Jimenez Derada PDF
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la controversia de la venida de Santiago
:-: a España :-:
POR
JAVIER 60R0STERRATZU
RE0ENTORI8TA
PAMPLONA .1986
IMP. Y LIB. D E VIUDA DE T. B E S C A N S A
D O Ñ A BLANCA D E NAVARRA, a s
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Don Rodrigo Jiménez de Rada
EN EL MONASTERIO DE HUERTA
«011 H i 9 1 I M 1 Z DE RffOfl
H Bnmn, m u i PHEIHDB
Estudio documentado de su vida, de los
cuarenta años de su Primacía en la Iglesia
de España y de su Cancillerato en Castilla;
y en particular, la prueba de su asistencia
al Concilio IV de Letrán, tan debatida en
la controversia de la venida de Santiago
:-: a España :-:
POR
JAVIER GOROSTERRATZU
REDENTORISTA
PAMPLONA 192S
IMP. Y LIB. D E VIUDA DE T. B E S C A N S A
DOÑA B L A N C A D E NAVARRA, 25
NIHIL OBSTAT
IMPRIMÍ POTEST
NIHIL OBSTAT
IMPRÍMASE
f M A T E O , OBISPO DE PAMPLONA
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CABTA-PRÓLOQO
DE D. ¡OSÉ A L E M A N Y , ACADÉMICO D E NÚMERO
D E LAS REALES ACADEMIAS D E L A L E N G U A
Y D E L A HISTORIA.
XII
EXPLICACIONES NECESARIAS AL LECTOR
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órdenes de la vida, que tuvo la edad medía española, era superficial y fragmenta-
riamente conocido y estudiado; que la mayor parte de lo que aquella edad conservó
respecto de nuestro Arzobispo yacía inédito en las apiñadas páginas góticas de
los Archivos.
Este descubrimiento nos hizo variar de pensamiento y nos sugirió la idea irre-
sistible de hacer un estudio más hondo y documentado de toda la vida y grandes
empresas de varón tan glorioso y extraordinario, con el fin de contribuir al debido
conocimiento de una de las más excelsas figuras de la Iglesia católica, y de uno
de los patricios más eminentes de la Historia de España, para que así cooperára-
mos a la realización del plan de Menéndez y Pelayo, el cual tenía en tanta impor-
tancia el conocimiento previo de la vida y actos de D. Rodrigo, y de los antece-
dentes y consiguientes de su acción e influencia para poder acometer seriamente
la redacción de la Historia española medieval, que proclamaba del todo necesario
ese previo conocimiento para poder ejecutar empresa tan ardua. (1) Porque en ver-
dad, Jiménez de Rada es la clave de la Historia eclesiástica y civil, y aún literaria
en no pequeña parte, de la edad media española. Con esto, nuestro primer intento
de esclarecer y determinar el famoso episodio controvertido de la asistencia de
D. Rodrigo al cuarto Concilio de Letrán se transformó en el atrevido e ímprobo
propósito de estudiar toda su accidentada y fecundísima vida. Atrevido; porque
atrevimiento se necesita, y muy extremado, en quien por su profesión es tan ajeno
a este linaje de estudios, para lanzarse por el áspero y dilatadísimo campo de las
investigaciones históricas de la índole de las del presente libro. Improbo; porque
todo lo que se ha escrito de D. Rodrigo es muy somero, a pesar de que al través
de los siglos todas las generaciones han rememorado su nombre glorioso y sus
hechos más culminantes y famosos entre continuos encomios, y los doctos han
repetido el compendio de su vida. Mas nadie ha escudriñado seriamente los Archi-
vos, ni los contemporáneos del Arzobispo nos dejaron pormenores de sus acciones
y empresas, conforme lo exigía varón tan grande; y la documentación diplomática
existente está dispersa y escondida en muchos lugares distintos y apartados. Caso
por cierto extraño es que hombre de tanta grandeza, de tantos merecimientos, de
tanto renombre, de tanta importancia, haya sido tan poco estudiado. Yo no veo
otras causas que la apatía de su patria nativa y la tibieza de la adoptiva. En nin-
guna hirvieron afectos suficientemente poderosos, para que a su llama se inflama-
ran los ingenios. Por eso Jiménez de Rada tiene la mala suerte, que asombra en
un varón tan ínclito y esclarecido. No se riense empero que el presente escrito tiene
la pretensión de reparar dignamente agravio tan grave a su memoria. Sólo aspira
a estimular a los varones competentes para que se resuelvan a estudiar y escribir
la vida y los grandes hechos del hombre más sabio, influyente y universal de la
época más heroica y más gloriosa de la Historia de la edad media española.
Se verá en nuestro libro que escribimos con sujeción al dato contrastado por el
documento diplomático o por la autoridad seria y fidedigna. No existe otro méto-
do para componer estudios históricos de índole fundamental y constructiva, como
debe ser el que se dedique a la memoria del grande Arzobispo de Toledo. Por eso
nuestro difícil y magno trabajo consistió en la colección previa de la docu-
mentación más amplía posible, que nos impusimos. Dos cosas debemos de-
clarar aquí acerca de esto. Primero que no hemos sido del todo desafortunados.
Segundo que es sin embargo muy deficiente e incompleta la colección diplomática
— XIV —
a
referente a Jiménez de Rada, que hemos logrado a reunir, como lo vemos con í o d
claridad, y lo patentiza la siguiente observación.
En dos secciones grandes pueden dividirse los documentos relativos a D .Rodri-
go, los de procedencia pontificia y los que provienen de otras fuentes ya eclesiás-
ticas ya civiles. Los primeros constituyen lo que hemos denominado en el Apéndice
Bularía Pontificio relativo a D. Rodrigo. De seguro que el lector entendido se
pasmará al ver en mi Colección casi doscientas bulas referentes a D. Rodrigo, y
confesará que la correspondencia de la Santa Sede Apostólica con Jiménez de
Rada fué verdaderamente extraordinaria, sin par en los fastos de la Iglesia espa-
ñola. No se halla otro personaje español que en esto se le aproxime, o que se le
pueda comparar. Y sin embargo puedo probar por medio de indicación de pistas y
de otros datos e indicios ciertos, que en mi Colección falta por lo menos una
quinta parte de las bulas pontificias referentes a nuestro Arzobispo que la colec-
ción completa subiría de doscientas cincuenta bulas. Y se ha de saber que las me-
jores Colecciones o Registros de bulas publicadas hasta ahora, son precisamente
las de los cuatro Papas contemporáneos y amigos de D. Rodrigo. Porque Migne
publicó el Registro de Inocencio III, Eubel y Pressutti el de Honorio III, Auvray el
de Gregorio IX, y Berger el de Inocencio IV, y además Pottahst ha publicado su
precioso Bulario sobre esos Papas y algunos otros posteriores. Pero en todas esas
Colecciones faltan muchas bulas, como se demuestra repasando mi Colección,
donde inserto un gran número, que esos autores no conocieron, y lo mismo ocu-
rrirá con otros personajes e Iglesias particulares de la cristiandad. No hay que
extrañarse de este fenómeno, tiene fácil explicación. En aquellos tiempos no esta-
ban organizadas las Cancillerías pontificias, ni ordenado de una manera fija y
bien reglamentada el método de registrar las bulas, que se expedían en las diversas
oficinas de la Curia romana. Escribe Berger en la pág. XXVI de su introducción a
Les Registres D' Innocent IV. «Les pieces contenues dans les registres, bien qv
elles soient loin de representer toute Y activite' de la chancellerie pontificale
entre 1243 et 1254, forment un ensemble imposant.» Con más amplitud se ha de
aplicar esto a los Registros de los pontificados anteriores.
En cuanto a los diplomas y documentos de origen civil y eclesiástico, relativos
a D. Rodrigo, hoy día es más difícil la colección completa, aún para los que dis-
ponen de todos los medios apetecibles para su intento, porque todavía se halla en
un estado rudimentario la exploración y publicación de los Cartularios y de otros
documentos conservados en los diversos Archivos eclesiásticos y civiles de España-
En tanto que no se publiquen los muchísimos que se ocultan en diversos archivos
públicos y privados, civiles y eclesiásticos no podremos formar la Colección com-
pleta para hacer un estudio acabado de Jiménez de Rada, que en nuestros tiempos
se pide con razón. [Cuánto merece semejante trabajo nuestro eximio personaje!
Con afán hemos reunido varios cientos de esos documentos para publicarlos en
este libro, después del Bulario. Pero al ver su gran número que abultaría enor -
memente este volumen, se nos ocurrió la idea de seleccionar los más importantes.
¿Más cómo acertar en la selección de lo más importante? Por lo que, juzgando
arduo y arriesgado este empeño, hemos resuelto al fin, no dar en estevo'.umen
ningún documento de esta segunda sección, sino imprimir a parte una Colección ,
semejante a las Memorias para la vida del Santo rey San Fernando. Con el
objeto de completar más la Colección suspendemos por algún tiempo su public a-
ción. Mas a fin de que el lector no tenga que depender de su aparición para com -
pulsar los datos consignados en este libro, he indicado al pie de las páginas
oportunamente los lugares en que se encuentran los documentos de qne proceden
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las noticias insertadas. De esta suerte, si por cualquier accidente se fustrase su
publicación no se padecerán los inconvenientes que de ello pudieran nacer.
Como se verá en el Apéndice, no se han impreso íntegramente gran número de
bulas, por diversos motivos. Unas, porque están vertidas literalmente en la obra;
otras, porque por su texto de tenor común no ofrecen interés alguno, y su impre-
sión hubiera servido sólo para aumentar el volumen del libro; y otras finalmente
porque no las hemos podido adquirir, a pesar de todas nuestras diligencias.
Observación. Tenga en cuenta el lector benévolo que el autor de este libro ha atendido princi-
palmente, no a la literatura, sino a la composición histórica, y presume que en el uso del castellano se
le habrán deslizado incorrecciones de lenguaje; porque no blasona de su perfecto dominio, puesto que
la lengua materna que conoció y empleó exclusivamente durante su adolescencia fué la que D. Rodri-
go Jiménez de Rada habló en su pais natal, es decir, la misteriosa y admirada lengua vasca.
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FUENTES DE INFORMACIÓN
CATÁLOGO DE OBRAS
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rito- pero los diez y ocho apéndices son una reunión de noticias preciosísimas, lo
mejor que hasta ahora se ha publicado del glorioso Arzobispo D. Rodrigo.
2° «Historia Eclesiástica de España.» Dos ediciones distintas publicó La
Fuente, la segunda muy mejorada, salió en Madrid. 1873. (En la primera no se ex-
tiende mucho acerca de nuestro héroe. En la segunda, en cambio, habla de él mu-
cho y en muchas partes. Se ve que lo escribió mucho después de haber hecho
un estudio a fondo de la vida de D. Rodrigo; pero se vé que redactó las cuarti-
llas con precipitación. Consúltense ambas ediciones, que contienen noticias dis-
tintas.
La Fuente (Modesto) «Historia de España». Barcelona. 1888. tom. 4.
Lampérez y Romea (Vicente) 1.° «Historia de la Arquitectura cristiana espa-
ñola en la edad media.» Madrid. 1909. E l mejor estudio de la Catedral de Toledo
se halla en el volumen II de esa obra, passim:
2° «El Trazado de la Catedral de Toledo.» Revista de Archivos. III p. 15.
Año 1899.
Loperráez (Juan Bautista) «Descripción Histórica del Obispado de Osma.» Ma-
drid. 1788. Autor muy serio, de peso, que debe consultarse, sobre todo en el pri-
mer y tercer tomos.
Lorenzana (El Cardenal) »Coliectio Patrum Toletanorum». Tomus Tertius. Ro-
derici Ximenc de Rada... Opera proecipua compleiítens... FrancisciJZardenalis de
Lorenzana.» Matriti. MDCCXCIII.
Manrique (Ángel) «Cisterciensium, seu verius Ecclesiasticorum Annalium a
condito Cistesio—continens... Lugduni MDCLIX. Muy útil y seria:
Mariana (Juan de) «Historia de España.» Lib. 11, 12, 13 y 14.
Martínez Marina (Francisco) «Ensayo Histórico-crítico sobre la antigua Legis-
lación...» Madrid. MDCCCVIII.
Menéndez Pidal (Ramón) 1.° «Estudios literarios» p. 171-249. Madrid. MCMXX.
2° «Catálogo de la Real Biblioteca.» Madrid. 1898.
Mendo (Andrés) «De Ordinibus Militaribus Disputationes Canonícae.» Lugduni.
MDCLXVIII.
Minguella (Toribio, Obispo de Sigüenza) «Historia déla Diócesis de Sigüenza.»
tom. I. Madrid. 1910.
Mireo (Aubertus) «Auctarium de Scriptoribus Ecclesiasticis.» Cap. 392.
Mondéjar (Gaspar Ibáñez de Segovia, Marqués de) 1.° «Memorias históricas de
la vida y acciones del Rey D. Alonso Octavo... (con notas y apéndices de Cerda y
Rico). Madrid. MDCCLXXXIII. 2° «Predicación de Santiago en España... Zarago-
za. 1682.
Moreno Cebada (Emilio) «Historia de la Iglesia...» Siglo XIII.
Morera (Emilio) «Tarragona cristiana. Historia del Arzobispo de Tarragona...»
Tarragona. 1901.
Moret (José de) «Anales del Reino de Navarra.» Tolosa. 1890. Lib. 20, 21, 22,
23 y 24.
Núñez de Castro (Alonso) 1.° «Coránica de los Señores Reyes de Castilla Don
Sancho el Deseado, D. Alonso el Octavo y D. Enrique primero...» Madrid. 1665-
Trae curiosas noticias. 2° «Vida de San Fernando.» Madrid. 1672.
Nicolás (Antonio) «Bibliotheca Vetus.» Tom. II. Lib. VIII. c. 2. Debe ser consul-
tado este egregio crítico, admirador de D. Rodrigo.
Ortiz (Blas) «Summi Templi Toletani... Descriptio...» Collectio Patrum Toleta-
rum. Tom. III.
Parreño (Baltasar) «Historia de los Arzobispos de Toledo.» Manuscrito. En la
— 3 —
Biblioteca de la Catedral de Toledo. Caj. 21. n. 10. En el to. I. fol. 137-155 se halla
la más detallada biografía de D. Rodrigo.
Pellicer (Juan Antonio) «Carta histórico-apologética, que en defensa del Mar-
qués de Mondéjar examina de nuevo la aparición de San Isidro en la batalla de
las Navas de Tolosa... Madrid. 1793
Pereja y Serrada (Antonio) «Monografías provinciales.» Brihuega y su Parti-
do. II. Guadalajara. 1916. Merece consultarse.
Pérez 0uan Bautista, Obispo de Segorbe) «Vitaz Archiepiscoporum toletano-
rum et de Prima tía ejusdem Ecclesiae.» Manuscrito en la Biblioteca de la Catedral
toledana: una copia de la biblioteca Nacional de Madrid.—Salón Ms. sig. 1529.
Obra de inferior mérito a la que promete la firma del docto crítico del sig. XVI.
Otros escritos del mismo citamos en la obra.
Potthast (Augustas) «Regesta Pantificum Romanorum indeab annopost Chris-
tum natum. 1.199 ad 1.304. Berolini. MDCCCLXXIIII.
Pressutti (P) Regesta Honoríí IlIPapaz ex Vatieanis Archetypis aliísque Fonti-
bus.y Romaz. 1.888-1.915. De necesaria consulta.
Rades y Andrade «Crónica de las tres órdenes y cancillerías de Santiago, Ca-
latrava y Alcántara» Toledo. 1572.
Raynaldo (Oderico) 1.° Alíñales Ecclesiastici... Ab armo MCXCVIH, ubi Car-
dinalis Baronio desinit»Uormz. 1646.
2.° Anuales Ecclesiastici ex tomis octo ad unum, pluribus auctum, redacti» Ro-
maz. 1667. Obras excelentes, calcadas sobre todo en los documentos pontificios.
Relación en breve compendio de la conquista de la villa de Cazorla, origen y
progresos de sus Adelantados, y su descripción, y demás villas del Adelantado.»
Manuscrito, en 4 infolios. Bibl. Nac. Salón Ms. sig. F. 105 fol. 238 adelante. Debe
leerse.
Revistas 1.° «Boletín de la Real academia de la Historia». En sus 74 tomos se
hallan muchas noticias preciosas. Es absolutamente necesaria su lectura.
2° «Archivo Ibero-Americano». Redactado por los PP. Franciscanos con exqui-
sita investigación y erudición. Los 12 primeros tomos.
3.° «Revista de Archivos». Muy docta. Desde 1907 a 1922.
Rocamora. «Catálogo abreviado de Manuscritos de la Biblioteca del Duque de
Osuna» Madrid. 1882.
Rodríguez (Manuel de) «Memorias para la vida del santo rey D. Fernando III,
ilustradas y anotadas... Madrid. 1800. Se debe la parte principal de la obra al Pa-
dre Burriel; pero la organizó y editó Rodríguez. Una de las más necesarias para el
presente estudio.
Rodríguez de Castro (José) «Biblioteca Española». Dos tomos. Madrid.
MDCCLXXX. Docta y necesaria para esta obra.
Rhorbacher (Abbé) Histoire universelle de 1' Eglise catholique». Tome Huítié-
me. París. 1877.
Ruiz Montilla «Historia de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, y A l -
cántara». Madrid. 1629.
Salcedo (Ángel) 1.° «Historia de España». Madrid. 1916.
2.° «Historia de la Literatura...»
Sáinz y P. de Laborda (Mariano) «Apuntes Tudelanos». Tudela. 1913.
Serrano (Luciano) 1.° «Cartulario del Infantado de Covarrubias» II Madrid. 1907.
2.° «Becerro Gótico de Cárdenas». I. Valladolid. 1910.
3.° «Colección diplomática de S. Salvador del Moral». Valladolid.
o
4 «Don Mauricio, Obispo de Burgos y fundador de su Catedral». Madrid. 1922.
—4—
Simonet (Francisco Javier) «Historia de los Mozárabes de España». Madrid.
1897-1903.
Tolrá (Juan José) «Justificación histórico-crítica de la Venida del Apóstol Santia-
go a España...» Madrid. 1797. Está plagado de errores acerca de D. Rodrigo.
Tejada y Ramiro (Juan de) «Colección de Cánones déla Iglesia Española». Ma-
drid. 1850.
Torres y Tapia (Juan de) «Crónica de la Orden de Alcántara». Madrid. 1763.
Tudensis (Lucas) «Chronicon». Hispania Illustrata. I. p. 1—116.
Villanueva (Joaquin) «Viaje Literario por las Iglesias de España». Madrid. 1804.
Son de especial utilidad los 22 tomos de este autor.
W'ernez «Opus Decretalium Romee. 1906. tom. III.
Ximena (Martin) «Anales Ecclesiásticos de Jaén».
Yanguas y Miranda (José) Diccionario de las antigüedades del reino de Nava-
rra». Pamplona. 1840
Zurita (Jerónimo) Anales del reino de Aragón».
ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS
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gótica del siglo trece. También por los obstáculos del archivero no hicimos la la-
bor que queríamos.
Archivo de la Catedral de Segovia. No encontramos ni los documentos mencio-
nados por Diego de Colmenares en su historia de Segovia.
Archivo de la Catedral de Osma. Nada contiene referente a D. Rodrigo, Copia-
da queda en la obra la nota biográfica del Arzobispo.
Archivo de Navarra. Allí están los dos originales, el de la bula de Honorio III
y el de aceptación de la donación de Arguedas. ítem muy útil el Cartulario de
Teobaldo I.
Archivo Vaticano. En el Bulario, que publicamos, van las referencias indi-
viduales.
- 6 -
C A P Í T U L O I.
1170—1180.
(1) T. III. C. II. n. 8. (2) Menéndez y Pelayo. Ciencia Española. T. I. n. 8. IV. p. 192. (3) Oihe-
nart. Notitia Utriusque Vasconice. Lib. II. C. 1. donde se lee: Initium fiat a navarris, quibus potissimun
vasconum nomen convenit: inde enim ad alios omnes populos, quotquot hujusmodi appellatione cen-
sentur manavit.
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ahora indica nada directamente de que él es navarro o vasco, ni aun refiriendo con
acento de especial cariño y benevolencia los hechos históricos de su propio Pueblo.
Pero hay una nota indirecta, en que deja entender que pertenece al reino navarro. Es
la rara exactitud con que describe las dotes bélicas peculiares de sus paisanos. De
ningún pueblo español las señala y expresa con tanta propiedad y particularidad
y son las mismas, que han brillado en los navarros, en las famosas guerras del si-
glo pasado por la independencia y por la causa dinástico-religiosa. Dice entre otras
cosas, al hablar de las luchas contra los agarenos, al mando de su rey, Sancho
Abarca, que «son ágiles «de sobresaliente agilidad» «impetuosos en atacar, rápidos
en las escaramuzas, veloces en las marchas, aun por terrenos abruptos, diestros
como infantes y caballeros, en las celadas ardidosos «mágicos para disolverse y
reunirse en parajes prefijados» «expías excelentes» «amantes de su fé y religión». (1)
Claro indicio de que conoce a los suyos de una manera especial, y por tal indi-
cio tengo también el hecho de que es el único historiador, que relata, aunque dema-
siado sobriamente, los orígenes de la dinastía de Navarra.
Pero ya veremos el descuido con que trató cosas tan importantes, y hay en él
otra cosa más sorprendente, que merece anotarse, que jamás censura los actos
guerreros de sus paisanos, que pelean después de constituirse en reino, pero en
cambio la resistencia de los vascos contra los intentos de dominación de los godos
la mira en la misma forma que los autores godos, porque traslada sus textos a su
obra en el mismo sentido que ellos, aunque es cierto también que tampoco hace
suyos los sentimientos de los mismos.
Rada fué, desde tiempos desconocidos, el nombre de la estirpe y genealogía de
nuestro D. Rodrigo. Así aparece también respecto del mismo D. Rodrigo en la ins-
cripción, que existe encima de su sepulcro, donde se le llama «Rodrigo Ximenez de
Rada» Lo mismo le llama el sabio Juan B. Pérez. (2) Salazar de Mendoza escribe s
«De este linaje de Rada fué el arzobispo don Rodrigo Ximenez» (3) Garibay no le
llamó por ese apelativo sino por el de su patria: Rodrigo Ximenez de Navarra»
Por su lado el analista navarro, el P. Moret, por su escaso esmero, incurre en los
a
yerros siguientes. «De una Señora, D . Urraca de Rada, con sus hijos e hijas
hallamos en Fitero una donación hecha a Raimundo (S. Raimundo, organizador de
la orden de Calatrava) abad de Santa María de Níencebas, de una heredad de Cin-
truénigo, de cuatro cahíces de sembradío, por junio de la era mil ciento ochenta y
a
cinco. (1147 de Cristo) Si esta Señora, D . Urraca de Rada, fué madre del arzo-
bispo, y de ahí le vino a él el apellido de Rada, que algunos le atribuyen, quede a
juicio del lector. Lo que no se puede dudar es que fué nieto, como él se llama, de
aquel gran caballero, D. Pedro Tizón de Cadreita, que tanta mano tuvo en la elec-
ción de D. Ramiro el Monje, y lo procuró en Monzón tan ardientemente como su
nieto el arzobispo lo dejó escrito: aunque después se acomodó y corrió con D. Gar-
cía Ramírez de Navarra» (4) Documentalmente consta, como veremos adelante, que
a
D. Urraca no fué madre de D. Rodrigo, y es arbitraria y ajena a toda inves-
tigación genealógica la suposición de Moret, de que pudiera heredar de su madre
el apellido de Rada. Es digno de notar que estos apellidos, que indicaban entonces
la procedencia toponímica del origen del personaje, no eran estrictos apellidos. En
los días de mi historia y varios siglos después, no se propagaba generalmente por
la estirpe de generación en genaración el apellido, como en nuestros tiempos, se-
(1) Lib. V. C. 22. Tales conceptos las repite en otros capítulos de su historia, ut Lib. II. C. 3. y
Lib. VIII al referir la hazaña de las Navas de Tolosa. (2) Vitce. Arch. fol. 13. (3) En su biografía.
(4) Anales Lib. X X . C. 6 n. 15 y 16. En el Cartulario de Fitero se llama a Urraca Domna Viracha de
Rada (Arigita. n. 175. p. 115.)
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gún es bien conocido para los versados en la materia. La cristalización de un ape-
llido, que se hereda invariablemente de generación en generación, se verificó en
todo el mundo, desde el siglo quince al diez y siete. Hasta entonces del nombre de
pila del padre se formaba el patronímico de los hijos, añadiendo un ez en los rei-
nos de España; así en la misma familia del protagonista de esta historia tenemos
un ejemplo claro. D. Rodrigo se llamó Jiménez de Rada, porque era hijo de Xí-
meno o Jimeno, a su vez el padre de D. Rodrigo se llamó Pérez, por ser hijo de
Pedro Tizón de Rada, o Pero, como entonces se decía. Este modo de llamarse los
hijos se observó rigurosamente aún en las dinastías de Navarra y Aragón, como
lo demuestra la historia. Cuando una estirpe era linajuda, y rica por sus dominios,
añadían los hijos al patronímico el nombre de su casa o lugar natalicio y solariego.
De ahí ese modo de llamarse Jimeno Pérez de Rada, Rodrigo Jiménez de Rada, Gil
de Rada. El linaje de Rada tenía, además del Señorío de Rada, que fué primitivo,
otros Señoríos adquiridos de diversas maneras.
Uno de estos fué Cadreita, que ya poseyó el famoso D. Pedro Tizón, y lo here-
dó su hijo Jimeno; y se titularon ambos igualmente de Cadreita, como lo notó el
mismo D. Rodrigo.
Igualmente una de las hermanas de Rodrigo se firmaba de Cadreita, cosa que ya
observó Moret, pero no le sirvió para averiguar sí D. Rodrigo era Rada. La razón
de esta diversidad de nombres es que los magnates, que poseían varios Señoríos
solían titularse indistintamente ya por el uno ya por el otro, según es notorio por
las firmas de los diversos documentos públicos de aquella época, y los anales traen
ejemplos a millares.
Uno de los linajes más preclaros de la Edad Media por su nobleza y por el catá-
logo de varones insignes, que esmaltaron la historia, fué éste de D. Rodrigo. Los
Radas penetran en las páginas de la historia aureolados con el nimbo resplande-
ciente de una bella y gloriosa leyenda, a la par que es alzado sobre el pavés el
primer rey de Navarra.
Escribe el príncipe de los analistas de este reino en sus notas para los anales de
Navarra.
«Uno de los ricos homes de Navarra, antes de alzar rey a Iñigo Arista, por los
años 855, era Velasco de Rada, y del lugar del Señorío se introdujo el apellido en
el linaje» (1) Otros cronistas dicen que un Rada fué uno de los doce nobles vascos:
que proclamaron rey al primer soberano de Navarra, haciéndole jurar previamente
las leyes fundamentales, que debería guardar constantemente. Ni lo uno ni lo otro
han salido del campo de las leyendas brillantes, que embellece las cunas de las
monarquías. Lo históricamente cierto es que Velasco de Rada es el primer eslabón
visible e indudable de esa pléyade de ilustres Radas, de almas recias, de arrestos
indomables, de poderosas voluntades e insignes hechos, que durante cinco siglos
abrillantan y llenan los anales de su reino, e invaden gloriosamente los de Aragón
y Castilla, como se ve leyendo la historia de los tres pueblos, y que yo no debo
recoger aquí para no apartarme de mi intento, ni aún a pretexto de descubrir la
ascendencia gloriosa y heroica, que acumuló con crecientes méritos sucesivos de
muchas generaciones, cada vez más ricas y generosas, los gérmenes de aptitudes
prodigiosas en las venas y cerebro de este vastago extraordinario, hijo quizás el
más excelso de Navarra, en la manifestación de las más altas cualidades humanas
en conjunto.
Sólo una excepción es preciso hacer para notar aquí mismo la gran modestia
(1) Tomo III. Véanse los Ms. en el Archivo de Navarra.
—9 -
de D. Rodrigo, y además, porque sabemos que en ciertas cosas los sentimientos
del arzobispo rimaron al unisono con los del ascendiente tan célebre en la historia
española, que el mismo D. Rodrigo dibujó magistralmente, al trazar en su obra
principal el cuadro de uno de los lances más críticos de la vida de los reinos de
Aragón y Navarra, pero sin decirnos qué lazos de parentesco tan próximo y sa-
grado le unían con tan eminente personaje, al que el severo Mariana le calificó, en
el momento de referir el suceso histórico, «un hombre muy noble y de grande in-
genio» (1) Este hombre era el abuelo de Jiménez de Rada; pero D. Rodrigo no lo
dice al relatar el hecho, ni siquiera que fuera pariente suyo.
Se llamaba el abuelo de D. Rodrigo, Pedro Tizón de Cadreita o de Rada. Su pro-
pio nieto lo consigna en el documento de donación, que en 1217, siendo Arzobispo
de Toledo, firmó en Burgos, en beneficio del monasterio de Fitero, expresando que
dona las heredades «de su abuelo, D. Pedro Tizón» (Avi mei Domini Petri de
Tizón). (2) En el libro sexto, capítulo segundo de su historia, le llama Petrus Titio-
nis Cathereta.
E l cronista de Alfonso VIII, Núñez de Castro, escribe así: «El apellido del abuelo
no fué el de Tizón, sino Rada, y el haberle mudado fué por un caso prodigioso en
una batalla, que refiere Jerónimo Blancas en su Historia. Haberse llamado los abue-
a
los del Arzobispo D. Pedro Tizón y D . Toda consta por una donación que hicie-
ron el año 1141 al monasterio de Santa María de Níencebas y a su Abad, Raimun-
do de Sierra (S. Raimundo de Fitero) (3) «Esta heredad, próxima al monasterio
citado, fué ampliada por D. Rodrigo en la mencionada fecha. Pedro Tizón usó
con preferencia el toponímico Cadreita al de Rada, quizás por ser aquel un Seño-
río más opulento. Ya veremos que lo mismo hizo una hermana del mismo D. Ro-
drigo, que fué monja de las Huelgas de Burgos, y se firmaba María Jiménez de Ca-
dreita, y no Jiménez de Rada, como sus hermanos. Quizás D. Pedro se nombró de
Cadreita por haber nacido en ese pueblo, según escribe Núñez de Castro.
E l abuelo de D. Rodrigo tuvo larga vida y accidentada y gloriosa historia, según
aparece en las incesantes alegaciones de los anales de Aragón y Navarra. Desde
1124 y 1134 brilla al lado de Alfonso el Batallador en todas las grandes empresas
guerreras y políticas, entre las más ilustres figuras de las dos coronas unidas, y
descuella como nadie en el cerco de Mequinenza en ese año 1134, que suena fatí-
dicamente en nuestras crónicas. E l 17 de Julio el agareno Abengaria destrozó con
horrible estrago el ejército navarro-aragonés de Alfonso el Batallador, en los
alrededores de Fraga. Quedó anonadado por el desastre el monarca, y vagó erra-
bundo y obscuro hasta el mes de Septiembre del mismo año,hasta que sucumbió en
misteriosa sombra, dando lugar a que brotara sobre su muerte una serie de con-
sejas y tenebrosas relaciones fantásticas, que no es del caso recoger en este lugar-
La verdad es que murió en el mes citado; y consta indudablemente que vivía en
Agosto de 1134, por un documento que se relaciona con el abuelo de D. Rodrigo.
En esa fecha Alfonso el Batallador , estando sobre Lizana, despachó una carta de
a
donación en favor de D. Toda, mujer de D. Pedro Tizón de Cadreita.
Con ocasión de la muerte del rey de Aragón y Navarra culminó la importancia
y la autoridad del gran caballero Tizón. Sabido es que los navarros y aragoneses
desecharon el descabellado testamento, por el cual Alfonso legaba sus dos coronas
a las órdenes militares del Temple, de S. Juan de Jerusalén y del Santo Sepulcro.
Entonces, Pedro de Atares, el más poderoso magnate aragonés, al parecer de san-
(1) Hist. de España. Lib. X. C. XV. (2) Arigita. Cartulario de Fitero. p. 89. (3) Crónica de En-
rique I.
- 1 0 -
gre real, Señor de Borja, más osado que nadie, se adelantó a pedir las dos coronas
y valiéndose de sus partidarios, reunió Cortes en Borja, para que se las concedie-
ran. Se le opuso con gran destreza el magnate navarro, D. Pedro Tizón, el cual
era partidario de la legitimidad. Veamos cómo. Dice la Crónica de S. Juan de la
Peña: «Muerto el rey Alfonso o perdido en la batalla, los reinos de Aragón y Na-
varra fincaron sines heredero un año. Et por esto trataron et ordenaron que es
leyessen por rey a D. Pedro Atares... Señor de Borja... Et sabiendo D. Pedro Ti-
zón de Caraceita, que D. Per Atares era en el baño, otros dicen que la cabeza se
lavaba, fue con los navarros para facer reverencia a D. Per Atares, et los porteros
como locos et de poco bien, lo que muytas veces les habían (solían) non demons-
trando a D. Per Atares, ni excusándolo en el acto, que estaba, de continent dízíe-
ron que non podían entrar a verlo, que ocupado era en affaires» (1)
Más completa y artística es la narración del nieto de Pedro Tizón, D. Rodrigo, que
relata así el suceso de su abuelo: «Pero transcurridos muchos años y muertos los
dos hermanos (2) sin prole, sobrevino la disensión entre los aragoneses; pues sien-
do, según dijimos, Ramiro monje y sacerdote, no podía hacer guerra como rey, ni
administrar justicia, ni contraer matrimonio; de aquí que querían poner en lugar
del rey difunto a un noble llamado Pedro de Atares; más éste, portándose menos
correctamente, comenzó a engreírse por su futuro nombramiento, y envaneciéndose
no ya por la posesión de la cosa, sino de la esperanza de la misma, desdeñábase
de los nobles. Por esto dos Magnates, a saber, Pedro Tizón de Cadreita y Pelegrín
de Castillo Azuelo, nobles poderosos, que querían mantener la fidelidad a su Se-
ñor natural, apartaron a muchos de su primer intento, y procuraron con acelerada
diligencia, que se sacara a Ramiro el Monje, de su monasterio. Pues como un día
se reunieron en Borja de Aragón Cortes, para proclamar rey al predícho Pedro, y
llegaran algunos magnates de Navarra, fueron estos recibidos menos comedida-
mente por los aragoneses, y saliendo Pedro Tizón a su encuentro, los acogió liberal
y agradablemente; y sabiendo que Pedro Atares estaba en el baño, a él los condujo
a los mencionados magnates. Pero los porteros les cerraron la entrada. Se retira-
ron de allí en el acto, y después de comer, mudado el propósito, se marcharon con
Pedro Tizón.
En aquellas Cortes, por manejos de los magnates, se impidió la proclamación
de Pedro Atares y se dilató la cosa para las Cortes de Monzón. Habiéndose vuelto
a reunir las Cortes en Monzón, el voto de los más principales decidió que Ramiro
el Monje sucediera a su hermano difunto; y sacándolo del monasterio, cerca de
Huesca, lo sentaron en el trono» (3)
El Arzobispo declara muy claramente cómo Tizón, su antepasado, se aprovechó
hábilmente de la presencia de sus paisanos, para hacer odiosa la hinchada arro-
gancia del pretendiente y abortar sus ambiciosos proyectos. En el relato aragonés
que sin duda está inspirado en el de Don Rodrigo, hay que desechar la benévola
idea de «fazer reverencia» con que ha intentado teñir el cronista, de color favora-
ble al rudo magnate Pedro de Atares.
Pero el caso es que los críticos aragoneses, desde el extremoso Traggia acá pre-
tenden comúnmente que esta relación es una leyenda de origen navarro (4)
Para justificar los navarros su separación de Aragón y la proclamación de un
príncipe suyo, nieto de Sancho el de Peñalen en rey propio, forjaron la fábula de
las Cortes de Monzón, aprovechándose acaso de la circunstancia de que dicho
(1) Rincones de la Historia. 186. (2) Pedro I y Alfonso I que reinaron sucesivamente.
(3) Lib. VII. C. 2. (4) Ballesteros. Hist. de España, tom. II. C. 4. p. 335-337.
-11-
príncipe navarro era Señor de Monzón, cuando fueron a ofrecerle la corona de sus
progenitores. E l principal argumento de los aragoneses consiste en el hecho de
que Ramiro se titulaba rey de Aragón en el mismo mes de la muerte de su herma-
no, Alfonso el Batallador, según resulta por la donación hecha a San Viíorián.
Algunos críticos modernos niegan también los intentos de Pedro Atares para es-
calar el trono aragonés, por cuanto dicho magnate aparece muy pronto como leal
servidor del rey Monje, yaque estele había confiado para 1135 el Señorío de
Huesca, una de las primeras poblaciones fieles partidarias de Ramiro. Pero tan
radicales soluciones son inadmisibles. Zurita (1) suscribió la versión navarra sin
titubear, ni siquiera sospechar, que lo de Borja y Monzón pudieran ser invencio-
nes navarras. Don Rodrigo, principal relator navarro y eco fiel de lo que referían
sus compatriotas, no hace alusión a ningún pretendiente navarro ni aragonés en
las Cortes de Borja. Hasta las de Monzón no suena el nombre del Infante navarro,
Don Garcia Ramírez, al que encuentran los navarros digno de entronizarle en el
solio de su abuelo, y lo entronizan resueltamente con la oposición de los arago-
neses. Para ejecutar esto y justificar su acto ¿qué les aprovechaba inventar las ma-
niobras de Pedro Atares en Borja y las Cortes de Monzón?. Les sobraba para ello
desechar a Ramiro el Monje y alzar y reintegrar así en sus legítimos derechos al
vastago directo de su propia dinastía, sin recurrir a esas invenciones; y eso urgía
más, si es verdad que Ramiro reinaba ya en el primer mes en el Alto Aragón, desde
Jaca. Por otra parte Don Rodrigo no podía referir seriamente de su abuelo una
fábula semejante; pues tenía que estar enteradísimo, aún por tradición oral de la
familia, de las circunstancias de la intervención de su propio abuelo en ocasión
tan señalada y extraordinaria. En consecuencia es absurdo sostener que la rela-
ción de Don Rodrigo sobre los intentos de Pedro de Atares sea conseja de origen
navarro. Quizás sea una exageración el nombre pomposo de Cortes, que se ha
dado a las reuniones de determinados partidarios en Borja y Monzón, pero su
existencia no se puede negar. Se explica que, fracasados ya los intentos ambicio-
sos, el Señor de Borja, pasado algún tiempo, admitiera mercedes de Ramiro y pa"
sara en 1135 a regir el Señorío de Huesca; tanto más, que urgía mucho agruparse
alrededor del rey Monje, para oponerse al nuevo soberano navarro, que había
sido su primer contrario, y ahora amenazaba marcialmente a los aragoneses. Es
de notar también que Pedro Tizón desbarató las intrigas del Señor de Borja con
el objeto de favorecer la proclamación de Ramiro, según se desprende de la lectura
de la historia, y que no hay vestigio histórico de que directamente cooperara, a
continuación, con los navarros, en la ejecución, del plan de proclamar rey al Infante
navarro, como tampoco figura entre los partidarios del nuevo soberano aragonés-
Debió seguir una conducta ambigua, después de quebrantar las ambiciones de
Pedro Atares. Porque luego se eclipsa y no le ve el historiador hasta 1135, en que
aparece como partidario de Ramiro (2) Pero se eclipsa pronto nuevamente hasta
1140 en que reaparece bajo el pendón del rey de Navarra, combatiendo contra
Aragón y Castilla (3) Es que al encender la guerra entre Aragón y Navarra, a raíz
de la separación de las dos coronas, ni los aragoneses se fiaron de él, por ser ex-
tranjero, ni él se declaró francamente, y los navarros sólo le admitieron como mi-
litar seguro tras larga prueba, por haber seguido algún tiempo a Ramiro y haberle
elevado al trono. Por fin optó por luchar por su propia patria. Era Señor de Ca-
parroso en 1145, y en ese año hizo a San Raimundo de Fitero las celebradas y
memorables donaciones, que tantas veces recuerda la historia.
(1) Anales. Lib. C. 52. (2) Zurita. Lib. I. C. 53. (3) Id. Lib. II. C. 3.
— 12 —
El documento de esas donaciones nos ofrece otro dato histórico interesante: que
este preclaro varón tuvo varios hijos: así habla al principio: «Yo, Pedro Tizón, con
mi mujer y nuestros hijos donamos a Dios.» Pero con certeza conocemos a uno
solo, Jimeno Pérez. Mas fueron sin duda hijos suyos, Bartolomé de Rada y Martín
de Rada, que llenan los anales de Navarra durante la última parte del siglo doce.
Jimeno Pérez, que en los documentos reales se firma indistintamente Jimeno de
Rada o Jimeno Pérez de Rada, figuró principalmente en la Corte de Navarra del
año 1200 a 1210. (1)
Jimeno Pérez de Rada fué el padre dichoso de nuestro inmortal Don Rodrigo Ji-
ménez de Rada. Noble y opulento, pidió la mano a una noble y piísima dama, hija
de la esclarecida familia de los Finojosas, radicada en la comarca de Agreda, fron-
teriza a Navarra, hecha más a las costumbres de ésta que a Castilla, por haber
pertenecido al reino vascónico casi hasta aquella fecha, y todavía los monarcas
navarros la miraban por suya, y apenas descubrían probabilidades de recuperarla
lanzaban por ella las huestes en dirección de Almazán, como lo hacía el mismo
Sancho el Fuerte hacia 1198, justamente, convencido de que no era de reconocer
el expolio sufrido por su reino, mientras estaba unido a Aragón, época en que
Alfonso VII de Castilla agregó a su corona aquella región de Soria.
a
Entre Gomara y Agreda está Finojosa, solar de D. Eva de Finojosa, madre de
D. Rodrigo. Aún en el día confina con Navarra, y con Navarra tiene su vida prin-
cipal. Ahora es necesario que descubramos el linaje materno del gran Arzobispo,
tanto más que él se inclinó más ostensiblemente a la rama materna. Acaso porque
de ella recibió el raudal de los tesoros del corazón y de la fantasía, por las efusio-
nes de la madre y por la unción celestial de S. Martín de Finojosa, su tío, hermano
de su madre, mientras que heredó de su padre las extraordinarias dotes de la in-
teligencia y de la briosísima voluntad, para escalar las cumbres de la ciencia y de
las glorias guerreras.
Copiamos del reputado autor, Sánchez Casado, lo siguiente, respecto de la abue-
la materna del Arzobispo: «Por línea materna era la madre de D. Martín (y de Eva)
hija, según se cree, de D. Fernando García de Hita, que era a su vez de D. García,
príncipe de Navarra, y casado «con una hija de los Condes de Urgel, siendo «tam-
bién por esta parte, pariente de Santo Domingo de Guzmán, por ser nieto de García
a
Fernández de Navarra, primo «hermano de D. Sancha, pariente «también del
V. Pedro Fernández, primer Maestre «de la Orden de Santiago, cuarto hijo de «Don
Fernando y hermano por lo mismo «de su citada, madre» (2) Por su lado el sabio
procer historiador, Marqués de Cerralbo, escribe «(3) Arguleta es el único que «la
a
llama Sancha Fernández (madre de D. «Eva) hija del gran señor Fernández
«Garcez de Navarra, y según explicaciones «detalladas, que hace el P. Muniz en su
«voluminosa obra «Medula Cisterciense» al tratar de San Martín de Finojosa, «sos-
tiene que la madre del Arzobispo descendía «directamente del destronado rey de
«Navarra, D. García, quien tuvo por hijo «primogénito Fernández Garciez, y éste
a
fué padre «de Sancha Gómez, madre de D. Eva «y ésta de D. Rodrigo.
Como se ve, la abuela del Arzobispo procedía de la sangre real de Navarra y el
abuelo materno era un héroe legendario de Castilla, del que corren fantásticas in-
venciones, que han brotado a la vera del camino de sus hazañas. Llamóse Miguel
(1) Hay muchas noticias del padre de Don Rodrigo en los Anales de Navarra y en el Archivo de
0 r e V e d a d S e d e Í a n ( 2 )
^rf^',^^ - Elementos de la Hist. de España, tom. I. p.654. nota 3.
(Madrid 1892. Fue el único tomo que se editó). (3) Discursos, p. 36. Deten leerse los amplios por-
menores, que alh hay sobre el linaje materno de Doa Rodriga, p. 35-«. , j
— 13 —
Hinojosa. De estos dos nobles consortes nacieron cuatro hijos. Dos varones y dos
a a
hembras, D. Munio, D. Martin, D. Eva y D. Teresa. E l hermano mayor des-
colló por la elevación de sus sentimientos. De manos paternas recibió quebran-
tado el rico patrimonio de Deza, y habiéndolo restaurado con sus desvelos y es-
fuerzos extraordinarios, realizó el admirable rasgo de repartirlo entre sus dos her-
manos, Martín y Teresa, excluyendo a la madre de D. Rodrigo, por lo que luego
veremos. D. Martin es un ornamento de la Iglesia española, gran abad y gran Obis-
po, modelador del espíritu de su sobrino, D. Rodrigo, e insigne santo, venerado
a
sobre los altares. Refiere Manrique, que D. Eva fué excluida en el reparto del pin-
güe patrimonio de Deza, porque antes había recibido más de lo que le correspon-
día, en la coyuntura de dar su mano al magnate navarro, ultra sortem. (1) Indicio
claro de la opulencia de Jimeno de Rada, que reclamó tan crecida dote para ha-
cerla partícipe de sus ricas posesiones; con lo que vino mayor quebranto a la for-
tuna de los Finojosas.
Qué circunstancias determinaran el principio de la unión de las dos familias no
se puede asegurar. Verosímilmente se rozaron en la Corte de los reyes por razón de
los intereses, que ambas tenían que tratar en ella.
E l viajero, que cruza la ribera de Navarra, del sur al norte, al atravesar la vega
de Marcilla y Caparroso, ve por el costado de oriente una mole montañosa, que
descuella extraordinariamente sobre todas las colinas y alturas, que se levantan
en la dilatada región de Navarra y Aragón, que le circunda. Sobre su dominadora
cumbre aparecen los lienzos de un milenario torreón, de sillares ulcerados por la
carie de los siglos. Emergiendo por entre sus vetustas paredes se lanza al cielo
una afilada espadaña, ostentando una arcada vacía, donde en lejanas edades, re-
sonaron las notas ya alegres, ya pías, ya tristes, ya alarmantes del bronce, que ha-
blaba a los habitantes vecinos. Con su aspecto de yerto esqueleto anuncia al pa-
sajero, que a su sombra yace una población muerta. Si interrogáis al ribereño na-
varro por su nombre, os contestará con acento funerario: Ese es el «Desolado de
Rada». Este es el famoso y memorable solar de D. Rodrigo Jiménez de Rada y de su
estirpe. Desde aquí los Radas, durante más de medio millar de años, atalayaron
la región más rica y ardiente de Navarra, y no pocas veces la defendieron de las
incursiones de Aragón, que por el oriente derramaba sus soldados para hacer pre-
sa en las villas riberanas, y muchas veces también difundieron por ella incerti-
dumbres, congojas, muertes y desolaciones, cuando soberbios y vengativos, hacían
volar sus huestes por los pueblos y vegas, con el pretexto de defender intactos e
incólumes los gloriosos cuarteles de su blasón y los pingües territorios de su opu-
lencia; en fin, demasiadas veces sembraron en los pechos de sus propios sobera-
nos las zozobras y los recelos de temores de deslealtad a su patria, por sus ade-
manes y tratos sospechosos con los reyes de Aragón y Castilla, como se verá en
esta obra, si bien jamás llegaron a consumar actos tan infames; aunque no fueron
siempre patriotas fervorosos todos los Radas. La misma posición privilegiada de
aquel potente baluarte guerrero, sin rival en toda la playa de la Ribera navarra,
daba aliento a tales posturas y audacias. Por eso infundía a los poderosos espan-
to y odio. Terrible fué la hora de las venganzas de éstos. Un famoso guerrero,
D. Martín de Peralta, encarnizado caudillo de los agramonteses, tras prolonga-
das y furiosas luchas, en días de diabólicas pasiones, clavó sus garras fratricidas
sobre sus almenas el año 1455, arrasó las doce moradas de hidalgos y las ocho
de pecheros, destruyó los muros del castillo y calcinó todo con el fuego, excepto
-14-
el recinto sagrado, el templo dedicado a San Nicolás, que todavia permanece de
pie, y que anualmente recibe, desde aquella fecha hasta nuestros días, la pía pere-
grinación, que de los pueblos limítrofes concurre para ofrendar al cielo plegarias
de propiciación y alabanza. Postrer tributo de Navarra a la memoria de Rada.
Pero ya había dos siglos que no la poseían los descendientes de D. Rodrigo;
porque los reyes de Navarra, la habían adquirido para la corona a los cincuenta
años de la muerte de este su más grande hijo, en el momento en que se extinguía
la línea varonil, con el fin de que aquel castillo y villa estratégicas no pasasen a
manos de otros poderosos Señores, que pudieran llenar de temores y sobresaltos
a la corona, y amenazar la tranquilidad y la libertad del reino. Desde entonces
custodiaron a Rada gobernadores del Rey.
¿Nació en este castillo célebre D. Rodrigo Jiménez de Rada? Así lo creo yo, aun-
que no puedo presentar documento perentorio y terminante.
Procedamos con orden.
Acerca de este grande hombre existen en la historia siete afirmaciones ciertas y
categóricas, incuestionables, grabadas a raíz de su muerte sobre su sepulcro, por
los mismos monjes, que recibieron sus restos moríales y los depositaron en el mau-
soleo por ellos abierto, compuestas por el sencillo poeta Ricardo, coetáneo del
mismo D. Rodrigo, según consta por las palabras escritas en el mismo lugar.
Las siete afirmaciones solemnes suenan a proverbio en los oídos de las eruditos
y en la historia por el sonsonete, que les dio su autor,
Dice así:
Mater Navarra, Mors Rodanus,
Nutrix Castella, Horta mausoleum,
Toletum Sedes, Ccelum requies
Parisius studium, Nomen Rodericus
En primer lugar es claro y terminante, la patria de D. Rodrigo fué Navarra, y
quien le nutrió Castilla. E l mismo dio a entender veladamente en el prólogo a su
obra magistral, hablando con S. Fernando, que no era castellano, al decirle que
escribe la historia «in prceconium vestrce gentis» para gloría de vuestra na-
ción»; si bien también llamó patria nuestra a Castilla, al dirigir a los castellanos
un decreto de llamamiento a la fidelidad a su rey, a su reino y a la religión, cuan-
do era subdito del soberano de Castilla y su primer ministro, siendo Arzobispo
de Toledo; lenguaje justo en quien era ya castellano por adopción, por educación
y por el primer cargo civil y eclesiástico del reino, hacía muchos años.
Sin embargo conservó a su Navarra durante su vida un amor hondo y practico)
hasta el punto de ser considerado por ello, como demasiado apasionado en la dis-
tribución de las prebendas de su Iglesia a favor de sus paisanos; y frecuentó sus
visitas y trato íntimo con los soberanos de su tierra natal, y ejecutó otros actos
muy significativos de ese afecto, que se narrarán a su tiempo.
En el siglo XVI, el sabio P. Estrada escribió la noticia biográfica de la vida del
Arzobispo, extractando los manuscritos referentes al mismo, que se conservaban
en su cenobio de Huerta, según lo declara, y que se quemaron años después en un
gran incendio de la Biblioteca; y de los mismos sacó que era «de la muy clara
sangre de Navarra». Esta segunda fuente de informes sobre la patria de D. Ro-
drigo en la misma casa, demuestra que los manuscritos quemados atestiguaban
mas de lo que los monjes habían escrito sobre la tumba del Arzobispo. Porque de
ellas sacó el P. Estrada, además de que Jiménez de Rada era de Navarra (lo único
que dice el epitafio) que procedía de la muy ilustre sangre de la misma tierra. Sin
-15-
duda, porque en los citados escritos se daban explicaciones de la familia esclareci-
da de los Radas de Navarra.
Desde luego testimonios más fuertes y concluyentes que estos dos, del sepulcro
y del Archivo-biblioteca de Huerta no se pueden pedir acerca de la patria de Don
Rodrigo. Porque son públicos, coetáneos y de un origen intachablemente fidedig-
no. Porque los religiosos cistercienses, que pertenecían a Castilla, y por lo mismo
amantes de las glorias del reino, a que pertenecían, consignaron imparcial y verí-
dicamente sobre el mausoleo, erigido en su iglesia, y en los pergaminos de su bi-
blioteca lo que era una verdad notoria y universalmente difundida, y para honra
de Castilla también consignan fielmente la parte, que en la formación del varón
eximio tuvo, diciendo que Castilla le alimentó, Nutrix Castella. ¡Con cuánta ma-
yor satisfacción hubieran estampado Mater Castella, en loor de su país, si la ver-
dad innegable y manifiesta no hubiera sido Mater Navarra.
En este punto las noticias de Toledo son idénticas a las de Huerta. E l docto
Juan Bautista Pérez, Obispo de Segorbe, oráculo de los mayores eruditos del si-
glo XVI, escudriñador fidelísimo y sagaz del Archivo de Toledo, como Archivero
de la Iglesia Primada, de cuyas investigaciones se aprovechó el famoso Juan de
Mariana, dejó escrito en su obra inédita, pero muy explotada, titulada «Arzobis-
pos de Toledo» estas palabras, acerca de la patria de nuestro héroe: «Llamóse Don
Rodrigo Jiménez de Rada, de Puente de Rada (1) se dice en los papeles viejos. En
Navarra hay Puente la Reina y Puente la Rada. Hoc ultimum vero similius. Así
me lo dijo Rades de Andrade». Mariana volvió o examinar esos papeles y compro-
bó lo mismo, como lo declara en el libro undécimo, capítulo veintiuno, de su His-
toria de España, añadiendo que por ellos consta que D. Rodrigo era navarro y na-
tural de Puente la Rada. Porreño, casi coetáneo de los mencionados escritores,
autor de la «Historia de los Arzobispos« (2) miembro del cabildo de Toledo, que
escribió su excelente y voluminosa obra, tomando los datos de los documentos
del Archivo y Bibloteca de la Iglesa Primada, dice sin vacilar: «Nació en Puente
la Rada en Navarra». Por desgracia los papeles, tan importantes, utilizados por
estos tres historiadores, han desaparecido del Archivo toledano. Pero en Toledo
no se ha hecho otra cosa que repetir lo que allí constaba, por todos los autores,
que se han ocupado de D. Rodrigo. E l voto de las más autorizadas noticias sobre
la patria de Jiménez de Rada no puede ser más fuerte y uniforme; y no existe dato
ninguno en contrario o ambiguo sentido, que pueda permitir que se plantee sobre
ello una duda atendible, o una discusión aceptable. No existen ni las más leves
indicaciones en otro sentido. Ahí están todos los datos, y esos son uniformes y
claros. Por eso, hasta que llegó el siglo de las exaltaciones patrioteras y de las
consiguientes fantásticas cavilaciones y de las invenciones patrañeras, calcadas en
puras apariencias y en agudezas sofísticas, no lanzó nadie en las páginas de la
historia, ninguna palabra de duda acerca de ese punto tan inconcuso e indudable.
Mas en ese siglo, que es el diez y siete, tan bochornoso para la historia española,
en que se inventaron y falsificaron Santos y otras glorias, para halagar ciudades
y comarcas y provincias civiles y eclesiásticas más conspicuas, hubo escritores
que, con el fin de glorificar la comarca soriana, de donde era oriunda la madre
de D. Rodrigo, encontraron camino, no para adjudicarle la gloria de ser su patria
sino siquiera alguna duda de que pudo serlo. E l camino fué el no ver en los do-
cumentos y noticias taxativamente expresado el término de que nació en Navarra.
(1) Castejón y Fonseca lo transformó en Puentelarrá Part. IV. c. 7. ídem Cabanilles. Lib. IV. C. X ,
(2) Se baila inédita en Toledo.—Vide fol. 137.
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Si no se dice el nació, y por otra parte su madre procedía de aquella comarca, ¿no
era posible que allí naciera, sin que hubiera de hacerse caso al hecho histórico
de que esa señora estaba completamente separada de su familia, y que fué la úni-
ca, que no recibió parte alguna de la herencia restaurada por su hermano, por ha-
ber llevado antes con exceso al palacio de los Radas la dote, que se le exigiera
para emparentarse con el hijo de Pedro Tizón de Cadreita? Y si era posible un na-
cimiento circunstancial así, ¿por qué no dudar de que eso sucedió, y al menos de
esta manera llegar a escribir, que el Arzobispo, aunque navarro por patria indis-
cutiblemente, pudo haber nacido en la región de Soria? Así se hizo en ese siglo, y
se empezó a escribir por oscuros autores, que era probable que nadera allí.
Núñez de Castro, excelente cronista de Alfonso VIII, amante acendrado de las
glorias de Castilla, prestando atención a esas aéreas divagaciones, muy halagüe-
ñas a sus inclinaciones, les contestó de esta manera:
«Fué el Arzobispo D. Rodrigo de noble familia. Algunos le hacen de Puente la
Rada en el obispado de Osma, otros de Puente la Reina en Navarra. Ni lo uno ni
lo otro tengo por cierto. Porque en el obispado de Osma no hay ni ha habido lu-
gar con título de Puente la Rada; ni en Puente la Reina, se han conocido los de
este apellido. Lo que tengo por constante es que fué natural del reino de Navarra
y el apellido es una de las principalísimas casas de aquel reino y como tal inclui-
da en las doce capitales.» (1) Lo que le faltó añadir aquí a Núñez de Castro es que
en Navarra existe lo que no había en el obispado de Osma, es decir, Rada, aun-
que asolado, situado en el montecillo más alto de la Ribera, y que indudablemen-
te a ese Rada se refiere la indicación de los papeles del Archivo de Toledo. Pero
precisamente, porque estaba asolado, no se hallaba en el número de los pueblos;
y como no existía el inventario completo de pueblos desaparecidos, que lo hiciera
conocer a los eruditos, a nadie se le ocurría señalar el Rada, que le correspon-
día, y explicar así, como requería la verdad, lo que se encontraba en los docu-
mentos auténticos de la Sede de Toledo.
Mas un reparo se nos sale al paso. ¿De dónde viene ese Puente antepuesto a Ra-
da que los primeros investigadores leyeron en los papeles viejos, y lo divulgaron?
¿No se explica mejor diciendo que ese Rada es Reina, y que interpretaron mal
los documentos, y que por lo tanto el Arzobispo nació en Navarra, pero en Puente
la Reina, conforme sostiene hoy la opinión general? En efecto esa es la opinión
actual de los biógrafos de Jiménez de Rada.
La llama «más probable» el más copioso y entusiasta investigador de su vida en
el pasado siglo (2), porque la ve profesada por el Cardenal Lorenzana y otros más
modernos con Amador de los Ríos, (3) y en Puente la Reina se enseña una casa
como natal del Arzobispo, un cuadro al óleo, en la sacristía, representándole co-
mo Cardenal, con una inscripción honorífica, que evoca sus mayores hazañas, y
se alega la creencia inmemorial de los hijos de aquella ilustre villa, de que allí
nació tan grande hijo de Navarra. Sin embargo, tropezamos con graves inconve-
nientes, que desvirtúan tales razones. En Puente la Reina no hay rastro de noti-
cias en el Archivo acerca del Arzobispo, ni acerca del paso de la noble familia de
los Radas, desempeñando algún cargo civil, única causa por la cual podía hallar-
(1) Corónica... ot supra. (2) Vicente de la Fuente.—Hist. Eccl. II. Lib. II. 224. Ciertamente nadie
ha trabajado con más cariño ni con tanto éxito como este historiador reiteradas veces en el descubri-
miento y divulgación de los hechos de D . Rodrigo. Compuso el hermoso Elogio, que leyó ante la Aca-
demia de la Historia, y publicó un rico y precioso tesoro de Apéndices en el Elogio. Añadió nuevas y
apreciables noticias en sus dos ediciones de la Historia Eccl., sobre todo en la segunda. En el Boletín
de la Academia publicó dos Actas de visitas al sepulcro del Arzobispo. (3) Hist. Críti. de la Lit. es-
pañola III p. 413.
-17-
se en aquella villa la mencionada familia; nada tampoco se dice sobre esto en los
Anales y cartas reales de la corte de Navarra.
E l cuadro es de la segunda parte del siglo diez y siete o primera del diez y ocho,
y parece, que sucedió a la opinión, que se debió generalizar no mucho antes; lo de
la casa no tiene valor, porque parece más moderna; y la creencia de la villa no se
ve que se remontara más allá del siglo XVII. En todo caso no hay indicios. Por
otro lado más creo que se ha de explicar dentro de los hechos ciertos de la histo-
ria lo de Puente, que no transformar Rada en Reina. Y ahora lamento más la pér-
dida de los papeles, que escrutó Juan Bautista Pérez. Pienso que por ventura lo
que leyó Pontis era montis; (1) por serlo así el alto de Rada. Sin embargo la mis-
ma situación topográfica nos induce todavía más fuertemente a sostener que la
lectura de los citados autores es exacta y que hay que admitirla. Rada está sepa-
rado del interior de Navarra al norte y occidente por el río Aragón, que allá en lo
profundo se desliza hacia el Ebro. Es seguro que tenía comunicación por un puente
propio, que igualmente hubo de ser destruido con ocasión de la vandálica des-
trucción de la villa. Y muy natural es que hubiera costumbre de nombrar a Rada
con alusión antepuesta al Puente, en la época de la vida de Rodrigo Jiménez de
Rada, y así se registró en los escritos.
Entre los autores graves quien dio momentáneamente cierta importancia al modo
de discurrir de los que supusieron que Rodrigo pudo nacer en la comarca de Soria»
fué Loperráez, el cual llevó el rumor corriente de entonces a su libro con un «di-
cen, que nació en tierra de Soria» pero enseguida lo rechaza así: «Según opinión
común nació en Navarra» (2)
Quizás se alegue en favor de Puente la Reina el hecho de que el Arzobispo ha-
blaba el vascuence o navarro como dicen los documentos. Pues de Puente la Reina
se sabe que era su lengua. Nada concluye. También lo era de Rada. E l navarro o
vascuence era, según Sancho el Sabio, la lengua nacional, pues le llamaba «lingua
navarreorum» Aun en el siglo XVII después de la venida de los Borbones a Espa-
ña, lo era de la parte superior de la Merindad de Olite, a la que Rada pertene-
cía. (3) E l mismo Rada es voz vasca. Por lo demás reconozco que el argumento
negativo, que he sacado en contra de Puente la Reina, no es perentorio. Pudo el
padrede D. Rodrigo ser algún tiempo Señor de esa villa, de encargo del rey, y no
tener ocasión de firmar cartas reales en ese tiempo y nacer allí entonces nuestro
hombre inmortal. Lo que es imposible resistir es la lectura de Pérez, Mariana y
otros, que nos conservan las noticias sacadas de los documentos de Toledo, en
que aparecía Rada.
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C A P Í T U L O II
(1170-1202).
(1) Vicente de la Fuente.—Historia Eccl.tom. IV. p. 228. (ed. 2.) (2) P. Richard.—Concilios Ge-
nerales y Particulares.—Siglo XII. año 1173. (3) «De rebus». Quem memini me vidisse. (4) De la
a
Fuente.—Híst. tom. IV. p. 295 (edic. 2. .)
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abandonó a Navarra, para entregar su mano al noble y opulento Señor, Alvaro
Rodríguez; y finó esa señora el año 1170. Don Rodrigo escribe de esa ex-reína de
Navarra, «y me alcanzaron sus días». (1)
Conservó D. Rodrigo el nombre de su padre, al estilo de aquella era, llamándo-
se Rodericvs Simoni, como se ve en el testamento, que estando enfermo en París,
otorgó. Vése claro, que Jimeno y Ximeno proceden de Simón o Simeón. Y vemos
en los documentos cómo el padre del Arzobispo se firmaba Semen de Rada. «Bar-
tolomeo de Rada, fijo que fué de Semen de Rada» (2) Otras veces se firmaba Bxi-
meno de Rada. (3) Por eso los autores extranjeros le llamaron en latín, a D. Ro-
drigo, Semeno. Así Auberto Mireo (4) y Juan Alberto Fabricio. (5) Extraña es la
evolución de Simón en Ximénez y Jiménez y no atina uno a que fenómeno fonético
obedece.
No fué D. Rodrigo un vastago gigantesco, que agotara el vigor de su afortunada
familia: vivió sus primeros años en el bullicio de otros hermanos, que dieron su
nombre a la posteridad. Asombra la ignorancia y la confusión, que durante tantos
siglos ha existido, archivándose, como se archivan, datos claros y copiosos. Todo
lo que supo Mariana acerca de esto, lo expresó así: «Tuvo por hermana a doña
Guiomar de Rada, por sobrino a D. Gil de Rada, a quien el mismo dio la tenencia
de algunos castillos» (6) y a pesar de mencionar la famosa fundación de misas
en beneficio de su familia, lo mismo que Garibay, no reparó en aquella cláusula
terminante: «Establecemos otra capellanía por las almas del padre y de la madre
y por mis hermanos y hermanas, que procedieron del seno de mi madre» (7) Los
demás historiadores no han investigado más, y nadie ha dado otras noticias de
los hermanos del Arzobispo.
Tres hermanos aparecen en el importantísimo convenio, que Teobaldo I celebró
con uno de ellos el año 1238 (8). El que pacta con el rey es Bartolomé Jiménez de
Rada, y hablando con el rey descubre de esta manera los nombres de sus dos her-
manos: «Et mi hermano Bartolomé Seménez, qui las casas (de Rada) tiene en fiel-
dad por vos et por mí, que vos libre (entregue) quietament» Después de dos
frases sigue así: «que si D. Bartolomé Seménez mi hermano, deviniesse (faltase)
Miguel Siménez, mi hermano deviniesse..., (9) Aquí están tres hermanos de D. Ro-
drigo. De otro cuarto consta por la carta de venta de sus bienes, que María, her-
mana de D. Rodrigo, otorgó en 1211 en Burgos. Llamábase Pedro Jiménez, que
murió en Tierra Santa, (que eso significaba entonces el ultramare.) No sabemos
qué aventura le llevó a aquellas regiones; pero puede creerse que la de las cruza-
das. Exigió Sancho el Fuerte de Navarra a D. Bartolomé la escritura de homenaje,
porque llevaba una conducta ambigua y poco ejemplar, como patriota, inspirando
recelos de que quería pasar a otro soberano con su Castillo de Rada. Por eso
Sancho el Fuerte de Navarra le requirió que pactase homenaje de fidelidad, y lo
hizo el 23 de marzo de 1222 noblemente, como era su deber: «Bartolomé de Rada
hijo que fué de Semen de Rada devino vasayllo del rey Sancho de Navarra e hizo
convenienzas» (10) dice un documento antiquísimo.
Y ¿qué significa la cláusula restrictiva de D. Rodrigo, que en su documento es-
cribe: «qui de matris meee útero processerunU (que procedieron del seno de mi
madre)? Sugiere la idea de que debía tener otros hermanos no uterinos, pero sí
procedentes de su padre, acaso de distinto matrimonio, quizás de otro modo, se-
(1) De rebus. V c. 24 «et me sua témpora invenerunt.» (2) Arigita—Documentos... n.° 497. p. 342.
(3) Vide. El Fuero de Tafalla. (4) Auctar. de Script. c. 392. (5) Bibli. Med. et infimoe latinit c. 17
(6) Hist. XI c. 21. (7) Vid. Ap. LXII. (8) A su tiempo veremos todo lo que fué. (9) Cartulario
de Teobaldo. p. 37 y 38. (10) Arigita Documentos, p. 342.
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gún las íacilidades, que daban las anchas tragaderas del fuero navarro a los no-
bles menos castos, tolerándoles uniones reprobadas por la moral cristiana.
De matrimonio posterior no puede ser; porque en la fundación de misas, en 1215,
D. Rodrigo menciona a su padre y madre como difuntos, y en 1211, en la carta de
venta de su hermana María, se habla de ellos, como vivos, y por lo tanto, si D. Ji-
meno tuvo varias mujeres legítimas, y procreó de ellas, la última de ellas fué doña
a a
Eva, madre de D. Rodrigo. Y ¿qué eran aquellas tres Señoras, D. María, D. Urra-
a
ca y D. Gracia, cuya heredad donó el Arzobispo al monasterio de Fitero el año
1214, y a las que llama hermanas, sororibusl
Algún tiempo creí que eran hermanas del Arzobispo: pero bien estudiada la fra-
se (hcereditas quoe fuit Dce. María et Dce. Urraca et Graticz, sororibus) cesa la
ilusión. Dice simplemente hermanas, pero no añade mías, (meis). Además esa doña
Urraca parece ser que es aquélla Urraca de Rada, que en 1147 donó bienes a San
Raimundo de Fitero, y hermanas suyas María y Gracia, y tías de D. Rodrigo, de
las que heredó esos bienes, que donó al Monasterio de Fitero, para costear las
magníficas fábricas que el Arzobispo construyó para los cistercienses en la villa
riberana, y son hoy su mejor ornamento. Esto opinamos; pero confesando que
también puede ser que fueran hermanas de D. Rodrigo; de forma que María fuera
la monja áe Burgos, y Urraca y Gracia, hermanas de ella; y que a las tres com-
pró toda la heredad con el fin de donársela íntegra al monasterio fiterano. En este
caso la Urraca de Rada de 1170 era distinta de la Urraca de que se habla aquí.
Moret adjudicóle otro hermano diciendo: «El Maestro Bibiano sucedió en el
Obispado de Calahorra a D. López de Cadreita, caballero navarro, y en cuanto
podemos entender, hermano del Arzobispo D. Rodrigo Jiménez» (1). Esto es una
equivocación del analista navarro , proveniente de ese toponímico «de Cadreita»
Pero basta fijarse en ese López para caer en la cuenta de que es hijo de Lope y no
de Jimeno, ese caballero navarro, que fué Obispo de Calahorra desde el año 1232
adelante, llamándose Lope Aznar, sin añadir lo de Cadreita. Fué varón de relevan-
tes prendas, y se relacionó mucho con nuestro Arzobispo, como ya explicaremos.
Fué por lo tanto D. Rodrigo, hijo de una numerosa familia. Es imposible deter-
minar qué lugar ocupa en el orden de los nacimientos de la misma. Si fué de los
últimos, sus padres alcanzaron una venerable ancianidad; puesto que murieron
cuando D. Rodrigo pasaba de los cuarenta años, en 1212, o en 1213.
Al compás del estruendo y zozobras de las guerras se meció la cuna del futuro
salvador de España. La equivocada política del más grande monarca de los nava-
rros preparó a la patria de D. Rodrigo dos centurias de guerras cruentas; y la
época del nacimiento y juventud del héroe que estudiamos, fué la más recia y an-
gustiosa.
Sancho el Mayor creó los reinos de Castilla y Aragón para coronar las frentes
de sus hijos, Fernando y Ramiro, con la diadema real. Brotaron envidias y rivali-
dades entre los hermanos, y se guerreó sañudamente largos años, hasta que por el
crimen de los Infantes navarros, perdiendo su rey, los navarros proclamaron por
suyo al de Aragón. Pero el desacertado testamento de Alfonso el Batallador les
movió otra vez a recoger la corona real y colocarla en la cabeza de un Infante
heroico, D. García, nieto del precipitado de la Peña de Funes, mientras que los ara-
goneses, guiados por la influencia y hábil política del abuelo de D. Rodrigo, Pedro
Tizón, proclamaban por rey suyo a Ramiro el Monje. Aquel día alboreó el siglo
más sangriento para Navarra. Digno de notarse, todo el siglo (1134 1234) ocupa-
(1) Lib. XXII. c. 3. n. 17
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ron el trono navarro tres héroes coronados, García el Restaurador, Sancho el Sa-
bio y Sancho el Fuerte. Aragón y Castilla se unieron con estrechos y reiterados
pactos para arrojar del trono al rey y dividirse a Navarra: «pacto de partición de
la túnica del justo» dice un historiador insigne de Castilla, el Ilustrísitno Pruden-
cio Sandoval; pero pacto frustrado, porque dice de su parte el Príncipe de los his-
toriadores castellanos, Mariana «repartían la caza antes de haberla apresado».
Los tres reyes tuvieron que luchar cien veces desesperadamente contra los dos
reinos coaligados, que a la vez acometían las fronteras navarras. La lucha ardió
más titánica en el apogeo de la estirpe de los Radas, pues, como caudillos bravos
de la independencia, se batieron al lado de sus reyes.
En los primeros años de la vida de Rodrigo, la presión de las armas de Aragón
y Castilla fué terrible; y Sancho el Sabio, monarca ingenioso, lo expresó de esta
manera, según cuenta Sandoval. «Tomó el rey don Sancho por divisa, aludiendo
a los dos reyes enemigos, que le querían tragar el reino, una banda de oro en
campo colorado, con dos leones que la tragaban, asiendo por los cabos la banda:
queriendo decir en esto que así le querían los príncipes tragar el reino pequeño, si
bien de oro en el valor y nobleza de los naturales y fertilidad de la tierra». (1)
Mientras así corría el padre del niño Rodrigo, de campaña en campaña, y de
batalla en batalla, regresando a temporadas en compañía de los demás Radas a
su familia, a descansar de sus hazañas, y a narrar las acciones y peripecias de la
guerra, el nuevo vastago fué creciendo al tenor de los años, saturándose su espíri-
tu en aquella atmósfera de valor y de bélicas empresas, que dieron a su ánimo
aquel temple y genio guerreros de primer orden.
Pero esta atmósfera de táctica militar y narraciones bélicas de los héroes de su
casa no determinaron rutinariamente la carrera del niño Rodrigo. Dejando la de
su padre y abuelo, se lanzó por la de las letras, que en aquella edad no lograban,
en las casas de alcurnia, el alto honor que siempre merecen, por ser el primer tim-
bre del espíritu humano la aureola de la sabiduría.
La Providencia, que ciertamente enviaba a España a este niño con fines altísi-
mos, le deparó un ambiente propicio para que germinara en su inteligencia el
amor de las letras, y se desarrollara con exuberancia.
E l rey, en cuya corte vivía su padre, y a quien Rodrigo «conocía» (2) y trató, era
un amante de la ciencia, el primer soberano, que en España mereció el sobrenom-
bre de Sabio. La primera autoridad eclesiástica, estaba en manos del sabio Obis-
po, Pedro de París, hijo de Artajona, enamorado de los hombres cultos, varón se-
ñalado por su sabiduría. Rozándose, como a la fuerza se rozó, por seguir la fami-
lia Rada la vida de la corte navarra, con este elemento tan adecuado, el joven Ro-
drigo, nacido para escalar la cima de la más alta cultura, no es extraño, que se
decidiera, como se decidió, a emprender la carrera de las letras.
¿Dónde hizo D. Rodrigo los estudios? Distingamos. Ya sabemos dónde adquirió
la cultura superior, que en aquella edad adquirían los que, después de poseer todo
lo que necesitaban para desempeñar dignamente los ministerios eclesiásticos de
todas las jerarquías de la Iglesia, (ilustración común, que el clero español alcan-
zaba en su país) aspiraban a profundizar y ampliar más singularmente los estu-
dios superiores. Pues era costumbre entonces acudir a sabias Universidades ex-
tranjeras con ese objeto, como lo hizo Inocencio III a los veinte años, lo hizo San
Raimundo de Peñafort en 1210, e hicieron San Juan de Mata, Alejandro de Ales,
(1) Catálogo, p. 85. col. 1." (2) Moret. Anales Lib. XIX c. 1. n. 1.
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San Buenaventura y otros mil. Sabemos dónde completó Rodrigo sus estudios de
alta cultura, mas ¿dónde cursó los estudios anteriores?
Varios biógrafos de D. Rodrigo han escrito que hizo los primeros estudios bajo
la dirección de su santo tío, el glorioso San Martín de Hinojosa (1). Muchas veces
hemos evocado el nombre de este astro bienhechor del joven navarro, de cuya ve-
neración hacia el Obispo de Sigüenza se expresa así un analista:
«Rodrigo Ximénez, joven lleno de toda clase de doctrina, piedad, y de ánimo va-
leroso y esperanza pública de la nación, al cual ya los reyes y príncipes le recibían
y todos lo apreciaban como presagio de grandezas futuras, más de lo que la edad
consentía, veneraba a Martín desde la infancia.» (2) A fin de que se comprenda có-
mo se debe esta veneración de D. Rodrigo, y por ser la biografía del Santo tutelar
una página tierna y aromática de santidad de la hagiografía cristiana, que recla-
ma un lugar en la vida de D. Rodrigo, sucintamente la narraremos aquí:
«Nació S. Martín en 1140, en ignorada patria, (3) y cuando tiene el Sto. 18 años,
ve a su madre abrumada de dos fieras calamidades. Queda en desolada viudez
por la muerte de su marido, Miguel Muñoz de Finojosa, y mientras vierte lágrimas
sobre su cadáver, el Concejo de Soria asuela despiadadamente su rico patrimonio
de Deza. La rodean cuatro hijos, Munio, Martín, Teresa y Eva, a los que tiene que
educar sin el brazo de su consorte y con mermada fortuna (4) Con ellos se alejó a
un pueblecillo del Señorío de Molina de Aragón, diócesis de Sigüenza, donde el
Señor le proporcionó un consuelo celestial. Su hijo Martín descubrió a su madre
su vocación a la vida de santidad y la piadosa abuela de D. Rodrigo realizó uno
de los actos más patéticos y admirables que se leen en las vidas de los Santos, y
que retrata su alma.
Reunió en su casa de Oter de Salas varios testigos, y en su presencia leyó así:
«Yo, mujer de Miguel Sánchez Muñoz de Finojosa, dono a Dios y a la Virgen Ma-
ría de Cántabos, al Señor Abad Blas y sus sucesores, y a la Orden cisterciense ,mi
hijo Martín, para que siempre sirva a Dios y a los Santos, según la regla de San
Benito... por sus delitos y míos y de todos sus parientes» Y luego dona al monas-
terio muchos bienes. (5)
San Martín estuvo en Cántabos cuatro años educándose. En 1162 se fundó Huer-
ta y allí creció en toda clase de virtudes, y descolló como insigne Abad, de sólo 26
años. Alfonso VIII de Castilla se enamoró de él y colmó de donaciones a su Abadía.
Se le sublimó en 1186 a la Sede de Sigüenza, que rigió con maravilloso tino seis
años, al cabo de los cuales, la renunció, y volvió a su cara Santa María de Huerta.
Si D. Rodrigo estudió bajo los auspicios de este su santo tío, no pudo ser en Huer-
ta, donde no se admitían escolares, como en Cántabos, dicen algunos autores. Aca-
so fué durante el tiempo en que San Martín gobernó su Obispado, época que armo-
niza con los años de los estudios de su sobrino en España. Por lo demás creo que
el monje Ricardo, autor de los epitafios de San Martín y de D. Rodrigo, hubiera
aludido a sus estudios en Huerta, si allí se hubiera formado intelectualmente antes
(1) Moreno Cebada.—Hist.de la Iglesia. sigl.XIII. (2) Manrique.—Anal. 111. Lib. II. p. 102.
(3) Minguella.—Hist. de Sigüenza I páginas 145-165.—Allí hay amplias noticias. (4) Sobre el sepul-
a
cro de D . Sancha Gómez, madre de San Martín y abuela materna de D. Rodrigo, construido por los
monjes en el monasterio de Huerta, se leen estas noticias de Miguel Muñoz de Finojosa: «En esta se-
pultura yace la muy generosa Señora Doña Sancha Gómez... la qual, quedando viuda por la muerte
del noble caballero Miguel Muñoz de Finojosa que en tiempo del emperador Don Alonso le mataron
los moros, habiendo hecho muy señaladas hazañas en guerra... (La Fuente. Elogio, p. 44.) (5) Léase
todo el documento en Manrique «Santoral y Dominical Cister. Lib. II. c. 3, que lo copia del Lib. priv,
Hortae. G i l González Dávila.—Teatro'idesSigüenza. c. VI.
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de pasar al extranjero; pues era esto un timbre de gloria. Tengo por más verosímil
que nuestro generoso joven navarro hizo sus estudios en Navarra, bajo la depen-
dencia de aquel sabio Prelado, Pedro de Artajona, que por su brillante carrera y
enseñanza en París, y como Obispo de Pamplona, dejó memoria imperecedera por
sus grandes obras de celo. (1)
El celebrado analista Manrique, al llegar en sus Anales al año 1181 habla de
esta manera acerca de D. Rodrigo: «Se ha de recordar ante todo al Vasco insigne,
Rodrigo Jiménez, porque se presentaba entonces como la mayor lumbrera de nues-
tra Castilla,... Pues, ya en este primer año, descubrió no vulgares muestras del
amor y piedad, que particularmente tenía a los monjes de Huerta, y muchísimo a
Martín... Movido él de la caridad, que a los monjes de Huerta le ardía en el pecho,
y de la piedad hacia Martín, seguro de que agradaría a Alfonso, con aplauso de
los magnates, se impuso la obligación de construir la nueva fábrica, comprome-
tiéndose por pacto a terminarla con su industria, abonando los gastos, que exce-
dieran, mas reservándose el derecho de escoger a un monje, por cuyo medio la eje-
cutara. Cuando yo era joven oí a muchos ancianos asegurar que habían visto y
leído el instrumento de este pacto. Más aún, aseguraban, que, unos cuarenta años
antes, al derribarse las paredes para una nueva fábrica., se había encontrado, de-
bajo de una piedra, una caja de plomo, llena de monedas de oro y plata, y un per-
gamino roído, pero escrito, que atestiguaba que la construcción del edificio se ha-
bía iniciado en la era MCCXXIX, esto es, en 1191 y que había terminado en la era
MCCXXXI, es decir, el año 1193, en tiempo que era Abad Martín, por las diligen-
cias de Rodrigo Jiménez. En verdad argumento poderoso de la veneración y pie-
dad hacia Martín y los monjes de Huerta, que encendían a varón tan grande. A no
ser que prefieras atribuirlo al favor del rey, que inclina a do quiere los corazones
de los cortesanos.»
Hecho tan notable de Rodrigo lo he narrado aquí por seguir al analista cister-
ciense, y por otra parte, por no tener pista segura para precisar la fecha exacta
del suceso. Es clarísimo que mucho después ocurrió el caso. Creo que faltan ahí
dos XX más. Así resultaría que contrajo la obligación hacia el año 1211, y dos
años después terminó la fábrica, en vida de San Martín.
Don Rodrigo hubo de terminar sus estudios de España hacia 1195, y luego ejecutó
la resolución de pasar al extranjero para adquirir los más amplios y más profun-
dos conocimientos que entonces se podían alcanzar en las ciencias humanas y
divinas. La más noble y alta de las humanas es la filosofía, y era enseñada enton-
ces en toda su extensión en Bolonia, única ciudad europea, en que brillaban
Maestros y escritores de Derecho de fama universal, descollando entre ellos los sa-
bios españoles, como lo hacen ver, entre otros, los nombres siguientes: Bernardo
Compostelano, hacia 1200, autor de la Collectio Decretalium; Lorenzo Español,
hacia 1208, autor del gran Apparatum; Vicente Español, que dejó muchas obras;
Petras Hispanus, que admiró durante los treinta primeros años de aquel siglo a
aquella Universidad. (2)
El epitafio de D. Rodrigo nos dice que estudió Jiménez de Rada la filosofía en
Bolonia: «Fontibus Bononise potatus philosophide». Roncesvalles debió facilitarle
la vida en Bolonia, lo mismo que a otros navarros, puesto que se hallaban muy
arraigados allí el nombre y la influencia del Santuario más célebre de Navarra.
Porque la famosa Colegiata poseía ya para aquellos días la pingüe y codiciada
(1) Anales de Navarra. Ub. XIXCV. n. 8.-Sandoval. 83. (2) Véanse más noticias en Rodríguez
de Castro. I. y Wernz-Jus Decret. II. n. 292.
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Encomienda, llamada de «Nuestra Señora de Mascarela.» (1) Naturalmente a la
sombra del encargado de esa Encomienda obtendrían los estudiantes navarros es-
pecial protección y asistencia.
De la vida escolar de Jiménez de Rada en los cuatro años, que debió prolongar-
se en aquella insigne universidad italiana, no tenemos noticias. Lo que podemos
decir con fundada razón, es que no volvió a Navarra sin visitar a Roma, a la que
él mismo apellidó «madre y señora de ciudades.» (2) Así es preciso creerlo de un
joven tan cristiano, estando tan cerca del corazón del catolicismo y del Vicario de
Cristo en la tierra, y no pudiendo suponer que años más tarde volvería allí, como
Primado de las Españas.
También podría decirse que por ventura asistió a los actos de la elevación de
Inocencio III al Sumo Pontificado. Fué elegido el 8 de Enero de 1198, siendo diá-
cono, y el 23 de Abril del mismo año, previa la consagración episcopal, se ciñó
solemnemente la tiara pontificia. Ninguno podía ceñirla más dignamente. No ha
habido Pontífice que haya dejado huella más honda en los fastos de la humani-
dad, ni proporcionado mayores bienes a la sociedad cristiana. Documentalmente
se prueba que hubo relaciones entre los dos personajes, D. Rodrigo e Inocencio III,
como el copioso bulario y otros hechos y datos lo patentizarán a su tiempo. ¿Pero
intermedió algo muy particular e íntimo entre los dos? Arriba vimos, cómo califi-
ca D. Vicente de la Fuente a D. Rodrigo «amigo y panegirista» de Inocencio.
Montalambert escribe por su parte: «Con su ejemplo y preceptos forma (Inocen-
cio) toda una generación de Pontífices adictos a esta independencia (de la Iglesia
respecto del poder secular) y dignos auxiliares suyos, como fueron Esteban de
Longton en Inglaterra, Enrique de Gnesen en Polonia, Rodrigo de Toledo en Es-
paña, Foulquet en Tolosa en medio de los herejes.» (3) Yo por mi parte no veo ra-
zón, ni hecho alguno, que autorice para decir, que hubo entre ambos más cordia-
les relaciones que, las que comúnmente han existido entre la cabeza visible de la
Iglesia y los hijos preclaros y beneméritos de la misma, que, armónicamente uni
dos, y saturados en el pensamiento común, trabajan infatigable y santamente, se-
gún su esfera y medios. No veo nada para aseverar que esas relaciones trascendie-
ron a la intimidad de una amistad personal.
Terminada la carrera de Filosofía y Derecho en Bolonia, D. Rodrigo quebró los
moldes comunes del tiempo, que eran estudiar una de las dos facultades principa
les de las ciencias eclesiásticas, recibiendo de la otra una instrucción suficiente,
pero más o menos honda y acabada. El Derecho se profundizaba y completaba
con todo su brillo y extensión en Bolonia: la Teología, que era la segunda facul-
tad eclesiástica, tenía ese desarrollo y perfección en París, y D. Rodrigo tomó la
resolución de pasar a París, para conocer la ciencia divina.
París fué para los navarros en la edad media el principal centro de ciencias su-
periores, y Francia la principal fuente de su cultura artística, como lo demuestra
plenamente el estudio de la riquísima arquitectura y demás ramas del arte, que
todavía embellecen la mayor parte de los templos más insignes y suntuosos de
Navarra. Véase su causa verdadera. Navarra no era otra cosa que la tribu más
poderosa e indomable de los vascos, que en el trance más crítico de la historia se
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había transformado en reino cristiano, para conservar su libertad y religión con-
tra los francos y árabes, que por los dos lados de los Pirineos la acosaban y la
batían, para subyugarla cada uno a su imperio; pero los vascos, tenazmente asi-
dos a las dos laderas del Pirineo, más compactamente unidos bajo el título y pen-
dón real del reino de Navarra, pelearon más enérgica y bravamente que nunca
por sus dos grandes amores, patria y religión, y Dios recompensó su larga y dolo-
rosa lucha con esplendores de gloria por los dos costados del Pirineo, concedién-
dole por ambas partes expansión extraordinaria. En 1030 Sancho el Mayor de
Navarra se titulaba rey de los Pirineos, de Tolosa y emperador de España; y des-
pués de colocar en Navarra sobre el trono de sus padres a su primogénito García,
erigía tres reinos nuevos, Castilla, Aragón y Sobrarbe con Ribagorza; y además
concebía y realizaba aquel gran movimiento innovador en su dilatado imperio,
movimiento calificado por un sagaz crítico «ensayo de europeización de Espa-
ña». (1) Porque el gran monarca navarro trajo los varones más conspicuos y las
instituciones más adelantadas de allende el Pirineo al interior de la Península.
Desde entonces era corriente en Navarra enviar los hijos a estudiar a Francia, a
París. Por eso Jiménez de Rada allí se encaminó para profundizar la ciencia sagra-
da por excelencia, la Teología; quizás por consejo de su Obispo, Pedro de París.
Don Rodrigo es el único discípulo cierto de París entre los españoles eminentes
de la época. Santo Domingo de Guzmán se formó en Palencia. E l Tudense viajó
por Italia, a donde debía afluir mucho estudiante español, a juzgar por lo dicho
poco ha, y sabiendo además que allí se hicieron sabios San Raimundo de Peña-
fort y otros. Berceo no salió de la Rioja. Aunque el P. Serrano se aventura a decir
que Mauricio estudió en París, puede dudarse seriamente. No aduce dato fehacien-
te que lo haga creer (2).
De los navarros ya consta, por diversos ejemplos, que allí acudían, y al fin de los
días de D. Rodrigo se aumentó la afluencia; y mucho más cuando la reina de Na-
a
varra, D . Juana, creó poco después el famoso Colegio de Navarra, tan acreditado
durante muchos siglos, para facilitar así a los navarros los estudios superiores.
¡Lástima que no lo estableciera en Navarra para crear allí estudios universitarios!
Don Rodrigo debió matricularse en París a últimos del siglo. E l Marqués de
Cerralbo escribió, de Alfonso VIII de Castilla y «no siendo posible consentir
que prevalezcan las usurpaciones de Navarra (invadiendo la comarca de So-
ria hasta Almazán, a raíz del desastre de Alarcos) sobre tierras de Casti-
lla, enciende esta nueva y triunfadora guerra, que conturbando el corazón de
D. Rodrigo, al temer la devastación de sus dos patrias, no queriendo presenciar
tan necesarias desdichas, emprende su transcendental viaje a París, buscando con-
fortar con abstracción de las ciencias y los inefables consuelos de la Suma Teo-
logía (?) las amarguras de sus pensamientos; y al llegarle la noticia de lo heroica-
mente que resiste Vitoria el pertinaz asedio, embárgale la pesadumbre, teme cuar-
ta invasión de los enemigos de la Cruz, que aprovechándose de estas discordias,
consuman nuevamente a Castilla en espantable hoguera del sol de Alarcos, y sin-
tiendo como morirse a la esperanza, piensa que en ella se le acabe la vida, y otor-
ga en París, en 1201 aquel inspirado testamento, por el cual procura a su cuerpo
imperecedero asilo, y a su alma eterna redención por las salmodias de sus amados
monjes cistercienses, en el grandioso e histórico Monasterio de Santa María de
Huerta.» (3)
(1) Ángel Salcedo. Historia de España.—Edad media.—Sancho el Mayor. (2) D. Mauricio. 21.
(3) Discursos, p. 44 45.
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Tales amarguras de tristeza y desesperación agónica por las sobredichas causas,
que tiñen al espíritu de D. Rodrigo de unos sentimientos y pensamientos completa-
mente fantásticos, las pasó en su imaginación el buen Marqués, no D. Rodrigo en
París, por la melancolía mortal, que se le atribuye arbitrariamente, al ver que el
baluarte más fuerte de su país, Vitoria, no es abatida por las lanzas y arietes cas-
tellanos. Más abajo sondearemos el corazón de D. Rodrigo sobre ese punto de la
guerra entre Castilla y Navarra mientras él estudia en la capital de Francia, si-
guiendo las palabras del mismo estudiante.
Uno de los documentos más curiosos y venerandos, el primer escrito que se
conserva de D. Rodrigo, nos demuestra, que Ximénez de Rada estaba en París el
24 de Abril de 1201. Estando bajo algún grave infortunio, y temeroso de que pu-
diera morir sin poder redactar en su tierra lo que quería disponer de su cuerpo,
escribió la carta siguiente, en aquel destierro: «Sepan todos los presentes y futu-
ros, que yo, Rodrigo Ximénez, he elegido a Huerta por mi sepultura, y lo he jurado
con juramento. Por lo tanto nadie podrá negar mi cuerpo a los monjes del dicho
monasterio, aunque yo hubiera llegado a ser Prelado, en caso de que muriera en
España. Hago la promesa en París, a 24 de Abril de la encarnación del Señor
1201. Y para que no se le considere como írrito, lo rubriqué con mi propia mano
y lo sellé con mi sello.» (1)
Aquí no se ve rastro de tristeza. Lo que puede verse ahí es que parece que exis-
te un previo requerimiento, que provoca esa singular promesa, a fin de evitar que
vaya a descansar el cuerpo de ese hombre a otro punto. Esto supone necesaria-
mente que la adquisición y enterramiento de este cuerpo importaba algún gran be-
neficio temporal en favor del lugar que definitivamente lograra poseerlo. Debía cons-
tar esto por algún escrito aparte, que se ha dejado perder. No se explica de otro
modo el empeño de asegurar la posesión, de parte del interesado, con esa prome-
sa con que se obliga. Si tuviera el mero empeño de ser enterrado al lado de su tío
a
San Martín, o su abuela D. Sancha, su lenguaje sería de ruego; pues no era su
cadáver un capital fructífero, ni lo estimaría como el de un santo.
El eminente analista cisterciense (2) dice, entre otras cosas: «En verdad ingente
tesoro para los hortenses, que hoy lo conservan, veneran y lo anteponen a todas
las cosas.» En cuanto al escrito, añade: «Está el escrito mismo en Huerta, el cual
lo envió luego a Huerta; y una copia suya está sobre su sagrado cuerpo, el cual
es venerado como el de un santo, por los milagros con que Dios lo ha manifesta-
do: hace próximamente unos ochenta años que se descubrió.» Todavía se conser-
va incorrupto y legible el pergamino en la misma forma. No cree Manrique que
Rodrigo en aquella fecha estudiara en París. Dice: «Como Rodrigo morara en Pa-
rís, es incierto con qué ocasión, puesto que mucho antes había consumado el es-
tudio de las letras, en que fué preeminente; ya porque sentía su fin inminente, lo
que indica el escrito o ya porque en todas partes no pensaba más que en Martín y
en Huerta, de Jos que jamás quisiera separarse, y apremiándole el amor hacia los
dos... eligió en Huerta la sepultura.»
Por mi parte creo que Ximénez de Rada prolongó algunos años más sus estu-
dios en la Universidad parisiense. El sabio procer Marqués de Cerralbo extremó
todas sus diligencias para averiguar en París algún vestigio de estos estudios de
D. Rodrigo, poniendo en juego todos los medios que su posición privilegiada le
ponía en las manos; pero el examen más riguroso de los Archivos y de las Biblio-
tecas de París por mediación de las más especializados eruditos, tales como el re-
(1) Vid. en el Elogio. Marqués Cerralbo. (2) Manrique. An. tora. III año 1201. c. 4. n. 1-3.
-27-
nombrado investigador y bibliotecario de la Sorbona Mr. L. Barrau-Dihigo, que
prestó todo su concurso en la larga rebusca de noticias, sólo le dio materiales pa-
ra formular una eruditísima lista de conjeturas más o menos atinadas y raciona-
les. (1) Entre ellas insertó una evidentemente absurda, que es preciso tachar, para
que no caigan en el error los que no se dedican a estos estudios.
E l entusiasta panegirista de D. Rodrigo, como distraído un momento, pregunta
así: «y ¿por qué no sería D. Rodrigo estimadísimo condiscípulo del gran Inocen-
cio III, cuando allí en 1187, se llamaba sencillamente Lothaire de Segui, bajo la
dirección de aquella lumbrera de la sabiduría, de aquel preclaro talento, y cientí-
fica arrogancia con que Pierre de Corbeil afirmaba al mismo enérgico y glorioso
Papa, que con sus lecciones le había puesto la tiara sobre la Pontifical cabeza»?
Sencillamente repugna esto, porque D. Rodrigo estudiaba allí diez años después,
como el mismo Marqnés dice con verdad en otra parte, en la que hemos citado su
autoridad.
Dejando el campo de las conjeturas, que aquí es inmenso, y siempre estéril, no-
temos dos hechos. Es el primero, que D. Rodrigo llegó a ser Doctor en las ciencias
que estudió; pues sabido es que se llamó Maestro (Magister) y por Maestro se en-
tendía entonces el doctorado. (2) E l segundo hecho es que durante su estancia de-
bió ver lo que el mismo dice de sí. En el capitulo nono, libro séptimo, de su his-
toria, cuenta el Arzobispo las aparatosas Cortes, que Alfonso VII celebró en Toledo
ante el rey, Luis de Francia, que vino a visitarle. Alfonso haciendo ostentoso alarde
de su grandeza y riquezas, de lo que puerilmente disfrutaba su corazón, ofreció a
Luis innumerables regalos. «Pero no quiso, dice Rodrigo, recibir otra cosa Luis que
un rubí (carbunculum) que colocó en la corona de la Espina del Señor, en la Iglesia
de San Dionisio, y me acuerdo también, lo vi yo mismo» Esta fué la única estancia
conocida, que hizo en París con calma D. Rodrigo, y no cuando acaso pasó, que
de cierto no consta, predicando la cruzada de las Navas de Tolosa. También fué
testigo de los regocijos públicos de Francia el año 1200, con ocasión del casa-
a
miento de Luis VIII con la discreta Infanta castellana, D. Blanca de Castilla, di-
a
chosa madre de San Luis. Era hija de Alfonso VIII, hermana de D, Berenguela,
madre, a su vez, de San Fernando. Dos hermanas, tan reinas en sus reinos, tan
acabadas en el acierto de sus consejos, tan afortunadas en la educación de sus hi-
jos, no las ha visto la historia.
Acerca de los Catedráticos y condiscípulos, que D. Rodrigo tuvo, tanto en Bolo-
nia como en París, nos es imposible decir algo de alguna manera cierta. E l erudito
Obispo de Sigüenza, Fr. Toribio de Minguella, escribe lo siguiente en su excelente
obra sobre la Diócesis de Sigüenza. «San Juan de Mata, Fundador de la Orden de
Trinitarios... había conocido y tratado en París a Don Rodrigo Ximénez de Rada
y a los Canónigos que San Martín de Finojosa envió a la capital de Francia para
que estudiasen» (3) No cita la fuente de tan interesante noticia. Murió el Santo
Fundador de los Trinitarios el 21 de Diciembre de 1213, después de ser amigo de
Sancho el Fuerte de Navarra. En vida de D. Rodrigo se establecieron en Puente la
Reina, supuesta patria de D. Rodrigo, los religiosos trinitarios; y la Orden se en-
riqueció de excelentes sujetos en Navarra.
Y ¿tuvo que emigrar D. Rodrigo acaso porque en el cielo español no resplande-
cía la antorcha de las altas inteligencias, la sabiduría? ¿Fué porque languidecía la
ciencia, que se inflama por la verdad y el arte, que se apasiona por lo bello? No
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por cierto. Verdad es que en los días, en que se desarrollaba la mente del primer
sabio español de sus días (1190-1200) la ola de los almohades se derramó por el
mediodía de la Península, apagando la lámpara de la filosofía árabe, pero su lla-
ma saltó a los cerebros judíos del siglo trece, en que brillan tantas lumbreras.
Funcionaba además en Toledo aquella escuela de traductores, creada por el Ar-
zobispo Raimundo, que tan siniestras pero seductoras luces transmitía a las Aca-
demias de Europa, y en particular a París. Imperaba en todas las escuelas el ta-
lento portentoso del cordobés Maimónides, con su libro: Guía de los que dudan, y
a pesar de aborrecer su criterio racionalista en la escritura, los escolásticos lo te-
nían siempre en los labios. El zaragozano Abrahan-ben-Ezra agitaba y alborota-
ba los espíritus con sus teorías nuevas sobre la exégesis, cuya estela racionalista
fecunda todavía no pocos cerebros heterodoxos. Averroes era una obsesión de
la época, que absorbía y agotaba la atención de los filósofos. Lucía por lo tanto
en la Península hispánica la antorcha de la alta cultura, pero no existían en ella
centros adecuados de enseñanza, y por eso nuestro insigne sabio peregrinó por
Italia y Francia en busca de una formación intelectual superior. Además no ardía
esa antorcha en los reinos cristianos, sino en los estados árabes. Las versiones de
las obras que se hacían en Toledo pocas eran de sabios cristianos y de ingenios in-
dígenas, eran de las dos razas invasoras, la sarracena y judía. Ardía, si, y resplan-
decía entre los cristianos españoles el amor a la cultura, pero más modestamente,
a causa del agobio incesante de la guerra por la reconquista del patrio suelo. Al-
gunas pruebas de este amor se han conservado, a pesar de tantos naufragios como
han padecido los Archivos y Bibliotecas.
La Patria del mismo D. Rodrigo nos suministra argumentos tan elocuentes como
el más favorecido de los reinos cristianos. Vigila, el más autorizado y primitivo cro-
nista, navarro era, como también aquel poeta latino exquisito, Silvio, del que escri-
bió, (hablando de sus obras) Mabillón: «Ojalá que todas se encontraran.» En las
Abadías navarras florecieron igualmente Teodomiro y Sarracino, autores de las
obras, que honran la Biblioteca actual del Escorial. Al vindicar Sánchez Casado
la cultura de las Cortes españolas en la primera parte de la edad media, llega a
sostener que era superior a la de Carlomagno y sus inmediatos sucesores, que a
penas consiguieron leer correctamente, y cita en corroboración de su aserto el
nombre de un preceptor de reyes en la corte astur-leonesa, que es el del preceptor
de Alfonso el Casto, y en Cataluña el de Maestro Rodulfo, y en la Corte de Nava-
rra encuentra cuatro nombres de Obispos que fueron preceptores de los reyes San-
cho Garcés, García el Trémulo y Sancho el Mayor. (1)
En cuanto al aprecio de los estudios especulativos debe conservarse este botón
de muestra, que se refiere al año mil, y tal como lo cuenta el insigne César Cantú,
tomándolo de Martene y Durand (Colect. Ampl. III. 304). Dice el famoso historia-
dor: «Un clérigo de Navarra preguntó a los monjes de Reichenan, si eran partida-
rios de Aristóteles, que no cree en los universales, o de Platón, que los admite, y
le respondieron: Ambos tienen tal autoridad que no nos atrevemos a preferir uno
al otro.» (2)
Cuando nació D. Rodrigo, regía los destinos de su país un monarca, que mere-
ció antes que ningún otro soberano el sobrenombre de sabio, y del cual escribió
el mismo Arzobispo (3) después de haberle conocido y tratado, estos versos lauda-
torios en su poema de Roncesvalles:
(1) Elementos de la Historia de España, tom. I. (2) Hist. geuer. Época X. c. 13. (3) No dismi-
nuye su valor, si es otro el autor.
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«Santius bellator
Rex sapientissimus, totius amator probitatis.»
«Sancho el Batallador
Rey sapientísimo, amante de toda probidad.» (1)
Pero bien se entiende, que esta ilustración relativa, no era fomento y organiza-
ción de los conocimientos superiores, que forma la clase de verdaderos sabios. Y
para encontrar eso emigró D. Rodrigo, y cuando adquirió todo lo que podía al-
canzar, en Italia primero, y después en Francia, regresó a Navarra, para ser su
más alta gloria mental en la edad media.
Y ¿en qué consistieron la amplitud y variedad de los conocimientos científicos
y literarios de D. Rodrigo? ¿Cuál es su semblanza de sabio? Antes de terminar,
preciso es presentar un cuadro, el más ajustado que sea posible, para que el lec-
tor se forme el concepto verdadero, que de hombre tan eminente se ha de tener.
Fué en primer lugar un políglota extraordinario, el mayor, que de aquella edad
conocemos. Supo muchas lenguas. De las siguientes tenemos noticias seguras. Hijo
del pueblo y reino vascón, supo en primer lugar el vascuence del que un verdadero
sabio moderno escribió «La éuscara, (lengua) monumento palpitante, indestructible
de la raza más bella del occidente» (2) De esa «su lengua natural y materna» (Ga-
ribay) se aprovechó poco en su vida pública. Ya veremos como en Roma le fué útil
en una ocasión solemne. De ella hace mención una vez sólo en el capítulo sexto
del libro primero de su historia, diciendo, que es lengua propia de los «Vascos y
los Navarros» La consideró por completamente distinta de las lenguas que la
rodearon y la rodean, e inservible para conocer la etnografía española; porque ni
siquiera se le ocurrió la idea de que en ella podría acaso encontrarse el origen eti-
mológico del nombre de España, y prohijó y popularizó el fantástico de Hispano,
el rey fabuloso prisionero de Hércules, del que «Hesperia se llamó España» (3) La
segunda lengua que supo, fué el castellano, que habló durante toda su vida, y en
él dio varios fueros a sus pueblos, siendo Arzobispo de Toledo; pero no redactó
en él obras literarias magistrales, porque no se prestaba la lengua a ello, por es-
tar en el período de formación. En cambio conoció y manejó el latín con la perfec-
ción extraordinaria que veremos adelante. Igualmente supo el italiano y el francés
por haber estudiado en Italia y Francia sucesivamente. Como el alemán era la
lengua del Sacro Imperio, lo adquirió igualmente, como un documento célebre nos
lo dice, lo mismo que el inglés, éste sin duda por las incesantes relaciones de In-
glaterra y Navarra en la frontera de Bayona, como lo vemos ya por la intervención
de Enrique II de Inglaterra en el pleito de los límites de Castilla y Navarra duran-
te la adolescencia de D. Rodrigo. Sancho el Sabio de Navarra y Alfonso VIII de
Castilla pusieron el interminable y funesto pleito en manos del nombrado monar-
ca inglés, que dictaminó así: que mutuamente se devolvieran las conquistas injus-
tas: que observaran treguas de siete años, y que el Castellano pagara al Navarro
tres mil maravedís anuales durante diez años. (4) E l matrimonio de Ricardo Cora-
a
zón de León con D. Berenguela, Infanta Navarra, popularizó hondamente las rela-
ciones navarro-inglesas, y las selló y cristalizó en 1202 el pacto firmado entre
Sancho el Fuerte y el famoso Juan Sin Tierra, que se prometieron mutua ayuda
contra todos los príncipes del mundo, excepto el Miramamolín; y no hacer paces
con Castilla y Aragón, sin común acuerdo. (5) Por eso Sancho de Navarra pactó
en 1204, con los bayoneses, salva la fidelidad con Inglaterra (6) Bastan estos datos
para comprender que en los días de D. Rodrigo era muy familiar lo inglés, y por
lo mismo la lengua inglesa tenía que ser estudiada.
(1) Verso 151 y 152. (2) P. Fita. Discurso sobre D. Juan Margarit. p. 44. (3) Lib. I C. 6. (4) Ge-
a
bahrt, tom. III. 239. (5) Reymer. Fcedera et Contrat. I. 43 (ed. 3. ) (6) Cartulario de Teobaldo.
Vol. III. foI._239.
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¿Qué extraño que Rodrigo, de noble linaje y con vocación a la diplomacia, lo
aprendiera? Es creíble también que supiera el griego, como lo asegura Moreno
Cebada; pero con ningún dato se puede probar. Es verosímil que lo estudiara,
para investigar la historia primitiva de España, que se halla en las fabulosas na-
rraciones de los griegos. Conoció a fondo el árabe. El mismo dice que estudió las
historias árabes para escribir la suya sobre ese pueblo. Ya veremos cuánta auto-
ridad tiene. Su criterio sobre la cultura árabe era muy distinto del de otros. Don
Rodrigo estimó y aprovechó mucho sus escritos y alabó a los que poseían y utili-
zaban esa lengua. Escribe de un Prelado Hispalense, que la poseyó. «En este tiem-
po vivió en Sevilla el glorioso y santísimo Juan, Obispo, llamado Caéit Almotrán
por los árabes, que resplandeció en el gran conocimiento de la lengua arábiga,
brilló con muchas maravillas, y habiendo explicado la Sagrada Escritura con de-
claraciones católicas, las dejó escritas en árabe, para instrucción de los suceso-
res.« (1) A pesar de conocer profunda y universalmente la cultura de los invasores,
jamás la ensalzó, fuera de las maravillosas obras de arquitectura y urbanización,
que ejecutaron, como otras beneficiosas al bien público, tales como el abasteci-
miento de aguas y otras mejoras, las cuales pondera sin tasa, y también a sus eje-
cutores, los Abderraman e Issém en Córdoba. (2)
En lo demás abomina sus errores teológicos, filosóficos y políticos, como celo-
sísimo Prelado de la Iglesia y gran Pastor de su grey. No hay en sus obras el más
mínimo vestigio de la influencia de la ciencia árabe, ni el más insignificante conta-
gio de sus ideas y teorías; y nacen de pura ignorancia esas afirmaciones de ciertos
publicistas de la prensa diaria, que representan a este grande hombre como hijo
espiritual de la cultura árabe. En fin, no cabe duda que D. Rodrigo conoció el he-
breo. Bastantes escrituras redactadas con muchas expresiones hebreas firmó don
Rodrigo. En Toledo había barriadas de judíos, a los que tenía que vigilar, y atajar
también la hábil propaganda de sus Rabinos. Se rozó él mucho con gente cons-
picua de los hebreos, y se valió de ellos para la gerencia provechosa de los asun-
tos financieros, siendo objeto de acusaciones por eso mismo, acusaciones que se
examinarán en su lugar.
Admira la adquisición de tantas lenguas; y crece esa admiración viendo la orien-
tación genial que dio al conocimiento de las mismas el espíritu singular de este
raro varón. No se propuso desentrañar las cuestiones gramaticales, ni desenvolver
el origen y desarrollo de los idiomas, ni descubrir las huellas e hilos de mutuo pa-
rentesco, ni tampoco dar pábulo y alimento a la actividad curiosa y elevada de su
alto entendimiento, sino utilizar su conocimiento para la investigación histórica, y
para la distribución de las razas y de las naciones. Con gran perspicacia, siete si-
glos ha, distribuyó los pueblos geográfica y étnicamente, como si hubiera cursado
los métodos científicos de estos tiempos. El capítulo tercero del libro primero de
la historia gótica es un capítulo de mérito, digno de estudiarse, en el cual parece
haberse inspirado la crítica moderna. Allí está una larga excursión geográfica y
lingüística por toda Europa. No olvidó a sus paisanos, de los que dice «que tam-
bién los vascones y navarros recibieron en suerte su lengua, como los bretones.»
Otra aplicación muy útil de la lingüística hizo nuestro sabio. Desentrañar los orí-
genes etimológicos de los nombres de las poblaciones y de las naciones, cuyas
historias teje. No se quién le igualará en este punto; y a él le han copiado nues-
tros historiadores clásicos, casi sin titubear. Empieza en el prólogo de su obra de
este modo: (lo copiaré para que se vea su estilo) «Los que tenían levantadas las
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tiendas al Oriente, se les llamó Ostrogodos, es decir, godos orientales; porque en
la lengua gótica llaman Oster al Oriente, y de aquí Osteric, esto es, el reino de
Oriente. West signiñca Occidente, y de aquí West-gothi, como si se dijera, godos
occidentales. Por esto se llama Westfalia, es decir, el campo occidental, la otra
parte de la Teutonia.»
Hay más. Si en la mente de D. Rodrigo posó el rayo del genio, en su fantasía
sopló la inspiración de las Musas y en su corazón ardió el fuego de los entusias-
mos de la belleza. Quiero decir, que D. Rodrigo, en el conocimiento de los idio-
mas no fué solo un gran políglota, sino que fué además un gran humanista en to-
da la extensión de la palabra, un literato y un estilista excepcional. Revela en sus
escritos su afición a las bellezas de la poesía. En la Historia Romanorum llega a
citar hasta con exceso, a los poetas latinos, demostrando su predilección por Vir-
gilio. Ovidio, Lucano, cuya fogosidad le contagió, Juvenal y Pérsico.
Los escritos del Arzobispo atestiguan que su formación filosófica y teológica fué
solidísima. Como ñlósofo no se muestra afiliado a ninguna escuela particular, sino
un pensador hondo y seguro, que camina en sus reflexiones, discursos y racioci-
nios, por un terreno firme, por donde anduvieron los eminentes filósofos católicos
Lo mismo hay que decir de su doctrina teológica. En tantos pensamientos profun-
dos como pronuncia en sus obras, no hay uno solo menos grave, o en algo tacha-
ble o atrevido. Da siempre doctrina sana, maciza y saludable. En fin fué también
un gran escriturista, como se verá a su tiempo.
Teniendo a la vista estas prendas y otras de D. Rodrigo con razón pudo estam-
par el autor de su elogio sepulcral, sobre su tumba: Primus Hispanice... Arca so-
phiee. «El primero de España... Arca de la sabiduría.» Y el austero Mariana lla-
marle: «Maravilla de su época.»
Todavía no hemos dicho ni una palabra acerca de una cualidad divina, que ava-
loró y engrandeció incomparablemente más el talento, el ingenio, la actividad sin-
gular, las ciencias, las artes, y todas las eminentes prendas de D. Rodrigo; cuali-
dad que nimbó su vida de resplandores divinos y dio una fecundidad inmensa a
todas sus empresas y esfuerzos: esa cualidad fué la virtud cristiana en grado no
común. Pero es el caso que, como de este período de su vida, no se conservan datos
particulares para hacer ver en qué forma se distinguía en este punto, preciso es
que nos limitemos a decir lo que han dicho los biógrafos, que era un joven virtuo-
so, adornado de especiales cualidades, que le hacían captar la veneración y res-
peto de todos. Ángel de pureza, dechado de celestiales costumbres, foco de divinas
aspiraciones; alma libre de las ilusiones sugestionantes y de la seducción de las
pasiones: he aquí las pinceladas características de la fisonomía de su bellísima
alma.
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CAPITULO III.
1202—1206.
(1) Propaganda Católica, p. 40, año 1898. (2) Biografía Ecl. Completa, tom. XXX, p. 739.
(3) Vol. II. p. 803. Art. Xeménez. (4) «Las grandes ruinas monásticas de Navarra», vol. IX. c. 9.
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rralde a D. Rodrigo, monje. Moreno Cebada, en su Historia de la Iglesia, le hace
hijo del Cister. Pero no es posible admitir esta noticia, que ha nacido de las ínti-
mas relaciones y amistad extraordinaria de D. Rodrigo con los cistercienses; pues
su devoción a esta rama de la Orden de San Benito fué incomparable. Se acumuló
dentro de su amplísimo y religiosísimo espíritu el doble tesoro, del todo excepcio-
nal, de la devoción de las dos líneas progenituras, materna y paterna. Es un caso
que no creo que tenga parecido. Los grandes devotos y bienhechores del Cister en
el famoso monasterio de Fitero, en Navarra, habían sido los Radas, sus antepasa-
dos: y en Castilla, los Finojosas, también sus antecesores maternos, que colmaron
de bienes a Santa María de Huerta. A los dos cenobios amó especialmente D. Ro-
drigo, y los enriqueció de bienes, y en ambos señaló el lugar de su sepulcro. Sin
duda que esta devoción sugirió la idea de que fué cisterciense. Pero no es admisi-
ble. No lo hubieran callado los cronistas de las renombradas Abadías de Fitero y
Huerta, ya que nada más glorioso podían decir al referir sus donaciones y bene-
ficios. Pero los monjes de Huerta no hacen la más mínima alusión a esto sobre
su tumba, ni en sus crónicas; ni tampoco los de Fitero, cuando pleiteaban para
arrancar a los monjes de Huerta el cadáver del munífico constructor de Santa Ma-
ría de Fitero, donde, de su orden, estaba labrado el sepulcro que debía recoger sus
restos mortales. Rodrigo llamaba padre a San Benito, como se vé en su Historia
Ostrogothorum, en la cual refiere cómo el Santo Patriarca de Occidente cambió
prodigiosamente en humanitario el cruelísimo corazón de Totila, cuando este rey
bárbaro, arrastrado por la curiosidad, subió al monte Casino, para indagar si
aquel solitario de celestial fama, estaba adornado del espíritu de profecía. Es lo
único que D. Rodrigo manifiesta de San Benito; y eso no autoriza para escribir,
que fué hijo de ese santo en ninguna de las frondosísimas ramas de la Orden de
San Benito, que en tiempo de Jiménez de Rada llenaban los reinos cristianos de
Europa. Por lo tanto hay que tener por cierto que D. Rodrigo no fué ni fraile, ni
monje, ni religioso.
Entre 1202 y 1204 Jiménez de Rada terminó la carrera universitaria en París y
volvió a su patria. Su vocación para entonces estaba decidida. Según se vé en su
testamento, ya copiado arriba, era clérigo, y clérigo deseaba morir; y aun preveía
que podía llegar algún día a ocupar prelacias. Me inclino también a creer, que no
sólo estaba ordenado de menores e inscrito en el clero, sino que ya era diácono,
grado en que perseveró hasta que se posesionó de la Sede Primada de las Españas.
Si así no fuera ¿cómo el Arzobispo, en su escrito de París, hubiera podido hablar
fundadamente de posibles cargos de Prelado, que podrían alcanzarle? E l texto de
ese testamento revela muchas cosas. Revela que su autor es un hombre ya hecho
y maduro, apto, por su preparación y años, para desempeñar cargos importantes.
Revela que tiene categoría social, independencia personal, y especial situación eco-
nómica. De lo contrario no hubiera dispuesto tan libremente de su cuerpo. Pues
bien, esto es una clave, que nos sirve para entender y explicar ciertos puntos de
esta vida. Primeramente se deduce que D. Rodrigo, al redactar ese documento, era
un sujeto, que podía aspirar a los más altos cargos de la Iglesia. Eso podía hacer-
lo sólo teniendo la base del diaconado. Se deduce, en segundo lugar, que es persona
de viso e importancia y, por lo mismo, de edad, y de madurez especial. En conse-
cuencia se puede decir fundadamente que D. Rodrigo hizo los estudios universita-
rios de Bolonia y París, siendo diácono; que se fué a hacerlos, después de haber
obtenido algún beneficio eclesiástico, para aprovecharse del privilegio del Dere-
cho canónico, que facultaba a los eclesiásticos beneficiados para trasladarse a las
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Universidades, o a otros puntos de estudios, con el fin de ampliar los conocimien-
tos en las ciencias sagradas.
Cuando D. Rodrigo volvió a su tierra, hecho un sabio, con el título de Doctor o
Maestro, su padre Jimeno Pérez de Rada, que en aquel tiempo estaba en el apogeo
de su privanza y servicios en la Corte de Navarra, como dijimos en el capítulo pri-
mero, puso a su hijo en relaciones con la familia real, y singularmente con el rey,
por lo que D. Rodrigo tuvo fácil acceso a la cámara real de Navarra. Sancho
el Fuerte conoció pronto su mérito, y enamorándose de sus letras y virtudes «le
hizo, como escribe Nicolás Antonio, privado suyo y aúspice de la paz con Alfonso
de Castilla». (1)
Para entender lo que entonces significaba una misión tan delicada y elevada
preciso es que expongamos algo la situción de las cosas.
Don Rodrigo trató a tres reyes de su patria; a Sancho el Sabio, en la adolescen-
cia, al Fuerte en la edad viril, y en la ancianidad, a Teobaldo el Grande, renom-
brados monarcas los tres; el que más el segundo, a quien empezó a servir y acon-
sejar Jiménez de Rada en los primeros pasos de su carrera política.
No era fácil aconsejar a Sancho el Fuerte en aquella aciaga fecha; pues aunque
dedicado activamente a la reconstitución material de su reino, se abrasaba en la
amargura de ver perdidas Álava y Guipúzcoa, y revolvía en su pecho el proyecto
de la recuperación violenta. Le conoció a fondo y le describió D. Rodrigo lacóni-
camente, trazando los rasgos inconfundibles que le caracterizan. (2) Dice de él que
era de procer estatura (cerca de dos metros) (3), de fuerzas hercúleas, de indoma-
ble valor, aferradísimo a sus ideas hasta la terquedad, atleta siempre ven-
cedor en todos los palenques de combate, cubierto con el broquel de las haza-
ñas, alma bravia, ánimo enconado por las saetas que los adversarios le clavaban,
y espíritu tétrico e irritado, pero no abatido, por las adversidades soportadas; res-
plandeciente siempre por la religiosidad jamás desmayada de su corazón cristiano,
que, en el momento supremo de la cruzada de las Navas, no quiso rehusar la glo-
ria de su brazo poderoso al servicio de Dios, (4) a pesar de sostener en el pecho
tremenda batalla de resentimientos y quejas contra el que le había quitado la cuar-
ta parte de sus estados. Con estas pinceladas nos transmite D. Rodrigo la figura
de su rey.
Sancho no estaba en guerra cuando recibió en la Corte a D. Rodrigo, pero tam-
poco en paz. Anhelaba recuperar las grandes pérdidas de 1199 a 1201. Pero era
absurdo que lo intentara, y más imposible que lo consiguiera; pues él era mucho
más débil que sus poderosos enemigos. Seguían cordialmente unidos Alfonso
de Castilla y Pedro de Aragón, con más ventaja de los castellanos, que de los
aragoneses. Los agarenos mantenían el pacto de tregua concertado con Castilla a
raíz de la muerte del Miramamolín Yacub, el 23 de Enero de 1199, y eso les con-
venía para pacificar el interior del Imperio, que se turbó hondamente con aquella
muerte. Esta fué la causa por qué se negaron a prestar su auxilio al navarro, cuan-
do durante la guerra con Castilla (1199-1201) lo solicitó, alegando los antiguos
tratados. A pesar de haberse presentado personalmente a los jefes árabes, para
reclamarlo tenazmente, y haberlo merecido sobradamente con servicios extraordi-
narios y hazañas de épica resonancia, que tanto se han celebrado por la historia
legendaria, sólo consiguió recompensas pecuniarias y regalos de inmenso valor,
(1) BibliothecaVetus.II.Lib.VII.c.2. (2) En tres puntos: Lib. V. c. 24. Lib. VII. c. 32. Lib. VIII.
c.6. (3) Asi se comprobó el año 1912, cuando se reconocieron sus restos mortales, que yacen en
Roncesvalles. (4) Lib. VIII. c. 6.
-35-
mas no auxilios militares, que era lo que buscaba; y regresó, por fin, triste y despe-
chado, sin esperanzas de ninguna clase para lo futuro, bajo el bochorno de tan
tremendo desengaño. (1)
Fluye de lo expuesto que hacía falta en Navarra una paz verdadera; paz por
otra parte indispensable a Castilla y Aragón para luchar contra los infieles. Po-
demos suponer que D. Rodrigo inspiraría los sentimientos de esa paz en el ánimo
del irritado monarca navarro, el cual vivía en forzosa tregua, pero en acecho, pa-
ra lanzarse en el instante que juzgase favorable a sus planes de desquite. Cin-
co años iban a cumplirse desde que el hierro dormía en la vaina y losrivalesno
se hacían gestos de guerra, cuando estalló ésta furiosamente, dando al traste con
las esperanzas, que los optimistas acariciaban; si bien la Providencia la permitió,
para que los tres reyes llegasen a formalizar pactos de paz. D. Rodrigo cuenta
así la guerra:
«Transcurridos estos sucesos (el año 1206) Diego López, Señor de Vizcaya, pri-
mer procer de España, apartóse de Alfonso el Noble, por disensiones de fami-
lia, y devolviéndole los feudos, que tenía, pasó al rey de los navarros, y causó mu-
chísimos daños a los castellanos con ataques y continuas incursiones. Mas el No-
ble Rey Alfonso, no pudiendo tolerar tales injurias, llamando a su yerno, el rey de
León, atravesó las fronteras de los navarros. Sitiaron a Estella, población nobilí-
sima; pero Diego López de Vizcaya, que en ella estaba con otros nobles castella-
nos, que peleaban bajo su mando, resistió violentamente, en encuentros encarni-
zados, aprovechándose de los obstáculos de las viñas. Como la población, con su
fortaleza, consumía las fuerzas sitiadoras, y no había esperanzas de victoria, los
reyes, habiendo primero devastado los contornos con gran daño de los habitantes,
dejaron el cerco y volvieron a sus tierras.» (2)
En esta lucha, Sancho de Navarra apoyó primero al Señor de Vizcaya, y luego
le abandonó. Entonces acudió al aragonés, que también le desechó. D. Diego pa-
só a los moros, y dañó cuanto pudo desde la frontera de Valencia a los aragone-
ses. Al poco, vino la paz. Dice D. Rodrigo: «Después (de esto) se firmó tregua pa-
ra cierto tiempo entre el rey de Navarra y los reyes de Castilla y Aragón.» (3)
Véase cómo:
Agradó al castellano el desamparo en que el navarro dejó al de Haro, el cual
pidió asilo al aragonés, ya que no podía seguir en Estella, y Alfonso VIII manifes-
tó deseos de paz, como dice D. Rodrigo, principal intermediario de la misma,
con el fin de vengar la derrota de Alarcos. (4) No es verdad que se anticipara Don
Sancho a solicitarla, según escribe Zurita (5) y lo subscribe Mondéjar. (6) La ini-
ciativa de la paz partió de Alfonso VIII, por el deseo de preparar la campaña con-
tra los moros, iniciativa que nació de ver que el navarro hostilizaba al de Haro,
el cual también fué rechazado por Pedro de Aragón, y corrió al interior de las tie-
rras valencianas. D. Rodrigo aprovechó esa iniciativa, y movió a su rey Sancho
(1) E l cap. 32 del libro VII de D. Rodrigo contiene el relato de la pérdida de Álava y Guipúzcoa, y
del viaje de Sancho a l a tierra de los agarenos. Allí se vé que el navarro demoró su estancia entre los
sarracenos, y que recorrió las ciudades andaluzas con el fin de obtener los auxilios, que esperaba, y
que además envió al África mensajeros para urgir lo mismo en la corte marroquí, y que los esperó en
Andalucía hasta su vuelta, por ver si lograban lo estipulado. Para mí el texto del Arzobispo no dice
que Sancho pasara personalmente al África, ni autoriza para pensar así. Lo mejor que hasta ahora se
ha escrito acerca de este famoso episodio del rey de Navarra, se halla en A . Huici, que es preciso leer.
Está por estudiar y determinar netamente hasta qué punto se ha de censurar al rey de Navarra por
sus alianzas con los moros. Cosa difícil, en la cual hay que desechar el voto de sus enemigos y sus
acusaciones interesadas. (2) Lib. VII. c. 33. (3) Lib. VII. c. 33. (4) ídem. (5) Anales. Lib, II.
c. 25 (6) Crónica c. 93.
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para que la siguiera, y de aquí vino la reunión de los cuatro reyes en Alfaro, es
decir, el de León, Castilla, Aragón y Navarra. (1)
Los sentimientos de cordialidad, reflejados en Alfaro, se cristalizaron en sólida
tregua en Guadalajara, entre Castilla y Navarra, el 29 de octubre del año 1207.
Allí vino Sancho de Navarra con seguridad del castellano, dice Garibay. (2)
Don Rodrigo asistió a las negociaciones, como el más sagaz y activo diplomá-
tico, traído, según todas las apariencias, por el soberano navarro, pero grato al
castellano por sus relaciones de parentesco y trato con los Muñoz de Hinojosa,
que tanto privaban en la corte de Castilla, como veremos adelante. Como dice el
clásico escritor, por fin se firmó la tregua por cinco años con sólidas garantías,
después de «muchas alteraciones y acuerdos, siendo en la concordia de los reyes
el que más trabajó D. Rodrigo Jiménez.»
La más fuerte de esas garantías fué la entrega mutua de cuatro castillos a caba-
lleros de confianza, que cada rey escogiese, para que en su nombre los tuviesen.
E l padre de D. Rodrigo fué uno de los cuatro caballeros navarros, elegidos por
Alfonso VIII, que le fió un castillo.
Como D. Rodrigo indica, el navarro hizo también paces con el aragonés, pero
no dice dónde. Zurita dice que Alfonso VIII comprometió para ellas a Pedro de
Aragón, pero no consta. Lo que consta es que cuatro meses después de lo de Gua-
dalajara, el aragonés y el navarro concertaron en Monteagudo (Navarra) no dar
asilo a los rebeldes, y prestarse mutuo auxilio para recobrar lo que los rebeldes
habían ocupado. Esto se cumplió por ambas partes fielmente.
Dos cosas importantes quedan atrás por explicar cumplidamente. Es la primera
la causa de la rebelión del Señor de Vizcaya, que en Alarcos peleó como Alférez
y por su excelente condición se llamó el Bueno. Alfonso IX de León despojó de
a
sus bienes matrimoniales a D. Urraca López, hermana del noble Señor, y reina
de León, como tercera mujer de Fernando II de León. Alfonso VIII se dejó ganar
por el leonés, y apoyó tan injusto atropello, sin mirar a los fueros de la conciencia
y de la dignidad; lo cual irritó a D. Diego hasta alzarse en rebelión, y devolverle
sus feudos, atrayendo sobre sí la ira y las fuerzas de los dos reyes, y peleó brava-
mente al amparo del navarro. No le censuró D. Rodrigo al de Haro por este acto,
porque veía que era digna su causa; y además ambos fueron amigos con el tiempo,
y acaso ya para entonces se había iniciado la amistad. El año 1211, cuatro después
de este suceso, D. Diego hizo una buena donación a D. Rodrigo: y el Arzobispo,
que estimó mucho al Señor de Vizcaya, fué quien le reconcilió con el rey de
Castilla, le abrió el camino a todas las antiguas grandezas, y le elevó a la cate-
goría de jefe de las fuerzas extranjeras en la empresa de las Navas de Tolosa (3)
por el celo que puso para que utilizara Alfonso VIII el valor y la pericia de tan
gran soldado.
No cabe duda de que el padre del Arzobispo fué escogido como persona de con-
fianza por el rey de Castilla, para tener en rehenes lo estipulado respecto de los
castillos con Sancho de Navarra, puesto que, como se ve en los Anales (Lib. X X
c. 4 n. 31) el año siguiente, 1208, figura D. Jimeno de Rada como Señor de Irurita.
Prueba de extraordinaria estimación del mismo insigne caballero de parte del
rey navarro es que, cuando dos años después, el 4 de Junio, se entrevistaron San-
cho de Navarra y Pedro de Aragón entre Cortes y Mallén, no lejos de Tudela, y se
(1) Mariana. Lib. XII. c. 22. Garibay. Lib. XII. c. 20». (2) Lib. XII. c. 20. (3) Anales de Navarra.
Lib. X X . c. III. n. 41.-Lib. IV. c. V. n. 8.—Moret no cita la (uente.=Lo refiere la Crónica general de
Navarra.
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firmó un solemne contrato de préstamo de 20.000 maravedís, que Sancho prestó a
Pedro de Aragón, recibiendo en hipoteca los castillos de Peña, Esco, Pitillas y
Gallur con sus villas, las confió a la tenencia del buen caballero, Jimeno de Rada.
Y aquí debemos tratar un punto interesante de la biografía del hijo preclaro de
D. Jimeno. El docto historiador, P. Fita, dio a conocer dos veces con merecidos
encomios un poema notable, quizás el más notable de España, en cuanto al tiem-
po, a que se refiere, acompañado de una bien documentada monografía del cele-
bérrimo santuario de Roncesvalles. (1) Dióle el título de «Poema de Roncesvalles»
y con propiedad; (2) porque el poeta canta en 42 estrofas rimadas, de cuatro ver-
sos cada una, el origen y las excelencias del santuario y del celebrado hospital. Es
un documento histórico de suma importancia, que debe divulgarse para que, con
los variados datos, que respecto de la organización de la hospitalidad de aquella
época, y respecto del trato, que en las cumbres del Pirineo recibían los romeros de
Santiago, se ilustre la historia de España. Es una página viva, honrosísima, de la
primera década del siglo trece en el país natal de D. Rodrigo, que la vivió el mis-
mo Arzobispo, y que hay que descubrir aquí para que comprendamos en qué
atmósfera social respiró su espíritu y se formó su corazón.
Pero procedamos con orden. En primer lugar ¿quién fué el autor de esa precio-
sa composición? Discurre así el P. Fita: «¿Quién fué el poeta erudito en los fastos
de Roncesvalles, poseedor de la ciencia sagrada, ingenio claro y talento sólido, co-
mo corazón bello e inflamado de tiernisima caridad, que así despertó los ecos de la
Musa histórica, y nos ha legado esta pieza magistral del Parnaso hispano latino?
Bien sentaría en la pluma del insigne D. Rodrigo Jiménez de Rada, en cuya alma
de navarro entusiasta de las verdaderas glorias de su país el talento de historia-
dor supo descartar de las leyendas poéticas sobre Roncesvalles y Carlomagno, to-
do aquello, que daba en ojos a la crítica imparcial y serena. Como el autor del
Poema, D. Rodrigo emplea el nombre de Roscida-Vallis; y encarece y elogia la
bondad del paso en favor de los romeros, o peregrinos de Santiago. Su descrip-
ción del Hospital de Burgos, construido por Alfonso VIII, está concebida en térmi-
nos paralelos, y cabalmente regresó D. Rodrigo a España desde París, con objeto
de poner paz entre los reyes de Castilla, Aragón y Navarra, al propio tiempo que
Don Sancho el Fuerte, tan munífico era en pro de Roncesvalles, como lo atestigua
el poema.» (3)
iQué pensar de estos argumentos y de la conclusión, que de ellos se aspira a de-
rivar en pro de la gloria de D. Rodrigo! En una obra de las pretensiones de la pre-
sente es indispensable que se aclare y precise todo lo que sea posible punto tan in-
teresante, al que los agudos atisbos del sagaz jesuíta han dado tanta importancia.
Hay primero cosas indudables, deducidas de las entrañas del poema. Primera,
que el autor es un navarro lleno de cariño y de entusiasmo por sus reyes. Pues
con toda su alma ensalza a Sancho el Sabio, como Sapientísimo, a Sancho el
Fuerte, del que habla como vivo, como valerosísimo, (verso 139) y constructor de
(1) El poema y los documentos, que editó el ilustre jesuíta, fueron proporcionados por el erudito pu-
blicista navarro, Prior de Roncesvalles, D. Francisco Polit, quien sacó una copia del poema, de los in-
folios 89 y 90 del importante cartulario de aquella Colegiata, titulado «Pr&ciosa» completando los ver-
sos, que ya están borrados, con la copia, que el canónigo Huarte dejó en el siglo diez y siete. En la Bi-
blioteca de Munich existe una copia de ese poema, sacada en el siglo catorce.—El P. Fita alcanzó co-
pia de ese traslado, que le facilitó el Doctor Baist: y así ha publicado un estudio crítico y copia con-
frontada del apreciable poema. (2) Estudios Históricos.—Colección de artículos escritos y publica-
dos por el R. P. Fidel Fita en el Boletín de la Real Academia de Historia. Madrid-1884. Pág. 66-78.
(3) Estudios. Ibi. Se lee en Les Légendes Epiques (tom. III. p. 310. not. 2. Paris. 1921) «L'attribution.
que le P. Fita en fait á Rodrigue Ximenes est des plus douteuses.»
la iglesia y bienhechor espléndido del Hospital (v. 140-146). Segunda, que el poeta
vivía y escribía en los primeros diez años del siglo trece. En los versos 151, 152,
153 y 154 hace el elogio del Prior, que en aquellos días, en que escribía, goberna-
ba la casa, diciendo: «El Custodio de todas estas cosas se llama Martín, varón de
laudable vida, como el pino excelso, que en favor de los pobres de Cristo abre es-
pléndidamente sus tesoros, cuya alma llena el Espíritu divino.» He visto en el Prae-
cíosa ya citado, que ese Martín, que fué de apellido Guerra, murió el 1 de Di-
ciembre de 1215 y su antecesor, en Agosto de 1199. Le llama (Priorbonce memo-
rice) de buena memoria. Se vé también que se escribió antes de la gloriosa
batalla de las Navas, ya que no hay alusión a ella al hablar del héroe navarro;
lo que era imposible de lo contrario. Tercera es que el poeta conocía profunda-
mente a Roncesvalles y su historia, y las canta como cosas vistas: pero no es nin-
gún canónigo del lugar, sino un sujeto, que ha estado allí, que allí ha recibido es-
peciales favores, y por ello declara que tiene obligación de amar a aquella casa
(quam teneor amare.) Las cien veces, que se presenta la ocasión de manifestar que
está afiliado a aquella familia, no lo dice. Todas estas notas se adaptan muy bien
a la vida de D. Rodrigo. E l único paso de Navarra a Francia era Roncesvalles, ca-
mino insustituible de los peregrinos, y saliendo del interior de Navarra, era me-
nester hacer morada en este albergue, de fama universal, antes de lanzarse por el
interminable desfiladero de Valcarlos; y lo mismo de regreso de Francia, al termi-
nar en la cima del desfiladero, era necesario detenerse en el Santuario, antes de
atravesar el soberbio anfiteatro de Burguete, para cruzar imponentes valles, hasta
alegrarse con la cuenca de Pamplona. Y D. Rodrigo varias veces realizó este viaje.
Era además persona de nobleza para que pudiera prolongar entre los canónigos
su estancia con agrado de ellos. Así que por este lado no hay razones, que desfa-
vorezcan la suposición del P. Fita, sino que la fortifican.
La fuerza de las que dicho autor alega se verá ahora. En el poema de Ronces-
valles discretamente se calla el origen de la institución del Hospital por interven-
ción de Carlomagno, a quien, por lo mismo, se atribuía la iniciativa de fomentar
las peregrinaciones a Santiago, asegurando el aterrador paso del puerto de Iba-
ñeta por medio del establecimiento de un Hospital bien montado. E l canto empie-
za por el hecho, documentalmente cierto, de 1125, a saber, que Sancho, Obispo de
Pamplona, erigió un Hospital en aquellos montes inmensos, y lo dotó de grandes
riquezas Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón (Versos 24-32), y D. Ro-
drigo, después de manifestar que no se decide a sostener si fueron los cristianos
o los árabes los que derrotaron a Carlomagno, a su regreso de España por Ron-
cesvalles, sin dudar, niega que Carlomagno abriera el camino de Santiago dicien-
do con aplomo: «Pero mucho después, cuando se difundió la gloria de Santiago, ex-
citando los ánimos de los penitentes, y una vez arrojados de los caminos los sarra-
cenos, los caminos secretos se hicieron públicos, y así de las extremidades todas
de los cristianos se visita el templo del bienaventurado Apóstol» (1) E l Arzobispo
rechaza que Carlomagno abriera el camino clásico de los romeros de Santiago, o
que en modo alguno favoreciera su tránsito por el pirineo navarro, contra lo que
tradicionalmente sostenían los canónigos de Roncesvalles ya en el siglo once, y
se expresa en un documento de García Ramírez de Navarra, en el que se lee, que
el Hospital se construyó junto a la capilla de Carlomagno, rey famosísimo de
de los francos. (2)
Debe notarse aquí cómo D. Rodrigo se coloca en una pista admirable para tejer
(1) De Rebus. Lib. IV. c. 11. (2) Véase el Documento en los Estudios Históricos.
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sin ficciones la historia del principio y desarrollo de las famosas romerías de San-
tiago, negando que ya existieran en tiempo del emperador Carlomagno en el mo-
do que en los siglos posteriores, otorgando su fomento a los cristianos españoles.
La denominada capilla de Carlomagno no fué obra de ese conquistador, ni se eri-
gió por su iniciativa, sino posteriormente; ya porque blanqueaban en los contor-
nos los huesos de los soldados del invasor de España, o ya porque por alguna
otra razón se dio tal nombre al pequeño refugio de los pasajeros cristianos, que
al atravesar el Pirineo, paraban allí, junto a aquella pequeña capilla. Nos parece
que la verdad está del lado de D. Rodrigo. Ni un palmo de tierra, ni el más peque-
ño dominio tenía entre los vascos navarros de las dos vertientes del Pirineo el apa-
ratoso conquistador para establecer sólidamente semejantes fundaciones.
Lo que más hace pensar en la identidad del autor del poema y de la Historia
«De Rebus» es el paralelismo de conceptos y hasta de algunas expresiones, que se
hallan en el capítulo 34 del libro 7 de la Historia y en el poema. En el verso 81 se
dice: «Repulsam non patitvr quis a postulatis» «No recibe repulsa nadie en lo
que pide». En el capítulo citado se lee: «nullo patiente repulsam» Léase el capítu-
lo y después el poema, y se verá todo claro, aunque más difusamente en la com-
posición poética. Yo no puedo trasladar los textos con evidente abuso del oficio
de historiador.
En fin, el P. Fita intenta corroborar lo dicho con advertir que en ambas obras
se llama «Roscida Vallis» a Roncesvalles. Otros autores lo llaman Roncavallis.
Podemos añadir que también a Sancho el Fuerte se le califica de «strenuissi-
mus» en las dos producciones, aunque en grado positivo en la obra histórica.
Pero aquí se agota la fuente de todos los argumentos: no hay ninguna autoridad
más que confirme la opinión. En cambio, si bien la dicción poética es fácil y más
correcta de lo que son las composiciones métricas latinas de aquel tiempo, sin em-
bargo, no consuena con la pureza, facilidad y elegancia del latín, y con el vibran-
te y entusiasta estilo, a que nos tiene acostumbrados el elocuente y artístico autor
de la historia De Rebus Hispanice. Es verdad que son de épocas muy distintas.
La poesía se escribía cerca de cuarenta años antes que esa obra histórica, y la plu-
ma de Jiménez de Rada no se había habituado a manejar el idioma del Lacio en los
días en que se componía ese poema, ciertamente notable, y honrosísimo para Nava-
rra; pues, aunque no conste con certeza que proceda del numen de D. Rodrigo, es
indudablemente parto de un ingenio navarro y canta una insigne gloria de Nava-
rra. Porque Roncesvalles, con los heroísmos de su caridad, con los prodigios de
hospitalidad y con los resplandores de su virtud y religiosidad cristianas es, en la
edad media particularmente, uno de los timbres de más pura gloria del reino pire-
naico, y aun de toda España y de toda la cristiandad.
Así lo sentía el autor del poema, de que tratamos, y del cual vamos a extractar
aquellas noticias, que nos enseñan cómo se practicaba la beneficencia en aquel
tiempo, y cómo estaba organizada en el famoso santuario del Pirineo. Constituye
una de las más hermosas y vividas páginas de la historia eclesiástica.
El poeta saluda primero a Roncesvalles, exclamando que es «casa admirable,
venerable, gloriosa y gratísima a todas las gentes del mundo,» y después de des-
cribir, en varias estrofas, la aspereza y pobreza de aquel monte y la esplendidez
del Obispo de Pamplona, D. Sancho, y del rey Alfonso el Batallador, sus bienhe-
chores, pasa a cantar los actos de caridad y beneficencia, que allí se ejercitan.
Las puertas del Hospital siempre se hallan abiertas a toda clase de gentes, sin
distinción de razas, creencias y naciones. Allí tienen asilo todos los dolientes y ne-
cesitados, sean buenos o malos. A pesar de que es incesante el número de tran-
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seuntes necesitados, hasta tal punto, que uno de los hermanos del santuario todo
el día lo pasa de pie a la puerta, repartiendo pan gratuitamente, a nadie despide
sin la debida asistencia. En el Hospital se asea a los pobres, lavándoles los pies,
limpiándoles, aíeitándoles y aliñándoles cabello y barba, y se les cose calzado
y ropa. Mujeres virtuosísimas asisten a los enfermos, que están separados según
los sexos, en casas distintas. Se les proporcionan todos los placeres lícitos; tenien-
do, a este fin, surtido el hospital de toda clase de las más raras frutas del medio-
día y del norte, y de todo género de viandas y alimentos variados. Día y noche la
luz inunda aquellas moradas del dolor, esparciendo la alegría, y ejerciendo la
vigilancia; y las efigies de las Santas Catalina y Merina, erigidas sobre los altares
colocados en el centro de las salas, infunden sentimientos de paciencia y piedad
en los ánimos atribulados. Los lechos ricos y blandos mitigan los dolores corpo-
rales. Y pueden ser asistidos y consolados los enfermos por los parientes, amigos
y compañeros, que pueden residir en el hospital mientras quieran, recibiendo los
alimentos que necesitan, administrados caritativamente por la misma santa casa.
Los cuartos de baños para los dolientes necesitados están dotados excelentemen-
te. Por su lado el Cabildo recoge y educa con cariño y esmero a niños huérfanos,
y les da un oficio, con que decorosamente puedan vivir.
Suntuosos son los funerales de los que mueren, y notable el campo santo, en
que son enterrados.
Lo único que dice respecto de la organización de los servicios del personal de la
casa e iglesia es lo que sigue: «Los dispensadores de todos los referidos beneficios
de la predicha casa son hermanos y hermanas, los cuales, despreciando el siglo
con sus honores, hacen una vida común y regular, siendo su Prior y Superior
Martín Guerra, varón insigne por su gran caridad y otras virtudes.»
Dedica varias estrofas a celebrar los grandes beneficios de su contemporáneo,
el rey Sancho el Fuerte, que construyó la magnífica iglesia, y les dio a los mora-
dores las pingües rentas de más de 10.000 sueldos perpetuos. Fué el santuario
predilecto del héroe de las Navas. Allí fué sepultado, y allí moran en magnífico
sepulcro sus restos mortales, visitados continuamente por peregrinos y turistas de
todas partes. (1)
(1) Para estudiar a Roncesvalles hay que explorar su rico Archivo. Véanse Anales de Navarra.-
Reseña histórica... por Sarasa.
-41-
CAPITULO IV.
(1206-1208)
-43-
la Reina, como navarro, pero ama decididamente a Toledo, como amenazada
frontera de la Cruz... Y así, resueltamente abrazaba la Cruz, que es patria univer-
sal, y la unidad de la unidad de la Patria, y en los labios con el símbolo de la fe
del Concilio toledano, entra decididamente en Castilla, y busca su nobilísimo co-
razón al vencido, acude a consolar al desgraciado, corre a dar fuerza al débil y
levanta con su poderoso talento el pedestal al vencedor. Uñase a todo esto... el
amor que profesaba Don Rodrigo, ya a su madre, que era castellana, Doña Eva
de Fínojosa, señora de Bliecos y Boñices, en tierra de Soria, ya a su tío, el santo
y célebre primer Abad de Sania María de Huerta, Martín de Fínojosa y todas és
tas, sin duda, son las causas y las razones de su nacionalización en Castilla...» (1)
Descartando lo que la musa de la elocuencia ha inspirado en ese párrafo del
Marqués, se debe creer que ahí están indicadas las causas de gravitación del espí-
ritu de D. Rodrigo hacia Castilla, pero las causas determinantes no son las que
apunta. Lo que determinó su entrada en Castilla parece ser la importancia, que ad-
quirió en los conciertos de los reinos, y el lazo de íntimas relaciones, que se formó
entre el joven, pero discretísimo Rada, y el anciano y sesudísimo Alfonso el Noble,
que tuvo la habilidad de conquistarlo para su reino, rodeándole con las mallas
que por medio de sus parientes tendió el sagaz monarca.
Se castellanizó hasta los tuétanos este famoso navarro, sin que pueda citarse
castellano, que haya hecho más, ni acaso tanto, por su patria nativa, como este sin-
gular extranjero por la adoptiva. Le dio la historia, le inyectó en el alma un amor
y entusiasmos patrios intensísimos; la salvó en las Navas de tremenda tragedia;
dilató sus fronteras con gloriosas conquistas; la engrandeció con la unión de
León, que procuró eficazmente; introdujo en ella las glorias más altas de la legis-
lación renovadora de organismos de gobierno del todo nuevos, pero de vida pe-
renne; y la enriqueció con obras maravillosas e ingentes de arquitectura. Fué luz,
consejo, ardor y actividad de los reyes Alfonso y San Fernando, sol de la Iglesia,
espejo de prelados, vida y aliento de todas las grandes empresas de Castilla du-
rante más de cuarenta años.
[Qué mal apellida Mariana «extranjero» al que tan castellano tenía el cora-
zón desde que se naturalizó en Castilla! ¡Cuan distinto es el espíritu de este ex-
tranjero de aquellos otros verdaderos extranjeros que, aun después de subir a la
Sede Toledana, conservaron su criterio extranjero, y no se nacionalizaron profun-
damente, es decir, aquellos famosos franceses que fueron Arzobispos de Toledo,
los Bernardos, Raimundos y Cerebrunos! Esos insignes Pontífices, desplegaron los
grandes recursos de su talento, actividad y celo con la mira de engrandecer a la
Iglesia de Toledo, que redundaba en el engrandecimiento de su influencia sobre
los reyes y Prelados. D. Rodrigo con más afán y éxito aun trabaja en ese engran-
decimiento como pedazo de la Patria, como medio de engrandecer a Castilla, a y la
vez, con toda su inmensa actividad y talento, se empeña directamente en el en-
grandecimiento de Castilla y España; y sin pretender el acaparamiento e incre-
mento de su influencia personal, a fin de supeditar a su voluntad las voluntades
ajenas, y esclavizar las iniciativas y los vuelos de la Corte, de la Iglesia y de la
masa nacional. ¡Algo más extranjeros eran también aquellos Arnaldos, Giraldos,
Hugos y otros, que medio siglo antes figuran en las cartas reales, y que, a pesar
de ser verdaderos extranjeros, aparecen allí oficiando de Cancilleres en la Corte
Castellana! Se debía esto a la falta de letrados castellanos, y a la hábil interven-
ción de los Prelados toledanos, de origen francés, cuyo proselitismo nacional no
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ha tenido igual. Además, de esa manera se aseguraban las mercedes reales, que
más fácilmente las despachaban sus paisanos, que los castellanos, en pro de sus
Iglesias.
Dos cualidades de los castellanos alaba D. Rodrigo: «que en su constancia bri-
lló siempre audaz consejo» (1) y que tienen una «innata lealtad.» (2) Ningún vicio
nacional suyo anota; cosa que no es de extrañar en él; porque pocas veces lo ha-
ce aún de otras muchas naciones, que van pasando por su pluma, que son casi to-
das las que han cruzado a Europa hasta sus días, o han tenido alguna relación
especial con ella.
Don Rodrigo, después de abreviar con alardes de conocimientos geográficos y
etimológicos la demarcación étnica y geográfica de Europa, para emplazar me-
jor las vicisitudes diversas del pueblo, cuya vida histórica iba a escribir, da la ra-
zón así: «Estas cosas las escribí, porque lo exige la historia que me propongo
redactar...» (3) También reclama la historia que voy redactando que, en el momen-
to de penetrar en Castilla, dé algunas nociones precisas y cortas de la distribución
geográfica de los reinos cristianos españoles, y en particular de Castilla. Comen-
cemos por ésta. Poseía todo lo que hoy se denomina Castilla la Vieja y Castilla
la Nueva, con excepción de alguna pequeña comarca en las fronteras, que al me-
diodía lindan con Andalucía y Murcia; y además las tres Provincias Vascongadas.
Sus ciudades principales, Toledo, Burgos, Palencia, Segovia, Avila, Cuenca, Náje-
ra, Madrid, Osma, Soria. León era el segundo reino, compuesto de Galicia, todo
León y Asturias, contando las célebres poblaciones de Santiago, Lugo, Oviedo,
León, Astorga, Zamora y Salamanca. Aragón estaba formado de las tres actua-
les Provincias y de casi toda Cataluña, sin Baleares, con sus celebradas ciudades
de Barcelona, Lérida, Zaragoza, Huesca y Jaca. Portugal era la mitad de ahora,
reducido al norte. Navarra algo más de lo que es en la actualidad. Todos, menos
Navarra, con su frontera contra los sarracenos. Hacia los Algarbes, Portugal;
León en los confines de Extremadura; Aragón por Valencia, Castilla un frente in-
menso, desde Extremadura a Murcia, abarcando la dilatada línea de la Bética. Y
es de notar también que estos tres últimos reinos eran más o menos iguales en
extensión y poderío.
En cuanto a los soberanos, al de Navarra y Aragón los conocemos bastante.
D. Rodrigo nos da a conocer con verdadero apasionamiento de entusiasmo lo que
era su gran amigo, Alfonso el Noble de Castilla, colmándole infinitas veces en su
historia de elogios, que pintan al gran monarca más acabado e intachable de lo
que fué. El afecto singular, que le cobró, inflamó su inspiración para exagerar las
alabanzas, pero no torció su pluma para no narrar verazmente los hechos.
Era Alfonso hombre superior para no merecer elogios. Entendimiento sólido,
vasto y fecundo: voluntad magnánima, arrolladora, inquebrantable: pecho intrépi-
do y ardoroso: brazo brioso y duro. El hombre que más intimó con él y conoció fué
Jiménez de Rada, y él le describe así: «Este (rey) fué desde la infancia vivo de ros-
tro, de memoria tenaz, de capaz entendimiento.» (4) «De corazón lleno de magni-
ficencia; longánimo y constante en sus empresas...» (5)
El acierto más grande de la penetración de Alfonso fué atraer a su lado al jo-
ven diplomático navarro y depositar en él toda su confianza. En la elección de es-
te personaje demostró que era un sagaz monarca. Supo aprovecharse del don in-
C a s t e l l a a i u o r a m
•JE2 1 constantia audaci consilio fulsit. Lib. VI c. 18. (2) Castellani et Navarri,
fidehtafts innata* memores (habla del juramento requerido a Alfonso VI) Lib. VI c. 19. (3) Lib. I. c. 2.
(4) Lib. VII. c. 15. (5) Lib. VIII. c. 26.
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comparable que el cielo otorgaba a España y en particular a Castilla. En los cin-
cuenta años aproximados de reinado, que en aquellos momentos hacía, Alfonso
no realizó un acto de tanta transcendencia como éste, asociando de esta suerte a
la brava y encarnecida experiencia guerrera y política las luces y la intuición del
genio y de la ciencia, y la unción de la piedad engarzadas en un alma joven y
guerrera.
E l hecho más evidente es la mudanza de Alfonso VIII desde que D. Rodrigo en-
tra en los consejos de su corte. Alfonso no aprendió nada con la tremenda lección
de Alarcos, sino que continuó guerreando con sus rivales de León y Navarra, sin
intentar sólidas paces para confederarse con ellos, con el fin de prepararse para el
pavoroso desafío con los sarracenos de Andalucía y África, que de su parte pre-
paraban el fin de los reinos cristianos de España.
E l encono entre el Navarro y el Castellano era más hondo y sañudo por el
pleito de los territorios, que el Navarro pretendía recuperar, alegando que eran
patrimoniales, por cuanto Sancho el Mayor, progenitor de ambos, había estable-
cido que Ríoja, Vascongadas y extensas zonas de la región de Soria y la Bureba,
rescatadas de los moros por la espada de los Navarros, fueran de la corona de
Navarra. E l Navarro apelaba a medios tortuosos, vituperables y peligrosos para
conseguir sus objetivos y defenderse de los ataques de Alfonso VIII. Pero tampoco
eran laudables y rectos todos los que empleaba este monarca, como es notorio en
la historia. (1) Lo que se confirma estudiando su conducta en la cuestión del ma-
a
trimonio y divorcio de su hija D. Berenguela con Alfonso IX de León. Porque, sa-
biendo que por ser primos los contrayentes, era inválida la unión de los dos, la
admitió por motivos de política, y dio ocasión a las innumerables revueltas y es-
cándalos de su reino y del de León, con gran relajamiento del espíritu público,
hasta que al fin se doblegó a recoger a su hija, bajo la presión de las excomunio-
a
nes y entredichos de Roma; si bien D . Berenguela volvió a Castilla con un enjam-
bre de hijos, en que centellean pupilas de celestial santidad. Son cuatro, San Fer-
nando, Alfonso, futuro guerrero durante largos años, Constanza, azucena, que em-
balsamará las Huelgas de Burgos, y Berenguela, que será consorte del gran héroe
Juan de Briena y madre de una emperatriz de Constantinopla, esposa de Balduino ;
(1) En la pág. 505 del tomo IV de la Historia de la Iglesia, por Mourret, trad. castellana, en nota, se
lee:
«En cuanto al rey de Navarra, Sancho el Fuerte, había pretendido casarse con la hija del rey mo-
ro de Marruecos, Aben Jusef, recibiendo en dote la Andalucía. Deshíciéronse tales proyectos con la
muerte de la mora, antes de verificarse el matrimonio. Por lo demás ni el matrimonio con la musulma-
na, que ya había tenido precedente en Alfonso VI, casado con Zaida, ni los planes políticos de hacerse
con Andalucía mediante la boda, tienen que sorprender en los tiempos, que estamos historiando; pues
ya sabemos, por desgracia fué corriente, entre los jefes de los varios Estados, en que se hallaba dividi-
da la Península, andar no sólo «con las manos en su porción, los ojos en la ajena» sino con los ojos y
las manos en las del vecino. De hecho, mientras el navarro se hallaba agasajado y distraído en Ma-
rruecos el de Castilla le arrebataba las Vascongadas.»
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Papa, siendo diácono. Muchos casos parecidos hay en aquella época, sobre todo
en el Episcopado, según habrá ocasión de observar. Uno de estos fué el de Don
Rodrigo, al cual Alfonso de Castilla quiso recompensar sus relevantes servicios
diplomáticos proporcionándole un Obispado.
El año 1207, en el mediodía de Francia, cerró sus labios para siempre un órgano
del Espíritu Santo en la iglesia de Cristo, el santo Obispo Diego de Aceves, que
defendía acérrimamente la fe católica contra los albígenses. El celoso Prelado vol-
vía de Dinamarca, a donde le había enviado Alfonso de León, en 1203, a que
trajese una princesa para reina de León, pero sin éxito por su embajada, cuando,
al llegar a Francia, después de recoger la bendición del Papa en Roma, vio en ella
desolada la religión, corrompida la vida cristiana y triunfantes los errores albígen-
ses. Se detuvo a combatir los errores y regenerar al pueblo. Mas, al año de sus tra-
bajos, le premió el Señor con la muerte de los santos, en 1207: y la Iglesia de Os-
ma, cuatro años después de la ausencia de su insigne Pastor, quedó huérfana de él.
Acompañaba al celoso Pontífice aquel gigante de la Edad Media, conocido de Don
Rodrigo, y algo emparentado con él, al cual describe así Wadingo:
«De mediana estatura, cuerpo igual y ágil por su poca mole, hermoso rostro, ru-
bia la barba, el pelo castaño, de elegante presencia. De su frente y mirada brotaba
cierto resplandor radiante; difundía a su paso una religiosa alegría, y un contento
que, sin embargo, se empapaba de compasión connatural al verse entre los pobres.
Tenía manos largas, voz clara y sonora.» (1) Era Santo Domingo de Guzmán, hijo
de la Diócesis de Osma, y afiliado probablemente al Cabildo Catedral; no residía
allí, según modernas investigaciones, en que no entraremos.
Alfonso VIII se apresuró a pedir el Obispado de Osma para D. Rodrigo, y «para
recompensar sus eminentes servicios y excelentes prendas, según el mismo D. Al-
fonso declara, expresamente al Cabildo de Osma en 1207, influyendo a fin de que
le propusiera como Prelado para aquella Silla.» (2) No he hallado el documento,
a que sin duda se refiere el erudito Marqués de Cerralbo, en el que de manera es-
pecial se dirigió Alfonso VIII al Cabildo de Osma, ni indica el estudioso procer la
fuente de esa noticia. Tampoco lo vio el sesudo Loperráez, que claramente se equi-
vocó retrasando un año la promoción de D. Rodrigo a Osma. Núñez de Castro
atribuye al mismo rey esta promoción diciendo «De muchas veces que estuvo en
Roma, fué la una antes que viniera a ser Obispo de Osma; (3) después pasó a
Castilla, donde, así como por su santidad y letras, como por la calidad de su per-
sona lo proveyó D. Alonso en dicho Obispado de Osma» (4)
Acaso el Cabildo de Osma no nombró en el mismo año 1207 Obispo a D. Rodri-
go, pero por numerosas firmas de cartas reales consta que estaba nombrado en
1208, en que se titula casi siempre Blectus Oxomensis; alguna vez empero simple-
mente «Episcopus Oxomensis» He aquí algunas de estas cartas. Una está fechada
en Toraza, otra posterior en Segovia: de algún tiempo después es otra del 28 julio
de 1208, y la trae Núñez de Castro, como las anteriores, y la toma del insigne Col-
menares (5) Escribe Núñez «Estaba el rey (Alfonso) en la ciudad de Burgos, en 28
de Julio, asistido de los Obispos, D. Pedro de Avila, D. Gonzalo de Segovia, don
D. Rodrigo de Sigüenza, D. Juan de Calahorra, D. García de Burgos, D. Briz de
Plasencia, D. Tello, Electo de Palencia, que ascendió a la Sede por muerte de don
Arderico, D. Rodrigo, Electo de Osma, D. García Electo de Cuenca» (6) En el do-
(1) Annales Minoram.-an. 1221-XLVII. (2) Discursos.... Cerralbo. p. 45. (3) Lo dice de su
cuenta, pero nos parece verdad, como se dijo atrás. (4) Crónica de Enrique I. c. 4. (5) Hist. c. 19
párrafo 7. (6) Coránica de Alonso octavo, c. 63.
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cumcnto, en que aparecen esas firmas, se hace la demarcación de los límites de Se-
govia y otras villas, entre las cuales se halla Madrid. Es de importancia histórica.
A íines de 1208 D. Rodrigo firmó en Soria la carta, en que Alfonso VIII dispone,
a
que se celebre un aniversario por el alma de su abuela, D. Berenguela de Barce-
lona.
En este lugar hay que disipar definitivamente un error, que se ha generalizado
aún entre escritores de nota, y que ha llegado hasta nuestros días, (1) señalando
perspicuamente el origen del mismo. D. Juan Bautista Pérez, en su manuscrito Vi-
ta Archtepiscoporum, dice de D. Rodrigo, que fué prius Episcopus segontinus,
Obispo de Sigüenza, que se vio enzarzado en gravísimas dificultades con su cabil-
do, por lo que tuvo que rodar de aquí para allí; pero que por la paternal y hábil
visita, dos veces hecha por el Arzobispo de Toledo, D. Martín de Pisuerga, por fin
se vino a una amigable concordia. Todo es aquí verdadero, menos que fué D. Ro-
drigo Jiménez de Rada el Obispo de Sigüenza que lo pasó. Era Rodrigo, como
ya el lector se daría cuenta al leer la lista de los firmantes del documento de 28
de Julio de 1208, que copiamos, pero un Rodrigo distinto, aunque estrechamente
unido con nuestro D. Rodrigo por el parentesco, y por sucesos notables de la his-
toria. Ese Rodrigo de Sigüenza era primo carnal de Jiménez de Rada, sobrino de
San Martín, a quien sucedió en su Silla, el año 1192, siendo consagrado el prime-
ro de diciembre, y vivió en su Obispado hasta el año 1221, ilustrándose con he-
chos memorables, que algo se tocarán. Menos comprensible es todavía el error de
aquellos escritores, que han dicho, que primero fué Obispo de Calahorra, a los
que refutó fácilmente Castejón y Fonseca. (2)
Burgo de Osma se extiende modestamente junto al rio Ulcero, en la ladera más
quebrada de un anfiteatro interesante, aunque por ningún concepto extraordina-
rio. Pequeña faja de monte al sur, con su pendiente de áspera belleza: varios pi-
cos pelados, que descuellan del lienzo general, siendo uno de ellos el cimiento de
aquel pavoroso castillo, en que habitan lúgubres memorias de crímenes, y también
suaves recuerdos de piedad y penitencia. Ya se erguía en la cima cuando D. Ro-
drigo fué hecho su Obispo, bajo el mando de un poderoso Señor. En la parte
opuesta se dilata, constantemente regada, la vega feraz que sustenta a la población.
Más afortunado es Burgo de Osma por sus riquezas artísticas. Por su Catedral,
joya contemporánea de D. Rodrigo, (3) que encierra otras joyas, que sólo allí se
pueden ver, como son el estupendo sepulcro del santo Obispo de Osma, San Pe-
dro, y la gran capilla de la Purísima, de colosales columnas de mármol, de Carlos
III y Palafox.
Menos de lo que esperábamos hemos hallado en Osma, referente a D. Rodrigo,
en nuestra visita a la capital de su primera Diócesis. La fuente más antigua de in-
formación acerca de su paso por aquella Sede es el Cartulario de Estatutos de la
Iglesia de Osma, que dejó el Obispo Pedro de Mendoza, cuya fecha está al fin, y
es el 18 de Febrero de 1475. En la lista de los Obispos de Osma, que en el Apén-
dice tiene, (4) dice, al llegar a nuestro Obispo, lo que literalmente traducimos así:
«Después de éste (Diego de Aceves) fué elegido, para la Iglesia oxomense, Rodri-
go Ximénez, y antes de que fuera consagrado, fué elegido Arzobispo de Toledo:
fué varón de grande discreción y literatura: está sepultado en el monasterio de
(1) D. Juan Catalina García, Académico de la Historia, incurre en él en su obra: «Vuelos Arqueo-
lógicos.» p. 39. Madrid. 1900. (2) Primacía... Part. IV. c. 7. (3) Empezó su construcción el año
1232 el Obispo D. Juan Domínguez, a sus expensas. (4) Del folio 60 adelante, con este epígrafe:
«Nomina Ulustrissimomm Episcoporum Oxomensis Ecclesía?.» Todo está escrito con hermosa letra
gótica.
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Santa María de Huerta de Ariza; y la exposición, que hizo sobre el Antiguo y
Nuevo Testamento, la conserva en memoria suya esta Iglesia Oxomense, atada
con cadenas en el coro. Este Don Rodrigo compuso la Historia de España, en la
cual se hallan muchas cosas buenas.»
No se conserva vestigio alguno del gobierno de D. Rodrigo ni en el Archivo, ni
en alguna otra parte, bajo ninguna íorma. No hay memoria de ningún documento
ni disposición, ni mención, ni alusión a ningún acto de su autoridad o gobierno.
Tampoco lo debieron encontrar Loperraez y Argaiz, que extensamente se ocuparon
ex-profeso sobre esta iglesia; pues nada especial aducen de él.
La Catedral de Osma ha perdido el precioso manuscrito, que con tanta honra y
diligencia poseía en su coro desde siglos atrás. En el siglo diez y seis, cuando de
ello escribía Gil González Dávila, no se ve que allí estuviera, pues se expresa en
una forma obscura. (1) En la segunda parte del siglo diez y siete había ya desapa-
recido. Argaiz, que entonces estuvo largo tiempo escribiendo la Historia de la Igle-
sia de Osma, dice que mucho tiempo había estado allí. E l buen cronista benedicti-
no, que escribe extensamente de D. Rodrigo, (2) opina que lo redactó, siendo Obis-
po Electo, mientras fué gobernador de aquella Diócesis, y por eso le dejó aquel
manuscrito. Cosa improbable, porque poquísimo hubo de parar en Osma, si es que
después de tomar posesión, paró allí algo. En una parte de la Historia de los
Árabes da a entender el mismo D. Rodrigo que su exposición la escribió después,
diciendo: «de esto me he propuesto hablar en otro volumen». Se trata de Ismael. (3)
Así quedó definitivamente incorporado civil y eclesiásticamente a Castilla D. Ro-
drigo Jiménez de Rada. Por ignorados motivos retrasó su consagración episcopal
si bien sostiene un panegirista suyo que la causa fué la urgencia de los consejos a
la corona. (4) Por dos motivos se los debía desde su promoción al episcopado. Pri-
mero como consejero especial, por causa de la elección hecha antes de esa promo-
ción: ahora como Obispo, pues los Obispos eran entonces consejeros natos de los
reyes católicos según norma general en España desde los godos. E l mismo D. Ro-
drigo escribe su origen con estas palabras: «En este concilio (undécimo de Toledo)
se aconsejó (Wamba) y se mandó que los Obispos alternativamente, por meses,
residieran en la ciudad regia.» (5) Disposición excelente en sí, pero que tuvo el in-
conveniente de hacer a veces demasiado cortesanos a no pocos Prelados, con pro-
testa constante de la Iglesia. Por esta causa los Obispos firmaron los diplomas
reales en toda la edad media.
Por esto se ha utilizado por los historiadores esa manera de firmar los diplo-
mas reales, para escribir las monografías de las Iglesias particulares y de los Pre-
lados; pero con lamentables consecuencias, como se demostrará después.
Cuando D. Rodrigo ascendió al Episcopado, el cuadro de los Prelados castella-
nos era el siguiente. Brillaba en la Primada de Toledo D. Martín de Pisuerga, de-
nominado el Magno, según dice el mismo D. Rodrigo, por sus grandes hechos. E l
Obispo de Burgos era García; el de Sigüenza, Rodrigo, primo de nuestro sabio,
Prelado enérgico y valeroso: Cuenca flotaba en alas de la piedad por las balsámi-
(1) Teatro de la Iglesia de Osma. (2) Desd. el fol. 66 adelante. (3) Jerónimo Argaiz pasó a Os-
maa a escribir la predicha historia por llamamiento del famoso navarro, hijo de Fitero, D . Juan de Pa-
lafox y Mendoza, Obispo de Osma, después de haberlo sido en Puebla de los Angeles. Allí están las
reliquias de este virtuoso Prelado: allí los tesoros copiosísimos de sus manuscritos,casi olvidados, por
nadie explorados, y en los que se hallan materiales para hacer un estudio concienzudo de este perso-
naje, del que tantos volúmenes se han escrito; pero no se ha hecho aún un estudio completo, ni acaso
imparcial: allí están, en fin, las venerandas reliquias de Santos, que poseyó. Osma es un Archivo de
Palafox y Mendoza. (4) Cerralbo. Discursos. 44. (5) Lib. III. c. 12.
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cas virtudes de San Julián, muerto el 28 de enero de 1208, divino don, que llenó de
luz celestial el hemisferio español; dejó terminada la Catedral conquense que
se inauguró a su muerte (1) inmediatamente. A los pocos meses le sucedió García,
que emuló las virtudes celestiales de su predecesor hasta el año 1225 en que des-
cansó bajo un cielo de lágrimas y bendiciones. Antonio Ponz escribe acerca de la
mencionada Catedral: «Fué fundada por el rey D. Alfonso VIII. La consagró Don
Rodrigo Jiménez de Rada cuando era Obispo de Osma» (2) Es un absurdo; no po-
día consagrar la Catedral, cuando él no estaba aún consagrado Obispo; ni puede
decirse que asistió a su inauguración, que se verificó en 1208, sino es suponiendo
que asistió el rey y en su compañía el Electo Obispo de Osma. La Sede segoviense
era gobernada por Gonzalo, Prelado fastuoso, al que estimó su rey y tuvo la glo-
ria de iniciar en Roma, de orden de la Corte castellana, la Cruzada de las Navas
cuyo triunfo no vio, pues murió en 1211. La de Avila estaba en manos de Pedro,
quien asistió a las Navas, al lado de D. Rodrigo. La de Calahorra en las de Juan
González de Agoncillo. Bricio era Obispo de Plasencia. En Palencia, casi a la par
que D. Rodrigo en Osma, aparece Obispo electo D. Tello, de primera talla entre
sus contemporáneos, de quien habla D. Rodrigo en su historia muchas veces, re-
a
gente del reino, en unión de D. Berenguela y de D. Rodrigo, en la minoridad de
Enrique I, por lo que sufrió atropellos de parte de los Núñez de Lara. Amparó al
joven rey Enrique en su palacio de Palencia, y tuvo la pena de verle morir allí
a
mismo desastrosamente, y salió procesionalmente a recibir a D . Berenguela, que
acudió por tan triste suceso, para enterrarlo, y lo enterró pomposamente. Durante
más de cuatro años permaneció Tello de Meneses electo de Palencia, ciertamente
por el pleito que le hacía una parte del Cabildo Palentino, que no le quería, y que
debía tener su candidato. Creo que el Rodericus electus Palentinus, que alguna
vez aparece en los documentos, podría ser su contrincante. Vicente La Fuente ase-
gura que es otro nombre de Tello. Lo cierto es que consta, por el Codicilo de A l -
fonso VIII, que Tello era electo de Palencia el 23 de Septiembre de 1208.
En esta brillante galería de los Prelados castellanos, D. Rodrigo se destaca, des-
de su aparición, como lumbrera de todos y antorcha de la corte de Alfonso VIII.
Su primer paso no pudo ser más genial ni más benéfico para Castilla. Como dis-
cípulo eminente de las dos más sabias universidades de Europa, Bolonia y París,
y sagacísimo apreciador de los beneficios innumerables, que la alta cultura, que
en ellas se daba a los talentos selectos, producía a la Iglesia y a las naciones, su-
girió al rey de Castilla la idea de establecer en su reino una Universidad, y le fa-
cilitó todos los medios necesarios para realizar el plan. Grande y bendita novedad
en España, que aún no había tenido la dicha de ver surgir una Universidad en su
seno, tan fecundo en exuberantes ingenios, aptos para todas las disciplinas. Pues
no pueden merecer ese calificativo, los estudios de Lérida, ni las escuelas de San
Isidoro de Sevilla. Alfonso VIII acogió la idea. Era amante del saber y cultura.
De él cuenta la historia que mandó componer el libro «Flores de la Filosofía»
donde se lee aquella sentencia suya, según se dice: «El rey es como el árbol de
Dios, que tiene grande sombra, e fulgan so del todos los cansados, flacos et laz-
drados.»
Alfonso prestó todo su favor y apoyo a su digno consejero para la ejecución de
(1) Antonio Ponz escribió, en su viaje de España, tomo III. Carta I. n. 2, segunda edición. Madrid
MDCCLXXVII.) este error: «Hallóse en esta conquista de Cuenca el Obispo de Osma, D. Rodrigo Ji-
ménez de Rada, que después, siendo Arzobispo de Toledo, se encontró en la célebre batalla de las Na-
vas.» (Cuenca se conquistó por Alfonso VIII en 1177.) (2) Carta cit. n. 20. Lo ha repetido Lampérez
en su Arquitectura. II. Cuenca. Pág. 213.
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la grande idea. Se escogió a Palencia para lugar de la fundación, y no a Toledo o
Burgos, poblaciones más importantes, y respectivamente capitales rivales de las
dosCastillas. Quizás motivó esta elección el hecho de que había allí ciertos estu-
dios mejor organizados que en ninguna otra ciudad, como se infiere de lo que dice
el autor contemporáneo, Lucas el Tudense, el cual escribe que allí «siempre flore-
ció la sabiduría escolástica». (1) En verdad que siempre pudieron favorecerse en
Palencia más eficazmente las ciencias eclesiásticas por la munífica dotación que la
Sede episcopal recibió del primer restaurador y reorganizador de aquella Iglesia,
el generoso Sancho el Mayor de Navarra, según minuciosamente refiere D. Rodri-
go en su historia, añadiendo al fin, que en sus días todavía disfrutaba de todo. (2)
Se creó la primera Universidad española con rumbo, según se desprende de las
palabras del mismo iniciador, D. Rodrigo, el cual dice en su historia: «Para que se
derramasen sobre él los carismas que fluyeron del Espíritu Santo, y la enseñan-
za de la sabiduría nunca faltase en su reino, llamó de las Galias e Italia Maestros
de toda clase de Facultades, adornados de la más grande sabiduría, y los reunió
en Palencia, a fin de que, a toda persona deseosa de estudio se concediera el co-
nocimiento de cada Facultad, como el maná en otro tiempo.» (3) Según el Tudense
fueron traídos «Maestros de Teología y de las demás artes liberales» y «se cons-
truyeron las escuelas en Palencia, procurándolo el reverendísimo y nobilísimo va-
rón Tello, Obispo de la misma ciudad.» (4) Sin duda los Maestros vinieron de Bo-
lonia y París, invitados por D. Rodrigo, perfecto conocedor de aquellas Universi-
sidades. La cooperación activa y costosa de D. Tello a las ideas y planes del rey y
de su consejero era necesaria para la creación y funcionamiento de la nueva Uni-
versidad, porque nacía y tenía que vivir bajo su jurisdicción episcopal. De seguro
que esa cooperación fué muy débil al principio de la fundación, porque D. Tello
era sólo electo de Palencia, y no le era posible hacer cosa mayor, por la oposición
del Cabildo a su entrada; razón por ía cual no pudo consagrarse, ni gobernar pa-
cíficamente su Sede hasta tres años después de esta fecha de 1208. Creo también
que por esto no le citó D. Rodrigo al hablar de la fundación. En cosas más pe-
queñas lo nombra en otras ocasiones; y con gusto, por cuanto los dos se estima-
ban mutuamente, y se trataban con frecuencia en negocios harto resonantes. Ahora
dejaré la palabra a Cerralbo, que se hace cargo de ciertas dificultades, y nos da
otras noticias. «Es indudable que esta novedad extraordinaria y nobilísimo ade-
lanto, creando generales estudios, se debió al Arzobispo don Rodrigo, como lo
afirma Mariana, al decir en su libro XI, capítulo XXII: «En el tiempo que las tre-
guas duraron con los moros, a persuasión del Arzobispo D. Rodrigo, se fundó una
Universidad en Palencia, por mandado del rey, y a sus expensas, para enseñanza
de la juventud en letras y humanidad, ayuda y ornamento de que sólo hasta en-
tonces España carecía.»
(1) Cronicón.-Hisp. lllust. tom. I. p. 109. (2) Lib. VI. c. 6. (3) Lib. Vite. 34. (4) Cronicón.
Hisp. lllust. p. 109. (5) Quiere decir, consagrado y en pacífica posesión de su Sede. Que era electo
es cierto y lo reconoce.
-51-
en el de Villalón en 1209: en el de los castillos de Dos Hermanas de 1210; como en
el de Retuerta de 1211, y en el de Segovia a 22 de Enero de 1212, firma siempre
Tellus electus Palentinus, y ni aun sello propio tenía, pues que en el documento
de Retuerta figura un monje vestido con su hábito.
«Si todos esos cuatro años estuvo en discordia y sin confirmación la Sede, lo que
demuestra que no era tan decidida en su favor la influencia de Alfonso VIII, más
fácil es de creer que llegase D. Tello a ocuparla, porque el rey y D. Rodrigo reco-
nociesen y premiasen el servicio que prestara en los complicados trabajos previos
y después al frente de la Universidad creada en Palencia; así como se escogiese
esta ciudad para fundar los generales estudios, considerando la importancia, que
tenían los que, desde antiguo existieron en su Catedral: no siendo pocos autores
los que aspiran a remontarlos en fecha hasta la repoblación de Sancho el Mayor
y aun el mismo D. Rodrigo dice que en Palencia siempre estuvo en vigor la cien-
cia y la milicia...
«Por muy decisivo indicio tengo para corroborarme en ser iniciativa de D. Rodri-
go la fundación de la Universidad, el que este mismo escribe, y no hay historiador
que no lo asegure, cómo Alfonso VIII convocó sabios... y puso en Palencia Maes-
tros de todas las Facultades y nada más natural que esta idea fuera sólo empresa
fácil a D. Rodrigo, que había estudiado en París y Bolonia.
«Suceso y acto es éste tan importante y propio de un gran sabio como el Arzo-
bispo; no resultando tan lógico en aquel gran rey, que mereció los gloriosos nom-
bres de el Bueno, el Noble, el de las Navas, y hasta el Santo; pero cuya educación
literaria nadie testifica, aunque por su corta edad, cuando residió en Avila, logra-
se rudimentarias enseñanzas de D. Cerebruno, al que llamaba su maestro... Me he
detenido algo en este suceso, ya por su grandísima importancia, y ya porque un
ilustre panegirista de D. Rodrigo ni le relaciona siquiera con... la fundación de la
Universidad palentina, que entiendo dejar explicado como se debe al primer sabio
de su época, Ximénez de Rada.» (1)
Con esta fundación de la Universidad, con todas las Facultades, vinieron a Es-
paña sabios insignes: de Italia jurisconsultos y filósofos, de Francia teólogos y hu-
manistas, entre los cuales tenía que haber condiscípulos y compañeros, y acaso al-
gún profesor antiguo de D. Rodrigo. Ninguna noticia especial ha quedado acerca
del funcionamieno de esta Universidad, en cuanto a los catedráticos y matrículas
de estudiantes, ni en cuanto a los sabios instruidos en sus aulas durante los días
del Arzobispo. Por eso no es posible señalar con datos concretos los beneficios
que a Castilla reportó esta fundación. En general, sí es cierto que impulsó mucho
el desarrollo de los estudios, y además provocó la creación de la Universidad sal-
mantina, fundada por Alfonso IX por espíritu de emulación y por evitar sin duda
que los jóvenes de su reino anuyeran a Palencia. Modesto Lafuente comentó así
esta obra. «Esta institución produjo al menos el beneficio de secularizar las letras,
arrancando, como dice un escritor de nuestros días, de los monjes y clérigos el
monopolio del saber.» Denuesto es éste que hay que rechazar. Jamás el clero ha
monopolizado las letras y el saber, sino que los ha difundido sin cesar, como me-
dios de conducir a todos los hombres al conocimiento de la sabiduría, como toda
la historia lo proclama. El caso del famoso Prelado de Compostela, Diego Gelmí-
rez, que al escribir esa frase tiene ante los ojos, ni es motivo para semejante re-
flexión ni tiene tal alcance; porque la prohibición del prelado gallego de enseñar
los clérigos las letras a los seculares no establecía el exoterismo de la ciencia,
-52
sino que coartaba la libertad de enseñar, harto amplia, que sus clérigos se arro-
gaban. Más adelante narraremos la curva de alternativas y desmayos, que duran-
te la vida de D. Rodrigo, siguieron los estudios universitarios de Palencia, que no
obtuvieron del pueblo tanto favor como merecían, sin duda porque escasa era la
sugestión, que en la muchedumbre ejercía la lámpara de la ciencia. Por un canon
del concilio de Valladolid en 1228, que votó D. Rodrigo, sabemos que en esta
Universidad se enseñaban todas las ciencias, que se daban en las Universidades
de la época. (1)
Termino este capítulo advirtiendo al lector, que el hecho de ver en los documen-
tos reales, que D. Rodrigo se firma Bpiscopus Oxomensis, significa sólo que go-
bernaba su Sede con autoridad plena, pero no que estuviese consagrado.
-53-
C A P Í T U L O V.
(1208—1219.)
Dicen los Anales Toledanos: «Murió el Arzobispo Don Martín en XXVIII dias
dagosto, era MCCXLVI.» (1) Ornamento de la Historia de la Iglesia y espejo de
grandes prelados, cuya figura debe evocar el Episcopado para inspirarse en sus
acciones, como la evocaba su sucesor y testigo de su vida, nuestro Arzobispo, pa-
ra seguir sus huellas santísimas, hasta tal punto, que lo que de él escribe en su
historia, parece un panegírico del mismo Ximénez de Rada. Después de contar que
Alfonso VIII encomendó a D. Martín la guerra de Andalucía, en 1193, le encomia
como a uno de los más eximios Pastores de la grey cristiana, con expresiones de
literatura bíblica. (2) D. Martín era el sexto Arzobispo de Toledo, después de la
reconquista, y tercero entre los de origen castellano; pues Bernardo, Raimundo y
Cerebruno, que le precedieron, eran franceses, Juan y Gonzalo, castellanos.
En la segunda parte del mismo año 1208, fué elegido D. Rodrigo, Arzobispo de
Toledo, según se prueba con este argumento decisivo, en que no se han fijado los
historiadores. E l Cabildo toledano aprovechó para su elección los tres meses de
plazo, que los cánones le concedían, y no pasó a manos del Papa ese derecho.
Luego es seguro que D. Rodrigo era electo de Toledo para el 28 de noviembre de
1208. Porque transcurrida esa fecha, la elección hubiera emanado de Roma. La
Bula de confirmación de esta elección, (27 febrero de 1209) demuestra eso mismo.
Porque Inocencio III expidió esa Bula el año duodécimo de su pontificado, que ha-
bía empezado el 9 de enero, como dice claro la fecha de la bula, y no se compren-
de cómo autores de nota han seguido copiando a Loperráez, que se equivocó al
escribir que se expidió en 1210. Sin embargo, Loperráez acertó al decir que la
elección de D. Rodrigo ocurrió en 1208, sin hacer caso a los Anales toledanos pri-
meros, que la retrasan a 1209, si eso no es una de tantas erratas de copistas, como
es fácil. En cuanto a documentos españoles, el más antiguo, que hemos visto con
firma de D. Rodrigo, como electo de Toledo, es el que se halla en el folio 72 vuel-
to del Cartulario Liber privilegiorum Bcclesiae Toletanae, dado en Toledo, el 20
de febrero de 1209. La Bula de confirmación de Inocencio III dice así:
«Los amados hijos, el Deán, Maestrescuela y los canónigos R. E. y F. de la Igle-
(1) A. Huici. I. p. 351. (2) Revista de la Historia y Genealogía Española.—Año 1919. p. 11-14,
por Martín Mínguez.
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sia de Toledo, venidos a la Sede Apostólica, expresaron en nuestra presencia, que,
como muerto Martín, de buena memoria, Arzobispo de Toledo, el Cabildo hubiese
delegado unánimemente a unos canónigos suyos la facultad de proveer a la pre-
dicha Iglesia, éstos, después de haber deliberado, acordaron conformemente que
se había de pedir para Arzobispo de Toledo al amado hijo, el Electo de Osma.
De donde el Deán y los otros sobredichos, después de presentar sobre esto, tanto
la decisión del Cabildo, como también cartas de nuestro carísimo hijo en Cristo
Alfonso, ilustre rey de Castilla, junto con las vuestras y las de varios religiosos,
encareciendo de muchas maneras sus letras, su prudencia y la probidad de sus
costumbres, humildemente nos pidieron que aprobáramos esa petición. Por lo
tanto, Nos, esperando con razón, que su traslación ha de ser provechosa, con la
ayuda del Señor, no solo a la Iglesia Toledana, sino también a toda la Provincia,
con el Consejo de nuestros Hermanos, juzgamos que debíamos admitir esa petí-
ticíón, desatándole del todo del vínculo con que a la Iglesia de Osma estaba liga-
do. Por lo cual le mandamos por nuestro escrito, que no deje de tomar el régi-
men de la Iglesia de Toledo, habiéndose de ordenar de presbítero por alguno de
vosotros, en el tiempo oportuno. Por lo cual, os ordenamos por las presentes, que
:
le obedezcáis en adelante humilde y devotamente al dicho electo de la Iglesia de
Toledo. Dado en Letrán, 27 de Febrero, año doce de nuestro pontificado.» (1) E l
Papa declara el aplauso universal de toda Castilla en esta elección. No poseemos
las cartas de recomendación de Alfonso VIII al Padre Santo, ni dónde se hallan
las palabras del mismo, que cita el Marqués de Cerralbo «que lo propuso dicien-
do, que ese Arzobispado era escaso premio para sus méritos.»
Don Rodrigo tomó en seguida posesión de su Sede, y comenzó a regirla, pe-
ro demoró mucho tiempo aún su consagración episcopal; porque hallamos bastan-
tes documentos firmados como electo. (2) El Papa ordenaba la consagración opor-
tuno tempore, es decir, primero ordenándose de sacerdote, y luego dándole en las
Témporas siguientes la consagración, pues no le dispensa de los intersticios, y
a la vez dentro del plazo improrrogable de seis meses. Pues ya vemos que como
diácono gobernaba la Iglesia de Osma.
Opinó Minguella que fué consagrado en Toledo por sus próximos parientes, San
Martín de Fínojosa, Obispo dimisionario de Sigüenza, su tío, y su sucesor en el
mismo cargo, D. Rodrigo, primo del electo de Toledo. (3) Cosa muy creíble, pero
no atestiguada por autoridad fehaciente. Respecto de la edad de Jiménez de Rada
en el momento de su elevación a la Sede primada de las Españas se ha escrito
muy frecuentemente que era joven, de 27 a 30 años; pero lo que hemos escrito
arriba demuestra que oscilaba entre los 38 y 40.
Así ocupó D. Rodrigo la cabeza de las Iglesias de España, la primera por la
majestad de su culto, por el catálogo de sus eminentes Pastores, y por la superio-
ridad de su influencia, a la que el nuevo Arzobispo amó apasionadamente, hasta
ser censurado por ello. Se le ha acusado de que por ese amor adjudicó a su Igle-
sia la gloria indebida, de que en Toledo, en la época árabe, la sucesión de los Pre-
lados de la misma Iglesia continuó sin interrupción. (4) Se arguye que no existía
la lista de los Arzobispos toledanos durante la dominación agarena. Argumento,
de que se valían los enemigos de la Primacía de Toledo para desechar sus aspira-
ciones a la alta prerrogativa de Primada de aquella Iglesia, que D. Rodrigo vindicó
para ella con más ardor, constancia, sacrificios y resultados que ningún otro Ar-
(1) Ap. 2. No he encontrado la Bula dirigida al mismo D. Rodrigo para intimarle la elección.
(2) Líber priv. f. 9. r. v. Memorias... p. 280. (3) Tomo I. p. 192. (4) Lib. IV. c. 3.
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zobispo toledano. Pero las investigaciones eruditísimas de los PP. Burriel y Fita
han patentizado la verdad de lo que Jiménez de Rada aseguró en su historia, pre-
sentando el catálogo completo de los Arzobispos mozárabes de Toledo desde 950
en adelante. (1)
Brilla este afecto encendido de Rodrigo a su Iglesia en las páginas saturadas de
entusiasmo, que dedica a los diversos privilegios de la misma, al oficio mozárabe,
a sus inmortales concilios y a sus grandes Pontífices. Pinta a los reyes y obispos
de Asturias, restauradores de la monarquía y religión, que pelean y conquistan,
pidiendo la inspiración para todo a las instituciones de Toledo, y moldeando las
Sedes heroicamente rescatadas según el diseño de la Iglesia de Toledo. (2) De es-
ta manera se expresa D. Rodrigo al referir la erección de la Sede Ovetense y otras
Iglesias, bajo el cetro de Alfonso el Casto: «Y así como los jóvenes que ignoraban
la gloria del primer templo (de Jerusalén) se regocijaban en la restauración del
templo por Esdras y Nehemías, y lloraban de pena los ancianos, que recordaban
la magnificencia del mismo, igualmente allí (en Oviedo) se llenaban de lágrimas
y tristeza los que habían visto la gloria de Toledo, y los jóvenes, ignorando la pa-
sada gloria, ensalzaban las magnificencias del rey.» (3)
Jiménez de Rada ama también entrañablemente a la ciudad de Toledo, capital
de su Arzobispado, y primera población entonces de la corona de Castilla: y siem-
pre la considera por cabeza del reino, en su historia, titulándola constantemente
urbs regia. En aquella fecha Toledo era un museo vivo y rico de tres civilizacio-
nes muy originales e interesantes como ninguna ciudad del mundo, la gótica, la
musulmana con mezcla de la judía, y la mozárabe con reliquias de la romana, y
los balbuceos incipientes de la cristiano-ojival, que muy pronto, bajo los auspicios
del mismo D. Rodrigo, llegarán al primer puesto. Del número de habitantes de la
población toledana, cuando Jiménez de Rada entró en ella, no hay datos concretos,
pero el mismo Arzobispo nos suministra uno, que demuestra que Toledo estaba
más poblada que ahora. Dice en su historia, al contar cómo las huestes de la cru-
zada de las Navas de Tolosa eran atendidas en Toledo: «Se reunieron todos los
ejércitos en Toledo, la cual sola pudo cubrir con su opulencia las necesidades de
todos.» (4) Gran población tiene que ser la que aloja y atiende a más de cien mil
guerreros. Notemos por fin, que Toledo, según los Anales Toledanos, quedó tam-
bién huérfana de su autoridad civil en el mismo año, que murió D. Martín; porque
el 11 de Noviembre terminó sus gloriosos días aquel Estebe Illán, alma de Toledo
muchos años, y sujeto muchas veces celebrado en los anales patrios, por sus sin-
gulares servicios en la guerra y en la paz.
Ya hemos dicho que Toledo era la única Sede Metropolitana de Castilla, si bien
toda Castilla no pertenecía al Metropolitano de Toledo. Cuando D. Rodrigo em-
pezó a regirla se componía de las siguientes sufragáneas: Cuenca, Osma, Palencia,
Segovia, Sigüenza y Albarracín. La engrandeció mucho D. Rodrigo, durante los
casi 40 años de su Pontificado, y estuvo a punto de duplicarla con la agregación
de Valencia, como de derecho le correspondía; pero una hábil jugada de Jaime el
Conquistador, a la que, por amor a la paz, se prestó el Papa Gregorio IX, en 1240,
se la arrebató de las manos. Calahorra pertenecía a Tarragona, como había perte-
necido Burgos hasta bien entrado el siglo doce, alegando el Prelado Burgalés que
era de Tarragona, por descender de Auca; mientras que el Toledano la re-
clamaba, aunque sin éxito, por que estaba fundada en una parroquia de Osma. (5)
(1) Boletín de la R. A. de la Historia, tom. 49. p. 329-331. (2) Lib. IV. c 18 y 19 (3) Líb IV c 8
(4) Líb. VIII. c. 1. (5) Bula de Urbano II (15 julio 1097.)
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Lo que más dolía a Rodrigo era el no poseer la sufragánea de Avila, enclavada
en Castilla, pero arrebatada por el sagaz Gelmírez muchos años antes, por el de-
creto pontificio diestramente obtenido de Roma, para agregar a Compostela todas
las Sedes pertenecientes a la Metrópoli de Mérida, con lo que Toledo perdió a la
misma Zamora, que la había restaurado en tiempo del Arzobispo Bernardo, resul-
tando estériles todos los esfuerzos de recuperación, lo mismo que los hechos para
tener por sufragáneos los Obispados de León y Oviedo, que se emanciparon junto
con Palencia. En cambio por el valor de aquel famoso héroe, Azagra, poseía la Se-
de de Albarracín.
Don Rodrigo, apoyado en dos principios, agregó a su Archidiócesis otras Sedes,
y muchos pingües territorios. E l primer principio era que las antiguas Sedes, a
penas se rescataran, volvieran a su jurisdicción. E l segundo que se le sometieran
también las Sedes y territorios, cuyas Metrópolis estuvieran en poder de los sarra-
cenos, en tanto que la propia Metrópoli no recobrara la vida primitiva. Esto fué
una concesión, que renovaron varias veces los Pontífices al mismo D. Rodrigo, lo
mismo que se la habían hecho a sus predecesores, como veremos adelante. (1)
El 16 de febrero de 1209 (2) Inocencio III dirigió al Arzobispo de Toledo y sus
sufragáneos una sentida Bula, ordenando que todos juntos, o cada uno en parti-
cular, según mejor les pareciera, amonestasen e indujesen a Alfonso de Castilla a
imitar el ejemplo de Pedro de Aragón, que con su pueblo se preparaba a ardorosa
lucha contra los sarracenos, según se lo comunicaba al Papa el mismo Aragonés.
Inocencio ¡II dice a los Prelados castellanos que muevan a lo mismo al rey y pue-
blo de Castilla con sus exhortaciones y predicación, para evitar la profanación de
las iglesias por los moros, como en Oriente: pues graves están los tiempos. De-
ben prohibir rigurosamente al rey de Castilla, si en persona no emprende la gue-
rra, a que impida que los castellanos se alisten en las tropas aragonesas. E l Padre
Santo concede las gracias de la cruzada para animar a todos. (3) Los preparativos
bélicos extraordinarios del Miramamolín, y su lenguaje osado y decidido llenaban
de pavor a todo el Occidente católico. No sabemos cuánto consiguió D. Rodrigo
con sus exhortaciones. En Castilla se difundió nuevo espíritu de guerra santa.
Mas la contenía Alfonso por dos razones, quizás a pesar suyo. Primera, la tre-
gua de diez años, que expiraba al fin del que corría, como escribe nuestro Arzobis-
po. (4) No era prudente que diese él al Miramamolín el pretexto de acometerle con
aparente justicia. La segunda era asegurar las espaldas por la parte de León. Allí
(1) Nótese que durante el primer período del reino godo el concepto de Metrópoli, aplicado a To-
ledo, era muy distinto. Se llamaba el Arzobispo de Toledo Metropolitano, en cuanto que vivía en la
Metrópoli civil del reino. Pero también había otra Metrópoli civil en la Península, que obedecía al Im-
perio de Bízancio: era Cartagena, que se sostuvo mucho tiempo por el imperio de Constantínopla.
En esa Metrópoli civil había autoridad suprema eclesiástica, que en oposición a Toledo, se llamaba
Metropolitana, y era rival. Cuando cayó en poder de los godos se resistió algún tiempo el de Carta-
gena; pero cedió al fin. De esto se aprovechó algo en tiempo de D. Rodrigo para enturbiar pleitos.
(2) Anno duodécimo Pontificatus, dice el origenal del Archivo Toledano, donde la he copiado. Se
distrajo el P. Fita, cuando la fijó en 1210. (Boletín de la R. A, de la Historia, tomo XII. p. 177.) Apro -
vecho la ocasión para advertir al lector, que pueden nacer errores en las fechas de las bulas por el
modo distinto de calendar de los Papas. Unas veces fechan ab anno incarnationis. E l año de la en-
carnación empieza el 25 de marzo. Otras ab anno Nativitatis, que es el corriente modo de ahora, que
cae a fines de diciembre. Lo general es seguir los años de su pontificado. Pero el año del pontificado
de cada Papa comienza el día de su promoción y acaba ese mismo día. De suerte, que si empieza el
primero el 2 de marzo, hasta el 2 de marzo del año siguiante es primero. La reducción de la era espa-
ñola a la cristiana es fácil, Se restan 38 años de la era española, como lo probó Flórez. (Esp. Sagr. to-
mo II.) contra Mondéjar y Mayans Sisear, que pretendían que había diferencia de 39 años. (3) Ap. 1.
(4) Lib. VII. c. 34.
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amenazaba, rencoroso e implacable, el soberano leonés, las fronteras castellanas,
desde que Alfonso VIII se había dado al partido del derecho y de la virtud, por
aquella mudanza que en él se obró, como lo notó el ilustre biógrafo de D. Rodri-
go, el Cardenal Lorenzana, desde la entrada de este consejero en la Corte caste-
llana, (1) y que había recogido a su hija Berenguela en su casa. Esto se apresuró
Alfonso el Noble a resolver limpia y derechamente. Se avino también el leonés y
se celebraron en Valladolid unas paces de circunstancias extraordinarias, que es
preciso recordar, el 27 de Junio de 1209.
Quiero detenerme para señalar y exponer una innovación profunda, que en esta
paz se introdujo, haciendo intervenir para su solidez y estabilidad la primera au-
toridad de la Iglesia universal, y los representantes más altos de ella en cada reí-
no, con fuerza y solemnidad absolutas. Los artículos de paz, que se estipu-
lan, son completos y claros, y están compuestos con un tono que revela sin-
ceridad. Y para comunicar a la estipulación la mayor garantía posible de duración,
se propone la fórmula siguiente, que se usó entonces la primera vez y que pasó a
ser fórmula protocolaria para adelante. Después de exponer el articulado, los re-
yes prosiguen así:
«Todas las antedichas cosas las debemos participar por cartas y mensajeros
nuestros al Papa, y pedir e impetrar de él su confirmación, para que él constituya
a nuestros Arzobispos, el Toledano y el Compostelano, como ejecutores de la ex-
comunión latee sententide, fulminada contra los transgresores de la paz y de las
treguas, y también ejecutores del entredicho impuesto contra el reino del trans-
gresor: y de tal manera, que, los mismos (ejecutores) caigan en la misma sentencia
y pena, si no la ejecutaren fielmente.» (2)
La novedad y elegancia del estilo, y la originalidad en dar firmeza a los pactos
persuadieron al docto P. Fita de que esta fórmula es obra de D. Rodrigo, (3) Así
lo creemos también, sin que sea motivo de duda el hecho de que no la firmó él,
como la firmaron los tres Obispos castellanos de Burgos, Segovia y Palencia, y el
Arzobispo de Santiago (presentes de utroque regno, dice el documento). (4) Ob-
sérvese, que ese documento no era de carácter gubernativo del interior del reino,
sino diplomático internacional, en el cual sólo tenían que figurar el número de fir-
mas necesarias para los efectos del pacto, y ninguna más. Cuando posteriormente
dos veces más se repitió este mismo modo de pactar la paz, según se verá en esta
obra, se conservó el mismo método. No firmaron más que media docena escasa
de Prelados de ambos reinos compactantes, aunque estuvieran presentes otros
más. Así que aun estando presente pudo no firmar D. Rodrigo el acta; acaso por
ser su autor y promotor. Yo no dudo que, allí se encontraban otros Prelados de
Castilla y León, que tampoco firmaron; porque a tales actos raro era el Obispo
que faltaba.
Según los documentos reales, D. Rodrigo firmó el 17 de julio de 1203 la dona-
ción de Alfonso VIII, expedida en Belorado, en favor del monasterio de Oña, por
devoción a San Iñigo, Abad del mismo monasterio en otro tiempo (5) Según el his-
toriador Moret, el electo Arzobispo visitó la ciudad de Vitoria, en este año, en
compañía del mismo rey, según lo deduce de la carta de premios, existente en San
Millán, a favor del Maestro Diego, por los heridos, que curó en el cerco de V i -
toria, el año 1200. Añade: «Es de estimar la memoria, porque en ella es confir-
(1) Vita Domíni. Roderici. p. XIX. col. II. tom. III. de Padres Toledanos. (2) España Sagrada,
tora. 36. ap. XLV. (3) Boletín de la R. A . de Hist. tom. 40, versus finem. (4) E l documento entero
en las Memorias, p. 243-245 (5) Boletín de la A . H . t. XXVII. p. 114.
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mador el Arzobispo D. Rodrigo, llamándose electo de Toledo. Lo cual consuena
con los años, que el mismo cuenta, de su dignidad, al acabar su obra, y arguye
las buenas noticias, que tendría de los trances del cerco de Vitoria, habiendo es-
tado en ella tan pocos años después con los reyes.» (1)
En la parte segunda de este año empezamos a descubrir actos del régimen par-
ticular de la Diócesis toledana por D. Rodrigo. Había escogido para octubre, pa-
ra la gestión de negocios, al Arcediano de Toledo, D. Mauricio, futuro Pastor de
Burgos, el iniciador de las obras de la maravillosa Catedral burgalesa. D. Mauri-
cio compró a fines de octubre, a una familia de judíos, varias heredades de cierta
importancia para D. Rodrigo «cuando era electo, en el pueblo de Olías del Rey, no
lejos de Toledo.» (2)
Los arqueólogos ponen en este año el principio de la construcción del notabilí-
simo Palacio de los Arzobispos de Toledo en Alcalá de Henares, que era del Se-
ñorío de los Prelados de Toledo, siendo el que comenzó las obras D. Rodrigo. Se
lee en una Enciclopedia, «lo fundó el Arzobispo Rodrigo Jiménez en 1209, y de es-
ta época hay conservados ajimeces góticos» (3) Hoy es Archivo General Central.
Peor suerte podía caber a esta obra todavía tan admirada y estudiada del primer
historiador de España, a la que embelleció en el siglo XIV el Arzobispo Tenorio.
Terminaremos las noticias de este año 1209 con un caso sorprendente, en que
tuvo que intervenir D. Rodrigo, por comisión del Sumo Pontífice. Ya dijimos que,
con el tiempo volveríamos a ocuparnos del Obispo de Sigüenza, D. Rodrigo, primo
de Jiménez de Rada. Un escritor moderno resume así su fisonomía: «Las noticias
que tenemos de este Prelado nos lo pintan como hombre de extraordinaria energía
incansable en sus empresas, vehementísimo en promover los intereses de su Dióce-
sis... Para nosotros este Prelado fué el que más parte tuvo en la edificación de la
Catedral, según hoy la poseemos» (4) E l caso que vamos a narrar confirma esa
vehemencia enérgica con un matiz de áspera precipitación.
Estaba un Arcipreste celebrando misa en la Catedral, cuando de repente la mul-
titud se lanzó al coro de los canónigos, e invadió importunamente el altar. E l
Obispo, que asistía, ordenó a los ministros contener a la turba; pero no lo pudie-
ron; por lo cual el mismo Prelado, fiado en su dignidad empezó a poner orden,
báculo en mano, y siendo desatendido, con el mismo báculo, ya amenazando ya
golpeando ligeramente, se esforzaba por establecer el orden indispensable. A la
vez aparecieron en medio de la muchedumbre palos que herían más de veras acaso
que el cayado pastoral del Obispo. E l caso es, que, en medio de esta confusión,
quedó herido en la cabeza un joven, que al cabo de un mes se tuvo por curado,
hasta el punto de ponerse a trabajar. Pero sometido a una operación quirúrgica
que le hizo un médico viejo e inepto, murió el joven. Los malvados divulgaron que
el Obispo era el homicida, con lo que quedó D. Rodrigo públicamente infamado.
Por eso suspendió la celebración de la misa, y escribió luego a Inocencio III todo
el caso, sometiéndose con humildad a su decisión.
E l Papa puso el asunto en las manos del electo de Toledo, ordenándole que for-
mase el proceso. Jiménez de Rada se presentó en Sigüenza con diligencia, recibió
las declaraciones de enemigos y amigos de su primo, redactó el proceso y lo re-
mitió al juicio del Pontífice, no queriendo ni siquiera autorizar al Obispo encau-
sado para celebrar, a pesar de tener facultad para ello, y a pesar de aconsejárselo
(1) Anales de Navarra. Lib. XX: c. 3. n. 11. (2) Lib. pri. Eccl. Tol. I. f. 77.—Está allí el resumen.
(3) Véase Bellido.—Guía de España.—Madrid. 1911, p. 52. Espasa. art. Alcalá de Henares.
(4) «La catedral de Sigüenza» por Manuel Pérez Villamil.
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así los jurisconsultos. Acaso porque no se le acusara de favorecer a su pariente.
En iodo caso, el Papa se muestra conforme con su proceder y le comunica al Obis-
po de Sigüenza su resolución. Reconoce que no es culpable de ser percusor, pero
viendo que existía infamia, dispone lo que sigue: Que se convoque clero y pueblo
y que se publiquen ante ellos los testimonios de los cirujanos y físicos, para lavar
así la supuesta infamia. Luego autoriza al Obispo de Segovia y al electo de Palen-
cia, junto con el Arcediano de Sepúlveda, para que repriman con censuras eclesiás-
ticas a los que se atreviesen a molestar más a D. Rodrigo de Sigüenza con tan eno-
joso asunto. En el mismo día expidió el Papa las dos Bulas extensas, una al
encausado y otra a los delegados nombrados últimamente, relatando con más por-
menores lo que hemos compendiosamente expuesto. No acertamos cómo el Ilustrí-
simo Minguella no ha tocado punto tan delicado. (1) Nada perdía con esto el primo
del Arzobispo de Toledo, de quien sabemos que era integérrimo; que para encor-
var a los protervos no dejó de apelar a las excomuniones y multas, (como en 1199
con los de Medinaceli;) que era de caritativo pecho; que donó casas suyas y cons-
truyó un Hospital para los pobres, disponiendo que un canónigo cuidara de su
funcionamiento y rentas; que era de conciencia de santos. Murió después de brillar
en las Navas por su valor, en el concilio Lateranense por su celo, y en la cons-
trucción de su magnífica catedral por su acendrado amor al culto de Dios.
En la primavera de 1210, mejor dicho, poco antes, se hallaba D. Rodrigo en Si-
güenza, al lado de este su primo, con un canónigo de Toledo, llamado Esteban. De
este modo escribe Minguella: «Nuestro Obispo, el Prior D. Lope y los Arcedia-
nos de Sigüenza, Almazán y Molina acompañaron al Arzobispo de vuelta a Tole-
do, y allí se hizo, en el mes de Junio, la concordia de hermandad entre ambos Ca-
bildos.» (2)
El 27 de Septiembre de este año, 1210, encontramos a D. Rodrigo resolviendo un
ruidoso pleito, que ofendía al rey de Castilla y desedificaba a su reino, desde ha-
cía diez años atrás. El famoso monasterio real de Sahagún tenía bajo su jurisdic-
ción el cenobio de monjas de San Pedro de las Dueñas, a una legua de distancia,
con una porción de grandes atribuciones, que no es del caso detallar. El año 1200
estalló entre el Abad y el monasterio de San Pedro una grave discordia, con una
serie interminable de litigios, que fueron eslabonándose, y acabó por negar los
monjes la obediencia al Abad. En esto fué elegido otro Abad en Sahagún, llama-
do Guillermo, que fué mal recibido por muchos monjes, los cuales ahondaron más
con sus manejos y confabulaciones con varios ambiciosos seglares, que querían
medrar en intereses a costa de la opulenta Abadía, la separación de los dos mo-
nasterios, destruyendo, como es natural, el espíritu religioso, que debía florecer.
Hallándose las cosas en ese abismo, Alfonso VIII, que era Patrono del monasterio
de Sahagún, no pudiendo tolerar en su reino escándalo tan grave, encomendó to-
do el negocio a su prudente consejero, D. Rodrigo, el cual, en unión de D. Tello
de Palencia, estudió toda la enmarañada cuestión, y presentó el plan y sentencia
de concordia, a que se sometieron los dos monasterios y vivieron en paz, obser-
vándolo hasta Alfonso el Sabio, en cuyo reinado, un malévolo, Ruiz Fernández,
del mismo Sahagún, encendió la discordia con feos ardides. El rey Sabio mandó
revisar la sentencia dada por D. Rodrigo, la tradujo al castellano, y la halló tan
completa y justa, que el 22 de diciembre de 1253, decretó su exacto cumplimiento,
imponiendo silencio a todos los revoltosos.
( A 3 ( 2 ) L é a s e e l d o c u m e n t
, i? . P ' 1 ° e* ^ Líb. priv. II. fol. 33-34.-Lo publicó Minguella. Histor. de
la Dioc. de Sigüenza. I. 192.
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Don Rodrigo en su sentencia señala, entre otros, los siguientes más principales
derechos del Abad de Sahagún sobre San Pedro de las Dueñas: Que el Abad pue-
de entrar cuantas veces quiera en el Capítulo de las monjas, y corregir allí los
abusos y a las monjas que lo merecieren. Puede ir al monasterio, si el Abad oye
un caso público ruidoso, para remediarlo. Que elija Abadesa con otorgamiento
de la parte mayor y más sana del convento. Es necesario su consentimiento para
recibir una monja nueva y para que la Abadesa o alguna monja pueda cabalgar
fuera del monasterio. Ordena D. Rodrigo que ninguna monja sea excomulgada
sin triple previa amonestación, ni expulsada, si promete obedecer a las reglas de
San Benito, ni castigada por la Abadesa, si apeló al Abad. E l Prior de San Pedro,
puesto por el Abad, que no fuera bueno y provechoso, sea removido a petición
del monasterio, sustituyéndole otro, nombrado por el Abad. Y acaba declarando
las atribuciones del Prior en la administración de los bienes del monasterio, que,
según aparecen allí mismo, son riquísimos. (1)
Don Rodrigo es uno de los Prelados españoles, que más correspondencia han
tenido con el Jefe supremo del Catolicismo, y el Bulario suyo quizás sea el más ri-
co e importante, que de ningón otro Prelado peninsular. Yo no conozco otro, que
le iguale, a pesar de que no se ha coleccionado íntegro, por el escasísimo empeño
que se ha puesto hasta ahora en España, para publicar los infinitos Breves y Bu-
las, que se ocultan en las Iglesias, monasterios y archivos públicos de España,
donde se encuentran datos para la construcción de la historia eclesiástica y civil
españolas. Las Bulas pontificias son las que en el presente estudio biográfico diri-
gen muchas veces nuestros pasos, y nos descubren sucesos importantes de la vida
de D. Rodrigo.
Una de ellas, hasta ahora inédita, nos da la pista de dónde estaba el Arzobispo,
a fines de febrero de 1210. E l 28 de ese mes escribió Inocencio III al Obispo de Se-
govia, al Electo de Palencia, D. Tello, y al Arcediano de Sepúlveda, para que re-
solviesen judicialmente una reclamación de D. Rodrigo en contra del clero de Ta-
lavera de la Reina, y oíros cleros de su diócesis, que perjudicaban a su Arzobispo
en los derechos de procuraciones, de catedráticos, décimas, obligaciones de difun-
tos y otras cosas. Al empezar la Bula indica el Papa que el Arzobispo le ha ex-
puesto verbalmente su queja y reclamación diciendo: «Nuestro venerable Herma-
no, el Arzobispo de Toledo expuso en nuestros oídos...» (2) Fórmula que significa
de ordinario exposición oral de la persona, que es el autor de la exposición. Por
lo tanto, D. Rodrigo, en esa fecha estaba en Roma, ante Inocencio III; ya que la
Bula tiene la data de Letrán. No lo podríamos asegurar tan absolutamente si no
tuviéramos otras dos Bulas, expedidas el día siguiente, 1.° de marzo, en las cuales
dice expresamente el Santo Padre, que D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo, se halla-
ba muy poco antes en la corte de la Sede Apostólica, acompañado de su Deán, lla-
mado Hispano, y varios canónigos del Cabildo toledano. Una Bula va dirigida al
Cabildo de Toledo, y la otra al mismo Deán, ya nombrado, y en las dos dice el
Papa, que plugo a D. Rodrigo, lo mismo que a los mencionados capitulares, escu-
char las preces del Pontífice, y darle gusto en su misma presencia, nombrando ca
nónigo de Toledo a Andrés Gabiniano, subdíácono y Capellán del Papa, por quien
se interesaba Inocencio III muchísimo. E l Pontífice, después de manifestar su gra-
titud, pide en sus cartas que le pongan en posesión provechosa de todos los dere-
(1) Véasela Historia de Sahagún por el P. Escalona. Líbs. IV y VIH. Ap. III. Escritura COÍLIII .
Obra de entera confianza, basada en documentos auténticos. (2) Venerabais Frater noster. Arch. To-
letanus nostris auribus intiinavit... Ap. 5.
- 6 1 -
chos que le corresponden, como verdadero capitular, y para que así le remuneren
los buenos oficios que, como procurador del Cabildo e Iglesia de Toledo, dili-
gentemente les presta; con lo cual Gabíniano les servirá todavía más gustosa y
activamente, siguiendo en Roma representando al Cabildo y la Iglesia de Tole-
do. (1)
Cuatro días después fechó Inocencio III en el Palacio de Letrán el documento
pontificio más ardientemente apetecido y solicitado por D. Rodrigo, piedra angu-
lar de sus derechos primaciales, base granítica de su autoridad y preeminencia en-
tre todas las Iglesias de España, instrumento de victoria en las vindicaciones de
la dignidad de Primado, escudo de invulnerable defensa contra todas las aspira-
ciones de los rivales. Larga Bula de la que sólo la parte primera traduciremos
aquí; pues lo restante enumera los bienes y posesiones de la Iglesia Toledana.
Dice así:
«Inocencio Obispo, siervo de los siervos de Dios, a Rodrigo, Arzobispo de Toledo
y sus sucesores, canónicamente instituidos: La sacrosanta Iglesia Romana ha sido
constituida por el mismo Señor Jesucristo, Salvador de todos, cabeza de todas las
Iglesias, en el Bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles. Así, no deben los
miembros separarse de la cabeza, sino obedecer a la razón y providencia supre-
mas. Mas la dirección moderadora de la cabeza, considerando las acciones pro-
pias de cada miembro, conserva a cada uno el derecho y el orden establecidos por
la naturaleza, y guarda, sin envidia, con amor social, todas las prendas que em-
bellecen su dignidad. Por lo tanto, inducidos prudentemente por esta razón, que-
riendo conservar los derechos de la noble e ilustre Iglesia toledana, hija propia y
especial de la Sede Apostólica, hemos resuelto, Venerable Hermano Rodrigo, a
quien amamos en Cristo con verdadera caridad, acceder con paterna piedad a tus
razonables súplicas. Así pues, a ejemplo de nuestros predecesores, de feliz memo-
ria, Urbano, Gelasio, Honorio, Eugenio, Adriano, Alejandro I, Alejandro II, Urba-
no II y Celestino, por la presente página, con autoridad apostólica, confirmamos
la dignidad de Primado en los reinos de España, a tí y a la Iglesia toledana: y los
Obispos de España te acatarán como Primado, y te someterán cualquier cosa, que
entre ellos se suscitare, salva la autoridad de la Sede Apostólica en todo. Pero juz-
gamos, que estando tu persona unida a nosotros con más especial gracia, si se
presentase algún litigio por causa del Romano Pontífice, se decidirá por sola
la mediación del mismo. En verdad, fortaleciendo a la Iglesia toledana con la es-
tabilidad del presente privilegio, decretamos, que se sometan, como subditos a la
Metrópoli, la parroquia Complutense, y Cuenca con sus términos: también todas
las Iglesias que de antiguo por derecho propio, se sabe que fueron suyas; confir-
mando además las Sedes Episcopales, que justa y canónicamente al presente po-
sees, Patencia, Segovia, Osma y Sigüenza. Sancionamos, respecto de las demás Se-
des que en pasados tiempos le obedecían, que cuando el Señor omnipotente las
devolviere al poder de los cristianos, se sometan a su cabeza. Pero en cuanto a las
ciudades de las Diócesis, que por la invasión árabe perdieron sus propios Metro-
politanos, establecemos este tenor; que estarán sujetos a tu jurisdicción y te obe-
decerán a ti, como a propio Metropolitano, de tal modo que por nuestra autoridad
tengas libre potestad de instituir Obispos en las Sedes Episcopales, y poner en
castillos y villas presbíteros, según el Señor te inspirare, y ordenar en los Obispa-
dos que pertenecen de antiguo a los límites de tu Iglesia, como en los que carecen
de propio Metropolitano. Si se restauran las Metrópolis, también se les devolveráu
(1) Ap.5y6
-62-
las Diócesis, para que disfruten del régimen del Pastor propio, concedido por di-
vino beneficio. Además todas las posesiones y los bienes todos, que la Iglesia to-
ledana posee al presente justa y canónicamente, y los que tuviere en la futuro por
concesión de los Pontífices, donación de Reyes y Príncipes, concesión de los fieles-
o pueda adquirir, por cualquier otro justo medio, se conservan a ti y a tus suceso-
res, firmes e intactos.»
Como dice Inocencio III, al principio de la bula, de cuya segunda parte sacare-
mos más adelante otras noticias, (1) fué expedida en contestación a la petición de
D. Rodrigo; petición que le dirigió de viva voz en el viaje que relatamos. E l obje-
to del viaje quizás fué doble. Primero la consagración episcopal. Ya dijimos arri-
ba que todas las noticias vienen a concluir que D. Rodrigo se consagró hacia la
primavera de 1210. Por otro lado nada autoriza para creer la insinuación, que he-
mos copiado, del Obispo Minguella; y el viaje coincide exactamente con la fecha
indicada. Por lo que es muy probable que fué consagrado D. Rodrigo por Inocen-
cio III. E l segundo objeto fué la cuestión de la Primacía de su Sede.
Nuestros lectores, viendo que componemos la presente historia, siguiendo paso
a paso la cronología, comenzarán a extrañarse, de que no empiecen a aparecer
en la narración los primeros movimientos de aquella ofensiva cristiana contra los
sarracenos, que terminó con la epopeya del Muradal; porque ya hacia fines de
1209, voces augustas de Roma conmovían muchas fibras interiores, y en 1212, en
las regiones hispanas, empezaban a formarse las olas bélicas, y D. Rodrigo era
quien daba vida a ese movimiento. Pero haciendo una excepción, vamos a sepa-
rar completamente hasta el año doce todo lo que pertenece a los preparativos y
ejecución de esa empresa, que más que a nadie corresponde a nuestro héroe, y da-
remos ahora cuenta de los demás actos suyos.
A mediados de febrero de 1211 recorría Castilla la Vieja en compañía del rey'
y en San Esteban de Gozmar firma la autorización para adquirir bienes inmue-
bles en varias villas, que D. Alfonso concedió al Cabildo de Sigüenza, el 28 de fe-
brero. Era un favor grande; pues estaba prohibido al clero la adquisición de pro-
piedades de esta clase a título de perpetuidad. E l fantasma de las manos muertas
asustaba mucho en aquellos días, (2) porque sustraía muchas rentas al erario pú-
blico y al fisco real: pero no había sectarismo religioso.
E l 7 de marzo se hallaba en Burgos, población tantas veces visitada por él, por
ser la que encerraba los afectos de los reyes, que él aconsejó, y Corte en que és-
tos vivían sin zozobras. Con gusto venía allí D. Rodrigo por visitar a su herma-
na, María Jiménez, monja en las Huelgas de Burgos, insigne fundación de Alfon-
a
so VIII, bajo la inspiración de su mujer, D . Leonor. Era de la orden del Císter,
obedecía al monasterio de Huerta; y su primera Abadesa y fundadora del ceno-
bio, había venido de Tulebras, monasterio de la Ribera de Navarra, no lejos de la
mansión señorial y natal de los Radas. Se llamó Mira Sol. D. Rodrigo compró en
ese día 7 de marzo su herencia. Decía la hermana a su hermano: «Sepan todos
los presentes y futuros, y que yo, María Jiménez, hija de Jimeno de Cadreita, mon-
a
ja del real monasterio de Burgos, con consentimiento y beneplácito de D. San-
cha, mi Abadesa, vendo a vos, Rodrigo Jiménez, Arzobispo de Toledo, mi herma-
no, toda la parte del patrimonio que tengo, o debe pertenecerme de parte del pa-
dre y de la madre, y también la parte que me tocó de parte de mi hermano, Pedro
Jiménez que murió en ultramar; lo vendo en doscientas monedas de oro con que
me doy por satisfecha, y declaro, que se me han pagado exactamente.» (3) Como
(1) Ap. 7. (2) Minguella. I p. 520. (3) Lib. priv. I. f. 32; y pergamino original.
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se vé, todavía vivían los padres de nuestro Arzobispo: el cual, diez días después,
autorizó con su firma la concordia, que tres arbitros propusieron en el litigio que
las monjas de San Pedro de Toledo y su primo el Obispo de Sigüenza sostenían
acerca de varias fincas, conformándose al fin con recibir la mitad cada parte. (1)
En el mes de Julio realizó D. Rodrigo un acto de imperecedora memoria, que la
historia ha ensalzado merecidamente. Estando en Toledo creó la insigne Cole-
giata de Talavera de la Reina y organizó sabiamente el Cabildo. Después de un
expresivo preámbulo, dice así el celoso fundador, en el acta de creación y organi-
zación:
«Nos, Rodrigo, por la gracia de Dios, Arzobispo de Toledo, Primado de las Es-
pañas, atendiendo y considerando la devoción de la iglesia de Talavera, por la
cual se mantiene firme e irrefragable en la religión de la fe cristiana, y juzgando
digno condescender a las preces de los amados hijos, los clérigos de la Iglesia de
Talavera, habiendo obtenido sobre esto el consejo, la voluntad, el consentimiento
y la autorización del venerable Cabildo toledano, hacemos conventual para ade-
lante a la iglesia de Santa María de Talavera, y desde ahora en adelante será per-
petuamente iglesia conventual, y habrá allí siempre Canónigos, que día y noche
recitarán los oficios divinos y ofrecerán oraciones y súplicas a la divina Majestad,
por la salvación de los vivos y descanso de los difuntos.»
El nombramiento de todos los Canónigos y prebendados lo reserva absolutamen-
te a la Mitra, sin que jamás tenga el nuevo Cabildo derecho de intervenir con su vo-
to o consejo en la creación de ningún canonicato, ni en la provisión de ninguna dig-
nidad o prebenda. Las Dignidades perpetuas, que creó fueron el Deanato el Sub-
deanato, el Preceptorado y la Tesorería. En cuanto al Arcediano, dispone que lo
será siempre el que fuere nombrado Arcediano del Arcedianato Talaverense, con
la plenitud y absoluta superioridad de derechos de siempre, pudiendo y debiendo
ejercer sobre su Cabildo la misma autoridad que el Deán de Toledo ejerce sobre
el suyo, con derecho de Arcediano, exceptuando lo que se refiere a nombramiento
de los miembros del Cabildo, que queda completamente reservado a D. Rodrigo y
sus sucesores. Declara que la Colegiata con su Cabildo quedará sujeta al Arzo-
bispo de Toledo y a la Iglesia de Toledo; y en señal de esta sujeción perpetua, obli-
ga a que la Colegiata y su Cabildo paguen un censo anual insignificante, pero con
solemnidad extraordinaria. E l censo será cinco maravedís, y lo pagarán en la
fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, que es titular de la Iglesia Catedral de
Toledo. Se practicaban especiales ceremonias de honor en aquel acto. En el mo-
mento de la colación canonical deberán todos prestar obediencia al Arzobispo so-
bre los Santos Evangelios.
Los nuevos miembros del Cabildo prometieron y juraron guardar todos los pun-
tos sobredichos, renunciando a todo derecho escrito o no escrito, que en alguno
de esos puntos les pudiera favorecer, en lo presente o futuro, en contra de lo que
se reservaba el Arzobispo. ¡Cuan hermética y firmemente cerraba con esa clausula
el Arzobispo toda puerta y todo resquicio a todo lo que en algo pudiera atar la
autoridad y los derechos amplísimos, que se reservó! Se descubre ahí qué cerebro
tan previsor había en D. Rodrigo para cegar terminante y absolutamente todas las
fuentes de disturbios, que de las pretensiones del Cabildo podían provenir al Ar-
zobispo en los tiempos venideros.
Termina así: «Se hizo esto en Toledo, el año del Señor 1211, en el mes de julio.»
Firman, después de D. Rodrigo, treinta y tres individuos de todas clases del clero
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toledano. (1) Como indudablemente siguió a Cuenca a su rey en este mes, y firmó
allí la donación de Avengamar, que, en premio de los grandes servicios, que en la
población de Moya habían prestado los Santiaguistas, les había hecho Alfonso
VIII (2) suponemos que el acto se verificó en la primera parte de Julio; puesto que
firma en Cuenca el 26 del mismo.
El famoso Señor de Vizcaya, D. Diego López de Haro, ya había vuelto para es-
ta fecha a la gracia del rey; y se dijo ya que D. Rodrigo procuró con su influjo es-
ta reconciliación, que tan benéfica había de ser para el triunfo de las Navas de To-
losa. De esta mediación de D. Rodrigo en favor del primer potentado de Castilla,
que por la hostilidad de los tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra había veni-
do a parar en una extrema necesidad, debió nacer cierta relación de cordialidad
entre el Arzobispo y el antiguo héroe de Alarcos. E l caso es que el primero de
Agosto de este año hizo a D. Rodrigo y a su Iglesia la donación riquísima de la
villa de Alcubelet, (3) sita en el término de Toledo, con todos los derechos, que
allí tenía. (4) Debieron mermar mucho las rentas del Conde Haro con esa dona-
ción, y para remedio de la merma, y también acaso, porque había de por medio
otras razones, acudió D. Diego López a D. Rodrigo, y éste le dio la villa de Maza-
rabella con todos los productos y utilidades, por el tiempo de su vida, con la úni"
ca condición de que no la podía vender, alienar o empeorar, ni maltratar, ponién-
dola en malas manos. En la sierra de San Vicente, en la guerra que Alfonso VIII
hacía al moro, firmó D. Rodrigo el documento de donación. (5)
En el Cabildo toledano se habían despertado ciertos recelos acerca de la verdad
de la concesión del castillo de Bogas (así se lee en documento del Liber privil. II.
fol. 65.) de parte de D. Rodrigo, y el Arzobispo disipó esos recelos, el mes de No-
viembre, por medio de un documento solemne, que firmó el Cabildo con él, reco-
nociendo que en verdad donó ese castillo, con todo lo que tiene, al Cabildo tole-
dano, para que cumpliera las cargas que le impone. (6).
En este mismo año Alfonso VIII hizo a D. Rodrigo y a su Iglesia la donación de
la importante villa de La Guardia, cuyo texto precioso debe leerse. Dice: «Se sabe
que la santa Iglesia de Dios es templo de Dios y alcázar del rey supremo, y que
ese alcázar se debe adornar más que con el oro y corruptibles piedras labradas,
con devotos afectos. Por eso, cuando las cosas temporales se ofrecen a Dios, no
se deben contar entre el oro, plata, púrpura y jacinto, sino entre el pelo de las ca-_
bras. Por lo cual, yo, Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla y Toledo, jun-
to con mi mujer Leonor y mi hijo Enrique, viendo que no soy digno de presentar
me ante las miradas del rey supremo, no me atrevo a ofrecer los dones de los re-
yes al Hijo del rey supremo; sino que, terreno como soy, con los ojos humillados
hacia la tierra, ofrezco dones terrenos, para que el Rey omnipotente se digne acep
tarlos misericordiosamente, no entre los dones preciosos, sino entre el pelo de las
cabras, para remedio de mi alma, de la reina y de la de mi hijo, el Infante D. Fer-
nando, y de las de mi padre y abuelo. Aunque nada valgan los dones terrenos
ante Dios, con todo hago donación de un donecillo, no digno del rostro de Jesu-
cristo, de cierta villa, que se llama La Guardia, a nuestro Señor Jesucristo, a la
Bienaventurada María Virgen, Señora de Toledo, y a vos D. Rodrigo, Arzobispo
(1) Lib. priv. II. f. 65-66. Otra copia en el Lib. priv. I. f. 30 y 31. (2) Bull. Sti. Jacobi. p. 58.
(3) Las dos cartas de lo de Alcubelet y Mozabedula están en Lib. priv. I. f. 282 r y v. y II. f. 2. v. y
f. 28. v. (4) Lib. priv. i. fol. 28. col. 2.—Mondéjar. Notas posteriores al cap. CXI. (5) Lib. priv. II.
ol. 28.—Lib. 1. fol. 2. (6) Lib. priv. 1. fol. 33. r. col. I y II.—H. fol. 65.
-65-
de la misma Iglesia, Primado de las Españas, y vuestros sucesores, para que per-
petuamente lo posean con derecho hereditario...» (1)
Se percibe la brillante pluma de D. Rodrigo en este documento, cuya fecha exac-
ta ignoro; porque no la trasladó el copista al documento de confirmación, que el
año 1218 otorgó San Fernando. El P. Fita opinó que era posterior a la muerte del
Infante D. Fernando, porque allí se dice que lo dona por remedio de su alma. La
razón no vale; también dice que lo hace por la suya propia y por la de su mujer, y
ambos vivían. Si hubiera fallecido para entonces su hijo querido, hubiera hecho
sonar una nota de tristeza, como ocurre en los documentos que Alfonso VIII ex-
pide después de la muerte del amable Príncipe, cuando le menciona. Esta villa de
La Guardia es la que con el tiempo adquirió veneranda y terrorífica celebridad
por la tragedia abominable del martirio del niño cristiano, que realizaron los
judíos.
Empecemos ya con la inmortal empresa de las Navas de Tolosa.
-66-
C A P I T U L O VI.
1211—1212.
-67 —
¿Quién se opondrá a este titán? ¿Quién alineará contra él otro ejército podero-
so? ¿Quién le quebrantará? Sin duda alguna, primero y principalmente D. Rodrigo
Jiménez de Rada, como lo aseguraremos con frases de otros, que le llaman «actor
principal, (1) organizador y sostén y héroe singular de aquella cruzada.» (2) Va-
mos a relatar ahora esta incomparable hazaña suya, con el detenimiento y clari-
dad que merece, para que se contemple en toda su inmortal grandeza a nuestro
glorioso Arzobispo.
Empalmemos los hechos. Ya se dijo cómo Alfonso VIII no secundó en 1209 al
rey de Aragón, a pesar de las exhortaciones de Inocencio III, y le dejó luchar solo
en la región de Valencia. En cambio, como D. Rodrigo cuenta, en 1210 rompió re-
sueltamente, porque, según dice, había expirado la tregua (de diez años) «deseando
morir por la fe de Cristo, y no sufría pacientemente, aunque sí prudentemente, la
pasada deshonra.» (3) «Cuando se empezaba a tratar de la tregua por medio de
mensajeros, comenzó la lucha entre el rey Noble y los agarenos. A l devastar los
nuestros las partes de Baeza, Andújar y Jaén, el hijo del predicho rey de los aga-
renos, llamado Mahomat, reuniendo un ejército de sus pueblos, acampó>n torno
de Salvatierra.» (4) Se vé que tan osado golpe en las entrañas de Andalucía pro-
dujo terrible encono y efectos fulminantes en el Miramamolín.
A l ver tal movimiento en el campo sarraceno la corte castellana dio un vuelo
extraordinario a la guerra, bajo la inspiración de D. Rodrigo y los alientos del
príncipe heredero de la corona, el brillante hijo de Alfonso, el Infante D, Fernan-
do, que quiso inaugurar su vida de guerrero cristiano con una campaña insigne y
decisiva. Solicitó para ello la bendición y el auxilio del Papa, e Inocencio III acce-
dió gustoso, y despachó varias bulas. Una el 10 de Diciembre de 1210 a D. Rodri-
go y demás prelados de España, encargando que moviesen a los soberanos de sus
reinos respectivos a imitar al valeroso Infante, si no tenían treguas con los sarra-
cenos; y concede a los que se crucen todas las gracias de las cruzadas. (5) Más aún,
enterado el Papa poco después de las siniestras intenciones de algunos reyes pe-
ninsulares, de dañar a Castilla durante la campaña, escribió a D. Rodrigo, y a los
obispos de Calahora y Coimbra, el 22 de Febrero de 1211, una carta especial, en-
comendándoles, que con todo celo repriman con censuras a cualquier rey de Es-
paña, que cometiera esa villanía contra Castilla, durante la cruzada. (6)
En el mismo día (7) contestó Inocencio a las peticiones, que por medio de su
enviado especial, el Obispo electo de Palencia, le dirigía Alfonso VIII, para ob-
tener los más poderosos auxilios posibles, para acometer a los moros. E l rey le
pedía por conducto de su enviado, al que elogia mucho el Papa, un Legado papal
para toda España. E l Pontífice Romano le responde que por las revueltas del tiem-
po no le puede al presente satisfacer, prometiéndole hacerlo a penas la oportuni-
dad lo consienta. Le comunica el mandato que ha dado al Arzobispo de Toledo y
a los Obispos de Zamora, Tarazona y Coimbra de reprimir con censuras a cual-
quier soberano de España, que durante la campaña contra los moros, rompiera
treguas o paces. Por fin le exhorta a perseverar en la devoción de la Santa Sede y
de la Santa Iglesia Romana.
Era convenientisima la venida de un Legado Pontificio a España para excitar en
todos los reinos cristianos de la Península un verdadero entusiasmo por la guerra
(1) Huid. 107. (2) Díscursos.-53 y 54 (3) üb. Vil. c. 34. (4) Lib. Vil. c. 35. (5) Ap. 8
(6) Ap. 9. (7) Octavo Kalendas martii, Pontifkatus nostrí anno décimo quarto, que es 22 de febrero
de I211.-Huici, siguiendo a Mondéjar, cae en el error de fecharla el 8 de marzo de 1212 (Ap. p. 193)
y en el texto (p. 22) conserva el yerro del mes y día, y corrige el año, poniendo 1211.
-68-
santa contra los almohades que, como ingente torbellino, en compacta masa, des-
de el fondo del África, volaban al estrecho de Gibraltar; y además para contener efi-
cazmente a los reyes malévolos, o al rey conocidamente enemigo, que acechaba el
momento oportuno de la campaña contra los sarracenos, para invadir los estados
de Alfonso. Hacía 13 años que en Espsña no había Legado Pontificio, es decir des-
de la partida de Rainerio, después de excomulgar al rey de León por su incestuoso
matrimonio con Berenguela de Castilla. E l rey, de quien manifiestamente se teme
en las Bulas de Roma, es Alfonso de León. E l fragmento (1) de un decreto del Ar-
zobispo D. Rodrigo y del Arzobispo de Santiago, que hasta hoy no he visto citado
abona este modo de pensar. Los dos Metropolitanos hablan así al rey de León:
«Al ilustrisimo Señor Alfonso, por la gracia de Dios, rey de León y Galicia, por
Pedro (Arzobispo) Compostelano y Rodrigo, Arzobispo de Toledo: Que al Rey de
los reyes estéis unido siempre. Llegue al conocimiento de vuestra Alteza por la
presente, que hemos recibido del Papa una carta concebida en esta forma: Inocen-
cio, Obispo, siervo de los siervos de Dios, a los Venerables Hermanos, los Arzo-
bispos de Toledo y Compostela, salud y apostólica bendición. Cuan grande sea la
necesidad de vuestra España... (No se puede leer nada más en el Cartulario, por es-
tar del todo borrado hasta las dos últimas frases, que son así:) En tal forma cum-
pliréis a este fin el precepto apostólico, que brille tan bien vuestra solicitud gran-
de en la ejecución, que no podáis ser reprendidos de negligencia o de desprecio...
y recomendamos la obediencia por la presente. En las nonas de Abril, año cator-
ce de nuestro Pontificado (5 de abril de 1211.) Nosotros, por la autoridad de las
presentes, os amonestamos para que, mientras éstos hacen guerra a los sarrace-
nos... conservéis la paz y las treguas inviolables, prestándoles... a ellos contra los
enemigos de la Cruz del Señor. (2) (No se lee más. Ni la fecha del decreto, que de-
bió ser de algún mes posterior a la de la Bula copiada). No existiendo en el Car-
tulario toledano análogos decretos, dirigidos por nuestro Arzobispo y por el Com-
postelano a los reyes de Navarra, Aragón y Portugal, hay razón para creer que a
éstos no fué necesario intimar la orden pontificia, y que por tanto no inspiraban
temores. Solamente el título, que encabeza en el Cartulario hace pensar que hubo
más decretos. Dice así: De admonitione regrnn ad pacem observandam.» «De la
amonestación de los reyes para observar la paz.»
Sorprende mucho que a Inocencio III impidiera la concesión de un Legado par-
ticular el estado turbulento de las cosas de entonces. No debía tener el Santo Pa-
dre sujetos de suficiente competencia para tan importante cargo. Pues sólo la au-
sencia de una persona eclesiástica de la Curia Romana no se comprende que
pudiera perjudicar tanto la gestión de los negocios de Italia y del mediodía de
Francia, que eran los países que peor andaban, a causa de las turbulencias y
artimañas albigenses.
En cuanto a D. Tello, electo de Palencia ¿qué misión concreta llevó a Roma?
¿Fué enviado a solicitar una cruzada grande? ¿Iba a pedir precisamente la que tuvo
lugar el 16 de Julio del año siguiente? Generalmente así se ha creído y escrito. Lo
que menos han visto en esta embajada ha sido la primera tentativa de una cruza-
da formal, con la cooperación de todos los elementos que por medio de tal cruza-
da promovida por Inocencio III se pudieran reunir. Sin embargo no resulta eso de
la correspondencia del Papa. De ella se deduce, que se pidió el apoyo del Pontífi-
ce, pero no en forma de cruzada general, sino más limitadamente. En las cuatro
(1) Tan absolutamente borrado está en el Líber priv. el resto del documento, que no he podido leer
más. (2) Ap. 11.
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Bulas de Inocencio se expone tan sólo, que se pidió apoyo del Papa para el éxito
de la guerra del Infante Fernando y su padre; que habiéndosele pedido al Pontífi-
ce un legado, no lo puede dar, y que se ordena a los Prelados, que impidan con
censuras que los demás reyes ataquen a Castilla durante la guerra. Sí D. Tello
de Palencia hubiera expuesto otras peticiones en nombre del rey de Castilla, no
las hubiera callado el Papa. Prueba esto que no presentó otras, y que no gestionó
la cruzada general, sino que gestionó ciertos medios de especial seguridad, para
realizar la campaña activísima, que con todas sus fuerzas se proponían hacer con-
tra los sarracenos Alfonso y Fernando, a fin de poder contrarrestar su empuje ex-
traordinario.
Dos campañas distintas hay que señalar en este año de 1211 con entera clari-
dad. Una la de primavera y otra la de verano. En la de primavera no hay dato
positivo de que tomara parte D. Rodrigo; en la de verano, sí consta que la tomó,
pero no cabe duda que en las dos estuvo.
Mientras regresaba D. Tello de Roma, después de hechas las gestiones enco-
mendadas, D. Alfonso y su hijo D. Fernando, que ya habían recibido la Bula del
diez de diciembre anterior, formando un ejército numeroso con los concejos de
Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, que fueron lo principal de la fuerza,
salieron hacia Levante, en el mes de mayo. Fué una vigorosa y rápida carrera por
Aljarafe, Játiva «e allegaron al mar en el mes de mayo e tornáronse ende.» (1)
Sin duda esta expedición iba en combinación con otra que Pedro de Aragón
llevaba a cabo, desde el año anterior, por tierras de Valencia, según referimos ya.
De vuelta de esta campaña hallóse el Rey de Castilla con las contestaciones de
Inocencio III. D. Rodrigo, en unión del Arzobispo Compostelano, intimó por de-
creto al rey de León, y acaso a los demás soberanos, el mandato pontificio, a fines
de mayo o principios de junio, como ya lo hemos narrado, y con la mayor preste-
za se preparó la campaña de verano.
Empezaban los tiempos pavorosos y de congoja intensa, que anhelosamente te-
nían que batir los pechos castellanos. Ya se extendía para aquellas horas el eco
retemblante del poderoso mugido, que la inmensa ola invasora del innumerable
ejército almohade producía al rodar por Andalucía, por los confines de Sevilla, y
al aproximarse, lleno de ira y furor, a las primeras estribaciones de la meseta
castellana, para abatir el más inexpugnable baluarte de Alfonso VIII, el fuerte de
Salvatierra, que Anasir ciñó con sus tropas el 15 de julio de 1211. Retrocedamos
un poco para conocer ligeramente el movimiento árabe.
Como dice D. Rodrigo, (2) la atrevida irrupción de Alfonso VIII por Andújar y
Baeza provocó tan hondamente al hijo del vencedor de Alarcos, que le determinó
a reunir un gran ejército y destruir el poderío cristiano. Y dice Selaui, que las de-
vastaciones en Andalucía excitaron su ánimo, y le arrastraron a la guerra, estan-
do en su capital de Marraquez. (3) Ya pudo salir el 5 de febrero de 1211 de esta
población con poderoso ejército. A l llegar a Rabat, (4) dio órdenes a los goberna-
dores de su imperio, para el tiempo de su ausencia, y mandó a los valíes de A n -
dalucía que hicieran preparativos extraordinarios de guerra. Salió de Rabat el 4
de abril. Tras varios incidentes, llegó al estrecho, y en el mes de mayo lo cruzó en
Alcazarseguir, entre Tánger y Ceuta, su gran ejército con todos los bagajes; el
mismo Míramamolín, el 15 de mayo, lunes; y desembarcó en Tarifa, donde perma-
neció tres días, recibiendo los homenajes de sus delegados andaluces. E l 29 del
(1) Anales Toled. I. Año 1211. (2) Lib. VI. c. 35. (3) Huid. 24. (4) Puerto del África Occi-
dental.
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mismo acampó a las puertas de Sevilla. Aquí insertan Kartás y Selaui (1) el ex-
traordinario acontecimiento de la entrevista y la recepción aparatosa del rey San-
cho de Navarra por Anasir, con largos pormenores: suceso que hubo de tener lu-
gar con el padre de Anasir o con un lugarteniente suyo, once años antes. Lo re-
visten de circunstancias extraordinarias, que merecen leerse y estudiar para ex-
traer cuidadosamente lo que hay de cierto en todo lo que se dice del famoso mo-
narca navarro, sin credulidades ni escepticismos personales. E l jefe mahometano
se detuvo algunos días en la ciudad hética. Enterado de la algara de los caste-
llanos por el Levante, siguió su camino en dirección a Toledo.
Pero primero era menester destruir el terror de los moros que obstruía el cami-
no de la imperial ciudad. Desde hacía doce años se erguía la potente fortaleza de
Salvatierra, situada en la región de Sierra Morena, a unos kilómetros al Sur de
la línea de Valdepeñas y Almodovar del Campo, defendida por la flor del valor
castellano, los Caballeros de Calatrava, que con sus impetuosas e irresistibles ex-
cursiones devoraban las fuerzas musulmanas y sembraban el espanto por todos
los ámbitos del dominio árabe andaluz. E l mismo Anasir dice así: «En esta forta-
leza se habían tendido las redes de la cruz y con ella se atormentaba el corazón
de los dominios del Islam: habían hecho de ella los cristianos como unas alas pa-
ra ir a todas partes, y la habían dispuesto para que fuera la llave de las puertas
de las ciudades, y humillase a los amigos de Dios con sus grandes fosos y torres.
Estaba rodeada por todas partes de tierra musulmana, y la tenían por un lugar
de peregrinación y de guerra santa. En su servicio se empleaban sus reyes y sus
frailes, sus tierras y sus bienes, y la tenían por defensa de sus casas y el lugar de
expiación de sus pecados.» (2) Anasir cercó a esta fortaleza en la primera parte
de julio, y la empezó a batir con cuarenta máquinas de sitio y otras armas, sin de-
jar un punto de descanso al medio millar de calatravos que la defendían. Y como
le sobraban fuerzas, esparció en dirección de la comarca de Toledo columnas vo-
lantes, que lo asolaban todo.
Podemos figurarnos la impresión que producirían tan graves acontecimientos
en toda la España cristiana, y mucho más en los subditos de Alfonso VIII. Este
debió quedarse conturbado y desconcertado, y no se creyó bastante fuerte para
medir las armas con el adversario. La campaña, (que no sé si merece el nombre
de campaña) o los movimientos estratégicos, que realizó en los meses de julio y
agosto, denuncian desorientación en el plan, o al menos desconfianza en el éxito
de un encuentro formal con las tropas del Miramamolín.
Alfonso VIII movilizó su ejército, en el mes de julio, en compañía de D. Rodrigo
y de la mayoría de los Prelados de Castilla. E l 26 estaba en Cuenca, donde re-
compensó los servicios que los Santiaguistas le prestaron en los años anteriores
en la población de Moya y otros lugares. (3) De aquí, como quien evita un enemi-
go superior en campo abierto, se dirigió a la región de Talavera de la Reina con
todas las tropas, a tomar posiciones seguras en los riscos de la Sierra de San Vi-
cente. (4) Muy expresivo es lo que dicen los Anales Toledanos primeros. Que es-
taban Alfonso y su hijo «con todo su regno en la Sierra de San Vicente.» Sin em-
bargo, el Infante, sin duda para distraer la atención del agareno, se destacó al ca-
bo de una temporada, e hizo razia «en fonsado con las gentes, por Trujillo y Mon-
tánchez, y volvióse a reunir en San Vicente a su padre en el mes dagosto.» Alfon-
(t) Huici. p. 27-29. {:) Huici. p. 29-30. (3) Bull. Sti. Jacobi. p. 58.-Firman el documento don
Rodrigo y los demás Prelados. (4) Que en este lugar estaba D. Rodrigo en agosto lo vimos en la
donación de López de Haro.
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so continuó en los mismos parajes, al parecer sin luchar con nadie, sin aventurar-
se a socorrer a los admirables caballeros de Calatrava, que seguían resistiendo
heroicamente los continuos ataques de los embravecidos almohades.
Pero aquellos valientes tenían que sucumbir pronto, si no se les auxiliaba, bajo
aquella presión enorme de Anasír, que después de abrasar el pueblo, iba cuar-
teando los muros macizos del Castillo con su maquinaria. Sólo se rindieron, pero
con honrosa capitulación, cuando su rey les ordenó que entregaran la fortaleza,
ya que había decidido no trabar batalla hasta el año ulterior. Pocos y consumi-
dos por el hambre y la sed entraron en Castilla aquellos héroes. Escribe D. Ro-
drigo: «Como (Anasír) la sitiara casi tres meses, y la expugnara con diversas má-
quinas, muertos muchos de los que estaban en el castillo, y heridos la mayor par-
te, deshechos la torre y el muro exteriores, muertos muchos sitiados por hambre
y sed, se ocupó el postrer baluarte del castillo, para oprobio de la fe cristiana, en
la era de 1248, en el mes de setiembre. Era aquel el castillo de salvación, y su
pérdida despojo de gloria. Los pueblos lloraron sobre él con los brazos tendidos,
excitó el celo de muchos y difundióse su fama, enardeciendo a los jóvenes y lle-
nando de amargura a los ancianos.» (1) La caída de Salvatierra fué un trueno de
consternación, que aterró a la cristiandad entera, pero despertando su coraje.
Una errata que se ha multiplicado en las copias e impresos de la obra de don
Rodrigo ha hecho escribir a varios historiadores, que Salvatierra se perdió ¡en el
año 1210. Pues el escrito de D. Rodrigo dice, era MCCXLVIII. (2) El texto de
la narración patentiza que es errata. Pues el Arzobispo añade: «que en los mis-
mos días había congregado su ejército en los confines de Talavera, y que allí se
quería lanzar a un combate de incierto éxito, pero con más prudente acuerdo y
por instancia particular de su hijo primogénito, Fernando, se dilataron para el año
siguiente los azares de la batalla: porque es más provechosa la oportuna dilación
que la temeraria precipitación de la audacia.» (3) Por esto vemos que la pérdida,
según el Arzobispo, tuvo lugar en setiembre de 1211, conforme está en las Cróni-
cas cristianas y árabes de aquel tiempo. (4) Indudablemente tomó parte D. Rodri-
go en el Consejo de guerra, en que se resolvió tan prudente resolución. No urgía
el arriesgar al azar de la batalla la vida de la nación; porque el mismo Mirama-
molín no intentó aprovechar de las ventajas de la preciosa conquista y de la tur-
bación de los cristianos, sino que «henchido de soberbia se volvió» (5) al interior
de Andalucía. También así se lo aconsejaba al agareno la prudencia. Aun no se
había reunido su gente toda: continuaban llegando los contingentes del África: lo
que él había traído era el núcleo principal, los moros andaluces estaban forman-
do sus cuerpos. Era temerario, casi en la boca del invierno, con un ejército mer-
mado por la lucha, aventurarse a atacar a otro ejército, aunque vacilante, intacto
y fuerte. Porque así tenía que ser el que vagaba por la Sierra de San Vicente, al
mando del valeroso Alfonso VIII; ya que se había preparado con esmero, a conse-
cuencia de las diligencias hechas en Roma con el Papa, para organizar un ejército
extraordinario, y enfervorizado con las gracias de la Bula y el ardor juvenil del
queridísimo Príncipe heredero de la Corona,que ya, armado caballero en Burgos,
en el mismo año, quería señalar las primicias de su carrera militar con éxitos de-
cisivos.
La caída de Salvatierra, que en el primer instante heló de espanto y dolo r el co-
(1) Lib. VII. c. 35. (2) Lorenzana lo dejó pasar en su edición, p. 174. (3) Lib. VII. c. 35.
(4 Claramente se lee esto en los Anales Toledanos primeros, y en los Compostelanos; y en Kar-
tas y Selaui.—Anasir fechó la carta, en que dio esa noticia, el 13 de setiembre, en el mismo Salvatie-
rra. Huici. p. 29. nota 2. (5) Lib. VII. c. 36.
-72-
razón de Castilla y de la cristiandad, produjo luego un periodo de reacción enér-
gica, férvida y pujante, que todavía no se ha estudiado y distinguido lo suficiente,
y lanzó a nuestro Arzobispo a una vida de tan grande actividad, que se ha de
llamar prodigiosa. Esa caída iluminó a todos los espíritus, y convenció que Casti-
lla era impotente para resistir al poder almohade; que era menester una cruzada
general, con el concurso de todos los reinos cristianos de Europa, cruzada que
había que obtener y preparar en el lapso de unos diez meses, que a lo sumo podría
necesitar Miramamolín para ultimar los preparativos enormes, que estaba hacien-
do, para acometer él a los cristianos con todas sus fuerzas.
Se tomó el gran acuerdo de convocar una especie de Cortes (1) para reanimar
y vigorizar el espíritu público, y conseguir de verdad del Sumo Pontífice y de las
naciones cristianas una Cruzada poderosísima. Este era un acto sumamente ex-
traordinario. Toledo fué el punto de reunión, y la fecha hacia fines de setiembre,
como diáfanamente se deduce de D. Rodrigo, el cual dice, que el Infante D. Fer-
nando trabajó en atraer la voluntad de todos, para que se cumplieran los decre -
tos que promulgó Alfonso VIII con el fin de disponer debidamente al pueblo a una
obra tan santa y tan grande. Ya veremos luego, que este admirable Príncipe mu-
rió a mediados de octubre de este año. Llamo la atención acerca de esto para que
se vea que es yerro lo que han escrito autores de nota (2) que se reunieron las
Cortes en 1212. Es evidente que en 1211; ya que tomó parte en ellas el Infante y
murió en octubre de 1211. En las Cortes, adelantándose D. Rodrigo a todos, acon-
sejó con su religiosidad y patriotismo, la guerra ardorosa y abnegada, siguiéndo-
le en esto los demás Prelados y la Nobleza; por lo que enardecido el rey Alfonso,
concluyó que antes había que morir en la guerra que contemplar los males de la
patria y de la religión. (3) Decretó el soberano que los guerreros se despojasen de
armas y vestidos de lujo, y se armasen de armas útiles, para aplacar a Dios. Aña-
de D. Rodrigo: «Todos, desde el más niño hasta el más anciano, obedecieron el
mandato del rey, prestando a todas estas cosas su cooperación correspondiente
el dulcísimo primogénito de Alfonso el Noble, el Infante D. Femando.» Estas pa-
labras de D. Rodrigo dicen perspicuamente que duró la asamblea poco tiempo, y
se deduce de ellas, que la actividad con que el Infante promovía en el reino su
cumplimiento era muy señalada y eficaz en la primera parte de octubre en que,
estando en Madrid, una fiebre mortal le atacó; ni se diga con ciertos autores, que
el Infante desplegó esa actividad en la organización de las decisiones de la asam-
blea, y no en su ejecución. Esto pugna con el sentido del texto.
En la misma reunión se acordó enviar, por diversas partes de la cristiandad,
mensajeros para anunciar a las naciones el gran peligro que amenazaba a la
Europa cristiana, y la absoluta necesidad de acudir al mediodia de España con
grandes elementos de combate, para derrotar al coloso, que allí preparaba la
muerte de los reinos cristianos.
Entiéndase bien, y no se desfigure, como se ha desfigurado, la misión que estos
diversos nuncios (4) recibieron. No fué la de predicar la cruzada que se concedió
por las Bulas traídas por el Obispo electo de Segovia, como algunos autores han
escrito. (5) Porque la que trajo ese comisionado se expidió el 4 de febrero de 1212,
cuando ya la casi totalidad de los enviados de Castilla estaban de vuelta. (6)
(1) Cortes llaman Mondéjar, (cap. 101.) Cabanilles y otros a esta asamblea, pero no merece ese
nombre esta reunión del Clero y nobleza y acaso algo del pueblo. (2) Mondéjar. 101, Maura Gama-
zo. Rincones de la Hist. I. p. 150 y otros muchos. (3) Lib. V i l . c. 36. (4) Así los llama D. Rodr igo.
Lib. VIII. c. 1. Así también la carta de Alfonso VIII a Inocencio III. (5) J. Tolrá.—Disert. Huici pare-
ce insinuar algo de esto. p. 22. (6) Lib. VIII. c. 1.
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Además, en ella se conceden las gracias de la cruzada, para el acto de la batalla,
y se anuncia lo que ha escrito el Papa a Francia. Por otro lado en la carta de Al-
fonso a Inocencio III se lee: «envié nuncios idóneos a las partes de Francia con
vuestras letras.» Hay que admitir, que si son esos los nuncios, que según D. Ro-
drigo habían regresado por marzo, llevaron otras letras apostólicas, que las del
electo de Segovía. Esas creo que fueron las que gestionó D. Rodrigo. También en-
viáronse comisionados, sin tales letras, para excitar los ánimos de los Príncipes y
pueblos a prestar ayuda en tal lance. Una muestra de esto tenemos en el único
documento real de Alfonso VIII, de los muchos, que dirigió a los soberanos de
entonces, que se conserva todavía. Es el que envió a Felipe Augusto, rey de Fran-
cia.
Dice la carta, que sabe al estilo de D. Rodrigo. «A Felipe Augusto, rey de los
franceses, por la gracia de Dios, Alfonso,rey de los castellanos, por la misma gra-
cia, salud en aquel que concede la salud a todos los reyes. Nadie debe vacilar
en morir por el nombre de Cristo, cuando se lee que Cristo sufrió por el pueblo
la muerte. La descendencia de Canaán, y no de Judá, raza tiranizadora, pueblo in-
circunciso e inmundo, de espíritu y conciencia manchado, parecido y afin a
los gentiles, portador de la muerte en sus manos, nos persigue, tanto por su
innata malicia como por su perfidia acostumbrada, a nosotros, que somos confe-
sores de la fe santa. Nada menos que la muerte esperamos de él; el cual,
¡ay dolor! no cesa de ensañarse en los ministros del altar; siendo su placer muti-
lar a los siervos y a los hijos del Crucificado. (1) Recordamos que esos enemigos
de la Trinidad, sedientos de nuestra sangre, se han conjurado contra nuestras vi-
das. Pero queriendo sacrificarnos nosotros mismos en olor de suavidad por Dios
vamos a atacarlos en el primer día de mayo, sin vacilar, a ellos que no quieren
paz alguna, ni temen a Dios: considerando serenamente, que nosotros, que somos
pocos, recibiremos del cíelo la fortaleza contra ellos, que se han multiplicado en
carros y caballos. Por lo tanto, como debéis al muro acostumbrado de la integri-
dad prestar el baluarte de la fe, con sollozos dirigimos a vuestra Serenidad nues-
tras preces, para que enviéis en nuestra ayuda servidores idóneos y caballeros ar-
mados, seguros de que podremos ser contados en el número de los mártires, si en
el combate responde nuestra sangre a la de Cristo. (2) Falta la fecha, pero es evi-
dente que la carta es del año 1211; y seguramente una de lasque llevaron los
mensajeros; porque se daba plazo suficiente para que hasta mayo de 1212 pudiera
el rey francés reunir tropas de cruzados y llegar al lugar de la batalla campal pa-
ra pelear contra el moro, como dice la carta.
En el momento en que, terminados los actos de la asamblea nacional, iban a
partir los mensajeros para pedir cruzados a todos los reinos cristianos, sobrevino
a Castilla la dolorosa pérdida del hechizado Infante D. Fernando, que murió en
Madrid. Oigamos al testigo de todo, D. Rodrigo, que escribe una página intere-
sante:
«En el tiempo (en que trabajaba por implantar la real disposición sobre la mo-
deración del lujo en el reino) herido de la fiebre terminó (el Infante) la vida, antes
que llegara la hora de la guerra. Su muerte produjo el llanto de la patria, y el lu-
to inconsolable del padre, porque se contemplaba en él, como en un espejo de su
vida; pues era la esperanza de los pueblos. De tal modo el Señor le había ador-
(1) Se ve qué cruentos atropellos y crímenes cometían los almohades con los sacerdotes y fieles
sometidos a su dominio o que caían en sus manos. No conozco pormenores particulares.
(2) Aguirre. V.
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nado de dotes, que todos le amaron; ya que lo que no da la adolescencia, la mis-
ma en él suplía y realzaba. Murió en Madrid, diócesis de Toledo, en el mes de oc-
tubre (1) en la era 1249 (año de Cristo 1211) joven, lleno de gracia y virtud. Fué
sepultado en el monasterio de Santa María Real de Burgos, por Rodrigo, Pontífi-
ce de Toledo, y muchos Obispos, magnates, seculares y religiosos, y la excelentí-
sima reina Berenguela, hermana suya, a la que después tocó el reino de Castilla
por sucesión...» (2)
Terminado solemnemente el fúnebre acto de las Huelgas de Burgos, inmediata-
mente partió D. Rodrigo para Roma, con el fin de alcanzar letras apostólicas para
la Cruzada. Escribe D. Lucas de Tuy coetáneo: «En aquel tiempo el Arzobispo de
Toledo, eminente con toda clase de bondad, ciencia y costumbres santas, taladrado
el corazón de hondísimo dolor, como hijo verdadero de la fe católica, no evitó el
exponerse a las penalidades y peligros por la defensa de la verdad católica. Pues,
apoyado en la autoridad del Papa, fuese a las Galias, anunciando la palabra de
Dios incensantemente, y persuadiendo a los pueblos a que acudieran a defender
la fe, concediéndoles el perdón general de sus pecados y armándolos con la señal
de la cruz. Tocó el Señor los corazones de muchos, que oyeron la palabra del Se-
ñor y ardorosamente se aprestaron a ir contra los bárbaros.» (3)
En los Anales Toledanos primeros, cuyo autor es coetáneo también, puesto que
en el año 1213, hablando de la gran carestía, se dice «Non cogiemos pan ninguno»
y no pocos escriben que los redactó nuestro D. Rodrigo, se lee así:
«Cuando se perdió Salvatierra envió el rey D. Alfonso al Arzobispo D. Rodrigo
a Francia e Alemania e al Apostoligo de Roma, e dio el Apostoligo a tal soltura
por tod el mundo, que fuesen todos solios de sus pecados; e este perdón fué por-
que el rey de Marruecos dixo que lidiaría con quantos adoraban la Cruz en todo
el mundo.» (4) E l mismo D. Rodrigo en su historia dice sólo lo siguiente: «Entre
tanto, Rodrigo, Arzobispo de la misma ciudad (de Toledo) y otros nuncios desti-
nados para la misma obra (de la cruzada) volvieron de diversas partes.» (5) Rohr-
bacher escribe por eso: «El año 1211 él (Alfonso VIII) envió a Roma a pedir el
apoyo del Papa al Arzobispo Rodrigo de Toledo, uno de esos Príncipes de la Igle-
sia, que reúnen en su persona, como el Arzobispo Absalón de Lúnden, y más tar-.
de su sucesor el gran Cardenal Jiménez, las cualidades de guerrero, de hombre de
estado, de amigo de las ciencias y de historiador. Inocencio declaró que estando
entonces cercado de un enemigo encarnizado, no podía prestar un socorro acti-
vo; (6) que en tiempos mejores lo hubiera hecho con prontitud; pero que estaba
dispuesto a conceder lo que dependía de su poder espiritual.» (7) En fin, Vicente
de la Fuente, en su postrer estudio sobre D. Rodrigo, dice: «El Arzobispo de Tole-
do, Don Rodrigo, pasó a Roma y obtuvo de Inocencio III las gracias de la cruza-
da: el mismo la predicó por Italia, Alemania y Francia.» (8) No se moleste el lec-
tor, si recargamos algo este lugar con más autoridades. Lo hacemos para disipar
definitivamente lo que un erudito jesuíta escribió en su afán de sostener que don
Rodrigo no estuvo en Roma hasta Honorio III, para defender que el Arzobispo no
negó la venida de Santiago a España, diciendo: «Es incierto, por no decir abso-
lutamente falso, que ya hubiese antes estado en Roma en tiempo de Inocencio III,
por el año 1211, como dice Mariana (Lib. 11. c. 23) atribuyéndole la comisión de
(1) Según los Anales Toledanos el 14 de Octubre, el 15, según los Compostelanos.
(2) Lib. VII. c. 36. (3) Chron. mundi. p. 110. (4) Huid. 1.331. (5) Lib. VIII. c. 1. (6) Rohrba-
cher atribuye equivocadamente a D. Rodrigo lo que contestó Inocencio III por medio de Tello de Pa-
a
tencia. (7) Hist. Lib. 71. p. 303. col. II. (8) Hist. Eccl. tom. IV. Lib. IV. párrafo 69. p. 226. (ed. 2. )
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conseguir les indulgencias pontificias para los cruzados que concurriesen a la
guerra contra los infieles.» (1) Vimos ya que estuvo también en 1210.
No sólo estuvo en Roma, sino que fué un extraordinario acontecimiento lo que
D. Rodrigo hizo entonces en su viaje. El Tudense no menciona ni siquiera ningún
otro enviado: señal de que era muy pálido lo que los demás comisionados reali-
zaron al lado del éxito del Arzobispo. Este dirigióse directamente de España a
Roma, a fin de obtener las letras apostólicas necesarias, para anunciar la cruzada,
y las transmitió sin duda también a todos los demás nuncios destinados para dis-
tintos puntos. Así se obró con la autoridad del Papa; faltas auctoritate Domini
Papae (Tud.) y recorrió rápidamente los punios principales de Italia, exhortando
a la cruzada; penetró en Alemania, también de prisa y en pocos puntos, y pasó a
Francia, lugar principal de su predicación y de sus trabajos, con resultados reso-
nantes. Rohrbacher afirma: «El Arzobispo de Toledo, de regreso de Roma, pidió
socorros al rey de Francia, representándole que los sarracenos se preparaban a
llevar a Castilla el hierro y el fuego, pero que el rey se proponía salir a su en-
encuentro en el mes de marzo.» (2) Poco o nada debió atender el rey francés, que
no brillaba por su ejemplaridad cristiana; pues no se dice que de su corte vinieran
cruzados ni del Norte de Francia, sino del Mediodía. A esta región encaminó sus
pasos el admirable nuevo Pedro Ermitaño, quien tuvo excelente acogida en-
tre los provenzales y otros pueblos circunvecinos de la Provenza. «El sabio Arzo-
bispo de Toledo conseguía interesar a los provenzales en la gran cruzada españo-
la, y los trovadores con el viejo Gabaudan, auguraban en ardientes presicanzas
las glorias de la expedición...» (3)
Como puede suponerse no se conserva testimonio alguno acerca de lo que pre-
dicaba elocuentemente el celoso y activo promotor de la cruzada, para mover a
los pueblos a tan áspera empresa, aunque Mariana le atribuya el siguiente len-
guaje: «Mostrábales el peligro si no socorrían a España, ño cesaba de despertar
a los grandes y Prelados para la empresa sagrada: asimismo a la gente popular-
Decía ser tan grande la soberbia del bárbaro, que a todos los que adoraban la
Cruz por todo el mundo, amenazaba guerra, muerte y destrucción: afrenta del
nombre cristiano intolerable y que no se debía disimular. Hízose gran fruto con
esta diligencia.» (4) Cierto que al expresarse en público, su descriptiva y avasalla-
dora elocuencia debía producir profunda emoción; pues el estilo de sus obras de-
muestra que era de una imaginación fogosa y vigorosa para poner al vivo y va-
lientemente los objetos que describe; como cuando pinta la ferocidad de los ván-
dalos guiados por Genserico, con los católicos del África, diciendo, que derrama-
ban tan inhumanamente su sangre que llegaron a embriagar con la sangre de los
santos toda el África hasta la boca. (5) Como sabía bien el italiano y el francés,
pudo enardecer los pueblos de Italia y Francia con su elocuencia. Pero en Alema-
nia debió apelar a los medios diplomáticos para reclutar cruzados.
¿Qué número de enviados salió de Castilla para anunciar la cruzada? D. Rodri-
go indica en su historia que salieron muchos, y se entiende así por la diversidad
de los pueblos europeos, que concurrieron a la cruzada, (ó) En la carta dirigida
por Alfonso VIII a Inocencio III se lee, que a Francia fueron enviados varios idó-
neos mensajeros. A los diversos reinos de la Península española se dirigió segu-
ramente un buen número de los mismos.
En la crónica árabe llamado el «Anónimo de Copenhague» que goza de autori-
(1) P. Tolrá. Disertac. sobre la venida de Santiago a España. (2) Lib 71 p 304
(3) Huici. p. 23. (4) Lib. XI. c. 23. (5) Hist. Vandal, c. 7. (6) Lib. VIII. c. 1.
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dad, leemos: «Fueron sus Frailes y Sacerdotes desde Portugal a Constantinopla,
gritando, desde el mar de los griegos hasta el mar verde, Atlántico: Socorro, so-
corro: misericordia, misericordia.» (1)
Mientras D. Rodrigo recorría las naciones europeas, inflamando los ánimos pa-
ra la cruzada general, el Obispo electo de Segovia, Gerardo, o Giraldo, por encar-
go de Alfonso, alcanzó y trajo a España la Bula de gracias, concebida en una for-
ma expresiva. Después de manifestarle su paternal afecto y el dolor que ha recibi-
do por los infortunios de Salvatierra, dice: «Y para que veas que no falta a tu re-
gia excelencia el favor apostólico, accediendo a tu petición y a la instancia de tu
enviado, el querido hijo, electo de Segovia, que ha gestionado con solicitud y aten-
ción el asunto encomendado, mandamos a los Arzobispos y Obispos de Francia
y Provenza, que muevan a sus subditos con ahincadas exhortaciones, y los induz-
can, concediéndoles la remisión de todos los pecados, de parte de Dios y nuestra,
a todos los que están verdaderamente arrepentidos, para que te presten su ayuda
en cosas y personas, en el momento que lo necesites, cuando hayas fijado la fecha de
la campal expedición contra los sarracenos, en la próxima octava de Pentecostés;
a fin de que por estas cosas y otras, que hicieren, consigan la gloria celestial. Con-
cedemos que gocen de la misma remisión todos los peregrinos, que por propia de-
voción vinieren de cualquiera parte, con el fin de hacer la misma obra. Te amo-
nestamos y exhortamos en consecuencia, que poniendo toda tu confianza en tu
Señor y Dios, ante su presencia te humilles... Por lo demás, ya que actualmente
todo el mundo está turbado y puesto en la maldad, te aconsejamos y advertimos,
que si te ofrecen treguas aceptables, las aceptes, hasta que se presente una ocasión
más oportuna, con lo que puedas más seguramente derrotarlos. Dado en Letrán,
4 de febrero, año 14 de nuestro Pontificado.» (2) Ampliemos y coordinemos algu-
nas noticias, que con relación a este Breve pontificio existen. Inocencio III había
escrito ya para esta fecha, de 4 de Febrero, a las Provincias eclesiásticas de Francia
y de la Provenza. La carta dirigida al Arzobispo Sesonense y sus sufragáneos es
del uno de Febrero (3) y en ella declara, que escribe, después de recibir cartas lle-
nas de dolor y clamor de Alfonso de Castilla por la pérdida de Salvatierra; y que
el rey le pide su apoyo a la cruzada, que ha decretado, para la octava de Pen-
tecostés. E l monarca dice al Papa que es innumerable la multitud de almohades
y su maquinaria bélica durísima, que puede abatir a todas las ciudades de Espa-
ña, por lo que se decidió a luchar en batalla campal. En el texto de la Bula se ha-
ce ver, que la carta de Alfonso es del año 1211; porque se dice allí que escribe en el
año de la toma de Salvatierra, y ciertamente a poco de la rendición de la plaza;
el rey estampa al Papa la frase casi literal de D. Rodrigo en la historia (4) que
ha preferido morir antes que contemplar los males del pueblo cristiano.
¿Y cómo se retrasó tanto por parte del Papa la promoción de esta cruzada?
¿Cuándo llegaron a Roma las peticiones del rey? Hay bastante luz en las mis-
mas Bulas para resolver esas dudas, y armonizar sus noticias con los importantí-
mos acontecimientos, que con relación a la gran empresa se habían desarrollado
en aquellos días, independientemente de la influencia de esas excitaciones pon-
tificias de última hora y demasiado tardías, que enviaba el Santo Padre. En la Bu-
la al rey de Castilla habla Inocencio III por un lado de la «petición» del mismo
rey, y por otro de la «instancia» del Electo de Segovia. La instancia del Segovien-
(1) Huici. p. 119-120. (2) Ap. 14. (3) Ap. 15. En cuanto a la fecha difiere la de Mondéjar, que
pone el 31 de Enero de 1212. (4) Es prueba de que como Canciller escribió D. Rodrigo la carta del
rey para Roma.
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se es cosa posterior a la petición del rey para urgir al Papa la concesión de lo so-
licitado, a raíz del desastre de Salvatierra. Por otra parte la dilación del Papa era
calculada, como se ve por la última cláusula de la misma'Bula, en que aconseja al
monarca la aceptación de las treguas, que parecieren prudentes, para trabar la
guerra en momento oportuno; porque el estado turbulento del mundo y la maldad
de los tiempos le inspiran el temor de que no podrá reunir las fuerzas necesarias
para una acción decisiva y favorable. Es la misma razón que había alegado en el
invierno anterior, para no conceder el apoyo solicitado para la empresa de verano,
como vimos. Por esta causa difería la promulgación más activa de la cruzada y la
expedición de las Bulas más calurosas y definitivas. Así, después de recibir las car-
tas de otoño, demoraba en este punto. Para activarlo envióse entonces el Electo de
S egovia, el cual instó con fuerza. Aún debía haber recelos de su modo de activar el
negocio; porque el Papa, para defenderlo, atestigua que se ha mostrado en su deber
solícito y atento; y logró por fin el anhelado objeto de su viaje, aunque tarde. A l -
fonso, que veía las cosas con terror, en toda su realidad espeluznante, urgía con ca-
lor. Pero felizmente la iniciativa y la previsión activa de D. Rodrigo quitó la impor-
tancia a esas demoras prudenciales, al adelantarse a promover la cruzada, pidiendo
la bendición y la facultad de hacerlo al mismo Papa, que no se las negó, sino que
se las otorgó. Sospecho que el Arzobispo fué portador de las primeras cartas de
Castilla, en nombre de Alfonso, y que él debió impetrar las primeras cartas aproba-
torias de la cruzada, que llevaron los enviados del rey por las naciones, y para el
momento, en que la Bula del Electo de Segovia entraba en Castilla, ya entraba en
ella la mayoría de esos enviados, lo mismo que el Arzobispo, como su historia lo
patentiza. Es más, según el mismo D. Rodrigo escribe, empezó a concurrir la
afluencia de cruzados antes que llegara esa Bula. Terminantemente afrma que se
inició el concurso de los que acudían en el mes de febrero, y poco a poco, adqui-
riendo incrementos por todo el invierno, creció con muchedumbre copiosa. (1)
¿En qué tiempo llegó a Toledo D. Rodrigo? No se puede precisar la fecha exac-
ta. E l mismo dice que para el momento de su regreso ya afluían cruzados a aque-
lla urbe; pues afirma que ínterin, que se reunía la gente de todos los pueblos, lle-
gó él. (2) No vinieron con él los Prelados franceses con sus tropas, sino después
de él, como lo refiere en su obra. (3) Adelantóse él por necesidad, y no volvió
acompañando el gran ejército, como algunos dicen. (4) A fines de marzo, o en la
primera parte de Abril, debía estar en Toledo; luego veremos la llegada sucesiva
de los ultramontanos, en haces distintas.
Un cronista navarro del siglo XV, (5) dice «que Don Rodrigo viniendo de la
corte de Roma... pasó por Navarra e puso paz e amor entre los reyes de Castilla
y de Navarra...» Pero se ha dicho que nace de una confusión esta noticia. En la
carta del Arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalaríco, que asistió a la batalla de
las Navas, se lee que después de llegar a Toledo, trató con los reyes de Castilla y
Aragón «de la venida del rey de Navarra, que entonces estaba enemistado con el
rey de Castilla: porque en nuestro viaje nos habíamos detenido en la residencia
del rey de Navarra para inducirle a venir en socorro del pueblo cristiano.» Nóte-
se que ese Arzobispo llegó, según el mismo lo dice, a Toledo el tres de junio, ocho
días después del rey de Aragón, que fué recibido en la octava de Pentecostés por
D. Rodrigo y la Corte de Castilla con extraordinaria solemnidad en la ciudad pri-
macial. La desfavorable impresión, que dio Arnaldo al rey Alfonso le quitó la es-
(1) Líb. VIII. c. 1. (2) Lib. VIII e l . (3) Cap. 2. (4) Vicente de La Fuente. Hist. Ecc. IV.
p. 226. Yerra en esto. (5) García de Eugui, Obispo de Bayona.
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pcranza de ver en la cruzada al Navarro. ¿Era exacta esa impresión? De ninguna
manera. Durante la permanencia en la corte de Sancho el Fuerte, el Arzobispo
Narbonense debió verlo recio que estaba el Navarro, y debió éste expresar sus que-
jas con gran fuerza, y no se mostró blando, para que se enterara lo escamado que se
hallaba con el Castellano, y que no se inclinaba a ayudar al que era enemigo. Pero
tampoco le manifestó que no acudiría: y es menester creer que para el momento de
la entrevista tenía resuelto sumarse a los cruzados, a pesar de su aspecto ceñudo
y tempestuoso contra el de Castilla; ya tenía dadas órdenes para la reunión de las
tropas expedicionarias sin duda alguna; puesto que, habiendo pasado por Nava-
rra veinte días antes, más o menos, de la salida de los navarros'para Castilla, era
imposible que en ese plazo se organizara el ejército, y eso debió iniciarse ya ante-
riormente. Esta movilización, aunque no grata a D. Sancho, la consiguió de él a
su paso por su patria, D. Rodrigo; el cual debió luchar bien, y no haciendo caso a
a las repulsas, insistir hábilmente. Ya cuenta D. Rodrigo que resistió, pero que
accedió por no negar su robusto brazo a la gloria y servicio de Dios. Y entre los
navarros, tan enérgicos y decididos siempre para sacrificarse por la causa del ca-
tolicismo, debió sonar gratamente la ardiente invitación de su elocuentísimo pai-
sano, para una empresa, que inflamaba los ánimos católicos de Europa.
Según el mismo cronista, pasó también el Arzobispo por la Corte de Aragón
y ejerció el ministerio de reconciliación y amor con Pedro II; cosa inexacta: pues
eran amigos constantes los reyes de Castilla y Aragón.
Más o menos a la par que D. Rodrigo llegó a Toledo una Bula notable dirigida
solo a él y al Compostelano, para asegurar sólidamente el éxito de la guerra, y
proponiendo paternalmente una idea nueva y bella, para dirimir radicalmente las
malhadadas disensiones de los reyes de España, cual era la de ofrecerse como su-
premo e inapelable tribunal de sus pleitos. Díceles Inocencio III:
«A los Arzobispos de Toledo y Compostela: Cuan grande peligro amenace a
España vuestra prudencia aprecia tanto mejor cuanto más de cerca lo experimen-
ta. Por eso os mandamos por letras apostólicas, y os lo ordenamos apretadamen-
te, que excitéis e induzcáis prudente y eficazmente a los reyes de las Españas para
que guarden intactas la paz o la tregua, que tienen concertadas, sobre todo du-
rante la inminente guerra con los sarracenos. A esto queremos y mandamos, que
se les obligue por censura eclesiástica, sin apelación, si fuese necesario: y que se
presten también mutuo auxilio contra los enemigos de la Cruz del Señor, los cuales
no sólo aspiran al aniquilamiento de las Españas, pero también amenazan ensa-
ñarse contra los fíeles de Cristo de otras tierras, y aplastar, lo que Dios no quiera,
si pudieran, el nombre de cristianos. Por nuestra autoridad prohibimos, bajo pena
de excomunión y entredicho a los dichos reyes y a todos los demás cristianos, el
prestarles auxilio o consejo contra los cristianos. Que si ocurriere, que el rey de
León, de quien se asegura especialmente que se atreverá a atacar a los cristianos
en unión con los sarracenos, denunciaréis, que su persona queda sujeta a la ex-
comunión, y su reino al entredicho, sin derecho de apelación; intimando a sus sub-
ditos, bajo el anatema, que no le sigan; y además, han de anunciar, que los demás
reyes y cualesquiera cristianos y sus tierras están sometidos a las mismas penas;
para así apartar de su seguimiento sus subditos con la prohibición del consejo.
Además intimadles en nombre nuestro, que si tienen entre sí cuestiones, por la
presente necesidad apremiante, las difieran por ahora, y en tiempo oportuno
cuando lo puedan, discutan su derecho en nuestra presencia, enviando los procu-
radores, los testigos y demás cosas necesarias para la causa; ya que las cuestio-
nes entre ellos suscitadas en otras ocasiones, aunque muchas veces se intentó, no
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se han podido solucionar: y nosotros procuraremos, con la ayuda de Dios, hacer-
les completa justicia. De tal modo os esmeraréis en ejecutar el mandato apostóli-
co que brillen vuestra solicitud y diligencia... Dado en Letrán, cinco de abril, año
15 de nuestro Pontifico do.» (1212) (1)
Ya para esta fecha se henchía de gozo el pecho de D. Rodrigo por los magnífi-
cos resultados de su fatigoso viaje por el extranjero, y su espíritu flotaba en la
alentadora región de las esperanzas de un glorioso triunfo, por las nutridas y
aguerridas tropas, que como él mismo dice, «afluían de casi todas las partes de
Europa» y colmaban de valerosos y celosos guerreros a la capacísima Toledo y
sus vegas circunvecinas. (2) Indiquemos su variedad nacional y su procedencia,
para apreciar mejor el fruto de la predicación y el enorme trabajo, que sobre los
hombros del gran Arzobispo puso Alfonso, al encargarle el gobierno de tantas y
tales tropas y el abastecimiento de víveres, que corrió desde abril hasta el princi-
pio de la expedición a cargo de D. Rodrigo.
Según D. Rodrigo la predicación de esta guerra santa atrajo cruzadas «casi de
todos los puntos de Europa» (3) Distingue los cruzados, que vinieron organizados
y acaudillados por jefes propios de su nación, constituyendo un cuerpo compacto
y homogéneo, de la otra gran muchedumbre de los que venían sueltos a alistarse
entre los combatientes, para pelear bajo el jefe, que se le señalara. Esa muche-
dumbre constituía una confusa turba sin orden, ni entrenamiento; en el!a se mez-
claban personas de toda condición, edad, estado e índole, y se comprenderá
que, al lado del fervoroso cristiano, estaba un aventurero de profesión, al lado de
un noble o un caballero, un asesino o un ladrón. E l Arzobispo cita sólo las distin-
tas naciones de los que acudieron con tropas organizadas con sus caudillos y es-
tandartes; no indica las otras naciones.
Empieza por los franceses, que dieron el mayor contingente de los extranjeros.
Venían al frente de las tropas muchos magnates y Barones, y tres insignes Prela-
dos, el Arzobispo de Burdeos, el de Norbona y Nantes. Solamente nombra al de
Norbona por su nombre, y hace de él un precioso elogio, ya porque era hijo de la
orden predilecta de su corazón, el Císter, ya porque condujo mayor número de
guerreros de la Galia citerior, que ningón otro caudillo, ya también porque fué el
único de los jefes, que no se desmayó en las primeras dificultades, ni defeccionó,
sino que se mantuvo, como un héroe, hasta el fin de la campaña, infundiendo va-
lor y constancia al puñado de esforzados paisanos suyos, que en el bochornoso
momento de la retirada, pudo detener, y fué providencial su perseverancia hasta
el fin, para que tuviera España un testigo e historiador imparcial extranjero, que
dejara a la posteridad la narración de la gran expedición. Se llamaba Arnaldo,
quien en su relación nos dá el nombre de los otros Prelados, y detalla algo la pro-
cedencia de algunas tropas francesas, diciendo; «Halláronse entre los concurrentes
el venerable Padre Guillermo, Arzobispo de Burdeos y otros prelados y barones
y caballeros de Poitau, Andeg, Bretaña, Limoges, Perigord, Saintonges, y Burdeos,
con algunos ultramontanos de otras partes. Llegamos nosotros a Toledo con acom-
pañamiento harto lucido de caballeros e infantes, bien armados, de las diócesis
de Lyón, Viena y Valeníinois.» Asegura Arnaldo lo mismo que D. Rodrigo, «que
los fieles cristianos acudieron de todas las partes del mundo.» Jiménez de Rada
sólo consiguió en su historia el nombre del caballero principal, que se mantuvo
(1) Ap. 13. (2) Lib. VIII. c. 1. (3) Léase el libro octavo de D. Rodrigo, que es hasta la fecha la
mejor historia de esta empresa: nu poema verdadero de doce cantos, que son sus doce primeros ca-
pítulos.
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fiel hasta el fin de la campaña, que fué Teobaldo de Blazón, de origen español,
como lo hizo entre los Prelados con Arnaldo, el único que no desfalleció. Vemos
en Rhorbacher otros nombres. «Entre los señores seglares de Francia se distinguía
el Vizconde de Turena, el Conde de la Marca, Hugo de la Ferte, fiel compañero de
Simón de Monforte. (1)
No se crea que era la vez primera que Francia enviaba guerreros a España. En
febrero de 1118, en el concilio de Tolosa, se votó una leva de cruzados en favor de
Alfonso el Batallador, rey de Aragón y Navarra, que había peleado en el mes de
diciembre rudamente contra los moros, (2) siendo su situación dudosa.
D. Rodrigo cita a Italia después de Francia, como país de donde proceden fuer-
zas organizadas, pero no dice ni cuántos ni de qué punto: E l rey Sabio lo explica
diciendo que se juntaron «grandes omnes de Italia» (3) De los portugueses dice
con elogio: «Concurrieron a la misma ciudad muchos caballeros y multitud nume-
rosa de infantes, ágiles para resistir en las marchas y de audaz arrojo en los ata-
ques.» Nos da difusas noticias de los aragoneses, y parcas de los navarros. En el
capítulo 12 refiere la tardía llegada de los cruzados alemanes al mando del Du-
que de Austria, revestido de no poco aparato. No dice palabra del reino de León;
pero en cambio cuenta el Tudense que Alfonso de Castilla envió allí mensajeros,
que fueron mal recibidos; y que el rey de León respondió, después de oír el conse-
jo de los suyos, que le ayudaría si le devolvía los castillos. Por su parte los ga-
llegos acudieron a la guerra como a un banquete, lo mismo que otros pueblos. De
los ingleses no se dice nada. Muy mal andaban; pues Inocencio III había depuesto
del trono a Juan Sin Tierra y autorizado la conquista de Inglaterra a Felipe Au-
gusto de Francia (1212) (4)
En cuanto al número de los extranjeros escribe D. Rodrigo que «los ultramon-
tanos eran más de 10 mil caballeros y 100 mil infantes» Pero en la Crónica gene-
ral se distingue y aclara mejor esa cifra, diciendo: «segund la estoria quiere decir,
que los de fuera de Castilla, como aragoneses, leoneses, gallegos, portugueses et
asturianos, que en esta cuenta entraron de los" 10 mil caballeros, et de los cien ve-
ces mil omnes de a pie.» No cita a los navarros, porque no se hallaron reunidos en
Toledo, sino que se unieron después; y el Arzobispo y la Crónica hablan aquí de
los reunidos en Toledo, a los que se distribuían víveres. Se ajusta ese cómputo bien
a lo que el mismo Arzobispo escribió en la carta a Inocencio III, hablando de los
ultramontanos solos, sin englobar a todos los que no eran de Castilla. «Serían, di-
ce, los que vinieron hasta dos mil caballeros, con sus pajes de lanza, y hasta diez
mil jinetes y cincuenta mil peones», que arrojan unos 70000 ultramontanos, y el
resto peninsulares, excluyendo a los castellanos. Pues los pajes de lanza de los ca-
balleros debían ser numerosos. Huid (5) dice, que en la carta a Inocencio III se po-
nen unos 60.000 ultramontanos. Es exacto eso si no cuenta los pajes de lanza.
Límite máximo de los peninsulares, que de fuera de Castilla, pudieron concurrir en
auxilio de Alfonso VIII, según él, es de 50.000 a 60.000, contando los navarros, pe-
ro al fin concluye con raciocinios que fueron mucho menos, por cuanto Pedro de
Aragón vino con 3.000 caballeros, y Sancho de Navarra con 200; pero como eran
nobles y caballeros, llevaban consigo pajes de lanza y otras gentes de armas, cosa
(1) Lib. 71. p. 305. (2) P. Richard. Concilios Gener. Siglo XI, año 1118. (3) C. 1011. (4) En
la Crónica General se hallan otros datos de menos importancia, que algunos autores recogen. Creo
que son creíbles la mayor parte, ya que eran recientes cuando los consignaba el cronista; pero se re-
sienten del carácter prodigioso a que tiende el escritor ordinariamente por su afición a lo que por el
vulgo corre. En general no es otra cosa que l a versión exacta de D. Rodrigo. No se sabe por qué omi-
te algunos pasajes, por ejemplo lo que se refiere a Navarra, en el cap. 11. (5) Pág. 66.
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que se debe tener en cuenta, y también admitir que de ambos reinos pirenaicos
acudieron gran número de cruzados voluntarios y volantes, como de los reinos de
de León y Portugal. Se equivocaría quien bajara el mínimo de los cruzados espa-
ñoles, no castellanos, de 50.000.
En vista del inminente ataque del emperador de Marruecos, apenas descansase
en Sevilla de las fatigas de la gran conquista de la plaza de Salvatierra, y acabara
de reunir las innumerables legiones, que iban llegando sin cesar del interior de Áfri-
ca y del Oriente, y las que estaban preparando todos los walíes, régulos y sobera-
nos musulmanes de Andalucía, Valencia y las Islas Baleares, Alfonso VIII, con el
consejo de D. Rodrigo, y de acuerdo con su pueblo, sin previo asentimiento del
Papa, había fijado la fecha del encuentro campal con los Almohades, para la se-
gunda parte de la primavera, participando, en consecuencia, a todas las naciones
católicas, que todos los cruzados debían estar concentrados en Toledo durante la
octava de Pentecostés, para salir luego a campaña, es decir, que del 20 al 27 de ma-
yo debía estar terminada la concentración. Inocencio III, en sus Bulas a los católi-
cos tuvo que indicar la misma fecha. Sólo en las dirigidas a Alfonso VIII le dice,
que si lo ve mejor, ajuste una tregua con el moro. Eso no era posible, puesto que,
como observa D. Rodrigo, los comisionados para levantar en las naciones de Eu-
ropa tropas de cruzados, se habían esparcido por los diversos reinos a la vez que
partían los que iban a Roma, para comunicar a Inocencio III la resolución tomada
en Castilla y urgir la concesión de las gracias espirituales. Esto explica el hecho
singular, "que refiere D. Rodrigo,, y cómo a la vez el Sumo Pontífice dirigía sus Bu-
las de exhortación a todos los Arzobispos en la primera parte del año 1212. Cuenta
D. Rodrigo que ya para febrero de este año había empezado la llegada de cruza-
dos a Toledo. Venían seguramente, movidos por las exhortaciones de los enviados
de Castilla, antes que se recibieran en sus tierras las Bulas pontificias, pero con la
noticia de que la concesión era cierta y la cruzada absolutamente necesaria.
El día de Pentecostés Toledo estaba imponente, rebosaba en cruzados, y la aglo-
meración de los guerreros extranjeros era enorme y nada tranquilizadora; porque
en ese día se atrevieron éstos a invadir con crueles intenciones la populosa judería
de la ciudad, tachada de traidora a los cristianos y en secreta connivencia con
los sarracenos, según su costumbre inveterada, y muy opulenta además por sus
conocidas artes de usura y negocios lucrativos de finanza. Los cruzados extranje-
ros se arrojaron con tal furor contra el poderoso barrio de la judería toledana, que
en aquel día hubiera quedado saqueada y aniquilada, si los nobles de la ciudad no
hubieran salido a reprimir valerosamente tan villana acción y a evitar la matanza,
con el consejo indudable de D. Rodrigo, que era el encargado del orden en la ciudad
Las dos recepciones oficiales más solemnes debieron ser las dos que reseña el
mismo D. Rodrigo, las cuales preparó y dirigió el propio Arzobispo. La pri-
mera fué la del rey de Aragón, con su lucida escolta, el día de la Santísima
Trinidad. D. Rodrigo organizó una pomposa procesión con su clero y fieles y salió
a recibirle. Días después [llegó el grueso de su marcial ejército, compuesto de
grandes y poderosos guerreros. Como dentro de la ciudad no había lugar para
alojar esta hueste brillantísima, el rey de Aragón clavó su tienda en la vega, en
las huertas y vergeles del rey de Castilla, donde le rodeó su valerosa gente. El
tres de junio se celebró la segunda solemnísima recepción, que fué la del grueso
del numeroso y gallardo ejército francés, capitaneado por el Arzobispo de Narbo-
na, Arnaldo, y otros grandes señores. D. Rodrigo les dedicó los mismos honores,
que al rey de Aragón. (1)
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te, que a todos ellos se les suministraba la ración. Estableció D. Rodrigo, que,
aparte las limosnas secretas (1) que se hacían, y las raciones, se dieran como pa-
gas fijas «a cada caballero veinticinco sueldos sólidos corrientes, y a los infantes
cinco.» «El rey daba a cada magnate, una cantidad mayor, que los encargados
les llevaban a domicilio.» (2)
Respecto de las armas, el Arzobispo tuvo que proporcionárselas, no sólo a los
muchos miles de cruzados sueltos, que de todas partes, en tropel, acudieron a ins-
cribirse, sin traer nada, sino a gran número de caballeros, de cuerpos regulares,
que se las pedían, junto con caballos, según la carta a Inocencio III. Y aún más.
El Arzobispo tuvo que ocuparse con ímprobo trabajo en acopiar las inmensas can-
tidades de elementos de guerra necesarios para la expedición, y en reunir los me-
dios indispensables de transporte. Un solo dato, que nos da D. Rodrigo sobre este
punto, nos indicará cuánto era menester para ello. Dice que para transportarlos
se emplearon sesenta mil unidades de carga y arrastre. (3) Es verdad que el pueblo
puso en sus manos cuanto tenía de provechoso en víveres, armas, acémilas, ca-
rros y caballos de guerra, con una generosidad, esplendidez y sacrificios jamás
vistos, como se lee en su Historia. (4) Y no poco trabajo dio igualmente a D. Rodri-
go el alojamiento de aquellas masas inmensas de hombres. Tal era ya la muche-
dumbre de ellos para cuando llegó el rey de Aragón con la parte selecta de sus
fuerzas, que la gran ciudad toledana rebosaba en gente dentro de los muros; por
lo que el aragonés tuvo que acampar con su hueste en la vega, en los parques y
jardines reales.
Hay todavía otra circunstancia, que realza el mérito de D. Rodrigo en estos lan-
ces difíciles. Era la única autoridad de Toledo: todo dependía de él. Alfonso VIIII,
poniendo la ciudad entera con todos sus graves problemas en manos de su conse-
jero y ministro, andaba fuera de su capital, dedicado ardorosamente a levantar en
todas partes los ánimos de su reino; y advierten los Anales primeros de Toledo
que el rey de Castilla llegó a Toledo, después de Pascua, a la vez que el rey de
Aragón, con el objeto de hacerle más solemne recepción. Así el Arzobispo hacía
en Toledo de todo, de ministro universal, de caudillo, de soberano y de magistra-
do supremo de justicia, desde enero, fecha de su llegada.
Y menos mal si todo hubiera estado en orden y en paz; cosa por cierto imposi-
ble en una aglomeración tan enorme de tanta clase de gente. Los ultramontanos
se desmandaron de varios modos. Lina parte de ellos se lanzó ferozmente un día
sobre los sospechosos y aborrecidos judíos, que excitaban su furor con sus sigi-
losas apariciones, para hacer presas usurarias entre los cruzados, y almacenarlas
después en el interior de las misteriosas barriadas, en que volvían a esconderse,
dejando en pos una siniestra estela de recelos y despechos. La nobleza toledana
reprimió vigorosamente a los iracundos extranjeros, antes que consumaran gran-
des actos de violencia. Otro día tuvo que reprimir y castigar la tala de la huerta
del rey y de todo el Arcardet.
Mas, porque D. Rodrigo pasa sobre estos desmanes como sobre ascuas en su
relato histórico, un crítico moderno le censura así acerca de ello y otras cosas ge-
nerales: «Tiene bastante honradez literaria para no desfigurar a sabiendas y por
puro efectismo la verdad; pero su amor propio sumamente interesado en el éxito
de la empresa, la devoción cortesana que profesa a Alfonso VIII y su exaltado ce-
lo patriótico-religioso, ponen a veces, quizás sin darse cuenta, buscada obscuri-
dad en su pluma, y le hacen exagerar las proporciones de los hechos... Como el
(1) Lib. VIH. c. 4. (2) Ibidem. (3) Lib. VIH. c. 4. (4) lbid. en varias partes.
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rey quiso que se encargase personalmente de proveer a las necesidades de los cru-
zados y poner orden en aquella muchedumbre ociosa e inquieta, nos dice que
acudió con gran solicitud, y que la armonía más perfecta reinó en la ciudad, a pe-
sar de que el común enemigo intentó varias veces turbarla. Esta frase tan vaga
encubre... hechos desagradables (alude el crítico a los sucesos ya referidos ahora
de Toledo y a la defección de los extranjeros en mitad de la marcha, en Calatra-
va.) Su amor propio de gobernante, que le impedía referirnos tan graves desma-
nes, le hace soslayarlos con un eufemismo anodino.» (1) No es justo este lenguaje.
No hay derecho para teñir con color tan desfavorable la veracidad histórica de
D. Rodrigo, porque no refiere pormenores de escasísima importancia, sino que se
contenta con indicar rápidamente la substancia del hecho, como en los casos cita-
dos, en el segundo de los cuales da más noticias que otros testigos que de él es-
criben. En innumerables puntos de más importancia corre el Arzobispo con ma-
yor laconismo en la narración, aun al referir los sucesos de esta campaña. Nota-
ré solamente lo de la conquista de los Castillos, de camino para las Navas. Sólo
dice que se conquistaron, nada de sus conquistadores, nada de sí mismo, cuando
sabemos por los documentos de donaciones de San Femando, que el mis-
mo Arzobispo fué el héroe principal, y por eso se los dio el Santo rey, lo mismo
que su abuelo, como veremos. ¿Cómo iba a dar gran importancia a incidentes
que podían mirarse como naturales, dada la gran aglomeración de gentes y su
inacción demasiado prolongada? Bastaba aludir someramente a ellos. Lo que pa-
rece harto imaginario es suponer que D. Rodrigo no individualizó los pormenores,
que los Anales Toledanos consignan, con la mira de no deslucir su prestigio de go-
bernante. Sobre todo a los treinta años de transcurridos tales sucesos, sobrada-
mente cimentado estaba con tantos años de éxitos insignes.
Según el Narbonense, el tedio consumía a los más férvidos cruzados, por la di-
lación en salir contra los sarracenos, pero como vemos en la carta de Alfonso VIII
al Papa, la dilación era forzosa, por cuanto no llegaban las huestes castellanas,
que «habían de venir a la guerra.»
Los vasallos del rey de Castilla no pudieron acudir, como los extranjeros, a To-
ledo para la fecha señalada, a causa de la imposibilidad de poder terminar los
preparativos, por dos razones; primera, porque el soberano no les dio el tiempo
suficiente. Después de enviar a otras naciones los anunciadores de la cruzada para
la próxima primavera, en vez de darles tiempo para prepararse, los llevó a nueva
campaña. Escribe D. Rodrigo: «El padre para consolarse de la muerte de su hijo
con grandes hechos, congregada la tropa, por la ribera del Júcar entró en tierra
de sarracenos, cercó a Alcalá, del Júcar y la tomó lo mismo que a Gradien y
Cubas, y rescató de los sarracenos a muchos cautivos, y recogió mucho botín: ha-
biendo así ocupado todo, y guarnecido los lugares, regresó con fortuna a los su-
yos, muy avanzado el invierno.» (2) La segunda razón fué que, tras de venir tan
tarde de la campaña, se les agobió con reclamaciones de suministros costosos dé
toda clase para proveer de armas y vituallas a los extranjeros y a los españoles
de otros reinos, que venían en masa, no en cuerpos formados.
Pero el brillante aspecto de las huestes hizo olvidar este retraso tan desagra-
dable.
Tan perfecta y soberbiamente equipadas aparecieron en Toledo, que asegura el
mismo Arzobispo «que no sólo les no faltaba nada, sino que daban a otros libe-
ralmente.» (3) Aquí se desborda su pluma en desenfrenadas alabanzas en loor de
(1) Huici. P. 106. (2) Lib. Vil. c. 36. (3) Lib. VIII. c. 4.
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Alfonso VIII, caudillo de aquellas marciales tropas, hasta el lance de exclamar,
rebasando los límites de la mesura: «Se puede decir de él: éste tiene más valor que
todos nosotros tenemos.» (1)
Ciertamente lo más selecto y poderoso que vemos en estos instantes en Toledo
es el ejército castellano. Ahí está todo lo bueno y grande de la generosa y esfor-
zada Castilla. Su hueste es la más numerosa: oscila arriba de sesenta mil gue-
rreros, porque habiéndose aplicado el sistema de reclutamiento de soldados con-
forme marcaban las leyes y los fueros locales de los Señoríos, concejos y Ciuda-
des en el extremo lance de la vida nacional, y habiéndose alistado también volun-
tariamente todos los que podían llevar armas, el número de cruzados castellanos
había subido al máximum, que podía dar. Su organización es la más firme y com-
pacta, como marcializada en su mayor parte, por los más expertos y aguerridos
caudillos.
El mismo D. Rodrigo así lo comprende, y por eso se detiene a darnos cuenta de
los escuadrones de que se compone y de los magnates y Señores, que los condu-
cen. Señala en particular los nombres más gloriosos, y más particularmente toda-
vía los de aquellos escuadrones sagrados, alma y nervio de todo el ejército, con
sus respectivos adalides, pertenecientes a las cuatro Ordenes militares de Caballe-
ros heroicos: el de Calatrava, mandado por su Maestre, Rodrigo Díaz; el del Tem-
ple, al mando del suyo, Gómez Ramírez; el del Hospital, al mando de su Prior, Gu-
tierre Ramírez; el de Santiago, al mando de su Maestre, Pedro Arias. Allí aparecen
también innumerables religiosos de diversos votos y profesiones, anhelosos mu-
chos de ellos, como los miembros de las órdenes hospitalarias, de ejercitar en el
campo de batalla sus oficios de caridad y misericordia con los heridos. Pero el es-
pectáculo que más arrebata las miradas de D. Rodrigo es el brillante coro de aque-
llos Venerables Prelados de la Iglesia, de los que escribe: «Allí estaban igualmente
los Pontífices, que se sacrificaron devotamente cuanto les fué posible, con gastos y
penalidades por el triunfo de la fe, vigilantes para socorrer en las molestias, pia-
dosos en sus deberes, próvidos en los consejos, espléndidos en aliviar necesidades,
incesantes en las exhortaciones, pacientes en los trabajos.» (2) He aquí el cuadro
de los Obispos. En el ejército aragonés estaban García de Tarazona, Berenguer,
electo de Barcelona, En el castellano, Tello de Palencia, Rodrigo de Sigüenza, Me-
nendo de Osma, Pedro de Avila, Domingo de Plasencia y descollando entre todos,
Rodrigo Jiménez de Toledo, el cual, como Metropolitano, había invitado personal-
mente a los de su jurisdicción, y como Legado del Papa y jefe espiritual, a todos
los demás. Faltaron el de Segovia y Cuenca. E l primero, que había prestado exce-
lentes servicios en Roma para alcanzar las gracias de la cruzada, quizá ya empe-
zara a enfermar del mal que luego le anuló, como diremos. E l segundo era un
santo; no sabemos por qué no concurrió. Arriba nombramos a los franceses.
Aquí hay que rendir a la Iglesia tributo de justicia. Este magno movimiento
de Europa contra el Islán es obra de la Iglesia. De la cumbre del Clero ha des-
cendido el fuego sagrado de amor a la independencia y a la libertad patria, que
abrasa a esa inmensa hueste, que se apresta a gloriosa guerra. Sus Pastores han
prendido la llama del entusiasmo con las predicaciones saturadas en los altos
ideales de la religión y patria en esos pueblos de fe, que viven más cerca de Dios
que los nuestros, en una esfera más elevada de aspiraciones santas; porque tienen
la suerte de ser acaudillados por santos y sabios de la talla de Santo Domingo,
San Francisco de Asís y tantos más. No es la edad media la fantástica visión soña-
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da por la calenturienta ignorancia, visión en que surgen, flotan y se sumergen
sombras guerreras acorazadas de acero, caballerescas figuras, que vuelan en los
palenques las suertes del amor, iluminadas por la superstición, agitadas por el ge-
nio del fanatismo y por el conjuro de interminables legiones de monjes y anacore-
tas, que vagan por todas partes, infundiendo los espantables terrores del juicio y
de la eternidad: antes bien es una sociedad incomparablemente más espiritualista e
idealista que la nuestra. Valía más que ésta que vive lejos de Dios.
Los Prelados castellanos, que eran a la vez Señores temporales con vasallos,
llevaban consigo las fuerzas militares, que les correspondían.
Don Rodrigo, el primer impulsor y estimulador de tan magna obra, fué además
el que mayor concurso material aportó entre los Prelados, si bien no tan grande
como en épocas posteriores, cuando, con su pericia, valor y méritos, quintuplicó
el poderío y la riqueza de su insigne Iglesia. Equipadas admirablemente envió al
mando de un lugarteniente suyo las fuerzas todas, que de sus villas de Alcalá
de Henares, Bríhuega y otras pudo recoger. (1) Sobre todo de las dos nombradas
villas podía formar dos buenas columnas; pues eran populosas y tenían agregados
varios pueblos vecinos. Además un escritor juzga que fué «beneficiosísima la in-
tervención del Arzobispo que, por haber sido Prelado de Osma, conservaba decisi-
va influencia en su amado país de Soria, donde se originaba su heroica y podero-
sa familia materna, y donde radicando su patrimonio familiar, fué el Señorío de
su madre... y así de los veinte Concejos, seis eran sorianos con sus Obispos, Me-
nendo de Osma y Rodrigo de Sigüenza, primo de D. Rodrigo.» (2)
Mientras con tanta actividad, sabiduría y tantos sacrificios de D. Rodrigo se
disponía en Toledo el más grande ejército que jamás se congregó en España, pa-
ra luchar con el más poderoso, que invasor alguno ha alineado en la Península,
la Europa cristiana, a solicitud del santo Arzobispo y por orden y conjuro del
gran Pontífice Inocencio III, descalzaba sus plantas, se entregaba al ayuno y abría
los labios a la oración empapada con lágrimas, en rogativas y procesiones públi-
cas, a imitación de la que en Roma se celebraba en el memorable día 23 de mayo,
que debe consignarse y perpetuarse en la vida de nuestro héroe, el cual, como re-
ferimos, ya para implorar el auxilio del Altísimo, ya también para elevar el espíri-
tu de los cruzados e inocular hondamente el sentimiento religioso que debía ani-
mar a los guerreros, organizó las recepciones de los cuerpos principales por me-
dio de rogativas procesionales. En el documento pontificio siguiente leeremos lo
que en Roma se hizo, y eso bastará, puesto que es elocuentísimo, para deducir lo
que en el resto de la cristiandad se ejecutó.
«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. Se hará proce-
sión general de hombres y mujeres el miércoles de la infraoctava de Pentecostés,
por la paz de la Iglesia católica y del pueblo cristiano, y particularmente para que
Dios los favorezca en la guerra, que se dice, han de tener con los sarracenos,
porque no se entregue al oprobio su herencia y los dominen las naciones; y se ha
de comunicar a que vengan todos a esta procesión, sin que se exceptúe nadie de
ellos, menos los que tuvieren enemistades capitales. A l amanecer se juntarán las
mujeres en Santa María la Mayor, en la basílica de los doce Apóstoles los eclesiás-
ticos, y los seglares en Santa Anastasia. Después de rezadas las colectas, tocando
a un tiempo las campanas de estas iglesias, todos irán en el siguiente orden al
campo lateranense. Ante todos, también las mujeres, ha de preceder la cruz pa-
rroquial de Santa María la Mayor, rompiendo la procesión los religiosos, siguién-
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doks las mujeres, que irán sin oro, ni joyas, ni galas de seda, rezando con devo-
ción y humildad y con lágrimas y sollozos, y descalzas las que pudieren; y pasan-
do por Merulano y San Bartolomé, vengan al campo de Lefrán y coloqúense al
frente de la Felonía, quedándose en silencio. A los eclesiásticos precede la cruz de
la cofradía, yendo los religiosos y canónigos regulares delante, y detrás los curas
y demás clérigos. Y recorriendo en este orden la calle Mayor y el arco de Basilio,
vengan a ponerse frente al palacio del Obispo Albanense, en medio del mismo
campo. Precede a los seglares la cruz parroquial de San Pedro, y vayan caminan-
do, primero los Hospitalarios y detrás de ellos lo restante del pueblo. Y pasando
asi por San Juan y San Pedro, delante de San Nicolás de las Formas, vengan a
ponerse al cabo del otro campo. Mientras esto, el Pontífice Romano entre con los
Obispos, Cardenales y capellanes de la basílica que se llama Sancía Sanctorum
y tomando con reverencia el leño de la cruz santificada, venga en procesión a po-
nerse en frente del palacio del Obispo Albanense, y sentándose en las escaleras,
predique a todo el pueblo un sermón de exhortación. Acabado el cual vayan las
mujeres en procesión, como habían venido, a la basílica de la santa Cruz, donde
estará prevenido el Cardenal Presbítero para decir la misa, rezando la oración
Omnipotens sempiterne Deus in cujus manu sunt omnium potesíates, y vuélvan-
se las mujeres a sus casas. Y en cuanto el Pontífice baje con los Obispos, Carde-
nales y Capellanes por el palacio a la basílica lateranense y los clérigos por el
pórtico y los seglares por el Burgo, entren en ella: y celebrada la misa con gran
veneración, vaya él y todos los demás, descalzos, a la Santa Cruz en procesión,
precediéndole los eclesiásticos y siguiéndole los seglares. Y después de haber he-
cho la oración vuelva cada uno a su casa. Ayunen todos de modo que, excepto
los enfermos, nadie coma peces ni guisados, antes bien ayunen a pan y agua los
que pudieren, y los que no, beban vino aguado y en poca cantidad, y coman yer-
bas o legumbres, y abran todos las manos y las entrañas a los pobres, para que
por medio de la oración, del ayuno y de la limosna se aplique al pueblo cristiano
la misericordia de Dios.» (1) Ese ayuno tan riguroso duró tres dias.
Entre tanto no estaban ociosos los musulmanes, sino que hacían las dos cosas
como los cristianos «invocar al que oye y responde» (2) y preparar las tropas. Es-
cribe Marráquexi: «Después que el Miramamolín volvió de esta expedición (de la
conquista de Salvatierra) a Sevilla, convocó a las gentes de los más remotos países
y se le reunió una gran multitud.» (3) Fijémonos en el paralelismo, que existe,
entre la conducta de los sarracenos y cristianos, según este escritor, que componía
su obra doce años después de la empresa, y el Anónimo de Copenhague (4) y los
autores cristianos. Estos amedentrados con la ruina de Salvatierra promueven in-
tensamente una gigantesca cruzada: aquéllos, a pesar de la victoria alcanzada, ob-
servando el ingente movimiento de la cristiandad, reanudan la formación dé un
ejército potentísimo. Mejor se puede afirmar, que Anasir siguió recibiendo las fuer-
zas convocadas, que del interior del África y del Asia (pues sabido es que 10.000
asiásicos, soldados de primer orden, de la raza de los turcos o curdos, pelearon
en las Navas) iban entrando en España, y el jefe almohade estimuló la venida de
mas tropa. De nuevo activó el reclutamiento de todas las fuerzas, que en las popu-
losas comarcas y ciudades andaluzas y demás regiones de la Península se podían
congregar. Este reclutamiento en tropas, armas y víveres fué riguroso y univer-
sal, puesto que si el Miramamolín imponía inmensos sacrificios a sus vasallos de
1 CaVanÍ eS Á A n Ó n C
(3) ^ Mi^^H'ÍuÍ ^ " - ' ^ ° > - ^ — H u i c , 120.
allende el estrecho en beneficio de los moros españoles, se puede calcular cuan
grandes exigiría a los de aquende el Mediterráneo. Veía además por la eferves-
cencia de la Europa cristiana, producida por las predicaciones, que el esfuerzo de
los adoradores de la cruz, que trataba de aniquilar, iba a ser estupendo, el más
enérgico que se podía hacer. ¿A qué número alcanzó esa «gran multitud» que dice
Marráquexi? Kartás, autoridad nula, (pero fuente de Conde, Lafuente, y demás his-
toriadores de las tres cuartas partes primeras del siglo diez y nueve) lo eleva a
600.000, llegando a escribir, que los soldados del Miramamolín tardaron dos meses
en atravesar el estrecho, siendo su ejército tan innumerable que, como langostas
que se levantan, llenó montes y valles, y encontró estrechas las llanuras, los co-
llados y las hondonadas. Anasir se envaneció ante aquel inmenso ejército, en el
que sólo los voluntarios eran 160.000, el grueso del ejército 300.000, los negros de
la guardia 30.000, y los arqueros y agzaz (los turcos) 10.000: esto sin contar los mer-
cenarios almohades ceneías, y árabes. (1) Las dos autoridades importantes árabes,
Marráquexi y el Anónimo de Copenhague, no precisan nada, y no dan ninguna
cifra concreía ni aproximativa. Entre los autores cristianos, el único que habla del
número de los musulmanes es D. Rodrigo, en dos diferentes obras, en su historia
y en la carta de Alfonso a Inocencio III. Dice en la pirmera «Creo que ninguno de
los nuestros pudo exactamente computar la muchedumbre innumerable de estos y
otros sarracenos; sino que oímos después que eran 80000 caballeros, y de peones
una turba innumerable» (2) En la segunda se lee: «Eran los sarracenos, como des-
pués supimos por la relación verdadera de algunos criados de su rey, a quienes hi-
cimos cautivos, 185.000: los peones no tenían número» (3) Ignoro qué fin ha guia-
do al sabio arabista Huid para endosar a D. Rodrigo en absoluto esta última ci-
fra (4) sin apreciar la ciertamente auténtica y genuina, que es la primera, y es
la que está más en consonancia con la que él propugna; y sobre todo que cons-
tándole que no es una errata la primera, ya que en la Crónica General está tradu-
cida así; y por otro lado busca autoridades para rebajar la cifra de la carta de
Alfonso VIII por considerarla excesiva. Opina Huici «que el total del ejército al-
mohade no alcanzaría, quizá con mucho, a 200.000 hombres, porque era punto me-
nos que imposible en aquella época sostener y aprovisionar a 200.000 hom-
bres.» (5)
Para demostrar la «evidente exageración de los 600.000 combatientes moros»
que dice Kartás, aduce dos razones. Primera, que Anasir, según el Anónimo de
Copenhague, después de instalarse en la ciudad, mandó entrar a sus soldados
por cuerpos ordenados, y quedóse en Sevilla el resto de aquel año.» (6) «prueba
evidente, añade, de que no eran la infinita multitud, de que habla Kartás y nues-
tros crónicos, pues cabían en Sevilla». (7) La segunda es la frase de Marráquexi,
que literalmente es así: «Cuando volvió (Anasir) de esta expedición (de Salvatie-
rra) a Sevilla, convocó a las gentes de los más remotos países, y se le reunió una
gran multitud, con la cual salió de Sevilla a principios del año 609, (comenzó el 3
de junio de 1212) y fué a Jaén.» (8) Distingue témpora et concordahis jura. Me
admira que el erudito disertante, que en otra parte de su escrito afirma que Ana-
sir reunió su último ejército de vuelta de Salvatierra, haya podido argüir en
esta forma. De que, al llegar de África a Sevilla, se pudieran alojar en esa ciudad
todos los soldados que llegaron al principio, no se puede concluir que los que se
reunieron después de la convocatoria, que hizo de vuelta de Salvatierra, pudie-
(1) Huici. 34. (2) Lib. VIII. c. 9 (3) Carta citada. (4) Huici p. 61. (5) Id. p. 65.
(6) Pág. 116. (7) Id. p.34. (8) Id. 34 y 122.
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ran caber en Sevilla. N i Marráquexi dice que todos los cuerpos salieron de Sevilla
cuando de allí salió Anasír en Junio, como quiere hacer creer Huici. Habla en la
misma forma que se habla de Alfonso, que salió de Toledo, pero ¿quién entiende
que significa del interior de los muros toledanos? Sabemos que acampaba fuera
gran parte del ejército. Lo mismo se entiende de Anasir, o puede entenderse razo-
nablemente. Ni hay precisión de admitir que todos los cuerpos de los moros anda-
luces se le unieron en Sevilla. La más admirable base para fijar el número aproxi-
mado de las fuerzas sarracenas nos parece la que en su historia nos da D. Rodrigo,
80.000 caballeros; y calculando que era casi doble el de los infantes, se puede creer
que excedían de 250.000 los guerreros de Anasir. Es razonable admitir que Anda-
lucía con Valencia y Baleares, que eran de Anasir, dieron al menos unos 100.000
combatientes al Miramamolín, en ocasión tan extraordinaria, pues allí existían las
populosísimas Sevilla, Córdoba, Jaén, Valencia, etc. Del África y Oriente vendrían
más de 150.000. Es el caso, que Marráquexi dice que murieron en esa batalla, «in-
numerables musulmanes» (1) y que «la calamidad de Ubeda fué más grave que la
derrota de las Navas.» (2) Luego mucha gente debió acudir, según él. Añádase que,
conforme a la narración de todos los escritores árabes, el origen del derrumba-
miento del imperio almohade, y aun la causa productora del desmoronamiento del
poderío árabe en la edad media fué aquel desastre de las Navas, por la inmensi-
dad de las pérdidas de toda clase en aquel choque terrible, como reiteradamente
indica nuestro crítico arabista. Por lo que hemos de concluir que era un ejército
de más de 250.000 soldados. Además D. Rodrigo dice que el ejército cristiano
acampó después de la victoria en la mitad del campamento que los árabes habían
ocupado, señal de que el ejército enemigo ascendía más o menos a doble número.
E l cristiano no bajaba de 180.000 combatientes según queda demostrado.
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C A P I T U L O VIL
(1212. Julio.)
(1) Lib. VIII. c. 5. (2) Como los ultramontanos por querer ir en la vanguardia se movilizaron los
primeros, el Narbonense pone su movimiento el martes.
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ardorosas, que alentadas y empujadas por el joven Miramamolín, por el fuego de
las predicaciones de los santones, y por el espíritu de fanatismo de Mahoma, ha-
bían comenzado a avanzar, 17 días antes, de Sevilla, e iban aproximándose a las
fronteras castellanas.
Momentáneamente hagamos somera revista de esa heroica gente y su armamen-
to. Conocemos ya a los aguerridos ultramontanos con sus insignes jefes.
En el cuerpo del centro, compuesto de aragoneses y catalanes, gallardean miles
de ínclitos caballeros, príncipes y magnates, destacándose entre todos García Ro-
mero, Jimeno Cornel, Miguel de Luesia, Aznar Pardo, Guillen de Cervera, el Con-
de de Ampurias, Guillen de Cardona, y los Obispos de Tarazona y Barcelona, (1)
y a todos inspira valor y entusiasmo el valerosísimo y romántico D. Pedro. En la
retaguardia vemos desfilar más número, más grandeza, más poder, más brillo,
más nobleza, más famosos caudillos. Allí los tres magnates Núñez de Lara, Fer-
nando, Alvaro y Gonzalo: allí los poderosos Lope Díaz de Haro, Rodrigo Díaz de
los Cameros, Gonzalo Rodríguez, (2) Alvaro Díaz, hermano del de Cameros; Juan
González, (3) los cuatro superiores de las cuatro Ordenes militares, insignes Pre-
lados, y Alfonso VIII, tan magnánimo, tan experto, tan valiente, tan resuelto y tan
bien aconsejado.
Sus armas ofensivas son múltiples: espada, lanza, arco, ballesta, maza, honda,
saeta, guadaña para «lidiar bien». Los «que pertenescien pora deffender sus cuer-
pos en la batalla» (4) o defensivas, son loriga, perpuntes, capellina, almófar, escu-
do, de que vienen «muy guarnidos». (5) Arrastran maquinaria para abatir muros,
perforarlos y apoderarse de fuertes, (6) ingenios, delabras, algarradas y otras in-
venciones para lanzar piedras destructoras. Ahí van las garitas de atalayar al ene-
migo, cuando la hueste acampe en algún punto, las cuales se clavarán en derredor
de la misma, para evitar sorpresas de cualquier clase; allí las guardas protecto-
ras de la línea exterior, a manera de muros y torres, guaridas de héroes bajo la
vigilancia de jefes nobles. Asombra esa briosa e inmensa caballería, que hace tre-
pidar la tierra con el derroche de sus habilidades y bravuras. Y en la ingente im-
pedimenta de convoyes y víveres va «quanto buen caballo, buena muía, rozines,
acémilas buenas avien en Espanna» y que los que no pudieron ir en persona, «lle-
gáronle allí al rey en ayuda de reyes, de condes, de rycos omnes, de los prelados
de sancía Eglesia, de los conceios, en presení de que se ayudasse a tal tiempo et
en tal priessa, como aquella, et muchos oíros caballos, que aduxíeran y (aquí) a
vender los cibdadanos et lavradores buenos, que se los criavan pora eso.» (7) Y
por encima de las cabezas de todos flotan las enseñas simbólicas y distintivas de
los altos ideales, de profundos y santos amores. Son las banderas y los pendones
de las distintas unidades y fracciones de las tropas. Ondean enseñas de todos los
colores, formas y tamaños, y cada una hace latir corazones de diversa nación,
de diverso concejo, de diverso Señor, de diversa falange. Y las divisas allí graba-
das proclaman hazañas y virtudes, con que sus portadores penetraron en el ejér-
cito de los héroes o de los bienhechores de la patria, de la religión o de la huma-
nidad. Y en el centro de cada una de esas selvas de banderas y en cada pecho de
ese mar de guerreros, se destaca el signo de la empresa, la santa cruz.
Este gran ejército cruzado acampó sucesivamente los días 20, 21 y 22, que eran
miércoles, jueves y viernes, junto a los arroyos Guadaxarat, (Guajaraz hoy) Guada-
zalet y Algodor; pero los ultramontanos, ávidos de pelear, y libres de la enorme
(1) Lib. VIII. c. 3. (2) lbí. (3) Ibi. c. 9. (4) Crónica General, c. 1012. De rebus. Lib. VIH. c. 3.
(5) Ib. Ib. (6) Lib. VIII. c. 6. (7) Crón. Gener. c. 1014.
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impedimenta, que embarazaba, sobre todo el paso del tercer cuerpo, avanzaron
una jornada de camino más y descansaron la noche del 22 en Guadalerza, dehesa
situada en los confines de las actuales provincias de Toledo y Ciudad Real, y lue-
go apresurando el paso el sábado, 23, el domingo, 24, a buena hora del día, lle-
garon a Malagón, distante unos 65 kilómetros de Toledo, habiendo caminado por
jornada unos 16 escasos, y unos 11 el centro y la retaguardia, que llegaron el lu-
nes, 25, por la tarde, cuando la villa y el castillo de Malagón estaban enrojecidos
de copiosa sangre humana, y multitud de cadáveres moros yacían por todas par-
tes, frescos e insepultos. Eran los trofeos del fulminante valor y arrojo de los ul-
tramontanos, que, al encontrarse el día de San Juan Bautista, con aquella avanza-
da de los sarracenos, con un castillo fuerte y hábilmente murado y pertrechado
excelentemente y defendido con virilidad, sin descansar un momento, ansiosos de
morir por Cristo, (1) lo atacan impetuosamente. «Antes de una hora, según cree-
mos, escribe Arnaldo, ganaron lo que estaba alrededor de la cabeza del Castillo.
Luego atacaron sin descanso durante todo el día y la noche, con saetas y piedras,
la parte principal del castillo, abriendo también minas a pico en los muros. La
torre era cuadrada, de cal y piedra, con una torre lateral en cada costado, adosa-
da a la misma, y con parapetos bien guarnecidos de tablados. Ganadas por asal-
to estas torres laterales, se llegó hasta los cimientos de la principal por medio de
minas. Los sarracenos refugiados en la parte más alta de esta torre, se defendían
como podían, sin que los nuestros pudieran llegar allí libremente, por estar am-
parados en unas bóvedas de ladrillo y cal o yeso. Se empezó a tratar de la entre-
ga del fuerte, pidiendo los moros que se les recibiera como esclavos, y no querien-
do los nuestros, se entregó el castillo, a condición de que se salvase la vida del
Alcaide y de sus dos hijos, quedando los demás al arbitrio de los extranjeros. Feu-
ron muertos todos los que se encontraron, a excepción de pocos.» (2)
El Prelado francés, cuyas palabras copiamos, más atento a celar por la honra
de sus paisanos que a completar las noticias históricas de la expedición, pasó en
silencio un síntoma grave, que pronto llegaría a inspirar a los ultramontanos una
resolución ignominiosa. En el momento en que eran ovacionados por su hazaña,
y quizás envalentonados por ella, a poco de llegar el rey a Malagón, dieron que-
jas de falta de víveres que algo escaseaban; pero Alfonso enseguida lo remedió,
repartiéndolos copiosamente, dice D. Rodrigo. (3) En la carta a Inocencio III se
dice: «A pesar de que los proveíamos con abundancia, quisieron dejar la empresa
y volver a su país, a causa de las molestias de la tierra, yerma y algo calurosa.
Sólo accediendo a los ruegos del rey de Aragón siguieron hasta Calatrava.» Junto
al castillo derruido de Malagón descansó el ejército el martes.
E l miércoles se reanudó la marcha en dirección de la antigua palestra de peri-
cia y valor de los hijos de San Raimundo de Fitero que, a consecuencia del triunfo
de Alarcos en 1195, retuvo en sus zarpas el padre del actual Míramamolín. Un
tropiezo grave sobrecogió a los cruzados al pisar las orillas del Guadiana. Los
moros habían sembrado de abrojos, o cardos de hierro, el cauce y los vados. He
aquí cómo D. Rodrigo dice: «tenían cuatro aguijones, de tal forma que por cual-
quier lado que al suelo cayeran, uno de ellos quedaba punta arriba para hincarse
en las plantas de los hombres y en las pezuñas de los caballos. Mas como nada
valen los humanos artificios contra la providencia de Dios, quiso él, que poquísi-
mos, casi nadie quedara herido, sino que tendiendo Dios la palma de su protec-
ción sobre ellos, atravesamos el Guadiana y acampamos alrededor de Calatrava.
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Los agarenos tenían íortiíicada esta villa con armas, banderas de señales y má-
quinas, hasta las almenas de las torres, de tal modo que a los que la quisieran
combatir les pareciera muy difícil. Además, aunque la villa está emplazada en
el llano, pero el río la hace inaccesible por el lado que la ciñe y está fortificada
por los otros costados por el muro y antemural, por los fosos, torres y defensas,
hasta tal punto, que parece inconquistable sin que preceda una larga batida
con máquinas. Dentro estaba un agareno llamado Abencaliz (Aben Kadas) sagaz
y experto por su larga carrera de las armas y constante práctica de las guerras,
cuya pericia inspiraba la más grande confianza a los sitiados, si bien el coman-
dante de la plaza era un tal Almohat.» (1)
E l 28 y 29, los reyes y caudillos examinaron y estudiaron esta interesante for-
taleza, y viendo, que al parecer, iba a devorar mucho tiempo su expugnación, se
presentó un serio problema. Se había convocado la cruzada para atacar al mu-
sulmán en campal batalla y no para consumir el tiempo y las fuerzas en conquis-
tar plazas fuertes, cuya importancia desaparecía automáticamente si se derrotaba
al ejército enemigo, mucho más quedando a espaldas el fuerte, cuyas tropas no
podían perjudicar cosa mayor en campo abierto, por ser escasas; y en cambio las
fuerzas gastadas en estas conquistas tenían que mermar mucho a las que debían
luchar en batalla campal, que era inevitable. Por eso se celebraron largos conse-
jos de guerra entre los reyes y demás caudillos, y unánimemente se resolvió, al fin,
que se atacara la villa: unanimidad que debió existir sólo entre los jefes del con-
sejo, pero con disentimiento de la mayoría de las tropas, pues D. Rodrigo, que
narra lo primero, expresa así su opinión y la de la mayoría:
«La mayor parte juzgaban mejor, que empezado el camino para la batalla, no
se debía detener en la conquista de castillos, sobre todo que en tales casos corren
peligro de inutilizarse los valientes, que se fatigue el ejército y dependa del fin de
la batalla el poder adquirir y conservar tales conquistas.» (2)
E l conglutinante de esa concordia de pareceres debió ser la consideración a los
caballeros de Calatrava, que suspiraban por su antiguo nido. «Por lo cual toma-
das las armas y señalados a cada rey y caudillo sus puntos de ataqne, en honra
de la fe, se embistió la plaza, y por el beneficio de Dios, el domingo siguiente a
San Pablo (1.° de julio) expulsados los árabes, se restituyó Calatrava al rey no-
ble, que entregó luego a los Freires, que antes poseyeron, y de ellos fué restaura-
da y fortificada.» (3)
Faltan aquí importantes pormenores que se hallan en la carta a Inocencio III
y en la del Arzobispo de Narbona, y en la Crónica de Alberico, escrita 30 años
después, en la que se han deslizado ficciones populares. En la primera se cuenta
que los sarracenos, viendo que serían vencidos, se anticiparon a entregar la villa
a condición de que se les dejase salir indemnes, sin llevar nada. Alfonso lo rehu-
só; pero el rey de Aragón y los ultramontanos le representaron que la plaza esta-
ba muy fortificada, y que se pasaría tiempo en minar los castillos y en tomarlos
y que esto cedería en daño de los calatravos, a los que se debía volver todo en el
mejor estado posible, que debía obtenerse la entrega de la villa con su gran abun-
dancia de provisiones, que eran necesarias para los cruzados, que padecían nece-
sidad, dejando salir a los sitiados sin armas ni víveres. Añade que se doblegó a la
decidida voluntad de ellos, y dispuso que el botín se repartiera entre los aragone-
ses y los ultra montanos a medias, quedándose sin nada los demás. Huid dice: «Es-
ta versión es completamente falsa». (4) Y defiende que los ultramontanos no pu-
(1) Lib. VIII. c. 6. (2) Lib. VIII. c. 6. (3) Ibi. (4) Pág. 40.
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dieron pedir tal capitulación, por ser contraria a los cánones, que prohibían tales
pactos con los infieles, y contraria a sus hábitos de exterminio y sangre con los
albigenses, y por haber hecho el degüello de Malagón. Además Alberico dice
que los franceses se retiraron, porque Alfonso firmó la capitulación de Calatrava;
y Marráquexi escribe: «los musulmanes, que la ocupaban, la entregaron a Alfonso
después que les prometió la vida; lo cual fué causa de que gran número de cristia-
nos abandonasen a Alfonso, pues al ver que no les permitía degollar a los musul-
manes de Calatrava le dijeron: «Nos has traído únicamente para ganar tierras por
nuestro medio, y nos impides el saquear y matar a los musulmanes; para esto no
tenemos por qué acompañarte,» (1) Sin embargo se ha de tener en cuenta que ni el
Narbonense ni D. Rodrigo (francés aquél) testigos de los sucesos, dicen palabra
de lo que esos dos escritores posteriores aseguran. La carta a Inocencio III se es-
cribió a los pocos días de la victoria y su fono es tan seguro que no aparece razón
para suponer una superchería en cosa semejante.
Es inadmisible que la causa determinante de la retirada de los extranjeros fue-
ra la que dicen Alberico y Marráquexi. Si así fuera, falsario sería el autor de la
carta a Inocencio III, cosa imposible, tratándose de un hecho tan notorio y de tan-
ta resonancia como es el presente. ¿Cómo iba a escribirse cosa distinta al Papa
en la relación oficial dirigida a Roma en nombre de Alfonso VIII? Es claro por lo
tanto que no fué la causa de la retirada la que citan esos autores. Se comprende
que se echó a volar también ésa como una de las que movieron a los ultramonta-
nos. Lo único que se podrá decir es que la versión de la citada carta no es com-
pleta, pero no que es falsa. Además Alberico se inspira en el relato vulgar francés,
mezclado ya de invenciones populares, que le restan autoridad. He aquí la prue-
ba. «Ganaron, dice, esta fortaleza los franceses por modo milagroso; porque entró
en ella el primero un sacerdote con el Cuerpo del Señor, y recibió en el alba, de
que iba~ revestido, más de sesenta saetas, sin que ninguna le hiriese. Interrumpido
el combate con la noche, vinieron los principales de la comunidad musulmana
ocultamente al rey chico (Alfonso) pidiéndole que, a escondidas de los franceses,
les dejase aquella noche salir en camisa, con las vidas salvas, y ellos entregaban
el castillo con todos los pertrechos de armas, provisiones y tesoros. E l rey se lo
concedió y (los) puso en su campamento. A l verlo al día siguiente el Prelado de
Burdeos y el de Nantes, indignados se volvieron a su patria.» (2) En el Narbo-
nense, que era francés, y que refiere este suceso minuciosamente, no hay rastro
de semejante acto de Alfonso. Cuenta que los dos reyes atacaron por distintos
costados la plaza y por el tercero los ultramontanos, y que al segundo día del
ataque se rindió la misma, y concluye así: «Plugo a los reyes, para evitar dila-
ciones y la muerte de los cristianos, recibir el castillo, a condición de que saliesen
las personas libres...» N i una palabra más sobre esta defección, que debió mirarla
con sonrojo, procurando velar con el silencio por el buen nombre de sus compa-
triotas. Si hubiera sido motivo tan religioso, como dice Alberico, aunque a él no
le convenciera, lo alegaría en favor de ellos.
E l golpe que más barrenó el pecho de D. Rodrigo, fué sin duda esta deserción
en masa de las huestes ultramontanas, que con tantos ardores y sacrificios suyos
había reunido, y hasta entonces había procurado conservar en buen espíritu. En
su historia sólo dice de resbalón cual fué la causa que determinó tan fatal resolu-
ción, a saber, que el enemigo de los cristianos «envió a Satanás al ejército de la
caridad y conturbó los corazones de los que emulaban por la cruzada, hasta el
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punto de que, habiéndose ceñido para la palestra de la fe, desistieron de su buen
propósito. Pues casi todos los ultramontanos acordaron en común abandonar las
penalidades de la guerra, despojándose de las enseñas de la cruz y regresar a los
suyos. Mas el rey noble repartió víveres cuanto era menester. Pero ni por eso
se pudo lograr que volvieran de su iniciada obstinación. Sino que todos, sin glo-
ria, por partes, se retiraron, excepto el venerable Arnaldo, Arzobispo de Narbona,
que, con todos los que pudo convencer, y muchos nobles de la provincia de Viena
permaneció constante, y no desistió de su buen propósito. Quedaron cerca de
ciento treinta caballeros, además de algunos peones, de los que algunos se que-
daron. Quedó también Teobaldo de Blazón, de Poitou, hombre valeroso, de na-
ción español, oriundo de Castilla.» (1) Como se ve por estas noticias de D. Rodri-
go, la escasez de víveres fué la principal causa de la desbandada de los franceses.
Lo mismo se indica en la carta a Inocencio III, pues se lee allí, «todo el botín de
Calatrava lo repartió (Alfonso) a medias entre los ultramontanos y el rey de Ara-
gón» sin que esto contuviera a aquéllos. E l Tudense escribe que «vencidos por el
amor a su patria, se volvieron a sus tierras,» y dice que hubo murmuraciones. (2)
Huici pretende que D. Rodrigo intentó desfigurar las cosas con eufemismo al insi-
nuar, que por arte del diablo se produjo la deserción, y que además omitió la ca-
pitulación de Calatrava. (3) Basta leer al Arzobispo para saber que dice otras mu-
chas cosas, y que allí no se percibe ni se advierte en su relato ese cálculo, y en
cambio señala sin ambages en el citado capítulo y en el siguiente la penuria dé
vituallas, y nada dice que contradiga a la versión de Alberico.
Comenzó la desbandada de los transpirenaicos el miércoles, 4 de Julio, y aun-
que no fué simultánea, como se ve en el Arzobispo Rodrigo, (passim recesseruní)
pronto se consumó: y como era una muchedumbre, en que bullía gente maleante,
su conducta fué reprensible. En vez de encaminarse a sus países, muchos de ellos
continuaron en Castilla, durante toda la campaña, cometiendo excesos, e intentan-
do apoderarse de Toledo íraidoramente. Dicen así los Anales Toledanos: «E en
toda esta Facienda non se acercaron y (aquí, al campo del combate) los ornes de
Ultrapuertos, que se tornaron de Calatrava, e cuidaron prender a Toledo por
trayzón. Mas los ornes de Toledo cerráronles las puertas, denostándoles e lla-
mándoles desleales e traedores e descomulgados.» Bien al vivo pone el analista la
maleante y cobarde conducta de esa plaga funesta de espectadores del éxito de la
cruzada, sin valor para acercarse al heroico ejército. Alberico escribe que algunos
de ellos pasaron por Santiago de Compostela. D. Rodrigo hace una curiosa ob-
servación providencialista sobre este punto. Miramamolín, temiendo no triunfar,
pensó primero no pelear, para gastar en escarceos guerreros las fuerzas cristianas,
entre las cuales temía el esfuerzo de los extranjeros; pero sucedió, que después de
la retirada de éstos, unos cuantos, seducidos por el diablo, ocultamente pasaron
al moro, y contaron el estado del ejército cristiano, su escasez de víveres y la de-
fección de los peregrinos. Esta noticia mudó el plan de Anasir. Por eso dice el
Arzobispo: «Por esto, acaso, por providencia del Altísimo ocurrió que se retiraron
los extranjeros.» (4) En fin, merece consignarse, antes de perder de vista a esos
volubles ultramontanos, que D. Rodrigo conservó de ellos mal recuerdo y los com-
paró al Cirineo, que ayudó a llevar la Cruz, pero no de grado y por espíritu de
sacrificio. (5)
(1) Lib. VIH. c. 6. Choca que en l a carta de Alfonso se dice respecto del número de los que queda-
on, que fueron 50 caballeros y de peones ninguno.» (2) Chonicón, p. 111. (3) Huici. p. 106-107.
(4) Lib. VIII. c. 7. (5) Ib. c. 6.
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En el mismo día que conmovían hondamente y llenaban de pena al ejército cru-
zado tales sucesos se adoptó para el día siguiente la resolución de dividir los cas-
tellanos y aragoneses. E l 5'partieron aquellos para Alarcos, quedándose el rey de
Aragón en Calaírava, «en espera de caballeros suyos y del rey de Navarra, que to-
davía no se había unido a nosotros.» Palabras de la carta de Alfonso, que indican
que-estaba anunciada la proximidad de los navarros por algún mensajero que con
mucha anticipación debió enviar Sancho el Fuerte, para asegurar su cooperación
efectiva. Téngase por eso ajeno a la verdad el pintar como inesperado el adveni-
miento del refuerzo navarro, como tantos autores lo hacen. Era un refuerzo que
se esperaba como uno de los factores para el éxito de la campaña, desde que a
su paso por Navarra, D. Rodrigo había introducido en la mente de Sancho altos
pensamientos, aunque su retraso inquietaba los ánimos; porque todavía seguiría
aprisionando el espíritu de D. Sancho lo que escribe un autor: «que le había ten-
tado fuertemente aquella ocasión tan propicia para vengar sus agravios, y tuvo
que batallar mucho consigo para dar al olvido las expoliaciones de Alfonso VIII y
los atropellos de los reyes de Castilla, que habían sufrido no sólo su padre y abue-
lo, sino todos sus progenitores desde la muerte de D. Sancho el de Peñalén.». (1)
Pero como dice D. Rodrigo, que perfectamente conocía el ánimo del rey de Nava-
rra, «aunque ál principio dio muestras de no querer venir, cuando llegó al trance
crítico del peligro, no negó al servicio de Dios la gloria de su valor.» (2) Los na-
varros se juntaron a los aragoneses en Calatrava, dirigiéndose juntos a Alarcos,
punto en que se verificó el contacto de la vanguardia de las fuerzas de Alfonso,
que avanzaba en dirección de Salvatierra, lugar, en que se realizó la formación de
un solo cuerpo de ejército compacto con la reunión de la tropa de D. Sancho. Así
se desvanece la aparente contradicción de los dos Arzobispos con las palabras de
Alfonso, que dice que los navarros se unieron en Salvatierra, y los Arzobispos di-
cen que en Alarcos. Por eso dice D. Rodrigo que los reyes «el primer día acampa-
ron alrededor de Salvatierra» pero después del primer contacto en Alarcos. A l -
fonso VIII recalca con insistencia, que era corto el número de caballeros navarros,
a saber, doscientos, pero guerreros de primer orden, como era natural, ya que eran
caballeros, que alternaban con el monarca, que sobresalía entre todos los héroes
de su tiempo por la destreza y valor de las armas, verdadero «héroe del cantar de
la Gesta» (3) En cambio debía escoltar al rey navarro y a sus caballeros gran nú-
mero de soldados de infantería o peones, porque la hueste navarra formó el nú-
cleo principal del ala derecha en el día del combate. Los navarros disiparon la
tristeza que la defección de los ultramontanos había producido en los castellanos
y aragoneses.
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no habla palabra de lo demás. Gran argumento de su modestia. Según veremos
adelante se debió principalísimamente la conquista de toda la serie de castillos al
mismo D. Rodrigo, como consta documentalmente; por lo que los reyes Alfonso,
Enrique y San Fernando, sucesivamente, le dieron la posesión de todos, porque
había procurado su conquista «con muchos y graves sacrificios y gastos». (1) En
lo sucesivo pertenecieron a la Iglesia de Toledo tanto el castillo de Alarcos como
los otros, por esta causa.
Acampados los cruzados alrededor de Salvatierra tuvieron que resistir al tre-
mendo coraje con que respondió aquella plaza mora al ataque de los cristianos.
Diez meses antes la había guarnecido Miramamolin, después de haberla arranca-
do a los Calatravos con pavor y luto de Castilla. Forzóles a ser prudentes la pre-
sencia de las guerrillas agarenas, que se pusieron a la vista del campamento, (2
en los puertos cercanos del Muradal. Era el 7 de julio. E l domingo, 8, siguiente de
la llegada, se dispuso por los tres reyes y caudillos del ejército una revista y des-
pliegue armado de toda la tropa, que produjo un mágico efecto, que describe así
el Arzobispo de Toledo: «El día siguiente, que era domingo, acordaron los reyes y
jefes que se armara y se preparara, como para la batalla, todo el ejército. Y por el
favor de Dios apareció toda la multitud equipada con armas, banderas y caballos
tal, que a los ojos de los enemigos aparecía imponente y terrible, a los nuestros
amable y alentador, preparado para la batalla, y que con su garbo marcial suplía
la falta de los que se retiraron, de tal modo, que aun los pechos de los magnáni-
mos se reanimaron, los pusilánimes se fortalecieron, los que vacilaban se confir-
maron, y la turbación y discordia, que los disidentes sembraron, aterrando a mu-
chos, se disipó de los corazones de los tímidos. Y habiendo pasado en aquel lugar
otro día, después fuimos a descansar en Fresnedas; y al fin nos trasladamos a otro
campamento del mismo nombre: el día tercero (12 de julio y jueves) llegamos a un
campamento situado en Guadalfaiar (3) al pie del monte Muradal.» (4) Llegaron al
atardecer a este lugar, donde la mayor parte vivaquearon, mientras otra parte,
sin parar, realizaba una operación militar de importancia. (5).
La dirigió el jefe de la vanguardia, Diego López de Haro, con otros adalides,
descubriendo en las alturas las avanzadas sarracenas, que en las proximidades del
castillo del Ferral, a poco, por sorpresa destrozan a los cristianos, los cuales
arrollaron impetuosamente a los astutos enemigos, arrojándolos de las cumbres la-
dera abajo, y plantando allí mismo sus tiendas, aunque el castillo del Ferral quedó
en poder de los moros aquel día, y por esto, y porque a una legua más o menos
de distancia veían los cruzados las tiendas agarenas, no pudieron pasar una no-
che muy tranquila aquellos valientes. (6) El viernes, por la mañana, después de in-
vocar al Señor los tres reyes, Alfonso de Castilla, Pedro de Aragón y Sancho de
Navarra subieron (al mismo monte Muradal) y en el declive del monte, clavadas
las tiendas, hicieron mansión, y en el mismo día se ocupó el Ferral por los nues-
tros.» (7) Desde la cima pudieron observar al ejército de Anasir, que en el mismo
día llegó a su campamento, y desde víspera corría el rumor en las filas cristianas
de que allí estaba el rey de Valencia, tío del Miramamolin. (8)
Don Rodrigo, con notable precisión y excelente conocimiento estratégico, nos
refiere el plan y la táctica del agareno, del modo siguiente. Anasir, saliendo de
(1) Lib. priv. 11. f. 64. v. (2) La «Crónica General» añadió contra lo que escriben D . Rodrgo, el
Narbonense y Alfonso, que los cruzados tomaron a viva fuerza a Salvatierra. No es exacto.
(3) Río Magaña, que rodea las raices de Sierra Morena, en Ciudad Real, y corre hacia la provincia
de Jaén marginando a Despeñaperros. (4) Lib. VIH. c. 6. (5) Ib. c. 7. (6) Carta de Alfonso, l b i .
E l Narborense. (7) Lib. VIH. c. 7. (8) Arnaldo en su carta.
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Sevilla, a principios de junio, se fué a Jaén, y subiendo con parte de sus tropas a
las montañas vecinas, empezó a atalayar a los cristianos, proponiéndose ejecutar
un plan ingenioso y bien discurrido. Temeroso del empuje de los extranjeros, pen-
só primero no darles balalla campal, sino entretener a los cruzados con escara-
muzas y celadas, hasta fatigarlos y gastarlos con pérdidas tales, que no pudieran
resistir a lo último su ataque. Pero la llegada a su campo de desertores renegados
hizo variar su plan. De ellos supo el estado precario de los cristianos, la defección
de los advenedizos y la escasez de víveres. Engreído por esta noticia, abandonó
el plan de sorprender y desbaratar a las haces enemigas, cuando según sus cálcu-
los maltrechas y diezmadas, volvieran por las pésimas orillas del Guadiana, y
mudando de parecer, se plantó repentinamente en la comarca de Baeza, y envió de
aquí un destacamento, para obstruir a las haces cristianas el paso a las alturas
del macizo del Muradal, apostándose en los desfiladeros, que daban acceso para
escalar la cima del monte: «Con esta intención, dice D. Rodrigo (que lo oyó de los
prisioneros) vigilaban el paso, para que al fin, faltos de vituallas, y consumidos de
tedio y hambre, retrocediéramos. Dispuso Dios que Diego López de Haro se ade-
lantara a enviar con fuerzas a su hijo Lope Díaz y sus dos nietos, Sancho Fernán-
dez y Martín Muñoz, para que ocuparan las cumbres del monte. Los cuales, impe-
lidos por su arrojo, se adelantaron confiadamente por la planicie hasta cerca del
castillo del Ferral, donde tropezaron con algunos árabes, que los acometieron, y si
la asistencia divina no les favoreciera, les hubieran deshecho; y, rehaciéndose los
cristianos de su sorpresa, varonilmente rechazaron a los árabes» y adueñándose
de la cima del monte, clavaron sus tiendas y se mantuvieron allí mismo. Este gol-
pe de los cristianos desbarató la primera acertadísima disposición del caudillo
marroquí. No se turbó ni ofuscó éste: puso en el acto en práctica otra de un acier-
to completo. Observó que los reyes cristianos, con los ojos puestos en la dilatada
planicie de las Navas de Tolosa, único campo para dar la batalla al moro, inme-
diatamente iban a invadirla, lanzándose por el desfiladero de Losa, lugar situado
al norte del castillo del Ferral, que estaba en poder de los cruzados, y que se veía
bien desde el denominado castillo. Anasir mandó rápidamente cerrar aquel desfi-
ladero terrible, que según las palabras de la carta a Inocencio III «podían defen-
der mil hombres contra todos los del mundo». Con todo su ejército ocupó además
otros pasos conocidos de la sierra, y se acampó a la vista de los cristianos, en la
opuesta parte del paso infranqueable de Losa, con ánimo de atacar, seguro del
triunfo.
Y podía estarlo en aquel momento, apreciando exactamente la situación deses-
perada, en que su táctica colocaba al ejército cristiano. Ya estaba completamente
cerrado el desfiladero en forma invencible. No podían permanecer los cristianos en
aquellos parajes muchos días, por ser difícil el avituallamiento, a causa de la dis-
tancia del punto de provisiones, más difícil aún la aguada en aquel sitio árido, en
que no había fuentes, y la única agua que había, corría al pie del ribazo del Ferral
y el arroyo no daba la suficiente para toda la tropa y ganado, y los moros a ve-
ces se acercaban allí valientemente para impedir que se aprovisionaran, hasta que
una vez los franceses los castigaron duramente. En fin, era inútil permanecer, y
era imposible dar la batalla, mientras los enemigos cerraran el tránsito pavoroso.
¡Qué horrible horizonte se presentó a los tres reyes en la tarde del viernes, el 13
de julio, después de escalar el monte! Sólo dos soluciones probables se ofrecían a
los espíritus más reflexivos. Fracasar o sucumbir. Fracasar emprendiendo la retira-
da prontamente y tal retirada había de producir la desmoralización y la disolución
de la tropa; o sucumbir, peleando bravamente por penetrar en la meseta de las
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Navas de Tolosa por el rocoso y formidable desfiladero de Losa, mientras el pu-
ñado de almohades sitos en sus puestos los sacrificaban impunemente.
En tal conflicto se celebró consejo de guerra, al que concurrieron, además de
los tres reyes, los caudillos de los distintos cuerpos, de cuyo resultado y delibera-
ción habla así D. Rodrigo, uno de los que en él tomaron parte, sin decirnos su
opinión personal: «Mientras ocurrían estas cosas, deliberaban los reyes y los jefes
qué consejo se debía adoptar, para proceder sin peligro; pues el paso de Losa era
imposible sin daño. E l ejército del Agareno estaba muy cerca de nosotros, se veía
su tienda roja y corrían diversos pareceres acerca de la ruta del ejército. Algunos
atendiendo a la imposibilidad del paso, aconsejaban el retroceso y el traslado (de
la tropa) al campo de los agarenos por un lugar más fácil. Alfonso el Noble, rey
de Castilla, contestó a esto: «Aunque este consejo brilla por la discreción, encierra
su peligro. Cuando el pueblo y otros inexpertos vean el retroceso juzgarán que no
vamos a la lucha, que la huímos, y se producirá la disensión en el ejército sin que
se les pueda contener. Una vez que vemos cerca a los enemigos es preciso atacar-
los. Por lo demás cúmplase la voluntad de Dios.»
Incomprensible lenguaje en la boca de un monarca de casi cincuenta años de lu-
cha, que recordando el desastre de Alarcos, trata de repararlo. Pero D. Rodrigo
lo atribuye a la influencia divina, diciendo: «Como prevaleciese este parecer del
rey noble, y siendo el que dirigía este negocio el Dios omnipotente con su provi-
cencia especial, envió cierto hombre plebeyo, harto despreciable por su porte y
persona, que antes había pastoreado en aquellos montes y habíase dedicado a la
caza de liebres y conejos, el cual mostró un camino fácil y del todo transitable,
por el declive de un costado del mismo monte, por el cual podíamos ir al punto
adecuado del combate, a escondidas del enemigo, sin que nos lo pudiera impe-
dir.» (1) «Pero como a semejante persona en tan grande peligro apenas se podía
creer, dos capitanes, Diego López y García Romero, se adelantaron para ver si era
verdad lo que el pastor había dicho, y ocupar la llanada del monte, que en la
cumbre del mismo había. Y el Señor hizo que aquel pastor, como enviado de Dios,
que escoge los instrumentos débiles del mundo, resultara veraz.» (2)
En la tarde del viernes se sucedieron este congojoso consejo de guerra y el con-
solador descubrimiento del desfiladero, que iba a conducir a la victoria a los que
pocas horas antes se les presentaba el temeroso espectro de la derrota. Debió ve-
rificarse al anochecer la exploración indicada, y el paso de una parte de las fuer-
zas se continuó de noche sigilosamente, sin que el enemigo, que no dormía, lo ad-
virtiera; pues según el Arzobispo de Toledo, los agarenos el sábado, cuando aban-
donando el castillo del Ferral, la hueste cristiana iba trasladándose a la llamada
Mesa del rey, pensaban huía del combate, y llegaron a comprender ya tarde, el
sentido de aquella maniobra militar, por lo que «gravemente se dolieron» enten-
diendo que no era fuga, sino marcha al combate. (3)
Tan espléndido favor de Dios colmó de religiosa emoción a los tres reyes, que,
como grandes cristianos, no quisieron emprender la marcha sin dar muestras pú-
blicas de reconocimiento a Dios y un alto ejemplo de piedad al grueso de sus ejér-
citos. Los tres monarcas, el sábado muy de mañana (summo mané) recibieron la
sagrada Comunión, y, doblando sus frentes ante D. Rodrigo, recibieron la bendi-
ción pontifical, y encamináronse con sus tropas al monte, y después de haber he-
cho desembocarlas todas por el desfiladero descubierto, que hoy se llama Puerto
(1) Lib. VIII. c. 7. En la carta a Inocencio se llama a ese pastor «rústico, enviado por Dios. >
(2) Lib. VIII. c. 8. (3) Ib. ib.
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del rey, se derramaron por la meseta de las Navas de Tolosa, donde empezaron
a clavar sus tiendas de campaña, mientras la retaguardia estaba de camino. Los
sarracenos «viendo que los cristianos clavaban así sus tiendas, destinaron una co-
lumna militar para impedir a las avanzadas, que se instalaran en el campamento;
pero los nuestros quebrando las acometidas enemigas con la ayuda de Dios, feliz-
mente se acamparon en la planicie del monte.» (1)
[Qué satisfacción para los cruzados acampados en la gran planicie ver al ene-
migo desorientado correr alegre a ocupar el estéril castillo del Ferral, hostilizan-
do débilmente a los cristianos postreros que atravesaban el fragoso desfiladero,
providencialmente descubierto, cuando aun no se había cerrado la noche.
El gran estratega Rodrigo, que estudió sagazmente la táctica del agareno, des-
pués de advertirnos, que creyó que en aquella misma tarde iban a atacarle los
cruzados, escribe así: «Apenas se clavaron las tiendas, el rey de los agarenos,
viendo que las insidias y el dolo en la vigilancia nada le valían, dispuestas las ha-
ces, en el mismo día sajió al campo, y la ¡jarte principal de la tropa, que estaba
destinada a su custodia, la desplegó admírablem'ente en un promontorio de difícil
acceso, y distribuyó prudentísimamente el resto del ejército a su diestra e izquier-
da; y allí nos esperaron desde la hora sexta hasta el anochecer, pensando que en
aquel día saldríamos al combate. Pero, previo consejo, se decidió diferir la bata-
lla hasta el lunes, por estar la caballería estropeada por la mala subida al monte
y fatigado el ejército, y también para que pudiéramos observar el estado y los mo-
vimientos suyos. Y como el agareno entendiese que no nos lanzábamos al comba-
te, inflado por el orgullo de la gloria, creyó que no procedía de la premeditación
sino del temor, y por eso escribió cartas a Baeza y Jaén, anunciándoles, que tenía
cercados a los tres reyes, y que dentro de tres días los haría prisioneros. Sin em-
bargo, algunos de los suyos, que discurrían más hondamente, se dice que manifes-
taban: «Vérnoslos hábil y cuidadosamente distribuidos, y más parece que se pre-
paran para la lid, que no anhelan hallar medios de evadirse. E l siguiente día, do-
mingo, muy de madrugada, el agareno de nuevo salió al campo, como la víspera,
y allí permaneció hasta el mediodía con las huestes preparadas, y para preservar-
se del calor del estío, sacaron la tienda roja, adornada de diversos artificios, para
sombra del agareno, el cual, sentado con mayor magestad de lo que debía, con
fausto regio, estuvo esperando el ataque. (2) Mas nosotros, como hicimos a la
víspera, atentos a su ejército, observando su campamento, deliberábamos cómo
deberíamos a la mañana siguiente lanzarnos a la lucha.» (3) A l anochecer se reti-
raron.
Claro vemos en este precioso texto del insigne Arzobispo de Toledo, que desde
la tarde del sábado hasta el momento de atacar, el lunes, hubo una especie de con-
sejo de guerra permanente, en que él ilustraba con sus luminosos consejos a los
reyes y demás caudillos de la cruzada, para asegurar el éxito de la empresa. Se-
gún Arnaldo de Narbona, que no se fijó en la estrategia del enemigo, tanto en la
tarde del sábado como el domingo, hubo escaramuzas y torneos en las avanzadas,
en que los flecheros y lanceros gallardeaban hábilmente, pero sin que se llegara a
formal pelea. (4)
Pero la actividad intensa de D. Rodrigo, el domingo, 15 de julio, se desarrolló
en otro campo más elevado y más adecuado al piadosísimo y celosísimo corazón
del santo Prelado, que tenía a su cargo, como caudillo espiritual de la cruzada to-
(1) Líb. VIII. c. 8. (2) Véase Huid sobre la tienda roja. (46. nota). (3) Lib. VIH. c. 8. (4) Car-
ta. Lo mismo dice más lacónicamente D. Rodrigo en el mismo capítulo octavo ya citado.
-101—
da aquella muchedumbre guerrera de cristianos, que iban a luchar principalmente
por la idea religiosa, por el triunfo de la causa de Jesucristo, y que cifraban en
ello, por el doloroso sacrificio que hacían, la gloria de Dios y la rehabilitación es-
piritual propia en el acatamiento divino, hervoreando en todos los ánimos de bue-
na voluntad anhelos de martirio. Este espíritu general guiaba a todos los cruza-
dos; había llegado el momento supremo de recoger y preparar los corazones di-
sipados, y de despertar en ellos los sentimientos propios de aquel lance con los
tesoros celestiales, que la religión de Cristo concede y sus ministros distribuyen,
para conseguir el fin que se proponían. Este fué el deber que D. Rodrigo cumplió
en ese día memorable, como el día anterior empezó a cumplir con los tres reyes
en las faldas del monte. Sabía el experimentado Pontífice que aquella medida era
un deber en el terreno religioso, y el más eficaz medio para transformar a las
muchedumbres en soldados capaces de triunfar. Los hombres que tienen que pe-
lear, cuanto más saturados están de fe, de unción de la gracia y del sublime pen-
samiento de Dios y de la eternidad, son más abnegados, más ardientes, más
irresistibles y más capaces de los más heroicos sacrificios y gloriosos triun-
fos. Por lo cual todo el día consagró a este sublime ministerio en unión de los
demás Prelados del ejército, a los que estimuló, yendo él al frente de todos.
Para hacerlo con orden y provecho se repartieron los Obispos por los diversos
cuerpos del ejército y fueron recorriendo las diversas unidades y los distintos cam-
pamentos de los mismos, excitando a todos con fervorosas exhortaciones y devo-
tísimamente proponiéndoles los privilegios del perdón y las indulgencias de la
cruzada. (1) Seguíase luego la reconciliación sacramental en el modo que era po-
sible en aquella aglomeración de gente, en aquel dia, en vísperas de lanzarse a lu-
char con aquellos temibles y arrogantes agarenos, más emocionada y compungida
que nunca, y ansiosa de ganar las gracias de la gran cruzada, en que venían a lu-
char con la profunda y ávida religiosidad de aquella áurea edad de la fe cristiana.
Conocedor profundo del corazón de los hombres, D. Rodrigo, sabedor de las
causas que pueden desmoralizar la gente más aguerrida, aún en la hora del
triunfo, y esterilizar los resultados de la victoria, adoptó una medida muy sabia,
después de preparar a aquellos guerreros: promulgó, como jefe espiritual de la
cruzada, un edicto solemne, que se hizo conocer a todos los combatientes, prohi-
biendo a todos «bajo el anatema de la excomunión, que sí el día siguiente la divi-
na Providencia les concedía la victoria, nadie se detuviese a recoger los despojos,
hasta que se hubiera dado orden de pararse en la persecución, para terminar la
lucha.» (2)
A l ocultarse el sol se dio breve descanso a los guerreros, los cuales, cuando
en la mitad d£ la noche, yacían en lo más pesado del sueño, viéronse perturbados
por los penetrantes acentos de la música, que en aquella hora vibraron con una
solemnidad y un matiz de más hondo misterio. Dice el Arzobispo. «El día siguien-
te, cerca de media noche, la voz de la alegría (la diana) y de confesión (llamada a
la participación de los Sacramentos) resonó en las tiendas cristianas, y los heral-
dos pregonaron que todos se armaran para el combate. Y celebrados los misterios
de la pasión del Señor (misas en diversos departamentos) hecha la confesión ge-
neral, y recibidos los sacramentos, ya armados, emprenden la marcha.» (3)
Pero ¿en qué orden? Es demasiado importante para omitir la distribución es-
tratégica, en este suceso de las Navas de Tolosa, que trasladó a manos de la Es-
paña católica el centro de gravitación y superioridad del poder, que hasta esta fe-
-102—
cha había estado en el imperio árabe, establecido en Andalucía y al norte de Áfri-
ca pero que desde que amaneció el 16 de julio de 1212, no volvió a al pueblo mu-
sulmán. Dotado D. Rodrigo, de superior espíritu de observación, nos ha conser-
vado los datos y notas tácticas suficientes para conocer la disposición estratégica
de ambos ejércitos (1) en esta famosa batalla; y siguiéndole, pero en resumen, va-
mos a presentar el cuadro de ambos campos. Estudio indispensable para abarcar
el desarrollo de la lucha.
La masa se distribuyó en tres macizas columnas, mandadas por los tres reyes.
La más potente, la del centro, a las órdenes de Alfonso de Castilla, escalonada en
esta forma. Guía a la vanguardia el más acreditado capitán de Castilla, Diego Ló-
pez de Haro, que a un lado, detrás, es seguido por el Conde Gonzalo Núñez, que
en su hueste conduce a los caballeros del Temple, del Hospital, de Uclés y de Cala-
trava; y por el otro costado, de los dos hermanos Rodrigo Díaz de Cameros y A l -
varo Díaz y Juan González con otros nobles. Alfonso va en la retaguardia, acom-
pañado del inseparable mentor de la empresa, D. Rodrigo, y de los demás Prela-
dos y gran número de magnates. La columna del lado izquierdo era guiada por el
bizarro y caballeroso Pedro, rey de Aragón, que en tres cuerpos distribuyó su tro-
pa, a imitación del monarca castellano: García Romero en la vanguardia, en el
centro Jimeno de Cornel y Aznar de Pardo, y en la retaguardia el mismo con sus
magnates, y con varios nobles flanqueó el costado colateral. La tercera columna,
que era la de la derecha, formábanla los navarros, al mando de su rey, del que
estampa D. Rodrigo estas excepcionales palabras y que con extrañeza universal
ha omitido la Crónica de Alfonso el Sabio: «El rey Sancho de Navarra, ilustre
por la especial prerrogativa de su valentía, marchaba al frente de los suyos, por
la derecha del rey noble, llevando a sus órdenes los concejos de Segovia, Avila y
Medina.» (2)
Hase escrito que se agregaron estos tres concejos castellanos a los navarros,
para dar mayor fuerza, porque era corto el número de éstos. No debe repetirse es-
te error. E l Arzobispo escribe dos veces en el capítulo, en que consigna la distribu-
ción del ejército, que conforme a lo acordado, en los cuerpos de Castilla y Aragón
se mezclaron concejos del reino de Castilla. Dice del ejército castellano: «En
cada una de estas haces había concejos de las ciudades, según estaba orde-
nado.» Y del aragonés escribe: «Llevó consigo también de los concejos de las
ciudades de Castilla.» (3) Recuérdese ahora que pasaban de treinta los con-
cejos de las poblaciones de Castilla, que iban en esta campaña. Luego en-
tre el ejército castellano y aragonés se repartían por lo menos unos treinta.
Al navarro le dieron pocos, y se los dieron con el fin, no de fortalecer su cuer-
po, sino en cumplimiento del acuerdo general establecido como el medio me-
jor para aprovechar los servicios de los concejos. Porque de no hacer así hubieran
sido una calamidad las fuerzas de los concejos, como se había palpado la víspe-
ra de la batalla. Pues vieron que ante los rápidos movimientos y escaramuzas de
las columnas delanteras de los moros se desorganizaban luego, como poco sóli-
das, ni hechas a peleas duras. Esta fué la causa para distribuir entre las columnas
de los tres reyes los concejos de Castilla. Por lo que el navarro escalonó entre sus
batallones los concejos citados en la misma forma que los otros dos monarcas,
como se lee allí. Vése que era grande de por sí la hueste navarra.
(1) En la carta a Inocencio III no se hace ni una indicación. En la de Arnaldo, Arzobispo, sólo in-
cidentalmente se ponen unas notas, que precisan ciertas indicaciones generales de D. Rodrigo. Kar-
tás y Selaui son los únicos árabes, que dan pormenores acerca de esto; pero muy escasos, y todos
confirman lo que escribe D. Rodrigo con más extensión y puntualidad. (2) Lib. VIII. c. 9. (3) Ib,
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Don Rodrigo describe la disposición de los musulmanes, empezando por el fon-
do. Allá, en el fondo, estaba la principal línea de inmesa y selecta muchedumbre
de infantes, colocados dentro y fuera de un palenque tortísimo, formado por esta-
cas, y ceñido interior y exteriormente por dos cordones de estos infantes, amarra-
dos entre sí por robustas cadenas, para hacer así infranqueable el palenque, im
posibilitando la fuga y haciendo necesaria la resistencia para no sucumbir. En lo
alto de la colina y en el centro de aquella línea, aparecía sentado el Miramamolín,
con la espada al costado, vestido de negra capa, que había pertenecido a Abdel-
mumem, fundador del poderío de los Almohades, con el Alcorán en la mano, y
asistido de la más brillante y encumbrada nobleza de su imperio. La segunda
hueste de Anasír estaba formada de almohades innumerables de aterrador aspec-
to, y de árabes veloces y temibles acometedores por su pericia y por sus rápidas
e inesperadas evoluciones en la lucha. Esta hueste de la segunda línea se extendía
por las estribaciones de las colinas hasta el llano, y se apoyaba en las vertientes
de otras colinas vecinas. La tercera línea se explayaba hasta las proximidades del
campo cristiano, y estaba formada de tropas ligeras y volantes, acostumbradas a
vertiginosos y caprichosos movimientos, cuyo objetivo claro es indescifrable, pero
es cierto que corriendo sin orden en evoluciones de un torbellino desconcertaban
al enemigo inexperto y poco sereno. Kartás eleva el número de combatientes de la
vanguardia árabe a 160,000. Será exageración, pero no bajaría de la mitad el cuer-
po o línea del centro: no lo veían los cristianos en el momeuto de lanzarse a la lid;
porque estaba diseminado en la llanada, oculta por ciertas colinillas de delante,
en que la vanguardia se movía.
Los tenues rayos de la aurora empezaban a dorar la lejana línea del horizonte
oriental, cuando, como preciosamente se expresa D. Rodrigo «todos los cruzados
cristianos a la par se lanzaron a los riesgos del combate, con las haces ordenadas,
alzadas las palmas al cielo, orientados los ojos a Dios, los corazones enardecidos
para el martirio, desplegadas las banderas de la fe, después de haber invocado el
nombre del Señor.» (1)
Y a la vez que las crecientes oleadas de la luz matinal disipan las sombras de
las crestas de los montes y colinas y de las profundidades de los valles, avanza el
compacto ejército, crecen las olas del valor y entusiasmo de los soldados al on-
dear de los tres estandartes reales, que inflaman los pechos de los cruzados con
las sonrientes y protectoras miradas, que María lanza desde sus brillantes sedas,
y hace latir el corazón de los valientes al compás de sus ondulantes movimientos
en los amores y esperanzas del cielo y del triunfo, para atacar arrebatadamente,
adelantándose a los moros, y cerrar con vigorosa iniciativa. Primero tuvo que des-
cender el ejército de la meseta, en que descansaba, para desembocar por un ba-
rranco contra el enemigo, (2) contra cuyas avanzadas chocó furiosamente con su
(1) Lib. VIII. c. 9. Según la relación de Vilches, coetánea de D. Rodrigo y atribuida al Arzobispo,
este Caudillo de la cruzada celebró la misa al rayar el alba. Es un error. (2) Francisco de Vilches
describe así la región de las Navas «Dividían los dos exercitos cristiano e infiel las Navas de Tolosa,
o de Losa, que son parte de la sierra, que es raya del reino de Toledo y Baeza. Son las Navas de To-
losa... unos llanos despejados de arboledas (esos llaman Navas en España) no del todo seguidos, si-
no cortados a las veces con quiebras y eminencias, que son frecuentes en la sierra. Extiéndense por
diez millas y algo más: todos están fortalecidos por la naturaleza y el arte. Tienen al septentrión una
cordillera bien seguida, que se levanta, de peñas y pizarras, sobre las demás sierras, a manera de mu-
ro, de que tomó el puerto el nombre Muradal. A l poniente muchos cerros y barrancos vestidos de ár-
boles con arroyos muy profundos... A sus entradas para Andalucía están por defensa los castillos de
Molosa y Tolosa, y una población antigua de este mismo nombre. A l mediodía otro monte prolonga-
doy no menos fragoso, en cuya cima se muestra el castillo de Magón. Y al oriente otras qniebras y
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gente el Conde Diego López de Haro, produciendo poco efecto provechoso en el
primer contacto, porque la muchedumbre, que formaba las primeras haces de los
agarenos, era de tropas ligeras y de las que por medio de vertiginosas y desarti-
culadas evoluciones, intentaban impresionar y desconcertar al enemigo. Por lo
que, mientras acometían los de la vanguardia cristiana del centro, y los demás
irrumpían ávidos de pelear, se limpió la avanzada de moros, que desaparecieron
sin dejar ni un cadáver en el lugar del primer choque. En este moviento primero
llegaron los cristianos a los bordes de varias colinas pequeñas, y a la orilla de un
valle; sitios todos ocupados por las tropas árabes sólidamente establecidas para
quebrar la pujanza cristiana, y cerrar el acceso a la línea principal, contra el cual
debía gastarse toda la fuerza de los cruzados para sucumbir al fin bajo sus armas
cuando la hueste enemiga toda a una se arrojara monte abajo, como un torrente
desencadenado y arrollador.
Fallaron los cálculos de los agarenos. Tan certeros e impetuosos acosaron a los
moros, que en esta línea ofrecieron obstinada resistencia, apoyados en sus exce-
lentes posiciones, que fueron rotos, y así avanzaron los cristianos, causando terri-
ble matanza; pues el filo de sus espadas devoraba a todos los que alcanzaba, pa-
ra ejecutar la guerra de exterminio, que se mandó hacer. (1) En pocas horas debió
terminar la primera fase de la batalla, tan feliz para los cristianos, hasta que per-
siguiendo a los fugitivos, que se ampararon en la línea principal, llegaron a las
faldas de la montaña más eminente, que reservaba para los cruzados horas de
áspera prueba y terribles emociones, y donde iban a resplandecer las altas pren-
das de valor, serenidad y consejo de D. Rodrigo.
Las vanguardias de las tres columnas cristianas llegaban fatigadas por el ince-
sante trotar y herir, y por los ardores del sol estival, que iba calentando la atmós-
fera, ya habítualmente de elevada temperatura en aquel clima meridional, cuando
en las postreras alas del monte, a la raíz del llano, chocaron marcialmente con la
más potente haz de Míramamolín quien, desde la cumbre, contemplaba, impávido
y repitiendo delante de su roja tienda las palabras: «Dios dijo la verdad y el de-
monio mintió» (2) el movimiento impetuoso de los cruzados. Estos, al iniciar vi-
gorosamente el ataque ascendente, viéronse repelidos fuertemente por los musul-
manes. Comenzaba la lucha terrible. No estaba formada esta línea árabe por la
incoherente y movediza gente de infantería y caballería de voluntarios de muchas
tribus y regiones, sino de guerreros almohades, sólidos y compactos, convencidos
de su superioridad, impertérritos por el hábito de vencer, que daban escasa im-
portancia a las ventajas, que hasta aquel momento había obtenido el enemigo.
Fuertes con este sentimiento de la superioridad, no dudando del triunfo, y con-
vencidos de que éste estaba más garantizado por la conservación del lugar estra-
tégico, que habían escogido muy a su sabor, se mantuvieron en su línea inmuta-
bles e inmóviles durante todas las peripecias desfavorables de la lucha, que hasta
entonces se había desarrollado. (3) La repulsión no produjo al pronto retroceso
en los cristianos; sino que se vieron detenidos en su ascensión, ya por la fatiga co-
mo «por los parages harto difíciles para el ataque, que iban subiendo» (4) y no to-
cerros, como los opuestos, y por remate el castillo de Ferral a la parte de Toledo, y el de Peñaflor, a
la de Baeza, y entre estos dos, el castillo de Losa (o Tolosa) junto al puerto de este nombre. Por me-
dio de estas Navas corre el camino principal, que entra por el puerto, pasa por Ferral...
(Santos de Jaén y Baeza.) p. 104. Cita de Mondejar, (Notas porter. al cap. CV) donde se ven más no
(icias. Más científica y extensa descripción hallará el lector en Huici, pero poco sintética.
(1) E l Narbonense y la carta a Inocencio III. (2) Qartás. Huici. p. 129. (3) Lib. VIII. c. 10.
(4) Ibi. Ibi.
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dos los asaltantes, sino algunos de ellos. «Entonces fuerzas de las haces centrales
de Castilla y Aragón, formando una sola hueste, se adelantaron a las primeras lí-
neas y se produjo allí una conmoción grande, llegando la cosa a un trance peli-
groso, por la incertidumbre del desenlace, de tal modo, que hasta hubo quienes, no
de los principales, que anhelaban salvarse, dándose a la fuga.» (1) Aun más «cierta
gente del reino de Castilla (los serranos) vuelven la espalda, lo mismo los jinetes
que los peones, de modo que casi todo el ejército, que estaba antes en la última
haz, excepto algunos nobles españoles y ultramontanos, parecía huir.» (2) La mis-
ma resistencia que la columna central encontraron las columnas colaterales del
ejército, que luchaban acérrimamente, hasta el punto que también algunos de ellos
tanto de la haz de los aragoneses como de la de los navarros, volviendo grupas,
parecían fugarse (3) Los agarenos peleaban con gran ardor, animados con el es-
trepitoso retumbar de sus tambores, (4) produciendo en toda la vanguardia, refor-
zada por los elementos de las segundas líneas cristianas, tan aplastante presión
que «de ninguna manera podían resistir.» (5) Momento en que debió considerarse
la primera haz de los cruzados deshecha, y abrumados por las cargas de los al-
mohades, decaían los caballeros del Temple y Calatrava, que peleaban en la se-
gunda haz. Momento pavoroso, en que parecía que la ola musulmana iba a envol-
ver y arrollar a la cristiana, rompiendo el equilibrio, que durante bastante tiempo
se había sostenido, creyendo ya los agarenos que suya era la victoria. (6)
La alarma en la última línea cristiana fué espantosa, sobre todo al ver que, por
las brechas abiertas en las dos primeras, se atrevían algunos valientes árabes a
penetrar hasta la tercera, y cruzar sus aceros. E l que más hondamente se impre-
sionó fué Alfonso de Castilla, quien situado en el centro de toda la retaguardia,
asistido de su indispensable inspirador y alentador, D. Rodrigo, seguía con zozo-
bra creciente aquella terrible lucha: veía rebotar en algunos puntos las filas cristia-
nas al chocar con la masa agarena, y retroceder un instante, mellado el valor de
algunos héroes; y vio a lo último, que no sólo los cuerpos no aguerridos, sino los
más fuertes y seguros guerreros, parecían retroceder. Lo que sobresalió su es-
píritu y le hizo concebir la espantosa idea de una catástrofe, que ya no estaba dis-
puesto a soportar otra vez con vida. Y se encendió más su sangre al observar «que
había allí mismo (7) gente de tan cobarde y vil sentimiento, que no les importaba
ni el decoro de lo que convenía» dando esto lugar a esos arrebatos y diálogos
más populares de la historia española, que nos ha conservado D. Rodrigo. Porque
dominado ya de un sentimiento de dignidad y valor, y como intentando alentar a
todos, Alfonso, oyéndolo todos, dijo ai Arzobispo Toledano: «Arzobispo, yo y vos
muramos aquí.» Mas le contestó éste: «De ninguna manera, antes bien aquí mis-
mo venceréis a los enemigos.» (8) D. Rodrigo veía mejor las cosas que el genera-
lísimo de los guerreros cristianos en aquellos tenebrosos instantes de la lucha.
No había razón para semejante desesperación porque «aunque los serranos y aca-
so otros muchos huían, la última fila estaba firme...» (9) Y conociendo D. Rodrigo
exactamente que aquel movimiento de flujo y reflujo no era tan grave, procuró
inspirar calma y confianza en el ánimo del Monarca, cuyo corazón se enardeció
más, y mandó a todos los asistentes a entrar precipitadamente en la pelea, dicien-
do: «Apresurémonos a socorrer enseguida a los que están en peligro.» Y espo-
(1) Ibi. Ibi. (2) E l Narbonense. (3) Lib. VIH. c. 10. (4) E l Narbonense. (5) Carta de Alfon-
so VIH. (6) Marráquexi. Anónimo de Copenhague. Qartás-Selani en Huici. Apéndices. (7) D. Ro-
drigo que la llama «de plebeya vileza» no la señala más distintamente. Lib. VIH. c. 10. (8) Autores
hay que atribuyen este lenguaje de Alfonso a desaliento, desesperación y atolondramiento. (9) E l
Narbonense.
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leando a su corcel, precipitóse con todo su corage contra las audaces masas ene-
migas sin reparar en el peligro a que su ardor ciego le conducía, mientras Gonza-
lo Rodríguez, con sus hermanos, corría más velozmente a los puestos más avan-
zados. Un valiente caballero, gínete habilísimo, Fernando García, contuvo al mis-
mo rey, aconsejando que con orden acudiera al socorro. (1) Porque metiéndose
tan acaloradamente y no guardando el puesto y el orden, que en la dirección de
la tropa le correspondía, Alfonso, iba a producir una gran perturbación en todo
eí ejército. No cejó el valiente monarca, y rápidamente volvióse a D. Rodrigo, que
con igual valentía le seguía sobre el caballo, llevando delante la cruz primacial,
como siempre; e inquiriendo el rey su parecer y consentimiento le dijo: «Arzobis-
po, murámonos aquí. Porque en tal momento una muerte semejante no deshon-
ra, sino que es gloriosa.» Respondió D. Rodrigo lleno de valor y confianza ratifi-
cándose en su genial previsión, y asociándose heroicamente a la magnánima de-
cisión del rey de Castilla: «Si a Dios place, no la muerte, sino la corona de la
victoria nos ciña; si otra cosa pluguiere a Dios todos estamos dispuestos a mo-
rir unidos con vos.» Y el Arzobispo, para alejar la sospecha de que las palabras
del rey pudieran ser hijas del atolondramiento, nacido de aquel lance crítico, aña-
de luego: «Atestiguo delante de Dios, que en todo esto, el noble rey no se inmutó,
ni en cuanto al rostro, ni en cuanto al gesto ni en cuanto a la voz, antes estaba
resuelto a morir o vencer, como un león impertérrito, varonil y tenazmente. (2)
Tras este diálogo, Alfonso, no pndiendo soportar más el peligro de las primeras
líneas, dando ejemplo de valor, movió toda la retaguardia, y fiera y velozmente
llegó hasta el terrible palenque, con la ayuda de Dios, abatiendo y destrozando a
los embravecidos agarenos, que colocados entre el inmóvil y heroico cerco, qne
custodiaba a Miramamolín, y las masas atacantes de los cruzados, tenían que ven-
cer o morir, peleando desesperadamente; y delante de Alfonso, en medio de los va-
lientes cristianos, que iban deshaciendo con carnicería las haces moras, que se re-
sistían, iban flotando los estandartes de Castilla, alegrando a los combatientes,
que veían siempre avanzar hasta tocar el palenque, a aquella enseña de la patria,
demostrando así que se triunfaba. Y todavía animó y alegró más al rey y al ejér-
cito el ver que la enseña de autoridad y combate del Arzobispo de Toledo, D. Ro-
drigo, que descollaba con los suyos entre los héroes en aquella hora, atravesaba
ilesa las huestes agarenas, y que colocándose en medio de los luchadores, se man-
tenía milagrosamente firme en el mismo lugar.
En efecto, la cruz primacial del Arzobispo de Toledo, llevada por el canónigo
toledano, Domingo Pascual, que años después fué Primado de España, ante su
propio Señor y Caudillo, atravesó las filas musulmanas y situóse en un lugar es-
tratégico del combate, y allí se mantuvo ilesa y enarbolada hasta el fin de la ba-
talla. (3) D. Rodrigo, seguido de los demás Prelados, dirigía allí mismo sus gentes
(1) Lib. VIII. c. 10. (2) E l doble diálogo de Alfonso VIII y D. Rodrigo, que hemos relatado, está
con más pormenores en la traducción de la historia del Arzobispo, atribuida al mismo,
«Et dixo el rey don Alfon: Arzobispo don Rodrigo et vosotros Obispos, mal dia es oy para mi et
para la cristiandad. Nunca fues yo nacido: que seré vencido: oy se pierde toda Espanna. Todos co-
menzaron de lorar con el, et para contentarlo dixoles. Varones, oy aqui muramus todos: non veamos
perdido Espanna. Non se de ninguno a prisión; antes se mate si non avier que lo quitar; que yo así
tare, amigos et vasallos. Entre todos dix el Arzobispo: Sennor si a morir fuera, todos irán con vosco
a parayso; que nin queremos morir nin vivir sinon con vos, et por eso son todos aquí. Mas seet seguro
et non temades, que es este nuestro día et oy venceredes et ganaredes precio.... Crónica, cap. XC1V,
y XCV.»
He copiado este trozo para hacer ver que no puede ser de D. Rodrigo una traducción y ampliación,
en que se patrocina el suicidio, y se atribuyen a Alfonso VIH tales sentimientos. (3) Lib. VIH. c. 10.
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heroicamente. Los agarenos por su parte insultaban y atacaban con piedras y fle-
chas la cruz y las imágenes de Jesús y María, que estaban en las enseñas reales,
procurando derribarlas al suelo, mofándose de ellas con afrenta, (1) lo cual infla-
mó más el ardor de Alfonso y de su tropa, que desde ese momento todo lo iban
arrollando y aniquilando.
Los otros dos reyes por su lado habían realizado para entonces, con el acom-
pañamiento de sus retaguardias, igual hazaña que el de Castilla, como cuenta el
Narborense en su relación. Pero como no estaba D. Rodrigo al lado de ellos, ni se
esmeró en consignar con igual equidad los hechos y las peripecias hazañosas de
los aragoneses y navarros, no tenemos los mismos apetecidos pormenores de las
heroicidades que las dos alas colaterales realizaron, ni las palabras de valor que
los dos soberanos hicieron volar por sus huestes para que éstas, aunque inferiores
en número, llegaran a dominar y estrellar contra el palenque marroquí las dos
haces musulmanas, que tenían enfrente, sin pasar por los espeluznantes desmayos
y decaimientos desesperantes, que atravesaron las dos líneas primeras de los cas-
tellanos. Las dos alas cristianas, con más aplomo y energía, con menos ondulan-
tes vacilaciones, sin fugitivos que desorganizaran y comprometieran el valor de
los escuadrones aguerridos, acorralaron y amarraron las rocas indómitas y mor-
tíferas de las robustas haces sarracenas. Por eso los ecos tradicionales, al través
de los tiempos, no han cesado de proclamar el mérito extraordinario del movi-
miento convergente arrollador de los navarros y aragoneses, movimiento decisivo
que aplastó y quebrantó las energías árabes, y que facilitó la opresión total de las
mallas, que en la curva correspondiente a la columna de Alfonso VIII, reacciona-
ban con más amplitud y audacia, y producían más dolorosas pérdidas; pues en
esta columna se contaron las graves que se lamentaron entre los caballeros de
las órdenes militares. Y esos ecos están corroborados por las explícitas, aunque
resbaladizas aserciones de D. Rodrigo, quien, refiriéndose ciertamente a ese mo-
vimiento envolvente de ambas columnas colaterales, dice así, «cómo de los
aragoneses, Jimeno Cornel con su escuadrón corrió a salvar las primeras haces
de los suyos, a la vez que García Romero y Aznar Pardo con los magnates de
Aragón y Cataluña deshicieron magníficamente las fluctuaciones del comba-
te.» (2) Y de los navarros, distinguiendo perfectamente las dos partes de la ba-
talla en que brillaron, escribe. «Cómo la belicosa agilidad de los navarros se opu-
so a la resistencia de la pelea, que los moros hicieron, y persiguió a los fugiti-
vos.» (3) E l Arzobispo D. Rodrigo celebra en esta frase la acometividad victoriosa
de los navarros, que entre los demás combatientes se distinguen por su caracterís-
tica acción arrolladura contra la resistencia agarena. De esta manera las tres co-
lumnas de los tres reyes fueron empujando cuesta arriba las huestes musulmanas
y estrechándolas y arrinconándolas contra el palenque de hombres y cadenas, en
cuyo interior se encontraba la flor de los dignatarios y magnates del imperio al-
mohade, los cuales tenían en el centro a su Miramamolín, trémulo e iracundo, for-
mando entre todos el último y el más formidable baluarte para detener y destruir
el ataque cristiano.
Pero tampoco este baluarte podrá salvar ya al poderío musulmán. La potente
(1) Carta de Alfonso. (2) Lib. VIH. c. 11. (3) Qualiter navarrorun bellícosa agilitas belli ins-
tantice se objecit et persequuta sit fugientes. (Ib. id.)
Este es el texto histórico, que sugirió la idea de que la fuerza navarra, por la tenacidad de su firme
resisteneía, provocó el desaliento de los moros, los forzó a la desbandada y decidió la acción. Enten-
ado con la deb,da restricción parece innegable, y no merece el calificativo de patraña, que Huici le
aplico. (57 nota) En sentido universal y absoluto tampoco lo admitimos.
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rosca semicircular del ejércto cruzado embiste con prodigioso valor la maravillo-
sa fortaleza de héroes sarracenos, creada para la seguridad de Anasir, después
de sacrificar las haces sueltas, que en su movimiento envolvente y arrollador ha
aprisionado contra el palenque, mientras otras colocadas por los flancos, huyen
desalados a la desbandada por la opuesta vertiente de la planicie para librarse
del acosador hierro cristiano.
Estamos en el lance supremo. El semicírculo atacante de la hueste cris-
tiana ha hecho presa sangrienta y feroz en el palenque moro, cercado por gruesas
cadenas y fuertes estacas, a las que están atados fornidos y corpulentos atletas (1)
entre si engarzados por mallas inquebrantables, con el fin de que con sus podero-
sos aceros destrocen las filas, que osen embestirlas. Pero no hay fuerza que pueda
resistir la mortífera presión aplastante y rápida del centro y flancos de los reyes
de Castilla, Aragón y Navarra. Ante sus golpes mortales caen los atletas moros,
cruje el palenque, y por todos los lados a la vez comienza a derrumbarse al com-
pás de la caída en el suelo de los examines cuerpos de los agarenos amarrados
por las cadenas. Augurio de glorioso triunfo: por las brechas abiertas, se ven pre-
cipitarse torrentes de héroes cristianos, para lanzarse sobre el trono de Mirama-
molín, después de ensangrentar sus armas en aquella selecta escolta de árabes
más aguerridos, nobles y poderosos del imperio marroquí, dispuestos a sucumbir
en defensa de su príncipe y de sus ideales. Entre las columnas ínvasoras se desta-
ca por su valor, por los estragos más terribles, que produce, por su gigantesca es-
tatura y por haber roto el primero el palenque, el hercúleo Sancho el Fuerte de
Navarra, seguido de sus ardorosos caballeros navarros. (2)
Para este momento el pánico se había derramado entre los sarracenos, y todos
se daban a fuga despavorida. Escribe D. Rodrigo: «Al llegar (el ejército cruzado
al palenque) aquella hueste admirable e innumerable multitud, que se había man-
tenido hasta entonces harto inmóvil, y resistía inexpugnable a nuestros asaltos,
atacada por la espalda, puesta en fuga, derrotada por las acometidas, volvió las
espaldas.» (3) Al verse clara la derrota, quien inició veloz fuga fué el mismo empe-
rador marroquí con toda la plana mayor. Durante la lucha horas enteras se man-
tuvo impávido, repitiendo jaculatorias alcoránicas, sin ceder, en el momento en
que las lanzas cristianas devoraban todas las avanzadas, a las excitaciones de fu-
ga de su propio hermano Zeít Abozecri para que huyese del campo de su ignomi-
nia, hasta que vio que desaparecía el gran vallado de madera, hierro y valientes en-
cadenados para detener la hueste victoriosa. Entonces montó consternado sobre
un corcel de varios colores, y acompañado de cuatro caballeros, voló a Baeza,
donde le interrogaron los beacenses, qué debían hacer. Les contestó: «No puedo
tener consejo ni para mí ni para vosotros.» Mudó allí de caballería y en la misma
noche llegó a Jaén. (4)
Mientras así huía Miramamolín se consumó el último acto de la segunda parte
de la batalla, con horrible mortandad de los defensores del palenque destrozado,
penetrando ardorosamente, dice el Toledano, «los aragoneses por un flanco, los
los castellanos por el suyo y por el suyo los navarros.» (5) Y los victoriosos asal-
tantes se adueñaron velozmente de la cima espaciosa del monte, y paráronse a
contemplar aquel anfiteatro de inmensa mortalidad, en el cual, según dice
(1) Dice Rodrigo: Statura proceri, pinguedine dilatad, (ut sup.) (2) Sancho de Navarra perpe-
tuó su inmortal hazaña dando a su reino las cadenas conquistadas por escudo. Como por diversos
puntos se abrieron otras brechas por otros héroes poco después, por eso se les atribuyó también esa
gloria. (3) Ub. VIH. c. 10. (4) Lib. VIH. c. 10. (5) Id. id.
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Don Rodrigo: «Apenas podíamos transitar sin peligro, aun montados sobre
robustísimos caballos por medio de los cadáveres de los agarenos.» (1)
Tal espectáculo, tal triunfo, tal conjunción de las tres columnas victoriosas con-
vergentes en la plana cumbre de la montaña, hasta aquel punto ocupada por el
más poderoso soberano del mundo en aquella época, defendida por la flor de los
adalides y soldados del pujante poderío almohade, pero ahora abatido y destro-
zado, produjo una suspensión, una pausa imponente de gozo, de estupefacción,
de éxtasis en todos los espíritus, que aparecían embargados por la magnitud de
la hazaña, hallándose el más absorto el mismo Alfonso. Mas el gran D. Rodrigo,
que dominaba a todos con su ascendiente, dirigiéndose noblemente al rey de Cas-
tilla, exclamó: «Recordad el favor de Dios, que ha suplido todos vuestros defectos
y os ha librado hoy del oprobio, que os cubrió algún tiempo. Recordad también a
vuestros soldados con cuyo auxilio habéis conquistado tan grande gloria.» (2) Tan
hondamente se grabaron entonces estas y otras palabras, que en el mismo sentido
pronunció D. Rodrigo, en el ánimo del rey de Castilla, que desde este día todos los
documentos reales de importancia los terminó, recordando esta fecha e indicando,
que en ese día con la ayuda de Dios y el auxilio de sus vasallos, venció a Mira-
mamolín y su gran ejército; cláusula, que veremos muchas veces, y que sin duda
D. Rodrigo, como canciller Mayor, mandaba poner, para satisfacer la piedad y
gratitud de su rey, en los documentos que se expedían.
Terminada esta vigorosa alocución, el Arzobispo excitó al rey y a todo el ejér-
to allí presente a dar gracias a Dios; y rodeado de los Obispos de Castilla, Tello
de Palencia, Rodrigo de Sigüenza, Meriendo de Osma, Domingo de Plasencia y
Pedro de Avila, y todo el resto del clero secular y regular, teniendo por templo la
dilatada llanura de las Navas de Tolosa, por teatro el campo de gloria, por bóve-
da el azulado cielo de Andalucía, por música los cálidos latidos de millares de co-
razones creyentes, por dosel las irradiaciones áureas del sol resplandeciente, y
por oyente al Dios de los ejércitos, que con infinita misericordia y señalados por-
tentos acababa de conceder la victoria, el Metropolitano de Toledo, campeón sin
par de la empresa, entonó con voz trémula y solemne, el canto triunfal de gratitud
de la Iglesia de Cristo: Te Deum laudamus. Te Dóminum confítemur, que prosi-
guió modulando, versículo por versículo, aquella hueste gloriosa, bañada en sudor
por la lucha, teñidas en sangre sas armas, abrumados los brazos de herir, blandos
los corazones por las emociones de la devoción, efusivos los pechos por la expan-
sión del gozo, brotando torrentes de armonía para conmover al cielo con las ele-
vaciones ardientes del sublime cantar. No encuentro en toda la historia un mo-
mento tan singular, y tras un triunfo semejante, un cuadro tan grandioso, tan
completo, tan inenarrable, tan realzado por la novedad, grandeza y solemnidad
de tan inauditas y maravillosas circunstancias. La religión de Cristo transporta
así las masas humanas de las transitorias grandezas terrenas a las imperecede-
ras y celestiales, eslabonando con su virtud transformadora lo temporal con lo
eterno, los latidos pasageros y fugaces del corazón con los inmutables e inmor-
tales amores de la vida perpetua y divina.
He dicho que este canto fué una suspensión, una pausa, en el momento culmi-
nante del triunfo, en el instante de tomar con el aniquilamiento total del enemi-
go el baluarte potentísimo de la defensa. Pero ni la pausa fué de todos, ni duró
mucho en los que la hicieron. La tercera fase de la batalla estaba iniciada. Una
parte de los combatientes, los navarros y los aragoneses en su mayoría conti-
—110-
miaron persiguiendo a los moros fugitivos, que se habían dispersado por los co-
llados, y hondonadas vecinas en dirección de Vilches y Baeza. Eran los cuerpos
más expeditos y homogéneos para la certera y veloz acometida de la gente fugiti-
va- y por eso D. Rodrigo ensalza la agilidad rápida y belicosa de los aragoneses y
navarros en perseguir a los que huían. (1) Y del modo de dirigir la palabra del
mismo en el momento del Te Deum se deduce que no se hallaban presentes Pedro
de Aragón y Sancho de Navarra. Sino hubiera aludido a ellos. Expresamente
dice el Narbonense que no se interrumpió la batalla, sino que prosiguió: señal de
que mientras el cuerpo del ejército castellano en su mayor parte inundaba el cam-
po conquistado de alabanzas a Dios y de «lágrimas de devoción» (2) que rodaban
por aquellas mejillas tostadas y empolvadas, las fuerzas de las otras haces, guia-
das por sus reyes, acosaban y exterminaban a los fugitivos.
Terminado el Te Deum, los castellanos se lanzaron de nuevo contra el enemigo.
«Concluido este acto, los nuestros, no queriendo poner límite al favor de Dios, en
todas direcciones persiguieron a los enemigos infatigablemente, hasta el ocaso del
día» (3) Era todavía temprano: lo más, las tres de la tarde, ya que algunos pelo-
tones de combatientes de caballería pudieron recorrer distancias de cuatro leguas,
(4) y estar en el campamento al oscurecer. (5) E l espíritu de los cruzados era ele-
vadísimo. «Pues de tal modo la gracia preveniente de Dios había armado a todos
que de cuantos se veía que valían algo, ninguno apetecía otra cosa, o padecer el
martirio o alcanzarlo.» (6) Sólo las bandas de pobres, que rondaban y hampaban
en torno de la tropa, se metieron a expoliar de sus vestidos a los hacinados tron-
cos del palenque, cuando los cruzados se lanzaron contra los fugitivos. (7) Ade-
más pequeñas cuadrillas de infantes y algunos caballeros aragoneses codiciosos,
quedaron rezagados en el campo árabe cuando pasaron como torbellinos las co-
lumnas perseguidoras, y recogieron dinero y objetos preciosos de tienda en tien-
da. (8) E l ejército, despreciando todos los despojos de las tiendas, persiguió
a los derrotados, que huían desalados, creyéndose en su fanatismo fatalista
más víctimas de Alá que de los hierros cristianos. (9) Durante aquellas horas de
la tarde recorrieron en todas direcciones las columnas vengadoras el espacio de
cuatro leguas, que separaba Vilches del campo de batalla, (10) devorando con sus
armas «en el alcance más que en la misma batalla». (11) Entonces se comprobó y
aplaudió la atinadísima previsión de D. Rodrigo en fulminar la excomunión ipso
facto contra todos los que, antes de terminar la batalla, de detuvieron en el cam-
po de la victoria para recoger despojos. Fué la causa principal de que todos los
capitanes con sus fuerzas corrieran tras los vencidos, sin hacer caso a lo que ex-
citaba la codicia. (12).
Don Rodrigo fué también uno de los caudillos, que valientemente siguieron com-
batiendo, pero no dice si al lado de Alfonso, o mandando sus propias fuerzas.
Sólo dice que se recogió al campamento al mismo tiempo que los demás a des-
cansar. Escribe después de referir la lucha de la tarde: «Y así, acabadas felizmen-
te estas cosas, descansamos, fatigados, en las tiendas de los agarenos, cerca ya
del ocaso del sol, harto gozosos por la alegría de la victoria, no habiendo faltado
nadie de los nuestros en el campamento, fuera de los servidores, que se fueron al
campamento de la noche anterior, para transportar los bagajes.» (13) Hora de des-
cansar era y podían hacerlo con gran satisfacción. Desde la media noche, algo
(1) Lib. VIII. c. 11. (2) lb.c.10. (3) Lib. VIH. c. 10. (4) El Narbonense. (5) Lib. c. 11.
(6) Ib. id. (7) Ibf. c. 10- (8) Ib.c. 11. (9) Lib.V111.ll. (10) Ib. c. lO.-Narbonense. (11) Car-
ta de Alfonso. (12) Lib. VIH. c. 11. (13) Lib. VIH. c. 11.
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caída, hasta las nueve de la tarde, hora del sol en el ocaso, había realizado el ejér-
cito cristiano hazañas inmortales.
Con la sola inspección del campamento árabe, que se escogió para alojamiento
de la noche del triunfo, se demostraba la magnitud de la victoria. D. Rodrigo con-
signa las pruebas siguientes del poderío del enemigo, de sus preparativos y de su
riqueza, en esta forma: «Tan grande fué la multitud de agarenos, que hubo en el
campamento, que apenas pudimos ocupar la mitad del espacio. Los que en el cam-
po quisieron robar, hallaron muchísimas cosas, oro, plata, vestidos preciosos, ro-
pas de seda y otros adornos preciosísimos, como también mucho dinero y vasos
preciosos... E l hombre de más sutil discreción apenas podría apreciar el valor de
los camellos y de otros animales, junto conlas vituallas, que allí se encontraron...
Lo que a duras penas se puede creer es, aunque es verdad, que en aquellos dos
días no hemos quemado para todas las necesidades otra leña, que las astas de
lanzas y saetas, que habían traído los agarenos; y en aquellos dos días no pudi-
mos consumir la mitad, aunque de industria, no sólo para la lumbre necesaria,
sino para quemar aquella cantidad, se hacía fuego.» (1) E l Narbonense tiene este
dato elocuente. «Encontráronse igualmente en tres o cuatro puntos tantas arqui-
llas llenas de saetas y cuadritos que muchos opinan que no bastarían dos mil ani-
males de carga para llevarlas.» Y en la carta de Alfonso hay entre otras cosas,
ésta. «Tanta cantidad de víveres, armas, caballos de guerra y otras bestias se ha-
lló allí, que tomando cada uno cuanto quiso, todavía dejaron más de lo que se lle-
varon, después de abastecerse la tropa de la falta de provisiones.»
La hecatombe de los árabes patentiza más la magnitud de la victoria. Fué la
mayor que ha habido en los campos de España, y en la historia de la nación es-
pañola.
Voy a colocar los testimonios escritos según el orden cronológico en que se re-
dactaron. La carta dirigida a Inocencio III (1212) dice: «Murieron en la batalla de
su parte más de cíen mil soldados, según cálculos de los sarracenos, que después
hicimos prisioneros.» Dice el Narbonense. «Mataron tantos en la batalla y des-
pués de ella, que subieron los muertos a más de sesenta mil.» Alberíco escribe:
«Murieron de ellos cien mil.» Alfonso VIII en la carta de donación de Alcaraz a
Don Rodrigo (1213) dice que murieron de los moros casi docíentos mil caballeros.»
Lo mismo repite San Fernando en la confirmación de esa donación (1219) (2) Don
Rodrigo dice en su historia (1243) que murieron doscientos mil árabes. (3) Los dos
árabes más próximos a la fecha no precisan el número de las pérdidas, pero dan
a entender que fueron grandes, por el estrago del ejército. En el Anónimo de Co-
penhague se lee de resbalón, que los cristianos se reunían para la guerra «como
langostas por el número y por el daño, que habían de hacer» que el día fué «de
estrellas aciagas» y que «no tuvieron valor las vidas». (4) Marráquexí,',después de
aseverar que a la firmeza y constancia no igualada de Miramamolín se debió, que
no fuera «exterminada o cautivada toda aquella multitud» añade que fué ésta «una
gran rota» agregando más abajo, que la calamidad de Ubeda fué más grave que
la derrota de Hisn-el-Ugab» (Navas de Tolosa, que los árabes denominan en esa
forma). (5) Y como el autor musulmán dice que las pérdidas de la toma de Ubeda
entre muertos y cautivos son tan grandes, y según los cristianos no pasaron de se-
senta mil, Huici ha querido sacar partido en favor de su teoría restriccionista del
número de las pérdidas en contra de los cronistas cristianos. Argumento especio-
(1) Lib. VIH. c. 11. (2) Lib. priv. 11. f. 191-192. Memorias. 277. (3) Lib. VIH. c. 10. (4) Huici.
p. 120. (5) Id. p. 122.
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so y sofístico. La gravedad la aprecia el árabe en consideración a la consolida-
ción del poder cristiano, allende Sierra Nevada, en las entrañas de Andalucía.
No dice palabra del número de muertos: y además es eso una apreciación perso-
nal aislada, de que no participa ningún historiador amigo ni enemigo; y los histo-
riados de su raza, que escribieron después de liquidado el enorme decaimiento
producido en el imperio islamita, por efecto de esa campaña, no se fijan en la gra-
vedad de la baja causada por la pérdida de Ubeda con sus defensores, sino en el
enorme desequilibrio producido por la gran pérdida de las Navas. Kartás y Maga-
ri llegan a elevar las pérdidas a la fantástica cifra de mil por uno, siendo los tota-
les seiscientas mil. (1) En resumen, dejando otras citas, que no varían la conclu-
sión, hay que admitir, que los árabes muertos pasaron mucho más allá de cien mil,
crifra que quisiera bajar el crítico navarro Huici en un tanto por ciento en contra
de la invariable uniformidad de los autores contemporáneos. La cifra 100.000 la
considero como mínima cuando estudio el desarrollo y el desenlace de la triple
fase de la batalla, exactamente expuesta en las páginas anteriores.
Colmó el júbilo más completo del ejército victorioso la revista de las tropas, que
no tenían que lamentar más que insignificantes pérdidas, gracias a la protección
prodigiosa del Altísimo. «Del ejército del Señor (cosa que se puede decir dando
muchas gracias a Dios y que se puede creer sólo por el milagro) apenas murieron
de 25 a 30 cristianos.» (2) «De los nuestros apenas faltaron 25.» (3) «Y cosa prodi-
giosa, según creemos, de los nuestros no murieron 50.» (4) «De los cristianos ha-
bían ya sucumbido muchos, pero después que se sacó el estandarte de la Virgen,
apenas murieron 30 hombres.» (5) Este texto inspira al ya citado crítico la idea de
distinguir los muertos de dos fases de la batalla; (6) antes y después de roto el pa-
lenque. Antes, en aquellos apurados flujos y reflujos, que todos los autores citados
describen con pavor, llegando a confesar D. Rodrigo, que una parte de los enemi-
gos «hacían grandes daños a los cristianos.» (7) Y se inclina Huici a sostener por
esto que, en esa fase, hubo «varios cientos y aun más de mil o dos mil» muertos,
«número pequeño, dado lo enconado de la lucha y la cifra total de los combatien-
tes y muertos de ambos ejércitos.» Mas no ha reparado Huici que la clausula «et
lidiaron et fizieron gran danno en los cristianos» es una añadidura de la Crónica
General de Alfonso el Sabio. En el texto latino de D. Rodrigo no hay palabra de
eso. Este es uno de los muchos motivos para advertir a los eruditos, que no deben
estudiar ni citar a D. Rodrigo por la versión de su historia contenida en la alega-
da Crónica. En muchísimas ocasiones trunca o adiciona los textos, y en otras
más, interpreta y traslada las sentencias y las frases del sabio Arzobispo ya im-
perfecta, ya desfiguradamente. El que entienda el latín, cotejándolo en cada capí-
tulo, se convencerá. El crítico concluye: «Y si D. Rodrigo es, como parece, el autor
de la carta al Papa, quedan reducidos los testimonios a los dos Arzobispos, que
escribiendo al capítulo general del Císter, se veían obligados, aun sin darse cuen-
ta, a hacer una relación edificante, y quizá entendían, como Alberíco, aunque no
lo hacían constar, que sólo tuvieron de 25 a 30 muertos, después que se declaró
la victoria por las armas cristianas.» (8) Mas el caso que finge el escritor francés,
(1) Huici. p. 61 y 130. (2) Carta de Alfonso VIH. (3) Lib. VIH. c. 10. (4) E l Narbonense.
(5) Abberíco. En Huici. p. 182. (6) Huici. p. 63-65. (7) Lib. VIH. c. 9. (8) Huici. p. 65. Choca
en este erudito e inteligente autor el criterio distinto con que en este punto redacta su obra para de-
fender su ingeniosa hipótesis. En la redacción general sólo admite el valor de los textos contemporá-
neos y desecha las noticias recogidas por autores de siglos posteriores, y sin embargo en la nota ci-
tada acumula las que se hallan desperdigadas en los autores pertenecientes al siglo XVI y XVII, con
el objeto de apoyar su opinión particular. Es imposible inferir conclusiones lógicas y fundadas con
normas tan opuestas sobre un mismo punto.
—113—
8
Alberico, es contrario a la narración de los dos Arzobispos de Toledo y Narbona.
Refiere aquel que al desplegarse el estandarte de la Virgen de Rocamador, que lle-
vaban devotamente, los escuadrones franceses, los cristianos se arrodillaron ante
la sagrada imagen, y en el acto su aparición determinó una milagrosa victoria.
Por lo tanto la distinción de los dos tiempos de la lucha y la mortandad distinta
de cada uno no tienen otro origen que la invención popular u otra fuente fantásti-
ca, de que se hizo eco Alberico, treinta años más tarde de la batalla de las Navas
de Tolosa.
Los que miran de reojo el elemento sobrenatural en los sucesos históricos han
hallado pretexto para tildar de crédulo a D. Rodrigo en la narración de tres acon-
tecimientos, que el Arzobispo cuenta como prodigiosos. E l primero, el recorrido
triunfal de la cruz de Cristo por entre las haces enemigas, sin lesión de la cruz ni
del crucifero, el cual se mantuvo ileso en la linea enemiga, junto a la defensa del
palenque «sin los suyos, hasta el fin de aquel ataque, según le plugo a Dios.» (1)
Segundo, «que los agarenos. siendo de procer estatura y gruesos, y estando en el
suelo sus cuerpos destrozados y desnudos, con todo, en todo el campo no se po-
día hallar señal alguna de sangre.» (2) Tercero, el corto número de muertos del
ejército cruzado. Puede ser que en ninguno de los tres casos haya dado el sentido
real de milagro el Arzobispo; pero hay que reconocer ante todo con el propio Don
Rodrigo que «el Dios omnipotente dirigía este negocio con especial providencia.»
(3) Créase al sabio probo y veraz.
Bajo los resplandores de un sol indeficiente de gloria tendióse a descansar el
ejército de Cristo en el campamento, que la noche anterior había ocupado su ene-
migo. De los héroes, que ahí reposan al oreo refrigerante de las auras tibias de la
noche del 16 de Julio de 1212, escribe esta épica alabanza D. Rodrigo: «Si quisiera
contar las grandezas de cada uno, primero desfallecería mi mano escribiendo que
faltaría materia para contar; pues todos anhelaban por la inspiración de la gracia
padecer o alcanzar el martirio.» (4)
Pasó en el mismo campamento el martes, 17, registrando las tiendas, recogien-
do el inmenso botín, allí abandonado, y saliendo del circuito bandas de codiciosos
se entregaban al pillaje, mientras otros recogían armas y animales de combate y
carga, esparcidos en un recinto de más de 50 kilómetros de circunferencia. En es-
te día cada uno cosechó cuanto pudo, lo mismo los reyes que los caballeros, la
soldadesca y toda gente allegadiza no guerrera, a diferencia del día precedente,
en que, unos pocos no tuvieron escrúpulo de incurrir en la excomunión. Es absur-
do el suponer, sin fundamento alguno, que los infractores del anatema lanzado
por D. Rodrigo contra los que, durante el combate se entregaron al pillaje, lo hi-
cieron por no reconocer la jurisdicción espiritual del Arzobispo sobre ellos. (5)
Ningún autor presencial, ni coetáneo alega tal razón, ni podía alegarla, pues era
cosa indiscutiblemente aceptada la autoridad de D. Rodrigo, como jefe único espi-
ritual de la cruzada, conforme al uso corriente de organizarse las cruzadas del
Oriente y Occidente. Si tal razón hubiera existido, lo mismo hubieran hecho los
navarros y demás extranjeros. Los indisciplinados obraron por codicia. Tampoco
tiene fundamento el dicho de muchos escritores, de que Alfonso de Castilla no
quiso tener parte en el botín, sino que se lo dejó a los guerreros extranjeros. Son
tales cosas cavilaciones de un calenturiento afán de aureolar la figura del monar-
ca castellano con todas las prendas, que pueden sublimar más la memoria de un
personaje. Ya lo hubiera pregonado nuestro Arzobispo, que llegó a escribir de su
(1) Lib. VIII. c. 10. (2) Id. id. (3) Lib. VIII. c. 6. (4) Lib. VIH. c. 11. (5) Huici. p. 68.
-114—
aconsejado monarca la exageración de «que se pudiera decir de él: Este tiene más
valor que todos nosotros tenemos.» (1) Ni una palabra dice respecto de eso, y sólo
advierte que todos pelearon varonilmente hasta la noche, sin seguir el ejemplo de
los aragoneses indisciplinados, obedeciendo el decreto de excomunión del Arzo-
bispo de Toledo. (2)
El 17, la hueste se congregó nuevamente, al terminar el día, para pernoctar en
el mismo campamento, siendo la causa de la demora la golosina del botín en
unos, el grave cansancio en otros, apesar de que tenían que estar muy mal para
aquellas horas por la putreíacción y el hedor de los cadáveres esparcidos e inse-
pultos, que circuían el campamento, inquietando a los hombres reflexivos el peli-
gro de que, por el emponzoñamiento de la atmósfera, pudiera estallar alguna pes-
te: y por eso extraña mucho que los caudillos difirieran la partida para elidía si-
guiente, que era el tercero después de la batalla.
Pero antes de la partida, el lector fórmese la idea exacta de la situación del
campo de batalla de la famosa jornada de 16 de julio de 1212. Al través de los si-
glos se la dislocó notablemente en las relaciones históricas y en la tradición re-
gional, hasta el punto de erigirse monumentos conmemorativos fuera del lugar
correspondiente. Ha sido rectificada recientemente con los argumentos fehacientes
de más seguro valor por el crítico navarro, tantas veces nombrado, después de
una inspección topográfico-cíentífica, realizada personalmente con detención. Es la
parte más nueva e interesante de su valioso «Estudio sobre la campaña de las Na-
vas de Tolosa». (3) Yo sólo daré una noticia muy sucinta.
El campamento árabe distaba del cristiano dos leguas escasas, y en él se levan-
tó en tiempo remoto, en memoria, la ermita de Santa Elena, cuyos escombros aun
duran. La meseta del campo cristiano dominaba las cumbres de los varios montes
algo bajos, en que acampaban los agarenos. Los cristianos estaban internados en
su meseta, que hoy se llama Mesa del Rey, casi a una legua de la vertiente, que
caía hacia los moros; por lo que éstos se atrevieron a invadirla en una buena ex-
tensión la víspera y antevíspera de la batalla, para provocar a los cristianos; y al .
anochecer regresaban a su campamento. Entre éste y el cristiano estaba el famoso
palenque, a un cuarto de hora de distancia de aquel; por lo cual, como refiere don
Rodrigo, el movimiento arrollador de los cristianos siguió este curso. Emprende
con la aurora la marcha, deshace la avanzada mora, luego la segunda línea en
las primeras coliñillas y vallecitos, después con doloroso esfuerzo sube y destruye
el palenque, donde canta el Te Deum, y atravesando luego el campamento moro,
se lanza y derrama por la llanura de las Navas, en exterminio del enemigo. Por lo
que habiéndose comenzado la lucha en el Puerto de Muradal, punto inicial de las
Navas de Tolosa, se consumó por la tarde en plena llanura.
El 18 de julio, miércoles, ávidos los reyes de recoger los frutos de tan grande vic-
toria, se pusieron en marcha en dirección de Baeza y Ubeda, ciudades que inspi-
raban respeto, porque, como se lee en la carta a Inocencio III, exceptuando Cór-
doba y Sevilla, eran las mayores que había en Andalucía, y además Ubeda era tan
fuerte, que ningún príncipe cristiano la había podido nunca conquistar; por lo que
restaba a los cristianos las esperanzas en la misma proporción que se las aumen-
taba a los sarracenos, que la consideraban inexpugnable. La jornada, que fué al-
go más de dos leguas y media, aunque lenta y corta, fué emocionante por la mu-
chedumbre de cadáveres, que iban contemplando en estado de putrefacción, hasta
el punto de exclamar el Arzobispo de Narbona: «¿Quien podría explicar cuántos
(1) LU>. VIH. c. 4. (2) Id. c. 11. (3) Huici. p. 75-90. Es necesario aue se lea.
—115—
cadáveres de muertes ejecutadas por los cristianos en la persecución encontra-
mos al avanzar hasta un castillo, llamado Vilches, que había en el camino?» Si-
tiado estaba este castillo hacía dos días por unos escuadrones, voluntariamente
destacados del grueso del ejército, como indican estas palabras de D. Rodrigo:
«Algunos de los nuestros, dejando el campamento, cercaron a Vilches, castillo
tortísimo. Mas nosotros, yendo el tercer día después de la batalla, el miércoles
tomamos el castillo de Vilches, y tres más, Ferral, Baños y Tolosa, que por la
gracia de Dios, hasta hoy han estado habitados por los fieles.» (1) E l Narbonense
asegura que Vilches cayó en manos de Alfonso en el mismo día en que se detuvo
la hueste en las cercanías del arroyo Gaudiel, y allí vivaqueó el jueves. (2) Partió
el viernes, después de guarnicionar fuertemente los cuatro castillos tomados, que
protegían muy bien toda la comarca y el pueblo de Vilches.
Adelantándose al núcleo mayor guiado por los reyes, llegaron a Baeza las co-
lumnas más móviles y guerreras, hallándose con la sorpresa, de que estaba la
ciudad vacía de combatientes agarenos y de toda persona capaz de escaparse; pues
comprendiendo el peligro que les amenazaba, fueron a refugiarse en Ubeda. Sólo
unos impedidos estaban guarecidos tristemente en la mezquita de la ciudad, es
decir, inválidos, niños, enfermos y ancianos, que no tuvieron quienes los transpor-
taran. Terrible fin iban a tener. Antes que llegaran los monarcas se incendió la
mezquita, y todos fueron abrasados. Oído esto, los reyes y los caudillos de la
hueste, entre los cuales se hallaba nuestro Arzobispo, tuvieron consejo de guerra,
y unánimemente decretaron poner cerco a Ubeda, (3) el mismo viernes, 20 de julio,
y el mismo día, la mayor parte del ejército, haciendo las dos leguas escasas, que
separan Ubeda de Baeza, púsose sobre la gran ciudad, asilo en aquellos momen-
tos de millares de valientes sarracenos, dispuestos a defender heroicamente aque-
lla ciudad, magistralmente murada, y siempre victoriosa contra todos los ataques
de los cristianos, desde que la ocuparon y engrandecieron los invasores árabes.
El sábado llegó el resto del ejército cristiano, (4) en que iba el Narbonense, y esto
da indicios de que los reyes también iban en este cuerpo segundo. Intentaban dar
el asalto los caudillos principales el domingo, después de haber reconocido el es-
tado de las fortificaciones. Había gran ardor por pelear. Pero «cuando ya se ha-
bía armado la mayor parte del ejército para atacar la ciudad, los reyes dispusie-
ron que se volviese al campamento, y se dilatase por aquel día el ataque» (5) re-
primiendo así el inmoderado afán de guerrear, a la vez que daban una lección de
respeto al día santo, como ocho días antes en las Navas, y preparaban para el
octavo del triunfo, la toma de Ubeda, que fué harto dura. Elevadas al Señor las
preces, el lunes, 23, la hueste cristiana opugnó la ciudad durante muchas horas
infructuosamente, hasta tal punto, que la mayoría, casi desesperada, volvió a las
tiendas, (6) mostrándose el adversario en todas partes intrépido y osado, causan-
do grandes pérdidas a los atacantes, que asaltaban quizás temerariamente, por
carecer de armas poliorcéticas adecuadas. Entre las fuerzas, que no desmayaron,
ni se retiraron, estaban los aragoneses, alentados por la presencia de su rey in-
domable, y éstos decidieron la victoria. En el momento de más desaliento, logra-
ron precipitar la mitad de una torre que tenían minada. El denodado escudero Lo-
pe Fernández de Luna, escalando el muro, el primero de todos, arrastró a los ara-
goneses a los adarves de la mitad de la torre ruinosa, e hizo languidecer el valor
(1) Lib. VIII. c. 12. También aquí hace incurrir en error la Crónica General, por omitir la frase
primera. (2) Huici pretende por esto último que Vilches se tomó el jueves. (3) Lib. VIII. c. 12.
(4) E l Narbonense. (5) Id. (6) E l Narbonense.
—116-
de los corazones árabes, (1) a la vez que por diversos puntos asaltaban también
los cristianos los muros enemigos, haciendo retroceder a los moros de las dos
partes de la ciudad con fogosa arremetida. (2) La inmensa muchedumbre se refu-
gió en la alcazaba, que ocupaba la tercera parte de la ciudad. Debía suceder esto
a mediodia o antes. Puesto que habiéndose propuesto por los sitiados hablas de
paz, según D. Rodrigo, hubo tiempo para una negociación reiterada con frecuen-
cia (3) para llegar al primer acuerdo, que se rechazó enérgicamente, como vamos
a verlo, y para negociar y cerrar el segundo, y para tomar posesión de la alca-
zaba.
Convencidos de que la resistencia sólo haría acrecentar los sufrimientos, pero
queriendo aprovecharse de las ventajas que podían sacar de la posesión del recin-
to más fuerte de la población, donde podían prolongar la lucha con daño de los
cristianos, los sarracenos propusieron y lograron un concierto halagüeño: Entre-
ga de un millón de maravedís en oro, a condición de dejar a los sarracenos de
Ubeda íntegra la ciudad con todo lo que poseían. Don Rodrigo, con el Narbonen-
se y demás Pontífices, protestó vigorosamente, en nombre de los cánones, contra
este tratado. Cuando un territorio se consideraba ya seguramente conquistado de
los sarrcenos, lo mismo que una ciudad, aunque no había realmente caído en po-
der de los cristianos, se entendía que no se podían admitir pactos favorables de
conservación con los agarenos, equiparando esto al caso de venta de armas y ví-
veres a los mismos, acción condenada bajo pena de excomunión. Clarísimo era
que Ubeda estaba virtualmente conquistada, y sin mucho esfuerzo se tomaría cier-
tamente la vasta alcazaba, repleta de moros. Por lo cual el Arzobispo de Toledo,
con los otros Obispos resolvió que, bajo la misma pena de excomunión era inad-
misible el pacto hecho, ya que equivalía a vender los cristianos una conquista con
sus bienes para el sostenimiento del imperio mahometano, a cambio de una buena
remesa de monedas de oro, cuando todo pertenecía a los cruzados, conforme a la
ley de conquista, es decir, hombres, bienes y dinero, cuanto en Ubeda había. Don
Rodrigo acompañó a la protesta la prohibición de que se aceptasen tales pac-
tos. (4) Le obedecieron los reyes y los capitanes, y anulado el pacto que se había
hecho, se concertó otro, en que se estipuló; que los moros entregasen la cantidad
de oro convenida en el anterior pacto; que fuese arrasada la ciudad, y saliesen l i -
bres los sitiados. (5) Mas cuando se llegó a cumplir lo pactado, no lo pudieron
hacer los defensores de la ciudad, y por eso se les aplicó todo el peso de la ley. La
mayoría fué reducida al cautiverio. Se lee en la carta a Inocencio III: «Caerían allí
en nuestras manos más de 60.000 sarracenos, de los cuales matamos a unos y lle-
vamos cautivos a otros, para que sirviesen a los cristianos y a los monasterios (de
las Ordenes Militares) que se tienen que reparar.» Se destruyeron los muros y se
arrasó la ciudad; «porque no teníamos gente suficiente para poblarla.» (6)
¿Pero quién fué el autor del concierto anticanónico, tan fuertemente rechazado?
Punto importante. Dice el Narbonense: «No nos toca manifestar qué cristianos
aconsejaban este acuerdo.» Y paladinamente dice: «que los reyes volvieron de su
acuerdo primero y formaron el segundo» y en el modo de narrar parece que quiere
decir que el pacto reprobado fué obra espontánea de ellos, aunque perspicuamen-
te no lo expresa. También asegura que algunos obispos empezaron a reclamar
contra lo concertado. En cambio D. Rodrigo claramente escribe, que aceptaron ese
pacto algunos «sintiéndolo mucho los reyes, pero disimulándolo también por la
ti) Lib. VIII. c. 12. (2) E l Narbonense. (3) Lib. VIII. c. 12. (4) Lib. VIII. c. 12 (2) E l Nar-
bonense. (6) Carta a Inocencio III.
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instancia de los magnates» (1) En vista de esto cabe decir, que los reyes, contra su
voluntad, condescendieron en el primer pacto, creyendo sin duda que se hallaban
en las mismas circunstancias, que en la toma de Calatrava, apesar de que en
las negociaciones veían la oposición del Primado; y además sospechamos que
los caballeros de las Ordenes Militares se unieron a los magnates, para obtener
así los medios de reparar los quebrantos snfridos en sus castillos y posesiones.
Tal idea nos sugiere la intencionada frase del Narbonense, y el hecho de recibir
esclavos los caballeros de las Ordenes Militares. Cuando con solemne conmina-
ción del Toledano se prohibió ese pacto públicamente, se disipó la infuencia de la
nobleza, y se pudo ajustar otro pacto más conforme a los cánones; pero se violó
por los cristianos. Los feroces almohades no podían esperar otra cosa, ya que ha-
bían declarado guerra sin cuartel a los cristianos, y pretendían raer de la tierra
hasta su nombre. Hacían bien D. Rodrigo y sus compañeros en cumplir los cáno-
nes. Era entonces el único medio de dominar sobre el islamismo. Annouairi, ára-
be, escribió hiperbólicamente: «fué esta desgracia (de la pérdida de libeda) más
dura para los musulmanes que la misma derrota de Hisn-el-Uqab.» (Navas de To-
losa). (2)
Pero las ruinas ubedanas fueron el mojón de las glorias y de las hazañas de
los cruzados. La incipiente relajación del Puerto de Muradal por la riqueza y la
abundancia de víveres se ahondó y se generalizó fatalmente en toda la tropa,
haciendo brotar lacras feas en muchos, produciendo amargura en D. Rodrigo, que
describe así la gravedad del mal: «Entibiándose ya el favor de Dios por los exce-
sos de los hombres, los cristianos arrastrados por la codicia, se entregaban a ro-
bos y rapiñas; por lo que el Señor puso mordaza a sus bocas, y tanto a ellos, co-
mo a sus bestias, los hirió con enfermedades, de tal modo, que no había en las
tiendas quien pudiese servir lo necesario ni al compañero, ni a su propio se-
ñor». (3)
Algún eufemismo hay en estas frases. El mal no debía ser mortífero sino una
especie de disentería, que debía aplanar y enervar mucho el cuerpo, sin producir
mortandad grande, a causa de los calores fuertes, falta de aseo y excesos nocivos;
porque de lo contrario no hubieran los reyes resuelto tan rápido el regreso, como lo
hicieron, para librarse de mayores males. «Y obligadas por la necesidad, volvimos
a.Calatrava, donde encontramos al Duque de Austria, que de las regiones de la
Teutonia había venido con harto grande acompañamiento.» (4) Ese Duque se lla-
mó Leopoldo II, y conquistó con el tiempo el sobrenombre de Glorioso. Su noble
séquito subía de doscientos caballeros. Llegaba tarde, pero cumplía su palabra
caballerosamente. Como era pariente del rey de Aragón, con él se juntó, y desde
Calatrava ambos se dirigieron a Aragón con sus tropas. «Nosotros empero, prosi-
gue D. Rodrigo, con el noble rey Alfonso vinimos a Toledo, donde con los Pontí-
tífices, clero y todo el pueblo se hizo una solemne recepción en la iglesia de la
Virgen María.» Ardía Toledo en júbilo y alegría: muchos loaban a Dios estallando
en cantos y músicas de instrumentos, dando a Dios gracias, porque El les había
devuelto vistorioso e incólume a su rey. Unos días rebosó de nuevo la imperial To-
ledo de innumerables guerreros, harto regocijados y satisfechos por la gloria y el
botín alcanzados. «Aquí se dividieron las tropas y cada uno volvió a su tierra.» (5)
Se deduce de esta frase de D. Rodrigo, que también los extranjeros aquí se despi-
dieron. Lo mismo creo del hercúleo paladín de esta empresa, Sancho el Fuerte de
(1) Lib. VIH. c. 12. (2) Manuscrito, n. 60 de la Acad. de la Hist. (Huici. p. 132.) (3) Lib. VIII.
c. 12. (4) Lib. VIII. c. 12. (5) Id.
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Navarra, ya que en términos tan generales lo dice el Toledano, y nadie señala otro
lugar de separación. La Crónica general añade de su cuenta a lo que D. Rodrigo
refiere, que Alfonso VIII despidió a todos con galanas mercedes «diziendoles y
prometiéndoles que siempre fallarien en él todo lo que mester les fuese.» (1) A l
Navarro restituyó media docena de castillos, de antiguo detenidos, y sin duda re-
cibidos con punzante desengaño por el rey Fuerte, que debia halagar a su corazón
con más espléndidas reparaciones y recompensas por sus sacrificios y hazañas.
Más fortuna tuvo el rey de León, a pesar de su alevosa conducta durante la cam-
paña de Muradal; pues despreciando las censuras del Papa y las exhortaciones de
D. Rodrigo, durante la cruzada, había invadido a Castilla y apoderádose de una
docena de castillos, según refiere el Tudense. Los augures vaticinaron sangrienta
guerra entre el suegro y el yerno, sin reflexionar que el espíritu del rey de Casti-
lla flotaba en regiones más elevadas de paz y perdón. Alfonso le tendió el ramo
de olivo, cediendo todo lo conquistado, y restituyendo otros castillos, que retenía,
para que el Leonés, a la vez que con Castilla, hiciese paces con el rey de Portugal,
como las hizo gustosamente. Sorpresa singular, que puso en paz todos los reinos
cristianos peninsulares, con honda satisfacción de D. Rodrigo, que tan anhelosa-
mente la gestionaba hacía cinco años. Precioso resultado de la inmortal hazaña.
Lástima que la invasión epidémica impidiera recoger todos los frutos, que la de-
rrota árabe puso en manos cristianas, tomando siquier todo el reino de Jaén, y
amenazando inmediatamente a Sevilla, donde el vencido Miramamolín, tras terri-
bles horas en Jaén, apareció iracundo, y entregó al filo de la espada a cuantos
inspiraban sospechas sobre la campaña, y pasados allí cinco meses, atravesó el
estrecho, y se fué a morir de placeres nocivos en su palacio de Marraquex, el año
1214, ocho meses antes que Alfonso de Castilla.
Uno de los primeros actos, que D. Rodrigo hubo de realizar, después de la pa-
cificación del reino, fué redactar la carta, que Alfonso VIII dirigió a Inocencio III,
para participarle el éxito de la cruzada. Es documento precioso, de gran impor-
tancia histórica, en que se expone la empresa hermosamente. Termina así dando
razón de la carta: «Santísimo Padre, creímos que debíamos escribiros, dándoos
gracias, como podemos, por la ayuda, que habéis prestado a toda la cristiandad,
y os suplicamos humildemente, que ya que sois el Pontífice elegido por Dios, le
inmoléis víctimas de oraciones con sacrificios de alabanzas por el bien del pueblo.»
Fué grande la alegría que produjo al gran Papa tan grata noticia, y habiendo se-
ñalado un día para dar con todo el pueblo romano gracias a Dios, el mismo Ino-
cencio explicó desde el pulpito la grandeza del triunfo. E l 26 de octubre escribió
el Papa al rey de Castilla en un Breve estas noticias: «Convocando el clero de Ro-
ma y todo el pueblo, dimos a aquel, que hizo solo todas las maravillas, no cuan-
tas gracias debíamos, pero sí cuantas pudimos, mandando leer la carta de tu A l -
teza delante de toda la muchedumbre, y explicándola nosotros con nuestra predi-
cación.»
Dos palabras ahora sobre varios puntos relacionados con D. Rodrigo en esta
campaña. En primer lugar el reputado historiador Cabanilles escribe acerca de la
cruz primacial de D. Rodrigo, que hizo prodigiosa impresión durante el combate:
«No falta quien suponga que la cruz primacial o el guión que llevaba el canónigo
Pascual en la batalla de las Navas, fué regalada por el Arzobispo al Pontífice. Lo
que parece cierto es que el Prelado fundó una ermita en el mismo sitio... y depo-
sitó en ella el guión de que se trata... Muchos creen que es el mismo que hoy exis-
—119—
te en la santa iglesia de Toledo.» (1) El Cardenal Lorenzana opinó que esa cruz
está en Vilches, y lo corrobora con el testimonio de una visita de su Vicario Gene-
ral. Varios autores escriben que Rodrigo puso en la ermita un relato de la batalla
en romance. (2) Dice el historiador de Alfonso octavo de Castilla: «He observado
que la historia que se conserva en el pergamino de Vilches está conforme y a la
letra con lo que escribió en latín el Arzobispo "desde el capítulo primero hasta el
doce inclusive del libro octavo de su obra de Rebus Hispanioe» Si D. Rodrigo hu-
biera escrito una relación dirigida a la Cofradía de Vilches habría en el relato
otro tenor de narración y más variantes, como salta a la vista. El tal manuscrito
es sin duda una traducción de ajena mano, depositada allí para ilustración de los
cofrades en tiempos posteriores a D. Rodrigo.
Intimamente se enlaza con esta cuestión la institución de la fiesta del triunfo de
la Santa Cruz en memoria de la victoria de las Navas, que la Iglesia española ce-
lebró siempre con singular cariño y pompa, recordando en las lecciones del Bre-
viario reiteradas veces el comportamiento glorioso de D. Rodrigo, asignándole
con alabanzas el lugar preeminente, que en toda la campaña ocupó, como alma
de ella y responsable principal de la empresa, como harto claramente le daba a
entender el mismo Alfonso VIII en su emocionante diálogo, descargando en él to-
da la gravedad de la decisión definitiva, al requerir su parecer, y expresar que se
acogería al que de sus labios recibiera, ajustando sus actos, en lance tan nebuloso
e incierto, a los términos de su prudentísimo consejo. El anciano monarca no se
apartó del consejo, y acertó y triunfó. Pues bien, se escribe que esta fiesta del
triunfo de la Cruz, que se solemniza el 16 de julio anualmente, se estableció ense-
guida, automáticamente, con la intervención de D. Rodrigo, quien siguiendo el im-
pulso de su pecho, la rodeó de solemnidades litúrgicas para agradecer el inmenso
favor al cielo. ¿Pero cuál fué la causa ocasional de esta institución además de ese
motivo? Se empezó a decir, no se sabe en qué fecha, que fué porque durante la
batalla apareció en el aire una cruz. La ciudad de B aeza así lo creía en el siglo
XV, y así decía el 22 de diciembre de 1447, al elevar nna petición para que En-
rique IV de Castilla autorízase la fundación de un pueblo de cincuenta vecinos en
el Puerto de Muradal, lugar de la batalla y término jurisdiccional de dicha ciudad»
donde se vio la Cruz. Son sus palabras: «Onde en señal de dicho vencimiento apa-
reció la Santa Veracruz en unas casas que dicen los Palacios. La cual está en un
lugar muy peligroso, por ser yermo e montañas, e aun acaescen ende muchos pe-
ligros assi por moros, que ende vienen a saltear, como por malos cristianos, por
ser despoblado. E si en los dichos Palacios obiese alguna población de vecinos
los dichos males e daños serían escusados.» (3) Hay que reconocer que es exacta
la localización topográfica de la batalla en esta exposición. Lo de la aparición de
la Cruz inadmisible para todos los historiadores serios y particularmente para los
dos ya mencionados. (4) Diósele ese nombre porque fué un ejército de cruzados,
que llevaban en sus banderas y uniformes guerreros el signo de la cruz, a la que
trataban de ensalzar sobre los estandartes agarenos, según escribe D. Rodrigo.
En segundo lugar porque la Santa Cruz del mismo Prelado, legado del Papa y
Jefe espiritual de la cruzada, al pasearse ilesa ante toda la hueste cristiana, forta-
leció misteriosamente su valor. Era persuasión de D. Rodrigo y de Alfonso VIII
(1) Hist. de España, t. III' (2) Moret Anales de Navarra. Lib. XX. C. V. Jimena. 92-99. (3) Hui-
ci. p. 75. (4) Mondéjar lo rechaza en los cap. 112 y 113 con excelentes razones. Moret en el Lib. XX
c. V. n. 46.
El silencio de todos los autores testigos y coetáneos sobre un suceso que arrebataría la atención
universal más que ninguno otro es argumento suficiente para tenerlo por una fantasía.
-120-
que a la virtud del signo de la cruz se debió el triunfo, como no cesan de indicar en
sus relatos. Escriben en la carta a Inocencio III: «Nuestras tropas arrollaron con
la virtud de la cruz a muchos infieles que estaban en las colínas menores.» «Avan-
zamos precedidos de la cruz y de nuestra bandera, en que estaba la imagen de
María y la de su hijo, pintadas en nuestra enseña» «el Señor degolló a aquella
multitud con la espada de su cruz.» «Sea a Dios la gloria, que dio la victoria a su
cruz, por nuestro Señor Jesucristo.» Así siguen destilando los tesoros de su devo-
ción y amor hacia la santa cruz. Célebre es la solemnidad anual en honor de la
santa cruz, que en Toledo se tiene, sin duda tal como la estableció el mismo D. Ro-
drigo en los treinta años mas, que glorificó aquella Sede. Aquí hay que notar, que
con error manifiesto está erigida la cruz en la mitad del actual pueblo de las Na-
vas de Tolosa con la inscripción, en que se lee, que en aquel sitio se paró la cruz
arzobispal.
Se ha escrito también que la abstinencia de carnes en los sábados del año se
introdujo en España en conmemoración de este triunfo, con la natural interven-
ción de D. Rodrigo. Mariana movido de algunas autoridades lo tiene de cierto
crédito. (1) Garibay lo niega terminantemente (2) apoyado en el silencio de nues-
tro Arzobispo, el cual no lo hubiera callado por ser noticia propia de la historia
eclesiástica, muy significativa del más hondo recuerdo impreso en la conciencia
cristiana y tan íntima de la vida nacional; y mucho más porque así tenía en la ma-
no ocasión para tributar un particular homenaje de gloria a su amada Virgen
Santísima, cuyo triunfo en aterrar y postrar a los sarracenos, al reconocer su efigie
entre las filas enemigas, lo relató con tanta fruición. El argumento principal para
desechar la institución predícha consiste en que no se descubre ningún dato histó-
rico de los siglos inmediatos a la batalla, que aluda a esta costumbre española.
Háse formado esta opinión por las divagaciones ingeniosas de algunos investiga-
dores, que han intentado señalar el origen de la abstinencia sabatina en España.
Veneróse durante muchos siglos en el monasterio de Santa María de Huerta una
imagen escultórica de la Santísima Virgen, a la que el docto Académico, Mar-
qués de Cerralbo, dedica ocho eruditas páginas. Opina que es la sagrada imagen
que D. Rodrigo llevó consigo en el arzón de su silla de montar, como era costum-
bre entre los guerreros cristianos de entonces, y que la regaló con oíros tesoros
suyos al dicho monasterio, después de haber sido durante su vida su Socia belli.
Por eso denomina a la citada escultura «Virgen de las Navas de Tolosa» Es de
cincuenta y nueve centímetros de altura, con el Niño Jesús en el brazo izquierdo,
madre e hijo con corona real en la cabeza; labrado todo toscamente. Dice el Mar-
qués entre otras cosas: «Parecería extraño que efigie tan ruda fuese la que mereció
esta preferencia por el Metropolitano de Toledo: pero si era gran artista, era aún
más devoto, y el fervor general no se dedicó nunca a imágenes bonitas. Era pode-
roso pero aún fué más modesto, y hay que tener muy presente que a la gigantesca
Cruzada se prescribió que no se llevase objeto alguno rico; por lo que la vencedo-
ra cruz metropolitana de D. Rodrigo fué también toscamente forjada en sencillísi-
mos hierros.» (3) Rechaza la suposición de que fuera donación de alguno y dice:
«Paréceme quedar también demostrado cómo no es la Virgen regalada por los
reyes la que llamo de las Navas, y ya sin otra objeción me decidí y persisto en re-
conocerla como Soda belli del Arzobispo D. Rodrigo, y hasta su forma lo apoya;
pues los dos codos a la misma altura y despegados del grupo los pies del Niño,
dejan pasar, y de ello hay indicación, la correa, que la sujetase al fuste de la silla
(1) Lib. XI. c. 24. (2) Crónica General. Lib. XIX. c. 23. (3) Páginas 178-179.
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de batalla, sin tener que acudir al medio incomprensible y disparatado de taladrar
la delicada imagen de marfil para asegurarla, por disforme hierro, a la montura
de guerra de San Fernando, según se ve en la capilla real de la catedral de Sevi-
lla.» (1) Termina así: «Creo haberme esforzado en demostrar que la antiquísima
imagen considerada por los monjes como reliquia, fué la Virgen de las Navas de
Tolosa llevada por el arzobispo D. Rodrigo a la más transcendental batalla de la
Reconquista.» (2) Todas estas aserciones las inserto bajo la autoridad del entu-
siasta panegirista de D. Rodrigo.
El estandarte de Anasir, dice Moret, «con mucha razón, se llevó a la iglesia de
Toledo y pende en ella, por lo mucho que se le debe del buen suceso de esta jor-
nada a su arzobispo D. Rodrigo; el cual es de campo azul, luna blanca en medio
y cinco estrellas de oro en torno.» (3)
En la estupenda creación escultórica de la capilla del altar mayor de la catedral
toledana hay un recuerdo dedicado a la memoria de D. Rodrigo en las Navas. En
la parte interior de la capilla, por el lado de la Epístola, a una notable altura, so-
bre elegante columna, yérguese la estatua del gran Arzobispo, rígida y de tosco
trabajo, de formas desproporcionadas. Allí fué trasladada de la primera capilla de
la Catedral, para cuyo ornato fué labrada, lo mismo que las otras dos célebres fi-
guras históricas, descritas magistralmente por el mismo D. Rodrigo, que se yer-
guen en la parte del Evangelio del mismo altar y son tan típicas y populares en
la leyenda española: Son Alfonso VIII y el Pastor de las Navas. Contempla uno
a aquellas tres figuras con emoción e insaciable curiosidad, como aguardando de
sus labios inertes la narración de los épicos episodios de la más gloriosa campa-
ña de la reconquista.
En la iglesia del monasterio de Huerta se dedicó a D. Rodrigo el recuerdo pic-
tórico de la hazaña de las Navas en la forma siguiente. Dos colosales pinturas
murales representan al Arzobispo frente a la hueste cristiana en actitud de ben-
decirla en el momento que va a lanzarse a la lid, al rayar el día diez y seis de ju-
lio, y alentando al combate a aquellas legiones de héroes.
Ahora una pregunta en obsequio a la insigne familia de Jiménez de Rada. ¿Fué
el único Rada que luchó en las Navas de Tolosa? Es imposible, cuando entre los
nobles de la corte de D. Sancho brillaban como proceres más eminentes los tres
hermanos ya conocidos del Arzobispo, los dos tíos Martín y Bartolomé Jiménez
de Rada, su padre Jimeno de Rada, y además, Aznar de Rada, Miguel de Rada e
Iñigo de Rada, de la sangre del Arzobispo, como se ve en los Anales de Navarra.
Por eso no cabe duda que varios caballeros Radas brillaron en las Navas en el
séquito del rey de Navarra. E l cronista de las Ordenes Militares, Rades y Andrada,
buceando en las tradiciones y memorias de esas Ordenes, y serpenteando por el
campo de las conjeturas conexionadas con hechos ciertos, ha encontrado que Mi-
guel de Rada e Iñigo de Rada estuvieron en aquella campaña. Creo que asistieron
más, y que no faltaron varios hermanos del mismo D. Rodrigo, como tan inclina-
dos a las cosas de Castilla con justa razón, por su madre, linajuda hija de Castilla.
Sin embargo los autores coetáneos de la cruzada, no nos han transmitido más Ra-
das que D. Rodrigo en esta empresa. Los Anales navarros no han consignado otro
nombre que el de su rey de legendarias hazañas. De donde resulta que Navarra,
entre los millares de cruzados, que envió contra Anasir Miramamolín, en el trance
más crítico de la independencia de España en el periodo de la reconquista, sólo
designa por sus propios nombres rigurosamente ciertos a dos héroes; pero tan
-122-
grandes, que bastan por sí solos para merecer la atención y la admiración prefe-
rentes de la historia y del lector.
Don Rodrigo reclama indisputablemente el primer puesto en esta empresa, co-
mo promotor, organizador, actor y propulsor incomparable de la misma desde su
iniciación hasta su consumación. Sancho el Fuerte, gallardeando entre los más
egregios campeones del combate, conquistó para su reino, en el instante culminan-
te de la lucha, el testimonio auténtico y glorioso de la preeminente cooperación
de Navarra en pro de la independencia de España, testimonio que grabó en su es-
cudo y que ha quedado, conforme reclamaba la justicia, como uno de los cuatro
cuarteles del escudo nacional español, como perenne y viva memoria de la singu-
lar participación del reino vascóníco en tan grande acontecimiento. (1)
(1) A los dos loaba Aneliers, poeta provenzal, medio siglo después, en muchas ocasiones. Canta-
ba de D. Rodrigo: «Aquel de Toledo.—Que fo moltz Santz et justz e había nom Rodrigo.» (Canto II.
v. 16 y 17.) De Sancho: «ün rey ac en Navarra, gaillart plus que leo." (Canto II. v. 2.) «Molígaiilart e
molt pros e mult i o n torneire.» (Canto IV. v. 6.) (*)
(*) La Guerra Civil de Pamplona.—Poema escrito en versos provenzales, por Guillermo Aneliers,
de Tolosa de Francia, e ilustrado con un prólogo y notas por D. Pablo llarregui, miembro de la Co-
misión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra.—Pamplona—Imprenta de Longás y Ripa—
Año 1847. (Está plagado de anacronismos increíbles acerca del rey Don Sancho.)
—123-
C A P I T U L O VIH.
(1212-1213)
Huyendo del foco de la epidemia y de los fuegos del sol, llegó la hueste cristia-
na rápidamente a la ciudad primacial, hacía el 10 de agosto, apogeo de la canícu-
la. Antes no pudo ser. Pues si desde la salida de Toledo hasta el día del triunfo
del Muradal corrieron 26 días, y 33 hasta la capitulación de Ubeda, el 2 de agos-
to, por lo menos emplearon 8 los beligerantes en el dilatado y accidentado cami-
no del regreso, aunque viajaran aliviados de la impedimenta, sin inquietudes, al
oreo refrigerante de las noches.
El rey y D. Rodrigo pronto se escaparon del horno de Toledo a la fresca capi-
tal de Castilla la Vieja, para descansar de las inmensas fatigas. E l 18 de agosto,
Alfonso VIII expedía en Burgos la carta de donaciones de Alcaraz en pro de Don
Rodrigo, terminando el documento con aquella fórmula, que en el campo de las
Navas le sugirió el Arzobispo, según notamos: «El año en que yo, el mencionado
rey Alfonso, vencí en las Navas de Tolosa al rey de Cartago, no con mi mérito,
sino por la misericordia de Dios.» (1) No hay duda que el monarca y su consejero
se dedicaban también a promover la obra del Hospital de las Huelgas, que en el
mayo anterior había donado Alfonso al monasterio con espléndida dotación (2) y
con una organización muy semejante a la que tenía el gran Hospital de Ronces-
valles, como lo refiere D. Rodrigo (3) conforme lo advertimos arriba. Lo que hace
pensar que pudo ser el Arzobispo el inspirador de esa organización, ya que cono-
cía a fondo la del de Roncesvalles. Según César Cantú lo dirigían los Hermanos
y Hermanas de la Orden del Espíritu Santo, creada por Maese Guy, en 1204, en
Roma, bajo los auspicios de Inocencio III, que era gran promotor de esta clase de
obras. (4) Según otros, eran terciarios del Císter. (5)
Alfonso y Rodrigo tuvieron sobresaltos en medio de su descanso. A poco de re-
(1) Según leo en el Liber priv. II. 191. r. la data es angustí, si no es octobris, del mismo año. No
estoy seguro de mi interpretación. (2) A. Manrique—Anal, año 1212. Véase allí la carta entera.
(3) Lib. VII. c. 34. (4) Histor. Univ. Lib. VIII. Nota A. (5) Serrano. D. Mauricio. 16.
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tirarse los cruzados, los moros cayeron sobre los castillos de Baños, Tolosa, Fe-
rral y Vilches, que se vieron a punto de sucumbir, hasta que el ejército castellano,
guiado por Gonzalo y Martín Núñez, derrotó a los sarracenos, y les quitó gran
botín, junto a Vilches (1) en otoño de este año 1212.
Corto íué el descanso del monarca y del Arzobispo en Burgos. E l 31 de octubre
los hallamos en Segovia, según consta por la donación de Castroverde y sus al-
deas a la Orden de Calatrava, por sus especiales servicios. en la jornada de las
Navas, habiendo perdido en ella a su valiente Comendador, D. Alfonso Fernández
de Villadares. (2)
Al año 1212 pertenece la siguiente noticia, en la que debe fijarse partícularmen'
te el lector, para que la tenga presente en el momento en que discutiremos una
cuestión capital en la vida de D. Rodrigo y en la historia de España. E l docto
P. Fita escribió en los últimos años de su fecunda investigación histórica, al di-
sertar acerca de la predicación de Santiago en España, que Inocencio III no citó
«ante su tribunal con anterioridad a la celebración del concilio ecuménico (del
año 1215) a ninguno de los Metropolitanos, que se negaban a reconocer por su
Primado al Arzobispo de Toledo» (3) Pero esta razón, ajustada a modo de indiso-
luble argolla, en opinión del erudito jesuíta, a la sentencia que sostiene, que Don
Rodrigo no asistió al Concilio mencionado, no es verdadera. En el folio vuelto 113
del Líber prívilegiorum Eclesice Toletanoe. II. se halla una Bula de Inocencio III,
en que se ordena al Arzobispo de Braga, que envíe a Roma Procuradores autoriza-
dos, para resolver la cuestión de la Primacía con el Toledano, que era D. Rodrigo;
dado en Letran, 12 de enero del año 16 de su pontificado. (1212) (4) Como el mis-
mo Papa había escrito a D. Rodrigo el 1.° de junio del año anterior, no olvidaba
este grave asunto, sino que lo preparaba para cumplir la promesa de hacerle jus-
ticia a su tiempo. E l activo Arzobispo había enviado en fecha anterior un agente,
que lo gestionara y el Sumo Pontífice le contestó con esta carta: «La petición que
nos has presentado por medio de tu clérigo Mauricio, sobre el negocio de la Prima-
cía, no la hemos admitido, no por no querer, sino por cautela. Queremos infor-
marnos oportunamente de esta y otras cosas con el favor de Dios. Mas como por
la invasión de los sarracenos, témese que amenaza a España un grave mal, en
tales circunstancias no conviene levantar en España aquel pleito ruidoso, tanto
más que esta providencia no será perjudicial para tí, que no te descuidas en tu de-
recho» (5) Lo que llama la atención en el requerimiento del Papa al Bracarense es
su cambio de criterio. Aun persistía la formidable amenaza de la guerra del moro,
que le movió a escribir en términos tan moderados al mismo D. Rodrigo, que le
apremiaba en los días en que Anasir batía los muros de Salvatierra^ a pesar de
todo, en los días, que más inquietamente se prepara la Cruzada para conjurar el
peligro de la catástrofe, Inocencio excita al Bracarense para que envíe sus procu-
radores. El origen de esta mudanza debe señelarse en la entrevista de D. Rodrigo
con el Papa, cuando se presentó a solicitar las gracias de la cruzada concedida.
En la coincidencia del breve y del paso algo anterior de D. Rodrigo por la corte
pontificia está la clave. E l Arzobispo Toledano urgió con toda su influencia y
energía.
Las primeras noticias sobre D. Rodrigo en el año 1213 son guerreras, y las su-
ministran su historia y los Anales Toledanos primeros (que contienen interesantes
(1) D. Rodrigo. Lib. VIII. c. 12, y Anales Toledanos primeros. (2) Bull. Sancti Jacob, p. 59. A r -
gote. p. 98. (3) Razón y Fé. Tomo III. mayo 1902. p. 57. (4) Datum Lateraní, II. idus januarii, Pon-
tificatus nostri anno XVI. (5) Ap. 12.
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pormenores para estos dos últimos años escasos de la vida de Alfonso VIH. (1) Im-
paciente el rey por atacar a los moros, y excitado por el ardor del Arzobispo, que
no veía el horizonte del año teñido de oro y púrpura, sino de sangre y calamida-
des, reunió un ejército fuerte en Toledo, nutrido de las compañías de Madrid,
Huete, Cuenca, Uclés y Guadalajara, y en el mes de febrero, salió a campaña,
asistido del inseparable consejero D. Rodrigo, que llevaba su hueste. Y tras
larga marcha, se asomó otra vez en los confines de Andalucía, por el Puerto de
Muradal, donde cercó el castillo de Dueñas, antigua fortaleza de los caballeros
de Calatrava, que la necesitaban para cerrar la fácil defensa de las invasiones
moras por el puerto citado; y colocada en la falda de Sierra Morena, era un pun-
to, a la vez inatacable por sorpresa, y cercano para acometer en el mismo desfi-
ladero a los tenaces agarenos. Sugirióseles la idea de conquistarla luego en Cala-
trava, donde paró el ejército, y allí se les unieron los caballeros, al mando de su
Maestre, Rodrigo Garcés. (2) Como castillo fuerte y guarnecido de moros aguerri-
dos, tuvo que atacarlo varios días con máquinas, y después de ocuparlo, lo resti-
tuyó a los caballeros de Calatrava. Luego púsose sobre los castillos de Eznave-
xor y Castel del Río, que cayeron en sus manos para mediados de marzo, y es-
pléndidamente fueron entregados a los Santiaguistas. Para este momento se les
habían reunido los refuerzos de Toledo, de Maqueda y Escalona para dar cima a
la empresa principal de la campaña, anhelado blanco de D. Rodrigo.
Allá, en medio de los montes Marianos, sobre un áspero y empinado collado,
en la actual provincia de Albacete, erguíase con orgullo, una ciudad con su forta-
leza, a la que llama el Arzobispo «famosa,» por ser foco y guarida de valerosas y
jamás abatidas fuerzas sarracenas, que con sus siempre dañosas incursiones, te-
nían constantemente en zozobra extensas comarcas cristianas. Aquella ciudad era
Alcaraz, ansiada presa de D. Rodrigo para la paz de la frontera y bienestar de
sus diocesanos, que eran los que más sufrían de los moros de aquel espantoso
nido de guerreros y bandoleros. Cercóla el rey, y tuvo que sostener un largo y ac-
tivísimo asedio: porque los moros se resistían, apelando a todos los medios, sa-
liendo de la ciudad para atacar a los cristianos, y quemando sus máquinas con
matanzas; pue según los Anales «murieron allí más de dos mil cristianos en pren-
der el castiello» Graves pérdidas. Pero al fin se agotó el valor sarraceno, y los
cristianos tomaron la ciudad» el miércoles, 22 de mayo, víspera de la Ascensión
en aquel año. Y purificada en el mismo día la Mezquita y consagrada a Dios por
el Arzobispo D. Rodrigo, el día siguiente, fiesta de la Ascensión, se organizó por
el piadoso Prelado una recepción procesional del rey en la nueva Iglesia, dedicada
a San Ignacio, mártir, y solemnemente se celebraron luego los divinos oficios, con
la asistencia del clero, que allí había. Atendiendo a esta solemnidad D. Rodrigo
escribe, que ese día se tomó la ciudad. Esta tercera conquista sirvió para recom-
pensar los extraordinarios servicios de su gran Canciller, D. Rodrigo, en forma
más señalada que a las Ordenes Militares mencionadas, como exigían sus excep-
cionales méritos. Escribe Rades de Andrada «Dio el rey esta ciudad de Alcaraz al
dicho Arzobispo de Toledo y a su santa Iglesia, y así la tuvo hasta el tiempo del
rey D. Pedro, el cual, dicen, que la tomó para su corona real, y dio por ella al Ar-
zobispo de Toledo la villa de Talavera. Mas por la escritura de esto parece que la
dio el rey D. Enrique, su hermano, era MCDLX. Pudo ser que lo que D. Pedro te-
nía hecho fuera aprobado por D. Enrique.» (3) Alfonso, después de poblar fuerte-
(1) Lib. VIH. c. Xlll, y Anales, editados por Huici. 353 y 354. (2) Mondéjar. c. 107, y Rades de An-
drada. (3) Crónica de Calatrava.—Gobierno del Maestre Rodrigo Garcés».
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mente de cristianos la nueva plaza, volvió a Castilla, pero, expulsando primero
los árabes, tomó también el Castillo del Río de Opa. En San Torcuaz, villa y po-
sesión de la Iglesia de Toledo y de D. Rodrigo, detúvose el rey en su compañía,
para disfrutar de uno de los días más gratos de su vida. Allí estaban esperando al
a
rey todos los seres amados de su corazón, su mujer, D. Leonor, sus hijos Enrique
y Berenguela, y sus nietos Fernando y Alfonso, hijos de la ex-reina de León, Doña
Berenguela. Rodeado de todos y aclamado por su hueste gloriosa celebró la so-
lemnidad de Pentecostés el 1 de Junio, oficiando con gloria, en acción de gra-
cias a Dios, los divinos misterios el mismo D. Rodrigo, su íntimo. Una du-
da. ¿Qué significa la concesión de los décimos reales de Alcaraz que el año
anterior hizo en Burgos el rey a D. Rodrigo, antes de su conquista, como clara-
mente aparece en el documento citado? (1) No atino a descifrarlo, ni quiero for-
mular hipótesis, que no nos darían luz clara. Lo indudable es que Alcaraz se con-
quistó el 22 de mayo, y año 1213, y que esa concesión es del año 1212.
Aunque hondos los regocijos de San Torcuaz, fueron cortos e incompletos para
la familia real y para D. Rodrigo, el cual, como lo dice tristemente (2) veía posar-
se «el juicio de Dios, que visitaba a España» Seguía cebándose la peste, que ya
afligía al pueblo, cuando en febrero se reanudaba la guerra, y todo presagiaba para
ese mes un año horroroso , por las heladas incesantes de octubre, noviembre, di-
ciembre, enero y febrero, y la sequía absoluta, que persistió rigurosa en mar-
zo, abril, mayo y junio; y por eso añade el autor de los Anales Toledanos «e nun-
ca tan mal anno fué, e non cogiemos nada, e fugíeron los quinteros e ermaronse
(quedáronse yermas) las aldeas de Toledo.» (3) Tal azote de heladas y sequía pro-
dujo el siguiente doloroso cuadro, que con lastimado pecho traza el compasivo
Pastor y Ministro del reino, D. Rodrigo: «Hasta tal punto faltaron los víveres en
todos los términos del reino, que los hombres que pedían pan, morían de ham-
bre en plazas y encrucijadas, por no haber quien los socorriera, aunque el rey dis-
tribuía grandes limosnas, y los Obispos, magnates y la gente pudiente del pueblo
hacían los imposibles para dar limosna a los pobres. Hubo esterilidad, no sólo en
la tierra, sino en las aves, rebaños y ganado mayor, que por esa esterilidad, no
procrearon, y por falta de paja y cebada muchos caballos y animales de montar
perecieron.» (4) Pero advirtamos que esto era solamente initia dolorum, principio
de las calamidades para el hambre del verano de 1213. Ya sobresalía la caridad
inextinguible del santo Prelado, distribuyendo lo suyo, y excitando en todas las
clases sociales el ejercicio de la caridad cristiana con toda clase de estímulos. Ve-
remos cómo culminó esa caridad de D. Rodrigo desde el otoño de 1213 al verano
de 1214, cuando llegaron a lo inaudito las calamidades de Castilla la Nueva, como
las cuenta el mismo Arzobispo. Antes vamos a recordar algunos sucesos, que ex-
plicarán mejor la situación del reino y otras cosas más que afectan a la vez a
nuestro héroe.
Llegóse a Toledo D. Rodrigo con la real familia en los primeros de junio. Du-
rante su ausencia habíase cumplido una aspiración suya. E l abad de Santo Do-
mingo le vendió el 3 de marzo la villa de Cabanas de Yépes, de la diócesis de
Toledo, sita entre Ocaña y Barrios, en 900 áureos, que recibió en el acto, en su
monasterio de Silos, cediendo todos los derechos al Arzobispo; y delegó en un
monje suyo llamado Domingo Guerrero, para que hiciera entrega de la villa a un
(1) Dice así: «era MCL décima octava die augusti? anno quo ego Alfonsus regem Cartaginis apud
Navas de Tolosa... devfci. Cartul. de Priv. 11. f. 191. r. (2) Lib. Vil!, c. 13. (3) Huici. Las Crón.
Lat. p. 354. (4) Lib. X1U. c. 13.
-127—
Canónigo de Toledo, que representara al Arzobispo. E l Canónigo fué Martín Do-
mínguez, que en presencia de diez y nueve testigos firmantes de Cabanas, la reci-
bió solemnemente. (1) Le guió a D. Rodrigo a esta y a otras muchas adquisiciones
la idea de librar a todos los pueblos de su Archidiócesis de jurisdiciones extrañas
a su Mitra; cosa que aborrecía hondamente. E l monje Guerrero hizo en Cabanas
la entrega el 25 de marzo.
Desde hacía tiempo los clérigos de Guadalajara, que pertenecía a su Diócesis»
se negaban a pagar el derecho llamado el catedrático, que le debían como a su
Prelado. Los excomulgó y suspendió el Arzobispo; pero se atrevieron a ejercer los
divinos misterios, apelando antes a Roma. Inocencio III envió a D. Rodrigo la fa-
cultad de absolverlos, el 6 de abril de este año. (2)
De más importancia era la Bula que el mismo Papa dirigió al Toledano, el 19 de
abril del mismo año, lo mismo que a todos los Arzobispos de la Cristiandad, para
que la comunicasen a sus sufragáneos, como también al Emperador de Alemania
y a trece reyes católicos, entre los cuales aparecen en los registros los cinco
de España, Aragón, Castilla, León, Navarra y Portugal. Era la famosa Bula «Vi-
neam Domini Sabaoth» en que convocaba el celoso Pontífice el Concilio ecuméni-
co de Letrán, que tantas veces había de resonar en la vida del Arzobispo D. Ro-
drigo Jiménez de Rada, Le dice el Papa: «En nombre de aquel, que es fiel testigo
en el cielo, entre todas las cosas deseables para nuestro corazón, en este siglo, a dos
cosas principalmente aspiramos; que podamos conseguir la recuperación de la Tie-
rra Santa, y la reforma de la Iglesia universal.» Y después de señalar su importan-
cia y explicar más el programa, dice que no se puede reunir el Concilio antes del
bienio, y dispone, que, mediante varones prudentes, se examine especialmente lo
que al Papa se ha de someter. Fija la fecha del Concilio para el 1 de noviembre de
1215. Manda que en cada provincia eclasiástica solo [uno o dos a lo sumo queden
para ejercitar los ministerios episcopales: que los que no puedan concurrir perso-
nalmente envíen sustitutos idóneos. Nadie vaya con pompa superflua, sino la ne-
cesaria y hagan gastos moderados. Que los Arzobispos y Obispos manden a los
Cabildos, no sólo de las Catedrales, sino de todas las Iglesias, que envíen su Deán
o representante idóneo, porque hay puntos referentes a los Cabildos, que se han
de tratar. Debían los Prelados, ya por sí, ya por otros sabios prudentes, indagar
hábilmente todo lo que pareciera necesitar corrección o reforma. (3)
Vese aquí el Papa celoso y original. Vese también cómo será necesario que acu-
dan los Prelados todos, exceptuando los indispensables. Téngase esto en cuenta
para su tiempo.
El 21 de junio, D. Rodrigo, al llegar a Toledo remedió un mal, del cual dice el
mismo en un documento escrito con unción, «tratábamos muy frecuentemente, y
tratando nos dolíamos profundísimamente.» Era el alumbrado de la Catedral de
Toledo, en estado deficientísimo por escasez de recursos, cuando, como observa el
misino Arzobispo, debía de ser.en todo modelo de todas las Iglesias la de Toledo.
Para que así lo fuese en lo sucesivo en el alumbrado, cedió su rica villa de Caba-
nas, y fundó con sus rentas el alumbrado perpetuo, encargando a su Arcediano,
Mauricio, el reglamento de su organización y funcionamiento, prohibiendo que el
Tesorero del Cabildo fuese el de esta fundación, bajo pena de pérdida de la funda-
ción, aunque lo hiciera cualquier sucesor suyo. (4) Ese Mauricio es el futuro Obis-
po de Burgos, entonces Mayordomo suyo, que algunos creen que fué su condisci-
(1) Lib. priv. 11. f. 39. V. y 46. Ferotín. p. 129. (2) Ap. 17. (3) HaMula. Acia Ccttell. Tom. Vil.
p. 6-7, (4) Lib. priv. 11. f. 67. r. y v. Bol. de la K. A. H. X' j
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pulo en París (1) y por eso amigo suyo desde aquel tiempo. Cosa muy discutible.
Alfonso VIII huyó de nuevo a las ciudades del Norte al brillar en Toledo el sol
de julio, siguiéndole, como de costumbre, el Arzobispo; puesto que se iba a nego-
ciar la alianza con el rey de León. E l 28 de julio donó el rey en Palencia la finca
de Palaciolos a su «fiel vasallo» Alonso Téllez de Menéses. (2) La alianza con León
se estipuló en esta forma: Restitución al Leonés de los castillos de Carpió y Mon-
real, pero que no se reerigiesen los derruidos: campaña simultánea de los dos re-
yes con sus vasallos contra los moros, yendo cada uno a la frontera de su propio
reino, para así dividir y debilitar con el doble ataque simultáneo las fuerzas ene-
migas, y asegurar el triunfo; pero además el castellano cedió a su antiguo yerno
el poderoso auxilio del magnate Diego López de Haro con 600 excelentes caballe-
ros. Esparcióse en esto la noticia de que 460 talavereños temerarios habían sido
acribillados por los moros cerca de Sevilla, escapándose muy pocos, 8 de julio. (3)
Salieron a detener la invasión, reforzada por los Cordoveses, los guerreros de
Toledo, que detuvieron a los sarracenos, destrozándolos en Fegabraen, (4) y
regresaron el 18 de septiembre, con rico botín.
Tanto el rey como D. Rodrigo, al saber tales conatos de los moros, se inquie-
taron, y conociendo su gravedad, aprestáronse a la guerra, en otoño. En los meses
de verano se había ocupado el Primado, entre otras cosas, en la provisión del Obis
pado de Burgos que durante la campaña de las Navas de Tolosa, el 18 de julio del
año precedente, se había quedado vacante, por muerte de D. Juan Maté. Seguía va-
cante hacia el fin de la primavera de 1213, hasta qne D. Rodrigo promovió la
elección con su venida a Burgos, proponiendo al Cabildo elector, su amigo, D.Mau-
ricio, varón de gran mérito. Influyó el Arzobispo en la promoción de su íntimo
a la Sede de Burgos, no sólo como patrocinador de su candidatura recomendán-
dola a los electores, sino también como arbitro del Cabildo burgalés. (5) D. Mauri-
cio, que el 19 de agosto firmaba los documentos públicos como canónigo de Tole-
do, el 22 del mismo aparece ya como electo de Burgos. (6)
En los últimos días de noviembre de este año salió D. Rodrigo a la guerra en
compañía de Alfonso de Castilla, (7) y pasando por Consuegra y Calatrava, el rey
y el Arzobispo se pusieron con su hueste sobre Baeza, mientras el rey de León ata-
caba y tomaba Alcántara, con el auxilio de las fuerzas castellanas, guiados por
López de Haro. Los castellanos encontraron a Baeza restaurada y fortificada, y a
los agarenos poderosamente armados para resistir tenazmente, y resistieron sin
desmayos, mientras que otro enemigo más cruel, el hambre, consumía al ejército
de Alfonso y Rodrigo. Tan aguda era el hambre que los soldadas comían carnes
desusadas para el hombre. No se abatía el rey de Castilla, y aun se empeñaba en
prolongar el asedio hasta tomar la plaza, sin persuadirse de que era un desacier-
to, hasta que D. Rodrigo y los demás jefes le convencieron de que podía levantar el
cerco decorosamente. (8) Esto urgía, y los sarracenos aceptaron la tregua que se
les ofreció. A pesar de que duró sólo un mes este cerco, D. Rodrigo lo llamó largo
por los horribles estragos del hambre. Menos mal que, gracias a la tregua, la
hueste pudo regresar sin ser hostilizada. En esto paró la rumbosa expedición, que
no debía haberse emprendido, a causa del terrible mal del hambre general, y en
cuya ejecución el rey de León hizo una de las suyas; porque, sacado el provecho
de Alcántara, volvió a su reino, faltando al pacto estipulado de terminar la cam-
paña ambos reyes juntos contra los moros. (9)
(1) Serrano. Don Mauricio. 21. (2) Anuales Cister. IV. p. 30.—Año 1213. (3) Anales Tol. 1.
(4) Anales Toled. 1. (5) Don Mauricio. 25. (6) Don Mauricio. 24 y 25. (7) Mondéjar. c. 118.
(8) Id. c. 119. Anales toledanos segundos. (9) Lib. VIH. c. 13.
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Alfonso y D. Rodrigo estaban con su hueste en Calatrava el 6 de enero de 1214.
E l rey quedó abrumado ante las aflicciones de su gente y el desastre de la cam-
paña; y todo abatido, entregó el mando de toda la región y de las tropas a su caro
y experto amigo el Arzobispo, y se retiró a Castilla la Vieja. D. Rodrigo quedó
constituido caudillo universal del ejército y amo de la guerra y de la paz. Jamás,
acaso, rayaron tan alto su patriotismo, su valor y virtud como en esta ocasión.
Demos primero una idea de la situación aterradora de las cosas del reino
castellano.
Cuando se quedó D. Rodrigo con el mando de la hueste de la frontera, fijó su
residencia habitual en Calatrava, centro estratégico principal, el punto más a pro-
pósito para organizar eficazmente la guerra y evitar sorpresas dolorosas. Además
los caballeros de Calatrava constituían la base más sólida e inteligente de sus
fuerzas militares. Pero ¡cuan mal se hallaban estos mismosl Escribe D. Rodrigo
que cuando Alfonso de Castilla llegó a Calatrava con los restos de su tropa he-
cha un esqueleto, «los caballeros y seglares, que allí moraban, estaban consumi-
dos, desfallecidos por el hambre, y sólo con un esfuerzo supremo pudieron llegar
allí en el séquito real.» (1) Por lo que el rey, que no podía ser agasajado, ni veía
medio de socorrer a su ejército, huyó de allí luego con parte de su hueste, dejan-
do sin provisiones ni esperanzas de tenerlas todas las guarniciones y demás co-
lumnas militares, que debían defender la extensa zona fronteriza, erizada de casti-
llos y surcada de puertos y senderos, que facilitaban las invasiones agarenas. Por
el sur había que defender la dilatada línea de muchas leguas, desde los límites de
Extremadura hacia Alcaraz; por el costado de Murcia y por el levante, también
otra igualmente larga, siguiendo el lado de la Alcarria hasta tocar a Aragón, con
el fin de impedir a los sarracenos andaluces, murcianos y valencianos las irrup-
ciones en las ricas y codiciadas comarcas de la región de Toledo y de la Mancha,
que constituían el incesante objetivo de los reyes y valís moros y de los escua-
drones de bandoleros infieles, que constantemente acechaban.
Don Rodrigo procedió con orden para desempeñar su difícil cargo. Fijó su cuar-
tel general en Calatrava, y atendió primero a lo más urgente, que era disminuir
los espantosos estragos del hambre, que hacía un año que iba en aumento. Nos
da él mismo la noticia de cómo obró, diciendo: «Rodrigo, Pontífice de Toledo
considerando las palabras de San Juan, que dice: El que viere al hermano en la
necesidad y cerrare las entrañas de su misericordia, ¿cómo tendrá la caridad de
Dios? Y también dice la Escritura en otra parte: Alimenta al que está muñéndo-
se de hambre, que si no le alimentas lo habrás matado, en el acto entregó a los
caballeros cuanto dinero pudo encontrar en su poder; y para que los castillos de
la frontera no quedaran sin guarniciones, determinó quedarse allí, padeciendo las
penalidades de la indigencia, lo mismo que los demás, y permanecer entre los ca-
balleros para consuelo y subsidio de toda la tierra.» (2) Con su influencia e ini-
ciativas, asegurando la conservación de las conquistas, era un consuelo: con el
sustento, que, desprendiéndose de todo lo suyo, les proporcionaba, era el subsidio
de la tierra. «Extendió además este subsidio a los habitantes no militares de Ca-
latrava, desde el día de la Epifanía hasta el día de San Juan Bautista, el 24 de
junio.» (3)
Qué enormes sacrificios y gastos suponen seis meses de sostenimiento de tanta
gente militar y civil. (4) E l mismo Prelado adoptó un género de vida austero, en
(1) Lib. IX. c. 14. (2) Líb. VIH. c. 14. (3) Id. ib. (4) Rodericus... prcecipue in eo fuit ut sex
menses et bello et pace necessaría provisurus...—Anuales Císter. IV. Series Proelat. c. X .
—130—
todo semejante a los piadosos caballeros de Calatrava, lugar de su ordinaria resi-
dencia en ese tiempo. E l Papa reinante les había impuesto esta vida áspera: «Dor-
miréis vestidos y ceñidos... En el oratorio, dormitorio, refectorio y cocina guarda-
réis silencio perpetuo... Se os permite a todos comer carne tres días de la semana,
martes, jueves y domingo, contentándoos de tomarla en una sola comida y de una
sola clase; y en todas partes observaréis silencio a la mesa.» (1) No era el gran
Maestre que regía a Calatrava el de las Navas, D. Rodrigo Yanguas, que, a causa
de las heridas, renunció a su cargo, a raíz de la batalla, lo era el bizarro Rodri-
go II, que, como un torrente se lanzaba contra los árabes, siempre aterrándolos,
pero con varia fortuna. La mayor que Dios le deparó fué tener por huésped a Don
Rodrigo en los meses de mayor calamidad, y el vivir en ese tiempo bajo la autori-
dad de tan benéfico caudillo. (2) Subió a lo sumo la estrechez de Calatrava y de
toda la tierra en la Cuaresma; por lo que reunió el Arzobispo a los caballeros en
Capítulo y decretó, de conformidad con ellos, «que antes de abandonar la comar-
ca se debía preferir alimentarse de carne en la Cuaresma, si el Señor no disponía
otra cosa. Pero la abundancia de la piedad de Dios proveyó tan misericordiosa-
mente que al dicho Pontífice no le faltaron víveres para su objeto y para soportar
la indigencia de los caballeros hasta el día, en que la tierra del Señor dio sus fru-
tos a ricos y pobres.» (3)
El poderoso y sagaz valí de la región de Sevilla, Aben Said, hermano de Ma-
homed, el organizador del levantamiento délos reyes moros de la Bética en 1213
contra Castilla, que pasó a filo de espada a los talaveranos, que osaron entonces
asomarse incautamente por Extremadura, preparó a D. Rodrigo y a sus huestes
de la frontera y de la comarca toledana un invierno y primavera terribles. Entera-
do el jefe moro de la retirada del rey, del mal estado, en que habían vuelto a las
líneas de defensa las fuerzas castellanas, y del azote del hambre, que consumía al
pueblo, multiplicó sus más tenaces ataques, y avivando las energías de todos los
árabes andaluces, con esperanzas de botines y triunfos, acosó igualmente las co-
lumnas de cristianos guerreros de los puestos militares, e intentó adueñarse de la
región de Toledo, aproximándose a la misma capital. Según hermosamente se ex-
plica en las cartas de recompensas, que en favor de D. Rodrigo expidieron los reyes
Alfonso, Enrique I y San Fernando, sucesivamente, para premiar sus servicios ex-
traordinarios durante estos seis meses durísimos de campaña militar y de asom-
brosos actos de caridad, los moros escogieron para realizar sus invasiones en Cas-
tilla el camino que va del Puerto de Alhover (4) a la ciudad de Toledo, y por ese
puerto irrumpían, asolando cuanto encontraban a su paso...
Así habla el documento en el preámbulo, que precede a las cláusulas de la do-
nación: «Como la ciudad de Toledo, por los pecados de los hombres, está cerca de
los castillos y fortificaciones de los sarracenos, padece frecuentes acometidas de
ellos, que se llevan muchos cautivos cristianos, y muchos de éstos perecen al filo
de la espada. Mas el Puerto, por el cual la predicha ciudad es más atacada es el
de Alhover, por el cual, como por un camino abierto, no cesan de atacar a la men-
cionada ciudad.» (5) También D. Rodrigo observa en su historia que «en aquel
tiempo (la fecha de que hablamos) era más gravemente atacada por los árabes la
ciudad de Toledo por este camino libre y abierto.» (6) Por cerrarlo construyó el
Arzobispo en tan críticos días un castillo, llamado de Milagro, cuyos alrededores
(1) Bula de aprobación. IV. kal. maj. 1199.—Aguirre V. 122 y sig. (2) Anuales Cister. II. Series
Prcelatorum. n. X . (3) Lib. VIH. c. 14. (4) Allover, se lee en Líber priv. fice/. Tolet. (5) L i b .
prv. 1. f. 31. v. Memorias. 329. (6) Lib. VIII. c. 14.
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pobló enseguida de gente denodada, y por eso al poco se transformó en población
notable con el nombre de Almagro, hoy tan conocido y poblado. El mismo Prelado
caudillo se trasladó allí por cierto tiempo, para dirigir las obras del castillo y alo-
jar y animar a los guerreros, que las protegían y a la vez cerraban el camino al
invasor. Estando allí vio con pena la forzada suspensión de las obras por lluvias
e inundaciones. «Y dejando, dice el mismo D. Rodrigo, todo en la inacción, des-
pués de encargar la defensa del ámbito de la nueva población a los caballeros y
otros guerreros, vino (el Arzobispo) a la ciudad de Toledo, al aproximarse la so-
lemnidad del día de Ramos.» (1)
Dios traía al santo Prelado a su ciudad para enjugar muchas lágrimas. Alcanzó
un maravilloso triunfo con su arrebatadora elocuencia y celestial unción en ese día
de Ramos. «Como el clamor de los pobres famélicos crecía, el mismo Pontífice, ce-
lebrada la procesión, predicó sobre la caridad, y de tal suerte inflamó el Omni-
potente los corazones de los oyentes, que empezando por él mismo, todos los
que oyeron la palabra del Señor, desde entonces hasta que comenzaron las nuevas
cosechas, recibieron a todos los pobres; y de tal modo la caridad multiplicó el nú-
mero de beneficios, que en toda la ciudad no quedó uno que no tuviera su propio
dador de limosna. Mas en el mismo día que se hacía este reparto de caridad, se-
tecientos caballeros y mil quinientos infantes árabes se acercaron al castillo de
Almagro, y combatieron durante un día a los que estaban dentro, tan tenazmente
que, de todos, apenas quedó uno ileso o que no cayera muerto. Pero temerosos los
agarenos de la constancia de los encerrados, habiendo tenido muchos muertos
entre los suyos por las flechas, levantando el cerco, volvieron a sus tierras; y tan
grande fué el maltratamiento de los asediados, que ninguno de ellos pudo conti-
nuar en la fortaleza. Pero después de la retirada de los árabes, habiendo enviado
un mensajero al Pontífice Rodrigo, de quien eran vasallos aquellos defensores,
se recibieron en su lugar otros valientes y sanos, siendo aquellos transportados
en carros a Toledo, donde con la debida comodidad fueron consolados; y allí per-
manecieron, al cuidado del médico, hasta que recobraron el contento de la sa-
lud.» (2) Hasta aquí palabras del mismo D. Rodrigo, cuya inmensa caridad y soli-
citud tan exactamente reflejan. Pero por no cortarle el uso de la palabra nos ha
hecho saltar por encima de sucesos, que él calla en su demasiado concisa relación.
Volviendo atrás, los recojeremos. E l activo Arzobispo, como generalísimo de la
frontera, terminadas las fiestas de la Semana Santa y Pascua de Resurrección,
que en este año cayó el 2 de abril, salió inmediatamente a socorrer la extensa lí-
nea fronteriza, empezando por Calatrava, con el objeto de asegurar la tranquili-
dad de la ciudad de Toledo y de su dilatada comarca, amenazadas especialmente
en aquellos días por las enérgicas y repetidas irrupciones sarracenas por distintos
puertos. Infundía esperanzas y brios a los moros la ausencia del rey de Castilla,
que continuaba en Burgos, y la espantosa desolación que el hambre más cruel pro-
ducía en la afligida región toledana. Fué ésta una excursión de graves penalida-
des y grandes peligros para el abnegado e intrépido Prelado, como consta por
las palabras de San Fernando, en el documento de confirmación de Almagro, en
favor de D. Rodrigo, que necesariamente debo traducir aquí. Dícele: «Vos, Rodri-
go, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, construísteis al otro lado del
puerto (de Alhover) un castillo, llamado Milagro, y padecisteis allí muchas tribu-
laciones, penalidades y el peligro de la muerte por la salvación de la mencionada
ciudad y en servicio de mi ilustre abuelo, el rey D. Alfonso, de buena memoria, y
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de mi serenísima madre, y también*hicisteis alli muchísimos gastos de los bienes
de la Iglesia de Toledo; y además el Señor libró milagrosamente al dicho castillo
de manos de los sarracenos, que lo combatían, por medio de vuestros vasallos,
cuya sangre allí se derramó.»
Fíjese el lector en la asombrosa prodigalidad de D.fRodrigo en' agotar sus re-
cursos para el sostenimiento de la guerra, para remedio de la penuria universal, y
para la defensa de la religión y de la patria. E l es la fuente'principal y prodigiosa
en esta calamitosa temporada. E l socorre a Calatrava y su comarca, hasta el día
de San Juan Bautista, es decir, medio año entero. Socorre a Toledo y organiza la
beneficencia en favor de los famélicos. Con expensas fabulosas erige castillos y
puebla a Almagro, fundado por él. Sostiene un ejército aguerrido de vasallos su-
yos en la agitada frontera sur. Personalmente recorre todos los puntos más ame-
nazados, exponiéndose en la lucha a la muerte y a otros contratiempos de las más
duras guerras, ya en Calatrava, ya en Almagro, ya en Ahover, dirigiendo obras
costosas, dignas de erarios reales, alentándolas con su presencia, y manteniendo
el ánimo de los luchadores apareciendo a cada paso en múltiples lugares tan dis-
tantes, sin que lleguemos a comprender de dónde sacaba el infatigable y santo
Arzobispo tanta vida y tantos elementos de subsistencia y de guerra.
Ocurre preguntar ¿aprovechóse el Arzobispo de las gracias de la cruzada mag-
na del año 1212, que él mismo había logrado y predicado, y que todavía estaba en
vigor? Porque, aunque no han registrado los historiadores españoles tan impor-
tante hecho, es verdad que aún perduraban los privilegios de aquella cruzada den-
tro de los ámbitos de España, como el mismo Inocencio III lo proclamaba el año
1213. Pues al encargar a los Cistercienses el Papa en ese año la predicación de
una nueva cruzada general para Tierra Santa les decía: «Renovamos las faculta-
des de perdonar y las indulgencias concedidas hasta ahora por nosotros a los que
van a España a pelear contra los moros, o contra los herejes en la Provenza, tan-
to más que se les concedió para un plazo, que transcurrió totalmente, habiendo
por otro lado desaparecido en ambos puntos la mayor parte de la causa, por ha-
berse ya mejorado el negocio por el favor de Dios, de tal suerte que no exige una
urgente asistencia; y si acaso la requiriera otra vez nosotros procuraríamos mi-
rar en la necesidad inminente. Concedemos empero que tales remisiones e indul-
gencias perduren entre las provenzales y españoles.» (1)
Como se ve, pudo el Arzobispo apelar a este eficaz medio para reclutar solda-
dos y allegar recursos, con el fin de sostener una guerra tan difícil y tan vital, pa-
ra rechazar una peligrosa invasión en la más rica región de Castilla la Nueva y
evitar la caida de Toledo en manos sarracenas, en horas de tanta angustia nacio-
nal, riesgo que conjuró D. Rodrigo con su genio, actividad e inmensos sacrificios,
como se lo recuerda paladinamente San Fernando en el documento ya citado. Pe-
ro parece que no se sirvió de este recurso; ni tampoco Alfonso VIII en las empre-
sas sucesivas a la gran cruzada. Yo me lancé en busca de algún dato, alguna re-
ferencia, algún rastro, si quiera vago, que me permitiera sostener con visos de
verdad la idea, que en el primer momento de la lectura de la Bula pontificia se
apoderó de mi espíritu tenazmente, de que la cruzada, no terminada aún, sirvió
para animar la guerra santa y sostenerla con los elementos más o menos valiosos,
que debía aportar. Ni los archivos, ni otras fuentes de investigación suministran
nada que abone tal conjetura, por otro lado tan racional. Los datos positivos uná-
nimemente deponen que el peso del gran conflicto de 1214 lo soportó en todas sus
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partes el magnánimo Jiménez de Rada, el cual, recordando el exhorbitante y gi-
gantesco esfuerzo del año 1212 para sostener la empresa de las Navas y el angus-
tioso quebranto por la total falta de cosechas, que hundió más al pueblo, no se
atrevió a pedir sacrificios extraordinarios, y prefirió hacer por sí mismo los impo-
sibles por la religión y por España, con el heroísmo incalculable de los más
grandes patriotas.
Una frase algo ambigua para ser entendida a la primera lectura, que el mismo
Arzobispo (1) estampa en su historia, sugirió al príncipe de los historiadores cis-
tercienses la que sigue: «Rodrigo, Arzobispo de Toledo, dadivoso con todos, pero
sobre todo con el Cisterciense (de Calatrava), no sólo alivió su falta de alimentos,
pero además vivió en él seis meses íntegros para proveer las cosas necesarias en
la guerra y en la paz.» (2)
No puede admitirse que estuvo el gran amigo de Calatrava los seis meses ínte-
gros en ella. Afirma D. Rodrigo que dio subsidios a los que quedaron en Calatra-
va desde el día de Reyes hasta el día de San Jüán Bautista, que hacen seis meses:
en cuanto a su residencia en ella indica que vivió algún tiempo allí, y cuenta ade-
más que en ese tiempo se ausentó de aquel monasterio para acudir a varios pun-
tos, como queda referido. Y con bastante claridad dice también el mismo Arzobis-
po, que en la segunda parte de abril dejó toda la frontera, después de conjurar el
peligro de las invasiones con nuevos refuerzos enviados a los puestos más peli-
grosos, y sobre todo, al de Almagro y Alhover, que visitó inmediatamente des-
pués de Pascua de Resurrección. En seguida voló al lado de su entrañable amigo
y monarca, que seguía en Burgos, escocido de la poca fortuna de su última em-
presa bélica, última también de su vida, que no fué siempre arrullada por la vic-
toria. D. Rodrigo dice, después de referir sus últimas providencias para guarnecer
a Almagro. «Pero el Pontífice Rodrigo, dispuestas estas cosas, partió para Burgos
al lado del rey Alfonso el Noble» (3) Debía estar ya el 6 de mayo en la capital de
Castilla la Vieja, por cuanto aparece su firma en esa fecha en la donación del cas-
tillo de Eznaverós a la Orden de Santiago, que lo habían conquistado. Si bien no
tiene mucha fuerza la firma, como se verá a su tiempo, para precisar la fecha. Pe-
ro ya no era indispensable su presencia en el Mediodía de Castilla, una vez escar-
mentados los moros, obturados los puertos principales con los nuevos refuerzos,
lozanos los campos con la exhuberante vegetación, que empezaba a disminuir el
rigor del hambre, y aseguradas las vituallas de Calatrava y demás puntos con lo
dispuesto hasta julio, en que empezaría la abundancia de todo. Merece notarse
que, de las tres inmensas calamidades de Calatrava, presenció dos el Arzobispo,
la de 1211, y la que acabo de narrar. La tercera fué en 1195, en que el árabe, tras
la victoria de Alarcos, cayó sobre Calatrava, donde sepultó bajo las ruinas a los
caballeros, que la guarnecían, reuniéndose los supervivientes de aquellos días
aciagos junto al sepulcro de su fundador, San Raimundo, en Ciruelos, cerca de
Toledo «donde había muerto, y, en donde (añade D. Rodrigo) por él, según se di-
ce, Dios hace muchos milagros.» (4)
Alfonso VIII acogió a su gran ministro lleno de regocijo y satisfacción, ensal-
zando merecidamente la conducta del Prelado, el cual escribe, que el rey «ponde-
rando sus obras en el Señor, le dio veinte aldeas para perpetua posesión de la
Iglesia de Toledo.» (5) Los panegiristas de Alfonso VIII han visto en este acto la
prueba espléndida de un monarca, que sabe premiar dignamente los servicios emi-
(1) Lib. VIII. c. 14. (2) Ángel Manrique.—Annalcs. Series Prcelatorum M i l i t o Calatrava:. to-
mo IV. n. X . (3) Lib. VIH. c. 14. (4) Lib. VIH. c. 14. (5) Lib. VIII. c. 14.
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tientes prestados a su persona y a la patria. Y a primera vista eso sugiere la frase
del Arzobispo. Pero eso no es exacto. No fué ese acto una espontánea y pingüe do-
nación, sino un acto de justicia,una devolución de lo que el rey debía a D.Rodrigo,
desde su elevación al Pontificado: y por eso el Arzobispo no dice donó (donavit)
sino entregó (dedit). Aquella conducta extraordinaria de D. Rodrigo despertó
hondamente el recuerdo del agravio, que hacía muchos años estaba cometiendo
con la Sede toledana, y le impulsó irresistiblemente a repararlo. Aquel ejemplo de
generosidad y patriotismo sublimes de su consejero, que, sin atender a los perjui-
cios, que estaba recibiendo por la privación de grandes posesiones, todo lo sacri-
ficaba en beneficio de la corona, fué a la vez lección luminosa y estímulo decisivo
que movieron al anciano monarca a restituir al Primado lo que le pertenecía. E l
preámbulo nos lo dice claramente: «Yo, Alfonso, por la gracia de Dios, rey de
Castilla y Toledo... reconociendo, que cuando en mi juventud necesitaba para mi
servicio de los ciudadanos de Segovia, sin poder prescindir de ellos, a causa de
mis grandísimos apuros, despojé a la Iglesia de Toledo de ciertas aldeas del tér-
mino de Alcalá, sin el beneplácito del Arzobispo Toledano, dándole en cambio
Talamanca, y cedí las aldeas a los segovianos. Pero reflexionando que, si no re-
voco ese cambio, padecerá detrimento mi alma, os las restituyo a vos, D. Rodri-
go... recibiendo en cambio para mí a Talamanca. Estos son los nombres de las al-
deas: Val de Torres, Loeches, Val de Mera, Quíeso, Bielches, Aldea del Campo,
Valtierra, Arganda, Val de Moro, E l Olmedo, Pezuela, E l Villar, Perales, Tielmes,
Val de Lecha, Carabaña, Orusco, Embit, Querencia.» (1) Firmóse tan notable re-
paración el 21 de julio de 1214 en Burgos. A pesar de que Alfonso VIII tenía, al
apropiarse esos bienes, 35 años, (el año 1190) califica a aquella edad de juventud,
confesando que eran acciones propias de varón poco sesudo.
Vamos ahora a recoger noticias, que a causa de la unidad de la narración an-
terior, han quedado al margen. E l 1.° de Octubre (2) de 1213 pasó al seno de Dios
el queridísimo tío de D. Rodrigo, San Martín de Hinojosa, sorprendiéndole la
muerte en vigorosa ancianidad, cuando regresaba del monasterio de la Oliva, des-
pués de visitarlo. Durmióse en Subdosa, hoy Socota, devorado por la fiebre, cuan-
do anhelosamente caminaba a su amada Huerta, para dar su último suspiro allí,
donde se había sacrificado tanto, presintiendo que el Señor le llamaba. Dios le
negó ese consuelo y los monjes de Huerta transportaron a su monasterio a aque-
llas reliquias, que todavía son uno de los tesoros de Santa María de Huerta, en
que yacen al lado de la epístola, enfrente de la momia de su sobrino, D. Rodrigo,
que está por el lado del Evangelio. No debió asistir el agradecido sobrino a sus
últimas honras por causa de los preparativos de la campaña a Andalucía.
Timbre de singular mérito y grandeza de D. Rodrigo es, según los eruditos in-
vestigadores del derecho positivo castellano, el haber sido un cerebro luminoso,
original y progresivo, como poquísimos en la edad media, en las orientaciones le-
gislativas y en el otorgamiento de fueros y cartas fueros, marcando todas sus con-
cesiones con iniciativas generosas, que influyeron pronto en el desarrollo de la le-
gislación nacional, como se comprueba con el estudio comparativo de su labor le-
gislativa, que es tan copiosa y notable como la de un gran soberano de la época,
con las instituciones de la misma índole de los tiempos siguientes.
La primera muestra que de esto se conserva es del 1.° de Diciembre de 1213, y
brevemente hay que darla a conocer, para formarnos idea justa de los nuevos ho-
(1) Lib. priv. II. f. 107 y 1. f. 36. v. (2) Kalendis Octobris se lee en la lápida sepulcral. Minguella
escribe que murió el 15 de Septiembre.
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rizontes que se observan en su elevado criterio sobre la materia. Como referimos
ya, en la segunda parte de 1211 y antes de marzo de 1212, D. Rodrigo adquirió la
célebre villa de La Guardia, de vida lánguida, pero capaz de prosperidad y en-
grandecimiento por medio de una organización municipal generosa, y por el agre-
gamiento de una porción de aldcuelas circunvecinas, que podían producir en la vi-
lla vida y actividad. Comprendiéndolo así el Arzobispo, y viendo además que la
importancia de su nueva adquisición lo reclamaba, pues, como se deduce del do-
cumento, que vamos a dar a conocer, La Guardia era una villa amurallada con su
alcázar y alcalde, en la fecha mencionada, firmó con su villa un acuerdo foral
corto, como base de un fuero extenso y articulado, que más adelante nació de esa
concesión.
Don Rodrigo empieza por dejar a la iniciativa de los miembros del Concejo la
redacción y presentación de los puntos de la carta foral, con lo que realza el pres-
tigio del municipio, cuyos miembros presentaron «unánimes y concordes» al gene-
roso Arzobispo las bases principales, que fueron admitidas y confirmadas. De no-
tar es acerca de los tributos, que D. Rodrigo exime de ellos a los milites, (caballe-
ros dedicados a la guerra) a los clérigos y a los aportelados (vigilantes de las
puertas de la villa.) Y además a todos los vasallos perdona totalmente los tribu-
tos en los cuatro años inmediatos. En lo civil les concede participación en la elec-
ción del juez y alcaides de la plaza en unión con el señor. Y para que la villa ad-
quiera desarrollo material, le concede la villa de Muelas, y los pueblos de Cerva,
Longa y otros varios con sus dehesas y ríos de pingües rendimientos. (1)
Se conservan bastantes datos de la copiosa correspondencia de Inocencio III en
la última parte del año 1213 con D. Rodrigo, y atestiguan la diligencia con que el
Arzobispo llevaba los asuntos importantes de su Iglesia. Pidió al Papa que confir-
mase la sufraganeidad del Obispado de Albarracín en favor Toledo contra los in-
tentos del Terraconense. Inocencio III se lo concedió el 28 de Noviembre de 1213,
reconociendo, que la posee justa y pacíficamente. (2)
No peligraba en aquellos días el derecho de D. Rodrigo sobre la Silla de Alba-
rracín. Célebre es en la historia civil y eclesiástica de España el caso de la crea-
ción del estado independiente de Albarracín y la erección del Obispado del mis-
mo nombre por el genio y las proezas del famosísimo guerrero, Pedro Ruiz de
Azagra, en los albores de la vida de nuestro D. Rodrigo, y la conservación heroi-
ca de esta independencia por el mismo fundador y sus herederos, los Azagras, que
fueron invítos héroes. Como se lee en la historia, los enemigos del nuevo Es-
tado fueron los moros valencianos, y además, y más pertinazmente, los reyes de
Aragón y Castilla, que muchas veces mancomunadameníe los atacaron para sub-
yugarlos, en particular al fundador del Señorío y de su Iglesia, Ruiz de Azagra;
pero siempre fueron derrotados por aquel gran guerrero y político. Por lo cual el
analista Zurita, después de compendiar hazañas tan señaladas para desbaratar los
ataques combinados de tan poderosos reyes, dice así: «Lo que no sé si es mayor
hazaña, que de caballero español haya quedado en la memoria de los nues-
tros.» (3) habla de Pedro Ruiz de Azagra.
Pues bien, los Azagras eran paisanos de D. Rodrigo y relacionados con los Ra-
das de Navarra, y además el actual poseedor de Albarracín, Fernández de Aza-
gra, segundo sucesor del fundador del pequeño estado, era amigo personal del
Arzobispo, como se verá. Sabido es también que los Azagras tenían tanta fuerza
por la protección y socorros de los soberanos de Navarra, que sostenían la causa
(1) Lib. priv. II. f. 46-47. (2) Ap. 19. (3) Zurita. Anales. III.
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de sus vasallos en las fronteras de Valencia para contrarrestar la acción de sus
rivales, los reyes de Castilla y Aragón, y por eso consentían que los Azagras re-
clutaran soldados en su patria. Ruiz de Azagra, apenas creó su nuevo estado, bien
organizado, logró del Papa que sus subditos tuvieran un Obispo propio, residente
en la misma capital, y se declaró adversario del Metropolitano de Tarragona, y
obtuvo del Pontífice Romano, que la nueva Sede fuera sufragánea de Toledo, en
los días en que D. Rodrigo ascendía en sus estudios. Inocencio IV en la Bula de
confirmactón, que en el último año de la vida de nuestro Arzobispo expidió, el
12 de abril de 1247, relata el hecho, que vamos a copiar para ilustrar la historia.
«Inocencio (III) Papa, nuestro predecesor de feliz memoria, se enteró por las letras
del Arzobispo de Toledo... que Pedro Ruiz, preclaro por la nobleza de la sangre y
por la excelencia de sus virtudes, adquirió de cierto rey, de ilustre memoria, lla-
mado Lope, algunos castillos y villas ocupadas por los sarracenos de muy antiguo;
en los cuales el mismo Pedro introdujo con solicitud costosa, habitantes cristianos
e insistió de muchas maneras con sus habitantes ante el predicho Arzobispo, para
que les concediese un Obispo propio en uno de los castillos, que vulgarmente se
denomina Santa María, erigiéndolo en Sede episcopal. E l cual atendiendo a la de-
voción, tanto del citado Noble, como del pueblo, y considerando a la par, no sólo
el bien espiritual, que a los fieles sobrevendría, pero que también se resistiría a
las incursiones de los paganos más fácilmente... con el consejo de los Obispos
comprovinciales, accedió a la petición y determinó, que en el predicho castillo se
estableciera la nueva Sede episcopal...» (1) E l Azagra que regía el Señorío de A l -
barracín en el año 1213, al ratificar Inocencio III a D. Rodrigo su derecho de Me-
tropolitano de Albarracín, era un sobrino del fundador, llamado Pedro Fernández
de Azagra, que gobernó su estado desde 1200 a 1254, sobresaliendo, en Aragón,
entre todos los señores, al lado de Jaime el Conquistador, y en íntimo trato con la
corte de Navarra, su país. Con la misma fecha Inocencio III confirmó a D. Rodri-
go la sufraganeidad de Segovia. (2) Por otra Bula del mismo día el Papa confir-
mó al Arzobispo las décimas reales de Alcaraz y otros lugares, que recientemente
había adquirido; y creo que de la misma fecha es la Bula de confirmación de los
pueblos, que Alfonso VIII restituyó y donó a D. Rodrigo y a la Iglesia Primada,
en premio de los grandes servicios prestados a la nación por Jiménez de Rada. (3)
Este reclamó ante el Papa contra el famoso Obispo D. Tello, de Palencia, de su
resistencia a respetar los derechos del Metropolitano acerca de las apelaciones y
otros puntos. Comisionó esto Inocencio III, el 4 de diciembre de 1213, para que lo
resolvieran inapelablemente, al Arcediano y Sacristán de la Catedral de Burgos y
al Abad de Salas, de la diócesis burgalesa. (4) Más importante fué el asunto, que
por reclamación del mismo D. Rodrigo, el Papa comisionó al Obispo dePlasencia
y a los Arcedianos de Burgos y León, el 1.° del mismo mes, diciendo: «Nuestro ve-
nerable Hermano, Rodrigo, Arzobispo de Toledo, se ha querellado ante Nos con-
tra el Arzobispo de Compostela, acerca de la injuria que le hace en cuanto al de-
recho de Metropolitano y de otras cosas en las iglesias de la Diócesis de Plasen-
cia.» (5) Exhórtales el Pontífice, y en particular al Diocesano de Plasencía, a que
resuelvan según justicia y derecho canónico. Pero la Bula de verdadera importan-
cia general, que Inocencio III dirigió en este mes de diciembre es la siguiente:
(1) Berger. n. 2518. (2) Ap. 20. Líber, priv. Eccl. Tol. II. fol. 117. (3) E l P. Burriel copió esta
Bula; (en el tomo 47. Dd.) pero por desgracia faltan en ese tomo los folios, como lo nota también el
índice de los Manuscritos de la Biblioteca. En Toledo no encontré el original de que se sacó copia del
documento. Por él conoceríamos la lista íntegra de todo lo que D. Rodrigo recibió en premio de sus
servicios. Anhelamos más por eso su hallazgo. (4) Ap. 20. (5) Ap. 22.
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«A Rodrigo de Toledo. Como algunas Iglesias, en otro tiempo sometidas a la
Iglesia de Toledo, las cuales, por los pecados de los cristianos, estuvieron largo
.tiempo bajo el dominio de los enemigos del nombre cristiano, ha poco han sido
rescatadas de las manos de los impíos, con el favor del Señor, por diligencia y
prudencia de nuestro carísimo hijo en Cristo, Alfonso, ilustre rey de Castilla, a fin
de que no falte la asistencia pastoral a los fieles que allí viven, determinamos enco-
mendarlas a tu solicitud, para que les prestes el cuidado pastoral, hasta tanto que
la Sede Apostólica no juzgue que se ha de disponer de otro modo de las mismas.
En consecuencia, ordenamos por las presentes, a tu fraternidad, que de tal suerte
te encargues de ellas, que por tu celo se promueva en ellas el culto divino, y que
trabajes eficazmente en la restauración de sus Obispados. Dado en Letrán, 16 de
nuestro pontificado, 20 de diciembre.» (1)
Inocencio III nombró por este tiempo a Tello, Obispo de Palencia, al Arcediano
de Talavera, Maestro Gil y a García Martínez, para que dictaminasen en un gra-
vísimo pleito, que sostenían D. Rodrigo y los Caballeros de Santiago desde muy
atrás. Como por ambas partes multiplicábanse los incidentes curialescos, que ha-
cían interminable la causa, en la que se debatían muchos asuntos muy importan-
tes, al fin las dos partes se avinieron a una sentencia arbitral de transacción, que
dieron los mencionados jueces pontificios. Dictaminaron éstos: 1.° que D. Rodrigo
debía cobrar la tercia pontifical de las rentas de las iglesias de los Santiaguistas,
y el resto los caballeros. 2° que D. Rodrigo tenía derecho de confirmar y vigilar
los clérigos presentados por los Caballeros para sus iglesias. 3.° que D. Rodrigo
reconociese la propiedad de los ocho pueblos donados por D.Alfonso a la Orden.
4° que los Santiaguistas diesen al Arzobispo la villa de Archilla, y reconociesen
los derechos de D. Rodrigo sobre las aldeas de la ribera del Tajuña, que poseía
entonces el Primado. Imponen al transgresor de este dictamen la tremenda multa
de quince mil áureos. Seis de agosto de 1214, y lo confirmó Alfonso VIII en Bur-
gos. (2)
Desde que en la primavera de 1214 D. Rodrigo vino a Burgos, no se separó de
su gran amigo, el monarca, hasta que lo llevó al sepulcro. D. Alfonso sigue en la
inacción, y yo no encuentro documentos confirmatorios para creer a Mariana, que
dice, que escitaba a los ingleses contra los franceses. (3) Más creo que se daba a
ideas de piedad, sintiendo no poder realizar la promesa de entrar cisterciense,
expresada así en la donación del cenobio burgalés: «y si ocurriera que en nuestra
vida entráramos en alguna religión, prometemos abrazar la Orden cisterciense,
y no otra.» (4)
Escribe Mariana: «En particular concedió (el rey) al ATzobispo de Toledo, que
por tiempo fuera el oficio y la preeminencia de Chanciller Mayor de Castilla, que
en las cosas del gobierno era la mayor dignidad y autoridad después de la del rey;
privilegio, que siete años antes se dio al Arzobispo D. Martín; pero por tiempo l i -
mitado: al presente para siempre a D. Rodrigo y sus sucesores. Este oficio ejer-
cían los Arzobispos en lo adelante, cuando andaban en la corte: si se ausentaban
nombraban con el beneplácito del rey un teniente, que supliese sus veces y des-
pachase los negocios.» (5) No son tan precisas y seguras, como las cuenta Mariana,
las noticias del principio del Cancillerato de D. Rodrigo. No he encontrado docu-
mento alguno de la época de Alfonso VIII, que terminantemente diga, que D. Ro-
drigo era en los días de ese rey Canciller Mayor de Castilla, sí bien lo tengo por
(1) Ap.23. (2) Lib.priv. I. f. 51. B u l l . S . Jacobí. 121-124. (3) Lib. XII. c. 3. (4) Manrique.
Anales. Año 1199. tom. IV. c. 4. (5) Lib. VIH. c. 3.
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indudable, y aun bastante antes de lo que dice el clásico historiador. El Cardenal
Lorenzana opinó que San Femando concedió a D. Rodrigo la dignidad de Canci-
ller Mayor perpetuo, y decretó que en adelante lo fuesen todos los Arzobispos de
Toledo, en atención a los eminentes méritos de D. Rodrigo, su preclaro conseje-
ro. (1) Lo que pasó es que durante los reinados de Alfonso VIII y de Enrique i,
desempeñó el cargo de Canciller Mayor de Castilla precariamente y ad nutum re-
gis, y sin que estuvieran exactamente definidas las atribuciones del Canciller Ma-
yor, y sin que estuviera adecuadamente reglamentado y organizado su funciona-
miento. Esto se llevó al cabo en el reinado de San Fernando, y entonces se esta-
bleció que los Arzobispos de Toledo fueran Cancilleres Mayores natos de Casti-
lla. (2) E l autor de las Partidas consignó en esta forma las atribuciones de tan alto
poder «Chanciller es segundo oficial de la casa del rey, de aquellos, que tienen
officios de poridad. Ca bien assi el Capellán es medianero entre Dios e el rey es-
piritualmente en fecho de su anima, otrosi lo es Chanciller entre el e los ornes
quanto a las cosas temporales. E esto es, porque todas las cosas, que ha de librar
por cartas, de cual manera que sean, han de ser de su sabiduría: e él los deve ver
ante que las sellen por guardar que non sean dadas contra derecho; por manera
que el rey non reciba daño ni vergüenza. E si fallare y alguna avia, que no fuese
así fecha, devela romper o desatar con la peñóla, a que dicen en latín cancellare,
e desta palabra tomo nome Chancellería.» (3) No se confunda el Cancellarum Re-
gis con el Canciller Mayor, que al mismo tiempo había en Castilla. Ese Canciller
era el Secretario del rey, un verdadero Canciller particular, que redactaba y expe-
día los documentos reales, mas pasaban por manos del Canciller Mayor los que
habían menester. Ese Canciller del rey era en 1214 Diego García, (4) y continuó
siendo en el reinado de Enrique I, según aparece en el Portatícum de Uclés y
otros documentos. (5) En tiempo de San Fernando veremos al insigne Juan Domín-
guez, Obispo de Osma, íntimo de nuestro Arzobispo, desempeñar el mismo oficio,
titulándose Cancellarium Regís et regni, Canciller del rey y del reino.
Don Rodrigo acompañó, a principios de otoño de 1214, al rey Alfonso, en su
viaje a la frontera de Portugal, sin que el Arzobispo nos diga del objeto de esta
escursión más que lo siguiente: «Alfonso el Noble invitó a un coloquio a su yerno
Alfonso, rey de Portugal, en el año cincuenta y tres de su reinado.» (6) Iban tam-
bién con el rey la reina con sus hijos, varios Prelados y magnates. Este viaje re-
servaba para D. Rodrigo una de las mayores aflicciones. He aquí cómo nos cuenta
el mismo la desgracia: «Dispuesto (el rey Alfonso) para partir a Plasencia, empe-
zó a enfermar gravemente en la aldea llamada Gutierre Muñoz, y consumido por
la fiebre, acabó la vida, después de confesarse con Rodrigo, Pontífice, y recibir el
sacramento del viático con asistencia de los Obispos Tello,de.Palencia y Domingo
de Plasencia, sepultando consigo la gloria de Castilla. Lunes, día de Santa Fe, vir-
gen, era 1252 (1214.)» Murió el gran monarca,asistido de D.Rodrigo y de sus hijos,
a
nietos y su esposa D . Leonor. (7) Era el 6 de Octubre. E l décimo calendas de ese
punto es errata, que corrige el mismo Rodrigo al decir en el libro siguiente, ca-
pítulo primero, que su esposa Leonor murió 25 días después. Como se sabe que
murió el 31 de octubre, resulta lo que decimos, que el décimo calendas octobris
da la fecha de 22 de septiembre. Debió espirar Alfonso al amanecer del 6, lunes.
Como sin embargo eso no lo supieron tan puntualmente como el Arzobispo los
(1) Vita Dom. Roderici. (111) p. XXII. (2) Salazar de Mendoza escribe que Alfonso Vil introdujo
en Castilla esta dignidad, para imitar a los emperadores, cuando lo fué él. (Dignidades de Castilla.
II. c. 7.) (3) Partida 11. Tít. 9 ley. 4. (4) Bullarium S. Jaeobi. p. 60. (5) Ídem. p. 62. (6) Lib. VIII.
c. 15. (7) Ib.
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autores de los Anales Toledanos y Compostelanos, estos escribieron, que murió
el domingo, 5; sin duda porque el rey murió de noche y no llegó a ver el sol del
día 6. Tenía Alfonso 57 años.
He aquí cómo D. Rodrigo cumplió con su entrañable amigo el primer deber de
testamentario. Escribe el mismo. «En el propio día, encerrado su cuerpo en de-
coroso sarcófago, vinimos a Valladolid. Después se reunieron, de todas las partes
del reino, pontífices, abades, religiosos y seculares, caballeros, proceres, pequeños
y grandes para asistir a las exequias de pérdida tan grande. Porque la noticia de
su muerte hirió tanto los corazones de todos, cual si a cada uno le hubiera atra-
vesado una saeta... Fué sepultado en el real monasterio de Burgos por Rodrigo
de Toledo, Tello de Palencia, Rodrigo de Sigüenza, Menendo de Osma, Gerardo
de Segovia, Obispos, y otros religiosos, presidiendo las funciones religiosas de los
funerales su hija la reina Berenguela, que acabó las exequias con tanto dolor
que casi se extinguió de pena y lágrimas.» E l gran amigo historiador termina su
narración con estas altísimas alabanzas, que expresan en breves cláusulas un epi-
tafio completo, que podría grabarse sobre el sepulcro de Alfonso VIII. «Y como en
vida llenó con las virtudes el reino, así en la muerte humedeció con lágrimas no
sólo a toda España, sino al mundo. Sepultado fué en el dicho monasterio por los
Obispos, donde, ni la envidia ni el olvido harán cesar los himnos de sus alaban-
zas.» (1)
Todavía la congoja henchía los pechos, y las lágrimas regaban muchas mejillas
cuando cayó nuevo luto sobre el corazón de D. Rodrigo y de la real familia. A los
a
25 días de esta muerte falleció D. Leonor, viuda de Alfonso VIII, a la cual asistió
en sus últimos días D.Rodrigo lo mismo que al monarca,administrándole todos los
auxilios de la religión cristiana, y a la que llama en su historia «hija púdica, no-
ble y discreta de Enrique, rey de Inglaterra.» E l mismo Arzobispo la enterró en
las Huelgas de Burgos, junto a la tumba de su marido, con ignales pompas fúne-
a
bres que al rey. D Leonor influyó como benéfico astro en el ánimo de Alfon-
so VIII, y tiene la gloría de haber modelado a aquellas inmortales hijas, Beren-
guela, madre de San Fernando, y Blanca, madre de San Luís, rey de Fra ncia.
Los servicios de D. Rodrigo en estos momentos solemnes de la muerte de los
reyes, fueron tan célebres y eminentes, que Enrique I empezó a los 6 días, las car-
tas de premios, por la que concede a D. Rodrigo la villa de Talamanca diciéndo-
le: «porque asististeis a los dos en las enfermedades y les administrasteis la eu-
caristía y comunión y celebrasteis los últimos obsequios del funeral con solem-
nidad en sufragio de los dos.» (2)
Sólo el rey Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivía de los tres soberanos cris-
tianos, que se habían inmortalizado dos años antes en la cruzada de las Navas de
Tolosa. Pedro de Aragón, más valiente que discreto, había sucumbido en la bata-
lla de Muret, peleando contra Simón de Monfort,que defendía la causa católica con
talento superior, mientras que el Aragonés, arrastrado por los lazos del parentes-
co, fué a Francia a socorrer al Conde de Tolosa, contumaz albigense. Como don
Rodrigo conocía a fondo el impetuoso e inconsiderado corazón de D. Pedro, y de-
bió de encariñarse de él, al admirar su gran valor en las Navas, veló cuidadosa-
mente por su memoria y escribió: «Que Pedro, siendo completamente católico,
acudió en auxilio de los blasfemadores (hereges) únicamente porque le ligaba el
lazo de afinidad.» (2) Era suegro del Tolosano.
E l insigne Cardenal Lorenzana, después de notar cómo Alfonso VIII mereció
(1) Lib. VIH. c. 15. (2) Lib. priv. 1. f. 11. (3) Lib. VI. c. 4.
-140-
en todas las naciones los sobrenombres de Bueno, Noble y Santo, explica de esta
manera, cómo corresponde a D. Rodrigo parte de ese mérito. «De lo cual,
en verdad, se puede entender cuánta gloria redunda en Rodrigo, que con sus amo-
nestaciones y maduros consejos inflamó al rey, para que aspirara a la consecu-
ción de tan grande alabanza de la gloria y de la virtud, y que no apartándose del
camino emprendido, continuara de día en día perfeccionándose hasta el último
momento de la vida, en el cual el mismo Prelado le asistió con sus exhortaciones,
con la misma diligencia, con que le había servido como integérrimo consejero du-
rante largo espacio de años.» (1)
Era Alfonso VIH todo un carácter; vigoroso, firme, activo, elevado, entero, inte-
ligente, infatigable, emprendedor, ajeno a todo favoritismo, que degenera en baje-
zas, enemigo de los aduladores, y contrario a las influencias extrañas, que, si se
toleran, envuelven en sus redes, cumplidor exacto de sus deberes de soberano, y por
lo tanto, sujeto incapaz de ser manejado por la maniobra de artificiosas habilida-
des, pero materia aptísima para recibir una dirección emanada de las altas fuen-
tes de una capacidad superior, en que brillaran nobles y rectas ideas y orientacio-
nes, proyectos razonables, ausencia de personalismos, virtud verdadera y maciza>
espíritu caudaloso, y corazón ardiente y generoso. Esto último era el Arzobispo, y
por eso al encontrar él en el abuelo de San Fernando dotes tan excelentes, materia
tan apta, pudo realizar en él esa maravillosa transformación, indispensable, para
que el monarca ambicioso, duro, agresivo y vengativo, se hiciera noble, bueno y
virtuoso. He aquí uno de los mayores timbres de gloria de D. Rodrigo.
Los personajes, que en la Corte figuraban al lado de D. Rodrigo eran Diego
López de Haro, el primer magnate del reino, excelente capitán, del que tanto ha-
bla D. Rodrigo en su historia, Fernando Sánchez, amigo y fiel repostero del
rey, (2) Gonzalo Rodríguez, Mayordomo real, Alvaro Núñez, alférez del rey, Pedro
Fernández, Merino Mayor en Castilla, Diego López, Rodrigo Díaz, Lope Díaz, el
conde Fernando Rodrigo Ruiz, Guillermo González, (3) Pedro de Ponce, Notario
del rey, y Diego García, Canciller particular del rey. Estos figuraban ya cuando
D. Rodrigo era electo de Toledo, (4) y sobrevivieron al monarea. Descollaban
también por sus servicios y por su empuje los tres hermanos Núñez de Lara, que
tan célebres se hicieron en los años siguientes por sus desafueros y excesos, de
que tendremos que ocuparnos; pero no hay indicios de que se atrevieran a levan-
tar cabeza, o a contrabalancear mañosamente la benéfica influencia de D. Rodri-
go en la corte de Alfonso VIII, como después lo hicieron con Enrique I, con funes-
tos resultados. Lo que merece consignarse es que los grandes Maestres de las
brillantes Ordenes Militares de Calatrava, Santiago y del Temple no eran corte"
sanos, ni rodaban, como en épocas posteriores, en torno de mundanas grandezas
y honores; sólo se les ve aparecer en las duras peleas de las avanzadas del ejérci-
to, nunca en la lista de los cortesanos: prueba del alto fervor y rigor de observan-
cia religiosa, que quedó ulcerada, desde que con los años, penetraron en las
aulas reales. En cuanto a sujetos pertenecientes al clero, que descollaron en los
negocios públicos de la monarquía y de los que habla el mismo D. Rodrigo, dire-
mos algo al presentar el cuadro del Episcopado, que rodeaba al insigne Primado
y Metropolitano de la corona de Castilla.
Hay que consignar aquí el alto criterio, que en la actuación política inspiraba
al gran gobernante D. Rodrigo. En un capítulo memorable de su inmortal obra
(1) Coll. Pat. III. p. XXI y XXII. (2) Ob. prívi. Eccl. Tol. I. fol. 9. Memorias, p. 280. (3) Docu-
mento del 21 julio. 1214. (4) Liber. ut supra I, fol. 9.
—141—
expresa admirablemente cómo es preciso escalonar los intereses diversos del bien
común y de las leyes humanas en armonía con las reglas de la verdad, del derecho,
de la virtud y de la religión, estableciendo como principio general de todo buen
gobierno, la fidelidad al deber, fidelidad, que debe tener por eslabón primero e in-
variable a que han de subordinarse todas las clases de fidelidad, la fidelidad a
Dios. Dice el Arzobispo, mostrándose teólogo y filósofo: «¿Qué cosa más gloriosa
que la fe? Imposible que sin la fe nadie pueda agradar a Dios. Si enseñan los teó-
logos que en la justificación del impío la fe es la primera gracia, por la misma el
hombre condenado es devuelto a la gracia. ¿Qué cosa puede apetecerse más que
la fidelidad? Es útil y virtuosa, y por eso, ni Dios, que puede todas las cosas, ha
querido gobernar el mundo sin ella; porque si desapareciese ella no se sometería
un hombre a otro hombre, ni habría unión entre los hombres; y de esta suerte
desaparecería la sociedad de los hombres. Por lo tanto la fidelidad es para todos
la cualidad primera, por la cual cada uno agrada a Dios, que es el Señor de los
Señores. También hay que conservar intacta e ilesa, como la pupila de los ojos, la
fidelidad con los inferiores.» (1) Explica a continuación brillante y copiosamente
todas las ventajas, que en las cosas humanas nacen del régimen de la fidelidad
cristiana y política.
Una pesada y espinosa carga sobrevino a D. Rodrigo a la muerte de su gran
amigo y bienhechor, que dejó un testamento de difícil ejecución, a causa de infini-
tas complicaciones. Alfonso VIII nombró al Arzobispo de Toledo por su primer y
principal testamentario, según dice Mondéjar: «con tan plenaria potestad como se
contiene en un privilegio concedido por el rey D. Enrique I.» (2) En el testamen-
to que el 23 de septiembre de 1208 Alfonso VIII confirmó, con ocasión de una en-
fermedad grave, decía a sus cuatro albaceas que les facultaba «para repartir los
legados, y enmendar lo que había que enmendar, cualquier entuerto, que él hubie-
ra cometido, según su discreto dictamen, concediéndoles plenaria potestad para
enmendar.» (3) D. Rodrigo, siendo Obispo de Osma, había firmado esta confirma-
ción del testamento, según arriba dijimos. Y volvió a ratificarlo en Gutierre Muñoz,
cuando Alfonso volvió a confirmarlo estando gravísimo por la enfermedad de que
allí falleció, haciendo testamentarios suyos a D. Rodrigo, al Obispo de Palencia,
a Mencia, Abadesa de San Andrés del Arroyo y a su Mayordomo, Gonzalo Rodrí-
guez, según leemos en la carta de Enrique I, el 18 de enero de 1215, en favor del
Obispo de Segovía, D. Gerardo. (4)
En el lecho de agonía Alfonso anuló los artículos en que antes mandaba la res-
titución de muchos castillos y villas a los reyes de Navarra y León, pues estaba
en paz con ellos desde la cruzada de las Navas. En cambio repitió la larga lista de
reparaciones de injusticias hechas a particulares y a las Sedes episcopales, durante
los veinte primeros años de su poco edificante reinado, encargando a los albaceas
la más justa ejecución. Es preciso trasladar aquí el artículo referente a la Iglesia
de Osma, que proporcionó sin número de trabajos y sinsabores a D. Rodrigo, du-
rante más de seis años. Dice así: «Se ha de saber también, que siendo yo niño,
cuando los reyes de León y Navarra, y también los sarracenos molestaban mí
reino, y yo me esforzaba en defenderme, el Conde Señor Núñez, (5) y Pedro de
Arazurí, (6) que me tenían en su poder y me educaban, recibieron sin consejo mío
y con mí ignorancia, de cierta persona, cinco mil morabetinos, para que se le nom-
(1) Lib. Vil. c. 18, (2) Carta de Enrique I en favor de Tello de Palencia.—Vide «Predicación de
Santiago, fol. 47. (3) Mondéjar. lbi. (4) ídem. f. vuelto. (5) Padre poderoso de los famosos La-
ras. (6) Potente caballero navarro, desnaturalizado de su patria, que, por su sagaz ingenio se había
encumbrado a la suprema autoridad de Castilla, y se había impuesto a la más alta nobleza.
-142-
brase Pastor de la Iglesia de Osraa, que entonces no tenía Obispo, con el fin de
gastarlos en defensa de la ciudad de Calahorra, destituida de socorro por causa
de una gran guerra (con los navarros.) Por eso mando que se dé totalmente por
aquel dinero a la Iglesia de Osma el castillo de Osma con su villa y derechos,
después de la muerte del Conde Gonzalo, a quien di en herencia, por cambio, pa-
ra su vida.»
Alfonso deja ricas mandas a muchas religiones, y bienes a varias Catedrales por
su alma. A D. Rodrigo concede Torrijos, lo que tiene en Esquivias y en Talave-
ra, para que en su Iglesia establezca un aniversario por su alma. Es muy notable
la frase siguiente, en que el rey declara de quién son propiedad los castillos de la
Iglesia. Dice: «Todos tengan por cierto que los castillos, que posean los Obispos
de mi reino y mi hijo, son míos y de mis sucesores.»
El estado de la cultura literaria, que en esta fecha veía D. Rodrigo, no le satis-
facía. Los estudios universitarios de Palencia, organizados bajo sus auspicios y
por su iniciativa, no daban aún muy sensibles frutos, y opino que siempre queda-
ron éstos debajo de las esperanzas del Arzobispo. Se ha escrito también (1) que
D. Rodrigo puso estudios especiales en Talavera de la Reina para la formación
del clero, estudios, que adquirieron verdadero florecimiento. Ignoro cuál es el fun-
damento de esta noticia, que en ningún documento veo confirmada. Sospecho que
debe proceder del hecho de la creación de la ilustre Colegiata talaverense el año
1211, con lo que simultáneamente el Arzobispo fundaba un nuevo centro docente
para el clero; porque en aquel tiempo en todas las colegiatas había enseñanza de
la carrera eclesiástica, dedicándose a la cátedra algunos de los capitulares. D. Ro-
drigo fomentó indudablemte de especial manera en la nueva Colegiata los estu-
dios eclesiásticos; pero nos parece que bajo la misma pauta y norma, que en las
demás colegiatas, sin nuevas formas de organización especial.
En estos años Gonzalo de Berceo, riguroso coetáneo de D. Rodrigo (nació en
1180) subía al cénit de sus inspiraciones poéticas, y según parece cierto, en
1211 rimaba donosamente la vida de Santo Domingo de Silos: Y poco después
aparece el primer escritor de prosa docta, del que escribe un crítico eminente: «La
prosa, de hecho, no nace en España hasta el siglo XIII. Lo primero que tenemos
es el tratado didáctico de un fraile navarro «Los diez Mandamientos» para uso de
confesores, compuesto a principios del siglo XIII.» (2) Merece que se note también
que la cuna de Berceo todavía era lugar disputado por los reyes de Navarra, quié-
nes por habérselo conquistado a los moros y ser del primitivo patrimonio de su
corona, no reconocían el despojo hecho luego del fatricidio de Sancho el de Peña-
len. En prosa popular tenemos los Anales Toledanos, atribuidos a D. Rodrigo por
el Padre Florez.
(1) Así dice Moreno Cebada en la biografía del Arzobispo en su Historia de la Iglesia. (2) Ceja
dor (Julio), Hist. déla lengua y literatura castellana, t. I. n. 131, y en nota al n. 176. Madrid. 1915.
-143-
CAPÍTULO IX.
(1214-1217.)
(1) lib. IX. c. 1. (2) Ballesteros. Hist. de España. II. p. 271. (3) Lib. IX. c. 1 .
-144-
Pugnaban los nobles por introducir singulares innovaciones. Pero D. Rodrigo,
conociendo que les inspiraba la envidia y el espíritu de discordia, y convencido de
la equidad del sistema del difunto soberano, que era el suyo propio, se opuso con
hábil firmeza, y sostuvo contra sus pretensiones, durante los primeros meses en
sus cargos y privilegios a las tres clases, que las participaban, los ricos, los cléri-
gos y seculares de la plebe nacional, como el mismo Arzobispo escribe, (1) y lo
comprueban las cartas reales expedidas en ese tiempo, desde Burgos, que comien-
zan en otoño de 1214 y terminan en la primavera de 1215, momento en que levan-
ta el vuelo la corte de Enrique y se separa D. Rodrigo, que las redactaba y expe-
día con su firma.
Una parte de ellas se despacha en pro del mismo Arzobispo. E l cinco de no-
viembre se dio a D. Rodrigo la pingüe donación de Almagro y sus castillos, por
sus grandes servicios, confirmada por San Fernando el 25 de enero de 1222, (2) y
con la misma fecha le dio Enrique I Villar del Pulgar, situado en el camino de To-
ledo a Almagro, para que D. Rodrigo estableciese allí una guarnición militar, que
custodiase las comunicaciones entre las dos poblaciones. (3)
El siete del mismo noviembre le concedió el rey otras donaciones célebres, di-
ciendo a D. Rodrigo: «Atendiendo los muchos y grandes trabajos y gastos, que
soportasteis por mi padre en la toma del castillo de Alarcos y otros castillos, to-
mados por mi padre, cuando venció al rey de Marruecos en los Baños de Tolosa,
concedo a vos, D. Rodrigo... las casas vecinas al castillo de Alarcos, en la azuda,
en que está la Torre, que os dio en su vida... y la viña, que fué de D. Lope Díaz de
Fitero, que se había dado al mismo D. Martín, Arzobispo, vuestro antecesor, y en
la villa el solar, en que podáis construir vuestros palacios... y el castillo de Zuero-
la con veinte yugadas de terreno de la aldea, pero quedando el resto para la al-
dea de Alarcos. Como mi padre D. Alfonso... sorprendido por la muerte, no pudo
dar la carta de donación y confirmación predichas, yo, no queriendo en este pun-
to guiarme por mí mismo, os doy y concedo a vos, D. Rodrigo, las predichas cosas
en perpetua posesión.» (4) Muy extraordinarios tuvieron que serlos servicios pres-
tados por D. Rodrigo en la reconquista de esas imporiantíshnas plazas en la me-
morable marcha de la hueste cruzada al campo de las Navas de Tolosa. Las pla-
zas eran, además de Alarcos, Benavente y Caracuel con otros castillos de menos
importancia. Y lo más notable que pregona la gran modestia del Arzobipo, es que
en su historia no dice palabra de estos servicios tan singulares, merecedores de
premios tan excepcionales.
Refiriéndose a las donaciones de Enrique a D. Rodrigo, escribe Castejón y Fon-
seca: «Había el rey Enrique hecho merced en la era 1252, hallándose en Burgos,
de una torre con gran solar, viña y molino y otras posesiones, para que pueda
edificar palacio con la grandeza conveniente a su dignidad. Da por causa de esta
donación los desvelos y cuidados grandes y los inmensos gastos, con que el Pri-
mado le asistió (a D. Alfonso VIII) cuando conquistó y ganó a Alcaraz. Muchos
días pasaron después que recibió esta gracia el Arzobispo, sin poder usar della.
Sus viajes, sus conquistas y muchas ocupaciones no habían dado lugar. Llegó ya
día de hacer la obra, digna entonces de la dignidad patriarcal y de sus Prelados,
que la gozan; si bien con más aumento; porque han reparado los sucesores lo
que no perfeccionaron los antiguos.» (5) Ya que hemos copiado todo el párrafo,
en que también se da la noticia de la construcción del palacio arzobispal, que ini-
(1) Lib. IX. c. 1. (2) Lib. priv. 1. f. 39. (3) Lib. priv. 11. f. 28. r. y v. (4) Lib. priv. 11. f. 64.
(5) Primacía. Part. IV. c. 7. párraf. 1.
—145-
10
ció más adelante D. Rodrigo, vamos a insertar todo lo que hemos llegado a saber
sobre este punto. Traslado de una publicación reciente y autorizada. (1) Enrique
donó a D. Rodrigo «una torre cerca de Santa María o Catedral con un solar, para
que edificase allí buenos palacios, que son arzobispales.» He aquí las palabras
textuales de la donación, que un poco más abajo cita. «Que la torre es cerca de
Santa Mía (María) con un solar bueno para hacer palacios.» (2) «Allí emplazó
(continúa el escritor) D. Rodrigo esos palacios y allí están los actuales del Arzo-
bispo. Es de presumir que no lograse la fortuna de ver terminada la obra, la cual
debió continuar Sancho, hijo de San Fernando.» Sostiene el autor esto, apoyán-
dose en la diferencia de los ornamentos del estilo del palacio, que son posteriores
a D. Rodrigo. E l renombrado Blas Ortiz en su Descripto de la Iglesia de Tole-
do en el siglo XVI, decía: «Son los palacios de los Prelados, expacíosísimos, pero
fabricados al estilo antiguo» y sospecha que parte de esos palacios ocupa el mis-
mo solar, que ocupaba el edificio, en que se celebraron los famosos concilios tole"
danos de la época visigoda, en particular añade, «la célebre y espaciosa sala fa
bricada con maravillosa antigüedad, donde se celebran los sagrados sínodos, y
acaso se celebraron también los concilios toledanos, según afirma la tradición
oral de los ciudadanos hasta nuestra edad, y parece indicar el cerco, que circuns-
cribe y ciñe las paredes.» (3) Probable le parece al sabio canónigo toledano, que
allí se prepararon y discutieron los artículos, que solemnemente se proclamaron
en las iglesias de Santa María, o Santa Leocadia, o Santos Pedro y Pablo, en que,
según los autores, ante los reyes, los nobles, los guerreros y el pueblo, con gran
pompa y aplauso, se leían y promulgaban aquellas conclusiones dogmático-lega-
les, que constituían el código de fe y piedad de aquella poderosa nación, y son hoy
admiración y envidia de todas las iglesias de Europa. D. Rodrigo debió así am-
pliar el área de los palacios primaciales, agregando las nuevas concesiones a los
solares anteriores, y tuvo que realizar una labor costosa de desmonte, para em-
plazar en la ladera tan inclinada de la cuesta los nuevos edificios, empotrándolos
en las entrañas de la roca, con el fin de tener cerca de la Catedral los palacios
episcopales.
E l día siguiente, ocho, el rey expidió el interesante decreto por el cual revalidó
el testamento de su padre respecto de los cambios introducidos por el difunto, en
el lecho de muerte; hace constar las mundazas de testamentarios y otros porme-
nores que ya hemos apuntado arriba; consigna algunos de los artículos del tes-
tamento y declara al fin, que en cumplimiento del mismo, los testamentarios dieron
a D. Rodrigo, Torrijos y parte de Exquivias, y en lugar de la apoteca de Talavera,
la villa de Talamanca, y añade: «También quiero que se observe la última volun-
tad de mi padre en todo; y os suplico, D. Rodrigo, Arzobispo, que celebréis el ani-
versario de mi padre y madre en vuestra iglesia, para que se purifiquen de sus cul-
pas por las oraciones del clero, que allí sirve.» (4)
Los cuatro testamentarios trabajaron en el mes de noviembre con gran actividad
en la ejecución del testamento de Alfonso VIII, y Enrique firmó, el 8 y el 19 del
mismo, los artículos de restituciones debidas a las iglesias de Burgos y Palencia y
otras. (5) para restablecer así la memoria del rey difunto, que por sus agravios a
sus Iglesias había merecido en otro tiempo (1205) que Inocencio III le echara en
cara, que parecía que amaba más a la sinagoga que a la Iglesia.
(1) «Monumentos Arquitectóricos de Esppña« Toledo Madrid. 1905. Pág. 150 y 247. (2) E l articu-
lista remite al lector al «Inventario del Archivo de la Iglesia de Toledo.» Por haberse estrellado mi vo-
luntad contra los obstáculos del Archivero no pude compulsarlo, ni copiarlo. (3) Cap. 65.
(4) Lib. priv. f. 11. 10. r y v. (5) Serrano. Don Mauricio. 27 nota. Memorias, en varios pasos.
-146-
Además, D. Rodrigo formalizaba a fines de este noviembre una gloriosa funda-
ción con estas palabras: «Sepan todos los hombres presentes y futuros, que yo>
Rodrigo, Arzobispo de Toledo, por la salud del alma de mi padre y madre, y bien
de las almas de mis parientes, doy y concedo voluntariamente, a título de dona-
ción perfecta e irrevocable, y te entrego a ti, Guillermo, abad de Santa María de
Fitero y a todos los abades, sucesores tuyos, y al Convento del mismo monaste-
rio, para que constante, quieta y pacíficamente la posean, aquella heredad de Fitero,
que fué de mi abuelo D. Pedro de Tizón, sin reservarnos derecho alguno ni para
nos, ni para ninguno de nuestros consanguíneos, ni afines.» (El P. Moret, de quien
traducimos este trozo, prosigue así): «Dice que mandó sellar con su sello. El Abad
se la da (a D. Rodrigo) para usufructo por su vida, y también para que el mismo
a a a
use otra heredad» que fué de D. María y de D . Urraca y de D . Gracia, herma-
nas. Se hicieron estas cosas en Burgos, era 1252, (1214) el mes de noviembre. En-
tre los testigos firmantes aparecen Tello de Palencia y el Abad Cerratense. (1)
Este fragmento nos transporta al lugar histórico, cuyo nombre suena a heroico
y romancesco en los anales nacionales popularísimo, porque allí se muestra el
Mojón de los tres principales reinos de España, Castilla, Aragón y Navarra, por
verificarse allí el contacto de los tres reinos; y porque los soberanos se reunían
allí, en el punto de contacto de los tres reinos para deliberar sobre negocios de
paz, sentado cada uno en su propio reino, se llamaba el Mojón de los tres Reyes.
Como Fitero en gran parte pertenece a la historia de D. Rodrigo, por lo que con-
tribuyó a su engrandecimiento con su amistad a la Orden del Císter en aquella vi-
lla, por las donaciones y por el monumental templo que allí construyó digamos
dos palabras de historia y vindiquemos una verdad.
En 1140 próximamente se establecieron los cistercienses, procedentes de Scala
Dzi de Gascuña, en Niencebas, cerca de Fitero, en una heredad recibida en do-
a
nación de manos de los abuelos de D. Rodrigo, D. Pedro Tizón y D. Toda. Veinte
años después, los monjes trasladaron su residencia al mismo Fitero, y allí San
Raimundo, denominado de Fitero, Abad del reciente monasterio, tuvo la magnáni-
ma inspiración de crear la célebre Orden Militar de Calatrava, para salvar a Cas-
tilla en una de las horas más críticas. Reclutó millares de guerreros en Castilla y
Navarra, les infundió el amor patrio más santo e intenso a la vez que el espíritu
religioso cisterciense, y los llevó a Calatrava, y cerró el paso a las invasiones aga~
renas del sur con incontables hazañas. Le sucedió en el generalato de la nueva
Orden Militar, García, caballero navarro, que tuvo la gloria de organizar sólida-
mente la Orden en el interior, y de alcanzar de Alejando III la aprobación de la
misma y de su regla, yendo a Roma, con el fin de conseguirlo, y además, de impe-
dir que el Abad de Morimundo, que era general de su rama, lo separara de la Or-
den cisterciense, como se había empeñado en hacerlo; porque los Caballeros de
Calatrava se negaban a someterse incondicionalmente. Cosa imposible para una
Orden esencialmente militar, que necesitaba gran autonomía en todo, y a la par
quería disfrutar de los privilegios espirituales del Císter, como hijos de aquella
gloriosa Religión. Fué gran triunfo. Las dos cosas alcanzadas eran vitales.
¿Pero este Fitero fué cuna de la Orden de Calatrava? Mariana, siguiendo a Ga-
ribay, (2) lo negó, mirándolo ingenuamente como demasiada loa para Navarra. (3)
Honorio Alonso Cortés ha desenterrado recientemente esta opinión, que nadie la
(1) Ms. titulados. «Memorias del Archivo del Real Convento de Santa María de Fitero.» P. Moret.—
En el Archivo de Navarra. Documento íntegro en el Lib. priv. 11. f. 32. (2) Comp. Histor. Lib. XIX
c. 2. (3) Lib. XI. c. 6.
—147-
admitía ya; pero la Real Academia de Historia desechó su trabajo, diciendo que
aporta escasa documentación concluyentc. (1) De su lado el P. Moret escribe así
del repique nacionalista del P. Mariana. «En aquellos tiempos antiguos no había
echado tan hondas y dañosas raices la pasión de la nacionalidad. Vivíase más
a buena fe. Buscábanse los hombres para los puestos de cualquiera parte, no los
puestos para los hombres de afición nacional, sangre o familia... Él mismo se po-
día haber hecho en elegir por primer Maestre de ella a D. García, caballero nava-
rro. No se hizo, ni le dañó el serlo, ni se llamó a engaño la Orden. N i Castilla en
la elección de D. Rodrigo Jiménez, nieto de D. Pedro Tizón, para la Silla Primada
de España, pocos años después.» (2) Sola esta reflexión basta para convencer a to-
dos: Que consta documentalmente que San Raimundo era abad de Fitero de Na-
varra; que donde era abad organizó la Milicia de Calatrava; que en Fitero del
Pisuerga no había cistercienses. Luego ¿Cómo se puede creer que en Fitero del
Pisuerga creó San Raimundo la famosa Orden? Además la documentación diplo-
mática es terminante.
Por este tiempo la Orden de Santiago cedió a D. Rodrigo las villas de Roman-
eos, Balconete y Archilla con todos sus bienes, desistiendo, por fin, de pleitos in-
fructuosos. (3) La postrera prueba de la presencia del arzobispo en Burgos, el 20
de Diciembre de 1214, se halla en el privilegio de cambio del pueblo de Fresno,
que recibió Enrique del Obispo Gerardo de Segovia, por otros bienes, que le dio
el Rey. Lo firmó D. Rodrigo con los demás Prelados. En Abril de este año, día 23,
el canónigo Gil de Toledo donó a D. Rodrigo y su Iglesia una porción de fincas
de varias clases, casas y otros bienes suyos, que tiene en Medina del Campo, pero
que recibirá después de su muerte. «Segundo año después del noble y admirable
triunfo... contra los enemigos de la Cruz de Cristo, dice al fin.» (4)
E l 2 de Enero de 1215 se firmó un curioso y memorable contrato entre D. Ro-
drigo de Toledo y el insigne caballero, Fernando Sánchez, Reposítario íntimo de
Alfonso VIII y de su sucesor Enrique I. Este alto palaciego, pero cristiano de más
altos sentimientos, donó a D. Rodrigo, en esta fecha, la rica villa de Villaumbra-
les, cercana a Palencia, tal como la había recibido cuatro años antes, de manos
de su soberano en premio de sus singulares servicios, es decir, libre de toda con-
tribución al fisco real, suplicando al donatario, que le hiciera partícipe de los bie-
nes espirituales de la iglesia y arzobispado de Toledo. Por su lado D. Rodrigo en
el acto de recibirla le asigna buenas rentas de su Mitra, para el decoroso sustento
del donante y de su mujer Alda, hasta el fallecimiento de los dos. Se manda en la
escritura que para su firmeza la deberán aprobar el Papa y las personas reales de
la Corte; lo que no sé si se cumplió. E l documento lleva corto número de firmas
brillantes, señal de la dispersión de los personajes de más viso. Señal también
de que tampoco se celebraron entonces las Cortes de Castilla, según han escrito
no pocos historiadores, opinando que ya para esta época se había hecho necesario
este remedio extremo en las cosas del reino. Pero esto nos conduce a tratar suce-
sos de gran trascendencia en Castilla, en los cuales tuvo que intervenir D. Rodri-
go con sus luces y poderosa influencia.
Apenas subió al trono D. Enrique, empezó a fraguarse alrededor de la corona
una extensa y traidora revolución. E l mismo D. Rodrigo nos enseña su raíz, (5)
que fué la perniciosa y audacísima ambición de la misma familia, que cincuenta
-148-
años antes había llevado el reino de Castilla al borde de la ruina, en la minori-
dad del monarca predecesor, Alfonso VIII. Ya se ha visto, al hablar del testamento
de ese Rey, cómo el famoso conde Ñuño de Lara en unión de Pedro de Arazuri,
hízole cometer actos injustos para defender la independencia de la corona y de la
integridad del reino, puestos en peligro por sus actos indebidos, siendo los amos
de Castilla reiteradas veces los Reyes de León y Navarra, so pretexto de poner
paz en ella; de donde el corazón de Alfonso quedó lleno de encono contra los dos
reinos. Los tres hijos de Ñuño heredaron las malas pasiones de su padre, pero las
ocultaron durante el reinado del monarca anterior, que tuvo a raya a toda la no-
bleza castellana, como dice D. Rodrigo, porque conocía su funesta lepra de codicia
y envidia, amasada en la ambición.
Los tres Núñez de Lara aspiraron a lo mismo que su padre había sido, a la tu-
toría del adolescente Enrique y prepararon diestramente el terreno. Ganaron
a
varios nobles de la confianza de D . Berenguela y en particular el ayo del Rey,
el palentino García Lorenzo, amo de la voluntad de su discípulo. Les bastó la
promesa de una villa para que el traidor ayo moviera a su regio alumno a poner-
se bajo la tutela del Conde Alvaro Núñez de Lara, el mayor de los hermanos, e
a
inclinara a un grupo de nobles leales a D. Berenguela al partido del solapado
Conde, sin qne se percatara la noble Señora. Con tales circunstancias se presentó
la decisión del joven Enrique, que dice D. Rodrigo que la Reina tutora cedió con
gusto. (1) Esto indica, o que Berenguela no conoció la malignidad de la trama y
la perversidad de sus autores, o que, a pesar de conocerlas, cedió con gusto para
evitar mayores males con una resistencia estéril. ¿Cuándo ocurría esto? Según
Mondéjar, Flórez, Vicente de la Fuente, en la primera parte de 1215; pero según
las fechas de documentos armonizados con el texto de D. Rodrigo, un año más
tarde, como lo voy a demostrar.
Confrontando el sentido obvio de la narración de D. Rodrigo con los documen-
tos existentes resulta que hay que retrasar un año la entrega de Enrique I a los
Laras, contra lo que dicen los autores citados. Aparece por la lectura de los docu-
mentos que Enrique I se dedica a premiar los servicios de los varones beneméri-
tos de la patria, y a cumplir el testamento de su padre, hasta la primavera de 1215.
En este tiempo se mueve de Burgos pacíficamente para recorrer su reino y darse
a conocer a sus vasallos, sin que se transparente ningún síntoma de la más tenue
influencia de los Laras en los actos del joven soberano. E l itinerario que señalan
esos documentos, que llevan la firma de nuestro Arzobispo, es el siguiente. E l 20
de Abril Enrique otorga en Avila un privilegio, (2) el 28 del mismo en Segovia
confirma otro a los Santiaguistas (3); el 1.° de mayo en Cuéllar otro al Conde A l -
varo Núñez de Lara (4); el 18 de junio en Soria firma un contrato con los Santia-
guistas. En Valladolid se le ve el 12 de julio. (5) En el castillo de Consuegra el 27
de septiembre. (6) SI 20 de diciembre en Segovia, donde exime de tributos a la al-
jama de Zorita, en premio de servicios prestados. (7) En Uclés el 29 del mismo
mes donde concede a los Santiaguistas el Portaticum de Velere. Estos documen-
tos últimos de Segovia y Uclés son célebres en la historia, v lo hubiera sido igual-
mente el de Zorita, si hasta ahora no hubiera permanecido inédito entre los docu-
(1) Lib. IX. c. 1. (2) Mondéjar. tom. IX. fol' 306. (3) Bull. S. Jacobi. 60. (4) Id. 61 y 62.
(5) Id. 60. (6) Mondéjar. Predicación de Santiago, fol. 49. v. (7) Lo publicó Fita en el Boletín de
la R. A. de Historia. 50. p. 167-168. Lleva las firmas de D. Rodrigo y de Tello de Palencia, Mauricio de
Burgos, Rodrigo de Sigüenza, Menendo de Osma, Gerardo de Segovia, Juan de Calahorra, es decir de
todos los Obispos castellanos. De los Laras firman Alvaro, como alférez del rey, y Fernando.
-149-
mcntos de Calatrava en el Archivo Histórico Nacional. Porque han servido para
impugnar la asistencia de D. Rodrigo al Concilio ecuménico cuarto de Leírán, a
causa de que en ellos se halla la firma del Arzobispo. En otro lugar examinare-
mos lo que vale el argumento, al tratar de aquella famosa cuestión. Ahora solo
nos toca hacer ver que el periodo, en que los Núñez de Lara realizaron su intento
de captarse el ánimo del pobre Enrique I, fué durante este tiempo de excursiones
desde mayo hasta fines de 1215. Fué para ellos la ocasión propicia para engañar
y seducir al joven soberano. Por mayo se retiró D. Rodrigo de Burgos a Toledo,
a
tras un año de ausencia casi continua de su Sede. D. Berenguela no se movió de
Burgos: sin duda porque no le agradaban los Laras. E l Arzobispo tampoco acom-
pañó a la corte errante, según todas las apariencias, si bien en todos los decretos
reales figura su nombre, lo mismo que el de todos los Obispos castellanos. D. Ro-
drigo fundó el 1.° de Agosto, estando en Toledo, por el alma de su amigo difunto,
el rey Alfonso VIII, una capellanía, diciendo: «Establezco en nuestra Catedral una
capellanía perpetua por el alma del predicho rey, para que se celebre diariamente
una misa de difuntos en sufragio suyo y de todos los difuntos. Instituyo también
otra capellanía en honor de la Virgen, para que se celebre todos los días, a la au-
rora, en el aliar de San Ildefonso, otra misa en honra de la misma Virgen.» La pa-
ga que señala por las capellanías es dos porciones canónicas a los dos capellanes
y la mitad de la porción a los cuatro niños que ayuden al capellán de la Virgen,
de las rentas de Torrijos. Se reserva el Arzobispo la provisión de las capellanías'
Y sigue después: «Yo Rodrigo, concedo absolutamente por el predicho aniversa-
rio del rey, por el mío y por el de mi padre y madre, al Cabildo de Toledo, mis
villas de Torrijos y Esquivias con todos sus derechos y propiedades, conforme me
los dio el propio rey, y además los molinos de Talavera, de suerte que se les en-
tregue todo después de mi muerte al Cabildo, siéndoles permitido permutar... Doy
también al mismo Cabildo, por mi aniversario, por el de mi padre, que es el día de
San Miguel, (29 de Septiembre) y por el de mí madre, que es en la vigilia de San
Andrés (29 de noviembre) la mitad de lo que tengo en Mazabédula, toda la villa
con sus términos y derechos, según se sabe que la posee la Iglesia de Toledo; pe-
ro con obligación de que se den sesenta maravedís a Fernando Sánchez, reposte-
ro del rey, durante su vida, anualmente, de las rentas de esa villa. Añado también
que se resten anualmante de las rentas de esas villas y molinos las porciones que
se han de dar a los canónigos y demás compañeros en las fiestas de San Eugenio
y San Ildefonso... Se otorgaron estas cosas en el Palacio del Señor Arzobispo, el
primero de agosto de la era 1253 (año 1215.) Yo, Rodrigo, Arzobispo de Toledo,
Primado de las Españas.» Siguen varias firmas del Cabildo. (1)
E l 31 del mismo agosto, en la enfermería del monasterio de Sahagún, se
dio una sentencia favorable a D. Rodrigo por tres jueces pontificios, nombrados
por Inocencio III, que eran monjes de ese cenobio, para que diesen el último dic-
tamen sobre un pleito muy agitado hacía tres años en los tribunales del Papa. Se
llevaba ese pleito entre D. Rodrigo y el Obispo de Avila, acerca de los límites de
las respectivas diócesis y de la posesión de numerosas iglesias. Como Avila, a pe-
sar de estar enclavada en Castilla, era sufragánea de Santiago, y como los Metro-
politanos de Toledo, escamados por otra parte por el ardid, con que Gelmírez ha-
bía reunido a su Metrópoli esta Sede, estaban siempre en acecho para, con cual-
quier motivo, reclamar derechos, D. Rodrigo ponía en juego implacablemente to-
dos los medios que estimaba justos, para agregar a su Diócesis todas aquellas
-150-
iglesias y territorios de la Sede Atmlense, que creía poder agregar. Después de
mucho pleitear en Roma, agotando los innumerables recursos que los abogados
discurren, viendo que los incidentes no iban a tener fin, Inocencio III nombró la
mencionada comisión de tres jueces, para que en España se resolviera el litigio.
El Obispo y Cabildo Abulense no la acogió bien, y por eso su Procurador no hizo
otra cosa que presentarse teatralmente ante el tribunal, leer nueva apelación y re-
tirarse precipitadamente. D. Rodrigo, más sereno y más seguro en su derecho, por
medio de su Procurador Guillermo, presentó su lista larga de iglesias, y los lími-
tes del territorio discutido, que había obtenido del mismo Obispo de Avila, y los
jueces nombrados se lo adjudicaron todo al presente, reservando al Abulense el
derecho de alegar sobre la propiedad. Así tenían que obrar en vista de que, contra
trámites del derecho, se había retirado el Procurador Abulense, al cual le niegan
el derecho de apelación. (1)
Coincidencia singular. Inocencio III en este mismo año encomendó a D. Rodrigo
un pleito, que interesaba mucho a los monjes de Sahagún. E l Obispo de León y
varios seglares habían usurpado en la ciudad de León a los monjes varías casas,
exigiendo diezmos y otros arbitrios, que parecían injustos. E l Papa comisionó al
Arzobispo de Toledo, dándole por compañeros a los Obispos de Burgos y Palen-
cia. No hay noticias de cómo hizo justicia. (2)
A principios de otoño, o a fines del verano, el Arzobispo D. Rodrigo salió de
España para asistir al Concilio de Letrán. Esta ausencia fué aprovechada por Nú-
ñez de Lara para consumar su obra de soborno y seducción, que hasta entonces
la iba realizando a hurtadillas; razón por la cual en el momento de partir, no apa-
recían los síntomas graves de trastornos políticos, que algunos historiadores han
alegado para hacer verosímil la opinión de que no asistió al precitado Concilio
ecuménico. (3)
Las venenosas ambiciones, que se escondían en pérfidos pechos y encendían la
tea de la discordia y el tizón de las venganzas por los escondidos rincones de los
palacios y a la sombra de la noche, audazmente se lanzaron a la luz del día a la
conquista de su codiciado objeto, ganando al ayo del rey, que era combustible de
la avaricia, y engrosando sus filas con las doradas promesas, que en estas ocasio-
nes suelen ser más generosas y brillantes que nunca, restando astutamente a la
a
noble D. Berenguela muchos de sus leales partidarios y confidentes, hasta el pun-
to de dejarla como aislada, sin fuerza, (4) poniéndola en la precisión de abdicar
la tutela y regencia, para librar al rey y al reino de más graves calamidades. A fi-
nes del año 1215 el cambio era inevitable. Los Laras tenían todo preparado para
dar el golpe, por fuerza, si la exreina no cedía el rey y las riendas del estado con
(1) P. Burriel. Varios documentos de Obispados, f. 148-149. Años después se pleiteó más sobre es-
to, sin fruto. (2) Escalona. Líb. ¡V. c. 2. N i las bulas he hallado. (3) Tolrá entre otros, razona
así, «¿Y porqué, preguntan nuestros adversarios, no había de asistir a un Concilio general aquel que
era entonces el varón más autorizado de España?
Por eso mismo, les respondemos, y porque nunca más que entonces necesitaba el reino de la pre-
sencia y de la asistencia de tan grande bombre. Había sido declarado el año anterior uno de los tes-
tamentarios de Alfonso VIII de Castilla y tutor del rey Enrique I, durante su menor edad.... ¿En vista
de esto no es más verosimil, no es más creíble que en los nueve meses de tan críticas alternativas y
urgentes ocupaciones de tutor, de consejero, de testamentario, de Prelado, se mantuvo D. Rodrigo en
España... ¿Como hubiera podido resistir, castigar y finalmente conciliarse los ánimos de los Laras
estando ausente....?
Y sobre todo, como podía abandonar al rey en su niñez, a una tierna infanta en sus angustias, a la
patria en sus desgracias, a la Iglesia en sus persecuciones, un hombre de tanta integridad y valor, que
hubiera por el rey, por la patria expuesto repetidas veces la vida a los peligros....? (4) Lib. IX. c. 1.
-151-
apariencias legales. Los adversarios de los Laras se veían sorprendidos, sin cohe-
sión ni organización para neutralizar los efectos de tanto poder y arrojo; por lo
que fué menester amoldarse prudentemente a esta fuerza revolucionaria arrolladu-
ra, dándole un corte el más adecuado y decoroso, para que no palidecieran visi-
blemente los prestigios de la tutora. A este fin se convocaron Cortes, para que de-
cidieran lo que debía hacerse; las cuales se reunieron en Burgos, en enero de 1216,
en los días en que regresaban a España los Prelados españoles, que habían asis-
tido al Concilio de Letrán, clausurado el 30 de Noviembre del año anterior.
Ya hemos dicho que Mondéjar, Flórez y Vicente de la Fuente con otros disienten
en la fecha. Dice el primero: «Parece se hizo a primeros de marzo del mismo año
1215 (la entrega de Enrique a los Laras) según se infiere de un instrumento de que
hace memoria D. Alonso Núñez.» (1) Flórez discurre así sobre el término inconti-
nenti de D. Rodrigo, que luego dilucidaremos.
«La entrega del rey fué a primeros de marzo, como se dijo; los excesos del Con-
de como acabas de leer (es decir inmediatamente) y por tanto le corresponde la
excomunión a los meses inmediatos, v. g. junio o julio, en los cuales no se ausen-
tó el Arzobispo de España.» (2)
Mas este modo de pensar es insostenible ante los documentos, que copiaremos
algunos párrafos después. Ellos prueban que Enrique I reparó en Soria, el 15 y
19 de febrero de 1216, los agravios inferidos por él y por los Núñez de Lara a la
Iglesia. D. Rodrigo cuenta por un lado que el Conde Alvaro salió de Burgos con
Enrique I, inmediatamente después que se le entregó al niño rey, previo juramen-
to solemne de no cometer desafueros, pero que apenas se alejó de Burgos, comen-
zó a cometerlos. (3) Ahora bien, a tan inmediato desmán del perjuro Conde suce-
dió la represión inmediata del mismo Primado por medio de su Deán. Esto des-
truye lo que dice el célebre autor de la España Sagrada, y pone en claro, que los
sucesos, que tan rápida y brevemense se desarrollaron, luego que el Conde Alva-
ro Núñez se apodera de Enrique, no tuvieron lugar entre la primavera y verano
de 1215, sino en los primeros meses de 1216. De entender como el P. Flórez y tan-
tos oíros historiadores el incontinenti, a raiz de marzo de 1215, se seguiría que
la primavera y verano se deslizaron entre atropellos y contrafueros de los Laras;
que el Arzobispo, estando presenciándolos, los toleró durante casi un año, sin po-
ner remedio con las medidas represivas necesarias; que se alejó de España, dejan-
do en estado anárquico a Castilla, sin haber empleado los medios de defensa de
a
los derechos de la Iglesia y del decoro de la nobilísima D . Berenguela, ya que
hasta el 15 de febrero de 1216 no se intima cosa seria. Pero es el caso que todo
esto es inadmisible. Primero, porque es un hecho que en la primavera y verano
citados todo estaba en buena armonía; y las demás consecuencias pugnan con la
índole y la autoridad de D7 Rodrigo/No se ve por lo tanto qué otra fecha que 1216
se pueda asignar a las llamadas Cortes de Burgos, en que ya no fué posible al ta-
lento y a la influencia de D. Rodrigo el detener la ola revolucionaría, que había
avanzado durante su ausencia de una manera imprevista, arrollando a la misma
regente, que tuvo que plegarse a ceder, exigiendo del Conde previo juramento so-
bre los siguientes puntos que refiere el Arzobispo: «Que sin consejo de la misma
reina a nadie quitaran tierras, ni a nadie se las dieran; que no declararan guerra
a los reyes vecinos, ni impusieran pechas en ninguna parte del reino.» (4) Según
(1) (Chronica de Enrique I. cap. 3.) Predic. de Santiago. 48. (2) España Sagr. III. c. 3. (3) D i -
ce Rodrigo: «Qui cum Gundisalvo Rodericí et fratribus suis, tune sibi faventitms incontinenti Burgis
egrediens, cepit exterminia procurare... (Lib. IX. c. 1.) (4) ü b . IX. c. 1.
-152-
n
Mariana, D. Berenguela se había doblado ya con esas condiciones para cuando
llegó de Roma D. Rodrigo. Escribe. «No le plugo (a D. Rodrigo) nada que la reina
renunciase; pero el negocio le tenían tan adelante que no se atrevió a contradecir.
Sólo hizo que aquellos de Lara en sus manos hiciesen juramento, que mirarían
por el bien común y por el pro de todo el pueblo.» (1) En la narración del Arzo-
bispo eso no se destaca tanto. Allí se lee: «Y firmaron el juramento y el homena-
je en manos de Rodrigo, Pontífice de Toledo; y que caerían en la infamia de la
traición si obraban en contra.» (2) Es decir que D. Rodrigo, no contento con el
juramento prestado por el Conde a la reina sobre los artículos ya enumerados, en
el momento que se le entregaba el joven rey, exigió además, con la autoridad de
supremo ministro de la Iglesia española, la firma de las actas del juramento y ho-
menaje, y estableció la censura de la excomunión en todo el reino contra los que
faltasen. Advierte el docto P. Fita: «No conocemos el tenor del juramento, que
había prestado (D. Alvaro) en Burgos. Mas bien parece envolvía el compromiso
de incurrir en la excomunión, que había de lanzar contra él el Arzobispo, o quien
tuviera sus veces, dado caso que D. Alvaro faltase.» (3)
Opina también el P. Fita que el objeto más principal de estas Cortes fué la paz
con los demás reinos, en particular con León. E l texto de D. Rodrigo terminante-
mente expresa que se trató de la paz con los reyes vecinos. E l motivo era comuni-
car a la nación la decisión del Concilio Lateranense, de emprender una nueva Cru-
zada general al Oriente el 1.° de junio de 1217 y reclamar, en nombre del Padre
Santo y de la Cristiandad entera, la debida cooperación en la forma que corres-
pondía a Castilla, acatando primero el decreto conciliar, y prestando el apoyo
oportuno, ya conservando la paz entre los reinos, para que cada uno concurriese
a su modo, ya moviendo en la frontera sacerracena la guerra, para debilitar cuan-
to fuese posible el frente oriental de los musulmanes, que en aquella fecha apare-
cía a los ojos de la Europa cristiana de un poder colosal. Porque era la hora en
que se esparcía el eco de la resonante noticia de la toma de Pekín, después de
allanar su gran muralla por el titulado conquistador, rey de reyes, Gengiskán,
quien volvía con sus espantables hordas en dirección del Occidente, aterrando el
corazón de los fieles de Cristo. (4)
Una importante carta del 12 de Agosto de 1216 de Alfonso de León y Enrique
de Castilla, que hay que traducir aquí, nos orienta en este punto oscuro. Dicen los
Reyes a Inocencio III, al cual todavía suponen vivo, (si bien había muerto el 16 del
mes anterior, pero se desconocía en España.) «Al serenísimo Padre y Señor Ino-
cencio, por la gracia de Dios, Pontífice, Alfonso de León y Enrique de Castilla,
Reyes por la Divina Providencia, salud y la debida y devota veneración. Habiendo
sabido ciertísimamente por la relación verídica de nuestros Obispos y otros, que
asistieron al Santo Concilio, que Vuestra Santidad, velando prudentísimamente
por el socorro de Tierra Santa, estableció firmemente, que durante todo el cuatrie-
nio siguiente se observe una paz estable, nosotros mismos, alabando vuestro pro-
pósito y queriendo observar vuestro mandato, firmamos una paz perpetua entre
nosotros, reservando al arbitrio de vuestra Alteza nuestras cuestiones. Pero, como
para la observancia de esta paz, es sobre manera necesaria vuestra autoridad, a fin
de que vuestro mandato alcance más eficazmente el debido efecto, pedimos de co-
(1) Lib. XII. c. 5. Mariana tiene por cierto que las Cortes de Burgos se celebraron en 1216.
(2) Lib. IX. c. 1. (3) Boletín... tom. X X X I X . p. 258. Núñez de Castro no cree que D. Rodrigo exi-
giera tai juramento porque, conociendo la traición de los Laras, le parece que su sabiduría y sagaci-
dad se lo impedirían. (Crónica, c. 3.) Pero es vana cavilación. (4) E l año 1215 fué la toma de Pekín
por Gengiskán.
-153-
inún acuerdo y suplicamos unánimemente que confirméis nuestra paz con la fuer-
za de vuestra autoridad. Y además que os dignéis conferir la siguiente facultad al
Arzobispo de Compostela y a los Obispos de León y Astorga, sobre el Reino de
Castilla y al Arzobispo de Toledo y a los Obispos de Burgos y Palencia, sobre el
Reino de León, a saber: Que puedan castigar a los transgresores de la paz, fulmi-
nando contra el Reino los entredichos y la excomunión, tanto contra el Rey, co-
mo contra otras personas, y que cuando los tres no pudieren reunirse para ejecu-
tar esto, que lo hagan dos. Dado en Toro, el dia 12 de Agosto 1216.» (1)
Bendita la hora en que se halló este documento, que viene a disipar tantas ti-
nieblas, e ilustrar innumerables punios históricos, como se irá viendo poco a
poco. (2)
Esta carta manifiesta que se celebró una Asamblea en España a la vuelta de los
Prelados, abades, magnates y otros personajes castellanos y leoneses, que estuvie-
ron en el Concilio, para adoptar acuerdos de paz internacional entre Castilla y
León, a fin de obedecer al mandato del Concilio. En la respuesta a esta carta, Ho-
norio III dice que la paz estaba concertada, initam pacem; pues bien, no interme-
dió otra coyuntura para hacerla que la señalada por las Cortes, de que hablamos,
ni existen huellas de otra Asamblea nacional desde Enero hasta Agosto de 1216:
por lo cual se sigue lógicamente que la mencionada paz se celebró en ese tiempo.
Esto lo confirman los sucesos graves que voy a referir.
Donde hay perfidia no tienen valor los contratos y juramentos. No es extraño
por eso que los de los Laras sólo fueran felonía, porque vivían de la perfidia y
violencia. Dueños ya del adolescente Enrique por medio de los homenajes presta-
dos a la exreina y de los juramentos firmados en manos de D. Rodrigo, inmedia-
tamente arrojaron la careta y se lanzaron sin pudor por el camino de los desafue-
ros y venganzas. Escribe D. Rodrigo explicando el repentino cambio público del
tutor y de sus hermanos, luego que viene a sus manos Enrique I: «El cual salien-
do inmediatamente de Burgos con Gonzalo Rodríguez y sus hermanos que le se-
cundaban, comenzó a ejecutar exterminios, a humillar los grandes, a exaccionar
los ricos pertenecientes a la plebe, a esclavizar las religiones y las iglesias, a in-
cautarse de las tercias de las décimas pertenecientes a las fábricas de las iglesias.»
(3) Fuese a la comarca de Soria llevando a su Rey, para alejarse de Valladolid,
foco entonces de los adversarios de los Laras y de los leales a Berenguela, y aca-
so para dar posesión de Tablada, que allí estaba, al traidor García Lorenzo, ayo
del Rey. Lope Díaz de Haro se puso a la cabeza de los partidarios de la exreina
de León, y en una Asamblea de Valladolid acordaron los nobles prestar iodo apo-
a
yo para que ella exigiera lo pactado en Burgos y D. Berenguela no se negó. En-
fureció más a los Laras este acto y prosiguió el Conde con más furor en su cami-
no, cohonestando sus exacciones injustas so color acaso de levantar hueste con-
tra los moros, o aprestar refuerzos contra la Cruzada general ordenada por el
Concilio ecuménico. (4) Por su lado tuvo que retirarse D. Rodrigo a Toledo, al
ver el sesgo que tomaban las cosas. No podía seguir decorosamente con el rey,
que iba como secuestrado, ni lo podían soportarlos Laras con el escozor d é l a
humillación del juramento de las Cortes burgalesas, ni le era lícito declararse por
la oposición, ni prudente acompañar a Berenguela; y necesitaba descanso tras tan-
to trabajar en Roma y en Burgos.
Pronto llegaron a Toledo las noticias de los desmanes de los Laras, que iban
(1) Boletín, tom. XXIX. 525. (2) Vide la bula del 18 de nov. 1216. (1) Lib. IX. C. 1. (4) Bole-
tín de la R. A. de Hist. tom. XXXIX. p. 5:9. Estudio por el P. Fita.
—154—
también contra la Iglesia primada lo mismo que contra las demás Iglesias <k Cas-
tilla; pues en todas empezó a ejercitar rigurosa exacción el envalentonado parti-
do, al mismo tiempo que cometía atropellos contra los adversarios. D. Rodrigo víó
cómo los agentes se imponían, violando los privilegios especiales de su Sede y de
su Cabildo; pero acudió a enérgica represión, comisionando a su Vicario general,
el Deán de su Cabildo, D. Rodrigo, para que intimara al rebelde cómo había incu-
rrido en lo excomunión ya establecida en el acto del juramento. E l Deán declaró
solemnemente ante la Corte cómo los culpables habían contraído la tal excomu-
nión. (1) A este golpe no resistieron los Laras, acaso por persuasión del rey y del
resto de la Corte, que se llenaron de justo temor, y se prestaron a la fuerza a la
indispensable reparación; acto que cumplieron con circunstancias memorables. E l
Arzobispo de Toledo exigió que la reparación fuera pública y documental, para
satisfacción de la Iglesia de Castilla en general y en particular de la suya de To-
ledo. Nombró por delegados para recibirla al Deán de su Cabildo y al Tesorero,
los cuales ejecutaron todo fielmente, levantando el acia de la reparación formal
en tres distintos documentos, que se conservan felizmente en el Líber priv. Bcc.
Toleí. (2) y que los voy a traducir. Son importantes. E l rey declara así: «Sepan
cuantos vieren esta carta, que yo, Enrique, por la gracia de Dios, rey de Castilla
y Toledo, considerando que peco gravemente en tomar para mi uso las tercias de
las Iglesias, prometo, guiado por saludable consejo, a Dios y a la bienaventurada
María, su Madre, y a la Santa Iglesia, que no las tomaré en adelante, ni haré vio-
lencia a las Iglesias, ni permitiré que otros les infieran injuria sobre esto. Expedida
la carta en Soria, dictándolo el rey, el 15 de febrero de 1216.»
Declara el Conde: «Sepan todos los que vieren esta carta, que yo, el Señor Con-
de Alvaro Núñez, con el consejo del Maestro de líeles, del Prior del Hospital, de
D. Gonzalo Núñez, de D. Gonzalo Rodríguez, de D. Rodrigo Rodríguez, de don
Ordunio Martínez y de toda la corte, prometo a Dios, a la bienaventurada María,
su Madre, y a la santa Iglesia, que jamás tomaré en adelante las tercias de las
Iglesias para los gastos del rey, ni aconsejaré que se tomen, y no haré fuerza ni
injuria para tomarlas, ni para darlas a nadie, si no es donde la ley divina ordena
dar; y en todo lo posible impediré que nadie les haga injuria, mientras tuviere en
mi custudia al rey D. Enrique.—Hecha la caria en Soria, expresándolo el mismo,
el 15 de febrero 1216.»
Después de tres días dice Enrique: «Enrique, por la gracia de Dios, rey de Cas-
tilla y Toledo, salud y gracia a todos los hombres de las villas del Arzobispo de
Toledo y de la Iglesia de Santa María de Toledo. Sabed que el Deán y Tesorero
de la Iglesia toledana han venido a mí y me han enseñado el privilegio de exen-
ción de pecha y facendera y de todo tributo regio, que mi padre, Alfonso, de buena
memoria, concedió al Arzobispo Gonzalo y sus sucesores. Yo también concedo y
confirmo este privilegio y en adelante os eximo de pecha, de facendera, de todo
tributo y servicio, como se contiene en el privilegio. Dado en Soria, dictándolo el
Conde, el 18 de febrero de 1216.»
De esta suerte se sometió el rebelde a la temible autoridad de la Iglesia y de
D. Rodrigo. No así a la de la reina, como era su deber, y era el ánimo del Arzo-
bispo, que, en su actuación con el estado, se guió de aquel principio suyo. «De los
(1) Dice D. Rodrigo: «Sed excommunicatus a Roderico Toletano Decano, qui vices Archiepiscopi
tune gerebat, coactus fuit restituere et jurare ne cetero attentarent.» (Lib. IX. c. 1.) Añade Flórez:
«Las veces, que expresan allí, no son del Prelado ausente, sino propias de Vicario o Provisor, como
expresamente dice la Crónica de San Fernando en el cap. 2... La Crónica General lo atribuye al mií-
mo Prelado.» España Sagr. tom. III. c. (2) Lib. priv. I. f. 47, 32, y II. I. 89.
-155-
Prelados es mirar a la vez al reino y al sacerdocio.» Pero luego veremos cómo el
Conde se portó con él.
a
La ira de D. Alvaro se desencadenó satánicamente contra la noble D . Beren-
guela, después del acto de adhesión de las Cortes de Valladolid. Le usurpa sus
bienes dótales, le ordena desterrarse del reino, le levanta la horrenda calumnia
de que atenta con veneno contra la vida de su hermano, falsificando para esto
cartas. Ella se refugia en Ótelo, cerca de Palencía y aconseja y alienta con acier-
to a los nobles leales, para que hábilmente refrenen las insolencias de los tiranos.
En esto Enrique descubre sagazmente la perversidad del Conde y hace diligencias
para evadirse de las uñas de aquel hombre y volver a la tutela de su hermana ma-
yor. Entonces los Laras procuraron interesar la infantil fantasía de Enrique con
a
proyectos impropios de su edad. Le hacen boda con su prima D. Mafalda, prince-
sa de Portugal, la cual vése forzada a venir a Castilla y vivir matrimonialmente
con su primo, hasta que por decreto de Inocencio III se declaró nulo el contuber-
nio, y se mandó a Tello de Palencía y Mauricio de Burgos, que gestionasen la se-
paración. (1) D. Rodrigo recoge el rumor popular de que el Conde osó pedir para
sí la mano de la noble portuguesa, la cual la rechazó; y dejando espléndida luz
de honestidad, se retiró al convento de Auranco o Rucha, y allí escaló excelsas
virtudes, que le han merecido los honores de los altares.
En los días 3 y 4 de julio de 1216 Enrique confirmó en Palencia varias donacio-
nes de Alfonso VIII a favor de D. Rodrigo; (2) pero esío no significa la reconci-
liación del Arzobispo con los Laras. Veremos abajo que no estaba concorde, y
que los Laras no cumplieron con él, como lo prueba la bula del 22 de noviembre de
1216, por la que consta que los Núñez de Lara no habían devuelto a la Iglesia de
Toledo los bienes confiscados. No aparece D. Rodrigo en este tiempo, ni con En-
rique ni con Berenguela; si bien trabajaba cuanto podía por devolver a la tutela
de su hermana al desgraciado Enrique, que lamentaba su cautiverio en manos de
aquellos malvados magnates.
Referimos arriba cómo se celebró paz entre Castilla y Leór. a raíz del regreso
de los Padres del Concilio de Letrán y de otros muchos señores y barones, que en
en Roma estuvieron entonces. Hicieron más los soberanos de Castilla y León para
secundar las miras del Concilio ecuménico con mayor eficacia, que era favorecer
la gran cruzada general decretada para el año 1217. Nuevamente se reunieron en
Toro el 12 de agosto de este año 1216, y para cerrar toda fuente de mutuos temo-
res y recelos, de común acuerdo dirigieron, desde allí, al Pontífice Romano una
carta en que rogaban al Papa que confirmase la paz ya concertada y aprobase la
preciosa serie de cláusulas, por las cuales se garantizaba la paz. Dirigen la carta
a Inocencio III, que ya había fallecido un mes antes, pero se ignoraba en España
todavía. Honorio III, su sucesor, dirigió su bula de exaltación al pontificado a los
Obispos españoles, el 25 de agosto, anunciándoles que lo mismo que su predece-
sor iba a promover la gran cruzada contra los mahometanos. (3) E l nuevo Pontí-
fice accedió con gusto a la petición de los dos reyes, despachando varias bulas
desde Letrán, el 18 de noviembre de 1216.
La dirigida a D. Rodrigo y a los Obispos de Burgos y Palencia, después de la
introducción ordinaria, dice que confirma «la paz concertada entre vosotros para
siempre, tal como se ha hecho por consentimiento y voluntad de los Obispos y
barones,y se ha recibido espontáneamente por las dos partes, y se halla más cla-
a
(1) Lib. IX. c. 2. Vicente déla Fuente. Hist. Eccl. de Esp. tom. III. p. 239. (edic. 1. ) (2) Libe,
priv. I. fol. 37. No lo firma D. Rodrigo. (3) Potthart. n. 5318 y 5319.
-156-
ramente en auténtico documento. Para mayor claridad hemos acordado insertar
literalmente la fórmula de esa paz en nuestro escrito.» Y en efecto, la inserta toda
entera. Está en nuestro Apéndice 32, segiin hemos adquirido directamente de los
Registros del Vaticano. Es importante para la historia civil de los dos reinos". Va
firmada esa fórmula, de parte del reino de León por D. S. Fernández, J. González
y otros vasallos del rey leonés, y de parte de Castilla la firman los tres hermanos
Alvaro, Gonzalo y Fernando y oíros muchos vasallos del rey de Castilla. Se con-
cede en la fórmula la consabida potestad de hacer cumplir los pactos por medio
de excomunión y entredicho en el rey, en los vasallos y en el reino del que fuese
íransgresor. E l Arzobispo de Toledo con los dos mencionados Obispos adquiere
ese poder sobre el reino de León, y el Arzobispo de Compostela con los Obispos
de León y Astorga, sobre el reino de Castilla.
Esta bula y el documento inserto en ella demuestran varias cosas: Que en Toro
no se hallaban los Prelados, ya que no firman; que en cambio en la Asamblea, en
que se firmó la paz (Cortes de Burgos) dieron su asentimiento de presente; que to-
dos los asuntos se hallan en este tiempo en manos de los preponderantes proceres
Niíñez de Lara, pues se destacan sus firmas como las de principales personajes de
la Corte de Enrique í. Hay aquí un hecho notable y es que Honorio III había par-
ticipado seis días antes a D. Rodrigo y a los dos otros Obispos la confirmación
de la fórmula de paz. Alguna causa retrasó el despacho de las demás bulas.
Según refiere D. Rodrigo copiosamente, a principios de 1217, Enrique, conduci-
do del Conde Alvaro, penetró en la cuenca del Tajo, (1) después de peregrinar por
la cuenca, del Duero los últimos meses de 1216, con el fin de ganar el afecto de
sus vasallos. (2) E l 6 de Febrero ya estaba en la Diócesis de Toledo, en Maqueda,
a donde envió Berenguela un propio para que se enterase secretamente de la sa-
lud de su hermano. Allí urdió el Conde la calumnia del envenenamiento, atribu-
yéndoselo a la hermana de Enrique; pero se descubrió providencialmente y sirvió
para irritar más los enconados ánimos de los diocesanos de D. Rodrigo contra los
Laras, hasta tal grado que el altivo Conde Alvaro tuvo que «retirarse de las par-
tes de la diócesis de Toledo,» según cuenta el mismo Arzobispo, relatando así el
acto de ferviente adhesión de sus diocesanos a su persona, por su conducta en
a
condenar los actos de los Laras y defender los derechos de D. Berenguela y de la
diócesis de Toledo, cuyos bienes no restituía el rebelde.
D. Rodrigo había reclamado contra esto ante el Papa, a principios de otoño an-
terior, notificándole, que en vez de restituir los bienes, los repartía entre sus parti-
darios el inicuo Conde. Honorio III escribió a Enrique el breve siguiente, hasta
ahora inédito en los Registros del Vaticano, y que debe conocerse, porque arroja
mucha luz. Dice el Papa: «Hemos sabido por comunicación de nuestro venerable
Hermano el Arzobispo de Toledo, que tú y algunos Señores de tu Reino ocupáis
injustamente ciertas posiciones y otros bienes, molestando también a la Iglesia de
Toledo en sus vasallos, quebrantando así los privilegios concedidos por los Reyes
y confirmados por tí. Como no debes mermar los derechos de la Iglesia sino acre-
centarlos, rogamos y amonestamos a tu Alteza, para que restituyas lo que retie-
nes de esa manera y hagas restituir por los predichos Sres. a la mencionada Igle-
sia, desistiendo y haciendo desistir en adelante a los predichos, de la injusta mo-
lestia, de suerte que el mismo Arzobispo no tenga justa causa de queja. De lo con-
trario ordenamos a los Venerables Hermanos nuestros, los Obispos de Cuenca,
Plasencia y Sigüenza, no consientan que indebidamente molesten a la dicha Igle-
-157-
sia y sus vasallos, contra el tenor de sus privilegios, reprimiendo con censuras
eclesiásticas a los molestadores. Dado en San Pedro, 22 de Noviembre, año pri-
mero de nuestro Pontificado.» (1) E l lenguaje, que emplea D. Rodrigo contra el
Conde, al narrar su paso por su Diócesis, calificándole con aspereza «de altiva
frente, (fronte superba) demuestra que pasó por allí D. Alvaro como enemigo del
Arzobispo, y que continuaban en pie tan graves agravios y no hay indicios de ha-
ber intentado la reconciliación con el Primado, mientras que hay pruebas de que
el tutor laboró por calmar los ánimos de los toledanos, obteniendo mercedes rea-
les a favor de ellos. Estando en Talavera de la Reina se firma, en Febrero, la car-
ta de merced de varias aldeas a la ciudad de Toledo, en premio de sus servi-
cios. (2) En los mismos días, por consejo del Conde, en Talavera, concede el Rey
el derecho de franquicias al Monasterio de San Isidoro de Dueñas. (3) Por eso
el documento, (4) que el 17 de Febrero expidió el Rey en Talavera, ratificando la
disposición testamentaría de su padre, para que se entregue al Obispo Menendo de
Osma la villa de Osma, con firma de D. Rodrigo, que era testamentario, no de-
muestra su presencia allí, sino que es una ejecución de la resolución de lo dis-
puesto por las albaceas.
Entre tanto, en el Norte, en la región de Palencia y tierra de Campos, organi-
a
záronse fuerzas guerreras, con el objeto de defender a D. Berenguela, contra la
cual los oráculos de la iracundia de los Laras voceaban guerra a muerte y para
arrebatar a estos malhechores al desdichado Rey. Por eso, lanzando llamas, escá-
pase del Arzobispado de Toledo, viene con su Rey a Valladolid y, después de ce-
lebrar la Resurrección del Señor, asuela los trigales y abrasa los Palacios de los
adictos de la Reina. (5) Arde cruenta guerra civil. Por evitar daños al Rey Enri-
que, las tropas de la hermana no atacan a las de los Laras. Estos llevan a Palen-
cia al Rey, el cual en los dias 17 y 18 de Mayo, firma en esa población sus últi.
mas mercedes, (6) por nosotros conocidas. Sobrevino la catástrofe. Como observa
el Arzobispo, se le abandonó al joven Monarca en el Palacio Episcopal de su gran
vasallo D. Tello, Obispo de Palencia, fiel a su regio decoro, partidario de Doña
Berenguela, próximo pariente suyo al decir de un erudito, (7) y jugando peligrosa-
mente con unos pajecillos, a uno de estos se le escapó desde la torre una teja, que
hiriendo gravemente en la cabeza a Enrique, lo llevó a la tumba, el martes, 6 de
Junio de 1217. (8) Confuso el Conde, ocultó en vano el cadáver del Rey irrespe-
tuosamente, pero antes que se difundiera el rumor de tal suceso por el vulgo, la
sagaz Reina se enteró de todo y adoptó rápidamente todas las medidas para ha-
cer abortar las que imaginara el tenebroso cerebro del perverso tutor, ideando y
realizando a la vez la proclamación del futuro conquistador de Sevilla y el resca-
te y sepelio pomposo de su infortunado hermano, al que se puede llamar también
afortunado, porque Dios alejó providencialmente de su reinado las incursiones de
los moros, los cuales no se atrevieron a penetrar por las puertas de Sierra More-
na, desde que tres años antes, las traspusieron, fugitivos de los iracundos res-
plandores de la espada de D. Rodrigo, con ocasión de la heroica defensa del cas-
tillo y territorio de Almagro; y vea el lector cuan lejos del troquel del Cid se mol-
deaba una gran parte de la nobleza castellana, y no pondere como reflejo de un
hecho real corriente, sino como bellos sentimientos del poeta, que los forjó, las
ideas del viejo romance, que se remonta a esta época:
(1) Ap. n.° 33. (2) Crónica de Enrique I. Núñez de Castro. C. 10. (3) Ib. ib. Allí está la firma
de D. Rodrigo lo mismo que la de todos los Obispos castellanos. (4) loperráez. tom. III. p. 50.
(5) Lib.IX.c.3. (6) Núñez de Castro, c. 10. (7) P. Getino. Ciencia Tomista. Año 1917. Nov. Dic. 388
(8) Cron. Cerratense. Esp. Sagr. II. Lib. IX. c. 4.
—158-
Y conquistado el Castillo
Fago pintar en sus piedras
Las armas del Rey Alfonso
Y yo humillado a par de ellas.
Rodrigo no asistió a estos sucesos. Desde hacía meses vivía lejos de la Corte.
Condolióse del triste fin del Rey, al que amó paternalmente, sufriendo al verle so-
portar dolorosa e indecorosa vida en las uñas de la garduña de Lara. Miró por su
memoria, escribiendo con lágrimas sus adversidades y perpetuando en el recinto
de la Catedral de Toledo su recuerdo escultórico. Leo en una historia moderna de
a
España: «La estatua de D . Berenguela (1) lo mismo que la de D. Enrique I fueron
colocadas en la Catedral mezquita de Toledo, muy a principios del siglo XIII, por
el Arzobispo D. Rodrigo. Al demolerse aquel templo árabe se retiraron de allí
a
ambas; la de D. Berenguela fué a parar al «Taller del Moro» (un lugar de este
nombre) donde permanecía en los promedios del siglo pasado. La de D. Enrique
está colocada entre las de los otros Reyes, en la Capilla mayor de la Catedral, en
el machón más próximo al altar. (2)
(1) Doña Berenguela murió muchos años después de apeada la citada mezquita, para emplazar en
el mismo sitio la actual gloria de Toledo; por eso creo que esa escultura no represente a Doña Beren-
guela, sino a Doña Leonor u otra princesa. D. Rodrigo en vida no le dedicaría en el templo tales es-
tatuas. (2) Ángel Salcedo, n." 82.
—159-
C A P I T U L O X.
(1215-1217)
Cuarto Concilio ecuménico de Letrán. Tesis acerca del valor de las firmas de los
documentos Reales en la dilucidación histórica.—Asiste D. Rodrigo al dicho Con-
cilio.—Su famosa disputa sohre la Primacía de Toledo.—Las actas célebres y la
predicación de Santiago en España.—Viaje a Roma en 1217.—La recaudación
por la cruzada general.—Obispado de Segovia.—Gestiones de Rodrigo en Roma.
Observación.
(1) No intento formar su interminable catálogo y sólo indico al lector, que las actas de que lueg o
se hablará, se hallan en Loaisa, Labbé, Harduín, Hefelé y otros, y en Razón y Fé, mejor aún que en
otra parte.
-160-
«El año del Señor 1215, mes de Noviembre, se celebró el santo y universal Sí-
nodo en la Iglesia de San Salvador, que se llama Constantina, presidiéndolo el
Papa Inocencio III en el 18 de su pontificado. Asistieron al mismo dos Patriarcas,
el Constantiuopolitano y el Jerosolimitano; el Antioqueno, detenido por grave do-
lencia, no pudo venir, sino que envió por delegado al Obispo Antadorense; tam-
poco pudo venir el Alejandrino, por estar bajo el poder de los sarracenos, y envió
en su lugar a Pedro, diácono, hermano suyo. Asistieron a este Concilio entre Pri-
mados y Arzobispos, 71, Obispos, 412, e innumerables entre Abades y Religiosos!
Deanes, Priores, Prepósitos, Arcedianos y otros clérigos seculares y Procuradores
de Principes, Concejos y Comunidades, reunidos de las diversas partes del mundo.
Y en este Sínodo General, Rodrigo, Arzobispo de Toledo y Primado de las Espa-
ñas, con licencia del Pontífice, anunció la palabra de Dios, empezando y terminan-
do en latín; mas como de diversas partes del mundo se habían congregado allí
clérigos y seglares, para satisfacción de todos, haciendo en el discurso pausas e
interrupciones, expuso a los seglares e iliteratos en sus propias lenguas a saber,
a los romanos, a los alemanes, a los franceses, a los inghses, a los navarros y a
los españoles las autoridades y razones alegadas en latín. Agradó a todos esta
exposición, considerándola, no sólo ingeniosa, sino admirable; porque desde los
tiempos de los Apóstoles apenas se cree ni se oye, ni se halla escrito, que nadie en
parte alguna, anunciando la palabra de Dios, la haya expuesto en tanta variedad
de idiomas o lenguas.» (1)
Tan honorífica relación, tan en armonía con la cultura de D. Rodrigo, se leyó
en el siglo XVI con aplausos y sin recelos, enorgulleciendo a todos los españoles.
Pero ese pasaje no era más que el prólogo de las Actas, que tanta celebridad
iban a adquirir por las noticias, que contenían y que podían producir tremenda
conmoción sí se llegaban a divulgar. Un docto amigo del P. Mariana, García Loaí-
sa, futuro Cardenal ilustre, las publicó cuarenta y cuatro años después, en 1593,
retocándolas a su sabor en varios puntos hasta modificar algo el sentido de las
sentencias del original. Las Actas relataban la ruidosa disputa de D. Rodrigo en
favor de la Primacía de su Iglesia de Toledo con sus adversarios, los Arzobispos
de Braga, Tarragona, Compostela y Narbona. Pero tampoco esto despertó rece-
los; ya que el hecho más notorio y cierto de la vida de D. Rodrigo es que du-
rante toda ella luchó con admirable ardor y celo en defensa de la Primacía de To-
ledo, como se verá adelante. Lo que despertó recelos y tempestades, que todavía
excitan vivas contiendas, fueron las palabras siguientes de D. Rodrigo (o atribui-
das a él) en una respuesta al Compostelano: «Si alega la primera predicación de
la divina palabra y la conversión de muchos a la fe de Cristo en España por San-
tiago, que hablen, los que conocen la Santa Escritura. He leído que se le dio la
potestad de predicar en España; pero mientras por la Samaría y Judea diseminaba
la ley divina, bajo Herodes, degollado en Jerusalén, exhaló el alma y la entregó al
Señor. Por lo tanto, ¿cómo predicó si aún no había entrado? ¿O por ventura los
convirtió al Señor sin predicación? Recuerdo bien haber oído en mis primeros
años de algunas santas monjas y viudas piadosas que en su predicación se con-
virtieron a la fe muy pocos, y, como en ella hacía escasos progresos, se volvió a su
patria, donde murió por disposición del cíelo.» (2)
La revelación de estas cláusulas fué un estampido. Era un golpe terrible para
la tradición española de la predicación de Santiago en España. Quedaba desvir-
(1) Cap. XLIX. (2) Cito aquí el texto de Loaisa, porque fué el que voló por Europa y cambió la
sentencia de los críticos.
-161-
n
tuada, maltrecha por la autoridad de tan grande hombre, que en el corazón de la
edad medía tan categóricamente la rechazaba, si se le concedía todo el crédito,
que su sabiduría reclamaba. E l inmortal Baronio cambió de parecer, se retractó,
corrigió sus Anales y laboró para que otros se retractasen. Clemente VIII mandó
reformar en el Breviario Romano la cláusula anterior, que sonaba así: «Mox, pe-
ragrata Hispania, ibique prcedicato, rediit Hierosolimam; redactando de este
modo el nuevo párrafo: «Mox Hispaniam adiisse et ibi aliqvos ad fidem conver-
tisse Bcclesiarum Ulitis Provincice est traditio.» Toda España reclamó contra esa
reforma; se comisionó una delegación de sabios para que en Roma lograse la re-
posición del texto primitivo; discutióse ante el mismo Papa Urbano VIII varias ve-
ces, como lo requería asunto tan grave, en que se comprometía la seriedad de la
Curia romana. E l Rey de España ejerció toda su presión, que entonces era la pri-
mera del orbe; y por fin se consiguió la inserción de la frase categórica siguiente,
pero con resabio de alusión a la frase atribuida a D. Rodrigo, en cuanto al núme-
ro de conversiones: Mox in Hispaniam profecías, ibi aliquos ad Christum con-
vertit, ex quorum numero septem postea Bpiscopi a Beato Petro ordinati in His-
paniam primi directi sunt.» (1) Pero los sabios extranjeros no dieron valor algu-
no a esta mudanza, y apoyados en la autoridad del primer historiador de España,
la desecharon. En consecuencia brotó una abundante y eruditísima producción de
obras con el intento de refutar las Actas y probar la venida del hijo mayor del
trueno a España. (2)
La tesis universal de los españoles fué la apocricidad de las Actas. Así se corta-
ba por lo sano. Para dar la prueba irrefragable se examinó la verdad de la asis-
tencia del Arzobispo Jiménez de Rada al expresado Concilio, y con argumentos,
que parecían contundentes, se concluyó por la mayoría de los críticos, que el Ar-
zobispo no se halló en aquel Sínodo. De aquí que cuando el célebre profesor de
la historia ecclesíásííca de Roma, Duchesne, que acaba de morir, representante de
la escuela crítica más avanzada de la historia, invocaba el nombre de D. Rodrigo
para poner en duda la pradícación de Santiago en España (3), el más autorizado
representante de las investigaciones históricas de la Iglesia española, P. Fidel F i -
ta, le replicaba hace 20 años, reproduciendo la convicción general de los defenso-
res de la venida del santo Apóstol a España, con esta frase: «¡Vaya en gracia!
¡Salir a estas horas con la fábula del Arzobispo D. Rodrigo en Roma!» (4)
¿Y cómo se demuestra que es fábula? Fita así razona.
1. Porque el testimonio de las Actas no tiene valor, por ser espúreas (5) y apó-
crifas. 2. Mondéjar probó con un documento, que refuerzan los PP. Flórez y Cu-
per, que el 27 de Septiembre Rodrigo estaba en España. (6) La escritura de dona-
ción de Zorita a los judíos prueba que el 20 de Diciembre estaba en Segovia, y la
de Portaticum de Velere en pro de los Santiaguístas, que el 29 del mismo estaba
en Uclés. (7) E H Segovia estaba el 16 de Marzo de 1216, según documento citado
por González. (8) Juan Ferreras citó el privilegio de Boldovín del 15 de Enero de
(1) Para pormenores debe leerse el P. José Tolrá... (2) En la tupida selva bibliográfica deben se-
ñalarse como obras de mérito especial: La Predicación de Santiago, por Mondéjar. Justificación Histó-
rico crítica... por Tolrá. La Disertación del P. Flórez en el tom. III de la España Sagrada. Santiago de
Galicia. Nuevas impugnaciones del P. Fita. «Razón y Fe.» Año 1901-1J02. (3) Ou sait qu'au XIII
siécle, 1' archeveque de Toléde, Rodrigue Ximénez traitait encoré 1' apostolat espagnol de conté de
borníes femmes. Saint Jacques en Galice.—Annales du Midi. Revue de la France Meridional. n.° 46.
p. 145-179. (4) «Razón y Fe.» 1901. n.° 1. p. 71. nota 3. (5) Vicente de la Fuente llamó: «documen-
to estúpidamente apócrifo, a esas Actas. Hist. Ecl. c. I. párrafo III. (6) Predicación de Santiago.
f. 49. v. (7) Boletín de la R. A . de Hist. L. p. 167-168 y Bull S. Jacobi. p. 61. (8) «Colección de Pri-
vilegios de la Corona de Castilla» por T. González. IV. p. 133-34 y siguientes.
—162—
1216 firmado por Rodrigo. (1) Añádase que era moralmente imposible que D. Ro-
drigo dejara en esa fecha a España, por la revuelta de los Laras. Como el Arzo-
bispo no íenía tiempo de hacer el viaje a Roma por estas causas y fechas incom-
patibles, sigúese que no asistió al Concilio ecuménico de Letrán. (2)
A l parecer, con la mayor buena fe del mundo el P. Fita ha prohijado y propues-
to lo dicho como un alcázar inexpugnable de erudición y crítica. Ha construido
su argumentación, siguiendo fielmente las normas que siguieron sus predecesores
y todavía siguen en España los investigadores de los estudios históricos, sin titu-
bear un momento y sin advertir los errores, a que ha dado origen y dará en ade-
lante, sino se rectifica. Es asombroso que a la altura a que han llegado los estu-
dios no se hayan suscitado ni siquiera dudas y desconfianzas, ni a nadie se le
haya ocurrido la idea de hacer un estudio preliminar acerca de un punto capita-
lísimo para la historia española en la edad media. Capitalísimo es para la que es-
tamos escribiendo, como pronto lo verá el lector, y sin su conocimiento y solución,
quedamos en el caos y en contradicciones insolubles. Sin salir de los límites de
nuestro asunto, dilucidaremos el problema que hemos tenido que plantear noso-
tros mismos.
Se habrá visto que el P. Fita tiene por cierto que las firmas de los diplomas rea-
les son guía segura para determinar el itinerario de los firmantes. La simultanei-
dad de la presencia del firmante en el día y lugar, en que se expide el documento,
es un principio inconcuso para él y para todos los investigadores antiguos y mo-
dernos, para conocer dónde está el sujeto, cuya firma se halla allí estampada,
Recuérdese que en la edad media, en Castilla y León, firmaban por derecho pro-
pio todos los Obispos, expresando que eran electos, cuando no estaban consagra-
dos, pero gobernaban la Sede. Por eso en todos los documentos reales aparece la
lista de todos los Prelados, y rara vez falta alguno que otro. En los reinados de
Alfonso VIII, Enrique I y San Fernando figuran fielmente las firmas de los Obispos,
como lo he comprobado en los infinitos diplomas de esos Reyes, que se hallan en
las obras manuscritas del P. Burriel, en su libro «Memorias para la vida de San
Fernando,» en los magníficos Bularios de las Órdenes de Santiago y Calatrava, y
en muchas Colecciones de diplomas de Iglesias y Monasterios y Abadías, desde Lo-
perráez hasta el benemérito P. Luciano Serrano y además otros inéditos, que he-
mos examinado en varios Archivos. Pero la firma, que siempre está inmediata-
mente después de la del Rey, es la de D. Rodrigo, en los cuarenta años, que fué
Arzobispo de Toledo. Como Canciller Mayor no podía faltar. Una que otra vez,
de mil no llegan a cuatro, no aparece. Sospecho que es alguna omisión en la copia
o traslado de los documentos; porque en los origínales, que directamente he exa-
minado no he hallado uno, en que faltara esa firma.
Esas columnas invariables de firmas de todos los Obispos del reino en todos
los diplomas reales y en todos los puntos distintos del Reino, en que se halla el
Rey, al expedir sus documentos de gobierno y gracias, indican un mal harto gra-
ve, si se admite la presencia efectiva de los sujetos que firman: indican que aquel
episcopado era excesivamente andariego y cortesano. Y en verdad que era un vi-
cio demasiado general, que la Iglesia trabajaba por extirparlo, en sus cánones.
No era fácil remediarlo a causa de la organización social de la época. Los Pre-
lados de las Iglesias eran la clase más culta de la nación, los más ilustrados y so-
licitados consejos los suyos, y a la par, esos pastores de las almas eran Señores
poderosos, que disponían de tierras y vasallos, al igual que los grandes magnates
(1) Historia General de España. Año 1216. (2) «Razón y Fe.» 1902: mayo, n.° 1. p. 54-56.
-163-
feudales, durante sus pontificados; pues la mayoría de las Diócesis poseía mu-
chos Señoríos de villas y territorios. Por todo esto los Obispos tenían que hallar-
se frecuentemente en la Corte.
Con todo, una sencilla observación nos hace ver que esa invariable columna de
firmas episcopales del Reino en todos los diplomas Reales no puede significar la
presencia personal efectiva de cada firmante en el lugar y día, en que el soberano
expide el documento. Porque eso envuelve una serie de absurdos inadmisibles. De
significar eso se seguiría que los Prelados del Reino de Castilla siempre estaban
en la Corte, sin separarse de ella en todos los movimientos por las diversas po-
blaciones y comarcas del Reino y en todas las expediciones bélicas; que, por lo
mismo, jamás residían en sus Diócesis, por sus ministerios pastorales; que nunca
emprendían viajes fuera de la Corte y de la nación, que duraran varios meses; que
no había entre ellos ni ancianos imposibilitados por la enfermedad y otros acha-
ques, ni impedidos por otras causas graves de las vicisitudes humanas. Pues los
diplomas reales son frecuentes y se hallan expedidos en diversos puntos, hasta en
los campamentos de guerra. Como esas consecuencias no son admisibles, es pre-
ciso deducir con certeza que lasfirmasno denuncian la presencia efectiva de los
firmantes. Por lo tanto esa serie invariable de firmas se consignaba en los docu-
mentos para que no faltara ninguna de los que tenían derecho de firmar tales di-
plomas, y no puede servir para establecer la tesis de la presencia de los firmantes
por el mero hecho de la firma en el diploma.
Pero he aquí otros argumentos concluyentes. En la carta del 12 de Agosto de
1216, arriba citada, los Reyes de León y Castilla dicen al Papa, que por los Obis-
pos suyos, asistentes al Concilio de Letrán, se enteraron del decreto de paz, que
dio aquel Sínodo y lo mismo se repite en la fórmula parís de estos Reyes, inserta
por Honorio III en la bula del 18 de Noviembre del mismo año. En la bula del 19
de Diciembre de 1216 vemos que el Obispo de Ávila acudía al dicho Concilio. Pe-
ro vimos también arriba como todos los Obispos castellanos, incluso el Abulense,
firmaron los diplomas de Arévalo (29 Septiembre 1215) de Zorita (20 Diciembre
1215) y Uclés (29 del mismo). Se infiere de esto que las firmas citadas no prueban
la presencia efectiva de los Obispos firmantes. El negarlo sería sostener que las
aserciones de los Papas y Reyes en sus documentos no tienen valor alguno. Por
otro lado el P. Fita admite que varios Prelados castellanos asistieron al citado
Concilio, sin atender que en la carta de Zorita se hallan todas las firmas de todos
los Obispos castellanos a continuación de la de D. Rodrigo. Luego por una incon-
secuencia absurda deduce de ese documento que el Arzobispo de Toledo no estu-
vo en el famoso Sínodo.
Consta por una docena de bulas que van en el Apéndice, que desde mediados de
1217 hasta 1218 D. Rodrigo permaneció en Roma, por graves asuntos de su Igle-
sia, según lo referiremos; y no obstante en los documentos reales de Castilla de
ese tiempo siempre aparece la firma de D. Rodrigo, conforme lo comprobará el
lector leyendo las Memorias para la Vida de San Fernando, que sería absurdo
aquí citar en particular. (1) Sobran estos datos para ver la inconsistencia de la
teoría, hasta ahora mantenida, para sostener que D. Rodrigo no pudo asistir al
Concilio Lateranense. La presencia de esas firmas no prueba necesariamente la
presencia efectiva de los firmantes; prueba que tenían derecho de firmar, y por eso
allí se estampaban las firmas. Desde luego creo firmemente, que estando en el
Reino en la mayoría de los casos, D. Rodrigo suscribe los documentos reales per-
ro Los referentes a Enrique I en la página 252 adelante; las de San Fernando de 255 adelante.
-164—
sonalmente, como presente en el punto de la expedición; porque como consejero
universal de los Reyes, como su Canciller Mayor y alma de todos los negocios, ra-
rísima vez se separaba de la Corte de los Reyes. Por eso San Fernando decía en
más de un documento que le acompañaba D. Rodrigo. Por ejemplo en el de 20 de
Junio de 1239 decía: «Andando conmigo el Arzobispo D. Rodrigo de Toledo, el
Obispo de Osma, mío Canciller, e el Obispo de Cuenca, D. Gonzalo Ibáñez, el
Obispo de Córdoba, Maestre López (de Fitero) e Martín, Maestre de Calatrava...»
(1) Pero ese mismo documento confirma lo susodicho. Porque el Rey cita sólo a
esos cuatro Prelados, como acompañantes efectivos, y sin embargo, en la carta se
hallan todas las firmas de todos los Obispos castellanos.
Me parece que lo dicho basta para que se vea clara la tesis. Se podría aquí re-
unir infinito número de argumentos semejantes, sacados de la vida de D. Rodrigo
y de muchos Obispos coetáneos suyos, cuyas firmas aparecen en las cartas reales,
estando ellos ausentes ya en Roma, ya en otros puntos; lo mismo de tiempos in-
mediatos, anteriores y posteriores. Mas esto sería aburrir repitiendo lo mismo.
Pero lo dicho sólo prueba que el valor de las firmas no anula lo que afirman las
Actas en cuanto a la asistencia de los Obispos de Castilla al Concilio de Letrán;
asistencia que confirma Honorio III respecto de algunos, e insinúa el Tudense, al
decir en general, que acudieron de todo el orbe católico. Además Inocencio III
mandaba que a lo más dos Obispos se quedaran en cada Archidíócesis. Demostre-
mos ahora que uno de los concurrentes a ese Concilio fué D. Rodrigo.
Traduciré primero una bula, directamente copiada del Resgestum Valicanum,
(tom. IX. folio 200. recto, n. 813) porque arroja mucha luz y nos encarrila en la
cuestión. Dice así: (2) Honorio, Obispo... a los Venerables Hermanos, Rodrigo, Ar-
zobispo y Cabildo Toledano... Como tú, Hermano Arzobispo, trabajando en reca-
bar para tí el derecho de la Primacía en los Reinos de España, hubieses entabla-
do solemnemente el pleito acerca de esto, delante de nuestro predecesor, de feliz
memoria, Inocencio Papa, con el Venerable Hermano S. (Esteban) Arzobispo de
Braga, ventilada la causa largo tiempo ante nosotros, al fin os presentasteis en
nuestra presencia tú y el mismo Arzobispo, y se renunció por las dos partes a las
pruebas y alegaciones, rogándose con instancia de ambas partes, que pronunciá-
semos la sentencia definitiva. Mas nosotros, atendiendo a las circunstancias de
los sucesos, oído el consejo de nuestros Hermanos, suspendiendo todo, juzgamos
que al presente no se ha de pronunciar la sentencia. Hemos conservado en nues-
tro poder los documentos y las actas todas, encerrados bajo la protección de nues-
tra bula, a petición de las partes, y se los hemos entregado a las partes, también
encerrados bajo la bula. Lo que se resolvió acerca de algunos puntos de los docu-
mentos fué por acuerdo de las dos partes; pues vieron por el examen de los mis-
mos Registros, que lo omitido nada importaba a la causa. Dado en Letrán, 19 de
Enero, año segundo de nuestro pontificado.» (3)
Hay más. Tenemos una bula de Inocencio III a todos los Prelados de España,
inédita y desconocida hasta hoy, que se halla en el fol. 118 del Liver priv. en la
(1) Colmenares. Cap. 21. n. VIII. (2) Reconozco que la fuerza concluyente de la aserción no está
en estas bulas: está en lo que sigue a ellas, las bulas nos orientan, nos ilustran y señalan el camino
derecho de la verdad. Además son documentos importantes de la presente historia, que se deben co-.
nocer. (3) Después de adquirir esta bula, que no creía que se hallaba en España, la vi en el fol. 113
(foliación antigua; según la más moderna es 100) del Líber priv. II. Tiene media docena de ligeras va-
riantes. Cuando la creía también inédita cayó en mis manos el Opúsculo: Estudios Históricos del P. F i -
ta, y en sus páginas 31 y 32 la leí impresa: y al llegar a «pncedecessore nostro» el docto jesuíta interro-
ga así en nota. «¿En el Concilio 4.* (de Letrán) 11-30 nov. 1215?» Pero ¿cómo Fita no aludió a esto en
s* estudio sobre Santiago? ¿Fué intencionado su silencio?
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que dice: «Habiendo venido a Nos nuestro Venerable Hermano, Rodrigo, Arzobis-
po de Toledo, le recibimos benignamente, y examinados los privilegios de nuestros
predecesores, le confirmamos la dignidad de Primado en todos los Reinos de Es-
paña.» Luego les ordena que le obedezcan. (1) Fecha, 14 de Abril; se le olvidó al
copista el trasladar el año. Creo que el año es 1210, y que dirigió Inocencio III ese
breve a todos los Prelados de España, después de confirmar, el 12 de Marzo ante-
rior, sus derechos al mismo D. Rodrigo. Ahora bien, esto prueba que D. Rodrigo
no planteó en este viaje del invierno de 1210 pleito alguno contra sus rivales. Lo
hubiera indicado el Papa. Luego el pleito, en que contestó al Bracarense no es de
esa fecha. Es que tampoco había tenido tiempo el Bracarense, para planteárselo
para ese momento. N i tampoco lo pudo plantear Rodrigo cuando pasó vertigino-
samente por Roma hacia fines, de 1211, para reclamar las gracias de la Cruzada
de las Navas de Tolosa. No era ocasión para eso. Por lo tanto, sólo queda el via-
je de 1215, con ocasión del Concilio ecuménico, para que D. Rodrigo pudiese con-
testar solemnemente al pleito planteado por el Bracarense, ante el Papa, (coram
prcedecessore nostro) según dice Honorio III en la bula arriba traducida. Parece
por lo mismo claro, que el Arzobispo de Toledo litigó la causa de la Primacía an-
te Inocencio III, en la coyuntura del Sínodo de Letrán y que no se resolvió: volvió
a debatirse después de largo tiempo, hasta la época en que escribió Honorio III sin
sentenciarse: y Honorio III tampoco la sentenció por razones que a su tiempo ve-
remos.
Pero el argumento positivo terminante, que demuestra la asistencia de D. Ro-
drigo al Concilio cuarto de Letrán, en 1215, es el inopinado descubrimiento de
A. Luchaire, historiador del Pontificado de Inocencio III. He aquí cómo cuenta el
mismo descubridor la casualidad de su precioso hallazgo: «Durante la corta es-
tancia en Zurich la casualidad nos ha hecho caer sobre un manuscrito, que con-
tiene esta lista (de los Padres del Concilio lateranense cuarto) que se creía perdi-
da. Pertenece a la Biblioteca cantonal, donde se conserva bajo la signatura
C. 148.» (2) Dice Luchaire de ese manuscrito: «Se divide en tres partes; en las dos
primeras hay copiadas varías piezas de poesías griegas; en la tercera se encuentra
lo que nadie se imaginaría, la citada lista de los Padres asistentes al Sínodo ecu-
ménico, que comienza en el folio 46, en letra fina, del estilo de la mitad del siglo
XIII.» Están los Padres agrupados según el orden de las naciones, incluyendo ba-
jo un número romano distinto los Prelados correspondientes a cada distinta na-
cionalidad. Todos los que pertenecen a la Península española se hallan enumera-
dos en el número VIII, en el orden y forma, en que abajo lo traduzco rigurosa-
mente del latín al castellano, para divulgar así los Padres españoles, que tomaron
parte en el Concilio ecuménico más concurrido, que hasta hoy ha tenido la Igle-
sia Católica. Además interesa mucho a la historia general de la Iglesia tan precio-
so documento; porque hasta ahora se sabía por la relación de las Actas romanas
del Concilio, que concurrieron una gran muchedumbre de Prelados y muchísimos
seglares, invitados por el Papa, para tratar los asuntos de la Cruzada general, pe-
ro no se conocía de qué Sedes episcopales procedían los Obispos; por lo cual no
pudieron publicar los grandes colectores de Concilios esa lista tan interesante. E l
Manuscrito recién hallado no pone los nombres de los Padres, sino los Obispa-
(1) Ap. 27. (2) E l erudito francés dio cuenta de su descubrimiento en la revista: Le Journal
des savans. año 1905. p. 557-568 en un artículo titulado: Un document retrouvé: que reproduce íntegro
la Histoire des Conciles... por 6 F. Hefelé. Nouvelle traduction. Tora. V. Apn. 111. n. 1722=1733. Pa-
rís. 1913.
-166-
dos, de que proceden. En el número VIII pone de la siguiente manera los que asis-
tieron de la Península ibérica:
«El Arzobispo de Toledo, el Conquense, el Segobiense, el Oxomense, el Sego-
brícense. El Arzobispo Compostelano, el Salmanticense, el Egitárense, el Ulisi-
ponense, el Civitatense, el Abulense. El Arzobispo Tarraconense, Gerundense,
Barcinonense, Vicense, Urgelense,iCalagurritano;"El Arzobispo Bracarense, As-
turicense, Mmdonense, Auriense, Cohimbricense, Portuense. Advierte con razón
Luchaire, que el Códice anuncia que concurrieron 412 Padres, pero que, enume-
rándolos, resultan 401. Son involuntarias omisiones del autor, o copista. E l Tu-
dense dice que asistieron 478 entre Primados, Arzobispos y Obispos. (1) Algunos
rebajan el número, otros lo elevan. Indudablemente el de España hay que elevar-
lo, como se verá por lo que luego diremos. Según el Códice citado solo asistieron
las dos terceras partes del episcopado peninsular; menos que los que asistieron al
Concilio anterior lateranense, proporcionalmente hablando. Porque entre los tres-
cientos Obispos del Concilio III lateranense hubo diez y nueve españoles, entre
los cuales se hallaba Cerebruno de Toledo. De admitirse el falso modo de argüir
de los que pretenden que D. Rodrigo no asistió al Concilio IV, de que habla-
mos, se seguiría que ningún Obispo de Castilla concurrió a ese Sínodo. Porque,
según ya vio el lector más arriba, aparecen en los diplomas reales de la misma
fecha. Pero no vale el argumento.
Es cuestión interesante en la historia eclesiástica española y tratada con deten-
ción particular por escritores de renombre, el determinar el cuadro de Prelados,
que España tuvo en aquel célebre Concilio. Teniendo ante los ojos la base sólida
que nos da Luchaire con su descubrimiento lo haremos aquí, para conocer punto
tan importante. Víllanueva publicó una lista en el tom. III de su Viaje Literario,
tomándola del reputado crítico Juan Bautista Pérez, el cual a su vez dice, que la
sacó del libro de los Privilegios de Toledo, siendo él Archivero de aquella Iglesia
primada. He aquí esa lista: Pedro de Compostela, García de Cuenca, Gerardo de
Segovia, Melendo de Osma, Juan de Calahorra, Juan de Oviedo, Martín de Ciudad
Rodrigo, N . de Vich, procurador del Arzobispo de Tarragona, G. I (?) Arzobispo
de Braga y otros, que Vicente de la Fuente acoge con un dícese. (2) Pero no se
atrevió el docto Pérez a publicar todo lo'Jque vio en el Archivo Toledano, en el Có.
dice, llamado por él de privilegios, que de seguro era el que contenía las Actas,
que refieren la asistencia de D. Rodrigo al expresado Concilio. Rugía entonces la
indignación española contra los que atacaban la tradición del apostolado de San-
tiago en la Península, y en Roma se trabajaba para que en el Oficio Divino no
prevaleciese la opinión de Baronio, que apoyado en las Actas editadas por Loaisa,
se empeñaba en la reforma del Breviario. Obsesionaban a España las mentirosas
invenciones del jesuíta P. Higuera y los plomos vergonzosos del Sacro Monte de
Granada, que repartían glorias religiosas, inventadas, a las provincias; por lo que,
el sabio Obispo de Segorbe, el más sesudo y firme adalid de la verdad histórica,
que no quemó un grano de incienso en los altares de los falsarios, y que aún inició
la lucha prudente y tímida contra ellos, con todo tuvo que proceder con cautela, y
se abstuvo de publicar toda la lista de los Prelados, que en el Códice encontró; en
particular calló el de D. Rodrigo, que allí figuraba. Porque si lo publica, le aplas-
(1) Faltan en el Códice de Zurich los Prelados de Burgos, Sigüenza, Palencia, Coria, León, Zamo-
ra, Lugo, Oviedo, Pamplona, Huesca, Zaragoza, Plasencia, Evora y Lamego. (2) Hist. Eccl. T. IV.
Lib. IV. p. 324-325.
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ta España entera. (1) Es cierto que Juan Bautista Pérez conoció los cuatro Códices
de Actas, que modernamente otra vez ha examinado el P. Fita, dándonos noticias
interesantes, pero no dijo que se contara en ninguno de ellos que D. Rodrigo asis-
tió al famoso Concilio de Letrán. E l caso es por otra parte, que, en el Códice pri-
mero, fuente indudable de los Códices amplificados, redactado en los días de don
Rodrigo, aparecen como asistentes al Concilio los siguientes: E l Toledano, el
Compostelano, el Tarraconense, representado por el Obispo de Vich, y los Obispos
de Cuenca, Segovia, Ostna, Calahorra, Coimbra, Lisboa, Oporto, La Guardia, Ciu-
dad Rodrigo, Asíorga, Orense, Oviedo y otro, cuya Sede no se puede determinar
con certeza, porque se lee solo ensis. (2)
Entre el Códice de Zurich y estas Actas breves aparecen las siguientes diferen-
a
cias en la lista de los Padres: 1. Que en el de Zurich se nombra el Obispo de
a
Oviedo, que no figura en las de Toledo. 2. Que en las Actas toledanas se nombran
en cambio seis asistentes españoles más, los Obispos de Salamanca, Mondoñedo,
Urgel, Gerona, Barcelona y Segorbe. Fuera de estas diferencias de omisión, la
conformidad de las listas de los dos Códices es perfecta; y lo notable es que no
hay contradicción entre las dos. Lo cual prueba que las actas citadas toledanas, a
las que Fita llama «primera trama del borrador espúreo» reflejan la verdad his-
tórica en cuanto a la relación de los Padres asistentes al Concilio ecuménico. N i
podía ser otra cosa; pues a mediados del siglo trece, cuando aún vivía una parte
de los testigos de aquel Concilio, no era posible que hubiera ficciones burdas. En
vista de la confirmación categórica y clara del Códice recién descubierto en Zurich
podemos admitir como legítima la lista de los Padres españoles asistentes al Con-
cilio cuarto de Letrán, que nos dan las Actas breves toledanas, que hemos citado,
sin prejuzgar por eso el valor histórico de la discusión acerca de la Primacía,
que a continuación se refiere. Otra prueba de que es verídico respecto de esa rela-
ción el Códice toledano es que advierte con verdad que el Obispo de Vich, Gui-
llervet de Tarvetet, hacía las veces del Tarraconense en el Concilio. Precisamente
en aquellos momentos se proveía la Sede Tarraconense en la persona de Espárra-
a
go de Barca, Obispo de Pamplona, pariente de D. María, poco honesta madre de
Jaime I, pero que influyó en el nombramiento de Espárrago. E l 22 de febrero de
1216 solicitó su confirmación el Cabildo de Tarragona. (3) Ni aún se puede soste-
ner que este Códice toledano nos da la lista completa de los Padres españoles de
este Concilio, si bien es más completa que la del de Zurich. Consta, por ejemplo,
que Mauricio de Burgos acudió a este Concilio con lucido séquito; (4) y sin embar-
go en ninguno de los dos Códices aparece. En consecuencia podemos decir cuáles
son los Obispos españoles, que tomaron parte en este famosísimo Sínodo de Le-
(1) E l P. Fita escribe acerca del Códice primero que es «fuente de la segunda parte» de las Actas
más extensas, que contienen la disputa de D. Rodrigo, y que publicó Loaísa. Lo describe así. «Es una
hoja de pergamino trazada en la segunda mitad del siglo XIII, escrita en su anverso. Sirve para cubrir
las hojas de un Códice, códice que «contiene la verdadera colección o tratado de la Primada de Toledo,
que el Arzobispo Don Rodrigo hizo, o mandó preparar para defender personalmente su causa en Roma,
después del 20 de febrero de 1217. Estas Actas dieron pretexto y base para la primera deformación ale-
vosa» anterior a la de Loaísa. (Razón y Fé. 1901. p. 40.) (2) Fita lee Lucensis, yo creo que es Abu-
lensis, porque el Códice descubierto por Luchaire dice Abulensis. Puesto que, como habrá visto el
lector, las listas de los Obispos asistentes al Concilio, que trae el Códice breve toledano y la de Lu-
chaire son en todos los demás Prelados idénticas, luego ha de interpretarse y leerse ese nombre, que
no se lee integro en el toledano, como nos lo indica el de Zurich. Además consta por la bula del 19 de
diciembre de 1216 (Apéndice) que el Abulense caminaba al Concilio, por las calendas de septiembre
de 1215. En cambio del Lucense no h.iy rastro de su asistencia. (3) Villanueva. Viaje Liter. loin. I.
(4) Serrano. D. Mauricio p. 30-31.
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irán. Son todos los que figuran en las Actas citadas, mas alguno que otro, que se
escapó al relator.
Brillantísima comitiva acompañó a D. Rodrigo a Roma, según esas Actas. De
eclesiásticos, Diego García, Canciller de Castilla, Juan Pérez, Arcediano de Tole-
do, (1) el Maestro Alfonso, Deán de Toledo, Niguel Escoto, el Maestro Martín de
Turuégano, Juan Gutiérrez, Pedro de Santo Domingo, capellán suyo, Domingo
Pascual, (2) Fernando Pérez, Guillermo Repostero. De seglares, Rodrigo Ibáñez y
Esteban, Pedro García, copero, Lope Martínez, Pedro Martínez, Bartolomé, caba-
llerizo, Gil, cocinero, Juan Abad, Vínader, García Marco, Gómez, Malíes, Justo,
Juan Pérez y Maroto. (3) Menciona también el séquito de los Obispos de Cuenca,
de Segovia y de Osma, sufragáneos suyos, y del de Calahorra, sufragáneo del Ta-
rraconense, pero especial amigo de D. Rodrigo.
Probada así la asistencia de nuestro Arzobispo al cuarto Concilio de Letrán, se
pregunta ahora, ¿Se suscitó de verdad en esta ocasión la discusión de la Prima-
cía, como indican las cuatro versiones distintas de las Actas del Archivo toleda-
no? (4) Creo que es necesario responder afirmativamente, abstracción hecha de
las circunstancias de forma y tiempo, que se leen en las distintas Actas, que tan
célebre han hecho la discusión. Es indudable que, sobre todo en las Actas más di-
fusas, se han introducido arbitrariamente fantásticas aserciones, con el fin de dar
fabulosa importancia al triunfo de D. Rodrigo en su disputa con los adversarios.
He aquí los argumentos.
1.° De la bula de Honorio III, que hemos copiado, se infiere con bastante clari-
dad que D. Rodrigo solemnemente contestó al Bracarense ante Inocencio III, (co-
ram prcedecessore nostro.) Ya hemos observado que semejante acto pudo ejercí
tar personalmente D. Rodrigo en el viaje que hizo por el Concilio.
2° Se ha visto que es cierta históricamente la presencia del Arzobispo en este
Concilio, como lo es también que concurrieron el Bracarense, el Compostelano y
el representante del Tarraconense. Esto hace pensar que forzosamente se discutió
el litigio pendiente. Primero porque tenía que resolverse previamente a las sesio-
nes generales del Concilio qué lugar debía ocupar cada uno de los Prelados de
esas Sedes. E l que está versado en la Historia de los Concilios generales sabe que
siempre ha sido ese punto uno de los que más han perturbado y molestado en los
preliminares de los Concilios. Tres siglos después de lo que estamos narrando, el
famoso Fr. Bartolomé, Arzobispo de Braga, llegó a desazonar el ánimo de los Pa-
dres del Concilio íridentino con ruidosa y tenaz insistencia, por sentarse antes que
el Arzobispo de Toledo, para decidir en su favor los derechos primaciales, que
todavía disputaba el Arzobispo de Braga al de Toledo. ¡Con cuánta mayor causa
sucedería lo propio en los principios del siglo trece, la época más agitada en toda
la Iglesia respecto de este asunto de la Primacial En segundo lugar solemnemente
planteado estaba el litigio entre el Toledano y el Bracarense. Como vimos, Ino-
cencio III el 12 de enero de 1213 ordenó al Bracarense que enviara pronto sus
(1) Futuro Obispo de Calahorra, íntimo amigo del Arzobispo, como se verá. (2) E l canónigo
crucifero, que tanto se distinguió en las Navas de Tolosa. (3) Según el P. Serrano poco inferior era
el séquito de Mauricio de Burgos en esta ocasión; llegaba a unas 15 personas. (D. Mauricio p. 30.)
(4) Se verá que no he citado la autoridad de Garibay, Mariana, Zurita, Cabanilles, Cejador, Cerral-
bo y mil historiadores más, que han dicho que D. Rodrigo asistió a este Concilio. La razón, es porque
no han hecho más que subscribir lo dicho por las Actas, sin contrastar su verdad con estudio parti-
cular. Con gusto hubiéramos agregado aquí el texto del documento «Consejo que (D. Rodrigo) dio
al monasterio de San Clemente de Toledo cuando iba a Roma en 1215» documento, que el P. Burríel
copió en Toledo, en el tomo 113 de los Ms. que ahora están en la Bibl. Nac. de Madrid. Pero el folio
de ese tomo, en que se hallaba ese documento, desapareció, como se advierte allí mismo.
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procuradores para resolver lo antes posible el pleito de la Primacía con D. Rodri-
go. La mejor coyuntura para hacerlo con éxito era la presencia de los dos Arzo-
bispos en Roma, con ocasión del Concilio: y lo mismo anhelarían los dos litigan-
tes. Natural era por lo tanto, que se litigase, y por cierto antes de abrirse el Con-
cilio general, para no entorpecer los trabajos principales y pesadísimos, que en el
programa del Sínodo figuraban, y además para solucionar a la vez la cuestión de
precedencia. Precisamente las Actas breves de Toledo, que sirvieron de base para
los amplificaciones de las demás Actas, como sostiene Fita, y es verdad finegable,
dicen terminantemente, que tuvo lugar la famosa discusión del litigio el seis de
noviembre de 1215; es decir, cinco días antes de abrirse el Concilio. En las tres
posteriores Actas se lee que tuvo lugar el seis de octubre, es decir, todavía un mes
antes. Pero creo que debió deslizarse una errata del mes en esas ulteriores, y se
puso en vez de VIH Novzmbris, VIH Octobris. (1)
¿Cómo se desarrolló la discusión? Las Acias primeras la refieren así: «Sepan
cuantos leyeren la presente página, que, celebrando el Papa Inocencio III Con-
cilio general el año de la Encarnación 1215, vino al mismo Concilio D. Rodrigo,
Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas y, obtenida la venia de lmismo Pa-
pa, propuso en pleno consistorio, delante del mismo y de los Cardenales y mu-
chos Arzobispos y Obispos y Abades y canónigos y otros clérigos, su querella
contra los Arzobispos Bracarense, Compostelano y Tarraconense y Narbonense,
de que no querían obedecerle como a Primado. Y para probar que era suyo el Pri-
mado presentó y leyó los privilegios de Honorio, Gelasio, Lucio, Adriano y del
mismo Inocencio III, Pontífices Romanos, en los cuales privilegios se contenía y
probaba manifiesíísimamente, que el Arzobispo Toledano era el Primado de las
• Españas. Añadió el mismo Arzobispo Toledano que tenía otros muchos privile-
gios y documentos y escritos, que mostraría, por los cuales se probaba que él era
Primado de las Españas. Mostró también en el mismo día, y leyó allí la sentencia
del Cardenal Jacinto, Legado de la Sede Apostólica, lanzada contra el Bracaren-
se, si no obedecía al Arzobispo Toledano, como a su Primado; leyó también la or-
den ejecutoria del mismo Jacinto, dirigida a los sufragáneos de la Iglesia Compos-
telana, en la que les preceptuaba, que prestaran debida obediencia y reverencia al
Arzobispo Toledano, como a Primado suyo.
Mas el Arzobispo de Braga, que había sido citado a esto, como después se le
probó por el mismo Papa y testigos legítimos, respondió al dicho Arzobispo de
Toledo planteando pleito en presencia del mismo Papa.
E l Compostelano le respondió en el mismo día, que aunque él fuera Primado de
las Españas, lo que era falsísimo, sin embargo sus sufragáneos en nada tenian
que obedecerle; de donde se dijo por muchos, y se creyó que el mismo Composte-
lano respondiendo así aceptó el litigio.
En nombre del Arzobispo Tarraconense que estaba ausente, respondió el Obis-
po de Vich, sufragáneo suyo, por sí y por todos sus sufragáneos, de los cuales es-
taban presentes muchos.
El Narbonense no estuvo presente aquel día; pero el día siguiente respondió en
el consistorio, que tenía derecho de regresar a casa, porque no había sido citado
para esto.
(1) Salta a la vista que parece más razonable que el lapsus se deslizara en los redactores ulterio-
res, si bien no se pueda sostener como cosa cierta. También parece más probable que los Arzobispos
no llegaran a Roma tan pronto, si no queremos suponer que lo hicieron de intento para debatir el
pleito con tiempo.
-170-
Así acaba la discusión en estas Actas primeras, sin decir palabra de la predica-
ción de Santiago. Todo lo que ahí se halla consuena con la verdad y sólo con fú-
tiles reparos ha querido desvirtuarlo en puntos muy secundarios el P. Fita. Por-
que todo lo que alega D. Rodrigo es historia exacta. E l P. Fita la llama estrafala-
ria evasiva a la respuesta del Narbonense, cuando es lógica. Sólo del de Braga
consta que había sido citado. E l de Compostela y el de Vich prefirieron litigar a
dar la evasiva: acaso ya iban preparados. Agrega el crítico jesuíta: «Es inverosí-
mil que el Arzobispo de Toledo moviese pleito al de Narbona sobre la Primacía,
porque ésta siempre se entendió in regnis Hispaniarum, y expresamente se decía-
ró así por todas las bulas emitidas por los Romanos Pontífices, desde Urbano II
hasta Inocencio III, a las que las Actas se refieren.» Sí hubiera leído el P. Fita las
palabras de la bula de Gregorio IX, (año 1238) en la que el Papa remite a D. Ro-
drigo a petición de éste, las palabras con que Urbano II declara qué relaciones de
Metropolitano y Primado tenía el Narbonense sobre las Sedes catalanas, (1) no
habría dicho eso. E l hecho de la reclamación de estabula por D. Rodrigo en 1238
para defenderse contra las pretensiones del Narbonense, demuestra que aún se-
guía el pleito entre Toledo y Narbona. ¡Cómo iba a ser inverosímil que se agitara
veintitrés años antes! (2)
Luego hay motivos, no para rechazar, sino para admitir las Actas breves primi-
tivas, las cuales nos dan sucintísima idea de la disputa de D. Rodrigo con sus ri-
vales, unos días antes de la apertura del Concilio lateranense,en el otoño de 1215.
El Papa no pronunció sentencia alguna después de la discusión; por lo cual ni es-
tas Actas, ni las amplificadas dicen palabra acerca de la sentencia, ni se ocupan
ya más sobre lo que D. Rodrigo hizo durante las deliberaciones del mismo Conci-
lio. Porque las Actas extensas, en las cuales se hallan los discursos de la discu-
sión con aplicaciones, que no parecen auténticas, cuentan el suceso de la brillan-
tísima intervención de D. Rodrigo en el curso del Concilio, como preámbulo, al
principio de la narración, únicamente para dar a conocer con unos cuantos ras-
gos lo que valía D. Rodrigo. E l objeto exclusivo de las Actas es la relación de la
disputa del Arzobispo de Toledo con sus contrincantes con ocasión del Concilio de
Leírán. Lo demás no entra en su plan; por eso se distinguen allí muy bien ambas
cosas. Al principio,al afirmar que D.Rodrigo acudió al Sínodo mencionado,refiere
en pocas palabras cómo resplandeció en él, para luego relatar, en forma, el cur-
so de la discusión sobre la Primacía. Después no añade, nada respecto de lo que
hizo el Arzobispo en las diversas sesiones conciliares; porque todo eso nada le
importaba. En cambio como le importaba mucho dar a conocer lo que valía el
personaje, por eso en la introducción hace resaltar sus prendas de sabio y elo-
cuente, y pone también a continuación algunos privilegios, que el Papa le concedió
en este viaje, en premio, según parecen insinuar las tres Actas extensas, sí bien
claramente no lo dicen. Las Actas primitivas no dicen nada. (3)
Un inciso de la narración de la intervención de D. Rodrigo en los actos del Con-
cilio nos da suficiente luz para descubrir en qué clase de discusiones conciliares
(1) Se hallan en Raynaldo.—Anales. Año 123.Í. n. 52. (2) E l P. Fita atacó también con su método
de las firmas la asistencia del Compostelano al dicho Concilio, si bien sólo una firma aduce Asimis-
mo intenta dar mucho valor a la opinión de unos pocos franceses, que dudaron que asistiera el Nar-
bonense. (Razón y Fé. 1902. mayo. p. 54 y 55.) Lo dicho ya acerca del valor de las firmas, y la termi-
nante afirmación del Códice de Zurich sobre la asistencia de los dos Metropolitanos nos releva de
aducir nuevas pruebas. (3) De las Actas extensas se conservan tres copias distintas, cada una con
notables variantes. E l jesuíta P. Gams aseguró que se escribieron en tiempo de D. Rodrigo. Opina el
P. Fita que pertenecen a la segunda parte del siglo X l l l , o a la primera del XIV. Una copia o ejemplar
-171-
rayaron de una manera tan solemne y asombrosa la sabiduría y la elocuencia de
nuestro Arzobispo. Se afirma allí que D. Rodrigo explicó en diversas lenguas lo
que había dicho en latín para satisfacción de eclesiásticos y seglares, de doctos
e iliteratos. Examinemos un instante qué materia de las diversas, que en el céle-
bre sínodo se agitaron, podía apasionar umversalmente lo mismo a los doctos
que a los indoctos, a los clérigos que a los seglares. Dejando ciertos puntos muy
particulares que sólo al clero podían interesar, tres puntos distintos de interés
más universal y popular se trataron. E l primero disciplinar, en que se concluyó
por establecer por vez primera y solemnemente el precepto de la confesión y co-
munión pascual. E l segundo dogmático, referente a los errores de los albigenses
del Mediodía de Francia, que tanto ruido metían entonces. E l tercero la promul-
gación de una gran cruzada general para el Oriente. Precisamente este era el prin-
cipal objeto de este Concilio, según lo indicaba Inocencio III en su convocatoria; y
sólo con el fin de decretarla con la mayor unanimidad y entusiasmo el Papa ha-
bía llamado al Concilio a todos los jefes de los estados católicos, o sus represen-
tantes, a cuantos señores y barones tuvieran autoridad, y a las representaciones de
todas las clases sociales. Y fué tan bien obedecido Inocencio HI que no sólo con-
gregó de ¡os Prelados el mayor número que la Cristiandad ha vis-to reunido en un
Concilio ecuménico,sino también contempló a la gran ciudad de Roma invadida y
colmada de toda clase de concurrentes al Concilio, hasta el punto de que nadie
podía transitar por las calles sin gran peligro de la vida, por la aglomeración de
la gente, y hubo Obispos que fueron atropellados por la enormidad de la con-
currencia, que todo lo llenaba enteramente. Ahora bien ¿quién duda que el inte-
rés y la expectación universales no los despertaban los puntos disciplinares y dog-
máticos, sino lo que a todos más hondamente preocupaba, la cruzada general?
Sin duda cuando se discutió la universalidad de la participación de los pueblos
católicos a la cruzada general y su cooperación correspondiente, se víó D. Rodri-
go precisado a apelar a todos los recursos de su vasta erudición y sabiduría pa-
ra dar satisfacción a los diversos asistentes de distintas lenguas, que reclamaban
explicaciones de los diversos puntos de vista que les proponía y que a ellos no
satisfacía por de pronto. Y se preguntará aquí ¿qué puntos de vista podían ser
esos que no agradaban a los concurrentes y que tan extraordinarios esfuerzos re-
clamaban de parte de D. Rodrigo?
Indudablemente D. Rodrigo, que obraba en nombre de todos los Padres españo-
les en el Concilio, al decretarse la universalidad del Concurso a la cruzada general
reclamó contra la igualdad del concurso en favor de España, que tenía dentro
de su territorio una incesante y costosísima cruzada contra los sarracenos, y de-
fendió ante los Padres del Concilio la exención de los reinos españoles de la coo-
peración en armas y subsidios. Cosa que no debió agradar a los Padres, y mucho
menos a ios representantes de los diversos pueblos que habían acudido a Roma.
Entonces D. Rodrigo vióse forzado a exponer en diversas lenguas, según las dis-
tintas naciones, lo que había propugnado en latín en la sesión conciliar, produ-
está en Toledo (sign. 42-22 de la Biblioteca) y contiene bulas hasta la de Inocencio IV, el 11 de mayo
de 1251. Las otras dos están en la Biblioteca Nacional de Madrid, (sign. 144.) y contienen, además de
lo que esa Acta trae, la participación gloriosa de D. Rodrigo en el Concilio, y la exposición más am-
plia de la disputa. Dice el P. Fita de estas dos últimas que la parte primera es de mediados del si-
glo XIII, y la segunda índica que de principios del siglo XIV, y que una mano extraña metió en esta
bulas posteriores. Blas Ostiz copió de estas dos últimas sus noticias, García Loaísa las publicó reto-
cándolas indebidamente. En Razón y Fe las editó el P, Fita. Allí se han de leer otros interesantes
pormenores.
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ciendo la más profunda admiración y veneración en toda clase de oyentes, confor-
me leemos en las Actas.
Que esto debió ser lá ocasión de los triunfos de D. Rodrigo nos lo indican los
hechos siguientes. Se sabe primero que la Sede Apostólica eximió a los españoles
de la participación de la cruzada con armas. Por eso en 1217 Inocencio III, al inti-
mar el decreto de la cruzada,no les manda a los soberanos españoles que concu-
rran con armas, como a los demás soberanos, sino que consientan que sus vasa-
llos se alisten libremente, que entre sí estén en paz,y que no se opongan a la re-
caudación de los subsidios decretados por el Concilio general. Honorio III, que
sucedió a Inocencio III en el mismo año 1217, cuando se preparaba la cruzada ge-
neral, pide eso mismo en otra bula, y además que España coopere a la cruzada
oriental atacando a los moros en el occidente, por el mediodía de España, y lo que
es más significativo, nombra por caudillo general de esa cruzada occidental a don
Rodrigo Jiménez de Rada, como ya veremos. Pero el segundo hecho explica mejor
eso mismo, y es que D. Rodrigo aparece constantemente como opuesto a la coope-
ración de España a la cruzada general, y en cambio, como paladín principal de
una activa cruzada española en el mediodía para favorecer la cruzada oriental,
hasta tal punto, que se opuso tenazmente aún a que se pagara la vigésima de sub-
sidios, decretada por el Concilio, y no descansó hasta que consiguió su derogación
para España, como veremos después largamente. Todo esto explica bastante cuál
fué la ocasión de los triunfos de D. Rodrigo.
Digamos ahora dos palabras sobre los discutidos privilegios, que según el Có-
dice, alcanzó D. Rodrigo en la coyuntura del Concilio. Dicen las Actas, después de
referir la actuación resonante en el curso de las deliberaciones Conciliares. «Al-
canzó en el mismo Concilio, según su petición, el derecho de ejercer el cargo de
Legado por diez años en España, asimismo la facultad para dispensar con 300
ilegítimos, ya para órdenes sagradas, ya para beneficiados, dignidades y honores,
también para dispensar a algunos sacrilegos, excomulgados, irregulares y concu-
binarios. Consiguió que luego que la ciudad de Sevilla volviera al culto cristiano,
se sometiera a la Primacía de la Iglesia de Toledo. Consiguió en fin, que al res-
taurar las Catedrales y otras iglesias de España, pudiese no sólo ordenar libremen-
te, según los cánones, clérigos, sino también constituir en ellas canónigos y pre-
lados.»
Tan exhorbitante ha parecido este número de privilegios a los críticos impugna-
dores de las Actas (1) que sólo esto les ha convencido de que es fabulosa la asis-
tencia de D. Rodrigo al célebre Concilio. Sobre todo 300 dispensas para clérigos
de esa clase es una enormidad inadmisible, porque eso denunciaría una corrup-
ción social inconcebible, que está en pugna con la religiosidad de la época. Pero
lo cierto es que lo que está en pugna con la realidad histórica es esa argumenta-
ción de los críticos. Se puede asegurar que eso aun tibiamente refleja el número
de esas dispensas concedido a todo un Primado de las Españas en aquel tiempo.
Dos únicas citas lo dirán mejor. Gregorio IX facultó al Obispo de Tuy, el 30 de
marzo de 1233, para dispensar con 350, de defectu natalium, en su diócesis. (2) E l
mismo Papa concede al Compostelano el 5 de abril de 1240 que pueda dispensar
a 30 para sacras órdenes, exceptis de incesta, adulterio et sacerdotibus et regu-
laribus procreatis, dice textualmente. (3) Del resto de las facultades numeradas
en ese párrafo se hablará más al fin del capítulo.
Lo que deseará el lector es conocer el texto literal de las Actas impugnadas
—173—
l
cuya copia íntegra no se puede dejar de publicar sin grave falta en este sitio, ya
que no llega a llenar dos páginas, cuando por otra parte figura en las grandes
colecciones de Concilios Generales. Omitiré aquí los párrafos ya transcristos antes
integramente. (1) Traduciré la versión más vulgarizada. He aquí cómo habla.
«D. Rodrigo, después de obtener el consentimiento del Papa, respondió al Bra-
carense, que había manifestado que ignoraba la sentencia del Legado Jacinto. Pa-
dre Santo, no es maravilla que el Bracarense, que se halla presente, se niegue a
reconocer la citación apostólica, y más la sentencia pronunciada por Jacinto sobre
esto; pues su predecesor Burdino, Arzobispo de Braga, no se recató de rebelarse,
no sólo contra la Iglesia Romana, que es madre y maestra de todas las Iglesias,
sino que se esforzó como un arriano en introducir el cisma entre los católicos. En
tiempo pasado, cuando Bernardo, Arzobispo de Toledo, visitó la corte romana, de
vuelta, al pasar por Limoges, llevó de aquí clérigos y jóvenes para colocarlos y
educarlos en la Iglesia de Toledo, siendo uno de ellos Burdino, al que no sólo for-
mó en buenas costumbres, sino también en letras; y dióle al fin el Arcedianato de
Toledo. Después por sus gestiones fué elegido Obispo de Osma, llamándose Mau-
ricio en lugar de Burdino. Más tarde, a instancia de Bernardo, cuyo alumno era,
fué promovido al Arzobispado de Braga. Viendo anciano a Bernardo, olvidándose
de lo que por el había hecho, no se avergonzó de vestirse de piel de lobo, despo-
jándose de la de oveja, y acercóse a la corte de Pascual II, para rogarle fuertemen-
te, que deponiendo a Bernardo, anciano e inútil, pusiese a él en su lugar, en la
Iglesia de Toledo. Despreció el Papa como vanas y frivolas sus peticiones. Nació
en esto la discordia entre Pascual II y el emperador Otón. Entonces dicho Mauri-
cio o Burdino, irritado, porque no se le dio la Iglesia de Toledo, fuese al empera-
dor y logró que se le eligiese Papa, y acompañado de un poderoso ejército del em-
perador y amparado de su poder, entrando en Roma, no se recató de sentarse en
la Silla de Pascual, en vida del mismo legítimo Papa, como sacrilego y apóstata,
y tomando el nombre de Gregorio VIII, falsificando, despachaba cartas no sólo
apostólicas, sino apostáticas. Entre tanto, durante el cisma, murió el Papa Pascual
y también su sucesor, Gelasío II, al cual sucedió Alejandro III, con el cual se recon-
cilió el emperador Otón, y se estableció la paz entre el imperio y la Iglesia Roma-
na. Después Burdino o Mauricio, como sacrilego y excomulgado, fué encerrado
para siempre en una cueva del monasterio de la Santísima Trinidad de Escapila,
en la Calabria. Esto lo atestigua no sólo la historia auténtica, sino que lo asegu-
ra y confirma la pintura de los legos. «Si alguien lo duda que levante los ojos ha-
cia las paredes, que nos rodean y verá pintada esta historia.» Habiéndolos levan-
tado, como lo indicaba el Toledano, empezaron a hablar, maravillándose de la su-
tileza del mismo, y alabando su pericia, a la vez que veían el rubor que cubría el
rostro del Arzobispo de Braga.
El Compostelano contestó en el mismo día en pleno consistorio:
Cierto, Padre Santo, risible parece la petición de D. Rodrigo, para que ahora
ataque a fin de que la Iglesia Compostelana se someta a la de Toledo; lo que no
suceda, porque es antigua y noble, fundada en honor del Apóstol Santiago, con-
sanguíneo del Señor, el primero que predicó en España la palabra del Señor, y
convirtió a infinitos a la fe de Cristo, cuyo cuerpo descansa en la misma Iglesia.
Mas D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo, pedida y alcanzada la licencia del Papa,
respondió: Padre Santo, ojalá que esta causa descansara en las razones dadas
(1) También omito los párrafos de las listas de los españoles concurrentes al Concilio, como los
omitieron los citados colectores.
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por el Reverendísimo Hermano, Arzobispo de Compostela, y se acabaran las ale-
gaciones de todos los lados, sobre todo, si por las predichas razones, o por cada
una de ellas, cree, que puede defender que no está sujeto a la Iglesia de Toledo.
Bien creo que parecerá risible mi reclamación, no a los sabios, sino a los igno-
rantes. Si alega la antigüedad de la Iglesia Compostelana, llega a 109 años; lo
que pruebo así: Calixto Papa trasladó a ella el derecho metropolitano de la anti-
gua y famosa ciudad de Mérida, el año del Señor 1024, a instancia del Príncipe,
del clero y del pueblo de España; ya porque entonces Mérida estaba bajo el domi-
nio de los sarracenos, ya para que se acrecentara más el número de peregrinos,
que por la devoción del cuerpo de Santiago, que se cree que está allí sepultado,
allí concurría. Pues hasta esos tiempos había un pequeñísimo oratorio donde
ahora se levanta la Iglesia Compostelana. Luego es más antigua la Iglesia Tole-
dana, que fué fundada en tiempo de Eugenio, discípulo del Apóstol Pablo. Si ale-
ga la excelencia, porque lleva la advocación de Santiago, y de verdad que cual-
quiera iglesia se ennoblece por el nombre de cualquier santo, y muchísimo por el
de los Apóstoles, pero aún más se ennoblece por el nombre de la bienaventurada
Virgen; y especialmente la Iglesia Toledana, a la que se dignó visitar la mis-
ma bienaventurada Virgen, cuando antiguamente se apareció a San Ildefonso,
Arzobispo de Toledo, al celebrar la misa, y a todos los que oían allí la misa. Sí
alega el parentesco próximo con el Señor, ciertamente ningún hombre cuerdo ig-
nora que está más próxima al Señor la bienaventurada Virgen, que lo concibió, lo
crió y que le acompañó hasta la pasión. (Luego trae el párrafo copiado ya acerca
de la venida de Santiago a España.) Si alega la nobleza del sepulcro de su cuer-
po, lo creo con los que creen; aunque dicen algunos que su cuerpo reposó en Jeru-
salén, y robado y llevado por sus discípulos, se le sepultó en Compostela. Pero le-
jos de mí el reclamar la gloría de la Primacía, diciendo que el cuerpo de la bien-
aventurada Virgen, que firmemente creemos que está en el cielo glorioso con
nuestro Señor, haya sido sepultado alguna vez en la Iglesia de Toledo, para ser
pisado diariamente por pies humanos. Preferiría ser despedazado, miembro a
miembro, hasta perder la vida, que proferir esto. Vea por esto el Compostelano
con qué razón dice que no tiene que someterse a la Iglesia de Toledo. Pero dejan-
do las razones, responda, sí place, a la cuestión propuesta.» (La respuesta del
Compostelano se transcribió arriba.)
E l P. Fita llamó a esta discusión, lo mismo que a la asistencia de D. Rodrigo al
Concilio, pura invención del siglo XIV. (1) De lo dicho en el curso del capítulo de-
ducirá el lector que eso no es verdad. Por lo que es preciso distinguir las cosas
para saber lo que es necesario admitir. Hemos visto ya que es indudable la asis-
tencia del inmortal navarro al famoso Concilio; que también se tiene que admitir
por fuerza que intermedió entre él y los rivales suyos alguna discusión sobre la
causa de la Primacía; que brilló extraordinariamente en el curso déla celebración
del Sínodo por su erudición y elocuencia, como refieren ya las Actas breves, en
que no aparece rastro de estas argumentaciones de las Actas extensas.
En consecuencia todo no es pura invención. ¿Pero lo son estos discursos de es-
ta discusión extraconciliar? Creo que en ellos hay algún fondo de verdad, que ya
no es posible discernir y depurar, a no ser que descubrimientos inesperados ven-
gan a arrojar más clara luz. Ha pasado lo siguiente en este easo. Un apasionado
amigo de la Primacía Toledana y enemigo de los competidores de la misma, se
halló con las Actas breves y con noticias orales tradicionales de la contienda de
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D. Rodrigo con sus rivales en zste Concilio Lateranense. Recogió, infló y trans-
formó a su modo las ya alteradas noticias y las insertó en medio de las Actas,
conservando intactos el principio y el fin, y lo que^D. Rodrigo hizo dentro del Con-
cilio. Asi atribuyó al sabio Arzobispo conceptos y argumentos, que pugnan con
su ciencia y seriedad literaria. De lo que inferimos que no es posible determinar
lo que llegó a decir D. Rodrigo acerca de la venida de Santiago a España; pu-
diendo dudarse mucho de todo lo que le atribuye el relator. Llama, sí, atención
ese creditur, que es la palabra que usa D. Rodrigo en su historia, al hablar del
cuerpo de Santiago en Compostela. ¿Significa que el relator se inspiró allí para
componer su discurso? Hay que decir aquí que ese documento no vale para pro-
bar la opinión de D. Rodrigo sobre la venida de Santiago a España. Ni tampoco
existen otras fuentes para conocerla. En su exposición de la Santa Escritura dice
sólo que a Santiago le tocó España, pero no añade si predicó o no en ella.
Jiménez de Rada regresó a principios de 1216 a España, sin haber obtenido la
sentencia apetecida sobre su gran pleito de la Primacía de Toledo, según están
acordes las discutidas Actas y más de una docena de bulas pontificias desde 1216
a 1218. Esto prueba cuanto manchó García Loaisa su propia probidad al escribir
sobre esto: «D. Rodrigo ejecutó públicamente en Roma estas cosas sobre la Prima-
cía que ganó, conforme se lo había concedido el Papa Inocencio ÍII en su diploma.»
Más prendado que nunca de D.Rodrigo quedó Inocencio III, después del Concilio
ecuménico, y más decidido a hacerle justicia en cuanto a la causa de la Primacía,
dando la sentencia definitiva, que tan ardientemente buscaba el Toledano, con-
vencido de que le sería favorable. Mas tanto como la buscaba en aquella fecha
D. Rodrigo otro tanto la rehuía, entre oíros, el Bracarense, que adoptó la táctica
de las evasivas, ya no presentando los materiales necesarios del pleito, ya no co
misionando procuradores competentemente autorizados para que se desenvolviera
la causa. Cosa que conoció Inocencio III en 1215, y por eso no cesó de urgir de
varios modos, pero estérilmente, con el fin de llegar a emitir el último dictamen.
Sin duda la decisión pontificia obedecía a la fuerza avasalladora de la petición e
influencia de D. Rodrigo sobre el ánimo del Papa. Jiménez de Rada trabajaba
en aquella hora, por obtener la solución del pleito, con la misma energía y ar-
dor que en siglos precedentes San Anselmo, Lanfranco y Santo Tomás en Ingla-
terra, y en Irlanda San Malaquías, no por adornarse sin oposición con un título
decorativo de excelencia y autoridad, sino para defender un derecho altísimo de
su Sede, y un medio de promover más eficazmente los grandes bienes del catoli-
cismo. Porque, conforme escribía el mismo Inocencio III, gran cosa era la Prima-
cía. Decía: «Primado y Patriarca son casi iguales, puesto que los Patriarcas y Pri-
mados tienen la misma forma, sí bien diversos son sus nombres.» Porque eran
verdaderas autoridades los Primados con derecho de mandar a los Metropolitanos
y de recibir sus apelaciones, y de convocar y presidir los Concilios nacionales, y de
exigir el cumplimiento de sus decretos y de otras leyes del derecho canónico.
Pero ocurre preguntar aquí ¿cómo se entiende que continuara tan fuerte este
pleito, siendo así que el Arzobispo D. Bernardo había obtenido del Papa, a poco
de la reconquista de Toledo, el restablecimiento de los derechos primaciales sobre
las demás Iglesias de la Península, con mandato de que los demás le reconocieran
como Primado, y que lo mismo babían obtenido los sucesores de Bernardo hasta
D. Rodrigo, en el momento de la promoción a la Sede de Toledo, con las frases
consagradas de «te constituimos Primado..., en todos los reinos de España» y
«te mirarán como Primado todos los Prelados de España, y te someterán todo lo
que sea digno de tratarse,» y existiendo además muchas sentencias alcanzadas a
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favor de Toledo contra Braga, Tarragona y Compostela, durante el pontificado del
mismo Bernardo, y de los Arzobispos Raimundo, Juan y Cerebruno? ¿Cómo se
se explica este fenómeno de duración del litigio a pesar de tantas decisiones
pontificias? Primero, porque era dudoso que la autoridad de que los Arzobispos
toledanos gozaron en los últimos tiempos de los godos, por concesión de los con-
cilios nacionales de Toledo, fuera propiamente primacial. Y como Bernardo impe-
tró la restauración de lo que tenía Toledo en la época goda, y en efecto los Papas
en sus bulas sólo aquello se lo concedían con certeza; porque ponían siempre el
sicut antiquitus, en consecuencia quedaba lugar al pleito, y aun la Sede Apos-
tólica reconocía constantemente el derecho a litigar sobre esto.
En segundo lugar los Papas jamás zanjaron la cuestión, en sus diversas senten-
cias, declarando que en el reconocimiento de los derechos del Toledano en los
Reinos de España se entendían las atribuciones estrictamente primaciales, aunque
ordenaban en las sentencias que daban, que en tanto que los competidores no de-
mostrasen que estaban en posesión de la Primacía, debían someterse a Toledo aún
en todos los asuntos, en que tenían derecho de intervenir los Primados constituí-
dos en la pacífica posesión de su título y derechos verdaderos. De suerte que el
criterio de Roma fué constantemente obligar a todos los contendientes a someter-
se a Toledo, mientras no se diese sentencia definitiva, ni se probase que el Toleda-
no no era Primado por el hecho del reconocimiento y concesión de las prerroga-
tivas obtenidas en la época goda. En fin, porque los adversarios pretendían que
los derechos de Primacía debían tener su origen en la prioridad de la restauración
después de la invasión sarracena. Eso alegó el Bracarense contra Toledo, por
cuanto fué la primera Metrópoli, que se libró de los agarenos. Lo mismo Compos-
tela, pero de manera más oblicua, diciendo que por Calixto II, cuando ese Papa
unió Braga a Compostela por los manejos de Gelmirez, habían sido transferidos
a Compostela los derechos de Braga. E l Narbonense en cambio se apoyaba en
otro principio, a saber, que Narbona recogió todos los derechos metropolitanos
de Tarragona durante la invasión árabe, al amparar durante ella los Obispados
de Vich y Barcelona. E l Tarraconense siempre se creyó anterior al Toledano
y nunca reconoc/ó, sobre todo en el territorio izquierdo del Ebro, la Primacía de
Toledo, y mucho menos en los estados de la Corona de Aragón.
Inocencio III, encariñado con D. Rodrigo, se resolvió a solucionar el pleito con
el mismo empeño con que lo ansiaba Jiménez de Rada, e impulsado por la peti-
ción de éste, escribió así a los Abades y Priores de los monasterios de Espina y
Mataplana,(l) el 12 de Enero de 1216: «Por las presentes os mandamos que presen-
téis las cartas de citación, que dirigimos a nuestro Venerable Hermano, el Arzobis-
po de Braga y su Cabildo, sobre la causa de la Primacía, que contra ellos promo-
vió nuestro Venerable Hermano, el Arzobispo de Toledo, intimándoles de nuestra
parte enérgicamente, para que ejecuten lo que se les ordena en dichas letras. Nos
daréis cuenta de cómo habéis cumplido esto, por vuestras cartas.» (2) No puedo pre-
sentar el texto de las letras citatorias, por no haberlas encontrado, con verdadera
pena; porque así no conocemos muchos datos interesantes. La Bula del 22 de Sep-
tiembre del mismo año de Honorio III nos entera que D. Rodrigo en persona con
el procurador del Bracarense,había señalado ante el Papa, el 1.° de Noviembre de
1216, para que las dos partes se presentasen ante él mismo, con los procesos per-
fectamente instruidos. Creo yo que esa designación ante Inocencio III se hizo
(1) Los dos cenobios pertenecían a la diócesis de Palencia y eran de la Orden cisterciense.
(2) Cartulario peaueño. f. 54. r. Bula desconocida hasta ahora.
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en el momento de verificarse la partida de los Padres, después del Concilio la-
teranense. Pero muerto Inocencio el 16 de Julio de 1216, fué menester que la apro-
bara su sucesor Honorio III, y la aprobó y la impuso, como dice esa misma Bula.
(1) Mas Inocencio III también había comisionado a los predichos Abades y Prio-
r a el 10 de Febrero de 1216, para que recogiesen las deposiciones de los testigos-
qüe el Toledano y el Bracarense designaran, para la información del proceso, y las
transmitieran a Roma. Honorio III prosiguió esta causa con la misma actividad
que su antecesor. El 12 de Agosto, a los 26 días de haber subido al solio pontifi-
cio, escribía a los predichos comisionados: «Os mandamos que presentéis al Ar-
zobispo y Cabildo de Braga la carta que dirigimos en favor de nuestro Venerable
Hermano de Toledo, comunicándonos luego, por escrito, cómo lo habéis cumpli-
do.» (2) Además Honorio III ordenó al Bracarense y a su Cabildo que se presen-
tasen en Roma para la fecha señalada por Inocencio, el 1.° de Noviembre, anun-
ciándoles que si no lo hacían, procedería igualmente a la resolución definitiva. (3)
Conociendo los portugueses que Honorio III estaba por D. Rodrigo, hábilmente
procuraron evitar el desenlace desfavorable, primero no acudiendo, con subterfu-
gios, a su tribunal para el plazo fijado, luego enviando procuradores para solici-
tar prórroga, contra la cual el Papa, ya disgustado, habló con enojo, como la bu-
la del 20 de Febrero de 1217 lo dice. Además impidieron que el Papa diera la
anunciada sentencia, atacando al procurador de D. Rodrigo en Roma, que era el
canónigo J. Gutiérrez, sosteniendo que era incompetente. Presentó Gutiérrez to-
do el proceso en forma, sin hacer caso a los adversarios. En cambio el Arzobispo
de Braga no quiso presentar el número competente de testigos, que debían decla-
rar ante los delegados del Papa, como lo dice Honorio, ofendido de esto, y al ver-
se ya en la fecha de dar la sentencia definitiva, el 1.° de Noviembre, según lo ha-
bía anunciado, hallóse, con ese ardid del Bracarense, perplejo de lo que debía ha-
cer. Como el caso era muy grave y complicado y de mucha trascendencia, y los
tiempos peligrosos, Honorio III, antes de decidirse, convocó el consejo de los Car-
denales, y puso todo a su deliberación. Estos le aconsejaron que no pronunciase
la sentencia; y el Papa, siguiendo su consejo, escribió noblemente a D. Rodrigo
que no accede al requerimiento de su procurador en Roma, y que esto se lo parti-
cipa «para que con esta ocasión no se te origine ningún dispendio.» 22 de Sep-
tiembre de 1216. (4) El Arzobispo de Toledo evitó el dispendio, suspendiendo el
viaje a la corte del Papa, que iba a emprender luego para asistir al pleito, y aguar-
dó el aviso de Roma respecto de la nueva fecha, que necesariamente fijaría el
Pontífice Romano; pues Honorio III no hacía más que diferir la sentencia para
sustanciar la causa. El Papa fijó como fecha improrrogable el día octavo de Pen-
tecostés del año 1217, asegurando al Bracarense que, a fin de no producir perjui-
cios nuevos al Arzobispo de Toledo, en esa fecha infaliblemente tendría lugar el
litigio. D. Rodrigo no faltó, pero no sabemos cuándo salió de España: si bien se
puede asegurar que salió pasada la Pascua de Resurrección, por cuanto vemos
que Honorio III expedía el 26 de marzo bulas de importancia para é!, y el 13 de
febrero una de especial interés, que hay que exponer en este lugar.
(1) Ap. 28. (2) Ap. 25 y 26 y 29. (3) Ap. 28. (4) Léanse en el Apéndice las bulas del 22 de
Septiembre de 1216 y del 20 de Febrero de 1217.
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tanto de los diocesanos como de los regulares. Los colectores nombrados eran, en
la Provincia eclesiástica de Toledo, los Maestres del Temple y los Priores de San
Juan de Jerusalén de las casas establecidas en dicha Provincia, junto con el Arce-
diano y Chantre de Zamora. Sólo por tres años debíase pagar ese tributo. Los
Prelados, a pesar de protestar plena obediencia, no secundaron la recaudación,
sino que alegando motivos y pretextos, que recuerda el Papa en su bula, mostra-
ron bien claramente su voluntad contraria. Honorio III, el 13 de febrero, manda a
D. Rodrigo y los sufragáneos que ayuden a los colectores, y que hagan pagar el
tributo en dinero (1) y no en especie, según unos querían.
Tristes sucesos ocurrían en Segovia en 1216. Su Obispo, el benemérito Gerardo,
que en 1212 alcanzara en Roma las gracias de la gran cruzada, por incipientes
perturbaciones mentales, habíase resbalado en excesos de avaricia, hasta el punto
de exigir con penas ásperas, establecidas en sínodo diocesano, el cobro de dere-
chos demasiado elevados. La Diócesis entera se opuso vigorosa y tumultuosa-
mente, y planteó al ya debilitado Prelado una multitud de pleitos de resistencia
en la Corte pontificia, a la vez que envolvió en pasiones y odios al desdichado
Pastor. Pronto empezaron a venir de Roma sentencias favorables a los pueblos,
siendo el primero que las recibió el Concejo de Pedraza: lo que determinó la de-
nuncia completa del Obispo, que el vulgo la miró como castigo de Dios, según
documentos oficiales de entonces. E l Papa nombró a D. Rodrigo, Gobernador de
la diócesis segobiense y juez de los pleitos suscitados, el 26 de marzo de 1216. Di-
ce al Cabildo de Segovia: «Como se dice que amenaza grave daño a la Iglesia de
Segovia por la enfermedad de nuestro Venerable Hermano, vuestro Obispo... he-
mos resuelto encargar su cuidado, en lo espiritual y temporal, al Arzobispo de To-
ledo, de cuya fidelidad, virtud y prudencia tenemos plena confianza, dándole fa-
cultad completa, para que por sí o por otros, obre, según la gloria de Dios y el
bien de la misma Iglesia exigiere, como lo haría el Obispo propio. Él hará sumi-
nistrar al Obispo y a su servidumbre necesaria, lo indispensable, de los réditos de
dicha Iglesia, hasta que se cure. Os ordenamos que prestéis obediencia al mismo
Arzobispo, como a Vuestro Diocesano. Pues nosotros haremos cumplir inflexible-
mente la sentencia justa, que dictare contra los rebeldes...» (2)
D. Rodrigo no atendió a este cargo hasta la primavera del año 1218, sin duda
impedido por su viaje a Roma, que le ocupó largo tiempo. Las bulas y los otros
documentos nos dicen terminantemente cómo el infatigable Arzobispo trabajaba
con su habitual tesón ante el Papa. E l mismo Honorio III dio al Cabildo Toleda-
no testimonio de esto el 31 de Diciembre de 1217, diciendo: «Si bien se sabe, que
nuestro Venerable Hermano, el Arzobispo de Toledo, de tal modo sobresale por su
ciencia, fama y posesión de todas las virtudes, que no necesita recomendaciones
epistolares, con todo, por exigirlo sus méritos, os lo recomendamos afectuosamen-
te, declarando que dicho Arzobispo, en la causa de la Primacía, estuvo tan solícito
y diligente, que os puedo asegurar con verdad que nada omitió en ello.» (3) Añade
que por ajenas razones la sobresee, para resolverla en momento menos peligroso.
Arriba copiamos la bula dirigida el 19 de Enero de 1218 al mismo D. Rodrigo, ya
de vuelta en España, en la cual explica el Papa, cómo, después del sobreseimien-
to de la causa, se han archivado los documentos, y se le han enviado por sus de-
legados las copias, que solicitó para su Archivo de Toledo. No encuentro otras
noticias de cómo se desarrolló la disputa en esta memorable ocasión. Véase aho-
(1) Ap. 37. (2) Ap. 39. Véase Colmenares sobre estos sucesos en la Historia de Segovia
(3) Ap. 44.
-179-
ra lo que un reputado historiador (1) del siglo pasado escribe>cerca de este suce-
so en su Historia Eclesiástica de España. Después de decir que es importantísima
esa bula, escribe, que D. Rodrigo se fué a Roma a fines de 1216, a poco de la
muerte de Inocencio III; y como no se presentó el de Braga, y se le dio prórroga
hasta la octava de Pentecostés próximo, (20 de Mayo en este año) el Toledano con-
tinuó en Roma durante todo el año 1217; «y no solamente no logró el pleito de la
Primacía, sino que casi lo perdió;» pues con la fecha de 30 de Enero (es 31 de Di-
ciembre, como hemos dicho) de 1217 el Papa Honorio III acordó sobreseerlo por
entonces. Puede creerse que D. Rodrigo por pedir mucho se quedó sin nada, pues
quería que le reconociesen por Primado no solamente los de Braga y Compostela,
sino también los de Tarragona y Narbona, como en tiempo de los godos; ¿Y como
el Papa había de darle superioridad sobre Narbona en el siglo XIII? Aún para
Braga y Tarragona se tocarían dificultades, siendo entonces Aragón y Portugal
naciones distintas de Castilla, reconocidas en Roma como tales.»
Como ve el lector, yerra La Fuente en cuanto al tiempo de la partida de D. Ro-
drigo de España, y en cuanto al tiempo que permaneció en Roma. Las fechas
de las cartas mencionadas prueban que el Arzobispo estaba en España en la pri-
mavera de 1217. Las afirmaciones de pedir mucho y no conseguir nada carecen
de fundamento, y las hace con el fin de explicar el origen de las Actas famosas,
que para La Fuente es este viaje de Rodrigo a Roma. (2) Porque pretende él que
en este viaje pidió en Roma la Primacía sobre todas las Iglesias, cosa que se la
negó el Papa, y con su pretensión dio ocasión para que se escribieran las Actas
citadas. E l lector verá que todo esto es contrario a los hechos narrados, con do-
cumentos en la mano. N i el objeto de este viaje del Toledano fué el que dice, sino
la causa especial con el Bracarense, ni el Papa le fué adversario, sino marcada-
mente benévolo, ni se le negó la sentencia por la exhorbitancía de las pretensio-
nes, que se imagina La Fuente, sino por las razones expuestas, y otras que apare-
cerán en su lugar. La Fuente no se detiene aquí, sino que llega a ver en el espíri-
tu de D. Rodrigo un estado de tirantez, descontento y murria, que el Pontífice
procuró disipar por medio de ciertos particulares favores, que calmaron el cora-
zón del gran Arzobispo. Escribe La Fuente: «El Papa Honorio compensó este ne-
cesario desaire con otros muchos y muy merecidos honores, que otorgó a D. Ro-
drigo; pues le hizo Legado suyo; cometiéndole el encargo de predicar una cruza-
da; le declaró Administrador del Obispado de Segovía, por indisposición del
Obispo Gerardo, y con derecho a serlo de Sevilla, cuando saliera del poder de los
infieles.» Este modo de orientar arbitrariamente a un fin preconcebido los datos
y de escribir historia, y sobre todo atribuyendo a móviles pasionales enteramente
fantásticos hechos, que tienen un origen distinto, es intolerable; y es el caso pre-
sente. Porque fué nombrado D. Rodrigo Administrador de Segovia antes que fuese
a Roma y se ventilase definitivamente la causa pendiente, el 26 de Marzo de 1217.
(3) Se le concedió la Legacía el 30 de Enero de 1218, a su llegada a España, de
vuelta de Roma. E l derecho sobre Sevilla todavía después. Por eso hay que dese-
char las afirmaciones de La Fuente como erróneas, y porque rebajan la figura mo-
ral del gran Arzobispo. Sobre la causa del sobreseimiento discurre así el P. Fita:
«Obstaría tal vez Alfonso IX, malquisto contra su hijo Fernando (meses antes al-
zado Rey de Castilla.) Las Sedes episcopales gallegas y asíuricence dependían de
a
(1) Vicente de la Fuente. Hist. Ecl. p. 251. (ed. 2. ) (2) Dice allí mismo en nota: «Este pergamino
(o bula) declara todo el embrollo de la supuesta asistencia de D. Rodrigo al Concilio Lateranense.
(3) Nota a la bula del 19 de Enero de 1218,
-180-
la Metrópoli de Braga, y no le pesaría al Rey de León, así como tampoco al de
Portugal, minar o descabalar por ese lado la Primacía de Toledo.» No pasa de
fundada sospecha. Creo que lo hizo Honorio III para asegurar el éxito de la
Cruzada, que iba a haber en España, nombrando caudillo para realizarla al mis-
mo D. Rodrigo.
No hemos olvidado cómo el año 1215 los procuradores del Obispo de Ávila sa-
lieron airadamente del claustro del monasterio de San Juan de Sahagún, después
de protestar contra la sentencia de los jueces comisionados por Inocencio III, pa-
ra que resolvieran la embroliadísima causa acerca de los límites de las Diócesis
de Ávila y Toledo, y sobre la posesión de algunas iglesias y monasterios. Sin im-
presionarse mucho, los jueces resolvieron en favor del Arzobispo de Toledo aquel
asunto, que ya fatigaba a los tribunales del Papa desde el año 1200, como vemos
por la bula del 4 del mismo año. La sentencia dio más revuelo al pleito, hasta el
punto de multiplicarse tanto los incidentes, y nombramientos de comisiones dele-
gadas por el Pape Honorio III, que este Papa no acierta a dar razón de tanto en-
redo curialesco, en las dos prolijas epístolas del 19 de Diciembre de 1216 y el 12
de Abril de 1217. En las dos bulas se habla como ya referimos, de la futura visita
de D. Rodrigo a Roma y de su estancia, acaso prolongada por fuerza, añade la
última bula. Habiéndose ocupado D. Rodrigo ciertamente de este asunto, que en
aquella época tantas páginas hacía escribir a Honorio III, no podemos aducir
aquí dato ninguno acerca de él.
Lisonjeado el Primado de Toledo con la esperanza de una sentencia favorable,
que sus esfuerzos en Roma le habían hecho esperar respecto de la disputa con el
Bracarense, estando la causa conclusa, para que el Papa diera sentencia, cuando
le pareciera oportuno, resolvió volverse a España, donde reclamaba su presencia
la funesta guerra, que ardía entre Alfonso de León y Fernando de Castilla, sin
aguardar la decisión definitiva; pero gestionando, antes de partir de la ciudad eter-
na, la adquisición de piezas autenticadas solemnemente por la autoridad del Su-
mo Pontífice, para sostener sus derechos primaciales contra los Arzobispos de
Narbona, Tarragona, Braga y Compostela. A este fin dirigió D. Rodrigo al Papa
una súplica, que en el principio de las bulas de otorgamiento recuerda el Pontífi-
ce en estos siempre invariables términos: «Suplicaste, Hermano Arzobispo, que
habiendo en los Registros de los Romanos Pontífices algunos documentos de la
Iglesia de Toledo, los hiciéramos copiar y entregar con certificado de nuestra bula,
para que, si fortuitamente perecían los mismos Registros, o se deteriorabanpor la
vejez, no se perdiera con ellos el derecho de la Iglesia.»
Nueve bulas distintas dirigió Honorio III a D. Rodrigo en los meses de Enero
y Febrero, incluyendo en cada una de ellas las bulas de otros nueve Papas ante-
riores. No todas las bulas se refieren a la cuestión de la Primacía. Las de Ur-
bano II tienen ese objeto principal, pero en la última se trata de otros asuntos.
Una de esas bulas encierra la página interesantísima de la restauración de la Igle-
sia de Tarragona, y por eso la copió casi literalmente D. Rodrigo en su historia de
España. (1) Las ocho de Eugenio III, como las anteriores de Urbano II y varias de
las de Alejandro IV, Adriano IV, Atanasio, Pascual II, Lucio II, Gelasio II se ha-
llan en el famoso Cartulario tantas veces mencionado de Toledo, que por rapiña
gubernamental se halla en Madrid. (2) Se aprovechó también D. Rodrigo de esas
bulas autenticadas para otros puntos de la historia. Copió íntegra la de Gelasio II
(1) Lib. VI. c. 25. (2) Se hallan.en el Lib. priv: II; desde el fol. 86 adelante hasta 118.
-181-
acerca del cisma del antipapa Burdín (1), que Gelasio II dirigió a Bernardo de To-
ledo desde Gaeta. Lo notable de la bula del 4 de Febrero de Honorio III al Arzo-
bispo D. Rodrigo es, que después de copiar las bulas de Gelasio II, que autentica,
prosigue diciendo a los demás Prelados de España: «Siendo de nuestra incumben-
cia llevar el cuidado de todas las Iglesias, recibimos benignamente a nuestro Her-
mano Rodrigo, Arzobispo de Toledo, que vino a Nos, y mirados los privilegios de
nuestros predecesores, le confirmamos el Primado en todos los Reinos de España,
al tenor de los privilegios. Y mandamos, al remitirle, con la gracia de la Sede
Apostólica a su Sede, que todos le prestéis, sin contradicción, la obediencia canó-
nica y la debida reverencia.« (2) Lo que prueba que Honorio III, aunque, no dirimia
por sentencia el pleito, mantenía el statu quo por mandato de suprema autoridad
pontificia. En fin por bula del 5 de Febrero Honorio III ratifica la de Pascual II a
Bernardo de Toledo, en la cual terminantemente se ordena, que el Obispo de Bur-
gos reconozca la Primacía toledana. (3)
Debían existir rumores o presagios de que en las regiones de Francia ha-
bía marcada hostilidad contra la persona de D. Rodrigo, y que podría sufrir algún
ataque o desacato a su paso de regreso por aquellas comarcas. No se explica de
otra manera el acto espontáneo de benevolencia de Honorio III en favor del Ar-
zobispo de Toledo, adoptando medidas particulares para la seguridad de su per-
sona y de su séquito, anticipándose el 23 de Diciembre de 1217, a escribir al Ar-
zobispo de Burdeos, un breve en que le decía: «Aunque confiamos de tu caridad
con la que honrarás merecidamente a nuestro Venerable Hermano, el Arzobispo
de Toledo, no menos por la eminencia de sus virtudes que por su dignidad ponti-
fical, que aún sin ser rogado exige la veneración; pero movido por la abundancia
de la caridad, que profesamos al mismo Arzobispo, por que así lo reclaman sus
méritos, pedímos y rogamos a tu Fraternidad por las presentes, que, mostrándote
providente, procures que en su tránsito por tu Provincia no sea impedido ni él ni
su acompañamiento familiar, reprimiendo con censura eclesiástica sin apelación,
a los que lo impidieren.» (4)
En este día se firmó en Roma la curiosa liquidación de cuentas, hasta ahora
ignorada, por la que sabemos que el compañero del Arzobispo en este viaje fué
el canónigo crucifero de las Navas, Domingo Pascual, el cual en nombre de Don
Rodrigo otorgó la escritura de liquidación, en la que el caballero Felipe Juan Má-
ximo de Solís declara, que queda satisfecho por lo que recibe por las ochenta li-
bras, que prestó al dicho Arzobispo cuando se bailaba por sus negocios y por
los de su Iglesia en la curia romana.» (5) Autoriza el documento el secretario im-
perial Ricardo: señal de la jurisdicción temporal, que ejercía el emperador en
Roma.
Honorio III regaló en este viaje a D. Rodrigo reliquias de San Bonifacio y San
Alejo, encerradas en un relicario de plata, adornado de piedras, que aún se ense-
ñan y veneran en la catedral de Toledo. (6) Según Cerralbo también trajo en 1215
otras reliquias, que le dló Inocencio III, y que el Arzobispo regaló a Huerta. (7)
La mejor prueba de cómo D. Rodrigo produjo en la Corte pontificia una impre-
sión óptima se encuentra en el motu proprio del 25 de Enero de 1218, por el cual
Honorio III concede a D. Rodrigo el derecho de Primacía sobre la Provincia ecle-
siástica de Sevilla, en cuanto saliera del poder de los agarenos, en atención a la
(1) Lib. VI. c. 27. Esa bula se lee en el fol. 94 del Lib. priv. citado. (2) Lib. prv. II. fol. 108. r. v.
desconocida e inexplotada hasta hoy. (3) Lib. priv. II. fol. 111. r. v. (4) Ap. 42. (5) Lib. priv. II.
fol. 84. (6) Se halla en el n. 7 de la Ochava Sexta. (7) Discursos... p. 172.
-182-
especial devoción, que la insigne Iglesia de Toledo profesa a la Sede Apostó-
lica. (1) E l 31 del mismo ordena a los Soberanos de España, que ejecuten lo dicho
en esa bula, cualquiera que sea el que la reconquiste de los infieles, reconociendo
ellos mismos esa Primacía del Toledano. (2) Esta concesión del Papa nos da la
pista para conocer cuál era el sentir de Roma sobre los derechos primaciales de
D. Rodrigo en España. De no temer graves conflictos, Honorio III hubiera zanjado
los pleitos de todos, proclamándole Primado de España. Tomasín dijo sin motivo,
que el Papa se la hizo «como para consolar al Arzobispo D. Rodrigo.» (3) Lo que
hay que decir es que el Pontífice se la concedió persuadido de las razones de este
infatigable adalid de la Primacía toledana, la cual defendía él respecto de Sevilla
del modo siguiente. «Se dice por algunos que la Primacía estuvo primero en la
Iglesia de Sevilla, y después fué trasladada a la de Toledo. Lo cual no puede sos-
tenerse. Porque Siseberto, Arzobispo de Toledo, fué depuesto por su culpa en el
concilio VI de Toledo, por los Arzobispos, Obispos y por todo el clero de España
y de la Galia gótica, y decretaron que nada se tratase en el Concilio hasta que se
nombrase el Pastor de la primera Sede. Fué elegido Félix, Arzobispo de Sevilla
y hecho Pontífice de Toledo De donde es claro que si la Iglesia de Sevilla fuese
mayor no sería trasladado su Obispo a otra menor.» (4) D. Rodrigo dio un bene-
ficio a Gonzalo, familiar del Papa, declarando que Gonzalo es su amigo, y que se
lo da por los méritos contraídos cerca de Honorio III, y movido de cierto especial
afecto; 10 de Enero, 1218.
Nada menos que tres distintas bulas de gracias despachó Honorio III, en favor
de su admirado D. Rodrigo el 31 de Enero de 1218, manifestando en una de ellas
que lo hace «para demostrar por las obras, que él es grato a sus ojos.» En una le
otorga la facultad de absolver a los que hubieran herido violentamente a los clé-
rigos, con tal que el caso no fuera enorme, y previa reparación; y la facultad de
dispensar a los clérigos, que ínterin hubiesen celebrado o recibido órdenes. En
la segunda le faculta para proveer las dignidades y beneficios de las Sedes sufra-
gáneas vacantes de su jurisdicción, que pertenecen a los Obispos, excepto las que
pertenecieren a la Santa Sede, por llevar mucho tiempo de vacante. (5) En la ter-
cera extiende ese favor para que pueda proveer de tales beneficios, no sólo en las
comarcas de nuevas conquistas, sino en las Diócesis sufragáneas suyas respecto
de las que ya son de derecho de la Santa Sede, por razón del tiempo transcurri-
do. (6)
No quiero cerrar el capítulo sin decir dos palabras acerca de la Disertación del
jesuíta, P. José Tolrá, sobre la venida de Santiago a España, que se halla muy di-
vulgada, por haber sido reimpresa en la «Historia de la Iglesia» por el Abate Be-
rault-Bercastel. No es para tachar su argumentación acerca de esa venida, que la
dejo en iodo su valor, sino para que se lea con desconfianza, lo que escribe de
D. Rodrigo, al impugnar las Actas famosas, que encienden su ira santa, y para
que, conforme a lo escrito, corrija los errores, en que incurre, al hablar de los via-
jes de D. Rodrigo a Roma. Hablando de éstos dice: «D. Rodrigo no partió para
Roma, como advierte Ferreras, citando documentos auténticos, hasta el año 1235,
en tiempo de Gregorio IX, con el fin de conseguir su Primacía, o para terminar
este negocio de varios modos interrumpido, aunque desde el año 1216 se hubiese
ya hecho conocer en aquella capital por Honorio III.» Ya hemos demostrado que
eso es contrario a la historia: ni Ferreras llega a sostener tan rotundamente, que
(1) Ap. 51. (2) Ap. 60. (3) Discipline... Part. I. L. I. c. 36. n. VI. (4) ü b . IV. c. 3. (5) Ap. 58
v50. (6) Ap. 56.
-183-
hasta 1235 no estuvo en Roma D. Rodrigo, ni los documentos, que aduce, di-
cen eso. Falta en los asertos de Tolrá la veracidad necesaria.
Más descaradamente aún se atreve a argumentar fuera de la verdad, invocando
al Tudense. «D. Lucas de Tuy, clásico historiador nuestro y coetáneo de D. Rodri-
go, refiere muy de propósito y minuciosamente la gran multitud de prelados es-
pañoles, que concurrieron al Concilio general Lateranense; y no solamente omite
a D. Rodrigo, que era el más notable y visible de todos, sino que dice en el mismo
lugar que, en aquel tiempo, el reverendísimo Padre Rodrigo, Arzobispo de Toledo,
hizo una admirable fábrica de su Iglesia. Basta el sentido común para conocer
que un Obispo, historiador coetáneo, sin tacha, y que para justo honor de su pa-
tria individualiza los nombres y las personas de los españoles concurrentes a un
Concilio general, no se descuidaría en nombrar al mayor personaje eclesiástico
del Reino, si éste efectivamente hubiera concurrido a aquella sagrada asamblea.»
Escúchese lo que dice literalmente el Tudense, y véase cuánto inventa Tolrá.
«El glorioso Papa Inocencio celebró un Sínodo en Roma, donde asistieron cuatro-
cientos siete Obispos, Primados y Metropolitanos setenta y uno. También estuvie-
ron dos principales Patriarcas, el Constantínopolitano y el Jerosolimítano.» (1) Ni
una palabra más especial acerca de los Prelados de España. Además mucho des-
agrada el tono zumbón con que quiere tachar de exagerado e improbable el co-
nocimiento singular de idiomas, que D. Rodrigo reveló en el Concilio, según he-
mos contado, alegando por chirigota que también debía saber el maronita. Ya se
ha visto cómo la carrera del gran sabio de la edad media nos conduce lógicamen-
te a pensar que tuvo que conocer las lenguas, que se le atribuyen, debiéndose aña-
dir que también conoció el árabe. Omito otras cosas, que no poco deslucen y des-
autorizan el trabajo del acérrimo defensor de la predicación de Santiago en Espa-
ña, en lo que respecta a la desafortunada impugnación de la asistencia de Don
Rodrigo al Concilio ecuménico de Letrán. Llega el P. Tolrá a mirar al famoso
Arzobispo de reojo y con cierto disgusto.
-184-
CAPÍTULO XI
(1218--1220.)
a
A la muerte de Enrique I, la rara prudencia de D. Berenguela salvó la dignidad
de la corona y la libertad de Castilla. Estando aún encerrada en Autillo por sus
enemigos, mandó a Toro, donde seguía morando el Rey de León, dos caballeros
fieles, para que impetrasen de Alfonso IX, que le enviara a su hijo Fernando, para
que fuese a consolarla en la prisión. E l Leonés sin el menor recelo, pese a su ín-
dole suspicaz, se lo concedió en el acto. Fernando voló a abrazar a su madre, la
cual jubilosa dejó audazmente su cárcel en compañía de su hijo y, seguida de sus
leales, corrió rápida e inopinadamente a Palencia, donde, desconcertados los Laras
con tal aparición, ni intentaron resistir, sino que sólo se les ocurrió la osadía de
pedir que se les entregase el Infante; lo que la Reina rechazó indignada, conside-
rando los males pasados. Salió luego de Palencia, dio varios rodeos por Castilla
para dar tiempo, con el fin de que se nutriesen las filas de sus leales, y al saber
que Alfonso de León movilizaba en Toro sus fuerzas con siniestras intenciones,
entró en Valladolid, donde reunidas las Cortes de Castilla, se hizo reconocer por
Reina propietaria; y como añade D. Rodrigo: «Mas ella, ciñéndose más que todas
las señoras del mundo a los límites de la pureza y de la modestia, no quiso rete-
ner el Reino; sino que saliendo por las puertas de Valladolid en compañía de la
muchedumbre de los que habían concurrido de las márgenes del Duero y de Cas-
tilla, porque la multitud de las casas de la ciudad no permitía el desahogo, se di-
rigió al lugar en que se celebran las ferias, y entregó allí el Reino a su hijo. Con
aprobación general es conducido el mencionado Infante Fernando a la Iglesia de
Santa María, donde se le elevó al solio del Reino, el año 18 de su edad, entre los
cantos del clero y pueblo, que modulaban el Te Deum laudamus.» D. Rodrigo no
estaba presente; pues, según se ha contado, se hallaba en Italia, negociando impor-
tantes asuntos. D. Rodrigo no precisó más la fecha de la coronación de San Fer-
-185-
nando, la cual ha de ponerse según Flórez el 1.° de Julio (1); también según L. Se-
rrano, pero teniendo por cierto que reinaba antes de mediados de Junio, ya que el
11 de éste expedía cartas de gobierno, (2) y según Fita entre 3 y 15 de Julio. (3)
No podemos pasar adelante sin vindicar a Jiménez de Rada de la falsa impu-
tación con que Mariana puso arbitrariamente en entredicho su veracidad, en un
punto célebre de la historia de Castilla. Garibay, dando fácil crédito a escritores
a
harto ligeros, dijo en su Historia que D. Berenguela era la segundogénita de A l -
a
fonso VIII, y D . Blanca, madre de San Luis, la primogénita, y por tanto heredera
legítima del Reino de Castilla, después de Enrique I, opinión que nació dos siglos
a
más tarde de la muerte de San Fernando; y por lo tanto D. Berenguela era una
usurpadora de los derechos de su hermana, y por consiguiente Rey usurpador de
Castilla el mismo San Fernando. De aquí dedujo Mariana contra D. Rodrigo, que
éste era parcial y que escribía contra su conciencia, porque escribe D. Rodrigo ca-
tegóricamente así: «Por la muerte de los hijos (varones) se debía la sucesión del
Reino a ella (Berenguela, de la cual habla) que era la primogénita; y se probaba
esto mismo por el privilegio de su padre, conservado en el armario de la Iglesia
de Burgos, y además, antes que el Rey hubiera tenido algún hijo, todo el Reino la
había jurado y reconocido dos veces.» (4) Mariana censura así a Rodrigo en ese
punto: «Lo que añade que (Berenguela) era la mayor de las hermanas, creemos
que fué por afecto a una de las partes y no en conciencia. Sí bien muchos otros
siguen la opinión de Rodrigo.»
Dignamente enojado el anotador de la obra del Marqués de Mondéjar, escribe
de este modo contra esta enormidad: «Aun más reparable me parece en el mismo
Mariana la temeridad con que, siguiendo la acedía de aquel rígido natural, que
manifiesta en toda su historia, inclinándose siempre a cuanto puede lastimar el
crédito ajeno, como han notado muchos, calumnia sin ninguna razón ni funda-
mento al Arzobispo D. Rodrigo. Pues habiendo referido la sustancia del segundo
lugar suyo, que dejamos copiado en el capítulo precedente, dice hablando de Do-
ña Berenguela «Quod addit, ínter sórores natu máxima fuisse, magis ex partium
studio quam ex fide positum arbitramur. Tametsi Roderici opinioni plures alii
suffragrantur.» De manera que en sentir de Mariana no sólo mintió el Arzobispo,
sino con mentira tan torpe y fea, que cuantos vivían entonces, así en Francia co-
mo en España, pudieron conocer que mentía; pues era difícil que ignorasen cuál
de las dos Reinas, que gobernaban entrambos Reinos era la mayor... Agrava más
el delito de Mariana la falsa urgencia, que tenía el Arzobispo para cometer el que
a
le imputa: pues asegura que fué dos veces jurada D. Berenguela por sucesora del
Rey, su padre, y que por esta razón la aclamaron como tal luego que murió el
Rey, su hermano. ¿Y siendo bastantísimos fundamentos entrambos para poseer
justamente la corona, de qué servía añadir era la primogénita, si no lo fuese? Una
y otra circunstancia admite y refiere Mariana y sólo duda de la última, en que se
fundan, y de que procedieron sin otro,que el de ensangrentar la pluma en el mayor
varón, que tuvo España en aquel siglo... Sí produjese Mariana algún testimonio
del mismo tiempo o del inmediato, con que cohonestar su sospecha causaría me-
nos horror su calumnia. Pero ¿a quién, que la leyere desnuda de la más leve apa-
riencia de verisimilitud, aunque ignore la gran autoridad de los que aseguran lo
mismo que el Arzobispo, dejará de causar estrañeza se impute semejante cosa a
tan venerable sujeto, que mereció elogios de Honorio III? (Cita las bulas en que
(1) Clave Historial. Siglo XIII. (2) D. Mauricio, p. 38 y 39. (3) Boletín de la R. A. de Historia.
t. VIII. p. 248. (4) Lib. IX. c. 5.
-186—
constan.) No dejó de conocer su gran desacierto Mariana; pero aunque intenta co-
rregirle en la edición castellana de la propia «Historia de España» manifiesta lue-
go en la misma enmienda la violencia con que la hace; porque en lugar de la
cláusula arriba notada, pone la siguiente... Así lo refiere el Arzobispo D. Rodrigo.
Añade luego que era mayor de sus hermanas; que lo tengo por verosímil; si
bien algunos otros autores son de otro parecer, y cita a la margen a Garibay y a
la Valeriana. Porque fuera de ser contra razón graduar sólo de más verosímil el
sentir del Arzobispo, que refiere lo mismo que veía, y repiten cuantos escribieron
en su mismo siglo (Lucas el Tudense...) y en los dos siguientes, así nuestros como
extraños, respecto de sólo dos modernos, que cita en contrario.» Nota Mondéjar
que Mariana poco antes había afirmado, que Blanca era de más edad y que así se
contradice. (1) Cuando San Fernando ocupó el trono castellano tenía San Luís, su
primo, dos años y tres meses; había nacido el 25 de abril de 1215, en el castillo de
Poissy, para resplandecer gloriosamente a la par que San Fernando en el cielo de
los santos y héroes.
Lo primero que vio San Fernando desde las gradas del solio, fué la tea incendia-
ria de la guerra, encendida por los funestos y defraudados Núñez de Lara, y fo-
mentada por su propio padre, escocido y despechado por el ardid con que le ha-
a
bía desorientado D. Berenguela. Bizarro y fuerte el joven soberano, derrotó su-
cesivamente a los tres Laras, y los demás nobles, que les seguían, a fuerza de va-
lor y constancia, arrebatándoles, contra todos los augurios, sus Señoríos y casti-
llos, maravillando a todos tan rápidos triunfos, y la pronta terminación de la gue-
rra intestina, como lo da a entender el mismo D. Rodrigo al escribir así: «En el
espacio de seis meses se calmó de tal modo la sedición, que parecía había de du-
rar perpetuamente, que el rey Fernando reconocido por todos, empezó a ejercer
su autoridad real en todas partes.» (2) No significa esto que se habían sometido
los cabecillas rebeldes, que todo completamente en el interior estaba sujeto al jo-
ven Monarca y que el Rey de León, padre de San Fernando, estaba en paz con
Castilla. Éste seguía alentando a los Laras, ya derrotados, a fines de Enero de
1218, y no dejaba de hacer guerra por la frontera, con ardor y tenacidad lamenta-
bles. Era necesaria la presencia del hombre más influyente en la política de Espa-
ña, para que se acabara tan escandalosa lucha entre el padre y el hijo.
Llegó por fin éste en la segunda parte de Enero; pues D. Rodrigo, que salió de
Roma a fines de Diciembre anterior, no pudo penetrar antes en Castilla. Yerran
por eso los que dicen que el 12 de Enero se hallaba el Arzobispo en Burgos, por-
que aparece su firma junto a la de San Fernando, en una carta de donación que el
Santo Rey expidió en dicho día. (3) Lo dicho arriba basta para entender el alcan-
ce de esa firma.
D. Rodrigo empezó inmediatamente a gestionar la paz entre Castilla y León,
para consolidar también la paz interior del Reino; al principio con poco fruto, a
causa, sobre todo, del Leonés. No así cuando recibió la bula del 30 de Enero de
1218, en que Honorio III le encomienda la misión de unir a los dos Reyes citados
para que dejen la guerra civil y, confederados ambos, acometan a los sarracenos,
según lo preceptuado en el Concilio general de Letrán, para favorecer la cruzada
oriental. (4) D. Rodrigo les debía exigir la paz por cuatro años. Ganó primero la
a
voluntad de D. Berenguela, que tenía en sus manos la de su hijo, y podía mucho
(1) Corónica de Alfonso VIII. «Discurso desvanecimiento de la nueva pretensión de ¡os reyes de
Francia a la corona de Castilla.» Cap. 8. (2) Lib. IX. c. 8. (3) Memorias... p. 259. (4) Preísutti,
tom. I. 176.
-187-
en la de su antiguo esposo; y cuando menos se esperaba, logró D. Rodrigo el éxi-
to de sus diligencias. Padre e hijo, irritados más que nunca, se pusieron un día
frente a frente, para atacarse con poderosas tropas, cuando la intervención de
D. Rodrigo produjo el efecto deseado, gracias, por otro lado, a una de esas reac-
ciones bonancibles del ánimo del Monarca Leonés. (1) Alfonso IX de León se alla-
nó a firmar paces sólidas, a dar garantías de buena ley y a prestar ayuda a su hi-
jo, para guerrear a los musulmanes, con tal que Fernando le pagara el dinero, que
Castilla debía al Rey de León desde el Reinado anterior. Fernando se lo prome-
tió, y se concertó una paz, que no se quebrantó más. Para la mayor seguridad se
renovó la forma pacis, ya conocida, con cláusulas terminantes. Alfonso de León
facultó al Arzobispo de Toledo y a los Obispos de Burgos y Palencia para que le
excomulgasen y pusiesen en entredicho en su Reino, si faltaba; D. Fernando con-
cedió lo mismo al Compostelano y a los Obispos de Astorga y Salamanca. (2)
Primavera de 1218. Desamparados los Núñez de Lara con este golpe de D. Rodri-
go, quedaron para siempre derrotados y anulados, si bien no se sometieron hu-
mildemente, ni se entregaron a San Fernando, el cual por otra parte, jamás quiso
formar conciertos con ellos. Los tres se expatriaron, vagaron entre moros, hacien-
do su vida, y acabaron bajo el amparo de la cruz, tras compungida penitencia en
el lecho de la muerte; y Alvaro murió y fué sepultado en Uclés, en 1219; Fernan-
do poco más tarde, en Puente de Fuero, diócesis de Palencia; y Gonzalo (3) en
1221 cerca de Córdoba. No pudo ser más acertada la política de inexorable e im-
placable rigor de la corte de Castilla. Era necesario el abatimiento de aquella in-
dómita nobleza, tan funesta cuando se engreía, a causa de su terrible organiza-
ción feudalísía. Eran dueños absolutos de sus estados y vasallos; de modo que és-
tos estaban rnás obligados a su Señor 'que al Rey. Los Sres. tenían derecho de
desnaturalizarse contra la voluntad de su soberano, según la ley del feudalismo.
Por eso, con tales leyes, derechos y costumbres eran los reinos viveros de nobles
ambiciosos, tumultuosos, codiciosos, antipatriotas, tiranos de sus vasallos, rebel-
des a sus soberanos. Cuanto más poderosos y altos, peores. Sólo un remedio ha-
bía para refrenar y domeñar a esta nobleza altiva e independiente, y utilizar sus
servicios, que el Rey apareciera más poderoso, siempre firme y resuelto, y posara
sobre los díscolos y revoltosos pesadamente la mano de su autoridad, cerrando la
puerta de la benevolencia y clemencia a los manifiestamente indignos. Tal fué la
política, que practicó la corte de Castilla en el principio del reinado de San Fer-
nando, y que le dio indudablemente el mayor éxito; porque le aseguró todos los
triunfos políticos y guerreros del porvenir. Fiel a esta política, no consintió que
ninguno de los funestos Laras viviera en el Reino, ni que ningún partidario suyo
alzara la frente impunemente. Así aconsejó siempre D. Rodrigo a sus reyes.
Ni podia aconsejar otra cosa el prudente D. Rodrigo, ni admitir otra norma la
a
sagaz D. Berenguela, amos de la inteligencia y del corazón del nobilísimo y enér-
gico Rey D. Fernando, que buscaba las leyes del gobierno en aquellos dos orácu-
los, que eran fuentes de luz, de experiencia, de rectitud y de discreción altísimas.
D. Rodrigo, desde su vuelta de Roma, comenzó en la corte de Castilla a ser el
oráculo de la madre y del hijo, como antes de Alfonso VIII, por sus cargos y gran
a
autoridad, y por la particular influencia, que tenía con D. Berenguela, como confe-
sor suyo. Podían abandonarse sin recelos a las inspiraciones de nuestro sabio lo
mismo el hijo que la madre; porque como observa Rorhbacher, «£>. Rodrigo po~
(1) D. Mauricio, c. 4. (2) Cabanilles. III. p. 11. Nota. L. Serrano, p. 41. (3) Lib. IX. c. 9 y 11.
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seia una capacidad prodigiosa para las ciencias y para los negocios.» (1) Y co-
a
mo D. Berenguela y D. Fernando se daban cuenta de esa capacidad de su conse-
jero, sucedieron también los dos grandes hechos que el mismo célebre historiador
francés refiere a continuación. Primero, que D. Rodrigo «estaba tan perfectamen-
te unido con Berenguela y Fernando, que se podía decir que los tres no tenían
más que una sola alma.» E l segundo hecho es el papel culminante de Jiménez de
Rada en el período más alto de las más puras glorias históricas de Castilla. Dice:
«£/ célebre Rodrigo, Arzobispo de Toledo y gran Canciller, estuvo a la cabeza
de los Consejos durante treinta años» del reinado de San Fernando. (2) ¡Qué tan
grandes hombres, Rodrigo, Berenguela y Fernando el Santo! Lo más puro y eleva-
do de la sabiduría, de la ternura y del valor. No volvieron otra vez a juntarse tan
efusiva y armónicamente en el solio de Castilla, al través de las edades, ni gozó
Castilla tanto tiempo de tres semejantes tesoros a la par en el curso de los siglos.
Los tres le sirvieron más de cuarenta años. [Qué extraño que la hicieran grande!
La paz concertada en la primavera de 1218, de vuelta de D. Rodrigo de Roma, no
llegó a ser completa en el interior del reino hasta el año 1219, en qae a conse-
cuencia de una Bula (3) de Honorio III, urgió con censuras el mismo D. Rodrigo
en unión de los Obispos de Burgos y Palencía, la paz a los perturbadores. Efecto
de la paz fué el comenzar San Fernando a visitar su reino en el mismo año. (4) Le
encontramos en Guadalajara, el 2 de mayo, y el 26 en_Toledo, mientras que nues-
tro Arzobispo el mismo día premiaba en Guadalajara a su amigo y familiar Gon-
zalo, donándole el usufruto del castillo de Aljama y sus aldeas, por los servicios
que le prestaba en la curia romana, previa autorización del Papa para esta dona-
ción. (5) De Guadalajara se trasladó a Segovia, donde era necesaria su presencia,
para que pusiera orden en aquella revuelta diócesis, pues D. Rodrigo ni por sí, ni
por medio de un delegado, que según la Bula del 6 de marzo de 1216 podía elegir,
todavía no había puesto remedio a los graves males, que la perdían, acaso por la
absorción de oíros negocios. Un autor escribe: «El Arzobispo no se encargó del
gobierno de Segovia hasta ese año (1219), fuese por temor a las deudas (6), que su
obispo había contraído, ya también recelando de la hostilidad de algunos canó-
nigos de Segovia» (7) Esta explicación no satisface, ni los hechos la autorizan,
porque no hay vestigios de resistencia de parte de los canónigos segovianos, y
por otra parte se concibe que no pudiera cumplir el encargo pontificio el Arzo-
bispo de Toledo por los asuntos graves, que le obligaron a marchar a Roma antes
que pudiera prestar seria atención al que Honorio le encomendaba. Por el año
1219 el Obispo de Segovia cobró algo el juicio, y comenzó a entender en el régi-
men de su diócesis, con el plan de antes, y por lo tanto, produciendo más hondos
alborotos. Felizmente por corto tiempo. Con el violento choque cayó definitiva-
mente en completa enajenación mental, y D. Rodrigo tuvo que correr, penosamente
impresionado, separándose en Toledo de su rey, a poner remedio enérgico, en
cumplimiento de su encargo. Fué menester sin embargo que Honorio III reiterara
al Segobiense el mandato de renunciar el gobierno de su diócesis y de abando-
narlo al Toledano, el cual recibió de nuevo, en 1219, el breve pontificio, en que se
le inculcaba la administración efectiva de aquella diócesis, concediéndole toda cla-
se de poderes, para corregir a los revoltosos y zanjar de una vez las disputas exis-
tentes entre el Prelado enfermo y el clero. (8)
(1) Lib. 72. (2) Lib. 72. p. 519. (3) Rainaldo. Anales. 1218. n. 64 y 65. (4) Memorias. 261-263.
(5) Lib. priv. I. f. 30. (6) Había hecho la deuda de cinco mil monedas de oro en pleitos con los clé-
rigos. (7) P. Serrano. D. Mauricio, p. 113. nota 4. (8) D. Mauricio, p. 113.
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Así lo hizo D. Rodrigo con la mayor celeridad posible. E l 30 de mayo ya estaba
en Pedraza, villa populosa de la diócesis segoviana, una de las más alborotadas,
y además engreída por la noticia del pleito, que acababa de ganar en Roma con-
tra su Obispo. E l Arzobispo ante todo anuló los estatutos del Sínodo anterior y
los preceptos episcopales, levantó las penas canónicas, y reparó equitativamente
los actos evidentemente injustos; (1) y renació la calma. Recorrió luego otras po-
blaciones haciendo lo mismo. En Sepúlveda fuéle preciso detenerse de asiento.
Era la más importante y a la vez la más emponzoñada de la diócesis. Quejábase
su clero de que D. Gerardo había disminuido el número de beneficios, y aplicado
sus rentas al servicio de su persona, atribuyéndolo a codicia. Ardía todo en eólera
y pleitos innumerables. Pero D. Rodrigo dio tan buen corte a las cosas, que como
consigna Colmenares, a los tres días de sus gestiones, Sepúlveda se sometió a su
voluntad. No se crea que esta rápida y admirable pacificación de los pueblos más
desorganizados consiguió D. Rodrigo por medio de una blanda transigencia, acce-
diendo a desterrar sistemáticamente todo lo implantado por el Prelado enfermo.
Ni su energía, ni su rectitud, ni su dignidad de Metropolitano y comisionado pon-
tificio se lo permitían. Su obra fué de justicia y firmeza, que todo lo restablecen
según derecho y verdad. Una muestra de esto tenemos en las disposiciones, que
dio en Pedraza. Mandó allí, bajo excomunión, que ciertos deudores particulares,
que se negaban a pagar deudas, las pagasen irremisiblemente. Ordenó también,
que al cabo de nueve días quedara la parroquia en entredicho, si en ese intervalo
no se pagaban las mencionadas deudas particulares, para cortar así todo trato de
los feligreses con los deudores. En fin si transcurrían oíros nueve días, sin que se
pagasen las deudas bajo el entredicho de la parroquia, en este caso incurriría en
entredicho toda la villa. (2) D. Rodrigo aplicó enérgicamente en todas partes aná-
logas medidas de rigor, conforme a las necesidades de cada población, para do-
mar soberbias, abatir pasiones y restablecer el orden, la concordia y la caridad
cristianas, con excelente fruto, por la gran impresión que producían su prestigio
virtud, y sabiduría, aunque no se hizo todo el bien que era menester; porque a
causa de los daños de justicia y otros perjuicios, eran ya imposibles soluciones,
radicales y precisas, y muchas cosas quedaban en lo» tribunales, con peligro de
producir chispazos graves. Además D. Rodrigo anduvo de prisa por motivos que
ignoramos, y el 14 de junio ya estaba en Palencia, donde firmó en ese día la carta
de nuevas recompensas en favor de Gonzalo García, familiar de Honorio III y ser-
vidor suyo en Roma. (3) De nuevo estaba en Segovia, 18 días después, 2 de julio,
en compañía de San Fernando, con quien creo que anduvo por la región de Pa-
lencia en la temporada anterior. En Segovia, a requerimiento del Cabildo de To-
ledo, otorgó la escritura en que reconoce, que posee en arriendo la casa de Cara-
banchel, propia del Cabildo, el 2 de junio. (4) Y el 4 del mismo San Fernando le
ratificó en dicha ciudad la posesión de Talamanca, Torrijos y Esquivias, previo
examen de la carta de su abuelo Alfonso VIII, al que llama «famosísimo.» Algo
después se marchó de Segovia a Sigüenza en compañía de su primo Rodrigo,
Obispo de aquella diócesis. E l 3 de agosto obtuvo del mismo el privilegio de la
exención del tributo de décimas diocesanas en pro de su queridísimo monasterio
de Huerta, pero su primo sólo le concedió la exención de 150 aranzadas; el resto
quedaba sujeto a la décima. Dice el pergamino: «Esto se ejecutó públicamente en
(1) Colmenares, c. X X . n. 9 y 10. (2) Colmenares, c. X X . 9-11. Dice que los procesos están en
Toledo, pero no los hallamos en nuestra visita. (3) Llb. priv. I. f. 29
(4) Líb. priv. I. f. 81. v. y II. f. 73. v.
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el claustro de Sigüenza, en presencia de D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo y a pe-
tición suya.» (1)
De Sigüenza se fué D. Rodrigo a Montealegre, donde se hallaba el 28 de sep-
tiembre, junto a San Fernando, quien le ratificó en ese día y el siguiente las dona-
clones de la villa de La Guardia y Alcaraz (2) con otros bienes. En la carta de do-
nación de Alcaraz dice, que el Miramamolín de Marruecos es el soberano más po-
deroso de la tierra, que en España posee 30 diócesis, que cuando fué vencido en
las Navas perdió casi 200.000 caballeros suyos, y que se salvó huyendo a caballo.
Concede a Rodrigo «todas las iglesias de Alcaraz y de los términos, que tiene
ahora, o puede tener después, por conquista, de los sarracenos, y las décimas de
todas las rentas reales, que pertenecen a nosotros y nuestros sucesores, así mismo
las iglesias de Eznavexor, salvos los derechos de los Santiaguistas, y todas las
iglesias que se edificaren allende aquellas montañas, desde Alcaraz hasta Mu-
radal, por Boria y los límites del castillo de Dueñas y del de Salvatierra, tanto las
décimas como las iglesias.» (3) En el mismo día San Fernando le confirmó lo po-
sesión de Villaumbrales, llamando a D. Rodrigo amicísimo mío (amicissimo meo)
con otras expresiones de grande aprecio y amor. Declara el documento que el Ar-
zobispo es Señor absoluto de la villa, en la que no podrá entrar ningún ministro
del rey, ni Merino, ni sayón; por lo que se entiende que era Señor de horca y cu-
chillo. En estos días D. Rodrigo despachó también, como Canciller, en Monteale-
gre, otros documentos de gracias en favor de la Orden de Calatrava, del monaste-
rio de Sahagún y de otros. En fin se ratificó allí, según parece, la paz entre León y
Castilla, usándose por última vez la Forma pacis, cuyas clausulas se sometieron a
la aprobación del Papa. D. Rodrigo, que había ideado y propuesto en 1208 la for-
ma pacis, para dar firmeza a la paz, no tornó a presentar en la corte de los reyes
por cuarta vez esa fórmula memorable y original, y tan excelente para asegurar
los pactos de paz.Rodrigo la inventó e introdujo, y él la desterró.
Pero pequeños eran tan graves negocios al lado del trauscendentalísimo que el
Sumo Pontífice le había encargado en el momento de partir de Roma, a principios
de este año, y vuelto a recomendar muy ahincadamente después de su llegada a
España. Honorio III, en el instante de subir a la Cátedra de Pedro, había heredado
en el más difícil lance el asunto que más preocupaba y absorbía a su predecesor,
después del Concilio Lateranense, es decir, la realización de la gran cruzada ge-
neral, decretada por aquel Sínodo, el cual constituía el anhelo mayor de Inocen-
cio III, y constituyó también el mayor de Honorio III, desde el primer día de su
pontificado, porque en ella estaban cifradas la seguridad de la cristiandad en el
Oriente y la salvación de tantos cristianos atormentados. Según el plazo señala-
do por Inocencio III, debía emprenderse ya en junio de 1217, pero murió dejando
todo lleno de obstáculos, y sin que nada se hubiera organizado. Honorio III se dio
con todo el ardor imaginable a su organización, y a fuerza de trabajos inmensos
consiguió organizaría para el año 1219. Como insinuamos ya antes, a consecuen-
cia de que España no había de tomar parte directa en la cruzada oriental con sub-
sidio de armas, se había acordado que los reinos españoles coadyuvaran eficaz-
mente a la cruzada general, organizando en su país una cruzada vigorosa, para
atraer así al Occidente parte de las fuerzas sarracenas, e impedir a la vez, que pres-
taran su valiosísimo auxilio los mahometanos del norte de África y sur de Espa-
ña. Por lo tanto en España había que llevar a cabo la cruzada occidental, for-
mando los estados españoles reunidos la hueste de los cruzados, si bien se auto-
(1) Minguella. I. 532. (2) Líb. priv. II. f. 78. v. Memorias. 276- (3) Memorias, p. 282 y 283.
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rizaba a los particulares de otras naciones de Europa, para que pudieran alistarse
en sus filas, si preferían hacerlo así, con el objeto de cumplir sus votos y ganar
las gracias espirituales. De aquí que Honorio III tuvo que procurar la formación
de dos frentes, fuertes y compactos, el oriental y el occidental, aquel para la Pa-
lestina y éste en España. Mas no podía ocuparse directamennte por sí mismo en
ambas cosas, y sobre todo le era imposible el hacer lo de España. Pero ¿a quién
encomendárselo? ¿Quién podría hacer en la Península el milagro de aunarlos rei-
nos.? ¿Dónde estaba el hombre, que podría ser el caudillo único, de suficiente pres-
tigio y autoridad, para que a su voz se levantaran, se unieran y se sacrificaran
todos generosamente por los intereses de la cristiandad.? Sabemos que tales pen-
samientos y dudas fatigaban la mente de Honorio III, como el mismo se lo insinuó
el 30 de enero de 1218 a los Obispos de Burgos y Avila, según lo verá luego el
lector.
Pero la verdad es que no era soluble la dificultad dentro de los moldes tradi-
cionales de organizarse y de ejecutar las cruzadas en España. Hasta entonces el
caudillo efectivo de la guerra era siempre alguno de los reyes de la Península, ge-
neralmente el de Castilla. Reciente era el caso del año 1212. El Papa nombra-
ba por delegado suyo para la cruzada algún Cardenal, o bien un Prelado emi-
nente de la nación, quien predicaba la guerra y levantaba el espíritu cristiano con
las gracias espirituales. Mas en aquella hora no había un monarca que pudiera
ser caudillo único general, como Alfonso VIII en 1212. Fernando de Castilla era
sólo un joven de 18 años y aún no estaba en pacífica posesión de su corona, muy
recientemente recibida. Más niño era todavía Jaime I de Aragón, y más sujeto a
los Añones, Azagras y a otros nobles ambiciosos. En la frente del Leonés seguía el
estigma de aleve, que él mismo se grabara durante la campaña de las Navas de
Tolosa. El Portugués estaba en implacable guerra con su propio clero. Vivía aún
el hazañoso Monarca Sancho el Fuerte de Navarra, héroe de las Navas, pero ca-
recía de frontera propia al medio dia de España, para que pudiera lanzarse con-
tra el agareno. Ya veremos sin embargo cómo tomó parte en la cruzada, y cómo
el Papa le franqueó el paso por Aragón. Todo esto demuestra que era imposible
en 1218 el nombramiento de un caudillo general de la cruzada en el frente occi-
dental, siguiendo las normas ordinarias, y mucho más imposible todavía cuando
Honorio III comenzó la organización de la cruzada en 1216; porque Castilla y
Aragón andaban peor.
Por eso no es extraño que Honorio III se mareara desde el principio de su pon-
tificado con las cavilaciones, que dice, respecto de la organización de la cruzada
en España, y del nombramiento del caudillo general. Mas una visita que recibió
por mayo de 1217, en su palacio de Latrán iluminó a su alma. Era la de un perso-
naje insigne, cuya grandeza pregonaba la fama demasiado hiperbólicamente, se-
gún opinaba el mismo Honorio III antes de tratarle y conocerle a fondo, pero aña-
de en seguida el mismo Papa en la bula, en que expresa sus sentimientos, que ha
comprobado que era más grande de lo que la fama publicaba. El visitante era
D. Rodrigo Jiménez de Rada, Arzobispo de Toledo, que se presentaba en Roma
para asistir a las deliberaciones de la causa de la Primacía y por otros asuntos,
por llamamiento del mismo Padre Santo, según narramos en el capítulo preceden-
te. Honorio III encontró en D. Rodrigo el caudillo capaz, prestigioso y universal-
mente acepto, que necesitaba para levantar y guiar la cruzada occidental, y a pe-
nas regresó el Arzobispo a España, escribió a los Obispos de Burgos y Ávila de
esta manera: «Creemos que ha llegado el tiempo oportuno de levantarse contra
los sarracenos, que os rodean Y aunque parecía digno y aun necesario que os
—192-
enviáramos con este fin un Legado nuestro a latere; pero dudando nosotros que
los pareceres de los Reyes se aunaran para hacer guerra contra ellos, pensamos
en la prudencia de nuestro Venerable Hermano, el Arzobispo de Toledo, y en el
buen olor de su nombre, que la fama pregonaba con tan grande encomio antes
que viniese a visitarnos, de tal modo, que parecía desbordarse excesivamente
en alabanzas; mas hemos visto ahora, que estuvo avara; porque hemos encon-
trado en él mucha más sabiduría, más circunspección, más modestia y virtud, y
toda clase de talentos, que los que ella (la fama) había publicado; por lo cual
resolvimos imponerle el cargo de Legado a este fin por vuestras Provincias, pa-
ra que, cuando los pareceres de los Reyes se unieren para la guerra, él os prece-
da como otro Jesué, para arrancarles la tierra, que después de profanar los san-
tuarios de Dios, retienen los moros. Que él, después de enardecer vuestros áni-
mos, con el recuerdo de los premios eternos y temporales, según su prudencia os
amoneste, os exhorte y os dirija, y os introduzca con el divino auxilio, en aquella
herencia, arrojando a los hijos de la esclava, que no merecen ser coherederos con
los hijos de la que es libre Dado en Letrán, 30 de Enero de 1218.» (1)
No es esa la fecha, en que el Papa nombró Legado de la cruzada occidental a
D. Rodrigo. Ya estaba nombrado para el 26 de Enero; pues en esta fecha le encar-
ga Honorio III que procure ejecutar el canon famoso del Concilio de Letrán, de
1215, contra los judíos, en los dominios de su legacía. (2) Por desgracia no hemos
encontrado la bula por la cual el Vicario de Cristo invistió a Rodrigo de poderes
tan extraordinarios, y su falta nos priva de la satisfacción de poder dar exacta-
mente la extensión de esos poderes. Raynaldo parece que la vio, y la hace de la
misma fecha que la dirigida a los Obispos citados. (3) Pero la fecha es inadmisi-
ble. Porque el tenor de la bula del 31 de Enero del mismo año demuestra, que el
Arzobispo era Legado desde tiempos más remotos que ese día. Basta leer, para con-
vencerse, la primera frase, que dice así: «Aunque te hemos concedido el cargo de
Legado especial para dilatar con la ayuda de Dios los límites de los españoles,
mas para que tu autoridad sea más grata a otros, cuanto más utilidad pueda
provenirles de ella de ofrecer y conceder tu los beneficios de la legacía » Creo
que D. Rodrigo, cuando salió de Roma, ya venía designado Legado, y que a poco
debió extenderse la bula oficial de nombramiento, pero después de su partida;
porque de lo contrario a ello hubiérase aludido en el breve de recomendación de
su persona al Arzobispo de Burdeos. Lo que debe advertirse aquí es, para evitar
confusiones, que esta legacía era especial y exclusivamente para los fines de la
cruzada, nada para los asuntos ordinarios del Reino; por lo tanto podía coexistir
en España otro Legado con la misión ordinaria. Si bien no lo encuentra la histo-
ria hasta el año 1224, en que vino a España el Cardenal Juan Abdeville; y aun
es dudoso que viniera con carácter de Legado Ordinario; porque el mismo Don
Rodrigo dice que vino para promover la celebración de concilios, y así lo prueban
las demás memorias del tiempo; y de hecho, una vez celebrados en cada Reino los
concilios, salió de España. Todo lo cual demuestra que en nada desvirtúa la noti-
cia, que nos dan las tan debatidas Actas del Concilio de Letrán, sean del valor que
fueren, diciendo, que D. Rodrigo fué nombrado Legado por diez años en España;
lo que había que entender de Legado Ordinario. Esto no era incompatible con el
posterior nombramiento de Legado de la cruzada; y por eso es ilógico alegar este
último nombramiento, para atacar la existencia del primero. Es un argumento que
(1) Ap. 55. (2) Ap. 52. (3) Anuales. (Comp.) 1218. n. 69 y 70.
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no sirve para probar la apocricidad de tan molestas Actas, como lo han hecho
ciertos autores, (1) aunque su apocricidad fuera innegable.
Honorio III, al nombrar Legado a D. Rodrigo, le impuso el doloroso sacrificio
de renunciar por entonces a la sentencia definitiva acerca de la Primacía, como se
lo comunicó el 19 de Enero, agostando así las bellas flores denunciadoras de la
victoria de D. Rodrigo, (2) en su lucha brillantísima en Roma, lucha en que dejó
estupefacto al mismo Papa, como lo confiesa en el breve a los Obispos citados.
Pero en aquellos momentos era un sacrificio necesario la suspensión de la senten-
cia, y obró el Papa con divina prudencia. Esa sentencia hubiera impedido indefec-
tiblemente la unión de todas las Provincias eclesiásticas de España bajo el mando
único de D. Rodrigo para realizar la cruzada. Pródigo estuvo el Papa en dar las
facultades propias de las cruzadas generales y otras del todo inusitadas, para
dar toda la importancia y eficacia a la autoridad de D. Rodrigo: porque además
de concederle todo lo que solía concederse para las magnas empresas de Tierra
Santa, le dio hasta ciertas facultades extraordinarias, reservadas a la Sede de Ro-
ma, tales como la de proveer beneficios vacantes de provisión pontificia y otras.
Don Rodrigo obedeció ciegamente al Papa, según su costumbre, y se cargó
con tan grande y difícil empresa. No se encuentran datos de cuándo comenzó a
trabajar, y de cómo desenvolvió los trabajos de la preparación de la primera cam-
paña, que llevó a cabo en Noviembre de 1218, es decir, a los diez meses de su
vuelta de Roma. Pero se comprende perfectamente que, apenas llegó a España,
empezó muy activamente los preparativos. No se congrega en menos de diez
meses una hueste como la que acaudilló D. Rodrigo en aquella fecha. Dirigióse a
los Reyes para pedir su concurso, hizo predicar la cruzada por los religiosos y
sacerdotes en diversos Reinos; pero los Reyes no le atendieron por razones, que
ignoramos. En cambio el pueblo respondió a su invitación, acudiendo muy nume"
roso. Escuchemos a los Anales Toledanos. Dicen que concurrieron «gientes del
Rey de Castilla y del Rey de León, e otros Reinos cuantos quisieron, e Savarie
de Mallen con muchas gientes de Gascuña.» Se ve que en León y Castilla fué li-
bre y amplísimo el reclutamiento bajo el pendón de D. Rodrigo. Particularicemos
algo más para formarnos idea de cómo lo procuró el caudillo de la cruzada. Co-
mo Legado obligó a los Caballeros de las Órdenes Militares a que le siguiesen,
según era su deber por su profesión; lo mismo hizo con sus numerosos Concejos,
por ser vasallos suyos. En los apellidos generales de guerra, en aquel tiempo, ca-
da vecino tenía que alistarse como soldado, y no podía sustituirle nadie, ni hijo,
ni pariente, y sólo en caso de vejez e imposibilidad física era permitido enviar un
sustituto. En sus numerosos fueros eso ordenó a los suyos el mismo D. Rodrigo, y
raras excepciones admite, como la del Fuero de Alcalá de Henares, en que auto-
riza el Arzobispo que el vecino pueda enviar al hijo o al sobrino. (3) A vista de
estos datos se comprende, que reunió D. Rodrigo, de solos sus vasallos un respeta-
ble cuerpo de cruzados; pues era Señor de los Concejos de Alcalá de Henares,
Brihuega, Talamanca, Alcaraz, La Guardia y muchos otros con sus numerosas al-
deas. Del extranjero ya se ve que también afluyó gente, no sólo individualmente,
conforme se permitía por el Papa, sino en cuerpos organizados, como el citado de
la Gascuña. En Noviembre tenía a su disposición las fuerzas congregadas, y sa-
liendo luego de Toledo, se dirigió a Extremadura, donde puso cerco a Cáceres-
(Cancies, dicen los Anales Toledanos) plaza de formidable defensa, y llave exce-
lente para extender rápida y seguramente el radio de ricas conquistas por los
(1) Vicente de la Fuente y Tolrá. (2) Ap. 44, 49 y 50. (3) Ley IV. c. 30.
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«ampos de Badajoz, una vez que se arrancara aquel al enemigo. Mas apenas Don
Rodrigo ciñó con su hueste los muros de la ciudad, se presentaron dos enemigos,
aguerridas tropas moras de otros lugares, y terribles aguaceros de continuas llu-
vias, con lo cual los sitiados se llenaron de confianza y osadía. D. Rodrigo hizo
írente a tales enemigos durante un mes seguido; pero viendo que no paraban las
lluvias, que los sarracenos aumentaban sus tuerzas y ataques, y que el ejército
cristiano decaía, con probabilidades de que no podría tomar la población, pruden-
temente levantó el asedio, y regresando a Toledo, licenció las tropas, anunciando
nueva cruzada para el año próximo.
E l tiempo hizo fracasar tan costosa cruzada con sus aguas pertinaces y torren-
ciales, al decir de la mayoría de los apenados expedicionarios. Pero D. Rodrigo
palpó otras causas, que esterilizaron sus inmensos sacrificios. Esas causas eran,
la escasez de recursos para sustentar debidamente tanta gente, durante la campa-
ña, la insuficiencia de los medios de ataque para rendir plazas muradas fuertes,
como era Cáceres, y lo mal equipados que iban los cruzados para ampararse de
las grandes inclemencias del cielo. Ahora bien, estas causas tenían su origen en la
penuria de subsidios, de que podía disponer el Arzobispo para proveer de todo,
como le era forzoso, a la mayor parte de los que de España y de fuera de ella se
ponían bajo su cruz y bandera, para combatir a los infieles; porque, descontados
sus propios vasallos, las fuerzas de las Órdenes Militares y las de alguno que otro
Señor, que llevaban los elementos necesarios, todos los demás necesitaban de to-
do para vivir y para luchar. En consecuencia se aprovechó de esto para reclamar
del Papa Honorio, que se le concediera la vigésima entera, decretada por el Conci-
lio de Letrán para subsidio de la cruzada oriental, para allegar los recursos ne-
cesarios con el fin de preparar la nueva campaña; ya que los Reyes de León, Cas-
tilla y Aragón tampoco le asistían con elementos de subsistencia. E l Sumo Pontí-
fice le contestó de esta manera: «A nuestro Venerable Hermano Rodrigo, Arzobis-
po de Toledo, Legado de la Sede Apostólica... En atención a los méritos de tu
persona, nos movemos a escuchar las preces, que nos dirige tu caridad, con el
fin de conservar, y aun dilatar, los límites de las conquistas cristianas. Aunque es
verdad que la vigésima eclesiástica de vuestras rentas está destinada especial-
mente para la empresa de la Tierra Santa, sin embargo, Nos, teniendo en cuenta
que los fieles de España, vecinos de los moros, han sido llamados por tí por me-
dio de la predicación, del ejemplo y de muchos sacrificios, a que te expones, te
concedemos la mitad de toda la vigésima de las diócesis de Toledo y de Segovia,
quz están a tu cargo, para que la emplees libremente en defensa de los fieles, y
para combatir a los moros: la otra mitad se reservará para subsidio de Tierra
Santa. Pero no queremos que incurras en la sentencia del Concilio General, si
acaeciera errar en cuanto a la mitad; ya que es difícil en estas cosas llevar las
cuentas hasta lo mínimo. La mencionada mitad de la vigésima entregarás a nues-
tros delegados, para la Tierra Santa, según tu discreción, procurando así con es-
mero la exaltación de la fe cristiana, conteniendo a los moros, a fin de que no
puedan socorrer a los del otro lado del mar, y además, si fuere posible, arran-
cando de sus manos las tierras, que retienen en España... Dado en Letrán, 28 de
Enero de 1219.»
Tal limitada concesión no era bastante para D. Rodrigo, pero significaba mu-
chísimo de parte del Papa, que estaba pasando los más angustiosos apuros hacía
más de un año, apuros que tenía a la vista el propio D. Rodrigo en el momento
que se decidió a pedir que se le concediera la indicada vigésima; lo que patentiza
más la confianza y el valor del Arzobispo de Toledo al dirigir su petición. He
-195-
aquí por qué. E l 5 de Octubre de 1218 había enviado el mismo Honorio III a
D. Rodrigo y a los demás Prelados españoles el más apremiante requerimiento,
para que cumpliesen el precepto conciliar de pagar la vigésima, presentándoles,
para moverlos a mayor diligencia, el cuadro más doloroso de males, que la misma
Sede Apostólica padecía por socorrer a los cruzados del Oriente. Les dice Hono-
rio III que ha gastado 20.000 marcos en armar la escuadra romana, dejando ex-
hausto el erario pontificio, razón por la cual poco puede ayudar a los que angus-
tiosamente pelean en el Oriente, ya que si no se les socorre en tanto apuro, ten-
drán que abandonar la cruzada, según las noticias. Por lo cual manda el Papa a
los Obispos españoles, que entreguen pronto lo recaudado a sus dos representan-
tes, Huguición y Cíntio, canónigos de Roma, presbítero éste, y subdiácono y ca-
pellán del Papa aquel, para que se remita en seguida a Roma la colecta. (1) Pues
bien, D. Rodrigo, a poco de leer esta Bula de Honorio, la cual debió recibir a úl-
timos de 1218, al llegar a Toledo, después de levantar el cerco de Cáceres, que se-
gún los Anales Toledanos se levantó la víspera de Navidad, hizo al Papa la refe-
rida petición, que ciertamente tuvo mayor resultado del que podía esperarse, visto
el cuadro de males que describe el Santo Padre. Fué éste el principio de las con-
cesiones, y dio a D. Rodrigo mayores alientos para trabajar en la consecución de
la vigésima total, objeto constante de su aspiración, habiendo sido el más tenaz
y poderoso enemigo de la salida de ese tributo de España, desde el principio de
su establecimiento; y de tal modo multiplicó el Arzobispo sus razones para resis-
tir, ya representando los defectos de los Legados mencionados, ya las dificultades
de la recaudación y ya en fin la necesidad de esa colecta para realizar él, como
Legado, la cruzada encomendada con el correspondiente éxito, logrando mover
a los mismos Reyes, para que se prestasen a salir a campaña con el fin de aprove-
charse de los beneficios de esa colecta, que finalmente logró de Honorio III, que
se emplease íntegramente en la guerra contra los moros lo que se recogiese por
medio de ese impuesto en los Reinos de Castilla y León, territorio principal de la
Legacía de D. Rodrigo para la cruzada. Digo principal y no único, como entiende
un excelente historiador moderno; (2) porque, según se verá adelante más espe-
cialmente, y ya ha podido verse lo bastante por el título de Legado en los Reinos
de España, que se le dio, D. Rodrigo era también Legado verdadero de la cruzada
en los demás Reinos españoles, con autoridad real, para ordenar en todos ellos
los actos propios de la Legacía de la cruzada.
Además de esa Bula, hasta ahora ignorada, alcanzó D. Rodrigo esta otra, no
menos provechosa, para ampliar las fuerzas de la cruzada del año 1219. Le dice
el Papa: «Nos suplicaste que te facultáramos, con el poder apostólico, para con-
mutar los votos de muchos españoles, que han tomado la cruz, para socorrer a
Tierra Santa; porque es nulo o escaso el fruto, que pueden hacer allí, en compa-
ración del que harán peleando en España contra los moros. Nos, te concedemos
por las presentes, que puedas conmutar libremente sus votos para el fin predicho,
excepto a los magnates y caballeros, a los cuales no queremos eximir del voto de
socorrer a Tierra Santa, si no fueren acaso tan enfermos y pobres, que su ida pa-
ra ese fin se viera que sería inútil; a estos podrás conmutar los votos, según tu
consejo y voluntad, pero destinando alguna parte de sus bienes, en proporción
a sus riquezas, para subsidio de Tierra Santa... Dado en Letrán, 15 de Marzo de
1219.» (3)
D. Rodrigo consiguió todavía otra gran ventaja con sus peticiones. Honorio III
(1) Ap. *6. Liber priv. I. f. 47. (2) L. Serrano. D. Mauricio, p. 77. (3) Ap. 69.
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dirigió una preciosa y ardiente carta a todos los fieles de España en ese mismo
día, para que resueltamente se alisten y tomen parte en la cruzada, que su Legado,
el Arzobispo de Toledo, va a emprender, ayudado de algunos magnates de Espa-
ña (esto prueba qae el Papa sabía que los Reyes no se prestaban a seguir a su
Legado.) Termina concediendo las gracias de las grandes cruzadas a cuantos asis- •
tieran personalmente, o, no pudiendo, prestaran su consejo y auxilio, según sus
medios, ya dando para los gastos, ya pagando sustitutos aptos para la guerra. (1)
D. Rodrigo intermedió también noblemente, para que el Papa concediera una
excepción muy justa y razonable en favor de los Caballeros de Santiago, y sin du-
da que lo mismo obtuvo para las otras Órdenes Militares españolas, aunque no
se conocen las Bulas de excepción; porque abonaban idénticas razones, y el Ar-
zobispo las estimaba tanto como la de Santiago, por cuanto le servían con la mis-
ma generosidad y abnegación en la cruzada. Habla así el Papa a D. Rodrigo:
«Nuestros amados hijos, el Maestre y los Caballeros de la Milicia de Santiago,
nos suplicaron humildemente, presentando tus preces y de otros, a favor suyo, pa-
ra que les dispensásemos del tributo de la vigésima, ya que están expuestos, en
obsequio de Cristo, peleando siempre contra los enemigos de la fe, porque ni tie-
nen lo suficiente para sus necesidades. Para que tú les concedas lo que pides para
ellos, te mandamos que no les exijas la vigésima de lo que tienen en tu Provincia,
ni consientas tampoco que otros se la exijan; ya que se nos dice que Nos la ha-
bíamos concedido a tí y a nuestro Venerable Hermano, el Obispo de Palencia, en
su diócesis. Dado en Víterbo, 20 de Junio, año cuarto de nuestro pontificado.» (2)
Con estos medios tan adecuados, y con una predicación más intensa de la cru-
zada, pudo D. Rodrigo reunir un ejército mucho más poderoso y más sólido que
el año anterior. Además se acrecentó el fervor y el entusiasmo con la noticia de
que iba a tomar parte en la nueva campaña un Rey bravísimo de la Península,
que según todas las apariencias, no lo había hecho en la campaña anterior, por
el veto de sus compañeros, los Reyes de Castilla y Aragón, para que pudiera lle-
var sus tropas por sus tierras. He aquí una prueba para pensar así.
Antes que pudiera divulgarse en España la Bula de Honorio III a todos los es-
pañoles, para que bajo la bandera de su Legado, D. Rodrigo, se alistaran en la se-
gunda campaña contra los sarracenos, el mismo D. Rodrigo recibió de Roma otra
Bula muy interesante, fechada el 29 de Abril de 1219, del tenor siguiente: «Hono-
rio Obispo, siervo de los siervos de Dios, al Venerable Hermano, Arzobispo de
Toledo, Legado de la Sede Apostólica, salud y bendición apostólica. Como el ilus-
tre Rey de Navarra, abrasado por el celo de la fe cristiana, ha tomado la cruz pa-
ra ir contra los moros de España, mandamos a tu Fraternidad, por las letras
apostólicas, que si alguien presumiese invadir sus derechos, o perturbar su Reino
temerariamente, mientras el dicho Rey estuviese ocupado en estos trabajos, que lo
reprimas tu discretamente, previa amonestación, desechando toda apelación. Mas
queremos que dicho Rey de Navarra no ofenda en lo más mínimo al Rey de Ara-
gón a la ida y a la vuelta. Dado en San Pedro, tercero de las calendas de Mayo,
año tercero de nuestro pontificado.» (3)
Vemos aquí que el rey de^Navarra se dirigió a Roma en virtud de la publicación
de la cruzada por D. Rodrigo, en 1218; y deducimos también que solicitó dos co-
sas para que no se le dañase en su ausencia; la inviolabilidad de sus estados por
nadie, y el reconocimiento de su derecho de atravesar el territorio de otros Reyes,
para llegar a la frontera de los moros, en conformidad a lo establecido por Ino-
(1) Ap. 70. (2) Bull. S. Jacobi. p. 616. (3) Del original existente en el Archivo de Navarra.
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cencío III, años atrás, mandando que los Reyes de Castilla y Aragón señalasen
frontera propia al Navarro, para guerrear contra los agarenos, y que éste pudiese
transitar por sus Reinos, con el objeto de llegar a su campo de lucha, según se
contó. E l hecho de indicar el Papa que el Navarro tiene derecho de transitar
significa, que intenta desvanecer el pretexto de sus émulos, para no autorizarle el
paso. Mejor lo sabríamos sí se conservaran otras Bulas más, que hubieron de me-
diar entre Honorio y el Rey de Navarra. Lo que sobre todo vemos aquí claramen-
te es que el intento del Navarro era asociarse a la cruzada dirigida por D. Rodri-
go para su feliz éxito, y por eso el Papa dirige la Bula al Arzobispo de Toledo,
para que defienda en favor propio al Navarro, y sepa también sus nobles intentos.
Pero por desgracia no sabemos en qué pararon. No hay un rayo de luz más para
poder decir en qué forma ejecutó su voto Sancho el Fuerte de Navarra. No se des-
cubre un solo dato, que nos levante el velo de la obscuridad. Es claro que el Na-
varro cumplió de alguna manera su voto, pero no ciertamente sumándose con sus
fuerzas a las de D. Rodrigo, en la segunda parte de 1219. Si hubiera estado perso-
nalmente en la campaña, que voy a narrar, lo hubieran dicho los Anales Toleda-
nos, como hecho muy granado, y D. Sancho hubiera capitaneado las tropas en
la región del levante. Creo que se contentó con enviar tropas en ayuda de D. Ro-
drigo. Apuntado este hecho fragmentario de cómo Navarra con especial calor pro-
curó gozosamente contribuir al mayor éxito de la empresa, que la Iglesia había
encargado a su grande hijo, pasemos adelante en la narración, advirtíendo sin
embargo, que los mismos franceses han sido más diligentes que los españoles en
referir, en la Historia de la Iglesia, el caso del Rey de Navarra, en esta cruzada,
como se demuestra citando, entre otros, el mismo Rohrbacher. (1) Es frecuente en
España el desdeñar estas glorias, en tanto que no se cesa de ensalzar y pregonar
hechos y personajes fabulosos o dudosos, aunque sean grotescos, para proponer-
los a la crédula imaginación popular como el oro de la gloria nacional, única-
mente porque la magia de la poesía los vistió de inventado ropaje.
Escarmentado por la experiencia del año anterior, D. Rodrigo no fijó fecha tan
tardía, para la nueva campaña, sino el mes de Agosto; por lo que, para ese mo-
mento ya había concurrido a la ciudad primacial una hueste imponente de espa-
ñoles y extranjeros, pero no los Monarcas de Castilla y Aragón. Fernando de
Castilla tenía la imaginación muy lejos de las ásperas ideas de la guerra, en aque-
lla hora. Sólo pensaba en los dulces momentos del próximo desposorio con Doña
Beatriz de Suavia, angelical princesa, que, guiada por el Obispo de Burgos, Don
Mauricio, y el Abad de Arlanza, volaba, en aquellos días, en dirección de Castilla,
para unirse con vínculos del amor santo con el virtuoso joven, soberano de Casti-
lla. En la corte de Fernando todo eran solemnes preparativos para tan grande
acto, que por fin se celebró en Burgos, el 30 de Noviembre de 1219, mientras Ro-
drigo peleaba en el levante. ¡Cómo engañan los que escriben (y son muchos) que
bendijo estas nupcias Reales!
He aquí, según los Anales Toledanos, el fruto de la predicación de la cruzada:
«El Arzobispo D. Rodrigo de Toledo hizo cruzada, e ayuntó entre peones y caba-
lleros más de ducentas veces mil...» Cifra exagerada, que Mariana se traga a cie-
gas, diciendo, al contar esta campaña: (2) «En Castilla, a instancia del Arzobispo
D. Rodrigo, Prelado ferviente y enemigo de estar ocioso, se hizo nueva jornada
contra moros. Juntáronse con la divisa de la cruz doscientos mil hombres, los más
número, con los cuales hizo guerra, por el mes de Agosto... en la Mancha y la tierra
-198—
de Murcia...» Es prurito de los cronistas castellanos el inflar el número de sus
héroes y el de los vencidos, estampando guarismos altos y redondos, añadiendo
ceros sin escrúpulo. No pasaría de la cuarta parte de esa cifra la tropa,
que D. Rodrigo reunió en la capital de su Sede, de donde emprendió la expedi-
ción, penetrando por la Mancha, en los términos fronterizos de Castilla y Aragón,
como si este año se propusiera quebrantar el poderío agareno en favor de ambas
coronas, como en el anterior lo hiciera en Extremadura en favor de León y Casti-
lla. Escribiendo sobre esto un autor, dice: «Su fe y su heroismo se exaltan en cual-
quier contingencia, que amenace a la cristiandad, y así, al recibir con honda pena
a
la noticia de haber muerto en Roma, la Reina viuda¡de Aragón, D. María, y com-
prender que las revueltas de los pretendientes y las ambiciones de los grandes se
desbordarían sobre la azarosa minoridad de aquel ya temerario joven de diez
años, el Rey D. Jaime; no aquietado su tío D. Sancho, llamándose Conde de Pro-
venza, y el Infante D. Hernando; alzado ya en armas D. Rodrigo de Lizana y, con
éste el siempre revoltoso D. Pedro Fernández de Azagra, indomable Señor de Al-
barracín, teme con sobrada razón el Arzobispo que los moros, aprovechándose
de tales sangrientas victorias, se lanzasen sobre el perturbado Reino de Aragón;
y para imponerles y reducir su atención a la defensa, reúne fuerte mesnada de
muchos miles de hombres, sostenidos a su costa, y entrando por las fronteras ára-
bes de Aragón y Valencia, el año 1219, cae sobre los castillos de Sierra, Serrerue-
la y Mira, batiéndoles con sus delibras, algarradas y almajaneques, logrando de-
rribar acitara y torres, para llegar al triunfo con valerosísimos asaltos...» (1) Sin
duda también D. Rodrigo se dirigió al levante con su tropa, para obrar en combi-
nación con los cruzados navarros, que escogieron aquel campo, porque allí domi-
naba, asistido de valerosos paisanos suyos y de Sancho de Navarra, el ya nom-
brado Fernández de Azagra, famoso caballero navarro, fiel al Rey de Navarra,
con quien estaba en constante trato, y con quien, en Mayo de 1214, había hecho, en
Tudela,un pacto favorable a su patria nativa, recibiendo, en cambio, del Rey Don
Sancho, gran cantidad de dinero, a la vez que obligaba su estado de Albarracín
al dicho Monarca. (2)
Los enumerados castillos, conquistados por D. Rodrigo, se hallaban en los lin-
deros de Valencia, en el actual Partido de Cañete, en la provincia de Cuenca, y
entoces debió caer en manos cristianas el formidable castillo de Aliaguílla, cerca
del de Mira, que años después pobló aquel famoso caballero Alfonso Téllez de
Menéses, con la ayuda de nuestro Arzobispo, que como Legado concedió las
gracias de la cruzada a cuantos auxiliasen al dicho guerrero, en la construcción y
población del castillo. (3) E l Legado se dirigió luego a Requena, terror de la fron-
tera, porque desde sus muros el sarraceno dominaba dilatados territorios. Desde
las proezas del Conde de Urgel, en 1184, sonó siempre famosa Requena, que al pre-
sente ennoblece a la región valenciana. D. Rodrigo la cercó el 29 de septiembre, y
dicen los Anales Toledanos: «La lidiaron con almajeneques e con algarradas e
con delibra, e derribaron torres e acitares.» Mas los moros respondieron fuertes y
tenaces durante todo octubre a todos los ataques cutídianos. En noviembre cayó
de nuevo sobre la hueste de D. Rodrigo el mismo azote de incesantes lluvias, del
año anterior, con quebranto de los sitiadores y aliento de los sitiados, cada vez
más denodados. Otra vez el caudillo de la cruzada tuvo que tomar la resolución
dolorosa de descercar la plaza y de regresar a Toledo, cosa que ejecutó el día de
(1) Cerralbo. Discursos... p. 90. (2) Consérvanse las escrituras (3) BuII. San Jacobi. 85. Me-
morias. 353.
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San Martín. Allí dejó más de dos mil cadáveres de sus valientes, según los Anales
citados, de entero crédito cuando nos informan en disfavor. Otros no pocos más
dejó en la retirada, que fué muy costosa, porque los moros, envalentonados, aco-
saban sin cesar a los cristianos, de diversas maneras.
Según se desprende de la Bula de Honorio III, el 4 de febrero de 1220, esta ex-
pedición produjo en la cristiandad admiración y espranzas. Se dice allí entre otras
cosas. «Con alegría hemos sabido, que nuestro Venerable Hermano, el Arzobispo
de Toledo y Legado de la Sede Apostólica, ha penetrado viril y poderosamente
en tierra de los moros, y haciendo con la ayuda de Dios prodigios, ocupó ciertos
castillos.» (1) Se ve que se apreció como magna esta expedición. Sin embargo no
eran satisfatorios los resultados, ni para los más optimistas, cuánto menos para el
inmortal y celosísimo D. Rodrigo, su caudillo único, que había tenido que sopor-
tar las inmensas cargas de los gastos de la organización, dirección y abastecimien-
to de tan grande ejército, formado, para mayores trabajos, en su parte más nume-
rosa, de gente pobre, allegadiza y nada aguerrida, como siempre ocurría en esta
clase de cruzadas. Si Espárrago, Arzobispo de Tarragona, ha merecido tantos en-
comios en la historia por haber aportado en pro de Jaime el Conquistador, su pa-
riente, para la conquista de Mallorca, mil ballesteros y doscientos caballeros equi-
pados y mantenidos, además de mil marcos de oro, ¿cómo ha de encumbrar la his-
toria el nombre de D. Rodrigo, que desafiando a todo el inmenso poder de los
sarracenos de España, organizó a su costa dos cruzadas de tantos miles de solda-
dos, y los guió personalmente al combate con tantas penalidades, durante dos
años seguidos? Excelso ánimo, excelso patriotismo, y más excelsa virtud, porque
tan singular fué su modestia que no dijo una palabra de tantos sucesos y sacrifi-
cios suyos, en su historia, como lo notó así el analista de Aragón: «Sucedió tam-
bién en este año una cosa bien señalada en el reino de Toledo, muy cerca de nues-
tras fronteras, y no referida en las historias del Arzobispo D. Rodrigo, siendo
aquel Prelado tanta parte en ello.» (2)
Apenas Honorio III tuvo noticia de cómo D. Rodrigo luchaba varonilmente con-
tra los sarracenos, y de cómo tropezaba con graves dificultades, espontáneamente
se apresuró a escribir a los Prelados de la Provincia eclesiástica de Tarragona y
demás obispos de la Legación de D. Rodrigo; y después de recordarles esa acción
heroica les dice. «Confiando que su esfuerzo será fructuoso para quebrantar los
moros, y para impedir que los sarracenos auxilien a los orientales, rogamos y
exhortamos a vuestra discreción, por las presentes letras, que de tal modo prestéis
vuestro auxilio en personas y cosas al dicho Arzobispo, que SH laudable principio
tenga feliz éxito, mediante vuestra cooperación. En Vitervo, 4 febrero 1220.» (3) E l
día siguiente escribió a Huguición, que continuaba en España, colectando la vigé-
sima. «Considerando los gastos, los peligros y los trabajos, que nuestro venera-
ble Hermano, el Arzobispo de Toledo, Legado de la Sede Apostólica, se ha im-
puesto, acometiendo virilmente a los moros, le hemos concedido la vigésima de
su Legación (menos lo que tu y nuestro amado hijo Cintio, canónigo de la Basílica
del Príncipe de los Apóstoles habéis recogido) para que la destine fielmente, para
batirlos, y te mandamos, que esto lo sepan los demás, si fuere menester, por me-
dio de tí, y tu ya no trabajes en adelante en recoger esa colecta. Y como pasan
diversas vicisitudes a los correos en los caminos, a fin de que no se disminuya el
provecho de nuestra concesión, queremos que se compute su fecha desde el día,
en que estas letras se despachan. Viterbo, 5 de febrero de 1220.» (4)
(1) Ap. 74. (2) Zurita. Anales. Lib. II. c. 73. (3) Ap. 76. (4) Ap. 77.
-200-
Por este breve descubrimos dos cosas. Primera que el Papa se había convencido
de la necesidad de no cobrar la vigésima impuesta por el Concilio de Letrán, y que
la magnitud de la empresa, que ejecutaba el Arzobispo de Toledo, reclamaba, no
sólo la concesión de la mitad de la vigésima del Arzobispado de Toledo y del
Obispo de Segovia, como en el año anterior le concedió, sino también toda la vi-
gésima de España, que recogían los dos canónigos colectores, y por eso les intima
que ya no la recojan, y que D. Rodrigo es arbitro de ella. La segunda cosa es, que
en bula especial participó a D. Rodrigo y a España esa concesión; pero esa bula
no ha llegado a nuestras manos.
Tampoco sabemos nada en qué forma se decidieron el el Arzobispo de Tarra-
gona y sus sufragáneos, y los otros Prelados de España a cumplir el mandato pon-
tificio, y de cómo se aprovechó, si es que se aprovecho, el Legado, de la* ventajas
de la vigésima. Creo que no la recogió, pues no hay vestigios de que intentara
por su cuenta nueva campaña. Acaso cuando empezaron las excursiones anuales
de San Fernando, que las emprendía movido por su gran consejero, utilizó, como
Legado, que aun siguió siendo, esa concesión. De todos modos, lo cierto es que el
año 1224 promovía las obras de empresas militares contra los moros, concediendo
las indulgencias de la cruzada con autoridad de Legado extraordinario, como ha
visto el lector, al hablar del castillo de Aliaguilla.
D. Rodrigo no se animó a continuar sus expediciones anuales, a pesar del no-
table aumento de ingresos, que suponía la concesión de la vigésima, viendo que
eran inferiores a los sacrificios los resultados de las mismas. Conoció las causas
esterilizadoras. Eran, a no dudar, la escasez de guerreros, de jefes prácticos y
aguerridos, para dirigir las masas no entrenadas ni instruidas. Acudían pocos
magnates y caballeros, que eran los militares de carrera, y así no era posible diri-
gir eficazmente las fuerzas acomuladas. Desalentóle la mortandad por las en-
fermedades ordinarias de las campañas de entonces, que eran el paludismo, el
tifus y otras fiebres, incombatibles en la época, por el atraso de la medicina, de la
higiene y de la organización caritativa para atender a los enfermos.
Detengámonos ya en nuestra marcha incesante por el tuomultuoso camino de
los negocios públicos y ruidosos, siempre por las cumbres de la política, del régi-
men del reino, de la dirección de soberanos, de empresas guerreras, de cruzadas
santas, de viajes y de contiendas gloriosas y resonantes en los sínodos ecuménicos
y en la corte de los Sumos Pontífices Romanos. Vamos haciendo creer al lector que
ese es el mundo que ama nuestro héroe, que ahí se explaya y vuela su espíritu,
que ese es el campo en que resplandece, que Jiménez de Rada sólo es un gran po-
lítico, diplomático, orador, gobernante y guerrero. Pero no es así. Esa es una
parte de su grandeza. Tiene otra quizás más eminente, a la que ama D. Rodrigo
mucho más ardientemente. Otro campo más tranquilo, pero más culto y excelso,
del que ya hemos hablado algo, y tendremos que hablar extensamente a su hora
Ya que D. Rodrigo descansa en Toledo, tras las punzantes preocupaciones y ago-
tadonas fatigas de las anteriores cruzadas, retrocedamos, para referir lo que res-
pecto de eso hemos dejado sin contar. Nos obliga a tocar la materia un episodio
interesante, el único conocido de este género en la vida de Jiménez de Rada, que
ocurrió precisamente en lo más recio del tráfago de los sucesos narrados.
El año 1218 se puso en relaciones con nuestro Arzobispo, pero someramente y
por unos momentos fugaces, un docto castellano, de obscura historia, que
nos ha proporcionado la ocasión de sorprender unos espontáneos sentimientos de
las aficiones de D. Rodrigo, para poder atisbar algo de su interior. Ese docto se
—201—
llamaba Diego de Campos, (1) el cual dice de sí mismo, al principio de su obra
«Diego español, capellán del rey, natural de Campos, (2) he leido muchísimo, sé
poco.» (3) D. Rodrigo, en el lugar , que abajo diremos, nos da la noticia de que era
canciller de la corte del rey (regalis aules cancellario) Como le apellida «hijo
amado» creemos que era un sacerdote de su clero. Cuando D. Rodrigo se ocupaba
ardorosamente en preparar la cruzada española contra los mahometanos, Diego
de Campos le sorprendió gratamente con el envío de su obra Planeta, que el Ar-
zobispo leyó inmediatamente, en medio del estruendo bélico, y sin parar le remitió
su juicio y aprobación, durante los mismos grandísimos azares, como lo declara
el propio censor, diciendo, ínter turbaíiones máximas. Dos partes tiene la contes-
tación de D. Rodrigo, y las dos totalmente distintas, y separadas también. La pri-
mera constituye el Prólogo 2° del libro de Diego de Campos. La segunda expresa
lo que agradó al Arzobispo su lectura, y rehusa los elogios,que el autor le tributa
en la dedicatoria de su escrito. Por ser muy significativo todo ello para conocer
la fisonomía intelectual de Jiménez de Rada, es necesario aquí darlo a conocer
más en especial.
El Prólogo de aprobación de D. Rodrigo va a continuación del dilatado Prólogo
de la obra del mismo Diego, que agita mucho el incensario de las alabanzas en
honor del Arzobispo, el cual escribe el suyo bajo la impresión de ese Prólogo, alu-
diendo al mismo, para aprobarlo, y hablando de la Quadratura. Por eso, para en-
tender al Arzobispo, es preciso dar sucinta idea del Prólogo de Diego de Campos.
Diserta éste en su prólogo sobre el valor cobalístico del número cuatro, dándole
singular importancia, haciendo ver, que son cuatro las estaciones del año, cuatro
las partes del mundo, cuatro los ríos que hubo en el Paraíso, cuatro los Evange-
lios, y luego acumula agudas comparaciones, ejemplos sin fin y citas de sabios
para probar eso mismo. Aduce los cuatro fines por qué escribe su libro, y las cua-
tro circunstancias, que descubre en el tiempo, para hacer notar últimamente lo
que le hace discurrir tanto, que el nombre del Arzobispo lleva ese rasgo misterio-
so de la Quadratura, que lo hace muy respetable y significativo, porque consta de
cuatro sílabas, Ro-De-Ri-Cus. Con esto se dilata en pródigos y retumbantes enco-
mios en loor del gran personaje, que él ensalza hasta la lisonja, aunque con la
más sincera admiración y veneración, sin visos de quererle elogiar bastardamente.
Por su parte Jiménez de Rada acoge con agrado la obra, sintetiza su contenido
y su Prólogo con originalidad, alabando con calor al autor de la misma, pero al
redactar su escrito se deja contagiar de la ampulosidad del estilo de la obra que
juzga. Leámosle para apreciar cómo escribe: «Rodrigo, por la gracia de Dios, Ar-
zobispo de la Sede de Toledo, Primado de las Españas, salud al hijo amado,
Diego, Canciller de la corte del rey, le desea que merezca la gracia de la bendición
del Sumo Pontífice, que peneíró los cielos. Los presentes recibidos de vuestra de-
voción, y la memoria dulce de vuestras elucubraciones escolásticas y la profunda
ciencia del prólogo-epístola, embriagaron de gozo al ánimo aletargado con el ce-
bo de la recreación espiritual. Pues aparece solidez de ciencia en la cuadratura (4)
probada autoridad en la multitud de ejemplos de los Padres; profundidad de sin-
gular prerogativa en las sentencias de los filósofos; grande caridad en la recomen-
dación de la devoción amada; gustada suavidad en el nombre de Jesús, la cual co-
(1) De él hablan, Nicolás Antonio en la Biblioteca Vetus. 11. 1. VIII. c. II. n. 8, donde copia el
juicio, que de él dio Juan B.JPérez. Rodríguez de Castro en su Bib. Españ. t. II. p. 511-515, con difusión,
aprovechándose de lo que escribió el P. Burriel. Está en la B. N . de Madrid. (2) Así lo entiendo el
Ortvs de Campis. (3) Hispanus Diecus regismie Sysmistes. Creo que el sentido de Sysmistes es cape-
llán, o acaso, canciller. (4) Es decir, en el significado del número cuatro, como hemos notado.
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nocieron sólo aquellos que procuraron amarle con todas las fibras del corazón.
Brilla el estilo de la retórica adornado con colores, el de la teología corrobora-
do con autoridades, con citas de nombres de Santos, con flores esparcidas de filó-
sofos, a fin de que indique ya en el prólogo con la utilidad y virtud, cuánta dulzu-
ra escondida se halla reservada en el resto del libro, a la cual de tal modo endul-
za más la dulzura del nombre de Jesucristo, que ya antes que desciende el maná
del cielo, el alma, ávida de la ciencia, siente su fragancia. Según Salomón, su co-
nocimiento constituye la perfección consumada; y de tal manera se designa en es-
te nombre (de Jesús) la felicidad de la vida presente y futura, que siendo aquella
una cosa, que pidió David, conociendo el misterio de la Trinidad, hartos con la
dulzura de Jesús, vamos a la sólida consecución de lo que lo cuaternario significa;
siendo conducidos y enseñados por él, (Jesús) en quién se hallan escondidos los te-
soros de la ciencia y sabiduría, a la noticia de los libros siguientes, avanzando
como al interior del desierto, dejando la nube detrás, entre los egipcios y noso-
tros, y para que ascendiendo a la cima del monte, veamos la claridad del nombre
de Diego, que se interpreta a Dios, (ad Deum) y sea la suma de lo pasado y la es-
pectación de lo futuro; y así fulguren más vivamente las cosas venideras cuanto
con más viveza lo presagian las flores del prólogo.»
Así termina la que hemos llamado primera parte, la cual agradece efusivamente
a continuación Diego de Campos, mostrando su satisfacción por la aprobación
del Arzobispo. Este expresa en la segunda parte de su escrito, que en el volumen
de Diego de Campos está en la última hoja del pergamino, lo mucho que le ha
recreado la lecutra de su Planeta, y desecha los elogios, que le dedica Diego. Se
expresa D. Rodrigo en cortos párrafos: «Por esto os lo agradezco a vuestra cari-
dad devotísima, no cuanto debo, sino cuanto puedo, porque, mediante el antiguo
idioma patrio, recordando los estudios de las escuelas, habéis recreado mi alma,
disipada por los cuidados del siglo, y la habéis endulzado, cuando estaba empapa-
da del acíbar de la tribulación española; y también habéis señalado en este volu-
men, al hablar del Arzobispo de Toledo, esforzándoos en alabarme y glorificarme
(la conjunción de este Planeta me avisa la del sol verdadero de la felicidad) las
virtudes no poseídas, sino deseadas, cuando las habéis pintado. Que el brazo de
la caridad, que vence, reina e impera nos la conceda (la vida eterna) al fin a los
dos. Las pequeñas cosas de un corazón pequeño sean para otro, que es grande y
principal. Os he contestado en medio de los azares grandísimos de los negocios.
Que Dios guarde a vuestra caridad.»
El argumento del libro, que así agradó y recreó el espíritu de D. Rodrigo, era
harto raro. A l P. Burriel, que lo copió (o su amanuense) le chocó tan sólo lo que
sigue. «En el proemio dice grandes bienes del Arzobispo, y habla librísimamente
de los Reyes y Obispos y costumbres de su tiempo: sólo del Papa no dice mal.»
Nada de eso es materia principal de la obra. Consta el Planeta de siete libros. En
los tres primeros trata de la persona y cualidades de Jesucristo. En el cuarto en-
salza a María, por su dignidad excelsa, y expone el Ave María. En el quinto pon-
dera el poder de San Miguel y sus beneficios. En el sexto habla del alma de Cris-
to y de los bienaventurados. En el séptimo de la paz interior y exterior de la Igle-
sia. Está escrita la obra en estilo cálido, hinchado, enigmático, pero con celo apos-
tólico, y empieza así hermosamente: Christus vincit, Christus regnat, Christus
imperat...
E l Prólogo de Diego de Campos, de resabio cabalístico en cuanto a la forma ,
pues en cuanto al fondo el escrito del docto canciller castellano no puede ser más
acabadamente católico, nos lleva a tratar de la causa, que huho de influir en ese
—203-
fe nómeno, y más directamente todavía a tratar acerca de las relaciones
científico-literarias de D. Rodrigo con los elementos productores de ese fenómeno:
estudio retrasado ya demasiado por las exigencias de la unidad de narración de
otros sucesos. Esos elementos productores eran la cultura árabe-semítica de Tole-
do. Bajo el Pontificado de D. Rodrigo, Toledo continuó, sí bien no con tan intensa
efervescencia como en los tres decenios precedentes, siendo el centro principal
de las traducciones de la filosofía árabe, para trasmitir de aquí al interior de
Europa las obras traducidas. Porque sabido es, como lo probó Traube, (1) que la
propagación de la filosofía griega de Platón, Aristóteles y otros pensadores, siguió
este itinerario, en el primer período de su difusión en los siglos XII y XIII y
aún XIV. Del griego se vierten las obras al asirio, del asirio pasan al árabe, con
modificaciones, y del árabe al latín, el cual las lleva a las Universidades euro-
peas. Las versiones latinas llegaron a su apogeo, en;Toledo, bajo la protección
del Arzobispo Raimundo, según confesaba Renán y lo proclamó Menéndez y Pe-
láyo. (2) Hay datos para sostener que tanto las traduciones como su exportación
a las Universidades siguieron sin notable decadencia en los años de D. Rodrigo,
y todavía más adelante. Voy a dar sólo tres, pero luminosísimos. E l italiano Ge-
rardo de Cremona se establece en Toledo en la primera parte del siglo trece para
aprender el árabe y traducir obras astronómicas. Allí llega a su mayor fama en
1230 Miguel Scoto, que sin verecundia se apropió los trabajos de un judío. Su su-
cesor, el alemán Hermán, en 1240 terminaba la versión del Comentario Medio, de
Averroes, en la capilla de la Trinidad de Toledo. Mauricio Español, teólogo y fi-
lósofo, sacrificado en París en 1215, por condenación de la Universidad de aquella
ciudad, bajo la presión del Legado Roberto Courzón, debió ser una víctima de esa
filosofía.
Ahora bien, nuestro sabio D. Rodrigo ¿hasta qué punto se relacionó con ese foco
de cultura árabe? ¿Cuánto recibió de esta cultura? ¿Cuánto se dejó formar e influir
de ella? Mis lectores en más de una ocasión habrán visto repetida, en la crítica
erudita a la violeta, la idea de que Jiménez de Rada es hijo espiritual de esa cultu-
ra, que a ella debemos varón tan excelso, que la Iglesia era impotente para produ-
cirlo. Escribe uno de esos sistemáticos depresores de la fecundidad cultural de la
Iglesia: «La gran figura de Jiménez de Rada es un testimonio de esa influencia ára-
be en la cultura nacional, proclamando en sus libros esa invencible influencia mu-
sulmaaa, aseverando desde su propio sepulcro la verdadera y efectiva dominación
del Islam en los paños árabes de los ornamentos de su mortaja prelacial.»
Esto es falsificar la historia con descarada y zafia mala fe, aprovechándose de
la insignificante circunstancia de que las vestiduras sepulcrales de D. Rodrigo,
que aun se conservan parcialmente incorruptas, son de estilo árabe, para inferir
de ello absurdamente, que también su gran cultura intelectual procedió de los
árabes. No se puede asentar proposición más falsa. Podemos afirmar que quienes
estampan tales aserciones sobre la cultura científica del gran Arzobispo, ni conocen
su historia, ni han leido sus libros inmortales, ni son capaces de entenderlos. Re-
tamos a cualquiera a que no señalará vestigios de esa influencia ni en el plan, ni
en el estilo, ni en el fondo, de ninguno de esos libros. Aún podemos asegurar, con
toda seguridad de no ser desmentidos por el mejor arabista, que D. Rodrigo es
un intelectual, que concibe y escribe en forma opuesta al árabe. Por que su filoso-
fía, teología y ética son macizamente católicas, y de su pluma fluyen siempre pen-
(1) Véase su obra. Einkintung in die lateinísche Phologie des Miítelalters. (2) Heterodoxos Es-
pañoles. III p. 116. edic. 2.
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samientos, conceptos y sentimientos netamente cristianos. Jamás aparece allí ni
sombra de la infección de los delirios astrológicos, astronómicos, cabalistas o
averroistas, que entonces en Toledo trastornaban a tantos cerebros. N i el plan de
sus historias se parece nada a las crónicas árabes, según lo demostraremos des-
pués. Mas si la cultura de Rodrigo no provino de los árabes, en cambio conocía
toda su cultura a fondo; porque poseía con perfección su lengua, estudió su Corán
para refutarlo, y leyó sus historias, como los más doctos árabes, y escribió una
propia de ellos, como veremos. De donde inferimos, que D. Rodrigo revolvió
abundantemente las obras árabes de toda clase, dogmáticas, filosóficas e históri-
cas con el fin de combatir sus errores. Pero es dudoso que se comunicara con sus
escuelas, y poco probable que fomentara, a imitación de su predecesor Raimundo,
las traducciones; yo, por el tono con que constantemente se expresa acerca de to-
das doctrinas y teorías árabes en sus obras, deduzco que D. Rodrigo fué hostil a
todos los escritos árabes, aunque con cierta tolerancia para cierta clase de perso-
nas; porque consintió que en la capilla de la Trinidad de Toledo se trabajase en
las traducciones.
Otro pueblo, también de cultura propia, afín al árabe más que al cristiano por
el odio común al cristianismo, era el semita. De él hay que afirmar, que en los
días de D. Rodrigo tenía concentrado en Toledo lo mejor que tenía en España
en la autoridad, en la influencia, en la ciencia, en el núcleo mayor de habi-
tantes y en la misma riqueza. Vivían los hebreos en Toledo en barriadas populo-
sas, sometidos a leyes especiales. También conocía D. Rodrigo el hebreo, lo mis-
mo que sus obras capitales de proselítismo, para rebatirlas, con más razón que los
árabes en cuanto a las doctrinales; porque los semitas eran más activos, más te-
naces y más astutos propagandistas de sus doctrinas, y alcanzaban mayor núme-
ro de prosélitos que los árabes; porque los cristianos propendían más hacia ellos
que hacia los mahometanos. D. Rodrigo los combatió siempre fuertemente en el
terreno religioso, mas los trató muchísimo, de muchas maneras, hasta merecer
censuras, en el terreno social, valiéndose de su destreza y práctica singulares pa-
ra la administración beneficiosa de los bienes temporales, que le pertenecían.
La cuestión judiega en la vida de D. Rodrigo es grave y no poco embrollada, y
para entender su conducta con los judíos, y la de Roma con Rodrigo en este pun-
to, es preciso recordar, en dos palabras, la legislación vigente de la Iglesia, votada
por el mismo Arzobispo en el Concilio de Letrán, en 1215.
Se les prohibió la usura excesiva con los cristianos; y se les obligó a pagar
los diezmos y demás derechos de los bienes adquiridos a los cristianos. Debían
llevar los dos sexos una señal exterior en los vestidos, para que se les distinguie-
ra. No se les deberá conferir cargos públicos.—Que vivan en casas separadas de
las de los cristianos. En juicio no tienen valor sus deposiciones contra los crístía-
noi. Se les permite vivir en los pueblos cristianos pro sola humanitate. Los con-
vertidos y bautizados voluntariamente no podrán usar ritos abjurados. (1)
Tales mandatos eran necesarios entonces, sin que valga decir que establecían
una irritante desigualdad social. Mayor la establecía, si no se aplicaban esas le-
yes, la perversidad de los semitas por sus abominables maquinaciones con los
musulmanes, y por sus sórdidas e inmorales usuras, con las cuales todo lo avasa-
llaban y sobornaban, comenzando por los Reyes y los más altos Señores, que lue-
go caían en sus garras. Se comprende esto con solo recordar que ellos practica-
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ban la usura en el máximo grado legal. Y el interés legal era en el siglo XIII el
25 por 100. (1) ¿Cuál sería el clandestino e ilegal del avariento semita?
En España jamás se aplicaron estrictamente los cánones de la Iglesia, a causa
de la especial compenetración social de los judíos con los cristianos, particular-
mente porque los israelitas hacían sentir la necesidad de su trato por su habilidad
en los asuntos financieros, de los cuales eran ellos los amos. Lo propio ocurrió
con los que promulgó el Concilio Lateranense, a pesar del sumo empeño, que Ino-
cencio III puso, para que se implantaran en seguida y con toda exactitud, por la
poderosa resistencia, que en todas partes opusieron.Pero donde era mayor su po-
der mayor fué su resistencia; y según notamos, el mayor y más inteligente poder
de los hebreos en España estaba en el dominio eclesiástico de D. Rodrigo, en el
Arzobispado y ciudad de Toledo. Allí inspiraba a todos en sus iniciativas el rabi-
no escritor Macazi Sephardi, natural de Toledo. (2) Pero lo mejor era, aún para
los cristianos españoles, la exacta aplicación de los cánones publicados, como en-
tendía el mismo D. Rodrigo, quien, sin embargo, no se esmeró en hacerlo desde
el principio. Honorio III le escribió por eso, el 26 de Enero de 1218, encargándole
que obligase a los judíos a llevar divisas y a pagar diezmos, refrenando también
con censuras a los cristianos cómplices de estas infracciones, en toda su Archídió-
cesis. Lo mismo le ordena respecto de todos los judíos de su legacía, que es Espa-
ña entera. (3) No debió urgir fuertemente en su Arzobispado el cumplimiento de
estos puntos, y se le acusó ante el Papa de ello, y aún de que los hebreos edifica-
ban casas en su Provincia eclesiástica. Honorio volvió a encargarle, el 18 de Mar-
zo de 1219, casi lo mismo que en la Bula anterior. (4) ¿Produjo mejor efecto.? Dice
el P. Fita. «Honorio III urgió y obtuvo en España la ejecución del los cánones
67 y 68 contra los judíos... por medio de cuatro bulas dirigidas al célebre D. Ro-
drigo Jiménez de Rada.» (5) No es exacto como se va a ver, si no es con restriccio-
nes. D. Rodrigo, en unión con San Fernando, pidió la suspensión de las divisas,
porque, según decía, unos judíos prefieren emigrar a los moros, a llevarlos, otros
conspiran por eso contra el orden, y se ponen en peligro las rentas reales, que de
ellos proceden en gran parte, y concluye, que amenaza daño en el reino, si se eje-
cuta ese canon. Honorio III le da al Arzobispo la facultad de suspenderlos, pero
«durante el tiempo que conocieres que hace falta, sino recibes mandato apostólico
de ejecutar esos cánones» (6) Veinte de marzo de 1219. Mas sólo para el reino de
Castilla concede esa facultad, y por lo mismo D. Rodrigo debía hacer cumplir los
cánones del Concilio ecuménico en todos los demás estados de España, que esta-
ban sujetos a su legacía. Recuérdese aquí que también los sarracenos imponían a
los judíos las divisas de trajes distintos. (7)
El Arzobispo de Toledo pasó más adelante con los poderosos judíos de su dió-
cesis, viendo que no era posible someterlos a las obligaciones impuestas, sin gra-
ves y muy peligrosas perturbaciones. Les propuso una avenencia muy hábil y ori-
ginal, conocida en la historia con el nombre de «Famosísima concordia de D. Ro-
drigo con los judíos de Toledo.» La redactó en el apogeo de los praparativos de
la segunda cruzada contra los moros, que hemos narrado. Los judíos la acepta-
ron, y el 16 de junio de 1219 se firmó en Segovia, ante San Fernando. He aquí su
resumen. Los hebreos varones de veinte años arriba, se obligan a pagar la sexta
parte de un áureo, (8) cada año, sin distinción de casados y solteros, y con esto
(1) Maura - Gamazo. - Rincones de la Historia. I. c. 6. (2) Rodríguez de Castro. Escritores rabi-
nos. I. p 163 adelante. (3) Liber priv. I. f. 47. (4) Ap. 71. (5) Actas Inéditas. Part. II. p. 234.
(6) Ap.72. (7) Hu.ci. Campaña de las Navas, p. 15. (8) Valía el áureo un ducado.
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satisfacen al Arzobispo lo que deben por diezmos y oblaciones de las heredades,
que hasta esa fecha poseen; pero todas las que adquieran de cualquier modo en
adelante de los cristianos, quedarán sujetas al tributo señalado por la ley de Le-
trán, exceptuándose las casas, que posean o construyan. Establece la cláusula,
tan favorable a los cristianos, de que las fincas, que éstos compren a los judíos,
quedarán exentas de ese tributo. E l Arzobispo, después de declarar, que con esto
perdona todo, añade, que él nombrará cuatro ancianos adelantados de la Aljama
de Toledo, y dos de cada Aljama del resto del Arzobispado, juramentados, para
que, cuando surjan dudas acerca de la edad y demás extremos, resuelvan las co-
sas en conciencia, conforme a la verdad. Los ancianos harán pagar lo pactado a
los rebeldes; sino el Arzobispo lo reclamará a la Aljama, que estará obligada a
satisfacérselo. Se pagará la colecta entre San Miguel y San Martín. D. Rodrigo se
obliga así: «Además el Arzobispo defenderá y ayudará a los judíos según Dios
y según su dignidad, cuanto pudiere.» (1) Esta concordia ingeniosa y audaz, sin
semejante en la historia española, prueba que el Arzobispo, en vez de poner en
práctica los cánones, los armonizaba con la situación presente.
El príncipe de los historiógrafos del pueblo judío en España escribe comentan-
do esta concordia: «Rodrigo no fué siempre adicto a los judíos.» (2) ¿Es esto una
acusación, que perjudica a D. Rodrigo? Pero ¿con qué derecho supone Amador de
los RÍOS que D. Rodrigo fué alguna vez adicto a los mismos? ¿Acaso porque en la
frase últimamente copiada del documento les promete favor y ayuda? ¿O porque
en tiempos posteriores se sirvió de algunos de ellos, por ser más expertos que los
cristianos, en asuntos financieros, y hubo quien hizo de esto contra el Prelado un
capítulo de denuncias al Papa? ¿O porque reiteradamente concierta con ellos con-
tratos de compra-venta? Yo no he visto otra cosa para dictaminar así, ni el acu-
sador alega. Mas cualquiera comprenderá que en tales actos no hay rastro de fa-
vor, que indique la cualidad de adicto, sino la mucha habilidad del Arzobispo pa-
explotar las condiciones de la raza judiega, para los fines de la vida financiera.
No hay ninguno de esos actos de protección en pro de los hebreos; hay destreza
para los fines sociales, como también en pedir, como gran consejero y ministro de
San Fernando, que se suspendiera el cañón de las divisas de trajes, para evitar el
éxodo imprudente del capital castellano y el desequilibrio funesto, que esto pro-
duciría, si se aplicaba el canon bruscamente.
Por lo demás, era natural que se mostrara D. Rodrigo poco adicto a los judíos,
que tan odiosos se hacían, por mil conceptos, a la cristiandad; ya por su hostilidad
al nombre de Cristo, ya también por las devastaciones, que producían en la eco-
nomía nacional privada y pública por las artes sórdidas de la usura. Además en
Toledo había una enorme herencia de agravios de muchas generaciones, que ha-
cía más repulsiva la figura del judío, por la cadena incesante de ataques desde la
populosa judería, y por las no interrumpidas traiciones contra los cristianos. A la
fuerza tenía que ser contrario a los hebreos D. Rodrigo. Debía, por su cargo, com-
batirlos enérgicamente en el terreno religioso, para destruir su proselitismo, des-
enmascarando a sus arteros rabinos, y persiguiendo, como ministro del Reino, sus
perfidias y delitos, que conocía él mejor que nadie. Por lo demás los trataba con
equidad y moderación, como Prelado virtuoso, y gobernante justo y ecuánime. «La
situación de los judíos españoles era entonces privilegiada, no sólo respecto de
los moros, sino respecto de sus correligionarios de otros países.» (1) Lo que qui-
zás con más visos de verdad se puede decir contra D. Rodrigo es, que propendió
(1) Memorias... 292-293. (2) Amador de los Ríos. Hist. II. (3) Rincones de la historia. I. c. 6.
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en demasía a utilizar sus aptitudes para los asuntos públicos y privados; por ven-
tura en complicidad con San Fernando. Lo cierto es que la corte castellana envió
como embajadores a los judíos a las cortes agarenas.con peligro de que revelaran
los secretos de los estados cristianos. Honorio III mandó en 1220 a D. Rodrigo
que como Legado, con otros Obispos, se lo prohibiese, a los Reyes de León, Casti-
lla y Navarra. (1) Se le debió obedecer; porque no hay indicios de otras prevari-
caciones. Por un error de cifra tiene que explicarse la fecha de la firma de la fun-
dación del Hospital de los Caballeros para redención de cautivos, el 16 de Junio,
en Toledo. Rodrigo y San Fernando no podían estar a la vez en Segovia y Tole-
do. (2) D. Rodrigo se marchó de Segovia a Sigüenza a visitar a su anciano primo,
D. Rodrigo, (3) Obispo de Sigüenza. Como arbitro inapelable, el 29 de Junio, sen-
tenció, en esta ciudad, el fin del pleito, que los clérigos de Atienza y sus aldeas te-
nían sobre emulumentos eclesiásticos, imponiendo la multa de 1500 áureos, que
debería repartirla, el que lo renovase, entre el contrincante, el Obispo de Sigüen-
za y el Arzobispo de Toledo. (4) Luego realizó la campaña de Levante. (5)
Narremos ahora el grave negocio del Obispado de Osma, en que D. Rodrigo
tuvo que intervenir, como actor principal, con harto ruido. Se refirió ya cómo A l -
fonso VIII dejó la villa de Osma para la mitra episcopal de Osma en reparación de
los agravios inferidos. Menendo, Obispo Oxomense, la reclamó de los testamenta-
tarios en seguida, con la intrépida vehemencia, que le caracterizaba, requiriendo
a D. Rodrigo más que a nadie, por ser el el principal testamentario, y correspon-
derJe más estrictamente que a ninguno el apresurar el cumplimiento de las dispo-
siciones pías, como eclesiástico. Pero los testamentarios no accedieron, sino que
dieron largas al asunto. Impaciente el Prelado de Osma, el año 1216 acudió a
Inocencio III. E l Papa nombró una comisión compuesta de personas pertenecien-
tes al Reino de Navarra, el Prior, Sacristán y el Canónigo, P. Amable, miembros,
los tres, del Cabildo de Tudela. No quiso el Pontífice comisionar ningún castella-
no; porque veía que era cuestión muy delicada, por cuanto los jueces tenían que
residenciar a la corte de Castilla, y requerir al primer ministro del Estado, D. Ro-
drigo, cuya gestión era discutida en este punto. Porque los testamentarios no ur-
gían el cumplimiento de ese artículo, a causa de que Osma era una de las pobla-
a
ciones señaladas en arras a D . Berenguela, con ocasión de su ya disuelto enlace
con Alfonso IX de León, razón por la cual la corte de Castilla no soltaba el soli-
citado consentimiento de ejecución. Inocencio III sin embargo autorizaba a los co-
misionados navarros para subdelegar, y subdelegaron en efecto en el Prior y un
monje de Silos, alegando por motivo negocios arduos, que se lo impedían. Éstos
citaron luego al Obispo de Osma, y a tres de los testamentarios, Tello de Palen-
cia, la Abadesa de San Andrés del Arroyo y G. Rodríguez, Caballero Santia-
a
guísía, que estaban sin duda por D. Berenguela; pero a D. Rodrigo no, quizás
porque se inhibía de esto; acaso por estar en Roma, o porque no le era posible
coincidir con los otros tres. Los monjes pidieron al Arzobispo el atestado del tes-
tamento de Alfonso VIII, y declaran que saben: «por carta del Arzobispo, que el
anterior Rey había legado en su última voluntad la citada villa con sus perte-
nencias al expresado Obispo e Iglesia de Osma, y que el mismo había rogado a
los mencionados (testamentarios) que entregasen la villa al mismo Obispo.» (6)
(1) Rainaldo- Anual. Año 1220. n. 49. (2) Memorias... p. 293. (3) Minguella. Tom. I. p. 197.
14) Mmguella. 524 y 525. (5) A pesar de estar ausente de la corte aparece la firma de Rodrigo en las
cartas reales de 2 y 12 de Diciembre, en Dueñas y Burgos. (6) Veáse en el Apéndice la serie de do-
cumentos principales referentes a este asunto. Léase en la «Biografía Eclesiástica completa» tomo 13
el Articulo sobre Mendo (p. 785-790) bien informado, pero tilda algo, sin razón, el buen nombr e de
D. Rodrigo.
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Se ve que D. Rodrigo disentía de sus compañeros. Sin embargo su consejo de en-
trega no era incondicional, sino causa rei servandce, de modo que la tuviese el
Obispo mientras se resolviese el litigio de las arras. Creo que el Arzobispo estaba
en lo razonable. Alfonso III decía en su testamento así. «Por eso en compensación
del dicho dinero (5 mil morabetinos recibidos del Obispo simoníaco,) mando entre-
gar íntegramente a la iglesia de Osma el castillo de Osma con la villa de Osma y
con todos sus derechos, después de la muerte del conde Gonzalo, al que se la di
por su vida a cambio de una heredad, que él me dio» Natural era que, muerto el
conde Gonzalo, pasara la villa oxomiense luego a la posesión del Obispo, mas
bajo la condición de que un día podía necesitarse, según ley de arras. Los tres tes-
tamentarios no hicieron caso a los monjes. Se presentó el Obispo de Osma; por
lo que los delegados, habiendo oído el consejo de los tres comisionados navarros,
que les habían encargado la cuestión, y máxime, añaden, por esa respuesta de
D. Rodrigo, deciden que se entregue Osma a su Obispo, y declaran incursos en
excomunión a los otros testamentarios, que disentían de D. Rodrigo. (1)
Informaron de todo a Enrique I, que el 17 de febrero de 1217 dispuso la ejecu-
ción del testamento, a disgusto de los Laras, y creo que con viva oposición de
a
D. Berenguela, que en aquella fecha estaba en forzosa incomunicación con su
hermano, y de seguro muy empeñada en que no se cumpliese ese punto del testa-
mento por el mal sesgo, que tenía su causa, y podría necesitar la villa de las arras.
Menendo con los documentos y sentencias en la mano se presentó ante Honorio
III, el cual le envió contento a España, mandando al Obispo de Zaragoza y a dos
Arcedianos suyos, que le hiciesen justicia. Honorio III tuvo también presente la
dificultad de encomendar el negocio a los Prelados castellanos, que podrían doble-
garse, por diversas causas, ante la inflexibilidad del poder supremo del Estado, y
escogió comisionados aragoneses, que, en verdad, desarrollaron en su comisión
todo el tesón característico de su raza. Sancho de Ahones, Obispo de Zaragoza,
no era un sujeto muy a propósito. Era duro, destemplado, algo irrespetuoso
con la autoridad de su Rey Jaime. Que, siendo merecidamente atravesado por la
lanza su hermano, Pedro de Ahones, señor de Ribagorza, cuando con la suya ata-
caba, en rebelión, a su propio Rey, y honrosísimamente enterrado, de orden del Mo-
narca, con todo, el Obispo, alzóse con sus parientes contra la legítima potestad,
y mantuvo guerra mortífera contra la misma, largos días. Esto explica el tono no
mesurado y poco inductivo de alguno de sus monitorios a D. Rodrigo.
Con la muerte de Enrique empeoró la causa de Menendo, y se complicó la ges-
tión de D. Rodrigo: que nunca fué Fernando el Santo flojo en ceder sus derechos,
y en esta ocasión defendía los de su admirable madre.
Sancho de Ahones encargó la ejecución del mandato pontificio a D. Rodrigo,
único testamentario, que hasta entonces estaba por Menendo, encargándole a la
vez, que obligase a la Corte de Castilla a reconocer al mismo Obispo una por-
ción de diezmos. No se movió Rodrigo, y alguien lo explica diciendo, que «co-
mo hombre político, pensó detenidamente las circunstancias, que concurrían en el
a
asunto, y dedujo que no debía mezclarse en él por mediar la reina D . Berenguela,
el interés de su hijo D. Fernando, el de la corona, o patrimonio Real.» (2) Sin perder
tiempo le dirigió el monitorio siguiente: «Sancho, Obispo, y P. Bertrán, Arcediano
de Zaragoza, Jueces delegados del Papa, salud y sincera caridad al Venerable en
Cristo P. y Reverendísimo amigo, Rodrigo, por la gracia de Dios, Arzobispo de
Toledo. Si recordamos bien, encomendamos a vuestra prudencia la ejecución de
(1) Loperráez. III. Documento XXXVII. (2) Biografía Bel. Univ. Art. Menendo.
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la sentencia, que dimos, conforme al mandato del Sumo Pontífice, sobre la villa
y pertenencias de Osma en favor de su Obispo y su Iglesia. Como vemos que aún
no la habéis ejecutado, y la verdad nos constriñe a amar la justicia, por la auto-
ridad apostólica, que tenemos, os mandamos lo más severamente que podemos,
que sin demora la ejecutéis, según el mandato apostólico; de lo contrario castiga-
remos a los demás, que se oponen, para que no seamos reprendidos de inobedien-
cia.» (1) Loperráez omitió la fecha de esta carta; pero sabemos que es del aña
1218, anterior al casamiento de San Fernando; porque en la respuesta dice D. Ro-
drigo que el Rey no tenía aún cumplidos 20 años, y en su historia escribe que se
casó a los 20.
A tan autoritaria comunicación responde D. Rodrigo, repitiendo el mandato y
añadiendo así cómo lo ha cumplido: «Nosotros hemos amonestado frecuentemen-
te y con diligencia a los predichos Rey y Reina, según vuestras órdenes y avi-
sos; aunque al oír nuestras amonestaciones diferían el cumplir esto, respondien-
do que iban a tener consejo con los magnates: que por la comisión del Papa he-
cha a mí de los consignados, (Rey y Reina) y por el escándalo y los muchos da-
ños, que podría engendrar el proceder con censura ecclesiástica a la ejecución,
no creímos que debíamos proceder. Por lo que os rogamos atentamente que nos
tengáis desobligados en la causa; porque lo mismo que a mí podéis mandar a los
otros... Se me respondió que hasta el día de San Juan, en que el Rey hará el año
veinte, no me podían responder plenariamente; porque se había dispuesto en su
corte, que ningún negocio arduo, que se refiera al mismo Rey, se tratara hasta
ese tiempo...» (2) Noticias tan instructivas patentizan la gravedad del caso y su di-
ficultad. Los dos jueces de Aragón respetaron ía decisión de D. Rodrigo. Tres
veces sucesivas enérgicamente encargaron lo mismo a los Obispos de Palencía
y Burgos, pero siempre sin fruto. Por fin se resolvieron los jueces a dirigirse al
mismo Fernando, informándole de todo, y conminándole con censuras contra él y
contra su Reino, sí no cumplía la sentencia. En esto, D. Rodrigo y los Obis-
pos de Burgos y Palencía invitaron a Menendo de Osma a una transacción con
San Femando, a lo que accedió él, y el Arzobispo se dirigió a San Esteban de
Gormaz, Diócesis de Osma, y después de vencer dificultades, el 11 de Octubre de
1223, publicó D. Rodrigo un manifiesto dirigido a toda Castilla, a instancia de;
Obispo Menendo, y de conformidad con San Fernando, para notificar el convenio,
que el Rey y el Obispo han hecho. Menendo renuncia al pleito de las décimas,
protestando, que ya en tiempo de Alfonso VIII las había reclamado, como consta-
ba por las deposiciones de los testigos, que entonces recibiera el mismo Arzobis-
po, y las tenía archivadas aún; en cuanto a la posesión de la villa de Osma, se re-
serva la libertad de hacer lo que bien le pareciera. San Fernando de grado le con-
cedió las décimas y otros emolumentos provechosos. Hora era de que así se qui-
tara cuestión harto escandalosa, que no poco mermaba el nombre de los Reyes en
toda España, y roía la paz de D. Rodrigo, cuya posición era delicada en los dos
aspectos de justicia y religión.
Pero cuestión más agitada y ruidosa que ésta, y que más comprometió el buen
nombre de la corte de San Fernando, a la vez que hizo más importante el de Don
Rodrigo, fué la famosa y complicadísima de la diócesis de Calahorra, que se pro-
longó cerca de 24 años, de 1216 a 1237, en medio de diversos y extraordinarios
casos e incidentes, que es preciso claramente referir, para que se vea bien la me-
morable intervención del Arzobispo de Toledo, y su actuación opuesta a la de la
(1) Loperráez. IV. p. 57. Memorias. 256-257. (2) Loperráez. III. p. 58.
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Corte castellana, en ciertos puntos. Tejeremos la narración con la debida distin-
ción y orden, omitiendo todo lo que no sea necesario en esta historia. En 1216,
reinando Enrique I, murió D. Juan García, Obispo de Calahorra. En la elección
del sucesor se dividió el Cabildo en dos bandos, y cada uno eligió su candidato.
El uno al Dean de Calahorra, Rodrigo, el otro al Prior de la Colegiata de Tu-
dela, Guillermo Duran. Cuando éste, ya consagrado, se posesionó de su Catedral^
los del bando contrarío arremetieron contra él, y tras abominables ultrajes, lo
arrojaron de ella y del Obispado. Acto tan irreverente produjo una causa larga,
en que D. Rodrigo tuvo que intervenir príncipalísimamente, por encargo del Pontí-
fice Romano. Se delató a Roma injuria tan grande, y Honorio III, el 21 de Mayo
de 1219, comisionó a nuestro Arzobispo para que instruyese el proceso de la elec-
ción del mencionado Obispo Guillermo, y para que subdelegase en varios miem-
bros del cabildo de Pamplona la facultad de procesar y castigar a los autores de
los delitos y desafueros injuriosos, cometidos contra el citado Obispo. Siete días
después, Honorio III, por medio de otra bula, mandó a D. Rodrigo que entregase
a D. Guillermo lo conveniente para su honesto sustentamiento de los réditos de
la mitra de Calahorra, mientras se sustanciase la causa de la validez de la elec-
ción. E l Papa relata en esa bula otras cosas dignas de mención, y encarga a Don
Rodrigo otra comisión más. Relata cómo el Arzobispo de Tarragona, que era el
Metropolitano de Calahorra, había comisionado al Obispo de Pamplona y a al-
gunos capitulares de la misma Iglesia el conocimiento de la causa de la elección.
Los delegados navarros se declararon en favor de D. Guillermo, Prior de Tudela-
Es de suponer que no fué por afecto de paisanaje, sino sinceramente. No se aquie-
tó el clero calagurritano; por lo que, después el mismo Papa dio la misma comi-
sión al Obispo Mauricio de Burgos y dos Arcedianos suyos. Éstos declararon nu-
las las dos elecciones. La del Dean de Calahorra, porque faltó la convocación de
todos los cabildantes calagurritanos: la del Prior de Tudela, porque estaba ligado
con censuras. Añade Honorio que esto último no lo ha podido comprobar, a pesar
de haber estado en Roma el Obispo Prior. Se ordena al Arzobispo que comprue-
be si esto último es verdad.
Mas D. Rodrigo dio un giro completamente nuevo y grave a esta delicadísima
cuestión, arrogándose poderes, que el Sumo Pontífice no le concedía; al menos,
no aparecen en la citada bula, ni en otra alguna. En la citada bula del 21 de Ma-
yo mandaba el Papa a D. Rodrigo, que ínterin se dilucidase la legitimidad
de la elección, pusiera al frente de la Sede vacante un gobernador eclesiástico,
con poderes de Obispo, menos el de dar dignidades y beneficios; «pero traspasan-
do los poderes, que la Santa Sede le comunicaba por su misiva, bien fuese inten-
cionadamente, bien en atención a otras causas, procuró se eligiese, e instaló como
Obispo calagurritano, a Juan Pérez, Arcediano de Toledo, excluyendo jurídica-
mente a Guillermo Duran, el cual estaba ya consagrado Obispo por aquellas fe-
chas, y llevaba la Administración de la diócesis.» (1) En Octubre de 1220 Juan Pé-
rez figura como electo de Calahorra. Se formalizó nuevo proceso sobre la legiti-
midad de las tres elecciones, por orden del Papa, siendo jueces el Obispo de Os-
ma, el Tesorero de la misma y el Arcediano de Burgos; pero triunfó D. Rodrigo
antes de año y medio: porque, D. Juan Pérez, nombrado por el Arzobispo, era re-
cibido como Obispo por el Cabildo y diócesis de Calahorra en Junio del año 1221,
y gobernaba pacíficamente. (2) ¿Cómo se explica tan rápido e inopinado resultado
(1) D. Mauricio, p. 107. (2) Ibiden - D. Guillermo poco después se conformó a vivir como canó-
nigo de Calahorra, sin ostentar las ínfulas episcopales. Caso raro.
—211—
de un acto arbitrario de D. Rodrigo? No lo dice la historia, pero lo deducimos por
ciertos datos. En el célebre documento de la sentencia arbitral, que luego revela-
remos, se dice solamente, que D. Rodrigo era «amigo particular del Obispo,
Juan Pérez y del cabildo de Calahorra» et specialis amicuseomm Archiepiscopus
Toletanus. (1) De Juan Pérez, porque debió intimar mucho con él en Toledo, lo
mismo que intimó con D. Mauricio, cuando era Arcediano de la Catedral prima-
da; pues Pérez sucedió a Mauricio en ese cargo. Se hizo amigo del Cabildo, sin
duda porque defirieron a sus deseos los capitulares, y aceptaron unánimemente
a su candidato. En verdad que fué D. Rodrigo un amigo fino y provechoso del
Obispo y Cabildo de Calahorra, sagún se verá.
A penas fué puesto Juan Pérez al frente de la diócesis por el Arzobispo de Tole-
do, se encontró en lucha con toda la poderosa orden de Cluny, abroquelada con
el favor de los Reyes de Castilla; y entonces experimentó Juan Pérez nuevamente
cuanto valía la amistad de D. Rodrigo. Cuando en 1216 murió el Obispo predece
sor de Pérez, quedó en suspenso el pleito, que la mitra calagurriiana tenia con ios
cluniacenses, respecto de Santa María de Nájera. Honorio III se lo había encomenda-
do a los Obispos de Pamplona y Tarazona y al Abad de Iranzu, celebrado monas-
terio de Navarra. Reclamaba el Obispo de Calahorra que se le reconociese la juris-
dicción y sumisión, que, según él, le debía el monasterio cluniacense de Santa Ma-
ría de Nájera con todos sus prioratos, dando por razón, que ya de muy antiguo
había sido incorporada la Iglesia de Nájera a la calagurriiana. Negáronse a ello
los cluniacenses, guiados por su Abad general, Guindonio, y sostenidos por San
Fernando. Alfonso VI, desatendiendo las reclamaciones del Prelado de Calahorra,
habla concedido a la orden de Cluny, a Santa María de Nájera con sus priora-
tos. Rica y honrosa concesión; pues era Santa María una gran joya, erigida por
los Reyes de Navarra, para gloria de la Iglesia, y tumba de varios personajes
Reales navarros. Había sido además declarada catedral independiente,si bien pron-
to perdió esta independencia. Los sucesores de Alfonso VI tenazmente sostuvieron
lo hecho por aquel Monarca; porque era tradicional en todas las cortes de los Rei-
nos españoles la devoción muy honda a los cluniacenses, desde que Sancho él
Mayor de Navarra los importó e introdujo en todos los Reinos, por medio del la-
moso monje Paterno. Los hijos del Rey navarro heredaron de su padre el amor
a los cluniances, si cabe hasta la exageración, y de ellos descendió a los nietos
con la sangre, y Cluny llegó a imponerse en España, y especialmente en Castilla,
de una manera tan odiosa, que irritó a la Iglesia española, y sobre todo al Epis-
copado indígena, por las innovaciones asaz contrarias a la disciplina española,
por medio del poder de los cetros Reales, que utilizó en España. He aquí unos
ejemplos. Fernando I, hijo de Sancho el Mayor y primer Rey de Castilla, extremó
tanto esa devoción a los cluniacenses, que llegó a decretar un censo en su favor,
censo que duplicó su hijo Alfonso VI, conquistador de Toledo, bajo la irresistible
inspiración del paladín principal del cluniacencismo y del aborrecido galicanismo,
el famoso D. Bernardo, Abad de Sahagún y primer Arzobispo de Toledo, en la re-
conquista, que inundó a España de Prelados franceses. Se opuso fuertemente el
Episcopado español al establecimiento del monacato cluniacense, porque sus mo-
nasterios eran exentos, y a la vez entre sí íntimamente unidos bajo una autoridad
efectiva y única, a la que se sometían absolutamente, y la cual los defendía con
un p®der extraordinario, que sólo dependía de Roma. Éste fué el gran cambio,
que trajo la reforma cluniacense a la Iglesia. Formó un cuerpo único, compacta-
-212-
mente organizado, dirigido por una sola cabeza, que imperaba sobre los Abades
y monasterios, con plena jurisdicción, excluyendo la de los Obispos. En el tiempo,
que estamos, 1220, el Abad de Cluny tenía bajo su mando cerca de dos mil ceno-
bios en Europa; y de ellos eran los principales de España, tales como Sahagún,
Oña, Leire, Irache, San Juan de la Peña, etc., etc. Hasta la entrada de los clunia-
censes el monacato español dependía de la jurisdicción episcopal. Por lo tanto ha-
bía causa para que los Obispos españoles recibiesen mal a los monjes de Cluny,
además de que venían dominados de un espíritu innovador según el modelo de su
tierra. La exención fué una fuente inagotable de disturbios, pleitos, riñas y repre-
salias cruentas, de que están maculadas las historias de los Obispados y de las
Abadías cluniacenses, durante tres centurias. En la obra presente vemos varios
ejemplos harto escandalosos, en que D. Rodrigo intervino por encargo de los Pa-
pas en bien de la Iglesia. Por este motivo, si florecía en las cortes de los Re-
yes la devoción a los cluniacenses, en las curias episcopales de España perduraba
la aversión. Y D. Rodrigo era su adversario franco; primero porque era cister-
cíense hasta la medula, y los cistercienses eran los monjes más opuestos a los
cluniacenses, como se comprenderá más adelante; después, porque era acérrimo
enemigo de la exención, y campeón de la plenitud jurisdiccional de los Obispos;
eomo lo demostrarán sobradamente sus actos posteriores.
Con esta exposición de los hechos aparece en seguida qué posiciones manten-
drían San Fernando y D. Rodrigo en la causa del Obispo de Calahorra con la
Abadía cluníacense de Nájera, el año 1220, en que D. juan Pérez reclamó de los
jueces arriba mencionados, que resolviesen tan grave cuestión con la autoridad
del Papa, lina circunstancia particular vino a entorpecer la inmediata resolución.
Entre el año 1216 y 1220 habían desaparecido los Obispos de Pamplona y Tara-
zona y el Abad de Iranzu, y ocupaban sus puestos los sucesores. De esto se apro-
vecharon los monjes de Nájera para rechazar a los jueces. Pero se les replicó que
Honorio III no nombraba a dichos Prelados, en razón de sus personas sino de sus
Sedes, y que los sucesores eran verdaderos delegados pontificios. Establecido y
admitido esto, el Obispo de Tarazona y el Abad de Iranzu procedieron a la con-
clusión del proceso. E l Obispo de Pamplona se negó a actuar, quizás por no lasti-
mar a la Corte de Castilla, porque el nuevo Obispo era D. Ramiro, Infante de Na-
varra, hermano de Sancho el Fuerte, excelente Prelado, pero que tenía que tener
particulares airamientos con los reyes de Castilla, como miembro de la familia
real de Navarra. En cambio, a pesar de guardarlos grandísimos D. Rodrigo, como
tan metido en la Corte castellana, se puso abiertamente frente a San Fernando
con el peso de su influencia y conocimientos, y apoyó a su especial amigo. Los
monjes de Nájera acumularon toda clase de argumentos, empezando por las con-
cesiones hechas a Santa María de Nájera por los reyes de Navarra, (de los que se
derivaban los más poderosos para su objeto) y concluyendo con la protección de
la corona. Pero la oposición, que hizo D. Rodrigo, fué irresistible. Inclinó a los
jueces en favor del calagurritano, encauzó la voluntad de Honorio III hacia el
mismo lado, y se movió con tal ardor en Castilla, para que nadie trabajase en pro
de los monjes, que para comprender el efecto que producía basta que saquemos
de las actas de esta causa el dato siguiente. Dicen las actas que tal terror infundió
el Arzobispo con su presión a los abogados de Castilla, que ninguno de ellos
quiso defender el derecho de los monjes, a pesar de alentarles el amparo del rey.
Los cluniacenses intentaron valerse de esto, para escaparse de la prosecución del
proceso, pero se les contestó que en Navarra y Aragón había abogados tan ex-
-213-
pertos como en Castilla. (1) Dominados así los adversarios del Obispo electo de
Calahorra, y fuertes los jueces pontificios con el apoyo del Papa, que favorecía al
electo, sobre todo, desde que se enteró que los monjes habían rechazado a mano
armada a D. Juan Pérez, y que el rey de Castilla habíales prestadora fuerza mili-
tar necesaria para la resistencia, que por fin pronunciaron la sentencia el año 1221,
y la notificaron con este encabezamiento.
«García, Obispo de Tarazona, y Domingo, Abad de Iranzu, a los venerables Pa-
dres en Cristo Arzobispo de Toledo y a los otros Obispos, Prelados y Cabildos
de Castilla.» En la primera parte copian el Breve de Honorio III, que les autoriza
para sentenciar la causa. En la segunda adjudican al Calagurritano lo que reclama
enNájera. En la tercera intiman a los Prelados de Castilla, para que observen el en-
tredicho, que ponen en las Iglesias del reino castellano, hasta tanto que Fernando
con su autoridad real, por medio del brazo secular, obligue a los monjes a cumplir
la sentencia. Explican el motivo de ese entredicho tan extraordinario, exponiendo
los hechos, en que aparece la complicidad del rey en los sucesos pasados, ofensi-
vos del electo de Calahorra, porque recuerdan, que habiendo escrito a Fernando,
para que reprimiese a los que acometieron con las armas, avisándole que estaban
excomulgados, ni él ni su madre, Berenguela, quisieron admitir las exhortacio-
nes. (2) Por un acto de extraño retraimiento el Calagurritano dejó de recoger el
fruto de tantos esfuerzos. Honorio III, estando para confirmar esa sentencia, por
alguna razón particular, ordenó la revisión del proceso ante nuevos delegados.
Tanto el electo, como el Cabildo, no quisieron comparecer, y por lo mismo, tras
una fuerte multa pecuniaria, retrocedió la causa al estado primitivo. Cobraron
fuerzas los monjes, desmayáronse los bríos de los calagurritanos, y los sentimien-
tos de amistad movieron a D. Rodrigo aconsejar, a que el electo y el Cabildo de Ca-
lahorra se acogieron a un fallo amistoso, poniendo todo en manos del Obispo
Mauricio de Burgos, previo consentimiento del Metropolitano de Tarragona, que
era necesario. A lo mismo se avino la parte contraria, y Mauricio de Burgos dio
la famosa sentencia arbitral, en que puso una norma prudente para este género
de cuestiones en España. Su resolución favoreció mucho más a los monjes de
Cluny que al electo de Calahorra, pues sentenció que no le debían sumisión, sino
que le debían ciertos honores particulares, como a Ordinario. Decía la sentencia
que esa decisión se daba, a condición de que la aprobaran el Metropolitano de
Tarragona y D. Rodrigo. Este la aprobó lo mismo que el Tarraconense, y se ter-
minó tan grave causa. Adelante veremos una nueva prueba resonante de esta
amistad de D. Rodrigo con los colagurritanos.
En cambio palidecen esta mesura y discreción del insigne Mauricio en la áspera
lucha, que sostuvo con los monjes de Santo Domingo de Silos, sobre jurisdicción
y diezmos, como se desprende de las noticias, que Honorio III participó a D. Ro-
drigo, el 5 de diciembre de 1219, al encomendarle la pacificación de los irritados
ánimos de los monjes y del Obispo. Al verse rechazado indignamente del cenobio
por la mayoría de los monjes, mostró cierta exasperación el fuerte Prelado, e in-
flamó con esto vivamente los genios de sus acompañantes, los cuales cometieron
excesos sangrientos, hasta quebrantar el cañón manus violentas injicíentes contra
elencos, y no reprimió con el vigor, que debía muchos desmanes, que en tiempos
posteriores ejecutaron, allanando el monasterio. Tras muchos incidentes in-
juriosos, se arregló todo por mutua transacción, sin que el Arzobispo de Toledo
-214-
con los dos Deanes de lasados Iglesias que gobernaba, tuviera que hacer uso de
los poderes del Papa. (1)
Una amonestación de Honorio'III, "del 15 de Septiembre de 1220, tiñe de color
dudoso la conducta de D. Rodrigo respecto del gobierno de la diócesis segoviana,
que estaba a su cargo. Le escribe'el;Papa: «Estando enfermo en otro tiempo nues-
tro Venerable'Hermano, el Obispo de Segovia, de la enfermedad, que todavía pa-
dece, deseando atender con la debida solicitud a la Iglesia segobiense, sujeta a los
males de la viudez, pusimosla a tu "cuidado y vigilancia, encargándote que la sir-
vieras espiritual y temporalmente^en todas las cosas, que son del oficio episcopal,
y que suministraras al Obispo y a su servidumbre necesaria, la honesta sustenta-
ción, de las rentas de la Iglesia. Pero tú has descuidado y abandonado la carga,
que te impusimos, sin nuestra licencia y conocimiento, por las molestias, ya de
los que están a tu cargo, o ya de algunos canónigos segovianos. Si te parecía
molesto o imposible, no debías abandonarlo, sino resignarlo en nuestras manos.
Mas dicha Iglesia carece ahora, con peligro de daño, de la asistencia pastoral, se
merman y se pierden los bienes episcopales, y no se suministra lo necesario al
predicho Obispo. En consecuencia, te mandamos estrictamente, por las presentes,
que otra vez tomes el gobierno de dicha Iglesia, y procures dirigirla solícita y pru-
dentemente, suministrando lo necesario al mencionado Obispo, de tal modo, que
puedas dar a Dios y a nosotros digna cuenta...» (2) Se notará en el tono recrimi-
natorio del Papa un fondo de disculpa para D. Rodrigo, como indicando que co-
nocía las dificultades, y no olvidaba los azares del Arzobispo, por sus asuntos per-
sonales de la Primacía y de la cruzada; pero no le aprueba en la dejación injusti-
ficada del gobierno de Segovia. Se ve aquí además, que si asumió ese gobierno el
mismo Gerardo, al sentirse mejor, lo hizo ante sí y con mal éxito, como ya lo in-
dicamos.
Antes de recibir esta amonestación estaba en la diócesis de Segovia D. Rodri-
go. Ardía de nuevo en disensiones, porque en el verano del año anterior se había
ausentado el Arzobispo, dejando en hilván la pacificación de aquella diócesis. Se-
gún consta por documentos, que extractó Colmenares, los focos principales eran
la capital y Sepúlveda. Por Octubre de 1220 andaba pacificándola. Anuló el Síno-
do del Obispo, principal germen de trastornos; declaró acerca de la fusión de di-
versas parroquias en una, que repugnaba al clero segoviano: «Que por derecho
constante ninguna parroquia se puede 'usionar con otra, teniendo sustento'congruo
ios ministros.» Asintieron a esto el Deán y Cabildo de la Catedral, (3) y se sosegó
la diócesis. En compañía de los Obispos de Osma y Plasencia, y el ya harto cono-
cido electo de Calahorra, Juan Pérez, que era natural de Segovia, D. Rodrigo en-
tró en Sepúlveda, y antes de terminar Octubre, lo puso como una balsa de aceite
con los excelentes acuerdos que dio, asistido por los buenos consejos de los tres
Prelados acompañantes. De nuevo se ausentó, sin pacificar la capital, por algún
asunto de los muchos, que en aquel tiempo fatigaban al incansable Prelado. En
Noviembre se hallaba en Talamanca, donde firmó cartas de donaciones para la
Orden de los Predicadores, que aún recien nacida, era el consuelo de la cristian-
dad. Otra amonestación del Papa recibió D. Rodrigo en este año 1220, la cual tie-
ne relación con la diócesis segoviana. Ya indicamos arriba, que la gestión de Hug-
nición y Cintio, delegados de Roma para recaudar la vigésima, degeneró en re-
prensibles abusos, hasta el punto que Honorio III lo reconoce en sus breves a los
(1) España Sagrada, t. 26. P. Serrano. D. Mauricio. 97-98. (2) Ap. 78. (3) Escribe Colmenares
que vio él documento original, en que se hallan estas noticias.
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Arzobispos de Toledo y Tarragona, diciendo: «que cometieron muchas cosas enor-
mes y abusivas.» (1) Mas D. Rodrigo, que era testigo de tales abusos, no trató con
la severidad que merecían a los autores de ellos, sino que hasta les concedió be-
neficios, y les asignó rentas eclesiásticas. Por esto le amonesta el Papa, anula las
predichas concesiones y ordena que se devuelvan a la mesa episcopal segobiense
esas rentas. (2) Señal de que en esta diócesis se les había asignado. Tornó D. Ro-
drigo en 1221 a la obra de la paz de Segovia. Colmenares escribe así de este año:
«Trabajó tanto el Arzobispo en aquietar el Obispado, que estando en Sigüenza,
sin señalar día, sosegó en la misma forma (es decir asesorado de los Obispos ya
nombrados y con el consentimiento firmado del Deán y Cabildo segovianos) la
clerecía de nuestra ciudad, por la misma causa, moderando las jurisdicciones, que
entonces se usaban, y abusaban los Arciprestes y Arcedianos, y amparando las
residencias en las prebendas y beneficios: como consta del instrumento original,
que se guarda en el Archivo de la Catedral... Cita el Arzobispo para la concordia
los decretos del concilio, que él había celebrado en Guadalajara: Sicut quod in
concilio apud Guadalfaratam a nobis olim fuerat constituía.»
También San Fernando estaba en Segovia junto con D. Rodrigo el 2 de Junio
de este año, y donó en ese día las rentas de varías poblaciones a la par al Obispo
de Segovia y al Arzobispo, anotando en el escrito así, respecto de D. Rodrigo,
«que tiene el gobierno del Obispo, de la Catedral y de todo el Obispado.» (3)
Y Colmenares relata así el concierto, que D. Rodrigo cerró, en esta ciudad, el 10
de Julio siguiente: «En 10 del mes de Julio D. Rodrigo hizo concordia con los pue-
blos de Sotos Alvar, La Cuesta (que nombra ecclesía Gandul) Losana, Atenzuela,
Santo Domingo Torreíglesia, en el modo de regar los linares y huertos del pala-
cio, que nuestros Obispos tenían en el Collado Hermoso; donde tenía Capellán,
Mayordomo y Hortelano. Consintieron en la concordia el Cabildo Catedral y
Juan, electo de Calahorra, que tenía alquilado el palacio por vida. Y confirmóla
el Rey en nuestra ciudad; consta del original, que permanece en el Archivo Ca-
tedral.» (4)
No encuentro más actos de gobierno estrictamente dicho y personal de nuestro
Arzobispo en la diócesis segobiense. Pero no cesó en absoluto en ese gobierno;
más bien, usando indudablemente del poder, que le concedía el Papa en la prime-
ra bula, para que pudiera regir esa Sede por sí mismo o por medio de cualquiera
otra persona, en tanto que no se curase ni feneciese el Obispo propio, buscó un
auxiliar, en el que delegó casi totalmente el gobierno efectivo. Totalmente no, por-
que él era el delegado pontificio y principal responsable. Por eso Honorio III ex-
presó en la bula del 14 de Octubre de 1226, que le manifestaba D. Rodrigo, que
por muerte de Gerardo no estaba obligado a la administración de la diócesis se-
goviana, ni por lo mismo tenía que sostener más un pleito, que cuando era admi-
nistrador tuvo que mantener con el Obispo de Osma. (5) La medida de este nom-
bramiento era necesaria. Sola la diócesis de Segovia, tan turbada por tantos asun-
tos, era bastante para agotar la actividad y facultades del hombre más activo y
capaz. ¿Cómo iba a continuar D. Rodrigo ocupándose de ella personalmente,
cuando negocios innumerables y altos del Estado, de la Iglesia española y caste-
llana y de la dilatada Iglesia primada abrumaban sus hombros?
El auxiliar, que escogió D. Rodrigo, se llamaba Lope de Haro, hijo del gran pro-
cer Lope Díaz de Haro. Y caso único, que he visto en la historia; no sólo le dio el
(1) Regestum Honorü III. tom. I. p. 415-458. (2) Ibid. p. 450. (3) Colmenares, c. XX. n. 13.
(4) Hist. de Segovia. C. XX. n. 14. (5) Ap. 87.
-216-
régimen de la Iglesia de Segovia, como a subdelegado y lugarteniente suyo, sino
que le consagró Obispo. Caso, digo, no conocido en la historia; pues no aparece
en ella uno, en que algún Prelado consagrara un auxiliar para el régimen de una
Iglesia gobernada por delegación pontificia. E l derecho canónico reconoce la con-
sagración de auxiliares para ayuda de Sedes regidas como propias. Ocurrió sin
duda que, al darle D. Rodrigo al Papa sus disculpas, respecto de la bula, que he-
mos copiado, el Pontífice vio que el Toledano no podía atender a todo por sí mis-
mo, y como no quería quitarle del todo la responsabilidad de la delegación, le fa-
cultó para que pudiese nombrar un lugarteniente, y consagrarlo. (1) Es lo cierto
que Lope de Haro rigió la Sede de Segovia «como subdelegado y lugarteniente
del Arzobispo», durante cuatro años escasos; porque, como se ve por el litigio de
Navalperal, ya referido, y otros casos, en circunstancias más granadas, D. Rodri-
go intervino en el gobierno de esa diócesis, como Prelado delegado principal, has-
ta la muerte del Obispo propio, D. Gerardo. A la muerte de éste cesaron automá-
ticamente los dos, y el cabildo de Segovia procedió a la elección de un nuevo
Obispo, conforme al derecho canónico.
En la misma época D. Rodrigo ventilaba también asuntos graves, pertenecien-
tes a su Sede toledana, y que tienen cabida en la historia general de la Iglesia es-
pañola. Uno era el que Manrique inicia en 1218 con estas frases: «En España no
era menor la abundancia de causas para Rodrigo Jiménez de Toledo, que estaba
dotado del celo de la justicia; el cual puso pleito al Obispo de Cuenca, diciendo
que los Obispados, que se habían unido en virtud de la concesión de Lucio III, so
pretexto de escasez de rentas, ya podían de por si sustentar decorosamente su
Obispo, por haberse acrecentado suficientemente las rentas. Se comisionó al Obis-
po de Burgos y al Abad de Rioseco, que si era así, dictaminasen, que dicho Ar-
zobispo, apoyado en la autoridad apostólica, nombrase un Pastor idóneo, en una
de esas Iglesias, no obstante la mencionada concesión, sin hacer caso a ninguna
apelación. Esto consta por las bulas de 29 de Enero y del 29 de Julio de 1218. (2)»
Las fechas de estas bulas manifiestan que D. Rodrigo hizo su reclamación, estando
en Roma debatiendo la cuestión de la Primacía. No fué afortunado en esta recla-
mación el Arzobispo, pero sí nobilísimo. Mas antes de referir la solución, en dos
palabras aclaremos la causa.
La diócesis de Cuenca se formó por la reunión de las dos antiguas diócesis de
Ercabia o Ercávica y Valera, cuando Alfonso VIII reconquistó a Cuenca con su
comarca. Asintió a ello al Arzobispo, que entonces era de Toledo, y lo confirmó
Lucio III, por la razón, de que no podían sostener sus propios Obispos las primi-
tivas Sedes, a causa de la pobreza de la región. Mas habiéndose dilatado los tér-
minos de las diócesis con nuevas conquistas, enriquecídose los territorios con la
paz y con el aumento notable de la población, en el transcurso de casi medio siglo,
y bajo la admirable administración del glorioso Obispo, San Julián, opinó D. Ro-
drigo que era hora de hacer la separación de los dos Obispados en la forma, que
estaban antes de la invasión árabe. Así se lo pidió, como Metropolitano de Cuen-
ca, al Papa, en su viaje a Roma. E l Obispo de Cuenca, D. García, varón ejempla-
rísimo, se opuso a la disgregación solicitada. Actuó entonces D. Mauricio de Bur-
gos, con poderes pontificios, en unión con los dos socios de la comisión. Invitó a
D. Rodrigo y a D. García a que presentasen sus razones en Burgos. Los dos Pre-
lados vinieron a Burgos, y el día de la Trinidad de 1220 se discutió la cuestión, y
(1) Si D. Rodrigo no consagró a Lope de Haro en virtud de tsta concesión particular, ignoro en
que se fundó para hacer lo que hizo. (2) Annal. a. 1218. c. VIH. 5.
-217-
se comprometieron las partes a cumplir la resolución arbitral, que D. Mauricio, en
compañía del Arcediano de Pelenzuela y del Sacristán de la Catedral de Burgos,
pronunciara, bajo la multa de cinco mil monedas de oro, que deberían repartirse
entre los arbitros. D. Rodrigo hipotecó a este fin la villa de Villaumbrales, recibi-
da por el mismo, como ya hemos visto. El Obispo burgalés decidió a favor del
Obispo de Cuenca, y sentenció también, que la villa de Mora continuase bajo la
jurisdicción del Obispo conquense, y no se le devolviese al Toledano, que la recla-
maba, como perteneciente en otro tiempo a la mitra arzobispal. (1) Lo que D. Ro-
drigo salvó en esta ocasión en el Obispado de Cuenca fué el lugar de Zudereta,
por haber obtenido el 27 de enero de 1218, la bula siguiente, contra los posibles
intentos del Conquense. Le dice el Papa. «Procurando conservar la paz de tu Igle-
sia en lo futuro, humildemente nos suplicaste, que tuviéramos a bien disponer lo
que fuese justo, para que en lo sucesivo no surgiera disputa acerca de la iglesia,
que posee el lugar de Zudereta y sus adyacentes, de tiempo inmemorial, destru-
yendo así la razón, que podría alegarse, de que el tal lugar, llamado Oreto, era
antiguamente ciudad episcopal. Nosotros declaramos por las presentes, que dicho
lugar y los adyacentes quedan perpetuamente sujetos a tí y a tus sucesores.» (2)
No sabemos qué hechizos encerraba San Esteban de Gormáz, para que fuese
mansión predilecta de San Fernando y de su corte, hasta 1240, como lo había sido
de todos los últimos monarcas castellanos, cuando los calores estivales encendían
la meseta de Castilla. Indicio es esto de que era lugar de frescura y amenidad por
su arbolado y por su alegre situación topográfica, y solar de placeres gratos a los
pechos reales y de particulares encantos de recreo para sus espíritus, acaso por
¡os divertidos entretenimientos, qiie se organizaban bajo las alas del soberbio
castillo de nobles, que entoees avasallaba la comarca. Sobre todo, durante el pri-
mer decenio de su reinado, allá corría San Fernando en la época canicular, se-
guido de su corte, y allí le acompañaba D. Rodrigo, como lo requerían sus cargos
y oficios, simpre que se lo consentían sus demás ocupaciones apremiantes y trans-
cendentales. Allí publicó D. Rodrigo el ya conocido decreto de concordia entre
San Fernando y Mendo de Osma. Allí encontramos al Primado, en medio de bri-
llante corona de eclesiásticos castellanos, el 9 de agosto de 1221. Pues allí vagan
en derredor del rey Mauricio de Burgos, Juan de Calahorra, el Deán de Toledo,
los Arcedianos de Madrid, de Calatrava, de Campos, el Cerratense, el de Segovia,
el Maestrescuela de Palencia, el Abad de Huerta, el Tesorero y Cantor de Toledo,
el Sacristán de Burgos, y, como dice el documento, muchos otros canónigos de
Toledo, de Palencia y de otras iglesias más. Señal de que se va a resolver al-
guna cuestión de trascendencia. Así era verdad; porque se habían reunido para
autorizar un acto, a fin de conjurar, como se dice en el acta «el peligro de un mal,
y el escándalo no pequeño, que amenazaba a todo el reino, y por el bien de la
paz.» Se temían el mal y el escándalo, porque se veían, hacía años, alzadas dos
poderosas espadas en el terreno religioso, la de Tello de Palencia y la de Rodrigo
de Toledo, y si se blandían, se podían enardecer los bandos, y provocar tumultos
y fatales trastornos. Mas inspiróse al fin en los dictados del deber y prudencia el
Obispo de Palencia, que con demasiada arbitrariedad se negaba a reconocer el
derecho de Metropolitano de D. Rodrigo, sobre su Sede, cosa ya hacía muchos
años decidida por Roma. Por eso ante los citados eclesiásticos declara D. Tello.
«Yo, Obispo de Palencia, reconozco a vos, Don Rodrigo, el derecho metropolitano
plena e integramente en la Iglesia de Palencia, como lo poseéis vos y vuestros
-218-
predecesores.» Es decir, el derecho de cobrar D. Rodrigo, como Metropolitano, io
que le correspondía, como hasta entonces, y de exigir sumisión a los mandatos y
sentencias, que de él emanaran, al tenor de las resoluciones dadas por Inocencio
III. E l clero palentino se negaba a la paga y a la obediencia, con tácita anuencia
de D. Tello, que hacía vista gorda en esto, pero en este día Tello reconoce el de-
recho, y da su solemne conformidad. (1)
D. Rodrigo ganó en 1218 el pleito de Metropolitano acerca de la diócesis de
Plasencia, que se la quería quitar el Compostelano, con el apoyo del rey de León.
E l Papa comisionó al canónigo de Burgos, Aparicio, para que, asistido de su Ca-
bildo, dictaminase sobre el asunto, y dictaminó que estaba incluida dentro de la
provincia eclesiástica de Toledo. Entonces el Cabildo, asesorado por su Obispo
Mauricio, decretó, que pertenecía a Toledo. (2)
Célebre es en el arte religioso español el año 1221, porque en él se puso la pri-
mera piedra de la catedral de Burgos, inmortal joya, que había de engalanar a
Castilla. No veo motivo para asentir a los que dicen, que asistió D. Rodrigo.
-219-
CAPÍTULO XII.
(1220-1224)
Los hechos del presente capítulo descubrirán y perfilarán más exacta y profun-
damente la nobilísima semblanza, de celoso Pastor, de D. Rodrigo Jiménez de Ra-
da, y pondrán a la vista cómo atendía con singular diligencia a los actos diversos
del altísimo ministerio de regir y perfeccionar la grey cristiana, que la divina pro-
videncia le había confiado. Por esta razón procuraremos estudiar más particular
y minuciosamente su acción ministerial en sus varios aspectos, para que se le ad-
mire sobre el altísimo pedestal de grandeza, a que le elevaron, entre los más egre-
gios Prelados de España, sus eximias virtudes pastorales.
La carta más grave, que recibió D. Rodrigo de Honorio III, en orden a la santi-
ficación del rebaño de Cristo, fué la extensa y vibrante del 20 de octubre de 1219,
sobre el cumplimiento de los cánones del último Concilio ecuménico. Proyecta,
al parecer, sombras sobre la conducta del Arzobispo, respecto de su solicitud pas-
toral, de su obediencia a las disposiciones de la Iglesia en el ejercicio del celo por
el fomento de la piedad cristiana, de las buenas costumbres del pueblo y de la di-
ligencia en procurar la observancia de la disciplina eclesiástica por el clero y por
la plebe de Cristo. El canon sexto de ese Concilio mandaba, que los Metropolita-
nos celebraran concilios provinciales anualmente en unión de sus sufragáneos,
para promover la observancia de las leyes de la Iglesia, y corregir abusos y desór-
denes. La pena que establece el canon para el negligente es, que queda en suspen-
so de sus beneficios y oficio, según el beneplácito del superior.
Pues bien, Honorio III amonesta a Rodrigo, en esa Bula, por su negligencia, y le
señala los males, que por eso han aparecido en su Provincia eclesiástica, y amena-
zan arraigarse—He aquí el extracto del largo documento.—Dice el Papa que tenía
esperanzas de halagüeños frutos, por cumplir el dicho canon, pero ha sabido los
uiales que han brotado en esa viña. «Hay ministros del altar que se pudren en el
-220-
estiércol, y que, debiendo ocultar su ruina, aun la publican, como Sodoma, y algu-
nos Prelados de la Iglesia no corrigen a los que yerran.
Los claustrales, rotos los frenos, se han dado a vida degradada, ni son corre-
gidos debidamente. Los Cabildos tampoco cumplen los cánones del Concilio. De
aquí que, prevalecen los herejes, sin que por otra parte haya Pastor alguno, que
levante su cayado, y dé voces contra los desgarradores de la Iglesia. Todo esto
nace de la incuria en cumplir lo mandado en el Concilio; y el Papa no lo puede
tolerar, y ordena solemnemente, que se repare la negligencia de lo pasado, vigi-
lando en particular sobre la herética pravedad, que acaso, ha traspasado los confi-
nes de las diócesis, que rige, sobre la honestidad de costumbres, sobre los clérigos,
para que lleven tonsura y vistan conforme a la modestia eclesiástica: que no de
beneficios a los indignos, y que nadie tenga varias dignidades y parroquias, sin
particular permiso de la Sede Apostólica; que los Abades celebren este año (1219)
los capítulos provinciales; debiendo ellos cerciorarnos sobre esto, para estimular
la observancia de los cánones, y castigar la negligencia de los perversos. (1)
E l cuadro, que pinta Honorio III de la Iglesia de Castilla es negro, y más negro
aparece leyendo el. documento íntegro con todos sus vivos colores. Hay quien sos-
pecha que está recargado (2); porque en las bulas contemporáneas del 26 de Ene-
ro de 1218, del 18 de Marzo y del 20 del mismo de 1219, y del 24 Noviembre de
1221, el Papa usa un lenguaje más suave, y parece estar mejor informado. Sin em-
bargo, por desgracia los datos vienen a confirmar parte de lo que el Padre Sanio
denuncia, aunque creo que, en cuanto a las costumbres del pueblo y de ambos
cleros, no eran peores ni mejores que en otras partes; y aquella sociedad, que
aparece con eí cerebro saturado de fe, con el corazón entusiasmado por la reli-
gión y con la mirada del espíritu orientada a la luz eterna, aparece, en cuanto a su
vida, gangrenada por inmundas lacras, reveladoras de una rudeza de hábitos, que
chocan enormemente con la religión altísima, que profesan y defienden ardiente
mente. Partía el ejemplo de los hombres del santuario, entre los cuales había mu-
chos de vida suelta, infractores de la ley de la pureza, con un descaro, que abo-
chorna, y con delitos, de que se manchaban hasta clérigos de cargo y Abades, co-
mo lo demwesíra la estadística negra de aquella época. E l peligro de los herejes
era real. Los albigerses estaban produciendo en León aquellos atroces estragos,
demasiado conocidos, para que nos detengamos a repetirlos, y en aquellos días
hacían esfuerzos enormes para acrecentar prosélitos, y contaminar a toda la socie-
dad católica con intensa propaganda, valiéndose de los judíos, particularmente
irritados entonces, porque se les aplicaban los cánones del concilio de Letrán con
más energía que antes. Escribe Lucas de Tuy, que vivía en aquellos días en León;
«Ciertos herejes, cor. capa de judíos, muy maliciosamente, so pretexto de dispu-
tar, vienen a los cristianos... Son fautores de los malignos judíos, para lisonjear
con innumerables presentes a los principes y jueces, a los cuales los inclinan a su
favor.» (3) Por ser notoria esta complicidad de los judíos con los herejes, Honorio
III, concedió a D. Rodrigo, muy a su pesar, en Mayo de este año, limitada facul-
tad, para suspender el canon de las divisas, por dar gusto a San Fernando. Pero
le penó en seguida, y se la retiró con respecto de la diócesis de Toledo, y se la
conservó en cuanto al resto de Castilla, en contra de lo que afirma un autor mo-
derno, (4) asegurando, sin datos, que el contenido de la del 24 de Noviembre de
1221 a todos se extendía. No hay duda que D. Rodrigo conservó la tal facultad has-
(1) Ap 74. (2) P. Fita. Boletín... X . 154-155. (3) Heterodoxos españoles. I. p. 443. (4) P. F i -
ta. Actas Inéditas.
—221—
ta el concilio de Valladolid. Año 1228. Dice la bula, en la que debe anotarse una
nota harto fea respecto de las mujeres: «Como se estableció en el Concilio general,
cuyos estatutos queremos conservar intactos, que en todas partes se distinguieran
los judíos de los cristianos por la diversidad de los vestidos, para que ni los unos,
ni los otros se mezclen culpablemente con las mujeres; habiendo sabido por Gon-
zalo, caballero del Hospital de Jerusalén, que no los observan los judíos de la
diócesis de Toledo, por lo que pueden temerse desórdenes, te mandamos, que
obligues a los judeos a llevar los vestidos, que los distinguieran de los cristia-
nos.» (1) No contento con esto Honorio III, el año 1221, inculcó a todos los Arzo-
bispos de España, que, a la vez que activasen ardientemente la conversión de los
infieles, procurasen la conservación de la pureza de la fe en su rebaño. (2)
¿Hasta qué punto era culpable de negligencia el Arzobispo de Toledo respecto
de la omisión de los Concilios provinciales, y cómo se le ha de censurar en la his-
toria? Observa el sabio Wernz que «en cuanto a la práctica del concilio anual
prescrito por el derecho, (del expresado canon,) en todas partes nc se llevó con re-
gularidad.» (3) Y una de las partes de la Iglesia, en que no se implantó con esa
regularidad, ni se urgió la implantación, fué Castilla, y creo que también León, es
decir la Provincia eclesiástica de Compostela, porque no se hallan vestigios de
Concilios provinciales anuales, a partir del último Concilio Lateranense, como se
hallan en la Tarraconense, con más fidelidad. En descargo de D. Rodrigo debe
decirse, que su activísima vida de cruzadas y de otros negocios le impedía cumplir
normalmente lo ordenado. Al decir normalmente, entiendo anualmente, porque
ha de tenerse por cierto, que antes de esa excitación de Roma, celebró al menos
un Concilio provincial en Guadalajara, entre los años 1217 y 1219; porque a prin-
cipios del año 1220, cuando se dedicó a la pacificación de la diócesis de Segovia,
aduja las disposiciones establecidas allí, como ya referimos. Y como los tumultos
del clero segoviano nacían por la acumulación de beneficios, introducida por Ge-
rardo, para aumentar sus rentas, y la legislación vigente sofr'e esa materia era la
del Concilio de 1215, sigúese que las disposiciones de Guadalajara eran explica-
tivas de esa ley, y por lo tanto, dadas en tiempo posterior al citado Concilio de
Letrán. Luego la negligencia de D. Rodrigo era relativa. Y pienso que hubo otros
concilios en ese intervalo, y no hace fuerza el decir que no hay noticias. Vemos
que la del de Guadalajara la tenemos de resbalón, y es preciso añadir a esto las
reflexiones de una autoridad en la materia, con ocasión de esa Bula de Honorio
III. No encuentra justa la acusación de los que oponen la multitud de Concilios
provinciales de Tarragona a la nulidad de los de Toledo. «El argumento negativo,
añade, suele ser escollo, en que suele naufragar la verdad histórica. La supuesta
nulidad se explica, no porque realmente en el centro de la Península hubiese de-
caído el vigor de la antigua disciplina, sino porque no se ha explorado bastante-
mente los instrumentos fehacientes, que yacen sepultados y olvidados en el polvo
de los archivos.» (4) Pone en duda la intermitencia de la celebración de los Con-
cilios provinciales, si se exceptúa el brevísimo espacio de 1219 a 1221, en que, ce-
diendo a las representaciones de San Fernando, transigió Honorio III, y prosigue:
«De todos modos, claro se hace, ni se puede negar, que a partir del año 1228 quedó
asentada sobre fundamento solidísimo la celebración regular de concilios provin-
ciales y de los sínodos diocesanos, en toda la jurisdicción metropolitana de Toledo.
(1) Ap. 79. Ese Gonzalo debe ser aquel, del cual escribió D. Rodrigo: «Gundisalvo, tratre Hospita-
lís, qui Innocentii Papoe III familiaris extiterat.» (Lib. IX. c. 9.) (2) Raynaldi.-Anales. 1221. n. 46.
(3) tus decretalium. n. 858. (4) Boletín de la R. A. de Hist. X. p. 155.
-222-
Resta averiguar cuáles fueron. Su descubrimieto nos dirá si el decreto del Concilio
de Alcalá en 1257 ha de juzgarse continuación o bien ampliación del orden esta-
blecido.» Así razona el P. Fita. (1)
En este tiempo la herejía estalló y cundió con formidaole fuerza, ante los ojos
del mismo Rodrigo, en la capital de su Arzobispado, y tal incremento tenía ya ha-
cia 1223 que, para cortar sus estragos, se apeló a los mismos castigos, que Alfon-
so IX, padre de San Fernando, había empleado para ahogar el terrible mal, que
estaba devastando el Reino de León. Leemos en los Anales toledanos segundos:
«Vino el Rey D. Fernando a Toledo e enforcó muchos ornes e coció muchos en
calderas.» Sin duda que este número de ejecutados estaba formado en su mayo-
ría, no de herejes, sino de judaizantes, de alcahuetes, de herejes, de renegados, y
de astrólogos extravagantes, que embaucaban y seducían a la plebe con sus in-
venciones estrafalarias y cabalísticas.
Los eruditos católicos han referido estos actos de San Fernando como testimo-
nio de su fe ardiente y celo santo per la pureza de las creencias, manifestando así
esos escritores cuan exactamente comprendían las cosas, y no como los que han
escrito de esos hechos con el contagio de las ideas y prevenciones liberales. Es
cierto, que en estos castigos tenía D. Rodrigo tanta parte o más que su soberano.
Porque él tenía que conocer antes que nadie, en materia de herejía, y previo su
dictamen de culpabilidad y de relajación al brazo secular, San Fernando pasaba
a la aplicación de las penas, según lo reclamaban las normas de jurisdicción y de
procedimientos de justicia, en estos asuntos. E l primer caso conocido de combus-
tión, por el crimen de herejía, es el que Pedro el Católico ejecutó, en 1197, en las
valdenses de su reino. (2)
Desde luego que D. Rodrigo miraba ese delito por digno de ese castigo. Al narrar
en su historia cómo el emperador Valeníe envió sacerdotes arríanos, para que en-
señasen el cristianismo manchado por el virus herético, y cómo años después cayó
bajo los godos, quienes lo quemaron, sin saber qne incendiaban la tienda de aquel
emperador, por ellos derrotado, dice el Arzobispo: «Justamente es quemado por
ellos con fuego temporal aquel que entregó tan hermosas almas para que ardieran
en los fuegos eternos.» (3) Ve en esto la justa vindicta de Dios. Pero D. Rodrigo
condenó la imposición de la fe por la fuerza, diciendo que no es secnndum scien-
tiam. (4)
D. Rodrigo procedió en su condenación según las normas canónicas antiguas,
pues la inquisición organizada por Gregorio XI, años después, y calurosamente
promovida por los Padres Predicadores, fardó mucho tiempo en penetrar en la
jurisdicción de D. Rodrigo, el cual debió resistir no poco en su admisión; porque
no encuentro indicios de su introdución en el Arzobispado de Toledo, hasta 1236,
cuando D. Rodrigo llevaba ya casi treinta años de pontificado, mientras que en
Cataluña funcionaba ese austero tribunal en 1232, para sofocar la herejía albí-
gense, por mandato de Gregorio IX, que tres años después envió al Arzobispo de
Tarragona, Albalat, una instrucción, redactada por San Raimundo de Peñafort,
para que los inquisidores la siguiesen, instrucción que en 1242 recomendó vivamen-
te el Concilio de Tarragona a los funcionarios de la Inquisición. (5) La noticia
cierta de que también en Toledo tenía D. Rodrigo esa Inquisición es de 1240, pero
que en general se había introducido, para 1236, en Castilla y Navarra, lo indica el
breve de Gregorio IX a Tello de Palencia, en esa fecha. Parece que San Fernando
la promovió, (6) pero yo no veo pruebas.
(1) Iden. íden. p. 159. (2) Tejada. Concilios, tom. III. p. 302. (3) Lib. II. c. 1. (4) Id . c. 17.
(5) Aguirre y Tejada, en sus Colecciones de Concilios. (6) Gebhardt. Hist. de España. IV. p. 538.
-223-
Hablemos ya de las relaciones de D. Rodrigo con su clero, principal instrumen-
to de su acción pastoral en su Arzobispado. Primero con el Cabildo Catedral de
Toledo. Según decía el mismo Rodrigo, muchos años antes de triplicar su grande-
za y esplendor, cuando aún estaba en el estado en que lo recibió de su predece-
sor, su Cabildo era el más ilustre de España. Era cerrado, es decir, con un núme-
ro fijo de capitulares, que no se podían aumentar a capricho, como en los llama-
dos cabildos abiertos. Y aunque vivía en común, como todos los de entonces, (1)
sin embargo no era cabildo regular, cuya cualidad especial era tener profesión re-
ligiosa; y por lo mismo, con fuertísimo espíritu de corporación, que lo hacía menos
adaptable a la acción de los Prelados. Tampoco los cabildos abiertos eran gran
ayuda para los Obispos, cuando en su mano estaba el derecho de variar el núme-
ro; porque tenían siempre brecha abierta a arbitrarias elecciones. E l Cabildo tole-
dano disfrutaba de la tercera parte de las rentas de la Mitra. (2)
D. Rodrigo vivía con el Cabildo, como sus antecesores, aunque en habitaciones
separadas, porque no estaba construido el palacio arzobispal, cuya edificación
emprendió el mismo animoso Arzobispo, según hemos visto arriba, y lo debió ter-
minar hacia 1240, para ocuparlo luego. En las festividades más solemnes D. Ro-
drigo honraba a su Cabildo asistiendo a su mesa. Gran defecto de los capitulares
de Toledo, lo mismo que de la generalidad de los cabildos de la época, era la fal-
ta de residencia, que D. Rodrigo toleró en demasía, y fué la acusación de que peor
debió defenderse en Roma, años adelante. Contribuía al laxismo, en este punto, la
costumbre reinante de ser los canónigos, Arcedianos de otras Colegiatas, y de que
los Prelados utilizaban sus servicios en muchas comisiones de la curia romana, y
en otros múltiples negocios. Aunque los estatutos de Toledo prescribían los nom-
bramientos de los capitulares por el Arzobispo y Cabildo, sin embargo por el esta-
do transitorio del derecho y las concesiones especíales de Roma, no sólo para su
.'iglesia, sino para sus sufragáneos, y aún para las de toda su legacía, desde el año
1218 adelante, que era España entera, D. Rodrigo procedió en el nombramiento
de los capitulares de Toledo con mucha independencia, y dejó de proveer plazas
durante mucho tiempo; por lo que también fué acusado ante el Papa de infractor
de las leyes canónicas; pero no le dañaron las acusaciones. Sin duda porque los
recursos de las vacantes los utilizaba para llevar a cabo sus construcciones de
templos y de la catedral. Más atado estaba D. Rodrigo, en cuanto a los diversos
actos de administración de los cuantiosos bienes y propiedades de su Iglesia, a la
intervención de su Cabildo; porque era el Cabildo una especie de compropietario
con la Mitra respecto de esos bienes; pues, según la constitución vigente, la terce-
ra parte de la rentas de todo debía repartirse en el Cabildo. Sólo esto basta para
entender cuan celoso andaría éste para reclamar su derecho. Por eso en todos los
documentos aparece el consensu capituli toletani. Libre era en cambio en cuanto
a los bienes y donaciones recibidos intuito persona?, por los méritos del mismo
Arzobispo. Por cierto que también por este título adquirió y administró innumera-
bles bienes el grande hombre, y tuvo que rechazar las pretensiones de algunos
prebendados, que intentaron entrometerse en esto.
El principal instrumento de gobierno del cabildo y de la diócesis era el Arcedia-
no, cabeza del cabildo, Vicario general nato, que en ausencia del Prelado queda-
ba de gobernador eclesiástico. Sin embargo D. Rodrigo, respecto de lo último, no
se ajustó al derecho, aún antes de 1234, en que cesó esa disciplina, y se generalizó
la norma de nombrar adnutum, a voluntad del Prelado, el gobernador eclesiás-
(1) Hergenrother.Hist.de la Iglesia. III. 651-652. (2) Boletín de la R. A. de Hist. VIH. 51-54.
-224-
tico; porque nombraba para esto a uno de sus sufragáneos, como ocurrió durante
las campañas de San Fernando, v. g. en ! 227 nombró por su lugarteniente al
Obispo de Plasencia. D. Rodrigo llenó de selectos sujetos a su Cabildo. A l repa-
sar los documentos, en que firman los capitulares, observamos que, a medida que
avanza el Pontificado de D. Rodrigo, es mayor el número de Maestros (Doctores.)
Hacia el fin es la máxima parte de ellos. (1) Muchos de los mismos se ciñeron mi-
tra, por ejemplo, Mauricio, Híspano, Juan Pérez, Domingo Pascual y otros, que
son ilustres en la historia.
Como varón santo y sabio atendió D. Rodrigo a la formación virtuosa y doctri-
nal de su clero. Organizó sus seminarios eclesiásticos al tenor de las demás dió-
cesis españolas, según la norma establecida en el concilio cuarto de Toledo, que
para gloria de España, el Concilio tridentino prescribió a la Iglesia universal. Di-
ce el canon citado: «Establecemos, que los que sean iniciados en la carrera cleri-
cal o monacal, tonsurados u ordenados de lectores, se les instruya en el domicilio
de la Iglesia, bajo la inspección del Obispo. Si Dios les dio la gracia de la castidad,
se les sujete a los más aptos al yugo suavísimo del Señor, al fin del décimo octavo
año.» (2) Aquí está la discreta creación de seminarios menores y mayores, que San
Bonifacio estableció en su diócesis, siguiendo esos cánones, como también
en Metz se establecieron en 762, y que con más o menos perfección subsistieron
en España durante la reconquista. E l mismo D. Rodrigo indica bastante claramen-
te, que en la restauración asturiana se conservó la lucerna de la ciencia de Tole-
do de esa manera. (3) Puede asegurarse que en España estaban tan florecientes
como en cualquiera otra nación los seminarios eclesiásticos, en aquel tiempo. Lo
que se retrasó mucho fué la creación de las Universidades, cuya introducción fué
obra de D. Rodrigo. Pero, según Theíner, (4) éstas produjeron la decadencia de los
seminarios diocesanos en Francia, Inglaterra y Alemania, sin provecho de los es-
tudios del clero. Los centros de formación eclesiástica eran entonces el monaste-
rio y la Colegiata. D. Rodrigo tenía varias Colegiatas en su diócesis, y las más
importantes eran las de Toledo, Talavera de la Reina, por él creada, Guadalajara,
Alcalá de Henares , Madrid y Alcazaz. E l director general de los estudios era
el Maestrescuela. La enseñanza era gratuita, en cumplimiento del canon de Conci-
lio tercero de Letrán, la mejor apología del espíritu cultural de la Iglesia. Dice así:
«El concilio manda que haya en dicha iglesia catedral un maestro para enseñar
a los clérigos pobres... que instruya gratuitamente... que no se exija nada por la
licencia de enseñar, y que no se le niegue al que sea capaz de ello; porque esto
sería impedir la utilidad de la Iglesia.» (5)
D. Rodrigo no intentó, al menos no hay vestigios de intentos, el establecimiento
de estudios superiores en su diócesis. Cosa que nos choca no poco, principalmen-
te por haber organizado él la Universidad de Palencia, y ser gran sabio. Además
aquella era la edad de las organizaciones universitarias, languidecía la de Pa-
lencia, sin dar frutos muy señalados, crecía raquítica la universidad salmantina,
nacida por el soplo de la envidia, y en Navarra existía el anhelo de establecer
dentro de sus fronteras una propia, anhelo, que en 1258, octavo idus mají, Ale-
jandro IV alentó: «dando al Rey de Navarra que podiesse iazer estudio general
en Tudela, et los estudiantes, que oviessen sus beneficios como los estudiantes de
París. Datum Agnani...» (6) Jamás los navarros deplorarán suficientemente el no
(1) Repásense las firmas de los documentos de las Memorias y otras obras. (2) Cánones 21, 22 y
23. (3) Lib. IV. c. 1. (4) Historive des Institutions d' Bdacation Ecdestique. Traduction de Cohén,
tom. I. (5) Richard. Concilios generales y particulares. Siglo X . (6) Arigita. Documentos inéditos.
n. 264, párrafo 21.
-225-
15
haber ejecutado tan noble proyecto, destinando el oro, que consumieron en dessn-
gradoras guerras, a la conquista de la sabiduría y de las letras.
E l nivel de la instrucción del clero era bajo en Castilla por aquel tiempo. Había
muchos sacerdotes, que no sabían latín, y en el concilio de Valladolid, en 1228,
en que tuvo gran parte D. Rodrigo, se mandó que todos los beneficiados, excepto
los viejos, fueran «constreñidos que aprendan, et que non les den beneficios fasta
que sepan fablar latín.» Para que lo puedan aprender los que ya son beneficiados,
los Padres facultan que durante tres años puedan asistir a los cursos de gramáti-
ca latina, encargando las parroquias a otros clérigos. Sí no lo hicieren, y no su-
pieren hablar latín, se les quitarán los beneficios, hasta que se enmienden de su
negligencia. Esta disposición tan terminante descubre la influencia del culto lati-
nista, que escribió la historia de España. Mandan que se aprenda a hablar en
latín antes de las órdenes menores. Además disponen que los años de teología
sean cinco, en Palencia, como lo eran desde su fundación; y a los catedráticos, que
se encargaren de enseñar, y a los clérigos beneficiados, que se matricularen para
estudiar, se les faculta, por cinco años, para que puedan dejar sus cargos, ponien-
do suplentes en los mismos. (1) Abundaba entonces el clero por la facilidad de la
carrera de estudios, que era corta, y por la pública estimación del estado clerical,
que era causa de multiplicación de beneficios eclesiásticos. Pero había saludable
rigor para no admitir a los aspirantes sin título de ordenación. Inocencio III obli-
gó al Obispo de Zamora, en 1210, a mantener a su cuenta a uno, que así ordenó,
hasta que obtuviese beneficio propio. (2) Rigor, que confirmó en 1228 el concilio
de Valladolid.
Más que por la ciencia, velábase por la virtud del clérigo; pero no estaba a de-
bida altura; siendo las causas, la incuria mental, y el laxismo de las costumbres
populares, que tan grande poder contaminador tienen. Se notan muy frecuentes
excomuniones y suspensiones por graves excesos. E l mismo D. Rodrigo tuvo que
impetrar muchas veces de Roma facultades para absoluciones. Las leyes civiles
toleran la convivencia de clérigos con personas conocidamente infamadas. E l sí-
nodo de Valladolid manda, que en los sínodos diocesanos sean suspensos tales
sujetos,y sean ellos y ellas excomulgados, y enterrados como bestias los no enmen-
dados; y se manda denunciar los tales en las misas de los domingos, para ma-
yor abominación. Ordenan a los Obispos y superiores de Cabildos y Arcedianatos
no perdonar a nadie. Prohiben que hereden sus hijos, y establecen el impedimento
para entrar en el clero. Disposiciones, que no se arraigaron debidamente; porque el
hijo de San Fernando, no mucho después de la muerte de D. Rodrigo, permite a
los clérigos de Salamanca, «que puedan fazer herederos a todos sus fijos y nie-
tos.» (3) E l mismo concilio urge fuertemente el cumplimiento de los demás debe-
res eclesiásticos; prohibe el juego, todo boato y lujo en vestir y viajar, el andar
armados, y ser jueces en causas criminales. D. Rodrigo, de inmaculadas costum-
bres, veía con horror las costumbres relajadas del clero, y abominaba más que de
ningún otro Rey, de Witiza, que favoreció la corrupción de los ministros de Dios,
legalizando el concubinato sacrilego; (4) y proclama que Dios dirigió la mano de
Froila, a pesar de ser austero y cruel, en atención, a que este Rey proscribió las
inmundicias de Witiza, y ordenó que el clero hiciera la vida casta, que prescriben
los cánones. (5) Esto promovió el santo Arzobispo durante su largo pontificado
(1) Tejada, p. 325.(2) Aguirre. V. Ep. lnnocentii. (3) Boletín... IX. p. 73. (4) Lib. III. c. 16.
(5) Lib. V. c. 6.
-226—
y no conocemos casos de reprensible tolerancia, y sí recomendaciones apremiantes
suyas sobre observancia de las leyes eclesiásticas en este punto.
La restauración parroquial, tras el cataclismo de Guadalete, se hizo, no al estilo
godo o mozárabe, sino al estilo romano, que es el presente, circunscribiendo la ju-
risdicción del párroco dentro de un territorio demarcado. En la Iglesia primitiva
eran las parroquias, como las mozárabes, es decir, lista de personas o familias,
que podían residir donde quisieran, pero matriculadas en determinada iglesia, ba-
jo el cuidado del sacerdote encargado. D. Rodrigo tenía en Toledo seis de estas
parroquias, según dice así: «Entre los cuales (los mazárabes) se conservó en vi-
gor el oficio de Isidoro y Leandro y se conserva hoy en seis parroquias toleda-
nas.» Y como entusiasta de los godos, dejó intactas esas parroquias, y floreciente
el oficio, que con el tiempo desapareció, y Cisneros lo restauró en su siglo, en
una capilla de catedral toledana. La importancia del párroco era grande en los
días de Jiménez de Rada; y Guillermo de Santo Amor la exageró enseñando «que
los párrocos vi officii, ex jure divino, tenían jurisdicción en el fuero externo y voz
activa para votar leyes sinodales, lo mismo que los Obispos en el concilio gene-
ral.» Sentencia que Santo Tomás rebatió egregiamente, de orden de Clemente IV.
Sin embargo, no asestó Guillermo con esta teoría a los Obispos, sino a los regu-
lares. Intentó atajar los privilegios de éstos en el sagrado ministerio, atribuyendo
, a los párrocos el poder de impedir el uso de sus privilegios. De parte de la plebe
había negligencia en cumplir el precepto de la confesión anual, y poca era la fre-
cuencia de este sacramento, fuera de los momentos peligrosos. No se habían in-
troducido los confesonarios, porque se daba en las Partidas, años más tarde, la
regla siguiente: «Otrosí, debe el confesor mandar al que se le confiesa, que cuan-
tas vegadas viniere, se siente a los pies del clérigo que lo confesare omildosamen-
te. Pero si fuere muger debela castigar que se asiente a un lado del confesor, e
non muy cerca ni delante, mas de guisa que la oiga e non la vea la cara.» (1) Allí
mismo leemos el consejo que practicó San Ignacio de Loyola en Pamplona: Que
en caso de apuro, si el cristiano no encuentra un clérigo para confesarse, que lo
haga a cualquier lego; porque el arrepentimiento, que así muestra, le dará perdón,
pero, en sanando, debe confesarse al sacerdote. (2) Debía haber en el pueblo harto
somera instrucción, cuando el mismo Jaime I narra tan naturalmente un caso típi-
co suyo. A l entrar en batalla, en la conquista de Murcia, llama a fray Arnaldo de
Segarra, para que le confíese. Éste le obliga a separarse de la manceba Berengue-
la Alonsa; el Rey penitente no obedece, diciendo: «Basta, para merecer la absolu-
ción, la obra buena de conquistar un territorio a los moros.» Posible es que hubie-
ra no pocos confesores, que no vieran tan claro, como el citado fraile, que era im-
posible absolver semejante ocasionarío; porque hay que tener en cuenta, que
entonces estaban los estudios de moral en estado rudimentario. No hay que bus-
car tratados de la época. Sólo había los llamados libri pcenitentiales, que eran,
una especie de rituales formularios. E l primer tratado serio apareció en 1247,
obra del portugués Maestro Juan de. Dios. Poco después publicó San Raimundo
de Peñafort su célebre «Pcenitentia.»
Como todos los eminentes Prelados de la Iglesia católica, D. Rodrigo gravitaba
irresistiblemente hacia esas constelaciones de más intensa y fructuosa actividad
en la vida sobrenatural, que Dios hace brillar, al través de los siglos, en el firma-
mento de la sociedad de los fieles de Cristo, las órdenes y comunidades religiosas,
y tenía noción clara de la misión, que realizan y han de realizar, según los desig-
(1) Part. . tit. V. Ley 26. (2) Part. . tít. V. Ley 29.
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nios de la divina Providencia, en todas las categorías del pueblo cristiano, es de-
cir, conservar, avivar y fomentar los gérmenes de la piedad alta y acrisolada en
las masas, reproducir los confortadores ejemplos de las virtudes heroicas y las lla-
mas sugestionadoras de la santidad, y excitar con sus palabras y actos el fuego
sagrado del celo y de la santa emulación en los miembros del clero. Los institu-
ios religiosos son en la Iglesia militante como fuentes necesarias para el sosteni-
miento de la indispensable temperatura del fervor, para impedir que penetren en el
cuerpo social sucesivamente la tibieza y el frío, que congela la piedad, frío, que
siempre se introduce pronto en aquellos pueblos, en que no existen esos cen-
tros de atracción de las almas a Dios, y de irradiación de espirituales tesoros.
Lo que ya conocemos de D. Rodrigo nos le muestra no sólo como apreciador
de esas instituciones, sino apasionado de ellas; pero aquí tenemos que decir más,
para que se vea cómo promovía su prosperidad, a fin de dar incremento a la pie-
dad cristiana en los fieles.
Las ondas hirvientes e impetuosas de dos grandes ríos celestiales inundaban
rápidamente en aquellos tiempos los campos de la Iglesia, produciendo maravillo-
sa fertilidad de virtudes en los corazones de los cristianos. Eran las Órdenes de
Santo Domingo y San Francisco, a las que amó y protegió gozosamente nuestro
Arzobispo de Toledo, desde su^aparíción; si bien no tenemos iguales pruebas de
afecto respecto de las dos. Abundan más las referentes a la Orden de aquel hidal*
go castellano, algo emparentado con D. Rodrigo, que tras una existencia embalsa-
mada en sublime santidad, había exhalado su postrer aliento de divino amor, pos-
trado sobre la "ceniza, el 6 de Agosto de 1221, cuando todavía reverberaban en sus
pupilas las esperanzas de más larga vida, que prometían sus 51 años de edad.
Muchas veces se trataron sin duda Santo Domingo y D. Rodrigo. En Roma duran-
te el concilio de Letrán: en España, cuando en 1219 recorrió a Castilla, pasando
por Burgos, y trabajó en la fundación del famoso convento, Santo Domingo el
Real de Madrid, henchido de historias santas, y aún trágicas de Reyes españoles,
en el curso de siglos posteriores. Allí se conserva la única carta del celebrado Pa-
triarca, escrita a sus monjas, de muy apreciados y atinados consejos. (1) Santo
Domingo fué canonizado en 1234 por Gregorio IX, que, siendo cardenal,
presidió en Bolonia sus funerales, y por lo tanto D. Rodrigo adoró a Domingo
en los altares. Con increíble celeridad voló la Orden de Predicadores por
los países cristianos, luego que Honorio III la aprobó el 22 de Noviembre de
1216 solemnemente; e invadió a España en 1217; (2) y hallándose su santo funda-
dor en ella, D. Rodrigo y demás Prelados españoles recibieron la bula de Hono-
rio III, del 15 de Noviembre de 1219, en que se les recomienda, que reciban los ser-
vicios de la naciente Orden. (3) Recomendación que bastó para Castilla, pero no pa-
ra Cataluña, a donde el Papa escribió otra vez en 1220. (4) No la necesitaba Don
Rodrigo; dos años antes los había recibido en sus dos diócesis de Toledo y Se-
govia. Porque la fundación de Segovia se hizo en 1217, y la de Madrid en 1218.
Ésta estaba tan próspera en 1219, que Santo Domingo decía en su carta: «Por la
gracia de Dios tenéis muy bastantes edificios donde pueda haber toda observan-
cia..,» Honorio III felicitó, en 20 de Marzo de 1220, al pueblo de Madrid, por haber
recibido a los Padres Predicadores, y les anima a que en adelante les atienda. (5)
Más expresivo es el afecto, que por Santo Domingo y su Orden manifiesta Don
(1) Véase «Historia general de Santo Domingo», por Fernando del Custodio. Lib. I. c. 42.
(2) Ciencia Tomista. Año 1916. p. 388 y sig. (3) Pottahst. tom. p. 539. (4) Pottahst. ib.
(5) Pottahst. I. 214.
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Rodrigo en el documento, que estando en Talamanca expidió en favor del Santo
y los frailes de su Orden, en el mes de Noviembre del año, en que se hallaba en
España el gran Patriarca; año que debió ser 1219; pues 1220 parece que no com-
pagina con los demás hechos anteriores a su muerte. E l texto del documento, que
califica «de mayor importancia e interés» un sabio académico (1), denota que está
redactado cuando Santo Domingo se halla en condición de aceptar y ejecutar lo
que se le dona. Le dona el Arzobispo «con espontánea voluntad», varias casas de
Brihuega, sin duda (dice el escritor, que publicó de los Archivos este documento,)
(2) para fundar en ellas un convento de su Orden.» Mas prosigue, después de trans-
cribirlo: «No creo que tuviese efecto la donación, porque entonces debió ser cuan-
do de vuelta, Santo Domingo, de uno de sus viajes a Roma, se detuvo en Guada-
lajara, y allí padeció el dolor de verse abandonado de casi todos sus frailes Se
quedaron sólo tres, y con ellos se trasladó a Segovia, donde fué autorizado, para
fundar un convento, que acaso sin esta contrariedad se hubiera establecido en
Brihuega, si la donación, que he transcrito, estaba ya hecha.» Esto es inexacto.
Se hizo la fundación de Segovia antes de venir a España el Santo Patriarca, y
por fray Domingo el Chico; porque el Sanio encontró, en su visita a España, con-
solidadas las fundaciones de Segovia, Palencía y Madrid; y no podía producirse
esa explosión fatal disolvente de ánimos. Si ocurrió en Guadalajara esa desban-
dada, antes de establecerse en Segovia los Predicadores, debió verificarse durante
el conato de alguna fundación, que fracasó; pero es un dato que nos indica, que
la primera fundación de los dominicos en España se intentó hacer en la jurisdic-
ción arzobispal de D. Rodrigo, y con su oportuna autorización, en una población,
que con frecuencia visitaba y habitaba el ilustre Prelado; y, frustrado el proyecto
de Guadalajara, les otorgó la facultad de establecerse en Segovia. Los Padres do-
minicos deben esclarecernos en todo esto, empalmar los muchos cabos sueltos
de esta parte de su historia, y colocar en el punto, que le corresponde, lo de Bri-
huega, de lo que no nos han dicho palabra todavía. E l 20 de Septiembre de 1226,
San Fernando, estando en Guadalajara, confirmó las pingües donaciones que el
sacerdote Gil de Guadalajara, había hecho a los dominicos de Madrid, con la
firma de D. Rodrigo. (3) Es el año, en que el Arzobispo quedó en Guadalajara
atacado por malignas fiebres, sin poder acompañar al Santo Rey, en la campaña,
otoñal, a la Bética; lo que nos encamina a creer que esa donación fué confirmada
por el Monarca en la parada forzosa, que tuvo que hacer en Guadalajara, hasta
ver el giro, que tomaba el mal del inseparable compañero de las conquistas gue-
rreras. Por fin, D. Rodrigo llevó a los Padres Predicadores a la capital de su Dió-
cesis el año 1230. Escribe Fonseca: «En su tiempo (de D. Rodrigo) fundaron en
Toledo los religiosos de Santo Domingo y los de San Francisco. A la piedad de
Rodrigo debe Toledo dos vecinos tan grandes y convenientes para su mejor ense-
ñanza.» (4) Parreño refiere en su manuscrito, que San Fernando procuró la casa
a los dominicos en 1230; vendióles el terreno para solar el Cabildo en unión con
el Arzobispo, cerca de la puerta de la Visagra, extramuros, donde prosperaron los
dominicos, en el convento, que se llamó de San Pablo, hasta 1407, en que pasaron
a San Pedro Mártir. (5) Al tratar de las misiones de Marruecos veremos otras no-
ticias de las pruebas de aprecio de D. Rodrigo con los dominicos, y también, toda-
vía más, con los franciscanos. Pero no se conservan más especiales noticias del
apoyo que prestó a los últimos en sus fundaciones en España, y en particular en
(1) Juan Catalina García. Fuero de Brihuega. p. 195. (2) Catalina García. Ut supra. p. 195 y 196.
(3) Boletín de la R. A . de Hist. VIH. 335. (4) Primacía. Part. IV. c. 7. (5) Fol. 150.
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su diócesis. Poquísimas quedan igualmente sobre sus relaciones con otras Órde-
nes religiosas, aparte los cistercienses, que fueron perenne objeto de su amor y
obsequios extraordinarios. Respecto de los cluniacenses leemos, pero sin dar
completo asentimiento, que en 1245, con ocasión del Concilio ecuménico de Lyón,
se hospedó él en la Abadía de Cluny, junto con diez y nueve Cardenales, los Pa-
triarcas de Antioquía y Constantinopla, quince Obispos, San Luis y su madre,
a
D. Blanca, que se alojaron allí en aquella circunstancia. (1) No hay rastro de có-
mo favoreció a los trinitarios y mercedarios, que nacieron eu aquellos mismos días
(2), siendo indudable que les prestó su ayuda, y los protegió.
Casi nada conocemos de sus relaciones con las vírgenes consagradas a Dios,
teniendo que tener muchas, como Prelado celoso. Trató con las cistercienses de las
Huelgas de Burgos, por estar allí su cariñosa hermana María, fervorosa religiosa
cisterciense. Por motivos de negocios trató asimismo la comunidad de religiosas
cistercienses, que tenía en su ciudad de Toledo. Vemos en una obra: «En el año
1219 (era 1257) el insigne Arzobispo D. Rodrigo permutaba con el convento de
San Clemente el Real varias propiedades, y entre ellas, a favor de la iglesia lla-
mada Ortan Almolada... (3)
Página aparte reclama el amor de D. Rodrigo hacia las heroicas Órdenes Mili-
tares españolas, que nacieron (mucho merece notarse) en los mismos días en que
Jiménez de Rada vino al mundo, y cuyo florecimiento culminó durante el pontifi-
cado de D. Rodrigo. Es preciso leer lo qne de ellas escribe con entusiasmo y un-
ción imponderables, para apreciar ese amor, que era fruto de un perfecto cono-
cimiento que de ellas tenía en lo religioso y militar, y de la admiración que le ins-
piraba aquella reunión pasmosa de virtudes y cualidades tan distintas y tan insig-
nes en hombres, que profesaban dos carreras tan diversas, casi opuestas entre sí.
De nada estaba más enterado Rodrigo que de lo que eran pública y privadamente
esas Órdenes, como corporación y como individuos, porque las trató mucho y
constantemente más de cuarenta años, en todas las formas, que era posible, en la
corte de los Reyes, en las filas de los ejércitos, en el campo de batalla, en la cus-
todia de los castillos, en la vida secreta de sus claustros, aún haciendo la misma
vida que ellos, como lo vimos en Calatrava, y hasta como resueltos y firmes ad-
versarios suyos en los tribunales civiles y eclesiásticos, en España y en Roma, en
los innumerables pleitos, que todos ellos sustuvieron con él acerca de derechos
capitalísimos del orden temporal y espiritual. Véase ahora cómo sentía de cada
una en particular. Describe así a los Sautiaguistas: «Su obra es la espada de la
justicia; mora allí el perseguidor de los árabes; quien vive allí es defensor de la fé;
se oye allí el canto de quien alaba a Dios, y el júbilo del anhelo celestial regoci-
ja; enrojécese la espada con la sangre del árabe, arde la fe con la caridad de los
espíritus; es execrado quien sirve a los demonios, y hay vida de gloria para los
que creen en Dios.» (4) De los Calatravos dice: «Ciñen la espada los que modula-
ban salmos: quienes gemían en la oración para la defensa de la patria tienen par-
co alimento y visten áspera lana: Les ejercita ardua disciplina, y les acompaña la
guarda del silencio: la frecuente adoración los humilla, y los macera la vigilia
nocturna: les instruye la oración devota, y el trabajo continuo los fatiga...» (5) Sin
embargo D. Rodrigo vio, apenado, en este tiempo, en el seno de esta su Orden
(1) Enciclopedia Espasa. Art. Cluny. (2) Según los mercedarios nació su Orden en 1218, según
los dominicos en 1222. Estos sostienen esta fecha para asegurar la intervención de los Predicadores e«
la organización de la Merced por medio de San Raimundo de Peñafort. Este no pertenecía aun a los
dominicos en 1218. (3) Monumentos Arquit. de Toledo, p. 158. Archivo Hist. N . Documentos de Sam
Clemente. Sal. 6. caj. 231. A . P. (4) Lib. VII. c. 27. (5) lbidem.
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Militar predilecta el nacimiento de un foco de gangrena. E l primero de todos se
atrevió a quebrantar el rigor de la castidad el Maestre General, Martín Fernán-
dez de Quintana, natural de la diócesis de Burgos, desposándose en Navarra, en
1216, con Catalina Iñiguez de Rada, por las trazas, pariente de nuestro Arzobispo.
(1) Roto así el valladar del celibato no tardó en desmayarse el valor abnegado.
En fin, D. Rodrigo celebró también las virtudes y las hazañas de los Caballeros
de Alcántara, (antes de conquistar esta famosa plaza se llamaban de San Julián de
Pereiro o Perales) donde tenía el Toledano un primo ilustre, que en 1219 regía la
Orden, como cuarto General, y era el Maestre García Sánchez. (2) No sólo favo-
reció, cuanto pudo, a las Órdenes Militares, sino además creó D. Rodrigo otra Or-
den de Caballeros, haciendo circular por sus entrañas los gérmenes de fervor, que
henchían la recien fundada de los Predicadores. E l P. Florez, en su «Clave Histo-
rial», siglo XIII, cita las «Órdenes más ilustres», y escribe: «Orden de los Caballe-
ros de nuestra Señora del Rosario, instituido poco después de 1221 por Rodrigo,
Arzobispo de Toledo.» Otro autor aclara algo el fin de la Orden citada, diciendo
que era avivar la guerra contra el moro, y añade que por eso el Santo Rosario
fué instrumento de victorias «desde que en el mismo siglo XIII, el gran D. Ro-
drigo, Arzobispo de Toledo, que llevando el estandarte de la Santísima Virgen tan
célebre se hizo en las Navas de Tolosa, instituyó la Orden de Caballeros del San-
to Rosario, reunidos en un mismo espíritu de piedad para pelear, sin treguas, con-
tra el infiel africano, inaugurando una serie innumerable de triunfos debidos a tan
excelente devoción.» (3) Y el eruditísimo investigador del siglo XVII, P. Mendo, es-
cribió así: «Rodrigo, Arzobispo de Toledo, erigió en Toledo una Milicia del Rosa-
río, bajo la regla de Santo Domingo, para que se opusiera a los moros, que con-
tinuamente invadían a aquella ciudad. Les dio por blasón la imagen de la bien-
aventurada Virgen del Rosario, y debajo, una cruza pintada de negro y blanco
semejante a la que llevan los Ministros del Tribunal de la Santa Fe. Los Caballe-
ros estaban obligados a rezar diariamente el Rosario en honra de la Virgen.» (4)
Y no tengo más noticias sobre su funcionamiento y los beneficios obtenidos.
Va tiempo que escribimos sucesos acaecidos en diversas fechas, por no
poder reducirlos a método rigurosamente cronológico, ya por su índole, y
también porque no se podía precisar la exacta de algunos de ellos. Tornaremos al
hilo cronológico, que dejamos, cuando D. Rodrigo quedó a descansar en Toledo,
a fines de 1219, después de disolver la hueste de los cruzados, de vuelta de la
campaña de Valencia. Los defensores de la predicación de Santiago en España
nos dicen que el Arzobispo estaba en Valladolid, el 13 de Enero de 1220, porque
aparece su firma en la famosa carta de confirmación del voto de Santiago, que en
ese día expidió allí San Fernando. (5) Razón sin fuerza, como lo notará el lector^
recordando lo dicho sobre el valor de esa clase de firmas. No creo que el Arzo-
bispo se juntara tan presto a la Real comitiva de Fernando, el cual, como no se
habrá olvidado el mismo lector, estaba recorriendo el Reino, en viaje de boda;
porque en el último Diciembre se había casado en Burgos. Parece más cierto que
D. Rodrigo no se movió tan pronto de Toledo, y que más bien intervino por sí
mismo en ciertos asuntos administrativos, que el 20 de ese Enero hubo en aquella
(1) Historia de Calatrava, por Fernández Guerra y Orbe. (2) Crónica de la Orden de Alcántara.
1.1, c. 11. Su autor Alonso Torres y Tapia. Opinó Rades de Andrada, que era hijo de Sancho Jiménez
y hermano de Ñuño Sánchez, por cuya alma D. Rodrigo instituyó un aniversario en la catedral de To-
ledo. (3) De la importancia del Rosario. Disertación, por el P. Pancho, dominico. En el Congreso ca-
tólico de Sevilla. 1892. Sección I. Punto 6. (4) De Ordinibus Militaribus. Quaestio IV. n. 100. Remite
a Francisco Mennenio. Delic. Equestribus. íol. 35. (5) Mondejar. Predicación de Santiago,
-231-
ciudad con los árabes, de los cuales da razón el arabista moderno, Simonet, ex-
plicando el contenido de varios documentos latino-arábigos, de este modo: «Uno
es escritura de venta de ciertas heredades en el término de Toledo, otorgado a fa-
a
vor del célebre Arzobispo, D. Rodrigo Jiménez, por D. Loba Empieza la escri-
tura por la fórmula muslímica: «En el nombre de Dios piadoso y misericordio-
so... Al Arzobispo se le llama, según uso de los mozárabes Almothran Almocad-
das, o sea, Metropolitano Santo... E l mismo año, última década de Enero, se otor-
gó otra escritura de venta a favor de D. Rodrigo Jiménez.» (1) E l Arzobispo
aumentó sus bienes aun más, el 23 de Marzo, con otras compras, que hizo
a varios hermanos de Toledo, (2) y el 13 de Agosto con los muchísimos que le do-
nó el Arcediano de Talavera, Miguel Esteban, del que dice D. Rodrigo que le ha-
bía prestado «muchos e grandes servicios», y añade por eso, que muy a gusto fun-
dará por el alma de tan benemérito eclesiástico y amigo, un aniversario, después
de su muerte. (3) Las adquisiciones citadas demuestran que D. Rodrigo disfrutaba
ampliamente del privilegio de excepción que Alfonso VIII había hecho a favor de
la Catedral en aquel decreto, en que prohibía «que ningún hombre de Toledo pu-
diese dar o vender a alguna Orden religiosa ningún bien o heredad», para evitar
así el daño de la ciudad de Toledo. Sólo se permite a la Catedral. (4) Y no paso
adelante sin hacer ver cuan privilegiada era la situación de D. Rodrigo en la po-
blación civil de Toledo. Alfonso VIII, amigo acendrado de Jiménez de Rada, rodeó
a su dignidad Arzobispal de prestigio y preeminencias, excluyendo a las mismas
autoridades civiles principales de la ciudad de toda intervención, hasta en el co-
bro de los tributos. «No queremos, decía, que los alcaldes o ciudadanos de Tole-
do tengan potestad o preeminencia alguna sobre los hombres del Arzobispo y de
la Iglesia de Santa María.» E l mismo Arzobispo nombrará sus recaudadores; ni
la Mitra pagará nada a la corona o a la ciudad, como tributo, sino que estará
exento en todo. (5)
El 23 de Enero de 1221 nos encontramos en Guadalajara con un documento de
donaciones muy pingües, honrosísimo para D. Rodrigo, y que denuncia, que el
Arzobispo fué un bienhechor grande de dicha población y aldeas vecinas, sin que
hayamos podido averiguar en qué consistieron los excelentes servicios prestados.
El caso es que el Concejo de Guadalajara y de sus aldeas, con asistencia de suje-
tos de categoría, como homenaje de gratitud, donaron a su bienhechor y Prelado
el pueblo de Turvisc, (6) diciendo que lo hacen «por el amor, que avernos a Don
Rodrigo... el cual mucho de amores nos fizo e demando siempre o (que) pudo de
corazón et de bona volúntate Es un documento interesante, que merece estudiar-
se para señalar el desarrollo de la lengua castellana, en que se redactó. Se con-
serva el original. La multitud de los testigos y firmantes revelan el alborozo con
que se tributó y se solemnizó este espléndido obsequio al preclaro personaje, el
cual allí mismo puso su sello en la escritura de donación; y además otorgó el Ar-
zobispo en el mismo día, aparte, la carta de aceptación de esa donación. (7) La
adquisición de Turviesc puso a D. Rodrigo en la posesión de un territorio extensí-
simo, en que estaban engarzados, con límites eomunes. Arenilla, Brihuega con sus
numerosas aldeas, Romaneos, una porción de aldeas, en las márgenes del Tajuña
(1) Historia de los Mozárabes de España, por Francisco Javier Simonet. Madrid. 1897, 1903.
Ap. XIII. p. 830 y 831. Ms. del P. Burriel. B. N . Signat. 19094. £. 1 y 9. (2) Líber priv. 1. f. 77.
(3) Líber priv. II. f. 33. (4) Acta Ballandü. Tratatus Hístori. Chon. de Liturgia. Mense jttlii. T. VI.
n. 291. (5) Ib. n. 288 a 290. (6) Así leo en el Líber, priv. II. f. 64 y 65. E l académico Catalina Gar-
cía leyó Torviesch y Jurvierch. Añade que su original es el documento más antiguo, con sello munici-
pal de la ciudad. (Vuelos Arqueológicos, p. 58.) (7) Lib. priv. II. i . 64 y 65. I. f. 31. r.
-232-
y el citado Turviesc, circunvalando casi enteramente a Fita y todas las aldeas de
su Concejo; lo que hizo brotar disgustos y discusiones entre el Prelado y el Conce-
jo de Fita o Hita; porque se vio éste con dificultades para usufructuar las dehesas
y los montes, que antes de venir algunos de esos pueblos a manos del Arzobispo,
usufructuaban los vecinos del Concejo de Hita, con tácitos acuerdos. D. Rodrigo
determinó proceder según derecho, y el derecho pesó a favor suyo, como se nota
en el tono favorable al Arzobispo, con que se redactó la concordia de límites de
las posesiones de Hita y del Primado toledano, el 25 de Julio de 1221, «después de
largos altercados, pero de común consentimiento.» Altercados que no debieron
renacer, porque ya no aparecen más en la superficie de la historia. (1) Nos ente-
rarnos también por un contrato largo y oficinesco del 21 de Diciembre de este año,
que el Arzobispo poseía, junio a un castillo de Guadarrama, varios molinos, que
arrendó en dicha fecha. Los había hecho el mismo propietario. (2) De novo facía.
Habráse advertido con cuánta solicitud trabajaba D. Rodrigo para aumentar
y conservar el patrimonio temporal de clero. Ningún Arzobispo de Toledo le igua-
ló en esto, como se va viendo y aparecerá evidente al fin de la obra. Sentía lo
mismo que su amigo, Honorio III, acerca de la necesidad de poseer bienes propios
el clero, y que no dependiera de la subvención de la potestad civil. E l dicho Papa
se opuso a la pretensión del Rey Hugo de Chipre, que quería someter el suyo a la
subvención, dicíéndole, que perjudicaba a la libertad de acción de ios ministros
de Dios. Las fuentes de ingresos del clero y del sostenimiento del culto eran en-
tonces en España, diezmos y primicias; donaciones reales y de particulares; fun-
daciones pías, y adquisiciones hechas por la cooperación material en las empre-,
sas guerreras. Hay una particularidad importante, que se debe señalar, como nota
general de la historia eclesiástica de aquella época, y es, que se consideraba como
necesaria la ratificación pontificia, para la perpetuidad firme e inviolable de las
donaciones de las fincas, y de las fundaciones pías, radicadas en bienes inmuebles.
De lo contrarío estaban expuestas a la rapacidad o al arbitrio de los príncipes
sucesores, que no respetaban esas concesiones, como absolutas, si no exhibían la
ratificación del Papa. Y los particulares no se recataban de suscitar pleitos mien-
tras no veían esa aprobación. Por eso D. Rodrigo obtuvo de los Papas, con este
objeto, muchos breves. Del 8 de Febrero de 1217 es uno, en que Honorio III le con-
firma las iglesias y donaciones, que adquirió en la campaña de las Navas de To-
losa, y en la del año siguiente, en la Alcarria. Las primeras son (nombres tan fa-
mosos de aquella expedición) Buches, Baños, Tolosa, Alarcos, Caracuel, Benaven-
te, Zuqueda, Petrabona y Guadalerza. Las segundas las que enumeramos al
narrar la expedición de la Alcarria y conquista de Alcaraz. Confirma además en
esa bula quince parroquias más, y pasan de treinta las confirmadas en la del día
siguiente. (3) Pasma ei magnífico desfile de tantas parroquias y de tantas posesio-
nes, definitivamente agregadas al patrimonio de la iglesia de Toledo, por los méri-
tos y diligencia de este hombre admirable. Como es claro, ahí no figuran las que
estaban agregadas ya por decreto pontificio, tales como Alcalá y tantas más, por-
que se confirman sólo las nuevas adquisiciones de Rodrigo. Permítase su inser-
ción. Las parroquias de la bula del 8 son éstas: Avenzaier, Calcinas, «las que es-
tán cerca de la montaña de San Pedro, las de Riopal, de Segura, Torre Albez,
Puerto de Muradal, Bar Jalamet, Andújar, Quilón, Míqueza, Magazella, Medellín,
Turgelos, Sofariz, con todo el campo de Arañuelo, en dirección de Toledo. Las po-
sesiones confirmadas en la bula del 9 son: Las fincas de la aldea de Alcaraz, las
(.1) Liver priv. I. 69. r. y II. 31. v. col. 2. (2) Lib. priv. I. fol. 33. (3) Ap. 35 y 36.
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de Torre, Zuferola, Orgaz, Abamuel, Fuentes de Robinat, Corral Rubio, Avenga-
ria, Cuevas del Guadiana, Espinar del Car, Esternas, Estebes, Puerto de Maches,
Avellanar, Puerto de Alhover y Marializa, hasta Orgaz. Las villas, Molas, Cerva
Longa, Palumbes, Dagoncíolo, Torrijos, Esquivias, Loeches, Val de Torres, Aldea
del Campo, Arganda, Valmores, Olmeta, Val de Mera, Villaumbrales, Talamanca,
Viana, Medina, Prienzo, Burgis y Castillo de Polgar. En fin, el 12 de Marzo de
1219 logró que el Papa ratificara aún las antiguas posesiones confirmadas. (1)
El 6 de Febrero de 1221 se celebraron con gran pompa las nupcias de Jaime el
Conquistador, quien, según dice de sí, cumplía 12 años, aquel dia, (2) con Leonor,
última hija de Alfonso VIII. Autores de peso han escrito, que D. Rodrigo negoció
este asunto. Dice uno «sospechando que las circunstancias tristes por que pasaba
Aragón llegasen a ser beneficio de los muslisnes, que entonces sólo temían al po-
deroso Reino de Castilla, para atajar los prudentes temores y asegurar los Reinos
a
cristianos, propuso y negoció el Arzobispo la boda de D . Leonor.» (3) ¿Será ver-
dad? Parece increible que promoviera D. Rodrigo un enlace, que ocho años des-
pués se anuló por incestuoso en un concilio, por voto del mismo D. Rodrigo, a
causa de que los consortes eran biznietos de Alfonso VII de Castilla. Yo no veo
dato alguno que lo confirme. Si intermedió Rodrigo fué a base de dispensas fun-
dadamente esperadas, lo mismo que San Fernando, que gestionó este enlace, su-
poniendo que Roma se avendría a conceder la dispensa, después de celebrado el
matrimonio; medio de que se valían muchos Monarcas para forzar a los Papas
a las concesiones. Antes de Inocencio III era costumbre general solicitar tales dis-
pensas tras la celebración de nupcias. Con suma energía y tenacidad la combatió,
y lo propio hicieron los sucesores hasta desterrarla, aunque los Reyes se resistían
muy pertinazmente a adoptar la práctica.
Del 20 de Junio de 1221 dicen los Anales toledanos II: «Sagró el Arzobispo don
Rodrigo la iglesia de Sant Román de Toledo en 20 días de Junio, domingo.» Está
San Román en lo alto de la ciudad, a guisa de atalaya. No sabemos si es la que
ya existía en Toledo en 1116, u otra nueva, edificada por nuestro Prelado, por la
destrucción de aquella. E l 23 de Noviembre de este año, nació en Toledo Alfonso
el Sabio, al que regeneró sin duda a la gracia nuestro Arzobispo; pero al poco, en
Diciembre, volaron fugaces los regocijos de este nacimiento con las inundaciones
asoladoras del Tajo, que rebasó los muros de la ciudad y destrozó la rica vega.
El 20 de Enero de 1222 D. Rodrigo estaba en Talamanca, donde recibió de Alon-
so Téllez los castillos de Muro, Dos Hermanas, Cedoniella y Malmenoneda, que
se los pidió por ser de gran interés estratégico para él. De gran valor debían de
ser, puesto que se obliga el Arzobispo a pagarle muchos miles de áureos y a cum-
plir otras cargas, por mucho tiempo, a pesar de que declara que Téllez es liberal
con él. (4) San Fernando dio tres días después en Fresno la carta de confir-
mación de esta donación; pero no lleva la firma de D. Rodrigo, y sí las de
los demás Obispos castellanos. (5) Lo propio hay que advertir acerca de los
dos documentos siguientes sobre Almagro, el 24 y el 25 del mismo mes. En el pri-
mero San Fernando concede al Arzobispo, que, como sabemos, era el gran funda-
dor de Almagro y constructor de su castillo, en el año aciago de 1213 a 1214, la
facultad de dar a la naciente, pero intrépida y floreciente villa, el fuero que le plu-
giere al Prelado. Dirige el Rey la carta a la villa; porque los almagreses le pidie-
ron un fuero, sin duda, porque Fernando no había confirmado a D. Rodrigo la
(1) Ap. 68. Hasta hoy inédita. (2) Su vida escrita por él. ^3) Cerralbo. Discursos... p. 51. VI-
cenje de la.Fuente. Elogio, p. 89. Ap. 17. (4) Lib. priv. I. f. 3y- (5) Lib. priv. I. fol. 38. v.
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donación, que de todo Almagro le había hecho Enrique I. San Fernando digna-
mente declina en D. Rodrigo el derecho de darle el fuero que piden. Después de
afirmar en el preámbulo: «Es necesario que los Reyes fortifiquen las fronteras y
que animen con buenos fueros y laudables usos a los que luchan contra sus ene-
migos,» añade: «Os otorgo cualquier fuero de cualquier villa o ciudad del Reino,
que os quiera elegir D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo, para vuestro fin.» (1) Y pa-
ra que no surgieran disputas, ni dudas, el día siguiente confirmó el Santo Rey el
hermoso documento de donación de Enrique I, que a su tiempo hemos extractado.
En la provincia de Guadalajara y diócesis de Sigüenza se halla situada la fa-
mosa Molina de Aragón, último baluarte de los Laras, de donde ellos partieron
para la morería, tras una discreta concordia, concertada por la Reina Berenguela
entre la hueste asediadora de San Fernando y los defensores de la villa. Apenas
se entregó ésta se disolvió enteramente el ejército Real. (2) E l dueño de
Molina, Gonzalo Pérez, se la había empeñado para 1222 a D. Rodrigo, bajo
condición, de que si sobreviviera algún descendiente suyo, se la daría sin falta.
D. Rodrigo extendió en Buriarfar, el 28 de Junio de 1221, el acta de acepta
ción, diciendo: «Nos, Rodrigo, legado de la Sede Apostólica, recibimos lo sobredi-
cho con ánimo agradecido.» E l Arzobispo pidió al Papa la ratificación, y Honorio
III le contestó el 17 de Marzo de 1222, que con gusto confirma la posesión «de la
villa de Molina con sus pertenencias, donada liberalmente por el noble varón, tal
como la posee justa y canónicamente, conforme se contiene en el instrumento más
particularmente.» (3) Molina con el tiempo pasó a manos de la sobrina de San Fer-
a
nando, D. María de la Molina, que como madre y Reina rayó entre las mejores
hembras, que han cruzado a Castilla. Una bula de Honorio III, de 21 de Julio de
1222, nos entera, que el Arzobispo «retenía contra justicia, y rehusaba restituir»
(dice el breve) una propiedad de los caballeros de Santiago, en la villa de Lapar,
y se intima en la bula a los abades de San Vicente del Monte y de Fundo y al
Chantre de Ávila que le obliguen a cumplir su deber. (4)
En la vida de D. Rodrigo Jiménez de Rada debe calificarse el año 1223 año
de los fueros, no porque en él otorgó la mayor parte y los principales, sino por-
que fué el año en que concedió mayor número, desplegando su cualidad de legis-
lador, que alaba así una autoridad en la materia: «Su fecunda iniciativa lo mismo
ejercitó en levantar magníficos templos y obras de utilidad pública, que en conce-
der fueros y privilegios, que vienen a ser a manera de código en miniatura para el
régimen parcial de ciertos pueblos de su Arzobispado.» (5) Téngase en cuenta que
los fueros propiamente dichos son volumisos, tales como el célebre de Alcalá,
el de Brihuega y algunos más. Son cortas las cartas forales y ciertos privilegios.
D. Rodrigo profesó especial cariño a Talamanca, nombre, que resuena cons-
tantemente en esta época, por la importancia de su nutrida población y por sus ex-
celentes defensas; y por eso le vemos en esta villa al año de haber estado, el 27
de Enero de 1223, y le otorgó en ese día una carta foral, en que amplió los privi-
legios, que en el fuero suyo anterior tenía; y no sólo a la villa, sino a las aldeas,
que integraban su Concejo. Declara el Arzobispo que se lo otorga por los gran-
des y gratos servicios, que recibió de ellos; y lo mismo dice de las aldeas de Alcalá
de Henares, a las que concede en el mismo día otra carta fuero muy parecida.
(1) Líber priv. I. 31 y 37. Además en los folios 31 y 39 de ese mismo tomo del Liber hay dos dona-
ciones del Rey Fernando a D. Rodrigo, pero ilegibles. (2) Lib. IX. c. 11. (3) Ap. 81. (4) Ap. 82.
No tengo datos más particulares para juzgar a D. Rodrigo en este punto. (5) Contribuciones e im-
puestos en León y Castilla durante la Edad media, p. 285; por Jerónimo López de Ayala, Conde de Ce-
dillo. Madrid, 1896.
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Exime de contribuciones a los que no llegan a tener veinte morabetinos de bienes
y a los que van en fonsado en el ejército del Rey. A los talamanquinos, que po-
sean más de veinte morabetinos, les exige uno. Casi lo mismo a los de las aldeas
de Alcalá, incluyendo a los que tienen bienes raices en tierras, en ganados y en
industrias harineras. Les reclama todas las rentas, que marcan los fueros particu-
lares con que se rigen, y también los alimentos, que deben tanto a él, como al
Rey. (1)
De Talamanca había ido a Uceda el Arzobispo, para el día 4 de Marzo de es-
te año, pueblo importante, que el año anterior había recibido el fuero de manos
de San Fernando, quien hace referencia a este fuero en la carta, que desde Sevilla
dirigió a los ucedanos, el 8 de Noviembre de 1250, dícíéndoles, que se lo concedió
«ante el Arzobispo D. Rodrigo.» Éste expidió el 4 de Marzo el privilegio foral
en la voz de Alcalá de Henares, pero no tan bueno como el de Talamanca. Porque
separó las aldeas de Alcalá, de su metrópoli, dándoles carta foral distinta: con
lo cual las aldeas de Alcalá venían a tener una organización, una vida y un mo-
vimiento de comercio independientes, con perjuicio de los alcaleños, y acaso tam-
bién de las mismas aldeas, que solas tendrían que soportar ciertas cargas; y se
originaba también otro mal; que esa separación legal les apartaba de la mutua
fusión de los ánimos. E l mismo San Fernando se lamentaba, en el citado docu-
mento de 1250, de haber seguido este sistema en su niñez. «Et bien conosco, et es
verdad, que cuando yo era niño que aparté las aldeas de las villas en algunos lo-
gares, et a la sazón que fiz esto érame más niño, et non paré hi tanto mientes.»
Mas para esta fecha (1223) había corregido su yerro el Santo Rey; porque ya en
los fueros que dio a Uceda (22 de Julio de 1222) y a Madrid (24 del mismo mes) ha-
bía estampado esta norma «De las aldeas en tal manera es establecido: que las
aldeas non sean apartadas de vuestra villa, mas que sean con la villa en aquello
que eran en el tiempo del Rey D. Alfonso, mi abuelo.» Ignoro por qué D. Rodrigo
no siguió esta norma, que él mismo firmó en Peñafiel, el 22 de Julio del año prece-
dente. Éste privilegio foral nos introduce en el famosísimo fuero, que el mismo
D. Rodrigo les confirmó en parte, en parte les amplió, y del cual vamos a hablar,
después de notar lo particular de este privilegio. En cuanto a las pechas repite ca-
si lo de Talamanca. Ordena que anualmente se renueven los jurados, los alcaldes
y el juez. Que el huérfano de menos de 14 años no peche: ni peche el concejo
cuando con el Arzobispo, o con el Rey, va a la guerra por dos o más meses.
Digamos algo, aunque sea menos de lo que requiere el asunto, del Fuero extenso
de Alcalá de Henares, el que más se generalizó en España, (2) y que más influyó
en la legislación española. Acerca de su origen dice «£a Colección de Fueros y
Cartas Pueblas de España. Fué formada (la colección de fueros de Alcalá) y ro-
manceada por orden de D. Rodrigo Jiménez de Rada, si bien sirvieron de base los
otorgados por el Arzobispo D. Raimundo (año 1135.)» Escribió Martínez Marina:
«Corresponde a este tiempo el raro y desconocido fuero de Alcalá de Henares,
uno de los instrumentos legales más apreciables, e importantes para conocer la
(1) E l original del fuero de las aldeas de Alcalá está en Toledo, con las firmas autógrafas de don
Rodrigo y otros personajes, Tiene dos sellos céreos. En uno está D. Rodrigo, sentado, con faja patriar-
cal pendiente. En el otro, que es del Cabildo, está la imagen de María, sentada, y coronada, con el N i -
ño Jesús en los brazos. Véase B. N . Sign. 13074. f. 40 y 50. Liber priv. II. 31 y 32. (2) Lo recibieron
Campo Real, Anchuelo, Embite, Ajalvir, Arganda, Carabaña, Caramiña de Esternelas, Carpo, Dagan-
2o de Abajo, Loeches, Los Hueros, Olmeda, Orusco, Pezuela, Perales de Tajuña, Pazuelo del Rey,
Santorcaz, Querencia, Santos de la Humosa, Tíelmes,, Torrejón de Ardoz, Valmorés, Valtíerra, Vilches,
Villar del Olmo, Villavílla y otros más.
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jurisprudencia. La copiosa colección de sus leyes tuvo principio en el Arzobispo
D. Raimundo, y se fué aumentando sucesivamente y confirmando por los Prela-
dos, Sres. de Alcalá, D. Juan, D. Cerebruno, D. Gonzalo, D. Martín y el célebre
D. Rodrigo Ximénez, en cuyo tiempo, es verosímil, se haya romanceado.» (1)
D. Rodrigo volvía a cada paso a reiterar las' pruebas de su amor a los cister-
cienses de Huerta. E l último día de Julio de 1223 les hizo donación de una parte
de la rica herencia, recibida de su madre. Les dio los lugares de Bliecos, Boñices
con los edificios correspondientes a la iglesia, y los ricos latifundios de
Alentique y Torada, «dos heredades, que hasta agora goza el monasterio», dice
Manrique. (2) «Si no dio el Buenafuente (¿con sus monjas?) es porque es Real
aquella casa.» (3) Cuando el citado analista escribía, Bliecos y Boñices producían
a los monjes dos mil ducados. E l sesudo Loperráez dice, que por eso sin duda los
Priores de Bliecos conservan los retratos de D. Rodrigo y de su abuela, que son
antiguos, y he visto repetidas veces.» (4)
Del todo se diferencia de los fueros anteriores el que D. Rodrigo dio a los
pobladores de Yepes, el 31 de Diciembre de 1223. Brilla por su especial originali-
dad. Léanse las siguientes disposiciones, como muestra. El concejo de Alcaldes
nombrará los jueces y los alcaldes de entre los vecinos, pero sólo anuales. Los ve-
cinos están libres de fonsado con el Arzobispo y con el Rey. E l poblador no po-
drá hacer justicia por su mano en los homicidios, hurtos y otros agravios, ahor-
cando al delincuente, sino que acudirá al Arzobispo o a los ministros del Arzobis-
po. Los nuevos pobladores quedan exentos de tributos, durante tres años. (5)
Suceso que conmovió la nación, en 1224, fué la visita del legendario héroe, Juan
de Briena, Rey de Acre, futuro emperador de Constantínopla, y su enlace con do-
ña Berenguela, hermana de San Fernando. Documentalmente consta por la parti-
da de matrimonio, que en la Catedral burgalesa se conserva, que las hupcias se
verificaron en ese año, en Burgos. (ó) D. Mauricio, Obispo de Burgos con su cabildo
invitó a D. Rodrigo, para que presidíese las sagradas ceremonias, que se celebra-
ron en la catedral vieja, con asistencia de San Fernando, de su esposa y de su
a
madre, D . Berenguela. E l Primado acudió a Burgos a recibir al famoso guerrero.
De aquí debió dirigirse a Toledo, pues los Anales toledanos segundos dicen, que
Juan de Briena entró en Toledo el 5 de Abril de 1224, y que hubo regocijos po-
pulares espléndidos con ocasión de esta boda. Zurita cuenta que el brillante viaje-
ro entró en Toledo un viernes, pasó en peregrinación a Santiago de Composíela
en compañía del Arzobispo D. Rodrigo, y volviendo, celebró el matrimonio. (7)
Castejón y Fonseca, que sin conocer la partida de matrimonio, atinó al decir, que
(1) Habiendo estado inédita esta famosa Colección, en el Archivo, la ha publicado en 1919, en Ma-
drid, Galo^Sánchez. Fueros Castellanos de Soria y Alcalá de Henares. (2) Santoral y Dominical Cis-
terciense, por A. Manrique. Lib. II. c. 9. (3) Ibidem. (4) Descripción... tom. I. D. Vicente de la
Fuente, para saber sí se conservaban todavía esos retratos, pidió noticias al Obispo de Teruel, don
Francisco de Paula Jiménez, hijo de Bliecos; y éste le contestó afirmativamente, añadiendo, que al pie
del retrato del Arzobispo está así su epitafio traducido
Navarra me engendra;
Castilla me cría;
París es mi escuela;
Toledo es mi silla;
Huerta es mi entierro;
Mi alma al cielo guía;
(;Elgio. p. 40.1
(5) Se cita el Fuero de Yepes en la Colección... de la Real Acad. de Hist. p. 294, y en la Primacía.. '•
de Castejón, Parte IV c. 6. Pero jamás se ha editado, ni dado noticia compendiosa de su contenido.
(6) D . Mauricio, p. 78. (7) Anales. Lib. II. c. 80.
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el Primado tuvo el primer lugar en las pompas nupciales, añade sin razón, que el
heroico cuñado de Fernando se le unió para guerrear contra los moros. (1) Debie-
ron suceder las cosas en este orden: boda en Burgos, visita a Toledo, peregrina-
ción a Compostela y regreso de Juan de Briena a su país.
En Enero de 1224 D. Rodrigo se hallaba en su pueblo de Torríjos, en compañía
del Obispo de Plasencia, su Capellán, dice él mismo en su historia, y arrendó, allí,
en ese mes, su Alcaidía de Illescas, firmando con él la escritura el expresado
Obispo. (2) E l 1.° de Mayo, estando en Duratón, cerca de Sepúlveda, Diócesis de
Segovía, terminó cordialmente un asunto, que trataba con los monjes de Santo
Domingo de Silos, desde años atrás. Tenía la Abadía de Silos, en un arrabal de
Madrid, la iglesia de San Martín, pero no armonizaba en cuanto a los derechos
con el Arzobispo de Toledo. En' este día prometió a D. Rodrigo pagar los va-
rios derechos arzobispales, reconocer y observar el entredicho, que pusiera a la
villa de Madrid, y someter a su examen al capellán, que quisiera nombrar para
esa iglesia. D. Rodrigo se obligó de su parte a no rechazar el que resultara idó-
neo, aunque fuera monje; y que a ningún monje admitirá sin dimisorias del Abad
de Silos. (3) Pasó el Arzobispo de Duratón a Brihuega, donde en Junio compró
una heredad al Maestre de Santiago. (4) E l 7 de Septiembre de este año 1224, es-
tando en Madrid, D. Rodrigo expidió el notable decreto, por el cual concedía al
caballero Alonso Téllez los privilegios de la cruzada, para que pudiera poblar el
castillo de Aliagilla, según referimos en otro lugar. (5) Residiendo en Brihuega, en
la última parte de este año, recibió allí al Maestre de Santiago, D. Pedro, que se
le presentó para reconocer los derechos del Arzobispo acerca de la aprobación de
los clérigos nombrados en su Orden, para servicios parroquiales y sobre el co-
bro de ciertas rentas de sus iglesias, cosa a que hasta entonces se resistían los
Santiaguistas. (6) Honorio III, atendiendo a una reclamación de D. Rodrigo contra
el Obispo de Ávila, que eludía una sentencia favorable al Toledano, ordenó al
Abad y Prior de Silos que le obligaran a cumplirla; 7 de Julio de 1224. (7) En fin,
en este año se encargó Rodrigo de la construcción del monumental refectorio de
su amada Huerta, junto con otras muy costosas obras, que allí ejecutó, sin
sin cesar, hasta el año 1227. (8)
Mas el Arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada agita ya fervorosamente en la
corte de Castilla el pendón de guerra santa contra el sarraceno, empuja a los Re-
yes a las armas, quiere lanzar al combate a Castilla, está con la cruz de las
batallas alzada, para penetrar de nuevo en Andalucía, en rescate de tierras cau-
tivas, y, preciso es aprestarse. Demos por esto, antes de arrojarnos a los años de
constante lucha, una ojeada sobre la acción de D. Rodrigo en el interior de la cor-
te de los Reyes, para que no se interrumpa ya la relación de los actos de la vida
pública nacional con la de las cosas privadas de la Real familia. E l Arzo-
bispo de Sevilla, Diego Guzmán, Patriarca de las Indias, en su Memorial, dirigido
a España y a la Iglesia, para pedir la canonización de San Fernando, con el fin
de hacer mayor fuerza en orden a su intento, recordaba la misión profunda y uni-
a
versal, que D. Rodrigo había ejercitado cerca de San Fernando y de D. Berengue-
la, dirigiéndoles recta y santamente en todas las cosas; y dice así el Patriarca
entre otras: «quien más mereció el nombre e hizo el oficio de ayo y maestro, fué
el gran Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez, navarro, por cuyo medio y ásis-
(1) Primacía. Parte IV. c. 7. (2) Ub. priv. rol. 19. r. y v. (3) Boletín... t. IX. p. 191 (4) Ambro-
s Morales, t. XIV. Catalina García. Fuero de Brihuega. 24. (5) Bull San Jacobi. p. 85- Memorias ...
10
p. 352. (6) Bull. San Jacobi, p. 124 y 126. (7) Ap. 83. (8) Manrique. Santral. Cist. Lib. II. c. 9.
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encía se gobernaban el Reino y ambos Reyes, D. Fernando y su madre.» (1) ¿Con
qué extensión se ha de entender esto? Primero ciertamente en cuanto a las delibe-
raciones y resoluciones exteriores de interés general y de los casos particulares
a
de justicia y religión. En segundo lugar respecto de D. Berenguela, sabido es que
lo ilustraba y dirigía en las cosas interiores de la conciencia, como lo había
a a
hecho con Alfons o VIII y D. Leonor, "padres de D. Berenguela, hasta la muerte,
según ya lo contamos. Parece que no hizo lo mismo con San Fernando, cuyos
directores espirituales fueron los Padres Predicadores, conforme lo aseguran con
ciertos fundamentos los escritores de la Orden dominicana. (2) Entre otros distin-
guen a un Santo, que trató mucho a D. Rodrigo, el cual se hizo hijo de Santo
Domingo en 1220, después de renunciar el Deanato de Palencia; era San Pedro
González, vulgarmente San Telmo, del que el Toledano trazó un caluroso elogio.
a
No hay indicios de que D. Beatriz de Suavia confiara su alma al Arzobis-
po, en los doce años que vivió con San Fernando. Sólo celebra sus prendas gene-
rales, llamándola «noble, hermosa, modesta y discreta». (3) Esta bien amada espo-
sa dio a San Fernando, en los doce años, nueve hijos; siete varones y dos hem-
bras, que D. Rodrigo los enumera por el orden de nacimiento. E l quinto y el sexto
a
fueron puestos bajo la dirección y autoridad del Arzobispo, por su abuela, D. Be-
renguela. Escribió del primero, que se llamaba Felipe, de este modo: «Fué aquel
entregado a Dios y a Rodrigo, Pontífice de Toledo, y por manos del mismo Pontí-
fice fué consagrado al servicio del Señor, adscribiéndole a la iglesia de Toledo, y
el mismo Pontífice le señaló, en el acto, la prebenda y oíros beneficios.» Del segun-
do dice: «Sancho, presentado a Rodrigo, Pontífice toledano, recibió de él la tonsu-
ra clerical, el cargo de Salmista, y obtuvo prebenda y beneficio en la iglesia de
Toledo.» (4) Cuando D. Rodrigo hablaba así en su historia, los dos Infantes eran
unos seminaristas de 17 y 18, respectivamente, como diríamos hoy. E l cardenal
Lorenzana los llama discípulos del Arzobispo, y al Arzobispo, su preceptor, quien
escogió por suplente a San Pedro Pascual «el cual, añade Lorenzana, créese
que fué Obispo titular, y Auxiliar del mismo Arzobispo primeramente, y después
promovido al Obispado de Jaén, y cuando visitaba la Diócesis, y con santas amo-
nestaciones instruía su grey, fué hecho prisionero por los moros en la ciudad de
Granada...» (5) Ignoro de donde sacó el Cardenal estas noticias respecto de San Pe-
dro Pascual. No creo que Jiménez de Rada fuera propiamente Maestro de estos
dos hijos de San Fernando, sólo, sí, latamente, en cuanto que les proporcionó, en
forma común, pero bajo su especial vigilancia, la educación propia del clérigo. E l
continuador de la crónica de D. Rodrigo dice de Felipe: «El Arzobispo púsolo a
leer a título de la Iglesia.» De Sancho nada dice. Vivió Felipe ejemplarmente du-
rante la vida de D. Rodrigo, y su padre, que era Santo, no titubeó en procurarle
el Arzobispado de Sevilla, cuando éste fué rescatado. Señal de que todavía se con-
servaba bien, aunque no había entrado en las órdenes sagradas, y mejor fué así.
Porque, apenas su padre pasó a otra vida, se torció mucho, y se lanzó, de mano
con la airada nobleza castellana, por los tortuosos vericuetos de las turbulencias y
rebeldías, en guerra contra su hermano, Alfonso el Sabio. En ceimbio San-
cho honró la sangre paterna y a D. Rodrigo, quien obtuvo a favor de él, el 13 de
Agosto de 1245, una Bula de Inocencio III, por la que se le concedía un canonica-
to en Toledo, y la facultad para poder acumular beneficios. (6) Estudió la teología
en París. A la muerte del Arzobispo Gutierre, en vida del padre, Inocencio IV, le
nombró Arzobispo de Toledo, y se consagró nueve años después, en 1259 y mu-
(1) Parte I. c. 3. (2) Ciencia Tomista. Noviembre y Diciembre, p. 383. (3) Lib. X. c. 10.
(4) Lib. X. c. 12. (5) Vista Roderici. Padres Toledanos (6) Berger. 1434.
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rió joven, a los 35 años, sin ilustrar mucho su Mitra de Toledo con acciones y em_
presas memorables.
Era Rodrigo en esta fecha palanca irresistible, que movía a Castilla y sus reyes
en lo religioso y civil, como Primado gran ministro del reino y Legado extraordi-
nario del Papa durante el Pontificado de Honorio III. Aún continuó de Legado con
Gregorio IX, como se verá. Su decreto del 7 de Septiembre de 1225, prueba cómo
seguía utilizando los poderes de Legado en los territorios de España. Muchos au-
tores han escrito, al tratar del concilio de Letrán, que D. Rodrigo fué Legado sólo
diez años, y lo intentan demostrar diciendo que, en 1226 era Legado pontificio en
España el Cardenal Cencío Sabelli, Obispo portuense. Pero este modo de argu-
mentar nace de un error, que es preciso desvanecer aquí, recordando breves notas
históricas de la Legacía del Papa en España. E l primer Legado pontificio en Espa-
ña es Zanelo, que en el siglo de hierro informó contra el rito mozárabe ante el
Papa. E l segundo fué Hugo Cándido, que vino en 1064, más empeñado todavía en
derogar aquel rito; apeló a la calumnia contra España para lograrlo. Por sus mal-
dades murió separado de la Iglesia. (1) Lo consiguió Giraldo, sucesor suyo, que
deó odiosa memoria en España, como también el que le sucedió, Ricardo, depues-
to por el Papa. No llegan a ocho los demás Legados, que hasta D. Rodrigo pasa-
ron por la Península, pero circunstanciales y con la misión de hacer cumplir las
leyes canónicas, y vigilar la vida católica nacional. Pero es dudoso que ninguno
de ellos fuera un delegado general de la Santa Sede. Yo creo que venían con mi-
siones especiales en casos particulares. Así consta al menos de los Legados, que
vinieron durante la vida de D. Rodrigo. El Cardenal Gregorio de Saníángelo vino
en 1192, para procurar la anulación del matrimonio de Alfonso IX con Teresa de
Portugal, y lo efectuó por medio del concilio de Salamanca. El Legado Reínerio
vino para separar al mismo Rey de la madre de San Fernando, y promover la paz
entre los príncipes cristianos, y nada más. E l Cardenal Pedro de Benevento vino
en 1214 sólo a rescatar el niño Jaime I de Aragón del poder de Simón de Monfor-
te. E l Cardenal Pelayo entra en 1225, como Legado, pero con la única misión de
arreglar las revueltas del Cabildo de León. Del mencionado Cencío Savelli no sé
que fin le trajo: sólo hay una alusión hacia él. E l Cardenal Juan de Sabina pasó
los años 1228 y 1229 en España, con el objeto de promover la celebración de con-
cilios y gestionar la disolución del enlace de Jaime I y de Leonor, y no se preocu-
pa de otros asuntos de la nación. En 1160 se da el caso de tres Legados simultá-
neos que eran los Cardenales Antonio, Guillermo y Odón. Después de D. Rodrigo,
en 1278, había dos, Jerónimo de Ascoli y Gerardo. Todo esto prueba: 1.° que no
eran los Legados pontificios de los tiempos de que hablamos como lo fueron en
los últimos siglos: 2° que la Legacía de Cencío en 1226 no prueba que D. Rodrigo
hubiera cesado en el cargo de Legado, como tampoco la de Pelayo en León, en
1225. Porque ya leyó el lector que estando aquel Cardenal allí, D. Rodrigo daba
decretos como Legado; y como Legado de la cruzada occidental siguió trabajando
para promover y organizar las empresas guerreras de San Fernando, solucionan-
do a la par los conflictos de la Iglesia española, como representante del Papa. Así
se explica que D. Rodrigo, como se narrará adelante, por ser Legado de las predi-
chas*empresas no faltó a ninguna de las innumerables expediciones de San Fer-
nando, fuera del caso de enfermedad, y de indispensables viajes a Roma, por los
graves negocios de la Iglesia. (2)
-240-
CAPITULO XIII
(1224-1229)
—241 — •
16
migos, en la guerra pasada; pero nosotros, que somos de este Reino, estamos más
obligados a cantar, glorificar y ensalzar su nombre, siempre bendito, porque con-
cedió la victoria en nuestra tierra, y por nuestra causa especialmente. Puesto que,
según se nos ha delatado, algunos de vosotros, unos por sí solos y otros con los
Sres. y amigos, abandonando a su pueblo y patria, se confederan con los sarrace-
nos, para con ellos, si pueden, atacar y derrotar al pueblo cristiano; os rogamos
y amonestamos a todos en el Señor, que desistáis de este propósito, en tan peli-
groso lance, y que no os atreváis a uniros a aquella gente perversa; antes bien,
vosotros, como atletas de Cristo y defensores de su nombre y de la fe católica,
oponeos como un muro por la casa de Israel, por las leyes patrias y por la gente
patria, prontos a morir, si fuere necesario. Si por ventura el Rey ha faltado con-
tra alguno de vosotros en algo, de que justamente pueda quejarse de él, que pre-
sente su queja en la Corte, ante nosotros, y, según confiamos en el Señor y espe-
ramos de la discreción y benignidad del Rey, le haremos justicia, conforme a la
costumbre del tribunal de la Corte. Empero si todavía alguno de vosotros se
atreviese a confederarse con los sarracenos con daño y oprobio de la fe cristiana,
que sepan todos que incurrirá en la excomunión.»
Debemos fijarnos en este edicto en tres cosas. Primera: que escribe el Arzobispo
come poder espiritual y temporal a la vez. Como poder espiritual supremo de
Castilla amenaza con la excomunión, que ya se incurría por el hecho de confede-
rarse con el moro. Como poder temporal se ofrece, primero, a hacer justicia en tribu-
nal formado y supremo del Reino, y además promete también hacer de medianero
ante el Rey, para que éste use de su poder supremo en las cosas, que no pueden
resolverse, según la ley, con la benignidad, que en casos especiales y duros se de-
sea y se pide equitativamente. La segunda cosa es que manifiesta claramente que
él ocupa el tribunal supremo de la Corte castellana, para hacer justicia. Señal de
que sus poderes de Ministro general eran amplios. La tercera es la alusión a la
victoria obtenida en la guerra pasada. Eso dificulta mucho el fijar la fecha del
edicto, y bajo qué Rey se dio. Yo me inclino que fué bajo Alfonso VIII, tras la vic-
toria de las Navas; pero veo que no aparecen en la historia esos actos de la no-
bleza, a raiz de aquel triunfo. Pero si fuera del tiempo, que aquí se pone, diría el
Arzobispo que él era Legado. La cruzada del levante no parece ser; pues no fué vic-
toriosa. Tampoco se puede poner en los años ulteriores de San Fernando, porque
ya no se torció más la nobleza de esa manera.
Por fin D. Rodrigo consiguió, entre 1223 y 1224, mover a la guerra a la corte
castellana. Digo entre 1223 y 1224, porque no puedo precisar con certeza y rigor
en cuál de esos dos años comenzaron las expediciones guerreras de San Fernan-
do y de D. Rodrigo. Los Anales Toledanos, dicen que en 1223. Pero presentan fre-
cuentes errores y erratas, que hacen desconfiar. Ese año se deduce del mismo don
Rodrigo; (1) porque dice que empezó la guerra un año después de la paz con el
Señor de Molina; paz que se concertó en 1222, según lo más cierto. En cambio la
felicitación de Honorio III en 1225 parece indicar que empezó en 1224. Pues es na-
tural que se la envió el Papa cuando llegó a su noticia la primera expedición. Por
cierto que el cómputo 1223 es el mejor para escalonar holgadamente ;ias campa-
ñas de San Fernando.
De este modo comienza D. Rodrigo la grande lista de gloriosas expediciones
guerreras, que en unión con San Fernando realizó durante casi veinticinco años,
que vivió todavía: «Congregado el ejército (el Rey) en compañía de Rodrigo, Pem-
il) Lib. IX. c. 11.
-242-
tifice de Toledo y de otros proceres de su Reino, atacó a Quesada, después de pa-
sar por Baeza y Ubeda, entre devastaciones; y habiendo cautivado y muerto miles
de sarracenos, no quiso conservar el castillo, por estar en ruinas, a causa de los
diversos ataques. Mas el Rey, ocupada Quesada, según dijimos, atravesando la ri-
bera del Guadalquivir, gran rio, llegó a Jaén, y volvió a los suyos, después de
destruir varias fortalezas, porque el invierno apuraba.» Los Anales Toledanos
atribuyen por igual la campaña a D. Fernando y a D. Rodrigo; cuentan que las
fortalezas tomadas, además de Quesada, fueron seis, y que la campaña duró de
Septiembre hasta la fiesta de San Martín. E l fruto de tan atrevida excursión no
fué proporcionado, porque los caudillos no acertaron al aceptar las proposicio-
nes de concordia, que con dádivas y dinero les prssentó el Rey de Baeza, y que
ellos firmaron en Gualimar. La misma Quesada cayó luego en poder de los mo-
ros, que la restauraron y fortificaron, y la poseyeron siete años más, al cabo de
los cuales la reconquistó D. Rodrigo con gloria, para siempre. Hinchió de gozo al
Papa la noticia de esta campaña feliz, sin duda más como excelente augurio de
futuras conquistas, que por sus resultados presentes; y el 24 de Septiembre de
1225 escribió a D. Rodrigo y al Obispo de Burgos, dándoles el parabién y conce-
diéndoles las gracias de las cruzadas a todos los que en lo sucesivo formasen par-
te en las expediciones. (1) A l día siguiente, en otra Bula a San Fernando, asegura
b.1 Rey una protección particular sobre sus bienes y sobre los miembros de su fa-
milia, para que pueda hacer guerra al moro, sin temor de ataques, ni asechanzas
de parte de soberanos cristianos. Sin embargo había quejas contra ciertos actos
de San Fernando, o de sus agentes, por lo que ocurría en la diócesis de Segovia.
Murió el Obispo Gerardo, del que tanto hemos hablado. E l , Cabildo segoviano
eligió por sucesor a D. Bernardo, Arcediano de Talavera de la Reina, el cual fué
confirmado y consagrado por D. Rodrigo, su metropolitano. Pero se omitió el
participar a San Fernando la elección, no se sabe por qué. Esto desagradó a la
corte, que hizo expulsar al nuevo Obispo y ocupar las temporalidades, alentándo-
le a ello varios capitulares disidentes de Segovia, que a pesar de la confirmación
del Metropolitano, sostenían que era nula la elección. Mas como esto era falso, ya
que la validez le provenía de su confirmación, y los desafueros del Rey graves,
D. Rodrigo, en unión de los sufragáneos, los denunció por escrito a Roma. Bueno
era el Arzobispo Toledano para ceder sus derechos ante los poderosos, aunque
fueran soberanos, amigos y grandes bienhechores suyos. Honorio III le dio la ra-
zón, y escribió severamente a San Fernando, díciéndole, que no había lugar a la
anulación de la elección hecha canónicamente, por semejante reclamación. «Podía
quejarse, añade, si fuera menos idóneo el elegido; pero consta que es probo, doc-
to, amante de la justicia, solícito.» Le aconseja a Fernando que piense, que la Ma-
jestad Real no puede coartar la libertad de la Iglesia en proveer las Sedes episco-
pales, ni por capricho destituirlas de ministros: a los ministros de la Iglesia
corresponde proveerlas. No es propio de la autoridad Real el oponerse a que li-
bremente se hagan los nombramientos de los Prelados, ya que los Reyes deben
precisamente proteger la libertad de la Iglesia, y a la par acrecentarla. (2)
Honorio III puso todo lo referente a la diócesis segoviense en manos del Tole-
dano, mandando que otra vez se hiciese cargo del Obispado; que averiguase dón-
de estaban los bienes del Obispo y sus rentas, y que los reclamase de sus posee-
dores, fuesen estos los particulares, o la autoridad Real, y que se los entregase al
(1) Eainaldo. Año 1225. n. 43. (2) Raynaldo. Annales. Año 1225. n. 41. Más especialmente. Aloi-
sius Guerra. Pontificiorum Constitutionum Epitome. Tora. II. año 1225. Patthast n. 1225.
-243-
Obispo electo, apenas llegase a la pacífica posesión de la mitra. Comisionó el Pa-
pa a Mauricio de Burgos, y a Juan Pérez, electo de Calahorra, para que examina-
sen el caso. D. Rodrigo informó ante ellos que todo era canónico, y lo mismo opi-
naron los sufragáneos. Procedió D. Mauricio demasiado lentamente en la resolu-
ción de esta comisión, por lo que se retrasó hasta 1227; y gracias a las amonesta-
ciones del Papa, se solucionó todo para esa fecha; y D. Rodrigo, hecha la entrega
de todo, de la diócesis y de los bienes, en toda regla, vióse libre de una carga har-
to pesada y espinosa, que sobrellevó con energía y prudencia más de once años»
entre difíciles cuestiones y luchas. (1)
La segunda campaña guerrera se realizó en la primavera y verano del año 1225»
yendo, pues no podía faltar" el Arzobispo de Toledo con el Rey, y porque
según observa Mariana en esta ocasión, era «persona de gran valor y brío y que
no sabía estar ocioso.» (2) Se fueron derechos los caudillos sobre Baeza, Andújar
y Martos, que se les entregó el 29 de Julio y arrasados algunos castillos de aque-
lla comarca, regresaron a Castilla, hacia fines de verano. Casi todas estas con-
quistas fueron duraderas. E l 7 de Septiembre D. Rodrigo estaba en Madrid y pu-
blicaba el decreto de indulgencias en pro de Alfonso Téllez. D. Rodrigo cuenta así
la tercera campaña. «Por tercera vez entró (el Rey, y con él, nuestro escritor) en
tierra de árabes y conquistó a Sabioíe, Jodar y Garciez, y los fortificó con guarni-
ciones, y después de devastar varios lugares, volvió a la ciudad de Toledo.» (3)
Como se ve, avenzó San Fernando normalmente la línea de reconquista: pues esos
pueblos están en el interior del Reino de Jaén. Esta campaña sirvió para preparar
con más cuidado la siguiente; siendo, por otro lado, verdad, según advierte Maria-
na, que el Arzobispo le exhortaba con mayor persuasión con su gran autoridad.
(4) En consecuencia, la campaña fué más recia y movida, como lo revela la misma
narración de D. Rodrigo, que escribe así: «Después de esto el Rey Fernando pe-
netró otra vez en tierra de árabes, y tomó a Eznatoraz (castillo) y la torre de A l -
bep, San Esteban (del Puerto) y Chíclana, y se dirigió nuevamente por Jaén, ha-
cia la fiesta de San Juan, y no lo pudo conquistar, por su fortaleza; y marchando
de allí, tomó a Priego, cautivó sus habitantes y los mató, y arrasó el fuerte, y yen-
do a la villa, llamada Alhama, cautivó y mató a sus habitantes, y asimismo des-
truyó el lugar, y regresó a los suyos.» (5) E l despecho de haber sido Fernando re-
chazado en Jaén se reflejó en el mayor ensañamiento de la segunda parte de la
jornada, la cual también fué quizás más cruenta que las ordinarias, porque no an-
daba allí D. Rodrigo, el cual fué detenido en Guadalajara por una enfermedad,
que le tuvo a la muerte, cuando al lado de San Fernando caminaba en esta expe-
dición. Escribe el mismo así: «Rodrigo, Pontífice de Toledo, no tomó parte en esta
excursión, por haberse detenido en Guadalajara, herido de aguda fiebre, donde
difícilmente se libró del último fin; pero envió con el ejército a Domingo, capellán
suyo, hombre venerable, Obispo de Plasencia, para que ejerciera en su lugar los
ministerios pontificales en el ejército.» Tales ministerios eran los de jefe espiritual
de la cruzada y de capellán castrense, que celebraba los divinos misterios, y hacía
además las purificaciones de mezquitas y consagración de las iglesias de las po-
blaciones conquistadas. Se ha dudado mucho en qué jornada enfermó Rodrigo,
y sostiene (ó) el que mejor le ha estudiado, que fué tras la toma de Capilla y el co-
mienzo de la basílica toledana. D. Rodrigo, que lo sufrió y escribió, es terminante
en esto. Enfermó en la cuarta campaña, y en la quinta se tomó Capilla. (7) Más
(1) Regestum Honorii. tom. II. p. 272, 278 y 325. (2) Hist. Lib. XII. c. 11. (3) Lib. IX. c. 12.
(4) His. Lib. XII. c. 12. (5) I.ib. IX. c. 12. (6) Lafuente. Elogio, p. 90. (7) Lib. IX. c. 11, 12 y 13.
-244-
difícil es señalar con certeza el año de esa enfermedad, que yo opino que fué
1226. Si es auténtico el documento de donación de las viñas en Guadalajara, el
20 de Septiembre de 1226, a los Padres Predicadores, la calendación tropieza con
dificultades; porque allí se dice, que ese año se restituyó Capilla al culto cristiano.
(eo anno quo castrum Capellam.. cultui christiano reddidi.) Según nuestro
Arzobispo, San Fernando en la campaña quinta «asedió a Capilla, castillo
fortificadísimo, en la diócesis de Toledo; (1) y tras largos ataques, finalmente la
tomó, y pasadas catorce semanas de expedición, regresó a la ciudad Regia.» (2) Es-
tuvo en esta campaña D. Rodrigo. Si el documento es auténtico y su fecha es exac-
ta, se sigue, que se hizo la campaña en la primavera y verano de 1226, Por lo mis-
mo habría que poner en el año anterior la cuarta expedición; lo que obligaría a
escalonar así las tres campañas anteriores. La primera en la última parte de 1223,
las otras dos en 1224. Prescindiendo del valor de ese documento, (ignoro cómo se
podrá prescindir) (3) se coordinarían los hechos así. En otoño de 1226 se tomó Ca
pilla (4) y una parte del ejército descendió en seguida a Andalucía, para iniciar la
conquista de Baeza, que se llevó a cabo el año siguiente, al llegar el Rey con re-
fuerzos.
D. Rodrigo se ocupaba al propio tiempo que en tan duras y costosas campañas
guerreras con San Fernando, en fomentar la prosperidad de las poblaciones de su
Archidiócesis, tales como Almagro, Alcaraz, Almonecir, Melgar y Bogas, acrecen-
tando felizmente el número de sus pobladores. Y para el mejor éxito obtuvo del
Cabildo Toledano, en Enero de 1226, la cesión de las rentas, que le correspondían
en los citados pueblos, cesión que se le hizo con excelente voluntad, y la aceptó ei
Arzobispo con agradecido ánimo; ya que se le hacía para toda su vida, dando así
los canónigos de Toledo prueba de su alta estimación y confianza a su Prelado.
Si tan ensalzados son los Monarcas de aquel siglo por el elevado y atinado espí-
ritu en promover el crecimiento de sus ciudades y villas con sacrificios de momen-
to, para obtener luego beneficios incalculables ¿qué decir de este prudente varón,
de alientos de soberano, que de esta suerte procura en tantos pueblos el aumento
de la población? (5)
Un documento pontificio importantísimo nos invita ahora a hablar de hechos,
que deben figurar en la historia universal de la Iglesia. Primero lo traduciré ínte-
gro: «Honorio, Obispo, siervo de los siervos de Dios, a nuestro Venerable Herma-
no, Arzobispo de Toledo... Apremiados por el deber de nuestro cargo, que nos hace
deudores a fieles e infieles, a sabios e ignorantes, poco ha ordenamos a tu Frater-
nidad, al saber que en el Reino de Míramamolín había muchos cristianos cautivos,
apóstatas, por el terror de las penas y de la muerte, otros también pusilánimes,
vacilantes en la fe, colocados al borde del precipicio, que enviases allí, con nues-
tra autoridad, algunos varones prudentes, de entre los Frailes Predicadores y Frai-
les Menores, para que, con su predicación y ejemplo, medíante la divina gracia,
conviertan a los infieles, levanten a los caídos, conforten a los vacilantes y confir-
men a los robustos. Añadimos también, que con la autoridad apostólica consa-
grases a uno de dichos Frailes por Obispo, para que ejercitara allí el ministerio
pontifical, del que han estado privados de tiempo inmemorial los fieles de aque-
llas tierras. De donde tú, como hijo devoto de la Iglesia, has procurado ejecutar
(1) Sita en la actual provin. de Badajoz. Partido de la Puebla de Alcocer. (2) Lib. IX. c. 13.
(3) P. Getino lo da por cierto. Ciencia Tomista, n. 55. p. 18 y 19. (4) Yerran los Anales Toledanos
al decir que se conquistó Capilla en 1225. Es omisión de la cifra I debida acaso a copiantes distraí-
dos. (5) Liber. prív. II. f. 74. r.
—245
diligentemente el mandato apostólico por todos los medios posibles; lo cual agra-
decemos debidamente a tu caridad. Mas, según hemos sabido, los fieles de aque-
lla región por esto se regocijaron tanto, como si les hubiera iluminado un nuevo
sol, y, mediante la divina gracia, se les vinieron muchos beneficios espirituales
por medio del Obispo y predichos Frailes, tanto a ellos como a otros, de lo que
mucho nos alegramos y regocijamos en el Señor. Ciertamente, como los cristianos
dispersos donde quiera por los diversos y remotos lugares de aquel Reino, que se
escribe ser de vasta extensión, no puedan ser visitados por un solo Obispo y por
pocos Frailes, particularmente a causa de la ferocidad de aquella gente, que con
extremada crueldad persigue a los cristianos, y tampoco los Frailes, al andar
entre los enemigos y la furia de los que se ensañan, puedan llevar consigo los or-
namentos sacerdotales y vasos destinados al divino culto, sin manifiesto peligro
déla muerte, la precisión de la inevitable necesidad exige instantemente, que
en este punto se provea más abundantemente. En consecuencia ordenamos a tu
Fraternidad, por las letras apostólicas, que procures enviar, cuantas veces fuere
necesario, a aquel Reino, para obra tan indispensable y excelente, Frailes de las
dos Órdenes, que sean prudentes, discretos, celosos y firmes en la confesión de
nombre de Cristo. Y si, como se nos sugiere, conoces que es muy necesario y acer_
tado, podrás consagrar Obispos uno o dos de ellos, más instruidos en la ley dej
Señor y fervorosos en el amor de Cristo, y enviarlos a los diversos lugares de
aquellas tierras, para evangelizarlas y desempeñar el cargo pontifical con la hu-
mildad de la pobreza, que han abrazado, según fuere oportuno, dándoles consejos
saludables y provechosas advertencias, con el fin de que se esmeren por conducir-
se con cautela entre los que están fuera de la fe de Cristo, no como necios, indis-
cretos e irreflexivos; más bien como sabios, que prudente y maduramente aprove-
chan el tiempo, como fuere mejor, haciéndose todo para todos, según la doctrina
del Apóstol, a fin de ganar almas para Cristo, y llevar a los graneros del Señor
abundancia de mies copiosa, con el fin de recibir después una inmensidad de re-
compensa, proporcionada a la grandeza del trabajo. Dado en Letrán, 20 de Febre-
ro, año décimo de nuestro pontificado.» (1)
Mucha luz encontramos en esta carta pontificia. Sabemos por ella que las mi-
siones y los misioneros entre los musulmanes de Marruecos y de España estaban
encomendados por la Santa Sede a la jurisdicción y vigilancia de D. Rodrigo, (2)
que venía a ser como un Prefecto de propaganda de la fe en el extenso imperio
marroquí, situado a los dos costados del mar Mediterráneo, desde algún tiempo
antes, en virtud de la bula, a que alude Honorio III en la presente, pero que lasti-
mosamente no ha llegado a mis manos. En ella deben de hallarse minuciosa y
exactamente señaladas las atribuciones del Arzobispo de Toledo para tan grave
misión, que en la presente, como de paso se tocan. Se ve por esa bula que este
cargo de las misiones del imperio marroquí confería a D. Rodrigo amplios pode-
res y le imponía graves obligaciones. Debía vigilar por los cristianos diseminados
en aquel vasto y funesto imperio para los cristianos; promover allí también la di-
latación de la fe cristiana. A este fin ha de escoger de entre los dominicos y fran-
ciscanos, misioneros idóneos, y distribuirlos por diversas partes de aquellos
extensos territorios, según las necesidades de los fieles y las esperanzas de con-
versiones al cristianismo; y además elegir y consagrar el número de Obispos nece-
sarios para el régimen de las misiones y misioneros. Es su deber reparar las pér-
(1) Ap. 86. (2) Archivo. Iber. Americ. Año VIL t. II. p. 402 y siguientes.
-246-
didas de los misioneros y reemplazar unos con otros, donde fuere menester, acre-
centando el número de misioneros y Obispos, según las necesidades.
Desde el principio D. Rodrigo desempeñó este nuevo cargo transcendental
con gran diligencia, viendo en esto el medio más eficaz para implantar simultá-
neamente la Iglesia católica y el imperio de la espada cristiana en África, anhelo
constante de su pecho desde que se sentó en la Sede Primada y fué puesto en el
supremo lugar de los consejos de Castilla.
La ocasión jamás había sido tan propicia. Miramamolín, dueño de Marruecos,
poco antes había dado un edicto de tolerancia para los cristianos, permitiéndoles
erigir iglesias en sus dominios, y tener Obispo, a condición de que el Obispo fue-
se de la misma Orden que los mártires de San Bernardo, que eran franciscanos. (1)
Nos consta por esta bula que D. Rodrigo había consagrado un Obispo, y enviá-
dole en unión de los misioneros necesarios, a Marruecos, ya para principios de
1226. ¿Qué digo? Mucho antes. Porque estaban alH había tiempo, por cuanto el
Papa consigna en su bula la noticia del júbilo de los cristianos por su presencia
en África. Dice que los miraban como la aparición de un nuevo sol. En aquella
¿poca eran necesarios muchos meses para que se desenvolviesen tales suce-
sos y llegasen sus nuevas a la Corte de la Iglesia Romana. De donde se deduce
que D. Rodrigo recibió el encargo de promover la evangelización del imperio ma-
rroquí, por medio especialmente de los religiosos dominicos y franciscanos, entre
Í224 y 1225, y que activamente reunió y formó en ese año expediciones de misio-
neros, y que poniéndolos a las órdenes de un Obispo, que él consagró, los envió
al interior de Marruecos, y también a los pequeños Reinos sarracenos de An-
dalucía. Se recibió esto con tanto júbilo entre los cristianos, y principió a dar tan
buenos frutos, que apenas tuvo noticia de ello, Honorio III, insistió el 20 de Fe-
brero de 1226, por medio de la transcrita bula, para que D. Rodrigo aumentase el
número de los misioneros, y, si fuera menester, también el de Obispos, o mejor,
de Vicarios Apostólicos, entre infieles, para que en tan dilatados y accidentados
dominios, como eran los del Sultán de Marruecos en aquel tiempo, procurasen la
difusión de la fe y la conservación de la de los cristianos, que allí residían, dise-
minados en varios puntos. Tendríamos gran satisfacción en dar noticias precisas
de los primeros héroes de los heraldos de la religión de Cristo, que escogió don
Rodrigo, y del primer pastor consagrado, que les asignó siendo el comienzo ofi-
cial de la restauración de la jerarquía católica en el norte de Marruecos, después
del derrumbamiento de la gloriosa cristiandad, con la invasión de los árabes. En-
tonces empezó la Iglesia española, por medio de D. Rodrigo, a implantar el cristia-
nismo en tierra africana y a tener la tutela de aquellas misiones. De entonces da-
tan los derechos de la Iglesia española en la organización de la jerarquía ecle-
siástica de las cristiandades, que allí brotaran y se establecieran.
Se puede creer que dos de los primeros misioneros destinados a los Reinos del
Miramamolín en 1225 por D. Rodrigo son Domingo y Martín, de la Orden de San-
to Domingo, que nombra Raynaldo en sus Anales, citando al margen la bula, en
que aparecen. (2) Respecto de los Frailes Menores en esta primera expedición no
hallo pista alguna. E l docto Sbaralea se contenta con dar la noticia general de
que en 1225 fueron enviados por D. Rodrigo, por mandato del Papa, misioneros
dominicos y franciscanos. (3) E l primer Obispo que el Arzobispo de Toledo con-
sagró en 1225 es indudablemente el dominico Fray Domingo, nombrado en la bula
(1) Sbaralea. Bul!. Francis. Nota c. p. 24. (2) Anales. Año] 1225. n. 46. bula 90. (3) Bullar.
franc. p. 26. col. 2.
-247-
del 27 de Octubre de 1226, como Obispo de Marruecos, o del Reino del Miramamo-
lín, en esta forma: «Dominico Bpiscopo in regno Miramamolini commoranti.» (1)
No parece posible que ya morase en aquel Reino uno, que había sido consagrado
por la autorización del 20 de Febrero de 1226. Además, según la cita de Raynaldo,
ya estaba allí en 1225. Hay que pensar que se fué ya consagrado Obispo. No es-
tuvo largo tiempo en África, sino que vino pronto a España, y en la región sarra-
cena de la Bétíca se estableció como Obispo in partibus.
Cuando la primera expedición de misioneros penetró en el inmenso dominio del
Miramamolín se vio que eran una gota de agua en el océano, que sus esfuerzos
eran insignificantes para atender a tantas necesidades, y se lo notificaron en se-
guida a la Santa Sede, la cual ya había exhortado a un ferviente apostolado a
los primeros expedicionarios, enviados por el Primado de España, dirigiéndoles
la hermosísima bula del 17 de Octubre de 1225 «Vineae Domini custodes.» Enton-
ces Honorio III escribió el tan notable documento «Urgenti officii nostri debito»
a D. Rodrigo para que se apresurase a enviar la segunda expedición de misione-
ros, y les diese obispos, que juzgase fuesen necesarios. Le exhorta a la vez, que
tome muy a pechos este cargo de suministrar misioneros y obispos en todos los
estados sarracenos, que están bajo su jurisdicción misional permanente, de tal
suerte, que sin que sean necesarias otras autorizaciones pontificias para consagrar
nuevos pastores, lo hará en adelante cuantas veces fuere necesario (ut Fratres
próvidos, quoties opus fuerit et expedierit, adillam Provintiam pro tam necessa-
rio et zxcellenti opere destinare procures.)
En virtud de esta exhortación, D. Rodrigo formó en 1226 la segunda caravana
de misioneros, consagró Obispo al franciscano Agnelo, y señaló a los nuevos
apóstoles la región de Fez. Agnelo estableció su residencia en la misma ciudad de
Fez, capital del reino marroquí, y como aparece por la bula del 27 de mayo de
1233, de Gregorio nono al Miramamolín de Marruecos, todavía seguía dicho pas-
tor trabajando allí en esa fecha. (2) Durante los 21 años siguientes continuó nues-
tro celoso Arzobispo desempeñando activamente tan importante cargo con la so-
licitud ardorosa con que desempeñaba todas sus obligaciones, enviando misione-
ros y proveyendo de Obispos a la dilatada región, que estaba bajo su jurisdicción
misional. Por desgracia no se conservan más que fragmentos pequeños e incohe-
rentes de tantas cosas, como el Arzobispo hizo por esta obra capital de la Iglesia
católica. Cosa que hay que lamentar en casi todas las admirables empresas de
D. Rodrigo, pero que lamentamos más por tratarse de ésta, de índole tan elevada
y que abarca tantos años de acción, que suponen muchos trabajos y peripícias.
Después de los dos mencionados Obispos sólo de otro se conoce que fué consa-
grado por D. Rodrigo, o por su delegación, hasta 1247, el de Fray Lobo, que en
1246 sucedió en el Vicariato de Fez a Fray Agnelo. (3)
Expondremos ahora la organización que D. Rodrigo en el orden jerárgico dio
a la misión del imperio sarraceno, puesto que lo que él estableció allende del Es-
trecho de Gibraltar ha perdurado hasta nuestros días, sin mudanzas substancia-
les. Primero copiaré un trozo plagado de errores, que hay que deshacer, que se
halla en la Historia Eclesiástica más popularizada de la Iglesia Española. Dice
su autor, Vicente de la Fuente. «La conquista de Baeza dio lugar a un pequeño
litigio sobre jurisdicción. D. Rodrigo había consagrado a un Fraile Francisco co-
(1) Eubel. Bul!, franc. n. 24. (2) Consúltese: Eubel. Bull, francis. (Epiton.) p. 12. Archivo Ibero
Americano, í. XIV. p. 405. Wadingo. Annal. Minorum. 1225-1226. (3) Sbaralea. Bull. Franc. p. 24. 6.
Archivo Ibero Amer. t. XVI. p. 405 adelante.
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mo Obispo titular de Andalucía en virtud de las falcutades apostólicas, que tenía
como Legado (1226) y en vista del gran fruto, que lograban aquellos mendicantes
con sus predicaciones, pues su pobreza y humildad hacían que se metieran sin re-
celo ninguno a predicar a los mulsumanes, como lo había hecho su bendito fun-
dador... Ganada Baeza se dudó sí el Obispo in partibus debía serlo de aquella
ciudad. Resolvióse que no, y se nombró para Obispo a un religioso dominico, Fray
Domingo, ya anciano, pues murió poco tiempo después, a la edad de noventa
años, y fué el último Obispo de Baeza.» (1)
Aclaremos las cosas y dilucidemos las obscuridades, para disipar los errores.
Ante todo es cierto que D. Rodrigo no consagró a ese Obispo por la autoridad de
Legado, sino como comisionado pontificio de las misiones marroquíes, que tam-
poco era franciscano ese Fray Domingo, sino dominico, y que no le consagró co-
mo titular de Andalucía, sino como titular de Baeza. Por eso se presentó el punto
dificultoso de si debía conferírsele en propiedad lo que sólo lo tenía como titular,
cuando a los pocos años se conquistó a Baeza, según veremos en seguida. Dio
origen a esta confusión lo que D. Rodrigo hizo, a consecuencia de la consagra-
ción del franciscano, Fray Agnelo en 1226. Como la consagración dicha la hizo,
porque Fray Domingo no podía a la vez atender a los territorios sarracenos de
allende y aquende el Estrecho, lo primero que ejecutó, después de la consagra-
ción, fué repartir esos territorios entre los dos Obispos, y adjudicó lo de Marrue-
cos a Agnelo, y lo¡de Andalucía a Domingo, el cual tenía para esto cierto derecho,
por estar su Sede titular en esa región. Distribuyó así en dos Vicariatos el imperio
musulmán del Occidente, uno que abarcaba los estados peninsulares, otro que
comprendía toda el África mulsumana occidental. Esto segundo continuó invaria-
ble a través délos siglos. Que Fray Domingo fué consagrado como titular de la
Iglesia de Baeza, lo dice Gregorio IX, en su bula del 13 de julio de 1228, (2) al
recordar al mismo D. Rodrigo, que él lo había consagrado, cuando estaba(Baeza)
bajo el dominio de los enemigos de la fe cristiana, para que el mencionado Do-
mingo fuese a Marruecos, según se lo encargaba Honorio III. En efecto, Fray Do-
mingo marchó en 1225 a su destino, y en 1226 trabajó en Marruecos; porque el 27
de octubre de ese año le escribió Honorio III, para que se animase a trabajar, co-
mo campeón cristiano, a una con los demás religiosos. Cuando Fr. Agnelo se po-
sesionó de su inmenso Vicariato, Fr. Domingo vino a la Península, a posesionarse
del suyo, que constituía toda Andalucía, titulándose Obispo de Baeza. Así tienen
que entenderse y explicarse las diversas e incompletas noticias, que se hallan en
diversos documentos, y particularmente en las cartas pontificias. En 1227 Fr. Do-
mingo se hallaba en Andalucía, y como se verificó entonces la conquista de Baeza,
con este hecho provocó conflictos a D. Rodrigo. Veamos cómo.
En Noviembre de 1227 tornáronse en alegrías y paz los seculares martirios de
Baeza, que desde Alfonso VII, el emperador, muchas veces había sido batida, sa-
queada y asolada; unos años por los cristianos y otros por los árabes. Nuestro
mismo D. Rodrigo la pisó desolada, caminando hacia Ubeda, después de la bata-
lla de las Navas de Tolosa. En la expedición primera con San Fernando la vio
devorada de pavor, mientras la ira de los guerreros arrasaba sus contornos, para
que el hambre agotase su valor y recursos. E l régulo moro de Baeza, viendo que
sólo con la amistad con Fernando podría salvar su independencia, se hizo vasallo
suyo en esa expedición, y admitió soldados de Castilla en una fortaleza de su ca-
pital; lo que enojó hasta el furor a los beacenses, que obligaron a su Rey, Aben
(1) Historia Bccl. de España, t. IV. Lib. 4. p. 262. ed. 2. (2) Ap. 94.
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Mahomed, a cometer actos de infidelidad contra su aliado. (1) Este dirigió la ex-
pedición del Otoño de 1227 contra Baeza, yendo en su compañía, como alma de
todas las campañas, D. Rodrigo, y adelantándose, de orden del Rey, Lope de Ha-
ro, tras un corto asedio, movió a capitular a la ciudad, y San Fernando aceptó la
capitulación, y penetró en ella, el día de San Andrés Apóstol; por lo que Baeza
clavó las aspas gloriosas del Santo en los cuarteles de su escudo. En seguida se
organizó, bajo la dirección e inspiración del Arzobispo, el restablecimiento del
culto cristiano, purificándose las mezquitas; allí no eran tan suntuosas como en
otras poblaciones árabes. Lo mismo hizo D. Rodrigo respecto de la organización
civil de la ciudad y de todo el Reino de Baeza, que cayó en manos de Castilla.
Hecha la conquista de Baeza y su territorio, el Arzobispo de Toledo tuvo que
proceder, como delegado ordinario del Papa, a la restauración de la Sede episco-
pal, y San Fernando se prestó a dotar la nueva Sede con todo lo necesario, para
el desarrollo de su vida eclesiástica. En los siglos primeros la silla episcopal de
Baeza estuvo en Ilitnrgis, y se escribe, que fué su primero y único Obispo, San
Eufrasio. Se llevó de aquí a Cásíulo, y hacia 646 se trasladó de Cástulo a Baeza,
y fué su primer Obispo un tal Rogato, que asistió a varios concilios de Toledo.
Después de la invasión mora, se cita el último Obispo en 802, Saro. En 1147,
Alfonso VII, al conquistar, en unión con el Rey de Navarra, a e«ta ciudad, dedicó
su Catedral a San Isidoro, dice Modesto Laíuente, y «San Fernando hizo la ciudad
cabeza del Obispado.» añade hablando laicamente. (2) Pues ya se sabe que estas
cosas son de la exclusiva jurisdicción de la Iglesia. Urbano II escríbia a Rainaldo,
Arzobispo de Reims: «Pertenece sólo a la Sede Apostólica unir y desunir los Obis-
pados, o establecer nuevos.» (3) Los Primados toledanos tenían para esto un pri-
vilegio extraordinario respecto de España, por razones especiales. Sólo ellos lo
ponían en práctica, reclamando de los poderes supremos la protección necesaria,
a lo que se prestaban los Reyes españoles, como fervorosos hijos de la Iglesia,
asignando adecuado patrimonio a la Mitra, al Cabildo y a las parroquias. San
Fernando, al fin Santo, fué modelo en la presente ocasión. Pero la restauración,
según escribía Gregorio IX al Arzobispo de Toledo, se realizó «por la misericordia
de Dios y tu solicitud.» (4) Graves autores, confundiendo ciertos litigios particu-
lares, que sobre algunos pueblos de la diócesis de Baeza sostuvo el Arzobispo de
Toledo años posteriores, han escrito, que pretendió agregar a su Sede la comarca
de Baeza; que se le opuso fray Domingo, el Obispo consagrado por él, para el do-
minio de Marruecos; que San Fernando se puso de parte del dominico, el cual re-
clamaba, que se le diera en propiedad la Sede, que había poseído como titular:
porque parecía de rigor de Derecho canónico, que se le diera en propiedad lo que
se había libertado del yugo sarraceno. Fuera de la reclamación del Obispo domi-
nico, de la que también dudo, puesto que en la consulta de D. Rodrigo no hay in-
dicio de ella, todas esas aserciones son puras invenciones. La verdad es lo que
sigue. E l Toledano consultó el caso con Gregorio IX, el cual le contestó así: «Aho-
ra que ha sido restablecida al culto cristiano, por la misericordia de Dios y por tu
solicitud, esa misma Iglesia, has querido consultarnos, si debías llamar (revoca-
re) a la misma al dicho Obispo, o poner otro en la misma. (5) Nos, teniendo ple-
na confianza en tu discreción, hemos resuelto en el Señor, encargarte este nego-
cio a ti, que puedes conocer mejor las circunstancias del asunto, y por lo tanto
(1) Escriben otros que lo mataron los suyos por su amistad con San Fernando, y que por eso se
tomo Baeza. (2) Hist, de España. Lib. II. c. 14. (3) Bula: a. 1092. (4) Ap 94 (5) ¿Esa frase
índica que Fr. Domingo estaba en su cargo de África, y que la duda era personal de D. Rodrigo?
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también le que convenga en el caso, mandando a tu Fraternidad, por letras apos-
tólicas, para que procedas con nuestra autoridad, conforme vieres que conviene,
según Dios. Dado en Druso, 13 de Julio, año segundo de nuestro pontificado. (1)
Esta contestación demuesira cuan alto era el concepto, que en Roma se tenía
de la ciencia canónica y de la gran prudencia de D. Rodrigo. E l caso, que en sus
manos se deja, es uno de los más delicados e intrincados del Derecho canónico; ya
porque no hay normas sobré él en el Derecho; ya porque se ponía a prueba el
tacto del Arzobispo en la resolución del caso respecto de la persona del Obispo
titular. Si bien podía augurarse que D. Rodrigo optaría por dar en propiedad a
Fr. Domingo lo que poseía por mero título. Porque tenía que ser benévolo el Ar-
zobispo para con él, ya que pocos años antes él mismo le había juzgado digno de
la dignidad episcopal y lo había consagrado. Mucho hubieran tenido que cambiar
las cosas para que el consagrante del año 1225 decidiera en 1229, que no se le de-
bía dar en propiedad la Sede con cuyo título se le había consagrado.
Én efecto, D. Rodrigo dio a Fr. Domingo en propiedad el Obispado de Baeza,
de la que se posesionó éste en 1229, después de prestar al Arzobispo este reconoci-
miento: «Yo, Fr. Domingo, Obispo de Baeza, reconozco que he prometido la su-
misión, reverencia y obediencia ordenadas por los Santos Padres, en presen-
cia de D. Rodrigo Arzobispo, conforme a los estatutos de los cánones, a la Iglesia
de Toledo y a sus rectores.» (2) E l Obispo organizó rápidamente el culto solemne
de su Iglesia Catedral, que dedicó a la Natividad de María Santísima, y formó el
clero diocesano, en el cual alistó como párrocos, a muchos dominicos, que le cau-
saron sinsabores; y obtuvo del Papa la confirmación de todo. 17 Febrero de
1230. En virtud del predicho juramento quedó Baeza agregada a la Metrópoli de
Toledo, aplicándose de esta manera el privilegio del Primado, que agregaba las
nuevas diócesis restauradas a su Metrópoli, hasta que se rescatasen las propias
Metrópolis. Lo más chocante, que tenemos que decir, para terminar este interesan-
te punto de la historia,, es, que D. Rodrigo no dice palabra en su historia, ni res-
pecto de la conquista del Reino de Baeza, ni de la restauración de la diócesis. N i
dice nada de la gloriosa conquista de Badajoz por el padre de San Fernando en
la misma fecha 1227.
Retrocedamos atrás. Tenía D. Rodrigo alma de Santo, alma timorata. Hacía
tiempo que le punzaba un temor, que él mismo veía que era infundado, como se
lo advierte al Papa Honorio, al exponerle el caso, y el Papa así lo reconoce. Te-
mía que le pudiera haberle alcanzado la excomunión, que los jueces de la causa
de la iglesia de Navalperal habían fulminado contra el que se opusiera a lo que
ellos habían resuelto. Y D. Rodrigo, que, como administrador de Segovia, apeló
en contra a Roma y se opuso a la sentencia, dice: «que no creía que estaba sujeto
a ella, ni la conciencia le argüía de esto.» Con todo solicita humildemente, ad
cautelam, la absolución. E l Papa se la envía diciendo así: «porque, a nadie debe
ser dañoso su cargo, lo cual sucedería, si dicho Arzobispo, dejado el Obispado
Segobiense, sufriera algún gravamen con esa ocasión.» Comisiona Honorio a los
Arcedianos de Toledo, Almazán y Sigüenza la solución de este asunto. (3)
Es el último breve de Honorio III relacionado con D. Rodrigo, que yo conozco.
Fué gran admirador del Arzobispo de Toledo, y le distinguió en forma creciente
y excepcional. Murió el Papa el 11 de Marzo de 1227. Buena porción de epísto-
(1) Se imprime por vez primera. (2) El original latino está-en Toledo: Una copia en el B. N . 13.035
íol. 82. Allí mismo están las bulas de Gregorio nono referentes al pleito de D. Rodrigo con Domingo
de Baeza sobre los límites de la diócesis. (3) Ap. 87.
—251-
las suyas referentes a nuestro personaje está por descubrir. Quiera Dios que se
encuentre para unirla a la copiosa colección, que se ha hallado. La única de las
que tengo noticia, que no he mencionado hasta ahora, es la del 8 de Febrero de
1219, en que solemnemente, a ejemplo de los demás Pontífices, le confirma la Pri-
macía de Toledo. Va firmada por los Cardenales. (1) Le sucedió el famoso editor
de las Decretales, Gregorio IX, que habiendo ocupado la Silla de Pedro a los 83
años de su edad, dirigió la nave de la Iglesia durante quince años con sobrehuma-
no vigor y acierto. Ya hemos adelantado una prueba de su aprecio a D. Rodrigo.
A petición de éste, escribió Gregorio IX, el 9 de Febrero de 1228, al Obispo de
Sígüenza y a los Arcedianos de Molina y Almazán, para que obligasen irrevoca-
blemente a los Abades de Santa María de Parraces, Santa Leocadia y San Vicen-
te, de la diócesis de Segovia, antiguas parroquias de la diócesis toledana, a pagar
lo que de justicia debían, sin admitir excusa alguna, y con censuras, si era nece-
sario. (2) Varias bulas, expedidas cinco días más tarde, nos llevan a conocer las
interioridades de la Corte de Castilla y sus relaciones con D. Rodrigo. Gregorio
IX encargó a los Obispos de Osma y Sigüenza y al Abad de Huerta, que obliga-
a
sen a D. Berenguela a reparar una injusticia, que estaba cometiendo con la Igle-
sia de Toledo y su Prelado, reteniendo el monasterio de Covarrubias, que su .pa-
dre Alfonso VIII había donado a Toledo, salvo jure diocesano. (3) Y escribe el Pa-
pa a la misma Berenguela en esa fecha, diciéndole: «Que debe imitar los píos
hechos de su padre Alfonso, Rey de Castilla, y conservar todo en su estado, en
memoria del mismo, y le exhorta a que dicho monasterio se restituya, por su dili-
gencia, a la iglesia de Toledo, que, se dice, haber sido despojada del mismo, y que
no consienta, que sobre esta posesión sea molestada por nadie dicha iglesia.» (4)
Alfonso VIII había donado a Toledo el citado cenobio, que, por sus grandes pose-
siones de montes y pueblos, rendía pingües rentas, para recompensar los muchos
servicios recibidos, y añade: «y mayormente en reparación de la injuria, que a la
misma iglesia le inferí, porque con mis pecados violé la predícha iglesia de ¡a
Bienaventurada Virgen.» (5) Ignoro en qué ofendió Alfonso VIII tan gravemente
la Catedral de Toledo. La causa primera de la expoliación y retención del monas-
terio de Covarrubias parece ser la Reina Berenguela, ya que a ella se la atribuye
el Papa. Pero el más hábil y tenaz, para que no volviera a la posesión de Toledo,
era el Rey Fernando, propenso a restar lo que a su juicio podía mermar el presti-
gio y la influencia del poder Real, si bien, creo, que en el caso presente mediaron
manejos del Cabildo de Covarrubias. Véase cómo expone un investigador moder-
no los pasos del Rey en contra del Toledano. «Y para establecer más sólido fun-
damento a su empresa comenzó por conseguir del Papa (Honorio III) recibiese ba-
jo la protección de la Santa Sede el Cabildo de Covarrubias con todas sus parro-
quias, capillas y derechos eclesiásticos anejos a ellas, ratificando a las mismas
sus exenciones y preeminencias, sin contar en lo más mínimo, ni interesar para
nada al Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo, ni al Cabildo Catedral de aquella ciu-
dad. Con esto revocó implícitamente San Fernando la enajenación de nuestra
abadía efectuada por Alfonso VIII, su abuelo, sin que deje de extrañar no recla-
mase ni opusiera a él la más mínima contradicción.» (6) No se cómo el Arzobispo
y el Cabildo no se alzaron más presto. Quizás por delicadeza con Honorio III, que
pudo ser sorprendido, y después mostrarse inaccesible respecto de ese punto. Gre-
(1) Se halla e» el fol. 17 de A W a ? . (A. H . N.) (2) Ap. 88. (3) Ap. 8y. (4) Ap. 89 y siguientes.
(5) «Cartulario de Covarrubias,. Documento XXIV. p. 59 y sigs. (6) Vide la bula íntegra en las Me-
morias... p. 364.
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gorio IX se puso de parte de Toledo, y al ver que Fernando no se doblegaba con
esas órdenes a su madre y a los Prelados, el 28 de Julio del mismo año, le intimó
severamente el precepto de la devolución de la abadía citada a Toledo. Cosa
que debió ejecutarla, aunque no sé cuándo ni cómo.
Gregorio IX escribió en ese día, 14 de íebrero, al Arzobispo D. Rodrigo y de-
más Obispos de Castilla para que pusieran freno a otro abuso mayor de San Fer-
nando, que los historiadores suelen callar, sin que se sepa cómo se denunció a
Roma. Tras hermoso preámbulo, les dice «Como se dice, que dicho rey ha ocupado
la tercia de las décimas destinadas a las fábricas de las iglesias, y que las ha gas-
tado en su provecho, con ofensa de Dios, os mandamos, por letras apostólicas
que prudente y eficazmente le hagáis desistir de esta usurpación, indicando a los
rectores de las mismas iglesias, que no intenten pagar las tercias a los exactores
del rey.» (1) Es seguro que San Fernando obtuvo el indulto de las tercias en 1224
para empezar las guerras, pero debió ser trienal, y sin hacer diligencia, para re-
novarlo, prosiguió cobrándolo. Este abuso le reprende el Papa. Bonifacio VIH, 73
años más tarde, recordaba a Fernando IV de Castilla, que San Fernando, su
abuelo ,y otros reyes castellanos habían cometido la falta de prorrogar el cobro de
las tercias más de lo que se les concedió por indulto. (2) E l ejemplo de San Fer-
nando produjo mal efecto en los vasallos, los cuales tanto se desmandaron en la
Diócesis de Toledo, que llegaron a desatender a su Arzobispo, el cual dio al Papa
la queja siguiente. «Que los hombres de Madrid y otros varios seglares de su Dió-
cesis negaban arbitrariamente las tercias de las décimas pertenecientes a las fábri-
cas de las iglesias, y se atrevían a emplearlas en fortificar villas y en oíros usos
ilícitos.» E l Papa expide el 14 de febrero otra bula (la cuarta del mismo día con
asuntos referentes a D. Rodrigo) mandando al Obispo de Sigüenza, al canónigo
Pedro Sánchez y al Arcediano de Molina, que por medio de censuras, repriman a
los legos, que cometen tales excesos. Añade «Pero no fulminéis sentencia de exco-
munión, o bien entredicho, contra el Concejo de Madrid en general, sin haber reci-
bido sobre esto mandato especial nuestro.» (3)
Me extraña que en ninguna de las cartas de Gregorio IX aparezca alusión al-
guna al Legado, que tenía en estos años en España, silencio que debe significar
que las atribuciones del Legado eran netas y bien determinadas. Tenemos que
hablar de él, y del bien singular que hizo. Dice el Tudense. «El Reverendísimo
Padre Juan, Obispo Sabíniense, fué enviado a España, como Legado de la Sede
Apostólica, por el gloriosísimo Papa Gregorio.» (4) Y D. Rodrigo, que trató mucho
al Legado, escribe más exactamente. «En aquel tiempo era Legado de la Iglesia
Romana en España Juan de Abdeville, Cardenal Obispo de Sabina, varón bueno,
sabio, docto.» (5) Gregorio lo envió en 1227, en el mismo año de su elección, y
quedó en España hasta la primavera de 1229. Pues dice el Arzobispo, que estuvo
aquí tres años, (6) y su último acto en la Península debió ser el concilio de Tara-
zona, en abril de 1229, y poco antes el de Lérida. No pudo ser después, porque
Jaime el Conquistador, terminado ese concilio, acometió con todo su pueblo, terri-
ble guerra, y ya eran imposibles concilios en la corona de Aragón. Del objeto de
la venida del Legado Juan, dice'el Tudense, que «entre otras cosas, que hizo, exci-
tó a los reyes españoles a la guerra contra los moros.» Más exactamente señala
ese objeto D. Rodrigo, diciendo que vino «a celebrar concilios y a dar consejos
(1) \p. 92. (2) Bula dd16 de setiemb. 1301. Agnani. (3) Ap. 93. (4) Hisp. Illust. fol. 113.
(5) Lib. IX. c. 12. (6) Ibi.
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de salvación.» En efecto para eso lo envió el Papa a España, y eso lo ejecutó prin-
cipalmente.
Sospecho que empezó por Portugal, pero no hay actas conciliares lusitanas, o
si las hay, no se han descubierto. Ocultas se hallaban también las de León y Cas-
tilla, hasta hasta que el P. Risco las encontró en León, y las dio a luz en 1787.
Mejor dicho, no son las actas, son las Constituciones, que se dieron en Valladolid
para las Iglesias de los dos reinos. Porque otras noticias del dicho concilio no en-
contró en el Archivo de la Catedral leonesa.
Entre primavera y verano de 1228 se celebró este Concilio, antes o después del
16 de julio, pues en ese día el Legado consagró la Catedral de Segovia, por invi-
tación de D. Bernardo, que desde el año anterior la gobernaba pacíficamente. Se
habían rendido San Fernando y el partido recalcitrante del Cabildo, que calenta-
do por el soplo de algunos aspirantes a la ambicionada Mitra, habíanse negado a
reconocerle bastante tiempo. Un breve de Gregorio IX consiguió la sumisión com-
pleta de todos. (1) E l concilio fué de los dos reinos de Castilla y León, como ex-
presan las Actas, pero no conservan estas la lista de los Padres asistentes, sino
que dicen que asistieron los Prelados de los dos reinos. No por eso podríamos
asegurar categóricamente la participación de D. Rodrigo, si bien suficiente era
para creerlo la importancia del acto y la moral imposibilidad de que faltase a él
el que era cabeza de la Iglesia de Castilla, y Primado de las Españas, y su modo
de hablar al referir los consejos, que dio el Legado. Felizmente una bula del Papa
atestigua su asistencia. Gregorio IX, el 9 de noviembre de 1235, aprobó la concor-
dia de les Obispos de Osma y Sigüenza, que desde hacía un siglo litigaban sobre
fronteras y parroquias de los dos Obispados, llenos de encono. Dice el Papa en
la bula de aprobación, que los dos Obispos lo habían puesto, años antes, en ma-
nos del Legado, el Cardenal de Sabina, en Valladolid, en un Concilio, y en pre-
sencia del Arzobispo, D. Rodrigo y de los Obispos de Burgos, Palencia, Segovia,
Calahorra y otros sujetos. Así sabemos documentalmente la asistencia de D. Ro-
drigo. Dictaminó el Legado con los asistentes, que cada uno se contentase con lo
que tenía. Eso confirmó 8 años después el Papa. (2)
El blanco del Concilio vallisoletano fué la reforma de las costumbres, notable-
mente decaídas. Para conseguirlo, se empezó por urgir el cumplimiento más exac-
to de los decretos del último Concilio lateranense en cuanto a la celebración, ya
de los Concilios provinciales, ya de los Sínodos diocesanos, debiendo celebrarse
cada año el concilio provincial y dos sínodos diocesanos, cuyas resoluciones más
salientes debían presentarse en el concilio provincial.
Entre las disposiciones particulares memorables y de gran tino, una es la refe-
rente a los estudios del clero y a la reorganización de las escuelas universitarias
de Palencia, que ya dimos a conocer. (3) En dos cánones largos y minuciosos enér-
gicamente se mira por la pureza de vida del clero. En otro se inculca el respeto al
Santísimo Sacramento, y llama atención que dice: «el cuerpo de Dios se lleve al
enfermo con lumbre et con esquila honradamente et cada ocho días se renové.»
Lo mismo que ahora. De transcendencia fué la implantación de la disciplina ge-
neral respecto de los judíos, venciendo al fin la resistencia de San Fernando, y
quizás algo también la de D. Rodrigo, que propendía al criterio de su Rey por ra-
zones económicas de gobernante; pues como Prelado amante de la integridad de
la fe, los aborrecía, por su odio al nombre cristiano, y por su activo proseliíismo;
(1) Colmenares. Cap. 20 n. 16. (2) Epist. Gregorii. 5 idus nov. Oct Pont. nost. (3) Debe leerse
el P. Serrano. D. Mauricio, p. 80. n. 3.
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por eso con mano dura los trató no'pocas veces. Se mandó en el concilio que «los
judíos no traían capas cerradas como traen los clérigos: ca cosa desaguisada se-
ria, que los judíos, que han de ser destremados et departidos de los cristianos
por alguna señal, traían hábito de clérigos.» A moros y judíos se ordena que pa-
guen a la Iglesia diezmos de todo lo que tuvieren de los cristianos. E l restableci-
miento de estas leyes no produjo el trastorno y la despoblación, que ocho años
antes temía San Fernando. O habían cambiado las cosas, o eran infundados
aquellos temores, o los levantaron artificialmente los astutos hebreos, para poder
seguir esquilmando con sus usuras a los cristianos, prestando apoyo pecuniario
a la corona y a la nobleza, con cierta aparente esplendidez y desprendimiento. (1)
Las constituciones del concilio vallisoletano son la única muestra de la acti-
vidad canónica, que en Castilla se conserva del largo período del pontificado de
D. Rodrigo, y no fueron formuladas bajo su inspiración principal, sino del Lega-
do pontificio. Por lo cual es vano el intentadla averiguación y determinación de
las oscilaciones del derecho canónico en el país sometido; a la influencia del Ar-
zobispo de Toledo. En el tiempo de la más honda actividad evolucionaría de la
disciplina eclesiástica, que se cristaliza en su mayor parte en las Decretales, com-
piladas por el catalán San Raimundo de Peñafort, y autorizadas en Septiembre
de 1234 por el breve «Rex paeificus,» figura la provincia eclesiástica regida por
D. Rodrigo con el mínimo grado de aportación de producción canónica. Más que
los problemas canónicos preocupaban a Castilla y a su Primado los de la recon-
quista. Muestra el Arzobispo en su historia, que aceptó con cariño los consejos de
salvación del Legado, (mónita salutis) pero a la vez ¡se ve que le produjo poco
duradera impresión la magna reunión conciliar de dos Reinos en Valladolid; por-
que no lo individualiza; y lo mismo debió suceder en los dos¡_Reinos, porque el
Tudense lo consigna de ligero. La misión del Legado, Juan de Abdeville, era, ade-
más de celebrar concilios y promover cruzadas, también la de visitar y organizar
todos los Cabildos eclesiásticos, para ajustar, en cuanto cupiese, su régimen a
las leyes disciplinares del Concilio lateranense último; por eso dicho Cardenal vi-
sitó personalmente a todos los Cabildos de Castilla, y aún de toda España. En
todos dejó señales de su celo y actividad, sobre todo respecto de las relaciones de
los Cabildos con sus Prelados, y en una gran parte subsisten esas señales. (2) De
su visita canónica a la iglesia de Toledo es 'testimonio el arreglo, o concierto,
que hizo D. Rodrigo con su Cabildo, formalizado el 3 de Junio de 1229, y aproba-
do y promulgado por el Legado. Es corto, modifica poco el modo de vivir del Ca-
bildo y poco también sus relaciones con el Arzobispo. (3)
Don Rodrigo veraneaba ya tranquilamente en su querida Brihuega~el 7 de Julio
de este año 1228, y allí se le presentó en pleno el Capítulo provincial de los ca-
balleros del Hospital de Jerusalén de Castilla, que bajo la presidencia del Comen-
dador Mayor de los cinco Reinos de España, D. Pedro Ovarrez, acababa de tra-
tar los asuntos generales de la región de Castilla. Asunto principalísimo del
Capítulo fué ponerse de acuerdo para concluir con el Toledano una avenencia,
si el Toledano se allanaba a puntos razonables. Se'Jallanó, y en predicho día, 7,
t
se firmó la ansiada avenencia, que vino a'dar la paz a'la Orden, con la termina-
ción de más de cien pleitos muy reñidos, firmándola, además de los dos Superio-
res nombrados, los Comendadores de Población, de Armicislo, de Bamba, de Bur-
gos, de Peñalver y Almazan. De parte del Toledano, además del mismo D. Rodri-
(1) Léase Tejada. III. 3M y 329. (2) D. Mauricio, p. 69. Nota 1. (3) Léase integro en el Archivo
Histórico Nacional. Cartu. o Liber priv. Ecc. Tol I. fol. 29. (Signatura 987.)
-255-
go, firman quince clérigos de varias iglesias. Es notable la avenencia por la mu-
tua transigencia, menor en el Toledano que en los Sanjuanistas; porque tendía
a refrenar los vuelos de una exención más amplia, que no caía bien en una Orden
Militar, expuesta más que otras, a desórdenes. Para muestra van ejemplos. Prohí-
beles tener parroquianos y cobrar diezmos en las iglesias, que tienen en Guadala-
jara, Toledo y Talavera; pero les autoriza enterrar a los que lo pidieren, pagando
la cuarta del funeral, pero conservando íntegras las demás ofrendas. Deben guar-
dar los entredichos Arzobispales respecto de los extraños en sus iglesias. Exige
paga del catedrático arzobispal. (1)
Antes de este tiempo, D. Rodrigo había enviado a Gregorio IX la reclamación
siguiente. Cuando Zamora era sufragánea del Arzobispado de Toledo se la quitó
el Compostelano, impetrando hábilmente de Roma una comisión, cuya ejecución
envolvía la sumisión de la Sede zamorana al Metropolitano de Santiago. Inocen-
cio III revocó la comisión, pero cuando se tenía por consumada la expoliación
subrepticia. Para que no perdure la injusticia, suplica D. Rodrigo, que el Papa re-
trotraiga, siquiera al estado primitivo, la causa, y que se decida, según derecho,
la cuestión. Gregorio IX lo hace gustoso, y el 19 de este Julio comisiona al Obis-
po, Dean y Sacristán de Tarazona, para que con plenos poderes conozcan y re-
suelvan el punto. (2) No sé que efectos tuvo.
Don Rodrigo logró coronar en este año los anhelos, que tenía, de que el monas-
terio de Huerta se hiciera dueño absoluto e independiente de todo el señorío de
Blíecos, Boñices y Cantabos, cuya propiedad temporal le había donado años
atrás, pero en cuanto a la provisión del curato y paga de los derechos eclesiásti-
cos estaba sujeto a su diocesano, el Obispo de Osma, como era natural. Esto se
propuso alcanzar D. Rodrigo del Prelado Oxomense, que debió ser explorado ya
a la par que se hacía la'donación, sin éxito; pues era perder un derecho lucrativo
sin compensación alguna. En 1228 D. Rodrigo emprendió un viaje a la diócesis de
Osma, con el objeto de lograr su intento, (cuando se trataba de favorecer a sus
idolatrados cistercíenses no reparaba el Arzobispo en las odiosidades de las
exenciones monacales,) y como encontró opuesto al Obispo de Osma, apeló a los
ardides de la sugestión. «Se llevó D. Rodrigo a Huerta al Obispo D. Pedro Ra-
mírez, para que se embelesara con la vida ejemplarísima de sus monjes y les favo-
reciera.» (3) E l Obispo de Osma se dejó enamorar al contacto de D. Rodrigo y a
la vista del panorama de las virtudes de sus monjes de Huerta. Expidió al fin este
año (4) la carta por la cual, dice «atendiendo a la piedad de Monasterio hortense
y a los ruegos de nuestro Reverendo Rodrigo, Arzobispo de Toledo y Primado de
las Españas, concedo a Huerta los derechos de los tres citados pueblos, y el de-
recho de nombrar un cura, pero previa presentación del mismo al Obispo para su
confirmación. Más aun, les autoriza para adquirir nuevas propiedades, cuantas
quieran, libres de cargas de décimas y demás pagas, en lo futuro, en toda la Dió-
cesis. Rico privilegio. (5) ¿Por qué el Prelado donante dice «a ruegos de nuestro
Reverendo Rodrigo?» Es que era un ilustre paisano del Arzobispo, al cual se in-
clinaba con reverencia ' y cariño. Escribe Gil González Dávila: «Muerto el Obis-
po Metido, fué puesto (6) en la silla de Osma D. Pedro Ramírez, natural de la
ciudad de Pamplona, y de él no hay más memoria de q gobernó esta iglesia por
u e
(1) Boletín... tora. XI. 385 y 387. Lib. priv. I. f. 165. (2) Ap. 95. (3) Cerralbo. Discursos... p. 261
y 262. (4) Se equivoca Cerralbo al decir que se hizo de paso para Tarazona. La carta tiene fecha
anterior. (5) Loperráez. tora. III. Docum. L. II. (6) Le confirmó D. Rodrigo, y quizás le consagró
como sufragáneo suyo.
-256-
espacio de seis años, y al íin de ellos fué promovido a la Iglesia de Pamplona, pa-
tria suya, año 1230.» (1) Ya vimos cómo Gregorio IX el 14 de Febrero le nombró
para que fuese juez en la causa de la devolución de Covarrubias a la iglesia de
Toledo. Sucedió en Pamplona a Ramiro, al que llama Mariana: «grande persona-
je.» (2) Ramírez le superó en los ocho años, que rigió la Sede de San Fermín. Pues
desbaratando las tretas del partido aragonés, a la muerte de Sancho el Fuerte,
(1234) trajo de la Champaña a Teobaldo I, legítimo heredero, le coronó en Pam-
plona, en la Catedral, y le ayudó mucho para la Cruzada de Tierra Santa. Ade-
más de pedir apoyo a oíros, en favor de los religiosos, el mismo Rodrigo favore-
cía a otros. Leo en Fonseca, que escribe de este año: «D. Rodrigo donó y entregó
a ciertas religiosas, no se sabe de qué Orden, la iglesia de San Eugenio de Tole-
do, situada cerca de un camino, llamado del Mármol, junto a un campo o plaza.
a
Recibe esa donación la Priora D. Grobuena con otras monjas, con derecho de
disfrutarla siempre sus sucesoras, pero con obligación de obedecer al mismo
D. Rodrigo y a la Iglesia de Toledo. Sí pretenden sujetarse a la obediencia de al-
gunos religiosos, que pierdan todo derecho.» (3)
Para Diciembre de este año volvió D. Rodrigo a Toledo, donde fundó dos ani-
versarios por dos parientes suyos, por medio de documentos distintos, y de am-
bos se encargó el Cabildo. Uno es en pro de Fernando Muñoz «mi consanguíneo»
dice, y entrega por su retribución las casas, que compró al caballero toledano
D. Fernando López, en la aldea de Prunieílo. (4) E l segundo es en pro de Muño
Sánchez «consanguíneo nuestro» y da por capital de la fundación las casas, que
compró a Gonzalo Gil, procedentes del Deán de Cuenca, sitos en Adarbe, monte
de D. Fernando. (5)
D. Rodrigo y los demás sufragáneos suyos se inquietaron mucho por algunos
abusos, que en este tiempo cometieron en las libertades eclesiásticas las autori-
dades civiles, y tan sensibles eran, que el Arzobispo, en unión con sus sufragá-
neos, escribió cartas sentidísimas a Gregorio IX, el cual contestó así el 8 de di-
ciembre de 1228: «Al Arzobispo de Toledo y sus sufragáneos. Con la benignidad
acostumbrada recibimos vuestras letras, cuya lectura no pudo menos de alarmar-
nos por el clamor tan triste y por el lamento tan clamoroso. Mas notando el fer-
vor de vuestro celo y viendo la constancia de vuestra fortaleza, con los cuales, os
armáis, como con la coraza de la fe y el escudo de la justicia en defensa del privi-
legio de la libertad eclesiástica, con el cual nuestro Redentor amuralló a su Es-
posa, por medio de su sangre, que por ella derramó, nos hemos consolado, com-
probando con alegría, que vosotros sois atletas impertérritos de Cristo. Por don-
de, aunque debamos asistir en las oportunidades, pero con razón más propensos
a esto, como quien trabaja por el interés propio, dispuestos estamos a prestaros
auxilio y favor por todos los medios; como si de corazón negociáramos príucipíi-
meníe nuestra causa. Por lo demás, como nuestro carísimo hijo en Cristo, el Rey
ilustre de Castilla, demuestra, que pelea por Cristo, mientras impugnando las na-
ciones pérfidas, dilata el dominio de la Esposa de Cristo y extiende los pabello-
nes de sus tabernáculos, y cuanto más se propaga la religión cristiana otro tanto
se acrecienta la Iglesia general, y particularmente la de Toledo, dicho Rey parece
que se proporciona, como por méritos propios, los subsidios oportunos, de los fie-
les de Cristo. En consecuencia os aconsejamos y exhortamos particularmente, pa-
ra que acerca de esto vuestra circunspección adopte tal resolución, que sin daño
(1) Teatro de Osma. tom. IV. Lib. II. c. 8. (2) Hist. de España. Lib. XII. c. 13. (31 Primacía.
Part. IV. c. 7. (4) Líber priv. I. f. 33. r. (5) Líber, priv. I. f. 33. r.
—257-
17
de la libertad eclesiástica, se conserve ilesa la dignidad de la Iglesia, y que tam-
poco suceda, que dicho Rey se vea obligado a abandonar empresa tan saludable,
tan santa, por falta del deseado subsidio, lo que Dios aparte. Dado en Perusa, 8
de Diciembre del año segundo de nuestro pontificado.» (1) Esta carta del Papa es
a la vez apología de D. Rodrigo y de San Fernando, por cuanto resaltan en ella el
celo del Arzobispo por los derechos de la Iglesia y el celo del Rey santo por la
guerra santa. Y (cuan admirable es la habilidad del Papa en armonizar con expli-
caciones delicadas ciertos excesos de San Fernando al invadir lo que es de la
Iglesia y su recta intención y virtudes verdaderas, y con qué suavidad exhorta a
que el Arzobispo ceda en lo indispensable, sin dejar de custodiar lo sagrado!
No hay noticias de cómo el Arzobispo y sus sufragáneos contribuyeron con los
subsidios, ni si los recogió San Fernando. No hay rastro de expediciones contra
moros en 1229. Gregorio nono concedió el 12 de Febrero de ese año al Legado,
Juan de Abdeville, que pudiera otorgar las gracias de la cruzada a las tropas, que
en España salieran a guerrear contra los moros. (2)
El 27 de Marzo de 1229, D. Rodrigo firmó en San Torcuato, pueblo de su dióce-
sis, una concordia más amplia, que la arriba reseñada, con los Caballeros de la
Orden del Hospital de Jerusalén, de los Reinos de Castilla, León, Aragón y Navarra
para terminar definitivamente la interminable lista de pleitos, que ambas partes
tenían. Los Hospitalarios procedieron de distinto modo, que la vez anterior. Re-
unidos en capítulo general en Amiscilo, formularon y redactaron en términos ade-
cuados los puntos de la avenencia, y después de firmar el documento, se lo envia-
ron a D. Rodrigo, al pueblo mencionado, para que con la firma diese su confor-
midad. Así lo hizo. Gran interés tiene este documento para poder conocer los
bienes innumerables, que el Toledano poseía. Dejo de extractarlo para no moles-
tar con la aridez, que tienen las cosas jurídicas y económicas. (3) El Arzobispo es-
taba en Toledo el 15 de Abril preparándose para emprender el viaje a Tarazo,
na, para donde estaban convocados los Obispos de las coronas de Aragón y Cas-
tilla. Antes de partir terminó con el Cabildo toledano una porción de convenios,
a fin de evitar muchos pleitos. Concedió a su Cabildo una lista de propiedades
en varios pueblos, recibiendo en cambio las ofrendas y oblaciones de los judíos
de toda la diócesis, a que tenía derecho el Cabildo en unión con su Arzobispo.
Nacían los pleitos sobre la parte, que correspondía al Cabildo. Éste además cede
a su Prelado varías propiedades en distintos lugares, y reconoce la obligación,
que tiene de dar perpetuamente doble porción a cada canónigo, el día del aniver-
sario de la muerte del padre y de la madre de D. Rodrigo, y el Arzobispo declara,
para satisfacción de los capitulares, que queda completamente satisfecho de ellos
respecto de todos los contratos de arrendamientos, que tuvo con el Cabildo. (4)
El día 29 de Abril D. Rodrigo hallábase en Aragón, en la ciudad de Tarazona,
deliberando acarea de un asunto nada edificante. Años atrás se habían unido en
Agreda Taime I y Leonor, sin saber el primero lo que era el amor conyugal, y sin
virtud para que lo llegase a adquirir, e* el momento en que la e-dad le diese la ca-
pacidad; por lo que, al despertarse la naturaleza, el imberbe Rey torcióse por la
a
oblicua vía de las liviandades e infidelidades, que irritando a D. Leonor, produ-
cían escandalosas tempestades de irrestañable efecto, por la acritud del genio
fuerte de la Reina. Jaime, indomable de suyo y sin amor en el corazón, a los cua-
tro años, 7 de Diciembre de 1225, dio el primer paso, para obtener el divorcio, que
(1) Auvray. 255. (2) Auvray. 268. (3) Boletín X i . 388 y 392. Mber priv. II. fol. 79. (4) Lí-
ber priv. II. f. 14. r.
-258-
a
no quería D. Leonor, y a poco se apartó de su mujer; pero de nuevo se reunie-
ron. Intentó que Honorio III (1) validase el matrimonio, de cuya nulidad se habla-
ba, acaso con más deseo de que lo anulase, o declarase que era nulo. Gregorio IX,
conociendo el cariz de las cosas, encaminó a fondo el asunto, y ordenó la separa-
ción el 7 de Febrero de 1228, sin duda no porque sistemáticamente sostuviese la
invalidez, por no querer conceder la dispensa para la validación, sino porque se
hizo cargo exacto de lo que era necesario. Era indispensable que se declarase nu-
lo, o se validase, pues por falta de dispensa no era válido. Y comprendiendo que
Jaime no quería la validación, pero sí que se legitimase la prole, ordenó a su Lega-
do, el Cardenal de Sabina, que había pasado a la corona de Aragón para celebrar
los concilios necesarios, que procediese maduramente a la anulación del borras-
coso consorcio matrimonial. E l Legado comunicó a Jaime I la orden del Papa, y
el Rey firmó el 20 de Marzo su conformidad jurada de divorcio, y el 16 del mismo
a
hizo lo propio D. Leonor. Obtenidas estas escrituras, desde Cataluña, convocó
a Tarazona a los Obispos de Castilla y Aragón, para asesorarse bien acerca de los
diversos extremos del asunto. Dice que los convocó así porque «el negocio era ar-
duo.» Mientras se notificaba la convocatoria y se reunían los Prelados, celebró el
Concilio de Tarragona, y terminado el 18 de Abril, corrió con los demás Padres,
que pudieron o quisieron seguirle, a Tarazona. Aquí se encontraron en el orden,
que dicen así las actas, los siguientes Obispos: «el Toledano, el Tarraconense, el
Burgensc, el Calagurritano, el Segobiense, el Seguntino, el Oxomense, el Bayo-
nense, (dicen que Barcinonense) el Turiasonense, el Oscense, y el Ilerdense.» Llegó
a
D. Jaime, y se presentaron él y D. Leonor ante aquel tribunal compuesto de Ar-
zobispos, Obispos, y las Cortes de Aragón. Se interrogó al Rey, y declaró que
creía estar casado inválidamente, por ser los dos nietos de Alfonso VII; pero
que hasta entonces había estado de buena fe, y que miraba por legítima la prole,
razón por la cual había declarado heredero de la corona a su hijo Alfonso, el 6
de Febrero del año anterior. Rogó que se ratificase. E l Legado, «tras maduro exa-
men y conferencia con los Venerables Arzobispos y Obispos de ambos Reinos,
que están presentes, como también de oíros varones de prudencia» sentenció la
nulidad del matrimonio, y ordenó la separación de los presuntos cónyuges. Doña
Leonor vino a Castilla a vivir en la opulencta, con la espléndida renta, que le se-
ñaló, y fielmente se la conservó el divorciado marido. Éste, impaciente hacía días
por acometer la legendaria empresa de Baleares, que tenía preparada, en seguida
salió en dirección del Mediterráneo, donde se cubrió de gloria guerrera, pero sin
lavarse, ni entonces, ni nunca, de sus liviandades. D. Rodrigo no dice en su histo-
ria palabra de este concilio, ni de su intervención en este asunto. Sólo refiere el
enlace de Jaime y Leonor, y cómo engrendaron a Alfonso, pero que después fue-
ron separados por el Legado Juan, con juicio de la Iglesia, a causa de la consan-
guinidad, legitimándose la prole por el mismo Legado. (2) No pronuncia censura
alguna contra el aragonés, sino la siguiente loa: «El Rey invicto no creía haber
hecho algo mientras quedaba algo que hacer.» Y narra sus proezas bélicas con
incesantes encomios al mismo. Quizás el Arzobispo le vio por primera vez en Ta-
razona, pero no expresó la impresión que le produjo la presencia de aquel arro-
gante mancebo de 21 años, y de casi dos metros de estatura. Es más verosímil que
le conociera cuando las negociaciones matrimoniales primero, y después en la en-
trevista, que en Huerta tuvieron San Fernando y D. Jaime, poco antes de comen-
(1) No Inocencio III, como escribe Domer, que debe ser leído sobre esto. Discursos, p. 59 en ade-
lante. (2) Lib. VI. c. 5.
-259-
zar las guerras de reconquista, para proceder con armonía y orden en las empre-
sas, y no perturbar la paz de las fronteras, como dice la historia. Pero no consta
con certeza como lo de Tarazón».
Terminaremos «ste capítulo con dos noticias pertenecientes al año 1229, recogi-
das de la correspondencia del Papa. Gregorio IX dirigió' el 8 de Julio la famosa
bula ínter alia ñagitia a D. Rodrigo y sus sufragáneos, refiriéndoles yja perversa
conducta del famoso Federico, emperador de Alemania, que había entregado al
Sultán de Babilonia la espada del Sacro imperio, ^consintiendo, que en los tem-
plos católicos se predicase la doctrina de Mahoma. El Papa ruega y exhorta al
Toledano y a los suyos, que se levanten contra esta injuria, irrogada ^a Cristo, y
que estén dispuestos a quitar este oprobióle la cruz del Señor. (1) Por la bula
del 7 de Agosto se concede a Bartolomé de Arguedas, canónigo de Toledo, que ha
trabajado mucho por la libertad de la Iglesia de Toledo y demás Iglesias de Cas-
tilla, que pueda disfrutar de todas las rentas, que le corresponden desde que se
ausentó para cumplir su noble negocio. (2) En Castilla no se le miraba bien a es-
te agente de la Iglesia Toledana, porque trabajó en contra de la Corte respecto de
lo que intentaba el Rey, según referimos. Denuncia el apelativo Arguedas que era
paisano de D. Rodrigo.
-260
CAPITULO XIV
p
(1) Discurso en el Congreso Católico de Sevilla. 1892. (2) Vita San Fernandi. n. 3. por Gil de Za-
mora.
-261—
En la Crónica de Alfonso el Sabio, (el cual estaba en el primer lustro de su vi-
da cuando empezó el cimiento de la Catedral de su ciudad natal) se traduce del
modo siguiente, con interesantes pormenores intercalados, el texto del principio
de esa Catedral por D. Rodrigo. «El Rey D. Fernando e el Arzobispo andando
por la Iglesia de Toledo, contándola e departiendo de ella, tuviéronla por muy an-
tigua ya, e mesurando en ello vino el espíritu de Dios e de santidad en ellos; e
mesuró el Rey D. Fernando, que pues Dios renovaba a él e le daba facer tantas
conquistas (1) de los moros en la tierra, que la cristiandad perdiera, que bien seria
de renovar ellos (el Rey y el Arzobispo) de aquellas ganancias la Iglesia de Santa
María de Toledo, e fazerle servicio allí de aquellas ganancias, que les daba de sus
enemigos, de las conquistas, que habían hecho. E tuvieron la razón por muy bue-
na e muy derecha. E l Rey Fernando e el Arzobispo D. Rodrigo echaron la prime-
ra piedra de la Iglesia de Santa María de Toledo e la asentaron en uno aquella
piedra sobre que se comenzase la obra, que después era allí de hazer e fizieron la-
brar muchos maestros Ca estaba antes a manera de mezquita. E creció su obra
de dia en día a grande labor de ella, a grande maravilla, en estos días del Rey
D. Fernando.» (2) Las escrituras nos dirán luego quién cargó con los gastos prin-
cipales de esta obra en los días de nuestro Arzobispo, quedándose en la intención
tan buenas promesas. ¡Cómo iba a soltar dinero para la nueva fábrica cuando sin
legítima facultad se incautaba en 1228 de las tercias de las fábricas de las Iglesias
para sostener la guerra, llegando a ser amonestado por su osadía, desde Roma!
¿Cuándo tenía lugar suceso tan dichoso? Según el sentido obvio del texto de
D. Rodrigo luego después de la toma del Castillo de Capella. Terminada la narra-
ción de la toma, dice: «Entonces echaron la primera piedra.» Capella se tomó en
verano de 1226; ya que según la donación de San Fernando a los dominicos de
Guadalajara, que dimos a conocer antes, en ese año se restituyó al culto aquella
plaza. La donación es del 20 de Septiembre. Los Anales toledanos terceros (los
más plagados de erratas y errores) dicen que se puso la primera piedra en 1226. Y
no se presenta otro dato más preciso de origen español hasta el siglo XV, para fi-
jar la fecha del principio de la Catedral Toledana. Pero no satisfechos los eruditos
con esa falta de precisión con respecto de la fecha de un acontecimiento artístico
de primer orden en la nación, con esos datos y otros más inciertos, y con atisbos,
han escrito mucho y han apuntado fechas más precisas. (3) La lista más gloriosa
de autores está por Agosto de 1227; así Garibay, Mariana, Pedro de Salazar y
Mendoza, el Licenciado Baltasar (Manuscrito Autógrafo. Biblioteca de la Catedral,
dos tomos, sign. 27. 21 y 22.) Lozano (Reyes nuevos de Toledo, p. 61) y Lampérez
y Romea con algunos más. Determinan también el día, que para todos es 14; me-
nos para Mondéjar, quien opina que el 16, y miércoles, y año 1226. Francamente
estoy persuadido de que esa opinión nació de una confusión. En la Catedral Tole-
dana se conserva la Chonica de los Reyes de Bspanna, con el título Daretis Phri-
gii Historia Troyana, y allí se dice que el Arzobispo, D. Pedro Tenorio, puso la
primera piedra del claustro de la Catedral en la Vigilia de Santa María (14 de
Agosto) de 1389. Sin duda ese 14 de Agosto pasó a los anteriores autores, (que
jamás citan fuente alguna primitiva) sin que pueda decirse quién cayó primero en
el yerro y lo transmitió a otros, por no haberse fijado bien a qué se refería la fe-
(1) Es pura adulación del cronista. Se verá en seguida que San Fernando no habla conquistado
aún nada. (2) Lie. IX. c. 13. Solo lo subrayado es de D. Rodrigo. (3) Pueden verse las diversas
opiniones en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Año V. Ju-
lio y Diciembre. 1923. p. 203 y 219. Articulo muy erudito de EduardoRstella, cuyo objeto es promover
la celebración del séptimo centenario, que según él es en 1226.
-262-
cha. En consecuencia debemos acogernos a lo que encontramos en D. Rodrigo y
en los sospechosos Anales mencionados respecto de la documentación española, y
no divagar más. En cambio hace pensar cosas muy distintas la documentación,
que viene del Archivo pontificio de Roma, sobre todo la carta siguiente de Hono-
rio III a D. Rodrigo, copiada directamente del Regesturn. manuscrito del Vaticano,
que traducida literalmente dice así:
«Al Arzobispo de Toledo. Has hecho relatar en nuestra presencia, q*e tu iglesia
antiguamente dedicada al culto de los paganos, fué consagrada al culto cristiano
últimamente, cuando la ciudad de Toledo fué rescatada de sus manos, por obra de
la divina misericordia, y como su fábrica con el curso del tiempo amenazase clara-
mente ruina, por su vetustez, tu predecesor, de buena memoria, previniendo un de-
rrumbamiento imprevisto, la hizo derribar. Para ejecutar hasta el fin su construc-
ción presentas a ia predicha iglesia tan escasa de recursos, ya por la magnitud
de la obra, como por la cortedad de las rentas de su fábrica y la falta de madera
y piedra, que sí no se apela a otro remedio, se desespera absolutamente de la ter-
minación de esa ©bra. Por esto juzgamos que las iglesias sometidas a tu diócesis,
están obligadas a ayudarle en la necesidad, y prestarle en esto el auxilio conve-
niente, como hijas devotas a una madre tan grande, porque es también ley de Cris-
to, que uno soporte el peso de otro. Por lo tanto facultamos a tu Fraternidad, por
la autoridad de las presentes, para que puedas invertir en la construcción de t»
iglesia la tercera parte de los réditos de fábrica de las dichas iglesias, mas de tal
modo, que si aconteciere que la fábrica de las mismas iglesias se resentía grave-
mente a consecuencia de esto, te conformes con con la menor parte que vieres con-
veniente. Las letras presentes no serán valederas más que para cuatro años. Dado
en Le tren, cinco de enero, año sexto de nuestro pontificado.» (1) (1222)
Esta letra pontificia patentiza que en 1221 ya trabajaba D. Rodrigo en el asunto
de la construcción de su Catedral, y seguramente, desde el principio, puesto que
ya examinados los presupuestos con que contaba la misma Catedral, dirigió a Ro-
ma en la segunda parte del año 1221 la petición, que su delegado presentó al Papa,
y a la que ya contestaba benignamente el Pontífice el 5 de enero del año siguiente,
después de tomar el tiempo que la importancia del asunto reclamaba para exami-
narlo y consultarlo. Y no sólo trataba de esto como proyecto, que preparaba pru-
dentemente, para lanzarse a las obras de edificación, después de asegurada la
fuente adecuada de recursos, para proseguir sin interrupción y con la debida efi-
cacia la fábrica, que comenzase, sino que dirigía la petición, para continuar las
obras ya empezadas, en el momento de enviar a Honorio III la petición. He aquí
la prueba concluyente. E l Papa le concede la facultad de poder utilizar el tributo
de la tercia de las iglesias por cuatro años. Este plazo de cuatro años había expi-
rado para fines de 1224. Porque D. Rodrigo reiteró la misma petición en 1224, y
el mismo Papa le renovó igual gracia en estos términos. «Como has comenzado a
edificar la iglesia de Toledo desde los cimientos, y no se puede terminar sin gran-
des gastos una obra de tan grande magnitud, te concedemos por las presentes,
que puedas destinar a la construcción de la misma iglesia, por cuatro años, la ter-
cera parte de las décimas, destinadas a las fábricas de tu diócesis, sin que valga
ninguna oposición.» (2) Si ya necesitaba D. Rodrigo en 1224 nueva concesión de
cuatrienio, señal segura de que había utilizado íntegramente la concesión anterior.
Por lo tanto es cierto que en 1221 estaban iniciadas con gran empuje las obras de
la erección de las más suntuosa, majestuosa y rica iglesia española. No se puede
-263-
asegurar que el Arzobispo las comenzara en 1221 lo mismo se puede decir que pu-
so la primera piedra en 1220. No encuentro otros datos auténticos terminantes.
Pero aquí surge una dificultad, al parecer, seria. Parece que el texto de D. Ro-
drigo, autor de la Catedral, está en contradicción con estas noticias. Desde luego
hay que convenir que es imposible la contradicción, si bien es algo difícil la expli-
cación plenamente aclaratoria. (1) Es cierto primeramente que el «tune» de don
Rodrigo es frecuentemente muy elástico en su historia. (2) Abarca muchas veces
un plazo de bastantes años; no significa que el suceso, que bajo su sentido se re-
fiere, es necesariamente un hecho inmediato al que ha referido en la cláusula
precedente, ni que sea posterior al mismo. En ocasiones, lo que se cuenta después
del «tune» es anterior a lo narrado. Por esto, en el caso presente, no significa ese
«tune», que está puesto después de la relación de la conquista de Capella, que en
efecto se verificó el acto de poner la primera piedra después de ese suceso. Sig-
nifica que ese hecho se verificó «tune» entonces, es decir, en aquel período inicial
de la vida activo-guerrera de San Fernando. Por lo tanto no se puede deducir ri-
gurosamente nada para fijar una fecha exacta, sino aproximatíva. Implica lo mis-
mo ese «tune» que el acto de asentar la primera piedra de la basílica Toledana por
el Rey Fernando y D. Rodrigo ocurrió en 1220, como en 1226. ¿Y cómo se explica
lo que cuenta la Crónica general, que dice, que se movieron el Rey y el Arzobispo
a la edificación del templo, porque abundaban recursos por las muchas conquis-
tas de territorios y ciudades de los sarracenos, y con el fin de dedicarlos a Dios
y dar la debida gloria al Altísimo? Esas amplificaciones de la noticia escueta de
D. Rodrigo, que no da pie para ellas, son imaginarias suposiciones del crédulo
cronista, y contrarias a las noticias históricas. Las noticias históricas dicen cla-
ro que D. Rodrigo no contaba con los recursos de! erario Real, ni con las recau-
daciones obtenidas por los éxitos bélicos, en el momento de empezar las obras, en
los cuatro primeros años. Cuenta solamente con los recursos de la Iglesia. Más
adelante veremos más pruebas, que las que nos dan las bulas pontificias. Sin em-
bargo quizás se pueda aventurar una explicación armónica. Primero que D. Ro-
drigo inició en el tiempo, que dicen las bulas la construcción de la Catedral por
la cripta, sin intervención, ni presencia de San Fernando. Segundo que hacia 1226
inició la construcción de las paredes exteriores y magistrales con asistencia so-
lemne del Rey, después de varios años de fructuosas y gloriosas expediciones
contra los moros, cuando a consecuencia de la toma de Capella, se consolidaban
las conquistas, y empezaba la riqueza'a afiuir del mediodía a Toledo. Que se ad-
mita o se rechace esta u otra explicación análoga, es preciso asegurar que la fra-
se de D. Rodrigo se refiere al año 1220, o al siguiente. Ya no cabe disputa fuera
de esto. La Catedral de Toledo comenzó a fabricarse en uno de esos dos años. Es
indudablemente anterior a la de Burgos. (3) Se comprende asi que el Tudense, al
(1) He aquí la frase del Arzobispo: «Et tune jecerunt primum lapiden) Rex et Archiepiscopus Ro-
derícus in fundamento Ecclesioe Toletance, quee ín forma mezquita» a tempore arabum adhuc stabat,
cujus fabrica, opere mirabili, de díe in diem, non sine grandi admiratione hominum, exaltatur.» (Libro
IX. c. 13. (2) Centenares de casos se podían enumerar aquí. En el mismo capítulo hay otro tune re-
ferente a la rebelión de Mahoma Alenalagimar, que es de época anterior. Lo mismo sucede con los tune
de la muerte de la Reina Beatriz (c. 15), y otros más del mismo libro, que es inútil recordar y examinar.
(3) E l mismo L. Serrano se expresa así en la nota 3, acerca de la fecha de 20 de Julio de 1221, que en el
texto asigna a la Catedral de Burgos. «No es muy seguro que en 1221 se pusiera la primera piedra de
la Catedral; porque si bien trae esa fecha el Cronicón de Cerdaña, uno de los Calendarios de la Catedral
(vol.73. f. 95.) daba el año 1222, fecha, que se corrigió en época posterior por la de 1225. E l otro Calen-
dario trae 1221... Alfonso de Cartagena, que vio los Calendarios antes corregidos, pone el 20 de Julio de
1222, como fecha de la colocación de la primera piedra, según más adelante decimos» (ü. Mauricio, p. 61)
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enumerar las Catedrales, que en su tiempo surgían, comenzando por Toledo y si-
guiendo por Burgos y otras, como vimos arriba, fué nombrándolas, según el orden
cronológico 'riguroso de la construcción, [y no según el orden de importancia y
dignidad de la Sede, como se entendía hasta ahora.
Una cláusula de la bula del 5 de enerolde 1222'sugiere también otra duda o di-
ficultad importante. Dice que el antecesor de D. Rodrigo, temiendo un imprevisto
derrumbamiento del templo, lo derribó. En cambio dice [claramente Rodrigo, que
subsísistía esa mezquita cuando él con el rey comenzó a transformarla de forma
de mezquita en templo góíico?,á<tóiic stabat. (1) Es más, dice también que cuando
los cruzados de las'Navas de Tolosa [regresaron" a Toledo "«fueron recibidos~allí
por los Pontífices y por todo el pueblo procesionalmente en la iglesia de Santa
María,» (2) que eradla mencionada jnezquíía,'que recibió ese titular en el día de su
consagración en Catedral toledana porjmanos de D. Bernardo. ¿Cómo se entiende
esta contadrición, al parecer, tan flagrante? No dudo¡!'que se trata aquí de dos co-
sac distintas. Lo echo por D. Martín de Pisuerga era una cosa [parcial. Alguna
parte de la vesíuta catedral debió cuartearse y amenazarlruina, y D. Martín, por
temor de algún derrumbamiento, ordenó [que se apeara alguna parte del; techo,
pero dejando la mayor parte, y en condiciones de que se pudieran celebrar las so-
lemnidades religiosas, mas la.parte derribada clamaba:'por el derribo y restaura-
ción de['todo el templo, como era natural. La vista .desagradable de aquella nece-
sidad excitaba a D. Rodrigo para que emprendiese la obra, y lo consideraba como
incesante aviso. Esto tuvo que relatar en su'petición,al Papa, " para moverle a que
6
—265—
madora. Si bien jamás se borra «aquella impresión de pirámide de filigrana, que
se pierde en las nubes, como ofrenda de los hombres elevada al supremo Hace-
dor», que sentía el artista admirador. Pero ¡cuánto más hubiera avasallado este
monumento sin par con su opulencia artística y grandiosidad majestuosa a las
generaciones de espíritus hechizados por su belleza, y la suprema perfección plás-
tica de sus obras, si D. Rodrigo lo hubiera erigido en el costado occidental-sep-
tentrional de Zocodover, única plaza de la imperial Toledo!
He aquí las líneas generales del plan, que en conjunto ideó y trazó D. Rodrigo
y que entregó al arquitecto, para que, como técnico, lo desarrollase y ejecutase.
Planta de grandes dimensiones, dividida en cinco naves, y tipo de salón: gran mo-
le de imponente majestad, mirando al Oriente; de 112 metros de largo, 56 de an-
cho y otros tantos de altura en la nave central. Ocho puertas agujerean sus lien-
zos inferiores. Para sostener bóvedas y techos, 88 columnas robustísimas, pero
hermoseadas cada una por una serie apiñada de 16 columnitas, que hacen esfu-
mar lo grueso de su gran periferia. Su material, piedra blanca y primorosamente
labrada.
El precioso documento de la creación de las Capellanías en la nueva Cátedra!,
expedido por D. Rodrigo el 10 de Julio de 1238, a los diez y ocho de haber comen-
zado las obras, ha dado margen a una discusión entre eminentes eruditos del si-
glo pasado. D. Rodrigo distribuyó en ese documento su Catedral, que, para esa
hora subía gallarda al cielo, en catorce capillas, en el modo, que después de
esta discusión diremos más particularmente, para conocer y admirar merecida-
mente el espíritu genial y místico de nuestro Arzobispo. Esto ha hecho escribir al
P. Fita, a Sánchez Casado, al Marqués de Cerralbo y otros, las siguientes expre-
siones: «Plan sublime, ideal bello, de la Catedral de Toledo, trazado por el Arzo-
bispo D. Rodrigo. (1) «No se contentó (Rodrigo) con poner la primera piedra, si-
no que le dio la traza sublime y perfectísima, para la dispesición de la nueva
obra, a imitación e invocación de la Jerusalén celestial. (2) «Ximénez de Rada
concebía el proyecto de la Catedral... los planos ideados por el Arzobispo don
Rodrigo o por Pedro Pérez...» (3) «Templo portentoso, que surgiendo de su pode-
rosa mente, va dictando (Rodrigo) al inspirado lápiz de su inmortal arquitecto
Pedro Pérez... Con este plan incomparable y sublime en su creadora fantasía pre-
séntase a San Fernando...» (4) «Así D. Rodrigo llegó a construir el más grandio-
so y espiritual monumento de nuestra España, que por sí solo le otorgara celebri-
dad.» (5) Después de leer las anteriores citas y otras, uno de los mejores arqueó-
logos y arquitectos coetáneos se ha preguntado, en su acabada obra sobre la ar-
queología española de la edad media: «¿Fué D. Rodrigo el verdadero arquitecto,
que trazó la Catedral de Toledo?» Y Lampérez y Romea, que es el autor de la pre-
gunta, escribe: «No deja de ser curiosa la idea acogida por varios escritores, de
que fué el Arzobispo D. Rodrigo el que trazó la Catedral. (Citados algunos de es-
tos escritores, prosigue así:) Los que practicamos la arquitectura no podemos me-
nos de extrañarnos ante esta estricta interpretación de un concepto, cuya clara in-
teligencia es muy otra. D. Rodrigo concibo la idea de elevar una magnífica Ca-
tedral y dio a su maestro el programa de la obra, las necesidades, magnitud, et-
cétera. Pero de la palabra hablada o escrita a la composición arquitectónica hay
enorme distancia. El Arzobispo Ximénez de Rada no necesita para su gloria usur-
(1) Boletín de la R A . de Hist. tom. XI. p. 407 y 412. (2) Historia de España, tom. único.
(3) Amador de los Ríos, citado por Lampérez. (4) Cerralbo. Discursos... p. 69 y 71. (4) Ibid.
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par la propia al Maestro Pedro Pérez.» (1) Esta observación es atinada. En senti-
do estrictamente arquitectónico tampoco creo que íuese D. Rodrigo autor del pla-
no de su Catedral. Pero no cabe duda que lo fué de las líneas generales, del esti-
lo, que debía tener, y de la capacidad, dimensiones y distribución de las partes de
la Catedral; "ordenando a su arquitecto, que la composición científico técnica del
gran templo primacial se ajustase al trazo o esbozo general, que le propuso. Indu-
dablemente ese esbozo hubo de ser detallado y acertado, a causa de la afición y
competencia artísticas extraordinarias, que poseía el gran Arzobispo. Vemos en
su Historia que su obsesión por las obras arquitectónicas es grande; por lo que
sin cesar conmemora los monumentos de esa clase de especial mérito, que surgen
al impulso de los personajes históricos, que caen en el ámbito de su narración.
Por^eso ensalza el templo de Santa Leocadia, erigido por los godos; ensalza a
Wamba por sus magnas obras en Toledo. (2) Proclama gloriosa a Mérida por sus
antiguos edificios. (3) Alaba a Favila, porque decoró con arte una Iglesia. (4) Lo
mismo a Alfonso el Casto varias veces, (5) al igual que a Alfonso el Magno y a
muchos más; revelando siempre gusto exquisito, y cálido entusiasmo por las
obras de arte. Con pinceladas felices narra la leyenda y la forma artística de la
Cruz Angélica de Oviedo; (6) y con maestría, lacónicamente describe el acueducto
de Segovía, que tantas veces vio, si bien le atribuyó una antigüedad errónea. (7)
Después de leer las innumerables alusiones de D. Rodrigo a las obras arquitectó-
nicas en sus diversas historias, se convence uno de que era un artista, y
capaz de concebir y proponer una idea acabada de una obra de esa índole.
El mismo D. Rodrigo nos declara, en su decreto cuál fué la fuente de su inspira-
ción para trazar el plan. Caso único, que se conoce en la historia, y por lo mismo,
más digno de especial recordación, y más glorioso para el inmortal Arzobispo. La
fuente de ese plan fueron los misterios más sublimes y venerandos de la religión
católica, y su escalonamiento, según la alteza de cada uno, empezando por la ine-
fable Trinidad de Dios, y acabando, en grado descendente, en la virginidad santifi-
cada. Lo mejor es que demos la traducción literal de los párrafos, en que D. Ro-
drigo lo expone: «Pues como la suma e indivisa Trinidad quisiera con inefable de-
signio desterrar la miseria del hombre perdido, el Hijo de Dios, segunda persona
de la misma Trinidad, tomando, por obra del Espíritu Santo, carne de la Virgen,
quiso abatirse, hasta el anonadamiento de la forma de siervo; en la cual forma
nació, fué adorado de los Magos, crucificado bajo Poncio Pilatos, resucitó al ter-
cer día, y a los cuarenta de su resurrección, a la vista de sus discípulos, subió a
los cíelos, en alas de las nubes, y al undécimo de su Ascensión, envió el Espíritu
Santo prometido sobre sus hijos escogidos, los cuales, yendo por todo el mundo,
predicaron el Evangelio a toda criatura; y fueron unos coronados con el marti-
rio, otros llegaron por la confesión de la fe al término de la vida prometida. Tam-
bién atrajo hacia sí en el sexo frágil a unas por la pureza del alma, a otras por la
virginidad, por la confesión y por el martirio. Por lo cual, para que se conserve
como algo en las manos, o como pendiente ante los ojos, memoria fresca de tan
grandes beneficios, yo, Rodrigo, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas,
con asentimiento y aprobación de todo el Cabildo Toledano, instituyo en los alta-
res de la nueva obra, que en mi tiempo comenzó a construirse desde la primera
piedra, catorce capellanías; una en el altar de la Trinidad, otra en el de la Aparí-
(1) Lampérez y Romea, p. 224. nota. (2) Lib. III. c. 12. (3) III. c. 24. (4) IV. c. 5. (5) IV. c. 8.
(6) III. c. 9. (7) I. c. 7.
-267-
ción; (del Verbo encarnado en el mundo) otra en el de la Pasión; otra en el de ía
Resurrección; otra en el de la Ascensión; otra en el del Espíritu Santo; otra en el
de la Bienaventurada Virgen; otra en el de San Ildefonso; otra en el de San Juan
Bautista y de todos los Patriarcas y Profetas; otra en el de todos los Apóstoles y
Evangelistas; otra en el de todos los Mártires; otra en el de todos los Confesores;
otra en el de todas las Vírgenes.» Después de leer tan maravillosa disposición de
la Catedral, conforme a la excelencia y graduación jerárquica de los dogmas y
culto, que concibió el piísimo y altísimo espíritu de D. Rodrigo, es preciso llamar-
le admirable, divino.
E l autor principal del plano rigurosamente arquitectónico de la primera Iglesia
española, bajo la inspiración del ideal del Arzobispo, fué el Maestro Pedro Pérez,
quien ciertamente dirigió la construcción de la obra durante largo tiempo, en el
período primero y más importante de la edificación, como se lee en la inscripción
que se halla en la diminuía sacristía, denominada de los Doctores. (1) Pedro Pérez,
si fué el que comenzó desde los planos la obra, según se defiende, muy joven tuvo
que encargase de ella, aun suponiendo que murió centenario. Según la inscripción
lapidal falleció en 1294, por lo tanto, en 1220, al iniciarse la fábrica, aun suponien-
do que descansó centenario, no pasaba de los 26 años. Más creo que Pérez no fué
el autor de los planos. Si hubiera alcanzado tan alta edad, y dirigido 74 años las
obras de este famoso monumento, no hubiera callado cosa tan rara el letrero
transcrito. Varios franceses han dado en la halagüeña fantasía de que ideó los
planes el famoso Pedro Corbeille, porque dicen que existen analogías entre esa
Catedral y algunas francesas. Pero destruyen esta arbitraria hipótesis las obser-
vaciones siguientes. La severidad de la concepción denuncia el genio ibérico; la
primera parte de la obra está llena de formas escultóricas árabes. Un Maestro del
arte ojival de origen ultrapirenaico hubiera velado mejor por la pureza del estilo,
y rechazado tantos motivos y composiciones de inspiración arábiga. Esta reflexión
es convincente tratándose de un francés, que concibe y dirige un templo de estilo
gótico como esta Catedral, que «es una de las obras maestras de la arquitectura
ojival en la Europa entera y causa de legítimo orgullo para los españoles.» (2) En
la cabecera se halla el alarde más grande y más difícil de cuantos problemas ar-
quitectónicos atrevidos se conocen en las construcciones europeas, donde el arqui-
tecto agotó su genio en acumular y agravar los datos difíciles del problema, para
hacerlo casi insoluble, y al fin lo resolvió por modo sin igual, y en forma, que a
pesar de su seguridad, siempre inspira en el espectador verdadero pavor. Ese
audaz acto se halla en la giróla, obra ciertamente muy posterior al primer arqui-
tecto.
¿Qué incremento adquirió la construcción de esta Catedral en los veinte y seis
años, que duró la vida de D. Rodrigo, después del comienzo de las obras, y cuá-
les son las partes, que bajo su Arzobispado se fabricaron? No es posible precisar-
lo exactamente. El insigne Lampérez escribe: «Hacia 1247, 20 años (27) después
de puesta la primera piedra, debía estar consagrada la cabecera; pues en la capi-
lla de San Eugenio, que es una de las primeras, hay un enterramiento de esa fe-
cha.» (3) En el costado Septentrional aparecen, con sello claro, las partes coetá-
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reas de D. Rodrigo; pues allí se destacan, sin confusión, los elementos netamente
arábigos, y señaladamente en los triforios, en las columnas de las puertas de Fe-
ria (nhora del Reloj,) en las portadas todas (sobre todo en los capiteles de éstas)
y en el trascoro. Prueba palmaria de lo mucho que adelantaba la construcción,
ya para los diez y ocho años de iniciarse la obra, son los testimonios históricos,
que siguen. Tanto se habían alzado los lienzos de todas las paredes, que ya pudo,
en verano de 1238, fundar D. Rodrigo, su fundador munífico, las famosas cape-
llanías, arriba nombradas y otras más, de que adelante se darán noticias, capella-
nías instituidas en altares ya existentes, con culto, celebrándose la misa por las
intenciones, que prescribe. Por ejemplo, hablando de la misa, que funda por
el Rey Fernando y su madre Berenguela, dice D. Rodrigo, que se celebrará por su
salud durante su vida, y después de su muerte, por sus almas. Esto indica que
tan altas estaban las paredes del templo, que ya pudieron cubrir las partes de las
capillas, mientras que en el resto se trabajaba para llegar a la elevación de las
bóvedas principales, que con el tiempo llegarían a cerrarse. Tan sorprendente vue-
lo había adquirido la fábrica para el año 1243, en que terminó D. Rodrigo su His-
toria de España, que se veía el mismo lleno de admiración, y escribía de su puño:
«Cuya fábrica, con trabajo admirable, de día en día, no sin grande admiración de
los hombres, se levanta.» (1) Ese pasmo de los hombres denota que ascendía a
mucha altura la maravillosa construcción, y con el mucho calor, que llevaba, con-
tinuó en los días de nuestro Arzobispo. No así después, durante luengos años, por
la tibieza de los que no la miraban como obra suya, y por los enormes dispen-
dios, que su activa edificación exigía, mermando las facilidades para una vida
principesca y de boato, que los caudales de la Sede Toledana y la categoría altí-
sima de Primado y de primer Señor del Reino, que los muchos estados y renías
de la Mitra convidaban a disfrutar, para descollar en la.corte de los Reyes castella-
nos, como eclesiástico y potentado más alto y más incontrastable. Así se explica
que hasta fines del siglo XV no se acabara de cerrar la bóveda central. No hay
duda, que los actos del culto de la Catedral comenzaron a tenerse muy pronto en
la cripta de la misma, aún antes de que se hicieran las fundaciones referidas. Se
baila la cripta debajo de la capilla y altar mayores; es muy capaz y sigue abierta
al culto.
¿Quién costeó los enormes gastos, y quién soportó los imponderables trabajos
de la fabricación férvida y veloz de tan gran monumento? Historiadores de nota,
pero irreflexivos, que no han explorado los documentos archivados, y hueros re-
tóricos, que han panegirizado la indocumentada aserción de esos historiadores,
han formado una creencia falsa en los lectores y aficionados de la historia espa-
ñola. Sin más motivo que ver a Fernando el Santo poniendo la primera piedra de
a Catedral primada en unión con D. Rodrigo, lo han evocado y encomiado como
el autor de dicha gloriosa obra, relegando al olvido el que fué todo, inicia-
dor, propulsor, autor, y verdadero costeador de tan gran monumento, es decir
el mismo *D. Rodrigo Jiménez de Rada, como lo dice él terminantemente, sin mi-
ras a la historia, de resbalón, en el decreto de la creación de nuevas canonjías, el
10 de Julio de 1238, con estas palabras: «Así que, habiendo crecido en nuestro
tiempo nuestra diócesis y Provincia, y habiéndose transformado de la forma de
mezquita en disposición de Iglesia con nuestros trabajos y expensas, nos pare-
ció a nosotros. Rodrigo, Arzobispo de Toledo... que se aumentara el número de
los servidores de la misma.» (2) Esto es diáfano y categórico. Por eso atínadamen-
-269-
te ha escrito Vicente de la Fuente, cediendo todavía acaso más de lo justo al in-
flujo de la opinión errónea universalizada. «Como el buen Rey San Fernando,
dice, no se hallaba por entonces muy sobrado de recursos, es lo más probable,
que casi todo el gasto (todo según expresión de D. Rodrigo) de la obra cargase
sobre las renías de la Mitra y el Cabildo. Si a esto se añade el carácter generoso
y caritativo del Arzobispo y sus grandes dispendios en la guerra con los musul-
manes y repoblación de fronteras, admira que pudiera costear tan suntuoso edifi-
cio. Quizá D. Rodrigo, para aumentar los fondos de la fábrica, dejó algunas pre-
bendas por proveer, y ejecutó en el mismo concepto algunos otros actos, que no
fueron bien interpretados por todos. Ello es que hacia el año 1237, los racioneros
de la Catedral de Toledo, dieron contra él un escrito terrible de quejas, en que le
acusaban de dilapidador y malversador de las rentas de la Iglesia; (1) de que te-
nía muchas prebendas sin proveer, o las daba a personas ausentes, y a paniagua-
dos suyos (y por las trazas de los apellidos también paisanos suyos, de Navarra)
con mengua del culto de la Catedral, y otros cargos del mismo tenor.» (2) Respecto
del apoyo material prestado por San Fernando para la construcción de la Cate-
dral Toledana no existe rastro ninguno, ni en donaciones, ni en partidas pecunia-
rias, ni en condonaciones de tributos a las Iglesias y villas pertenecientes a D. Ro-
drigo, a la Mitra y al Cabildo, con el expresado fin, ni compromisos de costear
algunas partes exteriores o interiores del gran templo. Creo que si algo de esto
hubiera existido se hallarían vestigios en los dos voluminosos infolios del Cartu-
lario Líber privilegiorum Bcclesice Toletance, que registra en sus páginas tantas
escrituras de menor importancia, referentes a la Iglesia de Toledo y a D. Rodrigo.
La intervención de San Fernando fué, como de Rey, decorativa, en la inaugura-
ción y edificación de esta Catedral.
Vemos por eso que el Tudense en su Crónica, y Gil de Zamora, historiador de
San Fernando, en la suya, atribuyen justamente, no al rey, sino al Arzobispo la
erección de la basílica toledana, si bien Gil la engastó, a manera de incomparable
perla, en la corona del santo rey, como lo hizo con las demás catedrales, que du-
rante su reinado surgieron bellísimamente al conjuro de los grandes Prelados de
aquel tiempo. Pero todos comprenden lo que significa semejante recuerdo y ala-
banza.
Jiménez de Rada fué celosísimo en la custodia de las prerrogativas^'espirifuales
y grandes privilegios pontificios adquiridos por sus méritos desde antiguo, por la
Iglesia Catedral de Toledo, tanto para la esplendidez del culto, como para oíros
objetos. Por eso el 27 de junio de 1239, cuando la construcción llebaba 19 años,
sacó de los Archivos de Roma, copia auténtica délos breves pontificios, en que
se concedía a Toledo honorífica lisia de privilegios, a fin de que>o se perdiese,
caso de perecer los originales. E l principal es de Alejandro, y en él, después de
confirmar la Primacía, se auíoríza al Arzobispo de Toledo el uso del palio en la
misa, en las fiesías principales del Señor, de la Madre de Dios, en las de todos los
Apóstoles y de varios Santos y en diversas circunstancias particulares. Se declara
allí que son sus sufragáneas las Sillas de Palencia, Segovia, Osma.y Sígüenza, y
lo serán las antiguas, a medida que se reconquisten de los moros. Consígnase
L
(1) No es exacto eso de malversador. Sólo le acusan de arbitrario administrador como lo hemos
de ver. (2) Elogio... p. 7i. Luego narraremos actos qne distruyen turniáas imputaciones contra e
Arzobispo. Recuerde el lector cómo D. Rodrigo utilizó la tercia d i las Iglesias con autorización de}
Papa. Y tan recto sería en lo demás.
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tenga metropolitano, quedará bajo su completa jurisdicción, hasta que se restaure
el metropolitano propio. (1) Cuando D. Rodrigo celebraba con palio tenían dere-
cho de llevar mitra el Deán, Arcediano, Maestrescuela, Chantre y Tesorero del
Cabildo toledano, y por eso Inocencio IV, el 7 de mayo de 1248, les reconoce este
derecho, habida en cuenta la costumbre existente. (2)
Ninguna cosa agradaba más a D. Rodrigo que la magnificencia del culto divino,
y por eso, además de hacer construir el templo más grandioso y majestuoso de
cuantos se conocían entonces en el orbe católico, organizó espléndidamente un
Cabildo sin rival, por el número de capitulares y por la muchedumbre sin igual
de racioneros y capellanes de pingües beneficios, con el fin de tener la Catedral
más brillante de la Iglesia, para tributar a Dios la más grande gloria y alabanza.
Con este objeto creó casi doble número de canonjías, de prebendas de racioneros
y gran cantidad de capellanías, dotando a todas de ricas retribuciones, despren-
diéndose con desinterés, de muchos bienes y rentas, como vamos a exponer ahora.
A fines de 1235 sometió a la aprobación de Gregorio IX el plan, que hacía tiem-
po tenía formado, de crear veinte capellanías para el Cabildo, con el fin de aumen-
tar otras tantas plazas. E l Papa se lo aprobó. En la bula dice las causas que alegó
el Arzobispo, y por eso la copiaré en su parte principal. Es del 2 de enero de 1236.
«Con gusto confirmamos lo que para la honra de las Iglesias y el culto del nom
bre de Dios se establece próvidamente, a fin de que por temeridad de nadie sea
turbado o destruido. La petición tuya, a nos presentada, expresaba, que tú, Her-
mano Arzobispo, viendo, que, por la bondad de Dios, de tal modo se habían au-
mentado las rentas de la Iglesia y de la mesa, que bien se podía aumentar el nú-
mero de los servidores, por lo que, con el asenso del Cabildo, creaste en la misma
Iglesia veinte Capellanes nuevos, dedicándolos a la recitación constante de las
horas canónicas. Les asignaste también rentas suñcientes, sin perjuicio de la mesa,
obligándoles con juramento, a quedarse perpetuamente adscritos, en el número
de los Canónigos y Racioneros mayores de dicha Iglesia, pero siempre en su esta-
do de capellanes. Por lo que en nombre tuyo se nos suplicó, que tal disposición
nos dignáramos robustecer con la autoridad apostólica. Accediendo nosotros a
tus súplicas, aprobamos con autoridad apostólica esa disposición, hecha con ma-
durez, y que no redunde en perjuicio de nadie.» (3)
A l poco soplaron en la corte pontificia vientos de oposición a este proyecto.
Por Octubre de 1236, en su famoso alegato de acusaciones, ya mencionado, los
Racioneros reclamaron contra él, diciendo, que D. Rodrigo había obtenido esta
autorización papal, a espaldas del Cabildo toledano, sin previa consulta ni con-
sentimiento suyo. E l Cardenal Otón tuvo el buen acuerdo de no hacerles caso en
este punto, conociendo que nacía de la codicia de los acusadores, que querían im-
pedir la creación de las Capellanías así formalizada, luego que recibió el rescripto
de aprobación, quizás en espera del resultado, que pudiera dar el pleito levanta-
do por los descontentos, los cuales, según todos los indicios, hubieron de retirar-
se completamente derrotados del pleito de tantas acusaciones y quejas. Porque el
Arzobispo publicó el 10 de Julio de 1238 dos importantes decretos, que dieron al
Cabildo toledano esa majestad y grandeza definitivas, que tan glorioso lo hicie-
ron en los siglos posteriores en todo el orbe católico.
Por medio del primer decreto puso D. Rodrigo en ejecueión el proyecto ya apro-
bado de los veinte capellanes. Catorce debían servir las catorce capellanías, que
(1) Bula íntegra en el Líberpriv. Bccl. Tolet. I. fol. 124 y 125. Parte en el Registro de Auvray. 5042.
(2) Berger. 3895. (3) Ap. 125. En Auvray está el resumen. 2904. Día 3.
-271-
hemos enumerado al tratar del plan sorprendente, que diseñó el Arzobispo, para
la interior disposición de su obra maestra. Las restantes las enumera así el Arzo-
bispo en su escrito: «Asimismo otras seis capellanías; una por el alma del Rey Al-
fonso, que tomó a Toledo; otra por el alma del Rey Alfonso, que venció a los sa-
rracenos en las Navas de Tolosa; otra por las almas del Rey D. Fernando y de
su madre Berenguela, para que los capellanes, en vida de ellos, celebren misa
por su salud, después de su fenecimiento, celebren misa de difuntos; otra por mi
alma; otra por las almas de mi padre, de mi madre y de los hermanos y herma-
nas, que proceden del seno de mi madre; otra en nuestra capilla, que en nuestros
palacios pensamos construir nuevamente. Y a cada uno de estos capellanes se les
darán diariamente dos sueldos. Mas en la misa de la Santísima María habrá cua-
tro niños asistentes, que todos los días recibirán tres denarios. Estas misas se ce-
lebrarán cada día, excepto el día del Crisma, (Jueyes Santo) el Viernes Santo y
Sábado Santo. Atendiendo también al esplendor de la iglesia, a la que engrande-
ce la variedad de los que le sirven y la multitud de dignos ministros, establece-
mos, de acuerdo con el Cabildo, que cuando los capellanes entraren en la pose-
sión de las capellanías, que asistan al coro en todas las horas, como los demás
servidores, en las lecciones, responsorios, cantos y otros oficios menores, como
Prima, Tercia, Sexta, Nona y Completas, y en las Dominicas, a la bendición del
agua.» E l famoso Blas Ortiz trae en el siglo XVI algunas noticias referentes a
esas capellanías. D. Rodrigo puso las de San Fernando y Berenguela y la de sus
padres y hermanos en la capilla de Santa Ana; (1) la que-fundó por su propia al-
ma, en la capilla de Santa María Magdalena; (2) en la de Santa Lucía las de Al-
fonso VI y Alfonso VIII, y cinco misas semanales más por su privada devoción.
(3) «En la que se llamó del Corpus Chrísti, porque se reservaba allí la Eucaristía
destinada a los enfermos, instituyó D. Rodrigo cinco misas semanales.» (4)
(1) Descriptio Temp. c. 25. (Z) Id. (3) Id. (4) Id. (5) Yepes de Cabanas. (6) Despoblado
de Mascaraque, part. de Orgaz.
-272-
CATEDRAL D E TOLEDO
: - ;
Fachada y Forre.
CATEDRAL DE TOLEDO
(1) Está en el actual término de Vargas. (2) Líber priv. I. f. 30-31. II. f. 22-23.
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los canónigos. Manda que los racioneros nada intervengan en el Cabildo, fuera
del rezo del oficio en el coro: E l gobierno del Cabildo y los nombramientos de ca-
nónigos y beneficiados se reservan exclusivamente al Arzobispo y a los canóni-
gos, sin que puedan decir palabra los racioneros. D. Rodrigo favorece la amplia-
ción de los estudios de todos los cabildantes, permitiéndoles que puedan salir a
estudiar fuera, pero señala a todos una pensión fija y módica, diciendo: «Si algu-
no, con licencia y gracia del Arzobispo y del Cabildo, fuere a estudiar, se le dará
sólo un sueldo diario.» En esta constitución no hace la más mínima referencia al
derecho, que ante el Papa reclamaban los racioneros acusadores, de que las va-
cantes de las canonjías, se debian cubrir por la promoción de los racioneros del
mismo Cabildo. Permítasenos recalcar lo dicho, que así lo reclama el mérito sin-
gular de D. Rodrigo; que esta disposición del gran Arzobispo dio la definitiva ma-
jestad y magnificencia al Cabildo Toledano, tan celebrado en el mundo. Se crea-
ron en el curso de los siglos unas veinte prebendas más, que se llamaron extra-
vagantes. Lozano (1) en 1667, escribía así: Se compone el clero de Toledo de un
Arzobispo, de catorce Dignidades, cuarenta canónigos, cincuenta racioneros, vein-
te canónigos extravagantes, y otros cuarenta clérigos, para otros menesteres de
canto y servicios catedralicios.
Tal Cabildo y la construcción del templo suponían gastos enormes y un pa-
trimonio eclesiástico muy rico. Pero gracias a sus méritos y administración, D. Ro-
drigo todo lo tenía asegurado con solidez inconmovible; y a todo podía atender.
Sus conquistas de Andalucía, que en aquella época se hallaban en período de cos-
tosa organización, sobre todo el Adelantado de Cazorla y Quesada, sus extensas
adquisiciones en la región de Guadalajara, en particular en la circunferencia de
Brihuega, y las de Alcaraz y otras innumerables, que ya hemos visto en el curso
de esta obra, hacían capaz a la fortuna de la Iglesia de Toledo, para soportar ta-
les cargas. D. Rodrigo aún ayudaba a San Fernando con el apoyo material, para
remediar las calamidades, que, por distintas causas de hambre y peste, en diver-
sos puntos, aparecían. Porque el santo Rey, desde que en 1224, inició las periódi-
cas empresas guerreras, siempre anduvo en ahogos económicos, y por eso se veia
en ciertos lances, como forzado a requerir subsidios excesivos y anticanónicos a
las iglesias y monasterios, unas veces previa dispensa, otras anticipándose a ella,
con protestas de los interesados, y reiteradamente hasta de Roma; sin embargo,
no como Monarca autoritario y atropellador de derechos sagrados, sino compelí-
do por la fuerza irresistible de esos trances durísimos, que no dan lugar al uso de
los procedimientos normales y legítimos; mas con una piedad y amor a la Iglesia,
que alejaban toda idea de injuria verdadera, y considerándose en lo material co-
mo padre solícito y hacendoso de todas las Iglesias, que en pasando los lances de
apuro había de indemnizar con creces, de mil modos, con el mayor júbilo y vene-
ración, a su Madre la Iglesia. D. Rodrigo, ministro universal y fuente de las gran-
des iniciativas de toda clase, cooperó con sublime patriotismo, en una medida que
no es posible apreciar, a las empresas bélicas y demás dispendios de San Fernan-
do, proporcionando recursos sin cuento. Y si de San Fernando no aparecen prue-
bas de aportaciones de subsidios para la fábrica de la Catedral, existen en cambio
a millares de Jiménez de Rada, para ayudar a San Fernando en sus empresas con-
quistadoras, segtin lo vemos en las escrituras, y en la historia. Alfonso el Sabio,
(1) .De los Reyes Nuevos de 'fo.Wo.-Describense las cosas más augustas y notables de esta cia-
d a d o r d D r D
P - - Cristoval Lozano año 1*57. -Autor saturado de falsos cronicones, que ase-
gura que Santiago fué el primer Arzobispo de Toledo.»
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hijo de San Fernando, años después, tuvo que satisfacer deudas contraídas por su
padre con D. Rodrigo, que le había dado lugares y castillos suyos.
Y recuérdense ahora fugazmente otras grandes obras arquitectónicas, que a la
par que la inmortal basílica Toledana llevaba a cabo nuestro magnánimo Arzo-
bispo: E l engrandecimiento y embellecimiento de su amada Huerta, la construc-
ción del famoso palacio de Alcalá de Henares, cuyos zócalos todavía proclaman
el gusto artístico del gran Mecenas del arte, el insigne templo gótico de Fitero, la
soberbia Colegiata de .Taiavera de la Reina, y cientos de Iglesias de sus pueblos
y aldeas, empezando por la de San Román de Toledo; pues le era preciso cons-
truir sin número de templos en la multitud de pueblos, que se reconquistaban de
los moros y se agregaban a su diócesis. Añádanse las grandes sumas invertidas en
construcciones civiles y militares de plazas, castillos y murallas de muchas villas
suyas, que eran poderosos puestos guerreros, además de la dilatada línea de for-
talezas defensivas, que erigió en la frontera del sur, desde Extremadura, pasando
por Ahlover, Almagro, Calatrava, hasta Alcaraz, junto con la restauración de mu-
chas villas y pueblos, cuya enumeración fatigaría al lector. Por eso un conspicuo
escritor no dijo más que la verdad, al hablar así de sus dispendios: «Fué pode-
rosísimo por las donaciones Regías, por sus cargos, por sus conquistas y por su
celosa administración. Así pudo proveer a costosísimas campañas, a infinitos via-
jes, a caridad extraordinaria y permanente, como a aquellas aterradoras y excep-
cionales angustias, que hemos relatado de 1213, como a tantas necesidades públi-
cas y locales de Toledo, que causaron la terrible avenida del Tajo, por Febrero de
1209, la devastadora tormenta del 27 de Junio de 1214 y la más desastrosa y pro-
seguida durante el 2 y 3 de Diciembre de 1221, así como la empobrecedora helada
de Marzo de 1234. Edificó a sus expensas bastantes castillos en sus estados y nú-
mero extraordinario de Iglesias en la extensísima metropolitana Sede. La escasez
de recursos, a que sus colosales empresas reducían a San Fernando, hizo que la
admirable catedral de Toledo se construyera casi por el Arzobispo y su cabildo.
Protegió mucho la instalación de las nacientes Órdenes de San Francisco y Santo
Domingo. Dotó generosamente a muchos monasterios, y de manera singular al de
Santa María de Huerta. (1)
Jamás tuvo el Arzobispado de Toledo un período semejante de engrandecimien-
to, en cuanto al aumento de territorios y poblaciones; ni jamás necesitó multipli-
car, en sus territorios interiores y fronteras, tantas construcciones civiles y religio-
sas; y a todo atendió D. Rodrigo abundantemente, lo mismo para promover es-
pléndidamente el culto divino, como para defender en todas partes las conquistas
cristianas. De seguro nadie le igualó en estas obras, como tampoco en la multitud,
variedad y originalidad de los códigos forales, según lo veremos.
-275-
•
CAPÍTULO XV
(1230-1233)
•
q y a S e l a h a W a O C U a d o d
Tíos domiri o s n f , ' ™ P *«* ^ írsela
8 C O n W n í 0 S a n F e r n a n d S e l a
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de que extienda sus lazos ZnderlZn Í T^ *' ^ ° °'
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¿anta.» (2) Vemos aquí que D. Rodrigo
(1) Ap. 97. Le avisa el Pontífice Dará m.» . „ „ , •
0 riVfl !d P r Í m a d a
(2) Ap. oo. R ; i y ! l a l d 0 ( r a e b r e v e &u l ^«P- X ^ r S » ! . ^ '" '
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proseguía, como Legado, a la misma altura que el Rey de Castilla, promoviendo
con gran pujanza y valor la guerra santa, y en particular preparaba en este año
por cuenta propia, con grande actividad y sacrificios, una empresa desacostum-
brada y de trascendencia. Por desgracia, milésima vez, en su vida, calla la histo-
ria y no sabemos qué resultados tuvo. Sólo una cosa cierta hay; que para el ve-
rano de este año, 1230, San Fernando y D. Rodrigo tenían preparada una gran
campaña, y que salieron los dos juntos para Andalucía, al frente de una poderosa
hueste entre Julio y Agosto, y pusieron apretado cerco a Jaén. He aquí cómo nos
describe el séquito principal el mismo D. Rodrigo: «Estaban en su compañía (del
Rey) Rodrigo, Pontífice de Toledo, Lope Díaz, Alvar Pérez, Gonzalo Rodríguez,
García Fernández, Alfonso Téllez, Guillermo González, Diego Martínez y otros
nobles y magnates y muchos caballeros de las ciudades.» (1) Seguramente en este
ejército iban las fuerzas reunidas por D. Rodrigo para la cruzada.
Después de batir la ciudad con poderosas máquinas, se convencieron de que
era inexpugnable; y previo consejo de guerra, se retiró la hueste. Muy fuerte era
la plaza, y bien defendida por los moros irritados, a causa de la pérdida de Bae-
za. La mejor pruefia está que tanta robusta espada, tanto corazón bravo, tanta ex-
periencia bélica, tanta táctica sabia, tanto tesón enérgico se abatió y se retiró sin
victoria; pero siquiera quisieron asir alguna plaza menos fuerte, y fueron a cercar
a Dalaherza, al poco descercada a causa de un correo, que esparció por todo el
campamento una transcendental noticia, que revolucionó los espíritus. Escribe el
Arzobispo: «Cuando llegó a Dalaherza, vino el rumor de que había muerto su pa-
dre en Sarria, y que había sido sepultado en la Iglesia de Santiago, y también que
había dejado en testamento su Reino a las hijas habidas de la Reina Teresa.» (2)
El primer correo que llegó a San Fernando no fué la carta de su madre, como
a
muchos dicen, sino el rumor. Murió Alfonso IX el 24 de Septiembre. «D. Beren- •
guela escribió a su hijo Fernando que pasara a tomar el Reino. Pero se resistía
San Femando, y estaba indeciso sobre si debía o no levantar el sitio; porque no le
parecía bien dejar la guerra contra moros... Rodrigo con los suyos contestaron,
que sería más fuerte contra los moros después de tomar a León y que tomando el
Reino volverían las armas contra los sarracenos... Rodrigo excitó a San Fernan-
do a levantar el cerco de Dalaherza, para que acudiera a tomar el Reino de León.»
Así escribe Núñez de Castro en la vida de San Fernando. (3) No sé de dónde sale
esa noticia de las cartas de la Reina madre. E l Arzobispo dice tan sólo que la no-
ble Berenguela salió al encuentro de su hijo, para que se apresurase a ocupar el
Reino paterno, que le habían jurado, de orden de su padre, los Prelados, los mag-
nates y los concejos de las ciudades, «para que no se originara con la tardanza
algún trasíarno». (4) No necesitaba el Rey los supuestos acicates de avisos de
a
D. Berenguela, teniendo al lado a D. Rodrigo, ni dio tiempo a ellos; porque ha-
biendo partido el 24 de Septiembre la noticia del fallecimiento del Rey de León,
de Villanueva de Sarria, en Galicia, San Fernando, que no la pudo saber hasta el
5 o 6 de Octubre en Dalaherza, movióse tan rápidamente con su gente, que a fi-
nes de Octubre, o primeros de Noviembre, penetraba por Tordesillas en el Reino
vacante. Se encontró con su madre, en su marcha, en Orgaz. De aquí los dos jun-
tos con el Arzobispo entraron en Toledo, «de donde salieron todos, sin detenerse
en la misma.» Así lo nota D. Rodrigo, cuyo relato es la única fuente de los suce-
sos de la ocupación y agregación del Reino de León, y no puede haber testigo me-
tí) Lib. IX. c. 14. (2) Lib. IX. c. 14. (3) Lib. I. c. 6. (Ed. de Madrid. 1673.) (4) Arriba está la
cita.
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r
jor enterado; porque el mismo Arzobispo siguió paso a paso todo el itinerario
aconsejando constantemente a los Reyes en todas las decisiones, y trabajando, co-
mo el que más, en todos los arduos asuntos de este suceso grave e intrincado.
Dice pues D. Rodrigo, que el rey y el Arzobispo se dirigieron con la hueste a
Tordesíllas, donde se pararon hasta la llegada de Doña Berenguela. Los tres se
fueron sobre el castillo de San Cipriano de Mazot (Magaz de Rioseco) que se les
rindió con su señor. Primera conquista en León. E l día siguiente fueron recibidos
en Villalar, donde se les presentó una comisión de caballeros de Toro para reco-
nocer a Fernando por rey, y suplicar que al día siguiente se presentase en aquella
ciudad. «Al día siguiente, añade, el Arzobispo, entramos en Toro,» donde fué jura-
do rey San Fernando. Doña Berenguela por medio de fieles agentes, que enviaba
por delante, y con discretos mensajes, preparaba las recepciones y los homenajes.
Y dice Rodrigo: «Caminando de aquí, poco después, por los castillos de la señora
reina, (1) recibimos caballeros y emisarios de otras ciudades, vacilando en reco-
nocer al rey.» A l llegar aquí D. Rodrigo, nos da la noticia de la rebelión de las
hermanas de San Fernando, diciendo. «Sancha y Dulce, de quienes hemos hablado,
favorecidas de muchos, preparaban la rebelión.» Pero ¿es justo el calificativo re-
belión, que dos veces estampa el Arzobispo en la frente de las hermanas mayores
de San Fernando y de los partidarios de las dos Infantas leonesas? ¿O habla así,
cegado por la afición grande, que hacia Castilla y las personas reales de su corte,
tan benéficas con él, le dominaba? ¿Hay que reprobar como un acto evidentemente
injusto el testamento del padre de San Fernando, y tratar de rebeldes a los, que
lo aceptaron, y quisieron ponerlo en vigor? ¿Cómo juzgar a D. Rodrigo?
En breves palabras ordenemos la serie de hechos. Alfonso IX era un hombre
apasionado y desigual, valiente, dadivoso, propenso a las sugestiones ajenas, y
particularmente a las procedentes de vulgares hablillas. Sentóse en el trono en
1288, se casó al poco con la Santa Infanta portuguesa, Doña Teresa, de la que
recibió a Sancha y Dulce, ahora declaradas en el testamento herederas suyas al
trono. Roma declaró nulo el matrimonio consabido, y a fuerza de censuras los se-
paró, por causa de parentesco. Poco después obtuvo de Alfonso VIII de Castilla,
su primogénita, Doña Berenguela, de la que tuvo a San Fernando. Inocencio III
logró con energía separar a los dos cónyujes, igualmente parientes. Salió de León
Doña Berenguela dejando a Fernando con su padre Alfonso, contenta, porque al
menos había logrado que los leoneses le juraran heredero de la corona. Presa de
su humor, malévolo ordinariamente con. su suegro, el Leonés pasó hasta 1214, in-
fligiendo males a Castilla. Cuando murió en 1217 Enrique I, intentó apoderarse
de ella, pero fué vencido en los dos terrenos, de la política y de la guerra. En la
política Berenguela le arrebató de su lado a su hijo Fernando y lo coronó en Va-
lladolid: en la guerra, porque destrozados los Núñez de Lara y sus satélites, prin-
cipal fuerza del Leonés, se allanó en 1219 a firmar un tratado de paz mutua con
palabras dulces, pero con una cláusula irritante páralos castellanos. Fernando
consiguió en ella que se le reconociera sucesor en su trono. No hubo más guerra
entre Castilla y León; pero el Leonés no se reconcilió totalmente, como lo com-
probó el suceso. Testó por fin, no sabemos en qué fecha, que dejaba herederas del
Reino, según el orden de nacimiento, las dos precitadas Princesas. ¿Alfonso fué
con esto injusto? ¿cometió felonía? ¿fué mal padre con su hijo? De injusto no hay
que tratarle. ¿No estuvo más injusto en excluir a las dos primogénitas en favor de
a
Fernando, asediado por las redes de D. Berenguela y la presión de su suegro?
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Los tres eran de inválidos matrimonios: ninguna ley ni costumbre le autorizaba
para esta exclusión. En cuanto a felonía, téngase en cuenta que los reconocimien-
tos hechos lo fueron siempre bajo la coacción de la influencia de la corte castella-
na. Además Rey era, y autoridad suprema y único arbitro acerca de ese punto;
pues no había ley, y no se puede sostener fácilmente, que por semejantes actos
perdía el derecho absoluto, que en esto tenía, incapacitándose para variar sus dis-
posiciones. E l reconocimiento y juramento del Reino no tenía el valor de despo-
jarle de tal poder. Era una formalidad legal por la cual se reconocía al Infante
heredero kgítimo, cuando, según el orden del derecho fuera llamado a reinar.
No tenía aquello la fuerza de las Monarquías electivas. Así fué jurada en Castilla
a a
D. Berenguela, así D. Blanca y así D. Enrique I, el más joven, que ocupó el so-
lio, después de Alfonso VIII. Ni mal padre podrá llamarse por eso. ¿Por qué no se
dice lo mismo con respecto de las hijas mayores, que excluyera? Hay mis razón
para ello. En cuanto a siniestros sentimientos hacia Castilla, se puede repetir, pe-
ro no hay motivos para creerlo, y decir, que nada influyeran en su determinación.
Creo que ésta fué hija del espíritu general de los leoneses, que insistentemente re-
calca D. Rodrigo, que él lo palpó y que se esforzó en destruirlo. Dice que des-
agradaba la unión a casi todos los leoneses, (unió fere ómnibus displiceret.) (1)
Bastaba esto solo para que el valiente conquistador de Badajoz, Cáceres, Mérida,
y tantas plazas más, se moviera a negar el trono al Rey de Castilla. No se agra-
vie su memoria con suposiciones sin fundamento. Pudieron los leoneses, que qui-
sieron, declararse por la validez del testamento, sin dañar a su conciencia. Pudo
D. Rodrigo aconsejar a su Soberano la ocupación de León, en virtud de los actos
anteriores, cuya valor se podía sostener, sin negar en absoluto el derecho del Rey
difunto, por no existir normas claras. Sólo en un sentido relativo puede llamar re-
beldes a los partidarios de las Infantas, cuyo derecho no era infundado; y por eso
el mejor acuerdo fué ir a un arreglo, como discretamente se hizo. Visto el arreglo,
los adversarios de la unión se allanaron prontamente. Porque al fin el Rey era su-
yo, era un Leonés, criado en su corte, que por disposición divina había subido
primero al trono de Castilla: era también un santo. Los que decidieron la adhe-
sión a San Fernando fueron los Obispos; pues como observa D. Rodrigo, apenas
oyeron, que Fernando era Rey, lo recibieron en el acto como tal, Juan de Oviedo,
Munio de Astorga, Rodrigo de León, Miguel de Lugo, Martín de Salamanca, Mar-
tín de Mondoñedo, Miguel de Ciudad Rodrigo, Sancho de Coria, arrastrando con-
sigo las ciudades, sin que fuera menester insinuarse con especíales gestiones. Ex-
plica el Arzobispo esta determinación por este alto principio de política. «Porque
importa a los Prelados del Reino atender a la vez al Reino y al sacerdocio.» Po-
cos Prelados se mostraron tibios o contrarios, y en cambio el bloque mayor de la
nobleza se opuso, y la más culminante y poderosa no se doblegó nada, y sobre
todo los Castras, tan famosos, prefirieron pasar al moro. Viendo Fernando, Be-
renguela y Rodrigo que con tal ejemplo se les plegaba la mayor parte de la na-
ción «abortándose la rebelión premeditada,» penetraron deprisa en el interior.
«Pues en seguida que llegamos a Mayorga y Mansilla, se entregaron.» (2) Y reanu-
dando la narración, el Arzobispo dice en el capítulo siguiente: «Mas el día inme-
diato entramos en León, ciudad, que era en el Reino, la capital, donde fué alzado
Rey a la cabeza del Reino de León por el clero y pueblo, cantando concorde y go-
zosamente el Te Deum laudamus. Llamóse desde entonces Rey de Castilla y
León.»
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Pero la nube seguía en el horizonte y forjaba en su seno grave tormenta. Du-
rante los regocijos de la coronación, llegaron a León mensajeros de parte de la
Reina Teresa, madre de las dos Infantas, con proposiciones de arreglo, que dis-
gustaron a los magnates castellanos, que pretendieron desechar toda avenencia,
que no fuera plena sumisión,' y debió inclinarse hacia ellos el mismo Fernando.
a
Porque D. Rodrigo añade, que D . Berenguela, temerosa de la devastación del
Reino y de los pobres, logró que su hijo se detuviera en León, mientras ella salió
a Valencia de D. Juan, para negociar la avenencia con la misma Reina Teresa. En-
tonces tuvo lugar un caso que jamás se ha visto otra vez en la historia. Dos ex-
reinas de un mismo Rey, ambas divorciadas del mismo Rey, por nulidad de ma-
trimonio, ambas defendiendo los derechos de sus propios hijos a la misma coro-
na, vacante por muerte del que no fué legítimo esposo, y parlamentando sagaz-
mente, para dar un corte decoroso y ajusfado a. la prudencia y a la ley incontras-
table de la fuerza, que en el conflicto confuso de los derechos discutidos (el caso
presente) legítimamente reclama y prescribe una solución favorable a ella, resul-
tando absurda toda resistencia. Y entre Teresa la santa (monja entonces y canoni-
zada ahora), y Berenguela la diplomática, hubo por fin sólida avenencia, cuyos
artículos fueron tres, según el Toledano: Primero que las Infantas entregaran a su
hermano todo lo que estaba en su poder: segundo que se contentaran de lo que el
Rey y su madre les señalasen en compensación: tercero que ineondicionalmente
renunciasen a todo derecho, que al Reino tuvieran. Fíjese el lector en lo tercero,
que descubre bastante como roía la duda en el ánimo de los que lo exigían. For-
malizóse esto por documento entre ambas preclaras señoras, y entonces vino el
Rey a Valencia, «y de aquí todos fuimos a Benavenfe» añade el Arzobispo. Mas
durante las negociaciones ¿dónde estaba el gran consejo de los Reyes? ¿Con Fer-
nando o con Berenguela? Se infiere del tenor de la narración, que estaba en Va-
lencia de D. Juan « Vino el Rey y todos fuimos de aquí.» (advenit rex et inde om-
nes ivimus) escribe. Él no viene con el Rey, sino que le recibe, y sale junto con él.
D. Rodrigo estaba con Berenguela, dirigiendo con sus luces el espinoso negocio.
Además como Canciller Mayor redactando y autorizando el documento del pacto;
que se formalizó antes de venir el Rey. «(Bt pacto hujus modi conñrmato, rex ad-
venit)» Lástima que conserve la norma de callar su actuación cuantas veces no
sea menester para explicar los acontecimientos históricos. En Benavente estaban
Sancha y Dulce, hermanas del Rey, comprometidas a cumplir el laudo de su ma-
dre. Allí se hallaban el 11 de Diciembre Fernando, Berenguela, Rodrigo, Teresa y
las Infantas, y en ese día se firmó, en Benavente, la concordia famosa, que ponía
fin a la cuestión dinástica de León, y se señalaron en ella a las Infantas,' para su
vida, treinta mil áureos, y Fernando se hizo dueño de todas las fortalezas y casti-
llos pacíficamente. (1) Hacía 73 años que León y Castilla vivían separados. Extra-
fia cómo se ha trabucado por historiadores principales el itinerario de San Fer-
nando, haciéndole andar y desandar entre Valencia y Benavente. Basta leer a don
Rodrigo, en quien todo es claro. En dos meses, Octubre y Noviembre, se acabó
obra tan grande. Pues si bien, el 11 de Diciembre, se firmó el último documento,
seguramente el del arreglo de Valencia de D. Juan, estaba terminado unos días an-
tes del fin de Noviembre. Porque por una donación de San Fernando a los Caba-
lleros de Alcántara consta, que San Fernando estaba en Benavente el primero
de Diciembre. (2) AHÍ se detuvo con D. Rodrigo hasta fines del mismo. Allí firmó
el 19 del mes muchos privilegios en pro del Concejo de León, dando por razón:
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«Dono todo esto por los muchos y gratos servicios, que al principio de mi reina-
do fielmente prestasteis.» Ya podían quedar contentos: Les confirma el Fuero, les
dona los bienes de la Corona, señala a los habitantes el tributo, conforme a su
haber y se obliga a nombrarles por Gobernador un ciudadano de L*ón, reserván-
dose el derecho de mudar los militares de los castillos. Van las firmas de los dos
Reinos unidos, empezando por D. Rodrigo, y sigue en su columna Bernardo de
Compostela. E l 21 de Diciembre donó molinos suyos de Benaveníe a los Alcan-
tarinos. (1)
Escribe D. Rodrigo, despwés de contar lo de las Infantas: «El Rey de
aquí marchó a Zamora, Salaniefnca, Ledesma, Ciudad Rodrigo y Alva, y por todas
las ciudades del Reino fué recibido con homenajes y honores Reales.» Las ciuda-
des que nombra, las recorrió en compañía de D. Rodrigo, y un autor escribe: «fue-
ron las últimas en someterse al Rey, y su sumisión se debió principalmente a las
persuasivas palabras del Arzobispo D. Rodrigo.» (2) Por otras fuentes podemos
fijar las fechas de los movimientos del Rey y de D. Rodrigo. E l 31 de Diciembre
estaban en Zamora, donde firman una carta en pro de los monjes de Sahagún; (3)
el 1.° de Enero otra allí mismo, para premiar al Obispo de Astorga su lealtad en
la coronación del Rey, en León. (4) E l día 2 Fernando expidió en Zamora un do-
cumento de varias donaciones a favor del mismo D. Rodrigo, presente allí, como
la escritura dice. Le dona el Rey dos extensas fincas y varios huertos en Baeza.
Merece que se note que dice el documento, que el Rey lo dictaba. Lo firma con los
títulos de Rey de Castilla, Toledo, León y Galicia, (5) y en la donación del 5, a fa-
vor de los monjes de Sahagún, añade a los predichos, los de Badajoz y Baeza. (6)
Después de firmar en Zamora, el 8, ricas franquicias, en beneficio (7) del monaste-
rio de Celanova, Galicia, se encaminaron los dos personajes a Salamanca, donde
expidieron cartas de gracias, en los días 13, 15 y 20, en pro del Obispo de Orense,
(8) de los Caballeros de Santiago (9) y del Obispo, Iglesia y Cabildo de Ávila. (10)
Un mes más tarde, el 22 y 23 de Febrero, los encontramos en Ciudad Rodrigo,
concediendo mercedes a las Huelgas de Burgos, (11) y al monasterio de Valparaíso
o Palais; (12) para el ó de Marzo regresaban por Alba de Tormes; (13) y el 2 de
Abril en Sebugal confirmaron un privilegio de Alfonso IX, en pro de los Alcanta-
rinos. Estos caballeros Alcantarinos debieron portarse bien con el Santo Rey en
su ingreso en León, pues son objeto de muchas mercedes en esta época. E l 23 de
Abril (14) y en Mayo hasta el 20, (15) los encontramos en Valladolíd. Hasta el
Otoño no aparece la huella del itinerario del Rey. Terminada la excursión en. Va-
lladolíd, debió separarse aquí el Arzobispo; pero acaso después que le concedió el
decreto de la donación de Quesada en Andalucía. No hallo su fecha. Por la mul-
titud de cartas Reales, que expidió San Fernando, sabemos, que pasó en Castilla
la Vieja, el Otoño de 1231, y a fines del año emprendió su visita por las ciudades
de Galicia, que todavía no había visitado; y el 26 de Febrero de 1232 se le ve en
Santiago, (16) y el 14 de Abril en Orense (17), y para el 24 llegaba a Zamora. (18)
Aunque las firmas de los documentos Reales indican, que seguía el Arzobispo a
su Soberano, no lo confirman otras noticias, y no hay razón para creer que don
Rodrigo realizó este grato viaje de honores por las dulces tierras gallegas. Mien-
(1) ,n>. (2) Gebhart. tom. III. c. 29. p. 373. ^3) índice de Documentos. (4) Memorias... 376.
(5) Memorias... p. 377. (6) Historia de Sahagún. Ap. 111. n. CCXXXII. (7) Colección de priv. de
la corona de Castilla, (tom. V. 150 y 153). <fi) Memorias. 380. (9) Ball. S. Jacobi. 91. (10) Memo-
rias...^. (11) Memorias... p. 384. (12) Memorias... p. 384. (13) Hist. de Sahagún. Ap. III. es-
crit, CC'XXXV. (14) Bull. de Alcántara. Año 1231. (15) Memorias, p. 386 y 390. (16) Memorias.
!>. 398. (17) Colección deprivil. p. 158 y 161 (18) P. Minguella. Hist. de Sigüenza. I. 553.
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tras Fernando ganaba los corazones de sus nuevos vasallos, desempeñaba él en
la ardiente Bética, en el verano de 1231, una comisión delicada, que a la vez es
una de sus más renombradas empresas.
Terminada la relación de la excursión por las ciudades mencionad-as, escribe el
Arzobispo: «Entonces el Rey Fernando dio Quesada, que, algún tiempo rescatada,
estaba en poder de sus habitantes, los sarracenos, a Rodrigo, Arzobispo de Tole-
do. Mas Rodrigo, Arzobispo, transcurridos tres meses desde la donación, después
de reunir el ejército, se fué contra Quesada, con multitud de gente armada...» (1)
Como no es posible fijar documeníalmente la fecha de la donación, tampoco lo
es la del principio de esta expedición guerrera. Si fué por febrero, en mayo, des-
pués de ocupar Alba de Tormes, se alejó del lado del rey, y congregando la hueste,
a principios de verano, se lanzó al mediodía; si fué por mayo, la campaña se ini-
cio a fines de verano, sentido que consuena mejor con el curso de la narración, y
se ajusta a la costumbre de entonces, de hacer las expediciones a Andalucía, al
bajar los calores estivales.
Como en 1214 Alfonso VIII, ya caido de bríos, le nombró generalísimo de la
frontera del mediodía, que se limitaba por las cadenas de Sierra Morena, y los
moros la invadían por muchos puertos, para oprimir los castillos y pueblos, y es-
quilmar y devastar las comarcas del sur de Toledo, así ahora, San Fernando nom-
bró otra vez a D. Rodrigo, jefe principal de la frontera sarracena de Andalucía,
que corría por los linderos del reino conquistado de Baeza, haciendo por mil sitios
arcos y curvas, conforme lo exigían las variaciones topográficas y la localización
de las plazas y castillos, guarnecidos lo más sólidamente posible. Este es el ver-
dadero carácter de esta expedición del Arzobispo, aunque el no lo explica. Asi es-
cribe Mariana. «En el entretanto se grangeaba las voluntades de los leoneses, en-
cargó (Fernando) el cuidado de la guerra contra los moros al Arzobispo D. Ro-
drigo.» (2) El Cardenal Lorenzana. «Como urgía la necesidad de llevar la guerra
de Quesada, cerca de Cazorla, determinóse (San Fernando) a encargar a nuestro
Prelado todo el cuidado de la guerra y del ejército...» (3) Modesto Lafuente. «Y co-
mo supiese (el rey) que los moros, aprovechándose de su ausencia, habían reco-
brado a Quesada, encomendó al Arzobispo de Toledo la empresa de rescatar esta
villa para el cristianismo, haciéndole merced y donación de ella y de lo demás, que
conquistase. El Prelado Jiménez, que era tan ilustre en las armas como en las le-
tras, y reunía en su persona las cualidades de apóstol insigne y capitán esfor-
zado...» acometió la empresa. (4)
Viendo los sarracenos el fracaso de Jaén, y sabiendo que el rey de Castilla tenía
el grueso de su tropa empleado en ocupar el reino leonés, levantáronse animosa-
mente, con esperanzas de recobrar lo perdido, y valerosamente se apoderaron de
Quesada, amenazando el avance; pero como punto extratégico de primer orden
para centro de operaciones, en seguida comenzaron por reconstruir los fuertes,
que los cristianos habían arruinado antes de abandonar el puesto. Se recordará
que en la primera expedición de San Fernando se había conquistado esta plaza,
y por cierto, hay quien en esta ocasión atribuye al Arzobispo el mérito de la con-
quista. (5) Conociendo el rey Fernando la gravedad del movimiento, escogió para
contenerlo al varón más experimentado, y al guerrero más acreditado y seguro,
que a su lado tenía, para que en un punto tan alejado y peligroso no pudiera ocu-
rrir un fatal descalabro,y pudiera él, sin sobresaltos, terminar su indispensable gira
(1) Lib. IX. c. 15. (2) Hist. Lib. XII. c. 15. (3) Vita. (Padres Toled.HIl. (4) Hist. Parí. II. c. 14.
(5) Juan. B, Pérez. Vitce Archicp. t 238.
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de posesión pacífica de los nuevos estados. De aquí la elección de D. Rodrigo. Es
fantasía lo que escribe cierto autor. «Como recompensa de sus esfuerzos (en la
unión de León a Castilla) Fernando dio a su Iglesia la villa de Casaeta.» (1) ¿Có-
mo iba a ser premio de esos servicios una propiedad en poder de los infieles, cuyo
rescate tenía que costar lo que no se sabe? ¡Vaya una recompensa! Pero D. Rodri-
go no habla de título de premios, sino de concesión de esa villa, si la conquistaba
en su empresa. (2) Era de futuros servicios. Reunida la «muchedumbre de solda-
dos de las fuerzas del reino y de sus concejos, el Arzobispo se encaminó directa-
mente a la villa de Quesada, pobrera presa de los moros, que activamente esta-
ban reparando sus ruinas», dice el mismo, (3) y expulsó de allí a los poseedores.
Quizás bastaba para contener al enemigo fortificar este punto importante, y
desde allí impedir toda intentona de invasión de fuerzas poderosas, vigilando a la
vez, por medio de columnas volantes, los demás pasos peligrosos; pero no podía
limitarse a eso la pericia guerrera e impulsiva del Arzobispo, cuyo lema era, que-
brantar a los secuaces de Mahoma, y ensanchar y consolidar el radio de las con-
quistas. A l norte de Quesada se extendía una feraz y accidentada comarca, llena
de pueblos, villas y castillos, dominados por los sarracenos, sin que nadie hubiera
penetrado allí, desde que en la primera invasión se enseñorearon de ella. Su po-
blación principal, Cazorla, con miles de habitantes. Puestos extratégícos excelen-
tes, singularmente inexpugnables, la torre cartaginesa de Lznatoral, el fuerte Ele-
zuela y la Peña de los Halcones. Región a propósito para la guerra y las conjura-
ciones, a la que había dado gran fama la sublevación, que allí se organizó contra
Abderraman I. Con esto se entiende qué importancia tenía para los cristianos su
adquisición, estando, como estaba, en los límites del reino granadino, que se
hallaba en el período de formación. Por lo cual, después de guarnecer a Quesada,
D. Rodrigo se lanzó a su conquista, que debió costarle muchos sacrificios, sudores
y tiempo, (si bien nada particulariza sobre esto) ya que dentro del territorio con-
quistado habia seis villas y quince lugares, y una población, que no bajaría de
quince mil almas, que recibían socorros de fuera. E l mismo D. Rodrigo ennu-
mera los pueblos principales, que tomó en este orden. «Pilas, Toya, Lacra, Agocino,
Fuente Julián, Torres de Lago, Higuera, Moría o Alaula, Areola, Dos Hermanas,
Niebla, Villa Martín, Cazorla, Cuenca y Chelis.» (4) Pueblos todos pertenecientes
a los antiguos Bastetanos y Oretanos. De Niebla dice Mariana que los antiguos
llamaron Elefa. Alguno que otro con el tiempo cambió de nombre, pues aparecen
allí ahora Santo Tomé, Begara y Linalo.
Toda esta comarca con sus pueblos se la cedió San Fernando a su conquista-
dor, D. Rodrigo y a la Iglesia de Toledo; y el Arzobispo formó el mejor florón de
la Archidiócesis de la Sede Primada. Como de todos esos pueblos se constituyó
el famoso Adelantado de Cazorla y Quesada, que como un soberano organizó y
defendió D. Rodrigo, y disfrutó siglos enteros el Arzobispo de Toledo, vamos a
dar aquí algunas noticias más, para que se comprenda en qué consistió la obra
posterior del conquistador, y diremos dos palabras de las vicisitudes postumas de
esa obra suya. Expliquemos primero el sentido de Adelantado, en el caso presente.
Dice el historiador Aldama. «Adelantado, nombre que se deriva del hecho de ha-
ber adelantado, o ido más allá de los preceptos del rey, en ventaja de éste y del
(1) Gebhart. III. c. XXIX. (2) Tanto le disonó a Mariana un premio, que estaba por conquistar,
que escribió el error siguiente: «Al Arzobispo D. Rodrigo en premio del trabajo, que tomó en todos
estos tratos y caminos tan largos y tan continuos, que hacía sin cansarse jamás, dio el rey en aquella
tierra^ León) la villa de Cascata.» (Lib. XII. c. 15). Luego cuenta cómo Rodrigo conquistó a Quesa-
da en Andalucía, concedida a él por el rey, si la tomaba, (ib.) (3) Lib. IX. c. 15. (4) Lib. IX. c. 15.
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pueblo, o por haber realizado un hecho glorioso y memorable. Así lo verificó Don
Rodrigo, haciendo más de lo que rey le mandó; por esío recayó en él la dignidad
de Adelantado.» (1) Según las Partidas, Adelantado, en lo ecclesíásíico, es primera
autoridad, como el Obispo (2), en la administración de la justicia es el que hace
veces del rey, para oir alzadas (3) (o apelaciones,) en lo civil y militar es una espe-
cie de Proeses Provincice. «Su oíicio es grande, ca es puesto por mandato del rey
sobre todos los Merinos como sobre las comarcas.» (4) Debe defender la comarca,
juzgar según ley, y gobernar. Era un delegado universal del rey con la triple auto-
ridad, civil, militar y judicíaria, pero sin derecho a dar leyes.
E l Adelantado que adquirió D. Rodrigo, el año 1232, en que San Fernando con
Doña Beatriz firmó el documento, cediéndole toda la tierra conquistada,y declarán-
dole su Adelantado, era todavía mucho más perfecto. Porque conservando sólo el
dominio alto nacional, le hacía verdadero dueño y Señor propietario absoluto de
todo el territorio, sin que pudiera despojarle el mismo sin injusticia, con dere-
cho inapelable de dar las leyes particulares, que le placiera, y organizar el servi-
cio administrativo y civil y militar, como quisiera. Verdadera autoridad ptíblica
inamovible, además de propietario, como representante del rey cñ la frontera, de-
cidía las cuestiones. Como los Adelantados del rey, tenía el deber de defender la
frontera, pero no con tropas del rey, sino propias. Por su cuenta erigia, sostenía
y presididíaba plazas y castillos. Cuando le escaseaban fuerzas propias recibía
las del rey. E l nombraba un lugarteniente suyo en aquel estado, con la autoridad
y atribuciones, que le parecían, sin intervención del soberano. Por donde se ve que
el Adelantado de Cazorla era suigeneris, extraordinario, nada semejante a los
que podía el rey crear y establecer en varios puntos del reino.
Don Rodrigo adquirió para sí y para sus sucesores en la Sede Toledana, con
tan dilatada comarca, mucho poder, mucha importancia y muchos beneficios; pues
era tierra fértilísima, muy poblada, (5) y en ciertos punios amenísima; pero tam-
bién cayó sobre él un trabajo enorme, lleno de inquietudes, particularmente en
los primeros años; porque hasta la conquista de Granada, siempre fué menester
estar arma al brazo; ya que por el Levante confinaba con dicho Reino sarraceno.
En seguida le fué preciso aumentar las obras de fortificaciones y poner presidios
fuertes en las plazas; y desde el principio tuvo que enviar constantemente nuevas
y numerosas fuerzas, para repeler los incesantes intentos y ataques de los moros
circunvecinos, que siempre estaban acechando y atacando, para hacer presa en
aquel rico estado. E l punto más dificultoso de defensa era, no Cazorla con sus 14
pueblos y multitud de castillos, sino Quesada, plaza muy fuerte, pero más accesi-
ble, por hallarse en las riberas del río, y más codiciada, por ser clave de irrup-
ciones y movimientos estratégicos. Sin embargo no constituía el baluarte indis-
pensable de la defensa del Adelantado de Cazorla; porque estando situada en una
orilla, y en punto excéntrico topográficamente, su posesión influía poco en la con-
servación de la parte maciza del Adelantado. Por esta razón costó mucho a don
Rodrigo la conservación de Quesada; más que el resto del estado. Solicitó dispen-
sas y privilegios particularísimos de Gregorio IX, para la guarnición y habitantes
de esa plaza: dispensas, que solo el Papa concedía entonces, para que los cristia-
nos no incurriesen en las excomuniones establecidas en los cánones de la Iglesia.
(1) Hist. de España, tom. 4. Cree Aldama que por este Arzobispo lo instituyó San Fernando, otros
disienten. (2) Part.I. titul. V. Ley 1. (3) Part. II. tit. IX. Ley 19. (4) Ib. ib. (5, Cazorla pasa
hoy de 13.000 hombres; Quesada se acerca a 10.000; María a 3.000, y asi otras villas y pueblos de Ca-
zorla antigua.
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Dicho Papa otorgó a D. Rodrigo esas gracias, que éste pidió, por la bula del 24
de 1234 «Ex parte tua» Le dice «que sabiendo que el Arzobispo conquistó la
fortaleza con grandes peligros y gastos suyos, para dilatar el culto de la fe ca-
tólica y defensa del pueblo, y por estar en medio de los sarracenos, los defenso-
res de la misma no pueden adquirir las cosas necesarias para la vida, sin grande
peligro, si no es comerciando con los sarracenos, les faculta para que comercien
con los sarracenos circunvecinos, menos en armas, caballos, hierro y objetos de
lazos y cordonería. Dado en Perusa.» (1) Ni con estos privilegios pudo sostener
con el tiempo la Sede toledana esta plaza de Quesada, sino que la tomaron los
moros, pero sin que se perdiera una almena del resto del Adelantado. E l guerre-
ro D. Rodrigo lo conservó tenazmente; por eso escribía el mismo en 1243 «que pa-
ra el honor del Rey, que la dio a la Iglesia de Toledo, lo custodia hasta ahora y
lo custodia con los demás castillos.» (2) Hasta 1240 no poseyó pacíficamente todo
el territorio descrito, sino que sostuvo guerra continua durante ocho años, al ca-
bo de los cuales, se completó la conquista; y los agarenos se convencieron, de •
que les era imposible entrar más en aquel rico vergel y feraz campiña. Escogió
para la guerra y gobierno competentes varones. E l primer gobernador y capi-
tán, que allí puso, fué el toledano Pedro Diego Carrillo, bravo y fiel, que rom-
pió intrépidamente feroces ataques de los moros, y completó y consolidó la nue-
va conquista. Mas célebre que Carrillo es en la histeria Gil de Rada, sobrino (3)
del Arzobispo, al cual puso su tío a! frente de aquel Adelantado, hacia 1245, con
poderes más amplios y precisos, de lugarteniente suyo, pero sin título de capitán.
No sé en qué consistieron los hechos que le dieron fama al caballero navarro, si-
no se cuentan ios harto ruidosos, que tuvo en su patria con sus Reyes y estados.
Por desgracia todo es escasez de noticias en hecho tan importante. (4) Solo el go-
bernar y defender con el necesario vigor y esfuerzo pudo dar a Gil de Rada fa-
ma; pues era uno de los puestos guerreros más importantes para la seguridad na-
cional.
Sí la escasez de noticias de las peripecias de la conquista y de la trabajosa im-
plantación y fortificación del Adelantado nos afligen, otro tanto nos sucede con
las disposiciones legislativas, que D. Rodrigo dio a su gran Señorío. A la capital,
Cazarla, le dio el Fuero de Cuenca, como se deduce de las palabras de la Real
Academia de Historia en su «Colección de Fueros y' Carta-pueblas de España»
en el artículo Cazorla, donde se lee: «Fueros otorgados a sus vecinos por el Arzo-
bispo de Toledo, Rodrigo Jiménez. No tienen fecha. En la Memoria del pleito en-
tre el Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Rojas con el Marqués de
Cámara sobre el Adelantamiento de Cazorla, folio 68 v., se describe el Códice de
estos Fueros, existente en el Archivo de la villa, compuesto de 64 hojas enteras,
y algunas rotas. Se copia el principio del fuero, y la primera ley es también la pri-
mera de el de Cuenca, lo que induce a creer, que sea acaso el traslado de este úl-
timo.» (5) Hasta aqui la Real Academia de Historia; a cuyas noticias no puedo
(1) Auvray. :063. (2) l i b . IX. c. 15. (3) j . B. Pérez le llama equivocadamente hermano del
Arzobispo: le corrigió Mariana diciendo que era sobrino. t,4) Con avidez fuimos a leerlas en el
Manuscrito de Juan B. Pérez en la Biblioteca Nacional, con el título: «Relación en breve compendio de
la conquista de la villa de Cazorla, origen y progreso de sos Adelantados, y de las demás villas, seg'Jn
se colige de autores g?ave<¡.» (del fol. 23S al 241.) La ilusión de algo luego se desvaneció. No es un es-
tudio serio, digno de tan grande autor. Recita rutinariamente lo que dice D. Rodrigo, en cuanto a la
conquista. Trae deshilvanados datos sobre los Adelantados. Asegura que el primero que recibió título
de tal, de manos de los Arzobispos fué en tiempo del Arzobispo Díaz Palomeque. La mejor parte de
su trabajo es la Geografía y descripción de los pueblos. (5) Página 70.
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añadir ninguna, a pesar del afán con que me he movido para saber algo más; pe-
ro siempre con resultados infructuosos. Creo sin embargo que D. Rodrigo some-
tió su Señorío a ciertas disposiciones civiles y administrativas generales, y dio
a varios pueblos más populosos alguna carta puebla de favor, para estimular su
prosperidad, y a la capital, Códice foral en regla. Esa norma siguió en la gran
copia de concejos, villas y aldeas, que enriqueció con Fueros. No hay razón para
decir que se apartó de ella. Más fortuna debió tener Vicente de la Fuente, el cual,
al explicar la hermosa creación del «Consejo de la Gobernación» del Arzo-
bispo de Toledo, así se expresa: «No contento con esto, D. Rodrigo dio fueros y
leyes a muchos de estos pueblos, (de Cazorla) y organizó su jurisdicción. Como
esto no era del Cabildo, ni los cabildos están para esto, hubo de organizar don
Rodrigo un Consejo peculiar, que entendiese en la parte económica y administra-
tiva de todos estos asuntos y aún en lo civil y criminal de las sentencias, que en
asuntos temporales daban los Alcaldes, y de los que venían apelaciones al Arzo-
bispo. Esto fué el origen verdadero y necesario de la célebre Audiencia Arzobis-
pal de Toledo, conocida con el nombre de «Consejo de Gobernación» que en ade-
lante fué ampliando su jurisdicción a varios asuntos eclesiásticos.» (1)
Aunque ardientemente codiciado tan extenso y pingüe estado, por encerrar una
de las más envidiadas huertas de Andalucía, fué respetado, hasta que invadió el
cesarismo a Castilla con la entrada de Carlos V, el cual, sin hacer caso de los de-
rechos conquistados por el gran Rodrigo Jiménez de Rada, se aprovechó de la ex-
cesiva flojedad cortesana del Cardenal Tavera, se la apropió y se la regaló a su
secretario, D. Francisco Cobos, hijo de Ubeda, enredador de oficio. E l preceptor
de Felipe II, el Cardenal Silíceo, le declaró pleito, que Toledo ganó en 1601, sien-
do Arzobispo Bernardo de Rojas y Sandoval, y se lo entregó el marqués de Ca-
marasa. En el naufragio universal de la desamortización y del latrocinio, la Espa-
ña liberal se lo arrebató todo, y unos cuantos vivos, sin conciencia, se lo engulle-
ron, dejando a la Iglesia Primada sólo la jurisdicción espiritual, que todavía allí
ejerce.
No terminará lo referente a Cazorla, que en adelante sólo de resbalón tocará
en nuestra historia, sin llamar la atención, siguiendo el ejemplo del historiador
general de la Iglesia española, (2) sobre el notable ejército de combate que podía
D. Rodrigo poner en pie de guerra, desde la conquista definitiva de este Adelan-
tado, advírtiendo, que por especiales concesiones de San Fernando, y como prin-
cipal Adelantado de la frontera, y por los derechos, que adquirió en las guerras,
por su cooperación extraordinaria, tenía Señorío sobre Marios, Calatrava, Ubeda
y Andújar. Por lo tanlo en los últimos años de su vida el Arzobispo guerrero for-
maba la totalidad de su hueste, del reclutamiento que resultaba de la tierra anda-
luza, que eran el citado Adelantado y los pueblos nombrados, con oíros pequeños
más, que allí había. En la Mancha, Alcaraz con sus villas próximas. En Guadala-
jara, Brihuega y su comarca y otros pueblos solitarios. En las proximidades de
Madrid, Alcalá y sus numerosas aldeas. En tierra toledana, Almagro, Yepes con
sus aldeas, San Torcuaz, Uceda, Talamanca, con sus aldeas, y con las suyas La
Guardia, y Torrijos, Archila, y otros muchos particulares. De Palencia, Villaum-
brales obedecía a su llamamiento, y no digo más, por ser bastante lo nombrado
para hacerse^cargo del poderío militar de nuestro insigne Prelado. Y quien lo con-
quistó y mereció para su Sede, casi en su totalidad, fué el mismo D. Rodrigo.
¿Quién no lé admira? Mas la campaña de D. Rodrigo en Andalucía, en 1231, tuvo
(1) Hist. BccI. tom. IV. Ub. IV. p. 254. (2) Hist. fice/, t. IV. Lib. IV. p. 253.
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mucho mayor extensión y consecuencias que la conquista de Cazorla y Quesada,
abrazó a toda la frontera enemiga y les causó otras pérdidas. Los sarracenos,
viendo los progesos del Arzobispo en la región de Cazorla, atacaron a los cristia-
nos con más vigor y coraje, por diversos puntos, con el fin de vengarse de las pér-
didas y distraer las fuerzas cristianas. Cargaron especialmente por la comarca de
Martos y Andújar, donde habían quitado a los castellanos las plazas de Sabiote,
Garcés y Jodar, conquistadas en 1225 por San Fernando, para arrebatar ahora al
Arzobispo, Martos, Buches, Andújar y otros pueblos suyos en lo civil y en lo ecle-
siástico. D. Rodrigo corrió apresuradamente a aquella frontera, reconquistó para
el rey las citadas plazas de Sabiote, Garcés y Jodar, y las agregó a su diócesis en
lo eclesiástico, dando por razón, que poseía las otras seis inmediatas, mucho más
importantes, a saber, Andújar, Martos, Baños Buches, Tolosa y Ferral.
En el acto el Obispo de Baeza, Fray Domingo, le plantó un ruidoso y obstinado
pleito sobre las tres plazas agregadas. Además el mismo Obispo le había dado poco
antes otro disgusto, impetrando ocultamente de Roma para su Sede el derecho de
depender sólo del Papa y no del Metropolitano de Toledo. (I) Pero fray Domingo
no se limitó a poner pleito, sino que además ocupó violentamente las citadas po-
blaciones, y también la de Buches, diciendo que pertenecían en lo pasado a la dió-
cesis de Baeza. Lo que produjo gran extrañeza y ruido, viniendo sobre todo el gol-
pe de quien tan favorecido había sido de|D. Rodrigo. La causa fué llevada a la vez
al tribunal de San Fernando y al de Gregorio IX. A San Fernando se atribuye
una resolución dictada en Burgos en 1232, que no zanja nada. (2) Por lo que no
sirvió para encauzar el pleito en Roma. E l Papa encargó al Obispo de Os-
ma, al Deán de Zamora y al Tesorero de Palencia para que estudiasen la cuestión
de los límites; pero hecho muy concienzudo estudio, nada sacaron en limpio. Tan
incierto estaba todo; y así seguía en 1234. En este año Gregorio IX nombró otra
comisión compuesta de los Obispos de Osma y Calahorra y del Deán citado, para
que, yendo al mismo terreno, personalmente examinaran todo, y demarcasen los
límites de la diócesis predicha. Éstos suspendieron el apeo hasta la vuelta de don
Rodrigo de Roma, en donde estaba éste en aquel tiempo. Apenas regresóla comi-
sión trató primero con San Fernando, se fué luego a Baeza, y recorrido el territo-
rio, levantó la escritura de demarcación, que se envió al Papa, para que la confir-
mara. Pero se estancó en Roma hasta 1243; año en que se terminó el pleito por
una carta de concordia, que firmaron D. Rodrigo y fray Domingo de Baeza. (3)
En esta cuestión brillaron especialmente las virtudes de D. Rodrigo, que apare-
ció maduro en la caridad, en la mansedumbre, en la dulzura y en la perfecta su-
misión a las decisiones del Papa. Porque ni se quejó palabra de que éste acogió
los deseos de fray Domingo, para hacerle de su obediencia, ni afligió con nada
a su antiguo sufragáneo, ni dejó de honrarle, aún en su historia, citándole entre
los héroes de la conquista de Córdoba, que se hizo durante el ardor del pleito. (4)
Poco duró el agravio de la sustracción de la Sede; porque ya Baeza era sufragá-
nea aHtes de la conquista de Jaén, en vida de D. Rodrigo, y Jaén absorbió luego
la diócesis de Baeza.
Pero prosigamos los actos de Jiménez de Rada en esta empresa guerrera, que
se puede decir, que abarca tres años seguidos, de 1231 a 1233, entre diversos ac-
tos y viajes del Arzobispo, y la organización adecuada del Adelantado de Cazor-
(1) limeña, p. 127 y 128. (2) José Álvarez. Sucesión Real de España. T. III. p. 128. (3) Léanse
los Anales de Jaén, por Jime-na, en quien se inspiró también José Álvarez. Abundan allí pormenores.
(4) Lib. IX. c. 17.
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la. Entre 1231 y 1233 hay pocas huellas de la presencia de D. Rodrigo en Castilla.
Es que D. Rodrigo se cuida de la guerra andaluza. D. Fernando descuida en
él el negocio, y disfruta del nuevo Reino. E l Sur no le inquieta ni le preocupa
nada. No sabemos cuántos viajes hizo Rodrigo a la región andaluza en ese
tiempo; quizás uno por año. En uno de ellos tuvo lugar aquella derivación de la
acción militar del Arzobispo, que dio por el resultado una batalla, que con ento-
nación subida han narrado los más populares historiadores de España. (1)
Su autenticidad histórica descansa en la discutida Crónica de San Fernando,
y en la autoridad ruinosa del famoso arabista Conde. (Parte IV. c. 3.) Lo copiaré
de Gebhart. Se leerá con gusto, porque encierra uno de los episodios más legen-
darios de la reconquista:
«Aún no habia vuelto el Arzobispo de su campaña, cuando por orden del Rey,
salió también contra los infieles el Infante Alfonso, su hermano, acompañado del
castellano Alvar Pérez de Castro, el mismo, que hemos visto servir antes a los
moros en la ciudad. E l Infante y el Arzobispo reunieron sus tropas, y aprovechan-
do el profundo estado de descomposición, en que se hallaba el imperio musulmán,
penetraron, sin hallar quien les estorbase el camino, hasta tierras de Sevilla y Je-
rez. El noble Rey Aben Hud, dice la crónica musulmana, se dolía mucho de estos
males, que sus pueblos padecían, y olvidando las ventajas, que conseguía su nue-
vo rival, en tierra de Granada, preparó sus gentes para salir contra los cristianos,
apellidó la tierra, y allegó muy poderosa hueste de a pie y de a caballo, que cu-
bría la muchedumbre montes y llanos. Con ella partió Aben Hud en busca de los
enemigos de Alá, que estaban acampados en las riberas del célebre Guadalete,
cerca de Jerez, y allí tenían sus ricas presas de cautivos y ganados. Empeñada la
batalla allí mismo, la sangre musulmana enturbió entonces las aguas del mismo
río, que se uñera quinientos años antes con la sangre de los godos: a pesar de su
número y de la confianza, que en la victoria les animaba, los muslimes no pudie-
ron resistir el choque de los castellanos, y muchos perecieron alanceados por
aquellos.olivares. Las crónicas y las leyendas refieren mil hazañosos hechos de
los caudillos Alvar Pérez y García Pérez de Vargas, que dio muerte al emir de
los Gazules, que desde.África había venido en auxilio de Aben Hud. Allí fué don-
de ganó su nombre de Machuca el famoso toledano, Diego Pérez de Vargas, her-
mano de García, de quien cuenta la crónica, que después de haber inutilizado y
roto, matando moros su lanza y su espada, desgajó una rama del olivo, y con ella
empezó a herir a una y otra parte, a diestro y siniestro, sirviéndose de ella corno
de una maza. Alcánzase esta victoria en Septiembre u Octubre del año 1233, y la
hueste cristiana triunfadora, cargada de despojos, encaminóse a Palencia, donde
se encontraba el Soberano.» (2) Sánchez Casado se deslumhra hasta ver aquí una
batalla comparable a la de las Navas, e incurre en el error de atribuir su direc-
ción a San Fernando. Es indudable que el Rey no volvió a la Bética hasta 1234;
y así dice M. La Fuente, que mientras el Infante Alfonso y el Arzobispo D. Rodri-
go hacían la guerra en Andalucía, el Monarca se ocupaba en atenciones de otro
género. (3) Ni pudo verificarse la campaña citada, que hemos insertado, más que
por la exactitud de cada uno de sus episodios, por motivos de información, en Sep-
tiembre u Octubre de 1233, sino antes; porque documentos fehacientes, que luego
recordaremos, atestiguan la presencia del Arzobispo en Brihuega, en los mismos
meses.
1 M. La Fuente. Part. II. Lib. II. c. 14. Gebhart. Añu 1223. Sánchez Casado. 2 Gebhart. lint.
tora. II. c. 29. t Hist. de España. Part. II. . Lib. 11. . c. 14.
—288-
En 1231 Gregorio IX favoreció a D. Rodrigo con varias bulas. E l 4 de Abril or-
denó a todos los Reyes de España, que reconociesen el derecho de la Primacía
del Metropolitano de Toledo sobre la Metrópoli de Sevilla, apenas fuese recon-
quistada. (1) E l 29 del mismo mes le concedió la facultad de absolver de todas las
censuras a los Caballeros de Calatrava, que encarecidamente así se lo pidieren al
Papa; porque, como decían al mismo, los que habitualmente vivían en la frontera,
en continua lucha, incurrían frecuentemente en la excomunión de los transgreso-
res de la censura: Violentas manus... En aquellos tiempos ásperos, esos soldados
religiosos se encolerizaban pronto y se venían a las manos por cegadores punti-
llos de honor. Cada vez tenían que acudir a la Sede Apostólica; cosa difícil; y si
ínterin sobrevenía el peligro de la muerte en el combate,se llenaban de terror de la
condenación. Gregorio IX concede al Arzobispo de Toledo esa facultad, aduciendo
la siguiente reflexión, que le mueve, y que no nos resistimos a copiar, porque es
bella y honrosa para aquellos héroes: «Ellos, haciendo guerra casi continuamente
a los infieles, siempre están dispuestos a ir, en pos de Cristo, a la cárcel y a la
muerte, por la exaltación déla fe cristiana; por lo cual es digno, que nosotros de
tal modo prevengamos sus peligros, que no se entibien en su vocación, sino que
más bien se encienda más fuertemente el celo, que tienen por el incremento del
culto cristiano.» (2) Le ordena que, sí es muy grande y enorme, el exceso lo remita
a la Sede Apostólica. E l 7 de Mayo Gregorio comisionó a los Obispos de Burgos,
Salamanca y Segovia para que recibiesen la declaración de los testigos sobre el
pleito de la Primacía, pleito que, tiempos antes había encargado a los dos
últimos, y además al electo de León, dice la bula. (3) E l breve de ese encargo no
he logrado ver. E l 22 de Mayo el Papa dirigió al mismo D. Rodrigo una bula re-
vestida de extraordinarias solemnidades, texto largo y de expresivo afecto, firma-
da, caso rarísimo, por nueve Cardenales de la Curia Romana, que eran los
siguientes: «Juan, Obispo Sabiniense, Santiago, Obispo Tusculano, Tomás, Pres-
bítero Cardenal; Juan, de Santa Práxedes, Presbítero Cardenal; Sigebardo, de
San Lorenzo, Presbítero Cardenal; E s t e b a n , de Santa María Transtiberina,
P. C. Octavio, de los Santos Sergio y Baquío, Cardenal Diácono; Renero de San-
ta María in Cosmodín, Cardenal Diácono; Egidio, de San Cosme y San Damián,
En la bula le confirma la Primacía sobre Sevilla, que Honorio III, se la
había concedido antes «motu proprio»; y le mueve a ello, primero la nobleza de la
Iglesia Toledana, segundo el mérito suyo de especial devoción a la Sede Apostó-
lica. A l fin fulmina las más aterradoras maldiciones contra las cabezas de cuan-
tos intentaren a contradecir esta concesión. (4) Cinco días después le envía otra
bula confirmándole en su Primacía, en España. Es documento común. (5)
Adquiría proporciones gigantescas la causa de los derechos de los Caballeros
de Santiago y de la jurisdicción episcopal de D. Rodrigo. Apoyados aquellos en
unas cláusulas ambiguas de exención, iban invadiendo todo, y enriquecien-
do a su orden con la acotación de innumerables comarcas y pueblos, que po-
demos llamar eclesiásticamente mostrencos, que ellos hallaban dentro de las
diócesis, pero singularmente en la de Toledo; porque era la que lindaba por el
Sur con los moros, que en sus incursiones desolaban los pueblos; era la mayor,
y la que sin cesar crecía; sobre todo en los días de D. Rodrigo, por sus continuas
conquistas y por su cooperación sin par en la historia española en las expedi-
ciones guerreras. Constantemente se ensanchaban los límites de la diócesis Tole-
(1) Notulx'¡de Primatia. (2) Ap. 101. Auvray. 671. (3) Ap. 102. (4) Ap. n. 103. Liber. priv. II.
f. 114. (5) Notulce. fol. 18.
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daña, y según la ley establecida, así tenía que ser, pues mientras no se rescatasen
más que fragmentos territoriales de una Sede extinguida por el alfange musul-
mán, esos territorios debían agregarse automáticamente a Toledo, y así sucedía.
Por eso en esa diócesis abundaban esos lugares mostrencos eclesiásticamente; es
decir, pueblos y aldeas sin iglesias, ni servicios eclesiásticos; comarcas feraces ya
libres, donde crear nuevos pueblos y erigir templos o capillas, para la práctica
del culto cristiano. Por medio de un privilegio, acompañado de la exención, era
posible acotar esos lugares, faltos de organización eclesiástica, en beneficio par-
ticular, y sustraerlos de la jurisdicción del Diocesano. Los Caballeros de Santia-
go, que tenían el privilegio de la exención, pretendieron también, que tenían el
privilegio de erigir tales Iglesias en los lvgares desiertos de las diócesis, y en tie-
rras de los sarracenos, en que establecieran nuevas iglesias, edificando ellos
mismos los templos de nuevo»; privilegio concedido por Alejandro III, junto con
la exención; sin duda con el excelente objeto de acelerar la restauración del culto
cristiano. De esto deducían, como escribió D. Rodrigo a Gregorio IX, que todas
esas iglesias eran exentas de la jurisdicción del Diocesano. Por eso cobraban
íntegramente todos los derechos, sin contar con nadie, ponían clérigos idóneos,
los cuales dirigían la plebe cristiana independientemente, y sostenían que los
Obispos no podían imponer ni cobrar derechos, y que eran nulas todas las censu-
ras allí pramulgadas, lo mismo para los miembros de la Orden de Santiago, como
para los parroquianos de aquellas iglesias suyas. (1) Con esto se halló el Arzobis-
po con una multitud de iglesias y de fieles, que no le obedecían nada, con escar-
nio de su autoridad y mengua de sus derechos e intereses, a pesar de estar encla-
vados en su Arzobispado, y con la amenaza de que ésto iría en aumento. Lo con-
sideró absurdo e intolerable; no reconoció el sentido, que los Caballeros daban al
privilegio pontificio, y se decidió a dar batalla a fondo, denunciando todo al Sumo
Pontífice, venerando su potestad, y patentizando una vez más, que nadie le supe-
ró en la santa tenacidad y suma sabiduría en conservar intactos y respetados los
prestigios y los fueros de su dignidad y jurisdicción. En el pontificado del antece-
sor habíase tenido una pendencia parcial acerca de siete iglesias, pendencia que
amigablemente se solucionó el año 1224, en Brihuega, concertando el Maestre de
la Orden y el Arzobispo el reconocimiento mutuo de derechos connaturales, aná-
logamente a lo que hemos visto con los Caballeros Sanjuanisías. (2) Pero pasa-
dos unos años, tornaron a su método los Saníiaguistas, poniendo en uso integra-
mente sus privilegios, entendidos tan favorablemente, ejerciendo además actos im-
propios de los legos, según los relata el Arzobispo al Papa: pues algunos de ellos,
casados, erigían tales iglesias y dedicaban altares, instituyendo en esos lugares
clérigos, y dándoles la colación canónica de una jurisdicción, que no podían tener.
Pues los Maestres de varios puntos eran legos y casados, y hacían tales nombra-
mientos en los clérigos para lugares dependientes de su Priorato. Impresionó a
Gregorio este grave relato y reclamación, y el 18 de Junio de 1231, ordenó al Obis-
po, Deán y Arcediano de la diócesis de Tarazona, que mandasen a los Caballe-
ros de Santiago presentar sus privilegios; que también intentasen atraerlos a una
composición amistosa, y sino, que, instruido el proceso, lo enviasen a Roma, man-
dando a las partes, que allí compareciesen dentro de un plazo fijo. E l 22 de Ma-
yo de 1232 los jueces citaron a los Saníiaguistas a Agripeña, para que respondie-
sen a D. Rodrigo, que acudiría allí. (3) Este retraso de casi un año, en las gestio-
(1) Ap. 105. (2) Léase el largo y curioso concierto en el Biill S. Jacobi. p. 124 y 126. (3) Bull
San Jacobi. p. 95.
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nes de la información del proceso, procedió, sin duda, de la campaña del Arzobis-
po en la Bética, donde debió estar desde el Otoño de 1231 hasta el verano siguien-
te, en la conquista de Cazorla, según hemos relatado. Como vino mucho más tar-
de la solución de esta complicada cuestión, tras una disputa personal de D. Ro-
drigo con el mismo Papa de las Decretales, nada añadiré aquí a esta sencilla ex-
posición de los términos de la causa. D. Rodrigo estaba en Turégano, cabe
Segovia, el 8 de Junio de 1232, y allí expidió el decreto, concediendo cuatro cua-
rentenas de indulgencias a cuantos visitasen la Iglesia de Segovia, el día de su
consagración, que era el de Santa Magdalena, o diesen limosna para ella. (1) Se
ve que tenía más facultades, que las que ordinariamente suelen tener los Prela-
dos por concesión pontificia.
El 30 de Septiembre le encontramos en Brihuega, en un acto solemne, dando
sentencia en un asunto enojoso, que hacía años, que iba difiriendo, pero las ins-
tancias de los interesados, que eran los canónigos de Albarracín, le obligaron.
Se quejaban de que su Obispo no les daba la parte de las rentas, que de derecho
les correspondían. Hizo venir a Brihuega al Obispo y al Cabildo, (del que acudie-
ron ocho miembros.) Oídas largamente las partes, ambas convinieron en aceptar
la sentencia ,,de su Metropolitano. Rodrigo en primer lugar ratificó lo dispuesto
por su predecesor, D. Martín, respecto de las Iglesias existentes hasta entonces,
y para las que en lo futuro se erigieran ordenó, que el Obispo percibiera las dos
partes de las„ décimas, y el resto los capitulares; y las donaciones serían en
adelante totalmente de los donatoríos. (2) E l Obispo, que entonces regía a Alba-
rracín, se llamaba Domingo, y era el cuarto después de la restauración de la Se-
de. Domingo, tan adicto era a D. Rodrigo, que en 1234, al asistir a la conquista
del Reino de Valencia, en la hueste de Jaime I, se apresuró a celebrar la misa, en
el momento de caer la Burriana en manos cristianas, y declaró que tomaba pose-
sión en nombre del Toledano,y lo mismo hizo en Almenera, Olacau y arrabales de
Valencia, sometiéndolo al rin al dictamen de D. Rodrigo. (3) Murió hacia 1235, a
los doce de su Episcopado. Los Maestres de Calatrava y San Juan, Gonzalo Yá-
ñez y Alonso .Álvarez, acudieron también en 1232 a Rodrigo, para que les solucio-
nase las diferencias, que tenían sobre los límites de varias posesiones, mal deslin-
dadas, y les satisfizo, y los pacificó con su dictamen. (4) En 1233 de nuevo vino
a Brihuega, a pasar el Otoño, y el 11 de Septiembre y 15 de Octubre, expidió su-
cesivamente las cartas forales en favor de Cobeña y Arenilla, pueblos suyos, co-
mo sabemos. Cobeña está a mediei legua de Talamanca, cerca del histórico lugar
de Erraza, que ilustró con los destellos de su piedad la santa consorte de San Isi-
dro Labrador, Santa María de la Cabeza. Tenía Cobeña, como aldea de Talaman-
ca, su fuero; y por eso la carta del 11 de Septiembre sólo especifica el punto de la
pecha de las viñas, de que había dificultades. Lo digno de notarse es la traba que
el Arzobispo pone para que no vendan a los talamanquínos sus viñedos, con de-
trimento de la prosperidad local; porque les carga toda venía con sobreprecio. (5)
Pero donde nos sorprende D. Rodrigo con novedad ejemplar y memorable es en
el corto fuero de Archilla. Está situado Archilla al poniente de Brihuega, en fértil
vega, bajo excelente clima, entre los ríos Badiel y Tajuña; pertenece todavía al
Arzobispo de Toledo. De su templo dedicado a la Asunción de Nuestra Señora,
escribe Peraja: «Quizás fuese construido en tiempos de D. Rodrigo, porque con-
serva vestigios del orden románico, con algunos elementos del ojival.» (6) Empie-
(1) Colmenares. Cap. 21. n. 13. (2) Villanueva III. p. 225 y su Apéndice. (3) Villanueva III.
P- 40. (4) Núñez de Castro. Cap. 4. (5) Líb. privi. II. f. 74. I. fol. 82. (6) Página 447.
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za el Arzobispo espléndidamente su fuero, concediendo al pueblo de Archila «to-
da la heredad, e molinos e huertos, que en Archiella avernos; que lo partan a quín-
non (quiñón) e que faga cada uno de su parte lo que tenga por meíor, como de so
(suyo).» Declara que pueden participar de este reparto todos los forasteros ave-
cindados, y todos los que en adelante vinieren a avecindarse de Torvieso, (Trijue-
que, actualmente) o de cualquiera otra parte. «E nos, decía además, retenemos pa-
ra nuestras vinnas e nuestros palacios, e la iglesia, que sea nuestra. E por esta
heredat, que les damos, no nos han a dar ni pecho, ni facendera, si non 200 mara-
vedís, que nos han de dar cada anno, e nuestro yantar.» Declara que por sola esa
pequeña paga anual se compromete a no disponer de todo más que para los veci-
nos del pueblo, excluyendo siempre a los foranos. En cambio ellos pueden para
su ayuda llamar pobladores de fuera. (1) [Cómo resplandece aquí la gran bondad
de un Príncipe temporal, que beneficia a sus vasallos, y repartiendo los latifun-
dios, crea con ellos propietarios modestos y hacendosos, y los rodea de discretas
precauciones, para que no pierdan sus parcelas, y a la vez que ahuyenta la mano
codiciosa, que de nuevo puede acumular esas pequeñas propiedades en un solo
Señorío, les garantiza su posesión para solos los vecinos del pueblo! Bello y lumi-
noso ejemplo de acción social cristiano-agraria, dado en el lejano y profundo si-
glo trece, época de tinieblas para muchos ignorantes, que voluntariamente cierran
los ojos, para no ver sus luces. Así era D. Rodrigo, Señor benéfico para sus vasa-
llos, inspirado propulsor e iniciador de ideales elevados y cristianos. Por eso no
extraña el no encontrar un solo acento de queja o protesta contra él, por actos de
explotación o tiranía entre tantos Concejos, villas, aldeas y lugares, que son su-
yos, y que le obedecen y tributan, en tantos documentos de gobierno y adminis-
tración, que se hallan. Su constante tendencia legislativa es aliviar las cargas y
ampliar la libertad de acción de sus Señoríos, estimulando la moralidad y la pros-
peridad material. Hecho este repartimiento de tierra, D. Rodrigo pasa a darles
el fuero. Les da para muchas cosas el de Brihuega. Les concede alcalde y jueces,
que él renovará anualmente. Les exime de pagar el portazgo de Brihuega. Expide
el Arzobispo la carta en el día expresado, con su sello y con el del Cabildo Tole-
dano, que dio su beneplácito; porque desde 1229 tenía participación en las rentas
de Archilla y Torvieso, por concesión de D. Rodrigo. Subscriben quince cabildan-
tes. El concejo de Archilla dice, que no tiene sello, y por eso firman muchos hom-
bres suyos, y confirman «homes buenos de Brihuega.»
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CAPITULO XVI.
(1234-1237)
Don Rodrigo salta tres años sin decirnos palabra de los actos de San Fernan-
do, de 1231 a 1234, como si lo hecho en ese paréntesis lo reputase estéril. En
1234 sitió a Ubeda el Rey Santo, y cerró los caminos de aprovisionamiento tan
herméticamente, que la fortísima ciudad, exhausta de víveres, se entregó a Fernan-
do, el 29 de Septiembre; y después de tomar personalmente posesión de la misma,
«regresó, dice el Arzobispo, a la ciudad Regia.» (Toledo). Claro está, en compa-
ñía de su inseparable compañero de las expediciones de guerra, D. Rodrigo, aun-
que no lo dice. De las fechas de los diplomas de este año y otros hechos se dedu-
ce, que el Rey y el Arzobispo no asistieron más que en los postreros días de la
rendición inminente de la plaza. Los que primero prepararon el asedio fue-
ron los extremeños, guiados por el Obispo de Plasencia y otras fuerzas enviadas
a éste por el Rey, quienes tomaron los pueblos circunvecinos, y detuvieron al mo-
ro de Sevilla. E l grueso de la hueste castellana cercó entonces a Ubeda, según
parece en Marzo. (1) San Fernando estaba en Zamora el 24 de Abril (2), en Bur-
gos el 8 de Julio, donde concedió franquicias al monasterio de Santa María de Rio-
seco y a Val de Cuesta, y dice allí, que lo hace «por ruego de mis amados Rodri-
go, Arzobispo de Toledo, e Martín, Obispo, e Juan, Obispo de Osma, mi canciller.»
(3); el 10 de Agosto, en Berlanga (4) y luego desaparece de Castilla, sin duda para
ir a Ubeda. También D. Rodrigo viajó por Castilla en el mismo tiempo. En Junio
firmó en Brihuega una extensa transacción sobre siete iglesias de Estremera, con
el Maestre General de Santiago. (5) El 8 de Julio estaba en Burgos, al lado de San
Fernando, el cual se rindió en ese día a una súplica suya, según hemos visto. En
Berlanga estaba el 10 de Agosto, negociando un asunto muy curioso. Había reci-
bido, el 18 de Marzo de ese año 1234, un breve de Gregorio IX, (6) en que le apro-
(1) Cabanilles. Tom. III. p. 49 y 50. (2) Minguella. I. 555. Crónica de Alcántara. 1.1234. (3) Co-
lección de prív.M. p. 161 y 163. (4) Bul!, de Alcántara. Año 1234. (5) Original en la B. N . de Ma-
drid. Sign. 13039. f. 87 y 92. (6) Auvray. 1319.
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baba y confirmaba la adquisición del opulento monasterio de Buena Fuente, en la
diócesis de Sigüenza, perteneciente a los canónigos agustinos, procedentes de Bos-
que Bertaldo; pero aún no había hecho el contrato de la adquisición efectiva. E l
10 de Agosto lo hizo solemnemente en Berlanga, y entregó la escritura, imponién-
dose la obligación de pagar 25 pesos en oro y el mantenimiento de cuatro canóni-
gos, que habían de vivir allí constantemente bajo la regla de San Agustín. (1) Los
nuevos canónigos eran españoles. Los que se iban, tras cincuenta años de vida,
eran monjes franceses, procedentes de Bosque Beríaldo: lo que no obstó
para que Alfonso VIII, a raíz de tomar a Cuenca, les diese grandes heredades. No
se aclimataban, y añorando la patria, gestionaban la venía, para tornar a ella.
Cuando lo supo D. Rodrigo, trabajó para que los buenos monjes canónigos se
unieran al Císter, ya que, aunque víctimas de la nostalgia, eran fervorosos. Se
cuenta que para conseguirlo D. Rodrigo estuvo en el monasterio del Bosque Ber-
taldo, residencia del Superior Mayor, a la vez que en Francia trataba otros asun-
tos; pero lo que se le concedió fué que podría quedarse con la casa, bajo las indi-
cadas condiciones. Pasado algún tiempo, a eso se resolvió; pero con intención de
favorecer a los de Huerta. No lo recibieron éstos, por no convenirles. Dióselo en-
tonces el Arzobispo a la Reina Berenguela, para que la destinase a monasterio
Real. Ella se lo entregó al Infante Alfonso, hermano de San Fernando, Señor de
a
Molina, padre de la insigne D. María de Molina, mujer de Sancho el Bravo, azo-
te de Alfonso el Sabio. La suegra de Alfonso el Infante buscó monjas cistercien-
ses para Buenafuente, poco después que se marcharon los monjes canónigos, y sa-
lieron los otros cuatro, que los debió colocar en otra parte el Arzobispo. D. Rodri-
go, para que la fundación de monjas prosperase, dio bula de indulgencias, en
toda la Provincia Toledana, a los que con limosnas o ayuda personal socorriesen
a las monjas en las obras de la fábrica. (2)
De Berlanga dirigióse, al mismo tiempo que San Fernando, a Ubeda; y esta tu-
vo que ser la ausencia, en que ocurrió lo que cuenta Villanueva: Que estando au-
sente D. Rodrigo, el Obispo de Albarracín consultó al Cabildo Toledano, el año
1234, sobre la pretensión del cuarto Señor de aquella ciudad, Alvaro Pérez de
Azagra, que, contra su voluntad, quería elegirse sepultura en su Catedral. (3)
A no ser que el autor del Viaje Literario equivocara la lectura de la fecha del docu-
mento, leyendo 4 donde había 6. Se me hace algo fuerte que se le considerase au-
sente al que guerreaba en Andalucía. Tras corta pausa, San Fernando vino a Bur-
gos, donde expidió, el 18 de Octubre, la caria de donación de seis aldeas, a D. Ro-
drigo: «Como os promeíí,le dice,y di instrumento de donación de seis aldeas, dos en
el término de Hita, dos en el de Guadalajara y dos en el de Atienza; y queriéndo-
lo cumplir liberalmente, os dono esas seis aldeas, en esta forma. Dos en el térmi-
no de Guadalajara, San Andrés de Yélarnos y Tomellosa: en el de Hita, la de Val
de Salze, y no pudiéndole dar en ese término la segunda, os doy tres en el de
Atienza, Gayanejos, Ferrunuela del Valle, y Bembibre del Castillo.» «Las eximo
de toda sujeción, derecho y dominio» a mí. Ya veremos que el Arzobispo dio a to-
dos estos pueblos, junto con Brihuega, un fuero sapientísimo. Firmó la donación
el Arzobispo, que estaba presente. (4)
Mal año era este para la guerra. Dicen los Anales Toledanos II. «Cayo dada en
(1) ^Boletín déla R A. de Hist. XIV. (2) P. Mingudla. Hi,t. de Sigüenza. Año 1234. Monumentos de
España II. p. 210 (3 Viaje. III. 40. (4) Memorias... 421. limeña, (Anales de Jaén), Álvarez de la
( S C e S Í Ó n R e a l d e Bs aña A r t e
fT,'„. / P >> 2 ° ** " « " n a concuerda en decir, que sucedió esto a la vuel-
ta de Ubeda. '
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marcio e quemmo los arboles e las viñas, e la carga de asnar de las ubas valió I
maravedi, e la granada 1 soldó, e el membrillo dos sóidos; e desde la tierra de
Abila fasta Toledo non ovo olio ninguno, e valió el almud de la sal VIII sóidos.»
Ancho campo para la proverbial caridad de nuestro Arzobispo, cuyas arcas mise-
ricordiosas se abrieron en esta calamidad con la misma abundancia que el año
1214. Por eso debió ser, que ya en el resto del año no se le viera en los lugares ha-
bituales de descanso, Brihuega, San Torcuaío y otros, en que en los años anterio-
res se le encontraba.
Por Octubre de 1234 recibió D. Rodrigo de Roma una carta grave, que debía
ejecutar, asistido del Obispo de Burgos y del Arcediano de la Catedral Toledana.
Gregorio IX le mandaba el arreglo de un espinosísimo negocio, que hacía tiempo
fatigaba a la Sede Apostólica, afligía hondamente al Obispo de Calahorra, Juan
Pérez, particular amigo de D. Rodrigo, y desdoraba no poco a San Fernando. E l
Papa le escribe, el 23 de Septiembre,entre otras cosas: «Hemos rogado y suplicado
muy ahincadamente a la majestad Real (de Fernando) en el nombre del Señor,
que, por la veneración de Jesucristo, de la Sede Apostólica y nuestra, restituya al
Obispo (de Calahorra) su Iglesia y sus bienes; y que desagraviándole a él y a sus
partidarios de las injurias inferidas, y cesando en lo futuro de molestarles, compe-
la, con la autoridad recibida del cielo, al citado Noble (Diego López de Haro) y lo
mismo a los demás, a que desistan de inferir molestias al predícho Obispo, sobre
las cosas referidas; de modo que en adelante merezca más ubérrima propiciación
divina, y podamos nosotros encomiarle, en el Señor, a su excelencia, con dignas
alabanzas. En consecuencia, por letras apostólicas, en virtud de santa obediencia
terminantemente mandamos a vuestra discreción, que presentándoos personal-
mente, dentro del mes, ante el mismo, y entregándole la carta, que sobre esto os
enviamos, le amonestéis acerca de esto muy instantemente, y procuréis conven-
cerle.» (1) Retrocedamos un poco.
Una reseña brevísima nos dará a conocer la importancia de esta comisión pon-
tificia. Era D. Juan Pérez hombre de iniciativas y de arrestos. E l año 1223 obtuvo
de Honorio III el permiso de trasladar su Sede episcopal, de Calahorra a la Cal-
zada, alegando por causas, que Calahorra, por estar en las fronteras de Castilla
y Navarra, era lugar inadecuado para gobernar pacíficamente la diócesis, por las
frecuentes guerras de los dos Reinos. Pero lo rechazó el Cabildo de la Calzada,
secundado por toda la diócesis. La Corte de Castilla lo recibió mal; porque el
Obispo venía a dominar donde ella dominaba. Consintió que en su nombre, Lope
Díaz, Conde de Haro, cometiese, entre otros, el atropello de lanzar de la Calzada
ignominiosamente al Obispo, el cual, huyendo, se fué a Roma, en 1226, habiendo
antes excomulgado al de Haro. El Padre Sanio ratificó esas censuras del Calagu-
rritano. Más aun, consiguió del Arzobispo D. Rodrigo, del de Tarragona y del Obis-
po de Burgos, que publicasen en las provincias eclesiásticas de Castilla y Ara-
gón, que Lope Díaz y sus secuaces estaban excomulgados, como traidores a la
Iglesia. Gregorio IX encomendó al Cardenal Legado, Juan de Abdeville, que exa-
minase la causa, que tanto escandalizaba a España, y después de hacerlo, declaró
que estaba bien hecha la traslación, y que Calahorra y la Calzada gozasen de igual
categoría y dignidad en todo. Lo confirmó el Papa el 17 de Noviembre de 1228. (2)
Después de esta decisión todavía fué peor la conducta de la Corte de San Fernan-
do, y en particular la de Diego López de Haro. Éste repitió la expulsión del Obis-
po y de los canónigos favorables al mismo, confiscó los bienes de los favorecedo-
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res, so graves castigos impidió que circulasen las censuras íulminadas por el Obis-
po, soltó las voraces pasiones del populacho calagurritano, que colmó de llantos
la comarca entera. La Corte no frenó tales excesos, y aún dio motivo para que el
Papa le amonestase por medio del Obispo de Burgos; pero siempre continuó en
oponerse a la traslación decretada por Roma. Por último Gregorio IX, en 1233, ci-
tó a Roma ambas partes. Acudió el Obispo, pero no la parte opuesta, que siguió
acrecentando el número de sus desmanes hasta el punto de que, según el Papa,
servíase de tropas agarenas para cazar clérigos adictos al legítimo Pastor, que
obedecían a sus mandatos.
Cuando en tan culminante y tenebroso momento se hallaba este enconado nego-
cio, tuvo el Papa la celestial inspiración de darle un giro completamente nuevo.
Apeló al procedimiento de la monición fraternal, dejando por el instante el del
Tribunal, poniendo por intermediario al personaje más influyente de la Corte cas-
tellana y de la Iglesia española, asociándole dos compañeros, para obtener de
San Fernando la solución justa, y la reparación ejemplar de todo lo hecho torci-
damente. En consecuencia, dirigió a D. Rodrigo y a los dos mencionados compa-
ñeros el encargo, que hemos visto, añadiendo, que lo más pronto posible partici-
pen al Papa el resultado de su gestión. Fué mejor de lo que podía augurarse.
San Fernando accedió cuando oyó al Arzobispo de Toledo lo que pedía el Papa,
sin que sepamos qué reflexión le movió. Exigió sin embargo que el Obispo de Ca-
lahorra le diera la propiedad del Señorío de Santo Domingo de la Calzada,
al precio de lo que valía. (1) Un respetable escritor (2) ha justificado la
conducta de San Fernando con decir que, «subido al Trono en hombros de sus
parciales... tuvo que pasar en su juventud por esta y otras maldades.» Ineficaz de-
fensa; porque cuando se inició este asunto, San Fernando era veterano en el Tro-
no. No se puede excusar de alguna culpa al Santo Rey, sin duda por ofuscamien-
to y sobrado amor a sus derechos. E l principal autor de muchos vejámenes fué el
Señor de Haro. En este mismo año su primo, San Luis de Francia, dio el decreto
por el cual sujetaba los clérigos a la jurisdicción del Rey, en causas civiles, sin
hacer caso a la exención del fuero eclesiástico. No se pida de los santos todo
santidad, sin los lapsus inevitables de la vida humana. D. Juan Pérez debió por
tercera vez el triunfo a los empeños de su acendrado amigo y protector, que en
esta ocasión hubo de abogar en su favor con toda su autoridad. Menos mal que el
Papa apreció y utilizó su no común prudencia, comisionándole la visita canónica
de los monasterios pontificios de toda España, durante el destierro de su diócesis.
En este año lamentó D. Rodrigo la muerte del Rey de su patria nativa. Sancho
el Fuerte de Navarra murió el 7 de Abril de 1234 en Tudela, y con él se acabó la
viril dinastía indígena, que por vastago varonil se propagó durante cuatro siglos,
desde los albores de la Monarquía. Este Rey fué el lidiador más popular de las
Navas de Tolosa, y símbolo de lo que es y fué su propio Reino, valor, hazañas y
desmayos. Encomió Rodrigo sin tasa el privilegio de su valor legendario, y le cen-
suró hasta el rubor, cuando le vio regresar del sarraceno, cargado de riquezas,
mas sin la gloria, que buscaba, a su Reino, disminuido durante su ausencia en su
tercera parte, por la espada de su rival, Alfonso VIII de Castilla. No escocería la
justa censura si naciera de la justicia, y no del descariño, y a la par, que una gra-
titud exagerada no enmudeciera a su pluma para no calificar con los epítetos, que
(1) Pare este estudioi hay que leer las muchas bulas del Regestum HotiorU. (Años 1223 a 1227.) de
Gregor,o. Auvray) ns. 247 594, 616, 11,3, 1666 y . P „anst. 9094. 1.a Puente. Hist. Ec. de Españ'-
1 6 8 1 0
t. IV. Ub. IV. p. 185. (ed. 2.) P. Serrano. D. Mauricio, p. 109 y 112. ) La Fuente ut supra.
l2
-296-
tiene ante la ética y la nobleza, la conquista de Álava y la agregación de Guipúz-
coa. La memoria de Sancho se parece mucho en gustos culturales a la del mismo
D. Rodrigo. Y va orlada, no sólo de las más gloriosas cadenas de la reconquista,
sino escoltada también de esas naves del arte, Roncesvalles, la fíligranada Oli-
va, la Catedral de Tudela.
Fué este año notable por haberse planteado de una manera vigorosa en Roma,
varios asuntos graves y controvertidos, que por fin arrastraron a la Corte pontifi-
cia, dos años después, a D. Rodrigo. Resurgió primero la disputa de la Primacía
con el Compostelano, que andaba ya en los Tribunales, con algún calor, desde
1231. En este año sin embargo versaba la disputa especialmente sobre los agra-
vios hechos por el Arzobispo de Santiago al Toledano, en el curso de la contro-
versia, y sobre eso D. Rodrigo citó al Tribunal del Papa a su adversario, según
consta por la bula del 18 de Septiembre de 1231. (1) No sé qué sentencia recayó.
En 1234, el 4 de Mayo, Gregorio IX manda a los Obispos de Segovia y Salaman-
ca y al electo de León, que formen un proceso con todos los artículos y atestados
posibles, acerca de la cuestión de la Primacía entre ambos Arzobispos. E l Papa ad-
vierte a los comisionados que el Arzobispo de Toledo, renovador de la disputa,
se ha comprometido a probar los tres puntos siguientes. Primero, que realizó actos
jurisdiccionales propios de la Primacía. Segundo, que la época que durante la in-
vasión sarracena, vacó la Sede Toledana, ha de descontarse, con otras cosas de-
mostradas. Tercero, que presentará los documentos de los Romanos Pontífices, que
hacen referencia a la Primacía. Además el Papa atestigua que formalmente está
incoada la causa ante su Tribunal, por medio de los procuradores de las partes
litigantes; y encarga a los comisionados, que, empezando sus trabajos el día de to-
dos los Santos, remitan el proceso a Roma para fines del año, y señalen plazo a
los contendientes, para que se presenten ante el Papa, a oir sentencia.
Tres bulas firmó Gregorio IX el 26 de Junio de 1234 para D. Rodrigo. En
la primera exhorta al Toledano, a que no demore la restauración de los Obis-
pados en las Sedes primitivas, en vista de que tanto se habían extendido los do-
minios cristianos por el esfuerzo de San Fernando y de su padre y predecesor, Al-
fonso de León. (2) En la segunda faculta el Papa a D. Rodrigo, al Arzobispo de
Compostela y a los Obispos de Segovia y Astorga, por súplicas de San Fernando,
para que puedan absolver a todos los soldados de la hueste del Rey, que vayan
a pelear contra los sarracenos, de la excomunión, que contrajeran, violando el ca-
non de los que hirieren a los clérigos. (3) E l contenido de la tercera, también ex-
pedida por las noticias transmitidas a Roma por San Fernando y dirigida a don
Rodrigo junto con los tres Prelados mencionados, es de tal importancia que ha
pasado a ser uno de los artículos de las Decretales. (4) Según referencia del Rey
de Castilla, algunos hombres habían llegado al abominable cálculo y perversidad
de cometer homicidios y mutilaciones en las Iglesias y cementerios, pretendiendo
por otra parte eximirse del brazo secular, amparándose en el privilegio del asilo
eclesiástico. E l Papa dictamina así: «Para que no se abra más libre camino a los
excesos, ni se dé mayor osadía a los presuntuosos a para delinquir, debiendo ser
castigado cada uno en su delito, y en balde invoque el amparo de la ley quien de-
linque contra la misma, os mandamos, que anunciéis públicamente, que los tales
(1) Reg. de Gregorio IX. Vide Año y día. (2} Liber priv. II. fol. 115. Auvray. 1939. Ap. 112.
(3) Auvray. 1988. (4) Auvray. 1987. Corpus Juris. Decret. Greg. IX. Lib. III. T. 49. C. 10. ¿Qué de-
cir de los eruditos, que atacan las Partidas porque nacionalizó el asilo eclesiástico y otras leyes de la
Iglesia, ante este hecho y otros?
-297—
no deben disfrutar del privilegio de la inmunidad, de que se hacen indignos.» Tan
fea costumbre debía ser más generalizada de lo que pudiera creerse, porque el Pa-
dre Santo da una disposición para los dos Reinos de Castilla y León, y eso se lo
suplicaba San Fernando.
El día siguiente de esas bulas, Gregorio nono firmó otra contra D. Rodrigo. En-
carga en ella al Obispo de Cuenca y al Arcediano y Deán, de la misma, que pro-
cedan en contra del mismo, por cuanto sin derecho, detiene algunas villas y otros
bienes no comprendidos en el pleito principal, que exigían los Santiaguistas. (1)
El mismo Obispo con otros asesores le sometió también, por otra bula, a un in-
terrogatorio sobre la administración de la diócesis de Segovia. (2) No aparecen
cargos contra el Arzobispo; el cual, el 3 Enero de 1235, estaba en Bliecos, su anti-
gua posesión materna, donada por él a Huerta; y en este día hizo a los hortenses
otra donación insigne; les dio la escritura de que les concedía para después de
sus días elí'gran tesoro de su biblioteca. (3) D. Rodrigo en este año 1235 cumplió
dos comisiones papales. Una del 23 de Enero, en que se le mandaba examinase
los grados de consaguinidad de Lope Díaz de Haro con su mujer. Tenía ya seis
hijos. La otra de Abril, en que se le ordenaba que compusiera las diferencias exis-
tentes entre el Obispo y Cabildo de Sigüenza sobre las Constituciones de aquella
Iglesia. Se presentó allí y lo arregló a satisfacción de todos. (4)
Hasta el 3 de julio de este año no hay noticias. En este día D. Rodrigo escribió
al nuevo rey de Navarra, D. Teobaldo, la curiosa carta de reconocimiento del usu-
fruto temporal de una villa suya. Le dice así, después de la introdución. «Yo, el
dicho Arzobispo, he recibido de D. Teobaldo, ilustre rey de Navarra, Champaña
de Brie, Conde de Palacio, en beneficio, el castillo de Cadreita y toda la villa con
todas las pertenencias y derechos suyos, que se sabe que pertenecen al derecho
real, para que poseamos pacífica y tranquilamente ese castillo y la villa durante
todo el tiempo de nuestra vida. Mas después de mi muerte sean devueltos libre-
mente y sin oposición alguna, de buena fe, al mismo rey, o sus herederos suceso-
res, dicho castillo con su villa y posesiones y todo lo demás, que he recibido, como
grato beneficio, sin que por esta concesión adquiera en lo sucesivo derecho alguno
ni la Iglesia de Toledo ni algún pariente mío. Para que acerca de esto no se origi-
ne duda alguna, he mandado escribir la presente letra de testimonio, sellada con
mi sello. Dado en Brihuega, 3 de julio, año de la Encarnación del Señor, 1235 era ;
1273.» Documento elocuente, que nos asegura cuan pronto Teobaldo I de Navarra
se quiso honrar, dando una prueba noble de satisfacción y afecto al hijo más glo-
rioso del reino, que acaba de recibir en herencia, de manos de los navarros leales
a su dinastía, los cuales, presididos por el Obispo de Pamplona, D. Pedro Ramí-
rez, muy íntimo del Arzobispo de Toledo, como vimos al tratar de él, cuando era
Obispo de Osma, fueron a la Champaña, a ofrecerle la corona, que le correspon-
día, y conducido a la capital de Navarra, fué ungido rey en la Catedral por el
mismo Obispo, sin que prosperara el descabellado'pacto de mutuo ahijamiento y
sucesión a la corona, que habían firmado en Tudela, ante San Pedro Nolasco, el
26 de febrero de 1231, Sancho el Fuerte de Navarra y Jaime el Conquistador de
Aragón. La donación prueba que D. Rodrigo era uno de los navarros partidarios
de la rama dinástica directa de su nación, (5) y que no dio valor alguno al pacto
(1) Bull. S. Jacobi. p. 104. (2) Ap. 118. (3) Dice Cerralbo que él la publica el primero. Pero no
es asi. Esta impresa en Manrique. Anales. Año 1230. (4) Auvray. 2403 y 2509 (3) Teobaldo era
sobrino de Sancho el Fuerte, cuya hermana, Doña Blanca, estaba casada con el Conde de Champaña.
Como no sobrevivió al rey sucesión directa, el hijo de Doña Blanca heredó el trono navarro. Se coro-
nó el 8 de mayo de 1235.
-298-
de Tudela. Concurrieron también otras circunstancias, sin duda dignas de saberse,
en esta donación, que de cierto se consignaron en el documento de la concesión de
la villa. Pero se halla oculto, si no se ha perdido, y no sólo ese, sino también otro
semejante del ofrecimiento de la villa de Arguedas por el mismo rey a nuestro Ar-
zobispo, y la escritura de aceptación de la misma, redactada en análogos términos.
Escribe el P. Moret. «En el Archivo de la Cámara de Comptos se hallan dos cono-
cimientos del Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez, y ambos con su sello, y
del año 1235, por los cuales reconoce que tiene por merced del rey Teobaldo a
Cadreita y Arguedas por su vida. Que es nuevo indicio de que corría y se conti-
nuaba la familiaridad grande, que tenía ahora el rey Teobaldo con el Arzobis-
po....» (1) E l anuncio de tan sugestivos documentos abre ante los ojos del histo-
riador, ávido de noticias de las relaciones de D. Rodrigo con su patria, un hori-
zonte indescifrable de estériles conjeturas. No se encuentra ni un dato más, que
pueda ilustrar punto tan interesante. Teobaldo concedió en usufructo vitalicio al
Arzobispo, Cadreita, para testimoniar su aprecio, sin duda porque esa villa había
sido antes de su padre y de su abuelo, que se llamaron con el apelativo de Ca-
dreita más frecuentemente que el de Rada, como sabemos, y la hermana de D. Ro-
drigo, monja en ias Haigas, así firmó siempre. A la muerte del padre del Arzo-
bispo adquirió la villa la familia Vidaurre, de cuyas manos la rescató Sancho el
Fuerte en 1218, dando a los dos hermanos, Juan y Gil de Vidaurre, cuatro pueblos
en la montaña, a cambio de Cadreita. (2)
El 5 de noviembre murió en Toro la virtuosa esposa de San Fernando, Doña
Beatriz de Suabia, de la que el Arzobispo dice, que fué sepultada en las Huelgas
de Burgos, al lado de Enrique. (3) Se sospecha que fué larga su enfermedad, pues
el rey no salió a campaña este año, si bien una parte de sus tropas iban circunva-
lando la ciudad de Córdoba, aunque a respetable distancia, para poder con el
tiempo formalizar el asedio. De suponer es que D. Rodrigo acudió a consolar la
Corte y solemnizar las exequias de la noble difunta, acompañándola a su última
morada terrestre, como lo había hecho con los reyes y los Infantes hasta entonces,
y era costumbre de todos los Prelados del reino, que pudieran asistir.
Mucho pesaba ya en Roma la causa de D. Rodrigo y del Arzobispo de Compos-
tela, y Gregorio IX hacía todos los esfuerzos para resolverla pronto, con el fin de
dar paz a las Iglesias de Toledo y Santiago, que después de la unión de las coro-
nas de León y Castilla tenían que comunicarse más, y por lo mismo había más
ocasiones de choques. Desde luego el Compostelano había reconocido, sin poner
reparo alguno, al Toledano su preeminencia y prioridad en los actos oficiales pú-
blicos del reino unido, porque desde el principio, el Toledano comenzó a estampar
su firma en los documentos reales el primero de todo el Episcopado. Pues ya las
cartas primeras de León llevan la firma de D. Rodrigo antes que la del Arzobispo
de Compostela. Pero esto era poco, y D. Rodrigo tenía el mayor empeño para que
(1) \nales... Lib. XXI c. 1. No sé qué suerte habrán corrido los dos documentos de oferta de Don
Teobaldo, que nos habrían dado tantas luces, y el reconocimiento del de Arguedas. Me choca también
que en el Inventario de Martín Péríz de Cáseda sólo se mencione el de Cadreita. Arigita. Documentos
Inéditos, n. 264. (2) Uno de estos dos caballeros Vidaurre fué padre de la famosa Señora Gil de V i -
daurre, que se casó morganáticamente con Jaime el Conquistador, del cual tuvo dos Infantes de Ara-
gón, harto célebres en la historia. E l monarca aragonés no fué fiel hasta el fin a la mujer, que más
hechizó su alma durante su vida. Gil de Vidaurre tenazmente luchó para que se reconociera su enla-
ce, con el apoyo de los Papas, pero sin éxito. Tras una vida borrascosa en el mundo, se encerró en la
Zaidía de Valencia, donde asombró a los coetáneos con su penitencia y virtudes. Corríjanse los gro-
seros errores de Vicente de la Fuente acerca de ella, en la Híst. Ecl. La penitente navarra murió como
santa. (3) Lib. IX. c. 15.
-299-
Roma sentenciase en pleito tan importante; porque seguro estaba él que la senten-
cia le favorecería, y todos lo veían así. Pero a su empeño oponía la Providencia
nuevos obstáculos. Uno de estos fué la muerte del Obispo electo de León, tercer
juez de la causa. E l Papa le sustituyó con el Obispo de Burgos, (6 de mayo de
1235) y tuvo que cambiar los plazos para los sumarios. Antes había mandado que
en otoño de 1236 los jueces presentasen en Roma los sumarios en forma, y que
D. Rodrigo y su contricante estuviesen ante su presencia, para oir la sentencia de-
finitiva. Ahora dispone que podrán tomar tiempo, para sumariar el proceso,
hasta Navidad de 1237, y aún más, si hace falta, y les encarga que ellos fijen la
fecha, en que los Arzobispos han de estar en el Tribunal del Pontífice Romano.
Esta dilación de la causa hizo innecesario el viaje de D. Rodrigo a Roma en
1236. (1) Mas aquí está el enigma: esta dilación motivó el viaje de nuestro Arzo-
bispo al Tribunal de Gregorio, en estejnismo año. He aquí su solución. En tanto
que así se entorpecía esa causa, tomó un aspecto alarmante la cuestión de D. Ro-
drigo con los Caballeros de Santiago, que pidieron en Roma, que se les hiciera
pronto justicia, para poder tener paz y atender sin trabas, al grave negocio de las
guerras contra los sarracenos. Y como el Papa quería oir cómo argumentaba
Jiménez de Rada contra los privilegios de los Santiaguistas, pues planteaba el
problema con fuerza y con novedad, mandó a los jueces de la causa, que eran los
Obispos de Segovia, Salamanca y Burgos, que comunicaran de oficio a los Santia-
guistas y al Arzobispo de Toledo, que se presentaran en Roma para el fin de la
Cuaresma de 1236. (Bulas de 1 y 15 de marzo) Ahora bien, yendo a Roma, D. Rodrigo
no podía prestar las declaraciones necesarias para sumariar la causa de la Prima-
cía con Compostela. De aquí la forzosa dilación de ésta hasta el regreso del Tole-
dano, que podía retrasarse más o menos tiempo. Y por esa causa Gregorio IX
concedió a los nuevos jueces de la causa de la Primacía, en forma tan elástica, el
plazo para sumariarla en el término de dos o más años, y que ellos por fin señala-
sen el momento, en que debería tenerse el juicio en Roma. Si el P.Fita hubiera leído
las dos últimas bulas citadas sobre la Primacía, no hubiera escrito las siguientes
reflexiones acerca de este punto. «En valde D. Rodrigo, tenaz en su propósito,
había pasado de nuevo o Roma, cuando San Fernando se apoderó de Córdoba...
El fruto de este viaje no fué mayor, por lo tocante a la Primacía toledana, que el
del año 1217. Gregorio IX dio a D. Rodrigo nueva copia de las bulas, que concer-
nían a la pretensión.» (2) No es verdad, como se deduce de lo dicho. E l Toledano
no pudo discutir este asunto en este viaje. Ya veremos también adelante, con do-
cumentos en la mano, que D. Rodrigo obtuvo la copia de las bulas en 1239, para
discutir con el Tarraconense. En ninguna parte aparecen indicios del giro, que tomó
esta contienda, ni cómo finó. E l Bulario de Gregorio IX no trata más de ella. Yo
conjeturo que D. Rodrigo las presentó en la Curia Romana a la par que la de Ta-
rragona, y que Gregorio entonces expidió la bula, en que se reconocían los dere-
chos de la Primacía de Toledo sobre todas las Iglesias de España, después de
examinar las razones del Compostelano.
(1) Ap. 127 y 129. (2) Razón y Fe. totn. 111. p. 64. El P. Luciano Serrano incurre en el mismo error.
D. Mauricio, p.116 (3) Auvray. 2362.
-300-
pidió a otros cincuenta Prelados de la cristiandad, y a los Reyes de Castilla, Ara-
gón, Navarra y Portugal individualmente, y cosa chocante, a ningún sobe-
rano más.
A principios de 1236 D. Rodrigo libró a su predilecta Orden Militar de Calatra-
va de un inminente cataclismo, por comisión pontificia. Atravesaba por tan tre-
menda crisis que San Fernando escribía al Papa, «que había tan gran desorden en
dicha Orden que se debilitaba en lo temporal, y se le privaba al Rey del servicio
debido.» (1) La desorganización más honda estaba en la casa matriz de Calatra-
va. Los motivos eran la intromisión de los cistercienses franceses de Morimun-
do, y la relajación de la observancia regular. Al decir de seis clérigos y otros
seis caballeros delatores, de la Orden, tan grande era esa inobservancia «que ca-
si ningún vestigio de religión había quedado en la misma Orden.» (2) Delación
que se hacía medio año después de la intervención de D. Rodrigo, el cual, como
veremos luego, no pudo poner todo el remedio necesario. Sin duda la intromisión
de los cistercienses franceses provino principalmente del deseo de implantar la
observancia religiosa; pues alegaron por razón que ellos tenían derecho de for-
mar el espíritu religioso de aquella Orden Militar, por ser del Cister de Mori-
mundo. Por eso el Superior de Morimundo puso por Prior de Calatrava a un fran-
cés, y además adscribió a aquella casa caballeros franceses. Irritó a los Caballeros
españoles este nombramiento, que era contrario a la costumbre; pues los Calatra-
vos elegían sus Superiores. Y lo peor fué, que los franceses procedieron sin tino,
atreviéndose a obrar contra las legítimas costumbres, hiriendo con insolencia los
sentimientos patrióticos con temerarias iniciativas, por desconocer la índole na-
cional de España. Llegó con esto el mal a lo más crítico. A l enterarse de esto, el
Papa mandó al Abad de Morimundo, que pusiera oportuno remedio, y que de lo
contrario, lo haría el Arzobispo de Toledo, en cumplimiento del orden, que se le
había dado. (3) Como el Abad dejó transcurrir el plazo para que lo pusiera, don
Rodrigo, en compañía de sus sufragáneos de Cuenca y Segovia, se presentó en
Calatrava, y organizó la Comunidad conforme a los estatutos de la fundación, y
recomendó con celo y energía la observancia fiel de la regla. Por eso a principios
de 1236 mandaba en Calatrava un Prior español, con los demás asistentes estable-
cidos por los estatutos de la Orden. (4) Hecho esto, D. Rodrigo se retiró, porque
tenía que acudir a Roma, para defender sus graves asuntos y obedecer al Papa. En
Calatrava quedaron aun muchas semillas de desorganización. Los franceses anun-
ciaron que iban a borrarlos de la filiación espiritual; ya que eran malos religiosos
y se negaban a recibir la formación cisterciense. No pocos continuaban sin refor-
marse. Muchos alborotaban, con razón, contra el Maestre General, Gonzalo Yáñez,
gran soldado, pero gallego litigante insuperable, al que acusaban de usurpador
de la primera dignidad de la Orden, por violencia. (5) En fin, un núcleo fuerte de
españoles se inclinaba a admitir una intervención francesa prudente, con el fin de
introducir, no sólo una sana reforma orgánica, sino también la reforma interior
verdadera. En tales circunstancias se congregó el Capítulo General de la Orden,
en la segunda parte de 1236, para hacer las cosas a fondo. En la reunión prevale-
ció un sano criterio mixto; y así se admitió, que el Maestre y los demás cargos se
mantuvieran según las primitivas normas, pero que el Abad de Morimundo nom-
brara el Prior y un Visitador de su gusto. Con aplauso general se recibió esto, que
confirmó el Papa en Enero de 1237. Como se ve el Capítulo General destruyó par-
(1) Manrique. Anales. C. 8. n. 11. Ap. 123. (2) Auvray. 3320. Bula del 18 de Septiembre de 1236.
(3) Manrique. Anales. 1236. C. 6. (4) Manrique. Anales. 1236. C. 6. (5) Auvray. 3320.
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íe de lo establecido por D. Rodrigo y conservó la otra parte. Podemos repetir con
el Analista Manrique: «Si dolió a Rodrigo, Arzobispo de Toledo, que se revocara
de esa manera lo que había establecido él, es cosa dudosa. Lo que consta es que
renovó en este tiempo contra Calatrava el pleito, que estaba adormecido casi ha-
cía diez años.» (1) De esto segundo se hablará adelante, en lugar propio.
D. Rodrigo se fué a Roma en la primavera de 1236. De resbalón nos da él
mismo la noticia de esta visita al Papa, diciendo, al contar la consagración de la
mezquita de Córdoba, ciudad conquistada el 29 de Junio de 1236, «que Juan, Obis-
po de Osma, Canciller de la Cámara Real, hacía las veces de Rodrigo, Primado
de Toledo, que en aquel tiempo estaba en la Sede Apostólica.» (2)
Arriba expusimos los puntos capitales de este asunto, al resumir las quejas de
D. Rodrigo en 1231. En los cinco años transcurridos, desde entonces hasta 1236,
Jiménez de Rada agravó la situación de los Santiaguistas con medidas más duras,
no queriendo vivir in statu quo, en los cuatro años de espera, que iba a tener la
causa. Diciendo que le asistía el derecho común y que tenía también privilegios
particulares de Roma, prohibió la administración de los sacramentos en las igle-
sias de los Santiaguistas, y declaró nulos los matrimonios celebrados allí. Prohi-
bió recibir óleo y crisma de ningún Obispo a los diocesanos de esos lugares; y ba-
jo excomunión el ir a los mercados de esa Orden, favoreciendo, en cambio, con
indultos, a los que concurrieran a sus mercados. En fin les estrechó con más apre-
miantes y frecuentes litigios en casos particulares. (3) Viéndose los Santiaguistas
ian encadenados, y aún casi hostigados, suplicaron al Padre Santo que se apresu-
rara a hacerles justicia. También tenía prisa D. Rodrigo de salir triunfante de sus
intentos, y acabar de uña vez las luchas con adversarios tan'poderosos. ¿Cómo de-
fendió D. Rodrigo su doctrina y su conducta con los Caballeros de Santiago? E l
mismo gran Papa, autor de las Decretales, se encargó de remitir a la posteri-
dad !a síntesis ordenada de la poderosa y consíriñente argumentación de D. Ro-
drigo, para destruir los dos principios de la exención de los Santiaguistas, en la
amplitud, que ellos entendían y practicaban, en la magnífica Bula, que el inmortal
Pontífice publicó para dar a conocer, tanto esa argumentación, como las resolu-
ciones, que ha dado sobre las diversas conclusiones, que proponía Jiménez de Ra-
da. Para hacer ver debidamante la solidez, la profundidad, la agudeza, la consu-
mada maestría dialéctica y canonista, como la erudición exquisita del derecho,
del Arzobispo D. Rodrigo, habría que traducir literalmente esa preciosa y extensa
Bula, dirigida al mismo Prelado, y que empieza así, hablando con el mismo: «Vi-
niendo tú a la Sede Apostólica, procuraste exponer en nuestra presencia.»"^)
Bula que se expidió el 15 de Diciembre de 1236. He aquí los resultados, que obtu-
vo D. Rodrigo, con su impugnación famosa, que tanto interés tenía en oir el Papa,
para dar interpretación solemne y auténtica de los privilegios, concedidos por Ale-
jandro III a los Santiaguistas.
Estos pretendían tener exención total de los Obispos en virtud de esta cláusula:
«Os recibimos como hijos especiales y propios de la Iglesia Romana.» Gregorio
IX,declara, en conformidad con los argumentos de Jiménez de Rada, que ese ar-
tículo no les concede tal exención.
k Pretendían los Santiaguistas que por lugar desierto, para edificar pueblos y for-
mar parroquias independientes del Diocesano, se entendía cualquier lugar, en que
no estuviera organizado el servicio parroquial. D. Rodrigo lo rechaza en absoluto.
(1) Manrique. Anales. 1236. C. VI. (2) Lib. IX. C. 17. (3) Bulas del 1 y 15 de Marzo.
(4) Ap. 137. Otra idéntica dirigió a la Orden Militar de Santiago, para intimarle sus decisiones.
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Declara Gregorio IX que se ha de entender «que es el que no ha sido habitado
ni cultivado de tiempo inmemorial y que se halla en poder de los sarracenos.»
Con esta interpretación el Papa desecha a la vez las dos extremadas y opuestas
interpretaciones de D. Rodrigo y de los Santiaguistas. Sostenía D. Rodrigo que
por lugar desierto entendió el Papa, que les dio el privilegio, (Lucio II) que era un
lugar jamás sometido a ninguna diócesis, ni jamás cristianizado. Se lo niega el
Papa, diciendo, que eso era imposible, y añade que se ha de entender un territo-
rio deshabitado, en que se crea un pueblo con iglesia propia y límites propios,
aunque hubiera sido de una diócesis determinada. En este caso pueden los San-
tiaguistas poblar territorios, crear parroquias y administrarlas por clérigos nom-
brados por ellos, con tal que los sometan a la confirmación y aprobación episco-
pal competente; mas el Obispo no tiene derecho a cobrar nada, si se hizo con
licencia pontificia, ni puede fulminar censuras locales, sólo sí en razón de los feli-
greses, que están sujetos al Obispo. A su vez a los Santiaguistas les restringe el
derecho de ocupar cualquier punto de la diócesis ya sometida a la acción pacífica
del diocesano. Pretendía el Toledano que los Caballeros le debían tributo ecle-
siástico de lo suyo y de lo que adquieran por medio del trabajo de los extraños.
E l Papa se lo niega. Le concede que los feligreses diocesanos están sujetos a las
censuras episcopales,y manda que los Santiaguistas cierren sus iglesias, cuando el
diocesano promulgue tales disposiciones. Como se ve por estas resoluciones, el
Papa dio la razón a D. Rodrigo en los puntos capitales, particularmente respecto
de la exención, que era lo más fundamental. En lo secundario distinguió sabia-
mente, singularmente en lo relativo a la inteligencia del sentido que tenía el lugar
desierto. Encesto la interpretación radical del privilegio por D. Rodrigo, hacía
irrisorio el mismo privilegio. Con la interpretación pontificia se salvaba el privi-
legio y se evitaba que los Santiaguistas se metieran en las diócesis ya rescatadas
de los moros.
Todavía no había obtenido esta contestación del Papa, cuando fué acusado don
Rodrigo ante el mismo por dos eclesiásticos suyos. Dos Racioneros de su Cabil-
do, Pedro y Gabino Pérez, presentaron, en Octubre de ese año, la serie de acusa-
ciones, que en seguida reseñaré, según lo exige nuestra exactitud histórica. Digo
en Octubre; porque el 31 del mismo mes anunció el Cardenal Auditor cómo se le
había presentado el libelo. Firma en Rietí, donde estaba el Papa desde Agosto,
y estuvo hasta Diciembre, fecha en que se trasladó a Terni, seguido también de
D. Rodrigo, que naturalmente no se apartaba de la Corte pontificia. Esto prueba
cómo yerran los que escriben, que D. Rodrigo pasó a Roma este año, para defen-
derse de esas acusaciones.
Acusan a Jiménez de Rada de atropellar los estatutos de su Cabildo en la cola-
ción de las prebendas, en la administración y uso de los bienes, y en la parti-
cipación, que da a los judíos en la administración de esos bienes, violando así las
leyes aprobadas por un Legado del Papa. Ese Legado era el Cardenal de Sabina,
Juan de Abdevílle, tan elogiado por D. Rodrigo, al cual sometió el mismo Arzo-
bispo, en unión del Cabildo primacial, la Constitución, que debía regir la vida ca-
pitular. La aprobó el Legado el 3 de Junio de 1229, en Ocaña, según aparece en el
documento del Líber privilegiorum Ecclesiee Toletanae. I. fol. 22. Según esa Cons-
titución, consta el Cabildo Toledano de cuarenta Canónigos residentes, y treinta
Racioneros residentes, de los que deberán elegirse, en las vacantes, los Canónigos
residentes; y acusan al Arzobispo, que siempre pospone los ¿Racioneros antiguos
y residentes, y concede las canonjías, a no residentes, a los extraños y a benefi -
ciados; y se ha llegado al caso, que ha conferido tantas canonjías y raciones de
-303-
esta manera arbitraria, que de los cuarenta Canónigos y treinta Racioneros, no
hay al presente en la Iglesia Toledana más que ocho o nueve Canónigos y, pocos
Racioneros «oriundos de la Patria» que sirvan continuamente.
En cuanto a los bienes, que corresponden al Cabildo, por voluntad de los fun-
dadores, y han de servir en beneficio de la mesa común, lo mismo que el dinero,
libros y otras cosas, en que tiene el Cabildo participación justa, el Arzobispo los
detiene y aprovecha. Enumeran larga lista de villas y pueblos así detenidos.
Ha arrendado ilegalmente en beneficio propio y del Arcediano de Madrid, (que
era entonces su sobrino Martín Jiménez) la villa de Illescas, y con otros fines, tres
villas más, en perjuicio de la mesa común.
Cobra el mismo Arzobispo, y en parte arrienda en provecho propio, los emolu-
mentos de los beneficiados no residentes, (excepto por causa de estudio, que en
este caso era legítima la falta de residencia) que, según los estatutos, deben acu-
mularse en beneficio de la mesa común del Cabildo. Añaden los acusadores, que
es pingüe la utilidad, es decir, de tres áureos diarios.
Ha arrendado villas y bienes de la mesa común sin consentimiento, y ha usur-
pado otros derechos lucrativos del Cabildo, gravando a los vasallos de la Iglesia.
La acusación sobre los judíos es así: «Como ha puesto como administradores
de la mesa común a los judíos, que defraudan a la misma y a los asociados de la
iglesia con usuras, ellos entran por la mitad de la iglesia en el Cabildo, no sin
grave y grande escándalo del pueblo cristiano. Ellos cobran las décimas y tercias,
dominan en los vasallos y posesiones de la Iglesia, y se han enriquecido no poco
del patrimonio del Crucificado, y hacen cosas más detestables.» Intentó además
contra la Constitución, dividir raciones y fundar capellanías, para hacer con ellas
todo a su talante; se interpuso la apelación en contra, para evitar el perjuicio del
Cabildo y del Arzobispado; pero sin hacer caso, nombró Canónigo al Maestro Pe-
dro Jiménez, y Racioneros, a los Maestros Guillermo y Pedro de Bayona, y solici-
tó letras para establecer capellanías, sin hacer alusión a la apelación.
En fin denuncian, que a ellos y a los poquisimos, que residen, a pesar de no te-
ner de qué vivir, se les obliga a suplir las semanas de los ausentes en los oficios, y
soportar el servicio de'la Iglesia, mientras que los no residentes tienen canonjías y
pingüísimas rentas.
¿Eran verdaderos todos estos graves cargos? ¿Eran fruto de la pasión y de la
codicia? No sabemos qué suerte tuvieron en el Tribunal del Papa. E l único vesti-
gio de que se dio un paso más por parte del Cardenal Otón es, que en el Archivo
de Toledo, bajo el rótulo «Arzobispos» se consigna la existencia de una carta su-
ya, dirigida al Cabildo Toledano, así: «Letras citatorias de un Auditor del Papa al
Cabildo para que comparezcan a probar las quejas dirigidas contra D. Rodrigo.»
Ni una alusión más: ni siquiera en el hermoso decreto de la fundación de las quin-
ce capellanías, que dos años después, espléndidamente hizo D. Rodrigo, en su Ca-
tedral, y lo que es más de notar, ni tampoco en el decreto, que en 1238 dio dicho
Arzobispo, elevando a número cincuenta el número de treinta Racioneros de su
Cabildo, asignándoles igual pensión que a los Canónigos. Poca mella y ningún
resquemor debieron causar en el pecho del santo varón las acusaciones de sus
dos Racioneros. Estas expresaban que se quejaban en nombre propio y del Cabil-
do Toledano; pero el Cardenal Otón dice en su documento, que es menester que
previamente se obtenga del Cabildo citado el beneplácito, si quiere que presente
y sostenga en juicio el contenido de ese libelo; señal de que no llevaban los acu-
sadores comisión oficial del Cabildo. Hay más. E l Cardenal Otón dice a los acu-
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IGLESIA DE FITERO (NAVARRA)
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Altar, Claustro y Sala Capitular.
sadores que ellos deben litigar, no contra el Arzobispo, sino contra los poseedo"
res de los castillos enajenados, de los bienes de mesa común y de las canonjías
mal recibidas.
¿Qué opinar de tantas acusaciones? Pocas palabras diré en contestación. No
hay razón para gastar tiempo. Es seguro que no son pura calumnia, sino que con-
tienen alguna verdad. Es un libelo apasionado en que se amontonan las inculpa-
ciones, que se pueden formular, haciendo caso omiso de las circunstancias espe-
ciales y privilegios particulares, que el Toledano tenia. Hay maliciosas reticencias
de la verdad, y también afirmaciones contra ella, v. g. lo de la creación de las ca-
nonjías y capellanías sin permiso de Roma, y el mínimo número de prebendados
residentes, que dicen; pues las firmas de los documentos arrojan mayor número de
ellos presente. Recordando los enormes gastos que hacía en la edificación de la
Catedral, se explica el destino, que tenían las rentas procedentes de los bienes,
que se enumeran. Aquí deben volverse a leer las reflexiones de Vicente de la Fuente
sobre esto, copiadas en el capítulo XIV. Merece más atención lo que denuncian
sobre los judíos; pero está recargado; y por otro lado ¡eran tan excelentes finan-
cieros! En cuanto a los prebendados, que citan, y con retintín de queja los nom-
bran, a la vez que se lamentan que hay pocos oriundos de la tierra, hay que notar
que casi todos llevan apellidos navarros. Indicio claro del excesivo afecto de Ro-
drigo a los suyos.
Mientras negociaba tales asuntos en Italia, D. Rodrigo recibió la grata noticia
de la toma de Córdoba por Castilla. Mucho antes de partir de España, se ocupa-
ba el Arzobispo en esta conquista activamente, como no podía ser menos; porque
desde hacía tres años allí gravitaba el peso guerrero del Reino: allí se trababan
los combates más furiosos. En Enero de 1235 adquirió la guerra cordobesa un as-
pecto de pavor y expectación, tomando parte las fuerzas enviadas por el mismo
D. Rodrigo, quien encargó el mando de sus huestes de Brihuega al famoso héroe,
Domingo Muñoz, que se disputan Segovía y Brihuega. (1) Se lee en la historia de
esta villa: «Frente a los muros de Córdoba acampaban las tropas del Arzobispo,
yendo el de Brihuega al mando de un adalid, llamado Domingo Muñoz, natural
de dicha villa; el cual, en una noche tormentosa del mes de Enero de 1235, en con-
nivencia con los mozárabes de la ciudad, y unido a los Caballeros, llamados Mar-
tín, Luis de Argoie y Pedro Ruiz Tafur, auxiliados por dos almogávares, de nom-
bre el uno de Alvaro Colodro y el otro Benito de Bañas, logró por sorpresa en-
trar en la Axarquia, o Arrabal, abriendo las puertas a los cristianos, que se apo-
deran de la plaza, antes del amanecer.» (2) Esta hazaña conmovió al Reino, y de
todos los puntos se intensificó la afluencia de guerreros a la región de Córdoba.
Para la primavera de 1236 se habían apiñado en derredor de la antigua capital
del Califato Occidental, toda espada, toda machina, todo brazo valeroso de Casti-
lla. Allí dirigía D. Rodrigo sus miradas y pasos al lado de San Fernando, cuando
la invitación de Roma le hizo variar de rumbo. Nombró lugarteniente suyo en to-
do al Obispo de Osma, D. Juan Domínguez, Canciller particular del Rey, delegán-
dole los poderes Arzobispales. Así no pudo asistir el Arzobispo a la toma de Cór-
doba, ni reconciliar al culto de Cristo sus Iglesias, sino que lo hicieron, como él
refiere, D. Juan, su delegado, Gonzalo de Cuenca, Domingo de Baeza, Adán de
Plasencia y Sancho de Coria.
En cambio prestó servicios especiales en pro de la causa cristiana y nacional en
la Corte de Gregorio IX. Habló al Papa con el lenguaje de justa alabanza, que de-
(1) Yo diría que es un pariente de Rodrigo, según indica ese Muñoz (2) Pereja, p. 69.
—305-
za
bía hacerlo, del celo de San Fernando por la gloria y exaltación del nombre cris-
tiano, como declara el Papa, al principiar la bula de 3 de Septiembre de este año,
dirigida al mismo D. Rodrigo y a los Obispos de Burgos y Osma, expresando, que
se le ha hecho relación verbal de las virtudes del Rey de Castilla, y concede la fa-
cultad de cobrar veinte mil áureos anuales de los bienes de la Iglesia de Castilla,
por tras años seguidos. (1) Al día siguiente por otro breve mandó a Rodrigo y a
los demás Prelados de Castilla, que animasen a San Fernando a la guerra, y que
le prestasen apoyo. (2) Del 10 de Octubre son las bulas, que prohiben fulminar
censuras contra el Rey y contra la Reina, sin especial licencia del Papa. Las debió
impetrar Rodrigo, que continuó varios meses en la Corte del Pontífice. Tan espe-
cial veneración tenía el Papa a todo lo que disponia San Fernando, que mantenía
en vigor todos sus decretos. Cuando Tello de Palencia, en este mismo año pidió
que suavizase ciertas leyes respecto de los herejes convertidos, Gregorio IX le
autorizó para recibirlos con cautelas, pero le dice que no significa esto la deroga-
ción del edicto Real, que ordena que todos los herejes sean desterrados perpetua-
mente. (3) También se ve aquí la influencia de Rodrigo, ministro del Príncipe.
Anunciamos arriba con Manrique, que D. Rodrigo renovó hacia 1235 la recla-
mación de sus derechos a la Orden de Calaírava. Así fué en efecto, y seguramente
con el fin de gestionarla el mismo Arzobispo personalmente en la Curia Romana,
a la vez que lo hacía con los Santiaguisías. A este objeto elevó a Gregorio IX la
demanda necesaria, dicíéndole; que él no era inmortal; que había más de diez
años que se había debatido el litigio, y que se examinase el proceso. E l Papa ci-
tó al Maestre y Caballeros de Calatrava por medio del Abad y Prior de Val de
Iglesias, para que en el término de un año comparecieran por sí, o por procura-
dores, ante el tribunal romano, con los papeles en regla. Se les fijó, como plazo pe-
rentorio, el día de Pentecostés del año siguiente, 1236. Exigía D. Rodrigo de los
Caballeros de Calatrava que obedecieran a las leyes diocesanas, en cuanto al pa-
go de las décimas de las rentas Reales y otros tributos, y en cuanto a las relacio-
nes de los clérigos, tanto los de la residencia de Calatrava como los de todo el
Arzobispado Toledano. ¿Pero qué sucedió? Nos lo cuenta Gregorio IX, en su bula
del ó de Noviembre de 1236: «En la cual (fecha fijada) aunque compareció ante
nosotros personalmente el Arzobispo, sin embargo dicho Maestre y Caballeros ni
vinieron, ni cuidaron de enviar un representante autorizado, después de esperar
más de cuarenta días.»
Entonces D. Rodrigo reclamó del Papa con instancia que los tratara como con-
tumaces. No accedió el Papa. Se dio al Toledano por Auditor al Obispo de Ostia,
quien descubrió que no se habían cumplido bien las formalidades de la citación-
Manifestó el Maestre general que deseaba asistir personalmente, y San Fernando
solicitó favor; porque los Caballeros tomaban parte en la guerra de Córdoba. E l
Papa defirió, y ordenó nueva información del proceso a los Arcedianos de Sego-
via y Cuéllar, y al Chantre de Segovia, 6 de Noviembre de 1236. (4) Dos días des-
pués, el Papa calmó las alarmas de D. Rodrigo, declarando por un breve, que la
aprobación de los bienes, que había dado a Calatrava, a solicitud de su procura-
dor, en aquellos días, no prejuzgaba nada los derechos eventuales de la Mitra de
Toledo sobre esos bienes, sino que era una aprobación común. (5)
Por efecto de la bula del 6 de Noviembre, presentóse ante la Curia romana un de-
legado de la Orden da Calatrava, el cual se condujo en tales términos, con efugios
(!) Ap. 130. Potthast. I. p. 876. Raynaldo. Año 1 37, con fecha equivocada. Auvray. 3313.
(2) Avray. 3344 y 3345. (3) Auvray. 3347. (4) Auvray. 3347. (5) p. 36.
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y excepciones artificiosas, ante el Cardenal Sinibaldo, nombrado Auditor de los
procuradores de ambas partes, que comprobó el mismo Gregorio IX, según lo di-
ce en su bula del 29 de Enero de 1237 con claridad, que el delegado calatravense
no intentaba otra cosa que enredar y pasar el tiempo; por lo cual, después de
comprobar las trapacerías dilatorias, a petición del procurador de D. Rodrigo,
nombró una comisión de hombres buenos, que informaran en España la cau-
sa y se la remitieran a Roma. Volvió a nombrar a los dos mencionados Arcedia-
nos y al Abad de Saltos Albos, por la citada bula del 29 de Enero. (1) Aquí pierdo
la luz de los documentos, y no encuentro sobre este agitado asunto más que las
elásticas e imprecisas alabanzas de Calatrava, que estampa Ángel Manrique, para
hacer ver que los Caballeros procedían con rectitud, a la vez que hace fluc-
tuar a D. Rodrigo entre los celajes de timideces y vacilaciones, como dominado
de un supersticioso respeto a la Orden Militar, muy amada por él. (2) Cosa absur-
da tratándose de D. Rodrigo, que era todo claridad, valor, aplomo y resolución
franca. Intenta Manrique poner en buen lugar a los calatravos, por ser cistercien-
ses. Terminado el objeto del viaje, apresuró la vuelta, obteniendo primero (el 28
Noviembre) el breve, en que se manda que nadie le perjudique en sus cosas con
derecho dudoso. (3) La bula del 18 de Diciembre, tres días después de la gran bu-
la sobre la exención y privilegios de los Santiaguisías, es de cordial despedida del
Arzobispo, como lo patentiza su contexto, que es así: «Queriendo honrar a tu per-
sona; y por el honor a tí hecho, beneficiar a otros, te otorgamos por las presen-
tes, la facultad de conceder dos prebendas en la Iglesia de Toledo a dos clérigos
idóneos y doctos... Dado en Terní,» (4) Así se separaron estos dos personajes céle-
bres, que debieron agradarse por la cultura, talento, elocuencia y gran experien-
cia de los negocios. D. Rodrigo, sin atender al rigor del invierno, ni a lo avanza-
do de su edad, emprendió ss regreso. A fines de Enero atravesaba el Reino de
Navarra, paso obligado para el viaje de Roma. Se detuvo en la Corte del Rey na-
varro, D. Teobaldo, tan adicto suyo; y entonces debió interceder, a favor de Be-
renguer Climent, el cuál declara así: «No teniendo yo derecho para hacer un mo-
lino en el Ebro, Teobaldo, Rey de Navarra, a petición de D. Rodrigo Jiménez,
Venerable Arzobispo de Toledo, me dio la facultad de hacer dicho molino con
azut y cuatro ruedas en el Ebro, de modo sin embargo, que se deje libre tránsito
a las naves y demás cosas en el mismo Ebro, según costumbre.» (5) Le prohibe
el Rey vender y empeñar el molino al que sea de fuera del Reino, sin licencia del
Rey; 1 de Febrero de 1237.
Don Rodrigo reflejó la grata impresión que le produjo el conocimiento personal
del primero de los Teobaldos de Navarra, que era uno de los famosos poetas de
su tiempo y cultísimo espíritu, en su historia de los godos, al decir que era «apa-
cible, justo, pacífico y modesto para todos, el cual es ahora (1243, en que escribía
D. Rodrigo) Soberano de Navarra y Champaña; y el Señor dirija sus caminos.»
(6) Y sobre los tres hijos de Teobaldo, habidos de la Reina Margarita, lanza esta
bendición tierna: «El Señor aliente y prospere y ensalce su infancia.» (7) Los Tu-
delanos veneran un recuerdo de este paso de D. Rodrigo por su patria, en la Ba-
sílica de la Santa Cruz, a un kilómetro de Tudela, del siglo XI, honrada por los
Reyes, que vivieron en aquella ciudad. Escribe así un escritor de la misma, incu-
rriendo en pequeños yerros, que se ven luego: «La Basílica (de la Santa Cruz) co-
(1) Auvray. 47 7. (2) Anales. 36. C. VI. (3) Pottaht. Tom. I. N . 10 67. í4) Ap. 138. (5) Do-
cumento íntegro en el Cartulario de Teobaldo. f. 80. Archivo de Navarra. (6) Lib. V. C. 24.
(7) Lib. V. C. 24.
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rre a cargo de la cofradía de Santa Cruz, de origen muy antiguo, debiéndose su
fundación al Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez de Rada (se supone fué na-
tural de aquí), (1) cuando estuvo en Tudela por los años 1235, (1237) y a virtud de
la institución militar, que desde luego la dio el Rey D. Sancho VII de Navarra
(era Teobaldo) vino a titularse de Ballesteros, por ser su arma principal, yendo
a las guerras con pendón propio, entre ellas las que se tuvieron con Francia.» (2)
Figura en el pendón una ballesta con arco. De Navarra el Arzobispo se dirigió
naturalmente al encuentro del Rey de Castilla, que por Marzo de 1237 vagaba por
Burgos y Vitoria, otorgando fueros y privilegios a Motrico y Guetaria. (3) El asun-
to que preocupaba a la Corte eran las nuevas nupcias de San Fernando; pues su
madre, que según D. Rodrigo custodiaba la pureza de su hijo, no se sosegaba
mientras no le veía casado, después de dos años de viudez. La dificultad era en-
contrar una esposa de suficiente nobleza para el Rey. Por fin se pensó en Juana
de Pouthiu, pero pariente en tercer grado con cuarto, y se pidió dispensa antes
del matrimonio, a Gregorio IX, el cual despachó la licencia el 31 de Agosto da
1237, diciendo, que lo hace, abrazando a Fernando de corazón, porque, «habiéndo-
le el Señor glorificado entre los demás príncipes cristianos, dándole fama contra
los enemigos, triunfando no sin divino milagro, no se enorgulleció su corazón.»
a
(4) D. Juana era de la sangre Real de Francia; había estado casada con Enrique
de Inglaterra, pero el mismo Gregorio IX anuló la unión, por la bula del 29 de
Abril de 1236; (5) porque estaban ligados en cuarto grado de consanguinidad.
Con estos datos, hasta ahora archivados en los bularios, y no trasladados a la
Historia de España, precisamos más aproximadamente, en qué parte del año 1237
fué la boda de San Fernando en Burgos. Debió bendecirla el Primado, pero no lo
dice, sino que escribe de la nueva Reina de Castilla, a la que trató diez años, que
de «tal modo brillaba por su belleza, dignidad y modestia, que era grata a los
ojos del marido y acepta ante Dios y los hombres.» (6)
Uno de los negocios, que aguardaban el regreso del Arzobispo de Toledo a Es-
paña era la provisión y organización del Obispado de Córdoba, que tenía obliga-
ción de restaurarla en virtud de los decretos pontificios. En seguida se dio a este
asunto, haciendo dos cosas principales; demarcar los límites del nuevo Obispado,
conforme de antiguo se conocían, e instituir el nuevo Obispo. Quizás fué a Cór-
doba, para consagrar allí al nuevo Prelado. Pero el texto de D. Rodrigo sobre
esto es ambiguo. Dice: «El Rey Fernando dio renta suficiente a la nueva Iglesia.
Más tarde, habiendo Rodrigo, Primado y Arzobispo de Toledo, consagrado allí
(ibi) Obispo al Maestro Lope, con privilegio, le confirmó los réditos y le dio ade-
más Lucena.» (7) Ese ibi puede entenderse, o que simplemente consagró a ese su-
jeto para Obispo de Córdoba, o que además ejecutó los actos de la consagración
y colocación de dicha Sede en la misma ciudad, recientemente reconquistada. Lo
que trasciende de la lectura de su historia es, que el Arzobispo visitó a Córdoba
y admiró y estudió sus maravillas arquitectónicas; pues se expresa como quien
traslada al libro lo que ha visto y observado. Escribe, al hablar de las construc-
ciones del califa Issen: «Este hizo el puente, que todavía subsiste en Córdoba...
y se halla en la dirección de la puerta mayor, cerca de la fortaleza, que en su len-
gua llaman Alcázar, y procuró con tanto esmero la construcción del puente, que
(1) En efecto hay quienes tienen por natural de Tudela a D. Rodrigo, ignoro con qué fundamento:
acaso porque Rodrigo visitaba mucho a esta ciudad. (2) Sainz. .Apuntes Tíldetenos.* t. I. p. 3<¡5.
(3) Memorias... p. 430 y 433. Garibay. Ub. XIX. C. 39. (4) Auvray. 3847 y 3848. La primera bula es
para la esposa, la segunda para Fernando. (5) Auvray. 31 5. (6) Líb IX. Capítulo último.
(7) Ub. IX. C. 17.
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él mismo trabajaba personalmente y dirigía el plan de la obra.» (1) Además, inme-
diatamente después de narrar el hecho de la consagración del Prelado, prorrum-
pe en una bellísima descripción de las excelencias y encantos de la ciudad con-
quistada, diciendo: «Y tan grande es la abundancia, amenidad y fertilidad de
aquella urbe, que, oyendo el elogio de tan grande ciudad, de todas las partes de
España, dejando su patria, afluían habitadores y futuros pobladores, como a bo-
das Reales; y de tal modo se llenó de habitantes, que faltaban casas para los po-
bladores y no pobladores, para las casas.» (2) Téngase en cuenta que desde el año
de la conquista, San Fernando anduvo yendo y viniendo de Córdoba; ya porque
se transformó aquella plaza en centro de las empresas guerreras sucesivas, ya pa-
ra organizar la vida civil de la ciudad y de su comarca, harto estrecha al princi-
pio, ya para fomentar las nuevas huestes, que pedía la cruzada de tres años, con-
cedida por Gregorio IX, en 1236. En esos repetidos viajes tenía que acompañarle
el Arzobispo. Por fin, como éste cuenta en último capítulo de su historia, se le en-
tregaron multitud de poblaciones de toda la ancha región cordobesa. Así se ase-
guró la gloriosa conquista de la corte más espléndida de los árabes de España,
que ya el emperador Alfonso VII había tomado, pero como le censura D. Rodrigo,
puso en el riesgo de perderla, poniéndola, dice «con consejo menos sano» en ma-
nos de Avengaria, que se le había entregado, exigiéndole inútilmente previo ju-
ramento de fidelidad. (3) Para dar sensación de desagravio nacional y de triunfo
poderoso, de orden de San Fernando, se devolvieron a Santiago de Compostela,
las campanas, que el terrible Almanzor había robado del sepulcro de Santia-
go, y hediólas llevar a Córdoba y colocar en su soberbia mezquita, como señal de
resonante e insultante victoria, según refiere Jiménez de Rada. Con la narración
de la conquista de Córdoba terminó D. Lucas, llamado el Tudense, su Crónica del
mundo, la producción histórica más importante de España de aquel tiempo, des-
a
pués de las obras de D. Rodrigo. La compuso por encargo de D. Berenguela, y al-
gunos escriben que murió en 1236; pero erróneamente; pues parece indudable que
San Fernando le hizo nombrar Obispo de Tuy en 1241. Acerca de las relaciones
de D. Rodrigo con él, escribe Rohrbacher: «El Arzobispo Rodrigo tenía por amigo
a otro historiador, Lucas de Tuy, nacido en León, al principio del siglo XIII.» (4)
En otro autor español leemos: «Este Prelado, (D. Lucas) era íntimo amigo de don
Rodrigo Jiménez, sabio Arzobispo de Toledo.» (5) No sé en qué se fundan estas
dos aserciones tan categóricas y verosímiles. No he visto dato que las confirma,
a
y acaso las sugirió el hecho de que los dos cronistas lo fueron de D. Berenguela
y San Fernando respectivamente, y no dejaron de comunicarse para escribir sus
obras. E l Tudense escribió, además de su Chronicón, la vida de San Isidoro, Ar-
zobispo de Sevilla y el Tratado sobre los albigenses. Escritor docto, pío, ameno,
pero erudito crédulo, que insertó en sus obras muchas patrañas, que han en-
turbiado la verdad histórica, haciendo difícil el discernimiento entre lo cierto, lo
legendario y fabuloso.
(1) Historia Arabum. C. 20. (2) Lib. IX. C. 17. (3) Lib. VII. C. 8. (4) Hist. Liv. 72. (5) Bio-
grafía Bel. completa, tomo XII. P. 397, por J. A .
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tilla y nuestro carísimo hijo en Cristo, el ilustre Rey de Navarra, que ha tomado,
la cruz, causa razonable, para que las banderas del Bjérciío Real, que se desple-
garon ya contra los enemigos de la fe católica, se vuelvan contra los defensores
de la misma; sin embargo se refiere, que aquel, que es autor de la discordia, ha
movido al Rey de Castilla contra el Rey de Navarra; por eso se teme, que amena-
za grave peligro a Tierra Santa, y que se perturbarán profundísímamente los Rei-
nos de las Españas y de la Galia, de tal modo, que además de los daños de las
almas, se piensa con claros indicios, que sobrevendrán muchas mortandades por
semejante perturbación. En consecuencia, como sea indigno, que un Rey, mientras
milita por el Rey de Reyes, padezca algún daño en su Reino, antes bien, perseve-
rando en su servicio, deba gozar de una especial prerrogativa; por esta causa le re-
cibimos con todos los bienes bajo la especial protección de San Pedro y nuestra,
y por eso, en conciencia, no podemos faltar a él, mejor dicho, a Jesucristo, Señor
nuestro. Rogamos y exhortamos a tu Fraternidad, suplicando por el Padre, Hijo
y Espiritu Santo, y por la aspersión de la sangre de Jesucristo, y pidiendo por
nuestro deber especial, que tú, considerando prudentemente con qué conciencia,
o con qué paz podrán comparecer ante el Hijo unigénito de Dios los que no so-
lamente no toman parte por sí mismos en esta necesidad, en defensa del que fué
crucificado por los pecadores, sino que además se esfuerzan en impedir a los que
quieren tomar parte, procures, que dicho Rey de Castilla firme con el mismo Rey
de Navarra una paz verdadera, que ha de observarse inviolablemente, o treguas,
que duren hasta su regreso, de tal suerte, que muestres que íe duele la injuria de
Cristo, y nosotros podamos alabar dignamente en el Señor la verdad de tu ce-
lo. Si por ventura se creyera en algo ofendido por él, haremos que se le satisfaga
equitativamente, según lo requiere la dignidad del ofendido u ofensor. Te manda-
mos por lo tanto que amonestes con autoridad apostólica al dicho Rey de Casti-
lla, a cumplir las cosas mencionadas y le convenzas eficazmente. Dado en Terni,
30 de Enero de 1237, décimo de nuestro pontificado.» (1) La misma amonestación
a
dirigió al mismo San Fernando, a la Reina D . Berenguela y al Canciller Real,
Obispo de Osma. (2) No hay rastro alguno de los pasos que D. Rodrigo dio para
impedir que estallara la guerra entre los Reinos cristianos, ni de los medios de
que se vaüó para que se ligaran los dos con fuertes eslabones de paz, para
que sin inquietudes realizara el Rey de Navarra la famosa y heroica cru-
zada a Tierra Santa. Creo que la aproximación de San Fernando a la frontera
de Navarra, que señalan las firmas de gracias en Vitoria, en Marzo de 1237, corno
arriba referimos, obedeció a este asunto de la paz con Navarra. Es lo cierto que
San Fernando no turbó la paz, que le exigía el Papa, ni obstó a la cruzada gene-
ral, que tanto interesaba a toda la cristiandad.
ti) Regestum Romamm. ¡8 fol. 221 Auvray. 3477. (?) Auvray. 3475, 3476 y 3478.
-310-
vanguardia? Fuera de su intervención para la conservación de la paz no se cono-
cen actos particulares. En cambio D. Rodrigo siguió con singular atención los su-
cesos de esta cruzada, y dejó de la misma una corta noticia, en su historia. Lo que
no hizo de ninguna otra cruzada general. Pero también era natural que así lo hi-
ciese. Primero porque no debía callar la gran hazaña de su amigo. Segundo por-
que constituía tan audaz empresa la participación más importante y gloriosa de
España en las cruzadas generales al Oriente.
Escribe así D. Rodrigo: «Este Teobaldo, inflamado por el celo de la fe, se fué
a socorrer a Tierra Sania, llevando a sus órdenes grandísima multitud de caballe-
ros, capitanes y barones, se apoderó de muchos lugares, que devolvió al dominio
de los cristianos, y padeciendo allí todos los cristianos de indigencia, a su costa
les socorrió hasta la vuelta; también a los que habían ido por propia cuenta; y con-
tratados y dinero rescató a la mayor parte de los que habían caído en el cautive-
rio por la astucia de los agarenos.»
Pero tan sucinta noticia de la principal gloria española en las cruzadas del
Oriente no puede satisfacer al lector en la vida de D. Rodrigo. Por eso daré cor-
tos pormenores particulares que la expliquen mejor.
Al ver atropellados los católicos del Oriente con el fracaso de In quinta cruza-
da, Gregorio IX promulgó otra nueva, e invitó a los Soberanos de Europa a to-
mar la Santa Cruz. De pronto nadie contestó. Pasados algunos meses, Teobaldo
de Navarra anunció que se ponía al frente de la nueva cruzada. Fuera de los So-
beranos de Alemania, Inglaterra y Francia, que se negaban a tamaño sacrificio,
era el más poderoso Príncipe, que en los estados cristianos podía ponerse al fren-
te de tal empresa. Porque los Reyes de Aragón y Castilla bastante tenían con los
sarracenos del Sur. Teobaldo era a la vez Rey de Navarra, Señor de Champaña
y Conde de Brie. Y ¡qué tino tan maravilloso tuvo al escoger para los navarros el
frente Oriental; ya que en el Occidente carecían de frontera para debelar al ene-
migo de Cristol Gregorio IX, jubiloso, secundó el pensamiento del Rey de Nava-
rra, para formar el ejercitó cruzado, como lo prueba el copioso bulario, que ata-
ñe a este asunto, y que empieza en Octubre de 1235. Primero prohibe poner censu-
ras o entredichos en los estados del Rey de Navarra, durante toda su cruzada. (1)
Luego ordena a varios Abades de Navarra que refrenen con excomuniones a los
que impiden, que el Rey de Navarra cumpla su voto. (2) Manda en tres bulas dis-
tintas a los Reyes de Francia y a muchos Obispos franceses, que con guerras no im-
pidan esa cruzada. (3) Cuatro escribe a España para lo mismo, según ha poco re-
ferimos. (4) Participa a los Prelados de Barcelona y Tarragona, que no les autori-
za para conmutar los votos de los fieles de las diócesis de Pamplona y Calahorra,
con el objeto de que puedan sumarse a las fuerzas de Aragón, sino que deben
cumplir su voto yendo a Tierra Santa. (5) E l 3 de Septiembre de 1238 escribe cua-
tro bulas a muchos Prelados franceses para que no impidan las colectas para esta
empresa del Rey de Navarra. (6) A ruegos de éste concede la facultad de condo-
nar sus deudas con sus vasallos y judíos, bajo ciertas condiciones, en el momento
de partir para el Oriente. (7) E l 4 de Diciembre de 1238 faculta para que las li-
mosnas de los vasallos del Rey de Navarra, ofrecidas a otros fines, puedan desti-
narse para el sostenimiento del ejército cruzado. Dice el Papa en esa bula que el
Rey de Navarra lleva brillante tropa de guerreros (honorabilem rmmerum bella-
torum.) (2) E l 9 de Marzo, a la vez que anima al Soberano navarro para empren-
(1) Auvray. 2805. (2) Auvray. 2856 y 4287. (3) Auvray 3195, 3196 y 3197. (4) Ut supra.
(5) Auvray. 3484. (6) Auvray. 4519, 4320, 4521 y 4522. (7) Auvray 4601.
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der ía cruzada, le ordena que fije su partida para el 24 de Junio. (1) Diez días des-
pués anuncia que toma bajo la protección de la Sede Apostólica los estados y la
familia del Rey de Navarra durante toda su campaña. (2) Del 22 de Junio de 1240
es la última bula conocida de Gregorio IX al Monarca de Navarra sobre esta cru-
zada. En ella le avisa que ya que están al otro lado de los mares, en Asia, (in
transmarina partibus) deben obedecer al Patriarca de Jerusalén, como a su Le-
gado particular. (3) Este epistolario prueba con cuanto ardor y tesón promovió el
Papa la cruzada del Rey de Navarra.
Por su lado los dominicos y franciscanos enardecieron los países cristianos con
sus fogosas exhortaciones, como predicadores de esta empresa. Pero el que más
ardor infundió fué el mismo Rey Teobaldo con sus encendidas composiciones poé-
ticas, cuya memoria es célebre en la historia, como de ninguna otra predicación.
Aun se conservan sentidísimos fragmentos de su inflamado estro. (4)
El éxito de las excitaciones del Rey navarro fué muy halagüeño. Lo más selecto
de los Señores y Adalides de Francia y de Inglaterra se unió a su estandarte, con-
duciendo sus fuerzas militares. A su lado están Pedro de Bretaña, Enrique de Bar,
Amauri de Monforte, Ricardo de Calvinete, Aurelio de Illa, y los Señores de Ne-
vers, Yoigny, Macón, Jarez y otros innumerables, entre los cuales gallardea el fa-
moso duque de Borgoña. Y acaudillando a todos, en verano de 1239, Teobaldo el
Grande de Navarra lanzóse al mar, en las aguas de Marsella.
Por desgracia iba en aquellas naves mucho orgullo, mucha independencia, mu-
cha envidia y mucha rivalidad, y por eso, apenas tocaron aquellos vasos las cos-
tas asiáticas, se fraccionó la tropa en varios cuerpos. Sobre todo, va; ios jefes prin-
cipales, por descollar y ganar más, acometieron diversos puntos, sin negar al Rey
de Navarra, el derecho de dirigir pero pretextando mayor acierto y éxito. Así se
empeñaron en las fatales aventuras de Gaza, desoyendo los dictados del caudillo
navarro, el cual ocupó valientemente con sus soldados a Ascalón, y luego, lleno
de amargura, se dedicó a recoger y rescatar los restos de las tropas de los Seño-
res alucinados, que habían sido destrozadas por los árabes. Luego, tras largas y
duras luchas trabadas en conformidad con las indicaciones de los Caballeros del
Temple y de S. Juan de Jerusalén, se libró hábilmente de peligrosas aventuras, hur-
tóse a las celadas con útiles excursiones, rescató a todos los cautivos con gran
caridad y sacrificios pecuniarios; y persuadido de que era una demencia trabar
lucha campal con el enemigo, que había derrotado a los temerarios Señores, que
se habían destacado torpemente, dejando harto mermadas las fuerzas del ejército
principal, prudentemente tomó el partido de salvar su gente; ya que era imposible
con sus propíos soldados, reconquistar el sepulcro del Salvador. En consecuencia,
después de recorrer las vertientes del monte Tauro y las proximidades de la ciu-
dad Santa victoriosamente, retrocedió en dirección de Tolemaida, y de aquí a Tiro
después a Trípoli y al fin a su Reino. Tiene el Rey de Navarra la gloria de que na-
die como él volvió a aproximar las tropas de cruzados tan cerca del sepulcro de
Cristo. La misma cruzada de San Luis, en la que iba Teobaldo II de Navarra con
(1) Auvray. 4601. yi) Auvray. 4.630. (2) Auvray. 4741. (3) Auvray 5230.
(4) En el historiador de las cruzadas, Michaud (III. P. 28 en adelante), pueden verse algunos tro-
zos. He aquí uno: «Escuchad; el cielo está cerrado para los que no atraviesan el mar para visitar y
defender el sepulcro de Dios. Sí, ninguno de los valientes, que ama a Dios y la gloria, vacilará en to-
mar la cruz y les armas. Los que prefieren el descanso al honor, los que huyen los peligros, quedarán
solos en los hogares. Jesucristo dirá en el día del juicio a los unos: «Vosotros, que me habéis ayudado
a llevar mi cruz, subid al lugar en que habitan los Ángeles y mi Madre.» Dirá a los otros: «Los que
nada me habéis ayudado, bajad a la morada de los malditos.» (Pag. 23.)
-312-
sus soldados, estaba deshecha an,tes de llegar a donde Teobaldo I. Como la dió-
cesis de Albarracín y su Obispo sufrían por este tiempo mucho por la pobreza, a
causa de estar muy perseguidos de los moros, Gregorio IX exhortó a D. Rodrigo,
para que les socorriese. (9 de Enero 1237.) Le conjura que así lo haga en atención
a la piedad divina, y por su veneración a la Sede Apostólica y al Papa, para que
el Obispo no tuviese que mendigar, en desprestigio de su cargo pontifical. (1) La
misma recomendación recibió San Fernando del Papa, el cual le recordaba el de-
ber que tenía de entregar al predícho diocesano cuanto lugar perteneciente a la
diócesis segobricense rescatase de los moros. (2) También por este tiempo, a la
vuelta de Roma, D. Rodrigo debió cumplir el mandato, que el Papa le dirigiera el
15 de Abrí! del año precedente, estando de camino para la corte pontificia, de fa-
vorecer al monasterio de Sahagún (3) contra algunos perversos, que incesante-
mente molestaban al Abad y al convento, en contra de los indultos apostólicos.
D. Rodrigo no deberá tolerar más tales molestias. Como el mandato pontificio
envolvía una delegación de facultades particulares para intervenir en el monaste-
rio y en oíros asuntos, limitóse para tres años.
El 20 de Junio de 1237 nos hallamos en Italia, en la ciudad de Veletri, ante un
moribundo, que invoca cariñosamente en su lecho de agonía el nombre de Don
Rodrigo. Le conocemos algo. Es el Maestro Martín Jiménez, Arcediano de Madrid,
canónigo de Toledo, sobrino de nuestro Arzobispo, acusado como cómplice de su
tío por los dos prebendados de Toledo, en el libelo presentado ante el Tribunal del
Papa contra Jiménez de Rada, sobre la arbitraria administración de los bienes de
la Sede primada. En ese día Martín Jiménez otorga su testamento, en el cual de-
clara que es hijo de Simón y sobrino de D. Rodrigo, al cual encomienda la ejecu-
ción de sus últimas voluntades. Siendo joven debió entrar en Castilla, y ponerse
al servicio del Arzobispo. En 1227 era ya Arcediano de Madrid, sucesor de otro
Martín, de apellido Domínguez, que era particular amigo de D. Rodrigo, al cual
también hizo albacea suyo, dándole en el testamento «su muía y un vaso de plata,
el meior de los míos», concediéndole amplias facultades para cumplir el testamen-
to de 3 de Septiembre de 1227. (4) Era jubilado o dimisionario en esa fecha, ya
que el sobrino del Arzobispo firmaba el 29 de Abril del mismo el fuero de Arenilla,
como sucesor de Martín Domínguez en el Arcedianato de Madrid. D. Rodrigo le
había hecho Arcediano en 1214. Martín Jiménez firmó varios documentos expedi-
dos por su tío; el último que aparece es del 14 de Agosto de 1234, por lo que de-
dujo el docto P. Fita, que poco después debió ir a Italia, y acompañar a su tío en
su viaje a Roma. (5) Lo cierto es que, como dice, en su texto estaba en el estudio
de Veletri, (existens in studio Vercellarum) y probablemente como alumno, y no
como Maestro, con el fin de ampliar sus conocimientos, siguiendo el ejemplo y los
estímulos alentadores de su sapientísimo tío, el cual le impulsaba a altos conoci-
mientos, apesar de llevar diez años de Arcediano de Madrid, acariciando sin duda
un porvenir glorioso para su sobrino. Además del estudio, atendía a la adminis-
tración de los bienes propios y de los de su tío en Italia, según se ve en el testa-
mento, que prueba que era rico. Dice en la cláusula catorce: «Igualmente establece
que los citados Roldan y Lope Pérez deben y pueden exigir y hacer transacción de
todo lo que se le debe en Veletri, Alejandría y en toda la Lombardía, lo mismo en
su nombre y en el de este Arzobispo, y en particular de las doce libras f. Papienses,
que le debe Pedro Maringan... yjque las demás cosas, que tiene en Veletri y en to-
(1) Ap. 139. (2) Villanueva. T. III. Ap. 7. P. 231. (3) Auvray. 3210. (4) Lib. priv. II. Fol. 75 y
I. Fol. 83: pero en ambos lugares está abreviado. (5) Boletín de la R. A . de Hist. VIII.
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da la Lombardía, que sean de los predichos Pedro Roldan y Pedro Pérez, y que
ellos las vendan y paguen sus deudas.» Manda el moribundo que den veinte suel-
dos al Ayuntamiento de Veletri, para que confirme su testamento. Da muchas po-
sesiones a su única hermana. Y añade: «También quiso y mandó que D. Rodrigo,
Arzobispo de la Iglesia de Toledo, su tío, perciba todas sus rentas eclesiásticas
pasadas, presentes y futuras, y pague con ellas a sus deudores y disponga de lo
demás a su arbitrio... Que los demás bienes vayan al poder de este Arzobispo, y
que disponga de ellos, como le parezca con absoluta libertad.» Deja también le-
gados para los dos amigos ya mencionados, y un obsequio para los cuatro varo-
nes, sirvientes suyos. Nada menos que cuatro Maestros, un Doctor en Leyes, un
Médico y otros muchos sujetos conspicuos firmaron el testamento. Señal de que
el moribundo navarro era mirado como todo un personaje. (1) Tras una laguna
de noticias, vemos que D. Rodrigo estaba en su predilecta villa de Brihuega, el 9
de Abril de 1238. Dio en ese día un edicto para la pacificación del Cabildo y del
clero parroquial, muy desunidos respecto a la participación de ciertas funciones
sagradas. E l segundo se negaba a tomar parte en algunas de las que se practica-
ban en la Catedral por costumbre. E l Dean y el Chantre rogaron en nombre del
Cabildo al Arzobispo, que dicíase algunas reglas, y él decretó en esta forma: «Que
el clero de la ciudad acudiera a la Catedral en las solemnidades de costumbre, en
las letanías y en las procesiones (de Ceniza, Semana, Semana Santa y Resurrec-
ción) con capas y otros ornamentos de costumbre. Organizarán las procesiones
y se tocarán las campanas según uso antiguo. Nada queremos definir respecto
a la conducción del arca el día de San Eugenio Mandamos que haya capella-
nías en la Iglesia de la ciudad, como hasta ahora.» (2)
Don Rodrigo partió poco después de Brihuega para Navarro, su patria, y el 21
de Abril estaba con Teobaldo I en Tudela, junto con otro personaje navarro, muy
poderoso de la corte de Jaime el Conquistador, D. Pedro Fernández de Azagra,
Señor de Albarracín. E l objeto de Azagra era estrechar más con su Soberano los
lazos de mutua paz, y dar fe de que conservará los castillos, que el Rey de Nava-
rra tenía, desde el Sancho el Fuerte, en la frontera agarena de Valencia, para ase-
gurarse de esta manera la cooperación del Rey navarro contra los intentos de los
Reyes adversarios, y conservar el derecho de reclutar soldados en Navarra, para
la formación de su hueste. Los castillos eran Castiel Abid y Castiel Adimuz, como
se lee en la carta de pleito homenaje da Azagra al Rey Teobaldo. En ella prome-
te el Señor de Albarracín que entregará a Teobaldo, o al que en su nombre allí
fuere, esos castillos «dentro de treinta días, que el Rey demandare con tantos
de ornes et con tantas de armas et con tanto de condoyto, como lo prie (recibí)
a
de D . Sancha Périz de Vareira et de D." Milia; et diez mil maravedís en oro Al-
fonsinos. Esto fué feito en presencia de D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo et Pri-
mado de España et Maestro Aznar, electo de Calahorra, et Sire Juan de Molíns et
de D. Aznar López de Caparroso, caballeros: et de Sire Leones, mayordomo del
sobredicho Rey Teobald, Rey de Navarra, et yo D. Pedro Fernández de Azagra,
metemos míos seyllos pendientes en esta carta.» (3) Firmado el homenaje, Azagra
corrió a unirse a Jaime I, que iba a cercar a Valencia, y en su hueste aumentó el
número de sus hazañas, sobre todo en Cilla, (Silla) cuya toma se le debió y fué
causa de la rendición de la ciudad levantina.
Diversamente se ha divagado sobre el motivo de este viaje de D. Rodrigo a su
(i)) Ms. B. N . Sígn. 13094. F. 86 y 87. Lo publicó el P. Fita en el Boletín. (2) Lib. priv. II. F. 14-
P. Fita
ita lo publicó ib. (3) E l extracto en el Cartulario de Teobaldo. I. Fol. 119.
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tierra: Dice Moret: «Qué causas trajesen a concurrir juntos a Navarra y ante el
Rey a estos dos Prelados (D. Rodrigo y Aznar de Calahorra, los dos compahio
tas) en especial al Arzobispo, tan íntimo del Rey de Castilla, D. Fernando, y por
quien corría mucha parte del gobierno ele ella, guiándonos por el tiempo y estado
de las cosas de entonces, sólo se nos ocurre, como más creíble, y aun eso vaga-
mente, que, o a solicitar que D. Teobaldo conmutase la guerra sacra ultramarina,
en la que D. Fernando hacía con todo empeño a los moros en la Andalucía; pues
era una misma la causa de la religión; o que dificultando D. Teobaldo la jornada
a la Tierra Santa sin seguridad muy cumplida de parte de Castilla en ausencia
tan larga, el Papa Gregorio, que la deseaba con ansia, lo solicitó con el Rey de
Castilla, D. Fernando, y quizás por medio de estos Prelados, y D. Fernando se los
envió para asegurarle que la ausencia por ningún caso saldrá dañosa de su par-
te. Inclinamos más hacia este lado el hallar en el Archivo de la Cámara de Comp-
tos, una bula del Papa Gregorio para el Rey de Castilla exhortándole a la buena
paz y amistad con el de Navarra.» (1) A l historiador Alesóíi, continuador de los
Anales da Navarra, le parece verosímil que D. Rodrigo visitó a Navarra, porque
«en este tiempo se continuaba ya la muy insigne fábrica del real monasterio de
Fitero a expensas del Arzobispo, para entierro suyo y de sus antepasados.» (2)
No lo creo así, sino que el motivo principal de este viaje fué según todas las pro-
babilidades, la cuestión de la paz entre Castilla y Navarra, para asegurar con to-
das las garantías a D. Teobaldo, que el piísimo Fernando no dañaría su Reino
durante su expedición al Oriente. Puede creerse también que el Arzobispo apro-
vechó este viaje a su Patria para dar calor a los trabajos de la construcción del
templo y monasterio de sus amados cistercíenses de Fitero, que él de su bolsillo
construyó. De seguro que no volvió a Castilla sin visitar a Fitero, tan pró-
ximo a Tudela y tan amado de su familia paterna, y singularmente de su
insigne abuelo, D. Pedro Tizón de Cadreíta: pero indudablemente todavía más
amado del mismo Arzobispo, como lo verá el lector, conociendo las noticias si-
guientes, que voy a relatar, ya que la ocasión nos brinda a ello.
Ya hemos contado antes cómo D. Rodrigo cedió parte de sus bienes paternos al
monasterio cisíerciense de Fitero. Eso no fué nada en comparación de la cons-
trucción de la admirable Iglesia, que les hizo a los monjes. E l Abad de Fitero dio
cuenta de lo que había en el Archivo de Fitero, a principios del siglo diez y ocho,
al P. Aiesón, cronista de Navarra, en la forma siguiente: «Copia de un escrito
y memoria, que hay en el libro llamado del tumbo, o becerro, del Real monaste-
rio de Fitero, al folio 507: Últimamente con lo que se da fin a zste capítulo es con
decir, que después del emperador D. Alfonso VII y su hijo Sancho el Deseado,
que fueron los fundadores, el más principal bienhechor y por quien más obliga-
ciones le corren a esta Santa casa y a sus monjes, de encomendar a Dios y tener
a memoria todos sus sacrificios es a nuestro ilustrísimo y Reverendísimo Señor
y Padre, D. Rodrigo Jiménez, Arzobispo que fué de la Santa Iglesia de Toledo:
quien nos concedió una heredad de mucha consideración en Fitero, que era en-
tonces término de la villa de Tudején, como consta de la donación original, que
está en el cajón tercero del Archivo, que es número diez y seis, del fajo diez, fir-
mada de su propia mano y sellada con su sello, la cual pervíno en su poder por
muerte de su abuelo D. Pedro Tizón. Y no contento con esto el dicho Señor Arzo-
bispo, por ser tan devoto de esta Santa casa y de sus monjes, nos edificó el tem-
plo e Iglesia tan suntuosa, que ahora tenemos. Porque era pequeña la Iglesia, que
(1) Anales de Navarra. Lib. XXI. C. 2. N . 21 y 23. (2) Adiciones a los Anales. Cap. II. N . 36 y 38.
—315—
había antes, y la reedificó a su costa, que sería bien grande, pues es de las más
suntuosas, que hay en la Orden; y nos impetró de Roma la indulgencia para la
dedicación de ella, que es a veinte y ocho de Junio, del Papa Inocencio IV, en
que concede cuarenta días de indulgencia a todos los que visitaren, como parece
del folio 394 de este libro, y su original está en el Archivo, en el cajón tres, fajo
tres, número 21.» (1)
La fecha de la bula la da equivocada: es el 13 de Mayo de 1247 (tertio idus
maji, Pontiíicatus nostrí atino quarto) expedida en Lyón, y la recabó quizás el
mismo Arzobispo, que en aquella fecha estaba en Lyón, en la Corte pontificia.
En la bula se lee que concede las indulgencias «en consideración al Venerable
Hermano nuestro, Arzobispo de Toledo, que a sus expensas la construyó, según
se escribe.» (2) Esa Iglesia hoy es la parroquial de Fitero; y es la mejor de cuan-
tas hay en Navarra, exceptuando las Catedrales de Pamplona y Tudela. De gran
capacidad, de estilo ojival puro, con notables particularidades, estudiada, admira-
da y ponderada por todos los grandes arqueólogos españoles.
Tanto debió encariñarse el Arzobispo de la obra arquitectónica de Fitero, muy
superior a la de Huerta, que hizo construir allí un sepulcro para sí, en la cabecera
de la iglesia, al costado del Evangelio, abierto en el muro, que lo sostienen seis
leones de piedra, una escultura yacente de un Obispo, y cerca cuatro Ángeles con
incensarios, y junto, de pie, salmodiando cuatro monjes. El citado Abad de Fitero
(Ignacio Ostabat) decía al P. Alesón, que el sepulcro tenía este epitafio «Sepul-
crum Roderici Archiepiscopi Toletani» Y añade «Pero no se sepultó aquí, porque,
como murió fuera de España, trajéronle sus criados al monasterio de Huerta la
Real hasta allí, y de antemano, como era paso para venir a Fitero, nos lo cogie-
ron. Y en este sepulcro debió de poner los huesos de su abuelo; porque hay unos
huesos en una arquilla amontonados, que es señal que no son de persona, que en
él fuese enterrada, sino que fueron trasladados de otra parte, y que eran de un
hombre, que en tiempo del Señor Arzobispo estaba ya gastado, que por buena
cuenta, sin adivinar mucho, se puede colegir ser los huesos de su abuelo.» (3)
El 21 de abril, el Arzobispo estuvo igualmente presente en el acto de homenaje
de otro Azagra, llamado Sancho Fernández de Azagra, filio de Don Ferrant Roiz
de Azagra, «que reconoce ser vasallo del rey D. Teobaldo pnr honor y tierra,
que de él tiene» y le hace homenaje, como vasallo a su Señor, de los castillos o
tierras, que pudiere ganar a los moros. (4) Tienen que ser esos castillos y tierras
dados por el rey en la región fronteriza de los moros. ¿Pero quién sabe en qué
punto.? Vióse en este viaje el Arzobispo con aquel tan insigne Deán primero de
Tudela, D. Pedro Jiménez, de quien leemos en la España Sagrada: «Era el Maestro
don Pedro Jiménez de esclarecido linaje, y de relevantes prendas y también por su
ilustre familia rico hombre de Navarra. Sospecho que tuviera algún parentesco
con el Arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada y D. Gil de Rada, Arcipreste de Zu-
rita, de quien fué compromisario. (5)
El 7 de julio de 1238 estaba D. Rodrigo en Toledo, donde recibió la escritura de
donación de varías casas y fincas, sitas en Córdoba, que San Fernando le conce-
dió. Para el 26 de agosto se hallaba en San Torcuato, y dictaminó sobre una cues-
tión, que los mismos interesados fiaron a su prudencia. Escribe un autor: «El Ca-
bildo de Albelda con su Prior, R. Pérez de Agoncillo sostuvo una cuestión con
D. Jerónimo Aznar, Obispo electo de Calahorra y Calzada. Ambos pusieron por
(1) Ut supra. (2) Ap. 181. <3) Aleson. \ddi. n. 38. (4) Cartulario de Teobaldo. fol. 141.
(5) T. 50. p. 308.
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Juez a D. Rodrigo de Toledo. E l 26 de junio de 1238, él sentenció: Que el Cabildo
de Albelda pagase al electo los frutos desde que el Obispo D. Juan vino de Roma
hasta el día, que supieron su muerte, (respecto de tercias de varios pueblos que
allí menciona su dictamen.) Sobre las tercias de Royo, Nalda, nombramientos de
alcaldes y jurados de Albelda lo sentenciará más adelante.» (1)
Por segunda vez aparece el nombre del Obispo electo de Calahorra y Calzada,
Jerónimo Aznar. Primero le hemos visto en lúdela, al lado de D. Rodrigo, como
testigo principal en los conciertos del rey de Navarra con Fernández de Azagra,
Señor de Albarracin. Hay que decir aquí algo de él y de la diócesis, de que se ti-
tula Obispo electo. Parece que esa diócesis estaba destinada a padecer borrascas
en cada elección de nuevo Pastor. A l menos eso le tocó con dos sucesivamente.
Recordamos el caso del antecesor, Juan Pérez, tan tenazmente protegido por Don
Rodrigo durante todo el pontificado con pruebas de una amistad honda. E l infor-
tunado Pérez no disfrutó de la paz, que le adquirió el Arzobispo, decidiendo que
San Fernando cesase en su acre oposición respecto de su residencia en La Calzada,
porque falleció en la Corte de Gregorio IX, en 1236. El Cabildo calagurritano eligió
para sucesor a Iñigo Martínez, que rechazó el Papa, intimando a la vez al dicho
Cabildo, el 13 de diciembre de 1237, que nombre a otro que convenga, con ame-
naza de que, si no lo hace así, se reservará el derecho de darles Pastor. (2) Eligió
a Jerónimo Aznar, que fué acepto al Papa, y más acepto aún a D. Rodrigo sin
duda alguna, pues además de ser paisano suyo, escriben algunos autores que era
pariente del Arzobispo. (3) Pertenecía al Cabildo de Toledo, y era su Arcediano,
antecesor de Martín Jiménez, sobrino del Arzobispo, muerto en Veleírí, el año an-
terior. Había entrado en el Cabildo primacial, previa dispensa del defectu nata-
lium, y lo que es más notable, seis años antes, Gregorio IX habíale concedido la
dispensa de la misma irregularidad «para que en caso de que fuera elegido para
la dignidad pontifical, la pudiese recibir.» En Agnani, 25 de agosto de 1233. (4) Se
adivina fácilmente, que gracia tan especial, obtenida en la previsión eventual de
que pudiera ser objeto de votos para un Obispado, hubo de alcanzársele por la in-
fluencia de D. Rodrigo, que debía revolver el plan de elevar a altos puestos a este
su pariente, que era un varón muy docto, con grado de Maestro. Es innegable
por este y otros ejemplos, que se han citado, que D. Rodrigo se inclinó a un nepo-
tismo más o menos censurable, como también, y quizás más, a favorecer a sus
paisanos con dignidades, canonicatos y otros puestos de confianza y lucro, como
lo indican los Arguedas, los Arróníz, Jiménez y Radas, que hemos visto, por no ci-
tar más en este lugar.
El 26 de agosto Gregorio IX dirigió al Arzobispo de Toledo el breve siguiente,
que para la historia es un enigma. «Rogamos y amonestamos muy especialmente
a tu piedad, de la que tenemos confianza particular, ordenándote que oigas dili-
gentemente lo que Carsilío, nuestro amado hijo, te propondrá de nuestra parte >
que lo admitas sin dudar, ni lo propongas, de suerte que podamos alabar tu pie-
dad diligente en cumplir lo mandado.» (5) Desde luego que el Papa se movió a en-
viar un mensajero especial, elegido de entre sus familiares, por alguna razón sería-
Mes y medio después de esa fecha, el 12 de Octubre de 1238, murió el insigne
amigo de D. Rodrigo, D. Mauricio, Obispo de Burgos, con quien nuestro protago"
nista estuvo en constante contacto, ya por los muchos negocios, que llevaban man"
comunadamente, ya también por las frecuentes visitas, que D. Rodrigo hacía a
(1) Minguella. Revista de Archivos. Julio. Dio. 1907 p. 415. (2) Auvray. 3977. (3) Moret. Anales
de Navarra. Lafuente. Esp. Sagr. (4) Auvray. 1513. (5) Ap. 143.
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Burgos, acompañando a la Corte de San Fernando. Dedicóle el Arzobispo, en su
Historia/el elogio de que «era varón sabio y digno de alabanza.» «No era aún de
edad avanzada, escribe su historiador, quizás que no llegase siquiera a los sesen-
ta y cinco años, a juzgar por la actividad que todavía desarrollaba por este tiem-
po, y el hecho de haberle confiado Gregorio IX el gobierno de la diócesis de Ca-
lahorra (en 1237, mientras el Cabildo elegía persona idónea, como dijimos arriba)
gobierno, que, dada la turbulenta situación de ésta, no podía encomendarse a ma-
nos ancianas, ni a quien no tuviera energías físicas para personarse en Calahorra
y su extenso territorio y efectuar la labor ruda de pacificarle. Otro dato viene a
confirmarnos en nuestra aserción, y es que su compañero de estudios y amigo,
D. Rodrigo, murió nueve años después, sin haber llegado todavía a una edad de-
crépita en absoluto, no teniendo sino setenta y seis años.» (1)
Desde 1237 a 1240 la acción de D. Rodrigo se desborda fuera de los ámbitos de
Castilla y León, y trascienda a los Reinos de Portugal y Navarra. Cosa hasta aho-
ra completamente olvidada e ignorada por la negligencia y desamor con que se
han investigado los hechos del grande Arzobispo de Toledo. La Historia españo-
la, lo mismo la civil que la eclesiástica, ha quedado muda hasta el día, acerca de
lo que vamos a decir, lamentándonos de paso, de que sólo podamos referir da-
tos recogidos de documentos pontificios, sin pormenores de cómo ejecutó las co-
misiones pontificias en cuanto a diversas dificultades y circunstancias.
Gregorio IX escribió el 29 de Abril de 1237 la patética bula «Lacrymabilem»
a D. Rodrigo y al Obispo de León, para que reprimiesen al Infante portugués, Fer-
nando de Serpa y sus cómplices y fautores, en el camino de sus crímenes, que se-
gún el Obispo Egitarense, eran enormes; pues era horripilante el cuadro, que de
los mismos pintaba en su relato al Papa. Debían a este fin, si eran ciertos los he-
chos, declarar a los culpables como públicamente excomulgados, y poner el en-
tredicho en todos los lugares, en que estableciesen su morada, mientras en la mis-
ma permaneciesen. Los hechos denunciados a Roma por el Obispo de Egira eran
verdaderos y atroces. Fernando de Serpa, lleno de vicios y saña, atropellaba por
igual al clero, a la nobleza y al pueblo con toda clase de males, con matanzas,
persecuciones de Obispos y clérigos, y despojo violento y sanguinario de los bienes
a iodos los adversarios. (2) Pero el principal culpable no era el protervo Infante,
aunque era el que más aparecía por este tiempo, sino que lo era su hermano, el
Rey Sancho II de Portugal, que regía abominablemente a su pueblo, desde 1223,
dejándole sufrir, todo género de males, no tanto por infligírselos él, cuanto por
consentir que otros se los infligieran. Débil de carácter, devorado por lúbricas
costumbres, asfixiado por emjambres de parásitos corrompidos, que le asediaron
constantemente, alejando a la vez la influencia de personas rectas, Sancho II no
hizo otra cosa que precipitarse de abismo en abismo, y acumular sobre su cabeza
el odio universal, conduciendo a sus subditos al nefasto año de 1237, en que el
desenfreno de su hermano llegó al colmo, y arribando a 1238, cuyos males supe-
raron aún a los del año anterior; porque el mismo Rey lusitano se lanzó por el
mismo camino de persecuciones y tiranías, que su hermano, el anatematizado Fer-
nando de Serpa, ejercitando las más crueles persecuciones, principalmente contra
el clero del Reino, distinguiendo en su saña y aborrecimiento al Dean d i Lisboa
Donjuán, sabio y discreto varón de Dio^, capellán del Papa y adictísimo a l a
Sede Apostólica, al cual desterró en ese año por tercera vez, después de haberle
despojado de todos sus bienes; haciendo lo mismo con todos sus parientes de una
-318-
manera ignominiosa, cazando, como a las fieras, a los que intentaban evitar la ex-
patriación, ocultándose; cebándose, en fin, con igual furor contra los partidarios
del invicto eclesiástico, sin contener las manos de los satélites, que cometen horri-
bles sacrilegios con la Sagrada Hostia y otros objetos, para cumplir las órdenes
del Monarca. Uno de sus blancos era entronizar en el Obispado de Lisboa a un
sujeto indigno.
Gregorio IX, amargado por tales males, volvió a acordarse de D. Rodrigo, y el
6 de Mayo de 1238, le dirigió la extensa y sentida bula «Tyrannidem, quam rex
Portugalice » en que traza el doloroso cuadro de las aflicciones del clero lusita-
no, y le exhorta a que misericordiosamente le socorra. Véanse unos párrafos.
Al Venerable Arzobispo de Toledo, salud y bendición apostólica. Creemos que
no se ocultará a tu Fraternidad la tiranía, que el ilustre Rey de Portugal ha ejerci-
tado, poco ha, contra las Iglesias de su Reino, y que se ha divulgado mucho. Sien-
do así que él, desde la flor de la adolescencia, debiera estar hecho al amor y temor
del nombre de Dios, corrompiendo en flor los frutos inmaduros de su juventud,
sin apartarse de las huellas de su padre, que no debía seguir, desconociendo el-
derecho del REY de los Reyes, como lo demuestra con las obras, instruido, y oja-
lá no seducido, por perversos consejos, de tal modo oprimió y oprime incesante-
mente a todas las Iglesias y a los hombres, que ningún vestigio de libertad ecle-
siástica ha quedado en su Reino; y no contento de esto, como hijo ingrato, olví
dando los beneficios recibidos de la Sede Apostólica, con reprobable osadír,
extiende sus manos sobre nuestros objetos de predilección, nuestros familiares,
que deberían estar a salvo, por reverencia a nosotros...» Y después de compen-
diar las enormidades particulares cometidas contra la Iglesia y el clero, recomien-
da de la manera siguiente al Arzobispo cómo ha de socorrer a los menesterosos:
«Seguros del sincero afecto con que celas la honra de la Iglesia Romana y de los
suyos, mandamos a tu Fraternidad, que hagas fijar en las Iglesias Catedrales y en
los monasterios de los Reinos de Castilla y León, donde te pareciere mejor, una
pensión decorosa y suficiente, desechando toda dilación y excusa, en favor del
mencionado Dean, de los clérigos y laicos, que padecen esta persecución, hasta
que vuelvan a recobrar y disfrutar pacíficamente lo que se les ha quitado. Dado
en Letrán, 6 de Mayo, duodécimo año de nuestro pontificado.» (1) E l 4 de Junio
del mismo año el Papa ordena al Rey de Portugal, que cese en la persecución del
Dean de Lisboa y de los suyos, les restituya los bienes y los beneficios, amenazán-
dole, que, si no lo hace ni reprime a los vasallos, que los persiguen, invocará el
poder del brazo secular más poderoso. (2)
Se han perdido las noticias de las disposiciones, que dio D. Rodrigo en pro de
los clérigos y demás portugueses perseguidos, y se ignora a qué Iglesias impuso
la obligación de darles subsidios fijos. Lo que es cierto que se mitigó bastante
pronto el ardor de la persecución, si bien no desapareció. Sancho II no se aplacó,
ni se volvió hacía la Santa Sede, a pesar de remitir en su furor persecutorio; por
lo que Gregorio IX favoreció paladinamente al hermano tercero del rey, el Infante
D. Alfonso, Conde de Bolonia, de pías apariencias, pero con harta ambición disi-
mulada, que fué recibido por los portugueses con júbilo, y se apoderó por fin del
cetro en 124fi, y Sancho fué a refugiarse al lado de D. Rodrigo, en Toledo, don-
de murió, en destierro sobradamente merecido. E l Arzobispo, a pesar de escribir
su historia en 1243, en tiempo, que perduraba la fea conducta de ese monarca, no
le censuró, sino que delicadamente se contentó con decir. «Sucedió Sancho en el
-319-
reino. En su tiempo se acrecentaron con victorias los estados de los cristianos
por la adquisición de Gelvez, Serpa y muchos castillos. Vive aún, y que el Señor
dirija sus caminos.» (1) Pero no tenía derecho de escribir un moderno autor, con
desenfado, que fué «príncipe virtuoso» (2) Cuan distinta es la verdad. No cabe
duda que antes de la primavera del año siguiente, 1239, se habían repatriado los
desterrados de Portugal; por eso Gregorio IX encargó a D. Rodrigo, que en unión
con el Obispo de Palencia, inmediatamente eligiesen un Obispo digno para Lisboa
y se le prestaran la debida obediencia y reverencia, (29 de abril de 1239.) (3) En-
tonces nuestro Primado y el Palentino tuvieron que ir a Lisboa, con el fin de exa-
minar el estado de aquella desventurada Iglesia, en que había un intruso, apoyado
flojamente por el rey, y formalizar el proceso de la elección e institución canónica
del que debían poner al frente de aquella diócesis, y enviar después la documen-
tación a Roma, para que el Papa confirmara el eleto y dispusiera su consagración.
Los dos Prelados no atendieron a los gustos del rey de Portugal, ni temieron su
ira, sino que sin consideraciones humanas, nombraron Obispo de Lisboa al hom-
bre más perseguido de Sancho II y de Fernando de Serpa, a Juan, Deán de Lisboa.
Oigamos a Gregorio IX, que nos refiere cómo obraron los dos delegados suyos:
«El mencionado Arzobispo y Obispo, teniendo ante los ojos sólo a Dios, y que-
riendo proveer más al bien de la Iglesia que a la persona, te nombraron Obispo
de dicha Iglesia (de Lisboa) a tí (Juan)... como nos lo comunicaron en los docu-
mentos, que contenían el proceso. Nosotros empero, después de examinado el
proceso diligentemente, y consideradas las circunstancias todas, que encesto se
debían tener en cuenta, y además, tras detenida deliberación con nuestros Herma-
nos, (los Cardenales) como no se presentase ningún contradictor legítimo, fuera
de cierto Miguel Ovequiz, al cual, por las cosas que entendimos, justamente lo
rechazamos como a indigno, aprobamos el proceso de los dichos, Arzobispo y Obis-
pos, y por fin, ordenándote de presbítero primero, después con nuestras manos te
consagramos Obispo de la mencionada Iglesia.» (4) Así le escribía el mismo el 27
de noviembre de 1240. Y al Cabildo de Lisboa decía el propio Papa el 20 de di-
ciembre del año precedente, al ordenarle que reconociera y recibiera el Obispo
nombrado por D. Rodrigo y el Palentino. «Los cuales, como amantes de la virtud
y utilidad de la Iglesia, y mirando solamente a aquel, que ilumina y dirige el espí-
ritu de los suyos, constituyeron en Obispo de la predicha Iglesia a nuestro vene-
rable Hermano, Maestro Juan, nuestro capellán., varón docto, prudente, discreto,
cuya probidad y honrosa opinión nos eran conocidas perfectamente por las obras,
a mi y a nuestros Hermanos.» (5)
Don Rodrigo recibió otra bula dirigida a él solo, el 11 de Diciembre de 1239, en
la que el Papa le encarga, que urja el cumplimiento de los votos de la cruzada,
que no se cuidaban de cumplir algunos Caballeros de Portugal, fijándoles el pla-
zo competente. La causa de esto era el gran prestigio del Toledano para que le
obedecieran los remisos Caballeros militares portugueses, mientras que en Portu-
gal, no había una autoridad eclesiástica, umversalmente acatada en todo el Remo-
por estar abatido y desarticulado el clero, por las persecuciones opresoras y pW
la diferencia de los cristerios de los Prelados, que se inclinaban hacia unos u otros
magnates y señores. En cambio el crédito e influjo de D. Rodrigo alcanzaban a
todos. (6) La ocasión de este encargo fué la conducta del más acérrimo enemigo
(1) Lib.VIIIc 6. (2) Vicente de la Fuente. Hhtov. EccI. tom. II. p. 288. («1. 1.) (3) Auvray. 4835.
d C m 5 0 0 4 V i d e s o b r e l a
A nu \ P ' - - entrega de las rentas la bula del 21 diciembre.
Auvray 5011. 6 Auvray. 4977.
-320-
de la Iglesia lusitana y del Obispo de Lisboa, recien elegido por el Arzobispo de
Toledo y el Obispo de Palencia. E l Infante, Fernando de Serpa, abandonó noble
y bruscamente los caminos de la maldad, se apartó de las inspiraciones de su her-
mano, Sancho II, pasó a Roma, y arrojándose a las plantas del Padre Sanio, con-
fesóle todos sus enormes delitos contra la Iglesia y el clero, (1) prestóle vasa-
llaje y juramento de fidelidad, (2) y solicitó del mismo Papa las gracias extraordi-
narias de una cruzada, que se proponía emprender. Gregorio IX le concedió el
perdón y también las gracias de la cruzada, pero con ásperas penas de re-
paración, que reseñaré para hacer notar así la virilidad religiosa de los tiem-
pos. Le obliga el Papa a reparar los innumerables daños hechos al clero por-
tugués y a los particulares; y en cuanto a penitencias corporales le impone el si-
guiente cuadro: «Por toda la Cuaresma no se hará la barba, no se lavará la cabe-
za, no vestirá con vestidos de seda, ni con adornos de oro, no entre en la Iglesia,
asista desde fuera de ¡as puertas a los oficios, a la comida alimente diariamente
cinco pobres, los viernes comerá un plato, y ese, sentado en el suelo; que ayune los
viernes, siete años, y guarde abstinencia todos los sábados de su vida. En Sanía-
ren, donde mató varios clérigos, irá ocho días, entunicado, soga al cuello, descal-
zo, a la puerta de la Iglesia, y allí se dejará azotar por un sacerdote, mientras
otro cante un Miserere mei, Deus.» (3) E l mismo día que Gregorio IX encargaba
a D. Rodrigo la causa de los votos, dio al Infante la bula de los privilegios solici-
tados (4), y además en el mes anterior había mandado al Compostelano, para que
el clero y el pueblo portugués no negasen los subsidios, y que fueran absuelíos los
incursos en censuras. (5) Y al Infante convertido exhortó a que fuese fiel (6): y lo
fué; porque después de pedir perdón a Juan, electo Obispo de Lisboa, partió a
cumplir su promesa.
El Papa también encargó a D. Rodrigo la provisión de la diócesis, en que había
nacido, la de Pamplona, que vacara el 5 de Octubre de 1238, por muerte de Ramí-
rez de Piédrola, al que tan íntimamente había tratado como Obispo de Sigüenza.
Por diversas causas el Cabildo pampilonense se enredó, y se llenó de pleitos so-
bre la elección del nuevo Obispo. Gregorio IX resolvió desechar los procesos de
los dos clérigos, Oriz y García, y del Arzobispo de Tarragona, acerca de la provi-
sión de la revuelta Sede, y comisionó al Arzobispo de Toledo y al Tarraconen-
se la facultad de elegir Obispo para la Sede de Pamplona, con fecha de 20 de Di-
ciembre de 1239. En consecuencia ordena a los dos Metropolitanos que elijan pa-
ra la misma un Obispo idóneo. (7) Caso bien insólito que se transmitiera el
derecho de elegir el Prelado de una Sede al Metropolitano propio y a un Metro-
politano ajeno; indicio manifiesto de la gravedad de las cosas, de la considera-
ción con que se trataba a la diócesis pampilonense, y del intento que había de que
D. Rodrigo influyera benéficamente en la diócesis de su origen.
El verano de 1239 D. Rodrigo estaba con San Fernando en San Esteban de Gor-
ma?,, y firmó un documento público, que se dice que fué el primero, que en caste-
llano expidió la Corte de Castilla. Decía San Fernando, entre otras cosas: «Cono-
cida cosa sea a cuantos esta carta vieren sobre contienda, que avien el Concejo
de Segovia e el Concejo de Madrid sobre término de Seseña... E yo, Fernando,
por la gracia de Dios Rey de Castilla e de Toledo... fui a Xararna, allí do los tér-
minos de Segovia e de Madrid se ayuntan, andando conmigo el Arzobispo D. Ro-
drigo, e el Obispo de Osma mío Canciller, e el Obispo de Cuenca, D. Gonzalo
(1) Auvray. 5002. (2) Auvray. 4995. (3) Auvray. 5002. (4) Auvray. 4976. (5) Auvray. 4974
(6) Auvray. Del n. 4969 ai 497. (7) Auvray. 5020.
—321—
21
Ibañez, e el Obispo de Córdoba, Maestre López et Martín, Maestre de Calahorra...
E yo queriendo departir contienda e baraja grande, que ero entre ellos, departiles
los términos por estos lugares, que esta carta dice, e puse hi sitios e mojones.» (1)
Fué este año de pena y luto para Castilla, y en particular para San Fernando y
D. Rodrigo, por la muerte de los dos grandes capitanes, López de Haro y Alvar
Pérez de Castro, los más decididos y acreditados adalides de las huestes castella-
nas. Pérez de Castro fué asaltado por la muerte, estando al frente del Gobierno y
defensa de la frontera andaluza, mientras mitigaba los dolores de la comarca, de-
vorada por el hambre, suministrando lo que se recogía por la colecta de la cruza-
da, que fué menester destinarla a este objeto urgente y angustioso. D. Rodrigo,
que la había alcanzado del Papa para nuevas conquistas,,[se conformó gustoso y
compasivo, como era natural. San Fernando se estableció entonces en Córdoba,
para vigilar la frontera y organizaría, con el fin de confiársela a otro caudillo
competente, si se le presentaba.
-322
CAPÍTULO XVII
(1238-1241)
(1) Lib. VI. C. 5. (2) Anales. Lib. I[I. C. 34. (3( Villanueva. Tom. XXI. P. 70.
—323-
Metrópoli la codiciada Sede de Valencia. Antes que ésta se rindiera tenía consa-
grado, para poner en ella, al dominico Bercnguer de Castellbisbal, y luego que se
rindió, dióle su posesión, y en seguida solicitó del Papa la confirmación de sus
actos. Pero Gregorio IX le respondió negativamente. Jiménez de Rada se le había
atravesado muy justamente. También éste, aunque no personalmente, porque no
podía sumarse al ejército del Rey de Aragón, había ejercitado actos jurisdicciona-
les por medio de representantes suyos. E l Obispo de Albarracín, sufragáneo su-
yo, que iba en el ejército aragonés, habíase apresurado, en nombre de D. Rodri-
go, a celebrar el primero la misa en San Vicente y San Miguel, y a enterrar un di-
funto en la mezquita mayor reconciliada. Además otro clérigo, enviado por el
Toledano, para protestar, había arrebatado del altar el misal, cuando el Tarraco-
nense, iba a comenzar la misa, gritando fuertemente: «Esta Iglesia pertenece al
Arzobispo de Toledo.» E l Obispo de Gerona, Guillermo Cabanellas, que cuenta
este hecho, como testigo presencial, intenta quitarle la fuerza, diciendo que el men-
cionado clérigo, pidió perdón de su acto según lo declara dicho Prelado en una
carta, que envió a Toledo, para informar a favor del Tarraconense, en el proceso
del año 1239. Dándose además cuenta D. Rodrigo, que Jaime I y Albalat no le ce-
derían por esto la antigua sufragánea de Toledo, emprendió un viaje a la Corte
de Gregorio IX, para reclamar sus derechos, a principios de 1239, o a fines del año
anterior. La fecha exacta de su partida y de su vuelta a España no se encuentran.
Sobre esto hay tres cosas ciertas. Que del Otoño de 1238 a la primavera del año
siguiente no hay señales de su presencia en Castilla: Que para el 23 de Febrero
de 1239 ya había estado con el Papa; pues dice el Padre Santo en el breve de esta
fecha: «Exponiendo nuestro Venerable Hermano Rodrigo, Arzobispo de Toledo,
se nos ha comunicado.» Más claramente dice la bula del 22 de Abril, que el Arzo-
bispo le ha hecho la reclamación verbalmente contra el Tarraconense. Tercera,
que a fines de la primavera de 1239 se había despedido D. Rodrigo de Gregorio
IX; porque el Papa dice en la bula del 24 de Abril, que había recibido benigna-
mente a D. Rodrigo, y en la del 26 de Mayo, que accede a su petición, y en las dos
del 19 de Julio ordena que se reparen los daños, que se hubiesen hecho a D. Ro-
drigo, o a su Iglesia, durante su ausencia de España. A pesar de esta abundancia
de datos sobre este viaje de nuestro Arzobispo a Roma, casi nadie lo ha conocido,
y lo han confundido, unos con el de 1236, y otros con el de 1241. Era demasiado
importante el asunto para que D. Rodrigo no diera por sí mismo todos los pasos
más extraordinarios. Pues además de la reclamación de sus derechos metropolita-
nos sobre Valencia, veía venir el recrudecimiento de la causa de la Primacía, co-
mo efectivamente vino, según el mismo P. Fita lo reconoce, diciendo: «La causa
(de la Primacía) suscitóse con mayor acritud entre Toledo y Tarragona, durante el
pontificado de Gregorio IX, con ocasión de la reconquista de Valencia.» (1)
Don Rodrigo hizo girar a su favor la causa en Roma. Impidió la confirmación
del Obispo Berenguer, al cual dio el Papa el Obispado de Lérida, y consiguió del
Pontífice Romano, sino el decreto de la concesión de la antigua sufragánea de To-
ledo, como era su deseo, al menos que le apoyase decididamente, admitiendo sus
dos argumentos. Gregorio los admitió y los consignó en su bula del 22 de Abril
de 1239; y mandó solemnemente, que se celebrase un proceso en España por jue-
ces, que el mismo nombró. Los miembros del Tribunal, que nombró, pertenecían
a tres Reinos. Uno era el Obispo de Olorón, el segundo el canónigo de Toledo, el
Maestro Juan Pérez de Arróniz, y el tercero Guillermo Vidal, Vicario del Arzobis-
—324-
po de Tarragona. Los jueces deberán decidir definitivamente, si vieren clara la ra-
zón, sino, remitir a Roma el proceso ya informado. Manda el Papa, que, si desde el
día que citen a las partes hasta la sentencia, transcurren más de dos meses, se
nombre para Valencia un Obispo, que deberán aceptar definitivamente los dos
Arzobispos contendientes. (1) D. Rodrigo negoció luego el asunto de la Primacía.
Para defenderse eficazcameníe y ganar su pleito, pidió a Gregorio IX la copia de
la lista larguísima de los rescriptos pontificios, relativos a la causa, y solicitó la
confirmación ordinaria de su posesión actual. Todo se lo concedió el Papa: prime-
ro, el 24 de Abril, esa confirmación, y un mes más tarde, la lista de las bulas. Dice
Gregorio IX a todos los Prelados de España: «Siendo nuestra principal obligación
atender a todas las Iglesias, recibimos benignamente a nuestro Venerable Her-
mano, Rodrigo, Arzobispo de Toledo, que vino a nosotros, y examinados los pri-
vilegios de nuestros predecesores, le confirmamos la dignidad de Primado en to-
dos los Reinos de España, al tenor de los mismos privilegios. Por eso, al despe-
dirle, de vuelta a su Sede, con el favor de Silla Apostólica, os mandamos, que al
presentar nuestras letras, le prestéis, sin oposición, la obediencia canónica y la de-
bida reverencia, como a Primado.» (2) A penas alcanzó este breve, Rodrigo partió
para España, encargando a sus agentes en la Curia romana, para que transmitie-
sen las copias de las bulas auténticas, que solicitó para el pleito de la Primacía.
Los agentes fueron sacando esas copias en distintas veces, desde el 26 de Mayo
hasta el 27 de Junio del mismo año 1239, y tramitiéndolas a Toledo a medida, que
se las entregaba el Papa, agrupadas en diversos rescriptos de autenticación. Es
cosa que choca mucho el hecho, de que el Papa no entregara a los agentes de Don
Rodrigo todas las bulas, que éste había pedido, bajo un solo rescripto de autenti-
cación y con una misma fecha. No se adivina la razón verdadera de este procedi-
miento. E l hecho es así. Bajo distintos rescriptos, y con las fechas de 26 de Mayo,
1 de Junio, 27 de Junio del año 1239, Gregorio IX puso en manos de los delegados
del Arzobispo de Toledo la serie de bulas autenticadas, que solicitó para defender
los derechos primaciales contra los tres rivales, los Arzobispos de Compostela,
Braga y Tarragona. E l rescripto del 26 de Mayo contiene seis bulas auténticas de
Urbano II a varios Prelados de España. En el de 1 de Junio se hallan una de
Adriano IV, cuatro de Anastasio IV y tres de Alejandro. Auvray los publica en re-
sumen en su Regesto de Gregorio IX. (3) Pero ni siquiera menciona dos rescriptos
más, de los mismos días, con otras bulas autenticadas de los mismos Papas, que
se dejaron de transcribir y remitir en los dos primeros rescriptos, sin duda por
inadvertencia, o por descuido. Pero se encuentran íntegros, tanto estos dos últimos
rescriptos, como los dos primeros, alegados por Auvray, y con todas las bulas
completas, en el volumen segundo del importantísimo Cartulario «Líber privile-
giorum Ecclesiee Toletance», desde el folio 118 al 124 vuelto. En aquellas grandes
columnas de apiñada y elegante caligrafía gótica, hallará el estudioso investiga-
dor, que anhele ahondar el conocimiento de la materia, todas las bulas pontifi-
cias, que reclamó D. Rodrigo, y que son a la vez de singular utilidad para ilustrar
puntos capitales de la historia, ya eclesiástica, ya civil de España. Allí han estado
seis siglos, cubriendo de oprobio a tantos eruditos famosos, que teniendo en aque-
llos infolios datos claros y terminantes, se han precipitado en lastimosos yerros,
por no estudiar debidamente códices tan inapreciables, fuente limpia e inagotable
de noticias documentales. Voy a citar un ejemplo de esto, copiando textualmente
los párrafos del prostrero de los grandes investigadores en este punto, el P. Fita,
(') Ap. 147. (2) Ap. 148. (3) Auvray. Desde el n. 5025 al n. 5040.
-325-
que explotó como nadie, la rica mina de ese Cartulario, pero que tampoco llegó
a fijarse en esas copias de las bulas. Escribe el jesuíta:
Don Rodrigo: «pensaba sin duda hacer valer (esos rescriptos) en la eventualidad
de un próximo concilio ecuménico, o siquiera en el pleito, a que dieron pie, sobre
la jurisdicción de metrópolis, las conquistas de Valencia y Murcia. E l rescripto de
Gregorio IX, que autentica las bulas de Urbano II, fírmase en el palacio de Le-
trán, el 26 de Mayo de 1239. Lo publicó, mas no enteramente, Raynaldi, continua-
dor de los Anales. (1) No habiendo reparado en que el autor del rescripto, de que
tratamos, se nombra desde el primer comienzo y habla con Rodrigo, Arzobispo
de Toledo, achacó Flórez el documento a Pascual II, (siendo de Gregorio IX) negó
en consecuencia, que todas las cartas allí recopiladas hubiesen salido del Regis-
tro de Urbano, y propuso en resolución enmiendas infelicísimas.» (2) E l P. Flórez
pudo rectificar su error leyendo a Raynaldo, que claramente dice, que el rescripto;
es de Gregorio IX pero le cegaba el empeño de negar la asistencia de D. Ro-
drigo al Concilio de Letrán, en 1215. Fita corrige a Flórez, valiéndose de Raynal-
do, y no recurre al Liber citado, donde se hallan enteras las bulas, mientras que
en Raynaldo, se hallan los fragmentos principales de las mismas bulas, para que
por ellos se supieran cuáles eran y cómo estaban los derechos principales de Don
Rodrigo. Como el gran analista vio que esta lista era la más completa de todas
las sacó D. Rodrigo sobre el pleito de la Primacía y abarcaba todas las que tenían
relación con todos los competidores del Arzobispo de Toledo, entresacó los
párrafos más categóricos y concluyentes, y llenó con ellos muchas columnas de
sus Anales (3) No agravaré la lectura de la obra presente haciendo otro tanto.
Véase en el Apéndice un resumen brevísimo de las bulas más terminantes, a fin
de convencerse cuan importantes documentos solicitó D. Rodrigo, para defender
sus derechos, diciendo al Padre Santo, que se los pedía autenticados, para que no
se perdiesen con el tiempo, por la vejez, o deterioro. Gregorio IX alabó calurosa-
mente su celo, en el encabezamiento de todos los rescriptos.
Como ésta es la vez última, que D. Rodrigo impetró de Roma los documentos,
para asegurar sus derechos primaciales, voy a decir en dos palabras el estado en
que dejó esta famosa causa, después de tantos esfuerzos, y las ventajas que alcanzó.
E l primer adversario, en el orden del tiempo, el Arzobispo de Narbona, si bien
no se había completamente callado, después de la discusión del año 1215, como
se ve por el hecho de haber pedido en 1238 D. Rodrigo las copias de las bulas
contra él, sin embargo ya no hacía presión alguna, y tan asegurado vio al Tole-
dano con las ventajas obtenidas por D. Rodrigo, que en lo sucesivo no saltó más
a la arena. Igualmente el Tarraconense cedió extraordinariamente, y perdió ade-
más mucho terreno en Roma. Porque ya no reclamó la Primacía más que para su
Provincia eclesiástica. En la discusión sobre la Sede de Valencia llegó a declarar,
que D. Rodrigo sólo como Primado podría pretender la intervención, no como
Metropolitano. (4) Vio cómo Roma reprobó su condenación del año 1241, y que
aprobó el derecho de D. Rodrigo de llevar la cruz primacial alzada por su Pro-
vincia, en tanto que jurídicamente no probase su intento, por el hecho de declarar
nula la censura lanzada contra Rodrigo en el Concilio de Tarragona.
El Bracarense tampoco dio en los siglos posteriores nuevas batallas: se limitó a
mantener constantemente su bandera de defensa enarbolada, titulándose Pri-
(1) No hay más mutilación que la omisión de la dirección al Arzobispo de Toledo. (2) España
Sagrada. T. m . p. 326 y 327. (3) Año 1239. N . 47 y 57. (4) Así contestó el juez defensor de Albalat
en Tudela, como se verá luego.
-326-
mado. La mayor asonada de reclamaciones fué la referida de Fray Bartolomé de
los Mártires, al cual ni siquiera le reconocían los derechos primaciales sobre la
Iglesia de Portugal los mismos Prelados portugueses, según se patentizó, cuando
el tenaz Arzobispo se negó a recibir a Felipe II por rey, si primero no le consentía
llevar la cruz alzada en el reino de Portugal. Los Arzobispos de Lisboa y Ebora
protestaron diciendo, que no estaba decidida la causa con el Toledano, y así, en
silencio, dejó de alzar la cruz, fuera de su Provincia. Finalmente, confórmese dijo
arriba, el Compostelano no hizo más protestas serias. Estas son las ventajas obte-
nidas por D. Rodrigo contra los rivales, que no le querían reconocer; siendo de
notar también, que aún el Tarraconense en su Provincia le cedió el primer puesto en
un concilio nacional, como lo vimos en Tarazona. Además obtuvo la Primacía
absoluta sobre Sevilla. Ya nadie adelantó más de lo que hizo Rodrigo esta cues-
tión a favor de Toledo. Así quedó estancada. Sólo una que otra revuelta, sin con-
secuencias, se registra en lo sucesivo, pero pleitos formales, ninguno.
Se ha citado como caso de resistencia al reconocimiento de la Primacía de To-
ledo, aiin dentro de Castilla, el raro episodio, que en el reinado del Emperador
Carlos V ocurrió, en la diócesis de Burgos, en 1558, al celebérrimo compatricio
del mismo D. Rodrigo, Bartolomé Carranza. Volvía este de Bélgica, ya hecho Ar-
zobispo de Toledo, para posesionarse de su Sede, y entró por el Cantábrico, y al
cruzar la diócesis de Burgos, se le notificó que un sobrino del Prelado burgalés
venía a impedir el paso con las armas. Carranza varió discretamente el itinerario,
pero por el mismo Obispado, y siguió con la cruz primacial alzada, como había
comenzado, hasta Burgos, donde entró en la misma forma, sin más incidente, sin
haber chocado con el sobrino del Diocesano. (1) Esta demostración no fué por no
reconocer la Primacía, como entienden con Fonseca y Castejón algunos autores,
sino porque, como el Obispo de Burgos era Cardenal, se picó de que Carranza,
que no lo era, camínase con aquella autoridad. Pero se allanó al fin, sin más pro-
testa. Lo dicho evidencia que el campeón principal de la Primacía fué Jiménez de
Rada. Además, como media centuria más tarde, el título de Primado perdió la
autoridad de jurisdicción y vino a ser decorativo, se enfrió el ardor de la lucha, y
no inflamó más los ánimos.
Encauzados así los asuntos, D. Rodrigo tornó a España por la primavera, y el
Papa expidió un breve al Obispo de Tarazona, al Deán de la misma y al Abad del
monasterio de Piedra, mandándoles, que, si encontraban, que se había hacho algún
perjuicio en sus bienes al Arzobispo de Toledo, desde que este emprendió su viaje
a la Sede Apostólica hasta su regreso, lo revocaran al debido estado, usando de
censuras contra los contradictores, 19 de julio de 1239. No se ve si se expidió a
instancia de D. Rodrigo, o espontáneamente. (2)
En el viaje de vuelta hubo de ocurrir el famoso acto, que dio ocasión a la reu-
nión de un concilio provincial en el reino de Aragón. Escribe Tejada, al tratar del
año 1240: «El día 8 de mayo del referido año celebró el Arzobispo Pedro Albalat
un concilio en su ciudad de Tarragona, acompañado de los Obispos de Barcelona,
Lérida, Tortosa y Huesca con los electos de Zaragoza y Valencia. Entre otras co-
sas, que allí se ventilaron, la principal fué protestar contra el Arzobispo de Tole-
do, que regresando desde Roma por la provincia tarraconense, se permitió llevar
ante sí su guión, usar del palio y conceder indulgencias. Para remediarlo en lo
sucesivo se acordó que si volvía a acontecer, se pusiera entredicho en los lugares
por donde pasase, mientras él estuviera en ellos, y que se le tuviera por excomul-
(1) Primacía. Lib. IV. Art. Carranza; por Fonseca. (2) Ap. 155.
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gado.» (1) E l artículo de condenación dice literalmente. «Así mismo establecemos
que si el Arzobispo de Toledo, atravesando por la provincia Tarraconense, hiciera
llevar ante sí la cruz alzada, o usare del palio, y diere indulgencias en nuestra
provincia, las cuales, según se dice, intentó él temerariamente conceder en alguna
parte, queden sujetos al entredicho los Jugares a que él viniere de esa manera, o
en los cuales presumiere hacer estas cosas, durante todo el tiempo de su perma-
nencia allí. Decretamos con nuestra autoridad y la del Concilio, que este Arzobis-
po, que tales cosas atentó, está excomulgado.» (2)
Se comprende esta demostración de la Primacía por D. Rodrigo en esta ocasión;
porque venía alentado por el rescripto pontificio de confirmación, (3) y vio que
era oportuno en el momento, que tal vuelo iba tomando en su provincia el Tarra-
conense, dar la sensación de cierto golpe de autoridad, que impresionara a todos
y se hiciera saber que el proceso, que para fines de 1239 se preparaba, se miraba
con serenidad. Así lo comprendió el Tarraconense, y por eso convocó el Concilio
para dar idea de valor y fuerza, y contrarrestar el efecto con la fulminación de
censuras. No sabemos por qué zona de la provincia del Tarraconense pasó en esa
forma, acaso (y es lo más probable, por ser lugar propio de regreso) por Navarra,
que Pamplona era, sufragánea de Tarragona. Aunque por no decir las actas expre-
samente, que regresaba de Roma, hemos dicho que así hubo de ser, sin embargo,
el texto de la censura indica suficientemente que el viaje de vuelta, y no una en-
trada intencionada COJ el fin de alardear de su autoridad. (4)
Quejóse D. Rodrigo al Papa por este concilio y por el decreto lanzado contra
él, y el Padre Santo reprobó el tal decreto severamente. Después de reproducirlo
en substancia, al principio de la bula, continúa de este modo: «Pero si te hubieras
fijado en lo predicho, no lo habrías ejecutado, ya que no constaba con cer-
teza, que dicho Arzobispo había faltado en las cosas mencionadas, que le po-
dían corresponder por especial concesión de la Sede Apostólica. Y si creías que
dicho Arzobispo agraviaba a tí y a tu iglesia con esto, podías querellarte contra
él aniel a Sede Apostólica. Por lo que, con el fin de que, por tolerancia, para nadie
quede este ejemplo de presunción, declaramos, Nos, con nuestros Hermanos, que
la citada sentencia de excomunión es de ningún valor y queda derogada. Dado
en Letrán, 16 de Abril, año 14 de nuestro pontificado.» (5)
D. Rodrigo ya estaba con San Fernando en San Esteban de Gormaz, el 20 de
Junio de 1239, de regreso de Italia; y al poco se fué a descansar a Bríhuega, en
tanto que los jueces pontificios sumariaban el proceso de Valencia. Debieron po-
nerse a trabajar a fines de Mayo, o principios de Junio, époc.a en que pudieron re-
cibir la bula del 22 de Abril. En cinco meses escasos hicieron las innumerables di-
ligencias necesarias para reunir documentos y atestados; por Fin citaron a los
dos Arzobispos para que se presentasen por si, o por procuradores, para el día
primero de Diciembre del mismo año. Escogieron un territorio neutral, para cons-
tituir el Tribunal, la ciudad de Tudela, en Navarra, capital entonces del Reino, sí
bien en aquella hora su Rey, Teobaldo, se cubría de gloria con sus vasallos en la
cruzada del Oriente.
Don Rodrigo se presentó personalmente en Tudela, y lo mismo el Tarraconense,
el día señalado; y los dos estuvieron conformes en determinír que al día síguien-
(1) Colección de Candios. III. p. 350. (2) Balucio. Marca Hispánica. Lib. 4. O) Ap. 148.
(4) PerprovmHam..tramitan, faciens, dice el canon. Erró Cabanilles cuando dijo, que lo hizo
«yendo a Roma.» E l 8 de mayo se celebró este Concilio, el 25 de agesto del mismo llama Gregorio a
D. Rodrigo a Roma como sabemos por las cartas, del Papa, que le llamó para el Concilio ecuménico
de 1241. '5; Ap. 166.
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te se incoara el proceso. D. Rodrigo nombró, el dos de Diciembre, su procurador
al Canónigo de Toledo, Gutíer Fernández, y el Tarraconense a su oficial, Raimun-
do Barbareno. Ambos se pusieron a trabajar en presencia de sus Prelados, que
quedaron en 'lúdela muchos días. Dejando las múltiples peripecias, harto intere-
santes, de la famosa causa, pondré únicamente ciertos punios más salientes; pero
valiéndome del documento del juez partidario del Tarraconense, para que sea im-
parcial la reseña, al menos no inspirada en los partidarios de Rodrigo. E l procu-
rador de D. Rodrigo fundamentó el derecho de su Prelado con las dos razones,
que ante el Papa había alegado ei Toledano; que en la época goda Valencia perte-
necía a Toledo, y que D. Rodrigo tenía el privilegio de los Papas de ordenar toda
diócesis reconquistada. E l procurador del Tarraconense lo fundamentó en el he-
cho de la ocupación y posesión material. Los jueces vieron que esto era sacar del
quicio las cosas, y vagar fuera de lo mandado en la bula por el Papa. Pues man-
daba éste que las partes litigantes presentasen los privilegios y las razones, que
tuvieran, y que conforme a esas razones sentenciasen. Por lo tanto los hechos re-
cientes no debían aceptarse como base del derecho. En consecuencia, mandaron
los jueces que se atuviese al mandato y norma apostólicos, y presentasen sus pri-
vilegios y razones. Y para mayor verdad y rapidez de la prosecución del proceso
acordaron, con asenso de las partes, que cada uno prestase juramento de la ver-
dad de lo que decía y entendía sobre el valor y alcance de lo que alegaba; y re-
chazando la insistencia del procurador Tarraconense, por retornar al principio de
posesión, decretaron recibir los juramentos a D. Rodrigo y al Tarraconense. Se
presentaron de nuevo los dos Azobispos distintas veces, y prestaron las dos de-
claraciones siguientes. Primero, que dirían la verdad. Segundo, (días después), que
dirían lo que cada uno creía acerca de los privilegios. D. Rodrigo juró que Valen-
cía estaba enclavada en su provincia, y que, aún cuando no estuviera, le corres-
pondía su organización, en virtud del privilegio de Alejandro. E l Tarraconense ju-
ró que Valencia no preíenecía a Toledo, ni su organización «máxime, porque en el
predícho privilegio se daba eso al Arzobispo, como a Primado.»
Don Rodrido presentó por sí mismo a los jueces una multitud de documentos
y razones, que fueron leídos. E l Procurador contrario reiteró, que los jueces obli-
garan al Toledano a responder sobre el manoseado argumento de la posesión,
que el Tarraconense tenía, y contestó que la había adquirido por expoliación, y
en particular, añadió, que las Iglesias de San Vicente extramuros y San Miguel,
ocupadas por sus procuradores, en el momento de la conquista, se los había arre-
batado el Tarraconense, y se negó a más respuesta. Pero el de Tarragona, débil
para sostenerse contra este hecho, volvió al principio general. Los jueces otra vez
mandaron que los catalanes se sujetaran al precepto del breve, que tanto les per-
día. En esto D. Rodrigo indicó que también estaba dispuesto a admitir el argu-
mento de posesión, en razón de la expoliación sufrida, lo que aprovecharon los
partidarios del Tarraconense para hacer un acto escénico. Dice Vidal: «al oir esto,
en el acto, ciertos testigos, presentados de parte del Arzobispo de Tarragona, jura-
ron en presencia del Toledano y de su procurador. Halíánse sus nombres en las
actas.» Como era natural, los jueces no hicieron caso a estos juramentos, no pe-
didos.
Al llegar aquí los jueces nombraron dos comisiones para que fueran, a Aragón
una, y la otra a Castilla, a recibir declaraciones testificadas, mandándoles que lle-
varan las actas de testimonios para el día siguiente de la Epifanía, 7 de Enero de
1240. Con actividad lo cumplieron las dos comisiones. La comisión de Castilla re-
gresó cargada de documentos de orden civil y eclesiástico, los cuales demostra-
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ban que Valencia había pertenecido a Toledo en lo pasado. E l más irrefragable,
era, que, en la época goda habían asistido los Obispos de Valencia, como sufragá-
neos, a 'dos concilios provinciales, y habían firmado sus actas. Acorralado y abru-
mado ante los innumerables datos y argumentos, el Tarraconense, contestó infe-
lizmente, diciendo que no presentaban los documentos originales, sino copias
y traslaciones: como si pudiera negarse razonablemente la autenticidad y
la verdad de los documentos multiplicados en muchos archivos y bibliotecas,
y cuyo contenido ha sido puesto en práctica desde su origen, y que con absoluta
certeza de veracidad han sido invocados y alegados también sin duda alguna
por los juristas. De esta índole eran los que adujo D. Rodrigo. En consonancia
con este criterio sin base, da el procurador de Tarragona fantásticas soluciones
a los diversos argumentos deducidos de cada privilegio. Hacina después el Tarra-
conense una porción de sutilezas, que da por razones, pero que carecen de fuerza
y enlace lógico. Llega a querer invalidar el derecho de posesión de San Miguel,
que había ocupado el Obispo de Albarracín por el Toledano, diciendo que no va-
le, porque el Rey Jaime se la quitó con armas.
Como no se alegaban razones por parte del Tarraconense, el Obispo de Oloron
y Gutier Fernández decretaron que no había lugar ya a más discusiones; y que,
por ser claro todo, era necesario sentenciar definitivamente, sin remitir a Roma el
proceso. El juez Vidal disintió, como estaba previsto, por ser ciego partidario del
Tarraconense. Los dos jaeces dieron sentencia en favor de D. Rodrigo, y comuni-
caron a Jaime I su resolución, diciendo, tras una introducción: «Habiendo resuelto,
con los ojos puestos en Dios, con la autoridad del Papa, adjudicar al Arzobispo
de Toledo la ordenación de la Iglesia de Valencia, en justicia, rogamos y amones-
tamos a su Alteza Real, con la autoridad del Papa, que hagáis recibir por Obispo...
a quien el Arzobispo de Toledo eligiere y consagrase para la Iglesia de Valencia.»
La fecha, que ponen, es 31 de Enero de 1239; pero es el año 1240; porque siguen la
calendación por la Encarnación, 25 de Marzo. Vidal, juez tercero, dio su sentencia
de disentimiento el día siguiente, 1 de Febrero.
Hacía tiempo que D. Rodrigo se había retirado de Tudela. El 30 de Diciembre de
1239 estaba en Brihuega; de modo que de Brihuega se fué allí a fines de Noviem-
bre, y a Brihuega volvió. Hubo de ser en el momento en que lo» comisionados
nombrados partieron para Aragón y Castilla, con el fin de recoger los documentos.
La sentencia de los dos jueces era la única justa; y por eso el analista aragonés
escribe así: «También fué cosa digna de referirse, que siendo esta diócesis de Va-
lencia en lo antiguo, en tiempo de los godos, sujeta a la metrópoli de Toledo, co-
mo parece por las limitaciones, que se ordenaron por el Rey Wamba, el Rey don
a i m c s e o b l i
I g ó a procurar la unión della... a la metrópoli de Tarragona...»
La fuerza de Jaime el Conquistador y la de las circunstancias dio el triunfo al Ta-
rraconense, a pesar de estar la razón por D. Rodrigo. No es verdad, como ha es-
crito un autor, que Gregorio IX diera bula definitiva a favor del Tarraconense. Só-
lo aprobó su elección ad casum, para la Sede Valentina, y dispuso que el Tribunal
Romano decidiera la causa. Allí habían apelado los catalanes contra la sentencia
de Tudela. E l Cardenal Sinibaldo escribió el 14 de Mayo de 1240, notificando la
presentación de la apelación por medio de dos procuradores de Albalat. Exigen
estos la anulación de la sentencia en contra del Toledano, cuyo procurador recla-
maba su confirmación, desechando la razón de los adversarios, que rechazan el vo-
to de Pérez de Arróniz, diciendo, que está excomulgado por la pluralidad de bene-
ficios con cura de almas. Seguía el proceso en 1241, en que funcionaban l o i jueces
nombrados por Gregorio IX, el 14 de Julio de 1241, y eran el canónigo de Toledo,
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el Maestro Pérez de Bayona, Pedro Albertí, canónigo de Barcelona y dominico
Guarnerio. (1) Inocencio IV mandó a los mismos jueces renovar el examen de tes-
tigos y demás cosas. Es el último incidente que conozco, y pertenece al 14 de Ju-
lio de 1243; (2) e ignoro si terminó todo por sobreseimiento, o por no urgir las
partes. D. Rodrigo desistió sin duda, al conocer que no era posible triunfar. Que
recios eran los tiempos.
Sí, muy recios eran los tiempos, y gemía la Iglesia bajo las tiranías del azote de
Gregorio ¡X, Federico II de Alemania, que hizo al Papa la atroz guerra del año
1240, pero que se retiró por fin derrotado de los muros de Roma. E l nonagenario
Gregorio IX le excomulgó, y convocó, el 9 de agosto de 1240, un Concilio General,
que debía estar reunido el día de Pascua de Resurrección del año 1241, para tratar
de la conducta del pagano emperador teutón, y de la unión de los griegos con la
Iglesia Católica. Además de la Encíclica general de la convocación, dirigió cartas
especiales de apremiante invitación a varios personajes preeminentes y singular-
mente prestigiosos de la cristiandad, cuyo consejo tenía espacial valor. He aquí la
honrosísima, que dirigió personalmente a D. Rodrigo. Nada refleja mejor la opi-
nión del Papa sobre D. Rodrigo.
«Gregorio, al Venerable Hermano, Rodrigo, Arzobispo de Toledo. La eterna pro-
videncia de Dios, desde el principio de la creación, quiso gobernar la Iglesia santa
e inmaculada con tal orden, que estuviesen unidos al único Pastor, que tiene la ple-
nitud de la potestad con todos los demás, los que participan de la misma dignidad,
como miembros unidos a la Cabeza íntimamente, en cosas que ocurren, con una
unión indisoluble, por la cual, uniéndose ellos entre sí, la Cabeza cobrara vigor y
fuerza con su ayuda, y la condición de los miembros se robusteciera con el apoyo
de la Cabeza. Por cuanto no conviene que ignores, como amparo de la Iglesia Ma-
dre, los sucesos y causas extraordinarias de la Sede Apostólica, por lo mismo, ur-
giendo la necesidad, vemos que es oportuna tu presencia y la de otros, rogamos
y exhortamos muy ahincadamente a tu Fraternidad, mandando por letras apostó
licas, que vengas personalmente de aquí a la Dominica próxima de Resurrec-
ción, a nuestra presencia, dejando al lado cualquier otro asunto, para que la
Iglesia reciba de su hijo, en tu visita, el deseado consuelo, y el grato sostén de
tu prudente consejo. Procura traer número moderado de personas y cuestiones,
para que no seas demasiado gravoso a tu Iglesia. Además queremos y ordenamos
que de nuestra autoridad intimes a tus sufragáneos, que no se les invita particu-
larmente, y a los Cabildos y demás Prelados de tu Provincia eclesiástica, que no
dejen de enviar en el mismo término a la Sede Apostólica representantes fíeles y
diligentes. Dado en Cripta Ferrata, 25 de agosto, décimo cuarto de nuestro ponti-
ficado. (1240) Gregorio Papa IX.» (3) Indudablemente el objeto de tan categórico y
honorífico llamamiento a Roma era doble. Primero, para que asistiera al Conci-
lio general, en la forma, que se le había comunicado, 16 días, antes en la convoca-
toria común. Segundo, exponer a D. Rodrigo privadamente todas las circunstan-
cias imponentes, que atravesaba la nave de San Pedro, y por medio de sus conse-
jos, ilustrarse y orientarse, para la acertada celebración del Concilio ecuménico.
D. Rodrigo, hombre sabio, repúblico eminente y práctico, con certero juicio para
poder aconsejar acerca del difícil asunto político del pleito de Federico de Alema-
nia, Pastor activo y atinadísimo de la iglesia hacía más de treinta años, así parti-
cularmente era llamado por el nonagenario Pontífice al Concilio ecuménico, para
que fuera, en ocasión tan solemne, su luz y su consuelo con su adhesión y consejo.
(1) Auvray. « 8 6 . (2) Berger. 17. (3) Original en Toledo: Archivo Catedral.
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Furioso el emperador por la convocatoria del Concilio, derramó sus sicarios
por todos los caminos, que podían conducir a Roma a los Obispos, y con espanto-
sas amenazas sembró el pánico, para que ninguno osara emprender el viaje. Mas
Gregorio IX insistió más vivamente, para que no se retrajeran los Prelados, y di-
rigió de nuevo otra bula personal a D. Rodrigo y a otros Pastores más eminentes,
el 15 de octubre del mismo año, relatando y reprobando las maquinaciones de
de Federico, y animándoles, para que no dejen de concurrir a Roma, despreciando
los peligros. E l Papa advierte a D. Rodrigo, que el portador de las letras le dará a
conocer cómo están tomados los medios para el éxito seguro de tan grande nego-
cio. (1) En la corte de Castilla hubo verdadera preocupación por los padecimien-
tos del Papa y de la Iglesia. San Fernando escribió el 4 de diciembre a Gregorio
IX manifestándole su devoción, y anunciándole, que le enviaba el Abad de Saha-
gún, para que con su licencia haga de mediador con Federico, para lograr su re^
a
conciliación. (2) Otro tanto le dice D. Berenguela al Papa, el día siguiente, aña-
diendo un rasgo propio de su sexo, al decirle, que el Abad de Sahagún le contará
verbalmente cosas, que no quiere fiar a las cartas. Fechan en Burgos. (3)
Federico con alarde de fuerzas, cerró todos los caminos, pues casi todos esta-
ban en sus manos; ya que dominaba en las Dos Sicilias, en la mayor parte de los
mares que ciñen a Italia, y casi todos los pasos de los Alpes. Ordenó implacable
caza de Obispos. Estos, enardecidos por las sentidas voces de Gregorio IX, sin
arredrarse por esta persecución, se encaminaron a Roma. Pero más de trescientos
Prelados cayeron en las celadas del Emperador, y fueron maltratados ignominio-
samente. (4) Brilló la fé heroica del Episcopado católico, como en los días más
gloriosos del valor cristiano. De Francia, sólo tres retrocedieron: de España, que
sepamos, ninguno del gran número que acudió. (5) De los españoles hay más no-
ticias que de los Obispos de otras naciones, por causa de una gran contra-
riedad que padecieron, y de la que dieron varios de ellos noticias al Papa, en una
carta, el 10 de Mayo de 1241. Juan de Arles, Pedro, Arzobispo de Tarragona, Ñu-
ño, de Asíorga, Lorenzo, de Orense, Martín, de Salamanca, Pedro de Oporto, Gil
de Plasencia, notificaron al Pontífice Romano, que la flota genovesa había sido
desbaratada por la escuadra combinada de sicilianos y písanos, partidarios de Fe-
derico; que muchos Obispos de varias naciones habían sido apresados, pero que
ellos se habían librado del desastre, a la vez que el Arzobispo de Compostela; que
el Bracarense, con varios Prelados más, se hallaba en Venecia; que se manten-
drán firmes en la prueba; que eí Papa les ordene lo que han de hacer, y que trate
al Emperador con rigor para su gran escarmiento. Esta catástrofe naval ocurrió
el 3 de mayo, y se salvaron sólo siete naves. (6)
Don Rodrigo fué más afortunado. Supo burlar las celadas del perseguidor, y lle-
gó a Roma, sin que sepamos cuál fué su odisea para arribar a su término. Quizás
consistió su ventaja en haberse anticipado a los demás Obispos, con el fin de tra-
tar asuntos privados de su Iglesia. Uno de estos era la ruidosa sentencia de exco-
munión, fulminada contra él, el año anterior, el 8 de Mayo, en el Concilio de Ta-
rragona. Para el 16 de Abril ya había conseguido del Papa el rescripto de repro-
bación de esa sentencia, como se ve al principio de la bula. Señal de que don
Rodrigo se adelantó mucho. Era natural. Ese asunto tenía que escocerle.
Obedeciendo el Toledano al mandato de Gregorio IX, de que no se se llevaran
múltiples negocios, se hubo de abstener de tratar otros, que tanto le interesaban,
(1) Auvray. 5775. Regestum Gregorii. 20. f. 31. (2) Auvray. 3163 (3) Id 5165. (4) Hergenro-
ther. Hist. de la Igles. 111. p. 583-584. ^5) Avvray. 6031. (6) Auvray. 6031.
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como el pleito de Valencia, porque no hay rastro alguno de nada, fuera del ur-
gentísimo de la excomunión. Bien hacía el ancianísimo Pontífice, que ya estaba en
la edad decrépita de cien años. Poco más sobrevivió. E l 21 de agosto pasó a la
otra vida entre las lágrimas de! mundo entero.
Fracasado el proyecto del Concilio por el cautiverio de una gran parte de los
Obispos y la imposibilidad de acudir de otros, D. Rodrigo regresó a España, sin
espantarle los espías y las patrullas de soldados de Federico, que continuaban
galopando, para apresar a los Obispos, partidarios del Papa, pudiendo suponerse)
que el teutón estaría más irritado por los que habían llegado a la Corte Romana,
burlando su vigilancia. Perseguido, o no, D. Rodrigo llegó a Toledo, antes, que se
supiera el fallecimiento del Papa. Por eso fué citado por ciertos jueces el 13 de
septiembre del mismo año, antes que se esparciera por España esa noticia, como
luego veremos.
Corresponde a este lugar continuar y terminar el ruidoso proceso, que ante Gre-
gorio IX, en 1236 encauzó D. Rodrigo, relacionado con los Caballeros de Santiago-
Porqué se desarrolló bajo el impulso y los auspicios de este Papa, que tan de ve-
ras se propuso solucionarlo, aunque no lo consiguió, puesto que se acabó en tiem-
po de Inocencio IV, cuatro años después; pero fué fruto de lo hecho por Gregorio
IX; y por eso aquí señalaremos su término.
Gregorio IX, el 8 de Octubre de 1239, activó la solución del pleito, designando
nuevas comisiones, que instruyeran la causa, que en la Curia Romana instruía el
Cardenal español Gil, y como su suplente por temporadas, el Cardenal de Santa
Sabina. (1) Ahora el Papa autorizó a los últimos comisionados para que pudiesen
resolverla en España, y con objeto de hacerlo, citaron a las partes a Toledo, para
el sábado siguiente a la Epifanía de 1240; anunciando que D. Rodrigo estaría allí
en ese día; y dicen: «e cuidaremos con ¡a merced de Dios que fallaremos, hy tal
carrera e tal consejo, que por composición o por cualquier otra parte lo adovare-
mos de guissa, que el Arzobispo haya su derecho e vos el vuestro.» (2) El Maestre
general desde Murcia, donde estaba detenido por la guerra y la fiebre, delegó en
el Comendador de Uclés, diciendo: «e bien podedes entender esta vegada, que por
nos remansa la paz; e bien entendedes vos que en la contienda el Arzobispo perde
mucho, e nos mucho, e el servicio de Dios embarga.» (3) Sopla aura de bonanza.
Por eso en armonía se formó la lista de lugares que debían entrar en la futura ave-
nencia. (4) El Cabildo toledano declaró el 1.° de setiembre de 1241, que «ratifica-
ba lo que hiciese su venerable Padre D. Rodrigo.» (5) Los jueces, después de oir
las alegaciones, decretaron el 13 de setiembre, que D. Rodrigo y el Maestre de
Santiago se presentasen el 18 de octubre para que declarasen personalmente. No
hay noticias de si acudieron. Como murió el Papa el 21 de agosto anterior, yo
creo, que no. pues los comisionados perdieron la delegación papal. Hasta 1245
perdemos el rastro del litigio. E l 6 de febrero de ese año Inocencio IV dirigió a
D. Rodrigo y a la orden de Santiago la bula de confirmación de la composición
amigable sobre miles de puntos. (6) La fecha de la composición es del 13 de marzo
de 1243. Aunque ia composición concede más'Javores a los Saníiaguistas en lo
(!,) Ap. 144. (2) Documento largo. Bib!. N . sig. 13.039. f. 193-197. (3) Ibiden. (4) Ibiden.
(5) Bul! S. Jacobi. p. 115-116. (S) Está la bula en el Lib. pnV. 1. fol. 192495, que inserta el largo
convenio. E l autor del Bullado de Santiago la cree subrepticia, por no llevar las firmas de los jueces,
y de trece Comendadores de la Orden. Pero no hay duda que es auténtica, porque se puso en vigor en
todas sus partes en los tiempos ulteriores. Posible es sin embargó que cierto grupo de Saníiaguistas
la obtuviera del Papa sin conocimiento del otro grupo. Las concesiones de la bula son más favorables
para los Santiaguistas que para Rodrigo.
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temporal que a D. Rodrigo, sin embargo todo va calcado sobre las normas que
dio Gregorio IX, después de oir a D. Rodrigo el año 1236, y por eso desaparece la
exención en la forma, que ellos entendían, y reconocen a nuestro Arzobispo los
Caballeros como a su Venerable Pastor. (1)
El 30 de mayo de 1240 Gregorio IX le reprendió porque ejercía, lo mismo que
otros Prelados castellanos, una excomunión indirecta con los Caballeros de Cala-
trava, porque los aislaba del trato de sus diocesanos, al prohibir a estos que comer-
ciasen con ellos, y que llevasen su grano a moler en sus molinos y el pan a cocer
en sus hornos, con la consiguiente pérdida de beneficios. A todos prohibe el Papa
tales procedimientos. (2)
El 4 de mayo del mismo año comisionó el Papa a los Abades de Arlanza y Pa-
lenzuela, y al Arcediano de Burgos, la resolución de las diferencias de D. Rodrigo
y de los Caballeros de Calatrava sobre varios derechos, análogos a los que hemos
dicho de los Santiaguistas, menos la cuestión de la exención. Se hubo de resolver
en buena armonía, que jamás se perturbó entre los dos litigantes. (3)
Por un documento de San Fernando, del 25 de Abril de 1241, sabemos que don
Rodrigo poseía, por donación del mismo Rey, el Castillo de Peña con el territorio
anejo, en el término de Benquerencia, en Extremadura. (4) Diego Sánchez, valero-
so guerrero, en 1242 donó al mismo Arzobispo un castillo con su Iglesia y tierras
adyacentes, en Valtierra, conquistada a los moros con la cooperación de Pedro
Roiz, caballero del dicho Arzobispo y otros amigos. En 1240, Jiménez de Rada,
con el fin de procurar que sus beneficios fueran provechosos a los agraciados,
dispuso, al dar en lotes las viñas del Arcedianato de Alcaraz, y autorizarles para
que pudieran los poseedores destinarlas a cualquiera clase de labranza, que si de-
jan de labrarlas, que perdieran el primer año, el esquilmo, y el segundo, la raíz.
Ingenioso modo de fomentar la laboriosidad, fuente de buenas costumbres.
Hablemos de Brihuega y de su comarca. Hay que llamar a Brihuega la Quinta
de cariños de D. Rodrigo, descanso de sus azares políticos y guerreros, amado re-
tiro de sus meditaciones, rincón apartado de sus elucubraciones, como el Túsculo
para Marco Tulio. Aunque distaba veinte y siete leguas de Toledo, anualmente iba
allí a pasar una temporada, que muchas veces se prolongaba varios meses, si no
se lo estorbaban las imprescindibles ocupaciones de vida tan activa y accidenta-
da. Aunque es demasiado lo que afirma un escritor diciendo: «Pasaba casi todos
los veranos en Brihuega.» (5) Lo que sí es verdad lo que dice en otra parte, que
allí le visitó muchas veces Alfonso, «según se desprende de las páginas de su his-
toria y de algunas albalas, que se conservan en el Archivo Catedral de Toledo.»
(5) De San Fernando se cita una visita, (7) que yo no la tengo por segura. Por la
descripción que hace D. Rodrigo de su rica posesión, se deduce, que le arrastraba
allí la amenidad del paisaje. Dice hablando de Alfonso VI, su primer poseedor:
«Pero en aquel tiempo, la ribera del Tajuña, llena de árboles y refrescada por las
fuentes de aguas, estaba abundantemente poblada de osos, jabalíes y otras fieras,
y él, (Alfonso VI) remontando río arriba, llegó a un lugar, que le agradó, llamado
ahora Brihuega. Y como le gustasen el castillo, la amenidad del lugar y la abun-
dancia de la caza, vuelto a Toledo, pidiéndoselo al Rey, lo alcanzó, y habiendo
puesto allí sus monteros y cazadores cristianos, quedó en su poder aquel lugar:
y dejó allí para que lo habitasen unos pocos cristianos, hábiles cazadores y fle-
cheros, cuyes descendientes perseveraron allí hasta el Arzobispo de Toledo, Juan
(1) Ap. 172. (2) Ap. 160. (3) 161. (4) Bull. Ordi. Milit. de Alcántara. P. 50. (5) Pereja. P. 68.
(6) Pereja. P. 405. (7) Minguella. I. Pereja. 405.
-334-
III, que amplió la población con nuevos habitantes, y pobló la aldea de la parro-
quia de San Pedro, como también su arrabal.» (1) Fué Brihuega uno de los pue-
blos, que el mismo Alfonso dio a la Iglesia de Toledo en el acto de la restauración
de la Sede, como dotación para el culto y el Arzobispo. Se le agregaron, al correr
de los años, varias aldeas, unas pertenecientes a Guadalajara, otras brotadas al
calor de la paz cristiana, y llegó el siglo de su apogeo, el trece, «época la más in-
teresante y de mayor esplendor de nuestra villa, merced principalmente a los fa-
vores y amor, que la dispensó el Arzobispo D. Rodrigo.» (2) Encariñado de aque-
lla región apacible, rica y desviada de los caminos, que eran numerosos para el
tráfisito de las huestes y para invasiones inesperadas de reinos extraños, que pu-
diesen transformarlo en campo de lucha y asolamientos, realizó el plan de crear
un estado feudal ímportantisimo y compacto, propio del Arzobispado de Toledo. De
atrás pertenecían a Brihuega seis aldeas, (3) y cuando San Fernando le manifestó
que iba a premiarle con otros pueblos los grandes servicios prestados a la corona,
D. Rodrigo le pidió, que se los diera en las proximidades de su villa predilecta, y
así lo hizo, dándole seis aldeas más, como lo expresa el mismo Arzobispo, al decir
queTda el Fuero a Brihuega, «con todas sus aldeas, esto es, con las aldeas
viejas, que avie et con las VI, que nos ganamos del rey don Fernando, que Dios
dé vida, las cuales son estas, (4) Gajanejos, Valdesaz, Ferruñuela, Casfilrnhnbre,
Yélamos de San Andrés, Tomellosa.» (5) Pero el Arzobispo poseía allí además de
esos, otros pueblos, que no pudo unir a Brihuega, para someterlos a un go-
bierno y Fuero comunes, por ser entidades concejiles completas, como Arenilla
con sus aldeas, que al sureste confinaba con el territorio mencionado, y por el
oeste Turviers y otros lugares, que mencionamos en anteriores capítulos. Por lo
que, el territorio propio del Arzobispo era dilatado, y al ir a vivir a Brihuega, se
hallaba el Prelado de Toledo en medio de una pequeña provincia suya. Respecto
de las mejoras materiales de la misma villa escribe un historiador de la Academia
de Historia: «Pero el Arzobispo, a quien más debe la villa y del que más recuerdos
se conservan en ella.... el que más impulso dio a sus fortificaciones y monumentos
religiosos, fué el insigne D. Rodrigo Jiménez de Rada, cuyo nombre como guerrero,
como historiador, como legislador y como prelado es el más insigne de cuantos
constituyen la preclara serie de primados de España hasta el gran Cardenal Jimé-
nez de Císneros.» «Yo presumo por esto y por los caracteres artísticos de muchos
monumentos de Brihuega, que en su tiempo debieron empezar los trabajos de las
iglesias más antiguas, y aún del castillo, si no es que quiere verse en algunos por-
menores de éste y de Santa María origen algo más antiguo.» (6) E l castillo sub-
siste; fué potente fortaleza guerrera mucho tiempo; en épocas ulteriores prisión de
facinerosos, enviados por el Estado: su estilo, románico ojival. Le llaman los ac-
actualesjiabitantes, castillo de Piedra Bermeja.
El favor más preciado que D. Rodrigo obtuvo de Enrique I en pro'^de Brihuega
fué el privilegio rodado, con que este Rey concedió a esa villa la facultad de cele-
brar una feria en el día de San Pedro y San Pablo. Fecha el 17 Septiembre en Va-
lladolíd, año de 1215: merced de grandes rendimientos, que no disfrutaban pobla-
ciones tan importantes como Madrid, Talavera de la Reina, Alcalá de Henares
«Mas donde verdaderamente se demuestra, escribe el autor citado, la importan-
cia^que entonces tenía nuestra villa y el singular afecto, que la profesaba el céle-
(1) Lib. VI. c. 16. (2) Fuero de Brihuega. p. 21. (3) Eran Pajares, San Andrés de^Hita, Roman-
eos, Villaviciosa, Val de Hita y Valdecueva, la mitad adquiridas por el mismo Rodrigo. (4) Las digo
al modo actual, que se diferencia poco. (5) Prólogo del Fuero. (6) Catalina García. Bniro de Bri-
huega. 22-23.
—335—
bre Arzobispo, es en la concesión del fuero, con el cual la dio organización muni-
cipal propia, derechos muy estimables, privilegios de cuenta y deberes, siempre
más arraigados y llevaderos, que los que dependen de la voluntad, no siempre or-
denado, de su Señor. Es por tanto el fuero de Brihuega la página más gloriosa de
esta villa en los siglos medios y débela a la munificencia y amorosa solicitud del
egregio Arzobispo.» (1) Sospecha, que, acaso cediendo a instancias de los héroes,
que fueron a la empresa de las Navas y otras tantas más, el Arzobispo concedió
a Brihuega «esa compilación de ordenanzas, que damos a luz en este escrito, co-
mo principal objeto suyo, digno de ser conocido por los literatos, historiógrafos
y eruditos.» (2)
Mas como D. Rodrigo otorgó dos distintos documentos de ley a Brihuega, en
épocas entre sí apartadas, y no se ha hablado de ellas con la claridad y precisión
necesarias, lo haremos ahora. Dos eminencias entre los investigadores históricos
de España se han ocupado en la publicación de los Fueros de Brihuega, en el pa-
sado siglo. El P. Fidel Fita y Juan Catalina García, que han enriquecido copiosí-
siraamente la historia patria con infinitas noticias inéditas de imponderable pre-
cio, y han desvanecido fábulas y errores. (3) Los dos documentos legales, que dio
D. Rodrigo a Brihuega son la carta foral, y el Código. El P. Fita opinó (4) con
razones que nos hacen creer lo mismo que el primero se lo dio entre 1221 y 1229.
Catalina García, al publicar en 1887 el gran Código, que tampoco lleva fecha, no
aborda el esclarecimiento de ella, y no distingue debidamente los dos documentos.
Pues bien no cabe duda que este Código se dio entre 1239 y 1241: seguramente es
posterior a 1238 y no pasa de 1242. Así se deduce de la firma de Diego Zapata,
Arcediano de Madrid, nombrado entonces, y de muchos más capitulares, cuyas
firmas son auténticas. (5) Allí está la de D. Rodrigo, de precioso rasgo. Resistimos
a la fuerte tentación de presentar el cuadro sintético de las originales e interesan-
tísimas leyes, que bajo 327 títulos, dio Jiménez de Rada al importante feudo de
Brihuega y sus doce aldeas, para su engrandecimiento material y moral, por exi-
girlo así la índole de esta obra. Haré constar, que este Fuero es una de esas
obras, que bastan para hacer imperecedera y bendita la memoria de un personaje.
Respecto de la carta fuero notaré, que su materia es determinar la contribución,
que al Arzobispo han de pagar las diversas clases de personas de todo el territo-
rio, y señalar cómo se han de verificar ¡os nombramientos de las personas, que
han de regir civilmente la villa y aldeas, admistrar los bienes, ejercer la vigilan-
cia y ejercitar la justicia, y prestar el servicio militar; o se reserva para sí el nom-
bramiento de los Portaferos, Alcaldes y Jueces, y exime a los guerreros del Con-
cejo, de la pecha, el año, en que con él o con el Rey vayan a la guerra, por dos o
tres meses. En el Códice foral no se habla nada del nombramiento de los funcio-
narios públicos, ni de sus deberes y derechos, y de su competencia. Señal de que
esto era variable, y se determinaba por otros decretos orgánicos. En el Fuero se
trataba de normas generales y particulares de la administración de justicia, de los
castigos de los crímenes y delitos, y de derechos y deberes de sus vasallos. En el
prólogo del Fuero es muy significativa la disposición por la cual D. Rodrigo aleja
(!) Futro de Brihuega. P. 24 y 25. (2) El Fuero de Brihuega. P. 25. (3) Boletín de la R. A . de
Ilist. Tom. VIH. P. 419 y 421 con notas muy eruditas. Fuero de^Brihuega... Pereja y Serrada en su obra:
Brihuega y su Partido. P. 50 y 54. (4) Boletín. X. VIH. Original en Toledo. En el sello aparece Ro-
drigo de báculo y con ornamentos. (5) Por no entrar en una discusión minuciosa por el cotejo de
las fermas, dejo de publicar la lista de las que están en la carta foral y en el Código, advirtiendo al
lector que encontrará las firmas en el citado lugar del Boletín y en Catalina García en la obra Fuero
de Brihuega.
-336-
todo establecimiento de Orden religiosa ni otro elemento acaparador, prohibien-
do «dar, empeñar, vender ni cambiar a Orden ninguna, ni a Cabildo ninguno de
fuera de Brihuega ni a rico orne de Rey» fincas de su Señorío. Lástima fué que el
insigne académico alcarreño muriera antes de hacer el estudio de tan notable
cuerpo legal. (1) Sin que recibiera incremento territorial el Señorío formado y or-
ganizado por D. Rodrigo, lo disfrutaron los Arzobispos de Toledo hasta Felipe II,
quien lo agregó a la corona, con permiso del Papa, compensando algo a los due-
ños, con el fin de consolidar el crédito rentístico nacional; pero Felipe III se lo de-
volvió a sus propietarios antiguos, que lo poseyeron hasta la ley de desamortiza-
ción en el siglo pasado.
E l 5 de Julio de 1239, Rodrigo concedió al Concejo de Alcaraz un favor
con tres objetos distintos, que el mismo Concejo alegó al Arzobispo, en la
petición, que, como a su Señor, le elevó. Habiéndose descubierto en el Alcaraz
viejo unos lugares, que el documento llama «santos» estimó el Concejo que era
«buen lugar et honesto» para edificar allí, para el bien de aquella importante villa
un edificio público amplio, y rogáronle que se lo cediese, manifestando qué
sus réditos se emplearían en rescatar cautivos, en sustento del clérigo y vecinos,
que debieran morar en él, y la tercera parte para la fábrica de la Iglesia y sus
demás necesidades. Con gusto se lo concedió bajo esas condiciones, declarando
que el clérigo lo nombraría él, y le estaría sujeto. E l Concejo dice: «Et nos el con-
ceio de Alcaraz, como a Padre et Señor ondrado en Cristo, grandimos et tenemos
en grand merced al Arzobispo esto, que nos face, et prometemos et otorgamos
quanto es puesto en esta carta, que mandó fazer.» (2) E l postrer documento expe-
dido por D. Rodrigo en Brihuega, que a mi poder ha llegado, es la carta que diri-
gió a los Obispos de Segovia y Salamanca, D. Bernardo y D. Martín, y al Arce-
diano de Burgos, el Maestro Martín de Talavera, jueces pontificios en las causas,
que debatía con los Caballeros de Santiago, para participarles que nombra su
procurador para esas causas al canónigo de Toledo, el Maestro Pedro, portador
de la carta, y declara que tiene por ratificado y firme todo lo que en esas causas
hiciere. Brihuega, 30 de Diciembre de 1239 de la Encarnación del Señor. (3) Tam-
poco aparecen oíros documentos, que atestigüen la presencia de nuestro Arzobis-
po en este su querido Señorío, en los ocho años que vivió todavía.
Durante su permanencia en Brihuega llegó a sus manos una orden de Gregorio
IX, que profundamente le interesaba; orden dirigida a la vez que a él, a todos los
Arzobispos de España; orden que debía guardarse secreta hasta el sábado de la
semana primera de la Cuaresma de 1240. Mandaba el Papa dar a los judíos, en
ese día por la mañana, en el momento en que se hallaran congregados en sus si-
nagogas, un golpe de mano, requiriendo, si. fuera menester, el auxilio del brazo
secular. Entrando sigilosamente, en esa hora, en donde quiera, que hubiera sina-
goga abierta, debían apoderarse de todos los libros de los judíos, y entregarlos
n los Frailes Predicadores o Menores, para que los conservasen. Además debían
obligar a todos los subditos de la respectiva judisdiccíón, fueran clérigos o segla-
res, a declarar los libros hebreos, que tuvieran, excomulgando a los renitentes,
después de la amonestación. E l fin de esto era el arrebatarles los libros áel Tal-
mud, con los cuales los Rabinos hebreos embaucaban y cegaban a sus hermanos
(1) «De propósito me abstengo de hacer un estudio legal y literario del fuero briocense contra lo
que fué mi intención primera. Acaso tenga ésta cumplimiento andando los días, si no es que, como
fuera mejor, no lo hace antes persona de más pericia.» Fuero de Brihuega. P. 193. (2) Original en
el Archivo de la Catedral de Toledo; copia en la B. N . de Madrid. (3) Bull. S. Jacobi. 113.
—337—
22
y prosélitos, y los retenían en el error, y hacían además otras cosas tales, que dice
el Papa, que si son verdaderas las que se le han comunicado de los Reinos de Ara-
gón, Portugal, Castilla y León, ninguna pena suficiente o digna habría para casti-
garlos. Una de estas era ensalzar más el Talmud que la Sagrada Biblia, siendo
así que no contenía más que necedades vergonzosas. (1)
Para nadie tan difícil como para D. Rodrigo tan rajante disposición; porque en
Toledo había una populosísima judería, según hemos contado, y en todas las villas
de la diócesis había muchos judíos. ¿Cómo se ejecutó en su Arzobispado? Hay
incompletas y no bien contratadas noticias. Escribe un autor: «Como los judíos
hiciesen mucho daño con su Talmud, alterando las Santas Escrituras y perjudi-
cando así a los cristianos, dirigió el Papa Gregorio IX a San Fernando un breve
encargando que recoja en todas las sinagogas de su Reino este maldito papel, y
por ser de las principales la de Toledo y Zamora, allí cometió la ejecución al
Obispo, y en Toledo a D. Rodrigo, que la ejecutó.» (2) Leemos en otro autor, sa-
turado de liberalismo, pero verdadera autoridad en la historia de los judíos, esta
afirmación: «La exigencia del Papa no pudo llevarse a cabo por ser demasiado
tiránica.» (3) Ciertamente más éxito tuvo Gregorio IX en sus gestiones de los de-
más Reinos de España en este punto, excepto en Navarra, donde se estrellaron
todos sus esfuerzos. (4)
Del 23 de Abril de 1240 se lee la noticia de que D. Rodrigo tomó a los árabes la
ciudad de Lucena, nido fecundo de judíos, con el auxilio de las tropas de San Fer-
nando. (5)'Pero lo pongo en duda, porque veo al Arzobispo ocupado en otros
asuntos de no poca trascendencia, cuales eran los de la Iglesia de Toledo y de la
Iglesia universal. Creo que ya no acaudillaba D. Rodrigo huestes en son de con-
quista. Narraré ahora varios hechos, que aun no he consignado, por desconocer
la fecha exacta. Uno es que de orden suya varios eclesiásticos suyos deslindaron
los límites de sus posesiones de Darlarmola y Alcubelet y que el mismo D. Rodri-
go aprobó el trabajo muy costoso, que realizaron. (6)
Por este tiempo D. Rodrigo concertó un convenio de permuta de tres castillos
con Fernando García de Azagra, el cual jura además homenaje de fidelidad al Ar-
zobispo respecto de los castillos de la frontera. (7) Se ve que García de Azagra,
que estaba prestando servicio militar al Toledano, era un señor poderoso, de la
estirpe de los Azagras de Navarra. Según noticias recogidas por Aureliano Fer-
nández Guerra y Orbe, D. Rodrigo aconsejó, entre 1238 y 1240, a otro ilustre Aza-
gra, Maestre de Calatrava en Portugal durante esos años, conquista4or heroico de
varias fortalezas y paisano suyo; pues,como Guerra y Orbe, escribe era «Don Mar-
tín Ruiz de Azagra, navarro, hijo de D. Rodrigo de Azagra, que tenía en feudo
a Estella. Fué primer Maestre de 1238 a 1240, y conquistó los castillos de Alcabín
y Susana.» (8)
En 1240 se iniciaron los estudios universitarios de Salamanca bajo los auspicios
de San Fernando; pero no sabemos quién aconsejaba, ni si aconsejó D. Rodrigo.
Modestos debieron ser los principios, ya que el Arzobispo no los menciona, como
los de Palencia.Es falso que se suprimiera la Universidad palentina para dotar de
vida exuberante a la salmantina, según se ha escrito. Dice Cabanilles: «Por este
tiempo, se dice, que el Rey de Castilla agregó a la Universidad de Salamanca la
(1) Ap. 154. Inocencio ordenó lo mismo, a San Luis. Berger. 682. (2) Primacía... Part. IV. C. 7
párrafo 1. No sé donde vio Castejón el tal breve. Imagino que confundió las especies con el afán de
hacer figurar en tedo a San Fernando. (3) Amador de los Ríos. Hist. de los Judíos. T. II. L. II. C. 8.
(4) Arijita. Los Judíos en el País Vasco. P. 11. (5) Espasa. Art. Lucena. (ó) Liber. Priv. II. F. 81
(7) Lib. Priv. II. Fol. 35. (8) Historia de las Órdenes Militares.
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de Palencia: hecho que se creyó siglos después; pero sin embargo no es cierto. La
Universidad de Palencia había desaparecido; mal pudo San Fernando unirla, ni
agregarla. Lo que hizo fué dotar y proteger la Universidad de Salamanca, fomentan-
do en ella los estudios, consultar a sus egregios doctores sobre el pensamiento de
mejorar la legislación.» (1) Lástima que los historiadores generales hablen así, te-
niendo ante los ojos estas palabras referentes a la Universidad palentina, escritas
el año 1243, tres después del que hablan esos historiadores, en la primera historia
general de España! por el que fué Padre de dicho centro docente. «Aunque fué in-
terrumpido este estudio (de Palencia, de que habla D. Rodrigo) sin embargo, por
la gracia de Dios, todavía dura.» (2) Ya hemos visto cuándo revivieron estos estu-
dios en Palencia. Teniendo a la vista el aserto de D. Rodrigo escribe el historia-
dor eclesiástico de España: «El Concilio (de Valladolid 1228) consiguió la restau-
ración en parte y por algún tiempo, y hacia el año 1243 existia. Pero muerto el
Obispo Tello, su fundador y patrono (1246), cayeron aquellos estudios.» (3) Tam-
bién ésta es otra aserción, en cuanto a la caída total de los estudios, como lo del
patronato de D. Tello, que no confirman los datos históricos. Puede que vejetara
muchos años anémicamente, hasta que se redujo al círculo de la formación de la
juventud eclesiástica diocesana. Terminaré el capítulo exponiendo cómo D. Rodri-
go suplicó a Gregorio IX que encargase a algunos jueces, que entendiesen en un
pleito, que tenía el Arzobispo con el Compostelano, hacía mucho tiempo, y que es-
taba~estancado por la muerte de dos de los tres jueces, que el mismo Papa nom-
brara en otro tiempo. Los muertos eran el Deán de Zamora y Martín, Arcediano
de León; el sobreviviente era F. Arcediano de Palencia, quienes dejaron pasar el
tiempo, sin formalizar el proceso. D. Rodrigo se quejaba de que el predecesor del
actual Arzobispo Compostelano (4) le había quitado contra justicia cierto derecho
espiritual, (que no particulariza) que tenía en la Iglesia palentina. Gregorio, defi-
riendo al ruego del Arzobispo de Toledo, que según el modo de expresarse fué
verbal, (5) por la bula del 23 de Febrero de 1239, nombró otros jueces, que fueron
los Obispos de Segovía y Salamanca y el Deán de Palencia. No tengo noticias del
éxito, que tuvieron estas diligencias.
La vacante de la Sede burgalesa se prolongó mucho tiempo por el empeño que
la mayoría de los capitulares de la Catedral de Burgos ponía en traer para su
diócesis al insigne Canciller de San Fernando, D. Juan Domínguez de Medina,
persona de especial confianza de D. Rodrigo, como ya sabemos. Obstaba el
vínculo de Pastor, que ligaba al candidato con la diócesis de Osma, vínculo,
que repugnaban los Papas soltar en aquella edad. Por fin se obtuvo la unanimidad,
al parecer, total de los votos, y el Cabildo comisionó a su Arcediano, para que en
Roma personalmente consiguiese la apetecida traslación. Escuchó su petición Gre-
gorio IX, y escribió a D. Rodrigo y al Obispo de Palencia, que fuesen a Burgos,
examinasen las cosas, y que, si hallaban que era canónica y concorde la elección,
procediesen a lo que deseaban en Burgos. (6) 6 de Marzo de 1240. Tello de Palen-
(1) Hist. de España. Tom. III. Lib. V. C . 2. (2) La frase de D . Rodrigo es así: Bt licet hoc íuit stu-
dium interruptum, tamen per Dei gratiam adhuc durat.» (Lib. VII. C. 34.) (3) Hist: Bcc.de España,
por V. de la Fuente. Tom. II. P. 331. (Edición primera.) (4) Se llamaba Bernardo; sucedió en 1224 a
Pedro Muñiz, que tiznó su nombre con la nigromancia, y en castigo Honorio III ordenó que se reclu-
yera en los Franciscanos de Santiago. Bernardo ilustró su nombre con normas loables, que dio a su
clero y con las hazañas, que hizo en Mérida, junto a Alfonso IX. Murió en 1236. Le sucedió Juan Arias
Suárez, que sobrevivió a nuestro protagonita. (5) Dice el Papa: Significante Venerabíli Fratre
nostro R, Toletano Archiepíscopo nostris anribus est intimata. Indicación de la presencia de D. Rodri-
go en Roma. (6) Auvray. 6079.
-339-
cia con subdelegación del Toledano, formalizó el proceso, y descubrió que no era
elección canónica; pero la subsanó el Papa, para evitar ^ * % % £ £
mínguez se posesionó de la Silla de Burgos en el ano 1240. (1) Tanto se había im-
puesto en Roma el nombre de D. Rodrigo, aún respecto de las cuestiones canoni-
cas en las disensiones de los cabildos de España, en la e eecion de los Obispos,
que el Papa ponía en sus manos las más importantes y arduas, que se suscitaban
en los Reinos de Portugal, Castilla y Navarra, según lo vemos en estos últimos
años.
Termino el capítulo trasladando esta noticia, que trae Fonseca, que San Fer-
nando insertó el 12 de Abril de 1230 en una carta suya el decreto con que Alion-
so VIII le había nombrado Canciller Mayor. (2)
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CAPITULO VIII
(1243)
(1) Vicente de la Fuente. Historia Bel. Tom. IV. P. 223. (Edic. 2.) (2) Modesto La Fuente. Histo-
ria de España. Part. II. C. 13. (3) Mariana. Historia de España. Lib. XII. (4) Minguella. Historia
del Obispado de Sigüenza. Tom. I. P. 194.
-341—
niales y exquisitas de aquel talento, que Rorhbacher calificó con propiedad por-
tentoso, (1) Pero la misión impuesta por el cielo a sjs grande inteligencia fué la
acción en su más alto grado e intensidad y no la especulación intelectual y cien-
tífica, y esa misión cumplió maravillosamente desde las cumbres de la Iglesia es-
pañola y del Reino de Castilla, corno nuestras páginas lo van patentizando.
Sin embargo, aunque secundariamente y hurtando momentos a los continuos
y gravísimos negocios de la Iglesia y del Estado, D. Rodrigo se dedicó intensa-
mente a los estudios, no solamente como Mecenas, según lo hizo en la creación
de la Universidad de Palencia y en otras ocasiones, al estilo de su gran sucesor
Jiménez de Cisneros, sino concibiendo y componiendo escritos inmortales, califica-
dos por los grandes historiadores de ios siglos posteriores como los mejores de su
clase en la edad medía, no sólo en España, sino también en toda Europa, después
de apreciar las cualidades que los adornan, y las circunstancias todas con que
fueron preparados y redactados. Tócanos hablar ahora de esos escritos y del au-
tor de ellos como escritor, para que aparezca el mérito extraordinario de este sa-
bio, cuya fama inmensa comprobó Honorio III en 1217, que era muy inferior a la
realidad, según lo proclamó el asombrado Pontífice en una de las bulas, ya
transcritas. Empecemos por insertar el catálogo de las obras de Rodrigo Jiménez
de Rada; primero las ciertas y después las discutidas.
1. De Rebus Hispanias. Así se titula, por las primeras palabras de la obra, la
historia general de España, a la que el mismo D. Rodrigo llamó, en el capítulo úl-
timo de su Historia Arabum, Historia Gothica: por esto así la llaman también
gran número de autores.
2. Hunnorum, Vandalarum, Suevorum, Alanorum et Silinguorum Historia.
3. Ostrogothorum Historia.
4. Historia Romanorum.
5. Historia Arabum.
6. Breviarium Historice Catholícse, o Expositio Catholica. Rodríguez de Cas-
tro escribe que es el segundo título el que la obra debe llevar, ya que así la lla-
ma D. Rodrigo varias veces en el cuerpo de la misma, y ese expresa exactamen-
te la materia sobre la cual versa, aunque al principio de la misma se ve el de
Breviarium.
7. Epístola Alfonsi octavi, Regís Castellae, ad Dominum Papam.
8. Historia Gótica, escrita en romance.
9. Anales Toledanos.
10. De Primatu, Nobilitate ac Dominio Ecclesiae Toletance.
11. Chronicon Omnium Pontificum, Imperatorum Romanorum, ubi anni eo-
rum ponuntur, et notabilia (acta eorum, et distinguuntur, quís Papa, quo Impe-
ratoris tempore, incipiens a Christo, qui íuit primus et ultimus Pontifex, et Oc-
tavio Augusto, qui ejus tempore imperavit, usque ad Innocentium Papam III et
Fredericum Imperatorem.
12. Provinciale quoddam Cathedrarium Ecclesiarum totius orbis.
13. Chronica del Santo Rey Fernando.
Autenticidad de las obras de D. Rodrigo.—De las trece enumeradas sólo las
seis primeras tienen gran valor e importancia, las siete restantes lo tienen muy in-
ferior, y también sólo las seis son ciertamente de Jiménez, y las otras siete con di-
ferentes grados de probabilidad se pueden adjudicar al sabio Arzobispo, y tomo
se verá, alguna que otra de ellas con seguridad no es parto de su ingenio. Vamos
-342—
a demostrar cada una de estas aserciones de tanto interés en la historia y en la
crítica, con la solidez y concisión que reclama nuestro escrito.
Respecto del Rebus Hispanice jamás se suscitó duda alguna, por cuanto lo dijo
el mismo autor al frente del primer ejemplar con entera claridad. Lo mismo ocurre
con el Breviarum Historice Catholicoe. Así mismo los respectivos prólogos de las
Historias de los seis pueblos precitados expresan con igual claridad, que son obras
del mismo autor del mencionado De Rebus Hispanice, como al copiar sus pala-
bras lo verá el lector, cuando digamos en qué fecha se escribió cada una de esas
Historias. Por eso Nicolás Antonio disipó fácilmente las vacilaciones de Ambrosio
de Morales, cuando éste, sin haber estudiado los prólogos predichos, titubeó algo
acerca de la paternidad de estos escritos, influido por las dudas, que sobre esto
habían tenido los famosos sabios extranjeros, Andrés Scoto, Jacobo Gelio y Vaseo,
que tampoco lo negaron terminantemente, sino que anduvieron desorientados por
falta de datos y de atención. En cuanto a la Historia Arabum, vemos que dice en
el capítulo cuarenta y uno de la misma, que la invasión de los Almohades la contó
en la Histórica Góthica, expresando así que es uno mismo el autor de las dos
obras. Además también consta desde el principio que es de D. Rodrigo por todas
las autoridades, que es ocioso enumerar aquí, por ser cosa tan cierta y no haberla
puesto nadie en duda.
He aquí ahora las obras no tan ciertas de D. Rodrigo, según el orden del grado
de probabilidad, junto con algunas noticias especíales sobre cada una, ya que no
volveremos a hablar más de ellas.
«Epístola Alfonsi VIH, Regís Castellce, ad Dominum Papam.» Es la relación
de la hazaña de las Navas de Tolosa, que Alfonso VIII envió a Inocencio III. Crí-
ticos tan exigentes como A. Huici han visto en el paralelismo de la narración de
las peripecias del magno combate, que se halla en el Rebus Hispanice y en esta
carta, una misma mano, como ya lo consignamos al historiar esa batalla. Era
además D. Rodrigo el Canciller Mayor, encargado de escribir esta clase de rela-
ciones, y por otra parte más que a nadie le interesaba el comunicárselo al Papa,
su amigo, que tan a pechos le había favorecido con gracias espirituales y otros
medios para el éxito de la Cruzada, y tenía que estar ansioso de las noticias de su
resultado.
«Historia Gótica» en Romance. Es una traducción con añadiduras de la obra
latina, añadiduras, que según decía en el siglo XVI }uan B. Pérez, «dan gran luz a
la verdad de la historia y no están en la latina, y así'esíe libro es de muchísima
estimación.» Opinó dicho sabio crítico que la versión es del tiempo del Arzobis-
po, y los eruditos, que le siguieron, aseguraron, que la versión y las adiciones
eran de D. Rodrigo. Así Nicolás Antonio, (1) er¡ el siglo XVII, Rodríguez de Castro
(2) con oíros de menos renombre. Lo mismo en tiempos modernos otras emi-
nencias. Amador de los Ríos escribe. «Que el mismo D/Rodrigo puso en romance,
ya cediendo al deseo de que fuese más generalmente conocida, ya obedeciendo los
preceptos de Fernando tercero, lo cual parece más probable, atendida la predilec-
ción, que el rey mostró al idioma castellano, mandando al mismo traducir las
obras, que a la sazón lograban mayor estima.... Nuestros más eruditos bibliógra-
fos han apuntado ya diferentes veces este importante hecho, y sin embargo no se
ha resuelto por ninguno cuál de las muchas versiones, que poseemos de la Histo-
ria Gótica, es debida al Arzobispo. Perplejos andaríamos también nosotros sino
(1) Bibl. Vetus. t. II. {2) Bibl. Española. I. p. 539-542. Tiene un erudito y extenso estudio sobre
esta versión con curiosas noticias, que recomendamos que se lean con atención.
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hubiéramos examinado en la selecta Bibioíeca toledana un precioso Códice, escri-
to en pergamino, cuya antigüedad no puede ponerse en duda, ora lo contemple-
mos bajo el aspecto de la paleografía, ora bajo el de la filología.» (1) Luego se ex-
tiende en alegar las razones, que le convencen, que son la semejanza, que en esto
tuvo con Mariana, quien después de escribir su historia en latín, la tradujo al cas-
tellano, lo atrevido y adecuado de las adiciones, que introduce, la reavivada anima-
ción de la narración de la hazaña de las Navas, donde el traductor imprime a las
expresiones la vida y la emoción vibrante de quien lo experimentó hondamente,
resultando la pintura en romance más viva y exacta. Tan convencido está este crí-
tico de este punto, que en el tomo tercero le dedica toda la Ilustración segunda en
los Apéndices, y confronta trozos latinos y castellanos, que alega. (2)
Cerrralbo da como cierta esa sentencia, sin que le haga dudar lo que sostiene
el sabio profesor sueco Lidfors, que, enamorado de la obra de Rodrigo, ha editado
en nuestros días una de esas versiones de la Historia Gothica, opinando en la In-
troducción, que el Arzobispo no vertió su obra, opinión que sufraga el docto es-
pañol contemporáneo Paz y Melia. (3) Menéndez Pidal ha encontrado en la Cró-
nica General huellas de haberse servido el escritor, para redactar su obra, de una
traducción castellana del Toledano, y señala allí mismo esas huellas, si bien repe-
tidas veces dice el cronista que se vale de la obra latina. (4) Por esas huellas de-
duce indudablemente que el autor de esa Crónica «se sirve de un texto, no autén-
tico, sino traducido, interpolado y añadido» de esa Historia.
A la objeción, que se le hace, que se vale del texto original del Arzobispo según
la expresa declaración del cronista, responde Pidal: «Pero esto se puede explicar
de varios modos, y sobre todo, del más sencillo, suponiendo que la Crónica usó a
la vez el original latino y una versión romance, según supone Riaño.»
Mi opinión es que D. Rodrigo no fué autor de ninguna versión de su obra. Si la
hubiera hecho, de ella se hubiera valido el autor de la Crónica General, como
auténtica del Arzobispo, sin fatigarse en traducir el texto latino. Aún es más in-
sostenible que sea del mismo Toledano la que Amador de los Ríos le atribuye.
Entre otras lo persuade la siguiente razón. En el diálogo de las Navas de Tolosa
pone la versión en los labios de Alfonso VIII hasta la recomendación del suicidio
antes de rendirse. ¿Cómo D. Rodrigo iba a atribuir semejante monstruosidad al
heroico monarca, dechado de todo valor y cristiandad para él.?
«Anales Toledanos».Se. comprenden bajo este nombre tres series de Anales
cortísimos, pero célebres, que Flórez publicó, (5) y se han clasificado sencillamen-
te en «Primeros» «Segundos» y «Terceros». Para orientarla cuestión advertiré,
que todos recogen hechos y fechas granadas del mismo intervalo de tiempo. Los
Primeros llegan a 1219; los Segundos hasta 1250: los Terceros hasta fines del si-
glo XIII. E l autor de la España Sagrada, cuya preciosa disertación debe leerse,
(1) Hist. de Liter. til. part. ¡I. c. 8. (2) Son innumerables las versiones de la obra de D. Rodrigo,
literales unas, otras libres, ceñidas o amplificadas con añadiduras más o menos caprichosas. Diaria-
mente van descubriéndose nuevas versiones en diversos Archivos. La Crónica general, llamada de A l -
fonso el Sabio, la traduce íntegramente, y quizás sea la más castiza y exacta de las versiones, aunque
no carece de faltas. No puede pasarse aquí, sin especial mención, la versión, cuyo índice íntegro im-
primió Rodríguez de Castro, además de varios prólogos muy modificados, calcados en el latino del
Arzobispo. Haríamos aquí un Catálogo largo de todas estas versiones y de los diversos ejemplares,
si fuera menester, para exponer la importancia y popularidad de la obra de D. Rodrigo, y sus raras
vicisitudes, pero esto e» supérfluo. (3) Discursos, p. 66-90. Donde pueden leerse sobre esto muchas
eruditas noticias, esparcidas en varias páginas. (4) Estudios Literarios. La Crónica General de Es-
paña, que mandó componer Alfonso el Sabio. Discurso. Pág. 170-249. (5) España Sagrada; y Huíci
con otros.
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escribe acerca de su autor: «Desde el principio hasta el año 1243, en que habla del
fin del escrito del Arzobispo D. Rodrigo, es todo de una mano; y Don Martín X i -
mena creyó ser original del mismo Arzobispo, como dice en su Jaén. E l Arzo-
bispo D. Rodrigo en otros Anales escritos de su propia mano.» (P. 135,142 y 148.)
Flórez le contradice con razones débiles. La que señala por el error de las fechas
parece la mejor, y nada concluye; porque son, más que errores, erratas. Por eso
pudo sostener Cerralbo, que los Segundas proceden de la iniciativa de D. Rodri-
go, y los Primeros, se sabe, que pertenecen a la época de su pontificado. (1) Sos-
pecho que se refieren a ellos las palabras siguientes del docto P. Burriel. «Tampo-
co se han publicado hasta ahora unos- Anales breves que se hallan manuscritos
en la librería de la Iglesia de Toledo, y que a juicio de D. Juan B. Pérez son del
propio puño del Arzobispo D. Rodrigo.» (2) Por su lado el sabio crítico Menén-
dez Pídal cree que los escribió un morisco-, porque abulta las pérdidas de los cris-
tianos en las luchas con los sarracenos. (3) Pero esta razón es dabilísima, si es ra-
zón; porque muy rara vez se encuentra ese defecto en esos Anales, y no pocas, sí,
en pro de los cristianos, según se comprueba estudiándolos con detención. Ade-
más con cariño refiere frecuentemente las cosas y las fechas gloriosas y gratas
a los cristianos. Por lo cual nos sorprende muchísimo la aserción predicha en plu-
ma tan sesuda.
De Primatu, Nobílitate &. tiene por objeto la defensa de la Primacía del Arzo-
bispado de Toledo. Escribe el grave Mariana: «Dejó (Rodrigo) dos libros, uno de
la historia de España, y otro de las cosas de los moros, fuera de otro tratado, que
anda suyo en defensa de la Primacía de su Iglesia de Toledo.» (4) Sin duda el je-
suíta recibió este dato de su admirado amigo, J. B. Pérez, que escribió, sobre los
opúsculos relativos a la Primacía, Iss notas siguientes, que Víllanueva dio a luz:
«Cuatro libros hay en la Santa Iglesia de Toledo, donde están trasladadas las bu.
las de Primacía. Uno está en la librería, y le hizo el Arzobispo D. Rodrigo Xímé-
nez; llega hasta Honorio III, el año 1217. E l otro libro está en un caxón del Sa-
grario; es traslado del otro, y tiene añadidas unas bulas de Honorio III, del
tiempo del Arzobispo D. Rodrigo, y una de Inocencio IV, en tiempo de D. Sancho,
electo 1251.» (omito los oíros dos opúsculos, que no nos interesan.) Es mi opinión
que este escrito no es de D. Rodrigo, quien de ninguna manera inventó, ni sugirió
materia para amañar relatos de hechos falsos. Lo único aceptable es que muchos
de los datos y documentos, que sirvieron para componer ese libro o cartulario,
proceden de notas reunidas por D. Rodrigo, para defender la Primacía de Toledo
en las diversas ocasiones, que lo tuvo que hacer, según latamente consta en la
presente historia.
En cuanto al Chronicon omnium Pontiíicum, debo decir que el diligente inves-
tigador, Juan Cortes lo halló copiado a continuación de la Historia Gothica, en
el vetustísimo Códice de Toledo, en San Juan de los Reyes, sin autor; y además
termina así con los Papas coetáneos de D. Rodrigo, sucesores de Inocencio III:
«Post turne Honorins; post Honoríum, Gregorius; post Gtegorium, Celestimus;
post Celestinum, Innocentius. De todo lo cual dedujo que era una obra de Jimé-
nez de Rada, y lo admite como probable el célebre crítico Nicolás Antonio. Mi pa-
recer es que no la compuso nuestro Arzobispo, sino que debió ser uno de esos Pon-
ticale Romanorum Pontiñcum, que tuvo a su uso y en el cual puso esos
Papas contemporáneos suyos. Lo digo, salvo meliori. Lo mismo ocurre con el
(1) Discursos... P. 75. (2) Revista de Archivos. Año 1914. Julio y Diciembre. (3) Estudios His-
tóricos. P. 216. (4) Libro XIII. C. 4.
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Provinciale quoddam Caihedraríuw, hallado en la misma forma por Cortes, y
aceptado por Nicolás Antonio. Su materia es la catalogación de los Obispos de
las Iglesias particulares, como complemento del Pontificale mencionado, pero no
cita a los Papas. Juan Lucas Cortes opina que D. Rodrigo compuso esta obra y el
Pontificale, para dar relación sucinta complementaria de las cosas de la Iglesia,
para completar en algo la Historia Gothica. Quizás sea así, y quizás una ingenua
idea del autor.
En cambio no es ciertamente de Rodrigo la Chronica del Santo Rey Fernando,
que varios autores le atribuyen ligeramente, movidos por aquellas célebres pala-
bras últimas del Arzobispo, que se hallan insertas en el cap. 18 de esta crónica.
«Esta pequeña obra escribí yo Rodrigo, Arzobispo de Toledo...» Después de esas
palabras léese allí: «Prólogo del que prosigue la Historia. Prosigue la Historia
de los claros hechos del muy noble Rey D. Fernando.» Es inadmisible que sea
de D. Rodrigo; porque el mismo lenguaje lo indica claramente. Son perentorias
estas razones de Modesto Lafuente: «A pesar de todo no podemos creer que esta
parte de la crónica fuese del Arzobispo D. Rodrigo, entre otras razones, porque
en varios capítulos de ella se lee: Según escribe el Arzobispo D. Rodrigo...» «No es
creíble que el autor hablara de sí mismo en esta forma. Suponemos, pues, que el
autor de la crónica quiso significar, que había escrito la primera parte teniendo
presente la historia del Arzobispo.» (1)
Época de la composición de los libros por D. Rodrigo. E l mejor investigador
de la vida de Jiménez de Rada, Vicente de La Fuente, sostiene que el Arzobispo
empezó la redacción de sus obras hacia el año 1228. Escribe de ese tiempo así:
«... principia el segundo período de la vida de D. Rodrigo Jiménez de Rada, y aún
pudiéramos decir, de su vida literaria, menos agitada y belicosa que la primera.
Durante ella el Arzobispo fomenta los estudios, escribe sus obras históricas, in-
fluye con D. Fernando para plantear el Consejo de Castilla, organiza la Cancille-
ría, cuyo cargo se le confiere por el Monarca.» (2) E l lector sabe cuan inexacta es
lo de menos agitada vida; porque ha visto que fué más activa y agitada, si cabe,
que nunca, por sus conquistas de Andalucía y por los viajes más continuos a Ro-
ma, a causa de muy ruidosos negocios, y por otros tantos sucesos, que hemos to-
cado. Lo increíble es que en medio de tan incesantes y transcendentales ocupacio-
nes exteriores llegara a planear y a alumbrar la obra histórica tan nueva y funda-
mental, a la que Vicente de La Fuente denomina empresa colosal, (3) como de
verdad lo es, según se conocerá al exponer su plan, sus méritos, sus dificultades
y su realización.
He aquí ahora la fecha en que fué terminando la redacción de cada una de las
cinco primeras obras históricas, que hemos enumerado. Digo terminar, porque al
menos eso se debe tener por cierto, según el orden que propugnamos aquí, por
cuanto se deriva de las manifestaciones propias del mismo D. Rodrigo en las
obras diversas. Y teniendo eso por cierto no es necesario entrar en más argumen-
taciones, porque sólo ello es suficiente para concluir que en el mismo orden se es-
calonó su concepción y composición, sino se alegan razones terminantes en contra.
Y en verdad, no se alegan. La primera que escribió fué la De Rebus Hispanice,
en la fecha ya mencionada y exacta del 30 de marzo de 1243, según escribe el
mismo autor, y lo repiten casi literalmente los Anales Terceros Toledanos, (4) Hay
que advertir que si bien Jiménez de Rada dice que era el año treintra y tres de su
(1) Hist. de España. Part. II. Lib. II. C. 14. nota. (2) Elogio P. 20. (3) Elogio. P. 22.
(4) Asombra que Moreno Cebada y otros varios hayan escrito que apareció en 1241. ¿Qué leerían.?
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pontificado, que lo mismo se puede decir el treinta y cuatro; porque así era
desde la elección para la Sede toledana, pero, como lo dice Rodrigo, desde su
confirmación pontificia. Al libro De Rebus sucede la Historia Hunnorum... et
Silinguorum. Escribe el mismo D. Rodrigo en el prólogo: «después de contar las
calamidades de nuestra gente con estilo lloroso,., vuelvo los ojos a los tiempos
de otros pueblos, que aquí se encarnizaron, a fin de que no se pierdan ciertos ad-
mirables hechos de los españoles....» Son los godos esa nuestra gente. Además
dice en el capítulo primero y varios otros, que ya contó los hechos de Aula y de
otros en el libro precedente. Ese libro precedente, en que tocó esos hechos, es el
De Rebus. En pos de historia Hunnorum... viene la Historia Ostrogothorum.
D. Rodrigo se expresa así en la introducción de ella: Ya que en otro libro expu-
simos los sucesos de los visigodos, proseguiremos en esta parte los acontecimien-
tos y batallas de los Ostrogodos.» Nada más claro. Ocupa el cuarto lugar Histo-
ria Romanorum, según se desprende del magnífico prólogo, que la encabeza, y
que sirve para lamentarse de las grandes opresiones de España. Allí dice que la
escribe después de referir en obras anteriores los padecimientos de España por la
invasión de los pueblos bárbaros y de los mahometanos, y para completar el cua-
dro de las invasiones. Lo cual sugiere la idea de que es posterior a la Historia
Arabum. Pero no es así. De la invasión y guerras de los árabes en España se
trata directamente en la Historia Gothica, según es manifiesto, y por eso ya en
las tres obras precedentes había relatado todas las distintas irrupciones de los
pueblos extraños, menos la de los Romanos. De aquí el motivo para escribir la
Historia Romanorum. Por lo demás la finalidad de la Historia Arabum no es
describir su invasión y sus actos en España, sino relatar la historia de ese pueblo
asombroso. En consecuencia la Historia Arabum viene en quinto lugar, y, como
el mismo D. Rodrigo escribe con estas palabras, es posterior a las enumeradas.
Dice en el prólogo. «En las obras anteriores he explicado, en lo posible, qué ca-
lamidades ha padecido hasta ahora España. He resuelto ahora terminar con la
narración de las ruinas producidas por los árabes.» Por lo tanto la última de las
ciertas de Jiménez de Rada no es el Breviarum Historia;, y no es fácil deter-
minar en qué tiempo la trabajó el Arzobispo. Que la trabajaba antes que la His-
toria Arabum consta por estas palabras del mismo D. Rodrigo, en el Breviarum.
Dice así: «Más de esto y de la raza de Ismael he propuesto proseguir, con la ayu-
da del Señor, en otro volumen, para narrar su genealogía y sus hechos.»
Vicente de la Fuente escribe así, refiriéndose a la fecha en que D. Rodrigo re-
dactaba sus escritos. «¿Quién al escuchar las sentidas quejas, que exhala en el
prólogo, que pone al frente del libro de los opresores de España, puede dudar que
lo escribía en la menor edad de Enrique I, durante la tiranía de los Laras? (1214-
1217.) Las demás provincias del mundo (exclé'ma) se ven agobiadas con pechas
y tributos, pero la desgraciada España se ve atormentada con opresiones in-
ciertas, y se la ve extinguirse de continuo, a fin de que pueda perecer más veces.
Véalo Dios y permita que no lo pague la pobre España, sino que se impute a
las que así obran. Tan doloridas frases no se pudieron escribir en los prósperos
reinados de D. Alfonso el Noble y de D. Fernando el Santo.» (1) Se equivoca el
benemérito biógrafo de D. Rodrigo. Esas palabras se refieren no a las calamida-
des que padece Castilla en el interior, por los desmanes de los Laras, sino a las
que toda España padece todavía por la dominación de los árabes en la más rica
parte de ella. Lo más seguro es que D. Rodrigo comenzó a componer su primera
(1) Elogio... p. 26
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obra De Rebus entre 1238 y 1240, si bien debía tener hechos grandes estudios fun-
damentales desde más atrás. He aquí una prueba. E l año 1241 estaba escribiendo
el libro quinto, como se entiende del hecho de que consigna en él los sucesos de
Aragón y Navarra, que tenían lugar en ese año, tal como la vuelta de Teobaldo I,
de su cruzada de Palestina. Acaso lo escribía todavía más tarde. Los otros cuatro
libros exigían también espacio de tiempo. Ahora bien como las otras obras de
D.Rodrigo son complementarias de la Historia Gothica y giran en derredor suyo,
ei imposible que el prólogo en que aparecen las palabras citadas y la obra que
la sigue sean de la época de Enrique I; son sin duda de 1243, o 1244.
Objeto de D. Rodrigo en sus obras. Jiménez de Rada, por su soberana inteli-
gencia, y como filósofo, jurisconsulto y teólogo consumado, y como políglota sin
igual en su tiempo, y como cultísimo, brillantísimo y muy elocuente humanista,
que no tiene rival entre sus coíemporáneos, como lo patentizan sus libros, escritos
con elegancia y pureza desconocidas en aquellos siglos, según confesión de los
maestros en la materia, pudo dedicar su actividad intelectual a asuntos de la más
alta especulación, volando por las sublimes esferas de las ciencias más difíciles y
profundas, con éxito, que nos hubiera asombrado indudablemente, y pudo también
resplandecer en las regiones de las artes literarias, cosa, sin embargo, demasiado
vana para un espíritu tan sólido y grave; pero sin intentar eso dedicó su actividad
intelectual e un campo de estudios que tenían especialísima relación con su in-
mensa actividad, exteriormente desplegada. Como hemos visto, el fin de tanta acti-
vidad en la Iglesia y en el Estado era el engrandecimiento de una España libre y
católica. A eso se encaminan todas sus iniciativas, sus empresas, sus esfuerzos y
sus grandes sacrificios, con el fin de arrojar al sarraceno de España, de implantar
costumbres religiosas y santas, e instituciones legislativas y artísticas junto con las
ciencias universitarias. Pero no bastaba eso. Era preciso dar alma al pueblo espa-
ñol, hacerle sentir su personalidad, su valer y sus destinos. Y el mejor medio para
esto era darle escrita su historia, pero escrita cálidamente y con hondo senti-
miento. Es el instrumento más idóneo para dar alientos y espíritu a un pueblo.
Mas no existía este instrumento, no había una historia para educar a España. Era
menester formarla con ímprobos trabajos de investigación. Y D. Rodrigo se dio a
este estudio con el objeto de infundir un intenso españolismo, y un amor aún más
fuerte que a la patria, a la religión católica. Porque él miraba a la patria terrena
como transitoria morada de un pueblo, que debe ajustar los actos de la temporal
a las normas de la virtud evangélica en la vida pública y privada, para merecer
la posesión de la patria inmortal ultraterrestre. Con el fin de conseguir esto, ideó
D. Rodrigo el plan de componer la historia de España, y como observa un escritor
ilustre «fiel a tan elevado pensamiento, acometió una colosal empresa para su
tiempo, cual fué la formación de una especie de Historia universal.» (1) Y como
dijo Amador de los Ríos, realizó su plan con tal éxito que levantó la historia
patria al más alto punto en que la había visto la antigüedad más remota. (2)
He aquí en suma el plan hermoso de esa Historia Universal para instruir y edu-
car a su pueblo. En el Brzviarum le da la historia del pueblo de Dios; en De Rt-
bus, sus propias hazañas, grandezas y la descripción de lo que es; en las cuatro
restantes la historia de los enemigos con que ha luchado, y con quienes se lia
mezclado.
El método histórico de Jiménez de Rada.—Como hombre de superior talento,
comprendió mejor que sus contemporáneos la misión del historiador, y escogió
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el camino verdadero para la investigación de la verdad histórica, siguiendo prefe-
rentemente los principios generales del método, que modernamente los sistemati-
zadores han llamado genético; principios obvios, que han visto por intuición, y los
han llevado a la práctica con más o menos rigor y éxito todos los historiadores,
que han entendido la exacta naturaleza de la historia. (1). Pues la esencia de la
historia es una relación verídica de los acontecimientos y hechos realmente suce-
didos, dignos de la memoria de las gentes, explicados y coordinados según el or-
den de las causas, que los han engendrado, o han podido engendrar, relacionán-
dolos con aquellos otros sucesos, en cuyo origen y desarrollo han influido de al-
guna manera. E l primer deber primordial del historiador es la investigación,
invención y exposición fiel de estos hechos realmente acaecidos, conexionándolos,
en cuanto cabe, con las causas determinantes, eficientes y finales inmediatas, que
son principalísímamente los factores humanos, sin olvidarse empero, que éstos
son ejecutores de un plan supremo y secretísimo, trazado por la sabiduría de
Dios y dirigido por su altísima Providencia, bajo cuya acción ejecutan los agen-
tes humanos libremente sus actos. Por lo tanto, el historiador, como tal, ni es un
filósofo, ni un teólogo, ni un moralista, ni un panegirista, sino exacto relator de
acontecimientos memorables, los cuales deben ser considerados a la luz de la
filosofía y de la teología, y utilizados sabia y discretamente para la enseñanza
moral y experimenta], proponiéndolos, cuando son dignos de imitación o alaban-
za, y reprobándolos, cuando son vituperables, a fin de ejercer así consecuentemen-
te el magisterio, que proclamaba el orador romano, como una de las notas de la
historia, Magistra vitae
Esta noción de la historia declara cuál ha de ser la labor primaria del historia-
dor, que es la adquisición de los datos, su valoración justa, la eliminación del
elemento fabuloso, la depuración verídica de los hechos, el señalamiento de las
causas, que produjeron tales hechos, y la interpretación exacta del alcance, que
los mismos tienen. Los hechos y los datos se hallan en las actas originales, en
documentos de múltiple índole, en diversas clases de monumentos recogidos y
más o menos ordenados por otros historiadores, que en una o en otra forma han
conservado por escrito los que juzgaran dignos de memoria, y también, aunque
muy fragmentaria y obscuramente, en cuanto a la totalidad de las circunstancias,
en las tradiciones pupulares, tradiciones, que ordinariamente se han transplanta-
do a la región de la literatura por el numen del vulgo o por el estro de algún in-
genio afortunado, revestidas de nuevos ropajes. E l verdadero historiador tiene
que acudir a todas estas fuentes, tiene que examinar y compulsar las que merecen
más fe y crédito. Regla que tenía ante sus ojos el Arzobispo D. Rodrigo al escri-
bir su obra, como se colige de sus palabras, dignas de mención: «Más porque por
causa de las diversas relaciones de los escritores, a veces se duda de la verdad
de la historia, averigüe la diligencia del lector qué deba aprobar por la investi-
gación de las escrituras auténticas.» Tal trabajo era incomparablemente más
grave y difícil para D. Rodrigo que lo ha sido para los demás historiadores espa-
ñoles; porque no existia cierto núcleo de historia organizada y contrastada. Todo
estaba por hacerse. Sin embargo no le asustó ni le arredró lo arduo y titánico de
(1) Los metodistas (especialmente los de la escuela de Bernhein, como Jonck, P. Villada.) (Leccio-
nes de metodología. ...Barcelona 1912), distinguen tres métodos, el narrativo, el pragmático y el gené-
tico. Los dos primeros tienden a la exposición histórica con miras preferentes a la educación del pue-
blo, aún subordinando la verdad histórica a esto. E l tercero atiende exclusivamente a la depuración
de los hechos y a la comprobación de los datos, examinando su valor, causas, fuentes y demás cir-
cunstancias, para obtener la serie verdadera de hechos reales.
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la empresa, y se lanzó audazmente, impulsado también por las instancias de Fer-
nando, a recoger los materiales, a extraerlos de Crónicas, libros y Archivos, a or-
denarlos debidamente, para formar un cuerpo armónico, y a redactar la obra con
la distribución y perfección, que pasma a los doctos.
Fuentes históricas, que utilizó D. Rodrigo para reunir noticias para su Histo-
ria. E l mismo Arzobispo nos dice así, después de lamentar la pérdida de los libros
por la irrupción de los árabes, cuáles fueron algunas de las fuentes de donde re-
cogió las noticias, para componer su primera obra, la Historia Gothica: «Pues en
tiempo de la devastación de los árabes, al perecer la patria, perecieron los escri-
tos y los libros, y sólo se salvaron pocos, por el cuidado de los diligentes. Por lo
cual he compuesto todo lo que he podido compilar muy trabajosamente e inves-
tigar laboriosamente, de los libros de los santos Isidoro e Ildefonso, y de Isidoro
el Joven, (1) y de Idacio, Obispo de Galicia, y de Sulpicio Aquitano y de Jordán,
Secretario del Sacro Palacio, y de los Concilios Toledanos, y de Claudio Tolo-
meo, egregio geógrafo, y de Dión, que fué veraz escritor de la historia goda, y
de Pompeyo Trogo, que fué diligente relator de las historias orientales, y de
otros escritos, de Códices y pinturas, que para componer la historia de España
he coleccionado, desde Jafet, hijo de Noe, hasta vuestro tiempo, oh gloriosísimo
rey Fernando.-» Este mismo monarca le ayudó al Arzobispo a formar la colección
más completa de códices y demás manuscritos, que pudo reunir, para obtener la
más amplia documentación, que fuera posible. Es indudable que llegó a ser una
de las más completas colecciones de Códices y documentos sueltos, la que el Ar-
zobispo formó con su especial diligencia. Se perdió para siempre una parte de
aquel tesoro bibliográfico, al desaparecer aquella excepcional biblioteca suya, re-
putada por una de las mejores de la edad media en la Península española. (2) Si
se hubiera conservado íntegramente esa Biblioteca, que el Arzobispo regaló al
monasterio de Huerta o se hubiera conservado algún inventario completo, sabría-
mos hoy exactamente cuáles fueron las fuentes completas de las noticias de sus
diversas historias. Pero por desgracia, ni los monjes cistercienses nos legaron tal
inventario, ni se libró la Biblioteca de uno de esos tremendos azotes, que a veces
los años preparan para las obras más preciosas, porque un voraz incendio abrasó
la mejor parte, a los cuatros siglos. No hay duda que D. Rodrigo tuvo en sus ma-
nos obras, que no han llegado a nosotros, sobre todo ciertos pergaminos y docu-
mentos raros. Los que han llegado hasta nuestros días, y son conocidos, y que en
su mayor parte utilizó el docto Arzobispo, son los siguientes.
Crónicas de Mileto, de Alfonso III, de Albelda (El Albeldense) de Sampiro»
de Pelayo, del Silense, del Iriense, del Burgense, y la Historia Compostelana,
con los Anales compostelanos. La de Mileto abarca desde principios del mun-
do hasta el Rey godo Sisebuto, en el siglo VI, época en que Mileto escribía.
La de Alfonso III, (3) que también se llama de ^Sebastián, Obispo de Salamanca,
(1) Así llama D. Rodrigo el que otros llaman el Pacense, que continuó la Crónica de San Isido-
ro de Sevilla, (desde 653 hasta 798.) Saavedra con varios críticos dudó de la existencia de este Obispo
cronista. Sea quien fuere, nos dejó preciosas noticias. (2) Escribe el docto Ballesteros: «Entre las
notables bibliotecas particulares se menciona Id de Raimundo, Arzobispo de Toledo, la de San Martín
de León y la de D. Rodrigo Jiménez de Rada.» Histor. de España. 11. p. 555. El Cardenal Lorenzana
escribió: Ad historiara igitur prophanam conscribendam ei, jussu regio, patefacti seu exhibití fuerunt
selectiores MSS. latini et arabici, necnon vulgari sermone conscripti Códices, qui si non autographi,
saltem ñdeliter transcriptí, ad manus Roderici pervenerunt, qui omnes in Biblioteca a se erecta in mo-
nasterio Hortce, ordinis Cisterciensis, Dicecesis Seguntinae, cui testamento ea legavit, dotem sinnil ad
cedifícium reíiciendum constítuens, fuerunt custodití, doñee miserando fato ignis assumpsit.» (Vita
DominiRoderici. XXHI.) (3) E l P. Zacarías G. Villada ha publicado la edición crítica de esta Cró-
nica, en 1920, Madrid, según las reglas más exactas de esta clase de ediciones.
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empieza por el Rey Wamba (672) y termina en Ordoño I de León (866). Es muy
apreciada. E l «Albeldense», (llamado también el «Emilianense» porque su prime-
ra parte se escribió en San Millán (o San Emiliano) de Cogulla, contiene precio-
sas noticias de la Monarquia navarra, desde 866 a 982 en su parte segunda, obra
del celebrado monje navarro Vigila, que recogió otros muchos escritos importan-
tísimos para la historia eclesiástica... La de Sampiro, Obispo Asturicense, conser-
va los hechos de 1020 a 1040. La de Pelayo, Obispo de Oviedo, manchada con pa-
trañas, admitidas por credulidad excesiva, empieza en la primera parte del siglo
XII y termina con Alfonso VI, indujo en varios errores a nuestro Arzobispo,
si bien de muchos se percató. La del Monje de Silos (1) tiene vuelo de una histo-
ria. Empieza por la España goda, prosigue con la reconquista y queda interrum-
pida al llegar a Fernando I el Magno, sin narrar el reinado de Alfonso VI, objeto
primario del cronista, que escribe todo lo anterior, a modo de preámbulo. Es una
de las que más aprovechó Rodrigo. Del Iriense, Burgense e Historia Composte-
telaría nada debió conocer. Explotó su Archivo de Toledo, no sólo para extraer
las noticias de los concilios de Toledo, sobre los cuales con tanto calor se expre-
sa en varios puntos de su obra, sino también para otras noticias; A veces copia
bulas íntegras de los Papas. (2) Por desventura no se esmeró en recoger fuentes
manuscritas de los Reinos de Navarra, Aragón, Portugal y del Condado de Cata-
luña, originándose de aquí lo que diremos al juzgar más en particular la obra
del Prelado. Por eso, aunque son verdaderas las palabras de'Ballesteros, que dice
en su historia: «En realidad el primer historiador navarro es D. Rodrigo Ximé-
nez de Rada... Hasta el Toledano ni Navarra ni Aragón tienen historiadores.» (3)
con todo los navarros se lamentarán justamente de que su inmortal compatriota
diera tan somera e imperfecta noticia de los orígenes de su Reino y de sus Reyes
y de las hazañas, que en la expulsión de los árabes y en el establecimiento de las
Monarquías'de Castilla y Aragón realizaron. No sólo reunió para la Historia Gó-
tica las fuentes mencionadas con la cooperación de San Fernando, sino que el pri-
mero de todos los españoles se aprovechó también de las historias árabes, más es-
meradas en la cronología, pero menos imparciales que las cristianas en cuanto
a la narración y apreciación de los hechos; utilizando así el árabe y las fuentes
árabes no sólo para la composición de la Historia Arabum, sino, para la Gothica.
(4) Por eso leemos en dos críticos modernos especializados en esta materia. (5)
«Hasta el siglo XIII no encontramos autores de alguna valía. La Historia escrita
en latín va a dar sus últimas gloriosas producciones, debidas al talento y erudi-
ción de D. Rodrigo Jiménez de Rada, Arzobispo de Toledo. Muy superior a su
contemporáneo D. Lucas de Tuy, que carecía por completo de espíritu crítico, el
Toledano descuella entre todos los historiadores medioevales por una prepara-
ción lingüística y una cultura excepcionales. En su obra «De Rebus, Hispaniae»
la más importante en nuestro sentir, hubo de servirse de fuentes árabes, y con es-
crupulosidad crítica no admite apenas la tradición juglaresca francesa, que había
corrompido nuestra Historia patria. La influencia se deja sentir en la historiogra-
fía posterior, y sobre todo en la Crónica General de D. Alfonso el Sabio, traduc-
ción servil, en muchas de sus partes, de las obras del Tudense y del Toledano. Sin
duda alguna «1 Rey tuvo colaboradores...» «El gran mérito de su obra es el haber
(1) Francisco Santos Coco ha dado la edición crítica, bajo el titulo «Historia Siknse» Edición pre-
parada por... Madrid 192:. (Junta para la ampliación de estudios e investigaciones científicas. Centro
de Estudios Históricos.) (2) Lib. IV. C. 17. et alibi. (3) Historia de España. II. P. 711. (4) Ba-
llesteros y Bereta. Historia de España. II. P. 554. (5) Antonio Ballesteros y Pío Ballesteros. «Cues-
tiones Históricas. Metodología.- P. 215. Madrid. 1913.
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admitido en ella la corriente tradicional popular o juglaresca y la leyenda hagio-
gráfica.» (1) Otro crítico más cáustico escribió: «Está demostrado que la «Crónica
general de España» por D. Alfonso el Sabio, no es en su fondo más que una mera
traducción de la Historia Gotliica del Arzobispo D. Rodrigo. Ojalá que el crédu-
lo D. Alfonso el Sabio se hubiera contentado con el papel de traductor. Por que-
rerla variar, prodigiosamente pintó delfines en las selvas y jabalíes entre las olas,
dando cabida a todos los dislates de los Hércules y Geriones, inventados por ma-
leantes italianos y pedantes bizantinos, y hasta los amores de la Reina Dido, co-
sas todas, que no se hallan en D. Rodrigo, más sabio y mejor crítico que él.» (2)
Por su lado los arabistas se han pasmado al encontrar en la «Historia
Arabum» del gran Arzobispo tanta novedad, tanta fidelidad y exactitud, tanta
universalidad. Dozi, harto hostil a los historiadores españoles, otorga mucha au-
toridad a D. Rodrigo en la Historia de los Musulmanes. «Si en todas las seccio-
nes, dice un escritor, de su siempre admirada obra «De Rebus Hispaniae» se le
tiene por extraordinaria novedad y admirable ^adelanto, más se patentiza y más
se engrandece hasta hoy día, aún por el mismo Dozi, en la parte árabe; pues el
profundo estudio y sabio conocimiento de esa lengua le permitió acudir a fuentes
de aquella nacionalidad, y extractando sus historias, traer a la nuestra cuanto los
árabes sabían y escribieron, compulsado por muy acertada y rigurosa crítica.»
(3) Tiene el talento de apartarse de los dos extremos en su modo de historiar: De
las galas profusas y ampulosas de los árabes, y de las áridas y lacónicas relacio
nes de los cronicones cristianos. «Por lo que hace a la Historia de los árabes, di-
ce otro, los modernos arabistas han venido a comprobar la exactitud de sus na-
rraciones, menos exactas en la Crónica General de D. Alfonso, donde entraron
a formar parte de la historia los romances populares y novelas...» (4)
E l mismo D. Rodrigo nos dice cuáles fueron las principales fuentes de informa-
ción de la Historia Arabum en el prólogo de la misma, con estas palabras, que
«tomó las noticias con fiel relación de sus escrituras.» Pero no especifica de qué
autores y escritos se valió. Pero la multitud y exactitud de noticias que trae prue-
ban convincentemente que consultó muchos y excelentes autores árabes. Además
se aprovechó también de las fuentes cristianas lo mismo que para la Historia
Gothica se había aprovechado de sus lecturas árabes. Tiene Jiménez de Rada la
gran gloria de haber sido el primer español que utilizó los historiadores árabes
para escribir la historia nacional, e igualmente de haber escrito una historia de
los árabes con noticias recogidas de las fuentes cristianas, cosa que no había
hecho ni un árabe español, ni de otra parte, hasta entonces. Sin embargo se per-
cibe el dualismo paralelo de la respectiva información en la Historia Arabum y
en la Historia Gothica, en ciertos puntos idénticos de la historia. Por ejemplo en
el capítulo de la Historia Gothica, en que refiere la venida de Yusuf a España, el
30 de julio de 1086, dice, siguiendo al Obispo Pelayo, que el motivo de su venida
fué su acuerdo con su suegro, el rey de Sevilla; en cambio en el cap. 48 de la His-
toria Arabum asegura que vino a ruegos de los Alfaquíes y otros moros anda-
luces.
No diré más sobre las fuentes históricas de las obras del Arzobispo, aunque
pide ello más profundo estudio, que debía estar ya hecho, por la gran importancia
que tiene. Hoy la fuente principal de la historia española antigua es el mismo Ro-
drigo, como decía el P. Burriel. «La base y fundamento de la Historia de España
(1) Historia de España. Ballesteros. [I. P. 561 (2) Vicente de la Puente. IV. P. 308 y 309. (Ed. 2,)
(3) Cerralbo. Discursos... P. 77. (4) Vic. de la Fuente. Hist. Bccl. IV. P. 309. (Ed. 2.)
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son los nueve libros del Arzobispo D. Rodrigo, que abraza lo sucedido desde la
entrada de los Godos hasta el año 1243, y los veinte y cinco libros del P. Maria-
na, que puso en estilo elegante lo que halló en D. Rodrigo y añadió lo que fal-
taba.» (1) Más exacto era decir todos los escritos históricos de D. Rodrigo.
Sucinta idea de las obras estrictamente históricas de D. Rodrigo. De las seis
pbras arriba enumeradas cinco son estrictamente históricas, y la sexta es escritu-
rística, sí bien también en ésta, que versa sobre la Sagrada Biblia, predomina el
aspecto histórico, pero mucho se diferencia de las otras. Por eso de ella debemos
hablar a parte. En cambio las cinco históricas están mutuamente relacionadas,
cuatro por la absoluta unidad del objeto directo, que es España, la otra, Historia
Arabum, con menos rigor, pero es complemento de las mismas.
De Rebus Hispaniae. Consta de nueve libros y doscientos diez y seis capítulos,
y estos van rotulados con el anuncio de la materia, que desarrollan. Empieza lite-
ralmente ab ovo y termina en el año 1243. Pero se remonta hasta la cuna de la
humanidad atinadamente con un fin científico excelente, digno de un gran sabio,
es decir, con el objeto de señalar las ramas diversas de las distintas razas, que su-
cesivamente entraron en España, indicando las de su procedencia y las demás,
que están distribuidas por la tierra, para que se vieran claros el origen, y proce-
dencia y las connexiones étnicas de los godos con los demás pueblos del mundo.
Por eso, tras una fugaz mirada a la primera pareja humana, a la creación angéli-
ca, a la catástrofe diluviana, y a la diseminación de los hijos de Noé por el orbe,
señalando sus mansiones geográficas, explica con alardes de erudición la dis-
tribución de los pueblos en Europa por regiones, a la par anotando rápidamente
las convulsiones guerreras recíprocamente destructoras de los mismos, sus len-
guas distintas, sin olvidarse de la suya nativa, diciendo: «similiter vascones et na-
varri sortiti sunt linguas proprias.» Sostiene con Lucano que el nombre de Ale-
mania viene del rio Lemano, y opina él que Francia se denominó a fractione
patria; et eorum ferocitate» y con lógico descenso, termina trazando la demarca-
ción primitiva y sucesiva de España hasta los romanos, y (c. II.) exponiendo la difu-
sión, ramificación y establecimiento de los pueblos de la Península. En los cinco
capítulos siguientes resume los acontecimientos relatados por los poetas
e historiadores, que han hablado de los tiempos heroicos de España, pero
recalcando varias veces, con su buen criterio, que algunos de ellos son fabulosos.
Acepta sin vacilar que el nombre de España dimana del fabuloso Hispano, primer
rey peninsular, procedente de Grecia, impuesto por Hércules, y autor fantástico del
Faro de Galicia, de la Columna de Cádiz y del Acueducto de Segovia. No se le
ocurrió la idea de que el nombre de España podría tener su origen en su lengua
natal, la vasca, en la que Ezpaña significa labio, término (España es término del
continente europeo.) Del capítulo VIII al X V nos descubre los orígenes de
los godos, con exagerada benevolencia hacia ellos, atribuyéndoles hazañas no
auténticas, y describiendo su religión y costumbres. Se extraña de que otros omi-
tieran lo que él cuenta del principio de ese pueblo, alegando en su favor a Abavio,
a San Isidoro, a Josefo Scíta y a Isidoro Geta. Les aplica la palabra de Dión de
que «son más sabios que todos los demás bárbaros, en la fidelidad parecidos
a los griegos.» Cita filósofos suyos, y los ensalza ajusfándoles autoridades mal
cosidas de Virgilio, Lucano y otros vates. (IX) Consigna el curioso fenómeno cíen-
tífico de los cuarenta días de noche y cuarenta de luz de la Escandinavia, a causa
(1) Carta del P. Burriel, publicada en la Revista de Archivos. Año 19!4-Julio-Diciembre. Véanse
allí más cosas interesantes.
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de los solsticios de verano e invierno, y cómo por eso no hay allí abejas. Marra
luego en los siguientes capítulos las guerras de los godos con los romanos, y ter-
mina el libro con la aparición de los Hunos.
En el libro segundo cuenta cómo el Obispo Ulfilas los arríanizó en la religión
y les dio el alfabeto. (I) Pasan luego, empujados por los Hunos, el Danuvio, se
amistan con el emperador Teodosío, «amante, añade, de la nación goda.» En-
tran en España, que reciben en donación, confirmada por un oráculo sagrado, y
por fin, tras varias luchas, se establecen en ella, como en patria propia, dice con
satisfacción. (IV) [Qué exaltado galicismo! D. Rodrigo no recibe a esos feroces in-
vasores, que todo lo raen a sangre y fuego, como a los demás bárbaros, sino
como a condueños providenciales de España y como semilla de su futura nacio-
nalidad y grandezas patrias. Narra a continuación las guerras, la destrucción de
los Hunos en los campos Cataláunicos, y otras vicisitudes. Consigna cómo Eurico
les dio el Código, su primera ley escrita, (X) y Téudis autorizó la celebración de
concilios, (XI) y cuenta los Reinados godos hasta Leovígildo, al que loa como con-
quistador y vitupera por su conducta anticatólica con su hijo San Hermenegildo.
(XIV) Se inflama después relatando los hechos grandes de Recaredo y Suintila.lo
mismo que los de los gloriosos Prelados, Eladio, Isidoro, Leandro, Braulio, Euge-
nio y oíros más. Pero consigna en cada Reinado la tenaz lucha y resistencia de los
indómitos vascones, es decir, navarros.
En el libro tercero, hasta el capítulo XII, glorifica a Wamba, y presenta en el
capítulo X V a Pelayo, futuro héroe de Asturias, en el destierro. Apunta la co-
rrupción de Vitiza, (XVI) y describe la catástrofe del imperio godo y la invasión
árabe. (VXII, XVIII.) Refiere en el libro cuarto el levantamiento de Asturias y Nava-
rra, su organización monárquica en medio de sangrienta y jamás interrumpida lu-
cha, hasta la batalla de Val de Junquera, en Navarra, donde los moros derrotan a
Ordoño de León y García de Navarra. En el libro quinto se narran los sucesos des-
de esa fecha hasta la repartición de su vasto imperio por Sancho el Mayor de Na-
varra, erigiendo en Reinos a Castilla y Aragón, y colocando sus hijos en sus
solios. E l sexto llega hasta la muerte de Alfonso VI, el conquistador de Toledo,
nieto de Sancho el Mayor. El séptimo hasta 1211, momento de los preparativos de
la cruzada de las Navas. El octavo contiene esta magna empresa, narrada magis-
tralmente en los doce primeros capítulos, y termina con la muerte de Alfonso VIII.
En el último libro se exponen los sucesos hasta la fecha indicada de 1243.
Historia Hunnorum Este libro contiene la historia de los cinco pueblos bár-
baros tan famosos, en diez y seis capítulos muy copiosos en noticias, y relata los
sucesos de cada uno desde su origen hasta su extinción, enumerando sus Reyes,
sus guerras, sus viajes y hasta ciertas anécdotas célebres e interesantes. Como ha-
bló mucho de los hunos en la De Rebus, aquí les dedica dos capítulos. Seis a los
Vándalos, cuyos estragos en España pinta gráficamente. A los Alanos, cuatro.
Los trata de indolentes y sin magnanimidad. A los Suevos otros cuatro muy ex-
tensos, y hace el elogio del gran San Martín el Dumiense. Sólo uno a los Silín-
guos, porque tampoco se distinguieron.
Historia Ostrogothorum. Consta este libro de seis largos y sustanciosos capítu-
los, en que resume los célebres hechos de Teodorico, Gutís, Odoacro y Totila, cuya
visita a San Benito refiere con unción.
Historia Romanorum. Es una suma bien hecha de la historia de los romanos
hasta la batalla de Munda en España, entre Escipión y César. Habla, no sólo de
sus más granados personajes y proezas, sino también de sus grandes institucio-
nes, como el consulado y otras,que los hicieron famosos. Termina el libro diciendo
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compasivamente de España: «quedó llorosa y conculcada por los pies de todos
los extranjeros y destrozada por la tiranía de diversos gobernadores.» D.Ro-
drigo abominó la dominación romana, pero amó con delirio su cultura.
Historia Arabum.—Obra inmortal de D. Rodrigo, extraordinariamente admira-
da y ensalzada por los más eminentes arabistas, no tan voluminosa como la His-
toria Gothica, aunque extensa, no tan amada de su autor como ésta, ni tan im-
portante para los españoles, pero tanto o más significativa que ninguna otra obra
suya de sus grandes iniciativas y especiales conocimientos. Consta de un solo
libro, dividido en cuarenta y nueve capítulos largos y muy nutridos. Traduz-
co del prólogo el pasaje en que explica su plan y el origen de sus noticias. «En
los libros anteriores, dice, declaré, como pude, todas las desgracias de males que
ha sufrido España hasta nuestros tiempos. He resuelto ahora terminar con los
males de los árabes, que no han dejado nada por tentar; y ojalá que sean los últi-
mos; si es que el poder divino quiere librar de la destrucción de la espada a la que
se ve siempre destrozada por ella, hace más de quinientos treinta y dos años,
sin que haya podido librar a sus hijos del destrozo Queriendo conservar sus
hechos y tiempos para la posteridad, he comenzado su relación desde Mahoma...
Muy brevemente he hablado de su origen, predicación y Reinado, tomando las no-
ticias con fiel relación de sus escrituras, para exponer la malicia y la crueldad de
aquella nación.»
En los seis primeros capítulos está la exposición de la vida del pseudoprofeta,
hecha con tal arte, que a la vez que narración es una refutación clara e ingeniosa
de las supercherías y trapacerías del fementido innovador. Preciosamente extracta
del Corán y relaciona los puntos notables de su doctrina, copiando literalmente
algunos párrafos, para ser más eficaz en la refutación de aquellas doctrinas, que
llama justamente «ridiculas en parte, y en parte nefandas»; (V) pero en su época
y en su pueblo, tan saturado de mahometanísmo, hacían funesta impresión en
las conciencias relajadas, que allí encontraban medios de satisfacer sus pasiones
sensuales, y armas para defenderse con apariencias de razón. Por eso es enérgico
en ponderar la estulticia del pueblo, que creía, que Mahoma hablaba con el Ángel,
y en reprobar con indignación sus artimañas de engaño, contenidas en el Corán,
«en el cual, dice, predicó tantas ignominiosas Zoras, que da rubor el contarlas,
cuanto más el seguirlas. Sin embargo los infelices pueblos, embriagados por el
virus diabólico y engolosinados por la sensualidad, las aceptaron, y todavía
permanecen obstinados en su perfidia y no cesan de infestar la ley de vida y
disciplina, cristiana.» Previa esta confutación necesaria del mahometismo en
aquellos días, y diciendo que Mahoma «fué sepultado en el infierno, en el año
séptimo de Suintila» entra en la relación de la pasmosa propagación del islamis-
mo a punta de lanza, y al soplo de esforzados y fanáticos guarreros, a los que no
regatea el Arzobispo alabanzas debidas por su valor, pericia y suerte. Es corto en
la primera parte, largo en los sucesos de los árabes de España, y reúne innume-
rables noticias, amenizadas con pormenores interesantes, que suponen un estudio
y una lectura grandes y muy variados. Se distingue esta obra de la Historia Góti-
ca por la mayor severidad crítica, por la exclusión más rigurosa de las relaciones
populares, por la densidad de noticias, por la agilidad de la narración y por la
mayor claridad y precisión con que coordina los sucesos tan variados de aquel
pueblo inmenso, siempre dilacerado por intestinas disensiones de sus ambiciosos'
Plan vasto y genial de la producción histórica de Jiménez de Rada.—La sínte-
sis y brevísima suma de las cinco obras demuestran la concepción vasta y genial
de la producción de D. Rodrigo. E l plan del Arzobispo es escribir toda la historia
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de España, y posee la genial originalidad, hasta él por nadie tenida, de mirar y to-
mar como partes componentes de la historia total de España la historia de cada
pueblo, que de una u otra manera actúa en la Península ibérica, y por eso, después
de componer la Historia Goíhica, que para él es el ej« de la historia española,
escribe, como sus partes integrantes y complementarias, la de los romanos, vánda-
los, silingos, alanos, suevos, ostrogodos y árabes. Para él la reunión de todas esas
historias particulares constituye la totalidad de la historia de España. Ideo que
no alumbraron ni San Isidoro, que sólo compuso la suma de los bárbaros invaso-
res de España, y con cierta extensión mayor la de los godos, y mucho menos el
Silense y otros, excepto D. Lucas de Tuy. Y brilla más eso en el hecho de que don
Rodrigo mira eomo una sola historia española las acciones de todos los Reinos
de la reconquista, desde Asturias a Cataluña. Según él todos los Reinos luchan
y prosperan por la causa común, que es España; pero con la particularidad, que
él ha impreso al modo de concebir y redactar la historia española, es decir, ha-
ciéndola gravitar hacía Castilla, como al eje y centro, como lo observa el eximio
crítico Menéndez Pidal de esta manera: «Anteriormente sólo se escribía la crónica
de los Monarcas de uno o varios Reinos peninsulares; pero la vista comprensiva
de todos los Reinos en conjunto de lo que es España, sólo se obtiene en tiempos
de San Fernando, en las obras capitales del leonés Lucas de Tuy, y del navarro
Rodrigo de Toledo, de espríitu éste más decididamente nacional, como inspirado
en la Dinastía castellana, también de origen navarro.» (1) Sabido es que, si bien
elTudense tuvo la vista comprensiva del conjunto de la historia de España, no lle-
gó a escribir nada de los árabes, y de los otros pueblos sólo hace alusiones, y de
los godos y de los Reinos cristianos de la reconquista trae mucho menos noticias
que D. Rodrigo. Por eso no es posible establecer comparación entre los dos histo-
riadores. De aquí viene también lo que dice el citado crítico respecto del autor de
la Crónica General, que su guía y Maestro en lo que mira a la edad media es el
Toledano. «Las fuentes de historia medioeval, dice, que más constantemente ma-
neja la Crónica son dos bien conocidas; el Toledano y el Tudense. Siempre el To-
ledano seguido con más respeto, creído ciegamente y preferido su testimonio al
del Tudente, tantas veces más fiel, sobre todo en la cronología. Al Toledano se
sacrifica también la veracidad de la Historia Roderici Campidocti...» (2)
Y por cuanto ha salido la Crónica General, hay que decir algo sobre la influen-
cia de la producción histórica de Rodrigo en esa Crónica. Esta heredó de D. Ro-
drigo la vasta idea de formar una historia única española en derredor de Castilla,
tal como se ve en la historia De Rebus; y heredó igualmente la idea de completar
esa obra añadiendo las de los otros pueblos, de los cuales escribió el Arzobispo;
pero en libros separados. En cambio la Crónica refunde en un solo cuerpo histó-
rico todas esas obras separadas. Pero no se tome la refundición como una com-
pleta fusión y recomposición, sino como traslación de los capítulos tal como es-
tán, con leves variantes. Mas el hecho de que así ha reunido en un solo cuerpo
todas esas obras, traduciéndolas, y ha añadido otras noticias de otros autores, ha
hecho escribir la siguiente afirmación que no es justa, a Menéndez Pidal. «Se ve
en ella un intento verdadero de construcción histórica de plan mucho más
amplio que en ninguna obra anterior.» (3)
Porque este intento de mayor amplitud se puede, entender sólo como com-
pilación, pero de ninguna manera como investigación y composición propia y ori-
(1) Estudios Históricos. P. 247 y 248. (2) Estudios Históricos. Al fin del discurso. (3) Estudios
Históricos. P. 232 y 233.
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ginal, que casi no tiene ninguna, como lo demuestran los datos siguientes, que
admite el citado crítico. Todo lo que trae la Crónica es recogido o espigado de
varias obras, nada extraído directamente de los A "hivos. De la época romana
consulta los mismos autores que D. Rodrigo, pero los copia muy excesivamen-
te. De los godos no hace más que copiar a D. Rodrigo y al Tudense, y literalmen-
te inserta los otros libros del Arzobispo referentes a los demás bárbaros. De los
árabes traduce la obra magistral Historia Arábum del mismo y se acabó, si se ex-
ceptúan las notas cronológicas de la Historia Árabe Valeriana. En cuanto a la
reconquista sigue copiando especialmente al Toledano y bastante al Tudense. Si se
aparta, y vaga en rebusca de otras noticias, se sumerge hasta el absurdo en co-
piar leyendas, cuentos y poemas épicos, que con la mayor candidez da por hechos
verdaderos. Pero hay un hecho convincente de la carencia de aspiración del
autor de la Crónica General a construir una historia nacional española, y es el
siguiente. Con respecto a los Reinos de España, íuera de Castilla y León, no ha-
ce más que registrar lo que encuentra en D. Rodrigo y en el Tudense. Cuando és-
tos callan, calla él también. No busca nada, como si nada le interesaran las noti-
cias de Aragón y Navarra; de forma que si consigna algo es porque lo encuentra
en esos autores. Todo esto es inconcebible para quien tiene verdadero intento de
construir un cuerpo único de la historia de España. De Castilla y León recoge
cuanto encuentra. En consecuencia sólo a D. Rodrigo se le puede conceder la glo-
ria de haber ideado y realizado el vasto pensamiento de una amplia historia de
España, con perfecta estructura propia, íntima, bien trabada y dirigida, un edifi-
cio histórico compacto y armónico, bien ideado según la sucesión de los tiempos.
La Crónica no compone propiamente los relatos históricos, sino que los coge,
los traduce y los traslada a su plan cronológico, como coleccionando y almace-
nando la historia ya compuesta y ordenada por otros autores. De aqui que todas
las diversas obras de D. Rodrigo están allí capitulo por capítulo, vertidas literal-
mente, sin mudanza de redacción. Enseñaron por eso críticos eminentes, como
Amador de los Ríos y Menéndez y Pelayo, que esa Crónica, en su mejor y mayor
parte, es mera traducción de las obras de nuestro historiador, y esto lo puede
comprobar cuando quiera el que entienda latín y castellano. Lo notamos al referir
la campaña de las Navas de Tolosa hasta tal punto, que vimos, que A. Huiei día
a D. Rorigo por la versión de esa Crónica. Pero en el conocimiento de las obras
latinas hay tan enorme ignorancia aún ent»e los críticos, que pretenden pasar por
maestros del saber, que desconocen todo eso, y en su petulante ignorancia hacen
padre de los maravillosos trozos históricos sobre España al autor de esa Crónica.
Señalo entre mil casos el de tan famoso J. Juderías, que en su Leyenda Negra, (1)
asegura que la primera soberbia descripción de España se halla en esa Crónica.
Precisamente ese pasaje hermoso es, como tantos oíros, traducción literal del de
D. Rodrigo.
Notables cualidades dt la producción histórica de D. Rodrigo.—La más eximia
de todas, la que le hace superior a todas las de la época, es su genial originali-
dad, particularmente en concebir y escribir una Historia de los árabes. Ahí brilla
un ideal exclusivamente cultural, que le eleva sobre su tiempo. No aparece enton-
ces entre los cristianos y árabes un escritor, que estudie y componga la historia
de un pueblo extraño y enemigo, con el objeto de instruir en ella al suyo. ¿Qué
nos hubieran dicho los arabistas actuales si hubieran tenido un historiador árabe
(1) «Es una de las primeras, dice, sino la primera la contenida en la Crónica de Alfonso X.» Libro
I. N. II. Cuarta ed.)
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que hubiera aprendido la lengua castellana, estudiado sus historias y compuesto
una especial, con el objeto de darla a conocer a su pueblo? ¿Y más si llegara a ser
tan excelente como lo es la compuesta por Jiménez de Rada, según testimonio de
los mismos arabistas? Aun se le tachan menos faltas que en la Historia Gothica,
y la mayoría de las que se han notado proceden de erratas, y de eop'as mal
hechas. Como el caso de Ostmán, que, según lección de Sondoval y Flóiez, fué
dos veces gobernador de España, y según leyó Berganza, una sola vez. Lembke
demostró que según los textos y la historia fué una vez solamente. (1) Una de las
cosas que más ha sorprendido en esa obra es la rara conformidad de las noticias
con las fuentes árabes, y la gran multitud de las mismas, que inserta en ella.
Denuncia la misma originalidad y especial diligencia el rasgo de explicar la dis-
tribución del género humano según las lenguas y la geografía, y con tal acierto,
que nada hay que corregir en él. Lo mismo la exactitud con que designó como pa-
tria de los visigodos la Escandinavia, contra la opinión universal de entonces y
de muchos siglos posteriores, hasta el descubrimiento de Jornández. E l nos da a
la par la Historia eclesiástica de España con muchos pormenores, y la noticia de
los varones eminentes de la Iglesia española. Es el único que trae noticias del ori-
gen de la Dinastía de Navarra, con datos, que no se hallan en otra parte. Pero de-
jando las prendas de diligencia y acierto, que resplandecen en innumerables pun-
tos particulares, voy a notar una cualidad extraordinaria suya de conjunto, que
ha influido como ninguna en el espíritu español, y que él lo ha transmitido por
medio de su historia. Es su españolismo.
Su españolismo es intenso, fervoroso y perenne. Empieza por ensalzar las cua-
lidades físicas de España, que son en su concepto, sin rival en la tierra, como en
muchos pasajes lo expresa con admirable estilo. Entre otras mil cosas dice de
ella: «Dios ha enriquecido a España con la abundancia de todas las cosas buenas
entre las demás partes del mundo.» (2) «España es como un paraíso del Señor:
que sobresale por su fertilidad especial entre las provincias del mundo. Es fe-
cunda por los frutos, sabrosa por los frutas, deliciosa por los peces, grata por sus
leches, estrepitosa por la caza, codiciada para ganados y rebaños, orgullosa por
los caballos, descansada por las muías, privilegiada p<~r sus fortalezas, produc-
tora del vino, descuidada por el pan, rica en metales, abundante en aceite, ale-
gre por el azafrán, excelentísima por el ingenio, audaz en la guerra, rápida en
la acción, leal al mando, fácil para la cultura, poderosa en la elocuencia, fecun-
da en todas las iniciativas, superior a todos por sus fortificaciones, pocas tie-
rras la igualan en la grandeza, preciosa por su fidelidad, singular en el arrojo.»
(3) Así se expresa en cien partes de sus escritos, sin decaer jamás su entusiasmo,
loando sin cesar las prendas de España y del pueblo español. Es celoso defensor
de sus glorias, indignándose noblemente contra los que intentan arrebatárselas
con fábulas. Nigún español ha escrito capítulo tan expresivo y concluyente como
el que D. Rodrigo escribe, para rechazar las fabulosas proezas de Carlomagno
en conquistar ciudades españolas a los moros. (4) Hazañas, que los poetas fran-
ceses le atribuyeron absurdamente, como nuestro historiador con elocuencia y
erudición patentiza, señalando exactamente la época y los héroes españoles de di-
versos Reinos, que rescataron de los moros las comarcas y ciudades predíchas.
(1) Según habrá notado el lector arriba, el prólogo lo escribía Rodrigo después del año 1243. Pues
dice que escribe más de 532 después de ¡a invasión. Esta ocurrió en 711. Basta sumarlas dos cifras
para verlo. (2) Lib. III. C. 21. (3) Lib. Id. id. Nótese la gran propiedad de esa descripción.
(4) Lib. IV. CIO y 11.
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Su extremado amor a Alfonso VI es inferior a su amor a lo netamente español
e indígena; y por eso afea, cuanto puede, su gestión por la implantación del oficio
gálico en España, escribiendo una de las páginas más hermosas en pro del oficio
nacional, diciendo que fué abolido tiránicamente entre lágrimas y dolor de todos
(cunctis ñentibus et dolentibus), y recoge el acerbo proverbio, que entonces pro-
nunció el pueblo, para censurar el despotismo Real de Alfonso VI: «Allá van leyes
do quieren Reyes.» (Quo volunt Reges vadunt leges.)
Nadie tan fiel y tierno lamentador de las calamidades de España en las innume-
rables desgracias de invasiones y guerras cruentísimas, que la han martirizado.
Tan hondos son sus acentos, tan exactas sus frases descriptivas, tan pías sus lá-
grimas, que sus párrafos han servido a los más grandes historiadores y eminentes
patriotas para expresar lo que en su pecho sentían, y para hacer vibrar las fibras
de los amantes de su patria con ritmos de hondo sentir y amar. Los ejemplos se
hallan en cada obra y en cada libro del Arzobispo. Así inyecta Rodrigo su espa-
ñolismo; así forma las almas patriotas; así es él el apóstol más grande y más efi-
caz del españolismo. Por eso todos los historiadores españoles son discípulos su-
yos, y trasladaron a sus obras más servilmente de lo que creían sentimientos y
conceptos por él transmitidos en frases hechas, y leídos en sus libros.
Pero ¿cuál es el sentido de su españolismo? Está completamente claro en sus
escritos. Para él España es el continente ibérico, separado del resto de Europa
por el muro pirenaico, y aislado del resto del orbe por los mares, que lo circun-
valan. Distingue en ella diversos pueblos de varia índole y constitución; unos
totalmente indígenas, y otro perfectamente indigenizado, con absoluto derecho de
vivir en ella por sus especíales méritos en la organización de una nacionalidad t
común española en siglos anteriores. Los primeros son los que se hallan distri-
buidos en las diversas regiones de la Península, caracterizados con ciertas notas
raciales primitivas, que no se fundieron jamás, sí bien recibieron un baño general,
más o menos profundo, bajo el imperio romano. El segundo es el pueblo invasor
godo, que arrojó la tiranía romana, y que constituyó un Estado español, aunando
más o menos perfectamente, con la fuerza los diversos pueblos peninsulares, e in-
fundiendo en todos la semilla de la unidad imperial española, bajo las santas ins-
piraciones del catolicismo, única y exclusiva religión de los españoles por dádiva
especial de la divina Providencia, desde que el pueblo godo, obedeciendo a la voz
de Dios, abrazó esa religión, que ya era propia de los indígenas, al derramarse
los godos en la Península. Según D. Rodrigo esos pueblos forman el pueblo espa-
ñol. Esos tienen el derecho de habitar dentro de los límites descritos. Los demás
son extranjeros e injustos dominadores de España. Por eso todos deben sentir la
común aspiración de sacudir el yugo de esos extranjeros; deben unirse estrecha-
mente con ese fin; deben hacer todos cuantos sacrificios puedan, deponiendo am-
biciones e intereses exclusivamente propios en aras de la independencia general,
hasta desterrar de España el dominio musulmán, para que en todo el territorio
peninsular se organice el dominio cristiano católico en toda su plenitud. Según él,
este es el ideal supremo y primordial de toda la lucha y de toda la vida nacional
de España. He aquí la esencia del españolismo de D. Rodrigo. En ese sentido gri-
ta más potente y ardorosamente que nadie (Arriba España! ¡Viva España! Dentr o
de ese programa y de esos principios reconoce y proclama la legitimidad de los
diversos Reinos peninsulares perfectamente constituidos, del todo independientes,
con derechos inviolables, que nadie debe atentar; ni se le ocurre abogar por la
desaparición de ninguno, ni otorga a ninguno derechos imperialistas, ni faculta-
des legítimas de ningún género para privar de su ser al vecino Reino, a título de
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una unidad igualitaria. Concede a Castilla omnímodo derecho de su personal in-
dependencia lo mismo que a los otros Reinos peninsulares.
Además [qué grande y ardiente corazón revela cuando se entusiasma ante las
grandes heroicidades, ante los varones eminentes por su valor, talento, hazañas,
lealtad, amor patrio, ciencia, virtud, santidad, abnegación, sacrificios! Porque se
inflama su pluma y ensalza tales grandezas con frases encendidas y llenas de un-
ción; y narra los hechos nobles con tono y acento que avasallan el alma. Sus na-
rraciones, tan nutridas, tan sentenciosas, tan cuajadas de preciosos sentimientos,
patentizan que era su pecho urna santa y viviente, en que estaba todo lo noble,
todo lo elevado, todo lo cristiano,y todo lo que debe ennoblecer y sublimar al pue-
blo de Cristo, y especialmente al pueblo español, al cual propone con f"<>go de
singular vehemencia todo lo que escribe para su instrucción y formación. \ es de
notar; D. Rodrigo siempre es benévolo, y su pluma no hiere ni destila personales
resquemores, aunque se presenten ocasiones, como en la conquista de Valencia.
A pesar que de que le habían quitado aquella Sede los conquistadores, no pro-
nuncia una palabra, que indique el escozor de la pérdida. Con todos los Reinos
españoles es entusiasta, más con Castilla, por gratitud a sus Reyes. Cuando es
menester, execra dignamente los vicios y los viciosos, como ocurre con Witiza y
con la Reina Urraca de Castilla; pero siempre sin hiél.
De su instrumento de expresión, el estilo, mucho había que hablar, pero dire-
mos pocas palabras. Es cosa sabida que ningún escritor latino de su tiempo escri-
be en un latín tan elegante, tan puro, tan fluido y tan castizo como D. Rodrigo.
En cuanto a las prendas literarias las revela extraordinarias, tanto en el modo de
concebir, trabar y trazar la composición de cada pieza literaria, como en la be-
lleza y variedad de los adornos de imaginación, corazón y elocuencia con que
la ameniza y engalana. De vivir en época de una cultura literaria más perfecta
y de buen gusto, Jiménez de Rada hubiera rayado entre los más insignes literatos,
porque habría atendido más a la perfección de la forma. Su brillante y fogosa
imaginación, su gran corazón y talento, su singular afición literaria, sus variados
y hondos conocimientos le hacían apto para encumbrarse a una esfera especial.
Se leen en sus libros innumerables pasajes preciosos por mil conceptos. Sólo le-
yéndole se le apreciará. Pero tiene sus imperfecciones y desaciertos en el lengua-
je. Tiene la excelente cualidad de no atribuir arengas a sus héroes y de librarse así
de la pueril manía de los clásicos, mejor que el P. Mariana.
Censuras y defectos de las obras de D. Rodrigo.—Como nuestro escritor es el
Padre de la Historia de España, el principal historiador español de la edad me-
dia, sus obras han estado constantemente expuestas al examen y a la censura, lo
mismo que han sido el arsenal de historia para españoles y extranjeros. Ade-
más ninguna producción científica como la historia tan expuesta a la corrección,
a la revisión y a la censura, ya por los descubrimientos incesantes de nuevos do-
cumentos y datos, ya por el criterio personal distinto de los hombres sobre las in-
finitas cuestiones y sucesos, que en su ámbito caen. Esto basta para pensar cuan
juzgado habrá sido nuestro Arzobispo, tanto por sus opiniones, como por las
equivocaciones y defectos, que tiene que tener necesariamente su obra. Siempre
así ha sucedido con las más famosas y perfectas obras humanas: mucho más no
pudiendo ser perfecta la primera obra sobre la historia general de España. Ahora
dedicaremos unos momentos a esta materia para descubrir y determinar mejor los
méritos de D. Rodrigo, e ilustrar algunos puntos de la historia.
Empiécese por leer las observaciones siguientes del P. Risco, para orientarse
con acierto. Dice: «Yo tengo por indubitado que nuestros escritores antiguos, aún
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los que florecieron en los siglos XII y XIII, disfrutaron obras, que ya no tenemos.
Podría citar mucho en comprobación de mi juicio; pero concretándome con poner
un ejemplo relativo a la ciudad en que escribo, el Arzobispo D. Rodrigo dice de
ella: In aliquibus Hbris antiquis Ovetum dicitur civitas Episcoporum.» (1) Qui-
siera yo me dijesen los curiosos qué libros son esos, o dónde se hallan. Por lo
tanto soy de sentir que en medio de no merecer crédito los escritores de los ex-
presados siglos, cuando lo que refieren es contrario a los cronicones más anti-
guos, se debe respetar su autoridad, cuando nos comunican noticias, que no halla-
mos en otros anteriores a su tiempo.» (2) José Ortiz escribe: «El Arzobispo D. Ro-
drigo dice: Ab aliquibus frater Oppa Witica*, ab aliquibus dicitur Comitis Julia-
ni. Sed verius fuit filius Egicae et frater Witicaz.» De los autores, que nos que-
dan, ninguno hay que haga a D. Opas hermano de Julián. De lo cual se deduce,
que D. Rodrigo vio escritores, que no existen; que su autoridad en cosas aún de
cinco o seis siglos es muy respetable, por más que nuestros escritores rígidos se
la nieguen.» (3) Observa el tan escépíico Masdeu: «Acerca del origen de este pue-
plo (el godo) septentrional, dice el Arzobispo Juan Magno, escritor de la misma
nación, que entre tanta diversidad de opiniones, los que han hablado con más
exactitud y noticia son los autores españoles; pues desde el siglo XIII D. Ro-
drigo Jiménez les dio con el mayor acierto, por primera patria a Escandía o Es~
candinavia, donde están ahora los Reinos de Suecía, Noruega, y Dinamarca. E l
célebre Eneas Silvio, después de doscientos años, a instancias del Emo. Juan Car-
vajal y de otros varios españoles, de quienes era muy amigo, hizo muchas diligen-
cias para averiguar el origen de los godos, y habiendo hallado finalmente en un
monasterio de Alemania la historia manuscrita de Jornández, autor del siglo
VI, (a quien Cantú sigue) conoció cuan acertados habían sido en este punto el
insigne Arzobispo de Toledo y los demás autores, que le siguieron.» (4) E l Pa-
cense escribió del jefe godo Froya, que repelió la irrupción de los vascones con
gran daño de su ejército (non cum módico exercitus damno.) A l revés D. Rodri-
go, que lo hizo sin daño: (Incursionem vasconum non cum módico exercitu repu-
lít sine damno.) Siendo el Pacense de cinco siglos antes, se decidía la crítica por
él, pero encontró el P. Risco un escrito del Obispo Tajón de Zaragoza, autor céle-
bre y coetáneo del hecho, que tras larga relación, agradece a Dios la victoria, co-
mo favor del mismo. Favor por el pequeño daño padecido.
Por esta causa el Cardenal Aguirre, teólogo y canonista, prefería la autoridad
D. Rodrigo a la de Mariana en el conflicto de ambas, creyendo que para lo anti-
guo se le debe dar mayor crédito. (5) Y hay razón para ello, teniendo en cuenta
que el mismo Mariana se fió de D. Rodrigo, y en muchos pasages no hace más
que traducirle,*como observa Vicente de la Fuente, al hablar del capítulo tercero
del libro décimo y otros, con estas palabras. «Las noticias están tomadas del libro
sexto de Rebus Hispaniae del |Arzobispo D. Rodrigo. Este y otros capítulos de
Mariana, relativos a esta época son meras traducciones de dicha obra de D. Ro-
drigo. En vez de extraer o traducir a D. Rodrigo, creo preferible insertar las tra-
ducciones de Mariana.» (6) Fluye de esto, 1.° que cuando D. Rodrigo nos da una
noticia, que no vemos en otros autores, no por eso debemos rechazarla, sino du-
dar, o estar por él, ya que pudo tomarla de algún autor desaparecido. 2.° Si la
suya contradice a la de otro autor, seamos prudentes, suspendamos el dictamen,
quizás será errata la del contrario. Así aconseja el sabio Pagi, (7) al hablar de
(1) Lib. IV. C. 18. (2) Iglesia de Oviedo. T. III. (3) Compendio Cronológico. T. II.
(4) Hist. Crít Tom. X . N . 4. (5) Summa Conciliorum. t. V. p. 6. n. 18. (6) Hist. Bel. II. p. 236.
(7) Anual. Ann. Christí. 711. n. 8-13.
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Rodrigo. 3.° También miremos con reflexión lo que recoge de las tradiciones y
cantos juglares, ya que fué Rodrigo en esto sobrio y receloso. Argumento es que
descansa sobre algo serio, hoy perdido u oculto, que movía al Arzobispo a reco-
ger tales noticias, quizás para que lo que no discernía él, lo purgaran y aclara-
ran oíros investigadores, y extrageran así las pepitas dispersas de la verdad. Por
esto un crítico juzga así a D. Rodrigo: «No se ha de juzgar, no, al escritor del
siglo XIII por los adelantos del XIX. A l contrario, para juzgar bien de una cosa
es preciso ponerla en su verdadero punto de vista, y retroceder a los tiempos de
su ejecución. ¿Hubiéramos hecho nosotros, hubieran hecho los modernos escrito-
res lo que hizo entonces D. Rodrigo, en medio de las ocupaciones de su vida ac-
tiva...? Cierto que los escritos históricos de D. Rodrigo, considerándolos como el
plan de una historia universal para uso de los españoles, dejan mucho que desear,
pero si se atiende al estado general de las ciencias y de los estudios en toda Eu-
ropa, a los escasos centros de saber, a la carencia de libros, cuanto más de biblio-
tecas y archivos, se verá que los trabajos de D. Rodrigo fueron, no una obra im-
portante, sino una empresa atrevida.» (1) Vicente de la Fuente, olvidándose de eso,
dice en otra parte de Rodrigo, que fué fácil en recoger hablillas. Y porque se le
escapó algún error, sobre todo acerca de las de Aragón, patria del crítico, le
trata con dureza harto corriente en él, si los autores no son aragoneses, y le
acusa de negligencia al concluir así, «cosas que no podía ignorar el Arzobispo
D. Rodrigo, que a fuer de navarro, debía, conocer la topografía y la historia de
aquellas ciudades.» (España Sagrada, tom. 30. (2)
Previas estas observaciones, toquemos ciertas acusaciones. Se le tacha de par-
cial con respecto de Santiago de Compostela. Los Bolandos, reflejando la opinión
de muchos españoles, escribían: «Confieso que Rodrigo, encendido por el afecto
de un partido, calló intencionadamente, o escribió con cautela sobre las cosas,
que miraban a la gloria de la Iglesia Compostelana, como se deduce del texto si-
guiente, en que se esfuerza en debilitar la tradición común con la palabra crede-
batur, se creia.»(3) Se refiere a la presencia de las reliquias de Santiago de Com-
postela. Escribe el Arzobispo: «Como (Almanzor) llegara a las costas marítimas,
devastó también la ciudad e iglesia de Santiago, pero aterrado por un rayo, se
abstuvo de tocar aquel lugar, en que se creía, que está el cuerpo del Apóstol.»
Creo que esto es extremar las cosas, tanto por parte de los que pretenden deducir
que D. Rodrigo no creía que allí estuviera el cuerpo de Santiago, como de los que
se ofenden, porque intentó con esa expresión debilitar una tradición sólida. A mi
ver leal en ese texto no hay intención particular. En el caso el credebatur expresa
que si bien no estaban expuestas las reliquias del Apóstol, sabíase que allí estaban
sepultadas, como todos lo creían. De verdad que en ninguna parte de la historia
gótica el Arzobispo muestra nada que signifique que intenta rebajar las glorias
compostelanas. Mejor que esa ocasión hubiera aprovechado la del famoso voto
de Santiago, que tanta importancia daba a dicha Igksia, y que por otra parte lo
habían pasado en silencio Sebastián, Sampiro, Pelayo y otros. D. Rodrigo dice
de él, al hablar de la expedición del rey Ramiro a la Rioja. «Entonces también
pagaron los votos y las ofrendas a Santiago, y en algunos lugares todavía los pagan,
no por tristeza o por necesidad, sino por voluntaria devoción.» (4) Prueba de esa
(1) Historia Ecl. tom. II. párraf. CLXXXIV. (2) Habla de Tarazona, Zaragoza y otras.
(3) Tomo XXXI. Die 25. n. 50. Tomo sexto del mismo. E l texto latino del Arzobispo es así: «Cumque
(Almanzor) ad marítima pervenisset, etiam civitatem et ecclesiam Beati Jacobí devastavít, sed fulgorí
territus ab eo loco, ubi esse corpus Apostoli credebatur, abstinuit.» (4) Lib. IV. c. 13.
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parcialidad, dicen, que es su silencio acerca de la predicación de Santiago en Es-
paña. Pero el caso es que con este argumento iríamos muy lejos. ¿Cuántas cosas
no calla? No era esa la materia de su historia, sino la profana, y si bien tiene mu-
chas noticias de la eclesiástica, las da cuando caen en el marco de la narración
de las cosas civiles por connexión natural, nunca con el intento de tejer la historia
eclesiástica. E l plan de la obra «De Rebus» le alejaba del punto de los comienzos
de la vida cristiana en España, (1) porque, después de exponer breves noticias
sobre los aborígenes de la raza indígena de la Península, salta a los godos y con
ellos entra su narración en España, y no tiene ninguna mirada retrospectiva sobre
los sucesos anteriores desde Viriato hasta ese momento de la invasión goda. Por
lo que esta acusación es completamente arbitraria.
Muy seria es la que se le hace acerca del voto de Santiago, que hemos tocado
de paso. Es el primero que de él habla. Claro está que nadie le acusa de inventor,
sino de víctima demasiado crédulo de los impostores, cuya cuna suponen ser San-
tiago de Compostela. Según los enemigos de ese voto, D. Rodrigo se dejó engañar
candidamente por los documentos falsificados en Compostela para que se genera-
lizara el voto nacional, con lucro de aquella Iglesia. Debió haberlos rechazado
resueltamente. Desde luego no voy a entrar en el examen de una cuestión, acerca
de la cual tantos miles de páginas se han escrito, y tantas pasiones se han
excitado. N i tampoco voy a dictaminar nada sobre su fondo, pues los varones
sabios se han dividido en dos bandos, y no la han dilucidado definitivamente. Yo
expondré lo que se ha de pensar de D. Rodrigo, y señalaré lo qae no es lícito
atribuirle. En primer término el Arzobispo no dice más que lo transcrito acerca
de ese voto (2) Poco antes refiere, pero como tradición popular, repitiendo dos
veces, fertur, se dice, que en la batalla apareció Santiago, sobre un blanco caba-
llo, enarbolando en la mano un estandarte, y que entonces prevaleció la invoca-
ción, «Santiago, ayúdanos.» Mas nótese que D. Rodrigo no dice palabra sobre
ningún documento, y sólo sí, que cumplieron sus votos los que los habían hecho,
sin añadir nada sobre el origen del voto, ni de quienes eran tales votos.
Consigna el hecho del cumplimiento, como también el hecho real, que en sus días
perduraba, de que había pueblos que todavía lo cumplían, pero dice que lo hacen
«devotione voluntaria.» Resulta de esto que no hay razón para presentarle como
seducido por documentos falsos, ni como defensor del voto nacional. Lo único que
hace es consignar antes que ningún otro cronista, que con ocasión de los éxitos
de Ramiro muchos fieles cumplieron los votos hechos a Santiago, y que todavía
hay cristianos que los cumplen voluntariamente. Pero ni una palabra sobre ningún
documento, ni voto colectivo nacional. Por lo demás sabido es que cuando escri-
bió D. Rodrigo estaba muy generalizado t i uso de los votos a Santiago. E l año
1212 Inocencio III, a excitación del Arzobispo de Compostela, que se le quejó que
a penas los fieles cumplían los votos de Santiago, (vota Beati Jacobi) dirigió a los
Obispos de Salamanca y Zamora un breve, en que les expuso la norma que debían
seguir para obligar a los fieles a cumplir sus votos de Santiago. He aquí la nor-
ma benignísima, que les da, según consta en el Corpus Juris (3) «No se les ha de
obligar a pagar más, cuando dudan entre más y menos.»
Según unos la parcialidad de D. Rodrigo provino en varias cosas por lisonjear
(1) Por eso nada nos cuenta del cristianismo en España hasta los godos. (2) E l texto latino.
«Tune etiam vota et donaria Beato Jacobo persolverunt, et in aliquibus locís, non ex tristitia aut nece-
ssitate, sed devotione voluntaria, adhuc solvunt.» (3) Lib. III. tit. XXXIX. c. 18.
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a los reyes, a cuyo servicio estaba. (1) Escribe un traductor suyo, si bien hablando
en general: «El segundo defecto de las estorias es porque los que las corónicas es-
criben es por mandado de los reyes e los príncipes, por los complacer o lisonjear
o por temor de los enojar escriben más lo que les mandan, o lo que creen que les
agradará, que la verdad del fecho como pasó.» (2) Mariana le acusa de parcial,
porque no refirió un caso desfavorable a la gloria de su patria, Navarra, es decir
el despeñamiento del rey Sancho el Peñalen por sus hermanos, y dice por esto
«El Arzobispo D. Rodrigo no hace mención de esto, puede ser por no manchar su
nación y patria con la memoria de caso tan feo.» No creo que así ardiera el amor
a su patria en el pecho de Jiménez. Si hubiera ardido, de otra manera habría ca-
lentado las páginas excesivamente sobrias, que en su historia le dedica. Opino
que ese afecto no modificó los movimientos de su pluma en la relación de los su-
cesos. Por eso un crítico (3) opone este argumento a la aserción anterior. «Este
historiador (Rodrigo) en la vida de Alfonso III dice que su mujer Doña Jimena,
tuvo mucha parte en la conspiración, que los hijos formaron contra el padre, para
despojarle del mando. Si pues D. Rodrigo lo escribió sin fundamento (es que no
se encuentra en autores anteriores,) calumnió horrorosamente a la reina. Es de
notar que esta soberana era paisana suya, hija de Iñigo Arista, primer soberano
de Navarra. Así es que los respetos de paisanaje no le detuvieron para decir la
verdad, prenda admirable y rara.» En cambio Moret le acusa de parcial en contra
de su patria, al ver que no celebra la resistencia de Sancho el Sabio de Navarra
contra los ataques de los reyes de Aragón y Castilla, coligados para quitarle el
reino y repartírselo, y dice, después de na»rar cómo se frustró una de sus invasio-
nes por el valor y pericia de Sancho. «Qne haberle tenido (efectos de importancia)
le celebrara el Arzobispo, como los que tuvieron lugar en el reino de León.»
Se ha tachado también de crédulo a Jiménez de Rada; porque consignó en su
Historia Góthica la leyenda de la Cava,(Lib. III) procedente de sus lecturas de las
obras árabes,la del palacio encantado de Toledo y otros relatos novelescos,y tam-
bién por el tributo de las doncellas, (Lib. IV. C. 7.), la batalla de Clavijo, el voto
de Santiago, la existencia circunstancial del Metropolitano de Oviedo, y el conci-
lio ovetense del año 872, bajo el Rey Alfonso el Magno (Lib. IV. C. 18) y la trama
de la mujer de Sancho el Mayor de Navarra con uno de sus hijos y otros varios
casos. Desde luego al erudito, que tiene ante sus ojos cómo eran los tiempos de
D. Rodrigo, cómo admitían los escritores más sagaces sucesos más absurdos, se-
gún se persuade uno recordando al Tudense y los autores de la Crónica Generah
sin mencionar otros anteriores, como D. Pelayo, (quizás deliberadamente crédulo (
y el Silense, que también registra esa clase de hechos, y cómo aún en el siglo XVI,'
Mariana y otros autores clásicos consignan oíros iguales, no le impresionarán
nada esas alegaciones. Además no está demostrado que aún en los dos primeros,
que se citan, que son los más legendarios, no hay algún fondo de verdad. Del tri-
buto de las doncellas, que nuestro historiador execra con frases aceradas, procla-
mando además que Mauregato por eso se hizo, «odioso a Dios y a los hombres»,
no se puede hablar con tanta facilidad. Los doctos saben que por desgracia en la
(1) Los más francos y acerbos censores están entre los navarros, sus paisanos. Escribe, entre otras
cosas, uno de los más eminentes entre ellos: «El insigne Arzobispo, hombre de extraordinarios méri-
tos, pagaba con lisonjas las mercedes de la casa real... Por acrecentar la gloria de Alfonso VI estiró
hasta el Ródano las fronteras de Castilla... Raras veces la historia cortesana engaña a la posteridad.»
(A. Campión. Ensayo Apologético sobre el P. J. de Moret.) (2) Rodríguez de-Castro. II. p. 541.
(3) Disertación sobre la batalla de Clavijo, por Epifanio Díaz Iglesias Castañeda. Apéndice al tom. II
de la Historia de ¡a Iglesia, de Berault-Bercastel.
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edad media hay bastantes de esos casos en la historia. No dice D. Rodrigo ni
cuántas fueron, ni si fué por tratados, a causa de derrotas. Aunque la batalla de
Clavijo la refiere sin matizarla con acento de duda, pero insinúa la duda al con-
tar luego que entonces se introdujo el apellido de combate: «Ayúdanos, Dios,
Santiago y cierra España.» (1) Igual duda introduce al referir el caso del arca de
Oviedo. Escribe: «Esta arca de reliquias, se dice, que se hizo en Jerusalén.» (2) Lo
del voto de Santiago yo dilucidamos arriba. El Metropolitano de Oviedo lo de-
fienden sabios como el P. Risco y Tejada. (3) En el sentido transitorio, que dice el
Arzobispo, y por la razón que aduce así: «porque España, despojada de sus cin-
co Sedes Metropolitanas, carecía de la dignidad de Metropolitano», (4) se hace
innegable, que en Oviedo se estableció la única suprema autoridad eclesiástica
circunstancialmente, durante cierto tiempo, pero sin que se constituyera allí ofi-
cialmente y en toda forma el Metropolinato de la Iglesia española, ni Roma trata-
ra como tal al Prelado propio de Oviedo. Con lo dicho anteriormente se desvane-
cen los otros cargos. Pero no se crea que encontramos en Rodrigo todo favorable-
mente explicable. Tropezamos allí con lamentables descuidos, que producen im-
presión penosa, a pesar de que alguno de ellos es acontecimiento, que ha volado
al ciclo más glorioso de los cantares heroicos de la edad media. Tal es la hazaña
de Roncesvalles, en cuya narración el Arzobispo ofende a la verdad y a su país
natal, dejándose marear y engañar por los fabulosos poemas de León y Castilla-
Según confesión unánime de los cronistas francos, fueron los vascos los que, en
los escabrosos desfiladeros de Roncesvalles, sembraron el pánico en la retaguar-
dia del ejército de Cario Magno, conturbaron el espíritu del gran emperador, des-
trozaron las filas aguerridas, y aniquilaron con la muerte el valor de sus glorio-
sos adalides. Y esto mismo cantaron los poetas germanos al refírír las hazañas
de Rolando y demás héroes de esa hueste de eterna memoria. Mas al emigrar
de las Galías a España las gestas rimadas en el siglo XI, los juglares leone-
ses y castellanos crearon un mito, al cual adjudicaron las hazañas de Roncesva-
lles. E l mito fué el famoso héroe Bernardo, rival de los Pares de Francia, invicto
triunfador de ellos en la celebrada jornada en que dirigía el Rey de León según
los poetas citados. Hoy se sabe que es personaje fabuloso ese D. Bernardo; y
que si existió, nació después de ese suceso. Pero D. Rodrigo erró completamente,
e incurrió además en tristes contradicciones respecto de él. Le hace principal hé-
roe de Roncesvalles, y al llegar al Reinado de Alfonso el Magno, sesenta años
más tarde, le hace figurar al lado de ese Rey. Y no se corrige de esto, a pesar de
ver que el relato juglaresco es un tinglado de burdas consejas. Prueba de que don
Rodrigo al fin lo vio así, es que, advirtiendo que bogaba en un mar de ficciones
egendarias, reforma su relación de esta manera. «Si alguien opinara con mejor
acierto, que en este punto hay que corregir, no lo rechazo.» (5) E l punto es sobre
si se dio la batalla mencionada en tiempo de Cario Magno, como dicen unos, o en
tiempo de Carlos Martel, como quieren otros. Por su lado Cerralbo encuentra un
rasgo de españolismo unítarísta del Arzobispo en el hecho de que hace confluir
a esta batalla tropas unidas de todos los Estados españoles de entonces, para arro-
jar la invasión extranjera, (ó) Argumento ineficaz e infundado. Pues D. Rodrigo
dice que también los árabes combatían allí contra el franco al lado de los leone-
ses, crstellanos y navarros, copiando el cantar popular, lo que significaría que
(1) Líb. IV. C. 13. (2) Líb. IV. C. 2. (3) Colección de Concilios. III. P. 36 y 43. (4) Lib. II. C. 18.
(5) Lib. IV. C. 10, II y 16. (6> Discursos. 76 y 77. Claro está que sostiene Cerralbo que es fábula
la participación de Bernardo y de los leoneses en la lucha de Roncesvalles.
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buscaba la unión ¡unto con los sarracenos. Pero dejemos esta materia aunque
ofrece más ejemplos.
Más patente y profunda que en lo precedente aparece la aberración de D. Ro-
drigo en otro punto, que vamos a tocar. E l Arzobispo había escrito, en el admi-
rable Prólogo de su obra De Rebus, al indicar las dificultades, que existían para
componer la historia de España, y la necesidad que por otro lado había, para que
en lo sucesivo no ocurriera, lo que se veía de las épocas pasadas: "Que por los
hechos repetidos de diversos soberanos que atormentaron a España, se ha mu-
dado hasta la lengua, de tal suerte que por la dominación de muchos ha olvi-
dado (España) el origen de su propia raza, de modo que casi totalmente se
ignora la raza y el origen de sus habitantes.»
Pues bien, Jiménez de Rada, palpando esa casi total ignorancia de cosas tan
venerables y amadas de todos los sabios y amantes de su propia raza y pueblo, y
perteneciendo además a una de las más primitivas v raras de España, ni las des-
cubrió debidamente, ni atribuyó a los pueblos españoles indígenas lo que les co-
rrespondía, ni los amó y honró como merecían, sino que cegado por el ambiente,
en que vivía y en que se educo, otorgó irreflexivamente, con exceso, a un pueblo
invasor una gran parte de las glorias y honores, que le eran debidos. Digámoslo
con una sola palabra, fué exageradamente goticista. E l goticismo enturbió la se-
rena y alta luz de su criterio en la percepción e interpretación exacta de los hechos
históricos de España. A los godos atribuye todo, a los indígenas, se puede decir
que casi nada. Los godos forman la nación española, los godos civilizan a los es-
pañoles, los godos le dan la cultura, los godos españolizados hacen la reconquista
y de los godos vienen hasta las dinastías, a pesar de que él mismo cuenta los he-
chos como son, en casos particulares. Así, la reconquista pirenaica es ciertamente
indígena, bajo cierto influjo del imperio franco, muy tenue y dudosamente favora-
ble en el lado Occidental, (Navarra y Aragón) notablemente decisivo en el Orien-
tal, (Cataluña.) E l mismo Arzobispo asegura que el milite bigorrano Iñigo Arista
fué tronco de la primera dinastía de Navarra, y su más glorioso vastago en Na-
varra Sancho el Mayor, el cual engendró los cuatro hijos, García, Fernando, Ra-
miro y Gonzalo, y repartió sus dominios extensos entre los cuatro, dando al pri-
mogénito Navarra y el resto del patrimonio, a Fernando, Castilla, a Ramiro, Ara-
gón, y Sobrarbe y Ribagorza, a Gonzalo.Por causas diversas y en diversas épocas
ardió la guerra entre los cuatro hermanos y también entre sus descendientes, y al
señalar D. Rodrigo la raiz de las discordias y guerras, dice formalmente, que fué
«la feroz sangre de los godos, entre los cuales los mayores no querían tolerar al
igual, ni los menores a otro superior.» (1) Absorto con su goticismo, olvida que
por sus venas no corre otra sangre que la indígena, y así arrebata a la vez a esa
gloriosa familia y al pueblo que la crió, y a cuyo frente se engrandeció tanto, he-
chos tan gloriosos, para transferirlos a los godos, sin fundamento alguno.
Víctima de la misma aberración, da a Castilla una misión distinta de la que
ejerció en su formación y desarrollo. Asturias y León proceden del resurgimiento
gótico con el apoyo fuerte del elemento indígena de esos países. Castilla no,
Castilla es hijo de un movimiento indígena, a espaldas de León, y contra León,
pero con apoyo de Navarra, donde sus Condes forman sus enlaces. A l poco, por
efecto de un fenómeno frecuente en la historia, Castilla queda absorbida por el
mas poderoso, pero amigo, por Navarra, mas para reaparecer transformada en
reino, con una dinastía pujante, que le ha dado Navarra, su protectora, dueña de
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los destinos de los Estados cristianos de la Península, y de la más completa he-
gemonía, perdida ya para siempre por León, desde que Sancho el Mayor de Na-
varra arrinconó sus monarcas en las tierras gallegas, apoderándose de León, As-
torga y Asturias, y dominando desde Tolosa de Francia hasta Portugal, y desde
el Cantábrico hasta Calaluña, dilatándose hasta allende el Guadarrama. E l reino
castellano es hijo evidentemente de la hegemonía de Navarra. Y he aquí que al
desaparecer el creador de ella y quedar constituidos los cuatro Estados, que de
ella nacieron, León valerosamente se lanza contra el vecino, contra Castilla, para
recuperar lo perdido. Castilla busca su apoyo allí de donde tiene su rey y el au-
mento de sus dominios por todas sus fronteras, y con el auxilio de Navarra vence
a los leoneses, y mata a su monarca, Bermudo, y acabando con su dinastía, se
adueña del trono conquistado; y se adueña también de la bandera gótica. No pa-
ra aquí Fernando, galopa de victoria en victoria, y gana tierras al moro. Riñe con
su hermano, el rey de Navarra y le vence, y sube al primer puesto entre los reyes.
Porque era mejor guerrero y más hábil político que su hermano, Fernando supo
así conservar y aumentar su reino con la ayuda de Navarra, su patria, y ya fuerte,
creció a su costa. Pero cuan claro aparece, que él, navarro, ha trasladado a su ce-
tro la hegemonía de Navarra, pero con el empuje y herencia recibidos de ella.
Con todo, D. Rodrigo, que veía todo esto, y lo cuenta en su historia, habla de
Castilla atribuyéndole el papel directo de la sucesión de los godos, cuando real-
mente su ser y su poderío no se han formado heredando de los monarcas de ori-
gen gótico, sino de otra parte; y obtiene lo de León por conquista, en un conflicto
doloroso. Es chocante la reflexión que hace Menéndez Pidal sobre el goticismo de
D. Rodrigo, diciendo: «Claro es que el Toledano, aún obedeciendo a la tradición
(goticista) reconocía su defecto, y quería subsanarlo escribiendo con obras, a par-
te, la Historia Romanorum, la Historia Arabum.» (1) No me parece fundada esa
reflexión.
La obra más voluminosa de D. Rodrigo está todavía inédita en la Biblioteca del
Eseorial y en la de la Universidad Central de Madrid. Se le titula: «Breviarium
Ecclesiae Catholicaa, Compilatum a Roderico Toletanse Bcclcsise Sacerdote.» Pe-
ro por la materia, de que trata, mejor le conviene el título Bxpositío Catholica
Scripturae como se entenderá por lo que vamos a decir. Rodríguez de Castro
la vio y estudió en el Escorial, y dio estas noticias bibliográficas. Un infolio gran-
de, en pergamino, con letra, al parecer, del siglo XIII, letras iniciales iluminadas,
los títulos de cada capítulo de rojo, escrito con muchas abreviaturas. (Biblioteca
Española.)
Vicente de la Fuente dice del ejemplar de la Biblioteca del Noviciado de la Uni-
versidad Central: (Estante 72 y 2 insertos*) «Este códice es de los primeros, que
legó el Cardenal Jiménez de Cisneros a su Colegio Mayor de San Ildefonso (de
Alcalá de Henares), de él pasó a poder de la Universidad de Alcalá, al incautarse
ésta de la biblioteca de aquel, al tiempo de su extinción, a fines del siglo pasado;
y de allí se trajo a Madrid, cuando se trasladó aquella biblioteca en 1842. Es un
enorme tomo infolio, escrito en pergamino fuerte y letra, al parecer, del siglo XIII
al XIV. (Tamaño 378 por 300 milímetros, 397 folios escritos a doble columna)»
Elogio p. 77. Los más eminentes eruditos, que lo conocen, se expresan encomiásti-
camente. «Obra histórica, teológica, filosófica, verdaderamente docta, erudita
y elegante respecto del gusto de aquel tiempo Escrita al modo de la Scholas-
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tica Historia de Pedro Comestor, aunque la del Arzobispo es más extensa» dice
Rodríguez de Castro (1) con Nicolás Antonio (2) Y Cerralbo escribe: «Una de las
obras más notables del Arzobispo D. Rodrigo, tal vez la más literaria y en nada
inferior a la famosa Historia Gótica.» (3) El Cardenal Lorenzana se resistió a la
tentación de editarla, diciendo: «Compuso también otra historia católica en gran
tamaño... que se conserva inédita en la Biblioteca del Colegio Mayor de Alcalá,
de cuya publicación nos abstenemos, porque existen historias sagradas bien he-
chas y selectísimas...» (4) Y más seriamente debió pensar en su impresión Juan
Lucas Cortés, que, según Nicolás Antonio, poseía una copia, sin duda, con ese fin
plausible, que por desgracia se frustró. Consta la obra de nueve partes o libros,
cuyo resumen va en el extenso Prólogo, que le antecede, el cual es propiamente el
Breviarium Historias Catholecae, y el texto o cuerpo de la obra, según indita en
el decurso del Prólogo D. Rodrigo, debe llamarse «Expositio Catholica» o tam-
bién, si nos atenemos al encabezamiento del mismo Prólogo, Historia Catholica.
Se da noticia de cada libro en el citado Prólogo, ya publicado por Rodríguez de
Castro, como muestra del mérito del trabajo y espécimen del argumento y des-
arrollo del mismo. La obra es, no una exposión ordenada y detallada del argu-
mento histórico de los dos Testamentos contenidos en la Biblia, sino un estudio
serio de esa Historia, ilustrada con noticias adquiridas en las obras de los au-
tores profanos, como el mismo autor lo advierte, diciendo: «Pero yo, no atrevién-
dome a tocar hasta ahora los tres ríos del paraíso, los Hagiógrafos, el Evan-
gelio y los Profetas, como he podido, he caminado por los riachuelos, añadiendo
de cuando en cuando historias de los paganos, para que las vírgenes profanas,
omitiendo las circunstancias supérfluas, se juntaran al sentido católico;por
cuanto la exposición católica reclama esto frecuentemente, y lo requiere el can
sancio del que estudia; por lo que todas las cosas, que he reunido de los escritos
de los doctores y sacado de mi pequeño talento, y de las historias de los gentiles
en apoyo de la fe, las he colocado bajo los tesoros de la cruz.» (5)
En el párrafo siguiente nos expone la división de su obra y a la vez nos indica
a continuación la distribución del mundo para los doce Apóstoles, advírtíendo
cómo tocó a Santiago nuestra Península.
«Las noticias, que se han reunido de los libros del Nuevo y Viejo Testamento,
para formar la historia, las he notado con sus libros de'nombre correspondiente a
cada uno, cortando sin embargo algo ciertas repeticiones, que reclamaban ciertos
puntos, dividiéndolo en nueve volúmenes. Primer volumen, que empieza así: Ne-
rum principium.» (El principio de las cosas), y llega hasta la salida de Abrahán
de la Caldea. El segundo, que empieza así: Omnes animad. (Todas las almas), has-
ta la salida de Egipto. El tercero, que empieza: Dolore ergo primogenilorum. (Por
el dolor de los primogénitos), hasta la muerte de Moisés. Cuarto, que empieza así:
Et factum est ut post mortem Moisi. (Sucedió que muerto Moisés) hasta la la-
mentación de David por la muerte de Saúl y Jonatás. El cuarto que empieza así:
Rite igitur planctu peracto. (Terminada la lamentación) hasta la división del Rei-
no de Salomón. El sexto que empieza. Igitur venit Roboan in Sichem. (Vino pues
Roboán a Sichem) hasta la destrucción del templo y de la ciudad. El séptimo que
empieza así: Cumque diu pertracta fuisset obsidio. (Como se prolongase mucho el
asedio), hasta las guerras de Alejandro, por quien empieza el libro de los Maca-
(!) Biblioteca Española. Loe. Cit. (2) Bibl. Vetas. Lib. VIII. C. 2. (3) Discursos. P. 83. (4) Vi-
ta Roderici. Loe. Cit. P. XXII. (5) Palabras del Prólogo. Por dar una prueba de la elocuencia y de
la brillantez de la imaginación de D. Rodrigo he estado para traducir todo entero aqui; pero desisto
de ello para no interrumpir con tan larga cita la narración.
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beos. E l octavo, qise empieza: Ut narrant historia. (Según cuentan las historias)
hasta el Evangelio. E l nono, que comienza: Summaz et azternae generationis ar-
canum. (El arcano de la suma y eterna generación) hasta la división de los
Apóstoles, cuando rechazados, por obstinada perfidia, por los judíos, Pablo y
Bárnaba dijeron: «Era necesario que se os hablara primero la palabra de Dios,
pero la rechazasteis, y os estimáis indignos de la vida eterna, por lo que nos diri-
gimos a los gentiles.» E l Apostolado de la circuncisión se asignó a Pedro, el de
los gentiles a Pablo y Bárnaba, a Andrés, la Acaya, a Santiago el Zebedeo, Espa-
ña, a Juan, Asía, a Filipo, la Galia a Bartolomé, la India ulterior, a Mateo, la
Etiopía, a Tomás, la otra India, a Santiago Alfeo, Jerusalén, y a Simón y Judas,
Persia y Media, a Matías, la Judea; pero Marcos se trasladó primero a la Iglesia
Romana, escribió después su Evangelio a sus discípulos,y por fin recibió el Apos-
tolado de Egipto. Lucas, discípulo de Pablo, glorioso por su Evangelio y los Ac-
tos de los Apóstoles, fué destinado a la Bitinia. La fiesta de la división de los
Apóstoles se celebra en algunas regiones solemnemente el día 15 de Julio, día, en
que separándose en la Judea, yendo por todo el mundo, predicaron el Evangelio
a toda criatura. Mas reducido el triple riachuelo de la Historia Católica, estando
en campestre lugar, no me atrevo a escalar el monte, y dejo el sentido anagógico,
alegórico y tropológico a los que, paladeando la miel y flor de harina con dulce
lenguaje, extrajeron de la roca miel, de la peña, aceite, de los guijos, sustancio-
so meollo, y de las ovejas leche, para que sobreabunde por la copiosidad la le-
che de la mística dulzura en panal sabroso. Básteme a mí el recoger en campo
ajeno las espigas de cebada con sus aristas, abandonadas por los predecesores,
y tostar en poco fuego la mal amasada torta de cebada. Ojalá que la mezclase a
dignos sacrificios. Cedo lo arcano a los dignos de atravesar las cortinas, a los que
es lícito penetrar los tabernáculos interiores, y deleitarse con la contemplación de
los secretos arcanos...» Tras otras bellas consideraciones, largrs y adecuadas, ter-
mino así este prólogo notable: «En la rudeza del escrito el filósofo encontrará
materia de admiración, el humilde la guía, el herege la corrección, el cismático
la refutación y el pacífico y sumiso la reforma. Acabo con esto, rogando al lec-
tor que tenga compasión e indulgencia en lo que se ha escrito, por cuanto el
cargo pontifical a penas consiente la necesaria diligencia»
Correspondía aquí dar una muestra del método y lenguaje de exégesis y co-
mentario de la Santa Escritura por D. Rodrigo: cosa que ya preparamos; pero por
no alejarnos demasiado lo suprimiremos. Advierto que a veces se muestra concep-
tuoso en la explicación, y que siempre camina muy asido a la tradición católica.
Nótese también que lo que D. Rodrigo dice sobre el apostolado de Santiago en
España es lo que se cita, para contradecir lo que se le atribuye en las célebres
Actas ya conocidas. Pero claro se ve, que no es decisivo: si bien se puede argüir
que D. Rodrigo, no puso reparo ahí el en momento que era natural, movido de la
creencia de que Santiago recorrió el campo de su apostolado. Mas esto es sólo un
probable raciocinio; y por eso no sabríamos nada serio que oponer al que dijera,
que en la mente del Arzobispo no se cruzó tal intento, o que su pluma se deslizó
hábilmente, sin decir más, por no chocar con un ambiente contrario. (1)
(1) Lo dicho arriba bastará para que se corrija lo que Vicente de la Fuente ha escrito. (Historia
Ecciesiástica. Edi. 2. T. IV. P. 308.) Afirma que el ejemplar traído de Alcalá es copia sacada'de orden
de Cisneros. La ortografía y la ornamentación de viñetas de ese Códice en vítela prueban que no.
Y añade: «Gil González Dávila en el Teatro de Osma (P. 31) hace mención de una exposición muy doc-
ta sobre dos Testamentos, Viejo y Nuevo, que se guarda en la librería (iglesia) de Osma... Sospecho
que sea Breviarium Historia; Catholicee." No cabe duda que sí. Recomiendo el hermoso estudio de esta
obra por Cerralbo, sobre todo acerca de sus viñetas e ilustraciones. Discursos... P. 82 y 89.
—369—
24
Otros escritos de D. Rodrigo fiménez.—La multitud de Fueros, que D. Rodrigo
dio a los diversos pueblos de sus Estados, invita igualmente al historiador a con-
siderar al Arzobispo como escritor legista, sobre todo, por los Códices de Brihue-
ga y otros varios de mucha extensión; pero bien mirado, no vale la pena que por
ello se le adjudique palma especial de escritor. Sólo, sí, y bien brillante, de legis-
lador, de que ya hemos dicho antes y se dirá algo más a su tiempo. Quienes de-
ben estudiar esos escritos legislativos y singularmente el Fuero de Brihuega, son
los gramáticos y lexicógraíos, para conocer la evolución del romance y la riqueza
de las palabras y locuciones, que allí se atesoraban ya para aquella edad.
En cuanto a escritos piadosos dice un autor: «Nada nos ha quedado de escritos
religiosos de D. Rodrigo, que de su piedad debemos suponer no dejaría de redac-
tar algunos. Dícese que de la biblioteca de Huerta se habían robado algunos es-
critos de aquel, por un sacerdote, que los dejó en Santa Engracia de Zaragoza,
de donde se llevaron a Guadalupe. (1)
Se pregunta aquí: ¿D. Rodrigo despertó y procuró el florecimiento de los estu-
dios históricos, y estimuló los talentos para que se dedicasen a ellos? Así resulta
por deducciones. En el Real Palacio tuvo el más entusiasta discípulo, Alfonso el
Sabio, su mejor traductor, que recibió de él su vocación de historiador en los
veintisiete años, que le vio en los consejos de su padre San Fernando. (2) Ei-
cribe también el académico Catalina García: «Quizás Bernardo de Brihuega fué
algún familiar de aquel Prelado, (Rodrigo) gran protector de dicha villa (de Bri-
huega) y quizás nuestro autor, por mediar el favor del Arzobispo, fué capellán
Real y canónigo de Sevilla.» (3)
Notas bibliográficas de las obras de D. Rodrigo.—Una somera noticia dare-
mos ahora sobre la suerte, que ha cabido, en el curso de los tiempos, a las obras
del Toledano, omitiendo muchos pormenores recogidos. Ángel Manrique, cistercien-
se del monasterio de Huerta, escribe en sus celebrados Asíales del Císter, después
de Contar cómo D. Rodrigo regaló a aquel cenobio su riquísima biblioteca: «Y «e
conservan (en Huerta) los libros escritos en vitela, entre los cuales se encuentra
el original de la Historia del mismo Arzobispo y otros manuscritos de algunos
autores, que difícilmente se pueden hallar en otra biblioteca más suntuosa. (4)
Alonso Chacón dice, que el ejemplar de Huerta, que él conoció, tenía notas al mar-
gen. No cabe duda que es éste, del que habla Manrique, y las notas, de la mano
del mismo D. Rodrigo, como Chacón opinó. (5) El ejemplar manuscrito de Toledo,
que utilizó Lorenzana para sus estudios, hay que creer que sería copia de la épo-
ca del Arzobispo. (6) En Madrid se conserva la que adquirió o compró Cisneros,
para su Universidad de Alcalá. En el Colegio de Navarra, de París, encontró el
(1) Vicente de la Fuente. Elogio... P. 76. (2) No quiero decir con esto que Alíonso el Sabio es el
autor verdadero de la Crónica General. A mi juicio fué el inspirador y promotor eficaí de ella, no su
compositor; y así opinan los más doctos críticos. Pidal (Menéndez) ¡cribe que desde el capítulo cua-
trocientos.adelante está compuesta en tiempo de Sancho III, y que en esos cuatrocientos primeros ca-
pítulos hay redactores distintos. Los ciento ocho primeros son de lenguaje más arcaico. (Estudios His-
tóricos. 191.) (3) Yerra en lo del canonicato. Antes de la conquista de Sevilla habia muerto D. Ro-
drigo. Bernardo vivía, sí, en 1240. Biblioteca de los Escritores de ¡a Provincia de Guadalajara. Sección
primera X X . (4) Ad minum. 1213. C. IV. N . 12. (5) Antonio Nicolás. Bib. Vetus. Lugar citado.
6 Juan López de León encontró en la librería de la Santa Iglesia de Toledo un ejemplar (que qui-
zas sea este) de esta obra y dice: «con el cual original collacíoné y conferí un D. Rodrigo de molde,
mío,» y se aprovechó también para hacer igual cotejo de otro «original de de mano, de la librería de
Sant Juan de los Reyes de Toledo.» En ambos están las historias Gótica Romanorum, Huranorum, Os-
trogothorum, Arabum. Al fin de cada ejemplar está el famoso epitafio breve. Mater,'. Navarra,- Nutrix
Castella. (Más pormenores Vide en Rodríguez de Castro. II. P. 530 y 531.)
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famoso Pedro de Marca el ejemplar, que le sirvió para etcribir su historia de la
Marca Hispana y otras. E l original protomanuscrito de Huerta (1) ha desapareci-
do. Chacón insinúa que en el Vaticano debe haber una copia buena. (2) Por me-
dio de estos ejemplares y otros más, que todavía existen, había que hacer una
edición más esmerada, que la del Cardenal Lorenzana, y sobre todo, verdadera-
mente crítica, para asegurarse exactamente de lo que escribió D. Rodrigo, y tam-
bién señalar fielmente los errores, los lunares, las equivocaciones, los aciertos,
las fuentes ciertas, las correcciones, que se han de hacer y otras cosas más, que la
seria y profunda crítica actual hace en los estudios de este género, y que en don
Rodrigo es necesario, para depurar así la más importante y autorizada fuente de
la historia española de lejanas edades.
Se halla mayor número de ejemplares manuscritos de estas obras de D. Rodri-
go en, castellano que en latín en las Bibliotecas y en los Archivos nacionales; pri-
mero, porque era más fácil la difusión en castellano que en el original; segundo,
porque hubo muchas traducciones en el rodar de los siglos, con adiciones y notas
particulares de los autores, que daban motivo especial para que se conservase y
multiplicase. Remontan las traducciones casi a los días del autor. Contradiciendo
a Cerralbo hemos dicho ya que no creemos, que el mismo Arzobispo la tradujera;
pues nos parece del todo seguro, que de haberlo hecho, la hubiera conocido A l -
fonso el Sabio, o el autor que de su encargo y bajo su dirección, escribió la Cró-
nica General de España; y por lo mismo, en lugar de traducir el texto latino, hu-
biera copiado lo traducido, como más perfecto, y pensamiento definitivo de aquel
varón tan caro al Rey Sabio, que se enamoró de la ciencia y sabiduría con el
ejemplo del Consejero de su padre. Según Bartolomé J. Gallardo ya estaban tra-
ducidas las obras principales para el año 1256; porque de este año cree un Có-
dice, que cita, de la Biblioteca Nacional, (3) diciendo: «Este Códice apreciable es
copia del año 1256, a los diez de su muerte. A l fin hay una noticia de los Obis-
pados de España en aquel tiempo.» (4) Dejando aparte la versión de la Crónica
General, en la que se halla literalmente traducida la mayor parte de la Historia
del Arzobispo, y hasta se ha alabado como la mejor versión, (5) el primer traduc-
tor conocido de la obra De Rebus Hispaniae es el Infante D. Juan Manuel, Prínci-
pe, más que de la familia Real de San Fernando, del habla española, el cual tra-
dujo la obra de D. Rodrigo parafraseándola. Otro conocido es D. Gonzalo de Hi-
(1) Si fuera verdad lo que dice Chacón, que de éste se hizo la versión castellana, tendríamos un
medio de corregir la parte sustancial de la latina. (2) Lorenzo Villanueva vio en el convento de los
Dominicos de Valencia otra copia de las obras latinas del Arzobispo Jiménez de Rada. Después de
notar esto añade: «Bien sé que se hallan en otras partes Códices de aquellas obras: mas éste tiene el
mérito de ser sin disputa el más cercano a la muerte de su autor, como lo demuestra el carácter de la
letra que es del siglo XIII. Además su lectura es preferible en muchos lugares al texto que escogió Es-
coto.» (Viaje Liter. IV. P. 132 y 133. E l oráculo moderno de esta clase de estudios, Ramón Menéndez
Pidal, habla de dos ejemplares latinos existentes en Madrid, pero defectuosos e incompletos, que han
debido refugiarse en aquel asilo, como ancianos derrotados por los mil servicios prestados a muchos
estudiosos eruditos, o quebrantados por la desidia de otros en cuidarlos, como lo merecían. Víde Ca-
tálogo de la Real Biblioteca. Manuscritos. Crónicas Generales de España. Madrid. MDCCCXCVUI.
(3) «índice de Manuscritos de la Biblioteca Nacional.» (T. 204) por Bartolomé José Gallardo. Ce-
rralbo concuerda. Discursos... 75. (4) En el mencionado índice Gallardo cita varios manuscritos re-
ferentes a D. Rodrigo en el artículo «Ximénez de Rada. ^Crónica Alfonsi, que allí le atribuye. Dos ejem-
plares de las historias de que hablamos, pero incompletas y distintas, una de ellas «al parecer, dice,
porM Infante D. Manuel.» Historia de la asistencia al concilio de Letrán. Concordia de los judíos con el
Arzobispo. E l mismo Gallardo trae en la letra C de su Ensayo de la Biblioteca Española de libros ra-
ros y curiosos dos ejemplares más de la traducción de la Crónica, y un ejemplar Ms. del Fuero de
Brihuega, en la p. 53. (5) Menéndez Pidal, Huíci, Cerralbo. Discursos.
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nojosa, Obispo de Burgos, y la continuó un anónimo hasta 1454. (1) Distinta es
también la versión, de la que se miró como prosecución de la historia escrita por
D. Pedro López de Ayala, tan grave Canciller de Castilla en la Corte de los Trasta-
maras. (2) A los 23 años de haberse terminado la Historia Gótica, y a los 19 de la
muerte de D. Rodrigo, la tradujo al lemosín D. Pedro Ribera de Pereja, como el
mismo traductor lo^declara (3) diciendo: «Se puso en romance (lemosín) a la sa-
zón que «se contava el año 1256 de Jesucristo, en tiempo del noble Rey Jaime de
Aragón.»
Rodríguez de Castro nos dice, que el continuador de la Historia Ghotica en el
reinado de Alfonso el Sabio fué el Arcediano Gaufredo; pero se ignora el conti-
nuador de esa obra desde 1243 hasta el fin de los días de San Fernando.
Cinco editores de renombre se han ocupado en la publicación de esas obras en
su lenguaje original. Sancho de Nebrija, que sin pie de imprenta, imprimió en
Granada todas ellas, excepto la de los árabes, en 1545; pero plagadas de errores.
(4) Vaseo las corrigíó en parte, en su obra, por medio del ejemplar de un Rodri-
go, que obtuvo del Cardenal Enrique de Portugal. Andrés Scoto dio en 1603 a luz
una edición más esmerada en la tan celebrada colección de Hispania Illustrata,
que tanto popularizó en el orbe la Historia de España. En la portada de la edi-
ción muestra cuan mejorada la consideraba, sobre todo la De Rebus. La titula así:
«Los nueve libros de ¡a Historia de España, cotejados con los demás ejemplares,
de tal modo, que pueden parecer editados por vez primera, compuestos por Ro-
drigo Ximénez, Navarro, Arzobispo de Toledo. (5) Como la parte de la Historia
de los árabes solió muy incorrecta en Francfort, un sabio arabista holandés la
mejoró mucho y la reimprimió el año 1625 en Leyden (6) Pero semejantes trabajos
no satisfacían a los más eminentes investigadores de la Historia, y en particular
a los conocedores de los diversos Códices de las obras citadas. Uno de ellos, el
P. Burriel, escribía en una epístola: «Las ediciones latinas de D. Rodrigo están
llenas de yerros de copistas, y es preciso ajustarías y enmendarlas con los origi-
nales antiguos.» (7) Como respondiendo a este anhelo, en el mismo siglo surgió
-372—
el más acabado e ilustre de los editores de las Obras históricas de D. Rodrigo.
Fué el Príncipe de la Iglesia, D. Francisco, Cardenal Lorenzana, que con suma di-
ligencia preparó una nueva edición, que no duda en llamarla mucho mejor, que
las que le precedieron (et caeteras, quee illam praecesserunt multum anteire.)
Después de encomiar con dignos elogios los extraordinarios méritos de D. Rodri-
go, como varón santo y sin rival historiador en su edad, reseña el docto editor los
medios de que se valió para darnos una edición la más correcta posible. «He-
mos tenido a nuestra disposición, dice, además de las ediciones hasta ahora vul-
garizadas, otros manuscritos de nuestra lengua y también latinos, los cuales han
servido para emendar las ediciones incorrectas, con más luz de lo que se puede
creer.» Dice que el mejor de los manuscritos es el de Alcalá, de que se aprovechó
más que de otro alguno. (1) Las únicas traducciones castellanas impresas, que co-
nozco, son las dos, que se hallan en la Colección de Documentos Inéditos para
la Historia de España. La primera en el tomo 88 con el título de Bstoria de los
godos del Arzobispo D. Rodrigo. Se tomó del manuscrito de la Biblioteca Nacio-
nal. Versión interpolada. La segunda está en los tomos 105 y 106, con un excelen-
te Prólogo y notas del Marqués de Fuensanta del Valle.
Del Parnaso copio la siguiente rima del siglo XV, para terminar el capítulo
presente.
E l muy sabio estoriador
Arzobispo D. Rodrigo
Fasta el punto que digo
Fué muy vero relator.
Salvo los santos no tuvo
Toledo mejor Perlado,
Nin España hubo
Cronista más loado.
En Navarra fué nacido (2)
(1) Praefatio. P. III. y IV. (2) Poesía de Juan Pérez de Guzmán. Antología de poetas líricos caste-
llanos, por Menéndez y Pelayo. Tom. I. P. 248.
-373-
'
CAPÍTULO X I X
(1245-1247)
-374-
Pasados algunos días, ya estaba en uno de los puntos de su diócesis, en que le
hemos encontrado frecuentemente, en San Torcuato, donde firmó con el Obispo
de Baeza la concordia respeto de los debatidos límites de la diócesis beacense, di-
ciendo, que la terminan así después de largas y múltiples negociaciones, 27J,de
mayo de 1243. (1)
Se escribe que D. Rodrigo perfeccionó por este tiempo la organización del céle-
bre Consejo de Castilla, que se hallaba en estado casi embrionario. Escribe su
biógrafo, el Cardenal Lorenzana: «Parece que la misma cosa reclama que discu-
rramos algo sobre la prudencia en la gobernación, que brilló en Rodrigo. Dio pre-
clara muestra de esta virtud, no sólo al servirse durante todo el tiempo de su Epis-
copado de hábiles canonistas y teólogos, en el desempeño de su oficio pastoral,
sino principalmente, cuando persuadió a San Fernando que escogiera varones
doctísimos en ambos derechos, para que le acompañaran siempre, de lo que tuvo
indudablemente principio la forma para instruir las causas civiles y criminales en
el Real Consejo de Castilla; porque si bien antes los reyes de Castilla y León con-
sultaban siempre a los varones probos y a los Obispos, mas después de la expul-
sión de los moros los Obispos de ambas Castillas empezaron potísimamente a
vigilar a su rebaño, aunque algunos de ellos todavía acompañaban al rey. Por lo
cual se formó el Supremo Consejo de Castilla, invistiéndosele de la plenitud de
la potestad, para dirimir pleitos y dilucidar las causas en última apelación, en todo
el reino....» (2)
¿Es verdad esta noticia/ _a admite Vicente de la Fuente. «Durante ella (segunda
parte del reinado de San Fernando) el Arzobispo., influye con D. Fernando para
plantear el Consejo de Castilla, organiza la Cancillería.» (3) Pero es eco rutinario
del citado Cardenal. Yo no encuentro dato antiguo sólido que lo confirme. Maria-
na dio, aun titubeando, la noticia de que en tiempo de San Fernando se inició
la organización de tan renombrado Consejo. «Dícese, escribe, que este rey inventó
e introdujo el Consejo Real, que hoy en Castilla tiene la suprema autoridad para
determinar pleitos.» (4) E l P. Burríel le apoya, y añade, que fueron escogidos doce
sabios. (5) Pero es el caso que si se hubiera creado en tiempo de San Fernando
un organismo tan importante y tan netamente organizado, hubiera perdurado su
memoria, aunque no fuera más que reflejada en alguna ley, algún decreto, alguna
decisión, o sentencia de un tribunal tan excepcional, que habría dictaminado con
ocasión de alguna causa, o alguna dificultad grande del reino, o de algún particu-
lar. Nada de esto aparece. No es extraño por eso que lo rechacen Juan Samper e,
(6) el Conde de Torreanaz (7) y otros.
Encontramos muy lógico el atribuir a D. Rodrigo la organización de este Con-
sejo, si nació en tiempo de San Fernando. Pero es casi imposible sostener
fundadamente su nacimiento en ese tiempo. Por lo demás ¿quién podrá deter-
minar las luminosas ideas e iniciativas sin fin, que D. Rodrigo inspiró a San Fer-
nando? Sin duda que, si la historia no nos hubiera sido infiel en trasnmítir las
noticias, leeríamos hoy, que del cerebro fecundo del Arzobispo saltaron el plan de
la renovación legislativa en Castilla, la traducción del Fuero Juzgo, la novedad
de legislar en castellano y otras grandes innovaciones, que tuvieron su desarrollo
en el reinado siguiente. Como hombre recto y de altísimo espíritu, D. Rodrigo do-
líase, como se dolía su íntimo, Alfonso el Sabio, años después de que «Juzgábase
(1) Ximena.. p. 144. y sig. (2) Vita. p. XXII. (3) Elogio., p. 20. (4) Lib. XIII. c. 8. (5) Me-
morias... p. 88. (6) Historia del Derecho Español. Lib. II. c. 21. (7) Los Consejeros del rey durante
la edad media. Tom. I. c. 5. párraf. 18. (Madrid. 1884.)
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por hazañas e alvearios e por vsos desaguisados sin derecho, nascien muchos
males e muchos daños a los pueblos e a los homes.» Es más, con todo su ¡alentó
y poder procuraba poner remedio. Lo hemos visto bien claramente en los pueblos,
que le pertenecían, concediéndoles fueros laudables y progresivos.
Pero hay que advertir aquí una cosa sorprendente, que en esta fecha ocurría en
Castila, para honra de San Fernando y D. Rodrigo, que eran los congobernantes
del reino, como soberano y ministro respectivamente. A pesar de la deficiencia
legislativa, que observaban los gobernantes, y que anhelaban remediarla con una
reorganización sólida, amplia y sabia, en Castilla se sentía la necesidad de la re-
novación y ampliación legislativas menos que nunca. Castilla y León, en esta fecha,
no parecen la nación de Alfonso VIII, Alfonso IX, Enrique I, y como vuelven a
reaparecer en los días de Alfonso el Sabio. La nobleza no hierve en rivalidades,
envidias, ambiciones, conjuras y rebeliones; no gasta su virilidad, sus arrestos y
sus tesoros en luchas intestinas, fraticidas y crimínales, sino en los campos de la
guerra contra el sarraceno. La plebe no es la masa enconada y armada por las
pasiones innobles de la nobleza, para ser instrumento de rencores y vengan-
zas; es cantera inagotable de ciudadanos laboriosos y de soldados heroicos. Los
Concejos no son focos de egoísmos, donde se forjan pleitos y luchas tenaces con-
tra los Señores y el clero: son urnas santas y hogueras ardientes de patriotismo y
abnegación. Los magnates no merodean ni conspiran por las encrucijadas de la
Corte, para encaramarse por los puestos honoríficos de la nación, caminan al
frente de las mesnadas y de las huestes, como adalides del valor y de la gloria
que ensanchan las fronteras. Los Caballeros de las Ordenes Militares no discuten
sus preeminencias, ni lucen en el interior de las ciudades y villas los timbres de
su nobleza y los colores de sus cruces gloriosas, sino que luchan y mueren como
atletas de Cristo, según repetidas veces consignan los mismos Papas en sus bulas,
conforme hemos visto, en las avanzadas de la reconquista, sin separarse del con-
tacto con el moro, sin tiempo para defender los privilegios sagrados de su Orden.
Es fenómeno gratísimo. No vuelan por los ámbitos de los reinos de San Fernando
más voces que, ¡guerra santal, [viva la religiónl ¡loor al valor,al deber, al heroísmo,
a la virtudl y todo bajo la enseña de la monarquía y del cristianismo, a la sombra
de la bandera de San Fernando y a los resplandores de la cruz primacial de Don
Rodrigo. Repitamos con asombro, después de invitar al lector a que escuche de
nuevo las voces que suenan, y veremos, que en los años, en que estamos, no hay
una sola nota de rebelión y estridencia, que rasgue los aires de Castilla. ¡Lo que
hacen la justicia, la austeridad, la unción de la virtud, la aplicación exacta y vigo-
rosa de las leyes, que existen, dentro de los principios de la moral y de la religión,
aunque esas leyes sean incompletas e imperfectas. Basta desterrar las arbitrarie-
dades. San Fernando reinaba ya honda y absolutamente hasta las entrañas de la
sociedad, hasta las raíces de las almas, como debe reinar un monarca cabal; por-
que en Castilla se cumplían bajo su mando y bajo los auspicios de los consejos de
su gran consejero, D. Rodrigo, las cuatro cosas «naturales al Señorío del rey»
que sus vasallos leían en el Fuero viejo de Castilla «que non las debe dar a nin-
guno nin las partir, ca pertenescen a él por razón del Señorío, que son, justicia,
moneda, fonsadera e suos yantares.»
No cabe duda que D. Rodrigo contribuyó poderosamente a la innovación y pro-
greso de las leyes en Castilla. Primero en el período más fértil de la concesión de
los fueros, (1150 y 1240) él fué el más fecundo y variado donador de ellos. Él ins-
piró en segundo lugar el proyecto del Setenario a San Fernando, que no lo llevó a
cabo, pero encargó a su hiio que lo ejecutara, y lo hizo cambiándolo en las Siete
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Partidas, expresando que las redactó para cumplir el mandato de su padre. ¿Có-
mo iba San Fernando a concebirlo no habiendo tenido más educación que la de
la guerra en la Corte de León, y en Castilla siempre vistió armas y empuñó el ace-
ro del combate?
En la primera parte de 1244 D. Rodrigo se puso de nuevo en acción en pro
de su querida Huerta, que había perdido para esa íecha los beneficios de exen-
ción de tributos, que el mismo Arzobispo le obtuviera, años atrás, del Obispo
Oxomense, Ramírez de Piédrola, y también la exención total de los diezmos, para
su donación de Bliecos y Cantabos. Durante catorce años así continuó: pero al
ser trasladado a la Sede de Burgos el Obispo D. Juan Domínguez, insigne Canci-
ller de San Fernando e íntimo de D. Rodrigo, sucedió en el Obispado de Osma
D. Pedro Peñafiel, el cual no se conformó con lo hecho, a pesar de estar
aprobado por el Papa; (1) antes bien «puso pleito al monasterio de Huerta» como
escribe Loperráez, pero no dice la causa de este pleito. Y prosigue así: «y viendo ei
monasterio que la posesión del lugar y diezmos corría riesgo, por haber ganado
el Obispo una sentencia, se valieron del favor de D. Rodrigo, Arzobispo de Tole-
do, y dándole cuenta del estado, en que se hallahan, resolvió aquel Primado, co-
mo tan apasionado del monasterio, el escribir con todo esfuerzo al Obispo, ro-
gándole que desistiese de su pretensión y que renovase la escritura de donación,
que había hecho su inmediato (?) antecesor a lo que condescendió, con bene-
plácito de su Cabildo.» (2) Cerralbo escribe que Peñafiel consideró excesiva la do-
nación y la revocó luego. D. Rodrigo emprendió el camino de Osma para lograr,
que el Obispo cediera, ya que se trataba de bienes de su familia materna. (3) Y ce-
dió D. Pedro Peñafiel, y firmó un documento calcado en el primitivo, en que se
declara, que hace la misma concesión, «en atención a la devoción del monasterio
de Huerta y a las súplicas de nuestro Padre Rodrigo, Arzobispo de Toledo.» Les
pone las condiciones siguientes; que sean presentados al Obispo los clérigos, que
han de regir las iglesias de Bliecos, Boñices y Cantabos; que cada año, por San
Martín, paguen al refectorio del Cabildo de Osma un maravedí de reconocimien-
t o ^ que si un día los cistercienses de Huerta dieren eso a otros, volverá al Obispo
de Osma.» Termina el documento así: «Se hizo esto en el claustro de la Iglesia de
Osma, bajo el sello de la Sede Toledana, año del nacimiento del Señor, 1244.»
(4) Inocencio IV lo confirmó el 8 de Junio del mismo año, expresando, que ya an-
teriormente estaba aprobada la concesión.
Un doloroso susto dio a San Fernaddo este año el bravo Aldamar, Rey de Ar-
jona que furiosamente acometió y destrozó varios cuerpos del ejército castellano.
E l Rey Fernando, irritadísimo, se lanzó, con gran hueste [como un vendabal, con-
tra el atrevido caudillo sarraceno, que perdió a Arjona y otros pueblos importan-
a
tes. Iba con el Rey su esposa, D . Juana; nada se dice de D. Rodrigo, que a casi
en todas las expediciones se hallaba, en no estando fuera de Castilla, pero se ha
de creer que acompañó a su Monarca; ya que no era una excursión ordinaria,
sino una campaña formal y dura, que terminó pronto y felizmente.
Del año 1244 no hay más noticias, y las de 1245 las empezaremos con el nom-
bramiento del Adelantado de Quesada y Cazorla. Escribe Salazar de Mendoza:
«El Arzobispo D. Rodrigo... nombró a don Gil de Rada, caballero navarro, el año
de mil y doscientos y cuarenta y cinco. Entonces le dio la tenencia y guarda de
algunos lugares de el Adelantado, llamándole su amado hijo y sobrino. Aplicóle
(1) Bula de Inocencio IV. Loperráez. Ap. LV. T. III. (2) Tom. I. P. 237. (3) Discurso... P. 261 y
siguientes. (4) Loperráez. III. Ap. LV.
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las rentas, que tenía en Calatrava, Córdova, Ubeda, Andújar y Marios, be este
caballero hay mucha memoria en los Anales de Aragón.» (1) Más hay en los de
Navarra, que no estaban publicados cuando eso escribía Salazar de Mendoza. Gil
de Rada era hijo de Bartolomé de Rada, hermano del Arzobispo, y heredó de su
padre el Señorío de Rada en unión con su hermano Jimeno de Rada, antes del año
1227. Porque los dos firmaban el cinco de octubre, martes, de ese año, un pacto
de avenencias acerca del castillo y villa de Rada, con el Rey Sancho el Fuerte de
Navarra, que no estaba satisfecho de su lealtad. (2) Teobaldo I, en noviembre de
1236, firmó composiciones acerca de la villa de Rada con Gil de Rada y su mujer.
(3) Su nombre aparece constantemente en los documentos reales de Navarra des-
de 1226 hasta más allá de 1260; pero siempre le rodean recelos de deslealtad y
marcado desafecto a sus Monarcas, que prudentemente desconfían de él. Quizás
sus relaciones con su tío, D. Rodrigo, arraigaron más esos sentimientos de aleja-
miento de sus Reyes propios, sentimientos, que perduraron toda la vida; pero no
llegaron a consumar ningún acto de traición ni deslealtad.
Don Rodrigo utilizó los valiosos servicios de su sobrino en la conquista de su
famoso Adelantado de Quesada y Cazorla, acaso desde el principio; si bien no
hay datos ciertos de cuándo empezó a prestárselos Gil de Rada. Lo indudable es
que yendo y viniendo de un Reino a otro, e intimando con la gente del Arzobispo
y con la nobleza castellana, se acostumbró a la vida de Castilla, y mostró su afi-
ción a ella, con lo cual siempre se mantuvieron vivos los recelos contra él.
Ha visto el lector en otros capítulos cómo Sinibaldo, Cardenal de San Lorenzo,
en Lucina, por mandato de Gregorio IX, se encargó de algunos asuntos de D. Ro-
drigo, y particularmente de la grave causa del Obispado de Valencia. En su viaje
de 1241 D. Rodrigo tuvo que informarle verbalmente de todo, para que decidiese
según justicia. Sinibaldo la tomó a pechos, y aún después de la muerte del Pontí-
fice de las Decretales, urgió a las partes litigantes, para que cuanto antes presen-
tasen los procesos formados en la Curia romana. Antes que los viese ni pudiese dic-
taminar, cambióse enormemente su situación. El 24 de junio de 1243, el cónclave
de los Cardenales, por unanimidad, le eligió Papa. Sinibaldo no era un hombre
ordinario, sino un eclesiástico de ilustre cuna, nacido en Genova, heredero de la
aristocrática sangre de la familia de los Condes de Lavagni, y más aristócrata por
las prendas de su inteligencia y virtud que por la sangre, sabio en las ciencias,
eminente diplomático, que con rara discreción consiguió, que Pisa y Genova fir-
maran la paz; por lo que Honorio III le nombró Vicecanciller de la Iglesia. Grego-
rio IX le nombró Cardenal el mismo año de su promoción al pontificado, 1227.
Sinibaldo^dirigió con tal tino y delicadeza las negociaciones romanas de su in-
cumbencia con el fementido emperador, Federico II, que obtuvo mayores ventajas
de las que se imaginaban por nadie, hasta el punto de que, cuando fué elegido
supremo Pastor de la Iglesia Católica, se creyó comunmente que blandamente
transigiría con las pretensiones del verdugo de Gregorio IX y de la cristiandad,
explicando sus triunfos diplomáticos por un sistema de concesiones extremadas,
cuando en realidad eran fruto de firmeza prudente o de ingenio. Se patentizó me-
jor cuando en medio de augurios de avenencia con el emperador de Alemania, a
penas coronó su frente la tiara pontificia, en Agnani, donde se le consagró el 28
del mismo junio, se mostró tan firme como su predecesor.
Inocencio IV fué el último Papa, que trató D. Rodrigo, y el único de quien se
Cap 23 (2)
<¿\^^™z - -
-378-
sabe que trató también antes de serlo, por motivos de sus negocios en la Curia ro-
mana. Y creo que en los tres viajes que hizo a Italia el Toledano, desde que fué
nombrado Vicecanciller en 1227, intimó con él. En el Bulario de este Pontífice, que
empieza el 2 de julio de 1243, no encontramos señales de correspondencia con
D. Rodrigo hasta enero de 1245. La primera señal es una alusión a sus hazañas y
persona en una carta al Cabildo toledano, el 18 de enero de ese año. Inocencio
IV concede al Cabildo el permiso de establecerse temporalmente en la iglesia de
San Justo, (de Alcalá de Henares) y aprueba todo lo que sobre esto ha hecho, por
cuanto «el Concejo de la ciudad de Toledo le irrogó graves contumelias,apoderán-
dose de los castillos y villas, que nuestro Venerable Hermano, Arzobispo de To-
ledo, arrancándolos con grandes trabajos y gastos de manos de los sarracenos,
los adquirió para el culto y para la Iglesia de Toledo. Só!o unos pocos oriundos
de la ciudad podían vivir allí, a los demás no les era posible.» (1) Caso extraño
No se conserva ninguna noticia más de tribulación tan grave del Cabildo toledano
en la que tuvo que sufrir mucho D. Rodrigo, y también apelar a medidas de extre-
mo vigor, para defender la porción más distinguida y más íntima de su clero
como por rescatar de las manos rapaces del Concejo tantos bienes conquistados
con tantos sacrificios suyos. Bueno era él para abandonar intereses tan sagrados
de la Esposa de Cristo. E l mismo día 18 de enero expidió el Papa otra bula en
favor del Maestro Bibiano, Tesorero del Cabildo de Toledo,«nuestro subdíácono,»
para que, si quisiera, pudiera permutar su cargo de Tesorero con alguna Dignidad,
que se le ofreciese en San Pedro de Estella y en San Jorge de Berbinzana, de las
diócesis de Pamplona y Calahorra. (2) Bibiano hubo de quedarse en precaria situa-
ción económica con la forzada retirada del Cabildo toledano de su ciudad, y solicitó
del Papa este favor en Navarra, su tierra. Sea por gratitud a D. Rodrigo, por ha-
berle hecho Tesorero del Cabildo de Toledo, sea por otra causa anterior, el Maestro
Bibiano era persona de particular confianza de la familia del Arzobispo. Gil de Ra-
da y Bartolomé de Rada, sobrinos del mismo, le escogieron por juez suyo sobre sus
diferencias acerca de los derechos sobre el solar natal de D. Rodrigo, la villa de
Rada, y por el mes de junio de 1248, sentenció Bibiano en unión del Deán de Tu-
dela, el Prior de Olite y otro caballero navarro, que Gil de Rada diese a Barto-
lomé de Rada cuatro mil maravedís en oro, o en dinero, o en heredades, que lo
valiesen. (3)
(1) Berger. 908. (2) Berger. 930. (3) Inventarío.. Arigita. p. 327. (4) Berger. 950. (5) Ber-
gei. 907. (6) Labbe. Tom. XL. 636. Mansi. T. XXIII. 608.
-379-
IV, lo mismo que Gregorio IX, vio que el único medio eficaz para humillar y de-
rrotar al malvado Federico II de Alemania era un Sínodo general.
El inicuo Soberano alemán, defraudado en su sueño de ganar al nuevo"Papa,
y obcecado por el triunfo anterior, multiplicó sus maldades, y apretó más el cerco
a Roma, para abatir al Pontífice. Este, más fuerte e inexorable^con la persecución
armada, el 27 de septiembre anunció al pueblo romano, desde el pulpito, la
próxima reunión del Concilio general, para el día de San Juan Evangelista; y al
ver que los soldados estrechaban el asedio de la capital, salió "sigilosamente de
Roma, al empezar octubre del año 1244.
El 5 del mes llegó en litera a Estela, ya enfermo, hasta inspirar al poco temo-
res de muerte. Después de curarse, evadiendo los lazos de Federico, por Asti, Ale-
jandría, Turías y Susa, penetra en Francia y llega a Lyón el 2 de diciembre de
1244, donde se pone bajo el amparo de la espada de San Luis, mientras el Rey
francés en Pontoíse es presa de mortal disentería, desde fines de noviembre. La
ardiente fe de Francia, que se exhaló en lágrimas y oraciones hacia el cielo, sal-
vó prodigiosamente la vida de su Santo héroe. El Papa renovó la excomunión
contra Federico en la Cuaresma de 1245.
Las frases substanciales de la bula de la convocación eran las siguientes: «De-
seando con el saludable consejo de los fieles y su provechoso concurso restable-
cer el esplendor de la Iglesia, evitar el peligro de Tierra Santa, restaurar el Impe-
rio^ reprimir los Tártaros, como a los demás despreciadores de la fe y perseguido-
res del pueblo cristiano, hemos resuelto llamar a los Reyes de la tierra, a los Pre-
lados de las Iglesias y a los Soberanos del mundo. Por lo que rogamos a vuestra
Fraternidad, e instantemente os exhortamos y mandamos a que vengáis personal-
mente, sin excusa, para la próxima fiesta de San Juan Bautista.» (1) Citó el Papa
al Emperador, no obstante la excomunión y su insultante actitud, para que se de-
fendiese en el Concilio, el 18 de Abril. Federico contestó apelando al Papa futuro,
a los Soberanos y a todo el mundo, con befa. Pero no dejó de enviar a Pedro de
Viñas y Mateo de Susa, como plenipotenciarios suyos, los cuales se hicieron fa-
mosos por el tesón con que le defendieron. El 28 de Junio se celebró la primera
sesión de este Concilio ecuménico con asistencia de varios Cardenales, de los Pa-
triarcas de Antioquía, Aquilea y Constantinopla, y ciento cuarenta Arzobispos
y Obispos, entre los cuales descollaban los Prelados de España, según lo recono-
ce Rorhbacher, (2) el Emperador Balduíno II y muchos representantes de Reyes.
Se examinó la causa de Federico en seguida, se esperó hasta el 17 de Julio pa-
ra dar la sentencia, hasta ver si acudía, resolviendo ínterin otros graves asuntos.
Como no acudió, en ese día se celebró la célebre sesión asi: «El Papa y los demás
Prelados asistieron a la sesión con velas encendidas, y condenaron rigurosísíma-
mente al llamado Emperador, qui jam imperator non est nominandus, dejando
todo confusos a sus defensores.» El plenipotenciario, Mateo de Suesa, sollozando
exclamó allí mismo: «Verdaderamente este es el día de la ira». Los Padres del Con-
cilio, en señal de aprobación de la sentencia, arrojaron los cirios al suelo. No se
humilló el tirano, sino que en expresión del Salimbene, se exasperó como la osa
en su bosque, cuando le han robado los hijos. (3)
¿Qué parte tomó D. Rodrigo en este Concilio? Escribe un diligente biógrafo:
«Don Rodrigo de Rada mereció grandes aplausos en el Concilio de Lyón, donde
todos los Padres admiraron sus profundos conocimientos y las ciencias sagradas
y profanas; así como la facilidad con que manejaba los idiomas, siéndole tan fa-
(1) Labbe. En lugar citado. (2) Hist. de V Eglise. T. ¡X. P. U. (3) Rohrbacher. Loe. Cit.
-380-
miliares como si cada uno hubiera sido el suyo propio. La Santa Sede le admiró,
y en todas partes fué tenido y respetado como uno de los hombres más sabios de
su siglo.» (1)
Muchos reparos hay que poner en esos conceptos. Umversalmente los historia-
dores españoles han escrito que Jiménez de Rada asistió al Concilio de Lyón, mu-
chos de ellos fundándose en los versos del epitafio de su tumba, que ciertamente
nada dicen sobre esto, como lo veremos en su lugar. Lo que añade sobre sus triun-
fos es una palmaría equivocación. Sólo al Concilio Lateranense cuarto (1215) pue-
den referirse. Incurre en el mismo error otro más autorizado historiador. (2) N i
las actas de este Concilio, ni otro autor coetáneo dicen palabra sobre tales éxitos.
Aún hay más. En las actas conciliares, entre los Arzobispos, que se nombran, se
hallan los nombres de Pedro de Tarragona, de Juan de Compostela y de Juan de
Braga, y no aparece el nombre de Rodrigo de Toledo. ¿Significa esto que ni si-
quiera concurrió al Concilio? Así sostuvo el famoso historiador Spondano, de
la misma nacionalidad que D. Rodrigo, en su magna 'obra Annalium Eccle-
siasticoum Emmineníissimi Cardinalis Caesaris Baronii Continmtio. (3) Spon-
dano escribe así, disintiendo de todos los demás biógrafos de D. Rodrigo, tras un
gran encomio: «Que no asistió al Concilio de Lyón de ninguna manera, nos con-
vencemos por el hecho de que, en aquella Constitución de Inocencio, promulgada
durante el concilio, de la cual más arriba hemos hecho mención, en la cual se
halla escrito el nombre de Pedro de Tarragona, no se encuentra memoria alguna
de Rodrigo, entre los demás Arzobispos, siendo así que se enumeran muchos de
muy inferiores Sillas.» (4) La observación tiene fuerza, pero no perentoria. En
esa Constitución figuran en particular, y nominalmente sólo veinti y un Padres,
de ellos uno es obispo, Hispano de Auch. (5) Y no se conocen más nombres de
Prelados asistentes al dicho Sínodo, y por estar allí sabemos que asistieron los
otros tres Metropolitanos de la Península. Lo que nos indica, que el hecho de no
figurar en ese documento no es razón concluyente para decir que no tomó parte
en el Concilio, como no lo es para otros muchos, que allí no aparecen y que segu-
ramente asistieron. Una circunstancia extraña impidió el que subscribiera aquella
Constitución como a otros muchos españoles les impidió.
Desvirtuado así la aparente fuerza del argumento del Spondano, es preciso con-
fesar que no nos quedan, para creer que asistió, más argumentos que la aserción
tradicional antiquísima, y además para mí, las circunstancias de la correspondencia
ulterior al Concilio, que existe entre Inocencio IV y D. Rodrigo, aunque esa corres-
(1) Moreno Cebada. Hist. de la Iglesia. II. (2) Escribe Vicente de la Fuente. «Donde asistió don
Rodrigo fué al Concilio general de Lyon, celebrado en 1245, en tiempo de Inocencio IV, donde asistie-
ron el Emperador Balduíno y San Luis de Francia y en donde se acordó la última cruzada a las órde-
nes de este gran monarca. Allí D. Rodrigo representó dignamente a la Iglesia de España, sentándose
junto a los Patriarcas que asistieron todos y demostrando a la faz de'.la Iglesia y de todo el mundo su
vasta erudición y su saber polígloto. Aplaudido por,'el Concilio, favorecido por la Santa Sede, admi-
rado por los sabios de su tiempo, respetado por los hombres de virtud y santidad, que allí se reunie-
ron, regresaba D . Rodrigo a España, cuando le asaltó una fiebre ^maligna, que puso fin a sus días.»
(Elogio, p. SO.^SeJverácomoeste hecho del regreso y muerte ocurría dos años más tarde. Se confun-
de el autor y mezcla fechas, que en otra parte las distingue al decir que murió en 1247. (3) Enrique
t
d i Sponde (que latinizó suno mbre en Spondanum) nació en Mauleón, principal población de la sexta
Merindad de Navarra, en 1568; fué ahijadojde^Enrique IV, entonces rey;del truncado reino navarro, y
después de Francia, a la que agregó el fragamento de su herencia primera. Fué Sponde secretario de
Doña Juana de Navarra, con la que se hizo calvinista; después abjuró la ponzoña en 1595; en Roma
abrazó el estado eclesiástico, y se le nombró obispo de Pamíer en 1626. Escribió mucho docta y cató-
licamente. Murió en 1643. (4) Tomo. I. (ed. Ticini.) p. 182-183. " (5) Hefele. Tom. V. p. II. pág. 1635.
—381-
pondencia terminantemente no revela esa asistencia. E l 13 de agosto (1) el Papa
expidió la bula «£¿sí» en favor del Iníante D. Sancho, hijo de San Fernando, dis-
cípulo del Arzobispo, y canónigo de Toledo, para que, además de la canongía,
pudiera "recibir muchos beneficios y dignidades eclesiásticas, en atención a los
buenos informes dados por D. Rodrigo. Notemos aquí que consta por varias par-
tes del Bulario que el ser hijo del rey Fernando influía para que se abriera más
de lo conveniente la lista de las dispensas pontificias de esa y otras clases, aunque
también ee cerraba cuando se iba a los extremos. Ejemplo tenemos en el segundo
discípulo regio de D. Rodrigo. Inocencio IV, el 14 de octubre de 1243, decía a Fe-
lipe, clérigo de Burgos, hermano de Sancho, que aún cuando sólo tiene 15 o 16
años, se le faculta para que pueda ser Abad de Valladolid, a petición del Cabildo,
por ser hijo del rey de Castilla y León. En cambio, el 9 de noviembre de 1246, es-
cribe a San Fernando y al Cabildo de Osma, que no accede a su petición, de que
Felipe sea hecho Obispo de Osma. Harto cargo tiene, añade, con la Abadía de
Valladolid. (2)
Hay más: E l 10 de Julio, en los mismos días del Concilio, confirmó Inocencio
IV la concordia extensísima, que habían hecho la Orden de Calatrava y D. Ro-
drigo, y que el día 7 del mayo anterior había autorizado San Fernando, para po-
ner término a una serie inacabable de disputas y pleitos embrollados, que no te-
nían solución por vía judicial. (3) Versaban las diferencias sobre décimas, la visi-
ta de iglesias, nombramientos de curas y otros derechos. Parece que lo gestionó
en Lyón el mismo Arzobispo.
Inocencio IV concedió a D. Rodrigo el 25 de octubre del mismo año la rara gra-
cia siguiente, con palabras, que hay que leer, para apreciar cuánto le estimaba el
Padre Santo: «Digno eres por tus méritos, que te distingamos con especial gra-
cia de la Santa Sede, tu que procuras resplandecer con el brillo de la pureza de
la conciencia, con opinión de virtud y celo entre los prójimos y los que están
bajo tu solicitud, de tal modo cumples con tu ministerio, que mereces oir del Su-
premo Padre de familia: «Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de su Señor»
entregándote a la vez los talentos duplicados. De aquí es que deseando honrar
a tu persona, concedemos por las presentes, que ningún ejecutor delegado o sub-
delegado o conservador deputado por la Sede Apostólica, ni su Legado, pueda
pronunciar ninguna sentencia de suspensión, entredicho o excomunión contra
tu persona, sin mandato particular de la Sede Apostólica, y haciendo expresa
mención de semejante concesión. A nadie sea lícito quebrantar o contradecir te-
merariamente esta concesión. S i , empero, alguien lo presumiere, sepa que incu-
rrirá en la indignación del Dios omnipotente y de sus Apóstoles, Pedro y Pablo.
Dado en Lyón, octavo de las calendas de noviembre, año III de nuestro pon-
tificado.» (4) Bien se ve que tan excepcional privilegio concede el Papa a un va-
rón, en su concepto, consumado en las virtudes pastorales y cristianas. Semejan-
tes concesiones había hecho poco antes a los Obispos de Oviedo (5) y Salaman-
ca, (6) pero sin el especial elogio de sus personas. Hemos de consignar también,
respecto de la correspondencia de Inocencio IV con D. Rodrigo en 1245, que el 29
de agosto del mismo le dirigió, a la par que a todos los demás Obispos de Espa-
ña, el encargo y la amonestación para que excomulgara a todo Caballero de San-
tiago, que apostatara de su Orden y viviera turpiter, cuando así se lo requieran el
Maestre General o los Comendadores de la misma. (7)
(1) Berger. 1434. (2) Bcrger. 2215 y 2216. (3) BüUaríam S. Jacobi. P. 78 y 82. (4) Ap. 176.
(5) Berger. 1432. (6) Berger 1440. (7) Ball. S. Jacobi. P. 133.
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He aquí ahora los sucesos relativos a su persona, que este año transcurrieron
en España. San Fernando, el 12 de Abril, estando en Pozuelo, donó a los Caba-
lleros de Alcántara el castillo de Alcocer; pero declara en la carta, que está en la
misma comarca el castillo de Peña, propiedad de D. Rodrigo, y resuelve así sobre
sus términos y los del de Alcocer: «De tal manera se divida lo que hay entre el
castillo de Peña y el de Alcocer, que el de Peña tanga las dos terceras partes y el
de Alcocer la tercera parte.» (1) Del 8 de octubre transcribo el documento de reco-
nocimiento de un crédito, por ser de una sobrina del Arzobispo, y como muestra
del romance de entonces:
«Conoszuda cosa sea a todos los que esta carta vieren, como yo, donna Mari
Ibanes, mugier, que fu de don Rodrigo García, otorgo et vengo conoszuda, que
debo a mió tio, honrado Sennor et Padre en Cristo don Rodrigo, por la gracia de
Dios, Arzobispo de Toledo... trescientos maravedís, que me emprestó para pagar
lo que despis (dispuse) en el soterrario de mi marido. Et a mis arras et quanto
que al Arzobispo et meto gelo todo en poder, en tal manera, que yo ni otri por mi
non lo pueda dar ni vender nin empennar ni enagenar por ninguna manera, fasta
que el Arzobispo sea pagado entregadamientre (íntegramente) de aquellos ccc tos
maravedís sobre dichos, que me emprestó. Et porqne esta cosa sea más firme
mande fazer esta carta con mi sello et robrada (rubricada) de los testigos que
aquí son escriptos. Facta carta en Brioga, VIII días andados del mes de octub, en
la era mil e ce et LXXXI1I annos. Testigos que fueron presentes: don Martin de
Cunea, jurado de Brioga, et don Guillen de Sendina.» (2) ¿Indica esto que don
Rodrigo descansaba ya en Brihuega, de vuelta de Francia? Puede creerse.
Parece que es de este año el arreglo que D. Rodrigo hizo con el Maestre de San-
tiago sobre las iglesias del campo de Montiel, acerca del cual el gran Cardenal
de España, Pedro González de Mendoza, en la concordia que hizo el 30 de Julio
de 1491, en Ocaña, como Arzobispo de Toledo, con la Orden de Santiago, dejó
consignado: (3) «Iten es concordado quanto a la provisión e presentación de los
beneficios curatos se guarde la composición antigua fecha entre el Arzobispo don
Rodrigo y el Maestre Pelay Pérez, segund e como en ella se contiene.»
Años había que San Fernando ansiaba apoderarse de Jaén, a la que reiteradas
veces había cercado infructuosamente. Resolvió a fines de 1245 no volver de una
nueva expedición sin conquistarla. Por lo que, hechos unos preparativos desusa-
dos, recibida la aprobación del plan, que solieitó del Maestre de Santiago, don
Pelayo, (4) se fué, en diciembre, a circunvalar a la poderosa ciudad, cuya defensa
se prolongó hasta la primavera de 1246, gracias al valor del bravo valí, Ornar
Aben Muza, que hizo sufrir grandes penalidades a la hueste cristiana. Mas un su-
ceso inopinado precipitó la toma de Jaén y recompensó a los cristianos los males
sufridos. E l valeroso y sagaz Rey moro granadino, Alhamar, fatigado por la gue-
rra intestina, ofreció a San Fernando la ciudad de Jaén y la mitad de las rentas
de su Reino a cambio de paz y eficaz amparo centra los rebeldes, y reconocimien-
to de su Soberanía en Granada. Gustoso accedió el Rey de Castilla, y recibió la
ciudad a mediados de Abril, según los Anales Toledanos, (5) en marzo, según el
Cronicón de Cárdena. (6) Presente estaba, además de San Fernando, su heredero,
D. Alfonso: parece que no estaba D. Rodrigo, por cuanto se dice que consagró
(1) Bull. Ordinis Mílitíee de Alcántara. P. 53. (2) Pergamino original en Toledo. Sello. Archivo. Lo
copió Burriel. Lo publicaron La Fuente. Elogio. Ap. V. y Pereja. P. 643. (3) Bul!. S. Jacobi. 133. Nú-
mero 12 de la concordia. (4) M . La Fuente. Hist. Part. 11. C. 14 del Líb. 11. (5) Huid. . P. 363.
(6) Huici. . P. 375.
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la mezquita principal en templo católico el Obispo de Córdoba, D. Gutierre, que
con el tiempo sucedió brevemente a D. Rodrigo, en la Sede toledana.
No hay duda que Jiménez de Rada, si no estaba con San Fernando en los días
de la entrega de Jaén, o en los días de la consagración del templo musulmán, sino
obró por delegación el Obispo de Córdoba, tomó parte en la expedición, como lo
hacía en todas. Prueba de su paso por Jaén es el documento siguiente, escrito an-
tes de la ocupación de la ciudad. Dice así. «Conoszuda cosa sea que yo don Fer-
nando, rey, do a vos, don Rodrigo, Arzobispo de Toledo., mil maravedís alfonsis
por toda ía vida, después que vos oviese dado Batza (Baeza) non vos diere los
cinco maravedís, según pacto es en otra carta. Estos mil maravedís vos pongo de
mi rueda en tierra de Granada. Apud Jaén, rege exprimente, ultimo die martii, era
1274. (1246) (1) Ni podía faltar el Arzobispo, a causa de los dominios propios que
tenía cerca, y que aún sin este motivo de la guerra, le incitaban a frecuentes viajes
a aquella tierra. Pues el Adelantado de Cazorla y Quesada llegaba hasta las puer-
tas de Jaén. Esto fué motivo para que en seguida negociase y consiguiese la agre-
gación del territorio de Jaén a su Archidíócesis, «contribuyendo, como dice La
Fuente, la grande importancia del Arzobispo D. Rodrigo» para que se consumase
la anexión. (2) En 1249, se trasladó allí la Sede del Obispado de Baeza, como po-
blación más principal, y siguió siendo sufragánea de Toledo, pero éste perdió la
propiedad de la ciudad, con harta pena.
Plació a San Fernando la vida en Jaén, y quedóse allí durante ocho meses
continuos, reedificando y fortaleciendo la ciudad, organizando sabiamente la vida
civil con buenas leyes, para armonizar la convivencia de cristianos y árabes, pues
éstos quedaron en la capitulación con todo lo que poseían, maldiciendo cordial-
mente el tratado hecho por el rey moro de Granada con San Fernando, como una
traición hecha a su patria y religión, cuando precisamente en esta ocasión Alha-
mar había superado en intuición y acierto diplomáticos al rey de Castilla y su
Corte. Con esta alianza y con la fidelidad en cumplirla, salvó su reino y su auto-
ridad, y puso sólidos fundamentos para un Estado brillante. Los castellanos firma-
ron con ella la prolongación de la vida del árabe en España, por tres siglos más.
San Fernando dotó espléndidamente a las iglesias de Jaén. Hasta otoño de 1246
no se movió el santo rey, feliz en la buena compañía de su querida consorte,
Doña Juana, que no se alejaba de él, sin sentir la necesidad de las maternales ca-
ricias, que tanto le acució durante la organización de la vida de la ciudad cordo-
besa, en su viudez, siendo eso causa de las idas y venidas de Castilla a Córdoba.
En cuanto a D. Rodrigo no hay posibilidad de determinar el tiempo, que estuvo
con el rey. Ya hemos dicho que las firmas suyas en los documentos reales no sir-
ven para dictaminar acerca de su presencia en el lugar, en que se expiden. Desde
luego que en todos los que expidió San Fernando aparece la de D. Rodrigo, du-
rante toda la temporada, desde el cerco de la ciudad hasta que de ella se ausentó,
casi al año completo. E l 31 de diciembre de 1245 dio el primer documento, duran-
te el asedio de Jaén, para permutar la villa de Pego con otros lugares con los Ca-
latravos. (3)
En uno de esos documentos consta la venta de varios ílugares y tierras del Ar-
zobispo hecha, no se sabe por qué, por San Fernando. (4)
Mientras así demoraba San Fernando en Jaén, sorprendió a Castilla, y mucho
a
más al santo Rey, la muerte de su madre, D. Berenguela, a los 75 años y dos me-
dí Memoras., p. 426. (2) Hist. Bel. de España, t. IV. p. 264. (ed. 2.) (3) \Memorias.. p. 4
(4) Memorias.. 482.
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ses y medio de su edad; probablemente falleció en Toledo, desde donde solía go-
bernar el Reino, mientras su hijo peleaba al sur. Según el calendario burgalés mu-
rió el 8 de noviembre de 1246; (1) según Mondéjar el 8 de oetubre; (2) pero no ale-
ga ninguna razón. Dispuso la inmortal reina que se la enterrara en las Huelgas
de Burgos, «en sepultura llana y humilde» como dice su testamento. Podía la ad-
mirable madre partir tranquila del mundo. Grande era su hijo por la grandeza de
las conquistas, por la grandeza de la monarquía castellano-leonesa, una y fuerte,
y lo que más anhelaba ella por la grandeza de las virtudes. Tuvo que ser rápido
e inopinado el fatal desenlace: de haber tiempo para que se notificase la nueva
del mal, hubiera acudido Fernando. No vino ni al enterramiento, ni volvió ya en
su vida a pisar el suelo castellano, (3) como si el dolor le alejara de él, por no po-
der contemplar ya más la celestial mirada de su idolatrada madre, a la cual en
todo tiempo la trató como a verdadera reina de Castilla.
Para D. Rodrigo fué un golpe tremendo. La quería y admiraba tanto por lo me-
nos como San Fernando, por motivos sacratísimos de índole distinta. Pues no
cabe duda que dirigía su alma en los caminos de la virtud, y además a ningún
miembro de la familia real de Castilla trató D. Rodrigo tanto tiempo y en tan va-
riadas y azarosas cinrcunstancias como a ella. Desde que entró en la Corte de A l -
fonso VIII, en 1207, hasta la fecha de su fallecimiento, estuvo a su lado, dirigién-
dola y sosteniéndola en los días agrios de Enrique I. La apreció y la encomió co-
mo nadie. Tres años antes de este suceso, escribió su elogio, en el capítulo penúl-
timo de su Historia, con rasgos, que transparentan, que el Arzobispo habla como
padre de su hija espiritual, descubriéndonos los arcanos del interior de aque-
lla excelsa alma, que conocía profundamente, y elevando a Dios a favor suyo sus
paternales plegarias. Dice así: «Pues esta reina conservó con tan gran cuidado y
acrecentó de tal modo los carismas de las gracias, que recibió, que toda edad, todo
sexo, toda condición, toda nación, toda lengua siente hacia ella un afecto expre-
sado con obras; ella distribuye a todos los tesoros de su misericordia, sin que el
haz de sus virtudes se descomponga; y ejecutora cuidadosa de las obras de su
padre, se prodiga aún más a los negocios del reino y a las vicisitudes de las cosas
que a la misma adquisición de las virtudes, y la admiran justamente nuestros tiem-
pos, y no tuvieron nunca otra semejante ni nuestros tiempos ni los de nuestros
padres. Por ella rogamos al Señor, para que se digne conservarla mucho más
tiempo, que le conceda lo que le conviene, y que abunde en buenas obras hasta
que restituya su dichoso espíritu a su Redentor.» Otro dato, que denuncia que Don
Rodrigo estaba en comunicación con las cosas de la conciencia de Doña Beren-
guela es aquel, de que hemos hablado: Que procuró a su hijo segundas nupcias
por temor de que no se empañara con ajenos tratos la pureza del mismo. (4) Con-
jetura la historia que D. Rodrigo dio sepultura a los restos mortales de la madre
de San Fernando, como dio a los de su hermano, el Infante D. Fernando, de sus
padres, Alfonso VIII y Doña Leonor y de otros personajes reales. Acaso vino al
mismo acto el nieto de la difunta, el Infante Alfonso, heredero de la corona, el
cual celebró los esponsales con Doña Violante, hija de Jaime el Conquistador, en
Valladolid, en el mismo mes de la muerte de su abuela, y según parece, para con-
firmar aquel admirable tratado, que los monarcas de Castilla y Aragón habían
concertado respecto de las conquistas de Murcia. (5) Se acordó allí pelear juntas
J l ) Flórez. Reinas Católicas, p. 472. (2) Crónica de Alfonso VIII. Ap. 8. c. 6. (3) Cabanilles.
His't. de España. 111. p. 77. (4) Lib. IX. c. 18. (5) Modesto La Fuente. Hist. de España. Part. 11.
L. U. c. 14.
-385-
U
las huestes de los dos reinos contra el árabe, y repartirse lo adquirido, reteniendo
lo que cada cual ocupara. Esta campaña de Murcia la inició y ejecutó el Infante
Alfonso en nombre propio, con la venia y apoyo de su padre, por eso Inocencio
IV despachó el 24 de abril de 1246, la bula de indulgencias de la cruzada en pro
de todos los que siguieran al primogénito del rey de Castilla, para pelear contra
los sarracenos de la frontera. (1)
En la segunda parte del año 1246 fué nombrado Obispo de Marruecos un fran-
ciscano, llamado Lope, español, promovido y consagrado indudablemente por
nuestro Arzobispo de Toledo, que según hemos visto, tenía la dirección efectiva
de las misiones del norte de África y del sur de España, entre los sarracenos,
con derecho y obligación de nombrar los Obispos necesarios. Nada menos que
veinte cartas escribió Inocencio IV, con esta ocasión, desde el 23 de octubre al
11 de noviembre de 1246 por el éxito de los trabajos apostólicos del Obispo recién
nombrado, y de los cooperadores suyos en aquellas vastas y peligrosas comar-
cas. (2) Recomienda Obispo y misioneros a los Reyes de Marruecos y Túnez, a
los de Aragón, Navarra, Castilla y Portugal, a los Prelados de España y a otros,
que están en el caso de ayudarles, a todos los fíeles españoles, a los Santiaguistas,
si de ellos reclaman auxilio los misioneros, y por fin a los Superiores de los mis-
mos Fracíscanos, ¡Qué pena! No hay noticias de lo que se hizo, como conse-
cuencia de estas bulas.
Fuera de esas bulas generales no hay rastros, ni en los Regesta, ni en los Ar-
chivos españoles, de que D. Rodrigo recibiera en 1246 otras particulares, como
ocurre en los años anteriores. Esto hace pensar que el Arzobispo no se comunicó
con la Santa Sede en ese año, a causa de sus trabajos, al lado de San Fernando,
en la conquista y organización civil y eclesiástica de la ciudad de Jaén y su terri-
torio. En cambio no sucede así en los meses de Marzo, Abril y Mayo de 1247. El
27 de Marzo participó el Papa a D. Rodrigo, que había resuelto consagrar por sus
manos al Obispo de Osma, pero que con esto no quiere perjudicar sus derechos
de Metropolitano. (3) Lo mismo determinó la Santa Sede con respecto del Obispo
de Córdoba; pero Jiménez de Rada escribió al Padre Santo asegurándole que en
todos los tiempos este derecho correspondió al Arzobispo de Toledo. E l Papa le
tranquilizó con otra declaración semejante. (4)
Don Rodrigo hacía resonar, como en los días de sus más altas empresas gue-
rreras, su ardorosa e inflamadora voz de santa cruzada contra el sarraceno, por
los ámbitos de Castilla y León, para lanzar sobre los muros de Sevilla los valien-
tes del Reino; y al eco de ella y al mandato de San Fernando se hacían extraordi-
narios preparativos para conquistar aquella ciudad célebre. Inocencio IV se
unió a esto, escribiendo al mismo D. Rodrigo y demás Prelados de Castilla del
modo siguiente: «Al Arzobispo de Toledo y a los otros Obispos del Reino de Cas-
tilla, sujetos directamente a la Iglesia Romana. Como nuestro carísimo hijo en
Cristo, el ilustre rey de Castilla, ha combatido hasta ahora como atleta de
Cristo, contra los moros, y con la ayuda de Dios se propone atacar varonilmente
la ciudad de Sevilla, poseída por ellos, y otras tierras de los sarracenos, Nos,
pensando que es digno y justo que los fieles presten su auxilio a los que van a
combatir en honra de Cristo, ordenamos, que en vuestras ciudades y diócesis ha-
gáis entregar al mismo Rey la mitad de los diezmos destinados a la fábrica de las
iglesias del Reino de Castilla, durante un triennio, salvas ciertas concesiones, he-
chas para algún tiempo, a algunas personas, según se dice. Pero queremos que
(1) Berger. 1832. (2) Berger. 2242-2251. (3) Berger. 2503. (4) Berger. 2604.
-386-
terminado el tiempo, dicho triennio comience a computarse en cuanto a los diez-
mos concedidos a las mismas personas. Dado en Lyon, 15 de Abril, año cuarto de
nuestro pontificado. (1247) (1) Igual bula escribió a la Archidiócesis de Santiago.
E l 6 de Mayo Inocencio IV recomendó al Episcopado español, que socorriera a
los clérigos procedentes de Italia. (2) Eran víctimas de las salvajadas de Federico
II, lo mismo que otros muchos desgraciados de muchas partes de Europa, por los
cuales tres días antes suplicaba a todos príncipes de la cristiandad, que enviasen
subsidios a las manos apostólicas. (3) E l 9 de Mayo aprobó el Papa el estatuto del
Cabildo toledano, el cual acordó, que dos o varios canónigos se eligieran anual-
mente para que inspeccionaran los bienes pertenecientes a la mesa del Cabildo. (4)
En el breve no se menciona al Arzobispo. A l día siguiente, Inocencio IV dirigió al
Arzobispo de Toledo la bula Cum sicut Fraternitas... contestando a una petición
suya. En ella ratifica las concesiones de los castillos de Eruela, Toya y de varios
otros.que el Arzobispo adquirió de los sarracenos en la frontera, concesiones he-
chas a ciertos nobles; y además le da licencia para hacer otros, con el asenso del
Cabildo. (5) Esos castillos se hallaban en el Adelantado de Cazorla. Es la postrera
noticia de los actos de gobierno de D. Rodrigo en el famoso Adelantado, y tam-
bién en todos sus muchos señoríos y en todo su Arzobispado. La hora solemne se
aproxima.
(1) Berger. 2533. (2) Berger. 2997. (3) Pottahts. II. P. 1058. (4) Berger. 2653. (5) Berger. 2654.
-387-
CAPÍTULO X X
(1247)
(1) Guillermo Aneliers. La Guerra civil de Pamplona. Poema Ca¡ > II. Verso 17 .
-388-
nasterio; y todos los hijos de este monasterio proclamaron constantemente la san-
tidad de D. Rodrigo, llamándole «santo» sin restricciones, como lo hacía el sabio
P. Luis de Estrada en el siglo XVI, lo mismo que el historiador Ángel Manrique.
La fama de esa santidad no fué local, sino general y constante. E l mencionado
A. Manrique (1) y Gil González Dávila refieren el hecho de que, el Papa Gregorio
XIII lo tuvo por Santo, y por eso, cuando estuvo en^España, como Legado a la-
tere de San Pío V, fuese a visitar su sepulcro, y cuando fué promovido al Su-
mo Pontificado, concedió a la Iglesia de Huerta un altar privilegiado por la santi-
dad del tío de D. Rodrigo, San Martín y por la del mismo Arzobispo. (2) E l aus-
tero Mariana escribía: «Su cuerpo murió. La fama de sus virtudes durará por
muchos siglos.» (3) E l Cardenal Lorenzana dice: «Aunque no veneramos a Rodrigo
en el número de los Santos por declardción pública de la Iglesia, sin embargo los
actos de su vida inmaculada las costumbres puras de sus Santos predecesores,
;
que él diligente reprodujo, la sabiduría con que en aquel siglo resplandeció, pare-
ce como que exigían por derecho propio, que le diéramos un puesto en el número
de los Santos Padres antiguos; ya que se aproxima a ellos por su antigüedad.»
Este retrato espiritual de D. Rodrigo es exacto y auténtico; y, puede decirse
también que el lector lo ha contemplado y admirado en los innumerables hechos
de toda clase de virtudes, que ante sus ojos han desfilado en las páginas de esta
historia; sí bien echando de menos los pequeños episodios particulares y circuns-
tanciales que matizan y amenizan las vidas de los Santos, haciendo resaltar los
pormenores, al parecer, insignificantes, la elevación y grandeza de esas almas pri-
vilegiadas, ornamentos y modelos de la humanidad. Pero esto es muy frecuente
en santos eminentes y populares de aquellos tiempos, en que, por rara excepción,
se recogían las noticias biográficas de los varones virtuosos y preclaros con deta-
lles minuciosos y característicos, como en edades muy posteriores se ha hecho: y
sólo ciertos sujetos particulares, pertenecientes a las familias religiosas, han teni-
do en esto suerte especial, como lo saben todos los lectores conocedores de la his-
toria hagiográfica, y mucho mejor los eruditos. Llamemos ahora atención some-
ramente acerca de las virtudes, que especialmente brillan en nuestro Arzobispo, y
hagámonos cargo de alguna que otra objeción, a que se presta su vida.
Lo que llena todos los inmensos ámbitos del espíritu y corazón de D. Rodrigo
es un amor inconmensurable y vivísimo a la fe cristiana y un celo ardoroso por el
triunfo de religión de Cristo. Fulguran estos dos sentimientos en todos sus escri-
tos, en sus actos, en sus empresas, en sus sacrificios. En todos los capítulos de la
historia corre el ardor de esos dos sentimientos. A l darnos las notas distintivas
de los personajes, que allí retrata, a penas se encuentra uno, del cual no diga si
era o no religioso, si favorable o contrario a la fe. Emociona su sentidísima pena
al narrar los dolores de la cristiandad en la irrupción de los árabes. Exclama do-
lorido: «¿Quién dará aguas a mi cabeza, y fuente de lágrimas a mis ojos, para llo-
rar la matanza de los españoles y la miseria de los godos? Ha enmudecido la reli-
gión de los sacerdotes, ha desaparecido la muchedumbre de los ministros, cesó
la diligencia de los prelados, pereció la doctrina de la fe y la unión de los santos:
se destruyen los santuríos, se arruinan las iglesias, las cosas que se celebraban
con címbalos son blasfemadas, el leño de salvación (la cruz) es arrojado de luga-
res sagrados, y nadie hay que pueda salvar nada. Las solemnidades religiosas ce-
saron y los órganos de la Iglesia sirven para blasfemar, y nadie jubila en los tem-
(1) Santoral Cisterciense. Lib. II. C. 18. (2) Treatro de la Iglesia de Osma. C. 7. (3) Historia de
España. Lib. XIII. C. 5.
-389-
píos...., De tal modo la peste de la maldad ha triunfado que en toda España no ha
quedado ciudad episcopal que no haya sido quemada o destruida. Porque los
árabes, lo que no pudieron tomar por fuerza, corrompieron con pactos falaces.»
(Esta última frase prueba que gran parte de España apostató y traicionó a su fe.)
El celo con que trabajó por esa fe y religión tan amadas está patente en las
grandes acciones de su vida, que hemos referido en el curso de esta obra, como
consejero de Reyes, como conquistador de comarcas, para rescatarlas de los mo-
ros, como promotor constante y fogoso de guerras religiosas, como restaurador
de Obispados e incontables iglesias. Ya hemos probado arriba cuan grande era
su horror a las herejías, al mahometanísmo y judaismo, que tanto daño causaban
en su tiempo en España. Por eso en sus escritos se hace a cada paso apologista
y defensor de la fe, contra todos los errores.
Egregias son las pruebas de sus insignes virtudes pastorales, y no sé qué Pastor
de la Iglesia española podrá comparársele en la multitud y grandeza de las
cosas, que por el florecimiento de la Iglesia realizó, tanto en el acrecentamiento
de los límites de su diócesis, como en las grandes e innumerables construcciones,
lo mismo en las sabias instituciones de piedad que fomentó, como en los estatutos
y constituciones, con que reformó y organizó la vida de los Cabildos e iglesias,
según largamente hemos escrito. Citemos algo de otras cosas.
Su mismo epitafio dice que sin cesar predicaba su elocuente palabra a sus dio-
cesanos, y también a los infieles y gentes incultas. Los itinerarios anuales de don
Rodrigo, que conocemos por los datos de los documentos, que expedía o autori-
zaba con su firma, demuestran que frecuentemente recorría los diversos pueblos
de su diócesis; y como es natural, su presencia en esos puntos, generalmente obe-
decía al cumplimiento del precepto de la visita pastoral. Pues este era uno de los
deberes más importantes y más recomendados de la Iglesia, como el medio más
eficaz de vigilar al clero, enfervorizar al pueblo y desterrar los vicios. Se rodeaba
a la visita pastoral de un aparato exterior grandísimo a fin de producir en los fie-
les una impresión honda y lograr frutos verdaderos. Esto degeneró en lujo y osten-
tación antes de este tiempo en los prelados demasiado mundanos. El Concilio
lateranense, en 1179, decía en su canon cuarto: &E1 concilio manda, que los Arzo-
bispos lleven, en las visitas, a lo más cincuenta caballos, los Cardenales veinti-
cinco, los Obispos veinte o treinta, los Arcedianos siete, los Deanes y los infe-
riores a él, dos: que no lleven perros, ni aves de caza, y se contentarán en la co-
mida con lo que se les sirva moderadamente.» Figúrese el lector lo que llevarían
los que en este punto abusaban. En los días de D. Rodrigo nada había variado, y
estaba en vigor ese cañón, que confirmó el mismo Arzobispo en el Concilio late-
ranense de 1215. En todos los concilios de la época de D. Rodrigo se renueva el
precepto de que los Prelados no sean gravosos a sus diocesanos en las visitas. (1)
Algunos lo eran tanto, que ponían a los párrocos en la precisión de vender los or-
namentos de sus iglesias. No existen indicios de faltas en estas cosas. Que si no
se lee de D. Rodrigo que viajara montado sobre un asnillo, como Cisneros, tam-
poco se lee que pecara por exceso de boato, como tampoco en la vanidad de cons-
truir para su enterramiento, suntuoso mausoleo, según lo hacían los Prelados de
su tiempo, y que el Concilio de Lyón refrenó enérgicamente con voto del mismo
D. Rodrigo, lo mismo que el prurito de erigir suntuosos edificios con el fin de in-
mortalizar su nombre, sin mirar que arruinaban a sus Iglesias. Nuestro Arzobispo
se hizo labrar muy modesto sepulcro en Fitero y erigió soberbios templos, pero
(1) Véase esto en Richard. Concilios generales. Siglo XIII.
-390-
a la par acrecentando las rentas de su Iglesia, y consolidando el estado económi-
co de su Catedral, de su Cabildo y de toda la Diócesis con innumerables adquisi-
ciones de bienes, y aumentando prodigiosamente la dotación del culto y el esplen-
dor de los oficios con la multiplicación de pingües canongías y capellanías,
gracias a los caudales que consiguió por sus grandes conquistas, por su recta ad-
ministración y por las donaciones del Soberano y los particulares.
Una tacha podía ponerse a su calidad de Pastor de almas: que no residía en su
Sede habitualmente, sino en la Corte de los Reyes. Ciertamente a eso le obliga-
ban sus cargos de Canciller Mayor, y Ministro y Consejero principal de la corona,
como siglos después a su semejante, Jiménez de Cisneros, del cual, sin escandali-
zarse nadie, se lee, que dos años seguidos después de su consagración no se arri-
mó a Toledo, por seguir a la Corte, y posteriormente hizo lo propio por el régi
men del Reino. Pero era por el bien mayor de la misma Iglesia y de la república
cristiana; cosa loada por la misma Iglesia y que se armoniza perfectamente, siem-
pre que se provea adecuadamente por medio de los subalternos al bien de las
propias ovejas. Asi lo hacía D. Rodrigo; pues trabajaba por el bien de la Iglesia
de Castilla, por el de la religión y por el de los suyos. Además llena está su vida
de trabajos incesantes por su Arzobispado, de viajes por los pueblos de su dióce-
sis, según lo vemos en esta historia. Tan pía, honda y pública era su veneración
rendida y devota a la suprema cabeza de la Iglesia, por su incesante comunica-
ción con el Papa y por el acatamiento absoluto, que prestaba a todas las órdenes
del Sumo Pontífice, que los Vicarios de Cristo en Roma reiteradas veces expresan
en sus cartas, que la Sede toledana brilla por esta cualidad, y que por eso otor-
gan a Rodrigo privilegios particulares. (1) No era Jiménez de Rada de aquellos
Prelados, de que decía el socarrón autor de la «Desciplina Clericalis» que tienen
las siete siguientes «probitatates» qne practicaban: nadar, cabalgar, tirar con el
arco, pelear, cazar con aves de reclamo, jugar al ajedrez, y componer versos. Su
vida era extraordinariamente seria, laboriosa y edificante. De ninguna de esas fri-
volidades le acusa la historia; porque no la halla en él. Hemos narrado muchos
ejemplos de su modestia, de su caridad para con el prójimo, de su prodigalidad
inagotable en las limosnas para que ya insistamos en esto.
De su piedad muchas pruebas existen; yo me limitaré a indicar unas pocas. La
piedad habitual de su alma en orden a Dios la pintó el mismo D. Rodrigo en un
pasaje de sus obras, sin pensar en ello. Vedlo. Obraba él: «con las manos tendi-
das hacia el cielo, fijos los ojos en Dios, preparado el corazón para el martirio,
desplegadas las banderas de la fe e invocado el nombre de Dios.» (2) Así corría
D. Rodrigo a todas las obras y empresas de su vida. Y ¡qué enamorado aparece
siempre de María Santísima! Su blasón es la Madre de Dios con el Niño Jesús en
los brazos, según se ve en muchos sellos céreos suyos. (3) En las guerras lleva, ya
la escultura ya la imagen de María en los estandartes, conforme lo referimos al
hablar de las Navas de Tolosa. (4) Crea una orden de Caballeros bajo su nombre.
Funda capellanías de misas perpetuas para fomentar su devoción y loarla. Ade-
más ¡qué edificante piedad en establecer tantas capellanías de misas en la Cate-
dral de Toledo, como no se lee de los más espléndidos fundadores de cosas tan
sagradas, que en aquella época y las siguientes tanto abundan.
Se objeta. D. Rodrigo era demasiado guerrero. Es cierto; es uno de los más glo-
(1) Las pruebas están en las bulas copiadas antes. (2) Lib. IX. C. 9. (3) En Toledo está el ori-
ginal del Fuero de las Aldeas de Alcalá de Henares con un sello así. (4) Vicente de la Fuente. Bole-
tín de la A. de H. T. X . P. 239.
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riosos guerreros de" la edad media. Pero esto nada obsta a su santidad, como no
obstó a San Fernando. Se dice: obsta para llamarle Pastor de la caridad y heral-
do de la paz y clemencia evangélicas, como Prelado de la Iglesia de Cristo. No tie-
ne valor la acusación. La Iglesia de Cristo condena la profesión de las armas pa-
ra sus ministros, y repugna que sean alistados para que vayan a pelear en las
filas de los soldados; porque desdice de su misión y no es necesaria su participa-
ción en guerra alguna. Pero jamás ha reprobado en absoluto en circunstancias
particulares, y dentro de ciertas normas, la participación de sus ministros en las
empresas guerreras justas. En la necesidad aún lo ha bendecido. Y en España
ero entonces mayor que en parte alguna esa necesidad, según proclama el cano-
nonista Tomassin. (1) De aquí la participación de los Prelados españoles en la
guerra contra los sarracenos, y más que nadie la de los Arzobispos de Toledo.
Por eso San Bernardo Calvó, Abad de Santas Creuses en Cataluña y Obispo
de Vich, en la época de Rodrigo, que acabó sus días cuatro años antes que don
Rodrigo, por orden del Papa organizó y dirigió ejércitos para extender los do-
minios cristianos por el Reino de Valencia. (2) Recuerda la historia que en el si-
glo XI murieron en la pelea los Obispos Sisenando, de Santiago, Atón, de Ge-
rona y otros; en el XII los de Barcelona y Huesca, &. Sin embargo no se crea
que los Prelados cruzaban sus espadas con las del enemigo en tiempo de D. Ro-
drigo, a excepción de un caso raro. El mismo D. Rodrigo nos cuenta el puesto
que los Obispos ocupaban y los oficios, que ellos y los demás eclesiásticos ejerci-
taban, en la gran batalla de las Navas. Es decir que estaban a retaguardia (in se-
cunda acie) todos los Obispos, clérigos y órdenes religiosas, y que se ocuparon
en administrar sacramentos, alentar los sentimientos religiosos, y proponer sus
consejos referentes a la salvación del alma. Lo que pasma, diré para terminar
este punto, es la portentosa actividad de Jiménez de Rada en la variedadj multi-
plicidad e intensidad de las empresas y negocios tan transcendentales y absorben-
tes, como hemos visto en el curso de esta vida maravillosa. No se concibe de dón-
de sacaba fuerzas, tiempo y recursos para tantas cosas grandes, tan difíciles y tan
diversas, ni se comprende cómo resistía a tanto trabajo aquella naturaleza. Pe-
ro va a parar pronto la máquina de tan milagrosa actividad intelectual y
física.
La última bula de los Registros pontificios dirigida al Arzobispo de Toledo, Se-
de plena, el año 1247, es del 10 de mayo. Varios meses después comienzan las bu-
las de Sede vacante para procurar la elección de un nuevo Arzobispo. Esa bula
con otras disipa una duda, que ha existido sobre la fecha del año cierto de la
muerte de D. Rodrigo. Ciertamente esa bula no fué recibida por el Arzobispo en
España. Antes que pudiera llegar en ella a sus manos, había salido para Francia,
con el objeto de visitar al Sumo Pontífice; y se puede asegurar también que estaba
en Lyón el 13 de mayo de ese año y que influyó eficazmente para que se concediera
a los cistercienses de Fitero la bula de indulgencias, para la inauguración de la
iglesia, que la bula dice haber sido allí fabricada por el mismo Arzobispo. (3)
Sobre el motivo de este viaje a la Corte de Inocencio IV se ha escrito muy di-
versamente, aún por autores de nota. Los que confunden este viaje con el del año
1245, para asistir al Concilio ecuménico de Lyón, dicen que esa fué la causa de
este viaje. Los que no caen en ese error dan diversas razones. Feller escribe que
acudió para defender los derechos de su Primacía contra las pretensiones del
Compostelano, y que Inocencio IV le dio la razón. (4) Amador de los Ríos, que
(1) Part. III. üt>. I. C. 47. N. 8. (2) Lib. VIII. C. 10 y 12. (3) Ap. 181. (4) Bibliografía...
Tom. 17. Art. Ximínes.
-392-
acudió para defenderse contra el Arzobispo de Tarragona (1) Cerralbo dice «que
habia ido a Lyón a lograr del Papa la declaración de la Primacía de Toledo.» (2)
Mariana escribia también que se fué para «allanar a los aragoneses en lo tocante
a la Primacía.» haciéndolo derivar del episodio ruidoso de la excomunión, de que
hablamos arriba. Mas lo único cierto es lo que dice su epitafio: «El Arzobispo, (se
lee allí) se fué al Sumo Pontífice, a Lyón; porque deseó que el Padre viviera feliz,
y con él quiso tener coloquio el varón justo.» (Summum Pontificem Lugduno
Praesul adivit: Patrem felicem laatus quia vivere quivit, Cum quo colloquium vir
fusíus habere cupivit.) De estas palabras no se saca que D. Rodrigo fuera a Lyón
por asuntos de pleitos, sino por motivos de filial afecto. Claro está que pudo al
mismo tiempo gestionar muchos asuntos importantes de su cargo y Sede; pero en
concreto de ninguno hay noticias autorizadas.
No podía D. Rodrigo estar mucho tiempo al lado del Papa en aquella fecha.
Había dejado a Castilla a punto de lanzarse sobre Sevilla, y a San Fernando re-
uniendo la hueste, para asediar a la codiciada capital del Guadalquivir, la cual ya
estaba sitiada formalmente el 20 de agosto de este año. Por eso, arrastrado por el
deseo de asistir a la gloriosa campaña, emprendió el regreso a España, que ya no
iba a ver más. En la misma ciudad de Lyón se reúnen los ríos Ródano y Saona, y
el Ródano, engrosado así, camina raudamente al golfo de su mismo nombre, pres-
tándose a la navegación por el caudal de sus aguas, si bien, siempre amenazador
por su rápido y precipitado curso. Como el navegar unos cientos de kilómetros fa-
cilitaba y abreviaba el viaje a España, D. Rodrigo se embarcó en una navecilla: se-
ñal de que su impedimenta era sencilla y ligera, y se dirigió así, probablemente
para desembarcar frente a Aviñón, con el objeto de penetrar por Cataluña en Es-
paña, después de atravesar Nimes, Montpeller y Narbona, ruta natural para hacer
el viaje de Lyón a Toledo.
Pero no desembarcó vivo, sino muerto. ¿Más cómo fué su muerte? Unos han es-
crito que murió consumido de maligna fiebre, otros que por desastroso naufragio
de la nave. No tenemos otras noticias ciertas que las que nos da el monje Ricar-
do, el cual dice, que habiendo venido al Ródano, murió en el mismo Ródano. (In
Ródano moritur.) Esta expresión parece que significa que murió ahogado en el
famoso río por algún contratiempo de la navegación. Imposible es que estando
atacado por la fiebre no se detuviera en alguna de las poblaciones del tránsito,
abandonando prudentemente la embarcación. Su fallecimiento por la fiebre en el
Ródano no es admirable; por lo tanto habrá que decir que el glorioso D. Rodrigo
Jiménez de Rada terminó su vida en el Ródano por algún accidente funesto de
la navegación, con muerte violenta.
Respecto de la fecha de su muerte creo que no puede haber duda alguna seria,
a pesar de que tanto se ha divagado, de tal suerte, que Mariana escribió así: «Ha-
ce maravillar que en el fallecimiento de una persona tan señalada no concuerden
los autores y las memorias, sin que se pueda averiguar la verdad.» Procedamos
con orden. En primer lugar en cuanto a las memorias, que merecen estimación,
hay que decir que están concordes. Son tres; el epitaficio tantas veces citado, los
Anales segundos toledanos y los Anales terceros toledanos. Las dos primeras me-
morias están completamente acordes. Ambas dicen que murió el 10 de Junio de
1247. Los Anales terceros dicen que falleció el 2 de Junio de 1248. Mas esta fecha
es ciertamente falsa en cuanto al año. Porque consta por la carta del 5 de Enero de
1248 de San Fernando a los Caballeros Alcantarinos, que en ese tiempo estaba va-
(1) Histor. Crít. Llt. Vol. III. Part. II. C. 8. (2) Discursos P. 264.
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cante la Sede Toledana. (1) Consta igualmente por la bula del 21 de febrero de
1248 que Inocencio IV rechazó la elección hecha por el Cabildo toledano para su-
cesor de D. Rodrigo. El elegido era el Cardenal Gil de Torres. (2) Lo mismo resul-
ta de la bula que el día anterior el Papa escribió a la Corte de Castilla y otras
más, que en Berger pueden verse, (ib.) Tampoco merecen fe esos Anales en cuanto
al día; porque, por estar en general plagados de errores en todo el curso de las
notas, están desautorizados. En cambio el epitafio que consigna la noticia de los
monjes de Huerta, poseedores dichosos de las reliquias del Arzobispo, y los
Anales Segundos, que son los más fidedignos, nos transmiten la noticia de la Se-
de toledana, y no se halla otro documento serio, que lo contradiga.
En cuanto a la divergencia de los autores es todavía mayor. Los que confunden
los dos viajes de 1245 y 1247, según hemos observado antes, colocan la fecha en
1245; (3) pero generalmente con indecisión. (4) En Vicente de la Fuente esa indeci-
sición llega a ser una desorientación y una contradicción reiterada consigo mis-
mo, formulando argumentos desgraciadísimos. Dice en una parte: «Falleció D. Ro-
drigo en el año 1245, bajando en un barquecillo por el Ródano Sobre la fecha
de su muerte hay dudas; pues se ha fijado la de 1246 y 47.» (5) Para sostener su
opinión de que es la de 1245, rechaza la aserción del epitafio, y para salir con la
suya, no teme suponer que el autor del mismo acaso vivió cien años después: sien-
así que allí se dice en prosa, que era coetáneo de D. Rodrigo. En su Elogio pone
que murió en 1247. (6) En la última edición de su Historia Eclesiástica de España
tomo IV, passim, más de cinco veces alude a esta muerte, y unas veces la pone en
1245 y otras en 1247. Mas por lo dicho aparece ya suficientemente claro que lo
único, que debe admitirse es que el Arzobispo D. Rodrigo falleció el 10 de Junio
de 1247, como lo dicen harto artificiosamente los versos tan célebres en esta
forma:
«Annus millesimus biscentum sextus et unus
Et quadrigenus dedit hoc venerabile íunus
Idus bisbino junii migrat Rodericus.»
Vicente de la Fuente contempló en un rapto de su fantasía la figura física de
don Rodrigo en esta forma: «Ocupa un lado preferente, al par del gran Isidoro,
otro venerable Prelado, de luenga barba y majestuosa talla, de varonil rostro,
curtido al sol de los campamentos y el polvo de las batallas. Empuña su diestra
la cruz primacial de España y guarda el sello de oro de los castillos y leones. Es
don Rodrigo Jiménez de Rada...» (7) Algunos de estos rasgos no son auténticos,
y felizmente podemos rectificarlos, para satisfacción de la legítima curiosidad,
que inspira el deseo de conocer la figura exterior de un personaje tan extraor-
dinario. Don Rodrigo nos ofrece la emocionante sorpresa de prestar, al cabo de
siete siglos aproximados de enterramiento en la húmeda tumba de una iglesia,
su rostro,'sus manos y pies a la impresión de la placa fotográfica, y todo su cuer-
po a las observaciones de la dimensión. Dios le ha concedido hasta ahora el pri-
vilegio de la incorruptibilidad; y aquel cuerpo, que pasó tantas fatigas y afanes
bajo el torbellino de las infinitas ideas de su cerebro y de los impulsos ardorosos
(1) Bullarimn... Anuo 1248. (2) Berger 3654. (3) Garibay. Crónica General. Lib. XIX. C. 42.
Mariana. Lib. XIII. C. V. Pero nota que otros ponen en 1247; y lo más raro es que señala el día de la
muerte el 15 de agosto, y le hace morir en Huerta. (4) Porreño Ms. Folio 154. (5) «Restos mortales
del Arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada y estado de su sepulcro en la iglesia exabacial y ahora pa-
rroquial del exmonasterio cisterciense de Santa María de Huerta. «Boletín de la A . de Historia. 1885.
P. 362 y sig. (6) Ap. XVII. (7) Elogio. P. 7 y 8. Ya se verá abajo que en parte le indujo en el error
una de las actas de la apertura de su sepulcro.
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de su corazón, que descendían del alma grande, que lo habitó, se halla momi-
ficado todavia, y por eso podemos dar noticias exactas de su parte física, y se
puede recibir la honda sensación de sacar la imagen fotográfica de un hombre,
que nació hace más de setecientos cincuenta años. La momia de D. Rodrigo mide
un metro y sesenta centímetros de estatura; luego no era de procer, sino de media-
na estatura. Su busto tiene frente ancha y abultada, las facciones de la cara ondu-
losas y graves, sin barba todo el rostro; y sin barba lo esculpió el artista sobre la
losa sepulcral de su mausoleo, y sin ella aparece siempre en los medallones, en
los sellos céreos, que se conservan, en los frescos de la iglesia de Santa María de
Huerta, tanto en la cúpula como en los lienzos laterales, y lo mismo en otros, que
se hallan en diversos puntos. Por lo cual lo de la luenga barba es una ficción fan-
tástica. Las dimensiones de sus pies y manos son proporcionadas a su cuerpo.
De las galas con que se vestía nada sabemos; pero podemos presumir que eran
graves, severas y modestas, por cuanto era varón de ánimo tan severo, digno y
virtuoso. En cuanto a la índole, cualidades, grandeza y galas de su elevado es-
píritu, nada añadiremos a lo dicho en el decurso de la Historia.
El cadáver de D. Rodrigo, que debía ser traído a España, fué debidamente em-
balsamado, para preservarlo de la corrupción durante el largo y peligroso itene-
rario, desde las orillas del Ródano hasta su última morada, bajo los ardores de
sol de verano. Los vestidos con que debieron envolverlo son los siguientes, qne
todavía se aprecian sobre su momia. La cubren desde el vientre hasta más abajo
de las rodillas unos calzones de paño tosco y obscuro, y bandas de carmesí suje-
tas a las piernas con cintas del mismo color. Sospecho que es la única vestimenta
de lo que recibió en el acto del embalsamiento, que aun conserva. Lo demás se le
quitó en el momento del sepelio y se le vistió con las prendas siguientes, después
de despojarle de lo que traía en el camino. Sin ropas interiores, ni amito, ni alba
ni roquete, envolvieron al cadáver con una casulla riquísima y amplísima, de tela
oriental; todo lo rodea como un manto con holgados y elegantes plieges. La tela
es de estilo árabe, y pasman la riqueza, el arte y la paciencia empleadas en su fa-
bricación. Después de tantos años se conserva en tal estado que el Marqués de
Cerralbo afirma fundadamente, que no existe un traje tan completo, ni manto tan
rico de aquella edad,que pueda comparársele, ni que pueda el arqueólogo admirar
y estudiar, constituyendo por sí solo una de las mayores curiosidades de la indu-
mentaria. Sobre esta casulla desciende del cuello abajo un palio de lana blanca,
de dos dedos de anchura, adornada con una cruz negra en el punto en que rodea
el cuello, y ambos lados bajan airosamente por los dos costados hasta los pies.
Cubre la cabeza una mitra demasiado pequeña. Calza sandalias de paño negro,
bordadas con un cordoncillo de seda y filamentos de oro. Lleva guantes en la ma-
no, y en el dedo cordial un anillo, que parece ser de oro, pero de escaso valor
artístico, y esculpida en él una cruz de San Juan. Sobre el pecho aparece el perga-
mino famoso de su testamento, en que dispone donde ha de ser sepultado su cuer-
po, según se cree, con letra de su puño, que es hermosa, y pendiente de un alfiler
de metal, que no se oxida. En el sepulcro recostaron los monjes su cabeza sobre
una almohada, de fabricación francesa, con escudos y varias flores de lis. Cerralbo
conjetura que la suntuosa casulla y demás prendas de vestir fueron regaladas por
San Fernando. No veo motivo alguno positivo para esta conjetura. Sospecha tam-
bién que la almohada se la regaló algún Señor de Francia para sostener la cabeza
en el viaje, lo mismo podía haber dicho que se la regaló San Luis, que le estimaba
mucho, pero muy natural es creer que se la compró para el menester del viaje.
D. Rodrigo había sido harto grande y rico Señor para que con sus bienes se le
-395-
pudieran adquirir estas y otras prendas sepulcrales, dignas de sus méritos y pree-
minencias. Aun más, ¿por qué los monjes de Huerta, que tantísimos bienes y beiae-
ficios habían recibido de él, y que tanta honra se les venía con la posesión de sus
santas reliquias, no habían de esmerarse, a costa propia, en vestirle con los más
ricos ornamentos, que podían adquirir.? Exclama Cerralbo, después de relatar la
impresión, que les hizo la vista de las vestiduras de D. Rodrigo, tanto a él como a
los inteligentes acompañantes, que presenciaron la apertura del sepulcro, el 28 de
septiembre de 1907, «iodos afirmamos que constituyen tan rara excepción, como
que no hay en el mundo otro traje completo del siglo XIII que éste, y sobrepasa
en riqueza al célebre manto del mudable y revoltoso infante don Felipe, el quinto
hijo de San Fernando, no engendrándose de éste en aquel ninguna de sus cuali-
dades, ni aprendiendo de su maestro y protector el Arzobispo D. Rodrigo, ninguna
de sus enseñanzas.» (1)
Amortajado el cadáver de D. Rodrigo, dirijamos los ojos a lo único a que su
muerte dio vida, a sus voluntades testamentarias, para conocer la suerte, que han
de tener sus restos mortales y los demás bienes suyos. Dejó tres disposiciones de
carácter testamentario. Se conservan y hemos transcrito íntegramente dos de
ellas. La primera es el escrito de París, en que D. Rodrigo legó al monasterio de
a
Huerta su cuerpo, sin duda con el fin de descansar al lado de su abuela D. San-
cha Gómez, de su tío y maestro, San Martín de Hinojosa y de otros parientes de
línea materna, que habían procurado el engrandecimiento de aquel asilo de santi-
dad, y también para asegurar a aquella casa ciertos derechos, que la posesión de
su cuerpo implicaba. (2) La segunda es la escritura de donación de su librería, en
1235, para después de sus días, al mismo monasterio, según lo referimos a su
tiempo. La tercera disposición testamentaria, que era el testamento formal del Ar-
zobispo, no ha llegado a nuestras manos, después de haber realizado todos los
esfuerzos posibles. Hay sólo las noticias, que siguen, acerca de él, conservadas en
las crónicas de Huerta. Los testamentarios nombrados por el Arzobispo eran don
Gil Sánchez y Busgo, ambos Arcedianos y constantes compañeros de su Prelado
en todos los azares. Ellos, en cumplimiento de lo mandado, entregaron a Huerta
la librería y los ornamentos del difunto; fueron también amigos de aquel cenobio
y costearon la construcción del ala mayor del claustro. A la muerte fueron ente-
rrados en el muro gruesísimo de la iglesia de Huerta, en los años 1256 y 1259 res-
pectivamente, junto con el Deán de Toledo, D. Ruselus, también íntimo del Arzo-
bispo. (3)
No sabemos qué ornamentos de D. Rodrigo entregaron a Huerta. De la Biblio-
teca hay más noticias. Ángel Manrique, que pudo apreciar, siquier parte de lo que
recibió su monasterio, escribe: «Regaló (Rodrigo) su insigne'biblioteca enriquecida
desde los tiernos años con muchos libros que acumuló.» «Se ven en la biblioteca,
que Rodrigo de Toledo, gloria y lumbrera de su siglo, durante su vida, coleccionó
bellamente... ingentes manuscritos, copiados en pergaminos, pues no se había in-
ventado todavía la imprenta, y entre ellos algunas obras de Esteban de Lantgon:
a saber: en el primer tomo «Lommentaria in Genesim, Exodum, Leviticum, Nú-
meros, Deuteronomium, Jossue et Hbri Regum.» En el segundo tomo «Commen-
taria in Esdram, Macabeos, Isaiam, Ecequielem, Jeremiam, Danielem etBaruch.»
En el tercero: «In Paralipomenon, Tobiam, Judit, Esther et Prophetas Mino-
(1) Discurso... 135. (2) Esta clase de legados de su cuerpo era frecuente entonces. Cerralbo cita
dos mas casi de los mismos días que D. Rodrigo, hechos a Huerta. Discurso, p. 286. (3) Cerralbo.
Discurso, p. 207.
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res.» (1) Ese Esteban de Lantgón es aquel gigante Arzobispo de Cantorbery, rigu-
roso coetáneo de D. Rodrigo, muy semejante en su actividad constante, elegido
por Inocencio III para Arzobispo de la mencionada Iglesia, autor del juramento
de la Carta Magna por Juan Sin Tierra, con lo que desagradó al Papa, el cual le
excomulgó, y le citó a Roma en 1216. Se reconcilió sinceramente con el Padre
Santo, y murió el 9 de julio de 1228, después de haber ilustrado a la Iglesia con
sus escritos. Se le atribuye la división de la Biblia en capítulos. Sus comentarios
sobre la Sagrada Escritura debieron ser útiles a D. Rodrigo para su trabajo exe-
gético e histórico de la Biblia.
No hay posibilidad de fijar el tesoro de libros, códices, papeles y manuscritos
propios y ajenos, que Huerta recibió de la testamentaría del Arzobispo D. Rodri-
go; porque ni se ha conservado el inventarío, si alguna vez se formó, ni se han
conservado esas obras, a causa de los trastornos repetidos, que ha padecido el
monasterio de Huerta, y de las bárbaras y vergonzosas expoliaciones y devasta-
ciones, que ha sufrido la monumental biblioteca, en que se guardaban tan inesti-
mables preciosidades. Cerralbo ha intentado dar idea aproximada de esos teso-
ros de ciencia y erudición, que D. Rodrigo legó, y ha formado para ello ingeniosos
raciocinios (2) y al fin ha hecho una lista de algunos de los libros, que existían
allí en la incautación de 1835, y que se consideraban como procedentes de la bi-
blioteca dei Arzobispo. Pero no se puede aceptar esa lista como auténtica. Por
ejemplo: ¿cómo va a figurar entre las obras que poseía D. Rodrigo el Prima pars
Sancti Thomaz, cuando en la fecha que fenecía el sabio navarro, Santo Tomás era
un joven de 20 años? Es muy probable que la mayor parte de las cuarenta y una
obras restantes perteneciesen al Arzobispo; pues son anteriores a él, y se conser-
van manuscritas, con caligrafía de aquella edad; pero no hay dato que lo con-
firme.
Lo que promovió pleito de gran revuelo fué la disposición testamentaria de don
Rodrigo acerca de su cuerpo, siendo de extrañar que en él no figure el Cabildo
de Toledo, que no reclamó para sí las reliquias del constructor de la Catedral y
del más munífico ampliador del número de los capitulares y capellanes de la Igle-
sia primada, además de ser el más espléndido fundador de misas y capellanías.
Debió parecerle terminante la voluntad de su Prelado. Estalló el pleito sobre el
derecho de poseer los restos mortales del Santo Arzobispo entre los dos monas
terios de la misma Orden Císterciense, que más había amado y favorecido el di
funto, Santa María de Huerta y Santa María de Fitero, en Navarra. Ya sabe el
lector que al primero amaba por herencia materna, al segundo por la paterna.
Como heredero del afecto paterno fabricó a los monjes de Fitero el soberbio tem-
plo gótico,'que hoy mismo nos encanta, como heredero del afecto materno enrique-
ció y favoreció sin cesar a los hijos de Huerta, acrecentando así las donaciones
de Pedro Tizón de Cadreita y de Sancha Gómez, que habían sido base principal
de las respectivas fundaciones de ambos cenobios, pero con acrecentamiento tal
que dejó asombrada a la posteridad. Y cosa notable, cuando en la primera vez
se hallaba con temores de muerte en la capital de Francia se acordaba de Huer
ta, para escogerla, para reposo de su cadáver, cuando en Lyón de Francia se le
aproximaba en junio de 1247 el último fin, se preocupaba de las cosas de Fitero y
gestionaba las gracias pontificias para la inauguración de la iglesia, que a su
costa se había erigido, y en esa iglesia había mandado él, que se construyera un
(1) Aúnales. 1213. Cap. 4. n. 12. (2) Véase la lista con otros pormenores en su Discursos... pági-
nas 243-249.
-397-
mausoleo para un Obispo, y al poco terminó su carrera terrestre. Según los reli-
giosos de Fitero aquel mausoleo era para su enterramiento; de donde deducían
que Jiménez de Rada había revocado su testamento de 1201.
No lo entendieron así los familiares, que le acompañaron a Lyón y recibieron
su postrer aliento. Sea que el difunto explícitamente les reiterara su voluntad, o
que consideraran como válido lo escrito, o que no fuera para él la sepultura fabri-
cada en Fitero, los familiares condujeron los restos del Arzobispo al monasterio
de Huerta. Disgustados los cistercienses reclamaron el cuerpo, diciendo, según es-
cribe La Fuente «que D. Rodrigo tenía estipulado con ellos enterrarse en su mo-
nasterio, por ser navarro y nieto de D. Pedro Tizón, amigo de San Raimundo y
»gran bienhechor del monasterio.» «Y cuando se les argüía con el testamento,
yque sobre su pecho tenía el cadáver, lo redargüían de falsedad, añadiendo que
»lo habían fingido.sus criados, partidarios de los de Huerta.» (1) Estas y otras
cosas las recoge el erudito historiador, de un Códice antiguo de Fitero, que ya an-
tes habían visto algunos analistas navarros, como Moret y Mesón. (2) Sin embar-
go es imposible determinar de qué documentos datan, y qué peripecias tuvo la dis-
cusión. Lo cierto es que fué estéril, y el sagrado cuerpo de D. Rodrigo quedó defi-
nitivamente en poder de los monjes de Huerta, como gran joya de aquel monaste.
rio para los tiempos venideros, y hoy es su más rico y famoso ornamento, ya por
la honra y celebridad que le da en el mundo ya por el ambiente de veneración con
que lo envuelve.
En efecto, D. Rodrigo murió en olor de santidad, y como reliquias santas se ve-
neraron sus restos mortales desde el principio; como a santo lo honraron los
monjes de Huerta, y como a santo poderoso los fieles le pidieron favores y mila-
gros. Cuenta el sabio y famoso P. Luis de Estrada, honra del siglo de oro de Es-
paña, que en el encabezamiento del elogio latino, que estaba escrito en el perga-
mino vetusto clavado en una tabla, que está colgada sobre el sepulcro del Arzo-
bispo, estaba D. Rodrigo representado por los monjes con atributos de santo. Di-
ce así: «Y tiene (el pergamino) en la parte superior pintado de iluminación al Ar-
zobispo y a los lados unos Angeles, que lo llevan al cielo, como suelen pintar la
Asunptión de nuestra Señora; y están escriptos dos versos de una parte y otra,
que dicen de esta manera:
Angelicis manibus ad sidera tollitur iste;
Cceli numinibus sociandus. Laus tibí Christe.
(Es llevado éste a los astros por manos angélicas:
Para ser asociado a los habitantes del cielo. Loado seas, oh Cristo.)
De los cuales versos y de otras letras, que aquí dexo la antigüedad, se puede
bien colegir en cuánta reputación de santidad debía estar este Señor; pues los
santos en el principio de la orden públicamente lo apregonan por tan santo.» (3)
Esto nos atestigua la opinión y sentimiento tradicionales y perpetuos de los cis-
tercienses de Huerta, desde que en su iglesia recibieron el cadáver de D. Rodrigo,
y refleja el P. Estrada ese sentir, que todavía perduraba en sus días, llamando a
ese cadáver en todo su escrito (del que son las frases anteriores) «cuerpo santo
del Arzobispo.» Y la noticia breve en castellano, que el mismo Padre puso en otra
tabla para mayor difusión de las grandezas del mismo Prelado, comienza así:
«Aquí yace sepultado el Santo Arzobispo Don Rodrigo Ximénez, de la muy clara
sangre de Navarra, y muy esclarecido en letras, gobierno y santidad... Finalmente
(1) Bol. de la R. A. de Hlst. Aflo 1885. P. 365 adelan. (2) Anales deNavarra. Lib. 21. C. 2 y3 y no-
tas en el Apéndice a ese Libro. (3) Relación de vida de D. Rodrigo Ximénez... (Elogio. Ap. XVIII.)
-398-
la santidad deste varón de Dios se colige de las grandes jornadas, que hizo en
servicio de la Iglesia Romana, del celo de Dios con que hablaba en diversas len-
guas en los concilios de su siglo y predicando la palabra de Dios, cuando se ofre-
cía necesidad, y de limosnas largas, que hizo en el Arzobispado, desposeyéndose
de su plata y halhajas en los tiempos de hambre para socorrer a los pobres. Tam-
bién pareció tener espíritu de profecía, quando prometió vida y victoria dos veces
al Rey Don Alonso al tiempo que viendo el Rey que desmayava y se relirava a
una parte del exército catholico en la guerra de las Navas de Tolosa, le dixo: mu-
ramos aquí yo y vos en este día, Arzobispo, por la gloria de Dios. A las quales
palabras respondió el Santo Arzobispo prophetizando la victoria: no moriréis por
cierto, Señor, mas venceréis a vuestros enemigos sin ninguna dubda, como sucedió
a la letra. La santidad de este Señor se infiere también de la reputación en que ha
estado siempre su sepulcho; porqne las Escripturas authorizadas antiguas de esta
Santa casa, allende de lo que avernos visto en nuestros siglos, afirman queste
cuerpo deste bendito Señor ha sido tenido por Sancto desde la antigüedad, y que
los enfermos sanaban al tocamiento deste sepulchro, y para remedio de los afligi
dos se lleva la tierra de él, y por esta causa su vulto y figura está tan mal trasla-
dada de fuera. Pero dentro está el cuerpo del bendito Pontífice todo entero hasta
el dia de hoy, vestido con su rico pontifical, mitra, guaníes y anillos con una piedra
que parece ser rubí, y el palio del Arzobispo está prendido en su pecho con una
aguja de plata grande, en la cual está engastada otra piedra preciosa, y las san-
dalias están bordadas con aljófar y su cabeza está llena canas en toda la corona
reclinada sobre almohada, bordada de Castillos y Leones y la casulla, que tiene
encima está toda llena de castillos de oro, y de la misma forma y figura questa
figurado el vulto en la delantera de este sepulchro de piedra... cuya anima enten-
demos que goza de Dios por las causas dichas y por el testimonio gravísimo que
vieron los Padres antiguos de la santidad de este Señor, como parece mas claro
en los versos escriptos en la pared en su loor, y en una tabla de antigüedad y en
la pared, de más de trescientos años en esta capilla de esta Sancta Casa de nues-
tra Señora de Huerta, donde es celebre y de inmortal memoria para siempre el
día señalado en que este Señor pasó a la inmortalidad bienventurada, después de
tan ilustres hazañas, que fué a diez de junio del año de mil y doscientos y quaren-
ta y siete.» (1)
—399—
Nec dabunt, quamvis redeant
In aurum témpora priscum. (1)
Sin embargo no resplandecen en su frente tantas estrellas de grandeza como en
la de Jiménez de Rada, debiéndose conceder sólo que se destacó más en la políti-
ca...! ¡Qué mal se le ha premiado! [Cuánto peor aún se han estudiado sus hechos!
¿Qué pasaba entre tanto en la Sede vacante de Toledo? Acerca de lo que la Dió-
cesis sintió y lo que hizo la ciudad de Toledo no hay noticia alguna. Sin duda se
lloró mucho la muerte del varón santo y grande, que durante cuarenta años había
engrandecido tanto a la Sede, a la ciudad y a Castilla. No se dice qué honores ni
qué exequias le tributaron. El único rastro de obsequios espirituales que hallo es
que el Arcediano de Toledo, Beltrán, legó una gran finca al monasterio de Huerta
en bien, «del alma del Arzobispo D. Rodrigo, que Dios perdone.» (2) No se sabe
en qué tiempo fijo lo dejó.
Por su lado el populacho pobre se regocijó, invadiendo el palacio arzobispal,
vacío de su prelado, para saquearlo de todos los bienes privados del difunto, co-
mo ya era viciosa costumbre en las vacantes de la Silla de Toledo. Alfonso el Sa-
bio la reprobó, en tiempo de Sancho, hermano suyo, discípulo y sucesor de D. Ro-
drigo en el Arzobispado, diciendo, que prohibía a los toledanos que continua-
sen practicándola.
El Cabildo toledano trabajaba en la elección del sucesor de D. Rodrigo por
el otoño de 1247, y antes de fines del año se había decidido en favor del Car-
denal Gil de Torres, del título de San Cosme y San Damián, pidiendo al Papa pa-
ra que confirmase su elección. Era el Cardenal un sujeto de fama, de muchos mé-
ritos y excelentes prendas pontificales, lo cual indica que los capitulares de Toledo
quisieron confiar la Sede primada a un varón, que dignamente sucediese a Jiménez
de Rada. Ya hemos visto cómo Inocencio IV no accedió, dirigiendo medía doce-
na de cartas, para explicar su negatiga al Cabildo, a los Reyes castellanos, a la
ciudad de Toledo, al Deán y a algunos cabildantes particulares. Por cierto que la
petición era excesiva, contraria a los costumbres de la época. Porque entonces no
se consentía que los Cardenales residiesen fijamente en determinada Iglesia, fuera
de Roma. Bastante después se introdujo la práctica de nombrar Cardenales a Obis-
pos, que tuviesen Diócesis propias, con residencia. Así se explica que hombres de
tanto mérito, como D. Rodrigo, no perteneciesen al Colegio Cardenalicio; yerran
por eso los que le llaman Cardenal. (3) Los Cardenales eran en aquel tiempo prin-
cipalmente eclesiásticos, alas órdenes del Sumo Pontífice, para que desempeñasen
los cargos de la Curia pontificia y para que ejerciesen diversas misiones de im-
portancia en las cortes de los príncipes, en las legacías por cruzadas y en otros
asuntos granados de observancia de la disciplina eclesiástica. Precisamente du-
rante el pontificado de D. Rodrigo fueron nombrados los tres primeros Cardena-
les de España. El primero D. Pelayo, del Reino de León, Obispo titular de Alba-
no, que recibió el encargo de presidir como Legado de Honorio III, en 1218, la
cruzada de Oriente, que fracasó ante Damieta. Vuelto a León, se ilustró en la re-
forma del Cabildo legionense; murió el 11 de mayo de 1240. El segundo fué el ci-
tado Gil de Torres, castellano, que sirvió a la Iglesia universal, cumpliendo los
encargos de resolver negocios de muchas Sedes y Catedrales de España: murió en
1254. El tercero fué San Ramón Nonat, catalán, procurador de los Mercedarios en
(I) Bibliotheca Nova. II. p. 388. (2) Lib. Prív. EccI. Tol. II. Fol. 64. (3) Es frecuente en los au-
tores que a D. Rodrigo llamen Cardenal.
-400-
Roma, que fué el que primero glorificó la púrpura Cardenalicia con los rayos de la
santidad. Murió el 31 de agosto de 1240.
E i sucesor de D. Rodrigo fué Juan de Medina de Pomar, sobrino del Cardenal
Torres, y canónigo de Toledo, que apenas rigió un año entero su Arzobispo;
porque a fines de 1248 ocupaba, por muerte suya, la Sede primada D. Gutierre de
Córdoba, que como electo de Toledo bendijo la Catedral toledana el 23 de diciem-
bre de ese año; el 6 de enero del siguiente le confirmó el Papa. D. Gutierre era
amigo de D. Rodrigo, quien le confirmó en la Silla de Córdoba, fué uno de los hé-
roes en la conquista de Sevilla, y murió a poco de tomar el gobierno del Arzopis-
pado de Toledo. Le sucedió el Infante D. Sancho, hijo de San Fernando y discípulo
de don Rodrigo, por nombramiento del Papa Inocencio IV, que debió acceder a la
presión de la Corte castellana, para que consintiese en el funesto mal de hacerle
administrador perpetuo de la Iglesia primada, sin estar ordenado in sacris. Como
se ve, la Sede de Toledo no tuvo suerte en los inmediatos sucesores de D. Rodrigo
Jiménez de Rada, cuya falta por lo tanto se hizo sentir enormemente en el Reino
y en la,Iglesia de Castilla. Como no existen noticias de lo que San Fernando y su
Corte sintieron e hicieron, sin perder tiempo en suposiciones de cierto muy lógi-
cas, pasaré a tejer la originalísima e interesante historia postuma de D. Rodrigo.
E l Abad que recibió el cadáver de D. Rodrigo en Huerta fué Pedro, tercero de
ese nombre, quien, para honrar al incomparable amigo del monasterio, dispuso
que se le enterrara en el altar mayor, por el lado del Evangelio, en una hornacina
de la pared, abierta a poca altura del suelo; y mandó fabricar encima una muy
suntuosa sepultura de piedra sobre cuatro leones. Sobre la lápida sepulcral están
excelentemente dibujadas y labradas las majestuosas vestiduras del Arzobispo!
tal como le cubren en el interior, con una reproducción exacta de la postura del
cadáver y de los pliegues y vuelos de la amplísima casulla, junto con la mitra y
las sandalias. Exactamente están talladas las prendas que hay en el interior.
Prueba de que el escultor estaba perfectamente enterado, y de que vio el cadáver
al ser enterrado. Entre el sepulcro y la tapa de piedra, en la misma juntura, escri-
bieron los monjes, antes de cerrarlo, con letras de oro, estas palabras, que el Pa-
dre Estrada vio, cuando por primera vez fué abierto, después de tres siglos, en
1511: «Hic jacet Dominus Rodericus, felicis recordaíionis Archieps. Toletanus.»
Como dice, esa letra se deshizo cuando se abrió el sepulcro con las palancas. (1)
Escribióse sobre el sepulcro este epitafio.
-401-
Escorial, escrito en papel, de letra, según parece, del siglo XIV, que tiene este
título. «Prologus in Crónica, quam Magister Roderícus, toletanus Archiepiscopus
composuit, rogatus a Domino Ferrando, Rege Castellae.»
Mas yo no opino así. Ese es el epitafio sepulcral primero, al que añadió un en-
comio más extenso el monje Ricardo, autor de esos versos, como lo fué del elogio
largo de San Martín de Finojosa, que se halla encima de su sepulcro, abier-
to en la parte de la epístola, frente a la tumba de D. Rodrigo. E l trozo, que co-
mienza con el verso Fontibus Bononiae potatus, parece ser continuación amplia-
toria del breve y substancioso epitafio, que acabo de copiar, y que se halla escri-
to con tinta negra y letra primitiva en la misma pared. En cambio el epitafio lar-
gozque amplifica el primero, está escrito en un pergamino pegado en una tabla,
la cual está colgada debajo de la inscripción parietal y encima del sepulcro. Si
no fuera continuación daría notas especiales declaratorias del que está en el se-
pulcro. Como dijimos, antes de Fontibus está en la tabla el dístico arriba copiado:
Angelieis manibus
Sobre el dístico se halla la imagen nimbada de gloria del Santo Prelado. E l Pa-
dre Estrada advierte sobre la antigüedad de ese trozo de Ricardo, escrito en la ta-
bla, que «ha durado hasta nuestros días tres siglos; y de la manera que yo he re-
parado a ella misma, sin mudar letra ni pergamino, podría durar otros cuatrocien-
tos años.» (1) E l copista citado por Rodríguez de Castro, que en el siglo catorce
trasladó también ese trozo, junto con el que ya he transcrito arriba, (en el Prolo-
gus in Crónica...) observa que se lee así en el original del sepulcro. (Ita legitur in
archetypo.) En fin en la tabla mencionada puso el P. Estrada, al reparar lo es-
critoras noticias, que había encontrado en las crónicas de la casa, sobre el monje
Ricardo, en estos términos: «Ricardo, monje de este Real e imperial monasterio de
Huerta, hijo del mismo, que vivió en el mismo siglo con el ilustrísimo, venerable
y'lverdaderamente santo, D. Rodrigo Jiménez de Rada^púmzro Obispo de Osma,
después Arzobispo de Toledo y Primado de las Españas, lumbrera singular de to-
da España, compuso el siguiente poema leonino encomiástico y obsequio de la
memoria del Ilustrísimo Señor.» (2)
He aquí la composición métrica arriba mencionada.
Fontibus Bononiae potatus philosophiae,
Primus Hispaniae, patrum pater, arca sophice,
Flos sanctorum, jacet hic prcesul Rodericus,
üt rosa; flos ñorum redolens et valde pudicus,
Pontifícum norma, lux cleri, laus populorum,
Iste fuit forma virtutum, mors vitiorum:
Cultor justitice, patrice pax, dux probitatis,
Schola pudicitiw, via furis, vas bonitatis;
Dapsilis in mensis, vita sacer, absque querelis,
Palmis extensis mittebat muñera ccelis.
Doctor prceclarus, linguae splendore serenus,
Prudens et gnarus, ccelesti dogmate plenus,
Largus pauperibus, tribuens pía muneraldignis,
Prodigus hospitibus, adimens sua dona malignis:
Sic annis multis Toleti Sede sedebat.
Gentibus incultis Vitalia verba serehat.
Prsedicat, erudit, arguit, allicit, arcet et viget
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Corripií, obsecrat, instruit, increpat ut mala:
Summum Pontiñcem Lugduno praesul adivit,
Hispaniam rediens, affaíu percekbrato,
Ad Rhodanum veniens; requievit fine beato,
In Rhodano moritur, et mcrtuus hic tumulatur:
Hic corpus tegitur, sed spiritus astra rima tur.
Annus millesimus bis centum sextus et unus
Et quadragenus dedit hoc venerabile funus.
Idus bis bino junii migravit Rodericus.
Nutu divino, felix hortensis amicus.
Frater Ricardits, bona sectans, ad mala tardus,
Hazc prompsit metra: cui detur sors sempiterna.
Con estas inscripciones y en esta forma legaron a la posteridad los cistercien-
ses de Huerta el mausoleo de D. Rodrigo; y además enterraron junto a él cuatro
caballeros navarros, parientes suyos, que habían donado al monasterio 4.000 mor-
bíes, gran cantidad para entonces, con que el cenobio compró en 1269 la hacienda
de Esteras. (1) Dice de ellos González Dávila: «También yacen cerca de la misma
sepultura cuatro caballeros ricos hombres de Navarra, D. Tello García, Mudarra
Gonzalo, Rodrigo Gonzalo e Ximen Gonzalo, que fueron de la mesnada del Arzo.
bispo.» (2)
Ahora vamos a relatar la parte verdaderamente nueva y curiosa de la historia
postuma del Arzobispo, o mejor, de su sagrado cuerpo, que ha llegado hasta nos-
otros incorrupto, a pesar de que tanto se ha hecho desde el siglo XVI, para que
penetrara en él la corrupción, después que entonces con admiración universal y
piísima se le encontró en ese estado. Pues no se halla noticia alguna de que ja-
más se abriera el sepulcro de D. Rodrigo hasta el expresado siglo.
Cuenta el célebre P. Estrada, que siendo él niño, y gobernando la abadía de
Huerta Fray Bartolomé Enríquez, sobrino del Almirante de Castilla, «quisieron
poner duda los canónigos de Toledo en si estaba aquí este cuerpo sancto o no.»
(3) No satisface la duda para pedir que se abriese el sepulcro. Más fundado pare-
ce lo que Cerralbo sospecha, que Cisneros, entonces Arzobispo de Toledo, gran
admirador de Jiménez de Rada, como se ha visto, tiavo el intento de trasladar a la
catedral de Toledo los restos de su fundador. (4) E l . hecho es, que una comisión
del Cabildo de Toledo pasó a Huerta a solicitar que se abriese la sepultura del
Arzobispo, para cerciorarse de que allí estaban los restos mortales de aquel per-
sonaje. E l predícho Abad condescendió, y por primera vez se abrió el sepulcro, y
los testigos pudieron asombrarse al ver incorrupto el cadáver; pero el P. Estrada
no da noticias de cómo lo hallaron, sino sólo sí, cómo se descubrió en la juntura
de la losa sepulcral, en letras de oro, el Hic jacet, que hemos copiado. Esto pasaba
hacia el año 1511, en que el sobrino del Almirante de Castilla era Abad de Huerta.
El monasterio de Huerta y el alma del P. Estrada se poblaron de santa y ávida
curiosidad de contemplar otra vez las imponentes y venerables facciones de don
Rodrigo, y por eso el niño Estrada, después de 22 años de estudios en la Univer-
sidad de Alcalá de Henares, como alumno brillante y catedrático insuperable, al
llegar a sentarse varias veces en el sillón abacial, volvió a levantar la losa del se-
pulcro, para satisfacer sus ansias y las de sus monjes, en 1558, con ocasión de
abrir el de San Martin de Hinojosa. Enumera el Padre todas las prendas con que
(1) Cerralbo. (2) Teatro fice/, de Sigüenza. Cap. 7. (3) Elogio... P. 97. 1,4) Discursos... P. 140.
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está vestido el cuerpo, y que ya conocemos. Del mismo cuerpo lo único que dice
es, que está «todo entero hasta el día de hoy» «y su cabeza está llena de canas.»
No pareció bien a la autoridad eclesiástica que reliquia tan extraordinaria se
anduviese así, al capricho de la devota curiosidad particular, expuesta a despojos
piadosos y poniendo en peligro de corrupción sus vestidos y también las mismas
reliquias, con tanto movimiento y contacto del aire; por lo que se prohibió se
abriese más. Pues añade el P. Estrada «el cual sepulcro no se permite ya abrir,
porque a título de devoción diversos Señores pretendían despojar de su lustre y
entereza este cuerpo sancto.» (1) Esto prueba que hubo intentos de hurtos devotos
para poseer y venerar como reliquias sagradas las prendas y partes 'del cuerpo
del Arzobispo.
No obstante esta prohibición, por tercera vez se abrió el sepulcro seis años des-
pués, como consta por el papel con versos, que apareció debajo de la momia en
1660. Decía el papel.
«Aquí yace un varón ilustre en fama,
En obras Santo, Justo y glorioso,
De Toledo fué Arzobispo poderoso,
De nombre D. Rodrigo el vulgo llama.
Anno 1564. Ora pro peccato istius hominis.
Julii die 8.» (2)
Vemos que en 1600 se abrió otra vez el sepulcro, no por curiosidad, sino por
trasladarle a otro sepulcro más lujoso, costeado por el Duque de Medinaceli, a la
vez que el cuerpo del tío de Rodrigo, San Martín, del que había escasísimos restos.
En cambio D. Rodrigo muy entero en todo, como consta minuciosamente en el
acta notarial, que se levantó, ya publicada por Cerralbo. (3) He aquí lo que dice
del alfiler que cerraba el testamento de D. Rodrigo, en ocho renglones y medio:
«Encima del dicho cuerpo se halló un papel, que estaba cerrado con un alfiler de
oro, en que había una piedra azul... y por arriba pareció dicho alfiler estar quebra-
do, y quitado el alfiler, se abrió dicho papel, y dentro se halló un pergamino, en
que estaba un granate colorado, oscuro, grande, guarnecido de oro.»
Por sexta vez se abrió en 1798 por complacer la devoción del Arzobispo de Va-
lencia, D. Francisco Julián y Tuero, gran admirador de D. Rodrigo. Otra vez lo
hicieron en 1865 los ingenieros constructores del ferrocarril de Madrid a Zaragoza,
y el ingeniero alemán Gregorio Helzel compuso una memoria de ello, y la publicó
Vicente de la Fuente en el tomo sexto del Boletín de la Academia de Historia.
Siguió a esto un período de abusivas y frecuentes visitas con gran perjuicio del
santo cadáver; y por disposición de las dos Academias de la Historia y de Bellas
Artes de Madrid, oficialmente visitó de nuevo Vicente de la Fuente"en 1876 el fa-
moso sepulcro, y se levantó de esta inspección una acta de la que copiaré lo más
interesante, que se leerá con gusto. Dice:
«Alzada la plancha de cinc y un sudario, amarillento por el tiempo, se descubrió
la momia en la forma siguiente.... E l cadáver del Arzobispo no yace boca arriba....
Aquel rostro no presenta ya a penas forma humana, sino solamente una masa ce-
nicienta, como de piedra pómez, sin pelo ni cejas, con unas pocas perceptibles
hendiduras, que indican las cabidades de. boca y ojos (4) Tiene puesta una mitra
pequeña de tela blanca, con un galón sencillo, al parecer de seda morada, con
(1) Elogio... P. 102. (2)^ ftsairaos.. P. 351. (3) Discursos. P. 348 y sig. (4) Las fotografías de
Cerralbo'.sacadas en 1907 prueban'que es Vxageradá'esta descripcióifde lá'depresiórj "de las* formas de
D. Rodrigo.
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dos pequeñas florecitas... La mitra está arrugada, por no caber de otro modo en
el sarcófago, y que no se tomaron'las dimensiones, ni se dibujó, por no menear o
remover la venerable cabeza en el estado de descomposición, que ya presenta;
pero desde luego se ve que la mitra es la mitad más pequeña que la que actual-
mente usan los Prelados, y de hechura achatada y bien conocida de las de aquella
época. E l cadáver está 'amorta jado^muy lijeramente y sin [ropas interiores, sin
alba, sin amito, ni roquete. E l vientre, muslos y rodillas están cubiertos con unos
calzones de paño negruzco y tosco, y las piernas con unas bandas de tela carmesí,
sujetas con cintas del mismo color. Las sandalias de paño negro, bordadas lijera-
mente con un cordoncillo de seda y muy pocos filamentos de oro, están suspen-
didas de las suelas de corcho, sujetas con lijeras estaquillas de caña. Por entre
las suelas y paño de las sandalias aparecen los dedos de color amoratado, con
las uñas, como también las manos, que se descubren al través de guaníes apoli-
llados. En el índice de la mano derecha tiene un solo anillo, pequeño, al parecer
de oro, y muy sencillo, con una cruz de la Orden de San Juan, toscamente perfi-
lada. En el pecho tiene fijo con un alfiler, al parecer de oro, el pergamino llamado
Testamento, de siete centímetros de largo por cinco de ancho.... En el reverso dice,
de distinta letra más diminuta y moderna: Rodericus Semeni. Lo mismo las pier-
nas que los dedos de los pies y manos se hallan endurecidas. La grande y amplia
casulla de tela oriental cubre completamente el cadáver con sus anchos pliegues
en la forma, que se ve representado en la cubierta del sepulcro antiguo, que se
conserva a los pies de la iglesia, con la estatua yacente del Arzobispo.... E l palio
metropolitano consiste en una tira larga y estrecha de lana blanca, de unos dos
dedos de anchura, con una sola cruz negra en el parage, en que se une a la parte,
que rodea el cuello; dicha faja, o tira, desciende hasta los pies, tal, cual se ve en
la dicha lápida sepulcral, ya más deteriorada. Ni el cadáver, ni su efigie pectoral
tienen pectoral ni báculo... La hechura de la mitra parece a la que tiene en la losa
sepulcral.» (1)
Recogidas estas noticias y ofrecido el homenaje de veneración al sagrado tesoro,
ya anochecido, se cerró el sepulcro con una rapidez tal, que degeneró en precipi-
tación, por la falta de tiempo. Esta precipitación suscitó en el pecho de Cerralbo
la inextinguible carcoma de temores de que la lápida de la urna no se había
acaso ajustado hermética y sólidamente a la boca de la sepultura, quedándose en
peligro de que estuviesen las reliquias en contacto con el aire por algún resquicio.
Más aun, quería Cerralbo hacer un examen más detenido, y como él escribe, «to-
mar características y comprobadoras fotografías del admirable personaje y sus
espléndidas vestiduras,con todo lo cual se sirviese a los estudios históricos y a las
observaciones de la arqueología, y sobre todo a la gloría de aquel hombre extra-
ordinario, que, fuera de los tronos, personifica y representa los eslabones maravi-
llosos con que se enlaza el tradicional heroico siglo doce a las grandezas e inno-
vaciones del trece.» (2) Con estos sentimientos contagió al alma noble del sabio
Obispo e historiador, el ilustre Fray Toribio Minguella y Arnedo, que en 1907 re-
gía la Sede de Sigiienza, y con facilidad le indujo, a que en su presencia se vol-
viese a descubrir una vez más el sagrado cuerpo del grande e inolvidable navarro,
destinado a no gozar reposo, al cabo de setecientos años después de su muerte,
para pregonar de siglo en siglo la inmensa actividad de su vida, sus hazañas in-
mortales, sus virtudes sublimes, la superioridad sin par de su grandeza, glorificada
por Dios, suspendiendo las leyes de la naturaleza. Porque tantas visitas de su se-
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pulcro y tantos escrutinios de su cuerpo, exponiéndolo tantas veces a la acción de
la atmósfera, hubieran debido producir la total descomposición y pulverización
de todos aquellos restos heroicos, a no mediar la acción misteriosamente preser-
vadora de una providencia especial de Dios.
Como ios datos aportados en esta postrera visita en parte son nuevos'y a la vez
señalan lo que ha hecho el tiempo, en el, transcurso de esos 21 años, y prueban
también cuánto dañan a esos restos mortales las reiteradas visitas de los curiosos,
transcribiré aquellos trozos íntegros, que merecen leerse.
«Era pues el día 28 de septiembre de 1907, domingo, y después de un solemne
acto religioso, que celebró de pontifical el Excmo. el limo. Sr. Obispo de Sigüenza
asistido por su Secretario de Cámara, el docto y respetable Sr. D. Ambrosio
Mamblona, dignidad de Chantre de aquella Catedral, y por los dignísimos presbí-
teros D. Justo Juberías.. y D. Pedro Peralta... con asistencia de las autoridades,
Guardia civil y todo el vecindario, armados los fuertes andamios, que son precisos
para subir los sarcófagos, y que aquellos resistan al gran peso de las altas mar-
móreas tapas, que sobre ellos habían de correrse, y con la llave que trajo y guar-
da el Sr. Obispo, abriéronse los dobles candados, que cierran las verjas de hierro,
tras de los cuales, ya dijimos, están depositados los dos sarcófagos, conteniendo
el cadáver momificado del Arzobispo D. Rodrigo y los ya escasos restos de San
Martín de Fínojosa, aquel muerto en 1247, y éste en 1213. Corridas las laudas,.no
sin gran trabajo, y extraídos los ataúdes, pudimos contemplarlos.
En cajas de plomo, cuyos ángulos están ya medio desoldados y alzada la tapa,
sobre la que aparece grabada con punzón la inscripción siguiente: «29 de febrero
de 1660 se puso aquí el cuerpo del Arzobispo D. R. Ximenez» apareció envuelto
en amplísimo y grueso sudario de algodón y lino, como el fusíián de la edad me-
dia, pero cuyo antiguo color blanco tiñeron los siglos con el polvoriento del de la
Siena.
Desdoblados los múltiples pliegues, quedó al descubierto la venerable e impo-
nente figura de aquel Santo, de aquel héroe, de aquel gran español, y caímos de
rodillas, como si por sus relevantes virtudes le viéramos erguido en un altar,
como si le admiráramos y le vimos como hoy en día; reclinada la cabeza sobre
el hombro derecho, que parece que lo levanta hasta el oído "¡a mano izquierda,
cual si apenado por las desgracias de la patria, aspirase a oir repalpitar su cora-
zón con todos sus peculiares y regeneradores ardimientos; tiene los cerrados
(Siguen reflexiones de objetos, que ya están descritos antes.)
Desde hace treinta años, que contemplé por primera vez esta impresionante fi-
gura, hasta hoy, se manifiesta bastante alterada; pues todo lo carcomido del ros-
tro era tersura, y sólo en la nariz se veía, y se vio siempre, alguna falta, sin duda
el contacto del aire, y más que todo las fervorosas muchedumbres, que al verlo,
tocáronle, han influido en la relativa descomposición, pero se apreciará por la
fototipia cómo aún se conserva más que admirablemente para tantos cambios, que
se le impusieron.... pero con solo contemplar su enjuto rostro, aquellas nobles
líneas, y recordar su historia, se convence uno de que ha sido preservado de la
destrucción, porque aquel mermado físico vivió solamente del espíritu, y éste ha
embalsamado el cuerpo, corriendo por las venas los aromas de la virtud, afirman-
do las carnes con las estatuarias modelaciones de la sublimidad y dando a los
huesos el temple del férreo arnés del heroísmo.» (1)
Según era alto deber, por evitar la aceleración mayor de la corrupción y el des-
(1) Ib. p. 144-147. Léa,,e allí mismo la notable noticia de los vestidos. 148-163.
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moronamiento del venerando tesoro,y por el respeto que inspiraba,no se movió la
momia; pero Cerralbo sacó fotografías del aspecto general, y además de las ma-
nos y de los pies en particular, y estudió con detención las preciosas vestiduras,
de las cuales hace el asombrado procer una larga descripción, que merece leerse,
diciendo así su causa: «Pues si es bien natural rendirse en éxtasis de admiración
ante personaje de tan excelsa historia, no es fácil callar ante el encanto producido
por aquellas vestiduras, qne atestiguan el sublime arte a que se llegó en Espa-
ña.» (1) Terminó el reconocimiento, tributando toda aquella grande muchedumbre
honores de santo al sagrado cadáver. Desfilaron todos adorando de rodillas con
ósculo de veneración la mano o el pie, suyugados por la consideración de las virtu-
des del santo Arzobispo, y aspirando el perfume de olor de santidad, que perdura
al través de los siglos en aquel recinto sagrado por la presencia de aquellas mara-
villosas reliquias. Ojalá que no sean turbadas otra vez por la curiosidad humana,
y sí glorificadas por el fallo de la Iglesia, que proclame la santidad del grande
varón, D. Rodrigo Jiménez de Rada.
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APÉNDICE
(1) Como ya es costumbre corriente en las modernas Colecciones de Bularlos y exige además el
volumen de este libro, suprimo todas las fórmulas comunes, que no pertenecen a la substancia de ca-
da bula. Por dar uniformidad ortográfica a todas las piezas pontificias, que yo he encontrado diver-
samente escritas, pues unas las recojo directamente de los Archivos y otras les copio de diferentes au-
tores, que han seguido distintos métodos en la impresión de las bulas, he preferido imprimirlas ajus-
fándolas a la ortografía moderna. Sólo he conservado la e sencilla para la expresión de los diptongos,
por razones particulares.
-411-
mittendam, a vinculo, quo Ecclesic Oxomensi tenebatur astríctus, reddentes ípsum
penitus absolutum. Linde ipsi per nostra scripta precipiendo mandamus, ut ad re-
gimem Ecclesic Toletane accederé non postponat, ab aliquo vestrum, opportu-
iio tempore in presbyterum ordinandus. Quocirca presentium vobis auctoritate
mandamus, quatenus eidem Electo Ecclesie Toletane íntendatis de cetero humili-
ter et devote. Datum Lateraní, tertio. Kalendas martíi, Pontificatus nostrí anno
duodécimo. (27. Feb. 1209.)
Loperráez.'/Tom.IIII. Documento 36. Se;halla original.'en el Archivo de la Catedral de Toledo.
"""3.—Comisión a D. Rodrigo 'sobre el Obispo de Sigüenza. Episcopo Seguníino.
Olim nobis per tuas litteras indicasti, quod, cum, te presente, Archipresbyter quí-
dam missam in sua ecclesia celebraret et populi multitudo ín chorum canonicorum
et usque ad altare se íngereret importune, tu diligeníer monuistí ministros, ut íur-
bam irruentem arcerent, quatenus sic divina possent liberius officia celebran. Qui-
bus id efficere non valentibus, exisíimans, quod, super hoc tibi majorem reveren-
tiam exhíberení, populum arcere, accepto báculo, íncepisti, quosdam impellens,
quosdam percutíens leviter, quosdam terrens, ut sic saltem opportunitas prebere-
tur sacris officiís. Alii siquidem percuíiebant cum baculis, populum repeliendo, inter
quos juvenis quídam in capíte dicitur fuisse percussus; qui postea, post mensem
sanus apparens, et índifferenter utens cíbis et potibus universis, ad lapides feren-
dos, et calcem, in díebus maji, prouí sibi expediebat, locavit operas suas, ad ví-
neas fodiendas, intrans nihílominus balneas et tabernas. Post írícesímum vero
diem, ad suggestionem quorumdam, te quídem inscio, et ignaro, quídam medicus
imperitus et senex, carnem capitis ejus et testam secuit indiscrete, licet nullum sig-
num percussionis in capite appareret,quem in sectione illa, quatuor supervenientes
medici erravisse, dixerunt, asserentes hujus modi sectíonem inducere causam mortis.
Juvenis autera, quarta decima die post sectionem eamdem, diem clausit extremara.
Post cujus obitum in populo rumor insonuií,quod ex percussione tua mortuus fuerat
homo ille.Que quidem infamia,sicut firmiter pereasdem litteras íntimasti,apernonis
vilíbus,emulis,atque malevolis dignoscitur initium habuisse. Unde humilitntis cau-
sa,licet tua te conscíentia minime reprehenderé!, absíinendum duxisti a celebratio-
ne missarum, doñee super hoc nostre reciperes beneplacitum voluntatis.Nos aníem
dilecto filio Toletano Electo, nostris dedimus litíeris in mandatis, ut inquireret su-
per hoc diligentissime veritatem, et si ei de premíssis constaret, tibí daret licen-
tiam cum timore Dei divina officia celebrandí: injungens etiam, ut de cetero stu-
diosius vacares operibus pietatis, pro eo quidem, qjod verbum Apostolí minus
provide observasti, dicentis: Opportet Bpiscopum esse non percussorem; cum etsi
non illum, alíos tamen leviter percussise dicaris, ex quo rumor hujusmodi est su-
bortus: oblocutores insuper et infamatores tuos, ut ab hujusmodi presumptione
desisterent, monitione premissa, per censuram ecelesiastieam, appellatione remo-
ta, compellere non differret. Prefatus vero Electus, sicut ex litteris ejus accepimus,
nostris volens obedíre mandatis, accésit ad Ecclesiam Seguntinam, et ab ómnibus
canonícis, quos íbidem ínvenit, amicis et inimicis tuis, juramento exigens, ab uno-
quoque super predicto facto rei veritatem diligentissime inquisivit: et que díxerant
ín scriptis redigens, licet jurisperiti, eí quidam Episcopí ei consulerent, ut tibí li-
centiam concederet celebrandi, quia tamen ei consultius visum fuit, ut negotium
ípsum ad nos instructum remitteret, dicta canonicorum et alíorum, sigíllo suo síg-
nate, nobis destinare curavit. Ceterum nobis inquisitíonem ípsam examinan cum
diligentía facientibus, examinatores ipsius nobis fideliter refulcrunt, quod unus
tantum de visu deposuit, alii de audítu. Dúo vero chírurgici et unus physicus, ju-
rati, dixerunt quod non ex percussione, sed indiscreta incisione obierat juvenis
memoratus. Nos ígitur inter culpara et ínfamiam distíngueníes; quia culpa probata
non est; tue te conscientie relinquimus quoad Deum; et super infamia, quoad no-
mines, ira tibí duximus providendum: ut Clero et populo convocatis, chírurgico-
rum et pnysíci testimonia publicentur, qui tuam videntur innocentiam expurgare,
ut cum infamia conqmeverit, pontíficale officium liberius exequaris: dantes Venera-
mil fratn nostro Episcopo Segobíensi et dilectis Filiis Palentino Electo et Ar-
diacono Septernpublicensí, Segobiensis diócesis, in mandatis, ut, si quis super
hoc te presumpsent temeré molestare, ab hujusmodi presumptione desistat,
monitione premissa, per censuram ecelesiastieam, appellatione remota, compes-
cant. Uatum Lateraní, octavo kalendas decembris, Pontifícatus nostrí anno duodé-
cimo. (24 nov. 1209.)
Aguirre. Tom. V. P. 146. Migne. Patrologie. Tora. CCXV1. lib. 12. P. léO. Lib. Priv. I. F. 44. v. E» ti-
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te lleva el encabezamiento íntegro, y la fecha mucho más anterior, asi: Datum Laterani, quinto idus
aprilis, Pontificatus nostri anno duodécimo. Otra idéntica bula a varios Prelados más dio Inocencio
III en este día. Aguirre. Tom. V. 146.
4.—Una orden del Papa a ruegos de D. Rodrigo Segobiensi Episcopo ét
Palentino Electo et Archidiácono Septemduplicensi, Secobiensis Diócesis... Vene-
rabilis Frater noster, Archiepíscopus Toletanus, nostris auribus intiraavit, quod
Eccleaia Talaverensis et quidam alii Toletane Diócesis, super procuraíionibus ca-
tedralitio communi. decimis, oblationibus mortuorum et alus rebus ínjuriantur
eidem. Ideoque, discretioni vestre, per apostólica scripta mandamus, quatenus,
partibus convocatis, et auditis hinc inde propositis, quod canonicum fuerit, pospo-
sita appellatione, statuatís, quod decernitis, per censuram ecelesíastieam firmiter.
Testes autem, qui fuerint nominati Quod si non omnes... Dat. Laterani, secundo
kal. martii, pontificatus nost. An. XIII. (28 feb. 1210.)
Liber privil. II. Fol. 44.
5.—Inocencio III agradece una deferencia a D. Rodrigo. Hispano, Ecclesie To-
letane Decano. Placuit Venerabili Fratri nostro Archiepiscopo ac tibi, fili Decane,
et canonicis Toletanis, qui cum ipso erant apud Sedem Apostolicam constituti,
dilectum filium Andream de Gabiniano, Subdiaconum et Capellanem nostrum, ad
preces nostras, in Fratrem et Canonicum recipere coram nobis. Quod nos tanto
gratum habemus, quanto Subdiaconus ipse, pro mérito bonitaíis, nobis et Fratri-
bus nostris carus et acceptus existit. Quum igitur ex hoc, non minus Ecclesie in
persona et persone in Ecclesía credamus esse provisum; dilectos filios Toletanum
Capitulum, per scripta nostra rogavimus atteníius et monuimus, nihilominus ei
precipiendo mandantes, ut quod per dictos Archiepiscopum et canónicos liberilíter
factum est, hilari prosequentes favore, dícturn Subdiaconum, per procuratorem, in
corporalem possessionem concessi sibi canonicatus inducant; et cum ad locum
residentium sit receptus, vestiarum et alia, que residentes percipiunt, per eumdem
procuratorem, sibi, cum integritate debita, conferre procurent: juramento, quod
fecisse dicuntur, nequáquam obstante; cum illud mandato nostro nec possií obs-
tare. Quum igitur Subdiacomus antedicíus, vices super his tibi duxerit commítten-
das, devotionem tuam rogamus attentius eí monemus, quatenus ea taliter studeas
procurare, quod, et tibi utile et nobis esse possit acceptum. Dat. Laterani
Kal. Martii, pontificatus nostri anno XIII. (1 marzo, 1210. Migne, Patrol. T. 216.
P. 9. Aguirre. V. 149.)
6.—Otra bula sobre lo mismo al Cabildo de Toledo, en la que Inocencio, dice
que otros canónigos «cum ipso (Roderico) erant apud Sedem Apostolicam.» (Se-
gún las dos bulas Rodrigo estuvo en Roma en 1210.)
Patrologie Migne. Loco cit. Aguirre. V. 148 y 149.
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sias omnes, quas jure proprio ab antiquo possedisse cognoscitur; confirmantes
preterea Episcopales Sedes, quas in presentiarum juste ac canonice possides, scili-
ceí, Palentiam, Segoviam, Osmam, Segontiam. Reliquas vero, que ab antiquis ei
temporibus subjacebant, cum Dominus Omnipotens Chnstianorum restituerit - p 0
8.-Acerca de la guerra contra los sarracenos. Significa vít nobis dilectus films
^erdinaiidus, primogénitas charissimi in Christo filii nosíri Aldefonsí, illusíris Re-
gís Lastelle, quod ipse militie sue priinitias omnipotenti Deo desiderans dedicare,
ad exfermmanclum mímicos nominis Christiani de finibus heredítatis ipsius, quam
impie occtiparuut, inteníionis studíum toto conaraine satagit ímperíiri, suppliciter
postulans et devote requiráis, ut ei ad hoc opus feliciter consiunmandum, et nos
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ipsi Apostolicum impendamus suffragium, et ab alus faciamus opportunum subsi-
dium exhiben. Nos ígitur pium ejus propositum in Domino commendantes, Frater-
nitati vestre, per Apostólica scripta mandamus, quatenus Reges et Principes ves-
tros, quí non sunt cum illis ad treugas observandas adstriti, ad opus simile pera-
gendum, sedulis exhortationibus inducabis: monentes ex parte Dei et nostra, sub-
ditos vestros, et in remissionem eis omnium peccaminum injungentes, quatemus
tan prefato primogénito Regís Castelle, quam alus Regibus et Principibus vestris
ad hoc opus salubnter intendentibus impendant auxilium. in rebus pariter et in
personis, ut per hoc et alia bona, que fecerint, celestis regni gloriam consequi me-
reantur. Pari quoque remissione gaudere concedimus peregrinos, qui propia devo-
tione undecumque processerint, ad idem opus fideliter exequendum. Taliter autem
studeatis exequi, quod mandamus, ut sollicitudo vestra clareat in effectu, nosque
devotionem vestram valeamus mérito commendare. Datum Laterani, IV idus de-
cembris, anno tertiodecimo. (10 Diciembre, 1210.)
Aguirre. Tomo V. 156 y 157 de laj'segunda edición de su obra ConciW.
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mo ímpendemus. Datum Laterani, VIII kal. Martii, pontificatus nostri anno quarto
décimo. (22 feb. 1211.)
Aguirre. T. V. pág. 157.
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poüus commendari. Datum Latcrani, nonis aprüis, Pontificatus nostri anno déci-
mo quinto. (5 Abril 1212.)
Agnirre. V. 164. Migne. tom. 216 p. 553.
14.—Se notifica la concesión de la Cruzada de 1212. Cum personam tuam Ínter
católicos Reges speciali diligarnus ia Domino chántate, in bis, que secundum Deum
requiris a nobis favorem tibi Apostolicum, libenti animo impertimur. De inforfuniis
ergo, que nuper Serenitati regie acciderunt, pa-erno tibi condolemus affectu. Et
ut favorem Apostolicum excenleniie regie sendas non deesse, juxta petitionem
tuam, et instantiam dilecíi fílii Segobiensis electi, nuntii tui, qui circa promotionem
ejusdem negotii extitit sollicitus et aítentus, Archicpiscopis et Episcopis per regnum
Francie ac Proviucíam constiíutis, nostris damus litteris in mandatis, ut subditos
suos sedulis exhortationibus moveant et inducant,ín remíssionem omnium ex parte
Dei et nostra veré peniteníibus injungentes, ut cum sarraeenis, in octavis Pente-
costés próximo futuris, campestre bellum indixerís, in hoc tibi necessiíatis articulo
succurrentes, neccessarium impendant auxilium, in rebus pariter et personis; ut
per hec et alia, que fecerint, celestis regni gloriam consequantur. Pari quoque re-
missione gaudere concedimus peregrinos, qui propria devotíone undecumque pro-
cesserínt ad ídem opus feliciter exequendum. Monemus igitur Seienitatem regiam
et hortamur, quatenus toíam spem ponens in Domino Deo tuo, te humiliter coram
ipso, qui gradam daí humilibus, et reddit reíributionem superbis; qui poíens est
ut te faciat de inimicis crucis Christí magnifíce triumphare. Ceterum, quia nunc
fere totus mundus turbatus est et positus in maligno, consulimus et monemus, ut,
si competentes treugas inveneris, ipsas recipias, doñee opportunius tempus adve-
niat, quo valeas ipsos securius expugnare. Dat. Laterani, secundo nonas febr., pon-
tificadas anno décimo cuarto, (es quinto) (4feb. 1212.)
Aguirre. V. p. 164. ed. 2.
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25.—Acerca de la Primacía, referente a Braga. Abbaiibus et Prioribus de Spi-
na et Mataplana, Palentine Diócesis. Preseníium vobis auctoritate mandamus,
quod citationis litteras, quas dirigimus Venerabili Fratri nosíro Archiepiscopo et
dilectis filiis Capitulo Bracharensibus super questione primatie, quam adversus
eos Venerabilís Frater noster Archiepiscopus Toletanus movit, eisdem Archiepis-
copo et Capítulo presenteíís, ex parte nosíra firraiter injungentes eisdem, ut, quod
his litteris statuitur, sfudeant adimplere. Quod autem, Frater, hoc a vobis sciamus
executum, nobis, per litteras vestras, intimantes. Quod si non omnes his exequen-
dis Dat. Lateraní, secundo idus januarii, pontif. nostri anno décimo octavo. (12
enero 1216.)
Cartulario pequeño. Fol. 54. r.
26.—Que se recojan testimonios sobre la Primacía. Abbatibus et Prioribu-
Spine et Mataplaue, Palentine Diócesis. Cum causa, que inter Venerabiles Fratres
nostros, Toletanum et Bracharensem super primatia agitari noscitur, per litis cons
testationem iniciata fuerit coram nobis, de consensu ípsius Toletani et Procurato-
ris partís alíeríus, per apostólica vobis scripta mandamus, quatenus testes, quos
Venerabi. predicti duxerint nominandos, recipíatis prudenter, et depositiones eo-
rum nobis, sub sigillis vesíris inclusas, fídeliter remíttaíis. Illos, qui graíia, odio
Quod si non omnes Dat. Lateraní, quarto idus februarií, pontificatus nostri an-
no décimo octavo. (10 feb. 1216.)
Cartulario pequeño. Fol. 54. r.
II
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tíficatus íiosíri anno primo. (22 Se(. 1216.) Pressufti pone: 12 novemb. X Kal. oc-
íobrís, anno primo.
Lib. pri. Eccl. Tol. II. fol. 101. v.
29.—Bulas dirigidas para el Bracarense. Abbatibus et Prioríbus Spine et Maía-
plane Palentine Diócesis. Presentium vobis mandamus, quod lateras, quas Vene-
rabil. Frairi nostro Archiepiscopo eí dilecíis Fílits Capitulo Bracharensibus pro
Venerab. Fraíre nostro Archiepiscopo Toletano destinamus, eisdein Bracharensi-
bus presentetis, quod inde facietis per vestras nobis litteras intimantes. Dat. Peru-
sií, secundo idus augusíi, pontif. nostri anno primo. (!8, agosto, 1216.)
Cartulario pequeño. Fol. 54. V. Original en Toledo. 21. n. 3.
30.—Archiepiscopo Toletano, Burgensi et Palentino Episcopis. Sobre la paz en-
tre León y Castilla: bula idéntica a la del número siguiente.
Reg. Honorii. Lib. I. 55. Fecha igual.
31.—Sobre la paz entre León y Castilla. Archipo. Compostelano eí Legionensi
et Asforicensí Episcopis... Cum pacem ínter carissimos in Christo füíos nostros
Alfonsmn Legionis et Heurícum Castelle, Reges ¡Ilustres, de consensu et volúntate
omnium Episcoporum et Barorum utríusque Regni ad invicem initam et a nobis
aticíoriíaíe apostólica confírmatam, noiumns violari temeritate cujusquam, Fra-
íernítati vestre, per apostólica scrípía precípieudo mandamus, quaíenus predictus
rex Legionis vel sui contraire presumpseriní,vos eos,per censuram ecciesiasticam,
quod forma pacis continetur ejusdem, appeílaííoue postposita, compescatis. Dat.
Lat. II. idus nov. Pont, nostri anno primo.
32.-—Honorio III confirma la fórmula de paz. Alfonso, Regi Legionensi illustri.
Jusíís petentium usque complere. Ea propíer, charíssime in Christo fili, tuis
et charissími in Christo filii nostri Henrici, Casíelle regís illustris, precibus incli-
nati, pacem ínter vos initam in perpetuum observandam, sicut, de consensu et vo-
lúntate Episcoporum et Baronum uíriusque regni periade facía est et ab uíraque
parte sponte recepía eí ín authen-tico exinde confecío documento plenius comine-
tur, auctoritate apostólica confirmamus eí presentís scripti patrocinio confirma-
mns. Ad majorero autem evideníiam, formam pacis ipsius de verbo ad verbum
huíc nostre pagine duxímus inserendum: «In Dei nomine et ejus grafía. Hec est
forma pacis iníer regem Legión. Dominum Alfonsum et regem Castelle, Dominum
Henricum, facta secundum mandatum Domíni Pape, que debef in perpetuum ínter
eos bona fide et sine malo ingenio observan. Si quis igítur de Regno Casíelle dam-
num aüquod aut malum fecerít in Regno Legionis, quocumque modo, a Dorio us-
que ad Tagnm, omnia emendeníur per decem nuníios ad hoc electos in singulis ci-
vitaübus eí villis, sic, scilicet, ut síaíim emendelur quidquid poítrit emendari, eí om-
nis cmendaíio plene fíat usque ad novem dies, eí nullus pignore! pro aliquo damno
nec pro aliqua causa. Quicumque autem a Dorio usque ad Tagum pignoraverít
duppliceí pignus pígnorato; quod si negaverif quod pignoravit, de Concilio illo
quaíuor, electí secundum arbiíriurn pignoraíi, juren!, quod ille qui dícitur pigno-
rasse non pignoravií, et ab hoc juramento nuilus excusetur nec per Alcaídem nec
per ahquam raíionem. Ídem judiciumerií si quis de uno Regno prehendiderit ali-
quíd de alio Regno, vel per furtum vel per rapinam vel aliquo quocumque modo
per se. ídem fiaí m ómnibus Conciliis a Dorio usque ubi mittit fluvius Deva in ma-
re. Quod si nec sic emendaíutn fuií, decern jurati liHus ville, que damnum fecif, vel
unde damnum factum esti, venianí in capíionem illius ville, que damnum recepit; eí
maneanf in capíionem, usque ad emendaíionem completam. Eí si forte, in capíio-
nem illius, que damnum receperit veníre noluerint, ab Episcopo loci in contineníí
excommumcentur illi decem, eí remaneant pro íradiíoribus et alevosiset tota villa
interdicto supponatur usque ad emendaíionem. Eí si forte, quod absií, per hec om-
ina maletactura non fueruní eméndala,milites elecli a Pege Legionensi ín Regno re-
gís Casíelle aci pacem observandam debent ípsum damnum ínjuríatís emendare,
usque ad triginta dies per hominium, eí juramento quod fecerunt. Quod si non
lecenut, venianí incontinenti, omni occasione remota, in capíionem Regís Legio-
iiensis, eí remaneanf usque ad plenam emendaíionem, et damnis emendatis et in-
tegralis, milites fianl ab ómnibus liberí et absoluíi: si predicti milites hec non adim-
plevermf, ab Episcopis, quíbus hoc fuerit commissum, excommunicentur. Insuper
lotum Regnum mferdicto ab Episcopis supponatur usque ad emendaíionem, eí dic-
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ti milites, qui ad capfionem non venerint, sint perinde traditores et alevosi. Si vero
a Dorio usque ad ubi intrat fluvius Dcva in mare, damnum aliquod factum fuerií
in Regno Legionensi a parte Regni Castelle, si a Concíliis illatum fuit, emendetur
per juratos pacís, ut supra dictum est, et pro nullo danno vel malefactura aliqua,
que stat in Regno Legionensi a parte regis Castelle debent pignorare, vel guerreare,
(sic) vel aliud malum faceré, sed emendar! totum debet, ut supra dictum est, nec
pro aliquo modo insurgant pro aliqua causa vel aliqua occasione. Sicut positum
est de emendatione damnorum, que illata fuerint ex parte Regni Castelle in Regno
Legionensi, eodem modo penitus et per omnia emendentur omnia damna, que illa-
ta fuerint ex parte Regni Legionensis in Regno Castelle, et non fiat alia pignorado
nec alia guerra, sed pax semper firma inter reges et Regna servetur. Pro pace au-
íem ista et alíis, que supra dicta sunt, observandis, ex parte Regni Legionis juraut,
eí hominium faciunt Dominus S. Fernandi, I. Gunzalvi et ceteri plures vassalli re-
gis Legionensis; ex parte Regni Castelle jurant et hominium faciunt Comités J. et
A. et G. et alii plures vassalli regis Castelle. Preterea Archiepiscopus Composte-
llanus, et Legionensis et Asíoricensis Episcopi de auctoritate et volúntate omnium
Episcoporum Regni Castelle, et regis et Baronum et Concíliorum habeant potesta-
tem excommunicandi milites Regni Castelle juratos ad pacem observandam, et
nomines, villam et totum Regnum interdicendi, si per Regnum Castelle, vel suos
steterit quin pax observetur. Similiter Archiepiscopus Toletanus et Burgensis et
Placentinus? (Palentinus) Episcopi de volúntate et auctoritate omnium Episcopo-
rum Regni Legionis, eí regis et Baronun et Conciliorum habeant potestaíem ex-
comunicandi milites Regni Legionensis juratos ad pacem observandam, et nomi-
nes, villam et totum Regnum interdicendi, si per regem Legionensem vel suos ste-
terit quim pax observetur. Pace autem firmata, statim debent míttere ambo reges
ad Domínum Papam, ut pacem istam confirmet, et det auctoritatem predictis Ar-
chiepiscopis et Episcopis, quod predicto modo pacem istam faciant observan, nec
contra observantiam pacis fiet si alteruter Regum jus suum repetiet vel defende-
rit per Summum Pontificem. Nulli ergo... pagina nostre confirmatíonis &. Si quis
ouíem... Datum Laterani, (III), 18 novembris: Pontificaíus nostri anno primo.
(18 nov. 1216.)
In eodem modo scriptum est Henrico Castelle, Regi illustrí.
Archiepiscopo Toletano, Burgensi et Palentino Episcopis.
Archivo Vaticano. Regestum Vatican. Lib. I. Ep. 55. F. 14. Copia directa.
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irritum petiit, et tam super principali quam reconventione commiífi negotium sine
debito terminandum, postulans nihílominus litteras, quas super restitutionem de
De Fundo et Alberice, ac quamdam aliam ecclesiam, quibus se asseruit spoliatum
contra Episcopum, Archidianum, Capitulum et cives Abulens. ad Episcopum Pla-
centinum et conjudices suos, lite in auditorio ejusdem auditoris pendente, predic-
tus Archiepiscopus impetravit, et, siquid per eos actum fuit, revocari; ad hec autem
nihil respondit Archiepiscopus memoratus, et asserens se nihil scire de facto, cum
per Procuratorem suum omnia fuerint tractata, petiit, ut antequam cognoscaíur de
causa, predicíam ecclesiam et aliam quamdam, prout justítía exigit, sibi restuatur
possessio, quam nactus fuerat auctoritate Judicum predictorum; cum ea sit, sicut
asserit, pretermisso juris ordine, spoliaíus, et confirmeíur quidquid actum est legi-
time per eosdem et executioni mandetur, sí nondum est forsiíam demandaíum, ac
ecclesiastica compescatur censura, qui presumpserint contraire. His igitur eí alus
que fuerunt proposita coram auditore predicto, intellectis per relationem ipsius,
quia nobis de illis fieri non potuit plena fides de ipsius Archiepiscopí et Procura-
toris Episcopi memorati assensu, super onmibus impeíraíionibus dicíorum Archie-
piscopí et Procuratoris Episcopi comprehensis, coram nobis duximus comittendam,
per apostólica scripta mandantes, quatenus illo quem Archiepiscopus, qui utpoíe
alíquamdiu apud Sedem Apostolicam moraturus, comparere non potest, consti-
tuerit Procuratorem in causa predicía, juxta quod dictus predecessor noster viva
voce ínjunxit eidero, ac parte altera avocaíis et eodem Archiepiscopo, sicut visum
fuerit restituto, ac non obstantibus litteris ad predicíum Placentinum et ejus con-
judices impetratis, revocato in irritum quidquid in prejudicium dicti Episcopi, post-
quam íter arripuit veniendi ad Concílium genérale, temeré inveniritis attemptaíum
tam super prnícipali quam super reconventione ac aliis ómnibus; ad processum
vertentibus, sublato Apostolice Sedis obstáculo, audiatis causam, et eam, si de
partium fuerit volúntate fine debito terminetís. Allioquim eamdem ad nos remiítatis
sufficienter instrucíam, prefigentes partibus terminum competentem, quo per se vel
per Procuratores idóneos nosfro se comspectui representent, justam, dante Damí-
no, senteníiam receptare. Testes autem Quod si non. A dúo vestrum Da-
tum Rome, apud Sanctum Petrum; XIII Kal. januarii, pontificatus nostri anno
primo (19 Dic. 1216.)
Regestum Vaticanum. Lib. I. Ep. 122. f. 29. v. Copia directa.
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Guadiana, et Espinaz de Car, et Esternas, el Esteves, et postura Maches, el Ave-
llanar, et portum de Alfober, et Marializa usque ad Orgaz; Castrum de Polgar cum
ómnibus terminis suis; villam de Molas cum ómnibus terrmms suis; Cervam Lon-
gam cum ómnibus terminis suis; villam de Palumbis cum ómnibus terminis suis; et
hereditetem de Daganciolo; aldeam de Torrigos cum ómnibus terminis suis; Esqui-
vias cum ómnibus terminis suis; Val de Torres cum ómnibus terminis suis; Aldeam
Campí cum ómnibus terminis suis; Argandam cum ómnibus terminis suis; Ulme-
tam cum terminis suis; et villam de Talamanca cum ómnibus terminis suis; domos
vinea et hereditatem de Medina et de Víana cum terminis suis; hereditatem et vi-
neas et domos de Precienzo et domos de Burgis, sicut ea omnia, que juste possides
et quiete, tibí et Ecclesie Tolet. aucíoriíate apostólica confirmamus, et presentís
scriptí patrocinio comnunimus Dat. Later. V idus feb. poníif. auno primo.
Lib. priv. II. 330. r y v.
37 —Del cobro de la Vigésima. Archiepíscopo Tolet. et suffrageneis ejus. Cum
felicis recordationis Innocentius Papa, predecessor noster, vobís dudum dederit
suis litteris ín preceptis, ut pro vicésima ecclesiasticorum proventuum usque ad
triennium, integre ín Terre Sánete subsidium couferenda, vestris et subditorum
vestrorum redditibus díligentius computatis, parati essetís usque ad festum Om-
niurn Sanctorum próximo jam transacíum, de vestris certis redditibus certam sum-
mam vícesime provenfure solvere, de ipsis nuntiis dilectorum fihorum Magistri
domorum Militie Templí et Priorum Hospitalis Jerosolimitani in Toletana Provin-
tia constitutor (um) ac Cautoris et Archidiaconi Zamorensis, quibus hoc idem pre-
decessor comisserat declarare, ac ipsis usque ad Kalendas maji próximo tune se-
quentes sine dificúltate ac dilatíone qualibet, tam de ipsis certis proventibus, quam
etiam de incertis, vicesimam integraliíer exhiberc, monentes diligeníer auctoritate
apostólica, et efficaciter inducentes Abbates, Capitula et Decanos, necnon et in sin-
gulís vestris synodís, sacerdotes et alies ecclesiasticos universos in vestris diecesi-
bus, constituios; ut in diebus super hoc ordinandis, a vobis in singuiis civitatibus
essent parati, per trieanium, annuatim nuntiis antedictis plenarie solvere, secun-
dum términos constituios, dolentes non possumus non mirari, quod hostis huma-
ni generis, que bonis insidian operíbus non desistit, promoííoni hujusinodi saluta-
ris negotii sic sue malignitatis obstaculum potuit preparare; Quod quorumdam
vestrorum vota super execuíione ipsius negotii divisa sint, prout accepimus, in di-
versa, quibus super hoc si datum esset, a Deo cor unum, et anima debereí esse
una. Nam sicut dicti Magisíer, Prior et Cantor et Archidiaanus suis nobis litteris
intimarunt, licet diceretís omnes vos i;: hoc ad obediendum paratos existere, quí-
dam tamen vestrorum, se per hujusmodí litteras non deberé cogi, nec posse ad vi-
cesimam in pecunia numerata solvendam firmiter asserebant. Allí vero dicebant
quod eam predicto modo libenter solverent, sed ecclesiasticos in suis diocesibus
constituios eo modo non compellerent ad solvendum; quia cum in rescripto non
contineretur explicite quod in pecunia solverent numerata, eos ad hoc cogeré non
poterant nec debebant; sed dicebant quod collectores díscurrerent per aldeas, et
ibidem tam de suis quam de subditorum redditibus in trilico, siligine, ordeo et vi-
no et ab alus fructibus, et clecímis et oblationibus quotidianis vicesimam eis mau-
darent fideliter exhiben. Talis ením collectio dispersio poíius videbatur, cum ipsis
coiietonbus ad expensas necessarias non sufficerent colligenda. Cum enim Tole-
tana Provmíia per dúo sit Pegna longe lateque difftisa, ne dúo ecclesiasticí et dúo
i r a tres, verum etiam quincuaginta vix ad colligeiidam vicesimam ipsam suffice-
rent, per aldeas smgulas discurrendo. Cum igitur tempus instet, quod ad se pe-
riculum frahit, mora pati nolentes, prefati executionem negotii alíquibus exceptío-
mbus ulíerius retardan, ad quam totis affecííbns medullitus a.spiramus,Fraterníta-
ti vestre in virtute obedientie districte precipiendo mandamus, quatenus predeces-
soris litteras interpretantes sano et simplici intellectu, justa ipsarum litterarum
tenorem, vestris et subditorum vestrorum redditibus, diligentius computatis ín ter-
mino, quem dicti Magister, Prior, Cantor et Archidiaconus vobís duxerínt sfatuen-
dum, ípsorum nanhus in tribus locís statuendis, ab ipsis omni occassione a dila-
tíone cessantibus, vicesimam ex vestris et subditorum vestrorum redditibus óm-
nibus usque ad triennium, per mensurara in pecunia numerata integraliíer assig-
netis, et racratis ab eisdem subditis assignari, ita videlicet, ut omnís malignandi
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occaT'sio ampútete: quod vos eí ipsi subditi, vicesimam ipsam colligi et in expen-
sis si igularum Ecclesiarum faciaíis ad loca predica deferri. Ne autem hoc„urgens
negó ium de cetero valeat quomodolibet impediri, novenitís, nos. predictis Magis-
tro, I riori, Cantori et Archidiácono precepisse, ut sí, quiddarn credimus, supradic-
fa ne jlexeritis adímplere, ipsi vos et subdjtos vestros ad ea, sublato cujuslibeí
conti adictionis et appellationís obstáculo, eccleí»íasfica censura compellauf. Dat.
Latei ani., idibus februarii, pontif. nosíri anno primo. (13. Feb. 1217.)
Regost. Vatic. 9. Lib. I. 255. P. 65. Copia directa.
38. —Fecha fija sobre el pleito de la Primacía. Coram felicis memorie Innocen-
tio Papa, predecessore nosíro, lite ínter Venerabilem Frairem nostrum Archíepis-
copum Toletanum et te, Frater Archiepiscope,super Primada solemniter coníestata,
vobis fuit peremíorras terminus assignatus, quo cum ratíonibus et defensíoníbus
vestris Procuraíores idóneos ad Sedém Apostolicam mitteretis. Nos autem haben-
tes raía predicía, vobis denunciavimus, ne denuo exspectaretis citari; quia nisi
compareretís termino assignato, tu, Frater Archiepíscope, per te vel per sufíicien-
tem Procuratorem, vosque Filii Capitulum per idóneos responsales, nos níhilomí-
nus procederemus in ipso negotío, quantum jusíiíia postularet. Verum elapso ter-
mino constiíuto, porí expecíationem non modicam, comparueruní dilicfi Filii Ma-
gister Scholarum et Magísíer Dominicus canonicus Bracarensis, vestras nobis
líííeras preseuianíes, quibus, líos esse Procuratores vestros in causa predicía, ita
quod uíerque in solidum apparebat. Sed quia, ut dicebant, non atíuleruní deposi-
ííonem tcsíium eí alia munimenta, dilatíonem cum insíantia postularunt. Postquam
vero contra eos interloquuti fuimus super dilaíione pefita, tamdem indulgeri Eccle-
sie Bracarensi dilatíonem, propter insíructionem cause, per auxilium restiíuíionis
in iníegrum posíularuní, exliibeníes super hoc, ex parte vestra, speciale mándate).
Nos autem, de Fraírum nosírorum consilío, usque ad octavas Pentecostés proxime
futuras, per resíiíutíonis beneñcíum, ad id vobis terminum duxímus indulgendum,
per Apostolicam vobis sententiam precipiendo mandantes; quatenus sic instituti
compareaíis in termino quod causa suum sortiri possit effecíum; quia cum ultra
perempíoriuní assignatum diu sít in ipsius Toletaní dispendium ejusdem cause de-
cisio protelata, tum profecto ín ea, quamíum postulat raíio procedemus.
Daí. Lat. X Kal. martii portíf. nostrí anno primo.
40. -Dice Pottahast: «In eodem ¡ere modo scriptum invenio eidem Archie-
piscopo.»
Tora. II. P. 2075. Pero no he hnllado su texto integro en los Archivos.
41.-Sobre el pleito de D. Rodrigo y el Abuleuse. Episcopo eí Sacrisíe et
et A. Canónico Burgensis. In presentía Venerabilís Fralris nostri Albanensis
Episcopi, quem Venerabilibus Fraíribus Toleíano Archiepiscopo et Abulensi, bone
memorie Innocentius Papa, predecessor nosíer,Audiíorem concessit, proposuit me-
m ó r a t e , quod cum ínter ipsum et prefatum Archiepiscopum coram Ábbafe Sancfí
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28
Facundi et conjudícibus suis, auctoritaíe ejusdem predecessons nostn, super qui-
busdam ecclesiis questio verteretur, tamdem in Magistrum A. Segobiensem et dé
Cesaraguste pro-portíonarium Ecclesie Toletane, sub pena fflille morabefinorum et
expensaran] factarum et faciendarum ín lite, fuit a predictis compromissum. Co-
ram quibus mutuis peíitíoriibus propositís hinc inde, fuít adeo iti causa processum,
quod arbííri loca, de quibus ínter eos erat contentio, inspexennt. Archiepiscopus
vero predictus arbitrio suo sua volúntate divertens, ad supradictos judices ipsura
trahi fecíf in causam, et per eosdem diutius fatigan. Quare idem Episcopus petiit
a predicto Archiepiscopo síbi solvi mille morabetínos et expensas íactas et facien-
das, ut extifit compromissum. Ad hec auíem fuit ab Archiepiscopo sepe facto res-
ponsum, se miníme ad penam vel expensas predictas teñen, cum hi, quos arbitros
pars adversa dicebat, non puré fuissent arbifri, sed potíus arbitrantes seu compo-
ritores amicabílíter ínter eos: adjungens quod si puré in eos compromissum fuis-
set, qui tune erant absentes a compromissariis, tamen non puré, sed sub modo re-
ceptum extiíit compromissum, videlicet, ut eis a presentí forma compromíssi corri-
gere, addere, subtrahere, quamíum eíiam socium scílícet merite recordaíionis
Alfonsum, Regem Castelle, adjungere síbi liceat, et ut forma compromissi exhibere-
tur eisdem, que numquam fuit eidem ostensa. Adjecit ínsuper se in penam nulla-
tenus incidisse, cum nihíl sibi fuisset ab arbítrantibus prefatis mandatum aut sen-
tentiatum, cuí parítum nom fuisset:, ímo sí quomodo ab alterutra partium potuit in
penam commítti, Episcopus a principio penam íncurriit, cum mandatis arbitrorum
seu arbitrantíum super ducaíu secure prestando, ad suspíciendum limites, de qui-
bus erat contentio, non paruisset, protestans se penam non remitiere ímcomissam.
Adjunxít etiam, quod prefati compositores numquam ut arbritri processerunt,
nec motu suo, sed ad instaníiam partium inspexerunt limites, ut commodius pos-
sent componere ínter partes. Preíer has et alias rationes firmiíer asseruit Archie-
piscopus sepe dicíus, quod antequam ad delegatos judices rediisset, prefati arbitri
seu arbitrantes diu laboraverunt, ut possent componere ínter eos, sed spe compo-
nendi nulla penitus remanente, renuntíaverunt arbitrio, seu officío sic suscepto. Et
quia coram supra dicto Episcopo Albanensi et dilecto filio G. título Sancti Marti-
ni Presbytero Cardírtali Auditoribus, a bone memorie Innocentio Papa, predessore
nostro, concessis, fuerit super his solemniter°coníestata, et testes fuerint ab Archie-
piscopí parte producti, et alias paratus erat producere, causam instructam us-
que ad fínem, secundum regulam juris civilis producere sub dicto Episcopo Alba-
rensi, qui post recessum Cardinalis ejusdem fuerat concessus Auditor. Petebat
idem Archiepiscopus absolutionem ab impetione ipsius Episcopi, qui pro se pro-
batione nulla data, recessit, judicío derelicto. ítem Archiepiscopus allegabaf, quod
si ab initic cause Espiscopus commissit in penam, secundum jus civile solutum ex-
titít compromissum, nec potuit amplius in penam commítíi. Preíerea quia Episco-
pus, lite pendente, recessit, ad lites, procuratore nullo relicto, sed ad contradicen-
dum et irnpetrandum duníaxat petebat Archiepiscopus ab Episcopo sibi ¿viatico?
litisque sumptus persolvi, pront postulat ordo juris. Ad ultimum autem petit Pro-
curator Episcopi Abulensis, ut quia forsam sepefactus Archiepiscopus apud Sedem
Apostohcam morara debet trahere longiorem, ab ipso Archiepiscopo ín partibus
suis Procuratorem in causa, justa quod sibi fuerat iujunctum a predicto predeces-
sore nostro dari faceremus eidem. Quia vero super his et alus, que coram eodem
Üpiscopo fuerunt proposita, nobis fíeri non potuit plena fides, discretioní vestre
per apostólica scripta mandamus, quatenus C. Talaverense Archidiácono, quem
predictus Archiepus. in nosíra preseníia suum Procuratorem constituit in hac cau-
sa, et parte altera evocatis, si vobis consíiterít prescriptos arbitros ad arbitrandum
procederé nolmsse, a pena expressa in compromisso Archiepiscopum absolvaíis.
Alioqmm quod canonicum fuerit, appellatione postposita, statuatis, facientes, quod
decreventis, per censurara ecclesiastícam observar!. Testes autem... Dat. Later. II
idus apnhs, pontifi. nostrí anno primo.
B, N. Papeles varios. Fol. 143. y 145.
-426-
be armo secundo, mense decembri, díe XXIII índicííonis sexta: Nos quídam Phili-
p;is Joannes et Maxímus Silis, quondam Petri Falconis Román cives, pro nobis et
alus fratribus nosírís et heredíbus et successoribus nostris, hoc die psena propria
et spontanea volúntate renuntiamus et refutamus tibí, Domino Dominico Pascali,
Carnerario Doiníní Roderíci, Dei grafía, Toleíani Archiepiscopí, procuratoris no-
mine recipieníi, pro ipso et ejusdem successoribus ín perpetuum: Hoc est, omne
jus et omnem actionem, quam ¡quoscumqae abums! in dictum Archíepiscopum et
Ecclesíam Toletanam hactenus habuimus aut habere possemus, utíliter aut dírec-
íe, íacite aut expresse pro solutíone debita octoginía líbrarum bonorum proven-
tuum (¡) senatus (¿) quas eidem Achiepiscopo in Romana Curia coñstítuto pro
suis et Ecclesie sue negotiis mutuamur, et pro ipsius et earum fructibus et acces-
sionibusidem Archíepiscopus se nobis per insírumentum publicum oblígavit. Cui u fi-
que instrumento et dictis et rogatíoníbus instrumentí et cuilíbet scripto et contrae-
ría super hoc ab ipso nobis confecto, omníno renuntiamus, uí quocumque íempore
predíctum Archíepiscopum et successores ejusdem apparebunt vacua (insírumen
ta?) et nullius momentí. Specialiter autem renuntianus tibi et predicto Archiepisco-
po et ejusdem successoribus recipieníi per taxatas octogínta libras proventuum se-
nact! et eorumdem usuras fructuum et accessíonum, et quidquid occasione aut res-
pecta dicti debiti usuras fructuum et accesionum, pene eíiam et darnna et expensas
ab ipso Archiepiscopo et successoribus ejusdem aut alia qualíbet persona pro eis
deinceps petere, exígere, et obíinere quolibei modo possem, íta ut de cetero a no-
bis et heredibus et successoribus nostris predictus Archíepiscopus et successores
ipsius et quelíbet alia persona pro eis quíeti et pacífíci et franquíli et ab omní lite
remotí perpetuo super premissis ómnibus debeant pennanere. Pro qua uíique refu-
taíione et renuntiatione profífemur nos recepisse et habuisse in integrara nonagín-
ta libras bonorum proventuum senac', pro solutíone, vídelícet lucrí... damnis et ex
pensis plenarie computatas et integre numeratas, de quíbuslibet ómnibus plañe nos
quietos vocamus acceptandi, nostre mutuate? pecunie renuntiantes. Et prestamus
in veriíate firmííer promittentes sub oblígatíone omníum bonorum nosírorum, mo-
bílium et inmobilium, nos prefafum jus et actionem nosfram super premissis habitu-
ram, nulli persone donasse, cesisse aut renuntiasse.Eí si quis pro hoc, aut occasio-
ne hujusmodi eidem Archiepiscopo aut successoribus ejus aut alii persone pro eis,
darnnum aliquod accíderit aut gravamen, promiíimus tibí, predicto Dominico, no-
mine ipsorum recipieníi, predictum damuum et gravamen eis ín iníegrurn restaura-
re, et omnía supradicta sub eadem bonorum nostrorum oblígatíone rata et firma
semper habere, et contra nos veníre sub pena pretaxaíe pecunie dupla, et pena so-
luta ante aliquem litis ingressum; omnia supradicta níhilominus firma permaneaní.
Factum est ante ecclesiam Sancti Laconen. preseníibus testibus ad hoc specialiter
rogaíís: scílicet.
Ego Marcus Joannes Darie.
Ego Ángelus Romani de Sponsa.
Ego Petras Toris Darie.
Ego Rodulfus Alexii.
Ego Guíndone Pechón.
Ego Ríchardus ímperialis aule secrefarium, hanc cartam, utruisque partís con-
plevi rogatus.
Liber pri. II. F. 84, r y v.
-•427--
45 — Honorio III con fecha 7 enero 1218 dirige a D. Rodrigo una bula autenti-
cando siete bulas de Urbano II referentes a la Primacía, por petición del mismo
don Rodrigo, Daí. Laí. VII idus jan. ponííf, tiostri anno secundo.
Lib. pri. Hccl. Tokt. Fol. 86 y 88. Es común el texto en que se conceden las bulas
48.— Comisiona Honorio III al Cabildo Bnrgalés para que examine el pleito de
Rodrigo y el Compostelano sobre la diócesis palentina.
Regestum. I. P. 169. P. Serrano. D. Mauricio 52.
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tía eidem Ecclesie, presentís scripíi privilegio, jüs concedímus primaüe; síatueit-
tes ut cum prefaía Metrópolis ad christianorum manus, Deo favenfe, redier't, tu,
Fráíer Archiepiscope, ac successores tai, ea que spectaní ad primaíus officium,
exerceaíis libere ín eadem. Adjicimus tamen, ex concessione hujusmodi, quam mo-
ta proprio fecímus, tibí vel ipsi Ecclesie Toletane, nülhim onmino prejudiccum ge-
nerefur. Deceraimur ígiíur ut nulli omnino hominum líceaí.... Dat. Late. VIII Ral.
Feb. pontif. Domíni Honorii III anno secundo.
Lo confirman once Prelados. Lib. Priv. II. 108 y 109. Según Aguirre y Castejón 1 feb. 1219: es equi-
vocación. La bula dirigida a los Reyes prueba la dicha fecha, que hemos copiado del Líber.
53.—Honorio III encarga al Ob. de Burgos y otros para que examinen si don
Rodrigo pide rectamente la división de la diócesis de Cuenca. Dat. Lat. IV Kal.
Feb. pontif. anno II. (29 enero 1218.)
Manrique. An. 1218. C. VI1L N . 5. No he logrado la bula completa.
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55.—Ampliación de poderes a Rodrigo. Archiepísco Tolef. Licef concesserimus
tibí legationis officium specialiíer per Hispaniarum fines, adjuvanfe Deo, dilitan-
dos, ut tamen concessa tibí auctoríías tanto sít alus gratior quanto ex lilis poteríí
utilitas provenire offereudi et presfandi legationis fue beneficia, que tanto tempore
vacaverunt, ut ad S. Sedem Aposfolicam sint devoluta, tibí, jam dicte legationis
officium exerceníi, liberam auctoritate presentíum concedimus facultatem. Dat. La-
ter. II Kal. feb. pontif. anno II. (Honorius.)
[.ib. priv. 11. 108 r. B. N . Dd. 41.
59.—Honorio III dice que recibió a D. Rodrigo y ordena al clero español que
reconozca su Primacía. Roderico Arch. Tol. eí Capitulo Tolet. (Después de decir
que autentica las bulas que le pidió Rodrigo, sigue así, dirigiéndose) Archipis. et
Epíscopís per Hispaniam constítutis... linde nos, quorum precipue interest Eccle-
siarum omnium curam gerere, venienfem ad nos Ven era b. Frairem nostrum Rodé-
ricura, Tol. Arch. benigne recepímus; eí inspetís predecessorum nostrorum privile-
giís, primatus dignitatem per universa Hisoariarum Regna, juxta eorumdem privi-
legiorum tenorem et confirmamus. Ipsurn itaque Apostolice Sedis eí nostrarum
litterarum presentatione ad Sedem ipsam remmitíeníes, universítati vestre man-
dando precipimus, quatenus eídem tamquam Primatí vestro, absque ulla contra-
dictione, canonicam obedientiam et debitara reverentiam exhibere curetis. Dignum
nanque est ut qui multis... (Dat. Lat. III idus madii') Dat. Laf. II nonas feb. pontí-
fice anno II.
Lib. priv. ¡I. Fol. 108. R y v. Su texto es de tenor comente.
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tem majores propíer hoc sustinuimus expensas, sollicitudínes et labores, tanto
amplius nobis cederet ad opprobrium et dolorem, si ñdeles, qui pro ipso negotio
exposuerunf res pariter et personas, pro rerum defectu, a suo cogerentur proposi-
to resilire. Sane, Venerab. noster Frater Pafríarcha et caríssímus ín Christo filius
nosíer Joannes, illustrís rex Hierosolymííamus, Magistri quoque Hospitalís et Tem-
pli, et universi Principes et Barones exercitus christiani existentis ín íransmanis,
sui's nobis litteris intimarunt, quod tam importabiles expensas faceré compellun-
tur, tum in machinis et galeis, tum in alio bellico apparatu, quod, nisi ad eas fa-
ciendas subveniamus eisdém, eos mullatenus, quod Dominus avertat, ab incepto
desisíere compellantur. Cum igitur pro navigío romanorum, in quo ultra víginti
millia inarchorum expendimus, Camera nostra pene peniíus sit exausta, nec de illa
possimus eísdem opportunum subsídium ministrare, Hispaniarum vicesimam, se-
cundum ordinationern Concilíi Generalis, providimus congregandara, ut subvenia-
mus exerciíuí supradicto. Dilectos itaque fílios, Hugonem, Subdiaconum et Capel-
lamim nosírum, et Magistrum Cinthium, Presbyíerum Basilíce Principis Apostolo-
ruin, Canónicos, latores presentium, viros utíque pi'Ovidos eí fídeles, ac nobis et
fratribus nostrís caros suis exigentibus meriíis, et acceptos, ad partes vesfras, pro
hujusmodi negotio destinantes, universítatem vestram monemus ac rogamus atien-
te, ac per apostólica vobis scripta precipimus, quatenus ipsos, ob reverentiam nos-
tram habentes propensius commcndatos, eisque in securo conducto eí aliís neces-
sariís hilarííer providentes, vicesimam ípsam, et Ecclesie Romane census, sine dif-
icúltate assigneíis eisdem. Quod, si qui forte se in illorum solluííone difficíles
exhibuerint, vel rebelles, vos, Fratres, Archiepiscopi et Episcopí singuli, sue juris-
díctíoni subjecíos, ad id, quum ab eis fueritis requisiíi, per censuras ecclesiasficas,
appellatione posfposiía, compellatis. Alioquim senteníiam,quam ipsi, vel alíer eo-
rum íulerint, in eosdem precipimus, usque ad satisfactíonem condígnam firmiíer
observan. Daíum Laterani, íertío nonas octobris, Poníificaíus nostri anno secun-
do. (5 octubre 1218.)
Bullarium Vaticanum. Tm. III. S. 14. (3).
64.—Se concede la mitad de la Vigésima. Raderíco, Arch. Tol. Aposí. Sedis Le-
gato. Ad exaudiendurn preces, quas tu a charitas nobis offert pro conservandis
chrístianorum fínibus et etiam ampliandis, ípsorum faborabiliíate precum índuci-
mur et persone tue meriíis provocamur. Licet igitur Vicésima ecclesiastica vestro-
rum proveníuum deputata fuerit specíalíter negotio Terre Sánete, nos íamen atten-
dentes, quod fideles de partibus ruis contra mauros in Hispaníe finibus constitu-
ios, verbo provocaíos, et exemplo proprio hoc, exponendo te multis laboribus eí
expensis, medíetatem toíius vicesime Diócesis Toleíane ac Segobiensis, que íue so-
lliciíudini est specialiter commissa, tibi presentium aucíorifate concedímus, ín his
que ad defensionem fidelium eí expugnationem maurorum fueríní precípue satim
per providentie (íue) arbiírium expendendam: medietaíem vero reliquam ad opus
ierre sánete (in) subsidímxi reservandam; noleníes le incurrere senlentiam ín Con-
cilio generali prolatam, si circa medietatern ipsam errari contigerif, cum dificile
sit ín talibus ad unguem omnia computare. Dicíam autem medíeíaíem vicesime
nuntiís nostrís assignes, ad opus terre sánete, cum alia disponenda (sit) juxta da-
íam íibi a Deo providenííarn, ita studens ad exaltaííonem fídei chrisíiane, detineu-
do mauros, ne ulíramontanis ferré possint auxilium, et ierras, quas ín Hispania
deíinent, ab eorum manibus, si desuper datum fverint, extorquendo. Quod, qui
de bono principio gaudíuin leíiíiamqúe concepimus, de fine ¡lio, qui príncipium et
finis esf omnium, faciente, majorem concípere valeamus. Datum Laterani, quinto
kalendas februarii, Poníificatus nostri auno teríio. (28, enero 1219.)
Lib. priv. I. F. 47, r.
-432-
auxilium opportunum. Datum Laterani, idibus martii, Pontificatus nostri anno ter-
tio. (15, marzo. 1219.)
Del P Andrés Burriel. B. N . tom. 47 Dd. Ms. Lo copió del original de Toledo. Alacena. 21. N . 3.
Está copiado en el Cartulario 42 y 22 de Toledo. Fol. 60. V. y 61. z., que trata de la Primacía, y es-
crito por los años 1250. Lo que está entre paréntesis y subrayado son las diferencias del Cartulario de
Toledo.
71.—Honorio III encarga a D. Rodrigo para que mire por el Rey de Navarra.
Archiepiscopo Toletano Apostolice Sedis Legato. Cum illustris rex Navarre, suc-
census zelo fidei christiane, suscepit signum crucis contra mauros Hispanie pre-
fecturas, Fraíerniti tue, per apostólica scripta mandamus, ut, si quis eodem rege
in hujusmodí obsequiis oceupato, presumpserit jura ei invadere, vel ejus Regnum
temeré perturbare, tu eos, monitíone premissa, debita discretione, compescas. Vo-
lumus tamen ut ídem rex Navarre ac sui, eundo contra sarracenos et redeundo,
regera Aragonum et Regnum ejus aliquatenus non offendant. Dat. Rome, apud
Sanctum Petrum, tertio, Kal. Maji, pontif. anno tertio. (20, abril, 1219.)
Original en el Archivo de Navarra. Cajón 4. N . 4.
a o r
i A ™ ^ de 'os Ríos sacó su copia del Archivo de Toledo, y la publicó en el t. I. de la Historia
de los judios, con las variantes, que van en las notas. (2) Reverendisimi. (3) In Christo. (4) No
esta en Amador. (5) In regno Castelle. (6) Exístunt (A.) (7) Possit. (8) Promisione. (9) Cum-
que. (10; Falta super en A . (11) Auctorítate. (12) Falta XIII en A .
—433—
29
ruisset; si Aaron virga turgentíbus gemmis erumpens in flores, et dilaíatis foliis,
amígdala produxisset; si germinassent mala púnica, et fíeus produceret grossos
suos; quia fícus precoquas anima Sponsi desiderat, et Sponsa dihgit botros Cipri.
Sed ecce quod dolentes discimus, ante messem seges efloruit, et vinea fere tota et
ñcus, et virga magis aruit, et vindemiator manum ad castellum non revocat, sed
sic sémper vindemiat quod post víndemiatores racemos aliquos colligere víx va-
lemus. Nam unusquisque fere ín víam suam abiít et ad suam negoíiatíonem revo-
lat, a regiis nuptiís damnabíliter se excusans. Jam quídam ministri altarís, sicut
jumenta, non solum in stercore computrescunt, sed peccatum sicut Sodoma pre-
dicant, nec abscondunt, facti ruina et laqueas populorum. Quídam etiam Eccle-
siarum Prelati, qui gladios ancipites in suis manibus acceperunt ad faciendum
vindíctam et increpationes ín populís, errantes non corrigunt, membra putrda
non excidunt, caulís oves contagiosas et mórbidas non excludunt, vulnus livorem
et plagara non ligant nec curant, ñeque fovent oleo vel emplaustro. Propter quod,
quia cicatríx populí non abducítur in Galaad non censetur esse medicus vel resi-
na. Proínde in concilium subditorum venire anima Prelatorum convincítur. Tum
iidem proximorum vííiis non resistunt, sicque manus mulierum misericordium pár-
vulos suos coquunt. Hi etiam bona sibi commissa díssípant et consummunt, dis-
pergunt sanctuarii lapides in capite omnium platearum, indignos promovent, per-
niciosis ecclesiasíica stipendia largiuntur, in suis ecclesiis conventícula de sangui-
nibus congregantes. Tales equidem non atfeadunt, quod Heli, filios suo palpans,
de sella reírocessum cecídit; et principes populorum, quia non cohibebant hebreos
inítiantes Behelfhegor, et cum madianitis in eorum oculis coeuntes, precepto Do-
mini suspensí sunt in patíbulo contra solem. Quia cum de manibus Prelatorum
negligentium sanguis requiratur pereuntíum subditorum, dum fortioribus instat
fortior crucíatusfit durum judicíum iis quipresunt. Claustrales (1) autem plurimi,
qui fregerunt jugum, ruperunt vincula, qui etiam sicut stercus terre jam contempti-
biles sunt effecti, se non corrigunt, subditos non casíigant, Capitula juxta Con-
cilii Generalis síatutum non celebrant, ne ín lucem prodant opera tenebrarum et a
lumine arguantur. Propter hoc siquidem hereses. (2) invalescunt; quia perpauci
hodie murus eneus vel columna férrea sunt Prelati. Vix est qui se opponat murum
pro domo Domini ascendentibus ex adverso, eo quod conscientia remordente, dum
canes muti projectum ramunculum in ore habent, et sunt quasi baculus arundíneus
jam confractus, nec latratu nec báculo arcent lupos dilacerantes Ecclesíam et in
ípsam ululaíus validos emitientes. Cum igifur non possimus dissimulare de cetero,
vel conniventibus oculis pertransíre tamíutn cleri contagium et populi christiani
discrimen, quod procedií et proficit ex negligentía Prelatorum, evacuantíum per
incuriam et torporem santíones canónicas statuta salubría Concilíí Generalis, in-
crepaíionís securim comminantem excidium nunc radicibus infructuose arboris
applicamus, confosse fículnee cophinum síercoris apponentes, antequam maledic-
tíonís gradío feriatur et areat, si fructum non fecerit in futurum jam díutius expec-
íafurm Quocirca universitati vestre, per apostólica scripta mandamus et districte
precipimus, quatinus preteritam negligentiam novo studío redimentes, per sollici-
tudinem geminatam sic prefati statuta Concílii, et illa presertín, que salufem res-
piciunt ammarum, deínceps observetís et faciatis a vestris subdítis invíolabilíter
observan. Nec quemquam vestrum penam opporteat formidare, ad quam ex
nunc potenter accingimur contra desídes et remissos. Invígiletis autem propensius
adherehcam pravitatem de vestris finibus,si forsam irreperít, penitus extirpandam:
quia serpit ut cáncer, capita uf idra multiplicat, ut draco de celo stellas detrahí et
mullen tendit insidias, cupíens filium, quem accípit, devorare. Ponat etiam unus-
quisque gladium super fémur per médium castrorum transiens de porta in portam:
nec parcat fratri, próximo vel árnica, qui síatutis Concilií vilipensis, morum vel vi-
te abjiaat honestaíem; vel non observat ín tonsura, vestíbus et alus modestíam
clencalem; precaveníes sollicite ne plura beneficia conferatis indignis, nec quem-
quam permitíaos habere plures personatus vel parochiales ecclesias habitas post
Lonciliurn Genérale, quibus sit cura animarum annexa, nisi forsam super hoc ha-
Deat mdulgentiam Sedis Apostólica specialem. Abbates vero nigri Ordinis celebra-
re hoc anno provincialia concilia non omittant, prout extitit in prescripto concilio
stamntum. Ut et canonum studíum commendare possimus et puniré negligentiam
perversorum, super hoc ab illis certiorari volumus et mandamus. Attendat igitur
-434-
unusquísque, ut sic mandatum nostrum juxta susceptum offícium exequátur, quod
nemo coronara ejus accípiat, vel de loco suo ejus candelabrum amoveri contingat,
sed potius mereatur coronari gloría et honore. Datum Viterbii, séptimo Kalendas
novembris, Pontiíícatus nostri anno quarto. (26. Octubre 1219.)
P. Burriel. Ms. sign. 138 fol. 16. B. N .
-436-
7g_ Concesión de tributos para la edificación de la Catedral. Archiepiscopo
Toletano. In nosíra fecisti presentía reciíari, quod ecclesia tua, que deputata quon-
dam fuer'at cultui paganorum, toletana tamdem civitate, misericordia operante di-
vina de iilorum manibus eruía, christiano cultui dedicata, cum ejus fabrica, pro-
cessú tetnporis, propter sui veíustatem, minaretur, manifesté ruhjam, bone memo-
rie predecessor tuus, casum preveniens forsitam improvisum, dirui fecit eamdem.
Ad cujus perfecíionem, tum pro sui magnitudine, tum pro tenuiíate reddiíuum ip-
sius fabrice, tum pro lignorum et lapidum rarítate, usque adeo ínssufficientem pro-
ponis ecclesiam memoraíam, ut de ejusdem consummatione fabrice peniíus despe-
retur, nisi aliud remedíum apponatur. Estimas ergo quod ecclesie tue diócesi sub-
jecte,' íante matris necessitaíi tamquam devote communicare filie teneantur, et
cong'ruum ei super hoc auxilium impertiri; quando etiam lex est Christi, ut alter
alterius onus portet. Quare Fraternitati tue, preseníium auctoritate concedímus,
ut tertiam fabricarum paríem ecclesiarum ipsarum convertere in fabrice opus
ecclesie tue possís, íta quod, si opus fabricarum ecclesiarum earumdem graviter
ex hoc incommodari contingat, sis quam minori expediré videris portione conten-
tus: Presentibus litteris post quinquennium minime valituris. Datum Laterani, ño-
ñis januarii, pontificatus nostri anno sexto. (5 enero, 1222.)
Arch. Segr. Vat. Reg. Vatic. 11. fol. 181 n. 154.
79.—Confirma Honorio III la posesión de Molina de Aragón. Archiepiscopo
Toletano. Cum a nobís peíitur quod justum est et honestan, íam vigor equitatís
quam ordo exigií rationís, ut id, per sallicitudinem ofíicíi nosírí ad debitum perdu-
catur effectum. Quapropter, Venerabilís in Christo Frater, tuis justis postulationi-
bus grato concurrentes assensu, villam de Molina cum pertinentiis suis, quam no-
bilis vir E , predicte Ecclesie Toletane, pía liberaliíate donavít, sicut eam juste et
canonice possides et quiete, sicut in instrumento ipsius plenius continetur, íibi et
predicte Ecclesie auctoritate. nosíra confirmamus, et presentís scrípti patrocinio
communimus. Nulli ergo Si quis autem... Dat... décimo quinto Kal. junii, poníi-
catus nostri anno sexto. (17 mayo. 1222.)
ib. priv. II fol. 117. v.
80.—Restitución a los Santiaguistas. Sancti Víncentii de Monte et de Fundo
Abbatibus Toletane Diecesís et Cantori Abulensi. Dilecti Magisíer et fratres Mili-
tie S. Jacobi nobis conquerendo monstraruní, quod Venerab. Frater noster Roderi-
cus Tol. Archpus. quamdam eorum possessionem de Villa de Lapar contra justi-
tiam detinet et reddere contradicit. Ideoque discretioni vesíre... Dat. Signie, XII
Kal. aug. pontif. anno VIL (21 julio 1222.)
Bul]. S. Jacobi. 90.
81.—Pleito del Abulense. Abbaíi et Príori S. Dominici de Silos, Burgensis Die-
cesís. Significavit nobis Venerab. Frater noster Arch. Toleí. quod cum olim ínter
ipsum et Venerab. Fratrem nostrum Abulensem Episcopum, super de Ponte de,Al-
heñen et S. Marie de Túmulo, ac S. Marie de Tortolis, et quíbusdam alus ecclesiis
coram Abbate S. Facundi et conjudicibus ejus a Sede Apostólica delegaíis questio
veríeretur, definitiva senfentia pro eodem Archiepiscopo promulgata, prefatus
Episcopus eidem sententie, parere non curans, postmodum super hoc ad Venerabi-
lem Fratrem nostrum, Episcopum Legionensem et comjudices ejus apostólicas lit-
teras ímpetravít. Cumque ídem Archiepiscopus fuísset ipsarum litterarum auctori-
tate citatus, et demum a díctis judícíbus fuerit expresse recessum, et a partibus in
dúos fuisset a se arbitros compromissum, altero eorum recusante procederé iní ipso
negotio, et reliqu. interim rebus humanís exemplo non fuit processum in aliquo per
eosdem. Quare ídem Archiepiscopus humilis supplícavit, ut cum a predictis judici-
bus fuerit, ut dictum est, in arbitros compromíttendo reccessum, et excututio pre-
fate sententie sit jam per sex annos et amplius retardata, executioní mandare fa-
ceremus. Quocirca discretioni vestre per apostólica scripta mandamus, quatenus,
si ita est, sententíam ipsam, sicut est justa, faciatis, non obstante hujusmodi com-
promisso, per censuram eccles. appellatíone remota, fírmiter observan. Testes au-
tem Quod si nom. Dat. Lat. nonís julii, pontif. nostri anno VIII.
Bib. Nacional. P. Burriel. Dd. 47 - fol. 141.
82.—Nueva facultad para colectar la tercia de las iglesias para la Catedral de
Toledo, concedida por Honorio III, el año 1224.
Regestum Lib. VIII. 511 - L. Serrano Don Mauricio. 64.
-437—
83.—Honorio III reprende a S. Fernando por su conducía en el asunto de,
Obispo Bernardo, de Segovia. Dat. Rome, III nonas, pontíf. anno IX.
Guerra - Epitonme Pontificaliun Constitutionvm. II. año 1225.
-438-
tutis ab ipso, quibus per litteras suas potestatem dedit in animam suam jurandi,
quod super hoc Ecclesie mandati, parebit, paratis juramentum hujosmodi exhibe-
re, quamquam, sicut in liíteris continebatur, eisdem predicta sententia se tenerí
non credat idem Archiepiscopus, ñeque conscientia super hoc ipsum accuset. Quo-
círca discretioni vestre per apostólica scripta mandamus, quatenus cum nemíni
officium suum debeat esse damnosum, quod quidem existeret si premonitus Ar-
chiepiscopus administratione Segobiensis Episcopatus deposita, ejus occasione
gravamen alíquod pateretur, auctoritate nostra ad cautelam absolvatís eumdem a
sententia memorata. Datum Reate: II idus octobris, Pontíficatus nostri anno déci-
mo. Honorius Papa III. (14 octob. 1226.)
Mss. de P. Burriel. Bib. Nac. D - D. 41.
B U L A S D E G R E G O R I O IX
9 6 5 n t i l i c m l o s
'~ e ° desmanes de Federico de Alemania. Toletano Archíepis-
copo et Suffraganeis ejus. Cum Duce Austrie conqueritur, quod Fridericus dictus
ímperator, arma chnstíanae milite, gladíí potestafem de altarí Beatí Petri sumpti,
i>oldano tíabylome, perdíti Machomete, resignavit - per quod patenter argaitur
quod digmtaíi et. honon imperii renunciavit-nefandam legem Machometi in tem-
plo Dei predican concessit, et contra totum populum chrístíanum apparet et ipsius
-440—
et paeanorum confederado manáfesta; quocirca ipsum Archiepíscopum et suffra-
cancos suos rogat et monet quatenus ad vindicandam injuriam Salvatoris ita sur-
gant ut Ecclesia inveniat eos paratos ad exprobamdum opprobrium hostium cru-
cis Chrisíi. Dat. Perusií décimo quinto anno. (8, julio, 1229.) Empieza: ínter alia
flagitia...
Regestum Greg. 14. fol. 131.
Auvray, 324, en compendio lo del Duque de Austria, que es igual a todas las demás.
—441—
30
tes, para ti semper sint iré post Christum in carccrem et in mortem pro exalíatio-
ne fidei chrístiane, propter quod dignum est, sic nos eorum precaveré periculis, ut
in suo proposito non tepescant, sed zelus potius, quem ad congregationem cultus
christiani habcre noscuntur, fortius accendatur: eorum devotis supplicationibus in-
clinatí, Fraternitati íue preseníium auctoritate concedimus, ut ejusdem Ordinis Fra-
tres, cum ab ipsis fueris requiritus, injuncto eis, pro exccessus qualitate ac laboris
itineris penítentia competenti, auctoritate nostra, ab hujusmodi sententia possis
absolvere, juxta formara Ecclesie in talibus consuetam; nisi forte tam gravis esset
et enormis excessus, quod mérito deberent ad Sedem Apostolícam destinan. Da-
tura Laterani, III kalendas mají, Pontificatus nostri anno quinto. (30 Abril. 1231.)
Concordat cum originali. dice el Bulario de Calatrava. P. 63. Falta en Auvray.
e los Sa tia
r l t ^ ? ° v " S^tas.
t Episcopo et Decano Tyrason. et Archíadic. de
Lalataut. Ex parte Venerab. Fratris nostri Arch. Tolet. fuit propositum corara
lhc f e H c S reco
? ° % V r i r r - " \ f f*' ¿ ^ a t i o n i s Alexander Papa, predecessor nos-
ter, diletis fihis Magistro et Fratribus Militie S. Jacobi duxerít indulgendum, ut
-442-
si in locis desertís aut terris sarracenorum, si per ipsorum diligentiam ad cultum
chrisíianum redirent, construerent de novo ecclesias, ipse ecclcsie plena libértate
gauderent, ita quod nec decimorum, nec cujuslibet rei alferius exactione per Epis-
coporum aliquem gravarentur, liceretque eis per elencos idóneos, eorumdem dic-
tas ecclesias cum suis plebibus gubernare, nullius Episcopi interdicto vel excom-
munícationí subeundas, essetque fas eis, tam in majori, que caput est ordinis,
quam in jam díctís ecclesiís, interdictis et excommunicationibus exclusis, divina
officía celebrare. Predicti Magister et Fratres, occassione privilegii memoratí,
quamquam laíci sint, et quídam eorum etiam uxorati, loca, in quibus ecclesie con-
sueverunt esse antiquitus, deserta vocantes, in ipsis et aliis locis, eodem Archiepis-
copo irrequisito et penitus inconsulto, construunt de novo ecclesias, et altaría eri-
gunt, non recipientes aquam lustrationis ab ipso, nec clericos ríbi instituendos in
eisdem ecclesiís presentantes, in non modicum ipsius et Toletane Ecclesie detrí-
mentum, presertím cum occassione privilegii antedicti, et Fratrum insoieníia pre-
dictorum, Ecclesia in non módica parte sue Diecesis jurisdictione privetur. Qui ve-
ro sic volumus et debemus predictis Magístro et Fratribus favorem aposíolicurn
ímpertiri, quod Toletana Ecclesia, propter hoc enormíter non ledatur, discretioni
vesíre per apostólica scripta mandamus, quatenus Magistrum et Fratres eosdem
exhibere privilegia, que a Sede Apostólica asserunt impetrasse, monere attentius
et inducere procuretis, ipsos, si opus fuerít, ecclesiastíca districtione cogentes, qui-
bus exhíbitis, tractetis de composiíione amicabiliíer ínter partes, ad quam, si per
sollicitudinem vestram nequíverint pervenire, vocatís, propter hoc, qui fueríní evo-
candi, et auditis hic inde proposítis, causam sufficienter instructam ad nostrum re-
mitatis examen, prefigentes partibus terminum peremptorium competentem, quo
per se vel procuraíores, cum ómnibus privilegiis, munimentis et rationibus suis
compareant coram nobis, nostris beneplacitís parituri. Non obstante consíítutione
de duabus Dietis, edita in Concilio Generali. Quod si non omnes his exequendis
poieritis interesse, tu, Frater Episcope, cum eorum altero ea níhilominus exequa-
ris. Daturn Reate: XIII kalendas julíi: Pontificatus anno quinto. (18 junio. 1231.)
Bullarium S. Jacobi. p. 94. Falta en Auvray. Consúltense allí otros documentos útiles.
-443-
norum Pontificum et alia munimenta causam confingentia Primarte. Testes autem
qui... Et si non omnes... Dat. Later. secundo nonas maji, pontif. nostri anno octa-
vo. (6, mayo, 1234.)
Lib. priv. II. f. 115. Auvray la trae íntegra, n. 1907.
108.—A petición de S. Fernando, Gregorio IX comisiona a D Rodrigo y al
Compostelano la cuestión de la inmunidad eclesiástica. Dat. Rieti, VI kal.
jul. pontif. anno VIII.
En Auvray. 1987 y en todos los Corpus Juris.
109.—Toletano et Compostelano Archips... Ad supplicaíionem regis Castelle et
Legionis commitit ut, si quí de exercitu ipsius regis, bellum cum sarracems geren-
tis, pro violenta manuum injectione ín cañonera incidennt sententíe promúlgate,
possint eis, dummodo passis injuriam satisfecerint competenter, justa formam
Ecclesie, absolutionem impertiri, nísi eorum fnerít adeo gravis et enormis exessus,
quod mérito ipsos apostólico conspectui presentan oporteret; presentibus post
trienníum minime valeturis. Dat. VI. kal. jul. pontif. anno VIII.
Auvray. 1988.
110.— Restauración de Sedes vacantes. Roderico, Arch. Tol. Misericors et mise-
rator Dominus, cujus míseratíones super omnia opera sunt ipsius, misertus fidei
christíane, quam a quibusdam partibus Hispanie sarracenorum infidelitas a longe
retro íemporibus exulare coegit, chrístianíssimi in Christo ñlii nostri, illustris regis
Castelle et Legionis, et clare memorie patris suí, partem magnam regionis íllius de
maníbus eripiens eorumdam paganorum, índe abominatione depulsa, reduxit eam-
dem ad nomínis sui cultum, innúmera ibidem christianorum multitudine introduc-
ta. Ut igitur gregi dominico non desit cura pasforis, sed per pastoralem sollicitu-
dinem numero et mérito populus credentium augeatur, et Chrisíi fides suscipiat in-
crementum, mandamus quatenus in civitatibus tue Províntie, que Sedem episcopa-
lem aníiquitus habuerunt, et apte esse nunc noscuntur, ad pontificalem honorem
studeas, auctoritate nostra, viros idóneos in episcopos promoveré, sicut discretio
tua viderit expediré. Dat. Reate, VI kal. jul. pontif. anno VIII.
Raynaldo, tom. XIII. Año 1234. N. 50. Auvray. 1989, resumen.
-444-
114 Sobre los cristianos de Quesada. Archiepiscopo Toletano... qui casírum,
uesaíai vu
vulgariter appellaíum, situm Ínter sarracenos chrisiianum populum impug-
nantes, non síne magnis perículis et sumpíibus copíosis acquisiverat, ad dilaían-
dum eultum caíholice fidei ac íutelam populi deíendendam - cum ejusdem castri
homines, vite necessaria non habentes, sine incommodo magno nequirent a cir-
cumpositorum sarracenorum commerciis obstinere - mandat, quatenus exceptis
armis eí equis, ferro et ligaminibus, dictos homines permittat in necessariis sibi
commerciis communicare cum circumposítis sarracenis. Dat. Reate, octavo kal.
augusti, pont. nost. anno octavo. (24 julio, 1234.)
Empieza: «Ex parte tua.»
Auvray. n. 2.063.
(1) N . 247 Auvray. (2) Creo que es «per dictum Didacum de Lupi.
—445-
117'.—Reclamación de informes matrimoniales. Archíepiscopo Toletano et
Episcopo Palentino mandaí quetenus, cum nobilís vir L. Didací de Faro, qui cum
nobili muliere. N., jam dudum in Ecclesie facie legiíímum matnmonium contraxe-
rat, et ex ea sedecim filios procreaverat necnon et ipsa uxor in dubio super ipso-
rum matromonii validitate ex eo esset, quod ipsi a quibusdam in quarti, ab aliis
vero ín quarti et quínti gradus (affinitatís) esse dístaníia referebantur - mquisita su-
per premissis veritaíe, quod ínvenerint ipsi Pape suis liíteris rescribant» Dat. Peru-
sii, décimo kal. februarii, pontifícatus anno octavo. (23 enero, 1235.)
Empieza: «Pervenit ad audienüam»
Auvray. 2403.
118.—Resumen de la extensa bula acerca de un gran pleito. Daré, un extracto
y copiaré los puntos substanciales.
Expone primero a los jueces de la causa, los Obispos de Segovía y Salamanca
y a Martin de Talavera lo que está referido en la bula de 1231. Declara también
que escribe por insinuación de D. Rodrigo. Luego pasa a dar razón de las gestio-
nes realizadas por los jueces, y en la forma siguiente puntualiza el resultado de
las mismas:
Predícti vero judices, causa super premissis coram eís diutíus agitata, et prefixo
partibus termino, ín nostra presentía constitutis, Venerabilem Fratrem nostrum,
Sabiníensem Episcopum dedímus audítorem, coram quo exhíbiíís eí actís judicum
predictorum, prefatí Archíepiscopí Procurator cum instantía postulabat uí inter-
pretan, seu modificare díctorum Fraírum privilegia dignarenur, cum jam per
quatriennium prorrogatum esset negotium in grave damnum ipsius Archíepiscopi
et gravamen non modícum expensarum. Econtra Procurator Magisfri et Fratrum
S. Jacobi proponebat, quod ad ínterpretaíionem privilegiorum non erat aliquate-
nus procedendum, cum ad hoc non haberet mandaíum, sed míssus fuisset ad Se-
dera Aposíolicam mterjecte, adjiciens quod ipsi Judices non ínsíruncíum transmis-
sisent negotium, nec in actís integre, sed particulariter privilegiorum suorum tenor
esset incertus, sicut ex eisdem actis manifesíius apparet. Quía vero per relatíonem
predictorum Judicum ad decisionem negotii procedí non poteraí, nos, volentes ut
finís litíbus imponaíur, discretioní vestre per Apostólica scripta mandamus, quate-
nus predíctis Archiepíscopo ac Fratríbus, initum Quadragesime próximo future
termínum peremptoríum, quo cum privilegiís, munimentis et rationibus suis per se
vel Procuratores idóneos coram nobis, super premissis, justitie plenitudinem reci-
pere, compareant, prefigatis, rescripturí nobis quídquid exínde duxeritis facien-
dum. Quod si non ambo his exequendis poíerííis interesse, alter vestrum ea nihí-
laminus exequátur. Datum Perusií, kalendas martii, Pontifícatus rnostri anno
octavo. (1 marzo, 1235.)
Bullarium S. Jacobi. P. 105. Falta en Auvray.
-44Ó-
multis afferunt dispendiis et exactionibus agravarunt, trahentes eosdem ad diversa
judicia et remota, propter quod graves expensas faceré stmt coacti. Pretextu quo-
que quorumdam privilegiorum, que memoratus Archíepiscopus a Sede Apostólica
se habere proponit, gravibus ipsis ínjuriis oppromit et jacturis; alias per se et no-
mines suos et eorum hominibus injuriosí existentes plurimum et molesti. Quare
nobis humiliter supplicarunt ut possint ímpugnaíioni paganorum insístere, cui
totalíter intendere dígnoscuntur, causara remitti decisioni vel provisioní Sedis
Apostolice mandaremus. Quocirca de utruisque partis Procuratorum consensu,
discretioni vestre per apostólica scripta mandamus, quatenus Archíepiscopus et
Capitulum Toletanum citantes, injungantís eisdem usque ad iniíium primo venture
Quadragesime, quod eis íerminum perempíorium asignamus, cum privilegiis, mu-
nimentís et rationibus suis, per se vel per Procuraíores idóneos compareant coram
nobis, recepturí justitiam et facturi. Quod autem super his duxerítis facíendum per
vesíras nobis litteras fidelíter intimetis. Datum Perussii, idibus martii: Poníificatus
anno octavo. (15, marzo, 1235.)
Bullarium S. Jacobi. P. 105 y 106. Falta en Auvray.
—447—
mandamus, quatenus si esí ita, sic super premissis statuere eí ordmare procures,
quod inter eos plena chantas et sinceritas vigeat, et idem rex debito sibi, ímo chris-
tiane fídei servido non fraudetur. Alioquin Venerabüi Fratn nostro Archiepiscopo
Toletano Segobiensi et Conchensi Episcopis, nostris damus littens m rnandatis,
ut accedentes ad locum, et habentes pre oculis solum Dominum, super hoc inqui-
sita et cognitate veritate, super statuta ejusdem Ordinis statuant, quod quieti et
saluti ejusdem Militie noverint expediré. Datum Viterbii, décimo nono kalendas
januarii, Pontificatus anno nono. (14, diciemb. 1235.)
Manrique. Año 1235. Cap. 8. N . 11. Falta en Auvray.
124.—Cita Gregorio IX a los Calatravos para que respondan a los cargos, que
don Rodrigo les dirige. Datum VIII idus jamaríi, pontificatus anno X.
Boletín de la K. A . de Hist. tom. 35.
-448-
usque ad annum, nisi assensu paríium terminum continganí prorogari, recipere et
ínstructum negotium ad nos remmittere procuretis, partibus ex tune, secundum
vestre discretionis arbitrium íerminun prefigentes, quo se apostólico conspectuí,
dante Domino, sententíam recepture: non obstante Constitutione de Duabus
Dieti... Dat. Víterbíí, pridíe nonas maji, pontif. anno X .
Lib prív. 11. 101.—Auvray 3.148, en resumen.
-449—
31
ciatis, tot contulit canonias et portiones, qucd hac occassione ex septuaginta per-
sonis, quadraginta, scilicct, Canonicis et triginta Portionanis, non sunt m Ecclesia
Toletana nisi vel octo vel novem Caniníci et pauci Portionaríi oriundi de patria
continué servientes. Unde petit observan statutum et Ecclesie Toletane defraúdate
debito, sólito et honesto servitio provideri, et non residentes ad residentiam corn-
pelli, et Archiepiscoputn, cum ei jus non sit, in futurum a similibus prohiben. ítem
agunt, quod omnia qué kgantur Toletane Ecclesie pro anniversanis ad commu-
nem mensam Canonicorum, Portionariorum plañe pertineant, tam ex consueíudi-
ne antiqua quam ex privilegio specíali, et bone memorie ínchíus Alfonsus pro an-
niversario suo tres possessiones legaverat Ecclesie Toletane, scilicet, medieíaíem
de Exquívias et Torrigias et apoíhecam de Talavera, pro (quibus) Archíepiscopus
Talamancam suscepit in cambium. Et Ferrandus Infans, filius predicti regis quam-
dam aliam villam, cum pertinentiis suis, que vocatur Lawarda; et Ferrandus San-
cii Villam Umbrales; et Sanctius Archidiaconus Magaritensis et P. Roderici; et
M. Lupi, Archidiaconus Calatravensís; eí C. Archidiaconus Talavarensis; ítem Ar-
chidiaconus Colariensis (Cuellar) pecuniam, libros et alias res legaverint, Archíe-
piscopus. non impleía volúntate testatorum, contra predictum privilegium et con-
suetudinem, in grave prejudichim mense communis, et periculum non modicum in
futurum, detinet oceupata. Linde petit dictas possessiones et villas cum fructibus
incle perceptis et percípiendís, et omnia alia mense communi restituí eí ad jus et
proprietatem ipsíus revocan et voluntatem testatorum adímpleri et Archiepisco-
puin, cum ei jus non sit, in futurum a talibus prohiben. ítem agunt quod cum Ar-
chiepíscupus arrendaverit sive conduxerit contra forman juris quamdam villam de
mensa communi, que vocatur Hyliescas, ipsis et aliís pluribus absentibus, pro
septuaginta aureis, quam incontinenti locavit pro mille aureis de reddiíu annuaíim,
calumniis etíam excepíis, et tali pacto adjecto conduxerit, quod ipsí et Archidiaco-
nus Majarensís habeant predictam villam ómnibus díebus suis, et si unus decessit,
alius ei succedaí; eí conduxerit in perpetuum tres alias villas de mensa communi,
scilicet, Fuentelmadero, Cespedosa et Alcavon. Petit predictas villas preter juris
norman aliénalas, mense communi restituí cum fruciibus ultra soríem perceptis et
percípiendís eí contractum hujusmodi irritan. ítem agunt quod cum in Ecclesia
Toletana non dentur portiones absentibus, nisi absint causa studii, scilicet, solís
residentíbus eí presentibus dentur, et portiones absentium sociorum consueverint
convertí in utilitatem communem, Archíepiscopus arrendavit sive conduxit univer-
sos reddítus et proveníus mense communis; et quidquid de mensa nostra, hocinde
percepií modo ípse in prejudicium mense nosíre prebendas absentium sociorum,
;
rhnem aníiquam eí m prejudicium isíorum eí ecclesie tot'ius, ipsi cum alíis pluribus
supponentes personas, portiones et quidqud juris habebaní in Ecclesia Toletana et
cetera bona tam spiritualia, quam íemporalia, appellarent, ne dividerentur portio-
nes eí ne msíituerentur capellani contra consueíudinem antíquam et in prejudicurn
ücclene et mense communis; et ne canonie vel portiones dareníur coníra supra-
-450-
díctum sfaíuíum, et ne aífentarent in prejudicium, Archiepiscopus, post appella-
tionem ípsas gravans, Magistro Peíro Simoni, contra jura eí statuta Legati, con-
tulit canoniam; eí Magistro Willelmo et Magistro Petro de Baíona por'fíones; et
super insíiíuendis capellanis, non facta menüone de appellafione, litteras impe-
íravit. linde petií casari vel cassum et irriíum nuntiarí quidquid post appellaíio-
nern predicíam extitít atteníafum vel contra síatuta Legati. ítem agunt quod cum
ipsí et alii paucissimi residentes non habeant sufficiens benefícium unde vivant, et
non residentes canonías mansionarias et alios pinguissimos reddiíus habeant, ipsí
compellantur, a quo vel a quíbus invite tenere hebdómadas non residentium, et
subiré serviíium Ecclesie Toleíane. Unde petnní ne compellantur invite tenere heb-
dómadas non residentium.» ín cujus íesíimonium, litteras nosíri sigilli munimine
fecimus roboran. Dat. Reate, secundo kal. novembris, ponfíf. nostri anno décimo.
(31 octubre 1236.)
Original en Toledo. P. Burriel. Dd, 41. Fol. 94. B. N .
132.—Pleito de Calatrava. Olim Venerab. Fraíre nostro Arch. Tol. nobis humili-
ter supplicante, ut cum causa, que ínter ípsum ex parte una, eí Magistrum eí Fra-
tres Calaíravenses, Cisíerciensis Ordinis, Toleíane diecesis, ex altera, super obe-
dientia, quibusdam ecclesíís, (1) decímis regalium reddituum in Calatrava et locís
aliis, seu villis in eaclem diecesi constiíutís, decímis quoque quiníariorurn et mo-
lendinorum ac líberíaíís clericorum, pedagiis etiam et exactíoníbus índebiíís, ac
quibusdam aliis artículis (est exoría) coram judicibus diversís, auctoriíate apostó-
lica per decem annos et amplius agiíaía, non solum debitum fínem nondum accí-
pere, sed nec etiam ad litis contestationem potuíí pervenire, ipsam, ne inrmorJalis
existereí, ad examen curaremus aposíolicum revocare. Nos finem liíibus cupienfes
imponi, dilectís filiis.. Abbati eí.. Priorí Vallis Ecclesiarum, ejusdem Ordinis, nos-
iris dedimus líííeris in mandatís, ut eosdem Magistrum eí Fraires peremptorie auc-
toriíaíe nosíra citarení, quod per se vel responsalem idoneurn s-ufficienter insfruc-
íum, cum privilegíís eí munhneníis aliis, que haberent, infra anntim, posí ciíaíío-
nem eorum, nostro se conspectui presenlarent, exhibituri eidem Árchiepíscopo
super premíssis complementan: qui predictis Magistro eí Fraírifats fesíum Peníe-
cosfes próximo preíeriíum perempíoríum íerminun prefixerunt, próuí ipsí nobis
suis litteris iníímaruní. In quod, licet ídem Archiepiscopus personaliter compa-
ruerit coram nobis, dicti tamen Magisíer et Fratres nec venerunt, nec sufficientem
pro se curaverunt dirigere responsalem, per quadraginfa dies et amplius post es-
pecíaíi. Quare a nobis cum insíaníia posíulabaf, uí in eosdem Magistrum eí Fraires,
íamquam in contumaces procederé curaremus. Curaquecoram venerabili Fraíre
nostro Episcopo Ostiensi, quem super hoc eidem Árchiepíscopo cedimus ándito*
rern, quídam comparuisseí ex Fraíríbus dícíi Ordinis, qui se non procuratorem,
sea specialem ipsarum nuntium asserebaí, proposuií (nuníius) quod in nullo debe-
bal procedí, nec de jure poíerat contra eos, cum nec sint nec fueríní ín alíquo con-
tumaces, uípote hi, ad quos milla legitima citaíío pervenerat, eí qui causa rei pu-
blice erant abseníes pro servítio fesu Christi: preseríím cum ciíatores predictí co-
piara rescripti aposfolici, cujus aucforiíafe eos ciíabaní, eis faceré denegassení:
adjiciens quod, cum causa ipsa jam aliis judicibus fuisseí ab Apostólica Sede com-
missa, qui nec recusati fuerant, nec ab ipsis exfííerat legitime provocatum, non
erat super eadem causa in alio judicio procedendum; máxime cum hujusmodi cau-
sa sií ardua, et Magisíer ipsorum prosccutioni ejus cupial personaliíer íníeresse;
quod cum ad presens, ex causa superius expressa, fieri minime poíuisseí ídem
nunííus supplíciíer posíulabaf, ui causam predicíam in Híspanía viris discretis
committere deberemus, uí idem Magisíer prosecutioní ejusdem cause posseí perso-
naliíer iníeresse. Cum dicíus Episcopus hec eí alia proposita coram ipso nobis et
Fratribus nosíris prudeníer eí diligeníer reíulisset, nos, super his íracíaíu habíío
diligeníí, voleníes Magisíro eí Fraíribus memoratis, obtentu caríssimi in Christo
filii nosíri.. regis Castelle illusíris, nobis pro eis per suas litteras supplicantis, face-
re gratiam specialem, sic duximu.-; providendum, uí, quesíione expensarum nostro
-451-
beneplácito reservata, ídem Magister et Fratres super his denuo ritaremur. Quo-
circa precipiendo mandamus, quatenus jam díctos Magístrum et Fratres ex parte
riostra citantes, eisdem festum Assumptionis Beate Marie próximo venturum ter-
minum peremptorium assignetis, quo, cum ómnibus privilegiis, mummentis et ra-
tionibus suis, per se vel per procuratores idóneos compareant coram nobis. facturi
super premissis eidem Archiepiscopo quod dictaverít ordo juns. Quidquid autern
índe feceritis nobis fideliter rescribatis. Quod si non omnes &. Daíum Interamne,
octavo idus novembris, pontificatus nostri anno décimo. (6, nov. 1236.)
Auvray. 3374.
\33.~Otra bula de Gregorio IX del 8 de nov. del mismo año a los Superiores
de Calatrava, citándoles para que litiguen con D. Rodrigo, según aparece en el
número anterior.
Manrique. Anales. Año 1236. Falta en Auvray.
134.—Sobre los Calatravos. Archiepiscopo Toletano.. Cum dilectis filiis Magís-
tro et Fraíribus Calatravensibus, Toletane Diecesis, super castellis, villis, posses-
sionibus, redditibus ac aliis bonis, in commuui forma, confirmationis litteras duxe-
remus concederlas, quibus a procuratore tuo ín publica audieníia extiterit contra-
dictum, nos Fraternitatis tue supplicationibus inclinad, presentium auctoritaíe
statuímus, ut in ómnibus ferminis et rebus aliis, super quibus ínter te et alios ques-
tio esí suborta, nulium jurí tuo prejudícium generetur. Dat. Interamnie, IV kal. de-
cembre. pontif. anno X.
Lib. priv. I. 112. R y V. Auvray. 3386, resumen.
-452-
convenit commune reduci; quoníam in ambiguis et obscuris orationibus ad id quod
plerumque fit, vel est veririmilius, sanus redducitur íntellectus: quum non ex opi-
nionibus singulorum, sed ex communi usu loquendi nomina debeant exaudiri.
Ex adverso vero in contrarium videbatur, quod predíctus Alexander eos in fílios
Ecclesie Romane proprios et speciales recepit, ipsos ab aliorum potesíate subtra-
hít: cum illud sit aliquid proprium et speciale quod ad alium minime noscitur per-
tinere. Ex eo etiam aperte conjícitur quod dictus Papa eos a jurisdictíone Diecesa-
norum exemerit, quia in ipsos ab alio quam a Romano Pontífice vel Legato ab
ejus latere destinato excommunicationís vel interdicíi proferri sententias inferdi-
xit. Secundo ením illius capituli predicti prívilegií declarationem fierí postulabas,
quod síc íncipit: «Si auíem in locis desertis aut ipsis terris sarracenorum de novo
ecclesias construeritis, ecclesie ille plena gaudeant libértate, nec aliqua per Epis-
copos decimarum vel alterius rei exactione graventur, liceatque vobis per clericos
vestros idóneos ipsas ecclesias cum suís plebibus gubernare, nec interdicto per
Episcopos nec excommunicationí subdantur; sed fas sit vobis, tam in majorí eccle-
sía, que caput est Ordinis, quam in illis etiam excommunicatis et interdictis ex-
clusis, divina semper officia celebrare»
Dicebas ením quod cum bone memorie Lucius Papa ínterpretatus fuerit deser-
tan esse censendum quod ultra memoríam hominum sub sarracenorum detentum
est potesíate; íalis locus citra mare in Híspania non existit; cum in celebri memoria
hominum per famam publicam et documenta legitima, quod Hispania citra Chrís-
tianorum fuit, habeatur. Idcírco concessum predictis Fratribus privilegium ad
construendas ab eis ínfra ipsam ecclesias, non est aliquatenus extendendum; et ex
illa oratione «De novo» que ibidem subjicitur, id de locis ubi nullo tempore fue-
runt ecclesie intellígendum esse docemur. Per hoc autem quod ibi diciíur «plena
gaudeant libértate,» cum quod de libértate díctorum clericorum dicitur, ut non le-
ge jurísdictionís, sed Diecesís credantur libere ab eodem declaretur. ítem cum hec
oratio «-exactione graventur» soneí in vítíum, constat easdem ecclesias oblígarí
ad solvendum Episcopis partem debítam decimarum.
Per illud autem quod in predicto privilegio sequitur, sciliceí. Ut predicti Fratres
per clericos idóneos ecclesias ab ipsis ín locis desertis constructas cum suis plebi-
bus valeaní gubernare, ipsas exemptas non esse, sicut allegabas, convíncitur, cum
cura illorum plebíum de jure a Diecesanis duníaxat Episcopis comititur. Propter
quod ut sciatur an rector existat idoneus est Episcopi, a quo anímarum curam
recipit, examini comitendus. Nec íua intentio ex eo, sicut allegabas, eliditur, quod
prefatas ecclesias, que alias possunt censure ecclesiastice subjuci; in eodem ex-
communicari vel interdici privilegio prohíbetur.
Super eo autem capítulo predicti prívilegií, cujus talis tenor: «Clericis de laborí-
bus et alus bonis a Deo prestitís, decirne reddantur a Fratribus, unde libros et
congrua ecclesiarum faciant ornamenta et in necessítatibus corporis convenienter
sibi provideant, et si aliquid superfuerít, secundum Magistri providentiam paupe-
ríbus erogatur» ostendere nitebarís, quod etsi solvantur clericis a Fratribus laicis
decime, sunt tamen debite ex ipsis decimis tertie Episcoporiyn deducende; quia
cum clericis solutio decimarum concedítur, nihilominus in ipsis jus Episcoporum
integran reservatur. Nec etiam hujusmodí solutio ad decimas adquísitorum post
tempus Concíli: Generalis extendí potuit, quod parochíalibus ecclesíis ín hujus-
modí acquisitis religiosorum auferri décimas interdíxít.
Ad ísta vero contrarium ocurrebat, quod etsi de locis illis, quod quandoque
christiauorum fuerint, aliqua scríptura innuít, tamen id jam in memoria hominum
existit. Alioquim eodem errore poterit argui in hominum memoria mundi exordíum
contineri. Prefate etenim ecclesie in locis desertis ab ipsis concessí síbi prívilegií
auctoritate constructe ea reputan debent exempte precipue ratione, quod decima-
rum et cujuslibet rei exactione ac lege diecesana (sicut idem locus declarat) suní
libere, nec secundum privilegium Alexandri quisquam Diecesanus in eas excomu-
nicationis vel interdicti potest, sententias promulgare. Et cum decimas de labori-
bus et alus bonís, suis conventibus clericorum suorum solvere teneantur, non pos-
sunt per Díecesanos ab illis requiri decime in quorum non contingit usibus
remanere.
Nos igitur dicto privilegio ac duobus indulgentíis ejusdem Lucií; quorum una
incípit «Si velletis» et alia «Attendens», inspectis et íntellectis hís et alus, de Fra-
trum nostrorum consilio, per illa verba privilegii: In speciales et proprios Ecclesie
Romane filios vos recipimus» dictos Fratres exemptos non íntelligi, et ipsos ex illo
-453-
in proprios ejusdem Ecclesic filios fuissc receptos, quod ab alio quam a Romano
Pontífice vel Legato ab ejus latere destinato interdíci vel excommunicari non va-
leant declarantes: illum locum desertum in premissis intelligimus, qui non habiía-
tus, peniíus nec culíus ultra memoríam horainuní, secundurn mdulgeníiam Lucii,
est sub sarraceiiorum deíentus potesfaíe, cénsenles, ecclesias in talibus desertis a
Fraíribus ipsis consírucías seu etiam construendas in eo, plena libértate gaudere,
quod secundurn indulgentiam níhil ab ipsis, legis díocesane nomine valeant per
Episcopos exigí, et secundurn prívilegium non possunt interdicto aut excommuni-
catíoní supponi, quas in locis hujusmodi dicti Fratres habentes potestatem, petíti
a Sancía Sede Apostólica licentía construendi, eas cum suis plebibus per suos ele-
ricos gubernent idóneas, qui ratione plebium examinandi Epíscopis presententur,
ut ab ipsis curam recipiant animarum, cum plebes sint Episcopís subjecte. Ceíerum
dicít Fratres décimas de laboríbus eí novalibus suis, quas propriis manibus aut
sumptíbus excoluní, et alus bonis sibi a Deo prestítis conventibus clericorum Or-
dinis sui, a quibus Quartia vel Tertia nullatenus exigafur, cum integritate persol-
vant. Salva moderatione Prelati, Generalis Concilii in alus eorum possessionibus,
jure communi, seu quolibet alio ecclesiís parochialibus reservato. Per declaratio-
nem auíem hujusmodi nolumus alus defensionibus seu juribus partium derogan.
Datum Interamnie, décimo octavo kalendas januarii, Pontificatus nostri, anno X.
Auvray 3405. íntegra en el Bull. S. Jacobi. P. 109-111.
-454-
verum etiam dictum regem Casfelk cum eodem rege Navarre facías veram pacem
inire inviolabiliter observandam, aut treugas usque ad reddítum suum competen-
tes, íta quod injuriam Christi tui tangere te ostendas, et nos sinceritatis tue zelum
possimus dignis in Domino laudibus commendare. Quod si forsam ab eo in ali-
quo reputaverif se offensum, prout recipieutem et exhibeníem decuerit, ipsi saíis-
facere congrue faciemus. Quocirca mandamus quetenus eumdem regem Castelle
auctoritate apostólica ad predicta moneas et efficaciter inducas. Datum Interam-
ne, tertío kalendas februarii, pontificatus nosfri anno décimo. (30, enero, 1237.)
Regestum Romanum. 18. Fol. 225. Resumen en Auvray, 3477.
En Auvray está la bula, que el Papa dirigió a San Fernando para lo mismo, ca-
si en los mismos términos, y otras dos semejantes, una a la Reina y otra al Obis-
po de Osma, Canciller del Rey en los n. 3475; 3476 y 3478,
139.—Que D. Rodrigo reprima al Infante portugués, Fernando. Archíepiscopo
Toletano et Legionensi Epíscopo. Lacrymabilem Venerabilis Fratris nostri Egitaren-
sis Episcopí accepimus questionem, quod nobilis vir Fernandus, dictus Infans, ca-
rissimi in Christo filii nosíri illustris regis Portugalie germanus, domus sue beníg-
nitaíe relicta, sumpta inde majori audacia delínquendi, quod in regno Portugalie
Ecclesias et ecclesiasticos viros passim pro arbitrio ledit; bona ejus et suornm,
tam in civitáte quam in Diecesi Ulíxbonensí et Egííarensi, cum fautoribus suis
invadens, (ea) enormiter dissipavit, ipsum et Ecclesiam Egitarensem ac suos gra-
vissimo afficiens detrimento; quosdam quoque clericos ejus in sacris ordinibus
constituios, scriptores regis ejusdem, in Castro Sanctaranensi, ipso ibí presente,
crudeliter interfecit: et quasi hec non suffíciant, alia sibí pericula comminatur,
damna damnís adjicere non desistens. Ut ígitur ídem nobilis percusus, ad percutien-
dum se rediens, non differat querere medicinam, per quam fame sue consulat et
saluti, mandamus quatenus, si est iía, eum cum predictis fautoribus, doñee Deo et
Ecclesie sue et sibí, super preminís satisfecerint competenter, appellatione oostpo-
sita, excommunatos ñusnantes, loca ad que ille devenerit, quamdíu fuerít ibi pre-
sens, interdicto ecclesíasííco supponatis. Ceterum quia presumitur quod ídem Epis-
copus et sui libere nequeant in regno Portugalie negotium procurare, vos de ali-
quo monasterio assumatis auctoritate nostra viros religiosos, quos ad id videritis
expediré. Non obstante constifutione de Duabus Dieíis, edita in Concilio general!.
Dat. Viterbii, teríio kal. maji, pontificatus nostri anno undécimo.
Auvray. 3615. Rainaldo. An. 1237. N . 30.
-455-
dens affictionem afflicto, excogitato novo supplicü genere, universos, qui eum
consanginitate vel affinitate contingunt, post spoliationem bonorum, coegit mise-
rabiliter exulare, ac alus persequüonum generibus illos persequitur quasi hostes,
ita quod jam non audent per regnum ambulare in publico, sed laten!:, non absque
timore gravis periculi, in oceulto; et qui alias affluebant, proh dolor! vite necessa-
ria mendicare ab alus compelluntur. Ad majorís etiam ipsius regís cumulum dam-
nationis accedít, quod cum quidam Decano adherentes eidem, persecutionis ra-
biem fugientes cum suis et ejusdem Decani bonis ad quamdam ecclesiam confu-
gissent, dictus Frater ejus, quod est auditu horribile, non absque ipsius regís
conniventia, cum, eo prohibeníe, talia fieri nequivissent, sarracenos, cum fo-
res essent clause, nec christianí vellent iníerre tantam contumeliam Creatori, fecit
intrare per tectum, qui altare pollutis pedibus conculcantes, vexillo vivifice crucis
fracto, chrismate et Eucharistia pedibus, quasi luto, viliter conculcantes, diripue-
runt bona hujusmodi uí predones. Illius igitur vestigia imitati, qui honorari in ho-
nore morum et coníemni se asserit in contemtu, eidem Decano, cujus anxietates
non ambigimus esse nostras, ac suis íllatas nobis irrogaías injurias reputantes,
paterno eis affectu compatimur, et ne persequtores ipsorum eis, tamquam penu-
riam patieníibus valeant insultare, dignum duximus ipsis congrue providere. De
tua ergo sinceritate, qui Romane Écclesíe ac suorum celaris honorem, indubitatam
fiduíianí obtinentes, Fraternitatem tuam affectuose rogamus, monemus et horta-
mur atiente ac per apostólica scrípta districte precipiendo mandamus, quatenus,
sicut de gratia nostra confidis. tam ab ecclesiis Catedralibus et alus quam monas-
teriis regnorum Castelle et Legionís, ubi commodius expediré víderis, facías Deca-
no predicto et suis, clerícis et laicis, persecutionem hujusmodi patientibus, provi-
sionem decentem et congruam, dilatatione ac excusatione cessantibus, doñee
persecutione ipsa cessante, pacificam possessíonem ablatorum habuerint, assigna-
ri (ac procuratori Decani hujusmodi negotium prosequenti in expensis necessariis
provideri. Quidquid antem inde fecéris nobis studeas litteris fidelifer intimare.)
Dat. Laterani; secundo nonas maji, pontiñeatus nostri anno dúo décimo. (6 Ma-
yo 1238.)
Auvray. 4333. En la copia adquirida directamente de otras fuentes faltan las frases puestas entre
paréntesis, v. g. Apéndice dei Documenti. N . 1.
-456-
earissími in Christo filii nostri Castelle et Legionis regís illustris, nobis pro eis per
suas lítteras supplicantis, providimus, ut, questione expensarían nostro beneplá-
cito reservata, prefatí Magi ;ter et Fratres a nobis denuo citarentur. Demum vero
procuratoribus partium in íostra presentía constitutis, dílectum filium nostrum
Sínibaldum, tituli Sancti Liurentii in Lucina Presbyterum Cardinalem, dedimus
auditorem. In cujus presentí a constitutis eisdem, post multa diffugia et exceptiones
varias, quas premissorum I íagisíri et Fratrum proposuit procurator, idem íllicen-
tiatus recessií, eo pretextu, /idelícet, quod Magister predictus, causa coram Audi-
tore jam dicto pendente, dícebatur, de hoc seculo mígravisse; licet Magistri no-
men in citaiione non fuissét expressum, et in M a g i s t r u m substitus fuisset,
qui Calatravensium fuerat Commendator et post Magistrum major Ínter Fratres
haberetur predíctos, eo tempore, quo citatio ad Magistrum et Conventum, in quo
ídem erat, dicítur pervenisse. Quare a nobis petiít supradicti Archiepiscopi procu-
rator, ut, ne lis prefata fiereí nostris temporibus immortalis, aliquibus bonis viris,
qui causam audirent eamdem et finaliter terminarent (eam) committere curaremus.
Noleníes igitur ut causa predicta remaneat diuííus indecisa, mandamus, quatenus,
in ea super articulis conten íis in libello coram nominato Cardínalí porrecto, quem
ídem mittít vobis suís litteris interclusum, infra dúos menses, faciatis coram vobis,
litem, appellatione remota, legitime contestan. Ad quod, sí necesse fuerit, partes
compelli volumus et mandamus. Ac procedentes in ipsa, eam, si de partium volun-
iate processerit, fine debito termínetis: Allíoquim eam sufficienter instructam ad Se-
dem Apostolicam remíttatis, prefigentes partibus terminum peremptorium compe-
tentem, quo nostro se conspectui represeníent, justara, dante Domino, sententiam
receptare. Quod si forte, ab alterutra partium dictum negotium ad nos per appe-
llationem deferri contigerit, terminum peremptorium assignetis eisdem, quo, cum
privilegiis et alíis munimentis ad causam pertinentíbus antedictam compareant co-
ram nobis, recepture jusfiíie complementum. Proviso, ut, ea que alterutra par-
tium temeritate propría in alteríus prejudicium post factam citatíonem inveneritis
innovata, in statum prisfinum reducentes, non permittatis, lite pendente, alíquid
innovan. Dat. Laterani, cuarto kal. februarii, pontíficatus nostri anno duodécimo.
(29, enero, 1239.)
Auvray. 4717.
(1) En Pressuti n. 1632. Empieza: Tranquilitati Ecclesie tue... Dat. Laterani sexto kal. februarii. 27
de enero. Pontif. Honorii anno secundo. 1218.
-457-
32
145— Tribunal para dirimirla causa de Valencia. Joanm, Episcopo Olorensi...
Magistro Joanni de Arroniz, Canónico Toletano et Guilielmo Vitalis Officiali Ve-
nerabilis Fratris nostri Tarraconensis Archiepiscopi. Ex parte venerabilis Fratris
nostri Archiepiscopi Toletani fuit propositum coram nobis, quod ordinario Eccle-
sie Valentine ad ipsum pertineat de jure communi et etiam speciah. De communi
quidem, quod ipsa sita est in Provintia Toktana. De speciali vero, quía pie
memorie Alexander Papa, predecessor noster, sicut ab. ejus privilegio prospexi-
mus contineri illarum civitatum Dieceses, que sarracems invadentibus, mttropoli-
tanos proprios ámisserunt, eo tenore jurisdictioni Archiepiscopi Toletani subjecit,
ut sibi, quousque sine propriís metropolitanis extiterint, tamquam sibi proprie de-
beant subjacere, ita quidem, quod episcopos in sedibus episcopalibus, in castellis
vero et villis instituendi et ordínandi presbyteros auctoritate apostólica liberam
habeat facultatem, scilicet, tam in illis episcopalibus, qui esse dignoscuntur de
antiquis Ecclesíe sue terminis, quam in illis, qui metropohtanum proprium non
haberent. Pro parte vero Venerabilis fratris nostri Tarraconensis Archiepiscopi
fuit propositum ex adverso, quod cum Civitas Valentie sit intra términos sue pro-
vincie constituta ipsius Ecclesíe ordinatio pertinead ad eumdem.
Quia vero nobis non constitit de premissis, discretioni vestre, de utriusque par-
tís procuratorum assensu, per apostólica scrípta mandamus, quatenus, inspectis
privilegiis et alus rationibus dictorum Archiepiscoporum, illi ordinationem ipsius
adjudicetis Ecclesíe, de quo, per summariam cognitionem, infra dúos menses post
vestre citationis edictum vobis constiterit, quod jus ordinatíonis habeat in eadem.
Si vero infra idem spatium de hoc liquere non poterit, vos ex tune eidem Ecclesie,
ne per vacationem díutinam, novella in partibus illis Patrís eterni plantatio, ex-
quisitis colenda studiis, aliquibus, quod absít, reddatur obnoxia detrimentis, auc-
toritate nostra provideatís de persona idónea in pastorem, utriusque partís in pos-
terum per omnia, salvo jure, cui tándem a subditis obedientiam et reverentiam
exhiberi ac munus faciatis consecrationis impendi; contradictores auctoritate nos-
tra, appellaíione postposíta compescendo, recepturi ab eo postmodum pro nobis
et Ecclesie Romane fídelitatis solite juramentum juxta normam, quam vobis sub
bulla nostra mittimus interclusam. Forma autem juramenti, quod ipse presta-
bit de verbo ad verbum, per ejus patentes litteras, suo sigillo sígnatas, per pro-
prium nuntium nobis destinetis.. Post factam vero provisionem hujusmodi, vocatis
qui fuerint evocandi, et auditis hinc inde propositis, causam, si de partium volún-
tate processerit, fine canónico terminetis, facientes quod decreveritis, auctoritate
nostra firmiter observan: Allioqüin ad nos eam remittatis, sufficíenter prefigeníes
partibus terminum peremptorium competentem, quod per procuratores idóneos com-
pareant coram nobis, justam, dante Domino, sententiam recepture. Testes autem, qui
fuerint nominan, si de gratia, odio vel timore subtraxerint, per censuram ecclesias-
ticam, appellaíione cessante, cogatis veritati testimonium perhibere. Ceterum, ca-
rissimum in Christo filium nostrum, illustrem Regem Aragonum, secundum datam
vobis a Deo prudentiam, efficaciter moneatís ut pia meditatione considerans, quod
in celestes thesauros congeritur quidquid ad laudem et gloríam divini nominis de-
putatur, futuro Episcopo et Catedrali ac alus ecclesiis civitatis predirte dotes ita
congruenter assignarí, et sicut olim sic in posterum, munificam in prósperos sen-
tiat dextram majestatis. Quod si nom omnes... Dat. Later. décimo kal. maji, pon-
tife anno tertio décimo. (22, Abril, 1239.)
Auvray. 4815. Y otros autores.
-458-
lis lefatur preesse subditis nullatenus erubeat suis subesse prelatis - Darum La-
(erani, octavo kalendas mají. (24 Abril 1239.)
Lib. priv. Hccl. Tol. I. Fol. 118. Auvray no la trae.
Falta el año del pontificado, que es, a no dudarlo, el de 1239, año en que solicitó Rodrigo las bulas
de lagrimacía en Roma. Entonces estaba en Roma. En 1236 el Papa no estaba allí. En 1241 no hizo el
viaje'por estos asuntos. Absorbía entonces al Papa la perversidad de Federico II.
-459-
temporibus subjacebant, cum Dominus omnipotens christianorum restituerit po-
testati, sue dignatione misericordic, ad caput proprium referendas decreti hujus
auctoritate sancimus. Porro illarum Dieces's civitatum, que sarracems ínvadenti-
bus, Metropolitanos proprios amisserunt, eo ten ore vestre subjicimus dítíoni, ut
quoad sine propriis extiterint Mefropolitanis, (tibi) ut propno debeant subjacere:
ita quidem quod in Sedibus Episcopalibus liberara babeas potestatem Episcopos,
in castellis vero et villis presbyteros, auctoritate nostra, msíituere, et, prout tibi
Dominus administraverit, ordinare, scilicet, tam in bis Episcopatibus, qui de anti-
quis Ecclesie tue terminis esse noscuntur, quam in illis, qui proprium non habue-
rint Metropolitanum. Si que autem Metropoles in statum fuerint proprium restitu-
te, su o queque Diecesis Metropolitano restituatur, ut sub proprii regimine pastoris
super divíni collatione beneficií glorietur. Si qua igitur in fuíurum usque. Cune-
tis autem Amen. Datum Lateraní, permanum Gerardi, S. R. E. scriptoris, tertio
idus decembris, índictione XV, Incarnationís Dominice anno MCLXVI, pontifica-
tus vero Domini Alexandri Pape III anno tertio - décimo pontificatiis nostri.
Auvray 5042.
Se halla entero en el Líber privil. Eccl. Tol. I fol. 124 y 125
151.—Se manda recoger el Talmud y otros libros. Universis Archiepiscopís per
regna Hispaniarum, Aragonum, Portugalie, Castelle ac Legíonis constítutis, et ce-
teris ad quos littere íste pervenerint. Si vera sunt, que de judeis in regnis Arago-
num, Portugalie, Castelle ac Legionis et aliís Provintiis commorantibus efferun-
tur, nulla de ipsis pena esset sufficiens, sive digna. Ipsi enim, sicut accepimus, lege
veteri, quam Dominus per Moissem in Scripturis dedit, non contenti, imo prorsus
prettermittentes eamdem, affirmant aliam, que Talmut doctrina dicitur, Dominum
edidisse, ac verbo Moíse traditam et insertam in eorum mentibus menstruaníur
tamdiu, sive scriptis servatam, doñee quídam venerunt, quos sapientes et scribas
appellant, qui eam ne per oblívionem a mentibus hominum laberetur in scriptu-
ram, cujus volumen in inmensum excedit, typum biblie redegerunt, in qua tot abu-
siones et tot nefaria continentur, quod pudori referendis et audiendis sunt horrori.
Cum igitur hec dicatur causa precipua, que judeos in sua retinet perfidia obstina -
tos, Fraternitatem vestram monendam duximus attentius et hortandam, per
apostólica scripta vobis precípiendo mandantes, quatenus primo sabbato Quadra-
gesime proxime veníure mane, quando judei in sinagogis conveniunt, universos li-
bros judeorum vestrarum provintíarum, auctoritate nostra capi et apud Fratres
Predicatores vel Minores faciatis fideliter conservan, invocato ad hoc, si necesse
fuerit, auxilio brachii secularis, et nihilominus in omnes, tam clerícos quam laicos
vestre jurisdictionis subditos, qui libros hebraicos, si quos habent, per vos gene-
raliter in ecclesiis vel specialiter moniti noluerint assignare, excommunicationis
senteníiam promulgando. Datum Laíerani, XIIII kalendas julii, Pontificatus nostri
anno tertio décimo. (18 junio, 1239.)
1 r Í n A r c W v 0 d e ] a C a t d r a l d e
P. B°ume1- S°i n "3Ó89 *' « Toledo. Lleva aun el sello - Caj. A. Leg. 4. N. 11.
Falta en Auvray.
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t i? - (1) Segobietisi et Salmantino Episcopís et Ma-
gistro Martmo de Talayera, Archidiácono Burgensi. In causis, que super diversis
arhculis ínter Venerabilem Fratrem nostrum Archiepiscopum Toletanum ex una
-460-
parte et Magístrum ef Fratres Militie S. Jacobi ex altera vertunrur coram dilecto
Filio nostro, Egidio, Sancíorum Cosme et Damiani Diácono Cardinali, dato a
nobis partibus auditore, litis confestatio et quedam positiones facte fueruní, prout
ín acíis ab eodem Cardinali confectis et ipsius sigillo signatis evídenter appareí.
Ñonnulle eíiam positiones et responsiones coram bone memorie Thomasio, titulo
Sánete Sabíne presbytero Cardinali, cui, eodem Egidio apud Sedem Apostolicam
non presente, causas ipsas commísimus audiendas, facte fuerunt, quas Vobis sub
bulla nosíra mittimus interclusas. Quia tamen apud Sedem Apostolicam non potnit
de veritate liquere, de consensu procuraforum utriusque partís, discretioni vesíre
per apostólica scrípta mandamus, quatenus causas ipsas, per inspectionem loco-
rum, si opus fuerit, ínsiruere, et alia legitima documenta, prout ordo juris expos-
tulat, et eas, si de partium volúntate processerít, judicio v d concordia fine debito
terminare curetis: alioquin ipsas sufficienter instructas ad Sedem Apostolicam re-
mítatis, prefígentes partibus íerminum peremptorium competentem, quo se nostro
conspectui representent, justam, auctore Domino, seníentiam recepture. Sane in
quibus juramento calumnie vel de veritate dicenda secundum naturam judicii lo-
áis erit, prout exigerit ratio, procedatis. Testes autem & &. Quod ri non om
nes & &.
Datum Agnanie, octavo idus octobris, Pontificatus anno tertio décimo. (8, octu-
bre, 1239.)
Bull. S. Jacobi. P. 112-113.
Falta en Auvray.
158.—Acerca del pleito con los Calatravos. Abbati Sancti Petri de Arlanzon de
Lara et de Palentiola, Archídiaconis Díecesís Burgensís. Sua nobis Magister et
Fratres Militie Calatravensis petítione monstrarunt, quod cum super causa, que
iníer ípsos ex parte una et Venerabílem Fratrem nostrum Archiepiscopum Toleta-
num ex altera, super quam ídem Archiepiscopus exigit, indebite ab eísdem, qui-
busdam ecclesiís, decimis et líbertaíibus quorumdam clericorum eorumdem Magis-
tri et Fratrum ac alus arficulis, vertitur, diverse líttere ad diversos judices fuíssent
ab ipso Archiepiscopo a Sede Apostólica impétrate; ac postmodum utriusque par-
tis procuratores, tune apud Sedem Apostolicam constituti, coram dilecto Filio
nostro S. Tituli S. Laurentii in Lucina Presbytero Cardinali, super his a nobis Au-
dítore concesso, aliquandiu litigassent; tamdem Archidiácono Secobiensi et con-
judicibus suis nostras direximus litteras continentes, ut in causam ipsam, super ar-
ticulis, qui continebantur in libello, quem díctus Cardínalis porrectum sibi a
procuratore ípsius Archiepiscopí, eisdem Judicibus suis missit interclusum, íntra
dúos menses litem facerent coram se legitime contestan; partes ad id, si necesse
foret, per censuram ecclesiastícam compeliendo, et procedentes in ipsam, eam si
de partium volúntate procederet, sine debito termínarent; alioquim illam ad Apos-
tolicam Sedem remitterent sufficienter instructam, prefigentes partibus terminum
peremptorium competentem, quo nostro se conspectui presentarent, justam, aucto-
re Domino, sententiam recepture; si vero dictum negotium ad nos contingeret per
appellationem deferri, terminum peremptorium assignatum eisdem, quo cum privi-
legíis et alus munimentis ad causam pertinentibus, mandamus ad nostram veni-
rent presentiam recepture justitie complementum. Demum partibus litterarum ip-
sarum auctoritate citatis, fuit ab ipsis in Venerabiles Fratres nostros Oxomensís
et Secobiensis episcopos tamquam in arbitros expresse renuntiatis ab eodem Ar-
chiepiscopo litteris supradictis, certa pena interposita, concorditer compromisi-
mus, qui hcet super dicenda hujusmodi causa, inter se aliquandiu tractavissent,
quia tamen non poterant partes ad concordiam revocare negotií supersederunt ei-
dem. Cumque jurisdictionem de facto, cum de jure non possent, dicti judices resu-
mentes eas ad presentiam ciíavissent ex parte ipsorum fuit excípiendo proposítum
coram ipsis, quod auctoritate litterarum directarum ad eos, quibus renuntiatum
erat, expresse de ípsa questione ulíerius cognoscere non poterant nec debebant, et
quia íidem judices hac eorum exceptione legitime contra justítiam non admíssa,
m eadem causa perperam procedentes, inter loquendo pronuntiarunt procuratoretn
ipsorum deberé coram ipsis, libello partís alterius responderé, procuratorem ip-
sum, si non responderé!, et in eumdem Magistrum, nisí íntra certum tempus sibi
ab eis prefixum, dicti procuratoris contumatiam excommunicationis sententiam
proterendo; ípsi concordiam appellarunt. Quocirca discretioni vestre per apostó-
lica scripta mandamus, quatenus si est ita excommunicationis sententiam denun-
tietis pemtus non tenere, revocantes ín statum debitura, quidquid propter appe-
llationem eamdem vobis constiterit temeré attentatam; alioquim partes ad eorum-
dem Arcnidiaconi et conjudícum ejus remittatis examen, appellantes ín expensis
legihmis condemnando. Testes autem, qui fuerínt nomínati, si se gratia, odio vel
-462-
tímore subtraxerínt, per censurara ecclesiasticam, appellatione cessante, cogatis
veritati testimonium perhibere. Quod si non omnes his exquendís potueritis intere-
esse, dúo vestrum ea nihilominus excquantur. Daíum Laterani, quarto nonas ma-
ji, Pontificatus nostri anno quarto décimo. (4 marzo. 1240.)
Bullarium de Calatrava. P. 71 y 72.
Falta en Auvray.
Las palabras textuales con que expone el Papa la petición son las que siguen:
Dilectus filius R. Archidíaconus Burgensis, procurator dílectorum ííliorum De-
cani et Capiíuli Ecclesie Burgensis, in nosíra proposuit presentía constitutus,
quod, Ecclesía ípsa vacante, ipsi convenientes in unum, de fufuri subsíiíuíione
Pontificis tratacturi, post tractatus varios et diversos, tamdem venerabikm Fra-
trem nostrum Oxomensem Episcopum, regni Castelle et Legionis Cancellarium in
suum Episcopum unanimiter postularunt. Quare dictus Archidiaconus nobis humi-
liter supplicavit, ut, cum eadem Ecclesia, que, ob vacationem diutinam, gravem in
spiritualibus et temporalíbus sustinuií hactenus lesionem, grata speretur in utris-
que incrementa, per eum, auctore Domino, susceptura et in suis juribus et libería-
tibus conservanda, hujusmodi postulationem admitiere de benignitate Sedis Apos-
tolice curaremus (Aquí viene difusamente el encargo, que omite Auvray.)
Dat. Laterani, secundo nonas martii, pontificatus nostri anno tertio - décimo. (6
marzo. 1240.)
Auvray ibidetn.
-463-
161.—Segunda convocatoria al Concilio. Archiepiscopo Toleíano. Petri navícu-
la, maíris... (inserta aquí un resumen brevísimo de las «Capitula, hasta Apostoli
dignitatis auctoritas» y prosigue) ut omníum generalis et una mater utilitati pro-
videaí singulorum, manus fortium, regum, Prelatorum, príncípum et aliorum fide-
lium non indigne advocare decrevit, ut multiplicatis clamonbus Dominum suscitet
dormieníem, et plurium adjuta consiliís, prementia faciat onera leviora, expedítio-
nis óptate partium feliciter petiíura. Verum, sicut pro certo didicimus, singularis
ílle dudutn Ecclesie fílius, apostólico provectas et defensus auxilio, de puero tune
omni destituto suffragio, ad Imperii culmen humero materno translatus, ea non
contentas injuria, qua, mercede recompensans iniqua, patris irrumpit solium, ma-
tris exponere pudicitiam et venditare sanctuarium indevus intentar, astutis adhuc
in ipsam armatur insidíis, Prelatis vocatís a nobis accessum suis terroribus inter-
dicens, ut, nullius expers calumnie, illam, quam gravíbus ínfestat molesíiis, nec in
filiorum patiatur solatio respirare. Cum igitur tam sanctum generalis utilitatis pro-
positan!, sub fiducia divini favoris assumptum, humanís non debeat versutiis re-
tardan, Fraíernítatem tuatn rogamus et monemus atiente, per apostólica tibi
scrípía in virtute obedientie districte precipiendo mandantes, quatenus, Deum pre-
ferens homini, eí diffícultatibus obedientie meritum anteponens, usque ad proxi-
mum venturum fesíum Ressurrectionis Dominice ad Sedem Apostolicam accederé
personaliter non omitías; ut mater, filiorum roborata presentía, hostis, eí adver-
santis obstáculo providentia divina sublato, pie intentionis exordia felici consum-
matione concludat. Nos ením super ómnibus, que ad tamtum negotium exequen-
dum expediuní, annuente Domino, curabimus providere, prout tibi lator presen-
tium plenius intimabit. Preterea volumus et mandamus, ut suffraganeis tuis, qui
specialiter non vocantur, Capitulis et alus Provintie tue Prelatis, auctoritate nos-
tra injungas, ut super his eodem termino ad Sedem Apostolicam fideles et próvi-
dos nuntios mittere non Dostponaní. Dat. Later. idibus ocíobrís, pontif. anno quar-
to décimo. (15, octobre, 1240.)
Regestum Gregorii. 20. Fol. 51. Auvray indica solo.. 5775.
IV
BULAS DE INOCENCIO IV
-466-
igítur vestris supplicationibus inclinati, eompositionem ipsam sicut sine pravitatc
provide facta est, et sponte ab utraque parte recepta, necnon et in alicujus prejv-
dicium non redundat, auctoritaíe apostólica confirmamus, et presentís scripti pa-
trocinio communimus, cujus compositionis íenorem presentibus, de verbo ad ver-
bum inserí, fecimus, qui talís est: Notum sit ómnibus quod & &. Nulli ergo homi-
num liceat hanc paginatn nostre confirmationis infringere, vel ei ausu temerario
coníraire. Si quis autem.... Datum Lugduni, octavo idus februarii, Pontifícatus
anno secundo. (6 februarii 1245.) Falta en Auvray.
Bnll. S. Jacobi. 128-129.
-467-
cís et ecdesiis, qui infra términos, qui in indulgentia Honorn (III) continentur, (y
dccláranse puntos particulares en que se someterán y que son comunes.) La fecha
del convenio es así: Anno Dominí 1243, tertio idus marfil, pontificatus Innocentii
Pape IIII anno primo - La de bula confirmatoria es"así: Datum Lugduni, séptimo
idus februarii, pontificatus nostri anno secundo. (7, feb. 1245.)
Lib. priv.. I fol. 192 v. 195. R. Burriel Sign. 13039 fol. 75 - 86.
Falta en Berger.
-468—
lensem, ab ipsis detentam ac alias sarracenorum partes, Domino adjuvante,
proponat viriliter expugnare; nos, credentes jusíum et dignum existere, ut íran-
seuntibus ad Chrísti obsequium ab ejus fidelibus subsidium porrigatur; manda-
mus, quatenus eidem regi medietatem tertie decimarum ecclesiarum regni Castelle
fabricís deputate, faciatis in vestris cívitatibus et Diecesibus, auctoritate nostra,
per triennium exhiben, salvís concessionibus quibusdam personis, ad certum tem-
pus, sicut dicitur, per nos factis. Volumus autem ut tempore ipso finito, predictum
triennium quoad décimas personis ipsis concessas incipiat compleri. Dat. Lugduni,
XIII. kal... pont. anno IV. (15 abril 1247.)
Berger. 2533- Regestum. Lib. IV.
-469-
F.B3 D.HS E B B A T A S <"">
2 25 Recueiles Recueilles
» 50 escritas crítico
9 39 Arzobispo Arzobispado
12 nota 1 Lib. Lib. III
16 22 0 A
29 25 Silvio Salvio
51 42 1028 1208
52 última exoterismo esoterismo
58 40 1203 1208
63 27 Gozmar Gormaz
80 41 Poitau Poitou
» 46 consiguió consignó
136 35 invitos invictos
146 11 Descripto Descriptio
157 40 posiciones posesiones
161 27 cuarenta y cuatro cuarenta y seis
201 5 Obispo Obispado
» 42i Agotadornas Agotadoras
234 12 muslísmes muslimes
» 36 Malmenoneda Malmoneda
236 13 la voz favor
240 17 deó dejó
285 37 Cámara Camarasa
317 41 propongas pospongas
347 30 y 32 Breviarum Brevíarium
» 43 Las Los
354 9 Galicismo Goticismo
390 38 cañón canon
394 19 sien siendo
(1) Sólo anoto las principales; las que pueden inducir en el error. Las obvias
las reparará el lector. Por razones especiales también dejo de tachar las de los
diptongos latinos. Hice mal en no seguir el método que he seguido después al im-
primir el Apéndice.
Me advierte además el sabio y benévolo autor de la carta - prólogo, que honra
esta obra, que no es extraña, como en ella se dice, en la pág. 20, la evolución de
Simón en Ximénez y Jiménez. Así es verdad, que no es extraña en cuanto al modo
con que se ha verificado el cambio; porque harto claro es que la S de Simón cam-
bió en X primero, y después en J. Mi extrañeza no versa sobre eso, sino sobre el
fenómeno raro de que en los labios del pueblo español se haya obrado esa evolu-
ción de una S en la gutural áspera J; porque no aparece la razón del cambio
por ningún lado, estudiando la lengua castellana. Tenga igualmente en cuenta el
lector que en la pág. 205 debiera decirse para mayor claridad y propiedad, en lu-
gar de semita, judío; porque así se entiende mejor la contraposición de las cultu-
ras árabe y judía, que allí se insinúa. También en la pág. 350 aparece como autor
Mileto; pero no ha de leerse así, sino el autor de la Crónica de Mileto. Los erudi-
tos denominan así a la crónica mencionada, porque se la halló en aquella ciudad.
-471-
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'
'NVESTI0ACIONES
HISTÓRICAS