Kierkegaard - Los Tres Estadios
Kierkegaard - Los Tres Estadios
Kierkegaard - Los Tres Estadios
Según la conciencia que uno tenga de sí mismo, esto es, dependiendo de la fuerza que tenga la
autoafirmación del yo, el hombre se encuentra en situaciones existenciales diversas, atraviesa
distintos estadios existenciales que se resumen en los tres siguientes:
a) El estadio estético
El estadio estético de la existencia representa el nivel más bajo de vida humana: muestra su
carencia de espíritu (unidad alma-cuerpo), porque a la persona que es víctima del esteticismo le
falta la conciencia de de ser un yo.
En una página de la última parte de Enten-Eller ("O lo uno o lo otro"), el autor define el estadio
estético como aquella situación en la que el hombre es aquello que es, y lo compara al estadio
ético, en el que el hombre llega a ser aquello en lo que se convierte. De todo lo dicho en las
páginas anteriores, parece clara la distinción kierkegaardiana: el hombre es un hacerse, debe
alcanzar su telos (fin) —realizar la síntesis del espíritu. Si se queda en lo que simplemente es, sin
poner en movimiento el proceso ético de autoconstitución del espíritu, permanece estancado en
lo inmediato, en el esteticismo.
El esteticismo es una enfermedad espiritual: la sufre el hombre que carece de interioridad, porque
no ha logrado realizar la síntesis entre los elementos que lo componen. El esteta lleva consigo una
ruptura interior, que se debe recomponer. En Enten-Eller y en los Estadios en el camino de la vida,
Kierkegaard presenta la tipología de esta enfermedad, es decir, los distintos síntomas que ponen
de manifiesto que al esteta le falta un yo y que se encuentra, sabiéndolo o no, sumergido en la
desesperación. Tipos muy distintos —el borracho, el hombre de negocios, el artista, el engreído—
tienen en común la misma enfermedad: el esteticismo. A todos les falta una razón profunda de
vivir bien anclada en lo más íntimo de su ser: viven superficialmente. Son lo que son: se identifican
con su propia actuación, se encuentran en la superficialidad.
Como al esteta le falta la unidad sintética del espíritu, su no-existencia, el hecho de encontrarse en
la superficialidad le lleva a la falta de autodominio, de libertad. El esteta no es dueño de sí mismo:
vive siempre fuera de sí, en la superficie. La falta de profundidad, de autoconciencia de poseer un
yo, hace que se identifique con su estado de ánimo. Pero los estados de ánimo varían, como
cambia continuamente la superficie. El esteta vive en el momento concreto, en el instante
presente. Estado de ánimo, instante fugaz: ésta es la vida del esteta. Por este motivo, nunca podrá
comprometerse con algo serio, con algo que sea definitivo. No se abrirá a los demás: vivirá
encerrado en su identificación con su manifestación. Será un espectador del mundo y de su propia
exterioridad, porque no puede actuar fuera de su estado de ánimo. Por tanto, el esteta está al
margen de los demás, se separa del resto, pero también se separa de sí mismo: el esteticismo es
también encerramiento, hermetismo, egoísmo. El esteta se deja llevar, deja que la vida transcurra
fácilmente sin intentar tomar las riendas de su propia existencia personal.
Identificado con su estado de ánimo mudable, está imposibilitado para el amor, porque se
encuentra atrapado, no en sí mismo, sino en la superficie de sí mismo. No podrá ni siquiera
escoger: delante de él se abren diversas posibilidades, pero al encontrarse instalado en la
superficialidad de la vida, no encuentra razones de peso que le muevan a escoger una cosa u otra.
La superficialidad es negación de libertad y, por tanto, indecisión.
1
El hecho de no encontrar un motivo válido para tomar decisiones lleva al aburrimiento: todo da lo
mismo. Todo esteta terminará por aburrirse. Pero como el aburrimiento no es un estado de ánimo
agradable, el esteta buscará un remedio para combatirlo: la diversión. Divertirse es no sujetarse a
un orden establecido, a unas normas, es no comprometerse, no comportarse con lealtad con nada
ni nadie. Divertirse significa arbitrariedad: una vida sin peso, sin un plan establecido, haciendo
todo aquello que a uno le apetece en cada instante, movido por el estado de ánimo.
Pero la arbitrariedad es un remedio superficial contra un síntoma —el aburrimiento— de una
enfermedad profunda: la desesperación.
«Se observa, por tanto, que toda concepción estética de la vida es desesperación, y
que todo aquel que vive estéticamente está desesperado, tanto si lo sabe como si no
(...). Esta última concepción es la desesperación misma. Es una concepción de la vida
estética, porque la personalidad permanece en su propia condición inmediata: es la
última concepción de la vida estética, porque en cierto sentido ha acogido en sí la
conciencia de la nulidad de sí misma» [Kierkegaard 1989: 98].
b) El estadio ético
El punto final de la vida estética —la desesperación— es también el punto de partida de la vida
ética. Desesperarse de uno mismo, darse cuenta de que lo inmediato no puede darle un sentido a
la vida, es la única vía de salida para afirmarse a sí mismo como fundamentado en el Absoluto. Por
eso, lejos de aconsejar una terapia superficial, Kierkegaard anima al esteta a la desesperación.
Escoger libremente la desesperación: he aquí el comienzo de la vida auténtica. Desesperar de uno
mismo para salir del estadio estético significa desesperar de la propia finitud. Desesperar de mi yo
finito, y escoger mi yo absoluto es el inicio de la vida ética. Este momento se identifica con el
arrepentimiento: cuando uno se desespera de sí mismo, se da cuenta de su propia culpa, y
arrepintiéndose encuentra el fundamento del yo en el Absoluto. Sin embargo, no se trata de un
paso obligado: el esteta puede permanecer siempre en ese estado.
Decíamos antes que Kierkegaard definía al esteta por la inmediatez, y al ético por el hacerse.
Veamos la formulación textual:
«¿Pero qué significa vivir estéticamente y qué éticamente? ¿Qué es lo estético que se
encuentra en el hombre y qué es lo ético? A esto yo contestaría: lo estético que hay
en el hombre es aquello por lo que él es inmediatamente aquello que es, lo ético es
aquello por lo que él llega a ser lo que llega a ser» [Kierkegaard 1989: 46].
La existencia ética comporta una tensión hacia un telos, un esfuerzo para llegar a ser espíritu
frente a Dios. Por eso hemos dicho antes que no se es individuo, sino que se llega a serlo.
Retomando la teleología aristotélica, Kierkegaard entiende el devenir ético como la tensión entre
el yo real y el yo ideal. Pero el yo ideal no es el yo fantástico del esteta que no ha logrado poner el
espíritu y se dispersa en un mundo imaginario, en un mar de posibilidades. No, el yo ideal de la
existencia ética es el hombre común, el hombre universal, pero al mismo tiempo es el hombre
concreto, que intenta alcanzar el yo ideal a través de las circunstancias ordinarias de su vida. Lo
ético es, con otras palabras, la vida seria y responsable del hombre honesto.
Este telos personal, puesto por el Absoluto y escogido por el hombre, que se alcanza a través del
ejercicio de las virtudes personales, no es solamente individual, porque el darse forma a uno
mismo partiendo de nuestras características concretas nos remite hacia el ámbito de lo social, de
2
lo civil: los deberes laborales, familiares y políticos reaparecen en el estadio ético y hacen que el
individuo pueda alcanzar lo general al tiempo que se hace a sí mismo.
c) El estadio religioso
3
Estas categorías serán desarrolladas con más extensión en sus obras posteriores. En la Apostilla
conclusiva no científica a las “Migajas filosóficas”, Johannes Clímacus afirma que la forma de llegar
a Dios es la subjetiva, es decir, mediante la pasión de la interioridad. Ahora bien, la verdad que
presenta el cristianismo es paradójica: Jesucristo. En Él, lo Eterno se hace temporal, Dios se hace
hombre. Para aceptar esta verdad no basta el pensamiento conceptual: si el pensador subjetivo
vive en la verdad, la verdad de la paradoja se alcanza sólo mediante la pasión, que permite dar el
salto de la fe. La pasión de infinitud es la misma verdad. «Pero la pasión de la infinitud es
precisamente la subjetividad y así, la subjetividad es la verdad» [Kierkegaard 1972: 368].
Johannes Clímacus ofrece más adelante una definición de verdad: