Protocolos 2010 PDF
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PROTOCOLOS
CLÍNICOS
AEPNYA/Protocolos 2009
EDITORIAL
ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxxx
Depósito legal: xxxxxxx
Impreso en León, España, en 2010
Imprime: SORLES
Este objetivo no debe quedarse en una mera declaración de intenciones sino que
debe traducirse en medidas concretas que ayuden a sus socios, y a todas las per-
sonas interesadas, al buen diagnóstico y tratamiento de los niños y adolescentes
que sufren problemas psiquiátricos.
Los protocolos son instrumentos de trabajo que deben basarse en datos compro-
bados y contrastados, de fácil comprensión y aplicación, que contribuyan a la
excelencia de la práctica clínica y que estén siempre al servicio de las necesida-
des del paciente. Puesto que se basan en conocimientos rigurosos y demostrados,
a medida que la ciencia progresa y se conocen nuevos datos y conclusiones, los
protocolos deben adaptarse y cambiar.
Nota de los coordinadores: los presentes “Protocolos” han sido el fruto del trabajo desin-
teresado de los socios de la AEPNYA citados como autores, habiendo actuado los Drs. De la
Fuente y Herreros como meros recopiladores y “tipógrafos”. A todos sus verdaderos auto-
res, muchas gracias por la dedicación y el esfuerzo.
INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN
El conocimiento en profundidad del desarrollo normal del niño es fundamental para
poder realizar una correcta valoración de la psicopatología en edades infantiles.
Por otro lado, ya desde edades tempranas, signos de ausencia o desviación de los
hitos del desarrollo normal pueden ser los primeros indicios de una patología gra-
ve, por lo que un buen conocimiento por parte del clínico del desarrollo evoluti-
vo normal, así como de sus variantes y desviaciones, será crucial para la detec-
ción precoz de patologías.
Al igual que ocurre con la línea divisoria entre normalidad y patología, la separa-
ción entre riesgo y alarma es también muy imprecisa, y depende a veces de aspec-
tos muy cualitativos. En líneas generales, se ha considerado que fechas de adqui-
sición que disten mucho de los promedios establecidos, la coexistencia de varios
signos de riesgo, y la persistencia en el tiempo de los mismos, serían criterios que
marcarían el límite entre riesgo y alarma.
De esta forma, entre los signos de alerta/alarma se han incluido algunas actitudes
o rasgos de la madre o figuras vinculares primarias que pueden ser potenciales
generadoras de problemas en el niño.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Protocolos y programas elementales para la atención primaria en salud mental, volumen II. JL Tizón, J San José, D Nadal.
Editorial Herder.
2.- Psicopatología de la primera infancia. P Mazet, S Stoleru. Editorial Masson.
3.- Psicopatología del niño y del adolescente, Tomo I, 2ª. J Rodríguez Sacristán. Universidad de Sevilla.
4.- Child Psychiatry: a developmental approach. Second Edition. Philip Graham. Oxford University Press.
5.- Plan de atención temprana: Protocolo de detección de alteraciones del desarrollo del niño de 0 a 3 años. Gobierno de Can-
tabria. Consejería de Sanidad, Consumo y Servicios Sociales.
6.- Tratado de Pediatría, 8ª edición. M. Cruz. ERGON.
7.- Sinopsis de psiquiatría, 8ª Edición. HI Kaplan, BJ Sadock. Panamericana.
ESCALAS RECOMENDADAS
- Hitos evolutivos del niño, Examen del Desarrollo Infantil de la Población de
Denver (EDIPD). De 0 a 6 años.
- Nivel socio-emocional. ASQ-SE. Cuestionario para padres. De 6 meses a 5 años.
- Sospecha TDAH: Escala abreviada de Conners para padres y profesores
(20 items). De 3 a 17 años.
- Sospecha oposicionismo. Cuestionario de capacidades y dificultades
(SDQCas). De 4 a 17 años. Para padres y profesores.
- Childhood Asperger Syndrome Test. De 4 a 11 años. Cuestionario para
padres y profesores.
1.- Graham P, Turk J, Verhulst F. Child Psychiatry. A developmental approach. Oxford University Press, 1999.
2.- Greenspan SI. Clinical Assessment of Emotional Milestones in Infancy and Early Childhood. Pediatr Clin North Am
1991, 38 (6): 1371-1385.
3.- Carter AS, Briggs-Gowan MJ, Ornstein Davis N. Assessment of young children’s social-emotional development and
psychopathology: recent advances and recommendations for practice. J Child Psychol Psychiatry 2004 45 (1), 109-134.
4.- Shelov S, Hannermann RE. Caring for your baby and young child: birth to age 5. 2004, American Academy of Pedia-
trics. Bantam Books. Random House, Inc.
BIBLIOGRAFÍA
1. Behrman RE, Kliegman RM, Harbin AM. Tratado de pediatría Nelson. McGraw-Hill. Interamericana, 1997.
2. Carter AS, Briggs-Gowan MJ, Ornstein Davis N. Assessment of young children´s social-emotional development and
psychopathology: recent advances and recommendations for practice. J Child Psychol Psychiatry 2004 45 (1), 109-134.
3. Committee on Children with Disabilities. American Academy of Pediatrics. Developmental Surveillance and Screening
of Infants and Young Children. Pediatrics. 108 (1), 192-195, 2001.
4. García-Sicilia López J, Almaraz Garzón ME, Ares Segura S, et al. Manual práctico de pediatría en atención primaria. 2001,
Ed. Publicación de libros médicos, S.L.U.
5. Graham P, Turk J, Verhulst F. Child Psychiatry. A developmental approach. Oxford University Press, 1999.
6. Greenspan SI. Clinical Assessment of Emotional Milestones in Infancy and Early Childhood. Pediatr Clin North Am 1991,
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7. Greenspan SI. The Clinical Interview of the Child. 2003, American Psychiatric Publishing, Inc.
8. Rutter M, Hay D. Development through live. Blackwell Science, 1994.
9. Rutter M, Taylor E. Child and Adolescent Psychiatry. Blackwell Science, 2002.
10. Stassen Berger K, Thompson RA. Psicología del desarrollo. Editorial Médica. Panamericana, 1997.
INTRODUCCIÓN
Cuando hablamos del niño sano, inevitablemente estamos haciendo una dicoto-
mía con el niño enfermo. Hablar de términos excluyentes, como sano-enfermo, o
lo que es lo mismo, niño normal-anormal, carga el desarrollo del niño de dema-
siadas connotaciones negativas. Quizás sea preferible hablar de un desarrollo típi-
co frente a otro atípico, lo que permite al clínico informar a los padres mante-
niendo una terminología que sin duda es más neutral y menos peyorativa que
otras alternativas.
Etimológicamente, la palabra normal significa estándar, regla, patrón. El prefijo
“a” significa “carente de”; por tanto, una desviación de un estándar físico, psico-
lógico y/o social. Todos sabemos lo difícil e incierto que resulta encontrar una
división al referirnos a qué comportamientos pueden ser considerados normales y
dónde empieza lo desviado de la norma. Los términos “típico” y “atípico” nos
permiten situar de una manera menos estigmatizante las múltiples diferencias que
existen entre niños.
JUSTIFICACIÓN
La infancia es un periodo clave en el desarrollo de la persona, y va a definir en
gran medida, en el transcurso de estos pocos años, el bienestar psíquico en la épo-
ca adulta. Es pues de gran importancia que aquellos que están en contacto con
niños/adolescentes tengan los conocimientos básicos y necesarios para la detec-
ción y protección y promoción de la salud infantil, junto con todos aquellos pará-
metros que deban hacer sospechar que puede estar produciéndose un desarrollo
atípico, para el seguimiento o derivación a especialistas.
Para facilitar esta labor es necesario establecer unos criterios unitarios que hablen
de variables dentro de la normalidad, de signos de riesgo y de signos de alarma.
poder del mismo, y comparación con el de otros, así como curiosidad por
saber qué se esconde detrás de las puertas cerradas. Miedo a daños corpora-
les, a pesar que los miedos anteriores de pérdida de aprobación y separación
continúan presentes. Aparecen miedos de pérdida de la propia estima (“soy
malo”,”no hago nada bien”).
IMPORTANCIA EN LA ADQUISICIÓN
DE LAS HABILIDADES PROPIAS DE CADA EDAD
PARA EVITAR SITUACIONES DE RIESGO
Los años de la infancia comprendidos entre los 6 y los 11 comprenden un perio-
do en el cual la interacciones con compañeros, profesores y familia van a molde-
ar en gran medida la personalidad del niño. Son años en los que el niño muestra
al principio una gran curiosidad por descubrir el entorno y posteriormente una
necesidad continua de reafirmar su incipiente autoestima, siendo muy receptivos
y muy sensibles a los elogios o a los rechazos de los pares y de los adultos. Deben
aprender a comprender al otro, a alejarse del egocentrismo propio de años pre-
vios, y a internalizar una moralidad y unos valores a los que se adhieren rígida-
mente para poder ir flexibilizándolos en etapas posteriores de desarrollo. A nivel
SIGNOS DE RIESGO
Sueño
Las pesadillas son experimentadas al menos ocasionalmente por todos los niños,
con un pico de frecuencia en los 5-6 años. Posteriormente la frecuencia baja, sin
embargo, la mayoría de las personas continúan experimentándolas de vez en
cuando a lo largo de toda su vida. No obstante, un niño que refiera tener nume-
rosas pesadillas, con mayor frecuencia que una o dos veces por semana, es un
motivo de preocupación, y habrá que estudiar si son debidas a la visión de estí-
mulos de los que deberían alejarse o si son síntoma de un trastorno de ansiedad o
afectivo.
Los terrores nocturnos y el sonambulismo tienen un pico de frecuencia a los 4-
7 años para los primeros, y un poco posterior para el segundo, siendo detectados
en al menos el 3% de niños entre los 5-12 años. Suelen existir antecedentes fami-
liares cercanos, y la aparición de estas parasomnias por sí mismas no es indica-
dora de problemas emocionales. La gravedad residirá en la frecuencia e intensi-
dad de las mismas y en la afectación en el descanso del niño. Suelen remitir en la
adolescencia.
Alimentación
El introducirse en la boca o masticar objetos inapropiados, fenómeno conocido
como pica, es más propio de niños pequeños que se meten cualquier objeto que
encuentran en la boca. Suele desaparecer conforme el niño va cumpliendo años,
pero si persiste esta práctica hay que estar atentos. Suele aparecer en niños con
retrasos intelectuales o en niños con deprivaciones emocionales.
DESARROLLO PSICOMOTOR
El estreñimiento es algo inusual después de los 6-7 años. Generalmente es algo
que el niño provoca por temor al dolor, y cuando es importante puede acompa-
ñarse de encopresis o de diarreas. Cuando aparece a estas edades debemos des-
cartar problemas en la dieta, o problemas médicos (hipotiroidismo, hipercalce-
mias, fístulas o fisuras anales). Una vez descartado el problema orgánico, hay que
pensar en factores psicológicos, oposicionistas, del niño, o incluso en la presen-
cia de abusos sexuales.
La encopresis hacia los 7 años sólo aparece en un 1,5% de los niños, y de ellos
un alto porcentaje es secundario a un estreñimiento grave o a un retraso madura-
tivo. En aquellos niños que se inicia después de los 5 ó 6 años suele indicar un
problema afectivo o de ansiedad, una fobia al WC, o estar asociada a problemas
en el control de la agresividad.
La enuresis es atípica a partir de los cinco años, descartando problemas físicos.
Es importante diferenciar la primaria de la secundaria, y, centrándonos en ésta
última, deben valorarse factores precipitantes, generalmente de índole ansiosa o
de naturaleza afectiva. Por otro lado, una enuresis primaria no resuelta puede oca-
sionar problemas en la autoestima infantil o en su círculo de amistades, por lo que
debe intentarse el abordaje terapéutico a fin de solucionarla.
Desarrollo sexual: las chicas comienzan antes la pubertad que los chicos. Cerca
del 15% de los adolescentes alcanzan la madurez sexual antes de tiempo, y eso
afecta a chicos y chicas de manera distinta. En los chicos es posible el inicio del
desarrollo de caracteres sexuales maduros, para los más precoces, a la edad de 10
años; en las chicas pueden aparecer signos ya a los 8 años, con una media de edad
de 11-12 años, frente los 12-13 años en los chicos. El desarrollo demasiado pre-
coz en chicas predispone a cuadros de ansiedad al sentirse diferentes, demasiado
altas o asustadas ante la curiosidad de sus compañeros, principalmente los varo-
nes. En los chicos resulta más problemático el retraso con respecto a la mayoría,
sintiéndose pequeños, poco valorados e infantiles.
tempranas, ya que suelen estar presentes desde el nacimiento. Las dislalias pue-
den asociarse a retrasos específicos del lenguaje, y requieren rehabilitación espe-
cializada (el tartamudeo no se asocia particularmente con problemas emociona-
les, pero en casos graves pueden llegar a provocarlos). La ecolalia o los neolo-
gismos, el uso inapropiado del lenguaje corporal con ausencia de gestos apropia-
dos o la presencia de otros que no deberían aparecer, así como el uso inadecuado
de pronombres o una anormalidad en la calidad de la voz, deben hacer pensar en
la posibilidad de un trastorno grave. Ante todo se debe descartar organicidad neu-
rológica, fonológica y auditiva, para después pensar en el espectro de los trastor-
nos generalizados del desarrollo. El mutismo selectivo debe diferenciarse de
situaciones de timidez, por lo que es bueno valorar el temperamento del niño y
los vínculos familiares. No es infrecuente en niños de 5 años cuando empiezan el
curso escolar.
CONDUCTA
Conforme los niños van creciendo, van aumentando las expectativas de que se adap-
ten a normas sociales. Las rabietas no son toleradas y se espera que sepan la diferen-
cia entre lo que es para ellos y lo que es de otros. El desarrollo de un razonable grado
de conformidad necesita del desarrollo de habilidades y de capacidades. Si el des-
arrollo de estas habilidades no se produce se retrasa, aparecen dificultades sociales y
trastornos de conducta, incluyendo conductas antisociales. Es fundamental que mejo-
re su autocontrol en situaciones frustrantes. Deben también aprender a autocontrolar
las expresiones emocionales. Las rabietas deben disminuir en número e intensidad,
pasando a expresar su incomodidad de una forma verbal y no física. Hay que tener en
cuenta que todo dependerá del temperamento del niño y de condiciones asociadas, y
que hay un gran margen de normalidad. El principal riesgo es el desarrollo de con-
ductas oposicionistas-desafiantes que acaben provocando trastornos de conducta,
hasta el comportamiento disocial. La detección temprana, la identificación de facto-
res asociados a esta conducta y las pautas educativas son fundamentales para corregir
conductas que deben normalizarse con la mayor premura para no perpetuarse ni com-
plicarse. Los robos como tales pueden considerarse a partir de los 6-7 años, que es
cuando el concepto de propiedad está establecido, y la gravedad de esta conducta está
en relación con la repetición de la misma y con la asociación a mentiras. La mentira
es frecuente en estas edades, y hay que buscar el fin de la misma, ya que si bien sue-
le utilizarse para evitar castigos, también aparece en niños con poco éxito social, que
encuentran en inventar historias una forma de atraer la atención de compañeros o de
evitar afrontar una situación emocional dolorosa.
ATENCIÓN Y APRENDIZAJE
La mayoría de los niños pueden leer palabras a la edad de 6 años, y a los 10 años
deben haber adquirido la capacidad lectora suficiente para afrontar las tareas
escolares diarias. La correlación entre capacidad lectora y CI es alta. Uno puede
aventurarse a predecir con inteligencias no verbales en la media que el niño alcan-
zará unas capacidades lectoras apropiadas. El retraso específico en la lectura pue-
de estar relacionado con antecedentes familiares, con factores socioeconómicos o
con déficits neuropsicológicos, con déficits visoespaciales, con cuadros disléxi-
cos y retrasos en la psicomotricidad, con retrasos en el lenguaje, con déficits sen-
soriales, y con trastornos del comportamiento, que incluirían el TDAH.
La aparición de trastornos en el aprendizaje debe ser motivo de valoración de
la capacidad intelectual del niño. Es importante ante niños con fracasos escolares
o con dificultades para el aprendizaje tener una valoración de su capacidad inte-
lectual, y es esperable que las capacidades verbales y no verbales sean homogé-
neas. Patrones dispares de estas capacidades deben hacer pensar en problemas
específicos del aprendizaje, que requieren un abordaje especializado. En caso de
capacidades intelectuales bajas deben descartarse causas orgánicas, con estudios
cromosómicos, de enfermedades metabólicas, o comorbilidades con trastornos
del espectro autista.
Tal y como está planteada la sociedad actual, los niños que tienen éxito académi-
co y en el aprendizaje tienen más posibilidades de forjar una autoestima más
potente y ser más aceptados por compañeros y profesores, mientras que los niños
con fracaso escolar suelen tener más problemas, ya sean externalizantes o inter-
nalizantes. Es posible también que sean estos problemas el origen del fracaso
escolar, y lo cierto es que son niños de riesgo a los que debe estarse atentos.
Los problemas de hiperactividad y déficit de atención se caracterizan por un
debut precoz, antes de los 7 años. Muchos padres hacen referencia a que sus hijos
han sido así desde que nacieron o desde que empezaron a caminar. Pueden aso-
ciar problemas de conducta y dificultades en el aprendizaje, siendo estas quejas
del niño no sólo durante la exploración, sino con información recogida de los
padres y los educadores. Este trastorno, de no ser detectado y abordado, puede
tener implicaciones muy negativas en el desarrollo emocional, afectivo, familiar,
social y académico del niño.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Tratado de Psiquiatría Clínica. Robert E. Hales, Stuart C. Yudofsky. Masson, 2004.
2.- The clinical interview of the child. Stanley I. Greenspan. Pp 22-23; 35-74; 75-98. American
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3.- Typical and atypical development. from Conception to Adolescence. Martin Herbert. Pp 2-15;
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4.- Child psychiatry. A developmental approach. Third Edition. Philip Graham, Jeremy Turk and
Frank Verhulst. Pp 120-131; 186-197; 201-266. Oxford Medical Publications, 1999.
5.- Development during Middle Childhood: The Years from Six to Twelve (1984). Commission on
Behavioral and Social Sciences and Education (CBASSE). Pp 283-334.
6.- Tratado de Psiquiatría. Volumen 4. Harlold I. Kaplan, Benjamin J. Sadock. Sexta edición. Pp
2073-2080. Intermédica Editorial.
INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN
La adolescencia es la época de transición entre la infancia y la edad adulta. La
esencia del proceso psíquico que todo adolescente atraviesa es la pérdida de su
infancia, por un lado, y la búsqueda de un estado adulto estable por otro. Crono-
lógicamente se situaría entre los 10–12 y los 18–20 años, si bien la adolescencia
se ha prolongado en la medida en que en las sociedades industriales se ha incre-
mentado el período de dependencia.
La adolescencia incluye una serie de cambios en tres niveles fundamentales:
a) Físico: adquisición de la capacidad reproductiva y aparición de las caracte-
rísticas sexuales secundarias.
b) Psicológico: el adolescente vive un proceso de búsqueda y construcción de
su identidad. Dicha identidad tiene muchos componentes: la autoimagen
corporal; el autoconcepto; la autoestima; las habilidades en la interacción
social; la identidad sexual y afectiva; la identidad vocacional; la identidad
ideológica y moral.
c) Social: se busca la independencia de los padres y se desarrollan vínculos
extrafamiliares.
La adolescencia supone una época de crisis personal en la que el adolescente debe
asumir la pérdida del pasado infantil y adquirir la nueva identidad adulta, lo que
le lleva a confrontarse con sus dudas respecto al propio cuerpo y con sus caren-
cias, limitaciones y miedos ante lo que desea conseguir. También supone una épo-
ca de crisis relacional, oscilando entre la dependencia de los adultos y el deseo de
independencia, que propicia una rebelión contra las normas y la autoridad.
Es difícil valorar cuándo las manifestaciones y conflictos de un adolescente mere-
cen cuidados médicos y entran en el dominio de lo patológico, debido a: la mul-
1) Sueño: muchos adolescentes, por hábito cultural o cambio del ritmo circadia-
no, duermen menos, se duermen más tarde y presentan, a veces, somnolen-
cia diurna.
2) Alimentación: un elevado porcentaje de la población femenina y un porcenta-
je menor de la población masculina llevan a cabo dietas restrictivas, debido a
que la satisfacción producida por el propio cuerpo declina en la adolescencia.
3) Psicomotricidad: muchos adolescentes presentan estereotipias o manieris-
mos sin una significación patológica.
4) Sexualidad: son frecuentes la masturbación, la curiosidad sexual y el peeting
(caricias y tocamientos sexuales con otra persona). Se ha estimado que un 40-
60% de adolescentes realizan el acto sexual completo. Es normal que pueda
existir cierta incertidumbre respecto a la propia identidad sexual. La práctica
de relaciones homosexuales puntuales en la primera adolescencia no deter-
mina necesariamente una identidad homosexual definitiva.
5) Pensamiento: la intelectualización es una de las formas típicas del pensa-
miento adolescente, y le lleva a la preocupación por principios éticos, filosófi-
cos o sociales. Pueden aparecer periodos místicos o de un ateísmo absoluto.
6) Comunicación y lenguaje: las transformaciones corporales despiertan senti-
mientos de miedo y vergüenza en algunos adolescentes, y sentimientos de
orgullo y cierto exhibicionismo en otros. Muchos adolescentes, ante los con-
flictos, tiene dificultad para explicarse, y, por tanto, para simbolizar y comuni-
car lo que sienten o piensan.
7) Atención: muchos adolescentes presentan falta de concentración en las tare-
as externas, al depositar toda la carga afectiva en sÍ mismos.
8) Conducta: muchas veces el adolescente se cree en posesión de la verdad, y
actúa más que piensa. El paso al acto (cólera clástica, agresión, robo, fuga,…),
si se da de forma aislada, no señala una patología.
9) Afectividad: los cambios de humor son típicos de la adolescencia. Pueden
aparecer períodos de frustración y desaliento, aburrimiento, sentimientos de
soledad y desesperanza en el adolescente normal. En otras ocasiones se dan
períodos de elación y euforia desmedidos también de forma normal.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Alarcón L., Heit I., Montero E., Mumare M. y Zapata J.: Pensamiento, lenguaje y comporta-
miento adolescente. Psicología y Psicopedagogía: Publicación virtual de la Facultad de psicolo-
gía y psicopedagogía de la USAL. Año III nº 10, junio 2002.
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3.- Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya: Actuacions preventives a l’adolecesncia.
Ediciones Doyma, Barcelona, 2004.
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6.- Organización Mundial de la Salud: CIE-10: Trastornos mentales y del comportamiento. Medi-
tor, Madrid.
7.- Romeo i Bes, J.: Trastornos psicológicos en pediatría. Doyma, Barcelona, 1990
8.- Rubio G. y Huidobro A.: Trastornos psiquiátricos: ¿Cuándo derivar al especialista? Grupo Edi-
torial Entheos, Madrid.
9.- Toro J. y Vilardell E.: Anorexia nerviosa. Martínez Roca, Barcelona.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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2.- Marcelli D., Braconnier A. y Ajuriaguerra J.: Manual de psicopatología del adolescente. Mas-
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3.- Rodríguez Sacristán J.: Psicopatología del niño y del adolescente. Universidad de Sevilla, Sevi-
lla, 1995.
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celona, 1998.
5.- Woolfolk A. E.: Psicología evolutiva (6ª edición). Prentice-Hall Hispanoamericana, México.
INTRODUCCIÓN
Son escasos los trabajos dedicados al estudio evolutivo de las fobias y los miedos
intensos, pero, a partir de los datos disponibles, se puede afirmar que muchos de
ellos se agravan desde la infancia y/o adolescencia y pueden pervivir hasta eda-
des adultas.
Los trastornos de ansiedad representan la prevalencia mayor de todos los trastor-
nos de la infancia y adolescencia, entre el 3% y el 13% (Costello, 1995), impac-
tando en el funcionamiento en las esferas social, académica, familiar y personal
(Beldel et al, 1991; Francis et al, 1992). Según estudios epidemiológicos (Essau,
Conralt y Petermann, 1999) el porcentaje de niñas que presentan miedos fóbicos
es superior al de niños. A partir de los 11 años, hay un descenso generalizado tan-
to en el número de miedos excesivos como en su intensidad, hasta los 15 años, en
que existe un nuevo aumento.
Al menos un tercio de chicos con trastornos de ansiedad cumplen criterios para
dos o más trastornos de ansiedad (Strauss & Last, 1993). También existe con fre-
cuencia comorbilidad con otros trastornos como depresión mayor, con rangos que
varían según las series publicadas entre 28%-69%.
A.- Obtener la historia del paciente, los padres y otras personas informantes
III.- Tratamiento
Tratamiento multimodal, incluyendo:
A.- Intervención psicoeducativa
1.- Educación de los padres y otras personas significativas acerca de los sín-
tomas
2.- Educar al niño o adolescente de forma apropiada a su edad
3.- Colaborar con el personal escolar cuando los síntomas incluyan al colegio
4.- Consultar y colaborar con Atención Primaria
B.- Psicoterapias
1.- Programa conductual que incluya al niño o adolescente, padres, profeso-
res y otras personas significativas
2.- Intervenciones familiares que incluyan terapia familiar, intervenciones
padres-hijos, y guía a los padres
3.- Psicoterapias individuales
a) Cognitivo-Conductual
b) Psicodinámica
C.- Farmacoterapia
1.- Tricíclicos: previo al inicio de la medicación realizar registro de cons-
tantes vitales (tensión arterial, frecuencia cardiaca, ECG), registro de nive-
les plasmáticos de fármacos en relación a riesgos clínicos, toxicidad.
2.- Benzodiacepinas: aunque los datos disponibles del uso de BZD en los niños
siguen siendo limitados, están siendo usadas sobre todo en la ansiedad anticipa-
toria y en los trastornos de pánico. Considerar siempre riesgo/beneficios.
3.- ISRSs: datos preliminares sugieren que pueden ser efectivos en el trata-
miento de la ansiedad de niños y adolescentes.
4.- Betabloqueantes: utilidad limitada en el tratamiento de la ansiedad de
niños y adolescentes.
5.- Otras: reconocidos los síntomas psicosomáticos como manifestaciones
de la ansiedad, pueden ser beneficiosos en algunos casos los antihistamíni-
cos para las reacciones atópicas, espasmolíticos para alteraciones gastroin-
testinales…
Fobia social
DEFINICIÓN Y CONCEPTO
La sociabilidad y la timidez son características propias de la personalidad detec-
tables desde una edad temprana y que se mantienen estables durante el desarro-
llo. La fobia social se podría definir como la ansiedad persistente y excesiva ante
situaciones sociales en que el niño o el adolescente se expone a la crítica ante des-
conocidos, provocando un retraimiento y/o miedo frente a esas situaciones. El
mutismo selectivo entraría en esta categoría (miedo a hablar en situaciones socia-
les, escuela, y no así en la casa) como un subtipo de fobia social.
La fobia social tiene una prevalencia durante la vida de un 3-13%, y afecta apro-
ximadamente al 1% de los niños y adolescentes. Sus síntomas se dan sobre todo
en adolescentes con edades comprendidas entre los 14 y 17 años. Más prevalen-
te en chicas de nivel socioeconómico medio-alto.
EVALUACIÓN
Síntomas tales como rechazo escolar, incapacidad de hablar en clase, ansiedad
ante los exámenes, timidez, malas relaciones con los compañeros, etc., deben
alertar sobre la posibilidad de una fobia social. Deben durar más de seis meses,
no ser secundarios a otro trastorno y afectar al funcionamiento social del
niño/adolescente.
Se realizarán entrevistas con padres y profesores cuando sea posible, que se cen-
trarán en los síntomas físicos, las preocupaciones específicas y las situaciones
difíciles características de la fobia social.
1.- Pruebas psicométricas: Escala de Ansiedad Social para adolescentes SAS-
A y SPAI–C (Inventario de Fobia social y Ansiedad para niños).
2.- Diagnóstico diferencial: habrá que realizarlo con el trastorno de angustia
TRATAMIENTO
La mayoría de los casos de fobia en la infancia son transitorios, requiriendo tra-
tamiento sólo los de alto grado de incapacidad por la fobia y/o psicopatología aso-
ciada.
Psicoterapia
Los tratamientos de base cognitivo-conductual destinados a modificar las con-
ductas desadaptadas son la base del tratamiento de la fobia social en niños y ado-
lescentes. Los tratamientos basados en la exposición intentan reducir la ansiedad
al asociar los estímulos que la inducen con estímulos incompatibles, o al facilitar
la extinción de la ansiedad condicionada a través de la exposición repetida.
Los procedimientos más utilizados son:
• Reestructuración cognitiva
• Desensibilización sistemática
• Administración de contingencias
• Modelado
• Entrenamiento en habilidades sociales
También se realizan intervenciones cognitivo-conductuales de grupo con buenos
resultados.
Trabajo con padres
El manejo de la situación por parte de los padres es una circunstancia ambiental
que conviene valorar y tratar.
Tratamiento farmacológico
Algunos estudios han demostrado la eficacia de los ISRS en ensayos abiertos
(paroxetina, 0.2-0.5 mg/kg/día). El estudio de Simeon y Ferguson (1987) encuen-
tra que el uso de alprazolam disminuye el retraimiento social en niños con fobia
social.
Fobias específicas
DEFINICIÓN
Los miedos son comunes en chicos de todas las edades formando parte del proceso
de desarrollo evolutivo, generalmente son transitorios y no requieren tratamiento. La
fobia específica es un miedo excesivo y persistente hacia un objeto, un entorno o una
circunstancia, produciendo un comportamiento evitativo que interfiere con el funcio-
namiento normal. Se distingue según el objeto o la situación: al medio ambiente, a la
sangre, al transporte, a situaciones que puedan llevar a atragantarse, vomitar, conta-
giar enfermedades… Entre los factores que predisponen a la aparición de fobia espe-
cífica cabe citar los acontecimientos traumáticos.
Según estudios epidemiológicos (Essau, Conralt y Petermann, 1999) el porcenta-
je de niñas que muestran miedos fóbicos es superior al de niños. Las chicas temen
más a los animales y a separarse de los padres, los chicos al contacto físico y a la
evaluación del rendimiento escolar.
CLÍNICA
El niño o adolescente que presenta fobia simple se muestra nervioso, con un
temor marcado, persistente, excesivo e irracional en presencia de un objeto o ante
una situación concreta que intenta evitar. A veces el reconocimiento de que el
miedo es excesivo e irracional puede faltar. Puede manifestarse por lloros, rabie-
tas, inhibición… En presencia del estímulo fóbico aparece de forma inmediata e
invariablemente una respuesta de ansiedad. Las situaciones fóbicas se evitan o se
soportan a costa de una intensa ansiedad o malestar.
Subtipos:
1.- Tipo animal: animales o insectos. Suele iniciarse en la infancia
DIAGNÓSTICO
Requiere la presencia de síntomas de ansiedad de carácter vegetativo, limitándo-
se los síntomas de ansiedad a las situaciones temidas:
1.- Crisis de angustia con una predisposición situacional
2.- El niño reconoce que el temor no es razonable y es excesivo
3.- Deterioro social y académico
4.- Más frecuente en niñas
5.- Preocupación en relación al acontecimiento temido
Las fobias simples que comienzan en la infancia duran muchos años, mientras
que aquellas que son fruto de un acontecimiento vital estresante en la edad adul-
ta tiene un pronóstico mejor.
Diagnostico diferencial
1.- En algunos pacientes con fobia simple de larga duración, la aparición de un
trastorno depresivo puede hacerlos menos tolerantes ante los síntomas que
presentan
2.- Las fobias específicas se diferencian del resto de los trastornos de ansiedad
en los niveles de ansiedad intercurrente
3.- En la fobia específica el paciente no presenta una ansiedad permanente
4.- La fobia específica se diferencia de la fobia social en virtud del objeto o la
situación fóbica
TRATAMIENTO
Psicoterapia
Psicoterapia cognitivo-conductual (responden bien a corto plazo). La revisión de
Toro y cols (1991) recoge los procedimientos de intervención de las fobias espe-
cíficas a estas edades:
• Inundación
• Administración de contingencias
• Modelado
• Técnicas de autocontrol
Trastorno de pánico
DEFINICIÓN
El trastorno de pánico se caracteriza por episodios recurrentes espontáneos de
pánico asociados a síntomas fisiológicos y psicológicos entre los cuales el niño o
adolescente se encuentra bien. Se presenta de forma aislada, brusca, sin desenca-
denantes aparentes, incluso en períodos de descanso, vacaciones… Esto lleva a
que se consulte precozmente. La comorbilidad de síntomas puede reflejar la mul-
ticausalidad de factores (genéticos, ambientales, intrapsíquicos…) o el impacto
de la ansiedad en el desarrollo evolutivo.
Una estimación de aproximada de la prevalencia del trastorno de pánico en escue-
las superiores es de 0.6%. Es más prevalente en el sexo femenino. Parece que la
aparición después de la pubertad (entre los 15–19 años) es más frecuente que en
la infancia.
La aparición de un trastorno de angustia antes de los 17 años parece comportar un
riesgo superior de abuso de sustancias, ideas e intentos de suicidio, y por consi-
guiente una mayor frecuentación de los Servicios de Urgencias.
El aumento del riesgo de morbilidad grave debe obligar a prestar atención adi-
cional a pacientes jóvenes con trastorno de angustia.
CLÍNICA
Las principales características de los ataques de pánico son el ascenso rápido de
una ansiedad extrema y el miedo a un resultado catastrófico. Suele producirse de
forma aguda en un minuto, y aumenta con rapidez. Los síntomas duran de 5 a 15
minutos, aunque en ocasiones persisten hasta una hora. La repetición de las crisis
en el tiempo o el desarrollo de ansiedad anticipatoria y agorafobia o de conduc-
tas de evitación es frecuente.
nes somáticas en sus descripciones iniciales del trastorno de pánico. Los niños
refieren temor a la muerte o a volverse loco y pérdida de control; los adolescen-
tes refieren despersonalización y desrealización.
DIAGNÓSTICO
Aparición aislada y temporal de miedo o malestar intenso que se acompaña al
menos de 4 de un total de 13 síntomas, que se inician bruscamente y alcanzan su
máxima expresión en los primeros 10 minutos:
1.- Palpitaciones
2.- Sudoración
3.- Temblores
4.- Sensación de ahogo
5.- Sensación de atragantarse
6.- Opresión o malestar torácico
7.- Náuseas o molestias abdominales
8.- Inestabilidad , desmayo, mareos
9.- Desrealización/despersonalización
10.- Miedo a perder el control o a volverse loco
11.- Miedo a morir
12.- Parestesias acras
13.- Escalofríos
Una historia clínica detallada, proporcionada por el paciente, los padres, profeso-
res y otros profesionales que conozcan al niño, es de inestimable valor. La explo-
ración pediátrica y neurológica pueden ser útiles para determinar el origen de de
los síntomas somáticos. Las entrevistas diagnósticas semiestructuradas, o las par-
tes de las mismas dedicadas a la ansiedad pueden ser útiles. Las escalas de eva-
luación aportan una información diagnóstica útil y facilitan el control de lo con-
seguido con el tratamiento.
Diagnóstico diferencial
Los ataques de pánico aparecen también en el trastorno de ansiedad generalizada,
el trastorno de ansiedad fóbica (agorafobia), en los trastornos depresivos y en la
abstinencia a alcohol.
TRATAMIENTO
Es importante educar al paciente, la familia y la escuela e implicarlos en el trata-
miento, explicar los síntomas físicos de la ansiedad, y que ésta provoca el miedo
a morir o perder el control, la ansiedad mental y la física.
Terapia cognitivo conductual: para los episodios de pánico, la ansiedad anticipa-
toria y el comportamiento evitativo.
Psicoterapia psicodinámica individual, grupal y/o familiar para los conflictos
interpersonales y familiares que contribuyen a agravar los síntomas de la ansie-
dad.
Tratamiento farmacológico: se han usado los antidepresivos tricíclicos (nortripti-
lina) y las benzodiacepinas (clonazepam y alprazolam). Hoy en día los ISRS pue-
den ser considerados los tratamientos de primera elección en los trastornos de
pánico de niños y adolescentes.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Masi G, Toni C, Mucci: Paroxetine in child and adolescent outpatient with panic disorder. J
Child Adolesc Psychopharmacol. 2001 Summer; 11 (2): 151-7.
2.- Scott N, Compton, Jonh S: Cognitive-Behavioral Psychotherapy for Anxiety and Depressive
Disorders in Children and Adolescents. J Am Acad Child Adolesc
Psychiatry 43: 8, August 2004.
DEFINICIÓN Y CONCEPTO
El Trastorno de Ansiedad de Separación en la Infancia (TASI) presenta como ras-
go característico la ansiedad excesiva en relación con la separación o alejamien-
to de la madre, de ambos padres o, en general, de cualquier persona a la que el
niño se encuentra apegado emocionalmente. En general, existe una implicación
patológica entre el niño y estas figuras de apego, de modo que el niño es descri-
to como de buen carácter y dispuesto a agradar, y se toleran situaciones de sobre-
dependencia del niño. Sin embargo hay a la vez cierta hostilidad, porque esta
situación limita la propia capacidad de los padres para realizar actividades de for-
ma independiente del niño, o bien porque afecta a la relación conyugal, y se des-
cribe al niño como exigente o demandante de atención constante. También se ha
descrito la presencia simultánea de negligencia hacia las necesidades afectivas del
niño, sobreprotección y control.
En situaciones en que se produce o se anticipa la separación respecto de las figu-
ras de apego el niño muestra ansiedad, tanto somática (palpitaciones, rubefacción,
inquietud, mareos, etc.) como psíquica (miedo a accidentes, enfermedades o suce-
sos funestos para él o para la figura de apego que pudieran convertir la separación
en definitiva).
Esta ansiedad debe ser inapropiada para la etapa del desarrollo en la que se
encuentra el niño, y ha de durar al menos 4 semanas.
La negativa a acudir a la escuela, si se traduce en ausencias prolongadas (incluso
más de 1 año), puede condicionar problemas académicos, así como dificultades
secundarias en las interacciones sociales, tanto con adultos ajenos a la familia
como con iguales, al faltar el aprendizaje social que se realiza en la interacción con
profesores y compañeros. Dicha problemática, a su vez, cronifica el TASI al sen-
tirse el paciente inseguro de sus capacidades y llevarle a buscar apoyo familiar.
EPIDEMIOLOGÍA
Se estima una prevalencia de 1-5% entre los niños y adolescentes atendidos en
consulta psiquiátrica, y dentro de los trastornos de ansiedad en la infancia y ado-
lescencia, se estima que un 47% son TASI.
- Depresión mayor: aunque las cifras de comorbilidad son altas, el TASI sue-
le preceder a la depresión y es rara la intención suicida (por lo que el suce-
so tendría de separación)
- Trastornos generalizados del desarrollo o trastornos psicóticos: la ansiedad
por separación en estos trastornos es un síntoma accesorio, estando pre-
sentes síntomas más típicos de estos trastornos (alteraciones en lengua-
je, interacción social, ideas delirantes, etc.) de los que carece el TASI
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
1. De Lucas Taracena, Rodríguez Ramos P. Instrumentos de evaluación y diagnóstico en la prácti-
ca clínica. En: Mardomingo Sanz MJ (ed.). Trastornos de ansiedad en el niño y en el adolescen-
te. Asociación Castellana de Psiquiatría de la infancia y adolescencia, Madrid, 1999, pp. 47-56.
Partiendo de la diferenciación entre ansiedad normal o propia del desarrollo y ansiedad pato-
lógica, realiza una descripción del procedimiento habitual para diagnosticar diversos estados
de ansiedad en la infancia, detallando finalmente los instrumentos más utilizados en nuestro
medio.
2. Freeman JB, Garcia AM, Leonard HL. Anxiety disorders: Separation anxiety disorder. En: Lewis
M (ed.). Child and adolescent psychiatry: a comprehensive textbook (3ª edición). Lippincott,
Williams y Wilkins, Philadelphia, 2002; pp. 824-825.
En este capítulo lo más destacable son los apartados dedicados a diagnóstico diferencial y
comorbilidad, y la descripción de los abordajes psicoterapéuticos según clínica, edad del
paciente, etc.
3. Gutiérrez Casares JR, Rey Sánchez F. Trastornos de las emociones de comienzo habitual en la
infancia. En: Planificación terapéutica de los trastornos psiquiátricos del niño y del adolescente;
Madrid, Smith-Kline-Beecham, 2000; pp. 448-464.
Se trata de una revisión bastante actualizada de los aspectos clínicos y psicoterapéuticos del
TASI.
4. Last CG. Trastornos por ansiedad: trastorno por angustia de separación. En: Ollendick TH, Her-
sen M. Psicopatología infantil. Martínez Roca (Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud),
Barcelona, 1993; pp. 259-266.
Ofrece una descripción clínica muy clara y rica sobre los síntomas tan diversos que pueden apa-
recer en el TASI, diferenciando éstos por edad.
DEFINICIÓN
La fobia escolar no es una categoría diagnóstica separada en el DSM-IV, y los
niños con este síntoma constituyen un grupo heterogéneo. En ocasiones se ha
considerado que el síndrome de fobia escolar es un artefacto creado por la nece-
sidad de tratar a los niños que no cumplen con su obligación legal de ir al colegio
y que al mismo tiempo tienen un trastorno emocional o afectivo.
La fobia escolar es la incapacidad total o parcial del niño de acudir al colegio
como consecuencia de un miedo irracional a algún aspecto de la situación esco-
lar. Se han propuesto (King, 1995) los siguientes criterios diagnósticos:
- Dificultad grave para asistir a la escuela, que en ocasiones produce periodos
prolongados de absentismo escolar. Los padres parecen razonablemente pre-
ocupados por asegurar la asistencia escolar (a diferencia de situaciones de
negligencia).
- Grave trastorno emocional, que incluye excesivo temor, explosiones de mal
humor, o quejas de estar enfermo en relación con la perspectiva de acudir al
colegio.
- El niño permanece en casa con conocimiento de los padres cuando debería
estar en el colegio. Esto ayuda a diferenciarlo de conductas de “hacer novi-
llos”, en las que los padres no son conocedores de la situación.
- Ausencia de características disociales como robos, mentiras o destructividad.
Esto lo distingue del absentismo escolar voluntario, que con frecuencia se
asocia con conductas disociales.
La posibilidad de acudir al colegio produce en el niño angustia anticipatoria, que
se produce justo antes de acudir al colegio, o bien la tarde antes con aumento de
los síntomas al anochecer. Los síntomas de angustia pueden acompañarse de un
cuadro neurovegetativo (náuseas, vómitos, diarrea, abdominalgia, cefaleas). Esto
EPIDEMIOLOGÍA
Las tasa de incidencia de fobia escolar entre la población derivada a servicios de
psiquiatría infantil es variable según los diferentes estudios, probablemente por
los diversos criterios diagnósticos utilizados. Se pueden encontrar datos entre un
0.5% (Mardomingo, 1987), y un 15% (Mendiguchía, 1987; Last, 1987).
En el estudio epidemiológico transversal de la isla de Wight (Rutter, 1970) en
población general de 10 a 11 años, la prevalencia de fobia escolar fue de menos
del 3% de todos los trastornos psiquiátricos. En otros estudios (Ollendick 1984)
se han encontrado cifras del 4% en población general.
La fobia escolar afecta aproximadamente por igual a niños y niñas según algunos
estudios, si bien se encuentran otros estudios en los que se da más en varones, y
otros en los que predomina en mujeres.
Se da más frecuentemente en la adolescencia temprana, aunque puede ocurrir en
cualquier momento del periodo en el que los niños están escolarizados. Parece
que la fobia escolar es más frecuente a partir de los 12 años, y la ansiedad de sepa-
ración por debajo de esa edad.
No parecen existir diferencias en cuanto a clase social. La ansiedad de separación
y el absentismo escolar voluntario, sin embargo, son más frecuentes en clases
sociales bajas.
Los niños que presentan fobia escolar no tienen diferente nivel intelectual ni ren-
Llanto
Quejas somáticas (cefalea, abdominalgia)
Náuseas, vómitos, diarrea, anorexia
- Síntomas depresivos (menos frecuentes):
Tristeza
Anhedonia
Sentimientos de impotencia e inseguridad
Estos síntomas son más intensos por la mañana, en las horas previas a ir al cole-
gio, y mejoran durante el día, empeorando de nuevo por la noche. Desaparecen
en vacaciones o si el niño se queda en casa. Son más frecuentes los domingos por
la noche y los lunes por la mañana, y después de los periodos de vacaciones.
En ocasiones, una vez en el colegio los síntomas desaparecen y no vuelven a apa-
recer hasta el día siguiente, ante la perspectiva de ir de nuevo al colegio.
Estos síntomas aparecen en un niño o niña que no suele presentar rasgos disocia-
les, y que deja de asistir al colegio con el consentimiento de los padres, indepen-
dientemente de sus resultados escolares previos.
En ocasiones se asocian otros trastornos, como trastornos de ansiedad (trastornos
fóbicos, ansiedad excesiva, agorafobia) o trastornos depresivos.
PROTOCOLO DIAGNÓSTICO
El diagnóstico se realiza por la clínica, utilizando la entrevista con los padres, la
entrevista y valoración del niño usando cuando sea necesario escalas, y la infor-
mación del colegio.
El cuadro típico es el de un niño que presenta ansiedad intensa ante la idea de ir
al colegio, que aparece de forma brusca o después de algunas protestas antes de
ir al colegio o con algunas ausencias por síntomas somáticos (abdominalgia, cefa-
lea). Presenta ansiedad que en ocasiones se acompaña de sintomatología neuro-
vegetativa (náuseas, vómitos, anorexia, palidez), llanto, rechazo ante la idea de
acudir al colegio, por lo que trata por todos los medios de evitarlo. En ocasiones
es capaz de explicar un motivo para sus temores, pero en otras ocasiones no, y en
cualquier caso siempre serían temores desproporcionados. Los síntomas aparecen
sobre todo por la mañana antes de ir al colegio, a veces desaparecen si el niño acu-
de a clase, y siempre si se queda en casa, para reaparecer por la tarde. Son más
frecuentes estos síntomas el domingo por la tarde y después de un periodo de
vacaciones. El niño se queda en casa con el consentimiento de sus padres, que por
otra parte parecen preocupados porque el niño acuda a clase. No suele haber ras-
gos disociales.
Cuando el niño llega a la consulta del psiquiatra suele llevar ya un tiempo de evo-
lución, puede ser que ya haya existido un periodo de ausencia a clase. Ante las
quejas somáticas, y a pesar de que pueda parecer claro el diagnóstico, es necesa-
rio hacer un adecuado estudio orgánico con las pruebas complementarias necesa-
rias. Debe realizarse una adecuada historia clínica, explorando antecedentes de
ansiedad, ansiedad de separación, otros síntomas fóbicos, antecedentes de temor
a la escuela. También explorar qué aspectos concretos desencadenan mayor res-
puesta fóbica, realizar una buena historia evolutiva y valorar los patrones de rela-
ción intrafamiliar y los antecedentes familiares de ansiedad y depresión.
En la exploración del niño, debe: valorarse el CI para descartar trastornos del
aprendizaje, descartar sintomatología psicótica, y valorar la existencia de otros
temores fóbicos. Pueden usarse escalas de ansiedad, como la STAIC (Cuestiona-
rio de ansiedad rasgo-estado para niños, Spielberg 1973), o la FSSC-R (Escala
revisada de miedos para niños, Ollendick 1983).
Debe también obtenerse información del colegio para determinar la conducta del
niño, sus relaciones con los profesores y los compañeros, la asistencia a clase y
el rendimiento escolar.
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
Hay que realizarlo con las siguientes entidades:
- Absentismo escolar voluntario (“hacer novillos”, “hacer campana”): el niño
no presenta síntomas de ansiedad ante la perspectiva de ir al colegio, no
quiere quedarse en casa, no se queda sin ir al colegio con el conocimiento
de este hecho por parte de los padres. Se asocian con mayor frecuencia ras-
gos o conductas disociales. El medio socioeconómico tiende a ser más alto
en el caso de la fobia escolar, y hay más antecedentes de trastornos de ansie-
dad.
- Otros trastornos de ansiedad: a veces es difícil hacer el diagnóstico diferen-
cial, porque pueden darse de forma simultánea:
· En la ansiedad de separación el niño presenta síntomas de ansiedad ante
la perspectiva no sólo de ir al colegio, sino también de separarse de la
figura de apego en otras circunstancias. Incluso estando en el domicilio
trata de no separarse de esa figura. El miedo principal es a que a la figu-
TRATAMIENTO
1.- Asesoramiento a los padres
El primer objetivo es conseguir la asistencia a clase lo antes posible. Una vez
que la asistencia a clase se ha hecho regular, muchos de los síntomas de ansie-
dad y depresión desaparecen. Retrasar la reincorporación suele conllevar una
complicación en la evolución. Para ello es esencial dar una adecuada orienta-
ción y asesoramiento a los padres, para que entiendan el origen del problema
y la necesidad de no prolongar el absentismo. A veces los padres esperan que
el niño se cure antes de volver, o creen que hay algo en la escuela que provo-
ca la situación y que hay que corregirlo antes.
Es útil que ambos padres estén en casa a la hora de ir al colegio, y que le acom-
pañen. A veces, cuando el niño ve que los padres están determinados a que
vaya a clase deja de resistirse a ir. Puede ser útil el entrenamiento de los padres
para afrontar los síntomas de ansiedad, y en general el asesoramiento en técni-
cas de modificación de conducta.
2.- Conseguir la colaboración del paciente
A veces es complicado al principio, pero es un tema importante, que suele con-
seguirse con sesiones individuales de asesoramiento con el niño en las que se
le pueda ofrecer la posibilidad de decidir algo en cómo hacer el retorno.
3.- Técnicas de modificación de conducta
Entrenamiento en relajación, exposición a los estímulos que producen fobia,
abordaje cognitivo de pensamientos irracionales, interpretaciones y expectati-
vas erróneas, utilización de técnicas de resolución de problemas, autoinstruc-
BIBLIOGRAFÍA
• Kearney CA, Albano AM. The functional profiles of school refusal behavior.
• Diagnostic aspects. Behav Modif. 2004; 28 (1): 147-61.
• Lewis M: Child and adolescent psychiatry. Lippincott,Williams & Wilkins. 2002.
• Mardomingo MJ: Psiquiatría del niño y del adolescente. Díaz de Santos, 1994.
• Rutter M, Taylor E, Hersov L: Child and adolescent psychiatry. Blackwell Science, 2005.
• Soler PA, Gascón J: Recomendaciones terapéuticas en los trastornos mentales. Ars Médica, 2005.
• Suveg C, Aschenbrand SG, Kendall PC. Separation anxiety disorder, panic disorder, and school
refusal. Child Adolesc Psychiatr Clin N Am. 2005; 14 (4): 773-95.
CONCEPTO Y DEFINICIÓN
El trastorno de ansiedad generalizada (TAG) en niños y adolescentes se caracteri-
za por ansiedad y preocupaciones excesivas, persistentes y fuera de control sobre
gran número de hechos y actividades de la vida diaria, que interfieren con su fun-
cionamiento familiar, social y escolar. La preocupación es desproporcionada a los
hechos, y una vez el niño empieza a preocuparse encuentra muy difícil o imposi-
ble parar. La distinción entre las preocupaciones apropiadas a la edad y las propias
de este trastorno se basa más en su persistencia y carácter poco realista que en el
objeto de la preocupación. Las preocupaciones hacen referencia a la escuela, fami-
lia, amigos, rendimiento, competencia, aprobación y conducta pasada, puntuali-
dad, salud y aspectos del mundo como guerras y catástrofes. Los acontecimientos
futuros y las situaciones nuevas o poco familiares son también motivo de preocu-
pación. Los padres comentan que sus hijos son catastrofistas y que se preocupan
por todo. Los adultos describen a estos niños como perfeccionistas, conformistas
y rígidos, y en ocasiones como oposicionistas. Frecuentemente buscan ser tran-
quilizados por los demás, aunque esto sólo les alivia momentáneamente. La preo-
cupación puede manifestarse con irritabilidad. Los niños con TAG tienen tenden-
cia a procesar la información de manera sesgada hacia la amenaza. Para realizarse
el diagnóstico, esta ansiedad y preocupación deben ir acompañadas como mínimo
por un síntoma físico, presentarse la mayoría de días y un mínimo de 6 meses. Los
padres refieren más síntomas físicos que los propios niños. Los niños mayores (11-
13 años) refieren más síntomas físicos que los de menor edad (9-11 años) (Pimen-
tel y Kendall, 2003). Quejas somáticas como dolor de cabeza, dolores abdomina-
les y dificultades para dormir son frecuentes.
La mayor parte de la información disponible sobre este trastorno en niños y ado-
lescentes procede de estudios sobre el trastorno por ansiedad excesiva. Esta cate-
goría quedó incluida en el trastorno de ansiedad generalizada del DSM-IV. Pare-
EPIDEMIOLOGÍA
La prevalencia estimada del TAG varía del 2.7% al 4.6% (Costello, 1989). Del 3
al 12% de los niños en población general presentan una preocupación excesiva y
crónica que causa disfunción (Anderson et al., 1987). En la niñez es igual de fre-
cuente en ambos sexos, mientras que en la adolescencia es más frecuente en chi-
cas. A diferencia de otros trastornos de ansiedad, como la ansiedad por separa-
ción, los niños de mayor edad tienen más síntomas que los de menor edad
(McGee et al., 1990). En niveles socioeconómicos medios o altos y población
blanca hay mayor prevalencia de TAG (Last et al., 1987). El inicio del trastorno
es relativamente temprano, como promedio de 8.8 a 10 años, y el diagnóstico de
10.8 a 13.9 (Keller et al., 1992; Last et al., 1992). El curso tiende a ser crónico y
fluctuante, empeorando ante situaciones de estrés. Pone en evidencia la continui-
dad entre los trastornos de ansiedad en niños, adolescentes y la vida adulta.
Muchos adultos con este trastorno explican que han sido ansiosos la mayor parte
de su vida, y que frecuentemente iniciaron el problema ya en la infancia. Los
padres de pacientes también comentan que su hijo se ha preocupado mucho “des-
de siempre”. Por este motivo, hay autores que consideran mejor conceptualizar
este trastorno como un rasgo temperamental que como un trastorno mental. Has-
ta el momento conocemos poco sobre el cambio de síntomas a lo largo de la
infancia hasta la vida adulta, y los resultados son inconsistentes. Por ejemplo, se
pensaba que a menor edad menos síntomas físicos, lo que quedó incorporado
como criterio diagnóstico. Sin embargo, el resultado no es claro. Debe tenerse
cuidado al hacer inferencias en niños menores de 7 años, ya que en torno a esa
edad hay cambios cognitivos que tienen un impacto en los procesos de preocupa-
ción (Vasey, Crnic y Carter, 1994).
El TAG raramente se presenta solo. Presenta una comorbilidad alta con otros tras-
tornos de ansiedad y con depresión (Keller et al., 1992; Last et al., 1996, Verduin
y Kendall, 2003). También puede presentarse con otros trastornos de carácter
externalizante, como el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactivi-
dad, el Trastorno de Conducta o el Trastorno Negativista Desafiante.
POBLACIÓN/EDADES DE RIESGO-DIANAS
Mucha información sobre población y factores de riesgo procede de investiga-
ciones de trastornos de ansiedad en general y de estudios con adultos. Los hijos
de pacientes con trastornos de ansiedad tienen más riesgo de sufrir también un
trastorno de ansiedad. Los familiares de primer grado de niños con trastornos de
ansiedad tienen más trastornos de ansiedad que la población general. Un estudio
señaló que familiares de primer grado de pacientes con TAG tenían mayor pro-
porción de TAG, pero no de otros trastornos de ansiedad (Hudson et al., 2004).
Los factores genéticos parecen sin embargo jugar un papel menor o más modera-
do que en otras patologías. Un estudio de 1000 mujeres gemelas estimaba la here-
dabilidad en un 30%, comparada con el 70% de la depresión mayor (Kendler et
al., 1992). Los factores genéticos parecen más bien predisponer de forma inespe-
cífica tanto a la ansiedad como a otros trastornos como la depresión (Hudson et
al., 2004). La contribución genética puede entenderse a través del temperamento
(la inhibición conductual). Este rasgo temperamental estable, caracterizado por la
presencia de inhibición ante situaciones no familiares, evitación y retirada o acti-
tud de reserva ante situaciones nuevas, ha estado asociado de manera clara con
trastornos de ansiedad posteriores (Biederman et al, 1993, 2001; Oosterlaan,
2000).
Los padres de niños con trastornos de ansiedad refuerzan las conductas de evi-
tación más que los padres de niños con otros trastornos, y las madres de niños
ansiosos se implican más y dan más ayuda de la necesaria al niño en situacio-
nes de estrés. No está claro si es una consecuencia de la ansiedad de los niños
o un reflejo de un estilo educativo protector más estable. Los padres ansiosos
proporcionan modelos de conducta ansiosa a sus hijos. Una vinculación afecti-
va ambivalente, como la que muestran los niños que tienen una gran dificultad
para separarse de sus cuidadores, está asociada con mayor riesgo de ansiedad
(Warren et al., 1997). Los acontecimientos vitales estresantes, las condiciones
psicosociales adversas y las experiencias traumáticas, están asociadas al TAG,
a otros trastornos de ansiedad y a depresión, y en algunos casos específicamen-
te al desarrollo de TAG en la etapa adulta (Kessler et al., 1997). La experiencia
de falta de control sobre el propio entorno especialmente en la infancia tempra-
na parece jugar un papel central en el desarrollo de la ansiedad, aunque facto-
res como el apoyo social moderan esta influencia. Por último, se han de tener
en cuenta la edad y el desarrollo cognitivo, que permiten hacer predicciones
sobre el futuro y anticipar resultados negativos, dando lugar al inicio del pro-
ceso de preocupación.
Sigue
Entrevistas estructuradas o
semiestructuradas Comentarios
Basada en criterios DSM IV. Específica para
diagnosticar t. de ansiedad en niños. Más
ampliamente utilizada para TAG. Buena
fiabilidad test-retest y entre evaluadores. Buena
ADIS-C/P fiabilidad en la escala de síntomas de TAG
The Anxiety Disorders Interview Valora gravedad y grado de disfunción, proble-
Schedule for DSM-IV. Child and Parent mas asociados, hechos precipitantes y evolu-
Versions (Silverman & Albano, 1996) ción del trastorno. Incluye preguntas que ayu-
dan a realizar un análisis funcional de los sínto-
mas de ansiedad. De 6 a 17 años.
Validez para niños menores de 9 años necesita
más investigaciones
Sigue
Entrevistas estructuradas o
semiestructuradas Comentarios
DICA-IV
The Diagnostic Interview for Children
and Adolescents (Reich,1997)
DISC
The Diagnostic Interview Schedule for Todas las entrevista estructuradas o semies-
Children (Shaffer et al. 2000) tructuradas tienen formas equivalentes para
CAPA niños y padres, pueden obtenerse diagnósticos
The Child and Adolescent Psychiatric DSM, permiten registrar la conducta del niño
Assessment (Angold &Costello, 2000) durante la entrevista, cubrir un amplio rango de
K-SADS-PL edad y valorar la mayoría de trastornos
The Kiddie-Schedule for Affective
Disorders and Schizophrenia
(Kaufman et al., 1997)
Cuestionarios e inventarios contestados por
padres, maestros y otras personas significati-
Valoraciones realizadas por personas vas, como el CBCL Child Behaviour Checklist
significativas (Achenbach, 1991). Buenas propiedades psico-
métricas y datos normativos amplios. Discrimi-
na por edad y género. No discrimina entre
trastornos de ansiedad
Problemas gastrointestinales
Hipertiroidismo
Feocromocitoma
Hipoglucemia
Lupus
Arritmias cardiacas TAG se presenta con síntomas
Crisis comiciales físicos.
Migrañas Necesidad de tener en cuenta
Enfermedades Trastornos del sistema nervioso central y/o explorar la presencia de
médicas (ej. Delirium o tumores cerebrales) enfermedad física especialmente
Uso excesivo de cafeína u cuando predominan síntomas
otros estimulantes autonómicos y
Efectos de medicamentos: cuando la historia clínica
antihistamínicos, antiasmáticos, lo sugiera
simpaticomiméticos, esteroides,
haloperidol y pimozide, ISRSs,
antipsicóticos y preparados no prescritos
como pastillas de dieta y medicinas para
el resfriado
Comparte muchos síntomas con
otros t. de ansiedad. El diagnósti-
T. ansiedad por separación co de TAG se lleva a cabo cuando
Otros Fobia social el motivo de la ansiedad y preocu-
trastornos Fobias Específicas pación no está relacionado con la
de ansiedad T. por crisis de angustia y agorafobia preocupación central de otro t. de
T. obsesivo compulsivo ansiedad, como la separación o
situaciones sociales. Es frecuen-
te la comorbilidad entre varios t.
de ansiedad
T. adaptativo con estado de ánimo Si la sintomatología es de menor
ansioso duración y surge tras experimen-
tar algún acontecimiento estre-
Otros sante específico
trastornos Trastornos del estado de ánimo
psiquiátricos TDAH
Abuso de sustancias: alcohol, nicotina,
marihuana, cocaína, estimulantes,
inhalantes y alucinógenos.
DEFINICIÓN Y CONCEPTO
El diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEP) requiere que se haya
producido una exposición a un acontecimiento traumático que debe ser poten-
cialmente amenazante para la vida o para la salud del individuo o de otra perso-
na de su entorno más cercano. El niño deberá haber sufrido el acontecimiento
traumático en persona o haber sido testigo de dicho acontecimiento en alguien
generalmente cercano al niño. Ejemplos de acontecimientos que puedan causar
TEP son: abuso sexual, rapto, acoso en el colegio por parte de compañeros, acci-
dentes graves con determinados vehículos de motor, desastres naturales o provo-
cados por el hombre y enfermedades amenazantes para la vida del individuo
como cáncer o quemaduras graves.
Los niños que padecen TEP responden a dichos eventos con intenso temor, horror
o desesperanza, y en ocasiones muestran comportamientos desorganizados y agi-
tación. También desarrollan síntomas característicos como re-experimentación
del acontecimiento traumático, evitación, y aumento del umbral del nivel de acti-
vación fisiológica. El que aparezcan estos síntomas va a depender en gran medi-
da de la edad del niño, haciendo menor referencia al acontecimiento traumático
los niños de menor edad. Los síntomas de re-experimentación más frecuentes
incluyen miedo, pensamientos de tipo intrusivo relacionados con el trauma y
pesadillas o sueños recurrentes en referencia al acontecimiento traumático. En los
niños más pequeños estos síntomas pueden tomar la forma de miedo a monstruos
o animales, siendo más difícil hacer un diagnóstico diferencial con temores y
pesadillas normales en este grupo de edad. Todo aquello que recuerde el aconte-
cimiento traumático generalmente provoca en el niño un intenso estrés psicológi-
co o aumento del umbral de activación fisiológica. Estos niños típicamente tratan
de evitar todo aquello que recuerde al trauma. Los adolescentes con TEP pueden
usar drogas o alcohol para disminuir los síntomas de re-experimentación, o para
EPIDEMIOLOGÍA
Los datos sobre la prevalencia del trastorno de estrés postraumático son un tanto
dispares, debido a que proceden de estudios con notables diferencias metodoló-
gicas, sobre todo a nivel de los criterios diagnósticos y en los instrumentos de
evaluación utilizados.
Se estima que la prevalencia del trastorno de estrés postraumático en la población
general es aproximadamente del 1 al 4% (Helzer et al., 1987).
En un estudio realizado en la población general (Giaconia et al., 1995) se obser-
vó que a los 18 años más de las dos quintas partes tenían criterios DSM-IIII-R de
haber sufrido una experiencia traumática, y que alrededor del 6% reunían crite-
rios para el diagnóstico del trastorno en una ocasión como mínimo.
En un estudio (Terr, 1989) se vio que el 100% de los niños que fueron secuestra-
dos en el autobús escolar (en Chowchilla, California) sufrieron un importante
trauma psíquico. Este estudio mostró que cuando el agente estresante es lo bas-
tante intenso y el niño lo sufre de forma directa, la experiencia resulta traumática
en todos los casos, al margen de otros factores como el nivel de desarrollo, los
antecedentes personales o diversos factores familiares que, sin embargo, sí se ha
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CONCEPTO Y DEFINICIÓN
El trastorno obsesivo compulsivo se caracteriza por la presencia de obsesiones y
compulsiones. Las obsesiones se definen como pensamientos, impulsos o imáge-
nes que de modo intrusivo, repetitivo e indeseado se hacen presentes en la con-
ciencia causando ansiedad o malestar significativo. Las obsesiones se experi-
mentan como propias, involuntarias, inapropiadas y desagradables, originando
malestar subjetivo en forma de miedo, disgusto, dudas o sensación de incomple-
tud, no siendo simples pensamientos excesivos acerca de problemas de la vida
real. Las compulsiones son comportamientos, motores o actos mentales, repetiti-
vos, finalistas e intencionales que el sujeto se ve impelido a realizar de manera
estereotipada o de acuerdo a determinadas reglas, por lo general en respuesta a
una obsesión, con el fin de reducir el malestar o de evitar que ocurra el daño anti-
cipado, objetivamente improbable, para sí mismo o para los demás. Se requiere
que las obsesiones y/o compulsiones causen además de un malestar clínico obje-
tivo, una pérdida de tiempo en la rutina diaria con interferencia significativa en el
funcionamiento general, originando al sujeto desadaptación familiar, académica
y/o social.
Aunque los niños y adolescentes con trastorno obsesivo compulsivo representan
un grupo heterogéneo con una amplia gama de manifestaciones clínicas tanto en
el inicio como en el curso de la enfermedad, de siempre se ha aceptado que los
criterios diagnósticos son similares a los de los adultos. No obstante, los niños, y
con alguna frecuencia los adolescentes, puede que no perciban subjetivamente los
síntomas como excesivos, irracionales o extraños, pudiendo resultar egosintóni-
cos, lo que puede plantear dudas sobre la resistencia que oponen a los síntomas y
el malestar subjetivo que les origina. Si no tenemos en cuenta esta característica,
parte de la población infantil afecta puede quedar sin diagnosticar al regirnos úni-
camente por la característica egodistónica. Por ello, el diagnóstico en niños y ado-
sujeto.
EPIDEMIOLOGÍA
Los estudios sobre prevalencia del TOC en población general infantil y adoles-
cente son relativamente escasos y recientes, algunos de ellos poco rigurosos en su
metodología, no habiendo seguido siempre criterios diagnósticos estrictos ni uti-
lizado instrumentos de evaluación con propiedades psicométricas adecuadas
(Toro, 2001). En muestras de población general adolescente las estimaciones van
del 1 al 3.6% (AACAP, 1998). De todas formas, al valorar la prevalencia en
muestras de población general, resulta a veces difícil distinguir el TOC de la
amplia gama de ritualizaciones y obsesiones que, de forma leve y transitoria, ocu-
rren frecuentemente a lo largo de la vida y, sobre todo, en la infancia. Por ello,
algunos autores emplean el término “TOC subclínico” para describir a los sujetos
que refieren obsesiones o compulsiones que no revisten la gravedad suficiente
para cumplir con los criterios establecidos para el diagnóstico. Utilizando esta
definición de “TOC subclínico” se han referido en los mismos estudios prevalen-
cias que oscilan entre el 4 y el 19% (Valleni-Basile et al, 1994; Apter et al, 1996).
Al igual que en adultos, las estimaciones de la prevalencia en muestras clínicas de
niños son generalmente más bajas que en las muestras de población general y se
sitúan, según distintas revisiones, en alrededor del 1%. En una muestra de pobla-
ción clínica española de 8.377 niños y adolescentes se halló un 0.9% de casos de
TOC (Toro et al. 1992). Una explicación para esta variabilidad podría ser el carác-
ter secreto de la sintomatología obsesivo-compulsiva. Muchos de estos niños sufren
su patología sin ser diagnosticados, o lo son varios años más tarde de haber comen-
zado los síntomas. No obstante, existen algunos datos indicadores de que en el
momento que se incrementa el conocimiento de la enfermedad por parte de los pro-
fesionales y de la población, el diagnóstico clínico se vuelve más frecuente.
En los últimos años se ha descrito una variante de TOC pediátrico denominada
PANDAS (Paediatric Autoinmune Neuropsychiatric Disorder Associated with
Streptococcal Infections), caracterizada por inicio precoz de los síntomas (antes
de los 8 años), predominio del sexo masculino (3:1), exacerbaciones sintomáticas
súbitas asociadas a infecciones por estreptococos, asociación frecuente a hiperac-
tividad motora, impulsividad y distraibilidad, y sintomatología comórbida tam-
bién episódica asociada temporalmente a las infecciones. Por todo ello, ante un
TOC de inicio temprano es conveniente explorar la posible existencia de infec-
ciones previas al inicio del cuadro.
ADOLESCENTES)
Obsesiones Compulsiones
● Contaminación ● Lavarse
● Dañar a sí mismo o a otros ● Repetir
● Agresiones ● Comprobar
● Sexo ● Tocar
● Escrúpulo/Religiosidad ● Contar
● Pensamientos “prohibidos” ● Ordenar
● Simetría ● Almacenar
● Decir, preguntar, confesar ● Rezar
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INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN
Los trastornos depresivos (TD) son un subgrupo, DSM-IV-TR, de los trastornos
del estado de ánimo que comprende: el trastorno depresivo mayor (TDM), el tras-
torno distímico y el trastorno depresivo no especificado (TD-NOS).
Al igual que el resto de la patología psiquiátrica del niño y del adolescente, la eva-
luación de la patología depresiva tiene como meta la planificación y aplicación
del tratamiento más adecuado para el trastorno de cada niño o adolescente espe-
cífico. Pasos intermedios de este proceso son la realización de un adecuado diag-
nóstico y una adecuada valoración de las posibles etiopatogenias y de las cir-
cunstancias personales, familiares o sociales concurrentes.
Además, la patología depresiva del niño y del adolescente, aunque se defina
mediante criterios diagnósticos muy estrictos y específicos, no es un grupo homo-
géneo. Se diferencia, obviamente, de la del adulto, pero también existen impor-
tantes diferencias entre los posibles subgrupos que en ellas se pueden definir.
Estas diferencias pueden estar ligadas a la edad (preescolar, escolar, adolescen-
tes), al sexo, a la presencia o ausencia de comorbilidad (médica o psiquiátrica) y
a la comorbilidad específica con el retraso mental (“diagnóstico dual”).
Todos estos subgrupos originarían protocolos de tratamientos específicos (“dife-
rencias de máximos”) que en un protocolo general como éste (“diferencias de
mínimos”) no tienen cabida. Estas diferencias existen, y el psiquiatra infantil clí-
nico debe tenerlas en cuenta a la hora de adaptar este protocolo general a cada
paciente individual. Esa es la riqueza de nuestro trabajo diario.
En general, los trastornos depresivos son trastornos prevalentes, recurrentes y con
una alta tasa de comorbilidad. Empobrecen el futuro psicosocial de quienes los
padecen y se acompañan de un alto riesgo de suicidio y de abuso de sustancias.
EPIDEMIOLOGÍA
La frecuencia de los trastornos depresivos mayores oscila entre el 1-2% en los
niños en edad escolar, y el 4-8 % en los adolescentes. La ratio masculino/femeni-
no es de 1:1 para los niños y de 1:2 para los adolescentes. La incidencia acumu-
lada a los 18 años es del 20% y la incidencia general aumenta, desde 1940, con
cada generación.
Depresión psicótica
- EDM asociado con alucinaciones o ideas delirantes congruentes o no con-
gruentes con el humor
- Poco frecuente en los adolescentes. Los niños manifiestan más alucinaciones
- Aparece en el 30% de los EDM
- Se asocial con mayor gravedad, con mayor morbilidad a largo plazo, conpe-
or respuesta a monoterapia antidepresiva y a placebo
- Emslie et al (1997): eficacia modesta para fluoxetina (fluoxetina 58%, placebo 32%).
- Keller et al (2001): paroxetina 63%, imipramina 50%, placebo 46%, 1 de las 2 me-
didas principales de resultado era significativa. Otros 2 estudios con paroxetina fue-
ron negativos.
- Emslie et al (2002): eficacia de intensidad moderada para fluoxetina (fluoxetina 41%,
placebo 20%). No fueron diferentes del placebo todas las medidas de valoración
utilizadas.
- Wagner et al (2003): eficacia de sertralina (sertralina 69%, placebo 59%)
- Estudio esponsorizado por el NIMH (“The treatment of adolescents with depression
study” -TADS): estudio controlado, multicéntrico. Pacientes entre 12-17 años con
TDM. Compara fluoxetina, terapia cognitivo conductual, combinación de ambas y
placebo, durante 36 semanas y con 1 año de seguimiento.
- Estudio esponsorizado por el NIMH (“Treatment of resistant depression in adoles-
cents –TORDIA”): compara fluoxetina, paroxetina, o venlafaxina, solos o en com-
binación con terapia cognitivo conductual durante 24 semanas y con un año de se-
guimiento.
- 20 estudios placebo-control con 4100 pacientes pediátricos y con 8 fármacos anti-
depresivos (citalopram, fluoxetina, fluvoxamina, mirtazapina, nefazodona, paroxe-
tina, sertralina, venlafaxina). Polémica de la ideación suicida. No suicidios consu-
mados. Hay datos suficientes como para establecer la eficacia de fluoxetina en el
TDM (dos estudios de Emslie et al.)
Entre el 40%-60% de los pacientes con un EDM que han respondido adecuada-
mente puede recaer si se suspende la medicación. Las causas de recaídas se rela-
cionan con el curso de la enfermedad, falta de cumplimiento del tratamiento, pre-
sencia de eventos vitales negativos y disminución excesivamente rápida del tra-
tamiento farmacológico.
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INTRODUCCIÓN
Antiguamente se creía que la enfermedad bipolar se iniciaba en la edad adulta
temprana, y que los niños y adolescentes no sufrían esta enfermedad. Estudios
recientes realizados por grupos de investigación independientes indican que los
niños y adolescentes también pueden sufrirla. Sin embargo, es complicado estu-
diar determinadas características en la población pediátrica, tales como fenome-
nología, epidemiología, formas de presentación clínica y respuesta a los distintos
tratamientos. Son sobre todo controvertidas las formas atípicas de bipolaridad en
edad pediátrica, los cuadros clínicos diagnosticados como enfermedad bipolar no
especificada y la continuidad de este diagnóstico en la edad adulta tal y como la
enfermedad bipolar se define en la actualidad (AACAP, 2007).
Desde hace mucho tiempo los clínicos han observado síntomas maníacos en niños
y adolescentes. Los primeros casos descritos datan de mediados del siglo XIX
(Esquirol et al, 1845; Revisado en Silva et al, 1999). En 1921 Kraepelin presentó
una muestra de 900 pacientes con enfermedad maniaco-depresiva, que incluía
adolescentes y hasta cuatro niños menores de diez años (Revisado en Silva et al.,
1999). Muchos adultos con enfermedad bipolar refieren que sus síntomas comen-
zaron antes de los 19 años, sobre todo síntomas de depresión e hiperactividad. Ya
en 1980 diversos investigadores sugirieron la posibilidad de que la manía en
niños prepuberales y adolescentes podía estar siendo infradiagnosticada.
EPIDEMIOLOGÍA
Gran parte de la información disponible sobre esta enfermedad en menores de 18
años proviene de estudios retrospectivos en adultos. Se estima que el 20-40% de
los adultos bipolares comenzaron con síntomas afectivos en la infancia (Geller et
al., 1997), y el 0,3-0,5% antes de los 10 años (Goodwin et al., 1990).
DIAGNÓSTICO
Con frecuencia la enfermedad bipolar infantil queda infradiagnosticada o se diag-
nostica erróneamente, y generalmente sólo los casos más graves reciben atención
médica. Se estima que tan solo el 60% de los pacientes con enfermedad bipolar
reciben tratamiento, el 32% son tratados por un profesional de la salud mental, y
reciendo el cuadro clínico, tales como el tratamiento con ciertos fármacos (hip-
nóticos, isotretinoina, beta-bloqueantes, dopaminomiméticos, simpaticomiméti-
cos, antidepresivos tricíclicos, IMAOs, cimetidina, carbamacepina, estrógenos) o
los cambios hormonales propios de la pubertad. Además, se debe realizar un aná-
lisis de tóxicos en orina a partir de los 11 años, o antes si existe sospecha de abu-
so de sustancias. Si el cuadro clínico sugiere una enfermedad cerebral, pueden ser
útiles un electroencefalograma (EEG) o una prueba de imagen estructural cere-
bral (RMN o TAC).
Es importante valorar los síntomas según el contexto de cada paciente, teniendo
en cuenta factores familiares, académicos, sociales, etc., así como el patrón de
presentación clínica y la presencia de síntomas en más de un ambiente (AACAP,
2007).
Con frecuencia, la evaluación del cuadro clínico actual (estudio transversal) es
insuficiente para realizar un buen diagnóstico diferencial. Es preciso apoyarse en
distintos validadores externos, tales como: la evolución del cuadro clínico, la
respuesta al tratamiento (estudio longitudinal) y los antecedentes familiares.
Sobre este último apartado, con frecuencia estos pacientes tienen familiares de
primer o segundo grado con enfermedad bipolar, depresión mayor y/o trastorno
por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Realizar el diagnóstico de enfermedad bipolar en la edad pediátrica presenta difi-
cultades específicas relacionadas con la edad. Por un lado, los niños y adolescen-
tes (sobre todo los menores de seis años) no describen bien sus sentimientos y
pensamientos, lo que dificulta la detección de psicopatología. De hecho, muchas
veces los síntomas de un trastorno del humor se manifiestan como “problemas
inespecíficos del comportamiento”: rabietas en niños o alteraciones de la con-
ducta en adolescentes. Por otro lado, la identificación de síntomas afectivos tam-
bién se complica por la alta prevalencia de comorbilidad psiquiátrica asociada a
la enfermedad bipolar infantil, sobre todo con TDAH, trastorno negativista de
afiante (TND), trastorno de conducta (TC) y trastornos de ansiedad (Soutullo et
al., 2005).
COMORBILIDAD PSIQUIÁTRICA
Según un reciente metanálisis los trastornos comórbidos más frecuentes son, por
orden de frecuencia: TDAH (42%), TND (53%), trastornos de ansiedad (27%),
TC (19%), y abuso de sustancias (12%) (Kowatch et al., 2005). Otro estudio más
reciente indica que la enfermedad bipolar en niños y adolescentes se asocia a
TDAH en el 69% de los casos, a TND en casi la mitad (46%), a trastorno de ansie-
dad en la tercera parte (37%), a TC en el 12 %, y a abuso de sustancias en el 5%
de los casos (Axelson et al., 2006).
La comorbilidad con TDAH es bidireccional: se ha observado TDAH en hasta el
85% de los niños y adolescentes bipolares, y enfermedad bipolar hasta en el 22%
de los niños y adolescentes con TDAH. Estas prevalencias altas podrían deberse
a distintos factores, que no son excluyentes:
1) sesgo del clínico (predispuesto a diagnosticar la otra enfermedad cuando diag-
nostica una de ellas)
TRATAMIENTO
En la actualidad disponemos de poca evidencia científica sobre el tratamiento
más efectivo para la enfermedad bipolar pediátrica. Esto se debe a que los estu-
dios en niños y adolescentes son escasos, mayoritariamente series de casos y
ensayos abiertos (y tan solo unos pocos estudios doble ciego controlados con pla-
cebo), con tamaños muestrales pequeños, y heterogéneos desde el punto de vista
metodológico. Por eso, la mayoría de recomendaciones actuales sobre el trata-
miento de la enfermedad bipolar en población infantil provienen de estudios en
adultos (AACAP, 2007). Son necesarias investigaciones en población pediátrica
para comprobar la efectividad, seguridad y tolerabilidad específicas de los distin-
tos tratamientos en este grupo de edad, que pueden ser distintas a las de adultos.
Por ejemplo, los antidepresivos tricíclicos son efectivos en adultos con depresión,
pero no así en niños (Dubovsky et al., 1999). Además los datos son insuficientes
sobre los efectos a largo plazo que pudieran tener los tratamientos de la enferme-
dad bipolar sobre el desarrollo cerebral en niños y adolescentes (AACAP, 2007).
El tratamiento principal de la enfermedad bipolar son los estabilizadores del
humor y/o los antipsicóticos atípicos (AACAP, 2007; Kowatch et al., 2005).
Otros tratamientos farmacológicos (antidepresivos, estimulantes, etc.) o psicote-
rapias (psicoeducación, intervención familiar, conductual) suelen utilizarse aso-
ciados a los estabilizadores y antipsicóticos (AACAP, 2007). Con frecuencia son
que cualquiera que sea el tratamiento que haya resultado efectivo para estabilizar
el cuadro clínico de manía, se debe mantener durante 12-24 meses con el fin de
evitar recaídas (AACAP, 2007).
Las recomendaciones aprobadas por la FDA (Food and Drug Administration) de
EE.UU. son (AACAP, 2007):
- el litio se puede indicar a partir de los 12 años como tratamiento de la manía
aguda y de mantenimiento.
- el valproato es útil para el tratamiento de la manía aguda.
- la lamotrigina y la olanzapina son efectivas en el tratamiento de manteni-
miento.
- la olanzapina, risperidona, quetiapina, ziprasidona, aripiprazol se pueden
indicar como tratamiento de la manía aguda.
- La combinación de olanzapina con fluoxetina es útil para el tratamiento del
episodio depresivo en la enfermedad bipolar.
Litio
Varios estudios doble ciego controlados con placebo han concluido que el litio es
efectivo para la enfermedad bipolar en niños y adolescentes (Geller et al., 1998),
aunque otros sugieren que su uso continuado en monoterapia no previene las
recaídas (Biederman et al., 1998b; Kafantaris et al., 2004). Sin embargo, la aso-
ciación de antipsicóticos atípicos al tratamiento con litio ha probado ser efectiva
para prevenir dichas recaídas (Kafantaris et al., 2003). Biederman señaló que la
respuesta a los estabilizadores del humor tiende a ser lenta, y sugirió que el trata-
miento con litio se debe mantener al menos 2 años para llegar al 65% de respuesta
(Biederman et al., 1998b).
ANTIPSICÓTICOS
Los antipsicóticos tradicionales o “típicos” son efectivos antimaníacos y estabili-
zadores del humor. Sin embargo, en niños y adolescentes es conveniente prescri-
bir los antipsicóticos de nueva generación o atípicos y dejar como segunda línea
los antipsicóticos clásicos o típicos (haloperidol o clorpromacina, etc.). Esto se
debe a que éstos últimos son menos efectivos contra los síntomas negativos, y
tienden a provocar más efectos secundarios graves, tales como síntomas extrapi-
ramidales (temblor, rigidez, disquinesias, distonías), alteraciones endocrinas
(hiperprolactinemia, alteraciones menstruales) y alteraciones cardíacas (prolon-
gación del intervalo QTc en el ECG) (Masi et al., 2006).
Los pocos estudios doble ciego controlados con placebo que se han realizado, y
otros ensayos abiertos, sugieren que los antipsicóticos más efectivos en niños y
adolescentes con trastornos del humor son clozapina, risperidona y olanzapina
(Toren et al., 1998; Masi, et al., 2006). Por su balance efectividad-tolerabilidad,
los antipsicóticos que más indicados son risperidona y olanzapina.
En la actualidad, quetiapina, aripiprazol y ziprasidona están indicados en pacien-
tes resistentes, o que responden a olanzapina o risperidona pero con mala tole-
rancia, sobre todo por ganancia ponderal (Masi et al., 2006).
ANTIDEPRESIVOS
Los riesgos del tratamiento con antidepresivos en la enfermedad bipolar son la
inducción de manía o hipomanía, y la aceleración de los ciclos (con el conse-
cuente empeoramiento del pronóstico). El riesgo parece ser mayor con tricíclicos
y menor con ISRS, probablemente por el componente noradrenérgico y anticoli-
nérgico de los primeros. Se puede evitar asociando al tratamiento antidepresivo
un eutimizante o un antipsicótico. Posteriormente, el dilema terapéutico es cuán-
do suspender el tratamiento antidepresivo: precozmente (con el riesgo de recaída)
o más tarde (con el riesgo de inducción de hipomanía) (Vieta et al., 2003).
PSICOTERAPIA
El tratamiento de la enfermedad bipolar de inicio en la infancia debe ser multi-
PRONÓSTICO
Determinados factores empeoran el pronóstico de la enfermedad bipolar, tales
como ciertas características de la enfermedad (inicio temprano, comorbilidad psi-
quiátrica, síntomas psicóticos), antecedentes familiares (sobre todo de enferme-
dad bipolar), o psicosociales (falta de apoyo social y familiar). Aunque el pro-
nóstico mejora con un tratamiento correcto, la mayoría de niños y adolescentes
con enfermedad bipolar presenta alteración de su funcionamiento normal, que se
prolonga en el tiempo. Algunos estudios describen una tasa de recuperación del
65- 100%, y de recaída del 40-67%. Sin embargo, las nuevas opciones terapéuti-
cas, tanto psicofarmacológicas como psicoterápicas, probablemente resulten en la
mejoría del pronóstico de estos pacientes (Vieta et al., 2003).
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DESCRIPCIÓN CLÍNICA
Los adolescentes que han presentado algún intento suicida se diferencian de aque-
llos que únicamente han referido ideación suicida por ser más autoexigentes, más
sensibles a los sentimientos de desesperanza e introvertidos, y niegan tener o
aceptar hablar de las ideas suicidas. La ideación suicida, a diferencia del intento,
se caracteriza por que en ésta el paciente elabora planes de “cómo, dónde y con
qué” cometerá el acto, así como pensamientos sobre el impacto que sus actos cau-
sarán en los otros. Por otra parte, las amenazas de cometer un acto suicida pue-
den ir acompañadas de acciones de iniciación o aproximación a conductas suici-
das, como saltar de una ventana, correr hacia los coches o provocarse lesiones con
objetos punzantes o cortantes. Otros métodos comunes en éste tipo de situaciones
incluyen el provocarse lesiones superficiales en brazos o cuello. En adolescentes
no es rara la cristalización de la ideación suicida en conducta suicida tras la apa-
rición de un personaje público con un comportamiento suicida.
Factores de riesgo
En el año 2002, Forster y Wu propusieron dos tipos de factores de riesgo: los fijos
y los modificables. Los primeros son aquellos en los que no existe la posibilidad
de cambio, aun realizando intervenciones terapéuticas. Incluyen intento de suici-
dio previo, ideación suicida del momento, factores genéticos, de género, edad,
etnia, situación económica y orientación sexual. Los adolescentes homosexuales
se incluyen dentro de esta población. Los factores de riesgo modificables son la
ansiedad, la desesperanza, el acceso a medios para cometer suicidio, la interrup-
ción de un tratamiento, la presencia de trastorno psiquiátrico grave, el aislamien-
to social y las enfermedades médicas.
res de riesgo para ambos sexos los trastornos del humor, la pobre comunicación
entre padres e hijos y la existencia de intentos suicidas previos, en tanto que el
uso de sustancias y/o alcohol incrementa significativamente el riesgo en adoles-
centes a partir de los 16 años. Los ataques de pánico son importantes a conside-
rar cuando se presentan en mujeres, mientras que la agresividad aumenta el ries-
go de ideación o intento suicida en varones. Es también un factor de riesgo la his-
toria de cambios rápidos de humor, cortos períodos de depresión, ansiedad y rabia
que pasan a eutimia y/o manía, sobre todo si se asocian síntomas psicóticos con
ideación paranoide y alucinaciones visuales o auditivas.
Por otra parte, aquellos adolescentes con trastornos de la identidad sexual tienen
un riesgo aumentado, debido a que presentan múltiples factores de riesgo, tales
como depresión, intentos suicidas previos, abuso de sustancias, victimización
sexual, conflictos familiares y ostracismo en la escuela. A este grupo de adoles-
centes de alto riesgo se suman también aquellos niños o adolescentes víctimas de
abuso sexual o físico.
Factores de protección
En contraste a la abundancia de estudios sobre el suicidio en niños y adolescen-
tes, muy pocos han explorado esta importante parcela del fenómeno. En uno de
ellos, Borowsky et al. consideran que la unión familiar, la buena vinculación con
la escuela y el sentimiento de pertenencia al entorno reducen el riesgo de intentos
suicidas en un 70-85%.
ETIOLOGÍA Y PATOGÉNESIS
Trastornos psiquiátricos
Los trastornos mentales asociados a suicidio e intento de suicidio son, en su
orden, depresión mayor, episodios maníacos y trastornos psicóticos. Síntomas
independientes como ansiedad, agitación, alteración del sueño y trastornos psico-
somáticos, así como los cambios de carácter y la labilidad afectiva e irritabilidad
son menos habituales. El riesgo aumenta cuando a los trastornos del estado de
ánimo se asocian el abuso de sustancias, alcoholismo y/o existen antecedentes de
conductas agresivas.
Las mujeres presentan el doble de riesgo que los varones de presentar cuadros de
EVALUACIÓN
Lo primero que se recomienda ante una tentativa de suicidio es determinar la
intencionalidad, el riesgo de muerte, la persistencia de ideas suicidas y la proba-
bilidad de volver a cometer el acto suicida.
La información debe obtenerse de diversas fuentes, que incluyen al propio
paciente, padres o cuidadores, informes escolares y cualquier persona que tenga
relación directa con el niño. En el caso de los adolescentes se considera impor-
tante también la información de los amigos y de la pareja. En el caso de los niños,
además de las entrevistas se recomiendan el uso del juego y la observación de
conductas.
Al investigar acerca del intento suicida, es importante prestar especial atención al
método utilizado y a cuantas veces se ha intentado previamente. Es de considerar
que varios intentos suicidas y el uso métodos inusuales que comprometan seria-
mente la vida del paciente son predictivos de riesgo real de suicidio consumado.
En caso de que la urgencia sea por ingestión de medicamentos u otras sustancias,
el clínico debe evaluar si éstas son potencialmente letales y si fueron ingeridos
como un acto impulsivo o por el contrario existía una planificación previa, de
manera que pueda comprobarse si ésta implicaba realmente un intento suicida.
El clínico debe ser cuidadoso e identificar a aquellos pacientes que tienen un ries-
go potencial de muerte, que incluyen varones de 16 a 19 años, niños o adoles-
centes de ambos sexos que presentan un trastorno mental asociado (depresión,
manía, psicosis), abuso de sustancias, agitación e irritabilidad. Además de estos
deben considerarse también los factores ambientales y sociales, tales como aisla-
miento, estrés, la existencia en el entorno de patrones de imitación e historia fami-
liar de psicopatología (comportamiento suicida, enfermedad bipolar, abuso físico
o sexual). Cuando se sospecha la existencia de abusos sexuales se recomienda
investigar si han sido antes del intento o coinciden con la ideación o el intento sui-
cida.
En el caso de las adolescentes entre 15 y 17 años, son llevadas a urgencias sobre
todo por ingestión de medicamentos que usualmente no ponen en riesgo su vida,
ya que toman una sobredosis mínima, especialmente de analgésicos, los cuales no
hacen efecto inmediatamente, no son letales y en la mayoría de las ocasiones ha
habido una comunicación previa. Con éstas pacientes debe hacerse una historia
Momento médico-quirúrgico
Se pretenderá la recuperación vital del paciente y evitar los daños de las lesiones
producidas o posibles, así como la recidiva inmediata del daño y sus posibles
secuelas. La conducta a seguir depende del tipo de lesión, el método utilizado, la
clínica en el momento del ingreso, la gravedad médica y el tiempo transcurrido
desde el acto suicida hasta recibir la primera asistencia médica.
En el caso de que el método utilizado fuese la intoxicación medicamentosa (psi-
cofármacos o analgésicos), se debe evacuar la cantidad no absorbida y neutrali-
zar la sustancia ingerida y absorbida, o bien eliminarla por medio de diálisis o
diuresis forzada en el caso de que esto sea posible.
Momento psicoterapéutico
Psicoterapias
La American Academy of Child and Adolescent Psychiatry recomienda que éstas
sean un componente importante en el tratamiento de los intentos suicidas asocia-
dos a trastornos mentales, las cuales deben ser adecuadas a cada paciente. Dentro
de las que se incluyen están la terapia Cognitivo-Conductual, la terapia Interper-
sonal, la Psicodinámica y la Familiar o Sistémica. No obstante, las evidencias
sobre la eficacia de cualquiera de estas intervenciones son aún escasas.
Farmacológico
Se pautará el tratamiento farmacológico indicado según el trastorno psiquiátrico
presente en el paciente. Cualquier tratamiento farmacológico debe ser supervisa-
do por una tercera persona, de manera que pueda reconocerse inmediatamente
cualquier cambio inesperado en el estado de ánimo, agitación y/o efectos secun-
darios que puedan indicar la hospitalización o la necesidad de un ajuste en la dosis
del fármaco.
Se ha generado gran controversia con el uso de los antidepresivos inhibidores
selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) como tratamiento para la depre-
sión en niños y adolescentes. Los ensayos clínicos realizados demuestran una evi-
dente eficacia (sin riesgo aumentado de suicidio) para la fluoxetina. Para el uso
de sertralina los resultados fueron también positivos, aunque modestos. Un estu-
los realizados con venlafaxina fueron negativos. Sin embargo, para éste último
fármaco las dosis utilizadas estaban por debajo de lo terapéuticamente recomen-
dado para adultos.
El uso de medicación estimulante en el tratamiento de pacientes niños o adoles-
centes suicidas y co-diagnóstico de TDAH no está contraindicado.
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DEFINICIÓN Y CONCEPTO
En la actualidad no existe consenso sobre lo que constituyen los Trastornos
Somatoformes en la infancia. Las clasificaciones CIE-10 y DSM-IV los definen
como un grupo de trastornos en los que la característica común es la presencia de
síntomas físicos que sugieren una enfermedad médica y que no pueden explicar-
se completamente por la presencia de una enfermedad, por los efectos directos de
una sustancia o por otro trastorno mental.
Los cuadros somatoformes pueden clasificarse en: a) aquellos en que los factores
psicológicos están asociados a los síntomas físicos o disfunciones (p. ej: trastor-
no de conversión), b) aquellos en los que los factores psicológicos influyen en el
desarrollo de patología física (los trastornos clásicamente psicosomáticos: colitis
ulcerosa, asma) y c) aquellos en que los síntomas físicos constituyen la manifes-
tación principal del trastorno mental (p. ej.: trastornos de la alimentación).
En las aportaciones sobre la Psicopatología del desarrollo se plasman los trabajos
de la escuela francesa (Lebovici), inglesa (Stern - Winicott) y norteamericana
(Brazelton), poniéndose de manifiesto que el bebé ya no es algo pasivo, sino algo
activo en la interacción con el entorno. En la etapa infantil, la clínica psicosomá-
tica representa una forma prevalente de la “Expresión del Sufrimiento Emocio-
nal”: el trastorno psicosomático aparece cuando los afectos o las emociones no
pueden expresarse normalmente, y cuando la energía que permanece encerrada en
el organismo de forma crónica produce una disfunción en los órganos.
En definitiva, en la somatización el mecanismo defensivo es básico, de superviven-
cia (ante la angustia producida por un conflicto psíquico), y tiene como resultado un
trasvase de lo psíquico a lo somático, escogiendo uno o varios órganos privilegiados
por su valor simbólico o su minusvalía fisiogenética previa. El síntoma posee una
función defensiva: cuando el síntoma está presente, la angustia desaparece.
Los Trastornos Psicosomáticos son una de las formas clínicas de expresión más
común de los trastornos mentales en la infancia y la adolescencia. Conocer las
etapas del desarrollo y las características del funcionamiento mental es funda-
mental para comprender la etiopatogenia de dichos trastornos.
En la práctica clínica, fundamentalmente en Atención Primaria, se tiende a bus-
car una causa orgánica a las quejas somáticas en la edad pediátrica, por lo que los
datos de prevalencia y/o derivación a servicios especializados son variables
dependiendo de las fuentes consultadas.
0-2 años 3-5 años 6-11 años
TASA Niños Niñas Niños Niñas
PREVALENCIA 1,4% 0,5% 9% 7,2% 12,5% (*)
(*) En las niñas se incrementa del 10% a los 6 años al 30% a los 11 años; en los varones se
presentan dos picos a los 8 y 10 años con una prevalencia del 40%.
(J.L. Pedreira, 1991)
En un estudio realizado en una Unidad de SMIJ (Loño, 2003) sobre 100 niños y
adolescentes con quejas somáticas, se encontró una proporción de: dolor abdo-
minal recurrente: 30%, cefaleas y mareos: 19%, palpitaciones: 15%, dificultad en
deglución: 9%, marcha inestable: 9%, visión borrosa: 6%, artralgias: 2-3%, y sín-
tomas menstruales: 3%.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN
La cefalea, incluyendo todas sus formas, es un trastorno enormemente frecuente,
llegando a padecerlo en algún momento más del 90% de niños/as en edad esco-
lar1. La cefalea suele ser considerada en la práctica pediátrica más un síntoma que
una enfermedad en sí misma. Generalmente se asocia a procesos concurrentes
habitualmente banales (por ej. infecciones respiratorias), pero también puede ser
señal de alarma de procesos graves (por ej. meningitis o procesos que cursen con
hipertensión intracraneal). Su curso puede ser agudo, recurrente o crónico. La
mayoría de las cefaleas del niño y del adolescente son tratadas por los pediatras
de Atención Primaria o, en casos más específicos, recurrentes o graves, por los
expertos en neuropediatría. Sólo en algunos casos se solicita la intervención del
psiquiatra infantil.
Aunque existen numerosas clasificaciones de las cefaleas, resulta de gran utilidad
clínica la propuesta por Rothner2, que las divide en cuatro grandes grupos:
1.- Cefalea aguda: infecciones (generales, localizadas en estructuras cercanas o
del SNC), hemorragias intracraneales, hidrocefalia aguda y otras.
2.- Cefalea aguda recurrente: cefalea tensional, migraña, hidrocefalia intermi-
tente, cefalea benigna por ejercicio y tos, neuralgia del trigémino, hemicránea
paroxística crónica, feocromocitoma, cefalea punzante aguda idiopática y cefa-
lea en brotes.
3.- Cefalea crónica no progresiva: cefalea tensional crónica, por abuso de anal-
gésicos, por Síndrome de Apnea Obstructiva del Sueño y por colapso ventri-
cular por válvula hiperfuncionante.
4.- Cefalea progresiva: procesos expansivos intracraneales e hidrocefalia/deriva-
ciónventrículo-peritoneal.
La cefalea tensional crónica es el prototipo de cefalea crónica no progresiva y
2.- cefaleas en las que se infiere la existencia de factores psicológicos que pudie-
ran ser relevantes en la etiología16, expresión y cronificación de su clínica y/o
para su tratamiento.
En la práctica habitual es muy frecuente que ambos motivos de consulta se hallen
presentes de manera simultánea e interactuando entre sí.
Factores etiopatogénicos
fisiopatológicos Cefalea tensional crónica (#)
Factores etiopatogénicos
psicógenos (#)
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INTRODUCCIÓN
El dolor abdominal como síntoma tiene una importancia considerable dentro de
una consulta de atención primaria pediátrica, no sólo por su frecuencia sino tam-
bién por la ansiedad que genera en la familia que pide un diagnóstico y un trata-
miento para el mismo. Son muchas las patologías que pueden cursar con dolor
abdominal más o menos crónico, y, por ello, un paciente con dolor abdominal cró-
nico se convierte en un reto para el especialista, que, partiendo de una historia clí-
nica, exploración física y las pruebas complementarias necesarias, debe llegar a
un diagnóstico.
DEFINICIÓN
El dolor abdominal crónico en niños se presenta normalmente como intermitente
o recurrente (DAR). Este fue descrito por primera vez por Apley en 1958 como
un dolor localizado en abdomen, de intensidad suficiente como para interrumpir
la actividad habitual del niño, con tres o más episodios durante un periodo no
inferior a 3 meses comprendidos en el último año, en niños mayores de 4 años1.
En 1967, Apley establece dos grandes grupos dentro del DAR: DAR con enfer-
medades orgánicas y DAR con trastornos emocionales, advirtiendo que no se
incluyeran pacientes en este segundo grupo por exclusión del primero, sino que
fueran pacientes con criterios de trastorno emocional2.
Rappaport, en 1989, establece que los pacientes con DAR (15% de la población
escolar) en quienes no se llegue a objetivar una patología orgánica que lo justifi-
que (90% de los casos) sean diagnosticados de Síndrome DAR, entendiendo
como síndrome a una concurrencia de síntomas como dolor suficientemente
intenso como para interrumpir la actividad diaria del niño, localización periumbi-
lical del dolor, y una duración aproximada de 1-3 horas3. El dolor se acompaña en
EPIDEMIOLOGÍA
Afecta a un 10-25% de la población infanto-juvenil (5-14 años), siendo más frecuen-
te entre los 5 y 8 años de edad, con predominio en niñas sólo en la edad prepuberal6.
En un estudio realizado en adolescentes por Hyams en 1996 se observó que casi
el 75% del total referían quejas de dolor abdominal. Hasta en un 17% la sinto-
matología era semanal y tenía una repercusión escolar en un 21% del total.
como: ¿qué es lo que están buscando?, ¿por qué no encuentran lo que va mal..?.
Las preguntas “agresivas” sobre los factores psicosociales que pudieran estar con-
tribuyendo a los síntomas deberían hacerse antes de iniciar una batería de prue-
bas que resultará larga y costosa. Por todo ello, es importante llegar a una unidad
de criterios en cuanto a su diagnóstico y manejo.
Diagnóstico diferencial
DEFINICIÓN Y CONCEPTO
En el lactante, la distensión del recto por las heces estimula el vaciamiento perió-
dico automático mediante la relajación de los esfínteres anales interno y externo.
A medida que el niño se hace mayor, los músculos elevadores del ano y el esfín-
ter externo, ambos de fibra estriada, pasan a ser controlados de forma voluntaria.
Con el fin de evitar la expulsión fecal, el niño aprende a contraer estos músculos
cuando percibe la sensación de plenitud del recto. El esfínter interno (que no está
bajo control voluntario) pasa a un estado de contracción a largo plazo probable-
mente propulsado por esta actividad voluntaria. El esfínter interno funciona en
esta sentido hasta que de nuevo la distensión rectal hace que el niño ejercite el
control voluntario.
En torno a la segunda mitad del segundo año de vida el niño está fisiológicamen-
te preparado para contener y para sentarse quieto durante un período de tiempo
mayor. Junto a estos aspectos fisiológicos deben concurrir otros relacionados con
la adquisición de habilidades motoras complejas y con el desarrollo cognitivo. La
mayor parte de los niños cumplen todos los requisitos y están preparados para el
control esfinteriano entre los 24 y los 30 meses.
Normalmente es más apropiado pensar que el niño ha madurado lo suficiente para
adquirir una nueva habilidad y no concebir el proceso como fruto de un proceso
de entrenamiento llevado a cabo por los padres.
La encopresis se define como la evacuación de heces, de consistencia normal o
anormal, de forma repetida, involuntaria o voluntaria, en lugares no apropiados
para este propósito (incluida la ropa interior), no debida a trastornos somáticos.
Se considera primaria cuando aparece después de que el niño haya cumplido los
4 años, sin haber tenido control fecal por lo menos un año; secundaria cuando ha
EPIDEMIOLOGÍA
La encopresis es menos común que la enuresis. En torno a los 3 años, el 16% de
los niños muestran todavía signos de incontinencia fecal una vez a la semana o
más, pero en torno a los 4 años sólo el 3%. A los 7 años sólo el 1,5% de los niños
todavía no han conseguido la continencia, y a los 10-11 años esta cifra desciende
al 0.8%. La mayor parte de los niños identificados en las encuestas muestran más
probablemente el fenómeno de marcado secundario a estreñimiento, y sólo una
minoría verdadera encopresis. Esta se produce raramente en adolescentes. Existe
un predominio masculino de 3-4:1. Se da una aparición familiar de la encopresis,
con el 15% de los padres que han sufrido encopresis en la niñez. No existen dife-
rencias consistentes en función de la clase social. Se han observado tasas más
altas en individuos con retraso mental, especialmente en los casos moderados y
graves.
Como factores predisponentes destacan el aprendizaje inadecuado de los hábitos
higiénicos y el estrés psicosocial, como la entrada a la escuela y el nacimiento de
un hermano.
secundaria, que representa el 50-60% de todos los casos, y en la que los factores
médicos o psicológicos tendrían mayor importancia. Los niños con encopresis
primaria presentan con más frecuencia retrasos en el desarrollo. En las formas de
encopresis primaria es también frecuente encontrar que el estreñimiento se esta-
blece antes de que el niño domine las habilidades que requiere el control esfinte-
riano.
A.- Detección
1.- A pesar de su alta prevalencia puede pasar desapercibida a no ser que los pro-
fesionales de la salud interroguen de forma específica sobre aspectos relacio-
nados con el control esfinteriano.
• Control evolutivo en programa del niño sano:
a) deposiciones en lugares inapropiados (incluida ropa interior).
b) prestar atención a posibles marcados secundarios a estreñimiento.
c) condiciones de la defecación: aislamiento y concentración que no
puede diferenciarse de la habitual en un niño que va normalmente al
retrete; otros evacuan sus heces sin cesar en sus actividades; otros
dejan que las heces se les escapen por el camino, mientras corren hacia
el retrete.
d) actitud del niño hacia sus heces variable: indiferencia a su síntoma; con-
ductas de disimulo y de acumulación; muy raramente, intenta disimular
lavando la prenda; también muy raramente se encuentra al niño provoca-
dor, que exhibe su ropa sucia, indiferente a reproches y regañinas.
2.- Dolores abdominales, aumento del volumen de las heces y estreñimiento cró-
nico.
3.- En las chicas son frecuentes las infecciones de la vía urinaria e incluso las pie-
lonefritis crónicas.
4.- Síntomas neuroevolutivos: falta de atención, hiperactividad, impulsividad,
baja tolerancia a la frustración e incoordinación.
B.- Derivación
1.- El Pediatra de Atención Primaria o en su defecto el Médico de Cabecera son
DIAGNÓSTICO
A. Evacuación repetida de heces en lugares inadecuados (p. ej., vestidos o sue-
los), sea involuntaria o intencionada.
B. Por lo menos un episodio al mes durante un mínimo de 3 meses.
C. La edad cronológica o mental es por lo menos de 4 años.
D. El comportamiento no se debe exclusivamente a los efectos fisiológicos direc-
tos de una sustancia (p. ej., laxantes) ni a una enfermedad médica excepto a tra-
vés de un mecanismo que implique estreñimiento.
De acuerdo con el DSM-IV existen dos subtipos, con estreñimiento e inconti-
nencia por desbordamiento, y sin estreñimiento ni incontinencia por desbor-
damiento.
Según la CIE-10, los criterios son idénticos salvo los referidos a la frecuencia, sien-
do suficiente con un episodio al mes, y debe presentarse durante al menos 6 meses.
Aporta también una clasificación opcional, que distingue entre los casos en los que
se produce un fracaso de la adquisición del control esfinteriano como expresión de
la enseñanza inadecuada del control de esfínteres o de un fallo en el aprendizaje de
dicha enseñanza, frente aquellos en los que las deposiciones se producen en luga-
res inadecuados a pesar de un control esfinteriano normal o aquellos en los que las
deposiciones son líquidas por rebosamiento secundario a retención.
No está clara la separación entre la encopresis que acompaña algún trastorno de
las emociones o del comportamiento y los trastornos psiquiátricos en los que la
encopresis es uno de sus síntomas. El criterio diagnóstico es codificar la enco-
presis si es la manifestación predominante. En caso de asociarse a enuresis tiene
preferencia la codificación de la encopresis.
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
La principal dificultad reside en que la encopresis puede ser un síntoma de otros
procesos o puede ser un síndrome en sí mismo.
En un primer paso es importante identificar patología potencial, ya sea médi-
ca, evolutiva o conductual:
ENCOPRESIS
1.- Heces
• tamaño
• consistencia
• periodicidad
2.- Historia de estreñimiento: edad de inicio
3.- Historia de encopresis
• edad de inicio
• tipo y cantidad de deposiciones
4.- Alimentación
Historia • tipo y cantidad de alimentos
• cambios en la dieta
• pérdida de apetito
5.- Dolor abdominal
6.- Fármacos
7.- Síntomas urinarios
• enuresis nocturna o diurna
• infecciones del tracto urinario
8.- Historia familiar de estreñimiento
9.- Factores estresante personales o familiares
1.- Talla
2.- Peso
3.- Exploración abdominal
Exploración Física • distensión
• masa, especialmente suprapúbica
4.- Exploración rectal
5.- Exploración neurológica
niños con trastornos del control de los impulsos o con TDAH, donde los epi-
sodios estarían relacionados con la falta de atención.
• Descartar la posibilidad de que exista PATOLOGÍA CONDUCTUAL, como
agresión, oposicionismo, negativismo y/o rabietas.
Los factores psicodinámicos generalmente se centran en la relación madre-hijo
o en la fijación en la auto-estimulación anal como una fuente de placer. En este
sentido hay que tener presente que han sido descritos casos de encopresis pos-
traumática con agresión sexual anal.
INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
En la mayoría de los casos (78%) es sensible a intervenciones conductuales rela-
tivamente sencillas que incluyan componentes educativos, conductuales y fisio-
lógicos.
• Tranquilizar al niño, decirle que no es el único en sufrir este problema, que les
ocurre a otros muchos otros niños.
• Explicarle de forma apropiada a su edad los mecanismos de la defecación.
• Indicar a los padres que deben ignorar el marcado de la ropa interior salvo cuan-
do se les implique en algún programa de modificación de conducta.
• Disuadir a los padres para que no adopten actitudes punitivas cuando el niño
ensucia la ropa interior.
• Esfuerzo en promover actividades que permitan que las relaciones paternofilia-
les se desarrollen de forma más positiva.
• En caso de abordaje psicológico supervisar el desarrollo de estreñimiento. En
caso de que tenga lugar aplicar el tratamiento médico adecuado.
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DEFINICIÓN
La vejiga urinaria está constituida por el músculo detrusor y los esfínteres vesi-
cales interno y externo. Cuando la orina alcanza una determinada presión intra-
vesical se pone en marcha el reflejo de micción, que es innato. Este reflejo con-
siste en la contracción del detrusor y en la relajación de los esfínteres, lo que pro-
voca la emisión de orina. Las “ganas de orinar” corresponden a las primeras con-
tracciones del detrusor. La micción voluntaria consiste en la relajación voluntaria
del esfínter externo. La adquisición del control vesical supone poder inhibir el
reflejo innato de micción. Para lograrlo es imprescindible haber alcanzado un
nivel de maduración fisiológica que consiste en haber aumentado la capacidad de
la vejiga, haber adquirido un control voluntario del esfínter externo, y por último
alcanzar el control voluntario para poder inhibir el reflejo miccional.
Se acepta que la adquisición de hábitos es completa a la edad de 4 años y que se
realiza siguiendo una determinada secuencia: control anal diurno, control anal
nocturno, control vesical diurno y, finalmente, control vesical nocturno.
La DSM-IV-TR define la enuresis como la emisión repetida de orina durante el
día o la noche en la cama o en los vestidos (sea voluntaria o intencionada), por lo
menos dos veces por semana durante un mínimo de tres meses consecutivos, en
un niño/a con una edad cronológica de por lo menos 5 años (o un nivel de des-
arrollo equivalente). La incontinencia urinaria no se debe exclusivamente a los
efectos fisiológicos de una sustancia (p. ej. diurético), ni a una enfermedad médi-
ca (p. ej. diabetes, espina bífida, trastorno convulsivo). La definición de la DSM-
IV-TR también considera que puede haber una frecuencia o tiempo menor si pro-
voca malestar clínicamente significativo o deterioro social, académico (laboral) o
de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
Puede clasificarse en sólo nocturna si la emisión de orina es sólo durante el sue-
EPIDEMIOLOGÍA
A pesar de ser un trastorno relativamente común, no son muchos los estudios epi-
demiológicos llevados a cabo y, en su mayoría, no distinguen entre los distintos
tipos de enuresis, aunque casi todas las series coinciden en que la incidencia de
enuresis nocturna disminuye a medida que aumenta la edad, y la frecuencia es
mayor en varones (2:1).
La prevalencia de la enuresis nocturna en las distintas edades varía considerable-
mente en los distintos trabajos, moviéndose entre el 6-32% a los 5 años de edad,
el 8-28% a los 7 años, 5-24% a los 9 años, 3-17% a los 11 años, 1-6% a los 13
años y 1-4% a los 15 años. La enuresis diurna es mucho menos frecuente (1 a 2
por cada 7-8 aproximadamente), y es casi inexistente en la adolescencia, acom-
pañando con cierta frecuencia a la enuresis nocturna (2-17% de los casos), y sien-
do su prevalencia significativamente mayor en el sexo femenino. Es más fre-
cuente en clases socioeconómicas bajas y en niños institucionalizados.
La enuresis primaria es dos veces más común que la secundaria, habiendo un
incremento en la prevalencia de enuresis secundaria entre los cinco y siete años.
ETIOPATOGENIA
A) Factores biológicos
1.- Genético: Frente a la incidencia del 15% de niños enuréticos provenientes de
familias no enuréticas, la incidencia aumenta al 44% y 77% si uno o los dos
progenitores eran enuréticos en la infancia.
2.- Retraso de la maduración: 30% asociado a retraso específico del habla y len-
guaje y a torpeza motora.
3.- Disfunción vesical: capacidad vesical máxima disminuida (volumen máximo
de orina evacuado en una sola micción), capacidad vesical funcional disminui-
da (volumen de orina a partir del cual se inician las contracciones del detrusor
y por tanto las ganas de orinar).
EVALUACIÓN CLÍNICA
1.- Anamnesis: historia clínica cuidadosa (antecedentes, tipo de enuresis -pri-
maria, secundaria, diurna, nocturna…-, frecuencia, síntomas acompañantes -
PROTOCOLO DIAGNÓSTICO
De acuerdo con los criterios diagnósticos del DSM-IV-TR se definiría como la
emisión repetida de orina en la cama o en los vestidos (sea voluntaria o intencio-
nada).
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
1.- Diabetes insípida
2.- Diabetes mellitus
3.- Potomanía
4.- Infección urinaria
5.- Insuficiencia renal
6.- Patología convulsiva
7.- Patología neurológica que afecte a la inervación de la vejiga
8.- Enuresis inducida por fármacos: litio, ácido valproico, clozapina, teofilina
9.- Disfunciones anatómicas del tracto urinario
10.- Narcolepsia (asociada con frecuencia a enuresis)
11.- Síndrome de apnea del sueño (asociado con frecuencia a enuresis)
INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
1. Principios generales
- Explicar a los padres que se trata de un trastorno benigno y que generalmente
se autolimita.
- Reducir la ingesta de líquidos antes de ir a la cama.
- Levantar al niño por la noche para que orine.
- Reasegurar al niño y evitar que se sienta culpable para evitar efectos emo-
cionales secundarios.
- Período de observación de al menos dos semanas de autorregistros y refuer-
zos positivos antes de iniciar un tratamiento más específico, dada la alta
tasas de curaciones espontáneas.
BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
Los trastornos del sueño son muy frecuentes en niños y adolescentes. En torno al
20-30% van a requerir algún tipo de intervención. Cuando aparecen, del 25 al
84% tienden a persistir en la infancia temprana durante un periodo que puede
alcanzar los 3 años.
Los trastornos del sueño en niños y adolescentes difieren de los que aparecen en
adultos. Algunos son específicos de la infancia, mientras que otros ocurren a lo
largo del desarrollo. En adolescentes es común que aparezcan patrones irregula-
res del sueño o sueño insuficiente, generalmente debido a la adquisición de hábi-
tos inadecuados durante la etapa escolar. En ocasiones, son los padres los que se
quejan en lugar del niño, siendo la percepción de aquellos acerca del posible tras-
torno la parte principal del cuadro.
A menudo, la queja tiene más que ver con un problema que con un trastorno real,
y va a variar de familia en familia y en función de aspectos culturales. Por ello,
deberá valorarse el contexto psicosocial en el que se encuentra el niño.
Según el DSM-IV, los trastornos del sueño se clasifican en Trastornos primarios del
sueño (Insomnio Primario, Hipersomnia Primaria y Narcolepsia), Trastornos del sue-
ño relacionados con otro trastorno mental, Trastornos del sueño debido a consumo de
sustancias, y Trastornos del sueño debidos a enfermedad médica. Estas categorías des-
criben bien los trastornos del sueño en adultos, si bien, son inadecuadas para catego-
rizar los trastornos en niños, por lo que a efectos prácticos es más recomendable cla-
sificarlos en tres categorías: Insomnio, Hipersomnia diurna y Parasomnias.
Los niños con Trastornos del Desarrollo, Síndrome de Down, ceguera o daño
cerebral presentan riesgo elevado de padecer trastornos del sueño, así como otros
trastornos psiquiátricos comórbidos.
Duración (horas)
Edad de sueño en 24h
Recién nacido 14
0-1 años 16-20
1-3 años 12
3-5 años 11-12
6-12 años 10-11
≥ 12 años 9
19-22 años 8-8.5
Los niños en edad escolar (5-12 años) suelen ser el grupo con mayor eficiencia
en el sueño, de forma que un problema de insomnio deberá ser tenido en cuenta.
Las causas psiquiátricas más comunes son los trastornos de ansiedad, la depre-
sión, y el trastorno del ritmo circadiano. Las causas de origen conductual siguen
siendo frecuentes en esta etapa.
Los adolescentes van a mostrar las mismas causas que los niños en etapa escolar,
además del uso de sustancias como cafeína o drogas ilegales, presión social y aca-
démica, y otros trastornos psiquiátricos como el trastorno bipolar, la esquizofre-
nia y el síndrome de retardo de fase.
Hipersomnia diurna
La hipersomnia se define como una necesidad imperiosa de quedarse dormido.
Hay que diferenciarla del cansancio, el cual tiene el mismo origen que la fatiga o
la letargia, y puede tener como causa la depresión o factores endocrinológicos,
aunque de todos modos pueden coexistir.
Los adolescentes y adultos suelen mostrar dificultad para iniciar y mantener la
actividad motora, caída de parpados o dar cabezadas; sin embargo, los niños pre-
escolares y escolares no suelen mostrar estos síntomas, sino más bien hiperacti-
vidad, impulsividad y agresividad, así como alteración en la concentración e irri-
tabilidad. Es por ello que a menudo es difícil identificarla, debido a que puede
confundirse con trastornos del aprendizaje o TDAH. Asimismo, la hipersomnia
per se va a producir déficit de atención, hiperactividad, irritabilidad, abuso de sus-
tancias, accidentes de tráfico y rendimiento académico bajo.
Las causas principales de hipersomnia diurna son la narcolepsia, el SAOS (Sín-
drome de la Apnea Obstructiva del Sueño), sueño insuficiente y alteración en el
ritmo circadiano.
SAOS: aproximadamente el 2% de los niños presentan algún grado de obstruc-
ción al flujo aéreo. Entre los 3 y los 8 años, la causa más común es la hiper-
trofia adenoidea. Los adolescentes con obesidad o malformaciones craneofa-
ciales también presentan más riesgo. El funcionamiento diurno en estos niños
va a estar afectado, presentando somnolencia, irritabilidad, inestabilidad emo-
cional y dificultad para mantener la atención y concentración, asociadas a ren-
dimiento académico bajo.
Narcolepsia: la narcolepsia es un síndrome neurológico cuyos síntomas son la
hipersomnia diurna, cataplejia y ataques de sueño diurnos. Otros síntomas son
Parasomnias
Las parasomnias son fenómenos fisiológicos indeseables que ocurren de forma
recurrente durante el sueño. La etiología parece deberse a un estado de disocia-
ción en el que el sueño se introduce en el despertar, quedando el paciente atrapa-
do entre el estado de sueño y despertar.
Las parasomnias pueden aparecer como fenómeno primario o secundario a cau-
sas médicas o psiquiátricas. La causa médica más frecuente son las crisis comi-
ciales nocturnas. Por ello, aunque no está justificado solicitar un EEG de rutina,
La evaluación deberá incluir una historia detallada que comprenda las caracterís-
ticas del sueño, horarios, comportamientos asociados al sueño, ambiente y tras-
tornos relacionados con el sueño.
La anamnesis incluirá la historia médica, del desarrollo y psiquiátrica, para así
realizar una adecuado diagnóstico diferencial. La historia familia médica, psi-
quiátrica y del sueño también deberá evaluarse.
En el examen físico deberá estudiarse los factores de riesgo de SAOS, como
micrognatia, hipertrofia amigdalar, desviación del septum o anormalidades en el
paladar y úvula. El peso y la altura también serán factores de riesgo para el SAOS.
Las pruebas complementarias deberán solicitarse en función del caso.
1. Tener en cuenta los trastornos del sueño en el diagnóstico diferencial de los tras-
tornos de conducta, afectivos y cognitivos.
2. Descartar SAOS (preguntar por ronquidos, apneas y respiración dificultosa)
3. Al evaluar a pacientes con hipersomnia, descartar causas como narcolepsia (aluci-
naciones hipnagógicas, cataplejia y parálisis del sueño).
4. Evaluación de los horarios de sueño entre semana, fines de semana y vacaciones.
Considerar el uso de un diario de sueño.
5. Recordar que la principal causa de hipersomnia diurna es la falta de sueño.
6. Evaluar rutinas de sueño asociadas al inicio del sueño en niños pequeños.
7. Examen físico, evaluando principalmente factores de riesgo de SAOS, como ta-
maño amigdalar, desviación del tabique nasal o anormalidades craneofaciales
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL DEL INSOMNIO
Terrores Nocturnos
SAOS
Narcolepsia
Pesadillas
Trastorno de pánico
Pesadillas inducidas por fármacos (antidepresivos, cafeína …)
Pesadillas
Alucinaciones hipnagógicas o hipnopómpicas
Terrores Nocturnos Crisis epilépticas durante el sueño
SAOS
Crisis epilépticas
Sonambulismo Deambulación nocturna
SAOS
TRATAMIENTO
Aunque el insomnio puede constituir parte de la sintomatología de una enferme-
dad psiquiátrica, las causas en la etapa infanto-juvenil suelen estar en relación con
la interacción padres-hijo, es decir, cómo reaccionan los padres hacia problemas
del comportamiento transitorios que pueden pasar a cronificarse, por ejemplo en
el caso de padres sobreprotectores.
Es por ello que el primer paso va a ser la psicoeducación de la familia y del niño,
siendo a veces suficiente, ya que en ocasiones las expectativas de los padres en
cuanto a las horas de sueño están sobrestimadas. La higiene del sueño es impor-
tante en la mayoría de casos, siendo el único tratamiento en los trastornos del sue-
ño de origen conductual y en el sueño insuficiente. El tratamiento, en general, va
a ser fundamentalmente conductual, excepto en casos de patología psiquiátrica o
cronificación del trastorno, donde puede ser necesario el uso de fármacos.
1.- Tratamiento psicológico y conductual:
a) Reducir la implicación de los padres en el inicio del sueño
b) Consistencia
c) Manejo de la ansiedad del niño y de los padres
2.- Adolescentes:
a) Descartar trastorno psiquiátrico
b) Horarios de sueño y despertar
c) Sueño durante el día
d) HIGIENE DEL SUEÑO
NO SÍ
No tomar: Hacer ejercicio regular, salvo unas
- Nicotina horas antes de ir a la cama
- Cafeína
- Alcohol Ir a la cama a la misma hora
No usar la cama para actividades
que no sean dormir, como ver Desarrollar una rutina para ir a dormir
la televisión, comer, etc.
Fármaco Comentario
Usar máximo una semana, y después
Flurazepam
retirar gradualmente
Insomnio transitorio
Usar 1-2 semanas y retirar
Zopiclona
gradualmente
Usar 1-2 semanas en combinación
Flurazepam con tratamiento no farmacológico,
después retirar gradualmente
Insomnio crónico Usar en bajas dosis y en combinación
con otros tratamientos no farmacológicos.
Trazodona
Intentar discontinuar
periódica y gradualmente.
Diazepam Usar 1-2 semanas y después retirar
Terrores Nocturnos Clonazepam gradualmente
Imipramina Dosis bajas, durante 2-4 semanas.
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DEFINICIÓN Y CONCEPTO
Las modernas clasificaciones nosológicas (DSM-IV-TR, CIE-10) incluyen dentro
de este apartado de TCA fundamentalmente dos trastornos específicos: la anore-
xia nerviosa (AN) (F50.0, 307.1) y la bulimia nerviosa (BN) (F50.2, 307.51).
Los criterios de la CIE-10 (Organización Mundial de la Salud, 1992) son los
siguientes:
F50.0 ANOREXIA NERVIOSA
a) Pérdida significativa de peso (índice de masa corporal o de Quetelet de menos de 17,5). Los en-
fermos prepúberes pueden no experimentar la ganancia de peso propia del período de creci-
miento.
b) La pérdida de peso está originada por el propio enfermo a través de: 1) evitación de consumo de
“alimentos que engordan” y por uno o más de uno de los síntomas siguientes: 2) vómitos au-
toprovocados, 3) purgas intestinales autoprovocadas, 4) ejercicio excesivo y 5) consumo de fár-
macos anorexígenos o diuréticos.
c) Distorsión de la imagen corporal que consiste en una psicopatología específica caracterizada por
la persistencia con el carácter de idea sobrevalorada intrusa, de pavor ante la gordura o la flaci-
dez de las formas corporales, de modo que el enfermo se impone a sí mismo el permanecer por
debajo de un límite máximo de peso corporal.
d) Trastorno endocrino generalizado que afecta al eje hipotálamo-hipofisario-gonadal manifestándo-
se en la mujer como amenorrea y en el varón como una pérdida del interés y de la potencia se-
xuales (una excepción aparente la constituye la persistencia de sangrado vaginal en mujeres
anoréxicas que siguen una terapia hormonal de sustitución, por lo general con píldoras contra-
ceptivas). También pueden presentarse concentraciones altas de hormona del crecimiento y de
cortisol, alteraciones del metabolismo periférico de la hormona tiroidea y anomalías en la secre-
ción de insulina.
e) Si el inicio es anterior a la pubertad, se retrasa la secuencia de las manifestaciones de la puber-
tad, o incluso ésta se detiene (cesa el crecimiento; en las mujeres no se desarrollan las mamas
y hay amenorrea primaria; en los varones persisten los genitales infantiles). Si se produce una
recuperación, la pubertad suele completarse, pero la menarquia es tardía.
Este término debe ser utilizado para los casos en los que faltan una o más de las características prin-
cipales de la AN (F50.0), como amenorrea o pérdida significativa de peso, pero que por lo demás
presentan un cuadro clínico bastante característico. Este tipo de enfermos es más frecuente en psi-
quiatría de interconsulta y enlace y en atención primaria. También pueden incluirse aquí enfermos
que tengan todos los síntomas importantes de la AN, pero en grado leve.
A. Rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima del valor mínimo normal considerando
la edad y la talla (p. ej., pérdida de peso que da lugar a un peso inferior al 85 % del esperable, o
fracaso en conseguir el aumento de peso normal durante el período de crecimiento, dando
como resultado un peso corporal inferior al 85 % del peso esperable).
sigue
B. Miedo intenso a ganar peso o a convertirse en obeso, incluso estando por debajo del peso nor-
mal.
C. Alteración de la percepción del peso o la silueta corporales, exageración de su importancia en la
autoevaluación o negación del peligro que comporta el bajo peso corporal.
D. En las mujeres postpuberales, presencia de amenorrea; por ejemplo, ausencia de al menos tres
ciclos menstruales consecutivos. (Se considera que una mujer presenta amenorrea cuando sus
menstruaciones aparecen únicamente con tratamientos hormonales, p. ej., con la administra-
ción de estrógenos.)
Especificar el tipo:
Tipo restrictivo: durante el episodio de AN, el individuo no recurre regularmente a atracones o
a purgas (p. ej., provocación del vómito o uso excesivo de laxantes, diuréticos o enemas).
Tipo compulsivo/purgativo: durante el episodio de AN, el individuo recurre regularmente a
atracones o purgas (p. ej., provocación del vómito o uso excesivo de laxantes, diuréticos o ene-
mas).
EPIDEMIOLOGÍA
Su prevalencia puede oscilar entre el 1 y 4% de las adolescentes y mujeres jóve-
nes. El 1% de las mujeres entre 15 y 30 años tiene conductas del espectro de la
AN y el 5% del espectro de la BN. En el mundo occidental las alteraciones del
comportamiento alimentario constituyen la tercera causa de enfermedad crónica
en niños y adolescentes (en las chicas adolescentes sobre todo). La prevalencia
estimada de TCA entre las mujeres adolescentes escolarizadas en los estudios
españoles es de un 4-5%, con predominio de los cuadros atípicos.
Los estudios de prevalencia realizados entre chicas adolescentes y jóvenes adul-
POBLACIÓN/EDADES DE RIESGO-DIANAS
Grupos especialmente vulnerables, como ciertas atletas, deportistas de disciplinas
que ponen especial énfasis en la delgadez para mejorar el rendimiento o la apa-
riencia, bailarinas de ballet, danza, patinadoras y gimnastas, corredores de fondo,
modelos, azafatas, etc., poseen un riesgo incrementado para la AN y otros TCA.
El cuadro clínico clásico de la AN es el de una adolescente entre 12 y 20 años que
presenta la tríada sintomática de adelgazamiento, anorexia y amenorrea.
Sólo un 3 a 10% de los pacientes con AN son varones (en la BN del 2 al 20%).
En la AN la relación mujeres-hombres es de 9 a 1, y de 5 a 1 en la BN.
Estudios con criterios estrictos dan bajos porcentajes de varones con TCA. Se
encuentran patrones de alteración alimentaria en un 2% de los adolescentes estu-
diados.
Entre las mujeres, más de la mitad de los casos comienzan antes de los 20 años,
y en aproximadamente tres cuartos de los casos antes de los 25 años. Menos del
10% tienen un inicio en la premenarquia. El inicio del cuadro coincide con la ado-
lescencia en un 80% de los casos, y ocurre habitualmente entre los 10 y 30 años.
A partir de los 13 años la frecuencia se incrementa rápidamente hasta una máxi-
ma frecuencia de comienzo a los 17 ó 18 años. La edad promedio de inicio es a
los 16 ó 17 años. La franja cronológica de riesgo se sitúa entre los 10 y 24 años.
El 85% desarrollan la AN entre los 13 y 20 años.
Contrariamente a la opinión popular, que la ha limitado a las clases altas, la AN
ocurre a lo largo de un espectro socioeconómico y rural/urbano. En el momento
actual no se aceptan diferencias por clases sociales.
La BN se asocia también principalmente al género femenino. Generalmente se
presenta en mujeres mayores que las que tienen AN. Normalmente aparece hacia
la mitad y el final de la adolescencia. Su edad de comienzo es entre los 15 y 20
años. La media de edad de aparición está situada alrededor de los 17 años. Es más
frecuente entre los 15 y 30 años.
Pruebas médicas
● Medidas antropométricas: talla y peso, cálculo del I.M.C o Quetelet (Kgr/m2)
● Electrolitos y minerales en suero: bicarbonato, calcio, sodio, potasio, fósforo y zinc
● Hemograma
● Ácido fólico, B 12, ferritina, fosfatasa alcalina, aspartato transaminasa (AST), creatinfos-
fokinasa (CPK), creatinina, TSH
● Electrocardiograma
● Densitometría ósea, TAC cerebral, composición corporal por bioimpedancia eléctrica
Exploración psicopatológica
● SCOFF
● Eating Attitudes Test (EAT-26)
● Eating Disorder Inventory (EDI-II)
● Test de Bulimia de Edimburgo (BITE)
● Cuestionario de influencias sobre el modelo estético corporal (CIMEC)
● Dibujo de figura humana (autorretrato, modelo ideal)
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Activo Pasivo
Maltrato físico
Físico Abandono físico
Abuso sexual
Emocional Maltrato emocional Abandono emocional
EPIDEMIOLOGÍA
El número de niños maltratados jamás podrá ser conocido. Así de contundente se
manifestaba Kempe hace tres décadas, pero sigue reflejando la realidad actual.
Sólo se cuenta con aproximaciones a la realidad del problema, que es mayor en
países desarrollados que en los países en vías de desarrollo. Unos estudios esti-
man que se detectan entre un 10 a un 20 % de los casos que se producen, y otros
que por cada caso detectado existen al menos otros siete que pasan desapercibi-
dos. La mayoría de casos detectados y denunciados corresponden a los casos más
graves de maltrato físico, pero otras formas de maltrato de gran prevalencia, como
son el abandono y el abuso sexual, tienen más dificultades para su detección y
registro.
PROTOCOLO DIAGNÓSTICO
Incluye tres tipos de actuaciones:
1) Confirmación de veracidad del maltrato
2) Evaluación del estado del niño
3) Evaluación diagnóstica. Como resultado de ésta, ha de establecerse una pre-
dicción acerca de si es posible modificar el comportamiento de los padres de
manera que sean capaces de cuidar adecuadamente a sus hijos, cuáles son las
necesidades de tratamiento/ayuda de los distintos miembros de la familia, y
cuáles son los tipos específicos de intervención que se requieren para cubrir
tales necesidades.
Evaluación Diagnóstica:
1) Información a recoger:
- Estructura y composición familiar (genograma)
- Contexto socio-económico-cultural
- Características y funcionamiento individual de los padres
- Características y funcionamiento individual de los niños
- Relaciones familiares:
Relación de pareja
Relación padres-hijos
Relación entre hermanos
Relación con la familia extensa
- Características de la conducta maltratante
- Relaciones sociales (padres, niños)
- Situaciones/condiciones estresantes para la familia
- Contacto de la familia con Servicios Sociales
- Conciencia del problema y motivación de cambio
2) Fuentes y métodos de recogida de información:
a) Fuentes de información:
- Miembros individuales de la familia, subsistemas familiares, familia
nuclear
- Familia extensa
- Profesionales: Servicios de Protección a la Infancia, Salud Mental, Ser-
vicios Sanitarios, Escuela, Guardería, Policía, Servicios Judiciales...
- No profesionales: vecinos, conocidos de la familia u otros
b) Métodos utilizados de recogida de información:
- Entrevistas
- Observación: hay varios instrumentos utilizados, como pueden ser:
“Child Well-Being Scales” (CWBS) de S. Magura y B.S. Moses
(1986): evalúa si necesidades físicas, psicológicas y sociales del
niño están satisfechas.
“Childhood Level of living Scale” (CLLS) de N. Polansky, M.A.
Chalmers, E. Buttenwieser y D. Williams (1978): evalúa el nivel de
cuidado físico y emocional recibido por el niño.
“Family Assessment Form” (FAF) de McCroskey y Meezan,
1997): recoge información acerca del entorno de la familia, las
figuras parentales, las interacciones familiares y el estado de los
niños.
- Cuestionarios, inventarios o escalas autoaplicadas:
“Child Abuse Potential Inventory”, validado para su uso en España
(De Paúl, Arruabarrena y Milner, 1998).
- Registros de conductas
3) Determinación del pronóstico del caso.
- Enfermedades óseas
Pueden dar lugar a fracturas y alteraciones - Sífilis congénita
patológicas en los huesos que pueden imitar - Osteomielitis
lesiones causadas por abuso físico - Hiperostosis cortical infantil
- Espina bífida
Alteraciones hemorrágicas - Hemofilia
Lesiones realmente accidentales
- Trastorno Bipolar
- Trastornos del comportamiento
- TDAH
- Trastornos de ansiedad (fobias, ansiedad social, T. ansiedad generalizada, TPET)
- Trastornos disociativos
- Trastornos del comportamiento alimentario: anorexia, bulimia
Aunque el abuso físico y el abuso sexual han sido objeto de numerosos estudios,
posiblemente la forma más frecuente de abuso y negligencia en el niño es el mal-
trato emocional, que es el que presenta una relación más intensa con la activi-
dad psicológica a largo plazo (Kaplan et al, 1999). Sin embargo, no se han publica-
do estudios relevantes sobre el maltrato emocional porque se considera que cau-
sa menos daños que el abuso físico y que el abuso sexual (Kaplan et al, 1999).
ALGORITMO TERAPÉUTICO
1) Población objeto de estudio
• Víctimas de maltrato físico
• Víctimas de maltrato sexual
• Casos graves que requieren hospitalización
• Niños con antecedentes psiquiátricos/psicológicos
• Episodios repetidos de maltrato
• A requerimiento de la institución
• Presencia de factores de riesgo en la familia
• Antecedentes psiquiátricos en los padres
• Antecedentes de abuso de tóxicos
• Situación social muy desfavorable
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DEFINICIÓN Y CONCEPTO
Las conductas autolesivas constituyen un importante problema de salud pública.
Desde mediados de 1960 se ha observado un aumento en el número de adoles-
centes que se autolesionan; sin embargo, un escaso número de estudios se han lle-
vado a cabo hasta mediados de la década de los 90. En Inglaterra y Gales, por
ejemplo, 25.000 jóvenes son atendidos cada año en los servicios de urgencias por
estas conductas (Hawton et al. 2000).
Aunque la incidencia de este tipo de conductas ha sido relativamente bien docu-
mentada, existe escasa evidencia respecto a los motivos que inducen a los jóve-
nes a autolesionarse. Muchos de los datos se han obtenido en los servicios de
urgencias de diversos hospitales, pero se cree que estos no son buenos estimado-
res del número real de adolescentes que realizan este tipo de conductas, ya que
muchos de ellos no acuden a un servicio de urgencias. Además, los datos obteni-
dos de esta forma dependen en gran medida de los registros hospitalarios, y la
validez de los mismos es cuestionable.
Existen muchos mitos en relación a los adolescentes que se autolesionan. Por
ejemplo, que solamente quieren atención de sus padres, que el adolescente que se
autolesiona no presenta gravedad clínica, o que la gravedad del problema está
relacionada directamente con la gravedad de las heridas.
En el momento actual existen dos sistemas reconocidos para la clasificación de
los trastornos mentales y del comportamiento, el DSM-IV-TR (American
Psychiatric Association 2000) y el ICD-10 (World Health Organization 1992). Sin
embargo, en estos sistemas de clasificación no existen criterios diagnósticos para
el comportamiento autolesivo. Como consecuencia, se han utilizado un amplio
número de términos para describir las conductas autolesivas, lo que ha generado
confusión. Por ejemplo, el comportamiento autolesivo se ha definido como “pro-
PREVALENCIA
La falta de procedimientos adecuados para registrar el número de comportamien-
tos autolesivos en este grupo de edad puede explicar la escasa consistencia obte-
nida hasta el momento en los resultados. En Europa, EEUU y Australia, se ha
observado un incremento en estas conductas en la década de los 60 (Hawton &
Catalan 1987; Weissman 1974). La incidencia pareció estabilizarse en los años 80
(Hawton & Fagg 1992), aunque en los 90 se ha observado un nuevo aumento
(Hawton et al. 1997).
En Inglaterra y Escocia se dan hasta 142.000 consultas en los servicios de urgen-
cias cada año (Hawton & Fagg 1992). Sin embargo, este número se considera
menor al real, y se estima que hasta 1 de cada 130 adolescentes puede autolesio-
narse (Mental Health Foundation website). Hawton et al (2000) recogieron datos
en su estudio de monitorización de conductas autolesivas de Oxford entre los
años 1985 y 1995. La población diana incluía todos aquellos pacientes menores
de 20 años que acudían al Hospital General de Oxford con autolesiones. El estu-
dio mostró un aumento en el número de pacientes que acudían al servicio de
urgencias entre 1985 y 1995 de 28.1% (27.7% en hombres y 56.9% en mujeres).
La tasa de repetición de este comportamiento fue de 56.9% en hombres y 46.3%
en mujeres. Durante el tiempo que duró el estudio (1985-1995), 1840 individuos
por debajo de 20 años de edad acudieron al servicio de urgencias con autolesio-
nes. Se observó que este número aumentaba con la edad hasta 18 años, con un
mayor incremento de los 18 a los 19. Se observó que las autolesiones eran más
frecuentes en los hombres que en las mujeres (13.2% y 2.6% respectivamente).
Las mujeres acudían con más frecuencia debido a ingestas medicamentosas que
los hombres (91.2% de mujeres frente a 82.5% de hombres).
En el año 2001, Meltzer et al. llevaron a cabo una encuesta sobre la salud mental
de niños y adolescentes en el Reino Unido que proporcionó información en lo que
respecta a un gran número de trastornos emocionales y conductuales. La infor-
mación se obtuvo de 10.438 niños y adolescentes de edades comprendidas entre
los 5 y los 15 años. Tanto los jóvenes como sus padres fueron entrevistados, lo
que permitió obtener datos diferenciales. En total, 4249 jóvenes de entre 11 y 15
años fueron entrevistados, de los cuales 248 reconocieron haberse autolesionado.
Sólo 78 de los padres entrevistados informaron de que sus hijos se habían autole-
sionado en algún momento. Un análisis detallado de los datos informó asimismo
de que un 6.5% de mujeres y un 5.0% de hombres se habían autolesionado pre-
viamente al estudio. Los padres de estos jóvenes informaron de tasas mucho más
bajas, 2.5% y 1.8% respectivamente.
La prevalencia de autolesiones era más alta entre aquellos jóvenes diagnosticados
de patología psiquiátrica, comparados con el grupo sin patología. La prevalencia
era mayor entre aquellos jóvenes que padecían depresión, trastorno de conducta
y trastorno de ansiedad. Asimismo, otros datos mostraron cómo las autolesiones
eran más frecuentes en niños adoptivos, niños que vivían con uno solo de sus
padres y en aquellos que convivían con más de cinco hermanos.
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INTRODUCCIÓN
El tabaquismo es la adicción crónica generada por la nicotina, que produce depen-
dencia física y psicológica así como un gran número de enfermedades, siendo la
primera causa mundial de enfermedades y muertes evitables. Así, a más de un
hábito aún aceptado y admitido por una parte importante de nuestra sociedad, es
una forma de drogodependencia, puesto que la nicotina es una droga adictiva que
comparte las características de las demás: tolerancia, dependencia física y psico-
lógica, y síndrome de abstinencia al cesar su consumo.
La DSM-IV-TR lo incluye dentro de los trastornos relacionados con las sustan-
cias, distinguiendo 3 categorías:
• Dependencia de nicotina
• Abstinencia de nicotina
• Trastorno relacionado con nicotina no especificado
EPIDEMIOLOGÍA
La OMS atribuye al tabaco más de cuatro millones de muertes al año, y se ha lle-
gado a definir al tabaquismo como una “epidemia pediátrica”. Epidemia porque
ocasiona el fallecimiento de una persona cada 10 segundos en el mundo, y pediá-
trica ya que, según los estudios realizados, más del 80% de los fumadores ya lo
hacían a la edad de 16 años.
Según la Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Enseñanza Secundaria del
2004, manifiestan haber consumido tabaco alguna vez el 60,4% de los alumnos
entre 14 y 18 años, y haberlo hecho en los últimos 12 meses un 37% de ellos.
Según esta misma encuesta, la edad media de consumo por primera vez fue de
13,2 años, aunque otros estudios realizados en nuestro país han determinado eda-
des más precoces de inicio, alrededor de los 11 años. En general, la mayoría de
y los 13 años.
En cuanto a patrones por sexos, la proporción de fumadores, tanto ocasionales
como regulares, es mayor entre las chicas, aunque el consumo medio de cigarri-
llos por día sigue siendo superior entre los chicos. Desde hace años, dado el
aumento de consumo y la precocidad de éste entre las chicas, se enfatiza en lle-
gar a esta población específica en las labores de prevención, tanto para conseguir
disminuir la prevalencia como por los riesgos sobradamente conocidos que tiene
el consumo de tabaco durante el embarazo.
Edad media de comienzo de consumo de tabaco según sexo y edad (fumadores actuales y exfumadores)
Total Sexo Edad
Hombre Mujer 14 15 16 17 18
Año 1998
Edad media de consumo por primera vez 13,2 13,0 13,4 12,0 12,6 13,2 13,8 14,0
Edad media de comienzo de consumo diario 14,5 14,6 14,5 13,0 13,8 14,5 15,2 15,5
Año 2000
Edad media de consumo por primera vez 13,1 12,9 13,2 12,0 12,4 12,9 13,7 14,0
Edad media de comienzo de consumo diario 14,4 14,4 14,3 12,9 13,4 14,2 15,0 15,4
Año 2002
Edad media de consumo por primera vez 13,1 13,0 13,1 12,0 12,4 13,0 13,6 13,8
Edad media de comienzo de consumo diario 14,4 14,4 14,3 12,9 13,5 14,3 14,9 15,3
Año 2004
Edad media de consumo por primera vez 13,2 13,1 13,2 12,2 12,7 13,1 13,4 13,9
Edad media de comienzo de consumo diario 14,5 14,5 14,4 13,2 13,8 14,4 14,8 15,3
Comparando estos datos con los de décadas anteriores se evidencia una mayor
precocidad en el patrón de inicio, aunque parece tenderse a una estabilización en
los últimos años. Este inicio precoz tiene trascendencia, ya que puede comportar
con el tiempo un mayor consumo de tabaco, una mayor dependencia y posible-
mente más riesgos y peor pronóstico para estas generaciones.
Factores medioambientales:
• Accesibilidad y disponibilidad de tabaco
• Percepción distorsionada de uso generalizado del tabaco
• Publicidad
Factores sociales:
• Consumo por padres y, más importante, por hermanos
• Consumo de tabaco por parte de amigos
• Permisividad familiar con el tabaco
• Falta de apoyo/supervisión materna y paterna
• Papel de los educadores
Factores conductuales:
• Bajo rendimiento escolar
• Falta de habilidades para resistir presiones
• Experimentación con tabaco
• Uso del tiempo libre
• Uso del tabaco para controlar la ansiedad y el peso
Factores personales:
• Psicológicos:
- Baja autoestima
- Disconformidad con la imagen
- Baja autoeficacia para rechazar el consumo
- Actitudes “pro-tabaco” (me calma, me ayuda a adelgazar, me ayuda
a relacionarme con la gente, los demás me ven más mayor, relación
espuria con conceptos como libertad o independencia,…)
- Genéticos
a. Aumento de peso
b. Disminución de la frecuencia cardiaca
c. Aumento de la circulación periférica
d. Aumento de la temperatura cutánea
e. Disminución de la adrenalina, noradrenalina y cortisol urinarios
f. Cambios en el EEG
g. Disminución del rendimiento
h. Trastornos del sueño
i. Estreñimiento
j. Aumento de la tos
DIAGNÓSTICO
1. Entrevista en solitario en la que se explore el hábito tabáquico, la forma de ini-
cio, los factores relacionados con este inicio, las actitudes y creencias relacio-
nadas con el fumar y el patrón de consumo.
2. Criterios diagnósticos del DSM-IV.
3. Cálculo de la dependencia de la nicotina con el test de Dependencia de Nico-
tina de Fagerström para adolescentes, modificado por Clemente Jiménez et al.
4. Marcadores biológicos para determinar el consumo de nicotina.
1.- Entrevista para la exploración del hábito tabáquico:
• Edad
• Sexo
• Nivel escolar
• Personas convivientes que fuman. Quiénes son: hermanos, madre, padre …
• Uso del tiempo libre
• Tiene amigos fumadores
• Qué clase de tabaco fuma
• Cantidad y frecuencia del consumo
• Creencia sobre si fumara cuando sea mayor
• Actitudes acerca del tabaco (es divertido, es malo para la salud, hace sen-
tir bien, puede producir cáncer, ayuda a hacer amigos, empeora la forma
física, hace sentir mayor, hace oler mal, hace que te respeten más, es un
gasto innecesario, ayuda a adelgazar, ayuda a controlar la ansiedad …)
• Ha pensado en dejar de fumar
• Ha intentado dejar de fumar
• Consumo de otros tóxicos
ALGORITMO TERAPÉUTICO
La lucha contra la adicción al tabaco se debe realizar en una doble vertiente: por
un lado, la prevención del inicio del consumo en los no fumadores, y por otro, la
aplicación individualizada de la terapéutica más adecuada de deshabituación de
los fumadores activos.
La adolescencia es el periodo clave para el inicio del uso de sustancias adictivas,
y es también la etapa en la que tiene lugar la experimentación con el tabaco, por
lo que se convierte en fundamental hacer una adecuada prevención del consumo
de tabaco. No podemos obviar que la mayoría de los estudios indican que si un
adolescente sabe evitar el tabaco, es poco probable que fume de adulto.
Si el adolescente con el que nos encontramos fuma ya, es prioritario ofrecer una
intervención precoz que nos permita actuar en las fases iniciales del consumo de
tabaco, en los que la adicción a la nicotina es menos fuerte.
A.- Prevención
La prevención primaria del consumo del tabaco ha sido muchas veces considera-
da la clave del control del tabaquismo en nuestras sociedades.
• Intervenciones generales:
- Campañas mediáticas y programas comunitarios usando los medios de
comunicación de masas
- Actuaciones legislativas: prohibición de la promoción, venta y consumo de
productos tabáquicos a jóvenes y adolescentes y en lugares frecuentados
por ellos
- Prohibición de la publicidad
- Política fiscal: hay una relación inversa conocida entre el aumento del pre-
cio del tabaco y el consumo de cigarrillos, siendo esta disminución casi
el doble en las franjas jóvenes que en los adultos
• Intervenciones grupales:
- Se pueden realizar en programas escolares, lo que nos asegura llegar a la
mayoría de los jóvenes. Información acerca de los efectos negativos del
consumo de tabaco a corto plazo (aspectos estéticos como mal olor, dien-
tes sucios, arrugas, mal rendimiento deportivo, gasto de dinero …)
- Información relacionada con los peligros del tabaco a medio y largo plazo
- Programas basados en la teoría del aprendizaje social, focalizados en el
desarrollo de aptitudes personales para resistir la presión social
- Entrenamiento para analizar y resistir los mensajes de la publicidad de las
industrias tabaqueras
- Métodos para controlar la ansiedad
- Estrategias que aumenten la percepción de autoeficacia, elemento clave
ligado a la autoestima y que resulta determinante en la conducta
- En grupos de adolescentes mayores de 15 años es importante introducir
contenidos y habilidades relacionadas con la cesación
B.- Tratamiento
Desde las Unidades de Salud Mental Infantil, que no son unidades especializadas
en tratamiento del tabaquismo, recomendamos ofrecer una intervención mínima
sistematizada a nuestros pacientes que presenten consumo de tabaco. Propone-
mos una intervención en 5 fases:
1. Averiguar: Historia clínica, exploración del hábito tabáquico, test de
dependencia de nicotina … (fase de diagnóstico).
2. Aconsejar:
- Mensajes breves pero claros que hagan ver los perjuicios del consumo de
tabaco y las ventajas de su abandono
- Mensajes convincentes y consecuentes resolviendo las dudas que se plan-
teen
- Exploración del estado psicológico-emocional y abordaje de los facto-
res de riesgo detectados: baja autoestima, baja sensación de autoefi-
cacia …
3. Apreciar: Intervención en función de la disposición a abandonar el tabaco:
bajar la motivación.
- CONTEMPLACION: Dar información y ofrecer guías y consejos para
dejar de fumar. Ofrecer replantear la intervención en próximas visitas.
- PREPARACIÓN Y ACCIÓN: Realizar una oferta terapéutica y un segui-
miento (etapa Ayudar).
- MANTENIMIENTO: Valorar el proceso de abandono e intensificar las
estrategias para prevención de recaídas.
4. Ayudar
• Preparación del paciente: fijar una fecha para el abandono, trabajar estra-
tegias previas al día elegido para dejar de fumar.
• Plan de actuación: consejos para dejar de fumar y mantener la abstinencia.
- Prepararle para el día D: que elija la fecha adecuada, evitar situaciones
estresantes
- En los días previos al día escogido conviene que realice algún cambio
en su conducta de fumador: fumar menos, autorregistro de los cigarri-
llos previo a su consumo, no llevar encendedor, guardar los ceniceros
después de usarlos… Son medidas orientadas a romper con el auto-
matismo del consumo de tabaco y hacer más incómodo el hecho de
fumar
- Que solicite ayuda y la colaboración de las personas que le rodean:
padres, compañeros de clase, amigos, etc.
- Informar de los síntomas de síndrome de abstinencia y ofrecer algunos
consejos útiles para que, en caso de que se presenten, sean más lleva-
deros
- Facilitar material adecuado de apoyo e información: sobre el tabaquis-
mo, ventajas de no fumar, consejos para dejar de fumar…
• No está indicado el uso de bupropion en menores de 18 años, ni la terapia
sustitutiva con nicotina.
5. Acordar y programar
• Establecer unas visitas específicas de seguimiento del proceso de abando-
no del tabaco independientemente de la realización de una valoración en
cada consulta que el paciente realice por cualquier otro motivo.
• Se aconseja una visita de seguimiento poco después de la fecha escogida,
a la semana ó 15 días, posteriormente al mes y después en función de lo
que se considere oportuno.
• Valorar en cada visita su estado respecto al abandono del tabaco, reforzar
INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN
El uso de alcohol y otras drogas es una práctica relativamente común entre los
adolescentes, que en la mayoría de los casos queda circunscrita a la juventud sin
producir problemas graves, con excepción quizás del tabaco. Sin embargo, desde
hace unos años estamos asistiendo a cambios en los patrones de consumo de alco-
hol y de otras sustancias adictivas que han aumentado considerablemente la mor-
bilidad y la mortalidad asociada al consumo de drogas en la población juvenil, lo
que ha obligado a replantearse la prevención y el tratamiento de estas conductas
en los jóvenes.
DEFINICIÓN/CONCEPTO
En los adultos, los trastornos relacionados con el uso de sustancias que habi-
tualmente requieren un tratamiento específico son el abuso y la dependencia.
Sin embargo, en los adolescentes, por su inmadurez física y psicológica, inclu-
so las intoxicaciones puntuales de alcohol u otras drogas pueden producir con-
secuencias nefastas (accidentes, embarazos no deseados, infecciones, “golpe
de calor”, coma etílico, psicosis o crisis de ansiedad). Por otro lado, pocas
veces encontramos que los jóvenes cumplan estrictamente los criterios de abu-
so o dependencia de los manuales diagnósticos. En la mayoría de casos de pro-
blemas con las drogas, los jóvenes presentan lo que llamamos un patrón de
consumo de riesgo, debido a su precocidad o a la presencia de factores de vul-
nerabilidad añadidos como la comorbilidad psiquiátrica. Por lo tanto, la inter-
vención en los problemas de drogas en los jóvenes debería incluir la detección
precoz y las actuaciones preventivas ante los primeros síntomas de consumo
de riesgo (véase Tabla 1), incluso antes de que se desarrollen el abuso y la
dependencia.
Según los datos del Substance Abuse and Mental Health Services Administration
(SAMHSA) (2004), en Estados Unidos aproximadamente el 9% de los adoles-
centes tienen un problema de abuso o de dependencia de drogas. En nuestro país
no tenemos datos fiables de prevalencia de estos trastornos, pero podemos reali-
zar algunas estimaciones de uso problemático de drogas en la juventud en función
de los datos de las Encuestas sobre Drogas a Población Escolar de 14 a 18 años
(Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas 1995-2005), así
como de diversas revisiones sobre el tema (Calafat et al., 2000; Rodríguez et al.,
2003). Por citar sólo algunos datos, aproximadamente un 25-30% de los jóvenes
consumen cannabis al menos una vez al mes, de los cuales alrededor de un 5% lo
hacen diariamente. El consumo de cocaína al menos una vez al mes se sitúa en el
3,6% en las edades de 14 a 18 años.
En los últimos años se ha observado entre los jóvenes un cambio hacia un patrón
de consumo de drogas más arriesgado que antaño. Cabe citar que a lo largo de la
última década, los jóvenes españoles han ido disminuyendo progresivamente la
edad de inicio de consumo de diferentes drogas, con una tendencia a la estabili-
zación en 13,6 años para el alcohol, 13,1 años para el tabaco, 14,7 años para el
cannabis, y 15,7 años para la cocaína. A edades tan precoces, el riesgo de acabar
desarrollando un trastorno por abuso o dependencia aumenta considerablemente
con respecto a edades posteriores de inicio del consumo. También se ha consoli-
dado un patrón de uso social recreativo ligado al ocio y la diversión y concentra-
do en el fin de semana, momento en el que aumentan considerablemente los acci-
dentes, las relaciones sexuales sin protección, la violencia en la calle y otros ries-
gos asociados a los excesos puntuales. También destaca el frecuente policonsumo
y la mezcla de sustancias como alcohol, tabaco, porros y estimulantes, así como
un incremento del consumo de cannabis (se ha duplicado en la última década) y
de cocaína (casi triplicado en la última década) hasta el punto de que se habla de
“normalización” del consumo de drogas en el ámbito recreativo (según los jóve-
nes “todo el mundo consume drogas”). También cabe destacar la reaparición, aun-
que a pequeña escala, en ambientes recreativos, del uso de alucinógenos o “trip-
pies” (hongos, ácidos como el LSD, etc.), inhalantes (poppers, disolventes) y
heroína, que puede mezclarse con cocaína, en forma de “speed ball” y consumir-
se fumada o inhalada. Desde hace unos años también se observa la aparición de
sustancias “nuevas” como las drogas de síntesis, que suelen ser derivados anfeta-
mínicos (fundamentalmente el éxtasis o MDMA), y más recientemente el GHB
(Gamma Hidroxi Butirato, o “éxtasis líquido”), la fenciclidina, PCP o “polvo de
POBLACIÓN/EDADES DE RIESGO–DIANAS
La edad de mayor riesgo para el inicio de consumo de sustancias es, sin duda, la
adolescencia. El adolescente es especialmente vulnerable a iniciarse en el consu-
mo de alcohol y otras drogas debido a que el uso de drogas cubre una serie de
necesidades psicológicas propias de esta etapa evolutiva, como la afirmación de
la propia identidad por oposición a las normas paternas y sociales, la sobreadap-
tación a las normas del grupo de amigos, la necesidad de afrontar altibajos emo-
cionales, etc. Por otro lado, los jóvenes consumen drogas guiados por las expec-
tativas y suelen persistir en el consumo hasta conseguir el efecto esperado, y tie-
nen una sensación de invulnerabilidad, por lo que consumen drogas de forma muy
arriesgada. Además, el organismo del adolescente aún está en desarrollo, y por
tanto es especialmente vulnerable a los efectos nocivos de las drogas, en especial
su cerebro. Por otro lado, cuanto más joven se inicia el consumo de sustancias
adictivas, mayor es el riesgo de “engancharse” y de tener problemas de adapta-
ción psico-social. Al apoyarse en las drogas, el joven deja de desarrollar sus pro-
pios recursos para enfrentarse a los conflictos, las dificultades emocionales, etc.
Por último, los jóvenes tienen exceso de confianza en sí mismos. Se sienten omni-
potentes, lo saben todo sobre drogas, necesitan demostrar que son fuertes y capa-
ces de “controlar”, por lo que suelen rechazar cualquier advertencia o ayuda pre-
coz. Por todo ello, las actividades preventivas universales relacionadas especí-
ficamente con las drogas deben iniciarse antes la etapa adolescente, hacia los 11
años.
Con respecto a las poblaciones de riesgo para problemas con las drogas, la pre-
vención selectiva e indicada debería incidir especialmente en aquellos casos en
los que confluyen una serie de factores de riesgo, o faltan una serie de factores de
protección que se enumeran en la siguiente tabla (Rodríguez-Martos, 1995;
Arbex, 2002; Bates y Lavouvie, 1997). Destacan los señalados con (*), que pue-
den ser útiles para la detección de poblaciones de riesgo con el fin de dirigirlos a
para evaluar factores de riesgo en relación con las drogas (Cuestionario FRIDA,
TEA Ediciones).
resumen a continuación:
1. Asegurar al joven un nivel apropiado de confidencialidad durante la eva-
luación y el tratamiento.
2. La evaluación en salud mental de jóvenes requiere el uso de cuestiones de
screening respecto al uso de alcohol y otras drogas. Es útil tener informantes
externos. Si el screening muestra consumo de sustancias, se debe realizar una
evaluación más exhaustiva de tipo de sustancias, cantidad, frecuencia, edad
de inicio, escalada, contexto de uso, expectativas, actitudes de los amigos,
posibles antecedentes del consumo y consecuencias en diferentes ámbitos, cri-
terios diagnósticos, intentos de controlar o abandonar el uso, estadio de cam-
bio. También es muy importante evaluar la comorbilidad psiquiátrica. Esta
evaluación es importante para diseñar individualizadamente los objetivos del
tratamiento (Tabla 2).
3. Los controles de tóxicos en orina u otros fluidos deben formar parte rutinaria
de la evaluación y el tratamiento, previa explicación de su utilidad al paciente.
4. Las modalidades de tratamiento con mayor soporte empírico son la terapia
familiar, la terapia cognitivo conductual y la terapia de incremento motivacio-
nal, aunque las intervenciones comunitarias y los grupos de autoayuda también
se recomiendan como enfoques coadyuvantes.
5. El objetivo final del tratamiento de los adolescentes debe ser la abstinencia
de drogas, aunque mientras se consigue este objetivo puede ser necesario esta-
blecer objetivos parciales de reducción de daños, sin hacer creer al joven que
el “consumo controlado” es el objetivo final.
6. El tratamiento debe dirigirse principalmente a:
• Motivación y vinculación
• Involucrar a la familia para mejorar la supervisión y monitorización, y la
comunicación entre padres y adolescente
• Mejorar las habilidades de solución de problemas, habilidades sociales y téc-
nicas de prevención de recaídas (manejo de estrés, control de la ira, la
impulsividad…)
• Tratamiento de trastornos psiquiátricos asociados, mediante psicoterapia o
medicación
• Intervención psicosocial: aumentar conductas prosociales, relaciones con
amigos y funcionamiento académico
• Seguimiento necesario y de duración suficiente
7. Los adolescentes con problemas de drogas deben ser tratados en un lugar lo
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
Los efectos agudos de las drogas, las consecuencias del consumo crónico, así
como los síntomas de la abstinencia, pueden mimetizar los síntomas de trastor-
nos depresivos, ansiosos, del sueño, psicóticos e incluso de trastornos de per-
roga, 2000).
Para poder diagnosticar problemas relacionados con las drogas (abuso, dependencia,
o trastornos inducidos) los síntomas correspondientes no deben ser consecuencia de
un trastorno psiquiátrico primario. En este caso estaríamos ante lo que llamamos
“patología dual” o “comorbilidad”, que se diagnostica cuando los síntomas persisten
hasta un mes después de la abstinencia de drogas y/o exceden lo esperable según el
tipo de sustancia, la cantidad o la duración de su uso. Además suele exigirse la pre-
sencia de episodios psiquiátricos previos al inicio del consumo de drogas.
Sin embargo, si en adultos es difícil averiguar si existe o no verdadera comorbi-
lidad, esta dificultad se incrementa considerablemente cuando se trata de adoles-
centes, debido al menor tiempo de evolución de los trastornos y al hecho de que
los síntomas pueden estar enmascarados por actitudes y conductas que son pro-
pias de la “crisis de la adolescencia” como la rebeldía, la impulsividad, la expe-
rimentación o los altibajos emocionales. Además, con frecuencia los síntomas de
ambos trastornos se superponen cronológicamente.
Por otro lado, la adolescencia es una etapa de transición hacia la edad adulta y algu-
nos trastornos aún no pueden diagnosticarse de forma fiable, debido a que los sín-
tomas pueden remitir espontáneamente por razones evolutivas. Este sería el caso de
los trastornos de la personalidad. Debemos también tener en cuenta que los trastor-
nos psiquiátricos no son una cuestión de “todo o nada” y que cada persona puede
manifestarlos con un nivel de gravedad diferente y en diferentes momentos de su
vida, dependiendo de múltiples factores genéticos y ambientales. Tampoco las dro-
godependencias son cuestión de “todo o nada”. Muchos consumos de sustancias
adictivas en jóvenes podrían catalogarse como “problemáticos” o “de riesgo”, aun-
que no serían diagnosticables en sentido estricto como abuso o dependencia. De
hecho, si tuviéramos en cuenta los consumidores de riesgo, las cifras de patología
dual en jóvenes aumentarían considerablemente (Shier et al., 2003). Por otro lado,
cuando existe patología psiquiátrica, prácticamente cualquier consumo de drogas se
podría catalogar de “abuso” debido al riesgo de consecuencias negativas que supo-
ne, para el propio individuo o para los demás.
Por todo ello, para realizar un buen diagnóstico de los trastornos relacionados con
las drogas en los jóvenes, es imprescindible una evaluación pormenorizada de la
cronología de aparición de los síntomas psiquiátricos con respecto al consumo,
tratamientos previos, etc., así como realizar reevaluaciones de los síntomas des-
pués de un tiempo de abstinencia y/o de tratamiento farmacológico.
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INTRODUCCIÓN
El autismo es un síndrome conductual que engloba a un grupo de trastornos neu-
ropsiquiátricos con unas características clínicas comunes, pero de difícil catego-
rización etiológica y diagnóstica. Con la aparición del DSM-III (APA 1980) se
empieza a usar el término “Trastorno Profundo del Desarrollo” (TPD) para englo-
bar a este grupo, llamado posteriormente “Trastorno Generalizado del Desarro-
llo” (TGD) (APA 1987, DSM-III-R). La aparición del llamado “continuum autis-
ta” de Lorna Wing y del “espectro autista” acuñado por Allen, englobaría en la
misma categoría a todos los niños del espectro. En los últimos diez años ha ido
creciendo un cierto consenso clínico que unifica “TGD” y “Espectro Autista”
como un mismo término (exceptuando los trastornos desintegrativos y el síndro-
me de Rett). El fenotipo clínico reconocido en la actualidad incluye a niños autis-
tas con déficits poco graves, pero inequívocos, en lo social, en la comunicación y
en la conducta.
Las características comunes implican alteraciones en la comunicación verbal y no
verbal, problemas en la socialización y comportamientos repetitivos y extraños.
ETIOLOGÍA
Existe una clara heterogeneidad etiológica, ya que se trata de un síndrome gene-
ral que se encuentra en una gran variedad de trastornos clínicos cuya base orgá-
nica subyacente y los mecanismos etiopatogénicos implicados son tan sutiles y
complejos que con frecuencia no pueden ser detectados. La clara heterogeneidad
etiológica nos determinará, a la larga, diferentes subtipos etiológicos y clínicos.
Las líneas de investigación seguidas en la actualidad para explicar el autismo se
orientan cada vez más hacia líneas psicobiológicas (genéticas principalmente) en
las que se supone una alteración cualitativa cerebral. En algunas ocasiones se
pero ello no ocurre en más del 30% de los casos aproximadamente (Filipek y col
1999). Alrededor del 30% de los sujetos diagnosticados con autismo tienen una
elevada cantidad de serotonina en sangre (Anderson et al 1987; Leboyer et al,
1999). Por otra parte, se han detectado una serie de diferencias neuroanatómicas
en sujetos autistas (Courchesne, 2002); así, entre los 2 y 4 años el 90% de los mis-
mos tienen un crecimiento del cerebro más rápido que lo normal a esa edad (lo
más común es hiperplasia de cerebro y cerebelo). También se ha observado una
densidad menor de células de Purkinje en el cerebelo y un déficit en el desarrollo
de la amígdala. Los estudios familiares y de gemelos sugieren que los factores
genéticos desempeñan un papel importante en la etiología del autismo. Se ha
demostrado que el riesgo de aparición de autismo en hermanos de afectados es del
2 al 6%, lo que indica que los hermanos de autistas tienen una probabilidad de
padecer el síndrome 50-100 veces más alta que la población general. Otros estu-
dios también muestran que los hermanos de niños autistas tienen un riesgo alto de
padecer un síndrome dentro de los trastornos generalizados del desarrollo
(TGDs), como el de Asperger o PDDNOS (trastorno generalizado del desarrollo
no especificado), lo que apoya la idea de que algunos subtipos dentro de los TGDs
tienen un origen común.
La observación de que familiares de segundo y tercer grado tienen un riesgo de
incidencia cercano al de la población general sugiere la existencia de varios genes
implicados en el trastorno autista (Folstein y Rosen-Sheidley, 2001). El número
de genes sugerido oscila entre 2 y 10. En consecuencia, podría existir una consi-
derable variación entre sujetos autistas respecto a cuáles son los genes que tienen
los individuos afectados. Ciertos factores ambientales también podrían tener un
papel fundamental, dado que en gemelos el riesgo de recurrencia no es el 100%.
La unión de varios factores genéticos y ambientales explicaría la observación de
que incluso dentro de la misma familia dos hermanos con autismo pueden tener
grandes diferencias en sus capacidades cognitivas y de lenguaje. Existen varias
revisiones recientes que plantean los factores genéticos del autismo desde diver-
sas perspectivas (Folstein y Rosen-Sheidley, 2001; Jones y Szatmari, 2002; Lamb
et al, 2002; Acosta y Pearl, 2003; Bespalova y Buxbaum, 2003; Muhle et al.,
2004).
El autismo ha sido el trastorno más estudiado de entre los propios de la Psiquia-
tría Infantil, y, tras numerosas y continuadas investigaciones, podemos resumir
que por el momento no se puede pensar en una única causa del autismo, sino en
toda una red de diferentes factores asociados. Las últimas tendencias apuntan a
EPIDEMIOLOGÍA
De los muchos estudios epidemiológicos realizados la prevalencia media es de
4,8/10.000. Los datos obtenidos en estudios epidemiológicos son variables, pro-
bablemente por la heterogeneidad de los instrumentos empleados para llevar a
cabo el diagnóstico, así como por las diferencias en las muestras analizadas. Una
revisión reciente (Fombone et al. 2002), muestra que la prevalencia aumentó de
4,4/10.000 (media de 16 estudios realizados entre 1966 y 1991) a 12,7/10.000
(media de 16 estudios realizados entre 1992 y 2001). De todos los estudios lleva-
dos a cabo, la media de la proporción masculina/femenina es de 4,3:1 (Fombon-
ne 1999). Los cambios en la definición de autismo complican la interpretación de
los estudios previos. Filipek (2000) señala que las prevalencias actuales realiza-
das en EEUU son de 10-20 por 10.000. Bryson (1997) sugiere que la prevalencia
del autismo esta cerca del 1/1000. Si usamos los criterios del TGD no especifica-
do, menos restrictivos que los de autismo, la prevalencia puede bajar hasta 1/100
(Tombin 1997).
El predominio de varones sobre las niñas está claro: en los diferentes estudios rea-
lizados es 3-4 veces más común en varones; sin embargo, cuando las niñas tienen
autismo el cuadro es más grave. Los varones tienen mayor prevalencia en todo el
espectro.
CLÍNICA
Los TGD y, en particular, el autismo, son síndromes conductuales de característi-
cas evolutivas crónicas que se van a caracterizar por:
DIFICULTADES DIAGNÓSTICAS
La clasificación de los Trastornos Generalizados del Desarrollo, de acuerdo con
la CIE-10 (1992), es resume en el cuadro 1.
La controversia acerca de los límites y la subdivisión de los Trastornos Generali-
zados del Desarrollo lleva a plantearse el problema de si el autismo constituye un
síndrome significativamente diferente de los otros TGDs, del retraso mental, de
otras psicosis y de las esquizofrenias. El hecho de que la población autista sea
muy heterogénea, como ya hemos señalado, dificulta aún más el diagnóstico. No
1) Autismo infantil
2) Autismo Atípico
3) Trastorno desintegrativo (Síndrome de Heller)
4) Trastorno hipercinético con Retraso Mental y movimientos estereotipados
5) Trastorno esquizoide
6) Síndrome de Asperger
7) Síndrome
todos los niños autistas presentan todos los síntomas, e incluso la gravedad del
trastorno varía mucho. La tabla 1 ayuda a entender las diferencias en base a los
diferentes rasgos, como son: la inteligencia, edad de reconocimiento, habilidades
comunicativas, habilidades sociales, pérdida de habilidades e intereses, riesgo
para trastornos comiciales, prevalencia, curso en la vida adulta y pronóstico
(siguiendo la clasificación DSM).
Trastorno
Trastorno Desintegrativo Síndrome Síndrome
Características Autista Infantil de Rett de Asperger TGD-NE
Rasgo Autismo Inicio retardado Autismo de Autismo de alto Atípico
“estándar” pero grave infancia tardía funcionamiento
Inteligencia RM grave o RM grave RM grave RM moderado RM moderado
normal a normal a normal
Edad de reconocimiento 0-3 años >2 años 0,5-2,5 años Generalmente Variable
>2 años
Habilidades Generalmente Pobres Pobres Regulares Limitadas
comunicativas limitadas a buenas a buenas
Habilidades Muy limitadas Muy limitadas Varían con Limitadas Variable
sociales la edad
Pérdida de Generalmente Marcadas Marcadas Generalmente Generalmente
habilidades no no no
Intereses Variable No aplicable No aplicable Marcadas Variable
restringidos
Trastornos comiciales Raros Frecuentes Raros Comunes Comunes
Desaceleración del No No Sí No No
crecimiento craneal
Prevalencia por 10.000 30-40 1-4 5-15 5-100 >15
Historia familiar Rara No No Frecuente Desconocida
Ratio por sexos M>F M>F F M>F M>F
Curso en la vida adulta Estable Declina Declina Estable Generalmente
estable
Pronóstico Pobre Muy pobre Muy pobre Regular/pobre Regular/bueno
Nota: TGD-NE = trastorno generalizado del desarrollo no especificado; RM = retraso mental.
Adaptado de: Popper y Steinger 1995; modificado de Volkmar 1991
TRATAMIENTO
Existe un consenso internacional acerca de que la Atención Temprana puede
modificar, al menos en ciertos casos, el mal pronóstico tradicionalmente asocia-
do a los TGDs. Existen, sin embargo, marcadas diferencias individuales en la res-
puesta al tratamiento. Se evidencian mejoras en cuanto al CI, las capacidades
visuoespaciales y el lenguaje, aunque no en cuanto a las capacidades socio-adap-
tativas. No obstante, la ausencia de programas específicos para los TGDs en la
mayoría de las unidades de intervención temprana, la dispersión teórica sobre el
enfoque terapéutico que se debe seguir, la ausencia de control sobre los trata-
mientos aplicados, y la falta de formación específica y de directrices adecuadas
con respecto a los métodos de intervención hacen difícil su aplicación (o la deri-
vación especializada, en su caso) en la mayoría de las Unidades de Salud Mental.
El tratamiento de los TGDs debe cumplir cuatro requisitos fundamentales:
1) Debe ser individualizado: no existe un programa terapéutico único e igual
para todas las personas afectadas.
2) Debe ser estructurado: la enseñanza organizada es un elemento imprescindi-
ble de cualquier intervención.
3) Debe ser intensivo, y extensivo a todos los contextos de la persona: es nece-
sario conseguir que las personas clave en la educación del paciente (familiares
y profesionales) aprovechen todas las oportunidades para aplicar el plan indi-
vidualizado, incluidos los contextos naturales que favorezcan la generalización
de las conductas adquiridas en entornos más estructurados, y con una dedica-
ción de al menos 20-25 horas semanales.
4) La participación de ambos progenitores se ha identificado como un factor fun-
damental para el éxito: la familia debe coordinarse con el profesorado y otros
profesionales de apoyo para participar en la determinación de objetivos y de
sistemas que se vaya a utilizar (comunicación aumentativa, ayudas visuales,
uso de nuevas tecnologías, historias sociales, etc.).
Los abordajes terapéuticos de los TGDs son todos ellos sintomáticos, no curati-
vos. Dentro de este encuadre, los tratamientos farmacológicos no son un objetivo
en sí, sino que tienen como función facilitar el uso de otras estrategias terapéuti-
cas, cuyo desarrollo exige cierto nivel de control comportamental y atencional. La
única excepción en este sentido es el tratamiento dirigido a los trastornos comór-
bidos específicos (p. ej., el TOC). Así, su uso es meramente sintomático, y la elec-
ción estará dirigida en función del síntoma o grupo de síntomas a controlar.
• Doma-Delacato
• Lentes de Irlen
• Comunicación facilitada
Sin evidencia, • Terapia psicodinámica
no recomendados • Secretina
• Terapia antimicótica
• Tratamiento con quelantes
• Inmunoterapia
• Terapia sacro-craneal
• Terapias asistidas con animales
• Integración auditiva
Evidencia débil, sólo • Integración sensorial
recomendados en • Psicoterapias expresivas
estudios experimentales • Vitaminas y suplementos dietéticos
• Dietas sin gluten / caseína
• Promoción de competencias sociales
• Sistemas alternativos/aumentativos de la comunicación
Evidencia débil, aunque • Sistema TEACCH
recomendados • Terapia cognitivo-conductual
• ISRS (en adultos)
• Estimulantes (en TGD + TDAH)
Evidencia de eficacia, • Intervenciones conductuales
recomendados • Risperidona
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CONCEPTO Y DEFINICIÓN
La esquizofrenia es una enfermedad compleja, caracterizada por la presencia de
síntomas positivos (alucinaciones, delirios, desorganización conductual, etc.) y
negativos (apatía, abulia, empobrecimiento afectivo, etc.) en diferente grado a lo
largo del curso de la enfermedad, y que puede llevar al deterioro. El diagnóstico
de la enfermedad en la actualidad sigue unos criterios consensuados por expertos,
que se agrupan en dos grandes clasificaciones, el Diagnostic and Statistical
Manual of Mental Disorders (DSM) y la Clasificación Internacional de Enferme-
dades (CIE), que en estos momentos corresponden a las versiones DSM-IV-TR y
CIE-10 (Tablas 1 y 2).
Los criterios para diagnosticar esquizofrenia son los mismos en niños y adoles-
centes que en adultos, aunque en los niños más pequeños no se pueden dar todos
los síntomas psicopatológicos por la inmadurez cognitiva que presentan. Así por
ejemplo, los trastornos del curso del pensamiento se pueden presentar a partir de
los 7 años de edad.
A. Síntomas característicos: dos (o más) de los siguientes, cada uno de ellos presente durante
una parte significativa de un período de un mes (o menos si se trata con éxito).
(1) Ideas delirantes
(2) Alucinaciones
(3) Lenguaje desorganizado
(4) Comportamiento catatónico o gravemente desorganizado
(5) Síntomas negativos
B. Disfunción social/laboral: durante una parte significativa del tiempo desde el inicio de la alte-
ración, una o más áreas importantes de actividad están claramente por debajo del nivel previo al
inicio del trastorno (o, cuando el inicio es en la infancia o adolescencia, fracaso en llegar al nivel
esperable de rendimiento interpersonal, académico o laboral).
Síntomas
1. Eco, robo, inserción o difusión del pensamiento
2. Ideas delirantes de control, influencia o pasividad, o ideas delirantes extrañas de otro tipo y per-
cepción delirante
3. Alucinaciones auditivas que comentan la conducta del paciente, que discuten entre ellas o con
un significado similar.
4. Ideas delirantes persistentes de otro tipo que no son adecuadas a la cultura del individuo o que
son completamente imposibles, como las de identidad religiosa (...)
5. Alucinaciones persistentes de cualquier modalidad, cuando se acompañan de ideas delirantes no
estructuradas y fugaces sin contenido afectivo claro, o ideas sobrevaloradas persistentes, o
cuando se presentan a diario durante semanas, meses o permanentemente.
6. Interpolaciones o bloqueos en el curso del pensamiento, que dan lugar a un lenguaje divagatorio,
disgregado, incoherente o lleno de neologismos.
7. Manifestaciones catatónicas, como excitación, posturas características o flexibilidad cérea, ne-
gativismo, mutismo, estupor.
8. Síntomas "negativos" como apatía marcada, empobrecimiento del lenguaje, embotamiento o in-
congruencia afectiva. Ha de quedar claro que estos síntomas no se deban a depresión o a me-
dicación neuroléptica.
EPIDEMIOLOGÍA
La prevalencia de esquizofrenia en la población infanto-juvenil es de 0,23% (Gill-
berg et al 1996), con una incidencia de 1,4-2/10.000 (Takei et al 1996). No exis-
ten datos en población española. En la población adulta la prevalencia es del 1%.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que muchos pacientes inician sintomato-
logía prodrómica de esquizofrenia antes de los 18 años de edad, pero que consul-
tan más tarde, con lo que son pacientes que se incluyen en los datos epidemioló-
gicos de adultos. Así mismo, también cabe remarcar que en esta psicopatología
inicial prodrómica los pacientes pueden presentar gran variedad de síntomas:
depresivos, conductuales, obsesivo-compulsivos, etc., y esto puede hacer también
que disminuya la cifra de pacientes diagnosticados como esquizofrenia en la fran-
ja de población infanto-juvenil.
POBLACIÓN/EDADES DE RIESGO-DIANAS
La esquizofrenia es una enfermedad con una importante vulnerabilidad genética
(Gottesman, 1991), y los familiares de los pacientes esquizofrénicos tienen una
probabilidad más elevada que la población general de presentarla. Se ha descrito
en estudios epidemiológicos que entre un 12-15% de los hijos de un progenitor
esquizofrénico tienen la enfermedad, elevándose a alrededor del 45% cuando los
KIDDIE-PANSS
Positive and Negative Syndrome Escala de valoración de Entrevistador:
Scale for Children and síntomas positivos y negativos evalúa a 6-16 años
Adolescents (Fields y cols., 1994) y otros síntomas padres y niño/a
CPRS
Children Psychiatric Rating Escala de valoración basada en Entrevistador
Scale (Fish, 1985) la gravedad/grado de anormalidad. evalúa al Hasta 15 años
Detecta adecuadamente síntomas niño/a
esquizofrénicos
C-GAS
Children’s Global Valoración de la gravedad de la Valoración por
Assessment Scale (Shaffer y alteración funcional en una revisión de todos 4-16 años
cols., 1983) escala de 0-100 los datos disponibles
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DEFINICIÓN / CONCEPTO
Un tic se define como un movimiento súbito, rápido, recurrente, no rítmico y este-
reotipado, habitualmente breve (menos de un segundo) y con tendencia a presen-
tarse en salvas, con breves intervalos entre los tics. Se produce de forma invo-
luntaria y sin finalidad aparente (salvo calmar la sensación de necesidad imperio-
sa de realizarlo que siente el sujeto). Pueden suprimirse periodos de tiempo cor-
tos, tienen síntomas premonitorios y son variables (en localización, intensidad,
duración, frecuencia, complejidad). Pueden ser simples o complejos (según afec-
ten a uno o varios grupos musculares) y motores o vocales-fonatorios.
Se distinguen varios tipos de trastornos de tics:
• trastorno de tics transitorios: duración mayor de 4 semanas y máxima de 1
año; suelen ser tics motores de cabeza, cuello o miembros superiores, y a veces
por su corta duración no llegan a diagnosticarse o se hace retrospectivamente.
• trastorno de tics crónicos: duración mayor de 1 año, con agravamientos en pe-
riodos de estrés o fatiga, y en general más raro el trastorno de tics vocales que el
de tics motores crónicos.
• síndrome de Gilles de la Tourette (SGT): asociación de tics motores múltiples
y tics vocales que pueden estar presentes simultáneamente o en diferentes perio-
dos evolutivos del trastorno. Frecuente progresión rostrocaudal (comienzo de los
tics en cabeza y posteriormente aparición de tics en cuello, hombros, brazos,
tórax) y aparición de los primeros tics vocales 1-2 años después de los motores.
Etiológicamente, las teorías de origen psicoanalítico han perdido credibilidad
dado su mínimo éxito en el tratamiento de los tics, y las conductuales han servi-
do sobre todo para explicar los tics más simples. En cambio, han ganado terreno
las teorías de tipo biológico, entendiéndose hoy día estos trastornos como inter-
acción entre factores genéticos y ambientales.
EPIDEMIOLOGÍA
Los tics transitorios son frecuentes en niños, con 12-24% de incidencia en la
población general, siendo mayor en varones, con ratio 1,6:1 hasta 3:1.
Los trastornos de tics crónicos (incluido SGT) aparecen en 1-2% de la población
general, variando la prevalencia entre 1-12%. Esta amplia variación tiene que ver
con el curso fluctuante (de exacerbaciones y remisiones aparentes) de estos tras-
tornos, y el tipo de población estudiada. Por ejemplo, se sabe que las tasas mayo-
res se dan en niños de 7-11 años, sobre todo varones y residentes en ciudades, con
un predominio en población de origen europeo y oriental.
El SGT tiene una prevalencia de 4-5/10.000, aunque un estudio con personal
entrenado en estos trastornos y sobre niños de 13-14 años encontró cifras cerca-
nas a 300 casos por 10.000 alumnos, lo que hace suponer que los casos más leves
pasan desapercibidos.
• Para la evaluación del trastorno de tics lo más importante es la observación de los movi-
mientos anormales para describir su localización, frecuencia, intensidad y variabilidad
con el tiempo, así como recoger historia familiar de tics. También se usan una serie de
instrumentos para valorar la gravedad y los cambios en el tratamiento, como pueden
ser la escala de Yale-Brown de Gravedad Global de Tics (YBGSS), la de Hopkins de Tics
Motores y Vocales (HMVTS), valoradas ambas por el clínico, y la escala Tourette
Syndrome Symptom List (TSSL), que puede ser usada por maestros y padres.
• También pueden usarse grabaciones en video para valorar mejor la gravedad de los tics
y poder después medir el cambio terapéutico.
• En caso de sospecharse comorbilidad con otros trastornos pueden usarse escalas espe-
cíficas para valorar gravedad y/o cambio en estos trastornos, como escalas de depre-
sión o de TDAH.
• Hay que medir también el nivel de funcionamiento del sujeto para identificar áreas pro-
blemáticas (en relaciones con iguales o familiares, en el funcionamiento escolar o labo-
ral), así como el impacto de los sucesos vitales estresantes.
• Hay que centrarse en el curso de la patología de cada individuo en concreto y no sola-
mente en los síntomas del momento concreto de la evaluación.
• Conviene explorar si toma alguna medicación que puede provocar los tics o interferir en
su mejoría terapéutica, así como conocer ensayos previos con fármacos que haya in-
tentado para el tratamiento de los tics.
• Los tics simples motores deben distinguirse de patología neurológica como mioclono
(epiléptico o no), temblor, corea (p. ej. Huntington), atetosis, distonías, acatisia, disci-
nesias paroxísticas, balismo y hemibalismo. Debe descartarse también enfermedad de
Wilson, donde los tics son sólo uno de los síntomas. La distinción se basa en la anam-
nesis de la historia natural y la exploración neurológica, siendo infrecuente la necesidad
de pruebas complementarias (EEG, TAC o RMN craneal, hemograma, perfil hepático,
etc.).
• Los tics motores complejos pueden también confundirse con estereotipias o rituales
compulsivos, por ejemplo en psicosis hebefrénicas o en retrasos mentales importan-
tes.
• Los tics vocales deben diferenciarse de las vocalizaciones de la corea de Huntington o de
la coprolalia voluntaria.
• Al menos 50% de pacientes con SGT tienen pródromos compatibles con TDAH: falta de
atención y excesiva inquietud, si bien no siempre se trata de comorbilidad auténtica.
• Alrededor de 40% de pacientes con SGT de más de 10 años de evolución presentan sín-
tomas de TOC. En general se cree que los casos que asocian ambos trastornos son de
base genética o PANDAS, y son una forma más grave.
• También el SGT se ha asociado a trastorno de conducta, trastorno afectivo, trastorno de
ansiedad, bajo rendimiento escolar y problemas visoespaciales con capacidades verba-
les adecuadas.
• Es frecuente la aparición en SGT de problemas de aprendizaje, en concreto en aritméti-
ca e integración visual motora, asociados a la presencia de TDAH, lo cual condiciona
con frecuencia fracaso escolar.
• Asimismo hay que diferenciar si es un trastorno independiente o es un síntoma más de
un trastorno generalizado del desarrollo (TGD), trastorno que tiene mayor riesgo de pre-
sentar trastornos de tics.
A. Educación del paciente y su familia sobre: etiología, historia natural, gravedad del caso
concreto, alternativas de tratamiento. Reduce la ansiedad y afianza la relación terapéu-
tica (esencial en casos refractarios o en fases de empeoramiento).
B. Educación sobre tics en general y sobre el caso concreto, al profesorado, y a resto de
alumnos para normalizar las relaciones con iguales. En casos con TDAH, reforzar la per-
manencia en la actividad, y en los tics graves: flexibilizar programas (p. ej. tiempo extra
para consultar fuera de las clases o para examinarse).
C. En cuanto al tratamiento farmacológico, se usará a la menor dosis posible, con escala-
da gradual de dosis para instaurarlo y usando dosis suficientes durante un tiempo ade-
cuado, evitando la polifarmacia. Los fármacos más usados son:
1.- Agonistas alfa-2 como clonidina 0,1-0,3 mg/día o guanfacina 0,5-2,5 mg/día. Mante-
ner mínimo 12 semanas, sedan en 10-20% de casos (disminuye en el uso conti-
nuado)
2.- Bloqueantes dopaminérgicos: los más usados haloperidol y pimozide, eficaces en
80% casos, a dosis de 0,5-6 mg/día y 1-8 mg/día respectivamente. Efectos adver-
sos casi en 50% de casos (SEP, sedación, acatisia, distonía, discinesias tardías,
cambios endocrinos). Risperidona (0,5-2,5 mg/día) durante un mínimo de 4 sema-
nas, mostró buena eficacia y tolerancia. También se publicó eficacia en series de ca-
sos con olanzapina, quetiapina, amisulpiride, ziprasidona.
3.- Benzodiacepinas: clonacepam, a dosis 1-4 mg/día, pero puede sedar afectando el
rendimiento escolar (sólo usar en casos refractarios).
4.- Antagonistas de opiáceos: hay publicados buenos resultados en casos esporádicos
y algún ensayo con naltrexona, si bien se usan menos.
En caso de TOC comórbido: clomipramina 50-250 mg/día, paroxetina 20-60, fluoxetina 5-
80, sertralina 25-200… mejoran el TOC con poco efecto en los tics.
En los sujetos con tics y TDAH comórbido, se describió inicialmente empeoramiento (o
desencadenamiento) de tics con metilfenidato, proponiéndose entonces otras opciones:
alfa2 agonistas a dosis usuales, o bien tricíclicos (en cuyo caso hay que monitorizar tensión
arterial o arritmias). Actualmente se ha visto que este efecto sólo sucede en una minoría
de pacientes, y que puede usarse metilfenidato como norma general en estos sujetos con
tics y TDAH.
BIBLIOGRAFÍA
• American Psychiatric Association. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales
DSM-IV. Barcelona: Masson, 1995.
• Caine ED, McBride MC, Chiverton P et al. Tourette’s syndrome in Monroe County School chil-
dren. Neurology 1988; 38: 472-5.
• Castellanos FX, Acosta MT. Síndrome de Tourette: análisis de la comorbilidad y sus tratamientos
específicos. Rev Neurol 2004; 38 (supl. 1): S124-S130.
• De Lucas Taracena MT, Montañés Rada F. El uso de los nuevos antipsicóticos atípicos en el sín-
drome de Gilles de la Tourette. Anales de Psiquiatría 2005; 21 (7): 331-9.
• Frankel M, Cummings J, Robertson MM et al. Obsessions and compulsions in Gilles de la Tou-
rette’s syndrome. Neurology 1986; 36: 378-82.
• Gutiérrez Casares JR, Busto Arenas J, Galán Moreno F y cols. Derivaciones psiquiátricas infanto-juve-
niles a una unidad de salud mental (N= 1139). Muestra general. Rev Psiquiatr Infant Juv 1993; 4:
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• Leckman JF, Hardin MT, Riddle MA et al. Clonidine treatment of Gilles de la Tourette’s syndro-
me. Arch Gen Psychiatry 1991; 48: 324-8.
• Leckman JF, Peterson BS, Anderson GM et al. Pathogenesis of Tourette’s syndrome. J Child
Psychol Psychiatry 1997; 38: 119-42.
• Leckman JF, Riddle MA, Hardin MT et al. The Yale Global Tic Severity Scale: initial testing of a
clinician-rated scale of tic severity. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry 1989; 28: 566-73.
• Mason A, Banerjee S, Eapen V et al. The prevalence of Tourette syndrome in a mainstream scho-
ol population. Dev Med Child Neurol 1998; 40: 92-296.
• Shapiro A, Shapiro E. An update on Tourette syndrome. Am J Psychotherapy 1982; 36: 379-90.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
1.- Cohen DJ, Bruun RD, Leckman JF (eds): Tourette’s syndrome and tic disorders. New York,
Wiley, 1988.
Libro monográfico muy recomendable, en especial los capítulos sobre epidemiología (Zahner
GEP, Club MM, Leckman JF et al. The epidemiology of Tourette’s syndrome, pp. 79-90), sobre
repercusión familiar de los trastornos de tics (Cohen DJ, Ort SI, Lechman JF et al. Family func-
tioning and Tourette’s syndrome. pp.179-96), o sobre clínica del SGT (Bruun RD. The natural
history of Tourette’s syndrome. pp. 21- 39).
2.- Gálvez Borrero I. Trastornos de tics. En: Planificación terapéutica de los trastornos psiquiátri-
cos del niño y del adolescente; Madrid, Smith-Kline-Beecham, 2000; pp. 497-525.
Este texto español es una revisión bastante actualizada de clínica, epidemiología y tratamiento
de los trastornos de tics.
3.- Leckman JF, Peterson BS, Cohen DJ. Tic disorders. En: Lewis M (ed.). Child and adolescent
psychiatry: a comprehensive textbook (3ª edición). Lippincott, Williams y Wilkins, Philadelphia,
2002; pp. 734-744.
Capítulo donde se resumen los principales conocimientos sobre SGT y otros trastornos de tics,
realizado por los autores más reconocidos en estas patologías.
4.- Pauls D, Leckman J, Cohen D. Familial relationship between Gilles de la Tourette’s syndrome,
attention déficit disorder, learning disabilities, speech disorders, and stuttering. J Am Acad Child
Adolesc Psychiatry 1993; 32: 1044-50.
Este trabajo revisa las relaciones de comorbilidad y agregación familiar entre los trastornos de
tics y diferentes trastornos mentales y neurológicos.
DEFINICIÓN/CONCEPTO
La descripción clínica de este trastorno, así como su denominación, criterios, etio-
patogenia, etc. tienen una rica historia. Desde hace algo más de un siglo hasta la
actualidad han sido diversas las denominaciones que se le ha dado al trastorno
(disfunción cerebral mínima, lesión cerebral mínima, etc.), una veces sobre la
base de su etiología y otras por sus características clínicas. En la actualidad exis-
ten dos términos para este trastorno: Trastorno por Déficit de Atención con Hipe-
ractividad y Trastorno Hipercinético.
El cuadro se caracteriza por tres grupos fundamentales de síntomas: hiperactivi-
dad, déficit de atención e impulsividad. Estos síntomas, frecuentes en la infancia
y en múltiples trastornos psiquiátricos infantiles, necesitan, para reconocerse
como parte del Trastorno Hipercinético, que tengan un carácter crónico, una
intensidad y frecuencia elevadas para la edad del niño, ser referidos por diversos
observadores/evaluadores, y mantenerse en todos los marcos y ámbitos provo-
cando disfunción en las áreas escolar, familiar y social. La triada sintomatológica
se acompaña, en la mayoría de las ocasiones, de síntomas de otras esferas psico-
patológicas: comportamentales, afectivas, académicas, físicas, así como déficits
en rendimientos neurocognitivos: función ejecutiva, memoria, visopercepción,
etc., siendo difícil delimitar la existencia real de cuadros comórbidos asociados y
matizando éstos, si los hubiera, la evolución, el pronóstico y la eficacia terapéu-
tica.
EPIDEMIOLOGÍA
Existe disparidad en las tasas de prevalencia tanto entre países como dentro de un mis-
mo país, oscilando entre el 1 y el 18%. Este amplio rango se debe a las diferencias
metodológicas entre unos estudios y otros. Las diferencias principales se deben a:
DSM-IV las cifras suelen ser más altas que con criterios CIE-10. Pero incluso
con criterios DSM las tasas pueden variar: así, Baumgarten (1995) señala que,
de una prevalencia con DSM-III del 9,6%, se pasó con DSM-III-R al 10,9%,
aumentando con el DSM-IV al 17,8%.
• Metodología en la selección de las poblaciones: los estudios en una sola fase
recogen tasas más altas que los que se realizan en dos fases. En éstos últimos,
los instrumentos de screening utilizados también pueden marcar diferencias,
así como la utilización o no de entrevista psiquiátrica para establecer el diag-
nóstico, o si el mismo se hace con cuestionario, o si simplemente se hace con
criterios diagnósticos internacionales. De este modo, en un estudio realizado en
Sevilla (Benjumea, 1990), dependiendo de la utilización o no de entrevista psi-
quiátrica, de que se necesitaran puntuaciones altas de padres y/o profesores,
etc., las tasas oscilaban entre el 4 y el 16%.
• Características de las muestras: edad y sexo. Las tasas disminuyen al aumentar
la edad, como señala Costello (2003), pasando del 2,2% con 9-10 años al 0,3%
con 16 años. Por tanto, los rangos de edad incluidos en los estudios deben ser
tenidos en consideración. De igual modo ocurre con el sexo, ya que el cuadro
es más frecuente en varones que en mujeres, siendo la proporción distinta
según los distintos autores (entre 2:1 y 7:1). Una variable que puede confundir
en las tasas, ligada al sexo y la edad, es el subtipo clínico. Así, cuando nos cen-
tramos en el tipo inatento las diferencias de proporción son más bajas (2:1) que
cuando lo hacemos con el subtipo hiperactivo-impulsivo (5:1).
síntoma detectado por profesores e incluso padres en niños con disfasias, trastor-
nos generalizados del desarrollo, dificultades de aprendizaje, etc.
Otros síntomas, como la excesiva irritabilidad, conductas oposicionistas, etc.,
pueden enturbiar el diagnóstico, así como las comorbilidades inexistentes. Por
todo ello, en este grupo de edad es importante llegar a un diagnóstico acertado ya
que en el caso de que el niño tenga el trastorno éste puede mermar no sólo su ren-
dimiento académico sino su desarrollo en áreas vitales en estos años, como la
relación con padres y semejantes, la adquisición de habilidades sociales y, en defi-
nitiva, su desarrollo evolutivo en general.
Otro grupo no menos importante es el de los adolescentes. En estas edades, sínto-
mas tales como la hiperactividad disminuyen, pero otros se mantienen, como los
déficits atencionales, dificultando claramente sus rendimientos académicos. Por
otra parte, la conciencia del trastorno en la adolescencia y la constancia de frustra-
ción y fracaso continuo desde los primeros años en muchas áreas hacen que apa-
rezca sintomatología afectiva que enturbia el pronóstico. Igualmente, la evolución
del cuadro y su alta comorbilidad con los trastornos Disocial y Negativista Des-
afiante hacen que en estas edades se disparen los síntomas comportamentales, lle-
gando en muchos casos a ser más preocupantes que los propios del Trastorno Hiper-
cinético. El mayor riesgo de consumo de tóxicos, accidentes, actos delictivos, etc.
es evidente, sobre todo en los casos comórbidos con Trastorno Disocial.
ALGORITMO TERAPÉUTICO
DEFINICIÓN Y CONCEPTO
El núcleo común de estos trastornos es la falta de respeto, más allá de lo espera-
ble y admisible para el grado de desarrollo del niño. Son niños y adolescentes
generalmente descritos como “agresivos”.
TABLA 1.- DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL DE LA CONDUCTA
AGRESIVA EN LA INFANCIA
tos, y fugas del hogar y/o del colegio (consultar el DSM-IV-TR para criterios).
Los críticos a este esquema resaltan que la superposición entre ambos diagnósti-
cos es muy frecuente, que la presentación clínica deriva en gran medida del perio-
do de desarrollo en que se encuentra el niño (de forma que a mayor nivel de des-
arrollo, mayor gravedad), y que los criterios utilizados son “típicamente” mascu-
linos, por lo que dejan fuera a una parte importante de la población.
DIAGNÓSTICO
NOTA PREVIA: aunque cada cultura -incluyendo en este concepto a las familias-
espera y tolera de forma diferente las extralimitaciones de sus hijos, hay faltas
de respeto consideradas graves universalmente.
Esta distinción es importante para el diagnóstico, pues para emitir el diagnóstico
de TND o de TD se debe haber constatado que la frecuencia, intensidad y dura-
ción de los síntomas superan lo normativo, y además que no se padece otra
enfermedad psiquiátrica que justifique los síntomas (ver tabla 1) y que sus con-
secuencias sociales, académicas o laborales son notorias clínicamente.
A diferencia del TDAH, no es necesario que estas conductas perturbadoras estén
presentes en varios ambientes.
Es mucho más frecuente en hombres que en mujeres (el doble como mínimo).
Según el DSM-IV-TR su prevalencia puede llegar al 16% de los menores de 18
años, y no es, en cualquier caso, inferior al 1-2%.
En muchas ocasiones el diagnóstico de TDAH precede al de TND, y este al de
TD. El TD con frecuencia es la antesala del Trastorno Antisocial de la Personali-
dad, especialmente cuando su debut ha sido precoz (antes de los 10 años de edad).
En el momento de valorar la gravedad del cuadro es importante recordar que:
• Las faltas de respeto a las figuras de autoridad suelen afectar primero a la madre,
luego al maestro, y finalmente al padre.
Sí No
E - Soporte ambiental
1.- Alto soporte ambiental
2.- Soporte ambiental medio
3.- Soporte ambiental limitado
4.- Soporte ambiental mínimo
5.- Ausencia de soporte ambiental
F - Peligrosidad
1.- Riesgo bajo
2.- Riesgo medio
3.- Riesgo moderado
4.- Riesgo elevado
G - Actitud e implicación
1.- Actitud e implicación óptimas
2.- Actitud e implicación constructivas
3.- Actitud e implicación obstructivas
4.- Actitud e implicación destructivas
5.- Inaccesible
H - Evolución del trastorno
1.- Mejoría ostensible
2.- Mejoría discrepante
3.- Ausencia de mejoría
4.- Empeoramiento
5.- Agravamiento
TRATAMIENTO
El tratamiento del TND y del TD es fundamentalmente NO farmacológico. Si
bien algunos medicamentos han demostrado cierta eficacia en la reducción de la
frecuencia e intensidad de los enfados y de las conductas agresivas (básicamente
antipsicóticos a dosis bajas y algunos antiepilépticos, tabla 5), el núcleo del trata-
miento es “dialéctico”.
ADOLESCENCIA
••Genere
Genere confianza – establezcalímites,
confianza – establezca límites,pero peroofrezca
ofrezcaun unrefuerzo
refuerzopositivo
positivoincondicional.
incondicional.
••Identifique
Identifiquelos lospatrones
patronesconductuales.
conductuales.
••Reúnase
Reúnasecon conlalafamilia
familiayyelelniñoniñopara parafirmar
firmarcontratos
contratos(todos
(todosfirman)
firman)sobre
sobrecuestiones
cuestionesbásicas.
básicas. Li-
Limitemiteestos
estos acuerdos
acuerdos a tres
a treso cuatro
o cuatro puntos
puntos cada vez.
cada vez.
••Explore
Explorelos lossentimientos
sentimientosnegativos
negativosuuhostiles hostilesyyofrezca
ofrezcaformas
formasalternativas
alternativasde deexpresarlos.
expresarlos.
••Utilice
Utilicelalainterpretación
interpretaciónparadójica,
paradójica,reformulereformulelalaconducta.
conducta.
••Enseñe
Enseñelos losvalores
valoresdeldelrespeto
respetoyylalareciprocidad.
reciprocidad.
••Enseñe
Enseñeaalos lospadres
padresaacambiar
cambiarlas lasestrategias
estrategiasde dedefensa
defensayyataque.
ataque.
••Enseñe
Enseñealaljoven jovencómo
cómo“formular
“formularuna unaqueja”
queja”––asertividad
asertividadfrentefrenteaaagresividad.
agresividad.
••Utilice
Utilicejuegos
juegosde demesa
mesapara parareforzar
reforzarelelrespeto
respetoaalas lasnormas,
normas,extrapólelas
extrapólelasaalalavida
vidasocial.
social.
••Desarrolle
Desarrolleconsecuencias
consecuenciaspara paralas lasconductas
conductasproblemáticas,
problemáticas,incluyendo
incluyendoelel coste
coste dede respuesta
respuesta y
y los
los tiempos
tiempos muertos. muertos.
••Simplifique
Simplifiquelas lasactuaciones
actuacionesde deloslospadres
padrescon conelelobjetivo
objetivode deaumentar
aumentarlalaefectividad.
efectividad.
••Utilice
Utilicesistemas
sistemasconductuales
conductualesque queincluyan
incluyanreforzadores
reforzadorespositivos
positivos(adapte
(adaptelala "economía
"economía de de fichas"
fichas" a
a ladel
la edad edad del niño).
niño).
••Exponga
Expongayycorrija corrijalos
losconflictos
conflictosparentales.
parentales.
• Apoye las consecuencias
• Apoye las consecuencias legales de legales delaslasconductas
conductasperturbadoras.
perturbadoras.
Manejo de la ira MANEJO DE LA IRA
••Fomente
Fomentelas lasconsecuencias
consecuenciasnaturales.
naturales.
• Utilice la restitución y los trabajos sociales en los casos de infracción de leyes o de daños a la pro-
• Utilice la restitución y los trabajos sociales en los casos de infracción de leyes o de daños a la pro-
piedad, etc.
piedad, etc.
• Si es detenido, póngase en contacto con la Fiscalía de Menores.
• Si es detenido, póngase en contacto con la Fiscalía de Menores.
• Establezca normas claras.
• Establezca normas claras.
• Enseñe responsabilidad enfrentando la agresividad y las quejas. Practique la inversión de roles.
••Enseñe
Enseñeresponsabilidad
estrategias de enfrentando
autocontrol –larespiraciónagresividadprofunda,
y las quejas. Practique
“párate, mira, la inversión
escucha, de roles.
piensa”, rela-
• Enseñe
jación estrategias
progresiva, de autocontrol
tiempos muertos – respiración
autoimpuestos, profunda, “párate,
ejercicio, mira,
técnica deescucha, piensa”,
la silla vacía, etc. relaja-
ción progresiva,
• Estimule tiempos muertos
las recompensas, autoimpuestos,
“descubrir” ejercicio, técnica
al niño haciendo de la silladedicar
cosas positivas, vacía, etc.
más tiempo de
• Estimule las recompensas, “descubrir” al niño haciendo cosas positivas, dedicar más tiempo de
ocio al niño.
ocio al niño.
• Ayude al niño a perdonar a aquellos que provocan su ira utilizando cartas, la técnica de la silla va-
• Ayude al niño a perdonar a aquellos que provocan su ira utilizando cartas, la técnica de la silla vacía,
cía, etc.
etc.
• Ayude al niño a hacer una lista de las experiencias que le provocan sentimientos de enfado y de-
• Ayude al niño
cepción, a hacer una
e identifique lista de las
y exprese las necesidades
experiencias no que le provocan sentimientos de enfado y de-
cubiertas.
cepción,
• Ayudeealidentifique y exprese
niño a sustituir las necesidades
sus pensamientos no cubiertas.
irracionales por afirmaciones autodescriptivas positi-
vas. al niño a sustituir sus pensamientos irracionales por afirmaciones autodescriptivas positivas.
• Ayude
••Estimule
Estimulelos losservicios
servicioscomunitarios
comunitariosooeleltrabajo trabajocon
conelelfinfindedeaumentar
aumentarlalaresponsabilidad,
responsabilidad,lalaautono-
auto-
mía ynomía y el crecimiento
el crecimiento personal. personal.
••Proteja
Protejaalalniño niñode delos
losabusos.
abusos.Anime Animeaalos lospadres
padresaano noutilizar
utilizarcastigos
castigoscorporales.
corporales.
No olvide la necesidad de apoyo NO OLVIDE
y soporte LA NECESIDAD DE APOYO Y SOPORTE
••Las
Lasfamilias
familiasdedeniños niñosconcon TND
TND pueden
pueden necesitar
necesitar apoyo
apoyo parapara mantener
mantener al niño
al niño en en la familia
la familia y que
y que esta
no se esta no se resienta.
resienta.
••Los
Losniños
niñospuedenpuedenprecisar
precisarapoyoapoyoescolar
escolarootutores
tutoresparticulares.
particulares.
• Las familias pueden necesitar un “respiro” de vez en en
• Las familias pueden necesitar un “respiro” de vez cuando,
cuando, especialmente
especialmente en momentos
en momentos de
de con-
conflictos
flictos mantenidos. mantenidos.
• El niño y su familia pueden necesitar un abordaje multisistémico para coordinar los servicios dis-
• El niño y su familia pueden necesitar un abordaje multisistémico para coordinar los servicios dispo-
ponibles (incluyendo los judiciales, los educativos, los de control de tóxicos, etc.).
nibles (incluyendo los judiciales, los educativos, los de control de tóxicos, etc.).
• El entrenamiento "in situ" (en casa) puede ser útil para introducir un modelado de roles apropiado
• El entrenamiento "in situ" (en casa) puede ser útil para introducir un modelado de roles apropiado
para modificar las pautas educativas, cuando éstas son clave.
para modificar las pautas educativas, cuando éstas son clave.
• Es posible que se necesite entrenar al niño sobre cómo reintegrarse en la sociedad y en activida-
• Es des
posible que se necesite entrenar al niño sobre cómo reintegrarse en la sociedad y en actividades
lúdicas.
lúdicas.
• En muchas ocasiones el cambio de amistades es básico para evitar influencias negativas y lograr
un modelado de roles apropiado.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
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conduct disorders. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry 1997, vol. 36 (10) suppl: 122S-139S.
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http://www.kidsmentalhealth.ca/resources/publications.php