La Huella Del Diablo. Kathy Reichs PDF
La Huella Del Diablo. Kathy Reichs PDF
La Huella Del Diablo. Kathy Reichs PDF
Capítulo 1
- Par pouces! -exclamé cogiendo la pala con fuerza-. ¡Poco a poco! -Repetí
el movimiento que le había estado enseñando durante toda la mañana,
como si - 5 - estuviese cortando rebanadas de pan-. Queremos extraerlo
en capas finas. -Volví a decirlo en un lento y cuidadoso francés.
-
Serviettes
-chilló. Di un brinco, y unas gotas de café salpicaron una de mis mangas.
¿Cómo era posible que una persona con un cuerpo tan pequeño produjera
ese sonido? -
Merci.
- Eh,
voilà.
Lávela cuando llegue a su casa con agua fría.
- Sí, hermana.
Su mirada se posó en la carta que yo sostenía en la mano.
Afortunadamente, el café no la había alcanzado. Se inclinó para ver mejor.
- Élisabeth Nicolet fue una mujer admirable, una mujer de Dios. Tanta
pureza, tanta austeridad. -
Pureté. Austerité.
Su francés sonaba como el que había imaginado para las cartas de
Élisabeth si hubiesen sido habladas.
- Sí, hermana.
Yo volvía a tener nueve años.
- Élisabeth será una santa.
- Sí, hermana. Es por eso por lo que estamos tratando de encontrar sus
huesos;
para que puedan recibir el tratamiento adecuado.
Yo no estaba segura de cuál era el tratamiento adecuado para un santo,
pero la expresión sonaba bien.
Busqué el diagrama que habíamos estado examinando con el padre
Ménard y lo extendí ante ella.
- Ésta es la vieja iglesia. -Recorrí con el dedo la fila que discurría junto a la
pared norte y señalé uno de los pequeños rectángulos-. Ésta es su tumba.
La vieja monja estudió la cuadrícula durante varios minutos, con las gafas
a escasos milímetros del papel.
- Ella no está allí -dijo. Su voz retumbó en la estancia.
- ¿Perdón? -Ella no está allí. -Un dedo deforme y flaco golpeó ligeramente
el rectángulo-. Ése es un lugar equivocado.
En ese momento regresó el padre Ménard. Le acompañaba una monja de
elevada estatura y con tupidas cejas negras que formaban un ángulo sobre
la nariz. El sacerdote presentó a la hermana Julienne, quien alzó las manos
unidas y sonrió.
No era necesario explicar lo que la hermana Bernard acababa de decir. No
había - 10 - duda de que ambos habían oído las palabras de la anciana
mientras se acercaban por el corredor. Probablemente, también la
hubiesen oído de haberse encontrado en Ottawa.
- Ése es un lugar equivocado. Están buscando en un lugar equivocado -
repitió.
- ¿Qué quiere decir? -preguntó la hermana Julienne.
- Están buscando en un lugar equivocado -repitió-. Ella no está allí.
El padre Ménard y yo nos miramos.
- ¿Dónde está Élisabeth, hermana? -pregunté.
La hermana Bernard volvió a inclinarse sobre el diagrama y luego apuntó
con el dedo hacia la esquina suroriental de la iglesia.
- Está allí. Con la madre Aurélie.
- Pero, her…
- Ellos las cambiaron de lugar. Las colocaron en ataúdes nuevos y las
enterraron debajo de un altar especial. Allí.
La anciana señaló nuevamente la esquina suroriental del templo
abandonado.
- ¿Cuándo? -preguntamos al unísono.
La hermana Bernard cerró los ojos. Los labios, viejos y arrugados, se
movieron en un cálculo inaudible.
- En 1911, el año en que ingresé como novicia en el convento. Lo recuerdo
porque unos años más tarde la iglesia se incendió y entonces la
entablaron. Yo debía entrar en la iglesia quemada y poner flores en el
altar. No me gustaba nada ese trabajo. Daba escalofríos entrar allí sola.
Pero era una ofrenda a Dios.
- ¿Qué sucedió con el altar? -Lo quitaron en los años treinta. Ahora está en
la capilla del Santo Infante, en la nueva iglesia. -Dobló la servilleta y
comenzó a recoger las cosas del café-. Había una placa que señalaba el
lugar de las tumbas, pero ya no existe. Ahora nadie entra allí. Hace años
que la placa desapareció.
El padre Ménard y yo volvimos a mirarnos. El sacerdote se encogió de
hombros.
- ¿Ahora? -¿Por qué no? -Se oyó el tintinear de las jarras de porcelana
sobre la bandeja.
- No se preocupe ahora por esas cosas -dijo el padre Ménard-. Por favor,
busque su abrigo y las botas, hermana, y regresaremos a la vieja iglesia.
Diez minutos después estábamos nuevamente en el templo abandonado.
El tiempo no había mejorado en absoluto y, tal vez, era más frío y húmedo
que por la mañana. El viento seguía rugiendo. Las ramas continuaban
golpeando las maderas que cubrían las ventanas.
La hermana Bernard se decidió por un sendero irregular a través de la
iglesia, y - 11 - el padre Ménard y yo la cogimos cada uno de un brazo. A
través de las capas de ropa, la anciana parecía increíblemente frágil y
ligera.
Las monjas se unieron al grupo de espectadores. La hermana Julienne
llevaba una pluma y un cuaderno de notas. Guy cerraba la marcha.
La hermana Bernard se detuvo junto a un nicho en la esquina suroriental
de la iglesia. Se había puesto una gorra tejida a mano y de color verde
pálido sobre el velo, atado debajo de la barbilla. Giró la cabeza, buscando
las marcas y tratando de orientarse. Todos los ojos se posaron en un punto
de color en el deprimente interior de la iglesia abandonada.
Le hice señas a Guy para que volviera a colocar una de las lámparas. La
hermana Bernard estaba concentrada en su tarea y no prestaba atención.
Unos minutos más tarde se retiró de la pared. Volvió la cabeza hacia la
izquierda, luego hacia la derecha y nuevamente hacia la izquierda. Arriba.
Abajo. La anciana comprobó de nuevo su posición; después trazó una línea
en el suelo con el tacón de la bota, o trató de hacerlo.
- Ella está aquí. -Su voz estridente rebotó en los muros de piedra.
- ¿Está segura? -Ella está aquí.
Era evidente que a la hermana Bernard no le faltaba seguridad en sí
misma.
Todos miramos la marca que había hecho en el suelo.
- Están en ataúdes pequeños. No como los ataúdes corrientes. Sólo eran
huesos, de modo que cabían perfectamente en ataúdes pequeños. -Alzó
sus diminutos brazos para indicar las dimensiones de un niño. Uno de sus
brazos temblaba. Guy dirigió el haz de luz hacia el sitio señalado, junto a
los pies de la anciana.
El padre Ménard le agradeció a la hermana Bernard sus servicios y luego
pidió a dos de las hermanas que la ayudaran a regresar al convento. Las
observé cuando se alejaban. La hermana Bernard parecía una niña entre
las otras dos religiosas; era tan pequeña que el borde del abrigo apenas
rozaba el polvo del suelo.
Le dije a Guy que trasladara el otro foco al nuevo emplazamiento. Luego
recuperé mi sonda de la zanja que habíamos estado cavando hasta aquella
misma mañana, coloqué la punta donde la hermana Bernard había
indicado y presioné el mango de perfil en T. Fue inútil. Ese lugar no se
había descongelado como otras zonas del interior de la iglesia. Estaba
utilizando una sonda de loza de barro para evitar daños en los objetos que
pudiera haber bajo la superficie, y el extremo en forma de bola no
conseguía pasar a través de la capa superior, parcialmente helada.
Volví a intentarlo, esa vez con más fuerza.
«Tranquila, Brennan. No los harás felices si rompes una de las ventanillas
de un ataúd, o si haces un agujero en el cráneo de la buena hermana.» Me
quité las gafas, cogí con firmeza el mango de la sonda y volví a empujar
con fuerza hacia abajo. Esa vez la superficie cedió y sentí que la sonda se
deslizaba hacia el subsuelo. Hice un esfuerzo para reprimir la urgencia de
ir más de prisa y comprobé el terreno, con los ojos cerrados, sintiendo
durante varios minutos las diferentes texturas de la tierra. Una menor
resistencia podía significar una burbuja de - 12 - aire donde algo se había
descompuesto. Una resistencia mayor a la sonda podía indicar que bajo
tierra había un hueso o algún objeto. Nada. Retiré la sonda y repetí el
procedimiento.
Al tercer intento, sentí que algo impedía el avance de la sonda. Extraje el
instrumento de prueba y volví a introducirlo unos quince centímetros hacia
la derecha. Nuevamente, noté el contacto. Había algo sólido cerca de la
superficie.
Alcé ambos pulgares en dirección al sacerdote y las monjas, y le pedí a
Guy que trajera el cedazo. Dejando la sonda a un lado, cogí una pala de
bordes planos y comencé a extraer finas capas de tierra. Fui rebajando el
suelo, centímetro a centímetro, y arrojando la tierra en el cedazo, mientras
mis ojos volaban del terreno excavado a la fina trama metálica. Al cabo de
treinta minutos encontré lo que estaba buscando. Las últimas paladas eran
oscuras, casi negras en contraste con el material marrón rojizo que había
en el cedazo.
Dejé la pala y cogí el desplantador. Me incliné sobre la zona excavada y,
con mucho cuidado, rasqué el suelo; quité las partículas sueltas y nivelé la
superficie.
Casi de inmediato, pude ver un óvalo oscuro. La mancha tenía unos
noventa centímetros de largo. Sólo podía aventurar su anchura ya que
estaba parcialmente oculta debajo de una zona de terreno que aún no
había excavado.
- Aquí hay algo -dije irguiéndome. Mi aliento parecía suspendido delante de
mi rostro.
Como si fuesen una sola persona, el sacerdote y las monjas se acercaron
para echar un vistazo al pequeño pozo que yo había excavado. Con la
punta del desplantador tracé el contorno del óvalo. En ese momento, las
monjas que habían acompañado a la hermana Bernard hasta el convento
se reintegraron al grupo.
- Podría tratarse de una sepultura, aunque parece bastante pequeña. He
cavado un poco hacia la izquierda, de modo que tendré que quitar esta
parte. - Señalé el lugar donde me encontraba acuclillada-. Ahora excavaré
fuera de la tumba y luego continuaré hacia abajo y hacia dentro. De esa
forma tendremos una visión del contorno de la sepultura a medida que
avanzamos. Y cavar de esta manera es menos pesado para la espalda. Una
zanja exterior nos permitirá extraer el ataúd desde un costado si nos
vemos obligados a hacerlo.
- ¿Qué es esa mancha? -preguntó una monja joven con el rostro de una
niña exploradora.
- Cuando algo que tiene un alto contenido orgánico se descompone, deja la
tierra de un color mucho más oscuro. Podría deberse al ataúd de madera o
a las flores que enterraron con él. -No quería explicar el proceso de
descomposición-.
Las manchas son casi siempre la primera señal de una sepultura.
Dos de las monjas se persignaron.
- ¿Es la sepultura de Élisabeth o la de la madre Aurélie? -preguntó una
monja un poco mayor. Uno de sus párpados inferiores se agitó levemente.
Levanté ambas manos en un gesto de «no lo sé». Acto seguido, me calcé
los guantes y comencé a escarbar la tierra hacia la derecha de la mancha,
extendiendo el hoyo hacia el exterior para dejar expuesto el óvalo y una
franja de unos sesenta centímetros a lo largo del lado derecho.
- 13 - Nuevamente, los únicos sonidos que se escuchaban en el recinto
desierto eran los producidos por el desplantador y el cedazo.
- ¿Eso significa algo? -preguntó una de las monjas señalando el cedazo.
Me incorporé para echar un vistazo, agradeciendo la excusa para estirar
los músculos.
La monja señalaba un pequeño fragmento de color marrón rojizo.
- Puede apostar a que… Ya lo creo, hermana. Parece madera de ataúd.
Busqué unas bolsas de papel entre mis cosas. Marqué una con la fecha, el
lugar y toda la información pertinente; la coloqué en el cedazo y dejé el
resto en el suelo.
Sentía los dedos completamente entumecidos.
- Hermanas, es hora de ponerse manos a la obra. Hermana Julienne,
apunte todo lo que encontremos. Escríbalo en la bolsa y que conste en el
registro, como ya hemos hablado. -Eché un vistazo al agujero-. Nos
encontramos aproximadamente en el nivel de los sesenta centímetros.
Hermana Marguerite, ¿quiere tomar unas fotos, por favor? La hermana
Marguerite asintió y levantó la cámara.
Las religiosas comenzaron a trabajar con ahínco, con la ansiedad propia de
quien ha estado observando durante horas. Yo me afanaba con el
desplantador; las hermanas Párpado y Niña Exploradora se encargaban del
cedazo. La cantidad de fragmentos aumentaba sobre la malla de alambre
y muy pronto pudimos ver un perfil en el suelo manchado. Era madera y
estaba muy deteriorada. Mala señal.
Con ayuda del desplantador y las manos desnudas continué dejando al
descubierto lo que esperaba que fuese un ataúd. Aunque la temperatura
era muy baja y los dedos de las manos y los pies ya no sentían nada desde
hacía un buen rato, yo transpiraba profusamente dentro de la parka. «Por
favor, que sea ella», pensé. ¿Y en ese momento quién era la que estaba
rezando? Mientras ensanchaba el orificio hacia el norte, fue quedando al
descubierto una mayor porción de madera; el objeto aumentaba de
tamaño. Lentamente, el contorno surgió de la tierra: hexagonal. Era la
forma de un ataúd. Tuve que hacer un esfuerzo para no gritar «¡Aleluya!»,
una expresión muy religiosa pero nada profesional, me dije.
A continuación, procedí a apartar la tierra, puñado a puñado, hasta que la
parte superior del objeto quedó completamente expuesta. Se trataba de
un ataúd pequeño y lo había desenterrado empezando por los pies y
siguiendo en dirección a la cabeza.
Dejé el desplantador a un lado y cogí un pincel. Mis ojos se encontraron
con los de una de mis ayudantes. Sonreí. Ella sonrió. Su párpado derecho
se movió con un leve espasmo.
Pasé el pincel una y otra vez sobre la superficie de madera, quitando
décadas de tierra incrustada. Todo el mundo dejó lo que estaba haciendo
para contemplar mi trabajo. Gradualmente, fue apareciendo en la tapa del
ataúd un objeto en relieve, justo encima del punto más ancho y
exactamente en el lugar donde debería encontrarse una placa. El corazón
golpeaba con fuerza dentro de mi pecho.
El pincel continuó su tarea sobre la deteriorada madera hasta que el objeto
quedó a la vista. Era ovalado y metálico, y el borde estaba adornado con
filigranas.
- 14 - Con ayuda de un cepillo de dientes limpié suavemente la superficie.
Aparecieron las letras.
- Hermana, ¿podría alcanzarme mi linterna? Está en la mochila.
Nuevamente, las monjas se inclinaron como si fuesen una sola persona.
Aferré el volante con ambas manos, sintiendo las palmas húmedas y frías
dentro de los guantes. Reduje la velocidad a sesenta, y luego a treinta y
cinco. Cada pocos minutos probaba los frenos. A pesar de que hacía años
que vivía en Quebec, nunca había logrado acostumbrarme a conducir en
invierno. Me obligo a pensar que soy capaz de hacerlo, pero nada más me
pongo al volante de un coche sobre la nieve y soy la Princesa Miedica. Aún
tengo la típica reacción de un sureño ante las tormentas de nieve: «¡Oh!,
la nieve. Entonces, naturalmente, hoy no saldremos.» Los
québéçois
me miran y se echan a reír.
«Bienvenue.»
- 17 -
Capítulo 2
Habiendo vivido en el sur durante toda mi vida adulta, nunca puede hacer
demasiado calor para mí. Me encantan la playa en agosto, los bañadores,
los ventiladores de techo, el olor del pelo transpirado de los niños, el
sonido de los insectos contra las alambreras de las ventanas. Aun así, paso
mis veranos y las vacaciones escolares en Quebec. Durante el año
académico acostumbro a volar desde Charlotte, en Carolina del Norte,
donde trabajo en la Facultad de Antropología, a Montreal para trabajar en
el Laboratorio de Medicina Legal. Se trata de una distancia de
aproximadamente dos mil kilómetros, proa al norte. Cuando es pleno
invierno, a menudo mantengo algunas conversaciones conmigo misma
antes de bajar del avión.
«Hará frío -me recuerdo-. Hará mucho frío, pero llevarás la ropa adecuada
y estarás preparada. Sí, estaré preparada.» Nunca lo estoy. Siempre sufro
una pequeña conmoción al abandonar la terminal del aeropuerto y respirar
esa primera y sorprendente bocanada de aire.
A las seis de la mañana del décimo día de marzo, el termómetro del patio
marcaba dos grados Fahrenheit, diecisiete grados bajo cero en la escala
Celsius. Me había puesto todo lo que había podido: ropa interior hasta los
tobillos, tejanos, dos jerséis, botas de excursionista y calcetines de lana.
Dentro de los calcetines llevaba un reluciente forro aislante, cuyo fin era
mantener tostados los pies de los astronautas con destino a Plutón. De
hecho, vestía la misma combinación provocativa del día anterior;
probablemente, me mantendría igual de caliente. Cuando LaManche hizo
sonar la bocina de su coche cerré la cremallera de la parka, me puse la
gorra y los guantes de esquiar, y salí disparada del vestíbulo. La misión de
ese día no me entusiasmaba en absoluto, pero no quería hacer que
esperara. Y, además, me estaba muriendo de calor con toda aquella ropa.
Pensé que me encontraría con el clásico sedán oscuro, pero LaManche
agitó la mano a modo de saludo desde lo que probablemente podría
denominarse un utilitario deportivo: rojo brillante, transmisión a las cuatro
ruedas, rayas propias de un coche de carreras.
- Bonito coche -dije mientras subía y me acomodaba en el asiento del
acompañante.
-
Merci.
- Es probable.
Llegamos a St. Jovite en menos de dos horas. Había salido el sol y los rayos
pintaban la ciudad y la campiña con los primeros tonos helados de la
mañana. Nos desviamos hacia el oeste por una sinuosa carretera
secundaria de dos carriles. A los pocos minutos, dos remolques de
plataforma pasaron junto a nuestro coche en dirección contraria. Uno
llevaba un Honda gris bastante deteriorado; el otro cargaba un Plymouth
Voyager rojo.
- Al parecer han incautado los coches -dijo LaManche.
Vi que los vehículos desaparecían del espejo lateral. El monovolumen
Plymouth llevaba un portabebés enganchado en el asiento posterior y una
pegatina con una cara amarilla y sonriente en el parachoques trasero.
Imaginé a un niño en la ventanilla, con la lengua fuera y los dedos metidos
en las orejas, haciéndole muecas al mundo. «Ojos saltones», decíamos mi
hermana y yo cuando éramos pequeñas. Tal vez aquel niño yacía
carbonizado y absolutamente irreconocible en una habitación de la planta
alta de la casa a la que pronto llegaríamos.
Pocos minutos después se dibujó ante nuestros ojos lo que estábamos
buscando.
Coches patrulla, autobombas, camiones de servicio público, unidades
móviles de distintos medios de comunicación, ambulancias y coches sin
distintivos especiales se alineaban junto a la carretera y a ambos lados de
un largo camino particular cubierto de grava.
Los periodistas formaban pequeños grupos: unos hablaban, otros
ajustaban sus equipos. Algunos permanecían sentados en sus coches para
mantenerse calientes mientras esperaban la historia. Gracias al frío
reinante y a lo intempestivo de la hora, el número de curiosos era
sorprendentemente escaso. De vez en cuando pasaba un coche, y luego
regresaba lentamente para echar otro vistazo. Eran paletos de ida y - 20 -
vuelta. Después llegarían muchos más.
LaManche puso el intermitente y se acercó al camino de entrada a la casa,
donde un policía uniformado nos hizo señas para que parásemos. Llevaba
una cazadora verde oliva con el cuello de piel negra, mitones verde oscuro
y una gorra también verde oliva con las orejeras levantadas. Tenía la nariz
y las orejas de color rojo frambuesa y, cuando habló, una nube de vapor
salió de su boca. Pensé en decirle que se cubriese las orejas, pero un
segundo después me sentí como mi madre y no lo hice. «Es un chico
grande. Si sus lóbulos se agrietan ya sabrá cómo arreglárselas.» LaManche
exhibió su placa, y el oficial nos indicó que avanzáramos y que
aparcásemos detrás del camión azul de recuperación de cadáveres.
«Section d'Identité Judiciaire», decía en grandes letras negras. La Unidad
de Recuperación en la Escena del Crimen también estaba allí, y supuse
que igualmente estarían los chicos que investigan los incendios
premeditados.
LaManche y yo nos pusimos las gorras y los guantes, y bajamos del coche.
El cielo era ya de un azul celeste y la luz del sol se reflejaba en la nieve
fresca de la noche anterior. El aire resultaba tan frío que parecía tener una
consistencia cristalina y hacía que todo tuviese una apariencia clara y bien
definida. Vehículos, casas, árboles y postes del tendido eléctrico
proyectaban sombras oscuras sobre el suelo cubierto de nieve, como si
fuesen imágenes de una película muy sensible.
Miré a mi alrededor. Los restos ennegrecidos de una casa, un garaje
intacto y una pequeña construcción exterior de uso indefinido formaban,
en el extremo del camino de grava, un conjunto fabricado en un estilo
alpino, barato y sencillo. Los senderos componían un triángulo en la nieve,
uniendo las tres construcciones. Un bosquecillo de pinos circundaba lo que
quedaba de la casa principal; las ramas estaban tan cargadas de nieve que
los extremos se curvaban hacia abajo. Alcancé a ver una ardilla que
correteaba en una rama y luego se refugiaba en la seguridad del tronco.
Sus movimientos provocaron una pequeña avalancha de nieve que dejó
diminutas marcas en la sábana blanca que se extendía debajo.
La casa tenía un techo empinado de tejas anaranjadas, parcialmente
erguido, aunque en ese momento aparecía oscurecido por el fuego y el
humo y cubierto de hielo. La parte de la superficie exterior que no había
resultado afectada por el fuego estaba revestida de madera de color
crema. Las ventanas eran aberturas negras y vacías, los cristales estaban
hechos añicos y el borde turquesa se veía quemado o cubierto de hollín.
La mitad izquierda de la casa estaba calcinada y la zona posterior
completamente destruida. En el extremo más alejado de la vivienda
alcancé a ver las maderas atezadas allí donde alguna vez habían estado
unidos las paredes y el techo.
De alguna parte de la zona trasera de la casa seguían elevándose delgadas
columnas de humo.
La parte frontal había resultado menos dañada. Un porche de madera
ocupaba todo el largo de la fachada y pequeños balcones sobresalían de
las ventanas superiores. El porche y los balcones habían sido construidos
con estacas rosadas, redondeadas en la parte superior y con figuras de
corazones recortadas a intervalos regulares.
- 21 - Miré detrás de mí, a lo largo del camino de entrada a la casa. Al otro
lado de la carretera se alzaba un chalet similar al que se había quemado,
aunque en la decoración prevalecían el azul y el rojo. Delante de la casa
había una pareja, con los brazos cruzados y las manos cubiertas con
mitones y escondidas bajo las axilas.
Ambos contemplaban la escena en silencio; tenían los ojos entrecerrados a
causa del resplandor de la mañana, y los rostros apesadumbrados bajo
sendas gorras de caza anaranjadas. Eran los vecinos que habían dado el
aviso de que la casa estaba ardiendo. Examiné la carretera. Hasta donde
alcanzaba la vista no se veía ninguna otra casa. Quienquiera que hubiese
creído oír unas detonaciones apagadas seguramente tenía un oído muy
bueno.
LaManche y yo nos dirigimos hacia la casa. Pasamos junto a docenas de
bomberos, cuyos trajes amarillos, cascos rojos, cinturones azules llenos de
herramientas y botas de caucho negro brindaban colorido al paisaje.
Algunos llevaban tanques de oxígeno sujetos con correas a la espalda. La
mayoría parecía estar recogiendo su equipo.
Nos acercamos a un oficial uniformado que se encontraba junto al porche.
Al igual que el policía que nos había detenido en el camino de entrada, era
de la Sûreté du Quebec, la policía provincial, probablemente de un puesto
en St. Jovite o en una localidad próxima. La SQ tiene jurisdicción en
cualquier parte a excepción de la isla de Montreal y aquellas ciudades que
disponen de policía propia. St. Jovite es demasiado pequeña para eso, de
modo que habían llamado a la SQ; tal vez lo había hecho el jefe de
bomberos, tal vez el vecino del otro lado de la carretera. La SQ, a su vez,
había avisado a los investigadores que se encargan de los incendios
provocados, la Sección de Incendios y Explosivos de nuestro laboratorio.
Me preguntaba quién había tomado la decisión de llamar al forense.
¿Cuántas víctimas habría? ¿En qué estado se encontrarían? No muy bueno;
eso podía jurarlo. Mi corazón comenzó a acelerarse.
LaManche volvió a exhibir su placa, y el hombre la examinó.
-
Un instant, docteur, s'il vous plaît
-dijo levantando una palma enfundada en un guante. Llamó a uno de los
bomberos, le hizo un comentario y se señaló la cabeza.
-
Attention!
-dijo el oficial volviendo la cabeza hacia la casa. Luego se hizo a un lado
para dejarnos pasar. ¡Oh, sí! Tendría mucho cuidado.
-
Estidecolistabemac!
- 26 -
Capítulo 3
-
Estidecolistabernac!
- 36 -
Capítulo 4
contemplative»
, eso decía la placa de su ataúd, pero lo cierto era que no había
contemplado nada en más de un siglo. ¿Y si no fuese el ataúd correcto?
Ésa era otra cosa en la que no quería pensar, al menos por esa noche.
Élisabeth y yo teníamos muy poco en común.
- Creo que
Templeton
lo sabe.
- Intentaré ser más discreta. ¿Alguna otra novedad? -No muchas. Salí con
un chico llamado Aubrey. No estuvo mal. Al día siguiente me envió un
ramo de rosas. Y mañana me voy a una comida campestre con Lynwood,
Lynwood Deacon; estudia derecho.
- ¿Es así como los eliges? -¿Qué? -Los nombres.
Katy ignoró mi comentario.
- Llamó la tía Harry.
- ¡Oh! El nombre de mi hermana siempre me ha provocado cierta
aprensión, como un cubo lleno de clavos que se balancea demasiado cerca
del borde.
- Creo que pretende vender su globo, o algo así. En realidad, te buscaba a
ti. Su voz sonaba un tanto extraña.
- ¿Extraña? En un día cualquiera mi hermana sonaba extraña.
- Le dije que estabas en Quebec. Es probable que vuelva a llamar mañana.
- Muy bien.
Justo lo que necesitaba.
- ¡Oh! Papá se compró un Mazda RX-7. ¡Es tan bonito! Aunque no dejará
que lo conduzca.
- Sí, lo sé.
Mi ex esposo estaba pasando una leve crisis de la mediana edad.
Se produjo un breve silencio.
- De hecho, estábamos a punto de salir para comer una pizza.
- ¿Y qué pasa con ese grano horrible que tienes en la nariz? -Pienso
dibujarle orejas y una cola, y decir que es un tatuaje.
- Debería funcionar. Si te cogen, usa un nombre falso.
- Te quiero, mamá.
- Yo también te quiero. Hablaremos más tarde.
- 39 - Acabé la caja de chocolatinas y me lavé los dientes dos veces. Luego
me metí en la cama y dormí once horas.
El resto de la semana lo dediqué a vaciar maletas, limpiar, hacer compras
y corregir exámenes. Mi hermana me llamó el domingo por la noche para
decirme que había vendido su globo de aire caliente. Me sentí aliviada. Me
había pasado tres años inventando excusas para que Katy se quedara en
tierra, temiendo el día en que finalmente montara en la barquilla. Esa
energía creativa se canalizaría desde entonces hacia otra parte.
- ¿Estás en casa? -pregunté.
- Sí.
- ¿Hace calor? Comprobé el montón de nieve en el alféizar de la ventana.
Continuaba aumentando.
- Siempre hace calor en Houston.
Maldita sea.
- Dime, ¿por qué has vendido el globo? Harry siempre ha sido una
buscavidas, aunque nunca ha tenido muy claro dónde estaba su grial.
Durante los últimos tres años, se había convertido en una fanática de los
globos. Cuando no estaba organizando safaris sobre Tejas, ella y su
tripulación montaban los trastos en una vieja camioneta y recorrían el país
para participar en los rallies de esos chismes voladores.
- Striker y yo nos vamos a separar.
- ¡Oh! Harry también había sido una fanática de Striker. Se conocieron en
un rally en Albuquerque y se casaron cinco días más tarde. Desde eso,
habían pasado dos años.
Ninguna de las dos habló durante varios minutos. Yo rompí el silencio.
- ¿Y ahora qué? -pregunté.
- Tal vez visite a un consejero.
Me quedé sorprendida. Mi hermana raramente hacía lo obvio.
- Eso podría ayudarte a superar esta situación.
- No, no. Striker tiene una lata de cerveza en lugar de cerebro. No estoy
llorando por él. Luego me queda la cara hinchada. -Oí que encendía un
cigarrillo;
dio una profunda calada y luego expulsó el humo-. He oído hablar de ese
curso. Lo haces y después puedes aconsejar a la gente sobre salud
holística y la mejor forma de combatir el estrés, y cosas por el estilo.
Últimamente he leído acerca de hierbas, meditación y metafísica, y es algo
realmente interesante. Creo que sería muy buena en eso.
- Harry, eso suena un tanto vago.
¿Cuántas veces había dicho eso? -Naturalmente lo comprobaré primero. No
soy ninguna imbécil.
No, no es ninguna imbécil. Pero cuando Harry quiere algo lo desea
intensamente y no hay forma humana de disuadirla.
- 40 - Colgué el auricular y no pude evitar una punzada de preocupación.
La idea de que Harry pudiera aconsejar a la gente con problemas me
resultaba inquietante.
A las seis me preparé una cena compuesta de pechugas de pollo
salteadas, patatas hervidas con mantequilla y cebolletas, y espárragos al
vapor. Un vaso de Chardonnay hubiese sido la combinación perfecta, pero
no para mí. Ese interruptor había permanecido apagado durante siete años
y así se quedaría. Yo tampoco soy ninguna imbécil, al menos cuando estoy
sobria. La comida sirvió para compensar las galletas de la noche anterior.
Mientras comía pensé en mi hermana pequeña. Harry y la educación
formal jamás habían sido compatibles. Se casó con su novio del instituto al
día siguiente de la graduación. Luego hubo tres esposos más. Había criado
perros San Bernardo, había dirigido un Pizza Hut, había vendido gafas de
diseño, había llevado turistas al Yucatán, había trabajado como relaciones
públicas para la Houston Astros, había empezado y después había perdido
un negocio de limpieza de alfombras, había vendido propiedades y, en los
últimos tiempos, había cargado gente en un globo de aire caliente para
llevarla a dar un paseo por el cielo.
Cuando yo tenía tres años y Harry apenas uno, le rompí la pierna al pasar
por encima con mi triciclo. Ella nunca redujo la velocidad. Aprendió a
caminar mientras arrastraba la pierna escayolada. Insoportablemente
irritante y por completo cautivadora, mi hermana ha compensado siempre
con pura energía su falta de adaptación y preparación. Yo la encuentro
absolutamente agotadora.
A las nueve treinta encendí la televisión para ver el partido de hockey.
Estaba terminando el segundo tiempo, y los Habs perdían ante St. Louis
por cuatro a cero.
Don Cherry fanfarroneaba acerca de la ineptitud de la dirección técnica de
los canadienses; se le veía el rostro redondo y enrojecido sobre el jersey
de cuello alto.
Parecía más un tenor en un cuarteto de barbería que un comentarista
deportivo. Me quedé un rato ante la pantalla, asombrada de que millones
de personas escucharan a ese sujeto cada semana. A las diez y cuarto
apagué el televisor y me fui a la cama.
A la mañana siguiente me levanté temprano, cogí el coche y me dirigí al
laboratorio. El lunes es un día muy movido para la mayoría de los médicos
forenses.
La azarosa colección de actos de crueldad, bravatas sin sentido,
autodesprecio solitario e inoportunidad desafortunada que desembocan en
una muerte violenta se acelera los fines de semana. Los cadáveres llegan
y son almacenados en la morgue para las autopsias del lunes.
Ese lunes no era una excepción. Me serví una taza de café y luego me
sumé al resto del equipo en el despacho de LaManche para la reunión de la
mañana. Natalie Ayers estaba en Vald'Or en un juicio por asesinato, pero el
resto de los patólogos se encontraba allí. Jean Pelletier acababa de
regresar de Kuujjuaq, en el extremo norte de Quebec, donde había
actuado como testigo experto. Le estaba mostrando unas fotos a Emily
Santangelo y Michael Morin. Me incliné para echarles un vistazo.
Kuujjuaq tenía aspecto de haber sido volado en pedazos y vuelto a armar
la noche anterior.
- 41 - -¿Qué es eso? -pregunté señalando una construcción prefabricada
cubierta con un plástico.
Su acento del norte era tan marcado que, para mis oídos, podría muy bien
haber estado hablando en ese último idioma. Hacía años que le conocía y
aún tenía problemas para entender su francés.
Pelletier señaló otro edificio prefabricado.
- El palacio de Justicia.
Parecía una piscina sin la cubierta de plástico. Más allá del pueblo, la
tundra se extendía gris y yerma; un Serengeti de rocas y musgo. Junto a la
carretera se veía el esqueleto de un caribú descolorido por el sol.
- ¿Es común eso? -preguntó Emily, estudiando el caribú.
- Sólo cuando están muertos.
- Hoy están previstas ocho autopsias -dijo LaManche, repartiendo el orden
del día.
Después repasó los casos uno por uno. Un hombre de diecinueve años
había sido atropellado por un tren y su torso había quedado partido en dos.
El accidente se había producido en un puente con barreras frecuentado por
adolescentes.
Una moto de nieve se había precipitado al agua después de romper el
hielo en Lac Megantic. Se habían recuperado dos cuerpos. El exceso de
alcohol era la causa más probable.
Un bebé había sido encontrado muerto y en avanzado estado de
descomposición en su cuna. La madre, que estaba abajo mirando un
concurso en la tele cuando llegaron las autoridades, declaró que hacía diez
días Dios le había dicho que dejara de alimentar a su hijo.
Un hombre blanco sin identificar fue encontrado detrás de un montón de
basura en el campus de McGill. Y se habían recuperado tres cadáveres en
una casa incendiada en St. Jovite.
A Pelletier le asignaron el caso del bebé muerto por inanición. Sugirió la
posibilidad de hacer una consulta con antropología. Aunque la identidad
del bebé estaba fuera de toda duda, sería complicado establecer la causa
y la hora de la muerte.
Santangelo se haría cargo de los cuerpos de Lac Megantic, Morin
investigaría el accidente del tren y el cadáver encontrado en el campus de
McGill. Las víctimas del dormitorio de la casa incendiada en St. Jovite
estaban lo bastante completas como para realizar una autopsia normal.
LaManche se encargaría de hacerla. Yo trabajaría con los huesos
encontrados en el sótano.
¿Por qué razón alguien le había disparado en la cabeza para después dejar
que se quemara en una casa en las Lauréntides? - 46 -
Capítulo 5
Aunque los daños provocados por el fuego hacían que una reconstrucción
completa resultase imposible, pude recomponer suficientes elementos de
la cavidad craneal para interpretar las fracturas que unían los orificios de
entrada y salida del proyectil.
El patrón era clásico. La anciana había sufrido una herida de bala en la
cabeza.
El proyectil entró por el centro de la frente, atravesó el cerebro y salió por
la parte posterior. Eso explicaba por qué el cráneo no había estallado en
pedazos a causa del fuego. Antes de que el calor se convirtiese en un
problema, el orificio de bala había actuado a modo de respiradero para la
presión intracraneal.
Llevé el informe a la mesa de la secretaria y, cuando regresé a mi
despacho, encontré a Ryan sentado al otro lado del escritorio, mirando el
paisaje a través de la - 47 - ventana. Sus piernas ocupaban casi toda la
extensión de la habitación.
- Bonita vista.
Lo dijo en inglés.
Cinco pisos más abajo, el puente Jacques Cartier se arqueaba sobre las
aguas del río San Lorenzo. Podían verse diminutos vehículos recorriendo la
estructura. No había duda de que era una bonita vista.
- Es un paisaje que me distrae de pensar en lo pequeña que es esta
oficina.
Pasé junto a él, rodeé el escritorio y me instalé en mi silla.
- Una mente distraída puede ser peligrosa.
- Mis espinillas magulladas me devuelven a la realidad. -Hice girar la silla
de lado, apoyé las piernas en el reborde de la ventana y crucé los tobillos-.
Es una mujer mayor, Ryan. Recibió un disparo en la cabeza.
- ¿Edad? -Yo diría que unos setenta años, tal vez incluso setenta y cinco.
Las sínfisis púbicas han recorrido un montón de kilómetros, pero la gente
presenta muchas variaciones a esa edad. Tiene una artritis avanzada y
también osteoporosis.
Ryan bajó la barbilla y levantó las cejas.
- Inglés o francés, Brennan. Nada de jerga médica.
Sus ojos eran del color azul de la pantalla del Windows 95.
- Os-te-o-po-ro-sis. -Pronuncié cada sílaba lentamente para que no se
perdiese ningún detalle-. Los rayos X revelaron que el hueso cortical es
delgado. No veo ninguna fractura, pero sólo dispongo de trozos de los
huesos largos. La cadera es un lugar habitual para que las mujeres
ancianas sufran fracturas porque gran parte del peso corporal es
transferido a esa zona. La cadera de esta mujer estaba bien.
- ¿Caucásica? Asentí.
- ¿Algo más? -Probablemente tuvo varios hijos. -Los láseres azules estaban
clavados en mi rostro-. Tiene un canal del tamaño del Orinoco en la parte
posterior de cada hueso púbico.
- Genial.
- Otra cosa: creo que cuando se inició el fuego la mujer ya se encontraba
en el sótano.
- ¿Por qué? -Debajo del cuerpo no había ningún resto. Y hallé unos
pequeños trozos de tela incrustados entre ella y la tierra. Es casi seguro
que el cuerpo yacía directamente en el suelo.
Ryan pensó durante un momento.
- De modo que me está diciendo que alguien disparó a la abuelita en la
cabeza, la arrastró hasta el sótano y la dejó allí para que se friese.
- No. Le estoy diciendo que la abuelita recibió un balazo en la cabeza. No
tengo ni idea de quién pudo haberle disparado. Tal vez lo hizo ella misma.
Ése es su trabajo, Ryan.
- ¿Encontró alguna arma de fuego junto a ella? - 48 - -No.
En ese momento, Bertrand apareció en la puerta. Mientras que Ryan
presentaba un aspecto pulcro y aseado, las arrugas de su compañero eran
lo bastante afiladas como para cortar piedras preciosas. Llevaba una
camisa malva que hacía juego con los tonos de su corbata floreada, una
chaqueta de lana gris y lavanda, y pantalones también de lana en la gama
de los colores de la chaqueta.
- ¿Qué has conseguido? -preguntó Ryan.
- Nada que no supiéramos. Es como si esas personas hubiesen llegado del
espacio exterior. Nadie sabe realmente quién demonios vivía allí. Aún
estamos tratando de localizar en Europa al propietario de la casa. Los
vecinos que viven al otro lado de la carretera veían a una vieja de vez en
cuando, pero ella jamás les dirigió la palabra. Dicen que la pareja con los
niños sólo llevaba unos meses en la casa. No les veían mucho y nunca
supieron cómo se llamaban. Una mujer que vive carretera arriba pensaba
que formaban parte de alguna clase de grupo fundamentalista.
- Brennan dice que nuestro desconocido es una mujer, una septuagenaria.
Bertrand le miró.
- Que rondaba los setenta años.
- ¿Una anciana? -Con una bala en el cerebro.
- ¿No bromeas? -No bromeo.
- ¿Alguien la mató y luego prendió fuego a la casa? -O la abuelita apretó el
gatillo después de haber encendido la barbacoa. Pero, si fue así, ¿dónde
está el arma? Cuando los dos detectives se marcharon eché un vistazo a
mis solicitudes de asesoramiento:
Un recipiente con cenizas había llegado a la ciudad de Quebec; eran los
restos de una mujer mayor que había muerto en Jamaica. La familia
acusaba al crematorio de fraude y había enviado las cenizas a la oficina
del forense. Hubert quería conocer mi opinión.
En un barranco próximo al cementerio de la Côte des Neiges, alguien había
hallado un cráneo. Estaba seco y descolorido y, probablemente, procedía
de una antigua tumba. El forense necesitaba que se lo confirmara.
Pelletiér quería que examinara el cuerpo del bebé para buscar pruebas de
muerte por inanición. Eso requería una cuidadosa inspección con ayuda del
microscopio. Habría que triturar finas secciones de hueso, colorearlas y
colocarlas en un portaobjeto para examinar las células bajo la lente de
aumento. Mientras que en los niños es característico un elevado
porcentaje de cambio óseo, yo debía buscar signos de la presencia de
zonas porosas inusuales y de una remodelación anormal de la
microanatomía.
Ya se habían enviado muestras al laboratorio de histología. También
estudiaría los rayos X y el esqueleto, pero este último aún rezumaba
líquido y resultaba complicado quitar la carne putrefacta. Los huesos de un
bebé son demasiado frágiles - 49 - para arriesgarse a que se deshagan.
Muy bien; no había nada urgente. Podía abrir el ataúd de Élisabeth Nicolet.
Después de un bocadillo refrigerado y un yogur en la cafetería, me dirigí al
depósito de cadáveres, pedí que me enviasen los restos a la sala tres y
luego fui a cambiarme.
El ataúd era más pequeño de lo que recordaba. Medía menos de noventa
centímetros de largo. El costado izquierdo estaba podrido, lo que permitía
que la tapa se desplomase hacia dentro. Quité la tierra suelta y tomé
algunas fotografías.
- ¿Necesitas una palanca? Lisa estaba en la puerta de la sala de autopsias.
Puesto que ése no era un caso del LML, debía trabajar sola, pero estaba
recibiendo un montón de ofertas. Aparentemente yo no era la única que
estaba fascinada por Élisabeth.
- Por favor.
Me llevó menos de un minuto quitar la tapa. La madera estaba blanda y
deleznable, y los clavos cedieron con facilidad. Retiré la suciedad del
interior hasta dejar al descubierto un revestimiento de plomo que contenía
otro ataúd de madera.
- ¿Por qué son tan pequeños? -preguntó Lisa.
- Éste no es el ataúd original. Élisabeth Nicolet fue exhumada y vuelta a
enterrar a principios de siglo, de modo que sólo necesitaban espacio para
sus huesos.
- ¿Crees que se trata de ella? La fulminé con la mirada.
- Hazme saber si necesitas alguna cosa.
Cuando Lisa se marchó, continué sacando tierra del ataúd hasta dejar
completamente limpia la tapa del féretro interior. No llevaba placa alguna,
pero estaba más ornamentado que el exterior; un borde delicadamente
tallado discurría en paralelo al borde hexagonal exterior. Al igual que el
ataúd externo, el interior también había cedido y estaba lleno de tierra.
Lisa regresó al cabo de veinte minutos.
- Si necesitas más rayos X estaré libre durante un rato.
- No podremos hacerlo a causa del revestimiento de plomo -dije-, pero
estoy preparada para abrir el ataúd interior.
- Ningún problema.
En ese caso la madera también era muy blanda y los clavos cedieron sin
mayor esfuerzo.
Primero encontré más tierra y desechos, pero sólo había sacado un par de
puñados cuando apareció el cráneo. ¡Sí! ¡Había alguien en casa! El
esqueleto comenzó a aparecer poco a poco. Aunque los huesos no
guardaban un orden anatómico, yacían paralelos unos a otros, como si
hubiesen estado estrechamente unidos cuando fueron colocados en el
ataúd. La disposición ósea me recordó las excavaciones arqueológicas en
las que había participado al comienzo de mi carrera. Antes de la llegada de
Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, algunos grupos aborígenes exponían a
sus muertos en unos andamiajes de madera hasta que los huesos
quedaban limpios, y luego los envolvían y ataban antes de enterrarlos. Los
- 50 - restos de Élisabeth habían sido acondicionados de ese modo.
Había amado la arqueología, y aún la amaba. Lamentaba dedicar tan poco
tiempo a esa clase de investigaciones, pero a lo largo de la última década
mi carrera había tomado un rumbo diferente. En ese momento, mi tiempo
lo ocupaban la enseñanza y el trabajo forense. Élisabeth Nicolet me
permitía un fugaz regreso a mis orígenes, y me lo estaba pasando en
grande.
Aparté y ordené los huesos, tal como lo había hecho el día anterior.
Estaban secos y eran muy frágiles, pero el estado de esos restos era
mucho mejor que el de la mujer que habíamos encontrado el día anterior
en St. Jovite.
Mi inventario esquelético indicaba que sólo faltaban un metatarso y seis
falanges. No aparecieron cuando examiné la tierra, pero sí encontré, en
cambio, varios incisivos y un canino, y volví a colocarlos en sus cavidades
correspondientes.
Seguí el procedimiento regular. Rellené un formulario como lo habría
hecho si se hubiese tratado de un caso encargado por la oficina del
forense. Comencé por la pelvis. Los huesos pertenecían, sin duda, a una
mujer. Las sínfisis púbicas sugerían una edad que oscilaba entre los treinta
y cinco y los cuarenta y cinco años. Las buenas hermanas se sentirían
felices.
Al medir los huesos largos, advertí un aplastamiento inusual de la parte
delantera de la tibia, justo por debajo de la rodilla. Comprobé los
metatarsos.
Mostraban signos inequívocos de artritis donde los dedos se unen al pie.
Los patrones de movimiento repetidos acaban dejando huella en el
esqueleto. Era de suponer que Élisabeth había pasado años entregada a la
oración sobre el duro suelo de piedra en su celda del convento. Durante la
genuflexión, la combinación de presión sobre las rodillas e hiperflexión de
los dedos origina exactamente el modelo que yo observaba en ese
momento.
Recordé algo que había notado al retirar una pieza dental del cedazo, y
levanté el maxilar inferior. Cada uno de los incisivos inferiores centrales
presentaba una pequeña pero visible muesca en el borde. Examiné los
incisivos superiores y descubrí las mismas muescas. Cuando no estaba
rezando o escribiendo cartas, Élisabeth se dedicaba a la costura. Su labor
aún colgaba en el convento de Lac Memphrémagog.
Sus dientes estaban gastados por años de cortar el hilo o sostener una
aguja entre ellos. Me encantaba lo que estaba haciendo.
Luego coloqué el cráneo boca arriba. Me encontraba junto a la mesa,
contemplando el cráneo, cuando LaManche entró en la sala.
- ¿Así que ésta es la santa? -preguntó.
Se acercó y echó un vistazo al cráneo.
-
Mon Dieu.
-
Oui,
doctora Brennan.
«También el
crack»,
pensé.
- Y hay otra cosa extraña en todo esto. Los que estaban en esa habitación
no eran precisamente Ward y June Cleaver1. LaManche dice que el tío
rondaba probablemente la veintena y la mujer tenía unos cincuenta años.
Lo sabía. LaManche me había pedido mi opinión durante la autopsia.
- ¿Y ahora qué? -Volveremos a St. Jovite para inspeccionar las otras dos
construcciones. Aún estamos esperando noticias del propietario de la casa.
Es una especie de ermitaño enterrado en algún lugar perdido de Bélgica.
- Buena suerte.
Rohypnol. Ese nombre alumbró fugazmente algo en las células de mi
memoria, pero cuando intenté recordar qué era la chispa se extinguió.
Fui a comprobar si las muestras del bebé desnutrido de Pelletiér estaban
listas.
El técnico del laboratorio de histología me dijo que dispondría de ellas al
día siguiente.
Luego pasé una hora examinando las cenizas de la difunta de Jamaica.
Estaban en un pote de mermelada con una etiqueta escrita a mano que
incluía el nombre de la 1 Ward y June Cleaver eran dos personajes de una
famosa y popular serie norteamericana de los años cincuenta.
- 54 -
Capítulo 6
Al no encontrar ningún otro pedido sobre mi mesa, a las diez treinta llamé
por teléfono a la hermana Julienne para averiguar todo lo que pudiera
acerca de Élisabeth Nicolet. Le hice las mismas preguntas que al padre
Ménard y obtuve los mismos resultados. Élisabeth era
pure laine,
pura lana quebequesa, pero no existía ningún documento que estableciera
de forma directa su nacimiento o ascendencia.
2
Dixieland
: expresión popular con la que se designa a los estados del sur de Estados
Unidos. (N. del T.) - 57 - Después de cinco maniobras y un intenso trabajo
con el volante me las arreglé para aparcar el Mazda entre una camioneta
Toyota y un Oldsmobile Cutlass. No lo había hecho tan mal para tratarse
de una calle en pendiente. Cuando salí del coche estaba empapada en
sudor a pesar del frío reinante. Comprobé la distancia de los parachoques.
Sobraban al menos sesenta centímetros en total.
Añadí mis botas a las filas de calzado diverso que transportaba la nieve
fundida hasta el suelo de mármol y me acerqué a contemplar con mayor
detenimiento esa augusta exposición de retratos.
Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury.
Buen trabajo, Tom.
John Bunyan, soñador inmortal.
Los tiempos habían cambiado. Cuando yo era estudiante, si te cogían en
plena ensoñación abstracta te llamaban la atención y eras humillado por
no estar atento en clase.
The Elements of Celtic Tradition. The Dead Sea Scrolls and the New
Testament. The
- ¿En Quebec? -No exclusivamente. -Volvió a hablar de los Nicolet-. Era una
familia muy conocida en su época, así que podría resultarle más
interesante consultar las historias que aparecieron en los periódicos de
aquellos tiempos. Entonces se publicaban cuatro diarios en inglés:
Gazette, Star, Herald
y
Witness.
Patrie, L'Etendard
y
La Presse.
Los diarios en francés eran un poco menos prósperos y tenían menos hojas
que los de habla inglesa, pero creo que todos incluían los anuncios de
nacimientos.
- 65 -
Capítulo 7
Ryan no fue el único al que atrapó un sentimiento de aversión. Yo había
visto niños maltratados y muertos de hambre. Los había visto después de
que fueran golpeados, violados, asfixiados, sacudidos violentamente hasta
morir, pero jamás en mi vida había visto nada parecido a lo que alguien les
había hecho a esos dos niños pequeños encontrados en un cobertizo de St.
Jovite.
Otros también habían recibido una llamada la noche anterior. Cuando
llegué, a las ocho y cuarto, varias camionetas de la prensa habían ocupado
sus posiciones fuera del edificio de la SQ; los cristales de las ventanillas se
veían empañados y el humo salía de los tubos de escape.
A pesar de que una jornada laboral comienza normalmente a las ocho
treinta, la actividad era evidente en la sala de autopsias más grande.
Bertrand ya estaba allí, junto a otro numeroso grupo de detectives de la
SQ y un fotógrafo de la Section d'Identité Judiciaire, la SIJ. Ryan aún no
había llegado.
El examen externo estaba en marcha y sobre un escritorio se veía un
grupo de instantáneas tomadas con una Polaroid. Habían llevado el cuerpo
a rayos X y, cuando entré, LaManche estaba garabateando unas notas.
Dejó de escribir y alzó la vista.
- Temperance, me alegro de verla. Necesitaré ayuda para establecer la
edad de los pequeños.
Asentí.
- Es posible que haya una herramienta… -buscó la palabra más adecuada
con la tensión dibujada en su rostro alargado de sabueso- inusual
implicada en el caso.
Volví a asentir y fui a cambiarme. Ryan sonrió y me saludó cuando nos
encontramos en el corredor. Tenía los ojos lacrimosos y las mejillas y la
nariz rojas, como si hubiese recorrido a pie una considerable distancia en
el intenso frío de la mañana.
Una vez en el vestuario traté de prepararme para lo que me esperaba. Un
par de bebés asesinados ya era una situación bastante espantosa. ¿Qué
había querido decir LaManche con «una herramienta inusual»? Los casos
en los que hay niños implicados siempre son muy difíciles para mí.
Cuando mi hija era pequeña, después de cada asesinato de un niño debía
combatir la urgencia de atar a Katy a mí con una correa para no perderla
de vista.
Ahora Katy es una mujer, pero aún siento pánico ante las imágenes de
niños muertos. De todas las víctimas posibles, son las más vulnerables, las
más confiadas y las más inocentes. Sufro un intenso dolor cada vez que
uno de ellos ingresa en el depósito de cadáveres. La inapelable realidad
del ser humano muerto me mira directamente a los ojos. Y la piedad
proporciona un consuelo muy escaso.
- 66 - Regresé a la sala de autopsias pensando que estaba preparada para
iniciar mi trabajo. Entonces vi aquel diminuto cuerpo sobre la dura
superficie de acero inoxidable.
Parecía una muñeca; ésa fue mi primera impresión. Parecía una muñeca
de látex de tamaño natural que había encanecido con la edad. Cuando era
pequeña tenía una, una recién nacida de color rosa y que olía a caucho
dulce. Recuerdo que la alimentaba a través de un orificio pequeño y
redondo que tenía entre los labios y le cambiaba el pañal cuando el agua
lo mojaba.
Pero en ese momento no se trataba de un juguete. El bebé yacía sobre el
vientre, con los brazos a los lados y los dedos curvados contra las palmas
diminutas. Las nalgas estaban aplastadas y unas cintas blancas
atravesaban el color púrpura de la espalda. La pequeña cabeza había sido
cubierta por una gorra roja colocada del revés. Estaba desnudo, salvo por
un brazalete de diminutos cubos de plástico alrededor de la muñeca. Tenía
dos heridas cerca del omóplato izquierdo.
En la mesa adyacente había un pelele, y unos camiones rojos y azules
sonreían desde la franela. Extendidos a su lado había un pañal sucio, una
camiseta interior de algodón con broches de presión en la entrepierna, un
jersey de mangas largas y un par de calcetines blancos. Todo estaba
manchado de sangre.
LaManche comenzó a hablar en francés junto a la grabadora.
-
Bebé de race blanche, bien développé et bien nourri…
-
Le corps est bien préservé, avec une légère macération épidermique…
Miré el pequeño cadáver. Sí, estaba bien conservado; sólo se veía un ligero
desprendimiento de la piel en las manos.
- Supongo que no tendremos que buscar heridas defensivas.
Bertrand había entrado en la sala y estaba a mi lado. No respondí. No
estaba de humor para chistes de morgue.
- Hay otro en la nevera -continuó.
- Eso es lo que nos han dicho -contesté secamente.
- Sí, pero, por Dios, son apenas unos bebés.
Le miré a los ojos y sentí una punzada de culpa. Bertrand no trataba de ser
gracioso. Parecía como si su propio hijo hubiese muerto.
- Bebés. Alguien los maltrató y luego los ocultó en un sótano. Eso es casi
tan horrible como que te disparen desde un coche en la puerta de tu casa.
Es probable que ese cabrón conociera a los crios.
- ¿Por qué lo dice? -Tiene sentido: dos niños y dos adultos que
probablemente sean los padres.
Alguien se cargó a toda la familia.
- ¿Y quemó la casa para cubrirse las espaldas? -Es posible.
- Podría ser un desconocido.
- Podría ser, pero lo dudo. Espere. Ya lo verá.
Volvió a observar el procedimiento de la autopsia con las manos
firmemente - 67 - enlazadas a la espalda.
LaManche dejó el dictado y le dijo algo a la técnica de autopsias. Lisa cogió
una cinta de medir del mostrador de acero inoxidable y la extendió para
medir el largo del cuerpo de la criatura.
-
Cinquante-huit centimètres.
- 73 -
Capítulo 8
El viernes no vi a Ryan y tampoco a Bertrand. LaManche pasó todo el día
en la sala de autopsias con los cuerpos de los adultos que habían sido
encontrados en St.
Jovite. Yo tenía las costillas de los bebés flotando en frascos de cristal en el
laboratorio de histología. Cualesquiera grietas o estrías que pudieran
presentar los huesos serían tan finas que no quería dañarlas al hervirlos o
rascarlos, y no podía arriesgarme a practicar incisiones con un escalpelo o
unas tijeras, de modo que lo único que podía hacer era cambiar
periódicamente el agua y desmenuzar la carne.
Me alegraba la tranquilidad temporal que se había producido en el
volumen de actividad y aproveché el tiempo para acabar el informe sobre
Élisabeth Nicolet, que había prometido terminar ese día. Considerando que
debía regresar a Charlotte el lunes, había planeado realizar el examen de
las costillas durante el fin de semana. «Si no hay ninguna novedad -pensé-,
podré acabar todo el trabajo urgente antes del lunes.» Pero no había
contado con la llamada que recibí a las diez treinta.
- Lamento mucho llamarla de este modo, doctora Brennan. -Inglés,
pronunciación lenta, cada palabra elegida con mucho cuidado.
- Hermana Julienne, es un placer tener noticias suyas.
- Le pido perdón por las llamadas.
- ¿Las llamadas? Repasé los papeles rosados que tenía sobre el escritorio.
Sabía que la hermana Julienne me había devuelto una llamada el
miércoles, pero pensé que se trataba de la continuación de nuestra
primera conversación. Había otros dos papeles con su nombre y número
de teléfono.
- Soy yo quien debería pedir disculpas, hermana. Ayer estuve todo el día
ocupada y no comprobé mis mensajes. Lo siento.
No dijo nada.
- En este momento, estoy redactando el informe.
- No, no; no se trata de eso. Quiero decir, por supuesto, eso es
terriblemente importante. Y todos estamos ansiosos…
Dudó un momento y casi pude ver cómo sus cejas espesas y negras
marcaban aún más su entrecejo permanentemente fruncido. La hermana
Julienne parecía estar siempre preocupada por algo.
- Esta situación me resulta muy embarazosa, pero no sabía a quién
recurrir. He rezado, naturalmente, y sé que Dios me está escuchando, pero
siento que debo hacer algo. Estoy entregada a mi trabajo, para llevar los
archivos del Señor, pero, bueno, también tengo una familia terrenal.
La hermana Julienne elaboraba sus palabras con precisión, dándoles forma,
como si se tratara de un panadero moldeando la masa.
- 74 - Se produjo otra larga pausa. Yo esperé.
- Él ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.
- Sí.
- Se trata de mi sobrina, Anna. Anna Goyette. Le hablé de ella el miércoles.
- ¿Su sobrina? No podía imaginar el rumbo de la conversación.
- Es la hija de mi hermana.
- Comprendo.
- Ella… No estamos seguras de dónde se encuentra.
- ¡Ajá! Entonces empezaba a entender de qué iba aquello.
Finalmente, la hermana Julienne lo escupió.
- Anna no regresó a casa anoche, y mi hermana está desesperada. Le he
dicho que elevara sus plegarias a Dios, por supuesto, pero, bueno… -Su
voz se apagó.
No sabía qué decir. No esperaba que la conversación tomara esa dirección.
- ¿Su sobrina ha desaparecido? -Sí.
- Si está preocupada, es mejor que se ponga en contacto con la policía.
- Mi hermana los llamó dos veces. Le dijeron que cuando se trata de
alguien con la edad de Anna su política es esperar entre cuarenta y ocho y
setenta y dos horas.
- ¿Qué edad tiene su sobrina? -Anna tiene diecinueve años.
- ¿Es ella quien estudia en McGill? -Sí.
Su voz era tan tensa que hubiese podido cortar un trozo de metal.
- Hermana, creo que no hay nada de qué…
Oí claramente que la hermana Julienne reprimía un sollozo.
- Lo sé, lo sé, y le pido disculpas por molestarla, doctora Brennan. -Sus
palabras salían entrecortadas por pequeñas interrupciones, como si
tuviese hipo-.
Sé que está muy ocupada con su trabajo, lo sé, pero mi hermana está
histérica y realmente no sé qué puedo decirle. Perdió a su esposo hace dos
años y ahora siente que Anna es todo lo que tiene. Virginie me llama cada
media hora e insiste en que debo ayudarla a encontrar a su hija. Sé que
éste no es su trabajo, doctora, y jamás me habría atrevido a llamarla si no
hubiese estado desesperada. He rezado, pero, ¡oh…! Me quedé perpleja al
oír cómo rompía a llorar. Las lágrimas ahogaron sus palabras. Esperé con
la mente convertida en un verdadero lío. ¿Qué debía decirle? Entonces los
sollozos remitieron y oí el sonido de los pañuelos de papel al ser sacados
de la caja y luego el soplido de la nariz.
- Yo…, yo… Por favor, perdóneme. -Le temblaba la voz.
Los consejos nunca han sido mi punto fuerte. Incluso con aquellas
personas que están muy cercanas a mí, me siento incómoda y fuera de
lugar ante las emociones de los demás. Decidí ir a lo práctico.
- ¿Se ha ausentado Anna de casa alguna vez antes de ésta? - 75 - -No lo
creo. Pero mi hermana y yo no siempre… nos comunicamos bien.
La hermana Julienne se había tranquilizado y volvía a escoger con cuidado
sus palabras.
- ¿Ha tenido algún problema en la universidad? -No lo creo.
- ¿Con amigos? ¿Algún novio, tal vez? -No lo sé.
- ¿Ha advertido algún cambio en su conducta últimamente? -¿A qué se
refiere? -¿Ha cambiado sus hábitos de comida? ¿Duerme menos o más de
lo habitual en ella? ¿Se ha vuelto menos comunicativa? -Lo… lo siento.
Desde que ingresó en la universidad no veo a Anna con la misma
frecuencia que antes.
- ¿Asiste a sus clases? -No estoy segura.
Su voz se apagó en la última palabra. Parecía completamente agotada.
- ¿Se lleva bien Anna con su madre? La pausa fue más larga de lo habitual.
- Existe la tensión habitual, pero sé que Anna ama a su madre.
¡Bingo! -Hermana, es probable que su sobrina necesite un poco de tiempo
para ella.
Estoy segura de que si esperan un día o dos volverá a casa o llamará por
teléfono.
- Sí, supongo que tiene razón, pero me siento tan impotente por Virginie.
Mi hermana está totalmente perturbada. No puedo razonar con ella y
pensé que si podía decirle que la policía estaba buscando a Anna, Virginie
se… tranquilizaría.
Oí el sonido de otro pañuelo de papel y temí una segunda sesión de
lágrimas.
- Permítame hacer una llamada, hermana. No estoy segura de si dará
resultado, pero nada se pierde con probar.
Me dio las gracias y colgamos. Por un momento, permanecí sentada
calibrando mis opciones. Pensé en Ryan, pero McGill se encuentra en la
isla de Montreal.
Communauté Urbaine de Montreal Police, la CUM. Inspiré profundamente y
marqué el número. Cuando la recepcionista contestó la llamada, le dije con
quién quería hablar.
- Monsieur Charbonneau,
s'il vous plaît.
- Oui?
-Monsieur Claudel, acabo de recibir un pedido un tanto extraño.
Comprendo que no es exactamente su…
- 80 -
Capítulo 9
- Lo siento -dijo Daisy con una cálida sonrisa en los labios-. Al parecer,
siempre la hago esperar. ¿Se han presentado usted y Sandy? Llevaba el
pelo impecablemente recogido en la nuca.
- Sí, ya nos hemos presentado. Hablábamos del placer que produce
ordenar las estanterías.
- Sí, mis ayudantes dedican muchas horas a esa tarea, a organizar
estanterías y fotocopiar material diverso. Es un trabajo aburrido, lo sé,
pero gran parte de la auténtica investigación es puro y simple
aburrimiento. Tanto mis estudiantes como mis ayudantes son muy
pacientes conmigo.
Volvió su sonrisa hacia Sandy, quien ofreció su propia y breve versión, y
regresó a su tarea con las revistas. Me sorprendió la diferencia de trato
que había entre Jeannotte y Sandy y el que había observado el miércoles
entre Anna y la doctora.
- Bien, le mostraré lo que he encontrado para usted. Creo que le gustará.
Hizo un gesto hacia el sofá.
Cuando ambas estuvimos cómodamente sentadas, Jeannotte cogió una
pila de papeles de una pequeña mesa que había a su derecha y bajó la
cabeza para examinar una lista impresa de dos páginas. La raya del pelo
era una fina línea blanca que dividía en dos la coronilla.
- Éstos son títulos de libros que hablan de Quebec durante el siglo pasado.
Estoy segura de que en muchos de ellos encontrará referencias a la familia
Nicolet.
Me dio la lista y le eché un vistazo, aunque mi mente no se ocupaba
entonces de Élisabeth Nicolet.
- Y este libro habla de la epidemia de viruela que asoló Quebec en 1885. Es
probable que incluya alguna mención de Élisabeth o de su trabajo. Este
material le proporcionará, al menos, un panorama de la época y del
terrible sufrimiento de Montreal durante aquellos días.
El libro era nuevo y estaba en perfecto estado, como si nadie lo hubiese
leído nunca. Pasé algunas páginas sin ver absolutamente nada. ¿Qué había
estado a punto de decir Sandy cuando llegó Jeannotte? -Pero creo que
éstos le resultarán especialmente interesantes.
Acto seguido, me dio lo que parecían tres antiguos libros mayores. Luego
se apoyó en el respaldo de la silla, sonriendo pero mirándome fijamente.
Las cubiertas eran grises, y tenían el borde y el lomo en rojo oscuro. Abrí
delicadamente el primero de los libros y pasé varias páginas. El papel olía
a moho, como algo que ha estado durante años guardado en un sótano o
un desván. No era un libro mayor sino un diario, y estaba escrito con una
caligrafía gruesa y bien - 81 - definida. La primera inscripción decía 1 de
enero de 1844. Busqué la última: 23 de diciembre de 1846.
- Fueron escritos por Louis-Philippe Bélanger, el tío de Élisabeth. Se sabe
que era un prodigioso conservador de diarios, de modo que, siguiendo una
corazonada, realicé una pequeña investigación en nuestra sección de
documentos raros.
Efectivamente, McGill posee parte de la colección. Ignoro dónde puede
estar el resto de los diarios, o incluso si han sobrevivido, pero podría tratar
de averiguarlo. Tuve que empeñar mi alma para conseguir estos libros. -Se
echó a reír-. Tomé prestados aquellos que incluyen el período del
nacimiento de Élisabeth y sus primeros años de infancia.
- Esto es demasiado bueno para ser verdad -dije olvidándome por un
momento de Anna Goyette-. No sé qué decir.
- Puede decir que los cuidará como si fuesen suyos.
- ¿Puedo llevármelos? -Sí. Confío en usted. Estoy segura de que sabrá
apreciar su valor y los tratará como se merecen.
- Daisy, estoy abrumada. Esto es mucho más de lo que esperaba.
Ella alzó una mano, haciendo un gesto de que aquello no tenía mayor
importancia, y luego volvió a apoyarla suavemente en su regazo. Por un
momento, ambas permanecimos en silencio.
Apenas podía resistir la tentación de marcharme de allí y comenzar a
examinar aquellos diarios. Entonces recordé a la sobrina de la hermana
Julienne, y también las palabras de Sandy.
- Daisy, ¿podría preguntarle algunas cosas acerca de Anna Goyette? -Sí.
La sonrisa seguía dibujada en sus labios, pero su mirada se volvió
cautelosa.
- Como ya sabe, he estado trabajando con la hermana Julienne, que es tía
de Anna.
- No sabía que fuesen parientes.
- Sí. La hermana Julienne me llamó esta mañana para decirme que Anna
falta de su casa desde ayer, y su madre está muy preocupada.
Durante nuestra conversación, yo había observado los movimientos de
Sandy mientras la joven seleccionaba las revistas y las colocaba en los
estantes; pero entonces, en el extremo más alejado de la habitación, todo
estaba quieto y en silencio.
Jeannotte también lo advirtió.
- Sandy, debes de estar fatigada. Puedes tomarte un pequeño descanso.
- Estoy ter…
- Ahora, por favor.
Los ojos de Sandy se encontraron con los míos cuando pasó a nuestro lado
y se marchó del despacho. Su expresión era indescifrable.
- Anna es una joven realmente brillante -continuó Jeannotte-. Resulta un
tanto caprichosa pero tiene una mente despierta. Estoy segura de que se
encuentra bien -dijo muy firme.
- Su tía dice que no es propio de Anna desaparecer de esta manera.
- 82 - -Probablemente Anna necesitaba un poco de tiempo para reflexionar.
Sé que ha tenido algunas desavenencias con su madre. Es posible que se
haya marchado para unos días.
Sandy había insinuado que Jeannotte se mostraba muy protectora con sus
estudiantes. ¿Era eso lo que yo veía en aquel momento? ¿Acaso la
profesora sabía algo de lo que no quería hablar? -Supongo que soy más
alarmista que la mayoría de las personas. En mi trabajo veo muchas
jóvenes que no se encuentran bien.
Jeannotte se miró las manos. Por un momento, permaneció absolutamente
inmóvil. Luego, volvió a hablar manteniendo la misma sonrisa.
- Anna Goyette está tratando de alejarse de la influencia de una situación
familiar insostenible -dijo-. Eso es todo lo que puedo decirle, pero le
aseguro que está bien y es feliz.
¿Por qué estaba Jeannotte tan segura? ¿Debía estarlo yo también? Al
diablo. Lo escupí para ver su reacción.
- Daisy, sé que esto puede sonar raro, pero he oído que Anna está metida
en alguna especie de culto satánico.
La sonrisa desapareció.
- No le preguntaré siquiera de dónde ha sacado esa información, pero no
me sorprende. -Sacudió la cabeza-. Personas que cometen abusos
deshonestos con menores, asesinos psicópatas, mesías depravados,
profetas del juicio final, satanistas, la siniestra vecina que en la celebración
de Halloween pone arsénico en los caramelos que reparte entre los niños.
- Pero esas amenazas existen.
Alcé las cejas en un gesto de interrogación.
- ¿Existen o sólo se trata de leyendas urbanas? ¿Recordatorios para los
tiempos modernos? -¿Recordatorios? -Me preguntaba qué tenía que ver
todo esto con Anna.
- Es un término que emplean los folcloristas para describir la forma en que
la gente integra sus miedos con las leyendas populares. Es una manera de
explicar experiencias extrañas.
La expresión de mi rostro le hizo saber que aún estaba confusa.
- Todas las culturas tienen historias, leyendas populares que expresan
ansiedades comunes: el miedo al hombre del saco, a los extraños, a los
alienígenas, a la pérdida de los niños. Cuando sucede alguna cosa que
somos incapaces de comprender, actualizamos antiguas fábulas. La bruja
cogió a Hansel y Gretel. El hombre en la galería comercial se llevó al niño
que paseaba por allí. Es una forma de hacer que las experiencias confusas
parezcan creíbles. Y la gente cuenta historias de abducciones por ovnis,
visiones de Elvis, envenenamientos en Halloween. Siempre le ha pasado a
un amigo de un amigo, a un primo o al hijo del jefe.
- ¿Acaso no fueron reales los envenenamientos de los dulces en
Halloween? -Un sociólogo examinó las noticias aparecidas en los periódicos
en las décadas de 1970 y 1980, y descubrió que durante ese tiempo se
pudo demostrar que sólo dos muertes se debieron a la manipulación de los
dulces, ambas por miembros de la - 83 - familia. Muy pocos incidentes
pudieron ser documentados en este caso. Pero la leyenda se extendió
porque expresa miedos ancestrales: la pérdida de los hijos, el miedo a la
noche, el miedo a los extraños.
Dejé que continuara con su explicación, esperando la relación que tenía
todo eso con Anna.
- ¿Ha oído hablar de los mitos de subversión? A los antropólogos les
encanta tratar este tema.
Hice un esfuerzo para recordar un seminario de posgrado sobre mitología.
- La adjudicación de la culpa, historias que encuentran chivos expiatorios
para los problemas complicados.
- Exacto. Habitualmente los chivos expiatorios son extraños: grupos
raciales, étnicos o religiosos cuya presencia resulta inquietante para los
demás. Los romanos acusaron a los primeros cristianos de cometer incesto
y practicar sacrificios humanos con los niños. Más tarde, las sectas
cristianas se acusaron mutuamente; luego los cristianos señalaron con el
mismo dedo a los judíos. Miles de personas murieron a causa de esas
creencias. Piense en los juicios a las brujas, o en el Holocausto. Y no son
noticias antiguas. Después del levantamiento de los estudiantes en Francia
a finales de los sesenta se acusó a tenderos judíos de haber secuestrado a
chicas adolescentes de los probadores de sus tiendas.
Recordaba vagamente esa noticia.
- Y, en los últimos años, han sido los inmigrantes turcos y norteafricanos.
Hace varios años cientos de padres franceses afirmaron que sus hijos eran
abducidos, asesinados y eviscerados por esos inmigrantes, aunque en
realidad no se informó de la desaparición de ningún niño en Francia en
aquellos días. Y ese mito continúa, incluso aquí en Montreal, sólo que
ahora se trata de un nuevo hombre del saco que practica asesinatos
rituales con niños. -Se inclinó hacia adelante con los ojos muy abiertos y
casi siseó la última palabra-. Satanistas.
Era la primera vez que la veía tan animada. Sus palabras hicieron que una
imagen nítida se formara en mi mente: Malachy sobre la fría mesa de
acero inoxidable en la sala de autopsias.
- En realidad, no debe sorprendernos -continuó Jeannotte-. La
preocupación por la demonología siempre se intensifica durante períodos
marcados por el cambio social. Y hacia finales del milenio. Pero la amenaza
procede de Satanás.
- ¿No ha sido responsable Hollywood de la creación de una buena parte de
todo eso? -No intencionadamente, por supuesto; sin embargo, no hay duda
de que ha aportado su granito de arena. Hollywood sólo quiere hacer
películas que tengan un gran éxito comercial. Pero ésa es una pregunta
que se pierde en la noche de los tiempos: ¿El arte moldea los tiempos, o
sólo es un reflejo de ellos?
La semilla del diablo, El exorcista, The Ornen.
¿Qué hacen estas películas? Explican las ansiedades sociales a través del
uso de la imaginería demoníaca. Y el público mira y escucha.
- Pero ¿no forma eso parte del creciente interés por el misticismo que ha
mostrado la cultura norteamericana en las últimas tres décadas? -Por
supuesto. ¿Y cuál es la otra tendencia que ha aparecido durante la última -
84 - generación? Me sentí como si estuviese en un concurso de preguntas
y respuestas. ¿Qué tenía que ver todo eso con Anna? Sacudí la cabeza.
- El aumento de la popularidad del fundamentalismo cristiano. La economía
tiene mucho que ver con ello, naturalmente: desempleo, cierre de fábricas,
recesión.
La pobreza y la inseguridad económica son factores que producen mucho
estrés, pero ésa no es la única fuente de inquietud social. La gente de
todos los estratos económicos siente ansiedad debido a la transformación
de las normas sociales. Las relaciones han cambiado entre hombres y
mujeres, dentro de las familias, entre las distintas generaciones.
Puntualizaba cada afirmación apoyando el índice de la mano derecha en
los dedos de la mano izquierda.
- Las viejas explicaciones se caen a pedazos y aún no se han establecido
las nuevas. Las iglesias fundamentalistas proporcionan consuelo
ofreciendo respuestas simples a preguntas complejas.
- Satanás.
- Satanás. Todo el mal que existe en el mundo se debe a Satanás. Los
adolescentes son reclutados para que se conviertan en adoradores del
demonio. Los niños son secuestrados y asesinados en rituales demoníacos.
El sacrificio de ganado satánico se extiende por todo el país. El logotipo de
Proctor y Gamble contiene un símbolo satánico secreto. La frustración de
las clases rurales se aferra a estos rumores y los alimenta para que
crezcan.
- ¿Está sugiriendo que las sectas satánicas no existen? -No estoy diciendo
eso. Hay unos pocos, podríamos decir, grupos satánicos organizados y
conocidos, como el de Anton LaVey.
- La Iglesia de Satán, en San Francisco.
- Sí; pero se trata de un grupo muy, muy pequeño. La mayoría de los
satanistas -alzó los índices ligeramente curvados para indicar comillas- son
probablemente chicos blancos de clase media que juegan a adorar al
diablo. A veces estos chicos se desmadran un poco, por supuesto, cometen
actos vandálicos en iglesias o cementerios, o torturan animales, pero sobre
todo practican rituales inofensivos y realizan viajes legendarios.
- ¿Viajes legendarios? -Creo que el término ha sido acuñado por los
sociólogos. Se trata de visitas a lugares espectrales, como cementerios o
casas habitadas por fantasmas. Encienden hogueras, cuentan historias de
terror, realizan encantamientos y, tal vez, algunos actos vandálicos. Eso es
todo. Más tarde, cuando la policía encuentra grafitos, una tumba
saqueada, restos de una hoguera, quizá un gato muerto, llega a la
conclusión de que los jóvenes del lugar pertenecen a una secta satánica.
La prensa se hace eco de la noticia, los predicadores hacen sonar todas las
alarmas, y otra leyenda alza el vuelo.
Jeannotte, como siempre, mantenía una compostura inalterable, pero los
orificios de la nariz se dilataban y contraían mientras hablaba, lo que
revelaba una tensión que no había advertido antes en ella. No dije nada.
- 85 - -Estoy sugiriendo que la amenaza del satanismo está
sobredimensionada. Es otro mito de subversión, como dirían sus colegas.
Sin previo aviso, el tono de su voz se volvió más alto y estridente, y me
sobresaltó.
- ¡David! ¿Eres tú? Yo no había oído nada.
- Sí, señora. -Una voz apagada.
Una figura alta y desgarbada apareció en el vano de la puerta. El rostro
quedaba oculto por la capucha de la parka y llevaba una enorme bufanda
alrededor del cuello. La forma ligeramente encorvada me resultaba
familiar.
- Perdóneme un momento.
Jeannotte se levantó y desapareció por la puerta. Escuché fragmentos de
la conversación, y el muchacho parecía agitado; el tono de su voz subía y
bajaba como si fuese un niño gimoteando. Jeannotte le interrumpía con
frecuencia. Hablaba con frases cortas y secas; su tono era tan firme como
volátil el del muchacho. Sólo pude distinguir con claridad una palabra:
«No.» Jeannotte la repitió varias veces.
Luego ambos se quedaron en silencio. Un momento después, Jeannotte
regresó al despacho, pero no se sentó.
- Estudiantes -dijo al mismo tiempo que se echaba a reír y sacudía la
cabeza.
- Permítame adivinarlo. Necesita más tiempo para acabar su trabajo.
- Hay cosas que nunca cambian. -Miró su reloj-. Muy bien, Tempe, espero
que su visita haya sido provechosa. ¿Cuidará bien de esos diarios? Son
muy importantes. -Me estaba diciendo que me marchase.
- Por supuesto. Se los devolveré el lunes a más tardar.
Me levanté del pequeño sofá, guardé el material de Jeannotte en mi
maletín y recogí el abrigo y el bolso.
Me despidió con una sonrisa en los labios.
En invierno, el cielo de Montreal exhibe principalmente tonos grises,
virando del paloma al hierro, al plomo, al cinc. Cuando salí de Birks Hall las
espesas nubes que amenazaban lluvia habían convertido el día en un
paisaje de color peltre opaco.
Me colgué el maletín y el bolso del hombro, metí las manos en los bolsillos
y eché a andar colina abajo, envuelta en un viento húmedo y frío. Antes de
haber recorrido veinte pasos, tenía los ojos llenos de lágrimas, y eso me
dificultaba la visión. Mientras caminaba, una imagen de Fripp Island cruzó
como un relámpago por mi mente: palmeras, médanos, los rayos del sol
reflejados en la marisma.
«Basta ya, Brennan. Marzo es un mes frío y ventoso en muchos lugares del
planeta. Deja de usar a Carolina como una línea de referencia para medir
el clima del mundo. Podría ser peor; podría estar nevando.» Acababa de
pensarlo cuando el primer copo cayó sobre mi mejilla.
Al abrir la puerta del coche, alcé la vista y vi que un muchacho alto me
miraba desde el otro lado de la calle. Reconocí de inmediato la parka y la
bufanda. Esa forma encorvada correspondía a David, el desdichado
visitante de Daisy Jeannotte.
- 86 - Nuestras miradas se cruzaron por un momento y me sorprendió la
furia que había en sus ojos. Entonces, sin decir palabra, el estudiante se
dio la vuelta y echó a andar velozmente calle abajo. Me metí en el coche
sin que pudiera evitar cierto nerviosismo y accioné los seguros de las
puertas. Agradecí que ese joven fuese problema de Jeannotte y no mío.
En el camino de regreso al laboratorio, mi mente recorrió los pasos
habituales, repitiendo una y otra vez lo inmediato y preocupándose por las
cosas no hechas.
¿Dónde estaba Anna? ¿Debía considerar seriamente la preocupación de
Sandy por esa secta satánica? ¿Estaba Jeannotte en lo cierto? ¿Eran las
sectas satánicas poco más que clubes juveniles? ¿Por qué no le pedí a
Jeannotte que se explayara más sobre su afirmación de que Anna se
encontraba bien? Nuestra conversación se había vuelto tan fascinante que
me había apartado de mi deseo de preguntar más cosas sobre Anna.
¿Había actuado de manera deliberada? ¿Jeannotte estaba ocultando algo?
Si era así, ¿qué y por qué? ¿Estaba la profesora protegiendo simplemente a
su alumna de que una extraña se inmiscuyera en una cuestión personal?
¿Cuál era esa «situación familiar insostenible» de Anna? ¿Por qué el
comportamiento de David parecía tan siniestro? ¿Cómo podría examinar
esos diarios para el lunes? Mi vuelo salía a las cinco de la tarde. ¿Sería
capaz de acabar ese día el informe Nicolet, redactar al día siguiente los
correspondientes a los bebés de St. Jovite y examinar los diarios el
domingo? No era extraño que no tuviera vida social.
Cuando llegué a la calle Parthenais, la nieve ya se acumulaba en la
calzada.
Encontré un sitio para aparcar justo delante de la puerta y elevé una
plegaria al cielo plomizo para no tener que desenterrar el coche cuando
regresara.
El aire del vestíbulo estaba vaporoso y olía a lana mojada.
Me sacudí los pies para quitarme la nieve de las botas, lo que contribuyó a
la charca resbaladiza que se había formado en el suelo. Pulsé el botón del
ascensor.
Mientras subía intenté borrar la mancha veteada de rimel que se había
formado en la parte inferior de los párpados.
Encontré dos mensajes sobre el escritorio. La hermana Julienne había
llamado.
Sin duda quería informes sobre Anna y Élisabeth. Aún no estaba preparada
para darle ninguno de los dos. El siguiente era de Ryan.
Levanté el auricular, marqué el número, y él contestó la llamada.
- Un largo almuerzo.
Comprobé la hora. Era la una cuarenta y cinco.
- Me pagan por horas. ¿Qué sucede? -Finalmente conseguimos dar con el
propietario de la casa de St. Jovite. El sujeto se llama Jacques Guillion. Es
de la ciudad de Quebec, pero se marchó a Bélgica hace algunos años. Su
paradero actual se desconoce, aunque una vecina belga dice que Guillion
le alquilaba la casa de St. Jovite a una anciana llamada Patrice Simonnet.
Ella cree que la inquilina es belga, pero no está segura. También dice que
Guillion les proporciona coches a los inquilinos. Lo estamos comprobando.
- Una vecina muy bien informada.
- Aparentemente eran íntimos.
- 87 - -El cuerpo quemado del sótano podría ser el de Simonnet.
- Podría ser.
- Durante el examen
post mortem
conseguimos buenas placas de rayos X de la dentadura. Bergeron las
tiene.
- Hemos pasado el nombre a la RCMP. Están trabajando con la Interpol. Si
la anciana era belga, lo investigarán.
- ¿Qué hay de los otros dos cuerpos de la casa principal y de los dos
adultos con los bebés? -Estamos trabajando en ello.
Ambos nos quedamos pensativos durante unos segundos.
- Era un lugar realmente grande para una mujer mayor y sola.
- Al parecer, no estaba tan sola.
Pasé las dos horas siguientes en el laboratorio de histología quitando los
últimos restos de tejido de las costillas de los bebés y examinándolos bajo
el microscopio. Tal como me había temido, el hueso no presentaba dibujos
y tampoco incisiones de ninguna clase. No había nada que pudiera decir
excepto que el asesino había utilizado un cuchillo muy afilado y que la hoja
no era dentada, lo que resultaba malo para la investigación y bueno para
mí. El informe sería breve.
Acababa de regresar a mi despacho cuando Ryan volvió a llamar.
- ¿Le apetece una cerveza? -preguntó.
- No tengo cerveza en mi despacho, Ryan. Si la tuviera me la bebería.
- Usted no bebe.
- ¿Por qué me invita, entonces, a una cerveza? -Le estoy preguntando si le
gustaría. Podría ser verde.
- ¿Qué? -¿No es usted irlandesa, Brennan? Miré el calendario que tenía en
la pared. Era 17 de marzo. El aniversario de uno de mis mejores trabajos.
No quería recordarlo.
- Ya no puedo hacerlo, Ryan.
- Es una forma genérica de decir «tomémonos un respiro».
- ¿Me está pidiendo una cita? -Sí.
- ¿Con usted? -No, con el cura de mi parroquia.
- Vaya. ¿Acaso se olvida de sus votos? -Brennan, ¿quiere tomar algo
conmigo esta noche? ¿Sin alcohol? -Ryan, yo…
- Hoy es San Patricio. Es viernes por la noche y está cayendo una nevada
de mil pares de cojones. ¿Tiene una invitación mejor? No la tenía; de
hecho, no tenía ninguna invitación más. Pero Ryan y yo investigábamos a
menudo los mismos casos, y siempre había tenido la política de mantener
separados el trabajo y el placer.
- 88 - Siempre. Exacto. Me había separado y llevaba viviendo sola menos
de dos años.
Y no había sido precisamente un período magnífico en cuanto a compañía
masculina.
- No creo que sea una buena idea.
Hubo una pausa. Luego continuó.
- Conseguimos dar con la pista de Simonnet -dijo-. La Interpol encontró sus
datos. Nació en Bruselas y vivió allí hasta hace dos años. Aún paga
impuestos por una propiedad en el campo. Era una vieja fiel a sus
costumbres: se visitó con el mismo dentista toda su vida. El tío ejerce
desde la Edad de Piedra y lo guarda todo.
Nos envían los datos por fax. Si las muestras coinciden, enviaremos a
buscar los originales.
- ¿Cuándo nació? Oí el sonido de papeles.
- Mil novecientos dieciocho.
- Eso coincide. ¿Familia? -Lo estamos comprobando.
- ¿Por qué abandonó Bélgica? -Tal vez necesitaba un cambio de paisaje.
Escuche, compañera, si finalmente se decide, estaré en Hurley después de
las nueve. Si hay alguien en la puerta, puede usar mi nombre.
Me quedé sentada unos minutos pensando por qué le había dicho que no.
Pete y yo habíamos llegado a un acuerdo: aún nos amábamos, pero no
podíamos vivir juntos. Separados, habíamos podido volver a ser amigos
otra vez. Nuestra relación no había sido tan buena en años. Pete salía con
otras mujeres, y yo era libre de hacer lo mismo con los hombres que me
apetecieran. ¡Oh, Dios! Tener una cita. La palabra evocaba imágenes de
acné y ortodoncia.
Para ser sincera, encontraba a Andrew Ryan extremadamente atractivo; no
tenía ningún grano y ninguna abrazadera en los dientes, lo que suponía un
atractivo adicional. Además, técnicamente, no trabajábamos juntos. Sin
embargo, también le encontraba extremadamente irritante e imprevisible.
No; Ryan era un problema.
Estaba terminando mi informe sobre Mathias y Malachy cuando el teléfono
volvió a sonar. Sonreí. «De acuerdo, Ryan. Usted gana.» La voz del guardia
de seguridad me dijo que tenía una visita en recepción. Miré el reloj. Eran
las cuatro y veinte. ¿Quién podría ser a esa hora? No recordaba haber
fijado ninguna cita.
Pregunté el nombre del visitante. Cuando me lo dijo, el corazón me dio un
vuelco.
- ¡Oh, no! No pude evitarlo.
-
Est-ce qu'il y a un problème?
-
Non. Pas de problème.
Le dije que bajaría en seguida.
¿Ningún problema? ¿A quién quería engañar? Lo repetí en el ascensor.
¡Oh, no! - 89 -
Capítulo 10
-
Vôtre soeur?
-gritó a través del vestíbulo, intercambiando miradas cómplices con los
otros guardias.
Asentí. Era evidente que todo el mundo sabía que Harry era mi hermana, y
lo encontraban terriblemente divertido. El guardia hizo un gesto ampuloso
hacia los ascensores.
-
Merci
-musité antes de fulminarlo con la mirada.
-
Merci
-gorjeó Harry, obsequiando a cada uno de los guardias con una radiante
sonrisa.
Recogimos sus maletas y paquetes, y subimos al quinto piso. Lo dejé todo
en el corredor, fuera de mi despacho. Era imposible meter el equipaje en la
oficina. El volumen de sus bultos suscitaba en mí una cierta aprensión en
cuanto al tiempo de su estancia en Montreal.
- ¡Cielos!, esta oficina parece haber sido asolada por un tornado.
Aunque sólo mide metro setenta y es delgada como una modelo de alta
costura, Harry parecía llenar aquel pequeño espacio.
- Hoy está un poco desordenada. Dame un minuto para apagar el
ordenador y recoger algunas cosas. Luego nos iremos.
- Puedes tomarte tu tiempo; no tengo prisa. Aprovecharé para hablar con
tus amigos.
Harry observaba la fila de cráneos con la cabeza inclinada hacia atrás, de
modo que las puntas del pelo rozaban el borde inferior de la chaqueta.
Parecía más rubio de lo que yo recordaba.
- ¿Qué hay, tío? -le dijo al primero-. ¿Decidiste largarte mientras aún tenías
cabeza, verdad? No pude evitar una sonrisa, pero su amigo craneal
permaneció inmutable.
Mientras Harry recorría todo el estante, recogí los libros y diarios que me
había entregado Daisy Jeannotte. Pensaba volver a primera hora de la
mañana siguiente, de modo que no cogí los informes inacabados.
- ¿Y tú qué me dices? -Harry hablaba con el cuarto cráneo-. ¿No quieres
hablar? ¡Oh!, eres tan sexy cuando estás taciturno.
- 91 - -Ella siempre está taciturna.
Andrew Ryan estaba en la puerta del despacho. Harry se volvió y miró al
detective de arriba abajo. Lo hizo lentamente. Luego los ojos azules se
encontraron con los ojos azules.
- ¿Cómo? La sonrisa que mi hermana les había dedicado a los guardias de
seguridad no fue nada comparada con la que le brindó a Ryan. En ese
mismo instante supe que se avecinaba una verdadera calamidad.
- En este momento nos marchábamos -dije mientras colocaba la funda de
plástico sobre el ordenador.
- ¿Bien? -¿Bien qué, Ryan? -¿Compañía de fuera de la ciudad? -Un buen
detective siempre percibe lo obvio.
- Harriet Lamour -dijo mi hermana, extendiendo la mano-. Soy la hermana
pequeña de Tempe.
Como era su costumbre, Harry dejó bien claro el orden de los nacimientos.
- Me parece que no es de esta parte del país -bromeó Ryan. Los flecos
organizaron un baile cuando se estrecharon las manos.
- ¿Lamour? -pregunté incrédula.
- Houston. Eso cae por Texas. ¿Ha estado allí alguna vez? -¿Lamour?
-repetí-. ¿Qué ha pasado con Crone? -Una o dos veces. El paisaje es muy
bonito. -Ryan seguía interpretando el papel de Brett Maverick.
- ¿O Dawood? Eso llamó la atención de Harry.
- ¿Por qué diablos tendría que volver a utilizar nunca en la vida el apellido
de ese retrasado? ¿Tú recuerdas a Esteban, el único ser humano en todo el
planeta al que despidieron de su trabajo porque era demasiado estúpido
para apilar cajas de Coca- Cola? Esteban Dawood había sido su tercer
esposo. Me resultaba imposible recordar su cara.
- ¿Os habéis divorciado Striker y tú? -No, pero he dejado atrás su culo
chato y he borrado ese nombre ridículo.
¿Crone? ¿En qué estaría pensando? ¿Quién podría elegir un apellido como
Crone?3
¿Qué clase de apellido es ése para tus descendientes? ¿Missus Crone?
¿Primo Crone? ¿Tatarabuelo Crone? Ryan se unió a la fiesta.
- No está mal si eres un Crone solitario.
Harry se echó a reír.
- Sí, pero no me gustaría ser una vieja Crone.
- Ya está bien. Nos vamos.
3
Crone
significa «vieja fea, bruja». (N. del t.) - 92 - Cogí mi abrigo.
-
Enchanté
-le dijo a Harry. Luego se volvió y se alejó por el corredor.
- 96 -
Capítulo 11
Dos horas más tarde Harry tuvo que sacudirme para que me despertase.
Había terminado de bañarse, secarse y cualquier otra cosa que requiriese
el proceso de reparación al que se había sometido. Nos abrigamos bien y
salimos a la calle, caminando contra el viento helado en dirección a la calle
Ste. Catherine. Había dejado de nevar, pero una capa blanca lo cubría todo
y amortiguaba levemente el bullicio de la ciudad. Carteles, árboles,
buzones y coches aparcados exhibían mullidas capas de blanco.
El restaurante no estaba muy concurrido y no hubo problemas para
conseguir una mesa. Después de escoger la cena, le pregunté por el
famoso taller.
- Es impresionante. He aprendido formas de ser y de pensar
absolutamente nuevas. No estoy hablando de esa basura del misticismo
oriental, y tampoco de pociones o cristales, o de esa mierda de la
proyección astral. Quiero decir que estoy aprendiendo a controlar mi vida.
- ¿Cómo? -Estoy aprendiendo a encontrar mi propia identidad; estoy
experimentando un proceso de fortalecimiento a través del despertar
espiritual. Estoy consiguiendo la paz interior por medio de la salud y la
curación holísticas.
- ¿Despertar espiritual? -No me interpretes mal, Tempe. No se trata de
ninguna forma de renacimiento, como predicaban los jodidos evangelistas
cuando éramos pequeñas.
No tiene nada que ver con el arrepentimiento, o con hacer ruido para
expresar nuestra alegría al Señor, o con ese rollo de que los virtuosos
pueden caminar sobre las llamas.
- ¿Por qué es diferente? -Porque todo eso tiene que ver con la condena
eterna y la culpa, y con aceptar tu carga como una pecadora y con
entregarte al Señor para que Él se haga cargo de ti.
Las monjas no consiguieron venderme ese programa, y treinta y ocho años
de vida no me han hecho cambiar de opinión.
Harry y yo habíamos pasado nuestros años escolares en colegios católicos.
- Esto tiene que ver con cuidar de mí misma.
Se clavó una uña pintada en el pecho.
- ¿Cómo? -Tempe, ¿estás tratando de burlarte de mí? -No. Me gustaría
saber cómo se hace eso que me estás explicando.
- Es cuestión de interpretar tu mente y tu cuerpo, y luego se trata de
purificarte.
- Harry, ahórrate la publicidad. ¿Cómo lo haces tú? - 97 - -Bueno, comes lo
que debes y respiras correctamente, y… ¿Te has dado cuenta de que no
he pedido cerveza? Eso forma parte de la purificación.
- ¿Pagaste mucho dinero por ese seminario? -Te lo he dicho. Pagaron mis
honorarios y me dieron el billete de avión.
- ¿Y qué me dices de Houston? -Bueno, naturalmente que pagué un dinero.
Algo tienen que cobrar. Se trata de gente muy importante.
- ¿Lo ves? -dijo señalando su plato-. Nada de cadáveres para mí. Me estoy
limpiando.
- ¿Dónde encontraste el curso? -En el North Harris County Community
College.
Sonaba legal.
- ¿Cuándo comienzas aquí? -Mañana. El seminario dura cinco días. Te lo
contaré todo; te prometo que lo haré. Llegaré a casa cada noche y te
explicaré exactamente lo que hemos hecho. No hay problema en que me
quede en tu casa, ¿verdad? -Naturalmente que no. Me alegra verte, Harry,
puedes creerme. También siento una gran curiosidad por lo que estás
haciendo, pero regreso a Charlotte el lunes. -Busqué en el bolsillo interior
del bolso el juego de llaves de emergencia que siempre llevo conmigo y se
lo di-. Puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras.
- Nada de fiestas salvajes -dijo inclinándose hacia adelante mientras me
apuntaba con un dedo firme-. Tengo una mujer vigilando la casa.
- Sí, mamá -contesté. Esa ficticia vigilante de la casa era quizá nuestra
broma familiar más antigua.
Me brindó una de sus famosas sonrisas y guardó las llaves en el bolsillo de
sus tejanos.
- Gracias. Ahora dejemos de hablar de mí y te contaré en qué anda Kit.
Durante la siguiente media hora hablamos del último proyecto de mi
sobrino.
Christopher Howard,
Kit,
había nacido de su segundo matrimonio. Acababa de cumplir dieciocho
años, y su padre le había regalado una considerable suma de dinero. Kit
había comprado, y estaba restaurando, un velero de quince metros. Harry
no estaba segura de cuáles eran sus planes con respecto al barco.
«Anímate, Brennan. ¿De qué tienes miedo? Ya has estado otras veces en
Hurley y no te ahogaste en cerveza. Es verdad. ¿A qué viene entonces
tanta ansiedad?» Harry charlaba animadamente mientras desandábamos
Ste. Catherine en - 99 - dirección a Crescent. A las nueve y media la
multitud que caminaba por las aceras era una masa densa; se mezclaban
parejas y fulanas con los compradores de última hora y los turistas.
Al tramo de Crescent por encima de Ste. Catherine lo llaman la Calle de los
Sueños; lo frecuentan anglófonos y está flanqueado por bares para
solteros y restaurantes de moda: Hard Rock Café, Thursday, Sir Winston
Churchill. En los meses de verano, las terrazas están llenas de
espectadores que beben y contemplan el espectáculo de la calle. Al llegar
el invierno, la acción se traslada al interior.
Muy poca gente, excepto los asiduos de Hurley, frecuentan Crescent más
abajo de Ste. Catherine, salvo el día de San Patricio. Cuando llegamos, la
cola que nacía en la entrada del local bajaba por la escalinata y llegaba
casi hasta la esquina.
- ¡Oh, Harry! No quiero quedarme aquí parada mientras se me congela el
culo.
No pensaba mencionar la oferta de Ryan.
- ¿No conoces a nadie que trabaje aquí? -No frecuento este lugar.
- Me siento como uno de esos postres helados -dijo Harry-. ¿Estás segura
de que no conoces a nadie allí dentro? -Ryan me dijo que podía usar su
nombre si había cola.
Mis principios de igualdad estaban siendo sometidos a una dura prueba
por la hipotermia.
- Hermanita, ¿en qué estabas pensando? Harry nunca tiene problemas
para aprovechar cualquier ventaja de que disponga.
Se alejó por el borde de la acera y desapareció en la cabeza de la cola.
Momentos más tarde la vi junto a una puerta lateral, acompañada por un
tío particularmente grande del Irish National Football Club. Ambos me
hacían señas de que me acercara. Evitando mirar a aquellos que se
quedaban en la cola, bajé los escalones y me introduje en el interior del
local.
Conocía la canción y me uní al coro. Junto con el coro, las palmas iniciaron
un
staccato
de cinco golpes. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! La camarera llegó con el
último golpe.
- 103 - tío. Miré el reloj. Eran las once cuarenta. El humo me quemaba los
ojos y tenía la garganta irritada de tanto gritar.
Y me lo estaba pasando en grande.
Y quería un trago. De verdad.
- Mire, me duele la cabeza. Tan pronto como Ginger Rogers abandone la
pista de baile nos largamos de aquí.
- Como guste, vaquera. Lo ha hecho muy bien para tratarse de su primera
sesión.
- ¡Por Dios, Ryan! He estado aquí antes.
- ¿Por el cuentista? -¡No! Había pensado en eso. Amo el folclore irlandés.
Observé a Harry mientras saltaba y se meneaba. Su largo pelo rubio daba
vueltas en el aire. Todo el mundo la miraba.
- ¿Sabe Claudel dónde está Anna? -grité en el oído de Ryan después de
unos minutos.
Negó con la cabeza.
Me di por vencida. Las posibilidades de entablar una conversación eran
nulas.
Harry y el gordo seguían bailando. Él tenía la cara roja y bañada en sudor,
y la corbata colgaba en un ángulo extraño. Cuando Harry se volvió hacia
mí en uno de sus giros, hice un gesto de cortarme el cuello con un dedo.
Significaba «basta; se acabó».
Ella agitó los brazos con una expresión de alegría.
Señalé la salida con el pulgar, pero Harry ya se había dado la vuelta y no
me miraba.
¡Oh, Dios! Ryan me observaba con una sonrisa divertida en los labios.
Le dirigí una mirada que hubiese podido congelar al Niño, y él se acomodó
en su asiento y extendió ambas manos con las palmas hacia arriba en un
ademán de impotencia.
Cuando Harry se giró de nuevo hacia mí, volví a hacerle un gesto
indicándole que quería marcharme, pero ella miraba algo por encima de mi
hombro con una expresión extraña en el rostro.
A las doce y cuarto, cuando la banda hizo un pequeño receso, mis
plegarias fueron atendidas. Harry regresó, cansada y sudando, pero
resplandeciente. Su compañero daba la impresión de necesitar un
resucitador.
- ¡Guau! Me gustaría cabalgar a todo galope y quitarme la humedad de
encima.
Se pasó un dedo por el cuello, se instaló en el taburete con un pequeño
salto y bebió ávidamente la cerveza que Ryan había pedido para ella.
Cuando el tío gordo hizo un movimiento para colocarse a su lado, Harry le
dio unos golpecitos en la gorra.
- Gracias, muchachote. Ya nos veremos.
El tío inclinó la cabeza y la miró como un perro apaleado.
- 104 - -Adiós.
Harry agitó los dedos, y el tío se encogió de hombros y desapareció entre
la multitud.
Harry se inclinó por delante de Ryan.
- Tempe, ¿quién es ese tío que está allí? Hizo un gesto con la cabeza hacia
la barra que quedaba detrás de nosotras.
Comencé a girar la cabeza.
- ¡No mires ahora! -¿Qué? -Un tío alto y delgado, que lleva gafas.
Puse los ojos en blanco, lo que no ayudó en nada a mi dolor de cabeza.
Harry empleaba esa táctica en el instituto cuando yo quería marcharme de
algún sitio y ella quería quedarse.
- Lo sé. Es muy guapo y está interesado en mí. Sólo que es un tío tímido.
He estado allí; ya lo he hecho, Harry.
La banda volvió a tocar. Me levanté y me puse el abrigo.
- Hora de ir a dormir.
- No, de verdad. Ese tío te ha estado mirando todo el tiempo mientras yo
bailaba. Podía verle perfectamente a través de la ventana.
Miré en la dirección que ella me indicaba. No había nadie que encajara con
su descripción.
- ¿Dónde? Harry examinó los rostros que había alrededor de la barra; luego
miró por encima del hombro en sentido contrario.
- Te estoy hablando en serio, Tempe. -Se encogió de hombros-. Ahora no le
veo.
- Probablemente se trate de uno de mis estudiantes. Siempre se asombran
cuando me ven en alguna parte sin un andador.
- Sí, supongo que sí. El tío parecía demasiado joven para ti.
- Gracias.
Ryan observó la escena como un abuelo que contempla a sus nietas.
- ¿Estás lista? Me abroché el abrigo y me puse los mitones.
Harry echó un vistazo a su Rolex y luego dijo exactamente lo que yo
esperaba.
- Apenas es medianoche. No podríamos…
- Yo me largo, Harry. Mi apartamento está a sólo cuatro manzanas de aquí
y tú tienes un juego de llaves. Puedes quedarte si quieres.
Por un momento, pareció indecisa; después se volvió hacia Ryan.
- ¿Te quedarás un rato todavía? -Ningún problema, pequeña.
Harry me miró exactamente de la misma forma que a su compañero de
baile.
- ¿Es seguro que no te importa? -Por supuesto que no.
- Y una mierda.
- 105 - Le expliqué a qué cerradura correspondía cada llave y me abrazó.
- Permítame que la acompañe -dijo Ryan, cogiendo su chaqueta. Mi
protector.
- No, gracias. Ya soy una chica mayor.
- Entonces, deje que llame a un taxi.
- Ryan, tengo permiso para viajar sin compañía.
- Como quiera.
Volvió a sentarse mientras meneaba la cabeza.
El aire frío era una bendición después del calor y el humo del
pub,
pero esa sensación duró un milisegundo. La temperatura había descendido
varios grados y el viento soplaba con más fuerza; la sensación térmica se
situaba a mil millones de grados bajo cero.
Después de dar unos cuantos pasos tenía los ojos llenos de lágrimas y
podía sentir cómo se formaba el hielo alrededor de las aletas de la nariz.
Me cubrí la boca y la nariz con la bufanda, y la até con un fuerte nudo
detrás de la cabeza. Parecía una chiflada, pero al menos mis orificios no se
congelarían.
Hundí las manos en los bolsillos, bajé la cabeza y continué mi camino. Más
caliente, pero incapaz de ver a un metro de distancia, crucé Crescent y me
dirigí hacia Ste. Catherine. En la calle no había una alma.
Acababa de cruzar MacKay cuando sentí que la bufanda se tensaba y los
pies perdían contacto con el suelo. Al principio pensé que había resbalado
a causa del hielo, pero luego comprendí que alguien me tiraba hacia atrás.
Acababa de pasar por delante del viejo teatro York y me estaban
arrastrando hacia el lateral del edificio.
Unas manos me hicieron girar y me empujaron de cara contra la pared. Mis
manos seguían atrapadas en los bolsillos. Cuando mi rostro golpeó contra
los ladrillos me deslicé hacia abajo. Al tocar el suelo con las rodillas, sentí
que me empujaban violentamente contra la nieve. Luego recibí un fuerte
golpe en la espalda, como si alguien muy grande se hubiese dejado caer
de rodillas sobre mi espina dorsal. Una punzada de dolor se extendió por
mi espalda y todo el aliento salió expulsado a través de la bufanda.
Estaba clavada al suelo en posición supina. ¡No podía ver nada, no podía
moverme y no podía respirar! Me invadió el pánico y sentí una urgente
necesidad de aire. La sangre me golpeaba los oídos.
Cerré los ojos y me concentré en girar la boca hacia un lado. Conseguí
meter una bocanada de aire en los pulmones, luego otra, y otra. La
sensación de ardor fue remitiendo y comencé a respirar mejor.
Me dolían la cara y la mandíbula. La cabeza estaba colocada en un ángulo
difícil, y el ojo derecho, oprimido contra la nieve helada. Sentía un bulto
debajo de mí y deduje que se trataba del bolso. Había contribuido a que
me quedara sin aire.
«¡Dale el bolso!» Luché para liberarme de aquella posición, pero el abrigo
y la bufanda me ligaban como una camisa de fuerza. Sentí que un cuerpo
se movía. Parecía tenderse encima de mí. Luego sentí el aliento en mi
oreja. Aunque amortiguada por la - 106 - bufanda, la respiración sonaba
pesada y rápida, desesperada, de una intensidad animal.
«No pierdas el conocimiento. Con esta temperatura eso significa la muerte.
¡Muévete! ¡Haz algo!» Debajo de las capas de ropa tenía el cuerpo
empapado en sudor. Moví lentamente la mano dentro del bolsillo. Mis
dedos estaban resbaladizos enfundados en el guante de lana. «¡Aquí!»
Cogí las llaves. En cuanto el tío se levantara yo estaría preparada.
Indefensa, esperé mi oportunidad.
- Déjalo -siseó una voz en mi oreja.
¡Había visto el movimiento! Me quedé inmóvil.
- No sabes lo que haces. ¡Atrás! ¿Atrás de qué? ¿Quién pensaba que era
yo? -Déjalo -repitió. Su voz temblaba de emoción. Yo no podía hablar,
aunque tampoco parecía que él esperara una respuesta. ¿Acaso era un
loco y no un asaltante? Permanecimos allí durante lo que me pareció una
eternidad. Los coches pasaban como una exhalación. Había perdido la
sensibilidad en la cara y pensé que las vértebras del cuello se partirían en
cualquier momento. Respiraba con la boca muy abierta y la saliva se
helaba en la bufanda. «No pierdas la calma. Piensa.» Mi mente se debatía
entre un millón de posibilidades. ¿Estaba borracho? ¿Drogado? ¿Indeciso?
¿Acaso disfrutaba de alguna clase de fantasía perversa que desataría su
locura? Mi corazón latía con tanta fuerza que temí que fuese el catalizador
que él esperaba.
Entonces oí pasos. Él también debió de oírlos porque acentuó la presión
sobre la bufanda y me tapó la cara con una mano enguantada.
«¡Grita! ¡Haz algo!» No podía verle, y eso me volvía loca.
- ¡Déjame en paz, maldito cabrón hijo de puta! -grité a través de la
bufanda.
Pero mi voz sonó como si hubiese recorrido miles de kilómetros de
distancia, sofocada por la gruesa capa de lana.
Mantuve el juego de llaves cogido con fuerza. La mano húmeda y pegajosa
dentro del mitón estaba preparada para clavarle las llaves en el ojo a la
mínima oportunidad. De pronto, sentí que la bufanda volvía a tensarse y
que su cuerpo se erguía. Se colocó de nuevo de rodillas y concentró todo el
peso en el centro de mi espalda. Su peso y mi bolso me comprimían los
pulmones, lo que me obligaba a jadear buscando un poco de aire.
Alzó mi cabeza ayudándose con la bufanda y luego empujó hacia abajo con
fuerza. Mi oreja se aplastó contra el hielo y la gravilla, y una nube de
chispas se formó detrás de mis ojos. Repitió el movimiento, y las chispas
comenzaron a aglutinarse. Sentía la sangre que cubría mi rostro y su sabor
en la boca. Pensé que algo se había roto en mi cuello. Mi corazón golpeaba
enloquecido contra la caja torácica.
«¡Apártate de mí, jodido pedazo de mierda!» Me sentía mareada. Mi
torturado cerebro anticipaba el informe de la autopsia, mi autopsia: «Nada
debajo de las uñas.
Ninguna herida como consecuencia de una actitud de defensa.» «¡No te
desmayes!» - 107 - Me retorcí y traté de gritar, pero mi voz era un sonido
apenas audible.
Súbitamente, los golpes cesaron y mi atacante se inclinó hasta rozarme la
oreja.
Luego dijo algo, pero sólo alcancé a distinguir algunos sonidos a través del
timbre incesante que resonaba en mis oídos.
Después sentí que su mano me apretaba la espalda y que su cuerpo se
separaba.
Oí el sonido de pasos que se alejaban sobre la nieve y luego el
desconocido desapareció.
Aturdida, saqué las manos de los bolsillos, me coloqué a gatas y conseguí
sentarme. Levanté las rodillas y puse la cabeza entre ellas para combatir
las náuseas.
Me caía agua de la nariz y tenía la boca llena de sangre o saliva. Las
manos me temblaban mientras me enjugaba el rostro con el extremo de la
bufanda, y sabía que estaba a punto de echarme a llorar.
El viento sacudía las ventanas rotas en el teatro abandonado. ¿Cuál era el
nombre?: ¿Yale?, ¿York? En ese momento, esa cuestión parecía
terriblemente importante. Antes lo sabía, ¿por qué no era capaz de
recordarlo entonces? Me sentía desorientada y comencé a temblar de un
modo descontrolado; temblaba de frío, de miedo y tal vez de alivio.
Cuando los vahídos pasaron, me puse lentamente de pie, eché a andar
junto a la pared lateral del edificio desierto y me asomé con cuidado al
llegar a la esquina. No había nadie a la vista.
Me dirigí a casa tambaleándome. Las piernas parecían de goma y miraba
por encima del hombro a cada paso. Los escasos peatones con los que me
crucé miraron hacia otro lado y se apartaron de mi camino. Para ellos, sólo
era otra borracha.
Diez minutos más tarde, me encontraba sentada en el borde de mi cama.
Comprobé si estaba herida. Mis pupilas se movían de manera coordinada,
y no sentía mareos ni náuseas.
La bufanda había sido una bendición. Aunque le había proporcionado a mi
agresor un punto por donde cogerme, también había atenuado la fuerza de
sus golpes. En el costado derecho de la cabeza tenía unos pocos cortes y
abrasiones; sin embargo, no había sufrido ninguna contusión grave.
«No está mal para una superviviente de un asalto con violencia en una
calle desierta», pensé mientras me metía entre las sábanas. Pero ¿había
sido un asalto? El desconocido no me había robado nada. ¿Por qué se
había largado de aquella manera? ¿Acaso sintió pánico y decidió
abandonar lo que pensaba hacer? ¿Se trataba sólo de un borracho?
¿Descubrió que yo no era quien él pensaba? Las temperaturas inferiores a
los cero grados raramente inspiran agresiones sexuales al aire libre. ¿Cuál
había sido el motivo de la agresión? Intenté dormir pero mi mente seguía
presa del subidón de adrenalina. ¿O se trataba del clásico síndrome de
estrés postraumático? Mis manos continuaban temblando y daba un brinco
en la cama ante cualquier ruido.
- 109 -
Capítulo 12
- Claudel
ici.
-…
caractéristiques physiques?
- 121 -
Capítulo 13
En el mundo hay registros que identifican el lugar más frío del planeta, el
más seco, el más bajo. El lugar más lúgubre es, sin duda, el departamento
de obras publicadas por entregas y microfilmes de la biblioteca McLennan
en la Universidad McGill. Es una sala larga y estrecha situada en el
segundo piso, de hormigón armado e iluminada con tubos fluorescentes;
fue adornada astutamente con un suelo rojo sangre.
Siguiendo las instrucciones de la bibliotecaria, me abrí paso a través de
pilas de periódicos y publicaciones hasta llegar a unas estanterías de metal
que contenían pequeñas cajas de cartón y latas redondas de metal.
Encontré las que estaba buscando y las llevé a la sala de lectura. Decidí
comenzar por la prensa inglesa.
Saqué un rollo de microfílme y lo coloqué en la máquina de lectura.
En 1846, el
Montreal Gazette
era una publicación trisemanal con un formato como el
New York Times
actual: columnas estrechas, pocas fotografías, muchos anuncios. El visor
no era muy bueno y tampoco el microfílme. Era como tratar de leer debajo
del agua. Las letras se desenfocaban continuamente, y pelos y partículas
de suciedad cruzaban la pantalla.
Los anuncios alababan las bondades de las gorras de piel, los artículos de
escritorio británicos, las pieles de oveja sin teñir. El doctor Taylor quería
que uno le comprase su bálsamo hepático; el doctor Berlin, sus píldoras
contra la bilis. John Bower Lewis se anunciaba como un excelente abogado
y procurador judicial. Pierre Grégoire se habría mostrado encantado de
peinarlo. Leí el anuncio:
-
¿Birdie?
Miré el reloj. Eran las diez treinta. No tenía ganas de volver a salir.
Marqué el número de Pete, que había sido mi número durante muchos
años.
Podía ver el teléfono colgado en la pared de la cocina y la muesca en
forma de V en la parte derecha del aparato. Habíamos pasado buenos
momentos en esa casa, especialmente en esa cocina, con la chimenea y la
enorme y antigua mesa de pino.
Los invitados siempre acababan en la cocina; no importaba dónde tratara
de llevarlos.
Me respondió el contestador y la voz de Pete pidiendo que dejase un
mensaje breve. Dejé uno. Luego llamé a Harry. La misma rutina: se
accionó el contestador y oí mi voz.
Después, escuché los mensajes: Pete, el jefe de mi departamento en la
facultad, dos estudiantes, una amiga invitándome a una fiesta el martes de
la semana anterior, mi suegra, dos personas que habían colgado antes de
dejar ningún mensaje y Ann, que es mi mejor amiga. No había ninguna
mina terrestre. Siempre es un alivio cuando la serie de monólogos continúa
su curso sin describir catástrofes ocurridas o en marcha.
Metí una pizza congelada en el microondas, me la comí y me puse a
deshacer el equipaje. Entonces, sonó el teléfono.
- ¿Buen viaje? - 125 - -No estuvo mal. La misma vieja rutina.
-
Birdie
dice que te llevará a juicio.
- Es por
Birdie.
Necesita comprobar que seguimos siendo amigos. Creo que piensa que es
el culpable de lo que ha pasado.
- Muy bien.
- Estoy seguro de que no quieres verlo sometido a terapia veterinaria.
Sonreí.
- De acuerdo, pero llevaré algo.
- Por mí está bien.
El día siguiente fue más agitado de lo que había imaginado. Me levanté a
la seis y estaba en el campus a las siete treinta. A las nueve ya había
comprobado el correo electrónico, clasificado el correo normal y repasado
las notas para mis clases.
Devolví los exámenes corregidos en mis dos clases, de modo que tuve que
extender mis horas de despacho mucho más allá del horario normal.
Algunos estudiantes querían discutir sus notas; otros necesitaban
clemencia por haber fallado la prueba. Durante el período de exámenes,
siempre muere algún familiar y ocurre toda clase de crisis personales que
dejan incapacitados a los estudiantes. Ese semestre no había sido una
excepción.
A las cuatro asistí a una reunión donde pasé una hora y media discutiendo
si el Departamento de Filosofía podía cambiar el título de un curso de nivel
superior sobre santo Tomás de Aquino. Regresé a mi despacho; la luz del
contestador parpadeaba. Había dos mensajes.
Uno era de otro estudiante cuya tía había muerto. El segundo correspondía
a un mensaje grabado de la seguridad del campus advirtiendo de que unos
desconocidos habían entrado por la fuerza en el edificio de Ciencias
Físicas.
Acto seguido, me dediqué a reunir diagramas, calibradores, moldes y una
lista - 126 - de materiales para que mi ayudante los tuviera preparados
para un ejercicio en el laboratorio el día siguiente. Luego pasé una hora en
el laboratorio asegurándome de que los especimenes que había escogido
eran los apropiados.
A las seis de la tarde cerré con llave todos los armarios y la puerta del
laboratorio. Los corredores del edificio Colvard estaban desiertos y
silenciosos, pero cuando doblé la esquina en dirección a mi despacho me
sorprendió ver a una joven apoyada contra la puerta.
- ¿Puedo ayudarte? Dio un brinco al escuchar mi voz.
- Yo… No. Lo siento. Llamé a la puerta. -Hablaba sin girar la cabeza, lo que
hacía que no pudiese distinguir su rostro-. Me he equivocado de despacho.
- Después se alejó por el corredor, doblé la esquina y desapareció.
De pronto, recordé el mensaje emitido por la seguridad del campus.
«Tranquila, Brennan. Es probable que esa joven sólo estuviese escuchando
para comprobar si había alguien dentro de la oficina.» Giré el pomo y la
puerta se abrió. Maldita sea. Estaba segura de que había echado la llave.
¿O no lo había hecho? Llevaba los brazos tan cargados que tuve que cerrar
la puerta empujándola con el pie. Tal vez el cerrojo no había funcionado.
Hice un rápido inventario de la habitación. Todo parecía estar en su sitio.
Busqué mi bolso en el último cajón del archivador y comprobé su
contenido: dinero, llaves, pasaporte, tarjetas de crédito; todo lo que
merecía la pena ser robado estaba allí.
Tal vez era verdad que se había equivocado de oficina. Quizá había echado
un vistazo dentro de mi despacho, y tras comprobar que se había
equivocado, se marchaba cuando yo llegué. De hecho, no la había visto
abriendo la puerta.
En fin.
Metí algunas cosas en el maletín, hice girar la llave de la puerta y
comprobé la cerradura. Luego me dirigí al aparcamiento.
Hasta la década de los sesenta, Charlotte era una ciudad segregada, pero
a partir de entonces un extraordinario grupo de líderes blancos y negros
comenzó a - 127 - trabajar hombro con hombro para llevar la integración
racial a restaurantes, alojamientos públicos, lugares de entretenimiento y
transporte. Cuando el juez James B. McMillan anunció en 1969 la ley del
transporte escolar obligatorio para negros y blancos, no se produjeron
disturbios en la ciudad. El juez tuvo que soportar personalmente una fuerte
carga de animosidad, pero su orden se mantuvo y la ciudad la acató.
Siempre he vivido en la parte sureste de la ciudad: Dillworth, Myers Park,
Eastover, Foxcroft. Aunque quedan a una distancia considerable de la
universidad, estos barrios son los más antiguos y bonitos; forman
laberintos de calles sinuosas flanqueadas por casas majestuosas y
extensos prados que reciben la sombra de enormes y frondosos olmos y
robles más viejos que las pirámides. La mayoría de las calles de Charlotte,
como la mayor parte de su gente, son agradables y elegantes.
Bajé el cristal de la ventanilla y aspiré el aire de esa tarde de finales de
marzo.
Había sido uno de esos días de transición, no del todo primaverales pero
sin trazas del invierno, uno de esos en que te pones y te quitas la chaqueta
al menos una docena de veces. Los azafranes se asomaban a la superficie
de la tierra y muy pronto el aire estaría invadido por la generosa fragancia
de cerezos silvestres, ciclamores y azaleas. «Olvídate de París. En
primavera, Charlotte es la ciudad más hermosa del planeta.» Para ir desde
el campus de la universidad hasta mi casa tengo varias alternativas. Esa
noche decidí ir por la autopista, por lo que utilicé la salida posterior a
Harris Boulevard. Las autopistas interestatales I-85 e I-77 tenían un tráfico
fluido, de modo que apenas en un cuarto de hora crucé la zona norte de la
ciudad y me dirigí hacia el sureste por Providence Road. Me detuve un
momento en Pasta and Provisions Company para comprar espaguetis,
ensalada César y pan de ajo, y unos minutos después de las siete, llamaba
al timbre de la casa de Pete.
Abrió la puerta vestido con unos tejanos gastados y una camiseta de rugby
amarilla y azul, con el cuello abierto. Tenía el pelo ligeramente
desordenado, como si se hubiese peinado con los dedos. Su aspecto era
bueno. Pete siempre tiene buen aspecto.
- ¿Por qué no has usado tu llave? ¿Por qué no lo había hecho? -¿Y
encontrarme a una rubia en ropa interior en el dormitorio? -¿Está aquí
ahora? -preguntó dándose la vuelta como si realmente la estuviese
buscando.
- Ya te gustaría. Aquí tienes. Pon agua a calentar.
Le di el paquete de pasta italiana.
- Hola,
Birdie.
¿Me has echado de menos? El gato no se movió.
Cuando abrí la puerta del coche, Pete apoyó su mano sobre la mía.
- ¿Estás segura de que no quieres quedarte? Me apretó suavemente los
dedos y con la otra mano me acarició el pelo.
¿Lo estaba? Sus caricias eran tan suaves y la cena había parecido tan
normal, tan placentera. Sentí que en mi interior algo comenzaba a
derretirse.
«Piensa, Brennan. Estás cansada. Estás caliente. Vete a casa.» -¿Qué pasa
con Judy? -Una alteración temporal en el orden cósmico.
- No lo creo, Pete. Ya hemos pasado por esto. He disfrutado de la cena.
Se encogió de hombros y apartó las manos.
- Ya sabes dónde vivo -dijo, y regresó a la casa.
En alguna parte leí que el cerebro humano tiene diez billones de células.
Esa noche todas las mías estaban despiertas y mantenían una frenética
comunicación sobre un único tema: Pete.
¿Por qué no había utilizado mi llave? «Límites», convinieron las neuronas.
No se trataba del viejo desafío: «he trazado una línea en el polvo, no te
atrevas a cruzarla», sino el establecimiento de nuevos límites territoriales,
tanto reales como simbólicos.
¿Por qué se había producido la ruptura? Hubo un tiempo en el que no
deseaba otra cosa que casarme con Pete y vivir el resto de mi vida a su
lado. ¿Qué había cambiado entre la Tempe de entonces y la de ese
momento? Cuando me casé era muy joven, pero ¿era realmente una
persona tan diferente de la que era esa noche? ¿O acaso los dos Pete
alteraron sus rumbos? ¿Había sido tan irresponsable el Pete con el que me
casé? ¿Tan poco digno de confianza? ¿Había pensado yo entonces que eso
formaba parte de su encanto? «Estás empezando a parecerte a una
canción de Sammy Cahn», gritaron las neuronas.
¿Qué era lo que nos había llevado a la separación? ¿Qué elecciones
habíamos hecho? ¿Las haríamos entonces? ¿Fui yo? ¿Fue Pete? ¿Qué era lo
que había salido mal? ¿O había salido bien? ¿Me encontraba en un sendero
nuevo pero correcto y el camino de mi matrimonio había llegado tan lejos
como estaba previsto que me llevase? «Preguntas muy difíciles», dijeron
las neuronas.
- 129 - ¿Aún deseaba acostarme con Pete? Obtuve un sí unánime de las
neuronas.
«Pero ha sido un año magro para el sexo», argumenté.
«Una elección de palabras muy interesante -señalaron los tíos del
inconsciente-. Magro. Nada de carne implica hambre.» «Estuvo ese
abogado en Montreal», protesté.
«No se trata de eso -dijeron los centros superiores-. Ese tío apenas si
superó el listón. Pero con éste el indicador del voltaje se encuentra en la
zona roja.» No se puede discutir con el cerebro cuando está de ese humor.
Capítulo 14
Capítulo 15
El
Melanie Tess
era la última embarcación que había a la derecha; Katy contempló durante
unos minutos el Chris Craft de doce metros, pero no dijo nada.
El
Melanie Tess
no me era exactamente desconocido, pero habían pasado cinco años
desde la última vez que pisé su cubierta y sentía curiosidad por ver los
cambios que Sam había descrito.
Nuestra inspección reveló una cocina un escalón por debajo y delante del
salón principal. Disponía de dos quemadores, un fregadero y una nevera
de madera con una manija antigua en el refrigerador. El suelo era de
parquet y las paredes de teca.
En la zona de estribor, estaba el comedor con los cojines tapizados en rosa
y verde.
Más allá de la cocina había una despensa, una letrina y una litera en forma
de V, con espacio suficiente para dos personas.
A popa se encontraba el camarote del capitán, que tenía una cama doble y
los armarios espejados. Al igual que en el comedor y el salón principal,
predominaban la madera de teca y las telas de algodón con motivos
florales. Katy pareció aliviada al descubrir la ducha en el baño principal.
- Esto es genial -dijo-. ¿Puedo quedarme con la litera? -¿Estás segura?
-pregunté.
- Totalmente. Parece tan cómoda que creo que me haré un nido allí y
pondré mis cosas en esos estantes. -Imitó los movimientos de colocar y
ordenar objetos pequeños.
Me eché a reír. La rutina de George Carlin era uno de nuestros papeles de
comedia favoritos.
- Además, sólo estaré aquí dos noches. Quédate tú con la cama doble.
- Muy bien.
- Mira, una nota con tu nombre.
- 139 - Cogió un sobre que había en la mesa y me lo entregó. Lo abrí y
saqué una hoja de papel.
El agua y la electricidad están conectadas, de modo que no deberías tener
problemas. Llámame cuando te hayas instalado.
Quiero llevarte a cenar. Que lo pases bien.
SAM Guardamos las provisiones y luego Katy fue a ordenar sus cosas
mientras yo telefoneaba a Sam.
- Hola, cariño. ¿Todo en orden? -Hace veinte minutos que llegamos. Esto es
hermoso, Sam. No puedo creer que sea el mismo barco.
- No hay nada que un poco de dinero y músculos no puedan conseguir.
- Ya se ve. ¿Te quedas alguna vez a bordo? -¡Oh, sí! Por eso tengo teléfono
y contestador. Es un poco sofisticado para ese barco, pero no puedo
arriesgarme a perder mis mensajes. Puedes dar ese número sin ningún
problema.
- Gracias, Sam. Realmente aprecio lo que haces por mí.
- ¡Diablos!, apenas si lo utilizo. Alguien debe hacerlo.
- Bueno, gracias otra vez.
- ¿Qué me dices si cenamos juntos? -Ciertamente, no quisiera abusar de…
- ¡Eh!, que yo también tengo que comer. Te diré lo que haremos. Dentro de
un momento me acercaré al mercado Gay Seafood a comprar unos meros
para un plato que Melanie piensa preparar mañana. Podríamos
encontrarnos en Factory Creek Landing. Está a la derecha, justo después
de Ollie's y antes de llegar al puente. No es un lugar lujoso, pero preparan
unas gambas excelentes.
- ¿A qué hora? -Ahora son las seis cuarenta; podríamos quedar a las siete
treinta. Tengo que pasar por la tienda y recoger la Harley.
- Con una condición: pago yo.
- Eres una mujer dura, Tempe.
- No te metas conmigo.
- ¿Sigue en pie lo de mañana? -Si está bien para ti. No quisiera…
- Sí, sí. ¿Se lo has dicho a ella? -Todavía no, pero se lo imaginará cuando se
encuentren. Te veré en una hora.
Dejé el bolso sobre la cama y subí al puente. El sol se ponía detrás del
horizonte y los últimos rayos teñían el mundo con un rojo cálido: encendían
la marisma a mi derecha y coloreaban un ibis blanco que se encontraba
entre la hierba de la orilla. La estructura oscura del puente de Beaufort
destacaba contra el rosa del cielo como el espinazo de un viejo monstruo
arqueado. Las embarcaciones amarradas en la marina hacían guiños a
través del río hacia nuestro pequeño muelle.
- 140 - Aunque comenzaba a hacer frío, el aire aún parecía satinado. Una
súbita brisa levantó un mechón de pelo y lo aplastó suavemente contra mi
cara.
- ¿Cuál es el programa? -Nos encontraremos con Sam Rayburn para cenar
dentro de media hora.
- ¿Sam Rayburn? Pensé que estaba muerto.
- Y lo está. Éste es el alcalde de Beaufort y un viejo amigo.
- ¿Cómo de viejo? -Mayor que yo, pero aún camina. Te gustará.
- Espera un momento. -Me señaló con un dedo y pude ver el pensamiento
cobrando forma en sus ojos. Luego la sinapsis-. ¿Es el tío de los monos?
Sonreí y me di unos golpecitos en la cabeza con ambas manos.
- ¿Es allí a donde iremos mañana? No, no me contestes. Por supuesto que
sí.
Por eso la prueba de la tuberculosis y el registro de vacunación.
- Recogiste los resultados, ¿verdad? -Puedes anular mi cama en el
sanatorio -dijo extendiendo el brazo-. No tengo tuberculosis.
Cuando llegamos al restaurante, la moto de Sam estaba aparcada fuera. El
último verano había añadido el Lotus, el velero y el ultraligero a su larga
lista de juguetes. Nunca estoy segura de si esos juguetes son la forma que
tiene Sam de mantener a raya la mediana edad o un intento de integrarse
en las actividades de los seres humanos después de haber dedicado años
a estudiar las actividades de los primates.
Aunque es una década mayor, Sam y yo hemos sido amigos durante más
de veinte años. Cuando nos conocimos yo era estudiante de segundo año
de la universidad y Sam estudiante de segundo año de posgrado.
Sospecho que nos sentimos atraídos porque hasta ese momento nuestras
vidas habían sido completamente diferentes.
Sam es de Texas, hijo único de una familia judía propietaria de una casa de
huéspedes. Cuando Sam tenía quince años, su padre fue asesinado por
defender una caja registradora que tenía doce dólares. Después de la
muerte de su esposo, la señora Rayburn se hundió en una depresión de la
que nunca se recuperó. Sam asumió la carga de llevar el negocio familiar
al mismo tiempo que acababa el instituto y cuidaba de su madre. Tras su
muerte, siete años más tarde, vendió la casa de huéspedes y se alistó en
el cuerpo de
marines.
Estaba furioso, desasosegado y no le interesaba nada.
-
Macaca mulatta.
- Nadie. Esos monos no tienen ningún virus y cuestan una pasta. Cualquier
persona, y me refiero a cualquiera, que ponga un pie en la isla debe contar
con mi aprobación. Ha de estar absolutamente inmunizada, lo que incluye
una prueba de 6 Dirección de Alimentos y Medicinas.
(N. del T.)
- 147 -
Capítulo 16
Me quedé inmóvil con esa cosa en la mano. No podía creer lo que mis ojos
me decían.
Sam habló primero.
- Es un maxilar inferior humano.
- Sí. -Observé la filigrana de sombras que resbalaba por su rostro.
- Probablemente una vieja sepultura india.
- No con este trabajo dental.
Hice girar el hueso y el sol arrancó reflejos de oro.
- Esto fue lo que atrajo la atención de J-7 -dijo Sam, mirando las coronas.
- Y esta carne -añadí señalando un terrón marrón que colgaba de la
articulación.
- ¿Qué significa eso? Alcé el hueso y lo olí. Tenía el olor desagradable y
empalagoso de la muerte.
- En este clima, en función de que el cuerpo estuviese enterrado o bien en
la superficie, esta persona podría llevar muerta menos de un año.
- ¿Cómo coño es posible? Una vena palpitaba en la frente de Sam.
- No me grites a mí. ¡Aparentemente, no todo el mundo que viene a esta
isla ha recibido tu aprobación! Aparté la mirada.
- ¿Dónde diablos lo encontró? -Es tu mono, Sam. Descúbrelo tú.
- Puedes apostar a que lo haré.
Se dirigió dando grandes zancadas hacia la estación de campo, salvó los
escalones de dos en dos y desapareció en el interior. A través de las
ventanas abiertas oí claramente que llamaba a Jane.
Por un momento, permanecí donde estaba, escuchando el sonido de las
hojas de las palmeras y sintiendo que aquello era surrealista. ¿Había
entrado realmente la muerte en mi isla de la tranquilidad? «¡No! -gritó una
voz en mi cabeza-. ¡Aquí no!» Un momento después oí el chirrido de los
muelles cuando la puerta de tejido de alambre se abrió violentamente.
Sam salió acompañado de Jane y me llamó.
- Ven, Temperance. Reunamos a los sospechosos habituales. Jane sabe
adonde va el grupo O cuando no está en el campamento, de modo que
podríamos seguirle el rastro por el collar de J-7. Tal vez el jodido bribón nos
tenga reservada otra sorpresa.
No me moví.
- Maldita sea, lo siento; pero no me gusta nada que aparezcan trozos
humanos - 148 - en mi isla. Ya conoces mi carácter.
Lo conocía, pero no había sido el estallido de cólera de Sam lo que me
había conmocionado. Percibía la fragancia a pino y sentía la brisa cálida en
mis mejillas.
Sabía lo que había allí fuera y no quería encontrarlo.
- Vamos.
Inspiré profundamente y con el mismo entusiasmo que una mujer que
acude a una visita solicitada por un oncólogo.
- Espera.
Fui a la estación de campo y busqué en la cocina hasta encontrar un
recipiente de plástico. Metí el maxilar dentro, lo cerré herméticamente y lo
oculté en un armario en el cuarto trasero. Luego dejé una nota para Katy.
Tomamos un sendero que nacía detrás de la estación y seguimos a Jane
hacia el centro de la isla. La joven nos condujo hasta una área donde los
árboles eran enormes y el follaje formaba una sólida bóveda a varios
metros de altura. El suelo era una alfombra afelpada de humus y agujas de
pino, y el aire estaba impregnado con el olor de la vegetación
descompuesta y los excrementos animales. El siseo entre las ramas me
confirmó que los monos estaban cerca.
- Aquí hay alguien -dijo Jane encendiendo su receptor. Sam inspeccionó las
copas de los árboles con los prismáticos, tratando de divisar los códigos
tatuados.
- Es el grupo A -dijo.
- ¡Huhh! Un mono joven estaba agazapado en una rama encima de mí, con
los hombros caídos, la cola en el aire y los ojos fijos en mi cara. El grito
agudo y gutural era su manera de decir «¡atrás!».
Cuando lo miré, el mono retrocedió, bajó la cabeza y luego la levantó en
diagonal a través del cuerpo. Repitió la reverencia varias veces; después
se giró y salió disparado hacia el siguiente árbol.
Jane ajustó el botón de sintonización del aparato y luego cerró los ojos para
escuchar; tenía el rostro tenso a causa de la concentración. Un momento
más tarde, sacudió la cabeza y reemprendió la marcha por el sendero.
Sam examinaba las copas de los árboles cuando Jane volvió a detenerse y
giró en el sentido de las agujas del reloj, totalmente concentrada en los
sonidos de sus auriculares.
- Percibo una señal muy débil -dijo finalmente.
Se volvió en la dirección en la que el mono había desaparecido, se detuvo
un momento y completó el giro.
- Creo que está cerca de Alcatraz. -Señaló hacia las diez en punto.
Mientras que la mayoría de los corrales en la isla están designados con una
letra, unos pocos de los más viejos tienen nombres como O. K. Corral o
Alcatraz.
Nos dirigimos hacia Alcatraz, pero justo al sur del corral Jane abandonó el
sendero y se metió entre los árboles. La vegetación era más espesa, y el
suelo tenía una consistencia esponjosa. Sam se volvió hacia mí.
- 149 -
Alice
es un cocodrilo de cuatro metros de largo que ha vivido en Murtry desde
que se tiene memoria. Nadie recuerda quién le puso ese nombre. El
personal de la estación respeta su derecho a vivir allí y la deja tranquila en
su estanque.
- ¿Y ahora qué? -Ahora tendrás que llamar al forense local y él, o ella,
llamará a su antropólogo local. -Me levanté y sacudí la suciedad de los
tejanos-. Y todos hablarán con el
sheriff.
-
¿Alice
ha cogido otro mono? -No. -Sam se mostró parco-. ¿Adonde llevas ese
alimento? -A la estación siete.
Pausa larga. Tap. Tap… La mina se rompió, y Sam arrojó el lápiz a una
papelera que había en el otro extremo de la cocina.
- No me importa lo que haya dicho; sigue intentándolo. Dile que me llame
a la isla. Esperaré.
Colgó el auricular con violencia.
- 155 - -¿Crees que puede encargarse de los intrusos? -Kim come clavos en
el desayuno.
Alguien contestó la llamada, y Sam pidió por la oficial Waggoner.
- Espera a verla -dijo mientras cubría el auricular con la mano.
Para cuando el personal del campamento volvió a reunirse en la estación
principal, la situación estaba bajo control. Katy se marchó en la
embarcación del equipo que trabajaba en la isla mientras que Sam y yo
nos quedamos en la estación.
Kim llegó poco después de las cinco y era exactamente como Sam la había
descrito.
Llevaba un mono de camuflaje, botas de combate, un sombrero
australiano y suficiente munición como para cazar rinocerontes. La isla
estaría a salvo.
- Lo haré.
- Comprendes por qué no puedo encargarme de la recuperación de los
restos en esta escena, ¿verdad? -Escena. Mierda.
Cuando cerré la puerta y me incliné hacia la ventanilla abierta, Sam
comenzó con un nuevo argumento.
- Tempe, piensa en ello. La isla de los monos. Un cadáver enterrado. El
alcalde.
Si se produce alguna filtración la prensa se volverá loca con la noticia y
sabes muy bien cuán delicado es el tema de los derechos de los animales.
No necesito que los medios de comunicación descubran lo que ha pasado
en Murtry.
- Eso podría suceder sin importar quién se haga cargo del caso.
- Lo sé. Es sólo…
- Olvídalo, Sam.
Mientras observaba cómo se alejaba la camioneta, el pelícano describió un
amplio círculo y se lanzó en picado sobre el agua. Un nuevo pez apareció
brillando en su pico. Sam tenía la misma tenacidad. Dudaba de que
olvidara el asunto, y no me equivocaba.
- 156 -
Capítulo 17
- ¿Tiene el
sheriff
Baker alguna idea de quién podría estar enterrado en la isla? -Por esta
zona circula mucha droga. Hablará con los oficiales de aduanas y con los
tíos de la DEA que trabajan en esta parte del Estado. Y también con la
gente de fauna salvaje. Harley me ha dicho que el mes pasado estaban
colocando marcas para delimitar las marismas en el río Coosaw. Él cree
que uno de los traficantes de drogas es nuestra mejor apuesta, y estoy de
acuerdo. Esos tíos valoran la vida tanto como una compresa usada. Nos
ayudarás en este caso, ¿verdad? Acepté a regañadientes. Le dije qué clase
de equipo necesitaba para hacer mi trabajo y repuso que se encargaría de
todo. A las diez, ya estaba preparada.
Esos tíos utilizan esta zona para traer alijos de droga. Él sospecha que
algún trato se torció y alguien acabó con un cadáver entre las manos.
- ¿Qué harás allí? -Desenterraremos el cadáver, recogeremos muestras y
tomaremos un montón de fotografías.
- No, no. Dime exactamente lo que harás tú. Podría utilizar ese material
para un proyecto o algo por el estilo.
- ¿Paso a paso? Asintió y buscó una posición más cómoda, apoyándose en
los cojines del sofá.
- Es un trabajo rutinario. Limpiaremos la zona y estableceremos una
cuadrícula con un punto de referencia para los dibujos y las mediciones. -El
sótano de St. Jovite destelló en mi mente-. Cuando hayamos terminado con
la recolección de muestras en la superficie, abriré la tumba. Algunos
equipos de recuperación excavan por niveles; examinan los diferentes
estratos y buscan cualquier elemento significativo.
Pero en este caso no creo que sea necesario. Cuando alguien cava un
agujero, deja caer un cadáver y lo cubre de tierra, no se practica ninguna
clase de estratigrafía.
Pero mantendré limpio un lado de la zanja para disponer de un perfil
mientras excavo la tumba. De ese modo, se puede ver si hay marcas de
herramientas en la tierra.
- ¿Marcas de herramientas? -Una pala, una azada o un pico dejan una
huella en la tierra. Nunca he visto una, pero algunos de mis colegas juran
que sí. Ellos afirman que se pueden tomar impresiones, y luego hacer
moldes y compararlos con las herramientas sospechosas.
Lo que sí he visto muchas veces son impresiones de calzado en el fondo de
las tumbas, especialmente si hay arcilla y cieno. Yo buscaré esa clase de
huellas.
- ¿Del tío que cavó la tumba? -Sí. Cuando el hoyo alcanza cierta
profundidad, la persona que está cavando puede saltar dentro y continuar
desde allí. Si es así, el calzado deja huellas. También tomaré muestras del
suelo. En algunas ocasiones, la tierra de una tumba puede ser comparada
con la suciedad que se encuentre en un sospechoso.
- O en el suelo de su armario.
- Exacto. Y también recogeré algunos bichos.
- ¿Bichos? -Esa sepultura estará llena de bichos. Para empezar, es una
tumba poco profunda, y los gallinazos y las mofetas se han turnado para
dejar el cuerpo parcialmente expuesto. Las moscas se están dando un
festín en esa parte de la isla.
Nos serán muy útiles para determinar el IPM.
Todo fue en vano. Excepto por los dos cuerpos, no encontramos nada. Las
víctimas habían sido desnudadas y enterradas después de haber sido
despojadas de cualquier cosa que pudiese relacionarlas con las vidas que
habían tenido. Y a pesar de todos mis esfuerzos, ni la posición en que se
encontraban las víctimas ni nada que pudiese observar en el contorno de
la tumba o en su contenido indicaban si ambas habían sido enterradas de
forma simultánea o si el cadáver superior había sido enterrado en una
fecha posterior.
Eran casi las ocho cuando observamos que Baxter Colker cerraba con llave
la puerta trasera de la camioneta de transporte.
El
sheriff,
Sam y yo estábamos reunidos junto al camino asfaltado, encima del muelle
donde habíamos amarrado las embarcaciones.
Baker era bastante más alto que los otros dos hombres, y Sam y Colker
juntos no igualaban su masa corporal. Debajo de la camisa del uniforme, el
tórax y los brazos del
sheriff
parecían haber sido forjados en hierro. El rostro era anguloso y tenía la piel
del color del café bien cargado. Harley Baker parecía un boxeador de peso
pesado y hablaba como un licenciado por Harvard.
- Gracias,
sheriff.
Tanto su detective como su ayudante fueron de gran utilidad.
2
Nombre de la plantación donde vive Escarlata O'Hara en la película Lo que el viento se llevó. (N. del T.)
Ha estado fuera todo el día ocupándose de no sé qué maldito asunto y
nadie sabía dónde se encontraba o qué era lo que estaba haciendo. Todo
muy secreto; es seguro que la tía Bee y él trabajan como agentes
encubiertos para la CIA.
- El sheriff
Baker es un hombre de confianza.
Tragué una cucharada de ensalada de col.
- ¿Le conoce? -Pasé todo el día con él.
- Eso que está masticando suena diferente.
- Hush puppy.
- ¿Qué es un hush puppy?
- Si lo pagamos a medias, le conseguiré uno para mañana.
- ¿Qué es? -Harina de maíz frita.
- ¿Qué estuvo haciendo con Baker todo el día? Le hice un resumen de la
recuperación de los cuerpos.
- ¿Y Baker sospecha de los traficantes de drogas? -Sí, pero yo no estoy de
acuerdo.
- ¿Por qué no? -Ryan, estoy agotada, y Baker nos espera mañana
temprano. Se lo contaré entonces. ¿Podrá encontrar la marina de Lady's
Island? -Mi primera elección será Lady's Island.
Le di un par de direcciones y colgué el auricular. Luego acabé la cena y me
metí en la cama sin preocuparme por el pijama. Dormí desnuda y como un
tronco durante ocho horas. No soñé absolutamente nada que pudiese
recordar.
Capítulo 18
A las ocho de la mañana del lunes, el tráfico era muy denso en el puente
Woods Memorial. El cielo estaba cubierto de nubes, y el río, picado y de
color verde pizarra.
El parte meteorológico de la radio preveía precipitaciones poco
importantes y una máxima de veintidós grados. Ryan parecía
completamente fuera de lugar con sus pantalones de lana y la chaqueta
tejida, como si fuese una criatura del Ártico trasplantada a los trópicos. Ya
estaba transpirando mientras conducía entre la lenta caravana de coches.
Mientras atravesábamos Beaufort le expliqué cómo funcionaba la
jurisdicción en el condado. Le dije a Ryan que el Departamento de Policía
de Beaufort actúa estrictamente dentro de los límites de la ciudad y le
describí asimismo los otros tres municipios: Port Royal, Bluffton y Hilton
Head, cada uno con su propia policía.
- El resto del condado de Beaufort no está incorporado territorialmente, de
modo que es competencia del
sheriff
-le dije-. Su departamento también presta servicios a la isla de Hilton Head;
detectives, por ejemplo.
- Suena igual que Québec -dijo Ryan.
- Lo es; sólo hay que saber qué terreno se pisa en cada momento.
- Simonnet hizo sus llamadas a Saint Helena, de modo que es jurisdicción
de Baker.
- Sí.
- Me ha dicho que es un tío de confianza.
- Dejaré que se forme su propia opinión.
- Hábleme de esos tíos que desenterró en la isla.
Lo hice.
- ¡Caray!, Brennan, ¿cómo hace para meterse en estas cosas? -Es mi
trabajo, Ryan.
La pregunta me irritó. En los últimos tiempos, todo lo relacionado con Ryan
me irritaba.
- Pero estaba disfrutando de sus vacaciones.
Sí. Estaba en Murtry con mi hija, en efecto.
- Debe ser mi rica vida imaginaria -dije-. Invento cadáveres; luego pruebas,
y allí están. Eso da sentido a mi vida.
Apreté los dientes y observé las pequeñas gotas que comenzaban a mojar
el parabrisas. Si Ryan necesitaba conversación podía hablar consigo
mismo.
- Puede ser que necesite que alguien me guíe por estos lugares -dijo
cuando pasamos junto al campus de la Universidad de Carolina del Sur en
Beaufort.
- Carteret gira a la izquierda y se convierte en Boundary. Sólo tiene que
seguirla.
- 166 - Giramos hacia el oeste pasando las urbanizaciones de Pigeon Point
y, finalmente, atravesamos las paredes de ladrillo rojo que delimitan el
National Cemetery a ambos lados de la carretera. En Ribaut, indiqué un
giro a la izquierda.
Ryan asintió con la cabeza, accionó el intermitente y nos dirigimos hacia el
sur.
- A comienzos de los noventa, el condado decidió que quería que todas sus
agencias estuviesen bajo el mismo techo, de modo que construyó este
lugar a un coste aproximado de treinta millones de dólares. Tenemos
nuestras propias dependencias, al igual que las tiene la policía de la ciudad
de Beaufort, pero compartimos algunos servicios, como comunicaciones,
archivos y envíos.
Un par de ayudantes pasaron junto a nosotros en dirección al
aparcamiento.
Ambos saludaron a Baker, quien les hizo un breve gesto con la cabeza.
Luego abrió la puerta vidriera y entramos en el edificio.
Las oficinas del Departamento del Sheriff del Condado de Beaufort se
extienden a la derecha, tras pasar una gran vitrina de cristal con uniformes
y placas. Las dependencias de la policía de la ciudad se encuentran a la
izquierda, después de pasar una puerta con la leyenda «Sólo personal
autorizado». Junto a esa puerta, otra vitrina exhibe retratos de los hombres
más buscados por el FBI, fotografías de personas locales desaparecidas y
un póster del Centro de Niños Explotados y Desaparecidos. Un poco más
adelante un corredor lleva hasta un ascensor y al interior del edificio.
- Ivy Lee puede ser muy pintoresca -dijo con una sonrisa-. Pasó veinte años
con los
marines
y luego regresó a casa y se unió a nosotros. -Pensó un momento,
rascándose la barbilla-. De eso hace ya diecinueve años. Esa mujer dirige
este lugar con mucha eficacia. En este momento, está en plena fase de…
-buscó la frase más adecuada- experimentación con la moda.
-
Allons-y
-les dije a Baker y Ryan.
-
Allons-y
-repitió el
sheriff,
cogió el sombrero y se lo puso.
El
sheriff
salvó unos peldaños que llevaban a la galería de la planta baja mientras
Ryan y yo esperábamos en la hierba. La puerta interior se encontraba
abierta, pero estaba demasiado oscuro para ver más allá de la alambrera.
Baker se apartó y golpeó el marco de la puerta. En lo alto, el canto de los
pájaros se confundía con el crujir de las hojas de las palmeras. Creí
escuchar el llanto de un bebé en el interior de la casa.
Baker volvió a llamar.
Un momento después oímos pasos, y luego un hombre joven apareció en
la puerta. Era pelirrojo y tenía pecas; llevaba puesto un mono de tela
vaquera con una camisa de tartán. Tuve la sensación de que estábamos a
punto de entrevistar a un personaje de «La casa de la pradera».
- ¿Sí? Habló a través del tejido metálico de la puerta sin dejar de
observarnos a los tres.
- ¿Cómo está? -preguntó Baker, saludándole con el sustituto sureño de
«hola».
- Muy bien.
- Soy Harley Baker. -Su uniforme dejaba claro que no se trataba de una
visita social-. ¿Podemos entrar? -¿Por qué? -Sólo queremos hacerle algunas
preguntas.
- ¿Preguntas? -¿Vive aquí? El joven asintió.
- ¿Podemos entrar? -repitió Baker.
- ¿No debería enseñarme una orden de registro o algo así? -No.
Escuché una voz, y el joven se volvió y dijo algo por encima del hombro.
Un momento después, apareció una mujer de mediana edad, con el rostro
ancho y el pelo rizado. Llevaba en brazos un bebé que se apoyaba en su
hombro mientras la mujer le daba palmadas y le frotaba la espalda
alternativamente. La carne de su - 171 - brazo se agitaba con cada
movimiento.
- Es un poli -dijo el muchacho, apartándose de la puerta.
El
sheriff
se presentó.
- 177 -
Capítulo 19
Al mediodía el
sheriff
Baker nos dejó para atender un asunto en Lady's Island.
-¿
Todos ellos? -Sí.
- Es el
Melanie Tess.
- ¿Tess?
¿No es algo que comen ustedes con tortas de maíz y verduras? -Jamón
cocido con boniatos.
- 187 -
Capítulo 20
Desperté con la luz del sol y el chillido de las gaviotas, y tuve un inmediato
flashback
de mi actuación en el sofá la noche anterior. Me encogí debajo de las
sábanas, cubriéndome la cara con ambas manos. Me sentía como una
adolescente que había rendido sus defensas en el asiento trasero de un
Pontiac. «Brennan, ¿en qué estabas pensando?» Pero ésa no era la
cuestión. El problema residía en con qué había estado pensando. Edna St.
Vincent Millay había escrito un poema sobre eso. ¿Cómo se llamaba? «He
nacido mujer y angustiada».
Sam llamó a las ocho para decirme que el caso Murtry estaba en un
callejón sin salida. Nadie había visto nada inusual. En las últimas semanas,
nadie había visto ninguna embarcación extraña que se acercara o se
alejara de la isla. Quería saber si había tenido noticias de Hardaway.
Le dije que no. Sam me comunicó que se marchaba un par de días a
Raleigh y quería asegurarse de que yo me haría cargo de todo.
¡Oh, sí! Me explicó cómo cerrar el barco y dónde debía dejar la llave, y nos
despedimos.
Estaba tirando los restos de pizza en el cubo de la basura cuando oí que
alguien golpeaba en la entrada de babor. Sabía quién era y decidí
ignorarle. Los golpes continuaron, incesantes como la campaña de
recolección de fondos para el Ejército de Salvación y, al cabo de unos
minutos, ya no pude soportarlo. Levanté la persiana y vi a Ryan
exactamente en el mismo lugar que la noche anterior.
- Buenos días. -Traía una bolsa de donuts.
- ¿Estás ampliando tus actividades al reparto de comida? -Si se atrevía a
hacer una sola insinuación era capaz de cortarle el cuello.
Bajó la escalerilla con una sonrisa en los labios y ofreció sus presentes
altos en calorías y bajos en valor alimenticio.
- 188 - -Irán bien con el café.
Fui a la cocina, serví dos tazas de café recién hecho y añadí un poco de
leche al mío.
- Es un día hermoso -dijo. Buscó la caja de leche.
- Mmm.
Cogí un donut cubierto de chocolate y me apoyé en el fregadero. No tenía
ninguna intención de volver a sentarme en el sofá.
- Ya he hablado con Baker -dijo.
Esperé.
- Se reunirá con nosotros a las tres.
- A las tres estaré en la carretera.
Elegí otro donut.
- Creo que deberíamos hacer otra visita social -dijo Ryan.
- Sí.
- Tal vez podríamos sorprender a Kathryn a solas.
- Ésa parece ser tu especialidad.
- ¿Piensas seguir así todo el día? -Probablemente cante cuando esté en la
carretera.
- Yo no vine aquí con la intención de seducirte.
Ese comentario me molestó aún más.
- ¿Quieres decir que no estoy en la misma liga que mi hermana? -¿Qué?
Bebimos el café en silencio. Luego volví a llenar mi taza y coloqué
deliberadamente la jarra en su sitio. Ryan observó mi movimiento.
Después se acercó al señor Café y se sirvió una segunda taza.
- ¿Crees que Kathryn tiene realmente algo que decirnos? -preguntó.
- Probablemente llamó para invitarme a pastel de atún.
- ¿Y ahora quién se está comportando como una pelmaza? -Gracias por
darte cuenta.
Lavé mi taza y la coloqué boca abajo, junto al fregadero.
- Mira, si estás avergonzada por lo que sucedió anoche…
- ¿Debería estarlo? -Por supuesto que no.
- Es un alivio.
- Brennan, no voy a propasarme en la sala de autopsias ni a meterte mano
durante una misión de vigilancia. Nuestra relación personal no afectará en
modo alguno nuestra conducta profesional.
- Hay pocas posibilidades. Hoy llevo ropa interior.
- Entiendo.
Ryan sonrió.
Fui a popa a recoger mis cosas.
Media hora más tarde habíamos aparcado delante de la granja. Dom
Owens - 189 - estaba sentado en el porche y hablaba con un grupo de
gente. A través del tejido de malla que rodeaba el porche, resultaba
imposible reconocer otra cosa que no fuera el sexo de los presentes. Los
cuatro eran hombres.
Detrás del bungaló blanco, había varias personas trabajando en el jardín, y
dos mujeres empujaban a unos niños en los columpios junto a las
caravanas, mientras otras lavaban ropa. En el camino de entrada, había
aparcada una camioneta azul, pero no había rastros de la camioneta
blanca.
Observé detenidamente a las mujeres que columpiaban a los niños.
Kathryn no estaba, aunque uno de los pequeños se parecía a Carlie. Una
mujer vestida con una falda floreada empujaba al niño atrás y adelante en
suaves arcos metronómicos.
Ryan y yo nos acercamos a la puerta y golpeamos. Los hombres dejaron
de hablar y se volvieron hacia nosotros.
- ¿Puedo ayudarlos? -dijo una voz aguda.
Owens alzó una mano.
- Está bien, Jason.
Se levantó, cruzó el porche y abrió la puerta con alambrera.
- Lo siento, pero creo que no me dijeron sus nombres.
- Soy el detective Ryan. Ella es la doctora Brennan.
Owens sonrió y salió a la galería. Saludé con la cabeza y le estreché la
mano.
Los hombres del porche estaban en silencio.
- ¿Qué puedo hacer hoy por ustedes? -Aún estamos tratando de
determinar dónde estuvieron Heidi Schneider y Brian Gilbert el verano
pasado. Usted pensaba preguntarle al grupo durante la hora familiar.
La voz de Ryan era fría y seca.
Owens volvió a sonreír.
- Sesión experimental. Sí, discutimos el caso. Lamentablemente, nadie
sabía nada de ninguno de los dos. Lo siento mucho. Me hubiese gustado
ayudarlos.
- Nos gustaría hablar con su gente, si es eso posible.
- Lo siento, pero no puedo permitirlo.
- ¿Y por qué? -Nuestros miembros viven en este lugar porque buscan paz y
refugio. Muchos de ellos no quieren tener nada que ver con la obscenidad
y la violencia de la sociedad moderna. Usted, detective Ryan, representa el
mundo que hemos rechazado. No puedo violar su santuario pidiéndoles
que hablen con usted.
- Algunos de sus miembros trabajan en la ciudad.
Owens alzó la cabeza y miró al cielo clamando paciencia. Luego miró a
Ryan y volvió a sonreír.
- Una de las habilidades que fomentamos es el encapsulamiento. No todos
están igualmente dotados, pero algunos de nuestros miembros aprenden a
funcionar en el mundo profano y, sin embargo, permanecen encerrados,
inmunes a la polución física y moral. -Nuevamente la sonrisa paciente-.
Aunque rechazamos el carácter profano de nuestra cultura, señor Ryan, no
somos tontos. Sabemos que el hombre no vive sólo de su espíritu. También
necesitamos pan.
- 190 - Mientras Owens hablaba, observé al grupo de mujeres que
trabajaba en el jardín. Kathryn no estaba entre ellas.
- ¿Todo el mundo es libre de entrar y salir? -pregunté volviéndome hacia
Owens.
- Por supuesto. -Se echó a reír-. ¿Cómo podría detenerlos? -¿Qué pasa si
alguien decide irse para siempre? -Se marchan y no pasa nada.
Se encogió de hombros y extendió las manos.
Por un momento, ninguno de los tres habló. El chirrido de las cadenas de
los columpios llegaba desde el patio trasero.
- Pensé que su joven pareja podría haber permanecido con nosotros
durante un tiempo, tal vez durante una de mis ausencias -dijo Owens-.
Aunque no es muy común, ha pasado alguna vez. Pero me temo que no es
el caso. Nadie aquí recuerda haberlos visto.
En ese momento, el pelirrojo de «La casa de la pradera» apareció desde
detrás de la casa más pequeña. Al vernos, se detuvo. Luego dio media
vuelta y regresó rápidamente en la dirección por la que había llegado.
- Aun así me gustaría hablar con algunos miembros del grupo -dijo Ryan-.
Tal vez sepan alguna cosa y consideren que no es importante. Eso sucede
muchas veces.
- Señor Ryan, no dejaré que acosen a mi gente. Ya les he preguntado por
esa joven pareja, y nadie sabe nada de ellos. ¿Qué más puedo decirle?
Mucho me temo que no puedo permitir que altere nuestra rutina.
Ryan levantó la cabeza y chasqueó la lengua.
- Pues mucho me temo que tendrá que hacerlo, Dom.
- ¿Y eso por qué? -Porque no pienso marcharme. Tengo un amigo llamado
Baker. Le recuerda, ¿verdad? Y él a su vez tiene amigos que le dan unas
cosas llamadas órdenes de registro y citaciones.
Owens y Ryan se miraron fijamente sin hablar. Escuché que los hombres
del porche se levantaban de sus asientos y que un perro ladraba en la
distancia. Luego Owens sonrió y se aclaró la garganta.
- Jason, por favor, dile a todos que acudan a los salones. -Hablaba con voz
grave y tranquila.
Owens se hizo a un lado, y un hombre alto, vestido con un chándal rojo,
pasó junto a él y se dirigió a la otra casa. Era blando y obeso, y se parecía
ligeramente a Julia Child. Vi que se detenía un momento para acariciar un
gato y después continuó su camino hacia el jardín.
- Por favor, pasen -dijo Owens, abriendo la puerta con alambrera.
Le seguimos a la misma habitación en la que habíamos estado el día
anterior y nos sentamos en el mismo sillón de junco. La casa estaba
silenciosa.
- Si me perdonan, volveré en seguida. ¿Les gustaría beber algo? Le
contestamos que no y abandonó la habitación. Encima de nuestras
cabezas un ventilador de techo zumbaba suavemente.
- 191 - De pronto escuché voces y risas, y el chirrido de la puerta del
porche al abrirse.
Cuando el rebaño de Owens entró en la habitación, los estudié uno por
uno. Ryan hizo lo mismo.
En pocos minutos, la sala estuvo llena y sólo pude llegar a una conclusión:
el grupo tenía una apariencia totalmente común. Podría haberse tratado de
un grupo de estudio baptista durante la celebración de su merienda
campestre anual. Todos reían y hacían bromas, y ninguno parecía sentirse
oprimido.
Había bebés, adultos y al menos un septuagenario, pero ningún
adolescente y tampoco niños. Hice un cálculo rápido: siete hombres, trece
mujeres, tres bebés.
Helen había dicho que en la comuna vivían veintiséis personas.
Reconocí al pelirrojo y a la propia Helen. Jason se apoyaba contra una
pared. El se encontraba junto al arco de entrada a la habitación y llevaba a
Carlie apoyado en la cadera. Me miraba fijamente. Le sonreí, recordando
nuestro encuentro de la tarde anterior en Beaufort. La expresión de su
rostro permaneció inmutable.
Estudié las otras caras. Kathryn no estaba entre los allí presentes.
Owens regresó y todo el mundo se calló. Nos presentó y explicó al grupo el
motivo de nuestra visita a la granja. Los adultos escucharon atentamente y
luego se volvieron hacia nosotros. Ryan le dio la fotografía donde
aparecían Heidi y Brian al tío de mediana edad que estaba a su izquierda;
después resumió el caso, evitando los detalles innecesarios. El hombre
miró la foto y la pasó a un compañero. A medida que la foto circulaba yo
estudiaba cada rostro, buscando pequeños cambios de expresión que
pudieran indicar que conocían a la pareja. Sólo percibí perplejidad y
empatia.
Cuando Ryan terminó de hablar, Owens se dirigió nuevamente a sus
seguidores para pedirles información sobre la pareja o las llamadas
telefónicas.
Nadie habló.
- El señor Ryan y la doctora Brennan han pedido permiso para
entrevistaros de forma individual. -Owens los miró uno a uno-. Por favor,
quiero que os sintáis libres de hablar con ellos. Si tenéis algún
pensamiento, por favor, compartidlo con honestidad y compasión.
Nosotros no provocamos esta tragedia, pero somos parte del todo cósmico
y deberíamos hacer todo aquello que esté a nuestro alcance para poner en
orden esta alteración. Hacedlo en nombre de la armonía.
Todos los ojos estaban fijos en él y sentí una extraña intensidad en la
habitación.
- Aquellos de vosotros que no podáis hablar no deberíais sentir culpa ni
vergüenza. -Dio un par de palmadas-. Ahora. ¡Trabajad y disfrutad!
¡Afirmación holística a través de la responsabilidad colectiva! «Yo paso»,
pensé.
Cuando todos se hubieron marchado, Ryan le agradeció lo que había
hecho.
- Esto no es Waco, señor Ryan. No tenemos nada que ocultar.
- Esperábamos tener la ocasión de hablar con la joven que conocimos ayer
- dije.
Owens me miró un momento.
- ¿Una joven? -Sí. Entró con un bebé en los brazos. Carlie, creo que se
llama.
- 192 - Me miró durante tanto tiempo que pensé que tal vez no lo
recordaba. Entonces, Owens sonrió.
- Debe tratarse de Kathryn. Hoy tenía una cita.
- ¿Una cita? -¿Por qué está tan interesada en Kathryn? -Parece tener la
misma edad que Heidi. Pensé que podrían haberse conocido.
Algo me decía que no debía hablar de nuestro encuentro en Beaufort.
- Kathryn no estaba aquí el verano pasado. Se había marchado de visita
con sus padres.
- Comprendo. ¿Cuándo volverá? -No estoy seguro.
La puerta del porche se abrió, y un hombre alto apareció en la entrada de
la habitación. Era delgado como un espantapájaros y tenía una línea
blanca que le atravesaba la ceja y las pestañas del ojo derecho, lo que le
otorgaba un extraño aspecto asimétrico. Me acordaba de él. Durante la
reunión había permanecido cerca del pasillo, jugando con uno de los
bebés.
Owens levantó un dedo y el espantapájaros asintió y señaló hacia la parte
posterior de la casa. Llevaba un voluminoso anillo que parecía fuera de
lugar en su dedo largo y huesudo.
- Lo siento pero debo atender unos asuntos -dijo-. Pueden hablar con quien
prefieran, pero por favor respeten nuestro deseo de armonía.
Nos acompañó hasta la puerta y extendió la mano. No podía decirse que
Owens no fuese un gran estrechador de manos. Dijo que le alegraba que
nos hubiésemos personado en la granja y nos deseó suerte. Luego se
marchó.
Ryan y yo pasamos el resto de la mañana hablando con los fieles. Se
mostraron agradables, cooperativos y totalmente armoniosos. Y no sabían
nada, ni siquiera cuál era esa cita que tenía Kathryn aquel día.
A las once y media, no sabíamos nada que no supiéramos cuando llegamos
a la granja.
- Vamos a darle las gracias al reverendo -dijo Ryan, sacando un juego de
llaves del bolsillo. Colgaban de un gran disco de plástico y no eran las del
coche de alquiler.
- ¿Por qué diablos vamos a darle las gracias? -pregunté. Tenía hambre y
calor, y no veía la hora de largarme de aquel lugar.
- Buenos modales.
Puse los ojos en blanco, pero Ryan ya estaba cruzando el prado. Le
observé mientras golpeaba la puerta del porche y hablaba con el tío de la
ceja desteñida. Un momento después, apareció Owens. Ryan dijo algo y
extendió la mano; como si fuesen marionetas, los tres hombres se
agacharon y se levantaron rápidamente. Ryan habló de nuevo, se volvió y
regresó al coche.
Después del almuerzo, probamos suerte en unas cuantas farmacias y
luego regresamos a las oficinas del gobierno local. Le mostré a Ryan las
oficinas del archivo - 193 - y después cruzamos los terrenos que nos
separaban del edificio de la policía. Un hombre negro vestido con una
chaqueta de uniforme de presidiario y la cabeza protegida con un
sombrero de fieltro estaba cortando el césped con un pequeño tractor; sus
rodillas huesudas se proyectaban como las patas de un saltamontes.
- ¿Cómo están? -dijo llevándose un dedo al ala del sombrero.
- Bien.
Respiré el aroma a hierba recién cortada y deseé que fuese verdad.
Cuando entramos en su oficina, Baker hablaba por teléfono. Nos hizo un
gesto para que nos sentásemos, habló brevemente y colgó el aparato.
- Y bien, ¿cómo les ha ido? -preguntó.
- Nadie sabe nada -dijo Ryan.
- ¿Cómo podemos ayudarlos? Ryan se levantó el costado de la chaqueta,
sacó una bolsa de plástico del bolsillo y la dejó sobre la mesa de Baker. En
su interior, estaba el disco de plástico rojo.
- Puede examinar esto en busca de huellas.
Baker le miró.
- Lo dejé caer accidentalmente. Owens fue lo bastante amable como para
agacharse a levantarlo.
Baker dudó un momento; luego sonrió y sacudió la cabeza.
- Sabe muy bien que probablemente no se pueda utilizar como prueba.
- Lo sé, pero podría decirnos quién es este sujeto.
Baker apartó la bolsa.
- ¿Qué más? -¿Qué me dice de pincharle el teléfono? -Imposible. No
tenemos pruebas suficientes.
- ¿Una orden de registro? -¿Causa probable? -¿Las llamadas telefónicas?
-No es suficiente.
- Lo imaginaba.
Ryan suspiró y estiró las piernas.
- Entonces, tomaré el camino difícil. Comenzaré por las escrituras y los
impuestos para averiguar quién es el propietario del club de campo de
Adler Lyons.
Comprobaré los servicios públicos y quién paga las facturas. Hablaré con
los chicos que reparten el correo; veré si alguno recibe
Hustler
o pedidos de J. Crew. Investigaré a Owens a través del número de la
Seguridad Social, una ex esposa, o cosas por el estilo. Supongo que debe
tener permiso de conducción, de modo que esos datos deberían de
llevarme a alguna parte. Si el reverendo ha hecho algo ilegal en su vida, le
cogeré. Tal vez vigile un tiempo ese lugar, ya sabe, para ver qué coches
entran y salen de la granja, y comprobar las matrículas. Espero que no le
moleste si me quedó por aquí unos días.
- 196 -
Capítulo 21
Durante el viaje, escuché algunas cintas, pero las noticias del lago
Wobegon no consiguieron mantener mi atención. Tenía un millón de
preguntas y muy pocas respuestas. ¿Habría regresado Anna Goyette a su
casa? ¿Quiénes eran esas mujeres enterradas en la isla Murtry? ¿Qué me
dirían sus huesos? ¿Quién había matado a Heidi y sus gemelos? ¿Existía
alguna conexión entre St. Jovite y la comuna de Saint Helena? ¿Quién era
Dom Owens? ¿Dónde había ido Kathryn? ¿Dónde diablos se había metido
Harry? Mi mente giraba alrededor de todas las cosas que tenía que hacer y
que quería hacer. No había leído una sola palabra acerca de Élisabeth
Nicolet desde que me había marchado de Montreal.
A las ocho treinta, estaba de regreso en Charlotte. Durante mi ausencia,
los terrenos de Sharon Hall se habían puesto sus primeras prendas de
primavera.
Habían florecido las azaleas y los cerezos silvestres, y unos cuantos
perales de Bradford y manzanos silvestres conservaban flores en sus
ramas. El aire olía a agujas de pino y briznas de corteza joven. Una vez
dentro del Anexo, mi llegada fue una reproducción exacta de la semana
anterior. El reloj hacía oír su monótono tictac. La luz del contestador
titilaba de forma intermitente. La nevera estaba vacía.
Los cuencos de
Birdie
se encontraban en su lugar habitual, debajo de la ventana.
Era extraño que Pete no los hubiese vaciado. Aunque desordenado con
todo lo demás, mi ex esposo era un verdadero maniático en lo que se
refería a los alimentos, incluidos los del gato. Inspeccioné rápidamente la
casa para comprobar si el gato estaba debajo de un sillón o escondido
dentro de un armario.
Birdie
no estaba a la vista.
«¡Otra vez no!» ¡Crash! ¡Pam! «Sí, otra vez.» ¡El ruido no procedía del
exterior! ¡Venía del piso de abajo! ¡Se había producido dentro de mi casa!
Mi mente recorrió a toda velocidad las diferentes opciones: cerrar con llave
la puerta del dormitorio, largarme a toda pastilla, llamar a la policía.
Entonces, olí el humo.
«¡Mierda!» Aparté las sábanas y empecé a recorrer la habitación; excavé
debajo de la capa de terror en busca de algún elemento de pensamiento
racional. Una arma; necesitaba una arma. ¿Qué? ¿Qué podía usar? ¿Por
qué me había negado a tener una arma en casa? Fui a trompicones hasta
el tocador y busqué una caracola grande que había recogido en los Outer
Banks. No era suficiente para matar a alguien, pero la punta penetraría en
la carne y provocaría daños importantes. Con el extremo afilado apuntado
hacia delante, metí los dedos en el interior del caparazón del molusco y
apreté el pulgar contra la superficie exterior.
Casi sin aliento, me acerqué lentamente hacia la puerta, tocando con la
mano libre los objetos familiares como un ciego que lee en braille: tocador,
marco de la puerta, pasillo.
Permanecí inmóvil en lo alto de la escalera, mirando hacia la oscuridad del
piso inferior. La sangre golpeaba mis oídos mientras aferraba la caracola y
trataba de oír algo, cualquier cosa. Pero toda la casa estaba en silencio. Si
abajo había alguien, yo debía quedarme arriba. Tal vez debía telefonear. Si
abajo había fuego, era imprescindible que saliera de la casa.
Respiré profundamente y puse un pie en el último escalón; esperé. Luego
bajé al segundo y después al tercero. Con las rodillas ligeramente dobladas
y la caracola alzada a la altura del hombro, me moví lentamente hacia el
piso inferior. El olor acre se volvía más intenso. Humo. Gasolina. Y algo
más, algo familiar.
Al llegar al pie de la escalera, me quedé paralizada y mi mente rebobinó
una escena que se había desarrollado en Montreal hacía menos de un año.
Entonces él estaba dentro de la casa, un asesino, esperando para atacar.
- 198 - «¡Eso no va a suceder otra vez! ¡Llama al 911! ¡Sal de la casa!»
Rodeé el pasamano y miré hacia el comedor. Sólo vi oscuridad. Me dirigí al
salón. También ahí todo era oscuridad, aunque extrañamente alterada.
El extremo más alejado de la habitación tenía un reflejo bronceado en
medio de la penumbra que lo rodeaba. La chimenea, los sillones reina Ana,
todos los muebles y los cuadros brillaban tenuemente, como objetos
reflejados en un espejo. A través de la puerta de la cocina vi una luz
anaranjada que bailaba delante de la nevera.
¡Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! Mi pecho se contrajo
cuando el silencio se hizo pedazos por el agudo chillido.
Di un brinco y la caracola impactó con una zona de yeso. Sin dejar de
temblar, me aplasté contra la pared.
«¡El sonido procede del detector de humo!» Busqué alguna señal de
movimiento, pero no había nada salvo la oscuridad y la luz espectral y
oscilante que iluminaba la cocina.
«¡La casa se está incendiando! ¡Mueve el culo!» Con el corazón desbocado
y la respiración entrecortada, me acerqué a la cocina.
El fuego crepitaba en el centro de la habitación, llenaba el aire de un humo
espeso y se reflejaba en todas las superficies brillantes.
Mi mano temblorosa encontró el interruptor y encendí la luz. Mis ojos
barrieron la cocina de derecha a izquierda. El bulto ardiente estaba en
medio del suelo. Las llamas aún no se habían propagado.
Bajé la caracola, me cubrí la nariz y la boca con la parte inferior del
camisón y, colocándome en cuclillas, avancé dando un rodeo hacia la
despensa. Cogí el pequeño extintor del estante superior. Sentía los
pulmones llenos de humo, y las lágrimas me nublaban la visión, pero me
las ingenié para apretar la manija. Del extintor sólo escapó un breve siseo.
«¡Mierda!» Tosiendo y buscando aire desesperadamente, volví a apretar la
manija del extintor. Se produjo otro siseo, y luego una corriente de dióxido
de carbono y espuma blanca salió disparada de la boca del aparato.
«¡Sí!» Dirigí el chorro hacia las llamas y, en menos de un minuto, el fuego
quedó extinguido. La alarma seguía sonando; el sonido era como
fragmentos de metal que me perforaban los oídos y se arrastraban por mi
cerebro.
Abrí la puerta trasera y la ventana que había encima del fregadero. Luego
me dirigí a la otra. No había necesidad de abrirla. Los cristales estaban
rotos y sus restos cubrían el alféizar y el suelo, junto con fragmentos de
madera. El viento jugaba con las cortinas y hacía que pasaran a través de
la abertura dentada.
Después de rodear el objeto humeante que había en el suelo, puse en
funcionamiento el ventilador del techo, cogí una toalla y la agité para
expulsar el humo de la cocina. Lentamente, el aire empezó a limpiarse.
Me enjugué las lágrimas e hice un esfuerzo por controlar la respiración.
«¡Sigue agitando la toalla!» La alarma continuaba sonando.
- 199 - Dejé de mover la toalla y eché un vistazo a la habitación. Debajo de
la mesa había un ladrillo y otro se apoyaba contra el armario que había
debajo del fregadero.
Entre ellos, se encontraban los restos chamuscados del bulto que había
estado ardiendo. La habitación estaba impregnada de olor a humo y
gasolina, y de otro olor que yo conocía.
Con piernas que apenas me sostenían, me acerqué al montón humeante.
Estaba mirando los restos sin comprender muy bien lo que pasaba cuando
la alarma dejó de sonar. El silencio parecía artificial.
«Llama al 911.» No fue necesario. Cuando estaba a punto de coger el
teléfono, me llegó claramente el sonido distante de una sirena. El sonido
aumentó cada vez más y de pronto cesó por completo. Un momento
después, un bombero se plantó en la puerta trasera.
- ¿Se encuentra bien, señora? Asentí y crucé los brazos delante del pecho,
consciente de la escasa ropa que llevaba encima.
- Su vecina nos avisó.
La correa del casco bailaba debajo de la barbilla.
- ¡Ah! Me olvidé por completo de mi escueto camisón. Me encontraba
nuevamente en St. Jovite.
- ¿Está todo bajo control? Volví a asentir. St. Jovite; casi una sinapsis.
- ¿Le importa si me aseguro? Retrocedí para dejar que pasara.
Inspeccionó la cocina y los daños con una sola mirada.
- Una fea travesura. ¿Sabe quién puede haber lanzado esto a través de la
ventana? Sacudí la cabeza.
- Parece que rompieron el cristal con los ladrillos y luego arrojaron esa
cosa al interior. -Se acercó al bulto humeante-. Debieron de empaparlo en
gasolina, encenderlo y lanzarlo por la ventana.
Oía sus palabras, pero no podía hablar. Mi cuerpo se había encerrado
mientras mi mente trataba de despertar una idea informe que dormía en el
fondo de mi cerebro.
El bombero sacó una pequeña pala de su cinturón, abrió la hoja y removió
los restos chamuscados en el suelo de mi cocina. Unas partículas negras se
elevaron en el aire y luego volvieron a aposentarse sobre los desechos
quemados. El bombero deslizó la pala por debajo del objeto, le dio la
vuelta y se inclinó para echar un vistazo.
- Parece un saco de arpillera. Tal vez una bolsa de semillas. Que me
cuelguen si puedo decir lo que contiene.
Rascó el objeto con la punta de la pala y más partículas calcinadas
ascendieron formando una espiral. Pinchó con más fuerza y lo hizo girar de
un lado a otro.
El olor se hizo más penetrante. St. Jovite. Sala de autopsias tres. El
recuerdo se abrió paso y un sudor frío me cubrió el cuerpo.
Con manos temblorosas, abrí un cajón y saqué unas tijeras de cocina. Sin
que me preocupara ya mi camisón, me agaché junto a los restos
quemados y corté la bolsa.
El cuerpo era pequeño, la espalda estaba arqueada y las piernas
contraídas por el calor de las llamas. Vi un ojo seco y arrugado, y una
mandíbula pequeña con los dientes ennegrecidos. La anticipación del
horror ante lo que contenía aquel saco hizo que comenzara a marearme.
«¡No! ¡Por favor, no!» Me incliné hacia adelante, pese a que la mente
retrocedía ante el olor a carne y pelo quemados. Entre las patas traseras vi
una cola doblada y ennegrecida. Las vértebras se proyectaban hacia fuera
como las espinas de un tallo.
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras cortaba la tela quemada.
Cerca del nudo vi pelos, chamuscados, pero con manchas blancas.
Los cuencos a medio llenar.
- ¡Nooooooooooooooooooo! Oí la voz, pero no la relacioné conmigo.
- ¡No! ¡No! ¡No!
Birdie.
¡Por favor, Dios, no! Sentí unas manos en mis hombros, y luego sobre mis
manos. Me cogieron las tijeras y me obligaron a ponerme en pie
suavemente. Oí voces.
Capítulo 22
- Gracias por hacerme un hueco a esta hora del día. Me sorprende que aún
estés en el campus.
- ¿Estás sugiriendo que los antropólogos trabajan más que los sociólogos?
-Nunca -dije echándome a reír y sentándome en el sillón de plástico negro
que me indicaba-. Red, me gustaría escarbar tu cerebro. ¿Qué puedes
decirme de los cultos locales? -¿Qué quieres decir con culto? Red Skyler
estaba sentado de lado detrás de su escritorio. Aunque el pelo había
encanecido, la barba rojiza explicaba el origen de su apodo. Me miró a
través de sus gafas de montura metálica.
- Grupos marginales o periféricos. Sectas del día del Juicio Final. Círculos
satánicos.
Red sonrió y me hizo un gesto para que continuase.
- La Familia Manson, Hare Krishna, MOVE, el Templo del Pueblo, Synanon.
Ya sabes: cultos.
- Estás empleando un término muy rico. Lo que tú llamas culto otra
persona podría considerarlo una religión, o una familia, o un partido
político.
Recordé a Daisy Jeannotte. Ella también habría objetado acerca de esa
palabra, pero allí acababa cualquier semejanza. En aquella entrevista yo
estaba sentada delante de una mujer menuda en una enorme oficina; en
ese momento, me encontraba frente a un hombre robusto en un espacio
tan pequeño y atestado que la sensación era claustrofóbica.
- De acuerdo. ¿Qué es un culto? -Los cultos no son simplemente grupos de
chiflados que siguen a líderes que están como una regadera. Al menos tal
como yo empleo el término, se trata de organizaciones con una serie de
rasgos comunes.
- Sí.
Me apoyé en el respaldo del sillón.
- Un culto se forma habitualmente en torno a un individuo carismático que
promete algo. Este individuo profesa algún conocimiento especial. En
ocasiones, la excusa es el acceso a secretos antiguos; a veces se trata de
un descubrimiento absolutamente nuevo, del que sólo él o ella tienen
noticia. En otras ocasiones resulta una combinación de ambas cosas. El
líder ofrece compartir esa información con aquellos que le sigan. Algunos
líderes ofrecen la utopía, o una salida: Dejadlo todo y seguidme; yo tomaré
las decisiones, y todo saldrá bien.
- ¿Qué diferencia hay entre ese líder y un sacerdote o un rabino? -En un
culto, es el líder carismático quien finalmente se convierte en el objeto -
205 - de la devoción; en algunos casos incluso llega a ser deificado. Y
cuando eso sucede, el líder llega a ejercer un control extraordinario sobre
las vidas de sus seguidores.
Se quitó las gafas y limpió cada cristal con un paño verde que sacó del
bolsillo.
Luego volvió a ponérselas y aseguró cada arco de la patilla detrás de las
orejas.
- Los cultos son totalitarios, autoritarios. El líder es la autoridad suprema y
delega el poder en muy pocos. La moral del líder se convierte en la única
teología aceptable, en el único comportamiento apropiado. Y, como he
dicho, la veneración acaba por centrarse en él, no en seres supremos o en
principios abstractos.
Esperé.
- Y, a menudo, existe una doble moral. A los miembros se les insta a ser
honestos y a amarse los unos a los otros, pero a engañar y a evitar a los
extraños. Las religiones establecidas tienden a seguir un conjunto de
reglas morales comunes en todos los casos.
- ¿Qué hace un líder para alcanzar ese control? -Ése es otro elemento
importante. Practicar el lavado de cerebro. Los líderes de los cultos
emplean una variedad de procesos psicológicos para manipular a sus
miembros. Algunos líderes son absolutamente bondadosos, pero otros no
lo son y realmente explotan el idealismo de sus seguidores.
De nuevo aguardé a que Red continuara su explicación.
- Tal como yo lo veo, existen dos grandes clases de cultos, y ambas
emplean el lavado de cerebro. Los programas de conocimiento -hizo el
gesto con los dedos del entrecomillado- presentados comercialmente
utilizan técnicas de persuasión muy fuertes. Estos grupos retienen a sus
miembros haciendo que compren cada vez más cursos.
»Luego están los cultos que reclutan a sus seguidores para toda la vida.
Estos grupos emplean una técnica de persuasión social y psicológica muy
organizada para producir cambios extremos en las actitudes de sus
miembros. Como resultado, llegan a ejercer un enorme control sobre sus
vidas. Son manipuladores, hipócritas y terriblemente explotadores.
Asimilé la información.
- ¿Cómo funciona el lavado de cerebro? -Comienzas por desestabilizar el
sentido de la identidad personal. Estoy seguro de que lo habrás discutido
en tus clases de antropología. Separar, de construir, reconstruir.
- Soy antropóloga física.
- Exacto. Los cultos separan a todos los nuevos adeptos de cualesquiera
otras influencias, y luego hacen que se cuestionen todo aquello en lo que
creen. Los persuaden para que se entreguen a una interpretación por
completo diferente del mundo y de su propia historia vital. Estos grupos
crean una realidad totalmente nueva para la persona y, al hacerlo de este
modo, consiguen una férrea dependencia de la organización y de su
ideología.
Pensé en los cursos de antropología cultural que había hecho en el
posgrado.
- Pero no estás hablando de ritos de paso. Sé que en algunas culturas los
niños son aislados del resto de su gente durante un período de sus vidas y
sometidos a una - 206 - formación específica. Sin embargo, este proceso
tiene como objetivo reforzar las ideas con las que el niño ha crecido. Tú
estás hablando de hacer que la gente rechace los valores de su educación,
que prescindan de todo aquello en lo que creen. ¿Cómo lo consiguen? -El
culto controla el tiempo y el ambiente de los reclutados: dieta, sueño,
trabajo, esparcimiento, dinero; todo. Crea una sensación de dependencia
asfixiante, de indefensión total fuera del grupo. Durante el proceso, se
inocula la nueva moral, el sistema de lógica al que se adhiere el grupo, es
decir, el mundo según el líder. Y resulta definitivamente un sistema
cerrado. No se permite la retroalimentación. No hay críticas, no hay quejas.
El grupo suprime las viejas conductas y actitudes y, paso a paso, las
reemplaza con sus propias conductas y actitudes.
- ¿Por qué alguien iba a estar de acuerdo con semejante sistema? -El
proceso es tan gradual que la persona no se da cuenta realmente de lo
que está ocurriendo. Te llevan a través de una serie de pequeños pasos, y
cada uno de ellos parece insignificante. Otros miembros del grupo se dejan
crecer el pelo; tú también lo haces. Otros hablan con voz muy suave, de
modo que tú bajas el tono de tu voz. Todo el mundo escucha dócilmente
las palabras del líder, sin hacer preguntas, y tú acabas por hacer lo mismo.
Existe un sentido de pertenencia al grupo y de aceptación dentro del
mismo. El nuevo recluta no es consciente del doble programa que se
desarrolla a su alrededor.
- Pero ¿no llega un momento en que descubren lo que en verdad está
pasando? -Habitualmente los nuevos miembros son alentados para que
rompan todo contacto con la familia y los amigos, que corten los vínculos
con sus redes afectivas anteriores. En ocasiones, se los lleva a lugares
aislados: granjas, comunas, chalets.
»Este aislamiento, tanto físico como social, los priva de sus sistemas de
apoyo normales y aumenta su sensación de indefensión personal y la
necesidad de ser aceptado por el grupo. El aislamiento elimina también las
cajas de resonancia normales que todos utilizamos para evaluar lo que nos
dicen. La confianza de una persona en sus juicios y percepciones se
deteriora de forma progresiva. Cualquier acción independiente se vuelve
imposible.
Pensé en Dom y en su grupo de Saint Helena.
- Puedo comprender que la secta tenga el control si vives bajo su techo
durante veinticuatro horas al día. Pero ¿qué ocurre si los miembros
trabajan fuera del cuartel general? -Es sencillo. Los miembros reciben
instrucciones precisas de cantar o meditar cuando no están trabajando;
durante el almuerzo, durante las pausas para tomar un café. La mente
está ocupada por conductas dirigidas por la secta. Y, fuera del trabajo,
todo el tiempo está dedicado a la organización.
- Pero ¿cuál es el atractivo? ¿Qué es lo que impulsa a una persona a
rechazar su pasado y a meterse en una secta? No podía acabar de
entenderlo. ¿Eran Kathryn y los demás un grupo de autómatas a quienes
controlaban en todos y cada uno de sus movimientos? -Existe un sistema
de recompensas y castigos. Si el miembro del grupo se comporta, habla y
piensa de la forma adecuada, él o ella es amado por el líder y los - 207 -
demás miembros. Y, naturalmente, él o ella serán salvados, iluminados,
llevados a otro mundo; cualquier cosa que la ideología les prometa.
- ¿Qué es lo que les prometen? -Lo que se te ocurra. No todas las sectas
son religiosas. La gente tiene esa idea porque en las décadas de los
sesenta y los setenta un montón de grupos se registraron como iglesias
para no pagar impuestos. Los cultos vienen en todos los tamaños y formas,
y prometen toda clase de beneficios: salud, derrocamiento del gobierno,
un viaje al espacio exterior, la inmortalidad.
- Sigo sin entender por qué alguien, a menos que esté chiflado, elige esa
basura.
- No es así. -Sacudió la cabeza-. No es sólo gente marginal la que es
captada por estas sectas. Según algunos estudios, aproximadamente dos
terceras partes de sus miembros proceden de familias normales y
demuestran un comportamiento adecuado a su edad cuando ingresan en
la secta.
Miré la pequeña alfombra hecha por los indios navajo que había a mis pies.
La débil señal mental había vuelto. ¿Qué era? ¿Por qué no podía sacarla a
la superficie? -¿Has conseguido averiguar por qué la gente busca estos
movimientos? -A menudo no lo hacen. Son los grupos los que lo buscan a
uno. Y, como ya te he dicho, los líderes pueden llegar a ser increíblemente
encantadores y persuasivos.
Dom Owens encajaba a la perfección en esa descripción. ¿Quién era? ¿Un
ideólogo que volcaba sus caprichos sobre un grupo de seguidores
maleables? ¿O simplemente un profeta obsesionado por la salud que
trataba de cultivar judías orgánicas? Volví a pensar en Daisy Jeannotte.
¿Estaba ella en lo cierto? ¿Se había vuelto la gente excesivamente
temerosa de los adoradores de Satanás y los profetas que vaticinaban el
Juicio Final? -¿Cuántos cultos existen actualmente en Estados Unidos?
-pregunté.
- Dependiendo de la definición -sonrió irónicamente y abrió las manos-,
entre tres mil y cinco mil.
- Me tomas el pelo.
- Una de mis colegas calcula que en las últimas dos décadas alrededor de
veinte millones de personas han tenido algún tipo de relación con uno de
esos grupos. Ella cree que se trata de entre dos y cinco millones de
personas.
- ¿Estás de acuerdo con esas cifras? -No podía creerlo.
- Es muy difícil saberlo con exactitud. Algunos grupos aumentan
artificialmente su número de seguidores y cuentan como miembros a
cualquiera que haya asistido a una reunión o solicitado información. Otros
tienen un comportamiento muy reservado, casi secreto, y mantienen un
perfil muy bajo. La policía descubre a veces a uno de estos grupos por
casualidad, si existe un problema o si uno de sus miembros lo abandona y
presenta una denuncia. Los grupos pequeños son especialmente difíciles
de localizar.
- ¿Has oído hablar de Dom Owens? Sacudió la cabeza.
- ¿Cuál es el nombre de su grupo? - 208 - -No tienen nombre.
En algún lugar del pasillo una fotocopiadora se puso en funcionamiento.
- ¿Existen organizaciones en los dos estados de Carolina que la policía esté
controlando? -No es mi terreno, Tempe. Soy sociólogo. Puedo explicarte
cómo funcionan estos grupos, pero no necesariamente quién es quién en
un momento determinado.
Pero puedo averiguarlo si es importante para ti.
- No lo entiendo, Red. ¿Cómo es posible que la gente sea tan crédula? -Es
muy seductor pensar que formas parte de una élite, que eres un elegido.
La mayoría de los cultos enseñan a sus miembros que sólo ellos son los
iluminados y que el resto del mundo ha perdido el camino, que son
inferiores en cierto sentido. Es una cuestión muy poderosa.
- Red, ¿son violentos estos grupos? -La mayoría de ellos no lo son, pero
siempre hay excepciones. Tenemos los casos de Jonestown, Waco, la
Puerta del Cielo y el Templo del Sol. Es obvio que a sus miembros no les
fue muy bien que digamos. ¿Recuerdas el culto de Rajneesh? Intentaron
envenenar el suministro de agua en una ciudad de Oregón y profirieron
amenazas violentas contra algunas autoridades del condado. ¿Y Synanon?
Esos buenos ciudadanos colocaron una serpiente de cascabel en el buzón
de un abogado que había presentado una demanda contra ellos. El pobre
tío se salvó de milagro.
Recordaba vagamente aquel incidente.
- ¿Qué me dices de los grupos pequeños, los que tienen un perfil menos
notorio? -La mayoría son inofensivos, pero algunos resultan muy
sofisticados y potencialmente peligrosos. Sólo puedo recordar a unos
pocos que cruzaron la línea en los últimos años. ¿Todo esto guarda
relación con tu caso? -Sí y no. No estoy segura.
Mordí un pequeño trozo de cutícula.
Red dudó un momento.
- ¿Acaso Katy…? -¿Qué? -¿Está Katy metida en…? -¡Oh, no!, nada de eso,
de verdad. Tiene que ver con un caso. Me encontré esa comuna en
Beaufort y no puedo quitármela de la cabeza.
La cutícula comenzó a sangrar.
- Dom Owens.
Asentí.
- Las cosas no son siempre lo que parecen.
- No.
- Puedo hacer algunas llamadas si quieres.
- Te lo agradecería.
- ¿Quieres una tirita para ese dedo? Me levanté.
- No, gracias. No te molesto más. Me has ayudado mucho.
- 209 - -Si tienes más preguntas, ya sabes dónde puedes encontrarme.
Cuando regresé a mi despacho, me senté en el sillón y contemplé las
sombras que avanzaban lentamente por la habitación. La sensación de un
pensamiento difuso seguía instalada en mi cabeza. El edificio estaba en
silencio.
¿Se trataba de Daisy Jeannotte? Había olvidado preguntarle a Red si la
conocía.
¿Era eso? No.
¿Qué era lo que seguía llamando desde el laberinto de mis conexiones
neuronales? ¿Por qué no podía traerlo al nivel consciente? ¿Qué vínculo
veía mi ello que yo no era capaz de ver? Mis ojos se fijaron en la pequeña
colección de escritores de novelas policíacas que tengo en el campus para
intercambiar con mis colegas. ¿Cómo lo llamaban ellos? La técnica del
«ten-dría-que-haberlo-sabido». ¿Acaso se trataba de eso? ¿Se estaba
acercando la tragedia porque había un mensaje subconsciente que yo no
era capaz de descifrar? ¿Qué tragedia? ¿Otra muerte en Quebec? ¿Más
asesinatos en Beaufort? ¿Algún daño a Kathryn? ¿Otro ataque a mi
persona con consecuencias más graves? En alguna parte, un teléfono
comenzó a sonar hasta que los timbrazos se interrumpieron cuando el
servicio de mensajes contestó la llamada. Luego, se hizo el silencio.
Capítulo 23
- ¡Con cheques autorizados! -Acabaré por dirigir mis pasos hacia el estado
de la Estrella Solitaria, pero por ahora dejaré que el
Sheriff local se encargue del asunto. Y la gendarmería belga puede buscar
a Guillion. Pienso quedarme por aquí algunos días más y presionar a
Owens.
- En primer lugar, creo que tus víctimas fueron asesinadas durante el día.
O al menos los cuerpos estuvieron expuestos durante un tiempo a la luz
del sol antes de que los enterrasen. Encontré larvas de
Sarcophaga bullata.
deposita larvas. Es una estrategia que les proporciona una ventaja inicial
sobre el resto de gusanos y también les asegura cierta protección contra
los depredadores que se alimentan de huevos.
- Entonces ¿por qué todos estos insectos no depositan larvas en lugar de
huevos? -Hay un inconveniente. Las hembras no pueden producir tantas
larvas como huevos. Es una especie de trueque.
- La vida es concesión.
- Eso tiene sentido. Las mataron en la isla, o bien los cadáveres fueron
llevados hasta allí en barca.
- En cualquier caso, yo diría que las asesinaron durante el día; luego
pasaron un tiempo en el exterior y sobre la tierra antes de ser sepultadas.
- ¿Qué me dices de las otras especies? -¿Quieres todo el grupo?
-Exactamente.
- ¿Por esa razón los capullos vacíos son importantes? -Sí. ¿Recuerdas las
moscas de la carne? -
Sarcophagidae;
las que depositan larvas en lugar de huevos.
- Muy bien. Son las que suelen aparecer primero como adultos. El proceso
de maduración les lleva entre dieciséis y veinticuatro días, siempre que la
temperatura - 219 - sea de aproximadamente veinticinco grados. Pero en
las condiciones que describes, el proceso seguramente fue más lento.
- Sí. La temperatura no era tan alta.
- Sin embargo, los capullos vacíos significan que algunas de las moscas de
la carne ya habían completado su desarrollo.
- Y abandonaron los capullos.
- La mosca azul tarda entre catorce y veinticinco días en madurar;
probablemente, más tiempo en el ambiente húmedo de esa isla.
- Esos cálculos concuerdan.
Piophilidae
también estaba allí.
- 221 -
Capítulo 24
- Lo siento, Lou. Repítemelo.
- No es nada nuevo. El incremento en las muertes relacionadas con el
consumo de drogas en los últimos años ha orientado la investigación hacia
la búsqueda y comprobación de sustancias farmacéuticas en los insectos
que se alimentan de carroña. No es necesario que te diga que los
cadáveres no siempre se encuentran inmediatamente, de modo que suele
suceder que los investigadores no disponen de aquellos especimenes
necesarios para practicar un análisis toxicológico. Ya sabes, sangre, orina o
bien tejidos procedentes de los órganos.
- ¿Me estás diciendo que buscan drogas en los gusanos? -Se puede hacer,
pero hemos tenido más suerte en el caso de los capullos. Ello se debe
probablemente a un mayor tiempo de alimentación en comparación con
las larvas. También lo hemos probado con despojos de los escarabajos y…
- ¿O sea? -La piel mudada y la materia fecal de los escarabajos. Sin
embargo, los niveles más altos de drogas los hemos encontrado en los
capullos de las moscas. Este dato probablemente refleja una preferencia
alimentaría. Mientras que los escarabajos se inclinan por la materia
superficial seca, las moscas buscan los tejidos blandos. Y es allí donde
suelen concentrarse las mayores cantidades de droga.
- ¿Qué es lo que han encontrado? -Bueno, la relación es bastante larga:
cocaína, heroína, metanfetamina, amitriptilina, nortriptilina.
Recientemente hemos estado trabajando con la 3,4-
metilenedioximetanfetamina.
- ¿Nombre vulgar? -El más común es éxtasis.
- ¿Y encontráis estas sustancias en los capullos? -Hemos conseguido aislar
las drogas principales y sus metabolitos.
- ¿Cómo? -El método de extracción es similar al que se emplea para las
muestras regulares en patología, excepto que debes romper la dura matriz
de quitina/proteína en el capullo y los despojos del insecto para liberar las
toxinas. Eso se consigue aplastando los capullos, y luego aplicando un
fuerte tratamiento con un ácido o una base. Después de eso, y de un
ajuste del pH, se emplean las técnicas rutinarias de clasificación de drogas.
Realizamos una extracción base seguida de una cromatografía líquida y
una espectrometría masiva. La descomposición iónica indica qué contiene
tu muestra y en qué proporción.
Tragué saliva.
- 222 - -¿Me estás diciendo que encontraron flunitrazepam en los capullos
que te envié? -Los capullos asociados al cuerpo superior contenían
flunitrazepam y dos de sus metabolitos, demetilflunitrazepam y 7-
aminoflunitrazepam. La concentración de la droga principal era mayor que
las de los metabolitos.
- Un dato que apunta una exposición aguda más que crónica.
- Exactamente.
Le agradecí a Lou el trabajo que había hecho y colgué.
Por un momento, me quedé inmóvil en el sillón. La conmoción del
descubrimiento me había revuelto el estómago y creí que iba a vomitar. O
tal vez fuese el pastel que había comido.
Flunitrazepam.
La palabra finalmente había traído a la superficie el recuerdo almacenado.
Flunitrazepam.
Rohypnol.
Ésa había sido la llamada de alerta que mi cerebro había estado enviando.
Con manos temblorosas, marqué el número de teléfono del motel Lord
Cartaret. Nadie respondió. Volví a llamar y dejé mi número en el busca de
Ryan.
Después esperé, mientras mi sistema nervioso simpático enviaba una
alerta de baja intensidad diciéndome que debía tener miedo. ¿Miedo de
qué? Rohypnol.
Cuando sonó el teléfono me abalancé sobre el aparato.
Un estudiante.
Dejé la línea libre y esperé un poco más. Sentía un miedo oscuro y helado.
Rohypnol: la droga que se mezcla con la bebida de una amiguita para
después violarla sin que se entere de nada.
Mientras esperaba se formaron los glaciares. El nivel de los océanos subió
y bajó. En alguna parte, una estrella hacía girar planetas en el polvo.
Ryan llamó once minutos más tarde.
- Creo que he encontrado otra conexión.
- ¿Cuál es esa conexión? «Espera. No dejes que la conmoción interfiera con
tu pensamiento.» -Los asesinatos de la isla Murtry y los de St. Jovite.
Le conté la conversación que había tenido con Lou West.
- Una de las mujeres de Murtry tenía cantidades masivas de Rohypnol en
sus tejidos.
- Igual que los cadáveres que encontramos en el dormitorio del primer piso
en St. Jovite.
- Sí.
Otro recuerdo había irrumpido en la superficie cuando Lou pronunció el
nombre de la droga: el bosque boreal, vistas aéreas de un chalet envuelto
en una nube de humo, un prado, cuerpos amortajados dispuestos en
círculo, personal uniformado, camillas, ambulancias.
- ¿Recuerdas la orden del Templo del Sol? - 223 - -¿Ese montón de
chiflados que se suicidaron en masa? -Sí. Sesenta y cuatro personas
murieron en Europa; diez en Quebec.
Hice un esfuerzo para controlar la voz.
- Algunos de esos chalets fueron preparados para explotar e incendiarse.
- Sí, he pensado en eso.
- En ambas localidades se encontró Rohypnol. Muchas de las víctimas
habían ingerido la droga poco antes de morir.
Pausa.
- ¿Crees que Owens está recomponiendo la secta en Carolina del Sur? -No
lo sé.
- ¿Crees que están traficando? -¿Traficando con qué? ¿Vidas humanas?
-Supongo que es una posibilidad.
Por un momento, ninguno de los dos habló.
- Pasaré la información a los tíos que trabajaron en el caso de Morin
Heights.
Mientras tanto, me pegaré al culo de Dom Owens.
- Hay más.
En la línea, se escuchaba un leve zumbido.
- ¿Me estás escuchando? -Sí.
- West calcula que ambas mujeres murieron hace tres o cuatro semanas.
Mi respiración resonaba en el auricular.
- El incendio en St. Jovite se produjo el diez de marzo. Mañana es uno.
Escuché el zumbido mientras Ryan hacía el cálculo.
- Mierda. Hace tres semanas.
- Tengo la sensación de que va a pasar algo terrible, Ryan.
- Mensaje recibido.
Señal de línea libre.
Cuando miro hacia atrás tengo siempre la sensación de que los hechos se
aceleraron después de aquella conversación, aumentaron la velocidad y se
volvieron frenéticos, y finalmente formaron un torbellino que lo succionó
todo, incluida yo.
Aquella tarde me quedé trabajando hasta tarde, y Hardaway también. Me
llamó cuando yo estaba sacando del sobre su informe de la autopsia.
Le di el perfil del cuerpo más próximo a la superficie y la edad que había
calculado para el cuerpo del fondo.
- Los datos coinciden -dijo-. Tenía veinticinco años.
- ¿Habéis conseguido una identificación positiva? -Pudimos extraer una
huella legible. En los archivos locales y estatales no había nada, de modo
que la enviaron al FBI. No encontraron nada en sus ordenadores. Sin
embargo, pasó una cosa muy rara. No sé qué fue lo que me impulsó a
hacerlo, probablemente porque sé que trabajas allá. Cuando el tío del FBI
sugirió que lo intentásemos con la Real Policía Montada del Canadá, yo
dije, ¡qué demonios!, - 224 - adelante con ello. Resultó que era
canadiense.
- ¿Qué más pudieron averiguar sobre ella? -Espera.
Oí el crujido de unos muelles y luego el roce de unos papeles.
- El documento llegó hoy. El nombre es Jennifer Cannon: raza blanca,
metro setenta de estatura, cincuenta y ocho kilos, pelo castaño, ojos
verdes. La última vez que la vieron con vida fue hace… -hubo una pausa
mientras calculaba- dos años y tres meses.
- ¿De dónde es? -Veamos. -Pausa-. Calgary. ¿Dónde está eso? -En el oeste.
¿Quién informó de su desaparición? -Sylvia Cannon. Es una dirección de
Calgary, de modo que debe de tratarse de su madre.
Le di a Hardaway el número del busca de Ryan y le pedí que le llamase.
- Cuando hables con él, dile por favor que me llame. Si no estoy aquí, me
encontrará en casa.
Metí los huesos del caso Murtry en sus cajas correspondientes y las cerré
herméticamente. Luego, guardé en mi maletín el disquete y los formularios
del caso, el informe y las fotografías de Hardaway, y mi trabajo para la
conferencia. Cerré el laboratorio con llave y me marché a casa.
El campus estaba desierto. La noche era tranquila y húmeda. Los hombres
del tiempo hubieran dicho que era inusualmente cálida. El aire estaba
cargado con el olor a hierba recién cortada y a lluvia inminente. En la
distancia, se escuchaban los ruidos sordos de los truenos y me imaginé
una tormenta avanzando desde las montañas Smoky y atravesando
Piedmont.
- Aquí,
Birdie
-llamé-. Ven, chico.
-
¡Birdie!
¿Estás ahí? Otro relámpago cruzó el cielo e iluminó aceras, arbustos,
jardines y casas.
- ¡Birdie!
-grité-.
¡Birdie!
-
¿Birdie?
-dije en voz queda, extendiendo los brazos.
Alzó la cabeza y examinó mi cara con sus ojos amarillos. Otro relámpago
iluminó la escena.
Birdie
se levantó, arqueó el lomo y dijo: «Mrrrrp.» Le mostré las palmas de las
manos.
- Ven,
Birdie
-susurré bajo la lluvia.
Birdie
pasó sus patas delanteras por encima de mi hombro y se apretó contra mí,
como si fuese un mono colgado de su madre. Sentía sus uñas a través de
la empapada tela del camisón.
Diez minutos más tarde, había acabado de frotarlo de arriba abajo. Los
pelos blancos cubrieron varias toallas y fueron arrastrados por el aire. Por
una vez, no había habido protestas.
Birdie
se zampó un cuenco lleno de Science Diet y un plato de helado de vainilla.
Luego lo llevé a la cama. Se metió debajo de las mantas y después se
estiró totalmente contra mi pierna. Sentí que su cuerpo estaba tenso y que
poco a poco se relajaba al extender las garras. El pelo aún estaba húmedo,
pero no me importó. Mi gato había regresado.
- Te amo,
Birdie
-le dije a la noche.
- 227 -
Capítulo 25
Cuando me desperté,
Birdie
ya se había ido. Lo llamé pero no respondió, de modo que me puse
pantalones cortos y una camiseta, y fui abajo a buscarlo. El rastro era fácil
de seguir. Había vaciado su plato y dormía en un parche de sol en el sofá
de la sala.
El gato yacía sobre el lomo, las patas traseras extendidas, las garras
delanteras colgando sobre el pecho. Lo observé durante un momento,
sonriendo como un niño la mañana de Navidad. Luego fui a la cocina,
preparé café y una rosa de pan, recogí el
Observer
y me instalé a la mesa de la cocina.
La esposa de un médico había sido encontrada asesinada a cuchilladas en
Myers Park. Un niño había sido atacado por un pit bull; los padres exigían
que se sacrificase al animal y el dueño del perro estaba indignado. Los
Hornets habían derrotado a los Golden State Warriors por 101 a 87.
Comprobé el pronóstico del tiempo. Sol y una temperatura de veintitrés
grados en Charlotte. Examiné las temperaturas en el resto del mundo. El
viernes los termómetros habían ascendido hasta los nueve grados en
Montreal. Existe una razón evidente para la vanidosa satisfacción de los
sureños.
Leí todo el periódico: editoriales, anuncios, publicidad de farmacias. Es un
ritual de fin de semana del que disfruto intensamente, pero al que había
tenido que renunciar en los últimos tiempos. Como una drogata en plena
fiesta, absorbí cada palabra impresa.
Cuando hube terminado, limpié la mesa y fui a buscar el maletín. Coloqué
las fotografías de la autopsia a mi izquierda y el informe de Hardaway
frente a mí. El bolígrafo se quedó sin tinta a la primera anotación. Me
levanté y fui a la sala a buscar otro.
Cuando vi la figura en el porche, mi corazón alteró sus latidos. No tenía
idea de quién era ni cuánto tiempo hacía que estaba delante de la puerta
principal de mi casa. La figura se volvió, se acercó a la pared y se inclinó
hacia la ventana. Nuestras miradas se encontraron y me quedé inmóvil sin
que pudiera creer lo que veían mis ojos.
- 228 - Crucé la sala y abrí la puerta sin perder un segundo.
Estaba con las caderas proyectadas hacia delante y las manos
enganchadas en las correas de una mochila. El dobladillo de la falda se
abultaba sobre sus botas de excursionista. El sol de la mañana bañaba su
pelo y enmarcaba la cabeza en un resplandor dorado.
«¡Dios mío! -pensé-. ¿Y ahora qué?» Kathryn habló primero.
- Necesito hablar. Yo…
- Sí, por supuesto. Por favor, pasa. -Me aparté y extendí la mano-. Dame la
mochila.
Kathryn entró, se quitó la mochila y la dejó caer al suelo. No dejó de
mirarme en ningún momento.
- Sé que le estoy imponiendo mi presencia, y yo…
- Kathryn, no seas tonta. Me alegro de volver a verte. -Estaba tan
sorprendida que por un momento mi cerebro se quedó bloqueado.
Abrió la boca, pero no dijo nada.
- ¿Quieres comer algo? La respuesta estaba dibujada en su cara.
Pasé el brazo por encima de sus hombros y la llevé a la mesa de la cocina.
Se dejó guiar mansamente. Aparté las fotografías y el informe, y la senté
en una silla.
Mientras tostaba unas rebanadas de pan, las untaba con queso cremoso y
servía un vaso de zumo de naranja, miraba de reojo a mi visitante. Kathryn
tenía la mirada fija en la mesa, y sus manos alisaban unas arrugas
inexistentes en el pequeño mantel individual que había colocado delante
de ella. Sus dedos arreglaban una y otra vez los flecos, estirando cada uno
y colocándolo paralelo al siguiente.
Tenía un nudo en el estómago. ¿Cómo había llegado hasta mi casa? ¿Se
había escapado? ¿Dónde estaba Carlie? Pero esperé a que acabase de
comer para someterla al interrogatorio.
Cuando Kathryn terminó y me dijo que no quería nada más, quité los
platos, los dejé en el fregadero y volví a reunirme con ella en la mesa.
- Muy bien. ¿Cómo me encontraste? -Le di unas palmaditas en la mano y le
sonreí para alentarla.
- Usted me dejó su tarjeta. -Metió la mano en un bolsillo y depositó la
tarjeta encima de la mesa. Luego sus dedos volvieron al mantel individual-.
Llamé al número de Beaufort un par de veces, pero nunca estaba allí.
Finalmente, me atendió un tío que me dijo que había regresado a
Charlotte.
- Era Sam Rayburn. Me alojaba en su barco.
- En cualquier caso, decidí largarme de Beaufort. -Alzó la vista, me miró
brevemente y volvió a fijar los ojos en la mesa-. Hice autostop hasta aquí y
fui a buscarla a la universidad, pero me llevó más tiempo del que pensaba.
Cuando llegué al campus, usted ya se había marchado. Pasé la noche en
casa de una chica que encontré en el campus y esta mañana me dejó aquí
de camino a su trabajo.
- ¿Cómo sabías dónde vivía? -Ella buscó la dirección en una especie de
libro.
- 229 - -Comprendo. -Estaba segura de que la dirección de mi casa no
figuraba en la guía de la facultad-. Bien, me alegro de que estés aquí.
Kathryn asintió. Parecía agotada. Tenía los ojos enrojecidos y un
semicírculo oscuro subrayaba sus párpados inferiores.
- Habría devuelto tus llamadas, pero no dejaste ningún número de
contacto. El martes pasado, cuando el detective Ryan y yo visitamos
nuevamente la granja, no te vimos.
- Yo estaba allí, pero… -Su voz se apagó.
Esperé.
Birdie
se asomó por la puerta y luego se alejó, rechazado por la tensión.
El reloj marcó la media hora. Los dedos de Kathryn seguían jugando con
los flecos del mantel.
Finalmente, ya no pude soportarlo.
- Kathryn, ¿dónde está Carlie? Apoyé mis manos sobre las suyas.
Levantó la mirada. Tenía los ojos vacíos.
- Ellos lo están cuidando.
Su voz era infantil, como la de un niño que responde a una acusación.
- ¿Quién lo está cuidando? Kathryn apoyó los codos en la mesa y se frotó
las sienes con los dedos, describiendo pequeños círculos. Sus ojos habían
vuelto a concentrarse en el mantel.
- ¿Está Carlie en Saint Helena? Asintió.
- ¿Querías dejarle allí? Sacudió la cabeza, y sus manos se deslizaron hacia
arriba, de modo que las palmas apretaron ambas sienes.
- ¿El bebé está bien? -¡Carlie es mi bebé! ¡Mío! La vehemencia de sus
palabras me cogió por sorpresa.
- Yo puedo cuidar de él.
Cuando alzó el rostro una lágrima brillaba en cada mejilla. Sus ojos
perforaron los míos.
- ¿Quién dice que no puedes hacerlo? -Yo soy su madre. -Le temblaba la
voz. ¿Por qué? ¿Agotamiento? ¿Miedo? ¿Resentimiento? -¿Quién está
cuidando a Carlie? -Pero ¿qué pasará si estoy equivocada? ¿Qué pasará si
todo es verdad? Su mirada volvió a posarse en el mantel.
- ¿Qué pasará si qué es verdad? -Amo a mi hijo. Quiero lo mejor para él.
Las respuestas de Kathryn no tenían ninguna relación con mis preguntas.
Estaba sondeando sus propios lugares oscuros, repitiendo un viejo discurso
familiar.
Sólo que esa vez lo hacía en mi cocina.
- Por supuesto que sí.
- No quiero que mi pequeño muera.
- 230 - Sus dedos temblaban mientras alisaban los flecos del mantel. Era el
mismo movimiento que le había visto hacer cuando acariciaba la cabeza
de Carlie.
- ¿Está Carlie enfermo? -pregunté alarmada.
- No, está perfectamente.
Las palabras eran apenas audibles. Una lágrima cayó sobre el mantel.
Miré el pequeño punto oscuro y me sentí completamente impotente.
- Kathryn, no sé cómo puedo ayudarte. Tienes que contarme qué es lo que
sucede.
En ese momento, sonó el teléfono, pero decidí ignorarlo. Desde la otra
habitación llegó el sonido del contestador, mi mensaje, luego una señal
seguida de una voz aguda, más sonidos y después silencio.
Kathryn no se movió. Parecía paralizada por los pensamientos que la
atormentaban. A través del silencio casi pude sentir su dolor y decidí
esperar a que hablase.
Siete manchas pequeñas y húmedas oscurecieron el algodón azul del
mantel;
diez, trece.
Después de lo que pareció una eternidad, Kathryn levantó la cabeza. Se
secó ambas mejillas con el dorso de la mano y apartó el pelo de su cara.
Luego entrecruzó los dedos y apoyó las manos con cuidado en el centro
del pequeño mantel azul. Se aclaró la voz dos veces.
- No sé lo que es llevar una vida normal. -Sonrió con expresión humilde-.
Hasta este año no sabía que no estaba llevando una vida normal.
Bajó la mirada.
- Supongo que tuvo que ver con el nacimiento de Carlie. Antes de que
naciera jamás había tenido dudas. Nunca se me había ocurrido hacerme
preguntas. Me educaron en casa, de modo que todo lo que sabía…
-Nuevamente la sonrisa-. Lo que sé acerca del mundo es muy limitado.
-Pensó por un momento-. Todo lo que sé sobre el mundo es lo que ellos
han querido que supiera.
- ¿Ellos? Apretó las manos con tanta fuerza que los nudillos se pusieron
blancos.
- Se supone que nunca debemos hablar sobre las cuestiones del grupo.
-Tragó saliva-. Ellos son mi familia; ellos han sido mi mundo desde que
tenía ocho años. Él ha sido mi padre y mi consejero y mi maestro y…
- ¿Dom Owens? Sus ojos volaron hacia los míos.
- Es un hombre brillante. Lo sabe todo sobre la salud y la reproducción, y la
evolución y la polución, y cómo hacer para mantener en equilibrio las
fuerzas espirituales, biológicas y cósmicas. Él ve y comprende cosas de las
que el resto de nosotros no tenemos ni idea. No se trata de Dom; yo confío
en Dom. Él jamás le haría daño a Carlie. Dom hace lo que hace para
protegernos. Él nos cuida. Es sólo que no estoy segura…
Kathryn cerró los ojos e inclinó la cabeza. Un pequeño vaso latía en su
cuello.
La laringe subía y bajaba. Después inspiró en profundidad, bajó la barbilla
y me miró directamente a los ojos.
- 231 - -Esa chica, la que estaba buscando. Ella estuvo allí.
Tuve que hacer un esfuerzo para oír lo que me estaba diciendo.
- ¿Heidi Schneider? -Nunca supe su apellido.
- Dime lo que recuerdes de ella.
- Heidi se unió al grupo en otra parte; en Texas, creo. Vivió en Saint Helena
alrededor de dos años. Era mayor que yo, pero me caía muy bien. Siempre
estaba dispuesta a hablar conmigo o a ayudarme. Era muy divertida. -Hizo
una pausa-.
Se suponía que Heidi debía procrear con Jason…
- ¿Qué? Pensé que no había escuchado bien.
- Su compañero reproductor era Jason, pero ella estaba enamorada de
Brian, el chico con quien estaba enrollada cuando se unió a nosotros. Es el
que está en la fotografía con ella.
- Brian Gilbert.
Sentía la boca completamente seca.
- Bien, Brian y ella se las ingeniaban para escabullirse y estar juntos. -Sus
ojos se posaron en algún punto distante-. Cuando Heidi quedó embarazada
estaba aterrorizada ante la posibilidad de que el bebé no fuese santificado.
Intentó ocultar su embarazo, pero finalmente ellos lo descubrieron.
- ¿Owens? Su mirada volvió a encontrarse con la mía y vi que sentía
pánico.
- No importa. Afecta a todos.
- ¿Qué? -La orden. -Frotó las palmas de las manos en el mantel y luego
volvió a unirlas-. Hay algunas cosas de las que no puedo hablar. ¿Quiere
oír lo que tengo que decir? -Me miró y vi que sus ojos comenzaban a
llenarse de lágrimas otra vez.
- Continúa.
- Un día Heidi y Brian no acudieron a la reunión matinal. Se habían
marchado.
- ¿Adónde? ¿Crees que Owens envió a alguien para que los encontrase?
Sus ojos se desviaron hacia la ventana y se mordió el labio inferior.
- Hay más. Una noche del otoño pasado Carlie se despertó molesto;
entonces fui abajo a buscar un poco de leche. Escuché ruidos en la oficina
y luego a una mujer que hablaba en voz muy baja para que nadie pudiese
oír lo que decía. Seguramente estaba hablando por teléfono.
- ¿Pudiste reconocer la voz? -Sí. Era una de las mujeres que trabajaban en
la oficina.
- ¿Y qué decía? -Le estaba diciendo a alguien que otra persona se
encontraba bien. No me quedé a oír el resto.
- Continúa.
- Hace tres semanas aproximadamente la escena se repitió, sólo que en
esta ocasión pude escuchar que unas personas discutían. Parecían
realmente enfadadas, pero la puerta estaba cerrada y no pude entender
de qué hablaban. Eran Dom y la - 232 - misma mujer.
Se enjugó una lágrima con el dorso de la mano. Seguía mirando hacia
abajo.
- Al día siguiente, la mujer se marchó de la granja y nunca volví a verla.
Ella y otra mujer, simplemente desaparecieron.
- ¿Acaso la gente no entra y sale del grupo? Sus ojos me miraron
fijamente.
- Esa mujer trabajaba en la oficina. Creo que era ella quien recibía las
llamadas sobre las que usted preguntaba. -Vi que su pecho subía y bajaba
mientras trataba de contener el llanto-. Era la mejor amiga de Heidi.
Sentí que el nudo se apretaba en mi estómago.
- ¿Se llamaba Jennifer? Kathryn asintió.
Respiré hasta llenarme los pulmones de aire. «Mantén la calma por el bien
de Kathryn.» -¿Quién era la otra mujer? -No estoy segura. Hacía poco que
estaba en la granja. Espere. Tal vez su nombre fuese Alice, o Anne.
Mi corazón se aceleró súbitamente. ¡Oh, Dios!, no.
- ¿Sabes de dónde venía? -De algún lugar del norte. No, tal vez de Europa.
A veces Jennifer y ella hablaban en otro idioma.
- ¿Crees que Dom Owens ordenó que matasen a Heidi y sus bebés? ¿Es por
eso por lo que temes por Carlie? -Usted no lo entiende. No es Dom. Él sólo
intenta protegernos y ayudarnos a cruzar al otro lado. -Me miró
intensamente como si quisiera ver dentro de mi cabeza-. Dom no cree en
el Anticristo. Él sólo quiere llevarnos fuera de la destrucción.
Su voz temblaba y breves jadeos puntuaban los espacios entre las
palabras. Se levantó y se acercó a la ventana.
- Son los otros. Es ella. Dom quiere que todos vivamos para siempre.
- ¿Quién? Kathryn comenzó a pasear por la cocina como un animal
enjaulado, y sus dedos retorcían la pechera de su blusa de algodón. Las
lágrimas bañaban su rostro.
- Pero ahora no. Es demasiado pronto. No puede ser ahora.
Rogaba.
- ¿Qué es demasiado pronto? -¿Y qué pasa si están equivocados? ¿Qué
sucederá si no hay suficiente energía cósmica? ¿Y si allí fuera no hay
nada? ¿Y si Carlie simplemente se muere? ¿Qué pasa si mi bebé muere?
Fatiga, ansiedad y culpa.
La combinación se volvió abrumadora, y Kathryn comenzó a sollozar sin
que pudiera controlarse. Su discurso se volvió incoherente y me di cuenta
de que no sacaría nada en limpio.
Me acerqué a ella y la abracé con ambos brazos.
- 233 - -Kathryn, necesitas descansar. Por favor, ven conmigo y acuéstate.
Hablaremos más tarde.
Hizo un sonido que no fui capaz de interpretar y se dejó llevar a la planta
alta hasta la habitación de invitados. Busqué unas toallas y bajé
nuevamente a recoger su mochila. Cuando regresé a la habitación, estaba
acostada en la cama, con un brazo sobre la frente, los ojos cerrados y las
lágrimas se deslizaban sobre el pelo que le cubría las sienes.
Dejé la mochila sobre la cómoda y cerré las persianas. Cuando estaba
cerrando la puerta, Kathryn habló en voz muy baja, con los ojos cerrados y
los labios apenas abiertos.
Sus palabras me espantaron más que cualquier otra cosa que hubiese oído
en mucho tiempo.
- 234 -
Capítulo 26
- 240 -
Capítulo 27
Birdie
me había seguido escaleras arriba. Se quedó inmóvil ante mi exabrupto,
bajó la cabeza y me miró impasible.
- Venga,
Birdie.
¿Te gustaría un regalo? Mi gato siente una predilección poco natural hacia
los juguetes caninos para mascar. Yo le he explicado que esos productos
son para perros, pero no he podido convencerlo.
Birdie
corrió a través de la habitación, dio un salto y luego rodó sobre su presa.
Miré la hoja. Diez; eran diez las personas muertas. Nuevamente la extraña
frase rebotó en mi cerebro.
«Death du jour.»
La muerte del día. Los habíamos encontrado en diferentes días, pero todos
ellos habían muerto aproximadamente al mismo tiempo.
Hola, tía Tempe. Soy Kit. Se trata de Harry. Cuando llamo a tu apartamento
de
Imaginé a mi sobrino con sus ojos verdes y el pelo color arena. Era difícil
creer que Howard Howard hubiese hecho ninguna aportación genética al
hijo de Harry.
Metro noventa y flaco como una espingarda, Kit era un réplica exacta de
mi padre.
Volví a escuchar el mensaje y consideré si había algo que estuviese fuera
de lugar.
«No, Brennan.» Pero ¿por qué estaba Kit tan preocupado? «Llámalo. Ella
está bien.» Marqué el número. Nadie contestó.
Intenté mi número en Montreal. Salió el contestador y dejé un mensaje.
Pete no sabría nada de Harry.
Por supuesto que no. Era tan afecto a mi hermana como al pie de atleta. Y
ella lo sabía.
«Basta, Brennan. Vuelve a concentrarte en las víctimas. Te necesitan.»
Aparté mis pensamientos de mi hermana. Harry ya había desaparecido
otras veces. Tenía que suponer que se encontraba bien.
Volví a tumbarme en el sofá. Cuando desperté, estaba vestida y el teléfono
sonaba sobre mi pecho.
- Gracias por llamar, tía Tempe. Yo… Quizá esté exagerando las cosas,
pero me pareció que mi madre estaba muy deprimida la última vez que
hablé con ella. Y - 246 - ahora ha desaparecido. No es propio de Harry
estar tan abatida, quiero decir.
- Kit, estoy segura de que se encuentra bien.
- Probablemente tengas razón, pero, bueno, habíamos hecho planes. Ella
siempre se está quejando de que ya nunca pasamos mucho tiempo juntos,
así que le prometí que iríamos a navegar en mi velero la próxima semana.
Ya he terminado de restaurarlo, de modo que Harry y yo pensábamos
navegar por el golfo durante unos días. Si ha cambiado de idea, al menos
podría haberme llamado.
Experimenté la habitual irritación ante la desconsideración de mi hermana.
- Ella se pondrá en contacto contigo, Kit. Cuando me marché de Montreal
estaba muy ocupada en su taller. Ya conoces a tu madre.
- Sí. -Hizo una pausa-. Pero es precisamente por eso. Parecía tan… -buscó
la palabra exacta- abatida. No es propio de Harry.
Recordé mi última noche con Harry.
- Tal vez sea parte de su nuevo personaje: una calma exterior
encantadora.
Mis palabras sonaron falsas incluso para mí.
- Sí, supongo. ¿Te dijo si pensaba ir a algún otro lugar? -No. ¿Por qué? -Dijo
algo que me hizo pensar que podría estar planeando algún viaje. Pero era
como si no fuese idea de ella o como si no quisiera ir. ¡Oh, mierda, no lo
sé! Dejó escapar un suspiro. Mi imaginación vio a mi sobrino pasándose la
mano por el pelo y luego frotándose la coronilla. Era así como Kit
expresaba la frustración.
- ¿Qué fue lo que dijo? A pesar de mi determinación, sentí que la ansiedad
comenzaba a crecer por dentro.
- No lo recuerdo con exactitud, pero escucha esto. Dijo algo así como «no
importa lo que lleve puesto o el aspecto que tenga.» ¿Te suena eso propio
de mi madre? -No, la verdad es que no.
- Tía Tempe, ¿sabes algo acerca de esa organización con la que se ha
relacionado? -Sólo el nombre. Inner Life Empowerment, creo. ¿Te sentirías
mejor si hago algunas averiguaciones? -Sí.
- Y también llamaré a mis vecinos en Montreal y les preguntaré si la han
visto.
¿De acuerdo? -Sí.
- Kit. ¿Recuerdas cuando conoció a Striker? Hubo una pausa.
- Sí.
- ¿Qué pasó? -Se largó para participar en un rally de globos y desapareció
durante tres días.
Luego regresó casada.
- ¿Recuerdas que te subías por las paredes? -Sí, pero Harry nunca hasta
ahora había renunciado a su rizador del pelo. Sólo - 247 - dile que me
llame. He dejado mensajes en tu contestador de Montreal, pero tal vez
esté enfadada por algo. ¿Quién puede saberlo? Colgué el auricular y miré
el reloj. Eran las doce y cuarto. Intenté hablar con Montreal. Harry no
contestó, así que dejé otro mensaje. Mientras yacía en la oscuridad, mi
mente se preparó para un interrogatorio riguroso.
¿Por qué no había comprobado esa organización a la que Harry se había
unido? Porque no había ningún motivo para hacerlo. Ella se inscribió en el
curso a través de una institución legal y no había ninguna causa para
alarmarse. Además, investigar cada uno de los proyectos de Harry
necesitaría de los servicios de un detective trabajando a tiempo completo.
«Mañana.» Haría algunas llamadas al día siguiente; esa noche no. Di por
terminado el interrogatorio.
Subí la escalera, me desvestí y me metí bajo las sábanas. Necesitaba
dormir, necesitaba un respiro después del torbellino que había dominado
mi pensamiento consciente.
Por encima de mi cabeza, el ventilador del techo zumbaba suavemente.
Pensé en el salón de Dom Owens y, aunque luché para rechazarlos, los
nombres regresaron a mi mente.
Brian. Heidi. Brian y Heidi eran estudiantes.
Jennifer Cannon era estudiante.
Anna Goyette.
Mi estómago dio un vuelco.
¡Harry! Harry se había inscrito para su primer seminario en el North Harris
County Community College. Harry era una estudiante.
Los otros habían sido asesinados, o bien habían desaparecido, mientras se
encontraban en Quebec.
Mi hermana estaba en Quebec.
¿O no lo estaba? ¿Dónde demonios estaba Ryan? Cuando finalmente llamó,
mi inquietud se convirtió en verdadero pánico.
- 248 -
Capítulo 28
- ¿Que se han ido? ¿Qué quieres decir con que se han ido? Había dormido a
intervalos y cuando la llamada de Ryan me despertó al amanecer me dolía
la cabeza y estaba de pésimo humor.
- Cuando llegamos con la orden de registro, el lugar estaba desierto.
- ¿Quieres decir que veintisiete personas se han esfumado? -Owens y una
de las chicas llenaron los depósitos de gasolina de las camionetas ayer a
las siete de la mañana. El empleado lo recuerda porque no era su rutina
normal. Baker y yo llegamos a la comuna sobre las cinco de la tarde. En
algún momento entre ambas horas, el padre y sus discípulos se dieron el
piro.
- ¿Simplemente se largaron? -Baker ha enviado una orden de búsqueda,
pero hasta ahora las camionetas no han sido localizadas.
- Por Dios.
No podía creer lo que estaba oyendo.
- En realidad, es aún peor.
Esperé.
- Otras dieciocho personas se han esfumado en Texas.
Sentí un escalofrío por todo el cuerpo, como si una araña de hielo
estuviese paseando por mis venas.
- Resultó que había otra pequeña banda en la propiedad que Guillion tiene
allí.
El Departamento del Sheriff del condado de Fort Bend los ha tenido
controlados durante años, y nunca dieron problemas como para que,
estrechase la vigilancia.
- No es el
modus operandi
habitual.
- 249 - -¿Qué
modus operandi?
Simonnet murió de un balazo; Heidi y su familia fueron acuchillados, y no
sabemos de qué forma murieron los otros dos en el piso superior. Cannon
y Comptois fueron atacadas con cuchillos y animales. No es un caso muy
frecuente.
Tenía que detener esa locura que crecía como los truenos de Piedmont -
255 -
Capítulo 29
- Dijo que esa gente no pertenece a este mundo. Al parecer, habían estado
luchando contra las fuerzas del mal y había llegado la hora de marcharse,
sólo que no podía llevarse a
Fido
con él.
Cuando bajé del taxi, casi había dejado de llover, pero la temperatura
había descendido vertiginosamente. Finas membranas de hielo
comenzaban a formarse en los charcos y cristalizaban en los neumáticos y
las ramas.
El apartamento estaba silencioso y oscuro como una cripta. Después de
dejar el abrigo y las bolsas en el recibidor, fui directamente a la habitación
de invitados. Los potingues de maquillaje de Harry estaban esparcidos por
el tocador. ¿Los había usado esa mañana o la semana anterior? Ropa.
Botas. Secador de pelo. Revistas. Mi búsqueda no dio con nada útil que
pudiese indicarme dónde estaba Harry o cuándo se había marchado.
Lo esperaba; sin embargo, lo que no esperaba fue la sensación de alarma
que se apoderó de mí mientras recorría las habitaciones.
Comprobé el contestador. Ningún mensaje.
«Relájate.» Tal vez Harry había telefoneado a Kit.
Negativo.
¿Charlotte? No había noticias de Harry, pero Red Skyler me había llamado
para decirme que se había puesto en contacto con la Cult Awareness
Network, una organización que se dedicaba a controlar los movimientos de
las sectas. No tenían nada sobre Dom Owens, pero sí un archivo de Inner
Life Empowerment. Según la CAN, se trataba de una organización legal.
Operaba en varios estados, ofreciendo seminarios de autoconocimiento,
que eran inútiles, pero también inofensivos. «Confronta tu yo íntimo y el
otro íntimo», y cosas por el estilo. Basura, pero probablemente inocua, y
no debía preocuparme demasiado. Si quería más información, podía
llamarle a él, o bien a la CAN. Me dejó ambos números.
Casi no presté atención a las otras voces: Sam me pedía noticias; Katy me
avisaba de su regreso a Charlottesville.
De modo que Inner Life Empowerment no era una organización peligrosa.
- 261 - Probablemente, Ryan tuviese razón. Harry había vuelto a
desaparecer. La ira hizo que me ardiesen las mejillas.
Como si fuese un robot, colgué el abrigo en el armario y arrastré la maleta
hasta el dormitorio. Luego me senté en el borde de la cama, apreté con
fuerza las sienes y dejé vagar mis pensamientos. Los dígitos verdes del
reloj de la mesilla de noche señalaban el paso de los minutos.
Esas últimas semanas habían sido de las más difíciles de toda mi carrera.
La tortura y las mutilaciones que las víctimas habían tenido que soportar
superaban con creces cualquier cosa que hubiese visto hasta entonces. Y
no recordaba cuándo había tenido que trabajar con tantas muertes en tan
poco tiempo. ¿Cómo se relacionaban los asesinatos cometidos en St. Jovite
con los de la isla de Murtry? ¿Había sido asesinada Carole Comptois por la
misma y monstruosa mano? ¿Había sido la matanza de St. Jovite sólo el
principio? ¿Habría en ese momento algún maníaco que estuviera tramando
un baño de sangre demasiado terrible de contemplar? Harry tendría que
encargarse de Harry.
Yo sabía lo que iba hacer. Al menos, sabía por dónde comenzaría.
Llovía otra vez y el campus de McGill estaba cubierto por una costra fina y
helada. Los edificios se alzaban como siluetas negras y las ventanas eran
la única fuente de luz en aquella inquietante y húmeda oscuridad. Aquí y
allá una figura se movía en un rectángulo iluminado como un títere
diminuto en un teatro de sombras chinas.
Una cubierta de hielo poroso crujía bajo mis pies mientras subía la
escalinata de entrada a Birks Hall. El edificio estaba desierto; sus
ocupantes lo habían abandonado ante la proximidad de la tormenta. No
había impermeables en los percheros ni botas que dejaran un reguero de
agua contra las paredes. Las impresoras y fotocopiadoras estaban
silenciosas; el único sonido que se escuchaba era el repicar de las gotas de
lluvia sobre los cristales emplomados.
Mis pasos resonaron con un ruido sordo mientras subía al tercer piso.
Desde el corredor principal, pude ver que la puerta de la oficina de
Jeannotte estaba cerrada.
En realidad, no esperaba encontrarla en su despacho, pero había decidido
que merecía la pena intentarlo. Para ella sería una sorpresa, y la gente
suele decir cosas muy curiosas cuando se la coloca fuera de su rutina
habitual.
Cuando giré en la esquina del corredor vi que una luz amarilla se
proyectaba por debajo de la puerta. Llamé sin saber muy bien qué esperar.
Cuando la puerta se abrió, no pude evitar una expresión de enorme
sorpresa.
- 262 -
Capítulo 30
-
¿Odocoileus virginianus?
- Se me ocurrió de repente.
- En el museo no hay ningún ciervo de cola blanca.
¿Frunció las comisuras de los labios o era simplemente el frío? Me encogí
de hombros.
Aunque con cierta reticencia, Anna me dio su dirección y su número de
teléfono. Nos despedimos y le aseguré que Ryan la llamaría pronto.
Mientras me apresuraba calle abajo, algo hizo que me diese la vuelta.
Anna permanecía en la entrada del antiguo edificio gótico, inmóvil, como
sus camaradas del cenozoico.
Cuando llegué a casa llamé al busca de Ryan. Unos minutos más tarde
sonó el teléfono. Le dije que Anna había aparecido y le hice un resumen de
la conversación que habíamos mantenido. Ryan me aseguró que pasaría
toda la información al forense para que se iniciara una búsqueda de los
registros médicos y dentales de Amalie Provencher. Llamaría
inmediatamente para tratar de ponerse en contacto con Anna antes de
que abandonase la oficina de la doctora Jeannotte. Después volvería a
llamarme para contarme lo que había podido averiguar durante el día.
- 268 - Eran las ocho cuarenta. Busqué los diarios de Bélanger y encendí la
tele para ver
Seinfeld
, esperando que el ritmo de los diálogos y las risas tuviesen un efecto
sedante.
Si los dejaba sin control sabía que mis pensamientos comenzarían a correr
como gatos en la noche; chillarían y gruñirían, y elevarían mi ansiedad a
niveles que harían del todo imposible que pudiese conciliar el sueño.
No funcionó. Jerry y Kramer lo hacían de maravilla, pero yo era incapaz de
concentrarme.
Mis ojos se desviaron hacia el fuego que consumía lentamente la leña. Las
llamas se habían convertido en unas lenguas dispersas que envolvían el
leño inferior.
Busqué más diarios, hice unas cuantas bolas de papel y las arrojé entre las
llamas.
Estaba acomodando los leños cuando lo recordé de golpe.
¡Diarios! ¡Me había olvidado por completo del microfilme! Fui al dormitorio,
saqué las páginas que había copiado en McGill y las llevé conmigo al sofá.
Me llevó sólo un momento encontrar el artículo que había aparecido en
La Presse.
- 270 -
Capítulo 31
- 277 -
Capítulo 32
- 284 -
Capítulo 33
El piso del
jeep
de Ryan estaba mojado por la nieve derretida. El limpiaparabrisas barría el
cristal, y de vez en cuando tropezaba con un pequeño trozo de hielo. A
través de los abanicos que dibujaba en el parabrisas, podía ver millones de
astillas plateadas cortando los haces de luz de los faros delanteros.
Subimos por la calle Guy y giramos hacia el este para tomar Docteur-
Penfield.
Encima de nosotros se podía ver el Montreal General brillando gracias a la
energía de su propio generador. Mis dedos estrangulaban el apoyabrazo de
la derecha y mi mano izquierda era un puño hermético.
- Hace un frío de mil demonios. ¿Por qué no nieva? -exclamé de pronto. La
tensión y el miedo comenzaban a surgir por debajo de la superficie.
Los ojos de Ryan no se apartaban del camino.
- Según la radio, hay una especie de inversión térmica, de modo que hace
más calor en las nubes que en el suelo. Lo que comienza formándose como
lluvia, se congela al llegar a la tierra. El peso del hielo está afectando el
funcionamiento de las centrales eléctricas.
- ¿Cuándo acabará la tormenta? -El tío del tiempo dice que el sistema se
encuentra fijo en el mismo lugar y no va a ninguna parte.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido. Descongelante.
Limpiaparabrisas.
Viento sibilante. Los latidos de mi corazón.
El coche viró bruscamente y abrí los ojos. Conseguí mover una mano y
puse la radio. La voz era seria pero tranquilizadora. La mayor parte de la
provincia se encontraba sin fluido eléctrico, e Hydro-Quebec tenía a tres
mil empleados - 285 - trabajando para solucionar el problema. Los equipos
trabajarían día y noche, pero nadie podía asegurar cuándo se restablecería
el servicio.
El transformador que alimentaba Centre-Ville había explotado debido a la
sobrecarga, pero se le había dado la máxima prioridad. La planta
depuradora estaba paralizada y se recomendaba a la gente que hirviese el
agua antes de beberla.
«Una tarea difícil sin electricidad», pensé.
Se habían habilitado refugios y la policía recorrería las casas puerta por
puerta para localizar a los ancianos sin recursos. Muchas carreteras
estaban clausuradas y se aconsejaba a los motoristas que se quedaran en
casa.
Apagué la radio. Deseaba desesperadamente estar en mi casa con mi
hermana.
El pensar en Harry hizo que algo comenzara a latir con fuerza detrás de mi
ojo izquierdo.
«Ignora la jaqueca y piensa, Brennan. No serás de ninguna ayuda si
pierdes la concentración.» Los Goyette vivían en la zona conocida como el
Plateau, de modo que nos dirigimos hacia el norte y luego giramos al este
en la avenida Des Pins. En la cima de la colina, alcancé a divisar las luces
del Royal Victoria Hospital. Debajo de nosotros, McGill era un manchón
negro y, más allá, aparecía la ciudad y la zona de los muelles, donde la
única parte visible era la plaza Ville-Marie.
Ryan giró al norte en St. Denis. La calle, normalmente abarrotada de
turistas y compradores, estaba entonces abandonada al viento y al hielo.
Todo parecía cubierto por un manto translúcido, que borraba los nombres
de tiendas y bares.
- Sí. -Sus ojos se abrieron como platos-. Alguien hizo una broma acerca de
las monjas que vivían en las urbanizaciones. Ya sabe,
soeurs,
hermanas.
Localicé Montreal y después seguí el Champlain Bridge a través del río San
Lorenzo hasta la autopista 10 Este. Con un dedo entumecido, tracé la ruta
que había seguido hacía un tiempo para llegar a Lac Memphrémagog. Pude
ver la iglesia, y la tumba. Vi también el poste indicador semienterrado en
la nieve.
Moví el dedo a lo largo de la autopista, calculando el tiempo del viaje. Los
nombres oscilaban bajo la luz de la linterna.
Marieville. St. Grégoire. Ste. Angèle-de-Monnoir.
El corazón se me detuvo al verlo.
«Dios, por favor, haz que lleguemos a tiempo.» Bajé la ventanilla y grité al
viento.
Ryan terminó de rascar el parabrisas y abrió la puerta de su lado. Arrojó el
escarbador en la parte de atrás y se situó al volante. Se quitó los guantes y
le pasé el mapa y la linterna. Sin decir nada señalé un pequeño punto en el
cuadrado que había doblado hacia arriba. Lo estudió un momento mientras
su aliento se convertía en vapor bajo la luz amarillenta.
- Mierda.
Un cristal de hielo se derritió y se deslizó desde una de sus pestañas. Se
pasó el dorso de la mano por el ojo.
- Todo encaja. Ange Gardien. No es una persona, es un lugar. Piensan
reunirse en Ange Gardien. Debe de estar a unos cuarenta y cinco minutos
de aquí.
- ¿Cómo se te ocurrió pensar en ello? -preguntó Ryan.
No quería hablarle del sueño que había tenido.
- Recuerdo el poste indicador que vi cuando estuve en Lac
Memphrémagog.
Vamos.
- Brennan…
- Ryan. Sólo lo diré una vez más. Voy a buscar a mi hermana. -Hice un
esfuerzo para mantener la voz tranquila-. Y pienso ir contigo o sin ti.
Puedes llevarme a casa o puedes llevarme a Ange Gardien.
Dudó un momento.
- ¡Joder! -dijo luego.
Salió del
jeep,
inclinó el respaldo de su asiento hacia adelante y buscó algo en la parte de
atrás. Mientras cerraba la puerta con fuerza vi que se metía algo en el
bolsillo y cerraba la cremallera de la cazadora. Después volvió a pasar el
escarbador para quitar el hielo del parabrisas.
- ¿En qué dirección? Cogí el escarbador, bajé del coche y eché a andar
hacia la señal indicadora; me resbalé una vez y me golpeé la rodilla.
Mientras avanzaba con dificultad, el viento levantó mi pelo hasta dejarlo
tieso y me llenó los ojos de diminutos trozos de hielo.
Por encima de mi cabeza silbaba entre las ramas y sacudía los cables del
tendido eléctrico con un sonido extraño.
Trataba de avanzar cortando el hielo como una demente. Finalmente, la
hoja del escarbador se rompió, pero continué cavando hasta que el
plástico quedó hecho pedazos. Usando entonces el mango de madera,
cavé y rasqué hasta que, por fin, pude ver las letras y una flecha.
- ¿Qué te ha dicho? -
Oui
y
non.
Vive carretera arriba, a pocos kilómetros de aquí, pero el muy - 292 -
cabrón no se daría cuenta aunque Gengis Khan se mudase a la casa de al
lado.
Se puso los guantes y echó a andar en medio de la ventisca. Una vez que
hubo cerrado la puerta del
jeep,
me puse los mitones. Esperaría dos minutos.
- ¡Ryan! -grité al mismo tiempo que abría la puerta. Cuando salté fuera del
jeep,
una punzada de dolor me atravesó la pierna, y la rodilla cedió-. ¡Andy!
-volví a gritar hacia su cuerpo inerte.
- 293 -
Capítulo 34
- El no.
Je suis Elle.
Yo soy Ella, la fuerza femenina.
Mis brazos eran dos ramas de plomo y las rodillas parecían hechas de
mermelada. Quería hundirme en la oscuridad y dormir para siempre, pero
hice un esfuerzo por levantarme.
- Ma soeur!¡Tengo que encontrar a mi hermana!
-Tout est bien, madame.
-Las manos volvieron a apoyarme contra los cojines.
Más botas y puertas. Órdenes a viva voz. Vi que se llevaban esposados a El
y a Daniel Jeannotte.
- ¿Dónde está Ryan? ¿Conoce a Andrew Ryan?
-Cálmese, pronto estará bien -me dijo alguien en inglés.
Traté de relajarme.
- ¿Se encuentra bien Ryan?
-Tranquila.
Harry estaba junto a mí. Sus ojos parecían enormes en esa penumbra
nebulosa.
- Tengo miedo -murmuró con voz pastosa.
- Ya ha pasado todo. -Pasé mis brazos entumecidos alrededor de sus
hombros-. Te llevaré a casa.
Su cabeza se apoyó en mi hombro, y yo descansé la mía sobre ella. La
mantuve abrazada un momento, y luego la dejé. Reuniendo los dispersos
recuerdos de la educación religiosa que había recibido en mi infancia,
cerré los ojos, junté las manos delante del pecho y lloré en silencio
mientras rezaba a Dios pidiendo por la vida de Andrew Ryan.
Capítulo 35