Entrevista Con El Maligno

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ENTREVISTA CON EL MALIGNO

UN EXORCISTA ENTREVISTA
AL DIABLO



D. MONDRONE

Edizioni PRO SANCTITATE




























DOMENICO MONDRONE S.I,

UN EXORCISTA ENTREVISTA AL DIABLO

1ª Edición Española 2004 (traducido de la 31 edición Italiana 1976)

Editorial PRO SANCTITATE

Roma


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¿Quién es Satanás?

¿Qué quiere?

¿Cómo actúa?























PROLOGO



El Autor no está entre los que se avergüenzan de creer en la existencia del
Diablo y de su nefasta actividad en el mundo y a veces perjudicando a pobres

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individuos. Él acepta totalmente la enseñanza de Pablo VI, expuesta en el
discurso del 15 de noviembre de 1972.

Además demuestra haber tenido alguna experiencia directa con el Maligno en
la práctica real de los exorcismos; añado además que he tenido intercambio de
impresiones y de ideas con otros sacerdotes mejor entrenados en la misma
experiencia. He leído ciertamente el libro de C. S. Lewis Le Lettere de Berlicche;
pero es otra cosa. Sobre todo he tenido presente la apreciable obra de Corrado
Balducci Los endemoniados, y además Era de diablo de A.Bohm y otros textos.

En particular parece que el Autor ha profundizado en la famosa meditación de Las dos
Banderas, donde el santo de los Ejercicios Espirituales, con una gran eficacia
representativa, nos hace ver al jefe de todos los demonios mientras, «en figura
horrible», expone a los suyos su programa de acción y la táctica que utiliza para
atrapar en sus redes a las almas y a las masas enteras de hombres.

En las páginas que siguen el Autor ha querido ofrecernos simplemente una
ligera idea del ser y del comportamiento de este ángel tenebroso que trabaja
incansablemente para hacernos daño.

El Diablo es el mayor maestro de los engaños, es un embustero de incomparable
astucia, que no actúa el descubierto, sino en lo escondido; trabaja en la sombra,
y siempre considera como inteligentes a quienes no creen en sus artimañas, e
incluso niegan su existencia. Así, los primeros en caer en sus redes son
precisamente los sabiondos, los llamados "espíritus fuertes", los grandes
iluminados de la ciencia de este mundo.

«La astucia más perfecta del Demonio, ha escrito Charles Baudelaire, consiste
en persuadirnos de que él no existe». Negar, por eso, la existencia y la acción del
Maligno es comenzar a asegurarle ya su victoria sobre nosotros.

El Autor, en base a su experiencia, cree que Dios puede tal vez permitir - como
en el caso de los exorcismos - que el Maligno sea interlocutor con quien lo
exorciza… Este último, con la autoridad de Cristo y de la Iglesia, puede obligar
al Maligno a responder a preguntas precisas propuestas a él y a veces, aunque
es el padre de la mentira, sacarle algunas verdades... El Autor se sirve de este
poder de manera más bien abundante… Si recurre a la fantasía sobre el modo
de preparar y de desarrollar los encuentros, con ello no pretende decir que son
fantásticas tantas verdades justificadas por la realidad de las cosas. Lo que aquí
amenaza, lo va realizando. Del resto: «Para quien cree ninguna explicación es
necesaria; mientras para los que no creen ninguna explicación es posible»








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PADRE NUESTRO, LIBRANOS DEL MAL

(Discurso de Pablo VI - 15-XI-1872)


¿Cuáles son hoy las mayores necesidades de la Iglesia? No os parezca simplista,
o incluso supersticiosa o irreal, nuestra respuesta: Una de las necesidades
mayores es la defensa de ese mal que se llama Demonio.

Antes de aclarar nuestro pensamiento invitamos al vuestro a abrirse a la luz de
la fe sobre la visión de la vida humana, visión que desde este observatorio se
alarga inmensamente y penetra en singulares profundidades... Y en verdad, el
cuadro que estamos invitamos a contemplar con realismo global es muy bello...
Es el cuadro de la creación, la obra de Dios, que Dios mismo, como espejo

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exterior de su sabiduría y de su potencia, admiró en su substancial belleza, (Gen
1,10)

Después es muy interesante el cuadro dramático de la humanidad, de cuya
historia emergen la de la redención, la de Cristo, la de nuestra salvación con sus
estupendos tesoros de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a
nivel sobrenatural, de promesas eternas", (Ef. 1,10).

Sabiendo mirar este cuadro, no puede uno no permanecer encantado (S.
Agustín, Soliloquios): Todo tiene un sentido, todo tiene un fin y todo deja
entrever una Presencia-Trascendencia, un Pensamiento, una Vida y finalmente
un Amor, por lo que el universo, por lo que es y por lo que no es, se presenta a
nosotros como una preparación entusiasmante y gozosa de tantas cosas bellas y
todavía más perfectas que esperamos. (1 Co 2,9; 13,12; Rom 8,19-23)

La visión cristiana del cosmos y de la vida es por tanto triunfal mente optimista;
esta visión justifica nuestra vida y nuestro reconocimiento de vivir, por lo que
nosotros, celebrando la gloria de Dios, cantamos nuestra felicidad (Cf. El Gloria
de la Misa)












La enseñanza bíblica

Pero ¿Es completa esta visión? ¿Es exacta? ¿No nos importan nada las
deficiencias que hay en el mundo? ¿Las disfunciones del mundo respecto a
nuestra existencia? ¿El dolor, la muerte, la maldad, la crueldad, el pecado: en
una palabra, el mal? ¿Y no vemos cuánto mal hay en el mundo? ¿Especialmente
cuánto mal moral, es decir simultáneamente, si bien diversamente, contra el
hombre y contra Dios? ¿No es este triste espectáculo un misterio inexplicable?
¿Y no somos nosotros, precisamente nosotros seguidores del Verbo, los cantores
del Bien, nosotros creyentes, los más sensibles, los más turbados por la
observación y la experiencia del mal?

Lo encontramos en el reino de la naturaleza, donde tantas manifestaciones
suyas nos parece que denuncian un desorden. Después lo encontramos en el
ámbito humano donde encontramos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la
muerte, e incluso cosas peores, una doble ley contrastante, una que quisiera el
bien y la otra por el contrario vuelta hacia el mal, tormento que S. Pablo mete en
humillante evidencia para demostrar la necesidad y la fortuna de una gracia

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salvadora, de la salvación traída por Cristo (Rom 7); ya el poeta pagano había
denunciado este conflicto interior en el corazón mismo del hombre: "video
meliora, proboque, deteriora sequor» (Ovidio Met 7,19)

Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de
la muerte porque es separación de Dios, fuente de la vida, (Rom 5,12), y
después, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en nuestro
mundo de un agente oscuro y enemigo, el Demonio.

El mal no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual,
pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.

Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza
reconocerla como existente: y también quien hace de esto un principio en si
mismo, no teniendo él mismo, como toda criatura, origen en Dios; incluso la
explica como una seudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica
de las causas desconocidas de nuestras malas obras.

El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto a
nuestra unilateral racionalidad, se hace obsesión. Ello constituye la dificultad
más fuerte para nuestra inteligencia religiosa del cosmos. Por eso S. Agustín
sufrió durante años: "Quaerebam unde malum, et non erat exitus", Yo buscaba
de donde proviniese el mal y no encontraba explicación (Confesiones VII, 5,7,11,
etc. P L. 32, 736, 739).

Aquí vemos la importancia que tiene la advertencia del mal para nuestra
correcta comprensión cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero
en el desarrollo de la historia evangélica al principio de la vida pública: ¿Quién
no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo?
Después en tantos otros episodios evangélicos, en los cuales el Demonio cruza
los pasos del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12,43). ¿Y cómo no recordar
que Cristo, refiriéndose tres veces al Demonio, como su adversario lo cualifica
como «príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14,30; 16,11)?

Y es la incumbencia de esta nefasta presencia es señalada en muchísimos pasos
del Nuevo Testamento. S. Pablo lo llama “el dios de este mundo"( II Co 4,4) y
nos pone sobre aviso acerca de la lucha contra las tinieblas, que nosotros los
cristianos debemos sostener no con un solo Demonio, sino con una temerosa
pluralidad: «Revestíos, dice el Apóstol, de la armadura de Dios para poder
afrontar las insidias del diablo, porque nuestra lucha no es solamente con
sangre y con la carne, sino contra los Principados y las Potestades, contra los
dominadores de las tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef. 6,11-12),

Diversas citas evangélicas nos indican que no se trata sólo de un Demonio, sino
de muchos (Lc11,21;Mc 5,9), pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir
El Adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas
porque se rebelaron y están condenadas. (Cf. Denz Sch 800-428); todo un
mundo misterioso desbaratado por un drama desgraciado, del que conocemos
muy poco.

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El sembrador oculto de errores

Sin embargo conocemos muchas cosas de este mundo diabólico, que se
relacionan con nuestra vida y con toda la historia humana. El Demonio está en
el origen de la primera desgracia de la humanidad; él fue el tentador solapado y
fatal del primer pecado, el pecado original (Gen 3; Sb 1,24). De aquella caída de
Adán, el Demonio adquirió un cierto poder sobre el hombre, del que sólo la
redención de Cristo nos puede liberar. Es historia que aún dura; recordemos los
exorcismos del bautismo y los frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y
de la Liturgia a la agresiva y opresora "potestad de las tinieblas" (Lc 22,23; Col 1,
13)

Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos por eso que
éste ser oscuro y perturbador existe verdaderamente, y que con astucia traidora
actúa; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia
humana. Recordemos la parábola evangélica reveladora del grano bueno y de la
cizaña, síntesis y explicación de la absurdidad que siempre preside nuestras
vicisitudes contrastantes: Inimicus homo hoc fecit" (Mt 13,28). Es "el homicida
desde el principio... y padre de la mentira", como lo define Cristo (Jn 8,44-45); es
el instigador del equilibrio moral del hombre.
Es él el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros, por la vía
de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de
desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para
introducirnos desviaciones, tanto más nocivas cuanto conformes a la apariencia
de nuestras estructuras físicas o psíquicas, o de nuestras instintivas y profundas
aspiraciones.

Este tema sobre el Demonio y el influjo que él ejercita sobre los individuos,
sobre las comunidades, sobre enteras sociedades, sobre acontecimientos es un
capitulo muy importante de la Doctrina Católica que se debe estudiar de nuevo,
a pesar de que hoy se le da poca importancia.

Algunos piensan encontrar en los estudios sicoanalíticos y psiquiátricos o en
experiencias espiritistas - hoy por desgracia demasiado difundidas en algunos
países - un planteamiento suficiente. Se teme recaer en viejas teorías maniqueas
o en pavorosas divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hoy se prefiere
mostrarse fuertes y sin prejuicios, positivistas, excepto en dar su fe a tantas
gratuitas posturas mágicas o populares, o peor aún, abrir la propia alma - ¡la
propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y
habitada por el Espíritu Santo!- a las experiencias licenciosas de los sentidos y a
aquellas deletéreas de los estupefacientes, como también a las seducciones
ideológicas de los errores de moda, fisuras éstas a través de las cuales el
Maligno puede fácilmente penetrar y alterar la mente humana.

No está dicho que todo pecado sea debido directamente a la acción diabólica (S.
Th. 1,104,31) pero también es verdad que quien no vigila con cierto rigor sobre
si mismo (Mt 12,45; Ef 6,11) se expone al influjo del "Mysterium iniquitatis", al

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que S. Pablo se refiere (II Ts 2,3-12) y que hace problemática la alternativa de
nuestra salvación.

Nuestra doctrina se hace incierta, oscurecida como está por las tinieblas mismas
que circundan al Demonio. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de
su existencia múltiple, se hace legítima con dos preguntas:

¿Cuáles son los signos de la presencia diabólica? y ¿Cuáles son los medios de
defensa contra este tan insidioso peligro?

La presencia de la acción del Maligno

La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, aunque los signos
del Maligno parecen tan evidentes (Cf. Tertuliano, Apol 23). Podemos suponer
su acción siniestra allí donde la negación de Dios es radical, sutil y absurda,
donde la mentira se afirma hipócrita y potente, contra la verdad evidente,
donde el amor se ha apagado a causa de un egoísmo frío y cruel, donde el
nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (1 Co 16,22;
12,3), donde el espíritu del Evangelio es adulterado y desmentido, donde la
desesperación se afirma como la última palabra, etc. Pero es un diagnóstico
muy amplio y difícil, que Nos no nos atrevemos ahora a profundizar y
autenticar, no por eso privado de dramático interés, al cual también la literatura
moderna ha dedicado páginas famosas (Cf. Las obras de Bernanos, estudiadas
por Ch. Moeller Littér du XX siècle,I, Pag 397 ss; P. Macchi Il volto del male di
Bernanos: satan; Études Carmélitaines, Desclée de Br. 1948)

El problema del mal aparece como uno de los más grandes y permanentes
problemas para el espíritu humano, incluso después de la respuesta victoriosa
que nos da Jesucristo: "Nosotros sabemos que hemos nacido de Dios, y que todo
el mundo ha sido puesto bajo el Maligno"(I Jn 5,19).


Nuestra defensa

A la otra pregunta: ¿Qué defensa, qué remedio poner a la acción del Demonio?
La respuesta es más fácil de formular, pero es difícil llevar a la práctica.
Podremos decir: Todo lo que nos defiende del pecado, nos defiende por ello
mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia
asume un aspecto de fortaleza y después cada uno recuerda lo que la pedagogía
apostólica había simbolizado en la armadura de un soldado, las virtudes que
pueden hacer invulnerable al cristiano (Rom l3,12; Ef 6,11.14.17; 1 Ts 5,8). El
cristiano debe ser militante, debe ser vigilante y fuerte (I Pe 5,8); y a veces debe
recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones
diabólicas; Jesús así lo enseña indicando el remedio «en la oración y el
ayuno" (Mt 9,29 ). El Apóstol sugiere la línea maestra a tener en cuenta: "no os
dejéis vencer por el mal, antes bien, vencer al mal con el bien" (Rom 12,21; Mt
13,29).

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Con la certeza de las adversidades presentes en las que hoy las almas, la Iglesia,
el mundo se encuentran, nosotros buscamos dar sentido y eficacia a la
acostumbrada invocación de nuestra principal oración: «Padre nuestro...
líbranos del mal». A todo esto ayuda también nuestra bendición apostólica.

***

N.B.

Refiriéndose a otra reflexión hecha por el Papa sobre el diablo, Michele Federico
Sciacca, en un artículo publicado el 7-febrero-1975 en el periódico Il Tempo de
Roma, con el título Satanás entre nosotros, escribía:

"Mal le fue al Papa Pablo VI hace algún tiempo por haber aludido al diablo en
el sentido del Antiguo y del Nuevo testamento. ¡Ábrete, infierno! Fue acusado
de retorno al Medioevo, de oscurantismo, de superstición, de ofensa en pleno
1974 a la ciencia y al espíritu científico racionalista y progresista. Pero, en
resumidas cuentas, ¿este maldito Satanás vive o no vive? Si se le considera de
una parte, siguiendo el Evangelio, como el tentador y el acusador que encarna
el mal, entonces dicen que es una tosquedad de oscurantistas creer en su
existencia y afirman que no existe; y por otra parte si se le identifica - y Satanás
lo repite - con la razón humana rebelde y triunfante, con la que sonriente y
operante vive «en la materia que nunca duerme», entonces afirman
sibilínamente que es el símbolo sublime de toda gracia verdadera y victoriosa...
de aquel ex-Dios. Superstición oscura ésta que procede de la ciencia iluminista,
y por tanto sutilmente mundana... De ello se deduce que estas afirmaciones
proceden de una mentalidad radicalmente perversa, (Cf. Michele Federico
Sciacca, il magnifico oggi. Roma Città Nuova 1976 P. 283 ss)





















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A BRAZO PARTIDO CON EL MALIGNO


La idea de este escrito me vino de improviso en una tarde de agosto del pasado
año de gracia y de desgracias 1974.

Fue así: Desde hace dos meses, quizás antes, casi todos los días, a las tres de la
tarde en punto, el Segundo Canal de la RAI emitía una programa titulado
Entrevistas imposibles.

Se trataba de encuentros entre literatos, periodistas y estudiosos de cultura
variada con hombres de¡ pasado: Con personajes del pensamiento, del arte, de
la política introducidos bien o mal en la historia, con nombre más o menos
famosos,

El programa era original y, si bien coincidiese con la hora de la siesta, me puse a
seguirlo con asidua curiosidad.

Eran encuentros - decía - de hombres de hoy con otros de ayer para
interrogarles, como si fuesen, por no se qué clase de truco mediático,
momentáneamente revividos, y hacerles hablar y dar explicaciones de algunos
de sus actos y confesar sus intenciones secretas, ya obligados a responder a las
preguntas, ya puestos en la necesidad de justificarse de las cosas mal hechas de
algún histórico.

El personaje entrevistado normalmente aparecía fielmente centrado en el
ambiente de su tiempo. Las respuestas se referían a la vida y al pensamiento
que le caracterizaron. Y cuando los entrevistadores eran muy inteligentes - no
siempre - en poco más de un cuarto de hora nos daban buenas pruebas de
habilidad mental con esbozos de retratos histórico-psicológicos de una feliz y
muy vivaz finura.

Uno tras de otro venían interpelados, sin ningún orden cronológico, Atila,
Marat, Casanova, Marco Polo, Pitágoras, Copérnico, Bruto, Diderot, Swift,
Marco Aurelio, Pilatos, Cleopatra, la Beatrice de Dante, etc., aunque ésta
villanamente desfigurada.

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Entre una y otra audición me vino a la mente una observación muy
extravagante:

“¡Falta una entrevista con Satanás!... Sería interesante. No obstante, hoy, con la
habilidad que ha logrado tal maestro para no hacernos creer en él..."

El calor de aquella tarde era sofocante y me estiré sobre una silla para
recuperarme un poco del sueño.

* * *
La mañana siguiente, apenas me despierto: "i Claro que una entrevista con
Satanás, o mejor con el Maligno, sería fantástico! Qué importa que tantos no
crean en él. Y recordé el planteamiento hecho por el Papa en uno de sus
discursos del miércoles. Una fantasía bien presentada por lo menos lograría
llamar la atención sobre tal sujeto. Quizás también a quitar el sueño a más de
uno".

No pensé en ello durante cierto tiempo. Pero la idea se presentaba
intermitentemente y a veces con extrañas líneas de algo factible. Si podría, por
ejemplo, decir esto... presentar así un episodio... introducir este o aquel otro
aspecto... Poco a poco se hizo un poco mi sufrimiento.

Una entrevista con el Maligno. No pensaba precisamente meterme en ella.
Veamos entonces a quien confiarla. Comencé entre mí a dar nombres. Puse en
mente a varios. Mientras pensaba en ello, uno tras otro iba descartando.

Meterse a dialogar con el diablo, aunque sólo sea sobre el plano de la fantasía,
no es cosa fácil. Ninguno aceptaría una idea tan bizarra, y sobre todo, fuera de
tiempo: ¡Cosa de la Edad Media!

Entre tanto, lo extraño era esto: cuando pensaba tomar en serio esta idea, sentía
mi ánimo abrirse a la serenidad y a cosa interesante. Por el contrario cuando me
proponía no hacer nada, me sentía inquieto y caía en un extraño nerviosismo.
Había en mí algo que echar fuera, como una liberación.

En mi vida fue la primera vez que tuve la sospecha de tener necesidad de un
neurólogo.

Una tarde fui, como obligado por no sé qué, a una iglesia, donde es venerada
una Virgen muy querida por el pueblo romano, y la encontré, como cosa rara,
muy llena de gente.

Sucedió algo increíble. Apenas pasada la puerta, se me acercó una muchacha de
mediana edad, de baja estatura, con dos ojos luminosísimos y dulces, y de
improviso me dijo: «¿Cuándo se decide a escribir aquellas cosas?...» Y me
miraba con insistencia.

«¿Escribir? ¿Qué cosas?»

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«Anda ya, lo sabe mejor que yo».

«Pero Ud. ¿quién es?»

«¿Qué importa quién soy? Vaya a ver a Aquella - e indicó el cuadro de la Virgen
- Vaya a oír qué quiere Ella decirle.»

Un numeroso y compacto grupo de turistas invadió en aquel momento la
entrada. La muchacha fue envuelta en la confusión y la perdí de vista

¡Qué cosa tan extraña! ¿Una alucinación o un aviso del cielo? Me sentí perdido
y ridículo, sobre todo ridículo.

Encontrado un puesto adecuado, antes de ponerme a los pies de la Virgen para
rezarla, aquel embarazo mío interno me desapareció como si nada. Sin volver a
pensar al sufrimiento que me molestaba, experimenté dentro de mí como un
empujón dulcísimo y firme a recogerme en el argumento para empezar a hacer
cualquier cosa.

Mirando a la querida imagen, no me atreví a pedirla nada sobre esto, pues ya
advertía en mí una promesa de asistencia materna.

"Está bien, dije saliendo. Me embarcaré en este asuntazo. Yo mismo escribiré
esta extrañísima entrevista. Me saldrá algo que me cubrirá sobre todo de
ridículo. Pero me habré quitado una idea fastidiosa de la cabeza"
























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PRIMER ENCUENTRO

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Aquella misma tarde, después de una cena más bien rápida y desganada, me
retiré a mi cuarto a despachar un poco de correspondencia.

Después de media hora me puse a recitar la última parte de la "Liturgia de las
horas». Hice devotamente la señal de la Cruz y comencé:

'Jesús, luz de luz, - sol sin ocaso, -tu iluminas las tinieblas, - en la noche del mundo,-
En Ti, Santo Señor - buscamos descanso- de la fatiga humana, - al fin del día"...

Noté esta vez, que cuanto más iba adelante, más crecía en mi el deseo de
retrasar aquella oración habitual. Sentidos y gustos nuevos fluían de aquellas
palabras antiguas y simples.

Al final, besé el breviario y lo puse aparte. ¿Y ahora qué hago? Algunas veces
apunto notas rapidísimas en mi diario; intenté hacerlo pero pronto se me
pasaron las ganas.

Volteándome, mi mirada se encontró con la imagen de la Virgen, ante la cual
aquella tarde había ido a orar. Tuve deseos de entretenerme con Ella y, cogido el
rosario del bolsillo, me hice la señal de la cruz. Las Ave María me venían
dulcísimas como una íntima toma de contacto con Ella. No había terminado aún
la primera decena, y ya me encontraba sentado y con la pluma en la mano.
¿Cosa extraña? ¿Para hacer qué? Un bloque de papel estaba allí sobre la mesa:
¿Comenzar a escribir algo sobre aquella diablura? No pensaba en esto en
absoluto. No tenía nada concreto en mi cabeza y la fantasía no parecía
ayudarme.

Para hacer cualquier cosa, tomé el bloque de papel y escribí en lo alto:
«Entrevista con Satanás". ¿No? corregí. Mejor decir: «con el Maligno". Este
segundo apelativo es menos común y de un sentido más inmediato. Y
permanecí con la pluma en el aire.

En aquel mismo instante advertí a lo largo de la columna vertebral una
imprevista sacudida de frío que inmediatamente me envolvió todo entero.

Al lado de la escribanía, a la izquierda, la ventana estaba completamente
abierta, instintivamente me levanté para cerrarla. Advertí sin embargo que de
fuera venía un aire caliente. Era la tarde de una jornada calurosa de septiembre.

Mientras me tocaba las mejillas, la frente, mirando si tenía síntomas de fiebre,
una hoja más bien fría me atravesó y tuve un extraño asalto de miedo. Me senté,
permanecí un rato sobre mí mismo, después intenté acostarme en la cama. No
logré moverme. Me sentía clavado a la escribanía, no porque alguien me hiciese
violencia desde fuera, sino por un sentido de inercia total: una especie de
pegamento.

Invoqué mentalmente a la Virgen que me miraba a unos metros de distancia de
la pared y tuve una caricia imprevista de paz.

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Mientras en mi interior daba gracias a la Madre Celestial, la silla, la escribanía,
casi toda la habitación sufrieron un sobresalto misterioso.

Diablo: «Has pedido entrevistarme: aquí estoy».

Era una voz lóbrega, áspera, metálica. Una voz que no supe precisar de qué
punto venía, pero que desencadenó en mí un largo y muy fuerte escalofrío de
miedo. Permanecí algunos minutos sin respiración, y después tomé fuerzas.

Sacerdote: «Pero ¿quién eres tú?»

Diablo: «No seas estúpido, ¡soy yo!»

No había pensado nunca en poder pasar con mi entrevista del plano de la
fantasía a una verdadera charla con el diablo. En un ángulo del escritorio había
un rosario e instintivamente lo agarré como si fuese un arma de defensa.

Diablo: «¡Tira lejos esa tontería, si quieres hablar conmigo!»

Sacerdote: «¿Tontería?...»

Diablo: «¡Excrementos de cabra colocados juntos!»

Sacerdote: «Si para ti es una tontería, yo lo beso, y para tu desprecio lo enrollo
alrededor de mi muñeca, como defensa. ¡Veo que te da miedo, malvado!»

Diablo: «¡Eso para mí es una guillotina!»

Sacerdote: «¡Mejor aún, y gracias por habérmelo dicho!»

He intentado muchas veces explicarme cómo percibí aquella voz tan cercana,
que no venía de ningún punto preciso de la habitación ni salía de mi interior.
Sin embargo, la comprendía claramente, siempre en un tono amenazador y
desdeñoso y cargado de una rabia especial.

Sacerdote: «¿Cómo es que has venido? ¿Quién te envía?»

Diablo: «He sido obligado».

Sacerdote: «¿Por quién?»

Siguió un silencio tenso.

Sacerdote: «Vamos ¿obligado por quién?»

Diablo: «¡Por aquella!»

- Gritó esta respuesta con un desprecio y con un odio indescriptibles.

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Sacerdote: «¿Quién es ella?», pregunté aunque había comprendido.

Diablo: «¡No diré jamás su nombre!»

Sacerdote: «¿Te quema tanto?»

Diablo: «¡La odio infinitamente!», «Porque es la criatura más alta y más
santa…»

Masticándose las palabras con rabia:

Diablo: «¡Él la ha querido así para mi desprecio, para que fuese mi más
aplastante humillación!»

Permanecí atolondrado.

Sacerdote: «¿Cómo es posible? ¿Eres el padre de la mentira y dices una verdad
tan grande? ¿No te das cuenta que ésta es una alabanza inmensa?»

Mi pregunta quedó sin respuesta. Por esta vez esto fue todo.




























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SEGUNDO ENCUENTRO

Pasaron algunos días sin que sucediese nada nuevo. No sabía qué pensar. No
tenía la valentía de invocar la vuelta de un tan singular interlocutor. Aquel
primer encuentro había dejado en suspenso más de una pregunta. Pero fue
cortado en lo mejor. Aquella última respuesta, sin embargo, tan inesperada, me
dejó una alegría grande.

Una mañana, apenas había terminado de celebrar la Misa, tuve un deseo
insólito de ir rápidamente a casa. Me empujaba el extraño indicio de algo no
acostumbrado.

«Aquel mensajero debe estar ya aquí, pensé. Correcto, he aquí los
acostumbrados escalofríos de frío helado. No me había equivocado. Me senté,
invoqué mentalmente a la Virgen y esperé.»

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Diablo: «Estoy aquí. ¿Qué más quieres preguntar me?» Parecía que aquel ser
tenebroso hubiese sido puesto a mi disposición.

Sacerdote: «Antes que nada, debo agradecerte el alto elogio que la última vez
hiciste a la Virgen. Me impresionó mucho tu respuesta. Y todavía no logro
explicarme cómo se te haya podido escapar».

Diablo: «Es ella que me obliga a hablar así, ¿lo quieres comprender? 

Recuérdalo: me las pagarás. Tú no lograrás comprender jamás qué tortura es
para mí tener que obedecerle, obligándome a decir ciertas verdades. Yo odio la
verdad, porque la verdad es Él, ¿comprendes? Tú permaneces horrorizado ante
los tormentos a los que tantos subalternos míos someten a sus condenados
políticos, recurriendo a la píldora de la verdad, al lavado de cerebro -todos son
inventos míos, para que lo sepas- para llevarles a la autocrítica y a sacarles sus
confesiones preestablecidas. Peor es el suplicio al que soy sometido por Aquella
para llevarme a escupirte en la cara ciertas verdades. Por eso, te repito que me
las pagarás».

Sacerdote: «Gracias también por esto que me dices; pero si Ella está conmigo, tú
no me das miedo».

Diablo: «¡Te he dicho que me las pagarás!».

Sacerdote: «De acuerdo. Pero continúa hablándome de Ella».

Diablo: «Es mi más implacable enemiga».

Sacerdote: «Lo creo: Es la Mujer destinada a darnos a Jesús, nuestro Redentor,
el reparador de todas tus maldades, especialmente por habernos regalado el
pecado y la muerte. Y Ella, por virtud de su Hijo, para tu humillación, ha
vencido todo esto».

Un largo silencio de espera.

Sacerdote: «Comprendo que no tengas muchos deseos de hablar de María. Eres
infinitamente soberbio y el recuerdo de Ella es demasiado humillante para ti.
Dijiste bien: es tu humillación más grande. Pero, en nombre de Ella, responde.
¿Creíste haber obtenido una victoria plena arrebatándonos a nuestra madre
Eva? ¿Ni siquiera sospechaste que Dios te habría vencido con María? Una
Madre infinitamente más grande que la que nos arrebataste y con la cual nos
mandaste a la ruina. Dios nos ha dado a María y la ha hecho Madre suya».

Diablo: «Pero por qué te obstinas tanto en hablarme de aquella? ¡Déjalo ya!»

Sacerdote: «Precisamente porque te fastidia tanto...»

Diablo: «Es una terrible desbaratadora de mis planes. Es una devastadora de

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mi reino. No me deja conseguir una victoria y ya me prepara una derrota. Me la
encuentro siempre entre los pies. Siempre ocupada en atravesarse en mi
camino, a suscitar fanáticos que la ayudan a arrebatarme almas. Allí donde más
clamorosas son mis conquistas, en un silencio capilar ella multiplica las suyas.
Pero ahora ha llegado el tiempo en que obtendré sobre ella victorias jamás
vistas...»

Sacerdote: «¡Pasajeras como las demás!»

Aún un breve silencio.

Diablo: «¡No serán Pasajeras! Esta vez será una victoria total. Creía estar segura
en una fortaleza inalcanzable. ¡Ahora os he abierto una brecha que será peor
que la primera!...»

Sacerdote: «¿Qué brecha? Pienso que corres demasiado. Estás muy seguro de ti
mismo».

Diablo: «Tengo de mi parte también a los teólogos. Los más presuntuosísimos
doctores. Si fuese capaz de amar, serían mis amigos más queridos. Vuestros
cultivadores del dogma van abandonando una tras otra vuestras posiciones.
Los he inducido a avergonzarse de ciertas fórmulas ridículas. A avergonzarse
antes que nada de creer en mi existencia y en mi trabajo en medio a vosotros:
Cosa para mí comodísima».

Sacerdote: “¿Y con esto, crees...?
Diablo: «De este modo, las fábulas de la Inmaculada Concepción, de la
Maternidad Divina, de la siempre Virgen, de la omnipotente llena de gracia
están siendo desmoronadas como miserables necedades. Dentro de pocos años
quedará solo el recuerdo -vergonzante recuerdo- de tan estúpidas leyendas.
Mucho he debido esperar pero ahora ha llegado finalmente mi tiempo.
¡Definitivamente ha llegado mi hora! ¡Si supieras lo bien que trabajan mis
aliados: curas, frailes, doctores!... ¿Dónde están ahora los fanáticos de su culto,
sus calenturientos simpatizantes?»

Parecía que se hubiese marchado. Pero estaba allí, quizás en espera de mi
reacción.

Sacerdote: «Lo sé: Has logrado reunir en torno de tantas verdades del Credo
una polvareda irrespirable llena de confusión. Crees suprimir el sol sólo porque
lo has escondido detrás de cúmulos de nubes. Pero todo esto pasará. Bastará un
soplo del Omnipotente para desbaratar todo lo que estás construyendo. Un
soplo solo y Dios, en su Providencia, también de nuevo sacará bien del mal,
incluso de estas confusiones sabrá hacer brillar más espléndida la verdad»;
contesté.

Diablo: «No te hagas ilusiones», agregó.

Sacerdote: «Sé que no me engaño. La fe me lo dice. Ni tú mismo, eterno

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mentiroso, crees en esta victoria final. Tú te agitas porque sabes que Dios tiene
medido el tiempo en el que, para sus designios, te deja exagerar. Tú sabes que el
más poderoso es Él. Él tiene delante de Sí la eternidad. En un instante te
arrebatará de la mano tus victorias momentáneas. Eres el eterno fanfarrón
ridículo. Te crees omnipotente; mejor aún, quieres hacértelo creer a ti mismo,
pero basta un signo de la cruz para ponerte en fuga, basta un poco de agua
bendita para paralizar tu omnipotencia. La parábola del grano y de la cizaña ha
sido dicha sobre todo para ti. Eres simplemente ridículo en tus bravuconadas.
Eres un pobre perro atado a tu cadena. Tú no puedes nada más de lo que te
permite Dios. Te lo permite para probar a sus elegidos en el tiempo, y derrotarte
para toda la eternidad».

Diablo: «¡Qué elocuente eres! Has hecho una bella predicación para los
papagayos de la parroquia. Tu reúnes palabras, yo cuento hechos».

Sacerdote: «Te estoy solamente descubriendo tu mentira. Tu historia concluirá
como empezó. Tienes la estúpida presunción de creerte semejante a Dios. Te
rebelaste y Dios en aquel mismo instante, con un soplo te precipitó a ti y a los
tuyos en los abismos infernales. Bastó un movimiento de su voluntad para
fulminaros a todos, para transformarlos de ángeles en horribles demonios».

Diablo: «Todavía un trozo de predicación» contestó.

Sacerdote: «Sabes bien que no es predicación. Es un hecho tremendo. Como
tremendo es el infierno en el que te precipitaste. A propósito: ¿Qué es el
infierno?...»

Se produjo un silencio profundo como una pesadilla.

Sacerdote: «En nombre de Ella, responde, háblame del infierno».

Diablo: «Imposible decírtelo».

Sacerdote: «Prueba».

Diablo: «Ni siquiera Ella misma, en Fátima, supo explicarlo».

Sacerdote: «¿Cómo? ¡Aquellos pobres niños por poco no murieron de espanto!»

Diablo: «¿Y qué vieron...? el infierno es bien distinto... Conténtate con esto».

También esta vez pensé que se había ido, pero mi intuición me decía que se
encontraba allí.

Sacerdote: «¡Desgraciado! Eras un ángel. Dios te creó riquísimo de dones y de
bellezas divinas. Tenías la inteligencia de los espíritus elegidos. Es inconcebible
cómo tú y los tuyos habéis podido atreveros a un tan estúpido pecado de
rebelión. ¿Cómo intentar apropiarse de lo que no era vuestro? ¡Responde!».

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Diablo: «Porque quiso someternos a una prueba infinitamente humillante para
nosotros, espíritus altísimos. Una prueba inimaginable, digna sólo de una
revuelta».

Sacerdote: «¿Qué prueba?»

De nuevo un silencio cargado de misterio.

Sacerdote: «Vamos, en el nombre de Ella que te ha obligado a venir, responde.
¿Qué prueba?»

Diablo: «Nos impuso un plan muy humillante e inaceptable. Nos puso frente al
diseño de la creación del mundo material, de todo el cosmos, por encima del
cual os creó también a vosotros los hombres con el propósito de elevaros a la
misma dignidad a la que nos había elevado a nosotros, y para colmo de todo, lo
que hizo desencadenar nuestra revuelta… nos puso delante de la encarnación
del Hijo, hecho hombre, revestido de una naturaleza inferior a la nuestra y nos
impuso adorarle. Nuestra inteligencia se pasmó. Millones de ángeles se
sometieron vilmente a Él. Muchísimos de nosotros lo vimos como una afrenta a
nuestra dignidad y nos rebelamos. El castigo explotó de inmediato. Nosotros no
queremos aceptar nuestra condición de criaturas, de tener necesidad de Él, de
estar sometidos a Él. Nos creímos autosuficientes -y lo éramos- capaces de
valernos por nosotros mismos... En aquel rechazo nuestro gesto es de rebelión y
en un momento nos encontramos como somos. La condena fue sin apelación.
Tampoco nos hubiéramos sometido a su voluntad».

Sacerdote: «¿Y no era un pecado gravísimo de rebeldía?»

Un «Nooo…» lóbrego, largo, cavernoso, de helar la sangre, resonó un buen
tiempo en la lejanía.

Comprendí que había desaparecido, dejando atrás un fracaso que parece el
estrépito de un alud. Todo lo que era firme tembló. Salí al corredor mirando si
alguien se había dado cuenta de algo. Nada. No vi a nadie.














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TERCER ENCUENTRO

Esta vez no se hizo esperar mucho. Estaba para meterme en la cama, cuando oí
rumores extraños en la habitación. Eran pasos fuertes, que hacían vibrar el
pavimento. Advertida su presencia, tomé el rosario, me hice la señal de la cruz,
invocando mentalmente a la Virgen cuya imagen estaba junto a mí, al lado de la
cama, y esperé.

Sacerdote: «Siento que estás aquí. Bien, en nombre de Ella, que te obliga a venir
y a responderme, dime: inmediatamente después de tu gran pecado, ¿te diste
cuenta de todo lo que habías perdido para siempre?»

Diablo: «¡Qué pregunta tan estúpida!»

Sacerdote: «Gracias, eres muy amable. Sé muy bien que mi inteligencia no se
puede comparar con la tuya. Por eso permíteme una pregunta aún más idiota:
¿Jamás te has arrepentido de aquel pecado?»

Diablo: «¿Arrepentimiento?», la respuesta surgió de inmediato, como un
rugido de bestia.

Diablo: «¿Pero no sabes que un acto de arrepentimiento hubiese sido un acto de
amor? Y esto es totalmente inconcebible en nosotros. Nosotros fuimos
inmediatamente poseídos por un odio inmenso contra Él. Un odio implacable,
eterno. Nos encontramos envueltos, casi petrificados, en una maldición que ha
llegado a ser nuestra segunda naturaleza».

Hubiese querido concentrar la reflexión sobre la desgracia irreparable que
significó la caída de tantísimas criaturas tan excelsas, pero el otro me
interrumpió.

Diablo: «Después de habernos expulsado de Su paraíso, se ha vengado
destinando a nuestro estado a los seres más nauseabundos, vosotros los
hombres, un amasijo de espíritu y de sucia materia. Ha hecho de vosotros un
objeto de Su Amor Infinito. Va mendigando de vosotros el amor que nosotros le

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habíamos rechazado. El amor por vosotros le ha hecho cometer locuras, hasta
humillar al Hijo en el vientre de una Mujer. Tiene la ambición de ocupar con
vosotros los puestos que nosotros hemos dejado vacíos. Pero antes de que logre
esto, llenaremos nuestro infierno con vosotros los hombres. La venganza que no
podemos realizar sobre Él, la haremos con vosotros».

Sacerdote: «Eso es lo que tú sueñas. Pero entre nosotros y tú, sobre el vértice de
tu abismo infernal está Cristo Crucificado. Contigo tendrás sólo a aquellos que
obstinadamente quieran permanecer a tu lado. Todos los demás, también los
pecadores, también los pobres infieles, te serán arrancados como presa que no
te pertenece, porque no son tuyos, Él los ha pagado con el precio de Su Sangre y
son suyos. ¡Me niego a creer que finalmente tengas tú más que Él!»

Hubo una pausa más bien larga. Tuve la sensación de que el demonio quisiera
agredirme con un discursazo, y en efecto, pasó inmediatamente al ataque.

Diablo: «¿Dices que Él tendrá más que yo? ¿Pero es que no ves, ciego y
estúpido como eres, que hoy estoy movilizando todo para vuestra ruina? ¿No
ves que su reino se desmorona y que el mío se agranda de día en día sobre las
ruinas del suyo? Prueba a hacer un balance entre sus seguidores y los míos,
entre aquellos que creen en sus verdades y los que siguen mis doctrinas, entre
los que observan Su Ley y los que abrazan la mía. ¡Piensa solamente al progreso
que estoy haciendo por medio del materialismo ateo y militante, que es el
rechazo total de Él!

Un poco más de tiempo y todo el mundo caerá en adoración ante mí. El mundo
será completamente mío. Piensa en las devastaciones que estoy haciendo en
medio de vosotros, sirviéndome principalmente de sus ministros. 

He desencadenado en su rebaño un espíritu de confusión y de rebelión que
jamás hasta hoy había logrado obtener. Tenéis a vuestro guardián de ovejas,
vestido de blanco, que todos los días habla, grita, charla inútilmente. ¿Quién lo
escucha? Puedo hacerlo callar inmediatamente apenas quiera; en un momento
puedo eliminarlo; basta que arme la mano de un emisario mío.

Todo el mundo escucha mis mensajes, los aplaude y los sigue. Todo está de mi
parte. Tengo las cátedras con las que he puesto en jaque a vuestra filosofía. 

Tengo conmigo la política que os disgrega. Tengo el odio de clases que os hiere.
Tengo los intereses terrenos, el ideal de un paraíso en la tierra que os enfrenta a
unos con otros. Os he metido en el cuerpo una sed de dinero y de placeres que
os hace enloquecer y que os está reduciendo a ser un tropel de asesinos» 

continuaba diciendo Satanás.

Diablo: «He desencadenado en medio de vosotros una sexualidad que está
haciendo de vosotros un grupo exterminado de puercos. Tengo la droga que
pronto os convertirá en una masa de miserables larvas de locos y moribundos.

Os he llevado a adoptar el divorcio para reducir a fragmentos vuestras familias. 

Os he llevado a practicar el aborto con el que causo matanzas de hombres, antes
de que nazcan.

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Sacerdote: «¡Todos ángeles destinados al cielo!».

Diablo: «¡Pero te parece poco haber convertido a las mujeres, a las madres en
peores que las bestias! ¡Las he inducido a matar a sus hijos, cosa que ni las
bestias hacen!
Todo lo que puede destruiros lo intento, y obtengo lo que quiero: injusticias a
todos los niveles para teneros en un continuo estado de desesperación; guerras
en cadena que destruyen todo y os llevan al sacrificio como a las ovejas; y junto
a esto la desesperación de no saber liberaros de las calamidades con las que voy
a llevaros a la destrucción. Conozco hasta dónde llega la estupidez de vosotros
los hombres y la aprovecho completamente.

La redención de aquel que se hizo matar por vosotros, bestias, yo la he
sustituido por la de los gobernantes asesinos y vosotros os arrojáis en su
seguimiento como ovejas estupidísimas. Con las promesas de bien que os he
hecho y que no obtendréis nunca, he logrado cegaros, haceros perder la cabeza,
hasta llevaros fácilmente a donde quiero. Recuerda que yo os odio
infinitamente, como le odio a Él que os ha creado. ¡Sí, vaya favor os ha hecho,
enviando a su Hijo a desperdiciar su Sangre por la dichosa Redención! ¡Yo os
odio, os desprecio! ¿Y ahora? ¿Qué quieres decir? ¿No es suficiente? Puedo
continuar, si quieres»

Sacerdote: «¿Con todo esto crees poder cantar victoria contra Dios? -le dije- ¿Tú
serías el gran vencedor y Dios el gran derrotado? No niego que estás trabajando
quizás como nunca, que ahora vas obteniendo seguidores más que en el pasado,
pero en tus diseños eres un habilísimo inflador de globos. Te he dicho ya que tu
historia concluirá como ha comenzado. Nuestra atención va hacia el final de
todo esto. Entonces, tuviste en un instante muchísimos seguidores. Pero ¿cómo
terminó tu gesto de rebelión? ¿Arrojaste a Dios del trono de su gloria?»
continué con firmeza.

Diablo: «¿Aún te engañas? ¿No has comprendido nada de lo que te he
mostrado?» me interrumpió.

Sin dejarme amedrentar continué:

Sacerdote: «¡Tú eres el iluso! Todas estas fanfarronadas tuyas pueden
impresionar a un hombre de poca fe, no a quien cree firmemente que Dios es
Dios y tú eres un miserable rebelde, una criatura suya, que Él podría destruir
con un soplo, en un solo instante, pero que no lo hará jamás. Has podido
engañar a millones de hombres para que no crean en Dios, pero tú sabes que Él
existe, que Él es el Omnipotente, que tiene en su mano el destino de los
hombres y de la historia. Has querido entablar la guerra contra Él y te está
dejando obtener algunos resultados, incluso momentáneamente espectaculares.
Pero sabes bien que tu poder está condicionado a su omnipotencia y ¡la victoria
final será sólo de Él!»

Diablo: «¡Al contrario, será mía!»

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Sacerdote: «Mentiroso, ni tú mismo te lo crees, porque sabes bien con quién te
has metido. Recuerda la lección del Viernes Santo. Trabajaste bien ese día. Por
medio de tus seguidores te apoderaste de Jesús y lograste hacerlo matar. Pero,
en la ceguera de tu odio, no te diste cuenta que aquella muerte fue victoria de Él
al quererla y tú fuiste un instrumento sometido. Creíste haberlo liquidado para
siempre. Sin embargo, el vencido fuiste tú. Él resucitó al tercer día, vencedor de
la muerte y del pecado. ¡Vencedor sobre ti y sobre todo tu infierno!. El misterio
pascual te ha vencido de una vez para siempre. Sin embargo, se renueva, a lo
largo de los siglos en la vida de la Iglesia y de las almas, en un enfrentamiento
ininterrumpido de luchas, de muerte y de resurrección. Pero el triunfo del
Reino de Dios aquí no se anuncia con las fanfarronadas, se anuncia y progresa y
resiste a los ataques con el misterio divino del silencio».

Diablo: «Los acostumbrados viejos discursos de oratoria…» respondió.

Sacerdote: «Sabes que esto no es oratoria. En la mañana que resucitó, Jesús no
tuvo ninguna preocupación por vengarse de sus enemigos, de sus malhechores.
No tuvo ningún deseo de humillarles, como Él habría podido hacer y como
alguno podría haber esperado.

Con una demostración espectacular y fulgurante de su triunfo sobre la muerte,
hubiera podido aparecer ante el Sanedrín, ante Pilatos, ante Herodes, ante
cuantos le humillaron y le dieron muerte... No fue a gritarles a la cara: «¡He aquí
vuestra victoria!» Por el contrario, Su Majestad infinita está muy por encima de
ese tipo de satisfacción triunfalista: no le preocuparon sus enemigos. No pensó
en rehabilitar su reputación ante ellos.

Él inauguraba un estilo Suyo propio. Daba ejemplo de cómo se realiza su
triunfo en esta tierra, de cómo procede su Iglesia en medio de los hombres y a
lo largo de los tiempos: un camino extenuante, duro, sin estrépito. Ella va
adelante en el silencio, cubierta continuamente de heridas, rodeada de mártires
que son sus testigos incomparables, obligada demasiadas veces a refugiarse en
las catacumbas; pero todo esto ya se le había anunciado y eso es lo que la hace
más semejante a su Jefe, Cristo».

Diablo: «¡Palabras, palabras, palabras! ¿No te das cuenta de que tengo en mi
mano todas las fuerzas del mal? ¿No ves cómo las he movilizado, compactas,
contra el reino de Él? ¡Mi ofensiva avanza ya incontenible!».

Sacerdote: «¿Hasta cuándo? Te crees el dueño de la situación. Te presentas
como el señor y el dominador del mundo. Y apenas eres el ejecutor de los
planes de Dios. Tú colaboras sólo a la magnificencia de su victoria final. Como
tantas veces en el pasado, también hoy la Iglesia tiene necesidad de ser
purificada. Para esto sirven las pruebas. Él no arranca su viña: la poda. La
actual acción de obstáculo que tú y tus seguidores habéis desencadenado en el
seno del pueblo de Dios sirve para esto, para purificarlo. Los actuales logros
aparentes de tu obra de seducción y de desorden le sirven a Él para sus planes.
Al final se volverá todo contra ti y quedarás definitivamente vencido».

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CUARTO ENCUENTRO

No fue propiamente un encuentro como los anteriores ni como los que
seguirán. Esta vez, excepto un rápido retorno del Maligno al final, se desarrolló
casi todo en un largo y muy movido sueño. Todo aconteció de un modo que
hubiera jurado que estaba completamente despierto. Los sueños, dicen, suelen

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ser breves pero éste me pareció larguísimo, si debo juzgarlo por las cosas que vi
y que entendí.

Tuve la sensación de ser despertado de sobresalto, al ruido ensordecedor de
miles de bocinas de coche, de tambores batiendo a ritmo de marcha, que
martilleaban un potentísimo canto marcial. Asomándome, me encontré delante
de una grandísima plaza, jamás vista por mí, repleta de gente, especialmente de
jóvenes, que con banderas rojas en la cabeza, continuaban llegando de todas
partes, como ríos en crecida que venían a desembocar en aquel mar de gente.

Un cañonazo fue la señal de un silencio inmediato. Todos estaban a mi espalda
y mirando hacia un palco altísimo que surgía a lo lejos sobre el fondo de la
plaza. Apenas apareció allí un hombre con una larga tira roja a los flancos,
gritos frenéticos de «viva» le saludaron durante largo tiempo. Hecho silencio a
una señal suya, comenzó a hablar en una lengua de la que no comprendí ni una
palabra.

Mientras asistía a esta espectacular reunión, sucedió un fenómeno extraño. 

A medida que el orador hablaba y los altavoces difundían la voz hacia todas
direcciones, la superficie de la plaza se dilataba, se alargaba hasta no poder más
reconocer con los ojos los confines. Sólo lograba captar un confuso fluctuar de
gente hacia la lejanía cada vez más difuminada. Fue aquí que, en el estupor de
aquella extraña visión, intervino la voz alta y soberbia del Maligno:

Diablo: «¡Mira, mira qué espectáculo tan maravilloso!... Toda la juventud se ha
puesto de mi parte. Es mi juventud. A muchos he seducido con la lujuria, con la
droga, con el espíritu de revolución. Pero a la mayor parte la he ganado con el
lazo del marxismo materialista. Estos jóvenes han pasado a través de escuelas
programadas sobre un ateísmo radical. Allí han aprendido que no ha sido
Aquel de allá arriba quien creó al hombre, sino que el hombre se ha creado
estúpidamente a sí mismo. Ahora, aguerridamente luchan contra Él, que se
resiste a desaparecer. Pero desaparecerá. ¡Es inevitable! Estos jóvenes míos han
aprendido a deshacerse de todas las verdades así llamadas metafísicas. Para
ellos existe sólo el mundo material y sensible. Ha sido un universal lavado de
cerebro, y nos serviremos de éstos para combatir a todos los que se atrevan a
mantenerse todavía agarrados a las viejas creencias. Él debe desaparecer de
modo absoluto. Pronto vendrá el día en que ni siquiera será recordado su
Nombre. Las pocas zonas de resistencia que no lograremos eliminar con nuestra
filosofía, lo haremos con el terror. Existen, para los que queden, decenas y
decenas de hospitales psiquiátricos y centenares de campos de concentración
donde les enviaremos a morir. Así será para todos los países de la tierra. Uno
tras otro deben caer a mis pies, abrazar mi culto, reconocer que el único señor
del mundo soy yo...»

En este punto, mientras el Maligno se exaltaba y se ensoberbecía hablando con
tanta seguridad, la plaza de improviso desapareció, y toda aquella
muchedumbre también. De toda aquella multitud no quedaba ni el más
pequeño rastro, y el discurso del orador cesó como por una inesperada
interrupción de corriente. En un instante me encontré en un profundo

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subterráneo iluminado escasamente, que me hizo recordar los pasillos de las
catacumbas romanas, dominadas por un aire de serenidad y de paz. 

Vi allá, a lo lejos, un punto más luminoso y me dirigí con ánimo y paso seguro
hacia aquel lugar. Presentándome, sentí venir a mi encuentro el eco de una
oración coral. Me detuve, esperando captar el significado. Imposible; aunque se
trataba de una lengua desconocida por mí, comprendí por ciertos motivos que
era el Padre Nuestro. Una fuerza interior me animó a seguir caminando. Uno
del grupo vestido de sacerdote, se dio cuenta de mi presencia, vino inseguro y
excitado a mi encuentro.

Sacerdote: «Sea alabado Jesús», le dije. Ante aquel saludo, alargó los brazos y
sonriendo me preguntó:

Interlocutor: «¿Eres acaso un hermano nuestro?»

Sacerdote: «Si, soy un hermano vuestro» - y nos abrazamos calurosamente.

Sacerdote: «En nombre de Dios» -le pedí- «explicadme ¿dónde me encuentro y
quiénes sois vosotros?»

Interlocutor: «Te encuentras en un subterráneo del país de los sin Dios. Dos
veces a la semana, de noche, nos reunimos aquí para nuestras oraciones
comunes, para asistir a la liturgia, y dar testimonio de Dios lo mejor que
podamos». Sonrió viendo mi estupor y continuó: «Mira, aquí somos apenas un
centenar, pero en otros sitios se reúnen incluso más para orar por nosotros, por
la patria, por el mundo entero».

Sacerdote: «¿Como en los tiempos de las catacumbas?»

Interlocutor: «Exacto, como en los tiempos de las catacumbas; ésta es nuestra
catacumba».

Sacerdote: «¿Pero es verdad que Dios ha sido eliminado de este gran país?»

Interlocutor: «¡A Dios no se le puede eliminar, querido hermano! Expulsado de
la puerta, entra por todas las vías misteriosas que sólo Él sabe abrirse».

Mi interlocutor se dio cuenta de que estaba conmovido y calló.

Sacerdote: «Veo que también hay jóvenes».

Interlocutor: «Aquí cerca de la mitad de los que recogemos son jóvenes. En
otros refugios aún son más. Jóvenes que no vienen sólo a orar sino a trabajar.
Piensa, querido hermano, después de una jornada de fatiga demasiado
extenuante, estos hijitos sacrifican por turnos, horas enteras, para venir aquí a
prestar su trabajo».

Sacerdote: «¿Qué hacen?»

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Interlocutor: «Ven, te lo enseñaré.»

Después, en una pequeña vuelta a la derecha, bajados pocos peldaños, nos
encontramos en un lugar con algunas salidas de seguridad y transformado en
una oficina tipográfica rudimentaria: algunas máquinas de escribir; una
multicopiadora que iba velozmente a pedal, una atadora y otros utensilios.

Sacerdote: «¿Qué están imprimiendo?», pregunté.

Interlocutor: «Ante todo, partes de la Biblia, los Evangelios, los Hechos de los
Apóstoles, pequeños misales, catecismos, libros de oración y también romances,
poesías de escritores no aliados y condenados o expulsados de la patria. Creo
que en nuestro país una gran parte ha leído ya las obras de Pasternak, de
Sinjavskij, de Solzenitzin; el ejemplo de estos hombres es enorme sobre nuestra
juventud. Apenas ésta se ha dado cuenta de haber estado años y años engañada
y embotada por mentiras en los discursos de las plazas, por los libros, en las
escuelas, ha sido atrapada por un hambre insaciable por la verdad: quieren
saber la verdad sobre todo. ¡No te imaginas la tristeza que nos invade cuando
no logramos escuchar la Misa transmitida en nuestra lengua por Radio
Vaticano!».

Me di cuenta de que mi acompañante, mientras me hablaba, continuaba
examinándome. Pero se convenció de que conmigo podía hablar libremente. Me
retiró un poco a un lado y acercándose un poco más, me tomó las manos en las
suyas y continuó:

Interlocutor: «Mira, yo soy un sacerdote pero hace años que disiento con mi
superior local, demasiado politizado por el régimen satánico y pasado al
servicio del partido del Anticristo. Me he visto obligado a vivir escondido. Estos
jóvenes lo saben; la voz ha pasado de éste a los demás refugios y así me toca
vivir de uno al otro para celebrar la Misa y atenderlos espiritualmente. ¡Qué
jóvenes tan queridos! Me han dado toda su confianza. Me tratan como a un
padre. Me abren su alma, ¡y si vieses qué almas! ¡Sobre todo son héroes!»
Sacerdote: «¡Y esto en el país de los sin Dios!»

Interlocutor: «Oh, no ¡no digas esto! ¡Aquí Dios existe, y trabaja con su gracia y
obtiene! Créeme, en estos 60 años de prueba infernal el pueblo ruso ha dado a
Dios ejércitos de Santos y de mártires como nunca en la historia pasada. Todo lo
que este pueblo ha sufrido y está sufriendo no es algo perdido. Yo pienso que
sea el largo invierno que prepara en nuestro país una primavera jamás vista, un
renacimiento religioso que será la envidia de tantos países libres. Mira, yo soy
acusado de hacer cristianos: estos jóvenes lo saben y de aquí su confianza.
Piensa: entre ellos hay quienes saben de memoria el evangelio de San Juan,
alguna carta de los apóstoles, la encíclica Pacem in terris, la Lumen gentium, el
Credo de Pablo VI. Y editan y difunden todo esto. Rusia está llena de estos
libros.

Sacerdote: «¡Dios, Dios mío! ¡Qué cosas tan grandes me dices, hermano mío!»

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Interlocutor: «¿También tú eres sacerdote?»

Sacerdote: «Sí.»

Me abrazó y me besó:

Interlocutor: «¿Y vienes de Italia?... ¿De Roma?... Aquí dicen que Italia es toda
comunista. ¿Es esto posible?»

Sacerdote: «Toda no, pero una parte sí».

Interlocutor: «¡Es increíble! ¿Pero saben qué significa vivir bajo el comunismo?
Aquí en Rusia no hay ninguno que crea en ellos. Aquí ha sido suficiente que
nuestros jóvenes hayan aprendido a hacer la comparación entre la propaganda
oficial y la realidad de la vida de nuestro país para perder la fe en la ideología
del partido».

Sacerdote: «Precisamente lo que en Italia no logramos hacer creer,
especialmente a los jóvenes. ¡Es un fenómeno de monstruosa ceguera!»

Me llevó todavía un poco más hacia un lado y continuó:

Interlocutor: «Mira, aquí el materialismo nos ha encerrado en un callejón sin
salida. El alma rusa no sabe prescindir de una explicación del hombre y del
mundo, y como el materialismo en esto ha fallado, nos lanza con una sed
instintiva a los valores espirituales, a la Iglesia, a Dios. La ideología marxista
nos lleva a la muerte y a la nada, y nuestro pueblo tiene enraizada en el alma la
fe en el más allá. Tú no puedes creer qué acrobacias de prudencia realiza esta
pobre gente para poder decir un De profundis en la tumba de algún familiar
sepultado recientemente. Cuántos vericuetos son necesarios para obtener en
Pascua un poco de pan bendecido para distribuir en la mesa, después del
saludo familiar «Cristo verdaderamente ha resucitado».

Sacerdote: «Todo esto, querido hermano, lo sabemos y nos conmueve
inmensamente».

Interlocutor: «Entonces, ¿por qué los italianos quieren caminar bajo el
comunismo ateo?»

Sacerdote: «Porque muchísimos creen más en el demonio que en Dios: ésta es la
verdad».

Interlocutor: «Estos jóvenes han comprendido que sólo el cristianismo pone el
máximo acento sobre el valor de los derechos de la persona humana: el
socialismo habla sólo de colectivismo, de masa; para él el individuo no existe. A
este paso, hay que esperar que el más grande estado comunista del mundo, por
la lógica de las cosas, pueda transformarse en la más grande fuerza
anticomunista. Lo pensamos todos, hermano, aunque somos pocos para decirlo,

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porque es horrible el terror que se tiene de los juicios, del lavado de cerebro, de
los campos de concentración diseminados por todo el territorio ruso. Aquí, sin
embargo, la ideología marxista se rige únicamente por la fuerza. Pero el día en
que ésta caiga -sólo Dios sabe cuándo- Rusia se presentará con un rostro
completamente nuevo, religiosamente probada, gracias a la experiencia del
martirio que ningún pueblo ha sufrido hasta ahora».

Sacerdote: «Nosotros confiamos mucho en las promesas de la Virgen de
Fátima».

Interlocutor: «¡Oh, la Santa Madre de Dios! ¡Si supieses cómo la venera nuestro
pueblo! Y es Ella quien ha conservado -aunque en ciertos momentos muy
reducida- nuestra fe. Sus imágenes han desaparecido de casi toda las casas, pero
muchísimos las conservan escondidas, y sobre todo la invocan».

Sacerdote: «¿Crees que pronto la oposición de los jóvenes, de los intelectuales,
de la clase que reflexiona, podrá aumentar?»

Interlocutor: «Para mí es una cosa muy cierta. Y esto sucederá poco a poco, a
medida que progrese el descubrimiento alegre de la fe cristiana y la persuasión
en muchos ya radicada de que el cristianismo es la única fuerza capaz de
cambiar el mundo. Si entre nosotros se recogiesen las voces de nuestros
convertidos del materialismo, pensarías en el milagro de un nuevo Pentecostés.
Puedo decirte que muchas de estas voces llegan a nuestro país. Existen también
recopilaciones que las recogen pero, por desgracia, no todos las leen.
Conservamos cartas que nos llegan de los campos de concentración. Son de
hombres, mujeres, de jóvenes allí condenados que nos animan a conservar
intacta nuestra fe en Dios: imposible leerlas sin estremecerse de conmoción y
sin llorar».

Un golpe de gong anunció la recitación en común del Padrenuestro. Aquí me
desperté. Pero me di cuenta que lo que me despertó fue un gran golpe en la
puerta de la habitación. Miré el reloj, era todavía muy temprano. Un nuevo
golpe me hizo saltar y grité:

Sacerdote: «¿Quién es?»

La respuesta fue una risa burlona, loca y sin sentido que me advirtió de
inmediato de la presencia de él.

Diablo: «¿Qué bello sueño, eh? Te habrá gustado mucho, pienso, Quizás incluso
te habrá dejado la boca dulce. Pensando de nuevo, ¿serías capaz de creer todas
esas bellas noticias?»

Sacerdote: «Sí, las creo todas como cosas verdaderas, respondí.»

Diablo: «No me maravillo, conozco tu credulidad. Crees también en los sueños.
¡Cuántos sueños han venido de Dios!»

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Sacerdote: «¿Entonces serías capaz de probarme que una sola de todas aquellas
tonterías responde a la verdad? ¡Vamos, dame una prueba!»

Estuve un tiempo sobre mí mismo, después apretando fuerte entre las manos la
corona del Rosario, me senté sobre la cama y con tono imperativo dije:

Sacerdote: «Ya que vienes a desafiarme, en nombre de Ella, que es tu enemiga
capital, te ordeno decirme si en aquel sueño había una sola mentira.»

Diablo: «Es todo una mentira.»

Sacerdote: «Tú debes responder en nombre de Ella, te lo he dicho, ¡en nombre
de Ella!»

En vez de responder, el Maligno se enfureció como no lo había hecho nunca.
Parecía que estuviese desencadenando un terremoto.

Sacerdote: «En vez de hacer toda esta comedia, te ordeno responder: Debes
decirme si aquel sueño era verdad. Vamos, ¡en nombre de María, te lo ordeno,
responde!»

Lo sentí gritar como un león herido de muerte y lo vi desaparecer.


























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QUINTO ENCUENTRO

Esta vez pasó una semana entera en la que el Maligno no manifestó ningún
signo de su presencia. Entre nosotros no se había dicho todo y con gusto
esperaba su regreso.

Me preparaba a recitar las oraciones de vísperas, a media tarde, cuando el gran
calendario holandés que colgaba de la pared de enfrente comenzó abanicar sus
hojas como golpeado por el aire.

Sacerdote: «En el nombre de María, dime de dónde vienes.»

Diablo: «Tu pregunta es estúpida.»

Sacerdote: «¿Por qué estúpida?»

Diablo: «Porque yo no estoy en ningún sitio, no soy un cuerpo, una carroña
como tú; soy espíritu.»

Sacerdote: «¿Y el Infierno?»

Diablo: «El infierno no es un lugar, no es un campo de concentración o un
estanque de fuego, como vosotros pretenciosos lo vais describiendo. El infierno
soy yo. Somos cada uno de nosotros. Es un estado.»

Sacerdote: «¿Pero entre vosotros, espíritus condenados, os conocéis?»

Diablo: «¿Por qué no? Nos conocemos, nos odiamos, como os odiamos a
vosotros, marmotas, como lo odiamos a Él. Vivimos encerrados cada uno en
una soledad eterna, pero estamos de acuerdo en trabajar para daño vuestro.»

Sacerdote: «¿No vivís nada más que para esto?»

Diablo: «Nuestra esencia es el mal, es el rechazo de Él, es odiar todo y a todos»

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Sacerdote: «¡La única miserable satisfacción que os queda!»

Diablo: «¡No es ninguna satisfacción!»

Sacerdote: «¡No comprendo, explícate!»

Diablo: «Vosotros imagináis que odiar para nosotros, hacer el mal, destruir las
obras de Él, sea una satisfacción, una especie de consuelo, una alegría. También
esto nos lo ha negado nuestro enemigo. Nosotros hacemos el mal por el mal.
Atravesar el plan de Él, arrancarle almas, especialmente aquellas que son más
queridas para Él, no nos procura ninguna satisfacción, incluso Él nos lo hace
pesar como si fuera un castigo; pero ejercitar nuestro odio, nuestra naturaleza
maligna es una necesidad, aunque obremos a su despecho, para hacer el mal a
sus criaturas.»

Sacerdote: «Todas estas bellas cosas ya las sabíamos. Quien primero ha definido
quién eres ha sido Jesús. Y la Iglesia nos lo repite en sus enseñanzas. Los Santos
nos ponen en guardia. Sabemos que eres el Maligno, que es el enemigo por
excelencia, que eres homicida desde el principio, que eres el padre de la
mentira, que eres un misterio de iniquidad, que eres el príncipe de este mundo,
hasta que Dios te lo consienta. ¿Basta para tu retrato?»

Diablo: «Quizás, ¿pero con esto...?»

Sacerdote: «Quieres decir que los hombres a pesar de esto, se dejan atrapar en
tus redes... lo sé... Si reflexionasen sobre lo que eres y sobre lo que tramas contra
ellos, estarían en guardia... Por eso, de padre de la mentira y de espíritu de las
tinieblas, te transfiguras en ángel de luz; te presentas a ellos como un refinado
maestro de seducciones y les tiendes estas insidias de consejero galante. Y has
enseñado muy bien este arte también a todos tus colaboradores, incluso a
ciertos eclesiásticos.»

Sacerdote: «Has hablado de almas muy queridas a Él: ¿Quiénes son?»

Diablo: «¡Deberías saberlo! Aquellas más unidas a su amistad. Aquellas que Él
logra conservar siempre suyas. Aquellas que trabajan y se gastan por sus
intereses. ¡Las que buscan su Gloria! Un enfermo que sufre por años y se ofrece
por los demás. Un sacerdote que se conserva fiel, que reza mucho, al cual no
hemos logrado jamás contaminar, que se sirve de la Misa -de esa tremenda y
muy maldita Misa- para hacernos un mal inmenso y arrancarnos multitud de
almas. Éstos son para nosotros los seres más odiosos, aquellos que mayormente
perjudican los asuntos de nuestro reino».

Sacerdote: «Saberlo de tu boca es para mí un anuncio precioso».

Diablo: «¡Es aquella (la Virgen) que me lo obliga a decir, que me hace responder
a tus estúpidas preguntas!»

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Sacerdote: «Continúa hablando. Para que lo sepas, no puedes hacerme sino el
bien. Las almas que tú odias más...»

Diablo: «Son aquellas que nosotros atacamos más fuertemente. Hacer caer a un
sacerdote nos recompensa más que mil almas que nos ha arrancado otro.
Envolver a un sacerdote en la podredumbre de la lujuria, hacerle pasar una
noche con una mujer y a la mañana mandarlo celebrar Misa, mandarlo al
confesionario, a ensuciar más que a purificar, es uno de los mayores desprecios
que procuramos infligir a nuestro gran enemigo. Y lo logramos más de lo que se
cree».

Sacerdote: «Por desgracia. Pero junto a estas almas elegidas caídas, sé que Él, en
el silencio y en el ocultamiento, suscita muchísimas otras que se inmolan, que
reparan y le dan una gloria más grande de la que tú crees haberle arrebatado».

Diablo: «No importa. A mí me preocupa incrementar el número de los
sacerdotes que se pasan a mi lado. Son los mejores colaboradores de mi reino.
Muchos o ya no dicen Misa o no creen lo que están haciendo en el altar. A
muchos de ellos los he atraído a mis templos, al servicio de mis altares, a
celebrar mis misas. Si vieses qué liturgias tan maravillosas he sabido imponerles
a ellos como ofensa grave contra la que celebráis en vuestras iglesias. ¡Mis misas
negras!: celebraciones de lujuria, profanación de hostias y de cálices sagrados,
profanados de tal modo que aquella no me permite describírtelo. ¡Qué
porquerías tan bellas! ¡Lee mis rituales, están impresos!»

Sacerdote: «Eres el eterno mono de Dios...»

Diablo: «He esperado a estos últimos tiempos para hacer las mayores
conquistas entre los sacerdotes, los frailes, las vírgenes consagradas a Él… Y su
número crece de tal modo que si fuese capaz de alegrarme, sería mi delicia más
grande».

Sacerdote: «Lo que dices es triste. Pero sé que una sola Misa ofrecida a Dios en
reparación de todas estas cosas horribles le dará una satisfacción infinitamente
más grande. ¡El sacrificio infinito de Cristo repara tus profanaciones!»

Diablo: «Hablas siempre de almas reparadoras; pero también a éstas sé cómo
tratarlas; cómo desatar sobre ellas mi furor. Descargo sobre ellas un odio que
me recompensa de todo el daño que hacen a mis intereses».

Sacerdote: «Lo sé: la historia de la santidad está llena -en la medida en que Dios
lo permite- de estas intervenciones malignas tuyas. Pero ¿con qué resultado?
¿Qué obtienes de ello?»

Diablo: «Que puedo cansarlas, abatir su resistencia, llevarlas a la quiebra».

Sacerdote: «¿Qué logras? ¿Dios te lo consiente? Por el simple hecho de que Él te
deja desahogar tu rabia contra estas almas, es signo de que las ha hecho

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invencibles. Y tú, con tus ataques, colaboras solamente al crecimiento de sus
méritos, trabajas contra ti mismo... Las habrás hecho sólo más santas, más ricas
en eficacia reparadora y conquistadora en el mundo de las almas. ¿Cuántas
almas te han arrebatado Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila, el Cura
de Ars, Don Bosco, el Padre Pío?»

Diablo: «Al menos me vengo y les hago pagar caro el daño que me hacen».

Sacerdote: «¡Eres un Pésimo calculador! Dios te lo permite porque colaboras en
demostrar la potencia de su gracia y para tu mayor humillación, porque todas
las veces que atacas a estas almas, el vencido eres tú».

Diablo: «Tú sin embargo, denunciando estas intervenciones mías, solamente
lograrás hacer reír a los teólogos y doctores».

Sacerdote: «Sobre esto no me preocupo para nada».

En ese momento se hizo una pausa. Parecía que se hubiese marchado. Me
equivoqué, porque comenzó a hablarme con una nueva carga de odio y de
desprecio.

Diablo: «Tú nunca podrás comprender cuánto os odio a vosotros los hombres.
Cuánto os detesto y cuánto sois detestables. Gozáis de un primado de dignidad
sobre las bestias y sois las bestias más abominables. Vuestro ser me da asco. Os
considero por debajo de vuestros cerdos. Creéis ser inteligentes y sois muy
estúpidos. Bastaría que vieseis lo que os hago tragar por medio de tantos
catedráticos puestos a mi servicio y que os regalo huecos de vana palabrería
doctísima. ¡Piensa en lo que os hago beber y digerir con mi prensa! ¿Vosotros, la
más noble criatura suya? Son suficientes unas pocas porquerías para
compraros. Os rendís por nada a las propuestas de mis mensajeros. Valoráis
tanto vuestra libertad y os dejáis atrapar por mis más feroces soldados. ¡Oh, las
burlas que os estoy haciendo en nombre de esta libertad! Mostráis horror por lo
que es sucio y, dominados por vuestras pasiones, os revolcáis en vuestras
inmundicias como puercos en el lodo. Por una mujer y por un puñado de oro
¡os descarriáis que es una maravilla!».

Diablo: «Os ha ganado mucho aquel que ha derramado su sangre para
redimiros. ¿Redimiros de qué? ¿Del pecado? Pero si os introducís tanto en él
que os ahogáis. ¡Y qué decir cuando desencadeno contra vosotros el espíritu de
la envidia, de la maledicencia, del odio, de la rivalidad, de la venganza!»

Sacerdote: «Cállate, que estás exagerando. Tú generalizas demasiado. Es la
rabia envidiosa la que te tiene clavado a tu condena para toda la eternidad. Te
baste esto: Dios nos ama a pesar de todos nuestros pecados; Cristo nos ha
redimido y una sola gota de su sangre nos purifica de todo. Y nosotros
podemos amarlo. Cuenta, si puedes, las almas que lo aman. Por una sola de
ellas volvería a dar su vida voluntariamente de nuevo. Mientras tú, maldito, te
enfureces en tu odio por toda la eternidad. Pero dime, ¿qué es la eternidad?»
Diablo: «¿La eternidad? ¡Ahora!... ¡un ahora siempre detenido!... Y desapareció.

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SEXTO ENCUENTRO

Una tarde, apenas había entrado en la habitación, fui tomado por sorpresa por
el imprevisto estrépito de un galope que me tuvo la respiración suspendida y
me hizo comprender que se trataba de él.»

Sacerdote: «Esta vez has venido con el propósito de asustarme», le dije.

Diablo: «Si tuviese permiso para hacerlo, sabría muy bien cómo hacerte temblar

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de miedo. Tú no sabes que tengo la fuerza de hacer temblar toda la tierra, si
quiero. Tengo la fuerza de aguantar esta pelota del globo donde habitáis y
lanzarla contra los demás astros o incluso tirarla en una de las bolsas solares y
reducirla a cenizas.»

Sacerdote: «Has dicho: si quiero, pero precisamente es esto lo que tú no puedes
hacer. ¡El mundo está en manos de Aquel que lo ha creado, no en tus manos,
bufón! Sé muy bien que serías capaz de hacerlo; pero, encadenado como estás,
no puedes dar miedo ni siquiera a un niño. Una vez más, tú eres un perro atado
a una cadena. La inocencia de un niño te da miedo como la espada llameante de
un arcángel».

Diablo: «Goza de tu seguridad. Ahora te digo que pronto llegarán días en los
cuales todo el mundo temblará con mi avanzada. Estoy preparando un
desbarajuste universal que no te lo puedes imaginar».

Sacerdote: “¿La bomba atómica?”

Diablo: «Mucho peor. Antes, y más que todo esto, me importa el desconcierto
de la humanidad entera, comenzando por la Iglesia, que debe ser la primera en
desaparecer, esta durísima Iglesia Católica que ahora haré desaparecer en un
baño de sangre».

Sacerdote: «Si Dios te lo permitiera...»

Diablo: «Lo sé: os refugiáis en el viejo versículo “no prevalecerán”. ¡Sin
embargo prevaleceremos! La llenaremos de confusión, combatiéndola desde
dentro».

Sacerdote: «Será quizás una prueba más fuerte que otras sufridas en el pasado.
Una nueva gran marea. Después el Señor te dirá: «basta!» y sobre tus ruinas
resplandecerá de nuevo el sol de su triunfo. Purificada, la Iglesia florecerá como
en primavera.»

Diablo: «Sin embargo el golpe que estoy preparando no será como los otros.
Hasta ahora en la Iglesia, a la que combato con furia, había un punto invencible
de resistencia que me hizo perder muchísimos ataques. ¡Ahora verás! Hace
pocos decenios inspiré a Lenin, uno de mis mejores colaboradores, que para
acabar con la religión era más importante introducir la lucha de clases en el
seno de la Iglesia que atacar de frente la religión. Se trata de obrar disolviendo,
de formar focos de división entre los fieles, pero sobre todo en los ambientes
eclesiásticos y religiosos. Dividir a los obispos en dos bloques: los integristas y
los progresistas. Rebelar a los sacerdotes contra los obispos con miles de
pretextos. Atacar de frente a la Iglesia como combatiendo, para su bien, sus
estructuras anticuadas y los abusos que la desfiguran. Con hábiles golpes
formar en los ambientes eclesiásticos núcleos insatisfechos para atraerles poco a
poco al clima fecundo de la lucha de clases. Adaptación lenta y paciente, con
infiltración de nuevos contenidos en las ideas tradicionales. Se trata no de
liquidar, en un primer momento, a la Iglesia, sino de confundirla,

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incorporándola al servicio de la revolución comunista. El resto vendrá
después».

Una pausa alargada, durante la cual miraba a mi Virgencita y mentalmente la
invocaba. La voz volvió con un tono ronco, rabioso como rugido de bestia. El
maligno subrayaba así sus propósitos catastróficos.

Diablo: «Ahora estoy preparando un asalto táctico sobre todo contra aquel
vestido de blanco. Él tiene sus activistas fanáticos. Me hace reír. ¡Que se atrevan
a encontrarse con los míos! A los míos los escogeré sobre todo entre los suyos.
Serán las mejores palancas. Comenzaré a encerrarlo poco a poco en un
aislamiento completo. Induciré a sectores enteros de la cristiandad a
abandonarlo. ¡Después vendrá el asalto que lo eliminará!»

Sacerdote: «Hablas con tal seguridad que simplemente pareces ridículo».

Diablo: «Con tanta seguridad, como puedes ver, que no tengo ni el menor
miedo de revelarte mis planes. Por lo demás, ¿qué podrías tú contra ellos?»

Sacerdote: «Orar al Señor para que te fulmine y para que la Virgen tenga bien
custodiado a aquel vestido de blanco, que es su hijo predilecto».

Él respondió con una palabrota e inmediatamente volvió a la carga:

Diablo: «En un segundo momento trabajaré uno a uno a todos los párrocos con
respecto a su pastor. Hoy el concepto de autoridad no funciona como antes. He
logrado darle un golpe imprevisto e irreparable. El mito de la obediencia está ya
superado. Por esta vía la Iglesia será llevada a la pulverización. Mientras tanto,
voy adelante diezmando continuamente a los sacerdotes, a los frailes, hasta
llegar a vaciar totalmente los seminarios y los conventos. Quitados del medio
los así llamados obreros de la viña, se introducirán los míos y tendrán vía libre
en su trabajo definitivo».
Sacerdote: «Pareces un dirigente lleno de fantasías, ¡que equivocado estás!
Programas todo como si Cristo, el verdadero Jefe de la Iglesia, la hubiese
abandonado para siempre y Él estuviese nuevamente muerto sin esperanza de
resurrección. Tú, bufón charlatán, no ignoras que la Iglesia es Él. Ella es su
Cuerpo místico. Y sabes bien que detrás del pastor visible está Él, invisible, y Él
es fiel a la palabra dada: «No tengáis miedo, dijo, Yo estoy con vosotros hasta la
consumación de los siglos». Prueba y verás, tendrás que encontrártelas con Él y
¡huirás ante su sola presencia! Además, está María: Ella es la Madre de la Iglesia
y basta una señal suya para tener paralizados a todos los ejércitos infernales».

Diablo: «Los acostumbrados viejos chismes. Todos estáis embutidos en frases
hechas. Todos estáis adiestrados en el uso de estos temas comunes. 

Hoy, los primeros en reírse de estas frases hechas son vuestros sacerdotes,
vuestros doctores, a los que yo he hinchado con el espíritu del orgullo y con el
espíritu de rebelión. Mira cómo han sabido cambiar el moho teológico por los
grandes ideales de la historia. Me he preparado y me he llevado a mi bando a
sacerdotes politiqueros, a sacerdotes que apenas dicen Misa alguna, a

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sacerdotes chacharacheros, que asiduamente frecuentan ciertos grupos
cerrados, a la caza de citas galantes, y cuando en torno a ellos surge el
escándalo, en vez de avergonzarse como antes, se vanaglorian con alegría, y se
sienten felices de haberse liberado de pesos insoportables. ¡Y ni decirte de los
sacerdotes que sólo piensan en hacer dinero! Todos estos son mis mejores
obreros».

Sacerdote: «Has recorrido ya en el pasado los mismos caminos y Dios te ha
dejado realizar también algunas conquistas. Sin embargo recuerda que cuando
parecía que la plaga iba a gangrenarse y a extenderse a todo el cuerpo, Él
intervino sin movilizar contra ti a ejércitos espectaculares, sino trabajando con
unos pocos, en el silencio.

Tú cuentas con la masa, Él cuenta con unos pocos. ¡Cuántas veces Él nos ha
hecho ver que sirve más a la Iglesia un pequeño número de auténticos
sacerdotes y religiosos, llenos de espíritu evangélico verdaderamente
impregnados de fermento evangélico, impregnados de Amor y fervor,
preparados a la renuncia, dispuestos al sacrificio total! Quiero decir: Él cuenta
con unos pocos santos más que con una masa de sacerdotes burócratas,
secularizados, embebidos en la mundanidad y mujeriegos. Dios te los regala, no
sabe qué hacer con ellos. Él se servirá de unos pocos, pero serán suyos, y con
éstos restaurará su Iglesia.

Estoy seguro de que te darás cuenta de que hoy en la Iglesia se encuentra
trabajando un buen frente de almas silenciosas, no importa de qué condición ni
raza, especialmente sacerdotes y religiosos, que se preparan para combatirte.
Muchos de ellos se unen en el nombre de María, proceden de nidos de oración y
de amor a la Iglesia, y de obediencia al Papa. Trabajan por una Iglesia
consolidada en su unidad y aceptan toda renovación legítima, pero rechazan las
innovaciones arbitrarias, y están persuadidos del servicio insustituible del
romano Pontífice y se aprietan en torno suyo como al único principio
verdaderamente sólido de su unidad».

Sacerdote: «Son almas silenciosas, que en vez de agitarse, trabajan; en vez de
proclamar discursos imponentes, oran; en vez de pedir reformas
continuamente, se mejoran a sí mismas. Son almas escondidas, de las que sería
difícil hacer una estadística, pero se sabe que existen, realmente se encuentran
por todas partes, y se reúnen en grupos de oración y fraternidad».

Sacerdote: «Quizás nunca como hoy florecen tantos santos en la Iglesia.
¡Cuántos grupos de almas fervientes vemos surgir!. Ella cuenta con éstos
grupos, con su capacidad de «fermentar a la masa». Son las revanchas de la
generosidad divina a favor de la Iglesia Católica. Almas que trabajan en un
apostolado casi invisible, que van descubriendo el rostro de Cristo en el
ejercicio de la Caridad hacia sus hermanos los pobres, los marginados, los más
necesitados. ¡No, espíritu rebelde! El balance de la acción de Dios en el mundo y
en la Iglesia no es un fracaso. El curso de su acción no está paralizado por tus
sabotajes. La Iglesia tiene direcciones y brotes que son invisibles y lejanos; pero
Él está actuando siempre en Ella. ¡Invencible es Él! ¡Invencible es Ella! Y tú lo

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sabes, tú lo crees y tú solamente puedes aprovechar al máximo el tiempo que
todavía te queda para hacer el mal. El día en que nuevamente escuches con
pavor «Quién como Dios!», será el día de tu derrota definitiva. ¡Para siempre!».

En este punto mi interlocutor se había ya marchado.



















SÉPTIMO ENCUENTRO

Diablo: «¡Es sólo cuestión de tiempo!»

Esta imprevista y terminante afirmación interrumpió mi lectura de un libro que
me estaba interesando mucho. Un grito de pavor me cortó la respiración. Pero
mi Protectora la Virgen Santísima vino inmediatamente en mi ayuda y me
tranquilizó. Esta vez el maligno se puso a hablarme con una solemnidad
insólita, casi respetuosa: se mostró como el acostumbrado fanfarrón que es.

Diablo: «Es cuestión sólo de tiempo! El proceso de destrucción de la Iglesia ya
está en camino, una destrucción radical e imparable. Mis planes se cumplirán
con una precisión y una puntualidad que os dejará estupefactos. Pronto esta
vieja y podrida carcasa seguirá la suerte de tantas otras instituciones que han
resistido un cierto tiempo y después han desaparecido...»

Sacerdote: «Pero no ves, bufón, que siempre vuelves con la misma canción? Te
falta siempre toda originalidad y fantasía, incluso para organizar el mal y así en
vano intentas darme miedo».

Diablo: «¿Por qué no me dejas continuar?»

Sacerdote: «Porque eres tremendamente aburrido. Me pareces un comediante
que en la plaza repite siempre las mismas payasadas. Convéncete de que con tu
insistencia en la amenaza de destruir a la Iglesia no sólo no me impresionas,

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sino que incluso me haces reír. La Iglesia Católica, aunque está constituida por
hombres que tienen sus miserias, es institución de Cristo, le pertenece a Él y
sólo Él la gobierna en sus acontecimientos. En sus designios misteriosos Dios
hace que la Iglesia obtenga ventajas incluso de las persecuciones y de las
herejías. En el pasado, gracias al surgir de errores heréticos, muchos puntos de
la doctrina Católica han sido profundizados y precisados. Por esto la Iglesia
mira con serenidad también a los teólogos rebeldes y confusos que hoy
abundan. Con relación a ciertos problemas todavía no madurados, estos
teólogos pueden tener una indisciplinada sensibilidad pero esto incluso puede
ser estímulo para estudiar algunas cuestiones planteadas por ellos más
atentamente y descubrir en el fondo los elementos de verdad y de claridad
útiles para el crecimiento de su depósito doctrinal».

Diablo: «¿Y tú no estás repitiendo las mismas palabras?»

Sacerdote: «Hace más de medio siglo que estás combatiendo contra Dios para
hacerlo desaparecer de Rusia, ¿lo has logrado?... Lo sé, has hecho un mal
inmenso a aquellas almas, pero la necesidad de Dios no has logrado quitarla
todavía de millones de ellas. Has prometido a aquel pueblo un paraíso en la
tierra y lo has hecho tan encantador y deseable ¡que muchos se escapan de él en
cuanto pueden!»

Sacerdote: «Hoy te quiero decir algo nuevo. Algo de lo que quizás no te hayas
dado cuenta. Hoy se ha unido decisivamente a nosotros la Madre de Dios, la
Madre de la Iglesia, la Virgen María, cuyo solo nombre -no quieres ni oírlo, por
eso te lo repito- te hace temblar. Ella que ha dado la primera vez al mundo a
Jesús, está ahora trabajando silenciosamente para acercarlo de nuevo a las
almas que se han alejado de Él. Se quiere servir de nosotros los sacerdotes un
grupo escogido de fidelísimos, preparados para inmolarse por su causa. Los
está recogiendo de todas partes del mundo, sin ningún aparato organizado. Es
Ella misma quien les llama dulcemente a reclutarse en su Movimiento
Sacerdotal. Les llama sus predilectos. Esta Madre les está trabajando con
corazón de Maestra, para entrenarles en la oración, en el amor a Jesús
Eucarístico, en la fidelidad total al Papa. Ella nos ha advertido de una gran
tribulación que está llegando, que pronto nos darás gran batalla. En la lucha te
enfrentarás con un grupo de sacerdotes asistidos y sostenidos por Ella. Contra
tantos que se han dejado seducir por tus artimañas y que has alejado de Ella,
María opondrá sus sacerdotes, les revestirá de su potencia. Les hará intrépidos
en la hora de la gran purificación. A ellos confía la tarea de defender el honor y
la causa de Jesús y de su Iglesia; serán los que acompañarán al Santo Padre en el
camino del Calvario para verle vencer por medio de la Cruz. Esta seguridad nos
viene de Ella y nosotros la vivimos con alegría.»

Diablo: «Comprendo, ¡todo sobre la falsa línea de las escenas absurdas de
Fátima!...»

Sacerdote: «Precisamente, aquí en Fátima, cuando nuestra Madre bendita ha
preanunciado momentos terribles para el Papa, le ha prometido además su
protección especial. Ella le defenderá por medio de sus sacerdotes, hombres

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forjados en la oración y muy amantes de su Rosario: El arma que te huele tan
mal y te da tanto miedo. Tienes un terror invencible a todo sacerdote que ora.
Continuamente lo experimentas, por eso recurres a todas tus artimañas para
distraerle en la oración. Ahora María está preparando no sólo a uno, sino a un
ejército de sacerdotes que oran, y que son amantes del Rosario. Esta Madre
Divina no nos engaña. Nos ha advertido muy bien que la hora de la prueba
vendrá y que será dura. Pero nos asegura que en el momento en que creas ser el
señor del mundo y te sientas seguro vencedor, Ella misma intervendrá para
arrebatarte de la mano la presa. Tú serás destronado y al final la victoria sólo
será de Jesús. Jesús quiere obtenerla así para tu mayor humillación, por medio
de una mujer. Y la victoria de Ella será el triunfo del Corazón Inmaculado en los
países sin Dios y en todo el resto del mundo.»

Diablo: «Qué rápido eres para desdramatizar! Espera que lance contra vosotros
a mis hombres transformados en verdaderos endemoniados. Les estoy
preparando y entrenando para el ataque, que será pronto, imprevisto e
inenarrable».

Sacerdote: «Nosotros nos armaremos de nuestra fe y estaremos a la espera.
Dios no nos dejará solos. Contaremos con la protección de su Madre».

Diablo: «Ya logré hacerles trabajar al descubierto. No creerán que son
manipulados por mí. Hoy ya nadie cree en mi presencia en el mundo. Prueba a
hablar de mi acción en medio a vosotros, y te llamarán ridículo».

Sacerdote: «Sí, en esto eres muy hábil. Pero no todos se han dejado atrapar por
tus artimañas. Existe quien cree y advierte éste, tu nefasto trabajo, en medio del
pueblo de Dios. ¡Tenemos aún la oración de la Iglesia contra ti, y recurrimos a
ella!».

Diablo: «¿Crees que los míos se detendrán ante cuatro perros que ladran?»

Sacerdote: «Son sacerdotes de Cristo, no perros! Tú lo sabes: Quien durante su
vida terrena te arrojó de tantos pobres hombres poseídos, continúa arrojándote
por medio de sus sacerdotes. Las derrotas que vas consiguiendo las conoces
muy bien. Conocemos la rabia que te asalta cuando un sacerdote te barre y te
ordena abandonar a las criaturas que tú has destrozado para satisfacer tu
instinto maléfico. Es un poder comunicado por Cristo a sus ministros,
incluyendo el mandato de ejercitarlo: “En mi Nombre arrojaréis demonios”. Y
nosotros, los sacerdotes, lo hacemos. En estos choques entre tu poder y el de la
Iglesia a nosotros comunicado, el balance para ti es absolutamente un fracaso.
Es una experiencia que te aplasta».

Diablo: «Retórica!... ¡Retórica!... ¿No ves cómo todo el horizonte se oscurece?
Espera todavía un poco y verás como yo desencadeno un huracán... ¡Todos
temblaréis como pobres hojas, y todas serán arrancadas del árbol!».

Sacerdote: «Veo que conoces bastante bien la fuerza del miedo, la potencia del
terror en el doblegar a los hombres a tus deseos. La esclavitud despiadada con

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que dominas regiones destruidas es invención de tu genio maléfico. Dios nos
conquista con el amor y nos impone un peso ligero, tú tienes a los tuyos sujetos
con puño de acero y con el asombro. Para que no se te escapen, recurres a las
cárceles de hierro. ¡No obra así nuestro Dios! El terror es la fuerza de tu
gobierno, que es gobierno de opresión y de odio: ¡Tú mismo lo has dicho!
Nosotros no tenemos ningún motivo para temer tus argumentos catastróficos
de fin del mundo...»

Diablo: «¡Estás muy seguro de ti mismo; pero verás!».

Sacerdote: «Podemos temer todo de nuestra debilidad, pero ¡es precisamente
esta debilidad la que nos hace recurrir a Quien es nuestra fuerza! Nosotros
sabemos que en el Cielo hay un Padre Omnipotente que nos ama: y es la
revelación más tierna y exultante de Jesús. Con la fe en este amor nosotros
desafiamos todos los pesimismos que puede inspirarnos la visión de un mundo
tan horriblemente descompuesto por ti. Desafiamos todos los miedos que
intentas insinuarnos con tus amenazas para desplomar nuestra resistencia al
mal.»

Sacerdote: «Espíritu mezquino y malvado, ¡Dios está con nosotros! Mientras
que tú eres un maldito de Dios. Nosotros tenemos fe en el amor. Es esta fe la
que te hace temblar. Por eso recurres a todas tus artimañas para arrancársela a
las almas. Para vencerlas tienes necesidad de desarmarlas».

Diablo: «¡Cuando veáis mis milagros terroríficos...!»

Sacerdote: «Tú no puedes hacer nada más que simulaciones de milagros, los
verdaderos son el sello exclusivo de Dios. Contra Él, que es el Autor de la vida,
has organizado hecatombes de muertes; te complaces haciendo millones de
víctimas con las guerras atómicas, con las ejecuciones en masa realizadas por
los dictadores, con los abortos que llevan a una escala ascendente que supera
todos los exterminios registrados en la historia. Pero olvidas que la muerte ha
sido vencida por el Autor de la vida. Al final de los tiempos se hará el balance
entre las ganancias hechas por Dios y tus pérdidas».

Aquí el maligno se enfureció. Me vino a la mente la oración del exorcismo ya
usada, privadamente, otras veces con éxito para liberar las almas horriblemente
vejadas por el maligno. Es una oración para mi uso privado, pero que siempre
he experimentado como eficaz. Es ésta:

Señor Jesús, durante tu vida mortal, siempre tuviste una inmensa piedad por
las almas poseídas y atormentadas por Satanás, y jamás dejaste de liberarlas
con el poder de tus palabras. Diste este mismo poder a tus discípulos y
ordenaste que lo ejercitaran, diciéndoles: “En mi Nombre expulsaréis
demonios”. Armados por este Divino mandato, confiando en la potencia de
tu Nombre y en la intercesión de María, vencedora del enemigo infernal: 

Yo te digo a ti, Espíritu inmundo, que dejes en paz a esta criatura de Dios; por
lo tanto, te exorcizo en el nombre del Padre + que la ha creado, del Hijo + que
la ha redimido, + del Espíritu Santo + que la ha santificado. Te exorcizo en el

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nombre de la Bendita Virgen María + que la ha puesto bajo su custodia; en el
nombre de San Miguel Arcángel + triunfador de todos los Espíritus rebeldes, 

y en el nombre de todos los Santos y Santas + que esta alma invoca con
confianza. Te ordeno, Espíritu maldito, no yo, pobre pecador, sino como
sacerdote de Cristo; no por virtud mía, sino por la de Jesús, vencedor de
todos los enemigos infernales; no con mi poder, sino con el que me ha sido
dado por la Iglesia; te ordeno salir de esta criatura de Dios e irte al infierno,
preparado para ti y para tus seguidores, en el nombre del Padre +, del Hijo +
y del Espíritu Santo + Amén.

Al finalizar esta oración esperé que el Maligno diese algún signo de reacción,
pero no se hizo oír más. Me pareció salir de un sueño atormentado. Estaba
bañado en sudor, y mi alma recobró pronto dulcemente la serenidad.




































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OCTAVO ENCUENTRO.

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Apenas me había dormido un poco en la siesta cuando la habitación fue
inundada de un hedor que me hizo contener la respiración. Miré a mi
alrededor: la puerta y las ventanas estaban cerradas. Era un aire fétido que se
movía como agitado por un ventilador. ¿Qué sucedía? Pronto me di cuenta de
que esto significaba una nueva visita del Maligno e invoqué la asistencia de la
Virgen.

Sacerdote: «¿Será acaso tu carta de presentación?»

Diablo: «¡Sí!»

Sacerdote: «No sabía que un espíritu puro se anunciase con tanto hedor».

Diablo: «Apenas he soplado sobre el hedor de vuestras miserables carroñas».

Sacerdote: “Pienso por el contrario que sea el tufo de tu esencia de pecado”.

Diablo: «No has dicho tú mismo que un espíritu no puede oler mal?».

Sacerdote: «No es del todo así, pero basta: en nombre de tu gran enemiga, ¿qué
quieres?»

Diablo: «Interrógame».

Me recogí un instante en mí mismo:

Sacerdote: «Háblame de las artimañas que utilizas para seducir a las almas».

Diablo: «¿Tienes necesidad de que te lo revele yo? Eres maestro en Israel».

Sacerdote: «Pero prefiero que me hables tú de ello, maestro de seducción».

Parecía que no se decidiese a responder, pero advertía que estaba allí.

Sacerdote: «¡Vamos, te impongo que me respondas!»

Diablo: «No se necesita mucha habilidad para atraparos en el lazo a vosotros,
miserables. Sois tan estúpidos y tan frágiles que da vergüenza a quien os ha
amasado. Normalmente, puestos delante de lo que Él os prohíbe, basta un
pequeño empujón».

Sacerdote: «Esto puede suceder con almas desprevenidas, que no tienen
suficiente temor de Dios, que no recurren a los medios para vencer tus
tentaciones, sobre todo si no oran y si no tienen contacto con el Señor... ¿Pero las
otras?»

Diablo: «A éstas me las como igual; se necesita solo un poco más de tiempo y
de paciencia. Basta conocer los gustos, las tendencias, los innumerables

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enganches que todos lleváis consigo y con los cuales os aferráis: la lujuria, la ira,
la ambición, la envidia, el orgullo, la sed de dinero, de bienes terrenos, la
maledicencia... Si supieseis los servicios que nos hace una lengua maléfica
sembradora de discordias... A las almas que muestran mayor resistencia no me
acerco jamás con un asalto frontal. Las conquisto con maniobras y doy vueltas
alrededor, o excavando el terreno bajos sus pies, provocando las pasiones hasta
cansarlas, y llevándolas también a la desesperación. Persuadiéndolas poco o
poco de que ciertos mandamientos son imposibles: que vuestro amo es un
tirano; que tal cosa no puede ser pecado...»

Sacerdote: «Es la artimaña que hoy estás utilizando más: demoler el sentido del
pecado...»

Diablo: «También aquí mis mejores colaboradores son los sacerdotes. ¡Si
supieses cuánto me ha costado cansarles de estar en aquellas casetas para
escuchar cantinelas! (se refiere a los confesionarios, que prácticamente ya no se
usan)... Así finalmente he logrado que se predique que la confesión no es
necesaria, he logrado despoblar los confesionarios y enviar un montón de
gente, que es mía, a hacer grandes comilonas de comuniones. ¡Si supieses a
cuántas prostitutas, a cuantos comilones y profanadores, ladrones y violentos
les mando a recibirla sin ninguna confesión!»

Sacerdote: «Estoy convencido de que generalizas demasiado y que contra
tantos que caen en esta trampa, hay tantos que huyen de ti, especialmente si son
almas que oran y se esfuerzan por vivir en Gracia».

Una pausa muy larga: «No es verdad que el arma de la oración te da miedo y
que en tus asaltos te hace retirar avergonzado».

Diablo: «Debo admitirlo: pero a aquellos que usan la oración no los ataco jamás
de frente. Busco poco a poco y de todas las maneras posibles, molestar su
oración, distraerles con mil tonterías, llevarles lentamente al cansancio y el
aburrimiento. Mientras tanto, intensifico contra ellos mis tentaciones. A la vez
busco convencerles de que Él no les escucha, que es inútil la oración...».

Sacerdote: «La vieja trampa: primero haces caer a las almas en el pecado
persuadiéndoles de que no es pecado, y que Dios perdona todo; después de
haberles hecho caer, les restituyes la vergüenza para no confesarse por lo que
han hecho, haces revivir el sentido del pecado y lo agrandas hasta hacer creer
que para ellas no hay perdón. Primero la presunción, después la
desesperación: dos vías óptimas para perjudicar a las almas».

Diablo: «Es un truco que da resultado...»

Sacerdote: «Sin embargo la Misericordia de Dios es infinitamente más grande
que tus artimañas y que tus conquistas momentáneas!. ¡Las almas le han
costado la sangre de su Hijo y conoce infinitos caminos para encauzarlas a su
dominio!».

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Diablo: «¡Hay que ver cuánto exageras pensando en eso de la Misericordia!»

En este momento fui yo quien tomé una pausa de tiempo.

Sacerdote: «Esta es una de tus insinuaciones más diabólicas y la más mentirosa.
Sabes que Dios nos ama infinitamente, que una sola gota de la sangre de Jesús
basta para lavar todos los pecados del mundo, que nosotros podemos pecar por
falta de confianza en su Misericordia, pero jamás por haber creído en su
indulgentísima bondad. Para ti no hubo ni habrá jamás perdón; para nosotros
siempre; basta que no lo rechacemos tenazmente, conscientemente, hasta el
último instante. Él, antes de dejar un alma en tus manos, usa todos los recursos
de su amor, que son infinitos. ¡Todo esto lo sabes, lo experimentas en todo
momento y la omnipotencia de este amor gratuito y redentor que Él tiene por
nosotros es lo más doloroso de tu infierno!».

Diablo: «Eres el abogado de una causa muy mal presentada. Tú dices que él lo
ve todo, mira dónde llega su perfidia, su cínica crueldad... sabe que muchos de
vosotros seréis míos, lo prevé. Sin embargo los crea. ¿Por qué los crea?, ¿para
quién? ¡Para mí!»

Sacerdote: «He aquí otra artimaña con la que buscas embaucar a las almas. Me
basta creer firmemente en el Amor para rechazar estas insinuaciones. Dios nos
ha creado por Amor. Nuestro destino es el de Vivir el Amor en Dios ocupando
los puestos de los que tú y los tuyos habéis sido arrojados. Para eso nos ha
redimido y nos ofrece todos los medios para alcanzar su redención. Sin
embargo, Dios respeta siempre nuestra libertad, por eso no obliga a nadie para
que acepte su salvación. Pero en sus manos dispone, con su Bondad,
inimaginables caminos para inducir también a las almas rebeldes a la dócil
aceptación de su Gracia».

Diablo: «Ahora eres tú quien estás filosofando».

Sacerdote: «Déjame decir: El don de la libertad confiere al hombre un valor y
una dignidad inviolables, tales, que si alguno abusara de ellos... Dios ha
querido antes correr el riesgo de dejarlo libre y aunque voluntariamente
quisiera perderse, Él nunca le privaría de su libertad. Es el hombre el que no
quiere dar a Dios su amor, no es que sea Dios el que no quiera Amar al hombre,
como tú quieres presentar. Dios es puro Amor en todos sus actos, si no, no sería
Dios».

Diablo: «¡Tú no quieres responder a mi objeción!...»

Sacerdote: «¡Eres tú quien no quiere comprender! La libertad. la Misericordia, el
sufrimiento, especialmente la muerte de su Hijo, la comunión de los Santos, su
Gloria eterna son bienes que justifican por sí mismos el permitir la posibilidad
de la pérdida voluntaria y obstinada de algunos malvados que libremente
decidan meterse y colocarse en tu bando».

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Diablo: «Tú deliras y no me dejas hablar… Has dicho que Él ha preferido correr
el riesgo de la pérdida...».

Sacerdote: «Sí, lo he dicho. Pero Él ha hecho todo lo que era posible para
atenuar, para alejar ese riesgo. Él podía, es verdad, recurrir a su Omnipotencia
eliminando además el argumento de tal riesgo. Pero Dios no se comporta como
vuestros tiranos, que cuando no pueden doblegar una voluntad, la matan. Él no
es el Dios de muertos, sino de Vivos. Él no ha querido privar a los obstinados de
su libertad de elección. Ha tenido hacia ellos un respeto infinito. Pero, repito,
para impedir la trágica posibilidad de su ruina, ha hecho todo lo que
Divinamente era posible».

Diablo: «Te comportas en tus delirios como un viejo eclesiástico...»

Sacerdote: «¡Acepto! desde el momento en que Dios nos ha amado hasta el
punto de darnos la Sangre y la Vida de su Hijo, no hay objeción alguna posible
contra la inmensidad y la universalidad de su Amor. Es verdad que al mismo
tiempo en que nos hacía tan gran don, veía a aquellos que habrían rechazado Su
salvación. Y sin embargo los creó igualmente; obró en su Omnipotencia
operando la Creación, conociendo aquella parte de los que, a pesar de su Amor,
le rechazarían obstinada y voluntariamente. ¡Misterio adorable! Sin embargo, te
baste saber a ti, misterio de iniquidad, que si no hubieras vertido sobre la
humanidad las cataratas del mal y del pecado, nosotros los hombres no
habríamos podido ser capaces de conocer hasta qué punto nos ama Dios. La
Iglesia -repito- paradójicamente nos hace cantar: «¡Oh feliz culpa la de Adán!»»

Diablo: «Y aún así me ganaré a la mayor parte de las criaturas tan
amorosamente redimidas por Él».

Sacerdote: «La mayor parte. ¡Mientes! La sangre de Cristo tiene tal eficacia
Salvadora que tú no puedes ni podrás lanzar desafío semejante al Amor de
Dios. Esta sangre ha sido esparcida sobre todos los hijos de Adán, sin exceptuar
a ninguno. Ella tiene el poder de llegar, por caminos misteriosos, a todas las
almas creadas. Dios –repito- te deja solo aquellos que voluntariamente han
escogido estar contigo. Es para tu mayor castigo. Porque su compañía no
atenúa, sino que aumenta inmensamente el peso de tu condena, ¡para toda la
eternidad!».


NOVENO ENCUENTRO

La ocasión, más rara que única, de encontrarme con semejante personaje inició
en mí la curiosidad por conocer cada vez más su manera de ser. Varias cosas
habían sido ya dichas, pero habían sido sacadas en cada ocasión con la
habilidad del sacamuelas, especialmente cuando se trataba de arrancarle una
verdad, y esto se había hecho siempre recurriendo a la Omnipotente
intervención de la Virgen, que le obligaba a responderme. Comprendía que no
era tan fácil preparar una serie de preguntas y provocar las respuestas. Sin

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embargo, un día después de haber orado mucho, a la primera percepción de su
presencia, intenté comportarme como si fuese un juez inquisidor. Con esta
intención, antes de que él introdujese sus discursos, le puse esta pregunta a
quemarropa:

Sacerdote: «Qué piensas de aquellos que son o parecen muy inteligentes y sin
embargo niegan la existencia de Dios y la de vosotros, los ángeles rebeldes.»

Con gran sorpresa para mí respondió:

Diablo: «Son sólo unos insensatos».

Inmediatamente lo ataqué con la pregunta:

Sacerdote: «Qué piensas de aquellos que niegan tributo a Dios con la
voluntad».

Comprendió inmediatamente que aludía especialmente al hecho de su negación
demoníaca, y respondió:

Diablo: «Habíamos querido reivindicar nuestra libertad respecto a Él». 


Sacerdote: «¡Explícame que significa esto! Seres como vosotros, que delante de
Él no sois nada, qué ventajas podríais sacar con estas reivindicaciones».

En vez de responder, le escuché emitir sonidos como los de una bestia
cruelmente torturada. Claramente me hizo comprender que no insistiese sobre
este argumento. Comprendí que su respuesta no podría ser sino trágicamente
negativa y representaba una tortura que rechazaba manifestar. Después,
pasando a los sufrimientos que inflige a tantas pobres criaturas, también
inocentísimas, de las cuales en ocasiones toma posesión, le pregunté:

Sacerdote: «Cómo te atreves, con almas que son ejemplo de Dios, tabernáculos
de Cristo, habitación de toda la Trinidad. Son seres que Dios ha creado para Sí,
y habitando en ellos se hace una sola cosa con ellos... ¿Cómo puedes hacer
esto?». 


Respondió de inmediato:

Diablo: «Tú te enterneces ante los tormentos que inflijo a estos seres; pero no
reflexionas en lo que sufro yo... Y al hecho mismo de que atormento a estas
criaturas».

Sacerdote: «Qué satisfacciones consigues.»

Diablo: «Te lo he dicho ya: ¡Ninguna!... Nosotros no ganamos nada al infligir el
mal... Nosotros nos encontramos como sobre una arena movediza: cuanto más
obramos el mal, más nos hundimos».

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Sacerdote: «Entonces, deja de atormentar a estas pobres criaturas y vete a tu
morada... Mira como también para ti Dios te ha preparado una casa...»


Diablo: “No es una morada; es un estado que nosotros mismos nos hemos
procurado”.

Sacerdote: «Tienes razón. Dios en su bondad, creándote, no podía predestinarte
a un estado semejante. Bien dices que lo habéis hecho vosotros mismos. Por
culpa vuestra habéis llegado a ser vasos de la ira y de la justicia de Dios. De esta
manera mientras nosotros alabaremos su Misericordia toda la eternidad; con el
mismo Hosanna, Hosanna, Hosanna cantaremos la Justicia usada con
vosotros».

Diablo: «¡Qué sádico eres!».

Fue una respuesta inmensamente reveladora, que me heló, dejándome
profundamente pensativo. ¡Qué grande debió ser la malicia del pecado de los
Ángeles, si Dios, que es tan infinitamente Bueno, los ha golpeado con tanta
Justicia!

Sacerdote: En este momento me vino a la mente volver a la pregunta sobre las
relaciones que los demonios y los condenados tienen entre sí en el infierno: «Se
conocen, se hablan según nuestro modo de entendernos, se hacen compañía.» 


También esta respuesta fue tremenda:

Diablo: «Cada uno de nosotros es un solitario... Concentrado solamente en la
amargura de su propia condenación... En una angustia sin fin... Cada uno tiene
su infierno, y es para la eternidad».

Repetía la respuesta ya dada en otra ocasión. Yo rebatí:

Sacerdote: «No comprendo cómo puedes decir que sois solitarios cuando sois
tantos ángeles caídos que estáis juntos».

Diablo: «Es así, porque cada uno se ha separado de la unión con nuestro
enemigo. La completa separación de Él produce nuestro completo y recíproco
aislamiento de las criaturas que giran en torno a Él. Nosotros sentimos esta
atracción, pero somos rechazados con una violencia irreversible. La atracción
hacia Él es regulada por una ley de amor de la cual hemos sido echados fuera y
así permanecemos cerrados en la soledad del odio... El odio es nuestro
elemento, nuestra fuerza, y procuramos extenderlo por todas partes. Queremos
introduciros en él a todos vosotros, ¡marmotas humanas! Hoy nos servimos del
odio de razas, del odio de clases, del odio de ideologías. Y desencadenamos con
esto ciclones de catástrofes, hacemos verter ríos de sangre. ¡Todos los
instrumentos de comunicación están en nuestro poder para la destrucción!...»

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Sacerdote: «Bien veo que vivís de esto. Pero ¿qué pasará cuando Dios ponga fin
a la historia.... ¿Cuando el retorno de Cristo traiga su triunfo final.»

La pregunta quedó sin respuesta












































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ÚLTIMO ENCUENTRO.

Diablo: «Este es el último encuentro al cual estoy obligado a tener contigo. Pero
esto no quiere decir que no pueda haber cualquier otro decidido por mi propia
iniciativa y sin ciertas cautelas impuestas por aquella odiosa tirana. Te podré
siempre tomar por sorpresa y cuando menos te lo esperes... Tienes ya
demasiadas cosas que pagarme. No creas que he olvidado las rociadas de agua
bendita que me has tirado encima para alejarme...»

Este discurso explotó de improviso y amenazante, sin los acostumbrados signos
premonitorios, mientras - ni que lo hubiera hecho a propósito - estaba leyendo
un pequeño libro llamado La era del Diablo de un autor alemán, Antonio Bohm.
El tono de mi interlocutor era, como siempre, fuerte y arrogante; también esta
vez hablaba con aire de gran señor que dispone de todo, aunque es apenas el
miserable ejecutor de cuanto le es permitido.

Sacerdote: «Es el último encuentro, has dicho, y espero que sea en verdad así.
Mientras agradezco a Ella que ha estado siempre cercana a mí, como lo estará
también en los encuentros por sorpresa con que amenazas prepararme. Para
decirte la verdad, tenía ya demasiado con tus fanfarronadas y con todas tus
bravuconadas con las que pretendes hacer temblar al mundo. También creo, y
ya te lo he dicho, que el Señor podrá permitir un tiempo grande de prueba para
su Iglesia. Pero sucederá todo bajo su dirección y para librarnos de la suciedad
que has acumulado en ella. Serás, también esta vez, su encargado de limpieza.
Si habrá víctimas, como es previsible, servirán para hacer más bella y más santa
a su Iglesia».

Diablo: «Eres demasiado irónico y seguro. Espera a que sucedan los hechos.

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¡Estoy preparando cosas terribles! ¡Escenas de destrucción y de sangre jamás
vistas! Sobre vuestras Iglesias, en vez de la cruz, ondeará mi estandarte».

Sacerdote: «Ya nos lo han predicho también esto almas inspiradas. Pero quizás
será tu último desfile como «príncipe de este mundo». Después intervendrá Él y
todo se derrumbará sobre ti y sobre tus secuaces».

Diablo: «Te equivocas. Sin embargo, empieza mi época. Triunfará mi poder de
destrucción. Me presentaré a los hombres sin máscara; me presentaré tal como
soy, para que todos tiemblen ante mi presencia.»


Sacerdote: «¡Mentiras! Ni siquiera tú, como tantas otras veces, crees en lo que
estás diciendo. Tú sabes bien quién es Dios. Tú sabes que Él no abandonará
jamás a la humanidad a tus planes grandiosos de destrucción. Te permitirá
solamente aquello que servirá para castigarla por sus traiciones, y purificarla de
sus culpas en las que tú la has metido, pero no más de esto...»

Diablo: «Ilusiónate, ilusiónate! La humanidad se está preparando por sí misma,
gracias a mis inventos y a mis iniciativas, para este suicidio universal. La bomba
de cobalto, la de uranio, los productos radioactivos de la energía atómica,
pulverizarán todo, en pocos instantes; todo germen de vida será destruido...»

Sacerdote: «Así tú reinarás sobre un inmenso cementerio, serás el rey de los
muertos; mientras el nuestro es el Dios de los vivos; por eso os deja vivir
también a vosotros, ángeles rebeldes. Os deja porque debéis ser los testigos de
su triunfo sobre vuestra loca rebelión. Os deja para que nos contempléis
durante toda la eternidad a nosotros los hombres, una naturaleza inferior a la
vuestra pero divinamente transfigurada por la gracia de Cristo, gozando de la
bienaventuranza que vosotros perdisteis para siempre. Este cambio os quema
por la eternidad. Expulsados de la Ciudad de Dios, habéis trabajado duro para
construir la ciudad diabólica, una construcción de papel pisoteado. Puestos en
fuga por Cristo, os habéis preparado un Anticristo, una caricatura del Hijo de
Dios para destruir sus obras e imitar de manera ridícula su potencia».

Diablo: «¿Por qué no dices antagonista?»...

Sacerdote: «¡Te daría demasiado honor! Antagonista es aquel que lucha con su
adversario combatiendo a cara descubierta. Tú, con Él, ni siquiera lo piensas,
porque sabes que es infinitamente más fuerte. Sin embargo, con nosotros tienes
que recurrir al engaño, a la mentira; con los ingenuos te presentas como una
superpotencia; con los inteligentes intentas borrar tus huellas, necesitas trabajar
de incógnito, recurres a la astucia de no hacernos creer el ser maléfico que en
verdad eres. Todo lo que consigue hacerte pasar desapercibido, lo pones en
marcha recurriendo a mil astucias.

También has logrado persuadir a las inteligencias más vigilantes para que no
vean nada de malo en todo lo que el hombre puede hacer. El delito se
manifiesta mediante un dinamismo progresivo. El psicoanálisis, presenta el

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pecado como una enfermedad, librando aparentemente al hombre de toda
responsabilidad. Los escrúpulos de una conciencia turbada por las culpas
intentan camuflarse como residuos de tabú provenientes de viejas prohibiciones
no motivadas. Por otra parte, para convencer a los hombres de tu poder
absoluto utilizas la propaganda del terror».

Diablo: «Me doy cuenta, en todo este discurso tuyo, que te crees un especialista
de bagatelas demonológicas con el añadido de que ni siquiera te percatas de las
tonterías que tu presunción te hace decir».
Sacerdote: «Quizás no logro decir todo sobre tu ser y tu naturaleza; pero tú
sabes que te conozco bastante. Sé que para comprender tu obrar maligno tengo
que recurrir a tu origen y a tu naturaleza, tal como nos son presentadas en la
Sagrada Escritura, especialmente en el Evangelio y en la tradición cristiana.
Estas son para mí las únicas fuentes fidedignas: las únicas para comprender el
origen del mal; eras una criatura predilecta de Dios y has llegado a ser un
rebelde; eras un ser de luz y ahora eres espíritu de las tinieblas. Esto eres tú.
Puedes camuflarte con todas las artimañas. Tus características son éstas: una
criatura perdida para siempre, un ser sin redención».

Diablo: «Has dicho todo».

Sacerdote: «Creo, sin embargo, haber dicho demasiado poco. Ni me importa
saber más. Tengo suficiente para conocerte y estar en guardia contra todas tus
tretas. Y sobre todo para orar, orar mucho por todos los que ceden a tus
engaños. Pero en esto sé que no estoy solo. Están conmigo millones de almas
que luchan contra ti. Está con nosotros Jesús. Está también su Madre Bendita.
Tenemos, sobre todo, en nuestra mano la facultad de renovar cada día el
sacrificio redentor de Cristo, a través de la Santa Misa: basta esto sólo para
destruir totalmente tu efímera potencia. Basta una Misa para arrebatarte
millones de almas».

Diablo: «Siempre las mismas tonterías. No me has permitido decirte todo lo
que quería. Hablarán los hechos, te lo repito.»

Sacerdote: «Ya te lo he dicho: No te tengo miedo. Está con nosotros Él, que es
más fuerte que tú, y sólo para tu mayor castigo no te destruye totalmente. Si nos
toca sufrir, lo bendeciremos. A cambio de los sufrimientos de aquí, Él nos
prepara un premio que te hará temblar de envidia. Para ti será sólo el peso de tu
condenación, el fuego inextinguible de tu orgullo y al final de los tiempos la
trágica imposibilidad de poder continuar haciéndonos el mal y la envidia
torturadora al sabernos bienaventurados para siempre en el paraíso, por ti
perdido».


CONCLUSIÓN DEL ACONTECIMIENTO

En la conclusión de este acontecimiento sucedió un hecho insólito. Llevaba ya
varios días con mi ánimo en la necesidad de ir a dar gracias a la Virgen ante su
imagen, en la que había experimentado el impulso para escribir estos

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“encuentros” y por haberlos podido realizar con Su protección, que me puso a
salvo de cualquier posible superioridad del Enemigo. Así es que una tarde fui a
la iglesia donde aquella querida imagen es venerada en Roma, y arrodillado a
sus pies comencé a darle las gracias.

A los pocos minutos, proveniente de la primera fila de los bancos donde estaba
orando, se me acercó una muchacha que conocía por un encuentro anterior. Me
impresionaron también ahora sus ojos luminosísimos y dulces y su sonrisa
excepcionalmente encantadora.

Muchacha: «Ha quedado contento de haber obedecido».

Sacerdote: «Perdón, señora...»

Muchacha: «No, señorita».

Sacerdote: «Podría decirme, señorita, ¿quién es usted?»

Muchacha: «Mi nombre no importa, déjelo así. Le digo que estoy contenta de
que usted haya obedecido».

Sacerdote: «Se ve que está muy interesada en este asunto».

Muchacha: «Sí, muchísimo».

Entonces tomé una silla que tenía cerca y me senté a su lado, en un ángulo
apartado, y ella comenzó a hablar con voz baja y calmada. Me dijo:

Muchacha: «Quería decirle que ha hecho mucho bien al escribir esa entrevista.
Comprendo que pocos le creerán, pero es necesario no callar. El enemigo
recurre a todo tipo de trampas para no hacerse descubrir. Quiere trabajar
escondido. Y lo logra. Ustedes, los sacerdotes, deben desenmascararlo. El Señor
les concedió contra el demonio un poder especial del que no son conscientes…
Él tiene un miedo terrible de ustedes, sacerdotes. Por eso les odia más que a los
demás, les rodea, les tienta y les hace caer. Son muchas las víctimas que va
haciendo entre ustedes. Y pensar que son muchos los sacerdotes que no creen
en su presencia, ni en sus obras. Hablan de él por diversión, por burla, y no
piensan que se trata de su enemigo mortal. ¡Es una situación triste! Usted no se
preocupe de lo que digan sobre lo que ha escrito. Déjeles reír. Muchos son
instrumentos suyos y no se dan cuenta. Obedecen sus órdenes pero Dios les
observa. ¡Si viese qué horror, qué repugnancia dan ciertas almas de sacerdotes,
llenos de orgullo, de impureza, de rebeldía y sembradores de escándalos! ¡Si
Dios les concediera ver su alma, aunque solo fuese por un instante y mirarse al
espejo! ¡Se han dejado arruinar por su enemigo y no creen en él! ¡Dios mío, qué
horror! Usted confíe su escrito a manos de Ella y no se preocupe. La gracia de
Dios podrá servirse de estas páginas para iluminar muchas almas. Y esto tiene
un gran mérito. Dios lo bendiga».

Sacerdote: «Muchos me ridiculizarán».

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Muchacha: «No se preocupe».

Aquí la muchacha, con la cara de nuevo sonriente, se levantó, hizo una
genuflexión hacia el altar, me saludó y se fue. Me quedé con la impresión de
haberme encontrado con una de aquellas almas escondidas, pero muy queridas
por Dios. No es una persona creada por mi fantasía. Está viva y es verdadera,
como todo lo que he contado.

NOTA DEL MNDP: Este documento que relata los Encuentros de un Sacerdote
con el Maligno viene a confirmar lo que ya han expresado tantas fuentes sobre
el plan del Infierno asociado con los Illuminati, los masones, los comunistas –
con Lenin, Stalin, y los demás presidentes rusos hasta el actual Putin, así como
diversas sectas, infiltrando los tres primeros a la Iglesia Católica, y las sectas
atacándola para hacerla desaparecer y detener al Cristianismo.

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