La Huella Del Diablo. Kathy Reichs PDF

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Kathy Reichs

LA HUELLA DEL DIABLO


BRENNAN 2
Durante un gélido invierno en Montreal, la antropóloga forense
Temperance Brennan cava en el suelo helado buscando la tumba donde
reposan los restos de la hermana Elisabeth Nicolet, muerta hace más de
un siglo y hoy candidata a la santidad. Un ataúd pequeño y extraño,
enterrado en una vieja iglesia quemada, encierra la primera pista del
destino de la monja. Su investigación se ve interrumpida por el
descubrimiento de varios cadáveres calcinados en un chalet destruido por
las llamas, cuyo examen pondrá a prueba la experiencia profesional de
Tempe. El detective de homicidios Andrew Ryan, con quien Tempe
mantiene una relación tempestuosa, se une a ella para esclarecer las
causas del misterioso incendio. Tempe y Andrew se sumergen en el mundo
de una controvertida socióloga, una enigmática secta y una colonia de
primates en una isla de Carolina del Sur. Tempe se siente abrumada por el
caso, confundida por la creciente atracción hacia Ryan y preocupada por la
búsqueda del despertar espiritual que ha iniciado su hermana.
Con una detallada descripción del mundo de la medicina forense que sólo
Kathy Reichs es capaz de aportar -desde la reconstrucción de un esqueleto
hasta el análisis de una familia de insectos- La huella del diablo lleva al
lector a un viaje fascinante, desde el depósito de cadáveres hasta el
escenario del crimen, desde la calidez de una isla atlántica hasta el frío
glacial de una tormenta de nieve.

Capítulo 1

Si los cuerpos estaban allí, yo no podía encontrarlos.


Afuera, el viento continuaba ululando. En el interior de la vieja iglesia, sólo
el ruido que hacía mi desplantador al rascar la tierra y el zumbido de un
generador y un calefactor portátiles resonaban espectralmente en aquel
enorme espacio. En lo alto, las ramas arañaban las ventanas cubiertas con
maderas, como si fuesen dedos rugosos y deformes sobre pizarras de
contrachapado.
El grupo permanecía detrás de mí, muy juntos pero sin tocarse y con las
manos metidas en el fondo de los bolsillos. Podía escuchar sus breves
movimientos de un lado a otro: un pie que se levantaba, y luego el otro.
Las botas hacían crujir el suelo helado. Nadie hablaba. El frío nos había
entumecido, sumiéndonos en un profundo silencio.
Un pequeño cono de tierra desapareció a través de la malla de red de un
cuarto de pulgada mientras yo la esparcía suavemente con el
desplantador. La consistencia granulosa del subsuelo había sido una
agradable sorpresa. Teniendo en cuenta las características de la superficie,
había esperado encontrar permafrost en toda la profundidad de la
excavación. Sin embargo, las dos últimas semanas habían sido
extrañamente cálidas en Quebec, de manera que la nieve se había fundido
y la tierra se había ablandado. La típica suerte de Tempe. Aunque el
cosquilleo de la primavera había sido barrido por otra invasión de viento
procedente del Ártico, ese suave receso climático había dejado la tierra
blanda y fácil de excavar; bien. La noche anterior la temperatura había
descendido hasta los catorce bajo cero; no tan bien.
Pese a que la tierra aún no había vuelto a congelarse, el aire era helado.
Tenía los dedos tan fríos que apenas si podía doblarlos.
Estábamos cavando nuestra segunda zanja, pero en el cedazo sólo se
recogían guijarros y fragmentos de roca. A esa profundidad yo no esperaba
demasiado, pero nunca se sabía. Aún no había logrado completar a lo largo
de mi carrera una exhumación que respondiese a las previsiones.
Me volví hacia un tipo que llevaba una parka negra y una gorra tejida
calada hasta los ojos. Calzaba botas de cuero con cordones hasta la rodilla,
y dos pares de calcetines asomaban sobre el borde superior. Su cara era
del color de la sopa de tomate.
- Sólo unos centímetros más. -Hice un gesto con la palma hacia abajo,
como si estuviese acariciando el lomo de un gato-. Lentamente; debes ir
lentamente.
El tipo asintió. Luego empujó con fuerza la pala de mango largo en la
estrecha zanja, gruñendo como Monica Seles al lanzar el primer servicio.

- Par pouces! -exclamé cogiendo la pala con fuerza-. ¡Poco a poco! -Repetí
el movimiento que le había estado enseñando durante toda la mañana,
como si - 5 - estuviese cortando rebanadas de pan-. Queremos extraerlo
en capas finas. -Volví a decirlo en un lento y cuidadoso francés.

Estaba claro que el hombre no compartía mi sensibilidad. Tal vez fuese a


causa del aburrimiento que producía aquella tarea, o tal vez la idea de
estar desenterrando muertos. Sopa de Tomate sólo quería acabar el
trabajo y largarse de aquel lugar.
- Por favor, Guy, ¿quieres volver a intentarlo? -dijo una voz masculina a mis
espaldas.
- Sí, padre -masculló el hombre.
Guy reanudó el trabajo, sacudiendo la cabeza, pero rascando el suelo
como yo le había enseñado, para luego arrojar la tierra en la fina malla del
cedazo. Desvié la mirada de la tierra negra al pozo, buscando alguna señal
que indicase que nos encontrábamos cerca de una sepultura.
Hacía varias horas que estábamos cavando y podía sentir que la tensión
aumentaba en el grupo de personas que se encontraba detrás de mí. El
balanceo de las monjas también había incrementado la cadencia de su
ritmo. Me volví para darle al grupo de religiosas lo que esperaba que fuese
una mirada tranquilizadora. Mis labios estaban tan rígidos que la tarea no
resultaba fácil.
Seis rostros me devolvieron la mirada, con el gesto contraído por el frío y
la ansiedad. Una pequeña nube de vapor apareció brevemente antes de
disolverse delante de cada uno de ellos. Seis sonrisas dirigidas a mí. Podía
sentir un sinfín de oraciones recitadas en silencio.
Una hora y media más tarde habíamos excavado casi un metro y medio. Al
igual que sucedió con la primera, esa zanja sólo había producido tierra. Yo
estaba segura de tener congelados cada dedo de los pies, y Guy parecía
estar a punto de traer una retroexcavadora para acelerar el proceso. Era
hora de reagruparnos.
- Padre, creo que debemos comprobar otra vez los documentos de la
sepultura.
Pareció dudar un momento.
- Sí, por supuesto -dijo finalmente-; por supuesto. Y todos podríamos beber
un poco de café y comer unos bocadillos.
El sacerdote se dirigió hacia unas puertas de madera que había en el
extremo más alejado de la iglesia abandonada, y las monjas lo siguieron,
con la cabeza gacha, desplazándose con cuidado sobre el suelo sucio y
desparejo. Los velos blancos describían arcos idénticos sobre los abrigos
de lana negros. Pingüinos. ¿Quién había dicho eso? Los Blues Brothers.
Apagué los focos portátiles y los seguí, con los ojos clavados en el suelo,
asombrada ante los fragmentos de hueso que aparecían incrustados en la
tierra.
Genial. Habíamos estado excavando en el único lugar de la iglesia que no
contenía ninguna sepultura.
El padre Ménard empujó una de las grandes hojas de madera de la puerta
y, en fila india, salimos a la luz del día. Apenas necesitamos unos pocos
segundos para adaptarnos a la súbita claridad. El cielo estaba plomizo y
parecía estrechar las torres y agujas de todos los edificios que formaban el
recinto del convento. Un viento helado soplaba desde las Lauréntides,
haciendo flamear velos y cuellos.
Nuestro pequeño grupo se inclinó ante las fuertes ráfagas y atravesó el - 6
- descampado hasta llegar a uno de los edificios próximos, construido con
la misma piedra gris que la iglesia, aunque de dimensiones más pequeñas.
Salvamos unos escalones antes de llegar a un porche de madera tallada y
entramos en el edificio por una puerta lateral.
En el interior, el aire era cálido y seco, lo que resultó una sensación muy
agradable después del frío intenso que dominaba ese día gris. Olía a té,
bolas de naftalina y años de comida frita.
Sin decir una palabra, las mujeres se quitaron las botas, me sonrieron una
a una y desaparecieron a través de una puerta que había a la derecha,
justo en el momento en que una pequeña monja, vestida con un enorme
jersey de esquiadora, entraba en el vestíbulo. Un reno marrón y velludo
saltó a través de su pecho hasta desaparecer debajo del velo. Sus ojos
parpadearon un par de veces a través de los gruesos cristales de las gafas
y extendió la mano para coger mi parka. Dudé un momento por temor a
que el peso de mi abrigo le hiciera perder el equilibrio y diese con sus
huesos contra las duras baldosas del suelo. Pero la monja sacudió la
cabeza con impaciencia e hizo un gesto con los dedos hacia arriba, de
modo que me quité el abrigo, lo deposité sobre sus brazos y añadí el gorro
y los guantes. Era la mujer más vieja que aún respirara que yo había visto
en mi vida.
Un momento después seguí al padre Ménard a lo largo de un corredor,
estrecho y mal iluminado, hasta llegar a un pequeño estudio. Ahí el aire
olía a papel viejo y pegamento de colegio. Un crucifijo presidía un
escritorio tan grande que me pregunté cómo habían conseguido pasarlo a
través de la puerta. Los entablados de la pared, de roble oscuro, llegaban
casi hasta el techo. Las estatuas me observaban desde la cornisa superior
de la habitación; sus rostros eran tan sombríos como la figura que ocupaba
el crucifijo.
El padre Ménard se sentó en una de las dos sillas de madera que estaban
frente al escritorio y me hizo un gesto para que ocupase la otra. El silbido
de su sotana, el sonido de las cuentas; por un momento volví a St.
Barnabas, al despacho del padre.
Nuevamente metida en problemas. «Basta, Brennan. Ya has superado los
cuarenta y eres una profesional. Una antropóloga forense. Esta gente te ha
llamado porque necesita tu experiencia.» El sacerdote cogió un libro
encuadernado en cuero que había sobre el escritorio, lo abrió por una
página marcada con una cinta verde y lo colocó entre ambos. Inspiró
profundamente, frunció los labios y dejó escapar el aire por la nariz.
El diagrama no era nuevo para mí. Se trataba de una cuadrícula con filas
divididas en parcelas rectangulares, algunas con números y otras con
nombres. El día anterior habíamos pasado horas examinándolo,
comparando las descripciones y los archivos de las tumbas con sus
posiciones en la cuadrícula. Después, habíamos recorrido el lugar para
marcar las localizaciones exactas.
La hermana Élisabeth Nicolet se encontraba, aparentemente, en la
segunda fila desde la pared norte de la iglesia, la tercera parcela a partir
del extremo occidental, justo al lado de la madre Aurélie. Pero no estaba
allí. Y Aurélie tampoco se encontraba donde supuestamente debería haber
estado su tumba.
Señalé una sepultura en el mismo cuadrante, pero varias filas hacia abajo
y a la - 7 - derecha.
- Muy bien. Rafael parece estar aquí. -Luego deslicé el dedo hacia abajo-. Y
Agathe, Véronique, Clément, Marthe y Eléonore. Ésas son las sepulturas
posteriores a 1840, ¿verdad? -C'ést ça.

Entonces señalé la parte del diagrama que correspondía a la esquina


suroccidental de la iglesia.
- Y éstas son las tumbas más recientes. Las señales que encontramos
coinciden con los archivos.
- Sí. Fueron las últimas, justo antes de que la iglesia fuese abandonada.
- Se cerró en 1914.
- Sí, 1914.
Tenía una forma muy extraña de repetir palabras y frases.
- ¿Élisabeth murió en 1888? -C'ést ça, 1888. Y la madre Aurélie, en 1894.

Eso no tenía sentido. Cualquier prueba acerca de la existencia de esas


tumbas debería estar allí. Estaba claro que aún quedaban algunos restos
de los entierros de 1840. Las excavaciones realizadas en esa zona habían
procurado fragmentos de madera y pequeños trozos de metal utilizados en
la fabricación de ataúdes. Dado el ambiente protegido que reinaba en el
interior de la iglesia y el tipo de suelo, había pensado que los esqueletos se
encontrarían en muy buen estado de conservación.
¿Dónde estaban, entonces, Élisabeth y Aurélie? La anciana monja entró en
el estudio portando una bandeja con café y bocadillos. El vapor que
desprendían las pequeñas jarras había empañado sus gafas, de modo que
se movía con pasos cortos y desiguales, sin despegar nunca los pies del
suelo. El padre Ménard se levantó para coger la bandeja.

- Merci, hermana Bernard. Muy amable de su parte. Muy amable.

La monja asintió y se alejó arrastrando los pies, sin preocuparse de limpiar


los cristales de sus gafas. La miré mientras me servía un poco de café. Sus
hombros eran casi tan anchos como mi cintura.
- ¿Qué edad tiene la hermana Bernard? -pregunté cogiendo un croissant,
ensalada de salmón y lechuga marchita.
- No estamos del todo seguros. Ella ya estaba en el convento cuando yo
comencé a venir por aquí, antes de la guerra, cuando era un niño. Me
refiero a la segunda guerra mundial. Luego se marchó a dar clases en las
misiones que la orden tenía en el extranjero. Vivió muchos años en Japón y
luego en Camerún. Creemos que ha superado los noventa años. -Bebió un
poco de café. Hacía ruido-. Nació en un pequeño pueblo en Saguenay y
dice que se unió a la orden cuando tenía doce años. -Otro ruido-. Doce
años. Los archivos no eran tan buenos en la Quebec rural de aquellos días;
no eran tan buenos.
Mordí un pequeño trozo de bocadillo y luego envolví de nuevo la jarra de
café con mis dedos. Noté una deliciosa sensación de calor.
- Padre, ¿existen otros registros? ¿Cartas viejas, documentos, cualquier
cosa que aún no hayamos examinado? - 8 - Moví los dedos de los pies
dentro de las botas. No sentía nada.
El sacerdote hizo un gesto señalando los papeles que cubrían el escritorio,
y luego se encogió de hombros.
- Esto es todo lo que me entregó la hermana Julienne. Ella es la encargada
de llevar el archivo del convento, como bien sabe.
- Sí.
La hermana Julienne y yo habíamos mantenido una nutrida
correspondencia y también habíamos hablado extensamente. Ella era
quien se había puesto en contacto conmigo para hacerme conocer el
proyecto. Y yo me sentí intrigada desde el principio. Ese caso era muy
diferente de mi trabajo habitual como forense, que implicaba a personas
que habían muerto recientemente y que acababan en manos de los
investigadores de homicidios. La archidiócesis quería que yo me encargara
de exhumar y analizar los restos de una santa. Bueno, no se trataba
realmente de una santa, pero ése era el quid de la cuestión. Élisabeth
Nicolet había sido propuesta para la beatificación. Yo debía encontrar su
tumba y verificar que los huesos fuesen los de ella. La cuestión de la
santidad correspondía al Vaticano.
La hermana Julienne me había asegurado que había excelentes
documentos sobre ese caso. Todas las sepulturas de la vieja iglesia
estaban catalogadas y registradas en un plano. El último entierro había
tenido lugar en 1911. La iglesia había sido abandonada y cerrada en 1914,
después de un incendio. Se construyó una iglesia más grande para
reemplazarla, y el antiguo templo nunca volvió a utilizarse.
Un lugar cerrado y buena documentación: pan comido.
Entonces ¿dónde estaba Élisabeth Nicolet? -No cuesta nada preguntar. Tal
vez haya alguna cosa que la hermana Julienne no incluyera con el resto de
la documentación porque pensó que no era importante.
El padre Ménard comenzó a decir algo, pero luego pareció cambiar de
opinión.
- Estoy absolutamente seguro de que la hermana Julienne me entregó
todos los documentos sobre este caso, pero se lo preguntaré de todos
modos. La hermana Julienne ha dedicado mucho tiempo a esta
investigación. Mucho tiempo.
Lo miré mientras se alejaba hacia la puerta, acabé mi croissant y luego me
comí otro. Crucé las piernas, me senté sobre los pies y froté con fuerza los
dedos. Bien;
volvía a sentirlos. Mientras bebía otro sorbo de café, levanté una de las
cartas del escritorio.
La había leído antes. Estaba fechada el 4 de agosto de 1885. La viruela
estaba fuera de control en Montreal. Élisabeth Nicolet le había escrito al
obispo Édouard Fabre, rogándole que ordenara la vacunación de los
feligreses que estuviesen sanos y el uso del hospital cívico para las
personas infectadas. La letra era clara y precisa; el francés, pintoresco y
anacrónico.
En el convento de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción reinaba un
silencio sepulcral. Mi mente vagaba sin cesar. Pensé en otras
exhumaciones, en el policía de St. Gabriel. En aquel cementerio los
ataúdes habían sido apilados en tres hileras. Finalmente, habían
encontrado a monsieur Beaupré a cuatro tumbas del lugar que figuraba en
los archivos, y en el fondo, no en la parte superior del trío de ataúdes. Y
también pensé en aquel hombre de Winston-Salem, que no estaba en su -
9 - propio ataúd. La caja estaba ocupada por una mujer con un vestido
largo y con motivos florales. Eso había supuesto un problema doble para el
cementerio. ¿Dónde estaba el muerto? ¿Y a quién pertenecía el cuerpo que
ocupaba aquel ataúd? La familia nunca pudo volver a enterrar a su abuelo
en Polonia, y los abogados ya se estaban preparando para la guerra
cuando me marché.
Escuché el tañido de una campana a lo lejos y luego unos pies que se
arrastraban en el corredor. La anciana monja regresaba.

-
Serviettes
-chilló. Di un brinco, y unas gotas de café salpicaron una de mis mangas.
¿Cómo era posible que una persona con un cuerpo tan pequeño produjera
ese sonido? -
Merci.

Cogí las servilletas.


La anciana me ignoró, se acercó a mí y comenzó a frotarme la manga que
se había manchado de café. En la oreja derecha llevaba un pequeño
pendiente. Podía sentir su respiración y ver el fino vello blanco que nacía
de la barbilla. La vieja monja olía a lana y agua de rosas.

- Eh,
voilà.
Lávela cuando llegue a su casa con agua fría.

- Sí, hermana.
Su mirada se posó en la carta que yo sostenía en la mano.
Afortunadamente, el café no la había alcanzado. Se inclinó para ver mejor.

- Élisabeth Nicolet fue una mujer admirable, una mujer de Dios. Tanta
pureza, tanta austeridad. -
Pureté. Austerité.
Su francés sonaba como el que había imaginado para las cartas de
Élisabeth si hubiesen sido habladas.

- Sí, hermana.
Yo volvía a tener nueve años.
- Élisabeth será una santa.
- Sí, hermana. Es por eso por lo que estamos tratando de encontrar sus
huesos;
para que puedan recibir el tratamiento adecuado.
Yo no estaba segura de cuál era el tratamiento adecuado para un santo,
pero la expresión sonaba bien.
Busqué el diagrama que habíamos estado examinando con el padre
Ménard y lo extendí ante ella.
- Ésta es la vieja iglesia. -Recorrí con el dedo la fila que discurría junto a la
pared norte y señalé uno de los pequeños rectángulos-. Ésta es su tumba.
La vieja monja estudió la cuadrícula durante varios minutos, con las gafas
a escasos milímetros del papel.
- Ella no está allí -dijo. Su voz retumbó en la estancia.
- ¿Perdón? -Ella no está allí. -Un dedo deforme y flaco golpeó ligeramente
el rectángulo-. Ése es un lugar equivocado.
En ese momento regresó el padre Ménard. Le acompañaba una monja de
elevada estatura y con tupidas cejas negras que formaban un ángulo sobre
la nariz. El sacerdote presentó a la hermana Julienne, quien alzó las manos
unidas y sonrió.
No era necesario explicar lo que la hermana Bernard acababa de decir. No
había - 10 - duda de que ambos habían oído las palabras de la anciana
mientras se acercaban por el corredor. Probablemente, también la
hubiesen oído de haberse encontrado en Ottawa.
- Ése es un lugar equivocado. Están buscando en un lugar equivocado -
repitió.
- ¿Qué quiere decir? -preguntó la hermana Julienne.
- Están buscando en un lugar equivocado -repitió-. Ella no está allí.
El padre Ménard y yo nos miramos.
- ¿Dónde está Élisabeth, hermana? -pregunté.
La hermana Bernard volvió a inclinarse sobre el diagrama y luego apuntó
con el dedo hacia la esquina suroriental de la iglesia.
- Está allí. Con la madre Aurélie.
- Pero, her…
- Ellos las cambiaron de lugar. Las colocaron en ataúdes nuevos y las
enterraron debajo de un altar especial. Allí.
La anciana señaló nuevamente la esquina suroriental del templo
abandonado.
- ¿Cuándo? -preguntamos al unísono.
La hermana Bernard cerró los ojos. Los labios, viejos y arrugados, se
movieron en un cálculo inaudible.
- En 1911, el año en que ingresé como novicia en el convento. Lo recuerdo
porque unos años más tarde la iglesia se incendió y entonces la
entablaron. Yo debía entrar en la iglesia quemada y poner flores en el
altar. No me gustaba nada ese trabajo. Daba escalofríos entrar allí sola.
Pero era una ofrenda a Dios.
- ¿Qué sucedió con el altar? -Lo quitaron en los años treinta. Ahora está en
la capilla del Santo Infante, en la nueva iglesia. -Dobló la servilleta y
comenzó a recoger las cosas del café-. Había una placa que señalaba el
lugar de las tumbas, pero ya no existe. Ahora nadie entra allí. Hace años
que la placa desapareció.
El padre Ménard y yo volvimos a mirarnos. El sacerdote se encogió de
hombros.

- Hermana -comencé a decir-, ¿cree que podría mostrarnos dónde se


encuentra la tumba de Élisabeth? -
Bien sûr.

- ¿Ahora? -¿Por qué no? -Se oyó el tintinear de las jarras de porcelana
sobre la bandeja.
- No se preocupe ahora por esas cosas -dijo el padre Ménard-. Por favor,
busque su abrigo y las botas, hermana, y regresaremos a la vieja iglesia.
Diez minutos después estábamos nuevamente en el templo abandonado.
El tiempo no había mejorado en absoluto y, tal vez, era más frío y húmedo
que por la mañana. El viento seguía rugiendo. Las ramas continuaban
golpeando las maderas que cubrían las ventanas.
La hermana Bernard se decidió por un sendero irregular a través de la
iglesia, y - 11 - el padre Ménard y yo la cogimos cada uno de un brazo. A
través de las capas de ropa, la anciana parecía increíblemente frágil y
ligera.
Las monjas se unieron al grupo de espectadores. La hermana Julienne
llevaba una pluma y un cuaderno de notas. Guy cerraba la marcha.
La hermana Bernard se detuvo junto a un nicho en la esquina suroriental
de la iglesia. Se había puesto una gorra tejida a mano y de color verde
pálido sobre el velo, atado debajo de la barbilla. Giró la cabeza, buscando
las marcas y tratando de orientarse. Todos los ojos se posaron en un punto
de color en el deprimente interior de la iglesia abandonada.
Le hice señas a Guy para que volviera a colocar una de las lámparas. La
hermana Bernard estaba concentrada en su tarea y no prestaba atención.
Unos minutos más tarde se retiró de la pared. Volvió la cabeza hacia la
izquierda, luego hacia la derecha y nuevamente hacia la izquierda. Arriba.
Abajo. La anciana comprobó de nuevo su posición; después trazó una línea
en el suelo con el tacón de la bota, o trató de hacerlo.
- Ella está aquí. -Su voz estridente rebotó en los muros de piedra.
- ¿Está segura? -Ella está aquí.
Era evidente que a la hermana Bernard no le faltaba seguridad en sí
misma.
Todos miramos la marca que había hecho en el suelo.
- Están en ataúdes pequeños. No como los ataúdes corrientes. Sólo eran
huesos, de modo que cabían perfectamente en ataúdes pequeños. -Alzó
sus diminutos brazos para indicar las dimensiones de un niño. Uno de sus
brazos temblaba. Guy dirigió el haz de luz hacia el sitio señalado, junto a
los pies de la anciana.
El padre Ménard le agradeció a la hermana Bernard sus servicios y luego
pidió a dos de las hermanas que la ayudaran a regresar al convento. Las
observé cuando se alejaban. La hermana Bernard parecía una niña entre
las otras dos religiosas; era tan pequeña que el borde del abrigo apenas
rozaba el polvo del suelo.
Le dije a Guy que trasladara el otro foco al nuevo emplazamiento. Luego
recuperé mi sonda de la zanja que habíamos estado cavando hasta aquella
misma mañana, coloqué la punta donde la hermana Bernard había
indicado y presioné el mango de perfil en T. Fue inútil. Ese lugar no se
había descongelado como otras zonas del interior de la iglesia. Estaba
utilizando una sonda de loza de barro para evitar daños en los objetos que
pudiera haber bajo la superficie, y el extremo en forma de bola no
conseguía pasar a través de la capa superior, parcialmente helada.
Volví a intentarlo, esa vez con más fuerza.
«Tranquila, Brennan. No los harás felices si rompes una de las ventanillas
de un ataúd, o si haces un agujero en el cráneo de la buena hermana.» Me
quité las gafas, cogí con firmeza el mango de la sonda y volví a empujar
con fuerza hacia abajo. Esa vez la superficie cedió y sentí que la sonda se
deslizaba hacia el subsuelo. Hice un esfuerzo para reprimir la urgencia de
ir más de prisa y comprobé el terreno, con los ojos cerrados, sintiendo
durante varios minutos las diferentes texturas de la tierra. Una menor
resistencia podía significar una burbuja de - 12 - aire donde algo se había
descompuesto. Una resistencia mayor a la sonda podía indicar que bajo
tierra había un hueso o algún objeto. Nada. Retiré la sonda y repetí el
procedimiento.
Al tercer intento, sentí que algo impedía el avance de la sonda. Extraje el
instrumento de prueba y volví a introducirlo unos quince centímetros hacia
la derecha. Nuevamente, noté el contacto. Había algo sólido cerca de la
superficie.
Alcé ambos pulgares en dirección al sacerdote y las monjas, y le pedí a
Guy que trajera el cedazo. Dejando la sonda a un lado, cogí una pala de
bordes planos y comencé a extraer finas capas de tierra. Fui rebajando el
suelo, centímetro a centímetro, y arrojando la tierra en el cedazo, mientras
mis ojos volaban del terreno excavado a la fina trama metálica. Al cabo de
treinta minutos encontré lo que estaba buscando. Las últimas paladas eran
oscuras, casi negras en contraste con el material marrón rojizo que había
en el cedazo.
Dejé la pala y cogí el desplantador. Me incliné sobre la zona excavada y,
con mucho cuidado, rasqué el suelo; quité las partículas sueltas y nivelé la
superficie.
Casi de inmediato, pude ver un óvalo oscuro. La mancha tenía unos
noventa centímetros de largo. Sólo podía aventurar su anchura ya que
estaba parcialmente oculta debajo de una zona de terreno que aún no
había excavado.
- Aquí hay algo -dije irguiéndome. Mi aliento parecía suspendido delante de
mi rostro.
Como si fuesen una sola persona, el sacerdote y las monjas se acercaron
para echar un vistazo al pequeño pozo que yo había excavado. Con la
punta del desplantador tracé el contorno del óvalo. En ese momento, las
monjas que habían acompañado a la hermana Bernard hasta el convento
se reintegraron al grupo.
- Podría tratarse de una sepultura, aunque parece bastante pequeña. He
cavado un poco hacia la izquierda, de modo que tendré que quitar esta
parte. - Señalé el lugar donde me encontraba acuclillada-. Ahora excavaré
fuera de la tumba y luego continuaré hacia abajo y hacia dentro. De esa
forma tendremos una visión del contorno de la sepultura a medida que
avanzamos. Y cavar de esta manera es menos pesado para la espalda. Una
zanja exterior nos permitirá extraer el ataúd desde un costado si nos
vemos obligados a hacerlo.
- ¿Qué es esa mancha? -preguntó una monja joven con el rostro de una
niña exploradora.
- Cuando algo que tiene un alto contenido orgánico se descompone, deja la
tierra de un color mucho más oscuro. Podría deberse al ataúd de madera o
a las flores que enterraron con él. -No quería explicar el proceso de
descomposición-.
Las manchas son casi siempre la primera señal de una sepultura.
Dos de las monjas se persignaron.
- ¿Es la sepultura de Élisabeth o la de la madre Aurélie? -preguntó una
monja un poco mayor. Uno de sus párpados inferiores se agitó levemente.
Levanté ambas manos en un gesto de «no lo sé». Acto seguido, me calcé
los guantes y comencé a escarbar la tierra hacia la derecha de la mancha,
extendiendo el hoyo hacia el exterior para dejar expuesto el óvalo y una
franja de unos sesenta centímetros a lo largo del lado derecho.
- 13 - Nuevamente, los únicos sonidos que se escuchaban en el recinto
desierto eran los producidos por el desplantador y el cedazo.
- ¿Eso significa algo? -preguntó una de las monjas señalando el cedazo.
Me incorporé para echar un vistazo, agradeciendo la excusa para estirar
los músculos.
La monja señalaba un pequeño fragmento de color marrón rojizo.
- Puede apostar a que… Ya lo creo, hermana. Parece madera de ataúd.
Busqué unas bolsas de papel entre mis cosas. Marqué una con la fecha, el
lugar y toda la información pertinente; la coloqué en el cedazo y dejé el
resto en el suelo.
Sentía los dedos completamente entumecidos.
- Hermanas, es hora de ponerse manos a la obra. Hermana Julienne,
apunte todo lo que encontremos. Escríbalo en la bolsa y que conste en el
registro, como ya hemos hablado. -Eché un vistazo al agujero-. Nos
encontramos aproximadamente en el nivel de los sesenta centímetros.
Hermana Marguerite, ¿quiere tomar unas fotos, por favor? La hermana
Marguerite asintió y levantó la cámara.
Las religiosas comenzaron a trabajar con ahínco, con la ansiedad propia de
quien ha estado observando durante horas. Yo me afanaba con el
desplantador; las hermanas Párpado y Niña Exploradora se encargaban del
cedazo. La cantidad de fragmentos aumentaba sobre la malla de alambre
y muy pronto pudimos ver un perfil en el suelo manchado. Era madera y
estaba muy deteriorada. Mala señal.
Con ayuda del desplantador y las manos desnudas continué dejando al
descubierto lo que esperaba que fuese un ataúd. Aunque la temperatura
era muy baja y los dedos de las manos y los pies ya no sentían nada desde
hacía un buen rato, yo transpiraba profusamente dentro de la parka. «Por
favor, que sea ella», pensé. ¿Y en ese momento quién era la que estaba
rezando? Mientras ensanchaba el orificio hacia el norte, fue quedando al
descubierto una mayor porción de madera; el objeto aumentaba de
tamaño. Lentamente, el contorno surgió de la tierra: hexagonal. Era la
forma de un ataúd. Tuve que hacer un esfuerzo para no gritar «¡Aleluya!»,
una expresión muy religiosa pero nada profesional, me dije.
A continuación, procedí a apartar la tierra, puñado a puñado, hasta que la
parte superior del objeto quedó completamente expuesta. Se trataba de
un ataúd pequeño y lo había desenterrado empezando por los pies y
siguiendo en dirección a la cabeza.
Dejé el desplantador a un lado y cogí un pincel. Mis ojos se encontraron
con los de una de mis ayudantes. Sonreí. Ella sonrió. Su párpado derecho
se movió con un leve espasmo.
Pasé el pincel una y otra vez sobre la superficie de madera, quitando
décadas de tierra incrustada. Todo el mundo dejó lo que estaba haciendo
para contemplar mi trabajo. Gradualmente, fue apareciendo en la tapa del
ataúd un objeto en relieve, justo encima del punto más ancho y
exactamente en el lugar donde debería encontrarse una placa. El corazón
golpeaba con fuerza dentro de mi pecho.
El pincel continuó su tarea sobre la deteriorada madera hasta que el objeto
quedó a la vista. Era ovalado y metálico, y el borde estaba adornado con
filigranas.
- 14 - Con ayuda de un cepillo de dientes limpié suavemente la superficie.
Aparecieron las letras.
- Hermana, ¿podría alcanzarme mi linterna? Está en la mochila.
Nuevamente, las monjas se inclinaron como si fuesen una sola persona.

Pingüinos en una charca. Dirigí el haz de luz hacia la placa. «Élisabeth


Nicolet, 1846- 1888.
Femme contemplative.
» -Ya la tenemos -dije a nadie en particular.
- ¡Aleluya! -exclamó la hermana Niña Exploradora. Y resultó suficiente en
cuanto a etiqueta religiosa.
Durante las dos horas siguientes, exhumamos los restos de Élisabeth. Las
monjas, incluso el padre Ménard, se entregaron a la tarea con el ánimo de
un grupo de estudiantes universitarios en su primera excavación. Hábitos y
sotanas se arremolinaban a mi alrededor mientras la tierra pasaba por el
cedazo, las bolsas eran llenadas, rotuladas y apiladas, y todo el proceso
quedaba registrado en película. Guy también ayudaba, aunque todavía con
cierta reticencia. Era el equipo más extraño que yo había dirigido en mi
vida.
No fue fácil extraer el ataúd. Aunque era pequeño, la madera estaba muy
dañada y el interior de la caja se había llenado de podredumbre, de forma
que el peso había aumentado considerablemente. La zanja lateral fue una
buena idea, aunque subestimé el espacio que sería necesario. Tuvimos
que ensanchar la zanja unos sesenta centímetros para deslizar una lámina
de madera contra chapada debajo del ataúd. Finalmente, pudimos levantar
todo el conjunto utilizando una cuerda de polipropileno tejida.
Hacia las diecisiete treinta estábamos bebiendo café en la cocina del
convento, agotados y sintiendo cómo se descongelaban lentamente las
manos, los pies y la cara.
Élisabeth Nicolet y su pequeño ataúd estaban en la parte posterior de la
furgoneta de la archidiócesis, junto con mi equipo. Al día siguiente, Guy la
llevaría al Laboratorio de Medicina Legal de Montreal, donde trabajo como
antropóloga forense para la provincia de Quebec. Puesto que los muertos
históricos no cumplen los requisitos para ser considerados casos forenses,
fue necesario obtener una autorización especial del Departamento del
Forense para que el análisis de los restos pudiera ser realizado en sus
instalaciones. Tendría dos semanas para trabajar con esos huesos.
Apoyé mi taza en la mesa y me despedí varias veces. Las hermanas me
agradecieron lo que había hecho y, aunque sonreían, sus rostros tensos
denotaban el nerviosismo que les había producido mi hallazgo. Eran por
naturaleza muy sonrientes.
El padre Ménard me acompañó hasta el coche. La tarde había dejado paso
a las primeras sombras de la noche y caía una fina nevada. Los copos
parecían extrañamente calientes sobre mis mejillas.
El sacerdote me preguntó una vez más si no prefería pasar la noche en el
convento. La nieve brillaba detrás de él mientras caía iluminada por la luz
del porche. Decliné la invitación nuevamente. Después de un par de
últimas indicaciones - 15 - para no equivocarme de carretera, emprendí el
regreso.
Tras veinte minutos circulando comencé a lamentar la decisión que había
tomado. Los copos de nieve, que hasta entonces habían flotado casi con
indolencia delante de los faros del coche, formaban en ese momento una
cortina diagonal que parecía cortar el aire. La carretera y los árboles a
ambos lados estaban cubiertos por una membrana blanca que se volvía
cada vez más opaca.

Aferré el volante con ambas manos, sintiendo las palmas húmedas y frías
dentro de los guantes. Reduje la velocidad a sesenta, y luego a treinta y
cinco. Cada pocos minutos probaba los frenos. A pesar de que hacía años
que vivía en Quebec, nunca había logrado acostumbrarme a conducir en
invierno. Me obligo a pensar que soy capaz de hacerlo, pero nada más me
pongo al volante de un coche sobre la nieve y soy la Princesa Miedica. Aún
tengo la típica reacción de un sureño ante las tormentas de nieve: «¡Oh!,
la nieve. Entonces, naturalmente, hoy no saldremos.» Los
québéçois
me miran y se echan a reír.

El miedo tiene una cualidad compensadora: elimina la fatiga. A pesar del


agotamiento que sentía, me mantuve alerta, con los dientes apretados, el
cuello estirado y los músculos rígidos. La autopista municipal del este
estaba un poco mejor que las carreteras secundarias, pero no mucho. El
viaje en coche desde Lac Memphrémagog hasta Montreal no dura más de
dos horas; yo tardé casi cuatro.

Poco después de las diez de la noche me encontraba en la oscuridad de mi


apartamento, exhausta pero feliz de estar en casa, en mi hogar de
Quebec. Había estado en Carolina del Norte casi dos meses.
«Bienvenue.»
Mi proceso mental ya había cambiado al francés.

Encendí la calefacción y comprobé las existencias de la nevera. Estaba


vacía.
Metí un burrito helado en el microondas y conseguí que llegase al
estómago con una cerveza sin alcohol a temperatura ambiente. No era alta
cocina, pero me llenó.
Había dejado el equipaje en el dormitorio y no consideré la posibilidad de
abrir las maletas en ese momento. «Mañana», me dije. Me dejé caer en la
cama con la firme intención de dormir al menos nueve horas. El teléfono
me despertó en menos de cuatro.
-
Oui,
sí -farfullé, con la transición lingüística en el limbo.

- Temperance. Soy Pierre LaManche. Lamento molestarla a estas horas.


Esperé. En los siete años que llevaba trabajando para él, el director del
laboratorio jamás me había llamado a las tres de la mañana.
- Espero que todo haya ido bien en Lac Memphrémagog. -Carraspeó
ligeramente-. Acabo de recibir una llamada de la oficina del forense. Hay
un incendio en St. Jovite. Los bomberos aún están tratando de controlar las
llamas. Los investigadores de incendios premeditados acudirán a primera
hora de la mañana, y el forense nos quiere allí. -Volvió a aclararse la
garganta-. Un vecino dice que los que viven en la casa aún están dentro.
Los coches permanecen en el camino de entrada.
- ¿Para qué me necesita? -pregunté en inglés.
- 16 - -Aparentemente el fuego es muy violento. Si hay cadáveres, estarán
terriblemente quemados; tal vez reducidos a huesos y dentaduras
calcinadas. Podría resultar muy difícil recuperarlos.
«Maldita sea. Mañana no.» -¿A qué hora? -Pasaré a recogerla a las seis.
- De acuerdo.
- Temperance, podría ser un asunto muy feo. En la casa vivían varios
niños.
Puse la alarma del despertador a las cinco y media.

«Bienvenue.»

- 17 -
Capítulo 2

Habiendo vivido en el sur durante toda mi vida adulta, nunca puede hacer
demasiado calor para mí. Me encantan la playa en agosto, los bañadores,
los ventiladores de techo, el olor del pelo transpirado de los niños, el
sonido de los insectos contra las alambreras de las ventanas. Aun así, paso
mis veranos y las vacaciones escolares en Quebec. Durante el año
académico acostumbro a volar desde Charlotte, en Carolina del Norte,
donde trabajo en la Facultad de Antropología, a Montreal para trabajar en
el Laboratorio de Medicina Legal. Se trata de una distancia de
aproximadamente dos mil kilómetros, proa al norte. Cuando es pleno
invierno, a menudo mantengo algunas conversaciones conmigo misma
antes de bajar del avión.
«Hará frío -me recuerdo-. Hará mucho frío, pero llevarás la ropa adecuada
y estarás preparada. Sí, estaré preparada.» Nunca lo estoy. Siempre sufro
una pequeña conmoción al abandonar la terminal del aeropuerto y respirar
esa primera y sorprendente bocanada de aire.
A las seis de la mañana del décimo día de marzo, el termómetro del patio
marcaba dos grados Fahrenheit, diecisiete grados bajo cero en la escala
Celsius. Me había puesto todo lo que había podido: ropa interior hasta los
tobillos, tejanos, dos jerséis, botas de excursionista y calcetines de lana.
Dentro de los calcetines llevaba un reluciente forro aislante, cuyo fin era
mantener tostados los pies de los astronautas con destino a Plutón. De
hecho, vestía la misma combinación provocativa del día anterior;
probablemente, me mantendría igual de caliente. Cuando LaManche hizo
sonar la bocina de su coche cerré la cremallera de la parka, me puse la
gorra y los guantes de esquiar, y salí disparada del vestíbulo. La misión de
ese día no me entusiasmaba en absoluto, pero no quería hacer que
esperara. Y, además, me estaba muriendo de calor con toda aquella ropa.
Pensé que me encontraría con el clásico sedán oscuro, pero LaManche
agitó la mano a modo de saludo desde lo que probablemente podría
denominarse un utilitario deportivo: rojo brillante, transmisión a las cuatro
ruedas, rayas propias de un coche de carreras.
- Bonito coche -dije mientras subía y me acomodaba en el asiento del
acompañante.

-
Merci.

Hizo un gesto hacia un portabotes colocado en el centro del salpicadero.


Contenía dos vasos de plástico y una bolsa de donuts. «Dios te bendiga.»
Me decidí por uno de manzana.
Mientras nos dirigíamos hacia St. Jovite, LaManche me contó lo que sabía
del caso. Su relato no aportó muchos más detalles de los que me había
dado a las tres de la mañana. Desde el otro lado de la calle, una pareja de
vecinos había visto a los - 18 - ocupantes de la casa entrar en la vivienda a
las nueve de la noche. Después los vecinos se marcharon a visitar a unos
amigos y regresaron relativamente tarde.
Cuando volvían a casa, aproximadamente a las dos de la mañana,
advirtieron un resplandor carretera abajo y luego contemplaron la casa
envuelta en llamas. Otra vecina creyó escuchar unas detonaciones cerca
de la medianoche, pero no estando segura se volvió a la cama. Es una
zona alejada y escasamente poblada. La brigada de bomberos voluntarios
llegó a las dos y media, y solicitaron ayuda al ver lo que tenían delante.
Dos equipos de bomberos tuvieron que luchar durante tres horas para
extinguir el fuego. LaManche había hablado nuevamente con el forense a
las cinco cuarenta y cinco. Había dos muertes confirmadas y se preveía
encontrar más víctimas. Algunas zonas de la casa aún estaban demasiado
calientes, o resultaban excesivamente peligrosas, para continuar la
búsqueda. Se sospechaba que el fuego había sido intencionado.
Viajamos hacia el norte en la penumbra que precede al amanecer, hacia
las estribaciones de las montañas Lauréntides. LaManche hablaba poco, lo
que a mí me parecía bien puesto que no soy una persona madrugadora.
Sin embargo, él es un adicto al audio, y las cintas de casete se sucedían
sin interrupción: música clásica, pop, incluso C todos temas convertidos en
una agradable colección de viaje. Tal vez fuese una música destinada a
relajar al oyente, como la que se escucha en los ascensores y las salas de
espera, pero a mí me atacaba los nervios.
- ¿A qué distancia está St. Jovite? -pregunté mientras optaba por un donut
doble de chocolate cubierto con miel.
- Nos llevará un par de horas. St. Jovite se encuentra aproximadamente a
veinticinco kilómetros a este lado del monte Tremblant. ¿Ha esquiado allí?
LaManche llevaba una parka hasta las rodillas, de color verde militar y con
una capucha forrada en piel. Desde el costado, sólo alcanzaba a divisar la
punta de su nariz.
- ¡Ajá! Un lugar maravilloso.
Cuando visité el monte Tremblant estuve a punto de congelarme. Era la
primera vez que esquiaba en Quebec e iba vestida para las montañas Blue
Ridge. En la cima, el viento era lo bastante frío como para congelar el
hidrógeno líquido.
- ¿Cómo fueron las cosas en Lac Memphrémagog? -La tumba no estaba
donde esperábamos, pero eso tampoco es una novedad.

Aparentemente, el cuerpo de la monja fue exhumado y vuelto a enterrar


en 1911. Lo extraño es que no haya ningún registro de esa circunstancia.
-Y mientras bebía un trago de café tibio, pensé que realmente era muy
extraño. En ese momento sonaba un Springsteen instrumental,
Born in the USA.
Intenté abstraerme de la música-. En cualquier caso, dimos con ella. Sus
restos serán enviados hoy al laboratorio.

- Lamento lo de este incendio. Sé que contaba con disponer de una


semana libre para concentrarse en el análisis de esos restos.
En Quebec, los inviernos pueden ser lentos para los antropólogos forenses;
la temperatura raramente supera los cero grados. Una lámina de hielo
cubre ríos y lagos, la tierra se convierte en una piedra dura y la nieve lo
entierra todo. Los insectos desaparecen, y una multitud de carroñeros se
meten bajo tierra. El resultado - 19 - es que los cadáveres no se pudren al
aire libre. Tampoco se extraen cuerpos que floten en el San Lorenzo, y la
gente también se mete en sus madrigueras. Cazadores, excursionistas y
domingueros dejan de vagar por bosques y campos, y algunos de los
muertos de la estación anterior no son encontrados hasta que la primavera
comienza a fundir la capa de hielo. Los casos que me son asignados, los
desconocidos que necesitan un nombre, declinan en número entre
noviembre y abril.

La excepción la representan los incendios que se producen en las casas.


Durante los meses más fríos, el número de estos incendios aumenta
notablemente. La mayoría de los cuerpos quemados se llevan al
odontólogo y se los identifica a partir de sus fichas dentales. La dirección y
su ocupante son generalmente conocidos, de modo que se puede recurrir
a los archivos
ante mortem
para compararlos. Cuando aparecen desconocidos carbonizados, entonces
solicitan mis servicios.

También me requieren en situaciones en las que la recuperación de los


cuerpos supone una tarea complicada. LaManche estaba en lo cierto. Yo
contaba con disponer de una agenda libre durante al menos una semana y
no me hacía ninguna ilusión tener que viajar hasta St. Jovite.

- Quizá no habrá necesidad de que intervenga en los análisis. -Un millón de


cuerdas comenzaron a interpretar
I'm Sitting on Top of the World
-. Es probable que tengan todos los datos de la familia.

- Es probable.
Llegamos a St. Jovite en menos de dos horas. Había salido el sol y los rayos
pintaban la ciudad y la campiña con los primeros tonos helados de la
mañana. Nos desviamos hacia el oeste por una sinuosa carretera
secundaria de dos carriles. A los pocos minutos, dos remolques de
plataforma pasaron junto a nuestro coche en dirección contraria. Uno
llevaba un Honda gris bastante deteriorado; el otro cargaba un Plymouth
Voyager rojo.
- Al parecer han incautado los coches -dijo LaManche.
Vi que los vehículos desaparecían del espejo lateral. El monovolumen
Plymouth llevaba un portabebés enganchado en el asiento posterior y una
pegatina con una cara amarilla y sonriente en el parachoques trasero.
Imaginé a un niño en la ventanilla, con la lengua fuera y los dedos metidos
en las orejas, haciéndole muecas al mundo. «Ojos saltones», decíamos mi
hermana y yo cuando éramos pequeñas. Tal vez aquel niño yacía
carbonizado y absolutamente irreconocible en una habitación de la planta
alta de la casa a la que pronto llegaríamos.
Pocos minutos después se dibujó ante nuestros ojos lo que estábamos
buscando.
Coches patrulla, autobombas, camiones de servicio público, unidades
móviles de distintos medios de comunicación, ambulancias y coches sin
distintivos especiales se alineaban junto a la carretera y a ambos lados de
un largo camino particular cubierto de grava.
Los periodistas formaban pequeños grupos: unos hablaban, otros
ajustaban sus equipos. Algunos permanecían sentados en sus coches para
mantenerse calientes mientras esperaban la historia. Gracias al frío
reinante y a lo intempestivo de la hora, el número de curiosos era
sorprendentemente escaso. De vez en cuando pasaba un coche, y luego
regresaba lentamente para echar otro vistazo. Eran paletos de ida y - 20 -
vuelta. Después llegarían muchos más.
LaManche puso el intermitente y se acercó al camino de entrada a la casa,
donde un policía uniformado nos hizo señas para que parásemos. Llevaba
una cazadora verde oliva con el cuello de piel negra, mitones verde oscuro
y una gorra también verde oliva con las orejeras levantadas. Tenía la nariz
y las orejas de color rojo frambuesa y, cuando habló, una nube de vapor
salió de su boca. Pensé en decirle que se cubriese las orejas, pero un
segundo después me sentí como mi madre y no lo hice. «Es un chico
grande. Si sus lóbulos se agrietan ya sabrá cómo arreglárselas.» LaManche
exhibió su placa, y el oficial nos indicó que avanzáramos y que
aparcásemos detrás del camión azul de recuperación de cadáveres.
«Section d'Identité Judiciaire», decía en grandes letras negras. La Unidad
de Recuperación en la Escena del Crimen también estaba allí, y supuse
que igualmente estarían los chicos que investigan los incendios
premeditados.
LaManche y yo nos pusimos las gorras y los guantes, y bajamos del coche.
El cielo era ya de un azul celeste y la luz del sol se reflejaba en la nieve
fresca de la noche anterior. El aire resultaba tan frío que parecía tener una
consistencia cristalina y hacía que todo tuviese una apariencia clara y bien
definida. Vehículos, casas, árboles y postes del tendido eléctrico
proyectaban sombras oscuras sobre el suelo cubierto de nieve, como si
fuesen imágenes de una película muy sensible.
Miré a mi alrededor. Los restos ennegrecidos de una casa, un garaje
intacto y una pequeña construcción exterior de uso indefinido formaban,
en el extremo del camino de grava, un conjunto fabricado en un estilo
alpino, barato y sencillo. Los senderos componían un triángulo en la nieve,
uniendo las tres construcciones. Un bosquecillo de pinos circundaba lo que
quedaba de la casa principal; las ramas estaban tan cargadas de nieve que
los extremos se curvaban hacia abajo. Alcancé a ver una ardilla que
correteaba en una rama y luego se refugiaba en la seguridad del tronco.
Sus movimientos provocaron una pequeña avalancha de nieve que dejó
diminutas marcas en la sábana blanca que se extendía debajo.
La casa tenía un techo empinado de tejas anaranjadas, parcialmente
erguido, aunque en ese momento aparecía oscurecido por el fuego y el
humo y cubierto de hielo. La parte de la superficie exterior que no había
resultado afectada por el fuego estaba revestida de madera de color
crema. Las ventanas eran aberturas negras y vacías, los cristales estaban
hechos añicos y el borde turquesa se veía quemado o cubierto de hollín.
La mitad izquierda de la casa estaba calcinada y la zona posterior
completamente destruida. En el extremo más alejado de la vivienda
alcancé a ver las maderas atezadas allí donde alguna vez habían estado
unidos las paredes y el techo.
De alguna parte de la zona trasera de la casa seguían elevándose delgadas
columnas de humo.
La parte frontal había resultado menos dañada. Un porche de madera
ocupaba todo el largo de la fachada y pequeños balcones sobresalían de
las ventanas superiores. El porche y los balcones habían sido construidos
con estacas rosadas, redondeadas en la parte superior y con figuras de
corazones recortadas a intervalos regulares.
- 21 - Miré detrás de mí, a lo largo del camino de entrada a la casa. Al otro
lado de la carretera se alzaba un chalet similar al que se había quemado,
aunque en la decoración prevalecían el azul y el rojo. Delante de la casa
había una pareja, con los brazos cruzados y las manos cubiertas con
mitones y escondidas bajo las axilas.
Ambos contemplaban la escena en silencio; tenían los ojos entrecerrados a
causa del resplandor de la mañana, y los rostros apesadumbrados bajo
sendas gorras de caza anaranjadas. Eran los vecinos que habían dado el
aviso de que la casa estaba ardiendo. Examiné la carretera. Hasta donde
alcanzaba la vista no se veía ninguna otra casa. Quienquiera que hubiese
creído oír unas detonaciones apagadas seguramente tenía un oído muy
bueno.
LaManche y yo nos dirigimos hacia la casa. Pasamos junto a docenas de
bomberos, cuyos trajes amarillos, cascos rojos, cinturones azules llenos de
herramientas y botas de caucho negro brindaban colorido al paisaje.
Algunos llevaban tanques de oxígeno sujetos con correas a la espalda. La
mayoría parecía estar recogiendo su equipo.
Nos acercamos a un oficial uniformado que se encontraba junto al porche.
Al igual que el policía que nos había detenido en el camino de entrada, era
de la Sûreté du Quebec, la policía provincial, probablemente de un puesto
en St. Jovite o en una localidad próxima. La SQ tiene jurisdicción en
cualquier parte a excepción de la isla de Montreal y aquellas ciudades que
disponen de policía propia. St. Jovite es demasiado pequeña para eso, de
modo que habían llamado a la SQ; tal vez lo había hecho el jefe de
bomberos, tal vez el vecino del otro lado de la carretera. La SQ, a su vez,
había avisado a los investigadores que se encargan de los incendios
provocados, la Sección de Incendios y Explosivos de nuestro laboratorio.
Me preguntaba quién había tomado la decisión de llamar al forense.
¿Cuántas víctimas habría? ¿En qué estado se encontrarían? No muy bueno;
eso podía jurarlo. Mi corazón comenzó a acelerarse.
LaManche volvió a exhibir su placa, y el hombre la examinó.

-
Un instant, docteur, s'il vous plaît
-dijo levantando una palma enfundada en un guante. Llamó a uno de los
bomberos, le hizo un comentario y se señaló la cabeza.

Un instante después, LaManche y yo teníamos cascos y máscaras. Nos


colocamos los primeros y colgamos las últimas en los brazos.

-
Attention!
-dijo el oficial volviendo la cabeza hacia la casa. Luego se hizo a un lado
para dejarnos pasar. ¡Oh, sí! Tendría mucho cuidado.

La puerta principal estaba abierta de par en par. Cuando cruzamos el


umbral, el sol quedó fuera y la temperatura descendió diez grados. En el
interior, el aire era húmedo y olía a madera calcinada y plástico
empapado. Una sustancia oscura y pegajosa cubría todas las superficies.
Justo delante de nosotros una escalera llevaba a la segunda planta, y a
izquierda y derecha se abría el enorme espacio de lo que seguramente
habían sido la sala de estar y el comedor. Lo que quedaba de la cocina
estaba en la parte posterior.
Yo había estado en muchos escenarios de incendios, pero en pocos donde
la devastación fuese tan terrible. Por todas partes había tablas
carbonizadas, como desperdicios lanzados contra un rompeolas. Estaban
cruzadas encima de los - 22 - armazones entrelazados de un sillón y un
sofá, formando ángulos contra los peldaños de la escalera y a modo de
espalderas contra puertas y paredes. Restos de muebles componían
montones oscuros aquí y allá. De las paredes y los techos colgaban cables
retorcidos y cañerías dobladas hacia dentro en los puntos de fijación.
Marcos de ventanas, pasamanos de escalera, tablas, todo parecía
ribeteado con un encaje negro.
La casa estaba llena de gente con cascos, hablando, tomando medidas y
fotografías, grabando en vídeo, recogiendo pruebas y garabateando en
tablillas con sujetapapeles. Reconocí a dos investigadores de nuestro
laboratorio que se encargaban de los casos de fuegos intencionados.
Sostenían entre ambos una cinta métrica, y uno de ellos permanecía
acuclillado en un punto fijo mientras el otro describía círculos y apuntaba
datos cada pocos pasos.
LaManche avistó a un miembro del personal del departamento forense y se
dirigió hacia él. Yo le seguí, sorteando con dificultad trozos de metal
retorcidos, vidrios rotos y lo que parecía un saco de dormir rojo enredado,
con el relleno expuesto como si fuesen entrañas de carbón.
El forense era un hombre muy grueso y sonrosado. Al vernos se irguió
ligeramente, lanzó un soplido, proyectó el labio inferior hacia fuera e hizo
un gesto con su mano enfundada en un mitón, señalando la devastación
que nos rodeaba.
- Bien, monsieur Hubert, ¿tenemos dos muertos? LaManche y Hubert eran
absolutamente diferentes, como tonos contrastantes en una tabla de color.
El patólogo era un hombre alto y delgado, y tenía un rostro alargado de
sabueso. El forense, por su parte, era redondo en todos los aspectos.
Cuando pensaba en Hubert, siempre imaginaba líneas horizontales, y
cuando pensaba en LaManche, líneas verticales.
Hubert asintió, y tres papadas se agitaron por encima de la bufanda.
- Arriba.
- ¿Otros cuerpos? -Todavía no, pero aún no han acabado de examinar el
nivel inferior. El fuego fue mucho más violento en la parte trasera de la
casa. Creen que probablemente se inició en una habitación junto a la
cocina. Esa zona está completamente quemada y el suelo se ha
derrumbado sobre el sótano.
- ¿Ha visto los cadáveres? -Aún no. Estoy esperando a que despejen el
lugar para subir a la planta superior. El jefe de bomberos quiere estar
seguro de que no hay peligro.
Compartí en silencio el criterio del jefe de bomberos.
Los tres permanecimos callados, contemplando aquel desastre. El tiempo
pasaba con lentitud. Me dediqué a doblar y extender los dedos de manos y
pies para mantenerlos flexibles. Finalmente, tres bomberos descendieron
de la planta superior.
Llevaban cascos y máscaras protectoras, y tenían aspecto de haber estado
buscando armas químicas.
- Todo está controlado -dijo el último bombero, quitándose la máscara-. Ya
pueden subir. Sólo deben tener cuidado en dónde pisan y no han de
quitarse los cascos. Ese jodido techo podría caerse en cualquier momento,
pero los suelos parecen - 23 - estar bien. -Continuó su camino hacia la
puerta y luego se volvió-. Están en la habitación de la izquierda.
Hubert, LaManche y yo nos abrimos paso hacia la planta superior de la
casa.
Miles de fragmentos de cristales y caucho calcinado crujían bajo nuestros
pies. Pude sentir cómo se tensaban las paredes del estómago mientras
una desagradable sensación de vacío crecía en mi pecho. Aunque se trata
de mi trabajo, nunca he sido insensible a la visión de una muerte violenta.
En la planta superior se abría una puerta a la izquierda, otra a la derecha y
había un cuarto de baño justo delante. Aunque el humo había hecho
verdaderos estragos, en comparación con la planta inferior, ahí las cosas
parecían estar razonablemente intactas.
A través de la puerta de la izquierda pude ver una silla, una estantería y el
extremo de una cama. Sobre ella había un par de piernas. LaManche y yo
entramos en esa habitación, y Hubert fue a comprobar la que se abría a la
derecha.
La pared posterior estaba parcialmente quemada y en algunos lugares
aparecían pequeños trozos de madera detrás del empapelado con motivos
florales.
Las vigas eran negras como el carbón; sus superficies, ásperas y
cuadriculadas como la piel de un cocodrilo. «Acocodriladas», escribirían los
chicos del laboratorio encargados de investigar las causas del incendio. El
suelo estaba cubierto de detritus calcinados y helados, y el hollín lo cubría
prácticamente todo.
LaManche contempló el lugar durante varios minutos y luego sacó un
pequeño dictáfono del bolsillo. Grabó la fecha, la hora y el lugar, y
comenzó a describir a las victimas.
Dos cuerpos yacían en camas gemelas, que formaban una L en la esquina
más alejada de la habitación; había una pequeña mesa entre ambas.
Extrañamente, parecían estar completamente vestidos, si bien el humo y
el fuego habían oscurecido cualquier indicio de estilo o género. La víctima
que se encontraba junto a la pared posterior llevaba bambas; la que
estaba junto a la pared lateral, calcetines. Advertí que uno de los
calcetines de deporte estaba parcialmente bajado y que el tobillo aparecía
manchado a causa del humo. La punta del calcetín colgaba de los dedos.
Ambas víctimas eran adultos. Uno de ellos parecía más robusto que el otro.
- Víctima número uno… -continuó LaManche.
Me obligué a examinar los cuerpos más detenidamente. La víctima número
uno tenía los brazos levantados y flexionados, como preparados para
pelear; era una pose pugilística. Aunque no había durado lo suficiente y
tampoco había alcanzado un calor excesivo como para consumir toda la
carne, el fuego, tras avanzar por la pared posterior, había producido
suficiente calor como para asar los miembros superiores y provocar la
contracción de los músculos. Debajo de los codos, los brazos se veían
delgados como varillas. Trozos de tejido chamuscado colgaban de los
huesos. Las manos eran muñones ennegrecidos.
El rostro me recordó a la momia de Ramsés. Los labios se habían
quemado, y los dientes, con el esmalte negro y agrietado, habían quedado
expuestos. Uno de los incisivos estaba delicadamente perfilado en oro. Los
orificios de la nariz, quemada y aplastada, apuntaban hacia arriba como el
hocico de un murciélago frugívoro. Podía - 24 - ver las fibras musculares
rodeando las órbitas e invadiendo los pómulos y el maxilar inferior, como
una línea trazada en un texto de anatomía. Cada cuenca conservaba un
globo ocular seco y arrugado como una uva pasa. El pelo había
desaparecido, al igual que la parte superior de la cabeza.
La víctima número dos estaba menos destrozada. Parte de la piel se había
ennegrecido y abierto, pero en su mayor parte aparecía simplemente
ahumada. Finas y diminutas líneas blancas partían de la comisura de los
ojos, y la zona interior de las orejas estaba descolorida, igual que la parte
oculta de los lóbulos. El pelo había quedado reducido a un casquete rizado.
Uno de los brazos descansaba junto al cuerpo y el otro estaba extendido
como si hubiese querido alcanzar a su compañero en el momento de la
muerte. La mano abierta había quedado reducida a una garra huesuda y
negra.
El monótono relato de LaManche continuó sin variaciones, describiendo la
habitación y a sus inertes ocupantes. Yo le escuchaba a medias, aliviada
de que no me necesitaran. ¿O no sería así? Se suponía que en la casa
había niños. ¿Dónde estaban? A través de la ventana abierta podía ver la
luz del sol, los pinos y la brillante blancura de la nieve. En el exterior de la
casa, la vida continuaba.
El silencio interrumpió mis pensamientos. LaManche había dejado de dictar
su informe y había reemplazado los guantes de lana por otros de látex.
Comenzó a examinar a la víctima número dos, le abrió los párpados y miró
dentro de la nariz y la boca. Luego hizo girar el cuerpo hacia la pared y
levantó el faldón de la camisa.
La capa exterior de la piel se había separado y los bordes se curvaban
hacia atrás. La epidermis parecía transparente, como la delicada película
en el interior del huevo. Debajo, los tejidos tenían un color rojo brillante,
con manchas blancas donde habían estado en contacto con las sábanas
arrugadas. LaManche presionó con un dedo el músculo de la espalda, y un
punto blanco apareció en la carne roja.
Hubert se reunió con nosotros. LaManche estaba colocando nuevamente el
cuerpo en la posición supina. Ambos le miramos con una pregunta en los
ojos.
- Vacía.
LaManche y yo no cambiamos nuestra expresión.
- En la habitación hay un par de cunas. Debe de ser la habitación de los
niños.
Los vecinos dicen que en la casa había dos bebés. -Respiraba con
dificultad-.
Gemelos. Varones.
Pero no están allí.
Hubert sacó un pañuelo y se enjugó el rostro. El sudor y el viento polar no
son una buena combinación.
- ¿Qué tenemos aquí? -Naturalmente será necesaria una autopsia completa
-contestó LaManche en tono grave y melancólico-, pero, basándome en
mis exámenes preliminares, diría que estas personas estaban vivas cuando
comenzó el incendio; al menos ésta lo estaba.
Señaló a la víctima número dos.
- Me quedaré aquí otros treinta minutos aproximadamente; luego, se los
pueden llevar.
- 25 - Hubert asintió y abandonó la habitación para informar a los
miembros de su equipo encargados del transporte.
LaManche se acercó al primer cuerpo y después regresó junto al segundo.
Yo le observaba en silencio, tratando de calentarme las manos lanzando el
aliento cálido a través de los mitones. Finalmente, acabó su trabajo. No
tuve necesidad de preguntarle.
- Humo -dijo-. Alrededor de los orificios de la nariz, en la nariz y en las vías
respiratorias. -Me miró.
- Aún respiraban mientras la casa se incendiaba.
- Sí. ¿Algo más? -La lividez. El color rojo cereza. Eso sugiere la presencia de
monóxido de carbono en la sangre.
- ¿Y…? -La piel blanca cuando presionó la espalda con el dedo. La lividez
aún no se ha fijado. La decoloración de la piel sólo se produce unas horas
después de que se haya desarrollado la lividez.
- Así es. -LaManche miró su reloj-. Pasan unos minutos de las ocho. Esta
persona podría haber estado con vida a las tres o cuatro de la mañana. -Se
quitó los guantes de látex-. Sin embargo, la brigada de bomberos llegó
aquí a las dos y treinta, de modo que la muerte se produjo antes de esa
hora. La lividez es extremadamente variable. ¿Qué más? La pregunta
quedó sin respuesta. Abajo se escuchó una pequeña conmoción y luego
ruidos de pasos que subían apresuradamente la escalera. Un bombero
apareció en la puerta de la habitación, respirando agitadamente.

-
Estidecolistabemac!

Repasé mentalmente mi léxico quebequés. No encontré nada. Miré a


LaManche.
Antes de que pudiera traducirme la extraña expresión, el bombero
continuó hablando.
- ¿Hay aquí alguien llamado Brennan? -le preguntó a LaManche.
La sensación de vacío se extendió hacia mis entrañas.
- Hemos encontrado un cuerpo en el sótano. Dicen que vamos a necesitar
los servicios de ese tío Brennan.
- Yo soy Tempe Brennan.
El bombero me dedicó una larga mirada. Llevaba el casco bajo el brazo y
tenía la cabeza inclinada. Luego se limpió la nariz con el dorso de la mano
y volvió a mirar a LaManche.
- Puede bajar tan pronto como el jefe le autorice a hacerlo. Y será mejor
que traiga una cuchara. No es gran cosa lo que ha quedado de ese tío.

- 26 -
Capítulo 3

El bombero voluntario nos acompañó a la planta baja, y los tres pasamos a


la zona trasera de la casa. Ahí, la mayor parte del techo había
desaparecido y la luz del sol se filtraba en el lóbrego interior. Partículas de
polvo y hollín bailaban en el aire gélido.
Nos detuvimos al llegar a la entrada de la cocina. Hacia la izquierda podía
distinguir los restos de un mostrador, un fregadero y varios aparatos
eléctricos. La lavadora estaba abierta y su contenido negro y derretido. Por
todas partes había maderas carbonizadas; eran las mismas estacas
gigantes que había visto en las habitaciones principales.
- Será mejor que se queden junto a las paredes -dijo el bombero, e hizo un
gesto con el brazo antes de desaparecer a través del quicio de la puerta.
Volvió a aparecer segundos más tarde y se dirigió hacia la parte occidental
de la habitación. Detrás de él, la cubierta del mostrador estaba curvada
hacia arriba como si fuese un regaliz gigante. Incrustados en esa superficie
se veían fragmentos de botellas de vino hechas añicos y diferentes bulbos
de distintos tamaños, imposibles de identificar.
LaManche y yo seguimos al bombero, deslizándonos junto a la pared
principal.
Luego, en la esquina, giramos y nos movimos a lo largo del mostrador. Nos
mantuvimos lo más lejos posible del centro de la habitación, abriéndonos
paso con dificultad a través de escombros calcinados, contenedores de
metal que habían estallado y bombonas de propano chamuscadas.
Me detuve junto al bombero, de espaldas al mostrador, y examiné los
daños causados por el incendio. La cocina y la habitación contigua habían
quedado reducidas a cenizas. Los techos habían desaparecido, y la pared
medianera sólo constaba de unas cuantas maderas achicharradas. Lo que
antes había sido el suelo era entonces un profundo agujero negro. Una
escalera extensible formaba un ángulo desde abajo en nuestra dirección. A
través de la abertura, alcancé a ver un grupo de hombres provistos de
cascos que apartaban los escombros y los retiraban del sótano.
- Allí hay un cuerpo -dijo mi guía, señalando la abertura con un leve
movimiento de la cabeza-. Lo encontramos tras comenzar a quitar los
escombros del suelo cuando cedió.
- ¿Sólo uno o hay más? -pregunté.
- No lo sé. Ni siquiera parece humano.
- ¿Adulto o niño? Me miró como preguntando: «Señora, ¿es usted imbécil o
qué?» -¿Cuándo podré bajar? Sus ojos se desviaron hacia LaManche y
luego volvió a mirarme.
- 27 - -Eso depende del jefe. Aún están limpiando la zona. No queremos
que nada caiga sobre su bonito cráneo.
Me obsequió con lo que sin duda él creía que era una sonrisa cautivadora.
Probablemente se dedicaba a practicarla delante del espejo.
LaManche, el bombero y yo seguimos observando cómo los bomberos
apartaban trozos de madera y caminaban pesadamente por el sótano
cargados de escombros. Desde algún lugar que quedaba fuera de nuestro
campo visual pude oír que alguien decía algo divertido y el sonido de cosas
que eran arrancadas y arrastradas.
- ¿Han considerado la posibilidad de que tal vez estén destruyendo
pruebas? -pregunté.
El bombero me miró como si yo acabara de sugerir que la casa había sido
alcanzada por un cometa.
- No son más que tablas del piso y mierda que cayó desde este nivel.
- Esa mierda podría ayudarnos a establecer una secuencia -dije, con un
tono de voz tan helado como los carámbanos que había en el mostrador
detrás de nosotros-. O la posición del cuerpo.
El bombero tensó los músculos de la cara.
- Allí abajo todavía podría haber zonas peligrosas, señora. Usted no querría
que nada le estallara en la cara, ¿verdad? Hube de admitir que no.
- Y a ese tío ya nada puede ayudarle.
En el interior del casco podía sentir un intenso latido a lo largo de mi
bonito cráneo.
- Si la víctima se encuentra tan quemada como usted sugiere, sus
compañeros podrían estar destruyendo partes importantes del cuerpo.
El músculo del maxilar inferior formó un bulto en la mejilla mientras
desviaba la mirada en busca de apoyo. LaManche no abrió la boca.
- De todos modos, no creo que el jefe los deje bajar -dijo.
- Necesito bajar ahora mismo para estabilizar lo que haya allí;
especialmente los dientes. -Pensé en los niños. Esperaba encontrar
dientes, un montón de dientes;
todos de adulto-. Si es que ha quedado alguno.
El bombero me miró de arriba abajo, evaluando mi estructura de metro
sesenta y ocho y cincuenta y cinco kilos. Aunque la vestimenta térmica
desdibujaba mis formas y el casco ocultaba mi larga cabellera, el hombre
vio lo suficiente como para convencerse de que yo no pertenecía a ese
lugar.
- ¿No pensará realmente bajar allí? Miró a LaManche buscando un aliado.
- La doctora Brennan se encargará de la recuperación de los cuerpos.

-
Estidecolistabernac!

Esa vez no necesité un intérprete para comprender lo que acababa de


decir. El bombero macho pensaba que ese trabajo requería un buen par de
cojones.
- Las zonas peligrosas no son problema -dije, mirándole fijamente a los
ojos-. De hecho, habitualmente prefiero trabajar entre las llamas. Lo
encuentro más cálido.
- 28 - El bombero se cogió a las barandillas laterales, se balanceó sobre la
escalera y, acto seguido, se deslizó hacia el sótano sin tocar en ningún
momento los peldaños con los pies.
Genial: también se dedicaba a los números acrobáticos. Podía imaginarme
perfectamente lo que le estaba diciendo al jefe.
- Son voluntarios -dijo LaManche, casi sonriendo-. Debo acabar mi trabajo
en la planta superior, pero me reuniré con usted luego.
Le observé mientras se las ingeniaba para llegar hasta la puerta, con los
hombros ligeramente encorvados en un gesto de profunda concentración.
Al cabo de unos segundos, el jefe asomó la cabeza por la escalera que
llevaba al sótano. Era el mismo hombre que nos había indicado la
presencia de los dos cadáveres en la planta superior.
- ¿Es usted la doctora Brennan? -preguntó en inglés.
Asentí, preparándome para una discusión.
- Luc Grenier. Estoy al mando de la escuadra de bomberos voluntarios de
St.
Jovite. -Se desabrochó la correa que sujetaba el casco y dejó que colgase.
Era mayor que su misógino compañero de equipo-. Necesitaremos otros
diez o quince minutos para asegurar el sótano. Fue la última sección que
sofocamos, de modo que aún podría haber algunos puntos calientes. -La
correa se agitaba mientras hablaba-.
Esto era un infierno y no queremos que se produzca un estallido. -Señaló
hacia algún punto detrás de mí-. ¿Ve cómo se ha deformado esa cañería?
Me volví para echar un vistazo.
- Eso es cobre. Para fundir el cobre es necesario que la temperatura supere
los mil cien grados centígrados. -Sacudió la cabeza, y la correa del casco
bailó atrás y adelante-. Un verdadero infierno.
- ¿Sabe cómo se inició el fuego? -pregunté.
El hombre señaló una bombona de propano que había junto a mis pies.
- Hasta ahora hemos contado una docena de esos jodidos trastos. Alguien
sabía con exactitud lo que estaba haciendo o realmente se cargó la
barbacoa de la familia. -Se sonrojó ligeramente-. Lo siento.
- ¿Premeditado? El jefe Grenier se encogió de hombros y alzó las cejas.
- No me corresponde a mí decirlo. -Volvió a abrocharse la correa del casco
y se aferró a ambas barandillas de la escalera-. Sólo estamos moviendo los
escombros para asegurarnos de que el fuego se ha extinguido por
completo. Esta cocina estaba llena de trastos. Eso proporcionó el
combustible que calcinó el suelo. Tendremos mucho cuidado al limpiar la
zona que rodea esos huesos. Haré sonar el silbato cuando la zona haya
quedado despejada.
- No arroje agua sobre los restos -dije.
Me saludó con la mano y desapareció por la escalera.
Pasaron treinta minutos antes de que me permitiesen bajar al sótano de la
casa.
Durante ese tiempo fui a la furgoneta a buscar mi equipo y me puse en
contacto con - 29 - uno de los fotógrafos. Le dije a Pierre Gilbert que
colocara una pantalla y un foco en el sótano.
El sótano era un espacio grande y abierto, oscuro y húmedo, y más frío
que Yellowknife en enero. En el extremo más alejado había una caldera, y
las tuberías se elevaban, negras y retorcidas, como si fuesen las ramas de
un roble gigante muerto.
Me recordó otro sótano que había visitado no hacía mucho tiempo. Aquél
había ocultado a un asesino en serie.
Las paredes eran de bloques de hormigón. Los bomberos habían quitado la
mayor parte de los escombros y los habían apilado contra ellas, dejando
expuesto el suelo oscuro y sucio. En algunos lugares, el fuego lo había
vuelto de un marrón rojizo; en otros, se veía negro y parecía duro como la
piedra, como baldosas de cerámica cocidas en un horno. Todo estaba
cubierto por una fina capa de escarcha.
El jefe Grenier me llevó a un lugar situado a la derecha de donde se había
desplomado el piso de la cocina. Me dijo que no habían encontrado ningún
cuerpo más. Esperaba que tuviera razón. La sola idea de examinar todo el
sótano, pasando por el cedazo una tonelada de polvo, casi me hacía saltar
las lágrimas. Después de desearme buena suerte, se alejó para reunirse
con sus hombres.
La luz del sol que entraba en la cocina apenas llegaba hasta esa zona del
sótano, de modo que saqué una linterna de gran potencia de la mochila y
dirigí el haz de luz a mi alrededor. Un solo vistazo fue suficiente para que
la adrenalina recibiera el pistoletazo de salida. Eso no era lo que había
esperado.
Los restos ocupaban una longitud de al menos tres metros. En su mayor
parte, habían quedado reducidos a pequeños huesos y mostraban
diferentes grados de exposición al calor.
En uno de los montones había una cabeza rodeada de fragmentos de
tamaños y formas diferentes. Algunos eran negros y brillantes, como el
cráneo. Otros eran de color blanco gredoso y parecían a punto de
desintegrarse, que era exactamente lo que pasaría si no se los manipulaba
de manera correcta. El hueso calcinado es ligero como una pluma y
extremadamente frágil. Sí, sería una recuperación realmente complicada.
Más o menos a un metro al sur del cráneo se veía un conjunto de
vértebras, costillas y huesos largos, ordenados en una burda posición
anatómica. También eran blancos y estaban totalmente calcinados.
Observé la orientación de las vértebras y la posición de los huesos de los
brazos. Los restos yacían boca arriba; un brazo estaba cruzado sobre el
pecho, y el otro colocado encima de la cabeza.
Debajo de los brazos y del pecho había una masa negra en forma de
corazón, con dos huesos largos y fracturados proyectados hacia fuera de la
parte central. Era la pelvis. Un poco más allá, alcancé a ver los huesos
calcinados y fragmentados de las piernas y los pies.
Me sentí aliviada, aunque también algo desconcertada. Parecía que los
restos correspondían a una única víctima adulta, pero los huesos de los
niños son diminutos y muy frágiles, y bien podían estar escondidos debajo.
Rogué para no encontrar ninguno cuando comencé a tamizar las cenizas y
los sedimentos.
Tomé notas, saqué fotografías con la Polaroid y luego comencé a apartar la
- 30 - tierra y las cenizas con ayuda de un pincel de cerdas blandas.
Lentamente fui dejando al descubierto una mayor superficie ósea. Examiné
con cuidado los restos apartados y los reuní en un pequeño montón para
analizarlos más tarde.
LaManche regresó cuando yo terminaba de quitar la porquería que estaba
en contacto directo con los huesos. Observó en silencio mientras yo
sacaba cuatro estacas, un ovillo de hilo y tres cintas métricas retráctiles de
mi caja de herramientas.
Fijé una de las estacas en el suelo, justo encima del grupo de huesos
craneales, y enganché los extremos de dos de las cintas métricas a un
clavo en la parte superior de la estaca. Extendí una de las cintas unos tres
metros hacia el sur y clavé una segunda estaca.
LaManche sostuvo esa cinta métrica en la segunda estaca mientras yo
regresaba a la primera y extendía la otra cinta, de forma perpendicular,
tres metros hacia el este. Con la tercera cinta medí una hipotenusa de un
poco más de cuatro metros desde la estaca de LaManche hacia la esquina
noreste. En el punto de intersección de la segunda y la tercera cinta clavé
la tercera estaca. Gracias a Pitágoras, había conseguido un ángulo recto
perfecto, con dos lados de tres metros.
Quité la segunda cinta métrica de la primera estaca, la enganché a la
estaca de la esquina noreste y la extendí tres metros hacia el sur.
LaManche alargó su cinta tres metros hacia el este. En el punto de unión
de estas cintas procedí a clavar la cuarta estaca.
Pasé un hilo alrededor de las cuatro estacas, encerrando los restos en un
cuadrado de nueve metros cuadrados con esquinas en ángulo recto.
Cuando hiciera las mediciones correspondientes, lo haría formando
triángulos a partir de las estacas.
Si era necesario, podría dividir el cuadrado en cuadrantes, o partirlo en
cuadrículas para hacer observaciones más fiables y precisas.
Dos técnicos encargados de recoger pruebas bajaron al sótano cuando yo
estaba colocando una flecha que indicaba el norte en el grupo de huesos
craneales. Ambos llevaban trajes polares azul oscuro con la leyenda
«Section d'Identité Judiciaire» estampada en las espaldas. Sentí envidia de
ellos. El frío húmedo del sótano era como un cuchillo; penetraba a través
de la ropa y llegaba hasta la carne.
Ya había trabajado con Claude Martineau en alguna otra ocasión, pero el
otro técnico era nuevo para mí. Nos presentamos mientras ellos colocaban
la pantalla y el foco portátil.
- Llevará un poco de tiempo procesar todo esto -dije indicando el cuadrado
delimitado por las estacas-. Quiero localizar cualquier pieza dental que se
haya conservado y estabilizarla si es necesario. También debo tratar los
extremos de las costillas y el pubis si encuentro alguno. ¿Quién se
encargará de las fotos? -Halloran está de camino -dijo Sincennes, el
segundo técnico.
- Muy bien. El jefe Grenier dice que aquí abajo no hay nadie más, pero no
nos hará daño examinar todo este sótano.
- Se supone que en esta casa vivían niños -dijo Martineau con una
expresión sombría. Tenía dos hijos.
- Sugiero que busquemos procediendo por cuadrículas.
Miré a LaManche. Asintió.
- 31 - -De acuerdo -dijo Martineau.
Él y su compañero encendieron las luces de su casco y se trasladaron al
extremo opuesto del sótano. Caminarían adelante y atrás en líneas
paralelas; primero de norte a sur y luego de este a oeste. Cuando hubieran
acabado, cada centímetro del suelo del sótano habría sido examinado dos
veces.
Tomé varias fotografías más con la Polaroid y después comencé a despejar
el cuadrado. Con la ayuda de un desplantador, un pico dental y una pala
de plástico para recoger la basura, aflojé y quité la suciedad que cubría el
esqueleto, dejando los huesos en su lugar. Cada sustrato de tierra fue a
parar al cedazo. Allí separé el cieno, la tela, las cenizas, los clavos, la
madera y el plástico de los fragmentos óseos.
Coloqué estos últimos en algodón quirúrgico y luego en recipientes de
plástico herméticamente cerrados, apuntando su procedencia en mi
cuaderno de notas. Al rato, llegó Halloran y comenzó a tomar fotos.
De vez en cuando, echaba un vistazo a LaManche. Observaba todo lo que
hacíamos con su habitual máscara solemne. Desde que conocía a mi jefe,
raramente le había visto expresar alguna clase de emoción. A lo largo de
los años, LaManche había sido testigo de muchas cosas y tal vez el
sentimiento era demasiado caro para él.
Pasados algunos minutos, habló.
- Temperance, si no hay nada que yo pueda hacer aquí, estaré arriba.
- De acuerdo -contesté pensando en el cálido sol del exterior-. Aún tardaré
un poco con todo esto.
Miré mi reloj. Eran las once y diez. Detrás de LaManche podía ver a
Martineau y Sincennes; se arrastraban hombro con hombro, y con los ojos
fijos en el suelo, como dos mineros buscando una rica veta.
- ¿Necesita alguna cosa? -Necesitaré una bolsa para cadáveres que
contenga una sábana blanca y limpia. Asegúrese de que colocan debajo
una tabla rígida o una bandeja metálica.
Una vez que haya separado estos fragmentos no quiero que vuelvan a
mezclarse cuando los transporten al laboratorio.
- Por supuesto.
Volví a concentrarme en mi trabajo de escarbar la tierra y cribarla en el
cedazo.
Tenía tanto frío que me temblaba todo el cuerpo y cada pocos minutos
debía interrumpir lo que estaba haciendo para calentarme las manos. En
algún momento, llegó la gente del depósito de cadáveres con la bolsa de
plástico y la bandeja metálica para recoger los restos. El último bombero
abandonó el lugar y en el sótano se hizo el silencio.
Finalmente, todo el esqueleto quedó expuesto. Tomé notas y dibujé la
disposición de las diferentes partes mientras Halloran continuaba sacando
fotos.
- ¿Le importa si subo a beber un poco de café caliente? -preguntó cuando
terminamos.
- No. Gritaré si lo necesito. Aún me quedaré un rato metiendo los huesos
en la bolsa.
Cuando Halloran se marchó comencé a trasladar los restos a la gran bolsa
de plástico en la que habitualmente se colocan los cadáveres; empecé por
los pies y - 32 - avancé hacia la cabeza. La pelvis se encontraba en buen
estado. La recogí y la coloqué sobre la sábana. Las sínfisis púbicas estaban
incrustadas en tejido calcinado. No necesitarían estabilización.
Dejé los huesos de brazos y piernas encajados en el sedimento. Los
mantendría unidos hasta que pudiese limpiarlos y clasificarlos en la sala de
autopsias. Repetí la operación con la región torácica, levantando con sumo
cuidado las secciones con una pala de hoja plana. No se había salvado
nada de la parte anterior de la caja torácica, de modo que no debía
preocuparme por no dañar los extremos. Por el momento, dejé el cráneo
en su lugar.
Después de levantar el esqueleto, examiné los primeros veinticinco
centímetros de sedimento; comencé en la estaca colocada en el suroeste y
avancé hacia el noreste.
Estaba acabando la labor en la última esquina del cuadrado cuando lo
descubrí, aproximadamente a cincuenta centímetros al este del cráneo y a
una profundidad de cinco centímetros. El estómago me dio un pequeño
vuelco. ¡Sí! Era el maxilar inferior. Con mucho cuidado aparté la tierra y las
cenizas hasta dejar al descubierto un ramal ascendente derecho completo,
un fragmento del ramal izquierdo y una porción del cuerpo mandibular.
Este último conservaba siete dientes.
El hueso exterior aparecía cuarteado con múltiples grietas. Era fino y
ligero, y de color blanco. El interior, de consistencia esponjosa, estaba
descolorido y parecía muy frágil, como si cada filamento hubiese sido
hilado por una araña liliputiense y luego dejado al aire libre para que se
secara. El esmalte de los dientes ya se estaba astillando y sabía que todo
el conjunto se desintegraría a la menor alteración.
Saqué un frasco lleno de líquido de mi mochila, lo agité y me aseguré de
que no quedara ningún cristal en la solución. Luego cogí un puñado de
pipetas desechables de cinco mililitros.
Apoyada sobre manos y rodillas, abrí el frasco, cogí una pipeta, le quité la
envoltura y la introduje en el frasco. Pellizqué el bulbo para llenar la pipeta
con la solución y luego dejé que el líquido gotease sobre el maxilar inferior.
Gota a gota, empapé cada fragmento del hueso, asegurándome de que el
líquido penetraba profundamente. Perdí la noción del tiempo.
- Bonito ángulo -oí en inglés.
Mi mano se agitó involuntariamente, y unas gotas de Vinac cayeron sobre
la manga de mi chaqueta. Tenía la espalda rígida y los tobillos y las rodillas
trabados, de modo que bajar rápidamente el trasero no era una opción
viable. Con lentitud, conseguí sentarme sobre mis nalgas. No tuve
necesidad de mirar.
- Gracias, detective Ryan.
Se dirigió al otro extremo de la cuadrícula y se quedó observándome. A
pesar de la pobre iluminación del sótano, pude comprobar que sus ojos
eran tan azules como los recordaba. Llevaba un abrigo de cachemir negro
y una bufanda de lana roja.
- Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos -dijo Ryan.
- Así es. ¿Cuándo fue eso? -En los tribunales.
- El juicio por el caso Fortier.
- 33 - Ambos esperábamos nuestro turno para testificar.
- ¿Todavía sale con Perry Mason? Decidí ignorar la pregunta. El otoño
anterior había salido algunas veces con un abogado defensor a quien había
conocido en mi curso de tai-chi.
- ¿No cree que eso es confraternizar con el enemigo? Tampoco respondí a
esa pregunta. Obviamente mi vida sexual era un tema de interés para el
grupo de homicidios.
- ¿Cómo le va? -De maravilla. ¿Y a usted? -No puedo quejarme. Y si lo
hiciera nadie me escucharía.
- Podría comprarse un perro.
- Sí, podría intentarlo. ¿Qué contiene el cuentagotas? -preguntó señalando
mi mano con un dedo enfundado en un guante de cuero.
- Vinac. Es una solución compuesta por metanol y una resina de acetato de
polivinilo. El maxilar inferior está muy quemado y tengo la intención de
conservarlo intacto.
- ¿Y con eso lo conseguirá? -Siempre que el hueso se mantenga seco, la
solución penetrará en su interior e impedirá que se resquebraje.
- ¿Y si no está seco? -El Vinac no se mezcla con el agua, de modo que
permanecerá en la superficie y se volverá blanco. Los huesos tendrán el
aspecto de haber sido rociados con látex.
- ¿Cuánto tiempo tarda en secarse? Me sentía como un mago.
- Se seca rápidamente a causa de la evaporación del alcohol. Tarda entre
treinta y sesenta minutos, aunque el hecho de encontrarnos en el círculo
polar subártico no ayuda precisamente a acelerar el proceso.
Comprobé los fragmentos del maxilar inferior, dejé caer unas cuantas
gotas más de solución sobre uno de ellos y luego puse la pipeta sobre la
tapa del frasco. Ryan se acercó y me tendió la mano. Se la estreché y me
puse de pie. Luego me abracé el cuerpo y metí las manos bajo las axilas.
No sentía los dedos y sospechaba que tenía la nariz del color de la bufanda
de Ryan.
- Esto está más frío que la teta de una bruja -dijo echando un vistazo al
sótano. Mantuvo un brazo a la espalda en un curioso ángulo-. ¿Cuánto
tiempo hace que está aquí abajo? Miré el reloj. No era de extrañar que
estuviese hipotérmica. Era la una y cuarto.
- Más de cuatro horas.
- ¡Cielos! Tendrán que hacerle una transfusión.
De pronto, lo comprendí. Ryan estaba trabajando en un homicidio.
- ¿El incendio fue provocado? -Probablemente.
Hizo aparecer una bolsa blanca que había mantenido oculta a la espalda y
de ella sacó un vaso hermético de plástico y un bocadillo de máquina, y los
agitó delante de mí.
- 34 - Me lancé hacia ellos. Ryan retrocedió.
- Quedará en deuda conmigo.
- Estoy trabajando en ello.
El salchichón estaba pastoso, y el café, tibio, pero me parecieron
maravillosos.
Hablamos mientras yo comía.
- Dígame por qué piensa que el incendio fue provocado -dije mientras
masticaba.
- Dígame qué ha encontrado aquí.
Muy bien; me llevaba un bocadillo de ventaja.
- Una persona. Podría ser joven, pero no era un niño pequeño.
- ¿Ningún bebé? -Ningún bebé. Le toca a usted.
- Parece que alguien empleó el viejo e infalible método. El fuego se
extendió entre las tablas del piso. Eso implica el uso de un catalizador
líquido; probablemente, gasolina. Encontramos docenas de latas de
gasolina vacías.
- ¿Eso es todo? -pregunté mientras daba el último mordisco al bocadillo.
- El fuego se originó en varios puntos. Una vez declarado se extendió como
un hijo de perra, porque hizo estallar la mayor colección de bombonas de
propano del mundo. Se fueron produciendo explosiones a medida que el
fuego avanzaba: cada bombona, una explosión.
- ¿Cuántas? -Catorce.
- ¿El fuego se inició en la cocina? -Y en la habitación contigua, hubiese lo
que hubiese allí. Ahora resulta difícil decirlo.
Me quedé pensando en lo que acababa de decir.
- Eso explica la cabeza y el maxilar inferior.
- ¿Qué pasa con la cabeza y el maxilar inferior? -Estaban aproximadamente
a un metro y medio del resto del cuerpo. Si una de las bombonas de
propano cayó al sótano junto con la víctima y estalló más tarde, eso podría
haber provocado que la cabeza se quemase lejos del tronco. Y lo mismo
pudo pasar con el maxilar inferior.
Acabé el café deseando tener otro bocadillo.
- ¿Es posible que las bombonas se incendiaran accidentalmente? -Todo es
posible.
Sacudí unas migas que habían quedado en la chaqueta y pensé en los
donuts de LaManche. Ryan pescó en la bolsa y me alcanzó una servilleta.
- Muy bien. El fuego se originó en varios focos y hay pruebas de que se usó
un catalizador. Fue provocado. ¿Por qué? -¡Me ha cogido! -Señaló la bolsa
que contenía los restos calcinados-. ¿Quién es? -¡Me ha cogido! Ryan
regresó a la planta superior y yo a mi trabajo de reconstrucción. El maxilar
inferior no estaba completamente seco, de modo que me concentré en el
cráneo.
- 35 - El cerebro contiene gran cantidad de agua. Cuando se le expone al
fuego, comienza a hervir y provoca una gran presión hidrostática en el
interior de la cabeza.
Con calor suficiente, la cavidad craneal puede agrietarse o incluso
explotar. Esa persona estaba en bastante buen estado. Aunque el rostro
había desaparecido y el hueso exterior se había quemado y escamado,
grandes segmentos del cráneo permanecían intactos. Considerando la
intensidad del fuego, esta circunstancia me sorprendió.
Cuando quité del cráneo la suciedad y las cenizas, y lo examiné más
detenidamente, comprendí por qué. Por un momento sólo contemplé lo
que tenía delante de mí. Luego hice girar el cráneo e inspeccioné el hueso
frontal.
¡Dios mío! Trepé por la escalera y asomé la cabeza en la cocina. Ryan
estaba junto al mostrador hablando con el fotógrafo.
- Será mejor que baje -dije.
Ambos alzaron las cejas y se señalaron el pecho.
- Los dos.
Ryan dejó el vaso de café que sostenía en la mano.
- ¿Qué ocurre? -Es posible que no estuviera vivo cuando empezó el fuego.

- 36 -
Capítulo 4

Al finalizar la tarde, hasta el último hueso estaba embalado y preparado


para ser transportado al laboratorio. Ryan había observado la operación
mientras yo extraía y envolvía cuidadosamente los fragmentos del cráneo
y los colocaba en recipientes de plástico. Analizaría todo el material en el
laboratorio. El resto de la investigación quedaría en manos de Ryan.
Cuando salí finalmente del sótano, la noche había comenzado a caer sobre
la campiña. Decir que hacía frío sería como decir que lady Godiva montaba
ligera de ropas. Por segundo día consecutivo, la tarde acababa sin que mis
dedos tuviesen sensación alguna. Esperaba que la amputación no fuese
necesaria.
LaManche se había marchado, de modo que regresé en coche a Montreal
en compañía de Ryan y su compañero, Jean Bertrand. Me instalé en el
asiento trasero.
No podía controlar el temblor del cuerpo y pedí que subieran la
calefacción. Los dos detectives transpiraban en los asientos delanteros y,
de vez en cuando, se quitaban alguna prenda.
Su conversación apenas me llegaba de un modo consciente. Estaba
completamente agotada y sólo quería tomar un baño caliente y
enfundarme en mi camisón de franela durante un mes. Mi mente divagaba.
Pensaba en osos, y la imagen me resultaba placentera: acurrucarse y
dormir hasta la primavera.
Otras imágenes flotaban también en mi cabeza: la víctima en el sótano, un
calcetín colgando de unos dedos rígidos y chamuscados, una placa con un
nombre en un pequeño ataúd y una pegatina con un rostro sonriente.
- Brennan.
- ¿Qué? -Buenos días, rayo de estrella. La Tierra dice «hola».
- ¿Qué? -Ya ha llegado a casa.
Me había quedado profundamente dormida.
- Gracias. Le llamaré el lunes.
Bajé tambaleándome del coche y subí con dificultad la escalera del
edificio. Una ligera capa de nieve comenzaba a cubrir el barrio como el
revestimiento de azúcar de un bollo pegajoso.
¿De dónde venía tanta nieve? La cuestión de los víveres no había
mejorado, de modo que me comí unas galletas con mantequilla de
cacahuetes y las acompañé con una sopa de almejas. En la despensa
encontré una caja de Turtles de chocolate negro, mi favorito. Las barras
estaban duras y rancias, pero no parecía que las condiciones fueran las
adecuadas para mostrarme exigente.
- 37 - El baño fue tal como lo había deseado. Después decidí quemar unos
leños en la chimenea. Finalmente, conseguí entrar en calor, pero me sentía
muy cansada y muy sola. El chocolate no había estado mal, pero
necesitaba más.

Echaba de menos a mi hija. El año lectivo de Katy estaba dividido en


trimestres y mi universidad se regía por semestres, de modo que nuestras
vacaciones de primavera nunca coincidían. Incluso
Birdie
se había quedado en el sur en ese viaje. Él odiaba viajar en avión y
expresaba su opinión sin ningún complejo en cada vuelo.

Considerando que, en esa ocasión, estaría en Quebec menos de dos


semanas, había decidido prescindir tanto del gato como de la línea aérea.

Mientras acercaba la cerilla al primer leño pensé en el fuego.


Homo erectus
fue el primero en domesticarlo. Durante casi un millón de años lo hemos
utilizado para cazar, cocinar, mantenernos calientes e iluminar el camino.
Ésa había sido mi última clase antes de las vacaciones. Pensé en mis
estudiantes de Carolina del Norte.
Mientras yo realizaba mi investigación sobre Élisabeth Nicolet, ellos hacían
su examen parcial. Los pequeños libros azules me llegarían al día siguiente
por envío urgente en tanto los estudiantes se dirigirían a las playas.
Apagué la lámpara y observé el juego de las llamas entre los leños. Las
sombras bailaban alrededor de la habitación. Podía oler el pino y oír el
siseo y los pequeños estallidos de la humedad cuando hervía en la
superficie de la madera. Es por eso por lo que el fuego ejerce esa
fascinación: porque incluye la mayoría de nuestros sentidos.
Regresé mentalmente a las navidades y a los campamentos de verano de
mi infancia. ¡Qué bendición peligrosa el fuego! Podía brindar calor y
consuelo, y volver a encender agradables recuerdos; pero también podía
matar. Esa noche no quería seguir pensando en St. Jovite.
Vi que la nieve se amontonaba en el alféizar de la ventana. En ese
momento mis estudiantes estarían haciendo planes para su primer día de
playa. Mientras yo luchaba contra la congelación, ellos se preparaban para
tostarse al sol. Tampoco quería pensar en eso.

Pensé en Élisabeth Nicolet. Había sido una monja de clausura.


«Femme

contemplative»
, eso decía la placa de su ataúd, pero lo cierto era que no había
contemplado nada en más de un siglo. ¿Y si no fuese el ataúd correcto?
Ésa era otra cosa en la que no quería pensar, al menos por esa noche.
Élisabeth y yo teníamos muy poco en común.

Comprobé la hora. Eran las nueve cuarenta. En su segundo año de


universidad a Katy la habían votado como una de las «bellezas de
Virginia». Cursaba inglés y psicología, y aunque mantenía un promedio de
3,8 en sus calificaciones, nunca había sido una holgazana en el aspecto
social. No había ninguna posibilidad de que estuviese en casa un viernes
por la noche. Siempre optimista, me llevé el teléfono junto a la chimenea y
marqué el número de Charlottesville.
Katy contestó a la tercera llamada.
Como esperaba el contestador automático, dije algo ininteligible.
- ¿Mamá? ¿Eres tú? -Sí. Hola. ¿Qué haces en casa? - 38 - -Tengo un grano
en la nariz del tamaño de un hámster. Estoy demasiado fea para salir.
¿Qué haces tú en casa? -Es imposible que estés fea. No haré ningún
comentario sobre ese grano. -Me acomodé en uno de los cojines y apoyé
los pies en el zócalo, junto a la chimenea-.
Me he pasado los últimos dos días desenterrando muertos y estoy
demasiado cansada para salir.
- Prefiero no saber nada más. -Oí el crujir de un pañuelo de papel-. Este
grano es realmente grande.

- Eso también pasará. ¿Cómo está


Cyrano?

Katy tenía dos ratones:


Templeton
y
Cyrano de Bergerac.

- Está mejor. El veterinario me indicó un medicamento y se lo he estado


dando con un cuentagotas. Ya no estornuda tanto como antes.
- Me alegro. Siempre ha sido mi preferido.

- Creo que
Templeton
lo sabe.

- Intentaré ser más discreta. ¿Alguna otra novedad? -No muchas. Salí con
un chico llamado Aubrey. No estuvo mal. Al día siguiente me envió un
ramo de rosas. Y mañana me voy a una comida campestre con Lynwood,
Lynwood Deacon; estudia derecho.
- ¿Es así como los eliges? -¿Qué? -Los nombres.
Katy ignoró mi comentario.
- Llamó la tía Harry.
- ¡Oh! El nombre de mi hermana siempre me ha provocado cierta
aprensión, como un cubo lleno de clavos que se balancea demasiado cerca
del borde.
- Creo que pretende vender su globo, o algo así. En realidad, te buscaba a
ti. Su voz sonaba un tanto extraña.
- ¿Extraña? En un día cualquiera mi hermana sonaba extraña.
- Le dije que estabas en Quebec. Es probable que vuelva a llamar mañana.
- Muy bien.
Justo lo que necesitaba.
- ¡Oh! Papá se compró un Mazda RX-7. ¡Es tan bonito! Aunque no dejará
que lo conduzca.
- Sí, lo sé.
Mi ex esposo estaba pasando una leve crisis de la mediana edad.
Se produjo un breve silencio.
- De hecho, estábamos a punto de salir para comer una pizza.
- ¿Y qué pasa con ese grano horrible que tienes en la nariz? -Pienso
dibujarle orejas y una cola, y decir que es un tatuaje.
- Debería funcionar. Si te cogen, usa un nombre falso.
- Te quiero, mamá.
- Yo también te quiero. Hablaremos más tarde.
- 39 - Acabé la caja de chocolatinas y me lavé los dientes dos veces. Luego
me metí en la cama y dormí once horas.
El resto de la semana lo dediqué a vaciar maletas, limpiar, hacer compras
y corregir exámenes. Mi hermana me llamó el domingo por la noche para
decirme que había vendido su globo de aire caliente. Me sentí aliviada. Me
había pasado tres años inventando excusas para que Katy se quedara en
tierra, temiendo el día en que finalmente montara en la barquilla. Esa
energía creativa se canalizaría desde entonces hacia otra parte.
- ¿Estás en casa? -pregunté.
- Sí.
- ¿Hace calor? Comprobé el montón de nieve en el alféizar de la ventana.
Continuaba aumentando.
- Siempre hace calor en Houston.
Maldita sea.
- Dime, ¿por qué has vendido el globo? Harry siempre ha sido una
buscavidas, aunque nunca ha tenido muy claro dónde estaba su grial.
Durante los últimos tres años, se había convertido en una fanática de los
globos. Cuando no estaba organizando safaris sobre Tejas, ella y su
tripulación montaban los trastos en una vieja camioneta y recorrían el país
para participar en los rallies de esos chismes voladores.
- Striker y yo nos vamos a separar.
- ¡Oh! Harry también había sido una fanática de Striker. Se conocieron en
un rally en Albuquerque y se casaron cinco días más tarde. Desde eso,
habían pasado dos años.
Ninguna de las dos habló durante varios minutos. Yo rompí el silencio.
- ¿Y ahora qué? -pregunté.
- Tal vez visite a un consejero.
Me quedé sorprendida. Mi hermana raramente hacía lo obvio.
- Eso podría ayudarte a superar esta situación.
- No, no. Striker tiene una lata de cerveza en lugar de cerebro. No estoy
llorando por él. Luego me queda la cara hinchada. -Oí que encendía un
cigarrillo;
dio una profunda calada y luego expulsó el humo-. He oído hablar de ese
curso. Lo haces y después puedes aconsejar a la gente sobre salud
holística y la mejor forma de combatir el estrés, y cosas por el estilo.
Últimamente he leído acerca de hierbas, meditación y metafísica, y es algo
realmente interesante. Creo que sería muy buena en eso.
- Harry, eso suena un tanto vago.
¿Cuántas veces había dicho eso? -Naturalmente lo comprobaré primero. No
soy ninguna imbécil.
No, no es ninguna imbécil. Pero cuando Harry quiere algo lo desea
intensamente y no hay forma humana de disuadirla.
- 40 - Colgué el auricular y no pude evitar una punzada de preocupación.
La idea de que Harry pudiera aconsejar a la gente con problemas me
resultaba inquietante.
A las seis me preparé una cena compuesta de pechugas de pollo
salteadas, patatas hervidas con mantequilla y cebolletas, y espárragos al
vapor. Un vaso de Chardonnay hubiese sido la combinación perfecta, pero
no para mí. Ese interruptor había permanecido apagado durante siete años
y así se quedaría. Yo tampoco soy ninguna imbécil, al menos cuando estoy
sobria. La comida sirvió para compensar las galletas de la noche anterior.
Mientras comía pensé en mi hermana pequeña. Harry y la educación
formal jamás habían sido compatibles. Se casó con su novio del instituto al
día siguiente de la graduación. Luego hubo tres esposos más. Había criado
perros San Bernardo, había dirigido un Pizza Hut, había vendido gafas de
diseño, había llevado turistas al Yucatán, había trabajado como relaciones
públicas para la Houston Astros, había empezado y después había perdido
un negocio de limpieza de alfombras, había vendido propiedades y, en los
últimos tiempos, había cargado gente en un globo de aire caliente para
llevarla a dar un paseo por el cielo.
Cuando yo tenía tres años y Harry apenas uno, le rompí la pierna al pasar
por encima con mi triciclo. Ella nunca redujo la velocidad. Aprendió a
caminar mientras arrastraba la pierna escayolada. Insoportablemente
irritante y por completo cautivadora, mi hermana ha compensado siempre
con pura energía su falta de adaptación y preparación. Yo la encuentro
absolutamente agotadora.
A las nueve treinta encendí la televisión para ver el partido de hockey.
Estaba terminando el segundo tiempo, y los Habs perdían ante St. Louis
por cuatro a cero.
Don Cherry fanfarroneaba acerca de la ineptitud de la dirección técnica de
los canadienses; se le veía el rostro redondo y enrojecido sobre el jersey
de cuello alto.
Parecía más un tenor en un cuarteto de barbería que un comentarista
deportivo. Me quedé un rato ante la pantalla, asombrada de que millones
de personas escucharan a ese sujeto cada semana. A las diez y cuarto
apagué el televisor y me fui a la cama.
A la mañana siguiente me levanté temprano, cogí el coche y me dirigí al
laboratorio. El lunes es un día muy movido para la mayoría de los médicos
forenses.
La azarosa colección de actos de crueldad, bravatas sin sentido,
autodesprecio solitario e inoportunidad desafortunada que desembocan en
una muerte violenta se acelera los fines de semana. Los cadáveres llegan
y son almacenados en la morgue para las autopsias del lunes.
Ese lunes no era una excepción. Me serví una taza de café y luego me
sumé al resto del equipo en el despacho de LaManche para la reunión de la
mañana. Natalie Ayers estaba en Vald'Or en un juicio por asesinato, pero el
resto de los patólogos se encontraba allí. Jean Pelletier acababa de
regresar de Kuujjuaq, en el extremo norte de Quebec, donde había
actuado como testigo experto. Le estaba mostrando unas fotos a Emily
Santangelo y Michael Morin. Me incliné para echarles un vistazo.
Kuujjuaq tenía aspecto de haber sido volado en pedazos y vuelto a armar
la noche anterior.
- 41 - -¿Qué es eso? -pregunté señalando una construcción prefabricada
cubierta con un plástico.

- El centro acuático. -Pelletier señaló un cartel hexagonal rojo, con


caracteres desconocidos en la parte superior y la palabra
arrêt
abajo, en letras gruesas y blancas-. Todos los carteles indicadores están en
francés e inuktitut.

Su acento del norte era tan marcado que, para mis oídos, podría muy bien
haber estado hablando en ese último idioma. Hacía años que le conocía y
aún tenía problemas para entender su francés.
Pelletier señaló otro edificio prefabricado.
- El palacio de Justicia.
Parecía una piscina sin la cubierta de plástico. Más allá del pueblo, la
tundra se extendía gris y yerma; un Serengeti de rocas y musgo. Junto a la
carretera se veía el esqueleto de un caribú descolorido por el sol.
- ¿Es común eso? -preguntó Emily, estudiando el caribú.
- Sólo cuando están muertos.
- Hoy están previstas ocho autopsias -dijo LaManche, repartiendo el orden
del día.
Después repasó los casos uno por uno. Un hombre de diecinueve años
había sido atropellado por un tren y su torso había quedado partido en dos.
El accidente se había producido en un puente con barreras frecuentado por
adolescentes.
Una moto de nieve se había precipitado al agua después de romper el
hielo en Lac Megantic. Se habían recuperado dos cuerpos. El exceso de
alcohol era la causa más probable.
Un bebé había sido encontrado muerto y en avanzado estado de
descomposición en su cuna. La madre, que estaba abajo mirando un
concurso en la tele cuando llegaron las autoridades, declaró que hacía diez
días Dios le había dicho que dejara de alimentar a su hijo.
Un hombre blanco sin identificar fue encontrado detrás de un montón de
basura en el campus de McGill. Y se habían recuperado tres cadáveres en
una casa incendiada en St. Jovite.
A Pelletier le asignaron el caso del bebé muerto por inanición. Sugirió la
posibilidad de hacer una consulta con antropología. Aunque la identidad
del bebé estaba fuera de toda duda, sería complicado establecer la causa
y la hora de la muerte.
Santangelo se haría cargo de los cuerpos de Lac Megantic, Morin
investigaría el accidente del tren y el cadáver encontrado en el campus de
McGill. Las víctimas del dormitorio de la casa incendiada en St. Jovite
estaban lo bastante completas como para realizar una autopsia normal.
LaManche se encargaría de hacerla. Yo trabajaría con los huesos
encontrados en el sótano.

Una vez acabada la reunión, fui a mi despacho y abrí un expediente para


trasladar la información reunida esa mañana a una ficha estándar para los
casos de antropología forense. Nombre:
Inconnu.
Desconocido. Fecha de nacimiento: en blanco. Número del Laboratorio de
Medicina Legal: 31 013. Número del depósito de cadáveres: 375. Número
de incidencia policial: 89 041. Patólogo: Pierre LaManche.

- 42 - Forense: Jean-Claude Hubert. Investigadores: Andrew Ryan y Jean


Bertrand, Escouade de Crimes Contre la Personne de la Sûreté du Quebec.
Añadí la fecha y guardé el formulario del caso dentro de un archivador.
Cada uno de nosotros usa un color diferente: rosa para Marc Bergeron, el
odontólogo;
verde para Martin Levesque, el radiólogo; rojo para LaManche; amarillo
brillante para los informes de antropología.
Luego me metí en el ascensor y bajé hasta el sótano. Una vez allí le dije a
uno de los técnicos forenses que llevase a LML 31 013 a la sala tres y fui a
prepararme para mi trabajo.
Las cuatro salas de autopsias del Laboratorio de Medicina Legal se
encuentran junto al depósito de cadáveres. El laboratorio controla las
salas, mientras que el depósito está bajo la jurisdicción del Departamento
del Forense. La sala de autopsias número dos es muy amplia y dispone de
tres mesas. Las otras salas sólo tienen una cada una. La sala número
cuatro está equipada con un sistema de ventilación especial. Trabajo con
frecuencia en esa sala ya que muchos de mis casos no están precisamente
frescos. En esa ocasión le había dejado la sala cuatro a Pelletier y al bebé.
Los cuerpos calcinados no desprenden un olor particularmente repulsivo.
Cuando llegué a la sala tres me esperaban una gran bolsa de plástico
negra y cuatro recipientes de plástico sobre una bandeja metálica. Quité la
tapa de uno de los recipientes, aparté el relleno de algodón y comprobé el
estado de los fragmentos del cráneo. Habían soportado el viaje sin sufrir
ningún daño.
Rellené una ficha de identificación del caso, abrí la cremallera de la bolsa
negra y quité la sábana que envolvía los huesos y los desechos. Tomé
varias fotografías con la Polaroid y luego envié todo el material a rayos X.
Si había dientes u objetos metálicos, quería identificarlos con precisión
antes de comenzar a trabajar con el material.
Mientras esperaba el resultado del análisis radiológico, pensé en Élisabeth
Nicolet. Su ataúd se encontraba dentro de un refrigerador a un par de
metros de distancia. Estaba ansiosa por ver qué había en el interior. Uno
de los mensajes que había recibido esa mañana era de la hermana
Julienne. Las monjas también estaban impacientes.
Treinta minutos más tarde, Lisa regresó de la sala de radiología y me
entregó los huesos y un sobre con radiografías. Coloqué unas cuantas en la
pantalla luminosa que había en la pared, comenzando por las
correspondientes al extremo inferior de la bolsa donde había traído los
restos encontrados en el sótano.
- ¿Crees que han salido bien? -preguntó Lisa-. No estaba segura de qué
clase de fondo utilizar para esos desechos, de modo que hice varias
exposiciones de cada una.
- Son muy buenas.
Observamos una masa amorfa rodeada por dos diminutos raíles blancos: el
contenido de la bolsa y la cremallera de metal. El contenido estaba
salpicado de desechos de construcción y, aquí y allá, una partícula ósea
aparecía descolorida y agujereada contra el fondo neutro.
- ¿Qué es eso? -preguntó Lisa al mismo tiempo que señalaba un objeto - 43
- blanco.
- Parece un clavo.
Luego reemplacé las primeras placas por otras tres. Había tierra, guijarros,
fragmentos de madera y clavos. También podían verse los huesos de la
pierna y la cadera con carne quemada adherida a ellos. La pelvis estaba
intacta.
- Según parece, en el fémur derecho hay fragmentos metálicos -dije
indicando varios puntos blancos en el hueso del muslo-. Habrá que tener
mucho cuidado cuando lo manipulemos. Más tarde haremos otra placa.
Las placas siguientes revelaron que las costillas estaban tan fragmentadas
como yo las recordaba. Los huesos de los miembros superiores se habían
conservado mejor, aunque estaban fracturados y en un orden grotesco.
Algunas vértebras eran recuperables. Hacia la izquierda del tórax se
advertía otro objeto metálico, y esa vez no parecía tratarse de un clavo.
- Tendremos que estar atentas a eso también.
Lisa asintió.
Acto seguido, examinamos las placas de rayos X correspondientes a los
recipientes de plástico. No mostraban nada inusual. El maxilar inferior se
había mantenido soldado, y las delgadas raíces de los dientes estaban
sólidamente encajadas en el hueso; incluso las coronas estaban intactas.
Descubrí unos bultos brillantes en dos de los molares. Bergeron estaría
encantado. Si había archivos dentales, los empastes serían muy útiles para
establecer una identificación positiva.
Luego concentré mi atención en el hueso frontal. Estaba salpicado de
diminutos puntos blancos, como si alguien lo hubiese sazonado con sal.
- Necesitaré otra placa del frontal también -dije en voz baja, observando
las partículas radiopacas cerca de la órbita izquierda.
Lisa me miró con una expresión de asombro.
- Muy bien. Saquemos a este tío de la bolsa.
- O a ella.
- O a ella.
Lisa extendió una sábana sobre la mesa de autopsias y colocó un cedazo
en el fregadero. Yo saqué un delantal de papel de uno de los cajones del
armario de acero inoxidable, me lo puse por la cabeza y lo sujeté alrededor
de la cintura. Luego me coloqué la mascarilla sobre la boca, me calcé los
guantes quirúrgicos y abrí la cremallera de la bolsa.
Comenzando por los pies y avanzando hacia arriba, aparté los objetos y
trozos de hueso más grandes y fácilmente identificables. Después volví al
punto de partida y procedí a separar con cuidado el contenido de la bolsa
para localizar cualquier partícula o fragmento óseo que pudiera haber
pasado por alto. Lisa tamizaba cada puñado de material bajo un fino
chorro de agua. Tras lavarlos, colocaba los elementos en el mostrador,
mientras yo me dedicaba a disponer sobre la sábana los restos
esqueléticos siguiendo un orden anatómico.
Al mediodía, Lisa hizo un alto para comer. Yo decidí continuar trabajando y,
hacia las dos treinta, la minuciosa tarea de inspección y selección estaba
terminada.
Una colección de clavos, cápsulas de metal y un cartucho explosionado
descansaba - 44 - sobre el mostrador de acero inoxidable, junto a un
pequeño frasco de plástico que contenía lo que yo pensaba que podía ser
un trozo de tela. Sobre la mesa yacía un esqueleto carbonizado y
separado, y los huesos del cráneo estaban desplegados como los pétalos
de una margarita.
Me llevó más de una hora hacer un inventario, identificar cada hueso y
determinar si pertenecía al lado derecho o izquierdo del cuerpo. Luego
pensé en la clase de preguntas que haría Ryan: edad, sexo, raza. «¿Quién
es?» Recogí la masa que contenía la pelvis y los fémures. El fuego había
abrasado el tejido blando, que se había vuelto negro y de consistencia
correosa. Un milagro combinado. Los huesos habían quedado protegidos,
pero sería una verdadera proeza sacarlos.
Hice girar la pelvis. La carne de la izquierda había sido arrasada por el
fuego, lo que había provocado la fractura del fémur.
Podía apreciar un perfecto corte transversal de la articulación femorotibial.
Medí el diámetro de la cabeza del fémur. Era diminuta, de un tamaño que
correspondía al extremo inferior de la escala femenina.
Luego estudié la estructura interna de la cabeza, justo por debajo de la
superficie articular. Las espículas óseas mostraban el típico patrón
perforado de un adulto, sin ninguna línea gruesa que indicase una cápsula
de crecimiento recientemente fusionada. Ese dato casaba con las raíces
molares completas que había constatado antes en el maxilar inferior. Esa
víctima no era un niño.
Examiné los bordes externos de la depresión que formaba la cavidad de la
cadera y el extremo inferior de la cabeza del fémur. En ambos, el hueso
parecía gotear hacia abajo, como la cera que se derrama por el contorno
de una vela; un síntoma de artritis. El sujeto no era joven.
Yo ya sospechaba que la víctima era una mujer. Lo que quedaba de los
huesos largos del cuerpo presentaba un diámetro pequeño, con suaves
fijaciones musculares. Concentré mi atención en los fragmentos del
cráneo.
Observé pequeñas apófisis mastoides y crestas de la ceja. Los bordes
orbitales eran afilados. El hueso era suave en la parte posterior del cráneo,
mientras que un hueso masculino hubiese sido rugoso y desigual.
Inspeccioné el hueso frontal. Los extremos superiores de los dos huesos
nasales aún estaban en su lugar. Se unían en un ángulo elevado a lo largo
de la línea media, como el chapitel de una iglesia. Encontré dos piezas de
la mandíbula. El borde inferior de la abertura nasal acababa en un reborde
afilado con una púa de hueso que se proyectaba hacia arriba en el centro.
La nariz había sido estrecha y prominente, y el rostro afilado cuando se lo
observaba de lado. Encontré un fragmento de hueso temporal e iluminé
con la linterna el conducto del oído. Pude ver una diminuta abertura
redonda: la ventana oval del oído interno. Todos eran rasgos caucásicos.
Mujer. Blanca. Adulta. Vieja.
Regresé a la pelvis, esperando que me permitiese confirmar el sexo y ser
más precisa en cuanto a la edad de la víctima. Estaba particularmente
interesada en la región donde ambas mitades se unen en el frente.
Con mucho cuidado, comencé a separar el tejido quemado para dejar
expuesta - 45 - la unión entre los huesos púbicos, la sínfisis púbica. Los
huesos eran anchos, y amplio el ángulo que se abría debajo de ellos. Cada
uno presentaba un borde elevado, que se angulaba a través de cada
esquina. La rama inferior de cada hueso púbico era ligera y delicada, y
describía una suave curva. Eran típicos rasgos femeninos. Apunté todos los
datos en el formulario pertinente y tomé varios primeros planos con la
Polaroid.
E l intenso calor había encogido el cartílago conectivo, de manera que se
habían separado los huesos del pubis a lo largo de la línea media. Hice
girar la masa carbonizada tratando de ver algo en la brecha central. Daba
la impresión de que las superficies de las sínfisis estaban intactas, pero no
pude observar ningún rasgo con detalle.
- Quitemos los huesos púbicos -le dije a Lisa.
El olor a carne quemada se hizo evidente cuando la sierra comenzó a
cortar las alas que los conectaban con el resto de la pelvis. Sólo me llevó
unos segundos.
La juntura sinfisial estaba chamuscada, aunque no resultaba difícil
examinarla.
En ninguna de ambas superficies se advertían rebordes o surcos. De
hecho, las dos caras eran porosas, y sus bordes externos aparecían
irregularmente pronunciados.
Desde la zona frontal de cada elemento púbico se proyectaban erráticos
filamentos de hueso, pequeñas osificaciones que invadían el tejido blando
que las rodeaba. Esa mujer había vivido muchos años.
Giré ambos huesos púbicos. Un profundo canal formaba una cicatriz
alargada en la cara abdominal de los dos huesos. Había tenido hijos.
Busqué nuevamente el hueso frontal. Por un momento me quedé inmóvil
mientras la luz fluorescente mostraba con crudos detalles lo que ya había
sospechado en aquel sótano helado, y lo que los rayos X habían
confirmado.
Hasta entonces había conseguido mantener cierto control sobre mis
emociones, pero en ese momento me permití sentir una profunda pena por
el ser humano devastado que yacía sobre aquella mesa aséptica. Y decidí
que descubriría lo que le había pasado.
La mujer tenía al menos setenta años; indudablemente, era madre, y tal
vez abuela.

¿Por qué razón alguien le había disparado en la cabeza para después dejar
que se quemara en una casa en las Lauréntides? - 46 -
Capítulo 5

El martes al mediodía terminé el informe. La noche anterior había


trabajado hasta después de las nueve porque sabía que Ryan querría
respuestas.
Sorprendentemente, aún no le había visto.
Leí con detenimiento lo que había escrito a fin de corregir cualquier error
que no hubiese advertido antes. A veces pienso que las correspondencias
de género y los acentos son maldiciones francófonas destinadas
específicamente a torturarme.
Aunque me esfuerzo, siempre cometo algún error.

Aparte de un perfil biológico de la persona desconocida, el informe incluía


un análisis de las lesiones. Durante la disección encontré los fragmentos
radiopacos localizados en el fémur como consecuencia de un impacto
post mortem.
Los diminutos trozos de metal probablemente se incrustaron en el hueso
por la explosión de una bombona de propano. La mayor parte de los otros
daños también se debía a la acción del fuego; no obstante, había algo más.
Leí mi resumen.

La herida A es un defecto circular, del que sólo se ha conservado la mitad


superior. Está
localizada en la región mediofrontal, a aproximadamente 2 centímetros por
encima de la glabela y a 1,2 centímetros a la izquierda de la línea media.
El defecto mide 1,4 centímetros de diámetro y presenta una inclinación
característica de la meseta interna. La carbonización está presente en los
márgenes del defecto. La herida A se corresponde con el orificio de
entrada de una herida producida por arma de fuego.

La herida B es un defecto circular con inclinación característica de la


meseta exterior.

Mide 1,6 centímetros de diámetro endocraneal y 4,8 centímetros de


diámetro ectocraneal. El defecto se halla localizado en el hueso occipital, a
2,6 centímetros por encima del opistión y a 0,9 centímetros a la izquierda
de la línea mediosagital. Se advierte carbonización focal en los márgenes
derecho, izquierdo e inferiores del defecto. La herida B se corresponde con
el orificio de salida de una herida producida por arma de fuego.

Aunque los daños provocados por el fuego hacían que una reconstrucción
completa resultase imposible, pude recomponer suficientes elementos de
la cavidad craneal para interpretar las fracturas que unían los orificios de
entrada y salida del proyectil.
El patrón era clásico. La anciana había sufrido una herida de bala en la
cabeza.
El proyectil entró por el centro de la frente, atravesó el cerebro y salió por
la parte posterior. Eso explicaba por qué el cráneo no había estallado en
pedazos a causa del fuego. Antes de que el calor se convirtiese en un
problema, el orificio de bala había actuado a modo de respiradero para la
presión intracraneal.
Llevé el informe a la mesa de la secretaria y, cuando regresé a mi
despacho, encontré a Ryan sentado al otro lado del escritorio, mirando el
paisaje a través de la - 47 - ventana. Sus piernas ocupaban casi toda la
extensión de la habitación.
- Bonita vista.
Lo dijo en inglés.
Cinco pisos más abajo, el puente Jacques Cartier se arqueaba sobre las
aguas del río San Lorenzo. Podían verse diminutos vehículos recorriendo la
estructura. No había duda de que era una bonita vista.
- Es un paisaje que me distrae de pensar en lo pequeña que es esta
oficina.
Pasé junto a él, rodeé el escritorio y me instalé en mi silla.
- Una mente distraída puede ser peligrosa.
- Mis espinillas magulladas me devuelven a la realidad. -Hice girar la silla
de lado, apoyé las piernas en el reborde de la ventana y crucé los tobillos-.
Es una mujer mayor, Ryan. Recibió un disparo en la cabeza.
- ¿Edad? -Yo diría que unos setenta años, tal vez incluso setenta y cinco.
Las sínfisis púbicas han recorrido un montón de kilómetros, pero la gente
presenta muchas variaciones a esa edad. Tiene una artritis avanzada y
también osteoporosis.
Ryan bajó la barbilla y levantó las cejas.
- Inglés o francés, Brennan. Nada de jerga médica.
Sus ojos eran del color azul de la pantalla del Windows 95.
- Os-te-o-po-ro-sis. -Pronuncié cada sílaba lentamente para que no se
perdiese ningún detalle-. Los rayos X revelaron que el hueso cortical es
delgado. No veo ninguna fractura, pero sólo dispongo de trozos de los
huesos largos. La cadera es un lugar habitual para que las mujeres
ancianas sufran fracturas porque gran parte del peso corporal es
transferido a esa zona. La cadera de esta mujer estaba bien.
- ¿Caucásica? Asentí.
- ¿Algo más? -Probablemente tuvo varios hijos. -Los láseres azules estaban
clavados en mi rostro-. Tiene un canal del tamaño del Orinoco en la parte
posterior de cada hueso púbico.
- Genial.
- Otra cosa: creo que cuando se inició el fuego la mujer ya se encontraba
en el sótano.
- ¿Por qué? -Debajo del cuerpo no había ningún resto. Y hallé unos
pequeños trozos de tela incrustados entre ella y la tierra. Es casi seguro
que el cuerpo yacía directamente en el suelo.
Ryan pensó durante un momento.
- De modo que me está diciendo que alguien disparó a la abuelita en la
cabeza, la arrastró hasta el sótano y la dejó allí para que se friese.
- No. Le estoy diciendo que la abuelita recibió un balazo en la cabeza. No
tengo ni idea de quién pudo haberle disparado. Tal vez lo hizo ella misma.
Ése es su trabajo, Ryan.
- ¿Encontró alguna arma de fuego junto a ella? - 48 - -No.
En ese momento, Bertrand apareció en la puerta. Mientras que Ryan
presentaba un aspecto pulcro y aseado, las arrugas de su compañero eran
lo bastante afiladas como para cortar piedras preciosas. Llevaba una
camisa malva que hacía juego con los tonos de su corbata floreada, una
chaqueta de lana gris y lavanda, y pantalones también de lana en la gama
de los colores de la chaqueta.
- ¿Qué has conseguido? -preguntó Ryan.
- Nada que no supiéramos. Es como si esas personas hubiesen llegado del
espacio exterior. Nadie sabe realmente quién demonios vivía allí. Aún
estamos tratando de localizar en Europa al propietario de la casa. Los
vecinos que viven al otro lado de la carretera veían a una vieja de vez en
cuando, pero ella jamás les dirigió la palabra. Dicen que la pareja con los
niños sólo llevaba unos meses en la casa. No les veían mucho y nunca
supieron cómo se llamaban. Una mujer que vive carretera arriba pensaba
que formaban parte de alguna clase de grupo fundamentalista.
- Brennan dice que nuestro desconocido es una mujer, una septuagenaria.
Bertrand le miró.
- Que rondaba los setenta años.
- ¿Una anciana? -Con una bala en el cerebro.
- ¿No bromeas? -No bromeo.
- ¿Alguien la mató y luego prendió fuego a la casa? -O la abuelita apretó el
gatillo después de haber encendido la barbacoa. Pero, si fue así, ¿dónde
está el arma? Cuando los dos detectives se marcharon eché un vistazo a
mis solicitudes de asesoramiento:
Un recipiente con cenizas había llegado a la ciudad de Quebec; eran los
restos de una mujer mayor que había muerto en Jamaica. La familia
acusaba al crematorio de fraude y había enviado las cenizas a la oficina
del forense. Hubert quería conocer mi opinión.
En un barranco próximo al cementerio de la Côte des Neiges, alguien había
hallado un cráneo. Estaba seco y descolorido y, probablemente, procedía
de una antigua tumba. El forense necesitaba que se lo confirmara.
Pelletiér quería que examinara el cuerpo del bebé para buscar pruebas de
muerte por inanición. Eso requería una cuidadosa inspección con ayuda del
microscopio. Habría que triturar finas secciones de hueso, colorearlas y
colocarlas en un portaobjeto para examinar las células bajo la lente de
aumento. Mientras que en los niños es característico un elevado
porcentaje de cambio óseo, yo debía buscar signos de la presencia de
zonas porosas inusuales y de una remodelación anormal de la
microanatomía.
Ya se habían enviado muestras al laboratorio de histología. También
estudiaría los rayos X y el esqueleto, pero este último aún rezumaba
líquido y resultaba complicado quitar la carne putrefacta. Los huesos de un
bebé son demasiado frágiles - 49 - para arriesgarse a que se deshagan.
Muy bien; no había nada urgente. Podía abrir el ataúd de Élisabeth Nicolet.
Después de un bocadillo refrigerado y un yogur en la cafetería, me dirigí al
depósito de cadáveres, pedí que me enviasen los restos a la sala tres y
luego fui a cambiarme.
El ataúd era más pequeño de lo que recordaba. Medía menos de noventa
centímetros de largo. El costado izquierdo estaba podrido, lo que permitía
que la tapa se desplomase hacia dentro. Quité la tierra suelta y tomé
algunas fotografías.
- ¿Necesitas una palanca? Lisa estaba en la puerta de la sala de autopsias.
Puesto que ése no era un caso del LML, debía trabajar sola, pero estaba
recibiendo un montón de ofertas. Aparentemente yo no era la única que
estaba fascinada por Élisabeth.
- Por favor.
Me llevó menos de un minuto quitar la tapa. La madera estaba blanda y
deleznable, y los clavos cedieron con facilidad. Retiré la suciedad del
interior hasta dejar al descubierto un revestimiento de plomo que contenía
otro ataúd de madera.
- ¿Por qué son tan pequeños? -preguntó Lisa.
- Éste no es el ataúd original. Élisabeth Nicolet fue exhumada y vuelta a
enterrar a principios de siglo, de modo que sólo necesitaban espacio para
sus huesos.
- ¿Crees que se trata de ella? La fulminé con la mirada.
- Hazme saber si necesitas alguna cosa.
Cuando Lisa se marchó, continué sacando tierra del ataúd hasta dejar
completamente limpia la tapa del féretro interior. No llevaba placa alguna,
pero estaba más ornamentado que el exterior; un borde delicadamente
tallado discurría en paralelo al borde hexagonal exterior. Al igual que el
ataúd externo, el interior también había cedido y estaba lleno de tierra.
Lisa regresó al cabo de veinte minutos.
- Si necesitas más rayos X estaré libre durante un rato.
- No podremos hacerlo a causa del revestimiento de plomo -dije-, pero
estoy preparada para abrir el ataúd interior.
- Ningún problema.
En ese caso la madera también era muy blanda y los clavos cedieron sin
mayor esfuerzo.
Primero encontré más tierra y desechos, pero sólo había sacado un par de
puñados cuando apareció el cráneo. ¡Sí! ¡Había alguien en casa! El
esqueleto comenzó a aparecer poco a poco. Aunque los huesos no
guardaban un orden anatómico, yacían paralelos unos a otros, como si
hubiesen estado estrechamente unidos cuando fueron colocados en el
ataúd. La disposición ósea me recordó las excavaciones arqueológicas en
las que había participado al comienzo de mi carrera. Antes de la llegada de
Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, algunos grupos aborígenes exponían a
sus muertos en unos andamiajes de madera hasta que los huesos
quedaban limpios, y luego los envolvían y ataban antes de enterrarlos. Los
- 50 - restos de Élisabeth habían sido acondicionados de ese modo.
Había amado la arqueología, y aún la amaba. Lamentaba dedicar tan poco
tiempo a esa clase de investigaciones, pero a lo largo de la última década
mi carrera había tomado un rumbo diferente. En ese momento, mi tiempo
lo ocupaban la enseñanza y el trabajo forense. Élisabeth Nicolet me
permitía un fugaz regreso a mis orígenes, y me lo estaba pasando en
grande.
Aparté y ordené los huesos, tal como lo había hecho el día anterior.
Estaban secos y eran muy frágiles, pero el estado de esos restos era
mucho mejor que el de la mujer que habíamos encontrado el día anterior
en St. Jovite.
Mi inventario esquelético indicaba que sólo faltaban un metatarso y seis
falanges. No aparecieron cuando examiné la tierra, pero sí encontré, en
cambio, varios incisivos y un canino, y volví a colocarlos en sus cavidades
correspondientes.
Seguí el procedimiento regular. Rellené un formulario como lo habría
hecho si se hubiese tratado de un caso encargado por la oficina del
forense. Comencé por la pelvis. Los huesos pertenecían, sin duda, a una
mujer. Las sínfisis púbicas sugerían una edad que oscilaba entre los treinta
y cinco y los cuarenta y cinco años. Las buenas hermanas se sentirían
felices.
Al medir los huesos largos, advertí un aplastamiento inusual de la parte
delantera de la tibia, justo por debajo de la rodilla. Comprobé los
metatarsos.
Mostraban signos inequívocos de artritis donde los dedos se unen al pie.
Los patrones de movimiento repetidos acaban dejando huella en el
esqueleto. Era de suponer que Élisabeth había pasado años entregada a la
oración sobre el duro suelo de piedra en su celda del convento. Durante la
genuflexión, la combinación de presión sobre las rodillas e hiperflexión de
los dedos origina exactamente el modelo que yo observaba en ese
momento.
Recordé algo que había notado al retirar una pieza dental del cedazo, y
levanté el maxilar inferior. Cada uno de los incisivos inferiores centrales
presentaba una pequeña pero visible muesca en el borde. Examiné los
incisivos superiores y descubrí las mismas muescas. Cuando no estaba
rezando o escribiendo cartas, Élisabeth se dedicaba a la costura. Su labor
aún colgaba en el convento de Lac Memphrémagog.
Sus dientes estaban gastados por años de cortar el hilo o sostener una
aguja entre ellos. Me encantaba lo que estaba haciendo.
Luego coloqué el cráneo boca arriba. Me encontraba junto a la mesa,
contemplando el cráneo, cuando LaManche entró en la sala.
- ¿Así que ésta es la santa? -preguntó.
Se acercó y echó un vistazo al cráneo.

-
Mon Dieu.

- Sí, el análisis no presenta ninguna dificultad. -Estaba en mi despacho y


hablaba con el padre Ménard. El cráneo de Lac Memphrémagog se
encontraba sobre un soporte de corcho en mi mesa de trabajo-. Los huesos
están bastante conservados.
- ¿Podrá confirmar que se trata de Élisabeth?, ¿de Élisabeth Nicolet? - 51 -
-Padre, me gustaría hacerle algunas preguntas.
- ¿Hay algún problema? «Sí. Podría haberlos.» -No, no. Sólo necesito un
poco más de información.
- ¿Sí? -¿Tiene usted algún documento oficial donde conste quiénes eran los
padres de Élisabeth? -Su padre era Alain Nicolet, y su madre, Eugénie
Bélanger, una conocida cantante de la época. Su tío, Louis-Philippe
Bélanger era regidor de la ciudad y un distinguido médico.
- Sí. ¿Hay un certificado de nacimiento? El padre Ménard guardó silencio
durante un momento y luego respondió.
- No hemos encontrado su certificado de nacimiento.
- ¿Sabe usted dónde nació Élisabeth? -Creo que nació en Montreal, donde
su familia vivía desde hacía varias generaciones. Élisabeth era
descendiente de Michel Bélanger, quien llegó a Canadá en 1758, en los
últimos días de Nueva Francia. La familia Bélanger ocupó siempre un lugar
muy importante en los asuntos de la ciudad.
- Sí. ¿Existe algún documento del hospital, o un certificado de bautismo, o
cualquier cosa que registre su nacimiento de forma oficial? Más silencio.
- Élisabeth nació hace más de siglo y medio.
- ¿Se llevaban registros en aquella época? -Sí. La hermana Julienne se ha
dedicado a buscarlos. Pero muchos documentos pueden haberse perdido
después de tantos, tantos años.
- Por supuesto.
Por un momento, ambos permanecimos en silencio. Yo estaba a punto de
decirle algo cuando el padre Ménard intervino.
- ¿Por qué me hace todas estas preguntas, doctora Brennan? Dudé. No,
aún no era el momento. Podía estar equivocada, o bien podía estar en lo
cierto pero que no significase absolutamente nada.
- Sólo quería disponer de una mayor información de este caso.
Acababa de colgar el auricular cuando el teléfono comenzó a sonar.

-
Oui,
doctora Brennan.

- Ryan. -La tensión de su voz era evidente-. El incendio fue provocado; no


hay ninguna duda al respecto. Quienquiera que lo planeó se aseguró de
que la casa quedara arrasada. El método fue simple pero eficaz.
Conectaron resistencias a temporizadores de la clase que usted usa para
encender las luces cuando se marcha al gimnasio.
- No suelo ir al gimnasio, Ryan.
- ¿Quiere oír esto? No respondí.
- Un temporizador encendió el hornillo. Eso inició un fuego que alcanzó una
bombona de propano. La mayoría de los temporizadores quedaron
destruidos, pero - 52 - conseguimos recuperar algunos. Parece ser que
fueron programados para que se activaran a intervalos, pero una vez que
el fuego se propagó comenzaron las explosiones.
- ¿Cuántas bombonas? -Catorce. Encontramos un temporizador intacto en
el jardín. Debió de fallar.
Es de la clase que puede comprarse en cualquier lampistería. Trataremos
de encontrar alguna huella, pero no creo que tengamos suerte.
- ¿El catalizador? -Gasolina, tal como sospechaba.
- ¿Por qué ambas cosas? -Porque algún chiflado quería volar la casa por los
aires y deseaba asegurarse.
Probablemente, suponía que no tendría una segunda oportunidad.
- ¿Cómo lo sabe? -LaManche consiguió algunas muestras de fluidos de los
cuerpos que aparecieron en el dormitorio. En toxicología encontraron
niveles celestiales de Rohypnol.
- ¿Rohypnol? -Dejaré que él se lo cuente. Se la llama la droga de la
violación, o algo así; al parecer la víctima no la puede detectar y se pierde
el sentido durante horas.
- Sé lo que es el Rohypnol, Ryan. Sólo estoy sorprendida. No es un
medicamento fácil de conseguir.
- Sí. Ésa podría ser una pista. Es un fármaco prohibido en Estados Unidos y
Canadá.

«También el
crack»,
pensé.
- Y hay otra cosa extraña en todo esto. Los que estaban en esa habitación
no eran precisamente Ward y June Cleaver1. LaManche dice que el tío
rondaba probablemente la veintena y la mujer tenía unos cincuenta años.
Lo sabía. LaManche me había pedido mi opinión durante la autopsia.
- ¿Y ahora qué? -Volveremos a St. Jovite para inspeccionar las otras dos
construcciones. Aún estamos esperando noticias del propietario de la casa.
Es una especie de ermitaño enterrado en algún lugar perdido de Bélgica.
- Buena suerte.
Rohypnol. Ese nombre alumbró fugazmente algo en las células de mi
memoria, pero cuando intenté recordar qué era la chispa se extinguió.
Fui a comprobar si las muestras del bebé desnutrido de Pelletiér estaban
listas.
El técnico del laboratorio de histología me dijo que dispondría de ellas al
día siguiente.
Luego pasé una hora examinando las cenizas de la difunta de Jamaica.
Estaban en un pote de mermelada con una etiqueta escrita a mano que
incluía el nombre de la 1 Ward y June Cleaver eran dos personajes de una
famosa y popular serie norteamericana de los años cincuenta.

Formaban un matrimonio ideal, que mostraban una infinita paciencia con


su hijo, un niño travieso y que siempre se metía en problemas.
(N. del T.)

- 53 - mujer, el nombre del crematorio y la fecha de la incineración. No era


un envase típico en Norteamérica, pero yo ignoraba cuál era la práctica
habitual en el Caribe.
Ninguna de las partículas medía más de un centímetro. Era una
circunstancia típica. Son muy pocos los fragmentos óseos que consiguen
sobrevivir a los pulverizadores que utilizan los crematorios modernos. Con
ayuda de un microscopio, pude identificar algunas cosas, incluido un
huesecillo completo del oído. También localicé unos pequeños trozos de
metal retorcido que tal vez formaban parte de una prótesis dental. Los
separé para enviárselos más tarde al dentista.
En condiciones normales, un varón adulto queda reducido a
aproximadamente tres mil quinientos centímetros cúbicos de cenizas. Ese
pote contenía alrededor de trescientos sesenta. Redacté un breve informe
dejando constancia de que el contenido del pote pertenecía a un ser
humano adulto y que eran restos incompletos. Cualquier posibilidad de
conseguir una identificación de esa persona quedaba desde ese momento
en manos de Bergeron.
A las seis treinta lo recogí todo y me marché a casa.

- 54 -
Capítulo 6

El esqueleto de Élisabeth me preocupaba. Lo que había visto simplemente


no podía ser, pero incluso LaManche lo había notado. Estaba ansiosa por
resolver la cuestión; sin embargo, a la mañana siguiente un grupo de
huesos diminutos junto al fregadero del laboratorio de histología exigió
toda mi atención. Los portaobjetos con las muestras también estaban
listos, de modo que dediqué varias horas al caso del bebé de Pelletier.

Al no encontrar ningún otro pedido sobre mi mesa, a las diez treinta llamé
por teléfono a la hermana Julienne para averiguar todo lo que pudiera
acerca de Élisabeth Nicolet. Le hice las mismas preguntas que al padre
Ménard y obtuve los mismos resultados. Élisabeth era
pure laine,
pura lana quebequesa, pero no existía ningún documento que estableciera
de forma directa su nacimiento o ascendencia.

- ¿Qué me dice de algún lugar fuera del convento, hermana? ¿Ha


comprobado otros archivos? -¡Ah!,
oui.
He investigado todos los archivos de la archidiócesis. Tenemos numerosas
bibliotecas en toda la provincia, y he recogido material procedente de
muchos conventos y monasterios.

Yo había visto parte de ese material. La mayor parte consistía en cartas y


diarios personales que contenían referencias familiares. Algunos
documentos eran intentos de narrativa histórica, pero no representaban ni
mucho menos lo que mi decano llamaría «el trabajo de un colega». Muchos
de ellos eran descripciones puramente anecdóticas, formadas por una
sucesión de testimonios de oídas.
Intenté un enfoque diferente.
- Hasta hace muy poco tiempo, la Iglesia era responsable de emitir todos
los certificados de nacimiento en Quebec, ¿correcto? El propio padre
Ménard me lo había confirmado.
- Sí. Hasta hace unos pocos años.
- Pero ¿no se pudo encontrar ninguno relacionado con Élisabeth? -No.
-Hubo una pausa-. A lo largo de los años sufrimos varios incendios.
En 1880 las Hermanas de Notre Dame construyeron una magnífica casa
matriz en la ladera de Mount Royal, pero, lamentablemente, se quemó
hasta los cimientos trece años más tarde. Nuestra propia casa matriz fue
destruida en 1897. A consecuencia de aquellos terribles incendios, se
perdieron cientos de documentos de enorme valor.
Por un momento, ninguna de las dos habló.
- Hermana, ¿se le ocurre dónde podría encontrar más información acerca
del nacimiento de Élisabeth? ¿O sobre sus padres? -Yo… bueno, supongo
que podría intentarlo en las bibliotecas seglares, o en una sociedad
histórica, o quizá en alguna de las universidades. Las familias Nicolet y - 55
- Bélanger han aportado importantes figuras a la historia
francocanadiense. Estoy segura de que todos ellos figuran en los anales
históricos.
- Gracias, hermana. Eso haré.
- Hay una profesora en McGill que ha estado realizando una investigación
en nuestros archivos. Mi sobrina la conoce. Se dedica a estudiar los
movimientos religiosos, pero también está interesada en la historia de
Quebec. No recuerdo si es antropóloga o historiadora, o qué. Tal vez pueda
ayudarla. -Dudó un momento-.
Naturalmente, sus referencias serán diferentes de las nuestras.
Yo estaba segura de ello, pero no dije nada.
- ¿Recuerda su nombre? Esa vez la pausa fue mucho más larga. A través
de la línea podía oír otras voces en la distancia, como ecos que se
propagaran por un lago. Alguien se echó a reír.
- Ha pasado mucho tiempo. Lo siento. Podría preguntarle a mi sobrina si lo
desea.
- Gracias, hermana. Seguiré sus indicaciones.
- Doctora Brennan, ¿cuándo cree que terminará de examinar los huesos de
Élisabeth? -Pronto. A menos que surja algo inesperado, debería completar
mi informe el viernes. Dejaré constancia de mis evaluaciones respecto de
edad, sexo y raza, y de cualesquiera otras observaciones que considere
pertinentes para el caso. He hecho algunos hallazgos y los he comparado
con los hechos conocidos acerca de Élisabeth.
Pueden incluir lo que crean apropiado en su solicitud al Vaticano.
- ¿Y nos llamará? -Naturalmente; tan pronto como haya acabado mi
trabajo.
En realidad, ya había terminado y no tenía ninguna duda acerca de lo que
diría en mi informe. ¿Por qué no decirlo entonces? Nos despedimos, corté
la comunicación, esperé a que regresara el tono y volví a marcar. Un
teléfono sonó al otro lado de la ciudad.
- Mitch Denton.
- Hola, Mitch. Tempe Brennan. ¿Sigues siendo el jefe supremo en tu
trabajo? Mitch era el jefe de la cátedra de Antropología que me contrató
para impartir clases a tiempo parcial cuando llegué a Montreal por primera
vez. Nos hicimos amigos entonces. Su especialidad era el paleolítico
francés.
- Sigo pegado al sillón. ¿Quieres dictar un curso para nosotros este verano?
-No, gracias. Tengo una pregunta para ti.
- Dispara.
- ¿Recuerdas ese caso histórico del que te hablé? ¿En el que estoy
trabajando para la archidiócesis? -¿El de la futura santa? -Exacto.
- Sí, lo recuerdo. Me parece mucho más interesante que la mayor parte de
los trabajos que haces habitualmente. ¿La encontraste? -Sí, pero he
descubierto algo extraño y me gustaría averiguar más cosas acerca de esa
mujer.
- 56 - -¿Algo extraño? -Inesperado. Una de las monjas me dijo que alguien
en McGill está haciendo una investigación sobre religión y la historia de
Quebec. ¿Te suena de algo? -Seguramente se trata de nuestra Daisy Jean.
- ¿Daisy Jean? -La doctora Jeannotte para ti. Es profesora de Estudios
Religiosos y la mejor amiga de los estudiantes.
- Antecedentes, Mitch.
- Su nombre es Daisy Jeannotte. Oficialmente, forma parte del cuerpo de
profesores de la Facultad de Estudios Religiosos, pero también imparte
algunos cursos de historia: «Movimientos religiosos en Quebec», «Sistemas
de creencias antiguos y modernos»; ese tipo de cosas.
- ¿Daisy Jean? -repetí la pregunta.
- Es sólo un apelativo cariñoso de uso interno. No es para todo el mundo.
- ¿Por qué? -Verás, ella puede llegar a ser un poco… extraña, para emplear
tu expresión.
- ¿Extraña? -¿Inesperada? Ella es de Dixie2, ya sabes.
Ignoré ese comentario. Mitch era un típico producto de Vermont
trasplantado a Canadá. Nunca ahorraba sarcasmos relacionados con mi
tierra natal.
- ¿Por qué dices que es la mejor amiga de los estudiantes? -Daisy pasa
todo su tiempo libre en compañía de los estudiantes. Los lleva de paseo,
los aconseja, viaja con ellos, los invita a cenar a su casa. Delante de su
puerta siempre hay una cola de almas necesitadas que buscan consuelo y
palabras de aliento.
- Suena admirable.
Empezó a decir algo y luego se interrumpió.
- Supongo que sí.
- ¿Es posible que la doctora Jeannotte sepa algo acerca de Élisabeth
Nicolet o su familia? -Si hay alguien que pueda echarte un cable, ésa es
Daisy Jean.
Me dio su número de teléfono y prometimos vernos pronto.
Una secretaria me informó de que la doctora Jeannotte estaría en su
despacho entre la una y las tres, de modo que decidí pasar a verla después
del almuerzo.
Para saber cuándo y dónde uno está autorizado a dejar un coche en
Montreal se requiere una capacidad analítica merecedora de una
licenciatura en Ingeniería Civil.
La Universidad McGill se encuentra en el corazón de Centre-Ville, el centro
de la ciudad, de modo que incluso si uno es capaz de entender dónde está
permitido aparcar, resulta prácticamente imposible dar con un espacio
libre. Encontré un lugar en Stanley en el que yo interpreté que era legal
aparcar de nueve a cinco, entre el 1 de abril y el 31 de diciembre, excepto
de una a dos de la tarde los martes y los jueves.
No era necesario disponer de un distintivo de residente en la zona.

2
Dixieland
: expresión popular con la que se designa a los estados del sur de Estados
Unidos. (N. del T.) - 57 - Después de cinco maniobras y un intenso trabajo
con el volante me las arreglé para aparcar el Mazda entre una camioneta
Toyota y un Oldsmobile Cutlass. No lo había hecho tan mal para tratarse
de una calle en pendiente. Cuando salí del coche estaba empapada en
sudor a pesar del frío reinante. Comprobé la distancia de los parachoques.
Sobraban al menos sesenta centímetros en total.

El tiempo ya no era tan gélido, pero el modesto ascenso de temperatura


había llegado acompañado de un incremento de la humedad. Una nube de
aire frío y húmedo se había instalado sobre la ciudad, y el cielo tenía el
color de una lata vieja.
Unos copos de nieve pesados y húmedos comenzaron a caer lentamente
mientras echaba a andar colina abajo hacia Sherbrooke y luego giraba al
este. Los primeros copos se fundieron al tocar el asfalto; los siguientes
permanecieron en el pavimento amenazando con acumularse.
Ascendí la colina por McTavish y entré en McGill por la puerta oeste. El
campus se extendía encima y detrás de mí. Los grandes edificios de piedra
gris trepaban la colina desde Sherbrooke hasta Docteur-Penfield. La gente
pasaba de prisa, con los hombros alzados para resguardarse del frío y la
humedad, protegiendo los libros y los paquetes de la nieve. Pasé junto a la
biblioteca y cogí un atajo por detrás del Museo Redpath. Al salir por la
puerta este, giré a la izquierda y me dirigí colina arriba por la calle
Universitie, sintiendo que las pantorrillas me dolían como si hubiese
corrido el maratón de Boston. Al llegar a Birks Hall estuve a punto de
chocar con un hombre alto y joven que caminaba con la cabeza gacha;
tenía el pelo y las gafas cubiertos de copos de nieve del tamaño de
mariposas nocturnas.
Birks pertenece a otra época: exterior gótico, paredes y mobiliario en roble
tallado, y enormes ventanas catedralicias. Es un lugar que invita al
susurro, no a la cháchara y las notas disonantes que se escuchan en la
mayoría de los edificios de una universidad. La recepción del primer piso
es cavernosa y de sus paredes cuelgan retratos de hombres de aspecto
solemne que miran desde lo alto exhibiendo una erudita vanidad.

Añadí mis botas a las filas de calzado diverso que transportaba la nieve
fundida hasta el suelo de mármol y me acerqué a contemplar con mayor
detenimiento esa augusta exposición de retratos.
Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury.
Buen trabajo, Tom.
John Bunyan, soñador inmortal.
Los tiempos habían cambiado. Cuando yo era estudiante, si te cogían en
plena ensoñación abstracta te llamaban la atención y eras humillado por
no estar atento en clase.

Subí una escalera de caracol, pasé junto a dos puertas de madera en el


segundo piso -una daba a la capilla y la otra a la biblioteca- y continué mi
camino hacia el tercer piso, donde la elegancia del recibidor daba paso a
signos inequívocos de envejecimiento. Aquí y allá faltaba una baldosa, y
tanto las paredes como el techo mostraban zonas donde la pintura se
había descascarado.
Al llegar al final de la escalera, me detuve para recobrar el aliento. El lugar
se encontraba extrañamente silencioso y oscuro. A mi izquierda había dos
puertas que se abrían a la galería de la capilla. Dos corredores partían
desde allí; había puertas de madera a intervalos regulares a lo largo de
cada uno de ellos. Pasé junto a la capilla y continué por el corredor de la
derecha.
- 58 - La última oficina a la izquierda estaba abierta, pero dentro no había
nadie. Una placa encima de la puerta decía «Jeannotte» con una caligrafía
delicada. Comparada con mi despacho, la habitación parecía el oratorio de
St. Joseph. Era larga y estrecha, con una ventana en forma de campana en
el extremo más alejado. A través del cristal emplomado alcancé a ver el
edificio de la administración y el camino que llevaba al complejo médico-
dental Strathcona. El suelo era de roble y las delgadas tablas mostraban
un color amarillento, producto de años de pisadas estudiosas.
Las estanterías cubrían todas las paredes. Estaban colmadas de libros,
revistas, cuadernos, cintas de vídeo, cajas con diapositivas y pilas de
documentos y reimpresiones. Delante de la ventana había un escritorio de
madera y un ordenador a la derecha.

Miré mi reloj. Eran las doce cuarenta y cinco; demasiado temprano.


Regresé al corredor y me dediqué a examinar las fotografías que colgaban
de la pared: Escuela de la Divinidad, licenciados de 1937, 1938 y 1939. Las
posturas eran rígidas y las expresiones sombrías.
Al llegar a la clase de 1942, apareció una mujer joven caminando por el
corredor. Llevaba tejanos, un jersey con cuello de cisne y una camisa de
lanilla abierta que le colgaba hasta las rodillas. El pelo rubio estaba cortado
geométricamente a la altura de la mandíbula, y un espeso flequillo le
cubría las cejas.
No llevaba maquillaje.
- ¿Puedo ayudarla? -preguntó en inglés. Inclinó la cabeza y el flequillo se
desplazó hacia un lado.
- Sí. Estoy buscando a la doctora Jeannotte.
- La doctora Jeannotte aún no ha llegado, pero la espero en cualquier
momento. ¿Puedo hacer algo por usted? Soy su ayudante. -Con un gesto
rápido ocultó el pelo detrás de la oreja derecha.
- Gracias. Me gustaría hacerle a la doctora Jeannotte algunas preguntas. La
esperaré si no hay problema.
- ¡Oh, bien! De acuerdo. Supongo que no hay problema. Ella es, bueno, no
estoy segura. No permite que nadie entre en su despacho. -Me miró, luego
desvió la mirada hacia la puerta abierta y volvió a fijar sus ojos en mí-.
Estaba en la fotocopiadora.
- Está bien. Esperaré aquí.
- Bueno, no. Ella aún podría demorarse un rato; a menudo llega tarde. Yo…
- Se volvió para echar un vistazo al corredor que se extendía detrás de
ella-. Podría esperarla en su despacho. -Repitió el gesto con el pelo-. Pero
no sé si eso le gustará.
No parecía capaz de tomar una decisión.
- Aquí estoy bien. De verdad.
Sus ojos se desviaron un momento y luego volvieron a mi rostro. Se mordió
el labio inferior y se acomodó nuevamente el pelo detrás de la oreja. No
parecía lo bastante mayor como para ser estudiante universitaria; De
hecho, aparentaba tener unos doce años.
- 59 - -¿Cómo dijo que se llamaba? -Soy la doctora Brennan. Tempe
Brennan.
- ¿Es profesora? -Sí, pero no aquí. Trabajo en el Laboratorio de Medicina
Legal.
- ¿Es eso la policía? -Una arruga se formó debajo de sus ojos.
- No. El laboratorio lleva a cabo tareas de investigación médica.
- ¡Oh! -Se humedeció los labios y después echó un vistazo a su reloj. Era la
única joya que llevaba-. Muy bien, pase y tome asiento. Yo estoy aquí, de
modo que supongo que no hay problema. Sólo había ido hasta la
fotocopiadora.
- No quiero causar…
- No, no hay problema. -Me hizo un gesto con la cabeza para que la
siguiera y entrase en el despacho de la doctora Jeannotte-. Adelante.
Entré y me indicó que me sentase en un pequeño sofá. Se dirigió al otro
extremo de la habitación y comenzó a ordenar unas revistas en la
estantería.
Podía oír el zumbido de un motor eléctrico, pero no veía la fuente. Miré a
mi alrededor. Nunca había visto libros que ocupasen tanto espacio en una
habitación.
Examiné los títulos de los que estaban justo delante de mí.

The Elements of Celtic Tradition. The Dead Sea Scrolls and the New
Testament. The

Mysteries of Freemasonry. Shamanism: Archaic Techniques of Ectasy. The


Kingship Rituals of Egypt. Peake's Commentary on the Bible. Churches That
Abuse. Thought Reform and the Psychology of Totalism. Armageddon in
Waco. When Time Shall Be No More: Prophecy Belief in Modern America.
Se trataba de una colección verdaderamente ecléctica.

Los minutos pasaban. La calefacción de la oficina era un punto exagerada


y sentí que comenzaba a dolerme la cabeza desde la base del cráneo. Me
quité la chaqueta.

Examiné una pintura que colgaba en la pared a mi derecha. Un grupo de


niños desnudos se calentaba delante del fuego de una chimenea; las pieles
brillaban por el reflejo de las llamas. Abajo se leía:
Después del baño,
Robert Peel, 1892. El cuadro me recordaba otro que tenía mi abuela en la
sala de música de su casa.

Volví a echar un vistazo al reloj. Era la una y diez.


- ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para la doctora Jeannotte? La
muchacha estaba inclinada sobre el escritorio, pero se irguió súbitamente
ante el sonido de mi voz.
- ¿Cuánto tiempo? -Parecía sorprendida.
- ¿Eres uno de sus estudiantes de posgrado? -Aún no me he licenciado.
Su silueta se recortaba contra la luz que entraba por la ventana. No podía
distinguir sus facciones, pero su cuerpo parecía tenso.
- He oído decir que la doctora Jeannotte está muy unida a sus estudiantes.
- ¿Por qué me lo pregunta? Extraña respuesta.
- Era sólo curiosidad. Yo nunca tengo tiempo para reunirme con mis
estudiantes después de clase. Admiro a esa mujer.
El comentario pareció dejarla satisfecha.
- 60 - -La doctora Jeannotte es más que una profesora para muchos de
nosotros.
- ¿Por qué te decidiste por los estudios religiosos? No contestó
inmediatamente. Cuando ya pensaba que no iba a responder, habló con
lentitud.
- Conocí a la doctora Jeannotte cuando me apunté en su seminario. Ella… -
Otra larga pausa. Resultaba difícil ver la expresión de su rostro a causa de
la iluminación de fondo-. Ella fue una fuente de inspiración para mí.
- ¿Cómo es eso? Otra pausa.
- Hizo que yo deseara hacer las cosas bien, que aprendiera a hacer las
cosas de la manera correcta.
Yo no sabía qué decir, pero esa vez no hubo necesidad de estimularla para
que continuara hablando.
- Ella me hizo comprender que muchas respuestas ya han sido escritas;
sólo tenemos que aprender a encontrarlas. -Inspiró profundamente y dejó
escapar el aire-. Es difícil, es realmente difícil, pero he llegado a
comprender el caos que ha provocado la gente en el mundo y que sólo
unos pocos iluminados…
Se volvió ligeramente y pude ver de nuevo su rostro. Tenía los ojos muy
abiertos y la boca tensa.
- Doctora Jeannotte. Sólo estábamos hablando.
En la puerta de la oficina había una mujer. No superaba el metro
cincuenta.
Llevaba el pelo negro estirado hacia atrás y sujeto detrás de la cabeza. La
piel tenía el mismo color cáscara de huevo de la pared que había a sus
espaldas.
- Antes estaba en la fotocopiadora. Sólo me ausenté de la oficina unos
minutos.
La mujer permaneció absolutamente inmóvil.
- Ella no estaba aquí sola. Yo no lo hubiese permitido.
La joven se mordió el labio y bajó la vista. Daisy Jeannotte no hizo el más
mínimo gesto.
- Doctora Jeannotte, ella quiere hacerle unas preguntas, de modo que
pensé que podía pasar y esperarla aquí. Es investigadora médica.
La voz le temblaba ligeramente.
Jeannotte no miró en ningún momento en mi dirección. Yo ignoraba qué
diablos estaba pasando allí.
- Estoy…, estoy acomodando estas revistas. Sólo hemos hablado un poco.
-Su labio inferior se veía cubierto por una fina lámina de transpiración.
Por un instante, Jeannotte continuó con la mirada fija en la joven; luego,
lentamente, se volvió en mi dirección.
- Me temo que ha elegido un momento poco oportuno, ¿señorita…? -Tenía
un acento suave: Tennessee; tal vez Georgia.
- Doctora Brennan. -Me puse de pie.
- Doctora Brennan.
- Le pido disculpas por presentarme sin cita previa. Su secretaria me dijo
que éste es su horario de consulta.
Dedicó un momento extremadamente largo para mirarme de arriba abajo.
Tenía - 61 - los ojos hundidos y el iris tan pálido que prácticamente carecía
de color. Jeannotte acentuaba ese rasgo oscureciendo las pestañas y cejas.
El pelo también era de un negro intenso, artificial.
- Bien -dijo por fin-, ya que está aquí. ¿Qué es lo que busca? Permaneció
inmóvil en la puerta. Daisy Jeannotte era una de esas personas que
irradian un aire de absoluta calma.
Le hablé de la hermana Julienne y de mi interés en Élisabeth Nicolet,
aunque no le revelé las razones de ese interés.
Jeannotte pensó un momento y después desvió la mirada hacia su
ayudante. Sin decir una palabra, la joven dejó las revistas y abandonó con
rapidez el despacho.
- Tendrá que disculpar a mi ayudante. Es una muchacha muy sensible. -Se
echó a reír brevemente y sacudió la cabeza-. Pero es una estudiante
excelente.
Jeannotte acercó una silla al sofá. Ambas nos sentamos.
- Normalmente, reservo este momento de la tarde para los estudiantes,
pero hoy parece que no hay ninguno. ¿Quiere una taza de té? Su voz tenía
cierto matiz azucarado, como las damas de club de campo del sur.
- No, gracias. Acabo de comer.
- ¿Es investigadora médica? -No exactamente. Soy antropóloga forense en
la Facultad de Antropología de la Universidad de Carolina del Norte, en
Charlotte. Aquí trabajo como consultora para el Departamento del Forense.
- Charlotte es una ciudad encantadora. La he visitado varias veces.
- Gracias. Nuestro campus es muy diferente del de McGill; es demasiado
moderno. Envidio este hermoso despacho.
- Sí, es muy acogedor. Birks data de 1931 y originariamente se llamaba
Divinity Hall. El edificio pertenecía a la Joint Theological Colleges hasta que
McGill lo compró en 1948. ¿Sabía que la Escuela de la Divinidad es una de
las facultades más antiguas en McGill? -No, no lo sabía.
- Por supuesto, hoy nos llamamos Facultad de Estudios Religiosos. De
modo que está interesada en la familia Nicolet.
Cruzó las piernas a la altura de los tobillos y se echó hacia atrás. La
ausencia de color en sus ojos me resultaba inquietante.
- Sí. Me gustaría saber, sobre todo, dónde nació Élisabeth y a qué se
dedicaban sus padres en aquella época. La hermana Julienne no ha podido
encontrar un certificado de nacimiento, pero está segura de que Élisabeth
nació en Montreal. Ella pensó que usted tal vez pudiese darme algunas
referencias.
- La hermana Julienne. -Se echó a reír nuevamente, y el sonido de su risa
me recordó el agua bajando entre las piedras. Luego su rostro se serenó-.
Es mucho lo que se ha escrito acerca de los miembros de las familias
Nicolet y Bélanger. Nuestra biblioteca posee un valioso archivo de
documentos históricos. Estoy segura de que allí podrá encontrar muchos
datos de interés para su investigación. También podría intentarlo en los
Archivos de la Provincia de Quebec, la Sociedad Histórica de Canadá y los
Archivos Públicos de Canadá.
- 62 - Los tonos suaves y sureños asumieron una característica casi
mecánica. Yo era una estudiante de segundo año que trabajaba en un
proyecto de investigación.

- Podría buscar información en publicaciones especializadas como


Report of the
Canadian Historical Society, Canadian Annual Review, Canadian Archives
Report, Canadian Historical Review, Transactions of the Quebec Literary
and Historical Society, Report of the Archives of the Province of Quebec
o
Transactions of the Royal Society of Canada.
-Parecía una cinta grabada-. Y, naturalmente, hay cientos de libros. Yo
conozco muy poco acerca de ese período histórico.

Mi rostro debió de reflejar lo que estaba pensando.


- No se acobarde. Sólo se necesita tiempo.
Jamás dispondría de horas suficientes para examinar semejante cantidad
de material. Intenté otra táctica.
- ¿Está familiarizada con las circunstancias que rodearon el nacimiento de
Élisabeth Nicolet? -En realidad, no. Como le he dicho, no es un período que
haya investigado.
Naturalmente sé quién es y conozco la labor que realizó durante la
epidemia de viruela de 1885. -Hizo una pausa para elegir cuidadosamente
las palabras-. Mi trabajo está enfocado hacia los movimientos mesiánicos y
los sistemas de nuevas creencias; no contempla las religiones eclesiásticas
tradicionales.

- ¿En Quebec? -No exclusivamente. -Volvió a hablar de los Nicolet-. Era una
familia muy conocida en su época, así que podría resultarle más
interesante consultar las historias que aparecieron en los periódicos de
aquellos tiempos. Entonces se publicaban cuatro diarios en inglés:
Gazette, Star, Herald
y
Witness.

- ¿Podría encontrarlos en la biblioteca? -Sí. Y, naturalmente, también había


prensa en francés:
La Minerve
, Le Monde, La

Patrie, L'Etendard
y
La Presse.
Los diarios en francés eran un poco menos prósperos y tenían menos hojas
que los de habla inglesa, pero creo que todos incluían los anuncios de
nacimientos.

No había pensado en los periódicos de la época. Ese material parecía más


abordable. Jeannotte me explicó dónde se guardaban los periódicos
microfilmados y prometió confeccionar una lista de fuentes de consulta
para mí. Durante unos minutos, hablamos de otras cosas. Su curiosidad
acerca de mi trabajo quedó satisfecha. Comparamos experiencias; éramos
dos profesoras universitarias, un mundo dominado por los hombres. Poco
después, una estudiante apareció en la puerta del despacho. Jeannotte dio
unos golpecitos en su reloj y levantó la mano con los cinco dedos abiertos,
y la joven desapareció.
Ambas nos levantamos a la vez. Le agradecí el tiempo que me había
dedicado y la información que me había suministrado, y me puse la
chaqueta, el sombrero y la bufanda. Estaba a medio camino de la puerta
cuando una pregunta me detuvo en seco.
- ¿Profesa usted alguna religión, doctora Brennan? -Fui educada en la fe
católica, pero actualmente no pertenezco a ninguna iglesia.
- 63 - Sus ojos espectrales se clavaron en los míos.
- ¿Cree en Dios? -Doctora Jeannotte, hay días en los que no creo en la
mañana siguiente.
Cuando me marché del despacho de la doctora Jeannotte fui directamente
a la biblioteca y pasé una hora hojeando libros de historia; examiné
superficialmente los índices en busca de Nicolet o Bélanger. Encontré
varios libros en los que aparecían uno u otro apellido y decidí llevármelos a
casa, agradeciendo el hecho de tener todavía privilegios como profesora
universitaria.
Cuando abandoné la biblioteca comenzaba a anochecer. La nieve caía
suavemente y obligaba a los peatones a caminar por la calle, o bien a
seguir estrechos senderos trazados en las aceras, colocando con mucho
cuidado un pie delante del otro para evitar las zonas donde la nieve era
más profunda. Eché a andar detrás de una pareja; la chica iba delante, y el
chico, detrás, apoyaba las manos sobre los hombros de ella. Las correas de
sus mochilas oscilaban de un lado a otro cuando las caderas giraban para
mantener los pies dentro del sendero libre de nieve. De vez en cuando la
chica se paraba para coger un copo con la lengua.
La temperatura había descendido al mismo ritmo que la luz y, cuando
llegué al coche, el parabrisas estaba cubierto con una capa de hielo. Cogí
un rascador y quité el hielo, maldiciendo todo el tiempo mis instintos
migratorios. Cualquier persona con un mínimo de sentido común estaría
disfrutando en la playa en aquel momento.
Durante el corto trayecto hasta mi casa, reproduje la escena que había
contemplado en el despacho de Jeannotte; trataba de desvelar la curiosa
conducta de la joven ayudante. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa?
Parecía sentir terror ante Jeannotte; era algo más que el temor reverente
que siente un estudiante que aún no se ha licenciado. Había mencionado
en tres ocasiones su viaje a la fotocopiadora, pero cuando nos
encontramos en el corredor no llevaba nada en las manos. Me di cuenta
también de que no sabía su nombre.
Luego pensé en Jeannotte. Se había comportado de un modo
condescendiente y muy sereno, como si estuviese acostumbrada a
controlar cualquier audiencia.
Recordé los ojos penetrantes, que contrastaban abiertamente con su
cuerpo diminuto y su pronunciación suave y cortés. Había conseguido que
me sintiese como una estudiante inexperta. ¿Por qué? Entonces lo recordé.
Durante nuestra conversación la mirada de Daisy Jean no se había
apartado en ningún momento de mi rostro. Nunca había interrumpido el
contacto visual. Esa circunstancia y sus iris espectrales formaban una
combinación desconcertante.
Al llegar a casa, encontré dos mensajes. El primero me produjo una
moderada ansiedad. Harry había comenzado el famoso curso y se estaba
convirtiendo en una gurú de la moderna salud mental.
El segundo hizo que sintiese un escalofrío en el alma. Escuché
atentamente cada palabra mientras contemplaba cómo se amontonaba la
nieve contra la pared del jardín. Los nuevos copos caían sobre la masa gris
inferior, como la inocencia recién nacida sobre los pecados del año
anterior.
- 64 - -Brennan, si está en casa, coja el teléfono. Esto es muy importante.
-Pausa-.
Ha habido novedades en el caso de St. Jovite. -La voz de Ryan estaba
teñida de tristeza-. Cuando entramos en la construcción exterior,
encontramos otros cuatro cuerpos debajo de una escalera. -Podía oírle
mientras metía una bocanada de humo hasta el fondo de los pulmones y lo
dejaba escapar lentamente-. Dos adultos y dos bebés. Aunque no están
quemados, es algo espantoso. Nunca he visto nada igual. No quiero entrar
en detalles, pero éste es un partido completamente diferente y resulta una
verdadera mierda. La veré mañana.

- 65 -
Capítulo 7
Ryan no fue el único al que atrapó un sentimiento de aversión. Yo había
visto niños maltratados y muertos de hambre. Los había visto después de
que fueran golpeados, violados, asfixiados, sacudidos violentamente hasta
morir, pero jamás en mi vida había visto nada parecido a lo que alguien les
había hecho a esos dos niños pequeños encontrados en un cobertizo de St.
Jovite.
Otros también habían recibido una llamada la noche anterior. Cuando
llegué, a las ocho y cuarto, varias camionetas de la prensa habían ocupado
sus posiciones fuera del edificio de la SQ; los cristales de las ventanillas se
veían empañados y el humo salía de los tubos de escape.
A pesar de que una jornada laboral comienza normalmente a las ocho
treinta, la actividad era evidente en la sala de autopsias más grande.
Bertrand ya estaba allí, junto a otro numeroso grupo de detectives de la
SQ y un fotógrafo de la Section d'Identité Judiciaire, la SIJ. Ryan aún no
había llegado.
El examen externo estaba en marcha y sobre un escritorio se veía un
grupo de instantáneas tomadas con una Polaroid. Habían llevado el cuerpo
a rayos X y, cuando entré, LaManche estaba garabateando unas notas.
Dejó de escribir y alzó la vista.
- Temperance, me alegro de verla. Necesitaré ayuda para establecer la
edad de los pequeños.
Asentí.
- Es posible que haya una herramienta… -buscó la palabra más adecuada
con la tensión dibujada en su rostro alargado de sabueso- inusual
implicada en el caso.
Volví a asentir y fui a cambiarme. Ryan sonrió y me saludó cuando nos
encontramos en el corredor. Tenía los ojos lacrimosos y las mejillas y la
nariz rojas, como si hubiese recorrido a pie una considerable distancia en
el intenso frío de la mañana.
Una vez en el vestuario traté de prepararme para lo que me esperaba. Un
par de bebés asesinados ya era una situación bastante espantosa. ¿Qué
había querido decir LaManche con «una herramienta inusual»? Los casos
en los que hay niños implicados siempre son muy difíciles para mí.
Cuando mi hija era pequeña, después de cada asesinato de un niño debía
combatir la urgencia de atar a Katy a mí con una correa para no perderla
de vista.
Ahora Katy es una mujer, pero aún siento pánico ante las imágenes de
niños muertos. De todas las víctimas posibles, son las más vulnerables, las
más confiadas y las más inocentes. Sufro un intenso dolor cada vez que
uno de ellos ingresa en el depósito de cadáveres. La inapelable realidad
del ser humano muerto me mira directamente a los ojos. Y la piedad
proporciona un consuelo muy escaso.
- 66 - Regresé a la sala de autopsias pensando que estaba preparada para
iniciar mi trabajo. Entonces vi aquel diminuto cuerpo sobre la dura
superficie de acero inoxidable.
Parecía una muñeca; ésa fue mi primera impresión. Parecía una muñeca
de látex de tamaño natural que había encanecido con la edad. Cuando era
pequeña tenía una, una recién nacida de color rosa y que olía a caucho
dulce. Recuerdo que la alimentaba a través de un orificio pequeño y
redondo que tenía entre los labios y le cambiaba el pañal cuando el agua
lo mojaba.
Pero en ese momento no se trataba de un juguete. El bebé yacía sobre el
vientre, con los brazos a los lados y los dedos curvados contra las palmas
diminutas. Las nalgas estaban aplastadas y unas cintas blancas
atravesaban el color púrpura de la espalda. La pequeña cabeza había sido
cubierta por una gorra roja colocada del revés. Estaba desnudo, salvo por
un brazalete de diminutos cubos de plástico alrededor de la muñeca. Tenía
dos heridas cerca del omóplato izquierdo.
En la mesa adyacente había un pelele, y unos camiones rojos y azules
sonreían desde la franela. Extendidos a su lado había un pañal sucio, una
camiseta interior de algodón con broches de presión en la entrepierna, un
jersey de mangas largas y un par de calcetines blancos. Todo estaba
manchado de sangre.
LaManche comenzó a hablar en francés junto a la grabadora.

-
Bebé de race blanche, bien développé et bien nourri…

«Bien desarrollado y bien alimentado pero muerto», pensé sintiendo que la


cólera crecía en mi interior.

-
Le corps est bien préservé, avec une légère macération épidermique…

Miré el pequeño cadáver. Sí, estaba bien conservado; sólo se veía un ligero
desprendimiento de la piel en las manos.
- Supongo que no tendremos que buscar heridas defensivas.
Bertrand había entrado en la sala y estaba a mi lado. No respondí. No
estaba de humor para chistes de morgue.
- Hay otro en la nevera -continuó.
- Eso es lo que nos han dicho -contesté secamente.
- Sí, pero, por Dios, son apenas unos bebés.
Le miré a los ojos y sentí una punzada de culpa. Bertrand no trataba de ser
gracioso. Parecía como si su propio hijo hubiese muerto.
- Bebés. Alguien los maltrató y luego los ocultó en un sótano. Eso es casi
tan horrible como que te disparen desde un coche en la puerta de tu casa.
Es probable que ese cabrón conociera a los crios.
- ¿Por qué lo dice? -Tiene sentido: dos niños y dos adultos que
probablemente sean los padres.
Alguien se cargó a toda la familia.
- ¿Y quemó la casa para cubrirse las espaldas? -Es posible.
- Podría ser un desconocido.
- Podría ser, pero lo dudo. Espere. Ya lo verá.
Volvió a observar el procedimiento de la autopsia con las manos
firmemente - 67 - enlazadas a la espalda.
LaManche dejó el dictado y le dijo algo a la técnica de autopsias. Lisa cogió
una cinta de medir del mostrador de acero inoxidable y la extendió para
medir el largo del cuerpo de la criatura.

-
Cinquante-huit centimètres.

Cincuenta y ocho centímetros.


Ryan observaba desde el otro lado de la sala. Tenía los brazos cruzados, y
el pulgar derecho arañaba la lanilla de la chaqueta sobre el bíceps
izquierdo. De vez en cuando, tensaba la mandíbula, y la nuez de Adán
subía y bajaba.
Lisa pasó la cinta alrededor de la cabeza, el pecho y el abdomen del bebé,
y fue diciendo en voz alta las medidas. Luego alzó el cuerpo y lo colocó en
una balanza colgante. En circunstancias normales, ese artilugio se emplea
para pesar órganos. El platillo osciló ligeramente, y Lisa colocó una mano
para estabilizarlo. La imagen era desoladora. Un bebé sin vida en una cuna
de acero inoxidable.
- Seis kilos.
El niño había muerto pesando sólo seis kilos. LaManche apuntó ese peso, y
Lisa retiró el pequeño cadáver y volvió a tenderlo sobre la mesa de
autopsias. Cuando ella retrocedió, el aliento se me heló en la garganta.
Miré a Bertrand, pero tenía los ojos clavados en sus zapatos.
En vida, ese pequeño cuerpo había sido un chico. En ese momento, yacía
sobre la espalda, las piernas y los pies dislocados a la altura de las
articulaciones. Los ojos eran grandes y redondos, y los iris estaban
nublados por un color gris ahumado. La cabeza había caído hacia un lado y
la mejilla descansaba contra la clavícula izquierda.
Debajo de la mejilla, el pecho presentaba un agujero del tamaño de mi
puño aproximadamente. La herida tenía los bordes dentados y un anillo
púrpura oscuro rodeaba todo el contorno. La cavidad estaba rodeada a su
vez por un sinnúmero de cortes en forma de estrella y de uno a dos
centímetros de longitud. Algunos eran profundos; otros, superficiales. En
algunas zonas, un corte cruzaba otro, lo que formaba dibujos en L o V.
Me llevé la mano al pecho en un acto reflejo y sentí que se me endurecía el
estómago. Me volví hacia Bertrand, incapaz de articular palabra.
- ¿Puede creerlo? -dijo desconsoladamente-. El cabrón le arrancó el
corazón.
- ¿No lo han encontrado? Negó con la cabeza.
Tragué con dificultad.
- ¿El otro bebé? Repitió el gesto.
- Justo cuando comienzas a pensar que ya lo has visto todo, te das cuenta
de que no es así.
- ¡Dios mío! Un intenso frío me recorrió todo el cuerpo. Esperaba con
anhelo verificar que los niños habían sido mutilados una vez que
estuvieron inconscientes.
Miré a Ryan. Contemplaba la escena que se desarrollaba en la mesa y su
rostro - 68 - no mostraba ninguna expresión.
- ¿Qué me dice de los adultos? Bertrand sacudió la cabeza.
- Todo parece indicar que fueron apuñalados repetidas veces y les cortaron
el cuello, pero nadie se llevó sus órganos.
La voz de LaManche continuó desgranando datos y describiendo la
apariencia externa de las heridas. No tenía necesidad de oír lo que decía.
Sabía perfectamente lo que significaba la presencia de un hematoma. El
tejido sólo se magulla cuando la sangre está circulando por el cuerpo. El
bebé estaba vivo cuando se produjeron los cortes.
Cerré los ojos y luché contra la necesidad urgente de abandonar-aquella
sala.
«Contrólate, Brennan. Haz tu trabajo.» Me acerqué a la otra mesa para
examinar la ropa. Todo era tan pequeño, tan familiar. Miré el pelele con
sus pies incorporados y las mangas y el cuello suaves y cubiertos de
lanilla. Katy había usado docenas de ellos. Recordaba haber abierto y
cerrado los broches para cambiarle el pañal mientras lanzaba patadas con
sus pequeñas piernas regordetas. ¿Cómo se llamaban esas cosas? Tenían
un nombre específico. Intenté recordarlo, pero mi mente se negaba a
hacerlo. Tal vez me estaba protegiendo, instándome a que dejara de
personalizar y volviera a concentrarme en mi trabajo antes de echarme a
llorar o de que me quedara simplemente paralizada.
La mayor parte de la hemorragia se había producido mientras el bebé
yacía apoyado sobre su costado izquierdo. El hombro y la manga derechos
del pelele estaban salpicados, pero la sangre había empapado el lado
izquierdo, oscureciendo la franela de rojo y marrón. La camiseta interior y
el jersey presentaban las mismas manchas.
- Tres capas -dije a nadie en particular-. Y calcetines.
Bertrand se acercó a la mesa.
- Alguien se ocupó de que el niño estuviese abrigado.
- Sí, supongo que así fue -convino Bertrand.
Ryan se reunió con nosotros mientras inspeccionábamos la ropa. Cada
prenda mostraba un agujero dentado, rodeado de una estrella de
pequeñas heridas, lo que reproducía las heridas que presentaba el pecho
del bebé. Ryan habló primero.
- El pequeño estaba vestido.
- Sí -dijo Bertrand-. Supongo que la ropa no era un impedimento para su
perverso ritual.
No dije nada.
- Temperance -dijo LaManche-, por favor, busque una lupa y acérquese. He
encontrado algo.
Nos reunimos en torno al patólogo, y LaManche señaló una pequeña zona
descolorida hacia la izquierda y debajo del orificio en el pecho del niño.
Cuando le alcancé la lupa, se inclinó, estudió la contusión y me devolvió la
lente de aumento.
Cuando me tocó el turno de examinar la zona señalada, me quedé
perpleja. La mancha no mostraba las vetas desorganizadas que
caracterizan una contusión normal. Bajo la lente de aumento podía
apreciar un dibujo definido en la carne del - 69 - bebé: un rasgo central
cruciforme, con un lazo en uno de los extremos, como si fuese una cruz de
Malta o una cruz egipcia, la misma que utilizaban los hippies como símbolo
de vida. La figura estaba perfilada por un borde rectangular almenado. Le
pasé la lupa a Ryan y miré interrogativamente a LaManche.
- Temperance, no hay duda de que se trata de una herida que responde a
alguna clase de dibujo o modelo. Esta zona de tejido debe ser conservada.
El doctor Bergeron no se encuentra hoy aquí, de modo que le agradecería
su colaboración.
Marc Bergeron, odontólogo del LML, había desarrollado una técnica
innovadora para levantar y fijar heridas en el tejido blando. Inicialmente
tenía por objeto levantar las marcas de mordeduras de los cuerpos de
víctimas de agresiones sexuales. Pero el método también había
demostrado ser muy útil para cortar y preservar tatuajes y heridas
dibujadas en la piel. Había visto a Marc hacerlo en cientos de casos y le
había asistido en muchos de ellos.
Fui a buscar la caja con el instrumental de Bergeron, que estaba en un
armario en la primera sala de autopsias. Cuando regresé extendí los
instrumentos sobre un carrito de acero inoxidable y me puse los guantes
de látex. El fotógrafo ya había acabado su tarea, y LaManche estaba
preparado. Me indicó con la cabeza que podía comenzar. Ryan y Bertrand
miraban sin perderse detalle.
En primer lugar, metí en un frasco de cristal cinco cucharadas pequeñas de
un polvo rosado que saqué de una botella de plástico; luego añadí veinte
centímetros cúbicos de un líquido incoloro monómero. Agité el frasco y, un
minuto después, la mezcla se espesó hasta convertirse en una especie de
arcilla rosada para modelar.
Formé un anillo con la pasta, lo coloqué sobre el pecho del pequeño y
rodeé completamente la contusión. Extendí el acrílico, que estaba caliente,
con los dedos.
Para acelerar el proceso de endurecimiento, cubrí el anillo con un paño
húmedo y esperé. En menos de diez minutos, el acrílico se había secado.
Busqué un tubo de goteo y comencé a humedecer los bordes del anillo con
un líquido incoloro.
- ¿Qué es eso? -preguntó Ryan.
- Cianocrilato.
- Huele a pegamento.
- Lo es.
Cuando calculé que el pegamento estaba seco, lo comprobé aplastando
con suavidad el anillo de pasta. Unos cuantos golpecitos más, unos
minutos más de espera y el anillo quedó firmemente adherido. Entonces
apunté en él la fecha, los números del caso y del depósito de cadáveres, e
indiqué las zonas superior, inferior, derecha e izquierda con respecto al
pecho del bebé.
- Ya está -dije, y me aparté de la mesa.
LaManche utilizó un escalpelo para cortar la piel exterior del donut acrílico;
penetró profundamente para incluir el tejido adiposo interno. Cuando
finalmente el anillo se despegó del cuerpo llevaba adherida la piel de la
contusión, como si fuese una pintura en miniatura limitada por un marco
circular rosado. LaManche metió la muestra de tejido en el frasco de
líquido incoloro que yo había preparado previamente.
- ¿Qué es eso? -preguntó nuevamente Ryan.
- 70 - -Una solución de formalina rebajada al diez por ciento. El tejido
quedará fijado en un lapso de entre diez y doce horas. El anillo asegurará
que no se produzca ninguna distorsión, de modo que más tarde, si
encontramos una arma, estaremos en condiciones de compararla con la
herida para ver si ambos dibujos coinciden. Y, naturalmente, tendremos las
fotografías.
- ¿Por qué no usar sólo las fotos? -Este procedimiento nos permite hacer
transiluminación si es necesario.
- ¿Transiluminación? En realidad yo no estaba con ánimos para dictar un
seminario científico, de manera que lo expliqué de un modo sencillo y
comprensible.
- Se puede enfocar una luz a través del tejido para ver lo que pasa debajo
de la piel. A menudo se descubren algunos detalles que no son visibles en
la superficie.
- ¿Qué cree que provocó esta clase de herida? -preguntó Bertrand.
- No lo sé -dije mientras cerraba el frasco herméticamente y se lo
entregaba a Lisa.
Al girarme sentí una enorme tristeza y no pude resistir la tentación de
alzar la pequeña mano del bebé, blanda y fría entre mis dedos. Hice girar
los cubos diminutos que rodeaban la muñeca: «M-a-t-h-i-a-s.» «Lo siento
mucho, Mathias.» Alcé la vista y sorprendí a LaManche observándome. Sus
ojos parecían reflejar la misma desesperación que yo sentía en aquel
momento. Me aparté y él comenzó el examen interno del cadáver.
LaManche extraería y enviaría a la planta superior los extremos de todos
los huesos cortados por el asesino, pero yo no me sentía nada optimista.
Aunque nunca había buscado marcas de herramientas en víctimas de esa
edad, sospechaba que las costillas de un bebé eran demasiado finas como
para conservar detalles.
Me quité los guantes de látex y me volví hacia Ryan cuando Lisa practicó
una incisión en forma de Y en el pecho del bebé.
- ¿Están aquí las fotos de la escena del crimen?
-Sólo las copias.
Me entregó un gran sobre marrón que contenía un juego de fotos Polaroid.
Las llevé al escritorio que había en una esquina de la habitación.
La primera foto mostraba la construcción exterior más grande que formaba
parte de la casa de St. Jovite. El estilo era similar al de la casa principal:
alpino. La foto siguiente había sido tomada en el interior, desde la parte
superior de una escalera y mirando hacia abajo. El pasadizo era oscuro y
estrecho, con paredes a ambos lados, barandillas de madera en los muros
y trastos amontonados en los extremos de cada escalón.
Había varias fotografías de un sótano tomadas desde diferentes ángulos.
La habitación estaba mal iluminada, y la única luz se filtraba a través de
unas pequeñas ventanas rectangulares próximas al techo. El suelo era de
linóleo y las paredes de pino nudoso. Había tinas de lavar, un calentador
de agua caliente y más trastos.
Varias fotos mostraban el calentador en primer plano y luego el espacio
que había entre éste y la pared. El rincón estaba lleno de lo que
aparentemente eran - 71 - alfombras viejas y bolsas de plástico. El resto de
las fotos mostraba esos objetos alineados sobre el linóleo; primero
cerrados y luego extendidos para exponer el contenido.
Los adultos habían sido envueltos en grandes trozos de plástico
transparente;
después, habían sido enrollados en alfombras y colocados detrás del
calentador. Los cuerpos mostraban la piel desgarrada y el abdomen
abultado, pero estaban bien conservados.
Ryan se acercó a mí.
- El calentador debía de estar apagado -dije pasándole la foto-. De otro
modo, el calor hubiese provocado un mayor grado de descomposición en
los cuerpos.
- No creemos que utilizaran esa construcción.
- ¿Por qué? Se encogió de hombros.
Volví a examinar las fotografías.
El hombre y la mujer estaban vestidos, aunque descalzos. Alguien les
había cortado el cuello, y la sangre había empapado sus ropas y había
manchado las mortajas de plástico. El hombre yacía con una mano echada
hacia atrás y presentaba profundas heridas en la palma. Eran heridas
producidas mientras se defendía. Había tratado de salvar su vida, o la de
su familia.
¡Oh, Dios! Cerré los ojos un instante.
Con los bebés, el envoltorio había resultado mucho más sencillo. Los
habían envuelto en plásticos, colocado en bolsas de basura y luego habían
sido apilados encima de los adultos.
Miré las manos pequeñas y los hoyuelos en los nudillos. Bertrand tenía
razón:
en los bebés no habría ninguna herida que mostrase una acción defensiva.
La ira y el dolor se mezclaron dentro de mí.
- Quiero a ese hijo de puta. -Miré a Ryan fijamente a los ojos.
- Sí.
- Quiero cogerle, Ryan. Hablo en serio. Quiero a ese cabrón antes de que
veamos otro bebé destripado. ¿Cuál es el bien que podemos hacer si no
somos capaces de detener esta carnicería? Los ojos azul eléctrico me
devolvieron la mirada.
- Le cogeremos, Brennan. De eso no hay duda.
Pasé el resto del día viajando en el ascensor entre mi oficina y las salas de
autopsias. Llevaría al menos dos días completarlas, ya que LaManche se
encargaba de las cuatro víctimas. Se trata de un procedimiento habitual en
los casos de asesinatos múltiples. El hecho de que intervenga un único
patólogo da coherencia al caso y asegura la consistencia del testimonio si
llega a juicio.
Cuando eché un vistazo a uno de los relojes, Mathias había sido trasladado
nuevamente al congelador del depósito de cadáveres y se estaba llevando
a cabo la autopsia del segundo bebé. Se repetía la escena que habíamos
representado aquella - 72 - misma mañana. Los actores eran los mismos,
al igual que el decorado. La víctima también parecía la misma, pero
llevaba un brazalete en el que podía leerse «M-a-l-a- c-h-y».
Hacia las cuatro treinta, el vientre de Malachy había sido cerrado, se había
repuesto el casquete craneal y el rostro estaba en su sitio. Salvo por las
incisiones en forma de Y y la mutilación sufrida en el pecho, los bebés
estaban listos para ser enterrados. Hasta ese momento no teníamos ni la
menor idea de dónde tendría lugar, o de quién se encargaría de hacerlo.
Ryan y Bertrand también habían pasado el día en idas y venidas. Se habían
tomado huellas de los pies de ambos bebés, pero las manchas borrosas
que aparecen en los registros de nacimiento de los hospitales son
absolutamente ininteligibles, y Ryan no se mostraba muy optimista en
cuanto a conseguir una identificación positiva.
Los huesos de la mano y la muñeca representan más del veinticinco por
ciento del esqueleto. Un adulto posee veintisiete en cada mano, pero un
bebé tiene muchos menos; depende de la edad. Examiné las muestras de
rayos X para comprobar qué huesos estaban presentes y qué grado de
desarrollo habían alcanzado. Según mis cálculos, Mathias y Malachy tenían
alrededor de cuatro meses cuando los asesinaron.
Esa información fue transmitida a los medios de comunicación, pero,
aparte de los chiflados habituales, la respuesta fue escasa. Nuestra mayor
esperanza radicaba en los dos cadáveres adultos que en ese momento
aguardaban en el congelador del depósito. Estábamos razonablemente
seguros de que cuando se conocieran las identidades del hombre y la
mujer, las de los niños no tardaría en desvelarse. Por el momento, los
niños eran Bebé Malachy y Bebé Mathias.

- 73 -
Capítulo 8
El viernes no vi a Ryan y tampoco a Bertrand. LaManche pasó todo el día
en la sala de autopsias con los cuerpos de los adultos que habían sido
encontrados en St.
Jovite. Yo tenía las costillas de los bebés flotando en frascos de cristal en el
laboratorio de histología. Cualesquiera grietas o estrías que pudieran
presentar los huesos serían tan finas que no quería dañarlas al hervirlos o
rascarlos, y no podía arriesgarme a practicar incisiones con un escalpelo o
unas tijeras, de modo que lo único que podía hacer era cambiar
periódicamente el agua y desmenuzar la carne.
Me alegraba la tranquilidad temporal que se había producido en el
volumen de actividad y aproveché el tiempo para acabar el informe sobre
Élisabeth Nicolet, que había prometido terminar ese día. Considerando que
debía regresar a Charlotte el lunes, había planeado realizar el examen de
las costillas durante el fin de semana. «Si no hay ninguna novedad -pensé-,
podré acabar todo el trabajo urgente antes del lunes.» Pero no había
contado con la llamada que recibí a las diez treinta.
- Lamento mucho llamarla de este modo, doctora Brennan. -Inglés,
pronunciación lenta, cada palabra elegida con mucho cuidado.
- Hermana Julienne, es un placer tener noticias suyas.
- Le pido perdón por las llamadas.
- ¿Las llamadas? Repasé los papeles rosados que tenía sobre el escritorio.
Sabía que la hermana Julienne me había devuelto una llamada el
miércoles, pero pensé que se trataba de la continuación de nuestra
primera conversación. Había otros dos papeles con su nombre y número
de teléfono.
- Soy yo quien debería pedir disculpas, hermana. Ayer estuve todo el día
ocupada y no comprobé mis mensajes. Lo siento.
No dijo nada.
- En este momento, estoy redactando el informe.
- No, no; no se trata de eso. Quiero decir, por supuesto, eso es
terriblemente importante. Y todos estamos ansiosos…
Dudó un momento y casi pude ver cómo sus cejas espesas y negras
marcaban aún más su entrecejo permanentemente fruncido. La hermana
Julienne parecía estar siempre preocupada por algo.
- Esta situación me resulta muy embarazosa, pero no sabía a quién
recurrir. He rezado, naturalmente, y sé que Dios me está escuchando, pero
siento que debo hacer algo. Estoy entregada a mi trabajo, para llevar los
archivos del Señor, pero, bueno, también tengo una familia terrenal.
La hermana Julienne elaboraba sus palabras con precisión, dándoles forma,
como si se tratara de un panadero moldeando la masa.
- 74 - Se produjo otra larga pausa. Yo esperé.
- Él ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.
- Sí.
- Se trata de mi sobrina, Anna. Anna Goyette. Le hablé de ella el miércoles.
- ¿Su sobrina? No podía imaginar el rumbo de la conversación.
- Es la hija de mi hermana.
- Comprendo.
- Ella… No estamos seguras de dónde se encuentra.
- ¡Ajá! Entonces empezaba a entender de qué iba aquello.
Finalmente, la hermana Julienne lo escupió.
- Anna no regresó a casa anoche, y mi hermana está desesperada. Le he
dicho que elevara sus plegarias a Dios, por supuesto, pero, bueno… -Su
voz se apagó.
No sabía qué decir. No esperaba que la conversación tomara esa dirección.
- ¿Su sobrina ha desaparecido? -Sí.
- Si está preocupada, es mejor que se ponga en contacto con la policía.
- Mi hermana los llamó dos veces. Le dijeron que cuando se trata de
alguien con la edad de Anna su política es esperar entre cuarenta y ocho y
setenta y dos horas.
- ¿Qué edad tiene su sobrina? -Anna tiene diecinueve años.
- ¿Es ella quien estudia en McGill? -Sí.
Su voz era tan tensa que hubiese podido cortar un trozo de metal.
- Hermana, creo que no hay nada de qué…
Oí claramente que la hermana Julienne reprimía un sollozo.
- Lo sé, lo sé, y le pido disculpas por molestarla, doctora Brennan. -Sus
palabras salían entrecortadas por pequeñas interrupciones, como si
tuviese hipo-.
Sé que está muy ocupada con su trabajo, lo sé, pero mi hermana está
histérica y realmente no sé qué puedo decirle. Perdió a su esposo hace dos
años y ahora siente que Anna es todo lo que tiene. Virginie me llama cada
media hora e insiste en que debo ayudarla a encontrar a su hija. Sé que
éste no es su trabajo, doctora, y jamás me habría atrevido a llamarla si no
hubiese estado desesperada. He rezado, pero, ¡oh…! Me quedé perpleja al
oír cómo rompía a llorar. Las lágrimas ahogaron sus palabras. Esperé con
la mente convertida en un verdadero lío. ¿Qué debía decirle? Entonces los
sollozos remitieron y oí el sonido de los pañuelos de papel al ser sacados
de la caja y luego el soplido de la nariz.
- Yo…, yo… Por favor, perdóneme. -Le temblaba la voz.
Los consejos nunca han sido mi punto fuerte. Incluso con aquellas
personas que están muy cercanas a mí, me siento incómoda y fuera de
lugar ante las emociones de los demás. Decidí ir a lo práctico.
- ¿Se ha ausentado Anna de casa alguna vez antes de ésta? - 75 - -No lo
creo. Pero mi hermana y yo no siempre… nos comunicamos bien.
La hermana Julienne se había tranquilizado y volvía a escoger con cuidado
sus palabras.
- ¿Ha tenido algún problema en la universidad? -No lo creo.
- ¿Con amigos? ¿Algún novio, tal vez? -No lo sé.
- ¿Ha advertido algún cambio en su conducta últimamente? -¿A qué se
refiere? -¿Ha cambiado sus hábitos de comida? ¿Duerme menos o más de
lo habitual en ella? ¿Se ha vuelto menos comunicativa? -Lo… lo siento.
Desde que ingresó en la universidad no veo a Anna con la misma
frecuencia que antes.
- ¿Asiste a sus clases? -No estoy segura.
Su voz se apagó en la última palabra. Parecía completamente agotada.
- ¿Se lleva bien Anna con su madre? La pausa fue más larga de lo habitual.
- Existe la tensión habitual, pero sé que Anna ama a su madre.
¡Bingo! -Hermana, es probable que su sobrina necesite un poco de tiempo
para ella.
Estoy segura de que si esperan un día o dos volverá a casa o llamará por
teléfono.
- Sí, supongo que tiene razón, pero me siento tan impotente por Virginie.
Mi hermana está totalmente perturbada. No puedo razonar con ella y
pensé que si podía decirle que la policía estaba buscando a Anna, Virginie
se… tranquilizaría.
Oí el sonido de otro pañuelo de papel y temí una segunda sesión de
lágrimas.
- Permítame hacer una llamada, hermana. No estoy segura de si dará
resultado, pero nada se pierde con probar.
Me dio las gracias y colgamos. Por un momento, permanecí sentada
calibrando mis opciones. Pensé en Ryan, pero McGill se encuentra en la
isla de Montreal.
Communauté Urbaine de Montreal Police, la CUM. Inspiré profundamente y
marqué el número. Cuando la recepcionista contestó la llamada, le dije con
quién quería hablar.

- Monsieur Charbonneau,
s'il vous plaît.

Unos segundos después, la mujer me dijo que Charbonneau se había


marchado y que no regresaría en toda la tarde.
- ¿Quiere que le ponga con monsieur Claudel? -Sí. -«Como si quisiera coger
el ántrax. Mierda.» -Claudel -dijo una voz.
- Monsieur Claudel. Soy Tempe Brennan.
Mientras oía el aire vacío, me imaginé la nariz corva y la cara de loro de
Claudel, que habitualmente utilizaba una expresión de desagrado cuando
me veía.
Hablar con ese detective me producía tanto placer como un forúnculo.
Pero teniendo en cuenta que yo no me ocupaba de casos de adolescentes
que huyen de sus hogares, - 76 - no sabía con quién más hablar. Claudel y
yo habíamos trabajado juntos en algunos casos de la CUM y había llegado
a tolerarme, de modo que esperaba que al menos tuviera la amabilidad de
decirme a quién podía recurrir.

- Oui?
-Monsieur Claudel, acabo de recibir un pedido un tanto extraño.
Comprendo que no es exactamente su…

- ¿De qué se trata, doctora Brennan? -dijo secamente.


Claudel era una de las pocas personas que conocía que podía lograr que el
idioma francés sonara frío. «Sólo los hechos, señora.» -Acabo de recibir la
llamada de una mujer que está muy preocupada por su sobrina. La joven
estudia en McGill y anoche no regresó a su casa. Me pregunt…
- Deberían rellenar un informe de persona desaparecida.
- La policía le dijo a la madre que no podían hacer nada hasta que
hubiesen transcurrido entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas.
- ¿Edad? -Diecinueve.
- ¿Nombre? -Anna Goyette.
- ¿Vive en el campus? -No lo sé. Me parece que no. Creo que vive con su
madre.
- ¿Acudió a clase ayer? -No lo sé.
- ¿Dónde fue vista por última vez? -No lo sé.
Otra pausa.
- Parece que hay muchas cosas que usted no sabe -dijo finalmente
Claudel-.
Tal vez no sea un caso para la CUM y, hasta aquí, definitivamente no es un
asunto de homicidios.
Podía verle tamborileando sobre alguna superficie dura y con una
expresión de impaciencia dibujada en el rostro.
- Sí. Sólo querría saber con quién debo ponerme en contacto -escupí.
Claudel conseguía que me sintiera poco preparada, y eso es algo que me
irrita considerablemente. Y también echaba a perder mi gramática. Como
de costumbre, Claudel no sacaba lo mejor de mí, especialmente cuando
sus críticas en referencia a mis métodos estaban justificadas.
- Puede intentarlo en personas desaparecidas.
Oí la señal de línea libre. Había cortado la comunicación.
Aún estaba maldiciendo cuando el teléfono volvió a sonar.
- Doctora Brennan -ladré en el auricular.
- ¿Es un mal momento? El inglés suave del sur fue un notable contraste
con el francés nasal y cerrado de Claudel.
- ¿Doctora Jeannotte? -Sí. Por favor, llámeme Daisy.
- 77 - -Le pido disculpas, Daisy. Estos últimos dos días han sido un poco
duros. ¿En qué puedo ayudarla? -Bueno, he encontrado un material
interesante de la familia Nicolet para usted. Odio enviar estas cosas por
mensajero, ya que algunos documentos son muy antiguos y
probablemente valiosos. ¿Le gustaría pasar a recogerlos por mi despacho?
Eché un vistazo a mi reloj. Eran más de las once. Diablos, por qué no. Tal
vez durante mi visita al campus podría preguntar por Anna. Al menos
tendría algo que decirle a la hermana Julienne.
- Podría pasarme hacia el mediodía. ¿Le parece bien? -Muy bien.
Nuevamente, llegué temprano, y nuevamente, la puerta estaba abierta. En
el despacho había una joven que colocaba revistas en las estanterías. Me
pregunté si serían las mismas que la ayudante de Jeannotte había estado
acomodando el miércoles.
- Hola. Estoy buscando a la doctora Jeannotte.
La joven se volvió, y sus grandes pendientes se balancearon y reflejaron la
luz.
Era alta, quizá un metro ochenta, y lucía un pelo oscuro y rasurado.
- Ha ido abajo un momento. ¿Tiene cita con ella? -He llegado un poco
temprano. No hay problema.
El despacho estaba tan cálido y atestado como en mi primera visita. Me
quité el abrigo y metí los guantes en el bolsillo. La joven me indicó un
perchero de madera y colgué la prenda. Me miró sin decir nada.
- La doctora Jeannotte tiene una buena colección de revistas -dije
señalando la pila que había sobre el escritorio.
- Creo que me paso la vida seleccionando este material.
Extendió el brazo y deslizó una de las revistas en un estante por encima de
su cabeza.
- Me parece que ayuda ser alta.
- Ayuda con algunas cosas.
- El miércoles conocí a la ayudante de la doctora Jeannotte. Ella también
estaba ordenando revistas en los estantes.
- ¡Hmmm! La joven cogió otro ejemplar y examinó el lomo.
- Soy la doctora Brennan -dije.
Deslizó la revista en medio de una fila a nivel de la vista.
- ¿Y tú eres…? -pregunté con voz dulce.
- Sandy O'Reilly -dijo sin volver la cabeza. Me pregunté si mi comentario
con relación a su altura la habría ofendido.
- Encantada de conocerte, Sandy. El miércoles, después de marcharme,
me di cuenta de que no le había preguntado el nombre a la otra ayudante
de la doctora Jeannotte.
Sandy se encogió de hombros.
- 78 - -Estoy segura de que Anna no le dio importancia.
El nombre me golpeó como un balonazo. No podía ser tan afortunada.
- ¿Anna? -pregunté-. ¿Anna Goyette? -Sí. -Sandy finalmente volvió la
cabeza-. ¿La conoce? -No, en realidad no la conozco. Pero una estudiante
con ese nombre es pariente de alguien que conozco y me preguntaba si
sería la misma persona. ¿Está aquí hoy? -No. Creo que está enferma. Por
eso estoy trabajando yo. No me toca venir los viernes, pero Anna no podía
venir, de modo que la doctora Jeannotte me pidió que la reemplazara hoy.
- ¿Está enferma? -Sí, supongo que sí. De hecho, no lo sé. Lo único que sé
es que se ha largado otra vez. No hay problema. Necesito el dinero.
- ¿Otra vez? -Bueno, sí. Ella falta bastante a menudo. Yo suelo cubrir sus
turnos. El dinero extra no está mal, pero no me ayuda a escribir mi tesis.
Se echó a reír; sin embargo, pude detectar un punto de fastidio en su voz.
- ¿Anna tiene problemas de salud? Sandy inclinó la cabeza y me miró.
- ¿Por qué está tan interesada en Anna? -En realidad, no lo estoy. He
venido para recoger unos documentos que la doctora Jeannotte tiene para
mí. Pero soy amiga de la tía de Anna y sé que su familia está preocupada
porque no la han visto desde ayer por la mañana.
Sandy sacudió la cabeza y cogió otra revista.
- Creo que deberían estar preocupados por Anna. Es una chica bastante
rara.
- ¿Rara? Colocó la revista en el estante y luego se volvió para mirarme. Sus
ojos me escrutaron durante varios segundos.
- ¿Es amiga de la familia? -Sí. -Era cierto de alguna manera.
- ¿No es una investigadora o una periodista, o algo así? -Soy antropóloga.
-Era verdad, aunque no totalmente exacta. Pero una imagen de Margaret
Mead o Jane Goodall podía resultar tranquilizadora en aquel momento-.
Sólo pregunto porque la tía de Anna me llamó esta mañana. Luego, cuando
comprendí que estábamos hablando de la misma persona…
Sandy cruzó la oficina y echó un vistazo al corredor; después se apoyó
contra la pared, justo del lado interior de la puerta. Era obvio que su
estatura no la avergonzaba lo más mínimo. Mantenía la cabeza erguida y
se movía con pasos largos y pausados.
- No quiero decir nada que pueda costarle el puesto a Anna, o a mí. Por
favor, no le diga a nadie de dónde ha salido esta información,
especialmente a la doctora Jeannotte. No le gustaría nada descubrir que he
estado hablando de una de sus estudiantes.
- Tienes mi palabra.
- 79 - Inspiró profundamente.
- Creo que Anna se ha metido en un buen lío y necesita ayuda urgente. Y
no se trata solamente de que deba cubrir sus turnos en la oficina. Anna y
yo éramos buenas amigas, o al menos salimos juntas muchas veces el año
pasado. Luego cambió. Se alejó de todo. He estado pensando en llamar a
su madre. Alguien debería saberlo.
Tragó saliva y cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra.
- Anna se pasa la mitad del tiempo en el centro de asesoramiento porque
es muy desdichada. Desaparece durante días y cuando regresa es como si
no tuviese sangre en las venas; holgazanea por aquí todo el tiempo. Y
siempre parece nerviosa, como si estuviese a punto de saltar desde un
puente.
Hizo una pausa y volvió a mirarme fijamente, tratando de decidirse.
- Una amiga me dijo que Anna está metida en algo -soltó finalmente.
- ¿Sí? -No tengo la más remota idea de si es verdad, y ni siquiera de si
debería decirlo. No me gustan los chismorreos, pero si Anna tiene
problemas nunca me perdonaría a mí misma no haber abierto la boca.
Esperé.
- Y si es verdad podría estar en peligro.
- ¿En qué crees que está metida Anna? -Esto suena tan absurdo. -Sacudió
la cabeza y los pendientes le rozaron la barbilla-. Quiero decir que uno
escucha hablar de esas cosas, pero nunca se trata de alguien a quien
conoces.
Volvió a tragar y miró hacia la puerta por encima del hombro.
- Mi amiga me dijo que Anna se ha unido a una secta, un grupo de
adoradores de Satanás. No sé si…
Al oír el crujido de las tablas del piso, Sandy corrió al otro extremo de la
habitación y cogió varias revistas. Estaba en pleno trabajo cuando Daisy
Jeannotte apareció por la puerta.

- 80 -
Capítulo 9

- Lo siento -dijo Daisy con una cálida sonrisa en los labios-. Al parecer,
siempre la hago esperar. ¿Se han presentado usted y Sandy? Llevaba el
pelo impecablemente recogido en la nuca.
- Sí, ya nos hemos presentado. Hablábamos del placer que produce
ordenar las estanterías.
- Sí, mis ayudantes dedican muchas horas a esa tarea, a organizar
estanterías y fotocopiar material diverso. Es un trabajo aburrido, lo sé,
pero gran parte de la auténtica investigación es puro y simple
aburrimiento. Tanto mis estudiantes como mis ayudantes son muy
pacientes conmigo.
Volvió su sonrisa hacia Sandy, quien ofreció su propia y breve versión, y
regresó a su tarea con las revistas. Me sorprendió la diferencia de trato
que había entre Jeannotte y Sandy y el que había observado el miércoles
entre Anna y la doctora.
- Bien, le mostraré lo que he encontrado para usted. Creo que le gustará.
Hizo un gesto hacia el sofá.
Cuando ambas estuvimos cómodamente sentadas, Jeannotte cogió una
pila de papeles de una pequeña mesa que había a su derecha y bajó la
cabeza para examinar una lista impresa de dos páginas. La raya del pelo
era una fina línea blanca que dividía en dos la coronilla.
- Éstos son títulos de libros que hablan de Quebec durante el siglo pasado.
Estoy segura de que en muchos de ellos encontrará referencias a la familia
Nicolet.
Me dio la lista y le eché un vistazo, aunque mi mente no se ocupaba
entonces de Élisabeth Nicolet.
- Y este libro habla de la epidemia de viruela que asoló Quebec en 1885. Es
probable que incluya alguna mención de Élisabeth o de su trabajo. Este
material le proporcionará, al menos, un panorama de la época y del
terrible sufrimiento de Montreal durante aquellos días.
El libro era nuevo y estaba en perfecto estado, como si nadie lo hubiese
leído nunca. Pasé algunas páginas sin ver absolutamente nada. ¿Qué había
estado a punto de decir Sandy cuando llegó Jeannotte? -Pero creo que
éstos le resultarán especialmente interesantes.
Acto seguido, me dio lo que parecían tres antiguos libros mayores. Luego
se apoyó en el respaldo de la silla, sonriendo pero mirándome fijamente.
Las cubiertas eran grises, y tenían el borde y el lomo en rojo oscuro. Abrí
delicadamente el primero de los libros y pasé varias páginas. El papel olía
a moho, como algo que ha estado durante años guardado en un sótano o
un desván. No era un libro mayor sino un diario, y estaba escrito con una
caligrafía gruesa y bien - 81 - definida. La primera inscripción decía 1 de
enero de 1844. Busqué la última: 23 de diciembre de 1846.
- Fueron escritos por Louis-Philippe Bélanger, el tío de Élisabeth. Se sabe
que era un prodigioso conservador de diarios, de modo que, siguiendo una
corazonada, realicé una pequeña investigación en nuestra sección de
documentos raros.
Efectivamente, McGill posee parte de la colección. Ignoro dónde puede
estar el resto de los diarios, o incluso si han sobrevivido, pero podría tratar
de averiguarlo. Tuve que empeñar mi alma para conseguir estos libros. -Se
echó a reír-. Tomé prestados aquellos que incluyen el período del
nacimiento de Élisabeth y sus primeros años de infancia.
- Esto es demasiado bueno para ser verdad -dije olvidándome por un
momento de Anna Goyette-. No sé qué decir.
- Puede decir que los cuidará como si fuesen suyos.
- ¿Puedo llevármelos? -Sí. Confío en usted. Estoy segura de que sabrá
apreciar su valor y los tratará como se merecen.
- Daisy, estoy abrumada. Esto es mucho más de lo que esperaba.
Ella alzó una mano, haciendo un gesto de que aquello no tenía mayor
importancia, y luego volvió a apoyarla suavemente en su regazo. Por un
momento, ambas permanecimos en silencio.
Apenas podía resistir la tentación de marcharme de allí y comenzar a
examinar aquellos diarios. Entonces recordé a la sobrina de la hermana
Julienne, y también las palabras de Sandy.
- Daisy, ¿podría preguntarle algunas cosas acerca de Anna Goyette? -Sí.
La sonrisa seguía dibujada en sus labios, pero su mirada se volvió
cautelosa.
- Como ya sabe, he estado trabajando con la hermana Julienne, que es tía
de Anna.
- No sabía que fuesen parientes.
- Sí. La hermana Julienne me llamó esta mañana para decirme que Anna
falta de su casa desde ayer, y su madre está muy preocupada.
Durante nuestra conversación, yo había observado los movimientos de
Sandy mientras la joven seleccionaba las revistas y las colocaba en los
estantes; pero entonces, en el extremo más alejado de la habitación, todo
estaba quieto y en silencio.
Jeannotte también lo advirtió.
- Sandy, debes de estar fatigada. Puedes tomarte un pequeño descanso.
- Estoy ter…
- Ahora, por favor.
Los ojos de Sandy se encontraron con los míos cuando pasó a nuestro lado
y se marchó del despacho. Su expresión era indescifrable.
- Anna es una joven realmente brillante -continuó Jeannotte-. Resulta un
tanto caprichosa pero tiene una mente despierta. Estoy segura de que se
encuentra bien -dijo muy firme.
- Su tía dice que no es propio de Anna desaparecer de esta manera.
- 82 - -Probablemente Anna necesitaba un poco de tiempo para reflexionar.
Sé que ha tenido algunas desavenencias con su madre. Es posible que se
haya marchado para unos días.
Sandy había insinuado que Jeannotte se mostraba muy protectora con sus
estudiantes. ¿Era eso lo que yo veía en aquel momento? ¿Acaso la
profesora sabía algo de lo que no quería hablar? -Supongo que soy más
alarmista que la mayoría de las personas. En mi trabajo veo muchas
jóvenes que no se encuentran bien.
Jeannotte se miró las manos. Por un momento, permaneció absolutamente
inmóvil. Luego, volvió a hablar manteniendo la misma sonrisa.
- Anna Goyette está tratando de alejarse de la influencia de una situación
familiar insostenible -dijo-. Eso es todo lo que puedo decirle, pero le
aseguro que está bien y es feliz.
¿Por qué estaba Jeannotte tan segura? ¿Debía estarlo yo también? Al
diablo. Lo escupí para ver su reacción.
- Daisy, sé que esto puede sonar raro, pero he oído que Anna está metida
en alguna especie de culto satánico.
La sonrisa desapareció.
- No le preguntaré siquiera de dónde ha sacado esa información, pero no
me sorprende. -Sacudió la cabeza-. Personas que cometen abusos
deshonestos con menores, asesinos psicópatas, mesías depravados,
profetas del juicio final, satanistas, la siniestra vecina que en la celebración
de Halloween pone arsénico en los caramelos que reparte entre los niños.
- Pero esas amenazas existen.
Alcé las cejas en un gesto de interrogación.
- ¿Existen o sólo se trata de leyendas urbanas? ¿Recordatorios para los
tiempos modernos? -¿Recordatorios? -Me preguntaba qué tenía que ver
todo esto con Anna.
- Es un término que emplean los folcloristas para describir la forma en que
la gente integra sus miedos con las leyendas populares. Es una manera de
explicar experiencias extrañas.
La expresión de mi rostro le hizo saber que aún estaba confusa.
- Todas las culturas tienen historias, leyendas populares que expresan
ansiedades comunes: el miedo al hombre del saco, a los extraños, a los
alienígenas, a la pérdida de los niños. Cuando sucede alguna cosa que
somos incapaces de comprender, actualizamos antiguas fábulas. La bruja
cogió a Hansel y Gretel. El hombre en la galería comercial se llevó al niño
que paseaba por allí. Es una forma de hacer que las experiencias confusas
parezcan creíbles. Y la gente cuenta historias de abducciones por ovnis,
visiones de Elvis, envenenamientos en Halloween. Siempre le ha pasado a
un amigo de un amigo, a un primo o al hijo del jefe.
- ¿Acaso no fueron reales los envenenamientos de los dulces en
Halloween? -Un sociólogo examinó las noticias aparecidas en los periódicos
en las décadas de 1970 y 1980, y descubrió que durante ese tiempo se
pudo demostrar que sólo dos muertes se debieron a la manipulación de los
dulces, ambas por miembros de la - 83 - familia. Muy pocos incidentes
pudieron ser documentados en este caso. Pero la leyenda se extendió
porque expresa miedos ancestrales: la pérdida de los hijos, el miedo a la
noche, el miedo a los extraños.
Dejé que continuara con su explicación, esperando la relación que tenía
todo eso con Anna.
- ¿Ha oído hablar de los mitos de subversión? A los antropólogos les
encanta tratar este tema.
Hice un esfuerzo para recordar un seminario de posgrado sobre mitología.
- La adjudicación de la culpa, historias que encuentran chivos expiatorios
para los problemas complicados.
- Exacto. Habitualmente los chivos expiatorios son extraños: grupos
raciales, étnicos o religiosos cuya presencia resulta inquietante para los
demás. Los romanos acusaron a los primeros cristianos de cometer incesto
y practicar sacrificios humanos con los niños. Más tarde, las sectas
cristianas se acusaron mutuamente; luego los cristianos señalaron con el
mismo dedo a los judíos. Miles de personas murieron a causa de esas
creencias. Piense en los juicios a las brujas, o en el Holocausto. Y no son
noticias antiguas. Después del levantamiento de los estudiantes en Francia
a finales de los sesenta se acusó a tenderos judíos de haber secuestrado a
chicas adolescentes de los probadores de sus tiendas.
Recordaba vagamente esa noticia.
- Y, en los últimos años, han sido los inmigrantes turcos y norteafricanos.
Hace varios años cientos de padres franceses afirmaron que sus hijos eran
abducidos, asesinados y eviscerados por esos inmigrantes, aunque en
realidad no se informó de la desaparición de ningún niño en Francia en
aquellos días. Y ese mito continúa, incluso aquí en Montreal, sólo que
ahora se trata de un nuevo hombre del saco que practica asesinatos
rituales con niños. -Se inclinó hacia adelante con los ojos muy abiertos y
casi siseó la última palabra-. Satanistas.
Era la primera vez que la veía tan animada. Sus palabras hicieron que una
imagen nítida se formara en mi mente: Malachy sobre la fría mesa de
acero inoxidable en la sala de autopsias.
- En realidad, no debe sorprendernos -continuó Jeannotte-. La
preocupación por la demonología siempre se intensifica durante períodos
marcados por el cambio social. Y hacia finales del milenio. Pero la amenaza
procede de Satanás.
- ¿No ha sido responsable Hollywood de la creación de una buena parte de
todo eso? -No intencionadamente, por supuesto; sin embargo, no hay duda
de que ha aportado su granito de arena. Hollywood sólo quiere hacer
películas que tengan un gran éxito comercial. Pero ésa es una pregunta
que se pierde en la noche de los tiempos: ¿El arte moldea los tiempos, o
sólo es un reflejo de ellos?
La semilla del diablo, El exorcista, The Ornen.
¿Qué hacen estas películas? Explican las ansiedades sociales a través del
uso de la imaginería demoníaca. Y el público mira y escucha.

- Pero ¿no forma eso parte del creciente interés por el misticismo que ha
mostrado la cultura norteamericana en las últimas tres décadas? -Por
supuesto. ¿Y cuál es la otra tendencia que ha aparecido durante la última -
84 - generación? Me sentí como si estuviese en un concurso de preguntas
y respuestas. ¿Qué tenía que ver todo eso con Anna? Sacudí la cabeza.
- El aumento de la popularidad del fundamentalismo cristiano. La economía
tiene mucho que ver con ello, naturalmente: desempleo, cierre de fábricas,
recesión.
La pobreza y la inseguridad económica son factores que producen mucho
estrés, pero ésa no es la única fuente de inquietud social. La gente de
todos los estratos económicos siente ansiedad debido a la transformación
de las normas sociales. Las relaciones han cambiado entre hombres y
mujeres, dentro de las familias, entre las distintas generaciones.
Puntualizaba cada afirmación apoyando el índice de la mano derecha en
los dedos de la mano izquierda.
- Las viejas explicaciones se caen a pedazos y aún no se han establecido
las nuevas. Las iglesias fundamentalistas proporcionan consuelo
ofreciendo respuestas simples a preguntas complejas.
- Satanás.
- Satanás. Todo el mal que existe en el mundo se debe a Satanás. Los
adolescentes son reclutados para que se conviertan en adoradores del
demonio. Los niños son secuestrados y asesinados en rituales demoníacos.
El sacrificio de ganado satánico se extiende por todo el país. El logotipo de
Proctor y Gamble contiene un símbolo satánico secreto. La frustración de
las clases rurales se aferra a estos rumores y los alimenta para que
crezcan.
- ¿Está sugiriendo que las sectas satánicas no existen? -No estoy diciendo
eso. Hay unos pocos, podríamos decir, grupos satánicos organizados y
conocidos, como el de Anton LaVey.
- La Iglesia de Satán, en San Francisco.
- Sí; pero se trata de un grupo muy, muy pequeño. La mayoría de los
satanistas -alzó los índices ligeramente curvados para indicar comillas- son
probablemente chicos blancos de clase media que juegan a adorar al
diablo. A veces estos chicos se desmadran un poco, por supuesto, cometen
actos vandálicos en iglesias o cementerios, o torturan animales, pero sobre
todo practican rituales inofensivos y realizan viajes legendarios.
- ¿Viajes legendarios? -Creo que el término ha sido acuñado por los
sociólogos. Se trata de visitas a lugares espectrales, como cementerios o
casas habitadas por fantasmas. Encienden hogueras, cuentan historias de
terror, realizan encantamientos y, tal vez, algunos actos vandálicos. Eso es
todo. Más tarde, cuando la policía encuentra grafitos, una tumba
saqueada, restos de una hoguera, quizá un gato muerto, llega a la
conclusión de que los jóvenes del lugar pertenecen a una secta satánica.
La prensa se hace eco de la noticia, los predicadores hacen sonar todas las
alarmas, y otra leyenda alza el vuelo.
Jeannotte, como siempre, mantenía una compostura inalterable, pero los
orificios de la nariz se dilataban y contraían mientras hablaba, lo que
revelaba una tensión que no había advertido antes en ella. No dije nada.
- 85 - -Estoy sugiriendo que la amenaza del satanismo está
sobredimensionada. Es otro mito de subversión, como dirían sus colegas.
Sin previo aviso, el tono de su voz se volvió más alto y estridente, y me
sobresaltó.
- ¡David! ¿Eres tú? Yo no había oído nada.
- Sí, señora. -Una voz apagada.
Una figura alta y desgarbada apareció en el vano de la puerta. El rostro
quedaba oculto por la capucha de la parka y llevaba una enorme bufanda
alrededor del cuello. La forma ligeramente encorvada me resultaba
familiar.
- Perdóneme un momento.
Jeannotte se levantó y desapareció por la puerta. Escuché fragmentos de
la conversación, y el muchacho parecía agitado; el tono de su voz subía y
bajaba como si fuese un niño gimoteando. Jeannotte le interrumpía con
frecuencia. Hablaba con frases cortas y secas; su tono era tan firme como
volátil el del muchacho. Sólo pude distinguir con claridad una palabra:
«No.» Jeannotte la repitió varias veces.
Luego ambos se quedaron en silencio. Un momento después, Jeannotte
regresó al despacho, pero no se sentó.
- Estudiantes -dijo al mismo tiempo que se echaba a reír y sacudía la
cabeza.
- Permítame adivinarlo. Necesita más tiempo para acabar su trabajo.
- Hay cosas que nunca cambian. -Miró su reloj-. Muy bien, Tempe, espero
que su visita haya sido provechosa. ¿Cuidará bien de esos diarios? Son
muy importantes. -Me estaba diciendo que me marchase.
- Por supuesto. Se los devolveré el lunes a más tardar.
Me levanté del pequeño sofá, guardé el material de Jeannotte en mi
maletín y recogí el abrigo y el bolso.
Me despidió con una sonrisa en los labios.
En invierno, el cielo de Montreal exhibe principalmente tonos grises,
virando del paloma al hierro, al plomo, al cinc. Cuando salí de Birks Hall las
espesas nubes que amenazaban lluvia habían convertido el día en un
paisaje de color peltre opaco.
Me colgué el maletín y el bolso del hombro, metí las manos en los bolsillos
y eché a andar colina abajo, envuelta en un viento húmedo y frío. Antes de
haber recorrido veinte pasos, tenía los ojos llenos de lágrimas, y eso me
dificultaba la visión. Mientras caminaba, una imagen de Fripp Island cruzó
como un relámpago por mi mente: palmeras, médanos, los rayos del sol
reflejados en la marisma.
«Basta ya, Brennan. Marzo es un mes frío y ventoso en muchos lugares del
planeta. Deja de usar a Carolina como una línea de referencia para medir
el clima del mundo. Podría ser peor; podría estar nevando.» Acababa de
pensarlo cuando el primer copo cayó sobre mi mejilla.
Al abrir la puerta del coche, alcé la vista y vi que un muchacho alto me
miraba desde el otro lado de la calle. Reconocí de inmediato la parka y la
bufanda. Esa forma encorvada correspondía a David, el desdichado
visitante de Daisy Jeannotte.
- 86 - Nuestras miradas se cruzaron por un momento y me sorprendió la
furia que había en sus ojos. Entonces, sin decir palabra, el estudiante se
dio la vuelta y echó a andar velozmente calle abajo. Me metí en el coche
sin que pudiera evitar cierto nerviosismo y accioné los seguros de las
puertas. Agradecí que ese joven fuese problema de Jeannotte y no mío.
En el camino de regreso al laboratorio, mi mente recorrió los pasos
habituales, repitiendo una y otra vez lo inmediato y preocupándose por las
cosas no hechas.
¿Dónde estaba Anna? ¿Debía considerar seriamente la preocupación de
Sandy por esa secta satánica? ¿Estaba Jeannotte en lo cierto? ¿Eran las
sectas satánicas poco más que clubes juveniles? ¿Por qué no le pedí a
Jeannotte que se explayara más sobre su afirmación de que Anna se
encontraba bien? Nuestra conversación se había vuelto tan fascinante que
me había apartado de mi deseo de preguntar más cosas sobre Anna.
¿Había actuado de manera deliberada? ¿Jeannotte estaba ocultando algo?
Si era así, ¿qué y por qué? ¿Estaba la profesora protegiendo simplemente a
su alumna de que una extraña se inmiscuyera en una cuestión personal?
¿Cuál era esa «situación familiar insostenible» de Anna? ¿Por qué el
comportamiento de David parecía tan siniestro? ¿Cómo podría examinar
esos diarios para el lunes? Mi vuelo salía a las cinco de la tarde. ¿Sería
capaz de acabar ese día el informe Nicolet, redactar al día siguiente los
correspondientes a los bebés de St. Jovite y examinar los diarios el
domingo? No era extraño que no tuviera vida social.
Cuando llegué a la calle Parthenais, la nieve ya se acumulaba en la
calzada.
Encontré un sitio para aparcar justo delante de la puerta y elevé una
plegaria al cielo plomizo para no tener que desenterrar el coche cuando
regresara.
El aire del vestíbulo estaba vaporoso y olía a lana mojada.
Me sacudí los pies para quitarme la nieve de las botas, lo que contribuyó a
la charca resbaladiza que se había formado en el suelo. Pulsé el botón del
ascensor.
Mientras subía intenté borrar la mancha veteada de rimel que se había
formado en la parte inferior de los párpados.
Encontré dos mensajes sobre el escritorio. La hermana Julienne había
llamado.
Sin duda quería informes sobre Anna y Élisabeth. Aún no estaba preparada
para darle ninguno de los dos. El siguiente era de Ryan.
Levanté el auricular, marqué el número, y él contestó la llamada.
- Un largo almuerzo.
Comprobé la hora. Era la una cuarenta y cinco.
- Me pagan por horas. ¿Qué sucede? -Finalmente conseguimos dar con el
propietario de la casa de St. Jovite. El sujeto se llama Jacques Guillion. Es
de la ciudad de Quebec, pero se marchó a Bélgica hace algunos años. Su
paradero actual se desconoce, aunque una vecina belga dice que Guillion
le alquilaba la casa de St. Jovite a una anciana llamada Patrice Simonnet.
Ella cree que la inquilina es belga, pero no está segura. También dice que
Guillion les proporciona coches a los inquilinos. Lo estamos comprobando.
- Una vecina muy bien informada.
- Aparentemente eran íntimos.
- 87 - -El cuerpo quemado del sótano podría ser el de Simonnet.
- Podría ser.

- Durante el examen
post mortem
conseguimos buenas placas de rayos X de la dentadura. Bergeron las
tiene.
- Hemos pasado el nombre a la RCMP. Están trabajando con la Interpol. Si
la anciana era belga, lo investigarán.
- ¿Qué hay de los otros dos cuerpos de la casa principal y de los dos
adultos con los bebés? -Estamos trabajando en ello.
Ambos nos quedamos pensativos durante unos segundos.
- Era un lugar realmente grande para una mujer mayor y sola.
- Al parecer, no estaba tan sola.
Pasé las dos horas siguientes en el laboratorio de histología quitando los
últimos restos de tejido de las costillas de los bebés y examinándolos bajo
el microscopio. Tal como me había temido, el hueso no presentaba dibujos
y tampoco incisiones de ninguna clase. No había nada que pudiera decir
excepto que el asesino había utilizado un cuchillo muy afilado y que la hoja
no era dentada, lo que resultaba malo para la investigación y bueno para
mí. El informe sería breve.
Acababa de regresar a mi despacho cuando Ryan volvió a llamar.
- ¿Le apetece una cerveza? -preguntó.
- No tengo cerveza en mi despacho, Ryan. Si la tuviera me la bebería.
- Usted no bebe.
- ¿Por qué me invita, entonces, a una cerveza? -Le estoy preguntando si le
gustaría. Podría ser verde.
- ¿Qué? -¿No es usted irlandesa, Brennan? Miré el calendario que tenía en
la pared. Era 17 de marzo. El aniversario de uno de mis mejores trabajos.
No quería recordarlo.
- Ya no puedo hacerlo, Ryan.
- Es una forma genérica de decir «tomémonos un respiro».
- ¿Me está pidiendo una cita? -Sí.
- ¿Con usted? -No, con el cura de mi parroquia.
- Vaya. ¿Acaso se olvida de sus votos? -Brennan, ¿quiere tomar algo
conmigo esta noche? ¿Sin alcohol? -Ryan, yo…
- Hoy es San Patricio. Es viernes por la noche y está cayendo una nevada
de mil pares de cojones. ¿Tiene una invitación mejor? No la tenía; de
hecho, no tenía ninguna invitación más. Pero Ryan y yo investigábamos a
menudo los mismos casos, y siempre había tenido la política de mantener
separados el trabajo y el placer.
- 88 - Siempre. Exacto. Me había separado y llevaba viviendo sola menos
de dos años.
Y no había sido precisamente un período magnífico en cuanto a compañía
masculina.
- No creo que sea una buena idea.
Hubo una pausa. Luego continuó.
- Conseguimos dar con la pista de Simonnet -dijo-. La Interpol encontró sus
datos. Nació en Bruselas y vivió allí hasta hace dos años. Aún paga
impuestos por una propiedad en el campo. Era una vieja fiel a sus
costumbres: se visitó con el mismo dentista toda su vida. El tío ejerce
desde la Edad de Piedra y lo guarda todo.
Nos envían los datos por fax. Si las muestras coinciden, enviaremos a
buscar los originales.
- ¿Cuándo nació? Oí el sonido de papeles.
- Mil novecientos dieciocho.
- Eso coincide. ¿Familia? -Lo estamos comprobando.
- ¿Por qué abandonó Bélgica? -Tal vez necesitaba un cambio de paisaje.
Escuche, compañera, si finalmente se decide, estaré en Hurley después de
las nueve. Si hay alguien en la puerta, puede usar mi nombre.
Me quedé sentada unos minutos pensando por qué le había dicho que no.
Pete y yo habíamos llegado a un acuerdo: aún nos amábamos, pero no
podíamos vivir juntos. Separados, habíamos podido volver a ser amigos
otra vez. Nuestra relación no había sido tan buena en años. Pete salía con
otras mujeres, y yo era libre de hacer lo mismo con los hombres que me
apetecieran. ¡Oh, Dios! Tener una cita. La palabra evocaba imágenes de
acné y ortodoncia.
Para ser sincera, encontraba a Andrew Ryan extremadamente atractivo; no
tenía ningún grano y ninguna abrazadera en los dientes, lo que suponía un
atractivo adicional. Además, técnicamente, no trabajábamos juntos. Sin
embargo, también le encontraba extremadamente irritante e imprevisible.
No; Ryan era un problema.
Estaba terminando mi informe sobre Mathias y Malachy cuando el teléfono
volvió a sonar. Sonreí. «De acuerdo, Ryan. Usted gana.» La voz del guardia
de seguridad me dijo que tenía una visita en recepción. Miré el reloj. Eran
las cuatro y veinte. ¿Quién podría ser a esa hora? No recordaba haber
fijado ninguna cita.
Pregunté el nombre del visitante. Cuando me lo dijo, el corazón me dio un
vuelco.
- ¡Oh, no! No pude evitarlo.

-
Est-ce qu'il y a un problème?

-
Non. Pas de problème.
Le dije que bajaría en seguida.
¿Ningún problema? ¿A quién quería engañar? Lo repetí en el ascensor.

¡Oh, no! - 89 -
Capítulo 10

- ¿Qué haces aquí? -Bueno, podrías fingir que te alegras de verme,


hermana mayor.
- Yo… Por supuesto que me alegro de verte, Harry; sólo estoy sorprendida.
No me habría asombrado más si el guardia hubiera anunciado a Teddy
Roosevelt. Harry resopló.
- Eso ha sido tan sincero como un puñetazo en el estómago.
Mi hermana estaba sentada en el vestíbulo del edificio de la SQ, rodeada
de bolsas de Nieman Marcus y paquetes de distintos tamaños y formas.
Llevaba botas vaqueras rojas con motivos grabados en blanco y negro, y
una chaqueta de cuero con flecos haciendo juego. Cuando se levantó pude
ver que sus tejanos eran tan ceñidos como para cortar el flujo sanguíneo.
Todos pudimos verlo.
Harry me abrazó. Era completamente consciente, aunque sentía
indiferencia, del efecto que causaba en los demás, en especial en los que
tenían cromosomas Y.
- ¡Dios, ahí fuera hace un frío terrible! Estoy tan helada que podría
congelar tequila. -Echó los hombros hacia adelante y se abrazó el torso con
fuerza.
- Sí. -No había entendido la analogía. -Se suponía que mi vuelo debía llegar
al mediodía, pero la jodida nieve nos mantuvo dando vueltas alrededor del
aeropuerto. ¡Oh!, pero aquí estoy, hermana mayor.
Tensó los hombros y extendió los brazos, lo que hizo que los flecos de la
chaqueta se agitaran violentamente. Harry estaba tan fuera de lugar que
parecía una escena surrealista. Amarillo llega a la tundra.
- Está bien. Genial. Qué sorpresa. Bien. Yo… ¿Qué te trae a Montreal? -Ya
te lo contaré. Es increíble. Cuando lo supe no podía creer lo que estaba
oyendo. Quiero decir, justamente aquí en Montreal y todo eso.
- ¿De qué estás hablando, Harry? -El seminario al que he estado asistiendo.
Te hablé de ello, Tempe, cuando te llamé la semana pasada. Lo hice. Me
inscribí en el cursillo de formación en Houston y ahora me lo inyecto
directamente en vena. Nunca me he sentido tan cargada de energía.
Superé fácilmente el primer nivel. Quiero decir que fue como una
excursión.
A algunas personas les lleva años comprender su propia realidad, y yo
domestiqué a ese cachorro en unas pocas semanas. Estoy aprendiendo
unas estrategias terapéuticas realmente poderosas y me ayudan a afianzar
mi vida. Así pues, cuando me invitaron a este taller de nivel dos y justo
aquí, donde vive mi hermanita mayor, bueno, metí cuatro cosas en la
maleta y orienté el morro hacia el norte.
Harry me sonreía con sus ojos azul claro rodeados de trocitos de rímel.
- ¿Has venido para asistir a un taller? -Exactamente. Todos los gastos
pagados. Bueno, casi todos.
- 90 - -Quiero que me lo cuentes todo -dije esperando que el cursillo fuese
breve.
No estaba segura de que la provincia de Quebec y Harry pudieran
sobrevivirse mutuamente.
- Esta mierda es increíble -repitió, aunque esa vez añadió una pizca de
información adicional.
- Subamos a mi oficina y te daré algo para que entres en calor. ¿O
prefieres esperarme aquí? -¡Diablos, no! Quiero conocer el lugar donde
trabaja la gran doctora en cadáveres. En marcha.
- Tendrás que presentar alguna identificación con fotografía para que te
den un pase de visitante -dije señalando al guardia que estaba en el
mostrador de seguridad.
El guardia observaba la escena con una media sonrisa y habló antes de
que Harry o yo nos moviésemos.

-
Vôtre soeur?
-gritó a través del vestíbulo, intercambiando miradas cómplices con los
otros guardias.

Asentí. Era evidente que todo el mundo sabía que Harry era mi hermana, y
lo encontraban terriblemente divertido. El guardia hizo un gesto ampuloso
hacia los ascensores.

-
Merci
-musité antes de fulminarlo con la mirada.

-
Merci
-gorjeó Harry, obsequiando a cada uno de los guardias con una radiante
sonrisa.
Recogimos sus maletas y paquetes, y subimos al quinto piso. Lo dejé todo
en el corredor, fuera de mi despacho. Era imposible meter el equipaje en la
oficina. El volumen de sus bultos suscitaba en mí una cierta aprensión en
cuanto al tiempo de su estancia en Montreal.
- ¡Cielos!, esta oficina parece haber sido asolada por un tornado.
Aunque sólo mide metro setenta y es delgada como una modelo de alta
costura, Harry parecía llenar aquel pequeño espacio.
- Hoy está un poco desordenada. Dame un minuto para apagar el
ordenador y recoger algunas cosas. Luego nos iremos.
- Puedes tomarte tu tiempo; no tengo prisa. Aprovecharé para hablar con
tus amigos.
Harry observaba la fila de cráneos con la cabeza inclinada hacia atrás, de
modo que las puntas del pelo rozaban el borde inferior de la chaqueta.
Parecía más rubio de lo que yo recordaba.
- ¿Qué hay, tío? -le dijo al primero-. ¿Decidiste largarte mientras aún tenías
cabeza, verdad? No pude evitar una sonrisa, pero su amigo craneal
permaneció inmutable.
Mientras Harry recorría todo el estante, recogí los libros y diarios que me
había entregado Daisy Jeannotte. Pensaba volver a primera hora de la
mañana siguiente, de modo que no cogí los informes inacabados.
- ¿Y tú qué me dices? -Harry hablaba con el cuarto cráneo-. ¿No quieres
hablar? ¡Oh!, eres tan sexy cuando estás taciturno.
- 91 - -Ella siempre está taciturna.
Andrew Ryan estaba en la puerta del despacho. Harry se volvió y miró al
detective de arriba abajo. Lo hizo lentamente. Luego los ojos azules se
encontraron con los ojos azules.
- ¿Cómo? La sonrisa que mi hermana les había dedicado a los guardias de
seguridad no fue nada comparada con la que le brindó a Ryan. En ese
mismo instante supe que se avecinaba una verdadera calamidad.
- En este momento nos marchábamos -dije mientras colocaba la funda de
plástico sobre el ordenador.
- ¿Bien? -¿Bien qué, Ryan? -¿Compañía de fuera de la ciudad? -Un buen
detective siempre percibe lo obvio.
- Harriet Lamour -dijo mi hermana, extendiendo la mano-. Soy la hermana
pequeña de Tempe.
Como era su costumbre, Harry dejó bien claro el orden de los nacimientos.
- Me parece que no es de esta parte del país -bromeó Ryan. Los flecos
organizaron un baile cuando se estrecharon las manos.
- ¿Lamour? -pregunté incrédula.
- Houston. Eso cae por Texas. ¿Ha estado allí alguna vez? -¿Lamour?
-repetí-. ¿Qué ha pasado con Crone? -Una o dos veces. El paisaje es muy
bonito. -Ryan seguía interpretando el papel de Brett Maverick.
- ¿O Dawood? Eso llamó la atención de Harry.
- ¿Por qué diablos tendría que volver a utilizar nunca en la vida el apellido
de ese retrasado? ¿Tú recuerdas a Esteban, el único ser humano en todo el
planeta al que despidieron de su trabajo porque era demasiado estúpido
para apilar cajas de Coca- Cola? Esteban Dawood había sido su tercer
esposo. Me resultaba imposible recordar su cara.
- ¿Os habéis divorciado Striker y tú? -No, pero he dejado atrás su culo
chato y he borrado ese nombre ridículo.
¿Crone? ¿En qué estaría pensando? ¿Quién podría elegir un apellido como
Crone?3
¿Qué clase de apellido es ése para tus descendientes? ¿Missus Crone?
¿Primo Crone? ¿Tatarabuelo Crone? Ryan se unió a la fiesta.
- No está mal si eres un Crone solitario.
Harry se echó a reír.
- Sí, pero no me gustaría ser una vieja Crone.
- Ya está bien. Nos vamos.

3
Crone
significa «vieja fea, bruja». (N. del t.) - 92 - Cogí mi abrigo.

- Bergeron dice que tenemos una identificación positiva -dijo Ryan.


Me quedé mirándole. Su rostro había adquirido una expresión grave.
- ¿Simonnet? Asintió.
- ¿Alguna noticia de los cuerpos que aparecieron arriba? -Bergeron piensa
que probablemente son europeos también, o al menos sus empastes
fueron hechos en Europa según ha podido deducir por algo relacionado con
el trabajo dental. Le pedimos a la Interpol que investigara en Bélgica, dada
la conexión con Simonnet, pero no encontraron nada. La mujer no tenía
familia, de modo que estamos en un callejón sin salida. La RCMP tampoco
tuvo suerte en Canadá, y lo mismo el NCIC. Cero en los Estados Unidos.
- El Rohypnol es un producto muy difícil de conseguir aquí, y esos dos
estaban cargados. Una conexión europea podría explicarlo.
- Podría.
- LaManche dice que en los cadáveres que encontramos en la construcción
del jardín no había rastros de alcohol o de drogas. Simonnet estaba
demasiado quemada y no se le pudieron hacer esas pruebas.
Ryan sabía todo eso. Yo sólo estaba pensando en voz alta.
- Por Dios, Ryan; ya ha pasado una semana y todavía no sabemos quiénes
eran esas personas.
- Así es.
Ryan le sonrió a Harry, que escuchaba atentamente nuestra conversación.
Su coqueteo comenzaba a irritarme.
- ¿No han encontrado ninguna pista en la casa? -¿Tal vez ha oído algo
acerca de un altercado que se produjo en West Island el martes? Los
chicos de Rock Machine dispararon a dos ángeles del infierno. Los ángeles
respondieron al fuego y dejaron a uno de los Machine muerto y a otros tres
heridos de gravedad, o sea que he estado bastante ocupado.
- Patrice Simonnet recibió un balazo en la cabeza.
- Esos jodidos motoristas también se cargaron a un crío de doce años que
se dirigía a su entrenamiento de hockey.
- ¡Oh, Dios! Mire, no estoy sugiriendo que se esté tomando las cosas con
calma, pero seguramente alguien debe de echar de menos a esas
personas. Estamos hablando de toda una jodida familia, además de otras
dos personas. En esa casa debe de haber algo que nos dé una pista.
- La recuperación de los cuerpos supuso llenar cuarenta y siete cajas de
desechos. Estamos investigando todo ese material, pero hasta ahora no
hemos encontrado nada: ninguna carta, ningún cheque, ninguna foto,
ninguna lista de la compra, ninguna agenda con direcciones. Las facturas
de servicios y del teléfono las pagaba Simonnet. El combustible para la
calefacción se reparte una vez por año, y ella pagaba por adelantado. No
hemos encontrado a nadie que haya estado en esa casa desde que
Simonnet alquiló la propiedad.
- ¿Qué hay de los impuestos sobre bienes? - 93 - -Guillion. Fueron pagados
con un cheque autorizado contra una cuenta de Citicorp en Nueva York.
- ¿Se ha recuperado alguna arma? -pregunté.
- No.
- Son muchas cosas las que descartan la posibilidad de un suicidio.
- Así es. Y no parece probable que la abuelita se haya cargado a la familia.
- ¿Algún antecedente de problemas en esa casa? -Negativo. Jamás
llamaron a la policía.
- ¿Tiene el registro de las llamadas telefónicas? -Está de camino.
- ¿Qué hay de los coches? ¿Estaban registrados? -Ambos a nombre de
Guillion, en la dirección de St. Jovite. También paga los seguros con
cheques autorizados.
- ¿Simonnet tenía carnet de conducir? -Sí. Era belga y estaba limpio.
- ¿Cartilla de la Seguridad Social? -No.
- ¿Algo más? -Nada.
- ¿Quién se encargaba de las reparaciones de los coches? -Aparentemente,
Simonnet los llevaba a un taller en la ciudad. Las descripciones coinciden.
Pagaba en metálico.
- ¿Y la casa? Una mujer de su edad no podía encargarse personalmente de
las reparaciones.
- Obviamente, había otras personas viviendo allí. Los vecinos dicen que la
pareja con los bebés estaba en la casa desde hacía algunos meses. En
varias ocasiones también vieron otros coches; a veces, en gran número.
- Tal vez tenía pensionistas.
Ambos nos volvimos hacia Harry.
- Ya sabéis. Tal vez alquilaba habitaciones. -Ryan y yo dejamos que
siguiera hablando-. Podrían comprobarse las secciones de anuncios en los
periódicos o los boletines de la iglesia.
- No parece que Simonnet haya sido una devota.
- Quizá dirigía una red de tráfico de drogas con ese tío Guillion. Por eso, la
mataron; por eso, no hay registros ni nada por el estilo. -Tenía los ojos muy
abiertos por la excitación. Se estaba metiendo en harina de otro costal-.
Tal vez esa mujer se escondía en la casa.
- ¿Quién es Guillion? -pregunté.
- No tiene antecedentes policiales ni aquí ni en Bélgica. La policía belga lo
está buscando. Es un tío muy reservado, de modo que nadie sabe mucho
acerca de él.
- Igual que la vieja.
Ryan y yo la miramos. «Buena observación, Harry.» Se oyó el sonido de un
teléfono, lo que indicaba que todas las líneas habían sido conectadas al
servicio nocturno. Ryan miró su reloj.
- 94 - -Bueno, espero verlas a las dos esta noche. -Maverick había
regresado.
- Probablemente no. Tengo que acabar el informe sobre Nicolet.
Harry abrió la boca, pero, al ver la expresión de mi rostro, volvió a cerrarla.
- Gracias de todos modos, Ryan.

-
Enchanté
-le dijo a Harry. Luego se volvió y se alejó por el corredor.

- Es un vaquero muy guapo.


- Te aconsejo que no apuntes en esa dirección, Harry. Su agenda tiene más
entradas que las páginas amarillas de Omaha.
- Sólo estaba mirando, querida. Sigue siendo gratis.
Aunque eran sólo las cinco de la tarde, cuando Harry y yo salimos del
edificio nos envolvió una profunda oscuridad. Los faros de los coches y las
luces de la calle brillaban a través de una cortina de nieve. Subimos al
coche y encendí el motor;
luego pasé varios minutos limpiando las ventanillas y el parabrisas
mientras Harry trataba de decidirse por alguna emisora de radio. Cuando
volví a meterme en el coche, mi habitual Vermont Public Radio había sido
reemplazada por una estación local que emitía música roquera.
- Es genial -dijo Harry, mostrando su aprobación por Mitsou.
- Es una cantante quebequesa -dije cambiando la marcha adelante y atrás
para sacar el Mazda del surco de nieve-. Hace años que es famosa por
aquí.
- Me refiero al rock en francés. Es una verdadera pasada.
- Sí.
Las ruedas delanteras encontraron el asfalto y me uní al flujo de tráfico.
Harry escuchaba la letra de las canciones mientras nos dirigíamos hacia el
oeste, hacia el centro de la ciudad.

- ¿Está hablando de un vaquero?


¿Mon
vaquero? -Sí -dije girando hacia Viger-. Creo que le gusta ese tío.

Perdimos contacto con Mitsou cuando entramos en el túnel Ville-Marie.


Diez minutos más tarde abría la puerta de mi apartamento. Le enseñé a
Harry la habitación de invitados y fui a la cocina para echar un vistazo a mi
provisión de víveres. Como había planeado hacer una visita al Atwater
Market el fin de semana, no había muchas cosas. Cuando Harry se reunió
conmigo, yo estaba revolviendo en el interior del pequeño armario que
llamo despensa.
- Te invito a cenar, Tempe.
- ¿De verdad? -En realidad, Inner Life Empowerment es quien te invita a
cenar. Ya te lo dije:
ellos pagan todos mis gastos. Bueno, al menos hasta los veinte dólares
para la cena de esta noche. La tarjeta Diner de Howie se encargará del
resto.
Howie era su segundo esposo y probablemente la fuente de todo lo que
hubiese en las bolsas de Nieman Marcus.
- ¿Y por qué te paga este viaje Inner Life no-sé-qué-más? -Porque lo hice
muy bien. De hecho, se trata de un acuerdo especial. -Hizo un guiño
exagerado, abriendo la boca y arrugando el costado derecho del rostro-.
- 95 - No suelen hacer estas cosas, pero querían que yo asistiera a esta
reunión.
- Bueno, si estás segura. ¿Qué prefieres? -¡Acción! -Me refería a la comida.
- Cualquier cosa menos carne a la brasa.
Pensé un minuto.
- ¿Indio? -¿Shawnee o paiute? Harry se puso a dar gritos. Le encantaban
sus propios chistes.

- El restaurante Étoile des Indes está a pocas manzanas de aquí. Y


preparan un
khorma
para chuparte los dedos.

- Muy bien. Creo que nunca he comido en un restaurante indio. Y sé que


jamás he comido en un restaurante indio francés. En cualquier caso, no
creo que el karma se pueda comer.
Sólo pude sacudir la cabeza.
- Tengo aspecto de haber recorrido sesenta kilómetros de carretera en mal
estado -dijo Harry, inspeccionando algunos largos mechones de pelo
rubio-. Creo que haré un par de reparaciones.
Me fui a mi habitación, me puse unos tejanos, luego cogí un bolígrafo y
papel, y me recosté contra las almohadas de la cama. Abrí el primer diario
y apunté la fecha de la primera inscripción: 1 de enero de 1844. Después
elegí uno de los libros que había sacado de la biblioteca, busqué la sección
que hablaba de Élisabeth Nicolet y comprobé la fecha de su nacimiento: 18
de enero de 1846. Su tío había comenzado a escribir ese diario dos años
antes de que ella naciera.
Aunque Louis-Philippe Bélanger escribía con mano firme, el paso del
tiempo había desteñido sus anotaciones. La tinta era de color marrón claro
y, en algunos lugares, las palabras estaban demasiado borrosas para
resultar legibles. Además, el francés era antiguo y estaba lleno de
términos que no me resultaban en absoluto familiares. Treinta minutos
más tarde me dolía la cabeza y sólo había tomado unas cuantas notas.
Apoyé la cabeza sobre las almohadas y cerré los ojos. Aún podía oír el
agua corriendo en el cuarto de baño. Estaba cansada, desalentada y me
sentía muy poco optimista. No podría conseguirlo en dos días. Lo mejor
sería pasar un par de horas en la fotocopiadora y luego examinar los
diarios sin prisa. Jeannotte no había dicho nada acerca de no copiar el
material. Y pensé que probablemente fuese más seguro para los originales.
Tampoco tenía necesidad de encontrar la respuesta en ese momento.
Después de todo, mi informe no exigía ninguna explicación. Había visto lo
que había visto en los huesos. Informaría de mis hallazgos y dejaría las
teorías para las monjas, o las preguntas.
Tal vez no lo comprenderían. Tal vez no me creerían. Era probable que no
recibieran con agrado las noticias. ¿O lo harían? ¿Afectaría eso la solicitud
ante el Vaticano? Yo no podía evitarlo. Estaba segura de no haberme
equivocado con respecto a Élisabeth, pero no podía imaginarme lo que eso
significaba.

- 96 -
Capítulo 11

Dos horas más tarde Harry tuvo que sacudirme para que me despertase.
Había terminado de bañarse, secarse y cualquier otra cosa que requiriese
el proceso de reparación al que se había sometido. Nos abrigamos bien y
salimos a la calle, caminando contra el viento helado en dirección a la calle
Ste. Catherine. Había dejado de nevar, pero una capa blanca lo cubría todo
y amortiguaba levemente el bullicio de la ciudad. Carteles, árboles,
buzones y coches aparcados exhibían mullidas capas de blanco.
El restaurante no estaba muy concurrido y no hubo problemas para
conseguir una mesa. Después de escoger la cena, le pregunté por el
famoso taller.
- Es impresionante. He aprendido formas de ser y de pensar
absolutamente nuevas. No estoy hablando de esa basura del misticismo
oriental, y tampoco de pociones o cristales, o de esa mierda de la
proyección astral. Quiero decir que estoy aprendiendo a controlar mi vida.
- ¿Cómo? -Estoy aprendiendo a encontrar mi propia identidad; estoy
experimentando un proceso de fortalecimiento a través del despertar
espiritual. Estoy consiguiendo la paz interior por medio de la salud y la
curación holísticas.
- ¿Despertar espiritual? -No me interpretes mal, Tempe. No se trata de
ninguna forma de renacimiento, como predicaban los jodidos evangelistas
cuando éramos pequeñas.
No tiene nada que ver con el arrepentimiento, o con hacer ruido para
expresar nuestra alegría al Señor, o con ese rollo de que los virtuosos
pueden caminar sobre las llamas.
- ¿Por qué es diferente? -Porque todo eso tiene que ver con la condena
eterna y la culpa, y con aceptar tu carga como una pecadora y con
entregarte al Señor para que Él se haga cargo de ti.
Las monjas no consiguieron venderme ese programa, y treinta y ocho años
de vida no me han hecho cambiar de opinión.
Harry y yo habíamos pasado nuestros años escolares en colegios católicos.
- Esto tiene que ver con cuidar de mí misma.
Se clavó una uña pintada en el pecho.
- ¿Cómo? -Tempe, ¿estás tratando de burlarte de mí? -No. Me gustaría
saber cómo se hace eso que me estás explicando.
- Es cuestión de interpretar tu mente y tu cuerpo, y luego se trata de
purificarte.
- Harry, ahórrate la publicidad. ¿Cómo lo haces tú? - 97 - -Bueno, comes lo
que debes y respiras correctamente, y… ¿Te has dado cuenta de que no
he pedido cerveza? Eso forma parte de la purificación.
- ¿Pagaste mucho dinero por ese seminario? -Te lo he dicho. Pagaron mis
honorarios y me dieron el billete de avión.
- ¿Y qué me dices de Houston? -Bueno, naturalmente que pagué un dinero.
Algo tienen que cobrar. Se trata de gente muy importante.

En ese momento trajeron la comida. Yo había pedido cordero


khorma;
Harry, verduras al curry y arroz.

- ¿Lo ves? -dijo señalando su plato-. Nada de cadáveres para mí. Me estoy
limpiando.
- ¿Dónde encontraste el curso? -En el North Harris County Community
College.
Sonaba legal.
- ¿Cuándo comienzas aquí? -Mañana. El seminario dura cinco días. Te lo
contaré todo; te prometo que lo haré. Llegaré a casa cada noche y te
explicaré exactamente lo que hemos hecho. No hay problema en que me
quede en tu casa, ¿verdad? -Naturalmente que no. Me alegra verte, Harry,
puedes creerme. También siento una gran curiosidad por lo que estás
haciendo, pero regreso a Charlotte el lunes. -Busqué en el bolsillo interior
del bolso el juego de llaves de emergencia que siempre llevo conmigo y se
lo di-. Puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras.
- Nada de fiestas salvajes -dijo inclinándose hacia adelante mientras me
apuntaba con un dedo firme-. Tengo una mujer vigilando la casa.
- Sí, mamá -contesté. Esa ficticia vigilante de la casa era quizá nuestra
broma familiar más antigua.
Me brindó una de sus famosas sonrisas y guardó las llaves en el bolsillo de
sus tejanos.
- Gracias. Ahora dejemos de hablar de mí y te contaré en qué anda Kit.
Durante la siguiente media hora hablamos del último proyecto de mi
sobrino.
Christopher Howard,
Kit,
había nacido de su segundo matrimonio. Acababa de cumplir dieciocho
años, y su padre le había regalado una considerable suma de dinero. Kit
había comprado, y estaba restaurando, un velero de quince metros. Harry
no estaba segura de cuáles eran sus planes con respecto al barco.

- Vuelve a contarme de dónde sacó Howard su nombre.


Conocía la historia, pero me encantaba oír cómo la contaba Harry.
- La madre de Howie se largó justo después de que él nació, y su papaíto
había desaparecido mucho antes de eso. Ella dejó a Howie en la escalinata
de un orfanato en Basic, en Texas, con una nota sujeta a la manta. Decía
que regresaría y que el nombre del bebé era Howard. La gente del
orfanato no supo descifrar si mamá se había referido a su nombre o a su
apellido, de modo que decidieron no correr riesgos. Lo bautizaron Howard
Howard.
- ¿Qué hace Howie ahora? - 98 - -Sigue con sus pozos de petróleo y
persigue todas las faldas al oeste de Texas.
Pero es muy generoso con Kit y conmigo.
Cuando terminamos de cenar, el camarero se llevó los platos y yo pedí un
café.
Harry dijo que no bebía café porque las sustancias estimulantes interferían
su proceso de purificación.
Permanecimos unos minutos en silencio.
- ¿Dónde quería ese vaquero que te encontrases con él? -dijo un poco
después.
Dejé de revolver el café y mi mente comenzó a buscar alguna conexión
con lo que estábamos hablando.
- ¿Vaquero? -El poli con ese culo tan mono.
- Ryan. Él suele ir a un lugar llamado Hurley. Hoy es San Pa…
- ¡Diablos, sí! -Su cara se puso seria-. Creo que le debemos a nuestros
antepasados reunirnos en reconocimiento de un santo patrón
verdaderamente grande, por más pequeña que sea nuestra contribución.
- Harry, he tenido un día muy…
- Tempe, pero si no hubiese sido por san Patricio las serpientes se habrían
comido a nuestros antepasados y nosotras nunca habríamos existido.
- No estoy sugiriendo…
- Y en este momento, en una época en la que el pueblo irlandés tiene
problemas tan graves…
- Ésa no es la cuestión y tú lo sabes muy bien.
- ¿A cuánto queda Hurley de aquí? -A unas pocas manzanas.
- No se discute más. -Extendió las manos con las palmas hacia arriba-.
Vamos, escuchamos un par de canciones y nos largamos. No se trata de
una noche en la ópera.
- Ya he oído eso antes.
- No. Lo prometo. Cuando tú lo digas, regresamos a casa. ¡Eh!, que yo
también tengo que levantarme temprano mañana.
Ese argumento no me impresionó en absoluto. Harry es una de esas
personas que pueden pasarse días sin dormir.
- Tempe, tienes que hacer un esfuerzo para mejorar tu vida social.
Ese argumento fue definitivo.
- De acuerdo, pero…
- ¡Así se habla! Que los santos te protejan, pilluela.

Mientras Harry le hacía señas al camarero pidiendo la cuenta, yo ya


comenzaba a sentir el nudo debajo del esternón. Hubo una época en la que
me encantaban los
pubs
irlandeses, los
pubs
de cualquier clase. No quería abrir ese álbum de recortes y no tenía
ninguna intención de apuntar nuevas entradas.

«Anímate, Brennan. ¿De qué tienes miedo? Ya has estado otras veces en
Hurley y no te ahogaste en cerveza. Es verdad. ¿A qué viene entonces
tanta ansiedad?» Harry charlaba animadamente mientras desandábamos
Ste. Catherine en - 99 - dirección a Crescent. A las nueve y media la
multitud que caminaba por las aceras era una masa densa; se mezclaban
parejas y fulanas con los compradores de última hora y los turistas.
Al tramo de Crescent por encima de Ste. Catherine lo llaman la Calle de los
Sueños; lo frecuentan anglófonos y está flanqueado por bares para
solteros y restaurantes de moda: Hard Rock Café, Thursday, Sir Winston
Churchill. En los meses de verano, las terrazas están llenas de
espectadores que beben y contemplan el espectáculo de la calle. Al llegar
el invierno, la acción se traslada al interior.
Muy poca gente, excepto los asiduos de Hurley, frecuentan Crescent más
abajo de Ste. Catherine, salvo el día de San Patricio. Cuando llegamos, la
cola que nacía en la entrada del local bajaba por la escalinata y llegaba
casi hasta la esquina.
- ¡Oh, Harry! No quiero quedarme aquí parada mientras se me congela el
culo.
No pensaba mencionar la oferta de Ryan.
- ¿No conoces a nadie que trabaje aquí? -No frecuento este lugar.

Nos unimos a la cola y permanecimos en silencio, cambiando de vez en


cuando el pie de apoyo para tratar de mantener el calor. El movimiento me
recordó a las monjas del convento de Lac Memphrémagog, lo que me llevó
a pensar en el informe sobre Nicolet que aún no había terminado, y en los
diarios de Bélanger que estaban en la mesilla de noche, y en el informe
sobre los bebés asesinados, y en la clase que tenía que dar en Charlotte la
semana siguiente, y en el trabajo que pensaba presentar en la reunión del
grupo de antropología física. Sentí que las mejillas se entumecían por el
frío. ¿Cómo había permitido que Harry me arrastrase hasta allí? A las diez
de la noche, la media de éxodo de los
pubs
es muy pobre. Después de quince minutos en la cola habíamos avanzado
medio metro.

- Me siento como uno de esos postres helados -dijo Harry-. ¿Estás segura
de que no conoces a nadie allí dentro? -Ryan me dijo que podía usar su
nombre si había cola.
Mis principios de igualdad estaban siendo sometidos a una dura prueba
por la hipotermia.
- Hermanita, ¿en qué estabas pensando? Harry nunca tiene problemas
para aprovechar cualquier ventaja de que disponga.
Se alejó por el borde de la acera y desapareció en la cabeza de la cola.
Momentos más tarde la vi junto a una puerta lateral, acompañada por un
tío particularmente grande del Irish National Football Club. Ambos me
hacían señas de que me acercara. Evitando mirar a aquellos que se
quedaban en la cola, bajé los escalones y me introduje en el interior del
local.

Seguí los pasos de Harry y su guardián a través del laberinto de


habitaciones que forman el
pub
irlandés Hurley. Cada silla, cada mesa, cada repisa, cada taburete y cada
centímetro cuadrado de suelo estaban llenos de motivos verdes. En los
carteles y espejos había publicidad de Bass, Guinness y Kilkenny Cream
Ale. Todo el lugar olía a cerveza, y el humo era lo bastante espeso como
para apoyar los codos.

Nos abrimos paso a lo largo de paredes de piedra, entre mesas, sillones de


- 100 - cuero y pequeños barriles, y finalmente rodeamos una barra de
roble con adornos de cobre. El nivel de ruido excedía el permitido en las
pistas de un aeropuerto.
Mientras rodeábamos la barra principal, vi a Ryan sentado en un taburete
alto de madera, fuera de una habitación trasera. Tenía la espalda apoyada
contra una pared de ladrillos y un tacón enganchado en el travesaño
inferior del taburete. La otra pierna se apoyaba sobre los asientos de dos
taburetes vacíos que había a su derecha. La cabeza quedaba enmarcada
por una abertura cuadrada en el ladrillo con un borde de madera verde
tallada.
A través de la abertura se veía a un trío compuesto por violín, flauta y
mandolina. Las mesas formaban un círculo en el perímetro de la habitación
y, en el centro, cinco bailarines se movían en un espacio diminuto. Tres
mujeres seguían el ritmo con pasos razonablemente armónicos, pero los
dos tíos se limitaban a dar saltos salpicando de cerveza cualquier cosa que
se encontrara dentro de un radio de un metro. A nadie parecía importarle.
Harry abrazó al futbolista, y el hombretón se perdió entre la multitud. Me
pregunté cómo habría hecho Ryan para conservar esos dos taburetes
vacíos. Y por qué. No pude decidir si su seguridad me irritaba o me
halagaba.
- ¡Qué sorpresa! -dijo Ryan al vernos-. Me alegro de que lo hayan
conseguido, chicas. Pueden sentarse y recobrar el aliento.
Tenía que gritar para hacerse oír.
Ryan enganchó uno de los taburetes vacíos con su pie libre, lo acercó y dio
unos golpecitos en el cojín verde. Sin dudarlo un momento, Harry se quitó
la chaqueta, la colocó encima del taburete y se sentó.
- Con una condición -grité a mi vez.
Alzó las cejas y me miró fijamente con sus ojos azules.
- Olvídese del papel de vaquero duro.
- Eso es tan generoso de su parte como un puñado de gravilla en la
mantequilla de cacahuetes.
Ryan hablaba tan alto que se le marcaban las venas del cuello.
- Lo digo en serio, Ryan. No podría mantener este volumen de
conversación.
- Está bien. De acuerdo. Ahora siéntese.
Me acerqué al taburete que estaba más alejado.
- Y le compraré una gaseosa, señora.
Harry se echó a reír.
Abrí la boca, y Ryan se levantó y me desabrochó el abrigo. Luego lo colocó
sobre el taburete y me senté.
Ryan le hizo señas a una de las camareras, pidió una Guinness para él y
una Coca-Cola light para mí. Volví a sentirme irritada. ¿Era tan previsible?
Ryan miró a Harry.
- Yo tomaré lo mismo.
- ¿Coca-Cola light? -No, lo otro.
La camarera desapareció entre la gente.
- ¿Qué pasa con la purificación? -grité en el oído de Harry.
- 101 - -¿Qué? -La purificación.
- Una cerveza no me envenenará, Tempe. No soy una fanática.
Como la conversación exigía hablar a gritos, decidí concentrarme en la
banda.
Yo había crecido rodeada de música irlandesa y las viejas canciones
siempre evocan recuerdos infantiles: la casa de mi abuela, ancianas
respetables, acentos regionales de la vieja Irlanda, canasta, la cama
montada sobre ruedas, Danny Kaye en la tele en blanco y negro, dormirse
escuchando los discos de John Gary… Sospechaba que esos músicos le
hubieran parecido un pelo estridentes a mi abuela; demasiada
amplificación.
El cantante comenzó a entonar una balada que hablaba de un pirata
salvaje.

Conocía la canción y me uní al coro. Junto con el coro, las palmas iniciaron
un
staccato
de cinco golpes. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! La camarera llegó con el
último golpe.

Harry y Ryan charlaban animadamente, y sus palabras se perdían en


medio del bullicio. Bebí un trago y miré a mi alrededor. En la parte superior
de la pared, había una fila de escudos tallados en madera, tótems de las
familias tradicionales. ¿O eran clanes? Busqué alguno que llevase el
nombre de Brennan, pero estaba excesivamente oscuro y había demasiado
humo como para leer muchos de ellos. ¿Crone? No.
El grupo comenzó a cantar una melodía que a la abuela le hubiese
encantado.
Hablaba de una muchacha que llevaba el pelo sujeto con una cinta de
terciopelo negro.
Examiné una serie de fotografías con marcos ovalados; eran retratos en
primer plano de hombres y mujeres con sus trajes de domingo. ¿Cuándo
habían sido tomadas?: ¿1890?, ¿1910? Las expresiones de los rostros eran
tan solemnes como las que había visto en Birks Hall. Tal vez los cuellos
altos no fuesen muy cómodos.
Dos relojes de colegio marcaban la hora en Dublin y Montreal. Eran las diez
treinta. Comprobé mi reloj. Sí.
Después de varias canciones, Harry agitó los brazos para llamar mi
atención.
Parecía un árbitro señalando una falta grave. Ryan sostenía en alto su jarra
vacía.
Sacudí la cabeza. Ryan le dijo algo a Harry y luego levantó dos dedos por
encima de la cabeza.
«Allá vamos», pensé.
Cuando la banda comenzó a tocar una danza escocesa, vi que Ryan
señalaba en la dirección en la que habíamos entrado. Harry se bajó del
taburete y desapareció entre la masa de cuerpos apretujados. El precio de
los tejanos ceñidos. No quise pensar en cuánto tendría que esperar. Otra
injusticia de nuestro género.
Ryan levantó la chaqueta de Harry, se sentó en el taburete y colocó la
chaqueta donde él había estado sentado. Se inclinó hacia mí y gritó en mi
oreja derecha.
- ¿Está segura de que son de la misma madre? -Y del mismo padre.
Ryan olía a una mezcla de ron y polvo de talco.
- ¿Cuánto tiempo hace que vive en Tejas? -Desde que Moisés dejó de vagar
por el desierto.
- 102 - -¿Moses Malone?4
- Diecinueve años.
Me di la vuelta y contemplé el hielo de mi bebida. Ryan tenía todo el
derecho del mundo a hablar con Harry. De todos modos, mantener una
conversación resultaba del todo imposible. ¿Por qué estaba enfadada
entonces? -¿Quién es Anna Goyette? -¿Qué? -¿Quién es Anna Goyette? En
ese momento, la banda dejó de tocar y el nombre resonó en el relativo
silencio de la sala.
- Por Dios, Ryan, ¿por qué no publica un anuncio? -Estamos un poco
nerviosos esta noche. ¿Demasiada cafeína? Sonrió. Le miré fijamente.
- A su edad no es bueno -dijo.
- No es bueno a ninguna edad. ¿Cómo sabe lo de Anna Goyette? La
camarera trajo las bebidas y le enseñó a Ryan tantos dientes como mi
hermana cuando decide pasar al ataque. El detective pagó y le guiñó un
ojo.
- Estar en su compañía no es exactamente poesía -dijo después de apoyar
una de las jarras de cerveza en una repisa que había encima de la
chaqueta de Harry.
- Le prometo que trabajaré en ello. ¿Cómo sabe lo de Anna Goyette? -Me
tropecé con Claudel y me comentó ese asunto mientras hablábamos del
caso de los motoristas.
- ¿Y por qué? -Él me preguntó.
Nunca entendería a Claudel. «Primero pasa de mí y luego habla de mi
llamada telefónica con Ryan», pensé.
- ¿Quién es esa chica? -Anna es una estudiante de McGill. Su tía me pidió
que intentase localizarla.
No es el caso Hoffa precisamente.
- Claudel dice que es una jovencita muy interesante.
- ¿Qué diablos significa eso? Harry escogió ese momento para reunirse con
nosotros.
- Hola, pequeños vaqueros. Si piensan ir al lavabo será mejor que lo
planeen con tiempo.

Mi hermana pareció aceptar la nueva disposición de los asientos y se


instaló en el taburete que había quedado a la izquierda de Ryan. Como si
la banda hubiese estado esperando hasta ese momento, el cantante
comenzó a entonar una melodía acerca del whisky en una jarra. Harry se
balanceaba y daba palmadas.De pronto, un tío que llevaba una gorra a
cuadros y tirantes verdes se acercó a nosotros y la cogió de la mano. Ella
saltó del taburete y le siguió a la habitación trasera, donde dos jóvenes
imitaban a unos monos ebrios. El acompañante de Harry tenía un vientre
prominente y una cara redonda y suave. Esperaba que mi hermana no
matara a ese 4 Se refiere a un famoso jugador de baloncesto de la NBA,
hoy retirado de la competición.
(N. del T.)

- 103 - tío. Miré el reloj. Eran las once cuarenta. El humo me quemaba los
ojos y tenía la garganta irritada de tanto gritar.
Y me lo estaba pasando en grande.
Y quería un trago. De verdad.
- Mire, me duele la cabeza. Tan pronto como Ginger Rogers abandone la
pista de baile nos largamos de aquí.
- Como guste, vaquera. Lo ha hecho muy bien para tratarse de su primera
sesión.
- ¡Por Dios, Ryan! He estado aquí antes.
- ¿Por el cuentista? -¡No! Había pensado en eso. Amo el folclore irlandés.
Observé a Harry mientras saltaba y se meneaba. Su largo pelo rubio daba
vueltas en el aire. Todo el mundo la miraba.
- ¿Sabe Claudel dónde está Anna? -grité en el oído de Ryan después de
unos minutos.
Negó con la cabeza.
Me di por vencida. Las posibilidades de entablar una conversación eran
nulas.
Harry y el gordo seguían bailando. Él tenía la cara roja y bañada en sudor,
y la corbata colgaba en un ángulo extraño. Cuando Harry se volvió hacia
mí en uno de sus giros, hice un gesto de cortarme el cuello con un dedo.
Significaba «basta; se acabó».
Ella agitó los brazos con una expresión de alegría.
Señalé la salida con el pulgar, pero Harry ya se había dado la vuelta y no
me miraba.
¡Oh, Dios! Ryan me observaba con una sonrisa divertida en los labios.
Le dirigí una mirada que hubiese podido congelar al Niño, y él se acomodó
en su asiento y extendió ambas manos con las palmas hacia arriba en un
ademán de impotencia.
Cuando Harry se giró de nuevo hacia mí, volví a hacerle un gesto
indicándole que quería marcharme, pero ella miraba algo por encima de mi
hombro con una expresión extraña en el rostro.
A las doce y cuarto, cuando la banda hizo un pequeño receso, mis
plegarias fueron atendidas. Harry regresó, cansada y sudando, pero
resplandeciente. Su compañero daba la impresión de necesitar un
resucitador.
- ¡Guau! Me gustaría cabalgar a todo galope y quitarme la humedad de
encima.
Se pasó un dedo por el cuello, se instaló en el taburete con un pequeño
salto y bebió ávidamente la cerveza que Ryan había pedido para ella.
Cuando el tío gordo hizo un movimiento para colocarse a su lado, Harry le
dio unos golpecitos en la gorra.
- Gracias, muchachote. Ya nos veremos.
El tío inclinó la cabeza y la miró como un perro apaleado.
- 104 - -Adiós.
Harry agitó los dedos, y el tío se encogió de hombros y desapareció entre
la multitud.
Harry se inclinó por delante de Ryan.
- Tempe, ¿quién es ese tío que está allí? Hizo un gesto con la cabeza hacia
la barra que quedaba detrás de nosotras.
Comencé a girar la cabeza.
- ¡No mires ahora! -¿Qué? -Un tío alto y delgado, que lleva gafas.
Puse los ojos en blanco, lo que no ayudó en nada a mi dolor de cabeza.
Harry empleaba esa táctica en el instituto cuando yo quería marcharme de
algún sitio y ella quería quedarse.
- Lo sé. Es muy guapo y está interesado en mí. Sólo que es un tío tímido.
He estado allí; ya lo he hecho, Harry.
La banda volvió a tocar. Me levanté y me puse el abrigo.
- Hora de ir a dormir.
- No, de verdad. Ese tío te ha estado mirando todo el tiempo mientras yo
bailaba. Podía verle perfectamente a través de la ventana.
Miré en la dirección que ella me indicaba. No había nadie que encajara con
su descripción.
- ¿Dónde? Harry examinó los rostros que había alrededor de la barra; luego
miró por encima del hombro en sentido contrario.
- Te estoy hablando en serio, Tempe. -Se encogió de hombros-. Ahora no le
veo.
- Probablemente se trate de uno de mis estudiantes. Siempre se asombran
cuando me ven en alguna parte sin un andador.
- Sí, supongo que sí. El tío parecía demasiado joven para ti.
- Gracias.
Ryan observó la escena como un abuelo que contempla a sus nietas.
- ¿Estás lista? Me abroché el abrigo y me puse los mitones.
Harry echó un vistazo a su Rolex y luego dijo exactamente lo que yo
esperaba.
- Apenas es medianoche. No podríamos…
- Yo me largo, Harry. Mi apartamento está a sólo cuatro manzanas de aquí
y tú tienes un juego de llaves. Puedes quedarte si quieres.
Por un momento, pareció indecisa; después se volvió hacia Ryan.
- ¿Te quedarás un rato todavía? -Ningún problema, pequeña.
Harry me miró exactamente de la misma forma que a su compañero de
baile.
- ¿Es seguro que no te importa? -Por supuesto que no.
- Y una mierda.
- 105 - Le expliqué a qué cerradura correspondía cada llave y me abrazó.
- Permítame que la acompañe -dijo Ryan, cogiendo su chaqueta. Mi
protector.
- No, gracias. Ya soy una chica mayor.
- Entonces, deje que llame a un taxi.
- Ryan, tengo permiso para viajar sin compañía.
- Como quiera.
Volvió a sentarse mientras meneaba la cabeza.
El aire frío era una bendición después del calor y el humo del
pub,
pero esa sensación duró un milisegundo. La temperatura había descendido
varios grados y el viento soplaba con más fuerza; la sensación térmica se
situaba a mil millones de grados bajo cero.

Después de dar unos cuantos pasos tenía los ojos llenos de lágrimas y
podía sentir cómo se formaba el hielo alrededor de las aletas de la nariz.
Me cubrí la boca y la nariz con la bufanda, y la até con un fuerte nudo
detrás de la cabeza. Parecía una chiflada, pero al menos mis orificios no se
congelarían.
Hundí las manos en los bolsillos, bajé la cabeza y continué mi camino. Más
caliente, pero incapaz de ver a un metro de distancia, crucé Crescent y me
dirigí hacia Ste. Catherine. En la calle no había una alma.
Acababa de cruzar MacKay cuando sentí que la bufanda se tensaba y los
pies perdían contacto con el suelo. Al principio pensé que había resbalado
a causa del hielo, pero luego comprendí que alguien me tiraba hacia atrás.
Acababa de pasar por delante del viejo teatro York y me estaban
arrastrando hacia el lateral del edificio.
Unas manos me hicieron girar y me empujaron de cara contra la pared. Mis
manos seguían atrapadas en los bolsillos. Cuando mi rostro golpeó contra
los ladrillos me deslicé hacia abajo. Al tocar el suelo con las rodillas, sentí
que me empujaban violentamente contra la nieve. Luego recibí un fuerte
golpe en la espalda, como si alguien muy grande se hubiese dejado caer
de rodillas sobre mi espina dorsal. Una punzada de dolor se extendió por
mi espalda y todo el aliento salió expulsado a través de la bufanda.
Estaba clavada al suelo en posición supina. ¡No podía ver nada, no podía
moverme y no podía respirar! Me invadió el pánico y sentí una urgente
necesidad de aire. La sangre me golpeaba los oídos.
Cerré los ojos y me concentré en girar la boca hacia un lado. Conseguí
meter una bocanada de aire en los pulmones, luego otra, y otra. La
sensación de ardor fue remitiendo y comencé a respirar mejor.
Me dolían la cara y la mandíbula. La cabeza estaba colocada en un ángulo
difícil, y el ojo derecho, oprimido contra la nieve helada. Sentía un bulto
debajo de mí y deduje que se trataba del bolso. Había contribuido a que
me quedara sin aire.
«¡Dale el bolso!» Luché para liberarme de aquella posición, pero el abrigo
y la bufanda me ligaban como una camisa de fuerza. Sentí que un cuerpo
se movía. Parecía tenderse encima de mí. Luego sentí el aliento en mi
oreja. Aunque amortiguada por la - 106 - bufanda, la respiración sonaba
pesada y rápida, desesperada, de una intensidad animal.
«No pierdas el conocimiento. Con esta temperatura eso significa la muerte.
¡Muévete! ¡Haz algo!» Debajo de las capas de ropa tenía el cuerpo
empapado en sudor. Moví lentamente la mano dentro del bolsillo. Mis
dedos estaban resbaladizos enfundados en el guante de lana. «¡Aquí!»
Cogí las llaves. En cuanto el tío se levantara yo estaría preparada.
Indefensa, esperé mi oportunidad.
- Déjalo -siseó una voz en mi oreja.
¡Había visto el movimiento! Me quedé inmóvil.
- No sabes lo que haces. ¡Atrás! ¿Atrás de qué? ¿Quién pensaba que era
yo? -Déjalo -repitió. Su voz temblaba de emoción. Yo no podía hablar,
aunque tampoco parecía que él esperara una respuesta. ¿Acaso era un
loco y no un asaltante? Permanecimos allí durante lo que me pareció una
eternidad. Los coches pasaban como una exhalación. Había perdido la
sensibilidad en la cara y pensé que las vértebras del cuello se partirían en
cualquier momento. Respiraba con la boca muy abierta y la saliva se
helaba en la bufanda. «No pierdas la calma. Piensa.» Mi mente se debatía
entre un millón de posibilidades. ¿Estaba borracho? ¿Drogado? ¿Indeciso?
¿Acaso disfrutaba de alguna clase de fantasía perversa que desataría su
locura? Mi corazón latía con tanta fuerza que temí que fuese el catalizador
que él esperaba.
Entonces oí pasos. Él también debió de oírlos porque acentuó la presión
sobre la bufanda y me tapó la cara con una mano enguantada.
«¡Grita! ¡Haz algo!» No podía verle, y eso me volvía loca.
- ¡Déjame en paz, maldito cabrón hijo de puta! -grité a través de la
bufanda.
Pero mi voz sonó como si hubiese recorrido miles de kilómetros de
distancia, sofocada por la gruesa capa de lana.
Mantuve el juego de llaves cogido con fuerza. La mano húmeda y pegajosa
dentro del mitón estaba preparada para clavarle las llaves en el ojo a la
mínima oportunidad. De pronto, sentí que la bufanda volvía a tensarse y
que su cuerpo se erguía. Se colocó de nuevo de rodillas y concentró todo el
peso en el centro de mi espalda. Su peso y mi bolso me comprimían los
pulmones, lo que me obligaba a jadear buscando un poco de aire.
Alzó mi cabeza ayudándose con la bufanda y luego empujó hacia abajo con
fuerza. Mi oreja se aplastó contra el hielo y la gravilla, y una nube de
chispas se formó detrás de mis ojos. Repitió el movimiento, y las chispas
comenzaron a aglutinarse. Sentía la sangre que cubría mi rostro y su sabor
en la boca. Pensé que algo se había roto en mi cuello. Mi corazón golpeaba
enloquecido contra la caja torácica.
«¡Apártate de mí, jodido pedazo de mierda!» Me sentía mareada. Mi
torturado cerebro anticipaba el informe de la autopsia, mi autopsia: «Nada
debajo de las uñas.
Ninguna herida como consecuencia de una actitud de defensa.» «¡No te
desmayes!» - 107 - Me retorcí y traté de gritar, pero mi voz era un sonido
apenas audible.
Súbitamente, los golpes cesaron y mi atacante se inclinó hasta rozarme la
oreja.
Luego dijo algo, pero sólo alcancé a distinguir algunos sonidos a través del
timbre incesante que resonaba en mis oídos.
Después sentí que su mano me apretaba la espalda y que su cuerpo se
separaba.
Oí el sonido de pasos que se alejaban sobre la nieve y luego el
desconocido desapareció.
Aturdida, saqué las manos de los bolsillos, me coloqué a gatas y conseguí
sentarme. Levanté las rodillas y puse la cabeza entre ellas para combatir
las náuseas.
Me caía agua de la nariz y tenía la boca llena de sangre o saliva. Las
manos me temblaban mientras me enjugaba el rostro con el extremo de la
bufanda, y sabía que estaba a punto de echarme a llorar.
El viento sacudía las ventanas rotas en el teatro abandonado. ¿Cuál era el
nombre?: ¿Yale?, ¿York? En ese momento, esa cuestión parecía
terriblemente importante. Antes lo sabía, ¿por qué no era capaz de
recordarlo entonces? Me sentía desorientada y comencé a temblar de un
modo descontrolado; temblaba de frío, de miedo y tal vez de alivio.
Cuando los vahídos pasaron, me puse lentamente de pie, eché a andar
junto a la pared lateral del edificio desierto y me asomé con cuidado al
llegar a la esquina. No había nadie a la vista.
Me dirigí a casa tambaleándome. Las piernas parecían de goma y miraba
por encima del hombro a cada paso. Los escasos peatones con los que me
crucé miraron hacia otro lado y se apartaron de mi camino. Para ellos, sólo
era otra borracha.
Diez minutos más tarde, me encontraba sentada en el borde de mi cama.
Comprobé si estaba herida. Mis pupilas se movían de manera coordinada,
y no sentía mareos ni náuseas.
La bufanda había sido una bendición. Aunque le había proporcionado a mi
agresor un punto por donde cogerme, también había atenuado la fuerza de
sus golpes. En el costado derecho de la cabeza tenía unos pocos cortes y
abrasiones; sin embargo, no había sufrido ninguna contusión grave.
«No está mal para una superviviente de un asalto con violencia en una
calle desierta», pensé mientras me metía entre las sábanas. Pero ¿había
sido un asalto? El desconocido no me había robado nada. ¿Por qué se
había largado de aquella manera? ¿Acaso sintió pánico y decidió
abandonar lo que pensaba hacer? ¿Se trataba sólo de un borracho?
¿Descubrió que yo no era quien él pensaba? Las temperaturas inferiores a
los cero grados raramente inspiran agresiones sexuales al aire libre. ¿Cuál
había sido el motivo de la agresión? Intenté dormir pero mi mente seguía
presa del subidón de adrenalina. ¿O se trataba del clásico síndrome de
estrés postraumático? Mis manos continuaban temblando y daba un brinco
en la cama ante cualquier ruido.

¿Debía llamar a la policía? ¿Para qué? Sólo tenía heridas leves y no me


habían robado nada. Tampoco había visto a mi asaltante. ¿Debía decírselo
a Ryan? Era impensable después de mi arrogante marcha del
pub.
¿A Harry? De ninguna manera.

- 108 - ¡Oh, Dios! ¿Y si Harry regresaba sola a casa? ¿Estaría el asaltante


merodeando por el barrio? Me di la vuelta en la cama y eché un vistazo al
reloj de la mesilla de noche. Eran las dos treinta y siete. ¿Dónde diablos
estaba Harry? Me toqué el labio partido. ¿Lo notaría ella? Era probable.
Harry tenía los mismos instintos que un lince. No se le escapaba nada.
Pensé en algunas historias que explicaran mi estado. Las puertas siempre
son una buena excusa, o caer de bruces sobre el hielo cuando llevas las
manos en los bolsillos.
Mis ojos se cerraban sólo para abrirse un segundo más tarde. Sentía
repetidamente la presión de la rodilla en la espalda y oía la respiración
jadeante.
Volví a mirar el reloj. Eran las tres y cuarto. ¿Estaría abierto Hurley a esa
hora? ¿Se habría marchado con Ryan a su casa? -¿Dónde estás, Harry? -le
dije a los dígitos verdes que titilaban en el reloj.
Me quedé tendida en la cama. Deseaba que llegase pronto a casa; no
quería estar sola.

- 109 -
Capítulo 12

Cuando desperté, después de un sueño intranquilo, el sol brillaba y el


silencio era absoluto. Mis neuronas habían convocado una reunión
nocturna para organizar los acontecimientos de los últimos días:
estudiantes perdidas, atracadores, santas, abuelas y bebés asesinados,
Harry, Ryan, Harry y Ryan. La reunión acabó al amanecer con escasos
resultados positivos.
Me di la vuelta hasta quedar de espaldas y una intensa punzada de dolor
en el cuello me recordó la aventura de la noche anterior. Durante unos
minutos me dediqué a flexionar y extender el cuello, los brazos y las
piernas. Funcionaban bastante bien. A la luz de la mañana, el ataque
parecía absurdo y producto de mi imaginación, pero el recuerdo del pánico
era absolutamente real.
Me quedé acostada durante varios minutos, explorando los daños que
tenía en el rostro y tratando de escuchar alguna señal que me indicara la
presencia de mi hermana en la casa. Había zonas que me dolían en la cara
y ninguna señal de mi hermana.
A las siete cuarenta me incorporé con bastante esfuerzo de la cama, cogí
mi vieja bata y me calcé las pantuflas. La puerta de la habitación de
invitados estaba abierta y la cama hecha. ¿Había pasado Harry la noche en
casa? Encontré un mensaje en la puerta de la nevera en el que me
explicaba la ausencia de dos yogures y me decía que regresaría después
de las siete de la tarde.
Muy bien; había estado en casa. Pero ¿había dormido en su cama? -¡A
quién le importa! -exclamé buscando el bote que contenía el café en
grano.
En ese momento, sonó el teléfono.
Cerré el bote y caminé pesadamente hasta el teléfono de la sala de estar.
- Sí.
- Hola, mamá. ¿Una noche muy movida? -Lo siento, cariño. ¿Qué sucede? -
¿Estarás en Charlotte la semana próxima? -Viajaré a Charlotte el lunes y
me quedaré hasta abril, en que tendré las reuniones de antropología física
en Oakland. ¿Por qué lo preguntas? -Bueno, pensaba ir a pasar algunos
días. Este viaje a la playa no está saliendo como yo esperaba.
- Genial. Quiero decir que es genial que podamos pasar algunos días
juntas.
Lamento que tu viaje no haya salido bien. -No pregunté por qué-. ¿Te
quedarás conmigo o con papá? -Sí.
- De acuerdo, de acuerdo. ¿Las clases van bien? - 110 - -Sí. Realmente
estoy disfrutando de las clases de psicología anormal. El profesor es muy
bueno. Y las clases de criminología también son excelentes. Nunca
tenemos que entregar ningún trabajo en una fecha fija.
- ¿Cómo está Aubrey? -¿Quién? -Supongo que eso contesta mi pregunta.
¿Cómo está el grano? -Ha desaparecido.
- ¿Cómo es que estás levantada tan temprano en sábado? -Debo preparar
un trabajo para mi clase de criminología. Estaba pensando en hacer algo
relacionado con los perfiles criminales; tal vez aproveche el material que
tengo de psicología anormal.
- Pensaba que no tenías que entregar ningún trabajo puntualmente.
- Era para hace dos semanas.
- ¡Oh! -¿Podrás ayudarme a elaborar un proyecto para mi clase de
antropología? -Por supuesto.
- No se trata de nada demasiado complicado. Se supone que es algo que
puedo hacer en un día.
Escuché un pitido.
- Katy, tengo otra llamada. Pensaré en ese proyecto. No dejes de avisarme
cuando sepas qué día llegas a Charlotte.
- Lo haré.
Pulsé el botón de llamada en espera y me sorprendió oír la voz de Claudel.

- Claudel
ici.

Como de costumbre, no hubo ningún saludo y tampoco se disculpó por


llamarme un sábado por la mañana. Fue directamente al grano.
- ¿Ha regresado Anna Goyette a su casa? Sentí un repentino vacío en el
pecho. Claudel jamás me había llamado a casa.
Anna debía de estar muerta.
Tragué con dificultad antes de contestar.
- No lo creo.
- ¿Tiene diecinueve años? -Sí.
Pude ver claramente la cara de la hermana Julienne. No soportaba la idea
de tener que decírselo.

-…
caractéristiques physiques?

- Lo siento. ¿Qué ha dicho? Claudel repitió la pregunta. No tenía ni la más


remota idea de si Anna presentaba rasgos físicos inusuales.
- No lo sé. Tendré que preguntárselo a su familia.
- ¿Cuándo fue vista por última vez? -El jueves. Monsieur Claudel, ¿por qué
me hace todas estas preguntas? Tuve que esperar una de las clásicas
pausas de Claudel. Podía oír el bullicio de fondo y supuse que me llamaba
desde la sala de la brigada de homicidios.
- 111 - -Una mujer blanca fue encontrada esta mañana, desnuda y sin
identificación.
- ¿Dónde? La sensación de vacío me apretaba el esternón.
- Ille des Soeurs. En la zona posterior de la isla hay una área boscosa y un
estanque. El cuerpo fue hallado -dudó un momento- en la orilla.
- ¿Encontrado cómo? Claudel me estaba ocultando algo.
El detective consideró mi pregunta durante un momento. Podía
imaginarme su nariz ganchuda y sus ojos pequeños y muy juntos,
entrecerrados en un gesto de profunda concentración.
- La víctima fue asesinada. Las circunstancias son… -nuevamente la
vacilación- inusuales.
- Adelante.
Cambié el auricular de mano y me sequé la humedad de la palma en la
bata.
- El cuerpo fue encontrado en el maletero de un viejo vehículo. Presentaba
múltiples heridas. LaManche se encarga de la autopsia.
- ¿Qué clase de heridas? -Me quedé observando unas manchas que tenía
en la bata.
Claudel inspiró profundamente.
- Hay múltiples heridas causadas con arma blanca y señales de ligaduras
alrededor de las muñecas. LaManche sospecha que también fue atacada
por un animal.
Me resultaba irritante la costumbre que tenía Claudel de despersonalizar el
relato: una mujer blanca, la víctima, el cuerpo, las muñecas; ningún
pronombre personal.
- También es posible que la víctima fuese quemada -continuó.

- ¿Quemada? -LaManche tendrá más datos luego. Hará el examen


post mortem
hoy mismo.

- ¡Caramba! -Aunque siempre hay un patólogo de guardia en el laboratorio,


es muy raro que se lleve a cabo una autopsia durante el fin de semana.
Sabía que debía de tratarse de un crimen realmente extraordinario-.
¿Cuánto tiempo llevaba muerta? -El cuerpo no estaba completamente
helado, de modo que es probable que llevara menos de doce horas.
LaManche tratará de deducir la hora de la muerte.
No quería hacer la siguiente pregunta.
- ¿Por qué cree que podría tratarse de Anna Goyette? -La edad y la
descripción coinciden.
Sentí un leve mareo.
- ¿A qué características físicas se refería? -La víctima carece de muelas
inferiores.
- ¿Se las extrajeron? Me sentí como una imbécil cuando apenas había
acabado de hacer la pregunta.
- Doctora Brennan, yo no soy dentista. También tiene un pequeño tatuaje
en la cadera derecha: dos figuras que sostienen un corazón entre ambas.
- 112 - -Me pondré en contacto con la tía de Anna y volveré a llamarle.
- Yo puedo…
- No. Yo lo haré. Tengo que hablar de otras cuestiones con ella.
Me dio el número de su busca y colgó.
Me temblaban las manos mientras marcaba el número del convento. Veía
un par de ojos asustados mirando desde debajo de un flequillo rubio.
Antes de que tuviese tiempo de pensar en la mejor forma de hacer las
preguntas, la hermana Julienne estaba en el otro extremo de la línea.
Dediqué varios minutos a agradecerle el que me hubiese enviado a ver a
Daisy Jeannotte y le hablé de los diarios de Bélanger. Estaba eludiendo el
motivo de mi llamada, y ella se dio cuenta.
- Sé que ha pasado algo.
Su voz era suave, pero la tensión resultaba inconfundible debajo de la
superficie.
Le pregunté si tenía noticias de Anna. Me dijo que no.
- Hermana, han encontrado a una joven…
El suave siseo de la tela al ser rozada llegó claramente a mis oídos y supe
que se estaba persignando.
- Es necesario que le haga algunas preguntas personales acerca de su
sobrina.
- Sí -repuso de manera apenas audible.
Le pregunté por las muelas y el tatuaje.
La línea permaneció muda sólo una fracción de segundo y luego me
sorprendió su risa.
- ¡Oh, no!, no es Anna. ¡Oh, cielos!, no; ella jamás hubiese permitido que le
hicieran un tatuaje. Y estoy segura de que Anna tiene toda su dentadura.
De hecho, a menudo menciona sus dientes; por eso, lo sé. Tiene muchos
problemas con ellos. Se queja de que le duelen cuando come algo frío o
caliente.
Las palabras fluían como un torrente y casi podía percibir el alivio de la
hermana Julienne a través de la línea.
- Pero, hermana, es posible…
- No. Conozco a mi sobrina. Tiene todos sus dientes. No es feliz con ellos,
pero los tiene. -Nuevamente apareció la risa nerviosa-. Y no lleva ningún
tatuaje, gracias a Dios.
- Me alegra saberlo. Es probable que esa muchacha no sea Anna, pero tal
vez sería mejor que me enviara su ficha dental, sólo para asegurarnos.
- Estoy segura.
- Sí. Bueno, tal vez para que el detective Claudel esté seguro. No le hará
daño a nadie.
- Supongo que no. Y rezaré por la familia de esa pobre muchacha.
Me dio las señas del dentista de Anna y llamé a Claudel.
- Está segura de que Anna no tiene ningún tatuaje.
- ¡Hola, tía monja! ¿Adivina qué? ¡Me hice un tatuaje en el culo la semana
pasada! -De acuerdo. No es probable.
- 113 - Claudel soltó una risotada.
- Pero está absolutamente segura de que Anna tiene la dentadura
completa.
Recuerda que Anna se quejaba con frecuencia de dolores dentales.
- ¿Quién se hace extraer los dientes? Lo que yo había pensado.
- No es habitual en la gente que está feliz con su dentadura -continuó
Claudel.
- Así es.
- Y la tía también cree que Anna nunca se ha largado de casa sin avisar a
su madre, ¿verdad? -Al menos eso es lo que dice.
- Anna Goyette supera en ese campo al mismísimo David Copperfield. Ha
desaparecido siete veces en los últimos dieciocho meses. Al menos, ésa es
la cantidad de denuncias presentadas por su madre.
- ¡Oh! -La sensación de vacío se extendió desde el esternón hasta la boca
del estómago.
Le pedí a Claudel que me mantuviese informada y colgué.
Dudaba de que lo hiciera.
A las nueve y treinta estaba duchada, vestida y en mi despacho. Acabé de
redactar el informe de Élisabeth Nicolet. Describí y expliqué mis
observaciones del mismo modo como lo hubiese hecho con un caso
forense. Me habría gustado incluir información de los diarios de Bélanger,
pero no había tenido tiempo de examinarlos en profundidad.
Después de imprimir el informe, pasé tres horas tomando fotografías.
Estaba tensa y tenía problemas para colocar los huesos en la posición
correcta. A las dos de la tarde, busqué un bocadillo en la cafetería y me lo
comí mientras incluía pruebas de los hallazgos hechos en el caso de
Mathias y Malachy. Pero mi mente no se apartaba del teléfono y no podía
concentrarse en el trabajo que tenía sobre la mesa.
Claudel vino a verme cuando me encontraba en la fotocopiadora con los
diarios de Bélanger.
- No se trata de su chica.
Le miré fijamente a los ojos.
- ¿Es seguro? Asintió.
- ¿Quién es? -pregunté.
- Se llamaba Carole Comptois. Cuando las fichas dentales excluyeron a
Anna Goyette, comprobamos las huellas dactilares y dimos en la diana. La
habían arrestado un par de veces por prostitución callejera.
- ¿Edad? -Dieciocho.
- ¿Cómo murió? -LaManche está terminando el examen en este momento.
- ¿Algún sospechoso? -Muchos.
- 114 - Claudel me miró un momento, no dijo nada más y se marchó.
Yo seguí con mis fotocopias. Me movía como un robot con un torbellino de
emociones en el interior. El alivio que había sentido al saber que no se
trataba de Anna se había convertido inmediatamente en culpa. En la sala
de autopsias aún había una muchacha sobre la mesa de acero inoxidable.
También había una familia a la que darle las malas noticias.
Levantar la tapa. Pasar la página. Bajar la tapa. Apretar el botón.
Dieciocho años.
No tenía ganas de presenciar la autopsia.
A las cuatro treinta ya había terminado de fotocopiar los diarios y estaba
de regreso en mi despacho. Llevé los informes sobre los bebés a la oficina
de la secretaria y luego dejé una nota con el cómputo de las fotocopias en
el escritorio de LaManche. Cuando regresé al corredor, LaManche y
Bergeron estaban hablando delante de la oficina del dentista. Los dos
parecían cansados, y su expresión era sombría. Cuando me acerqué,
ambos repararon en las heridas de mi rostro pero no me preguntaron
nada.
- ¿Muy malo? -interrogué. LaManche asintió.
- ¿Qué le pasó a esa chica? -Qué no le pasó -dijo Bergeron.
Miré a uno y luego al otro. Incluso ligeramente encorvado, el dentista
superaba el metro ochenta y tenía que alzar la vista para mirarle a los
ojos. Su pelo rizado y canoso estaba iluminado desde atrás por un tubo
fluorescente instalado en el techo.
Recordé el comentario de Claudel acerca de un ataque con animales y
sospeché la razón por la cual la mañana de sábado de Bergeron también
se había ido al traste.
- Al parecer, la colgaron de las muñecas y la golpearon; luego fue atacada
por perros -dijo LaManche-. Marc cree que fueron al menos dos.
Bergeron asintió.
- Debieron de ser perros de razas grandes; tal vez pastores alemanes o
dobermans. El cuerpo presenta más de sesenta heridas causadas por
mordiscos.
- ¡Dios mío! -Un líquido hirviendo, quizá agua, fue vertido sobre su cuerpo
desnudo. La piel está muy quemada, pero no he podido encontrar vestigios
de nada identificable -continuó LaManche.
- ¿Estaba con vida? Se me retorcieron las entrañas al imaginarme el dolor
que habría sufrido esa pobre muchacha.
- Sí. Finalmente murió a causa de múltiples cuchilladas en el pecho y el
abdomen. ¿Quiere echar un vistazo a las fotografías? Negué con la cabeza.
- ¿Se defendió? -Recordé mi propio tormento con el agresor nocturno.
- No.
- ¿Cuándo murió? - 115 - -Probablemente ayer a última hora. No quería
conocer los detalles.
- Aún hay otra cosa. -Los ojos de LaManche reflejaban mucha tristeza-.
Estaba embarazada de cuatro meses.
Pasé rápidamente junto a ellos y me metí en mi despacho. No sé cuánto
tiempo estuve sentada allí. Mis ojos contemplaban los objetos familiares
sin verlos. Aunque poseía cierta inmunidad emocional después de años de
exposición a la crueldad y la violencia, algunas muertes conseguían
traspasar aquella barrera. La reciente ola de horrores superaba con creces
cualquier otra que pudiera recordar. ¿O se trataba simplemente de que
mis circuitos estaban sobrecargados hasta el punto de que ya no era capaz
de absorber más tragedias? Carole Comptois no era mi caso y no pondría
mis ojos sobre su cadáver, pero era incapaz de controlar las visiones que
surgían de las profundidades más oscuras de mi mente. La veía en sus
últimos momentos con el rostro contraído por el dolor y el terror. ¿Habría
implorado por su vida? ¿Por el niño que llevaba en las entrañas? ¿Qué
clase de monstruos habitaban este mundo? -¡Maldita sea! -grité al
despacho vacío.
Metí los papeles en el maletín, cogí el abrigo y cerré con fuerza la puerta
tras de mí. Bergeron dijo algo cuando pasé junto a su despacho, pero no
me detuve.
Cuando conducía por debajo del puente Jacques Carrier comenzaron a dar
las noticias de la seis; el asesinato de Carole Comptois era la historia
principal. Cambié de emisora mientras repetía mi último pensamiento.
- ¡Maldita sea! Cuando llegué a casa la ira se había enfriado. Algunas
emociones son demasiado intensas como para persistir sin debilitarse.
Llamé a la hermana Julienne y le confirmé que el cuerpo hallado no era el
de Anna. Claudel ya la había llamado, pero quería ponerme personalmente
en contacto con la monja. «Anna volverá», le dije. «Sí», convino la
religiosa. Ninguna de las dos sonó demasiado convincente.
Añadí que el esqueleto de Élisabeth estaba embalado y listo, y que
estaban pasando el informe a limpio. Me dijo que los huesos serían
recogidos a primera hora de la mañana del lunes.
- Muchas gracias por todo, doctora Brennan. Esperamos su informe con
ansiedad.
No dije nada más; de hecho, no tenía ni idea de cómo reaccionarían en el
convento ante lo que había escrito en ese informe.
Me puse unos tejanos, preparé la cena y me negué a pensar en lo que le
habían hecho a Carole Comptois. Harry llegó a las siete y media, y
cenamos. Hablamos de poco más que de la pasta que yo había preparado.
Mi hermana parecía cansada y distraída, y aceptó mi explicación de que
me había caído de bruces sobre el hielo. Yo me sentía totalmente agotada
por los acontecimientos del día. No le pregunté nada sobre la noche
anterior y tampoco acerca de su seminario, y ella también prefirió callar.
Creo que ambas estábamos aliviadas de no tener que escuchar ni
contestar.
Una vez acabada la cena, Harry leyó el material del seminario, y yo volví a
mis - 116 - diarios. El informe que había elaborado para las monjas estaba
terminado, pero quería saber más cosas. Las fotocopias no habían
mejorado la calidad técnica y encontré los diarios tan decepcionantes
como el viernes. Además, Louis-Philippe no era precisamente el mejor
cronista del mundo. Como médico joven, escribía largas parrafadas sobre
sus días en el hospital Hôtel Dieu. En cuarenta páginas sólo encontré un
par de referencias a su hermana. Parecía estar preocupado por el hecho de
que Eugénie continuase cantando en público después de haberse casado
con Alain Nicolet. Tampoco parecía gustarle su peluquero. Louis-Philippe
me resultaba un hombre pedante y mojigato.
El domingo, Harry volvió a salir de casa antes de que yo me levantase.
Hice la colada, fui al gimnasio y puse al día una clase que pensaba dar
sobre evolución humana el martes. Cuando comenzó a anochecer ya
estaba razonablemente concentrada en mi trabajo. Encendí la chimenea,
me preparé una taza de Earl Grey y me instalé en el sofá con un montón
de libros y papeles.
Comencé en el punto donde había dejado la lectura del diario de Bélanger,
pero después de veinte páginas lo cambié por el libro que hablaba de la
viruela. Éste era tan fascinante como aburrido el de Louis-Philippe.
En esas páginas se hablaba de las calles que yo recorría cada día. Montreal
y sus pueblos cercanos tenían más de doscientos mil habitantes en la
década de 1880. La ciudad se extendía desde Sherbrooke Street, en el
norte, hasta el puerto fluvial, en el sur. Hacia el este la ciudad estaba
limitada por el pueblo industrial de Hochelaga y, al oeste, por los pueblos
de clase trabajadora de Ste. Cunégonde y St. Henri, que se alzaban justo
encima del Lachine Canal. El último verano había recorrido en bicicleta
toda la longitud del canal.
Entonces, al igual que ahora, la tensión se respiraba en el aire. Aunque la
mayor parte de Montreal al oeste de la calle St. Laurent era de habla
inglesa, en la década de 1880 el francés se había convertido en la lengua
mayoritaria en la ciudad. Los franceses dominaban la política municipal,
pero los ingleses controlaban el comercio y la prensa.
Franceses e irlandeses eran católicos, mientras que los ingleses
profesaban la religión protestante. Los grupos permanecían separados
tanto en vida como cuando fallecían. Cada uno tenía su propio cementerio
en lo alto de la montaña.
Cerré los ojos y pensé en ello. La lengua y la religión aún seguían
determinando muchas cosas en Montreal: las escuelas católicas, las
escuelas protestantes, los nacionalistas, los federalistas. Me preguntaba de
qué lado habrían estado las lealtades de Élisabeth Nicolet.
La habitación comenzó a quedarse en penumbra y las lámparas se
encendieron automáticamente. Continué leyendo.
A finales del siglo pasado, Montreal era un importante centro comercial.
Tenía un magnífico puerto, enormes almacenes de piedra, curtidurías,
fábricas y jabonerías.
Ya entonces McGill era una de las universidades más prestigiosas. Pero, al
igual que sucedía en otras ciudades victorianas, era un lugar de agudos
contrastes: las enormes - 117 - mansiones de los príncipes del comercio se
alzaban sobre las chabolas de los trabajadores. A pocos metros de las
amplias avenidas pavimentadas, más allá de Sherbrooke y Dorchester, se
extendían cientos de callejones sucios y sin asfaltar.
En aquella época la ciudad contaba con pésimos desagües. Había
excrementos y basura por todas partes, y los cadáveres de los animales se
pudrían en solares desiertos. El río se utilizaba como una inmensa cloaca.
Aunque se congelaban en los meses de invierno, los desperdicios
apestaban al llegar el verano. Todo el mundo se quejaba de la peste que
emanaba del río.
El té se había enfriado en la taza, de modo que me levanté del sofá,
extendí los brazos por encima de la cabeza y fui a la cocina a preparar un
poco más. Cuando volví a abrir el libro, pasé las páginas hasta llegar a un
capítulo sobre higiene pública.
Ésa había sido una de las recurrentes quejas de Louis-Philippe acerca del
hospital Hôtel Dieu. Y, obviamente, había una referencia a nuestro hombre.
Había llegado a ser miembro del Comité de Sanidad del concejo municipal.
Leí un informe fascinante sobre las discusiones que habían tenido lugar en
el concejo municipal respecto del tratamiento de los excrementos. En
aquellos días, la eliminación de la materia fecal era ciertamente un asunto
caótico. Algunos habitantes de Montreal vertían simplemente los
excrementos en las alcantarillas que desembocaban en el río. Otros
utilizaban retretes de tierra; esparcían tierra sobre las heces y luego las
colocaban fuera de las casas para que las recogieran los basureros.
Había quienes defecaban en excusados instalados en el exterior de las
viviendas.
El oficial médico de la ciudad informó de que los habitantes producían
aproximadamente ciento setenta toneladas de excrementos cada día o
más de doscientas quince mil toneladas al año. Y advertía de que diez mil
excusados y pozos negros repartidos por la ciudad eran la principal fuente
de enfermedades cimóticas, lo que incluía el tifus, la escarlatina y la
difteria. El concejo decidió crear un sistema de recolección e incineración.
Louis-Philippe votó a favor de esa medida. Era el 28 de enero de 1885.
El día siguiente a la votación, el tren de la Grand Trunk Railway procedente
del oeste llegó a Bonaventure Station. Uno de los conductores estaba
enfermo y llamaron al médico del ferrocarril. El hombre fue examinado y
se le diagnosticó viruela. Al ser protestante, lo llevaron al Montreal General
Hospital, pero se negaron a admitirle.
Permitieron que el paciente esperase en una habitación aislada en el ala
destinada al tratamiento de las enfermedades contagiosas. Finalmente,
ante los ruegos del médico del ferrocarril, el enfermo fue admitido a
regañadientes en el hospital católico Hôtel Dieu.
Me levanté a avivar el fuego en la chimenea. Mientras reordenaba los
leños tuve una clara imagen del vetusto edificio de piedra gris que se
levantaba en la avenida Des Pins y la calle St. Urbain. El Hôtel Dieu aún
funcionaba como hospital. Había pasado por delante del edificio muchas
veces en mi coche.
Volví a concentrarme en la lectura del libro. El estómago se quejaba
ruidosamente, pero quería leer hasta que llegase Harry.
Los médicos del Montreal General Hospital pensaron que sus colegas del
Hôtel Dieu comunicarían el caso de viruela a las autoridades sanitarias, y a
su vez los - 118 - médicos del Hôtel Dieu pensaron exactamente lo
contrario. Nadie avisó a las autoridades de que en la ciudad había un
enfermo de viruela y nadie se preocupó de informar al personal médico de
ambos hospitales. Cuando la epidemia pudo ser controlada, más de tres
mil personas habían muerto, niños en su inmensa mayoría.
Cerré el libro. Los ojos me ardían y la sangre latía en mis sienes. El reloj
marcaba las siete y cuarto. ¿Dónde estaba Harry? Fui nuevamente a la
cocina, saqué de la nevera los filetes de salmón y los pasé ligeramente por
el agua del grifo. Mientras mezclaba la salsa de eneldo, intenté imaginar
mi vecindario a finales del siglo pasado. ¿Cómo se enfrentaba uno a la
viruela en aquella época? ¿A qué medicamentos se recurría para combatir
la enfermedad? Más de las dos terceras partes de los que murieron eran
niños. ¿Cómo habría sido presenciar la muerte de los hijos de tus vecinos?
¿Cómo se enfrentaba uno a la horrible tarea de cuidar a un niño
condenado a morir? Lavé y pelé dos patatas y las metí en el horno. Luego
lavé unas hojas de lechuga, unos tomates y unos pepinos. Aún no había
señales de Harry.
Aunque la lectura del libro sobre la epidemia de viruela me había hecho
olvidar por un rato a Mathias, Malachy y Carole Comptois, aún me sentía
tensa y me dolía la cabeza. Me preparé un baño caliente y añadí al agua
sales minerales de aroma- terapia. Luego puse un CD de Leonard Cohen y
me deslicé en la bañera dispuesta a disfrutar de un baño largo y reparador.
Decidí usar a Élisabeth para mantener la mente apartada de mis recientes
casos de homicidio. El viaje a través de la historia había sido fascinante,
pero no había encontrado lo que realmente necesitaba saber. Ya estaba
familiarizada con el trabajo realizado por Élisabeth durante los terribles
días de la epidemia de viruela, gracias al material que la hermana Julienne
me había enviado antes de la exhumación de los restos en la abandonada
capilla del convento.
Élisabeth había sido monja de clausura durante años, pero cuando la
epidemia escapó a todo control se convirtió en una ardiente defensora de
la modernización médica. Escribió cartas a la Junta de Sanidad de la
provincia de Quebec, al Comité de Sanidad del Ayuntamiento y a Honoré
Beaugrand, alcalde de Montreal, rogándole que arbitrase las medidas
necesarias para mejorar las condiciones sanitarias de la ciudad. Lanzó un
auténtico bombardeo sobre los periódicos francófonos y anglófonos,
exigiendo la reapertura del hospital de enfermedades contagiosas de la
ciudad y reclamando una campaña de vacunación pública.
También escribió al obispo para explicarle que la fiebre se propagaba en
aquellos lugares donde la gente se reunía en gran número y para rogarle
que cerrase temporalmente las iglesias de la ciudad. El obispo Fabre se
había negado a tal petición, afirmando que cerrar las iglesias era como
reírse de Dios. El obispo, contrariamente, instó a su rebaño a acudir a la
iglesia, diciéndoles que rezar en comunidad era más eficaz que rezar en
solitario.
«Una excelente idea, obispo.» Tal vez por esa razón los católicos franceses
murieron como moscas y los protestantes ingleses sobrevivieron mejor a la
epidemia.
Los ateos se vacunaban y permanecían en casa.
Añadí más agua caliente al mismo tiempo que imaginaba la frustración de
- 119 - Élisabeth y el exquisito tacto que debió de utilizar en sus
negociaciones.
Así pues, lo sabía todo acerca de su trabajo y conocía los detalles de su
muerte.
Las monjas del convento se habían encargado de ello. Había leído también
montones de documentos relacionados con su enfermedad y con el funeral
público que se había celebrado en su memoria. Pero necesitaba saber más
acerca de su nacimiento.
Cogí la pastilla de jabón y la froté entre las manos hasta conseguir una
cascada de espuma blanca y espesa.
No podía olvidarme de los diarios.
Pasé el jabón por los hombros.
Pero tenía las fotocopias, de modo que eso podría esperar hasta que
llegase a Charlotte.
Me enjaboné los pies.
Periódicos; ésa había sido la sugerencia de Jeannotte. Sí, el lunes dedicaría
el tiempo que aún me quedaba para examinar periódicos antiguos. De
todos modos, debía regresar a McGill para devolver los diarios de
Bélanger.
Dejé que el agua caliente me llegase hasta la barbilla y pensé en mi
hermana.
Pobre Harry. Ayer prácticamente la había ignorado. Estaba agotada, pero
¿fue por eso? ¿O fue Ryan la verdadera causa? Harry tenía todo el derecho
del mundo a acostarse con él si le apetecía. ¿Por qué me había mostrado
tan fría entonces? Decidí que esa noche me mostraría más amable y
cariñosa.
Me estaba secando cuando oí el pitido de la alarma de seguridad. Me puse
un camisón de franela con motivos de Disney que Harry me había regalado
la última Navidad.
La encontré en la sala de estar, con la chaqueta, los guantes y el sombrero
todavía puestos y los ojos fijos en algo que se encontraba a millones de
kilómetros de distancia.
- Diría que ha sido un día muy largo.
- Sí.
Volvió al presente y me sonrió a medias.
- ¿Tienes hambre? -Supongo que sí. Dame unos minutos.
Dejó caer la mochila sobre el sofá y se desplomó a su lado.
- Claro. Quítate la chaqueta y descansa un rato.
- Sí. ¡Diablos!, sí que hace frío en esta ciudad. Me siento como un polo
salido del metro.
Unos minutos después oí ruidos en la habitación de invitados y luego se
reunió conmigo en la cocina. Mientras Harry se encargaba de poner la
mesa, yo asé los filetes de salmón a la parrilla y preparé la ensalada.
Cuando nos sentamos a comer le pregunté por su día.
- Estuvo bien.
Cortó la patata, la convirtió en puré y le añadió nata agria.
- ¿Bien? -La alenté a que siguiera hablando.
- Sí. Cubrimos un montón de temas.
- Parece que hayas recorrido sesenta kilómetros de carretera en mal
estado.
- 120 - -Sí. Estoy hecha polvo.
No sonrió a pesar de que yo había utilizado una de sus frases favoritas.
- ¿Qué hicisteis? -Un montón de ejercicios y charlas. -Puso sobre el pescado
un poco de salsa-. ¿Qué son estas pequeñas fibras verdes? -Eneldo. ¿Qué
clase de ejercicios? -Meditación. Juegos.
- ¿Juegos? -Cuentos. Calistenia. Cualquier cosa que nos pidieran que
hiciéramos.
- ¿Haces cualquier cosa que te pidan? -Lo hago porque elijo hacerlo -dijo
con cierta brusquedad.
Me callé. Harry muy pocas veces me contestaba de aquella forma.
- Lo siento. Sólo estoy cansada.
Comimos en silencio durante unos minutos. En realidad, yo no estaba
interesada en su terapia sensorial, pero volví a intentarlo.
- ¿Cuánta gente hay en el grupo? -Somos bastantes.
- ¿Alguien interesante? -Tempe, no hago esto para formar nuevas
amistades. Estoy aprendiendo a ser responsable, a hacerme cargo de mis
cosas. Mi vida es un desastre y estoy tratando de encontrar alguna manera
de hacer que funcione.
Clavó el tenedor en la ensalada. No recordaba cuándo la había visto tan
deprimida.
- ¿Y esos ejercicios te ayudan? -Tempe, es necesario intentarlo
personalmente. Yo no puedo decirte exactamente lo que hacemos o cómo
funciona.
Removió la salsa de eneldo y comió otro bocado de salmón.
No dije nada.
- De todos modos, dudo que lo entendieras. Eres demasiado dura.
Recogió su plato y lo llevó a la cocina. Eso me pasaba por mostrarme
interesada. Me reuní con ella junto al fregadero.
- Creo que me iré a la cama -dijo apoyando una mano en mi hombro-.
Hablaremos mañana.
- Me marcho por la tarde.
- ¡Ah! Te llamaré.
Una vez en la cama, repasé la conversación. Nunca había visto a Harry tan
apática ni tan susceptible. Seguramente, estaba agotada. O quizá la causa
fuese Ryan, o su ruptura con Striker.
Más tarde me preguntaría por qué no había sido capaz de advertir las
señales.
Todo podría haber sido muy diferente.

- 121 -
Capítulo 13

El lunes me levanté al amanecer con el propósito de preparar el desayuno


para las dos. Harry declinó la oferta diciendo que tenía un día muy
ajetreado. Se marchó de casa antes de las siete. Llevaba pantalones largos
de
footing y
no se había maquillado, una visión que nunca había imaginado que
experimentaría algún día.

En el mundo hay registros que identifican el lugar más frío del planeta, el
más seco, el más bajo. El lugar más lúgubre es, sin duda, el departamento
de obras publicadas por entregas y microfilmes de la biblioteca McLennan
en la Universidad McGill. Es una sala larga y estrecha situada en el
segundo piso, de hormigón armado e iluminada con tubos fluorescentes;
fue adornada astutamente con un suelo rojo sangre.
Siguiendo las instrucciones de la bibliotecaria, me abrí paso a través de
pilas de periódicos y publicaciones hasta llegar a unas estanterías de metal
que contenían pequeñas cajas de cartón y latas redondas de metal.
Encontré las que estaba buscando y las llevé a la sala de lectura. Decidí
comenzar por la prensa inglesa.
Saqué un rollo de microfílme y lo coloqué en la máquina de lectura.

En 1846, el
Montreal Gazette
era una publicación trisemanal con un formato como el
New York Times
actual: columnas estrechas, pocas fotografías, muchos anuncios. El visor
no era muy bueno y tampoco el microfílme. Era como tratar de leer debajo
del agua. Las letras se desenfocaban continuamente, y pelos y partículas
de suciedad cruzaban la pantalla.

Los anuncios alababan las bondades de las gorras de piel, los artículos de
escritorio británicos, las pieles de oveja sin teñir. El doctor Taylor quería
que uno le comprase su bálsamo hepático; el doctor Berlin, sus píldoras
contra la bilis. John Bower Lewis se anunciaba como un excelente abogado
y procurador judicial. Pierre Grégoire se habría mostrado encantado de
peinarlo. Leí el anuncio:

Caballero atiende a respetables clientes masculinos y femeninos.


Conseguirá que su

cabello luzca suave y sedoso; no importa lo seco que sea. Utiliza


admirables preparados para producir bellos rizos y conseguir una
excelente renovación capilar. Precios razonables. Sólo clientela selecta.

Después leí las noticias.


Antoine Lindsay murió cuando su vecino le golpeó en la cabeza con un
trozo de madera. Veredicto del forense: asesinato premeditado.
Una joven inglesa, Maria Nash, recién llegada a Montreal, fue víctima de
secuestro y traición. Murió en estado de demencia en el Emigrant Hospital.
Cuando Bridget Clocone dio a luz un niño en el Women's Lying-In Hospital,
los médicos descubrieron que la viuda de cuarenta años había tenido otro
hijo en fecha - 122 - reciente. La policía registró la casa de su patrón y
encontró el cuerpo de un recién nacido oculto en una caja debajo de un
montón de ropa. El bebé mostraba «marcas de violencia que parecían
haber sido causadas por una fuerte presión de los dedos alrededor del
cuello». Veredicto del forense: asesinato premeditado.
¡Dios mío! ¿Acaso alguna vez cambiaba algo? Luego examiné una lista de
barcos que habían zarpado del puerto y una lista de pasajeros que
abandonaron Montreal con destino a Liverpool. Nada importante.
Había también las tarifas del barco de vapor, los servicios de diligencia a
Ontario, las noticias de cambios de domicilio. Esa semana no se había
mudado mucha gente.
Finalmente, encontré lo que buscaba: nacimientos, bodas, decesos. La
señora de David Mackay había tenido un varón, y la señora Marie-Claire
Bisset, una hija.
Ninguna mención de Eugénie Nicolet y su bebé.
Apunté la posición que ocupaba la sección de noticias de nacimientos
dentro de cada periódico y pasé con rapidez a las semanas siguientes,
buscando directamente esa sección. Nada. Comprobé todos y cada uno de
los periódicos en ese rollo. Hasta finales de 1846 no había ninguna noticia
acerca del nacimiento de Élisabeth.
Luego busqué en el resto de los periódicos ingleses y obtuve el mismo
resultado. No había ninguna mención de Élisabeth Nicolet, ningún
nacimiento se refería a ella. Busqué en la prensa francesa. Nada.
Hacia las diez me dolían los ojos, y el dolor se había extendido a través de
los hombros y la espalda. Me incliné hacia atrás, extendí los brazos por
encima de la cabeza y luego me hice un suave masaje en las sienes. «¿Y
ahora qué?» Al otro lado de la sala, alguien accionó el botón de rebobinado
de su máquina.
Era una buena idea, tan buena como cualquier otra. Retrocedería en el
tiempo.
Élisabeth había nacido en enero. Comprobaría el período cuando se
produjo el encuentro entre el solitario espermatozoide y el paciente óvulo.
Busqué en las cajas y coloqué otro rollo en la máquina. Era de abril de
1845.
Había los mismos anuncios, las mismas noticias sobre mudanzas, las
mismas listas de pasajeros. Revisé la prensa inglesa y la prensa francesa.

Para cuando llegué a


La Presse
mis ojos enfocaban con dificultad las pequeñas letras. Eché un vistazo al
reloj. Eran las once y media. Dedicaría veinte minutos más.

Apoyé la barbilla en mi puño y rebobiné la cinta. Cuando se detuvo ya


estaba en marzo. Avanzaba manualmente, deteniéndome aquí y allá para
examinar la mitad de la pantalla; entonces vi el nombre Bélanger.
Me incorporé en la silla y enfoqué el artículo. Era breve. Eugenie Bélanger
se marchaba a París. La conocida cantante y esposa de Alain Nicolet
viajaría en compañía de otras doce personas y regresaría una vez acabada
la temporada.
Excepto por algunos comentarios acerca de cuánto se la echaría de
menos, eso era todo.
Así pues, Eugénie había abandonado la ciudad. ¿Cuándo había regresado?
¿Dónde se encontraba en abril? ¿Alain había viajado con su esposa? ¿Se
reunió con ella en Europa? Volví a mirar el reloj. Mierda.
Comprobé el contenido del monedero, busqué en el fondo del bolso y
luego - 123 - imprimí tantas páginas como me permitieron las monedas.
Rebobiné el microfilme, devolví las cajas a las estanterías y corrí a través
del campus hacia Birks Hall.
La puerta del despacho de Jeannotte estaba cerrada, de modo que me
dirigí a la oficina del departamento. La secretaria apartó la mirada de la
pantalla de su ordenador el tiempo suficiente para asegurarme que los
diarios serían entregados sin problemas. Añadí una nota de
agradecimiento para Daisy Jeannotte y me marché.
Mientras regresaba andando a mi apartamento, mi mente seguía atrapada
en la historia. Imaginé cómo habrían sido hace un siglo las majestuosas
casas frente a las que pasaba en aquel momento. ¿Qué habrían visto sus
ocupantes cuando miraban por las ventanas en dirección a Sherbrooke?
Desde luego, no el Museo de Bellas Artes ni el Ritz-Carlton; tampoco las
últimas creaciones de Ralph Lauren, Giorgio Armani y el taller de Versace.
Me pregunté si les hubiese gustado tener a esos sofisticados vecinos. Sin
duda, aquellas lujosas tiendas de ropa eran más estimulantes que el
hospital de enfermedades contagiosas que había vuelto a abrir sus puertas
a escasa distancia de los patios traseros. Cuando llegué a casa comprobé
si había mensajes en el cóntestador; temía haberme perdido la llamada de
Harry. No había ninguno. Me preparé un bocadillo, cogí el coche y me dirigí
al laboratorio para firmar los informes. Antes de marcharme dejé una nota
en el escritorio de LaManche recordándole la fecha de mi regreso a
Montreal. Por regla general, pasaba la mayor parte de abril en Charlotte,
con el acuerdo tácito de regresar inmediatamente a Montreal en el caso de
tener que declarar en algún juicio o atender cuestiones urgentes. Al
finalizar el semestre de primavera, vuelvo siempre a Montreal para pasar
el verano.
Nuevamente en mi apartamento, estuve una hora preparando el equipaje
y organizando el material de trabajo. Aunque no soy exactamente una
viajera ligera, la ropa nunca supone un problema para mí. Después de
años de estar cambiando de países, descubrí que resultaba más sencillo
tener dos juegos de todo. Poseo la maleta rodante más grande del mundo
y la lleno de libros, archivos, revistas, manuscritos, notas de conferencias y
cualquier otra cosa en la que esté trabajando en ese momento.
En ese viaje transportaba varios kilos de fotocopias.
A las tres treinta cogí un taxi hacia el aeropuerto. Harry no había llamado.
Vivo en el que tal vez sea el apartamento más original de Charlotte. Es la
unidad más pequeña de un complejo conocido como Sharon Hall, una
propiedad de dos hectáreas situada en Myers Park. La escritura no registra
la función original de la pequeña estructura y, en la actualidad, a falta de
un nombre mejor, los residentes la llaman el Anexo de la Cochera, o
simplemente el Anexo.
La casa principal de Sharon Hall fue construida en 1913 como residencia
de un magnate local de la madera. A la muerte de su esposa en 1954, la
propiedad de estilo georgiano, de dos mil metros cuadrados, fue donada al
Queens College. Los edificios albergaron los departamentos de música de
la universidad hasta mediados de la década de 1980, cuando la propiedad
fue vendida, y tanto la mansión como la cochera se convirtieron en
condominios. En aquella época se añadieron alas y anexos - 124 - y diez
casas particulares, todo ello ajustado al estilo original de la propiedad. Los
viejos ladrillos procedentes de un muro del patio fueron incorporados a las
nuevas construcciones, y las ventanas, las molduras y los suelos de
madera dura respondían fielmente al estilo de 1913.
A principios de los sesenta, se construyó un mirador junto al Anexo, y el
diminuto edificio cumplía la función de una especie de cocina de verano.
Pero finalmente cayó en desuso y, durante las siguientes dos décadas, se
lo utilizó como cobertizo. En 1993 un ejecutivo del NationsBank compró el
Anexo y lo convirtió en la casa más pequeña del mundo; incorporó el
mirador como parte de la zona principal de la vivienda. El ejecutivo fue
trasladado justo en el momento en que mi deteriorada situación
matrimonial me obligó a buscar alternativas en cuanto al lugar donde vivir.
Disponía de poco más de doscientos metros cuadrados distribuidos en dos
plantas y, aunque el lugar era un tanto apretado, lo adoraba.

El único sonido que se escuchaba en la casa era el lento y regular tictac


del reloj de pared. Pete había estado allí. Qué propio de él haberse cuidado
de darle cuerda en mi ausencia. Llamé a
Birdie,
pero no apareció. Colgué la chaqueta en el armario del recibidor y llevé a
pulso la pesada maleta por la estrecha escalera hasta mi dormitorio.

-
¿Birdie?

Ningún maullido de respuesta y ninguna cara peluda y blanca apareciendo


en un rincón.

Cuando volví a la planta baja encontré una nota en la mesa de la cocina.


Pete aún tenía a
Birdie
en su casa, pero debía viajar a Denver el miércoles por un par de días y
quería que pasara a recoger mi gato no más tarde de mañana. El
contestador parpadeaba como una baliza.

Miré el reloj. Eran las diez treinta. No tenía ganas de volver a salir.
Marqué el número de Pete, que había sido mi número durante muchos
años.
Podía ver el teléfono colgado en la pared de la cocina y la muesca en
forma de V en la parte derecha del aparato. Habíamos pasado buenos
momentos en esa casa, especialmente en esa cocina, con la chimenea y la
enorme y antigua mesa de pino.
Los invitados siempre acababan en la cocina; no importaba dónde tratara
de llevarlos.
Me respondió el contestador y la voz de Pete pidiendo que dejase un
mensaje breve. Dejé uno. Luego llamé a Harry. La misma rutina: se
accionó el contestador y oí mi voz.
Después, escuché los mensajes: Pete, el jefe de mi departamento en la
facultad, dos estudiantes, una amiga invitándome a una fiesta el martes de
la semana anterior, mi suegra, dos personas que habían colgado antes de
dejar ningún mensaje y Ann, que es mi mejor amiga. No había ninguna
mina terrestre. Siempre es un alivio cuando la serie de monólogos continúa
su curso sin describir catástrofes ocurridas o en marcha.
Metí una pizza congelada en el microondas, me la comí y me puse a
deshacer el equipaje. Entonces, sonó el teléfono.
- ¿Buen viaje? - 125 - -No estuvo mal. La misma vieja rutina.

-
Birdie
dice que te llevará a juicio.

- ¿Por qué? -Abandono.


- Puede ganarlo. ¿Lo representarás tú? -Si puede pagar el anticipo por mis
servicios.
- ¿Qué hay en Denver? -Una declaración. La misma vieja rutina.

- ¿Podría pasar a buscar a


Birdie
mañana? Estoy en pie desde las seis de la mañana y no puedo con mi
alma.

- He sabido que Harry te visitó en Montreal.


- No es por eso -dije bruscamente. Mi hermana siempre había sido una
fuente de discusiones entre Pete y yo.
- ¡Eh, eh! Relájate. ¿Cómo está ella? -De maravilla.
- Mañana me viene bien. ¿A qué hora? -Es mi primer día, de modo que sé
que no estaré libre hasta muy tarde;
probablemente, las seis o las siete.
- No hay problema. Ven después de las siete y te daré de cenar.
- Yo…

- Es por
Birdie.
Necesita comprobar que seguimos siendo amigos. Creo que piensa que es
el culpable de lo que ha pasado.

- Muy bien.
- Estoy seguro de que no quieres verlo sometido a terapia veterinaria.
Sonreí.
- De acuerdo, pero llevaré algo.
- Por mí está bien.
El día siguiente fue más agitado de lo que había imaginado. Me levanté a
la seis y estaba en el campus a las siete treinta. A las nueve ya había
comprobado el correo electrónico, clasificado el correo normal y repasado
las notas para mis clases.
Devolví los exámenes corregidos en mis dos clases, de modo que tuve que
extender mis horas de despacho mucho más allá del horario normal.
Algunos estudiantes querían discutir sus notas; otros necesitaban
clemencia por haber fallado la prueba. Durante el período de exámenes,
siempre muere algún familiar y ocurre toda clase de crisis personales que
dejan incapacitados a los estudiantes. Ese semestre no había sido una
excepción.
A las cuatro asistí a una reunión donde pasé una hora y media discutiendo
si el Departamento de Filosofía podía cambiar el título de un curso de nivel
superior sobre santo Tomás de Aquino. Regresé a mi despacho; la luz del
contestador parpadeaba. Había dos mensajes.
Uno era de otro estudiante cuya tía había muerto. El segundo correspondía
a un mensaje grabado de la seguridad del campus advirtiendo de que unos
desconocidos habían entrado por la fuerza en el edificio de Ciencias
Físicas.
Acto seguido, me dediqué a reunir diagramas, calibradores, moldes y una
lista - 126 - de materiales para que mi ayudante los tuviera preparados
para un ejercicio en el laboratorio el día siguiente. Luego pasé una hora en
el laboratorio asegurándome de que los especimenes que había escogido
eran los apropiados.
A las seis de la tarde cerré con llave todos los armarios y la puerta del
laboratorio. Los corredores del edificio Colvard estaban desiertos y
silenciosos, pero cuando doblé la esquina en dirección a mi despacho me
sorprendió ver a una joven apoyada contra la puerta.
- ¿Puedo ayudarte? Dio un brinco al escuchar mi voz.
- Yo… No. Lo siento. Llamé a la puerta. -Hablaba sin girar la cabeza, lo que
hacía que no pudiese distinguir su rostro-. Me he equivocado de despacho.
- Después se alejó por el corredor, doblé la esquina y desapareció.
De pronto, recordé el mensaje emitido por la seguridad del campus.
«Tranquila, Brennan. Es probable que esa joven sólo estuviese escuchando
para comprobar si había alguien dentro de la oficina.» Giré el pomo y la
puerta se abrió. Maldita sea. Estaba segura de que había echado la llave.
¿O no lo había hecho? Llevaba los brazos tan cargados que tuve que cerrar
la puerta empujándola con el pie. Tal vez el cerrojo no había funcionado.
Hice un rápido inventario de la habitación. Todo parecía estar en su sitio.
Busqué mi bolso en el último cajón del archivador y comprobé su
contenido: dinero, llaves, pasaporte, tarjetas de crédito; todo lo que
merecía la pena ser robado estaba allí.
Tal vez era verdad que se había equivocado de oficina. Quizá había echado
un vistazo dentro de mi despacho, y tras comprobar que se había
equivocado, se marchaba cuando yo llegué. De hecho, no la había visto
abriendo la puerta.
En fin.
Metí algunas cosas en el maletín, hice girar la llave de la puerta y
comprobé la cerradura. Luego me dirigí al aparcamiento.

Charlotte es tan diferente de Montreal como lo es Boston de Bombay. Una


ciudad que sufre un trastorno de personalidad múltiple es al mismo tiempo
el elegante Viejo Sur y el segundo centro financiero más grande del país.
Es la sede del Charlotte Motor Speedway y del Nations Bank y el First
Union, del teatro de la Ópera de Carolina y de Joe el Coyote. Tiene iglesias
en cada esquina, con algunos bares de
topless
en las inmediaciones. Hay clubes de campo y asadores, autopistas
atestadas y tranquilos callejones sin salida. Billy Graham creció en una
granja lechera donde ahora se levanta un centro comercial, y Jim Bakker
inició su meteórica carrera en una iglesia local y acabó la misma ante un
tribunal federal. Charlotte es el lugar donde comenzó el transporte escolar
obligatorio para alcanzar la igualdad racial en las escuelas públicas, y es la
sede de numerosas academias privadas, algunas con una clara orientación
religiosa y otras completamente seglares.

Hasta la década de los sesenta, Charlotte era una ciudad segregada, pero
a partir de entonces un extraordinario grupo de líderes blancos y negros
comenzó a - 127 - trabajar hombro con hombro para llevar la integración
racial a restaurantes, alojamientos públicos, lugares de entretenimiento y
transporte. Cuando el juez James B. McMillan anunció en 1969 la ley del
transporte escolar obligatorio para negros y blancos, no se produjeron
disturbios en la ciudad. El juez tuvo que soportar personalmente una fuerte
carga de animosidad, pero su orden se mantuvo y la ciudad la acató.
Siempre he vivido en la parte sureste de la ciudad: Dillworth, Myers Park,
Eastover, Foxcroft. Aunque quedan a una distancia considerable de la
universidad, estos barrios son los más antiguos y bonitos; forman
laberintos de calles sinuosas flanqueadas por casas majestuosas y
extensos prados que reciben la sombra de enormes y frondosos olmos y
robles más viejos que las pirámides. La mayoría de las calles de Charlotte,
como la mayor parte de su gente, son agradables y elegantes.
Bajé el cristal de la ventanilla y aspiré el aire de esa tarde de finales de
marzo.
Había sido uno de esos días de transición, no del todo primaverales pero
sin trazas del invierno, uno de esos en que te pones y te quitas la chaqueta
al menos una docena de veces. Los azafranes se asomaban a la superficie
de la tierra y muy pronto el aire estaría invadido por la generosa fragancia
de cerezos silvestres, ciclamores y azaleas. «Olvídate de París. En
primavera, Charlotte es la ciudad más hermosa del planeta.» Para ir desde
el campus de la universidad hasta mi casa tengo varias alternativas. Esa
noche decidí ir por la autopista, por lo que utilicé la salida posterior a
Harris Boulevard. Las autopistas interestatales I-85 e I-77 tenían un tráfico
fluido, de modo que apenas en un cuarto de hora crucé la zona norte de la
ciudad y me dirigí hacia el sureste por Providence Road. Me detuve un
momento en Pasta and Provisions Company para comprar espaguetis,
ensalada César y pan de ajo, y unos minutos después de las siete, llamaba
al timbre de la casa de Pete.
Abrió la puerta vestido con unos tejanos gastados y una camiseta de rugby
amarilla y azul, con el cuello abierto. Tenía el pelo ligeramente
desordenado, como si se hubiese peinado con los dedos. Su aspecto era
bueno. Pete siempre tiene buen aspecto.
- ¿Por qué no has usado tu llave? ¿Por qué no lo había hecho? -¿Y
encontrarme a una rubia en ropa interior en el dormitorio? -¿Está aquí
ahora? -preguntó dándose la vuelta como si realmente la estuviese
buscando.
- Ya te gustaría. Aquí tienes. Pon agua a calentar.
Le di el paquete de pasta italiana.

Cuando Pete cogió la bolsa,


Birdie
hizo su aparición. Primero estiró una pata delantera y luego la otra;
después se sentó sobre las cuatro patas formando un cuadrado perfecto.
Sus ojos se clavaron en mi rostro, pero se mantuvo a distancia.

- Hola,
Birdie.
¿Me has echado de menos? El gato no se movió.

- Tienes razón. Está enfadado -dije.


Dejé el bolso sobre el sofá y seguí a Pete hasta la cocina. Las sillas en cada
- 128 - extremo de la mesa estaban cubiertas con pilas de cartas, la
mayoría de ellas sin abrir.
Lo mismo sucedía en el asiento que había debajo de la ventana y en el
estante de madera que había junto al teléfono. No dije nada. Ya no era mi
problema.
Pasamos una hora muy agradable, disfrutando de los espaguetis y
hablando de Katy y otros parientes. Le dije que su madre me había
llamado para quejarse porque la tenía abandonada. Pete contestó que
representaría a su madre y al gato en el mismo caso. Le dije que la
llamara; repuso que lo haría.

A las ocho treinta, llevé a


Birdie
al coche, y Pete vino detrás con todos los accesorios. Mi gato viaja con más
equipaje que yo.

Cuando abrí la puerta del coche, Pete apoyó su mano sobre la mía.
- ¿Estás segura de que no quieres quedarte? Me apretó suavemente los
dedos y con la otra mano me acarició el pelo.
¿Lo estaba? Sus caricias eran tan suaves y la cena había parecido tan
normal, tan placentera. Sentí que en mi interior algo comenzaba a
derretirse.
«Piensa, Brennan. Estás cansada. Estás caliente. Vete a casa.» -¿Qué pasa
con Judy? -Una alteración temporal en el orden cósmico.
- No lo creo, Pete. Ya hemos pasado por esto. He disfrutado de la cena.
Se encogió de hombros y apartó las manos.
- Ya sabes dónde vivo -dijo, y regresó a la casa.
En alguna parte leí que el cerebro humano tiene diez billones de células.
Esa noche todas las mías estaban despiertas y mantenían una frenética
comunicación sobre un único tema: Pete.
¿Por qué no había utilizado mi llave? «Límites», convinieron las neuronas.
No se trataba del viejo desafío: «he trazado una línea en el polvo, no te
atrevas a cruzarla», sino el establecimiento de nuevos límites territoriales,
tanto reales como simbólicos.
¿Por qué se había producido la ruptura? Hubo un tiempo en el que no
deseaba otra cosa que casarme con Pete y vivir el resto de mi vida a su
lado. ¿Qué había cambiado entre la Tempe de entonces y la de ese
momento? Cuando me casé era muy joven, pero ¿era realmente una
persona tan diferente de la que era esa noche? ¿O acaso los dos Pete
alteraron sus rumbos? ¿Había sido tan irresponsable el Pete con el que me
casé? ¿Tan poco digno de confianza? ¿Había pensado yo entonces que eso
formaba parte de su encanto? «Estás empezando a parecerte a una
canción de Sammy Cahn», gritaron las neuronas.
¿Qué era lo que nos había llevado a la separación? ¿Qué elecciones
habíamos hecho? ¿Las haríamos entonces? ¿Fui yo? ¿Fue Pete? ¿Qué era lo
que había salido mal? ¿O había salido bien? ¿Me encontraba en un sendero
nuevo pero correcto y el camino de mi matrimonio había llegado tan lejos
como estaba previsto que me llevase? «Preguntas muy difíciles», dijeron
las neuronas.
- 129 - ¿Aún deseaba acostarme con Pete? Obtuve un sí unánime de las
neuronas.
«Pero ha sido un año magro para el sexo», argumenté.
«Una elección de palabras muy interesante -señalaron los tíos del
inconsciente-. Magro. Nada de carne implica hambre.» «Estuvo ese
abogado en Montreal», protesté.
«No se trata de eso -dijeron los centros superiores-. Ese tío apenas si
superó el listón. Pero con éste el indicador del voltaje se encuentra en la
zona roja.» No se puede discutir con el cerebro cuando está de ese humor.

Capítulo 14

El miércoles por la mañana acababa de llegar a la universidad cuando sonó


el teléfono de mi despacho. La voz de Ryan me cogió por sorpresa.
- No quiero un parte meteorológico -dijo a modo de saludo.
- Veinte grados y llevo protector solar.
- Tiene una vena realmente perversa, Brennan.
No dije nada.
- Hablemos de St. Jovite.
- Adelante.
Cogí un bolígrafo y empecé a dibujar triángulos.
- Tenemos los nombres de los cuatro cuerpos que encontramos atrás.
Esperé.
- Era una familia. Madre, padre y hermanos gemelos.
- ¿No habíamos imaginado que sería así? Oí que Ryan movía unos papeles.
- Brian Gilbert, veintitrés años; Heidi Schneider, veinte años; Malachy y
Mathias Gilbert, cuatro meses.
Conecté mi serie de bases a un conjunto de triángulos secundarios.
- La mayoría de las mujeres estarían impresionadas con mi
descubrimiento.
- Yo no soy la mayoría de las mujeres.
- ¿Está enfadada conmigo?
-¿Debería estarlo? Relajé ambos maxilares y llené los pulmones de aire.
Ryan permaneció en silencio un buen rato.
- La compañía telefónica canadiense se mostró tan lenta como siempre,
pero los registros telefónicos llegaron finalmente el lunes. El único número
no local al que llamaron el año pasado fue a un código de zona ocho-
cuatro-tres.
Interrumpí el trazo en la mitad de un triángulo.
- Parece que usted no es la única que tiene su corazón en Dixie.
- Encantador.
- Los viejos tiempos nunca se olvidan.
- ¿Dónde? -Beaufort, en Carolina del Sur.
- ¿Habla en serio? -La anciana era una adicta al teléfono; luego, las
llamadas se interrumpieron el invierno pasado.
- ¿Adónde llamaba? -Probablemente se trata de una residencia. El Sheriff
local irá a comprobarlo.
-¿Es allí donde vivía esa joven familia? -No exactamente. La conexión
Beaufort me hizo pensar. Las llamadas seguían un patrón regular, y se
interrumpieron el 12 de diciembre. ¿Por qué? Eso fue unos tres meses
antes del incendio. Algo me daba vueltas en la cabeza; esos tres meses.
Entonces lo recordé. Ése era el tiempo que los vecinos del otro lado de la
carretera dijeron que la pareja y los niños habían estado en St. Jovite.
Usted dijo que los bebés tenían cuatro meses, de modo que pensé que
habían nacido en Beaufort. Las llamadas cesaron cuando la familia llegó a
St. Jovite.
Dejé que continuara.
- Llamé al hospital Beaufort Memorial, pero me dijeron que no habían
nacido gemelos allí el año pasado. Entonces lo intenté en las clínicas, y
tuve éxito.
Recordaban a la madre en la… -más ruido de papeles- Beaufort-Jasper
Comprehensive Health Clinic, en Saint Helena. Es una isla.
- Lo sé, Ryan.
- Se trata de una clínica rural. La mayoría de los médicos son negros y
también los pacientes. Hablé con una de las ginecólogas y, después de la
habitual basura acerca de la intimidad de los pacientes, reconoció haber
tratado a una embarazada que encajaba con la descripción. La mujer había
llegado a la clínica embarazada de cuatro meses. Llevaba gemelos. La
fecha del parto fue en noviembre. Era Heidi Schneider. La médica dijo que
recordaba a Heidi porque era blanca y llevaba un embarazo doble.
- ¿De modo que dio a luz en esa clínica? -No. Otra razón por la que la
médica recordaba a Heidi era porque desapareció. La mujer acudió
regularmente a sus citas hasta el sexto mes y luego ya no volvió a asomar
la nariz por la clínica.
- ¿Eso es todo? -Eso fue todo lo que esa mujer me dijo hasta que le envié
por fax las fotos de la autopsia. Sospecho que durante un tiempo no podrá
borrar esas imágenes de su cabeza. Cuando volvió a llamarme por teléfono
se mostró mucho más dispuesta a colaborar. La información que tenían en
los archivos no era muy amplia. Heidi no se mostró precisamente
expresiva al cumplimentar los formularios. Inscribió a Brian Gilbert como el
padre, dio una dirección de Sugar Land, en Texas, y dejó en blanco los
apartados correspondientes a dirección y número de teléfono locales.
- ¿Qué me dice de Texas? -Lo estamos comprobando, señora.
- No empiece, Ryan.
- ¿Cuán instruidos son los polis de Beaufort?
-No los conozco. En cualquier caso, no tienen jurisdicción en Saint Helena.
Es un territorio no incorporado, de modo que es responsabilidad del
sheriff.
- Bueno, pronto lo conoceremos.
- ¿Nosotros?
-Cogeré un vuelo el domingo y necesitaré los servicios de un guía local. Ya
sabe, alguien que hable el idioma y conozca el protocolo autóctono. No
tengo ni la más remota idea de cómo comen la sémola.
-No puedo hacerlo. Katy viene a casa la próxima semana. Además,
Beaufort es quizá mi lugar favorito en el mundo. Si alguna vez le llevo a
esa parte del estado, cosa que probablemente no haga nunca, no será
mientras esté trabajando en un caso.
- ¿Por qué?
-¿Por qué qué?
-¿Por qué alguien come sémola? -Pregúntele a Martha Stewart1.
- Piénselo.
No había nada que pensar. Tenía tanta intención de encontrarme con Ryan
en Beaufort como de apuntarme como soltera disponible en la sección de
«Persona busca persona» del periódico local.
- ¿Qué se sabe de los dos cuerpos chamuscados que encontramos en el
piso de arriba? De nuevo en St. Jovite.
- Seguimos trabajando en ello.
- ¿Ha aparecido Anna Goyette? -Ni idea.
- ¿Algún progreso en el homicidio que investiga Claudel? -¿Cuál de ellos?
-La joven embarazada y escaldada.
- No que yo sepa.
- Ha sido una verdadera fuente de información. Hágame saber lo que
averigüe en Texas.
Colgué el auricular y bebí una coca-cola light. En ese momento no lo sabía,
pero sería un día cargado de llamadas telefónicas.
Durante toda la tarde estuve trabajando en un texto que pensaba
presentar en una reunión de la Asociación Americana de Antropología
Física, que se celebraría a principios de abril. Sentía el estrés habitual que
siempre me produce el hecho de dejar tantas cosas para el último
momento. A las tres treinta, mientras seleccionaba fotos del escáner, el
teléfono volvió a sonar.
- Tendría que salir más.
- Algunos trabajamos, Ryan.
- La dirección de Texas corresponde al hogar de los Schneider. Según sus
padres, quienes, por cierto, nunca ganarán el premio a la simpatía, Heidi y
Brian fueron a visitarlos en agosto y se quedaron hasta que nacieron los
gemelos. Heidi se negó a acudir a un hospital y dio a luz en su casa con la
ayuda de una comadrona.
Fue un parto fácil y rápido. No hubo ninguna complicación. Los abuelos
estaban muy felices. Luego, a principios de diciembre, un hombre visitó a
la pareja y, una semana más tardé, una mujer mayor apareció al volante
de una camioneta y se marcharon.
1
Martha Stewart es una famosa presentadora de televisión estadounidense en cuyo programa se habla de todo
aquello relacionado con el ámbito doméstico, desde la decoración de la.casa hasta la forma de doblar las
servilletas para una cena importante.
(N del T.)
-¿Adónde fueron? -Los padres no lo saben. No volvieron a tener noticias de
ellos.
- ¿Quién era el hombre? -No hay ninguna pista, pero dicen que el tío les
provocó un susto de muerte a Heidi y Brian. Una vez que se hubo
marchado, ocultaron a los gemelos y se negaron a salir de la casa hasta
que no llegó la vieja con la camioneta. A papá Schneider, el tío tampoco le
cayó nada bien.
- ¿Por qué? -No le gustó su aspecto. Dijo que le recordaba a… A ver si
encuentro las palabras exactas. -Podía ver a Ryan mientras pasaba las
páginas de su libreta de notas-. «Una jodida mofeta.» Poético, ¿no cree?
-Papá Schneider lee regularmente a Yeats. ¿Algo más? -Hablar con esos
tíos es como hablar con mi periquito, pero hubo algo más.
- ¿Tiene un pájaro? -Mamá Schneider dijo que Heidi y Brian habían sido
miembros de una especie de grupo. Vivían todos juntos. ¿Está preparada
para lo que sigue? -Acabo de tragarme cuatro Valium. Dispare.
- En Beaufort.
- Eso encaja.
- Como la sangre de O. J. Simpson.
- ¿Qué otra cosa dijeron? -Nada importante.
- ¿Qué se sabe de Brian Gilbert? -Heidi y él se conocieron en la universidad
hace un par de años, y ambos abandonaron los estudios poco después.
Mamá Schneider pensaba que Brian era de Ohio. Dijo que hablaba de un
modo divertido. Lo estamos comprobando.
- ¿Les dijo lo que había pasado con ellos? -Sí.
Por un momento, los dos permanecimos en silencio. Comunicar la noticia
de un asesinato es la parte más dura del trabajo de un detective, la parte
que todos aborrecen.
- Aún me gustaría contar con sus servicios en Beaufort.
- Sigo sin querer hacer ese viaje. Se trata de un trabajo para detectives y
no para forenses.
- Conocer a los rufianes acelera el proceso.
- No estoy segura de que en Beaufort haya rufianes.
Diez minutos más tarde el teléfono volvió a sonar.

- Bonjour,Temperance. Comment ça va?

Era LaManche. Ryan no había perdido el tiempo y había argumentado muy


bien su caso. Llamaba para pedirme que ayudara al teniente detective
Ryan en la investigación del caso en Beaufort. Se trataba de una
investigación particularmente delicada y los medios de comunicación
estaban al acecho. Podría facturar mi tiempo - y todos mis gastos estarían
cubiertos.
La luz del contestador se encendió mientras hablaba con LaManche, lo que
indicaba que había perdido una llamada. Le prometí a LaManche que
estudiaría su proposición y colgué.
El mensaje era de Katy. Sus planes para la próxima semana habían sufrido
una ligera variación. Pasaría en casa el fin de semana, pero luego su
intención era reunirse con unos amigos en la isla de Hilton Head.
Mientras me apoyaba en el respaldo del sillón para organizar mi vida, mis
ojos se desviaron hacia la pantalla del ordenador, que mostraba un texto
inacabado. Katy y yo podríamos ir juntas a Beaufort el fin de semana y yo
podría hacer mi trabajo allí.
Luego Katy continuaría viaje hacia Hilton Head y yo me quedaría para
ayudar a Ryan. LaManche sería feliz. Ryan sería feliz. Y Dios sabía que ese
dinero extra me vendría de perlas. También tenía mis razones para no ir.
Desde la llamada de Ryan, la imagen de Malachy había ocupado mi mente.
Veía sus ojos entrecerrados y el pequeño pecho despedazado, y sus dedos
diminutos y curvados en el estertor de la muerte. Pensaba en su hermano
gemelo muerto, en sus padres también muertos y en sus desconsolados
abuelos. Pensar en ese caso me sumía en un pozo de melancolía y quería
alejarme de allí por un tiempo.
Repasé el cursillo que tenía que impartir la semana siguiente. Tenía una
película programada para el jueves en la clase de evolución humana. Eso
podía cambiarlo. Don Johanson sería igualmente esclarecedor el martes.
También había un cuestionario sobre huesos en el curso de osteología y
luego una sesión de laboratorio abierto. Hice una llamada rápida. Ningún
problema: Alex se haría cargo de la clase si se lo dejaba todo organizado.
Repasé mi agenda. Ese mes no estaban previstas más reuniones del
comité.
Atendidas las del día siguiente, no tenía ninguna cita con los estudiantes
hasta finales de la otra semana. ¿Cómo era posible? Estaba segura de
haber visto a todos los estudiantes de la universidad el día anterior.
Podría salir bien.
Y la verdad era que tenía el deber de echar una mano si podía hacerlo. No
importaba si mi contribución era insignificante. No podría devolverle el
color a las mejillas de Malachy y tampoco cerrar la espantosa herida
abierta en su pecho. Y no podría borrar el dolor de los abuelos Schneider
en Texas, o devolverles a su hija y sus nietos. Pero tal vez pudiese ayudar
a detener al mutante psicópata que los había asesinado, y quizá salvar la
vida de un futuro Malachy.
«Si piensas hacer esta clase de trabajo, Brennan, hazlo.» Llamé a Ryan y le
dije que podía contar conmigo el lunes y el martes próximos.
Ya le haría saber dónde podía localizarme.
Tuve otra idea, de modo que hice una segunda llamada, y luego marqué el
número de Katy. Le expliqué mis planes y se mostró de acuerdo. Se
reuniría conmigo en casa el viernes y viajaríamos a Beaufort en mi coche.
- Ahora debes ir a la clínica y hacerte la prueba de la tuberculosis -le dije-;
subcutánea, no sólo el raspado. El viernes puedes ir a buscar el resultado
antes de marcharte.
-¿Por qué? -Porque tengo una idea fantástica para tu proyecto, y esa
prueba es un prerrequisito ineludible. Y mientras visitas la clínica consigue
una fotocopia de tu cartilla de vacunación.
- ¿Mi qué? -Es un registro donde constan todas las vacunas que has
recibido. Tenías que incluirlo en tu archivo para matricularte en la
universidad. Y no olvides traer todo el material que el profesor haya
entregado para la elaboración de este proyecto.
- ¿Por qué? -Ya lo verás.

Capítulo 15

El jueves transcurrió entre una sucesión borrosa de clases y consultas de


los estudiantes. Después de cenar, llamé a Pete para preguntarle si podría
ocuparse de
Birdie
el fin de semana. Harry me llamó a las diez para decirme que el seminario
había terminado. Había sido escogida para entrevistarse con el profesor y
cenarían el viernes en su casa. Quería disponer de mi apartamento el fin
de semana.

Le dije que podía quedarse todo el tiempo que quisiera. No le pregunté


dónde se había metido toda la semana o por qué no me había llamado. Yo
le había telefoneado varias veces y nunca había obtenido respuesta;
incluso había hecho dos llamadas después de medianoche. Tampoco hice
hincapié en esa circunstancia.
- ¿Piensas encontrarte con Ryan en la tierra del algodón la próxima
semana? - preguntó.
- Eso parece. -Sentí que las muelas se buscaban hasta apretarse
ligeramente.
¿Cómo diablos lo sabía? -Será divertido.
- Se trata estrictamente de una cuestión de trabajo, Harry.
- De acuerdo. Ryan sigue siendo tan mono como una trufa.
- Sus antepasados estaban entrenados para desenterrar trufas con el
hocico.
- ¿Qué? -No tiene importancia.
El viernes por la mañana seleccioné varios fragmentos óseos, redacté
algunas preguntas y dispuse el material de examen en varias bandejas.
Alex, mi ayudante, se encargaría de colocar las fichas y los especimenes
por orden numérico y, cronómetro en mano, tomaría el tiempo que
tardaban los estudiantes en pasar de un grupo de huesos a otro. Se
trataba del siempre popular examen sobre materiales óseos.
Katy llegó a casa a la hora prevista y, hacia el mediodía, las dos
viajábamos en dirección sur. La temperatura superaba los veintipocos
grados y el cielo tenía el color de los pósters que promocionan los viajes al
Caribe. Nos pusimos las gafas de sol y bajamos los cristales de las
ventanillas para sentir el viento en la cara. Yo conducía y Katy buscaba
programas de rock en la radio.
Enfilamos la I-77 en dirección sur a través de Columbia, cortamos hacia el
sureste por la I-26 y nuevamente en dirección sur por la I-95. Al llegar a
Yemassee abandonamos la autopista interestatal y continuamos viaje por
estrechas carreteras comarcales. Katy y yo hablábamos de miles de cosas,
nos reíamos a carcajadas y parábamos cuando nos apetecía. Tomamos
carne a la brasa en Maurice's Piggy Park y tuvimos una sesión informal de
fotos en las ruinas de la iglesia Old Sheldon-Prince Williams, quemada por
Sherman durante su marcha hacia el mar. Me sentía maravillosamente
bien al no tener que estar sometida a un horario fijo, en compañía - 137 -
de mi hija y viajando hacia el lugar que más amaba en el mundo.
Katy me habló de sus clases y de los muchachos con los que salía. Según
sus propias palabras, ninguno cama adentro. Compartió conmigo la
historia de las desavenencias, ya superadas, que habían amenazado sus
planes para las vacaciones de primavera. Luego me hizo una detallada
descripción de las chicas con quienes compartiría la casa en la isla de
Hilton Head y reí hasta las lágrimas. Sí, ésa era mi hija, cuyo humor
resultaba lo bastante negro como para contener vampiros. Nunca me
había sentido más cerca de ella y, durante un momento, fui joven y libre, y
me olvidé de los bebés asesinados.
En Beaufort pasamos junto a la estación marítima e hicimos una breve
parada en el Bi-Lo. Luego atravesamos la ciudad y el puente Woods
Memorial en dirección a Lady's Island. Al llegar a la parte más elevada del
puente, me volví para contemplar la zona de los muelles de Beaufort, un
paisaje que siempre me produce un enorme placer.
Pasé los veranos de mi infancia cerca de Beaufort, y la mayor parte de los
de mi vida adulta; y la cadena se había roto hacía muy poco tiempo,
cuando comencé a trabajar en Montreal. Fui testigo privilegiada del
imparable crecimiento de los locales de comida rápida y la construcción
del centro del gobierno del condado, apodado Taj Mahal por la gente del
lugar. Las carreteras han sido ensanchadas y el tráfico es más denso. Las
islas albergan ahora urbanizaciones con campos de golf y condominios.
Pero Bay Street no ha cambiado. Las mansiones siguen exhibiendo su
esplendor anterior a la guerra civil bajo la sombra de robles de agua,
tapizados de musgo negro.
Muy pocas cosas permanecen inmutables en la vida; yo encontraba una
fuente de seguridad en el lánguido ritmo de vida de Beaufort. La marea del
tiempo fluye morosamente hacia el eterno mar.
Mientras descendíamos por el extremo más alejado del puente, delante y
hacia la izquierda, podía ver numerosas embarcaciones amarradas en
Factory Creek, un pequeño meandro de agua formado por el río Beaufort.
El sol crepuscular se reflejaba en los cristales de las ventanas y lanzaba
destellos blancos desde los mástiles y las cubiertas. Conduje otro kilómetro
por la autopista 21 y giré para entrar en el aparcamiento del restaurante
Ollie's Seafood. A través de un bosque de robles, me dirigí hacia la parte
trasera del aparcamiento y me detuve en el borde del agua.
Katy y yo recogimos las bolsas con comestibles y suministros, y cruzamos
una pasarela desde Ollie's hasta la marina de Lady's Island. A ambos lados
había bajíos, y los nuevos brotes de la primavera confundían su verde
entre los rastrojos oscuros del año anterior. Los abadejos de la marisma
gorjeaban sus quejas a nuestro paso y realizaban breves vuelos entre las
espadañas y los juncos de agua. Aspiré la suave mezcla de agua salobre,
clorofila y vegetación descompuesta, y me sentí feliz de encontrarme
nuevamente en el país bajo.
La pasarela que nacía en la playa discurría como una especie de túnel a
través de la administración de la marina, un edificio blanco y cuadrado con
una estrecha tercera planta, que se prolongaba tanto como la extensión
del techo, y un pasaje abierto a la altura del primer piso. A nuestra
derecha, las puertas daban a los lavabos y la lavandería. Las oficinas de
Apex Realty, un astillero, y las del capitán del puerto - 138 - ocupaban el
espacio que se extendía a nuestra izquierda.
Atravesamos el túnel, bajamos a una pasarela de desembarco flotante con
contraescalones horizontales de madera y llegamos a la zona más alejada
de los muelles. Mientras recorríamos la zona, Katy inspeccionaba todas las
embarcaciones.
El
Ectasy
era un velero de dieciséis metros construido por encargo, con casco de
acero y suficiente velamen para dar la vuelta al mundo. El
Hillbilly Heaven
era un clásico yate de motor, de los años treinta, en otro tiempo elegante y
en ese entonces deteriorado y no apto para volver a surcar los mares
como en su época de esplendor.

El
Melanie Tess
era la última embarcación que había a la derecha; Katy contempló durante
unos minutos el Chris Craft de doce metros, pero no dijo nada.

- Espera un segundo -dije dejando los trastos que llevaba en el muelle.


Salté a popa, subí al puente y manipulé la combinación de una caja de
herramientas que había a la derecha de la silla del capitán. Luego saqué
una llave, abrí la entrada de popa, deslicé la escotilla hacia atrás y bajé los
tres escalones hasta la cabina principal. Adentro el aire estaba húmedo y
olía a madera, moho y desinfectante con aroma a pino. Abrí la entrada
lateral. Katy me pasó las bolsas y luego subió a bordo.
Sin intercambiar una palabra, mi hija y yo dejamos todo en el salón
principal y luego recorrimos la embarcación curioseando la decoración. Era
una costumbre que teníamos desde que ella era pequeña. No importaba
cuántos años alcanzara a vivir yo, para mí seguiría siendo la parte favorita
de las estancias en lugares desconocidos.

El
Melanie Tess
no me era exactamente desconocido, pero habían pasado cinco años
desde la última vez que pisé su cubierta y sentía curiosidad por ver los
cambios que Sam había descrito.

Nuestra inspección reveló una cocina un escalón por debajo y delante del
salón principal. Disponía de dos quemadores, un fregadero y una nevera
de madera con una manija antigua en el refrigerador. El suelo era de
parquet y las paredes de teca.
En la zona de estribor, estaba el comedor con los cojines tapizados en rosa
y verde.
Más allá de la cocina había una despensa, una letrina y una litera en forma
de V, con espacio suficiente para dos personas.
A popa se encontraba el camarote del capitán, que tenía una cama doble y
los armarios espejados. Al igual que en el comedor y el salón principal,
predominaban la madera de teca y las telas de algodón con motivos
florales. Katy pareció aliviada al descubrir la ducha en el baño principal.
- Esto es genial -dijo-. ¿Puedo quedarme con la litera? -¿Estás segura?
-pregunté.
- Totalmente. Parece tan cómoda que creo que me haré un nido allí y
pondré mis cosas en esos estantes. -Imitó los movimientos de colocar y
ordenar objetos pequeños.
Me eché a reír. La rutina de George Carlin era uno de nuestros papeles de
comedia favoritos.
- Además, sólo estaré aquí dos noches. Quédate tú con la cama doble.
- Muy bien.
- Mira, una nota con tu nombre.
- 139 - Cogió un sobre que había en la mesa y me lo entregó. Lo abrí y
saqué una hoja de papel.
El agua y la electricidad están conectadas, de modo que no deberías tener
problemas. Llámame cuando te hayas instalado.
Quiero llevarte a cenar. Que lo pases bien.
SAM Guardamos las provisiones y luego Katy fue a ordenar sus cosas
mientras yo telefoneaba a Sam.
- Hola, cariño. ¿Todo en orden? -Hace veinte minutos que llegamos. Esto es
hermoso, Sam. No puedo creer que sea el mismo barco.
- No hay nada que un poco de dinero y músculos no puedan conseguir.
- Ya se ve. ¿Te quedas alguna vez a bordo? -¡Oh, sí! Por eso tengo teléfono
y contestador. Es un poco sofisticado para ese barco, pero no puedo
arriesgarme a perder mis mensajes. Puedes dar ese número sin ningún
problema.
- Gracias, Sam. Realmente aprecio lo que haces por mí.
- ¡Diablos!, apenas si lo utilizo. Alguien debe hacerlo.
- Bueno, gracias otra vez.
- ¿Qué me dices si cenamos juntos? -Ciertamente, no quisiera abusar de…
- ¡Eh!, que yo también tengo que comer. Te diré lo que haremos. Dentro de
un momento me acercaré al mercado Gay Seafood a comprar unos meros
para un plato que Melanie piensa preparar mañana. Podríamos
encontrarnos en Factory Creek Landing. Está a la derecha, justo después
de Ollie's y antes de llegar al puente. No es un lugar lujoso, pero preparan
unas gambas excelentes.
- ¿A qué hora? -Ahora son las seis cuarenta; podríamos quedar a las siete
treinta. Tengo que pasar por la tienda y recoger la Harley.
- Con una condición: pago yo.
- Eres una mujer dura, Tempe.
- No te metas conmigo.
- ¿Sigue en pie lo de mañana? -Si está bien para ti. No quisiera…
- Sí, sí. ¿Se lo has dicho a ella? -Todavía no, pero se lo imaginará cuando se
encuentren. Te veré en una hora.
Dejé el bolso sobre la cama y subí al puente. El sol se ponía detrás del
horizonte y los últimos rayos teñían el mundo con un rojo cálido: encendían
la marisma a mi derecha y coloreaban un ibis blanco que se encontraba
entre la hierba de la orilla. La estructura oscura del puente de Beaufort
destacaba contra el rosa del cielo como el espinazo de un viejo monstruo
arqueado. Las embarcaciones amarradas en la marina hacían guiños a
través del río hacia nuestro pequeño muelle.
- 140 - Aunque comenzaba a hacer frío, el aire aún parecía satinado. Una
súbita brisa levantó un mechón de pelo y lo aplastó suavemente contra mi
cara.
- ¿Cuál es el programa? -Nos encontraremos con Sam Rayburn para cenar
dentro de media hora.
- ¿Sam Rayburn? Pensé que estaba muerto.
- Y lo está. Éste es el alcalde de Beaufort y un viejo amigo.
- ¿Cómo de viejo? -Mayor que yo, pero aún camina. Te gustará.
- Espera un momento. -Me señaló con un dedo y pude ver el pensamiento
cobrando forma en sus ojos. Luego la sinapsis-. ¿Es el tío de los monos?
Sonreí y me di unos golpecitos en la cabeza con ambas manos.
- ¿Es allí a donde iremos mañana? No, no me contestes. Por supuesto que
sí.
Por eso la prueba de la tuberculosis y el registro de vacunación.
- Recogiste los resultados, ¿verdad? -Puedes anular mi cama en el
sanatorio -dijo extendiendo el brazo-. No tengo tuberculosis.
Cuando llegamos al restaurante, la moto de Sam estaba aparcada fuera. El
último verano había añadido el Lotus, el velero y el ultraligero a su larga
lista de juguetes. Nunca estoy segura de si esos juguetes son la forma que
tiene Sam de mantener a raya la mediana edad o un intento de integrarse
en las actividades de los seres humanos después de haber dedicado años
a estudiar las actividades de los primates.
Aunque es una década mayor, Sam y yo hemos sido amigos durante más
de veinte años. Cuando nos conocimos yo era estudiante de segundo año
de la universidad y Sam estudiante de segundo año de posgrado.
Sospecho que nos sentimos atraídos porque hasta ese momento nuestras
vidas habían sido completamente diferentes.

Sam es de Texas, hijo único de una familia judía propietaria de una casa de
huéspedes. Cuando Sam tenía quince años, su padre fue asesinado por
defender una caja registradora que tenía doce dólares. Después de la
muerte de su esposo, la señora Rayburn se hundió en una depresión de la
que nunca se recuperó. Sam asumió la carga de llevar el negocio familiar
al mismo tiempo que acababa el instituto y cuidaba de su madre. Tras su
muerte, siete años más tarde, vendió la casa de huéspedes y se alistó en
el cuerpo de
marines.
Estaba furioso, desasosegado y no le interesaba nada.

La vida en el ejército no hizo más que alimentar el cinismo de Sam. En el


campamento de entrenamiento, las payasadas de sus compañeros le
resultaban profundamente irritantes y se metió cada vez más dentro de sí
mismo. Durante su estancia en Vietnam pasó horas observando los pájaros
y los animales; los utilizó como una vía de escape al horror que le rodeaba
por todas partes. Estaba asombrado ante la carnicería de la guerra y se
sentía terriblemente culpable por su papel en ella.
Por el contrario, los animales parecían criaturas inocentes; no estaban
movidos por - 141 - elaborados planes destinados a matar a otros
miembros de su misma especie. Se sintió especialmente atraído hacia los
monos, hacia el sentido del orden que regía su sociedad y la forma en que
resolvían sus disputas con un mínimo de lesiones físicas.
Por primera vez, Sam se sintió verdaderamente fascinado.
Cuando Sam regresó a los Estados Unidos, se matriculó en la Universidad
de Illinois, en Champaign-Urbana. Acabó la licenciatura en tres años y,
cuando le conocí, era ayudante en la cátedra de Introducción a la Zoología,
a la que yo había sido asignada. Entre los estudiantes, tenía fama de ser
un tío de carácter difícil, malhablado y que se enfadaba fácilmente, en
especial con los estúpidos y con los que no preparaban sus clases. Era una
persona meticulosa y exigente, pero escrupulosamente justa cuando
evaluaba el trabajo de los alumnos.
Según fui conociendo a Sam, descubrí que le gustaban pocas personas,
pero que era absolutamente fiel a aquellos a los que admitía en su
reducido círculo. Una vez me dijo que, habiendo pasado tanto tiempo entre
los primates, sentía que ya no encajaba en la sociedad humana. La
perspectiva de los monos, como la llamaba, le había mostrado la ridiculez
del comportamiento humano.
Finalmente, Sam cambió de orientación para dedicarse a la antropología
física, realizó diversos trabajos de campo en África y acabó su doctorado.
Después de pasar por varias universidades, llegó a Beaufort a principios de
los setenta como científico a cargo del área de los primates.
Aunque la edad había suavizado a Sam, dudaba de que alguna vez
cambiase su reticencia ante la interacción social. No era que no quisiera
participar. Lo hace. Su cargo de alcalde lo demuestra. Es sólo que la vida
no funciona para Sam como para los demás; de modo que se compra
motocicletas y alas para volar. Son máquinas que proporcionan emoción y
resultan muy estimulantes, pero siguen siendo predecibles y manejables.
Sam Rayburn es una de las personas más complejas e inteligentes que he
conocido en mi vida.
Su señoría el alcalde estaba acodado en la barra, mirando un partido de
baloncesto en la tele y bebiendo cerveza de barril.
Hice las presentaciones de rigor y, como de costumbre, Sam asumió el
mando, pidió otra cerveza para él, coca-cola sin calorías para mí y Katy, y
luego nos condujo hasta un reservado en la parte trasera del restaurante.
Mi hija no perdió tiempo en confirmar sus sospechas en cuanto a los planes
del día siguiente. Luego acribilló a Sam a preguntas.
- ¿Cuánto tiempo hace que dirige el centro de primates? -Más de lo que me
preocupa pensar en ello. Hasta hace unos diez años trabajé para otros;
luego compré la jodida compañía. Estuve a punto de ir a dar con mis
huesos en una casa de caridad, pero me alegro de haberlo hecho. No hay
nada mejor que ser tu propio jefe.
- ¿Cuántos monos viven en la isla? -Ahora mismo cerca de cuatro mil
quinientos.
- ¿A quién pertenecen? - 142 - -A la FDA 6. Mi compañía es la propietaria
de la isla y se encarga de los animales.
- ¿De dónde vienen los monos? -Fueron traídos a Murtry Island desde una
colonia de investigación en Puerto Rico. Tu madre y yo trabajamos allí a
principios de la Edad de Bronce. Pero los monos proceden originariamente
de la India. Son rhesus.

-
Macaca mulatta.

Katy pronunció el género y la especie con voz cantarína.


- Muy bien. ¿Dónde has aprendido taxonomía de los primates? -Estoy
especializada en psicología. Los rhesus se utilizan para muchos trabajos de
investigación. Ya sabe, como Harry Harlow y su progenie.
Sam estaba a punto de decir algo cuando la camarera llegó a la mesa
trayendo platos de almejas fritas y ostras, gambas al vapor y ensalada de
col. Los tres nos concentramos en añadir salsas a nuestros respectivos
platos, exprimimos trozos de limón y pelamos las gambas.
- ¿Para qué usan los monos? -La población de Murtry es una colonia de
reproducción y cría. Algunos de los monos pequeños son enviados a la
FDA. Pero si un animal no es capturado antes de que alcance determinado
peso corporal, se queda aquí de por vida. El paraíso de los monos.
- ¿Qué más hay por aquí? Mi hija no tenía ningún problema para masticar y
hablar al mismo tiempo.
- No mucho más. Los monos viven en libertad, de modo que pueden ir a
donde les apetezca. Establecen sus propios grupos sociales y tienen sus
propias reglas. Hay estaciones de alimentación y corrales para los
animales capturados, pero fuera del campamento la isla les pertenece.
- ¿Qué es el campamento? -Así llamamos al área que está junto al muelle.
Hay una estación de operaciones, una pequeña clínica veterinaria,
fundamentalmente para atender las urgencias, algunos cobertizos donde
almacenamos el alimento de los monos y una casa-remolque donde
pueden quedarse los estudiantes y los investigadores.
Mojó una ostra en salsa de cóctel, echó la cabeza hacia atrás y la dejó caer
en la boca.
- En el siglo pasado, había una plantación. -Pequeñas gotas de salsa
colgaban de su barba-. Pertenecía a la familia Murtry; de ahí, el nombre de
la isla.
- ¿Quién puede entrar allí? Katy peló otra gamba.

- Nadie. Esos monos no tienen ningún virus y cuestan una pasta. Cualquier
persona, y me refiero a cualquiera, que ponga un pie en la isla debe contar
con mi aprobación. Ha de estar absolutamente inmunizada, lo que incluye
una prueba de 6 Dirección de Alimentos y Medicinas.
(N. del T.)

- 143 - tuberculosis negativa realizada en los últimos seis meses.


Sam me miró inquisitivamente, y yo asentí.
- Pensaba que ya nadie cogía la tuberculosis.
- La prueba no es para tu protección, jovencita. Los monos son muy
sensibles a la tuberculosis. Un brote de la enfermedad podría destruir la
colonia antes de lo que imaginas.
Katy se volvió hacia mí.
- ¿Tus estudiantes tienen que hacerse la prueba? -Siempre.
Al principio de mi carrera, antes de que decidiera orientarme hacia los
estudios forenses, el curso de mis investigaciones precisó el empleo de
monos para profundizar en el proceso de envejecimiento del esqueleto.
Había completado todos los cursos de primatología en la UNCC, incluido un
estudio de campo en Murtry Island. Durante catorce años, había llevado a
mis estudiantes a visitar ese lugar.
- ¡Hmmm! -dijo Katy, dejando caer una almeja en su boca-. Esto será
fabuloso.
A la siete treinta de la mañana siguiente estábamos en un embarcadero en
la punta norte de Lady's Island, ansiosas por llegar a Murtry. El paseo
había sido como viajar por un terrario. Una densa niebla parecía cubrirlo
todo; desdibujaba los contornos y ponía el mundo fuera de foco. Aunque
Murtry estaba a menos de dos kilómetros, mi mirada se perdía en la nada
más allá del espejo de agua. Cerca de nosotros, un ibis levantó el vuelo
con sus largas y finas patas suspendidas detrás.
El personal que trabajaba en la isla ya había llegado y estaban cargando
los dos botes del centro. Acabaron a los pocos minutos y se marcharon.
Katy y yo bebíamos café mientras esperábamos la señal de Sam. Por fin,
lanzó un silbido y nos hizo señas de que nos podíamos acercar. Aplastamos
los vasos de plástico y los arrojamos en un tambor de petróleo convertido
en contenedor de basura y nos dirigimos a la parte inferior del muelle.
Sam nos ayudó a subir a bordo. Luego desató el cabo y saltó a la
embarcación.
Le hizo un gesto con la cabeza al hombre que se encontraba al timón y
zarpamos.
- ¿Cuánto dura el viaje? -preguntó Katy a Sam.
- La marea está alta, de modo que iremos por Parrot Creek, después por el
riachuelo de atrás y cortaremos por la marisma; así pues, unos cuarenta
minutos.
Katy se sentó con las piernas cruzadas en el fondo de la embarcación.
- Será mejor que te levantes y te apoyes contra el borde -sugirió Sam-.
Cuando Joey reduce la velocidad, este trasto comienza a dar brincos. La
vibración es suficiente para machacarte las vértebras.
Katy se levantó, y Sam le alcanzó un cabo.
- Cógete a esto. ¿Quieres un chaleco salvavidas? Katy sacudió la cabeza.
Sam me miró.
- Es una buena nadadora -le aseguré. En ese momento, Joey le dio gas al
motor, y la embarcación cobró vida. Atravesamos a buena velocidad una
zona de - 144 - aguas abiertas; el viento agitaba cabellos y ropas, y se
llevaba las palabras de los labios. En un momento dado, Katy dio unos
golpecitos a Sam en el hombro y señaló una boya.
- Trampas para cangrejos -gritó Sam. Más adelante, le mostró un nido de
águilas pescadoras construido en la parte superior de un marcador del
cauce. Katy asintió alegremente.
Poco después, dejamos las aguas abiertas y entramos en la marisma. Joey
conducía la barca con los pies separados y los ojos fijos delante de la proa
mientras maniobraba con el timón, pilotando a través de estrechos
senderos de agua. En ninguno de los riachos parecía haber más de dos
metros de espacio libre. Nos inclinamos hacia la izquierda, y luego hacia la
derecha, serpenteando a través del atajo en tanto la barca lanzaba un fino
rocío sobre la hierba a ambos lados.
Katy y yo nos cogíamos a la barca y entre nosotras, sintiendo que nuestros
cuerpos obedecían a la fuerza centrífuga en los giros bruscos; reíamos y
disfrutábamos de la emoción de la velocidad y la belleza del día. Pese a lo
mucho que amo Murtry Island, creo que siempre he amado más el viaje
hasta la isla.
Cuando llegamos a Murtry, la niebla se había disipado. Los rayos del sol
calentaban el muelle y moteaban el cartel que indicaba la entrada a la isla.
Una suave brisa movía las hojas, enviando manchones danzarines de luz y
sombra, que cambiaban de forma sobre las palabras «Propiedad del
gobierno. Entrada prohibida».
Cuando descargaron los botes y todo el mundo estuvo dentro de la
estación, Sam presentó a Katy al resto del personal. Yo conocía a la
mayoría de ellos, aunque había algunas caras nuevas. Joey había sido
contratado hacía dos veranos. Fred y Hank aún estaban en fase de
formación y aprendizaje. Mientras hacíamos las presentaciones, Sam nos
brindó un resumen de la operación.
Joey, Larry, Tommy y Fred eran técnicos y su trabajo principal consistía en
el mantenimiento día a día de las instalaciones y el transporte de
suministros. También se encargaban de la pintura y las reparaciones,
limpiaban los corrales y las estaciones de alimentación, y se cuidaban de
que los animales contaran con alimentos y agua.
Jane, Chris y Hank participaban más directamente en todo lo relacionado
con los monos; controlaban a los diferentes grupos para recabar datos.
- ¿De qué tipo? -preguntó Katy.
- Embarazos, nacimientos, muertes, problemas veterinarios. Mantenemos
un control estricto de la población. Y también desarrollamos proyectos de
investigación.
Jane trabaja actualmente en un estudio relacionado con la serotonina. Sale
cada día para registrar determinados tipos de comportamiento y
comprobar qué monos son más agresivos, más impulsivos. Luego
confrontamos esos datos con sus niveles de serotonina. También
estudiamos su jerarquía. Los monos de Jane llevan collares telemétricos
que emiten una señal y, de ese modo, están siempre localizables.
Probablemente descubrirás alguno.
- La serotonina es un compuesto químico presente en la sangre, en el
cerebro y en la mucosa gástrica -añadí.
- Sí -dijo Katy-, un neurotransmisor que, según algunos estudios, puede
estar relacionado con las manifestaciones agresivas.
- 145 - Sam y yo intercambiamos una sonrisa. ¡Vaya con la niña! -¿Cómo
se dan cuenta de que un mono es impulsivo?-preguntó Katy.
- Porque asume más riesgos. Los saltos del macho de un árbol a otro son
más largos. Y abandona la familia a una edad más temprana.
- ¿El macho? -Es un estudio piloto. Nada de chicas.
- Puedes ver a uno de mis chicos en el campamento -dijo Jane, sujetando a
la cintura una caja provista de una larga antena-. J-7. Está en el grupo O,
que siempre anda por aquí.
- ¿Es el cleptómano? -preguntó Hank.
- Así es. Coge cualquier cosa que no esté clavada al suelo. El otro día se
llevó otro bolígrafo, y el reloj de Larry. Pensaba que a Larry le iba a dar un
infarto mientras lo perseguía para recuperar el reloj.
Cuando todos tuvieron sus equipos preparados, comprobaron las tareas
asignadas y se marcharon. Sam llevó a Katy a dar un paseo por la isla. Yo
fui con ellos, y comprobé que mi hija se convertía en una observadora de
monos. Mientras recorríamos los senderos sinuosos de la isla, Sam iba
señalando las estaciones de alimentación y describía los grupos que
frecuentaban cada una de ellas. Hablaba de territorios y jerarquías
dominantes y líneas maternas en tanto Katy se llevaba los prismáticos a
los ojos y escrutaba los árboles.
En la estación de alimentación E, Sam arrojó algunos granos de maíz
contra el techo de metal corrugado.
- Quedaos quietas y observad -dijo.
Pocos segundos después, escuchamos el siseo de las hojas al moverse y
vimos un grupo que se acercaba. En pocos minutos, estábamos rodeados
de monos; había algunos en los árboles y otros saltaban a tierra para coger
los granos de maíz. Katy estaba fascinada.
- Es el grupo F -dijo Sam-. Es pequeño, pero está dirigido por una de las
hembras de mayor jerarquía que hay en la isla. Esa mona es una maravilla.
Cuando regresamos nuevamente a la estación principal, Sam ya había
ayudado a Katy a diseñar su proyecto. Ella organizó sus notas mientras
Sam buscaba una bolsa de maíz. Katy la cogió y volvió a marcharse. La vi
desaparecer a través de un túnel de robles. Los binoculares se mecían
sobre su cadera.
Sam y yo nos quedamos en el porche cubierto y hablamos durante un
buen rato. Luego se fue a trabajar y yo saqué mis notas del maletín para
continuar el trabajo para la universidad. Aunque lo intenté, me resultó
difícil concentrarme. Los modelos del seno resultaban poco atractivos
cuando podía alzar la vista y ver el estuario iluminado por el sol y oler el
aire con aroma a sal y pino.
El personal de la estación regresó al mediodía, y Katy entre ellos. Después
de comer unos bocadillos, Sam volvió a sus datos, y Katy, al bosque.
Retomé mi trabajo, pero fue inútil. Me quedé dormida en la tercera página.
Me despertó un sonido familiar.
¡Tunk! Rat a tat a tat a tat a tat a tat a tat. ¡Tunk! Rat a tat a tat tat tat.
Dos monos habían saltado desde un árbol y corrían sobre el techo del
porche.
- 146 - Tratando de hacer el menor ruido posible, abrí la puerta con tejido
de alambre y salí al exterior. El grupo O había entrado en el campamento y
se había instalado en las ramas que se proyectaban sobre la estación. La
pareja que me había despertado saltó desde el techo de la estación a la
casa-remolque y se acomodó a ambos lados del techo.
- Es él. -No había oído que Sam se había acercado hasta que se colocó
detrás de mí-. Mira.
Me dio los prismáticos.
- Puedo ver los tatuajes -dije leyendo el pecho de cada uno de los monos-.
J- 7 y GN-9. J-7 tiene un collar.
Le devolví los prismáticos a Sam y observó a la pareja de nuevo.
- ¿Qué diablos lleva en la mano? ¿No tendrá todavía el reloj de Larry? Me
pasó los prismáticos.
- Es algo brillante. Parece de oro cuando refleja la luz del sol.
En ese momento, GN-9 se lanzó contra J-7 con la boca abierta en señal de
clara amenaza. J-7 lanzó un chillido y abandonó el techo de la casa-
remolque; se lanzó de rama en rama hasta quedar fuera de nuestro campo
visual. Su tesoro se deslizó por el techo y cayó en el canal de desagüe.
- Veamos de qué se trata.
Sam acercó una escalera y la apoyó contra la casa-remolque. Apartó unas
telarañas, comprobó la resistencia del primer escalón y luego subió.
- ¿Qué demonios? -¿Qué? -Hijo de puta.
- ¿Qué es? Hizo girar algo entre las manos.
- Que me cuelguen.
- ¿Qué es? Intenté ver qué era lo que el mono había dejado caer, pero el
cuerpo de Sam me lo impedía.
Sam permanecía inmóvil en el extremo de la escalera con la cabeza
inclinada.
- Sam, ¿qué es? Sin decir una palabra bajó los peldaños y me entregó el
misterioso objeto para que lo examinara. Supe al instante de qué se
trataba y lo que significaba, y sentí que el sol se apagaba.
Miré a Sam, y ambos permanecimos en silencio.

- 147 -
Capítulo 16

Me quedé inmóvil con esa cosa en la mano. No podía creer lo que mis ojos
me decían.
Sam habló primero.
- Es un maxilar inferior humano.
- Sí. -Observé la filigrana de sombras que resbalaba por su rostro.
- Probablemente una vieja sepultura india.
- No con este trabajo dental.
Hice girar el hueso y el sol arrancó reflejos de oro.
- Esto fue lo que atrajo la atención de J-7 -dijo Sam, mirando las coronas.
- Y esta carne -añadí señalando un terrón marrón que colgaba de la
articulación.
- ¿Qué significa eso? Alcé el hueso y lo olí. Tenía el olor desagradable y
empalagoso de la muerte.
- En este clima, en función de que el cuerpo estuviese enterrado o bien en
la superficie, esta persona podría llevar muerta menos de un año.
- ¿Cómo coño es posible? Una vena palpitaba en la frente de Sam.
- No me grites a mí. ¡Aparentemente, no todo el mundo que viene a esta
isla ha recibido tu aprobación! Aparté la mirada.
- ¿Dónde diablos lo encontró? -Es tu mono, Sam. Descúbrelo tú.
- Puedes apostar a que lo haré.
Se dirigió dando grandes zancadas hacia la estación de campo, salvó los
escalones de dos en dos y desapareció en el interior. A través de las
ventanas abiertas oí claramente que llamaba a Jane.
Por un momento, permanecí donde estaba, escuchando el sonido de las
hojas de las palmeras y sintiendo que aquello era surrealista. ¿Había
entrado realmente la muerte en mi isla de la tranquilidad? «¡No! -gritó una
voz en mi cabeza-. ¡Aquí no!» Un momento después oí el chirrido de los
muelles cuando la puerta de tejido de alambre se abrió violentamente.
Sam salió acompañado de Jane y me llamó.
- Ven, Temperance. Reunamos a los sospechosos habituales. Jane sabe
adonde va el grupo O cuando no está en el campamento, de modo que
podríamos seguirle el rastro por el collar de J-7. Tal vez el jodido bribón nos
tenga reservada otra sorpresa.
No me moví.
- Maldita sea, lo siento; pero no me gusta nada que aparezcan trozos
humanos - 148 - en mi isla. Ya conoces mi carácter.
Lo conocía, pero no había sido el estallido de cólera de Sam lo que me
había conmocionado. Percibía la fragancia a pino y sentía la brisa cálida en
mis mejillas.
Sabía lo que había allí fuera y no quería encontrarlo.
- Vamos.
Inspiré profundamente y con el mismo entusiasmo que una mujer que
acude a una visita solicitada por un oncólogo.
- Espera.
Fui a la estación de campo y busqué en la cocina hasta encontrar un
recipiente de plástico. Metí el maxilar dentro, lo cerré herméticamente y lo
oculté en un armario en el cuarto trasero. Luego dejé una nota para Katy.
Tomamos un sendero que nacía detrás de la estación y seguimos a Jane
hacia el centro de la isla. La joven nos condujo hasta una área donde los
árboles eran enormes y el follaje formaba una sólida bóveda a varios
metros de altura. El suelo era una alfombra afelpada de humus y agujas de
pino, y el aire estaba impregnado con el olor de la vegetación
descompuesta y los excrementos animales. El siseo entre las ramas me
confirmó que los monos estaban cerca.
- Aquí hay alguien -dijo Jane encendiendo su receptor. Sam inspeccionó las
copas de los árboles con los prismáticos, tratando de divisar los códigos
tatuados.
- Es el grupo A -dijo.
- ¡Huhh! Un mono joven estaba agazapado en una rama encima de mí, con
los hombros caídos, la cola en el aire y los ojos fijos en mi cara. El grito
agudo y gutural era su manera de decir «¡atrás!».
Cuando lo miré, el mono retrocedió, bajó la cabeza y luego la levantó en
diagonal a través del cuerpo. Repitió la reverencia varias veces; después
se giró y salió disparado hacia el siguiente árbol.
Jane ajustó el botón de sintonización del aparato y luego cerró los ojos para
escuchar; tenía el rostro tenso a causa de la concentración. Un momento
más tarde, sacudió la cabeza y reemprendió la marcha por el sendero.
Sam examinaba las copas de los árboles cuando Jane volvió a detenerse y
giró en el sentido de las agujas del reloj, totalmente concentrada en los
sonidos de sus auriculares.
- Percibo una señal muy débil -dijo finalmente.
Se volvió en la dirección en la que el mono había desaparecido, se detuvo
un momento y completó el giro.
- Creo que está cerca de Alcatraz. -Señaló hacia las diez en punto.
Mientras que la mayoría de los corrales en la isla están designados con una
letra, unos pocos de los más viejos tienen nombres como O. K. Corral o
Alcatraz.
Nos dirigimos hacia Alcatraz, pero justo al sur del corral Jane abandonó el
sendero y se metió entre los árboles. La vegetación era más espesa, y el
suelo tenía una consistencia esponjosa. Sam se volvió hacia mí.

- Ten cuidado cuando lleguemos al estanque.


Alice
tuvo cría la temporada pasada y sospecho que no se siente muy sociable.

- 149 -
Alice
es un cocodrilo de cuatro metros de largo que ha vivido en Murtry desde
que se tiene memoria. Nadie recuerda quién le puso ese nombre. El
personal de la estación respeta su derecho a vivir allí y la deja tranquila en
su estanque.

Levanté ambos pulgares. Aunque no me asustan, los cocodrilos nunca han


sido criaturas cuya compañía haya buscado.
Nos encontrábamos a menos de diez metros del sendero cuando lo noté; al
principio me llegó débil, apenas una leve variación en el perfume oscuro y
orgánico del bosque. En un primer momento, no estuve del todo segura,
pero a medida que avanzábamos el olor se hizo más penetrante y sentí
una banda helada que me oprimía el pecho.
Jane se desvió hacia el norte, alejándose del estanque, y Sam continuó tras
ella sin dejar de escudriñar las ramas altas con los prismáticos. Yo me
detuve. El olor procedía de algún lugar situado justo delante de mí.
Rodeé el tronco de un ocozol caído y me detuve nuevamente. Alcanzaba a
ver un cinturón de matorrales y hojas de palmeras que formaban el borde
del estanque.
El bosque quedó en silencio cuando Jane y Sam se alejaron; el roce de sus
pies con el suelo vegetal se hacía más débil a cada paso.
El olor de la carne putrefacta no se parece a ningún otro. Lo había
percibido en el maxilar que había dejado caer el mono, y en ese momento
el aroma dulce y fétido impregnaba el aire de la tarde, revelando que mi
presa no estaba lejos. Con la respiración contenida, comencé a girar
lentamente como lo había hecho Jane, con los ojos cerrados y cada fibra
del cuerpo concentrada en algún estímulo sensorial. El mismo movimiento,
pero diferente foco. Mientras Jane seguía el rastro con los oídos, yo cazaba
valiéndome de la nariz.
El olor venía de alguna zona próxima al estanque. Eché a andar hacia ese
punto, guiándome por la nariz y con la mirada alerta ante la posible
presencia del reptil. Por encima de mi cabeza se oyó el chillido de un mono
y luego un chorro de orina cayó ruidosamente sobre el lecho de hojas. Las
ramas se agitaron y algunas hojas cayeron para sumarse a las demás. El
hedor aumentaba a cada paso.
Avancé un par de metros, me detuve y enfoqué los prismáticos sobre la
maleza.
Grandes frondas de palmera y apalachina me separaban del estanque.
Justo en la orilla se formaba una y otra vez una nube tornasolada.
Me acerqué lentamente, comprobando con cuidado dónde apoyaba los
pies. En el borde de los matorrales, el olor a putrefacción era insoportable.
Agucé los oídos.
Nada. Inspeccioné la maleza que cubría la tierra. Nada. Sentía que el
corazón me latía con fuerza, y gruesas gotas de sudor corrían por mis
mejillas.
«Mueve el culo, Brennan. Estás muy lejos del estanque para que haya
cocodrilos.» Saqué un pañuelo del bolsillo, me cubrí la nariz y la boca, y
me agaché para ver qué era aquello que a las moscas les resultaba tan
atractivo.
Los insectos se elevaron de pronto, zumbando y volando a mi alrededor.
Agité las manos para espantarlos, pero se reagruparon de inmediato.
Apartando las moscas con una mano, envolví la otra en el pañuelo y
levanté las ramas de apalachina. Los insectos rebotaban en mis brazos y
mi rostro, zumbando y volando - 150 - enloquecidos. Las moscas habían
sido atraídas hacia una tumba poco profunda, oculta a la vista por las
gruesas hojas de los árboles. Desde allí miraba un rostro humano, con los
rasgos que cambiaban continuamente bajo la luz moteada del bosque. Me
incliné a examinar los restos y luego me aparté horrorizada.
Lo que veía ya no era un rostro, sino una calavera despellejada por los
carroñeros. Lo que parecían los ojos, la nariz y los labios eran, de hecho,
pequeños montículos de diminutos cangrejos, parte de una masa agitada
que cubría la cabeza y se alimentaba de la carne.
Al echar una mirada a mi alrededor comprobé que había habido otros
oportunistas. A mi derecha había un segmento carcomido de la caja
torácica. Los huesos de los brazos, todavía unidos por filamentos de
ligamento seco, asomaban entre la maleza a un metro de donde me
encontraba.
Me aparté de los matorrales y me senté sobre los talones, inmóvil por una
sensación fría y nauseabunda. Por el rabillo del ojo vi que Sam se
acercaba. Estaba hablando, pero sus palabras no conseguían llegar hasta
mí. En alguna parte, a millones de kilómetros de distancia, se oyó el sonido
de un motor, que luego se paró.
Quería estar en otra parte. Quería ser otra persona: alguien que no hubiese
pasado años oliendo la muerte y contemplando su degradación final;
alguien que no trabajara día tras día recomponiendo la carnicería humana
dejada por chulos machos, maridos o novios enfurecidos, drogadictos
pasados de rosca y psicópatas.
Había venido a la isla para escapar de la brutalidad de mi trabajo, pero
incluso ahí la muerte me había encontrado. Me sentía terriblemente
abatida. Otro día, otra muerte.
Ésa era la muerte del día. ¡Dios mío!, ¿cuántos días como ése me
esperaban todavía? Sentí la mano de Sam sobre el hombro y levanté la
vista. Con la otra mano, se cubría la boca y la nariz.
- ¿Qué ocurre? Hice un gesto con la cabeza en dirección a los arbustos, y
Sam los apartó con la bota.
- Mierda.
Estuve de acuerdo.
- ¿Cuánto tiempo lleva aquí? Me encogí de hombros.
- ¿Días? ¿Semanas? ¿Años? -Esta sepultura ha sido una bendición para la
fauna de tu isla, pero la mayor parte del cuerpo no parece muy afectado.
No puedo decir en qué estado se encuentra.
- Los monos no han desenterrado esta cosa. La carne no significa nada
para ellos. Seguramente ha sido obra de los jodidos gallinazos.
- ¿Gallinazos? -Son como pavos carroñeros. Les encanta alimentarse de los
monos muertos.
- Yo también interrogaría a los mapaches.
- ¿Sí? A los mapaches les gustan las hojas de apalachina, pero no creo que
se alimenten de carroña.
Volví a mirar aquella tumba.
- 151 - -El cuerpo se encuentra sobre un lado, con el hombro derecho justo
debajo de la superficie. Sin duda el olor atrajo a los carroñeros. Los buitres
y los mapaches probablemente cavaron y comieron; luego extrajeron el
brazo y el maxilar cuando la descomposición debilitó las articulaciones.
-Señalé las costillas-. Arrancaron una sección del tórax y también la
arrastraron fuera de la tumba. El resto del cuerpo estaba probablemente a
demasiada profundidad o les resultó imposible sacarlo a la superficie, de
modo que lo dejaron donde estaba.
Con la ayuda de una rama, acerqué el brazo. Aunque el codo aún estaba
unido al resto, los extremos de los huesos largos habían desaparecido y su
interior esponjoso estaba expuesto a lo largo de los bordes irregulares y
deformados.
- ¿Alcanzas a ver cómo han mordido los extremos de los huesos? Eso lo ha
hecho un animal. ¿Y esto? -Señalé un pequeño orificio redondo-. Es la
huella de un diente. Pertenece a un animal pequeño, tal vez un mapache.
- Hijo de perra.
- Y, naturalmente, los cangrejos y los insectos hicieron su parte.
Sam se incorporó, dio media vuelta y pateó la podredumbre con el tacón
de la bota.

- ¿Y ahora qué? -Ahora tendrás que llamar al forense local y él, o ella,
llamará a su antropólogo local. -Me levanté y sacudí la suciedad de los
tejanos-. Y todos hablarán con el
sheriff.

- Todo esto es una jodida pesadilla. No puedo tener un montón de gente


dando vueltas por la isla.
- No tienen que dar vueltas por la isla, Sam. Vendrán, recuperarán el
cadáver y tal vez traerán un perro entrenado para que compruebe si han
enterrado a alguien más por esta zona.
- ¿Cómo…? Mierda. Eso es imposible.
Una gota de sudor se deslizó por una de sus sienes. Los músculos de la
mandíbula se tensaban y relajaban.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Las moscas continuaban
zumbando a nuestro alrededor.
Fue Sam quien finalmente rompió el silencio.
- Tienes que hacerlo.
- ¿Hacer qué? -Lo que haya que hacer. Desenterrar estos restos. -Hizo un
ademán vago en dirección a la tumba.
- Imposible. No es mi jurisdicción.
- Me importa el culo de un murciélago de quién es esta jurisdicción. No
pienso tener una panda de paletos por aquí, saboteando mi isla,
destrozando mi programa y muy posiblemente infectando a mis monos.
Eso es imposible. Yo soy el jodido alcalde de este lugar y ésta es mi isla.
Me sentaré en el jodido muelle con una jodida escopeta antes de permitir
que eso pase.
La vena volvía a latir en su frente y los tendones del cuello parecían
cables. Su dedo cortaba el aire como un cuchillo para enfatizar cada
palabra.
- 152 - -Ha sido una actuación digna de una estatuilla de la Academia,
Sam, pero no pienso hacerlo. Dan Jaffer está en la Universidad de Carolina
del Sur, en Columbia.
Es él quien se encarga de los casos de antropología en este estado. Así
pues, lo más probable es que el forense le llame para que se haga cargo
del caso. Dan es un profesional cualificado.
- ¡El jodido Dan Jaffer podría tener la jodida tuberculosis! No había forma
de convencerle, de modo que no contesté.
- ¡Tú haces estas cosas todo el tiempo! Podrías desenterrar a este tío y
luego pasarle el caso a ese tal Jaffer.
No era posible.
- ¿Por qué demonios no, Tempe? -Me atravesó con la mirada.
- Sabes perfectamente que he venido a Beaufort por otro caso. Les prometí
a esos tíos que trabajaría con ellos y tengo que estar de regreso en
Charlotte el miércoles.
No le había dado la respuesta verdadera: yo no quería saber nada de todo
eso.
No estaba mentalmente preparada para equiparar mi santuario en aquella
isla con la espantosa muerte. Desde que había visto aquel maxilar, un
montón de imágenes habían irrumpido en mi cabeza, fragmentos de casos
del pasado: mujeres estranguladas, bebés asesinados, muchachos con las
gargantas cortadas y los ojos vacíos. Si la masacre llegaba a la isla, no
quería formar parte de ella.
- Hablaremos de esto en el campamento -dijo Sam-. No menciones a nadie
lo que hemos visto.
Ignorando sus modales dictatoriales, dejé atado el pañuelo a los arbustos
de acebo, y ambos nos alejamos.
Cuando nos aproximábamos al sendero vi una vieja camioneta cerca del
lugar donde nos habíamos desviado para entrar en el bosque. El vehículo
estaba cargado con bolsas de alimento para monos y llevaba un tanque de
agua de mil quinientos litros sujeto con una cadena a la parte de atrás.
Joey estaba examinando el tanque.
Sam le llamó.
- Espera un momento.
Joey se pasó el dorso de la mano por la boca y se cruzó de brazos. Llevaba
tejanos y una camisa con el cuello y las mangas cortados. Los mechones
de pelo rubio y grasiento colgaban como si fuesen macarrones alrededor
de la cara.
Joey nos observó cuando nos acercamos. Los ojos estaban ocultos tras
unas gafas de sol, y la boca era una línea fina a través del rostro. El cuerpo
parecía en tensión.
- No quiero que nadie se acerque al estanque -le dijo Sam.

-
¿Alice
ha cogido otro mono? -No. -Sam se mostró parco-. ¿Adonde llevas ese
alimento? -A la estación siete.

- Cuando hayas dejado las bolsas, vuelve directamente a la base.


- ¿Qué hago con el agua? -Llena los depósitos y regresa al campamento. Si
ves a Jane, dile que vuelva también.
- 153 - Los cristales oscuros de Joey se desviaron hacia mi rostro y
permanecieron allí lo que pareció un momento interminable. Luego subió a
la camioneta y se alejó. El tanque de agua resonaba detrás.
Sam y yo caminamos en silencio. Temía la escena que se produciría
minutos más tarde y decidí que no permitiría que me intimidase. Recordé
claramente sus palabras y de nuevo vi su rostro cuando descubrió la
sepultura. Y luego recordé algo más. Antes de que Sam se reuniera
conmigo, pensé que había oído el sonido de un motor. ¿Había sido la
camioneta? Me pregunté cuánto tiempo habría estado Joey aparcado en el
sendero. ¿Y por qué precisamente en ese lugar? -¿Cuánto hace que Joey
trabaja para ti? -pregunté.
- ¿Joey? -Pensó un momento-. Hace casi dos años.
- ¿Es de fiar? -Digamos que la compasión de Joey excede con mucho su
sentido común. Es uno de esos tíos sensibles que siempre está hablando
de los derechos de los animales y preocupándose de que nadie moleste a
los monos. No sabe una mierda acerca de los animales, pero es un buen
trabajador.
Cuando llegamos al campamento encontré una nota de Katy. Había
acabado su observación de los monos y se había ido al muelle a leer.
Mientras Sam telefoneaba, yo decidí dar un paseo hasta el agua. Mi hija
estaba sentada en uno de los botes, descalza, con las piernas estiradas y
las mangas y los pantalones enrollados. La saludé agitando la mano, y ella
hizo lo mismo; luego señaló el bote. Sacudí la cabeza y alcé ambas manos
con las palmas hacía arriba para indicarle que aún no era hora de
marcharnos. Katy sonrió y reanudó la lectura.
Cuando regresé a la estación principal, Sam estaba sentado a la mesa de
la cocina y hablaba por un teléfono móvil. Me deslicé en el banco que
había enfrente.
- ¿Cuándo volverá? -preguntó. Estaba más alterado de lo que le había visto
nunca.
Pausa. Golpeó la mesa con el extremo de un lápiz mientras le daba
vueltas.
- Ivy Lee, necesito hablar con él ahora. ¿No hay alguna forma de
localizarle? Pausa. Tap. Tap. Tap.

- No, un ayudante no me sirve. Necesito al


sheriff
Baker.

Pausa larga. Tap. Tap… La mina se rompió, y Sam arrojó el lápiz a una
papelera que había en el otro extremo de la cocina.
- No me importa lo que haya dicho; sigue intentándolo. Dile que me llame
a la isla. Esperaré.
Colgó el auricular con violencia.

- ¿Cómo es posible que tanto el


sheriff
como el forense estén ilocalizables? Se pasó ambas manos por el pelo.

Me coloqué de lado en el banco, levanté ambas piernas y me apoyé contra


la pared. A lo largo de los años había aprendido que la mejor manera de
tratar el pésimo carácter de Sam consistía en ignorarlo. Llegaba y se iba
como un destello.
Sam se levantó y comenzó a caminar por la cocina, golpeando con el puño
la palma de la otra mano.
- ¿Dónde diablos se ha metido Harley? - 154 - Miró su reloj.
- Son las cuatro y diez. Genial. Dentro de veinte minutos todo el mundo
estará aquí queriendo regresar a la ciudad. Mierda, ni siquiera deberían
estar aquí en sábado.
Pateó un trozo de tiza, que salió volando hasta el otro extremo de la
habitación.
- No puedo hacer que se queden aquí. ¿O quizá debería hacerlo? Tal vez
debería explicarles lo de ese cadáver. Debería decirles: «Nadie abandona
la isla.» Luego me llevaría a cada uno de los sospechosos a la habitación
trasera para interrogarles duramente, como si fuera el jodido Hércules
Poirot.
Más pasos arriba y abajo de la cocina. De nuevo, miró el reloj. Finalmente
se dejó caer en el banco opuesto al mío y apoyó la frente en ambos puños.
- ¿Has acabado tu berrinche? No contestó.
- ¿Puedo hacer una sugerencia? No alzó la vista.
- La haré de todos modos. Ese cuerpo está en la isla porque alguien no
quiere que lo encuentren. Es obvio que no contaban con J-7.
Le hablaba a su coronilla.
- Veo varias posibilidades. Una: el cuerpo fue transportado a la isla por uno
de tus empleados. Dos: un extraño lo trajo en una embarcación;
posiblemente alguien que vive en esta zona y conoce a la perfección tu
rutina. La isla queda desguarnecida una vez que el personal se ha
marchado, ¿verdad? Sam asintió sin alzar la cabeza.
- Tres: podría haber sido uno de los traficantes de drogas que navegan por
estas aguas. Ninguna respuesta.
- ¿No eres oficial delegado de fauna salvaje? Sam levantó la cabeza. Tenía
la frente perlada de sudor.
- Sí.

- Si no puedes dar con el forense y tampoco con el


sheriff
Baker y no confías en un ayudante, llama a tus compañeros de fauna
salvaje. Tienen jurisdicción en la islas, ¿verdad? Llamarlos no levantará
sospechas y pueden traer a alguien que acordone el lugar hasta que
puedas hablar con el
sheriff.

Sam dio un golpe sobre la mesa.


- Kim.
- Cualquiera. Sólo tienes que decirles que sean discretos hasta que hayas
hablado con Baker. Ya te he dicho lo que sin duda Baker hará.
- Kim Waggoner trabaja para el Departamento de Recursos Naturales de
Carolina del Sur. En el pasado me ayudó cuando tuve problemas para
hacer que se cumpliera la ley. Puedo confiar en Kim.
- ¿Podrá quedarse aquí toda la noche? Aunque nunca he sido una mujer
tímida, mantener a raya a asesinos o traficantes de drogas no era un
trabajo que yo hubiese elegido.

- No hay problema. -Sam ya estaba marcando un número-. Kim es una ex


marine.

- 155 - -¿Crees que puede encargarse de los intrusos? -Kim come clavos en
el desayuno.
Alguien contestó la llamada, y Sam pidió por la oficial Waggoner.
- Espera a verla -dijo mientras cubría el auricular con la mano.
Para cuando el personal del campamento volvió a reunirse en la estación
principal, la situación estaba bajo control. Katy se marchó en la
embarcación del equipo que trabajaba en la isla mientras que Sam y yo
nos quedamos en la estación.
Kim llegó poco después de las cinco y era exactamente como Sam la había
descrito.
Llevaba un mono de camuflaje, botas de combate, un sombrero
australiano y suficiente munición como para cazar rinocerontes. La isla
estaría a salvo.

Durante el viaje de regreso a la marina, Sam volvió a pedirme que me


hiciera cargo de la recuperación de los restos aparecidos en el bosque. Le
repetí lo que le había dicho horas antes:
sheriff,
forense, Jaffer.

- Te llamaré mañana -le dije mientras acercaba la embarcación a la


pasarela-. Gracias por llevarnos contigo a la isla. Sé que a Katy le ha
encantado la experiencia.
- Ningún problema.
Observamos el vuelo de un pelícano a ras del agua. Luego plegó las alas y
se lanzó de cabeza en un canal. Volvió a aparecer con un pez en el pico, y
la luz de la tarde arrancó destellos metálicos de sus escamas húmedas.
Después, el pelícano cambió de rumbo y dejó caer el pez como un misil
plateado, precipitándose a plomo nuevamente hacia el mar.
- Maldita sea. ¿Por qué tuvieron que elegir mi isla? Sam parecía cansado y
abatido.
Abrí la puerta del coche.

- Hazme saber lo que dice el


sheriff
Baker.

- Lo haré.
- Comprendes por qué no puedo encargarme de la recuperación de los
restos en esta escena, ¿verdad? -Escena. Mierda.
Cuando cerré la puerta y me incliné hacia la ventanilla abierta, Sam
comenzó con un nuevo argumento.
- Tempe, piensa en ello. La isla de los monos. Un cadáver enterrado. El
alcalde.
Si se produce alguna filtración la prensa se volverá loca con la noticia y
sabes muy bien cuán delicado es el tema de los derechos de los animales.
No necesito que los medios de comunicación descubran lo que ha pasado
en Murtry.
- Eso podría suceder sin importar quién se haga cargo del caso.
- Lo sé. Es sólo…
- Olvídalo, Sam.
Mientras observaba cómo se alejaba la camioneta, el pelícano describió un
amplio círculo y se lanzó en picado sobre el agua. Un nuevo pez apareció
brillando en su pico. Sam tenía la misma tenacidad. Dudaba de que
olvidara el asunto, y no me equivocaba.

- 156 -
Capítulo 17

Después de cenar en Steamers Oyster Bar, Katy y yo visitamos una galería


de arte de Saint Helena. Recorrimos las diferentes salas del antiguo y
decrépito edificio, examinando la obra de los artistas locales y apreciando
una perspectiva diferente de un lugar que pensábamos que conocíamos
muy bien. Pero mientras criticaba los
collages,
las pinturas y las fotografías, no podía olvidar los huesos, los cangrejos y
las moscas danzarinas.

Katy compró una garza en miniatura tallada en un trozo de corteza de


árbol y pintada de azul. De regreso al barco hicimos una breve parada para
comprar helados y los comimos en la proa del
Melanie Tess,
mientras hablábamos y escuchábamos las cuerdas y las drizas de los
veleros que resonaban en la brisa. La luna proyectaba un triángulo
brillante sobre la marisma. Mientras hablábamos no podía dejar de mirar la
pálida luz anaranjada que recorría la ondulada oscuridad del agua.

Mi hija me confesó su ambición de dedicarse a la criminología,


especializándose en los perfiles psicológicos, y compartió conmigo sus
temores de no conseguirlo.
Estaba maravillada ante la impresionante belleza de Murtry y describía las
travesuras que hacían los monos a los que había estado observando
aquella tarde. En algún momento, consideré la posibilidad de hablarle del
macabro descubrimiento que había tenido lugar en la isla, pero no lo hice.
No quería mancillar el recuerdo de su visita a ese lugar.
Me fui a la cama a las once y permanecí largo rato escuchando el crujido
de los cabos de amarre y haciendo esfuerzos por dormirme. Finalmente, lo
conseguí; me llevé el día conmigo y lo uní como un retal más al tejido de
las últimas semanas.
Viajaba en barco con Mathias y Malachy, y trataba desesperadamente de
mantenerlos a bordo. Apartaba cangrejos de un cadáver y contemplaba
horrorizada cómo la horrible masa volvía a formarse a la misma velocidad
con la que yo intentaba deshacerla. La calavera del cadáver se convertía
en el rostro de Ryan, y luego asumía las facciones carbonizadas de Patrice
Simonnet. Sam y Harry me gritaban, pero sus palabras me resultaban
incomprensibles y sus rostros tenían una expresión de furia.
Cuando el sonido del teléfono me despertó, me sentía completamente
desorientada, sin saber muy bien dónde estaba o por qué. Fui dando
tumbos hasta la cocina.
- Buenos días.
Era Sam y su voz sonaba tensa y fatigada.
- ¿Qué hora es? -Casi las siete.

- ¿Dónde estás? - 157 - -En la oficina del


sheriff.
Tu plan no dará resultado.

- ¿Plan? Mi cerebro luchaba por acceder a la conversación.


- Tu amigo está en Bosnia.
Eché un vistazo a través de las tablillas de la persiana. En la zona del
muelle interno había un viejo de pelo blanco sentado en la cubierta de su
velero. Cuando cerré la persiana, el viejo echó la cabeza hacia atrás y
bebió una lata de Old Milwaukee.
- ¿Bosnia? -Jaffer, ese antropólogo de la Universidad de Carolina del Sur. Se
marchó a Bosnia a excavar tumbas para la ONU. Nadie sabe cuándo
volverá.
- ¿Y quién está cubriendo el caso? -Eso no tiene importancia. Baxter quiere
que tú te encargues de la recuperación de esos restos.
- ¿Quién es Baxter? -Baxter Colker es el oficial que investiga las muertes
violentas en el condado de Beaufort. Y quiere que tú lo hagas.
- ¿Por qué? -Porque yo quiero que lo hagas.
Sin tapujos.
- ¿Cuándo? -Lo antes posible. Harley ya tiene trabajando a un detective y
un ayudante.
Baxter se reunirá con nosotros a las nueve. Ya ha avisado a un equipo de
transporte.
Cuando estemos preparados para abandonar Murtry, hará una llamada y
todos se reunirán con nosotros en el muelle de Lady's Island para trasladar
el cadáver al Beaufort Memorial. Pero Baxter quiere que seas tú quien se
encargue de desenterrar el cuerpo. Sólo tienes que decirnos qué equipo
necesitas, y nosotros nos encargaremos del resto.
- ¿Colker es patólogo forense? -Baxter es un oficial elegido por el pueblo y
no tiene ninguna formación médica. Dirige una funeraria, pero es un tío
condenadamente responsable y quiere que esto se haga bien.
Pensé un momento.

- ¿Tiene el
sheriff
Baker alguna idea de quién podría estar enterrado en la isla? -Por esta
zona circula mucha droga. Hablará con los oficiales de aduanas y con los
tíos de la DEA que trabajan en esta parte del Estado. Y también con la
gente de fauna salvaje. Harley me ha dicho que el mes pasado estaban
colocando marcas para delimitar las marismas en el río Coosaw. Él cree
que uno de los traficantes de drogas es nuestra mejor apuesta, y estoy de
acuerdo. Esos tíos valoran la vida tanto como una compresa usada. Nos
ayudarás en este caso, ¿verdad? Acepté a regañadientes. Le dije qué clase
de equipo necesitaba para hacer mi trabajo y repuso que se encargaría de
todo. A las diez, ya estaba preparada.

Permanecí en el camarote durante algunos minutos pensando en qué


debía hacer con Katy. Podía explicarle la situación y dejar que fuese ella
quien resolviera lo - 158 - que deseaba hacer. Después de todo, no había
ninguna razón que impidiese que nos acompañara a la isla. O podía decirle
simplemente que había surgido algo y que Sam necesitaba que le echara
una mano. Katy podía pasar el día en el barco o marcharse a Hilton Head
antes de lo que tenía planeado. Yo sabía que ésta era la mejor alternativa,
pero de todos modos decidí explicarle lo que pasaba.
Comí una generosa cantidad de cereales y luego lavé la cuchara y el bol.
Incapaz de quedarme quieta, me vestí con una camiseta y unos pantalones
cortos, y salí a cubierta a comprobar los cabos y el depósito de agua.
Mientras me encontraba allí aproveché para ordenar las sillas en el puente.
Cuando volví a entrar, hice la cama y ordené las toallas en el baño.
Acomodé los cojines en el sofá del salón y quité las pelusas de la alfombra.
Le di cuerda al reloj y comprobé la hora. Eran las siete y cuarto. Katy aún
dormiría algunas horas. Me puse zapatillas de correr y abandoné el barco
sin hacer ruido.
Conduje por la 21 hacia el este a través de Saint Helena en dirección a
Harbor Island. Luego giré hacia Hunting Island y entré en el parque estatal.
La estrecha cinta de asfalto negro discurría a través de un estero de aguas
tranquilas y oscuras como un lago subterráneo. Del fondo cenagoso
surgían palmeras y robles perennes. Aquí y allá un rayo de sol atravesaba
la cúpula vegetal, y el agua adquiría el color dorado de la miel.
Aparqué cerca del faro y crucé una pasarela hasta llegar a la playa. La
marea se había retirado y la arena húmeda brillaba como un espejo.
Observé a una lavandera que se deslizaba con saltos breves y rápidos
entre los estanques dejados por la marea;
sus largas y finas patas desaparecían en una imagen invertida de sí
misma. La mañana era fresca y pequeñas gotas de transpiración
aparecieron en mis brazos y piernas cuando comencé a realizar los
ejercicios de calentamiento.
Comencé a correr hacia el este junto a la orilla del océano Atlántico; sentía
que los pies se hundían ligeramente en la arena compactada. El aire
estaba absolutamente calmo. Pasé junto a un grupo de pelícanos que
hundían sus largos picos en el agua.
Las juncias y las retamas miraban inmóviles desde la cima de las dunas.
Mientras corría, aproveché para estudiar las ofertas del océano: maderas
arrastradas por la corriente, gastadas, descoloridas y cubiertas de
percebes; algas marinas enredadas; el caparazón brillante y marrón de un
cangrejo bayoneta; un barbo de mar cuyos ojos y entrañas habían sido
comidos por los cangrejos y las gaviotas.
Continué mi carrera hasta notar que me quemaban los pulmones. Luego,
corrí un poco más. Cuando regresé a la pasarela, las piernas me
temblaban y apenas si pude subir los peldaños, pero me sentía
mentalmente rejuvenecida. Tal vez fuese debido a la visión de aquel
pescado muerto, o incluso del cangrejo bayoneta. Quizá había elevado
simplemente mi nivel de endorfinas. En cualquier caso, ya no temía el día
que me esperaba por delante. La muerte se producía a cada minuto de
cada día en todos los lugares del mundo. Era parte del ciclo de la vida, y
eso incluía a Murtry Island. Desenterraría ese cadáver y luego se lo
entregaría a las personas que estuvieran a cargo del caso. Ése era mi
trabajo.
Cuando regresé al barco, Katy aún dormía. Preparé café y luego me duché.
- 159 - Esperaba que el sonido de la bomba de agua no la despertase. Una
vez vestida, tosté dos panecillos ingleses, los unté con mantequilla y
mermelada de zarzamora, y los llevé al salón. Mis amigos dicen que el
ejercicio físico es un depresor del apetito, pero no es mi caso. El ejercicio
hace que quiera devorar mi peso corporal en comida.
Encendí la tele, pasé de un canal a otro y elegí uno de la media docena de
evangelistas que ofrecían sus consejos en la mañana del domingo. Estaba
escuchando al reverendo Eugene Highwater, que describía «la infinita
gracia de los justos», cuando Katy apareció en el salón y se dejó caer en el
sofá. Tenía la cara arrugada e hinchada por el sueño, y el pelo se parecía a
una de las algas enmarañadas que había visto en la playa. Llevaba puesta
una camiseta de los Hornets que le llegaba a las rodillas.
- Buenos días. Estás encantadora.
Mi hija no contestó.
- ¿Café? Katy asintió sin abrir los ojos.
Fui a la cocina, llené una taza de café recién hecho y se lo llevé. Katy se
colocó en una posición semierguida, abrió ligeramente los párpados y
cogió la taza de café.
- Me quedé leyendo hasta las dos de la mañana.
Bebió un trago y luego extendió el brazo con la taza mientras se levantaba
y cruzaba las piernas debajo del cuerpo al estilo indio. Sus ojos recién
abiertos se posaron en el reverendo Highwater.
- ¿Por qué estás escuchando a ese gilipollas? -Estoy tratando de averiguar
cómo se hace para conseguir esa gracia infinita.
- Envíale un cheque y verás cómo recibes un paquete a vuelta de correo.
La caridad no formaba parte de las virtudes de mi hija a esas horas de la
mañana.
- ¿Quién fue el imbécil que llamó al amanecer? Tampoco la delicadeza.
- Sam.
- ¡Ah! ¿Qué quería? -Katy, ayer sucedió algo que no te he contado.
Sus ojos se abrieron del todo y se clavaron en mí.
Dudé un momento; después le hablé del descubrimiento que había hecho
el día anterior en la isla. Evitando entrar en detalles, le mencioné el
cadáver y cómo J-7 nos había llevado hasta él. Luego le conté la
conversación telefónica que había mantenido con Sam.
- ¿O sea que volverás a la isla hoy? Alzó la taza para beber otro trago.

- Sí, con un equipo de la oficina del


sheriff.
Sam pasará a recogerme a las diez.

Lamento que se nos haya estropeado el día. Puedes acompañarnos si lo


deseas, por supuesto; pero lo entenderé si prefieres no hacerlo.
Katy permaneció varios minutos en silencio. El reverendo hablaba de Jesús
y empleaba un tono colérico.

- ¿Tienen alguna idea de quién es? - 160 - -El


sheriff
piensa que se trata de alguien relacionado con el tráfico de drogas.

Esos tíos utilizan esta zona para traer alijos de droga. Él sospecha que
algún trato se torció y alguien acabó con un cadáver entre las manos.
- ¿Qué harás allí? -Desenterraremos el cadáver, recogeremos muestras y
tomaremos un montón de fotografías.
- No, no. Dime exactamente lo que harás tú. Podría utilizar ese material
para un proyecto o algo por el estilo.
- ¿Paso a paso? Asintió y buscó una posición más cómoda, apoyándose en
los cojines del sofá.
- Es un trabajo rutinario. Limpiaremos la zona y estableceremos una
cuadrícula con un punto de referencia para los dibujos y las mediciones. -El
sótano de St. Jovite destelló en mi mente-. Cuando hayamos terminado con
la recolección de muestras en la superficie, abriré la tumba. Algunos
equipos de recuperación excavan por niveles; examinan los diferentes
estratos y buscan cualquier elemento significativo.
Pero en este caso no creo que sea necesario. Cuando alguien cava un
agujero, deja caer un cadáver y lo cubre de tierra, no se practica ninguna
clase de estratigrafía.
Pero mantendré limpio un lado de la zanja para disponer de un perfil
mientras excavo la tumba. De ese modo, se puede ver si hay marcas de
herramientas en la tierra.
- ¿Marcas de herramientas? -Una pala, una azada o un pico dejan una
huella en la tierra. Nunca he visto una, pero algunos de mis colegas juran
que sí. Ellos afirman que se pueden tomar impresiones, y luego hacer
moldes y compararlos con las herramientas sospechosas.
Lo que sí he visto muchas veces son impresiones de calzado en el fondo de
las tumbas, especialmente si hay arcilla y cieno. Yo buscaré esa clase de
huellas.
- ¿Del tío que cavó la tumba? -Sí. Cuando el hoyo alcanza cierta
profundidad, la persona que está cavando puede saltar dentro y continuar
desde allí. Si es así, el calzado deja huellas. También tomaré muestras del
suelo. En algunas ocasiones, la tierra de una tumba puede ser comparada
con la suciedad que se encuentre en un sospechoso.
- O en el suelo de su armario.
- Exacto. Y también recogeré algunos bichos.
- ¿Bichos? -Esa sepultura estará llena de bichos. Para empezar, es una
tumba poco profunda, y los gallinazos y las mofetas se han turnado para
dejar el cuerpo parcialmente expuesto. Las moscas se están dando un
festín en esa parte de la isla.
Nos serán muy útiles para determinar el IPM.

- ¿El IPM? -El intervalo


post mortem,
es decir, el tiempo que lleva muerta una persona.

- ¿Cómo? -Los entomólogos han estudiado los insectos que se alimentan


de carroña, sobre todo las moscas y los escarabajos. Descubrieron que
diferentes especies llegan al cadáver siguiendo una secuencia regular;
luego cada una desarrolla su ciclo vital - 161 - de la manera prevista.
Algunas especies de moscas llegan en cuestión de minutos.
Otras aparecen más tarde. Los adultos dejan sus huevos y de los huevos
salen las larvas. Eso son los gusanos: larvas de mosca.
Katy hizo un gesto de repugnancia.
- Después de un tiempo, las larvas abandonan el cuerpo y se encierran en
un caparazón exterior duro, llamado capullo. Finalmente, se convierten en
adultos y echan a volar para volver a comenzar el ciclo.
- ¿Por qué no llegan todos los bichos a la vez? -Cada especie tiene un plan
de juego diferente. Algunas vienen a comer directamente del cuerpo en
descomposición, mientras que otras se comen los huevos y las larvas de
sus predecesoras.
- Obsceno.
- Hay una relación funcional de cada organismo con el medio ambiente.
- ¿Qué harás con los bichos? -Recogeré muestras de las larvas y los
capullos, e intentaré atrapar algunos ejemplares adultos. Según sea el
estado de conservación, también puedo utilizar una sonda para tomar
lecturas térmicas del cuerpo. Cuando se forman las colonias de gusanos,
puede aumentar considerablemente la temperatura interna de un cadáver.
Ese dato también es muy útil para el IPM.
- ¿Y luego qué? -Conservaré todos los ejemplares adultos y la mitad de las
larvas en una solución de alcohol. Colocaré el resto de las larvas en frascos
con hígado y vermiculita. El entomólogo las criará hasta que maduren y
después podrá identificarlas.
Me preguntaba dónde diablos podría conseguir Sam redes, recipientes de
helados, vermiculita y una sonda térmica siendo domingo por la mañana. Y
lo mismo podía decirse de los cedazos, los desplantadores y otro equipo de
excavación que le había pedido. Pero ése era su problema.
- ¿Qué pasa con el cuerpo? -Eso depende del estado en que se encuentre.
Si está razonablemente intacto, lo sacaré y lo meteré en una bolsa para
cadáveres. Un esqueleto llevará más tiempo, ya que tendré que hacer un
inventario óseo para asegurarme de que no falta nada.
Katy pensó en esto último.
- ¿Cuál es la mejor previsión para un caso? -Todo el día.
- ¿Y la peor? -Más tiempo.
Katy frunció el entrecejo. Se pasó los dedos por el pelo y luego se lo ató a
la nuca con una cinta.
- Tú vete a Murtry. Creo que yo me quedaré por aquí y después me iré a
Hilton Head.
- ¿A tus amigos no les importará recogerte antes de lo previsto? -No. Les
queda de camino.
Buena elección. Hablaba en serio.
- 162 - El procedimiento de recuperación del cuerpo enterrado en la isla se
desarrolló tal como se lo había descrito a Katy, pero con una variación muy
importante.
Aplicamos el método de la estratigrafía. Debajo del cuerpo con la cara de
cangrejo había un segundo cadáver, un hallazgo que me puso los pelos de
punta. Yacía en el fondo del hoyo de menos de un metro de profundidad,
boca abajo, con los brazos doblados debajo del vientre y en un ángulo de
veinte grados con respecto al cuerpo que tenía encima.

La profundidad tiene sus beneficios. Aunque los restos superiores habían


sido reducidos a huesos y tejido conectivo, los que estaban debajo
conservaban una cantidad considerable de carne y vísceras enfangadas.
Trabajé hasta que comenzó a anochecer. Examiné escrupulosamente cada
partícula del suelo, tomé muestras de tierra, insectos y flora, y trasladé los
cuerpos, o lo que quedaba de ellos, a grandes bolsas de plástico con
cierres herméticos. El detective de la oficina del
sheriff
grabó un vídeo y tomó numerosas fotografías durante todo el
procedimiento.

Sam, Baxter Colker y Harley Baker observaron mi trabajo desde una


distancia prudente; hacían comentarios ocasionales o avanzaban unos
pasos para echar un vistazo. El ayudante del
sheriff
inspeccionó los alrededores con un perro especialmente entrenado para
reaccionar ante el olor de la carne en descomposición.
Kim
buscaba alguna prueba física.

Todo fue en vano. Excepto por los dos cuerpos, no encontramos nada. Las
víctimas habían sido desnudadas y enterradas después de haber sido
despojadas de cualquier cosa que pudiese relacionarlas con las vidas que
habían tenido. Y a pesar de todos mis esfuerzos, ni la posición en que se
encontraban las víctimas ni nada que pudiese observar en el contorno de
la tumba o en su contenido indicaban si ambas habían sido enterradas de
forma simultánea o si el cadáver superior había sido enterrado en una
fecha posterior.
Eran casi las ocho cuando observamos que Baxter Colker cerraba con llave
la puerta trasera de la camioneta de transporte.

El
sheriff,
Sam y yo estábamos reunidos junto al camino asfaltado, encima del muelle
donde habíamos amarrado las embarcaciones.

Colker parecía una figura envarada con su corbata de lazo, su traje


perfectamente planchado y los pantalones ajustados por encima de la
cintura.
Aunque Sam me había advertido acerca de las peculiares características
de Colker, no estaba preparada para un atuendo de negocios en medio de
una exhumación. Me pregunté qué se pondría para ir a una fiesta.
- Bueno, ya está -dijo limpiándose las manos con un pañuelo de hilo.
Cientos de venas diminutas habían estallado en sus mejillas, y el rostro
tenía una coloración azulada. Se volvió hacia mí.
- Supongo que la veré mañana en el hospital. -Era más una afirmación que
una pregunta.
- Espere un momento. Pensaba que estos casos se remitían al patólogo
forense en Charleston.
- 163 - -Bueno, puedo enviar estos casos al investigador médico, señora,
pero sé perfectamente lo que me dirá ese caballero. -Colker me había
estado llamando señora todo el santo día.
- ¿Es Axel Hardaway? -Sí, señora. Y el doctor Hardaway me dirá que
necesito un antropólogo porque no sabe nada de huesos. Eso es
exactamente lo que me dirá. Y tengo entendido que el doctor Jaffer, el
antropólogo titular, no está disponible. Ahora bien, ¿en qué lugar deja eso
a estos pobres tíos? Hizo un gesto hacia la camioneta.
- No importa quién se haga cargo del análisis de los huesos, aun así es
necesaria una autopsia completa del segundo cadáver.
Algo se movió en el río, y la luz de la luna se desintegró en miles de
pequeños fragmentos. Se había levantado una brisa fresca y la lluvia podía
olerse en el aire.
Colker golpeó el costado de la camioneta y un brazo apareció en la
ventanilla;
saludó y el vehículo se alejó. Colker se quedó observándolo durante un
momento.
- Esos dos pasarán la noche en el Beaufort Memorial, ya que hoy es
domingo.

Mientras tanto, me pondré en contacto con el doctor Hardaway y veré


cuáles son sus preferencias. ¿Puedo preguntarle dónde se aloja, señora?
Mientras se lo decía, el
sheriff se
acercó a nosotros.

- Doctora Brennan, quiero volver a agradecerle lo que está haciendo.


Realmente, ha llevado a cabo un buen trabajo en la isla.

Baker era bastante más alto que los otros dos hombres, y Sam y Colker
juntos no igualaban su masa corporal. Debajo de la camisa del uniforme, el
tórax y los brazos del
sheriff
parecían haber sido forjados en hierro. El rostro era anguloso y tenía la piel
del color del café bien cargado. Harley Baker parecía un boxeador de peso
pesado y hablaba como un licenciado por Harvard.

- Gracias,
sheriff.
Tanto su detective como su ayudante fueron de gran utilidad.

Cuando nos estrechamos las manos, la mía parecía descolorida y muy


delgada dentro de la suya. Sospechaba que Baker era capaz de triturar
granito si se lo proponía.
- Gracias otra vez. La veré mañana con el detective Ryan. Y cuidaré de sus
bichos.
Ya habíamos hablado de la cuestión de los insectos con Baker, y yo le
había dado el nombre de un entomólogo. Además le había explicado con
todo detalle la forma de transportarlos y cómo guardar las muestras de
tierra y plantas. Entonces todo ese material estaba de camino hacia el
centro del gobierno del condado y al cuidado del detective de la oficina del
sheriff.

Baker estrechó la mano de Colker y le propinó a Sam un suave puñetazo


en el hombro.
- Sé que volveré a ver tu triste cara -le dijo a Sam al mismo tiempo que se
alejaba. Un minuto más tarde el coche-patrulla pasaba junto a nosotros de
camino a Beaufort.

Sam y yo regresamos en coche al Melanie Tess.


En el camino, nos detuvimos para comprar algunas cajas de comida. No
hablamos mucho. Yo podía oler la muerte impregnada en la ropa y el pelo,
y sólo quería ducharme, comer y caer en un coma de ocho horas. Sam
probablemente quería que saliera de su coche.

A las nueve cuarenta y cinco mi pelo estaba envuelto en una toalla y mi


cuerpo olía a crema hidratante. Estaba abriendo la caja de mi comida
cuando recibí una llamada de Ryan.
- ¿Dónde estás? -pregunté mientras bañaba las patatas fritas en ketchup.
- En un lugar encantador llamado Lord Carteret.
- ¿Qué tiene de malo ese lugar?
-No tiene campo de golf.
- Tenemos que reunirnos con el Sheriff mañana a las nueve.
Inhalé con fruición el olor a frito.
- A las cero novecientos, doctora Brennan. ¿Qué estás comiendo?
-Pizza de salami con patatas fritas.
- ¿A las diez de la noche?
-Ha sido un día muy largo.
- Mi día no ha sido un paseo por el parque precisamente. -Oí el chasquido
de una cerilla y luego una larga exhalación-. Tres vuelos, luego el viaje en
coche desde Savannah hasta Tara2 y después ni siquiera he podido
contactar con el paleto del
sheriff.

2
Nombre de la plantación donde vive Escarlata O'Hara en la película Lo que el viento se llevó. (N. del T.)
Ha estado fuera todo el día ocupándose de no sé qué maldito asunto y
nadie sabía dónde se encontraba o qué era lo que estaba haciendo. Todo
muy secreto; es seguro que la tía Bee y él trabajan como agentes
encubiertos para la CIA.
- El sheriff
Baker es un hombre de confianza.
Tragué una cucharada de ensalada de col.
- ¿Le conoce? -Pasé todo el día con él.
- Eso que está masticando suena diferente.
- Hush puppy.
- ¿Qué es un hush puppy?
- Si lo pagamos a medias, le conseguiré uno para mañana.
- ¿Qué es? -Harina de maíz frita.
- ¿Qué estuvo haciendo con Baker todo el día? Le hice un resumen de la
recuperación de los cuerpos.
- ¿Y Baker sospecha de los traficantes de drogas? -Sí, pero yo no estoy de
acuerdo.
- ¿Por qué no? -Ryan, estoy agotada, y Baker nos espera mañana
temprano. Se lo contaré entonces. ¿Podrá encontrar la marina de Lady's
Island? -Mi primera elección será Lady's Island.
Le di un par de direcciones y colgué el auricular. Luego acabé la cena y me
metí en la cama sin preocuparme por el pijama. Dormí desnuda y como un
tronco durante ocho horas. No soñé absolutamente nada que pudiese
recordar.

Capítulo 18

A las ocho de la mañana del lunes, el tráfico era muy denso en el puente
Woods Memorial. El cielo estaba cubierto de nubes, y el río, picado y de
color verde pizarra.
El parte meteorológico de la radio preveía precipitaciones poco
importantes y una máxima de veintidós grados. Ryan parecía
completamente fuera de lugar con sus pantalones de lana y la chaqueta
tejida, como si fuese una criatura del Ártico trasplantada a los trópicos. Ya
estaba transpirando mientras conducía entre la lenta caravana de coches.
Mientras atravesábamos Beaufort le expliqué cómo funcionaba la
jurisdicción en el condado. Le dije a Ryan que el Departamento de Policía
de Beaufort actúa estrictamente dentro de los límites de la ciudad y le
describí asimismo los otros tres municipios: Port Royal, Bluffton y Hilton
Head, cada uno con su propia policía.
- El resto del condado de Beaufort no está incorporado territorialmente, de
modo que es competencia del
sheriff
-le dije-. Su departamento también presta servicios a la isla de Hilton Head;
detectives, por ejemplo.
- Suena igual que Québec -dijo Ryan.
- Lo es; sólo hay que saber qué terreno se pisa en cada momento.
- Simonnet hizo sus llamadas a Saint Helena, de modo que es jurisdicción
de Baker.
- Sí.
- Me ha dicho que es un tío de confianza.
- Dejaré que se forme su propia opinión.
- Hábleme de esos tíos que desenterró en la isla.
Lo hice.
- ¡Caray!, Brennan, ¿cómo hace para meterse en estas cosas? -Es mi
trabajo, Ryan.
La pregunta me irritó. En los últimos tiempos, todo lo relacionado con Ryan
me irritaba.
- Pero estaba disfrutando de sus vacaciones.
Sí. Estaba en Murtry con mi hija, en efecto.
- Debe ser mi rica vida imaginaria -dije-. Invento cadáveres; luego pruebas,
y allí están. Eso da sentido a mi vida.
Apreté los dientes y observé las pequeñas gotas que comenzaban a mojar
el parabrisas. Si Ryan necesitaba conversación podía hablar consigo
mismo.
- Puede ser que necesite que alguien me guíe por estos lugares -dijo
cuando pasamos junto al campus de la Universidad de Carolina del Sur en
Beaufort.
- Carteret gira a la izquierda y se convierte en Boundary. Sólo tiene que
seguirla.
- 166 - Giramos hacia el oeste pasando las urbanizaciones de Pigeon Point
y, finalmente, atravesamos las paredes de ladrillo rojo que delimitan el
National Cemetery a ambos lados de la carretera. En Ribaut, indiqué un
giro a la izquierda.
Ryan asintió con la cabeza, accionó el intermitente y nos dirigimos hacia el
sur.

Pasamos por delante de un Maryland Fried Chicken, una estación de


bomberos y la iglesia baptista del Segundo Peregrino, que quedaban a
nuestra izquierda. A la derecha se extendía el centro de gobierno del
condado. Los edificios de estuco color vainilla albergaban las oficinas
administrativas, los tribunales, las oficinas de los procuradores, varias
agencias judiciales y la cárcel del condado. Los arcos y columnas falsos
procuraban un sabor típico de país bajo, aunque el complejo parecía una
enorme galería comercial médica estilo
art déco.

Al llegar a Ribaut y Duke, señalé una zona de aparcamiento cuyo suelo de


arena se extendía bajo la sombra de un grupo de robles perennes y
barbones. Ryan aparcó entre un coche-patrulla de la policía de Beaufort y
el remolque Haz Mat del condado. El
sheriff
Baker acababa de llegar y estaba buscando algo en la parte trasera del
coche-patrulla. Al reconocerme, me saludó, cerró el maletero y esperó a
que nos reuniésemos con él.

Hice las presentaciones de rigor, y los hombres se estrecharon las manos.


La lluvia se había reducido a una niebla fina.
- Lamento molestarle -dijo Ryan-. Estoy seguro de que ya está bastante
ocupado sin necesidad de que venga alguien de fuera a complicarle el
trabajo.
- No hay ningún problema -repuso Baker-. Espero que podamos ayudarle.

- Bonito alojamiento -dijo Ryan, haciendo un gesto con la cabeza hacia el


edificio donde se encontraba la oficina del
sheriff.

Cuando cruzábamos Duke, el


sheriff nos
explicó brevemente el complejo.

- A comienzos de los noventa, el condado decidió que quería que todas sus
agencias estuviesen bajo el mismo techo, de modo que construyó este
lugar a un coste aproximado de treinta millones de dólares. Tenemos
nuestras propias dependencias, al igual que las tiene la policía de la ciudad
de Beaufort, pero compartimos algunos servicios, como comunicaciones,
archivos y envíos.
Un par de ayudantes pasaron junto a nosotros en dirección al
aparcamiento.
Ambos saludaron a Baker, quien les hizo un breve gesto con la cabeza.
Luego abrió la puerta vidriera y entramos en el edificio.
Las oficinas del Departamento del Sheriff del Condado de Beaufort se
extienden a la derecha, tras pasar una gran vitrina de cristal con uniformes
y placas. Las dependencias de la policía de la ciudad se encuentran a la
izquierda, después de pasar una puerta con la leyenda «Sólo personal
autorizado». Junto a esa puerta, otra vitrina exhibe retratos de los hombres
más buscados por el FBI, fotografías de personas locales desaparecidas y
un póster del Centro de Niños Explotados y Desaparecidos. Un poco más
adelante un corredor lleva hasta un ascensor y al interior del edificio.

Cuando entramos en la oficina del


sheriff
una mujer estaba colgando un paraguas en el perchero. Aunque ya había
dejado atrás los cincuenta años, parecía haberse escapado de un vídeo de
Madonna. Tenía una cabellera negro azabache y - 167 - llevaba una faja de
encaje encima de un minivestido verde azulado que acompañaba de una
chaquetilla corta color violeta. Los zuecos con plataforma añadían unos
ocho centímetros a su estatura. Se dirigió al
sheriff.

- El señor Colker acaba de telefonear. Y ayer un detective llamó media


docena de veces por algo muy importante. Está sobre su mesa.
- Gracias, Ivy Lee. Éste es el detective Ryan. -Baker hizo un gesto hacia
nosotros-. Y la doctora Brennan. El departamento les brindará toda la
ayuda posible en un caso en el que ambos están trabajando.
Ivy Lee nos miró de arriba abajo.
- ¿Quiere café, señor? -Sí. Gracias.
- ¿Serán tres entonces? -Sí.
- ¿Crema? Ryan y yo asentimos.

Entramos en el despacho del


sheriff
y nos sentamos. Baker arrojó el sombrero sobre unos archivadores que
había detrás de su escritorio.

- Ivy Lee puede ser muy pintoresca -dijo con una sonrisa-. Pasó veinte años
con los
marines
y luego regresó a casa y se unió a nosotros. -Pensó un momento,
rascándose la barbilla-. De eso hace ya diecinueve años. Esa mujer dirige
este lugar con mucha eficacia. En este momento, está en plena fase de…
-buscó la frase más adecuada- experimentación con la moda.

Baker se reclinó en su sillón y entrelazó los dedos detrás de la cabeza. El


sillón de cuero resolló como una gaita.
- Muy bien, señor Ryan; dígame exactamente lo que necesita.
Ryan describió las muertes en St. Jovite y explicó el asunto de las llamadas
a Saint Helena. Acababa de resumir su conversación con la obstetra de la
clínica Beaufort-Jasper y con los padres de Heidi Schneider cuando Ivy Lee
llamó a la puerta. Entró, colocó una jarra delante de Baker, dejó otras dos
en una mesa baja entre Ryan y yo, y se marchó sin abrir la boca.
Bebí un trago y luego otro.
- ¿Lo ha hecho ella? -pregunté. Si no era el mejor café que había probado
en mi vida, estaba muy cerca del primero de la lista.
Baker asintió.
Bebí otra vez y traté de identificar los sabores. Escuché un teléfono que
sonaba en la oficina exterior y después la voz de Ivy Lee.
- ¿Qué lleva? -En lo que concierne al café que prepara Ivy Lee es una
política de «no preguntes, no hables». Le doy una asignación mensual, y
ella se encarga de comprar los ingredientes. Dice que, salvo su madre y su
hermana, nadie conoce la receta.
- ¿Se las puede sobornar? Baker se echó a reír, apoyó sus poderosos
brazos sobre el escritorio y descansó el peso del cuerpo en ambos. Los
hombros eran más anchos que una hormigonera.
- No querría ofender a Ivy Lee -dijo-, y mucho menos a su madre.
- 168 - -Buena política -convino Ryan-. No ofender a las madres.
Abrió una carpeta marrón, buscó entre los papeles y sacó una hoja.
- El número de teléfono al que llamaron desde St. Jovite nos lleva al cuatro-
tres-cinco de Adler Lyons Road.
- No hay duda de que eso está en Saint Helena -dijo Baker. Hizo girar el
sillón hacia los archivadores de metal, abrió uno de los cajones y sacó un
archivo. Dejó la carpeta sobre el escritorio y examinó el único documento
que contenía.
- Investigamos esa dirección y no encontramos ningún antecedente. Ni una
llamada en los últimos cinco años.
- ¿Es una casa particular? -preguntó Ryan.
- Es probable. Esa parte de la isla está ocupada principalmente por casas
pequeñas y caravanas. He vivido toda mi vida en esta zona y necesité un
mapa para encontrar Adler Lyons. Algunas de esas carreteras polvorientas
de la isla son poco más que caminos particulares. Puedo reconocerlos
cuando los veo, pero no siempre sé sus nombres, o siquiera si tienen
nombre.
- ¿Quién es el dueño de la propiedad? -No tengo esa información, pero lo
comprobaremos más tarde. Mientras tanto, por qué no nos dejamos caer
por ese lugar para hacerles una visita amistosa.
- Por mí perfecto -dijo Ryan, que colocó nuevamente el papel en la carpeta,
asegurándola con una banda elástica.
- Y también podemos darnos una vuelta por la clínica si cree que merece la
pena.
- No quiero molestarle con todo esto. Sé que está muy ocupado. -Ryan se
puso de pie-. Si prefiere indicarnos el camino, estoy seguro de que
llegaremos sin problemas.
- No, no. Se lo debo a la doctora Brennan por el trabajo que hizo ayer. Y
estoy seguro de que Baxter Colker aún no ha terminado con ella. Por
cierto, ¿les molestaría esperar un momento mientras compruebo unos
datos? Baker desapareció en una oficina contigua y regresó casi
inmediatamente con un papel en la mano.
- Como sospechaba, Colker ha vuelto a llamar. Ha enviado los cuerpos a
Charleston, pero quiere hablar con la doctora Brennan.
Me sonrió. Los pómulos y los arcos superciliares eran tan prominentes, y la
piel tan negra y brillante, que el rostro parecía de cerámica bajo la luz del
fluorescente.
Miré a Ryan. Se encogió de hombros y volvió a sentarse. Baker marcó un
número, preguntó por Colker y luego me pasó el auricular. Tenía un mal
presentimiento.
Colker dijo exactamente lo que yo había previsto. Axel Hardaway se
encargaría de hacer las autopsias de los cuerpos de Murtry, pero se
negaba a llevar a cabo ningún análisis esquelético de los cadáveres. Dan
Jaffer seguía ilocalizable.
Hardaway procesaría los restos en la Facultad de Medicina siguiendo
cualquier protocolo que yo especificara; luego Colker trasladaría los
cuerpos a mi laboratorio en Charlotte si yo hacía el examen.
Accedí a regañadientes y prometí hablar personalmente con Hardaway.
Colker - 169 - me dio el número y colgó.

-
Allons-y
-les dije a Baker y Ryan.
-
Allons-y
-repitió el
sheriff,
cogió el sombrero y se lo puso.

Salimos de Beaufort por la autopista 21 en dirección a Lady's Island,


cruzamos Cowan's Creek hacia Saint Helena y continuamos durante varios
kilómetros. Al llegar a Eddings Point Road, giramos a la izquierda y
viajamos a lo largo de kilómetros y kilómetros de casas destartaladas y
caravanas sostenidas sobre pilotes de cemento. Grandes trozos de plástico
duro se extendían sobre ventanas y porches hundidos bajo el peso de
poltronas carcomidas por las polillas y viejos aparatos eléctricos. En los
patios de tierra, se veían un abigarrado conjunto de piezas, chasis de
coches, cobertizos provisionales y tanques sépticos oxidados. Aquí y allá
un cartel escrito a mano ofrecía coles rizadas, judías o cabras.
Unos kilómetros después, el asfalto describía una cerrada curva a la
izquierda y continuaba por carreteras arenosas adelante y a la derecha.
Baker giró, y entramos en un túnel largo y sombreado. A ambos lados de la
carretera, se alzaban robles perennes. Sus cortezas mohosas y sus
enormes ramas describían un arco por encima de nosotros como la cúpula
de una catedral verde. A cada lado, discurría una estrecha corriente de
agua cubierta de algas.
Los neumáticos crujieron suavemente cuando pasamos junto a otras
caravanas y grupos de casas ruinosas; algunas tenían tiovivos de madera o
plástico, y otras, gallinas que rascaban la tierra con el pico. Excepto por los
modelos de los coches y camionetas destartalados que estaban aparcados
junto a las casas, toda la zona parecía haberse detenido en la década de
los treinta, y los cuarenta, y los cincuenta.
Medio kilómetro más adelante, Adler Lyons se nos unió desde la izquierda.
Baker giró y paró el coche-patrulla después de recorrer el camino, casi
hasta el final.
Al otro lado del camino, pude ver lápidas cubiertas de musgo y a la sombra
de robles y magnolias. En algunas partes, las cruces de madera brillaban
con un resplandor blanco entre las sombras.
A nuestra derecha, había un par de construcciones. La más grande era una
granja de dos plantas y de madera pintada de verde; la más pequeña, un
bungaló, antaño blanco, con la pintura entonces gris y descascarada.
Detrás de ambas casas, había caravanas y unos columpios.
Una larga pared separaba las viviendas de la carretera. Estaba construida
con bloques de hormigón dispuestos de forma horizontal y apilados, de
modo que los centros formaban hileras y estratos de pequeños túneles.
Cada orificio estaba lleno de enredaderas y otras plantas, y una glicina roja
serpenteaba por todo lo largo del improvisado muro. En la entrada del
camino particular un cartel de metal oxidado rezaba «Propiedad privada»
en letras anaranjadas y brillantes.
El camino continuaba menos de treinta metros desde la pared para acabar
en una zona elevada de hierba. Más allá de la maleza se extendía una área
cubierta de agua color peltre opaco.

- Ésa debería ser el cuatro-tres-cinco -dijo el


sheriff
Baker mientras aparcaba el - 170 - coche y señalaba la construcción más
grande-. Hace algunos años era un campamento de pesca. -Hizo una seña
con la cabeza en dirección al agua-.

Aquello es Eddings Point Creek. Desemboca en el canal a pocos kilómetros


de aquí.
Había olvidado que existía esta propiedad. Lleva abandonada un montón
de años.
No había duda de que ese lugar había conocido tiempos mejores. La
madera de la casa principal estaba muy deteriorada y cubierta de moho.
La decoración, blanca en otra época, estaba entonces descascarada y
exhibía una capa inferior de color azul pálido. Un porche cubierto con tela
de malla recorría todo el ancho de la primera planta, y las ventanas de
gablete se proyectaban desde la tercera, con los bordes superiores
imitando en miniatura el ángulo del techo.
Bajamos del coche, rodeamos la pared y echamos a andar camino arriba.
La niebla parecía flotar en el aire como una nube de humo. Podía oler la
inconfundible fragancia a hojas muertas y lodo y, en la distancia, la
insinuación de una hoguera.

El
sheriff
salvó unos peldaños que llevaban a la galería de la planta baja mientras
Ryan y yo esperábamos en la hierba. La puerta interior se encontraba
abierta, pero estaba demasiado oscuro para ver más allá de la alambrera.
Baker se apartó y golpeó el marco de la puerta. En lo alto, el canto de los
pájaros se confundía con el crujir de las hojas de las palmeras. Creí
escuchar el llanto de un bebé en el interior de la casa.
Baker volvió a llamar.
Un momento después oímos pasos, y luego un hombre joven apareció en
la puerta. Era pelirrojo y tenía pecas; llevaba puesto un mono de tela
vaquera con una camisa de tartán. Tuve la sensación de que estábamos a
punto de entrevistar a un personaje de «La casa de la pradera».
- ¿Sí? Habló a través del tejido metálico de la puerta sin dejar de
observarnos a los tres.
- ¿Cómo está? -preguntó Baker, saludándole con el sustituto sureño de
«hola».
- Muy bien.
- Soy Harley Baker. -Su uniforme dejaba claro que no se trataba de una
visita social-. ¿Podemos entrar? -¿Por qué? -Sólo queremos hacerle algunas
preguntas.
- ¿Preguntas? -¿Vive aquí? El joven asintió.
- ¿Podemos entrar? -repitió Baker.
- ¿No debería enseñarme una orden de registro o algo así? -No.
Escuché una voz, y el joven se volvió y dijo algo por encima del hombro.
Un momento después, apareció una mujer de mediana edad, con el rostro
ancho y el pelo rizado. Llevaba en brazos un bebé que se apoyaba en su
hombro mientras la mujer le daba palmadas y le frotaba la espalda
alternativamente. La carne de su - 171 - brazo se agitaba con cada
movimiento.
- Es un poli -dijo el muchacho, apartándose de la puerta.

- ¿Sí? Mientras Ryan y yo escuchábamos la conversación, Baker y la mujer


repitieron el mismo diálogo de película de serie B que el
sheriff
había mantenido con el joven.

- Aquí no hay nadie en este momento. Pueden volver otro día.


- Usted está aquí, señora -contestó Baker.
- Estamos muy ocupados con los niños.

- No tenemos intención de marcharnos, señora -dijo el


sheriff
del condado de Beaufort.

La mujer hizo una mueca, cambió el bebé de posición sobre su hombro y


abrió la puerta. Sus movimientos producían un sonido apagado en el suelo
mientras la seguíamos a través del porche hacia un pequeño salón.
En el interior de la casa, la luz era pobre y el aire olía a rancio, como la
leche que se deja en un vaso durante toda la noche fuera de la nevera.
Frente a nosotros, una escalera subía a la segunda planta; a derecha e
izquierda, unas arcadas daban paso a amplias habitaciones, llenas de sofás
y sillones.
La mujer nos condujo a la habitación de la izquierda y nos indicó un grupo
de sillones de junco. Cuando nos sentamos, le dijo algo en voz baja al
muchacho, y el pelirrojo desapareció escaleras arriba. Luego ella se reunió
con nosotros.
- ¿Sí? -preguntó con calma mientras paseaba la mirada de Baker a Ryan.

- Mi nombre es Harley Baker. -El


sheriff
dejó el sombrero sobre una mesilla baja y se inclinó hacia ella, con las
manos apoyadas en los muslos y los brazos doblados hacia fuera-. ¿Y usted
es? La mujer colocó un brazo sobre la espalda del bebé, acunó la pequeña
cabeza en su mano y alzó la otra, con la palma hacia Baker.

- No quiero parecer descortés,


sheriff,
pero tengo que saber qué es lo que quieren.

- ¿Vive usted aquí, señora? Dudó un momento y luego asintió con la


cabeza. Una cortina se agitó en una ventana detrás de mí y sentí una brisa
húmeda en el cuello.
- Sentimos curiosidad por algunas llamadas hechas a esta casa -continuó
diciendo Baker.
- ¿Llamadas telefónicas? -Sí, señora. El pasado otoño. ¿Estaban aquí en esa
época? -Aquí no hay teléfono.
- ¿No hay teléfono? -Bueno, sólo un teléfono de oficina; no es para uso
personal.
- Comprendo.
Baker esperó.
- Nosotros no recibimos llamadas telefónicas.
- ¿Nosotros? -Somos nueve en esta casa. Cuatro viven al lado. Y, por
supuesto, también están las caravanas. Pero no hablamos por teléfono. No
está permitido.
- 172 - En la planta de arriba, otro bebé se echó a llorar.
- ¿No está permitido? -Somos una comunidad. Estamos limpios y no
causamos problemas. No consumimos drogas; nada de eso. Seguimos
nuestras creencias y no nos metemos con nadie. No hay ninguna ley
contra eso, ¿verdad? -No, señora, no hay ninguna ley contra eso. ¿Cuántos
miembros tiene el grupo? La mujer pensó un momento.
- Aquí somos veintiséis.
- ¿Dónde están los demás? -Algunos se han marchado a sus trabajos. Son
los que están integrados. El resto se encuentra en una reunión matinal en
la casa de al lado. Jerry y yo estamos cuidando a los bebés.
- ¿Son un grupo religioso? -preguntó Ryan.
La mujer le miró y luego miró a Baker.
- ¿Quiénes son ellos? Alzó la barbilla en dirección a Ryan y a mí.

- Son detectives de homicidios. -El


sheriff
la miró fijamente, con el rostro tenso y sin sonreír-. ¿Qué clase de grupo
representan ustedes, señora? La mujer pasó la mano por la manta que
cubría al bebé. Escuché el ladrido de un perro en la distancia.

- No queremos problemas con la ley -dijo-. Le doy mi palabra.


- ¿Acaso esperan problemas? -preguntó Ryan.
La mujer le miró de una forma rara y después echó un vistazo a su reloj.
- Somos personas que queremos paz y salud. Ya no soportamos más las
drogas y el crimen, de modo que vivimos aquí, apartados de los demás. No
le hacemos mal a nadie. No tengo nada más que decir. Hablen con Dom.
No tardará en llegar.
- ¿Dom? -Él sabrá lo que tiene que decirles.
- Eso estaría bien. -Los ojos oscuros de Baker volvieron a empalarla-. No
quisiera obligar a nadie a hacer un largo viaje hasta la ciudad.
Justo en ese momento, se escucharon voces, y los ojos de la mujer se
desviaron de Baker para mirar a través de la ventana. Todos nos dimos la
vuelta en la misma dirección.
A través de la protección de malla metálica, observé actividad en la puerta
de la otra casa. En el porche, había cinco mujeres, dos de ellas con niños
pequeños en los brazos y una tercera que se inclinaba para dejar el suyo
en el suelo. El pequeño echó a andar a trompicones, y la mujer le siguió a
través del prado. Uno a uno aparecieron una docena de adultos, que
desaparecieron detrás de la casa. Unos segundos después, salió un
hombre y se dirigió hacia nosotros.
La mujer se excusó y se fue al vestíbulo. Luego oímos el ruido de la puerta
con alambrera y voces apagadas.
Vi que la mujer subía la escalera y, un momento después, el hombre que
había salido de la casa entraba en el salón. Calculé que tendría poco más
de cuarenta años.
- 173 - El pelo rubio se estaba llenando de canas, y el rostro y los brazos se
veían profundamente bronceados. Llevaba pantalones de color caqui, una
camisa amarilla y bambas sin calcetines. Parecía un miembro avejentado
de una hermandad universitaria.
- Lo siento -dijo-. No sabía que tuviésemos visita.
Ryan y Baker comenzaron a levantarse de sus asientos.
- Por favor, por favor. No es necesario que se levanten. -Se acercó a
nosotros con la mano tendida-. Soy Dom.
Todos le estrechamos la mano, y Dom ocupó uno de los sillones.
- ¿Les apetece algún zumo o una limonada? Declinamos el ofrecimiento.
- De modo que han estado hablando con Helen. Ella me ha dicho que
tienen algunas preguntas relacionadas con nuestro grupo.
Baker asintió una vez.
- Supongo que formamos eso que podría llamarse una comuna. -Se echó a
reír-. Pero no aquello que el término suele implicar habitualmente. Estamos
muy lejos de los hippies de la contracultura de los años sesenta. Somos
contrarios a las drogas y a la contaminación química del planeta, y
estamos comprometidos con la pureza, la creatividad y el
autoconocimiento. Vivimos y trabajamos juntos en armonía. Por ejemplo,
acabamos de celebrar nuestra reunión matinal. Allí discutimos el programa
de cada día y decidimos de forma colectiva lo que debe hacerse y quién
debe hacerlo: preparar la comida, tareas de limpieza, el manejo de la casa
sobre todo.
- Sonrió-. Los lunes la reunión suele durar más porque es el día reservado
para airear nuestras aflicciones -nuevamente apareció la sonrisa-, aunque
raramente tenemos aflicciones.
El hombre se apoyó en el respaldo del sillón y cruzó las manos sobre el
regazo.
- Helen dice que están interesados en unas llamadas telefónicas.

El
sheriff
se presentó.

- ¿Y usted es Dom…? -Sólo Dom. No usamos apellidos.


- Nosotros sí -dijo Baker con un tono de voz sin una sola nota de humor.
Se produjo una larga pausa.
- Owens -dijo el hombre-. Pero hace tiempo que está muerto. No he sido
Dominick Owens desde hace un montón de años.
- Gracias, señor Owens. -Baker apuntó algo en una pequeña libreta con
espiral-. El detective Ryan está investigando un homicidio en Quebec y
tiene razones para creer que la víctima conocía a alguien en esta
dirección.
- ¿Quebec? -Los ojos de Dom se abrieron como platos y revelaron
diminutas rayas blancas en la piel bronceada-. ¿Canadá? -Las llamadas
fueron hechas a este número desde una casa en St. Jovite -dijo Ryan-. Es
un pueblo en las montañas Lauréntides, al norte de Montreal.
Dom escuchaba a Ryan con una expresión de asombro en el rostro.
- ¿Le dice algo el nombre de Patrice Simonnet? Dom sacudió la cabeza.
- 174 - -¿Heidi Schneider? Negó nuevamente con la cabeza.
- Lo siento. -Dom sonrió y se encogió levemente de hombros-. Ya se lo he
dicho: no utilizamos apellidos. Además, a menudo, los miembros del grupo
se cambian los nombres de pila. Aquí cada uno es libre de elegir el nombre
que le plazca.
- ¿Cuál es el nombre de su grupo? -Nombres. Etiquetas. Títulos. La Iglesia
de Cristo. El Templo del Pueblo. El Camino Justo. Vaya egomanía.
Decidimos no usar ninguno.
- ¿Cuánto tiempo hace que su grupo vive aquí, señor Owens? -preguntó
Ryan.
- Por favor, llámeme Dom.
Ryan esperó.
- Casi ocho años.
- ¿Estaba usted aquí el verano y el otoño pasados? -Sí y no. Estuve
viajando bastante.
Ryan sacó una foto del bolsillo y la colocó encima de la mesa.
- Estamos tratando de averiguar todo lo que podamos sobre esta mujer.
Dom se inclinó hacia adelante y examinó la fotografía mientras alisaba los
bordes con los dedos. Eran largos y finos, y tenía vello dorado entre los
nudillos.
- ¿Es la mujer que asesinaron? -Sí.
- ¿Quién es el chico? -Brian Gilbert.
Dom estudió ambos rostros durante varios minutos. Cuando alzó la vista,
no fui capaz de descifrar su expresión.
- Me gustaría poder ayudarlos, de verdad. Tal vez podría preguntar durante
la sesión experimental que celebraremos esta tarde. En esas reuniones
estimulamos la autoexploración y el movimiento hacia la conciencia
interior. Creo que será un marco adecuado.
El rostro de Ryan era una piedra mientras sostenía la mirada de Dom.
- Señor Owens, en realidad, mi ánimo no es muy pastoral que digamos, y
no estoy especialmente interesado en lo que usted considere momentos
apropiados.
Aquí están capítulo y versículo. Sé positivamente que se realizaron varias
llamadas a este número desde la casa donde Heidi Schneider fue
asesinada. Sé que la víctima estaba en Beaufort el verano pasado. Y voy a
encontrar la conexión.
- Sí, por supuesto. Es realmente terrible. Este tipo de violencia es lo que
nos obliga a vivir como lo hacemos.
Cerró los ojos como si buscara una guía celestial. Luego los abrió y nos
miró fijamente.
- Permítanme explicarles una cosa. Cultivamos nuestros propios vegetales,
criamos gallinas para tener huevos frescos, pescamos y recolectamos
moluscos.
Algunos miembros del grupo trabajan en la ciudad y contribuyen con sus
salarios.
Tenemos un cuerpo de creencias que nos obliga a rechazar la sociedad,
pero no le - 175 - deseamos mal a nadie. Llevamos una existencia sencilla
y tranquila.
Inspiró profundamente.
- Aunque tenemos un núcleo integrado por miembros de larga data, hay
muchos que llegan y luego se marchan. Nuestro estilo de vida no se
adapta a todo el mundo. Es posible que esa muchacha nos visitara, tal vez
durante una de mis ausencias. Tienen mi palabra. Hablaré con los otros
-dijo Dom.
- Sí -dijo Ryan-. Yo también.
- Por supuesto. Y por favor no dejen de avisarme si hubiese cualquier otra
cosa que yo pueda hacer por ustedes.
En ese momento, una mujer joven irrumpió a través de la puerta con
alambrera;
llevaba un niño apoyado en la cadera. Reía y jugaba con el pequeño. El
bebé también reía y le pegaba con sus dedos regordetes.
Las manos pequeñas y pálidas de Malachy cruzaron por mi memoria.
Al vernos, la muchacha se encogió ligeramente e hizo una mueca con la
boca.
- ¡Oh! Lo siento. -Se echó a reír-. No sabía que hubiese gente aquí.
El pequeño le dio un golpe en la cabeza, y ella le rascó el estómago con un
dedo. El niño lanzó un chillido y agitó ambas piernas.
- Puedes pasar, Kathryn -dijo Dom-. Creo que ya hemos terminado.

Miró inquisitivamente a Baker y Ryan. El


sheriff
cogió su sombrero, y todos nos levantamos.

El niño se volvió hacia la voz de Dom, le vio y comenzó a agitarse. Cuando


Kathryn lo dejó en el suelo, el pequeño extendió los brazos y se lanzó a
trompicones hacia Dom, quien se agachó para alzarlo. Los brazos del niño
parecían de un blanco lechoso alrededor del cuello de Dom, quemado por
el sol.
Kathryn se acercó a nosotros.
- ¿Qué edad tiene tu hijo? -le pregunté.
- Catorce meses. ¿Verdad, Carlie? Extendió un dedo, y Carlie se aferró a él.
Luego tendió ambos brazos hacia ella.
Dom devolvió el pequeño a su madre.
- Discúlpennos -dijo Kathryn-, pero Carlie necesita que le cambien los
pañales.
- ¿Puedo hacerle una pregunta antes de que se marche? -Ryan volvió a
sacar la fotografía-. ¿Conoce a alguna de estas personas? Kathryn estudió
la foto, sosteniéndola lejos del alcance de Carlie. Observé el rostro de
Dom. Su expresión nunca cambiaba.
Kathryn sacudió la cabeza y le devolvió la foto a Ryan.
- No, lo siento. -Alzó una mano y arrugó la nariz-. Debo irme.
- La mujer estaba embarazada -dijo Ryan.
- Lo lamento -repuso Kathryn.
- Es un hermoso niño -dije.
- Gracias.
Kathryn sonrió y desapareció en la parte trasera de la casa.
Dom miró su reloj.
- Estaremos en contacto -dijo Baker.
- 176 - -Sí. Bien. Y buena suerte.
Una vez que regresamos al coche, nos quedamos sentados un momento
estudiando la propiedad. Bajé el cristal de la ventanilla, y la niebla entró en
el vehículo y se asentó en mi cara.
El recuerdo de Malachy me había deprimido, y el tiempo húmedo y gris
reflejaba perfectamente mi estado de ánimo.
Examiné la carretera en ambas direcciones y luego volví a echar una
mirada a las casas. Había gente trabajando en un jardín detrás del
bungaló. Pequeños envases de semillas fijados en estacas identificaban el
contenido de cada zona de cultivo.
Aparte de eso, no había ningún otro signo de vida.
- ¿Qué piensa? -pregunté a nadie en particular.
- Si hace ocho años que están aquí, no hay duda de que han mantenido un
perfil muy bajo -dijo Baker-. Nunca había oído hablar de ellos.
Vimos que Helen abandonaba la casa verde y se dirigía a una de las
caravanas.
- Pero están a punto de ser descubiertos -añadió, poniendo el coche en
marcha.
Durante varios kilómetros, ninguno de los tres abrió la boca. Estábamos
cruzando el puente de acceso a Beaufort cuando Ryan rompió el silencio.
- Tiene que haber alguna clase de conexión. No puede tratarse de una
coincidencia.
- A veces, las coincidencias existen -dijo Baker.
- Sí.
- Hay una cosa que me preocupa -dije.
- ¿Qué es? -Heidi dejó de acudir a la clínica cuando estaba en su sexto mes
de embarazo.
Sus padres dijeron que llegó a Texas a finales de agosto. ¿Correcto?
-Correcto.
- Pero las llamadas telefónicas a este número continuaron hasta diciembre.
- Sí -dijo Ryan-. Ése es un problema.

- 177 -
Capítulo 19

Cuando llegamos a la clínica Beaufort-Jasper la niebla se había convertido


ya en una fina lluvia. El agua oscurecía los troncos de los árboles y cubría
de una capa brillante el asfalto de la carretera. Cuando bajé el cristal de la
ventanilla, el aire olía a tierra y hierba húmedas.
Buscamos a la médica que había hablado por teléfono con Ryan, y éste le
enseñó la fotografía de Heidi y Brian. La ginecóloga creyó reconocer a
Heidi como la paciente que había tratado el último verano, pero no estaba
del todo segura. El embarazo era normal. Le había recetado las
prescripciones habituales en esos casos.
Pero, aparte de eso, no podía decirnos nada más. A Brian no lo había visto
nunca.

Al mediodía el
sheriff
Baker nos dejó para atender un asunto en Lady's Island.

Quedamos en encontrarnos en su oficina a las seis y para entonces


esperaba tener más información sobre la propiedad de Adler Lyons.
Ryan y yo nos detuvimos a comer una barbacoa en Sgt. White's Diner y
luego dedicamos la tarde a mostrar la foto de Heidi por la ciudad y a
preguntar por la comuna establecida en Adler Lyons Road.
A las cuatro de la tarde ya sabíamos dos cosas: nadie había oído hablar de
Dom Owens y de sus seguidores, y nadie recordaba a Heidi Schneider o a
Brian Gilbert.
Nos quedamos sentados en el coche alquilado de Ryan, observando la
actividad en Bay Street. A mi derecha los clientes entraban y salían del
Palmetto Federal Banking Center. Eché una mirada hacia las tiendas que
acabábamos de recorrer enseñando la foto de la desgraciada pareja: The
Cat's Meow, Stones and Bones, In High Cotton. Sí, definitivamente Beaufort
había abrazado el mundo del turismo.
Había dejado de llover, pero el cielo aún estaba oscuro y cubierto de
nubes. Me sentía cansada y desalentada, y ya no estaba tan segura de que
existiese una conexión St. Jovite-Beaufort. En el exterior de los almacenes
Lipsitz, un hombre con el pelo grasiento y la cara como masa de pan
agitaba una Biblia y gritaba algo acerca de Jesús. Marzo era temporada
baja para la salvación callejera, de modo que tenía toda la tribuna para él
solo.
Sam ya me había hablado acerca de su guerra particular con los
predicadores callejeros. Durante veinte años no habían dejado de llegar a
Beaufort; descendían sobre la ciudad como los peregrinos a La Meca. En
1993, el alcalde había hecho arrestar al reverendo Isaac Abernathy por
acosar a las mujeres que llevaban pantalones cortos, llamándolas rameras
y bramando sobre la condena eterna. Se presentaron demandas contra el
alcalde y la ciudad, y la ACLU salió en defensa de los evangelistas
argumentando los derechos amparados por la Primera Enmienda. El caso
estaba pendiente de revisión en el Tribunal de Apelaciones del Cuarto
Circuito en Richmond y los predicadores seguían llenando las calles de la
ciudad.
- 178 - El hombre continuaba desbarrando acerca de Satanás y sobre los
ateos y los judíos, y yo sentí que se me erizaban los pelos de la nuca.
Nunca me han gustado aquellos que se erigen en portavoces y parientes
más cercanos de Dios, y me produce escalofríos la gente que interpreta el
Evangelio para llevar adelante un programa político.
- ¿Qué piensa de la civilización del sur? -le pregunté a Ryan sin dejar de
observar al predicador.
- Parece una buena idea.
- Bueno, bueno; robando material a Gandhi -dije volviéndome hacia él con
una expresión de sorpresa en el rostro. Era una de mis citas preferidas de
Gandhi.
- Algunos detectives de homicidios saben leer.
Percibí cierta irritación en su voz.
«Culpable, Brennan. Aparentemente el reverendo no es la única persona
que cultiva estereotipos culturales.» Vi que una mujer mayor describía un
amplio círculo para evitar al predicador y me pregunté qué clase de
salvación les prometía Dom Owens a sus seguidores. Eché un vistazo al
reloj.
- Ya casi es la hora de cenar -dije.
- Podría ser un buen momento para sorprender a esa gente comiendo
hamburguesas de tofu.
- Aún faltan noventa minutos para que nos reunamos con Baker.
- ¿Está preparada para una visita sorpresa, capitán? -Es mejor que
quedarse sentados aquí.
Ryan estaba a punto de poner el coche en marcha cuando su mano se
detuvo en seco. Seguí la dirección de su mirada y vi que Kathryn se
acercaba caminando por la acera con Carlie a la espalda. La acompañaba
una mujer mayor, con trenzas largas y negras. La brisa húmeda que
soplaba del mar llevaba sus faldas hacia atrás, moldeando las caderas y
las piernas con la tela. Se detuvieron un momento y la compañera de
Kathryn habló con el predicador antes de continuar andando en nuestra
dirección.
Ryan y yo nos miramos, salimos del coche y nos acercamos a las mujeres.
Al vernos, dejaron de hablar, y Kathryn me sonrió.
- ¿Cómo van las cosas? -me preguntó, apartándose de la cara un mechón
de rizos.
- No muy bien -dije.
- ¿No han tenido suerte con esa chica desaparecida? -Nadie la recuerda. Y
es algo que resulta muy extraño, ya que pasó al menos tres meses
viviendo en esta ciudad.
Esperé alguna reacción, pero su expresión no cambió.
- ¿Dónde ha preguntado? Carlie se agitó, y Kathryn se pasó una mano por
encima del hombro para acomodar a su pasajero.
- Tiendas, colmados, farmacias, gasolineras, restaurantes, la biblioteca;
incluso en Boombears.
- 179 - -Sí, una idea genial. Si estaba embarazada es probable que en
alguna ocasión entrara en una tienda de juguetes.
Carlie gimoteó, alzó ambos brazos y se arqueó hacia atrás, presionando
con los pies la espalda de su madre.
- ¿Adivine quién se ha despertado? -dijo Kathryn, extendiendo la mano
para calmar a su hijo-. ¿Y nadie pudo reconocerla por la fotografía? -Nadie.
Las quejas de Carlie se hicieron más estridentes, y la mujer mayor lo sacó
del portabebés.
- ¡Oh!, lo siento. Ésta es El. -Kathryn señaló a la mujer que la acompañaba.
Ryan y yo nos presentamos. El asintió con la cabeza, pero no dijo nada
mientras intentaba calmar a Carlie.
- ¿Podemos invitarlas a una coca-cola o a un café? -dijo Ryan.
- No. Esa basura estropea el potencial genético. -Kathryn frunció la nariz y
luego sonrió-. Pero me gustaría beber un zumo, y a Carlie también. -Puso
los ojos en blanco y cogió la mano de su hijo-. Puede ser un engorro
cuando no está contento. Dom no pasará a recogernos hasta dentro de
cuarenta minutos, ¿verdad, El? -Deberíamos esperar a Dom.
La mujer habló tan suavemente que apenas si pude entender lo que había
dicho.
- ¡Oh!, El, ya sabes que Dom siempre se retrasa. Pidamos unos zumos y
sentémonos en la terraza. No quiero hacer el viaje de vuelta a casa con
Carlie llorando todo el tiempo.
El abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hablar, Carlie se
retorció y lanzó un chillido.
- Zumo -dijo Kathryn, cogiendo al bebé y apoyándolo en su cadera-. En
Blackstone tienen una gran variedad. He visto la carta en el escaparate.
Entramos en el bar y yo pedí una coca-cola light. Los demás se decidieron
por los zumos, y llevamos nuestras respectivas bebidas a un banco en el
exterior del bar.
Kathryn sacó una pequeña manta de la mochila, la extendió a sus pies e
instaló a Carlie allí. Después sacó una botella de agua y una pequeña jarra
amarilla. La jarra tenía el fondo redondeado y una tapa de quita y pon, con
un pico vertedor para beber. Kathryn la llenó de zumo hasta la mitad,
añadió agua y se la dio a Carlie. El pequeño cogió el recipiente con ambas
manos y comenzó a chupar del pico. Al observarlo, volvieron los recuerdos
y de nuevo me invadió la sensación que había experimentado en la isla.
Me sentía desconectada del mundo: los cuerpos encontrados en Murtry;
recuerdos de cuando Katy era pequeña; Ryan en Beaufort, con su arma y
su placa, y su habla de Nova Scotia. El mundo parecía un lugar extraño a
mi alrededor, como si el espacio donde me movía hubiese sido
transportado desde otro lugar o tiempo, y sin embargo estaba presente y
era dolorosamente real.
- Háblame de tu grupo -le dije obligando a mis pensamientos a regresar a
la realidad.
- 180 - El me miró, pero no dijo nada.
- ¿Qué es lo que quiere saber? -me preguntó Kathryn.
- ¿Cuáles son vuestras creencias? -Conocer nuestros cuerpos y mentes, y
mantener limpia nuestra energía cósmica y molecular.
- ¿Y qué es lo que hacéis? -¿Hacer? -La pregunta pareció cogerla por
sorpresa-. Cultivamos nuestros propios alimentos y no comemos nada que
esté contaminado. -Se encogió ligeramente de hombros. Mientras la
escuchaba pensé en Harry: purificación a través de la dieta-. Estudiamos,
trabajamos, cantamos y practicamos juegos. A veces, tenemos
conferencias. Dom es increíblemente inteligente. Es por completo…
El le dio unos golpecitos en el brazo y señaló la jarra de Carlie. Kathryn la
cogió, limpió el pico vertedor con la falda y se la devolvió a su hijo. El
pequeño cogió la jarra y golpeó con ella el pie de su madre.
- ¿Cuánto tiempo hace que vives con el grupo? -Nueve años.
- ¿Qué edad tienes? No podía disfrazar el asombro en mi voz.
- Diecisiete. Mis padres se unieron al grupo cuando tenía ocho años.
- ¿Y antes de eso? Kathryn se inclinó hacia adelante y orientó la jarra hacia
la boca de Carlie.
- Recuerdo que lloraba mucho, pasaba mucho tiempo sola y siempre
estaba enferma. Mis padres se peleaban todo el tiempo.
- ¿Y? -Cuando se unieron al grupo sufrimos una transformación gracias a la
purificación.
- ¿Eres feliz? -El objetivo de la vida no es la felicidad.
El habló por primera vez. Su voz era profunda y suave; tenía un leve
acento que no pude reconocer.
- ¿Y cuál es entonces? -Paz y salud en armonía.
- ¿Y eso no se puede conseguir sin apartarse de la sociedad? -Nosotros
pensamos que no. -Su rostro estaba bronceado y lleno de arrugas;
tenía los ojos color caoba-. En la sociedad hay muchas cosas que nos
distraen:
drogas, televisión, posesiones, codicia interpersonal. Nuestras propias
creencias son un obstáculo.
- El expresa las cosas mucho mejor que yo -dijo Kathryn.
- Pero ¿por qué la comuna? -preguntó Ryan-. ¿Por qué no dejar de ser un
grupo aislado y unirse a una orden? Kathryn le hizo un gesto a El para que
ella se encargara de contestar.
- El universo es un todo orgánico compuesto de muchos elementos
interdependientes. Cada parte es inseparable de las otras y afecta
recíprocamente al resto. Aunque vivimos apartados, nuestro grupo es un
microcosmos de esa realidad.
- 181 - -¿Le molestaría explicarme eso? -dijo Ryan.
- Al vivir apartados del mundo, rechazamos los mataderos, las plantas
químicas, las refinerías de petróleo, las latas de cerveza, las pilas de
neumáticos usados y las aguas no depuradas. Al vivir juntos como un
grupo nos apoyamos mutuamente, nos alimentamos tanto en el plano
físico como en el espiritual -Todos para uno.
El esbozó una sonrisa.
- Todos los viejos mitos deben ser eliminados para que el verdadero
conocimiento sea posible.

-¿
Todos ellos? -Sí.

- ¿Incluso el suyo? Ryan hizo un gesto con la cabeza, señalando al


predicador.
- Todos.
Yo reconduje la conversación al punto de partida.
- Kathryn, si necesitaras información sobre alguna persona, ¿dónde
preguntarías? -Mire -me dijo-, no encontrará a esa mujer. -Volvió a coger la
jarra de Carlie-. En este momento, probablemente, se encuentra en la
Riviera, untando a sus bebés con protector solar.
Me quedé mirándola. No lo sabía. Dom no se lo había explicado. Kathryn se
había perdido las presentaciones y no tenía la más remota idea de por qué
estábamos haciendo preguntas sobre Heidi y Brian. Respiré
profundamente.
- Heidi Schneider está muerta, Kathryn. Y Brian Gilbert también.
Me miró como si yo estuviera loca de remate.
- ¿Muerta? Ella no puede estar muerta.
- ¡Kathryn! La voz de El restalló como un látigo.
Kathryn la ignoró.
- Quiero decir, es tan joven. Y está embarazada, o lo estaba.
Su voz era lastimera, como la de una criatura.
- Fueron asesinados hace menos de tres semanas.
- ¿No han venido para llevarla a su casa? -Su mirada se paseó entre Ryan y
yo. Sus iris verdes estaban moteados de diminutas pecas amarillas-. ¿No
son sus padres? -No.
- ¿Están muertos? -Sí.
- ¿Los bebés? Asentí.
Kathryn se llevó una mano a la boca y luego al regazo, como una mariposa
que no sabe muy bien dónde posarse. Carlie tiró de su falda, y la mano
bajó para acariciarle la cabeza.
- ¿Cómo es posible que alguien haya hecho algo así? Quiero decir, no los -
182 - conocía, pero ¿cómo pudo alguien matar a toda una familia? ¿Matar
a unos bebés? -Todos morimos -dijo El, pasando un brazo sobre los
hombros de la muchacha-. La muerte es simplemente una transición en el
proceso de crecimiento.
- ¿Una transición hacia qué? -preguntó Ryan.
Pero no hubo respuesta. En ese momento, una camioneta blanca se acercó
al bordillo que había delante de People's Bank, en el otro extremo de Bay
Street. El apretó los hombros de Kathryn y señaló el vehículo con la
cabeza. Luego cogió a Carlie, se levantó y extendió la mano. Kathryn la
cogió y se levantó a su vez.
- Les deseo la mejor de las suertes -dijo El, y las dos mujeres se alejaron
hacia la camioneta.
Las observé durante un momento y tomé el resto de mi bebida. Mientras
buscaba un contenedor donde dejar la lata vacía, algo que había debajo
del banco me llamó la atención. La tapa de la jarra de Carlie.
Busqué una tarjeta en mi bolso, escribí un número y recogí la tapa de
plástico.
Ryan tenía una expresión divertida cuando eché a correr.
Kathryn subía ya a la camioneta.
- ¡Kathryn! -grité desde mitad de la calle.
Ella alzó la vista, y yo agité la tapa de plástico en el aire. Detrás de ella, el
reloj del banco marcaba las cinco y cuarto.
Kathryn dijo algo hacia el interior del vehículo y luego se dirigió hacia mí.
Cuando extendió la mano, le entregué la tapa con mi tarjeta sujeta entre
los bordes.
Sus ojos se clavaron en los míos.
- Llámame si necesitas hablar.
Se volvió sin decir palabra, regresó a la camioneta y subió a la parte
trasera.
Cuando desaparecieron calle arriba por Bay Street, vi la cabeza rubia de
Dom detrás del volante.

Ryan y yo enseñamos la fotografía de los Gilbert en otra farmacia y en


varios restaurantes de comida rápida, y luego nos dirigimos en coche a la
oficina del
sheriff
Baker. Ivy Lee nos confió que la situación doméstica del
sheriff se
había complicado.

Un trabajador de recolección de residuos en paro se había atrincherado en


su casa, reteniendo a su esposa y a su hija de tres años, y amenazaba con
disparar a todo el mundo. Baker no se reuniría con nosotros esa tarde.
- ¿Y ahora qué? -le pregunté a Ryan. Estábamos en el aparcamiento de
Duke Street.
- No creo que Heidi se dedicara a las actividades nocturnas, de modo que
no conseguiríamos nada mostrando su fotografía en los bares y clubes.
- No.
- Creo que podemos dejarlo por hoy. La llevaré de regreso a su barco de
«Vacaciones en el mar».

- Es el
Melanie Tess.

- ¿Tess?
¿No es algo que comen ustedes con tortas de maíz y verduras? -Jamón
cocido con boniatos.

- 183 - -¿Quiere que la lleve? -Sí.


Viajamos en silencio la mayor parte del camino. Ryan me había resultado
un fastidio todo el día y no veía la hora de librarme de él. Estábamos
cruzando el puente cuando decidió romper el silencio.
- Dudo de que acudiera a salones de belleza o cabinas de bronceado.
- Eso es asombroso. Ahora comprendo por qué se hizo detective.
- Tal vez deberíamos concentrarnos en Brian. Quizá estuvo trabajando
algún tiempo por esta zona.
- Ya lo ha investigado. No hay ningún dato sobre impuestos, ¿verdad?
-Nada.
- Tal vez le pagaban en metálico.
- Eso reduce las posibilidades.
Giramos al llegar a Ollie's.
- ¿Y ahora qué hacemos? -pregunté.

- No creo que me guste ese


hush puppy.

- Me refería a la investigación. Me temo que esta noche cenará solo. Yo


pienso regresar al barco, ducharme y preparar un delicioso plato de
macarrones instantáneos, en ese orden.
- ¡Caray!, Brennan, esa comida tiene más conservantes que el cadáver de
Lenin.
- He leído la etiqueta.
- También podría darse un atracón de residuos industriales. Estropeará
su… - imitó a Kathryn-, su potencial genético.
Un pensamiento medio olvidado comenzó a filtrarse en mi mente, amorfo,
como la tenue neblina del amanecer. Intenté recuperarlo, pero cuanto más
lo intentaba más se desvanecía.
- …será mejor que Owens conserve sus calzoncillos puestos. Estaré tan
cerca de su culo como las moscas de un pastel de fresas.
- ¿Qué clase de credo piensa que predica Owens? -Suena a una especie de
combinación de apocalipsis ecológico y autosuperación a través del
consumo de cereales.
Cuando frenó el coche junto al muelle, el cielo estaba empezando a
escampar sobre la marisma. Una colección de franjas amarillas iluminaba
el cielo.
- Kathryn sabe algo -dije.
- Como todos.
- Ryan, ¿sabe que a veces puede llegar a ser un verdadero pelmazo?
-Gracias por darse cuenta. ¿Qué le hace pensar que esa chica oculta
información? -Dijo bebés.
- ¿Y? -Bebés.
Casi podía ver la idea que se formaba en su cabeza.
- Hija de puta -dijo.
- Nunca le dijimos que Heidi estaba embarazada de gemelos.
- 184 - Cuarenta minutos más tarde, escuché un golpe en la entrada de
babor. Yo tenía puesta la camiseta de los Hornets que Katy había dejado,
no llevaba bragas y una toalla envolvía mi cabeza en forma de turbante.
Miré a través de las tablillas de la persiana de madera.
Ryan estaba en el muelle con dos cajas de seis latas cada una y una pizza
del tamaño de una tapa de alcantarilla. Se había quitado la chaqueta y la
corbata y llevaba las mangas enrolladas debajo de los codos.
«Mierda.» Me aparté de la ventana. Podía apagar la luz y negarme a abrir
la puerta. Podía ignorarle. Podía decirle que se marchara.
Volví a atisbar a través de la ventana y me encontré mirando directamente
a los ojos de Ryan.
- Sé que está ahí, Brennan. Soy detective, ¿recuerda? Agitó una de las
cajas delante de mí.
- Coca-cola sin calorías.
«Maldita sea.» Ryan no me caía mal; de hecho, su compañía me resultaba
más agradable que la de la mayoría de la gente, más de lo que me atrevía
a admitir. Me gustaba su compromiso con todo lo que hacía y la compasión
que mostraba hacia las víctimas y sus familias. Me gustaban su
inteligencia y su ingenio. Y me gustaba la historia de Ryan, el estudiante
universitario descarriado, casi degollado por un camello y luego convertido
en defensor de la ley: un chico duro convertido en un poli duro. Había una
especie de simetría poética.
Y definitivamente me gustaba su aspecto. Sin embargo, mi sensatez me
decía que no tuviese nada que ver con ese hombre.
¡Oh!, qué diablos. Era mejor que el queso sintético y la pasta congelada.
Fui al camarote, me quité la toalla de la cabeza y me pasé el cepillo por el
pelo.
Levanté la persiana y deslicé la escotilla para que entrara. Me dio las latas
y la pizza, y luego se volvió y bajó de espaldas.
- Tengo mi propia coca-cola -dije mientras cerraba la escotilla.
- Nunca se tiene suficiente coca-cola.
Señalé la cocina, y Ryan dejó la pizza sobre la mesa. Cogió una lata de
cerveza para él y una coca-cola sin calorías para mí, y metió el resto de las
latas en la nevera.
Yo saqué platos, servilletas y un gran cuchillo en tanto Ryan abría la caja
de la pizza.
- ¿Cree que eso es más nutritivo que los macarrones? -Es una pizza
especial de verduras.
- ¿Qué es eso? Señalé con desconfianza un trozo marrón.
- Un adorno lateral de beicon. Quería todos los grupos alimenticios.
- Llevemos todo esto al salón.
Dispusimos la comida en la mesilla baja y nos sentamos en el sofá. El olor
a la marisma y la madera húmeda flotaba en el ambiente y se mezclaba
con el aroma a - 185 - salsa de tomate y perejil. Comimos y hablamos de
los asesinatos, y sopesamos la posibilidad de que las víctimas de St. Jovite
tuviesen alguna relación con Dom Owens.
Finalmente, la conversación derivó hacia temas más personales. Yo
describí el Beaufort de mi infancia y compartí con Ryan algunos recuerdos
de mis veranos en la playa. Hablé de Katy y sobre mi alejamiento de Pete.
Ryan explicó historias de sus primeros años en Nova Scotia y me reveló
sus sentimientos con respecto a una reciente ruptura sentimental.
La conversación fluía de forma natural y me encontré descubriendo más
cosas de mí misma de las que nunca hubiera imaginado. Durante las
pausas, escuchábamos los sonidos del agua y el susurro de la hierba en la
marisma. Me olvidé de la violencia y la muerte, e hice algo que no había
hecho en mucho tiempo.
Me relajé.
- No puedo creer que esté hablando tanto -dije mientras comenzaba a
recoger los platos y las servilletas.
Ryan se encargó de las latas vacías.
- Echaré una mano.
Nuestros brazos se rozaron y sentí una ola de calor que recorría mi piel. Sin
decir una palabra, recogimos todo y lo llevamos a la cocina.
Cuando regresamos al sofá Ryan se quedó de pie un momento delante de
mí;
luego se sentó muy cerca, colocó sus manos sobre mis hombros y apartó
mi cuerpo del suyo. Cuando estaba a punto de protestar, comenzó a
masajear los músculos de la base de la nuca, los hombros y los brazos
hasta la altura de los codos. Sus manos se deslizaron por mi espalda,
después volvieron a subir. Los pulgares se movían en círculos opuestos a
lo largo de los bordes de los omóplatos. Cuando llegó al nacimiento del
pelo sus dedos repitieron los movimientos circulares en las depresiones
debajo del cráneo.
Mis ojos se cerraron.
- Mmmmmm.
- Está muy tensa.
La situación era demasiado buena para arruinarla con palabras.
Las manos de Ryan descendieron hasta la región lumbar, y los pulgares
masajearon los músculos paralelos a la columna vertebral, presionando en
línea ascendente centímetro a centímetro. Mi respiración se hizo más lenta
y sentí que me derretía.
Entonces recordé a Harry, y que no llevaba bragas.
Me volví para decirle que ya estaba bien, y nuestros ojos se encontraron.
Ryan dudó un instante. Luego cogió mi rostro entre sus manos y apretó
sus labios contra los míos. Deslizó los dedos por mi barbilla y el pelo.
Después sus brazos me rodearon los hombros y me estrechó contra su
cuerpo. Empecé a apartarle de mí, pero abandoné el intento y mis manos
se apoyaron sin fuerza contra su pecho. Sentía su cuerpo delgado y tenso,
y los músculos moldeados sobre sus huesos.
Noté el calor de su cuerpo y el aroma de su piel, y mis pezones se
endurecieron bajo la fina blusa de algodón. Abandonándome sobre su
pecho, cerré los ojos y le - 186 - besé. Me abrazó con fuerza y nos besamos
durante varios minutos. Cuando pasé ambos brazos alrededor de su cuello,
Ryan deslizó su mano debajo de la blusa y sus dedos bailaron sobre mi
piel. Sus caricias eran ligeras como el roce de una telaraña y sentía
descargas eléctricas que recorrían mi espalda y llegaban hasta el cuero
cabelludo. Mi cuerpo formó un arco contra su pecho y le besé con fuerza,
abriendo y cerrando la boca al compás de su respiración.
Él dejó caer la mano y deslizó los dedos por mi cintura y el estómago,
rodeando mis pechos con la misma caricia sutil y exasperante. Sentía que
mis pezones se estremecían, y una ola de fuego salía por todos los poros
del cuerpo. Metió la lengua en mi boca, y mis labios se cerraron alrededor
de ella. Su mano cubrió mi pecho izquierdo y luego lo acarició suavemente
arriba y abajo. Después me pellizcó el pezón entre el índice y el pulgar,
apretando y relajando el pequeño botón de carne mientras seguía el ritmo
de nuestras bocas.
Mis dedos recorrieron la suave elevación de su columna vertebral y su
mano volvió a descender hacia la curva de mi cintura. Me acarició el
vientre, los alrededores del ombligo y luego enganchó los dedos por dentro
de la cintura de los pantalones cortos. Sentí un relámpago eléctrico en la
parte inferior del torso.
Finalmente, nuestros labios se separaron, y Ryan me besó las mejillas y
jugueteó con su lengua dentro de mi oreja. Luego me recostó sobre los
cojines y se tendió a mi lado; sus ojos, de un azul inclasificable, se
hundieron en los míos. Colocándose de lado, me cogió de las caderas y me
atrajo hacia él. Pude percibir perfectamente su dureza y volvimos a
besarnos.
Después de un rato, se apartó ligeramente, dobló la rodilla y apretó el
muslo entre mis piernas. Sentí un estallido en la ingle y, por un momento,
me faltó el aire.
Ryan deslizó nuevamente los dedos debajo de mi camiseta para
acariciarme los pechos; describía movimientos circulares con la palma y
me torturaba el pezón con la yema del pulgar. Mi cuerpo se arqueó sin que
yo pudiera evitarlo y lancé un profundo gemido mientras el mundo se
fundía a mi alrededor. Perdí toda noción del tiempo.
Momentos u horas más tarde su mano descendió nuevamente a mi
entrepierna y sentí que tiraba de la cremallera. Enterré la nariz en su
cuello y supe con certeza lo que iba a suceder. A pesar de Harry, no diría
que no.
Entonces, sonó el teléfono.
Las manos de Ryan me cubrieron los oídos y me besó con fuerza en los
labios.
Yo respondí a su pasión, cogiendo un mechón de pelo de la nuca y
maldiciendo a la compañía telefónica. Ignoramos el estridente aparato
durante cuatro timbrazos.
Cuando el contestador se puso en marcha, la voz era muy suave y
resultaba difícil oír lo que decía, como si la persona estuviese hablando
desde el otro extremo de un túnel. Ambos nos lanzamos hacia el auricular,
pero ya era demasiado tarde.
Kathryn había colgado.

- 187 -
Capítulo 20

Después de la llamada de Kathryn, ya no fue posible recuperar la


atmósfera que habíamos vivido hasta hacía pocos minutos. Aunque Ryan
estaba dispuesto a intentarlo, el pensamiento racional había regresado al
barco, y yo no estaba de humor. No sólo había perdido la oportunidad de
hablar con Kathryn sino que sabía que tendría que vivir con la nueva
sensación de la destreza sexual del Detective Polla. Si bien el orgasmo
había quedado frustrado, y sin duda hubiese sido bienvenido, sospechaba
que el precio ya era demasiado alto.
Le dije a Ryan que se marchara y me metí en la cama. Prescindí de la
limpieza de dientes y de mi rutina nocturna. La última imagen que me
visitó antes de que el sueño me venciera correspondía a séptimo grado: la
hermana Luke hablando acerca del precio del pecado. Suponía que mi
travesura con Ryan elevaría ese precio muy por encima del mínimo
exigido.

Desperté con la luz del sol y el chillido de las gaviotas, y tuve un inmediato
flashback
de mi actuación en el sofá la noche anterior. Me encogí debajo de las
sábanas, cubriéndome la cara con ambas manos. Me sentía como una
adolescente que había rendido sus defensas en el asiento trasero de un
Pontiac. «Brennan, ¿en qué estabas pensando?» Pero ésa no era la
cuestión. El problema residía en con qué había estado pensando. Edna St.
Vincent Millay había escrito un poema sobre eso. ¿Cómo se llamaba? «He
nacido mujer y angustiada».

Sam llamó a las ocho para decirme que el caso Murtry estaba en un
callejón sin salida. Nadie había visto nada inusual. En las últimas semanas,
nadie había visto ninguna embarcación extraña que se acercara o se
alejara de la isla. Quería saber si había tenido noticias de Hardaway.
Le dije que no. Sam me comunicó que se marchaba un par de días a
Raleigh y quería asegurarse de que yo me haría cargo de todo.
¡Oh, sí! Me explicó cómo cerrar el barco y dónde debía dejar la llave, y nos
despedimos.
Estaba tirando los restos de pizza en el cubo de la basura cuando oí que
alguien golpeaba en la entrada de babor. Sabía quién era y decidí
ignorarle. Los golpes continuaron, incesantes como la campaña de
recolección de fondos para el Ejército de Salvación y, al cabo de unos
minutos, ya no pude soportarlo. Levanté la persiana y vi a Ryan
exactamente en el mismo lugar que la noche anterior.
- Buenos días. -Traía una bolsa de donuts.
- ¿Estás ampliando tus actividades al reparto de comida? -Si se atrevía a
hacer una sola insinuación era capaz de cortarle el cuello.
Bajó la escalerilla con una sonrisa en los labios y ofreció sus presentes
altos en calorías y bajos en valor alimenticio.
- 188 - -Irán bien con el café.
Fui a la cocina, serví dos tazas de café recién hecho y añadí un poco de
leche al mío.
- Es un día hermoso -dijo. Buscó la caja de leche.
- Mmm.
Cogí un donut cubierto de chocolate y me apoyé en el fregadero. No tenía
ninguna intención de volver a sentarme en el sofá.
- Ya he hablado con Baker -dijo.
Esperé.
- Se reunirá con nosotros a las tres.
- A las tres estaré en la carretera.
Elegí otro donut.
- Creo que deberíamos hacer otra visita social -dijo Ryan.
- Sí.
- Tal vez podríamos sorprender a Kathryn a solas.
- Ésa parece ser tu especialidad.
- ¿Piensas seguir así todo el día? -Probablemente cante cuando esté en la
carretera.
- Yo no vine aquí con la intención de seducirte.
Ese comentario me molestó aún más.
- ¿Quieres decir que no estoy en la misma liga que mi hermana? -¿Qué?
Bebimos el café en silencio. Luego volví a llenar mi taza y coloqué
deliberadamente la jarra en su sitio. Ryan observó mi movimiento.
Después se acercó al señor Café y se sirvió una segunda taza.
- ¿Crees que Kathryn tiene realmente algo que decirnos? -preguntó.
- Probablemente llamó para invitarme a pastel de atún.
- ¿Y ahora quién se está comportando como una pelmaza? -Gracias por
darte cuenta.
Lavé mi taza y la coloqué boca abajo, junto al fregadero.
- Mira, si estás avergonzada por lo que sucedió anoche…
- ¿Debería estarlo? -Por supuesto que no.
- Es un alivio.
- Brennan, no voy a propasarme en la sala de autopsias ni a meterte mano
durante una misión de vigilancia. Nuestra relación personal no afectará en
modo alguno nuestra conducta profesional.
- Hay pocas posibilidades. Hoy llevo ropa interior.
- Entiendo.
Ryan sonrió.
Fui a popa a recoger mis cosas.
Media hora más tarde habíamos aparcado delante de la granja. Dom
Owens - 189 - estaba sentado en el porche y hablaba con un grupo de
gente. A través del tejido de malla que rodeaba el porche, resultaba
imposible reconocer otra cosa que no fuera el sexo de los presentes. Los
cuatro eran hombres.
Detrás del bungaló blanco, había varias personas trabajando en el jardín, y
dos mujeres empujaban a unos niños en los columpios junto a las
caravanas, mientras otras lavaban ropa. En el camino de entrada, había
aparcada una camioneta azul, pero no había rastros de la camioneta
blanca.
Observé detenidamente a las mujeres que columpiaban a los niños.
Kathryn no estaba, aunque uno de los pequeños se parecía a Carlie. Una
mujer vestida con una falda floreada empujaba al niño atrás y adelante en
suaves arcos metronómicos.
Ryan y yo nos acercamos a la puerta y golpeamos. Los hombres dejaron
de hablar y se volvieron hacia nosotros.
- ¿Puedo ayudarlos? -dijo una voz aguda.
Owens alzó una mano.
- Está bien, Jason.
Se levantó, cruzó el porche y abrió la puerta con alambrera.
- Lo siento, pero creo que no me dijeron sus nombres.
- Soy el detective Ryan. Ella es la doctora Brennan.
Owens sonrió y salió a la galería. Saludé con la cabeza y le estreché la
mano.
Los hombres del porche estaban en silencio.
- ¿Qué puedo hacer hoy por ustedes? -Aún estamos tratando de
determinar dónde estuvieron Heidi Schneider y Brian Gilbert el verano
pasado. Usted pensaba preguntarle al grupo durante la hora familiar.
La voz de Ryan era fría y seca.
Owens volvió a sonreír.
- Sesión experimental. Sí, discutimos el caso. Lamentablemente, nadie
sabía nada de ninguno de los dos. Lo siento mucho. Me hubiese gustado
ayudarlos.
- Nos gustaría hablar con su gente, si es eso posible.
- Lo siento, pero no puedo permitirlo.
- ¿Y por qué? -Nuestros miembros viven en este lugar porque buscan paz y
refugio. Muchos de ellos no quieren tener nada que ver con la obscenidad
y la violencia de la sociedad moderna. Usted, detective Ryan, representa el
mundo que hemos rechazado. No puedo violar su santuario pidiéndoles
que hablen con usted.
- Algunos de sus miembros trabajan en la ciudad.
Owens alzó la cabeza y miró al cielo clamando paciencia. Luego miró a
Ryan y volvió a sonreír.
- Una de las habilidades que fomentamos es el encapsulamiento. No todos
están igualmente dotados, pero algunos de nuestros miembros aprenden a
funcionar en el mundo profano y, sin embargo, permanecen encerrados,
inmunes a la polución física y moral. -Nuevamente la sonrisa paciente-.
Aunque rechazamos el carácter profano de nuestra cultura, señor Ryan, no
somos tontos. Sabemos que el hombre no vive sólo de su espíritu. También
necesitamos pan.
- 190 - Mientras Owens hablaba, observé al grupo de mujeres que
trabajaba en el jardín. Kathryn no estaba entre ellas.
- ¿Todo el mundo es libre de entrar y salir? -pregunté volviéndome hacia
Owens.
- Por supuesto. -Se echó a reír-. ¿Cómo podría detenerlos? -¿Qué pasa si
alguien decide irse para siempre? -Se marchan y no pasa nada.
Se encogió de hombros y extendió las manos.
Por un momento, ninguno de los tres habló. El chirrido de las cadenas de
los columpios llegaba desde el patio trasero.
- Pensé que su joven pareja podría haber permanecido con nosotros
durante un tiempo, tal vez durante una de mis ausencias -dijo Owens-.
Aunque no es muy común, ha pasado alguna vez. Pero me temo que no es
el caso. Nadie aquí recuerda haberlos visto.
En ese momento, el pelirrojo de «La casa de la pradera» apareció desde
detrás de la casa más pequeña. Al vernos, se detuvo. Luego dio media
vuelta y regresó rápidamente en la dirección por la que había llegado.
- Aun así me gustaría hablar con algunos miembros del grupo -dijo Ryan-.
Tal vez sepan alguna cosa y consideren que no es importante. Eso sucede
muchas veces.
- Señor Ryan, no dejaré que acosen a mi gente. Ya les he preguntado por
esa joven pareja, y nadie sabe nada de ellos. ¿Qué más puedo decirle?
Mucho me temo que no puedo permitir que altere nuestra rutina.
Ryan levantó la cabeza y chasqueó la lengua.
- Pues mucho me temo que tendrá que hacerlo, Dom.
- ¿Y eso por qué? -Porque no pienso marcharme. Tengo un amigo llamado
Baker. Le recuerda, ¿verdad? Y él a su vez tiene amigos que le dan unas
cosas llamadas órdenes de registro y citaciones.
Owens y Ryan se miraron fijamente sin hablar. Escuché que los hombres
del porche se levantaban de sus asientos y que un perro ladraba en la
distancia. Luego Owens sonrió y se aclaró la garganta.
- Jason, por favor, dile a todos que acudan a los salones. -Hablaba con voz
grave y tranquila.
Owens se hizo a un lado, y un hombre alto, vestido con un chándal rojo,
pasó junto a él y se dirigió a la otra casa. Era blando y obeso, y se parecía
ligeramente a Julia Child. Vi que se detenía un momento para acariciar un
gato y después continuó su camino hacia el jardín.
- Por favor, pasen -dijo Owens, abriendo la puerta con alambrera.
Le seguimos a la misma habitación en la que habíamos estado el día
anterior y nos sentamos en el mismo sillón de junco. La casa estaba
silenciosa.
- Si me perdonan, volveré en seguida. ¿Les gustaría beber algo? Le
contestamos que no y abandonó la habitación. Encima de nuestras
cabezas un ventilador de techo zumbaba suavemente.
- 191 - De pronto escuché voces y risas, y el chirrido de la puerta del
porche al abrirse.
Cuando el rebaño de Owens entró en la habitación, los estudié uno por
uno. Ryan hizo lo mismo.
En pocos minutos, la sala estuvo llena y sólo pude llegar a una conclusión:
el grupo tenía una apariencia totalmente común. Podría haberse tratado de
un grupo de estudio baptista durante la celebración de su merienda
campestre anual. Todos reían y hacían bromas, y ninguno parecía sentirse
oprimido.
Había bebés, adultos y al menos un septuagenario, pero ningún
adolescente y tampoco niños. Hice un cálculo rápido: siete hombres, trece
mujeres, tres bebés.
Helen había dicho que en la comuna vivían veintiséis personas.
Reconocí al pelirrojo y a la propia Helen. Jason se apoyaba contra una
pared. El se encontraba junto al arco de entrada a la habitación y llevaba a
Carlie apoyado en la cadera. Me miraba fijamente. Le sonreí, recordando
nuestro encuentro de la tarde anterior en Beaufort. La expresión de su
rostro permaneció inmutable.
Estudié las otras caras. Kathryn no estaba entre los allí presentes.
Owens regresó y todo el mundo se calló. Nos presentó y explicó al grupo el
motivo de nuestra visita a la granja. Los adultos escucharon atentamente y
luego se volvieron hacia nosotros. Ryan le dio la fotografía donde
aparecían Heidi y Brian al tío de mediana edad que estaba a su izquierda;
después resumió el caso, evitando los detalles innecesarios. El hombre
miró la foto y la pasó a un compañero. A medida que la foto circulaba yo
estudiaba cada rostro, buscando pequeños cambios de expresión que
pudieran indicar que conocían a la pareja. Sólo percibí perplejidad y
empatia.
Cuando Ryan terminó de hablar, Owens se dirigió nuevamente a sus
seguidores para pedirles información sobre la pareja o las llamadas
telefónicas.
Nadie habló.
- El señor Ryan y la doctora Brennan han pedido permiso para
entrevistaros de forma individual. -Owens los miró uno a uno-. Por favor,
quiero que os sintáis libres de hablar con ellos. Si tenéis algún
pensamiento, por favor, compartidlo con honestidad y compasión.
Nosotros no provocamos esta tragedia, pero somos parte del todo cósmico
y deberíamos hacer todo aquello que esté a nuestro alcance para poner en
orden esta alteración. Hacedlo en nombre de la armonía.
Todos los ojos estaban fijos en él y sentí una extraña intensidad en la
habitación.
- Aquellos de vosotros que no podáis hablar no deberíais sentir culpa ni
vergüenza. -Dio un par de palmadas-. Ahora. ¡Trabajad y disfrutad!
¡Afirmación holística a través de la responsabilidad colectiva! «Yo paso»,
pensé.
Cuando todos se hubieron marchado, Ryan le agradeció lo que había
hecho.
- Esto no es Waco, señor Ryan. No tenemos nada que ocultar.
- Esperábamos tener la ocasión de hablar con la joven que conocimos ayer
- dije.
Owens me miró un momento.
- ¿Una joven? -Sí. Entró con un bebé en los brazos. Carlie, creo que se
llama.
- 192 - Me miró durante tanto tiempo que pensé que tal vez no lo
recordaba. Entonces, Owens sonrió.
- Debe tratarse de Kathryn. Hoy tenía una cita.
- ¿Una cita? -¿Por qué está tan interesada en Kathryn? -Parece tener la
misma edad que Heidi. Pensé que podrían haberse conocido.
Algo me decía que no debía hablar de nuestro encuentro en Beaufort.
- Kathryn no estaba aquí el verano pasado. Se había marchado de visita
con sus padres.
- Comprendo. ¿Cuándo volverá? -No estoy seguro.
La puerta del porche se abrió, y un hombre alto apareció en la entrada de
la habitación. Era delgado como un espantapájaros y tenía una línea
blanca que le atravesaba la ceja y las pestañas del ojo derecho, lo que le
otorgaba un extraño aspecto asimétrico. Me acordaba de él. Durante la
reunión había permanecido cerca del pasillo, jugando con uno de los
bebés.
Owens levantó un dedo y el espantapájaros asintió y señaló hacia la parte
posterior de la casa. Llevaba un voluminoso anillo que parecía fuera de
lugar en su dedo largo y huesudo.
- Lo siento pero debo atender unos asuntos -dijo-. Pueden hablar con quien
prefieran, pero por favor respeten nuestro deseo de armonía.
Nos acompañó hasta la puerta y extendió la mano. No podía decirse que
Owens no fuese un gran estrechador de manos. Dijo que le alegraba que
nos hubiésemos personado en la granja y nos deseó suerte. Luego se
marchó.
Ryan y yo pasamos el resto de la mañana hablando con los fieles. Se
mostraron agradables, cooperativos y totalmente armoniosos. Y no sabían
nada, ni siquiera cuál era esa cita que tenía Kathryn aquel día.
A las once y media, no sabíamos nada que no supiéramos cuando llegamos
a la granja.
- Vamos a darle las gracias al reverendo -dijo Ryan, sacando un juego de
llaves del bolsillo. Colgaban de un gran disco de plástico y no eran las del
coche de alquiler.
- ¿Por qué diablos vamos a darle las gracias? -pregunté. Tenía hambre y
calor, y no veía la hora de largarme de aquel lugar.
- Buenos modales.
Puse los ojos en blanco, pero Ryan ya estaba cruzando el prado. Le
observé mientras golpeaba la puerta del porche y hablaba con el tío de la
ceja desteñida. Un momento después, apareció Owens. Ryan dijo algo y
extendió la mano; como si fuesen marionetas, los tres hombres se
agacharon y se levantaron rápidamente. Ryan habló de nuevo, se volvió y
regresó al coche.
Después del almuerzo, probamos suerte en unas cuantas farmacias y
luego regresamos a las oficinas del gobierno local. Le mostré a Ryan las
oficinas del archivo - 193 - y después cruzamos los terrenos que nos
separaban del edificio de la policía. Un hombre negro vestido con una
chaqueta de uniforme de presidiario y la cabeza protegida con un
sombrero de fieltro estaba cortando el césped con un pequeño tractor; sus
rodillas huesudas se proyectaban como las patas de un saltamontes.
- ¿Cómo están? -dijo llevándose un dedo al ala del sombrero.
- Bien.
Respiré el aroma a hierba recién cortada y deseé que fuese verdad.
Cuando entramos en su oficina, Baker hablaba por teléfono. Nos hizo un
gesto para que nos sentásemos, habló brevemente y colgó el aparato.
- Y bien, ¿cómo les ha ido? -preguntó.
- Nadie sabe nada -dijo Ryan.
- ¿Cómo podemos ayudarlos? Ryan se levantó el costado de la chaqueta,
sacó una bolsa de plástico del bolsillo y la dejó sobre la mesa de Baker. En
su interior, estaba el disco de plástico rojo.
- Puede examinar esto en busca de huellas.
Baker le miró.
- Lo dejé caer accidentalmente. Owens fue lo bastante amable como para
agacharse a levantarlo.
Baker dudó un momento; luego sonrió y sacudió la cabeza.
- Sabe muy bien que probablemente no se pueda utilizar como prueba.
- Lo sé, pero podría decirnos quién es este sujeto.
Baker apartó la bolsa.
- ¿Qué más? -¿Qué me dice de pincharle el teléfono? -Imposible. No
tenemos pruebas suficientes.
- ¿Una orden de registro? -¿Causa probable? -¿Las llamadas telefónicas?
-No es suficiente.
- Lo imaginaba.
Ryan suspiró y estiró las piernas.
- Entonces, tomaré el camino difícil. Comenzaré por las escrituras y los
impuestos para averiguar quién es el propietario del club de campo de
Adler Lyons.

Comprobaré los servicios públicos y quién paga las facturas. Hablaré con
los chicos que reparten el correo; veré si alguno recibe
Hustler
o pedidos de J. Crew. Investigaré a Owens a través del número de la
Seguridad Social, una ex esposa, o cosas por el estilo. Supongo que debe
tener permiso de conducción, de modo que esos datos deberían de
llevarme a alguna parte. Si el reverendo ha hecho algo ilegal en su vida, le
cogeré. Tal vez vigile un tiempo ese lugar, ya sabe, para ver qué coches
entran y salen de la granja, y comprobar las matrículas. Espero que no le
moleste si me quedó por aquí unos días.

- Señor Ryan, es usted bienvenido a Beaufort todo el tiempo que necesite.


Asignaré un detective para que le ayude. Doctora Brennan, ¿cuáles son sus
planes? -Me marcho de Beaufort pronto. Debo preparar unas clases y
examinar los - 194 - casos de Murtry para el señor Colker.
- A Baxter le encantará saberlo. Llamó para decir que al doctor Hardaway
le gustaría hablar con usted lo antes posible. De hecho, nos ha llamado
tres veces hoy.
¿Quiere usar mi teléfono para hablar con él? Nadie puede decir que no sé
interpretar una indirecta.
- Por favor.
Baker le pidió a Ivy Lee que llamase a Hardaway. Un momento después,
sonó el teléfono y levanté el auricular.
El patólogo ya había terminado de hacer todo lo que creía posible. Estaba
en condiciones de determinar el género del cadáver del fondo de la tumba,
y la raza, que probablemente era blanca. Creía que la víctima había
muerto a causa de heridas cortantes, pero el cuerpo estaba demasiado
descompuesto para concluir la naturaleza exacta de las mismas.
La tumba era poco profunda, y los insectos habían llegado fácilmente al
segundo cadáver, tal vez utilizando el cuerpo superior como conducto. Las
heridas abiertas también habían estimulado la colonización. El cráneo y el
tórax contenían las colonias de gusanos más extensas que había visto
nunca. El rostro no era reconocible y no podía calcular la edad. Pensaba
que tal vez podría utilizar algunas huellas.
Detrás de mí, Ryan y Baker hablaban de Dom Owens.
Hardaway continuó con su exposición. El cuerpo superior estaba reducido
a huesos en su mayor parte, si bien se conservaban algunos tejidos
conectivos. No era mucho lo que podía hacer con ese material y me pidió
que me encargara de llevar a cabo un análisis completo.
Le dije que me enviase el cráneo, los huesos de la cadera, las clavículas y
los extremos torácicos de las costillas tercera, cuarta y quinta del cuerpo
encontrado en el fondo de la tumba. Necesitaría todo el esqueleto del
cadáver superior. También le pedí una serie de placas de rayos X de
ambas víctimas, una copia de su informe y un juego completo de las
fotografías tomadas durante la autopsia.
Por último, le expliqué cómo prefería que fuesen tratados los huesos.
Hardaway estaba familiarizado con esa rutina y dijo que ambos grupos de
restos y toda la documentación llegarían a mi laboratorio de Charlotte el
viernes.
Colgué el auricular y miré el reloj. Si quería acabar con todo el trabajo
antes de mi viaje a Oakland para la conferencia, tenía que empezar a
moverme de prisa.
Ryan y yo nos dirigimos al aparcamiento, donde yo había dejado mi coche
por la mañana. El sol calentaba bastante, y la sombra era muy agradable.
Abrí la puerta y apoyé el brazo sobre el borde superior.
- Vayamos a cenar -dijo Ryan.

- Desde luego. Después me pondré un sujetador de esos que usan las


bailarinas exóticas y tomaremos fotos para el
New York Times.

- Brennan, durante dos días me has tratado como si fuese un chicle


pegado en la acera. En realidad, ahora que lo pienso, hace ya un par de
semanas que estás mosqueada por algo. De acuerdo, puedo soportarlo.
- 195 - Me cogió la barbilla con ambas manos y me miró profundamente a
los ojos.
- Pero quiero que sepas algo: lo que sucedió anoche no fue sólo un acto
químico. Me importas y disfruté de tu compañía. No lamento lo que
sucedió en el barco, y no puedo decir que no volveré a intentarlo.
Recuérdalo, tal vez yo sea el viento, pero eres tú quien controla la cometa.
Conduce con cuidado.
Luego apartó sus manos de mi cara y se alejó hacia su coche. Abrió la
puerta del lado del conductor, arrojó la chaqueta en el asiento del
acompañante y se volvió hacia mí.
- Por cierto, nunca me dijiste por qué dudas de que las víctimas de Murtry
fueran traficantes de drogas.
Por un momento, sólo pude mirarle. Quería quedarme, pero también
quería estar a continentes de distancia de él. Luego mi mente volvió a la
realidad.
- ¿Qué? -Los cadáveres que aparecieron en la isla. ¿Por qué cuestionas la
teoría de los traficantes de drogas? -Porque las dos víctimas son chicas.

- 196 -
Capítulo 21

Durante el viaje, escuché algunas cintas, pero las noticias del lago
Wobegon no consiguieron mantener mi atención. Tenía un millón de
preguntas y muy pocas respuestas. ¿Habría regresado Anna Goyette a su
casa? ¿Quiénes eran esas mujeres enterradas en la isla Murtry? ¿Qué me
dirían sus huesos? ¿Quién había matado a Heidi y sus gemelos? ¿Existía
alguna conexión entre St. Jovite y la comuna de Saint Helena? ¿Quién era
Dom Owens? ¿Dónde había ido Kathryn? ¿Dónde diablos se había metido
Harry? Mi mente giraba alrededor de todas las cosas que tenía que hacer y
que quería hacer. No había leído una sola palabra acerca de Élisabeth
Nicolet desde que me había marchado de Montreal.
A las ocho treinta, estaba de regreso en Charlotte. Durante mi ausencia,
los terrenos de Sharon Hall se habían puesto sus primeras prendas de
primavera.
Habían florecido las azaleas y los cerezos silvestres, y unos cuantos
perales de Bradford y manzanos silvestres conservaban flores en sus
ramas. El aire olía a agujas de pino y briznas de corteza joven. Una vez
dentro del Anexo, mi llegada fue una reproducción exacta de la semana
anterior. El reloj hacía oír su monótono tictac. La luz del contestador
titilaba de forma intermitente. La nevera estaba vacía.

Los cuencos de
Birdie
se encontraban en su lugar habitual, debajo de la ventana.

Era extraño que Pete no los hubiese vaciado. Aunque desordenado con
todo lo demás, mi ex esposo era un verdadero maniático en lo que se
refería a los alimentos, incluidos los del gato. Inspeccioné rápidamente la
casa para comprobar si el gato estaba debajo de un sillón o escondido
dentro de un armario.
Birdie
no estaba a la vista.

Llamé a Pete, pero, al igual que la semana anterior, no se encontraba en


casa.
Tampoco localicé a Harry en mi apartamento de Montreal. Pensando que
tal vez habría regresado a su casa, marqué su número de Texas. Nadie
contestó.

Después de deshacer el equipaje, me preparé un bocadillo de atún y me lo


comí acompañado de patatas fritas y pepinos con eneldo mientras miraba
en la tele el final de un partido de los Hornets de Charlotte. A las diez
apagué el televisor y traté de comunicarme nuevamente con Pete. Seguía
ausente. Pensé en la posibilidad de ir hasta su casa para recoger a
Birdie,
pero luego decidí que lo dejaría para la mañana siguiente.

Me duché y después me instalé en la cama con las fotocopias de los diarios


de Bélanger. Por un momento, me escapé hacia el mundo de Montreal del
siglo anterior.
El intervalo no había mejorado el estilo de Louis-Philippe y, media hora
más tarde, se me cerraban los párpados. Apagué la luz de la lámpara y me
estiré en la cama.
Esperaba que un buen descanso pusiera orden en mi mente.
- 197 - Dos horas más tarde estaba sentada en la cama. El corazón saltaba
entre mis costillas, y el cerebro luchaba por encontrar la razón. Aferré la
manta contra el pecho;
casi no podía respirar. Hice un gran esfuerzo para identificar la amenaza
que había puesto todo mi organismo en alerta máxima.
Silencio. La única luz de la habitación procedía del reloj que había en la
mesilla de noche.

Luego, el ruido de un cristal al romperse me puso de punta los pelos de la


nuca y los brazos. La adrenalina subió como la espuma. Tuve un
flashback
de otra entrada violenta en mi casa; unos ojos de reptil y la hoja de un
cuchillo brillando a la luz de la luna. Un único pensamiento se abrió paso
en mi cabeza.

«¡Otra vez no!» ¡Crash! ¡Pam! «Sí, otra vez.» ¡El ruido no procedía del
exterior! ¡Venía del piso de abajo! ¡Se había producido dentro de mi casa!
Mi mente recorrió a toda velocidad las diferentes opciones: cerrar con llave
la puerta del dormitorio, largarme a toda pastilla, llamar a la policía.
Entonces, olí el humo.
«¡Mierda!» Aparté las sábanas y empecé a recorrer la habitación; excavé
debajo de la capa de terror en busca de algún elemento de pensamiento
racional. Una arma; necesitaba una arma. ¿Qué? ¿Qué podía usar? ¿Por
qué me había negado a tener una arma en casa? Fui a trompicones hasta
el tocador y busqué una caracola grande que había recogido en los Outer
Banks. No era suficiente para matar a alguien, pero la punta penetraría en
la carne y provocaría daños importantes. Con el extremo afilado apuntado
hacia delante, metí los dedos en el interior del caparazón del molusco y
apreté el pulgar contra la superficie exterior.
Casi sin aliento, me acerqué lentamente hacia la puerta, tocando con la
mano libre los objetos familiares como un ciego que lee en braille: tocador,
marco de la puerta, pasillo.
Permanecí inmóvil en lo alto de la escalera, mirando hacia la oscuridad del
piso inferior. La sangre golpeaba mis oídos mientras aferraba la caracola y
trataba de oír algo, cualquier cosa. Pero toda la casa estaba en silencio. Si
abajo había alguien, yo debía quedarme arriba. Tal vez debía telefonear. Si
abajo había fuego, era imprescindible que saliera de la casa.
Respiré profundamente y puse un pie en el último escalón; esperé. Luego
bajé al segundo y después al tercero. Con las rodillas ligeramente dobladas
y la caracola alzada a la altura del hombro, me moví lentamente hacia el
piso inferior. El olor acre se volvía más intenso. Humo. Gasolina. Y algo
más, algo familiar.
Al llegar al pie de la escalera, me quedé paralizada y mi mente rebobinó
una escena que se había desarrollado en Montreal hacía menos de un año.
Entonces él estaba dentro de la casa, un asesino, esperando para atacar.
- 198 - «¡Eso no va a suceder otra vez! ¡Llama al 911! ¡Sal de la casa!»
Rodeé el pasamano y miré hacia el comedor. Sólo vi oscuridad. Me dirigí al
salón. También ahí todo era oscuridad, aunque extrañamente alterada.
El extremo más alejado de la habitación tenía un reflejo bronceado en
medio de la penumbra que lo rodeaba. La chimenea, los sillones reina Ana,
todos los muebles y los cuadros brillaban tenuemente, como objetos
reflejados en un espejo. A través de la puerta de la cocina vi una luz
anaranjada que bailaba delante de la nevera.
¡Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! Mi pecho se contrajo
cuando el silencio se hizo pedazos por el agudo chillido.
Di un brinco y la caracola impactó con una zona de yeso. Sin dejar de
temblar, me aplasté contra la pared.
«¡El sonido procede del detector de humo!» Busqué alguna señal de
movimiento, pero no había nada salvo la oscuridad y la luz espectral y
oscilante que iluminaba la cocina.
«¡La casa se está incendiando! ¡Mueve el culo!» Con el corazón desbocado
y la respiración entrecortada, me acerqué a la cocina.
El fuego crepitaba en el centro de la habitación, llenaba el aire de un humo
espeso y se reflejaba en todas las superficies brillantes.
Mi mano temblorosa encontró el interruptor y encendí la luz. Mis ojos
barrieron la cocina de derecha a izquierda. El bulto ardiente estaba en
medio del suelo. Las llamas aún no se habían propagado.
Bajé la caracola, me cubrí la nariz y la boca con la parte inferior del
camisón y, colocándome en cuclillas, avancé dando un rodeo hacia la
despensa. Cogí el pequeño extintor del estante superior. Sentía los
pulmones llenos de humo, y las lágrimas me nublaban la visión, pero me
las ingenié para apretar la manija. Del extintor sólo escapó un breve siseo.
«¡Mierda!» Tosiendo y buscando aire desesperadamente, volví a apretar la
manija del extintor. Se produjo otro siseo, y luego una corriente de dióxido
de carbono y espuma blanca salió disparada de la boca del aparato.
«¡Sí!» Dirigí el chorro hacia las llamas y, en menos de un minuto, el fuego
quedó extinguido. La alarma seguía sonando; el sonido era como
fragmentos de metal que me perforaban los oídos y se arrastraban por mi
cerebro.
Abrí la puerta trasera y la ventana que había encima del fregadero. Luego
me dirigí a la otra. No había necesidad de abrirla. Los cristales estaban
rotos y sus restos cubrían el alféizar y el suelo, junto con fragmentos de
madera. El viento jugaba con las cortinas y hacía que pasaran a través de
la abertura dentada.
Después de rodear el objeto humeante que había en el suelo, puse en
funcionamiento el ventilador del techo, cogí una toalla y la agité para
expulsar el humo de la cocina. Lentamente, el aire empezó a limpiarse.
Me enjugué las lágrimas e hice un esfuerzo por controlar la respiración.
«¡Sigue agitando la toalla!» La alarma continuaba sonando.
- 199 - Dejé de mover la toalla y eché un vistazo a la habitación. Debajo de
la mesa había un ladrillo y otro se apoyaba contra el armario que había
debajo del fregadero.
Entre ellos, se encontraban los restos chamuscados del bulto que había
estado ardiendo. La habitación estaba impregnada de olor a humo y
gasolina, y de otro olor que yo conocía.
Con piernas que apenas me sostenían, me acerqué al montón humeante.
Estaba mirando los restos sin comprender muy bien lo que pasaba cuando
la alarma dejó de sonar. El silencio parecía artificial.
«Llama al 911.» No fue necesario. Cuando estaba a punto de coger el
teléfono, me llegó claramente el sonido distante de una sirena. El sonido
aumentó cada vez más y de pronto cesó por completo. Un momento
después, un bombero se plantó en la puerta trasera.
- ¿Se encuentra bien, señora? Asentí y crucé los brazos delante del pecho,
consciente de la escasa ropa que llevaba encima.
- Su vecina nos avisó.
La correa del casco bailaba debajo de la barbilla.
- ¡Ah! Me olvidé por completo de mi escueto camisón. Me encontraba
nuevamente en St. Jovite.
- ¿Está todo bajo control? Volví a asentir. St. Jovite; casi una sinapsis.
- ¿Le importa si me aseguro? Retrocedí para dejar que pasara.
Inspeccionó la cocina y los daños con una sola mirada.
- Una fea travesura. ¿Sabe quién puede haber lanzado esto a través de la
ventana? Sacudí la cabeza.
- Parece que rompieron el cristal con los ladrillos y luego arrojaron esa
cosa al interior. -Se acercó al bulto humeante-. Debieron de empaparlo en
gasolina, encenderlo y lanzarlo por la ventana.
Oía sus palabras, pero no podía hablar. Mi cuerpo se había encerrado
mientras mi mente trataba de despertar una idea informe que dormía en el
fondo de mi cerebro.
El bombero sacó una pequeña pala de su cinturón, abrió la hoja y removió
los restos chamuscados en el suelo de mi cocina. Unas partículas negras se
elevaron en el aire y luego volvieron a aposentarse sobre los desechos
quemados. El bombero deslizó la pala por debajo del objeto, le dio la
vuelta y se inclinó para echar un vistazo.
- Parece un saco de arpillera. Tal vez una bolsa de semillas. Que me
cuelguen si puedo decir lo que contiene.
Rascó el objeto con la punta de la pala y más partículas calcinadas
ascendieron formando una espiral. Pinchó con más fuerza y lo hizo girar de
un lado a otro.
El olor se hizo más penetrante. St. Jovite. Sala de autopsias tres. El
recuerdo se abrió paso y un sudor frío me cubrió el cuerpo.
Con manos temblorosas, abrí un cajón y saqué unas tijeras de cocina. Sin
que me preocupara ya mi camisón, me agaché junto a los restos
quemados y corté la bolsa.
El cuerpo era pequeño, la espalda estaba arqueada y las piernas
contraídas por el calor de las llamas. Vi un ojo seco y arrugado, y una
mandíbula pequeña con los dientes ennegrecidos. La anticipación del
horror ante lo que contenía aquel saco hizo que comenzara a marearme.
«¡No! ¡Por favor, no!» Me incliné hacia adelante, pese a que la mente
retrocedía ante el olor a carne y pelo quemados. Entre las patas traseras vi
una cola doblada y ennegrecida. Las vértebras se proyectaban hacia fuera
como las espinas de un tallo.
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras cortaba la tela quemada.
Cerca del nudo vi pelos, chamuscados, pero con manchas blancas.
Los cuencos a medio llenar.
- ¡Nooooooooooooooooooo! Oí la voz, pero no la relacioné conmigo.
- ¡No! ¡No! ¡No!
Birdie.
¡Por favor, Dios, no! Sentí unas manos en mis hombros, y luego sobre mis
manos. Me cogieron las tijeras y me obligaron a ponerme en pie
suavemente. Oí voces.

Más tarde, estaba en el salón cubierta con una manta.


Lloraba y temblaba, y el dolor era intenso en todo el cuerpo.
No sé cuánto tiempo estuve sollozando hasta que alcé la vista y descubrí a
mi vecina. Ella me señaló una taza de té.
- ¿Qué es? Mi pecho subía y bajaba.
- Una infusión de menta.
- Gracias. -Bebí el líquido tibio-. ¿Qué hora es?
-Un poco más de las dos.
Llevaba pantuflas y una gabardina que no alcanzaba a cubrirle el camisón
de lanilla. Aunque nos saludábamos agitando la mano a través del jardín o
intercambiábamos algunas palabras en la acera, apenas la conocía.
- Siento mucho que haya tenido que levantarse en plena noche…
- Por favor, doctora Brennan. Somos vecinas. Sé que usted hubiese hecho
lo mismo por mí.
Bebí otro trago. Mis manos estaban heladas, pero ya no temblaban tanto.
- ¿Los bomberos aún están aquí? -Ya se han marchado. Dijeron que puede
rellenar un informe cuando se sienta mejor.
- ¿Se han llevado…? -Mi voz se quebró, y las lágrimas acudieron de nuevo
a mis ojos.
- Sí. ¿Puedo traerle alguna otra cosa?
-No, gracias. Estoy bien. Ha sido muy amable.
-Lamento los daños que ha sufrido la casa. Hemos colocado una madera
para cubrir la ventana. No es muy elegante, pero impedirá que pase el frío.
- Muchas gracias. Yo…
- Por favor. Intente dormir un poco. Tal vez todo esto no le parezca tan
terrible por la mañana.
Pensé en Birdie y sentí terror por la mañana siguiente. Cogí el teléfono y
marqué el número de Pete. Nada.
- ¿Está bien? ¿Quiere que la acompañe arriba? -No, gracias. Yo me las
arreglaré.
Cuando la vecina se marchó, me metí en la cama y me dormí llorando
desconsoladamente.
Me desperté con la sensación de que algo iba mal, cambiado, perdido.
Luego llegó la conciencia y, con ella, el recuerdo.
Era una cálida mañana de primavera. A través de la ventana se veía el
cielo azul, la luz del sol y podía olerse el perfume de las flores, pero la
belleza del día no alcanzaba para disipar mi tristeza.
Cuando llamé a los bomberos, me dijeron que la prueba física había sido
enviada al laboratorio criminal. Con una enorme sensación de abatimiento,
cumplí con la rutina de cada mañana. Me vestí, me maquillé, me cepillé el
pelo y me dirigí al centro.
El gato era lo único que había en el saco. No estaba el collar y tampoco las
chapas de identificación. Dentro de uno de los ladrillos encontraron una
nota escrita a mano. La leí a través del plástico transparente de la bolsa de
pruebas: «La próxima vez no será un gato.» -¿Y ahora qué? -le pregunté a
Ron Gillman, director del laboratorio criminal.
Era un hombre alto y bien parecido con pelo gris y un desafortunado
espacio entre sus dientes delanteros.
- Ya hemos comprobado si había alguna huella, pero no hemos encontrado
nada en la nota y tampoco en los ladrillos. Inspeccionarán su casa de
arriba abajo, pero sabes tan bien como yo que no servirá de mucho. La
ventana de tu cocina está tan cerca de la calle que es probable que los
culpables prendieran fuego al saco y luego lo arrojaran todo desde la
acera. Buscaremos huellas de pisadas y preguntaremos en las casas
vecinas, naturalmente, pero a la una y media de la mañana no es probable
que alguien estuviese despierto en ese barrio.
- Lamento no vivir en Wilkinson Boulevard.
- Estés donde estés siempre te las arreglas para meterte en problemas.
Ron y yo habíamos trabajado juntos durante años. Conocía la historia del
asesino en serie que había entrado en mi apartamento de Montreal.
- Haré que inspeccionen la cocina, pero dado que esos tíos no entraron en
la casa, no encontrarán ninguna pista. Supongo que tú no tocaste nada.
- No.

No había entrado en la cocina desde la noche anterior. No podía soportar


la - 202 - visión de los cuencos de
Birdie.

- ¿Estás trabajando en algo que pueda haber puesto nervioso a alguien? Le


hablé de los asesinatos en Quebec y de los cuerpos hallados en Murtry.
- ¿Cómo crees que cogieron a tu gato? -Pudo haberse escapado cuando
Pete entró en la casa para darle de comer. Lo hace a menudo. -Una
punzada de dolor-. Lo hacía.
«No llores. No te atrevas a llorar.» -O…
- ¿Sí? -Bueno, no estoy segura. La semana pasada pensé que tal vez
alguien había entrado por la fuerza en mi despacho de la facultad. Bueno,
no exactamente por la fuerza. Es posible que yo dejara la puerta sin la
llave echada.
- ¿Un estudiante? -No lo sé.
Le describí el incidente.
- Las llaves de mi casa aún estaban en el bolso, pero supongo que ella
pudo hacer una copia y dejarlas de nuevo allí.
- Pareces un poco conmocionada.
- Un poco, pero estoy bien.
Por un momento, no dijo nada. Luego, siguió hablando.
- Tempe, cuando me enteré de lo que te había pasado, supuse que el
responsable habría sido un estudiante enfadado. -Se rascó la nariz-. Pero
esto podría ser algo más que una estúpida travesura. Cuídate. Tal vez
deberías hablar con Pete.
- No quiero hacerlo. Se sentirá obligado a cuidar de mí como si fuese una
niña y no tiene tiempo para eso. Nunca lo tuvo.
Cuando terminamos nuestra conversación, le di a Ron una llave del Anexo,
firmé el informe del incidente y me marché.
Aunque el tráfico era fluido, el viaje hasta la UNCC me pareció más largo
de lo habitual. Un puño helado me había cogido las entrañas y se negaba a
soltarlas.

Durante todo el día la sensación estuvo allí. Las imágenes de mi gato


asesinado interrumpían cada una de mis tareas:
Birdie sentado erguido y con las patas delanteras agitándose como las alas
de un gorrión; Birdie tendido debajo del sofá;
Birdie frotándose y describiendo ochos entre mis tobillos;
Birdie observándome atentamente para comer las sobras de los cereales.
La tristeza que me había invadido en las últimas semanas se estaba
convirtiendo en una pertinaz melancolía.

Una vez acabado mi trabajo en el despacho crucé el campus en dirección a


la pista de atletismo. Me cambié de ropa; me puse el equipo que utilizo
habitualmente para correr. Esperaba que el ejercicio físico pudiese aliviar
el dolor de mi corazón y la tensión de mi cuerpo.

Mientras aumentaba la velocidad alrededor de la pista, mi mente iba


pasando de un asunto a otro. Las palabras de Ron Gillman reemplazaron
las imágenes de mi - - mascota muerta: «Matar a un animal es un acto
cruel, pero es propio de un aficionado.» ¿Había sido simplemente un
estudiante descontento? ¿O la muerte de
Birdie podía ser una amenaza real? ¿De quién? ¿Existía alguna conexión
con el asalto que había sufrido aquella gélida noche en Montreal? ¿O con la
investigación de las muertes en la isla de Murtry? ¿Me había metido sin
saberlo en algo demasiado grande? Aumenté la velocidad y sentí que la
tensión desaparecía lentamente. Después de seis kilómetros, me desplomé
sobre la hierba. Con la respiración quemándome los pulmones, observé un
arco iris en miniatura que se había formado en el rocío de un aspersor.
Éxito total: mi mente estaba en blanco.

Cuando la respiración y el pulso se normalizaron, regresé al vestuario, me


duché y me puse ropa limpia. Sintiéndome mucho mejor, subí la colina en
dirección al edificio Colvard.
La sensación fue efímera.
La luz del teléfono estaba encendida. Pulsé el código y esperé.
¡Maldita sea! Había perdido a Kathryn otra vez. Igual que sucediera con la
llamada anterior, no había dejado ninguna información, sólo el mensaje de
que había llamado.
Rebobiné la cinta y volví a escuchar el mensaje. Parecía agitada; sus
palabras eran tensas y entrecortadas.
Volví a escuchar el mensaje una y otra vez, pero no pude identificar el
ruido de fondo. La voz de Kathryn llegaba amortiguada, como si hablara en
un espacio muy pequeño. La imaginé cubriendo el auricular con la palma
de la mano, susurrando, mirando furtivamente a su alrededor.
¿Me estaba comportando como una paranoica? ¿Acaso el incidente de la
noche pasada había disparado mi imaginación? ¿O Kathryn estaba
realmente en peligro? El sol se filtraba a través de las celosías y cubría mi
mesa de líneas brillantes. En algún lugar del corredor, una puerta se cerró
de golpe. Lentamente, una idea fue tomando forma en mi cabeza.
Levanté el auricular del teléfono.

Capítulo 22

- Gracias por hacerme un hueco a esta hora del día. Me sorprende que aún
estés en el campus.
- ¿Estás sugiriendo que los antropólogos trabajan más que los sociólogos?
-Nunca -dije echándome a reír y sentándome en el sillón de plástico negro
que me indicaba-. Red, me gustaría escarbar tu cerebro. ¿Qué puedes
decirme de los cultos locales? -¿Qué quieres decir con culto? Red Skyler
estaba sentado de lado detrás de su escritorio. Aunque el pelo había
encanecido, la barba rojiza explicaba el origen de su apodo. Me miró a
través de sus gafas de montura metálica.
- Grupos marginales o periféricos. Sectas del día del Juicio Final. Círculos
satánicos.
Red sonrió y me hizo un gesto para que continuase.
- La Familia Manson, Hare Krishna, MOVE, el Templo del Pueblo, Synanon.
Ya sabes: cultos.
- Estás empleando un término muy rico. Lo que tú llamas culto otra
persona podría considerarlo una religión, o una familia, o un partido
político.
Recordé a Daisy Jeannotte. Ella también habría objetado acerca de esa
palabra, pero allí acababa cualquier semejanza. En aquella entrevista yo
estaba sentada delante de una mujer menuda en una enorme oficina; en
ese momento, me encontraba frente a un hombre robusto en un espacio
tan pequeño y atestado que la sensación era claustrofóbica.
- De acuerdo. ¿Qué es un culto? -Los cultos no son simplemente grupos de
chiflados que siguen a líderes que están como una regadera. Al menos tal
como yo empleo el término, se trata de organizaciones con una serie de
rasgos comunes.
- Sí.
Me apoyé en el respaldo del sillón.
- Un culto se forma habitualmente en torno a un individuo carismático que
promete algo. Este individuo profesa algún conocimiento especial. En
ocasiones, la excusa es el acceso a secretos antiguos; a veces se trata de
un descubrimiento absolutamente nuevo, del que sólo él o ella tienen
noticia. En otras ocasiones resulta una combinación de ambas cosas. El
líder ofrece compartir esa información con aquellos que le sigan. Algunos
líderes ofrecen la utopía, o una salida: Dejadlo todo y seguidme; yo tomaré
las decisiones, y todo saldrá bien.
- ¿Qué diferencia hay entre ese líder y un sacerdote o un rabino? -En un
culto, es el líder carismático quien finalmente se convierte en el objeto -
205 - de la devoción; en algunos casos incluso llega a ser deificado. Y
cuando eso sucede, el líder llega a ejercer un control extraordinario sobre
las vidas de sus seguidores.
Se quitó las gafas y limpió cada cristal con un paño verde que sacó del
bolsillo.
Luego volvió a ponérselas y aseguró cada arco de la patilla detrás de las
orejas.
- Los cultos son totalitarios, autoritarios. El líder es la autoridad suprema y
delega el poder en muy pocos. La moral del líder se convierte en la única
teología aceptable, en el único comportamiento apropiado. Y, como he
dicho, la veneración acaba por centrarse en él, no en seres supremos o en
principios abstractos.
Esperé.
- Y, a menudo, existe una doble moral. A los miembros se les insta a ser
honestos y a amarse los unos a los otros, pero a engañar y a evitar a los
extraños. Las religiones establecidas tienden a seguir un conjunto de
reglas morales comunes en todos los casos.
- ¿Qué hace un líder para alcanzar ese control? -Ése es otro elemento
importante. Practicar el lavado de cerebro. Los líderes de los cultos
emplean una variedad de procesos psicológicos para manipular a sus
miembros. Algunos líderes son absolutamente bondadosos, pero otros no
lo son y realmente explotan el idealismo de sus seguidores.
De nuevo aguardé a que Red continuara su explicación.
- Tal como yo lo veo, existen dos grandes clases de cultos, y ambas
emplean el lavado de cerebro. Los programas de conocimiento -hizo el
gesto con los dedos del entrecomillado- presentados comercialmente
utilizan técnicas de persuasión muy fuertes. Estos grupos retienen a sus
miembros haciendo que compren cada vez más cursos.
»Luego están los cultos que reclutan a sus seguidores para toda la vida.
Estos grupos emplean una técnica de persuasión social y psicológica muy
organizada para producir cambios extremos en las actitudes de sus
miembros. Como resultado, llegan a ejercer un enorme control sobre sus
vidas. Son manipuladores, hipócritas y terriblemente explotadores.
Asimilé la información.
- ¿Cómo funciona el lavado de cerebro? -Comienzas por desestabilizar el
sentido de la identidad personal. Estoy seguro de que lo habrás discutido
en tus clases de antropología. Separar, de construir, reconstruir.
- Soy antropóloga física.
- Exacto. Los cultos separan a todos los nuevos adeptos de cualesquiera
otras influencias, y luego hacen que se cuestionen todo aquello en lo que
creen. Los persuaden para que se entreguen a una interpretación por
completo diferente del mundo y de su propia historia vital. Estos grupos
crean una realidad totalmente nueva para la persona y, al hacerlo de este
modo, consiguen una férrea dependencia de la organización y de su
ideología.
Pensé en los cursos de antropología cultural que había hecho en el
posgrado.
- Pero no estás hablando de ritos de paso. Sé que en algunas culturas los
niños son aislados del resto de su gente durante un período de sus vidas y
sometidos a una - 206 - formación específica. Sin embargo, este proceso
tiene como objetivo reforzar las ideas con las que el niño ha crecido. Tú
estás hablando de hacer que la gente rechace los valores de su educación,
que prescindan de todo aquello en lo que creen. ¿Cómo lo consiguen? -El
culto controla el tiempo y el ambiente de los reclutados: dieta, sueño,
trabajo, esparcimiento, dinero; todo. Crea una sensación de dependencia
asfixiante, de indefensión total fuera del grupo. Durante el proceso, se
inocula la nueva moral, el sistema de lógica al que se adhiere el grupo, es
decir, el mundo según el líder. Y resulta definitivamente un sistema
cerrado. No se permite la retroalimentación. No hay críticas, no hay quejas.
El grupo suprime las viejas conductas y actitudes y, paso a paso, las
reemplaza con sus propias conductas y actitudes.
- ¿Por qué alguien iba a estar de acuerdo con semejante sistema? -El
proceso es tan gradual que la persona no se da cuenta realmente de lo
que está ocurriendo. Te llevan a través de una serie de pequeños pasos, y
cada uno de ellos parece insignificante. Otros miembros del grupo se dejan
crecer el pelo; tú también lo haces. Otros hablan con voz muy suave, de
modo que tú bajas el tono de tu voz. Todo el mundo escucha dócilmente
las palabras del líder, sin hacer preguntas, y tú acabas por hacer lo mismo.
Existe un sentido de pertenencia al grupo y de aceptación dentro del
mismo. El nuevo recluta no es consciente del doble programa que se
desarrolla a su alrededor.
- Pero ¿no llega un momento en que descubren lo que en verdad está
pasando? -Habitualmente los nuevos miembros son alentados para que
rompan todo contacto con la familia y los amigos, que corten los vínculos
con sus redes afectivas anteriores. En ocasiones, se los lleva a lugares
aislados: granjas, comunas, chalets.
»Este aislamiento, tanto físico como social, los priva de sus sistemas de
apoyo normales y aumenta su sensación de indefensión personal y la
necesidad de ser aceptado por el grupo. El aislamiento elimina también las
cajas de resonancia normales que todos utilizamos para evaluar lo que nos
dicen. La confianza de una persona en sus juicios y percepciones se
deteriora de forma progresiva. Cualquier acción independiente se vuelve
imposible.
Pensé en Dom y en su grupo de Saint Helena.
- Puedo comprender que la secta tenga el control si vives bajo su techo
durante veinticuatro horas al día. Pero ¿qué ocurre si los miembros
trabajan fuera del cuartel general? -Es sencillo. Los miembros reciben
instrucciones precisas de cantar o meditar cuando no están trabajando;
durante el almuerzo, durante las pausas para tomar un café. La mente
está ocupada por conductas dirigidas por la secta. Y, fuera del trabajo,
todo el tiempo está dedicado a la organización.
- Pero ¿cuál es el atractivo? ¿Qué es lo que impulsa a una persona a
rechazar su pasado y a meterse en una secta? No podía acabar de
entenderlo. ¿Eran Kathryn y los demás un grupo de autómatas a quienes
controlaban en todos y cada uno de sus movimientos? -Existe un sistema
de recompensas y castigos. Si el miembro del grupo se comporta, habla y
piensa de la forma adecuada, él o ella es amado por el líder y los - 207 -
demás miembros. Y, naturalmente, él o ella serán salvados, iluminados,
llevados a otro mundo; cualquier cosa que la ideología les prometa.
- ¿Qué es lo que les prometen? -Lo que se te ocurra. No todas las sectas
son religiosas. La gente tiene esa idea porque en las décadas de los
sesenta y los setenta un montón de grupos se registraron como iglesias
para no pagar impuestos. Los cultos vienen en todos los tamaños y formas,
y prometen toda clase de beneficios: salud, derrocamiento del gobierno,
un viaje al espacio exterior, la inmortalidad.
- Sigo sin entender por qué alguien, a menos que esté chiflado, elige esa
basura.
- No es así. -Sacudió la cabeza-. No es sólo gente marginal la que es
captada por estas sectas. Según algunos estudios, aproximadamente dos
terceras partes de sus miembros proceden de familias normales y
demuestran un comportamiento adecuado a su edad cuando ingresan en
la secta.
Miré la pequeña alfombra hecha por los indios navajo que había a mis pies.
La débil señal mental había vuelto. ¿Qué era? ¿Por qué no podía sacarla a
la superficie? -¿Has conseguido averiguar por qué la gente busca estos
movimientos? -A menudo no lo hacen. Son los grupos los que lo buscan a
uno. Y, como ya te he dicho, los líderes pueden llegar a ser increíblemente
encantadores y persuasivos.
Dom Owens encajaba a la perfección en esa descripción. ¿Quién era? ¿Un
ideólogo que volcaba sus caprichos sobre un grupo de seguidores
maleables? ¿O simplemente un profeta obsesionado por la salud que
trataba de cultivar judías orgánicas? Volví a pensar en Daisy Jeannotte.
¿Estaba ella en lo cierto? ¿Se había vuelto la gente excesivamente
temerosa de los adoradores de Satanás y los profetas que vaticinaban el
Juicio Final? -¿Cuántos cultos existen actualmente en Estados Unidos?
-pregunté.
- Dependiendo de la definición -sonrió irónicamente y abrió las manos-,
entre tres mil y cinco mil.
- Me tomas el pelo.
- Una de mis colegas calcula que en las últimas dos décadas alrededor de
veinte millones de personas han tenido algún tipo de relación con uno de
esos grupos. Ella cree que se trata de entre dos y cinco millones de
personas.
- ¿Estás de acuerdo con esas cifras? -No podía creerlo.
- Es muy difícil saberlo con exactitud. Algunos grupos aumentan
artificialmente su número de seguidores y cuentan como miembros a
cualquiera que haya asistido a una reunión o solicitado información. Otros
tienen un comportamiento muy reservado, casi secreto, y mantienen un
perfil muy bajo. La policía descubre a veces a uno de estos grupos por
casualidad, si existe un problema o si uno de sus miembros lo abandona y
presenta una denuncia. Los grupos pequeños son especialmente difíciles
de localizar.
- ¿Has oído hablar de Dom Owens? Sacudió la cabeza.
- ¿Cuál es el nombre de su grupo? - 208 - -No tienen nombre.
En algún lugar del pasillo una fotocopiadora se puso en funcionamiento.
- ¿Existen organizaciones en los dos estados de Carolina que la policía esté
controlando? -No es mi terreno, Tempe. Soy sociólogo. Puedo explicarte
cómo funcionan estos grupos, pero no necesariamente quién es quién en
un momento determinado.
Pero puedo averiguarlo si es importante para ti.
- No lo entiendo, Red. ¿Cómo es posible que la gente sea tan crédula? -Es
muy seductor pensar que formas parte de una élite, que eres un elegido.
La mayoría de los cultos enseñan a sus miembros que sólo ellos son los
iluminados y que el resto del mundo ha perdido el camino, que son
inferiores en cierto sentido. Es una cuestión muy poderosa.
- Red, ¿son violentos estos grupos? -La mayoría de ellos no lo son, pero
siempre hay excepciones. Tenemos los casos de Jonestown, Waco, la
Puerta del Cielo y el Templo del Sol. Es obvio que a sus miembros no les
fue muy bien que digamos. ¿Recuerdas el culto de Rajneesh? Intentaron
envenenar el suministro de agua en una ciudad de Oregón y profirieron
amenazas violentas contra algunas autoridades del condado. ¿Y Synanon?
Esos buenos ciudadanos colocaron una serpiente de cascabel en el buzón
de un abogado que había presentado una demanda contra ellos. El pobre
tío se salvó de milagro.
Recordaba vagamente aquel incidente.
- ¿Qué me dices de los grupos pequeños, los que tienen un perfil menos
notorio? -La mayoría son inofensivos, pero algunos resultan muy
sofisticados y potencialmente peligrosos. Sólo puedo recordar a unos
pocos que cruzaron la línea en los últimos años. ¿Todo esto guarda
relación con tu caso? -Sí y no. No estoy segura.
Mordí un pequeño trozo de cutícula.
Red dudó un momento.
- ¿Acaso Katy…? -¿Qué? -¿Está Katy metida en…? -¡Oh, no!, nada de eso,
de verdad. Tiene que ver con un caso. Me encontré esa comuna en
Beaufort y no puedo quitármela de la cabeza.
La cutícula comenzó a sangrar.
- Dom Owens.
Asentí.
- Las cosas no son siempre lo que parecen.
- No.
- Puedo hacer algunas llamadas si quieres.
- Te lo agradecería.
- ¿Quieres una tirita para ese dedo? Me levanté.
- No, gracias. No te molesto más. Me has ayudado mucho.
- 209 - -Si tienes más preguntas, ya sabes dónde puedes encontrarme.
Cuando regresé a mi despacho, me senté en el sillón y contemplé las
sombras que avanzaban lentamente por la habitación. La sensación de un
pensamiento difuso seguía instalada en mi cabeza. El edificio estaba en
silencio.
¿Se trataba de Daisy Jeannotte? Había olvidado preguntarle a Red si la
conocía.
¿Era eso? No.
¿Qué era lo que seguía llamando desde el laberinto de mis conexiones
neuronales? ¿Por qué no podía traerlo al nivel consciente? ¿Qué vínculo
veía mi ello que yo no era capaz de ver? Mis ojos se fijaron en la pequeña
colección de escritores de novelas policíacas que tengo en el campus para
intercambiar con mis colegas. ¿Cómo lo llamaban ellos? La técnica del
«ten-dría-que-haberlo-sabido». ¿Acaso se trataba de eso? ¿Se estaba
acercando la tragedia porque había un mensaje subconsciente que yo no
era capaz de descifrar? ¿Qué tragedia? ¿Otra muerte en Quebec? ¿Más
asesinatos en Beaufort? ¿Algún daño a Kathryn? ¿Otro ataque a mi
persona con consecuencias más graves? En alguna parte, un teléfono
comenzó a sonar hasta que los timbrazos se interrumpieron cuando el
servicio de mensajes contestó la llamada. Luego, se hizo el silencio.

Volví a llamar a Pete. No obtuve respuesta. Probablemente estaba fuera de


la ciudad, en otro de sus viajes para declarar en un juicio. No importaba.
Sabía que
Birdie no estaba allí.

Me levanté y comencé a archivar unos papeles que había seleccionado de


una pila de documentos fotocopiados, y luego me dediqué a ordenar los
libros de la estantería. Sabía que sólo estaba postergando cosas, pero no
podía evitarlo. La idea de regresar a casa me resultaba insoportable.

Diez minutos de actividad frenética. «No pienses.» -¡Oh, mierda, Birdie!


Lancé con fuerza un ejemplar de Baboon Ecology sobre la mesa y me
desplomé en el sillón.
- ¿Por qué tenías que estar allí? Lo siento. Lo siento mucho,
Birdie.

Apoyé la cabeza sobre el escritorio y me eché a llorar.

Capítulo 23

El jueves fue un día engañosamente agradable.


Por la mañana, tuve dos pequeñas sorpresas. La llamada a mi compañía de
seguros fue rápida y todo se solucionó sin problemas. Los dos tíos a los
que llamé para que reparasen los daños de la cocina estaban disponibles y
comenzarían a trabajar inmediatamente en mi casa.
Durante el día impartí mis clases y revisé el trabajo de CAT para la
conferencia de antropología física. A última hora de la tarde, Ron Gillman
me llamó para informarme de que la Unidad de Recuperación en la Escena
del Crimen no había encontrado nada útil en los restos de mi cocina, como
era previsible. Había ordenado a un coche-patrulla que mantuviese
vigilada la casa.
También tuve noticias de Sam. Aunque no había ninguna novedad con
respecto al caso, estaba cada vez más convencido de que una banda de
traficantes de drogas era la responsable de haber llevado los cuerpos a la
isla. Se lo estaba tomando como una especie de reto personal y había
desempolvado una vieja escopeta del calibre doce y la tenía escondida
debajo de una litera en la estación de campo.
En el viaje de regreso a casa desde la universidad, hice una parada en el
supermercado Harris Teeter, que está enfrente del centro comercial
Southpark, y compré todos mis alimentos favoritos. Luego estuve un rato
en el gimnasio de la YMCA en Harris y llegué al Anexo sobre la seis y
media. Habían colocado una ventana nueva y uno de los operarios estaba
terminando de pulir el suelo. Todas las superficies de la cocina aparecían
cubiertas por una fina capa de polvo blanco.

Pasé un paño por la cocina y la encimera. Luego preparé una tarta de


cangrejo y ensalada de queso de cabra, y cené mirando una reposición de
Murphy Brown.
No había duda de que Murph era una mujer dura. Decidí que sería como
ella.

Por la noche, revisé nuevamente los papeles de la conferencia, vi un


partido de los Hornets de Charlotte y pensé en mis impuestos. Resolví que
también haría eso.
Pero no esa semana. A las once me quedé dormida con los diarios de
Louis-Philippe repartidos por toda la cama.
El guión del viernes había sido escrito por Satanás. Fue entonces cuando
tuve mi primer indicio del horror que estaba a punto de descubrirse.
Las víctimas de la isla de Murtry llegaron de Charleston a primera hora de
la mañana. Hacia las nueve treinta ya tenía los guantes y las gafas de
seguridad puestos, y todos los elementos repartidos por el laboratorio. Una
mesa contenía las muestras del cráneo y los huesos que Hardaway había
tomado durante la autopsia practicada al cuerpo que estaba en el fondo de
la sepultura. En la otra mesa, había un - 211 - esqueleto completo. Los
técnicos de la Facultad de Medicina habían realizado un excelente trabajo.
Todos los huesos estaban limpios y no habían sufrido ningún daño.
Comencé por el cuerpo hallado en el fondo de la tumba. Aunque estaba
putrefacto, había conservado la cantidad suficiente de tejido blando como
para permitir una autopsia completa. El sexo y la raza eran evidentes, de
modo que Hardaway sólo quería mi ayuda para establecer la edad de las
víctimas. Dejé para más tarde el informe y las fotos del patólogo, ya que
no deseaba que ese material influyera en mis conclusiones.
Coloqué las placas de rayos X en la ventana luminosa. No vi nada anormal.
En las vistas craneales comprobé que tenía los treinta y dos dientes con
sus raíces totalmente desarrolladas. No faltaba ninguna pieza, y la
dentadura no había sufrido ninguna reparación odontológica. Apunté esos
datos en el historial clínico.
Fui a la primera mesa y examiné el cráneo. La abertura en la base craneal
estaba cerrada. No se trataba de una adolescente.
Estudié los extremos de las costillas y aquellas superficies donde ambas
mitades de la pelvis se unen en la parte frontal, las sínfisis púbicas. Las
costillas presentaban muescas moderadamente profundas en las zonas
donde el cartílago las había conectado con el esternón. Las caras de las
sínfisis púbicas estaban recorridas por un borde ondulado y pude ver
diminutas protuberancias óseas a lo largo del borde exterior de ambas.
El extremo interno de cada clavícula estaba unido. El borde superior de
cada omóplato conservaba una delgada línea de separación.
Comprobé mis modelos e histogramas, y apunté mi cálculo. En el
momento de la muerte, aquella mujer tenía entre veinte y veintiocho años.
Hardaway quería un análisis completo del cadáver superior. Comencé
nuevamente con los rayos X. Excepto la dentadura perfecta, no había
ningún otro detalle significativo en las placas.
Yo ya había sospechado que esa víctima también era una mujer, como se
lo había dicho a Ryan. Mientras extendía los huesos, percibí la suavidad del
cráneo y la delicada arquitectura facial. La pelvis corta y ancha, con su
inconfundible zona púbica, confirmó mi impresión inicial.
Los indicadores de la edad de esa mujer eran similares a los de la primera
víctima, aunque sus sínfisis púbicas mostraban profundos rebordes a
través de todas sus superficies y carecían de las pequeñas protuberancias
que había observado en la otra víctima.
Calculé que, en el momento de morir, la segunda mujer era menor que la
primera; probablemente entre diecinueve y veintipocos años.
Luego procedí a examinar el cráneo para determinar la raza de las
víctimas. La región del centro del rostro presentaba los rasgos clásicos: un
puente elevado entre los ojos, una estrecha abertura, borde inferior y
raquis prominentes.
Tomé algunas medidas que luego analizaría en términos estadísticos, pero
sabía que la mujer era blanca. Medí los huesos largos, introduje los datos
en el ordenador y realicé las ecuaciones regresivas. Estaba introduciendo
los datos correspondientes a la altura en la hoja clínica cuando sonó el
teléfono.
- 212 - -Si me quedo un día más aquí necesitaré un reciclaje lingüístico
-dijo Ryan, y añadió-: todos lo necesitarán.
- Coge un autobús hacia el norte.
- Pensé que se debía a ti, pero ahora veo que no es culpa tuya.
- Resulta difícil olvidar nuestras raíces.
- Ya.
- ¿Has descubierto algo?
-Esta mañana vi una gran pegatina en un parachoques.
Esperé.
- «Jesús te ama. El resto de la gente piensa que eres un gilipollas.» -¿Me
has llamado para contarme eso? -Eso era lo que decía la pegatina.
- Somos gente muy religiosa.
Miré el reloj. Eran las dos y cuarto. Me di cuenta de que estaba muerta de
hambre y busqué el plátano y el trozo de pastel que había traído de casa.
- He pasado algún tiempo observando el pequeño santuario de nuestro
amigo Dom, pero he obtenido poca cosa. El jueves por la mañana tres de
los fieles subieron a la camioneta y se marcharon. Aparte de eso, no entró
ni salió ningún vehículo de la granja.
- ¿Kathryn? -No la he visto.
- ¿Investigaste las matrículas? -Sí, señora. Ambas camionetas están
registradas a nombre de Dom Owens en la dirección de Adler Lyons.
- ¿Tiene licencia para conducir? -Emitida por el gran estado del palmito en
1988. No hay ningún dato de una licencia de conducir anterior.
Aparentemente, nuestro reverendo entró y se examinó.
Paga el seguro dentro de los plazos establecidos; en metálico. No hay
antecedentes de reclamaciones ni tampoco de arrestos o citaciones por
cuestiones de tráfico.
- ¿Servicios públicos? Intenté no hacer ruido con el celofán.
- Teléfono, electricidad y agua. Owens paga en metálico.
- ¿Tiene número de la Seguridad Social? -Emitido en 1987, pero no hay
antecedentes de ninguna actividad. Nunca ha pagado y nunca ha
solicitado beneficios de clase alguna.
- ¿Ochenta y siete? ¿Dónde estuvo antes? -Una pregunta muy perspicaz,
doctora Brennan.
- ¿Correspondencia? -Estos tíos no son muy afectos al correo. Reciben los
saludos habituales dirigidos a «inquilino» y las facturas de los servicios,
naturalmente, pero eso es todo.
Owens no tiene apartado de correo, aunque podría figurar con otro
nombre. Estuve vigilando la oficina de correos pero no reconocí a ningún
miembro del rebaño.
Una estudiante apareció en la puerta del despacho y le dije que no con la
cabeza.
- 213 - -¿Había huellas en el juego de llaves? -Tres bellezas, pero inútiles.
Aparentemente, Dom Owens es un ángel.
El silencio creció entre ambos extremos de la línea.
- Hay niños viviendo en esa granja. ¿Qué me dices de los Servicios
Sociales? -Eres realmente buena, Brennan.
- Es que miro mucho la tele.
- Hice algunas averiguaciones en Servicios Sociales. Una vecina los llamó
hace aproximadamente un año; estaba preocupada por los niños. Era la
señora Espinoza.
Enviaron a una asistente social para que investigara lo que pasaba en la
granja. Leí el informe. La asistente social encontró un hogar limpio y
ordenado, con niños alegres y bien alimentados; ninguno de ellos estaba
en edad escolar. La mujer no vio razón alguna para iniciar una acción legal,
aunque recomendó que se hiciera una visita de control seis meses más
tarde. Sin embargo, esa visita no se realizó nunca.
- ¿Hablaste con la vecina? -Ha muerto.
- ¿Qué me dices de la propiedad? -Bueno, hay una cosa.
Transcurrieron varios segundos.
- ¿Sí? -Pasé la tarde del miércoles examinando las escrituras de la
propiedad y todo lo relacionado con los impuestos.
Ryan se quedó callado otra vez.
- ¿Estás tratando de tocarme las narices? -le dije sin ocultar la irritación.
- Ese trozo de tierra tiene una historia muy pintoresca. ¿Sabías que en ese
lugar funcionó una escuela desde principios de la década de 1860 hasta
finales de siglo? Fue una de las primeras escuelas públicas de Estados
Unidos exclusivamente para estudiantes negros.
- No lo sabía.
Abrí una lata de coca-cola sin calorías.
- Y Baker tenía razón. La propiedad fue usada como campamento de pesca
desde los años treinta hasta mediados de los setenta. Cuando el
propietario murió, fue heredada por unos parientes de Georgia. Supongo
que no tuvieron mucho éxito con los frutos de mar, o tal vez se cansaron
de pagar impuestos. En cualquier caso, vendieron la propiedad en 1988.
Esa vez aguardé hasta que hubo terminado.
- El comprador fue un tal J. R. Guillion.
Me llevó un nanosegundo registrar el nombre.
- ¿Jacques Guillion?
-Oui, madame.
- ¿El mismo Jacques Guillion? Lo dije en voz tan alta que un estudiante que
pasaba por el corredor se volvió para mirarme.
- Presumiblemente. Los impuestos son pagados…
- Con un cheque contra Citicorp en Nueva York.
-Tú lo has dicho.
- Mierda.
- Es una forma de decirlo.
Esa información me había dejado completamente desconcertada. El
propietario de la granja de Adler Lyons era también el dueño de la casa
quemada en St. Jovite.
- ¿Has podido hablar con Guillion? -Monsieur Guillion aún sigue en su retiro.
- ¿Qué? -No han podido localizarlo.
- Maldita sea. Ciertamente hay una conexión.
- Eso parece.
Sonó un timbre.
- Otra cosa.
El corredor se llenó de estudiantes que cambiaban de clases.
- Sólo para mostrar mi vena perversa envié los nombres a Texas. No había
nada con respecto al justo reverendo Owens, pero ¿adivina quién tiene un
rancho por aquella zona? -¡No! -Monsieur J. R. Guillion. Un par de hectáreas
en el condado de Fort Bend.
Paga sus impuestos…

- ¡Con cheques autorizados! -Acabaré por dirigir mis pasos hacia el estado
de la Estrella Solitaria, pero por ahora dejaré que el
Sheriff local se encargue del asunto. Y la gendarmería belga puede buscar
a Guillion. Pienso quedarme por aquí algunos días más y presionar a
Owens.

- Trata de localizar a Kathryn. Me llamó, pero volví a perderla. Estoy segura


de que esa muchacha sabe algo.
- Si está aquí, la encontraré.
- Podría estar en peligro.
- ¿Por qué lo dices? Por un momento, pensé en describirle mi reciente
conversación con Red acerca de cultos y sectas, pero como sólo había
dado palos de ciego no estaba segura de haber sacado nada en limpio.
Aunque Dom Owens estuviese dirigiendo alguna clase de secta, parecía
obvio que no era un Jim Jones o un David Koresh.
- No lo sé. Es sólo una corazonada. Parecía muy angustiada cuando llamó.
- Mi impresión de la señorita Kathryn es que le falta una horneada.
- Ella es diferente.
- Y su amiga El no parece precisamente una candidata para el título de
Miss Cordura. ¿Estás trabajando? Dudé un momento y luego le hablé del
ataque que había sufrido en mi casa.
- Hijo de puta. Lo siento, Brennan. Me gustaba ese gato. ¿Tienes alguna
idea de quién puede haber sido? -No.
- ¿Han puesto vigilancia en tu casa? -Un coche-patrulla pasa varias veces
al día. Estoy bien.
-Aléjate de los callejones oscuros.
- Los casos de Murtry llegaron esta mañana. Tengo bastante trabajo en el
laboratorio.
- Si esas muertes están relacionadas con las drogas, tal vez estés
fastidiando a algunos peces gordos.
- Tengo algunas noticias de ese caso, Ryan. -Arrojé la piel del plátano y el
envoltorio del pastel a la papelera-. Ambas víctimas son jóvenes, blancas y
mujeres, como había imaginado.
- No es el típico perfil de un traficante de drogas.
- No.
- No lo descartes. Algunos de esos tíos usan a las mujeres como si fuesen
condones. Es posible que las chicas se encontraran en el lugar equivocado
en el momento equivocado.
- Sí.
- ¿Causa de la muerte? -Aún no he terminado el examen.
- Ve a por ellos, tigre. Pero recuerda que te necesitaremos en los casos de
St.
Jovite cuando atrape a estos cabrones.
- ¿Qué cabrones? -Aún no lo sé, pero lo haré.
Cuando colgamos, eché un vistazo a mi informe. Luego me levanté y paseé
por el laboratorio. Después me senté. Al poco rato, repetí el paseo.
Mi mente seguía enviando imágenes de St. Jovite: bebés blancos como la
leche, párpados y uñas delicadamente azules, un cráneo agujereado por
una bala, gargantas cortadas, manos marcadas con heridas por acciones
de defensa, cuerpos chamuscados, miembros retorcidos y deformados.
¿Qué era lo que relacionaba las muertes de Quebec con esa lengua de
tierra en la isla de Saint Helena? ¿Por qué bebés y ancianas frágiles?
¿Quién era Guillion? ¿Qué había en Texas? ¿Con qué extraña forma de
maldad habían tropezado Heidi y su familia? «Concéntrate, Brennan. Las
jóvenes de este laboratorio están igualmente muertas. Deja los asesinatos
de Quebec a Ryan y acaba con estos casos. Ellas merecen toda tu
atención. Descubre cuándo murieron, y cómo.» Me puse otro par de
guantes y examiné con una lupa cada hueso del esqueleto de la segunda
víctima. No encontré nada que pudiese decirme qué había causado su
muerte. No había ninguna lesión producida por un objeto romo, ningún
orificio de entrada o salida de un proyectil, ninguna herida de arma blanca,
ninguna fractura en el hueso hioides que indicase estrangulación.
El único daño que observé en el cuerpo lo habían provocado los animales
que se alimentaron de los restos.

Mientras volvía a colocar el último hueso del pie, un pequeño escarabajo


negro se arrastró desde debajo de una vértebra. Me quedé observándolo
mientras recordaba una tarde en que Birdie había perseguido a una
melolonta en mi cocina de Montreal. Había jugado con la pequeña criatura
durante horas antes de perder finalmente todo interés en ella.
Las lágrimas me quemaban los párpados, pero me negué a llorar.
Cogí el insecto y lo metí en un recipiente de plástico. «Basta de muertes.»
Dejaría en libertad al escarabajo cuando me marchara del edificio.
«Muy bien, escarabajo. ¿Cuánto tiempo llevan muertas estas dos mujeres?
Trabajaremos en ello.» Miré el reloj. Eran las cuatro treinta, o sea, bastante
tarde. Busqué un número en la agenda y levanté el auricular.
Alguien contestó la llamada a cinco husos horarios de distancia.
- Doctor West.
- ¿Doctor Lou West? -Sí.
- ¿A.k.a Kaptain Kam? Silencio.
- ¿De fama mundial? -Atún. ¿Eres tú, Tempe? Pude verlo a través de mi
imaginación. El pelo grueso y plateado, y la barba canosa enmarcaban un
rostro permanentemente bronceado por el sol de Hawai.
Unos cuantos años antes de conocerlo, una agencia de publicidad de Japón
había descubierto a Lou y lo había nombrado portavoz de una marca de
atún enlatado. Su pendiente y la coleta eran perfectos para la imagen de
capitán que ellos buscaban.
Los japoneses amaban al Kaptain Kam. Aunque le gastábamos miles de
bromas, nadie que yo conociera había visto jamás los anuncios.
- ¿Preparado para abandonar tus bichos y dedicarte a la caza del atún? Lou
tenía un doctorado en Biología y daba clases en la Universidad de Hawai.
En mi opinión es el mejor entomólogo forense del país.
- No del todo. -Se echó a reír-. El traje me produce sarpullido.
- Hazlo en cueros.
- No creo que los japoneses estén preparados para algo así.
- ¿Cuándo ha sido eso un impedimento para ti? Lou y yo, y un puñado de
otros especialistas forenses, impartimos un curso sobre recuperación de
cadáveres en la Academia del FBI en Quantico, una localidad de Virginia.
Era un grupo irreverente, compuesto por patólogos, entomólogos,
antropólogos, botánicos y expertos en suelo, la mayoría con antecedentes
académicos. Un agente fervorosamente conservador le sugirió al
entomólogo que el pendiente no era apropiado. Lou le escuchó sin decir
nada y, al día siguiente, el pequeño pendiente de oro había sido
reemplazado por una pluma cherokee con cuentas, borlas y una pequeña
campana de plata.
- He recibido tus bichos.
- ¿Llegaron intactos? -Sanos y salvos. Hiciste un gran trabajo al recogerlos.
En los estados de Carolina los grupos de insectos asociados a la
descomposición incluyen más de quinientas veinte especies. Creo que me
enviaste la mayoría de ellas.
- ¿Qué puedes decirme? - 217 - -¿Quieres un informe detallado? -Claro.

- En primer lugar, creo que tus víctimas fueron asesinadas durante el día.
O al menos los cuerpos estuvieron expuestos durante un tiempo a la luz
del sol antes de que los enterrasen. Encontré larvas de
Sarcophaga bullata.

- En cristiano, por favor.

- Es una especie de mosca de la carne. Recogiste de ambos cuerpos


muestras de capullos de
Sarcophaga bullata
vacíos e intactos.

- ¿Y? -Los individuos de


Sarcophagidae
no son muy valientes después de la puesta del sol. Si dejas caer un
cadáver justo al lado podrían larvipositarlo, pero no son criaturas muy
activas de noche.
- ¿Larvipositarlo? -Los insectos usan la larviposición o la oviposición.
Algunos dejan huevos y otros dejan larvas en los tejidos del huésped.

- ¿Los insectos dejan larvas? -Primero larvas de crisálida. Es el primer


estadio larvario.
Sarcophagidae

deposita larvas. Es una estrategia que les proporciona una ventaja inicial
sobre el resto de gusanos y también les asegura cierta protección contra
los depredadores que se alimentan de huevos.
- Entonces ¿por qué todos estos insectos no depositan larvas en lugar de
huevos? -Hay un inconveniente. Las hembras no pueden producir tantas
larvas como huevos. Es una especie de trueque.
- La vida es concesión.

- Así es. También sospecho que los cuerpos estuvieron expuestos a la


intemperie, al menos durante un breve período.
Sarcophagidae
no es tan propenso a entrar en las casas como otros grupos;
Calliphoridae,
por ejemplo.

- Eso tiene sentido. Las mataron en la isla, o bien los cadáveres fueron
llevados hasta allí en barca.
- En cualquier caso, yo diría que las asesinaron durante el día; luego
pasaron un tiempo en el exterior y sobre la tierra antes de ser sepultadas.
- ¿Qué me dices de las otras especies? -¿Quieres todo el grupo?
-Exactamente.

- Para ambos cuerpos, el enterramiento hubiese demorado la invasión


normal de los insectos. No obstante, una vez que el cuerpo superior quedó
expuesto por la acción de los carroñeros, Calliphoridae lo hubiera
encontrado irresistible para depositar sus huevos.
- ¿Calliphoridae?
- Moscas azules. Habitualmente llegan a los pocos minutos de haberse
producido la muerte, junto con sus amigas las moscas de la carne. Ambas
son grandes aviadoras.
- Excelente.
-Tú recogiste al menos dos especies de moscas azules:
Cochluomyia…
- ¿No podríamos limitarnos a los nombres comunes? -De acuerdo.
Recogiste el primer, el segundo y el tercer estadio de larva de crisálida y
capullos vacíos e intactos de al menos dos especies de mosca azul.
- ¿Y eso qué significa? -Muy bien, clase. Repasemos el ciclo vital de la
mosca. Al igual que nosotros, a las moscas adultas las preocupa encontrar
lugares aptos para criar a sus hijos. Un cadáver es el lugar perfecto: medio
ambiente protegido y montones de comida, es decir, el vecindario ideal
para criar a los niños. Los cadáveres son tan atractivos que las moscas
azules y las moscas de la carne pueden llegar a los pocos minutos. La
hembra deposita inmediatamente sus huevos en los tejidos, o bien se
alimenta durante un tiempo de los fluidos que rezumban los restos y luego
deposita sus huevos.
- Muy agradable.
- ¡Eh!, que esa carne es muy rica en proteínas. Si el cuerpo tiene alguna
lesión, ése será su objetivo; si no, buscan los orificios: ojos, nariz, boca,
ano…
- Me hago una idea.
- Las moscas azules depositan grandes grupos de huevos, que pueden
llenar completamente los orificios naturales del cuerpo y las zonas heridas.
Dices que allí hacía fresco, de modo que tal vez no había tantos huevos en
tu tumba.
- Cuando los huevos maduran, los gusanos ocupan el centro del escenario.
- Así es. Segundo acto. Los gusanos son realmente guapos. En el extremo
delantero tienen dos bocas que utilizan para alimentarse y moverse.
Respiran a través de unas pequeñas estructuras planas que poseen en el
extremo posterior.
- Respiran a través del culo.
- En cierto sentido. En cualquier caso, los huevos depositados al mismo
tiempo maduran a la vez y los gusanos maduran juntos. También se
alimentan juntos, de modo que puedes ver esas enormes masas de
gusanos moviéndose alrededor del cadáver. El comportamiento alimenticio
del grupo provoca la diseminación de bacterias y la producción de enzimas
digestivas, lo que permite que los gusanos consuman la mayoría de los
tejidos blandos de un cadáver. Es todo muy eficiente.
Los gusanos maduran rápidamente y cuando alcanzan su tamaño máximo
experimentan un cambio radical en su comportamiento. Dejan de
alimentarse y buscan un alojamiento más seco, habitualmente lejos del
cadáver.
- Tercer acto.
- Sí. Las larvas se meten bajo tierra, su piel exterior se endurece y forma
una especie de estuche protector llamado capullo. Parecen diminutos
balones de rugby.
Los gusanos permanecen dentro de estos capullos hasta que sus células se
han reorganizado, y entonces emergen como moscas adultas.

- ¿Por esa razón los capullos vacíos son importantes? -Sí. ¿Recuerdas las
moscas de la carne? -
Sarcophagidae;
las que depositan larvas en lugar de huevos.

- Muy bien. Son las que suelen aparecer primero como adultos. El proceso
de maduración les lleva entre dieciséis y veinticuatro días, siempre que la
temperatura - 219 - sea de aproximadamente veinticinco grados. Pero en
las condiciones que describes, el proceso seguramente fue más lento.
- Sí. La temperatura no era tan alta.
- Sin embargo, los capullos vacíos significan que algunas de las moscas de
la carne ya habían completado su desarrollo.
- Y abandonaron los capullos.
- La mosca azul tarda entre catorce y veinticinco días en madurar;
probablemente, más tiempo en el ambiente húmedo de esa isla.
- Esos cálculos concuerdan.

- También recogiste lo que estoy seguro de que se trata de larvas de


Muscidae,

gusanos de la mosca doméstica y sus parientes. Estas especies no suelen


aparecer hasta cinco o siete días después de producirse la muerte.
Prefieren esperar lo que nosotros llamamos estadios de primera hinchazón.
¡Oh!, y también había insectos saltadores. Se trata de gusanos que saltan.
Aunque no siempre resulta fácil, he aprendido a ignorarlos mientras
trabajo con cuerpos descompuestos.
- Ésos son mis preferidos.
- Todo el mundo tiene que ganarse la vida, doctora Brennan.
- Supongo que uno debe admirar a un organismo que es capaz de saltar
noventa veces la longitud de su cuerpo.
- ¿Lo has medido? -Es un cálculo aproximado.
- Un criterio particularmente útil para calcular el IPM es la mosca soldado
negra. Normalmente no hacen su aparición hasta veinte días después de
producirse la muerte, y son bastante consistentes, incluso con los restos
enterrados.
- ¿Estaban presentes? -Sí.
- ¿Qué más? -El grupo de escarabajos era más limitado, a causa
probablemente del habitat húmedo. Pero las formas típicas del depredador
no faltaron a la cita, alimentándose alegremente, sin duda, de gusanos y
partes blandas de los cadáveres.
- ¿Cuáles son tus cálculos con todos esos datos? -Yo diría que estamos
hablando de tres o cuatro semanas.
- ¿Los dos cuerpos? -Tú mediste un metro veinte hasta el fondo del agujero
y noventa centímetros hasta la parte superior del cuerpo que estaba
debajo. Ya hemos analizado la deposición de larvas por parte de las
moscas de la carne antes de que los cuerpos fuesen enterrados; eso
explica la presencia de capullos encima y debajo del cuerpo inferior.
Algunos contenían moscas adultas, con medio cuerpo fuera y medio
cuerpo dentro. Seguramente, se vieron atrapadas por la tierra cuando
intentaban salir.

Piophilidae
también estaba allí.

- ¿Lou? -Gusanos saltadores. También encontré algunas moscas del ataúd


en las muestras de tierra que cubría al cadáver del fondo y algunas larvas
en el propio cadáver. Se sabe que estas especies se introducen
profundamente en los cadáveres - 220 - para depositar sus huevos. La
remoción de la tierra en la tumba y la presencia del otro cuerpo encima del
que yacía en el fondo habrían facilitado su acceso. He olvidado mencionar
que encontré moscas del ataúd en el cuerpo superior.
- ¿Te sirvieron las muestras de tierra? -Mucho. No querrás oírlo todo sobre
bichos que se alimentan de gusanos y sustancias en descomposición, pero
encontré una forma que resulta muy útil para el IPM. Cuando examiné las
muestras de tierra hallé una cantidad de ácaros que soportan un mínimo
de tres semanas desde el momento de la muerte.
- O sea que estás diciendo de tres a cuatro semanas para ambos cuerpos.
- Ése es mi cálculo preliminar.
- Esta información es muy útil para mí. Realmente, me dejas con la boca
abierta.
- ¿Coinciden estos datos con el estado de los restos? -Perfectamente.
- Hay otra cosa que me gustaría mencionarte.
Cuando Lou me lo dijo, sentí que un viento helado me asolaba el alma.

- 221 -
Capítulo 24
- Lo siento, Lou. Repítemelo.
- No es nada nuevo. El incremento en las muertes relacionadas con el
consumo de drogas en los últimos años ha orientado la investigación hacia
la búsqueda y comprobación de sustancias farmacéuticas en los insectos
que se alimentan de carroña. No es necesario que te diga que los
cadáveres no siempre se encuentran inmediatamente, de modo que suele
suceder que los investigadores no disponen de aquellos especimenes
necesarios para practicar un análisis toxicológico. Ya sabes, sangre, orina o
bien tejidos procedentes de los órganos.
- ¿Me estás diciendo que buscan drogas en los gusanos? -Se puede hacer,
pero hemos tenido más suerte en el caso de los capullos. Ello se debe
probablemente a un mayor tiempo de alimentación en comparación con
las larvas. También lo hemos probado con despojos de los escarabajos y…
- ¿O sea? -La piel mudada y la materia fecal de los escarabajos. Sin
embargo, los niveles más altos de drogas los hemos encontrado en los
capullos de las moscas. Este dato probablemente refleja una preferencia
alimentaría. Mientras que los escarabajos se inclinan por la materia
superficial seca, las moscas buscan los tejidos blandos. Y es allí donde
suelen concentrarse las mayores cantidades de droga.
- ¿Qué es lo que han encontrado? -Bueno, la relación es bastante larga:
cocaína, heroína, metanfetamina, amitriptilina, nortriptilina.
Recientemente hemos estado trabajando con la 3,4-
metilenedioximetanfetamina.
- ¿Nombre vulgar? -El más común es éxtasis.
- ¿Y encontráis estas sustancias en los capullos? -Hemos conseguido aislar
las drogas principales y sus metabolitos.
- ¿Cómo? -El método de extracción es similar al que se emplea para las
muestras regulares en patología, excepto que debes romper la dura matriz
de quitina/proteína en el capullo y los despojos del insecto para liberar las
toxinas. Eso se consigue aplastando los capullos, y luego aplicando un
fuerte tratamiento con un ácido o una base. Después de eso, y de un
ajuste del pH, se emplean las técnicas rutinarias de clasificación de drogas.
Realizamos una extracción base seguida de una cromatografía líquida y
una espectrometría masiva. La descomposición iónica indica qué contiene
tu muestra y en qué proporción.
Tragué saliva.
- 222 - -¿Me estás diciendo que encontraron flunitrazepam en los capullos
que te envié? -Los capullos asociados al cuerpo superior contenían
flunitrazepam y dos de sus metabolitos, demetilflunitrazepam y 7-
aminoflunitrazepam. La concentración de la droga principal era mayor que
las de los metabolitos.
- Un dato que apunta una exposición aguda más que crónica.
- Exactamente.
Le agradecí a Lou el trabajo que había hecho y colgué.
Por un momento, me quedé inmóvil en el sillón. La conmoción del
descubrimiento me había revuelto el estómago y creí que iba a vomitar. O
tal vez fuese el pastel que había comido.
Flunitrazepam.
La palabra finalmente había traído a la superficie el recuerdo almacenado.
Flunitrazepam.
Rohypnol.
Ésa había sido la llamada de alerta que mi cerebro había estado enviando.
Con manos temblorosas, marqué el número de teléfono del motel Lord
Cartaret. Nadie respondió. Volví a llamar y dejé mi número en el busca de
Ryan.
Después esperé, mientras mi sistema nervioso simpático enviaba una
alerta de baja intensidad diciéndome que debía tener miedo. ¿Miedo de
qué? Rohypnol.
Cuando sonó el teléfono me abalancé sobre el aparato.
Un estudiante.
Dejé la línea libre y esperé un poco más. Sentía un miedo oscuro y helado.
Rohypnol: la droga que se mezcla con la bebida de una amiguita para
después violarla sin que se entere de nada.
Mientras esperaba se formaron los glaciares. El nivel de los océanos subió
y bajó. En alguna parte, una estrella hacía girar planetas en el polvo.
Ryan llamó once minutos más tarde.
- Creo que he encontrado otra conexión.
- ¿Cuál es esa conexión? «Espera. No dejes que la conmoción interfiera con
tu pensamiento.» -Los asesinatos de la isla Murtry y los de St. Jovite.
Le conté la conversación que había tenido con Lou West.
- Una de las mujeres de Murtry tenía cantidades masivas de Rohypnol en
sus tejidos.
- Igual que los cadáveres que encontramos en el dormitorio del primer piso
en St. Jovite.
- Sí.
Otro recuerdo había irrumpido en la superficie cuando Lou pronunció el
nombre de la droga: el bosque boreal, vistas aéreas de un chalet envuelto
en una nube de humo, un prado, cuerpos amortajados dispuestos en
círculo, personal uniformado, camillas, ambulancias.
- ¿Recuerdas la orden del Templo del Sol? - 223 - -¿Ese montón de
chiflados que se suicidaron en masa? -Sí. Sesenta y cuatro personas
murieron en Europa; diez en Quebec.
Hice un esfuerzo para controlar la voz.
- Algunos de esos chalets fueron preparados para explotar e incendiarse.
- Sí, he pensado en eso.
- En ambas localidades se encontró Rohypnol. Muchas de las víctimas
habían ingerido la droga poco antes de morir.
Pausa.
- ¿Crees que Owens está recomponiendo la secta en Carolina del Sur? -No
lo sé.
- ¿Crees que están traficando? -¿Traficando con qué? ¿Vidas humanas?
-Supongo que es una posibilidad.
Por un momento, ninguno de los dos habló.
- Pasaré la información a los tíos que trabajaron en el caso de Morin
Heights.
Mientras tanto, me pegaré al culo de Dom Owens.
- Hay más.
En la línea, se escuchaba un leve zumbido.
- ¿Me estás escuchando? -Sí.
- West calcula que ambas mujeres murieron hace tres o cuatro semanas.
Mi respiración resonaba en el auricular.
- El incendio en St. Jovite se produjo el diez de marzo. Mañana es uno.
Escuché el zumbido mientras Ryan hacía el cálculo.
- Mierda. Hace tres semanas.
- Tengo la sensación de que va a pasar algo terrible, Ryan.
- Mensaje recibido.
Señal de línea libre.
Cuando miro hacia atrás tengo siempre la sensación de que los hechos se
aceleraron después de aquella conversación, aumentaron la velocidad y se
volvieron frenéticos, y finalmente formaron un torbellino que lo succionó
todo, incluida yo.
Aquella tarde me quedé trabajando hasta tarde, y Hardaway también. Me
llamó cuando yo estaba sacando del sobre su informe de la autopsia.
Le di el perfil del cuerpo más próximo a la superficie y la edad que había
calculado para el cuerpo del fondo.
- Los datos coinciden -dijo-. Tenía veinticinco años.
- ¿Habéis conseguido una identificación positiva? -Pudimos extraer una
huella legible. En los archivos locales y estatales no había nada, de modo
que la enviaron al FBI. No encontraron nada en sus ordenadores. Sin
embargo, pasó una cosa muy rara. No sé qué fue lo que me impulsó a
hacerlo, probablemente porque sé que trabajas allá. Cuando el tío del FBI
sugirió que lo intentásemos con la Real Policía Montada del Canadá, yo
dije, ¡qué demonios!, - 224 - adelante con ello. Resultó que era
canadiense.
- ¿Qué más pudieron averiguar sobre ella? -Espera.
Oí el crujido de unos muelles y luego el roce de unos papeles.
- El documento llegó hoy. El nombre es Jennifer Cannon: raza blanca,
metro setenta de estatura, cincuenta y ocho kilos, pelo castaño, ojos
verdes. La última vez que la vieron con vida fue hace… -hubo una pausa
mientras calculaba- dos años y tres meses.
- ¿De dónde es? -Veamos. -Pausa-. Calgary. ¿Dónde está eso? -En el oeste.
¿Quién informó de su desaparición? -Sylvia Cannon. Es una dirección de
Calgary, de modo que debe de tratarse de su madre.
Le di a Hardaway el número del busca de Ryan y le pedí que le llamase.
- Cuando hables con él, dile por favor que me llame. Si no estoy aquí, me
encontrará en casa.
Metí los huesos del caso Murtry en sus cajas correspondientes y las cerré
herméticamente. Luego, guardé en mi maletín el disquete y los formularios
del caso, el informe y las fotografías de Hardaway, y mi trabajo para la
conferencia. Cerré el laboratorio con llave y me marché a casa.
El campus estaba desierto. La noche era tranquila y húmeda. Los hombres
del tiempo hubieran dicho que era inusualmente cálida. El aire estaba
cargado con el olor a hierba recién cortada y a lluvia inminente. En la
distancia, se escuchaban los ruidos sordos de los truenos y me imaginé
una tormenta avanzando desde las montañas Smoky y atravesando
Piedmont.

De camino a casa paré en Selwyn Pub a comprar un poco de comida. La


multitud que había salido del trabajo comenzaba a dispersarse, y los
jóvenes procedentes del Queens College aún no habían llegado a ocupar
sus posiciones en el local. Sarge, uno de los dueños, un irlandés pícaro y
con un extraño sentido del humor, estaba sentado en su taburete habitual,
en una esquina de la barra, opinando sobre deportes y política, mientras
Neal, el
barman,
servía una de las docenas de cervezas de barril. Sarge quería discutir
sobre la pena de muerte, o más bien dar su opinión acerca de la pena de
muerte, pero yo no estaba de humor para eso. Cogí mi hamburguesa con
queso y abandoné el local.
Cuando metí la llave en la cerradura del Anexo comenzaban a caer las
primeras gotas sobre las magnolias. Sólo me recibió el tictac del reloj.
Eran casi las diez cuando llamó Ryan.
Sylvia Cannon no residía desde hacía más de dos años en la dirección que
constaba en el informe sobre personas desaparecidas, y tampoco en la
dirección que había dejado en la oficina de correos para que le enviasen la
correspondencia.
Los vecinos de la primera dirección no recordaban a ningún esposo y sí a
una hija. Describieron a Sylvia como una mujer callada y solitaria. Nadie
sabía dónde había trabajado o dónde había ido al marcharse de Calgary.
Una mujer creía que tenía un hermano en la zona. La policía de Calgary
estaba tratando de localizarle.
- 225 - Más tarde, cuando ya estaba en la cama, la lluvia resonaba con
fuerza en el techo y las hojas de los árboles. Los truenos estallaban junto a
la ventana y los relámpagos iluminaban desde atrás la silueta de Sharon
Hall. El ventilador de techo esparcía una neblina fría y, con ella, el aroma
de las petunias, y humedecía la alambrera de la ventana.
Me encantan las tormentas. Amo el poder salvaje de ese espectáculo.
¡Hidráulica! ¡Voltaje! ¡Percusión! La Madre Naturaleza tiene el dominio y
todo el mundo espera su capricho.
Disfruté del espectáculo todo lo que pude. Luego me levanté y fui hasta la
ventana. La cortina estaba húmeda y el agua mojaba el alféizar. Cerré la
hoja de la izquierda, cogí la derecha y respiré profundamente. El cóctel de
truenos, relámpagos y lluvia provocó una inundación de recuerdos
infantiles: noches de verano, luciérnagas, Harry y yo durmiendo en el
porche de la abuela.
«Piensa en eso -me dije-. Escucha esos recuerdos y no las voces de la
muerte que gritan en tu cerebro.» Un relámpago iluminó el cielo y el
aliento se congeló en mi garganta. ¿Había algo que se movía debajo del
seto? Otro relámpago.
Miré hacia esa zona del jardín, pero no vi nada entre los arbustos.
¿Lo habría imaginado? Mis ojos barrieron la oscuridad: prados y setos
verdes, aceras incoloras, petunias apagadas contra el fondo negro de
enredaderas y astillas de pino.
No vi ningún movimiento.
El mundo volvió a iluminarse y un estallido seco pareció romper en dos la
noche.
Una forma blanca salió disparada del seto y cruzó el prado. Hice un
esfuerzo para ver qué era, pero la imagen desapareció antes de que mis
ojos pudiesen enfocarla.
El corazón me latía con tanta violencia que podía sentirlo en el cráneo.
Empujé la hoja de la ventana hacia afuera y me incliné sobre la malla de
alambre para mirar hacia la oscuridad donde esa cosa blanca había
desaparecido. El agua me empapaba el camisón y las gotas se deslizaban
por mi cuerpo.
Inspeccioné con la vista todo el prado.
Nada.
Olvidándome de la ventana, me volví y corrí escaleras abajo. Estaba a
punto de abrir la puerta trasera cuando sonó el teléfono, lo que hizo que el
corazón se me subiera a la garganta.
«¡Oh, Dios! ¿Y ahora qué?» Levanté el auricular.
- Tempe, lo siento…
Miré el reloj de la pared. Era la una y cuarenta.
¿Por qué me llamaba mi vecina a esas horas? -… seguramente se metió allí
el miércoles cuando mostré el lugar. Está vacío, ya sabe. Y acabo de ir
para comprobar las ventanas, con la tormenta y todo eso, y - 226 -
apareció de pronto. Lo llamé, pero desapareció. Pensé que le gustaría
saberlo…
Dejé caer el auricular, abrí la puerta de la cocina de par en par y corrí
hacia afuera.

- Aquí,
Birdie
-llamé-. Ven, chico.

Recorrí el patio. A los pocos segundos, tenía el pelo empapado y el


camisón parecía un pañuelo de papel mojado.

-
¡Birdie!
¿Estás ahí? Otro relámpago cruzó el cielo e iluminó aceras, arbustos,
jardines y casas.

- ¡Birdie!
-grité-.
¡Birdie!

Las gotas de lluvia golpeaban el pavimento y abofeteaban las hojas


encima de mi cabeza.
Volví a gritar.
Ninguna repuesta.
Grité su nombre una y otra vez; una chiflada vagando por los terrenos de
Sharon Hall. A los pocos minutos, temblaba sin que pudiera controlarme.
Entonces lo vi.
Estaba escondido debajo de un arbusto, la cabeza gacha, las orejas
proyectadas hacia delante, formando un ángulo extraño. Tenía el pelo
mojado y apelmazado, y mostraba franjas de piel pálida, como grietas en
una vieja pintura.
Me acerqué a él y me acuclillé a su lado. Tenía aspecto de haber sido
sumergido y luego rebozado. Agujas de pino, astillas de corteza y
diminutos trozos de vegetación le cubrían la cabeza y el lomo.

-
¿Birdie?
-dije en voz queda, extendiendo los brazos.

Alzó la cabeza y examinó mi cara con sus ojos amarillos. Otro relámpago
iluminó la escena.
Birdie
se levantó, arqueó el lomo y dijo: «Mrrrrp.» Le mostré las palmas de las
manos.

- Ven,
Birdie
-susurré bajo la lluvia.

Dudó un momento, luego se acercó, apretó su cuerpo de lado contra mi


muslo y repitió: «Mrrrrp.» Levanté a mi gato, lo abracé contra mi cuerpo y
corrí de regreso a la cocina.

Birdie
pasó sus patas delanteras por encima de mi hombro y se apretó contra mí,
como si fuese un mono colgado de su madre. Sentía sus uñas a través de
la empapada tela del camisón.

Diez minutos más tarde, había acabado de frotarlo de arriba abajo. Los
pelos blancos cubrieron varias toallas y fueron arrastrados por el aire. Por
una vez, no había habido protestas.
Birdie
se zampó un cuenco lleno de Science Diet y un plato de helado de vainilla.
Luego lo llevé a la cama. Se metió debajo de las mantas y después se
estiró totalmente contra mi pierna. Sentí que su cuerpo estaba tenso y que
poco a poco se relajaba al extender las garras. El pelo aún estaba húmedo,
pero no me importó. Mi gato había regresado.

- Te amo,
Birdie
-le dije a la noche.

Me dormí escuchando un dúo de ronroneos y lluvia persistente.

- 227 -
Capítulo 25

El día siguiente era sábado, de modo que no fui a la universidad. Mis


planes eran leer los hallazgos que había hecho Hardaway y luego redactar
mis informes sobre las víctimas de Murtry. Después compraría flores en el
centro de jardinería y las trasplantaría a los grandes maceteros que tengo
en el patio; jardinería instantánea, uno de mis muchos y variados talentos.
También tendría una larga charla con Katy, disfrutaría de un tiempo
compartido con mi gato, trabajaría un poco para la conferencia y las
últimas horas de la tarde las dedicaría a Élisabeth Nicolet.
Pero el programa no se desarrolló así.

Cuando me desperté,
Birdie
ya se había ido. Lo llamé pero no respondió, de modo que me puse
pantalones cortos y una camiseta, y fui abajo a buscarlo. El rastro era fácil
de seguir. Había vaciado su plato y dormía en un parche de sol en el sofá
de la sala.

El gato yacía sobre el lomo, las patas traseras extendidas, las garras
delanteras colgando sobre el pecho. Lo observé durante un momento,
sonriendo como un niño la mañana de Navidad. Luego fui a la cocina,
preparé café y una rosa de pan, recogí el
Observer
y me instalé a la mesa de la cocina.
La esposa de un médico había sido encontrada asesinada a cuchilladas en
Myers Park. Un niño había sido atacado por un pit bull; los padres exigían
que se sacrificase al animal y el dueño del perro estaba indignado. Los
Hornets habían derrotado a los Golden State Warriors por 101 a 87.
Comprobé el pronóstico del tiempo. Sol y una temperatura de veintitrés
grados en Charlotte. Examiné las temperaturas en el resto del mundo. El
viernes los termómetros habían ascendido hasta los nueve grados en
Montreal. Existe una razón evidente para la vanidosa satisfacción de los
sureños.
Leí todo el periódico: editoriales, anuncios, publicidad de farmacias. Es un
ritual de fin de semana del que disfruto intensamente, pero al que había
tenido que renunciar en los últimos tiempos. Como una drogata en plena
fiesta, absorbí cada palabra impresa.
Cuando hube terminado, limpié la mesa y fui a buscar el maletín. Coloqué
las fotografías de la autopsia a mi izquierda y el informe de Hardaway
frente a mí. El bolígrafo se quedó sin tinta a la primera anotación. Me
levanté y fui a la sala a buscar otro.
Cuando vi la figura en el porche, mi corazón alteró sus latidos. No tenía
idea de quién era ni cuánto tiempo hacía que estaba delante de la puerta
principal de mi casa. La figura se volvió, se acercó a la pared y se inclinó
hacia la ventana. Nuestras miradas se encontraron y me quedé inmóvil sin
que pudiera creer lo que veían mis ojos.
- 228 - Crucé la sala y abrí la puerta sin perder un segundo.
Estaba con las caderas proyectadas hacia delante y las manos
enganchadas en las correas de una mochila. El dobladillo de la falda se
abultaba sobre sus botas de excursionista. El sol de la mañana bañaba su
pelo y enmarcaba la cabeza en un resplandor dorado.
«¡Dios mío! -pensé-. ¿Y ahora qué?» Kathryn habló primero.
- Necesito hablar. Yo…
- Sí, por supuesto. Por favor, pasa. -Me aparté y extendí la mano-. Dame la
mochila.
Kathryn entró, se quitó la mochila y la dejó caer al suelo. No dejó de
mirarme en ningún momento.
- Sé que le estoy imponiendo mi presencia, y yo…
- Kathryn, no seas tonta. Me alegro de volver a verte. -Estaba tan
sorprendida que por un momento mi cerebro se quedó bloqueado.
Abrió la boca, pero no dijo nada.
- ¿Quieres comer algo? La respuesta estaba dibujada en su cara.
Pasé el brazo por encima de sus hombros y la llevé a la mesa de la cocina.
Se dejó guiar mansamente. Aparté las fotografías y el informe, y la senté
en una silla.
Mientras tostaba unas rebanadas de pan, las untaba con queso cremoso y
servía un vaso de zumo de naranja, miraba de reojo a mi visitante. Kathryn
tenía la mirada fija en la mesa, y sus manos alisaban unas arrugas
inexistentes en el pequeño mantel individual que había colocado delante
de ella. Sus dedos arreglaban una y otra vez los flecos, estirando cada uno
y colocándolo paralelo al siguiente.
Tenía un nudo en el estómago. ¿Cómo había llegado hasta mi casa? ¿Se
había escapado? ¿Dónde estaba Carlie? Pero esperé a que acabase de
comer para someterla al interrogatorio.
Cuando Kathryn terminó y me dijo que no quería nada más, quité los
platos, los dejé en el fregadero y volví a reunirme con ella en la mesa.
- Muy bien. ¿Cómo me encontraste? -Le di unas palmaditas en la mano y le
sonreí para alentarla.
- Usted me dejó su tarjeta. -Metió la mano en un bolsillo y depositó la
tarjeta encima de la mesa. Luego sus dedos volvieron al mantel individual-.
Llamé al número de Beaufort un par de veces, pero nunca estaba allí.
Finalmente, me atendió un tío que me dijo que había regresado a
Charlotte.
- Era Sam Rayburn. Me alojaba en su barco.
- En cualquier caso, decidí largarme de Beaufort. -Alzó la vista, me miró
brevemente y volvió a fijar los ojos en la mesa-. Hice autostop hasta aquí y
fui a buscarla a la universidad, pero me llevó más tiempo del que pensaba.
Cuando llegué al campus, usted ya se había marchado. Pasé la noche en
casa de una chica que encontré en el campus y esta mañana me dejó aquí
de camino a su trabajo.
- ¿Cómo sabías dónde vivía? -Ella buscó la dirección en una especie de
libro.
- 229 - -Comprendo. -Estaba segura de que la dirección de mi casa no
figuraba en la guía de la facultad-. Bien, me alegro de que estés aquí.
Kathryn asintió. Parecía agotada. Tenía los ojos enrojecidos y un
semicírculo oscuro subrayaba sus párpados inferiores.
- Habría devuelto tus llamadas, pero no dejaste ningún número de
contacto. El martes pasado, cuando el detective Ryan y yo visitamos
nuevamente la granja, no te vimos.
- Yo estaba allí, pero… -Su voz se apagó.

Esperé.
Birdie
se asomó por la puerta y luego se alejó, rechazado por la tensión.

El reloj marcó la media hora. Los dedos de Kathryn seguían jugando con
los flecos del mantel.
Finalmente, ya no pude soportarlo.
- Kathryn, ¿dónde está Carlie? Apoyé mis manos sobre las suyas.
Levantó la mirada. Tenía los ojos vacíos.
- Ellos lo están cuidando.
Su voz era infantil, como la de un niño que responde a una acusación.
- ¿Quién lo está cuidando? Kathryn apoyó los codos en la mesa y se frotó
las sienes con los dedos, describiendo pequeños círculos. Sus ojos habían
vuelto a concentrarse en el mantel.
- ¿Está Carlie en Saint Helena? Asintió.
- ¿Querías dejarle allí? Sacudió la cabeza, y sus manos se deslizaron hacia
arriba, de modo que las palmas apretaron ambas sienes.
- ¿El bebé está bien? -¡Carlie es mi bebé! ¡Mío! La vehemencia de sus
palabras me cogió por sorpresa.
- Yo puedo cuidar de él.
Cuando alzó el rostro una lágrima brillaba en cada mejilla. Sus ojos
perforaron los míos.
- ¿Quién dice que no puedes hacerlo? -Yo soy su madre. -Le temblaba la
voz. ¿Por qué? ¿Agotamiento? ¿Miedo? ¿Resentimiento? -¿Quién está
cuidando a Carlie? -Pero ¿qué pasará si estoy equivocada? ¿Qué pasará si
todo es verdad? Su mirada volvió a posarse en el mantel.
- ¿Qué pasará si qué es verdad? -Amo a mi hijo. Quiero lo mejor para él.
Las respuestas de Kathryn no tenían ninguna relación con mis preguntas.
Estaba sondeando sus propios lugares oscuros, repitiendo un viejo discurso
familiar.
Sólo que esa vez lo hacía en mi cocina.
- Por supuesto que sí.
- No quiero que mi pequeño muera.
- 230 - Sus dedos temblaban mientras alisaban los flecos del mantel. Era el
mismo movimiento que le había visto hacer cuando acariciaba la cabeza
de Carlie.
- ¿Está Carlie enfermo? -pregunté alarmada.
- No, está perfectamente.
Las palabras eran apenas audibles. Una lágrima cayó sobre el mantel.
Miré el pequeño punto oscuro y me sentí completamente impotente.
- Kathryn, no sé cómo puedo ayudarte. Tienes que contarme qué es lo que
sucede.
En ese momento, sonó el teléfono, pero decidí ignorarlo. Desde la otra
habitación llegó el sonido del contestador, mi mensaje, luego una señal
seguida de una voz aguda, más sonidos y después silencio.
Kathryn no se movió. Parecía paralizada por los pensamientos que la
atormentaban. A través del silencio casi pude sentir su dolor y decidí
esperar a que hablase.
Siete manchas pequeñas y húmedas oscurecieron el algodón azul del
mantel;
diez, trece.
Después de lo que pareció una eternidad, Kathryn levantó la cabeza. Se
secó ambas mejillas con el dorso de la mano y apartó el pelo de su cara.
Luego entrecruzó los dedos y apoyó las manos con cuidado en el centro
del pequeño mantel azul. Se aclaró la voz dos veces.
- No sé lo que es llevar una vida normal. -Sonrió con expresión humilde-.
Hasta este año no sabía que no estaba llevando una vida normal.
Bajó la mirada.
- Supongo que tuvo que ver con el nacimiento de Carlie. Antes de que
naciera jamás había tenido dudas. Nunca se me había ocurrido hacerme
preguntas. Me educaron en casa, de modo que todo lo que sabía…
-Nuevamente la sonrisa-. Lo que sé acerca del mundo es muy limitado.
-Pensó por un momento-. Todo lo que sé sobre el mundo es lo que ellos
han querido que supiera.
- ¿Ellos? Apretó las manos con tanta fuerza que los nudillos se pusieron
blancos.
- Se supone que nunca debemos hablar sobre las cuestiones del grupo.
-Tragó saliva-. Ellos son mi familia; ellos han sido mi mundo desde que
tenía ocho años. Él ha sido mi padre y mi consejero y mi maestro y…
- ¿Dom Owens? Sus ojos volaron hacia los míos.
- Es un hombre brillante. Lo sabe todo sobre la salud y la reproducción, y la
evolución y la polución, y cómo hacer para mantener en equilibrio las
fuerzas espirituales, biológicas y cósmicas. Él ve y comprende cosas de las
que el resto de nosotros no tenemos ni idea. No se trata de Dom; yo confío
en Dom. Él jamás le haría daño a Carlie. Dom hace lo que hace para
protegernos. Él nos cuida. Es sólo que no estoy segura…
Kathryn cerró los ojos e inclinó la cabeza. Un pequeño vaso latía en su
cuello.
La laringe subía y bajaba. Después inspiró en profundidad, bajó la barbilla
y me miró directamente a los ojos.
- 231 - -Esa chica, la que estaba buscando. Ella estuvo allí.
Tuve que hacer un esfuerzo para oír lo que me estaba diciendo.
- ¿Heidi Schneider? -Nunca supe su apellido.
- Dime lo que recuerdes de ella.
- Heidi se unió al grupo en otra parte; en Texas, creo. Vivió en Saint Helena
alrededor de dos años. Era mayor que yo, pero me caía muy bien. Siempre
estaba dispuesta a hablar conmigo o a ayudarme. Era muy divertida. -Hizo
una pausa-.
Se suponía que Heidi debía procrear con Jason…
- ¿Qué? Pensé que no había escuchado bien.
- Su compañero reproductor era Jason, pero ella estaba enamorada de
Brian, el chico con quien estaba enrollada cuando se unió a nosotros. Es el
que está en la fotografía con ella.
- Brian Gilbert.
Sentía la boca completamente seca.
- Bien, Brian y ella se las ingeniaban para escabullirse y estar juntos. -Sus
ojos se posaron en algún punto distante-. Cuando Heidi quedó embarazada
estaba aterrorizada ante la posibilidad de que el bebé no fuese santificado.
Intentó ocultar su embarazo, pero finalmente ellos lo descubrieron.
- ¿Owens? Su mirada volvió a encontrarse con la mía y vi que sentía
pánico.
- No importa. Afecta a todos.
- ¿Qué? -La orden. -Frotó las palmas de las manos en el mantel y luego
volvió a unirlas-. Hay algunas cosas de las que no puedo hablar. ¿Quiere
oír lo que tengo que decir? -Me miró y vi que sus ojos comenzaban a
llenarse de lágrimas otra vez.
- Continúa.
- Un día Heidi y Brian no acudieron a la reunión matinal. Se habían
marchado.
- ¿Adónde? ¿Crees que Owens envió a alguien para que los encontrase?
Sus ojos se desviaron hacia la ventana y se mordió el labio inferior.
- Hay más. Una noche del otoño pasado Carlie se despertó molesto;
entonces fui abajo a buscar un poco de leche. Escuché ruidos en la oficina
y luego a una mujer que hablaba en voz muy baja para que nadie pudiese
oír lo que decía. Seguramente estaba hablando por teléfono.
- ¿Pudiste reconocer la voz? -Sí. Era una de las mujeres que trabajaban en
la oficina.
- ¿Y qué decía? -Le estaba diciendo a alguien que otra persona se
encontraba bien. No me quedé a oír el resto.
- Continúa.
- Hace tres semanas aproximadamente la escena se repitió, sólo que en
esta ocasión pude escuchar que unas personas discutían. Parecían
realmente enfadadas, pero la puerta estaba cerrada y no pude entender
de qué hablaban. Eran Dom y la - 232 - misma mujer.
Se enjugó una lágrima con el dorso de la mano. Seguía mirando hacia
abajo.
- Al día siguiente, la mujer se marchó de la granja y nunca volví a verla.
Ella y otra mujer, simplemente desaparecieron.
- ¿Acaso la gente no entra y sale del grupo? Sus ojos me miraron
fijamente.
- Esa mujer trabajaba en la oficina. Creo que era ella quien recibía las
llamadas sobre las que usted preguntaba. -Vi que su pecho subía y bajaba
mientras trataba de contener el llanto-. Era la mejor amiga de Heidi.
Sentí que el nudo se apretaba en mi estómago.
- ¿Se llamaba Jennifer? Kathryn asintió.
Respiré hasta llenarme los pulmones de aire. «Mantén la calma por el bien
de Kathryn.» -¿Quién era la otra mujer? -No estoy segura. Hacía poco que
estaba en la granja. Espere. Tal vez su nombre fuese Alice, o Anne.
Mi corazón se aceleró súbitamente. ¡Oh, Dios!, no.
- ¿Sabes de dónde venía? -De algún lugar del norte. No, tal vez de Europa.
A veces Jennifer y ella hablaban en otro idioma.
- ¿Crees que Dom Owens ordenó que matasen a Heidi y sus bebés? ¿Es por
eso por lo que temes por Carlie? -Usted no lo entiende. No es Dom. Él sólo
intenta protegernos y ayudarnos a cruzar al otro lado. -Me miró
intensamente como si quisiera ver dentro de mi cabeza-. Dom no cree en
el Anticristo. Él sólo quiere llevarnos fuera de la destrucción.
Su voz temblaba y breves jadeos puntuaban los espacios entre las
palabras. Se levantó y se acercó a la ventana.
- Son los otros. Es ella. Dom quiere que todos vivamos para siempre.
- ¿Quién? Kathryn comenzó a pasear por la cocina como un animal
enjaulado, y sus dedos retorcían la pechera de su blusa de algodón. Las
lágrimas bañaban su rostro.
- Pero ahora no. Es demasiado pronto. No puede ser ahora.
Rogaba.
- ¿Qué es demasiado pronto? -¿Y qué pasa si están equivocados? ¿Qué
sucederá si no hay suficiente energía cósmica? ¿Y si allí fuera no hay
nada? ¿Y si Carlie simplemente se muere? ¿Qué pasa si mi bebé muere?
Fatiga, ansiedad y culpa.
La combinación se volvió abrumadora, y Kathryn comenzó a sollozar sin
que pudiera controlarse. Su discurso se volvió incoherente y me di cuenta
de que no sacaría nada en limpio.
Me acerqué a ella y la abracé con ambos brazos.
- 233 - -Kathryn, necesitas descansar. Por favor, ven conmigo y acuéstate.
Hablaremos más tarde.
Hizo un sonido que no fui capaz de interpretar y se dejó llevar a la planta
alta hasta la habitación de invitados. Busqué unas toallas y bajé
nuevamente a recoger su mochila. Cuando regresé a la habitación, estaba
acostada en la cama, con un brazo sobre la frente, los ojos cerrados y las
lágrimas se deslizaban sobre el pelo que le cubría las sienes.
Dejé la mochila sobre la cómoda y cerré las persianas. Cuando estaba
cerrando la puerta, Kathryn habló en voz muy baja, con los ojos cerrados y
los labios apenas abiertos.
Sus palabras me espantaron más que cualquier otra cosa que hubiese oído
en mucho tiempo.

- 234 -
Capítulo 26

- ¿La vida eterna? ¿Fueron ésas exactamente sus palabras? -Sí.


Apretaba el auricular con tanta fuerza que me dolían los tendones de la
muñeca.
- Repítemelo.
- «¿Qué pasará si se marchan y nos dejan atrás? ¿Qué pasará si le niegan a
Carlie la vida eterna?» Esperé mientras Red pensaba en las últimas
palabras de Kathryn. Cuando cambié el auricular de mano vi una huella en
el lugar donde mi palma había mojado el plástico.
- No lo sé, Tempe. Es una llamada difícil. ¿Cómo podemos saber cuándo un
grupo se volverá violento? Algunos de estos movimientos religiosos
marginales son extremadamente volátiles. Otros son inofensivos.
- ¿No existen señales que puedan predecir lo que pasará? «¿Qué pasa si mi
bebé muere?» -Hay una serie de factores que se alimentan mutuamente.
En primer lugar está la propia secta, sus creencias y rituales, su
organización y, naturalmente, su líder.
Luego están las fuerzas externas, ¿Cuánta hostilidad se dirige hacia los
miembros del grupo? ¿De qué manera los estigmatiza la sociedad en la
que viven? Y ese maltrato no tiene por qué ser necesariamente real;
incluso la sospecha de persecución puede hacer que una organización se
vuelva violenta.
«Él sólo quiere llevarnos fuera de la destrucción.» -¿Qué tipo de creencias
hace que estos grupos crucen esa línea? -Eso es lo que me preocupa de tu
joven amiga. Suena como si estuviese hablando de un viaje, sobre ir a
alguna parte en busca de la vida eterna. Eso suena apocalíptico.
«Él sólo intenta protegernos y ayudarnos a cruzar al otro lado.» -El fin del
mundo.
- Exacto. Los últimos días. Armagedón.
- Eso no es nuevo. ¿Por qué una concepción apocalíptica puede estimular
la violencia? ¿Por qué no simplemente acurrucarse y esperar? -No me
malinterpretes. No siempre generan violencia; pero estos grupos creen que
el fin del mundo es inminente y se ven a sí mismos desempeñando un
papel fundamental en los acontecimientos que tendrán lugar cuando eso
suceda. Son los elegidos que crearán el nuevo orden.
«Estaba aterrorizada por la posibilidad de que el bebé no fuese
santificado.» -De modo que lo que se desarrolla en su pensamiento es una
especie de - 235 - dualismo. Ellos son buenos y todos los demás están
totalmente corrompidos y carecen de cualquier virtud moral. Los extraños
se convierten en demonios.
- Estás conmigo o contra mí.
- Exacto. Según estas visiones, los últimos días se caracterizarán por una
extrema violencia. Algunos grupos adoptan un comportamiento orientado
hacia la supervivencia, almacenan armas y establecen elaborados
sistemas de vigilancia contra el malvado orden social que pretende
sojuzgarlos. O el Anticristo, o Satanás o cualquier cosa que perciban como
una amenaza.
«Dom no cree en el Anticristo.» -Las creencias apocalípticas pueden ser
especialmente volátiles cuando se encarnan en un líder carismático.
Koresh se veía a sí mismo como un elegido de Dios.
- Continúa.
- Verás, uno de los problemas a los que debe enfrentarse un profeta
autoelegido es que debe estar reinventándose todo el tiempo. No existe un
apoyo institucional para esta autoridad a largo plazo. Y tampoco hay
limitaciones institucionales a su comportamiento. El líder dirige el
espectáculo, pero sólo en la medida en que sus discípulos le sigan, de
modo que estos tíos pueden llegar a ser muy volátiles. Y pueden hacer
cualquier cosa que decidan dentro de su esfera de poder.
»Algunos de los más paranoicos responden ante aquello que perciben
como una amenaza a su autoridad volviéndose opresivamente
dictatoriales. Plantean exigencias cada vez más extravagantes o insisten
para que sus seguidores le obedezcan como una forma de demostrar su
lealtad.
- ¿Por ejemplo? -Jim Jones organizaba pruebas de fe, como él las llamaba.
Los miembros del Templo del Pueblo eran obligados a firmar confesiones o
a sufrir humillaciones públicas para probar su devoción al líder. Uno de los
rituales exigía que el participante bebiese un líquido desconocido. Cuando
se le decía que era veneno, la persona no debía demostrar temor.
- Encantador.
- La vasectomía es otro de los rituales preferidos. Se decía que la dirección
de Synanon exigía que algunos de los miembros masculinos de la secta
pasaran por el cuchillo.
«Su compañero reproductor era Jason.» -¿Qué me puedes decir de los
matrimonios arreglados? -Jouret y DiMambro, Jim Jones, David Koresh,
Charles Manson. Todos ellos empleaban el apareamiento controlado. Dieta,
sexo, aborto, vestimenta, sueño. En realidad, no importa cuál pueda ser la
idiosincrasia. Cuando un líder condiciona a sus seguidores para que se
guíen por las reglas que él ha establecido, destruye sus inhibiciones.
Finalmente, esta aceptación incondicional de comportamientos extraños y
extravagantes puede acostumbrarlos a la idea de la violencia. Al principio,
se trata de pequeños actos de devoción, requerimientos aparentemente
inofensivos, como peinados o meditación a medianoche, o mantener
relaciones sexuales con el mesías.
Más tarde sus demandas pueden volverse mucho más peligrosas.
- 236 - -Parece la deificación de la demencia.
- Bien expresado. Este proceso tiene otra ventaja para el líder. Elimina a
los menos comprometidos, ya que éstos se cansan y se largan.
- De acuerdo, muy bien. Hay grupos marginales que llevan una vida
orquestada por un chiflado. ¿Qué es lo que hace que se vuelvan violentos
en un momento determinado? ¿Por qué hoy y no el mes próximo? «Es
demasiado pronto. No puede ser ahora.» -La mayoría de los estallidos de
violencia implican lo que los sociólogos llaman una «escalada de las
tensiones periféricas».
- Olvídate de la jerga científica, Red.
- Muy bien. A estos grupos marginales les interesan dos cosas: captar
nuevos miembros y conservar los antiguos. Pero si el líder se siente
amenazado, el énfasis suele cambiar. A veces, el reclutamiento se
interrumpe y los miembros son controlados más estrechamente. Pueden
intensificarse las demandas de compromiso con reglas totalmente
excéntricas. La cuestión del Juicio Final puede volverse más perentoria. El
grupo puede aumentar su aislamiento y volverse más paranoico si cabe. Y
pueden incrementarse asimismo las tensiones con la comunidad que los
rodea, o con el gobierno o con la policía.
- ¿Qué es lo que puede llegar a amenazar a estos megalómanos? -Un
miembro que abandona el grupo puede ser visto como un desertor.
«Nos despertamos, y Heidi y Brian se habían marchado.» -El líder puede
sentir que está perdiendo el control sobre el grupo. O si la secta está
establecida en más de un lugar, y él no puede estar siempre presente,
podría llegar a pensar que su autoridad se debilita durante sus ausencias.
Más ansiedad, más aislamiento, más tiranía. Es una espiral paranoide.
Luego, lo único que se necesita es un factor externo que encienda la
mecha.
- ¿Y qué características habría de tener ese factor perturbador para que
todo estallase por los aires? -Depende. En el caso de Jonestown, por
ejemplo, sólo se necesitó la visita de un congresista y de los medios de
comunicación que le acompañaban y su intento de regresar a Estados
Unidos con un grupo de miembros del grupo que deseaban abandonar la
secta. En Waco fue necesaria una incursión de tipo militar a cargo de la
Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas, el lanzamiento de botes de gas CS y
el derribo de los muros del complejo con vehículos blindados.
- ¿Por qué esa diferencia? -Está relacionada con la ideología y el liderazgo
del grupo. La colonia establecida en Jonestown, en plena selva
sudamericana, presentaba rasgos internos más volátiles que la comunidad
formada por Koresh en Waco.
Los dedos que aferraban el auricular estaban helados.
- ¿Crees que Owens tiene un programa violento? -No hay ninguna duda de
que ese tío debe ser vigilado de cerca. Si retiene al hijo de tu amiga contra
la voluntad de la madre, eso debería ser suficiente causa para conseguir
una orden de registro.
- No está claro si ella lo dejó voluntariamente en la granja o no. Kathryn se
- 237 - muestra muy reticente a la hora de hablar del culto. Esa gente la ha
criado desde que tenía sólo ocho años. Nunca en mi vida había visto a
alguien tan atormentado. Pero el hecho de que Jennifer Cannon estuviese
viviendo en la granja de Owens cuando fue asesinada debería bastar para
conseguir esa orden.
Por un momento, ninguno de los dos habló.
- ¿Es posible que Heidi y Brian hayan disparado la violencia en Owens? -
pregunté-. ¿Podría haber ordenado que alguien matara a toda la familia?
-Es posible. Y no olvides que ese tío ya había tenido otros contratiempos.
Parece que Jennifer Cannon ocultó la existencia de las llamadas desde
Canadá y luego se negó a obedecer a Owens cuando éste descubrió lo que
había hecho. Y, por supuesto, también estás tú.
- ¿Yo? -Brian dejó embarazada a Heidi contraviniendo las órdenes expresas
de la secta. Luego la pareja se largó. Después descubre el asunto de
Jennifer. Más tarde, aparecéis Ryan y tú. Por cierto, una curiosa
coincidencia de nombres.
- ¿Qué? -El congresista que apareció en la Guyana. Su nombre era Ryan.
- Quiero un pronóstico, Red, basado en todo lo que te he contado. ¿Qué
ves en tu bola de cristal? Hubo una larga pausa.
- Por lo que me has explicado, Owens podría encajar en el perfil de un líder
carismático con una imagen mesiánica de sí mismo. Y da toda la impresión
de que sus seguidores han aceptado esa visión. Es posible que Owens
sienta que está perdiendo control sobre los miembros de su grupo. Y es
probable también que considere tu investigación como una amenaza
adicional a su autoridad.
Otra pausa.
- ¿Y qué es eso que ha dicho Kathryn de cruzar hacia la vida eterna?
Escuché que respiraba profundamente.
- Con todos esos elementos, yo diría que el potencial de violencia es
realmente alto.
Corté la comunicación y llamé al busca de Ryan. Mientras esperaba a que
me devolviese la llamada volví a examinar el informe preparado por
Hardaway.
Acababa de sacarlo del sobre cuando sonó el teléfono. Si no hubiese
estado tan alterada hasta habría resultado divertido. Parecía destinada a
no leer nunca ese documento.
- Debes de haberte golpeado la cabeza contra el suelo cuando corrías esta
mañana. -La voz de Ryan sonaba cansada.
- Siempre me levanto temprano. Tengo una visita.
- Deja que lo adivine. Gregory Peck.
- Kathryn apareció en la puerta de mi casa esta mañana. Dice que pasó la
noche en la UNCC y me encontró en las páginas de la guía de la facultad.
- No es muy inteligente dar las señas de tu domicilio particular.
- Nunca lo hice. Jennifer Cannon vivió en el complejo de Saint Helena.
- Maldita sea.
- 238 - -Kathryn alcanzó a oír una discusión entre Jennifer y Owens. Al día
siguiente, Jennifer desapareció.
- Buen trabajo, Brennan.
- Y cada vez se pone mejor.
Le hablé acerca del acceso de Jennifer al teléfono y de su amistad con
Heidi.
Ryan, a su vez, aportó su cuota de infortunio.
- Cuando hablaste con Hardaway le preguntaste cuándo había sido vista
Jennifer con vida por última vez, pero lo que no le preguntaste fue dónde.
No fue en Calgary. Jennifer no vivía allí desde que se marchó a la facultad.
Según su madre, Jennifer y ella mantuvieron el contacto hasta poco antes
de que desapareciera. Luego las llamadas de su hija se volvieron menos
frecuentes y cuando hablaban Jennifer se mostraba evasiva.
»Jennifer llamó a su casa hace dos años para el día de Acción de Gracias;
luego nada. Su madre llamó a la facultad, se puso en contacto con los
amigos de su hija, incluso visitó el campus, pero jamás pudo averiguar
adonde había ido Jennifer. Fue entonces cuando hizo la denuncia y rellenó
el informe de personas desaparecidas.
- ¿Y? Ryan respiró ruidosamente.
- La última vez que vieron a Jennifer Cannon abandonaba el campus de la
Universidad McGill.
- No.
- Sí. No es que no se presentase a los exámenes finales o abandonara sus
clases, simplemente recogió sus cosas y se largó.
- ¿Recogió sus cosas? -Sí. Por ese motivo, la policía no dio demasiada
importancia al caso. Recogió todas sus pertenencias, cerró la cuenta que
tenía en el banco, dejó una nota para su casero y se evaporó. No parece
un secuestro.
Mi mente comenzó a formar una imagen; luego se resistió a enfocarla. Un
rostro con flequillo, un gesto nervioso. Obligué a mis labios a que formasen
las palabras.
- Otra mujer desapareció de aquella granja junto con Jennifer Cannon.
Kathryn no la conocía porque era una recién llegada. -Tragué saliva-.
Kathryn piensa que el nombre de esa chica podría haber sido Anne.
- No te sigo.
- Anna Goyette era -me corregí-, es una estudiante de McGill.
- Anna es un nombre muy común.
- Kathryn escuchó que Jennifer y esa chica hablaban en otro idioma.
- ¿Francés? -No estoy segura de que Kathryn pueda reconocer el francés si
lo oye.
- ¿Crees que la segunda víctima de Murtry puede ser Anna Goyette? No
contesté.
- Brennan, el hecho de que una chica que podría haberse llamado Anna
apareciera en Saint Helena no significa que se trate de una reunión de
estudiantes de McGill. Cannon abandonó la universidad hace más de dos
años. Goyette tiene diecinueve años. En aquella época, ni siquiera estaba
en la universidad.
- 239 - -Es verdad. Pero todo lo demás encaja.
- No sé. Y aun cuando Jennifer Cannon hubiese vivido con Owens no
significa que él la asesinara.
- Ellos discuten. Ella desaparece. Su cuerpo fue descubierto enterrado en
una tumba poco profunda.
- Tal vez estaba metida en un asunto de drogas, o su amiga Anne. Tal vez
Owens lo descubrió y las echó de la granja. No tenían adónde ir y
presionaron a sus socios en el negocio. O se largaron con una bolsa de
mercancía.
- ¿Es eso lo que crees que pasó en realidad? -Mira, lo único que sabemos
con seguridad es que Jennifer Cannon se largó de Montreal hace un par de
años y que su cadáver apareció en la isla de Murtry. Es posible que haya
pasado una temporada en la comunidad de Saint Helena. Tal vez discutió
con Owens. Si fue así, todos esos hechos pueden ser relevantes o no para
su muerte.
- ¿Están absolutamente seguros en cuanto a su paradero en los últimos
años? -Sí.

- ¿Qué piensas hacer ahora? -Primero le haré una visita al


sheriff
Baker para ver si es posible conseguir una orden con lo que me has dicho.
Luego apretaré a los chicos de Texas. Quiero saber todo lo referente a
Dom Owens. Luego regresaré a la Granja de la Felicidad para
inspeccionarla con microscopio. Quiero ver de qué color es el sudor de ese
gurú y no dispongo de demasiado tiempo. Quieren que esté de regreso en
Montreal el lunes.

- Creo que ese sujeto es peligroso, Ryan.


Me escuchó sin interrumpirme mientras yo le resumía la conversación que
había mantenido con Red Skyler. Cuando terminé se produjo un
prolongado silencio mientras Ryan casaba las palabras del sociólogo con lo
que acabábamos de discutir.
- Llamaré a Claudel y conseguiré información sobre Anna Goyette.
- Gracias, Ryan.
- Vigila a Kathryn -dijo solemnemente.
- Lo haré.
Pero no tuve oportunidad de hacerlo. Cuando fui a su habitación, Kathryn
había desaparecido.

- 240 -
Capítulo 27

- ¡Maldita sea! -dije al aire vacío.

Birdie
me había seguido escaleras arriba. Se quedó inmóvil ante mi exabrupto,
bajó la cabeza y me miró impasible.

- ¡Maldita sea! Nadie contestó.


Ryan tenía razón. Kathryn no era una persona estable. Yo sabía
perfectamente que no podía garantizar su seguridad o la de su bebé. ¿Por
qué me sentía responsable entonces? -Se ha largado,
Birdie.
¿Qué podemos hacer? El gato no tenía ninguna sugerencia, de modo que
seguí la rutina habitual en estos casos. Cuando estoy ansiosa, trabajo.

Regresé a la cocina. La puerta estaba entreabierta, y el viento había


desparramado las fotos de la autopsia.
¿O no había sido el viento? El informe de Hardaway se encontraba
exactamente donde yo lo había dejado.
¿Habría visto Kathryn las fotos? ¿Habría salido huyendo presa del pánico
después de haber visto aquella horrible escena? Con otra punzada de
culpa, me senté a la mesa y examiné las fotografías.
El cuerpo de Jennifer Cannon, despojado ya de su mortaja de gusanos y
sedimentos, estaba mejor conservado de lo que yo había imaginado. Si
bien el proceso de descomposición había destruido el rostro y las vísceras,
las heridas eran claramente evidentes en la carne hinchada y descolorida.
Tenía cortes, cientos de ellos. Algunos eran circulares, y otros, lineales; de
uno a varios centímetros de longitud. Su número aumentaba cerca de la
garganta, en el tórax y a lo largo de brazos y piernas. Observé que todo su
cuerpo estaba cubierto de lo que parecían ser arañazos superficiales,
aunque el desprendimiento de la piel hacía que esas lesiones resultasen
difíciles de observar. La apariencia moteada de los hematomas se advertía
en todas partes.
Examiné varios primeros planos. Mientras que las heridas del pecho
presentaban bordes suaves y limpios, el resto de los cortes eran dentados
e irregulares. Un profundo corte rodeaba el brazo derecho y dejaba al
descubierto carne desgarrada y hueso astillado.
Luego examiné las fotografías correspondientes al cráneo. Aunque ya
había comenzado el proceso de descomposición, la mayor parte del pelo
seguía en su lugar. Extrañamente, las vistas posteriores mostraban un
trozo de hueso brillando a través de la maraña de pelos, como si faltase
una sección del cuero cabelludo.
Había visto antes ese tipo de herida. ¿Dónde? - 241 - Acabé de examinar
las fotografías y abrí el informe de Hardaway.
Veinte minutos más tarde me apoyé en el respaldo de la silla y cerré los
ojos.
La causa probable de la muerte era un desangramiento por múltiples
heridas de arma blanca. Las heridas de bordes lisos en el pecho fueron
causadas con una hoja que cercenó varios vasos críticos. Debido a la
descomposición, el patólogo no estaba seguro de lo que motivó las otras
laceraciones.
Pasé el resto del día en un estado de desagradable agitación. Redacté los
informes sobre Jennifer Cannon y la otra víctima hallada en la isla de
Murtry. Luego volví a los datos del TAC. De vez en cuando hacía alto para
estar atenta a cualquier indicio de la presencia de Kathryn.
Ryan llamó a las dos para decirme que la conexión de Jennifer Cannon
había convencido a un juez y que estaban redactando una orden de
registro para la granja de Saint Helena. Baker y él pensaban salir tan
pronto como tuviesen la orden.

Le dije que Kathryn había desaparecido y escuché sus explicaciones de por


qué no debía sentirme culpable. También le hablé de
Birdie.

- Al menos hay alguna noticia buena.


- Sí. ¿Has sabido algo de Anna Goyette? -No.
- ¿Texas? -Sigo esperando. Te haré saber lo que pase aquí.

Cuando colgué el auricular, sentí una caricia peluda en un pie y vi que


Birdie
se dedicaba a hacer ochos entre mis tobillos.

- Venga,
Birdie.
¿Te gustaría un regalo? Mi gato siente una predilección poco natural hacia
los juguetes caninos para mascar. Yo le he explicado que esos productos
son para perros, pero no he podido convencerlo.

Busqué un pequeño hueso de cuero sin curtir en un cajón de la cocina y lo


llevé a la sala.

Birdie
corrió a través de la habitación, dio un salto y luego rodó sobre su presa.

Una vez recuperado el equilibrio, colocó el objeto entre ambas patas


delanteras y comenzó a mordisquear a su víctima.
Observé la escena, preguntándome por el atractivo que podía ejercer el
cuero viscoso.
El gato mordió un extremo, después le dio la vuelta al juguete y mordió
uno de los bordes. El objeto cayó de lado y
Birdie
volvió a colocarlo correctamente antes de hundir uno de sus caninos en el
cuero.

Yo contemplaba la escena totalmente paralizada.

¿Era eso? Me acerqué a


Birdie,
me acuclillé y le quité el hueso de cuero. El gato apoyó sus patas
delanteras en mi rodilla, se sostuvo sobre las patas traseras e intentó
recuperar su presa.

Mi pulso se aceleró mientras miraba el cuero lacerado.


¡Dios mío! Pensé en las misteriosas heridas que presentaba la carne de
Jennifer Cannon:
- 242 - arañazos superficiales y desgarros dentados.
Corrí a la sala a buscar la lupa y volví a la cocina para examinar
nuevamente las fotografías de Hardaway. Seleccioné las tomas de la
cabeza y estudié cada una de ellas bajo la lente de aumento.
La falta de cuero cabelludo no se debía al proceso de descomposición. Los
mechones que quedaban estaban firmemente implantados. El segmento
de piel y pelo que faltaba era rectangular, y los bordes aparecían dentados
y desgarrados.
El cuero cabelludo de Jennifer Cannon había sido arrancado del cráneo.
Pensé en lo que eso significaba. Y también pensé en algo más.
¿Era posible que hubiese sido tan estúpida? ¿Era posible que un juicio
preconcebido me hubiese impedido ver lo evidente? Cogí las llaves, el
bolso, y salí corriendo por la puerta.
Cuarenta minutos más tarde me encontraba en la universidad. Los huesos
de la víctima no identificada de Murtry me lanzaban una mirada acusadora
desde la mesa del laboratorio.
¿Cómo podía haber sido tan descuidada? «Nunca supongas que una herida
tiene un único origen.» Las palabras de mi tutor me llegaron flotando a
través de las décadas.
Había caído en la trampa. Cuando vi la destrucción en los huesos pensé
inmediatamente en buitres y mapaches. No había hecho un examen más
minucioso.
No había tomado medidas.
En ese momento, lo estaba haciendo.
Aunque el esqueleto presentaba daños muy extensos debido a la acción de
los carroñeros, antes el cuerpo había recibido otras heridas.
Los dos orificios en el hueso occipital eran las más significativas. Medían
cinco milímetros cada uno y, entre ambos, había una distancia de treinta y
cinco milímetros. No se trataba de perforaciones ocasionadas por un
gallinazo y el dibujo era demasiado grande para achacar esos orificios a la
acción de los mapaches.
Las dimensiones sugerían un perro de gran tamaño. Y también los
arañazos paralelos en los huesos del cráneo y las perforaciones similares
que presentaban la clavícula y el esternón.
Jennifer Cannon y su compañera habían sufrido el ataque de animales,
probablemente perros de gran tamaño. Los dientes habían desgarrado la
carne y habían astillado los huesos. Algunos mordiscos habían sido lo
bastante poderosos como para arrancar un trozo del cuero cabelludo en la
zona occipital del cráneo.
Mi mente dio un salto.
Carole Comptois, la víctima de Montreal que había sido colgada de las
muñecas y torturada, también presentaba mordeduras y desgarros.
«Eso es demasiado, Brennan.» Sí, era ridículo.
«No -me dije-. No lo es.» Hasta entonces mi escepticismo no había hecho
nada por esas víctimas. Había - 243 - descuidado la posibilidad de un
ataque por parte de animales. Había dudado de la conexión entre Heidi
Schneider y Dom Owens, y no había sido capaz de ver su relación con
Jennifer Cannon. No había ayudado a Kathryn y a Carlie, y no había hecho
absolutamente nada para localizar a Anna Goyette.
A partir de entonces, si era necesario, exageraría mis conclusiones. Si
existía una remota posibilidad de que Carole Comptois y las dos mujeres
de la isla de Murtry estuviesen relacionadas de alguna manera, la tendría
en cuenta.
Llamé a Hardaway, aunque no esperaba que estuviese trabajando en su
despacho un sábado, y menos a esa hora. En efecto, no estaba. Tampoco
estaba LaManche, el patólogo que se había encargado de la autopsia de
Comptois. Dejé mensajes para ambos.
Con una enorme sensación de frustración, saqué una libreta y comencé a
hacer una lista de lo que sabía.
Jennifer Cannon y Carole Comptois eran de Montreal. Ambas habían
muerto al ser atacadas por uno o varios animales.
El esqueleto enterrado junto con Jennifer Cannon también presentaba las
marcas de los dientes de un animal. La víctima murió con unos niveles de
Rohypnol que indicaban una intoxicación aguda.
El Rohypnol fue aislado también en dos de las víctimas encontradas junto a
Heidi Schneider y su familia en la casa de St. Jovite.
El Rohypnol se encontró, asimismo, en los cadáveres del asesinato-suicidio
de los miembros de la orden del Templo del Sol.
El Templo del Sol era una secta que operaba en Quebec y en Europa.
Desde la casa de St. Jovite se efectuaron numerosas llamadas telefónicas a
la comuna de Dom Owens en Saint Helena. El dueño de ambas
propiedades era Jacques Guillion, que también tenía una propiedad en
Texas.
Jacques Guillion era belga.
Una de las víctimas de St. Jovite, Patrice Simonnet, era belga.
Heidi Schneider y Brian Gilbert se unieron al grupo de Dom Owens en
Texas y regresaron allí para el nacimiento de sus hijos. Luego,
abandonaron Texas y fueron asesinados en St. Jovite.
Las víctimas de St. Jovite habían muerto hacía aproximadamente tres
semanas.
Jennifer Cannon y la víctima sin identificar de la isla de Murtry habían sido
asesinadas hacía tres o cuatro semanas.
Carole Comptois había muerto hacía poco menos de tres semanas.

Miré la hoja. Diez; eran diez las personas muertas. Nuevamente la extraña
frase rebotó en mi cerebro.
«Death du jour.»
La muerte del día. Los habíamos encontrado en diferentes días, pero todos
ellos habían muerto aproximadamente al mismo tiempo.

¿Quién sería el próximo? ¿Con qué círculo infernal y perverso habíamos


tropezado? Cuando regresé a casa fui directamente al ordenador para
revisar mi informe sobre el esqueleto de Murtry y añadir las lesiones
debidas a un ataque animal. Luego saqué una impresión y leí el informe
completo.
- 244 - Cuando estaba acabando, el reloj marcó las seis de la tarde. Mi
estómago rezongó, lo que me recordó que no había probado bocado desde
el café y las tostadas del desayuno.
Fui al jardín y arranqué unas hojas de albahaca y unos cebollinos. Luego
corté unos trozos de queso, saqué dos huevos de la nevera y lo mezclé
todo. Puse otra gran rebanada de pan en la tostadora, me serví una coca-
cola sin calorías y regresé al escritorio de la sala de estar.
Al repasar la lista que había hecho en la universidad, un pensamiento
inquietante apareció súbitamente en mi cerebro.
Anna Goyette también había desaparecido hacía algo menos de tres
semanas.
Mi apetito se desvaneció. Me levanté del escritorio y fui al sofá. Me acosté
y dejé vagar mi mente, esperando que las libres asociaciones acudieran a
la superficie consciente.
Repasé los nombres: Schneider, Gilbert, Comptois, Simonnet, Owens,
Cannon, Goyette.
Nada.
Edades: cuatro meses, dieciocho años, veinticinco años, setenta y cinco
años.
Ningún patrón.
Lugares: St. Jovite, Saint Helena.
¿Una conexión? Santos. ¿Podría ser un nexo de unión entre ellos? Lo
apunté. Debía preguntar a Ryan dónde se encontraba la propiedad que
Guillion tenía en Texas.
Me mordí la uña del pulgar. ¿Por qué tardaba tanto Ryan? Mis ojos se
pasearon por las estanterías que ocupaban seis de las ocho paredes.
Había libros del suelo al techo. «Es lo único que nunca puedo eliminar.
Realmente necesito hacer una selección rigurosa y desprenderme de los
libros que en verdad no son importantes.» Tenía docenas de libros de texto
que nunca volvería a abrir, algunos de ellos pertenecientes a mi época de
la universidad.
Universidad.
Jennifer Cannon y Anna Goyette; ambas estudiaban en McGill.
Pensé en Daisy Jeannotte y en las extrañas palabras que había dicho sobre
su ayudante y a la vez alumna.
Mi mirada se desvió hacia el ordenador. El protector de pantalla enviaba
vértebras en una sinuosa danza alrededor del monitor. Los huesos largos
reemplazaban la columna vertebral; luego costillas, una pelvis, y la
pantalla se oscureció. La actuación volvió a comenzar con una calavera
que giraba lentamente.
El correo electrónico. Cuando Jeannotte y yo intercambiamos direcciones le
pedí que se pusiera en contacto conmigo si Anna regresaba. Hacía días
que no comprobaba mis mensajes.
Me conecté, abrí el correo electrónico y repasé el nombre de los
remitentes.
Daisy Jeannotte no estaba entre ellos. Mi sobrino, Kit, me había enviado
tres mensajes. Dos la semana pasada y uno esa misma mañana.
Kit jamás me enviaba mensajes por correo electrónico.
Abrí el más reciente de los tres.
- 245 -
De
: khoward
A
: tbrennan
Tema
: Harry Tía Tempe:

Te llamé pero seguramente no estabas en casa. Estoy muy preocupado por


Harry. Por favor, llámame.
KIT Desde que tenía dos años, Kit siempre había llamado a su madre por
su nombre. Aunque sus padres no aprobaban esa conducta, el niño se
negó a cambiarla.
Harry, simplemente, sonaba mejor a sus oídos.
Mientras repasaba los restantes mensajes de mi sobrino, experimenté una
mezcla de emociones: temor por la seguridad de Harry, fastidio ante su
actitud arrogante, compasión por Kit, culpa por mi falta de consideración.
Kit debió de ser quien me había llamado cuando estaba en la cocina con
Kathryn y había decidido ignorar la llamada.
Fui al vestíbulo y pulsé el botón del contestador.

Hola, tía Tempe. Soy Kit. Se trata de Harry. Cuando llamo a tu apartamento
de

Montreal ella no contesta y no tengo idea de dónde puede estar. Sé que


estuvo allí hasta hace un par de días.
-Pausa-.
La última vez que hablamos sonaba extraña, incluso tratándose de Harry.
-Risa nerviosa-.
¿Está todavía en Quebec? Si no es así, ¿sabes dónde se encuentra? Estoy
preocupado. Nunca la había oído de ese modo. Por favor, no dejes de
llamarme. Adiós.

Imaginé a mi sobrino con sus ojos verdes y el pelo color arena. Era difícil
creer que Howard Howard hubiese hecho ninguna aportación genética al
hijo de Harry.
Metro noventa y flaco como una espingarda, Kit era un réplica exacta de
mi padre.
Volví a escuchar el mensaje y consideré si había algo que estuviese fuera
de lugar.
«No, Brennan.» Pero ¿por qué estaba Kit tan preocupado? «Llámalo. Ella
está bien.» Marqué el número. Nadie contestó.
Intenté mi número en Montreal. Salió el contestador y dejé un mensaje.
Pete no sabría nada de Harry.
Por supuesto que no. Era tan afecto a mi hermana como al pie de atleta. Y
ella lo sabía.
«Basta, Brennan. Vuelve a concentrarte en las víctimas. Te necesitan.»
Aparté mis pensamientos de mi hermana. Harry ya había desaparecido
otras veces. Tenía que suponer que se encontraba bien.
Volví a tumbarme en el sofá. Cuando desperté, estaba vestida y el teléfono
sonaba sobre mi pecho.
- Gracias por llamar, tía Tempe. Yo… Quizá esté exagerando las cosas,
pero me pareció que mi madre estaba muy deprimida la última vez que
hablé con ella. Y - 246 - ahora ha desaparecido. No es propio de Harry
estar tan abatida, quiero decir.
- Kit, estoy segura de que se encuentra bien.
- Probablemente tengas razón, pero, bueno, habíamos hecho planes. Ella
siempre se está quejando de que ya nunca pasamos mucho tiempo juntos,
así que le prometí que iríamos a navegar en mi velero la próxima semana.
Ya he terminado de restaurarlo, de modo que Harry y yo pensábamos
navegar por el golfo durante unos días. Si ha cambiado de idea, al menos
podría haberme llamado.
Experimenté la habitual irritación ante la desconsideración de mi hermana.
- Ella se pondrá en contacto contigo, Kit. Cuando me marché de Montreal
estaba muy ocupada en su taller. Ya conoces a tu madre.
- Sí. -Hizo una pausa-. Pero es precisamente por eso. Parecía tan… -buscó
la palabra exacta- abatida. No es propio de Harry.
Recordé mi última noche con Harry.
- Tal vez sea parte de su nuevo personaje: una calma exterior
encantadora.
Mis palabras sonaron falsas incluso para mí.
- Sí, supongo. ¿Te dijo si pensaba ir a algún otro lugar? -No. ¿Por qué? -Dijo
algo que me hizo pensar que podría estar planeando algún viaje. Pero era
como si no fuese idea de ella o como si no quisiera ir. ¡Oh, mierda, no lo
sé! Dejó escapar un suspiro. Mi imaginación vio a mi sobrino pasándose la
mano por el pelo y luego frotándose la coronilla. Era así como Kit
expresaba la frustración.
- ¿Qué fue lo que dijo? A pesar de mi determinación, sentí que la ansiedad
comenzaba a crecer por dentro.
- No lo recuerdo con exactitud, pero escucha esto. Dijo algo así como «no
importa lo que lleve puesto o el aspecto que tenga.» ¿Te suena eso propio
de mi madre? -No, la verdad es que no.
- Tía Tempe, ¿sabes algo acerca de esa organización con la que se ha
relacionado? -Sólo el nombre. Inner Life Empowerment, creo. ¿Te sentirías
mejor si hago algunas averiguaciones? -Sí.
- Y también llamaré a mis vecinos en Montreal y les preguntaré si la han
visto.
¿De acuerdo? -Sí.
- Kit. ¿Recuerdas cuando conoció a Striker? Hubo una pausa.
- Sí.
- ¿Qué pasó? -Se largó para participar en un rally de globos y desapareció
durante tres días.
Luego regresó casada.
- ¿Recuerdas que te subías por las paredes? -Sí, pero Harry nunca hasta
ahora había renunciado a su rizador del pelo. Sólo - 247 - dile que me
llame. He dejado mensajes en tu contestador de Montreal, pero tal vez
esté enfadada por algo. ¿Quién puede saberlo? Colgué el auricular y miré
el reloj. Eran las doce y cuarto. Intenté hablar con Montreal. Harry no
contestó, así que dejé otro mensaje. Mientras yacía en la oscuridad, mi
mente se preparó para un interrogatorio riguroso.
¿Por qué no había comprobado esa organización a la que Harry se había
unido? Porque no había ningún motivo para hacerlo. Ella se inscribió en el
curso a través de una institución legal y no había ninguna causa para
alarmarse. Además, investigar cada uno de los proyectos de Harry
necesitaría de los servicios de un detective trabajando a tiempo completo.
«Mañana.» Haría algunas llamadas al día siguiente; esa noche no. Di por
terminado el interrogatorio.
Subí la escalera, me desvestí y me metí bajo las sábanas. Necesitaba
dormir, necesitaba un respiro después del torbellino que había dominado
mi pensamiento consciente.
Por encima de mi cabeza, el ventilador del techo zumbaba suavemente.
Pensé en el salón de Dom Owens y, aunque luché para rechazarlos, los
nombres regresaron a mi mente.
Brian. Heidi. Brian y Heidi eran estudiantes.
Jennifer Cannon era estudiante.
Anna Goyette.
Mi estómago dio un vuelco.
¡Harry! Harry se había inscrito para su primer seminario en el North Harris
County Community College. Harry era una estudiante.
Los otros habían sido asesinados, o bien habían desaparecido, mientras se
encontraban en Quebec.
Mi hermana estaba en Quebec.
¿O no lo estaba? ¿Dónde demonios estaba Ryan? Cuando finalmente llamó,
mi inquietud se convirtió en verdadero pánico.

- 248 -
Capítulo 28

- ¿Que se han ido? ¿Qué quieres decir con que se han ido? Había dormido a
intervalos y cuando la llamada de Ryan me despertó al amanecer me dolía
la cabeza y estaba de pésimo humor.
- Cuando llegamos con la orden de registro, el lugar estaba desierto.
- ¿Quieres decir que veintisiete personas se han esfumado? -Owens y una
de las chicas llenaron los depósitos de gasolina de las camionetas ayer a
las siete de la mañana. El empleado lo recuerda porque no era su rutina
normal. Baker y yo llegamos a la comuna sobre las cinco de la tarde. En
algún momento entre ambas horas, el padre y sus discípulos se dieron el
piro.
- ¿Simplemente se largaron? -Baker ha enviado una orden de búsqueda,
pero hasta ahora las camionetas no han sido localizadas.
- Por Dios.
No podía creer lo que estaba oyendo.
- En realidad, es aún peor.
Esperé.
- Otras dieciocho personas se han esfumado en Texas.
Sentí un escalofrío por todo el cuerpo, como si una araña de hielo
estuviese paseando por mis venas.
- Resultó que había otra pequeña banda en la propiedad que Guillion tiene
allí.
El Departamento del Sheriff del condado de Fort Bend los ha tenido
controlados durante años, y nunca dieron problemas como para que,
estrechase la vigilancia.

Lamentablemente, cuando la gente del


sheriff'
llegó al lugar, la hermandad se había largado. Encontraron a un viejo y un
cocker spaniel escondidos debajo del porche.

- ¿Cuál es su historia? -El tío ha sido arrestado, pero está senil, o es un


débil mental, y no han conseguido sacarle mucha información.
- O es más astuto que un zorro.
Vi que el gris del alba comenzaba a aclararse fuera de mi ventana.
- ¿Y ahora qué? -Ahora pondremos patas arriba la granja y esperemos que
los chicos de la policía sean capaces de descubrir dónde coño se ha
llevado Owens a sus discípulos.
Miré el reloj. Eran las siete y diez, y ya me estaba mordiendo la uña del
pulgar.
- ¿Y tú qué? Le hablé a Ryan de las marcas de dientes en los huesos y
sobre mis sospechas respecto a Carole Comptois.

- No es el
modus operandi
habitual.

- 249 - -¿Qué
modus operandi?
Simonnet murió de un balazo; Heidi y su familia fueron acuchillados, y no
sabemos de qué forma murieron los otros dos en el piso superior. Cannon
y Comptois fueron atacadas con cuchillos y animales. No es un caso muy
frecuente.

- Comptois fue asesinada en Montreal. Cannon y su amiga fueron


encontradas a casi dos mil kilómetros al sur de esa ciudad. ¿Crees que ese
perro viajó en un transbordador espacial? -No estoy diciendo que se trate
del mismo perro, sólo del mismo patrón.
- ¿Por qué? Yo me había estado haciendo esa misma pregunta toda la
noche. ¿Y quién? -Jennifer Cannon era estudiante en McGill, y también lo es
Anna Goyette.
Heidi y Brian también eran alumnos de la facultad cuando se unieron al
grupo de Owens. ¿Puedes averiguar si Carole Comptois tenía algún vínculo
con la facultad? ¿Hizo algún curso o trabajó en alguna de las facultades?
-Era una ramera.
- Tal vez ganó una beca -dije secamente. Su actitud negativa comenzaba a
irritarme.
- De acuerdo, de acuerdo. No te enfades.
- Ryan… -Dudé un momento porque no quería hacer realidad mi temor al
darle forma de palabras.
Ryan esperó.
- Mi hermana se inscribió en ese seminario en un colegio universitario de
Texas.
La línea permaneció en silencio.
- Su hijo me llamó ayer porque no puede ponerse en contacto con ella, y
yo tampoco.
- Tal vez está fuera de circulación como parte del programa de formación;
ya sabes, como una especie de retiro. Quizá haya extendido una
cuadrícula sobre su alma y la está peinando centímetro a centímetro. Pero
si realmente estás preocupada por ella, sólo tienes que llamar a ese
colegio universitario.
- Sí.
- Sólo porque se inscribió en el estado de la Estrella Solitaria no sig…
- Sé que tal vez mi comportamiento puede parecer absurdo, pero las
palabras de Kathryn me asustaron, y ahora Dom Owens anda por ahí
planeando sólo Dios sabe qué cosas.
- Le cogeremos.
- Lo sé.
- Brennan, ¿cómo podría decirlo? -Respiró profundamente y luego expulsó
el aire-. Tu hermana está experimentando una transición y ahora mismo
está abierta a nuevas relaciones. Tal vez ha conocido a alguien y se ha
largado por unos días.
¿Sin su rizador de pelo? La ansiedad se instaló como una masa densa y fría
dentro de mi pecho.
Cuando colgué el auricular, pensé un momento y traté de localizar
nuevamente a Harry en Montreal. Imaginaba perfectamente el teléfono
que sonaba en mi - 250 - apartamento vacío. ¿Dónde diablos podía estar
mi hermana un domingo a las siete de la mañana? Domingo. ¡Maldita sea!
No podría llamar al colegio universitario hasta el día siguiente.
Preparé café y llamé a Kit, aunque en Texas era una hora más temprano.
Fue amable, pero estaba medio dormido, y no fue capaz de seguir mi línea
de interrogatorio. Cuando finalmente comenzó a captar el sentido de lo
que le decía, me dijo que no estaba seguro de si el curso que estaba
haciendo su madre había sido una de las tantas ofertas regulares que hace
el colegio universitario a lo largo del año.
Dijo que le sonaba algo sobre literatura y prometió hacer una visita a la
casa de Harry para comprobarlo.

No podía quedarme quieta. Abrí el


Observer
y luego los diarios de Bélanger.

Incluso puse la tele para escuchar a los predicadores evangelistas


dominicales. Pero los crímenes, Louis-Philippe y Jesús no consiguieron
concitar mi atención. En ese momento me sentía como un callejón sin
salida mental.
Como con ese estado de ánimo no iba a conseguir nada, me puse la ropa
de correr y salí de casa. El cielo estaba claro y el aire era suave y fragante.
Avancé por Queens Road West y corté luego a través de Princeton en
dirección a Freedom Park.
Las gotas de sudor se convirtieron en finos arroyos cuando mis Nike
dejaron sus huellas junto al lago. Una fila de pequeños patos seguía a su
madre, y sus graznidos se perdían en el aire del domingo.
Mis pensamientos continuaban siendo erráticos e inútiles. Los jugadores y
los acontecimientos de las pasadas semanas corrían en círculos alrededor
de mi cerebro.

Intenté concentrarme en el sonido regular de mis zapatillas con cámara de


aire, en el ritmo del corazón, pero seguía escuchando una y otra vez la
frase de Ryan. «Nuevas relaciones.» ¿Era así como Harry y él llamaban a
su noche en Hurley? ¿Era en eso en lo que me había metido tras mi
aventura en el
Melante Tess
con Ryan? Atravesé el parque, giré hacia el norte en la clínica médica y
luego me dirigí hacia las estrechas calles de Myers Park. Pasé junto a
jardines perfectos y prados que parecían parques, impecablemente
cuidados por sus dueños.

Acababa de atravesar Providence Road cuando estuve a punto de chocar


con un hombre vestido con pantalones color canela, camisa rosa y una
arrugada chaqueta deportiva de algodón, que parecía una prenda original
de Sears. Llevaba un maletín muy usado y una bolsa de lona donde
abultaban los estuches con diapositivas. Era Red Skyler.
- ¿Vienes a divertirte a los barrios bajos? -le pregunté tratando de recobrar
el aliento. Red vivía en la otra punta de Charlotte, cerca de la universidad.
- Mi conferencia en Myers Park Methodist es hoy. -Hizo un gesto en
dirección al complejo de piedra gris que se alzaba al otro lado de la calle-.
He venido más temprano para preparar mis diapositivas.
- Muy bien.
Sentía el cuerpo pegajoso por el sudor y mi pelo colgaba en mechones
húmedos sobre la frente. Cogí la pechera de la camiseta y la despegué de
la piel.
- ¿Cómo va tu caso? - 251 - -No muy bien. Owens y sus seguidores se han
esfumado.
- ¿Están escondidos en alguna parte? -Eso parece. Red, ¿podemos hablar
de algo que me dijiste el otro día? -Por supuesto.
- Cuando te referías a las características de las sectas, mencionaste dos
tipos generales. Y estuvimos hablando tanto de uno de ellos que olvidé
preguntarte por el otro.
Un hombre pasó junto a nosotros. Llevaba un perro de lanas negro. Ambos
necesitaban un corte de pelo.
- Tú dijiste que incluirías en tu definición los programas de conocimiento
que se ofrecen comercialmente.
- Sí, si se basan en una especie de lavado de cerebro para captar y
conservar a sus miembros.
Apoyó la bolsa en la acera y se rascó la nariz.
- Creo que dijiste que esos grupos llenan sus filas convenciendo a los
participantes para que compren más y más cursos.
- Sí. A diferencia de los cultos que analizamos el otro día, esos programas
no tratan de conservar a sus miembros para siempre. Ellos explotan a los
participantes en la medida en que éstos compran más cursos y traen a
más personas.
- ¿Por qué los consideras cultos, entonces? -La influencia coercitiva que
ejercen estos llamados programas de autosuperación es impresionante. Es
la misma vieja historia: control del comportamiento a través del control del
pensamiento.
- ¿Qué es lo que hacen en esos programas de formación del conocimiento?
Red miró su reloj.
- Termino a las diez cuarenta y cinco. Quedemos para desayunar y
hablaremos.
- Se lo conoce como formación del conocimiento de grandes grupos.
Mientras hablaba, Red cubrió su plato de sémola con salsa roja. Estábamos
desayunando en Anderson's y a través de la ventana podía ver los setos y
los muros de ladrillo del hospital presbiteriano.
- Se presentan como seminarios o cursos universitarios, pero en realidad
se trata de sesiones destinadas a estimular emocional y psicológicamente
a los participantes. Esa parte no se menciona en el folleto. Y tampoco se
menciona el hecho de que a los asistentes se les lavará el cerebro para
que acaben aceptando una visión del mundo absolutamente nueva.
Cogió con el tenedor un trozo de jamón casero.
- ¿Cómo funcionan? -La mayoría de esos programas duran cuatro o cinco
días. El primer día está dedicado a establecer la autoridad del líder:
montones de humillación y abuso verbal. El segundo día se hace hincapié
en la nueva filosofía. El formador convence a los participantes de que sus
vidas son una mierda y que la única salida es aceptar - 252 - una nueva
forma de pensar.
Sémola.
- El tercer día se dedica a los ejercicios: inducción al trance, regresión de la
memoria, imaginación dirigida. El formador hace que todos los
participantes se impliquen profundamente en sus decepciones, rechazos y
malos recuerdos. Es algo que realmente deja expuesta a la gente en
términos emocionales. Al día siguiente, hay grandes demostraciones de
afecto dentro del grupo, y el líder sufre una metamorfosis: pasa de ser un
supervisor exigente y riguroso a ser un papá o una mamá tierno y
comprensivo. Es el comienzo del camino para la siguiente serie de cursos.
El último día todo es alegría y diversión, con muchos abrazos y bailes, y
música y juegos. También se practica un método agresivo de venta.
Una pareja vestida con un atuendo idéntico de pantalones caqui y
camisetas de golf se deslizó en el reservado a nuestra derecha.
- El aspecto pernicioso es que estos cursos pueden resultar increíblemente
estresantes, tanto en términos físicos como psicológicos. La mayoría de la
gente ignora la intensidad que pueden alcanzar. Si lo supieran, no se
apuntarían en la vida.
- ¿Una vez acabado el curso los participantes no hablan del programa? -Se
les dice que deben mostrarse reticentes a hablar de la experiencia que han
vivido porque la echarían a perder para los demás. Se les instruye para
que hablen con entusiasmo acerca de cómo han cambiado sus vidas, pero
que oculten lo duro que ha sido el proceso.
- ¿Dónde se recluían esos grupos? Me temía que ya conocía la respuesta.

- En todas partes: en la calle, puerta a puerta, en escuelas, en oficinas, en


clínicas. Se anuncian en publicaciones alternativas, revistas
new age…

- ¿Qué me dices de colegios universitarios y universidades? -Ésos son


campos muy fértiles. Aparecen folletos en los tablones de anuncios, en los
dormitorios y comedores, en especial los días en que los alumnos se
inscriben en sus clases. Algunas sectas seleccionan miembros para que
ronden por los centros de asesoramiento del campus buscando a aquellos
estudiantes que llegan solos. Las facultades no alientan ni toleran estas
prácticas, pero no es mucho lo que pueden hacer. Las administraciones
quitan los volantes de propaganda de los tablones de anuncios, pero al día
siguiente vuelven a estar allí.
- Pero ¿se trata de una cosa diferente, verdad? ¿Estos seminarios de
autoconocimiento y todo lo demás no están relacionados con el tipo de
cultos de los que hemos discutido antes? -No necesariamente. Algunos
programas se emplean para reclutar miembros para organizaciones que
permanecen en un segundo plano. Haces el curso, luego te dicen que tu
actuación ha sido tan buena que te han escogido para pasar a un nivel
superior, o para conocer al gurú, o algo por el estilo.
Sus palabras tuvieron el mismo efecto que si me hubiesen golpeado en el
pecho.
Me vino a la memoria la cena de Harry en la casa del líder.
- Red, ¿qué clase de gente se mete en estos grupos? Esperaba que mi voz
sonase más tranquila de lo que yo me sentía.
- 253 - -Mi investigación demuestra que existen dos factores muy
importantes. - Alzó dos dedos grasientos-. Depresión y uniones rotas.
- ¿Qué quieres decir? -Alguien que está experimentando una transición se
encuentra a menudo solo y confuso y, en consecuencia, es vulnerable.
- ¿Una transición? -Entre el instituto y la facultad, entre la facultad y un
trabajo. Alguien que se ha separado recientemente, o que ha sido
despedido de su empleo hace poco.
Las palabras de Red se fundieron con el alboroto de la cafetería. Tenía que
hablar con Kit.
Cuando volví a concentrarme en el desayuno, Red me miraba de un modo
extraño. Sabía que yo tenía algo que decir.
- Creo que mi hermana puede haberse inscrito en uno de esos cursos de
formación para grupos. Inner Life Empowerment.
Red se encogió de hombros.
- Hay muchos cursos. No lo conozco.
- Y ahora está incomunicada. Nadie consigue dar con su paradero.
- Tempe, la mayoría de esos programas son bastante inocuos, pero creo
que deberías hablar con ella. Sus efectos pueden ser muy perniciosos para
determinadas personas.
Como Harry.
La mezcla habitual de miedo e irritación bullía en mi interior.
Le agradecí a Red su información y pagué la cuenta. Cuando estábamos en
la acera recordé otra pregunta.
- ¿Has oído hablar alguna vez de una socióloga llamada Jeannotte? Estudia
los movimientos religiosos.
- ¿Daisy Jeannotte? Red alzó una ceja, y en su frente se formaron arrugas
asimétricas.
- La conocí en McGill hace varias semanas y siento curiosidad por el
concepto que tienen de ella sus colegas.
Red dudó un momento.
- Sí. Me enteré de que estaba en Canadá.
- ¿La conoces? -La conocí hace años. -Su voz era impersonal-. A Jeannotte
no se la considera corriente principal.
- ¡Oh! -Estudié la expresión de su rostro, pero no vi nada.
- Gracias por el desayuno, Tempe. Espero que hayas utilizado bien tu
dinero.
La sonrisa era una línea tensa en su boca.
Le cogí del brazo.
- ¿Qué es lo que me estás ocultando, Red? La sonrisa desapareció.
- ¿Tu hija es alumna de Daisy Jeannotte? -No. ¿Por qué? -Hace algunos
años Jeannotte estuvo en el centro de una controversia. No - 254 - conozco
la verdadera historia y no quiero lanzar rumores sin fundamento. Sólo ve
con cuidado.
Quería preguntarle más cosas, pero Red me saludó con la cabeza y se
alejó hacia su coche.
Me quedé bajo el sol con la boca abierta. ¿Qué diablos había querido decir?
Cuando llegué a casa, Kit había dejado un mensaje en el contestador.
Había encontrado un catálogo de cursos, pero no había nada que se
pareciera al taller de Harry en la lista del North Harris County Community
College. Sin embargo, en el escritorio de su madre había un folleto de
Inner Life Empowerment. El papel tenía un agujero de chincheta y Kit
sospechaba que Harry lo había cogido de un tablón de anuncios. Había
llamado al número que figuraba en el folleto y ya no estaba en servicio.
¡El curso de Harry no tenía nada que ver con el colegio universitario! Las
palabras de Red se cruzaron con las de Ryan, y multiplicaron por mil mi
sensación de pánico. Nuevas relaciones, transición, uniones rotas,
vulnerabilidad.
Durante el resto del día pasé de una tarea a otra con la concentración
destrozada por la inquietud y la indecisión. Luego, cuando las sombras
reptaban por el patio, recibí una llamada que me obligó a organizar mis
pensamientos. Escuché conmocionada la historia que me contaban desde
el otro lado de la línea, y luego tomé una decisión.
Llamé a mi jefe de departamento para decirle que debía marcharme antes
de lo previsto. Puesto que había programado mi ausencia de la conferencia
de antropología física, mis alumnos se perderían sólo un período de clases.
Lo sentía mucho, pero tenía que marcharme.
Cuando colgué el auricular fui a mi habitación a preparar el equipaje. No
iría a Oakland, sino a Montreal.
Tenía que encontrar a mi hermana.

Tenía que detener esa locura que crecía como los truenos de Piedmont -
255 -
Capítulo 29

Cuando el avión despegó, cerré los ojos y me apoyé en el asiento. Estaba


demasiado agotada por otra noche intranquila como para notar lo que
pasaba a mí alrededor. Normalmente, disfruto al sentir la aceleración
mientras me elevo y contemplo el mundo cada vez más pequeño, pero en
ese momento no ocurrió tal cosa. Las palabras de un viejo asustado
seguían resonando en mi cabeza.
Estiré las piernas y mis pies toparon con el bolso que había colocado
debajo del asiento delantero. Viajaba con el equipaje de mano siempre a la
vista. La custodia personal de los objetos puede ser muy importante.
A mi lado, Ryan hojeaba la revista del avión. Al no haber conseguido un
vuelo desde Savannah, había conducido hasta Charlotte para coger el
vuelo de las seis treinta y cinco. En el aeropuerto se había explayado sobre
la declaración tomada en Texas.
El viejo se había largado para proteger a su perro.
«Como Kathryn -pensé-, que tenía miedo por su bebé.» -¿Dijo exactamente
lo que intentaban hacer? -le pregunté a Ryan con un susurro.
La azafata hacía la demostración rutinaria de los cinturones de seguridad y
las mascarillas de oxígeno.
Ryan sacudió la cabeza.
- Ese tío es una especie de zombi. Estaba en el rancho porque le dejaban
un lugar para dormir y le permitían tener al perro. No participaba
realmente del credo, pero se enteró de muchas cosas. -Dejó la revista
sobre su regazo-. Dijo cosas muy vagas sobre energía cósmica y ángeles
guardianes e inhalación poderosa.
- ¿Aniquilación? Ryan se encogió de hombros.

- Dijo que esa gente no pertenece a este mundo. Al parecer, habían estado
luchando contra las fuerzas del mal y había llegado la hora de marcharse,
sólo que no podía llevarse a
Fido
con él.

- Y entonces se escondió debajo del porche.


Ryan asintió.
- ¿Quiénes son esas fuerzas del mal? -El viejo no está seguro.
- ¿Y no puede decir adónde se han ido los virtuosos? -Al norte. No olvides
que el abuelo no está en la cima de la curva de Bell.
- ¿Nunca oyó hablar de Dom Owens? -No. El líder de la tropa era un tío
llamado Toby.
- Sin apellido.
- 256 - -Los apellidos son de este mundo. Pero no es eso lo que le
atemoriza.
Aparentemente Toby y la tía que se encargaba de vigilar a las chicas
estaban enrollados, y el viejo sentía verdadero pavor ante esa mujer.
¿Qué había dicho Kathryn? «No es Dom. Es ella.» Un rostro apareció
fugazmente en mi cabeza.
- ¿Quién es ella? -El viejo no sabía su nombre, pero según él esa fulana le
dijo a Toby que el Anticristo había sido destruido y que el día del Juicio
Final había llegado. Fue entonces cuando el tren de carga comenzó a
rodar.
- ¿Y? Me sentía atontada.
- El perro no estaba invitado.
- ¿Nada más? -Para el viejo, esa mujer es, sin duda, la madre superiora.
- Kathryn también habló de una mujer.
- ¿Nombre? -No le pregunté. En aquel momento, no me pareció
importante.
- ¿Qué más te dijo? Repetí todo lo que fui capaz de recordar.
Ryan puso una mano sobre la mía.
- Tempe, realmente no sabemos nada de esa Kathryn, excepto que ha
pasado su vida con la contracultura. Aparece en tu casa diciendo que te
encontró a través de la universidad. Tú dices que tu dirección no consta en
la guía. Ese mismo día cuarenta y tres de sus amigos íntimos se esfuman
en dos estados, y la dama desaparece asimismo de tu casa.
Cierto. Ryan había mostrado antes su desconfianza con respecto a
Kathryn.
- ¿Nunca supiste quién se cargó el gato? -No.
Retiré la mano y comencé a morderme la uña del pulgar.
Ninguno de los dos habló durante unos minutos. Entonces, recordé otra
cosa.
- Kathryn también hizo referencia al Anticristo.
- ¿Cómo? -Ella dijo que Dom no creía en el Anticristo.
Ryan permaneció callado un momento.
- Hablé con los tíos que trabajaron en el caso de los muertos del Templo
del Sol en Canadá -dijo un poco después-. ¿Sabes lo que pasó en Morin
Heights? - preguntó.
- Sólo que murieron cinco personas. Yo estaba en Charlotte, y los medios
de comunicación norteamericanos se concentraron, sobre todo, en lo que
había sucedido en Suiza. La conexión canadiense del caso recibió escasa
prensa.
- Te contaré lo que sucedió. Joseph DiMambro envió un equipo de asesinos
a matar a un bebé. -Hizo una pausa para que las palabras hicieran efecto-.
Morin Heights era el pistoletazo de salida de los hechos que tuvieron lugar
en el extranjero.
Parece que el nacimiento de ese crío no había sido aprobado por el Gran
Papá, de - 257 - modo que lo consideraba el Anticristo. Una vez que el niño
murió, los fieles fueron libres para pasar al otro lado.
- ¡Dios mío! ¿Crees que Owens realmente es uno de esos fanáticos del
Templo del Sol? Ryan volvió a encogerse de hombros.
- O podría ser un insignificante imitador. Es difícil saber lo que significa
toda esa jerga de Adler Lyons hasta que los psicólogos no la descifren.
En el recinto de Saint Helena habían encontrado un texto, una especie de
tratado y un mapa de la provincia de Quebec.
- Pero me importa una mierda de perro quién es el chiflado que los guía si
personas inocentes van camino de la muerte. Pienso atrapar a ese cabrón
y machacarlo personalmente.
Los músculos de la mandíbula se tensaron como cables mientras volvía a
coger la revista.
Cerré los ojos y traté de descansar, pero las imágenes no me dejaban en
paz.
Harry, animada y llena de vida. Harry sin maquillaje y con un chándal.
Sam, furioso por la invasión de su isla.
Malachy, Mathias, Jennifer Cannon, Carole Comptois, un gato calcinado, el
contenido del paquete a mis pies.
Kathryn con ojos suplicantes, como si yo pudiese ayudarla, como si yo
pudiese coger su vida y convertirla en algo mejor.
¿O acaso Ryan tenía razón? ¿Me habían engañado? ¿Habían enviado a
Kathryn con algún propósito siniestro que yo ignoraba? ¿Era Owens el
responsable de que quemasen el gato? Harry había hablado de la orden.
Su vida era un fracaso y la orden lo cambiaría todo. Kathryn también había
hablado de eso. Dijo que la orden afectaba a todo el mundo. Brian y Heidi
la habían quebrantado. ¿Qué orden? ¿El orden cósmico? ¿Una orden
superior? ¿La orden del Templo del Sol? Me sentí como una mosca en una
jarra, golpeándome contra el cristal con un pensamiento casual tras otro,
pero incapaz de sustraerme a las limitaciones cognitivas de mi propia
mente confusa.
«¡Brennan, te estás volviendo loca! No hay nada que puedas hacer a diez
mil metros de altitud.» Entonces, decidí evadirme retrocediendo cien años.
Abrí mi maletín, saqué uno de los diarios de Bélanger y busqué diciembre
de 1844. Esperaba que las vacaciones de Navidad hubiesen mejorado el
humor de Louis-Philippe.
El buen doctor disfrutó de la cena navideña en casa de los Nicolet, le gustó
su nueva pipa, pero no aprobaba los planes de su hermana de regresar a
los escenarios.
A Eugénie la habían invitado a cantar en Europa.
Louis-Philippe compensaba con tenacidad lo que carecía de humor. El
nombre de su hermana aparecía con frecuencia en los primeros meses de
1845. Él expresaba a menudo sus opiniones, pero, para irritación del
médico, Eugénie no se dejó disuadir de su propósito. Partiría en abril, daría
conciertos en París y Bruselas, luego pasaría - 258 - el verano en Francia y
regresaría a Montreal a finales de julio.
Una voz ordenó por megafonía que se colocaran los asientos en posición
vertical y se sujetaran las bandejas en el respaldo del asiento delantero
para el aterrizaje en Pittsburgh.
Una hora más tarde, nuevamente en vuelo, repasé las anotaciones
correspondientes a la primavera de 1845. Louis-Philippe estaba ocupado
con los asuntos del hospital y el ayuntamiento, pero visitaba todas las
semanas a su cuñado.
Alain Nicolet, al parecer, no había viajado a Europa con su esposa.
Me pregunté cómo había ido el viaje de Eugénie. Evidentemente, Louis-
Philippe no lo había hecho, ya que apenas si encontré menciones a su
hermana en esos meses. Entonces, una de las anotaciones me llamó la
atención.
Correspondía al 17 de julio de 1845. Debido a circunstancias anormales, la
estancia de Eugénie en Francia se prolongaría. Se habían hecho los
arreglos necesarios, pero Louis-Philippe se mostraba poco preciso en
cuanto a la naturaleza de los mismos.
Miré la extensión blanca fuera de la ventanilla. ¿Cuáles eran esas
«circunstancias anormales» que habían retenido a Eugénie en Francia?
Hice un cálculo sencillo. Élisabeth había nacido en enero. Vaya, vaya.
Durante el verano y el otoño Louis-Philippe sólo había hecho breves
referencias a su hermana, en especial cuando recibía carta de Eugénie.
Todo iba bien.
Cuando las ruedas se posaron en la pista del aeropuerto Dorval, Eugénie
reapareció. Ella también había regresado a Montreal. Era el 16 de abril de
1846. Su bebé tenía tres meses.
Allí estaba.
Élisabeth Nicolet nació en Francia. Alain no podía ser su padre. Pero ¿quién
entonces? Ryan y yo bajamos del avión en silencio. Comprobó sus
mensajes mientras yo esperaba el equipaje en la cinta. Cuando regresó, la
expresión de su rostro me dijo que las noticias no eran buenas.
- Encontraron las camionetas cerca de Charleston.
- Vacías.
Asintió.
Eugénie y su bebé se desvanecieron en otro siglo.
El cielo era plomizo y una ligera lluvia caía ante los faros delanteros del
coche mientras Ryan y yo viajábamos hacia el este por la autopista 20.
Según la última información del piloto, la temperatura en Montreal era
suave, de unos tres grados.
Viajamos en silencio después de haber acordado nuestros respectivos
cursos de acción. Aunque yo quería llegar cuanto antes a mi apartamento
para encontrar a mi hermana y liberarme de una creciente sensación de
negro presentimiento, haría lo que Ryan me había pedido. Y luego seguiría
con mis planes.
Aparcamos en el Parthenais, y ambos nos dirigimos hacia el edificio. En el
aire se propagaba un olor a malta procedente de la cervecería Molson. El
aceite formaba - 259 - una delgada película en los charcos que se
formaban en el pavimento desparejo.
Ryan bajó en el primer piso, y yo continué hasta mi despacho en la quinta
planta. Después de quitarme el abrigo, marqué el número de una
extensión interna.
Habían recibido mi mensaje y podíamos empezar cuando yo estuviese
lista. Me dirigí al laboratorio sin perder un minuto.
Reuní el escalpelo, la regla, el pegamento y material borrador de sesenta
centímetros de largo, y lo dispuse todo sobre mi mesa de trabajo. Luego
abrí mi equipaje de mano e inspeccioné su contenido.
El cráneo y la mandíbula de la víctima desconocida de Murtry habían
completado su viaje sin sufrir ningún daño. A menudo me pregunto qué
piensan los tíos que controlan el escáner del aeropuerto cuando ven los
huesos que llevo en mi bolso. Coloqué el cráneo sobre una base de corcho
en mitad de la mesa. Luego unté con pegamento la articulación temporo-
mandibular y fijé la mandíbula en su sitio.
Mientras el pegamento se secaba, busqué una tabla de los grosores de
tejido facial correspondientes a mujeres norteamericanas blancas. Cuando
la mandíbula quedó firmemente soldada en su lugar coloqué el cráneo en
un soporte, ajusté la altura y lo aseguré con grapas. Las órbitas vacías me
miraban directamente a los ojos mientras procedía a tomar medidas y
cortaba diecisiete diminutos cilindros de goma y los pegaba sobre los
huesos faciales.
Veinte minutos más tarde, llevé el cráneo a una pequeña habitación que
había en el corredor. Una placa identificaba esa sección como Section
d'Imagerie. Uno de los técnicos me saludó e indicó que el sistema estaba
en funcionamiento.
Sin perder un minuto, coloqué el cráneo sobre una plataforma, tomé
imágenes con una cámara de vídeo y las envié al PC. Luego evalué las
imágenes digitalizadas en el monitor y elegí una orientación frontal.
Después, utilizando un lápiz y un bloc de dibujo incorporados al ordenador,
conecté los marcadores de goma que se proyectaban desde el cráneo.
Mientras dirigía los hilos del retículo alrededor de la pantalla, comenzó a
surgir una silueta macabra.
Cuando estuve satisfecha con el contorno facial, continué mi tarea. Con la
arquitectura ósea a modo de guía, tomé muestras de ojos, orejas, narices y
labios de la base de datos del programa, e incorporé esos rasgos
prefigurados al cráneo.
Luego hice pruebas de cabello y añadí el que imaginé que sería el estilo
menos informal. Sin saber absolutamente nada de la víctima, decidí que
era mejor ser impreciso que equivocarse. Cuando estuve satisfecha con los
componentes que había añadido a la imagen craneal que había creado en
el ordenador, usé el lápiz para combinar los colores y sombrear la imagen
y, de ese modo, conseguí que la reconstrucción fuese lo más real posible.
El proceso completo me llevó menos de dos horas. Me apoyé en el
respaldo del sillón y contemplé mi obra. Un rostro me miraba desde el
monitor. Tenía ojos caídos, una nariz delicada y pómulos altos y anchos.
Era bonito, pese a los rasgos robóticos e inexpresivos. Y me resultaba
vagamente familiar.
Tragué saliva. Luego, con un toque del lápiz, modifiqué el pelo. Añadí
cortes irregulares y flequillo.
Contuve el aliento. ¿Se parecía mi reconstrucción a Anna Goyette? ¿O
había creado simplemente una joven genérica y le había dado al pelo un
corte familiar? - 260 - Devolví al pelo su estilo original y evalué el parecido.
¿Sí? ¿No? No tenía la más remota idea.
Por último, pulsé una orden en el menú de bajar información y en la
pantalla aparecieron cuatro recuadros. Comparé la serie, buscando indicios
de inconsistencia entre la imagen que había creado y el cráneo. Primero,
confronté el cráneo y la mandíbula sin alterar; luego, una imagen pelada,
con el hueso desnudo en la parte izquierda del cráneo, y rasgos cubiertos
de carne y piel en la derecha; después, el rostro que había creado
sobreimpreso en una transparencia fantasmal sobre los marcadores de
hueso y tejido; por último, hice una aproximación facial final. Activé la
última imagen para que ocupara la pantalla completa y la observé durante
varios minutos. Aún no estaba segura.

Imprimí la imagen, la guardé en el disco duro y regresé rápidamente a mi


oficina. Cuando me marchaba del edificio dejé unas copias del bosquejo
sobre el escritorio de Ryan. La nota adjunta sólo incluía dos palabras:
«Murtry.
Inconnue.»
Desconocida. Tenía otras cosas en mente.

Cuando bajé del taxi, casi había dejado de llover, pero la temperatura
había descendido vertiginosamente. Finas membranas de hielo
comenzaban a formarse en los charcos y cristalizaban en los neumáticos y
las ramas.
El apartamento estaba silencioso y oscuro como una cripta. Después de
dejar el abrigo y las bolsas en el recibidor, fui directamente a la habitación
de invitados. Los potingues de maquillaje de Harry estaban esparcidos por
el tocador. ¿Los había usado esa mañana o la semana anterior? Ropa.
Botas. Secador de pelo. Revistas. Mi búsqueda no dio con nada útil que
pudiese indicarme dónde estaba Harry o cuándo se había marchado.
Lo esperaba; sin embargo, lo que no esperaba fue la sensación de alarma
que se apoderó de mí mientras recorría las habitaciones.
Comprobé el contestador. Ningún mensaje.
«Relájate.» Tal vez Harry había telefoneado a Kit.
Negativo.
¿Charlotte? No había noticias de Harry, pero Red Skyler me había llamado
para decirme que se había puesto en contacto con la Cult Awareness
Network, una organización que se dedicaba a controlar los movimientos de
las sectas. No tenían nada sobre Dom Owens, pero sí un archivo de Inner
Life Empowerment. Según la CAN, se trataba de una organización legal.
Operaba en varios estados, ofreciendo seminarios de autoconocimiento,
que eran inútiles, pero también inofensivos. «Confronta tu yo íntimo y el
otro íntimo», y cosas por el estilo. Basura, pero probablemente inocua, y
no debía preocuparme demasiado. Si quería más información, podía
llamarle a él, o bien a la CAN. Me dejó ambos números.
Casi no presté atención a las otras voces: Sam me pedía noticias; Katy me
avisaba de su regreso a Charlottesville.
De modo que Inner Life Empowerment no era una organización peligrosa.
- 261 - Probablemente, Ryan tuviese razón. Harry había vuelto a
desaparecer. La ira hizo que me ardiesen las mejillas.
Como si fuese un robot, colgué el abrigo en el armario y arrastré la maleta
hasta el dormitorio. Luego me senté en el borde de la cama, apreté con
fuerza las sienes y dejé vagar mis pensamientos. Los dígitos verdes del
reloj de la mesilla de noche señalaban el paso de los minutos.
Esas últimas semanas habían sido de las más difíciles de toda mi carrera.
La tortura y las mutilaciones que las víctimas habían tenido que soportar
superaban con creces cualquier cosa que hubiese visto hasta entonces. Y
no recordaba cuándo había tenido que trabajar con tantas muertes en tan
poco tiempo. ¿Cómo se relacionaban los asesinatos cometidos en St. Jovite
con los de la isla de Murtry? ¿Había sido asesinada Carole Comptois por la
misma y monstruosa mano? ¿Había sido la matanza de St. Jovite sólo el
principio? ¿Habría en ese momento algún maníaco que estuviera tramando
un baño de sangre demasiado terrible de contemplar? Harry tendría que
encargarse de Harry.
Yo sabía lo que iba hacer. Al menos, sabía por dónde comenzaría.
Llovía otra vez y el campus de McGill estaba cubierto por una costra fina y
helada. Los edificios se alzaban como siluetas negras y las ventanas eran
la única fuente de luz en aquella inquietante y húmeda oscuridad. Aquí y
allá una figura se movía en un rectángulo iluminado como un títere
diminuto en un teatro de sombras chinas.
Una cubierta de hielo poroso crujía bajo mis pies mientras subía la
escalinata de entrada a Birks Hall. El edificio estaba desierto; sus
ocupantes lo habían abandonado ante la proximidad de la tormenta. No
había impermeables en los percheros ni botas que dejaran un reguero de
agua contra las paredes. Las impresoras y fotocopiadoras estaban
silenciosas; el único sonido que se escuchaba era el repicar de las gotas de
lluvia sobre los cristales emplomados.
Mis pasos resonaron con un ruido sordo mientras subía al tercer piso.
Desde el corredor principal, pude ver que la puerta de la oficina de
Jeannotte estaba cerrada.
En realidad, no esperaba encontrarla en su despacho, pero había decidido
que merecía la pena intentarlo. Para ella sería una sorpresa, y la gente
suele decir cosas muy curiosas cuando se la coloca fuera de su rutina
habitual.
Cuando giré en la esquina del corredor vi que una luz amarilla se
proyectaba por debajo de la puerta. Llamé sin saber muy bien qué esperar.
Cuando la puerta se abrió, no pude evitar una expresión de enorme
sorpresa.

- 262 -
Capítulo 30

Tenía los ojos enrojecidos, y su rostro estaba pálido y demacrado. Se puso


tensa al reconocerme, pero no dijo nada.
- ¿Cómo estás, Anna? -Bien.
Anna parpadeó y sus pupilas agitaron ligeramente el flequillo rubio.
- Soy la doctora Brennan. Nos conocimos hace algunas semanas.
- Lo sé.
- Cuando regresé, me dijeron que estabas enferma.
- Estoy bien. Estuve fuera un tiempo.
Quise preguntarle dónde había estado, pero no lo hice.
- ¿Está la doctora Jeannotte? Anna sacudió la cabeza. Se llevó el pelo
detrás de la oreja y el gesto denotó que estaba ausente.
- Tu madre andaba muy preocupada.
Se encogió de hombros con un movimiento apenas perceptible. No me
preguntó por qué sabía cosas de su vida familiar.
- He estado trabajando en un proyecto con tu tía. Ella también estaba
preocupada por ti.
- ¡Ah! Bajó la cabeza y no pude verle la cara.
Aproveché el momento y me lancé a fondo.
- Tu amiga me dijo que tal vez estuvieses metida en algo que te perturba.
Sus ojos se clavaron en los míos.
- Yo no tengo amigos. ¿De quién está hablando? Su voz sonaba infantil y
apagada.
- Sandy O'Reilly. Ella te reemplazaba aquel día en la oficina.
- Sandy quiere quedarse con mis horas. ¿A qué ha venido? Buena
pregunta.
- Quería hablar contigo y con la doctora Jeannotte.
- Ella no está.
- ¿Podríamos hablar tú y yo? -No hay nada que pueda hacer por mí. Mi vida
es asunto mío.
Su actitud de indiferencia me producía escalofríos.
- Lo entiendo, pero, de hecho, pensé que tal vez tú podrías ayudarme a mí.
Su mirada se dirigió hacia el corredor y luego volvió a fijarse en mí.
- ¿Ayudarla cómo? -¿Quieres un café? - 263 - -No.
- ¿Podríamos ir a otro sitio? Me miró largamente con ojos inexpresivos.
Luego asintió. Cogió una parka que estaba colgada en el perchero y echó a
andar escaleras abajo hacia una puerta trasera.
Cuando salimos al exterior del edificio, tuvimos que inclinarnos bajo la
lluvia helada mientras ascendíamos la colina hacia el centro del campus.
Después lo rodeamos en dirección a la parte posterior del Redpath
Museum. Anna sacó una llave del bolsillo, abrió una puerta y entramos en
un corredor muy poco iluminado. El aire olía ligeramente a moho y materia
en descomposición.
Subimos a la segunda planta y nos sentamos en un largo banco de
madera, rodeadas por los huesos de criaturas que habían muerto hacía
cientos de años.
Encima de nuestras cabezas, pendía un esturión, una víctima más de
alguna desgracia ocurrida en el pleistoceno. Las partículas de polvo
flotaban bajo la luz de los fluorescentes.
- Ya no trabajo en el museo, pero sigo viniendo a este lugar cuando
necesito pensar. -Desvió la mirada hacia el alce irlandés-. Estas criaturas
vivieron hace millones de años y a miles de kilómetros de distancia, y
ahora están detenidas en este punto del universo, inmóviles para siempre
en el tiempo y en el espacio. Eso me gusta.
- Sí. -Era una forma de ver la extinción animal-. La estabilidad es algo muy
raro en el mundo actual.
Me miró de un modo extraño. Luego volvió a fijar la vista en los esqueletos.
Observé su perfil mientras ella estudiaba la colección.
- Sandy me habló de usted, pero no le presté mucha atención. -Hablaba sin
mirarme-. No estoy segura de qué es lo que quiere de mí.
- Soy amiga de tu tía.
- Mi tía es una bella persona.
- Sí. Tu madre pensó que podías estar metida en problemas.
En sus labios se dibujó una sonrisa irónica. Era obvio que no se trataba de
un tema que le resultase agradable.
- ¿Por qué la preocupa lo que pueda pensar mi madre? -Me preocupa que
la hermana Julienne esté tan desolada por tu desaparición.
Tu tía no sabe que no es la primera vez que desapareces.
Sus ojos se apartaron de los vertebrados para mirarme a la cara.
- ¿Qué más sabe de mí? -Se apartó el pelo de la cara y lo sujetó detrás de
las orejas.
Tal vez el frío la había revivido. Tal vez se debía al hecho de estar lejos de
su mentora. Parecía un poco más animada de lo que se había mostrado en
Birks.
- Anna, tu tía me rogó que te encontrase. Ella no quería husmear en tu
vida;
simplemente deseaba tranquilizar a tu madre.
Parecía insegura.
- Ya que aparentemente ha decidido convertirme en su experimento,
también debe saber que mi madre está loca. Si me demoro diez minutos
en llegar a casa, llama a la policía.
- 264 - -Según los informes de la policía, tus ausencias han durado algo
más de diez minutos.
Anna entrecerró los ojos.
«Bien, Brennan. Haz que se ponga a la defensiva.» -Mira, Anna, yo no
quiero meterme en tu vida; pero si hay algo que pueda hacer para
ayudarte, me gustaría intentarlo.
Esperé a que dijera algo; sin embargo, no abrió la boca.
«Enfócalo de otra manera. Tal vez decida bajar sus defensas.» -Quizá
puedas ayudarme tú a mí. Como sabes, trabajo con el forense y
recientemente hemos tenido unos casos que nos han desconcertado. Una
muchacha llamada Jennifer Cannon desapareció de Montreal hace varios
años. La semana pasada encontraron su cuerpo en Carolina del Sur. Era
estudiante de McGill.
La expresión de Anna no se alteró un ápice.
- ¿La conocías? Se mantuvo tan silenciosa como los esqueletos que nos
rodeaban.
- El 17 de marzo, una joven llamada Carole Comptois fue asesinada y
abandonada en île des Soeurs. Tenía dieciocho años.
Se pasó una mano por el pelo.
- Jennifer Cannon no estaba sola. -La mano de Anna se apoyó en el regazo
y luego volvió a la oreja-. Aún no hemos podido identificar a la persona que
fue enterrada con ella.
Saqué el boceto que había hecho en el ordenador y se lo mostré. Anna lo
cogió y apartó los ojos de mí.
El papel temblaba ligeramente mientras contemplaba el rostro que yo
había creado.
- ¿Es real? -La aproximación facial es un arte, no una ciencia. Nunca se
puede estar seguro en cuanto a la exactitud de los rasgos.
- ¿Lo ha hecho a partir de un cráneo? La voz de Anna temblaba levemente.
- Sí.
- El pelo está mal.
La voz era apenas audible.
- ¿Reconoces el rostro? -Amalie Provencher.
- ¿La conoces? -Trabaja en el centro de asesoramiento.
Seguía evitando mi mirada.
- ¿Cuándo la viste por última vez? -Hará unas dos semanas. Tal vez un
poco más; no estoy segura. Ya me había marchado.
- ¿Es estudiante de McGill? -¿Qué fue lo que le hicieron? Dudé un
momento. No sabía cuánta información debía revelar. Los cambios de -
265 - humor de Anna me hacían sospechar que era una muchacha
inestable, o bien tomaba drogas. No esperó mi respuesta.
- ¿La asesinaron? -¿Quién, Anna? ¿Quiénes son ellos? Finalmente, me miró.
Sus pupilas brillaban bajo la luz artificial.
- Sandy me habló de la conversación que había tenido con usted. Ella
estaba en lo cierto y, a la vez, equivocada. Aquí en el campus hay un
grupo, pero no tienen nada que ver con Satán. Yo no tengo ninguna
relación con ellos. Amalie sí la tenía.
Ella entró a trabajar en el centro de asesoramiento porque ellos le dijeron
que debía hacerlo.
- ¿Es allí donde la conociste? Anna asintió. Se pasó un nudillo por debajo de
cada ojo y se los secó en los pantalones.
- ¿Cuándo? -No lo sé. Hace algún tiempo. Yo me sentía fatal, de modo que
pensé que no me vendrían mal algunos consejos. Cuando acudía al centro,
Amalie siempre tenía un momento para hablar conmigo. Parecía realmente
preocupada por lo que me estaba pasando. Jamás hablaba de ella o de sus
problemas personales. Escuchaba atentamente todo lo que yo le
explicaba. Teníamos muchas cosas en común, y nos hicimos amigas.
En ese momento, recordé las palabras de Red. A los reclutadores se les
instruye para que busquen miembros potenciales, los convenzan de que
tienen cosas en común y ganen su confianza.
- Ella me habló de ese grupo al que pertenecía. Dijo que le había cambiado
la vida. Finalmente, asistí a una de sus reuniones. No estuvo mal. -Se
encogió de hombros-. Alguien habló, y luego comimos algo e hicimos
ejercicios de respiración, y ese tipo de cosas. A mí realmente no me
interesaba demasiado aquel rollo, pero volví un par de veces más porque
todo el mundo actuaba como si realmente les cayera bien.
Bombardeo amoroso.
- Luego me invitaron a ir al campo. Eso sonaba genial, de modo que los
acompañé. Practicamos distintos juegos, participamos en charlas y
cantamos e hicimos ejercicios. A Amalie le encantaba todo aquello, pero
esa rutina no era para mí. Yo pensaba que había mucha tontería en todo
aquello; sin embargo, no podías disentir. Además, nunca me dejaban sola.
No pude estar ni un minuto sin compañía.
»Ellos querían que me quedase a participar en una especie de taller que
debía durar algunos días y, cuando les dije que no podía, se pusieron un
poco pesados.
Tuve que enfadarme para conseguir que me trajeran de regreso a la
ciudad. Desde entonces evitaba a Amalie, aunque de vez en cuando la
veía.
- ¿Cómo se llama ese grupo? -No estoy segura.
- ¿Crees que mataron a Amalie? Se secó las palmas de las manos en los
costados de los muslos.
- En aquel lugar conocí a un tío. Estaba en el grupo porque había hecho un
- 266 - cursillo en otra parte. En cualquier caso, cuando yo me marché, él
se quedó, de modo que no volví a verlo durante varios meses, o tal vez un
año. Luego le encontré en un concierto en île Notre Dame. Salimos durante
algún tiempo, pero la cosa no funcionó.
- Volvió a encogerse de hombros-. Para entonces, él había abandonado el
grupo y me contó algunas historias terribles sobre lo que pasaba allí,
aunque no quería hablar mucho de ello. Estaba bastante tocado.
- ¿Cómo se llamaba? -John no sé qué.
- ¿Dónde está ahora? -No lo sé. Creo que se marchó de la ciudad.
Se enjugó las lágrimas de los ojos.
- Anna, ¿está la doctora Jeannotte relacionada con ese grupo? -¿Por qué
me hace esa pregunta? Su voz se quebró en la última palabra. Una
delgada vena azul latía en su cuello.
- La primera vez que te vi, en la oficina de la doctora Jeannotte, te pusiste
muy nerviosa cuando ella llegó.
- Ella se ha portado maravillosamente bien conmigo. La doctora Jeannotte
es mucho mejor para mi cabeza que la meditación y la respiración
profunda, pero también es una mujer muy exigente y siempre temo meter
la pata.
- Tengo entendido que pasas mucho tiempo con ella.
Sus ojos volvieron a posarse en los esqueletos.
- Creía que estaba preocupada por Amalie y esas personas muertas.
- Anna, ¿te importaría hablar con otra persona? Lo que me has contado es
muy importante, y la policía estará muy interesada en seguir esa pista. Un
detective llamado Andrew Ryan está investigando esos homicidios. Es un
hombre muy amable y creo que te gustará.
Su mirada parecía confusa y volvió a recogerse el pelo detrás de las orejas.
- No puedo decirle nada. John podría, pero no sé adónde se ha ido.
- ¿Recuerdas dónde tuvo lugar ese seminario? -En una especie de granja.
Nos llevaron en una camioneta y no presté mucha atención al paisaje
porque nos tuvieron practicando juegos todo el tiempo. Y cuando
regresamos a la ciudad, dormí durante todo el viaje. En aquella granja nos
mantuvieron despiertos la mayor parte del tiempo. Yo estaba agotada.
Excepto a John y a Amalie, nunca volví a ver al resto del grupo. Y ahora
dice que ella está…
En la planta inferior se abrió una puerta y una voz llegó nítida desde abajo.
- ¿Quién anda ahí? -Genial. Ahora me quitarán la llave -susurró Anna.
- ¿Se supone que no podemos estar aquí? -No exactamente. Cuando dejé
de trabajar en el museo, me quedé con la llave.
Perfecto.
- Ven conmigo -dije levantándome del banco-. ¿Hay alguien ahí abajo? -
llamé-. Estamos aquí.
Se oyeron pasos en la escalera, y un guardia de seguridad del campus
apareció en la puerta. Su gorro tejido le llegaba hasta los ojos y una parka
empapada apenas - 267 - alcanzaba a cubrirle la panza. Respiraba con
dificultad y los dientes tenían un tinte amarillento bajo la luz violeta.

- ¡Oh, Dios!, nos alegramos tanto de verle. -Exageré mi papel-. Estábamos


haciendo unos esbozos del
Odocoileus virginianus
y perdimos la noción del tiempo.

Todo el mundo se marchó temprano debido a la helada y supongo que se


olvidaron de nosotras. Nos quedamos encerradas. -Mi sonrisa no podía ser
más estúpida-.
Estaba a punto de llamar a seguridad.
- No pueden estar aquí. El museo está cerrado -dijo el guardia con mal
disimulada irritación.
Obviamente, mi actuación no había servido de mucho.
- Por supuesto. Debemos irnos. Su esposo estará hecho un manojo de
nervios preguntándose dónde diablos puede estar.
Hice un gesto hacia Anna, que asentía como un muñeco provisto de
muelle.
El guardia nos miró a ambas con sus ojos acuosos, y luego hizo un gesto
con la cabeza hacia la escalera.
- Andando, entonces.
Nos perdimos en un segundo.
Afuera la lluvia seguía cayendo. Las gotas eran más grandes, como los
Slushes que mi hermana y yo solíamos comprar en verano. Su rostro
surgió de un nicho en el interior de mi mente. ¿Dónde estás, Harry? Una
vez de regreso en Birks Hall, Anna me miró con un gesto divertido.

-
¿Odocoileus virginianus?

- Se me ocurrió de repente.
- En el museo no hay ningún ciervo de cola blanca.
¿Frunció las comisuras de los labios o era simplemente el frío? Me encogí
de hombros.
Aunque con cierta reticencia, Anna me dio su dirección y su número de
teléfono. Nos despedimos y le aseguré que Ryan la llamaría pronto.
Mientras me apresuraba calle abajo, algo hizo que me diese la vuelta.
Anna permanecía en la entrada del antiguo edificio gótico, inmóvil, como
sus camaradas del cenozoico.
Cuando llegué a casa llamé al busca de Ryan. Unos minutos más tarde
sonó el teléfono. Le dije que Anna había aparecido y le hice un resumen de
la conversación que habíamos mantenido. Ryan me aseguró que pasaría
toda la información al forense para que se iniciara una búsqueda de los
registros médicos y dentales de Amalie Provencher. Llamaría
inmediatamente para tratar de ponerse en contacto con Anna antes de
que abandonase la oficina de la doctora Jeannotte. Después volvería a
llamarme para contarme lo que había podido averiguar durante el día.

Comí una ensalada


niçoise
y un par de
croissants,
me di un largo baño y me puse un viejo chándal. Aún tenía frío y decidí
encender un buen fuego en la chimenea. No me quedaba ningún leño para
iniciar el fuego, de modo que utilicé bolas de papel hechas con diarios
viejos y las cubrí con leña. El hielo se hacía cada vez más grueso en las
ventanas mientras el fuego cobraba fuerza y yo lo contemplaba en
silencio.

- 268 - Eran las ocho cuarenta. Busqué los diarios de Bélanger y encendí la
tele para ver
Seinfeld
, esperando que el ritmo de los diálogos y las risas tuviesen un efecto
sedante.

Si los dejaba sin control sabía que mis pensamientos comenzarían a correr
como gatos en la noche; chillarían y gruñirían, y elevarían mi ansiedad a
niveles que harían del todo imposible que pudiese conciliar el sueño.
No funcionó. Jerry y Kramer lo hacían de maravilla, pero yo era incapaz de
concentrarme.
Mis ojos se desviaron hacia el fuego que consumía lentamente la leña. Las
llamas se habían convertido en unas lenguas dispersas que envolvían el
leño inferior.
Busqué más diarios, hice unas cuantas bolas de papel y las arrojé entre las
llamas.
Estaba acomodando los leños cuando lo recordé de golpe.
¡Diarios! ¡Me había olvidado por completo del microfilme! Fui al dormitorio,
saqué las páginas que había copiado en McGill y las llevé conmigo al sofá.
Me llevó sólo un momento encontrar el artículo que había aparecido en
La Presse.

L a historia era tan breve como la recordaba. El 20 de abril de 1845


Eugénie Nicolet se marchaba a Francia. Tenía previsto cantar en París y
Bruselas, pasar el verano en el sur de Francia y regresar a Montreal en
julio. También figuraban los nombres de los miembros de su compañía y
las fechas de sus próximos conciertos. Se añadía un breve resumen de su
carrera y varios comentarios sobre cuánto la echarían de menos.
Continué leyendo hasta el 26 de abril. Revisé todo el material que había
impreso, pero el nombre de Eugénie no volvía a aparecer en ninguna
parte. Entonces, releí todas y cada una de las páginas, examinando
minuciosamente cada noticia y cada anuncio.
El artículo había aparecido el 22 de abril.
En París aparecería alguien más, pero el talento de ese caballero no estaba
en la música, sino en la oratoria. Realizaba un ciclo de conferencias,
denunciaba la venta de seres humanos y alentaba el comercio con África
occidental. Nacido en Costa de Oro, antiguo nombre de Ghana, se había
educado en Alemania y era profesor de Filosofía en la Universidad de Halle.
Acababa de completar un ciclo de conferencias en la Escuela de la
Divinidad de McGill.
Repasé la historia. En 1845 la esclavitud estaba en pleno auge en Estados
Unidos, pero había sido prohibida en Francia e Inglaterra. Canadá seguía
siendo una colonia británica. La iglesia y los grupos de misioneros
imploraban a los africanos que dejasen de exportar a sus hermanos y
hermanas y, como alternativa, alentaban a los europeos para que se
comprometiesen a un comercio legal con África occidental.
¿Cómo lo llamaban? El «comercio legítimo».
Leí el nombre del pasajero con creciente excitación.
Y el nombre del barco.
Eugénie Nicolet y Abo Gabassa habían hecho el viaje en el mismo barco.
Me levanté para avivar el fuego.
¿Era eso? ¿Había tropezado con un secreto que había permanecido oculto -
269 - durante ciento cincuenta años? ¿Eugénie Nicolet y Abo Gabassa? ¿Un
romance? Me puse los zapatos, fui hasta la puerta trasera, hice girar el
pomo y empujé. La puerta estaba trabada por el hielo acumulado. Apoyé
con fuerza la cadera, hice fuerza y la puerta cedió.
La pila de leña estaba helada y me llevó algún tiempo desprender uno de
los leños con ayuda de una pala. Cuando finalmente volví a entrar en la
casa, temblaba como una hoja y estaba cubierta con delgadas láminas de
hielo. Un sonido súbito me dejó paralizada mientras me dirigía hacia el
hogar encendido.
El timbre de la puerta principal no suena como los timbres normales, sino
que produce una especie de chirrido. Y eso hacía en ese momento, aunque
luego el sonido cesó abruptamente, como si alguien hubiese cambiado de
idea.
Dejé el leño junto a la chimenea, fui hasta la caja de seguridad y pulsé el
botón del vídeo. En la pantalla vi una figura familiar que desaparecía
delante de la puerta principal.
Cogí las llaves, corrí hacia el pasillo y abrí la puerta que daba al vestíbulo.
La puerta exterior estaba en su sitio. Hice chasquear la lengua y la abrí de
par en par.
Daisy Jeannotte estaba tendida sobre los escalones de la entrada.

- 270 -
Capítulo 31

Antes de que pudiese llegar hasta ella, Daisy comenzó a moverse.


Lentamente llevó las manos hacia atrás, giró sobre sí misma y se irguió
hasta quedarse sentada de espaldas a mí.
- ¿Se ha hecho daño? Tenía la garganta tan seca que mis palabras salieron
en una especie de chillido artificial.
Se estremeció ligeramente al oír mi voz y luego se volvió.
- El hielo es traicionero. He resbalado, pero estoy bien.
Me acerqué y permitió que la ayudase a levantarse. Estaba temblando y
me dio la impresión de que no se encontraba nada bien.
- Por favor, entre y le prepararé un poco de té.
- No, no puedo quedarme. Alguien me está esperando. No debería haber
salido en una noche tan horrible, pero tenía que hablar con usted.
- Por favor, entre en la casa y podrá calentarse un poco.
- No, gracias.
El tono de su voz era tan frío como el aire que barría el jardín.
Daisy Jeannotte volvió a anudarse la bufanda y luego me miró
directamente a los ojos. Detrás de ella, los diminutos proyectiles de hielo
atravesaban el cono de luz que proyectaba la farola de la calle. Las ramas
de los árboles tenían un color negro brillante bajo las lámparas de vapor de
sodio.
- Doctora Brennan, debe dejar en paz a mis alumnos. He intentado ser
amable con usted y ayudarla en lo que me ha sido posible, pero creo que
está abusando de mi amabilidad. No puede perseguir a esos jóvenes del
modo como lo hace, y proporcionar a la policía mi número de teléfono
personal para que acosen a mi ayudante es simplemente inconcebible.
Se pasó una mano enguantada por el ojo derecho, que dejó un rastro
oscuro a través de la mejilla.
La ira me invadió como un río de lava. Tenía los brazos cruzados sobre el
pecho y sentí que las uñas se me clavaban en la carne a través de la lana
del jersey.
- ¿De qué demonios está hablando? Yo no estoy persiguiendo a Anna. -Le
devolví el verbo como si fuese un escupitajo-. ¡Éste no es un jodido
proyecto de investigación! ¡Hay gente muerta! Diez personas que
sepamos, y sólo Dios sabe cuántas más podría haber.
Los proyectiles blancos rebotaban en la frente y los brazos, pero no los
sentía.
Sus palabras me habían enfurecido y vomité toda la angustia y la
frustración acumuladas durante las últimas semanas.
- Jennifer Cannon y Amalie Provencher eran estudiantes de McGill. Fueron -
271 - asesinadas, doctora Jeannotte. Pero no sólo asesinadas, no. Eso no
fue suficiente para esa gente. Esos maníacos las lanzaron a los animales y
observaron cómo les desgarraban la carne y les perforaban los cráneos
hasta el cerebro.
Sin que pudiera controlarme, continué desgranando los acontecimientos
de los que había sido testigo. Vi que una pareja apretaba el paso al pasar
delante de la casa sin importarle la película de hielo que cubría la acera.
- Una familia fue cosida a puñaladas y mutilada, y a una anciana le
metieron una bala en la cabeza a menos de doscientos kilómetros de aquí.
¡Bebés! ¡Asesinaron a dos bebés de cuatro meses! Una chica de dieciocho
años fue despedazada; luego la metieron en el maletero de un coche y la
dejaron en esta ciudad. Están muertos, doctora Jeannotte; todos ellos
fueron asesinados por un grupo de chiflados que se creen los guardianes
de la moral.
Me sentía acalorada a pesar del frío tan intenso.
- Muy bien, permítame que le diga una cosa. -Alcé un dedo tembloroso
delante de sus narices-. ¡Pienso encontrar a esos cabrones crueles y
santurrones y ponerlos fuera de circulación, no importa a cuántos
monaguillos, consejeros espirituales o patéticos predicadores de la Biblia
tenga que acosar! ¡Y eso incluye a sus estudiantes! ¡Y podía ser que la
incluyera también a usted! El rostro de Jeannotte tenía un aspecto
fantasmagórico en la oscuridad. El rímel que le manchaba las mejillas lo
convertía en una máscara macabra. Encima de su ojo izquierdo se había
formado un pequeño terrón, que proyectaba una ligera sombra que hacía
que el izquierdo pareciera extrañamente brillante.
Bajé el dedo y volví a cruzar los brazos sobre el pecho. Había dicho
demasiadas cosas. Una vez extinguido el estallido de cólera, el frío
comenzaba a provocarme temblores en todo el cuerpo.
La calle estaba desierta y en completo silencio. Podía oír el sonido de mi
respiración agitada.
No sabía lo que esperaba oír, pero no era seguramente la pregunta que
salió de su labios.
- ¿Por qué emplea esas imágenes? -¿Qué? ¿Acaso estaba cuestionando mi
forma de hablar? -Biblias, y monaguillos, y predicadores. ¿Por qué hace
esas referencias? -Porque estoy convencida de que esos asesinatos fueron
cometidos por fanáticos religiosos.
Jeannotte permaneció absolutamente inmóvil y en silencio. Cuando volvió
a hablar su voz era aún más helada que la noche que nos rodeaba y sus
palabras me estremecieron más que el clima.
- Está metiéndose en aguas peligrosas, doctora Brennan. Le advierto que
se olvide de este asunto. -Sus ojos incoloros se clavaron en los míos-. Si
persiste en su actitud, me veré obligada a tomar medidas.
En ese momento, un coche apareció por el callejón que había frente a mi
casa y se detuvo. Cuando giró para continuar por la calle lateral, las luces
describieron un amplio arco, que bañó la casa e iluminó fugazmente el
rostro de Daisy Jeannotte.
- 272 - Me puse tensa y las uñas se clavaron profundamente en la carne.
¡Oh, Dios! No se trataba de una ilusión creada por las sombras. El ojo
derecho de Jeannotte estaba espectralmente pálido. Limpio de maquillaje,
la ceja y las pestañas eran dos manchas blancas bajo las luces del coche.
Era posible que hubiera visto algo en mi rostro, porque se ajustó la
bufanda, dio media vuelta y bajó los escalones. No miró hacia atrás.
Cuando entré en casa, la luz del contestador estaba parpadeando. Ryan.
Le llamé sin que pudiera contener el temblor de las manos.
- Jeannotte está implicada -dije sin perder el tiempo-. Acaba de estar aquí
para advertirme que lo deje correr. Parece que tu llamada a Anna la ha
alterado.
Escucha, cuando regresamos a Saint Helena, ¿recuerdas el hombre que
tenía una línea blanca sobre el ojo? -Sí, un tío alto y más flaco que un palo.
Estuvo hablando con Owens.
Ryan parecía agotado.
- Jeannotte tiene la misma falta de pigmentación en el mismo ojo.
Normalmente no se ve porque lo oculta bajo el maquillaje.
- ¿Tiene la misma línea en el pelo? -No podría decirlo, pero es probable que
se lo tiña. Mira, el tío que vimos en la granja y Daisy Jeannotte deben de
ser parientes. Ese rasgo es demasiado inusual para que se trate de una
coincidencia.
- ¿Hermanos? -En aquel momento no presté demasiada atención, pero creo
que el tío que vimos en Saint Helena era demasiado joven para ser su
padre y demasiado mayor para ser su hijo.
- Si esa doctora ha nacido en las montañas de Tennessee, existen
posibilidades genéticas muy limitadas.
- Muy gracioso.
No estaba de humor para bromas sobre paletos del sur.
- Podría tratarse de clanes enteros que comparten ese gen.
- Esto es serio, Ryan.
- Ya sabes, rayas blancas diferentes en diferentes personas que hablan a
gritos -dijo imitando la voz de Jeff Foxworthy-. Si tu raya es la misma que la
que tiene tu hermana, entonces tú debes ser…
Rayas. Algo relacionado con las rayas me puso en estado de alerta.
- ¿Qué has dicho? -Personas que hablan a gritos, es lo que tus…
- ¡Quieres dejarlo ya! Acabo de recordar algo. ¿Recuerdas lo que dijo el
padre de Heidi Schneider sobre el tío que les hizo una visita? La línea
permaneció en silencio.
- El viejo dijo que aquel tío parecía una mofeta, una jodida mofeta.
- Mierda; de modo que tal vez papaíto no estaba siendo poético.
En el fondo comenzó a sonar un teléfono. Nadie cogió la llamada.
- ¿Crees que Owens envió a Raya a Texas? -preguntó Ryan.
- 273 - -No, no fue Owens. Kathryn y el viejo hablaron de una mujer. Creo
que se trata de Jeannotte. Probablemente, dirige el espectáculo desde aquí
y tiene lugartenientes en sus otros campamentos. También creo que
recluta a la gente en los campus universitarios a través de una red de
seminarios.
- ¿Qué más puedes decirme de la doctora Jeannotte? Le dije todo lo que
sabía, incluido su comportamiento hacia su ayudante, y le pregunté qué
había podido sacar en claro de su conversación con Anna.
- No mucho. Creo que esa chica ha reprimido un montón de cosas jodidas.
A su lado Zelda parece una mujer equilibrada.
- Podría estar metida en un asunto de drogas.
El teléfono volvió a sonar.
- ¿Estás solo? Excepto por el sonido de los teléfonos, la oficina de
homicidios parecía inusualmente silenciosa.
- Todo el mundo ha tenido que salir a la calle a causa de esta jodida
tormenta.
¿Tienes algún problema? -¿Como qué? -¿No has oído las noticias? El hielo y
la nieve están poniendo las cosas muy feas. Han cerrado el aeropuerto y
un montón de carreteras están intransitables. Las líneas eléctricas se están
partiendo como espaguetis secos y muchas zonas de la playa del sur están
sin electricidad. Los jefazos de la ciudad empiezan a preocuparse por los
viejos y por los saqueadores.
- Hasta ahora estoy bien. ¿Encontraron los hombres de Baker alguna cosa
que pudiese relacionar a Saint Helena con el grupo de Texas? -No. El viejo
del perro estuvo desvariando acerca de un encuentro con su ángel
guardián. Parece que Owens y sus discípulos tenían la misma idea. Está
todo en sus diarios.
- ¿Diarios? -Sí. Al parecer, algunos de sus fieles tenía una especie de
urgencia creativa.
- ¿Y? Oí que inspiraba profundamente y luego dejó escapar el aire con un
ligero silbido.

- ¡Cuéntamelo, maldita sea! -Según la opinión de un experto, se trata de


algo definitivamente apocalíptico y será ahora. La cosa es seria. El
sheriff
Baker no quiere correr ningún riesgo. Ha llamado a los federales.

- ¿Y no tienen ninguna pista sobre dónde pueden haber ido? Me refiero a


su destino terrestre.
- A encontrarse con su ángel guardián para pasar a un lugar mejor. Ésa es
la clase de mierda con la que estamos tratando. Pero están bien
organizados.
Aparentemente, llevan mucho tiempo preparando el viaje.
- ¡Jeannotte! ¡Tienes que encontrar a Jeannotte! ¡Es ella! ¡Ella es el ángel
guardián! Sabía que sonaba desesperada, pero no podía evitarlo.
- 274 - -De acuerdo. Es hora de dar un buen paseo a Miss Daisy. ¿Cuándo
se marchó de tu casa? -Hace un cuarto de hora.
- ¿Adonde iba? -No lo sé. Dijo que tenía que encontrarse con alguien.
- Muy bien, la encontraré. Brennan, si estás en lo cierto, esa profesora es
una mujer muy peligrosa. No hagas nada, repito, no hagas nada sola. Sé
que estás muy preocupada por Harry, pero si ha sido captada por esa
secta de fanáticos será necesaria la asistencia de profesionales para
sacarla de allí. ¿Entiendes lo que quiero decir? -¿Puedo lavarme los
dientes? ¿O también es una actividad peligrosa? -le contesté.
Su actitud paternalista no sacaba precisamente lo mejor que hay en mí.
- Ya sabes lo que quiero decir. Consigue algunas velas. Volveré a llamarte
tan pronto como tenga noticias.
Colgué el teléfono y me acerqué a la cristalera. Necesitaba más espacio a
mi alrededor y descorrí las cortinas. El jardín parecía una especie de prado
mitológico, con los árboles y los arbustos moldeados por el hielo. Redes
tenues y heladas cubrían los balcones superiores y colgaban sobre las
chimeneas y las paredes de ladrillo.
Busqué unas cuantas velas, una caja de cerillas y la linterna. Cogí la
pequeña radio y los auriculares que tenía en el bolso de gimnasia y lo
coloqué todo encima del mostrador de la cocina. Regresé a la sala de
estar, me hundí en el sofá y encendí el televisor para ver las noticias.
Ryan tenía razón. La tormenta era la estrella del telediario. Habían caído
varias líneas de alta tensión a lo largo de la provincia, e Hydro-Québec no
podía decir cuándo se restablecería el servicio eléctrico. La temperatura
seguía bajando y se preveían más precipitaciones.
Me puse una chaqueta de lana gruesa e hice tres viajes en busca de leña.
Si la electricidad fallaba, al menos tendría calefacción. Luego busqué más
mantas y las coloqué sobre la cama. Cuando volví a la sala de estar, un
locutor con cara de circunstancias recitaba una lista de acontecimientos
que se habían suspendido.
Era un ritual familiar y extrañamente reconfortante. Cuando hay amenaza
de nevadas en el sur, las escuelas suspenden las clases, no hay
actividades públicas, y frenéticas amas de casa dejan vacías las
estanterías de los supermercados.
Normalmente, la amenaza nunca se cumple o, si realmente cae algo de
nieve, al día siguiente ya ha desaparecido. En Montreal, los preparativos
para hacer frente a una tormenta de nieve son metódicos, no frenéticos, y
están presididos por un aire de «saldremos adelante».
Mis preparativos me llevaron quince minutos. Las noticias concitaron mi
atención durante otros diez. Después me tomé un breve descanso. Cuando
apagué el televisor, mi ansiedad volvió con toda su potencia. Me sentía
atrapada, como un bicho clavado en un palo. Ryan tenía razón. No había
nada que yo pudiera hacer y mi impotencia hacía que me sintiese aún más
intranquila.
Me dediqué a la rutina que seguía normalmente antes de meterme entre
las - 275 - sábanas, esperando de ese modo mantener controlados los
malos pensamientos. No dio resultado. Cuando me metí en la cama, los
diques neuronales cedieron por completo.
Harry. ¿Por qué no la había escuchado? ¿Cómo pude mostrarme tan
indiferente? ¿Dónde diablos se había metido? ¿Por qué no había llamado a
su hijo? ¿Por qué no me había llamado a mí? Daisy Jeannotte. ¿Con quién
tenía que encontrarse? ¿Qué plan demencial estaba tramando? ¿A cuántas
almas inocentes pensaba llevarse con ella? Heidi Schneider. ¿Quién podía
haberse sentido tan amenazado por los bebés de Heidi para recurrir a ese
brutal infanticidio? ¿Acaso eran esas muertes el anuncio de una nueva
matanza? Jennifer Cannon, Amalie Provencher, Carole Comptois. ¿Habían
sido sus asesinatos parte de esa locura? ¿Qué leyes demoníacas habían
violado? ¿Habían sido sus muertes la coreografía de algún ritual satánico?
¿Había sufrido mi hermana el mismo destino? Cuando sonó el teléfono, di
un brinco en la cama, y la linterna cayó pesadamente al suelo.
Ryan, rogué. «Es Ryan y ha encontrado a Jeannotte.» La voz de mi sobrino
llegó desde el otro extremo de la línea.
- ¡Oh, diablos!, tía Tempe. Creo que la he cagado. Harry llamó. Encontré su
llamada en la otra cinta.
- ¿Qué otra cinta? -Tengo uno de esos viejos contestadores que llevan unas
cintas de casete pequeñas. La que tenía no rebobinaba bien, de modo que
coloqué una nueva. No volví a pensar en ello hasta hoy, cuando vino a
verme una amiga. Yo estaba bastante mosqueado con ella porque se
suponía que habíamos quedado para salir la semana pasada, pero cuando
pasé a recogerla no estaba en casa. Cuando ha venido esta noche le he
dicho que se largara, pero ella ha insistido en que me había dejado un
mensaje en el contestador. Hemos discutido y entonces he buscado la
cinta vieja y la he escuchado. Tenía razón, me había dejado un mensaje, y
Harry también. Justo al final.
- ¿Qué dijo tu madre? -Parecía muy cabreada. Ya conoces a Harry. Pero al
mismo tiempo sonaba asustada. Estaba en una granja o algo parecido, y
quería largarse, pero nadie la llevaba de regreso a Montreal, así que
supongo que aún está en Canadá.
- ¿Qué más te dijo? Mi corazón latía con tanta violencia que pensé que mi
sobrino podía oírlo a través del teléfono.
- Dijo que las cosas se estaban poniendo feas y que quería largarse.
Entonces, la cinta se terminó o alguien cortó la comunicación. No estoy
seguro. El mensaje simplemente se interrumpió.
- ¿Cuándo te llamó? -Pam llamó el lunes. El mensaje de Harry venía
después.
- ¿No tienes un indicador de la fecha? - 276 - -Este trasto es de la época de
Truman.
- ¿Cuándo cambiaste la cinta? -Creo que fue el miércoles o el jueves. No
estoy seguro, pero probablemente fue antes del fin de semana.
- ¡Piensa, Kit! En la línea sólo se escuchaba un zumbido.
- El jueves. Cuando volví a casa después de navegar estaba muy cansado y
la cinta no rebobinaba, de modo que la quité. Fue entonces cuando puse la
cinta nueva.
Mierda, eso significa que Harry llamó hace al menos cuatro días, tal vez
incluso seis.
Espero que se encuentre bien. Parecía aterrorizada.
- Creo que sé con quién está. No le pasará nada.
No creía una sola palabra de lo que yo misma estaba diciendo.
- Avísame tan pronto como hables con ella. Dile que me siento fatal por
todo esto. Simplemente, no se me ocurrió lo de la cinta vieja.
Fui hasta la ventana y apoyé la mejilla contra el cristal. La capa de hielo
convertía las luces de la calle en soles diminutos y las ventanas de mis
vecinos en rectángulos que brillaban con un débil resplandor. Las lágrimas
corrían por mis mejillas mientras pensaba en mi hermana, que estaba en
algún lugar bajo esa terrible tormenta de nieve.
Regresé a la cama, encendí la lámpara y me dispuse a esperar la llamada
de Ryan.
Las luces perdían potencia, parpadeaban y volvían a la normalidad. Pasó
un milenio. El teléfono seguía mudo.
Me quedé profundamente dormida.
La epifanía final llegó con el sueño.

- 277 -
Capítulo 32

Estoy mirando la vieja iglesia. Es invierno y los árboles están desnudos.


Aunque el cielo tiene un color plomizo, las ramas proyectan sombras como
telas de araña que se arrastran sobre la gastada piedra gris de los muros.
El aire huele a nieve próxima y el silencio que precede a la tormenta crece
a mi alrededor. A la distancia alcanzo a divisar un lago completamente
helado.
Una puerta se abre y una figura se recorta contra la luz suave y amarilla de
una lámpara. Parece dudar por un momento, luego echa a andar hacia mí,
con la cabeza gacha a causa del viento. La figura se acerca y veo que es
una mujer. Lleva la cabeza cubierta con un velo y cubre su cuerpo con un
largo vestido negro.
Cuando la mujer se encuentra a pocos metros, comienzan a caer los
primeros copos de nieve. Lleva una vela y me doy cuenta de que camina
encorvada para proteger la llama. Me pregunto cómo consigue que no se
apague.
La mujer se detiene y me hace señas con la cabeza. El velo está salpicado
de copos. Hago un esfuerzo por reconocer su rostro, pero no logro
enfocarlo, como si fuesen guijarros en el fondo de un estanque profundo.
La mujer se vuelve, y yo la sigo.
La mujer se aleja cada vez más. Comienzo a sentir miedo y me apresuro
para alcanzarla, pero mi cuerpo no responde. Las piernas me pesan
terriblemente y no puedo caminar más de prisa. Veo que la mujer
desaparece a través de la puerta. La llamo, pero no se escucha ningún
sonido.
Luego me encuentro en el interior de la iglesia, y todo está en penumbra.
Las paredes son de piedra y el suelo está cubierto de suciedad. Encima de
mi cabeza unas enormes ventanas cinceladas se pierden en la oscuridad. A
través de ellas, veo diminutos copos que flotan en el aire como volutas de
humo.
No puedo recordar por qué he venido a la iglesia. Me siento culpable
porque sé que se trata de algo importante. Alguien me ha enviado, pero no
puedo recordar quién ha sido.
Mientras camino a través de la penumbra bajo la vista y descubro que
estoy descalza. Me siento avergonzada porque no sé dónde he dejado los
zapatos. Quiero marcharme, pero no conozco el camino. Siento que si
abandono mi tarea no seré capaz de salir de aquel lugar.
Oigo unas voces apagadas y me giro en esa dirección. Hay algo en el
suelo, pero es oscuro; un espejismo que no soy capaz de identificar. Me
acerco y las sombras se convierten en objetos separados.
Un círculo de bultos envueltos. Los miro fijamente. Son demasiado
pequeños para ser cuerpos, pero tienen forma de cuerpos.
Me dirijo a uno de ellos y desato uno de los extremos. Se oye un zumbido -
278 - apagado. Retiro la tela y las moscas se alzan a centenares y flotan
hacia la ventana. El cristal está escarchado por el vapor y observo cómo
los insectos se enjambran contra él; sé que cometen un error.
Mis ojos vuelven a posarse en aquel bulto que descansa en el suelo. No me
doy prisa porque sé que no es un cadáver. A los muertos no se les
envuelve ni dispone de esa manera.
Pero lo es. Y reconozco la cara. Amalie Provencher me mira y sus rasgos
son una caricatura en distintos tonos de gris.
Sin embargo, no puedo apresurarme. Me muevo de uno a otro bulto,
desligo la tela y envío decenas de moscas volando hacia las sombras que
me rodean. Los rostros son blancos, los ojos están fijos, pero no los
reconozco; excepto a uno de ellos.
El tamaño me lo dice antes de que abra la mortaja. Es mucho más
pequeño que los otros. No quiero mirar, pero es imposible detenerse.
¡No! Trato de negarlo pero no funciona.
Carlie yace sobre su estómago, con las manos dobladas en dos puños
orientados hacia arriba.
Luego veo otros dos, diminutos, uno junto al otro en el círculo.
Vuelvo a gritar, pero esa vez tampoco se oye ningún sonido.
Una mano se cierra alrededor de mi brazo. Alzo la vista y veo a mi guía. La
mujer ha cambiado, o sólo resulta más claramente visible.
Es una monja. Tiene el hábito deshilachado y cubierto de moho. Cuando se
mueve oigo el sonido de las cuentas y huelo a tierra húmeda y
descompuesta.
Me pongo de pie y veo una piel oscura y cubierta de llagas rojas que
supuran.
Sé que es Élisabeth Nicolet.
- ¿Quién es? -pienso la pregunta, pero ella contesta.
- Toda cubierta por el tejido más oscuro.
No entiendo sus palabras.
- ¿Por qué está aquí? -Soy una renuente novia de Cristo.
Entonces, veo otra figura. Es una mujer y permanece en un segundo plano.
La luz mortecina oscurece sus facciones y convierte su pelo en un
manchón gris sin brillo. Sus ojos me miran y comienza a hablar, pero las
palabras se pierden.
- ¡Harry! -grito, pero mi voz es débil.
Harry no me oye. Extiende ambos brazos y mueve la boca, un óvalo negro
en el espectro de su rostro.
Vuelvo a gritar, pero no sale ningún sonido.
Harry habla nuevamente y oigo lo que dice, aunque sus palabras parecen
llegar desde muy lejos, como voces que arrastra el agua.
- Ayúdame. Me estoy muriendo.
- ¡No! Intento correr, pero las piernas se niegan a moverse.
Harry entra en un corredor que yo no había visto antes. En la entrada hay
una inscripción. «Ángel guardián.» Harry se convierte en sombra y se
funde con la oscuridad.
- 279 - La llamo pero no se vuelve. Trato de ir hacia ella, pero tengo el
cuerpo paralizado. Nada se mueve salvo las lágrimas que corren por mis
mejillas.
Mi compañera se transforma. Unas alas oscuras y cubiertas de plumas
surgen de su espalda, y el rostro se vuelve pálido y se cubre de arrugas.
Los ojos se convierten en dos piedras. Cuando los miro, los iris se vuelven
más claros y el color se escurre de cejas y pestañas. Una raya blanca
aparece en su pelo y se proyecta hacia atrás; separa un colgajo de cuero
cabelludo y lo lanza al aire. El tejido cae al suelo, y las moscas vuelan
desde la ventana y se posan sobre el amasijo sanguinolento.
- La orden no debe ser ignorada.
La voz llega desde todas partes y de ninguna.
El paisaje del sueño cambia ahora a los pantanos. Los rayos de sol caen
sesgados sobre el musgo negro y las sombras gigantescas bailan entre los
árboles.
Hace calor y estoy cavando. Transpiro profusamente mientras retiro
paladas de tierra del color de la sangre seca y la acumulo formando un
montón detrás de mí.
La pala choca contra algo y cavo alrededor de los bordes, que me revelan
cuidadosamente una forma enterrada. Veo una piel blanca con coágulos
de arcilla roja. Sigo el arco de la espalda. Aparece una mano con uñas
largas y rojas. Continúo subiendo por el brazo. Encuentro flecos de una
chaqueta vaquera. Todo brilla tenuemente bajo el intenso calor.
Veo el rostro de Harry y grito.
Me senté en la cama con el corazón desbocado y el cuerpo bañado en
sudor. Me llevó unos segundos volver a la realidad.
Montreal. Dormitorio. Tormenta de nieve.
La luz seguía encendida, y la habitación estaba en silencio. Comprobé el
reloj.
Las tres cuarenta y dos.
«Calma. Un sueño es sólo un sueño. Refleja temores y ansiedades; no la
realidad.» Entonces, tuve otro pensamiento. La llamada de Ryan. ¿Estaba
dormida cuando llamó? Aparté el edredón y fui a la sala de estar. En el
contestador no había ningún mensaje.
Volví al dormitorio y me quité las ropas completamente húmedas. Mientras
dejaba caer los pantalones del chándal al suelo vi las marcas de las uñas
en las palmas de ambas manos. Me puse unos tejanos y un jersey grueso.
No cabía la posibilidad de que pudiese volverme a dormir, de modo que fui
a la cocina y puse agua a calentar. Me sentía intranquila por el sueño que
había tenido hacía unos minutos. No quería recordarlo, pero aquella visión
había despertado algo en mi mente y necesitaba encontrarle algún sentido
a todo aquello. Llevé la taza de té al sofá.
Por regla general, mis sueños no suelen ser maravillosos ni inquietantes o
grotescos. Son de dos tipos.
Habitualmente no puedo marcar un número en el teléfono, ver la carretera
o - 280 - coger un avión. Debo presentarme a un examen, pero jamás he
asistido a clase. Está chupado: ansiedad.
Aunque con menos frecuencia, el mensaje puede ser más desconcertante.
Mi subconsciente selecciona cuidadosamente el material que mi mente
consciente ha acumulado y lo convierte en un cuadro surrealista. Y debo
interpretar lo que mi psique intenta decirme.
La pesadilla de esa noche era claramente del tipo críptico. Cerré los ojos
para ver lo que podía descifrar. Las imágenes volvieron a mi mente como
visiones fugaces a través de una cerca de estacas.
El rostro de Amalie Provencher que yo había bosquejado en el ordenador.
Los bebés muertos.
Una Daisy Jeannotte alada. Recordaba las palabras que le había dicho a
Ryan.
¿Era Daisy Jeannotte realmente un ángel de la muerte? La iglesia. Parecía
el convento de Lac Memphrémagog. ¿Por qué me enviaba el cerebro esas
señales? Élisabeth Nicolet.

Harry me hacía señas en una clara llamada de socorro y luego desaparecía


en un túnel oscuro. Harry, muerta con
Birdie.
¿Estaba realmente Harry en un grave peligro? Una novia renuente. ¿Qué
demonios significaba eso? ¿Habían retenido a Élisabeth contra su
voluntad? ¿Era ésa una parte de su piadosa verdad? No tuve tiempo para
seguir analizando el sueño porque en ese momento alguien llamó al
timbre. «Amigo o enemigo», me pregunté mientras me dirigía hacia el
panel de seguridad y levantaba el microteléfono.

La figura alta y desgarbada de Ryan llenó la pantalla. Pulsé el interruptor


para que pudiese entrar y lo observé a través de la mirilla mientras
avanzaba por el corredor. Parecía un superviviente de la travesía del
desierto.
- Pareces agotado.
- Ha sido una noche muy larga y aún estamos haciendo horas extra. Estoy
solo, gracias a la maldita tormenta.
Ryan se quitó la nieve de las botas y bajó la cremallera de la parka. Una
cascada de hielo cayó al suelo cuando se quitó la gorra tejida. No preguntó
por qué estaba vestida a las cuatro de la mañana, y yo tampoco le
pregunté por qué se presentaba en mi casa a esa hora.
- Baker ha encontrado a Kathryn. Parece que cambió de idea en el último
momento y abandonó a Owens.
- ¿Y el bebé? Mi corazón se aceleró.
- El pequeño está con ella.
- ¿Dónde? -¿Tienes café? -Sí, claro.
Ryan dejó la gorra sobre la mesilla del recibidor y me siguió hasta la
cocina. Me explicó lo que había pasado mientras yo molía los granos de
café y llenaba de agua el - 281 - recipiente de la cafetera.
- Kathryn estuvo escondida con un tío llamado Espinoza. ¿Recuerdas a la
vecina que llamó a Servicios Sociales hablándoles de Owens? -Pensé que la
vecina estaba muerta.
- Lo está. Se trata de su hijo. El muchacho es uno de los fieles, pero tiene
un empleo y vive carretera abajo en casa de mamá.
- ¿Qué hizo Kathryn para recuperar a Carlie? -El pequeño ya estaba allí.
¿Estás preparada para oír esto? Alguien llevó las furgonetas hasta
Charleston mientras el grupo se quedaba en la casa de Espinoza.
Estuvieron en la isla todo el tiempo. Entonces, cuando las cosas se
enfriaron, se largaron.
- ¿Cómo? -El grupo se separó, y cada uno se marchó por su lado. Algunos
fueron recogidos por una embarcación; otros se escondieron en
camionetas y maleteros de coches. Parece que Owens dirige una
verdadera organización clandestina. Y como perfectos capullos nosotros
nos concentramos en las furgonetas.
Le alcancé una taza humeante.
- Se suponía que Kathryn debía marcharse con Espinoza y otro tío, pero le
convenció para que se quedaran.
- ¿Dónde está el otro tío? -Espinoza se cerró en banda en cuanto a eso.
- ¿Dónde se han ido todos? Sentía la boca seca y tenía un nudo en la
garganta. Conocía la respuesta.
- Creo que están aquí.
No dije nada.
- Kathryn no está segura del lugar adonde se dirigían, pero sabe que tenían
que cruzar la frontera. Viajan en grupos de dos o tres y tienen las señas de
carreteras que no están patrulladas.
- ¿Dónde? -Cree que escuchó decir algo sobre Vermont. Hemos alertado al
INS y a la patrulla de autopistas, pero probablemente sea demasiado
tarde. Han dispuesto de tres días al menos y Canadá no es exactamente
Libia en lo que a medidas de seguridad se refiere.
Ryan bebió unos tragos de café caliente.
- Kathryn dice que no prestó demasiada atención porque nunca pensó que
el grupo realmente se marcharía. Pero hay algo de lo que está segura:
cuando encuentren a ese ángel guardián, todos morirán.
Comencé a pasar el paño por el mármol de la encimera aunque estaba
limpio.
Los dos permanecimos en silencio durante unos minutos.
- ¿Has tenido alguna noticia de tu hermana? -preguntó.
Mi estómago volvió a convertirse en una piedra.
- No.
Cuando volvió a hablar, el tono de su voz se había suavizado.
- Los muchachos de Baker encontraron algo en el complejo de Saint
Helena.
- 282 - -¿Qué? El miedo me atravesó como un relámpago.
- Una carta para Owens. En ella, alguien llamado Daniel habla sobre Inner
Life Empowerment. -Sentí una mano sobre el hombro-. Aparentemente esa
organización era una tapadera, o bien los seguidores de Owens se
infiltraron en los cursillos. Esa parte no está del todo clara, pero lo que sí
está claro es que utilizaron la Inner Life Empowerment para reclutar gente.
- ¡Oh, Dios mío! -La carta lleva fecha de hace dos meses
aproximadamente, pero no hay nada que indique de dónde llegó. El texto
es vago, pero parece que había que cumplir con una especie de cupo, y
ese tal Daniel se comprometía a hacerlo.
- ¿Cómo? -Apenas sí podía hablar.
- No lo dice. No hay nada más que haga referencia a esa organización. Sólo
la carta.
- ¡Tienen a Harry! -dije con los labios temblorosos-. ¡Tengo que
encontrarla! -La encontraremos.
Le hablé de la llamada de Kit.
- Mierda.
- ¿Cómo es posible que esta gente permanezca invisible durante años, y
cuando descubrimos la piedra debajo de la que se ocultan, entonces se
desvanecen? No podía dejar de temblar.
Ryan se liberó de la taza y me hizo girar, apoyando las manos sobre mis
hombros. Yo apretaba la esponja de la vajilla con tanta fuerza que se
escuchaba un pequeño siseo.
- No hay rastros porque esta gente dispone de una enorme fuente de
recursos clandestina. Sólo trabajan en metálico, pero no parece que estén
implicados en nada ilegal.
- ¡Excepto el asesinato! Quería moverme, pero Ryan me sostenía con
firmeza.
- Lo que estoy diciendo es que a estos cabrones no los podremos detener
por tráfico de drogas, o robo, o estafas con tarjetas de crédito. No hay
rastros del dinero y ninguna prueba de que hayan cometido ningún crimen,
y es allí donde habitualmente encontramos algo. -Su mirada era dura-.
Pero la han cagado al meterse en mi terreno y te prometo que voy a coger
a esos fanáticos hijos de puta.
Me liberé de sus manos y arrojé la esponja a través de la cocina.
- ¿Qué dijo Jeannotte? -Intenté localizarla en su despacho y luego me
aposté delante de su casa. Pero no asomó la nariz por ninguno de esos
lugares. No olvides que estoy trabajando solo en este caso, Brennan. Esta
jodida tormenta ha cerrado la provincia.
- ¿Qué pudiste averiguar acerca de Jennifer Cannon y Amalie Provencher?
-La universidad sigue dando largas con esa mierda de la intimidad de los
estudiantes. No piensan entregar ningún papel a menos que haya una
orden judicial de por medio.
Era suficiente. Pasé junto a él y fui al dormitorio. Me estaba poniendo un
par de - 283 - medias de lana cuando apareció en el vano de la puerta.
- ¿Dónde crees que vas? -Voy a buscar algunas respuestas de Anna
Goyette y luego trataré de encontrar a mi hermana.
- Vaya, la mujer exploradora. Ahí fuera hay un manto de hielo polar.
- Me las arreglaré.
- ¿En un Mazda de hace cinco años? Las manos me temblaban de tal modo
que no podía colocar los cordones de las botas. Me detuve un momento,
deshice el nudo y luego pasé con cuidado los cordones a través de los
pequeños dientes metálicos. Repetí la operación con la otra bota, me puse
de pie y me volví hacia Ryan.
- No pienso quedarme aquí sentada y permitir que esos fanáticos asesinen
a mi hermana. Tal vez estén todos consumidos por esa obsesión suicida,
pero no se llevarán a Harry con ellos. Pienso encontrarla, Ryan, contigo o
sin ti. ¡Y pienso hacerlo ahora! Durante un minuto se limitó a mirarme.
Luego respiró profundamente, expulsó el aire por la nariz y abrió la boca
para decir algo.
Fue entonces cuando las luces parpadearon, luego quedaron opacas y
finalmente se apagaron.

- 284 -
Capítulo 33

El piso del
jeep
de Ryan estaba mojado por la nieve derretida. El limpiaparabrisas barría el
cristal, y de vez en cuando tropezaba con un pequeño trozo de hielo. A
través de los abanicos que dibujaba en el parabrisas, podía ver millones de
astillas plateadas cortando los haces de luz de los faros delanteros.

Centre-Ville estaba oscuro y desierto. No había calles ni edificios


iluminados, tampoco carteles de neón encendidos, y los semáforos no
funcionaban. Los únicos vehículos que circulaban eran los coches-patrulla.
Las cintas amarillas acordonaban las aceras junto a los rascacielos para
impedir que alguien resultara herido a consecuencia de la caída de un
trozo de hielo. Me pregunté cuánta gente intentaría ir ese día a trabajar.
Ocasionalmente, se oía un ruido seco y, segundos más tarde, una plancha
helada se estrellaba contra el pavimento. El paisaje recordaba a recientes
escenas de Sarajevo e imaginé a mis vecinos acurrucados en habitaciones
frías y sumidas en la oscuridad.
Ryan conducía a través de la ventisca. Tenía los hombros tensos y los
dedos aferrados al volante. Mantenía la velocidad baja y constante,
acelerando de forma gradual y reduciendo la marcha mucho antes de
llegar a los cruces de las calles. Aun así, el coche derrapaba con
frecuencia. Ryan había acertado al coger su
jeep.
Los pocos coches que veíamos, más que rodar, se deslizaban sobre las
calles heladas.

Subimos por la calle Guy y giramos hacia el este para tomar Docteur-
Penfield.
Encima de nosotros se podía ver el Montreal General brillando gracias a la
energía de su propio generador. Mis dedos estrangulaban el apoyabrazo de
la derecha y mi mano izquierda era un puño hermético.
- Hace un frío de mil demonios. ¿Por qué no nieva? -exclamé de pronto. La
tensión y el miedo comenzaban a surgir por debajo de la superficie.
Los ojos de Ryan no se apartaban del camino.
- Según la radio, hay una especie de inversión térmica, de modo que hace
más calor en las nubes que en el suelo. Lo que comienza formándose como
lluvia, se congela al llegar a la tierra. El peso del hielo está afectando el
funcionamiento de las centrales eléctricas.
- ¿Cuándo acabará la tormenta? -El tío del tiempo dice que el sistema se
encuentra fijo en el mismo lugar y no va a ninguna parte.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido. Descongelante.
Limpiaparabrisas.
Viento sibilante. Los latidos de mi corazón.
El coche viró bruscamente y abrí los ojos. Conseguí mover una mano y
puse la radio. La voz era seria pero tranquilizadora. La mayor parte de la
provincia se encontraba sin fluido eléctrico, e Hydro-Quebec tenía a tres
mil empleados - 285 - trabajando para solucionar el problema. Los equipos
trabajarían día y noche, pero nadie podía asegurar cuándo se restablecería
el servicio.
El transformador que alimentaba Centre-Ville había explotado debido a la
sobrecarga, pero se le había dado la máxima prioridad. La planta
depuradora estaba paralizada y se recomendaba a la gente que hirviese el
agua antes de beberla.
«Una tarea difícil sin electricidad», pensé.
Se habían habilitado refugios y la policía recorrería las casas puerta por
puerta para localizar a los ancianos sin recursos. Muchas carreteras
estaban clausuradas y se aconsejaba a los motoristas que se quedaran en
casa.
Apagué la radio. Deseaba desesperadamente estar en mi casa con mi
hermana.
El pensar en Harry hizo que algo comenzara a latir con fuerza detrás de mi
ojo izquierdo.
«Ignora la jaqueca y piensa, Brennan. No serás de ninguna ayuda si
pierdes la concentración.» Los Goyette vivían en la zona conocida como el
Plateau, de modo que nos dirigimos hacia el norte y luego giramos al este
en la avenida Des Pins. En la cima de la colina, alcancé a divisar las luces
del Royal Victoria Hospital. Debajo de nosotros, McGill era un manchón
negro y, más allá, aparecía la ciudad y la zona de los muelles, donde la
única parte visible era la plaza Ville-Marie.
Ryan giró al norte en St. Denis. La calle, normalmente abarrotada de
turistas y compradores, estaba entonces abandonada al viento y al hielo.
Todo parecía cubierto por un manto translúcido, que borraba los nombres
de tiendas y bares.

En Mont-Royal volvimos a dirigirnos hacia el este, giramos hacia el sur en


Christophe Colomb y una década más tarde nos detuvimos delante de la
dirección que Anna me había dado. El edificio era una construcción típica
de Montreal: tres pisos y una estrecha escalera metálica que llegaba al
segundo piso. Ryan acercó el
jeep
al bordillo y lo dejó en la calle.

Cuando salimos del vehículo, el hielo se clavó en mis mejillas como si


fuesen diminutos trozos de ceniza, y los ojos se me llenaron de lágrimas.
Con la cabeza gacha, subimos hasta el piso de los Goyette, resbalando
sobre los escalones helados.
El timbre estaba empotrado en un trozo de hielo sólido y gris, de modo que
golpeé la puerta con fuerza. Un momento después la cortina se apartó
ligeramente y apareció el rostro de Anna. A través del cristal escarchado,
vi que movía la cabeza de un lado a otro.
- ¡Anna, abre la puerta! -grité.
Agitó la cabeza con mayor vigor, pero yo no estaba de ánimo para
negociar.
- ¡Abre la jodida puerta! Por un momento, permaneció inmóvil, y luego se
llevó una mano a la oreja.
Después retrocedió y temí que desapareciera. En cambio, oí el sonido de
una llave que giraba en la cerradura y la puerta se abrió unos centímetros.
No esperé. Empujé con fuerza y un momento después Ryan y yo
estábamos dentro, antes de que Anna pudiese reaccionar.
Anna retrocedió y se quedó con los brazos cruzados delante del pecho y
las manos aferradas a las mangas de la chaqueta. Sobre una mesa de
madera ardía una - 286 - lámpara de aceite y proyectaba sombras que
trepaban por las paredes del estrecho recibidor.
- ¿Por qué no me dejáis todos en paz? Sus ojos parecían enormes bajo la
luz trémula.
- Necesito que me ayudes, Anna.
- No puedo hacerlo.
- Sí, sí que puedes.
- Le dije a ella lo mismo que le estoy diciendo a usted. No puedo hacerlo.
Ellos me encontrarán.
La voz le temblaba ostensiblemente, y el terror que se dibujaba en su
rostro era auténtico. Su mirada lanzó un dardo directamente a mi corazón.
Había visto antes esa mirada. Había sido la de una amiga, aterrorizada por
un tío que la acosaba día y noche. Yo la había convencido de que el peligro
no era real, y ella murió por eso.
- ¿A quién se lo dijiste? Me pregunté dónde estaría su madre.
- A la doctora Jeannotte.
- ¿Ella estuvo aquí? Asintió con la cabeza.
- ¿Cuándo? -Hace varias horas. Yo estaba durmiendo.
- ¿Qué quería? Sus ojos se desviaron hacia Ryan y luego se clavaron en el
suelo.
- Me hizo unas preguntas muy extrañas. Quería saber si yo había estado en
contacto con alguien del grupo de Amalie. Creo que pensaba marcharse al
campo, a ese lugar donde hicimos el taller. Yo… Ella me golpeó. Nadie me
había pegado nunca de ese modo. Estaba fuera de sí. Jamás la había visto
de esa manera.
En su voz había angustia y vergüenza, como si ella hubiese sido la culpable
de la agresión. Parecía tan pequeña e indefensa allí, en medio de la
oscuridad, que me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos.
- No debes culparte, Anna.
Sus hombros comenzaron a temblar y le acaricié el pelo. Brillaba bajo la
pálida luz de la lámpara de aceite.
- Yo la hubiese ayudado, pero no recuerdo nada. Yo… Fue una época muy
mala para mí.
- Lo sé, pero quiero que regreses a esa época y pienses con todas tus
fuerzas.
Piensa en todo lo que recuerdes del lugar donde te llevaron.
- Lo he intentado, pero es inútil.
Tenía ganas de sacudirla, de arrancarle la información que necesitaba para
salvar a mi hermana. Recordé un cursillo que había hecho sobre psicología
infantil.
No debía emplear conceptos abstractos, sólo preguntas directas y
específicas. Con suavidad, la aparté de mí y levanté su barbilla con la
mano.
- ¿Cuando fuiste a ese taller en el campo, te recogieron en la universidad?
-No. Ellos me recogieron aquí, en casa.
- ¿Qué dirección tomaron cuando salieron de aquí? - 287 - -No lo sé.
- ¿Recuerdas cómo abandonaron la ciudad? -No.
«Abstracto, Brennan.» -¿Cruzaron un puente? Anna entrecerró los ojos y
asintió.
- ¿Qué puente? -No lo sé. Espere, recuerdo que había una isla con muchos
edificios altos.
- Île des Soeurs -dijo Ryan.

- Sí. -Sus ojos se abrieron como platos-. Alguien hizo una broma acerca de
las monjas que vivían en las urbanizaciones. Ya sabe,
soeurs,
hermanas.

- Champlain Bridge -dijo Ryan.


- ¿A qué distancia estaba la granja? -Yo…
- ¿Cuánto tiempo estuvisteis viajando en la furgoneta? -Unos cuarenta y
cinco minutos. Sí. Cuando llegamos el conductor se jactaba de haber
llegado en menos de una hora.
- ¿Qué fue lo que viste al bajar de la furgoneta? La duda volvió a instalarse
en sus ojos. Luego, poco a poco, como si estuviese describiendo una
mancha de Rorschach, continuó.
- Justo antes de llegar a la granja recuerdo que había una gran torre con un
montón de cables y antenas y discos. También había una casa pequeña.
Probablemente, alguien la construyó para que los niños aguardasen allí la
llegada del autobús escolar. Recuerdo haber pensado que estaba hecha de
pan de jengibre y decorada con una capa de clara de huevo y azúcar.
En ese momento, un rostro se materializó detrás de Anna. No llevaba
maquillaje y parecía pálido y brillante bajo la luz mortecina.
- ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué se presentan en mi casa en mitad de la
noche? Hablaba un inglés con un fuerte acento.
Antes de que pudiésemos contestar, la mujer cogió a Anna por la muñeca
y arrastró a la joven detrás de ella.
- Quiero que dejen a mi hija en paz.
- Señora Goyette, creo que hay muchas personas que van a morir. Anna
podría ayudarnos a salvarlas.
- Ella no está bien. Ahora márchense de mi casa. -Señaló la puerta-. Les
ordeno que se marchen de mi casa o llamaré a la policía.
El rostro espectral. La luz mortecina. El corredor que parecía un túnel.
Volvía a estar en mi pesadilla y, de pronto, lo recordé. ¡Lo sabía, y tenía
que llegar allí! Ryan comenzó a decir algo pero le interrumpí.
- Gracias. Su hija nos ha sido de gran ayuda -le dije.

Ryan me miró confuso cuando pasé junto a él y salí del apartamento.


Estuve a punto de caerme al resbalar en los escalones. Ya no sentía frío
mientras esperaba junto al
jeep
a que Ryan hablase con la señora Goyette, se calzara la gruesa gorra de -
288 - lana y llegase nuevamente al nivel del suelo.

- ¡Qué demonios…! -Ryan, necesito un mapa.


- Esa pequeña lunática puede estar…
- ¿Tienes un jodido mapa de esta provincia? -dije entre dientes.

Sin decir una palabra, Ryan pasó por delante del


jeep,
y ambos subimos al vehículo helado. Sacó un mapa del compartimiento
que había en la puerta del lado del conductor, y yo cogí una linterna de mi
mochila. Puso el coche en marcha mientras yo desplegaba el mapa de la
provincia, y luego salió para quitar el hielo que se había acumulado en el
parabrisas.

Localicé Montreal y después seguí el Champlain Bridge a través del río San
Lorenzo hasta la autopista 10 Este. Con un dedo entumecido, tracé la ruta
que había seguido hacía un tiempo para llegar a Lac Memphrémagog. Pude
ver la iglesia, y la tumba. Vi también el poste indicador semienterrado en
la nieve.
Moví el dedo a lo largo de la autopista, calculando el tiempo del viaje. Los
nombres oscilaban bajo la luz de la linterna.
Marieville. St. Grégoire. Ste. Angèle-de-Monnoir.
El corazón se me detuvo al verlo.
«Dios, por favor, haz que lleguemos a tiempo.» Bajé la ventanilla y grité al
viento.
Ryan terminó de rascar el parabrisas y abrió la puerta de su lado. Arrojó el
escarbador en la parte de atrás y se situó al volante. Se quitó los guantes y
le pasé el mapa y la linterna. Sin decir nada señalé un pequeño punto en el
cuadrado que había doblado hacia arriba. Lo estudió un momento mientras
su aliento se convertía en vapor bajo la luz amarillenta.
- Mierda.
Un cristal de hielo se derritió y se deslizó desde una de sus pestañas. Se
pasó el dorso de la mano por el ojo.
- Todo encaja. Ange Gardien. No es una persona, es un lugar. Piensan
reunirse en Ange Gardien. Debe de estar a unos cuarenta y cinco minutos
de aquí.
- ¿Cómo se te ocurrió pensar en ello? -preguntó Ryan.
No quería hablarle del sueño que había tenido.
- Recuerdo el poste indicador que vi cuando estuve en Lac
Memphrémagog.
Vamos.
- Brennan…
- Ryan. Sólo lo diré una vez más. Voy a buscar a mi hermana. -Hice un
esfuerzo para mantener la voz tranquila-. Y pienso ir contigo o sin ti.
Puedes llevarme a casa o puedes llevarme a Ange Gardien.
Dudó un momento.
- ¡Joder! -dijo luego.

Salió del
jeep,
inclinó el respaldo de su asiento hacia adelante y buscó algo en la parte de
atrás. Mientras cerraba la puerta con fuerza vi que se metía algo en el
bolsillo y cerraba la cremallera de la cazadora. Después volvió a pasar el
escarbador para quitar el hielo del parabrisas.

- 289 - Un minuto más tarde estaba nuevamente al volante. Sin abrir la


boca se ajustó el cinturón de seguridad, puso el
jeep
en marcha y aceleró. Las ruedas giraron, pero el coche no avanzó ni un
metro. Puso la marcha atrás y luego rápidamente la primera otra vez. El
jeep
se mecía mientras Ryan cambiaba de marchas una y otra vez.

Finalmente, consiguió liberar el vehículo de la trampa de hielo, y nos


alejamos lentamente del barrio.
No dije nada mientras enfilábamos hacia el norte por Christophe Colomb y
luego al oeste por Rachel. Al llegar a St. Denis, Ryan giró hacia el sur,
invirtiendo el sentido de la marcha.
¡Mierda! Me llevaba a casa. Se me heló la sangre al pensar en el viaje a
Ange Gardien sola.
Cerré los ojos y me recliné contra el asiento para prepararme. «Tienes
cadenas, Brennan. Las pondrás en las ruedas de tu coche y conducirás
exactamente como lo está haciendo Ryan, el cabronazo de Ryan.» El
silencio interrumpió mis pensamientos.
- ¿Dónde estamos? -En el túnel Ville-Marie.
No dije nada. Ryan avanzó por el túnel como una nave estelar que
atraviesa un agujero en el espacio. Cuando se desvió hacia la salida de
Champlain Bridge sentí una mezcla de alivio y temor.
¡Sí! Ange Gardien.
Diez años luz más tarde, cruzábamos el San Lorenzo. El río parecía
anormalmente denso, y los edificios de Île des Soeurs se destacaban como
esculturas negras contra el cielo del amanecer. Aunque sus marcadores
estaban apagados, yo conocía a los jugadores. Nortel, Kodak, Honeywell;
era tan normal, tan familiar en mi mundo al final del segundo milenio.
Ojalá me estuviese acercando a sus impecables oficinas en lugar de
dirigirme a la locura que me esperaba unos kilómetros más adelante.
La atmósfera dentro del coche era tensa. Ryan conducía con los ojos fijos
en la carretera, y yo trabajaba concienzudamente en la uña de mi pulgar
derecho. Miraba a través de la ventanilla para no pensar en lo que podía
esperarnos.
Viajábamos a través de un paisaje frío y ominoso, un panorama extraído
de un planeta helado. A medida que avanzábamos hacia el este, el hielo
aumentaba visiblemente, y despojaba al mundo de cualquier noción de
textura o matiz. Los bordes eran borrosos y los objetos parecían fundirse
como si formasen parte de una gigantesca escultura de yeso.
Postes indicadores, señales y vallas estaban ocultos, borrando mensajes y
fronteras. Aquí y allá, a través de la brumosa oscuridad, se alcanzaban a
ver las delgadas columnas de humo que escupían las chimeneas; todo lo
demás parecía congelado en su lugar. Justo después de cruzar el río
Richelieu, la autopista describía una curva y vi un coche que se había
salido de la autopista y estaba volcado en la nieve, como si fuese una
tortuga invertida, con estalactitas que colgaban de los neumáticos y los
parachoques.
Llevábamos viajando casi dos horas cuando vi la señal. Estaba
amaneciendo, y - 290 - el cielo viraba de negro a un gris sombrío. A través
del hielo pude ver una flecha y las letras «Ange Gardien».
- Allí.

Ryan redujo la velocidad y se dirigió hacia la salida de la autopista. Cuando


llegamos a una intersección en T pisó el freno y el
jeep
se detuvo.

- ¿En qué dirección? Cogí el escarbador, bajé del coche y eché a andar
hacia la señal indicadora; me resbalé una vez y me golpeé la rodilla.
Mientras avanzaba con dificultad, el viento levantó mi pelo hasta dejarlo
tieso y me llenó los ojos de diminutos trozos de hielo.
Por encima de mi cabeza silbaba entre las ramas y sacudía los cables del
tendido eléctrico con un sonido extraño.
Trataba de avanzar cortando el hielo como una demente. Finalmente, la
hoja del escarbador se rompió, pero continué cavando hasta que el
plástico quedó hecho pedazos. Usando entonces el mango de madera,
cavé y rasqué hasta que, por fin, pude ver las letras y una flecha.

Mientras regresaba a gatas hasta el


jeep
sentí que había algo que no funcionaba bien en mi rodilla izquierda.

- Por allí -señalé. No me disculpé por el escarbador roto.

Cuando Ryan dio la vuelta, la parte trasera del


jeep
derrapó y comenzamos a girar vertiginosamente. Apoyé con fuerza las
plantas de los pies contra el suelo y me cogí del asiento.

Ryan recuperó el control del vehículo y pude separar ambas mandíbulas.


- No hay pedal del freno en tu lado.
- Gracias.
- Estamos en el distrito de Rouville. Hay un puesto de la SQ a pocos
kilómetros de aquí. Iremos primero allí.
Aunque lamentaba la pérdida de tiempo, preferí no discutir con él. Si nos
metíamos en un nido de avispas, era mejor contar con ayuda. Y, aunque el
vehículo de Ryan era muy indicado para conducir sobre hielo, no tenía
radio para comunicarse con la policía.
Cinco minutos más tarde, divisé la torre, o lo que quedaba de ella. La
estructura metálica no había resistido el peso del hielo y se había
derrumbado. Un montón de barras y vigas estaban esparcidas por la nieve
como si fuesen las piezas de un mecano gigante.
Un poco más allá de la torre caída, una carretera se abría hacia la
izquierda. A pocos metros vi claramente el cobertizo de pan de jengibre
que había mencionado Anna.
- ¡Es aquí, Ryan! ¡Debemos coger ese camino! -Haremos esto a mi manera
o no lo haremos.
Ryan continuó la marcha sin disminuir la velocidad.
Yo estaba furiosa. Y no había ninguna posibilidad de discutir.
- Está amaneciendo. ¿Qué pasará si deciden actuar con la primera luz del
día? Pensé en Harry, drogada e indefensa mientras esos fanáticos
encendían hogueras y rezaban a su dios, o lanzaban perros rabiosos contra
los corderos del - 291 - sacrificio.
- Primero iremos a dar parte a la policía local.
- ¡Podría ser demasiado tarde! Me temblaban las manos. No podía
soportarlo. Mi hermana podía estar a pocos metros de distancia. Sentí una
opresión en el pecho y me volví de espaldas a Ryan.
Un árbol lo decidió por nosotros.
Habíamos recorrido un poco más de medio kilómetro cuando vimos que un
pino enorme bloqueaba nuestro camino. Con la caída, había dejado al aire
unas raíces de cuatro metros y las líneas de alta tensión estaban
esparcidas por el asfalto helado. Era imposible continuar en esa dirección.
Ryan golpeó el volante con la palma de la mano.
- ¡Me cago en ese abedul! -Es un pino.
El corazón amenazaba con salírseme del pecho.
Me miró con cara de pocos amigos. Fuera, el viento gemía y lanzaba hielo
contra los cristales. Vi que Ryan tensaba los músculos de la mandíbula, se
relajaba y volvía a tensarlos.

- Lo haremos a mi manera, Brennan. Si digo que esperes en el


jeep,
aquí es donde se quedará tu culo. ¿Está claro? Asentí. Hubiese accedido a
cualquier cosa.

Dimos media vuelta y giramos a la derecha a la altura de la torre caída. La


carretera era estrecha y estaba llena de árboles derribados. Algunos tenían
las raíces descubiertas y otros estaban partidos en dos donde los troncos
habían cedido a la fuerza de la tormenta. Ryan avanzaba describiendo una
especie de slalom entre ellos.
A ambos lados del camino, álamos blancos, fresnos y abedules tenían
forma de U invertida, con las copas inclinadas hacia la tierra por el peso
del hielo en sus ramas.
Justo detrás del refugio para los niños nacía una valla construida con
troncos delgados. Ryan redujo la velocidad y continuó en paralelo a ella.
En varios lugares, los árboles habían caído aplastando la valla. Entonces vi
el primer signo de vida desde que salimos de Montreal.
El coche estaba de morro en un badén, con las ruedas girando en el aire y
envuelto en una nube de gases que salían del tubo de escape. La puerta
del lado del conductor se veía abierta y una pierna calzada con una bota se
apoyaba en la nieve.
Ryan frenó y giró el volante para aparcar.
- Quédate aquí.
Comencé a protestar, pero luego lo pensé mejor y no dije nada.

Ryan bajó del


jeep
y se acercó al coche accidentado. Desde donde yo me encontraba, el
ocupante podía ser hombre o mujer. Mientras Ryan y el conductor
hablaban bajé el cristal de la ventanilla, pero no podía oír lo que decían. El
aliento de Ryan salía despedido en pequeños chorros de vapor. Menos de
un minuto más tarde estaba de regreso en el
jeep.

- No puede decirse que sea la persona más amable del mundo.

- ¿Qué te ha dicho? -
Oui
y
non.
Vive carretera arriba, a pocos kilómetros de aquí, pero el muy - 292 -
cabrón no se daría cuenta aunque Gengis Khan se mudase a la casa de al
lado.

Continuamos la lenta marcha hasta el final de la valla, donde comenzaba


un camino particular de gravilla. Ryan apagó el motor.
Delante de una cabaña ruinosa se veían dos furgonetas y media docena de
coches. Parecían jorobas redondas, hipopótamos congelados en un río gris.
El hielo goteaba desde los aleros y los alféizares de las ventanas, y hacía
que la superficie de los cristales fuese una mancha lechosa que impedía
cualquier visión del interior de la casa.
Ryan se volvió hacia mí.
- Ahora escúchame bien. Si éste es el lugar que estamos buscando
seremos tan bienvenidos como una serpiente de cascabel. -Me tocó la
mejilla-. Quiero que me prometas que te quedarás aquí.
- Yo…
- Quédate aquí.
Sus ojos eran cegadoramente azules bajo la cenicienta luz del amanecer.
- Esto es una mierda -dije entre las puntas de sus dedos.
Retiró la mano y me señaló.
- Espera en el coche.

Se puso los guantes y echó a andar en medio de la ventisca. Una vez que
hubo cerrado la puerta del
jeep,
me puse los mitones. Esperaría dos minutos.

Todo lo que sucedió después vuelve a mi mente en forma de imágenes


inconexas, de fragmentos de memoria astillados en el tiempo. Vi lo que
pasaba, pero mi mente se negó a comprender la escena. Registró el
recuerdo y lo almacenó como datos separados.
Ryan se había alejado media docena de pasos cuando oí un ruido sordo y
su cuerpo se contrajo. Levantó las manos y comenzó a girarse. Otro ruido
sordo y otro espasmo; luego cayó sobre la nieve y se quedó inmóvil.

- ¡Ryan! -grité al mismo tiempo que abría la puerta. Cuando salté fuera del
jeep,
una punzada de dolor me atravesó la pierna, y la rodilla cedió-. ¡Andy!
-volví a gritar hacia su cuerpo inerte.

Entonces, un relámpago cruzó por mi cabeza y sentí que me hundía en una


oscuridad más densa y profunda que el hielo.

- 293 -
Capítulo 34

Mi siguiente sensación consciente también fue de oscuridad; oscuridad y


dolor.
Me incorporé lentamente, incapaz de distinguir ninguna forma en aquella
boca de lobo. Una intensa punzada de dolor me atravesó la cabeza y pensé
que vomitaría. El dolor se acentuó cuando levanté las rodillas y coloqué la
cabeza entre ellas.
Un momento después, la sensación de náusea desapareció. Traté de
escuchar algo. No oía nada, excepto los latidos de mi corazón. Miré mis
manos, pero estaban perdidas en la oscuridad. Respiré profundamente.
Olía a madera putrefacta y tierra mojada. Extendí ambos brazos con
cuidado.
Estaba sentada sobre un suelo lleno de suciedad. Detrás de mí y a ambos
lados había una pared de piedras ásperas y redondeadas. Un metro
ochenta por encima de mi cabeza mi mano se topó con una superficie de
madera.
La respiración se convirtió en una rápida sucesión de breves jadeos
mientras luchaba contra el pánico.
¡Estaba atrapada! ¡Tenía que salir de allí! «¡Noooooooo!» El grito estaba
dentro de mi cabeza. No había perdido totalmente el control de la
situación.
Cerré los ojos con fuerza y traté de controlar la hiperventilación. Comencé
a dar palmadas para concentrarme en una cosa a la vez.
«Inspira. Exhala. Adentro. Afuera.» El pánico comenzó a remitir
lentamente. Me apoyé sobre las rodillas y extendí una mano delante de mí.
Nada. El intenso dolor que sentía en la rodilla izquierda me hizo saltar las
lágrimas, pero comencé a arrastrarme hacia el negro vacío. Medio metro.
Un metro. Dos metros.
A medida que avanzaba sin encontrar ningún obstáculo, el terror fue
desapareciendo. Un túnel era mucho mejor que una jaula de piedra.
Me senté con la espalda apoyada en la pared y traté de conectarme con
alguna parte activa de mi cerebro. No tenía ni idea de dónde me
encontraba, cuánto tiempo llevaba en ese lugar o cómo había llegado
hasta allí.
Comencé la reconstrucción.
Harry. La cabaña. El coche.
¡Ryan! ¡Dios! ¡Dios mío! ¡Oh, Dios! «¡Por favor, no! ¡Por favor, por favor,
Ryan no!» Mi estómago volvió a revolverse y un regusto amargo ascendió
hasta la boca.
Tragué.
¿Quién le había disparado a Ryan? ¿Quién me había traído hasta ahí?
¿Dónde estaba Harry? - 294 - Me latía la cabeza y el frío comenzaba a
agarrotarme el cuerpo. No era una buena señal. Tenía que hacer algo.
Respiré profundamente y me arrodillé nuevamente.
Con movimientos vacilantes y temerosos, comencé a avanzar lentamente
por el túnel. Había perdido los guantes y la tierra helada me entumecía las
manos y acentuaba el dolor de mi rótula herida. El dolor me ayudó a
mantener la concentración hasta que toqué el pie.
Mientras retrocedía me di un golpe en la cabeza con algo de madera y el
comienzo de un grito se heló en mi garganta.
«Maldita sea, Brennan, contrólate. Eres una profesional que ha estado en
centenares de escenas de un crimen y no una espectadora histérica.»
Permanecí agazapada, todavía paralizada por el terror. No era del espacio,
que parecía una sepultura, sino de la cosa con la que lo estaba
compartiendo de donde provenía el miedo. Generaciones enteras nacieron
y murieron mientras yo esperaba un signo de vida. Nada hablaba, nada se
movía. Respiré profundamente y luego extendí la mano y volví a tocar el
pie.
Llevaba una bota de cuero, pequeña, con cordones como las mías.
Encontré a su compañera y seguí las piernas hacia arriba. El cuerpo yacía
de costado. Con mucho cuidado, lo hice girar y continué mi exploración:
dobladillo, botones, bufanda. Sentí un nudo en la garganta cuando las
puntas de mis dedos reconocieron aquella vestimenta. Antes de llegar al
rostro, ya lo sabía.
¡Pero no podía ser! ¡Aquello no tenía ningún sentido! Retiré la bufanda y
toqué el pelo. Sí. Era Daisy Jeannotte.
¡Dios mío! ¿Qué estaba pasando? «¡Sigue moviéndote!», me ordenó una
porción del cerebro.
Me arrastré como lo hacen los bebés, sobre una mano y una rodilla,
desplazando la palma de la otra mano sobre la pared. Mis dedos tocaban
telarañas y otras cosas que no quería considerar en absoluto. Los
desperdicios caían a tierra mientras avanzaba penosamente a lo largo de
aquel túnel.
Unos metros más adelante, la oscuridad se aclaró de un modo casi
imperceptible. Mi mano chocó con algo y lo seguí. Barandas de madera.
Cuando alcé la vista pude ver un débil rectángulo de luz ambarina y una
escalera.
Comencé a subir los peldaños, tratando de oír algún sonido. Tres peldaños
me acercaron al techo. Mis manos identificaron los bordes de una
trampilla, pero cuando empujé hacia arriba no se movió.
Apoyé la oreja contra la madera y los ladridos de unos perros provocaron
una inundación de adrenalina en todo mi cuerpo. El sonido parecía llegar
desde lejos, pero no había duda de que los animales estaban excitados.
Una voz les ordenó que se callasen; luego vino el silencio, y después los
ladridos comenzaron de nuevo.
Directamente encima de mi cabeza no había sonidos de movimiento,
ninguna voz.
Hice presión con el hombro, y la madera cedió ligeramente, pero no se
abrió.
Cuando examiné las rayas de luz pude ver una sombra hacia la derecha.
Traté de tocarla con las puntas de los dedos, pero la abertura era
demasiado estrecha.
- 295 - Frustrada, metí los dedos un poco más arriba y los deslicé a lo largo
de la abertura.
Las astillas de madera se clavaron en la carne y me rompieron las uñas,
pero no pude alcanzar el punto de sujeción de la trampilla. La abertura
alrededor de los bordes no era lo bastante ancha.
«¡Mierda!» Pensé en mi hermana, y en los perros, y en Jennifer Cannon.
Pensé en mí, y en los perros, y en Jennifer Cannon. Tenía los dedos tan
fríos que ya no los sentía. Metí las manos en los bolsillos. Mi mano derecha
tocó algo duro y plano. Confundida, extraje el objeto del bolsillo y lo
acerqué a la débil luz de la ranura de la trampilla.
Era la hoja del escarbador que había roto al quitar el hielo de la señal.
«¡Por favor!» Con una silenciosa plegaria, metí la hoja y comprobé que
encajaba. Temblando, la llevé hacia el punto que sujetaba la trampilla. El
ruido que hacía la hoja parecía lo bastante estridente como para ser oído
desde varios kilómetros a la redonda.
Me quedé inmóvil y escuché. No se producía ningún movimiento encima de
mi cabeza. Casi sin respirar, continué moviendo la hoja del escarbador. A
pocos centímetros de lo que esperaba que fuese un pestillo, la hoja topó
con algo, se me escapó de la mano y cayó-hacia la oscuridad. «¡Mierda!
¡Mierda! ¡Hijo de puta!» Bajé los escalones apoyada en las manos y las
nalgas, y me quedé sentada en el suelo. Maldiciendo mi torpeza, comencé
una búsqueda en miniatura a través de la tierra húmeda. Un momento
después, mis dedos encontraron finalmente la hoja del escarbador.
Volví a subir la pequeña escalera. Los movimientos me ocasionaban un
dolor lacerante arriba y abajo de la pierna herida. Con ambas manos, volví
a insertar la hoja e hice presión contra el pestillo. Nada. Retiré la hoja y
volví a deslizaría a lo largo de la estrecha ranura.
Algo cedió. Me quedé inmóvil, escuchando. Sólo me llegó el silencio. Hice
fuerza con el hombro y la trampilla se abrió. Cogiendo la pequeña puerta
con ambas manos por sus bordes, la levanté y luego la deposité con
cuidado sobre el suelo. Con el corazón latiendo a toda pastilla, asomé la
cabeza y eché un vistazo a mi alrededor.
La habitación estaba iluminada por una sola lámpara de aceite. Me
encontraba en una especie de despensa. Tres de las paredes aparecían
cubiertas de estantes y en algunos se veían botes y cajas. Delante de mí, a
la derecha y a la izquierda, había pilas de cajas de cartón en los rincones.
Cuando miré hacia atrás, sentí un escalofrío infinitamente mayor que el
provocado por las bajas temperaturas.
Junto a la pared había docenas de bombonas de propano que brillaban
bajo la tenue luz de la lámpara. Una imagen cruzó mi mente; se trataba de
una fotografía de la época de la guerra que mostraba armamento
almacenado en filas perfectamente ordenadas. Con manos temblorosas,
me agaché hasta quedar sentada en el último escalón.
¿Qué podía hacer para detenerlos? Miré hacia abajo de la escalera. Un
cuadrado de luz amarillenta se filtraba hasta el suelo del sótano e
iluminaba el rostro de Daisy Jeannotte. Contemplé sus facciones frías e
inmóviles.
- 296 - -¿Quién eres? -susurré-. Pensé que éste era tu espectáculo.
Silencio total.
Respiré un par de veces hasta llenar los pulmones y entré en la despensa.
La sensación de alivio por haber escapado del túnel se combinaba con el
temor de lo que encontraría a continuación.
La despensa se abría a una cocina cavernosa. Me acerqué renqueando
hasta una puerta que había en el otro extremo. Apoyé la espalda contra la
pared y traté de escuchar algún sonido. Oía el crujir de la madera, el siseo
del viento y el hielo, el ruido de las ramas heladas.
Conteniendo el aliento, atravesé la puerta y entré en un corredor largo y
oscuro.
Los sonidos de la tormenta se fueron apagando. Olía a polvo, madera
quemada y alfombra vieja. Avancé con cuidado, apoyándome contra la
pared para no perder el equilibrio. En esa parte de la casa, no se filtraba
una gota de luz.
«¿Dónde estás, Harry?» Llegué a otra puerta y me incliné sobre ella. Nada.
La rodilla herida temblaba y me pregunté cuánto más podría avanzar.
Entonces oí unas voces apagadas.
«¡Escóndete!», gritaron todas mis neuronas al unísono.
El pomo de la puerta comenzó a girar y me deslicé hacia la oscuridad.
En la habitación había un olor dulce y desagradable, como a flores que se
han dejado marchitar en un florero. De pronto, se me erizaron los pelos de
los brazos y la nuca. ¿Había sido eso un movimiento? Nuevamente,
contuve la respiración y clasifiqué los sonidos.
¡Algo estaba respirando! Tenía la boca completamente seca. Hice un
esfuerzo por tragar y traté de percibir el más leve movimiento. Excepto por
el ritmo regular de la respiración, la habitación estaba vacía de cualquier
otro sonido. Comencé a avanzar lentamente hasta que los objetos
surgieron de la oscuridad. Vi una cama, una forma humana y una mesilla
de noche con un vaso de agua y un frasco con píldoras.
Dos pasos más y vi una cabellera rubia sobre un edredón de retazos.
¿Era posible? ¿Era posible que mis plegarias recibieran una respuesta tan
rápida? Me acerqué vacilante e hice girar la cabeza para dejar el rostro al
descubierto.
- ¡Harry! Dios, sí. Era Harry.
Su cabeza volvió a moverse y dejó escapar un débil gemido.
Extendí la mano para coger el frasco con las píldoras cuando un brazo me
cogió por detrás. Me rodeó la garganta, aplastando la tráquea y cortando
el suministro de aire a los pulmones. Una mano me cubrió la boca con
fuerza.
Mis piernas se agitaron y clavé las uñas en la mano que me sujetaba para
liberarme del abrazo. De alguna manera, conseguí aferrar la muñeca y
apartar la mano de mi rostro. Antes de que volviese a presionarme la boca,
alcancé a ver el anillo: un rectángulo negro, con una cruz egipcia tallada y
el borde crenulado.
Mientras agitaba las piernas y arañaba el brazo y la mano que me
sujetaban, recordé una herida en una piel blanca y suave. Sabía que
estaba en poder de alguien que no - 297 - vacilaría en acabar con mi vida.
Intenté gritar, pero el asesino de Malachy me tenía cogida de modo que
oprimía mi garganta y cubría completamente mi boca. Luego me sacudió
la cabeza con violencia y la presionó contra un pecho huesudo. En la
mortecina oscuridad, alcancé a vislumbrar un ojo pálido, una raya de pelo
blanco. Pasaron años luz mientras luchaba por aspirar un poco de aire. Los
pulmones eran dos bolas de fuego, el pulso había enloquecido y perdía el
conocimiento por momentos.
Oía voces, pero el mundo se alejaba cada vez más. El dolor de la rodilla
remitió a medida que el aturdimiento se apoderaba de mi conciencia. Sentí
que me arrastraban. Mi hombro golpeó contra algo. El suelo era blando y
después fue duro otra vez. Pasamos a través de otra puerta. El brazo era
una prensa alrededor de mi cuello. Unas manos me cogieron los brazos y
algo áspero se deslizó alrededor de mis muñecas. Mis brazos salieron
disparados hacia arriba, pero la presión sobre la cabeza y la garganta
desapareció y pude respirar. Oí un gemido que salía de mi propia boca
cuando los pulmones recibieron su preciosa carga de aire.
Cuando pude restablecer el contacto con mi cuerpo, el dolor volvió a
aparecer con toda su intensidad.
Me dolía el cuello y la respiración resultaba dificultosa. Los hombros y los
codos estaban tensos por la tracción. Sentía las manos frías y entumecidas
por encima de la cabeza.
«Olvídate del cuerpo. Usa el cerebro.» La habitación era grande, de la
clase que se puede ver en las cabañas y las posadas. El suelo estaba
formado por anchas tablas de madera, las paredes eran de troncos y
estaba iluminada sólo con velas. Me habían sujetado a una viga del techo y
mi sombra se proyectaba como una escultura de Giacometti con los brazos
sostenidos en el aire.
Giré la cabeza y la sombra ovoide del cráneo se extendió bajo la luz
trémula que bañaba la estancia. Justo delante había dos puertas, y un
hogar de piedra a mi izquierda y una ventana panorámica a mi derecha.
Registré la escena.
Al oír voces detrás de mí, impulsé un hombro hacia adelante, llevé el otro
hacia atrás e hice fuerza con los pies. Mi cuerpo giró y, por una décima de
segundo, pude verlos antes de que las cuerdas me hicieran girar en
sentido contrario. Reconocí el pelo y el ojo rayados del hombre. Pero
¿quién era la otra persona? Las voces cesaron, y luego continuaron en un
susurro apenas audible. Alcancé a oír pasos; después se hizo el silencio
otra vez. Sabía que no estaba sola. Contuve el aliento y esperé.
Cuando ella se colocó delante de mí, me sobresalté, pero no estaba
sorprendida.
Llevaba las trenzas anudadas sobre la cabeza, no colgando como cuando
acompañaba a Kathryn y a Carlie por las calles de Beaufort.
Extendió una mano y enjugó una lágrima que caía por mi mejilla.
- ¿Tienes miedo? Su mirada era dura y fría.
«¡El miedo la excitará como a un perro rabioso!» -No, El; no de ti, o de tu
banda de fanáticos.
- 298 - El dolor en la garganta hacía que me resultase difícil hablar.
Deslizó un dedo por mi nariz y los labios. Sentí su aspereza contra mi piel.

- El no.
Je suis Elle.
Yo soy Ella, la fuerza femenina.

Reconocí al instante la voz profunda y susurrante.


- ¡La gran sacerdotisa de la muerte! -exclamé.
- Debería habernos dejado en paz.
- Deberían haber dejado en paz a mi hermana.
- La necesitamos.
- ¿Acaso no tienen suficiente gente? ¿O tal vez cada una de las muertes los
excita de un modo diferente? «Haz que siga hablando. Gana tiempo.»
-Castigamos a los indisciplinados.
- ¿Es por eso por lo que mataron a Daisy Jeannotte? -Jeannotte. -Su voz se
tiñó de desprecio-. Esa maldita entrometida.
Finalmente, él seguirá su camino.
«¿Qué es lo que tengo que decir para que continúe hablando?» -Ella no
quería que su hermano muriera.
- Daniel vivirá eternamente.
- ¿Como Jennifer y Amalie? -Su debilidad iba a retrasarnos.
- ¿De modo que cogen a los más débiles y contemplan cómo los hacen
pedazos? Sus ojos se entrecerraron en un gesto que no supe interpretar.
¿Amargura? ¿Arrepentimiento? ¿Anticipación? -Las saqué de la miseria y
les mostré cómo sobrevivir. Ellas eligieron el cataclismo.
- ¿Cuál fue el pecado de Heidi Schneider? ¿Amar a su esposo y a sus
bebés? Su mirada se endureció.
- Le revelé el camino, y ella trajo veneno al mundo. ¡El mal multiplicado!
-El Anticristo.
- ¡Sí! -dijo con el silbido de una serpiente. «¡Piensa! ¿Cuáles fueron sus
palabras en Beaufort?» -Recuerdo que dijiste que la muerte es una
transición en el proceso de crecimiento. ¿Acaso educas a la gente
asesinando a bebés y mujeres ancianas? -No se puede permitir que los
corruptos contaminen el nuevo orden.
- ¡Los bebés de Heidi sólo tenían cuatro meses! El miedo y la ira hicieron
que se me quebrase la voz.
- ¡Eran la perversión! -¡Eran bebés! Traté de lanzarme contra ella, pero las
cuerdas estaban sujetas con fuerza a la viga.
Más allá de la puerta podía oír los sonidos de los otros miembros de la
secta.
Pensé en los niños del complejo de Saint Helena, y se me oprimió el pecho.
«¿Dónde está Daniel Jeannotte?» - 299 - -¿A cuántos niños habéis matado
tú y tu criado? Las comisuras de sus ojos se cerraron casi
imperceptiblemente.
«Haz que siga hablando.» -¿Piensas pedirles a todos tus seguidores que
mueran? El no dijo nada.
- ¿Por qué necesitas a mi hermana? ¿Acaso has perdido tu habilidad para
motivar a tus seguidores? Mi voz sonaba temblorosa y dos octavas
demasiado aguda.
- Ella ocupará el lugar de otra persona.
- Ella no cree en tu Armagedón.
- Su mundo se está acabando.
- La última vez que lo vi lo estaban haciendo bastante bien.
- Matan secoyas para fabricar papel higiénico y arrojan veneno a ríos y
océanos. ¿Es eso hacerlo bastante bien? Acercó su cara a la mía, de modo
que pude ver las venas que latían en sus sienes.
- Mátate tú si debes hacerlo, pero permite que los demás tomen sus
propias decisiones.
- Debe existir un equilibrio perfecto. El número ha sido revelado.
- ¿De verdad? ¿Y están todos aquí? Ella apartó la cabeza, pero no
respondió. Vi algo que brillaba en su ojo, como la luz que rebota en un
cristal astillado.
- No vendrán todos, El.
Sus ojos nunca la traicionaban.
- Kathryn no morirá por ti. Ella se encuentra a muchos kilómetros de aquí,
a salvo con su bebé.
- ¡Miente! -No alcanzarás tu cupo cósmico.
- Las señales ya han sido enviadas. ¡El apocalipsis es ahora y renaceremos
de nuestras cenizas! Sus ojos eran dos agujeros negros bajo la débil luz de
las velas. Reconocí la expresión: demencia.
Estaba a punto de contestarle cuando oí el ladrido de los perros. El sonido
llegaba desde el interior de la cabaña.
Me agité con desesperación, tratando de liberarme, pero sólo conseguí
tensar aún más las cuerdas. La respiración se convirtió en un frenético
jadeo. Era una lucha refleja, instintiva.
¡No podría conseguirlo! ¡No podría liberarme de mis ataduras! ¿Y qué si lo
conseguía? Estaba atrapada.
- Por favor -imploré. El me miró con ojos despojados de cualquier
sentimiento.
No pude reprimir un sollozo cuando los ladridos se hicieron más intensos.
Continué sacudiendo el cuerpo. No me entregaría pasivamente, aun
cuando mi resistencia fuese inútil.
¿Qué habían hecho los otros? Yo había visto la carne desgarrada y los
cráneos agujereados. Los ladridos se convirtieron en feroces gruñidos. Los
perros estaban muy cerca. Me asaltó un pánico absolutamente
incontrolable.
Me volví para mirar, y mis ojos barrieron la ventana panorámica. Mi
corazón se paralizó. ¿Había visto unas figuras que se movían en el exterior
de la casa? «¡No desvíes la atención hacia la ventana!» Aparté la vista de
la ventana e hice girar el cuerpo para quedar nuevamente delante de El;
seguía luchando por liberarme de mis ataduras, pero mis pensamientos
estaban entonces fuera de la casa. ¿Existía aún una posibilidad de que me
rescatasen? El me observaba en silencio. Pasó un segundo, dos, cinco. Giré
hacia la derecha y eché otro vistazo.
A través del hielo y la condensación de aire, vi una sombra que se movía
de izquierda a derecha.
«¡Debes distraerla!» Volví a girar y clavé mis ojos en El. La ventana estaba
a su izquierda.
Los ladridos se oían cada vez más cerca.
«¡Di cualquier cosa!» -Harry no cree en…
La puerta se abrió de par en par y oí voces.
- ¡Policía! Las botas resonaban sobre el suelo de madera.
- Haut les mains!
¡Manos arriba! Protestas, gente que corría y gritos.

La boca de El se convirtió en un óvalo perfecto, y luego en una línea fina y


oscura. Sacó una arma de entre sus ropas y la apuntó hacia algo detrás de
mí.
En el instante en que apartó la mirada, me cogí con fuerza de la cuerda,
lancé las caderas hacia adelante, agité los pies y me abalancé hacia ella.
Un dolor lacerante recorrió mis hombros y muñecas mientras me
balanceaba hacia adelante con los brazos totalmente extendidos. Flexioné
el cuerpo a la altura de las caderas y lancé los pies hacia el frente; le
golpeé el brazo con toda la fuerza de mi peso. El arma salió volando a
través de la habitación y fuera de mi campo visual.
Mis pies dieron contra el suelo y me eché hacia atrás para aliviar la presión
sobre los brazos. Cuando alcé la vista, El estaba inmóvil, y un policía le
apuntaba al pecho. Una de sus trenzas oscuras colgaba sobre la frente
como una cinta de brocado.
Sentí unas manos en la espalda y oí voces que me hablaban. Un momento
después estaba libre de mis ataduras y unos brazos fuertes me llevaron
hasta un sofá.
Olía a aire helado y a lana húmeda; cuero inglés.
- Calmez-vous, madame. Tout va bien.

Mis brazos eran dos ramas de plomo y las rodillas parecían hechas de
mermelada. Quería hundirme en la oscuridad y dormir para siempre, pero
hice un esfuerzo por levantarme.
- Ma soeur!¡Tengo que encontrar a mi hermana!
-Tout est bien, madame.
-Las manos volvieron a apoyarme contra los cojines.
Más botas y puertas. Órdenes a viva voz. Vi que se llevaban esposados a El
y a Daniel Jeannotte.
- ¿Dónde está Ryan? ¿Conoce a Andrew Ryan?
-Cálmese, pronto estará bien -me dijo alguien en inglés.
Traté de relajarme.
- ¿Se encuentra bien Ryan?
-Tranquila.
Harry estaba junto a mí. Sus ojos parecían enormes en esa penumbra
nebulosa.
- Tengo miedo -murmuró con voz pastosa.
- Ya ha pasado todo. -Pasé mis brazos entumecidos alrededor de sus
hombros-. Te llevaré a casa.
Su cabeza se apoyó en mi hombro, y yo descansé la mía sobre ella. La
mantuve abrazada un momento, y luego la dejé. Reuniendo los dispersos
recuerdos de la educación religiosa que había recibido en mi infancia,
cerré los ojos, junté las manos delante del pecho y lloré en silencio
mientras rezaba a Dios pidiendo por la vida de Andrew Ryan.

Capítulo 35

Una semana más tarde me encontraba sentada en el patio de mi casa en


Charlotte, con treinta y seis exámenes apilados a mi derecha y el que
hacía el treinta y siete en una mesa baja situada delante de mí. El cielo era
azul en Carolina, y el prado tenía un color verde intenso. En la magnolia
que había junto a mí, un ruiseñor se afanaba por ofrecer su mejor
actuación musical.

- Un trabajo realmente brillante -dije trazando una C+ en la cubierta azul


de la libreta y un círculo a su alrededor.
Birdie alzó la cabeza, se estiró y se deslizó al suelo desde su sillón.

Mi rodilla herida evolucionaba bien. La fina fractura de la rótula no había


sido nada comparada con las heridas que había sufrido mi psique. Después
del terror vivido en Ange Gardien, pasé dos días en Quebec,
estremeciéndome ante cada sonido y cada sombra, especialmente ante los
ladridos de los perros. Luego regresé a Charlotte para terminar lo que
quedaba del semestre. Llené los días con una actividad frenética, pero las
noches eran otra cosa. En la oscuridad, mi mente se dejaba ir, liberando
visiones que durante el día permanecían celosamente guardadas.
Algunas noches dormía con la luz encendida.
El teléfono comenzó a sonar y descolgué el auricular. Era la llamada que
estaba esperando.
- Bonjour, doctora Brennan.¿Comment ça va?
- Ça va bien, hermana Julienne. Pero lo que es más importante, ¿cómo está
Anna? -Creo que la medicación la está ayudando. -Su voz se tornó en un
susurro-.

No sé nada acerca de los desórdenes bipolares, pero el doctor me


proporcionó abundante material, y estoy aprendiendo. Nunca he
comprendido su depresión.
Pensaba que Anna era una chica taciturna porque eso era lo que decía su
madre. En ocasiones, estaba muy baja de moral y luego, de pronto,
parecía estar llena de energía y se sentía bien consigo misma. Yo ignoraba
que eso fuese, ¿cómo se llama?…
- Una fase maníaca.
- C'est ça.
Anna parecía subir y bajar demasiado de prisa.
- Me alegra saber que se encuentra mejor.
- Sí, alabado sea Dios. La muerte de la profesora Jeannotte la afectó
mucho. Por favor, doctora Brennan, por el bien de Anna, debo saber lo que
le ocurrió a esa mujer.
Respiré profundamente. ¿Qué podía decir? -Los problemas de la profesora
Jeannotte estaban relacionados con el amor que sentía por su hermano.
Daniel Jeannotte se pasó la vida organizando un culto tras otro. Daisy creía
que sus intenciones eran buenas y que la sociedad se equivocaba al
juzgarlo de aquella manera. Su carrera académica se vio - 303 -
comprometida por las quejas presentadas en la universidad por los padres
de aquellos alumnos que ella había orientado hacia las conferencias y los
talleres que organizaba su hermano. Dejó de dar clases para dedicarse a
investigar y escribir, y reapareció en Canadá. Durante años, siguió
apoyando a su hermano.
»Cuando Daniel se unió a El, Daisy comenzó a perder la confianza en su
hermano. Pensaba que El era una psicópata y entre las dos mujeres se
desató una lucha feroz por conseguir la fidelidad de Daniel. Daisy quería
proteger a su hermano, pero temía que se produjera una catástrofe.
»Jeannotte sabía que el grupo de Daniel y El era muy activo en el campus,
si bien las autoridades universitarias habían tratado de deshacerse de
ellos; de modo que cuando Anna se relacionó con el grupo, Daisy quiso
controlarlos a través de ella.
»Daisy nunca actuó como reclutadora para el grupo. Descubrió que
algunos miembros de la secta se habían infiltrado en el centro de
asesoramiento para reclutar estudiantes. Mi hermana fue reclutada de ese
modo en una universidad de Texas.
Toda esta situación alteró aún más a Daisy, quien temía que la culpasen
por aquel episodio en su pasado.
- ¿Quién es El? -Su verdadero nombre es Sylvie Boudrais. Lo que sabemos
de ella es muy poco. Tiene cuarenta y cuatro años, nació en Baie Comeau,
de madre inuit y padre quebequés. Su madre murió cuando ella tenía
catorce años; su padre era alcohólico.
El viejo le pegaba regularmente y la obligó a prostituirse al poco de fallecer
su madre. Sylvie nunca acabó el instituto, aunque sus pruebas de
inteligencia situaban su cociente intelectual en la estratosfera.
»Boudrais desapareció después de abandonar la escuela. Luego apareció
en Quebec City a mediados de los años setenta, ofreciendo curación
psíquica por un precio razonable. Consiguió reunir a un grupo de
seguidores y, finalmente, se convirtió en la líder de un grupo que se
estableció en una cabaña de caza en las proximidades de Ste. Anne-de-
Beaupré. Pero el grupo tenía muchos apuros económicos y hubo problemas
debido a la presencia de menores de edad. Una chica de catorce años se
quedó embarazada, y sus padres acudieron a las autoridades.
»El grupo se desintegró, y Boudrais continuó su camino. Permaneció en
Montreal una temporada con una secta llamada el Sendero Celestial, pero
se marchó.
Al igual que Daniel Jeannotte, fue de un grupo a otro y apareció en Bélgica
en 1980
aproximadamente, donde predicaba una especie de chamanismo
combinado con espiritualismo new age.
Formó un nuevo grupo de seguidores, que incluía a un hombre muy rico
llamado Jacques Guillion.

«Boudrais había conocido a Guillion cuando estaba con el Sendero Celestial


y vio en él la respuesta a los problemas económicos del grupo. Guillion
cayó bajo el hechizo de Boudrais y finalmente lo convenció para que
vendiese todas sus propiedades y cediese sus bienes.
- ¿Y nadie se opuso? -Los impuestos estaban pagados, y Guillion no tenía
familia, de modo que nadie hizo preguntas.
- Mon Dieu.
-A mediados de los ochenta el grupo abandonó Bélgica y viajó a Estados
Unidos. Establecieron una comuna en el condado de Fort Bend, en Texas, y
Guillion estuvo viajando entre Europa y América durante varios años,
probablemente transfiriendo dinero. Entró en Estados Unidos por última
vez hace dos años.
- ¿Qué pasó con él? La voz de la religiosa era débil y temblorosa.
- La policía cree que está enterrado en algún lugar del rancho.
Oí el crujido de la tela.
- El hermano de Daisy Jeannotte conoció a Boudrais en Texas y quedó
fascinado por ella. Para entonces, se hacía llamar El. En esa época también
Dom Owens entró en escena.
- ¿Es el hombre de Carolina del Sur? -Sí. Owens era un aficionado al
misticismo y la curación orgánica. Visitó el rancho de Fort Bend y se
enamoró de El. La invitó al complejo de Saint Helena en Carolina del Sur, y
ella se hizo con el control de su grupo.
- Pero todo eso suena inofensivo. Hierbas y encantamientos y medicina
holística. ¿Cómo llegaron a la violencia y la muerte? ¿Cómo se explica la
locura? No quería discutir la evaluación psiquiátrica que tenía sobre mi
mesa o las vagas notas de suicidio encontradas en Ange Gardien.
- Boudrais leía muchísimo, especialmente textos de filosofía y ecología.
Estaba convencida de que la Tierra sería destruida y, antes de que eso
sucediera, se llevaría a sus seguidores. Se creía el ángel guardián de
aquellas personas consagradas a ella, y la cabaña en Ange Gardien era el
punto de despegue.
Se produjo una larga pausa.
- ¿Realmente creía esas cosas? -preguntó la hermana Julienne.
- No lo sé. No creo que El confiase exclusivamente en el poder de su
oratoria.
También confiaba en las drogas.
Otra pausa.
- ¿Cree que tenían suficiente fe como para desear la muerte? Pensé en
Kathryn y en Harry.
- No todos ellos.
- Es un pecado mortal organizar la pérdida de la vida humana, o incluso
secuestrar el alma de otro ser humano.
Un puente perfecto.
- Hermana, ¿ha tenido tiempo de leer la información que le envié respecto
de Élisabeth Nicolet? La pausa al otro lado de la línea fue más larga de lo
habitual. Acabó con un profundo suspiro.
- Sí.
- He llevado a cabo una exhaustiva investigación sobre Abo Gabassa. Era
un respetado filósofo y disertante, y lo conocían en Europa, África y
América del Norte por sus esfuerzos para acabar con el comercio de
esclavos.
- Lo entiendo.
- Eugénie Nicolet y él zarparon hacia Francia en el mismo barco. Eugénie -
305 - regresó a Canadá con una hija recién nacida. -Ahora hice yo una
pausa-. Los huesos no mienten, hermana Julienne. Y no son materia
opinable. Desde el primer momento que vi el cráneo de Élisabeth, supe
que se trataba de una persona mulata.
- Eso no significa que fuese una prisionera.
- No, en efecto.
Otra pausa. Luego la hermana Julienne habló lentamente.
- Estoy de acuerdo en que un niño ilegítimo no hubiese sido bien recibido
en el círculo de los Nicolet. Y en aquellos días un bebé mulato nunca
hubiese sido aceptado. Quizá Eugénie consideró que el convento era la
solución más humanitaria para la pequeña.
- Tal vez. Es posible que Élisabeth no escogiera su propio destino, pero eso
no resta valor a su contribución. Según todos los informes, su trabajo
durante la epidemia de viruela fue realmente heroico. Es probable que su
dedicación y entrega salvaran miles de vidas. Hermana, ¿existen santos
norteamericanos cuyos ascendientes directos sean nativos americanos,
africanos o asiáticos? -No estoy segura.
El tono de su voz cambió ligeramente.
- ¡Qué extraordinario ejemplo podría ser Élisabeth para las personas
religiosas que sufren en sus carnes el prejuicio racial porque no son
caucásicos! Sí. Sí, debo hablar con el padre Ménard.
- Hermana, ¿puedo hacerle una pregunta? -
Bien sûr.

- Verá, Élisabeth se me apareció en uno de mis sueños y recitó algo que no


puedo entender. Cuando le pregunté quién era, ella respondió: «Toda
cubierta por el tejido más oscuro.» -«Ven pensativa monja devota y pura;
Sobria inmutable y modesta; Toda cubierta por el tejido más oscuro;
Flotando con un movimiento majestuoso.» Es un fragmento de Il
Penseroso, de John Milton.
- El cerebro es un archivo asombroso -dije, echándome a reír-. Lo leí hace
un montón de años.
- ¿Le gustaría oír mi favorito?
-Por supuesto.
Fue un pensamiento encantador.
Cuando colgamos eché un vistazo al reloj. Hora de marcharse.
Durante el viaje en coche encendí y apagué la radio varias veces, intenté
identificar un ruido en el salpicadero y me dediqué a tamborilear el volante
con los dedos.
El semáforo de Woodlawn con Billy Graham Parkway tardó un siglo en
cambiar de luces.
«Fue idea tuya, Brennan.» Exacto, pero eso no la convertía en una buena
idea.
Llegué al aeropuerto y fui directamente a la zona de recogida de
equipajes.
Ryan se estaba colgando un bolso del hombro izquierdo. El brazo derecho
lo llevaba en cabestrillo y se movía con una rigidez poco habitual, pero
tenía buen aspecto; muy bueno.
«Está aquí para recuperarse. Eso es todo.» Le hice señas con el brazo y lo
llamé. Sonrió mientras señalaba una bolsa de deporte que se acercaba por
la cinta que no acababa nunca.
Asentí y comencé a seleccionar mis llaves para decidir cuál debía ir a otra
cadena.
- Bonjour.
Le di un pequeño abrazo, de la clase que uno acostumbra a dar cuando
recoge a sus parientes políticos en el aeropuerto. Ryan retrocedió, y sus
malditos ojos azules me miraron de arriba abajo.
- Bonito atuendo.
Yo llevaba unos tejanos y una camisa que no se levantaba demasiado
cuando usaba las muletas.
- ¿Qué tal el viaje?
-La azafata se apiadó de mí y me consiguió un asiento en la parte
delantera del avión.
Era seguro que lo había hecho.
En el viaje de regreso a casa le pregunté por el estado de sus heridas.
- Tres costillas fracturadas y una bala me perforó un pulmón. La otra bala
prefirió el músculo. Nada grave, excepto por la pérdida de sangre.
Lo que no había sido nada grave requirió una intervención quirúrgica de
cuatro horas.
- ¿Te duele?
-Sólo cuando respiro.
Cuando llegamos al Anexo le mostré a Ryan la habitación de invitados, y
luego fui a la cocina a servir un poco de té helado.
Unos minutos más tarde se reunió conmigo en el patio. La luz del sol se
filtraba a través de las hojas de la magnolia y un grupo de gorriones
cantores había reemplazado al ruiseñor solista.
- Bonito atuendo -dije alcanzándole un vaso con la bebida helada.
Ryan se había puesto pantalones cortos y una camiseta. Sus piernas tenían
el mismo color que el bacalao crudo y llevaba calcetines de deporte.
- ¿Has estado invernando en Terranova?
-El bronceado provoca melanoma.
- Necesitaré gafas de sol para protegerme del resplandor.
Ryan y yo habíamos repasado ya los acontecimientos de Ange Gardien. Lo
habíamos hecho en el hospital y luego por teléfono cuando dispusimos de
más información.
Ryan había utilizado su teléfono móvil para llamar al puesto de la SQ del
distrito de Rouville mientras yo me dedicaba a quitar el hielo del cartel
indicador.
Cuando no dimos señales de vida, el oficial al mando envió un camión a
despejar la carretera, para que una unidad pudiese investigar lo que había
ocurrido. Los oficiales encontraron a Ryan inconsciente y pidieron una
ambulancia y refuerzos.
- ¿De modo que tu hermana ya no quiere saber nada más de curaciones
cósmicas? -Así es. -Sonreí y sacudí la cabeza-. Estuvo aquí unos días y
después regresó a Texas. No pasará mucho tiempo antes de que vuelva a
entusiasmarse con algún otro programa alternativo.
Bebimos el té helado.
- ¿Has leído el informe psiquiátrico? -pregunté.
- Mis identificación alucinatoria con significativos componentes de paranoia
y grandiosidad. ¿Qué diablos significa todo eso? Esa misma pregunta me
había enviado a investigar en los textos de psiquiatría.
- La alucinación del Anticristo. La gente se ve a sí misma o a los demás
como seres demoníacos. En el caso de El, ella proyectaba esa alucinación
sobre los bebés de Heidi. Había leído acerca de la materia y la antimateria,
y creía que todo debía guardar un equilibrio. Decía que uno de los bebés
era el Anticristo y el otro una especie de apoyo cósmico. ¿Sigue hablando?
-Como un pinchadiscos colocado. Reconoce que envió al grupo de choque
a St. Jovite a matar a los niños. Simonnet trató de intervenir, de modo que
le dispararon. Luego, los asesinos prendieron fuego a la casa.
Pensé en la anciana cuyos huesos había examinado.
- Simmonet debió de tratar de proteger a Heidi y Brian. Así lo indican todas
esas llamadas a Saint Helena, y luego la misión de rescate a Texas,
después de que Daniel Jeannotte se presentara en el hogar de los
Schneider. -Mis dedos dejaban huellas dactilares ovaladas en el cristal
empañado del vaso-. ¿Por qué crees que Simmonet siguió llamando
después de que Heidi y Brian se marcharan de Saint Helena? -Heidi seguía
en contacto con Jennifer Cannon y Simmonet llamaba para mantenerse
informada. Cuando El descubrió lo que estaba pasando, hizo que mataran
a Cannon.
- El mismo exorcismo con perros, cuchillos y líquido hirviendo que había
ordenado cuando Carole Comptois quedó embarazada.
La imagen aún me estremecía.
- ¿Comptois seguía trabajando como prostituta? -Lo había dejado.
Irónicamente, un antiguo cliente fue quien se la presentó a El. Aunque
Comptois pasaba algunas temporadas con el grupo, aparentemente
mantenía intereses fuera de la secta, ya que el padre de su hijo no era
miembro y, por lo tanto, no era un donante de semen aprobado por el
grupo. Por esa razón, El ordenó el exorcismo.
- ¿Por qué Amalie Provencher? -Eso aún no está claro. Tal vez Amalie se
encontraba en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.
»El creía que necesitaba la fuerza psíquica de cincuenta y seis almas para
reunir la energía requerida para el viaje final. No había contado con perder
a Comptois, por eso necesitaba a Harry.
- 308 - -¿Por qué cincuenta y seis? -El número está relacionado con los
cincuenta y seis agujeros de Aubrey en Stonehenge.
- ¿Qué son los agujeros de Aubrey? -Son pequeños hoyos que se excavan y
se cubren de tierra inmediatamente después. Probablemente, los
utilizaban para predecir los eclipses lunares. El incluía toda clase de
elementos esotéricos en sus delirios.
Bebí un trago de té.
- Estaba obsesionada con la idea del equilibrio: materia y antimateria,
apareamiento controlado. Exactamente, debían ser cincuenta y seis
personas. Eligió Ange Gardien no sólo debido al nombre, sino porque se
encontraba en un lugar equidistante de las comunas de Texas y Carolina
del Sur: una coincidencia asombrosa, ¿verdad? -¿A qué te refieres? -Mi
hermana vive en Texas. Yo trabajo en Quebec y tengo vínculos de toda la
vida con los estados de Carolina. Allí donde iba encontraba la influencia de
El. Su alcance era impresionante. ¿A cuántas vidas crees que afectan estas
sectas? -Imposible decirlo.
La música de Vivaldi llegaba claramente desde el patio de mis vecinos.
- ¿Cómo tomó tu amigo Sam la noticia de que uno de sus empleados
llevaba cadáveres a Murtry? -No se mostró fascinado precisamente.
-Recordé el nerviosismo de Joey junto al camión cisterna cuando Sam y yo
aparecimos ante él después de haber descubierto la tumba-. Joey Espinoza
había estado trabajando con Sam desde hacía casi dos años.
- Así es. Era uno de los seguidores de Owens, pero vivía en la casa de su
madre. Ella fue quien llamó a Servicios Sociales. Bueno, también
descubrimos que es el padre de Carlie. Por eso Kathryn fue a refugiarse en
su casa cuando las cosas se pusieron feas. Aparentemente ella no sabía
absolutamente nada acerca de los asesinatos.
- ¿Dónde están ahora?
-Ella y el bebé se encuentran en casa de unos primos de Kathryn. Joey está
discutiendo su pasado reciente con el
Sheriff Baker.
- ¿Han presentado cargos contra alguien? -El y Daniel han sido acusados
de tres cargos de asesinato en primer grado por las muertes de Jennifer
Cannon, Amalie Provencher y Carole Comptois.
Ryan recogió una hoja de magnolia y la paso por el muslo.
- ¿Qué otra cosa había en la evaluación psiquiátrica? -Según el psiquiatra
asignado por el tribunal, El sufre una compleja psicosis multialucinatoria.
Está convencida de que muy pronto se producirá el fin del mundo en forma
de un gigantesco desastre medioambiental y que ella está destinada a
proteger a la humanidad llevando a sus seguidores muy lejos del
apocalipsis.
- ¿Adónde pensaban ir? -No lo ha dicho, pero tú no apareces en su
manifiesto.
- 309 - -¿Cómo es posible que la gente se meta en semejante basura?
-Ryan repitió la pregunta que yo le había hecho a Red Skyler.
- El grupo reclutaba gente que se sentía desilusionada con su vida y su
entorno. Resultaba gratificante ser aceptado por otras personas, sentirse
querido e importante, obtener respuestas simples a todas las preguntas
con la ayuda de una pequeña terapia alucinógena.
Una ligera brisa agitó las ramas de la magnolia y trajo con ella el olor a
hierba húmeda. Ryan no dijo nada.
- Es posible que El esté loca, pero es inteligente y extraordinariamente
persuasiva. Incluso en este momento sus seguidores se mantienen fieles a
ella.
Mientras ella pontifica, ellos permanecen mudos.
- Sí. -Se estiró, alzó el brazo vendado y volvió a apoyarlo sobre el pecho-.
Es astuta, no hay duda. Nunca intentó formar un grupo grande. Sólo quería
una banda pequeña, pero leal. Eso y el dinero de Guillion le permitieron
conservar un perfil bajo. Hasta que el asunto empezó a írsele de las
manos, El había cometido muy pocos errores.
- ¿Qué hay del gato? Eso fue brutal, pero estúpido.
- Fue idea de Dom Owens. El le ordenó que hiciera algo para que dejaras
de meter las narices en sus asuntos. Él le dijo que no estaba de acuerdo en
causar daños físicos a las personas, de modo que les dijo a algunos
seguidores de Charlotte que hicieran algo para asustarte. Entonces, se les
ocurrió el truco del gato. Buscaron al pobre gato en el refugio para
animales.
- ¿Cómo me encontraron?
-Uno de ellos cogió una factura o algo parecido de tu oficina. Tenía la
dirección de tu casa.
Ryan bebió otro trago de té helado.
- Por cierto, tu aventura del día de San Patricio en Montreal también tuvo
inspiración estudiantil.
- ¿Cómo lo supiste? Sonrió y levantó su vaso con té.
- Aparentemente, esa actitud protectora funcionaba en ambos sentidos
entre Jeannotte y sus estudiantes. Uno de ellos vio que ella estaba muy
preocupada y llegó a la conclusión de que tus visitas eran la causa.
Entonces, el muchacho decidió actuar por libre y entregarte un mensaje
personal.
Cambié de tema.
- ¿Crees que Owens estuvo implicado en los asesinatos de Jennifer y
Amalie? -Él lo niega. Afirma que después de haberse enfrentado a Jennifer
por ese asunto de las llamadas telefónicas, habló con El y le explicó lo
sucedido. Dice que El le dijo que Daniel y ella se encargarían de llevar a
Jennifer y Amalie de regreso a Canadá.
- ¿Por qué no estaba Owens en Ange Gardien? -Owens había decidido
largarse. Tuvo miedo de lo que El pudiera hacerle porque había perdido la
pista de Joey, Kathryn y Carlie, o bien no tenía la fe suficiente en ese viaje
cósmico al otro mundo. En cualquier caso, Owens tenía - 310 - doscientos
mil dólares del dinero de Guillion, de modo que los cogió y se marchó hacia
el oeste mientras el resto del grupo se dirigía al norte. Los federales
norteamericanos lo detuvieron en una comuna naturista en Arizona. El no
hubiese tenido sus cincuenta y seis almas aun contando con Harry.
- ¿Tienes hambre?
-Comamos.
Preparamos ensalada, luego pollo y verduras en brocheta para los shish
kebabs.

El sol se había puesto detrás del horizonte y la creciente oscuridad cubría


de sombras los prados y los árboles. Cenamos en el patio, hablando y
contemplando la lenta invasión de la noche. La conversación,
inevitablemente, volvió a centrarse en El y los asesinatos.
- Supongo que Daisy Jeannotte pensó que podía enfrentarse a su hermano
y obligarlo a acabar con aquella locura.
- Sí, pero El sorprendió a Daisy primero e hizo que Daniel la eliminase y la
arrojase en ese sótano donde luego te metieron a ti. Tú eras una amenaza
menor y se limitaron a golpearte en la cabeza y arrojarte en aquel agujero.
Cuando respondiste liberándote y provocando más problemas, El se puso
furioso y decidió someterte al mismo tipo de exorcismo mortal que había
acabado con Jennifer y Amalie.
- Daniel ayudó a El a matar a Jennifer y a Amalie, y es el principal
sospechoso del asesinato de Carole Comptois. ¿Quienes fueron los
asesinos en St. Jovite? -Tal vez nunca lo sabremos. Nadie ha querido hablar
de esa historia todavía.
Ryan acabó de beber su té helado y se reclinó en el respaldo de su sillón.
Los grillos habían reemplazado a los pájaros. Se oyó una sirena a lo lejos.
Permanecimos en silencio durante largo rato.
- ¿Recuerdas la exhumación que hice en Lac Memphrémagog? -La santa.
- Una de las monjas de esa orden religiosa es tía de Anna Goyette.
- Gracias a las monjas aún tengo un uso limitado de mis nudillos.
Sonreí. Otra desigualdad de género. Le hablé de Élisabeth Nicolet.
- Todos eran prisioneros de un modo u otro: Harry, Kathryn, Élisabeth.
- El, Anna. Las prisiones asumen formas muy diversas.
- La hermana Julienne compartió una cita conmigo. En
Los miserables,
Victor Hugo se refiere al convento como un artilugio óptico por el cual el
hombre tiene una fugaz visión del infinito.

Los grillos redoblaron los esfuerzos de su orquesta.


- No es el infinito, Ryan, pero nos dirigimos hacia el final del milenio.
¿Crees que hay otros grupos ahí fuera predicando el fin del mundo y
organizando rituales de muerte comunitaria?
Ryan permaneció en silencio durante un momento, Las hojas de la
magnolia susurraban por encima de su cabeza, -Siempre habrá fanáticos
místicos que se aprovecharan de la desilusión, la desesperación, la escasa
autoestima o simplemente el miedo para llevar adelante sus propios
programas, Pero si alguno de estos chiflados se baja del autobús en mi
ciudad, el recibimiento será rápido y contundente. - La revelación según
Ryan.- Observé una hoja que caía sobre el sendero de lajas.
- ¿Y qué me dices de ti, Brennan? ¿Estarás allí para ayudarme? La silueta
negra de Ryan se recortaba contra el cielo nocturno. No podía ver sus ojos,
pero sabía que estaba mirando fijamente los míos.
Me incliné hacia él y le cogí la mano.

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