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En Humanidades
torno a la memoria
26/27y el olvido. Sobre el diálogo entre perspectivas
ISSN teóricas...
0327/8115
Maurice Halbwachs
Resumen
Abstract
Based on the idea of Maurice Halbwachs respect to the memory of certain events
is supported largely on social relations at that time were involved, this paper describes
aspects of the beginnings of anthropology in Salta.
1
Una versión previa y más abreviada de este trabajo fue expuesta en el Panel “Conformación y desarrollo
de la Antropología en el NOA” dentro del marco de las I Jornadas Regionales y III Jornadas Internas de
Antropología organizadas por la Universidad Nacional de Salta en 2014.
∗
Docente e investigador en la Universidad Nacional de Salta, donde actualmente se desempeña como
profesor de las cátedras de Teoría e Historia de la Antropología. Ha dirigido proyectos financiados por el
CONICET y entre sus antecedentes cuenta también el haber sido titular de asignaturas de antropología,
sociología y metodología impartidas en otras universidades argentinas.
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José Miguel Naharro
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En torno a la memoria y el olvido. Sobre el diálogo entre perspectivas teóricas...
En el caso específico de Salta, había ya una serie de factores que servían como co-
adyuvantes, entre los que cabría mencionar, por ejemplo, la presencia de carreras que se
habían venido dictando bajo el auspicio de la Universidad Nacional de Tucumán, y que
ahora pasarían al ejido de la nueva institución.
La carrera de antropología, sin embargo, no estaba entre ellas. Sí había antecedentes
que involucraban a este tipo de actividad desde prácticamente principios del siglo XX,
dado que Salta fue siempre un terreno privilegiado para la investigación empírica con
escenarios como la Puna, el Chaco y los Valles Calchaquíes. Pero la orientación de la ma-
yoría de estos estudios, e incluso la organización local de museos e institutos a partir de
los 40 y los 50, en algún caso con fuertes vinculaciones con el Instituto de Antropología
de la UNT2, tendía más bien a una perspectiva descriptivista que -salvo la excepción a
la que aludiremos enseguida- no necesariamente se comprometía con las problemáticas
sociales de fondo.
La carrera de antropología, por lo tanto, en este sentido nacería como una carrera
nueva con una fuerte inclinación hacia aquellas cuestiones que en aquel entonces, y por
una razón o por otra, algunas encubiertamente políticas, otras soslayadamente científi-
cas, permanecían silenciadas.
Para muchos, de hecho, su acta fundacional estará dada por un acontecimiento que
acaecería a mediados de 1973. Entre el 19 y el 22 de julio de ese año se convocó a un
simposio con el propósito de delinear su orientación y definir su perfil curricular, evento
que si bien había sido originalmente previsto para el mes de mayo recién ahora congre-
garía a nombres destacados no sólo de la argentina sino también de América Latina.
Visto con la perspectiva que otorgan ya cuatro décadas, podríamos decir que en esa
circunstancia estuvieron presentes distintos intereses, pero los más claramente enfren-
tados estaban encarnados, por un lado, por quienes adscribían directa o indirectamente
a la Sociedad Científica del NOA, proclives al enfoque que las investigaciones locales
habían venido sosteniendo hasta el momento y, por otro, por quienes propugnaban,
desde la antropología social y no desde la etnología, una renovación no sólo en los en-
foques y en los temas, sino también -y quizás fundamentalmente- en las obligaciones de
los investigadores para con los investigados.
Demás está decir que esta última fue, justamente, la postura que prevalecería en los
documentos resultantes. Documentos que, revisados hoy, muestran que quienes supie-
ron imponer su perspectiva, si bien coincidiendo en lo esencial, distaban de armonizar en
un todo, ya que los enfoques respecto a los problemas que los aunaban mostraban voces
que no siempre explicaban la realidad desde el mismo lugar. Lo cual definiría, a partir
de ese momento, y por un breve lapso, la riqueza de los diálogos que queremos rescatar.
La antropología en Salta a principios de los 70: campo, agentes y
discursos
Si hace un momento nos servíamos de Halbwachs para explicar la dirección de
nuestro propósito, apelamos a que se nos conceda licencia también para recurrir a otra
figura de las ciencias sociales francesas, alguien que no necesita presentación porque su
nombre está inscripto en los conceptos que utilizaremos para caracterizar someramente
2
Universidad Nacional de Tucumán.
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José Miguel Naharro
el campo, los agentes y los discursos que hicieron a ese fugaz momento de la antropo-
logía salteña. Nos referimos, obviamente, a Pierre Bourdieu3.
Si lo que nos interesan son las perspectivas teóricas, lo lógico es que comencemos
por considerar los discursos. Esto es, los lugares desde los cuales los agentes hablaban
configurando una relación de fuerzas.
Al hacerlo de este modo, habrá nombres que por supuesto quedarán de lado; pero
no porque no merezcan ser considerados,4 sino porque la aproximación que hemos
escogido no se basa en la reconstrucción de una nómina, sino en la consideración de
quienes manifestaban más notoriamente determinadas posturas en torno al cómo y por
qué de la disciplina. Cosa que se manifestaría tanto en sus clases como en sus proyectos
de investigación.
De lo expresado más arriba queda claro que argumentar que la carrera de antropolo-
gía nació aquí con una orientación teórica única y definida sería erróneo, porque quienes
fueron convocados en una u otra instancia no necesariamente tenían, pese a reconocer-
se todos como antropólogos sociales, una misma historia.
Comencemos, por mencionar inicialmente un nombre, con lo que no pudo ser pero
aun así gravitó.
En una entrevista que le realizaran en abril de 2009 para el ciclo “Trayectorias” del
Colegio de Graduados en Antropología, Leopoldo Bartolomé sorprendía a sus interlo-
cutoras -Mercedes Hirsch, Debora Lanzeni y Soledad Torres Agüero- con algo que la
mayoría desconocía: una de las primeras ofertas de trabajo que este antropólogo recibi-
ría en su larga trayectoria universitaria sería la de ejercer en Salta.5
Si este dato se ha podido traer de nuevo a la memoria por acción de la palabra del
propio interesado -incluso con el detalle de que todo se frustró porque al volver de
Wisconsin luego de doctorarse directamente se le ofreció crear en Misiones la carrera
de antropología social-, lo paradójico sería que si bien no llegó a formar parte de los
primeros equipos efectivos de trabajo en nuestra universidad aquello que representaba
dentro de la disciplina estuvo de todas maneras presente aquí.
Tal cosa se puede explicar por una conjunción de factores que se resuelven, por
un lado, en el entramado de una serie de relaciones profesionales cuyo punto de inter-
sección local fue la figura de Luis María Gatti.6 Y, por otro, en el hecho de que buena
parte de los primeros antropólogos sociales que investigarían distintas problemáticas de
este tenor en diferentes contextos del interior del país compartieran sendas formativas
comparables.
Corriendo el riesgo de disentir demasiado con lo que suele ser un supuesto domi-
nante, diríamos que algo que aunaba a buena parte de los profesionales de aquel mo-
mento era su formación disciplinar en el exterior, y no tanto su relación académica con
los grandes centros de la disciplina de ese entonces. Los lugares elegidos eran, general-
mente, y en este orden, Estados Unidos, Francia, México y Brasil.
3
Tampoco, asimismo, que recordemos qué es un campo o qué implica la noción de agente en su obra.
4
Vayan por ejemplo nuestras disculpas al Prof. Pablo Aznar; o al Prof. Federico Aguiló, que supo desem-
peñarse como uno de los primeros responsables de organizar el área académica de la carrera.
5
http://www.cga.org.ar/trayectorias-12-leopoldo-bartolome
6
Nacido en Córdoba en 1942, Gatti contaba con poco más de treinta años cuando arribó a Salta para
enseñar antropología.
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Gatti, por ejemplo, había obtenido un grado en historia por la Universidad Nacional
de Córdoba, pero su maestría en antropología y su formación definitiva como antro-
pólogo se debió fundamentalmente a su paso por Brasil. En Córdoba había realizado
investigaciones con José Cruz, pero sería su posgrado con Moacir Palmeira en el Museo
Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro lo que orientaría definitivamente
sus intereses hacia los estudios rurales.7
Esta cuestión, lo rural, y en particular las formas de trabajo y explotación que allí
encontramos, sumado a la manera en que distintas instancias sociales se articulan entre
sí, llegaron a configurar en ese momento el espacio propio de la antropología social, por
oposición a aquella otra versión de la disciplina, en ese entonces dominante, que prefería
las temáticas etnológicas clásicas.
Prueba de ello fue la realización, con pocos meses de diferencia, de dos eventos que
tendrían como convocantes primero a Esther Hermitte en Buenos Aires con su Grupo
de Trabajo sobre Procesos de Articulación Social, en julio de 1974, y después, en septiembre
de ese mismo año, a Hebe Vessuri en Tucumán con su Seminario sobre explotación agrícola.
Cuando se revisa la lista de trabajos y expositores de ambas reuniones salta a la vista
un área de intereses muy precisa que obligaba a intercambios entre personas que, por
su formación en distintas tradiciones, habían llegado a estas temáticas desde ángulos de
análisis muy distintos. Esther Hermitte y Carlos Herrán se interesaban por los sistemas
productivos de los artesanos textiles y de los campesinos minifundistas de Catamarca;
Hebe Vessuri y Santiago Alberto Bilbao por los obreros rurales y las condiciones socia-
les derivadas de la explotación azucarera en Tucumán; Eduardo Archetti y Kristi Anne
Stölen por las estrategias puestas en práctica entre colonos del norte de Santa Fe para la
transmisión de la tierra de una generación a la siguiente; y Leopoldo Bartolomé por los
plantadores de Misiones.
Luis María Gatti asistiría a ambas, y en aquel entonces sus preocupaciones involu-
craban los peones y cosecheros de los cañaverales salto-jujeños, lo cual temáticamente
lo acercaba más a Vessuri. Pero teóricamente estaba más interesado en departir, por un
lado, con Archetti y, por otro, con Hermitte y Bartolomé; circunstancia esta que trasla-
daría inmediatamente a los cursos que por esa misma época impartiera en Salta.
Discutir los trabajos de Eduardo Archetti, por ese entonces doctorándose en París
bajo la tutela de Maurice Godelier, significaba aquí no sólo adentrarse en el mundo de
las relaciones sociales imperantes en “Santa Cecilia”, nombre que él había dado a la
colonia de agricultores friulanos que producían algodón en el Norte de Santa Fe, sino
también profundizar en los grandes debates de la antropología económica francesa de
esa década, o preguntarse en qué medida era aplicable -en los distintos contextos rurales
que nuestra realidad presentaba- un modelo como el propuesto por Bourdieu en “Les
stratégies matrimoniales dans le système de reproduction”.
La consideración de Hermitte, en cambio, transitaba por otros carriles. Le permitía
más bien debatir con la tradición anglosajona, y en particular con la línea manifiesta por
quienes habían pasado, como ella, por el Departamento de Antropología de la Univer-
7
Su tesis de maestría consistió en una investigación sobre sindicatos en Pernambuco, en el nordeste brasileño.
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José Miguel Naharro
sidad de Chicago.8
Esther Hermitte había vuelto al país en 1965 después de haber hecho sus posgrados
allí, pero su experiencia de investigación en el Noroeste argentino no comenzaría en
Catamarca, sino que podía retrotraerse a 1957 y 1958, años en que realizara dos breves
trabajos de campo para estudiar las diferencias de pauta residencial y laboral entre pu-
neños, humahuaqueños e inmigrantes bolivianos en Mina Aguilar. Lo cual la convertía
en una interlocutora más compleja.
Junto a Bartolomé, en los 70 comenzó a interesarse por las relaciones conectivas
entre colectivos de diversa índole y magnitud dentro del marco de nuestra complejidad
social, dando lugar así a una problemática que bajo la denominación de “procesos de
articulación social” buscaba describir y explicar la manera en que se canalizaban ciertas
formas de relación en la dinámica general de un sistema social.
Por aquel tiempo, hablar de sistemas sociales era en cierta forma adscribir, si bien
no de manera total, al menos en parte, a las herramientas conceptuales dominantes en
la sociología norteamericana, adaptándolas después al estudio de situaciones concretas
donde la relación entre grupos étnicos y sociedad mayoritaria, distintas clases sociales,
sectores rurales y urbanos, o facciones intersectoriales entraban en procesos de contac-
to prolongado sin que tal cosa supusiera perder sus atributos diferenciales.
Gatti se sentía atraído más bien por autores de inspiración marxista, lo que alternaba
con un marcado interés por algunos antropólogos latinoamericanos, como Guillermo
Bonfil, después su mentor en México, pero pensaba que dialogar con otros enfoques
distanciados del suyo en distinta medida podía contribuir a dar mejor cuenta de la intrin-
cada textura de los fenómenos con que nos encontrábamos.9
Así, si en algún sentido se puede decir que el interés por lo rural definía con cierta
preponderancia el espacio de la antropología social argentina de la primera mitad de
los 70,10 su interpretación teórica en términos de cómo explicarlo en cuanto realidad
merece más bien otra analogía: la de un sistema de posiciones o de relaciones entre po-
siciones donde había, efectivamente, “algo en juego”. La posibilidad de que una deter-
minada lectura de los hechos predominara por sobre las demás imponiendo sus formas
de problematización y, desde esa condición, al mismo tiempo influyera también sobre la
construcción de determinados escenarios etnográficos.
Que en aquel momento, en una institución que recién nacía, alguien presentara a sus
alumnos estas discusiones, poniendo en cada caso el mismo esfuerzo y la misma dosis
de crítica es, para expresar lo menos, loable; pero lo más importante es que al hacerlo
proveyó la red de relaciones sobre las que inicialmente se edificó la carrera. Red de rela-
ciones que la preexistía, y que se fundaba tanto en la manera en que se habían vinculado
8
Para poder ponderar qué significaba una formación en Chicago, puede consultarse con provecho Stocking, 1980.
9
El punto a que podía obsesionarlo su labor queda reflejado en una carta que Gatti envió a Bonfil, “su
maestro”, muchos años después cuando hacía trabajo de campo en el país azteca: http://www.equiponaya.
com.ar/articulos/aldea.htm
10
No pretendemos, con esto, afirmar que fuera lo único que podía captar la atención de la antropología so-
cial, pues también corresponden a este período investigaciones sobre aquellos procesos que devinieron en
la multiplicación de núcleos de asentamiento espontáneos en Buenos Aires, así como sobre sus concomi-
tantes segregativos, lo cual quedaría expreso, por ejemplo, en conocidos trabajos de Hugo Ratier publicados
a principios de esa década [ver Bibliografía]. Situación que, dicho sea de paso, también interesaba a centros
urbanos como Rosario o Córdoba donde fenómenos comparables se hacían presentes.
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Mote que se aplicaba a los ciudadanos de origen europeo que se vieron obligados a salir del país en esa
circunstancia. La gran mayoría se refugiaría en Francia y en la Comunidad Valenciana, pero otros pensa-
ron en tentar suerte con otros destinos, como el norte de la República Argentina. En Salta los que no se
radicaron en el interior se congregaron en torno a las actividades que en la capital desarrollaba la Alliance
Française, y si bien mediando los 60 el término se usaba localmente para referirse en general a quienes pre-
sentaban esta condición, incluía también a otros que en realidad eran harkis, denominación dada a aquellos
musulmanes que habían apoyado la presencia francesa.
13
Un dato que hoy escapa a muchos es que la carrera de antropología -como antropología social- se iniciaría
en 1974 en esa Facultad, para pasar recién en 1975 a depender de Humanidades (Ver al respecto las Res.
309/74 y 30/75).
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Camilo Boasso
Al iniciar 1975, por decisiones políticas en parte internas y en parte externas, Salta
verá reducir poco a poco sus cuadros docentes, y convocará a un nuevo plantel de
profesionales vinculados fundamentalmente a la Universidad de Buenos Aires que rápi-
damente reorganizará el Plan de Estudios local en una dirección distinta de la que hasta
ese entonces se había previsto. La carrera ya no se orientará hacia la antropología social,
sino que con una visión más etnológica buscará ver en la diversidad social los funda-
mentos de una cultura nacional. Proyecto que a su vez también tendría los días contados
cuando los acontecimientos que se inician en marzo del 76 comenzaran, asimismo, aun-
que no de modo tan inmediato, a reclamar no sólo su propia versión sobre el particular
en las aulas, sino también la paulatina extinción de estos estudios.
En consonancia con la argumentación que venimos desarrollando, en torno a que
parte de la memoria de una institución se soporta no sólo en informes y herramientas
resolutivas sino fundamentalmente en las relaciones que las personas sostienen a partir
de su actividad, es obvio que estos dos últimos momentos terminarían afectando muy
seriamente a la antropología en Salta, toda vez que cada uno de ellos buscaría dar cuenta
del anterior negándolo.
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Todavía conservamos dos copias mimeografiadas de un par de traducciones de cátedra por él realizadas a
fin de que pudiéramos discutir ciertos temas. En un caso se trata de un conocido trabajo de Clifford Geertz
aparecido originalmente en la revista Daedalus. En el otro, del influyente artículo de Paul Ricoeur publicado
en Social Research en 1971: “The model of the text. Meaningful action considered as a text”. El mismo que
después llevaría al autor de The Interpretation of Cultures (1973) a afirmar que la tarea fundamental de la an-
tropología era hacer etnografía inscribiendo discursos sociales.
15
E incluso de los no tan notorios, como era el caso de John Arundel Barnes, el antropólogo que en
1954 introduciría la noción de “redes sociales” -con sus actuales implicancias conceptuales- en un artículo
titulado: “Class and committees in a Norwegian island parish” (Human Relations, n° 7, pp. 39-58). Boasso
gustaba comparar el esquema heurístico de Barnes con el manifiesto en la tesis doctoral de Erving Goff-
man, Communication Conduct in an Island Community, presentada en diciembre del año anterior en Chicago con
influencias tanto del interaccionismo simbólico como de la antropología de la Universidad de Edimburgo
-rival por ese entonces de la de Manchester- donde éste sociólogo había estado trabajando.
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Osvaldo Maidana
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En lo arqueológico, el antecedente inmediato a esta investigación fue otra previa cuyos resultados Osval-
do Maidana publicaría en 1968 [ver Bibliografía].
17
Si bien las primeras noticias sobre la existencia de grabados y pinturas en esta área se remontan a principios
del siglo XX y se asocian a nombres como los de Eric Boman y Juan Bautista Ambrosetti, su localización pre-
cisa en algunas circunstancias recién tendría lugar a mediados de la década del sesenta. Entre otras razones,
porque la gente de la zona las consideraba no solamente “propias” sino además su vínculo más importante
con quienes antes que ellos habían habitado esas tierras, y en tal carácter prefería preservarlas de la mirada de
los extraños mediante el silencio. Recelo más que justificable si se tiene en consideración que poco más de
dos décadas después de haber sido relevadas para aumentar los activos del patrimonio cultural provincial, y
no mucho tiempo después incluidas también como un recurso turístico, las prácticas a las que acabamos de
aludir desaparecerían callada y paulatinamente hasta extinguirse por completo, dejando así abiertos muchos
interrogantes. Entre ellos, los de sus nexos más profundos con otras costumbres y creencias.
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Al respecto puede consultarse p.e. Bertholet, 2005, pp. 108 y 109.
19
Particularmente con el Collège de France y el Museu Nacional da Quinta da Boa Vista en Brasil.
25
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El autor de este trabajo en agosto de 1977 en ocasión de una de tres campañas de campo des-
tinadas a recabar información para dos proyectos referidos a las condiciones de vida de algunas
comunidades de pueblos originarios asentadas a la vera de la Ruta 34 en el norte salteño, y al
influjo de la actividad misionera en la zona; mismos que habían surgido, respectivamente, de las
preocupaciones del Dr. Jehan Vellard y de la Lic. Alcira Imazio. Parte de sus resultados serían
incorporados después en diferentes informes, e incluso nuevas propuestas de investigación (véase
p.e. Imazio, 1982).20
20
Visto en retrospectiva, es notable la influencia que a futuro tendría sobre nosostros la participación en
este tipo de experiencias. Así, cuando hacia 1984 nos iniciamos en la dirección de proyectos financiados por
el CONICET quizás no por casualidad elegiríamos una temática derivada de las problemáticas migratorias
sucitadas por colectividades con gran raigambre en nuestro medio, cuestión que en sí rescatábamos de entre
los primeros escenarios etnográficos delineados aquí por la antropología social; a lo que habría que agregar,
más tarde, también nuestro interés por el impacto que -más allá de lo religioso- distintos cultos tendrían
sobre las realidades aborígenes locales, cosa que a su vez cristalizaría en tres iniciativas auspiciadas por el
Consejo de Investigación de la UNSa entre 1994 y 2005.
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El dato podría parecer puntual y anecdótico, pero como señalábamos recién, para las
condiciones que atravesábamos en esos días poder volver a sacar a luz a teóricos como
Lévi-Strauss -o hacer breves alusiones que directa o indirectamente conducían al Bour-
dieu de Argelia- era sinónimo de rescatar algunas de las viejas discusiones con las que nos
habíamos iniciado en la disciplina. Y muy en particular, aquellas que tenían que ver con la
escuela francesa.
De hecho, la institución dirigida por Osvaldo Maidana, que es la que inicialmente capi-
talizaría el vínculo con Jehan Vellard, siempre había manifestado buena disposición hacia
esta corriente, a punto de que entre 1975 y el momento de su lamentable disolución en
más de una oportunidad llegaría a organizar cursos breves, o a veces simplemente charlas,
en ocasiones hasta informales, donde alguna de sus vertientes pudiera ponerse de mani-
fiesto. Entre ellas, por ejemplo, una que ofreciera Rex González a propósito de una obra
publicada por él en 1974: Arte, estructura y arqueología, donde aparte de volver a reconocer
las influencias recibidas a través de Anthropologie Structurale se evidenciaban colateralmente
también las debidas a Leroi-Gourhan.21 Gesto con el que González devolvía la oportuni-
dad que se le había dado de tomar algunas instantáneas de piezas albergadas en la Univer-
sidad Nacional de Salta para ilustrar en su libro casos de anatropismo.22
Pero decir que había buena disposición no significa que no hubiese posturas propias
respecto a cómo concebir el campo y los fines generales de la antropología. Discípulo en
su momento de Antonio Serrano, y heredero de una tradición que localmente se preciaba
remontar hasta Alfred Metraux,23 quienes conocieron a Maidana saben que más allá de
cualquier vinculación académica u orientación reflexiva jamás renunció a sus orígenes, y
que si algo realmente signó su vida y sus intereses fue ese compromiso sincero y perma-
nente para con aquellas expresiones culturales de las que él mismo formaba parte.
Había comenzado en 1958 en la Universidad Nacional de Tucumán,24 y bajo su guía
recorrimos durante un par de años buena parte de las provincias de Salta y Jujuy. Aunque
tarde, nuestra casa recién buscaría redimir viejos errores -o quizás hacer expirar antiguas
culpas- nombrándolo Profesor Honorario una década atrás.
Mirando hacia atrás: cuando la memoria se disipa en un nuevo
contexto
Para los años 78 y 79, a medida que quedaban cada vez menos alumnos en la carrera,
y debido a que determinadas materias ya no se volverían a dictar, la universidad volvió
a prescindir de los servicios de los docentes responsables hasta quedar con una planta
21
Influencias, estas últimas, que él lamentaría haber menospreciado en el texto primigenio.
22
La más interesante de todas aparece fotografiada en la página 63 de la edición original, misma que se
menciona como procedente del Museo de Ciencias Naturales de Salta. Se trata de un hornillo de pipa hecho
en cerámica procedente de Antofagasta de la Sierra. A partir de 1973 dicha pieza pasará a formar parte de
las colecciones del Museo de Arqueología y Folklore (antes Departamento de Antropología del Museo de Ciencias
Naturales) y después, desde 1976, del Museo de Antropología. Al respecto, ver Resoluciones 426/73 y 282-I-76.
23
Formado en Europa entre otros por Erland Nordenskiöld, Metraux fue contratado en 1928 para dirigir
el Instituto de Etnología y el Museo Etnográfico de la Universidad Nacional de Tucumán, desprendimiento
de los cuales sería el Departamento de Antropología en el Museo de Ciencias Naturales de Salta.
24
En realidad tres años antes, si se considera que entre 1955 y 1957 trabajó también con el Dr. Eduardo
Casanova y con el Dr. Salvador Canals Frau como “conservador” en el Museo del Pucará de Tilcara.
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mínima. Por ese entonces también algunos de nosotros logramos egresar, a veces ha-
biendo perdido durante la elaboración de nuestra tesis más de un director, pero con la
firme convicción de que, en la medida de lo posible, y tomando como ejemplo nuestro
propio trabajo en el medio, en algún momento se pudiera convencer a las autoridades
académicas respecto a revertir la decisión que había conducido al cierre de la carrera.
Esto llevó, entre otras razones, a que a principios de la década siguiente quienes ya
nos habíamos titulado nos organizáramos en la Asociación Salteña de Antropólogos, instan-
cia que desde su nacimiento bogó por este cometido, mismo que recién se alcanzaría a
poco de volver la democracia cuando en septiembre de 1984 se organiza una comisión
mixta, con representantes tanto de la Asociación como de la Universidad, destinada a
resolver la reapertura.25
Poner en marcha nuevamente la carrera no fue fácil, pero el proceso se encontraba
encaminado ya para fines de esa década, momento en el que algunos pudimos volver a
las aulas, pero esta vez como docentes, tras la realización de concursos regulares desti-
nados a cubrir distintos cargos.
Para quienes se iniciaban en esta nueva etapa, la información sobre la historia de la
carrera en los años iniciales era siempre difusa y fragmentaria por una razón generacio-
nal, ya que salvo contadas excepciones quienes comenzaban a integrar ahora los nuevos
staff de cátedra habían iniciado sus estudios recién hacia 1975 o después, con el agra-
vante, todavía, de que la situación se agudizaría todavía más con la desaparición física de
los docentes de aquella época.
Luis María Gatti, “el Mumo”, después de emigrar a México tras su paso por Sal-
ta todavía mantendría contactos esporádicos con algunos de sus viejos alumnos, pero
tras una penosa enfermedad fallecería en Jalapa en enero de 1990. Camilo Boasso, que
permanecía aún como parte del plantel, moriría inesperadamente ocho años después;
también durante un mes de enero.26 Eduardo Ashur y Osvaldo Maidana, que tanto hi-
cieron por mostrar que en arqueología la importancia de un conjunto de restos no sólo
representa un pasado, sino que también significa un presente, partirían en 2007 y 2014,
respectivamente.
Con quienes no se desempeñaron directamente como docentes aquí, pero tuvieron
que ver con la historia de la antropología salteña ocurriría otro tanto. Eduardo Archetti,
que había emigrado ya en 1976, fallecería en Oslo en 2005. Esther Hermitte, en más
de un sentido una de las figuras fundadoras de la antropología social en la argentina, lo
había hecho quince años antes.27 Y nada más ayer, durante la segunda mitad del 2013,
desaparecería también Leopoldo Bartolomé.
La idea basal de Halbwachs respecto a la conservación de la memoria es que a veces
esta sólo se sostiene a través redes de relaciones como la que hemos tratado de recons-
truir. A medida que quienes forman parte de ellas dejan su lugar a otros el capital mne-
mónico tiende a actualizarse adaptándose a la nueva situación, y desde ese momento,
25
El instrumento en concreto era la Resolución C.S. 424/84, cuyo Artículo 1° designaba como miembros
a las siguientes personas: por el Claustro Docente, los profesores Camilo Boasso y Alcira Imazio; por la
Asociación Salteña de Antropólogos, los licenciados José Miguel Naharro y Nicolás Vistas; y por el Centro
Único de Estudiantes de Humanidades, la Srta. Inés del Portal y el Sr. Roberto Buman.
26
Un 24 de enero de 1998.
27
Murió en su departamento del barrio porteño de Palermo a la edad de 69 años, en julio de 1990.
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poco a poco, lo que alguna vez fue corre el riesgo de dispersarse en el nuevo contexto
para pasar a formar parte del olvido.
Hace tan sólo tres meses atrás, mientras entregábamos en el Departamento de
Alumnos de nuestra Facultad copia de un acta de exámenes, miembros de otras dos
mesas -todos alumnos nuestros allá por los ’90- se acercaron a saludar, refiriendo a que
en la actualidad sólo quedábamos tres personas, que bajo el calificativo de “históricos”,
pueden dar cuenta de lo ocurrido entre 1973 y 1975. Pensando en eso, y también en Hal-
bwachs, es que decidimos que quizás haya llegado el momento de fijar esos recuerdos
por otro medio: el que concede la escritura, dado que -como decíamos en un principio-
si las palabras y los pensamientos se desvanecen, los escritos quedan.
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