Poemas de Ernst Meister y Hölderlin
Poemas de Ernst Meister y Hölderlin
Poemas de Ernst Meister y Hölderlin
5
Advienen en el comienzo sin que les reconozca,
y los hijos les porfían, con su luz ciega, la dicha,
y el hombre de ellos recela. Apenas un semidiós
nombrar a aquellos podría que con dones se le acercan.
El ánimo de los dioses vasto es; el pecho del hombre
insuflan con alegrías, bienes que usar sabe apenas;
necio y dadivoso, crea, dilapida y, cuando toca
con mano bendita, casi trueca en santo lo profano.
Los divinos lo toleran; mas, luego, ellos mismos llegan,
reales, y toma el hombre el hábito de la dicha,
y el del día y del mirar a los dioses manifiestos,
al rostro de los nombrados, largo tiempo, Uno y Todo,
que insuflan el hondo pecho mudo con libre abundancia
y aplacan, antes de nada, los inexhaustos deseos.
Así es el hombre. Recibe suerte, y cuando un dios lo atiende
con sus obras no le ve ni podría conocerlo.
Mas si debió sufrir antes, nomina lo que más ama,
y será en ese momento, tan solo en ese momento,
que palabras como flores brotarán para nombrarlo.
7
¡Tarde llegamos, amigo! Por cierto, los dioses viven,
pero arriba, en otro mundo, por sobre nuestras cabezas.
Sin descanso ahí trabajan y de nosotros parecen
no cuidar; pero vivimos, tanto es lo que nos protegen.
No podría un frágil vaso a menudo contenerlos,
solo a veces tan divina plenitud resiste el hombre.
La vida es un sueño de ellos. Pero el estravío ayuda
cual sueño, y nos fortalecen la necesidad, la noche,
hasta que en cunas de bronce crezcan héroes bastantes
surgiendo con corazones fuertes cual de los celestes.
Descenderán entre truenos. Mientras estoy a su espera,
mejor me parece el sueño que vivir sin compañero;
al persistir indolente no sé qué hacer o decir
luego, ¿para qué poetas en un tiempo de penuria?
Son, dices, cual oficiantes sagrados del dios del vino,
errando por las comarcas bajo la noche sagrada.
Friedrich Hölderlin
El oráculo
lo traspasa todo,
el fin
es el reflejo del principio.
Como si
un espejo
tuviese dos caras
y ambas viesen.
En la intersección
de los instantes
se evidencia
el enigma.
Ahora
Ahora.
Ahora es hace tiempo.
Ahora:
septiembre,
media tarde.
Olor
a ceniza caliente.
Como si yo,
incinerado hoy,
fuese esa ceniza.
¿Estoy ahí?
¿No soy yo?
Redonda como un plato
y cargada de manzanas,
de peras,
la luz.
Soy.
Estoy ahí con las flores.
Pestañas de los girasoles,
semillas
en su pupila:
ojos,
muy cerca de mis ojos.
¿Ya no estoy?
Días del hombre
en esta oscuridad de bronce,
un relámpago.
Ahora:
un septiembre
a media tarde.
AHORA
es hace tiempo.
Ernst Meister.
Cae el sol
José Hierro.
De "Libro de las alucinaciones" 1964