San Francisco y La Creacion

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Diálogo Ecuménico t. XL, n.

128 (2005) 477-487 ARTÍCULOS

SAN FRANCISCO Y LA CREACIÓN*

No se conocen muchos hombres, –quizá ninguno en la


historia de la cultura occidental– que hayan sido tan sensibles
al maravilloso espectáculo de la naturaleza como el santo de
Asís, san Francisco, que con mucha emoción vibraba de gozo
y alegría ante el paisaje de montañas, valles, ríos y la belleza
de las flores, animales y otros seres inanimados. Sensible a la
belleza y a la luz, artista y poeta, Francisco está, pues, dis-
puesto a instituir una relación justa con las criaturas: por el
contrario, el hombre moderno, industrial, no acepta su situa-
ción de criatura, se sitúa por encima de la naturaleza para
dominarla y someterla a sus proyectos; Francisco se acerca a
las criaturas con simpatía, con sentimientos de fraternidad
arraigada en el descubrimiento de la paternidad común de
Dios; así trazó el camino a seguir para mejorar la condición
de la vida.
Al descubrir la naturaleza, él ha revalorizado al mismo
tiempo al hombre en su integridad, porque, en la agresión
planificada del entorno, la naturaleza es sacrificada pero
también el hombre es disminuido en su ambiente afectivo y
social; el hombre desligado de la naturaleza es un desarrai-

*
Conferencia pronunciada en el monasterio ortodoxo de Nuevo
Válano (Finlandia) en el contexto del XXXI Encuentro Internacional de
religiosas: “La vie religieuse et la sauvegarde de la création”, julio de 2004.
Los artículos siguientes son también conferencias pronunciadas en dicho
Encuentro. Traducción del italiano de la Dra. Rosa Mª Herrera.

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gado y no puede ser más que un inadaptado. La experiencia
de san Francisco con la naturaleza no es un episodio ni un
sector aislado de su vida: expresa una visión unitaria y de sín-
tesis de toda la realidad que abarca el mundo en sus relacio-
nes con Dios. Sólo en esta visión unitaria se puede leer la
experiencia y el mensaje de san Francisco: una mirada y una
aproximación al mundo hecha por quien se ha encontrado
con Dios: este Dios que ha creado el mundo y lo ha renovado
en la Resurrección de Cristo. La experiencia de Francisco
arraigada en una visión bíblica del mundo, es una respuesta a
las necesidades profundas y a los sueños de todos los hom-
bres; de ahí la significación en el diálogo ecuménico, interre-
ligioso y cultural.

1. FRANCISCO, CANTOR DE LA CREACIÓN

a) El estupor y el canto del pobre

San Francisco ha sido definido muchas veces como el


cantor de la creación. Aunque esta denominación se ha con-
vertido en un lugar común, sin embargo, toca un punto focal
no simplemente respecto a la relación de Francisco con la
naturaleza, sino también de su propia personalidad. En
efecto, en sus relaciones con la creación, Francisco manifiesta
la imagen más auténtica de sí mismo, hombre nuevo, regene-
rado, que vive ya la vida reconciliada de la resurrección.
Y esta experiencia de vida y de pobreza evangélica, al
contrario de los reformistas de su tiempo, la expresa, no con
la contestación o la polémica, sino con el canto. Es el modo
original y experiencial de vivir y de anunciar las bienaventu-
ranzas: la pobreza, el desprendimiento, la fraternidad son en
él una verdadera bienaventuranza, el canto de la vida.
Al margen de este contexto no se comprenderá nunca la
pobreza de san Francisco, que no es renuncia, sino liberación
de un vínculo con lo particular para abrirse a la acogida y la
comunión universal. La pobreza, en lugar de privarle de ella,
pone en manos de san Francisco la creación entera; es su
guardián fiel, porque en su profunda experiencia religiosa ha
reencontrado la humildad de sentirse criatura entre las cria-
turas, y por tanto hermano entre hermanos y hermanas.

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El camino que le ha conducido a Dios, en lugar de con-
vertirlo en extranjero en el mundo le hace descubrir la crea-
ción. Cada criatura tiene un significado y una voz que dice:
“¡Dios me ha creado para ti, hombre!” (Spec 118, FF 1818).
Gracias a este sentimiento de fraternidad él invita a las
criaturas a cantar. Celano dice a este respecto: “Varias veces,
encontrándose de viaje y meditando o bien cantando a Jesús,
se olvidaba de que estaba de viaje y se paraba para invitar a
las criaturas a la alabanza de Jesús” (1Cel 115, FF 522). Fran-
cisco ama a la alondra porque “al volar alaba al Señor dulce-
mente, como los buenos religiosos que, desligados de las
cosas del mundo, viven siempre vueltos hacia el cielo, y su
voluntad no desea otra cosa que la alabanza de Dios” (Spec
113, FF 1813). La celebración de la Navidad de Greccio es una
gran sinfonía que reúne a los hombres y a la naturaleza: “esta
noche es clara como el mediodía y dulce para los hombres y
los animales. Las gentes vienen y gozan con una alegría jamás
probada, ante el nuevo misterio. El bosque resuena de voces y
las poderosas rocas cantan las fiestas. Los hermanos cantan
alabanzas elegidas al Señor, y la noche parece estremecerse
de alegría” (1Cel 85, FF 469).
Toda la vida de Francisco, hasta sus últimos instantes,
fue un canto, y sin embargo, no en solitario, sino a coro entre
todas las criaturas con las que se había reconciliado. “Pasaba
el día en himno de alabanza, invitando a sus compañeros muy
queridos a alabar con él a Cristo. Después, como pudo, estalló
en este salmo: Con mi voz he gritado al Señor, con mi voz he
pedido auxilio al Señor. Invitaba también a todas las criaturas
a la alabanza a Dios, y con algunos versos que él había com-
puesto desde hacía tiempo, exhortaba al amor divino. Tam-
bién la muerte, terrible y odiosa para todo el mundo, exhor-
taba a la alabanza y él iba a su encuentro alegre, invitándola a
ser su huésped: ¡sea bienvenida, mi hermana la muerte!”
(2Cel 217, FF 809).
¿Cuál es la fuente de este canto que no puede contener?
“Un profundo asombro y siempre nuevo frente al amor que
nos ha sido revelado en el Hijo; un amor totalmente gratuito,
al que debemos todo”.

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b) La oración contemplativa: la Regla “non bolata” c.23

Este asombro profundo lo experimenta Francisco de


modo eminente en el capítulo 23 de la Regla non bolata (FF
63-73). Este texto, que puede ser definido como una oración
contemplativa, se lee como la manifestación de la profunda
experiencia mística de Francisco. Es un canto al Padre a tra-
vés del Hijo en el Espíritu Santo con la asociación del destino
de toda la creación. La primera parte (Edición crítica Esser 1-
6; FF 63-67), proclama en himno de alabanza y de acción de
gracias, el momento fundamental de la historia de la salva-
ción: la creación, la redención y el retorno de Cristo, las tres
grandes revelaciones de Dios. El asombro y la maravilla de
Francisco se detienen sobre todo en la obra de la creación:
“Todopoderoso, altísimo, santísimo y supremo Dios, Padre
santo y justo, Señor del cielo y de la tierra, por lo que tú eres
te damos gracias, porque por tu santa voluntad y por tu Hijo
único en el Espíritu Santo has creado todas las cosas espiri-
tuales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y seme-
janza, nos has colocado en el Paraíso y nos has curado de
nuestras faltas”.
A partir de esta contemplación del amor de Dios, nace el
canto que quiere expresar el agradecimiento y la respuesta
total al amor, con la invitación a todos los hombres a recordar
las maravillas de Dios; esto es lo que encierra la segunda
parte del cántico (Edición Esser 7-11; FF 68-73): “Amamos al
mundo con todo el corazón, con toda el alma, con todo nues-
tro espíritu, con toda la capacidad y la fuerza, con toda la
inteligencia, con todas las fuerzas, con todo el impulso, con
toda la afección, con todos los sentimientos más profundos,
con todo el deseo y la voluntad al Señor Dios, que nos ha dado
y nos da el cuerpo, el alma, la vida: que nos ha creado y resca-
tado, y que nos salvará gracias a su misericordia. Él que obra
en nosotros todo bien y colma de podredumbre a ingratos y
malvados” (FF 69).
En la contemplación viva de la creación, Francisco des-
cubre al Creador; de ahí, nace el amor universal que suscita
el canto y se remonta a la fuente de toda criatura.

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c) El cántico de las criaturas

Francisco expresa su profunda unión con Dios y con las


criaturas sobre todo en el cántico de las criaturas, o bien,
como él lo ha definido, “cántico del hermano sol, que es la
más bella de las criaturas y se parece a Dios” (Leg 43; FF 1591).
“Ejemplo excelente de la poesía mística, revela la expe-
riencia que él (Francisco) tuvo de la unidad y la coherencia
fundamental de la realidad. Francisco no se veía como un
objeto aislado frente a otros objetos del mundo. Se veía como
un centro de amor en una fraternidad universal y lo expresó
en el Cántico”. Por ello se puede definir el cántico como “una
oración de alabanza pensada por Francisco en forma de
acción litúrgica, es decir, de acto de culto solemne y univer-
sal, en el que la humanidad y la creación entera son invitadas
a participar con la palabra, con el ser y con la vida”.
El Cántico hace reconocer solemnemente el valor y la
belleza de la creación, en una profunda adhesión al mundo y
a las cosas. Y sin embargo, incluso en el éxtasis contemplativo
del universo, no se ha vuelto hacia las criaturas, porque uno
no puede fijar los ojos en ellas, el pensamiento y el senti-
miento del hombre purificado y transformado por el amor
divino: es el Señor quien tiene la alabanza “para” es decir, a
causa de ellos, gracias a y sobre todo por medio de sus cria-
turas. Es la experiencia profunda de pobreza lo que le per-
mite no detenerse en las criaturas en una relación directa y
exclusiva, o en una actitud de posesión. “Como los tres niños
arrojados al horno ardiendo invitaban a todos los elementos a
glorificar y bendecir al creador del universo, así este hombre,
lleno del espíritu de Dios, no se cansa de glorificar, alabar y
bendecir, en todos los elementos al Creador y gobernador de
todas las cosas (1Cel 80, FF 459). Lo que exaltaba y conmovía a
Francisco es la realidad que su ojo límpido descubría más allá
de la criatura: “pues a ti, Altísimo, te significa”.
No hay que maravillarse, pues, si incluso elementos
como el fuego, el viento... hayan perdido toda traza de agresi-
vidad o destrucción, que en la experiencia habitual está vin-
culada también a los elementos benéficos como el sol y el
agua. Francisco transfiere su profunda experiencia de recon-
ciliación con los hombres y la creación, borra toda dualidad
que, por su naturaleza, impone una elección y un rechazo; se

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encuentra en contacto sólo con sus hermanos: los hermanos
de su Orden, los hermanos leprosos, los hermanos ladrones,
el hermano lobo, hermano fuego y hermano viento. Todo es
transformado y asume un significado nuevo.
Es así como en el Cántico tenemos una de las más pro-
fundas expresiones de la experiencia espiritual de Francisco
que, al celebrar la creación, expresa el sueño profundo que es
suyo y de toda la humanidad; en efecto, su canto no nace de la
nostalgia de un mundo que ya no está ahí, o de un paraíso
perdido, sino que ha experimentado una reconciliación com-
pleta que le ha hecho sentir la tierra prometida de un mundo
nuevo, ya transformado por el poder de la resurrección; es el
canto nuevo de la criatura nueva.

2. EXPERIENCIA BÍBLICA

Es una profunda experiencia bíblica la que pone a Fran-


cisco en esta relación con la naturaleza. Un punto clave para
comprender esta radicación bíblica es la Carta a todos los Fie-
les: “Y porque sufrió por nosotros y nos ha concedido dones
seguirá haciéndolo en el futuro, que cada criatura, en el cielo,
sobre la tierra y en el mar y en lo profundo del abismo, alabe
Dios, lo glorifique y honre y bendiga porque él es nuestra virtud
y nuestra fortaleza” (Lf 10, 61; FF 202). En resonancia evidente
del cántico de los rescatados de Ap 5, 13 del que se hace eco en
el Cántico nuevo que los rescatados elevan al Cordero (Ap 5,
9s), todas las criaturas son tomadas como glorificación del Cre-
ador y del redentor gracias a la obra redentora del que “sufrió
mucho por nosotros y nos ha concedido numerosos dones”.
En el fondo está la visión de Rm 8, 19-23: el universo
entero participa en la redención del hombre, como fruto de la
resurrección de Cristo: “Romanos 8, 19-23, pues la Creación
expectante aspira a la revelación de los hijos de Dios: si fue
sometida a la vanidad –no porque lo haya querido, sino a
causa de aquel que se la sometió– es con la esperanza de que
también ella sea liberada de la servidumbre de la corrupción
para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Nos-
otros lo sabemos, en efecto, toda la creación hasta este día
gime con dolores de parto. Y no sólo ella: nosotros mismos
que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos también
interiormente en la espera de la redención de nuestro

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cuerpo”. Esta inclinación es perceptible sólo por aquel que ve
en la creación la obra del creador y al mismo tiempo la maldi-
ción a la que está sometido a causa del pecado de Adán (Gn 3,
16-19) esta responsabilidad y respeto hacia la naturaleza
nacen por la conciencia de la fe de que Dios mismo está pre-
sente en la creación como su creador y de que gime y sufre a
causa de la contradicción entre su situación actual y el des-
tino final que Dios ha establecido, alimentada en la espera,
mejor dicho, en la esperanza de que Dios, a su tiempo, elimi-
nará esta contradicción.
La realización de este proyecto de Dios, Pablo la ve inau-
gurada con la resurrección de Cristo: por esto la redención y
la paz de Cristo tienen un valor cósmico (Col 1, 20; Ef 1, 10).
Esta visión bíblica está en la base de la inspiración de
Francisco y sólo ella da razón de su canto y de su actitud con
relación a la naturaleza: en diversas expresiones de Fran-
cisco sobre el tema de la creación, la alusión o la referencia
bíblica es evidente. No es de extrañar, pues, que sus biógrafos
vean en él al hombre bíblico ya reconciliado, la nueva cria-
tura en sintonía con esta creación que es considerada ya
como el cielo nuevo y la tierra nueva: “Si veía flores, se dete-
nía a predicarles y las invitaba a amar y alabar a Dios, como a
seres dotados de razón”.
Llamaba a todas las criaturas “hermano y hermana”,
capturando su secreto de modo admirable y no conocido por
ningún otro, porque había conquistado la libertad de la gloria
reservada a los hijos de Dios (1Cel 81, FF 460-461). Sobre el
fondo de la visión bíblica del paraíso de los orígenes y de la
nueva creación es como Celano y Buenaventura ven a Fran-
cisco dialogar con todas las criaturas armonizando su voz con
ellas (1Cel 58-59, FF 424-426; Lm 8,9, FF 1154-1155). No es
extraño, pues, si los animales aterrorizados por la presencia
agresiva de otros hombres al percibir y experimentar en él un
verdadero protector buscaban refugio en él (1Cel 60-61, FF
427-428; 1Cel 77-79, FF 455-457; Lm 8-6, FF 1145; Lm 8-8, FF
1150; Fio 22, FF 1853).
La estrofa con la que Celano nos presenta la síntesis de
esta actitud de Francisco con relación a la creación está llena
de referencias bíblicas: del Génesis a los Salmos, al Cantar de
los Cantares, a la Sabiduría, hasta el Nuevo Testamento (2Cel
165, FF 750); incluso la primitiva hagiografía es una lectura
bíblica de la experiencia de Francisco.

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3. LA EXPERIENCIA DE SAN FRANCISCO Y EL DIÁLOGO ECUMÉ-
NICO, RELIGIOSO Y CULTURAL

La experiencia de Francisco, gracias a sus raíces bíblicas


es el equilibrio reencontrado entre el verdadero valor del
hombre y del mundo; es significativa con relación al diálogo
ecuménico, religioso y cultural.
Ante todo puede construir un punto de referencia y una
sólida plataforma; será suficiente considerar el Cántico de las
criaturas. Compuesto en el sufrimiento de la muerte, expresa
un gozo profundo y una adhesión al mundo, a la materia; es
un Si al esplendor del universo. Una afirmación del valor de
los seres y de las cosas, tal como los hemos recibido de las
manos del Creador.
En esta visión bíblica y positiva del mundo el trabajo
asume también una nueva dignidad. Para el hombre resca-
tado el trabajo no es un castigo: “Y Yahvé Dios lo envió al jar-
dín del Edén para cultivar el suelo del que había salido” (Gn 3,
23), pero la misión es confiada al hombre como coronamiento
de la obra de la creación: “Yahvé Dios tomó al hombre y lo
estableció en el jardín del Edén para cultivarlo y guardarlo
(Gn 2, 15). El hombre sin pecado, que todavía no ha dañado la
imagen de Dios no es comprensible sin el trabajo; su imagen y
su crecimiento estarían comprometidos y al mismo tiempo el
mundo sufriría, destinado a progresar, a expresar todas sus
energías bajo la amorosa mirada del hombre que lo cultiva y
salvaguarda de toda explotación egoísta.
Por esto san Francisco, hombre rescatado, puede hablar
de la gracia del trabajo (Rb 5, FF 88); es reconocer el trabajo en
cuanto vocación del hombre en el mundo, criatura de Dios. El
trabajo, pues, no un es un atentado a la dignidad del hombre y
a la integridad de la naturaleza, es un vínculo para un creci-
miento común. No tiende a la realización de un capital pro-
ductivo para la posesión, sino para la verdadera calidad de
vida; el verdadero capital son los dones típicos del hombre. Es
el motivo por el que el trabajo no puede estar sometido o con-
dicionado por la aspiración del salario o de la cantidad de la
recompensa: “como recompensa del trabajo para sí mismo y
para los hermanos, reciben las cosas necesarias para el
cuerpo... y esto con humildad como conviene a los servidores
de Dios” (Rb 5, FF 88): en el trabajo permanecen siempre y

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exclusivamente como servidores de Dios, y no sometidos al
producto: “y yo trabajaba con mis manos, y deseo trabajar, y
todos los demás hermanos quiero que trabajen en un trabajo
honesto. Los que no saben, que aprendan, no por el deseo de
recibir la recompensa del trabajo, sino para dar ejemplo y
permanecer lejos de la ociosidad. Cuando no se da la recom-
pensa del trabajo, recurrimos a la mesa del Señor pidiendo
limosna a las puertas de las casas (2Tes 24-26, FF 119-120). Ni
siquiera el trabajo es un instrumento de posesión. La “mesa
del Señor” preparada por la caridad de todos, que pone a dis-
posición de los que tienen necesidades las cosas creadas por
el Señor, puede reemplazar la recompensa que no se ha
tenido. El trabajo tiene una dignidad y una función demasiado
alta para poder capturarla con la finalidad de la recompensa.
A causa de esta motivación Francisco no puede tolerar la ocio-
sidad, o bien común “hermana mosca”, que permanece
“ociosa en la obra de Dios” (2 Cel 75, FF 663; 2Cel 161, FF 754).
Es el trabajo, entendido como gracia el que salvaguarda
la libertad del hombre, favoreciendo el crecimiento para con-
vertirse en factor de progresión y de salvaguardia de la inte-
gridad de la naturaleza. Francisco interpreta, de este modo la
aspiración profunda de cada hombre, y su canto es un men-
saje que puede unificar las aspiraciones y el compromiso de
todos los que no están condicionados por ninguna barrera.
Esta significación universal de la experiencia de Francisco
nace de un vínculo de fraternidad universal que florece de la
paternidad única de Dios: “El apelaba a las criaturas, incluso
las más pequeñas, con el nombre de hermanos o hermanas:
sabía bien que todas provenían, como él de un único princi-
pio” (Lm 8,6, FF 1145).
Estas consideraciones pueden ayudarnos a echar una
mirada más próxima a la visión bíblica sobre un problema
específico debatido a nivel ecuménico y que por otra parte ha
asumido como caracteres confesionales: es el problema de la
revelación natural. Francisco alaba al Señor por el hermano
sol, porque “de ti, Altísimo obtiene significado” (Cant 4, FF
263); su actitud con relación a las criaturas es interpretada así
por Celano: “no encontraba una ayuda pequeña en las cosas
que están en el mundo. En efecto, se servía de ellas... a modo
de un espejo muy limpio. En cada obra alababa al Autor: todo
lo que encuentra en las criaturas, lo refiere al Creador” (1Cel
165, FF 750); y Buenaventura añade: “Contemplaba, en las

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cosas bellas, al más Bello, siguiendo las hormas impresas de
las criaturas, perseguía en todas partes el Bien. Amando
todas las cosas se hacía una escalera para subir y atrapar al
que es en todo deseable” (Lm 9,1, FF 1162); y además el Espejo
de perfección: “Completamente absorbido en el amor de
Dios, Francisco veía la perfección de la bondad de Dios no
sólo en el alma, ya espléndida de toda perfección de virtud,
sino también en todas las criaturas. Y por esto se volvía, con
cálido afecto a las criaturas, en particular a aquellas en las
que veía las huellas de una cualidad de Dios o de algo que se
asemejaba a la vida religiosa” (Spec 113, FF 1813). Esta posibi-
lidad de remontar la creación hasta Dios no es ciertamente
una empresa humana, unirse con autonomía a Dios; es el ojo
puro, transparente y que ha conquistado la visión unitaria y
sintética de todas las cosas, vinculadas a la fuente: una per-
cepción de la presencia de Dios en la naturaleza.
Francisco, que sabe leer la revelación de Dios en la Pala-
bra y en la historia, sabe descifrar también en la naturaleza la
presencia y la voz de Dios porque, para el que está atento “los
cielos cuentan la gloria de Dios y la obra de sus manos, el fir-
mamento lo anuncia... en toda la tierra se adivinan los rasgos
y las palabras hasta los confines del mundo” (Sal 19, 2-6). Y
haciéndose eco del libro de la Sabiduría san Pablo dice: “Lo
que hay de invisible desde la creación del mundo se deja ver a
la inteligencia a través de sus obras, su eterno poder y su divi-
nidad, de modo que son inexcusables” (Rom 1, 20). Un ojo más
límpido, una sensibilidad más obediente a la guía del espíritu
y una visión más cercana a la Biblia podrían liberarnos de los
límites de muchos de nuestros sistemas y teoremas, dejándo-
nos descubrir la presencia de Dios allí donde actúa, sin divini-
zar la huella y sin atribuirnos capacidades. La experiencia de
Francisco es un ejemplo de esta pureza de mirada, de esta
libertad confiada al espíritu de este encuentro feliz con Dios
en la creación; puede ayudarnos a no confundir la revelación
de Dios en la naturaleza con la revelación natural.
En esta relación de Francisco con la creación no podemos
olvidar subrayar un último y significativo aspecto ecuménico:
la actitud de Francisco es la expresión del hombre reconci-
liado que se convierte en promotor de pactos de reconcilia-
ción; se puede pensar en el episodio de la cigarra que, por
orden de Francisco, canta y alaba a Dios el creador (Lm 8,9, FF
1155); al halcón con el que Francisco se alía con un pacto de

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intensa amistad (Lm 8,10, FF 158); y sobre todo con el lobo de
Gubbio (Flor. 21, FF 1852). Más allá de las interpretaciones posi-
bles o referencias históricas, se puede señalar como espontá-
nea la reconciliación de Francisco con el lobo: desde entonces,
una vez que Francisco se ha convertido en garante para el ani-
mal que observará el pacto de paz, va a nacer la reconciliación
entre el lobo y el pueblo. La reconciliación con Dios rompe la
pretensión egoísta de autonomía y de dominio del mundo, y
lleva, pues, a la reconciliación con todas las criaturas; nace de
ahí el espíritu de pobreza que reconoce y devuelve todas las
cosas a Dios, suprimiendo así todo deseo de competencia y
divisiones entre los hombres: es el camino para la reconcilia-
ción entre los hombres. Sólo así se puede comprender cómo el
Cántico de las criaturas puede reconciliar al Obispo y el maes-
tro de Asís (Leg p. 44, FF 1593): la reconciliación con Dios y la
creación madura en la reconciliación fraterna.

CONCLUSIÓN

El Cántico de las criaturas, expresión eminente de la


reconciliación universal, es compuesto cuando Francisco ha
cumplido en plenitud su vida sobre la tierra y ha tenido, por
Dios, la seguridad de poseer su Reino. Entonces él dice a sus
hermanos: “Quiero, para su alabanza y mi consuelo y para la
edificación del prójimo componer una nueva Alabanza al
Señor por sus criaturas. Cada día utilizamos sus criaturas y
sin ellas no podremos vivir, y en ellas el género humano
ofende mucho al Creador. Y cada día mostramos nuestra
ingratitud por este gran beneficio y no alabamos como debe-
ría hacerse a nuestro Creador y dador de todo bien” (Leg p 43,
FF 1592). Francisco quiere que el canto de estas alabanzas
concluya toda predicación de los hermanos; el Cántico, en
efecto, debe orientar todos los contenidos y constituir el espí-
ritu del anuncio del mensaje evangélico. Por esto lo deja
como tarea insigne a sus hermanos: “¿Qué otra cosa son los
servidores de Dios, más que juglares que deben conmover los
corazones de los hombres y elevarlos al gozo espiritual?” (Leg
p 43, FF 1592).

P. STEFANO CAVALLI, ofm


Italia

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SUMMARY

All the articles in this edition have some reference to a


single theme, namely “Religious Life and Ecology”, which was
the subject of an International Ecumenical Meeting of Reli-
gious held in the Orthodox Monastery of New Válamo (Fin-
land) in the summer of 2004. This first article examines the
relationship between the life and thought of St Francis of
Assisi and his reflections on nature. The Franciscan Religious
Stefano Cavalli shows the strong affinity between the spiritua-
lity of poverty, of divine son-ship and of humility in the saint of
Assisi, and the consideration of nature as God’s creation
which has to be loved and respected. It speaks to us of the
creator and carries within it the imprint of God’s love for all
created things. The “Canticle of Creation” is the best expres-
sion of Francis’ thought, written in his latter days and showing
also how everything for the saint flowed from his meditation
on Sacred Scripture.

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