Whitehead, Alfred N. 1937 Modos de Pensamiento
Whitehead, Alfred N. 1937 Modos de Pensamiento
Whitehead, Alfred N. 1937 Modos de Pensamiento
Edición:
1944 Argentina. Bs. As. Editor Losada. Traducción de Joaquín Xirau.
ÍNDICE.
Prefacio……………………………………………..7
Parte 2. Actividad.
Lección cuarta. Perspectiva………………………..81
Lección quinta. Formas de proceso………………103
Lección sexta. Universo civilizado……………….123
Parte 6. Epílogo.
Lección novena. El fin de la filosofía…………….195
PREFACIO
La doctrina que sostengo en estas conferencias consiste en afirmar que los factores de
nuestra experiencia son "claros y distintos" en proporción a su variabilidad, supuesto
que se mantengan durante el breve período requerido por la "importancia". Las
necesidades son invariables y por esta razón permanecen en el trasfondo del
pensamiento, de modo vago y oscuro. Es preciso buscar las verdades filosóficas mejor
en las presuposiciones del lenguaje que en sus afirmaciones expresas. Por esta razón, la
filosofía se halla emparentada con la poesía y ambas tratan de expresar este bien último
que denominamos civilización.
Los primeros seis capítulos, es decir, las partes I y II, fueron dados como conferencias
en el Colegio de Wellesley, Massachussetts, durante el curso de 1937-38, después de mi
jubilación en Harvard. Esta afortunada oportunidad me ha ayudado a condensar para la
publicación aquellos puntos de mis conferencias de Harvard que he tratado de modo
incompleto en mis libros publicados. Las dos conferencias de la parte III, tituladas
"Naturaleza y vida", las di cuatro años antes en la Universidad de Chicago y fueron
publicadas [Pág.7] por la University of Chicago Press y en Inglaterra por la Cambridge
Press. Fueron concebidas para formar parte de un libro como el presente, pero diversas
circunstancias demoraron el cumplimiento del plan.
El epílogo, “El propósito de la filosofía”, fue una breve alocución pronunciada en la
recepción anual de 1935 para estudiantes de doctorado de Harvard y Radcliffe. Fue
publicado en el Harvard Alumni Bulletin.
7. La cuestión es que los códigos morales sólo son pertinentes en relación con
presuposiciones relativas al carácter sistemático del correspondiente universo. Cuando
no es posible aplicar las presuposiciones, este código especial se reduce a la enunciación
vacía de abstracciones sin aplicación. Evadimos esta dificultad, en lo que afecta a los
códigos morales, conservando su lenguaje con alteraciones de significación introducidas
por los cambios sociales a través de las centurias y los milenios. La inevitable
imperfección de la traducción ayuda también a realizar esta evasión. La traducción
siempre tiene sentido en la época de los traductores. La noción de una estabilidad
incondicionada de las leyes particulares de la naturaleza y de los códigos morales
particulares es una ilusión primaria que ha viciado profundamente mucha filosofía.
Pensemos, por ejemplo, en lo que resultaría de aplicar nuestras nociones morales
relativas a la vida familiar a seres tales como los peces que producen centenares y aun
millares de huevos al año.
Esta conclusión, relativa a los códigos morales, no debe ampliarse de tal modo que nos
lleve a negar todo sentido a la palabra "moralidad". Del mismo modo, la noción de la
legalidad de la conducta dentro de un estado excluye la posibilidad de una codificación
completa. La profesión legal no puede reemplazarse nunca con autómatas.
[Pág.24]
La moralidad consiste en el dominio de los procesos que nos permita llevar la
importancia a su máximo. Es el deseo de grandeza en nuestra experiencia en sus
diversas dimensiones. Es difícil comprender esta noción de dimensiones de la
experiencia, de su importancia en cada una de sus dimensiones y de su unidad final de
importancia.
Pero sólo en la medida en que podamos bosquejarla seremos capaces de aprehender la
noción de moralidad. La moralidad aspira siempre a esta unión de la armonía, la
intensidad y la vitalidad que implica la perfección de la importancia en cada caso
particular. Las codificaciones nos llevan siempre más allá de nuestro propio intuir
directo e inmediato. Envuelven siempre los juicios usuales, válidos para las ocasiones
usuales de cada época. Son útiles y en realidad necesarias para la civilización. Pero
debilitamos su influencia si exageramos su valor.
Consideremos, por ejemplo, los Diez Mandamientos. ¿Podemos realmente mantener
que descansar un día entre siete, en lugar de uno entre seis u ocho, es una ley moral
última en el universo? ¿Podemos pensar, realmente, que no es posible trabajar en
domingo? ¿Es posible pensar seriamente que la división del tiempo en días es un factor
absoluto en la naturaleza de la existencia toda? Evidentemente los mandamientos deben
interpretarse con el sentido común. En otras palabras, son reglas de conducta que en
circunstancias ordinarias y aparte razones muy especiales es mejor adoptar.
No hay sistema de conducta intrínseco, propio de la esencia del universo, como el ideal
ético universal. Lo único universal es el espíritu que debe penetrar todo sistema de
conducta en cada circunstancia particular; la moralidad no nos indica lo que debemos
hacer mediante abstracciones mitológicas. Se refiere tan sólo a un ideal genérico que
debe ser la justificación de toda determinación particular. La [Pág.25] destrucción de un
hombre, o de un insecto, o de un árbol, o del Partenón puede ser moral o inmoral. Los
Diez Mandamientos nos dicen que en la gran mayoría de los casos semejante matanza
debe más bien evitarse. En estos casos extraordinarios evitamos la palabra "asesinato".
Lo mismo cuando destruimos que cuando conservamos, nuestra acción es moral si
hemos salvado mediante ella la importancia de la experiencia tal como se ofrece en un
momento concreto de la historia del mundo.
10. Los hechos son una abstracción a la cual llegamos cuando limitamos el pensamiento
a las relaciones puramente formales que disfrazan la realidad final. Así la ciencia, en su
perfección, cae en el estudio de ecuaciones diferenciales. Así el mundo concreto se
escapa de las mallas de la red científica.
Consideremos, por ejemplo, la noción científica de medida. ¿Podemos dilucidar el
torbellino de Europa pesando sus dictadores, sus ministros y sus directores de
periódicos? La idea parece absurda, aunque podríamos obtener algunas informaciones
pertinentes. No pretendo que los conocimientos científicos no resulten pertinentes en
ningún caso: sería un dislate. Por ejemplo, un registro diario de la temperatura de los
cuerpos de los personajes mencionados pudiera [Pág.29] acaso ser útil. Lo único que
digo es que la información es incompleta.
Cada sistema social realiza una entre las múltiples modalidades del interés; una de ellas
es la dominante, las otras se hallan en segundo término. El siglo XVIII no fue
simplemente la edad de la razón, ni el XVI la de la exaltación religiosa. Es ridículo, por
ejemplo, estudiar la Reforma sin hacer referencia a América, a los turcos, a la aparición
del nacionalismo y a la reciente difusión de la imprenta. Lo pertinente en estos factores
consiste en las modificaciones de la modalidad predominante de la importancia, que se
funde con el interés religioso.
La accidentada historia de la religión y de la moralidad es la razón fundamental del
difundido deseo de prescindir de ellas en beneficio de las más estables generalidades de
la ciencia. Desgraciadamente para este presuntuoso intento de considerar el universo
como la encarnación de los lugares comunes, el choque de las nociones estéticas,
religiosas y morales es inevitable. Son las fuerzas que promueven y vigorizan la
civilización. Arrastran a la humanidad hacia arriba o hacia abajo. Cuando su vigor
decae, surge una decadencia suave y lenta. Aparecen entonces nuevos ideales que
levantan de nuevo la energía de la conducta social.
La concentración de la atención en los simples hechos es la supremacía del desierto.
Toda aproximación a este triunfo confiere a la ciencia "una virtud fugitiva y claustral"
que evita poner el acento sobre conexiones esenciales como las que nos muestran el
universo en su choque con la experiencia individual.
[Pág.30]
5. Sin embargo, aun dejando aparte estos refinamientos relativos a los orígenes y efectos
del pensamiento, el lenguaje, en su sentido más simple y ordinario, se manifiesta como
el efecto habitual del pensamiento y como su revelación habitual. Para comprender las
modalidades del pensamiento, debemos esforzarnos en recordar la psicología que ha
producido la civilización del lenguaje o —si se prefiere invertir la expresión— el
lenguaje de la civilización.
[Pág.48]
Lo primero que hay que advertir es que actualmente empleamos dos tipos de lenguaje:
el lenguaje de los sonidos y el lenguaje de los signos, la palabra y la escritura. El
lenguaje escrito es muy moderno. Su historia se extiende a menos de diez mil años, aun
incluyendo las débiles anticipaciones de la escritura en las culturas primitivas. La
escritura, como instrumento efectivo del pensamiento, con una influencia extensa y
amplia, no se extiende más allá de cinco o seis mil años.
La escritura es un factor de la experiencia humana comparable con la máquina de vapor.
Es importante, moderno y artificial. La palabra es tan antigua como la misma naturaleza
humana. No debemos exagerar. Es actualmente posible llegar a la expresión de la
experiencia humana mediante otros artificios, si en casos excepcionales nos falta el
lenguaje. Pero la palabra, considerada como adquisición del desenvolvimiento social,
fue un factor de primer orden, creador y guía de la elevación de la humanidad. El habla
es la naturaleza humana misma, sin ninguno de los artificios del lenguaje escrito.
Mezclamos hoy, en fin, de modo tan habitual la escritura y el lenguaje en nuestra
experiencia diaria, que cuando hablamos del lenguaje difícilmente sabemos si nos
referimos a la palabra, a la escritura o a la mezcla de ambas. Pero esta mezcla final es
muy moderna. Hace aproximadamente quinientos años, sólo una pequeña minoría sabía
leer, por lo menos entre las razas europeas. Esta es una de las principales razones del
simbolismo religioso y de los signos pictóricos de las posadas y las tiendas. Los
símbolos heráldicos de los grandes nobles fueron un sustituto de la escritura. El efecto
de la escritura en la psicología del lenguaje es un capítulo desatendido en la historia de
la civilización.
El lenguaje, en su etapa embrionaria, común a la conducta animal y a la humana, oscila
entre la expresión de [Pág.49] las emociones y la acción de señalar. En el curso de esta
oscilación, rápidamente se convierte en una mezcla de ambas cosas. A través de sus
desenvolvimientos más complicados, el lenguaje oral retiene estas tres características:
es, a la vez, expresión emocional, acción de señalar e imbricación de ambas. Y todavía,
de algún modo, en el lenguaje intelectualizado de las civilizaciones avanzadas, estas
características se esfuman en el trasfondo. Sugieren algo que ha perdido su posición
dominante. No podemos entender algunas modalidades del pensamiento de las
civilizaciones recientes, de los últimos treinta siglos, si no prestamos atención a este
sutil cambio en la función del lenguaje. Las presuposiciones del lenguaje son varias.
El lenguaje aparece con una referencia dominante a una situación inmediata. Lo mismo
como señal que como expresión, era ante todo esta reacción frente a aquella situación
dentro de este ambiente. El origen del lenguaje, la particularidad del presente inmediato,
era un elemento prominente de la significación expresada. El género "pájaro"
permanecía en el trasfondo de la significación no discernida. Aun estos pájaros
particulares se sentían vagamente en cualquiera otra ocasión. Lo que el lenguaje
expresaba era la dirección de la atención a estos pájaros, aquí, ahora, dentro de este
contorno.
El lenguaje ha conseguido, gradualmente, abstraer sus significados de la presuposición
de cualquier contorno particular. El hecho de que el diccionario francés se publique en
París y en una fecha determinada no afecta para nada a la significación de las palabras
explicadas en el diccionario. El equivalente francés de la palabra española "verde"
significa exactamente "verde", cualquiera que sea el estado de Europa o del sistema
planetario. "Verde" es "verde" y nada más. No es preciso añadir nada, una vez entendida
la palabra en su significación.
[Pág.50]
Evidentemente, somos mucho más civilizados que nuestros antepasados que sólo podían
pensar el verde con referencia a una mañana de primavera determinada. No cabe duda
alguna sobre nuestra superior capacidad de pensamiento, de análisis, de memoria y de
conjetura. Podemos congratularnos, pues, calurosamente por el hecho de haber nacido
entre personas que hablan del verde, abstracción hecha de la primavera. Pero en este
punto debemos recordar la advertencia: nada con exceso.
En tanto que el lenguaje es predominantemente hablado, la referencia a alguna
particularidad del contorno es preponderante. Consideremos la simple frase: "un día
caluroso". En un libro, interpretado con un diccionario corriente, las palabras tienen una
significación generalizada, que hace referencia a la rotación de la tierra, a la existencia
del sol y a la doctrina científica de la temperatura. Dejemos el diccionario y olvidemos
todas las reminiscencias de la ciencia. Entonces, hecha abstracción de toda ciencia, la
experiencia indicada por la pronunciación de la frase "un día caluroso" es muy diferente
para el habitante de Texas o para el de la costa de Inglaterra que linda con el Mar del
Norte... Sin embargo, la significación es idéntica. Nada en exceso.
Hemos de entender el lenguaje como expresión de las identidades en que se funda el
conocimiento y en tanto que presupone las particularidades de su referencia al ambiente
que es la esencia de la existencia. El lenguaje hablado se halla inmerso en la inmediatez
de las relaciones sociales. El lenguaje escrito se halla oculto en un volumen que puede
abrirse y leerse en diversos tiempos y lugares, abstracción hecha de las circunstancias
que lo rodean. Pero un libro puede leerse en voz alta. Aquí hallamos un ejemplo de la
fusión del lenguaje escrito y el oral. Leer en voz alta es un arte, y las condiciones del
lector influyen profundamente [Pág.51] en la lectura. La inmediatez del contorno entra
aquí en la abstracción de la escritura.
La abstracción inherente al desarrollo del lenguaje tiene sus peligros. Nos conduce fuera
de las realidades del mundo inmediato. Si perdemos el equilibrio debido, nos lleva
finalmente a la trivialidad de un ingenio frívolo. Sin embargo, a pesar de todos sus
peligros, a esa abstracción se debe el desarrollo de la civilización. Da expresión a las
experiencias conceptuales latentes en la naturaleza, aunque ocultas bajo amplia
conformidad con los hechos corrientes. En la humanidad, estas experiencias
conceptuales se coordinan y se expresan mediante su medio ambiente. Esta
coordinación tiene dos aspectos: uno, estético, y otro, lógico. Estos aspectos serán el
asunto de mi próxima conferencia.
Es hora, en suma, de resumir cuanto hemos dicho esta tarde. Esta conferencia no es otra
cosa que una interpretación moderna de las más viejas reflexiones del hombre civilizado
sobre el desenvolvimiento del Universo visto desde la perspectiva de la vida terrestre.
Al comparar el pensamiento moderno con las interpretaciones antiguas, hemos de
recordar las dificultades de traducción y las que halla todo pensador en su lucha por la
expresión verbal del pensamiento penetrado de los usos ordinarios del lenguaje.
Piénsese, por ejemplo, cuan diferentes resultarían las reflexiones metafísicas de
Aristóteles, si persistiéramos en traducir una de sus palabras metafísicas fundamentales
por la palabra española "madera" e insistiéramos en dar a esta palabra su sentido literal.
Es evidente que hace tres mil años pensadores profundos se hallaban cogidos, para la
expresión de sus propias imágenes, en determinadas modalidades triviales de
representación propias de su tiempo.
Pero podemos discernir en las trascripciones editadas y reeditadas por copistas sin
imaginación, la noción de la evolución del Universo considerada desde la perspectiva de
[Pág.52] la vida terrestre. Podemos discernir la clasificación que envuelve los amplios
grados de la realidad física, los grados de la vida animal y vegetal y la aparición final de
la vida humana.
Podemos discernir también la noción de la complicación del lenguaje con el crecimiento
de la experiencia humana, en la manera ingenua e infantil de explicar el hecho de dar
nombre a las cosas. La explicación antigua es, en efecto, en su totalidad,
extraordinariamente simple e ingenua. Sin embargo, la presuntuosa generalidad de la
explicación moderna no pasa de ser un esfuerzo para superar las divisiones demasiado
agudas entre las diversas etapas y la excesiva simplificación de la tarea.
Esta conferencia ha sido escrita en términos de inmanencia y de acción y reacción. Su
conclusión final respecto a la naturaleza humana es que el espíritu y el lenguaje de la
humanidad se han creado recíprocamente. Si consideramos la madurez del lenguaje
como un hecho dado, no será excesivo afirmar que las almas de los hombres son un don
del lenguaje a la humanidad.
La relación del sexto día podría traducirse así: les dio el lenguaje y se convirtieron en
almas.
[Pág.53]
[En blanco]
[Pág.54]
4. En este punto de nuestra exposición, otro aspecto de las cosas reclama nuestro
explícito reconocimiento. Existe una característica general cuyas formas especiales
denominamos "desorden", "mal", "error". En algún sentido, las cosas van mal; y la
noción de la corrección de lo peor por lo mejor o de la decadencia de lo mejor en lo
peor, entran en nuestra inteligencia de la naturaleza de las cosas.
Es una tentación para los filósofos creerse en el deber de entretejer un cuento de hadas
para llegar al ajuste de todos los factores; e introducen entonces, como un apéndice y
como un aspecto secundario, la noción de frustración. Creo que ésta es una crítica que
hay que enderezar a los ideales monísticos del siglo XIX y aun al gran Spinoza. Es
totalmente inconcebible que lo Absoluto, tal como lo concibe la filosofía monística,
pueda incluir confusión acerca de sus propios detalles.
No hay razón alguna para sostener que la confusión es menos fundamental que el orden.
Nuestra tarea consiste en desarrollar un concepto que deje sitio a ambas y que indique,
al mismo tiempo, el camino para el ensanchamiento de nuestra penetración. Propongo
partir de la noción de dos aspectos del Universo. Incluye un factor de unidad en el cual
se hallan implicados, en su esencia, la conexión de las cosas, la unidad de designio y la
unidad de goce. La noción de importancia, en su totalidad, se refiere a esta última
unidad. Hay también, en el Universo, un factor de multiplicidad igualmente
fundamental. Existen [Pág.64] múltiples realidades, cada cual con su propia experiencia
y su goce individual. Y, sin embargo, se necesitan unas a otras.
Toda descripción de la unidad requerirá las realidades múltiples y toda descripción de la
multiplicidad requerirá la noción de la unidad, de la cual derivan la de importancia y la
de propósito. A consecuencia de la esencial individualidad de muchas realidades,
existen conflictos entre las realizaciones finitas. Así, la inclusión de lo múltiple en lo
uno y la derivación de la importancia a partir de lo uno en lo múltiple, envuelve la
noción de desorden, de conflicto, de frustración.
Tales son los aspectos primarios del universo, tal como el sentido común, meditando
sobre los aspectos de la existencia, lo ofrece a la filosofía, para que lo dilucide mediante
la reducción a alguna coherencia inteligible. La filosofía esquiva su tarea cuando
sumariamente prescinde de uno de los aspectos del dilema. No podemos llegar nunca a
la plena intelección. Pero podemos incrementar nuestra penetración.
Cuando hay una plena inteligibilidad, es que uno de los términos de la cuestión
pertenece a lo que es ya conocido. Así, es una mera repetición de lo conocido. En este
sentido, es una tautología. Así, la tautología es la diversión intelectual de lo infinito.
En el mismo sentido, es también arbitraria la selección de un término de la cuestión para
acentuarlo y ponerlo de relieve. Es la convención mediante la cual lo infinito gobierna
la concentración de su atención.
Para lo individual finito existe la penetración en lo nuevo de su propia experiencia, y la
selección del detalle se halla sujeta a la causación mediante la cual se origina aquel
individuo. La filosofía tiende a oscilar entre los puntos de vista pertenecientes a lo
infinito y a lo finito.
[Pág.65]
El entendimiento; aunque imperfecto, es la evidencia inmediata del modelo, en la
medida en que ha sido discriminado. Así, para la experiencia finita, la experiencia es la
penetración progresiva en aquella evidencia.
Un modelo parcialmente entendido se halla mejor definido por aquello que excluye que
por aquello que incluye cuando está completado. Por lo que respecta a la inclusión, hay
una infinidad de maneras alternativas para llegar al cumplimiento. Pero en tanto que
queda algo por definir en relación a la revelación incompleta, ciertos factores quedan
definitivamente excluidos. La lógica fundada en la noción de inconsistencia
[Inconsistencia en el sentido de "incongruencia" "falta de coherencia entre las
ideas". Nota de los editores] la descubrió y desarrolló por primera vez el profesor
Henry Sheffer, de Harvard, hace unos veinte años. El profesor Sheffer acentuaba
también la noción de modelo como algo fundamental en lógica. De este modo se realizó
uno de los grandes avances en lógica matemática.
En primer lugar, al fundar la lógica en el concepto de inconsistencia, se introduce
definitivamente en ella la noción de lo finito. Puesto que, como Spinoza observó, finito
es aquello que excluye otra cosa comparable consigo mismo. Así, la inconsistencia
funda la lógica en el concepto spinoziano de finitud.
En segundo lugar, como observa Sheffer, las nociones de negación y de inferencia
pueden ser derivadas de la de inconsistencia. Así queda determinado el movimiento
total de la lógica. Podemos señalar que esta base de la lógica sugiere que la noción de
frustración es más análoga a la mentalidad finita; mientras que la noción de conjunción
armónica deriva del concepto de un universo monístico. Es tarea de la filosofía
coordinar los dos aspectos que ofrece el mundo.
[Pág.66]
En tercer lugar, esta base de la lógica ilumina nuestra inteligencia del proceso, el cual
constituye un hecho fundamental de nuestra experiencia. Nos hallamos en el presente; el
presente es móvil: deriva del pasado, preforma el futuro y trascurre hacia él. Esto es el
proceso, un hecho inexorable del universo.
5. Pero si todas las cosas pueden existir a la vez, ¿por qué existe el proceso? Contestar a
esta pregunta implica una negación del proceso. De acuerdo con esta respuesta, el
proceso es mera apariencia, vacía de significación para la realidad última. Esta solución
me parece ser muy poco adecuada. ¿Cómo puede la unidad incambiable del hecho
engendrar la ilusión del cambio? Una respuesta satisfactoria debe incorporar la
inteligencia del enlace del cambio y la permanencia y la necesidad de la una para la
otra. Esta interrelación es un hecho primario de la experiencia. Es la base de nuestros
conceptos de identidad personal, de identidad social y de todas las funciones sociales.
Mientras tanto, otro aspecto de la relación entre la inconsistencia y el proceso debe
ocuparnos ahora. La inconsistencia es el hecho de que dos estados de las cosas que
constituyen las significaciones respectivas de un par de proposiciones no pueden existir
al mismo tiempo. Niega la posible conjunción de estas significaciones. Pero estas
significaciones se han reunido en el mismo juicio de inconsistencia. Es aquella clase de
perplejidad a que alude Platón cuando al tratar de caracterizarla dice que el "no ser es
una especie de ser".
De ahí saco la conclusión de que la palabra "juntos", o "al mismo tiempo", y todas las
que expresan en general una conjunción, son muy ambiguas. Por ejemplo, la pequeña
palabra "y" es un nido de ambigüedades. Es realmente sorprendente la ligereza con que
se procede al análisis de las palabras que expresan conjunciones. Tales palabras son
[Pág.67] trampas mortales para el rigor del razonamiento. Desgraciadamente, abundan
aun en las proposiciones expresadas en la forma literaria más perfecta. Así, un estilo
literario admirable no ofrece seguridad alguna para la consistencia lógica.
Al leer libros de filosofía, toda palabra que exprese una conjunción debe examinarse
profundamente. Cuando se usa dos veces en la misma proposición o en dos
proposiciones vecinas, ¿podemos estar seguros de que los dos usos incluyen la misma
significación, por lo menos de un modo suficiente para los propósitos de la
argumentación?
Me parece que las contradicciones famosas en la lógica antigua y en la moderna surgen
de tales ambigüedades. Muchas palabras que no son formalmente "conjunciones"
expresan significaciones conjuntivas. Por ejemplo, la palabra "clase" posee toda la
múltiple ambigüedad de la palabra "y". La inteligencia de los modelos y de las
conjunciones implicadas en diversos modelos depende del estudio de tales
ambigüedades. En este respecto, la literatura filosófica es muy ingenua. Muchos
argumentos vigorosos y convincentes caen en esta trampa.
Hemos de volver ahora al problema de "la inconsistencia y el proceso". El concepto de
que dos proposiciones, que podemos denominar "p" y "q", son inconsistentes, debe
significar que no pueden ocurrir al mismo tiempo las significaciones de las
proposiciones "p" y "q" en los modos de unión ilustrados por un medio ambiente
presupuesto. Puede ocurrir una de ellas o ninguna de las dos, pero no ambas. Ahora
bien, el proceso es la manera mediante la cual el universo escapa a las exclusiones de la
inconsistencia.
Tales exclusiones pertenecen a la finitud de la circunstancia. Mediante el proceso, el
universo escapa a las limitaciones de lo finito. Por donde rompe todo límite y disuelve
toda inconsistencia.
[Pág.68]
Ninguna finitud específica es una última traba para el universo. Mediante el proceso, las
posibilidades finitas del universo corren hacia su infinitud de realización.
En la naturaleza de las cosas no existen exclusiones últimas, formulables en términos
lógicos. Si extendemos el alcance de nuestra atención a través de un transcurso de
tiempo, dos entidades que son inconsistentes para ocurrir en este planeta durante cierto
día de un pasado lejano y lo son también durante otro día de un pasado más reciente
pueden ser consistentes si abrazamos la totalidad del período considerado, de tal modo
que una de ellas ocurra durante el primer día y la otra durante el último día. Esta
inconsistencia es relativa a la abstracción considerada.
Podemos alcanzar una fácil consistencia intelectual mientras nos contentemos con una
alta abstracción. La matemática pura es el ejemplo más importante del éxito obtenido
mediante la adhesión a una tal rígida abstracción. La importancia de la matemática, tal
como se desarrolló finalmente en los siglos XVI y XVII, ilustra la doctrina según la cual
el avance del entendimiento finito humano requiere la adhesión a alguna prudente
abstracción y el desarrollo del pensamiento dentro de aquella abstracción. Del
descubrimiento de este método ha brotado el progreso de la ciencia en la civilización
moderna durante los últimos tres siglos.
[Pág.79]
[En Blanco]
[Pág.80]
Hay razones para creer que el genio humano alcanzó su culminación en los doce siglos
que precedieron e incluyeron la iniciación de la época cristiana. Dentro de esta época
los conceptos fundamentales de la experiencia estética, de la religión, de las relaciones
sociales, de la sabiduría política, de la deducción matemática y la ciencia de
observación se desenvolvieron y se pusieron a discusión. Cada uno de estos aspectos de
la civilización tiene, naturalmente, una historia inmensamente más larga, que se
extiende hasta los animales. Pero dentro de ese período los hechos de la humanidad
alcanzaron una amplitud mucho mayor. Y su relación con los ideales de la vida humana
se aceptaba de modo consciente. En las primeras etapas de ese período surgieron los
poemas homéricos y varias modalidades del pensamiento confuciano, y en su etapa final
Virgilio, el Evangelio de San Juan y la estructura política del Imperio Romano.
Florecieron las técnicas de la vida. La iniciación de cada una de ellas fue anterior a ese
período. La técnica de la escritura, por ejemplo, se desarrolló a través de varias edades.
Pero la facilidad de su uso como medio de conservación de [Pág.81] los pensamientos
íntimos de personas individuales pertenece a ese período. Antes de ese período se
registraban las órdenes de los reyes y las jactancias de los conquistadores. Análogas
consideraciones pueden aplicarse al desenvolvimiento de los metales, de los caballos, de
los caminos, de la navegación. La civilización se hallaba en su infancia. Dentro de aquel
período asistimos a su perfeccionamiento. Claro es que desde entonces ha habido
progresos en el conocimiento y en la técnica. Pero ha sido dentro de los caminos
trazados por aquella edad de oro. La historia de Europa durante los últimos dieciocho
siglos es una secuela de ella.
Una desventurada consecuencia de proceder de un pasado brillante ha sido el hecho de
que puntos de vista defectuosos del período primitivo se hayan arraigado en el lenguaje
y en la literatura. Y el lenguaje dicta al pensamiento nuestras presuposiciones
inconscientes.
Por ejemplo, simples palabras con su significación en el diccionario o simples frases,
perfectamente delimitadas en su enunciación, sugieren la posibilidad de una completa
abstracción de todo contorno. Así, el problema de la filosofía se concibe a veces como
la inteligencia de las conexiones recíprocas entre las cosas, consideradas cada una de
ellas como algo inteligible independientemente de toda referencia a algo más allá de sí
mismas.
3. La doctrina más simple sobre los tipos de ser consiste en afirmar que existen algunos
tipos extremos con independencia del resto de las cosas. Los filósofos griegos, por
ejemplo, y particularmente Platón, parecen haber mantenido esta doctrina en lo que se
refiere a las abstracciones cualitativas, tales como las de número, relaciones geométricas
[Pág.83], cualidades morales y revelación cualitativa de las más altas percepciones de
los sentidos. De acuerdo con esa tradición, en tanto que abstraemos de nuestra
experiencia bruta la particularidad bruta de qué ocurre aquí y ahora y dentro de un
contorno determinado, permanece un residuo de identidades, diferencias y conexiones
esenciales que no parecen referirse, de un modo esencial, al transcurso de los
acaecimientos. Según esta doctrina, como resultado del abandono del factor de
transición llegamos a fijar nuestra atención en el reino eterno de las formas. En ese
reino imaginado no hay cambio ni pérdida ni ganancia. Es completo en sí mismo. Es,
por tanto, el reino de lo "completamente real".
Esta noción ha sido la obsesión de la filosofía. No se alejó nunca del pensamiento
griego. Más tarde transformó los elementos hebraicos en la teología cristiana.
Debemos admitir que, en algún sentido u otro, inevitablemente presuponemos este reino
de formas, abstracción hecha del cambio, la pérdida y la ganancia. La tabla de
multiplicar hasta doce por doce, por ejemplo, es humilde miembro de él. En todos
nuestros pensamientos relativos a cuanto ha acaecido o puede acaecer, presuponemos la
tabla de multiplicar, como algo que cualifica el curso de la historia, dondequiera que sea
aplicable. La tenemos siempre a mano y no es posible escapar a ella. Hasta donde
nuestra visión es clara, constituye un elemento del conocimiento cierto, ¿pero hasta
dónde es clara nuestra visión?
Esta noción del reino de las formas intemporales conduce a frases retóricas y peticiones
de principios tales como "sustantivo por sí mismo", "completamente real", "perfección",
"certeza".
Tomemos estas frases en orden inverso. Cometemos errores en aritmética. Podemos
tener un concepto erróneo, de la verdadera significación de los números y de las
conexiones [Pág.84] recíprocas entre los números. Los grandes matemáticos de los
siglos XVII y XVIII tenían un concepto equivocado del asunto de sus estudios. En lo
que respecta a las nociones de infinitesimal, de las precauciones necesarias en el uso de
las series infinitas y en la doctrina de los números complejos, sus descubrimientos, por
ejemplo, se hallaban afectados por el error.
La noción de una esfera del conocimiento humano caracterizado por la verdad pura ha
sido la constante ilusión engañosa de los dogmáticos: hombres de ciencia, teólogos o
humanistas.
La noción de "perfección" ha obsesionado también la imaginación humana. No es
posible desdeñarla. Pero su ingenua afición al reino de las formas carece por completo
de justificación. ¿Qué diremos de las formas de fango, de mal y de otras
imperfecciones? En la casa de las formas hay muchos aposentos.
Consideremos, en fin, conjuntamente, las dos nociones de "subsistente por sí mismo" y
de "realidad completa". Toda forma requiere, en su verdadera naturaleza, algún género
de realización. Las nociones numerales, tales como "cinco" o "seis", se refieren a
conceptos de cosas que pueden ejemplificarlas. La noción de números existentes en el
vacío es idiota. La fangosidad se refiere al fango y las formas del mal requieren, en uno
u otro sentido, cosas malas.
Así, las formas se refieren esencialmente a algo que se halla más allá de ellas.
Imputarles una "absoluta realidad", vacía de implicaciones, más allá de sí mismas, es
mera fantasía. El reino de las formas es el reino de la potencialidad y la misma noción
de "potencialidad" tiene una significación externa. Se refiere a la vida y al movimiento;
a la inclusión y a la exclusión; a la esperanza, al miedo y a la intención. De un modo
más general, se refiere a la apetición, al desenvolvimiento de la realidad que realiza las
[Pág.85] formas y es más que las formas. Se refiere al pasado, al presente y al futuro.
Todo aquello que a su modo es real es algo. Cuando nos referimos a algo como irreal,
concebimos simplemente un tipo de realidad a la cual no pertenece ese "algo". Pero ser
real no es ser subsistente por sí mismo. Los modos de realidad se requieren unos a otros.
Tarea de la filosofía es elucidar el enlace de varios tipos de existencia entre sí. No
podemos agotar tales tipos porque son en número inacabable. Pero podemos partir de
dos tipos que son, a nuestro parecer, extremos y discernir estos tipos en cuanto
requieren otros tipos para expresar su mutua relación.
No afirmo que estos tipos sean, fundamentalmente, últimos o más simples que otros
tipos derivados, pero sostengo que son puntos de partida naturales, para la experiencia
humana, para llegar a la inteligencia de otros tipos de existencia.
Los dos tipos en cuestión pueden denominarse respectivamente: tipo de actualidad y
tipo de pura potencialidad. [Potencialidad en el sentido de "posibilidad": actualidad en
el sentido de "realidad" o "realización", "acto cumplido" (no de “momento presente”).
Potencialidad y actualidad provienen de las nociones de potencia y acto, divulgadas por
Aristóteles y usadas todavía en física. Nota de editores]
Estos tipos se requieren mutuamente; la actualidad es la ejemplificación de la
potencialidad y la potencialidad es la caracterización, en hecho o en concepto, de la
actualidad.
Así, la conexión recíproca de los dos tipos extremos implica la introducción de otros
tipos, es decir, de tipos de tipos, cada uno de los cuales expresa algún modo de
composición. No se olvide que las tradiciones de la expresión lingüística son
singularmente ingenuas en el manejo de los modos de composición. Algunas benditas
palabras, tales como la misma voz "composición", encubren todas las perplejidades que
la reflexión revela.
[Pág.86]
En este punto es preciso que nos preguntemos ¿a que apelamos, en último término, en el
desarrollo del pensamiento filosófico? ¿Dónde se halla la evidencia?
La respuesta se halla, evidentemente, en la experiencia humana de que participa la
comunidad civilizada. La expresión de semejante evidencia, si se comparte
ampliamente, puede hallarse en el derecho, en las costumbres morales y sociales, en la
literatura y el arte, en tanto que proveen a las satisfacciones humanas, en los juicios
históricos sobre el ascenso y la decadencia de los sistemas sociales y en la ciencia. Se
halla por tanto, difundida en la significación de las palabras y en las expresiones
lingüísticas.
La filosofía es una actividad secundaria. Medita sobre esta variedad de la expresión.
Halla tipos de realidades, cada una de las cuales ejemplifica un modo de existencia, con
su propia realidad característica. Así, todas sus fuentes de información expresan
aspectos diversos de la fusión recíproca de las cosas. La tarea de la filosofía es, por lo
tanto, la inteligencia de la fusión mutua de las modalidades de la existencia.
Falta todavía una consideración final: la filosofía se halla limitada en sus fuentes al
mundo revelado a la experiencia humana.
6. El estudio del conocimiento humano debiera partir del examen de la vaga variedad
discernible en las transiciones de la experiencia humana. No puede fundarse de un
modo seguro en una simple presuposición arbitraria como la de que los esquemas
espacio-temporales son la fuente de todo conocimiento. Existe algo muy especial en
torno a semejantes esquemas espacio-temporales y también en torno a los esquemas
aritméticos. Por lo que a mí toca, y a mi estructura espiritual, me sublevo contra esta
concentración sobre la tabla de multiplicar y sobre los sólidos regulares; en otros
términos: contra la noción de que la topología, fundada en relaciones numéricas,
contiene en sí misma la única llave fundamental para la inteligencia de la naturaleza de
las cosas. Evidentemente hemos de partir de principios más amplios y más penetrantes.
La aritmética y la topología son especialidades.
¿Cuáles son los principios de división que dominan este [Pág.91] proceso creador que
denominamos nuestras vidas? Sólo podernos apelar a nuestra intuición directa, a lo que
Descartes denominaba nuestra inspectio. Nuestro juicio, nuestro iudicium, como lo
denominaba también Descartes, requiere una Inspección que nos suministre el material
de donde surja la decisión. La cuestión, por lo tanto, se refiere a las modalidades
fundamentales que dominan la experiencia. Tales modos son modos de división y cada
división envuelve diferencia, contrastes esenciales.
Propongo, como caracteres fundamentales de nuestra experiencia, tres principios de
división, expresados por tres pares de opuestos: claridad y vaguedad, orden y desorden,
bien y mal. Nuestro esfuerzo para comprender la Creación debe partir de estas tres
modalidades de la experiencia.
Hay una afinidad natural entre el orden y el bien. No es usual acusar a la gente de tener
"conducta ordenada". La excelencia del mero orden tiene evidentemente sus límites.
Puede haber exceso. Pero no puede haber excelencia alguna sino sobre la base del
orden. El simple desorden conduce a la anulación de toda realización. Propósito de esta
conferencia es examinar esta afinidad entre el orden y el bien e indicar sus limitaciones.
Es un designio ambicioso si recordamos que la conferencia más famosa en la historia
entera del pensamiento europeo estuvo consagrada a este tema. Se pronunció hace
aproximadamente dos mil trescientos años. Su título no alude para nada al orden. Pero
sabemos que su asunto tenía mucho que ver con la matemática. Es de la mayor
importancia considerar, desde nuestro punto de vista actual, por qué Platón pensó
naturalmente en las matemáticas cuando pensó en escribir una conferencia sobre el bien.
No nos importan las doctrinas matemáticas enunciadas en aquella conferencia, ni la
precisa relación de la matemática con [Pág.92] las formas, tales como las concibió, bien
o mal, Platón. Mi tema es la relación del orden con el bien y la relación de la
matemática con la noción de orden.
A primera vista, la noción de una conexión de importancia entre la tabla de multiplicar
y la belleza moral del Sermón de la Montaña parece fantástica. Sin embargo, la
consideración del desarrollo de la claridad de la experiencia humana, desde su
fundamento en las satisfacciones animales, revela la inteligencia matemática como el
ejemplo primario de intuición sobre la naturaleza del bien. Por otra parte, hemos de
recordar que la moral constituye sólo un aspecto del bien, un aspecto que con frecuencia
se exagera.
Los animales disfrutan de la estructura. Construyen nidos y barreras. Pueden seguir el
rastro de un olor en la selva. Los hechos concretos, confusos e imbricados, dominan la
vida del animal. El hombre entiende la estructura. Abstrae su principio dominante del
montón de los detalles. Puede imaginar ilustraciones alternativas. Construye objetivos
distantes. Puede comparar una diversidad de resultados. Puede aspirar a lo mejor. Pero
la esencia de este control humano sobre los fines depende de la comprensión de la
estructura, en su variedad de aplicaciones.
Ser humano requiere el estudio de la estructura. Ser animal sólo requiere su disfrute. El
animal disfruta de relaciones sociales; el ser humano tiene la capacidad de conocer el
número exacto de individuos que intervienen en aquellas relaciones y puede concebir
también la exacta importancia del número para alcanzar el disfrute. En otros términos:
en el paso de nuestra experiencia animal inferior a nuestro tipo superior de experiencia
humana, hemos adquirido una capacidad selectiva mediante la cual las ocasiones finitas
de la experiencia reciben una clara definición.
Esta claridad de la visión humana encarece, al mismo tiempo, el carácter único de cada
ocasión individual y revela [Pág.93] sus relaciones esenciales con otras ocasiones
distintas. Pone, al mismo tiempo, el acento en la individualidad finita y en las relaciones
con otras individualidades.
Revela, además, algún análisis del hecho de inmediata comprensión. Y al hacerlo, pone
de relieve las potencialidades de realizaciones alternativas, en el pasado, en el futuro y
en el presente. Nos dice lo que puede ser y lo que puede haber sido. Descubre
diversidades y analogías. La humanidad goza de la visión de la forma dentro del hecho
y de la revelación del valor como consecuencia de su juego mutuo. El día de la historia
de la humanidad en que la vaga apreciación de la multitud fue transformada en la exacta
observación del número, el ser humano dio un enorme paso en la comprensión del
entretejido de formas necesaria para la forma de vida más alta que consiste en la
revelación del bien.
Recuerdo un accidente que demuestra cómo por lo menos algunas ardillas no han
cruzado esta frontera de la civilización. Nos hallábamos en un campamento encantador
situado en el bosque que rodea el lago de Vermont. Una ardilla había hecho su nido en
nuestra sala principal y lo había colocado en un agujero de los ladrillos, cerca de la
chimenea. Iba y venía cerca de sus pequeñuelos, desdeñando la presencia de la familia
humana. Un día decidió que su familia había crecido más allá de su estadio de crianza.
Así, uno a uno los llevó a los linderos del bosque. Por lo que puedo recordar eran tres
hijos. Pero cuando la madre los hubo colocado entre las rocas, en el exterior, el grupo
familiar le pareció cosa muy diferente que cuando se hallaba agrupado dentro del nido.
La madre se hallaba vagamente perturbada y fue dos o tres veces a la casa para adquirir
la seguridad de que no había dejado a ningún pequeñuelo. Era incapaz de contar y no
los había identificado atribuyéndoles un nombre. Lo único que sabía era [Pág.94] que la
vaga multiplicidad entre las rocas parecía diferente de la vaga multiplicidad en el nido.
Faltaba a su experiencia familiar la percepción de la exacta limitación impuesta por el
número. Como consecuencia de ello se hallaba ligera y vagamente perturbada. Si la
madre hubiera sido capaz de contar, habría experimentado la precisa satisfacción de una
tarea grata en la cría de tres hijos. En el caso de pérdida, hubiera sufrido una pena por la
pérdida de un hijo determinado. Pero carecía de la experiencia adecuada de toda forma
precisa de limitación.
Así, la aparición de la experiencia viva del bien y del mal depende de la intuición de
formas exactas de limitación. El número tiene lugar principal entre estas formas.
8. Tres han sido los efectos de este impulso de la edad de oro de Grecia en el
pensamiento europeo subsiguiente. En primer lugar, el absoluto estático ha pasado a la
teología filosófica, como una presuposición primaria.
En segundo lugar, a las abstracciones estructurales, tales como las nociones
matemáticas y todas las nociones que implican modos de composición, se las ha dotado
de una realidad eminente, independientemente de las composiciones individuales en las
cuales tienen lugar.
En tercer lugar, estas abstracciones estructurales han sido concebidas como algo que,
por su propia naturaleza, no lleva consigo referencia alguna a la Creación. El proceso ha
desaparecido.
Resultado final de todo ello ha sido que la filosofía y la teología hayan tenido que
afrontar el problema de derivar el mundo histórico, que cambia, del mundo, sin cambio,
de la última realidad. Nuestra concepción del conocimiento ha quedado viciada en su
totalidad. La sabiduría final se ha [Pág.98] representado como la contemplación
inmutable de la realidad inmutable. Se ha exaltado el conocimiento con abstracción de
la acción. De este modo, la acción ha sido concebida corno algo relativo a un mundo de
sombras. La conferencia de Platón sobre el bien, con el acento sobre la matemática, así
concebida, es simbólica de esta actitud que ha sido obsesión de la filosofía.
En aquellos tiempos la matemática era la ciencia del universo estático. Toda transición
fue concebida como una transición entre formas estáticas. Hoy las concebimos como
formas de transición. El concepto moderno de una serie infinita es el concepto de una
forma de transición. En otros términos, tal forma constituye el carácter de la serie
considerada como un todo. La noción de la suma de una de esas series es la noción de
un resultado final indicado por esta forma de transición.
La torcida actitud de la atención hacia las formas estáticas ha obsesionado a la filosofía,
pero no la ha dominado de un modo exclusivo. Las figuras preeminentes de la tradición
filosófica no han alcanzado solamente eminencia por defender sistemas peculiares a
ellas solas. El pensamiento sistemático ha esclarecido intuiciones y ha dirigido la
atención sobre aspectos de la experiencia que sirven de ejemplo a sistemas especiales.
Pero el universo se extiende más allá de nuestra capacidad finita de comprensión. Los
grandes pensadores, en los cuales buscamos inspiración, tienen intuiciones más allá de
sus propios sistemas. Hacen afirmaciones difíciles de conciliar con las pequeñas y claras
modalidades de pensamiento que prendemos en sus nombres. Así, por ejemplo, el
mismo filósofo que destaca las entidades matemáticas inmutables, como componentes
característicos de la realidad suprema, declara en otra parte que "la vida y el
movimiento" pertenecen al carácter esencial de la realidad. Y así pregunta ¿cómo
funcionan las cosas? como una manera [Pág.99] de llegar a la comprensión de cómo
existen las cosas. Otro filósofo, que reduce la conexión entre los datos de la experiencia
a la mera sucesión de datos sensoriales, apela al hecho de la "expectación". Este derivar
la expectación de la sucesión es un hecho inteligible para Hume, aunque su sistema no
nos ofrece explicación alguna de ella. En realidad, no experimentamos meras
sucesiones. Discernimos formas de sucesión; y la presuposición de tales formas
preocupa al pensamiento filosófico y domina nuestra experiencia diaria.
Platón y Hume ilustran el hecho de que el sistema es esencial al pensamiento racional.
Pero ilustran también el hecho de que el pensamiento cerrado es la muerte de la
inteligencia viva. En sus explicaciones van más allá de todo sistema. Muestran, así,
también, mediante sus propios procedimientos, que nuestra intuición primaria es una
mezcla de claridad y de vaguedad. El foco finito de claridad se diluye en un contorno de
vaguedad que se extiende hacia la oscuridad de lo que se halla simplemente más allá.
Las formas de sucesión, parcialmente comprendidas, iluminan vagamente este contorno
dentro de la experiencia.
8. Esta doctrina invierte exactamente el punto de vista de Hume y los puntos de vista
variables que derivan de sus doctrinas. Hume pone en primer lugar las cualificaciones y
las considera como primarias e introduce el mundo como una conjetura secundaria. Es
preciso decir que nuestra exposición no es otra cosa que la expresión de la intuición
según la cual el "poder" es la base de nuestra noción de "sustancia". Hallamos esta
noción de "poder" en Locke y en Platón, fugazmente expresada y jamás desarrollada.
Nuestra experiencia parte de un sentido del poder y procede a la discriminación de
individualidades y de sus cualidades.
Otra consecuencia de ello es que la "realidad" es en su esencia "composición". El poder
es la compulsión de la composición. Cualquiera otro tipo de composición es un estadio
intermedio en el logro de la realidad. La realidad final tiene la unidad del poder. La
esencia del poder conduce hacia el valor estético por sí mismo. Todo poder es una
derivación del hecho de que la composición alcanza valor por sí misma. No existe otro
hecho. El poder y la importancia son aspectos de este hecho. Constituye el impulso del
universo. Es causa eficiente que mantiene su poder de sobrevivencia. Es causa final que
mantiene, en la criatura, su apetición de creación.
El sentido de la exterioridad se funda en el análisis primario del proceso de
composición. Este análisis revela factores de la composición en relación con su propio
goce personal y añade este goce a la inmediata composición en que son factores.
Estos factores son de dos tipos. En uno de ellos se dan los múltiples factores que forman
el contorno histórico [Pág.138] para la nueva creación en el proceso histórico. Son
factores en la nueva composición, que, una vez completa, es uno de ellos. Ésta es una
liberación primaria de la experiencia, y si los diccionarios filosóficos no tienen palabras
para expresarlos, tanto peor para los diccionarios.
9. El segundo tipo de factor, por la naturaleza del caso, sólo tiene un ejemplo. Es el
factor que se revela en nuestro sentido del valor, por sí mismo, de la totalidad de una
unidad en el universo que disfruta de valor y que, por su inmanencia, comparte el valor.
Tomemos por ejemplo la sutil belleza de una flor aislada en un bosque virgen. Ningún
animal ha tenido jamás la sutileza de experiencia necesaria para gozar de su plena
belleza. Sin embargo esta belleza es un hecho magnífico en el universo. Cuando
contemplamos la naturaleza y pensamos cuan fugaz y superficial ha sido el goce animal
de sus maravillas y consideramos cómo las células y pulsaciones separadas de cada flor
son incapaces de gozar de su efecto total, asoma en nuestra conciencia nuestro sentido
de la importancia de los detalles para la totalidad. Tal es el sentido de la santidad, la
intuición de lo sagrado que se halla en el fundamento de toda religión. Este sentido de lo
sagrado ha hallado vigorosa expresión en toda civilización avanzada. Tiende a retirarse
y a convertirse en un factor que se desvanece cuando una fase cualquiera de una
civilización entra en su decadencia.
Estamos discutiendo una interpretación posible de la noción cartesiana de "perfección".
Es la noción de ese poder en la historia que infiltra en las formas del proceso,
pertenecientes a cada época histórica, el carácter de un impulso hacia algún ideal que ha
de realizarse dentro de un período determinado. Este ideal no se realiza jamás, se halla
más allá de toda realización. Sin embargo moldea la forma de lo que se realiza.
[Pág.139]
Existe, por ejemplo, un ideal de libertad humana, de actividad y cooperación vagamente
bosquejado en la Constitución americana. Jamás ha sido realizado en su perfección; y
por no haber llegado a caracterizar la variedad de posibilidades abiertas a la humanidad
es limitado e imperfecto. Sin embargo, tal como es, la Constitución revela vagamente la
inmanencia en esta época de aquella energía de idealización, mediante la cual el simple
proceso se transforma en historia luminosa.
En el curso de esta discusión mantenemos la tesis de que el sentido de la realidad
exterior —es decir el sentido de ser una realidad en un mundo de realidades— es el don
de la significación estética. Esta experiencia aspira a una significación más allá de la
inmediatez finita de una ocasión cualquiera de la experiencia. Si en esta ocasión hay una
falla en el discernimiento consciente de aquella significación, tanto peor para la ocasión.
Esta doctrina se aplica a toda experiencia, grande o pequeña. Nuestras intuiciones de la
rectitud revelan algo absoluto de la naturaleza de las cosas, del mismo modo que el
sabor de un terrón de azúcar.
Las variaciones de la importancia se hallan más allá de nuestra débil imaginación. Sin
embargo, la importancia estética, en cualquier factor de la experiencia, lleva consigo la
prueba de la existencia más allá de la inmediatez presente. El ego goza de una
importancia que se extiende más allá de sí mismo.
La elevación de la conciencia animal, y por tanto de la humana, es el triunfo de la
especialización. Se halla íntimamente conectada con la evolución de la experiencia
sensorial clara y precisa. Hay abstracción de la vaga masa de los sentimientos
primitivos y concentración sobre la relativa claridad de unos pocos detalles cualitativos.
Tales son los datos de los sentidos.
[Pág.140]
A menos que la física y la fisiología sean meras fábulas, las experiencias cualitativas
que constituyen las sensaciones —la vista, el oído, etc.— se hallan envueltas en un flujo
intrincado de reacciones, dentro y fuera del cuerpo animal. Se hallan ocultas bajo la
conciencia en el sentido vago de la experiencia personal de un mundo exterior. Este
sentimiento es extenso y vago; tan vago que la presuntuosa frase "experiencia personal
de un mundo exterior" suena a cosa sin sentido. Un ejemplo particular puede explicarlo
de un modo más sencillo. Por ejemplo, decir: "Yo veo una mancha azul allá afuera"
implica lo privado del ego y lo externo del "allá afuera". Hay la presuposición del "yo"
y del mundo que se halla más allá. Pero en esta posición la conciencia se halla
concentrada en la cualidad "azul" en aquella posición. Nada más simple ni más
abstracto. Y sin embargo, salvo que todo lo que nos dicen los físicos y los fisiólogos
sean cosas sin sentido, existe una tremenda historia de actividades complejas omitidas
en la abstracción.
Por otra parte, nuestras acciones subsecuentes se hallan de acuerdo con los relatos de los
hombres de ciencia y no primariamente con la cualidad azul de la mancha. Podemos
desear conservar o modificar la experiencia. Pero inexorablemente nuestras acciones
dirigen la acción de nuestro cuerpo. No tocamos la cualidad azul. Alargamos los brazos
para modificar las relaciones de la cosa azul con las varias actividades de su contorno.
En tanto que somos meramente conscientes de las relaciones formales de las cualidades
tenemos una falla de orden estético. Es el reconocimiento del árido hecho de la
posibilidad de relaciones. El sentido de la realidad es el sentido de la efectividad y el
sentido de la efectividad es el impulso hacia la satisfacción de la apetición. Existe un
pasado, real por derecho propio, que se satisface a sí mismo en el presente.
IV EPÍLOGO
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