Flor Del Dolor

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FLOR DEL DOLOR

SANTIAGO
SIERRA
FLOR DEL DOLOR

SANTIAGO SIERRA

Esta colección ofrece un recorrido indispensable por la Gustavo Jiménez Aguirre


novela corta en México. Las primeras historias ven nacer Presentación
el México independiente; las últimas, el país que surgió
de la Revolución armada de 1910 y sus consecuencias
culturales. No importa que las novelas vayan ligeras de Gustavo Jiménez Aguirre y Eliff Lara Astorga
equipaje, seguramente el viaje será largo. Edición y notas

La novela corta. Una biblioteca virtual


www.lanovelacorta.com

Novelas en Tránsito
Segunda Serie
La novela corta. Una biblioteca virtual
www.lanovelacorta.com
ÍNDICE
novelas en tránsito
Segunda Serie
Presentación. La novela de un fantasma
Gustavo Jiménez Aguirre, director
Gustavo Jiménez Aguirre 5
consejo editorial
Gabriel Manuel Enríquez Hernández, Verónica
Hernández Landa Valencia, Gustavo Jiménez Aguirre, Flor del dolor
Eliff Lara Astorga y Luz América Viveros I. Hace veintidós años estaba yo en
asistencia editorial Constantinopla 15
Braulio Aguilar Velázquez y Karla Ximena Salinas Gallegos II. No, yo no era digna del amor de Emmánuel 35

Santiago Sierra, Flor del dolor Noticia del texto 75
Primera edición digital: 21 de junio de 2018
Santiago Sierra. Trazo biográfico 77
D.R. © 2018 Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas Notas 81
Circuito Mario de la Cueva, s. n.
Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México.

Esta publicación se realizó con apoyo del Fondo Nacional


para la Cultura y las Artes a través del Programa de Fomento
a Proyectos y Coinversiones Culturales 2017.

Diseño de la colección: Andrea Jiménez


Ilustración de portada: Gonzalo Fontano

ISBN: EN TRÁMITE (de la colección)


ISBN: EN TRÁMITE

Esta edición y sus características son propiedad de la


Universidad Nacional Autónoma de México.
Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.
Hecho en México.
P R E S E N TA C I Ó N

La novela de un fantasma
Gustavo Jiménez Aguirre

Como otros destinos legendarios de la cultura mexi-


cana, el de Santiago Sierra Méndez (Campeche, 1850-
Ciudad de México,1880) merece, al menos, pasar la
prueba de fuego del rescate editorial y la valoración
crítica de su obra literaria y periodística. Mientras ocu-
rre algún milagro que rompa con la inercia de tan fre-
cuente molicie en las áreas menos prestigiadas del ca-
non —incluso el del siglo xix, sin duda mejor atendido
en últimas fechas—, adelantamos en esta colección una
muestra del talento innovador de Sierra Méndez con
Flor del dolor (1869). Esta novela corta demuestra la ca-
pacidad del autor para activar los resortes de la ficción
en niveles de comprensión y placer estético actuales.
Además de narrador, Sierra Méndez fue un poe-
ta perseverante, con menos originalidad, quizá, si bien
aún falta valorar su incursión temprana en el poema en
prosa, otro género a la zaga en la academia mexicana, y

5
6 PRESENTACIÓN JIMÉNEZ AGUIRRE 7

sus traducciones de la poesía de Goethe. En el ámbito Balzac y Gautier, entre otros maestros que le ofrecen
renovador del periodismo cultural de la República Res- cortadas fantásticas para narrar los misterios del espiri-
taurada en México, no menos valiosa resulta su divul- tismo de Allan Kardec. En Flor del dolor confluyen dos
gación, siempre informada y con buena pluma, de los afanes constantes de Sierra: la promoción de la hetero-
avances de la astronomía de su tiempo, el espiritismo doxa espiritualidad de nuevo cuño, enfrentada al pen-
y las primeras noticias en México sobre la cultura y la samiento conservador y al catolicismo, y la renovación
religión de la India. de la narrativa mexicana por medio de la brevedad no-
La primera versión de Flor del dolor fue escrita, a velesca.
mediados de 1869, en el puerto de Veracruz para el Ciento cincuenta años después de la publicación
periódico literario Violetas, del que también Santiago de esta novela, Santiago Sierra deambula en calidad de
fue fundador y editor en colaboración con Antonio F. fantasma o de espíritu fantasmal. (Aun en las dimensio-
Portilla, José Gutiérrez Zamora y Rafael de Zayas En- nes más etéreas, hay jerarquías y clases como se aprecia
ríquez, según informa Ángel José Fernández en el es- en Flor del dolor.) En las redes de nuestra galaxia, lite-
tudio preliminar de la afortunada edición facsimilar de ral, metafórica y ficcionalmente, Sierra Méndez posee
Violetas.1 El cierre de éste y el imán de la efervescencia aquella condición espiritual o espiritista, tematizada en
cultural de la República Restaurada llevan la carrera el desenlace abierto de Flor del dolor: “Algún día, Ma-
literaria y política de Santiago Sierra a la capital del nuel de Olaguíbel os referirá otro episodio de mi exis-
país. Hacia 1870 se integra a la comunidad triunfante tencia”. Antes de llegar al último círculo temporal de
y conciliadora de Ignacio Manuel Altamirano, orienta- la novela, vamos por partes o por resultados en la Web.
dor generoso de Santiago y de su hermano mayor, Justo. Cualquier buscador asocia el nombre de nuestro
Por recomendación del Maestro, ambos colaboran en El prosista y poeta campechano con el de su homónimo
Domingo, un “Semanario de Literatura, Ciencias y Me- español, el omnipresente artista conceptual Santiago
joras Materiales”. En seis entregas de finales de 1871 Sierra; las siguientes entradas remiten a la noticia del
a principios de 1872, Santiago publica la versión defi- duelo en el que Sierra Méndez falleció a los treinta
nitiva de Flor del dolor. En el trienio de su reescritura, años. Los enlaces se multiplican en torno al suceso fa-
el perseverante narrador, lee a Goethe, Nerval, Hugo, tal, impregnado de confrontaciones políticas y perio-
8 PRESENTACIÓN JIMÉNEZ AGUIRRE 9

matador se lo dijo al Dr. Martínez, que, el día del lance,


dísticas al calor de la sucesión presidencial de 1880. me lo refirió.2
Incluso las mínimas referencias literarias sobre nuestro
fantasma acaban sepultadas por las circunstancias en las La insistencia de Sierra sobre el fallecimiento
que Santiago perdió la vida cuando era redactor y ar- de la mayoría de los testigos del duelo transmite un
ticulista de La Libertad. En calidad de director de este desasosiego frente al doloroso recuerdo y su compleja
diario, favorable a la reelección de Manuel González, indagatoria, una vez que, rulfianamente, sólo se escu-
Justo Sierra siguió con angustia creciente la absurda y chan murmullos en lugar de voces. Desde la perspec-
maniquea trama de gacetillas y enconados artículos que tiva tardía de Sierra, quedaban tres sobrevivientes: el
cruzaban La Libertad y La Patria, propiedad de Ireneo asesino material, el intelectual y el propio acusador,
Paz, simpatizante de Trinidad García de la Cadena y juez y parte en su juicio de sombras. Los dos prime-
contrincante de González. Así resume el historiador ros no son convocados, tampoco fueron confrontados
y político los hechos en un pasaje de sus “Apuntes”: públicamente por Sierra, quien falleció en 1912, con-
vencido de su verdad. Hasta donde se sabe, Ireneo Paz
El 27 de abril de año de 1880 a las nueve de la mañana, en nunca tomó la palabra para defenderse. Siete décadas
las cercanías de Tlalnepantla, fue asesinado en un duelo después, su nieto, Octavio Paz, declaró que a su abue-
mi hermano Santiago por el periodista Ireneo Paz. Fue- lo “le pesaba, siempre le pesó, su desdichado duelo
ron sus testigos don Jorge Hammemken, muerto joven, con Santiago Sierra […] Fue un hecho que lo marcó,
don Eduardo Garay, muerto joven y los del contrario: una herida nunca cerrada”.3 Quizá como todo el ex-
el Dr. Ignacio Martínez muerto asesinado, el coronel pediente del caso.
Bonifacio Topete, muerto ya. Presenciaron el lance don En un giro inesperado de la novela del fantasma
Severiano Comis, muerto en vigor de la edad y el Dr. que vaga en la Web, en El ocaso de los espíritus (2005),
Juan Gorrantes, muerto joven. La causa del duelo fue José Mariano Leyva reabrió la investigación en uno
un suelto publicado en el periódico La Libertad por don de los capítulos más intrigantes de su estudio sobre
Agustín Cuenca, muerto joven y atribuido a mi desdi- el espiritismo en México en el siglo xix: “1880: el si-
chado hermano por el asesino Paz, sugerido por un infa- lencio de los espíritus”. En el marco de este trabajo,
me que se llama don Manuel Caballero. Según el mismo indispensable para historiar una de las mentalidades
10 PRESENTACIÓN JIMÉNEZ AGUIRRE 11

renovadoras del México decimonónico, contamos con secuencia y la posterior aclaración de que el protago-
una perspectiva múltiple del conflicto fatal: 1) el en- nista es el narrador y el firmante de la obra que dialoga
rarecimiento de las circunstancias políticas, 2) las pa- con sus lectoras del puerto de Veracruz y de la Ciudad
siones periodísticas implicadas, y 3) la reconstrucción de México, los sucesivos círculos temporales nos colo-
narrativa de las personalidades confrontadas, en buena can al filo de la silla o al borde del desvelo.
medida, por su ideología y creencias en la fuerza de la En el ámbito de la heterodoxia religiosa y espiri-
razón (Paz y los testigos del duelo) y en la templanza tual que corre al parejo de la modernidad de la novela
de los espíritus (Sierra). Además, hasta poco antes del corta en México durante el periodo 1872-1922, Flor
enfrentamiento, Santiago confió en que alguna fuerza de dolor es un relato tan fundacional de la narrativa
superior o circunstancia imprevista cancelaría un com- de media distancia como La Navidad en las montañas
bate desigual, debido a su impericia con las armas de (1871) y Antonia (1872) de Ignacio Manuel Altamira-
fuego y la probada experiencia de Paz con ellas, razón no. Sin duda, el recuento debe incluir las cinco no-
por la que éste hubiera preferido no usar pistola, como velas breves que Justo Sierra Méndez recoge en sus
afirma Leyva.4 Cuentos románticos de 1893, escritos con antelación
Ya sea que encontremos a Santiago Sierra en ca- gracias al impulso renovador de los años fundaciona-
lidad de fantasma por los corredores empolvados de les de la República Restaurada. Debemos a esta tri-
la historia literaria mexicana, o en las varias facetas logía autoral un giro decisivo en la modernidad de la
autorales de Flor del dolor (espíritu protagónico, alias, novela corta mexicana, prolongado hasta el inicio de
alter ego y firmante de la novela), la empatía de los lec- la década de 1920.
tores de esta novela corta surge de las expectativas y Pero alarguemos un poco más la liga historiográfi-
virtualidades de una buena historia gótica con coartada ca y acentuemos el tardío reconocimiento y la celebra-
espiritista: “Hace veintidós años estaba yo en Constan- ción editorial de Santiago Sierra: si ponemos en pers-
tinopla paseándome en el cementerio de Gálata, bajo la pectiva la propuesta gótico-espiritista de Flor de dolor y
bóveda verde-sombría de los cipreses, que mecían sus los círculos espacio-temporales que conforman su es-
copas rumorosamente, como si trasportasen a los cielos piral narrativa con una de las cumbres fantásticas de la
la misteriosa plegaria de los muertos”. A partir de esta novela corta en México, Aura (1962), quizá no estemos
12 PRESENTACIÓN

lejos de aceptar que Carlos Fuentes algo debe al espí-


ritu o al fantasma ubicuo de Sierra Méndez. Razón de
más para haberlo convocado en esta Biblioteca Virtual.
Ojalá que por aquí deambule mucho tiempo. FLOR DEL DOLOR
I

H ace veintidós años estaba yo en Constantinopla


paseándome en el cementerio de Gálata, bajo la
bóveda verde-sombría de los cipreses, que mecían sus
copas rumorosamente, como si trasportasen a los cielos
la misteriosa plegaria de los muertos.
Cerca de una tumba detuve mis pasos asombrado,
y contuve en lo posible el aliento. Una mujer de pe-
regrina hermosura oraba con fervor de rodillas, y sus
ojos, mirando al firmamento con desesperación, pare-
cían reprocharle el dolor que martirizaba su alma.
No sé por qué la oración que sus labios murmura-
ban hacía un eco en mi pensamiento; conocía yo que la
solemne unción de una entrevista con el infinito la em-
bargaba. En mi desvarío, llegué a imaginarme que la
mirada de aquella mujer al encontrarse con las estrellas
hacía un reflejo sideral en mi corazón. Sea lo que fue-
re, permanecí extático, aspirando con delicia el aliento
de la brisa, trémulo sin causa, y oyendo allá a lo lejos
el lánguido murmurar del Bósforo, cuyas olas de azur
refieren terribles profecías a los muros de la antigua

15
16 FLOR DEL DOLOR SIERRA 17

Bizancio. La noche estaba espléndida y sacudía en el tierra mortuoria, y en que las parietarias y heliotropos,
espacio su cabellera de chispas eternas. que de mensajeros les sirven, han brotado quizá sobre
Los mil ruidos de la ciudad se extinguían con len- los corazones muertos.
titud, y sólo uno que otro tophi que cruzaba entre los ¡Una mujer en tal sitio y a tal hora! ¡Sin velo!
pinos al galope, haciendo resonar su khanjar contra ¿Quién podría ser? Abdul Medjid castigaría semejan-
los ijares del corcel, interrumpían un instante la calma te desorden si llegaba a saberlo;7 el sultán me había
del panteón. Mis lectoras sabrán que en Constantinopla indicado en varias conversaciones su decisión de re-
el cementerio es un lugar de diversiones. El fatalismo primir severamente toda violación de las costumbres
islamita ha hecho de aquella morada de los cadáveres tradicionales. ¿Qué significaba tal audacia?
una especie de desafío al destino. Alfombras de césped Viendo que aquella postración no tenía trazas de
se extienden entre sepulcro y sepulcro, y allí se reúnen suspenderse, me dirigí hacia la tumba. Al rumor de mis
por las mañanas los lions musulmanes a esperar algún pisadas, la mujer volvió rápidamente la cabeza, y lan-
billete amoroso,5 o una palabra de esperanza traspor- zando un pequeño grito dejó caer sobre su rostro una
tada por alguna esclava circasiana. Los ramilletes de oscura talpack de Teherán. Sin embargo, yo había vis-
flores van y vienen llenos de expresión y de perfumes; to sus ojos un instante y había quedado deslumbrado.
nadie como los orientales conoce el lenguaje del sélam;6 —Esclava —le dije afectando la voz del keim-
todo lo que el novio mexicano más parlanchín pudiera khán,8 que de todos era conocida—, ¿cómo violas así
escribir en largas epístolas a su amada lo dicen ellos con los preceptos de la ley?
algunas hojas secas, botones de rosa o de clandestina, —Seldjuck —me contestó—, yo soy la Rosa Blanca
mirtos, tulipanes, etcétera. —y al murmurar estas palabras alzó ligeramente su
Las tumbas, regularmente de ese granito egipcio velo y, al primer rayo de la luna que se despertaba en el
de que tan bellas muestras envió Mehmet Alí a Gre- horizonte, vi sobre su pecho un ramo de flores pálidas.
gorio XVI, eran y son aún las mudas testigos de esas Era, en efecto, una rosa blanca rodeada de una corona
escenas de vida. Sienten los turcos gran indiferencia de mirtos y jazmines de Armenia. Dos hojas de cidro-
hacia los difuntos, y en lo que menos piensan es en que nela se inclinaban sobre la flor del centro.
el humo de sus pipas se mezcla al fúnebre vapor de la ¡Respuesta singular! Yo acababa de llegar de Ale-
18 FLOR DEL DOLOR SIERRA 19

po, adonde me había enviado hacía dos años Ibrahim Y volviéndose al sepulcro besó el frío syenite y mur-
Pasha, que estaba en Vernet (Francia) para observar muró:
ciertos aprestos de la Sublime Puerta,9 y con cierta —Parah-areh Mahamad leil-Allah.
comisión importante, y no sabía a qué atribuir tales Luego me tomó de la mano, atravesamos con rapi-
palabras. dez el barrio y, entrando en un barquichuelo amarrado
Entretanto, Rosa Blanca se había acercado a mí, al Cuerno de Oro, nos dirigimos hacia el serrallo. Al
y me miraba fijamente. Sus manos, entrelazadas, pare- tocar al muro septentrional en que se abre una porte-
cían estar en ademán de súplica. zuela secreta, la voz de un delhi llegó a nuestros oídos.10
—Tú no eres Seldjuck —me dijo de súbito en —¡Atrás! —gritó.
griego. La mujer se quitó un anillo que tiró por una trone-
Al oírme interpelar en mi idioma natal, retrocedí ra. El delhi bajó su pica, devolvió el anillo; a poco re-
un paso y pregunté a aquella mujer: chinó una cadena, y la puerta se hundió en una trampa.
—¿Me conoces? Un osmanlí ricamente vestido y con una linterna en la
—Tú eres Iván, el amigo de Ismail ibn Har. mano apareció y preguntó a mi compañera en árabe:
—En efecto —respondí asombrado—. ¿Lloras —¿Habéis salido con permiso del kizlar-agha?
acaso sobre su tumba? —He llevado su anillo, tzuka-dar.11
—Sobre el monumento en que se depositó su ca- —¿Y vuestro amigo, entra con vos?
dáver, pero su alma está aquí —y señalaba las flores. —Sí, pero ni una palabra, Jacub.
—¿Le viste morir? —La sultana sabe que yo soy su esclavo.
—Yo le maté con mi perfidia, y él se fue sin per- Saltamos de la barca, entramos por aquella conca-
donarme. vidad practicada en el muro, y anduvimos en la oscu-
—Explícame esas palabras, porque no las entiendo. ridad durante algunos minutos. De repente llegó a mis
Háblame en turco si quieres, pues lo sé tan bien como oídos el murmullo de una fuente, y mi guía exclamó:
el rumano y el habla de la patria. —Ahora pasamos junto al Diván.
—Pero no aquí. Ven al palacio, y te referiré mi En efecto, varias voces sonaban confusamente ha-
historia. cia nuestro lado derecho, y yo pude percibir la clara
20 FLOR DEL DOLOR SIERRA 21

y sonora del ulema altercando acaloradamente con el Todos sabían que ésta era la favorita, o por lo me-
gran visir. nos por tal pasaba.
Poco después la mujer se detuvo, escuchó con Yo me hallaba en el aposento de Koralira; su cifra
atención y murmuró: resplandecía en diamantes, sobre un dosel azul reca-
—Podemos entrar; Zeila duerme. mado de perlas. De aquella especie de solio partía para
Abrió la puerta y me encontré lleno de sorpresa ambos lados un voluptuoso diván de raso rosa, bordado
en el harén de Estío del sultán. El tapiz de pluma primorosamente de flores de plata. Multitud de cojines
extendido a nuestras plantas amortiguaba el son de arreglados con cierto desorden rodaban por aquí y por
las pisadas, y pudimos atravesar la primera sala sin allá. Eran los destinados a las esclavas nubias.
despertar a la hermosa odalisca que, reclinada mue- Mi conductora me abandonó en medio de aquel
llemente en cojines de terciopelo, dormía descuidada, inmenso salón, y desapareció por una puerta de mala-
teniendo aún entre sus labios rojos la boquilla de ámbar quita. A pesar de mi peligrosa estancia en el centro del
de su narguilé. Mi guía se dirigió a una colgadura, la alcázar, cuyo acceso era vedado a todo el mundo, no
alzó y me invitó a seguirla. Entramos en el departa- pude menos que contemplar con atención las riquezas
mento principal. arquitectónicas y esculturales que me rodeaban.
Sabido es que los sultanes, a pesar de poseer en el El estilo bizantino se mezclaba armoniosamente al
serrallo cerca de trescientas esclavas griegas, armenias, morisco, y aquella muestra bien podía figurar ventajo-
persas y aun sicilianas, tienen de reglamento —permí- samente en la Alhambra. Todo el enorme cuadrilongo
taseme la frase— cuatro, las más lindas del harén, a estaba alfombrado con una tela de Basora que imitaba
quienes distinguen entre todas, ya dándoles cierta inje- el color y la blandura del césped. El techo era de cedro,
rencia en la política, ya colocándolas en palacios aisla- cincelado con maestría hasta en los detalles más ocul-
dos del resto del edificio. Abdul Medjid tenía entonces tos, con embutidos de nácar y de bronce. Representaba
por odaliscas a Zeila, comprada por su padre a un mer- la toma de Constantinopla por Mehmet en 1453, y era
cader caucásico; Fanirah, hija del pachá de Jerusalén; obra de dos célebres artistas de Bagdad, que se habían
Nurmahal, presente del emperador de Marruecos, y hecho pagar el trabajo en siete millones de cequíes.
Koralira, cuyo origen se ignoraba. Aquella obra maestra parecía uno de esos cuadros de
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Van Dyck que han perdido algo de su colorido; los nía multitud de peces de colores, y el surtidor era un
efectos de sombra estaban tan bien dispuestos así. En yinn que movía las alas de oro, derramando por to-
medio de los millares de figuras que decoraban aquel das sus plumas hilos de agua purísima. Cuatro o cinco
cuadro de madera, destacábase la arrogante del terrible bronces antiguos sostenían en alto enormes bouquets
conquistador, de pie sobre una bombarda y señalando de heliotropos y violetas, entre cuyas hojas invisibles
con el alfanje el último reducto de los paleólogos. pebeteros chinos complicaban el ambiente con esen-
Jamás había visto una escena tan soberbia, ni en los más cia de rosa y de jazmín. La luz entraba por dos gigan-
estupendos plafonds del Louvre, ni en Sydenham Pala- tescas ventanas abiertas sobre el mar, y en frente de
ce, ni en el famoso oratorio del Mikado en Jeddo. Así es cada una había espejos venecianos del mismo tamaño;
que no desperdiciaba aquella oportunidad de admirar de manera que en cualquier punto del salón en que
una de las más espléndidas creaciones del buril oriental. se estuviera, el magnífico panorama de Estambul se
Los sultanes se cuidan poco de que los profanos igno- desarrollaba ante la vista con sus mil agujas y cúpulas
ren las maravillas que encierran sus habitaciones; les doradas, sus minaretes descollando altivos y graciosos
basta la curiosidad jamás satisfecha de que saben están entre bosques de palmas y naranjos, sus palacios som-
poseídos todos sus súbditos. Motivo más para que mi bríamente suntuosos, su cielo de lapislázuli veteado
anhelo de contemplar se acrecentara. por cendales de vapor, sus jardines babilónicos, su mar
Las paredes, de mármol blanco de Paros, estaban de azul turquí surcado en todas direcciones por pira-
afiligranadas hasta el prodigio y, amén de bajorrelie- guas latinas y griegas, y donde en aquellos momentos
ves de plata incrustados entre pieza y pieza, hallábanse se columpiaba formidable y majestuosa la flota inglesa
profusamente adornadas de flores naturales y artificia- mandada por el sobrino de lord Cochrane. Mil cana-
les, que en enormes guirnaldas bajaban desde el techo; rios —aves favoritas de Abdul Medjid— gorjeaban
de mosaicos italianos, de festones de cristal figuran- alegremente en jaulas de plata coronadas de yerbas
do combates, bailes, paisajes, retratos y todas esas mil y frutos especiales. Sólo estos trinos interrumpían el
curiosidades que el ocio hace inventar para distraer silencio en aquella habitación deliciosa, pues el mur-
la soñolienta imaginación de los monarcas turcos. En mullo de la fuente era casi imperceptible; y como los
medio del aposento, un estanque de alabastro conte- chorros golpeaban hojas de acero dispuestas con arte,
24 FLOR DEL DOLOR SIERRA 25

producían una especie de música, pero que parecía ve- —¿Ves aquel grupo de dátiles? En medio está la
nir de muy lejos, y muy lánguida, muy dulce, como un tumba de Ismail ibn Har. ¿Me prometes rogarle en tu
suspiro de amor. El conjunto era portentoso. oración de la tarde que me perdone?
Había, pues, penetrado en ese templo de la mo- —Te prometo que se lo rogaré.
licie olvidado por Galland en sus cuentos árabes, ig- —Pues siéntate y escucha.
norado de todo el mundo, y la aventura que me había —Antes quisiera saber con quién hablo, y ver tu
llevado allí esperaba su solución de una mujer a quien rostro.
llamaban en Constantinopla la Rosa Blanca; pero ¿ven- Mi conductora vaciló un poco, sentose distraída-
dría pronto?, ¿quién sería? mente en un cojín, y luego exclamó:
No tardó mucho mi compañera; de súbito entró —Al fin, ¿por qué no?
por las mismas mamparas por las que había salido; el Y con un movimiento de resolución, se arrancó el
velo que traía esta vez ocultaba completamente su traje velo negro que la cubría.
y su vestido. Pero su andar era, como siempre, altanero y Un grito de asombro se escapó de mis labios; aque-
lleno de majestad. lla hermosura era incomparable.
Acercose a mí temblando y me preguntó con voz Era blanca y pálida, y su tez estaba cubierta de un
cortada: casi imperceptible duvet. Tal blancura, a pesar de la
—¿Juras no decir jamás en Constantinopla nada de revelación de anemia que mostraba, parecía ilumina-
lo que te voy a referir? da por un fuego interior que la hacía casi diáfana. Sus
—Lo juro por la cabeza del Profeta —respondí. cabellos, en parte sujetos por un turbante de terciopelo
—No, júralo conforme a tu religión. rojo, se desbordaban en mil rizos por sus mejillas y sus
—Pues bien, lo prometo bajo el voto del patriarca hombros, flotando al menor soplo de brisa que entra-
de Cristo.12 ba por las ventanas, y, entrelazados con hebras de oro
La Rosa Blanca me tomó entonces de la mano y, sembradas de esmeraldas, hacían resaltar más su color
llevándome hacia el alféizar de la ventana más próxima, castaño oscuro, y bajaban a reposar sobre el cojín. Eran
me dijo enseñándome allá a lo lejos el cementerio de brillantes y finos, y contra la luz causaban un efecto
Gálata: sorprendente, aumentado por el fulgor de las piedras.
26 FLOR DEL DOLOR SIERRA 27

El turbante, inclinado al lado izquierdo, tenía una do- su vestido superior. Era una gasa verde, ajustada estre-
ble franja de perlas de Ceilán, y de éstas, la más grande chamente a todos los contornos del torso; echad así so-
sostenía una especie de plumero de hilos de cristal en bre el busto de la Venus de Médicis un velo de espuma de
forma de cono volteado, como el que adorna la coro- seda, y veréis una copia. Tenía enteramente desnudos
na de los shas de Persia. El final terminaba en una mota los brazos, brazos de una morbidez exquisita, como los
de colores vivísimos, entre los cuales se ostentaba el de Aurora de Guérin despertando a Céfalo, y apenas en
Ehrick-apué, diamante fabuloso con que los sultanes los hombros temblaban dos anchas manguitas de enca-
suelen adornarse en las grandes ceremonias. Bajo aquel jes; en las muñecas y en los dedos de las manos lucían
tocado fantástico, la frente de la joven parecía el sos- multitud de joyas a cuál más rica, en que los diamantes
tén de alabastro de un estuche de Christofle. Sus cejas competían en tamaño y valor. Alrededor de su delgado
eran negras y arqueadas, su nariz fina y recta, aunque talle un cinturón de telas indias venía a engancharse en
la respiración la ensanchaba como en todas las natura- un prendedor de acero de incontables facetas, que lle-
lezas fogosas; y sus ojos, llenos en aquel momento de vaba la marca de Douault-Wieland; dos cintas de ter-
lágrimas, tenían el corte de la almendra, el brillo de ciopelo la sujetaban también a los hombros, y dejaban
una pasión intensa y las pestañas más largas y gracio- caer a ambos lados borlas de oro cuajadas de pedrería.
sas que había visto en mi vida. Sus labios, sensuales y El resto de su vestido lo completaban unos calzones de
risueños, dejaban admirar en una penumbra de carmín raso blanco abrochados hasta cerca de las piernas con
dos curvas de perlas diminutas. El óvalo del rostro de- viboritas de zafiro, bordados de oro y plata y amatis-
bía ser perfectamente intachable, pues la redondez de tas, anchos y flotantes como los de las albanesas. De
sus curvas era conveniente; y la barba remataba en un los pies, engastados, por decirlo así, en dos sandalias
delicioso hoyuelo. de armiño encorvadas hacia la punta y con remates de
Su cuello, que parecía hecho a torno, estaba enga- oro, subían trenzas de seda azul que se perdían entre los
lanado con un collar de turquesas redondas que simu- pliegues del calzón.
laban una serpiente, de cuya boca, inclinada hacia el Aquella hurí tenía la cintura más esbelta que una
pecho, salía una lengua de venturina. El que haya visto circasiana, sus ojos cargados de antimonio embriagaban
a las amazonas de los circos podrá formarse una idea de de amor, y todo en ella descubría a la señora acostum-
28 FLOR DEL DOLOR SIERRA 29

brada a la obediencia, a la mujer convencida de su belle- me llevó consigo, pues siendo hija única no quiso dejar-
za, el alma ardiente y fantástica de las hijas del Corán. me sola. Una mañana que nos dirigíamos al períbolo en
Todo este examen lo hice de rodillas y sin hablar, busca de jacintos, a que yo era muy afecta, pasó a caba-
tanta así era la admiración que me había infundido. llo junto a nosotros un joven griego cuyas miradas me
—Sultana —le dije postrando mi cabeza en tierra… impresionaron fuertemente. A pesar de que yo llevaba
—Yo no soy la sultana —me respondió vivamen- mi velo, algo debió llamar su atención, pues no lejos de
te—, yo soy Koralira. allí detuvo su corcel y se puso a observarnos. Cuando
—¡Ah! pasamos por donde él se había detenido, dejó caer a mis
Estaba, pues, en presencia de la favorita. La odalis- pies un ramito de balsaminas. La balsamina significa
ca, reclinada con indolencia en sus cojines, me miraba impaciencia. Quería, pues, ver mi rostro. El sitio en que
de una manera vaga, y como absorta en otras contem- estábamos era favorable; alcé un momento mi velo, y él
placiones íntimas. De repente me enseñó el tubo de dejó escapar un ligero grito.
una pipa que yacía a poca distancia, trájelo hasta sus Luego desapareció.
plantas, y me indicó con un ademán que yo fumara y Yo quedé abismada en mil reflexiones singulares.
tomara su misma postura para escucharla. Jamás había sentido lo que en aquellos momentos. Creí
Aunque con gran respeto, tendime en la alfombra que un ser extraño se había identificado con mi alma,
cuan largo era, posé mi cabeza casi a los pies de la turca, y que desde entonces ya no me pertenecía. Oía sonar
y púseme a oír la narración atentamente, mirando unas en mi interior una música que parecía corresponder a
veces a mi linda compañera y otras al humo azul que en cada latido de mi corazón, a cada suspiro que exhala-
caprichosas espirales subía de mis labios hasta el borde ba. Veía en mi porvenir no sé qué guirnaldas blancas y
de la ventana, donde se desvanecía con rapidez entre el frescas como el perfume de los campos, iluminadas por
fresco aliento del mar. una aurora de felicidad. Todo el día estuve preocupada
Koralira habló así: con aquel encuentro. Al sombrear la noche, extática y
distraída, me dirigí al jardín y me puse a arrancar flores.
Hará pronto tres años que mi padre, natural de Scutari, La luna proyectó una sombra humana a mi lado, alcé
tuvo que ir a Corinto para asuntos de su comercio, y los ojos y vi a un hombre de pie sobre la tapia. Inmedia-
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tamente reconocí al joven griego y quise correr hacia de que algún importuno le descubriese, llegaba hasta el
él. El pudor me retuvo, pero en el momento me lanzó un surtidor, estrechaba mi talle entre sus brazos, le dejaba
ramillete atado a un cordón de seda. Alcelo del césped. yo tomar un beso de mis labios, y cambiábamos con
Se componía de una hoja y una flor de mirto, dos clan- miradas ardientes algunos billetes de flores.
destinas, dos clemátides, una flor de pino, cuatro ma- La familia de Emmánuel se hizo grande amiga de
dreselvas y una hermosísima centaurea. En el lenguaje la mía, y comenzamos a visitarnos, aunque con toda la
del sélam, esta combinación decía: “Te amo con todo mi reserva que nuestros usos orientales y la diferencia de
corazón; si guardas secreto y pones un poco de artificio religión nos imponían. Una tarde salimos a disfrutar
y atrevimiento, nuestro cariño podrá hacernos felices”. de los crepúsculos del otoño a las afueras de Corin-
Yo temblé al leer estas palabras; pero advirtiendo to, y Emmánuel y yo, vagando por las orillas del Pire-
que de nadie era observada, desaté la misiva, guardán- ne, y leyendo la historia en las magníficas ruinas, nos
dola en mi seno; y fijándome en las flores que había re- apartamos insensiblemente del resto de la comitiva y,
cogido, noté llena de admiración que hacían respuesta cuando lo advertirnos, nos encontramos perdidos en
conveniente. un laberinto de pequeñas lomas cubiertas de columnas
Eran, en efecto, un racimo de heliotropos, cuatro y de yedra; al hallarnos aislados por la casualidad, un
camelias, una hoja de junco y dos jacintos persas. sentimiento inmenso de alegría se apoderó de nuestros
Esto es: “Mi amor es grande y me hace dichosa corazones, enlazamos nuestras manos y caminamos a
como a ti; obedeceré a todo lo que me ordenes”. la ventura, sin decirnos por largo tiempo una palabra;
Mi amante dio grandes muestras de alegría. Al día pero nuestras almas sostenían un diálogo sublime, que
siguiente mi padre me anunció que iba a establecerse interpretaban fielmente nuestras miradas.
definitivamente en Corinto. Inútil es decirte que mi De repente Emmánuel se detuvo y me preguntó:
gozo fue tan grande como el de Emmánuel, que así se —¿Qué edad tienes, Koralira?
llamaba el joven griego. Desde ese día fuimos los seres —Quince, ¿y tú?
más dichosos de la tierra. —Yo cumpliré pronto dieciséis. Óyeme, amada mía,
Emmánuel venía todas las tardes por el jardín y, yo te amo como nunca podré expresarlo; siento al mirar-
cuando yo no podía bajar, él subía la escalera y, a riesgo te que una vida nueva derraman tus ojos en mi alma, que
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en mis sentimientos comienza a delinearse un resplan- Cuando se hubo tranquilizado algo con mis ofer-
dor augusto emanado de esas estrellas negras; al respirar tas, la odalisca continuó:
el hálito de tu boca de rosa, corre por todo mi cuerpo el
temblor dulcísimo de la pasión, como si mis ideas fuesen
bañadas en una ráfaga de incienso; al estrechar tu mano,
me creo ya unido a ti para siempre, algo como la eterni-
dad establece una corriente magnética entre tu cariño y
el mío; alzas la cabeza sacudiendo tus hermosos cabellos,
y creo ver flotar sobre tu cabeza una aureola que sirve de
corona a tu inocencia; quiero besar las huellas que dejas
a tu paso, quiero descubrir en tus palabras la voz de un
sueño de armonía, quiero besar tu frente… de rodillas…
Y Emmánuel cayó a mis plantas, transfigurado por
la suprema emoción de felicidad que le hicieron sentir
mis besos de fuego.
Sin embargo, en aquella alma noble y sencilla nun-
ca se albergó una intención indigna; jamás sus palabras
hicieron encenderse mis mejillas, jamás de sus ojos bro-
taron más chispas que las del amor tierno y candoroso.
¡Oh!, Emmánuel era un ángel, Iván; y yo…
No, no quiero ocultarte nada, ésta es una confesión
que sólo a ti hago, pero que necesitan mis remordi-
mientos; Iván, tú le rogarás que me perdone.

Y la hermosa Koralira ocultó su rostro entre sus ma-


nos, dando salida a su dolor en lágrimas abundantes.
II

N o, yo no era digna del amor de Emmánuel; en


aquel joven de ojos dulces y tímidos, de senti-
mientos tan elevados y tan puros, mi pasión no veía
más que al hombre hermoso y lleno de gracia, no el
éxtasis de castidad que él respiraba en mi presencia. Te lo
diré de una vez, aunque ya tú lo hayas conocido desde
el principio de esta historia: yo había sido coqueta, cosa
más fácil entre nosotras de lo que creen los europeos.
Ocasiones había tenido de sostener relaciones con un
oficial de jenízaros llamado Sabbas Ureh, en Scutari,
y durante nuestra residencia en Corinto, antes de co-
nocer a Emmánuel, con varios jóvenes estudiantes del
Liceo, a cuyo peristilo iba a copiar bajorrelieves para
bordar mis velos.
Sin embargo, por nadie había yo sentido lo que
por él; fuera porque su carácter era más serio que el
de cuantos jóvenes había conocido, o porque me hacía
versos, lo que siempre halaga nuestro corazón, yo le
idolatraba con toda mi alma; quedé convencida de ello
cuando por un ligero disgusto que hubo entre nuestras

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36 FLOR DEL DOLOR SIERRA 37

familias estuve cerca de una luna sin verle; fue tanto lo en una piedra, hasta el corazón del hombre que late
que sufrí, que desde entonces enfermé; la clorosis se orgulloso en la conciencia de lo infinito, todo está ba-
apoderó de mi sangre, trayéndome accidentes epilép- sado en la ley santa del amor. Esta claridad que inunda
ticos, en los cuales, sin querer, gritaba el nombre de nuestras almas es un reflejo de la sensación universal;
mi amado; descubriose, pues, nuestro amor, y tanto mi un átomo de la iluminación eterna. ¿Qué es lo que yo
familia como la suya se opusieron tenazmente a nues- siento en este instante venturoso? Inútil sería querer
tra voluntad, y la entrada en mi casa quedó vedada a explicarlo; mi alma y tu alma se comunican en el foco
Emmánuel. de nuestras miradas; el ideal, he ahí su tálamo. Nuestras
No por eso dejamos de tener entrevistas por las almas se han casado, Koralira; podrá llegar un instan-
escaleras del jardín; pero eran violentas y llenas de pe- te horrible en que el destino, la fatalidad, nos separen;
ligro. pero ni tú podrás olvidarme jamás, ni yo podré olvi-
Yo había acabado por adorar a Emmánuel con tal darte nunca; ¡ah!, el primer amor es una alborada cuyo
entusiasmo, que en mi pensamiento se confundía su resplandor debe extender sus rosadas ráfagas hasta el
imagen con la idea de Dios. Perdóname, Alá, pero si interior de la tumba. En tus ojos tiembla una lágrima;
ese hombre me hubiera exigido abjurar del Corán por deja que lea en ella la historia de nuestro amor; es un
el Evangelio, yo tal vez fuera hoy nazarena. Cierta vez topacio líquido; pues bien, en su fondo hay un cielo
le pedí unos versos para la tumba de mi madre; los hizo; azul, más azul que el que nos cubre bajo su manto inac-
eran tiernos y sencillos como su alma, y al leerlos creí cesible. Deja que corra hasta mis labios. Acabo de hacer
que yo misma los había hecho. una comunión. ¿Qué siento en mí? Una invasión de
Una tarde en que por casualidad nos reunimos en estrellas. ¡Hosanna al rey de los sentimientos, el amor!
los alrededores en casa de unos amigos, sin que nues- Koralira, háblame; ¿por qué te callas? Comprendo; el
tras familias nos observaran, reclinó su frente en mi re- éxtasis se infiltra en tu inocencia. Seamos felices. Vole-
gazo y, poniéndose a mirar al cielo, me habló así: mos por el éter, lejos del aliento del mundo, entre las
—Koralira: desde la humilde yerba que crece a nubes de oro y púrpura que huyen tras el crepúsculo;
nuestros pies, hasta las estrellas que empiezan a con- somos aún muy niños y, no obstante, ¿quién podrá ne-
templarnos; desde la ostra que enclaustró la naturaleza gar que nos amamos con delirio? El amor es una músi-
38 FLOR DEL DOLOR SIERRA 39

ca celestial, y nosotros estamos en la obertura; Koralira, Entretanto, el caballero avanzaba hacia nosotros
yo soy una nota, tú eres una nota de esa armonía: notas con una velocidad inaudita. Aquel hombre parecía in-
aladas. Recuesta tu candor en las plumas de sus alas, fundir alas de huracán a su caballo sirio.
mientras que el murmullo de mi lira te adormece, y Emmánuel y yo nos detuvimos para verle pasar;
vagaremos así por las místicas regiones de otra vida. pero apenas nos divisó, refrenó el ímpetu de su cabal-
Permíteme que bese tu frente. gadura y se detuvo a poca distancia.
De repente se interrumpió y, estrechándome con Sus ojos hundidos y soñolientos se fijaron en mí
fuerza contra su corazón, me dijo: de una manera brutal. Llevaba un magnífico turban-
—Si yo tuviese que ausentarme, ¿serías fiel a tus te azul, signo de grandeza entre los turcos, y los de-
juramentos? dos llenos de riquísimos anillos. Otro caballero llegó
—¿Cómo puedes dudarlo? a poco rato a juntarse con él, y ambos continuaron
—Es que en este momento unas alas sombrías se su camino en la misma dirección que nosotros. Em-
han azotado contra mi alma; creo que me ha llamado mánuel se volvió hacia mí, y con una voz temblorosa
una voz misteriosa, ¿quién es ese hombre que te mira murmuró:
tanto? Baja tu velo, Koralira. —No has bajado tu velo, Koralira.
Yo volví los ojos en torno de mí, pero no vi más que Llena de confusión por esta advertencia, bajé apre-
las columnas despedazadas, el estadio ruinoso, y allá en suradamente mi talpack, lo cual hizo que el caballero
el rojo horizonte del ocaso un caballero que se dirigía que me miraba sonriese de una manera extraña. Habló
a la ciudad. en voz baja con su acompañante y los dos fueron a si-
—¿Estás soñando, Emmánuel? Nadie hay en este tuarse en la puerta de occidente. Emmánuel siguió con
sitio más que tú y yo. inquietud aquella evolución.
—Te digo que he visto unos ojos clavarse con in- Llegamos, por fin, a casa de nuestros amigos; allí
sistencia en los tuyos… no sé por qué tiemblo… ¡Ah!, un criado que esperaba a mi amante le entregó un bi-
perdóname… vámonos. llete; Emmánuel se puso pálido al leerlo, y me miró con
Apoyada en su brazo, me levanté del césped y nos desesperación. Arrebatele aquella esquela que tanto le
dirigimos a Corinto a pasos lentos. abatía, y leí:
40 FLOR DEL DOLOR SIERRA 41

A Emmánuel Arkángelo: —¿Cómo? —pregunté azorada.


—Ha llegado esta tarde, de incógnito, y viaja por
Hermano: El día de la Libertad se aproxima. Habéis la Grecia para observar personalmente los aprestos que
jurado ayudarnos en la obra santa de la emancipación, en se hacen para ayudar a los epirotas y albaneses en la
tanto que nosotros podemos hacer que la Albania sacu- insurrección.
da su yugo. Los hijos de Botzaris son hermanos de la —Pero su vida corre peligro, padre mío.
Italia. Mastai debe caer pronto.13 Venid con el refuerzo —Nadie más que yo y tú sabemos el secreto; el
prometido. muftí le acompaña, y ambos permanecerán ocultos en
mi casa.
Roma, 26 de mayo de 184714 En aquel instante llamaron a la puerta. Mi tenaz
perseguidor entró; yo retrocedí espantada. Mi padre
El presidente del Comité Central cayó de rodillas, tocando con sus venerables canas el
Giuseppe Mazzini15 pavimento.
—¿Es tu hija esa niña, Ackmet? —preguntó el ex-
Emmánuel me tomó entre sus brazos, lloró sobre mi tranjero levantándole.
hombro, y me dijo solemnemente: —Es tu esclava, sultán Abdul.
—He prometido. Cumpliré. A la noche, en el jardín. —¿Y cómo permites que un cristiano sea su es-
Y se alejó a toda prisa. Yo, para seguirle aún con la poso?
vista, alcé la celosía de la sala, y mis miradas tropezaron —¿Un cristiano?
con las del viajero siniestro de la tarde. ¿Qué hacía allí? —¿Quién era el joven que te acompañaba esta
Cuando volví a mi casa, me siguió a pocos pasos. Yo tarde?
no le veía, pero sus pasos resonaban en el empedrado a —Era Emmánuel, padre mío.
poca distancia de mí. Mi padre me recibió con visibles —¡Desgraciada! —rugió mi padre lanzando chis-
muestras de agitación. pas de sus ojos.
—Koralira —díjome al entrar—, sultán Abdul está —Perdónala, Ackmet, pero que jamás le vuelva a
aquí. ver.
42 FLOR DEL DOLOR SIERRA 43

Yo me retiré confusa y avergonzada, y observé con que ilumina la esperanza


dolorosa sorpresa que el muftí se paseaba en el jardín, tu imagen, rosa prendida
donde había un pabellón que seguramente mi padre en el altar de mi alma;
había destinado al sultán. Llamé a Teodora, mi camare-
ra griega, y envié a Emmánuel un sélam compuesto de yo le daré mis suspiros,
beleño, espinas negras, flores de ciruelo y dos miosotis. yo le regaré con lágrimas,
Le decía yo que desconfiara, pues había dificultad para y de mi amor en el fuego
vernos; que yo cumpliría mis juramentos, y le suplicaba vivirá fresca y lozana.
no me olvidase.
Me asomé a la ventana que daba junto a la tapia del ¡Ay, si mi recuerdo, niña,
jardín, y allí esperé toda la noche. El sultán y el muftí se de tu memoria se aparta!
paseaban al otro extremo, conversando agitadamente. ¡Ay, si el viento del olvido
Mis miradas se fijaban en la luna, que surcaba el espacio la luz de tu amor apaga!
entre coronas de vapores tornasolados, cuando oí al pie
del muro el melancólico preludio con que una guzla Yo moriré, y de la tierra
interrumpía el silencio de la noche. verás surgir a tus plantas
El trovador era Emmánuel; su voz idolatrada reso- una sombra que perturbe
nó bien pronto, cantándome su adiós con notas arran- de tu ingratitud la calma,
cadas por el dolor a su alma apasionada:
que gemirá en tus oídos,
Mañana estaré, señora, se inclinará en tu almohada,
muy lejos de tus miradas, e interrumpirá, si rezas,
muy lejos, y en raudo vuelo tu incierta y febril plegaria,
distante iré de la patria.
y reirá si tú lloras,
Llevo en mis sueños de niño y llorará si tú cantas,
44 FLOR DEL DOLOR SIERRA 45

y te ceñirá si duermes una manera siniestra al despedirse de mí. Yo temblé de


con su fúnebre guirnalda pavor.
Mucho tiempo después, un joven me siguió en la
No me olvides: ¡ay, si muere calle y, acercándose a mí en el Acrópolo, me entregó
de tus recuerdos la llama! un billete de Emmánuel, diciéndome su nombre idola-
Y ¡ay, si el viento del olvido trado… aquel día era el aniversario de su partida… mi
la luz de tu amor apaga! padre notó lo que había pasado, me arrebató la carta sin
dejármela leer y la hizo mil pedazos. Pero yo adiviné
La impresión que esta serenata dejó en mí, no po- que aquel mensaje era la renovación de todos sus jura-
dré jamás explicarla; me pareció que un fantasma horri- mentos, y la desesperación me hizo derramar amargo
ble se mecía en el aire sobre mi cabeza amenazándome llanto. Jamás volví a tener carta suya… lloré, pero me
con una maldición. ¿Qué había inducido a Emmánuel callé; aquel castigo era merecido, y vi en él una expia-
a cantarme versos tan tristes? ción de mi culpa.
¿Acaso el infeliz tenía presentimientos? Yo juraba
amarle siempre, y, sin mentira, la idea de traicionarle Al llegar a esta parte de su narración, la voz de Ko-
me parecía una profanación en mi alma... Cuando Em- ralira se entrecortaba a cada paso con sollozos des-
mánuel, alejándose a caballo, me arrojó por encima del garradores, y la odalisca miraba con insistencia hacia
muro un ramo de nomeolvides, caí de rodillas y oré, y el cementerio de Gálata, donde yacía Ismail ibn Har.
las lágrimas corrieron por mis mejillas tres días y tres Yo que conocía aquella historia, aunque no tan de-
noches. Desde entonces ni una carta, ni un mensaje, talladamente, me inclinaba sobre los cojines lleno de
nada de Emmánuel; su familia sabía noticias suyas muy compasión.
de tarde en tarde y por conductos extraños; yo llora- Koralira siguió:
ba sin cesar, y sentía que mi amor aumentaba a pesar
del gran vacío que la ausencia formaba en mi alma. El De repente, me dijo mi padre: “Hija mía, el Corán
sultán y el muftí habían partido pocos días después adicionado por Alí, me ordena tu muerte: prepárate a
de nuestro encuentro. El primero me había mirado de sufrirla esta misma noche. El muftí está aquí de nuevo,
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y él, a fuer de gran sacerdote de Alá, te precipitará des- beso, al estrellarme, sobre la frente de un cadáver... el
de la peña Skraios, en castigo de tus culpas. Te repito cadáver de Emmánuel...
que te prepares. A las once saldremos de la ciudad”. Di un grito y me desplomé en un diván bañada en
Yo quedé anonadada bajo el peso de aquella sen- llanto, desfallecida.
tencia atroz y, sin poder articular una palabra, subí a mi La luna, invadiendo entonces mi cuarto, proyectó
aposento y abrí instintivamente el ajimez que miraba sobre los tapices un rayo amarillo que iluminaba va-
al jardín. El muftí se paseaba en él a la luz de la luna, gamente los objetos, prestándoles formas y contornos
arrastrando sobre la yerba su túnica de púrpura. Sobre singulares. La hora se aproximaba; tenía que rezar…
las tapias, y casi confundida con el horizonte, se descu- Dirigime al espejo para arrancarme el turbante de la
bría una colina elevadísima, una de cuyas paredes caía virgen y colocar el velo de la condenada; al llegar a mi
a pico sobre la llanura. Era la roca de donde debían tocador, detúveme con espanto. Reflejábase allí per-
despeñarme. Aquella vista me hizo una impresión ho- fectamente la luz de la luna, pero como un incendio
rrorosa. Mis miradas parecían magnetizadas en aquel lejano. En aquella alfombra iluminada vi una grande
punto. Los mismos latidos de mi corazón me llenaban escalera que daba a una plaza llena de gente enfurecida.
de sobresalto, y a cada instante creía ver presentarse Por el extremo superior, la gradería terminaba en un
en mi busca al terrible ejecutor de la ley de Mahoma. soberbio palacio, envuelto en las sombras, de donde se
Un vértigo sombrío se apoderó de mi alma; mi imagi- escapaban por instantes fulgores siniestros. A lo lejos,
nación comenzó a dar vueltas en torno de un mundo enormes cúpulas de basílicas se destacaban sobre el es-
fantástico, en el que se agitaban seres extraños y confu- trellado azul del cielo, revelando ser aquella una gran
sos, larvas de lo desconocido que me miraban con odio. ciudad católica. Acordeme de las vistas litográficas que
Veíame yo a la orilla del abismo, conducida por un había hojeado en el retrete de mi padre, y reconocí el
genio infernal sobre un caballo sirio; y sin poder sofre- Vaticano. La multitud se agolpaba en tumulto contra
nar al corcel que me conducía, rodar, atravesar el aire las barandas coronadas de esbirros pontificios, y mi ilu-
sin aliento, con las ropas en desorden y la sangre en la sión era tan completa que creía escuchar los alaridos
cabeza; y caer, caer sin cesar en aquella horrenda sima, tremendos de una rebelión. De en medio de aquel her-
y, después de un siglo de ansiedad, ir a dar mi último videro de insurrectos, se adelantó de súbito un gallardo
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joven que portaba en la gorra frigia que sujetaba sus Pocos momentos después el muftí y mi padre lla-
rizados cabellos, las insignias del carbonarismo: L. I. F. maron a la puerta.
Reconocí a Emmánuel y quise lanzarme en pos suya. El Levanteme resignada y abrí.
espejo me opuso su fría realidad. Retrocedí temblan- Dos esclavos negros me colocaron sobre los hom-
do, y vi la alfombra. La luna la teñía con sus olas de bros un manto negro en que un versículo del apéndice
plata. Y, sin embargo, en el espejo que la reflejaba, podía al Corán estaba escrito con letras de sangre, y bajamos
yo asistir a aquel asalto del palacio papal. Emmánuel en silencio.
tremolaba una bandera roja y animaba con la voz y el Montamos a caballo y atravesamos las desiertas ca-
ejemplo a los amotinados: puso el pie en la última grada, lles de Corinto, que dormía ignorante de que las leyes
una serpiente roja fulguró en toda la fachada del Vati- islamitas iban a sacrificar una víctima a pocos pasos de
cano, y oí distintamente la descarga de la mosquetería. sus autoridades, en pleno territorio griego.
Al disiparse el humo, vi a mi amante envolverse en los La llanura se extendió ante nosotros, y allá, en el
pliegues de su bandera y caer sin vida desde la eminen- confín del horizonte, la gigantesca mole del Skraios,
cia en que se hallaba. De nuevo quise correr hacia aquel iluminado fantásticamente por la luna. Era mi patíbulo,
lugar horrible, pero la luna se apagó detrás de una nube y parecía tenderme dos brazos descarnados como para
negrísima, y mi aposento quedó a oscuras. Encendí una despedazarme en sus abismos.
lámpara y me dirigí otra vez al tocador. Allí pasé algunos Mi padre lloraba, el muftí rezaba en alta voz.
minutos de agonía, esperando que la visión se repitiera; Serían las cuatro de la mañana cuando llegamos al
en vano; sólo percibí una especie de sombra azul. Fijé pie de la colina y empezamos a subir a todo galope ha-
en ella mi atención y la vi acercarse con lentitud. Aquel cia la cima.
vapor tenía la forma de un ramillete; llegó hasta mí y Los latidos de mi corazón aumentaban a medida
desapareció del espejo. Sentí en las manos una sensación que se aproximaba el fatal instante; en la fisonomía de
suave y delicada, como si una mariposa hubiera venido a mi anciano padre se marcaba una resolución siniestra,
rozar en mis dedos con sus alas. Bajé la vista y temblé de y tornaba sus azorados ojos del muftí a su hija, como
pavor. Estaba yo estrechando un ramo de nomeolvides. esperando una palabra de perdón. El sacerdote perma-
Caí de rodillas y lloré… necía impasible.
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Cuando nos detuvimos, mi padre vino a estrechar- intérprete del Profeta, en el verso nono del capítulo
me contra su corazón, y lloró abundantemente. undécimo.
Postró en tierra su venerable cabeza, y murmuró —Estoy pronta a morir, muftí —respondí tranqui-
con resignación: la—; déjame tan sólo abrazar a mi padre.
—Dios es Dios y Mahoma es su profeta. El anciano cayó en mis brazos y murmuró en mi
Yo me aparté un poco de la comitiva, me arrodillé oído:
sobre la yerba y sumergí mi alma en un éxtasis indefini- —Yo también voy a morir, hija mía, no nos sepa-
ble. ¡Morir tan joven! raremos.
El firmamento empezaba ya a colorearse con los Y volviéndose al sacerdote con ademán suplicante,
primeros besos de la aurora, y se escuchaba por todas le dijo:
partes el susurro misterioso que cunde por la natura- —Muftí, permíteme morir con mi hija.
leza al despertarse. Todo iba a dejar el sueño, todo iba —Haz lo que quieras, Ackmet, pero pronto, que ya
a entrar de nuevo en la vida… un minuto más, y yo el sol va a llegar.
entraba en el reino de la muerte. Apretando convulsi- —Entonces, que nos aten juntos.
vamente contra mi pecho el retrato y las últimas flores —¡Imposible! Los precipitaremos juntos, pero no
de Emmánuel, mi pensamiento volaba por regiones en una misma ligadura.
misteriosas llenas de luz y de armonía. Poco a poco el El muftí hizo una señal a los esclavos, y en un mo-
temor se fue apartando de mí, llegué casi a olvidar el mento me encontré envuelta en una red de cuerdas
atroz suplicio que me esperaba, y me hubiera yo dor- cuyos extremos tomó el representante de la religión.
mido en aquella contemplación, si la ruda voz del muftí Luego hicieron lo mismo con mi padre. Yo había toma-
no viniera a sacarme de mi letargo. do las miosotis entre los dientes, y respiraba su perfume
—Basta de orar, Koralira; el término se ha cum- con fuerza, pues estaba segura de que algún genio los
plido; antes de que el sol derrame su esplendor sobre había traído a mis manos desde las de Emmánuel.
el mundo, es preciso que tu cadáver insepulto yazca Nos acercaron al borde del abismo, y vi en su fon-
en la llanura, para servir de pasto a los perros y a los do el valle, como a trescientos codos bajo nosotros. En-
buitres. Tal castigo manda la ley, adicionada por Alí, tonces tuve miedo y quise retroceder.
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Era ya tarde; el muftí recitó la última oración, los ner alguna puerta secreta, púseme a buscar detenida-
dos esclavos se acercaron a nosotros, nos empujaron de mente algún resorte oculto que me diera la clave del
repente, vi a mi padre desaparecer en las profundida- enigma; descorrí algunos tapices y rasgué las colgadu-
des, extendí los brazos hacia delante buscando inútil- ras. En vano. Sobre una mesa había provisiones que el
mente de qué asirme, la tierra me faltó bajo los pies, y temor y la inquietud me impidieron tocar. Cuando se
caí precipitada en el abismo. acercaba la noche, oí pasos sobre el techo; corrí al sofá
Con gran sorpresa noté que, mientras mi padre lle- y me fingí dormida. Una sombra se dibujó vagamente
gaba hecho pedazos a las profundidades de la sima, yo en los cristales del tragaluz, uno de ellos se deslizó sua-
quedaba suspensa en el aire, y luego sentí que la cuer- vemente; abrí los ojos de una manera imperceptible y
da con que estaba sujetada de nuevo era tirada hacia vi asomarse por el hueco la terrible cabeza del muftí,
arriba. La emoción me hizo perder el conocimiento, y que me contempló largo rato. Luego desapareció, y el
cuando lo recobré, vime tendida en un espléndido sofá, vidrio ocupó otra vez su lugar. Poco después una puerta
y rodeada por todas partes de objetos de lujo. Estaba en se abrió frente a mí y el sacerdote entró, seguido de un
un camarín sumamente pequeño y primoroso, y que te- embozado. Adelantose éste, se descubrió y se arrodilló
nía cierto balance que no me podía explicar. Al mismo a mis pies. La sorpresa me hizo abrir los ojos y exclamé:
tiempo llegaba hasta mí un rumor sordo y prolongado. —¡Dios mío!
Recorrí todas las paredes de aquel aposento pero no —Sí, yo soy el sultán Abdul Medjid, que viene a
encontré ni una puerta; arriba, en el techo, un tragaluz postrar ante tus plantas su diadema y su corazón, Ko-
de vidrios empañados me impedía observar el exterior. ralira; yo, que te adoro hace tanto tiempo y que hoy
Mi asombro iba en aumento; de vez en cuando oía cru- por fin puedo satisfacer mis deseos estrechando tu talle,
jidos singulares, algo como una canción muy lejana y el hurí divina, y bebiendo en tus ojos y en tus labios la
monótono compás de un balanceo. Recordé con admi- felicidad del amor.
ración el momento en que me precipitaron del Skraios, —¡Señor! —balbucí llena de turbación y de ver-
cómo quedé suspendida y mi desmayo. ¿Qué pensar, güenza.
pues, de aquel suceso? —¡Oh!, no temas, perla mía; ven a mis brazos, y
Comprendiendo que aquella habitación debía te- serás tú la sultana de Turquía.
54 FLOR DEL DOLOR SIERRA 55

Tres días después, nuestra galera turca atracaba al devuelto a su familia. Mi sueño, pues, había sido una
puente del serrallo, y yo era enviada al harén de Estío, visión. Ya lo presentía: las lágrimas que derramé dieron
a esperar la fiesta de los Tulipanes. Tú que conoces bien mayor hermosura a mi semblante, y fui a la ceremonia
nuestras costumbres, Iván, comprenderás que, aunque vestida de blanco, pero sin tulipanes; coloqué una rosa
no merezco disculpa, me era imposible resistir. Ade- blanca en mi cabellera, y a su rededor una corona de
más, Emmánuel ya no existía, mi padre había muerto… cidronela, símbolo del dolor en silencio. Aquel atavío,
¿qué iba a ser de mí? Bien sabía que la aventura del contrarrestando las costumbres adoptadas, debía causar
Skraios era una astucia del muftí para aislarme comple- gran sensación.
tamente; necesitaba, pues, vengarme de ese hombre. Yo El sultán había mandado construir para la solem-
había aceptado la protección de Abdul Medjid, pero no nidad un palacio de madera y cristal en el centro de los
le había dado mi amor hasta que me proclamara prime- jardines de oriente. Tenía la forma de un sol, cuyos ra-
ra odalisca del serrallo, y en mi habitación no habían yos los formaban líneas divergentes de divanes de raso,
vuelto a entrar más que mis esclavos de África.16 alternados hasta lo infinito con enormes jarrones de
A mediados del mes de abril, el kizlar-agha, jefe porcelana henchidos de tulipanes, desde el amarillo de
de los eunucos negros, me presentó una invitación del oro que sólo crece a orillas del Éufrates, hasta el rojo de
keim-khán, gobernador de la ciudad, para asistir a la sangre que se oculta en las florestas del Brasil. El cen-
fiesta de los Tulipanes, en la cual la esclava preferida tro del sol era el trono del sultán, de pórfido esculpido
tiene derecho a pedir una gracia, cualquiera que sea, a por célebres artistas, y suspendido, encima del cual se
su señor. ostentaba, brillante de oro y pedrerías, un magnífico
Como el recuerdo de Emmánuel no se apartaba un dosel de raso azul; en el estrado había dos cojines de
momento de mi memoria, seduje a un osmanlí, Jacub, terciopelo, uno para el sultán, otro para la elegida. La
el tzuka-dar, a quien ya conoces, para que escribiera a disposición de aquel alcázar improvisado era tal, que
Corinto preguntando por la suerte de mi amante. El desde el centro el soberano podía abarcar en todo su
mismo día de la festividad, me trajo la respuesta: ha- contorno las inmensas galerías de flores; al extremo
bía perecido en una rebelión del pueblo contra el papa, de cada galería, al romper las orquestas la danza, de-
antes de la fuga de éste a Gaeta, y su cadáver iba a ser bían aparecer vestidas de almeas y con un tulipán en la
56 FLOR DEL DOLOR SIERRA 57

mano, todas las esclavas del serrallo, de trece en trece, motivo de la fiesta, desde los confines de la Etiopía
y acercarse al trono danzando por entre las fuentes de hasta la Tartaria y el Cáucaso. Las bóvedas del techo,
mármol que alegraban el recinto. Millares de candela- ocultas bajo espesas cortinas de tulipanes, lanzaban de
bros iluminaban soberbiamente la escena. Del techo se vez en cuando sobre las odaliscas polvo de agua de jaz-
desprendían, pendientes de cordones de seda, globos mín, que llenaba el ambiente de una esencia de volup-
de cristal llenos de aguas de colores, a cuyo través la luz tuosidad incomparable, al mismo tiempo que la brisa,
se reflejaba sobre las flores en iris sorprendentes por su agitando los farolillos de seda que en guirnaldas de
variedad y extrañeza. A lo largo de las paredes, entre luz engalanaban las ventanas, nos traía el tibio y olo-
las setenta ventanas abiertas sobre el jardín, inconta- roso aliento del jardín. En las fuentes se balanceaban
bles jaulas de oro, llenas de canarios que gorjeaban con lentitud diminutas piraguas chinas tripuladas por
dulcemente, animaban más aquel sueño realizado. Las pequeños orangutanes de Marruecos, y blancas parva-
galerías estaban perfectamente unidas en su extremi- das de cisnes del Peloponeso erguían majestuosamen-
dad inferior por un círculo gigantesco, sitio destinado te sus cuellos de armiño. Los diamantes, el nácar, los
a las músicas, al banquete, a los eunucos y a las siervas rubíes, las esmeraldas, los topacios incrustados en los
de las esclavas. La madera de que se había hecho el divanes, añadían su vivo esplendor a la iluminación
piso exhalaba perfumes exquisitos, y era tersa y pulida caprichosa del palacio.
para que las sandalias finísimas de las odaliscas resba- A la fiesta de los Tulipanes estaban invitados, por
lasen ligeramente al compás de la música. Las lunas de una excepción especial, el guardasellos de la Sublime
Venecia estaban prodigadas de una manera fantástica, Puerta, el gran visir, el virrey de Egipto presente en-
en el techo, en las paredes, en el solio, en las fuen- tonces en Estambul para un arreglo de ciertas diferen-
tes, entre los tulipanes; así es que todos los objetos se cias entre su gobierno y el de Abdul Medjid; el muftí,
multiplicaban maravillosamente y hacían un conjunto el keim-khán, el tzuka-dar y un joven cantor albanés, a
laberíntico lleno de gracia y sorpresas. Alrededor del quien el sultán se había aficionado mucho en aquellos
trono, sobre bandejas de plata sostenidas por mons- días. El kizlar-agha y el keim-khán eran los encargados
truos de mármol y alabastro, el sultán había hecho de arreglar la fiesta, y ya has visto con qué lujo y sun-
exhibir los presentes que se le habían remitido, con tuosidad la habían dispuesto.
58 FLOR DEL DOLOR SIERRA 59

A las diez de la noche, el sultán entró ricamente Junto al sultán Abdul Medjid, y mirándome con
vestido y se sentó con visibles muestras de impaciencia ojos centelleantes, estaba de pie, pálido y sombrío,
en uno de los cojines del solio. Llevaba en la mano un Emmánuel Arkángelo, vestido de albanés, y teniendo
ramo de tulipanes cuyos tallos se sujetaban dentro de en la mano izquierda una pequeña guzla, mientras que
un anillo en que estaba engastado el famoso diamante con la diestra acariciaba el pomo de su daga. Yo, con
Ehrick-apué, con el cual había de obsequiar a la odalis- los ojos fijos en aquel fantasma, ni veía la mirada de
ca que cautivara su corazón. Al mismo tiempo, las or- amor en que me envolvía el sultán, ni las airadas se-
questas colocadas en la circunferencia del sol abrieron ñales que me hacía el kizlar-agha para que yo también
la ceremonia con la marcha Kalivah, música tradicional, me postrara.
creada por un flautista del tiempo de Harún al-Ras- Abdul Medjid bajó del escaño, me tomó de la
chid, y mientras que las gradas del solio eran ocupadas mano y, besándola con respeto, gritó irguiéndose ante
por los favoritos, las veintiséis puertas de las galerías se la multitud:
abrieron, y las odaliscas y esclavas, envueltas en traspa- —Koralira-Rosa Blanca es la odalisca de mi elec-
rentes gasas, salieron danzando en caprichosos círcu- ción.
los, entrelazándose como los florones de una corona de Todos se miraron confundidos. Yo seguí, tamba-
hadas, y dirigiéndose con lentitud hacia el solio. Yo, sin leando, al sultán, que me colocó lleno de gozo en el
mezclarme a su impúdico baile, las seguía tristemente, cojín inmediato al suyo. El albanés se inclinó a mi oído
con mi sélam en la cabeza, vestida de blanco, con la ca- y dijo:
bellera flotando sobre las espaldas. Mis compañeras —Te traigo un sélam del otro mundo.
todas, sin interrumpir sus cánticos de amor y su baile, Yo palidecí tan espantosamente, que el sultán me
me miraban absortas y no comprendían mi atrevimien- contempló asombrado y me preguntó:
to. El kizlar-agha estaba petrificado y temía a cada ins- —¿Qué tienes, perla mía?
tante ver estallar la cólera del sultán. —¿Cómo se llama este joven albanés, señor? —le
Llegamos hasta el pie del solio, todas se prosterna- contesté con voz apagada.
ron, y yo me apoyé, para no caer, en una de las pilastras —Ismail ibn Har. Es un famoso tañedor de guzla.
del estrado. Anda, Ismail, alegra un poco a la sultana. Canta.
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—Excelso señor —contestó Ismail en un tono que solio estaban pendientes de los labios del trovador. El
me hizo estremecer—, quiera Alá que mi canción, aun- muftí le miraba con extrañeza, y su odiosa fisonomía
que triste y sentida, sea un sino de felicidad para tu po- iba arrugándose de una manera siniestra. Ignoro cómo
der y para esta hermosa niña, tan cándida, tan fiel como no expiré al escuchar lo que decía Ismail, sobre todo
lo atestiguan sus miradas; tan buena, pues su corazón cuando, cambiando repentinamente de entonación,
no latirá en adelante sino para ti; y que hoy te entrega cantó la despedida con que Emmánuel me había dicho
con su alma su primer amor, ese perfume de las vírge- adiós la noche de su ausencia. Cuando llegó al ritornelo:
nes.
Luego, preludiando una música mágica en su ¡Ay, si el viento del olvido
guzla, me vio cada vez más sombrío, paseó una mirada la luz de tu amor apaga!
salvaje por toda la concurrencia y cantó.
Cantó una tristísima trova de amor llena de quejas, Di un grito, quise correr a sus brazos, pero el muftí se
llena de dulzura, torrente de armonías que despertaba interpuso entre el cantor y yo, con una horrible sonrisa
en mi corazón ecos de lánguida melancolía. Ismail, in- de triunfo.
terrumpiéndose por instantes, me miraba con feroci- Todo el aborrecimiento que había yo concebido
dad, parecía querer lanzar sobre mí no sé qué terribles contra este hombre estalló con frenesí en ese instante
rayos desde el fondo oscuro de sus ojos, recomenzaba y, volviéndome al emperador, le grité con energía:
su canción con energía, y luego su voz celestial se iba —Sultán Abdul, tienes que concederme una gracia.
extinguiendo como el murmullo de un arpa que se ale- —Estoy pronto a satisfacerte, perla mía.
ja. Los canarios habían suspendido sus trinos para escu- —Quiero que este hombre sea precipitado incon-
char aquellos gorjeos humanos, y en toda la extensión tinenti al estanque grande del serrallo.
de las galerías no se oía más que las notas que salían de —¡El muftí! —exclamaron todos.
la garganta de Ismail, el rumor incesante de las fuentes —¿Cómo, Koralira? ¿Qué es lo que quieres hacer?
y mi aliento fatigado y conmovido. ¿Un asesinato?
Las esclavas se habían olvidado de su envidia para —Un castigo, sultán. Este hombre ha precipitado a
escuchar también, y de pie y agrupadas en torno del mi padre desde el peñasco de Skraios.
62 FLOR DEL DOLOR SIERRA 63

Abdul Medjid se puso lívido. El muftí fue llevado a la ventana a pesar de sus des-
El muftí le miraba amenazante y sereno. esperadas contorsiones, los eunucos le levantaron en
Yo me aproximé a una ventana, y observé a lo largo alto, balanceáronle sobre sus cabezas y el infeliz cayó.
del muro el estanque que le lamía con sus olas azules El sultán, Ismail y yo nos inclinamos al borde del al-
y mansas. féizar. El muftí, imposibilitado de nadar, dirigió una
Saqué un puñal de mi cintura, lo apoyé contra mi mirada de maldición a Abdul Medjid, hizo un violento
corazón, y dije: esfuerzo y se hundió para siempre en el abismo. Los
—Sultán Abdul, escoge entre ese hombre y Kora- círculos ocasionados en el agua por su caída fueron ce-
lira. rrándose paulatinamente, y pronto la tranquilidad más
Dos eunucos negros, a una señal del sultán se pre- siniestra reinó sobre la superficie del estanque.
cipitaron sobre el representante de la religión y, antes En el interior, todos los rostros parecían de már-
de que pudiera articular un sonido o hacer un movi- mol, tanta así era su palidez y su inmovilidad.
miento para defenderse, una banda le amordazó la boca Abdul Medjid volvió, firme y sereno, a su solio,
y otras dos le ligaron fuertemente. me dio el ramito de tulipanes y ordenó que siguiera el
Ismail me miraba atónito. baile. Sucesivamente fue eligiendo a Zeila, Nurmahal y
—Koralira —me dijo lentamente el sultán—, lo Fanirah. Las cuatro, por el orden que las he nombrado,
que voy a hacer por ti me lo reprueba la conciencia; quedamos electas por odaliscas. Yo sentía que la mira-
pero no será dicho que Abdul Medjid ha rehusado una da de Ismail me abrasaba, y aunque mi vista seguía los
súplica a la odalisca elegida el día de los Tulipanes. ¡Kiz- movimientos vertiginosos de las bailadoras, mi espíritu
lar-agha! estaba fuertemente preocupado por aquella aparición
El jefe de los eunucos se presentó. fatídica y por las misteriosas palabras que el albanés ha-
—Que este hombre sea precipitado al estanque en bía murmurado en mis oídos. Como había oído hablar
el acto. Si mañana algún fanático derviche, algún mulá de alucinaciones sufridas por personas muy cavilosas,
impertinente, clama contra mí como infiel a la religión, llamé a Zeila a mi lado y le dije:
átesele y dénsele ochocientos azotes en la picota del —Observa bien al cantor.
Cuerno de Oro. —Ya lo hago.
64 FLOR DEL DOLOR SIERRA 65

—¿Qué señas tiene? frente de mí, y por más miradas que le dirigí, no descu-
Zeila me miró sorprendida, y luego, fijándose de brí en su semblante ni la más remota semejanza con la
nuevo en Ismail, contestó: primera ilusión que me había formado. Cerré los ojos
—Cabellera negra y lisa. desconsolada y retiré el cojín para sentarme; pero ¡oh
—No puede ser. sorpresa inaudita! Emmánuel estaba sentado en él y, sin
—¿Cómo? embargo, el asiento de Ismail debía estar ocupado; por-
—¿No es castaña y rizada? que aunque yo no le veía, el sultán conversaba con él,
—Creo que deliras. y oía yo claramente la voz del trovador respondiendo
—Dime el color de sus ojos. a las preguntas de Abdul Medjid. Retrocedí espantada,
—Negros como el azabache. pero el fantasma me atrajo con fuerza, me sentó en el
—¡Imposible! cojín, y me dijo con un acento que parecía salido de
—¿Estás loca, Koralira? Te digo que son negros. algún abismo de muerte:
—Es extraño, Emmánuel los tenía verdes. ¿Es alto
o bajo, Zeila? ¡Ay, si el viento del olvido
—Es muy pequeño de estatura, pero tiene abun- la luz de tu amor apaga!
dante barba.
—Emmánuel era de mediana estatura y entera- Todo el tiempo del banquete, la sombra de Emmánuel
mente imberbe. estuvo sentada junto a mí, repitiéndome sin cesar su
—¡Por el Profeta que no entiendo lo que dices! canción de despedida. El sultán me observaba con in-
Mírale tú y verás si te engaño. quietud, y preguntaba a Ismail si conocía alguna música
Volví la vista hacia Ismail y quedé azorada. Zeila no propia a disipar la tristeza.
me había engañado y, sin embargo, yo estaba bien segu- —No es nada —contestaba el cantor—; la ejecu-
ra de que Ismail se me había aparecido primitivamente ción la ha puesto taciturna; ya se le pasará.
bajo la forma de Emmánuel. Deseché todo temor, y me Pero inmediatamente que Ismail, a quien en vano
dirigí, seguida de todas mis compañeras y acompañada buscaba yo con los ojos, cesaba de hablar, la voz de Em-
del sultán, a la mesa del banquete. Ismail se sentó en mánuel, ruda y sonora, volvía a infundir el espanto en
66 FLOR DEL DOLOR SIERRA 67

mi alma. Sentía yo sus brazos alrededor de mi cuello, su —El sultán no está conmigo, Nurmahal. Es Em-
aliento mezclado a mi aliento, sus manos entre mis ca- mánuel. ¡Oh Dios mío! ¿Qué es lo que me pasa? Pues y
bellos; estaba sentado sobre mis rodillas, y con dificul- tú, ¿con quién bailas?
tad podía yo hacer un movimiento. Y ¡horror supremo!, —Con Ismail ibn Har.
a cada beso que me daba me parecía que una calavera —¡Ah!
había juntado su fría boca a mis labios. Hubiera yo caído al suelo, si Emmánuel no me
Después del banquete siguió de nuevo el baile. hubiera sujetado entre sus brazos. Entonces ¡horrible
Abdul Medjid me tomó del brazo y empezó la danza transformación!, mi amante se arrancó los vestidos que
conmigo; pero el fantasma me apartó del sultán brus- le cubrían y apareció ante mí, descarnado y sangriento,
camente y nos pusimos a girar con locura alrededor del su esqueleto. Sólo el rostro no apareció. Estaba dego-
solio. Mi sorpresa llegó a su colmo, cuando vi que Abdul llado. Lancé un grito y me desmayé. Al volver al co-
Medjid bailaba solo, pero figurándose que tenía una pa- nocimiento, mi fúnebre pareja me arrebataba por las
reja, puesto que inclinaba la cabeza a un lado y parecía galerías con una velocidad inexplicable, pero sin perder
murmurar frases de amor a un oído invisible. Nurma- en nada el compás marcado por las orquestas. Resbalá-
hal, la tercera odalisca, bailaba también sin compañero, bamos como si estuviésemos patinando sobre un tém-
y estaba tan enajenada como el sultán. No pudiéndome pano de hielo, nos deslizábamos casi acostados en el
explicar en qué consistía aquello, arrastré a Emmánuel pavimento, y súbitamente, levantándonos, subíamos en
hasta cerca de mi compañera y le pregunté desfallecida: espiral hasta el techo, como si fuéramos dos columnas
—¡Nurmahal!, ¡Nurmahal!, ¿con quién baila el so- de humo que se perdían entre los tulipanes. El vértigo
berano? se apoderó de nuevo de mí; pero el esqueleto no me
La odalisca se detuvo absorta, miró cerca de sí a al- soltaba de sus huesosas ligaduras, y cada vez el torbelli-
guien invisible para mis ojos y, lanzando una carcajada, no que formábamos era más rápido y tumultuoso.
me respondió: El sultán y Nurmahal seguían, cada uno por su
—¡Decididamente, Koralira, creo que estás loca! lado, bailando con sus fingidos Ismail y Koralira. Igno-
Ya Zeila me lo había hecho observar. ¡Que le tengas ro cómo no advertían su miserable engaño. Lo que más
entre tus brazos y que preguntes con quién baila! me asombraba era que de aquella alucinación partici-
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paban todos, pues nadie notaba mis ascensiones al te- acercándose a mí con precaución, de pie sobre el borde
cho ni la rapidez de mi baile, ni las ridículas situaciones de la piragua, empezaron una danza frenética lanzan-
del soberano y la odalisca. do alaridos salvajes que las olas del mar, agolpándose a
Hubo un momento en que Emmánuel me colocó nuestro paso, parecían repetir en sus abismos. Busqué
sobre una de las chalupas de la fuente principal, tomó dentro de mis vestidos este medallón.
los remos de mano de los orangutanes y empezó a
bogar con tal fuerza, que a cada instante creía yo que Al decir esto Koralira, sacó de su cintura un relica-
íbamos a estrellarnos contra el mármol; pero no, de- rio de oro. Luego siguió:
jábamos atrás el solio y las galerías y las danzas y la
música. Pronto nos encontramos en alta mar, y todavía De un lado estaba el retrato de Emmánuel; del
en el horizonte podíamos distinguir los salones llenos otro el de un amigo suyo, Iván de Karnak: por eso
de flores, armonías y luz, y a Nurmahal y Abdul Medjid te he conocido hace algunas horas en el cementerio
ajenos enteramente de su alucinación. de Gálata. Emmánuel siempre me había hablado de ti
Cuando todo desapareció, cuando ya no tuvimos como de su mejor amigo. Púseme, pues, a contemplar
sobre nosotros más que el cielo espléndido del mar, di- el retrato de mi amado y, en aquel éxtasis, me dormí,
rigí una mirada en mi derredor. Estábamos solos; allá arrullada por el dulce vaivén de la piragua y el eco de
en un rincón del bote, los animales se agrupaban con una música lejana.
muestras de alegría y lanzaban por intervalos gritos que Cuando desperté, sentí pasar por mis ojos una
unían su rumor al de los remos. Emmánuel, es decir, su nube de fuego llena de espectros envueltos en los rojos
esqueleto, no parecía ocuparse de mí. pliegues de una bandera. Así que aquella visión se hubo
Yo, con una inexplicable confianza, recosté mi desvanecido en las tinieblas, me encontré en los brazos
cabeza en el banco de popa y me puse a cantar. Los de Abdul Medjid, bailando al compás marcado por las
remos fueron cesando en su movimiento acompasado, orquestas. Nurmahal, apoyada en el brazo de Ismail,
el esqueleto extendió los brazos y cayó al mar dando conversaba con Zeila y Fanirah al borde de una fuente.
un largo gemido. Yo le seguí con la vista hasta donde —¿Y Emmánuel? —pregunté al sultán.
pude al través de las profundidades. Los orangutanes, —¿Emmánuel?
70 FLOR DEL DOLOR SIERRA 71

Abdul Medjid me miró con sobresalto, me tomó el Abdul Medjid hizo despejar la sala y, mientras que el
pulso y, palideciendo intensamente, exclamó: albanés se inclinaba sobre mí para respirar mi aliento,
—¡Dios mío! ¡Qué fiebre tan tremenda! Venga se arrodilló para orar.
pronto mi médico Selim. El trovador se volvió hacia él y con un ademán im-
El ulema y el tzuka-dar salieron violentamente, perativo le señaló la puerta.
mientras que las músicas se interrumpían y todas las Quedamos solos; los dos eunucos que puso el sul-
esclavas acudían en tropel alrededor de nosotros. Tras- tán de guarda en la entrada se paseaban indiferentes a
portáronme a la cámara inmediata a este aposento, y a la escena que representábamos nosotros.
poco llegó el famoso mágico y astrólogo. Después de Ismail se cercioró de que nadie nos veía y, despo-
reconocerme detenidamente, el sabio murmuró: jándose de su extraña vestimenta, se presentó ante mí
—Esta niña tiene el cólera. en toda la pompa de la juventud y la hermosura.
—¡El cólera! —repitieron todos, apartándose con Era Emmánuel.
horror. —Mátame, bien mío —dije arrodillándome sobre
Yo paseé mi vista empañada por el aposento, y en el lecho—, pero perdóname.
el intersticio que formaban dos columnas de estuco vi —No, Koralira. Yo he venido a buscarte. Yo, hace
acurrucado a Ismail, que reía de una manera infernal. tiempo que dejé de vivir, pero el amor que te tengo me
Su aspecto me sobrecogió de tal modo que oculté la hizo volver al mundo. Ven conmigo. Te adoro. ¿Qué
cabeza entre las sábanas de mi lecho. perdón necesitas? Basta a mis celos tu arrepentimiento.
El rostro era ciertamente el de Emmánuel, pero El mayor castigo que puedas haber sufrido es tu propio
bajo su larga capa roja descubrí de nuevo el horrible dolor. La conciencia es el verdugo de los que cometen
esqueleto que me perseguía hacía tanto tiempo. una falta. ¡Sí, he venido por ti! Sin ti, ni la otra vida me
Él se adelantó y, abriéndose paso entre la multitud, era soportable. Yo nunca he dejado de idolatrarte. Yo
dijo con voz de trueno: siempre te he pertenecido, Koralira. Es verdad que tú
—¡Atrás todos! Yo me encargo de la enferma. fuiste una ingrata para mi amor, pero no importa: caíste,
Su ademán, su voz, su entonación, eran tan resuel- pero sin resbalar. La culpa estaba en el destino. Tú no has
tos, que toda la concurrencia obedeció aquel mandato. entregado tu corazón a nadie, ¿verdad, ángel mío?
72 FLOR DEL DOLOR SIERRA 73

—¡Oh!, a nadie, Emmánuel, te lo juro; sólo tú has Y Koralira se diafanizó ante mis ojos asombrados, y
vivido en él eternamente. del interior de su pecho empezó a brotar una luz blanca
—Pues entonces, ábrete, cielo; las estrellas van a que hirió mis párpados cerrados, haciéndome volver a
tener otra compañera. Volemos, Koralira. Hasta hoy la vida como de un letargo secular.
hemos vivido en la tiniebla. Vamos a identificarnos con Entonces me hallé de nuevo en el cementerio de
la Aurora. ¿Me amas, Koralira? Gálata: aún tocaba con crispada mano la fría media
—Te adoro, Emmánuel. luna de alabastro de un sepulcro turco, y a pocos pasos
—Pues muere. delante de mí flotaba indecisa y vagamente una forma
Y al decir estas palabras, sacó un puñal de su cintu- nebulosa, a cuyo través las miradas de la luna penetra-
rón y me lo clavó en el pecho hasta la empuñadura. Al ban en profusos cambiantes de ópalo. Koralira se había
ver brillar la hoja de acero, al sentir aquel frío doloroso desvanecido de los abismos de mi imaginación, donde
desgarrarme las entrañas, di un grito involuntario, y el tanto la había yo contemplado absorto, y se aparecía
sultán y todos los eunucos se precipitaron en mi apo- ahora bajo su verdadera forma. El periespíritu la hacía
sento. sumamente sensible a las caricias de las auras noctur-
Arrancaron de junto a mi lecho al albanés, y más de nas, y sonreía mirándome.17
trescientas dagas se sepultaron en su corazón. Su cadá- Nunca podría yo decir de dónde vino, ni cómo la
ver sonreía aún cuando yo expiré. oí, ni qué grado de armonía tuvo esta palabra suprema
que cayó de lo ignorado junto a mis oídos:
Al oír aquella conclusión inesperada, me incorporé —Ruega.
maquinalmente y pregunté atónito a Koralira: Arrodilleme sobre el césped, y entre las maravillo-
—¡Cómo!... ¿Expirasteis? sas formas de mi éxtasis pude distinguir la transfigura-
—Sí, y desde entonces vivo en el espacio con Em- ción de Koralira en una rosa, blanca como la candidez.
mánuel: somos dos espíritus simpáticos que se reen- Otra sombra brotó de los espacios, y el éter ocultó en-
carnan alternativamente; ángel de mi guarda él cuan- tre sus misterios la aspiración que del alma de Koralira
do yo vivo, genio vigilante yo cuando él cruza por la hacía el alma de Emmánuel Arkángelo, el amigo de mi
tierra. infancia, el que me había revelado una de mis existen-
74 FLOR DEL DOLOR

cias cuando estudiábamos bajo los frisos del Partenón


las sublimes inspiraciones de Fidias y Praxíteles.
Tres días después, mi cadáver era sepultado en Gá- NOTICIA DEL TEXTO
lata, junto a las tumbas de aquellos dos promessi sposi.18
Algún día, Manuel de Olaguíbel os referirá otro
episodio de mi existencia, que tuvo lugar en Paflagonia,
cuatro siglos antes del sitio de Troya, cuando yo, autóc- Flor del dolor se publicó por primera vez entre las pági-
tono del país —me llamaba Herobroas—, quité la vida nas del periódico veracruzano Violetas (1869). Las en-
a Briopy, argonauta, por la divina Areto. tregas fueron:
Flor del dolor. Sueño. I, pp. 193-197.
Flor del dolor. Sueño. II, pp. 205-210.
Flor del dolor. Sueño. III, pp. 217-222.
La segunda edición de la novela se dio a conocer
en la segunda época de El Domingo (1871-1873), constó
de seis entregas:
3 de diciembre de 1871, pp. 143-146.
10 de diciembre de 1871, pp. 155-158.
17 de diciembre de 1871, pp. 169-171.
31 de diciembre de 1871, pp. 191-194.
7 de enero de 1872, pp. 203-205.
14 de enero de 1872, pp. 215-220.
Tras la publicación del artículo “Kaleidoscopio”
(El Domingo, 26 de febrero de 1871, pp. 23-24), Santia-
go Sierra engloba con dicho título la novela aquí pre-
sentada y una serie de relatos: Eva, Flor de nieve, Flor de
fuego y Flor del cielo.

75
76 NOTICIA DEL TEXTO

La presente edición, fijada a partir de la versión


de El Domingo, es la primera, en más de cien años, en
recuperar la novela de nuestro autor. SANTIAGO SIERRA
TRAZO BIOGRÁFICO

Hijo de Justo Sierra O’Reilly y Concepción Méndez,


nació en Campeche el 3 de febrero de 1850. A los ocho
años se trasladó con su familia a Mérida, donde estudió
latín, griego y filosofía para continuar con la carrera
de medicina; sin embargo, tras mudarse una vez más,
ahora al puerto de Veracruz, abandonó sus estudios y
trabajó como meritorio en una casa de comercio.
Tras una corta estadía en la Ciudad de México
(1865), volvió al puerto veracruzano a laborar como
dependiente de una casa de comercio en la que perma-
neció hasta 1869. En 1868 fundó en Veracruz La Guir-
nalda, semanario de literatura; colaboró en los diarios
capitalinos Semanario Ilustrado y La Vida de México. En
compañía de Manuel Díaz Mirón, Antonio F. Portilla y
Rafael de Zayas Enríquez fundó el periódico literario
Violetas, en 1869. Ese mismo año, entregó a Violetas:
Viajes por una oreja, Flor de fuego. Sueño, No me olvides,
Flor de nieve. Sueño, Flor del cielo. Sueño, Flor del dolor.
Sueño; así como la versión libre del poema de Goethe
“El rey de los duendes”, los poemas “Confidencias.

77
78 TRAZO BIOGRÁFICO TRAZO BIOGRÁFICO 79

Libro del alma”, “Brindis en un baile”, “Libro del alma”, Instrucción para el cultivo y preparación del café en la Isla de
“Plegaria. Libro del alma”, “Lejos. Libro del alma”, “A Java, Historia de las hormigas de Pierre Huber, La Época,
Humboldt”, “Violetas. En el álbum de la señorita Elena El endemoniado de Charles Dickens, Dictamen de refor-
Ponce”. Un año antes, en 1868, había publicado Canto mas constitucionales aprobadas en la Cámara de Diputados,
a México y La caza del tigre, novela inconclusa dada a La Bandera Negra, La Bandera Blanca, todos de 1877;
conocer por entregas en La Guirnalda, donde, ade- asimismo, la antología de Edgar Allan Poe que incluye
más, escribió poemas, cuentos y ensayos sobre teatro. Aventuras maravillosas, Viaje a la luna, Manuscrito encon-
Por la época, ya instalado en la Ciudad de México, traba- trado en una botella, La mentira del globo, En el Maelstrom
jó en la redacción de El Renacimiento y fue miembro de y Morella, del mismo año; finalmente, La Libertad. Pe-
la Sociedad de Libres Pensadores de México, así como riódico político, científico y literario (1878).
redactor de su órgano impreso (El Libre Pensador, 1870). Tras una serie de enfrentamientos personales y pe-
Fue redactor en jefe de El Distrito Federal (1870), riodísticos con Ireneo Paz, propietario del periódico La
fungió como director de La Ilustración Espírita (1872- Patria, Santiago Sierra y Paz se batieron a duelo en los
1875) y formó parte de la redacción del Bien Público y llanos de Tlalnepantla el 27 de abril de 1880. Duran-
de El Federalista. En éste, a partir de octubre de 1871, te el enfrentamiento, un disparo en la cabeza causó la
sostuvo una polémica con José Joaquín Terrazas, cola- muerte inmediata de Santiago.
borador de La Voz de México, a raíz de la publicación de
Flor de fuego, una novela corta de Sierra. Fue asignado
oficial primero de la Secretaría del Senado (1876) y,
posteriormente, formó parte de la legación mexicana
en Chile hasta su regreso, ocasionado por la guerra en-
tre éste y Perú. Junto a su hermano, Justo Sierra, dio a
conocer en 1878 el periódico político, científico y lite-
rario La Libertad. Talentoso tipógrafo, Santiago Sierra
produjo La Guirnalda. Periódico de literatura y variedades
(1868), Biblioteca de los niños (1874), El Mundo Científico,
N O TA S

1
Ángel José Fernández (estudio, introducción e índices).
Violetas. Periódico literario. Veracruz, 1869. Xalapa: Instituto
Veracruzano de Cultura, 2008.
2
Justo Sierra. Obras completas, vol. XIV. México: UNAM, 1949,
p. 14.
3
Octavio Paz, “Silueta de Ireneo Paz”, en Vuelta, núm. 243,
feb. 1997, p. 5-6. <https://www.letraslibres.com/sites/default/
files/files6/files/pdfs_articulos/Vuelta-Vol21_243_01SlIrP
zOPz.pdf >
4
José Mariano Leyva. El ocaso de los espíritus. México: Cal y
Arena, 2005, pp. 117-131.
5
Las frases “lions musulmans” y “lions de l’islamism” se
localizan en obras francesas sobre historia de Asia Cen-
tral; aluden a los ejércitos musulmanes que combatieron al
mando de generales como Al-Adil I (1145-1218) y en la cam-
paña de conquista de los jázaros en el siglo vii. M. Reinaud,
Extraits des historiens arabes, relatifs aux guerres des Cro-
saides, París, Imprimerie Royale, 1829, p. 196, 268. Esos tér-
minos aparecen, incluso, en libros del siglo xx, por ejemplo
el de Marius Canard, Byzance et les musulmans du Proche
Orient, Londres, Variorum Reprints, 1973, p. 110.

81
82 NOTAS NOTAS 83

6
Fátima López Pérez, Lady Mary Wortley Montagu (1689-1722), 87d1ed64f1715cede?intPagina=1&tipo=pagina&palabras=ab
esposa del embajador británico en Turquía, Edward Wortley dul_medjid&anio=1852&mes=03&dia=23>, [consulta: diciem-
Montagu (1678-1761), refiere en una de sus Turkish Embassy bre de 2018].
Letters (1763) que “es posible enviar cartas de pasión, amistad
o transmitir noticias a través de las flores, sin mancharse los
8
Keim-Khán (¿?-¿?), hijo mayor de Mohammad Khan Ban-
dedos de tinta”. Etnóloga aficionada y precursora del feminis- gash, conquistador afgano que, a principios del siglo xvii,
mo, Wortley Montagu conoció el lenguaje persa del sélam, al estableció en el norte de la India una importante dinastía.
entrevistar mujeres en los harenes turcos. Como se advierte En honor a este hijo se fundó la ciudad de Kaimganj en 1713,
en el relato de Sierra, esa codificación de mensajes se utiliza- en el actual distrito indio de Farrukhabad, y donde Moham-
ba para burlar la vigilancia masculina y familiar. “El lenguaje mad centró su gobierno sobre poblados cedidos a él por su
de las flores en el Modernismo de Barcelona: precedentes habilidad de mercenario. En la novela se emplea el nombre
e influencias francesas”. <http://www.emblematica.es/ane- “keim-khán” como genérico de gobernador. Khyber.org,
jos_imago/anejos-2/22_Fatima_Lopez_Perez.pdf>, [consulta: “Mohammad Khan Bangash”, Khyber.org, 5 abril de 2015,
diciembre de 2018]. <http://www.khyber.org/history/a/mohammad_khan_ban
gash.shtml>, [consulta: diciembre de 2018].
7
Abdul Medjid (1823-1861), sultán otomano de tendencia li-
beral, de amplia cultura francesa y abierto al diálogo diplo-
9
Ibrahim Pasha (1789-1848), príncipe egipcio. En calidad de
mático con las potencias europeas. Sus reformas se orien- general del ejército de su país, logró la reconquista de Tie-
taron a la conservación del Estado; entre ellas destacan las rra Santa para el islam. Sin éxito, participó en el intento de
garantía civil y política de los derechos de los cristianos. La control de la rebelión griega por su independencia. A cam-
implementación de aquéllas fue complicada en provincias bio de no invadir Turquía, gobernó un tiempo Siria. En 1846
del imperio como Albania, en donde la comunidad cristiana viajó a la localidad de francesa de Vernet-les-Bains para un
padeció la oposición de simpatizantes del viejo régimen tur- tratamiento médico. “Ibrahim Pacha”, Passion Égyptienne,
co en los primeros años del sultanato de Abdul Medjid. Bajo <http://www.passion-egyptienne.fr/Ibrahim%20Pacha.htm>,
su reinado se libró la guerra de Crimea contra Rusia (1853). [consulta: diciembre de 2018] y Les Amis de l’Égypte Ancien-
The editors of Encyclopaedia Britannica, “Abdülmecid I”, Ency- ne, “Ibrahim Pacha. Donateur du sarcophage”, Les Amis de
clopaedia Britannica, <https://www.britannica.com/biography/ l’Égypte Ancienne, Saint-Estève, 2000, <http://ancienegypte.
Abdulmecid-I>, [consulta: diciembre de 2018]. Émile de Girar- fr/iouf_khonsou/ibrahim_pacha.htm>, [consulta: diciembre
din, “Francia. Cómo se evitan las revoluciones”, 4ª época, año de 2018].
12, t. 6, núm. 1182, México, 23 de marzo de 1852, pp. 1-2, <http:// Según algunos diccionarios de francés-español del siglo xix,
10

www.hndm.unam.mx/consulta/publicacion/visualizar/558a3df delhi significa soldado turco. Ramón Joaquín Domínguez,


84 NOTAS NOTAS 85

Dicionario universal francés-español, t. II, Madrid, R. J. Domín- Italia: de la Unificación a 1914, Madrid, Akal, 1994, pp. 10-12,
guez, 1845. 16-17.
11
El tzuka-dar es el jefe de pajes. El término se emplea en 14
En 1848 se sucitaron una serie de movimientos revolu-
la novela Vida y aventuras de John Davis (1839) de Alejandro cionarios en Europa. Respecto al gobierno turco, éste y los
Dumas (1802-1870). Madrid, Aguirre y Compañía, 1850. p. 137. griegos buscaban el éxito de Hungría frente a Rusia. Emi-
La definición se encuentra en Il fotografo: giornale illustrato grados húngaros solicitaron a Turquía asilo, lo cual produjo
storico, statistico, geografico, scientifico, letterario, artistico, un enfrentamiento político entre Turquía y Austria. Adolphus
Corbetta [Italia], 1856, p. 126. Slade, Turkey and the Crimean War: a narrative of historical
events, New York, Cambridge University Press, 1867, pp. 60-
12
No hay que olvidar que mi religión era la griega [Nota del 68.
autor].
15
Giuseppe Mazzini (1805-1872) fue uno de los principales
13
Hijo de una familia noble italiana, Giovanni Maria Battis- teóricos del nacionalismo en el proceso de la unificación
ta Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti (1792-1878) accedió, de Italia. En su primera etapa de combatiente, formó parte de
en 1846, al papado como Pio IX o Pío Nono. Sus reformas los carbonari, asociación secreta que pretendía la instau-
liberales, como la ley de la liberalización de la prensa y ración de gobiernos constitucionales en todos los Estados;
la amnistía otorgada a los revolucionarios de 1831-1832, se componía principalmente de burgueses y militares. Los
dieron un nuevo impulso a los italianos que luchaban por carbonari propiciaron los fallidos intentos revolucionarios de
la conformación de un Estado democrático y republi- 1831. Ese mismo año, en el exilio en Marsella, Mazzini fundó
cano; sin embargo, el papa no se adhirió a la causa. La otra sociedad, la Joven Italia, para continuar con el espíritu
insurrección popular de principios de 1848 contra el papa- libertario y unificador. Esperanza García Méndez, Italia: de la
do y su alianza con Austria, que dominaba la Lombardía, Unificación a 1914, Madrid, Akal, 1994, pp. 14-16.
el Véneto, el Trentino e Istria, y a la vez controlaba la
Toscana, Módena y Parma, e influía en los Estados Ponti- Entre los otomanos es grande honor para una mujer el ser
16

ficios, obligaron a Mastai a huir a Sicilia; en su ausencia, odalisca del sultán. [Nota del autor].
se instauró la República romana, bajo el mando de Giu-
seppe Mazzini, Aurelio Saffi y Carlo Armellini. Con la inter-
17
Para las concepciones espiritistas, el periespíritu es una
vención de Napoleón III, Pío IX recuperó el gobierno de sus envoltura seminmaterial y “vaporosa” que une el cuerpo y
Estados, pero los perdió, definitivamente, en 1870, cuando el espíritu. Después de la muerte, el espíritu conserva esta
el emperador italiano Víctor Manuel II de Saboya terminó capa, la cual puede llegar a ser visible e incluso tangible.
con la soberanía del Vaticano. Esperanza García Méndez, Allan Kardec, El libro de los Espíritus, Alberto Giordano (edi-
86 NOTAS

ción) y J. Herculano Pires (notas), Editora Argentina 18 de


Abril/Editora Espírita Española, 1970, pp. 34, 94, <https://espi
ritismo.es/wp-content/uploads/2016/08/El-libro-de-los-Es
piritus.pdf>, [consulta: diciembre de 2018].
18
I promessi sposi (1827) es una novela de Alessandro Man-
zoni (1785-1873) de gran importancia para la enseñanza ita-
liana luego de la unificación, entre otros aspectos, por su
base histórica. En ella, los enamorados Lorenzo y Lucía es-
tán comprometidos. Su boda es impedida pero, tras diversos
lances, inevitablemente se reencuentran para consagrar su
amor y convertirse en esposos.
Flor del dolor, se terminó de editar en el
Instituto de Investigaciones Filológicas
de la UNAM, el 25 de marzo de 2019.
La composición tipográfica, en tipos
Janson Text LT Std de 9:14, 10:14 y
8:11 puntos; Simplon Norm y Simplon
Norm Light de 9:12, 10:14 y 12:14 pun-
tos, estuvo a cargo de Norma B. Cano
Yebra. La edición estuvo al cuidado
de Gabriel M. Enríquez Hernández.

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