11 Pilar Zuleta, La Vida Cotidiana en Los Conventos
11 Pilar Zuleta, La Vida Cotidiana en Los Conventos
11 Pilar Zuleta, La Vida Cotidiana en Los Conventos
Cuántos y cuáles
En la Nueva Granada, durante el período colonial, quince
conventos de mujeres se fundaron entre los años de 1574 y
17 9 1. De estos quince, seis corresponden a la segunda mi
tad del siglo xvi, seis al siglo xvn y tres al período final del
virreinato. El cuadro siguiente suministra en orden crono
lógico las fechas de fundación de las instituciones con el
objeto de facilitar una mayor comprensión de lo que fue el
f e n ó m e n o g lo b a l d e la el a u s u ra fe m e n in a
los patronos, con las dotes de las muchachas, con las con
tinuas limosnas de la sociedad que aseguraba con dona
ciones la salvación eterna y con las operaciones de crédito
a favor de particulares. En esta forma, iban haciéndose
dueños de tierras, trapiches, esclavos, y propiedades urba
nas, representadas en casas de teja altas y bajas, tiendas,
locales y solares.
Los fundadores y benefactores de los conventos estaba
amparados por el derecho de patronato, arraigado en el de
recho medieval de las Leyes de Partida y considerado por
la Iglesia como una “gracia” que se otorgaba a los laicos.
Mediante este privilegio, y a cambio del cuidado y de
cuantiosos beneficios a la institución, los patronos goza
ban de no pocas bondades, de las que no era la menor el
derecho a ser enterrados en las iglesias de los monasterios,
el de ostentar escudos y blasones en las fachadas de los
mismos o el de reservar para sus familiares y herederos los
lugares de preeminencia dentro de los templos para todas
las ceremonias religiosas, además de asegurarse el rezo de
misas, salmos y oraciones a perpetuidad, para sí mismos y
sus herederos. Así, también, su poder era inmenso y, en al
gunos aspectos, como en el nombramiento de capellanes
para sus iglesias, estaban por encima del obispo. El patro
nato era hereditario, pasando en línea recta a manos de
hijos y de nietos; esto a la larga venía a convertirse en un
arma de doble filo, pues así como los primeros dedicaban
prácticamente su vida, como el caso de doña María Arias
de Ugarte en Santa Clara de Santa Fe, a la protección y
cuidado de su obra, no así los herederos, cuyas preocupa
ciones se centraban con más frecuencia en la percepción y
demanda de los privilegios que en la salvaguardia de los
intereses del convento.
Entre las donaciones de los patronos existen algunas
muy notables por su tamaño y valía, como las consignadas
I m vida cotidiana en los conventos de mujeres | 439
en el testamento tie doña María Arias de Ugarte en 1663,
para el convento de Santa Clara de Santa Fe. Esta señora
amó realmente su convento; el extenso listado de sus in
mensos bienes, además de la preocupación y esmero que
demostró en los detalles y cuidados para con la institución,
impresionan y conmueven. Dinero, hacienda, joyas, cua
dros, retablos, platería y ornamentos ocupan varios folios
del documento de archivo.
hasfábricas
La casi totalidad de los conventos se iniciaron en casas
pertenecientes a los fundadores y promotores de las órde
nes o cedidas por ellos. Con el tiempo, se fueron constru
yendo las distintas fábricas, las cuales parecen haber sido
bastante sencillas, sin alcanzar jamás la complejidad ni la
monumentalidad de los conjuntos conventuales de Are
quipa o de Antigua Guatemala. Los más pudientes debie
ron constar por lo general de dos claustros, el alto y el
bajo, distribuidos alrededor de un patio central.
Lo corriente era que se iniciaran las fundaciones en ca
sas particulares, en las que como primer requisito se acon
dicionaba una iglesia para alojar a “su Divina Magestad”,
acudiendo a los legados y donaciones de la sociedad para
dotarla de vasos sagrados, custodias, imágenes y ornamen
tos. No se han encontrado datos de monasterio alguno
cuya fábrica completa se haya terminado antes de la fun
dación. Por lo general, estos edificios requerían instalacio
nes para celdas de las religiosas, sala de labor, locutorios,
enfermería, refectorio y cocina, huerto y cementerio. A
estas dependencias se daba el nombre de oficinas. En los
monasterios importantes, un ala completa del edificio se
destinaba al noviciado. En los conventos con más de un
claustro, es de presumir que el segundo tuvo ese propósito.
Casi todas nuestras monjas llevaron un tipo de vida
440 | PILAR DE ZULF. TA
O leo anónim o
E l convento de L a Enseñanza.
B ogotá.
tela.
E l convento de L a
Enseñanza. B ogotá.
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Santa
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O leo de José
M igu el
Figueroa.
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 441
La profesión religiosa
Una vez transcurrido el año de noviciado, la voluntad de la
candidata era consultada ante notario eclesiástico, si ésta
mantenía la decisión de hacerse religiosa. Allí a la novicia
se le preguntaba qué edad tenía, hacía cuánto tiempo esta
ba en el monasterio, si había sido forzada a tomar el hábito
y profesar, si era consciente de las cargas y obligaciones
de la vida religiosa, a qué votos se comprometía, etc. Al
interrogatorio seguía el ingreso formal al claustro, el cual
estaba acompañado de una bella ceremonia plena de sim
bolismo.
Vestida toda de blanco como una desposada, y ador
nada de joyas, galones, sedas, lazos y arracadas, la mucha
cha recorría entre cánticos y luces el espacio de la nave del
templo para recibir de manos del oficiante el humilde há
bito de estameña que había sido previamente aspergado y
bendecido. Hincada de rodillas, se cortaba su cabellera y
recibía la corona de lirios y el anillo que la convertían en
esposa de Cristo. Luego, revestida con el sayal religioso,
recorría una vez más la nave del templo para ingresar por
la puerta del coro bajo, en donde era recibida por la aba
desa en persona y por el concurso de religiosas portando
cirios encendidos. Los himnos que acompañan la ceremo
nia, el Vetii Sponsa Christiy el Te Deum Laudatnus, resona
ban en la tribuna del templo.
John Potter Hamilton, coronel inglés que visitó el país
en 1824, describe el refresco que enseguida de la profesión
ofrecían las religiosas en el refectorio del convento a las
dignidades, notables, sacerdotes y familiares de la nueva
monja. Chocolate, dulces, amasijos, horchata, limonada,
todo aquello que de más exquisito y cuidado podía brindar
la regocijada comunidad en ocasión tan solemne. Después
de la profesión, sólo la muerte se revestía de tanta pompa y
recogía en el convento tanto concurso de notables. El des-
442 | PILAR DE ZULETA
L a muerte
Después de toda una vida transcurrida en la clausura, 50 o
60 años para algunas, datos que sorprenden tratándose de
una época con expectativas de vida más cortas, llegaba
finalmente el momento de la muerte. El heroísmo acom
pañaba la enfermedad y la agonía en casi todos los casos;
padecimientos indecibles soportados en silencio, con la
oración como única protesta. Luego del tránsito supremo,
la religiosa quedaba rígida, pero sonriente, y un sinnúmero
de fenómenos inexpicables tenían lugar para asombro de
las llorosas compañeras. Música como de ángeles, un per
fume misterioso que emanando del cadáver impregnaba la
La vida cotidiana en los conventos de mujeres \ 445
celda, jaculatorias, rezos y el dolido arrepentimiento de to
das aquellas que en vida de una u otra forma la habían
mortificado.
Acto seguido, se la arreglaba para colocarla en el fére
tro ciñendo de nuevo sobre sus sienes la hermosa corona
de desposada, verdadera mitra de flores, símbolo de su
triunfo final sobre los rigores y sacrificios de la vida religio
sa. Enseguida, se llamaba al pintor de renombre para que
plasmara en el lienzo la semblanza de la santa. De esta cos
tumbre surgieron los espléndidos retratos que conservan
los monasterios y que se destinaban a la Sala Capitular
para servir de ejemplo a las demás religiosas, ya que siem
pre iban acompañados de una leyenda en la que se desta
caban las virtudes que habían hecho ejemplar a la difunta:
Caritativa, humilde, limosnera, mansa, paciente, estricta en
el cumplimiento del oficio, eran algunas de las virtudes se
ñaladas.
Entre aroma de flores y luces de cirios, el féretro se ex
ponía luego en el coro bajo de la iglesia del monasterio; allí
se volcaba la ciudadanía , desde los notables, el cabildo, las
dignidades y los religiosos, hasta el pueblo llano, con el fin
de rendir homenaje a la monja difunta.
Del “Libro de profesiones de religiosas y razón de las
difuntas, sus sufragios y exequias" existente en el monaste
rio de Santa Clara de Santa Fe, extractamos lo siguiente:
“El dos de marzo de 1778, siendo abadesa la Madre Inés
de la Santísima Trinidad, murió la Hermana Francisca de
los Dolores; sacaron para su entierro y honras, 45 pataco
nes y se le hicieron sus exequias que se acostumbran y son
de constitución”. Para ese momento, el precio de las hon
ras corrientes, oscilaba entre los 40 patacones para las
monjas de velo blanco y 150 para las de velo negro.