Poemas Siglo XVIII XVIIII
Poemas Siglo XVIII XVIIII
Poemas Siglo XVIII XVIIII
“Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el
ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que los vuelos refrenaban tu
hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la
tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día… ¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su
profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora
a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate, ¡así... no te querrán!”
Una de las rimas más conocidas y populares de Bécquer, este poema nos habla del
sentimiento de melancolía y tristeza por un amor perdido y roto, ante el recuerdo de
todo lo que compartieron.
2. Estrella brillante (John Keats)
No, aún todavía constante, todavía inamovible, recostado sobre el maduro corazón
de mi bello amor, para sentir para siempre su suave henchirse y caer, despierto por
siempre en una dulce inquietud. Silencioso, silencioso para escuchar su tierno
respirar, y así vivir por siempre o sino, desvanecerme en la muerte.”
Uno de los últimos poemas que escribió John Keats antes de morir de tuberculosis,
esta obra hace referencia al deseo de permanecer por siempre junto a la persona
amada, en una melancolía en la que envidia la posibilidad de las estrellas de
permanecer para siempre en un momento de paz y amor.
3. "Hubo un tiempo... ¿Recuerdas?" (Lord Byron)
¡Ay! desde el día en que, por vez primera, eterno amor mi labio te ha jurado, y
pesares mi vida han desgarrado, pesares que no puedes tú sufrir; desde entonces
el triste pensamiento, de tu olvido falaz en mi agonía: olvido de un amor toda
armonía, fugitivo en su yerto corazón. Y, sin embargo, celestial consuelo llega a
inundar mi espíritu agobiado, hoy que tu dulce voz ha despertado recuerdos, ¡ay!
de un tiempo que pasó.
Este poema de Lord Byron nos habla de cómo una relación que se ha ido
deteriorando con el tiempo empezó como algo hermoso y positivo, en un relato lleno
de melancolía hacia lo que fue y ya terminó.
4. Annabelle Lee (Edgar Allan Poe)
“Fue hace ya muchos, muchos años, en un reino junto al mar, habitaba una doncella
a quien tal vez conozcan por el nombre de Annabel Lee; y esta dama vivía sin otro
deseo que el de amarme, y de ser amada por mí.
Yo era un niño, y ella una niña en aquel reino junto al mar; Nos amamos con una
pasión más grande que el amor, Yo y mi Annabel Lee; con tal ternura, que los alados
serafines lloraban rencor desde las alturas.
Y por esta razón, hace mucho, mucho tiempo, en aquel reino junto al mar, un viento
sopló de una nube, helando a mi hermosa Annabel Lee; sombríos ancestros
llegaron de pronto, y la arrastraron muy lejos de mí, hasta encerrarla en un oscuro
sepulcro, en aquel reino junto al mar.
Los ángeles, a medias felices en el Cielo, nos envidiaron, a Ella a mí. Sí, esa fue la
razón (como los hombres saben, en aquel reino junto al mar), de que el viento
soplase desde las nocturnas nubes, helando y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era más fuerte, más intenso que el de todos nuestros ancestros,
más grande que el de todos los sabios. Y ningún ángel en su bóveda celeste, ningún
demonio debajo del océano, podrá jamás separar mi alma de mi hermosa Annabel
Lee. Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño de mi bella compañera. Y las
estrellas nunca se elevan sin evocar sus radiantes ojos. Aún hoy, cuando en la
noche danza la marea, me acuesto junto a mi querida, a mi amada; a mi vida y mi
adorada, en su sepulcro junto a las olas, en su tumba junto al rugiente mar.”
Aunque la figura de Poe es especialmente recordada por sus obras de terror, este
autor también elaboró algunos poemas, dentro del romanticismo. En este caso el
autor nos habla de la muerte de una mujer a la que amó y a la que sigue amando
pese a que hace años que ha muerto.
5. Cuando en la noche (Gustavo Adolfo Bécquer)
“Cuando en la noche te envuelven las alas de tul del sueño y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano, por escuchar los latidos de tu corazón inquieto y reclinar
tu dormida cabeza sobre mi pecho, ¡diera, alma mía, cuanto poseo, la luz, el aire y
el pensamiento!
Cuando se clavan tus ojos en un invisible objeto y tus labios ilumina de una sonrisa
el reflejo, por leer sobre tu frente el callado pensamiento que pasa como la nube del
mar sobre el ancho espejo, ¡diera, alma mía, cuanto deseo, la fama, el oro, la gloria,
el genio!
“Quienquiera que fueres, óyeme: si con ávidas miradas nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas, el andar suave y rítmico de una celeste visión; O tal vez
un velo cándido, cual meteoro esplendente, que pasa, y en sombras fúnebres
ocultase de repente, dejando de luz purísima un rastro en el corazón;
Si con la luz del crepúsculo no has bajado las colinas, henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas, ni a lo largo de los álamos grato el pasear te fue; Si en
tanto que en la alta bóveda un astro y otro relumbra, dos corazones simpáticos no
gozasteis la penumbra, hablando palabras místicas, baja la voz, tardo el pie; Si
nunca al roce magnético temblaste de ángel soñado; si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado, quedó sonando en tu espíritu cual perenne vibración; Si no
has mirado con lástima al hombre sediento de oro, para el que en vano munífico
brinda el amor su tesoro, y de regio cetro y púrpura no tuviste compasión;
Si en medio de noche lóbrega cuando todo duerme y calla, y ella goza sueño
plácido, contigo mismo en batalla no te desataste en lágrimas con un despecho
infantil; Si enloquecido o sonámbulo no la has llamado mil veces, quizá mezclando
frenético las blasfemias a las preces, también a la muerte, mísero, invocando veces
mil; Si una mirada benéfica no has sentido que desciende a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende y ver nos hace beatífica región de serena luz; O tal
vez el ceño gélido sufriendo de la que adoras, no desfalleciste exánime, misterios
de amor ignoras; ni tú has probado sus éxtasis, ni tú has llevado su cruz.”
Este poema de Víctor Hugo nos habla de la necesidad humana de amar y de vivir
el amor en toda su extensión, tanto en sus partes positivas como negativas, tanto
los aciertos como los fallos, tanto si nos llena de felicidad como si nos arriesgamos
a que nos hagan daño.
7. Negra sombra (Rosalía de Castro)
“Cuando pienso que te huyes, negra sombra que me asombras, al pie de mis
cabezales, tornas haciéndome mofa. Si imagino que te has ido, en el mismo sol te
asomas, y eres la estrella que brilla, y eres el viento que sopla.
Si cantan, tú eres quien cantas, si lloran, tú eres quien llora, y eres murmullo del río
y eres la noche y la aurora. En todo estás y eres todo, para mí en mí misma moras,
nunca me abandonarás, sombra que siempre me asombras.”
Pese a que forma parte de la generación del 27, la obra de Rosalía de Castro es
considerada como parte del Romanticismo, concretamente del conocido como
posromántico (Bécquer y de Castro se encontraban en un momento histórico en que
empezaba a dejarse atrás el Romanticismo en pos del Realismo). En este corto
poema nos habla de la emoción de la sorpresa y el desconcierto que le genera su
propia sombra.
8. ¡La encontré! (Johann Wolfgang Von Goethe)
“Era en un bosque: absorto pensaba andaba sin saber ni qué cosa por él buscaba.
Vi una flor a la sombra. luciente y bella, cual dos ojos azules, cual blanca estrella.
Voy a arrancarla, y dulce diciendo la hallo: «¿Para verme marchita rompes mi tallo?»
Cavé en torno y tómela con cepa y todo, y en mi casa la puse del mismo modo. Allí
volví a plantarla quieta y solita, y florece y no teme, verse marchita”
“Tu pupila es azul y cuando ríes su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor de
la mañana que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul y si en su fondo como un punto de luz radia una idea me parece
en el cielo de la tarde una perdida estrella.”
Bella composición que nos narra algo tan íntimo como una mirada a los ojos de la
persona amada y la belleza y el amor que despierta en quien las mira.
10. Oda al ruiseñor (John Keats)
“Me duele el corazón y aqueja un soñoliento torpor a mis sentidos, cual, si hubiera
bebido cicuta o apurado algún fuerte narcótico ahora mismo, y me hundiese en el
Leteo: no porque sienta envidia de tu sino feliz, sino por excesiva ventura en tu
ventura, tú que, Dríada alada de los árboles, en alguna maraña melodiosa de los
verdes hayales y las sombras sin cuento, a plena voz le cantas al estío.
¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes, a danza y canción provenzal y a soleada
alegría! ¡Quién un vaso me diera del Sur cálido, colmado de hipocrás rosado y
verdadero, con bullir en su borde de enlazadas burbujas y mi boca de púrpura
teñida; ¡beber y, sin ser visto, abandonar el mundo y perderme contigo en las
sombras del bosque!
¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo, no en el carro de Baco y con sus
leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía, aunque la mente obtusa vacile y se detenga.
¡Contigo ya! Tierna es la noche y tal vez en su trono esté la Luna Reina y, en torno,
aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas; pero aquí no hay más luces que las que
exhala el cielo con sus brisas, por ramas sombrías y senderos serpenteantes,
musgosos.
¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien como la fama reza, elfo de engaño. ¡Adiós,
adiós! Doliente, ya tu himno se apaga más allá de esos prados, sobre el callado
arroyo, por encima del monte, y luego se sepulta entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño? Se fue ya aquella música. ¿Estoy despierto? ¿Estoy dormido?”
Sólo sé que me hizo un mal tan hondo, que tanto me atormentó, que yo día y noche
sin cesar lloraba cual lloró Magdalena en la Pasión. “Señor, que todo lo puedes —
pedile una vez a Dios—, dame valor para arrancar de un golpe clavo de tal
condición.” Y diómelo Dios, arránquelo.
Pero... ¿quién pensara?... Después ya no sentí más tormentos ni supe qué era
dolor; supe sólo que no sé qué me faltaba en donde el clavo faltó, y tal vez... tal vez
tuve soledades de aquella pena... ¡Buen Dios! Este barro mortal que envuelve el
espíritu, ¡quién lo entenderá, Señor!”
La autora nos narra en este texto el sufrimiento que nos genera un amor sufrido o
problemático, e incluso podría servir para uno no correspondido, y el vacío y la
añoranza que puede dejar el dejarlo atrás pese al dolor que nos provocaba.
12. Cuando por fin se encuentra dos almas (Víctor Hugo)
“Cuando por fin se encuentran dos almas, que durante tanto tiempo se han buscado
una a otra entre el gentío, cuando advierten que son parejas, que se comprenden y
corresponden, en una palabra, que son semejantes, surge entonces para siempre
una unión vehemente y pura como ellas mismas, una unión que comienza en la
tierra y perdura en el cielo.
Esa unión es amor, amor auténtico, como en verdad muy pocos hombres pueden
concebir, amor que es una religión, que deifica al ser amado cuya vida emana del
fervor y de la pasión y para el que los sacrificios, más grandes son los gozos más
dulces.”
Este pequeño poema refleja el encuentro con la persona amada, un amor romántico
que surge de la comprensión y de la unión y correspondencia de los sentimientos
del uno con los del otro.
13. Acuérdate de mí (Lord Byron)
“Llora en silencio mi alma solitaria, excepto cuando esté mi corazón unido al tuyo
en celestial alianza de mutuo suspirar y mutuo amor. Es la llama de mi alma cual
aurora, brillando en el recinto sepulcral: casi extinta, invisible, pero eterna… ni la
muerte la puede mancillar.
Este corto poema de Lord Byron refleja el deseo de ser recordado tras la muerte,
de permanecer en el corazón de quienes nos amaron.
14. Un sueño (William Blake)
“Cierta vez un sueño tejió una sombra sobre mi cama que un ángel protegía: era
una hormiga que se había perdido por la hierba donde yo creía que estaba.
William Blake es uno de los primeros autores e impulsores del romanticismo, y uno
de los que impulsó la búsqueda del uso de la imaginación y la emoción por encima
de la razón. En este poema observamos cómo el autor nos narra un extraño sueño
en el que alguien perdido debe encontrar su camino.
15. Canción del pirata (José de Espronceda)
“Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar
conocido del uno al otro confín.
La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas
de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al
otro Europa, y allá a su frente Estambul; “Navega velero mío, sin temor, que ni
enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu
valor.
Veinte presas hemos hecho a despecho, del inglés, y han rendido sus pendones,
cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi
ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar.
Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra, que yo tengo
aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay
playa sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pecho
a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y
el viento, mi única patria la mar.
A la voz de ¡barco viene! es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido
por igual: sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro, que
es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar.
Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del
negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del
viento al rebramar, yo me duermo sosegado arrullado por el mar. Que es mi barco
mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la
mar”.
“Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo, y lo ha hecho en todas partes,
en las cimas y en las simas del mundo. Bajo nombres distintos –en vano– se
ocultaba siempre, y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos. Hubo
hace tiempo un hombre que en amables mitos infantiles revelaba a sus hijos las
llaves y el camino de un castillo escondido.
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma, pero esos pocos se convertían
entonces en maestros del destino. Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el
ingenio– y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad. Feliz quien se ha hecho sabio y
ha dejado su obsesión por el mundo, quien por sí mismo anhela la piedra de la
sabiduría eterna.
Este poema de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, más conocido por su
pseudónimo Novalis, nos habla de la necesidad del ser humano de auto conocerse
con el fin de poder ser verdaderamente libre.
17. A la soledad (John Keats)
“¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir, que no sea en el desordenado sufrir de turbias
y sombrías moradas, subamos juntos la escalera empinada; observatorio de la
naturaleza, contemplando del valle su delicadeza, sus floridas laderas, su río
cristalino corriendo; permitid que vigile, soñoliento, bajo el tejado de verdes ramas,
donde los ciervos pasan como ráfagas, agitando a las abejas en sus campanas.
Pero, aunque con placer imagino estas dulces escenas contigo, el suave conversar
de una mente, cuyas palabras son imágenes inocentes, es el placer de mi alma; y
sin duda debe ser el mayor gozo de la humanidad, soñar que tu raza pueda sufrir
por dos espíritus que juntos deciden huir.”
¿No ves también que el pecho de ella liciones toma? que así jamás libado deje de
amor la copa. Si en tus cambiantes raros el sol que te colora deslumbra nuestros
ojos con tintas mil vistosas; ¿Por qué, avecilla leve, rehúsas voladora, sola una flor
y un cáliz cubrir de orgullo y gloria? Para el batir tus alas, para en las blancas pomas,
y en el turgente seno de la que el pecho adora. Allí una florecilla dulce, fragancia
hermosa, al seno de mi Fili con ambición le roba.
Vuela, mariposilla, que si una vez tan sola en sus matices quieta de sus delicias
gozas. No ya más inconstante has de querer traidora volver a la floresta a revolar
entre otras. Vuela, avecilla, vuela, recoge sus aromas, y tórnate a mí luego y dame
cuanto cojas.”
Este poema de Mariano José de Larra nos narra la comparación entre la conducta
de la mariposa y la abeja, donde la primera explora sin profundizar en las flores
mientras la segunda se queda con una sola. Se trata de una clara referencia al
comportamiento de los seres humanos en las relaciones de pareja y en la
sexualidad.
19. Fresca, lozana, pura y olorosa (José de Espronceda)
“Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta
sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Más si el ardiente sol
lumbre enojosa vibra del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.
Así brilló un momento mi vena en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de
gloria y de alegría. Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los
aires sube la dulce flor de la esperanza mía.”
Breve poema de José de Espronceda en la que nos habla de cómo una esperanza
puede surgir a gran velocidad para truncarse poco después, especialmente en lo
que se refiere al ámbito del amor.
20. A la estrella nocturna (William Blake)
“¡Tú, ángel rubio de la noche, ahora, mientras el sol descansa en las montañas,
enciende tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona y sonríe a nuestro lecho
nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los azules cortinajes del cielo, siembra
tu rocío plateado sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos al oportuno
sueño. Que tu viento occidental duerma en el lago. Di el silencio con el fulgor de tus
ojos y lava el polvo con plata.
Presto, puestísimo, te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo y el león
echa fuego por los ojos en la oscura selva. La lana de nuestras majadas se cubre
con tu sacro rocío; protégelas con tu favor”
Un poema de William Blake en que el autor nos narra cómo le pide a la luna que
brille y proteja la calma, la paz y el amor que transcurren durante la noche.