo
(nombramiento que Alcaraz hizo personalmente), quien no fue removido pese a que la clase que impartía
era de nueva creación, mismo caso en que se hallaba Rodríguez Arangoity. Calvo aparece en la lista, ganando
1 000 pesos anuales como Prefecto de Estudios y 1 200 pesos más por su clase de Ornato Modelado, ganando con
esas cantidades mejor que cualquier otra persona en la Academia.
En el mismo listado aparece también Martiniano Muñoz, a quien por motivos igualmente ignorados
tampoco se le destituyó. Finalmente Juan Cardona, profesor que expresamente se había dispuesto su
remoción seguía al frente de su cátedra, no teniendo siquiera el pretexto de que un grupo de alumnos
hubiera pedido su permanencia como en el caso de Eleuterio Méndez.1105
Con respecto a la rehabilitación que aquellos debían solicitar al gobierno, el 9 de octubre de 1867,
diecisiete profesores la solicitaron y fueron: Santiago Rebull, Sebastián C. Navalón, Juan Agea, Pelegrín
Clavé, José María Rego, Juan Cardona, Antonio Torres Torija, Luis S. Campa, R. Flores, Petronilo Monroy,
Vicente Heredia, Eugenio Landesio, Epitacio Calvo, Felipe Sojo, Eleuterio Méndez, Manuel Rincón y Juan
Urruchi.
Sus peticiones finalmente fueron aceptadas entre los días 11 de diciembre de 1867 y 18 de enero del
año siguiente. Siendo rehabilitados ―ampliamente‖ en sus derechos de ciudadanos mexicanos.1106
Los señores Leopoldo Río de la Loza, Maximino Río de la Loza y Ladislao de la Pascua, igualmente
pidieron su rehabilitación pero esta les fue concedida en calidad de profesores del Colegio de Medicina,
plantel del que también eran catedráticos.
Al finalizar el Imperio, algunos alumnos y profesores hallaron acomodo en otros lados. Manuel F.
Álvarez fue nombrado director de la Escuela de Artes y Oficios, Ramón Anzorena prefecto de la misma,
Lorenzo Aduna en la Escuela de Sordomudos, Emilio Dondé fue profesor de dibujo en la de Artes y
Oficios y en la de Ingenieros, Vicente Heredia en la Escuela Nacional Preparatoria, Martiniano Muñoz
como profesor de francés en la de Artes y Oficios, Eleuterio Méndez como profesor de Caminos y
Ferrocarriles en la Nacional de Ingenieros, Ramón Pérez dando dibujo en la de Artes y Oficios, Santiago
Rebull en la Escuela Secundaria de Niñas, Juan Urruchi como profesor de Gimnasia en la Escuela Nacional
de Jurisprudencia, Ramón Agea como profesor de Estereotomía y Carpintería en la Nacional de Ingenieros
y Rodríguez Arangoity como profesor de Arquitectura y Dibujo Arquitectónico en la misma. 1107
Finalmente hubo otro reacomodo que dejó fácilmente entrever el compadrazgo y amiguismo que
reinaba en el nuevo gobierno. El sábado 31 de agosto de 1867, regresaba de Nueva York, Jesús Fuentes y
Muñiz, un mexicano que había jurado ―no volver al país sino cuando hubieran caído el imperio y la
intervención.‖1108 Pasaron casi dos meses, sin que el gobierno volviera a llamarlo a la secretaría de la
Academia, puesto que había abandonado para poder seguir al gobierno de Juárez y que seguía sirviendo el
mismo individuo nombrado por el Imperio (José María Flores Verdad). Luego que el gobierno supo de
aquella omisión, libró de inmediato una orden para que se hiciera cesar aquel ―escandaloso descuido.‖ 1109

1105 A.A.S.C., exp. 6876.


1106 A.G.N., Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 22, exp. 2 ó ―Libro de rehabilitaciones 1867-68‖, pág. 65 e Ídem, exp. 3 ó
―Libro relativo a negocios pertenecientes a la Federación en el orden Gubernativo‖, pág. 136. A.A.S.C., exp. 6899.
1107 A.G.N., Sin Clasificar, Gobernación Segundo Imperio, caja 24, exp. 3 ó ―libro 3 Ramo Civil 1867 a 1868‖, 100 fojas.
1108 ―El C. Jesús Fuentes Muñiz‖, en El Siglo XIX, miércoles 4 de septiembre de 1867, núm. 52, pág. 3.
1109 ―El Sr. Fuentes Muñiz‖, en El Siglo XIX, domingo 3 noviembre de 1867, núm. 112, pág. 3.

319
Así, el 24 de noviembre del mismo año, Fuentes y Muñiz fue restituido en su antiguo trabajo y Flores
Verdad despachado a su casa.1110 Esta consideración se dio a Fuentes y Muñiz, pese a que había solicitado al
gobierno imperial en octubre de 1865, que se le pagaran los sueldos atrasados que le había quedado a deber
la República errante de don Benito Juárez.
Caso idéntico le sucedió a Vicente Iturbide, ex-conserje de la Academia quien por sus ideas liberales
también había seguido a Juárez a la ciudad de San Luis Potosí. Este hombre, al igual que Fuentes y Muñiz,
solicitó al Imperio se le pagaran los sueldos vencidos que la República le debía. Iturbide, por los mismos días
en que Fuentes y Muñiz fue restituido, solicitó ser devuelto a su antigua colocación, exponiendo
detalladamente los motivos por los que tuvo que abandonar su empleo. Sin embargo, y pese a encontrarse
en situación similar a la del antiguo secretario de la Academia, se le negó la reposición del cargo.1111
La preferencia que recibió Fuentes y Muñiz a diferencia de la perentoria negativa que se dio a
Iturbide, era lógica, las conexiones que logró fundar el primero con altos funcionarios del liberalismo que
estuvieron en Nueva York, le permitió ser favorecido por la esfera de influyentismo del gobierno de la
República.
Antes de fenecer el año de 1867, Juárez expidió la ―ley orgánica de la Instrucción Pública en el
Distrito Federal‖, en la que en realidad no se hizo ningún cambio al plan de estudios de la Academia, pero
en cambio se le canjeó de nombre, quizá creyendo que con una mutación nominal, la escuela adquiriría un
nuevo cariz. Así, el 17 de diciembre de 1867, la Academia de San Carlos pasó a denominarse de manera
oficial como ―Escuela Nacional de Bellas Artes.‖ Reforma que pese a todo, no vino a significar nada, pues la
escuela siguió conociéndose tanto por cultos y profanos con el mismo nombre con que el rey Carlos III la
bautizó en épocas coloniales.
Muchos meses habían transcurrido de la muerte del archiduque de Austria, y las pasiones políticas
entre liberales e imperialistas no terminaban de apagarse. Y no obstante que en enero de 1868, los docentes
de la Academia habían sido rehabilitados por el gobierno en sus derechos de ciudadanos mexicanos, aún se
insistía en verlos como hombres lacrados por la infamia y la traición. Por ello, la Junta Directiva de
Instrucción Pública solicitó a la Academia, en diciembre de aquel año, que se le enviase una relación de los
empleados y catedráticos que hubiesen servido al Imperio.1112 Ignoramos para qué la querían, pero
suponemos que a vista de ella, se hubiese tal vez pensado en hacer algún tipo de purga. La lista se remitió, y
sin embargo nada se hizo. Acaso los directivos de aquella Junta instructiva se conformaron con injuriar los
nombres de las personas que e enlistaban.
Y es que la guerra aún no terminaba para los liberales. Había que escribir la historia desde su punto
de vista, por ello se acercaron al ciudadano francés E. Lefevre, quien fue un liberal enemigo de napoleón III
y que se había visto obligado a abandonar su país. Sus ligas interesadas con nuestros republicanos hicieron
que lo contrataran para escribir una obra titulada Historia de la intervención francesa en México, para lo cual el
gobierno le proporcionó los documentos oficiales necesarios para que realizara su trabajo.
Finalizada la obra, el gobierno la mandó imprimir, y una vez recibidos los ejemplares convenidos
(mil), los mandó distribuir por orden de Juárez. Uno de esos ejemplares fue remitido el 21 de abril de 1870
por el señor Matías Romero a la Academia de San Carlos.1113
Curioso resulta al mismo tiempo, que en aquel mismo año de 1870, el gobierno de México pagara
tributo a los amos de Washington. Sucedió que aquel año, el señor Seward (diplomático estadounidense
reconocido por su apoyo al gobierno de Juárez, así como por su importancia en el derrumbe del Imperio de
Maximiliano) vino a México, y visitando en aquella ocasión la Academia de San Carlos, manifestó gusto por
el cuadro de Dante y Virgilio en los infiernos obra de Rafael Flores. Visto aquello se le comunicó al gobierno
aquel pormenor surgiendo entonces la idea de hacerle un obsequio a Seward consistente en un par de copias
de obras de los maestros de la Academia, las cuales serían costeadas de la partida de ―gastos secretos‖ del
ministerio de Relaciones. Se mandó entonces a hacer copia del cuadro de Flores y en segundo lugar se pensó

1110 A.A.S.C., exp. 6901.


1111 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 1, exp. 62, foja 3.
1112 A.A.S.C., exp. 6986.
1113 A.A.S.C., exp. 7059.

320
en reproducir la Visita de su Santidad Pío IX a Maximiliano y Carlota en el palacio Marescotti, obra de Salomé Pina.
Quedando a cargo de realizar las copias los mismos autores de las obras.1114
Terminadas aquellas fueron remitidas al señor Seward. Se pagó a Flores a 200 pesos y a Pina 50
pesos.1115
El último hecho significativo relativo al Imperio en el cual la Academia tuvo alguna participación
sucedió en el año de 1887.
Hacia aquel tiempo, se desató una violenta controversia respecto a si la ciudad de Querétaro había
sido entregada a los republicanos por órdenes de Maximiliano o si simplemente aquella había sido vendida
por el coronel imperialista Miguel López. Resultando en aquella ocasión que miembros de la Academia de
San Carlos entraran a dirimir la cuestión mediante las luces de su inteligencia.

Apócrifa carta y otra dirigida a los Generales y Jefes presos en Querétaro, antes de ir a ser fusilado el
17 de junio de 1867 (luego se aplazó la ejecución al día 19).

Primera y última página de una carta autógrafa de Maximiliano dirigida al padre Fischer el 16 de
febrero de 1867 (en inglés).
El coronel López en prueba de su inocencia había presentado un documento, el cual decía le había
sido dado por el propio Maximiliano. El famoso manuscrito decía:
―Mi querido coronel López:

1114 A.A.S.C., exp. 7077.


1115 A.G.N., Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 2 bis, exp. 12.
321
Nos os recomendamos guardar profundo sigilo sobre la comisión que para el general Escobedo os
encargamos, pues si se divulga quedaría mancillado nuestro honor. — Vuestro affmo. — Maximiliano.‖
La polémica política e histórica que aquel documento desencadenó, llevó a que fuera evaluado por
algunas comisiones de peritos paleógrafos que autentificaron que no era sino una burda simulación. Además
de aquellos circunspectos análisis, se recomendó otro examen más a los artistas de la Academia José María
Velasco, Rafael Flores y Santiago Rebull.
El 6 de septiembre de 1887, aquel trío de experimentados artífices, en vista de otros muchos
documentos originales, auténticos con letra de Maximiliano, comenzaron a analizar con detenimiento aquel
controversial escrito. Señalando que la carta que presentaba López como evidencia de descargo, difería a
primera vista de los demás documentos, pues en los originales hallaban el mismo tipo de letra, tanto en su
conjunto como en sus partes, y que se veía desde luego que una misma mano los había escrito, aunque
fueran en distintos idiomas y en diversas épocas. En tanto que la letra de la dicha carta tenía distinta
proporción, las palabras más aproximadas, los gruesos de las minúsculas exagerados y repetidos, lo que le
daba un carácter de monotonía. Que la firma les parecía calcada, que la rúbrica estaba hecha con suma
vacilación y que era muy notable el ancho que había entre el primero y el último rasgo, pues los originales
tenían la rúbrica más cerrada. Además, señalaron los académicos serias diferencias con respecto a
horizontalidad, inclinación, forma de letras, manías gráficas y algunas otras sutilezas.
Finalmente el dictamen que ante notario dieron fue ―que la carta examinada es una pésima
falsificación y hecha quizá sin tener a la vista suficiente número de originales, teniendo tal vez por único
elemento la firma y rúbrica del finado príncipe.‖1116 Posteriormente el señor Fernando Iglesias Calderón,
impugnó lo dicho por los honrados profesores de la Academia de San Carlos. Mas eso nada significó. Pues
en realidad no era necesario que peritos paleógrafos ni aún brillantes artistas de la Academia hicieran tan
conciente estudio, pues enseguida era visible la grosera impostura que López o algún otro trató de hacer.

1116 José Luis Blasio, op.cit, págs. 462 y 463.


322
Conclusiones
Sin tener, ni cercanamente, el deseo de poseer la total y absoluta verdad histórica en torno de los
temas aquí desarrollados, se nos permitirá exponer brevemente las conclusiones a las que hemos llegado.
Los primeros intentos por rescatar al plantel del estado miserable en que se hallaba después de la
guerra de independencia, fueron encabezados por el jefe del partido conservador, don Lucas Alamán.
Hecho que marcó de una manera definitiva la historia de la Academia, y que vino a significar tan sólo el
preludio de la estrecha relación que por décadas guardaría el partido conservador y su gente, con dicha
escuela de bellas artes.
La preocupación de los conservadores por proteger a la Academia, los llevó a la postre a fraguar la
llamada ―restauración de la Academia de 1843‖, la cual llevó al establecimiento a un florecimiento nunca
antes visto. Progreso y prosperidad que hay que reconocer fue logro del trabajo honrado y patriotismo de
hombres de tendencia decididamente conservadora, o bien, liberales moderados.
La superabundancia económica que experimentó un tiempo la Academia de San Carlos, fruto de los
buenos manejos de los administradores de la Lotería de San Carlos y Junta de Gobierno del establecimiento,
pudo hacer que el plantel contratara una plantilla de inolvidables profesores europeos (Clavé, Vilar,
Cavallari, Landesio Baggaly y Periam), que difundieron a sus alumnos el conocimiento que poseían,
naciendo gracias a ellos una fabulosa pléyade de artistas.
La escuela artística nacional de aquellos momentos, tuvo dos vertientes esenciales, la neoclásica
europea, como ideal de belleza y la religiosa de corte cristiano católico, como característica recurrente en la
temática de sus obras. En este punto no vemos sino el reflejo de aquel viejo debate de la identidad nacional,
en el que algunos engañados, creen que dicha escuela artística, para haber sido auténticamente nacional,
debió por fuerza recurrir a fórmulas que evocaran el pasado prehispánico de estos territorios, que si bien es
una tendencia loable, interesante y también nacional, no es la raíz cultural más fuerte que posee el grueso de
la población de nuestro país. Los académicos de San Carlos de aquellas épocas, poseían una influencia
cultural que nos hace pensar que se hallaban en un punto mucho más cercano al pasado histórico europeo
de México, que al indígena, del que eran quizá más ajenos, y al que posiblemente miraban más con
curiosidad intelectual que con plena identificación de género. Por ello Maximiliano, hombre educado bajo
los más exquisitos parámetros artísticos europeos, tuvo tan buen entendimiento con los académicos de San
Carlos, que naturalmente ostentaban gustos artísticos afines a los del archiduque.
Al verificarse el auge económico de la Academia, se atrajo de inmediato la mirada predadora tanto de
gobiernos conservadores como liberales (en especial de estos últimos), quienes abusando de los recursos que
la Lotería de San Carlos le proporcionaba, la condujeron a un punto de indigencia y mendicidad, cercano al
que se hallaba antes de su reorganización en 1843. Este maltrato a las instituciones educativas, no ocurrió
solamente a la Academia, sino a otros muchos establecimientos de instrucción pública que cayeron
postrados ante la falta de apoyo económico, al saqueo continuo de sus rentas y a la confiscación de sus
inmuebles. Pese a esto, el plantel de San Carlos pudo permanecer relativamente inmune por algunos años a
las tormentas políticas que azotaron y devastaron literalmente gran parte de los institutos culturales creados
en México desde épocas coloniales.
Con la intervención francesa, se vivió al interior de la Academia un ambiente inusual. Casi se podría
decir que muchos de sus miembros, anhelaban la ingerencia europea y la fundación de un nuevo gobierno,
pues creían que aquel los sacaría del decaimiento en que se hallaban con el gobierno liberal de Benito Juárez.
Y es que efectivamente la presencia de Juárez en el poder fue calamitosa para el plantel de San
Carlos y sus miembros en general. Primeramente quitó de sus colocaciones al presidente de la Junta de
Gobierno de la Academia (José Fernando Ramírez), a su secretario (Manuel Díez de Bonilla) y al conserje
del plantel (Cosme Espinosa). Disolvió al mismo tiempo a la honorable Junta que tanto bien había hecho a
la Academia (asamblea de hombres eminentemente conservadores) y creó la figura de director de la
Academia, puesto en el que puso al joven pintor Santiago Rebull (futuro pintor de cámara de Maximiliano) y
en la secretaría y conserjería puso a dos hombres de tendencia liberal, que fueron Jesús Fuentes y Muñiz y
Vicente Iturbide.

323
El tiro de gracia a la Academia se lo dio al poco tiempo, pues fue suprimida la Lotería de San Carlos,
y se estableció que el plantel debía sobrevivir de los dineros que exclusivamente le otorgara el gobierno.
Caudales que le llegaban a cuentagotas, ni siquiera suficientes para pagar los sueldos de los maestros y las
pensiones de los alumnos.
La administración juarista, además mandó suprimir diversas de las cátedras de carácter científico que
se impartían a la escuela, alegando no poder pagar a los maestros que las ofrecían. Vista aquella situación, los
profesores ofrecieron sus servicios de manera gratuita, tan sólo para no perjudicar a los alumnos que seguían
aquellos cursos, pero el gobierno de Juárez rechazó aquella oferta, teniendo los profesores que llamar a los
alumnos a que tomaran las clases en sus propios domicilios pues les estaba prohibido impartirlas al interior
de los muros de la escuela.
Por otra parte, los profesores de las clases no derogadas, no recibieron puntualmente sus sueldos y
además eran presionados para que asistieran a las ceremonias y celebraciones que dictaminaba la
administración de los políticos liberales.
Algunos de los profesores de la Academia, participaron muy directamente en la demolición de los
monumentales edificios conventuales y en la exclaustración de monjas. Incluso el maestro italiano de la clase
de arquitectura llevaba a los alumnos al sitio de los derrumbes, para explicarles la forma en que habían
actuado las fuerzas para poder destruir aquellas admirables obras de la arquitectura colonial mexicana.
La fundación de un cuerpo de bomberos en la Academia, para verse librados del servicio militar
obligatorio que se imponía a toda la población, fue una de las curiosidades que experimentaron alumnos y
profesores de aquella época. Poniendo así, un acento extra de nobleza en los ya de por sí muy sufridos
académicos de San Carlos.
El punto más álgido que se vivió en este momento fue evidentemente, la serie de dificultades que
halló el director Santiago Rebull para levantar el acta de protesta contra la Intervención Francesa. Situación
que dejó entrever fácilmente el ambiente político encontrado y poco oficialista que se vivía en la Academia,
pues al no ser suscrita dicha acta por cuatro de sus profesores, el gobierno liberal ordenó la inmediata
separación de aquellos.
Por ello, al establecerse la Regencia del Imperio, la Academia se reorganizó a la usanza antigua, se
reestableció la Junta de Gobierno y las personas que habían sido removidas en épocas de Juárez fueron
colocadas en sus cargos. Además, de inmediato se alzaron voces a favor de que se otorgara nuevamente a la
Academia su control sobre la Lotería de San Carlos.
Los sueldos y las pensiones comenzaron a pagarse con regularidad y fueron repuestas las clases que
el anterior gobierno había desechado de la escuela de bellas artes.
Las noticias de la próxima llegada de Maximiliano, produjeron un estado de verdadera euforia y
animación en la Academia, pues en su soñadora imaginación creyeron los artistas que aquel príncipe
ilustrado les devolvería su Lotería, y que además los protegería abundantemente. Situaciones ambas, que se
cumplieron sólo en parte, pues la primera cuestión se trató de poner en práctica en los justos momentos en
que se desmoronaba el Imperio y la segunda, aunque con limitantes, se podría decir que sí se cumplió;
aunque no como hubiesen deseado los académicos y el mismo Maximiliano, pues muchos proyectos e ideas
quedaron tan sólo como meras ilusiones. No obstante, las cantidades monetarias con que el archiduque
premió a los artistas de San Carlos, fueron abundantes cuando la ocasión lo permitió y a pesar de la
situación precaria que el Imperio tuvo desde sus inicios, es notable la diferencia entre el apoyo que recibió la
Academia del gobierno de Juárez y del de Maximiliano.
Durante el Imperio siguió prevaleciendo en la Academia la escuela clasicista y religiosa que ya existía,
con la única diferencia que para aquellas épocas, los alumnos de la Academia comenzaron a interesarse por
temas de la historia nacional, tanto prehispánica, colonial como contemporánea.
El patrocinio de Maximiliano a la Academia de San Carlos, y los proyectos artísticos formulados,
fueron producto de la identificación y el amor por las bellas artes que poseía el archiduque de Austria. Su
mecenazgo no fue fruto de un proyecto de gobierno que tuviera por objetivo la construcción de una
memoria visual que auxiliara a sustentar al Imperio, sino producto de un irrefrenable y natural impulso
artístico nacido del propio Emperador.

324
Las insuficiencias financieras, nunca fueron motivo para que Maximiliano dejara de fraguar
proyectos artísticos con los hombres de la Academia de San Carlos. Dando con esto una prueba más de la
independencia de dichos sueños con la realidad política y económica que vivió el Segundo Imperio.
Además, es importante precisar que dicha protección no tuvo una ruta distintiva, pues los proyectos
surgían al azar, abruptamente, casi a capricho o inspiración de dicho príncipe.
Maximiliano, manifestó continuamente orgullo por los artistas de la Academia, institución a la que
admiró notablemente por los logros alcanzados independientemente de cualquier presupuesto
gubernamental. Por ello, buscó protegerla y en la mayoría de las ocasiones prefirió trabajar con los hombres
de esta institución que con los artistas europeos venidos a México, los cuales esperaban ser preferidos por el
Emperador en su corte.
Para nosotros resulta indiscutible, que si se piensa en la situación económica del Imperio y a la vez se
observa el apoyo que se le brindó a la Academia, no sería aventurado decir que en términos proporcionales
dicha administración haya sido la que más apoyo le brindó al establecimiento de San Carlos durante todo el
siglo XIX.
Agotado el Imperio de Maximiliano y su patrocinio, se vivió en la Academia de San Carlos un
sentimiento de amargo desencanto, pues una buena parte de sus integrantes habían depositado en aquel
gobierno grandes esperanzas para el porvenir del plantel.
Además, no deja de resultar curioso que la mayoría de ellos no hiciera nada por evitar la suerte que
correría dicha administración, que en tiempos más felices les había llenado el corazón de ilusiones y los
bolsillos de dinero.
A la vuelta del gobierno liberal a la capital, los académicos de San Carlos, tuvieron que resignarse y
pedir su rehabilitación a la administración juarista, pues eran como los hijos rebeldes que regresaban
abatidos a casa después de haberla abandonado por ir en búsqueda de un loco sueño.
Al fin del Imperio los académicos de San Carlos marcharon por diversas rutas. Pareciera ser que los
recuerdos de aquel gobierno, les atraían viejas añoranzas, pues sabían mejor que nadie, que dicho régimen
encabezado por un extranjero, no volvería jamás, que nadie como el archiduque de Maximiliano de
Habsburgo, protegería con tanto empeño al plantel. Nada bueno se auguraba para las bellas artes en esta
nueva etapa, y efectivamente el reinstalado gobierno liberal poco o casi nada hizo por la Academia.
En esta investigación continuamente ilustramos la relación de los académicos y los gobiernos liberal
y monárquico de los años de 1861 a 1867 (época que abarca desde el estado embrionario del Segundo
Imperio hasta su muerte definitiva en la ciudad de Querétaro). En consecuencia nos resultó lógico y natural
hacer constantes comparaciones relativas a su visión, patrocinio y trato con la Academia y las bellas artes en
general.
Seguramente más de uno dirá que en esta historia hemos pecado de partidistas y que poseemos una
filiación política conservadora. Sin embargo, en este aspecto nos hallamos tranquilos, pues consideramos no
haber expuesto situación o formulado pensamiento alguno sin un respaldo documental.
En épocas recientes, algunos historiadores influenciados por un ingenuo ―nacionalismo‖, han
involuntariamente caído en ser inventores de historias de tintes oficialistas donde la consigna privilegiada es
exaltar como grandes beneméritos a todos los hombres de fe política ―liberal‖, a los cuales intencionalmente
se les ha redimido de sus malas actuaciones, pues, según la visión de tan patrióticos narradores, son faltas
leves si se comparan con otros aspectos en los que trajeron a la vida nacional ―incontables bienes‖. Por otra
parte, a los hombres de tendencia ―conservadora‖, se les ha presentado como hombres maléficos y
maquiavélicos o en el mejor de los casos como prototipos de obtusidad o estupidez. Así, inevitablemente
todas las acciones de los primeros han sido imaginadas como incontrovertiblemente benéficas, así como las
de los segundos han sido tomadas como evidentemente perversas y retrógradas.
Sobre ese mismo orden de ideas, y bajo una tónica de supuesta lógica, dichos exploradores del
pasado han expuesto que la razón por la cual un gobierno como el de Maximiliano patrocinó a los artistas de
la Academia, no tuvo otro motivo que el de rodearse de pompa y belleza, utilizando al arte como medio para
adormecer al pueblo. Situación por demás absurda, pues las obras artísticas hechas por los académicos de
San Carlos para el archiduque fueron en su gran mayoría para sus galerías particulares y las que pudo
contemplar la población entera, en nada difieren con otras obras que se hicieron en gobiernos liberales, a los
325
cuales, no se les adjudica dicha utilización del arte. En cambio al hablar de Juárez, se ha expresado
acertadamente que su presencia ―no fue favorable a la Academia‖, pero que su actitud era perfectamente
explicable. Señalando que si no la había protegido, era porque creía ver en ella una manifestación patente de
colonialismo, y que siendo representante de un país varias veces ultrajado por naciones extranjeras, buscara
extinguirlo en todas sus formas.
Por el contrario, si la realidad fuera inversa y los liberales hubieran sido los benefactores de la
Academia, aquello no sería visto como poca cosa, trivialidad o utilización del arte, sino como hecho
portentoso digno de ser remachacado en todos los libros de texto.
A decir verdad, para nosotros la realidad histórica es mucho más sencilla de lo que parece. Si los
gobiernos conservadores y en particular el de Maximiliano, tuvieron saldos positivos en cuanto a bellas artes
se refiere, no se debe a ninguna de las quiméricas elucubraciones dichas por algunos historiadores. El hecho
es que, los forjadores del ideario político conservador mexicano fueron hombres de educación refinada,
formados desde niños en estrictas normas educativas, lo cual les permitía poseer una sensibilidad por el arte
mucho más allá que la de sus antagonistas. Y en el caso especial de Maximiliano, nacido en una familia que
por siglos había sido gran patrocinadora de las artes en Europa, era comprensible que aquella norma, alojada
en un alma tan sensible como la de él, hallara terreno fértil donde desarrollarse.
Por su parte con Juárez, hombre nacido en un ambiente y en un país poco propicio para que
desarrollara el amor hacia las bellas artes y por su carácter naturalmente seco y hosco, no podía por lógica
interesarse en cuestiones artísticas, como no lo hizo ningún otro presidente de aquellos tiempos. Por ello, él
al igual que muchos otros liberales radicales (la mayoría de ellos de extracción popular), poco comprendió la
importancia de las bellas artes en la educación y por eso no protegió abundantemente al plantel de San
Carlos, pues quizá veía dicha cuestión como aspecto secundario.
Y es que verdaderamente nada notable hizo Juárez con respecto a la Academia. Un ejemplo claro de
ello, es la apreciación hecha por el escritor y político liberal don Ignacio Manuel Altamirano, en la que
afirma que a partir de 1867 (año del fin del Imperio de Maximiliano) el progreso de las bellas artes se hizo
más lento e incluso decadente.
El triunfo de los liberales sobre los conservadores, no logró convertir al arte en un elemento
transformador de la realidad nacional. Pues aún en la década de los ochentas del siglo XIX, según el mismo
escritor liberal, muchos alumnos de la Academia se seguían regodeando en la vieja escuela mística religiosa
fundada por el pintor español Pelegrín Clavé, y a decir de la misma persona aún se vivía un ambiente
proconservador, pues en la salas de la Academia todavía se seguían exponiendo obras que representaban a
los principales jefes del partido conservador, afirmando que a los antiguos y a los modernos académicos de
San Carlos, no les eran de su agrado los héroes de la Independencia ni los mártires de la Reforma. Al grado
que no había sido modelado en sus talleres ni un sólo héroe de corte liberal.
Así pues, finalizamos este trabajo, confiados de que, quien hubiese leído algunos de sus apartados,
haya encontrado algo de interés. Pues quizá la aportación más importante de esta investigación sea el haber
incluido en ella temas poco o nada desarrollados por otros historiadores.
No ambicionamos dar grandes lecciones, nos conformamos con haber levantado algún interés, y que
nuestros argumentos y puntos de vista sean de utilidad para futuras indagaciones relativas a algún punto
tocado en esta tesis.

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327
FUENTES CONSULTADAS
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
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ALTAMIRANO, IGNACIO MANUEL, Escritos de literatura y arte, México, CONACULTA, 1989, 276 págs.
ÁLVAREZ, MANUEL FRANCISCO, El Dr. Cavallari y la carrera de Ingeniero Civil en México, México, Imp. A.
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---------------, El pintor Joaquín Ramírez y el retrato de Hidalgo, México, Imp. A. Carranza e hijos, 1910, 8 págs.
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FUENTES DOCUMENTALES
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Imperio‖)

FUENTES ICONOGRÁFICAS
Fototeca de la Academia de San Carlos.
Fototeca del Museo Nacional de Historia.
Mapoteca “Manuel Orozco y Berra”.

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