Objetivo 6

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Objetivo 6: Desarrollar las capacidades productivas y del entorno para

lograr la soberanía alimentaria y el Buen Vivir Rural


Las mesas por el agro, así como otros espacios de diálogo relacionados con los sectores
rurales y campesinos, han sido claros en la necesidad de promover el desarrollo rural
integral y el Buen Vivir, en armonía con las particularidades de estos territorios y su
población.
La ciudadanía del sector rural demanda tanto un acceso equitativo a la tierra, agua,
semillas y demás servicios básicos y servicios sociales, como la vinculación con los
medios de producción.
En las mesas de diálogo, los ciudadanos han sido enfáticos en señalar la necesidad de
priorizar la compra pública a los productores nacionales y de los productos de la zona,
como mecanismo de fortalecimiento de la soberanía alimentaria y de la economía social
y solidaria, lo que reactiva y fortalece, así, a los sectores productivos rurales del país,
teniendo una mirada particular en los procesos de comercialización.
Sistematización de los 23 procesos de Diálogo Nacional. Sistema informático de
seguimiento-Senplades.
Fundamento
Desde los inicios de la Revolución Industrial, las relaciones entre el campo y la ciudad
han experimentado cambios históricos que se han acompañado de una visión que
contrapone la modernidad urbana con el rezago de la campiña tradicional. Se trata de un
mito modernizador. En nuestra región, el desarrollo rural no ha sido asumido por el
Estado como un eje central en los esfuerzos por cambiar nuestra matriz productiva, debido
a la manera a la que se integró en el capitalismo mundial como proveedora de materias
primas. Al contrario, se lo ha limitado a un papel subsidiario del desarrollo nacional, que,
más que una solución para la erradicación de la pobreza, ha sido visto como su foco de
resistencia. Esta visión instrumental gira en torno a la naturalización y romantización del
campo y del campesino como espacios y sujetos tradicionales y pasivos que mantienen el
contacto con la naturaleza mientras producen de ella para abastecer a las ciudades. De
esta manera, se piensa a las zonas rurales como fuente de provisión de alimentos a muy
bajo costo para las urbes, y a la industria y al comercio como una ocupación de la
producción para el progreso.
El creciente peso de la población urbana sobre la rural, por la mayor cuantificación de
electores en la primera, ha forzado apuestas por lo urbano como lugar privilegiado donde
reside el poder. Ello, además, ha sido legitimado por un discurso de tránsito histórico de
la humanidad desde el mundo rural agropecuario “tradicional” hacia el mundo urbano
“moderno”. Esto no hace más que soslayar la heterogeneidad social y económica del
campo, la complejidad bidireccional de los vínculos rurales con las urbes, la diversidad
cultural y los acervos de saberes de sus poblaciones, la variedad de agroecosistemas, las
fuentes de agua, la biodiversidad, y una enorme cantidad adicional de elementos propios
de los territorios no urbanos.
En la última década se hicieron importantes intervenciones públicas para mejorar las
condiciones de vida de la población rural más desfavorecida. Hay mejoras en la calidad
de vida de la población, nuevas actividades generadoras de ingresos, mayor cultura
empresarial, mejor infraestructura de conectividad, presencia de campesinos e indígenas
en las esferas de decisión, y cambios en las relaciones de género, por medio de normas o
respuestas organizacionales. Sin embargo, está pendiente consolidar un desarrollo
económico rural que genere trabajo en condiciones dignas, con acceso justo a tierra, agua
y factores de producción, que promueva el respeto y promoción de formas organizativas
locales, la implementación de formas de producción agroproductiva no intensivas en el
uso de agroquímicos o dependientes de semillas certificadas, que permita incrementar los
ingresos familiares y romper el ciclo 85 de pobreza y desigualdad, que promueva una
comprensión propia del campo y sus realidades, entendiendo su manera de experimentar
y vivir la modernidad, manteniendo y valorizando sus saberes. Solo de esta forma se
saldará la deuda histórica que se tiene con esta población.
El contexto actual, condicionado por el capitalismo global, postula una serie de cambios
de gran magnitud para el campo. La globalización obliga la apertura de mercados, lo que
desde los poderes hegemónicos se entiende bajo el imperativo de construir una economía
global única. A su vez, estamos inmersos en una nueva fase de industrialización en la que
las corporaciones transnacionales de la alimentación y las bebidas han creado un
desproporcionado poder en la toma de decisiones respecto a lo que finalmente llega al
consumidor. Esto nos muestra de manera más cruda los efectos del cambio climático, que
afecta perdurablemente los patrones nacionales y locales del clima, trastocando los ciclos
de siembra y cosecha. Una serie de ecosistemas, por ejemplo los manglares, está
severamente afectada y se teme su destrucción. La oferta hídrica va cayendo, en particular
en la Costa y en la Sierra, donde el acaparamiento del recurso hídrico para riego es una
constante. Inevitablemente, esta situación ha llevado a conflictos por el agua entre actores
rurales, las urbes y el campo. Mientras tanto, la frontera agrícola sigue expandiendo sus
límites y dependiendo, cada vez más, de químicos para aumentar o, por lo menos, sostener
sus rendimientos productivos, lo que cada vez es más difícil ante la caída de la fertilidad
y el deterioro de los paisajes. Además de todo esto, la pobreza en ciertas zonas rurales
pervive. En otras palabras, se debe repensar el desarrollo rural y la clave para hacerlo es
una aproximación desde el Buen Vivir de sus comunidades y territorios.
Es fundamental impulsar modelos de producción alternativos e incluyentes, los mismos
que permitan fortalecer el poder organizativo de las localidades y el rescate de los saberes
culturales. De tal forma que el impulso y desarrollo de sistemas productivos bajo enfoque
agroecológico se presentan como una alternativa viable para alcanzar la soberanía
alimentaria (Aportes – Gremios GAD, 2017).

Políticas
6.1 Fomentar el trabajo y el empleo digno con énfasis en zonas rurales, potenciando las
capacidades productivas, combatiendo la precarización y fortaleciendo el apoyo
focalizado del Estado e impulsando el emprendimiento.
6.2 Promover la redistribución de tierras y el acceso equitativo a los medios de
producción, con énfasis en agua y semillas, así como el desarrollo de infraestructura
necesaria para incrementar la productividad, el comercio, la competitividad y la calidad
de la producción rural, considerando las ventajas competitivas y comparativas
territoriales.
6.3 Impulsar la producción de alimentos suficientes y saludables, así como la existencia
y acceso a mercados y sistemas productivos alternativos, que permitan satisfacer la
demanda nacional con respeto a las formas de producción local y con pertinencia cultural.
6.4 Fortalecer la organización, asociatividad y participación de las agriculturas familiares
y campesinas en los mercados de provisión de alimentos.
6.5 Promover el comercio justo de productos, con énfasis en la economía familiar
campesina y en la economía popular y solidaria, reduciendo la intermediación a nivel
urbano y rural, e incentivando el cuidado del medioambiente y la recuperación de los
suelos.
6.6 Fomentar en zonas rurales el acceso a servicios de salud, educación, agua segura,
saneamiento básico, seguridad ciudadana, protección social rural y vivienda con
pertinencia territorial y de calidad; así como el impulso a la conectividad y vialidad
nacional.
6.7 Garantizar la participación plural, con enfoque de género y énfasis en las
organizaciones de pueblos, nacionalidades, comunas, comunidades y colectivos, en el
manejo sostenible de los recursos naturales y servicios ambientales.

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