Pacientes Borderline Ulanosky
Pacientes Borderline Ulanosky
Pacientes Borderline Ulanosky
Patricia Ulanosky1
Introducción:
Para algunos analistas son inclasificables. Para otros, conforman la mayor parte de
la demanda clínica actual. Esto presupone que el buen neurótico, aquel que se debate en el
conflicto psíquico entre el deseo y la prohibición, cedió parte de su protagonismo a los
trastornos narcisistas. Dentro de ellos a las patologías fronterizas.
Si esto es así ¿qué incidencia imprimieron, para su emergencia, los cambios
culturales y sociales de las últimas décadas? Giro histórico que generó otra modalidad de
“malestar en la cultura”, produciendo desequilibrios subjetivos, por resquebrajamientos de
referencias, modelos e ideales2.
Que se los nomine “patologías actuales” no especifica que no hayan existido desde
siempre3. Significa que las coyunturas políticas, sociales, económicas y culturales pudieron
coadyuvar en quiebres de previos narcisismos lábiles.
La realidad, a mi juicio, provoca rupturas o desorganiza sólo cuando encuentra un
terreno fértil. Es decir, un yo con grietas profundas y fallas en su constitución que le
impiden defenderse y hacer frente satisfactoriamente a los vasallajes a los que está
sometido; (Ello, R.E, Super Yo) (Freud, 1923).
Esta hipótesis no desconoce que la realidad avasalla en algunos momentos
históricos provocando confusión, depresiones y angustias intensas. Asimismo, la asunción
de la alteridad (yo-noyo), la diferencia sexual y entre la vida y la muerte (los tres límites
fundamentales) ningún sujeto los alcanza completamente ni de una vez y para siempre. Sin
embargo, un narcisismo aceptablemente configurado, con una matriz base de
identificaciones que le den soporte, tiene la plasticidad y los recursos necesarios para
reconstituirse; se desequilibra produciendo síntomas, pero sin desorganizarse.
Los analistas hoy, prestamos atención a las vicisitudes narcisistas de la existencia,
de la identidad y de la autoestima, además de los avatares del deseo. No sólo en los
pacientes que presentan patologías “yoicas” sino también en las desestabilizaciones
narcisistas de los neuróticos.
1
mart_ulan@fibertel.com.ar
2
“Las transformaciones producidas en la cultura son consustanciales con las alteraciones en la subjetividad.
La pregunta que surge es si ese cambio produce un nuevo sujeto que reformula la clínica y, con ella, el
aparato conceptual en que se basa su dispositivo, o, por el contrario, si la clínica muestra a un mismo sujeto
invariante. Dilucidar esta cuestión es fundamental para entender no sólo al analizando sino el ser y el hacer
del analista” (Ulanosky,2003)
3
( En 1884) Hughes, designa el término borderline por primera vez, llamaba así a los estados borderline de la
locura, “personas que pasaron toda su vida de uno u otro lado de la línea”. H. Claude hablaba de
ezquizomanías, F.Alexander (1927) los denominó “carácter neurótico”. Stern (1938) por primera vez formaliza
el término Borderline para referirse a pacientes que presentaban una “hemorragia mental” definida como
intolerancia al dolor psíquico, H. Deutche (1942) se ocupó de las personalidades “como si”, entre otros.
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Freud, desde los inicios del psicoanálisis, dedicó gran parte de su investigación al
estudio de las Neurosis. Puso especial énfasis en el conflicto sexual y la angustia de
castración, siendo el Edipo su complejo nuclear. Algunos desarrollos post-freudianos4,
pusieron la mira y teorizaron las Patologías del Yo y sus angustias de desintegración,
teniendo al Narcisismo como su nudo central. Es en la articulación de ambos que cada
psiquismo se irá organizando.
Esto implica que cada sujeto que nos consulta es portador de una organización psíquica
singular, productora de síntomas en particular, que tenemos que desentrañar.
Las fronteras ente cuadros o estructuras psicopatológicas se desdibujan a la hora de
escuchar a un paciente. Los límites no son puros. En cada uno Narciso y Edipo se harán oír.
En aquellos cuyo narcisismo ha logrado una conformación más estable, el conflicto edípico
tendrá más resonancia. En otros, los reclamos del “yo” tendrán prioridad.
Este deslizamiento teórico-clínico incidió, para algunos tratamientos, en el replanteo
y modificación del dispositivo analítico clásico, de su método y de su técnica.
En este capítulo me centraré en el estudio clínico de las patologías límites o
fronterizas. Presentaré un caso a modo de ejemplo, para acompañar el desarrollo teórico.
4
Kohut, Winicott, Aulagnier, Green, entre otros.
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Alberto, (así lo llamaré), cuando consultó sufría un delirio paranoide transitorio.
Se mostró desconfiado, abrumado, físicamente desmejorado, con una mirada torva. Un par
de meses atrás había sido estafado por un empleado al mismo tiempo que se enteró de que
su amante, a quien no veía desde hacía pocos meses, estaba en estado de embarazo
avanzado y no tenía dudas de que era suyo.
Pese a los consejos de su padre y un psiquiatra que lo atendía, de olvidarse y de
desentenderse del asunto, Alberto buscaba ayuda porque sentía que toda la situación lo
sobrepasaba y atacaba su capacidad de pensar.
Cuando entraba en ese estado, se perturbaba su capacidad de reflexión. Su ansiedad y
angustia cobraban una intensidad tal, que solo podía calmarla por medio de alguna
actuación
Estos hechos, vividos como traumáticos, despertaron ansiedades paranoides y ayudaron a
conformar un pseudo delirio que fue cediendo en la medida en que el paciente fue
instalándose en la transferencia y sintiéndose amparado.
Describió su adolescencia como una etapa de promiscuidad sexual, drogas, y de una
profunda indiscriminación.
Tenía serios problemas con el manejo del tiempo, no podía administrarlo. Refería ataques
de impulsividad y violencia momentáneos (fuera de sesión) que funcionaban como
descarga, después de lo cual se tranquilizaba.
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Presentan una dificultad, cuando no una imposibilidad, en traducir las cantidades de
apremio en significaciones que adjudiquen un sentido a través de metáforas y
simbolizaciones.
Son sujetos que han tenido fallas primarias en la constitución de su psiquismo por defecto,
de lo que no se inscribió, o por exceso, de lo que no pudo tramitarse adecuadamente, en
quienes el proceso secundario de pensamiento se ve interferido por el funcionamiento
primario.
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En la transferencia, esta modalidad se repite con diversas técnicas: victimismo, conductas
psicopáticas, seducción, etc. Cuando no lo logran pueden aparecer reacciones agresivas.
Estas situaciones ponen a prueba la tolerancia a no “contra-actuar” y la plasticidad del
analista para no permitir ser manipulado y así poder dirigir la cura.
6
“La capacidad de captar el afecto de otro precede a la adquisición del lenguaje y el niño no puede
sino reaccionar ante la vivencia afectiva de su madre, mientras que la capacidad de la madre de captar las
emociones de su hijo y de responder a las mismas, depende de su deseo de dar un sentido a sus gritos y a sus
gestos. Fuera de lo que representa para su madre, el niño no tiene existencia psíquica posible: fuente de
vida para su hijo, la madre es también su aparato para pensar.”(Mc.Dougall, 1982)
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Quisiera explayarme en este punto que me parece central. En este escenario
podemos imaginar una madre que abandona a su hijo a la buena de Dios o que es muy
“mala” y lo ultraja, lo injuria, lo castiga. Seguramente de esas madres saldrán hijos con
patologías más o menos severas.
Pero sin llegar tan lejos, hay madres que están presentes en cuerpo pero ausentes en
alma, que se conectan formalmente con sus hijos, colmando sus necesidades básicas;
(hambre, sueño, vestimenta) pero sin deseo ni investimiento libidinal por ese hijo, o están
muy preocupadas y ocupadas en satisfacer sus propias necesidades narcisistas; no tienen
mirada más que para sí mismas y sus hijos pueden ser vividos como potenciales
competidores a quienes tienen que neutralizar o marginar.
Es en esos casos también que la comunicación primaria, preverbal; la proyección
de deseo y de contacto corpóreo-sensorial, la devolución de una mirada que confirme su
existencia y su valor y el discurso identificatorio de base necesario para que el niño vaya
conformando su incipiente identidad;( todo ello imprescindible para la estructuración de su
narcisismo), falla o está ausente. Lo cual, incidirá y afectará en la organización psíquica
del niño, en sus sentimientos de existencia, de identidad y de estima de sí.
Las consecuencias aparejadas en el niño serán la desconfianza de sí mismo, la
necesidad permanente de confirmación y aprobación del otro, la incertidumbre acerca del
propio sentimiento de existencia (despersonalización), una baja autovaloración, duelos de
difícil resolución y angustias de fragmentación, fusión y abandono.
Este proceso se va a articular con la manera particular en que se incluye el tercero.
La presencia-ausencia real del padre y en el cumplimiento de su función, el deseo de la
madre hacia el padre, la autorización o idealización y desvalorización de su palabra, la
autoridad o autoritarismo en la implementación de la ley, etc,.
De la combinatoria de estas dos líneas será la resultante ya que no es lo mismo caerse al
vacío que tener una red que amortigüe la caída.
.Con estas reflexiones puntualizo la importancia del “otro” en la constitución del
psiquismo de un sujeto. Es “en y por” la trama intersubjetiva que un sujeto adviene.
A partir de ahí la dialéctica intra-inter (el otro) y transsubjetivo (los discursos e ideales de la
cultura) comandará la vida de cada uno7.
7
“Considero que lo singular, lo vincular y lo social se enhebran de modos peculiares en una trama que
entreteje lo uno y lo múltiple de modo irrepetible en cada sujeto. No se trata, pues, ni de una yuxtaposición
indiferenciada ni de una sumatoria de tres dimensiones separadas como compatimentos estancos. Sino, más
bien, de una conjunción nunca ausente de conflicto, abierta, y heterogénea. (Sternbach, 2003)
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La intolerancia a estar solos convoca al afán de aferrarse a la voz o a la presencia
física del otro, cuando esto no es posible suelen suplantarlo por la droga, el alcohol, el sexo,
el alimento en un atracón, etc.
El sexo en esta dimensión es más un intento de supervivencia y de aferramiento que
satisfacción de un deseo.
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Las ansiedades y angustias de separación y fragmentación que Alberto podía sentir por
intentar un destino y un deseo propio, no le permitían llevarlo a cabo, ya que en dicha
angustia estaba comprometido su sentimiento de existencia.
El sentimiento de sí o de continuidad de la existencia depende primariamente de la
articulación entre el yo corporal y el yo como instancia psíquica que en estos pacientes se
encuentra perturbado. Esta escisión entre lo somático y lo psíquico los protege contra la
destrucción absoluta pero les impide el libre funcionamiento de la simbolización, la
creatividad y la imaginación. Como correlato se instala el vacío.
Gran parte de sus actuaciones y sus impulsiones son para paliar este sentimiento. Aunque
anhelan experimentar emociones genuinas no pueden tolerarlas. De ahí la inestabilidad y
labilidad de sus relaciones.
Debido al estallido de sus afectos como a su tendencia a la actuación, así como
la alternancia entre la idealización cuando se sentía gratificado y la devaluación cuando
se frustraba, sus relaciones sociales estaban perturbadas así como la dificultad para
valorar sus logros, todo ello incidía en la alteración que presentaba en el sentimiento de
estima de sí.
Alberto sufría por adelantado la posible pérdida de sus padres. Si bien todavía
eran jóvenes y no sufrían enfermedades, sentía que sin ellos no iba a poder sobrevivir. Lo
que proyectaba en su mujer era un sentimiento similar.
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En una ocasión, en el quinto o sexto año de su tratamiento, él afirmaba que yo le
había dicho que tomara una decisión. Tras un comentario mío que apuntaba a mostrar el
carácter potencial de mi intervención, Alberto me dice:
A: “Cuide lo que me dice porque tengo el yo débil y le hago tomar las decisiones
que yo no tomo”
Alberto intentaba seducirme con bromas o piropos como una de las maneras que
encontraba de atacar el encuadre. Lo ponía a prueba permanentemente. Valoraba la
relación terapéutica pero en algunos momentos le provocaba bronca y tal vez humillación
el tener que ajustarse a los horarios de sesión. En esos momentos me devaluaba, se
burlaba o me contradecía rebelándose, a lo que seguía la aceptación y sumisión por temor
al abandono en caso de que yo me enojara y no quisiera seguir con el tratamiento. Este
ciclo se repetía frecuentemente.
Con el tiempo los cinco minutos pasaron a quince, después a diez, a treinta, a cinco
otra vez, hasta que el vínculo analítico se fue consolidando y aunque nunca llegó en
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horario ni estuvo todo el tiempo de sesión, puedo afirmar hoy, después de varios años, que
Alberto siempre intentó cuidar su tratamiento con lo que podía y tenía.
Comprender que trabajamos con lo que tiene y puede un paciente tiene importancia
para no forzar situaciones. La resistencia del propio analista puede enmascararse detrás de
su persistencia en la búsqueda de asociaciones y eslabones en el discurso. El modelo
psicoanalítico “asociación libre-atención flotante” no funciona, por lo menos en un primer
tiempo del proceso. Las interpretaciones no van dirigidas únicamente a los contenidos
reprimidos del Ello, sino directamente al yo y a un Super yo que está a sus anchas frente a
un yo tan débil. Nuestro trabajo es crear representaciones con las cuales el yo vaya
lentamente adquiriendo consistencia y pueda identificarse. A construír una historia para ese
yo, en forma conjunta.
Para estar en condiciones de emprender un psicoanálisis, para desarticular,
desidentificar y desarmar tenemos que estar frente a un yo armado que tolere, a su manera,
los embates pulsionales.
Lo que está en juego son heridas narcisistas de difícil cicatrización o traumas que
mantienen intacto sus efectos, o representaciones que no fueron inscriptas y el trabajo
terapéutico más que analítico, en el sentido de deconstruír y develar y reformular un
discurso, es el de ir construyendo una relación objetal “posible” diferente, un cambio en la
organización psíquica, a través y por el vínculo. De ahí la exigencia que comprometen estos
pacientes.
Aunque haya resonancia inconsciente, es la tarea del analista estar alerta a lo que el
paciente le hace sentir, atento a sus afectos y sensaciones corporales, como la de prestar su
funcionamiento mental y sus propias representaciones para dar un sentido que no está.
Este es uno de los bordes con el cual nos topamos los analistas formados en las teorías de la
técnica psicoanalítica de la neutralidad y la abstinencia. Cada sesión convoca no sólo
interpretaciones o señalamientos sino también actos, no actuaciones, que son necesarios
para que el proceso se desenvuelva.
En la transferencia se reviven todas las modalidades de relación objetal que
implementan, en especial, la espera de incondicionalidad. Son pacientes que ponen a
prueba si el continente del terapeuta puede albergar sus contenidos y la capacidad del
terapeuta de “soportar”, en la doble acepción del término, las proyecciones masivas erótico-
agresivas como las transgresiones al encuadre.
El diagnóstico de estos pacientes no es simple de realizar. Salvo en los casos de
extrema gravedad: intentos de suicidio, autoagresiones explícitas que comprometen la
autoconservación y que deben tratarse preferentemente en un marco institucional; el
paciente borderline presenta una sintomatología polineurótica que puede esconder un
trastorno narcisista complejo.
Esta fachada neurótica es la que puede desorientarnos y hacernos insistir en una
técnica y un encuadre inadecuado cuando no iatrogénico.
Si bien nunca expresó verbalmente ninguna intención de suicidarse, por las dudas,
casi automáticamente, yo cerraba la ventana de mi consultorio cuando llegaba la hora de
su sesión.
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No tengo ninguna explicación racional de por qué lo hacía, pero “algo”, como
explicité al comienzo de este trabajo, me llevaba a tomar precauciones que no suelo tomar
con otros pacientes.
Ese “algo” que se manifiesta en un campo no representacional, no verbalizado, es una
transmisión que hace el paciente al analista.
Esas son sensaciones a las que debemos estar atentos y que difícilmente encontremos
asociaciones en el paciente, juntos tendremos que ir construyendo y adjudicando un
sentido.
Respecto a los síntomas neuróticos, pueden presentar fobias diversas, especialmente
aquellas que refieren al cuerpo y a la percepción del sujeto por el otro (fobia de la mirada,
de hablar en público), la relación con el objeto está sometida a la regulación con la
distancia a través de mecanismos agora y claustrofóbicos que los pueden invalidar
socialmente.
Asimismo síntomas obsesivo-compulsivos que tienden a racionalizar y se vuelven
sintónicos con el yo. Las conversiones, carentes de erotización y fantasmatización, en
oportunidades, están asociadas a situaciones de agresión y manipulación. Los temores
hipocondríacos toman la forma de preocupación invasora con respecto a la salud física y/o
psíquica.
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aliviar así la tensión que le impedía vivir. Esta intervención apuntaba a que pudiera
descomprimirlo y bajara sus fantasías persecutorias que eran aterradoras. Así lo hizo, su
mujer aceptó la situación y pudo criar a sus dos hijos.
El tratamiento de Alberto se dio en tres tiempos. Después de tres años se sentía más
compensado y empezó a faltar y decidió que mis honorarios eran altos (los podía pagar sin
dificultad) y que iba a seguir un tratamiento con un terapeuta de su obra social. Al cabo de
un año, me llamó para agradecerme por haberlo ayudado, por haberle dicho la verdad a
su mujer, haciendo hincapié en que yo había sido la única persona que le había
aconsejado a hacerlo. Me pareció que me agradecía por haberlo ayudado a integrarse a
la vez que volvía a mí por sentirse protegido. Así comenzó la segunda etapa.
Alberto era cariñoso con sus hijos y sentía verdadera preocupación más que
ocupación por ellos. Sin embargo, tenía una tendencia a invertir los roles y los obligaba a
sobreadaptarse y a hacer el esfuerzo de comprender que su padre era débil, estaba
enfermo y necesitaba de ellos. Sus hijos presenciaron varias de sus impulsiones sin que él
midiera las consecuencias. En ocasiones, manipulaba cierto manejo de la culpa donde
parecía una competencia a ver quien era más infantil, si sus hijos o él.
Cinco años después volvió a llamarme durante una crisis de angustia que sentía
que lo desbordaba pero ya no lo desorganizaba. Los objetos estaban invertidos, idealizaba
a su ex amante y devaluaba a su mujer aunque presentó una mayor capacidad para tolerar
la ambivalencia, ninguna de las dos a esa altura eran ni santas ni brujas. En la medida en
que su yo estaba más integrado, más armado, podía decir cosas que nunca había
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mencionado antes. Que se aburría con su mujer, que se sentía vacío, que trabajaba diez
horas por día para no fastidiarse. Expresaba deseos de experimentar cosas nuevas. Estaba
en condiciones de empezar a resignificar su historia y así lo hicimos. Se asombraba de no
sentir tanta necesidad del otro y empezó a fantasear con la posibilidad de separarse de su
mujer que también incluía la separación de sus padres. Deseaba por primera vez vivir
solo.
Son pacientes que anhelan fusionarse con el otro, crean una dependencia intensa y
ficticia, en la medida en que no hay una preocupación y una estima real por el otro, y al
mismo tiempo temen quedar atrapados. Sus temores oscilan entre ser abandonados y ser
tragados, sus angustias alternan entre la separación y la intrusión.
Esto hace que la medida de nuestra intervención debe equilibrarse. Si interpretamos
demasiado rápido e intentamos llenar el vacío, podemos ser confundidos con la intrusión
del objeto malo. Si quedamos por demás en silencio, repetimos la inaccesibildad del objeto
anhelado y frustrante.
El anhelo de fusión promueve la indiscriminación con el otro y es uno de los
motivos por lo que les cuesta aceptar los límites que impone el encuadre. En la
transferencia es marcado el intento por transgredirlo, tanto el horario como los honorarios
marcan un corte en esa relación dual que establecen y que necesitan perpetuar. Es la
presencia del tercero que quieren o necesitan desestimar.
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Analía: Siento ira. Estoy llena de ira. Por eso me la meto para adentro, me la morfo. Como
los atracones. No puedo ordenarme, no tengo control sobre nada. Ahora me peleo con
todos, soy…estoy intolerante. No quiero pensar, Yo no quiero conectarme con mis
sentimientos. Si lo hago no puedo controlarlo, me superan, me angustian, me sobrepasan.
No sé ser madre… Mi mamá era un desastre, lo cuenta como una gracia, y yo me lleno de
bronca, siempre dice que a nosotros nos criaba la mucama, cuando nacíamos nos entregaba,
ella se rajaba, no se ocupaba de nada…….. Cuando era chica salíamos a la noche con mis
amigas y ellas decían que tenían que volver a las dos porque los padres les ponían esa
condición, yo miraba y decía que sí, que a mi también, pero no era cierto, a mí nunca me
decían nada ni me esperaban……………Mi casa se me cae, es un desastre pero no me
puedo ocupar de nada. Está todo sucio, roto, mi marido me dice que soy igual que mi
mamá, yo no lo había pensado, pero es así, me muero………… No puedo jugar, me agarra
ansiedad, prefiero ponerles un video (a los chicos), es más fácil.
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Consideraciones finales:
La semiología de los pacientes borderline puede variar en cada caso. Sin embargo,
lo que comparten son sus modalidades defensivas así como sus angustias y terrores de
desintegración.
Hubo una falla en la organización temprana de su psiquismo que impidió o perturbó
el establecimiento de identificaciones que dieran certeza y continuidad a su existencia y a
su autovaloración.
El dolor psíquico que supone enfrentarse a la soledad para estos sujetos es
inmenso, se les hace insoportable y los objetos, incluyo al analista en la transferencia,
funcionan como prótesis salvadoras. Lo que el tratamiento debería proveer durante el
proceso es, a través de la continuidad del mismo, representaciones psíquicas que vayan
reorganizando ese psiquismo fallido.
Esta es una tarea nada sencilla, ya que en la mayoría de los casos, los pacientes
desertan cuando se sienten más armados, más fuertes o menos débiles y repiten con el
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analista la superficialidad y la labilidad de sus vínculos y la poca consistencia en la
continuidad de sus objetivos.
Lo que sostiene en principio el tratamiento de estos pacientes es la presencia del
terapeuta-objeto como forma de crear una nueva modalidad vincular, que permita lograr
una mayor confianza en el otro y en sí mismo. Es un juego de contenidos y continentes. El
analista presta o regala, (sería más apropiado decir), representaciones-contenido al mismo
tiempo que ofrece un lugar-continente donde albergarlas.
Los vínculos interpersonales son inestables porque están al servicio de paliar
necesidades, y no de satisfacer deseos. Son objetos de la necesidad, de ahí su carácter
perentorio y superficial. El objeto debe calmar, sostener, y ser incondicional. Esto mismo se
espera del analista.
Son pacientes que promueven una gran exigencia por su tendencia a la actuación,
tanto en el discurso como en el acto, así como también por los mecanismos de defensa que
utilizan que son muy primitivos: La escisión y evacuación en el otro de lo expulsado, la
idealización cuando se sienten gratificados, y su contrapartida, la devaluación cuando se
sienten frustrados, la negación, las identificaciones proyectivas.
El diálogo terapéutico puede ser vivido por el analista como vacío de contenido al
no asociarse con lo emocional del paciente. Es ahí que el analista debe enfocar en sus
propios afectos y emociones que le darán la pista de las emociones de su paciente. La labor
es que el paciente pueda reintroyectar lo que depositó en su terapeuta.
Como contrapartida de una transferencia masiva y caótica, se presentan intensos
sentimientos contratransferenciales que van desde el enojo, la impotencia o la frustración
hasta sentimientos salvadores. Son pacientes que provocan y manipulan porque
permanentemente están atentos a los vaivenes y a las reacciones del objeto.
Las angustias que sienten son directamente proporcionales a la manera en que viven
al objeto: intrusivo u abandonante. Anhelan la fusión pero temen ser tragados. Cuando
consiguen tomar distancia temen a la separación.
Detrás de las defensas contra un objeto intrusivo se esconde la demanda de que el
analista hable por él y se funda en él.
El hecho de comprender el funcionamiento psíquico de estos pacientes, de entender
el sentido de su búsqueda, de identificarnos con su sufrimiento no quiere decir que sean
aptos para el proceso analítico.
Nuestro “saber” no nos inmuniza de sentir afectos contradictorios y en momentos
francamente hostiles. Son pacientes muy movilizantes, lo cual implica que debemos estar
dispuestos a emprender un compromiso afectivo intenso.
Es nuestra ética como analistas la que debe primar a la hora de aceptar atender a uno
de estos pacientes, para no repetir en su historia, por lo menos aquí con nosotros, otro
posible fracaso.
Bibliografía:
Patricia Ulanosky 15
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