Gracias A Dios Que Es Lunes PDF
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Introducción
Se trata de una receta avalada por el tiempo y por un gran número de empresas que, gracias a ella,
han obtenido resultados reales y sorprendentemente brillantes. Cientos de compañías han
experimentado el crecimiento y el aumento de sus beneficios en pocos meses y han doblado sus
beneficios y su tamaño en pocos años.
Gracias a Dios que es lunes. Las empresas se parecen en muchos aspectos a las familias. Los
psicólogos suelen hablar de familias disfuncionales y funcionales, siendo estas últimas un ideal
nunca del todo realizado. Muchas veces entramos en un banco, un restaurante o un supermercado y
nos sentimos tentados de aplicarles el adjetivo “disfuncional”. En esos lugares, los empleados no se
llevan bien entre sí y el cliente se convierte en el destinatario del veneno acumulado durante el
© 2014 Leader Summaries. Resumen autorizado de: Gracias a Dios que es lunes, por
Roxanne Emmerich, © 2009 Financial Times Press.
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Resumen del libro: Gracias a Dios que es lunes
tiempo que pasa en el establecimiento, del que sale con una sensación de desazón.
También existen los casos opuestos: empresas donde los empleados se llevan bien y disfrutan
trabajando juntos, lo cual incide en la calidad de su labor y en la percepción que el cliente tiene de la
marca. Se trata de organizaciones cuyo personal es capaz de decir gracias a Dios que es lunes y está
impaciente por volver al trabajo.
Las estadísticas y los estudios coinciden en afirmar que un lugar de trabajo animado afecta
considerablemente los beneficios netos de una empresa. Así, un estudio de Gallup ha demostrado
que de cada 10.000 dólares que una empresa media gasta en las nóminas de sus empleados, 3.400
dólares están destinados a paliar la baja productividad provocada por factores que desmotivan a los
empleados. Cualquier ejecutivo razonable sabe que ese nivel de gasto es difícilmente asumible y que
es ineludible hacer todo lo posible para convertir la empresa en un lugar donde se esté a gusto.
La historia de Sara. Sara Grimes, madre soltera de dos hijos en Austin, Texas, tenía que reparar el
parabrisas de su Honda Civic tras caerle encima una enorme piedra que transportaba un camión de
carga. Lo primero que hizo fue consultar las Páginas Amarillas para buscar el taller de reparación
más cercano a su casa. También leyó en Internet las opiniones de los usuarios de algunos de esos
talleres, entre las cuales había algunas que ponían los pelos de punta.
Un usuario, por ejemplo, contaba que el taller al que acudió para cambiar el parabrisas se
encontraba en un depósito de chatarra y vigilado por un pit bull, de modo que ni se atrevió a entrar.
Sara se desanimó aún más cuando, viendo los precios, se dio cuenta de que el arreglo no le costaría
menos de 600 dólares, o incluso más si optaba por dirigirse al concesionario. Desesperada, llamó a
su amiga Mariah y ésta le recomendó un establecimiento de confianza, Longhorn Glass.
Cuando consultó las opiniones en Internet sobre esta empresa, todas absolutamente eran favorables.
Al llamar, le atendió una amable voz que enseguida le dio un presupuesto, el mejor de todos: menos
de un tercio de lo que contaba con tener que pagar.
Una vez en el taller, Sara no percibe nada lujoso, pero su sensación inicial es de algo palpable,
irresistible y positivo, como en las reseñas que ha leído en Internet. La dependienta le da la
bienvenida con una sonrisa auténtica y comprensiva, además de dar muestras de recordar su
conversación telefónica, pues menciona el modelo de su coche. Coge las llaves del Civic y afirma con
determinación que el coche estará listo en 45 minutos.
Sara se sienta a esperar y mira a su alrededor. Las paredes están decoradas con carteles que ensalzan
el trabajo en equipo, la importancia de la actitud y la determinación. En uno de ellos, justo detrás del
mostrador, se lee el siguiente mensaje: Es trabajo de todo empleado de Longhorn Glass destacar en
conseguir y retener clientes atendiendo sus necesidades individuales con honestidad, cortesía y
compromiso con su satisfacción.
Estos carteles no eran una mera declaración de principios, sin repercusiones prácticas. Cada uno de
los empleados con los que Sara se encontró parecía satisfecho con su trabajo y sus compañeros. La
persona que debía cambiar el parabrisas le preguntó incluso en qué parte exacta quería que le
colocaran las pegatinas.
Cuando abandonó el taller, Sara comprendió que lo que diferenciaba a esta empresa de las demás era
el verdadero entusiasmo de sus empleados, que hacían más de lo que su puesto exigía de ellos. Eran
personas contentas de ir a trabajar cada día y de poder relacionarse con sus compañeros.
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Los lugares donde se trabaja con agrado existen, al igual que aquellos donde falta el entusiasmo.
Para conseguir que una empresa pertenezca al primer grupo conviene que los directivos sigan
regularmente algunas pautas:
• Dar una vuelta por las instalaciones como si fueran clientes que las visitan por primera vez: de
ese modo, comprobar si la imagen que ofrecen es lo suficientemente atractiva para el cliente o,
por el contrario, lo que se percibe son las tensiones entre los empleados y una falta de
profesionalidad que haría dudar a cualquiera.
• Identificar las áreas con más necesidades de mejora o aquellas donde se dan los “momentos de
la verdad” en la relación con el cliente: cómo se responde al teléfono, cómo se saluda a los
visitantes, la rapidez con la que se hacen las cosas, la precisión de las transacciones o cualquier
otro elemento que influya en la impresión que el cliente se lleva de la empresa.
• Preguntarse qué acciones inmediatas se pueden emprender para corregir los fallos o carencias.
Organizar las áreas que sufren el desorden y encontrar la manera de servir de ejemplo a
aquellos que se sienten comprometidos con la empresa y contribuyen a su prosperidad. El
liderazgo, más que un puesto, es una manera de ser: consiste en conseguir que ocurran
grandes cosas independientemente del cargo o la profesión que se ostente.
• Ser el primero en mostrar una actitud de ¿Cómo podemos hacerlo? a medida que vayan
apareciendo oportunidades. Cuando los empleados o los colaboradores manifiestan que no
pueden realizar algo (cumplir un plazo, lograr un objetivo de ventas o conseguir un cliente
importante), lo mejor es responder con una pregunta: ¿Qué se necesita?, y repetirla ante cada
nueva objeción hasta que comprendan que ese directivo apuesta por la capacidad de sus
compañeros de trabajo para obtener unos resultados destacados.
Tener un objetivo. John F. Kennedy tenía un objetivo: El hombre en la Luna antes de que acabe
la década. Ese objetivo fue lo que inspiró lo imposible: en aquel momento se disponía sólo del 15%
del conocimiento necesario para cumplir con él. Bill Gates se marcó la meta de que hubiera un
ordenador en cada hogar norteamericano cuando la mayoría de la gente ni siquiera sabía lo que era
un PC.
Así sucede con todos los objetivos visionarios: aquellos que los poseen ganan, y ganan mucho.
Aunque un gran objetivo suele formar el núcleo de una gran cultura o una gran transformación
corporativa, asumirlo es algo deseable a todos los niveles. No hace falta ser un líder para ello y
cualquiera puede hablar el “lenguaje visionario”.
• Se expresan en pocas palabras (nunca más de 12 ó 14; si no caben en una camiseta, son
demasiadas) y éstas deben ser rotundas, como por ejemplo SIEMPRE, TODO o cualquier otra
que ponga énfasis en el resultado.
• Tienen un carácter visual: podemos ver al hombre en la Luna o un ordenador en cada hogar
americano.
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El momento decisivo para todo gran objetivo es aquel en que todos lo escuchan, lo comprenden y
están dispuestos a participar en su realización. El presidente de cierto banco de Texas hacía todo lo
que estaba en sus manos para compartir su objetivo con los empleados y lograr su implicación, pero
sus esfuerzos no daban el resultado deseado con la rapidez que él esperaba. Su meta era contar con
unos empleados más “comprometidos”, que estuvieran más emocionalmente ligados a lo que hacían
y mostraran más entusiasmo. Sin embargo, encontraba resistencia en aquellos que, aun siendo
conscientes de que la cultura que propugnaba el presidente era la mejor para algunas empresas,
creían que no podía implantarse en la suya.
En una reunión informal convocada para dialogar acerca de los cambios con estas personas, se les
pidió que efectuaran una representación de alguien “desconectado” de su trabajo. Una vez
terminada, se les pidió entonces que hicieran lo contrario: mostrar cómo es una persona preocupada
por que su equipo desempeñe sus tareas de manera sobresaliente. Tras ello, se les encargó un
cometido muy concreto: alentar a todo aquel empleado que encontraran desanimado en su trabajo.
Al día siguiente, cuando esta táctica se puso en marcha por primera vez, el ambiente en el banco
comenzó a cambiar y, aún más, los clientes lo percibieron y el hecho fue comentario frecuente en
distintos foros de la ciudad. La visión empezó a funcionar y el impulso que supuso para el banco fue
extraordinario.
El verdadero liderazgo consiste en aglutinar todo y a todos en torno a un objetivo y discutir sobre él
en todo momento. Las declaraciones de objetivos deben utilizar un lenguaje que ofrezca una visión
convincente del éxito futuro. Deben tener capacidad de proyección más allá de la propia
organización y alcanzar a los clientes y a todos aquellos con los que ésta se relaciona. Las
declaraciones de objetivos exigen del personal un compromiso con algo más grande que ellos
mismos, una actitud que comparten todas las personas y organizaciones que pueden presumir de un
éxito duradero.
Una declaración de objetivos no es más que la imagen clara, formulada en palabras, de un resultado
final que llega como consecuencia natural del servicio extraordinario prestado a los clientes. Por ello,
conviene no restarle ímpetu con un exceso de lenguaje corporativo.
Cómo se inicia una transformación. Roger Milford, director general de un banco de la costa
este de Estados Unidos, estaba decidido a transformar su empresa y convertirla en un lugar donde la
gente se sintiera motivada y comprometida con su trabajo. Con la mente puesta en ese objetivo,
convocó una reunión en la que estuvieron presentes todos los empleados de la oficina central, a
quienes se dirigió de la siguiente manera:
El día de hoy marca el inicio de nuestra transformación, y todos estáis invitados a formar parte de
ella. La transformación comenzará con dos palabras que rara vez aparecen en una misma frase:
trabajo y amor… Nuestro objetivo no será menos que convertir nuestro lugar de trabajo en un
espacio donde estemos a gusto, adonde los lunes acudiremos sonrientes a trabajar… La manera en
que lo haremos es diferente a otras muchas y complejas estrategias que hemos ensayado, y es muy
sencilla: fomentaremos y celebraremos cada logro que consigamos; combatiremos y eliminaremos
cualquier elemento negativo de lo que ocurre en nuestro sitio de trabajo. A todos se nos evaluará y
todos seremos más abiertos y honestos a la hora de ayudarnos unos a otros en esta
transformación.
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A partir de mañana, formaré un equipo mixto con representantes de varios departamentos que
será el responsable de la continuidad de la transformación. Ellos nos ayudarán a desarrollar las
iniciativas, a mantener el ritmo del cambio y a superar los obstáculos que surjan. He aquí algunos
principios que nos guiarán en nuestra transformación:
• Diviértete. El trabajo debe ser entretenido. Toma el trabajo en serio y a ti mismo en broma.
• No des lugar a chismes. Hablar a espaldas de los demás crea un ambiente de trabajo
inseguro. Los conflictos deben resolverse con cuidado, de manera diaria y directa.
• No te quejes.
• Formula todo en positivo. Nunca digas lo que no quieres, siempre lo que quieres.
• Estate predispuesto a aprender más. Cuando la gente te dé su opinión sobre cómo puedes
mejorar, no les interrumpas ni les digas en qué están equivocados. Haz preguntas y trata de
ser mejor.
• Derrocha elogios al menos cinco veces al día. La gratitud y el aprecio son motores de la
productividad.
La historia de Dolores “Dell” Scranton. Dolores “Dell” Scranton consiguió su primer empleo
en el mundo editorial en 1976, con un pequeño -aunque prestigioso- editor en el sur profundo de
Estados Unidos. Era un negocio familiar cuyos dos directores eran marido y mujer llegados al sur
desde Nueva York. Su estilo de gestión de la empresa parecía emular a Simon Legree (propietario de
esclavos en La Cabaña del tío Tom) o a cualquier otro jefe de las novelas de Dickens.
Empleada por primera vez en su vida, Dell desconocía cuáles deberían ser las condiciones normales
de trabajo, pero tenía la sensación de que algo no iba bien. Los propietarios ocupaban sendos
despachos del tamaño de un salón de baile, con alfombras persas y amplias mesas de teca. Los
empleados como Dell, que corregían, revisaban e incluso se encargaban de las adquisiciones,
trabajaban apiñados en pequeños cubículos donde se oía hasta la respiración. Tenían un descanso de
20 minutos para comer y los retrasos se les descontaban del sueldo. Al no existir un comedor para
ellos, tenían que almorzar en la calle o en sus mesas, si era un día de lluvia. Los dueños disponían de
un comedor propio y de un cocinero encargado de preparar elaborados menús, cuyo aroma llegaba
hasta los empleados.
Cuando, a mediados de los 80, Dell marchó a Nueva York y cambió de trabajo, se esperaba lo peor,
pero lo que encontró no tenía nada que ver con las condiciones de su empleo anterior. El director
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general de la nueva compañía, el jefe de su jefe, no sólo conocía a cada empleado, sino que se
esforzaba siempre por levantarles el ánimo en cuanto tenía ocasión. Aún más extraño: todo el mundo
se dirigía a él de manera abierta e informal, como si fuera uno de ellos.
Dell comprobó muy pronto que en aquel lugar la gente se sentía mucho más motivada que en su
empresa anterior. Cuando, con los años, llegó a convertirse en directiva, el estilo de gestión que iba a
favorecer sería el del respeto mutuo, el aliento y la diversión. Cuando tenía que mostrarse seria lo
hacía, pero en general disfrutaba de su trabajo y hacía disfrutar a los demás, y los resultados no se
resentían en absoluto de ello.
El valor del compromiso. Las claves de todo ambiente sano de trabajo son el nivel de honestidad
con el que a una persona se le dice que no está desarrollando todo lo que es capaz, la sinceridad entre
empleados sobre los esfuerzos de cada uno y las opiniones personales y directas sobre todo aquello
que podría mejorarse en la empresa.
El camino que nos desvía del triunfo es tirar la toalla frente a un obstáculo. Los triunfadores no
abandonan ante el primer tropiezo serio, sino que se vuelcan con toda su determinación sobre ello.
Nunca dicen las cosas se complicaron y decidí que ya no valía la pena seguir, sino las cosas
cambiaron porque siempre lo hacen. ¿Qué debo emprender ahora para culminar mi proyecto?
Valemos lo que vale nuestra palabra. Nuestra reputación se hace o se deshace en función de las
promesas que cumplimos. Las relaciones humanas se basan en la confianza, y esta se alimenta de
promesas cumplidas. Por ello es primordial que:
• Mantengamos nuestra palabra. Cuando aseguramos que haremos algo, es fundamental que lo
cumplamos. Hay que utilizar el lenguaje de los ganadores: lo haré, en lugar de lo intentaré.
• Pensemos en cómo cumplimos con los objetivos de nuestros superiores y el orden de prioridad
de aquello que desempeñamos. Conviene elaborar listas, marcar las tareas más urgentes y no
parar hasta tenerlas completadas.
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reflexionar sobre ello, empezó a preguntarse por qué al principio había aceptado aquel empleo. En
aquellos tiempos solía ser mucho más activo: hacía footing, tiro con arco e incluso daba vueltas a la
idea de tomar unas clases de golf.
Fred consideró que era conveniente recuperar su interés inicial por el deporte. Empezó a mirar de
nuevo los productos expuestos en la tienda, a hojear los catálogos y las revistas especializadas. Volvió
a practicar el tiro con arco e incluso se compró unos palos de golf. Otra vez se sentía en movimiento y
dinámico. En la tienda estaba más animado y hablaba más con los clientes, pues estos acudían a él
porque lo veían como alguien entendido en lo que vendía.
Los principios como nuestro verdadero norte. La mayoría de las decisiones equivocadas que
tomamos son consecuencia de no respetar un principio o, en otras palabras, de apartarse de algo por
miedo, en lugar de acercarse a ello por afinidad.
Pongamos el caso de que debamos cumplir un objetivo o cuota y que, a causa de la operación para
lograrlo, perjudiquemos a nuestro cliente. Confiábamos en que ni el cliente ni el jefe se darían
cuenta, pero no fue así. En tal situación, no respetamos nuestro principio de ejecutar siempre lo
correcto en nuestro trato con el cliente. Podría suceder acaso que, por volver a casa temprano para
atender a unos invitados, no revisáramos un proyecto final antes de entregarlo al cliente y se
perdiera el contrato por no respetar el principio de efectuar trabajos de una calidad contrastada.
En cualquiera de estos casos, tomamos una decisión de la que tuvimos el presentimiento de ser la
equivocada. Esta intuición es lo único que necesitamos para saber si obraremos de forma errada o no
y, a diferencia de las previsiones del tiempo, nunca se equivoca.
Antes de adoptar cualquier determinación hemos de preguntarnos si nos aparta de algo o nos acerca
a algo. Esta interrogación interior debería ser una disciplina y, como tal, afrontarla siempre con
honestidad:
• ¿Tomo esta decisión por afinidad o por miedo? ¿Me aproximo a algo o, por el contrario, estoy
huyendo de algo?
Dar: encender la llama con el buen servicio. Las empresas han promovido durante décadas el
concepto de la satisfacción del cliente, al cual nada hay que objetar. Sin embargo, habría que
replantear la cuestión de esta manera: si los clientes están satisfechos con nuestro servicio, pero en
otro sitio les ofrecen un precio más conveniente, ¿por qué deberían comprarnos a nosotros?
Lo que se debe hacer por nuestros clientes va más allá de la mera satisfacción. El éxito del cliente es
lo que debe primar: ofrecerle un cambio positivo y duradero en su vida, gracias a nuestra capacidad
de transformar la relación con él en un intercambio profundo entre dos seres humanos. Esta es la
esencia del verdadero servicio.
Esto, por supuesto, no debe ser el único objetivo de una empresa, pero lo cierto es que el cliente
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estará dispuesto a pagar más si observa que introducimos una mejora en su vida, o que, en otras
palabras, creamos un valor que fortalece su éxito y la calidad de su experiencia.
La historia de Mary. Mary es una empleada de banco cuyo puesto de trabajo incluía el llevar las
cuentas cada día, saludar a los clientes, etc. etc.. Sin embargo, Mary lo entendió de una manera
distinta a la de sus compañeros.
Cada semana, solía llamar, por propia iniciativa, al menos a 25 clientes para preguntarles qué tal se
encontraban. Era algo que nadie le había pedido y que ella hacía tan sólo para ayudar a la gente.
Enviaba también información mensual sobre la mejor manera de gestionar sus cuentas. Recordaba
los nombres de los hijos de sus clientes y además sus aficiones, para poder preguntar a los padres
cuando acudían al banco. Incluso se llevó al trabajo unos cuantos paraguas que compró de rebajas
para prestárselos en los días de lluvia. En Navidad no recibía felicitaciones por correo, sino
verdaderos regalos que los clientes llevaban personalmente al banco.
“Crear valor” para el cliente no significa que deba costarle más. El “valor añadido” puede ofrecerse en
forma de consejos, o como un sistema para permanecer en contacto con él y ofrecerle un apoyo
continuo o algo tan sencillo como indagar sobre sus necesidades, escuchar con atención y pensar
detenidamente en cómo satisfacerlas plenamente antes de sugerirle una solución.
Ello se debe a que no podemos obtener lo que anhelamos centrándonos en aquello que no queremos.
Nadie quiere tener problemas, pero nos obsesionamos con uno y así el problema persiste. Por el
contrario, si somos capaces de reformularlo y considerarlo como una oportunidad, entonces nos
centramos en lo que deseamos y empezamos a movernos hacia ello.
En cierta empresa se estableció la regla de nunca emplear la palabra “problemas” para referirse a las
dificultades y denominarlas, en cambio, “oportunidades para avanzar”. Cuando esta norma se
implantó, todo cambió. Para cada obstáculo, los empleados y directivos se esforzaban por crear
estrategias de avance hacia la oportunidad. Una vez decidida la mejor estrategia otorgaban la
responsabilidad de su ejecución a una persona, fijaban un plazo y asignaban un presupuesto si era
necesario. De modo que, en vez de problemas, lo que surgían eran nuevas oportunidades y, en la
medida en que éstas eran aprovechadas, los beneficios fueron en aumento.
El chismorreo: la herida que nunca se cura. No hay nada más destructivo ni tan poco
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responsable en una organización como el cotilleo. El daño emocional que produce el chismorreo
puede ser mucho mayor que el físico, ya que destruye la confianza, y sin ella no hay motivo para que
una relación continúe.
De la murmuración nunca podrá nacer nada bueno. Un cotilleo normalmente comienza así: Pat ha
tenido una desavenencia con Terry (algo habitual en cualquier trabajo). ¿Y qué hace? Se lo cuenta a
Michelle, y a Betty y a Joe y a unos cuantos más. Las cosas van de mal en peor: Pat comprende de
pronto que no puede confiar ni en Michelle, ni Betty ni Joe porque están dispuestos a prestar oídos a
los chismes que circulan en la empresa, así que pronto estarán listos para escuchar habladurías sobre
Pat. Michelle, Betty y Joe saben que es sólo cuestión de tiempo el que Pat empiece a hablar mal de
ellos, con lo que no pueden fiarse de él. En una situación así, realmente es muy difícil estar contento
y ser productivo.
Si queremos contar con una organización o familia que funcione, cada miembro ha de
responsabilizarse por crear un ambiente de confianza, y esto es imposible si las murmuraciones
circulan libremente. Es emocionalmente agotador moverse en un entorno en el que los demás hablan
sin reparos de nosotros a nuestras espaldas. En el caso de Pat, en vez de enredar acerca del
comportamiento de Terry, debería haberse dirigido a él directamente: Mira, cuando tú te retrasas
con el informe, yo tengo que presentarme de rodillas a mi jefe porque también me retraso. Haz el
favor de prometerme que me tendrás los informes a tiempo desde ahora mismo.
La prueba definitiva para saber si estamos o no ante un chisme es la siguiente: si se dice cualquier
cosa con la intención de que haga daño, entonces es cotilleo. Si se dice, y puede hacer daño, también
es cotilleo. Incluso si lo que se afirma es cierto, pero hay posibilidades de que resulte pernicioso para
alguien, estamos ante un cotilleo.
Para alejarse de la tentación de practicar la murmuración, un cáncer que corroe el corazón y el alma
de las personas con quienes trabajamos y debilita su confianza en sí mismas, debemos intentar lo
siguiente:
• Hacer saber a los demás que nuestra tolerancia ante el cotilleo es cero.
Comprender la perspectiva: tener siempre razón puede ser no tenerla. A todos nos gusta
llevar la razón: es algo que forma parte de nuestro ego, pero es posible que, al “tener siempre razón”,
estemos equivocados. Los directivos con un estilo de a mi manera o te largas puede que nunca
aprendan a escuchar y a aprovechar algunas de las mejores sugerencias.
Nadie tiene siempre la razón y, por tanto, siempre existe la posibilidad de que estemos equivocados.
De ahí que sea esencial tratar de escuchar y aprender de todo el mundo: clientes, compañeros de
trabajo e incluso de personas críticas con nuestra empresa. Algunas técnicas que pueden servir de
ayuda son las siguientes:
• Elaborar una lista de aquellas personas que conocen mejor su trabajo que nosotros, anotar sus
especialidades, llamarles y departir con ellos cuando sea posible. Es básico abandonar los
intentos de impresionar y estar dispuesto siempre a aprender.
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• Dejar de jugar el papel de sabelotodo e intentar ser tan abierto y curioso como un niño. No sólo
aprenderemos más, sino que resultaremos más simpáticos y agradables para los demás.
• Distinguir si lo que hacemos es escuchar de verdad o sólo estamos esperando que llegue
nuestra oportunidad para hablar.
Epílogo
Contar con un personal motivado, movernos en un lugar de trabajo más humano, donde la gente se
apoya mutuamente y celebra los triunfos de unos y de otros, no es un ideal imposible de alcanzar. El
modo de lograrlo es muy sencillo: por un lado, identificar, alentar y acentuar siempre lo positivo; y,
por el otro, identificar, desalentar y prohibir lo negativo. La idea es simple en sí misma, pero no fácil
de llevar al terreno de la práctica: requiere dar un gran paso inicial y mantener un seguimiento y una
determinación continuos.
Cualquiera que se haya comprometido con la transformación del ámbito en el que trabaja y vive tiene
la posibilidad de conseguirlo. Cuando vivamos la alegría de que hoy es lunes, es que habremos
conseguido realizar una extraordinaria metamorfosis en nuestra vida laboral y, por qué no, personal.
Roxanne Emmerich ha trabajado como consultora para la mitad de las instituciones financieras
más importantes de Estados Unidos, además de para cientos de líderes empresariales.
Emmerich es miembro de The National Speakers Hall of Fame. La revista Sales and Marketing
Management la señaló como una de las conferenciantes más solicitada por su capacidad para
transmitir la actitud de “demuestra lo que vales”.
Ficha técnica
www.leadersummaries.com
Editorial: Financial Times Press
Fecha de publicación: 18/04/2009 Biblioteca de libros
ISBN: 9780138158057 empresariales resumidos
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