Dayron Duarte R. 2016-1502
Dayron Duarte R. 2016-1502
Dayron Duarte R. 2016-1502
1) Resumen
La doctrina del agua y el Espíritu confirma, explica y profundiza la revelación del Bautismo,
aunque su objeto sea más amplio, puesto que se refiere a toda la economía del Espíritu.
San Juan ya había señalado el carácter mesiánico de la nueva economía recordando que el
Espíritu descendió sobre Cristo en su bautismo y mostrando que el bautismo es inmersión en el
Espíritu.
Este carácter lo corrobora refiriendo la nueva economía bautismal al Antiguo Testamento.
Porque por la declaración de la fiesta de los Tabernáculos probablemente Cristo se presenta
como roca de Moisés, manantial de, agua viva, y con ello se sitúa: junto a los grandes tipos del
Éxodo. Este tipo se cumple con la efusión de agua del costado, que alimenta al bautismo
cristiano, mostrando con ello la armonía de ambos testamentos y el principio de una economía
radicalmente nueva.
El agua aparece en Juan como símbolo del Espíritu, no sólo asociada a Él. Por esto escribe:
"Decía esto del Espíritu que debían recibir los que creerían en El".
Esta doctrina del agua y el Espíritu logra, además, fusionar dos nociones que sabíamos debían
convenir en Cristo, pero cuya relación se nos escapaba: ser fuente de las aguas, es decir, del
Espíritu; y ser víctima, inmolada como Cordero Pascual; o hablando en figuras: debía asumir los
tipos de Manantial de la Roca y Serpiente de Bronce. A su luz, sabemos, que precisamente el
acto del sacrificio redentor de Cristo produce el desbordamiento del Espíritu.
El costado traspasado de Cristo, por su sacrificio redentor, nos entrega el Espíritu. Cabe
preguntar si san Juan nos induce a ahondar más en el origen de tal irrupción. Parece que hay
que contestar afirmativamente porque en el diálogo con Nicodemo sobre el tema del bautismo
Lo que es el agua para la vida normal, eso es Jesús para la vida humana. Jesús es el Agua, Jesús
es La Palabra, Jesús es el que da el Espíritu. Jesús no es un pozo a donde se va a beber de vez en
cuando, es una fuente de espíritu: el que bebe de Jesús es fuente. Él mismo siente brotar de
dentro de sí el Agua que brota hasta la Vida eterna, y no tiene más sed de otras aguas, porque
Jesús quita la sed de todas las otras cosas.
El hombre tiene que andar un camino. Dios es su ayuda mejor en el camino. La Palabra de Jesús
es la mejor luz, el agua, el pan del camino, Dios es el pastor y el médico. Estamos acostumbrados
a dirigirnos a Dios diciendo "Dios mío". Llegamos hasta a decirle "Padre mío". Sería magnífico
que no nos disonara invocarle diciendo "Agua mía".
Cuando la Samaritana entiende que Jesús le ofrece más que el agua del pozo, pasa
inmediatamente a planteamientos religiosos habituales, que a Jesús no le interesan: el Mesías, el
templo en Jerusalén o en el Garizim.... Pero todo eso no es el agua de Jesús. El agua de Jesús es
que los verdaderos adoradores den culto en espíritu y en verdad. Y esto no se limita a decir que
hay que hacer en el templo un culto verdadero, con entrega del espíritu a Dios, sino que hay que
dar un verdadero culto, que rebasa el templo y convierte toda la vida en culto.
Esta "novedad de Jesús" estaba ya sembrada en el Antiguo Testamento, y el mismo Jesús cita la
frase del profeta Oseas "Misericordia quiero y no sacrificios". Pero es en Jesús donde aparece
con toda su fuerza y en su sentido más radical. Dios no está en el Templo, como un Señor que
reside en un palacio. Está en todas partes y sobre todo en todos sus hijos los seres humanos; allí
hay que servir a Dios. Los templos y los lugares sagrados han sido para las religiones lugares
para encerrar a los dioses, para que no estén fuera de ellos.
Por eso, para los conceptos religiosos tradicionales hay diferencia entre lo sagrado y lo profano.
Con Jesús, esto desaparece, porque no hay nada profano. Es más, si la vida no es sagrada, el
templo es profano, porque es inútil.
Una última consideración, uniendo los dos temas que hemos enunciado. El mundo necesita agua,
está sediento. Está sediento de agua física, de pan físico, de vivienda física, y está sediento de
Agua Viva, de conocer a Dios, de saber quién es y cuál es su Casa. Éste es el espacio sagrado de
los que siguen a Jesús, éste es su culto, ésta es La Palabra de que son portadores.
Demasiadas veces hemos pensado que llevar a los pueblos La Palabra es predicarles la religión.
Esto es sólo una caricatura, y un empequeñecimiento de La Palabra. La Palabra no son nuestras
palabras: La Palabra es Jesús, un modo diferente de vivir, una manera de situarse ante los demás,
una nueva relación con Dios. Todo esto se explica con palabras, pero solo se transmite con obras.
Por esta razón, el agua vuelve a aparecer en la última "parábola", la del Juicio final. En ella se
diferencia lo válido de lo inválido, no por la predicación, ni por la pertenencia jurídica a la
Iglesia, sino por la mejor de todas las frases que puede entender cualquiera:
Esta duda del pueblo de Israel es quizá también la nuestra. ¿Dónde está tu Dios?. En un mundo
lleno de tanta miseria y tanta maldad ¿dónde está Dios? Hace falta un fe muy fuerte para seguir
hablando del Dios Padre de todos, para seguir afirmando que existe, que se entera, que nos
quiere ... ¿por qué sigue permitiendo tanto mal para sus hijos?.
Jesús no nos ha explicado este por qué. Jesús nos ha dicho lo que quiere hacer el Padre, y que
nos necesita para hacerlo. Jesús no ha hablado del Creador, ni nos ha explicado por qué el Padre
da permiso para que caiga cada uno de nuestros cabellos, y lo da también para tanto mal. Jesús sí
nos ha dicho que en este desierto, el Agua, la luz, la sal, el pan... es la Palabra de Dios.
Esta es nuestra fe. Y no es fácil comunicarla. Pero es misión que se nos ha encomendado.
Ofrecer agua en el desierto. Ser agua en el desierto. Esto nos llevaría otra vez a "vosotros sois la
sal..."
De todo esto, Jesús es la prueba. Nuestra fe en la divinidad de Jesús va a ser puesta a prueba al
ver su humanidad. Verle sufrir y morir es un escándalo. ¿Puede pasarle esto a al "hijo
predilecto"? "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz".
Y nos sucede lo mismo al ver la cruz de tantos crucificados de la tierra. Es el desafío más fuerte
para nuestra fe. Si, después de la cruz, seguimos creyendo en Dios, es porque sabemos que,
precisamente por eso no bajó de la cruz.
Nuestra fe es en Jesús crucificado, es decir: creemos en el Amor de Dios, a pesar del mal del
mundo, a pesar del desierto, porque hemos visto a Jesús dar la toda la vida, hasta la misma
muerte, por nosotros, los hijos pecadores, simplemente porque nosotros necesitamos creer en el
amor, a pesar de que vemos el mal, el odio.
Quizá por eso no ponemos como señal del cristiano a Cristo Resucitado, sino a Jesús crucificado.
Recordemos la frase perfecta de Juan 3,16 : "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo
único", corroborada por Pablo en Romanos 8, 32 "el que no escatimó ni a su propio hijo sino que
lo entregó por todos nosotros".
Sé de quién me he fiado
Un sacerdote desterrado añora su servicio en el Templo, suspira por la Casa del Señor:
"¿Dónde está tu Dios?". Tirados en el desierto de la vida, acosados por tanta oscuridad, por tanta
sed, nuestro espíritu se levanta hacia La Fuente, añoramos La Vida, en que contemplaremos el
Rostro del Señor.
no te olvides de mí,
Acosado por mis enemigos, por mi envidia y mi pereza, por mi lujuria y mi avaricia, por mi
soberbia, por el pecado que está en las raíces de mi árbol. Pero sé que camino, hacia la Montaña
Santa, de donde brota el arroyo del que bebo mientras atravieso el desierto.
Cantando por el camino del desierto, camino de la Casa del Señor. Alma mía, que sufres
añoranza de la Fuente, de la Casa; camina, alma mía por el desierto, y bebe de la Fuente de
Jesús, y canta, porque no faltará el Agua en el desierto