Sal de La Tierra
Sal de La Tierra
Sal de La Tierra
MATEO 5, 13
Son dos las comparaciones de que nos habla el Señor, o sea doble
responsabilidad:
Si nos esforzamos día a día por llevar una vida cristiana conforme a la voluntad
de Dios, es decir, coherente, seremos ejemplo y punto de referencia para muchos.
Para esto, primero debemos vivir bien, por lo que Jesús nos compara con la sal.
Y vivir bien en el sentido pleno, requiere que tengamos conocimiento de nosotros
mismos, para que a partir de ese conocimiento podamos vivir de acuerdo a
aquello para lo que hemos sido creados. De eso depende nuestra felicidad.
- Al igual que la sal, los cristianos hemos sido llamados a crear un impacto en la
realidad en que vivimos.
Cuando uno le echa sal a un guiso espera que, al probarlo, el sabor haya
cambiado.
Entonces los discípulos de Jesús somos enviados al mundo para algo, y nuestra
presencia en él no puede pasar desapercibida, ya que somos, por gracia de Dios,
portadores del gran don: “La buena nueva de Jesucristo”
Nuestro Maestro nos dice que para poder ser sal de la tierra, debemos ser fieles
a lo que somos y vivir coherentemente con ello. Estamos llamados como
cristianos, a ser, en medio del mundo, testimonio vivo del Evangelio de Cristo,
pues el mundo necesita que compartamos el sabor del evangelio. Cada uno de
nosotros, como creyente, puede ser un granito en esta tierra para lograr los
cambios donde se requiera.
Si cada granito de sal que somos, hiciera algo para hacer sentir sabor, entonces
los que no tienen a Jesús podrían apreciar ese sabor y desear llegar a conocerlo.
Así, vivir un cristianismo a medias, a la medida, que se adecue o se acomode,
para no incomodar, que se rebaje en nombre de una falsa tolerancia ¿no es
volvernos insípidos como cristianos?
Para ser lo que tenemos que ser (sal de la tierra y luz del mundo) dice San Juan
Pablo II, que debemos ser “misioneros con los gestos y las palabras y, donde
quiera que trabajemos y vivamos, seremos signos del amor de Dios, testigos
creíbles de la presencia amorosa de Cristo… Así como la sal da sabor a la
comida… así también la santidad da pleno sentido a la vida haciéndola un reflejo
de la gloria de Dios”.
El llamado es claro: Vivir nuestra fe con fortaleza y ser en nuestra vida de cada
día, coherentes con nuestra identidad de cristianos, de manera que podamos ser
lo que Jesús nos llama a ser: “sal de la tierra y luz del mundo”
Aunque que muchas veces este camino, sin duda será incomprendido, nos llevará
de dolor, a la incomodidad, pondrá a prueba nuestra fortaleza, ya que es más fácil
no ser firmes en nuestra identidad como cristianos, recordemos que nuestra fe no
se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios, y nuestro
apostolado no es fruto de discursos sabios y elocuentes o de grandes talentos,
sino que es manifestación del Espíritu. (ver Corintios 2, 1-5)
GRACAS!!