300 Palabras No Fake

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 3

Morgan, que pasó la mayor parte de su vida entre los iroqueses.

Encontró vigente entre ellos


un sistema de parentesco en contradicción con sus verdaderos vínculos de familia. Reinaba allí
esa especie de matrimonio, fácilmente disoluble por ambas partes, llamado por Morgan
"familia sindiásmica".La descendencia de una pareja conyugal de esta especie era patente y
reconocida por todo el mundo; ninguna duda podía quedar acerca de a quién debían aplicarse
los apelativos de padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana. Pero el empleo de estas
expresiones estaba en completa contradicción con lo antecedente. El iroqués no sólo llama
hijos e hijas a los suyos propios, sino también a los de sus hermanos, que, a su vez, también le
llaman a él padre. Por el contrario, llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanas, los
cuales le llaman tío. Inversamente, la iroquesa, a la vez que a los propios, llama hijos e hijas a
los de sus hermanas, quienes le dan el nombre de madre. Pero llama sobrinos y sobrinas a los
hijos de sus hermanos, que la llaman tía. Del mismo modo, los hijos de hermanos se llaman
entre sí hermanos y hermanas, y lo mismo hacen los hijos de hermanas. Los hijos de una mujer
y los del hermano de ésta se llaman mutuamente primos y primas. Y no son simples nombres,
sino expresión de las ideas que se tiene de lo próximo o lo lejano, de lo igual o lo desigual en el
parentesco consanguíneo; ideas que sirven de base a un parentesco completamente elaborado
y capaz de expresar muchos centenares de diferentes relaciones de parentesco de un solo
individuo.

¿Qué significa lo de comercio sexual sin trabas? Es significa que no existían los límites
prohibitivos de ese comercio vigentes hoy o en una época anterior. Ya hemos visto caer las
barreras de los celos. Si algo se ha podido establecer irrefutablemente, es que los celos son un
sentimiento que se ha desarrollado relativamente tarde. Lo mismo sucede con la idea del
incesto. No solo en la época primitiva eran marido y mujer el hermano y la hermana, sino que
aun hoy es lícito en muchos pueblos un comercio sexual entre padres e hijos.

Antes de la invención del incesto (porque es una invención, y hasta de las más preciosas), el
comercio sexual entre padres e hijos no podía ser más repugnante que entre otras personas de
generaciones diferentes, cosa que ocurre en nuestros días, hasta en los países más mojigatos,
sin producir gran horror. Viejas "doncellas" que pasan de los sesenta se casan, si son lo
bastante ricas, con hombres jóvenes de unos treinta años. Pero si despojamos a las formas de
la familia más primitivas que conocemos de las ideas de incesto que les corresponden (ideas
que difieren en absoluto de las nuestras y que a menudo las contradicen por completo),
vendremos a parar a una forma de relaciones carnales que sólo puede llamarse promiscuidad
sexual, en el sentido de que aún no existían las restricciones impuestas más tarde por la
costumbre. Pero de esto no se deduce, en ningún modo, que en la práctica cotidiana dominase
inevitablemente la promiscuidad. De ningún modo queda excluida la unión de parejas por un
tiempo determinado, y así ocurre, en la mayoría de los casos, aun en el matrimonio por grupos.

Según Morgan, salieron de este estado primitivo de promiscuidad, probablemente en época


muy temprana:
La familia consanguínea. La primera etapa de la familia. Aquí los grupos conyugales se
clasifican por generaciones: todos los abuelos y abuelas, en los límites de la familia, son
maridos y mujeres entre sí; lo mismo sucede con sus hijos, es decir, con los padres y las
madres; los hijos de éstos forman, a su vez, el tercer círculo de cónyuges comunes; y sus hijos,
es decir, los biznietos de los primeros, el cuarto. En esta forma de la familia, los ascendientes y
los descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos entre sí de los
derechos y de los deberes (pudiéramos decir) del matrimonio. Hermanos y hermanas, primos y
primas en primero, segundo y restantes grados, son todos ellos entre sí hermanos y hermanas,
y por eso mismo todos ellos maridos y mujeres unos de otros. El vínculo de hermano y
hermana presupone de por sí en este período el comercio carnal recíproco

La familia punalúa. Si el primer progreso en la organización de la familia consistió en excluir


a los padres y los hijos del comercio sexual recíproco, el segundo fue en la exclusión de los
hermanos. Por la mayor igualdad de edades de los participantes, este progreso fue
infinitamente más importante, pero también más difícil que el primero. Se realizó poco a poco,
comenzando, probablemente, por la exclusión de los hermanos uterinos (es decir, por parte de
madre), al principio en casos aislados, luego, gradualmente, como regla general y acabando por
la prohibición del matrimonio hasta entre hermanos colaterales (es decir, según nuestros
actuales nombres de parentesco, los primos carnales, primos segundos y primos terceros). Este
progreso constituye, según Morgan, "una magnífica ilustración de cómo actúa el principio de la
selección natural". Sin duda, las tribus donde ese progreso limitó la reproducción
consanguínea, debieron desarrollarse de una manera más rápida y más completa que aquéllas
donde el matrimonio entre hermanos y hermanas continuó siendo una regla y una obligación.
Hasta qué punto se hizo sentir la acción de ese progreso lo demuestra la institución de la gens,
nacida directamente de él y que rebasó, con mucho, su fin inicial. La gens formó la base del
orden social de la mayoría, si no de todos los pueblos bárbaros de la Tierra, y de ella pasamos
en Grecia y en Roma, sin transiciones, a la civilización.

La familia sindiásmica. En el régimen de matrimonio por grupos, o quizás antes, formábanse


ya parejas conyugales para un tiempo más o menos largo; el hombre tenía una mujer principal
(no puede aún decirse que una favorita) entre sus numerosas, y era para ella el esposo
principal entre todos los demás. Esta circunstancia ha contribuido no poco a la confusión
producida en la mente de los misioneros, quienes en el matrimonio por grupos ven ora una
comunidad promiscua de la mujeres, ora un adulterio arbitrario. Pero conforme se desarrollaba
la gens e iban haciéndose más numerosas las clases de "hermanos" y "hermanas", entre
quienes ahora era imposible el matrimonio, esta unión conyugal por parejas, basada en la
costumbre, debió ir consolidándose. Aún llevó las cosas más lejos el impulso dado por la gens a
la prohibición del matrimonio entre parientes consanguíneos. Así vemos que entre los
iroqueses y entre la mayoría de los demás indios del estadio inferior de la barbarie, está
prohibido el matrimonio entre todos los parientes que cuenta su sistema, y en éste hay algunos
centenares de parentescos diferentes. Con esta creciente complicación de las prohibiciones del
matrimonio, hiciéronse cada vez más imposibles las uniones por grupos, que fueron sustituidas
por la familia sindiásmica. En esta etapa un hombre vive con una mujer, pero de tal suerte que
la poligamia y la infidelidad ocasional siguen siendo un derecho para los hombres, aunque por
causas económicas la poligamia se observa raramente; al mismo tiempo, se exige la más
estricta fidelidad a las mujeres mientras dure la vida común, y su adulterio se castiga
cruelmente. Sin embargo, el vínculo conyugal se disuelve con facilidad por una y otra parte, y
después, como antes, los hijos sólo pertenecen a la madre.

La familia monogámica. Nace de la familia sindiásmica, según hemos indicado, en el período


de la transición entre el estadio medio y el estadio superior de la barbarie; su triunfo definitivo
es uno de los síntomas de la civilización naciente. Se funda en el predominio del hombre; su fin
expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible
se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de
los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por
una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por
deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos
lazos y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal,
sancionado, al menos, por la costumbre (el Código de Napoleón se lo concede expresamente,
mientras no tenga la concubina en el domicilio conyugal), y este derecho se ejerce cada vez
más ampliamente, a medida que progresa la evolución social. Si la mujer se acuerda de las
antiguas prácticas sexuales y quiere renovarlas, es castigada más rigurosamente que en
ninguna época anterior.

También podría gustarte