Discurso Graduacion
Discurso Graduacion
Discurso Graduacion
Señor Rector de la Universidad Icesi, Dr. Francisco Piedrahíta Plata y Señora Claudia Uribe
de Piedrahíta, Señoras y Señores miembros del Consejo Superior y de la Junta Directiva de
la Universidad, Señoras y Señores graduandos, Señoras y Señores,
Quiero ente todo agradecer al Dr. Francisco Piedrahíta y a las directivas de la Universidad
por su amable invitación a compartir con Uds. algunos pensamientos y algunas enseñanzas
que mi vida personal y profesional me han dado. Y por confiar en que, sin revisar con
anticipación mis palabras, éstas sean de algún valor para Uds., queridos graduandos, en
este importante momento de sus vidas.
Lo primero que pensé cuando el Dr. Piedrahíta me invitó fue, ¿Por qué a mí? ¿Qué les
hace pensar que tengo algo de valor para compartir?
Podría ser por haberme escuchado en algún momento expresando mis puntos de vista
públicamente, en algún evento. También es probable. Algo deberé decir sobre eso también.
¿O será por referencias que puedan haber obtenido de otros que me conocen? Imagino
que algo de eso habrá. Y trataré de no hacer quedar mal a esos amigos.
No es un cliché decir que me siento honrado y muy complacido con la invitación. Y algo
preocupado por no ser, ni parecer irrelevante e indigno de ella.
Ahora bien, como se espera de un orador en una ocasión como ésta que de consejos, les
confieso que aunque puede que ya tenga suficiente edad para darlos (ya soy abuelo) sólo
cuando me miro al espejo me doy cuenta de ello. No en balde dicen que un hombre de
cincuenta años es uno de veinticinco que se mira al espejo y grita “¿Qué cuernos pasó?”
Empiezo entonces por contarles un poco sobre mí, pues no de otra manera podría hacer
créditos para aconsejar a nadie. Si no me conocen, ¿Por qué han de creerme?
Nací en Palmira, ciudad que en 1948 acogió a mis padres, los únicos sobrevivientes de
sus respectivas familias a los campos de concentración y exterminio de la más grande
violación de los derechos humanos de los últimos 100 años. Ocho millones de Europeos
fueron asesinados, cuatro veces la población total de Cali, más que los que vivimos en
Bogotá. Asesinados por ser diferentes. Seis millones por ser Judíos. Dos millones más por
ser homosexuales, o gitanos, o diferentes de la raza aria, o sencillamente por no comulgar
con la barbarie Nazi.
De manera que mi primera enseñanza en la vida fue la de saberme una minoría, que había
sido perseguida más de una vez en la vida por ser lo que uno es, por ser diferente de la
mayoría. Algo que me enseño a respetar profundamente a los otros, a los diferentes, y
sobre todo a los débiles. A no permitirme pensar, cuando formo parte de la mayoría, que soy
mejor que los demás sólo por ese hecho, por ser mayoría.
Mis padres llegaron a Colombia como inmigrantes refugiados. Como se dice, “con una mano
adelante y otra atrás”. Y sin hablar el idioma. No fueron nada fáciles sus comienzos en esta
hermosa tierra. Afortunadamente, tuvieron la sanidad mental suficiente para mirar hacia
delante, no hacia atrás. Para agradecer a Dios por la vida y por la nueva oportunidad, en
lugar de odiar por lo pasado y lo perdido. Y para enseñarnos un profundo agradecimiento a
Dios por todo lo bueno que nos dio. Porque esa improbabilidad estadística que fue el
nacimiento de mis dos hermanas y yo, nos permitió apreciar inmensamente cada cosa
buena en nuestro camino, por sencilla que ella fuera.
Temprano en la vida descubrí también que era pelirrojo. Fosforito! Zanahoria. Diferente.
Minoría. Aunque ya no se me note mucho. Cosa que entre niños fue al comienzo duro. Los
niños en su inocencia nos dan el mejor ejemplo de las conductas de rebaño en las que las
manadas de iguales segregan y desprecian al distinto. Pero que más tarde encontré que era
lo que en mercadeo se llama un “diferenciador”. Y que mientras los demás luchaban por
diferenciarse, yo tenía una diferenciación natural que podía ser una ventaja. Pero que ante
todo me enseño a respetar y a tratar de entender a “los otros”, a los distintos. Y a apreciar
intensamente aquello que es común a casi todas las religiones del mundo. Aquello que está
escrito en el Antiguo Testamento de la Biblia, que los Judíos llamamos la Torá, y que
Jesucristo predicó y nos enseñó: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. Que
tiene su complemento en la inversa: “Compórtate con los otros cómo quisieras que se
comporten contigo”. Personalmente no creo que exista otra verdad verdadera en el género
humano. Una verdad que es más grande entre más privilegios Dios y la vida nos hayan
dado.
Pues bien, con el paso del tiempo mi padre se asoció con amigos queridos y fundaron una
fábrica de pantalones en Cali. Mientras mi mamá atendía el almacén y a sus hijos en
Palmira, mi papá viajaba diariamente a Cali para poner a caminar lo que hoy llamarías un
“start up”. Cosa que en su momento no me fue clara pero que con la perspectiva que da el
tiempo entendí como una enseñanza más: trabajando en equipo logramos lo que no
podríamos lograr individualmente.
Los negocios de mi papá no lo hicieron rico. En nuestra casa nunca faltó nada pero nunca
sobró nada. Nuestros padres nos estimularon a ser “buena gente”, a respetar a todos, en
especial a los más humildes, y a estudiar con aplicación. Nada ha tenido más influencia en
mi vida como ese ejemplo.
De manera que (¡ténganse muchachos!) este año hace la módica suma de 40 años me
gradué del Colegio Hebreo Jorge Isaacs de Cali y entré a estudiar Ingeniería Mecánica a
la Universidad del Valle. Eran épocas de inquietud estudiantil y de fuerte actividad de los
movimientos de izquierda radical en las universidades del país. Después de dos años en
“la U” y de sólo completar dos semestres debidos a las huelgas y a los frecuentes cierres
de la universidad, terminé, con gran esfuerzo económico de mis padres, en la Universidad
de Los Andes, en Bogotá. Allí me cambié a Economía Industrial, carrera de la que me
gradué a comienzos de 1976, y nunca soñé que un día sería, como soy hoy, miembro del
Consejo Superior de la universidad.
Pero siempre supe que ahí no paraba la cosa y que mi destino era obtener un Master.
Además, siempre soñé con estudiar en los estados Unidos. Como mis padres no podían
pagarme ni lo uno ni lo otro, me las arreglé por mi cuenta para conseguir una beca parcial
(Fulbright) y dos créditos estudiantiles y me fui a estudiar un MBA en la Universidad de
Stanford, después de un año de experiencia de trabajo. Mi primer descubrimiento como
Colombiano, precisamente por ser diferente, minoría. Nada tenía que envidiarle mi
formación a la de mis compañeros, Americanos o de cualquier parte del mundo.
Después de cinco años en Carbocol, antecesor de Cerrejón, empresa que se fue politizando
poco a poco por ser del gobierno, regresé al sector privado y a la alta tecnología. Doce años
en Unisys (computadores, software y servicios) en Colombia, Estados Unidos, Argentina y,
de nuevo Colombia, en posiciones de creciente nivel gerencial. Por el camino tuve la mayor
suerte de todas: me encontré a mi socia de toda la vida, mi esposa Ximena, quien se
encargó a partir de entonces de enseñarme por lo menos la mitad de las cosas valiosas que
he aprendido. Como por ejemplo que no hay sociedad mejor, ni más productiva, que la de
un buen matrimonio.
Las circunstancias de la vida nos llevaron a vivir a Canadá. Allí aprendí más, mucho más
sobre el respeto. Porque si “Colombia es Pasión”, “Canadá es Respeto”. Cuánto podríamos
aprender los unos de los otros. Después de casi 10 años allá, manejando nuestro propio
negocio de alta tecnología, regresamos, por tercera vez, a nuestra Colombia. Y hace cuatro
años que tengo el honor de liderar a un excelente equipo humano 99.9% Colombiano en
Cerrejón.
¿Qué he aprendido entonces que pueda compartir con Uds. hoy, queridos graduandos
de Icesi? Además de que sin clientes no hay negocio, que los gastos no deben ser
superiores a los ingresos y que los débitos quedan a la derecha y los créditos a la
izquierda (¿O será al revés?)
He aprendido que la clave es la gente. Que un buen equipo motivado saca adelante
cualquier negocio y enfrenta cualquier circunstancia. Y que nada motiva más a la
gente que sentirse respetada y saberse valorada.
Que uno no es líder porque se las sepa todas sino por saber escuchar a los que saben más
y por ser capaz de hacer que todas las voces de un coro canten en armonía. En especial si
son Prima Donnas. Que hay que tener aptitud, pero que es más importante la actitud. Que la
única constante es el cambio y que hay que desarrollar un buen plan pero que hay que
mantener una tabla de surfear debajo del brazo por si pasa una de esas olas que aparecen
de vez en cuando y que se llaman oportunidades. Que entre más duro trabajo más suerte
tengo. Y que la suerte es la combinación de la preparación con la oportunidad. Que hay que
tener estrategia pero también hay que tener cintura. Que el que tiene verdades reveladas
inflexibles y no se adapta, perece. Que cada que creemos que “ya llegamos” y ”ya sabemos”
corremos el riesgo de ser complacientes y de que nos barra una nueva ola. Que sólo si le
apuntamos a las estrellas llegamos a un sitio elevado. Que “hasta que no esté, no está”. O
sea que no basta con la iniciativa sino que hay que tener “acabativa”. Que sólo la crítica
sincera nos deja ver nuestra imagen real en el espejo y que no hay que temerla ni
amilanarse por ella sino buscarla, cultivarla y aprender de ella. Que más rápido cae un
mentiroso que un cojo. Que la honestidad sí paga. Que no se puede confundir la amistad
con el favoritismo en las empresas. Que aprendemos tanto o más de los fracasos que de los
éxitos. Que el éxito es como el alcohol: si se nos sube a la cabeza estamos en peligro,
sobre todo si conducimos, ya sea un vehículo o una empresa. Que las altas posiciones y los
honores en las empresas y en la vida son fugaces y lo único perdurable es lo que uno es.
Que no puede uno creerse que uno es lo que uno hace y que lo verdaderamente perdurable
son las relaciones sinceras.
Y que, de nuevo, debemos respetar si queremos ser respetados. Ser solidarios si queremos
solidaridad. Ser leales si esperamos lealtad. Que la libertad no está garantizada, que hay
que defenderla, luchar por ella. Y que nada atenta tanto contra la libertad de todos como la
desigualdad, la inequidad y la injusticia.
Mis queridos graduandos de Icesi, Uds. aspiran a tener éxitos en sus trabajos, en sus
negocios. Yo así se los deseo. Y sé que lo tendrán, por la excelente y privilegiada
educación que han recibido. Y por el excelente ejemplo que sus maestros y directivos les
dan.
Y que nunca olviden a los otros. Especialmente los más débiles y exentos de privilegios por
cualquier razón de las circunstancias. Que se comporten con el otro como quieren que otros
se comporten con Uds. Que sean conscientes, como líderes que serán, de que las
sociedades cuyos líderes son miopes y egoístas terminan invariablemente perdiendo su
libertad, perdiéndolo todo en manos de demagogos y populistas que le hablarán al oído y al
corazón a aquellos a quienes esos líderes despreciaron, ignoraron y no quisieron escuchar.
A quienes esas sociedades miraron como “chusma”. O solamente como “consumidores”. Y
no como seres humanos iguales a ellos, con aspiraciones, necesidades y sueños como los
suyos. Y después de eso, de perderlo todo, no les queda alternativa distinta de irse a “llorar
la arepa” en Miami, en Madrid, o en otros sitios lejos del chontaduro y del champús.
Amigos, les deseo buen viento y buena mar. Y no olviden llevar la tabla de surfear.