Lib Campanias PDF
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INSTITUTO DE INVESTIGACIONES
DR. JOSÉ MARÍA LUIS MORA
HECHO EN MÉXICO.
Índice
INTRODUCCIÓN
Hacia un mapa de agentes de la movilización
del voto y de estrategias para disputar los comicios
Alicia Salmerón....................................................................................9
CAPÍT U LO I
¿La inocente plebe seducida?: La organización
y movilización del voto en el mundo
corporativo novohispano
Matilde Souto Mantecón....................................................................31
CAPÍT U LO II
Movilización del voto y prácticas
electorales en los pueblos de “Tierra adentro”:
Yucatán, 1812-1821
Lorgio Cobá Noh.................................................................................85
CAPÍT U LO III
Facciones y movilización electoral
en Texcoco, 1820-1828
Diana Birrichaga Gardida................................................................141
[ 5 ]
CAPÍT U LO I V
Alianzas, banquetes y otras estrategias
de movilización del voto: la elección
presidencial de 1850 en la ciudad de México
Edwin Alcántara Machuca...............................................................185
CAPÍT U LO V
De la calle a la urna. Espacio público
y movilización al voto en Campeche, 1857-1910
Ivett M. García Sandoval.................................................................221
CAPÍT U LO VI
Una planta exótica en la política zacatecana:
las primeras elecciones directas en 1869
Mariana Terán Fuentes....................................................................267
CAPÍT U LO VII
“¡Deteneos! ¡Fijad la atención!”
El rol de los cartelones en las elecciones
para gobernador de Guanajuato en 1871
Carlos Armando Preciado de Alba...................................................325
CAPÍT U LO VIII
Cazadores de votos. Los clubes políticos
y su actividad electoral durante
una elección presidencial.
Ciudad de México, 1880
Miguel Ángel Sandoval García........................................................367
CAPÍT U LO IX
De redes de clubes y un partido político
regional: el Gran Círculo Unión y Progreso.
Nuevo León, 1885-1892
Alicia Salmerón................................................................................409
6 ÍN DICE
CAPÍT U LO X
¿Ensayar o enseñar la votación directa?
La Convención Nacional, 1899-1900
Fausta Gantús.................................................................................. 483
CAPÍT U LO XI
Candidatos, jefes de campaña, simpatizantes.
Estrategias de movilización del voto en las
elecciones para gobernador en Sinaloa, 1909
Arturo D. Ríos Alejo........................................................................539
CAPÍT U LO XII
“¡Abajo el bombín y arriba el huarache!” Nuevas
y viejas formas de movilización electoral
en Aguascalientes, 1910-1911
Francisco Javier Delgado Aguilar.....................................................581
1
Las y los autores de este volumen agradecemos la atenta lectura de
los dictaminadores anónimos de la versión final de nuestros manus-
critos. Sus generosas sugerencias nos permitieron afinar detalles im-
portantes.
L as elecciones en el México del siglo xix, como lo ha de-
mostrado la historiografía reciente, eran mucho más
que un mecanismo de legitimación de autoridades. Eran
medios de creación de identidades y de construcción de ciu-
dadanía; eran espacios de negociación política al interior de
comunidades y entre fuerzas políticas locales, regionales y
nacionales; eran instrumentos de integración y articulación
de territorios y niveles de gobierno.2 Los comicios se reali-
zaron con relativa regularidad en el México decimonónico
—con interrupciones, sin duda, dada la accidentada vida
política de la primera mitad del siglo, presa de guerras ci-
viles e invasiones extranjeras. Y si bien la abstención cam-
peó a lo largo del siglo xix —como en muchos otros países
del mundo occidental en aquella época—, las elecciones se
llevaban a cabo efectivamente a todo lo largo y ancho del
país, y convocaban a diversos sectores de votantes. Más aún,
hubo momentos de auténtica movilización popular en torno
a las urnas, como las elecciones presidenciales de 1828 y, de
nueva cuenta, las que cerrarían el siglo xix —a nivel local, en
donde los comicios solían ser directos y en los que se jugaba de
2
Esta historiografía tuvo como algunos de sus primeros exponentes
a Virginia Guedea, Antonio Annino, François-Xavier Guerra y Mar-
cello Carmagnani. Hoy en día hay una producción historiográfica
importante en esta dirección, entre la que destaca la colección de
libros de historia electoral del siglo xix mexicano publicada por el
Instituto Mora, obras colectivas publicadas bajo la coordinación de
Fausta Gantús, algunas de ellas, junto con la autora de estas páginas
introductorias.
[ 11 ]
manera más inmediata la política cotidiana, las hubo incon-
tables veces muy concurridas a lo largo de la centuria. 3 Aho-
ra bien, en general, quienes votaban, numerosos o no, acu-
dían a las casillas de manera organizada. No sería siempre
así, pero lo era con gran frecuencia, de ahí la importancia de
estudiar a los actores intermedios que movilizaban el voto.
Desde la Constitución de Cádiz en adelante, las eleccio-
nes celebradas en la Nueva España y México partieron de
un principio de sufragio amplio —con pocos momentos de
restricción legal del mismo—,4 contexto en el cual la orga-
3
A lo largo del siglo xix mexicano funcionaron sistemas electorales di-
rectos e indirectos en diversos grados. En el ámbito nacional, priva-
ron las elecciones indirectas hasta 1912 —la excepción fue la elección
para diputados constituyentes de 1846, la que consideró voto directo
para algunas clases. Durante la primar mitad del siglo, el sistema
electoral nacional consideró varios niveles de intermediación para
los comicios: en una elección en tercer grado, por ejemplo, que fue
entonces la más común, la ciudadanía nombraba electores primarios,
quienes a su vez designaban a electores secundarios y estos últimos
elegían ya a los titulares de los poderes ejecutivo, legislativo y ju-
dicial. A partir de 1857, México adoptó un sistema indirecto simple
para comicios nacionales: la ciudadanía nombraba electores y estos
elegían a los titulares de los tres poderes del Estado. Para una recons-
trucción puntual de los tipos y grados de la elección a nivel nacional
en el México decimonónico, véase Sandoval, “Anexo 1”, 2016, t. ii,
pp. 236-259. El sistema de elección directa funcionó de manera prin-
cipal para los comicios municipales —aunque hubo ayuntamientos
que, según lo establecido en la legislación del estado, distrito o terri-
torio, debían ser electos mediante voto indirecto— y también para
algunos comicios estatales. La legislación correspondiente cambiaba
de estado a estado y también se transformó a lo largo del siglo. Ahora
bien, la instancia responsable de la organización de los comicios a lo
largo de todo el siglo fue siempre el ayuntamiento. En elecciones di-
rectas, el ayuntamiento asumía el conjunto de la organización de los
comicios; en elecciones indirectas, le correspondía la organización de
la primera fase, es decir, la de la elección primaria.
4
La ciudadanía definida por la Constitución de Cádiz y retomada por
las leyes fundamentales del México decimonónico reconocían el de-
recho al voto a prácticamente a todos los hombres mayores a 21 años
12 ALICIA SAMERÓN
nización y movilización del voto constituía una exigencia
ineludible. Efectivamente, un electorado extendido no esta-
blece, no puede hacerlo, una relación directa, personal, con
quienes serán sus representantes.5 Por ello se requiere de un
movimiento de opinión que dé a conocer a los candidatos y
oriente el voto —incluso bajo un esquema de elecciones in-
directas. Pero no sólo se impone un movimiento de opinión,
sino también es necesaria la movilización de redes sociales
y políticas y, conforme se van quebrando formas de control
popular tradicional —cacicazgos, vínculos corporativos
y clientelares—, también lo es la acción de asociaciones y
círculos políticos que hagan posible que los ciudadanos con-
vocados lleguen a las urnas y emitan su voto el día de la
elección.
La llegada a las urnas supone, desde luego, un trabajo
de socialización de normas políticas; de cumplimiento de
tareas como la difusión de convocatorias, empadronamien-
to y distribución de boletas electorales. Pero exige también
complejos procesos para definir candidaturas, campañas de
prensa y agitación política, formación de asociaciones, inter-
vención de agentes intermedios diversos y movilización de
redes sociales de muy distinto tipo. Estos procesos, cada uno
con sus propios tiempos, ritmos y espacios, se ponen en jue-
go para generar un ambiente de percepción positiva hacia el
candidato propuesto y llevar al ciudadano a las urnas con
una intención de voto clara.
I N TR O D U C C I Ó N 13
Las elecciones, como mecánica de selección de repre-
sentantes, tienen una larga historia que se remonta mucho
más atrás que la de la construcción del Estado moderno. Los
comicios de corte liberal, diseñados para elegir mediante
sufragio popular a los gobernantes en el México indepen-
diente, abrevaron directamente de una rica tradición electo-
ral novohispana. De esa experiencia recuperaron prácticas,
las adaptaron y las resignificaron para elegir autoridades
en todos los niveles de gobierno. La formación de partidos,
las negociaciones para definir candidatos, las actividades de
agitación en favor de uno u otro, la labor para cautivar vo-
tantes e, incluso la violencia física, formaron parte de la ex-
periencia electoral cotidiana al interior de las corporaciones
novohispanas, representaron el punto de partida de los co-
micios gaditanos y de los primeros años tras la independen-
cia de México. Fueron la base de la cultura político-electoral
—o culturas, en plural, si consideramos las diferencias entre
las actitudes frente a los comicios y los rituales electorales
de los distintos grupos sociales, de elite o populares, rurales
o urbanos, del norte o sur del país, del México decimonó-
nico—,6 a partir de la cual los grupos políticos adquirieron
legitimidad; también a partir de la cual, poco a poco, con
avances y retrocesos, se construyó ciudadanía.
El presente volumen responde a una inquietud por acer-
carnos a quiénes y cómo organizaban las campañas elec-
torales y movilizaban a los votantes durante el largo siglo
xix mexicano, así como al significado de dichas prácticas.
Hemos buscado este acercamiento a partir de un conjunto
6
Seguimos aquí la definición de cultura, en general, de Clifford
Geertz, de acuerdo con la cual esta es “un sistema de concepciones
heredadas y expresadas en formas simbólicas por medios con los
cuales los hombres, comunican, perpetúan y desarrollan su conoci-
miento y sus actitudes frente a la vida.” Clifford, La interpretación de
las culturas, p. 88.
14 ALICIA SAMERÓN
de estudios de caso que atienden a realidades estatales, al-
gunos, y a la nacional, otros, y recuperan las peculiaridades
de cada uno. Este conjunto de casos nos ha permitido iden-
tificar acciones y conductas sociales y políticas en torno al
ejercicio del sufragio. Por ese camino hemos podido esbozar
un mapa de los agentes —individuales y colectivos— que
participaban de la vida político-electoral, así como de las es-
trategias puestas en juego para disputar los comicios.
Hemos optado por un arco temporal amplio, desde antes
de la monarquía constitucional hasta el momento del inicio
revolucionario de 1910-1920. Lo hicimos convencidas, por
un lado, de que las prácticas electorales decimonónicas no
pueden ser entendidas al margen de la herencia novohis-
pana —de la herencia electoral de las corporaciones, de las
repúblicas de indios y de formas de movilización religiosa o
política propias de aquellos tiempos. Por otro, convencidas
también de que la irrupción de las masas en la política que
caracteriza a la revolución de 1910 representa una ruptura
importante con las prácticas político-electorales previas,
aprovechamos la oportunidad que nos da para hacer un
corte y balance de lo construido y de lo legado al siglo xx
en materia de cultura electoral —de manera más específica,
en lo que se refiere a las prácticas de organización y mo-
vilización del voto. La historia es un proceso continuo, con
coyunturas que son principio y fin; confesamos que en este
volumen hemos querido recuperar de manera especial las
continuidades y acercarnos a las rupturas como momentos
de transición. Así reencontramos en las primeras elecciones
gaditanas mucho de las prácticas de agitación y moviliza-
ción electoral de las corporaciones de antiguo régimen; tam-
bién vemos en las elecciones de 1911 partidos formalmente
organizados, de carácter permanente y con identidad pro-
pia, giras electorales y medios de propaganda que consti-
tuían ya prácticas regulares desde años anteriores.
I N TR O D U C C I Ó N 15
Las prácticas de organización y movilización del voto se
transformaron ellas mismas de manera muy importante a lo
largo del siglo xix. Conocieron la acción de logias, gremios,
asociaciones mutualistas, facciones y partidos que partici-
paban de la definición de candidaturas, trabajos de agita-
ción electoral y organización de los votantes; la década de
1820, y sobre todo la de 1850, vieron aparecer además clubes
electorales, cuya creación se generalizó para la década de
1870 —clubes de coyuntura que afinaron su funcionamien-
to, años más tarde, con redes de clubes, convenciones regio-
nales y nacionales.7 Estas organizaciones —formales unas,
informales otras, no siempre de carácter político de entra-
da, pero que se convirtieron en espacios de sociabilidad
política a fin de cuentas, como los gremios y asociaciones
mutualistas— fueron, de la mano de una prensa periódica
protagónica, las instancias más próximas al activismo polí-
tico en las coyunturas electorales del México del xix. ¿Cómo
movían sus hilos y sus fuerzas para incidir en la formación
de listas de candidatos? ¿Qué fibras buscaban tocar con sus
campañas y de qué medios se servían para ello? ¿En qué
consistían los rituales propios de las campañas electorales
y cómo se fueron transformando a lo largo del siglo? ¿Qué
7
Carlos Forment identifica un momento de formación de numerosos
clubes —un centenar— en torno a la competida elección presidencial
de 1828; luego registra una importante disminución de ellos paralela
a restricciones para ejercer la ciudadanía y, en la década de 1840, su
desaparición completa a partir de las reformas centralizadoras san-
tannistas. Con la Revolución de Ayutla, organizada sobre bases mi-
licianas, resurgiría la figura del club electoral y se consolidaría como
una práctica político-electoral fundamental en las décadas siguientes.
Forment, Democracy in Latin America 1760-1900, pp. 154-169, 330; Covo,
“Los clubes políticos en la Revolución de Ayutla”. En este volumen
vemos la manera en que los clubes fueron tomando forma, sobre todo
en la segunda mitad del siglo xix, y la fuerza que llegaron a alcanzar
cuando lograron consolidar redes permanentes y tomaron la forma de
lo que, en la práctica, serían ya partidos políticos modernos.
16 ALICIA SAMERÓN
lugar ocupaban los candidatos en las campañas electorales?
¿Cómo se movilizaba a los votantes? ¿Qué lugar tuvieron
los clubes políticos como agentes movilizadores del voto
a lo largo del siglo y cómo se fueron transformando? Son
algunas preguntas a las que buscamos dar respuestas a lo
largo de los 12 capítulos que integran este volumen. Y pues-
tas todas las respuestas juntas, tratar de identificar continui-
dades, transiciones y sentidos. Por este camino podremos
invitar a pensar cuestiones como la de la construcción día
a día de la ciudadanía, a pesar de su inevitable convivencia
con prácticas dictadas por lazos tradicionales. En ese senti-
do podremos lanzar preguntas tales como si la prevalencia
de prácticas clientelares en la movilización del voto detuvo
la adopción del voto directo a nivel federal en el Constitu-
yente de 1856-1857; también si la lucha en contra del absten-
cionismo, fenómeno que parecía negar la existencia de ciu-
dadanos, no constituía ella misma no sólo parte del proceso
de construcción ciudadana, sino manifestación de la fuerza
que iba ganando. Todo parece apuntar al hecho de que lo-
gias, facciones, gremios, asociaciones mutualistas, clubes
y partidos, aun si recurrían a prácticas clientelares en sus
acciones cotidianas, participaban también en la edificación
de una ciudadanía entendida cada vez más como ejercicio
individual y autónomo de derechos políticos.
I N TR O D U C C I Ó N 17
a aparecer también las expresiones de luchas electorales y
trabajos electorales. Asimismo, a finales de la década de 1840
se hablaba ya de agitación y movimiento electorales. Todas
las expresiones continuaron apareciendo hasta 1911, sin per-
derse ninguna y prácticamente como sinónimos. Antes de
1840, se hablaba solamente de elecciones y comicios —y de
logias, facciones y partidos, desde luego—, pero no parecen
haberse usado las expresiones de campaña, lucha ni trabajos
electorales; tampoco de agitación ni movimiento electoral.
Tampoco en la década de 1840 se usaba con regularidad nin-
guna de ellas, aunque aparecían ya todas. Su uso habitual
fue aumentando con los años, pero en distintos momentos
había alguna preferida. Por ejemplo, destaca el uso de la
expresión campaña electoral en la década de 1900 —que es
una expresión que hemos conservado hasta el día de hoy.
Sin embargo, la expresión más usada en todo el periodo —a
partir de la década de 1840 y hasta 1911— era notablemente
la de lucha electoral —en singular—, seguida de la de tra-
bajos electorales —en plural— y luego de la de movimiento
electoral. La menos usada fue, a final de cuentas, la de agi-
tación electoral.8
8
Estas afirmaciones se desprenden de una base de datos elaborada
tras la revisión sistemática de prensa periódica mexicana digitaliza-
da desde 1810 hasta 1911. El número de veces que fue utilizada la
expresión “lucha electoral” en el periodo, de acuerdo con esta base
de datos, es de 3 493, a la que se suman las 350 veces que apareció la
expresión “luchas electorales”, en plural. Le sigue, con 1 247 mencio-
nes, el uso de la expresión “trabajos electorales”. Las demás aparecen
menos de 500 veces y “agitación electoral” solo 172. La base se cons-
truyó a partir de la consulta de la Hemeroteca Nacional Digital de
México. No está publicada, es un documento construido exclusiva-
mente como apoyo para este libro, para tener claridad acerca del uso
que podíamos dar al léxico de la época. Agradecemos a David Cabral
su apoyo para la revisión de la prensa periódica y la elaboración de
esta base.
18 ALICIA SAMERÓN
¿Qué podría significar, en primer lugar, este uso tardío
—década de 1840— de expresiones para designar los traba-
jos para captar votos realizados de manera previa a la elec-
ción? La explicación podría ser que, antes de esa década, la
movilización electoral se apoyaba en redes tradicionales y
que las logias, organizadas de manera secretas, no requerían
de tanta propaganda ni de exhibiciones públicas —las gran-
des manifestaciones de 1828 tuvieron lugar más bien des-
pués de la elección que, de manera previa, no representaban
en sentido estricto movilizaciones para ganar votos, sino
para defenderlos. Porque experiencia de manifestaciones
callejeras para ganar votos sí las había habido en las elec-
ciones novohispanas. Se pudo haber tenido noticia de ellas
al iniciar el siglo, pero no habrán parecido funcionales. Pero
puede haber otra explicación, no excluyente, pero también
de gran peso: las restricciones al sufragio impuestas en la
década de 1830 y cuarenta, que restaban interés a campa-
ñas de agitación electoral dirigidas a un electorado amplio.9
Por otra parte, ¿por qué la preferencia notable de una ex-
presión como la de lucha electoral por sobre la de trabajos,
movimiento o campaña electorales? No hemos encontrado
ninguna discusión sobre el tema en la época, pero sin duda
que la palabra “lucha” traducía bien actividades que se de-
sarrollaban en el contexto de elecciones competitivas, como
fueron las de 1850, algunas de las décadas de 1870 y 1880, y
sin duda las de 1910.
Ahora bien, el uso de expresiones similares a lo largo
de más de medio siglo nos habla de continuidades, pero es
poco útil para seguir el proceso de transformación de las
prácticas de organización y movilización del voto en el pe-
riodo. Para esto es necesario, que es lo que intentamos con
este libro, analizar a fondo experiencias en ciertos momentos
9
Forment, Democracy in Latin America..., pp. 156-163.
I N TR O D U C C I Ó N 19
de la vida política del país o de algunas regiones, en particu-
lar de sus formas de organización y movilización del voto.
Reconstruimos el marco institucional de cada uno de ellos,
clave para entender formas y lógicas de organización y mo-
vilización electoral;10 identificamos agentes de estas acciones
—cofradías, conventos, ayuntamientos y múltiples corpora-
ciones novohispana, periódicos, comunidades indígenas,
caciques, milicia, ejército, iglesias, autoridades políticas,
cuerpos legislativos, grupos políticos, facciones, partidos,
círculos políticos, clubes…—; rastreamos algunas de sus es-
trategias para organizar y movilizar/desmovilizar votantes
—invitaciones, recolección de firmas, convocatorias, campa-
ñas contra el abstencionismo, instrucción electoral, plebis-
cito, reformas legales, organización de votantes (círculos y
clubes, partidos), construcción de imagen de los candidatos,
vacío de información, amenaza, cohecho, manipulación,
excomunión, rumor… También identificamos los recursos
utilizados como parte de estas estrategias, a saber, discur-
sos, notas periodísticas y folletos, correspondencia, cartas de
adhesión, caricaturas, carteles y hojas sueltas, pancartas y
botones con fotos de los candidatos, manifiestos, consignas,
música… Finalmente, dimos con algunos rituales y elementos
simbólicos ligados a la movilización del voto que tuvieron
peso en los años considerados, entre ellos misas, banquetes,
peregrinaciones cívicas, mítines, reuniones públicas, sere-
natas, espacios de ritualización de la elección…
10
El marco institucional a que hacemos referencia aquí es al de las elec-
ciones mismas, no al de las campañas electorales. Esto debido a que
las campañas electorales a lo largo del siglo xix no estuvieron norma-
das, en ningún momento hubo ley que las definiera ni las orientara.
Las campañas fueron una práctica que se fue construyendo sobre la
marcha, echando mano de formas de movilización y estrategias here-
dadas, así como de otras nuevas inventadas en el camino. La primera
ley que se ocupó de los partidos políticos y de sus acciones en contex-
to electoral es tan tardía como de 1911.
20 ALICIA SAMERÓN
El análisis de estos elementos nos permite acercarnos,
en cada capítulo, a una experiencia compleja e iluminado-
ra acerca de cómo se lograba —o no— que los ciudadanos
participaran en los comicios y lo que esa participación, y la
manera en que se organizaba, representaba para la política
del lugar y para su relación con otros niveles de gobierno.
También permite pensar en la forma en que se resignifica-
ron viejas prácticas y surgieron nuevas en el camino de la
organización y movilización del voto.
Efectivamente, a lo largo del siglo xix mexicano se fue-
ron construyendo los procesos de organización de la nación
surgida de la revolución liberal. Se definieron entonces ciu-
dadanía y modos de participación política, con los comicios
como una de las formas centrales de hacer política. Ejerci-
cio del voto, prensa electoral, circulación de hojas sueltas,
asociacionismo, reuniones públicas y peregrinaciones cívi-
cas fueron perfilando campañas electorales con múltiples
elementos y construyendo mecanismos de movilización del
voto cada vez más elaborados. A lo largo del siglo identifi-
camos una tendencia expansiva en este sentido, si bien en
algunos momentos circunstancias particularmente difíciles
llevaron a una contracción importante de las formas de or-
ganización y movilización político-electoral. Fue el caso, por
ejemplo, de los últimos momentos del centralismo, cuando
tomaba forma una conspiración monárquica que pretendía
traer a México a un príncipe heredero de la corona españo-
la y una guerra con Estados Unidos estaba en puerta; fue
también el caso de la guerra civil desatada ante las Leyes
de Reforma y la promulgación de la Constitución de 1857.
Las elecciones en esos momentos no necesariamente se sus-
pendieron, pero la participación político-electoral adoptó
formas distintas.
Los comicios durante el centralismo (1835-1846) se ha-
bían llevado a cabo a partir de una forma de organización
I N TR O D U C C I Ó N 21
electoral que seguía, a grandes rasgos, la misma lógica de
los años precedentes. Si bien la estructura de gobierno dife-
ría de la del periodo federalista y los cargos electivos eran
menos, se partía de un sufragio masculino relativamente
amplio, voto indirecto y lugar central de la autoridad muni-
cipal en la organización de la elección primaria. Sin embar-
go, la elección para diputados al Congreso Extraordinario
Constituyente de 1846 fue distinta. Convocada a raíz del mo-
vimiento encabezado por el general Mariano Paredes Arri-
llaga en diciembre de 1845, constituyó un intento por orga-
nizar la participación política sobre otras bases: por clases y
contribuciones, con distinciones de peso entre las distintas
regiones del país. De acuerdo con estas bases se integró el
Congreso y también de acuerdo con ellas se definió el uni-
verso de votantes y electores secundarios. Más aún, según
revelan las investigaciones en curso de Cecilia Noriega, los
comicios mismos se organizaron a partir de la acción directa
de las corporaciones tradicionales más fuertes —la Iglesia
y el Ejército— y de instancias político-administrativas del
gobierno central. La organización y movilización del voto
de las elecciones de 1846 se hizo sobre la base de padro-
nes de contribuyentes directos levantados por las oficinas
de Hacienda del gobierno nacional y a partir de una acción
corporativa impulsada desde las Direcciones Generales de
gobierno. En este sentido, los trabajos de agitación electoral
en torno a la convocatoria de 1846 tuvieron un carácter muy
distinto de las prácticas de años precedentes, si bien no pros-
perarían en regímenes posteriores.11
11
Destacados estudios, como el de José Antonio Aguilar publicado en
2011, en la revista Historia Mexicana, analizan el sistema electoral de-
finido por la Convocatoria de enero de 1846, las elecciones realizadas
en los meses siguientes y los trabajos de aquel Congreso de vida efí-
mera. Aguilar, “La convocatoria, las elecciones y el Congreso extraor-
dinario de 1846”. Entre las aportaciones propias de la investigación
22 ALICIA SAMERÓN
Asimismo, las elecciones presidenciales de 1857 repre-
sentaron otro momento de inflexión en esa tendencia expan-
siva de las campañas electorales. Regina Tapia, en una inves-
tigación en curso, muestra cómo el conflicto entre el Estado
y la Iglesia ocultó y silenció del todo el proceso electoral que
llevó a la elección de Ignacio Comonfort como primer man-
datario tras la promulgación de la Constitución de ese año.
Ni prensa ni correspondencia parecen haber legado registro
de cómo se llevó a cabo esa campaña, en donde el temor a
una eventual excomunión, la intensidad del debate en torno
a los privilegios de la Iglesia y la angustia que esa ruptura
provocaba tejió una cortina que nos impide ver, a la fecha,
cómo se desarrolló el proceso electoral. Ciertamente aquel
no fue un momento de expansión de los trabajos electorales.
Con todo, sin negar que debió haber habido otros mo-
mentos similares de contracción en los trabajos electorales,
las investigaciones reunidas en este libro muestran que
hubo prácticas de organización y movilización del voto que
prevalecieron y que, de alguna manera, es posible advertir
un proceso acumulativo: surgieron nuevos agentes, estrate-
gias, recursos y rituales que se fueron sumando a la ma-
nera de hacer campañas electorales —no tanto desplazando
a las formas desarrolladas antes, pero sí produciendo cam-
bios cualitativos por acumulación cuantitativa. Frente a las
prácticas heredadas de los años novohispanos —de gran
variedad, porque respondían a las exigencias de cada cor-
I N TR O D U C C I Ó N 23
poración, que eran distintas para cada una— encontramos
una cierta simplificación del proceso electoral y, por tanto
y en principio, de los trabajos por movilizar el voto. Sin em-
bargo, las formas de movilización de una sociedad política
cada vez más amplia y más compleja, se fueron complicando
hasta diseñar movimientos electorales que anuncian, en ver-
dad, la vida político-electoral del siglo xx en México.
Entre los cambios cualitativos más destacados que se
desprenden de los 12 estudios de caso aquí reunidos se
cuentan, por ejemplo, el lugar que el candidato fue cobran-
do al interior de la campaña que promovía su candidatura:
de haberse mantenido al margen de los trabajos electorales
durante gran parte del siglo, hacia el final va tomando un
lugar central y convirtiéndose el candidato mismo en prota-
gonista de sus campañas: pronuncia discursos, lleva a cabo
giras, conversa sobre sus proyectos con los votantes y some-
te a discusión su agenda política.
Otro de las transformaciones notables del siglo en mate-
ria de organización y movilización del voto es el crecimiento
del asociacionismo político-electoral, particularmente de los
clubes y redes de clubes, que terminarían por dar como re-
sultado, en fecha tan temprana para México como 1885 —en
otros países de América Latina hubo experiencias mucho
más tempranas, pero por mucho tiempo se creyó que Méxi-
co llegaría a la era de los partidos modernos tan tarde como
1900—, con el primer partido político estructurado y perma-
nente del país, un partido regional: el Gran Círculo Unión y
Progreso de Nuevo León. Clubes y redes de clubes, confor-
me avanzaban en la organización de convenciones electora-
les, fueron convirtiendo la campaña en ejercicios habituales
de representación para designar candidatos, en acciones que
afirmaban ciudadanía.
De manera paralela, conviene destacar la labor de peda-
gogía electoral que se llevó a cabo en el país desde muy tem-
24 ALICIA SAMERÓN
prano, vía catecismos políticos, por ejemplo, y traducción
de constituciones a lenguas indígenas. Asimismo, el lugar
que fue ganando el individuo en las campañas y prácticas
de movilización, proceso ejemplificado con el referendo de
1899-1900, momento particularmente significativo en ese
sentido. Podrían enumerarse otras, pero quizás la que con-
venga destacar antes de cerrar este punto es el lugar que los
avances tecnológicos y los medios de comunicación tuvieron
en la transformación de los mecanismos de movilización del
voto (imprentas, ferrocarril, telégrafo, fotografía…).
I N TR O D U C C I Ó N 25
carácter colectivo de este proyecto hizo posible un volumen
de la proyección del que ahora entregamos al lector, impo-
sible de haberlo logrado sin la participación de todos y cada
uno de los autores de esta obra. Al día de hoy, no existía en la
historiografía del siglo xix mexicano una obra que revelara,
con una visión secular y atenta a sus transformaciones en
el tiempo largo, el funcionamiento de los agentes de la mo-
vilización del voto, de su interacción con los organizadores
de las elecciones y del lugar de los candidatos en las campa-
ñas electorales. El presente volumen constituye un aporte en
esta dirección.12
12
La historiografía argentina, encabezada por autoras como Hilda Sa-
bato, Marcela Ternavasio, Pilar González Bernaldo de Quiroz y Paula
Alonso, ha recorrido largo trecho del camino que ahora comenzamos
a explorar de manera sistemática para la experiencia mexicana. Véa-
se Sabato, La política en las calles: entre el voto y la movilización, Buenos
Aires, 1882-1880; Sabato y Lettieri, La vida política en la Argentina del
siglo xix: armas, votos y voces; Sabato, Ternavasio, De Privitellio y Per-
sello, Historia de las Elecciones en la Argentina: 1805-2011; Ternavasio,
La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires; González
Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las
sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862; Alonso, Between Revolution
and the Ballot Box: The Origins of the Argentine Radical Party in the
1890s; Alonso, Jardines secretos, legitimaciones públicas. El Partido Auto-
nomista Nacional y la política argentina de fines del siglo xix; también el
destacado estudio sobre asociacionismo en Colombia de Loaiza, So-
ciabilidad, religión y política en la definición de la nación (Colombia, 1820-
1886). Con respecto a la historiografía mexicanista, existen estudios
recientes sobre movilización del voto en México en el siglo xix, aun-
que todavía son excepcionales y constituyen más estudios de caso
aislados que visiones de conjunto. Véase, por ejemplo, Salmerón,
“Prensa periódica y organización del voto. El club político Morelos.
1892”, pp. 159-190; y Ducey, “Gobierno, legitimidad y movilización:
aspectos de la vida electoral en tiempos insurgentes”, pp. 1593-1638.
Los anteceden, desde luego, los textos arriba referidos de Carlos For-
ment y Jacqueline Covo. También contamos con otra historiografía
que abona al conocimiento de una cultura político-electoral para el
México de la época, si bien realizada en el marco de preocupaciones
sobre dinámicas políticas más amplias que la movilización electoral
26 ALICIA SAMERÓN
Los avances de cada capítulo de los que conforman este
volumen fueron discutidos en el marco del Seminario de
Historia Política que se reúne en el Instituto Mora bajo la
coordinación de Fausta Gantús y Alicia Salmerón. Se lleva-
ron a cabo, además, varios seminarios-talleres para comen-
tar los avances del libro en su conjunto, así como las conclu-
siones generales que se plasman en esta introducción: tres
seminario-talleres en la Ciudad de México, en el Instituto
Mora; el último en la ciudad de Zacatecas, con el apoyo de
la Universidad Autónoma de Zacatecas y la Casa de Cultura
Jurídica del Estado. En este último tuvo una participación
destacada como organizadora Mariana Terán y contamos
con la colaboración, en carácter de comentaristas, de los co-
legas Andrés Reyes Rodríguez, Enrique Rodríguez Varela,
Martín Escobedo Delgado y José Eduardo Jacobo Bernal. A
ellos, a los integrantes del Seminario de Historia Política y a
las instituciones que hicieron posibles nuestros encuentros
académicos les expresamos nuestro agradecimiento.
Alicia Salmerón
Ciudad de México a 10 de enero de 2019
en sí misma. Entre los autores que han publicado trabajos en esa di-
rección cabe destacar a los estudiosos del asociacionismo masónico,
católico y protestante, así como a los de la acción electoral de los
primeros partidos políticos mexicanos del siglo xx. Véanse, por ejem-
plo, Soberanes y Martínez, Masonería y sociedades secretas en México;
Bautista, Las disyuntivas del Estado y de la Iglesia en la consolidación del
orden liberal; Bastian, Los disidentes: sociedades protestantes y revolución
en México, 1872-1911; Ayala, El El derrumbe. Jalisco, microcosmos de la
revolución mexicana; O’Dogherty, De urnas y sotanas. El Partido Católico
Nacional en Jalisco.
I N TR O D U C C I Ó N 27
F uentes consultadas
28 ALICIA SAMERÓN
Geertz, Clifford, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa,
2003.
González Bernaldo de Quirós, Pilar, Civilidad y política en los
orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires,
1829-1862, Buenos Aires, fce, 2000.
Loaiza Cano, Gilberto, Sociabilidad, religión y política en la defini-
ción de la nación (Colombia, 1820-1886), Bogotá, Universidad Ex-
ternado de Colombia, 2011.
Manin, Bernard, Los principios del gobierno representativo, Madrid,
Alianza, 1998.
O’Dogherty, Laura, De urnas y sotanas. El Partido Católico Nacional
en Jalisco, México, Conaculta, 2001.
Sabato, Hilda, La política en las calles: entre el voto y la movilización,
Buenos Aires, 1882-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
Sabato, Hilda y Alberto Lettieri, La vida política en la Argentina del
siglo xix: armas, votos y voces, Buenos Aires, fce, 2003.
Sabato, Hilda, Marcela Ternavasio, Luciano De Privitellio, Ana
Virginia Persello, Historia de las Elecciones en la Argentina:
1805-2011, Buenos Aires, El Ateneo, 2011.
Salmerón, Alicia, “Prensa periódica y organización del voto. El
club político Morelos. 1892” en Fausta Gantús y Alicia Sal-
merón (coords.), Prensa y elecciones. Formas de hacer política en
el México del siglo xix, México, Instituto Mora/Conacyt/ife,
2014, pp. 159-190.
Sandoval García, Miguel Ángel, “Anexo 1. Tipos y grados de la
elección a nivel nacional. Nueva España y México, siglo xix”
en Fausta Gantús (coord.), Historia de las elecciones en el México
del siglo xix. Las prácticas, México, Instituto Mora/tedf, 2016,
tomo ii, pp. 236-259.
Soberanes Fernández, José Luis y Carlos Francisco Martínez
Moreno (coords.) Masonería y sociedades secretas en México, Mé-
xico, unam-iij, 2018.
Ternavasio, Marcela, La revolución del voto. Política y elecciones en
Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
CAPÍTULO I
1
Agradezco a Gloria L. Velasco su colaboración en la localización de
documentos para realizar este trabajo. Asimismo, agradezco los co-
mentarios y críticas constructivas de mis colegas en el Seminario de
Historia Política del Instituto Mora y en el Cuarto seminario-taller
“Organización y movilización del voto en México, siglo xix” auspi-
ciado por el Instituto Mora, la red Atarraya. Historia Política y Social
Iberoamericana y la Universidad Autónoma de Zacatecas, celebrado
el 3 y 4 de agosto de 2018, en especial el generoso comentario de
Martín Escobedo Delgado.
Seducir. v. a. Engañar con arte y maña,
persuadir suavemente al mal2
Diccionario de Autoridades (1739)
[ 33 ]
política. Pero elegir mediante el voto es una práctica mu-
cho más antigua y distinta a la democracia y a la expresión
política individual. Debe tenerse en cuenta que antes de la
formación del Estado moderno, el orden social y político no
estaba fundado en el individuo, sino en comunidades o cor-
poraciones, cada una de las cuales tenía sus propias leyes, y
fue precisamente dentro de ellas donde las personas apren-
dieron a votar. Como en España, desde antes, ese tipo de
comicios corporativos se realizaron en México regularmente
desde el siglo xvi en las distintas comunidades que consti-
tuían la sociedad novohispana, como conventos, consulados,
cofradías y cabildos, entre otras, y allí la gente aprendió la
mecánica electoral, la cual pasó de ese antiguo régimen mo-
nárquico colonial al nuevo régimen nacional republicano.
De una época a otra los procedimientos continuaron, pero
desde luego se produjeron cambios importantes en cuanto
a lo que significaba votar. En principio cambió el nivel del
gobierno sujeto a elección, pues se trasladó del ámbito cerra-
do de las corporaciones al ámbito más abierto y superior del
gobierno soberano y, sobre todo, al convertirse el individuo,
transformado en ciudadano, en el eje vector del sistema. El
individuo expresaría su voluntad política mediante el voto y
con este transmitiría su representación política al gobernan-
te. De una época a otra se conservaron mecánicas electorales
muy similares, pero de una a otra el significado de votar
se fue transformando conforme las distintas jurisdicciones
corporativas y los fueros se disolvieron y toda la sociedad,
que ahora se entendía compuesta por individuos, pasó a ser
regida por un código legal único. Esta historia es la que se
cuenta en este capítulo.
Este capítulo está estructurado en función de los dos
ejes de análisis propuestos en el libro. En primer lugar, se
expone la forma en la que se organizaban las votaciones, es
decir, cuándo, cómo y a quién se convocaba a votar, cómo se
34 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
expresaban los votos y quiénes eran los que podían ser ele-
gidos para encabezar el gobierno de cada corporación, esto
es, los detalles de la mecánica electoral. El segundo eje de es-
tudio es la movilización del voto, entendida como todas las
maniobras que se emprendían para convencer a los votantes
no sólo de ir a las urnas a votar, sino también los medios de
los que se valían los distintos grupos en contienda para que
los votantes se inclinaran por uno u otro candidato. Aho-
ra bien, antes de entrar en estas materias, es indispensable
comenzar por explicar cómo era la organización política de
Nueva España, cuál era su forma y a qué respondía esa con-
cepción del orden y ejercicio del poder en lo que se conoce
como el Antiguo Régimen.
La organización política
del A ntiguo R égimen
4
Lo siguiente basado en el capítulo 4, “El imaginario de la sociedad”
de Hespanha, Cultura jurídica, 2002, pp. 58-69.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 35
verdaderas personas jurídicas y no los individuos, es decir,
las personas en su realidad biológica corporal. En este orden
divino de la Creación, Dios era la naturaleza y la organiza-
ción social derivada de ella funcionaban como la fisiología
de un cuerpo en el que la voluntad apenas operaba. Este or-
den dado debía permanecer inalterado. El rey, la cabeza de
este cuerpo, debía representar externamente la unidad del
todo y mantener la armonía de todos los miembros, dando
a cada uno lo que le correspondía, esto es, garantizando a
cada estado su “derecho”, su “privilegio”, que era lo que sig-
nificaba realizar la justicia. Pero como se dijo, todos los órga-
nos de este cuerpo eran indispensables y para que cada uno
pudiera cumplir con su función, cada uno debía tener auto-
nomía política y jurídica, esto es, capacidad de autogobierno
y poder para hacer leyes, constituir magistraturas, juzgar los
conflictos y dictar preceptos. Así que el poder político y la
jurisdicción estaban repartidos entre cada órgano del cuer-
po social, entre cada uno de los estados o corporaciones de
esta sociedad estamental.
El número de corporaciones o comunidades políticas
que había en la sociedad novohispana era muy grande y
toda la población estaba prácticamente incluida en ellas de
un modo u otro.5 Las principales corporaciones y en las que
más claramente quedaba expresado el ejercicio del autogo-
bierno y la impartición de justicia eran los ayuntamientos
o repúblicas de españoles y de indios, en los que quedaron
subsumidos los antiguos altepeme prehispánicos. Engrana-
dos con estos, otras formas corporativas fueron los gremios
artesanales, a su vez un universo compuesto por comunida-
des muy diversas y con distinto nivel en la jerarquía social
novohispana, desde los de más alcurnia, como el gremio de
5
Escamilla, “Inspirados por el Espíritu Santo: elecciones y vida políti-
ca corporativa en la capital de la Nueva España”, pp. 69-112.
36 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
los plateros, hasta los más humildes, como el de los tintore-
ros. En este ámbito de cuerpos civiles destacó uno que llegó
a ser una de las corporaciones de mayor peso económico y
político del virreinato, el Consulado de México, que reunía
a los grandes mercaderes dedicados al giro ultramarino, al
que se sumaron en el siglo xviii otros dos consulados más
en el territorio del virreinato, el de Veracruz y el de Gua-
dalajara. Otro universo todavía más complejo y jerárquico
era el de la iglesia, también formado por muchas corporacio-
nes que podemos agrupar en las dos grandes partes en que
se dividía esta institución. Su parte secular organizada en
una estructura encabezada por el arzobispo y sus cabildos
catedralicios y sostenida por un enjambre de curatos que
abarcaban toda la extensión geográfica de Nueva España, y
su parte regular formada por varias órdenes religiosas con
múltiples conventos y monasterios, cada uno organizado
corporativamente. Entre los dos grandes ámbitos que com-
ponían el mundo de la monarquía católica, el religioso y el
civil, a caballo entre uno y otro, se organizaron otras corpo-
raciones, las cofradías, que abrazaron prácticamente a toda
la población, desde las encumbradas cofradías de Burgos y
Nuestra Señora de Aránzazu integradas por los opulentos
mercaderes españoles de la capital virreinal, hasta la cofra-
día de San Benito de Palermo que cobijaba a los negros y
mulatos libres y esclavos del puerto de Veracruz.6 Junto a
todas estas, existieron otras muchas corporaciones que tu-
vieron otros fines, algunas muy antiguas como la Mesta y la
Real y Pontificia Universidad de México fundadas en el siglo
xvi, otras más recientes como el ejército y el Real Tribunal de
6
Pérez Toledo, Los hijos del trabajo. Los artesanos de la ciudad de México,
1780-1853, pp. 57 y ss.; Roselló, “La cofradía de negros y mulatos:
una ventana a la tercera raíz. El caso de San Benito de Palermo”, pp.
58 y ss.; García Ayluardo, “El comerciante y el crédito en la época
borbónica en la Nueva España”, pp. 27 y ss.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 37
Minería, corporaciones que fueron establecidas mucho más
tarde, en plena época borbónica.
Al rey y sus instituciones, los Consejos y las Audiencias,
les tocaba impartir justicia para todos y cuidar de la armonía
del todo dando a cada uno lo que le pertenecía de acuerdo
a su condición; a las corporaciones les tocaba congregar, re-
presentar y defender a los individuos que formaban parte de
su comunidad reunida por ser todos de la misma condición
y oficio, entre los que impartían la justicia entre pares. Para
que cada comunidad cumpliera con sus funciones, gozaba
de autogobierno y cada una tenía sus propios derechos y
obligaciones expresados en sus ordenanzas, constituciones
o estatutos cuyo cumplimiento estaba garantizado en gene-
ral por sus propios tribunales o al menos por una legislación
específica a cada cuerpo.7 El buen gobierno y la administra-
ción dentro de cada corporación estaba a cargo de las au-
toridades nombradas por medio de elecciones internas, en
general bien reglamentadas en cada institución.8 Cada uno
de estos procesos comiciales tenía sus propias característi-
cas, pero en realidad todos compartían ciertos principios
básicos, los cuales podemos considerar que constituían una
cultura electoral de la época, como veremos a continuación.
7
Las ordenanzas de varias corporaciones novohispanas se pueden ver
en la Recopilación de Leyes de Indias; algunas de las ordenanzas de las
corporaciones posteriores a la Recopilación pueden encontrarse im-
presas por separado, como las del Consulado de Veracruz, publica-
das en su origen en 1795 y luego reproducidas en ediciones del siglo
xx, como la Leonardo Pasquel en la Colección Suma Veracruzana.
8
Sobre la importancia política de las elecciones en el mundo corpora-
tivo de Antiguo Régimen puede verse en general Christin, Vox populi.
Una historia del voto antes del sufragio universal, y en el caso del mun-
do colonial hispanoamericano dos autores que han postulado que
las elecciones corporativas fueron antecedentes o “presagios” de las
elecciones liberales son Guardino, “Toda libertad”, p. 90, que a su vez
cita a Rodríguez, The Independence, 1998.
38 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
La organización del voto corporativo
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 39
• Tendieron a restringir el voto a los individuos de mayor
jerarquía en la comunidad (mercader mayorista en los
consulados, indio puro y tributario en los pueblos de in-
dios, monjas de velo negro en los conventos9) y excluir al
resto de los miembros (comerciantes minoristas, monjas
de velo blanco, oficiales en los gremios);
• Todas exigieron cualidades morales para votar y poder
ser electo (honor, prestigio, buena reputación, fama y
conducta) y en varias comunidades se pedía indepen-
dencia de criterio (en los ayuntamientos no podían vo-
tar ni ser elegidos los que fueran sirvientes domésticos
o criados);
• Varios cuerpos establecían requisitos de pureza racial:
blancos, indios puros y, en la mayoría, se excluía a los de
sangre negra;
• Predominaba el voto indirecto en primer grado, es decir,
que la secuencia comicial era votantes que elegían elec-
tores que votaban por autoridades;
• En las corporaciones predominaba el voto escrito y se-
creto;
• Un rasgo característico del antiguo régimen fue, además,
que en muchos de los procesos comiciales si no es que en
todos, las elecciones eran precedidas por una misa al Es-
píritu Santo y terminaban con un Te Deum.
40 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
contendían para ocupar los cargos dentro de las comunida-
des. Se llegó al sistema de la alternativa para evitar que una
facción desplazara irremediablemente a otra, pues por man-
dato se estableció que en algunas comunidades un partido
ocupara los cargos principales durante un periodo y que en
el siguiente los cargos fueran ocupados por el partido con-
trario, de modo que se fueran alternando. La combinación
del voto y el azar se presentó, por ejemplo, en el Consulado
de Veracruz, donde los electores eran designados por medio
de un sorteo y también en el convento de monjas de La En-
carnación de Lima para la designación de la abadesa.10 En
cuanto al sistema de la alternativa para la ocupación de los
cargos, entre otros se estableció en el Consulado de México
a partir de 1742 entre los partidos de los comerciantes vascos
y montañeses y en las órdenes mendicantes en las que los
cargos se los disputaron entre los frailes peninsulares y los
criollos.11
10
Aunque este trabajo está dedicado fundamentalmente a Nueva Es-
paña, el caso de un convento del virreinato de Perú estudiado por
Guibovich, “Velos y votos: elecciones en los monasterios de monjas
de Lima colonial”, es tan interesante que no pude dejar de incluirlo.
11
Para las órdenes mendicantes véase a Rubial, “Votos pactados. Las
prácticas políticas entre los mendicantes novohispanos”, y para el
Consulado de México a Valle, “Gestión del derecho de alcabalas y
conflictos por la representación corporativa: la transformación de la
normatividad electoral del consulado de México en el siglo xvii”, pp.
41 y ss., y Hausberger, “Las elecciones de prior, cónsules y diputa-
dos en el Consulado de México en la primera mitad del siglo xvi: la
formación de los partidos montañeses y vizcaínos”, pp. 73 y ss., am-
bos en Hausberger e Ibarra, Comercio y poder en América colonial. Los
consulados de comerciantes, siglos xvii-xix. Carmagnani, El regreso de los
dioses. El proceso de reconstrucción de la identidad étnica en Oaxaca. Siglos
xvii y xviii, p. 185, refiere que en el territorio de Etla, en algunos pue-
blos como Cuilapa, se presentó la alternancia en la ocupación de los
cargos entre las etnias zapoteca y mixteca.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 41
Lo cierto es que, entonces como ahora, el proceso de elegir
implica siempre una segregación. Sólo una persona puede re-
sultar electa para ocupar un cargo y su elección entraña auto-
máticamente que todas las demás quedan descartadas. El sim-
ple hecho de establecer ciertas cualidades para poder ocupar
un cargo implica ya la selección sólo de unos cuantos al tiempo
que se elimina a todos los demás. En el caso de las elecciones
corporativas el primer filtro era, desde luego, pertenecer a la
comunidad. Sólo los integrantes de ese cuerpo podían elegir a
sus representantes, pero el pertenecer a la corporación no era
suficiente. Los votantes y luego los electores (recuérdese que
las votaciones eran indirectas en un nivel por lo menos) tam-
bién debían cumplir ciertos requisitos determinados por cada
cuerpo. A su vez, de todos ellos, sólo algunos podían resultar
electos para encabezar y gobernar al cuerpo y los elegidos de-
bían ser considerados como los “mejores”, los “más aptos”, los
que gozaran de mayor honor, fama y prestigio en la comuni-
dad. Lo que esto significaba era definido por cada corporación,
dependiendo de quiénes eran sus miembros y cuáles eran sus
fines. Todo el proceso electoral implicaba que dentro de cada
cuerpo se iba haciendo una discriminación sucesiva entre los
miembros. Por ejemplo, para ser administrador general, direc-
tor general o diputado general en el Tribunal de Minería se
requería tener una experiencia mínima de 10 años en las labo-
res de minas que garantizara que se era una persona práctica,
inteligente y experta en la materia porque se tenía un conoci-
miento adquirido en el ejercicio directo en la minería. Del mis-
mo modo, las monjas y los frailes que aspiraban a ser prioras o
provinciales en sus respectivas órdenes religiosas debían tener
conocimientos y experiencia suficiente para ejercer sus oficios
y cargos: en el caso de las monjas de velo negro era indispen-
sable que supieran música para cantar en el coro y en el de los
frailes poseer letras y virtud, además de que ambos debían ser
capaces de llevar el gobierno y las administración de sus comu-
42 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
nidades.12 En otros cuerpos, en cambio, no era necesario ejercer
el oficio al que estaba dedicada la corporación para tener un
cargo de representación. Este fue el caso del Consulado de Ve-
racruz, en el que para ser prior o cónsul sólo se requería ser na-
tural de los dominios pertenecientes a la Monarquía española,
mayor de edad, hombre de caudal conocido, de buena opinión
y fama, práctico e inteligente en las materias de comercio pero
no era indispensable que él fuera comerciante, que practicara
directamente el comercio y ni siquiera que hubiera pagado
avería,13 aunque bien es cierto que prácticamente todos los que
ocuparon esos cargos sí fueron mercaderes activos en el puerto
de Veracruz. Sin embargo, para tener derecho a votar y elegir
al prior y a los cónsules, sí que era requisito indispensable ser
comerciante, mercader, cargador, capitán o maestre de barco,
además de ser natural de los dominios españoles y haber pa-
gado avería por sí mismo y haber vivido en Veracruz por lo
menos los últimos cinco años para ser reconocido como vecino
de la ciudad.
Todos los procedimientos y requisitos para llevar al cabo
los comicios en las distintas corporaciones quedaron esta-
blecidos por escrito en sus ordenanzas constitutivas o, bien,
en leyes que se formularon en función de la práctica. Ahora
bien, además de esta mecánica electoral regulada y pues-
ta por escrito, en todos los procesos comiciales también se
emprendieron otras maniobras encaminadas a promover o
movilizar el voto que no eran explícitas. Una primera forma
de movilización era parte del aprendizaje de la cultura po-
12
Bernal, “El convento de Santa Teresa La Nueva de la ciudad de Mé-
xico, actores e institución religiosa en la Nueva España, 1704-1800”,
pp. 80-88; Rubial, “Votos pactados...”, pp. 51 y ss.
13
La avería era el impuesto cobrado sobre el comercio marítimo. Sobre
las elecciones en el Consulado de Veracruz, véase en general Souto.
“Las prácticas políticas en el Antiguo Régimen: las elecciones en el
Consulado de Veracruz”.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 43
lítica y estaba encaminada a convencer a la gente para que
participara en el proceso, que se presentara a votar o que
aceptara ser candidato para algún cargo, pero además hubo
otras formas de movilización para inclinar la balanza hacia
un candidato que no se hicieron de manera tan abierta, sino
discreta y algunas rayaron en lo ilegal.
La movilización electoral
44 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
a incidir o influir en los resultados de la votación, inclinar
la decisión hacia un candidato o también producir el efecto
contrario, desprestigiarlo para impedir que triunfara.
Estos trabajos previos a la elección, las campañas polí-
ticas abiertas y las maniobras discretas o de plano secretas,
en suma, ese conjunto de procederes que llamamos movi-
lización del voto, fueron muy variados. Entre los más apa-
sionados e intensos del antiguo régimen estuvieron los de
las órdenes religiosas. Antonio Rubial y Pedro Guibovich
describen de manera formidable la violencia de los proce-
sos electorales en las órdenes mendicantes y los conventos.
Explica Rubial que en la provincia agustina de México había
un fraile criollo con gran poder y riqueza, al que llamaban el
“monarca”, que manipulaba las elecciones en los capítulos a
cambio de cargos priorales, los cuales eran muy disputados
porque de ellos se podían extraer beneficios económicos. El
dinero que tenía el “monarca” le permitía hacer regalos a los
funcionarios y, algo de suma importancia en los años colo-
niales, enviar procuradores a España para que gestionaran y
promovieran sus intereses en la corte. Además, dentro de las
órdenes mendicantes se estableció el sistema ya referido de
la alternativa, por el que debían alternarse en la ocupación
de los cargos los frailes criollos con los frailes peninsulares.
Aunque en realidad la alternativa operó más bien como un
medio de control político y no tanto como un medio para
balancear intereses asociados al origen geográfico o étnico,
pues en ambos bandos estaban mezclados los frailes nacidos
en América y los nacidos en Europa. No obstante, sí llegó a
ocurrir que para engrosar al partido peninsular en tiempos
electorales, los frailes europeos buscaran “por plazas y ca-
lles a los muchachos” recién llegados de España y que los
atrajeran convirtiéndolos de inmediato en frailes, “persua-
diéndolos a ello con motivos de conveniencias temporales
para sí y [para] enviar socorro a sus padres”, llegando al ex-
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 45
tremo de ordenarlos sin pedirles requisito alguno, ni siquie-
ra su fe de bautismo. La competencia entre estos partidos en
ocasiones llegó a tal extremo que los integrantes de uno y
otro partido se atacaron físicamente, dándose empellones,
incluso agrediéndose con cuchillos.14
Por su parte, Guibovich describe que en los procesos
electorales del convento de La Encarnación de Lima las cam-
pañas de propaganda se extendían fuera de los muros del
convento. En ellas participaban por igual mujeres y hombres
que cuando salían a pasear por las calles de la ciudad solían
usar en el tocado o el sombrero listones de colores distinti-
vos que señalaban quién era su candidata para que ocupara
el cargo de abadesa. La adhesión al partido era muy fuerte y
lo acostumbrado era que las familias votaran en bloque, es
decir, que todas las monjas emparentadas entre sí votaran
a favor de una misma candidata. Y como llegó a ocurrir en
los conventos novohispanos, también durante estas campa-
ñas políticas limeñas se llegaba a la violencia física, pues no
faltaron amenazas físicas y que se exhibieran cuchillos en
algunos procesos.15
Menos apasionadas pero no exentas de una forma de
movilización eran las elecciones en el convento de Santa Te-
resa La Nueva de la ciudad de México.16 Cada tres años el
arzobispo convocaba a elecciones para ocupar los cargos de
priora, supriora y clavarias. El día previo a las elecciones, el
propio arzobispo realizaba una visita a las religiosas y man-
tenía una conversación privada con cada una de las mon-
jas de velo negro (las únicas con derecho a voto) en la que
les recordaba su deber en lo tocante a la observancia de las
14
Rubial, “Votos pactados...”, pp. 51 y ss.
15
Guibovich, “Velos y votos...”, pp. 209 y 211.
16
Agradezco a Graciela Bernal la generosidad con la que me proporcio-
nó, no sólo su tesis, sino parte de las fuentes primarias con las que la
elaboró. Bernal, “El Convento...”, pp. 80-88.
46 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
Constituciones y la Santa Regla, las obligaciones que tenían
con su comunidad y en general todo lo que correspondía al
buen orden y gobierno espiritual y económico del convento.
No es descabellado imaginar, como señaló Bernal, que era
un momento ideal para que el arzobispo influyera con su
conversación en el ánimo de las monjas para inclinarlas a
favor o en contra de alguna de las candidatas.
La constancia con la que debieron ocurrir comicios apa-
sionados entre las paredes de los conventos pareciera que
casi los convirtió en norma, a juzgar por los casos encon-
trados, al que debo añadir uno más que da clara cuenta de
lo dicho. Carlos de Sigüenza y Góngora en su Paraíso occi-
dental (1684) —elogio a las virtudes religiosas del convento
de Jesús María de México— escribió sobre la agitación en
las elecciones y cómo las movilizaciones políticas parecían
obras de demonios revoltosos sembrando discordias:
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 47
más os pese— el que le hayáis revelado vuestras ocupaciones
a esta su humilde sierva, yo os aseguro el que no habéis de lo-
grar de ninguna manera vuestros intentos’. Y, valiéndose más
de las cadenas de su imperio que de materiales cordeles, que
no servían, lo tuvo amarrado hasta que la elección se hizo y
en que generalmente se aplaudió el acierto, sosegándose los
alborotos que la habían precedido por estar imposibilitado
de continuarlos quien los causaba. Desquítase sin duda este
maligno espíritu de la prisión en que estuvo entonces, con la
mucha soltura que suele tener en estos tiempos en semejantes
casos. Adviertan el presente las que en las elecciones, que se
suelen errar con sus alborotos y con sus chismes, se hallan
—como con evidencia se deduce de su detestable ejercicio—
poseídas y gobernadas de tan maldito demonio.17
17
Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, 1684, cap. xvii, párrafo 206,
pp. 91-92. Debo esta magnífica referencia a Eduardo Huchin Sosa y a
los buenos oficios de Fausta Gantús que me la hizo llegar.
48 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
nes para votar en favor de alguien, como ocurría en las otras
corporaciones, sino que las presiones que se ejercían antes
de las elecciones eran para convencer a alguien de que acep-
tara ser candidato, si no es que de plano era obligado para
participar en los comicios y ser electo para ocupar el cargo.18
Otra forma clara de movilización del voto fue la que se
presentó en el Consulado de México antes de que se implan-
tara la alternativa entre los partidos de vascos y montañeses.
Al parecer no se trataron de campañas violentas, pero sí se
aplicó un mecanismo de inducción al voto, pues el prior y
los cónsules elaboraban directamente las listas de los candi-
datos a electores. Algo similar ocurrió en algunos pueblos
de indios. Entre ellos no había normas generales fijas y es-
critas sino que seguían la tradición y las costumbres, así que
las variantes entre un pueblo y otro eran bastante grandes.19
No obstante, en algunos sí ocurrió que los electores, que de-
bían ser tributarios sin deudas y con “casa poblada”, votaban
por gobernador o los demás oficios del cabildo a partir de
las listas que elaboraba el gobernador saliente. Además, no
fue raro que en las elecciones en los pueblos de indios in-
tervinieran, aquí sí de manera ilegítima, los curas, alcaldes
mayores o corregidores españoles.20
Entre todas las corporaciones que hemos venido mencio-
nando, las que sin duda tuvieron la mayor importancia en el
cuerpo político de Nueva España y en la forja de la cultura
política del país fueron los ayuntamientos o cabildos, es de-
18
Pérez Toledo, Los hijos..., pp. 57 y ss.
19
Sobre las elecciones en pueblos de indios véase en este mismo libro
los capítulos de Lorgio Cobá y Diana Birrichaga. Al respecto también
puede verse Guarisco, Los indios del Valle de México y la construcción de
una nueva sociabilidad política, 1770-1835; Carmagnani, El regreso..., pp.
180-206.
20
Tank, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, pp.
43 y ss.; Guardino, “Toda libertad”, pp. 87 y ss., y “Me ha cabido la
fatalidad”, pp. 119 y ss.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 49
cir, las instancias que gobernaban las villas y ciudades. Su
importancia queda en claro si consideramos, como dice Ro-
jas, que eran los “pilares del gobierno y de la organización
política de los reinos americanos”.21 Los ayuntamientos se
construían a partir del territorio de una villa o una ciudad,
por lo que se trataba de una corporación que comprendía a
todos los habitantes de esa localidad.22 En este sentido era
un cuerpo que en cierta forma abrazaba a todas las demás
corporaciones a las que nos hemos referido antes; incluso
en algunos casos, como ocurrió con los gremios artesanales,
el ayuntamiento era la instancia que les proveía de justicia,
por lo que ambas instituciones estaban engranadas. Dada la
importancia que tuvieron los ayuntamientos en el cuerpo
político de Nueva España y luego su trascendencia a la épo-
ca republicana, es necesario dedicar un apartado a la organi-
zación y movilización del voto en los ayuntamientos.
21
Rojas, “Repúblicas de españoles: antiguo régimen y privilegios”, p. 16.
22
Rojas destaca con claridad que a nivel local había dos órganos de
gobierno. Uno era el de las alcaldías mayores o corregimientos y otro
el de los ayuntamientos. El primero cubría todo el territorio de la
jurisdicción de una provincia y el segundo estaba acotado dentro de
los límites urbanos de la villa o la ciudad. Las funciones y jurisdiccio-
nes de uno y otro eran diferentes y tanto más su significado político,
pues las alcaldías o corregimientos representaban los intereses de la
Corona y los ayuntamientos los intereses de la localidad: Rojas, Las
instituciones de gobierno y la élite local. Aguascalientes del siglo xvi hasta
la independencia, p. 227.
50 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
respondió a un orden y sistema fijo, por lo que es más difícil
insertarlos en este estudio sintético más allá de lo que ya se
ha dicho. En cambio, los ayuntamientos de españoles sí res-
pondieron con más claridad a normas generales. Los cabil-
dos se ocupaban del gobierno de la ciudad o villa y eran su
principal autoridad. Su función primordial era impartir jus-
ticia civil y criminal, pero también se ocupaban de los asun-
tos de hacienda y policía: administraba el agua, vigilaba los
precios, administraba y fijaba las rentas de propios, supervi-
saba el abasto y se ocupaba de realizar sus remates, además
de atender cuestiones de salubridad, entre otros asuntos
de la comunidad urbana.23 Los cabildos estaban integrados
por un presidente, varios alcaldes y regidores, cuyo número
variaba en función de la población de la ciudad o villa, y
un procurador síndico del común. Dependiendo del tipo de
asentamiento del que se trataba, la presidencia del ayunta-
miento era ocupada por el corregidor, el alcalde mayor o el
gobernador de la provincia.24 En este punto hubo una mo-
dificación muy importante en 1786, cuando se implantaron
las intendencias en Nueva España, pues los intendentes pa-
saron a ocupar la presidencia de los cabildos en las ciudades
capitales25 y los subdelegados de la intendencia ocuparon la
23
Ibid., pp. 230-231.
24
Los alcaldes mayores o corregidores residían en una ciudad, pero su
jurisdicción abarcaba el entorno rural. Aparecieron hacia 1560 como
funcionarios encargados de cobrar el tributo y como freno a los en-
comenderos: después también se encargarán de los repartimientos
de trabajadores, organizado sistemáticamente a partir de 1570. De-
pendiendo de la importancia de la jurisdicción eran nombrados por
el rey o el virrey. Los gobernadores fueron los primeros funcionarios
enviados por los reyes a Indias. Encabezaron ciertas jurisdicciones
como Tlaxcala, Yucatán, Acapulco, Veracruz, Nueva Galicia y los rei-
nos en el norte: Idem.
25
En la ciudad de México, al otrora corregidor pasó a llamársele “corre-
gidor intendente” cuando se establecieron las Intendencia en Nueva
España.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 51
presidencia de los cabildos de las villas en sustitución de los
gobernadores, los corregidores y los alcaldes mayores.26 En
los ayuntamientos la justicia era impartida por los alcaldes
ordinarios. Lo tocante a la representación, defensa y admi-
nistración de los intereses de la ciudad era llevado por el
procurador síndico.
En un principio, los concejales de los primeros ayunta-
mientos fundados en Nueva España fueron elegidos por los
vecinos del lugar,27 pero al final del siglo xvi pasaron a ser
cargos comprados en subasta a la Corona. Se convirtieron
en cargos vitalicios y pasaron a formar parte del patrimonio
familiar, así que podían heredarse a la muerte del titular,
renunciarse o traspasarse en vida, previa autorización de la
Audiencia.28 La designación de quiénes se desempeñarían
como alcaldes y como procurador síndico se realizaba me-
diante un proceso electoral interno y cerrado, limitado ex-
clusivamente al cabildo restringido, es decir, a los regidores
y sin ninguna participación de la población general. La se-
sión en que se efectuaban los comicios era presidida por el
presidente del cabildo (que dependiendo del sitio podía ser
el gobernador, el alcalde mayor o el corregidor y después de
1786, el intendente o el subdelegado) aunque él no tenía voto,
excepto en caso de empate. Las elecciones se verificaban el
primer día del año. Entre los alcaldes, el electo en primer
lugar o con el mayor número de votos sería designado como
alcalde de primer voto o primera vuelta, el otro el de segun-
26
Hira de Gortari, “Nueva España y México. Intendencias, modelos
constitucionales y categorías territoriales, 1786-1835”, Scripta Nova.
Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
27
En los primeros años de la conquista se permitió que los fundado-
res-adelantados nombraran a algunos de los regidores, incluso a al-
gunos alcaldes, pero sólo en el primer nombramiento: Rojas, “Repú-
blicas de españoles...”, p. 19.
28
Rojas, Las instituciones de gobierno y la élite local. Aguascalientes del siglo
xvi hasta la independencia, pp. 246-247.
52 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
do voto o segunda vuelta. Desempeñaban el oficio durante
dos años, de modo que cada año sólo se elegía a uno.29 Esto
comenzó a cambiar en 1774, cuando se introdujo la norma
de que en lugar de que todos los cargos de regidor fueran
comprados y vitalicios, cuatro de ellos y el de síndico perso-
nero del común pasaron a ser cargos sujetos a elección (en
1806 se aumentó el número de regidores honorarios electos
a siete).30 Al parecer desde antes ya había voces que reclama-
ban que los oficios del cabildo dejaran de ser vendidos para
que se pudiera elegir a personas más capaces e interesadas
en el gobierno y la administración de los asuntos públicos,
lo que significaba que querían abrir los cabildos a una ma-
yor representación de la población.31 Las cualidades que se
establecieron para ser candidato a regidor fueron ser vecino
del lugar con domicilio fijo. Además, se requería ser blan-
co, “bien nacido” y con buena reputación. No se exigía por
ley, pero era conveniente presentar documento de pureza
de sangre que diera fe de no tener sangre “infamante” por
ser descendiente de judíos o negros. La edad mínima para
ocupar el cargo de regidor era de 18 años, aunque los que
se desempeñaran como escribanos del ayuntamiento debían
tener por lo menos 25. Otras restricciones para ocupar car-
gos municipales eran que se perteneciera a la Real Adminis-
tración de Finanzas o tener allí a algún pariente. También
estaban excluidos los clérigos, los propietarios de oficios
artesanales poco apreciados o los regatones (comerciantes
que revendían al por menor). Sí podían ser regidores los co-
merciantes al mayoreo y con tienda, siempre y cuando no la
29
Ibid., pp. 230, 257.
30
Liehr, Ayuntamiento y oligarquía en Puebla, 1787-1810, 1976, t. i, pp. 88-
121; Alfaro, “Administración y poder oligárquico en la Puebla borbó-
nica, 1690-1786”, cap. 3.
31
Rojas, Las instituciones de gobierno y la élite local. Aguascalientes del siglo
xvi hasta la independencia, p. 248, en especial nota al pie 26.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 53
administraran directamente. No podían tener deudas con
el ayuntamiento ni estar emparentados con algún concejal
propietario de algún cargo municipal.
Los candidatos a regidores honorarios y síndico eran
propuestos y elegidos con voto cantado por el propio cabil-
do perpetuo. Sólo tenían voto los concejales que estuvieran
presentes en la sala del consejo el día de la elección y que no
tuvieran deudas ni estuvieran bajo pena de excomunión. El
regidor y alférez real, que era el concejal de mayor rango en
el ayuntamiento, proponía seis candidatos. Después los de-
más regidores, siguiendo el orden de sus asientos, votaban
en voz alta nombrando a sus dos candidatos. De los nomi-
nados, el candidato que ya antes hubiera sido regidor era
nombrado primer alcalde; si ninguno de los dos electos lo
había sido, el primer alcalde sería el que hubiera obtenido
un mayor número de votos. Si había empate, el presidente
decidía.
En estas elecciones tan acotadas también hubo movili-
zación del voto. Prueba de ello es que, como observó Liehr,
“para garantizar la libertad de elección el presidente pedía,
antes de empezar la votación, que cada uno de los regidores
con derecho a voto declarara en un juramento ceremonioso
no haberle ofrecido ni vendido su voto a ningún candida-
to”.32 Otra costumbre interesante en estos comicios fue que,
mientras estaban en marcha, los concejales podían cambiar
un voto emitido. La votación se realizaba en orden de prela-
ción y era válido que alguno cambiara su voto antes de que
se promulgaran los resultados, una carta abierta de negocia-
ción política sin duda muy interesante. Al final resultaban
electas las personas que hubieran obtenido el mayor número
de votos. Al parecer también era frecuente que hubiera intro-
misiones en estas elecciones, pues se insistió repetidamente
32
Liehr, Ayuntamiento..., t. i, p. 106.
54 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
que estaba prohibido que los virreyes y los alcaldes mayores
intervinieran, aunque era el virrey quien debía ratificar los
resultados o, en los sitios distantes, los alcaldes mayores.
Un cambio mayor en la forma de constituir los ayunta-
mientos en el imperio español ocurrió cuando se promulgó
la Constitución de Cádiz en 1812. A partir de ese momento
se ordenó que se disolvieran los cabildos perpetuos, aque-
llos cuyos cargos eran parte de patrimonios familiares por
haberlos comprado, y se impuso que todos los oficios en el
cabildo fueran ocupados por personas elegidas por todos
los ciudadanos. De golpe, todos los habitantes de una ju-
risdicción que cumplieran con las características de ciuda-
danía podrían elegir a sus representantes al ayuntamiento.
Sin duda este fue un cambio de enormes consecuencias que
paulatinamente transformaría toda la concepción del orden
político.
33
Las elecciones realizadas en la ciudad de México para formar el
ayuntamiento constitucional a partir de la promulgación del Código
gaditano en 1812 han sido unas de las más estudiadas en la historia
electoral mexicana. Por ello no pretendo mencionar toda la biblio-
grafía que existe sobre el tema, pero sí algunos de los principales
autores que de un modo u otro han tratado el asunto, como Rafael
Alba, Antonio Annino, Israel Arroyo, Alfredo Ávila, Nettie Lee Ben-
son, Roberto Breña, Manuel Chust, Marcello Carmagnani, Carlos Ga-
rriga, Hira de Gortari, Claudia Guarisco, Virginia Guedea, François
Xavier Guerra, Annick Lampérièr, Kishiro Ohgaki Kodama, Martha
Llorente, Juan Ortiz, José María Portillo, Jaime Rodríguez, Beatriz
Rojas, José Antonio Serrano, Richard Warren y Verónica Zárate, entre
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 55
pasos trascendentales para dar forma a la monarquía consti-
tucional y al nuevo código que la regiría. En medio de la in-
vasión francesa en la Península, la Suprema Junta Central de
España y las Indias, en nombre del rey ausente Fernando vii,
convocó a elecciones para que cada distrito de la Monarquía
española enviara un diputado ante la Junta Central estable-
cida en Sevilla. Por lo que toca a Nueva España, las eleccio-
nes fueron convocadas por el virrey Garibay el 4 de abril de
1809 y realizadas el siguiente 4 de octubre dentro de los 12
conejos municipales de las intendencias y en dos provincias,
Tlaxcala y Querétaro. Posteriormente, la propia redacción
de la Constitución implicó el nombramiento de diputados
a Cortes y esto se hizo también mediante una elección. El
decreto que convocaba a formar Cortes llegó a México en
mayo de 1810 y las elecciones también se celebraron en las
capitales de cada intendencia y provincia mediante sorteo.
Cada uno de los concejos nombró a tres hombres naturales
del lugar, íntegros, con talento y educación, cuyos nombres
fueron escritos en papeletas que se depositaron en una urna
para sacar a suerte una con el nombre del diputado que re-
presentaría a la provincia respectiva ante las Cortes que re-
dactarían la Constitución en la Isla de León en Cádiz.34 En
1812 el nuevo código que daría forma a la Monarquía Cons-
titucional estuvo listo.
A partir de aquí, la transformación del sistema comen-
zó desde el nivel local. En el capítulo i del título vi de la
muchos otros. Una de las diferencias del trabajo que ahora presento
respecto a la mayoría de los mencionados es que mi atención está
puesta en los sistemas electorales anteriores, en los comicios corpora-
tivos del Antiguo Régimen, por lo que veo las elecciones constitucio-
nales gaditanas más como el proceso que transformó y puso fin a una
época. En cambio, la mayoría de los estudios mencionados arrancan
de la Constitución de Cádiz como punto de partida para estudiar
una nueva época, la instauración del liberalismo en México.
34
Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano, pp. 11-19.
56 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
Constitución de Cádiz, dedicado a los Ayuntamientos, que-
dó establecido que el gobierno interior de los pueblos estaría
a cargo precisamente de los ayuntamientos compuestos por
alcaldes, regidores y procuradores síndicos presididos por el
jefe político.35 El cambio más importante introducido por la
Constitución se incluyó en el artículo 312 al establecer que
los alcaldes, regidores y procuradores síndicos se nombra-
rían por elección en los pueblos, cesando todos los conceja-
les que hasta entonces hubieran servido en los oficios perpe-
tuos comprados a la Corona. En el artículo 313 se estableció
que todos los años en el mes de diciembre debían reunirse
“los ciudadanos de cada pueblo para elegir, a pluralidad de
votos con proporción a su vecindario, determinado número
de electores que residan en el mismo pueblo y estén en ejer-
cicio de los derechos de ciudadano”.36 Estos electores elegi-
rían también a pluralidad absoluta de votos a los alcaldes,
regidores y procuradores síndicos que debían entrar en fun-
ciones el primero de enero del siguiente año. Se trató, pues,
de un sistema electoral indirecto en un grado que puso fin al
antiguo método de comprar los cargos que existió desde el
siglo xvi y que en su lugar convocó a votar al pueblo.37 Para
35
La figura del jefe político fue establecida por las Cortes de Cádiz
como la persona en quien debía recaer el gobierno político de las
provincias y que sería designada por el rey. Era un cargo superior al
de intendente, cuyas funciones fueron reducidas a las de oficial fiscal
para la provincia: Lloyd Mecham, “El jefe político en México”, pp.
143-144.
36
El número de electores y de concejales de acuerdo con el tamaño del
vecindario está descrito en el decreto del 23 de mayo de 1812.
37
Observa Rodríguez que en estas elecciones se convocó a votar al
pueblo, palabra que, dice, en el momento tenía dos acepciones, la de
gente, esto es, los ciudadanos individuales, y otra que se refería a la
región, que alude a los derechos e intereses locales. En este proceso
gaditano se asoció el concepto de un ciudadano con derechos al con-
cepto de la representación basada en el número de pobladores de una
región. Así, la colectividad de individuos con derechos se convirtió
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 57
poner en práctica lo prescrito en la Constitución de Cádiz,
las Cortes emitieron un decreto el 23 de mayo ampliando
la información para realizar las elecciones para integrar los
ayuntamientos.38 En el inciso viii de este decreto se estipuló
que los comicios para designar a los electores se realizarían
en juntas parroquiales compuestas por los vecinos domici-
liados en ellas, las cuales debían ser convocadas con antici-
pación. Cada una de estas juntas estaría presidida por una
autoridad capitular como lo eran el jefe político, los alcaldes,
los regidores y los procuradores síndicos. En las juntas se
elegiría al número de electores que le correspondiera en pro-
porción al total de la población.
En el caso de la ciudad de México, a partir de estas ba-
ses legales, en su sesión del 6 de noviembre el ayuntamiento
dispuso los arreglos para llevar a efecto las elecciones.39 Se
debía votar por 25 electores que elegirían a dos alcaldes, 16
regidores y dos procuradores síndicos. Los comicios tenían
que realizarse en juntas parroquiales, así que el cabildo dis-
58 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
puso que “para que el acto de su elección sea con toda la pu-
blicidad y popularidad posible, se hará en aquéllas plazue-
las de las parroquias, o en los sitios más cómodos y amplios
inmediatos a ellas”. En la ciudad había 14 parroquias y cada
una requería de una autoridad que presidiera las elecciones,
así que el intendente, los regidores y alcaldes del ayuntamien-
to perpetuo se las repartieron por medio de un sorteo. En
cada uno de los parajes públicos acordados, los presiden-
tes tendrían a su disposición una mesa, un libro, recaudo
de escribir y un escribiente (la distribución del número de
electores por parroquia y las autoridades que presidieron el
proceso puede verse en el cuadro anexo número 1). El día de
las elecciones lo primero de todo sería elegir a un secretario
de entre los primeros ciudadanos que acudieran a la cita es-
tablecida para el 29 de noviembre a las siete de la mañana.
Enseguida se recibirían los votos para electores. Desde la re-
unión de cabildo se acordó que los ciudadanos podían llevar
escrito el nombre o los nombres de los sujetos que querían
elegir. Allí también se decidió que un día festivo anterior al
de las elecciones, los curas de las parroquias de la capital
debían reunirse con su feligresía para que los instruyeran
sobre el objeto de la convocatoria a elecciones. Con este pro-
pósito, el intendente corregidor exhortó
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 59
quial para votar era obligatoria; que los votantes, de acuerdo
con lo que había declarado el virrey, eran los ciudadanos y
estos eran los cabezas de familia o mayores de 25 años, que
no hubieran perdido su derecho según el capítulo 4o. título
2o. de la Constitución o lo tuvieran suspenso. Ellos no po-
dían concurrir a las juntas, como tampoco las mujeres, los
niños ni los jóvenes que no tuvieran la edad prescrita. Se
dejó, pues, en manos de la iglesia los primeros pasos en la
capacitación para el ejercicio de la ciudadanía. No debe de
extrañar en una sociedad cuya unidad y congruencia esta-
ban fundadas en la profesión de la fe católica.
Se pidió a los curas párrocos que explicaran también a
su feligresía en qué consistía el voto indirecto en un grado,
es decir, que ellos, los ciudadanos, elegirían a los electores
que a su vez votarían por los hombres que desempeñarían
los empleos de alcaldes, regidores y procuradores síndicos.
Debieron explicar también que para realizar su voto, los ciu-
dadanos debían llevar en la mente o por escrito el nombre
del sujeto a quien quisieran dar su voto como elector. Este
debía ser un ciudadano en ejercicio de sus derechos, de pro-
bidad y con conocimiento suficiente de los individuos del
vecindario, apto para desempeñar el encargo que se le daría.
El intendente corregidor terminó el exhorto con estas indi-
caciones que envió a cada uno de los curas párrocos de la
ciudad expresando su confianza en que el celo pastoral de
cada uno, su fidelidad y patriotismo, contribuiría al cumpli-
miento de la Constitución.40
El 26 de noviembre se les mandó a los curas un segundo
oficio en el que se les explicó que los fiscales no habían llega-
do a un acuerdo sobre la edad mínima de un ciudadano por-
40
Los exhortos enviados a cada cura párroco fueron fechados el 20 de
noviembre de 1812: ahcdmx, Actas de Cabildo, vol. 131-A, fs. 209-
209v.
60 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
que la misma constitución no lo determinaba, así que el ban-
do se publicaría sin indicar la edad mínima y sólo excluiría
a los menores, niños y jóvenes. En este oficio expresaron que
supondrían que votarían los que tuvieran la edad “compe-
tente para el discernimiento del negocio de que se trata, co-
nocimiento de las personas que han de ser nombradas para
electores”. Pidieron a los curas párrocos que explicaran a sus
feligreses en los días que faltaban para el domingo de las
elecciones “lo que les dicte su prudencia.” 41
En reunión de cabildo también se discutieron pormeno-
res del procedimiento a seguir en las elecciones. Se decidió
que en todas las juntas parroquiales los presidentes debían
quedarse en el tribunal (así se refieren a la mesa electoral en
el acta) sin separarse hasta el anochecer y que el acta debía
continuarse sin interrupción hasta la conclusión del acto. Se
discutió también sobre el modo en el que debía realizarse el
acta y se acordó que se elaboraría un machote que se repar-
tiría a todos los presidentes para que cada uno lo diera a su
respectivo secretario. Otro asunto discutido y que requirió
que se consultase al virrey fue si los curas párrocos debían
estar presentes o no y en caso de que sí, se discutió si se les
daba asiento y en calidad de qué. Varios de los mismos curas
41
Los fiscales de la Audiencia comunicaron al ayuntamiento de la ciu-
dad de México mientras se estaban discutiendo los pormenores del
proceso electoral que no era necesario fijar una edad “porque el dere-
cho de vecindad, la circunstancia de constituir cabeza de familia, y la
administración de sus propios bienes suponen una edad competente
que no es necesario fijar para poder concurrir con su voto a las juntas
parroquiales, y esto mismo estaba mandado con anterioridad en un
caso no muy desemejante, pues el artículo 1º de la Real Orden de 20
de abril de 1768 sobre elección de diputados y personeros del común
que se crearon en Castilla por auto acordado del Consejo de 5 de
mayo de 1766 cuya orden se haya inserta en Novísima Recopilación
de aquellos reinos, se declara que todo vecino de casa abierta pue-
da concurrir al nombramiento de comisarios electores, sin exigírsele
otro requisito”. ahcdmx, Actas de Cabildo, vol. 131-A, f. 199.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 61
pensaban que su presencia era necesaria: el señor Francisco
Urrutia consideró que si bien los párrocos no eran “con jue-
ces (sic)”, sí convenía que estuvieran presentes en su calidad
de párrocos y para que los presidentes pudieran pregun-
tarles lo que estimaran conveniente “por el mucho conoci-
miento que tienen de sus parroquianos”. En las reuniones
de cabildo en las que se discutieron los pormenores de las
electorales se consideró que las juntas parroquiales con sus
mesas electorales eran tribunales y sus respectivos presiden-
tes eran jueces. Una identificación natural en una sociedad
política jurisdiccional como lo era la novohispana.42
El corregidor intendente Ramón Gutiérrez del Mazo pu-
blicó el 27 de noviembre de 1812 el bando en el que convocó
a las elecciones. En él quedó dicho con claridad que la asis-
tencia a las juntas parroquiales no era “un acto ceremonial
sino obligatorio, por haberse jurado solemnemente la Cons-
titución”.43 Pensando en la organización de un evento de esta
naturaleza, el primero en la historia de la ciudad, el corregi-
dor intendente previno que nadie que no tuviera derecho a
votar debía presentarse así que no debían acudir “[…] ni por
curiosidad las mujeres, niños y los jóvenes que no tengan
la referida calidad de vecinos, ni los individuos que estén
suspensos o privados de los derechos de ciudadanos”.44 En
el bando se enumeraron los lugares donde se celebrarían las
juntas parroquiales y las autoridades que las presidirían. Se
expuso asimismo que las elecciones se celebrarían el día 29
a partir de las siete de la mañana:
42
Garriga, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”,
pp. 1-21.
43
El bando que convocaba a elecciones para formar el ayuntamiento
fue publicado el 27 de noviembre de 1812: Alba, “La Constitución de
1812 en la Nueva España”, t. 1, p. 227.
44
Idem.
62 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
con el objeto de nombrar electores, a cuyo fin cada uno llevará
en la mente o por escrito el nombre del sujeto a quien quiera dar su
voto, que sea también ciudadano en ejercicio de sus derechos
y mayor de veinte y cinco años, de probidad y conocimiento,
capaz de elegir Alcaldes, Regidores y Procuradores Síndicos,
aptos, que desempeñen los empleos de Justicia y República
que se les confíen, con exactitud y fidelidad, como que en
esto se interesa el bien del Estado y del Público, sin que se
entienda la concurrencia a las Juntas como un acto ceremo-
nial sino obligatorio, por haberse jurado solemnemente la
Constitución.45
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 63
dadanía por ser criminales convictos, deudores de la hacien-
da pública o haber residido cinco años en el extranjero sin
comisión o licencia del gobierno español, pero el de Cádiz
no fue un voto limitado por la propiedad ni la educación, así
que pudieron votar indios, mestizos y españoles europeos
y americanos, tanto ricos como pobres con empleo, oficio o
modo de vivir conocido.49 Fuera de estos líneamientos gene-
rales, la calificación de la ciudadanía se dejó a criterio de las
autoridades de cada una de las juntas parroquiales en las que
se celebrarían las elecciones, lo que significó que se aplicaran
criterios muy diferentes de un sitio a otro, lo que al cabo gene-
ró dudas sobre la legitimidad del proceso.50
Además de dejar abierta la acreditación de la ciudada-
nía, también quedaron abiertos al criterio de las autoridades
de cada junta parroquial otros mecanismos operativos para
expresar y contabilizar los votos. Esto, naturalmente, hizo
vulnerables los resultados de las elecciones y dio pie a que
todos los procesos pudieran ser cuestionados. En el caso de
la ciudad de México, donde además el resultado fue totalmen-
te contrario al gusto e interés de la alta jerarquía política del
virreinato, provocó que los comicios se pusieran en entredi-
cho y fueran sometidos al escrutinio judicial porque todos los
elegidos como electores resultaron ser españoles americanos
y varios de ellos reconocidos simpatizantes del movimiento
insurgente.
Efectivamente, el día 29 de noviembre se celebraron las
elecciones en las 13 parroquias de la ciudad de México. Los
votantes acudieron a las juntas parroquiales y emitieron su
voto, tanto de forma cantada como por escrito, tal y como lo
había propuesto el corregidor intendente en su bando convo-
49
La calificación de la ciudadanía fue establecida en el tít. ii, cap. iv, ar-
tículos 18 a 26 de la Constitución Política de la Monarquía Española.
50
Guedea, “Las primeras elecciones populares en la ciudad de México,
1812-1813”, p. 9.
64 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
cando a las elecciones cuando señaló que: “cada uno llevará
en la mente o por escrito el nombre del sujeto a quien quiera
dar su voto”, como se vio en la cita transcrita líneas atrás.
Ese mismo día se concluyó el cómputo de los votos a las ocho
y media de la noche y se declaró el triunfo de 25 electores
americanos, ni uno solo de los elegidos fue europeo.51 Un re-
sultado sin duda uniforme, pero que además provocó una ex-
traordinaria y tumultuosa celebración popular. La gente salió
a las calles y en grupos corrieron hacia la catedral y otras igle-
sias a tocar las campanas en repique general una y otra vez
a lo largo de la noche. El clima de excitación se puede pulsar
en lo que declaró Julián Roldán, receptor de la Real Sala del
Crimen y auxiliar de la Junta de Seguridad y Buen Orden
Público, sobre los movimientos populares de la noche del 29
al 30 de noviembre que:
51
Alamán, Historia de México..., t. iii, p. 290.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 65
donde quedé vivamente persuadido de que la inocente plebe era
seducida por los muchos insurgentes que hay en esta capital.52
52
Declaración hecha el 17 de diciembre de 1812: Alba, “La Constitu-
ción...”, t. 2, pp. 249-250. Las cursivas están en el original, las negritas
son mías.
53
Declaración hecha el 17 de diciembre de 1812: loc. cit.
54
Idem.
66 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
nión de cabildo ordinario en que se recibieron los libros con
las actas de las elecciones, no quedó asentado nada respecto
al alboroto y la impugnación de las elecciones.55 Sí debió ser
impactante el repique de las campanas de la catedral, el cual
no cesó hasta que el secretario del virrey subió en persona a
la torre de la catedral para ordenar que se detuvieran,56 pero
queda la impresión de que la manifestación popular celebran-
do el triunfo de los americanos más bien fue magnificada des-
pués, cuando fue descrita en la investigación que se realizó
para preparar las elecciones de los diputados a Cortes.
En su crónica de los hechos y de los cuales él fue testigo
presencial según dijo, Lucas Alamán cuenta que en la ma-
ñana del 30 de noviembre sí se celebraron misas de gracias
con Te Deum en las parroquias y que a cada una acudieron
los electores que habían sido votados en ellas. Una manifes-
tación clara del regocijo popular fue que a varios de los elec-
tores el pueblo mismo los llevó en medio de aplausos hasta
el presbiterio de la iglesia. Por cierto, que también Alamán
confirma que en medio de la arrebatada alegría del pueblo
no hubo desmanes alarmantes, pero que el virrey, temeroso
de que ocurriese algún alboroto de mayores consecuencias,
ordenó que la tropa se mantuviera lista y acuartelada. A las
cuatro de la tarde el corregidor intendente fijó rotulones en
los muros de la ciudad ordenando a todos que se retirasen
a sus casas bajo amenaza de que si no lo hacían saldrían
55
Realizada con la concurrencia de los señores Ramón del Mazo, inten-
dente de provincia y corregidor de esta N.C., Antonio Méndez Prieto
y Fernández, decano contador mayor honorario del Real Tribunal y
Audiencia de Cuentas de Nueva España y procurador general;
Francisco José de Urrutia, León Ignacio Pico y Agustín del Rive-
ro, regidores perpetuos; Manuel Francisco del Zerro, José María
Echabe, Francisco Maniau y Torquemada, Domingo María Pozo,
honorarios, y José María Fagoaga, síndico del común. ahcdmx,
Actas de Cabildo, vol. 131-A, fs. 214v-215.
56
Alamán, Historia de México..., t. iii, p. 290.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 67
patrullas que “usarían de las armas” pero, por fortuna, “el
pueblo obedeció y a la noche todo estaba sosegado”.57
Tras las elecciones, algunos de los electos fueron perse-
guidos, no directamente por lo ocurrido en los comicios y la
manifestación popular, sino bajo otros argumentos, como le
ocurrió a Carlos María de Bustamante, que tuvo que escon-
derse al anularse la libertad de imprenta para evitar que lo
apresaran por su trabajo periodístico o a Juan de Dios Martí-
nez, que sí fue encarcelado acusado de tener correspondencia
con los insurgentes.58 Fuera de esto, parece que todo quedó
en calma, aunque las autoridades sí se atemorizaron por el
resultado de las elecciones y por ello suspendieron el proceso.
No se realizó el siguiente paso, que los electores votaran por
los concejales, así que el virrey Venegas ordenó que el ayun-
tamiento antiguo siguiera al frente del gobierno de la ciudad.
Las siguientes elecciones que debían celebrarse eran las
de diputados a las Cortes de Cádiz, por lo que la alta jerar-
quía política del virreinato intentó prepararse mejor para
evitar resultados tan amargos como los de las elecciones
capitulares truncadas. En consecuencia, se abrió una averi-
guación coordinada por el corregidor intendente Gutiérrez
del Mazo para entender qué había sucedido. Se pidió a todos
los que habían servido como presidentes de juntas parro-
quiales que presentaran un informe sobre los defectos que
habían observado en el proceso electoral y en particular les
preguntaron acerca de “si dieron voto varios individuos que
pudieron ser hijos de familia, algunos sirvientes domésticos
o de origen africano, según su color y pelaje, y otros que du-
plicaron los indicados votos, dándolos escritos en diversos
puestos o secciones”.59
57
Ibid., p. 291.
58
Ibid., p. 296.
59
Ramón Gutiérrez del Mazo, 14 de diciembre de 1812, en Alba, “La
Constitución...”, t. i, p. 235.
68 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
Hubo varias coincidencias entre los presidentes de las
juntas. La primera dificultad había sido no poder verificar
realmente quienes eran ciudadanos, pues los únicos crite-
rios que tenían era el aspecto físico y la opinión de los veci-
nos sobre el “sospechoso”. Un informante dijo:
60
Juan Antonio de Cobián, alcalde ordinario, presidió la junta en la
Parroquia de San Pablo, en Alba, “La Constitución...”, t. i, p. 239.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 69
to los mismos en su imaginación tantos concurrentes”61, lo
mismo que Del Zerro en la parroquia de San Miguel que
notó
70 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
explicó que lo había hecho en su afán porque todo se hiciera
legalmente y explicó cómo había ocurrido que se presentaran
boletas escritas con una misma letra. Él había pedido a un
vecino de la feligresía que convocara a todos sus vecinos para
que se presentarán a votar al día siguiente. Bala pensó que
muchos de los vecinos no sabrían por quién votar, así que se
le ocurrió pedirle al mismo vecino que les llevara una lista
con 20 nombres para que, de entre ellos eligieran libremente a
dos. Sin embargo, el vecino que convocó a los ciudadanos de
la feligresía les dio papeles sólo con dos nombres, los mismos
dos nombres a todos. Estos papeles los escribió un ciudadano
que dijo haberlo hecho a petición del fiscal de la parroquia
con el argumento de que los votantes no sabían escribir. En el
informe del regidor Pozo no dio sus nombres y al final calificó
lo ocurrido como un hecho sencillo en el que no había habido
colusión, fraude ni fuerza. Las palabras que utilizó el regidor
Pozo para referir el caso fueron estas:
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 71
tre los veinte de la lista dada por el padre Bala y que no sabían
escribir los que habían de votar: el padre Bala convino en ser
los sujetos de los expresados en la lista que dio y a quien se la
entregó el mismo fiscal de la Parroquia, e instruido el inmenso
concurso de la sencillez del hecho, quedó acorde con que no ha-
bía habido colusión, fraude ni fuerza y por lo cual se continuó
la votación con la mayor tranquilidad.63
63
Regidor Domingo María Pozo que presidió la Junta de la Parroquia
de San Sebastián informa en 16 de diciembre de 1812, Ibid., t. i, pp.
238-239.
72 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
dre Sartorio, y ya que en medio del murmullo de la gente oyó
a un indio cargador que había tenido 18 reales por el reparti-
miento de papeles para la votación, que se le habían dado en
la botica de la Monterilla.64
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 73
utilizado hasta aquí y su conclusión fue clarísima: se trató
de una “confabulación”.66 A los oidores no les cupo la menor
duda de que se habían efectuado maniobras para seducir a
la inocente plebe, señal inequívoca de que los insurgentes se
habían confabulado para lograr que los votantes eligieran
a determinadas personas. No es que les preocupara en sí la
manipulación del voto, sino que se hubiera utilizado para
conseguir que todos los electos fueran americanos simpati-
zantes de la insurgencia.
Consideraciones finales
66
Representación de los oidores de México a las Cortes de España con-
tra la Constitución de 1812, México, 18 de noviembre de 1813, en
Bustamante, Cuadro histórico, t. ii, p. 389.
74 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
do— fueron muy similares. El cambio trascendental ocurrió
en lo que significó votar en una y otra etapa.
Dentro de ese viejo mundo corporativo casi todos —mu-
jeres y hombres, indios y españoles, seglares y eclesiásticos—
actuaban y se expresaban políticamente dentro de sus propias
comunidades. De entre todos ellos, quizá los miembros de
la iglesia fueron los más apasionados durante los proce-
sos electorales, o por lo menos ha sido sobre ellos de quienes
hemos encontrado las evidencias más claras. Tales fueron
los casos de las monjas del convento de La Encarnación de
Lima o las del convento de Jesús María de México, en el que
hasta un demonio intervino, como lo describió Sigüenza y
Góngora. Y sobre esto me parece que debe llamarse la aten-
ción, pues es muestra de que las mujeres sí que hacían po-
lítica y, sin duda, continuaron en ello, aunque su actuación
debiera ser —digamos— entre bastidores porque no se les
dio la ciudadanía. Del papel que la gente de la iglesia re-
presentó en las prácticas electorales es interesante destacar
que fue a los curas párrocos a quienes el corregidor inten-
dente de la ciudad de México acudió para que explicaran
a sus feligreses cómo se harían las elecciones de acuerdo
a la Constitución de Cádiz, proceso que da cuenta de una
movilización del voto hecha de manera clara y abierta. Asi-
mismo, fue en ellos en quienes se confió para que dijeran
si los votantes que acudían a las mesas electorales eran o
no ciudadanos, pues nadie como ellos conocía a sus parro-
quianos. Y fueron también hombres de la iglesia quienes
intervinieron en la votación propiciando que se repartieran
cédulas escritas previamente para salvar el inconveniente
de que muchos de sus feligreses no supieran escribir, pro-
cedimiento que habla de una movilización en la que pudo
realizarse una seducción de los votantes, como se dijo en
la época.
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 75
Ahora bien, entre las diversas corporaciones que exis-
tieron, los ayuntamientos de las repúblicas de españoles
son en particular un microcosmos muy interesante para
estudiar la historia de las prácticas políticas del Antiguo
Régimen. La historia de cómo fueron constituyéndose los
cabildos en Nueva España revela un camino oscilatorio. En
el temprano siglo xvi se permitió que los vecinos eligieran
a los regidores y a algún alcalde en su primer nombramien-
to, pero al final de ese siglo las regidurías ya pasaron a ser
cargos vitalicios y patrimoniales, comprados en subasta a
la Corona. A partir de entonces las funciones de alcaldes y
procurador síndico serían desempeñadas por los regidores
por designación en comicios celebrados en el propio cabil-
do cerrado. Una nueva oscilación se produjo en 1774, cuan-
do se estipuló que cuatro de los cargos de regidor y el de
síndico dejaran de ser comprados y pasaran a ser ocupados
por vecinos elegidos por los concejales. El número de los
cargos abiertos a elección se amplió a siete en 1806, pero el
cambio más radical se produjo en 1812, cuando todos los
cargos del ayuntamiento pasaron a ser ocupados por veci-
nos elegidos en comicios abiertos a toda la ciudadanía de
acuerdo con la Constitución de Cádiz, el primer código que
rigió sobre todos los súbditos de la Monarquía Católica, in-
dependientemente de su rango social, su calidad étnica o
su oficio. Se comenzaron así a disolver los marcos corpora-
tivos y forales en los que se había repartido la sociedad y
los individuos se convirtieron en el eje vector del sistema
político. Cada uno, de manera individual, como ciudadano,
expresó su voluntad política a través del voto —un cam-
bio trascendental, sin duda— pero en realidad, la mecánica
operativa de las elecciones siguió siendo la misma que la
del Antiguo Régimen.
76 MATILDE SOUTO M A NT E C ÓN
CUADRO 1
Disposición de lugar, organización y resultado de las juntas
parroquiales, ciudad de México, 1812
¿L A I NOC E N TE P L E B E S E D U C I D A ? 77
Parroquia Lugar de la Junta Presidente Elegidos
Regidor Licenciado
Plazuela misma honorario Manuel Victorio
San Sebastián
parroquia Domingo María Texo y José
Pozo Ferradas
Regidor
Bachiller José
Santa María Francisco José
Norzagaray
de Urrutia
Plazuela Alcalde Bachiller Mariano
San Pablo inmediata a la ordinario Juan Seca y doctor
parroquia Antonio Covián Marcos Cardenal
Francisco Galicia,
Regidor León
Acatlán En su plazuela ex gobernador de
Ignacio Pico
Indios
Plazuela de Regidor Doctor José María
Salto del Agua Tecpam de San honorario José Torres Torija y
Juan María Fagoaga Mariano Orellana
Alcalde Dionisio Cano y
ordinario Juan Moctezuma, ex
De la Palma En su plazuela
Cervantes y gobernador de
Padilla Indios
San Antonio de En la pila de la Regidor Agustín
Conde de Xala
las Huertas Tlaxpana del Rivero
F uentes consultadas
Archivos
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CAPÍTULO II
1
Güémez, Mayas, gobierno y tierras frente a la acometida liberal en Yu-
catán, 1812-1847, pp. 43-44. El caso de Michoacán y sus cabildos in-
dígenas. Véase Reyes, “La república de naturales del occidente de
Michoacán”.
[ 87 ]
a nuestro señor les alumbre y encamine en la elección que
pretenden hacer de oficiales que los administren”. Conclui-
do el acto religioso, las autoridades indígenas se aislarían
en la “casa de su cabildo o comunidad” para “tratar y co-
municar sobre elegir y nombrar alcaldes, regidores, algua-
ciles y otros oficiales”. Los elegibles debían cumplir ciertas
cualidades morales: “mayor entendimiento, buenos cristia-
nos, cuidadosos en el beneficio de sus milpas y gobierno de
sus mujeres e hijos y tales que se espere que miraran por el
bien y provecho universal de aquel pueblo”; dicha elección
concluía con la confirmación que haría el gobernador de la
provincia.2 De acuerdo con las normas formales estaríamos
ante elecciones corporativas y cerradas, en las que las auto-
ridades salientes (sin participación del común) se reunían
para nombrar a los relevos del año inmediato siguiente. En
este rito formal tenía cabida el clero o, cuando menos, de los
indígenas que se ocupaban de los servicios religiosos, caso
de los maestros cantores.3
Estas elecciones cerradas (y “austeras”) contrastaban con
las “prácticas festivas” y de “presentes” de los mayas de las
primeras décadas de vida colonial. Las ordenanzas de Gar-
cía de Palacio intentaron modificar el comportamiento de
los mayas yucatecos ante las autoridades políticas (indíge-
nas y españolas) y eclesiásticas. Por ello prohibió a las auto-
ridades mayas recibir dinero o cualquier otro “regalo”; por
contrario, sus atribuciones las ejercerían sin costo alguno.
En el mismo sentido, eliminó las costumbres que tenían los
“principales y alguaciles” de recibir regalos; también buscó
que estos no entregaran, en nombre del común o cabildo,
gallinas, pescado, iguanas y otras cosas; sin embargo, los ca-
2
Vista de Diego García de Palacio a Yucatán, 1853, pp. 251-252.
3
Farriss, La sociedad maya bajo el dominio colonial. La empresa colectiva de
supervivencia.
4
Visita de Diego..., pp. 251-261.
5
El concepto de cultura electoral como aquellas prácticas rituales en
los procesos electorales que suponen una cultura política oficial que
se entremezcla con normas formales, informales y las tradiciones po-
pulares, en O’Gorman, “La cultura de las elecciones en Inglaterra: de
la revolución gloriosa a la Ballot Act de 1872”.
6
En el actual proceso electoral los spots del Instituto Nacional Electoral
en lengua maya emplean el vocablo yeeytambal, la raíz maya es el
verbo elegir.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 89
fieren a la acción de “escoger o elegir”7. Pero no existe elec-
ción como sustantivo o cuando menos no se registra. Este
hecho es importante porque nos permite contrastarlo con
los procesos electorales para la conformación de los cabil-
dos indígenas. Las actas de elección del cabildo indígena de
Tekantó (siglo xvii y xviii), escritas en maya, nos arrojan luz
sobre el nombramiento de sus integrantes. Lo primero que
es importante destacar es que en el acta la palabra elección
no encontró traducción, sino que se encuentra como tal en
el discurso (elección). La no traducción de la palabra puede
explicarse de dos maneras: no se encontró su equivalente
o, para no confundirlo y vestirlo de otro sentido, se deci-
dió mantenerlo en español, así se incorporaba una práctica
que no estaba presente en dicha sociedad.8 Esta operación
fue común en la negativa de la Iglesia de traducir la palabra
Dios, pues de acuerdo con los cánones de aquel momento
éstano tenía paralelo.
Pero las palabras que acompañan a “elección” también
dicen mucho de la diferencia que existía entre los dos mun-
dos en el problema del nombramiento de las autoridades. El
concepto de elección que los mayas tradujeron lo transfor-
maron en una locución: u thanil elección (u t’aanil elección),
misma que encontramos en todas las actas, en términos lite-
rales significa “el habla de la elección”, un intento de traduc-
ción de “tratar y comunicar” sobre la elección, pero “tratar
y comunicar” refieren a parte del proceso normado en las
ordenanzas de García de Palacio y no al acto mismo. Pero
el acta nos muestra el significado que adquirió la elección.
Como hemos visto, de acuerdo con las ordenanzas, el día
primero de enero debían reunirse en el edificio de la repú-
7
Beltrán, Arte de idioma maya reducido a succintas reglas de semilexicón
yucateco, p. 106.
8
La traducción como problema de negociación cultural véase Burke y
Po-Chia, La traducción cultural en la Europa Moderna,.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 91
trataron y comunicaron la elección con el batab, se formali-
zó una elección sin votación, de hecho, el acta no registra el
número de votos recibidos por cada nueva autoridad, ni la
deliberación para los nombramientos.
Como se puede apreciar, la elección abandonó el guion
formal e introdujo la movilización electoral. Cuando menos,
la elección ocupó dos días, pues previamente a la reunión
en la casa del cabildo se habían logrado “los acuerdos” sobre
los nuevos integrantes del cabildo, además en este momento
de formalización de la elección no aparece el gobernador.
El batab aguardaba en su casa. Como ha señalado Frank O’
Gorman para el caso inglés,11 el rito de la “procesión” de las
autoridades del cabido saliente y las nuevas a la casa del ba-
tab supone involucrar a la comunidad no electoral en el del
rito, pues si bien el acta no proporciona los pormenores de
esta “peregrinación” es un hecho que no podía pasar desa-
percibida, cuando menos, una comitiva de más de 18 indi-
viduos caminando rumbo al domicilio del batab, y de ahí,
juntos, al edificio de la república para solemnizar el acta la
elección. Las autoridades que resultaron de aquella elección
son enlistadas en el siguiente cuadro.
CUADRO 1.
Autoridades de la elección del pueblo de Tekantó, 1687
Mayordomo: Francisco Ek 1
Total 18
12
Aunque estuvieran plasmadas las firmas de los maestros cantores y
una autoridad civil española, la de los primeros obedece al pago que
recibieron, más que a su participación, y el segundo es una legitima-
ción o visto bueno del acta.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 93
to con los nuevos, a casa del batab (en una especie de proto-
colo de “presentación de credenciales”) a clausurar el acto,
previo a cumplir con las celebraciones religiosas. Sin duda
que fueron días de “fiesta cívica” que llegaron a desbordar
los ánimos, pues se tejían y entretejían intereses.
Quizá por lo anterior la Real Ordenanza de intendentes
de 1786, que introdujo cambios en el gobierno y adminis-
tración de la Nueva España, reformó las elecciones de las
repúblicas indígenas. La Ordenanza conservó “el derecho y
antigua costumbre” de los pueblos indios de elegir anual-
mente a sus gobernadores o alcaldes y demás oficiales de
república, institución que mantuvo atribuciones en el “régi-
men” económico y la recaudación de tributos. Es probable
que las autoridades virreinales estuvieran enteradas de las
agitaciones que daban lugar los procesos de renovación de
las autoridades indígenas, por ello la Ordenanza intentó eli-
minar las fiestas y agitaciones por motivo de elección, con
el fin de evitar los “escándalos en las elecciones” que deri-
vaban en “disturbios y pleitos”, por lo anterior, introdujo al
juez español en sus juntas de elección como mecanismo de
control.13
El caso de Tekantó nos ha mostrado cierto tipo de mo-
vilización o agitación electoral, lo que deja abierta la puerta
a la posibilidad de conflictos electorales. Matthew Restall
señala que en las elecciones de las comunidades mayas no
parece haber un proceso electoral en la que se llamen a los
votantes.14 Ciertamente, las actas ofrecen poca información
13
Las referencias a las fiestas de elección en otras regiones novohis-
panas en Terán, “El liderazgo indio de Valladolid, la diversidad de
gobiernos en los pueblos y la política indigenista borbónica (1786-
1810)”, pp. 368-369. La descripción de estas festividades patronales
yucatecas en Farriss, La sociedad maya..., cap. 11.
14
Restall, The Maya World. Yucatec Culture and Society, 1550-1850, pp.
78-79.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 95
cero-ganaderas la demanda de mano de obra para trabajar
las milpas extensivas creció. Para asegurar la mano de obra,
la legislación colonial introdujo la obligación de cada una de
las comunidades indígenas de entregar, por turnos semana-
les, un tercio de su población para satisfacer las necesidades
de mano de obra de las haciendas y estancias productoras de
ganado, maíz y la incipiente industria de la caña de azúcar,
tabaco y arroz. En estos repartimientos y servicios perso-
nales intervenían las repúblicas de indios. De hecho, en el
protocolo que cumplían las repúblicas para entregar a las
autoridades coloniales sus actas de elección, estas últimas
aprovechaban el momento para entregarles sus repartimien-
tos, es decir, las materias primas para la elaboración de ma-
nufacturas.15
En este con texto, los intereses que convergían en una
elección no eran un asunto menor. En 1784, el obispo de Yu-
catán elaboró un informe sobre su diócesis en la que tra-
tó el asunto del gobierno de los pueblos indígenas. Señaló
que estos estaban en manos de un cacique que, por medio
de una terna, era elegido por el gobernador y “del mismo
modo se procede al nombramiento que anualmente se hace
de los alcaldes, regidores, tenientes y escribano que forman
la república”;16 en otras palabras, el obispo conceptualizó
un proceso electoral en la conformación del gobierno de
los pueblos; aunque no usó ni la palabra elección ni vota-
ción, sino nombramiento. Un nombramiento que a finales
15
Para una síntesis de todas estas cargas indígenas en Bracamonte y
Solís Robleda, Espacios mayas de autonomía. El pacto colonial en Yucatán,
tercera parte; las referencias de los repartimientos y las elecciones en
anexo 9. Sobre los cambios en la tendencia de la producción a finales
de la Colonia en Bracamonte, Amos y sirvientes: las haciendas de Yuca-
tán, 1789-1860, cap. 2.
16
El obispo de Yucatán a José de Gálvez, junio de 1784. Archivo Histó-
rico del Arzobispado de Yucatán (en adelante ahay), Oficios y Decre-
tos, caja, 4.
17
Augeron, Las grandes familias mexicanas a la conquista de las sub-
delegaciones costeras: el ejemplo del clan Peón en Yucatán (1794-
1813)”, pp. 112-116.
18
Castillo Canché, “La pobreza en Yucatán. Ideas, instituciones y prác-
ticas sociales, 1786-1856”, pp. 47-48.
19
Bracamonte y Solís, Espacios mayas de autonomía. El pacto colonial en
Yucatán, pp. 108-115.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 97
experiencia, era un buen hombre (malob uninic).20 Este caso
muestra las fuerzas de poder informal de la comunidad que
intervienen en las elecciones, que supone un proceso en el
que se llegan a acuerdos y concesos, un proceso en que la
práctica supera a las normas formales; pero además, existen
criterios que rigen la elección, que deja de manifiesto el jue-
go de poder para decidir el orden de prelación de la terna.
Estos ejemplos revelan la importancia que revestía para
las autoridades intermedias la elección en las repúblicas de
indios por la importancia de acceder a los recursos humanos
e influir en la comunidad indígena. Este tipo de interacción,
que trascendían las elecciones, pero que tenían su clímax
en él, forjó una cultura electoral que normaron los compor-
tamientos de los integrantes de la sociedad colonial. Justo
Sierra O’ Reilly nos dejó un relato de esta cultura política
que se había moldeado a lo largo de los siglos, una cultu-
ra que seguramente modelaba el comportamiento de auto-
ridades indígenas, los criollos y los subdelegados; respecto
al comportamiento de las personas en torno a la figura del
subdelegado escribió:
20
Documento reproducido parcialmente en Restall, The Maya World.
Yucatec Culture and Society, 1550-1850, p. 80.
21
Sierra, Los indios de Yucatán, vol. 2, p. 157.
22
“Causas de la pobreza en Yucatán en 1821”, pp. 88-89.
23
Censo de la provincia de Mérida, 1797. Archivo General de la Nación
(en adelante agn), Indiferente Virreinal, caja, 8043, exp. 7.
MOVI L I Z A C I ÓN DE L VOTO Y P RÁ C TI C A S E L E C TO R A L E S 99
mayas. Por otra parte, una mirada a las autoridades de las
repúblicas de indios de los pueblos de Ebtún y Tekantó re-
vela que, en la segunda mitad del siglo xviii, el gobierno de
estos dos pueblos habían quedado en manos de unas cuan-
tas familias.24 Lo que nos conduce a proponer la hipótesis de
que se había encubado una cultura política electoral entre
los pueblos de indios que permitían organizar y movilizar la
elección, prácticas en las que se establecían acuerdos y con-
sensos entre los “principales de la comunidad” y los criollos
para la formación de los gobiernos locales. Como muestra en
su estudio Matilde Souto, estas elecciones corporativas son
pieza fundamental para comprender las prácticas electora-
les en el contexto gaditano, pues las experiencias y aprendi-
zajes electorales a lo largo de estos siglos se conjugaron con
las elecciones gaditanas.
24
Véase Roys, The Titles of Ebtun, en especial la introducción, p. 51 y
Thompson, Tekanto. A Maya..., apéndice 37, pp. 395-400.
25
Existe una amplia literatura sobre la ciudadanía en las Cortes de Cá-
diz, ver Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz:
(1810-1814); Annino, Historia de las elecciones en Iberoamérica. De la for-
32
“Expediente relativo al caso de las diferencias habidas entre la re-
pública de indígenas de Tacchíbich’en y las autoridades blancas del
sitio”, 13 de julio de 1813. Biblioteca Yucatanense (en adelante by),
viii -1811-013.
33
Libro de protocolos del pueblo de Tekanto, agey, Colonial, Ayunta-
mientos, vol. 1. “Petición de las autoridades y vecinos se suspenda
la fábrica de la Iglesia”, Baca, 15 de julio de 1790, Colonial, Ayunta-
mientos, vol. 1, exp. 3.
34
Oficio del 2 de septiembre de 1813, en Copiador de oficios para la
provincia empezado en 24 de abril de 1813, by, Libros Manuscritos,
Fondo Reservado, lmep-103, f. 44.
35
Circular del obispo Pedro Agustín de Estévez y Ugarte, Mérida 30 de
abril de 1813. ahay, Oficios del Sr. Estévez, caja, 1.
36
Roys, The Titles of Ebtun, pp. 360-363.
39
Libro de protocolos de la república de Tekantó. agey, Colonial,
Ayuntamientos, vol. 1, exp. 1.
40
Representación del ayuntamiento del alcalde de Chikintzonot, 14 de
febrero de 1822. agey, Poder Ejecutivo, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 1.
43
“Diligencia practicadas para dictaminar sobre los cargos de nulidad
en la elección de junta municipal, Mani, 15 de mayo de 1825. agey,
Poder Ejecutivo, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 31; Reynoso, “El sistema
electoral...”, pp. 96-101.
44
Rodríguez, “Las instituciones gaditanas en la Nueva España, 1812-
1814”, pp. 363-384; Reynoso, “El sistema electoral...”, pp. 96-101.
45
Constitución de la monarquía, 1812, pp. 88-89.
46
“Formación de los ayuntamientos constitucionales”, 23 de mayo de
1812, en Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortés
generales y extraordinarias desde el 24 de septiembre de 1811 hasta el 24 de
mayo de 1812, vol. 2, pp. 232-233.
47
Diccionario de autoridades, vol. 3.
50
Manuel Artazo al Secretario de Estado, Mérida, 1 de diciembre de
1812 en Rubio, “Los sanjuanistas de Yucatán”1967-1969, tt. viii, ix y
x, pp. 141-143, 151-156.
51
Bellingerri, “Las ambigüedades del voto...”; pp. 241- 246. Acta de 18
de diciembre, 1812, Libro de Actas del Cabildo de Mérida, 1812-1813,
by, LEMP-013. Con esta postura declarada del ayuntamiento de la
capital, Bellingeri argumenta que un rasgo de las elecciones de 1813
es el enfrentamiento de dos facciones en la contienda electoral (ruti-
neros y san juanistas). Para demostrarlo, su estudio entrecruza varios
niveles de elecciones: Diputados a Cortes, Diputación Provincial y
ayuntamientos, esta estrategia de análisis lo conduce a no distinguir
con claridad las prácticas locales. Bellingeri, “Las ambigüedades del
voto...”. En nuestro caso hemos trabajado únicamente con ayunta-
mientos del interior de la provincia, lo que nos ha permitido matizar
sus conclusiones.
52
Al respecto ver Castillo Canché, “Primeros momentos del reformis-
mo borbónico en Yucatán. La administración de Lucas de Gálvez”, y
Campos García, “Que los yucatecos todos proclamen su independencia”.
(Historia del secesionismo en Yucatán, 1821-1849), pp. 39-51.
53
Acta de sesión de 1 de diciembre de 1812. Libro de Actas del Cabildo
de Mérida, 1812-1813, by, LEMP-013.
54
José Arceo al Ayuntamiento de Mérida, Izamal, 7 de agosto de 1813,
Alcance al Misceláneo, 14 de agosto de 1813.
55
José Arceo al Ayuntamiento de Mérida, Izamal, 7 de agosto de 1813,
Alcance al Misceláneo, 14 de agosto de 1813.
56
José Arceo al Ayuntamiento de Mérida, Izamal, 7 de agosto de 1813,
Alcance al Misceláneo, 14 de agosto de 1813.
57
Alcance al Misceláneo, núm. 79, agosto de 1813.
58
Convocatoria para las elecciones del pueblo de Ticul, 3 de diciembre
de 1813. agey, Ayuntamientos, caja, 2, vol. 2, exp. 2.
59
Circular del obispo Pedro Agustín de Estévez y Ugarte, Mérida 30 de
abril de 1813; ahay, Oficios del Sr. Estévez, caja, 1.
Sixto
Felipe Ek 64 Alcalde 9 2 años
Barrera
Sixto
51 Felipe Ek Regidor 15 2 años
Barrera
Miguel Miguel
49 Regidor 15 2 años
Martín Martín
Victoriano Santiago
48 Regidor 11 1 año
Mena García
Mariano Victoriano
47 Regidor 12 1 año
Ávila Mena
Alejandro José
43 Procurador 10 1 año
Aguilar García
Leonardo
43
Canul
Santiago
37
García
Juan Rivero 37
Tomás Noh 34
Santiago
33
Herrera
Santiago
30
Canul
Juan García 29
Jose Urtecho 27
Apolonio
23
Martín
Mariano
22
Aguilar
60
Israel Arroyo ha caracterizado este proceso como dispersión de la
votación. Arroyo, “Divisiones electorales y representación política.
Partidos y municipios, Atlixco 1820-1835”, pp. 148-149.
61
El patronímico como un indicador de etnicidad es un tema contro-
vertible por la posibilidad de cambiarse los apellidos. En nuestra
región de estudio conocemos pocos casos; de estos, los mayas que
adoptaron el apellido de su protector continuaron siendo identifi-
cados en los documentos oficiales con el apellido maya. Una cues-
tión que muestra a una sociedad que, en términos raciales, tenía una
distinción de etnias. Los censos y las matrículas de tributos son una
clara muestra.
La restauración constitucional
y las prácticas de movilización
62
Campos, “Faccionalismo y votaciones en Yucatán, 1824-1832”.
63
“Proclamation Ordering the Establish of Voting Place in the Ville-
ges”, en Roys, The Titles of Ebtun, p. 412.
64
Arroyo ha señalado la necesidad de estudiar este proceso de unir
poblados para formar ayuntamientos. Arroyo, “Divisiones electora-
les...”.
65
El jefe superior político al Ayuntamiento de Izamal, Mérida, 11 de
octubre de 1820. En Libro copiador de la correspondencia de los pue-
blos que componen el partido de Izamal. by, LMEP-169.
66
El jefe superior político al Ayuntamiento de Izamal, Mérida, 24 de
octubre de 1820 y 19 de diciembre de 1820. En Libro copiador de la
correspondencia de los pueblos que componen el partido de Izamal.
by, LMEP-169.
68
El jefe superior político al Ayuntamiento de Tizimin, Mérida, 24 de
agosto de 1820. En Libro copiador de la correspondencia de los pue-
blos que componen el partido de Valladolid. by, LMEP-171.
70
El uso del voto por listas o papeletas ha sido destacado por Arroyo
como una de las características de las elecciones gaditanas, por lo
que las cifras totales de las actas no son el número de votantes, pero
son el número de votos que recibió cada individuo. Pero lo más im-
portante —que es lo que sostenemos— es que las papeletas pueden
ser producto de acuerdos previos. Arroyo, “Divisiones electorales...”,
pp. 147-148.
71
Representación de la junta de electores, alegando nulidad de las elec-
ciones de concejales por infracción de Fray Vicente Argaiz, cura del
pueblo. agey, Colonial, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 38. Pich, 1820.
72
“Información sobre las irregularidades que dieron lugar a la anula-
ción de las elecciones del ayuntamiento”. El Carmen, 27 de noviem-
bre de 1820. agey, Colonial, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 39.
73
“Información sobre las irregularidades que dieron lugar a la anula-
ción de las elecciones del ayuntamiento”. El Carmen, 27 de noviem-
bre de 1820. agey, Colonial, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 39.
74
“Información sobre las irregularidades que dieron lugar a la anula-
ción de las elecciones del ayuntamiento. Mérida, 12 de enero de 1820.
agey, Colonial, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 39.
75
Gantús y Salmerón, “Introducción”, pp. 13-14.
76
“Representación de Pablo Crespo, manifestando irregularidades del
alcalde José María Zetina en la elección de nuevo ayuntamiento”.
agey, Colonial, Ayuntamientos, vol. 1, exp. 43.
F uentes Consultadas
Archivos
Hemerografía
1
Archivo General de la Nación (en adelante agn), Archivo Histórico
de Hacienda, vol. 579, exp. 73, Elección de ayuntamientos constitu-
cionales, 1820.
[ 143 ]
de las autoridades locales? ¿Cómo los líderes o notables mo-
vilizaban a los vecinos de estos pueblos para elegir a sus
representantes? ¿Cómo cambiaron las formas tradicionales
de elección de autoridades con la nueva normatividad políti-
co-territorial de ayuntamientos y municipalidades? ¿Qué es-
trategias de movilidad del voto implementaron los notables
en los nuevos territorios políticos? El capítulo está dividido
en tres apartados. Primero abordo la organización y movili-
zación de los electores con el establecimiento de un gobierno
representativo en los pueblos sancionado en la Constitución
de Cádiz. En el segundo apartado explico que en 1825 se
construyó un nuevo esquema político-territorial que creó
tensiones entre los notables de los pueblos por la jerarquía
territorial de las municipalidades debido a la intervención
directa del ejecutivo en la representación del subprefecto. En
la tercera parte presento la dinámica de la movilización elec-
toral de las facciones políticas, en especial al control de las
juntas de vecinos para dirigir la intención del voto.
L a organización de los
ayuntamientos constitucionales 2
2
Una primera versión en Birrichaga, “Administración de tierras y bie-
nes comunales. Política, organización territorial y comunidad de los
pueblos de Texcoco, 1812-1857”.
3
En 1812, al parecer, en Texcoco no fueron instalados ayuntamientos
constitucionales, pues existía la presencia de partidarios de los in-
surgentes. El subdelegado prefirió mantener las prácticas electorales
8
El pueblo de Atenco solicitó erigir ayuntamiento “acreditando con
certificación del padre cura que ese pueblo con los barrios de su co-
marca tiene mil ciento setenta y nueve almas, según el último exac-
to padrón”. Chinconcuac justificó su solicitud “con certificación del
cura que el pueblo tiene mil ciento treinta y cinco almas”. Actas de la
Diputación Provincial de la Nueva España, 1820-1821, p. 70, sesión 18, 12
de septiembre de 1820.
9
agn, Ayuntamientos, vol. 7, decreto aprobando la instalación del
ayuntamiento del pueblo de Cuanalá, México, 28 de abril de 1822. En
las Instrucción para el gobierno económico político de las provincias,
capítulo iii, artículo 1, inciso xvi se indica que el jefe político “será el
único conducto de comunicación entre los ayuntamientos y la Dipu-
tación Provincial”. “Instrucción para el gobierno económico-político
de las provincias”, p. 123.
10
Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano, pp. 28-29.
Actas de la Diputación..., p. 222, sesión 60, 13 de febrero de 1821.
11
La ciudad de México y Tulancingo también contaban con parcialida-
des que eran unidades formadas por los pueblos y los barrios “apar-
tados del común”. Birrichaga, “Administración de tierras...”.
12
Actas de la Diputación..., pp. 66, 279 y 283, sesión 17, septiembre de
1820; sesión 73, 31 de marzo de 1821; sesión 74, 3 de abril de 1821.
13
Archivo Notarias Texcoco, Archivo de Notarias Estado de México
(En adelante ant), Protocolo de 15 de septiembre de 1820, poder no-
tarial otorgado por los naturales y vecinos del pueblo de Tlailotlacan
al capitán de urbanos Antonio Carrillo.
14
Actas de la Diputación..., p. 41, sesión 6, 1 de agosto de 1820.
15
Ibid., p. 49, sesión 9, 12 de agosto de 1820. Las cursivas son mías.
16
La Diputación Provincial de México. Actas de sesiones, 1821-1823, p. 608,
sesión 26, 29 de agosto de 1823. Véase Arroyo, “Divisiones electora-
les y representación política: partidos y municipios, Atlixco, 1820-
1835”, p. 125.
17
La Diputación Provincial, sesión 48, 11 de enero de 1822, p. 110.
18
Artículo 13 “Y a fin de evitar los disturbios, pleitos y alborotos que
frecuentemente se originan entre aquellos naturales con motivo de
sus elecciones de oficio, mando que siempre asista y presida en sus
juntas el juez español” u otro funcionario español. Real Ordenanza
21
Israel Arroyo ha documentado para el partido de Atlixco que “los ve-
cinos no emitían su sufragio mediante un voto individualizado, sino a
través de un voto por lista”. Arroyo, “Divisiones electorales...”, p. 143.
22
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones,
caja, 1, s/a, informe del Ayuntamiento de Tlailotlacan al gobernador
Muzquiz, 20 de diciembre de 1823. Alfredo Ávila señala que estas
irregularidades se realizaban en los procesos electorales en diversos
lugares del país. Ávila, “Las primeras elecciones del México inde-
pendiente”, pp. 48 ss.
23
En otros ayuntamientos se repetía este escenario. En 1823 el cabildo
de Jilotepec señalaba que en la elección de 1820 los indígenas querían
que se les dieran los cargos municipales, aunque eligieran a electo-
res “ineptos” por carecer de virtudes cívicas. Archivo Histórico del
Estado de México (en adelante ahem), Fondo Gobernación, Sección
Gobernación, Serie Gobernación, vol. 1, exp 7, f. 4.
24
Actas de la Diputación..., p. 323, sesión 80, 8 de mayo de 1821; bcem, se-
siones de la Diputación Provincial de México, 20 de febrero de 1823.
25
El cabildo de Texcoco aseguraba que esta ciudad era “hermana de
la capital de México y la de Tlaxcala” y su cabildo debía acudir a
las funciones de iglesia y juntas con “dos personeros que ocupan las
mazas”. agn, Ayuntamientos, vol. 207, solicitud del cabildo para la
compra de ropajes de maceros. Texcoco, 4 de marzo de 1805. Otro
privilegio de la ciudad fue que el gobernador diera la bienvenida a
los nuevos virreyes durante su traslado a la ciudad de México. En
1766 Francisco de Ajofrín señala que cuando el marqués de Croix se
trasladaba del puerto de Veracruz a la capital de la Nueva España, el
gobernador indio de Texcoco salió “a recibir a su excelencia vestido a
lo antiguo, con una tilma o manto blanco, cogido por los hombros y
con centro real en la mano; concurren a esta función todos los indios
gobernadores de la provincia y gran multitud de gentes así españoles
como indios”. Ajofrín, Diario del viaje a la Nueva España, p. 207.
Cargo en el
Nombre Ocupación Calidad
ayuntamiento
Antonio Exgobernador
Regidor Indígena
Carrillo3 (1819)
Exgobernador
Gaspar Vicario Regidor Indígena
(1818)
Exgobernador
Mariano Durán Regidor Indígena
(1812-1817)
Español
Miguel Eguilar Regidor Comerciante
peninsular
Vicente Español
Regidor Comerciante
Pontones peninsular
27
amt, Justicia, caja, 19, leg. 24, oficio de del Lic. José María Esquivel al
jefe político de México, s/f.
28
ant, Protocolos 1837; “Traspaso de la casa de comercio de Félix Gue-
vara. Texcoco, 16 de marzo de 1837; cit. Birrichaga, “Entretelones de
la guerra de Independencia: política y comercio en el centro de Méxi-
co (1810-1826)”.
29
Pérez, “Los albores de la ciudadanía en México: sociedad y cultura
política en México: sociedad y cultura política en Puebla, 1780-1834”,
pp. 132-137.
30
Arroyo, La arquitectura del Estado Mexicano: formas de gobierno, repre-
sentación política y ciudadanía, 1821-1857, p. 60. La Junta Soberana del
Imperio estableció que para los elegir a los electores de partido se
facultaba a los ayuntamientos “cuanto sea bastante en derecho, para
que nombraran un individuo de su seno para elector de partido, y
éste en unión de los de su clase reunidos en la cabecera de[l] [parti-
do] con su ayuntamiento eligiesen elector de provincia”. amt, Fondo
Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja 1, s/a: ma-
chote de un acta credencial de elector de partido, 1822.
31
En sus memorias Agustín de Iturbide señalaba que en las eleccio-
nes de ayuntamientos se intrigaba con facilidad, pues no había “más
35
En materia electoral, el Congreso constituyente de este estado dio
cumplimiento al decreto de 13 de julio de 1824 para las elecciones fe-
derales. El 4 de agosto de 1824 Melchor Múzquiz, gobernado del Es-
tado de México, publicó el decreto para las elecciones de diputados
al Congreso general ordinario. El decreto determinó los mecanismos
para formar las Juntas primarias, Juntas secundarias o de partido y
de las Juntas del Estado. amt, Fondo Independencia, Sección Presi-
dencia, Serie Elecciones, caja 1, s/a: elección de 1824, bando sobre el
método que han de celebrar las juntas de elección para diputados
generales.
36
Los distritos fueron el de Acapulco, Cuernavaca, Huejutla, México,
Taxco, Toluca, Tula y Tulancingo.
37
Juan Antonio de Arce y Acevedo pertenecía al Real Colegio de Abo-
gados y, trabajó como abogado en la Audiencia de México. En 1821
CUADRO 2.
Plan de reducción del subprefecto de Texcoco, 1825
Calpulalpan Calpulalpan
39
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja
1, año 1825, informe del ayuntamiento de Nexquipayac sobre el plan de
reducción de ayuntamientos. Nexquipayac, 7 de noviembre de 1825.
40
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja
1, año 1825, informe del ayuntamiento de Nexquipayac sobre el plan de
reducción de ayuntamientos. Nexquipayac, 7 de noviembre de 1825.
41
Cirilo Ayala, alcalde de Tezayuca, informaba que Arce había orde-
nado la segregación de la hacienda La Grande por motivos perso-
nales. Al respecto decía “la hacienda es de frailes gachupines que
han tiranizado a los pueblos que la rodean y que por lo mismo tiene
un interés en no quedar sujeta a ninguno de estos pueblos y cuando
se ve que infringiendo escandalosamente la ley se une a la cabece-
ra, hay un motivo por creer que el subprefecto obra de acuerdo con
ellos guiado, tal vez, por viles intereses”. amt, Fondo Independencia,
Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja 1, año 1825, carta del ayun-
tamiento de Tezayuca al prefecto de México. Tezayuca, 4 de noviem-
bre de 1825. Sobre Tepetlaoxtoc véase amt, Fondo Independencia,
Sección Presidencia, Serie Correspondencia, caja 2, año 1825, carta
de Mariano Bleaño al suprefecto Juan Antonio Arce. Papalotla, 25 de
diciembre de 1825.
CUADRO 3.
Número de electores y ciudadanos (1826)
42
Colección de decretos y órdenes del congreso constituyente del Estado Libre
y Soberano de México, decreto de 9 de febrero de 1825.
43
Idem.
44
El mecanismo para las Juntas de partido fue distinto. Las municipa-
lidades designaron un elector primario para que en junta de partido
eligieran un elector secundario para las elecciones de diputados al
Congreso constituyente del Estado de México. amt, Fondo Indepen-
dencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja 1, s/a, acta creden-
cial del Bachilller Ignacio Ruiz Peña como elector secundario. 12 de
febrero de 1824.
45
Colección de decretos..., decreto de 9 de febrero de 1825, art. 40. El 28
de enero de 1826 el congreso constituyente decretó que los electores de
los ayuntamientos también harían el nombramiento de “un alcal-
de conciliador que sepa leer y escribir”. amt, Fondo Independencia,
Sección Presidencia, Serie Elecciones, caja 1, s/a, decreto del 28 de
enero de 1826 sobre alcaldes conciliadores”.
46
Sobre el proceso electoral véase Salinas, Política y sociedad en los muni-
cipios del Estado de México (1825-1880), pp. 34-35.
47
El proceso electoral en otras municipalidades, con mayor población
indígena, tuvo rasgos de las antiguas prácticas electorales de los ca-
bildos indios.
48
En 1824 comenzó un discurso público a favor de la expulsión de los
españoles por las posiciones privilegiadas que les permitían ocupar
importantes cargos públicos y gozar de fortuna económica. Los pan-
fletos anti-gachupines circulaban ampliamente por los pueblos, pues
estaban “escritos en jerga popular, y se vendían como pan caliente”.
Pani, “De coyotes y gallinas: hispanidad, identidad nacional y comu-
nidad política durante la expulsión de españoles”, pp. 367-368.
49
El término de facción política fue reconocido por la Diputación Pro-
vincial de México. El 13 de enero de 1823 los diputados anularon
la elección del segundo alcalde de Actopan por “el predominio del
comandante militar y su facción”. La Diputación Provincial de México.
Actas de sesiones, 1821-1823, p. 383, sesión 64, 13 de enero de 1823.
58
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones,
caja, 1, año 1825, acta de la junta electoral de 10 de febrero de 1826.
59
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones,
caja, 1, año 1825, informe del Lic. Juan Antonio Arce de la actuación
de la Junta electoral. Texcoco, 11 de febrero de 1826.
CUADRO 4.
Elecciones de funcionarios
en la municipalidad de Texcoco, 1826
1ª Junta 2ª Junta
Cargo Oficio Oficio
Municipal Municipal
Juan
Manuel Alcalde 1°
1º alcalde Antonio Comerciante
Montero (1825)
Manrique
José Cruz
2º alcalde Empleado José Herrera Comerciante
Balcázar
Basilio Basilio
1º regidor Comerciante Comerciante
Garrido Garrido
Regidor 2°
Juan Antonio Mariano
2º regidor (1825) Comerciante
Manrique Aveleira
Comerciante
3º regidor José Uribe Comerciante José Uribe Comerciante
Martín Martín
Propietario Propietario
4º regidor Montes de Montes de
de fincas de fincas
Oca Oca
60
Idem, Anónimo localizado en la ciudad.
62
Pastrana, Los congresos..., pp. 119-120.
63
Colección de decretos..., decreto de 4 de enero de 1827.
64
Representación que hizo el ayuntamiento de la ciudad de Texcoco, al congre-
so del Estado de México el día 26 de abril del presente año, 1827.
70
Hale, El liberalismo mexicano, p. 101.
71
ahem, Fondo Gobernación, Sección Gobernación, Serie Gobernación,
vol. 9, exp. 10, 1828, 249 fs. Padrón de los españoles radicados en
Texcoco, 1828.
72
Nicolás Campero era natural de las montañas de Santander; comer-
ciante en Veracruz y propietario de la hacienda de San Cristóbal Za-
coalco, Calpulalpan. Campero “fue nombrado y ejerció las funcio-
nes de diputado al primer congreso constituyente de la república”.
ahem, Fondo Gobernación, Sección Gobernación, Serie Gobernación,
vol. 9, exp. 10, año 1828, 249 fs, padrón de los españoles radicados en
Calpulalpan (1828).
73
El ayuntamiento de Texcoco mantuvo su protesta por el traslado de
la capital del estado a la villa de Tlalpan. En enero de 1830 el cabildo
de Texcoco se pronunció a favor del plan de Jalapa por el cambio de
gobierno; en uno de los puntos del acta se argumentaba que Texcoco
sufrió “la infracción del congreso que destrozando el artículo 5o. de
la constitución arrancó de esta ciudad a los supremos poderes cau-
sándole los males que hasta hoy resiente”. bcem, se, exp. 143, 1830,
t. lcviii, acta de adhesión del ayuntamiento de Texcoco al plan de
Jalapa. Texcoco, 18 de febrero de 1830.
74
Colección de decretos..., decreto sobre elecciones de diputados federa-
les y locales referente a las juntas municipales y juntas de partido,
decreto 72 del Congreso constituyente del 16 de agosto de 1826, pp.
94-96.
CUADRO 5.
Alcaldes de Papalotla, 1820-1834
75
Constitución 1827, artículo 162. Las elecciones de ayuntamientos si-
guieron siendo indirectas y mediante juntas populares. En cambio,
las Juntas electorales de partido se pedía que los electores no ejercie-
ran jurisdicción contenciosa, civil, eclesiástica o militar, ni curas de
almas (artículo 24). Colección de decretos..., decreto sobre elecciones
de diputados federales y locales referente a las juntas municipales
y juntas de partido, decreto 72 del congreso constituyente del 16 de
agosto de 1826, pp. 94-96.
76
Colección de decretos y órdenes de los congresos constitucionales
del Estado libre y soberano de México, decreto de 2 de mayo de 1827;
bcem, se, exp. 283 / 1827.
77
amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Elecciones,
caja 1, años 1825-1870, acta de elección del Ayuntamiento de Papalotla.
Texcoco, 13 de noviembre de 1825.
78
Destaca Secundino Alonso, un próspero comerciante que en varias
ocasiones fue electo alcalde; en otras más desempeñó el cargo de sín-
dico procurador del cabildo.
79
En una denuncia se decía que “que aparece plenamente compro-
bado” que durante muchos años el grupo de Balcázar “trabajó con
empeño en que recayera la elección en ciertas y determinadas perso-
nas”. amt, Fondo Independencia, Sección Presidencia, Serie Eleccio-
nes, caja 3, año 1848, renovación del Ayuntamiento de Papalotla, 5 de
diciembre de 1848.
Consideraciones finales
F uentes consultadas
Archivos
1
Costeloe, por ejemplo, da su interpretación de la dinámica de las
elecciones presidenciales en este periodo: “El poder se disputaba en-
tre varios candidatos, pero los resultados, en su gran mayoría, se co-
nocían ya con antelación. Esto se debió sobre todo a que el candidato
en el liderazgo alcanzaba su preeminencia a través de una revuelta
o pronunciamiento. Después de forzar la renuncia del presidente en
el poder, y algunas veces hasta del Congreso, el victorioso general
siempre trataba de legitimarse por medio de un proceso electoral.
Guerrero, Bustamante, Santa Anna, Paredes y Arrillaga y Herrera, al-
canzaron la presidencia de esta manera”; Costeloe, “Mariano Arista
y la élite de la ciudad de México, 1851-1852”, p. 206.
[ 187 ]
manipulados para votar por algún candidato. Los capítu-
los de este libro que anteceden al presente muestran que los
distintos actores sociales que participaban en los procesos
electorales no eran pasivos y, por el contrario, estaban in-
volucrados en dinámicas de movilización en las cuales las
prácticas electorales corporativas y tradicionales se adapta-
ron y transformaron bajo las nuevas formas de elección del
México independiente para defender intereses políticos y
económicos locales. La elección presidencial de 1850 repre-
sentó un momento en el que, al lado de las prácticas existen-
tes, comenzaron a emerger novedosas formas de moviliza-
ción del voto en las que se vislumbraba el germen de lo que
serían, en décadas posteriores, las campañas electorales.
La mañana del 29 de septiembre de 1850, día de las elec-
ciones primarias para elegir un nuevo presidente de la Re-
pública, la ciudad de México vivió un ambiente de intensa
movilización electoral. Según los relatos de algunos periódi-
cos, los partidarios del general Mariano Arista, ministro de
Guerra y acaso el más fuerte aspirante presidencial, tomaron
muchas casillas electorales haciendo uso de amenazas o de
violencia, las instalaron antes de tiempo y nombraron fun-
cionarios. Se habló de gente que votaba en tumulto en varias
casillas, de compra de votos, de repartición de boletas con
nombres de electores afines al candidato, de sufragio a modo
por funcionarios, miembros de la guardia nacional y gente
que se hizo pasar por vecinos de manzanas que no les co-
rrespondían. Pero algunos diarios acusaron al ayuntamiento
capitalino de favorecer a los conservadores y a su candidato,
Nicolás Bravo, con argumentos semejantes: casillas instala-
das antes de tiempo y en lugares ocultos, nombramiento de
funcionarios afines a los “monarquistas” para intervenir en la
elección, así como la omisión de ciudadanos en los padrones.
Esta batalla de denuncias en torno a los comicios capita-
linos formó parte de un momento culminante y decisivo en
3
Ibid., pp. 73-74.
4
Ibid., pp. 121, 130.
5
Arroyo, La arquitectura del Estado mexicano. Formas de gobierno, repre-
sentación política y ciudadanía, 1821-1857, pp. 237-239.
6
“Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos” (4 de octu-
bre de 1824), artículos 79 a 93, en Tena, Leyes fundamentales de México,
1808-2005, pp. 179-180.
7
Una revisión del desarrollo de la elección presidencial de 1850 y sus
resultados en los estados del país, se encuentra en la investigación de
mi tesis doctoral próxima a defenderse.
8
“Ministerio de Relaciones”, El Monitor Republicano, núm. 1946, 20 de
septiembre de 1850, p. 1; “Documentos muy interesantes” relativos a
las disposiciones legales que deben observarse en las próximas elec-
ciones de presidente y senadores”, El Monitor Republicano, núm. 1954,
28 de septiembre de 1850, p. 1; Archivo Histórico de la Ciudad de
México (ahcdmx), Fondo Bandos, sección Leyes y Decretos, caja, 19,
exp. 43-44; Mateos, Historia parlamentaria de los Congresos Mexicanos, t.
xxii, pp. 403-404, 405, 412, 418; Malo, Diario de Sucesos Notables (1832-
1853), t. i, p. 358.
9
“Manejos del partido conservador reconcentrado en el Ayuntamien-
to”, El Monitor Republicano, núm. 1951, 25 de septiembre de 1850, p. 4;
“Parte política”, El Daguerrotipo, núm. 21, 28 de septiembre de 1850,
pp. 321-323.
10
“Ayuntamiento constitucional de México”, El Siglo Diez y Nueve,
núm. 639, 1 de octubre de 1850, pp. 1078-1079.
11
El ayuntamiento estaba integrado por Miguel González de Cosío,
Alejandro Arango y Escandón, Sebastián Labastida, Germán Landa,
José M. Cervantes Orta, Miguel Chávez Cortina, Manuel Echave,
José María Zaldívar, Manuel Álvarez de la Cadena, Mariano García
Icazbalceta y Mariano Icaza. Al referirse a ellos, Olavarría afirma que
eran “hombres todos del partido conservador más intransigente”;
Olavarría, “México independiente”, 1962, t. viii, p. 742.
12
“Invitación a los habitantes del Distrito”, El Monitor Republicano,
núm. 1952, 26 de septiembre de 1850, p. 3.
13
“Agencias presidenciales”, El Universal, núm. 680, 26 de septiembre
de 1850, p. 3; “Las elecciones del domingo”, El Universal, núm. 679,
25 de septiembre de 1850, p. 3; “Agencias presidenciales”, El Univer-
sal, núm. 680, 26 de septiembre de 1850, p. 3.
14
“Las elecciones del Distrito”, El Universal, núm. 695, 12 de octubre de
1850, p. 1.
15
El Universal, núm. 698, 14 de octubre de 1850, p. 1.
16
Cabe señalar que el término “campaña” no era usado en la prensa de
1850. No existía entonces la práctica de realizar actos públicos para
promover el voto a favor de un candidato. En este capítulo se habla
de campañas con el fin de comparar las estrategias de movilización
del voto en la elección de 1850 con las que a fines del siglo xix y prin-
cipios del siglo xx planifican y articulan reuniones partidistas, actos
públicos de proselitismo, manifestaciones a favor de un candidato,
estrategias propagandísticas en la prensa y la movilización electoral
que realizan clubes y partidos políticos. Sobre este tema, véanse en
este libro los capítulos de Fausta Gantús, Alicia Salmerón, Francisco
Javier Delgado y Miguel Ángel Sandoval. Regina Tapia aborda este
tema al analizar la propuesta de Francisco Zarco de 1857, quien con-
sideraba la necesidad de que los candidatos presentaran programas
y compromisos públicos durante las contiendas electorales; Tapia,
“Competencia, honor y prensa. México en 1857”, pp. 63-71.
17
“Enredos y supercherías”, El Monitor Republicano, núm. 1953, 27 de
septiembre de 1850, p. 3.
18
O’Gorman, “La cultura de las elecciones en Inglaterra: de la Revolu-
ción gloriosa a la Ballot act de 1872”, p. 219.
19
Santoni, Mexicans at Arms. Politics of War, 1845-1848, pp. 142, 201; Sor-
do, “El Congreso y la guerra con Estados Unidos de América”, pp.
55, 74, 82, 87.
E ntre “nubes ”
de agentes
y casillas en oscuros rincones
22
“Protesta contra uno de los pagados”, El Universal, núm. 684, 30 de
septiembre de 1850, p. 4.
23
José del Villar a Mariano Riva Palacio, Coyoacán, 2 de octubre de
1850, en Archivo de Manuscritos de Mariano Riva Palacio (en ade-
lante ammrp), microfilme, Instituto Mora, rollo 9, núm. 4690.
24
“Elecciones. Verdaderos desengaños”, El Monitor Republicano, núm.
1958, 2 de octubre de 1850, p. 4.
25
“Lista de ciudadanos que resultaron nombrados en esta capital el
día 29 del pasado, para elegir presidente y senadores”, El Universal,
núm. 685, 1 de octubre de 1850, p. 3.
26
“Las elecciones del Distrito”, El Universal, núm. 698, 14 de octubre de
1850, pp. 1-2.
27
“Triunfos del partido de Arista”, El Universal, núm. 690, 6 de octubre
de 1850, p. 2; “Extracto del acta sobre elecciones del Distrito”, El Mo-
nitor Republicano, núm. 1962, 6 de octubre de 1850, p. 3. Malo, Diario
de sucesos..., t. i, p. 358.
28
“Un hecho importante ha consignado la historia”, El Siglo Diez y Nue-
ve, núm. 644, 6 de octubre de 1850, p. 4.
29
Acerca de estos sucesos véase Alcántara, “La elección de Lucas Ala-
mán y los conservadores como diputados al Congreso en 1849”, pp.
39-41.
30
“Elección de presidente”, El Monitor Republicano, núm. 1961, 5 de oc-
tubre de 1850, p. 4.
31
“Parte política”, El Daguerrotipo, núm. 22, 5 de octubre de 1850, pp.
337-339.
32
“Triunfos del partido de Arista”, El Universal, núm. 690, 6 de octubre
de 1850, p. 3.
33
“La presidencia del General Arista y el partido conservador”, El
Mensajero, núm. 36, 5 de octubre de 1850, p. 4.
34
“Comentarios”, El Siglo Diez y Nueve, núm. 648, 7 de octubre de 1850,
p. 4.
35
Si bien en 1850 El Universal hizo una fuerte campaña contra lo que
llamaba la introducción del socialismo en México, reconocía que en el
país no existía el mismo desarrollo industrial que había en Europa ni
una clase “proletaria” con los sufrimientos que padecían en el “viejo
continente” que la hubiera llevado a organizarse; por lo que puede
decirse que el mote de “socialistas” era parte de la táctica descalificato-
ria de El Universal hacia Arista y los puros; “La prensa periódica y los
artesanos”, El Universal, núm. 581, 19 de junio de 1850, p. 1.
36
“Comienza a dar frutos el club socialista”, El Universal, núm. 721, 6
de noviembre de 1850, p. 1.
37
“Cartas de un Lugareño”, El Universal, núm. 707, 23 de octubre de
1850, p. 3.
38
“Cartas de un Lugareño”, El Universal, núm. 707, 23 de octubre de
1850, p. 3.
39
“Cartas de un Lugareño”, El Universal, núm. 707, 23 de octubre de
1850, p. 3.
40
“Los socialistas en México”, El Universal, núm. 704, 20 de octubre de
1850, pp. 1-2.
41
“Los socialistas en México”, El Monitor Republicano, núm. 1976, 21
de octubre de 1850, pp. 2-3 y “Los socialistas en México”, El Monitor
Republicano, núm. 1978, 23 de octubre de 1850, pp. 3-4.
42
Los detalles sobre la calificación en el Congreso de la elección pre-
sidencial de 1850 se encuentran en mi tesis doctoral próxima a de-
fenderse. En la documentación revisada no se ha encontrado con un
conteo general que proporcione las cifras globales de esta elección
presidencial.
43
Aquí me refiero a las distintas prácticas y dinámicas que O’Gorman
describe como parte de la “cultura electoral”, no sólo procesiones, ac-
tos públicos y brindis, sino también a la propaganda política a través
de la prensa y las distintas formas de participación y movilización
popular. O’Gorman, “La cultura de las elecciones...”, pp. 219-233.
F uentes consultadas
Archivos
Bibliografía
De la calle a la urna.
Espacio público y movilización
al voto en Campeche, 1857-1910
Ivett M. García Sandoval
Q uienes llegamos a la mayoría de edad en la segun-
da mitad del siglo xx y en mayor medida quienes
lo hicieron en el presente siglo, nos hemos habituado a la
utilización del espacio público para las campañas electora-
les y las celebraciones o protestas posteriores. Damos por
descontado la ocupación de plazas y calles, por mítines y
propaganda de candidatos y partidos políticos. Como todas
las manifestaciones sociales, esta presencia de lo electoral
en el espacio público es el resultado de un proceso históri-
co, bastante largo y complejo, una de cuyas fases podemos
ubicarla en el período que va de la segunda mitad del siglo
xix a la primera década del xx. Durante estos poco más de
50 años, la ocupación del espacio público, como herramienta
de propaganda y movilización al voto, fue transformándo-
se hasta prefigurar las formas electorales contemporáneas.
Si bien, actualmente se argumenta que las redes sociales y
los medios virtuales tienen una influencia decisiva a la hora
de definir las intenciones al voto, basta con mirar a nuestro
alrededor, para notar la importancia que el uso del espacio
público conserva como agente de movilización y legitimi-
dad electoral.
Hoy la oferta de mejoras o adiciones en la infraes-
tructura pública, en particular la urbana, ocupa un lugar
central en las campañas políticas. Dichas promesas gene-
ralmente van acompañadas de su contraparte, la crítica o
alabanza a lo realizado por gobiernos anteriores. A lo largo
del siglo xix, la oferta de adelantos en la infraestructura
[ 223 ]
fue apareciendo, cada vez con mayor fuerza, hasta ocupar
un lugar central en la propaganda electoral. Lo anterior de-
rivó directamente de la idea del progreso, imperante en la
centuria decimonónica, entendido como un avance civili-
zatorio, líneal hacia un estado de mayor desarrollo, merced
la ciencia, la tecnología y la industria.1 Dicho avance po-
día medirse desde distintos parámetros, para el caso de las
ciudades, aspectos como la circulación del aire, el ornato,
el trazado de calles, el drenaje, el transporte y la construc-
ción de nuevos edificios públicos o la adecuación de los
ya existentes serían los elementos más importantes a ser
tomados en cuenta por habitantes y políticos. En este sen-
tido los ofrecimientos de mejoras urbanas o la crítica a las
obras realizadas anteriormente, pueden considerarse una
forma de movilización al voto, pues mediante la exaltación
o denostación de lo hecho, se busca, aún hoy, incidir en las
intenciones y preferencias electorales de la ciudadanía.
El acto mismo de votar es también una forma de marcar
presencia en el espacio urbano, sin duda representa la movi-
lización definitoria de todo el proceso electoral. Por ello des-
de mediados del siglo xix, decidir por quién votar y acudir a
las urnas fue presentado no sólo como un deber cívico apre-
miante, sino también como un acto de patriotismo y amor
por el terruño. Una forma pacífica de dirimir las diferencias
políticas e influir en el futuro común, los llamados a que los
buenos ciudadanos cumplieran con su deber fueron multi-
plicándose conforme avanzaba el siglo.
Los mecanismos de movilización al voto, arriba men-
cionados y otros igualmente significativos, analizados en
otros capítulos de esta publicación, formarían parte de pro-
1
Sobre la idea del progreso en Occidente véase Le Goff, Pensar la His-
toria; para su desarrollo en América Latina, Weinberg, La ciencia y la
idea de progreso en América Latina, 1860-1930. Respecto a sus implica-
ciones en el urbanismo: Romero, Latinoamérica, las ciudades y las ideas.
2
Entendemos por capitalidad la capacidad que desarrolla una ciudad
para convertirse en el centro de referencia e intercambio de un te-
rritorio determinado, esta condición va más allá de ser la sede del
poder político, implica también la centralización de las actividades
económicas, la oferta de servicios o su capacidad de generar sentido
de pertenencia e identidad, no sólo entre sus habitantes sino sobre,
por lo menos sobre una buena parte de quienes viven en su área de
influencia. En el caso de Campeche su consolidación como capital
estatal ha sido un proceso complicado, lo han dificultado por una
parte la precariedad económica de la entidad que se traduce en in-
tercambio comercial reducido y poca infraestructura de transporte
y comunicación, así como una limitada oferta de servicios. Por otra
parte, la consolidación de Mérida como capital regional y la incom-
pleta asimilación de Ciudad del Carmen han abonado también en
este sentido. De forma que la influencia política de los grupos de
poder de la ciudad de Campeche, desde el siglo xix estuvo restrin-
gida a un área relativamente pequeña y sujeta a una gran cantidad
de negociaciones con los grupos políticos de los otros distritos que
integraban el estado.
DE L A C A L L E A L A U R N A 225
En la ciudad de Campeche el espacio público,3 sobre todo
a partir de 1857,4 se utilizó para demostrar la popularidad y
el respaldo logrado por alguna candidatura, para celebrar el
triunfo electoral o como discurso para evidenciar las fallas
o aciertos en la administración y el gobierno. Los periódicos
de la época, consignaron reuniones y bailes en apoyo a di-
ferentes candidatos, tertulias callejeras, marchas y mítines
por diferentes calles de la ciudad; sin olvidar el debate sobre
la capacidad de unos y otros para impulsar a Campeche por la
senda del progreso. A partir de lo anterior, el propósito de
este trabajo es reconstruir y analizar en la capital campecha-
na, la forma en la que los diferentes actores electorales fue-
ron apropiándose física y simbólicamente de calles, plazas,
teatros, etc., convirtiendo la ocupación de estos lugares en
una herramienta de movilización electoral. Me interesa tam-
bién explorar la idea del espacio público, en un sentido más
amplio que su estricta dimensión física, pretendo analizar-
3
En su sentido más simple el espacio público es aquel de uso y pro-
piedad común, por tanto, perteneciente al Estado y regulado por él.
Por otra parte, desde una perspectiva cultural, la diferencia entre es-
pacio público y privado, va más allá del criterio de propiedad y se
encuentra vinculado al surgimiento de la idea de la diferencia entre
lo privado y lo público, con la consiguiente delimitación y separa-
ción de los espacios correspondientes. En este sentido se trata de una
construcción cultural propia de la modernidad a lo largo de la cual
se van definiendo las conductas y actividades propias de cada ámbi-
to. Para un desarrollo más extenso del tema puede consultarse entre
otros, el ya considerado un clásico, Lefebvre, Espacio y política.
4
En julio de 1857 Pablo García, recién electo representante del distrito
campechano, abandonó la Legislatura estatal argumentando irregu-
laridades en la elección a gobernador del Estado de Yucatán. Un mes
después respaldado por Pedro Baranda y Tomás Aznar, ambos dipu-
tados por Campeche en el Congreso Nacional, desconoció al Ejecuti-
vo y Legislativo yucatecos. En febrero del año siguiente se firmaron
los Convenios de División Territorial, entre Campeche y Yucatán. En
1863 Campeche fue ratificado como entidad de la federación mexica-
na. Véase Negrín Muñoz, Campeche, una historia compartida.
DE L A C A L L E A L A U R N A 227
urbano y conforman la ciudad representada.5 Algunos de
estos lugares emblemáticos son comunes a casi todas las
ciudades, como el palacio de gobierno, porque ahí tiene su
sede el poder político. Sin embargo, como resultado direc-
to de la interacción de sus habitantes, cada ciudad posee
lugares específicos cuyo significado, puede pasar desaper-
cibido para los de fuera, pero es evidente para quienes en
ella habitan. Si bien es cierto que la ciudad representada
puede tener varias posibilidades, para los fines de este tra-
bajo, interesa la articulada a partir de la presencia física o
discursiva de los grupos que detentaban y luchaban por el
poder político y económico, durante la segunda mitad del
siglo xix y la primera década del xx en Campeche.
El espacio al que nos referimos, se articularía sobre un
eje que sigue la línea costera, de norte a sur (plano 1), formado
por cuatro barrios: San Francisco, que fungía como puerta
de entrada a la ciudad desde el norte, es decir para el Cami-
no Real y Mérida; Guadalupe, habitado por comerciantes,
en su mayoría descendientes de la inmigrantes provenientes
de las Islas Canarias, cuya influencia fue aumentando a lo
largo del siglo xix;6 el Centro, sede de los recintos emblemá-
ticos del poder político y económico, tales como: el Palacio
de Gobierno, la aduana, el muelle, el cuartel, el mercado, la
parroquia, los comercios, el teatro y la plaza principal, ahí
5
La ciudad representada y por tanto simbólica, estaría integrada por
aquellos lugares que por las relaciones sociales que encierran, van
cargándose de significado y terminan por convertirse en referentes
comunes y elementos de identidad para quienes habitan y transitan
la ciudad. En aquellas de traza novohispana la plaza principal suele
ser un ejemplo claro al respecto. Para un planteamiento más deta-
llado del tema puede consultarse García Sandoval, “La construc-
ción cultural de la identidad: espacios urbanos y representación”,
pp. 163-171.
6
Véase Novelo, Construir el vecindario señorial: la conformación del barrio
de Guadalupe en los siglos xviii y xix.
7
García Sandoval, “Languidece un puerto: Campeche en la segunda
mitad del siglo xix”, pp. 41-56.
8
En la década de 1960 se construyeron en espacios aledaños al cen-
tro histórico varios sitios destinados a las movilizaciones masivas en
apoyo a un candidato o al partido en el poder, los más importantes
fueron la plaza cívica Héctor Pérez Martínez, la Plaza de la República
y la explanada contigua al edificio sede del Partido Revolucionario
Institucional.
DE L A C A L L E A L A U R N A 229
José Castellot, José Trinidad Ferrer, Joaquín Kerlegand. Los
pocos ejemplos de candidatos de origen extramuros, prove-
nían del barrio de Guadalupe, considerado el otro asenta-
miento español de la ciudad. Tal fue el caso de Pantaleón Ba-
rrera, electo gobernador de Yucatán en 1857, mediante unos
polémicos comicios, que culminarían con la separación del
distrito campechano y su posterior reconocimiento como
otro estado federal.
Incluso quienes regularmente vivían en otras ciudades
como Pedro Baranda y Joaquín Baranda,9 mantenían una
casa en el recinto intramuros que servía de referencia para
los festejos y ceremonias que sus simpatizantes organizaban
con motivo del arribo, de alguno de los dos, al puerto cam-
pechano. Tal como podemos leer en esta nota de 1857:
D. Pedro de Baranda
Ayer a las ocho de la mañana desembarcó del vapor Unión de
regreso de la capital de la República el Sr. D. Pedro de Baran-
da, digno representante de Yucatán en el congreso constitu-
yente. Sus numerosos amigos fueron a felicitarle y a la noche
le dieron una magnífica serenata recorriendo en seguida las
calles de la ciudad la música con una gran concurrencia ani-
mada de la mayor alegría.10
9
Pedro Baranda fue en varias ocasiones diputado federal y primer jefe
militar del estado de Campeche y Joaquín Baranda además se formar
parte del gabinete de Porfirio Díaz, sería gobernador del estado de
Campeche.
10
“D. Pedro Baranda”, El Espíritu Público, 4 de julio de 1857.
Gacetilla
El C. General García
Ayer a las primeras horas de la mañana llegó a la quinta Oro-
taba hasta donde fueron a encontrarlo sus amigos y partida-
rios, habiendo entrado a esta plaza a las cuatro de la tarde del
mismo día. Nos felicitamos de su venida, porque ya se habría
persuadido de quiénes y cuántas son las personas que lo pos-
tulan para la primera Magistratura del Estado y de la política
restauradora que pretende desarrollar.12
11
El grupo que había impulsado la creación del estado de Campeche
encabezado por Pablo García y Joaquín y Pedro Baranda pronto se
escindió. El punto de partida del conflicto fue la decisión del enton-
ces gobernador García de unificar los mandos político y militar, lo
que provocó la renuncia de Pedro Baranda entonces jefe militar de la
plaza. A partir de entonces y prácticamente durante todo el siglo xix,
salvo el paréntesis del Segundo Imperio, ambas facciones políticas se
enfrentarían en prácticamente todas las contiendas electorales. A lo
largo del tiempo fueron estableciendo alianzas con diferentes actores
políticos dentro y fuera de la entidad. Es importante señalar que lo
anterior no significa que fueran los únicos protagonistas de la escena
política campechana. Véase Alcalá, Gantús y Villanueva, Campeche...
12
“Gacetilla”, La Urna Electoral, 31 de mayo de 1871.
DE L A C A L L E A L A U R N A 231
Como podemos observar, a diferencia de las otras ma-
nifestaciones públicas realizadas en la zona intramuros de
la ciudad, a luz pública y con participantes entusiastas; la
reunión arriba consignada se lleva a cabo en un sitio que
pareciera estar a las afueras de la ciudad, las palabras que se
utilizan al llamarla quinta y la mención de que García rea-
lizó su entrada a la plaza más tarde fortalecen esta idea. Sin
embargo la quinta Orotaba se encontraba en Santa Lucía
uno de los barrios urbanos, aun cuando no formaba parte
del espacio simbólico que hemos mencionado anteriormen-
te. Si bien, la cita menciona que hizo su “entrada a la pla-
za” no aporta más detalles respecto al recorrido o al punto
de llegada e insinúa una escaza participación de personas
para recibir al General García. Los argumentos vertidos en
La Urna Electoral nos muestran que minimizar la capacidad
del oponente para ocupar física y simbólicamente a través
de sus seguidores y el apoyo de la población los principales
espacios de la ciudad, fue un mecanismo de argumentación
electoral que buscaba descalificar a priori al contrario, pre-
sentándolo como un participante menor en la contienda. Lo
anterior evidencia la importancia que para entonces había
cobrado la ocupación de determinados lugares como me-
canismo de movilización al voto y legitimación política y
electoral. En este sentido los seguidores de Joaquín Baranda
parecen apostar a que el fracaso, ya fuera real o narrado, en
el espacio público presupone la derrota de Alejandro García
en los comicios.
A pesar del protagonismo creciente de la arena pública,
su ocupación por parte de grupos numerosos de personas
seguía despertando desconfianza y ambivalencia, al parecer
todo mitin corría el riesgo de convertirse en un tumulto difí-
cil de controlar. Como lo deja entrever, el que en Campeche,
ya entrado el último tercio del siglo xix, la apropiación polí-
tico-electoral del espacio urbano ocurriera en medio de lla-
13
La Urna Electoral, 31 de mayo de 1871.
14
La Opinión Pública, 22 de mayo de 1887.
15
La Opinión Pública, 28 de agosto de 1887.
DE L A C A L L E A L A U R N A 233
Sin embargo, se reseñaba ya la convocatoria a manifestarse
en uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad. Podría-
mos considerar este episodio como el punto medio entre la
aclamación en las puertas del domicilio privado y la toma de
las calles por la muchedumbre.
Sólo un año después se daba la bienvenida y se celebraba
la presencia de la multitud, al parecer, si quienes habían sido
convocados asistían por sectores específicos y se garantiza-
ba que su participación fuera pacífica y ordenada, no había
inconveniente en que ocuparan el espacio público. Tal como
ocurrió con la recepción organizada en el muelle de la ciu-
dad para recibir a Pedro Baranda que regresaba a ocupar
nuevamente la jefatura militar de la plaza, en sustitución de
Joaquín Kerlegand.
16
“¡Fausto Acontecimiento! ¡Brillante Recepción!”, La Opinión Pública,
17 de enero de 1888.
DE L A C A L L E A L A U R N A 235
ciamiento del barandismo con el gobernador en funciones
José Ferrer, a quien el periódico descalificó en repetidas oca-
siones, utilizando distintos argumentos e insistiendo en su
poca viabilidad como candidato a la reelección. Con base en
lo anterior podemos pensar que lo que a simple vista pa-
recía la recepción de una autoridad, de fondo era un acto
político encaminado a mostrar fuerzas antes de la contienda
electoral. En este sentido, al menos en la narración, que en
todo caso pretendía mostrar una especie de “instantánea”
del momento político, esta concentración multitudinaria im-
plicó a todos los sectores sociales de la ciudad de Campeche,
en lo que quizás fuera el sitio más emblemático de todos,
dadas sus implicaciones económicas e identitarias. Se trata
de un acto en el que se prefiguran varios de los elementos,
que se convertirán en estrategias recurrentes para los míti-
nes políticos a lo largo del siglo xx, tales como la inclusión de
burócratas y estudiantes prácticamente llevados de la mano
por sus superiores, juegos artifíciales, música, etcétera.
La práctica de convocar cada vez mayor cantidad de per-
sonas se desarrolló de la mano del surgimiento y fortaleci-
miento de los “clubes políticos”. Al parecer las reuniones en
teatros, fueron de las primeras manifestaciones en las que se
convocaba a un número de personas más alto del habitual,
generalmente eran organizadas por diferentes “clubes”. Al-
gunos tenían como motivo de su fundación la celebración
de alguna fiesta cívica, pero al margen de dicha festividad,
generalmente entraban a la arena electoral con alguna pos-
tulación. Un ejemplo fue el Club 2 de Abril, que tenía como
objetivo conmemorar el veintiún aniversario de la toma de
Puebla por Porfirio Díaz y que en la misma sesión en que
se instaló su junta directiva, propuso como candidato a la
gubernatura estatal a Joaquín Z. Kerlegand.17
17
La Opinión Pública, 27 de marzo 1888.
18
La Opinión Pública, 29 de mayo 1888.
DE L A C A L L E A L A U R N A 237
negativa de los partidos políticos como agentes de conflicto
y división social, conforme la estabilidad porfiriana logró
encauzar los conflictos políticos por la vía “pacífica”, los te-
mas vinculados al desarrollo económico y la buena admi-
nistración pasaron a ocupar el centro de los discursos polí-
ticos electorales.
19
“Editorial”, La Opinión Pública, 24 de octubre 1886.
20
Respecto a los clubes políticos véase Salmerón, “Prensa periódica
y organización del voto. El club político Morelos. 1892”. Acerca del
peso del unionismo en la época, puede verse Ávila y Salmerón, Parti-
dos, facciones y otras calamidades. Debates y propuestas acerca de los partidos
políticos en México, siglo xix.
21
Para tener una idea del número de personas de las que hablamos en
1886, según una nota publicada en la prensa, el número de habitantes
en la ciudad es de 3 954 de los cuales 906 escriben, los datos son es-
cuetos y no permiten mayor especificidad, sin embargo, la referencia
es útil para tener un panorama general al respecto. La Opinión Públi-
ca, 24 de octubre 1888, p. 4.
22
La Opinión Pública, 29 de mayo de 1888.
23
La Opinión Pública, 29 de mayo de 1888.
DE L A C A L L E A L A U R N A 239
En el último tercio del siglo xix, fue apareciendo en la pren-
sa, cada vez con mayor fuerza, la figura del “pueblo” como
elemento legitimador de los movimientos políticos. A lo lar-
go de estas décadas, el término fue tomando un significado
cada vez más amplio, que incluyó a mujeres y jóvenes, años
después “el pueblo” posee una presencia más específica, in-
cluso está dividido en varios sectores. En 1902 el semana-
rio Unión y Progreso reseña una reunión del Círculo Liberal
Campechano, apuntando que “concurrieron […] todas las
clases sociales de Campeche, sin distinción ninguna: comer-
ciantes, agricultores, empleados, industriales, profesionales,
artesanos y obreros”.24 Esto evidencia, no sólo un cambio en
el concepto de ciudadano, sino una ampliación del mismo,
en cierta forma prefigura la idea de que la sociedad está
compuesta por diferentes sectores, agrupados según sus
actividades. Desde luego no es una idea nueva, ya en el an-
tiguo régimen los vecinos se reunían en gremios y corpo-
raciones, dotadas de cierta representatividad; sin embargo,
la idea del ciudadano le dio un significado completamen-
te distinto a dichas agrupaciones, puesto que destacaba la
presencia de individuos y no de gremios. Es poco probable
que concurrieran todos los sectores enumerados, aún no se
afinaba la maquinara de las manifestaciones públicas, tan
socorrida en el siglo xx. Lo que interesa resaltar es una ma-
yor especificidad en el concepto de ciudadanos, entendidos
como aquellos mayores de 18 años si estaban casados y de
veintiuno si eran solteros, que cumplieran con los requisitos
legales tales como tener un modo honesto de vivir y residen-
cia probada,25 y por tanto con legítimo derecho a ocupar la
vía pública para expresar su apoyo. Quiero señalar que tra-
24
Unión y Progreso, 7 de abril de 1902.
25
Gantús, “De votantes y electores: dinámicas electorales en el partido
de Campeche (1800-1900)”, p. 155.
26
Véase García Sandoval, “Campeche y el puerto, la construcción de
un pasado mítico”, pp. 151-176.
DE L A C A L L E A L A U R N A 241
[…] El desfile iluminado por la trémula llama de los ha-
chones, continuó por las calles de “Hidalgo”, “Morelos” y 4ª
de América hasta la habitación del Sr. T. Aznar. […]
Después de repetidas aclamaciones y vivas el pueblo, la
comitiva siguió por la 3ª y 2ª calles de América y 5ª, 4ª y 6ª del
comercio hasta llegar frente a la casa del Candidato.27
27
“Circulo Liberal Campechano”, Unión y Progreso, 13 de abril de 1902.
28
Alcocer Bernés, “Glorias y penurias del Teatro Toro de Campeche”,
pp. 23-27.
DE L A C A L L E A L A U R N A 243
de su antecesor. En junio de 1906 se inició la construcción
del Circo-Teatro Renacimiento, en el barrio de San Francisco,
al norte de la ciudad. Fue inaugurado el 3 de febrero de 1907,
el lugar estaba destinado a “toda clase de espectáculos […]
se invirtió en su construcción e instalación de su alumbra-
do eléctrico la suma de $ 47,000 aproximadamente”.29 Si bien
está ubicado fuera del primer cuadro de la ciudad, el lugar
parece haber cobrado pronto cierta relevancia como sede de
manifestaciones políticas. En junio de 1909, se realizó ahí
el mitin de Francisco I. Madero, como parte de su campa-
ña por el partido Antirreeleccionista, “con una concurrencia
más bien reducida que escuchó de boca de Félix Palavici-
ni, acompañante de Madero, la famosa afirmación de que la
ciudad de Campeche se había convertido en una suerte de
‘cementerio de espíritus’, después de una larga agonía eco-
nómica y política”.30 En octubre del mismo año, el Círculo
Liberal Campechano, llevó a cabo en el lugar un acto ree-
leccionista en apoyo a la candidatura Díaz-Corral, sin que
al parecer los organizadores corrieran con mejor suerte, de
acuerdo con El Amigo del Pueblo, “se vio poco concurrido el
Circo-Teatro, tal vez debido a que en público se decía que en
el mitin se harían alusiones ofensivas a la política local”.31
Dos eventos de partidos opuestos para las elecciones
locales y presidenciales de 1910, realizados en un lapso de
cinco meses. Lo anterior nos hace pensar que el Circo-Tea-
tro, como espacio privado simplemente se rentaba a cual-
quiera que así lo solicitara y puesto que era el recinto más
“moderno” de la ciudad, ya que contaba incluso con luz
eléctrica, no resulta extraño que fuera la elección evidente
de los encargados de organizar los respectivos mítines. Dos
29
Pérez Galaz, Diccionario geográfico e histórico de Campeche, p. 99.
30
Negrín Muñoz, Campeche…, p. 152.
31
“El mitin del Circo-Teatro”, El Amigo del Pueblo, 31 de octubre de
1909.
32
En julio de 1910, el teatro fue rematado por $16 666.66, un tercio del
valor estimado, al propio Rafael Alcalá; tras un incendio ocurrido el 5
de diciembre de 1910, fue reconstruido por Alcalá y Dondé reabrien-
do sus puertas en junio de 1912. Véase “Remate del Circo-Teatro ‘Re-
nacimiento’”, El Amigo del Pueblo, 3 de julio de 1910, p. 3; Pérez Galaz,
Diccionario geográfico…, p. 99.
33
Gobernadores del Estado de Campeche [en línea].
34
Álvarez Suárez, Anales históricos, t. ii, p. 208.
DE L A C A L L E A L A U R N A 245
sencia y fuerza política de cara a los procesos electorales.
Ya fuera para enseñar que se disponía de numerosos votan-
tes antes de las elecciones o para probar a posteriori que se
había contado con ellos, la presencia de simpatizantes en la
plaza pública se convirtió tanto en una herramienta de mo-
vilización electoral, como en un argumento de legitimidad
posterior. Por ello descalificar o minimizar la presencia del
contrincante en el espacio público fue una práctica a la que
recurrieron las diferentes facciones en la entidad, acusán-
dose entre sí de presentar como concurridos eventos que en
realidad habían contado con escasa participación.
La descalificación podía ir más lejos e incluso negar al
otro el derecho a utilizar calles y plazas para manifestarse,
en este sentido, usurpaba el espacio público al pueblo, su
legítimo ocupante. Tal fue la acusación lanzada contra Pan-
taleón Barrera en 1857 con motivo de la marcha organizada
para celebrar su victoria en las elecciones para gobernador
de Yucatán, como mencionamos anteriormente, estos comi-
cios marcaron el inicio de la disputa que llevaría a la crea-
ción del estado de Campeche.
El paseo fue reseñado por El Espíritu Público, periódico
que surgió como medio para dar voz a los rebeldes campe-
chanos; más tarde se convertiría en el órgano semioficial del
nuevo estado. Podemos apreciar que los redactores como
parte de su campaña para deslegitimar el triunfo de Panta-
león Barrera, negaban que “el pueblo” hubiera participado
en la marcha, titularon al episodio paseo militar, aunque en
el texto no se percibe una presencia importante de tropas;
de acuerdo con los personajes enumerados, casi de forma
individual, acudieron al paseo empleados públicos y el co-
mandante militar de la plaza, acompañados de funcionarios
menores, quienes no pertenecían a la burocracia fueron lla-
mados caciques, lo que descalificaba su participación, el pe-
riódico sólo reconoció la presencia de algunos particulares,
Paseo militar
El domingo último, el señor jefe político y comandante militar
del distrito, acompañado de cinco individuos del R. Ayunta-
miento, el secretario del mismo, el señor promotor fiscal de
hacienda, el juez de primera instancia del ramo criminal, el
señor administrador de la aduana marítima, el vista, y dos o
tres celadores del resguardo, cuatro oficiales de la guardia de
esta plaza, dos caciques y algunas particulares, cuyo número
no pasaba de diez, pasearon con música y voladores la carre-
ra acostumbrada del bando, y se dirigieron, bajo de mazas,35
llegando a la casa que habita la familia del Excmo. Sr. D. Pan-
taleón Barrera en el barrio de Guadalupe. Por las calles iban
vitoreándolo un ingente número de muchachos llamados por
la novedad, hasta que el paseo militar se rindió en las casas
consistoriales.36
35
Las mazas son insignias de la ciudad, cuyo uso viene de la colonia y
que debían ser portadas sólo cuando la ocasión ameritaba la reunión
del cabildo en pleno. Agradezco a Adriana Rocher la información al
respecto.
36
“Paseo militar”, El Espíritu Público, 28 de julio de 1857.
DE L A C A L L E A L A U R N A 247
versario. Desde la óptica del artículo, la prueba de que no
se ha respetado la contienda electoral, residía en la falta de
participación “popular” en el paseo, lo cual ponía en evi-
dencia que los organizadores de la marcha habrían ganado
las elecciones de forma fraudulenta. Si bien los redactores de
El Espíritu Público no explicaron quienes integraban el pue-
blo, si dejaron en claro quienes no lo hacían. Conviene seña-
lar que sectores que aquí son descalificados como parte del
pueblo: militares, funcionarios, jóvenes, en otros momentos
concurren a las marchas sin que su presencia fuera cues-
tionada. Al parecer en otras circunstancias formarían parte
del pueblo, pero por sí mismos no serían suficientes. En este
sentido, para que una marcha o manifestación política fuera
legítima, debía contar con la participación de todos los sec-
tores sociales o por lo menos que así lo consignara la prensa
de la época.
Además de su existencia física la ciudad también está
representada en objetos, tales como los emblemas, escudos,
etc. Se trata de un conjunto de símbolos, que aun cuando
no necesariamente remiten a elementos visuales o arquitec-
tónicos específicos, por sí mismos refieren a la ciudad. En
este sentido formarían parte del espacio público y por tanto
serían susceptibles de ser utilizados de manera fraudulenta
como herramienta para buscar legitimidad. De lo anterior
acusa la nota del periódico a los seguidores de Pantaleón Ba-
rrera, quienes estarían haciendo un uso indebido de las in-
signias del cabildo, al desfilar bajo mazas, cuando no tenían
derecho a tal privilegio; puesto que, al no ser el cabildo en
pleno, carecían de la representatividad necesaria para ello.
37
El Espíritu Público, 28 de julio de 1857.
DE L A C A L L E A L A U R N A 249
contamos con algunas menciones de la prensa al respecto:
“No nos importa que venga D. Alejandro: que venga, y se
avergonzará de ver sucias las paredes de las principales ca-
lles de Campeche, con su postulación acompañada de mue-
ras y de palabras obscenas e indecentes”.38 Esta cita nos deja
entrever que la lucha por la voluntad de los votantes entre
1857 y 1910, se expresó también en los muros y postes de la
ciudad, a través de carteles impresos y la intervención so-
bre los mismos de los habitantes campechanos; al consignar
que los carteles de postulación han sido intervenidos con
palabras de rechazo y animadversión se estaba planteando
el rechazo de la población a dicha candidatura, al mismo
tiempo que se descalificaba la ocupación del espacio público
por parte del adversario, incluso en esta forma de presencia
indirecta que representaría la propaganda.
38
La Tentación, 25 de febrero de 1871.
Acto racional
El ciudadano debe abandonar aquel día su tranquilo hogar
para acercarse a las urnas electorales a depositar su voto, me-
ditado ya y bajo impresión de interés propio.39
39
“Elecciones municipales”, La Opinión Pública, 7 de noviembre de
1886.
DE L A C A L L E A L A U R N A 251
han recibido de la sabiduría de la naturaleza y le han garanti-
zado nuestras libres instituciones.40
40
“Las elecciones”, La Discusión, 1o. de junio de 1875.
41
“Elecciones”, El Espíritu Público, 15 de diciembre de 1860.
Nuestro candidato
42
“La evolución política en Campeche”, Unión y Progreso, 20 de abril de
1902, p. 2.
DE L A C A L L E A L A U R N A 253
elementos del país para conjurar la crisis actual y encaminar-
lo por la verdadera vía de su progreso y engrandecimiento.43
43
La Opinión Pública, 8 de mayo de 1886.
44
La Opinión Pública, 24 de octubre de 1886.
45
La Urna Electoral, 25 de noviembre de 1870.
46
Sobre el auge henequenero yucateco existe abundante bibliografía,
puede consultarse entre otros Pérez y Savarino, El cultivo de las élites.
Grupos económicos y políticos en Yucatán en los siglos xix y xx.
47
“El trabajo”, La Nueva Era, 22 de agosto de 1887.
DE L A C A L L E A L A U R N A 255
¡Pueblo campechano! ¡intransigencia y escrúpulo al dar
tu voto! ¡haz que se lleve a cabo como es debido, el “Libre Su-
fragio”, porque de esto depende el respeto que se merecen tus
derechos! ¡¡¡Que no sea un mito la ley electoral!!!48
50
“El tiro por la culata”, El Giro, 22 de abril de 1888.
DE L A C A L L E A L A U R N A 257
siado complaciente o de no ejercer con la suficiente fuerza
sus atribuciones.
Mal Servicio
Con profundo sentimiento hemos venido observando hace
algunas noches, que los focos eléctricos de muchas calles im-
portantes de esta ciudad, no llenan enteramente su objeto,
pues permanecen apagados dejando así a las calles referidas
en completa obscuridad.
51
“Gacetilla”, El Espíritu Público, 13 de enero 1863.
52
El Pensamiento Libre, 15 de marzo de 1903.
53
“Gacetilla”, El Sarpullido, 21 de octubre 1886.
DE L A C A L L E A L A U R N A 259
do, las denuncias sobre el estado que guardaba la ciudad,
podríamos leerlas como la expresión concreta del progre-
so, el término tenía alcances más amplios y generales, pero
su expresión inmediata y material serían las mejoras o el
decaimiento en que se encontraba el espacio público. En
este sentido, las notas sobre la condición de las calles, el
alumbrado, el muelle, los edificios, etcétera, serían una for-
ma de mostrar a los pobladores la capacidad de gobierno
de los candidatos propuestos o la incapacidad del adver-
sario. Por ello, aunque aparezcan en paralelo pueden ser
consideradas como parte de las estrategias para movilizar
e influir a los votantes.
No todo podían ser críticas, era necesario también re-
saltar las buenas obras que se hacían finalmente, ahí radi-
caba la diferencia entre los buenos y malos gobiernos. La
capacidad de llevar a cabo las mejoras necesarias se usaba
como un elemento legitimador a posteriori, inmediatamen-
te después que tomaba posesión algún alcalde o goberna-
dor, la prensa afín se apresuraba a consignar cuanto había
cambiado la ciudad a partir de tan acertadas gestiones gu-
bernamentales.
54
“Discurso”, La Nueva Era, 8 de agosto 1884.
La ciudad y la urna
55
“Gacetilla”, El Sarpullido, 21 de octubre 1886.
DE L A C A L L E A L A U R N A 261
que mayor requerimiento de infraestructura genera; pero
por otra parte también está cargada de significados que la
convierten en “la ciudad”, es el espacio común por excelen-
cia, por tanto las obras o la ausencia de la mismas en esa
área constituyen, en buena medida, un discurso político
cargado de intenciones, entre las que destaca la electoral.
En los poco más de 50 años que van de 1857 a 1910 vemos
como la condición que guarda la ciudad de Campeche fue
ocupando un lugar cada vez más central en las notas perio-
dísticas en general y en los llamados a votar en particular.
Desde luego no es una característica exclusiva del puerto,
procesos y dinámicas similares se repiten en prácticamen-
te todo el mundo. En la actualidad “una buena gestión” de
un funcionario al frente de una ciudad, puede significarle,
y lo hace con frecuencia, una plataforma de cara a futuras
contiendas electorales.
Como suele ocurrir con aquellos procesos que termi-
nan por modificar las prácticas políticas, el uso con fines
electorales del espacio público ocurrió de forma gradual
y con frecuencia convivieron más de una fórmula de uso
intermedia, antes de que se modificara la práctica habitual.
El peso simbólico, los usos y las regulaciones del espacio
fueron definiéndose a medida que los protagonistas de la
contienda política asumían roles y funciones cada vez más
específicos y aumentaban su participación y presencia en
la ciudad.
Fuente: Elaboración de la autora. Plano de la ciudad de Campeche, 1902. Mapoteca Manuel Orozco y Berra. Servicio
de Información Agroalimentaria y Pesquera, Sagarpa. Colección general. Estado de Campeche, núm. clasificador
291-cge-7263-a.
F uentes consultadas
Hemerografía
La Nueva Era, Campeche, 1884, 1887.
El Amigo del Pueblo, Campeche, 1909, 1910.
La Discusión, Campeche, 1875.
El Espíritu Público, Campeche, 1857, 1860, 1863.
El Giro, Campeche, 1888.
La Opinión Pública, Campeche, 1886, 1887, 1888.
La Tentación, Campeche, 1871.
La Urna Electoral, Campeche, 1870, 1871.
El Pensamiento Libre, Campeche, 1903.
El Sarpullido, Campeche, 1886.
Unión y Progreso, Campeche, 1902.
Bibliografía
1
Agradezco a Alicia Salmerón y Fausta Gantús la invitación a partici-
par en el proyecto “Organización y movilización del voto en México,
siglo xix”, así como a los participantes en los distintos talleres que
con sus críticas y sugerencias ayudaron a mejorar el presente texto.
Las próximas elecciones van a tener su verificativo.
Preparémonos a trabajar.
“Manifiesto”, 1869.
De liderazgos locales
y círculos políticos
[ 269 ]
que nos ocupa, el acontecimiento de las batallas y relatos
épicos hizo oscurecer prácticas políticas que tendieron a la
institucionalización de procesos con la convergencia e inte-
racción de distintos sectores sociales como el tema electoral
donde es posible observar, como lo sostiene Marcello Car-
magnani, “el nuevo espacio político”.2
Entre 1867 y 1876 se desataron numerosas rebeliones lo
que a primera vista pudiera caracterizar aquellos años como
el colofón de la anarquía decimonónica; para fines de este
capítulo destaca el Plan lanzado por el gobierno de San Luis
Potosí el 30 de diciembre de 1869 que puso de manifiesto
los excesos de poder en que había caído Juárez al no rendir
cuentas durante 11 años, abusar de la confianza de los go-
bernados cuando convocó a reformar la constitución para
hacerla pedazos, hacer uso de la pena de muerte. El plan
desconoció a Juárez como presidente, determinó la sobera-
nía absoluta de los estados, la amnistía a los presos políticos,
la vigencia de la Constitución de 1857 y estableció la urgen-
cia de volver al congreso constituyente para trabajar en sus
reformas.3
En Zacatecas, el gobernador Trinidad García de la Ca-
dena se sumó a las autoridades potosinas y el 8 de enero de
1870 publicó el Plan restaurador del orden constitucional de
la república: desconoció también a Juárez de quien denostó
su papel en el uso discrecional de las facultades extraordi-
narias, al tiempo que reconoció que el presidente de la repú-
blica debería ser quien ocupara la presidencia de la Suprema
Corte de Justicia, en ese momento a cargo del general Jesús
González Ortega; estableció la defensa de la soberanía de
2
Carmagnani, “Élites políticas, sistemas de poder y gobernabilidad en
América Latina”.
3
Plan político proclamado el 30 de diciembre de 1869 por el gobierno del Es-
tado Libre y Soberano de San Luis Potosí y las fuerzas federales residentes
en el mismo.
4
Plan restaurador del orden constitucional, Trinidad García de la Cadena en
8 de enero de 1870.
5
Enciso, “Zacatecas en tiempos de la república restaurada, 1870-1874”.
6
El título referente a los jefes políticos estableció que todos los ayunta-
mientos y juntas municipales deberían reunirse cada cuatro años en
sesión pública, en escrutinio secreto y por mayoría absoluta de votos
se nombrarían tres individuos. La terna sería entregada en pliego ce-
rrado al jefe político quien la llevaría al gobernador. Éste nombraría
al nuevo jefe político de los miembros propuestos por la terna. El
jefe político sería el presidente del ayuntamiento de la cabecera de
partido reconocido como la primera autoridad política y el eslabón
con el gobernador. Reglamento para el gobierno económico político de los
partidos del estado libre y soberano de Zacatecas.
7
Artículo 50, Constitución de Zacatecas de 1857, en Huitrado Trejo,
Zacatecas y sus constituciones, 1997, pp. 47-81; Artículo 50, Constitu-
ción de Zacatecas de 1869, en Huitrado Trejo, Zacatecas y sus constitu-
ciones, pp. 47-81.
8
Rosa, “La construcción de la ciudadanía en Zacatecas. Cultura cívica y
elecciones, instrumentos de socialización política, 1867-1876”, p. 106.
9
Enciso, “Zacatecas en tiempos de la república restaurada, 1870-1874”,
p. 135.
L a reforma a la ley
electoral de Z acatecas
10
Sesión del 26 de marzo de 1861, Congreso del Estado de Zacatecas,
Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (en adelante ahez), Fon-
do Poder legislativo, sección Actas de sesiones.
11
Sesión del 26 de marzo de 1861, Congreso del Estado de Zacatecas,
ahez, Fondo Poder legislativo, sección Actas de sesiones
12
Los diputados del congreso de Zacatecas que formularon la nueva
ley electoral aprobada por mayoría en 1869 fueron Gabriel García
(Zacatecas), Luis G. García (Ojocaliente), Mariano García de la Ca-
dena (Juchipila), Joaquín Román (Nieves), Rafael G. Ferniza (Villa-
nueva), Manuel G. Solana (Pinos), Francisco Acosta (Sombrerete),
Ramón Talancón (Mazapil), Julián Torres (Jerez), Joaquín Sánchez
Román (Tlaltenango), Manuel Ortega (Fresnillo) y Gregorio Casta-
nedo (Nochistlán).
13
“La elección popular del poder judicial” (editorial), El Defensor de la
Reforma, 26 de mayo de 1868.
14
“La elección popular del poder judicial” (editorial), El Defensor de la
Reforma, 26 de mayo de 1868.
15
“La elección popular del poder judicial” (editorial), El Defensor de la
Reforma, 26 de mayo de 1868.
18
El Defensor de la Reforma, 11 de febrero de 1869.
19
El Defensor de la Reforma, 11 de febrero de 1869.
20
El Defensor de la Reforma, 18 de febrero de 1869.
21
El Defensor de la Reforma, 18 de febrero de 1869.
22
Arroyo, La arquitectura del Estado mexicano. Formas de gobierno, repre-
sentación política y ciudadanía, 1821-1857,pp. 553-571.
23
Sesión del 29 de agosto de 1869, Congreso del estado de Zacatecas,
Archivo Histórico del Congreso del Estado de Zacatecas (En adelan-
te ahcez), Libro de actas.
24
Artículo 119. “En cada cabecera de partido habrá un jefe político que
nombrará el gobierno de entre los individuos que en las diferentes
ternas le propongan los respectivos ayuntamientos y juntas muni-
cipales, y su duración será de cuatro años, pudiendo ser reelecto
indefinidamente”, Constitución de Zacatecas de 1852, en Huitrado
Trejo, Zacatecas y sus constituciones, 1825-1996, pp. 47-81. El asunto no
presentó variación en la Constitución de Zacatecas de 1852.
25
Artículo 15, Ley electoral del estado de Zacatecas, 1869.
26
Arroyo, La arquitectura..., p. 568.
27
Hernández, La tradición republicana del buen gobierno, p. 86.
28
Salmerón, “Prensa periódica y organización del voto. El club político
Morelos. 1892”, p. 164.
29
Gantús y Salmerón, “Introducción”, p. 14.
30
Editorial “Elecciones”, El Defensor de la Reforma, 27 de abril de 1869.
las manos muertas en manos vivas […] los que atacan el poder
municipal no quieren tener autoridades que los vigilen, ni ins-
trucción pública en los municipios y seguridad en los caminos
[…] ¿A esto se llama comunismo? Pues entonces la adminis-
tración pública del estado se declara comunista y bien puede
la aristocracia romana apoderarse de Sila para asesinar a los
Gracos.32
31
Editorial “La Convención”, El Defensor de la Reforma, 1 de mayo de 1869.
32
Editorial “Inmoralidad y estupidez”, El Defensor de la Reforma, 13 de
mayo y 5 de junio de 1869.
L as elecciones de 1869
Los diputados celebraron los resultados de la elección de au-
toridades del verano de 1869 bajo el nuevo método: 66 000
votantes emitieron su voluntad de forma directa, es decir,
la sexta parte de la población del estado, “aun comprendién-
dose en ésta mujeres, niños y los que no tienen derecho a
votar”.33 Es notable el dato si se considera que del total de
la población del estado de Zacatecas (397 945), 195 716 eran
hombres;34 de éstos el 33 por ciento acudió a las urnas, lo que
muestra que el círculo se había ensanchado.
33
Sesión del 29 de agosto de 1869, ahcez, Libro de actas de sesiones.
34
“Cuadro sinóptico de la población del estado de Zacatecas, según los
censos practicados por las jefaturas políticas en 1868”, El Defensor de
la Reforma, 13 de julio de 1869.
35
El Defensor de la Reforma, 4 de septiembre de 1869.
36
Sesión del 29 de agosto de 1869, ahcez, Libro de actas de sesiones.
37
Sesión del 29 de agosto de 1869, ahcez, Libro de actas de sesiones.
38
Sesión del 29 de agosto de 1869, ahcez, Libro de actas de sesiones.
39
Sesión del 29 de agosto de 1869, ahcez, Libro de actas de sesiones.
40
El general Jesús González Ortega resultó vencedor para los partidos
de Zacatecas y Tlaltenango. En las sesiones en que los diputados
analizaron los resultados, no se menciona el problema que pudo re-
presentar un mismo diputado para dos partidos distintos. Los resul-
tados se dieron a conocer en la prensa oficial y fueron publicados a
la postre por el historiador Salvador Vidal: Jesús González Ortega
(Zacatecas), Manuel Ortega (Fresnillo), Tomás Parra (Sombrerete),
José María Delgado (Pinos), Pantaleón Sanromán (Mazapil), Gabriel
García (Ciudad García), Luis García (Ojocaliente), Rafael G. Ferniza
(Villanueva), Mariano Cadena (Juchipila), Gregorio Castanedo (No-
chistlán) y Jesús González Ortega (Tlaltenango). Vidal, 1959, pp. 29-
30. Para el caso del diputado vencedor por el partido de Nochistlán,
Vidal afirma que se trató de Gregorio Castanedo, pero las actas de
sesiones de la legislatura anotaron a Manuel Castanado.
41
Manifiesto de la Convención Zacatecana a los pueblos del estado y a todos
los de la República, sobre los sucesos que han tenido lugar en Zacatecas con
motivo de la lucha electoral en que ha tomado parte la Convención como
círculo político que se organizó para trabajar en las elecciones, p. 38.
42
“Alcance al número 91”, El Defensor de la Reforma, 25 de julio de 1869.
43
“Alcance al número 91”, El Defensor de la Reforma, 25 de julio de 1869.
44
“Alcance al número 91”, El Defensor de la Reforma, 25 de julio de 1869.
45
La prensa promovió candidatos de determinado círculo político,
también fue utilizada para el desprestigio de sus contrincantes. Véase
Camacho, “Bandidos o revolucionarios? La criminalización de movi-
mientos inconformes con los resultados electorales. 1867-1876”, pp.
79-101.
46
Manifiesto de la Convención..., p. 43.
47
Ibid., p. 41.
48
Ibid., p. 42.
49
Idem.
54
El Defensor de la Reforma, 4 de septiembre de 1869.
L os intereses en juego
y el derecho de asociación
55
“Discurso pronunciado por Tomás T. Obregón en la ciudad de Zaca-
tecas, en la solemne festividad del 15 de septiembre de 1869”, publi-
cado en El Defensor de la Reforma, 25 de septiembre de 1869.
56
Manifiesto de la Convención..., p. 63.
57
Artículo 48, Reglamento para el gobierno económico político de los partidos
del estado libre y soberano de Zacatecas, p. 9.
58
Manifiesto de la Convención..., p. 15.
59
Idem.
60
Ibid., p. 19.
61
Ibid., pp. 3-4.
62
Ibid., p. 5.
63
Ibid., p. 8.
64
Ibid., p. 13.
65
Ibid., p. 10.
66
Idem.
67
Idem.
68
Ibid., p. 12.
69
Flores, El grupo masón en la política zacatecana, 1880-1914, pp. 47-60.
70
Sobre análisis de la violencia en las elecciones, a través del estudio
de la prensa, Preciado, “Agentes”, 2016. La violencia no es endémica
en los procesos electorales, en sus diversas manifestaciones, es un
“recurso que formaba parte de la lucha por el poder”, Delgado, “Por
el honor y los votos. Prensa, sátira y violencia en las elecciones en
Aguascalientes, 1869”, p. 226. Frente a la complejidad del fenómeno
de la violencia y conceptualización, Salmerón y Gantús se detienen
en los tipos de violencia política, física, discursiva y normativa orien-
tados hacia el poder y control de las instituciones. Gantús y Salme-
rón, “Introducción”, p. 11.
71
Sobre la participación en procesos electorales federales de Trini-
dad García de la Cadena, véase a Miguel Ángel Sandoval en este
volumen.
72
Flores, El grupo..., p. 58.
73
El Defensor de la Reforma, 16 de junio de 1870.
74
El Defensor de la Reforma, 16 de junio de 1870.
75
El Defensor de la Reforma, 16 de junio de 1870.
76
El Defensor de la Reforma, 16 de junio de 1870.
77
“Discurso del gobernador Gabriel García al pueblo de Zacatecas”, El
Defensor de la Reforma, 19 de junio de 1870.
Consideraciones finales
78
“Discurso del gobernador Gabriel García al pueblo de Zacatecas”, El
Defensor de la Reforma, 19 de junio de 1870.
79
“Editorial sobre las últimas elecciones”, El Defensor de la Reforma, 14
de agosto de 1870.
80
Salmerón y Gantús, “Introducción”, p. 8.
81
Es en el cargo de jefe político donde la mayoría de las constituciones
estatales mantiene la designación por parte del gobierno o de los pre-
fectos, salvo Sinaloa, Zacatecas y Chihuahua. Para los ministros de la
Corte Suprema, la elección directa se presenta en Yucatán, Veracruz,
Nuevo León, Durango, Chihuahua y Coahuila. Arroyo, La arquitectu-
ra..., pp. 665-677.
Indirecta. Su
Mismo
número debe ser Nombrados por el
1832 procedimiento que
igual al de los gobernador.
en 1825.
partidos del estado.
Nombrados por
Indirecta en primer Indirecta en primer el gobierno a
1857
grado. grado. propuesta en terna
del congreso.
Fuente: Constituciones del Estado de Zacatecas 1825, 1832, 1852, 1857, 1869,
1910, 1918. Acta de reformas a la Constitución de Zacatecas de 1850.
*
Reglamentación secundaria sobre elecciones en Zacatecas.
**
Juárez decreta estado de sitio para Zacatecas, nombra gober-
nador. La siguiente convocatoria a elección popular de gobernador
y diputados del congreso del estado fue convocada como elección
popular directa.
ANEXO 2.
Requisitos para ser ciudadano en Zacatecas, 1825-1869
ANEXO 3.
Resultados de elecciones directas para diputados
en el congreso del estado de Zacatecas, 1869
Relación de
Votantes ganador /
Partido Población % Resultados
efectivos opositores /
perdidos
Jesús González
14 819
Ortega
Zacatecas 68 655 14 984 21.8 98/.2/.9
Severo Cosío 30
Perdidos 135
Francisco P.
1 626
Rodríguez
Santiago
50
Acevedo
Pedro Nafarrete 44
Perdidos 70
Tomás de la
2 688
Parra
Jesús Ma.
1 519
Castanedo
Emigdio
99
Alatorre
Jesús Sánchez 94
Perdidos 141
Francisco
2 086
Tinoco
Francisco
523
Fernández
Rodrigo
416
Rodríguez
Nieves 28 821 5 180 18 40/42/3
Rafael Gámez 506
Francisco de P.
85
Rodríguez
Miguel Canales 45
Perdidos 165
Gabriel García
3 412
Elías
Manuel
141
Berriozábal
Cd. García 44 123 4 480 10 76/18/5 José Ma.
28
Escobedo Nava
Santiago
37
Acevedo
Remigio
40
Zamora
Perdidos 223
José Ma.
5 803
Delgado
Perdidos 7
Mariano G. de
1 127
la Cadena
Agustín López
Juchipila 18 106 2 629 14 42/56/.3 1 039
de Nava
Perdidos 9
Pantaleón
949
Sanromán
Cayetano
34
Arteaga
Mazapil 7 951 1 088 13 87/6/6
Severo Cosío 23
Julián Torres 16
Perdidos 66
Manuel
1 069
Castanedo
Gregorio
66
Castanedo
Secundino
400
Gámez
Wenceslao
224
Yáñez
Francisco
45
Medrano
Perdidos 36
Rafael G.
4 634
Ferniza
Ignacio
46
Sandoval
Villanueva 40 892 6 132 15 75/23/.4
Apolonia García
13
Cadena
Atanasio
13
Rodríguez
Perdidos 30
Eduardo
770
Pankhurst
Valentín Salinas 31
Ojocaliente 12 345 2 257 18 61/37/1
Agustín Fuertes 14
Julio Márquez 30
“Insignificantes
30
minorías”
Jesús González
1 925
Ortega
Antonio
1 216
Tlatenango 27 831 3 316 12 58/41/.2 Delgado
Antonio
166
Castellano
Perdidos 9
Archivos
Hemerográficas
Bibliográficas
1
Agradezco los comentarios y sugerencias de mis colegas del proyec-
to “Organización y movilización del voto en México, siglo xix”, así
como la atenta lectura y consejos de Andrés Reyes Rodríguez, pro-
fesor de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Mi gratitud
con Claudia Cristel Salaya Custodio por su apoyo en la búsqueda y
sistematización de información.
Decididamente: lo que le falta al General Antillón
de popularidad, le sobra de papelaridad.
El Obrero del Porvenir, 1871
2
Esta ley, aprobada el 3 de mayo de 1861, tuvo como referente inme-
diato la Constitución estatal promulgada ese mismo año. “Ley Or-
gánica Electoral de Guanajuato”, en Compilación de leyes electorales de
Guanajuato, pp. 97-115.
[ 327 ]
jefe del Ejecutivo en la cual resultó ganador Florencio Anti-
llón quien, al igual que Doblado, también hacía las veces de
interino.3
El sistema directo y universal implicó para las autori-
dades estatales nuevos retos en la organización de comicios
concentrados en una sola jornada. Además de ello, para el
caso de Guanajuato es perceptible una paulatina complejiza-
ción en las formas como se fueron postulando a los candida-
tos en cuestión, así como las estrategias para su promoción.
En efecto, como parte de las dinámicas de movilización en
este nuevo esquema de votaciones es notoria la presencia
cada vez más protagónica de los papeles impresos, los cua-
les ya no solamente tenían la función de socializar convo-
catorias, explicar los mecanismos a través de los cuales se
llevarían a cabo los comicios y ofrecer los resultados. Ahora
se sumaría una función que es justamente la que abordaré
en este estudio: la movilización del voto para obtener triun-
fos electorales. La vida pública guanajuatense adquiría en
términos de representación política un dinamismo no expe-
rimentado hasta entonces. Desde el propio gobierno del es-
tado se idearon e implementaron estrategias en ese sentido.
Además de la creación de una gran cantidad de prensa de
coyuntura, se concibieron otro tipo de impresos que tenían
por intención postular candidatos, destacar sus virtudes,
plantear y forjar ideas, destacar símbolos, imágenes y refe-
rencias históricas y denostar a los adversarios políticos.
En lo que respecta a las elecciones de 1871, a través de
la prensa y de otros medios impresos se postuló a tres can-
didatos para el Ejecutivo estatal: Florencio Antillón, gober-
nador constitucional en ese momento y quien buscaba la
3
No existen estudios que aborden la elección de 1861. Para los comi-
cios de 1867 véase Preciado, “Agentes de desacreditación: prensa ofi-
cial y otros impresos en los comicios para gobernador de Guanajuato
en 1867”.
4
Antillón nació en la ciudad de Guanajuato en febrero de 1830. Su
trayectoria militar fue amplia, asociada siempre a causas republica-
nas y liberales. Su filiación juarista lo llevó a emprender acciones en
contra del Segundo Imperio. En enero de 1867, encabezó la campaña
que permitió recuperar su ciudad natal. Ocupó la gubernatura del
estado entre 1867 y 1876. Pese a que la historiografía en torno a él
suele destacar únicamente sus acciones de gobierno en un marco de
estabilidad política, económica y social, en un trabajo reciente ana-
lizo el agitado contexto político en el que se desarrolló el proceso
electoral en 1867 a través del cual llegó a la gubernatura. Preciado,
“Agentes…”.
5
Oriundo de Celaya, nacido en 1826, Ibáñez estudió Derecho en Gua-
najuato. Este espacio profesional le permitió incorporarse al mundo
de la política, en donde simpatizó con la causa liberal. En 1861 fue
diputado del Congreso Constituyente del estado. Al año siguiente
fue miembro de la Junta Patriótica de Guanajuato frente a la Inter-
vención Francesa y al finalizar ésta fue magistrado y presidente del
Supremo Tribunal de Justicia estatal. Murió en enero de 1885. Lanu-
za, Historia del Colegio del Estado de Guanajuato, pp. 138-140, 155, 252,
334 y 400; Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato (en
adelante ahug), Fondo Colegio del Estado, caja, 2, exp. 10 y Precia-
do, Guanajuato. Historia de las instituciones jurídicas, pp. 45 y 50.
6
Ayala nació en Pénjamo en agosto de 1825. Al igual que Ibáñez viajó
a la ciudad de Guanajuato para estudiar Derecho. En 1851 fue uno
de los “académicos pasantes” que integraron la recién fundada Aca-
demia Teórico-Práctica de Jurisprudencia de Guanajuato. Como pro-
fesor impartió diferentes cátedras, lo que lo llevó a ser nombrado
vicerrector del Colegio de la Purísima Concepción. Ocupó diversos
cargos públicos, principalmente en el ayuntamiento de Guanajuato.
Lanuza, Historia…, pp. 136-137 y 169.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 329
de la votación.7 El Obrero del Porvenir, primer periódico en
publicarse, expresó su rechazo a la reelección de Antillón y
dio su apoyo a la candidatura de Ibáñez. Algunos días des-
pués de su publicación aparecieron sucesivamente diferen-
tes periódicos antillonistas, todos ellos con una diferencia
no mayor a diez días entre uno y otro.8 Una de las cuestiones
más notorias de este boom periodístico en la ciudad de Gua-
najuato es que a partir de este momento la emergente prensa
“independiente” se pronunció sistemáticamente a favor de
la reelección de Antillón,9 quien por cierto, había roto con
7
Refiriéndose a este tipo de prensa, Elías Palti señala que en el con-
texto de las elecciones de 1871 circularon a nivel nacional más de 200
periódicos. Lo atribuye básicamente a dos factores: el clima de con-
flictividad política del momento, así como a un relativamente alto
grado de libertad de expresión. Palti, “Ópera, prensa y política en la
República Restaurada (México, 1867-1876): La Sociedad Filarmónica
del Pito”, p. 127.
8
Estos periódicos así como su vigencia son: El Obrero del Porvenir (28
de mayo-29 de diciembre), El Calavera (2 de junio-30 de julio), El
Imparcial (4 de junio-3 de agosto), La Fraternidad (4 de junio-13 de
agosto), Rigoletto (8 de junio-9 de julio), El Amigo del Pueblo (8 de ju-
nio-23 de julio), El Escolar (11 de junio-30 de julio), El Centinela (22
de junio-20 de julio), El Voto de Guanajuato (20 de julio -¿?), La Voz de
Aldama (16 de junio-¿?), La Educación, El Mensajero, El Jicote, La Voz de
Iturbide y La Unión Liberal. Una característica es que —con excepción
de La Fraternidad y La Voz de Aldama que eran leoneses, y El Jicote, de
San José Iturbide— se publicaron en la capital del estado. Algunos
títulos se encuentran referidos en otros periódicos. La República. Pe-
riódico Oficial del Estado de Guanajuato, 8 de junio de 1871 y La Voz de
México, 30 de junio de 1871.
9
Si bien estos periódicos se decantaban por la continuidad del gober-
nador, había diferencias en cuanto a su candidato para presidente
de la República. La opinión estaba dividida entre Juárez y Lerdo de
Tejada. ¿A qué obedeció esto? ¿Se trataba de una estrategia del pro-
pio Antillón para mostrar cierta libertad de opinión y de prensa en el
estado? Pese a lo interesante de estas cuestiones, en este estudio no
hay espacio para profundizar en ellas.
10
Me baso en información publicada en distintos números de El Obrero
del Porvenir, así como a los ataques que El Monitor Republicano —pro-
motor de Juárez— dirigió a Antillón. Esto contradice una reiterada
afirmación en la historiografía guanajuatense que sostiene una inal-
terable alianza entre ambos. Es cierto que llegó a haberla; sus lazos se
habían estrechado desde 1867, año en que Antillón ocupó la guber-
natura. A partir de entonces se mostró una sólida mancuerna en la
que el oaxaqueño tuvo como aliados a la clase política y a la élite eco-
nómica de Guanajuato. Sin embargo, algo ocurrió entre ellos algunos
meses antes de la elección de 1871. Abordar esta cuestión no forma
parte de los propósitos de este estudio. La República, 27 de agosto de
1871, p. 1. Para acercarse a la ruptura entre Juárez y Sebastián Lerdo
de Tejada véase Pi-Suñer, “Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada:
de la colaboración a la ruptura, 1863-1872”.
11
Al respecto, Fausta Gantús señala que “se recurrió reiteradamente
al uso de la prensa para la promoción y sostenimiento de campañas
electorales lo mismo en la capital de la República que en los estados
del país, en los cuales se reproducía el esquema de uso de la prensa
en el contexto de los sufragios”. Gantús, “Prensa y política: debates
periodísticos en torno a la elección federal de 1884”, p. 153; la cita en
Gantús y Salmerón, “Introducción”, p. 11.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 331
Dicho lo anterior, en este ejercicio me interesa centrarme
en un tipo distinto de producción impresa. Papeles que por
su propia naturaleza resulta más difícil dar seguimiento,
pero que sin duda estaban concebidos para que sus textos
llegaran a una población mucho más amplia que los periódi-
cos. Me refiero a los cartelones cuyos contenidos promovían
a un candidato en particular o que denostaban a otros, y que
se colocaban (pegados, sujetados o colgados) en distintos es-
pacios públicos de diversas poblaciones. Así, el propósito de
este trabajo será analizar cartelones durante el proceso elec-
toral para gobernador en 1871, los cuales fueron concebidos
como estrategias de promoción y movilización del voto.
La intención de no concentrarme únicamente en la pren-
sa como un actor central, ni en dinámicas electorales que
ya han abordado otros autores para el siglo xix mexicano,
hace que mi trabajo tenga líneas de convergencia con el ca-
pítulo “Alianzas, banquetes y otras estrategias de moviliza-
ción del voto: la elección presidencial de 1850 en la ciudad
de México” de Edwin Alcántara Machuca, incluido en este
libro. Alcántara no fija su atención en el análisis de la pren-
sa como protagonista, ni en los discursos oficiales, tampoco
en la normatividad electoral. En su lugar, se enfoca en otro
tipo de estrategias movilizadoras tales como la realización
de banquetes organizados para algún candidato o la arenga
popular celebrada en espacios públicos también con el obje-
tivo de mostrar apoyo. Para ello, discute los planteamientos
de “cultura electoral” propuestos por Frank O’Gorman.12
Es importante señalar que las observaciones a partir de
las cuales O’Gorman construyó la categoría “cultura elec-
toral” se ubican en la Inglaterra de los siglos xvii, xviii y
xix. No obstante, considero que algunas de sus afirmacio-
12
O’Gorman, “La cultura de las elecciones en Inglaterra: de la Revolu-
ción Gloriosa a la Ballot Act de 1872”.
13
Ibid., p. 223.
14
A esta propuesta dual de concebir a la prensa la denomina “modelo
estratégico o proselitista de la opinión pública”. El historiador bo-
naerense argumenta de la siguiente manera: “si los diarios tuvieron
un papel clave en las elecciones, no fue exclusiva ni primariamente
por su capacidad en tanto que vehículo para la difusión de ideas, o
(solamente) por los argumentos y el efecto persuasivo que producía
en sus eventuales lectores, que es el presupuesto implícito en el mo-
delo del ‘tribunal de la opinión’. Más decisivo aún era su capacidad
material para generar hechos políticos (sea orquestando campañas,
haciendo circular rumores, etcétera), en fin, operar políticamente,
intervenir sobre la escena partidaria sirviendo como base para los
diversos intentos de articulación (o desarticulación) de redes polí-
ticas”. Palti, “Los diarios y el sistema político mexicano en tiempos
de la República Restaurada (1867-1876)”, pp. 177-180. Cursivas en el
original.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 333
sólo exponía ideas, sino que exaltaba, denigraba, expandía
rumores demoledores, movilizaba y podía derribar gober-
nantes”.15 Así, en los siguientes párrafos también me guiaré
en algunas de las perspectivas expuestas por Palti y Salme-
rón. Pero insisto, en lugar de abordar a la prensa, propongo
aplicarlas en el análisis de los cartelones a los que me refiero
líneas arriba.
De este modo, vislumbraré y trataré de reconstruir algu-
nos mecanismos atribuibles a la confección y colocación de
los cartelones, explicar sus contenidos y motivaciones, así
como discutir a quiénes estaban dirigidos. Para tales ope-
raciones, será necesario hacer un abordaje que trascienda el
ámbito textual de lo que en ellos se dice y percibir escenarios
políticos y sociales más amplios. Esto es, contextos electora-
les. Dicho análisis deberá considerar éstas y otras variables
aún más alejadas del pensamiento formal, tales como: los
imaginarios, los prejuicios y las representaciones colectivas.16
Antes de iniciar con el análisis de los cartelones, consi-
dero necesario presentar algunos elementos legales en los
que estaba sustentada la elección de 1871. Esto nos dará cier-
tas pautas que, así sean muy generales, permitirá contextua-
lizar el ambiente político del Guanajuato de esos años.
15
Salmerón, “Prensa periódica y organización del voto. El Club Políti-
co Morelos. 1892”, p. 165.
16
Para Robert Darnton el análisis del discurso desafía “la noción mis-
ma de una idea como una unidad de pensamiento o como un conte-
nedor autónomo de significado”. Darnton, Los Best Sellers prohibidos
en Francia antes de la revolución, p. 261.
17
La República. Periódico Oficial del Estado de Guanajuato, 2 de abril de
1871.
18
La Constitución establecía que el gobernador debía elegirse por la
vía directa, permanecería en el cargo por cuatro años y podía ser ree-
lecto pasado un período luego de haber cesado en sus funciones. Sin
embargo, a través del decreto número 33, aprobado en junio de 1870,
se eliminó el artículo 60 que precisaba esto último.
19
El artículo 27 de la Constitución estatal señalaba que eran ciudada-
nos del estado aquellos varones que hubieren cumplido 18 años sien-
do casados o 21 siendo solteros, y que además tuvieran “un modo
honesto de vivir”. Preciado, Guanajuato…, p. 139.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 335
cipalidad. Mientras tanto, la elección de diputados era in-
directa. Según el artículo 32 de la Ley Orgánica, las juntas
compuestas por los electores de las secciones debían con-
gregarse en las cabeceras de los partidos respectivos para
ejercer sus funciones en los días designados.
La supresión del artículo 60 constitucional no fue la
única reforma instrumentada desde el despacho del gober-
nador para preparar el terreno de su inminente reelección.
También a mediados de 1870 modificó la estructura admi-
nistrativa del estado; dividió a la entidad en departamentos,
los cuales a su vez se subdividían en partidos y en muni-
cipalidades. Esta disposición reformaba el artículo 23 de la
Constitución estatal, en el cual se contemplaba solamente la
existencia de partidos y municipalidades. Los jefes de los
departamentos eran nombrados y removidos al completo
arbitrio del Ejecutivo estatal.20
Con esta lógica, los cinco nuevos departamentos (Gua-
najuato, Celaya, León, San Miguel de Allende y Sierra Gor-
da) estarían a cargo de un “Jefe Político”, los partidos serían
administrados por un “Jefe de Partido” y un ayuntamiento
integrado por un número variable de regidores y procura-
dores. Una característica importante es que las municipali-
dades no contaban con un ayuntamiento propio, por lo que
dependían de los ayuntamientos de partido. De las munici-
palidades se encargaba un alcalde y uno o más síndicos pro-
curadores nombrados por elección popular.21 Es claro que se
20
Según el gobernador, esta medida no contrarrestaba la intención de
los legisladores de 1861 de que existiera un estrecho contacto entre
la población y el gobierno: “si los jefes de Departamento son simples
agentes del Ejecutivo, y los órganos de comunicación con los pueblos
que forman aquellas divisiones, el Gobierno conocerá con la misma
facilidad las necesidades de éstos, y las podrá remediar convenien-
temente”. Guzmán, La participación del gobierno de Guanajuato en el
Movimiento Decembrista de 1876, p. 117.
21
Ibid., p. 118.
22
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871. A partir
de la búsqueda de diversas obras impresas en la ciudad durante la
segunda mitad del siglo xix, he podido conocer el nombre de los due-
ños de las tres imprentas más importantes: Félix M. Conejo, Ignacio
Hernández Zamudio y Albino Chagoyán. Seguramente en alguna[s]
de ellas se trabajaron los susodichos cartelones.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 337
e Irapuato habían sido arrancados por las fuerzas del orden,
quienes recibían órdenes directas de funcionarios públicos.
Del caso de Silao, se afirmó que la orden fue dada por Bar-
tolo Antillón ―hermano de Florencio― administrador de la
aduana en dicha población. Lo mismo ocurrió en Irapuato
con impresos que apoyaban la candidatura de Ibáñez.23
Las noticias relativas a este tipo de acciones son realmen-
te escasas. Pero más limitante aún podría resultar el hecho
de que no localicé físicamente ningún cartelón; la búsqueda
en distintos archivos y bibliotecas del estado fue infructuo-
sa. También ignoro las cantidades que se imprimieron, sus
distintos tamaños, los colores del papel, los tipos de tinta
que se utilizaron y sus características tipográficas. Incluso,
desconozco los sitios exactos en los que se colocaron. Res-
pecto a las reacciones que pudieron suscitar entre la pobla-
ción, puedo decir que tampoco encontré demasiadas noti-
cias en ese sentido.
No obstante el aparente panorama desalentador, confío
en que el abordaje a partir de los contenidos de los cartelo-
nes,24 analizando sus textos y vinculándolos con los contex-
tos electorales. Construir explicaciones acerca de quiénes,
desde dónde y con qué propósitos se generaron, así como
las posibles recepciones de los lectores, abonará a los ele-
mentos de discusión en torno a las distintas estrategias de
movilización del voto en los años previos a la proliferación
de clubes electorales.
Es preciso hacer un par de señalamientos más respecto a
las fuentes documentales. La mayoría de los cartelones con-
signados por la prensa se colocaron en la ciudad de Guana-
23
La nota no abunda en el contenido de estos cartelones; solamente
se señaló que fueron retirados y destruidos. “Libertad electoral”, El
Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
24
Los contenidos completos de estos cartelones los he integrado como
“Anexos”.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 339
so con dos días de antelación.25 Si bien podríamos pensar que
tales tiempos obedecen solamente a una lógica que tiene que
ver con la preservación de los cartelones, tratando de evitar
que su retiro y destrucción se hiciera semanas antes de las
elecciones, creo que la cuestión va más allá. Los tiempos de
su colocación fueron premeditados por quienes los concibie-
ron. Siguiendo a Darnton, uno de los principales objetivos
que se persigue con la difusión lo constituye el acto de “fi-
jar ideas” a través del “movimiento líneal de la causa hacia
el efecto”.26 De este modo, mientras más próxima estuviese
la jornada electoral, la población tendría mayor claridad las
virtudes o defectos de los candidatos en cuestión. Es decir,
los momentos de difusión obedecen a una estrategia de mo-
vilización.
L os destinatarios
25
En su número publicado el día de las elecciones, el periódico El Ca-
lavera destaca de los cartelones que “muchos y de diversos tamaños
y colores han aparecido en los últimos ocho días”. “Cartelones”, El
Calavera, 30 de julio de 1871.
26
Darnton, Los Best Sellers…, p. 288.
27
Preciado, Guanajuato en tiempos de la Intervención Francesa y el Segundo
Imperio, pp. 119-120.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 341
pública en formación, convertida en un factor de peso cre-
ciente en la vida política local”.28
En este orden de ideas, ha llamado poderosamente la
atención el contenido de un cartelón que en seguida trans-
cribo íntegramente: “¡Mirad! ¡oíd! Entended: el bello sexo de
Guanajuato suplica ruega y encarece que se reelija de Gober-
nador del Estado, al bravo elegante y exquisitamente educa-
do, C. Gral. Florencio Antillón”.29
Es plenamente conocido que en las sociedades decimo-
nónicas en términos normativos las mujeres no tenían dere-
cho al voto. Sin embargo, esto no implica que fuesen ajenas
a la vida pública y estuviesen totalmente excluidas de las
mecánicas electorales. Hilda Sabato ha demostrado que su
presencia fue visible así sea como “figuras marginales” en
las actividades concebidas y encabezadas por los hombres.
Es decir, este tipo de acciones sobrepasaban las barreras
construidas para diferenciar aquellos que legalmente tenían
derecho al voto: los ciudadanos.30 De este modo, podemos
28
Hilda Sabato ha señalado que si bien las elecciones estaban limitadas
“en cuanto al número y al origen social de los participantes… éstas
tenían una gran repercusión pública”. “El acto electoral mismo pue-
de pensarse como una puesta en escena, con más espectadores que
actores, pero donde unos y otros jugaban sus respectivos roles”. Sa-
bato, “Elecciones y prácticas electorales en Buenos Aires, 1860-1880.
¿Sufragio universal sin ciudadanía política?”, pp. 122 y 133-134.
29
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
30
Sabato advierte que los comicios incumbían a mucha más población
de la que pudiera pensarse. La historiadora argentina sustenta su
planteamiento al dar seguimiento a varios procesos electorales rea-
lizados en Buenos Aires durante la década de 1870. Presenta la cita
de una nota de un periódico bonaerense en la cual, al referirse a un
proceso electoral en 1874 señala que “es una cuestión que a todos, ni-
ños y viejos, hombres y mujeres, interesa en alto grado; y a tal punto,
que no hay más que decir la gran cuestión, para que todos sepan que
se trata de elecciones”. Sabato, “Sobre la ciudadanía política en Amé-
rica Latina en el siglo xix”, p. 460. La cita del periódico en Sabato,
“Elecciones…”, pp. 134-135 (cursivas en el original).
31
El contenido señalaba que era “el partido liberal” quien proponía la
candidatura de Ayala. Además, se incluían las listas de candidatos
locales ―propietarios y suplentes― que también eran propuestos.
Entre los propietarios estaba Remigio Ibáñez. Los editores de El Im-
parcial afirmaban que fue “El Círculo Liberal Progresista” quien pro-
puso a Ayala; mientras que “Los Demócratas” hicieron lo propio con
Ibáñez. Más allá de estas menciones, no cuento con más referencias
sobre la existencia de este par de círculos políticos. “Cartelones”, El
Calavera, 30 de julio de 1871 y “Cartelones”, El Imparcial, 26 de julio
de 1871.
32
“Gacetilla”, El Escolar, 30 de julio de 1871.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 343
no se deje engañar. En seguida, presenta una semblanza de
la trayectoria política de Ayala en la que se destacan, a decir
de sus detractores, bastantes actos “enemigos de toda admi-
nistración de orden y de moralidad”. Se enumera el puesto
que tuvo en la judicatura guanajuatense durante el último
gobierno de Santa Anna, su negativa para jurar la Consti-
tución de 1857, así como su participación a nivel local en las
administraciones de Zuloaga, Miramón y Maximiliano. Con
tales antecedentes, continuaba el texto, Ayala sería un can-
didato deshonroso, un hombre que llevaba sobre la frente la
“negra mancha de la traición”.33
En otro cartelón contrario a la postulación de Ayala, se
contrapone la trayectoria de éste con las virtudes del enton-
ces gobernador. Se destacan cualidades de Antillón tales
como “sus buenos y desinteresados servicios”, la paz lograda
y continuada, así como las garantías de cuatro años más en
ese tenor. Por otra parte, el texto enfatiza que lo que destaca
de Ayala “es una traición”. El cartelón finaliza diciendo: “No
consentirás nunca que te gobierne tu pueblo de Guanajuato,
el pueblo demócrata por excelencia. A un lado la chicana y
la intriga. ¡Viva la democracia, la ilustración y el progreso!
¡Viva el partido liberal y progresista! ¡Viva el Gral. C. Floren-
cio Antillón!”34
Los señalamientos vertidos en contra de Ayala eran, si
nos atenemos a sus acciones, ciertos. Al igual que un im-
33
“¡¡pueblo!! no pongas tu porvenir y tu destino en manos del que ha
doblado la rodilla ante un intruso aventurero, porque te venderá
mañana como vendió a su patria al usurpador extranjero”. Por otra
parte, los editores de El Escolar, quienes se asumen “conocedores de
la ninguna incumbencia” de Ayala en la política, se atreven a asegu-
rar que él mismo había “recibido con sumo disgusto y cordialmente
reprueba” su postulación. “Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30
de julio de 1871, p. 4. “Gacetilla”, El Escolar, 30 de julio de 1871. Ma-
yúsculas en el original.
34
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
35
La lista de personajes que se negaron a jurar la Carta Magna de 1857
en: El Constitucional. Periódico para el pueblo, 27 de junio de 1857. La
participación de Ayala en defensa del federalismo en: Programa... El
discurso en: Lanuza, Historia…, p. 164.
36
Preciado, Guanajuato…, p. 183.
37
Dicha ley se formalizó el 5 de mayo de 1867. Lanuza, Historia…, pp.
246-247.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 345
con Antillón al frente del Ejecutivo estatal, fue colaborador
del periódico El Máscara, el cual era crítico y se oponía al
gobernador.38 ¿Sería acaso la cercanía de Ayala con Guzmán,
serio adversario político de Antillón, una razón más que
sumó considerablemente al desprestigio construido en tor-
no suyo?
Julián Camacho ha analizado el “discurso criminaliza-
dor” generado desde el interior de los gobiernos hacia sus
adversarios políticos y rivales militares. En este sentido, son
muy claras las acciones a través de las cuales se buscaba
desacreditar y deslegitimar. Estas estrategias de criminali-
zación, señala Camacho, “presentaban las acciones subver-
sivas como ofensas a la sociedad, no tanto a la autoridad”.39
En esto encontramos varias convergencias con el trato hacia
la figura de Ayala, pues se le acusa el contubernio con el
régimen imperial, y el riesgo social que propició tal acción;
transgresión a un orden establecido, “una ofensa a la socie-
dad en su conjunto”.40 Ayala era presentado como un “trai-
dor”; es obvia la intención de minar el apoyo que pudiese
generar. Un punto central en el análisis de Camacho es su
énfasis al señalar que “quien delinque, quien transgrede
una ley, atenta directamente contra la sociedad y no sólo, ni
siquiera principalmente, contra la autoridad”.41 En los carte-
lones se soslaya de algún modo la “ofensa” que Ayala pudo
hacer contra el gobierno, y se pone en un primer plano la
inmoralidad que esto representa para toda la población gua-
najuatense.42
38
Ibid., p. 137.
39
Camacho, “¿Bandidos revolucionarios? La criminalización de movi-
mientos inconformes con los resultados electorales. 1867-1876”, p. 82.
40
Idem.
41
Ibid., p. 91.
42
Francisco Javier Delgado analiza diversas estrategias de los conten-
dientes electorales en Aguascalientes. Se trata de “una ventana útil
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 347
vez en un discurso, aunque se escuche al orador con mucha
atención”. En su lugar ―continuaban argumentando― la
prensa llevaba
44
Ibid., p. 218.
45
Autores como Edwin Alcántara y Regina Tapia han señalado que ha-
cia mediados del siglo xix no se practicaba que el propio candidato se
promoviera en primera persona. Alcántara, “Alianzas, banquetes y
otras estrategias de movilización del voto: la elección presidencial de
1850 en la ciudad de México”, capítulo en este libro y Tapia, “Com-
petencia electoral, honor y prensa. México en 1857”.
46
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
47
Se llega a hablar incluso de cualidades como “simpático y siempre
entendido”. “Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 349
plagados de numerosas gavillas de salteadores y plagiarios;
fue necesario pues organizarlo y casi crearlo todo: adminis-
tración, hacienda, paz y seguridad.48
48
Idem.
49
Idem.
50
Idem.
Consideraciones finales
51
Darnton, Los Best Sellers…, p. 277.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 351
sumó 3 164.52 Llama la atención que dos ciudadanos, de quie-
nes ni la prensa ni otro tipo de impresos dio noticia de sus
postulaciones o simpatías, superaron los 1 500 votos; se trató
de Florencio Soria, con 1 663 y León Guzmán ―gobernador
interino en 1867―, con 1 566.53 Si comparamos estos resulta-
dos con los presentados en la elección para gobernador de
Guanajuato realizada cuatro años antes (Antillón 63 000;
León Guzmán 32 000 y José de la Luz Rosas 8 000 votos),54
podemos advertir un notable crecimiento de Antillón en las
preferencias del electorado.
A través de este análisis de las formas de movilización
del voto a partir de la utilización de cartelones, es posible su-
gerir que distintas formas de representación política ―una
elección directa y otra indirecta― así como su instrumen-
tación, implicó que se recurriera a estrategias diferenciadas
para tratar de incidir en el voto de los ciudadanos. No es
aventurado afirmar que, en efecto, existe una relación di-
recta entre la acción de fijar cartelones en espacios públicos,
52
Un par de días antes de esta calificación encontramos a Ibáñez fun-
giendo como “presidente” de los festejos por la conmemoración del
inicio de la Guerra de Independencia. Ibáñez murió en enero de 1885;
en aquel momento ocupaba de nueva cuenta el cargo de presiden-
te del Supremo Tribunal de Justicia de Guanajuato. ahug, Fondo
“Ayuntamiento”, Colección “Bandos y Avisos”, caja, 95 y Lanuza,
Historia…, p. 334.
53
Según la “Lista de los Ciudadanos que han obtenido votos para Go-
bernador Constitucional del Estado”, a lo largo del territorio estatal
se votó por 351 personas distintas. De ellas, alrededor de 150 ciuda-
danos recibieron únicamente un voto. A principios de 1877, una vez
que Antillón se vio precisado a dejar el país debido a su apoyo a José
María Iglesias, se convocaron en el estado elecciones para goberna-
dor. En tales comicios, ganados por el general Francisco Z. Mena,
tanto Ibáñez como Ayala volvieron a ser postulados como candida-
tos. Archivo Histórico del Congreso del Estado de Guanajuato (ah-
ceg). Sección “4º Congreso”, Serie “Primer Período”, caja, 4-1, exp. 1,
fs. 24-34 y 35; Lanuza, Historia…, p. 307.
54
Preciado, “Agentes…”, pp. 219-220.
55
O’Gorman, “Cultura…”, p. 219.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 353
vios a los comicios, advertimos un panorama claramente
favorable para la reelección de Antillón. Ante ello, resulta
necesario preguntarnos ¿por qué fue tan abrumadora la ma-
quinaria electoral implementada desde el gobierno del esta-
do semanas antes de las votaciones? Dicho de otra manera
¿qué motivó a que se crearan más de una docena de perió-
dicos antillonistas y se imprimieran y colocaran multitud
de cartelones propagandísticos a su favor? No encuentro
una respuesta categórica, pero O’ Gorman nos ofrece claves
importantes: la legitimidad y el respaldo político. En efecto,
al analizar el mundo político y social inglés del siglo xviii,
este autor señala que a pesar de lo poderosos que pudieran
haber sido los elementos de “persuasión, control e, incluso,
intimidación en el sistema electoral”, las acciones tendientes
a organizar y a movilizar el voto tenían como fundamento
que cada una de las opciones electorales podrían ser consi-
deradas por la población, la propaganda podía persuadir y
las ideas podían cambiar. Por lo tanto, era legítimo buscar el
respaldo político en distintos sectores sociales.56
Desde la gubernatura Antillón ejerció un control perso-
nal en distintos momentos del proceso electoral que lo lleva-
ría a ganar las votaciones del verano de 1871. Algunas de sus
acciones, como proponer reformas constitucionales para lo-
grar la reelección inmediata, impulsar la creación de perió-
dicos y elaboración de cartelones, no solamente evidencian
la búsqueda de una convincente mancuerna entre legalidad
y legitimidad sino además, en palabras de Marcela Ternava-
sio, “la vocación por hacer de ese régimen un sistema capaz
de singularizar el mando y la obediencia”.57 Considero que
estos comicios representaron para Antillón un momento
56
Ibid., pp. 223-224.
57
Ternavasio, “La visibilidad del consenso. Representaciones en torno
al sufragio en la primera mitad del siglo xix”, pp. 70-71.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 355
utilización de los cartelones permaneció; que no decreció
significativamente y se mantuvo como estrategia electoral.
Nuevos estudios sobre la vida política durante el porfiriato
guanajuatense darán luz en ese sentido.
A nexo. Contenido
completo
de los cartelones que se han localizado
con propaganda electoral
para la elección de gobernador
de Guanajuato en 1871
59
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
60
Idem.
61
Idem.
62
Idem. También se publicó en “Gacetilla”, El Escolar, 30 de julio de 1871.
63
“Popularidad”, El Obrero del Porvenir, 30 de julio de 1871.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 357
6. “Candidato de los industriosos para Gobernador del Es-
tado, C. Gral. Florencio Antillón”.64
7. “Guanajuatenses: el que con tanto acierto os ha sabido
gobernar es el ilustre general Florencio Antillón, a él y
sólo a él dad vuestro voto para Gobernador de nuestro
importante Estado”.65
8. “¡Mirad! ¡Oíd! Entended: el bello sexo de Guanajuato su-
plica ruega y encarece que se reelija de Gobernador del
Estado, al bravo elegante y exquisitamente educado, C.
Gral. Florencio Antillón”.66
9. “¡Deteneos! ¡Fijad la atención! ¡Viva la reelección! La hon-
radez, la inteligencia y el valor, piden por otros cuatro
años de Gobernador del Estado, al simpático y siempre
entendido C. Gral. Florencio Antillón”.67
10. “Candidato de algunos hijos del pueblo para gobernador
del Estado Libre y soberano de Guanajuato, C. General
Florencio Antillón. ―Próximo el grandioso y solemne
día en que los ciudadanos de un país libre tienen que
hacer uso de uno de sus más sacrosantos derechos, el
de elegir la persona que rija sus destinos, como primer
magistrado del Estado, las clases todas de la sociedad se
agitan y conmueven y toman participio en la cosa pú-
blica, con más o menos actividad, y con más o menos
inteligencia, según la categoría a que pertenecen.
Muchas publicaciones han aparecido en esta Capital
y en el Estado ocupándose de la cuestión de elecciones,
y todas ellas han propuesto sus candidatos alegando los
méritos de cada uno.
Nosotros también, aunque ajenos a la política y dedi-
cados sólo al trabajo, queremos, en uso del derecho que a
64
Idem.
65
Idem.
66
Idem.
67
Idem.
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 359
montañas se entregarán sin zozobra a sus rudas tareas;
ya el fruto de sus afanes lo invierten en socorrer las ne-
cesidades de su familia; ya el viajero transita sin temor
nuestros bosques y campiñas; el salteador y el plagiario
han huido ante la tenaz persecución que sufre y el temi-
ble castigo que les espera.
El estado de cosas que guardamos se debe a la recta
administración de C. General Florencio Antillón, ciego
observante de la ley, cuyo camino ha seguido sin varia-
ción. Él ha plantado el sistema penitenciario, ha estable-
cido escuelas de artes y oficios, ha mejorado y aumenta-
do nuestras vías de comunicación, y por estas razones en
nuestro humilde concepto, conviene al pueblo que siga
rigiendo los destinos de Estado.
Con esa convicción profunda y sincera, invitamos a
todos los Ciudadanos y especialmente a nuestros herma-
nos los artesanos del rico y poderoso Estado de Guana-
juato para que en las elecciones que según la ley deben
verificarse el próximo domingo 30 del presente den su
voto para gobernador al C. General Florencio Antillón”.68
11. “Candidato que propone el Partido Liberal para Gober-
nador del Estado de Guanajuato, C. Lic. Ignacio Ayala.
68
Ibid., pp. 4-5.
69
“Cartelones”, El Imparcial, 26 de julio de 1871, p. 4.
Archivos
Hemerografía
Bibliografía
“ ¡ DE T E NE OS ! ¡ F I J A D L A ATE N C I Ó N ! ” 361
Gantús (coords.), Campañas, agitación y clubes electorales. Orga-
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xico, inehrm/Instituto Mora, 2019, pp. 185-220.
Antillón, Florencio, Memoria leída por el C. Gobernador del Estado
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Los clubes políticos y su actividad
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presidencial. Ciudad de México, 1880
M iguel Ángel Sandoval García
E n la segunda mitad del siglo xix, organizar y movilizar
el voto comprendía un conjunto de estrategias, meca-
nismos y prácticas que tenían como objetivo final llevar a
los ciudadanos a las urnas. Era un proceso largo y complejo
en que intervenían diversos grupos sociales, distribuidos en
varios niveles de participación. Asimismo, siempre implica-
ba cierto grado de competencia, ya fuera entre dos o más
candidatos a cargos de representación popular, o entre los
seguidores de un único aspirante. Los distintos agentes mo-
vilizadores pretendían generar, asegurar y afianzar el apoyo
electoral de grupos numerosos o reducidos para sacar ade-
lante a un elector en particular. Tener electores aseguraba
votos en favor del candidato propio y permitía negociar po-
siciones de poder con dicho candidato.
Las movilizaciones durante los comicios federales te-
nían una proyección nacional, aunque partían irremediable-
mente de las realidades sociales locales y regionales, por lo
que las maneras de orientar el sentido del sufragio podían
llegar a ser muy diferentes de un lugar a otro. En la ciudad
de México de fines del siglo xix se hacía por medio de la
prensa y otros medios de comunicación impresa, como fo-
lletos y hojas sueltas; a través de asociaciones como clubes
políticos, sociedades mutualistas y, también, con el apoyo de
[ 369 ]
redes políticas y sociales de los propios candidatos a cargos
de todo tipo de representación.
De igual modo, la movilización electoral comenzaba
mucho antes de la emisión del sufragio ciudadano. Iniciaba
prácticamente en los momentos de definición de las distin-
tas candidaturas a cargos de representación popular, pues
la cultura política de la época ―en la que no era bien visto
que los candidatos se auto postularan― hacía necesario que
cada aspirante contara, de entrada, con un equipo político
capaz de proponer y sostener su candidatura. Por otra parte,
la organización y movilización de los votantes no se hacían
de un solo golpe sino que estaban definidas por diferentes
variables, entre ellas por el marco jurídico vigente y, por lo
mismo, por las fases de elección que reglamentaba la legis-
lación. En 1880, la ley electoral federal definía una primera
fase en la que ciudadanos votaban por electores, y una se-
gunda en la que los electores, reunidos en juntas electorales
de distrito, sufragan por los candidatos a cargos de repre-
sentación popular.1
1
Los comicios presidenciales de 1880 se llevaron a cabo de acuerdo
con los dictados de la Constitución de 1857 y de la Ley Electoral del
12 de febrero del mismo año, junto con las reformas que le fueron
agregadas posteriormente. Este marco legislativo definía un sistema
de votación indirecta en primer grado. Es decir, que la ciudadanía
votaba, no por sus gobernantes, sino que nombraba a un reducido
número de electores que, en su representación, se encargarían de ele-
gir a los titulares de los cargos de elección popular. Por lo tanto, el
voto ejercido en un primer momento por los ciudadanos estaba se-
parado de los resultados electorales por un estrato más de votantes,
que sufragaban en un segundo momento electoral.
En las elecciones de todos los niveles podían votar los ciudada-
nos, es decir, los hombres mayores de 21 años, o de 18 si eran casa-
dos, siempre y cuando tuvieran un “modo honesto de vivir”. En este
sentido, no tenían derecho a votar o ser votados quienes hubieran
perdido su calidad de ciudadanos por haberse naturalizado en otro
país, por servir en gobierno de nación extranjera, o por haber recibi-
CA Z A D O R E S D E V O TO S 371
dadano y a asegurar la posición de los electores en las juntas
distritales. Por otro lado, desempeñaron un papel clave a la
hora de organizar a los electores en la fase secundaria del
proceso, pues algunos de ellos formaron parte de clubes o
incluso los encabezaron.
En este trabajo nos centraremos en el primer nivel de
las elecciones, aunque ocasionalmente nos referiremos tam-
bién al segundo. Fue justamente en ese segundo nivel en el
que Justo Benítez obtuvo la victoria electoral y no Manuel
González, quien fue el candidato vencedor a nivel nacional.
La derrota de González en la capital de la República fue un
hecho singular, sin duda, pero no nos interesa explicar las
razones por las que Benítez se llevó la mayoría de los votos
de los electores de la ciudad de México. Más bien, lo que se
busca en estas páginas es entender cómo funcionaban los
clubes políticos en el último tercio del siglo xix. En otras pa-
labras, la disertación que aquí se presenta pretende valorar
el papel desempeñado por los clubes políticos en una co-
yuntura electoral, así como entender su estructura interna y
operatividad institucional.
2
En el plan de Tuxtepec, lanzado por Porfirio Díaz en 1876, se desco-
nocía a Sebastián Lerdo de Tejada como presidente de la república,
así como a los funcionarios y empleados nombrados por él, y a los
gobernadores elegidos durante la jornada electoral de 1876, con ex-
cepción de aquéllos que se adhirieran al plan. También se rechazaba
CA Z A D O R E S D E V O TO S 373
integrado por una pluralidad de círculos políticos agrupa-
dos en torno a fuertes personalidades, unas de proyección
nacional y otras, regional. La falta de unidad del grupo li-
beral afectó, incluso, a los colaboradores más cercanos del
presidente. Por su gabinete pasaron una veintena de secre-
tarios en tres añosninguno de los ministros con que Díaz
inició su gobierno se mantuvo en su cargo hasta el final, y
tan sólo dos —Justo Benítez y Protasio Tagle— eran conside-
rados verdaderos tuxtepecanos.6 Por si fuera poco, en el país
también prevaleció una fuerte oposición a las políticas im-
pulsadas por el gobierno federal, especialmente en la ciudad
de México. Una de las medidas que más revuelo causó en la
capital fue la preservación del senado, cuya supresión había
sido una de las banderas del tuxtepecanismo.7
El escenario electoral también respondió a la fragmen-
tación que en ese momento caracterizaba a los grupos po-
líticos liberales por lo que toca a la elección presidencial.
Además de Manuel González, quien finalmente ganó la
8
Las redes de apoyo electoral que Manuel González logró establecer
durante su campaña presidencial son abordadas en Ponce, La elección
presidencial de Manuel González, 1878-1880 (Preludio de un presidencialis-
mo), pp. 97-149; Ponce, “La carrera presidencial de 1880. Preludio del
presidencialismo”, pp. 117-148 y Villegas, “Un acuerdo entre caciques:
la elección presidencial de Manuel González (1880)”, pp. 115-148.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 375
García de la Cadena obtuvo la victoria, y en Guanajuato y el
Distrito Federal, donde ganó Benítez.9
Más allá de las negociaciones y los acuerdos que se lleva-
ron a cabo en las cúpulas del poder, también se consolidaron
alianzas políticas en las localidades entre los candidatos a la
presidencia y diversos sectores de la sociedad. Estos acuer-
dos tomaron diversas modalidades, pero una de las más
importantes, al menos en los ámbitos urbanos, fueron los
clubes políticos, cuya actividad para orientar el sentido del
voto constituyó una práctica común desde 1855.10
Los clubes se encargaban de hacer campaña electoral an-
tes de la celebración de los comicios. Para ello difundían los
programas políticos y publicitaban a sus candidatos a car-
gos de representación popular en plazas públicas o en sus
mismas sedes; también planificaban y organizaban marchas
y convenciones. Pero, sobre todo, hacían uso de la prensa y
de otros medios de comunicación impresa para difundir a
sus candidatos y sus propuestas. De hecho, los clubes po-
líticos y la prensa constituyeron, al menos para el caso de
estudio, un binomio indisociable dentro del juego político
y electoral; los clubes tendían a hacer de la prensa uno de
los principales portavoces de sus idearios y programas, y
no dudaban en fundar periódicos para este fin. A veces, en
el seno de las redacciones de esos impresos se planificaba la
creación de dichas asociaciones.11
9
Diario de los Debates, 1880, vol. 1, pp. 236-241.
10
Las elecciones que siguieron a la revolución de Ayutla constituyeron
la primera experiencia electoral con clubes políticos. Covo, “Los clu-
bes políticos en la Revolución de Ayutla”, pp. 438-455.
11
Las ligas que se establecían entre las redacciones de los periódicos y
los clubes políticos o viceversa, son analizadas con agudeza por Ali-
cia Salmerón para el caso de una elección presidencial a finales del
siglo xix en México. Salmerón, “Prensa periódica”, 2014, pp. 159-190.
12
El Sufragio Libre, 6 de diciembre de 1879, p. 1.
13
El Mensajero, “Convocatoria para la organización permanente del
Partido Liberal Mexicano”, 8 de junio de 1880, p. l.
14
La primera convención nacional del partido liberal tuvo lugar hasta
1892, en el contexto de la tercera reelección de Porfirio Díaz. “Ma-
nifiesto de la Primera Convención Nacional Liberal en apoyo a la
reelección del presidente Díaz”, 23 de abril de 1892, en 500 años de
México en sus documentos, en línea.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 377
L osclubes como agentes
de movilización del voto
15
Forment, Democracy in Latin..., vol. 1, p. 332.
16
Ibid., p. 330-332. Forment asegura que entre esos años se fundaron
309 clubes políticos.
CUADRO 1.
Asociaciones político-electorales instaladas
en ciudad de México. Elección federal de 1880
Club Central
Círculo Popular
Independiente y
Militar
sucursales
Club Manuel
González (sucursal
del Círculo Popular
Militar)
Club Mártires de la
Ciudadela
CA Z A D O R E S D E V O TO S 379
tez) se alternaron la victoria en los seis distritos electorales
en que se dividía la ciudad, y la diferencia de votos que re-
cibió el ganador de cada distrito con respecto al segundo
lugar fue enorme ―con excepción del segundo distrito elec-
toral, donde la competencia fue más cerrada. Por lo tanto,
podemos suponer que los electores de cada distrito votaron
en bloque, es decir, que existió un acuerdo previo sobre por
quién votar. Creemos que los clubes políticos tuvieron un
papel fundamental a la hora de organizar a los electores
para votar por sus respectivos candidatos.17
17
En trabajos anteriores propusimos la hipótesis que las condiciones
socioeconómicas de los ciudadanos de los distritos electorales de la
ciudad de México habían sido elementos fundamentales para expli-
car la composición de las juntas distritales y, por lo tanto, los resul-
tados electorales. En ese momento creíamos que la inclinación de los
ciudadanos hacia ciertos electores encontraría su explicación en el
perfil de los mismos ciudadanos. Sin embargo, después de realizar
una radiografía social de los habitantes del primer y tercer distrito
electoral ―en el primero, la junta distrital se había inclinado por Be-
nítez y en el otro, por Manuel González―, no encontramos evidencia
suficiente que sostuviera la hipótesis mencionada; las diferencias so-
cioeconómicas de los habitantes de esos distritos fueron mínimas. Lo
anterior nos convenció de la exigencia de considerar otras variables
para explicar el sentido del voto en esa coyuntura. Nos interesamos
entonces por las formas en las que se pudo haber movilizado el voto
ciudadano, ya que éste no necesariamente estaba definido de ante-
mano por el sector social al que pertenecía la población en edad de
votar. Sandoval García, “La contienda presidencial de 1880 vista des-
de la ciudad de México. Un análisis municipal del nivel primario de
las elecciones”, t. ii, pp. 114-151.
Manuel González
ciudad de México
Justo Benítez
Justo Benítez
%
%
Primero 1 2% 45 98% 46
Quinto 49 93% 4 7% 53
Fuente: Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, 1880, vol. 1, pp. 236-
241, reproducida en Ponce, La elección presidencial de Manuel González,
1878-1880 (Preludio de un presidencialismo), p. 261.
*En esta cifra se incluyeron los tres votos que recibió Ignacio Mejía.
** En esta cifra se incluyó el voto que recibió Ignacio Mejía.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 381
nas unas semanas después de las elecciones federales. Entre
los redactores de ese periódico había figuras de la talla de los
senadores Eduardo Garay, Pedro Díez Gutiérrez y Ramón
Fernández, o diputados como Agustín y Guillermo Rivera
y Río, entre otros. El benitista plc, por su parte, tuvo como
vehículo de sus propuestas políticas a El Mensajero, cuya pu-
blicación inició en 1878 y dejó de imprimirse a fines de 1880.
Todos los ejemplares correspondientes al año de 1879 están
desaparecidos, aunque gracias a las discusiones que mantu-
vo constantemente con El Libre Sufragio en los últimos meses
de ese año, tenemos algunos indicios de la línea editorial
que siguió —desde entonces apoyaba a Justo Benítez.
El Mensajero también gozaba del apoyo de representan-
tes federales, pues entre sus redactores estaban los diputa-
dos Adolfo M. de Obregón y Felipe Buenrostro, autoridades
políticas como el regidor Pablo Lascuráin, o incluso perso-
nalidades que formaban parte del gabinete presidencial de
Porfirio Díaz, como el secretario de Gobernación Eduardo
Pankhurst. Por último, el Club Sufragio Libre y Constitu-
ción, que promovió la candidatura de García de la Cadena,
se organizó gracias a la iniciativa de los redactores del pe-
riódico La Patria, cuyas redes personales y políticas posibi-
litaron la formación del club. La Patria tuvo una duración
mayor que los primeros dos impresos. Fundado y editado
en un primer momento por Ireneo Paz, en 1877, continuó sus
actividades hasta entrado el siglo xx. En este sentido, no se
trató de un periódico electoral, o sea, que su existencia no es-
tuvo íntimamente ligada a los comicios, si bien en distintos
momentos se comprometió con alguna candidatura: en 1880
lo hizo con la de García de la Cadena. Entre los redactores de
La Patria se encontraban periodistas como Manuel Caballero
o Manuel Rivera Cambas.
Candidato a la
Clubes políticos que Periódicos portavoces
presidencia de la
apoyaron su candidatura de los clubes políticos
república
Partido Nacional
Manuel González El Libre Sufragio
Constitucionalista
Partido Liberal
Justo Benítez El Mensajero
Constitucionalista
CA Z A D O R E S D E V O TO S 383
a la presidencia promocionó por sí mismo su candidatura,
sino que esperaron que sus partidarios lo hicieran por ellos.
Detrás del proceso de definición de las candidaturas existía
una regla no escrita que hacía necesario que los aspirantes
a los cargos de elección popular ―en este caso, a la presi-
dencia de la República― esperaran el llamado de sectores
organizados de sociedad para participar en la contienda; era
mal visto candidatearse a sí mismo.
El gonzalista pnc hizo público su programa desde el pri-
mer número de El Libre Sufragio. En él se pronunció “por la
definitiva consolidación de la deuda pública”, así como por
“la protección a las empresas ferrocarrileras nacionales”.19 En
materia de política económica El Libre Sufragio hizo hincapié
en la agilización del comercio nacional. Una de sus propues-
tas en este sentido fue la de revisar y mejorar la manera en
que se aplicaba el derecho de portazgo.20 Para los gonzalistas,
muchos de los problemas comerciales de México se debían a
la existencia de un marco legislativo heterogéneo. De ahí que
proclamara la urgente necesidad de asentar “las bases gene-
rales de la legislación mercantil, que deben regir en todo el
país”.21 Estas bases se asentarían definitivamente en el Código
de Comercio de 1884, el cual entró en vigor el año siguiente.
19
“Nuestra publicación”, El Sufragio Libre, 15 de noviembre de 1879, p.
1. Las cursivas son mías.
20
“El comercio interior”, El Sufragio Libre, 25 de noviembre de 1879, p.
1. Aunque el derecho de portazgo o “de puerta” se ideó para sustituir
a las alcabalas en la ciudad de México, en realidad siguió cumplien-
do la misma función, pues con base en ese derecho se cobraba un im-
puesto por la introducción de mercancías a la capital. Por ese motivo,
el derecho de portazgo es considerado por algunos autores como una
“alcabala disfrazada” Quintanar Zárate, “Derechos de patente sobre
giros mercantiles ¿una alternativa fiscal? (1836-1896)”, p. 16 [en
línea].
21
“Nuestra publicación”, El Libre Sufragio, 15 de noviembre de 1879,
p. 1.
22
“Programa político de los clubs asociados, “Sufragio Libre y Cons-
titución”, “Central Independiente” y sucursales establecidas en la
capital de la República”, El Combate, 11 de diciembre de 1879. p. 1.
23
El Combate, 11 de diciembre de 1879, p. 1.
24
El Combate, 11 de diciembre de 1879, p. 1.
25
El Combate, 11 de diciembre de 1879, p. 1.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 385
manifestaba la resistencia de los partidarios de García de la
Cadena a la centralización del poder.26
El benitista plc publicó su programa político hasta abril
de 1880.27 A diferencia de los otros dos clubes, sus pronun-
ciamientos fueron muy ambiguos. Esto se debe a que, en
opinión de los redactores del programa, ya había pasado
“la época de la lucha y de la dolorosa crisis que aseguró
para siempre en México la conquista de ciertos principios”;
creían que “el único programa político que en nuestro esta-
do social es posible, debe concretarse a negaciones”, aunque
al final aseguraba que los miembros de su organización no
desconocían la necesidad de “colonizar nuestro despoblado
territorio ni la de hacer puentes, carreteras, ferrocarriles y
telégrafos; ni la de fomentar el comercio, la agricultura y la
minería”.28 En el resto de su programa se destacaron las cua-
lidades que, en opinión de los redactores, hacían de Justo
Benítez un excelente candidato.29
En resumen, los tres clubes hicieron propuestas generales
y, en muchos casos, tuvieron puntos de vista similares sobre
los problemas que aquejaban al país, y sobre cómo solucio-
narlos. Buena parte de esa similitud encuentra su explicación
26
En la segunda mitad del siglo xix, la Guardia Nacional fue la suce-
sora de la milicia cívica, y se diferenciaba del ejército en cuanto a
que estaba constituida principalmente por civiles; también porque
era una fuerza temporal y no permanente, cuya esfera de influencia
era de tipo local más que nacional. Solano González, “La Guardia
Nacional”, p. 211; Hernández Chávez, ““Origen y ocaso del ejército
porfiriano”, p. 272.
27
“Nuestro programa”, El Mensajero, 13 de abril de 1880, p. 1.
28
“Nuestro programa”, El Mensajero, 13 de abril de 1880, p. 1.
29
La falta de propuestas concretas del plc llamó la atención de la pren-
sa opositora. El periódico La Libertad, desde la óptica un grupo de
periodistas que buscaban interpretar el momento desde ideas posi-
tivistas, tachó el programa benitista de ser “nihilista”. “Evolución o
revolución (a propósito del nihilismo)”, La Libertad, 15 de abril de
1880, p. 2.
30
Vázquez, La formación de una cultura política republicana. El debate pú-
blico sobre la masonería. México, 1821-1830.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 387
das acerca de los candidatos presidenciales y sus seguidores,
ya fuera para homogeneizar la opinión de sus propios círculos,
o para distinguirla de la de los otros.
La movilización electoral
31
“El suceso del sábado”, La Patria, 11 de noviembre de 1879, p. 1.
32
“La inauguración del Club Sufragio Libre y Constitución. El milita-
rismo”, El Combate, 13 de noviembre de 1879, p. 1.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 389
González comenzaron a hablar sin esperar a que se les con-
cediera la palabra; las exhortaciones de Ireneo Paz para reto-
mar la calma fueron ignoradas. Debido al desorden que se
estaba presentando en el Teatro Principal, el presidente de
la mesa dio por terminada la sesión, no sin antes mencionar
que las reuniones públicas del Club Sufragio Libre continua-
rían “para que pudieran ser espuestas [sic] y discutidas todas
las opiniones, todos los programas y todos los candidatos”.33
Acto seguido, los integrantes de la mesa se retiraron del Tea-
tro Principal, y los partidarios de Manuel González invitaron
a la concurrencia a salir a la calle. Allí tuvo lugar el clímax del
acontecimiento, pues un grupo de supuestos partidarios de
González lanzó mueras a Porfirio Díaz.34 Ese episodio escan-
dalizó a la prensa capitalina e, incluso, periódicos como La Pa-
tria llegaron a suponer que ese hecho había orillado a Manuel
González a renunciar a la Secretaría de Guerra.35
El escándalo que supuso la interrupción de la sesión del
Club Sufragio Libre y Constitución fue motivo de discusión
en la prensa por varias semanas y ocasionó que la dirigencia
de la asociación suspendiera sus sesiones públicas. Indepen-
dientemente de lo que haya ocurrido en realidad, esos suce-
sos permiten conocer cómo eran percibidos los clubes por la
sociedad de la época y, también, qué se esperaba de ellos. Al
parecer, el Club Sufragio Libre aspiró a ser visto como como
un espacio de participación política en que los ciudadanos co-
munes y corrientes pudieran tener cabida en decisiones tan
33
“El suceso del sábado”, La Patria, 11 de noviembre de 1879, p. 1.
34
“El suceso del sábado”, La Patria, 11 de noviembre de 1879, p. 1.
35
El ejemplar de La Patria del 17 del mismo mes, en la que supuesta-
mente atribuye la separación de González de la Secretaría de Guerra
a cuestiones relacionadas con la primera sesión del Club Sufragio
Libre y Constitución, está desaparecido. Sin embargo, conocemos
una parte de lo que se publicó gracias a las reproducciones que se
hicieron en El Libre Sufragio, 18 de noviembre de 1879, p. 1 y 20 de
noviembre de 1879, p. 1.
36
El Libre Sufragio, 18 de noviembre de 1879, p. 1.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 391
tico en el Teatro Principal ―un lugar privilegiado en cuanto
se encontraba entre la Alameda Central y el Zócalo de la
ciudad―, y discutir allí asuntos tan importantes como la
definición de una candidatura presidencial ―aunque la di-
rigencia del club ya tuviera inclinación por alguna―, era un
verdadero ejercicio de agitación electoral.
El Club Sufragio Libre y Constitución se encargó de
realizar otras actividades de proselitismo electoral. El 15 de
diciembre de 1879, el mencionado club organizó una mar-
cha en la ciudad de México en favor de Trinidad García de
la Cadena. Apenas unos días antes, en una sesión privada,
los miembros del club habían discutido y aprobado su pro-
grama político.37 Acto seguido, habían enviado una copia de
ese programa al general Trinidad García de la Cadena para
saber si lo aceptaba y, de ser así, proclamarlo candidato a la
presidencia de la República. Unos días después, en un bre-
ve mensaje telegráfico, García de la Cadena mostró su con-
formidad con el programa propuesto por el Club Sufragio
Libre. A partir de ese momento el club abanderó al general
zacatecano como su candidato presidencial. El asunto no era
menor, por lo que la mesa directiva optó por invitar a los
miembros del club y a las “demás sociedades [de la] capital
[representadas] por comisiones” a emprender una marcha
para difundir la candidatura de García de la Cadena.38
La cita para la manifestación fue el domingo 15 de di-
ciembre en la Alameda. Ese día, prácticamente desde las 9
de la mañana, “comenzaron a llegar algunos grupos de ciu-
37
“Club Sufragio Libre y Constitución. Asociación General. Profesión
de principios”, El Combate, 11 de diciembre de 1879, p. 1. El programa
se aprobó el 5 de diciembre, tal como aparece en la carta que envia-
ron a Trinidad García de la Cadena. “Nuestra candidatura”, La Patria,
5 de febrero de 1880, p. 1.
38
“Gran manifestación”, La Patria, 16 de diciembre de 1879, p. 1.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 393
hecho de que la marcha cadenista se realizara el mismo día
que se instaló el Congreso Obrero no fue una coincidencia;
muy probablemente sus operadores políticos de la capital trata-
ron de movilizar el voto de sectores específicos, como los obre-
ros de la Ciudad de México. De haber sido así, sus partidarios
se mostraron incapaces de alínear el voto obrero capitalino, al
contrario de lo ocurrido en Zacatecas, donde el Gran Círculo
de Obreros de ese estado sí apoyó a García de la Cadena.42 Justo
Benítez fue el candidato que acabó recibiendo el apoyo de las
organizaciones obreras más importantes del Distrito Federal.43
Ahora bien, las razones que estaban detrás de la confluen-
cia de ambas manifestaciones fueron materia de debate. Para
los redactores de El Libre Sufragio, el hecho de que las marchas
organizadas por el Club Sufragio Libre y el Gran Círculo de
Obreros hubieran coincidido se debía a la terquedad de los ca-
denistas, que no conformes con un primer “desaire” del con-
greso obrero, habían intentado reunirse con ellos nuevamente
“lográndolo o no […] porque no nos constan los hechos”.44 De
igual modo, el banquete organizado por el Gran Círculo ―al
que habían acudido algunos de los integrantes del Club Su-
fragio Libre―, no tenía otro fin que el de “excitar a sus com-
pañeros a trabajar, a auxiliarse mutuamente y a no mezclarse
en política”, pero los partidarios de García de la Cadena te-
nían otra objetivo; trataron de convertirlo en un “verdadero
club político”, sin lograr buenos resultados.45
Independientemente de lo exitosa y concurrida que hu-
biera sido la manifestación organizada en apoyo a García de
la Cadena, no podemos ignorar que constituyó un ejercicio
de movilización del voto, uno de los muchos que se organi-
zaron ese año. Por medio de esa marcha —y de su difusión a
42
La Patria, 27 de abril de 1880, p. 2.
43
Gutiérrez, El mundo del trabajo, 2011, p. 36.
44
El Libre Sufragio, 19 de diciembre de 1879, p. 1.
45
El Libre Sufragio, 19 de diciembre de 1879, p. 1.
46
“Reglamento del Círculo Popular Militar”, El Libre Sufragio, 10 de di-
ciembre de 1879, p. 2. El mencionado reglamento continúa en El Libre
Sufragio, 14 de diciembre de 1879, p. 2; 30 de diciembre de 1879, pp. 2
y 17 de marzo de 1880, pp. 1-2.
47
“Círculo Popular Militar”, El Libre Sufragio,16 de mayo de 1880, p.
2. Para el momento de proclamarse por la candidatura de Manuel
CA Z A D O R E S D E V O TO S 395
siguientes se fundaron dos sucursales de esa asociación en
la ciudad de México: el Club Manuel González y el Club Be-
nito Juárez.48 El primero se instaló el 25 de mayo de 1880 y
el segundo el 8 de junio del mismo año, fechas en las que la
contienda electoral ya estaba muy avanzada. Si bien no con-
tamos con información suficiente que nos permita conocer
con profundidad el tipo de dinámicas que las mencionadas
asociaciones llevaron a cabo a escasas semanas de las elec-
ciones primarias, podemos apuntar algunas tendencias en
ese sentido. En el caso de sociedades mutualistas como el
Círculo Popular Militar, podemos afirmar que convertirse
en miembro conllevaba comprometerse con algunas de las
políticas de la asociación; probablemente entre ellas estaba
el de votar por el candidato que la organización abanderaba.
Por otro lado, al momento de la celebración de los comi-
cios, los integrantes del Club Manuel González votaron en
bloque en determinadas casillas electorales. Esto lo sabemos
gracias a dos denuncias que algunos miembros del propio
club hicieron el día en que se llevó a cabo la elección prima-
ria. En una de ellas se acusó que la casilla instalada en la calle
de la Polilla, número 2, había estado funcionando desde las
seis de la mañana, cuando la ley electoral prevenía que las
casillas debían instalarse a las nueve.49 La otra denuncia tra-
taba sobre un problema muy similar al anterior, pero acae-
cido en otra parte de la ciudad. Según los firmantes de la
acusación ―todos miembros del Club Manuel González―,
esa mañana habían acudido a la sección electoral número 63
50
El Libre Sufragio, “Protesta”, 4 de julio de 1880, p. 2.
51
Los empadronadores y casilleros eran figuras designadas por los
ayuntamientos para empadronar a los ciudadanos de cada sección
electoral, y para instalar las casillas de votación en los lugares asig-
nados por las autoridades municipales.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 397
cabellado pensar que hubieran organizado eventos a modo de
los otros clubes políticos. Aunque, al parecer, las estrategias y
acciones por medio de las cuales los benitistas movilizaron el
voto en la capital siguieron una ruta diferente. Esta ruta estuvo
definida por la capacidad del club en cuestión de contar con
afiliados que actuaran a nivel de las secciones electorales.
Hasta donde es posible constatar con la información dis-
ponible, sabemos que nueve miembros del benitista plc se
desempeñaron como empadronadores o casilleros en la elec-
ción presidencial de 1880 (ver anexo 1). Si bien este fenómeno
no fue exclusivo de la asociación mencionada —pues algunos
integrantes de los clubes gonzalistas de la capital también se
desempeñaron como funcionarios de padrón y de casilla—,
es significativo que hubiera tenido el mayor número de miem-
bros encargados de empadronar a los ciudadanos de distintas
secciones electorales, así como de instalar las casillas de vota-
ción en los lugares asignados por las autoridades municipa-
les. A esto hay que sumar que de los cuatro empadronadores
y tres casilleros que tenemos registrados, todos ejercieron sus
funciones en distritos electorales en los que Justo Benítez ob-
tuvo el mayor número de votos en las juntas distritales, lo que
podría hablar de su importancia como agentes movilizado-
res. De hecho, algunos periódicos capitalinos llegaron a men-
cionar que Justo Benítez se había beneficiado del apoyo del
ayuntamiento de la ciudad de México, pues éste último había
procurado designar como funcionarios de padrón y de casilla
a quienes favorecían su candidatura.52
Para el caso gonzalista, con excepción de Manuel García,
todos los demás empadronadores y casilleros llevaron a cabo
sus actividades en distritos en los que Manuel González obtu-
vo la victoria en la fase secundaria de la elección. A diferencia
52
La Libertad, 27 de junio de 1880, p. 1; El Monitor Republicano, 29 de
junio de 1880, p. 1.
CA Z A D O R E S D E V O TO S 399
Círculo Popular Militar (siete), el Club Benito Juárez (tres), el
Club Mártires de la Ciudadela (dos), el Club Manuel Gonzá-
lez (uno), el gonzalista pnc (uno), y el Club Sufragio Libre y
Constitución (ninguno). Es decir, se proyectaron 23 electo-
res. Ahora bien, si tomamos en cuenta la filiación partidis-
ta de las asociaciones mencionadas, las que abanderaron la
candidatura de Manuel González obtuvieron más escaños
en los colegios electorales, con un total de 14. Aunque las
cifras obtenidas representan una muestra muy pequeña en
relación con el total de electores que participaron en la elec-
ción (participaron 381 electores), hay que tomar en cuenta
que las fuentes a las que tuvimos acceso probablemente no
mencionaron a muchos otros integrantes de los clubes que
pudieron haber participado en las juntas distritales.
Consideraciones finales
CA Z A D O R E S D E V O TO S 401
otras dos formas de movilización, quizás menos visibles
pero no por ello menos efectivas. De igual modo, los clu-
bes que apoyaron tanto a González como a Benítez forjaron
lazos con sociedades mutualistas como el Círculo Popular
Militar o el Gran Círculo de Obreros de México, lo que da
muestra del aprovechamiento de redes sociales ya estableci-
das para cumplir objetivos electorales.
Con base en lo anterior, es pertinente regresar a la pre-
gunta inicial ¿qué papel cumplieron los clubes políticos en los
procesos de agitación y movilización del voto desplegados en
la ciudad de México en el marco de la elección presidencial
de 1880? Podemos concluir que los clubes políticos desempe-
ñaron un papel significativo en las labores de organización y
movilización del voto, así como en la dirección que la elección
tomó en la capital. A través de estas asociaciones se organizó
a una parte de las fuerzas políticas de la ciudad de México con
miras a asegurar los votos en las juntas electorales de distrito.
Hasta donde sabemos, 23 electores fueron miembros de algu-
na de los clubes políticos estudiados, lo que da cuenta de su
importancia como espacios de sociabilidad política. De este
modo, la influencia de los clubes se proyectó en ambos niveles
de la elección: la primaria, en la que votaron los ciudadanos, y
la secundaria, en la que sufragaron los electores.
La investigación que aquí se presenta es apenas un pri-
mer avance del largo camino que nos espera en aras de com-
prender los procesos de organización y movilización del voto.
En este sentido, creemos que el estudio de estos fenómenos
abriría nuevas vetas de investigación para la historiografía
política, en cuanto permitiría atender dimensiones en las que
sectores populares, sociedad política, representantes y autori-
dades de gobierno se relacionaban e interactuaban entre sí. El
estudio de estas organizaciones no es nuevo. Ya ha sido em-
prendido desde hace varios años por investigadores de dife-
rentes nacionalidades para otros contextos; no así en México.
Partido Liberal Constitucionalista Círculo Popular Militar Club Benito Juárez Club Manuel González
(Justo Benítez) (Manuel González) (Manuel González) (Manuel González)
Aragón, G. Manuel
Alfaro, Jesús (Empadronador) Díaz, José (empadronador) Miranda, Juan (casillero)
(empadronador)
Pérez, Pedro
Arellano, Juan R. (Empadronador) García, Manuel (casillero)
(empadronador)
Ramírez, José
Collantes, Pedro (Empadronador)
(empadronador)
Fuente: Elaboración propia. El Mensajero, 13 de abril de 1880, p. 1; El Libre Sufragio, 19 de diciembre de 1879, p. 1; 25 de mayo
de 1880, p 1; 9 de junio de 1880, p. 2; 16 de junio de 1880, p. 2; y 1 de julio de1 1880, p. 1; El Combate, 11 de diciembre de
1879, p. 1; ahcdmx, Ayuntamiento, Gobierno del Distrito Federal, sección Elección de Poderes Federales, v. 875, exp. 51.
ANEXO 2.
Miembros de los clubes políticos que se desempeñaron como electores, ciudad de México, 1880.
Partido Liberal Círculo Popular Club Mártires de la Club Manuel Partido Nacional
Club Benito Juárez
Constitucionalista Militar Ciudadela González Constitucionalista
(Manuel González)
(Justo Benítez) (Manuel González) (Manuel González) (Manuel González) (Manuel González)
Fernández, Ramón
Buenrostro, Felipe Armendáriz, T. Díaz, Juan Barrera, José Aragón, Manuel
(senador)
Fernández, Ramón
Castellanos, J. N Enciso, J. S. Peña, José
(senador)
Collantes, Pedro García, Manuel Ramírez, José
Escobar Escoffié,
Eugenio Gutiérrez, José
(diputado)
García, Trinidad Lopetigui, José M.
Haro, Juan de Marroquí, José
Rodríguez,
Lara, José Diego
Anteógenes
Macedo, Pablo
Obregón, Adolfo
M. de
(Diputado)
Fuentes: Elaboración propia. El Municipio Libre, 18 de julio de 1880, pp. 1—2; El Mensajero, 13 de abril de 1880, p. 1; El
Libre Sufragio, 19 de diciembre de 1879, p. 1; 25 de mayo de 1880, p 1; 9 de junio de 1880, p. 2; 16 de junio de 1880, p.
2; y 1 de julio de1 1880, p. 1; El Combate, 11 de diciembre de 1879, p. 1; ahcdmx, Ayuntamiento, Gobierno del Distrito
Federal, sección Elección de Poderes Federales, vol. 875, exp. 51.
F uentes consultadas
Archivos
Hemerográficas
Bibliográficas
CA Z A D O R E S D E V O TO S 405
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cialismo” en Georgette José (coord.), Candidatos, campañas y
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117-148.
Quintanar Zárate, Iliana, “Derechos de patente sobre giros mer-
cantiles ¿una alternativa fiscal? (1836-1896)”, Congreso Latino-
americano de Historia Económica ii, Simposio: “La fiscalidad
en América Latina: entre la progresividad y la regresión, en-
tre los impuestos directos y los indirectos (siglos xviii-xx)”,
2012, pp. 1-24. [mecanoescrito] en línea: <http://www.econo-
1
Agradezco a la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la uanl
el haberme abierto la puerta a sus valiosos fondos hemerográficos y
agradezco de manera muy especial el invaluable apoyo de Ana Ce-
ballos para acceder a ellos. Asimismo, extiendo mi agradecimiento a
Mauricio Sedano, David Cabral, Ana Rojas y Rodrigo Carbajal cuyo
apoyo fue muy importante para localizar y transcribir material que
ha sido fundamental para esta investigación.
E n enero de 1892, cuando la campaña electoral a nivel
nacional apenas comenzaba a tomar forma, La Voz de
Nuevo León ―periódico oficialista y desde 1890 vocero del
neoleonés Gran Círculo Unión y Progreso― reportaba el
inicio de trabajos electorales en el estado por acción de 48 clu-
bes constituidos, uno en cada uno de los municipios de Nue-
vo León.2 Estos clubes electorales, los cuales conformaban el
Gran Círculo, postulaban a Porfirio Díaz como su candidato
para la presidencia de la República en los comicios que ten-
drían lugar en junio y julio de ese año. Existía entonces en
el país una práctica extendida de crear clubes en coyunturas
electorales para organizar las campañas y movilizar el voto
los días de los comicios.3 En general, estos clubes desapare-
2
Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey, 23 de enero de 1892, Co-
lección Porfirio Díaz (en adelante cpd), l. 17, carpeta 3, doc. 1138.
3
Carlos A. Forment identifica un primer momento de formación de
clubes electorales en México en la década de 1820, pero que no se
consolidaron como práctica política en aquel momento. Estudia lue-
go su resurgimiento con la revolución de Ayutla y, desde entonces,
y sobre todo a partir de la década de 1880, ya como práctica polí-
tica generalizada en México. En un trabajo pionero sobre el tema,
Jacqueline Covo había identificado también la década de 1850 como
el momento del surgir de los clubes electorales como práctica po-
lítica significativa en México. Forment, Democracy in Latin America.
1760—1900. Civic Selfhood and Public Life in Mexico and Peru, caps. 7
y 13. Covo, “Los clubes políticos en la Revolución de Ayutla”. Para
un estudio de caso a fondo acerca del funcionamiento de clubes po-
líticos para fines del siglo xix, véase Salmerón, “Prensa periódica y
organización del voto. El Club Político Morelos. 1892”.
[ 4 11 ]
cían tras las elecciones. Sin embargo, desde finales de 1885,
por impulso del general y abogado neoleonés Lázaro Garza
Ayala, se había conformado en Nuevo León el Club Inde-
pendiente en Monterrey y sus sucursales, que pronto sumaría
esos 48 clubes políticos, bien articulados entre sí y que, si bien
con algunos cambios en el camino, habrían de mantener una
actividad electoral ininterrumpida hasta 1910.4
El Club Independiente construyó una red de clubes que
dio forma a un auténtico partido político moderno, posible-
mente el primero que haya tomado forma en la República
mexicana. En 1885, el general Bernardo Reyes, recién nom-
brado gobernador provisional de Nuevo León, apoyaría el
proyecto de asociación política impulsado por los garzaya-
listas y le daría continuidad en los años siguientes. La nove-
dad de esta organización partidista regional ―moderna en
razón de su estructura orgánica, actividad ininterrumpida,
identidad y prácticas partidistas― y las posibilidades que
abrió al estado para un juego político con un importante
margen de autonomía frente al centro del país, constituyen
el interés central del presente capítulo.5
4
El Gran Círculo Unión y Progreso se desmoronó frente a la revolu-
ción. En 1911, por ejemplo, hay registro de un acta del Club Liberal
Independiente de Aramberri en la que dice disolverse porque se le
acusa de reyista y “eso sólo divide al pueblo”. Acta de disolución
firmada por Antonio Rosas y Esteban Peña, 24 de diciembre de 1911,
Archivo General del Estado de Nuevo León (en adelante agenl),
Asociaciones, caja, 1, 1904-1911.
5
El interés por el estudio del asociacionismo político en el siglo xix
mexicano —me refiero, en particular, al de los clubes, redes de clubes
y partidos políticos de carácter moderno— es reciente. Contamos,
desde luego, con los trabajos de Forment, Covo y Salmerón referidos
en la nota número 3, pero poco más. El presente volumen ha hecho
suyo el reto de avanzar en esa dirección. Estudios como los de Hilda
Sabato, Marcela Ternavasio, Paula Alonso, Pilar González Bernal-
do de Quiroz, para Argentina, o de Gilberto Loaiza para Colombia,
constituyen nortes importantes para dar continuidad a nuestros pro-
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 413
El Club Independiente se había creado para participar
en contiendas políticas y electorales locales y, a pesar de los
reacomodos que tuvieron lugar a su interior en 1888 y en
1890, había funcionado sin disolverse realmente en ningún
momento desde hacía seis años: había tomado parte en múl-
tiples elecciones municipales y en la campaña presidencial
en favor de Díaz en 1888, así como en las de Garza Ayala y
Bernardo Reyes como candidatos a la gubernatura del es-
tado, el primero en 1887 y el segundo 1889. En 1892, bajo
el nombre de Gran Círculo Unión y Progreso, emprendía la
campaña por la reelección de Porfirio Díaz.
En realidad, los trabajos electorales en favor de la per-
manencia de Díaz al frente del gobierno nacional habían
arrancado prácticamente con la reforma constitucional
que autorizaba la reelección ininterrumpida del presidente
―aprobada en diciembre de 1890―, de manera que, para
principios de 1891, circulaban ya noticias de la formación de
clubes porfiristas en diversas partes del país.7 Sin embargo,
los trabajos de agitación electoral comenzaron a impulsarse
de forma organizada a nivel nacional a partir de enero de
1892, desde la ciudad de México, cuando la Junta Central
Porfirista tomó la forma de un comité electoral ―el Comité
Central Porfirista― y éste creó, a su vez, una liga electoral: la
Unión Liberal.8 El hecho de que desde 1885 existiera un club
electoral por municipalidad en Nuevo León y una red que
los enlazara desde Monterrey ―el Gran Círculo Indepen-
diente, inicialmente y, para 1892, el Gran Círculo Unión y
Progreso― hablaba de una capacidad organizativa notable
en el estado y traducía la acción decidida del neoleonés por
participar en la organización del voto. En enero de 1892, esta
7
Quintero, “El movimiento antirreeleccionista estudiantil y obrero de
1892”, pp. 26-27.
8
Véase Salmerón, “La campaña presidencial de 1892. Una apuesta por
la definición de mecanismos para un relevo generacional”.
9
Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey, 23 de enero de 1892, cdp,
l. 17, carpeta 3, doc. 1138.
10
La población total de Nuevo León en 1892 era de 288 574 habitan-
tes. Reyes, Mensaje que el C. Gobernador Constitucional [de Nuevo León]
Gral. Don Bernardo Reyes dirige al Congreso del mismo.
11
La densidad demográfica en Coahuila, Chihuahua y Durango era de
1.42, 1.2 y 2.69 respectivamente, mientras que la de Nuevo León era
de 4.76 (estas cifras corresponden al año de 1895). Pero la mayor par-
te de la población del país se concentraba entonces en estados como
Jalisco, con 1 274 528 habitantes; Guanajuato con 999 487; el Estado
de México con 766 526; Michoacán con 830 923; Puebla con 866 627;
Oaxaca con 806 879 y Veracruz con 720 331 (cifras para el año de
1893). Estadísticas sociales del porfiriato. 1877-1910, pp. 7-9, 68.
12
De acuerdo con la ley electoral vigente para comicios nacionales, por
cada 500 habitantes se conformaba una sección y por cada sección se
nombraba a un elector. Si quedaba una fracción que no llegara a 500
y no bajara de 250, podía agregarse esa población a la sección más
cercana y nombrar un elector más. Ley Orgánica Electoral [federal]
de 12 de febrero de 1857, art. 2. El cálculo de electores propuesto
aquí para Nuevo León y otros estados es sólo una aproximación, por-
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 415
se llevaban a cabo entonces a partir de un sistema indirecto
simple, de acuerdo con el cual los ciudadanos votaban por
electores y estos, reunidos en juntas distritales, elegían a los
titulares de los cargos públicos. Para ganar una elección pre-
sidencial era indispensable contar con la mitad más uno de
los votos de los electores de todo el país. Los estados con
más electores tenían, evidentemente, un mayor peso elec-
toral. Los votos de Nuevo León eran importantes, sin duda,
pero sólo en caso de gran polarización electoral ―lo que no
sucedía en 1892― podrían ser decisivos para el resultado
final de la elección. Sin embargo, y más allá del número de
votos que pudiera aportar a la reelección de Porfirio Díaz,
el estado de Nuevo León tenía un significativo peso político
en el país. Lo tenía en razón de la pujanza económica de la
que ya daba cuenta en ese tiempo ―convertido en una de
las puntas de lanza de la revolución industrial en México―;
también por las características de su mandatario y las tareas
que le habían sido encomendadas en la región por el propio
presidente de la República.
Efectivamente, el general Bernardo Reyes era un perso-
naje carismático y hábil político cuya actuación como jefe de
la tercera zona militar y gobernador de Nuevo León comen-
zaban a darle una proyección más allá de los límites del es-
tado. Era gobernador electo desde 1889 ―lo había sido antes
en calidad de provisional―, pero había llegado a Monterrey
que esa fracción entre 250 y 500 habitantes podría representar una
variación importante en el número de electores. Por otra parte, los
electores reales eran muchas veces menos que los potenciales. Por
ejemplo, en las elecciones presidencial de 1888 y 1896, en Nuevo
León, votaron apenas cerca de 400 electores, no los 600 o más que en
un escenario ideal hubieran podido hacerlo, mientras que para esos
años en Puebla votaron efectivamente alrededor de 1 500 electores.
Castellanos, Formas de gobierno y sistemas electorales en México. Estadís-
tica electoral, pp. 186-187.
13
De acuerdo con la Constitución Política del Estado de Nuevo León,
Reyes no podía detentar a la par el cargo de gobernador del estado y
jefe de la zona militar, pero alternaba entre uno y otro. Y cuando era
gobernador, delegaba el mando de la zona militar en personal de su
confianza. En la práctica quedaba a la cabeza de ambos mandos.
14
El encabezado por Catarino Garza era un movimiento antiporfirista
pronunciado en contra de un régimen que consideraba despótico.
Garza había lanzado su plan revolucionario en septiembre de 1891
y resistido unos meses la persecución tanto de las fuerzas federales
mexicanas como de los rangers texanos. Para mediados de 1892, Gar-
za había debido abandonar el país so riesgo de caer en manos de sus
perseguidores. Los últimos líderes del movimiento rebelde cayeron
presos en enero de 1893, pero Catarino Garza había quedado fuera
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 417
La participación de las fuerzas políticas de Nuevo León
y de los partidarios de Bernardo Reyes en la elección pre-
sidencial tenía entonces un significado mayor que el de los
votos que pudieran emitir los 600 electores neoleoneses. La
forma en que se movilizara a la ciudadanía para nombrar a
sus electores y la participación de estos en las juntas distri-
tales mostrarían lo que gobierno y sociedad política podían
hacer en términos de fuerza político-electoral organizada.
Su capacidad de acción concertada, más que el número de
votos en sí, sería lo que el reyismo en Nuevo León podría
mostrar. Ni el enfrentamiento armado con el movimiento
de Catarino Garza, ni nada más, afectaría los trabajos elec-
torales. Tal era el significado de un anuncio como el de La
Voz de Nuevo León: en el estado existían 48 clubes electorales,
uno en cada uno de sus municipios, los cuales conforma-
ban el Gran Círculo Unión y Progreso, y llevarán a cabo la
campaña en favor de la reelección de Porfirio Díaz en Nuevo
León. Pero lo harían bajo sus propias condiciones, sin acep-
tar la imposición de nada ni de nadie. El partido reforzaba
una autonomía política del estado de Nuevo León y Reyes
no estaba dispuesto a cederla. La región, como tantos otros
estados de la República, había mantenido a lo largo del siglo
una importante autonomía y había manifestado su resisten-
cia al centralismo en múltiples momentos; el celo del Gran
Círculo Unión y Progreso formaba parte de esa lógica, sin
significar de ninguna manera falta de lealtad al régimen de
parte del general Reyes ni de las principales fuerzas políti-
cas regionales.15
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 419
go y ancho del país con el propósito específico de participar
en un movimiento electoral de esa magnitud.18
De esta suerte, la reunión de una convención nacional que
acordara el nombre del mejor candidato posible para ocupar
la presidencia del país era la parte central de la estrategia de la
campaña electoral de 1892. Porfirio Díaz estaba de acuerdo
con ella, el Secretario de Gobernación, Manuel Romero Rubio,
le dio impulso nacional y el Comité Central Porfirista creó
una liga que organizaría los trabajos de coordinación en todo
el país para hacerla posible. Nadie dudaba que el candida-
to de la Convención Nacional sería Porfirio Díaz, pero si su
nombre debía ser postulado por la convención, parecía con-
veniente que los clubes que enviaran representantes a ella,
por más porfiristas que fueran, pospusieran sus trabajos de
agitación electoral hasta después de la postulación. De hecho,
así lo pidió el propio Díaz en su correspondencia con diversos
clubes.19 Los de Nuevo León no los aplazaron. Porfirio Díaz,
Manuel Romero Rubio y Rosendo Pineda, que era el secreta-
rio del comité directivo de la Unión Liberal, le pidieron ex-
presamente a Bernardo Reyes que el Gran Círculo Unión y
Progreso pospusiera sus trabajos al menos un mes. Sus peti-
ciones no fueron atendidas. A finales de enero de 1892, La Voz
de Nuevo León publicaba las actas de múltiples clubes del Gran
Círculo del estado que consignaban su acuerdo de postular la
candidatura de Díaz a la presidencia y de iniciar los trabajos
de movilización del voto en su favor.20
18
José María Garza Galán a Bernardo Reyes Monterrey, 22 de enero de
1892, cpd, leg. 17, carpeta 2, doc. 625-627.
19
Por ejemplo, Porfirio Díaz a Jesús Guillen, del poblado de Xicotén-
catl, 12 de enero de 1892. cpd, leg. xvii, f. 643.
20
Las actas correspondían a reuniones celebradas entre el 19 y el 22 de
enero de 1892, en diversas ciudades del estado. La Voz de Nuevo León,
30 de enero de 1892.
21
Además de la postulación de la candidatura de Garza Ayala para
gobernador en 1887 y de Reyes para gobernador del estado en 1888,
los clubes habían postulado candidatos a diputados locales, magis-
trados del Supremo Tribunal de Justicia, fiscal y jueces de letras, así
como a cargos municipales desde años atrás. Bernardo Reyes a Porfi-
rio Díaz, Monterrey, 16 de enero de 1892, cpd, leg. 17, carpeta 3, doc.
1144; La Voz de Nuevo León, 2 de enero de 1892.
22
Bernardo Reyes a Rosendo Pineda, Monterrey, 27 de febrero de 1892,
cpd, leg. 17, carpeta 10, doc. 4536.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 421
En realidad, Reyes se había sumado a un proyecto iniciado
por otro líder regional: Lázaro Garza Ayala en 1885, pero
había acabado por dirigirlo él mismo. En ese sentido, Re-
yes y sus aliados en el estado habían dedicado varios años
a darle forma al Gran Círculo Unión y Progreso para hacer
de él un centro articulador de las diferentes grupos y fac-
ciones neoleoneses; habían construido así un frente a través
del cual se articulaban intereses locales. El Círculo no in-
cluyó nunca a todas las fuerzas políticas del lugar ―no a
los seguidores de Treviño y de Naranjo, por ejemplo―, pero
al menos hasta 1890 ―cuando Garza Ayala fue desplazado
por el reyismo― funcionó efectivamente como un auténtico
frente político-electoral bien organizado en el estado. Con el
tiempo y la prolongación del mandato de Reyes al frente del
gobierno de Nuevo León, su personalismo privó cada vez
más sobre la organización en detrimento de la apertura que
la había caracterizado inicialmente.
Los unionistas de la capital del país buscaban algo
parecido a lo que Garza Ayala y luego Reyes habían he-
cho con el Club Independiente de Monterrey y sus sucur-
sales, el Gran Círculo Independiente de Nuevo León y el
Gran Círculo Unión y Progreso, sólo que a nivel nacional
y, desde luego, bajo su dirección. La Unión Liberal tenía
el propósito de llevar a cabo una convención nacional que
postulara al candidato presidencial, pero a partir de esos
trabajos buscaba iniciar la construcción de un partido polí-
tico, con una estructura de carácter permanente, capaz de
definir sus candidaturas y sacarlas adelante de la mano de
programas de gobierno; buscaba dar forma orgánica a ese
“gran movimiento liberal” identificado con la Reforma y
los gobiernos republicanos que habían seguido al Segundo
Imperio ―al que se daba el nombre de Gran Partido Libe-
ral―, aglutinar en él a todos los “colores” de dicho partido
23
Sobre el proyecto unionista de 1892, tras el cual estaba el ideólogo
Justo Sierra, véase Salmerón, “De partidos personalistas y de princi-
pios; de equilibrios y contrapesos. La idea de partido en Justo Sierra
y Francisco Bulnes”, pp. 140-167.
24
En este sentido, Reyes decía a Garza Galán, gobernador de Coahui-
la, de filiación unionista y con quien se negó a sumar fuerzas en la
campaña por la reelección de Díaz: “al fin y al cabo el resultado es el
mismo”. Bernardo Reyes a José María Garza Galán, Monterrey 23 de
enero de 1892, cpd, leg. 17, carpeta 2, doc. 624.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 423
falta hacer es dar a las agrupaciones ya constituidas el carác-
ter de la Unión Liberal para que quede todo perfecto.25
25
Rosendo Pineda a Bernardo Reyes, 26 de febrero de 1892, Archivo del
General Bernardo Reyes. Centro de Estudios de Historia de México
CARSO (en adelante agbr), fondo dli, leg. 6095, carpeta 31, doc. 1.
26
Bernardo Reyes a Romero Rubio, Monterrey, 12 de abril de 1892, cpd,
leg. 17, carpeta, 13, doc. 6261-6262.
27
Bernardo Reyes a Romero Rubio, Monterrey, 12 de abril de 1892, cpd,
leg. 17, carpeta, 13, doc. 6261-6262.
28
Un telegrama cifrado de Rafael Chousal, secretario particular del
presidente Díaz, a Reyes decía: “Los estados de Nuevo León e Hidal-
go aún no designan sus delegados a la Convención. Le aconseja su
adhesión a la Unión Liberal”. Rafael Chousal a Bernardo Reyes, 22
de marzo de 1892, agbr, fondo dli, caja, 16, leg. 3103, doc. 1, f. 1.
29
Porfirio Díaz a Bernardo Reyes, México, 19 de abril de 1892, cpd, leg.
17, carpeta 13, doc. 6263.
30
La Convención Nacional del Partido Liberal, como se llamó, se insta-
ló el 5 de abril de 1892, con delegados nombrados por convenciones
locales de casi todos los estados del país. La gran excepción fue Nue-
vo León, quien no envió delegados. Y aunque la prensa dio noticia
de la presencia en la ciudad de México de delegados de Hidalgo,
Querétaro y Tamaulipas llegados a la ciudad de México para asistir
a la Convención Nacional, al final sus nombres no aparecieron como
firmantes del Manifiesto a la Nación aprobado en dicha asamblea. De
acuerdo con la prensa periódica, las credenciales de varias delegacio-
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 425
que todos caminaban en la misma dirección: la reelección de
Díaz.31 Pero era común en la época que los clubes electorales
compitieran por la movilización del voto, incluso si apoya-
ban al mismo candidato. Lo hacían porque las fuerzas o aso-
ciaciones locales que más votos lograran movilizar ganarían
más electores y estarían en mejores condiciones de negociar
posiciones políticas y beneficios.32 Sin embargo, la disputa
aquí trascendía incluso ese nivel para poner en juego algo
todavía más importante: el resguardo de la autonomía con
respecto al centro de una red de clubes, de lo que era real-
mente un partido político estructurado y de carácter perma-
nente ―el Gran Círculo Unión y Progreso de Nuevo León.
En el estado existía un partido organizado, encabezado en
la práctica por el gobernador Bernardo Reyes, y permitir su
“fusión” en la Unión Liberal hubiera quitado al estado y al
gobernador autonomía y posibilidades de negociación. Re-
yes se negó a rendirlo.
De hecho, y a pesar de la cercanía de los clubes del Gran
Círculo con el gobernador, ellos mismos debían guardar
su propia autonomía a nivel municipal, una distancia con
respecto a Reyes y a la Junta Directiva del Círculo Unión
y Progreso.33 Porque esa autonomía les era indispensable
para negociar su representación en el Congreso local y en
el Tribunal del estado ―los clubes más fuertes, que los ha-
bía, como el de la propia ciudad de Monterrey, el de Linares,
34
Efectivamente, en 1886, dos integrantes de la Junta Central de Mon-
terrey fueron electos diputados federales: Pedro J. Morales y Carlos
F. Ayala. El Pueblo, 29 de julio de 1886.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 427
a disposición de dichos delegados los clubes existentes, en lo
que con el trabajo de seis años he refundido todos los colores
políticos de la localidad, porque poniéndolos a su disposición
se evitaban divisiones, juzgué que de pronto, y puesto que
lo principal estaba hecho, la proclamación de la candidatura,
convenía aplazar las cosas con objeto de hacer un viaje a esa
capital y pedir instrucciones, pues en el último supuesto, el
asunto traía relacionado un cambio de política en que debía
inspirarme […].35
36
Bernardo Reyes a Romero Rubio, Monterrey, 12 de abril de 1892, cpd,
leg. 17, carpeta 13, doc. 6261-6262.
37
Más allá del Partido Liberal creado en 1901 por iniciativa de los clu-
bes liberales reunidos en San Luis Potosí, el cual nunca se propuso
la lucha electoral ni la toma del poder, más adelante, en 1909, se
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 429
El Gran C írculo Unión
y P rogreso de Nuevo L eón
En 1887, El Pueblo —órgano oficial del Club Independien-
te de Monterrey y sucursales— reconocía a Lázaro Garza
Ayala como el impulsor del “partido independiente”, como
llamaba a su organización. En una editorial que tenía toda
la intención de la promoción electoral de Garza Ayala, el pe-
riódico daba un lugar central al Club en la articulación de la
política estatal y ponía a su presidente en el centro y origen
de esa actividad. Decía:
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 431
1883, sus diferencias dieron lugar a una recomposición de
las alianzas de los grupos regionales, acercando a Villarreal
a los garzayalistas. Las elecciones para la renovación de los
poderes estatales fueron rudas: prensa mordaz, movilizacio-
nes boicoteadas y amenazas de la autoridad gubernamental.
En las ciudades de Monterrey y Lampazos hubo incidentes
en que salieron a relucir las armas: algunos dirigentes del
movimiento opositor fueron detenidos y procesados por co-
nato de rebelión.41
Garza García, quien había estado al frente del gobier-
no estatal en múltiples ocasiones —más veces que Viviano
L. Villarreal, que había sido gobernador en el bienio 1879-
1881, y que el propio Lázaro Garza Ayala, quien había ocu-
pado el cargo por dos periodos breves—;42 tenía en 1885 el
41
Los líderes detenidos en Monterrey que permanecieron presos más
tiempo —cerca de un año— fueron Teodoro Roel y Eutemio García,
redactor y editor de El Pueblo respectivamente. En Lampazos se re-
primió una movilización popular y corrió la sangre. El Pueblo, ju-
nio-noviembre de 1885, 13 y 17 de junio de 1886, 13 de marzo de
1887; La Voz de Nuevo León, 22 de diciembre de 1888.
42
Genaro Garza García, abogado y militar neoleonés, había cubierto
varios interinatos breves entre 1871 y 1879, y gobernado el estado
de 1881 a 1883; también había sido comandante militar de Nuevo
León al triunfo del Plan de Tuxtepec, en 1876. Era reconocido como
político por su labor codificadora y su impulso a las comunicaciones
y la industria en el estado; también por su “localismo”. Viviano L. Vi-
llarreal había sido mancuerna de Garza García por unos años y, como
tal, había ocupado la gubernatura del estado en 1879-1881 —prohi-
bida la reelección, se alternaron al frente del gobierno estatal—, pero
se habían distanciado y, en 1883, Garza García había buscado otro
aliado para sucederlo. En ese contexto, Villarreal, que era un político
y jurisconsulto reconocido y parte de la oligarquía regional —hijo de
poderosos hacendado neoleonés y yerno de Evaristo Madero, rico
hacendado del estado vecino— se acercó a Garza Ayala. Por su parte,
Lázaro Garza Ayala había sido gobernador interino en 1869-1870 y
en 1872. Sobre el “localismo” de Genaro Garza García y su relación
con Villarreal, véase Cosío Villegas, Historia moderna. El Porfiriato. La
vida política interior. Parte segunda, pp. 110-111.
43
Lázaro Garza Ayala era originario de San Pedro, Nuevo León, nacido
en 1830. Abogado de profesión, se había hecho general en los campos
de batalla: había tomado parte en la defensa de Monterrey en contra
de la invasión estadounidense, secundando la revolución de Ayutla
y peleando en contra el ejército francés en la década de 1860. Al triun-
fo de la República había sido electo presidente del Tribunal Superior
de Justicia de Nuevo León y volvería a ocupar el cargo más adelante,
en 1889; asimismo, tras su paso provisional por el gobierno del esta-
do en 1869 y 1872, sería finalmente electo gobernador constitucional
de Nuevo León en el periodo 1887-1889.
44
En respuesta de El Pueblo a La Constitución, que lo acusaba de estar
ligado a Manuel Romero Rubio a través de Narciso Dávila, Magis-
trado de Circuito, los garzayalistas negaban tal alianza. Sin embargo,
una vez que el Club Independiente comenzó a cobrar fuerza, el pro-
pio El Pueblo dedicó espacio central en varios números a una halaga-
dora semblanza de Romero Rubio. El Pueblo, 13 de agosto de 1885; 19
de agosto-5 de septiembre de 1886.
45
El club político que organizó la campaña en favor de Genaro Garza
García en la elección para gobernador de 1885 fue el Círculo Demo-
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 433
a partir de la prensa y en torno a un par de clubes políticos
nacidos en la coyuntura electoral: el Club Republicano y el
Directorio Político Central de Nuevo León.46 Pero pasados los
comicios, los clubes no se disolvieron, como era común que
sucediera entonces, sino que se consolidaron en uno nuevo: el
Club Independiente de Monterrey y sucursales. El periódico
que había impulsado la formación del Club Republicano, El
Pueblo, pasó a ser el vocero oficial del nuevo club.47
La gran diferencia del Club Independiente de Monterrey
con respecto a las asociaciones político-electorales que le ha-
bían dado vida fue que se pensó, sí como una organización
contestataria del gobierno estatal, pero también como una
asociación estatal de carácter permanente, con sucursales
bien establecidas en todos los municipios y capacidad para
participar en elecciones locales, estatales y nacionales. Se
había creado pasados ya los comicios estatales, pero con las
elecciones municipales enfrente. De hecho, su primer acto
48
El Pueblo, 2 de noviembre de 1885.
49
El general Reyes mismo decía años más tarde que había sido envia-
do por Porfirio Díaz a la región para contener el poder de Francisco
Naranjo y Gerónimo Treviño. Bernardo Reyes a Romero Rubio, Mon-
terrey, 12 de abril de 1892. cpd, leg. 17, carpeta 13, doc. 6261-6262.
50
De acuerdo con Marcello Carmagnani, el comandante de zona mili-
tar durante el porfiriato es el “único verdadero representante del go-
bierno federal” en los estados y, en tanto brazo armado del Ejecutivo
nacional, funciona como árbitro en los conflictos locales. Carmagna-
ni, “Federación y estados…”, p. 160. Un ejemplo de cómo actuaban
los jefes de zona militar en este sentido se puede ver, para el caso
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 435
El gobernador recién electo, Genaro Garza García, había
tomado posesión el 4 de octubre y sólo un mes más tarde
tuvo que trasladarse a la capital del país para tratar de arre-
glar con el gobierno de Díaz los conflictos postelectorales
―que se entremezclaban con unos comicios municipales en
proceso más complicados todavía que los estatales recién
concluidos. Efectivamente, antes de su viaje a la ciudad de
México, había llegado al estado el nuevo jefe de zona militar
y, a fines de mes, se constituía el Club Independiente para
dar la batalla en los comicios del 9 de noviembre. Panorama
difícil para el gobierno genarista.
El Club Independiente movilizó sus fuerzas y, de la
mano de denuncias por irregularidades cometidas en el pro-
ceso, reclamó importantes triunfos en diversos municipios.
El Congreso local suspendió el cómputo de votos y, enarde-
cidos los ánimos, grupos de ciudadanos vinculados al Club
Independiente se levantaron en armas en varios puntos del
estado.51 Ante la amenaza de los sublevados, el Congreso lo-
cal se disolvió a sí mismo y, en una medida que se consideró
como violatoria de la Constitución, delegó sus funciones en
el gobernador. La respuesta del Senado de la República fue
la declaración de desaparición de los poderes del estado en
Nuevo León y, con ello, la apertura de la puerta para la inter-
vención directa del ejecutivo federal en el estado.52 Por man-
los dos senadores por Nuevo León y varios magistrados del Supre-
mo Tribunal de Justicia de Nuevo León protestaron en contra. La de-
cisión permaneció. El Pueblo, 17, 24 y 27 de diciembre de 1885; Cosío
Villegas, Historia moderna…, pp. 116-117. Sobre las posibilidades y
peso de la intervención federal en los estados en el México de aquellos
años véase Arroyo, “El péndulo: consenso y coacción a través de la
intervención federal en México, Brasil y Argentina”; Luna, “En-
tre la convención y el consenso: el presidente, el Congreso de la
Unión y la intervención federal en los estados (1867-1917)”.
53
Romero Rubio recomendó al general Reyes mesura al inicio de su
gobierno provisional y le sugirió acercarse a los hombres del partido
vencido, es decir, al Club Independiente encabezado por Garza Aya-
la. Reyes caminó en esa dirección. Romero Rubio a Bernardo Reyes,
ciudad de México, 11 de diciembre de 1885, agbr, F: dli, carpeta, 3,
leg. 538, doc. 1, f. 1; Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey, 24 de
diciembre de 1885, agbr, F: dli, carpeta 3, leg. 580, doc. 1; Bernardo
Reyes a Romero Rubio, Monterrey, 15 de enero de 1886, agbr, F: dli,
carpeta 3, leg. 593, doc. 1; Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey,
6 de mayo de 1887, agbr, F: dli, carpeta, 6, leg. 1176, doc. 1.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 437
las justas aspiraciones de los hijos de Nuevo León van a verse
satisfechas en breve; vais ya a designar en las ánforas electo-
rales quiénes deben ser vuestros mandatarios.54
54
El Pueblo, 14 abril 1887. Desde finales de 1886, El Pueblo publicaba
ya algunas notas que mostraban su impaciencia por un cambio de
gobierno, por autoridades electas que hicieran realidad, decía, la
“ansiada armonía entre mandatarios y gobernantes”, lo que sucede-
ría cuando “los primeros sean realmente elegidos por el pueblo, sin
trabas ni cortapisas”. El Pueblo, 28 de noviembre de 1886.
55
En realidad, la calidad de neoleonés se adquiría con gran facilidad,
en caso de no haber nacido en el estado. De acuerdo con la Consti-
tución vigente bastaba haber vivido en Nuevo León durante los dos
últimos años o un año si se tenía “profesión útil” o negocio en el
estado. Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Nuevo León
y sus reformas [1878], art. 35, en línea: <http://cdigital.dgb.uanl.mx/
la/1020109481/1020109481.html> [Consulta: 6 de mayo de 2018]. Al
término de su mandato como gobernador provisional, Bernardo Re-
yes fue declarado ciudadano neoleonés por la Legislatura estatal. La
Voz de Nuevo León, 22 de diciembre de 1888.
56
Art. 116 de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Nuevo
León… [1878], Monterrey, Imprenta del Gobierno, en Palacio, en lí-
nea: <http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020109481/1020109481.html>.
[Consulta: 6 de mayo de 2018].
57
Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey, 14 de abril de 1887, agbr, F:
dli, carpeta 6, leg. 1153, doc. 1. Niemeyer refiere los nombres de varios
de estos candidatos cercanos a Reyes que con su apoyo fueron electos
diputados del Congreso local, entre los que se cuentan los de Carlos Be-
rardi y Pedro Benítez Leal, quienes llegaron a cubrir interinatos durante
las siguientes administraciones de Bernardo Reyes; así como Blas Díaz
Gutiérrez, quien fue el presidente del club que facilitó la expulsión de
Garza Ayala del Gran Círculo Unión y Progreso en 1890. Niemeyer, El
general Bernardo Reyes, p. 48; El Pueblo, 25 de abril de 1890.
58
En el momento, la renovación de gobernador en el estado, como la
de diputados y magistrados locales, se llevaba a cabo cada dos años.
Había sido así desde la Constitución de 1825 de Nuevo León y se man-
tuvo hasta la reforma del artículo 116 constitucional en 1890, a partir
de la cual el gobernador pasó a durar en su encargo cuatro años. Cons-
titución… [1878], en Palacio, en línea: <http://cdigital.dgb.uanl.mx/
la/1020109481/1020109481.html>. [Consulta: 6 de mayo de 2018].
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 439
influencias a nivel de los municipios sacando provecho de
su mando militar. Por ejemplo, en junio de 1889, decía a uno
de sus capitanes: “le recomiendo que con toda reserva vea
cómo procura hacerse amigo de los regidores para separar-
los de la amistad de Ambrosio Ancira a fin de aislar a éste
y poder más tarde proceder como convenga a los intereses
públicos”.59 Desde antes, durante los años de su gobierno
provisional, Reyes se había servido ya de sus oficiales para
“preparar” las elecciones locales y continuaría haciéndolo.60
Por otra parte, cuando arrancaba apenas la administra-
ción de Garza Ayala, en octubre de 1887, se reformó la Cons-
titución federal para permitir la reelección del presidente de
la república para el periodo constitucional inmediato ―aun-
que quedaba inhábil para un tercer periodo consecutivo.61
La nueva reforma orientaba para que así se hiciera también
en las Constituciones estatales —como se había hecho con
la reforma de la Constitución federal de 1878, que había pro-
hibido del todo la reelección consecutiva del ejecutivo fede-
ral.62 Aunque no se impulsó la reforma de la Constitución
59
Reyes al capitán Raimundo V. Huerta, 15 de junio de 1889, agbr.
Carta citada por Niemeyer, El general Bernardo Reyes…, p. 46.
60
Una carta cruzada con el Secretario de Guerra, cuando Reyes era go-
bernador provisional, dejó clara la manera en que intervenía en las
elecciones a través de sus oficiales: ellos, decía, ejercían “ciertas atri-
buciones que les he dado para con las autoridades locales con objeto
de preparar las elecciones de poderes en el estado”. Bernardo Reyes
a Pedro Hinojosa, Secretario de Guerra, Monterrey, 10 de febrero de
1887, agbr, F: dli, carpeta 6, leg. 1090, doc. 1.
61
Reforma del artículo 78 constitucional por ley del 21 de octubre de
1887. Constitución federal con todas sus leyes orgánicas [1857].
62
Reformas del artículo 78 constitucional por ley del 5 de mayo de 1878
y por ley del 21 de octubre de 1887. Constitución federal… [1857]. Las
Constituciones de Nuevo León de 1825, 1849 y 1857 habían permiti-
do la reelección indefinida del gobernador. Pero en 1878 se siguió la
orientación del Congreso de la Unión de manera que la Constitución
de Nuevo León, en ese mismo año de 1878, prohibió efectivamente la
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 441
aunque partidarios de Garza Ayala recibieron mal la noticia
de la nueva candidatura de Reyes.65 Pero antes de que pu-
dieran movilizarse, Porfirio Díaz mismo había informado a
Garza Ayala de su decisión de apoyar a Bernardo Reyes.66
Tratándose de figuras sostenidas ambas por el Club Liberal
Independiente de Monterrey y sus sucursales ―éste había
apoyado el gobierno provisional de Bernardo Reyes (1885-
1887) y había hecho una lucidora campaña en favor de la
candidatura de Garza Ayala desde principios de 1887―,
la competencia entre Garza Ayala y Reyes se dio, más bien,
en torno al control del Club Independiente.
Las vueltas de tuerca de la lucha entre garzayalistas y
reyistas por la sucesión de 1889 en Nuevo León y por la di-
rección del Club Independiente pueden ser puestas en evi-
dencia a partir de los cambios en el nombre de la propia
asociación política —cambios que correspondieron, tam-
bién, a una variación en el subtítulo de El Pueblo, primero,
y al cambio del periódico que fungía como vocero oficial de
la organización, después. La primera organización política
de vocación permanente creada en Nuevo León fue el Club
Independiente de Monterrey y sus sucursales; el subtítulo
del periódico El Pueblo fue, precisamente, Órgano del Club In-
65
Reyes explicaba que los garzayalistas había recibido mal la noticia de
su candidatura porque hubieran querido proponerla ellos mismos
para que Reyes les debiera la postulación y tenerlo obligado, pero él
buscaba “estar libre de todo compromiso [con ellos] en el porvenir”.
Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, Monterrey, 20 de diciembre de 1888.
agbr, F: dli, carpeta 9, leg. 1690, doc. 1. Esa fue la explicación que
dio Reyes a Díaz del enojo de los partidarios de Garza Ayala, pero
también pueden —deben— haber estado molestos porque la candi-
datura de su líder había sido desechada del todo.
66
Garza Ayala le escribió a Reyes para decirle que había recibido carta
de Porfirio Díaz en ese sentido. Lázaro Garza Ayala a Bernardo Re-
yes, Monterrey, 19 de junio de 1888, agbr, F: dli, carpeta 8, leg. 1490,
doc. 1.
67
Garza Ayala firmó al menos un par de editoriales con su nombre en
1887 (los editoriales eran generalmente firmados sólo por “La Redac-
ción”). El Pueblo, 17 de feb de 1887; 6 de marzo de 1887.
68
La hoja doble que anunció la próxima aparición de La Voz de Nuevo
León y que presentó su programa fue de fecha 11 de diciembre de
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 443
Para dar un solo cuerpo a todos los trabajos electorales he dis-
puesto la publicación de mi periódico que lleva por título La
Voz de Nuevo León y están enterados los amigos de este estado
que tal periódico es mi órgano en todo lo que se refiere a las
candidaturas de la próxima administración”.69
CUADRO 1.
Cambios de nombre y de órgano oficial de prensa
que marcaron momentos de transformación del inicial
Club Independiente de Monterrey
70
La Voz de Nuevo León, 26 de abril de 1890.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 445
Nuevo León. La campaña electoral en favor de la fórmula
pactada fue llevada a cabo en los 48 municipios del estado
por el Gran Círculo Independiente y sus sucursales, y sus
candidatos fueron electos sin contratiempo alguno. Pero en
el transcurso de 1889 el grupo de Garza Ayala fue perdiendo
cada vez más fuerza y, para enero de 1890, El Pueblo redujo la
periodicidad de su publicación: de haber sido bisemanario
desde julio de 1885, pasó a aparecer una sola vez por sema-
na.71 Este hecho hacía patente, de cara al público, la debili-
dad de Garza Ayala.
Efectivamente, El Pueblo garzayalanista había crecido
a la par del Club Independiente de Monterrey, primero, y
del Gran Círculo Independiente de Nuevo León, después.
Había comenzado como un periódico de cuatro paginitas
que sólo se ocupaba del tema electoral, sin noticias de otros
asuntos ni anuncios publicitarios. Pero poco a poco había
ido progresando: aumentó su tamaño e incorporó no sólo
notas, sino columnas enteras sobre temas de cultura, socie-
dad, economía y asuntos internacionales ―desde mediados
de 1886 incluyó también un santoral. También había logrado
abaratar su precio gracias a un número cada vez mayor de
anuncios pagados.72 Cuando se aproximaban comicios pu-
blicaba siempre los nombres y semblanzas de sus candida-
tos, y conservó hasta el final una “Sección oficial” en la que
aparecían noticias y remitidos de los clubes independientes.
Pero lo cierto es que desde 1886 había dejado de ser un pe-
riódico estrictamente electoral para consolidarse como una
71
El Pueblo había nacido como semanario, pero muy pronto comenzó a
aparecer dos veces por semana, aunque mantuvo como subtítulo del
periódico la denominación de “Semanario Independiente”. El signi-
ficado de su retorno a la periodicidad semanal fue comentado por La
Defensa del Pueblo, 5 de enero de 1890.
72
Seguramente también multiplicó su tiraje, aunque carezco de infor-
mación al respecto.
73
El Pueblo, 25 de abril de 1890.
74
Reyes le escribió al presidente Díaz para decirle que tenía problemas
con el Supremo Tribunal de Justicia del estado, que Garza Ayala le
ponía “estorbos en la marcha del gobierno”, por lo que se proponía
que fuera separado del cargo y también alejado de la dirección de
los clubes políticos. Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, 27 de marzo
de 1890, agbr, Cartas de Reyes a Díaz 1889-1891. Carta citada por
Niemeyer, El general…, p. 73.
75
Bernardo Reyes a Manuel Romero Rubio, Monterrey, 22 de abril de
1890, agbr, fondo dli-1-Copiadores de Bernardo Reyes, copiador 3,
documento 1444.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 447
La expulsión de Garza Ayala del Gran Círculo —porque
eso es lo que fue realmente, una expulsión― se dio bajo la
forma del llamado de un par de clubes locales ―los de Lina-
res y Villaldama― a los clubes de todo el estado para “inde-
pendizarse” de los directivos del Club Central de Monterrey.
La razón: estos últimos, decía, falseaban “el sentimiento del
pueblo neoleonés al apartarse de la política del primer ma-
gistrado de esta entidad federativa”.76 Aunque El Pueblo negó
el cargo antes de retirarse de “la escena periodística”,77 Ber-
nardo Reyes no dejó de quejarse en años de una labor obs-
truccionista de Garza Ayala frente a su gobierno.78 Con todo,
a partir de 1890, los clubes del Gran Círculo comenzaron a
identificarse de manera cada vez más exclusiva con el gene-
ral Bernardo Reyes —quien, por lo demás, logró mantener-
se al frente del gobierno del estado hasta fines de 1909, con
76
Circular firmada por Blas Díaz Gutiérrez, presidente del club de Vi-
llaldama, el 22 de abril de 1890; publicada en El Pueblo, 25 de abril de
1890; La Voz de Nuevo León, 15 y 22 de diciembre de 1888.
77
El Pueblo, 25 de abril de 1890. El secretario de Gobernación señaló a
Reyes lo “perjudicial” de la “escisión” con Garza Ayala para la mar-
cha de la política en el estado, a la vez que reconoció en la retirada
de El Pueblo un gesto de prudencia. Romero Rubio a Bernardo Reyes,
ciudad de México, 30 de abril de 1890, agbr, F: dli, carpeta 11, leg.
2174, doc. 1.
78
Benavides refiere correspondencia entre Reyes y Porfirio Díaz en
la que las quejas del primero contra Garza Ayala continuaron hasta
1903. Benavides, Bernardo Reyes. Un liberal porfirista, p. 151. En una de
las reiteradas propuestas de Díaz para que Reyes le ofreciera a Garza
Ayala un puesto en la ciudad de México y así quitárselo de encima,
hizo referencia expresa a “ponerlo [a Garza Ayala] en inhabilidad de
seguir molestándolo [a Reyes]”. La más importante fue, quizás, la
de darle un lugar como Magistrado de la Corte Militar, en mayo de
1890, justo tras el rompimiento abierto con Reyes. Reyes no conside-
ró necesario, quizás tampoco conveniente, enviar a Garza Ayala a la
capital del país. Porfirio Díaz a Bernardo Reyes, ciudad de México,
11 y 30 de abril y 2 y 6 de mayo de 1890, agbr, F: dli, carpeta 11, legs.
2154, 2171, 2179 y 2183.
79
La reelección consecutiva de Reyes por tantos años requirió de una
nueva reforma del artículo 116 de la Constitución del estado, la cual
eliminó toda restricción a la reelección inmediata. Reforma aprobada
el 27 de septiembre de 1893. Constitución Política del Estado Libre y
Soberano de Nuevo León… [1878], en Palacio, en línea: <http://cdigi-
tal.dgb.uanl.mx/la/1020109481/1020109481.html>. [Consulta: 6 de
mayo de 2018]. El general Bernardo Reyes fue Secretario de Guerra y
Marina de 1900 a 1902.
80
El Pueblo, 23 de mayo de 1885; 14 de enero de 1886; 15 de abril de
1886; 14 de abril de 1887.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 449
rrey en octubre de 1885, en realidad no había sido obra suya,
no de inicio.
La principal figura tras el primer Club Independiente
y sus sucursales fue Lázaro Garza Ayala. Él fue su primer
presidente de 1885 a 1887 y lo sería también en 1890, cuan-
do Bernardo Reyes logró desplazarlo de su dirección. Para
cuando Bernardo Reyes escribía a Díaz, Romero Rubio y
Pineda en 1892 sobre el Gran Círculo Unión y Progreso de
Nuevo León, la organización llevaba ya siete años de haber
iniciado su organización; al general Reyes le había tomado
varios de esos años el hacerse de su dirección de manera
exclusiva. En 1892 no estaba dispuesto a poner en riesgo su
ascendiente sobre el Gran Círculo ni la autonomía política
que la organización le deba de manera creciente con respec-
to al gobierno del centro del país.
81
En este punto remito al magnífico libro de Luis Medina Peña, Los
bárbaros del norte. Guardia Nacional y política en Nuevo León, siglo xix. A
manera de ejemplo de la labor de Vidaurri en favor de la instrucción
cívica refiero que, a principios de la década de 1860, su gobierno re-
imprimió 10 000 ejemplares del Catecismo político constitucional de Ni-
colás Pizarro para uso en escuelas de educación básica de la entidad.
Espinosa Martínez, “Educación y ciudadanía”, pp. 1557-1558. Por lo
que toca al dinamismo propio de la economía de la región, puede
verse Sánchez Santiró, “El desempeño de la economía mexicana tras
la Independencia, 1821-1870”, pp. 76-79.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 451
Tendencias políticas centrífugas como las del noreste
mexicano se manifestaron en todo el territorio nacional a lo
largo del siglo xix, no fueron exclusivas de esta región. Sin
embargo, esta sociedad política fiera de sus derechos indi-
viduales, compuesta de diversos sectores sociales, afirmada
en la lucha miliciana y celosa de sus espacios de autonomía
seguramente representó algunas singularidades. De hecho,
la legislación político-administrativa y electoral neoleonesa
―la legislación, en principio, se encuentra en diálogo con la
realidad social y política que buscar normar― tenía algunas
diferencias notables con la de otros estados de la República.
En primer lugar, Nuevo León era un estado que, a pesar
de contar con un número importante de municipios, pres-
cindió a lo largo de todo el siglo xix de la figura de jefe polí-
tico: los ayuntamientos trataban los asuntos político-admi-
nistrativos directamente con el gobierno estatal. La figura
del jefe político ―en algunos estados electa por los ayunta-
mientos y, en otras, nombrada por sus gobernadores― re-
presentaba un elemento de articulación política importan-
te, pero constituía, a final de cuentas, una mediación entre
el ayuntamiento ―la autoridad política más próxima a los
ciudadanos― y el gobierno del estado. En Nuevo León tal
mediación fue excluida de la vida política estatal desde su
primera Constitución política.82
82
Bernardo Reyes a Romero Rubio, Monterrey, 29 de octubre de 1886,
agbr, F: dli, carpeta 5, leg. 954, doc. 1. La figura del jefe político no
aparece en ninguna de los textos constitucionales de Nuevo León de
1825 ni de 1849. El de 1857, tít. viii, art. 107 decía expresamente: “Las
municipalidades son independientes unas de otras, y en el orden
político administrativo no reconocen otro superior inmediato que el
gobernador del estado”. La Constitución de 1878, art. 107, establecía
que, en principio, no existían jefaturas políticas, sin embargo, faculta-
ba al Congreso a crear jefaturas políticas temporales donde y cuando
lo creyera necesario. A fines de 1896, el gobernador Bernardo Reyes
propuso crear una jefatura política en el sur del estado para apoyar la
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 453
ya todos los hombres de 18 años en adelante, al margen de
su estado civil, es decir, sin importar que fuera o no cabeza
de familia ―esto no sólo amplió el número de jóvenes con
derecho a votar, sino que representó una liberación del ciu-
dadano de ataduras de carácter patriarcal.84 Por otra parte,
cabe destacar que, desde 1857, el derecho al voto en Nuevo
León había sido desvinculado ―al igual que a nivel federal
y en muchos estados del país―, del arraigo territorial al que
había estado sujeto por mucho tiempo en razón del requisito
de vecindad.85
Este carácter proactivo de la sociedad política neoleone-
sa se manifestaba también en el mandato constitucional de
renovación rápida y continua de las autoridades políticas:
todos los cargos de los poderes estatales, el ejecutivo inclui-
do, se elegían cada dos años; los cargos municipales se reno-
vaban de manera anual. Aun si la reelección era permitida
―entre 1878 y 1893, sólo la reelección del gobernador conoció
limitaciones―, mandatos de gobierno tan cortos obligaban
a la ciudadanía a la movilización continua. Porque, efectiva-
mente, dado que las elecciones en la época se organizaban a
partir del nivel municipal ―todas, estatales y federales por
igual―, todo municipio de Nuevo León vivía dos procesos
84
Art. 11 de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Nuevo
León de 1849; art. 9 de la Ley Constitucional que Reglamenta las Eleccio-
nes de los Supremos Poderes del Estado y de los Poderes Municipales de
1879. La edad de 18 años para tener derecho a votar se confirmó en la
Ley Constitucional que Reglamenta las Elecciones de los Supremos Poderes
del Estado y Funcionarios Municipales de 1893 (art. 8). En México, a
nivel nacional, se otorgó la mayoría de edad a los 18 años en el año
de 1969, casi cien años más tarde.
85
La supresión de la exigencia de vecindad significó, efectivamente, la
posibilidad de desvincular al sufragio de su tradicional arraigo terri-
torial. Con todo, la ciudadanía conservó una limitación dictada por
la idea del ciudadano-útil, aquel con un “modo honesto de vivir”,
requisito que había pasado a formar parte de leyes fundamentales
desde antes de 1857 y que se mantendría hasta el nuevo siglo.
86
Las elecciones para presidente de la República y ministros de la Su-
prema Corte de Justicia eran cada cuatro años, pero el Congreso de
la Unión se renovaba de manera bianual. Si se haya definido así con
toda intención o no, los comicios federales y los estatales estaban
desfasados de un año.
87
La práctica de formación de clubes electorales comenzó a extenderse
con rapidez en el centro del país en la década de 1850, tras la revolu-
ción de Ayutla. No parece haberse extendido con la misma velocidad
en el norte del país. El único estudio que ha intentado contabilizar el
número de clubes político-electorales en el México decimonónico, el
de Carlos A. Forment, anota la creación de muy pocos en la región.
En particular a Nuevo León, para los años de 1857-1881, lo sitúa en
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 455
Para la década de 1880, en Nuevo León se comenzó a orga-
nizar un partido político moderno en forma: con estructura
permanente en todo el estado y convenciones electorales pe-
riódicas para consensar candidaturas, programa político ex-
preso, reglamento interno, campañas para ampliar su base
de afiliados y labor de agitación electoral para promover a
sus candidatos, presencia regular en actividades cívicas, un
periódico como vocero oficial e, incluso, una bandera pro-
pia como símbolo de identidad partidaria. Este fue el Club
Independiente de Monterrey y sus sucursales que, a partir
de abril de 1890, se llamó Gran Círculo Unión y Progreso de
Nuevo León.
El Club Independiente de Monterrey se creó el 29 de
octubre de 1885, con una base inicial de alrededor de 700
afiliados formada por los miembros del Club Republicano
y el Directorio Político Central de Nuevo León que se fusio-
naban para darle vida.88 De su asamblea constitutiva salió
un llamado a formar clubes sucursales en cada municipio.89
Más de la mitad de los 47 clubes-sucursales que se forma-
rían se constituyeron entre diciembre de 1885 y enero de
1886. Varios de ellos existían de tiempo atrás ―ligados a las
asociaciones cuya fusión había dado vida al Independien-
90
Esta existencia previa de los clubes se registra, al menos, en las actas
de adhesión de los clubes de dos de los principales: Lampazos y Li-
nares, así como de los de Aramberrú, Allende, Bustamante, Rayones
y Sabinas Hidalgo. En particular el de Linares —segunda ciudad del
estado, después de la capital— había sido creado desde 1884 y con el
nombre de Club Independiente. Y a decir de un notable local —Pe-
dro Benítez Leal—, de Linares había surgido la iniciativa retomada
por sus compañeros de lucha del Club Republicano y del Directorio
Político para crear el Club Independiente de Monterrey. El Pueblo, 16
de julio de 1885; 20 de mayo de 1886; 15 de septiembre de 1887. El
Pueblo, 7 y 31 de enero de 1886; 4 y 11 de febrero de 1886; 14 y 25 de
marzo de 1886; 16 de julio de 1886.
91
El Pueblo, 28 de febrero de 1886. Para el 18 de marzo, El Pueblo ya
registraba 38 clubes-sucursales y para el 18 de abril siguiente 40. El
de General Zuazua se formó el 5 de enero de 1887. El Pueblo, 3 de
marzo de 1887. Todos adoptaron el nombre de “Club Independiente”
o “Club Político Independiente” de la localidad correspondiente, si
bien algunos agregaron algunos adjetivos más a su nombre, como
por ejemplo, el Club Independiente Amigos del Progreso, de Villa
Hualahuises, El Pueblo, 30 de mayo de 1886.
92
El Pueblo comenzó a publicar las actas de creación o adhesión de
los clubes locales en enero de 1886 y continuó haciéndolo hasta
enero de 1887, tras la aparición de la nota sobre la formación del
club número 48.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 457
actas contenía al menos de 200 firmas cada una ―algunas
menos, pero otras duplicaban ese número― y El Pueblo pu-
blicaba luego listas de ciudadanos de las localidades que se
iban sumando a ellos.93 Era usual que los clubes electorales
en la época se conformaran por un par de cientos de afilia-
dos cada uno,94 pero al adherirse al Club Central, los clubes
locales fueron dando forma a un partido que en cuestión de
un año contaba ya con alrededor de 10 000 afiliados.
El origen del Club Independiente había sido la lucha
electoral: nació como la unión de dos círculos políticos que
habían perdido los comicios estatales y que se recompo-
nían ―fusionándose―, de cara a los comicios municipales
de noviembre de ese mismo año.95 Sin embargo, la dinámica
en la que las fuerzas política neoleonesas entraron en estos
últimos comicios ―gran descontento por los resultados de
la elección estatal, lucha de prensa enconada, intromisión
abierta del gobierno del estado para controlar los comicios
locales, amenazas, encarcelamientos, violencia física y, fi-
nalmente, sublevaciones― ligó a esta asociación, a pocos
días de su formación, con grupos levantados en armas.96 El
Club Independiente de Monterrey se constituyó antes de la
sublevación, para ya en un ambiente de gran tensión. Postuló
sus candidatos para autoridades municipales la semana pre-
93
Los casos son numerosos. A manera de ejemplo, véase la lista de una
centena de ciudadanos de Lampazos que se suman al club local y la
nota sobre la adhesión de antiguos genaristas al Club Independiente
de Monterrey. El Pueblo, 8 de abril de 1886; 9 de junio de 1887.
94
Forment, Democracy…, p. 333.
95
El Pueblo, 2 de noviembre de 1885; 21 de enero de 1886; 13 marzo
1887.
96
Las denuncias del Club Independiente de las irregularidades en la
organización de los comicios municipales de noviembre de 1885 van
desde padrones amañados y reparto de boletas llenas hasta amena-
zas con armas y encarcelamiento de opositores. El Pueblo, 2, 5, 8, 12 y
29 de nov de 1885.
97
El Pueblo, 2 de noviembre de 1885.
98
El Pueblo, 17 y 24 de diciembre de 1885.
99
Romero Rubio a Bernardo Reyes, ciudad de México, 11 de diciembre
de 1885, agbr, F: dli, carpeta 3, leg. 538, doc. 1, f. 1.
100
Romero Rubio a Bernardo Reyes, ciudad de México, 11 de diciembre
de 1885, agbr, F: dli, carpeta 3, leg. 538, doc. 1, f. 1; Bernardo Reyes
a Porfirio Díaz, Monterrey, 24 de diciembre de 1885, agbr, F: dli,
carpeta 3, leg. 580, doc. 1.
101
El sociólogo Maurice Duverger distingue en los partidos políticos
tempranos dos tipos marcados por sus orígenes, los de “creación
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 459
Reyes apoyó su fortalecimiento para una participación re-
gular en los comicios.102 Así, en las directivas de los clubes
figuraron desde muy temprano antiguos sublevados, pero
comprometidos con la organización y movilización del
voto. Fue el caso señalado de Manuel Rodríguez, el anti-
guo “Jefe del Movimiento del Norte” ―cabeza del levanta-
miento de noviembre contra el gobierno genarista―, quien
a principios de 1886 aparecía como el presidente de uno de
los principales clubes del estado: el de Lampazos.103 Reyes
informaba orgullosamente al gobierno del centro: “Yo me
ocupo de organizar bien y hacer fuerte a ese partido para
que por sí solo pueda para ponerse más tarde enfrente de
los enemigos”.104 De hecho, en octubre de 1886, a casi un
año de su arribo al estado, su argumento para permanecer
al frente del gobierno provisional y posponer la convoca-
toria a elecciones era “seguir en el gobierno para robuste-
cer el círculo del General Garza Ayala, a fin de que pueda
quedar solo después este señor al frente de la situación”.105
Si como, decía El Pueblo de manera reiterada, el Club Inde-
pendiente había nacido para “labrar la felicidad del estado,
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 461
la prensa periódica y en hojas sueltas que repartían entre
la población.108 Los clubes también nombraban “agentes”
para movilizar a los votantes de su localidad ―en las ciu-
dades más grandes, como Monterrey, los nombraban por
sección.109 Las fuentes consultadas no explicitan las funcio-
nes de estos agentes, pero ellos deben haber realizado una
labor personal, casi de visita casa por casa, para conven-
cer de acudir a las urnas el día de la elección y votar por
sus candidatos. La prensa electoral, por su parte ―en este
caso El Pueblo y, luego, La Voz de Nuevo León desempeñaban
ese papel―, protagonizaba debates en torno a las candi-
daturas, además de llamar a la población a participar en
los comicios, a dejar la “apatía” de lado. Seguramente con
la idea de que algunos socios de clubes independientes o
simpatizantes quedarían a cargo de mesas de casilla el día
de los comicios, la propia prensa partidista instruía acerca
de las normas electorales y de la manera de preparar las
actas de escrutinio.110
Las tareas anteriores de los clubes y de su prensa re-
presentaban un trabajo minucioso y tenaz, con efectos acu-
mulativos que podrían traducirse en votos en la jornada
electoral. Pero los clubes organizaban también otras activi-
dades que, aunque ocasionales, eran mucho más vistosas y
memorables. Era el caso de las marchas por las calles de las
108
El Pueblo, 2, 8 y 12 de noviembre de 1885; 14 de abril de 1887; 1 de
mayo de 1887; La Voz de Nuevo León, 15 de diciembre de 1888.
109
El Pueblo, 2 de noviembre de 1885; 21 de enero de 1886.
110
El Pueblo, 20, 24 y 27 de junio de 1886; 14 y 24 de abril 1887. De hecho,
dada la buena relación con las autoridades municipales, es muy po-
sible que los miembros de los clubes participaran en las tareas para
preparar los comicios mismos: levantamiento de padrón, reparto de
boletas, selecciones de las casas para poner las casillas e instalación
de las mismas el día de la elección. La publicación de la legislación
e instrucciones por parte de la prensa apoyaba así a sus miembros,
pero también a la organización de los comicios en general.
111
El Pueblo, 14 de abril de 1889.
112
La Defensa del Pueblo, 16 de febrero de 1892.
113
De hecho, varios de los clubes acordaron participar su constitución
a las autoridades municipales y no sólo al Club Independiente de
Monterrey. El Pueblo, 4 de febrero de 1886; 21 de marzo de 1886; 1 de
abril de 1886.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 463
pública —esto lo hizo, por ejemplo, el círculo de Monterrey
para contribuir a la construcción de la penitenciaría de la
ciudad.114 De manera paralela, algunos clubes festejaban
con gran pompa y amplias concurrencias los aniversarios
de sus dirigentes, en una mezcla de actividad partidista y
a la vez social.115 De esta manera, aun cuando no hubiera
comicios, los clubes estaban siempre presentes en la vida
de sus localidades.
A principios de 1887 ―en contexto preelectoral, pues co-
menzaba la agitación acerca de la candidatura del próximo
gobernador― se colocaron retratos de Lázaro Garza Ayala
en las salas de acuerdos de algunos ayuntamientos: “El re-
trato de nuestro digno Presidente [Garza Ayala, fue] colo-
cado en un lujoso marco de relieves dorados, [y] fue puesto
entre los de los héroes de la Independencia Hidalgo y Allen-
de”, informaba la prensa.116 Esta ceremonia era organizada
por la autoridad municipal, pero en realidad rendía home-
naje al presidente del Club Central, quien además se perfi-
laba como el candidato para las próximas elecciones. Por su
objetivo, la actividad parecía más bien obra de los clubes.
La forma en que, a veces, se vinculaban clubes y gobiernos
locales era tan cercana que parecía confundir funciones. De
hecho, como parte de esta “confusión”, llegó a suceder que
algún club organizara sus reuniones partidistas en el pala-
114
El Pueblo, 13 de mayo de 1886; 6 marzo 1887; 3 de abril de 1887; 1 de
mayo de 1887; Archivo Municipal de Monterrey (en adelante amm),
Fondo: Monterrey Contemporáneo, Colección: Actas de Cabildo, vol.
999, exp. 1896/038, 21 de septiembre de 1896.
115
Se celebró así un cumpleaños de Lázaro Garza Ayala en 1886, que
incluyó un banquete para 500 personas. La fiesta fue organizada por
el Club Independiente de Monterrey y financiada por sus propios
miembros. Otro cumpleaños festejado por el mismo club fue el del
general Pedro Martínez, al año siguiente. El Pueblo, 19 de diciembre
de 1886; 23 de junio de 1887.
116
El Pueblo, 17 y 20 de febrero de 1887; 6 de marzo de 1887.
117
Fue el caso del Club de Lampazos. La Voz de Nuevo León, 15 de di-
ciembre de 1888.
118
En ocasiones, las mesas directivas tenían también un prosecretario.
A pesar de que los clubes contaban con un tesorero, desconocemos
si los afiliados pagaban alguna cuota regular. No hemos encontrado
una sola mención que lo sugiera, aunque sí llamados a pagar cuotas
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 465
ron de entrada al Club Central de Monterrey y a su Junta
Directiva como “centro de sus trabajos” y se asumieron a
sí mismos como sucursales suyas. El propio Club de Mon-
terrey trabajó en esa dirección: al momento de su constitu-
ción hizo un llamado público a formar sucursales en todo
el estado y comisionó a su presidente para que se cumpliera
la meta.119 La Junta Directiva estableció así contacto directo
con clubes creados anteriormente que se adhirieron al pro-
yecto y promovió, a partir de redes de relaciones diversas, la
creación de nuevos en donde no existía ninguno. Mantuvo
correspondencia con ellos y seguramente también contacto
personal.120
Esta relación directa establecida entre los directivos del
Club Independiente de Monterrey y las sucursales se man-
tuvo hasta la ruptura entre Lázaro Garza Ayala ―el presi-
dente de la Junta Central desde su constitución en 1885― y
Bernardo Reyes en abril de 1890. En esa coyuntura, en una
comunicación que excluyó a la Junta Directiva, un par de
clubes locales ―Villaldama y Linares― llamaron a sus pa-
res a desconocer el liderazgo del Gran Club de Monterrey.121
Pero antes de ese momento de crisis, privó un vínculo verti-
122
El Pueblo, 14 de abril de 1887.
123
El Pueblo, 27 y 30 de mayo de 1886; 3 y 20 de junio de 1886. Un enlace
vertical es el que une a dos instancias del partido subordinada un
a otra; uno horizontal define una relación entre dos instancias que
tienen el mismo nivel o categoría. Duverger, Los partidos…, pp. 77-78.
124
El Pueblo, 14 de feb de 1886; 3 de marzo de 1887.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 467
parece haber sido la generalidad: en el ámbito municipal,
cada club definía sus propios candidatos en asamblea.
En general, y a pesar de expresiones como las de los
clubes de Vallecillo y general Zuazua, los clubes foráneos
fueron celosos de su autonomía municipal: para el caso de
elecciones de ayuntamiento, se movían con independencia
de Monterrey. El Club Independiente de Villa de Mina, que
no era ni mucho menos el más beligerante del estado, dejó
claro desde el momento de su constitución que
125
Las cursivas son mías. El Pueblo, 15 de abril de 1886.
126
La Junta Directiva del Club Independiente de Monterrey estaba integra-
da como sigue: Presidente Gral. Lic. Lázaro Garza Ayala; Vicepresidente
Gral. Pedro Martínez; Secretario Lic. Pedro J. Morales; Prosecretario Lic.
Carlos F. Ayala; Tesorero Francisco García del Corral; 1er Vocal Francisco
Elizondo; 2º. Vocal José María González. Todos reconocidos políticos en
la entidad, electos por aclamación en la asamblea constitutiva del Club.
La mayoría de estos personajes permaneció en la directiva hasta abril
de 1889, excepto dos de ellos que fueron electos diputados federales y
tuvo que nombrarse a quienes los sustituyeran. Posiblemente Garza
Ayala no haya presidido el Club durante los dos años en que fue gober-
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 469
del partido —clubes-Junta Directiva— se vio transformada
en un sentido más horizontal, en favor de nuevos espacios
para circular información, discutir temas políticos, presen-
tar iniciativas, negociar diferencias políticas y tomar acuer-
dos. Estos fueron las convenciones. Con toda la manipula-
ción a la que una asamblea general pueda prestarse, esta
nueva práctica política representada por las convenciones
obligaba también a democratizar el gobierno de los clubes:
los delegados debían consultar a sus bases para decidir si
apoyar o no a un candidato.129
Asimismo, a partir de cierto momento, el funcionamien-
to del Gran Círculo Unión y Progreso comenzó a ser norma-
do por un reglamento interno. No está claro si este se diseñó
de manera previa a la realización de sus primeras conven-
ciones electorales o si se formuló justo a raíz de ellas. Pero es
seguro que para la Convención de 1892 el reglamento estaba
ya vigente: Bernardo Reyes se refirió a él en su correspon-
dencia con Porfirio Díaz en enero de ese año.130 De haber
existido desde antes, ese reglamento tuvo que haber sido
objeto de una reforma para dar lugar a las convenciones. Lo
cierto es que el Club Independiente de Monterrey nació en
una coyuntura política muy difícil, para hacer frente a una
situación de crisis. Se constituyó en asamblea, eligió a su
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 471
El programa político publicado por El Pueblo en diciem-
bre de 1886 está lejos de ser un documento penetrante. Se
trató, más bien, de la afirmación del compromiso del círculo
con el desarrollo material y social del estado en un sentido
liberal. Lo que resultó particular de él en esta ocasión fue
que el Club Independiente de Monterrey dirigió su procla-
ma a los nuevos sectores sociales desprotegidos, en especial
a los artesanos y obreros:
134
El Pueblo, 23 de diciembre de 1886.
135
El Gran Círculo de Obreros de Monterrey se había creado en 1874,
con obreros textiles, artesanos y empleados de comercios. Desde sus
inicios fue una organización con vínculos con el gobierno y los em-
presarios, sin reivindicaciones de clase. Véase Rojas, “El mutualis-
mo”, 1989, pp. 170-177. El Pueblo dio publicidad y aplaudió con fre-
cuencia las actividades del Gran Círculo de Obreros; a la par, repre-
sentantes del Club Independiente pronunciaron discursos en actos
de dicho círculo. El Pueblo, 2 de noviembre de 1885; 7 de noviembre
de 1886.
136
El Pueblo, 7 de febrero de 1886. Aspiración común a la época en Mé-
xico. De hecho, este era el mismo discurso al que apelaría la Unión
Liberal creada en la ciudad de México en 1892. Véase Salmerón, “De
partidos personalistas”, 2012, pp. 140-167.
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 473
extendió en cuestión de un año a los 48 municipios del es-
tado, que agrupó, en un primer momento, a una decena de
miles de afiliados, y que se vio enriquecida en un sentido
democrático por la práctica de las convenciones. La activi-
dad político-electoral ―y hasta social― de sus clubes hizo
realidad una presencia constante del partido en toda la en-
tidad y aseguró a sus miembros un lugar en el gobierno. En
el camino, si bien había nacido para dar la lucha electoral a
nivel de las urnas, el círculo se fue acercando a un partido
de gobierno, aunque sin la renuncia de sus clubes a una vida
política local propia. Su capacidad para alentar y canalizar
la participación de grupos políticos, resolver diferencias y
negociar posiciones de poder al interior del partido mismo,
así como para movilizar el voto le aseguró a Nuevo León
un gobierno fuerte y un margen grande autonomía políti-
co-electoral frente a la autoridad nacional. En este sentido, la
disputa por el control del partido entre Lázaro Garza Ayala
y Bernardo Reyes, primero, y entre Reyes y los unionistas,
después, tuvo mucho sentido para quien quisiera dirigir
efectivamente la política en la entidad.
Consideraciones finales
DE RE DE S DE C L U B E S Y U N PA RT I DO P O L Í TI C O R E G I O N A L 475
Progreso no podía sólo sumarse, como se pretendía que hi-
ciera, a una organización nacional en la que quedaría subor-
dinado a una directiva en la que no tenía participación. Para
1892, el círculo neoleonés tenía ocho años de actividad polí-
tica-electoral constante que le permitían sostener un gobier-
no estatal fuerte y, con él, impulsar proyectos de desarrollo
propios; asimismo, debido a su capacidad para movilizar el
voto en la entidad, podía contar con márgenes importan-
tes para negociar candidaturas con el gobierno nacional. El
gobernador de Nuevo León se opuso a la participación del
Gran Círculo en la Convención Nacional de 1892 y el estado
no fue representado.
El vacío hecho por el Gran Círculo Unión y Progreso a
la Convención Nacional contribuiría al fracaso del proyecto
unionista y a una división entre las elites porfirianas, entre
las de las generaciones más jóvenes que se integraban a la po-
lítica nacional en esos años representadas por un Bernardo
Reyes en el norte del país y por los dirigentes jóvenes de la
Unión Liberal en el centro ―conjunto de personalidades que
serían conocidas más adelante como los “científicos”. Por su
parte, el partido neoleonés, creado bajo el empuje de una so-
ciedad dinámica, proactiva, y consolidado bajo el cobijo de
un gobernador fuerte, logró enriquecer la vida política inter-
na del estado ―está por hacerse un estudio minucioso de la
manera en que articulaba la vida política local y regional, de
las fuerzas que representaba en concreto y de su capacidad
movilizadora al interior de los municipios― y que favoreció
un juego político autónomo frente al gobierno central. El Gran
Círculo Unión y Progreso fue vanguardista en el México fini-
secular. Partícipe del proceso de construcción de una ciuda-
danía política y de instituciones para contender por el poder
a través de las urnas —la disputa a nivel local y estatal, pero
también para hacer valer un grado de autonomía importante
frente al centro. La convocatoria a la Convención del Partido
F uentes consultadas
Archivos
Hemerografía
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za Guajardo, Nuevo León. Textos de su Historia, México, Institu-
to Mora, 1989, t. ii, pp. 170-200.
1
Agradezco el apoyo en la búsqueda de parte de la información de
David Cabral, Natalia Franco y Gerardo Ramírez. Mi agradecimiento
también para los colegas que integran este proyecto quienes leyeron
y comentaron varias versiones de este trabajo; especialmente a An-
drés Reyes Rodríguez y a Laurence Coudart, quienes participaron
como comentaristas invitados en uno de nuestros talleres, el prime-
ro, y en el coloquio, la segunda. Una versión previa fue discutida
en el marco del Seminario de Historia Política que se realiza en el
Instituto Mora.
L a elección presidencial de 1900 exigió a la clase política
la instrumentación de nuevas estrategias que renova-
ran las dinámicas comiciales en ese año, para consolidar y
legitimar la continuidad de Porfirio Díaz.2 Los grupos polí-
ticos se enfrentaron en diferentes niveles y formas en la bús-
queda por mostrar su apoyo y hacer la promoción del único
candidato como recurso para lograr alianzas con el máximo
poder gubernamental. A pesar de la existencia de un supues-
to acuerdo cupular para definir el relevo presidencial, las con-
frontaciones —veladas o evidentes— entre los partidos enca-
bezados por Bernardo Reyes y José Yves Limantour fueron
intensas y marcaron la escena política.3 Aunado a ello, otras
tensiones se hicieron sentir, como la provocada por el partido
encabezado por Joaquín Baranda, que por estar en desacuer-
do con los arreglos establecidos entre esos grupos, que los de-
jaban fuera de la lucha a él y sus correligionarios, sumaron
conflictos a la contienda presidencial.
En ese marco de tensiones, a finales de 1899, en octubre,
justificado en la necesidad de realizar trabajos electorales, un
grupo de personas cercanas a Díaz, encabezadas por Sebas-
tián Camacho y Eduardo Liceaga, por “iniciativa privada”
dio forma en la ciudad de México a la Convención Nacional.
Quienes la integraban eran personajes con intereses tanto
2
Presidencias de Díaz: 1877-1880, 1884-1888, 1888-1892, 1892-1896,
1896-1900, 1900-1904, 1904-1910, 1910-1916, interrumpida en 1911.
3
Salmerón, “Las elecciones federales de 1904 y los límites de un régi-
men electoral”, pp. 312-314.
[ 485 ]
en lo político como en lo económico, con trayectorias en la
administración pública y la iniciativa privada. Su objetivo
principal era realizar una “exploración a la conciencia pú-
blica”, esto es, buscaban sondear el ánimo de la ciudadanía
para determinar al candidato presidencial que apoyarían.4
Tal sondeo consistiría en explorar la “manifestación privada
individual” de “todos los habitantes de la República”, para
lo cual los ciudadanos depositarían de manera personal una
boleta con el nombre del candidato que eligieran, y se cele-
braría en todo el territorio nacional, o al menos eso se preten-
día. Sabemos, es cierto, que la auscultación constituía una
estrategia de los porfiristas para “demostrar” la necesidad
de continuidad de Díaz en la presidencia ―terreno en el que
se contaba con varias experiencias previas, como se verá en
el apartado correspondiente―, pero más allá de ello, consi-
deramos que su importancia radica en el hecho de que fue la
primera consulta ciudadana de alcance nacional efectuada
de manera directa con fines comiciales. Esa consulta popu-
lar, es nuestra hipótesis, operó como una especie de experi-
mento para probar si la ciudadanía estaba lista para ejercer
el voto directo —sobre el que trataremos en un apartado
posterior—, y constituyó una estrategia de movilización del
sufragio en sí misma.5 Consideramos que la movilización se
fomentó en dos sentidos; primero, mediante la realización
4
También utilizaron la expresión “conciencia nacional”. La Convención
Nacional, 20 de octubre de 1899.
5
Como veremos más adelante, los organizadores de la Convención
Nacional señalaron que no se trataba de un voto sino de la expresión
de una manifestación individual. Consideramos que con tal señala-
miento lo que pretendían era diferenciar el momento de la consulta
por ellos organizada del de la votación oficial que se realizaría unos
meses más adelante. También, es probable, que a pesar de que fuera
un voto directo, o quizá por ello mismo, procuraban no alentar ex-
pectativas en la población hasta no probar, con la práctica misma, los
resultados de tal ejercicio.
6
Los esfuerzos de la Convención Nacional se mantuvieron hasta el
momento de la elección celebrada en junio, en el marco de la cual se
dieron a la tarea de “excitar” a los ciudadanos a acudir a depositar su
voto. La Gaceta Comercial, 18 de junio de 1900.
7
En la realización de esta investigación tenemos como fuente prin-
cipal a la prensa periódica de esos años, incluido el primer número
que se publicó —y el único que hemos localizado— de La Convención
Nacional, que era el “Órgano de la Junta Directiva de la Convención
Nacional de 1900”, que es en el que se dio cuenta de la creación, desa-
rrollo y acciones de esta organización política. Sabemos que publicó
al menos dos números, pues de ello informa una nota periodística,
pero desconocemos cuánto tiempo pudo haber estado en circulación;
El Contemporáneo, 12 de diciembre de 1899. Usamos también docu-
mentación legal y oficial de la época —la cual se encuentra reprodu-
cida en obras publicadas en el momento o posteriormente— y nos
apoyamos en la historiografía pertinente a los temas que cruzan este
trabajo. Cabe señalar que también realizamos rastreos en varios re-
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 487
Formación y funcionamiento
de la C onvención Nacional
10
Constitución de 1857. “[...] la Constitución de 1857 estableció un voto
universal sin asentar explícitamente que era sólo masculino, pero así
fue entendido por todos. La mujer formaba parte de una familia cuya
cabeza era el varón, quien detentaba el derecho al voto”. Gantús y
Salmerón, “Introducción. Prácticas electorales en el México decimo-
nónico”, p. 25.
11
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899. El caso de Tepic es
referido en El Correo Español, 7 de febrero de 1900.
12
Para este proceso electoral operaba en la capital del país el Círculo
Nacional Porfirista, que tenía filiales en varios estados, pero descono-
cemos los vínculos que pudieron existir entre ambas organizaciones.
Lo que sí pudimos constatar es que los integrantes de los directorios
de una y otra eran diferentes —sólo encontramos a un personaje que
pertenecía a los dos: Juan de la Torre. ¿Se trataba de grupos en dispu-
ta que procuraban y defendían intereses colectivos diferentes y bus-
caban afianzarse en el espacio público para negociar sus posiciones?
Es muy probable, pero, sobre todo, consideramos que la existencia
de ambas organizaciones era parte de una estrategia gubernamental
para patentizar el apoyo ciudadano a Díaz.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 489
juato, el “Club liberal”, el “Círculo nacional porfirista” y la
“Asamblea constitucionalista” unieron esfuerzos a los de los
convencionistas y en Monterrey se auguraba que, al menos,
los 49 clubes políticos de los que era vocero La Voz de Nuevo
León, secundarían el “patriótico proyecto”.13 Como es posi-
ble observar se trataba del tejido de una red que se articuló
en dos sentidos: una, al interior de la propia organización y,
dos, hacia el exterior con otras organizaciones políticas.
La Convención Nacional quedó formalmente instalada a
principios de octubre y la directiva de su Junta Central con-
formada por un presidente, dos vicepresidentes, un tesore-
ro, dos secretarios, ocho vocales propietarios y ocho vocales
suplentes. Como presidente de la junta directiva fue elegido
el doctor Eduardo Liceaga y como vicepresidentes Sebastián
Camacho y Ramón Alcázar (anexo 2).14 Las mesas directivas
de las juntas locales tuvieron composiciones variadas, unas
se conformaron con un presidente, dos vocales, un secreta-
rio y un tesorero, pero las había que tenían también uno o
13
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899; El Imparcial, 2 de enero
de 1900; El Correo Español, 3 de enero de 1900. Los clubes de Monte-
rrey formaban parte del Gran Círculo Unión y Progreso del que se
ocupa Alicia Salmerón en el capítulo correspondiente en este libro.
14
Eduardo Liceaga era médico, con experiencia en la academia y tra-
yectoria en la administración pública, misma que incluía desde la
dirección de instituciones hasta la designación como representante
por México en organizaciones o reuniones internacionales, relativas
a su profesión. Sebastián Camacho, ingeniero de profesión, era un
hombre con trayectoria en cargos de representación en el municipio
y en el poder legislativo federal; pero era, sobre todo, un hombre de
empresa que incursionó en los terrenos ferrocarrileros, bancarios y
de seguros. Ramón Alcázar, con experiencia en el servicio público en
cargos de representación que incluyen su paso por el ayuntamiento y
la diputación local en Guanajuato y posteriormente el Congreso na-
cional; en ese mismo estado desempeñó otros cargos en la adminis-
tración; fue, principalmente, un hombre de negocios, lo que lo llevó
a participar en diversas actividades económicas: mineras, agrícolas,
ganaderas, ferrocarrileras y bancarias, entre otras.
15
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
16
José Casarín era un hombre del sistema, inició su carrera en el perio-
dismo a finales de la década del setenta; tenía experiencia en el poder
legislativo, pues fue diputado en varias ocasiones entre 1890 y 1910, y
en la administración pública; posteriormente a 1900 tuvo participación
en el ayuntamiento del Distrito Federal y continúo figurando en orga-
nizaciones porfiristas y sería miembro de la Comisión Nacional del
Centenario de la Independencia. Juan de la Torre, abogado de forma-
ción, hizo carrera como escritor, entre sus obras estaban un compen-
dio de instrucción cívica (1892) y una guía para el estudio del derecho
constitucional mexicano (1886), así como trabajos sobre la enseñanza
primaria y superior; con trayectoria también en el periodismo y en el
sistema judicial, así como con experiencia en el poder legislativo (1882-
1896), del cual seguiría formando parte después de 1900.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 491
eran: Aguascalientes, Colima, Campeche, Culiacán, Cuer-
navaca, Ciudad Victoria, Chilpancingo, Durango, Guadalajara,
Guanajuato, Hermosillo, Jalapa, Monterrey, Mérida, Morelia,
Pachuca, Querétaro, Saltillo, San Juan Bautista, San Luis Poto-
sí, Toluca, Tepic, Tuxtla Gutiérrez y Zacatecas. También habían
establecido comunicación, aunque aún faltaban las respuestas,
con: Ensenada de Todos Santos, La Paz, Chihuahua, Puebla,
Tlaxcala y Oaxaca.
Producto de sus labores de organización para el 20 de
octubre, cuando se publicó el primer número del periódico
de La Convención Nacional, se contaba ya con Juntas locales
en varios estados: Aguascalientes, Guerrero, Guanajuato,
Morelos, Nuevo León, Querétaro, Tamaulipas y Veracruz,
de cuyas integraciones daban cuenta.17 Instalada la Junta
Central la mesa directiva procedió a designar delegados
especiales que tenían la encomienda de formar las Juntas
menores en las municipalidades del Distrito Federal: Tlal-
pan, Mixcoac, San Ángel, Guadalupe-Hidalgo y Coyoacán
(anexo 3). Aunque no hemos podido corroborar si fue un
procedimiento establecido, sabemos que algunas de las
Juntas menores de los municipios de las entidades federa-
tivas designaron representantes en México, una estrategia
para hacerse presente en las reuniones celebradas en la ca-
pital del país.18
Quienes convocaban a formar la Convención Nacional
decían ser un “grupo de ciudadanos independientes” ―con
17
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899. Posteriormente se fue-
ron sumando otras poblaciones, tal es el caso de la Villa de Huehuet-
lán, del Partido de Tancanhuitz, del estado de San Luis Potosí. El
Contemporáneo, 29 de noviembre de 1899.
18
Por ejemplo, “La Junta Menor de la Convención Nacional en la Mu-
nicipalidad de Tepic, ha tenido á bien nombrar sus representantes en
México á los señores Licenciados D. Carlos Rivas y D. Antonio Pliego
y Pérez, General D. Doroteo López y D. Amado Nervo”. El Correo
Español, 7 de febrero de 1900.
19
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
20
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
21
Por ejemplo, el Partido Liberal Constitucionalista.
22
Se entiende aquí partido en el sentido de lo que fracciona y divide,
señalado por Ávila y Salmerón, que caracterizó la visión sobre ellos
en buena parte del siglo. Ávila y Salmerón, Partidos, facciones y otras
calamidades. Debates y propuestas acerca de los partidos políticos en Méxi-
co, siglo xix, pp. 9-19.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 493
tura ello suponía que si el personaje apoyado resultaba electo
estaría obligado a seguir ese programa.23
El segundo, nos parece que con esta precisión intentaban
deslindarse de los tres principales partidos presentes en el
ámbito público, para poder aglutinar voluntades diversas,
pues que su finalidad era la auscultación de la opinión de
la ciudadanía en general requerían atraer a los votantes in-
dependientemente de su filiación política; por ello apelaban
pues a la causa cívica. Hacia finales del siglo era evidente la
fragmentación de la sociedad política, su estallamiento, en
diversos partidos, algunos francamente organizados ―aun-
que compartieran el mismo sello ideológico y la misma po-
sición política, los aglutinaban intereses específicos que los
diferenciaban entre sí―; como es el caso, por ejemplo, del
Gran Círculo Unión y Progreso formado en Monterrey.24 En
igual sentido, podemos aventurar que los clubes y círculos
mismos eran, para entonces ―con la larga tradición que los
precedía y legitimaba― una estrategia fundamental de los
partidos, que se creaban y multiplicaban en cada elección;
algunos muy focalizados en la región o estado donde sur-
gían, otros con pretensiones nacionales.
En la coyuntura que nos ocupa, en la misma ciudad de
México, paralelas a la Convención Nacional, existían organi-
23
En tal sentido, desde las páginas de un impreso se cuestionaba: “No
se concibe una Convención con fines electorales, sin que medie la orga-
nización de un partido que va a imponer su programa y a velar, si triun-
fa en la elección, porque tal programa se cumpla”. La Gaceta Comercial,
18 de noviembre de 1899. Destacado en el original.
24
Convivían entonces los partidos personalistas, aunque carentes de
estructura, aglutinados alrededor de José Yves Limantour y Joaquín
Baranda, junto a otros, como el de Bernardo Reyes, éste sí con una
organización bien definida. Para el caso de este último partido, como
ya hemos apuntado antes, remitimos al capítulo de Salmerón inclui-
do en este libro. Estaban también las organizaciones que se autode-
nominaban como tales.
25
cdp, leg. xxiv, doc. 4530-4533, ciudad de México, 13 de octubre de
1899. Este documento apareció reproducido en algunos periódicos y
fue comentado en varios otros, por ejemplo, El Tiempo, 20 de octubre
de 1899. Esta organización se había constituido desde 1892 y cuatro
años atrás, en el marco de la elección presidencial anterior, también
se había hecho presente; La Gaceta Comercial, 18 de noviembre de
1899. Como ya hemos anotado antes, de los integrantes del directo-
rio de la Convención Nacional sólo encontramos entre los miembros
de este Círculo a un personaje, Juan de la Torre. Esto es, a diferencia
de los que muchas veces podemos notar entre estos grupos en los
que encontramos en unas y otras asociaciones o clubes a los mis-
mos individuos encabezándolas, o gran parte de ellos, aquí se trata
de dos grupos diferentes. Por supuesto, esta organización no fue la
única que se formó en la capital del país, hubo varias otras como “el
Partido Liberal Constitucionalista” o el “Club Democrático”, como lo
señala La Gaceta Comercial, 18 de noviembre de 1899.
26
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 495
dio un sesgo diferente al tema de los partidos, retomando una
añeja discusión, por momentos casi olvidada, señalando que lo
que se intentaba era conciliar la participación de “liberales” y
“conservadores” en la misma agrupación política, lo cual des-
pertaba severas y enconadas críticas.27 La confrontación entre
ambos partidos, sin embargo, había quienes la suponían parte
de la orquestación política para alentar y justificar la reelección
de Díaz, como lo deja ver una caricatura de El Alacrán en la
cual los dos grupos se enfrentan a golpes mientras el Gene-
ral aguarda tras bambalinas para salir a escena en el momento
preciso y mostrarse como el hombre necesario para mantener
el equilibrio nacional (anexo 7, imagen 1).28
27
El Continente Americano, 12 de octubre y 20 de diciembre de 1899. Aun-
que se cuestiona la vigencia y aún la existencia de ambos partidos ha-
cia las últimas décadas del siglo, lo cierto es que la división política
entre conservadores y liberales persistió, al menos en términos nomi-
nales. En las páginas de la prensa es posible seguir enconados debates,
defensas y ataques acerca del tema. Si bien es un hecho que el “parti-
do conservador” se desdibujó y salió de la escena política por varias
décadas después del fracaso del Segundo Imperio, ello no excluye el
que esa forma de pensamiento y de filiación política haya continua-
do vigente y que hacia finales del siglo acudamos a lo que podemos
considerar como su resurgimiento. En efecto, en los últimos años de
la centuria podemos encontrar ambas designaciones usadas frecuen-
temente en la prensa. Por ejemplo, La Voz de México en 1899 defendía
la existencia del partido conservador exaltando las cualidades del mis-
mo, y defenestraba al partido liberal. La Voz de México, 4 de febrero y
8 de agosto de 1899. Otros se expresaban con respecto a él, el partido
conservador, dando por un hecho su existencia como El País, 25 de
diciembre de 1900; El Hijo del Ahuizote, 17 de diciembre de 1899. Algu-
nos representantes de la prensa reconocían tácitamente su existencia al
calificar con tal etiqueta a ciertos miembros del propio gremio, como
lo hacía La Patria para descalificar a El Tiempo; La Patria, 5 de mayo
de 1899. Sobre el tema las referencias en prensa son múltiples, aquí
sólo hemos anotado algunas, en términos historiográficos remitimos a
Pani, Conservadurismo y derechas en la historia de México.
28
El Alacrán, 14 de octubre de 1899: “Teatro mexicano. —Género chico”.
29
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899. Cursivas en el original.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 497
dencial y porque, en la práctica, se trató del primer ejercicio
de votación directa a nivel nacional con fines electorales.
Estas características son relevantes para visualizar y com-
prender el espacio público y el estado de la cultura política
mexicana de entre siglos.
Considero que el recurso de la auscultación directa de la
“voluntad nacional” resulta una novedad importante en
la forma de hacer política en el marco del régimen porfiria-
no. Y su realización obliga a que nos preguntemos: ¿si ello
evidencia el intento de la clase política comprometida con el
gobierno por tratar de responder al crecimiento de la politi-
zación entre la ciudadanía, y la población en general? ¿Si fue
un ejercicio para explorar las tendencias y el ánimo impe-
rante en la sociedad política con derecho a voto a fin de de-
terminar la posibilidad de instrumentar la votación directa
en las elecciones federales? ¿Si constituye, o en qué medida
podría constituir, una estrategia para contener el avance de
las ideas propagadas por algunos grupos con respecto a la
elección directa; esto es, que sirviera de paliativo o distrac-
tor para generar la idea de la votación directa sin otorgarla
realmente en términos legales; que se tratara de una estra-
tegia para contener el avance de las ideas propagadas por
grupos opositores a las autoridades?
También podemos considerarla como una acción que
queda comprendida en el marco de la vocación cívica y pe-
dagógica que caracterizaba la época. Entendemos que esta
intención pedagógica se expresaba en el convencimiento de
la necesidad de educar al pueblo en la práctica “democráti-
ca”, misma que estaba principalmente asociada al ejercicio
del sufragio. Evidencia de esta vocación, a lo largo de las
décadas anteriores encontramos diversas acciones, desde la
elaboración de impresos hasta la formación de organizacio-
nes, cuya finalidad era alentar el voto, combatir el absten-
cionismo, “agitar” el interés público, en síntesis: lograr la
30
No está de más subrayar que no estamos utilizando el concepto ple-
biscito en su sentido moderno, que lo define como la “consulta [en
la cual] los poderes públicos someten al voto popular [la] aprobación
o rechazo [de] una determinada propuesta sobre una cuestión políti-
ca”. Lo usamos en el sentido dado en esta coyuntura, esto es, la ini-
ciativa y puesta en práctica de una consulta orquestada por un grupo
de ciudadanos que, por más que estuvieran íntimamente ligados al
régimen, no eran miembros de los poderes públicos —y si lo eran no
convocaban desde su investidura gubernamental sino en calidad de
ciudadanos—. Diccionario de la Lengua Española.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 499
por todo un pueblo a pluralidad de votos”31 apareció en un
diccionario en 1895, como la segunda acepción. No resulta
extraño entonces que quienes organizaron la Convención
Nacional no lo aplicaran para una actividad que involucra-
ba a todos los sectores de la población entre quienes podía
resultar desconocido, o al menos poco común, el término y,
por tanto, generar desconfianza. Esto no impide que noso-
tros, al igual que otros miembros de la prensa, podamos en-
tender ese ejercicio en el sentido de la definición de época y
observar cómo, antes que el uso generalizado del concepto,
de su inclusión regular en el vocabulario político del mo-
mento, se empezó a aplicar en la práctica.
Así encontramos, por ejemplo, que en un artículo de La
Semana Mercantil reproducido en las propias páginas del pe-
riódico de La Convención Nacional sus redactores apuntaban:
31
Zerolo, Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, vol. ii.
32
Tomado de La Semana Mercantil, 9 de octubre de 1899 y reproducido
en La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899. El énfasis es nues-
tro.
33
El Continente Americano, 12 de octubre de 1899. El destacado es nuestro.
34
Esto es, era utilizado en igual sentido que para el caso francés, como
expresión de la voluntad del pueblo. La Voz de México, 19 de diciem-
bre de 1874. El concepto se empezó a generalizar sólo hacia finales
del siglo, como puede observarse siguiendo lo publicado en los pe-
riódicos. Aún entonces el vocablo era utilizado la mayor parte de las
veces con relación a cuestiones internacionales; y antes de eso su uso
estaba principalmente vinculado a la Iglesia.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 501
Las elecciones indirectas eran aquellas en las que había
intermediación entre la base votante y la decisión final res-
pecto a los cargos elegidos; esto es, existía un grupo deno-
minado electores que era en quienes recaía tal facultad. El nivel
de intermediación podía variar, y de hecho varió, a lo largo de
la primera mitad del siglo, en tanto en la segunda mitad, de la
cual nos ocupamos aquí, los comicios federales se realiza-
ban mediante elecciones indirectas simples o en un grado,
lo que suponía sólo un nivel de intermediación. Las votacio-
nes directas, en cambio, y como su nombre lo indica, eran
aquellas en la que el ciudadano elegía a la autoridad que lo
representaría o gobernaría. Conviene apuntar también que
en el México decimonónico se elegía a los miembros de los
tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Así, en el ámbi-
to federal, se votaba al presidente y vicepresidente ―cuando
estuvo vigente el cargo―, a los diputados y senadores ―ex-
cepto en la etapa en que rigió el sistema unicameral, esto es
entre 1857 y 1874― y a los magistrados.
Las votaciones directas no constituían una novedad en el
país, las mismas se aplicaban en algunas elecciones munici-
pales y estatales, pero no fueron aceptadas para ejercerse en
las de carácter nacional.35 Varias fueron las razones esgrimi-
das para la negativa, la principal: la incapacidad del grueso
de la ciudadanía para tomar decisiones correctas e informa-
das. En efecto, y como hemos anotado en otro trabajo sobre
el tema, mientras unos consideraban imprescindible que los
ciudadanos pudieran expresar directamente su elección me-
diante el voto, otros vieron en ello un problema, un riesgo y
un peligro. Problema, porque estimaban que los ciudadanos
35
En varios estados se instrumentaron procesos locales basados en la
votación directa, algunos de esos casos pueden verse en los trabajos
de Mariana Terán para Zacatecas, Carlos Armando Preciado para
Guanajuato, Ivett García para Campeche, y Francisco Javier Delgado
para Aguascalientes, incluidos en este libro.
36
Gantús, “De votantes y electores: dinámicas electorales en el partido
de Campeche (1890-1900)”, p. 189.
37
El movimiento antirreeleccionista de 1892 no buscó participar en la
contienda postulando un candidato que se enfrentara a Díaz, pero sí
se dio a la tarea de expresar su descontento y rechazo a la opción de
la reelección. Quizá pillados un poco de sorpresa, enfrentados a una
situación inédita por sus formas de expresión, la respuesta de las au-
toridades en esa ocasión estuvo marcada por la incapacidad política
y la violencia policial. Pero la represión y la violencia no bastaban
para contener a esa sociedad política disconforme que crecía cuatrie-
nio con cuatrienio, ni podían ser el instrumento de que se valiera un
gobierno que pretendía presentarse ante el mundo como moderno y
progresista.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 503
La clase política sabía que no podía prescindir del ele-
mento social pues las propias condiciones de un sistema
basado en la representación y el sufragio popular exigía la
participación de la ciudadanía y de la población, por ello
fomentarla era una tarea principal. En este contexto, e in-
tentado responder algunas de las interrogantes planteadas
antes, es posible suponer que la realización de este ejercicio
de votación directa fue la respuesta del gobierno, escudado
en una organización supuestamente de carácter indepen-
diente, ante el reclamo de nuevos espacios de participación
ciudadana en la vida política, la cual quizá esperaban que
funcionara como una especie de paliativo que detuviera el
avance de las demandas de inclusión y ampliación. En la
misma línea de reflexión, es posible también considerar que
su instrumentación fue un recurso para tratar de evaluar
la posibilidad de otorgar el voto directo a los ciudadanos.
Una tercera explicación factible es la de considerar que este
experimento fue una especie de dique de contención contra
el voto directo que ganaba espacios en las elecciones locales
de los estados, y una forma de fijar posición en lo que toca a
las discusiones habidas sobre el tema, de tal suerte que éste
se concedió en la consulta pero se continuó manteniendo el
voto indirecto en la decisión final, en el entendido de que
traslucía el mismo resultado.38 Ahora bien, habiendo sido los
resultados favorables al gobierno, cabe cuestionarse enton-
ces, ¿por qué no prosperó el voto directo —en posteriores
elecciones realizadas durante el régimen encabezado por
Díaz, porque en esa quizá ya no resultaba posible dado que
había que reformar la Constitución y la ley orgánica—, el
cual se aprobaría varios años más tarde, para las elecciones
38
Especialmente en la prensa se alzaban algunas voces a favor y otras
en contra del voto directo. A manera de ejemplo: El Correo de Chi-
huahua, 14 de febrero de 1899. La Voz de México, 11 de octubre de 1899.
39
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 505
su conjunto, ambas “expresiones” ungirían “doblemente” al
General Díaz, lo cierto es que la misma insistencia en negar
su valor en términos de la institucionalidad parece traslucir
las auténticas intenciones.40
40
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899. Énfasis en el original.
41
En el seno del constituyente, a favor de las elecciones directas se
manifestaron, principalmente, Ignacio Ramírez y Francisco Zarco.
Zarco, Historia del Congreso Extraordinario Constituyente de 1856 y
1857, t. ii, pp. 168, 326-331, 343-350, 451-459, 480-482, 591-594, 658-
661, 774-777 y 790.
42
Constitución Política de la República Mexicana de 1857, en Dublán y
Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones
legislativas expedidas desde la independencia de la República, t. viii, pp.
384-399.
43
Sobre la forma de gobierno y el proceso de elección que determina-
ron los estados de la República en 1824 véase Castellano, Formas de
gobierno y sistemas electorales en México (1812-1940), pp. 155-187. Pero
el trabajo más completo sobre el tema son los cuadros que, con base
en las leyes electorales estatales, elaboró Israel Arroyo, los cuales per-
miten observar que en las décadas de 1820 y 1830 imperaron meca-
nismos de elección indirecta. Entre 1857 y 1871 en algunos estados
convivieron formas mixtas, esto es la combinación de indirectas en
las nacionales y directas para ayuntamientos y/o gobierno estatal,
con diversas variantes. Arroyo, La arquitectura del Estado mexicano:
formas de gobierno, representación política y ciudadanía, 1821-1857, pp.
622-629, 653-663 y 665-677.
44
Ramírez y Zarco, especialmente en sus intervenciones en el constitu-
yente. Mora, “Sobre las elecciones directas”, pp. 363-375.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 507
ternativas de participación a otros actores en las dinámicas
de las competencias y decisiones políticas, y una estrategia
desplegada en tal sentido, consideramos, fue la auscultación
celebrada al iniciar 1900.
La auscultación de la voluntad ciudadana o “popular”
para elegir al candidato fue una práctica que se fomentó y
desarrolló en algunas coyunturas electorales previas a la de
1900, pero se hizo mediante un sistema de votación indi-
recta y a través de la reunión de sus representantes, organi-
zados en clubes políticos, como veremos más adelante. En
parecido sentido, el de conocer la voluntad ciudadana, pero
con una finalidad diferente, el ejercicio de la consulta se usó
―o se pretendió usar― también como el referente legitima-
dor de las acciones y decisiones de gobierno, en al menos
dos ocasiones: 1854 y 1867. En efecto, el primer plebiscito
lo convocó el presidente Antonio López de Santa Anna en
1854, con la finalidad de que la ciudadanía expresara su ave-
nencia con la continuidad del mandatario en el cargo que,
con carácter vitalicio, detentaba o eligiera, en su defecto, un
nuevo presidente.45 Pero en esa ocasión convivió una forma
mixta de votación ―directa e indirecta― pues la consulta
se hizo tanto a individuos como a corporaciones y cuerpos
militares a través de Juntas populares; en el caso de éstas
un representante sería el encargado de expresar el número
de sus integrantes y el sentido del voto de todos ellos. En el
caso de los ciudadanos decidirían de forma individual, pero
no mediante boletas escritas sino que el voto se registraba en
45
Convocatoria para la realización de “Juntas populares” y Prevencio-
nes para la instalación de las Juntas Populares, en García Orozco, Legisla-
ción electoral, 1812-1977, pp. 136-141. Sobre el tema véase también el
análisis de Arroyo, “Gobiernos divididos: Juárez y la representación
política”, pp. 124-125.
46
En un cuaderno se registraba el voto “por la afirmativa” y en el otro
por “la negativa” respecto de la continuidad del presidente. Preven-
ciones…, en García Orozco, Legislación…, pp. 139-141.
47
Entre ambas consultas, la de Santa Anna y la de Juárez, en 1863 tuvo
lugar la manifestación de adhesión a la intervención y el imperio ex-
presada por una parte de la sociedad a través de “actas” y “protes-
tas” emitidas en ese sentido. Esos documentos fueron la respuesta a
la condición que estableció Maximiliano de Habsburgo para aceptar
el ofrecimiento de gobernar a México; el que varios estados se pro-
nunciaran a favor de la iniciativa según una nota reproducida en El
Pájaro Verde, 19 de noviembre de 1863. Algunos actores e historiado-
res, del momento o posteriores a él, se han referido a este proceso
como “referéndum” o “plebiscito” o hablaron de la “manifestación
de la voluntad” o del “voto de la gran mayoría” ―provocando gran
confusión al respecto. Por ejemplo, Zamacois cita una información
aparecida en El Cronista de México, el 19 de diciembre de 1863, que
supuestamente reproducía una carta de Maximiliano, en la que, en-
tre otras cosas, se apuntaba: “[...] puesto en actitud a los pueblos para
que libremente manifiesten su voluntad; y sí, como se me anuncia, el
voto de la gran mayoría de la nación se secunda el nuevo imperio, se
habrá llenado una de las condiciones que yo puse”, Zamacois, His-
toria de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, t. xvi,
p. 929. Consideramos que esas expresiones de adhesión, si bien pro-
ceden de la sociedad, no pueden ser entendidas en el sentido pleno
de una consulta ciudadana. Y también, hay que resaltar que, aunque
pudiera ser considerada como tal, como una consulta, el mecanismo
de tal expresión no fue el de la votación, que es el que en este trabajo
interesa. Muchas de las actas de adhesión aparecieron publicadas, o
se dieron noticias de ellas, en 1863 y 1864 en el periódico La Sociedad,
octubre a diciembre de 1863 y enero a marzo de 1864. Sobre las actas,
su sentido e importancia para repensar algunas posiciones historio-
gráficas véase Becerril, “Una vez triunfantes”. También agradezco a
Carlos Becerril el diálogo sobre el supuesto referéndum/plebiscito,
que me permitió constatar que el mismo no existió, esto es, que cuan-
do ciertos autores aluden a él, en realidad se están refiriendo a las
manifestaciones de adhesión.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 509
El gobierno encabezado por Benito Juárez, en el marco de
las elecciones federales para elegir a diversos representan-
tes, entre ellos al presidente, emitió el 14 de agosto de 1867
una convocatoria en la que también llamaba a la ciudadanía
a “expresar su voluntad” respecto de autorizar al Congreso
de la Unión para efectuar reformas constitucionales “sin ne-
cesidad de observar los requisitos establecidos en el art. 127”
de la propia Constitución. Entre las varias reformas pro-
puestas estaban la formación del senado y otorgar facultad
de veto suspensivo al ejecutivo federal, se trató pues de un
referéndum, en la medida en que la consulta estaba ligada a
cuestiones de carácter legal.48 En esta ocasión, en la misma
boleta en la que el ciudadano nombraría al elector que lo
representaría, emitiría su voto directo a favor o en contra de
las reformas constitucionales. Como es posible observar la
consulta se fundó en el voto directo pero la misma no tenía
pretensiones electorales en sí, sino de autorización de proce-
dimientos administrativos y fines constitucionales.49
En lo que toca a la materia de consultas ciudadanas con
fines electorales un momento importante lo constituye la co-
yuntura de 1892, durante la cual el Club Político Morelos,
en la capital del país, y el Comité Central Porfirista, desde
la misma capital pero con proyección nacional, se dieron a la
tarea de organizar y movilizar el voto.50 El primero de ellos
48
ahcdmx, Elecciones de Diputados al Congreso General, vol. 874, exp.
27, año 1867; Convocatoria para la Elección de los Supremos Poderes y Circu-
lar de la Ley Convocatoria, en García Orozco, Legislación…, pp. 172-188.
49
Esa convocatoria despertó una gran polémica en su momento y pola-
rizó fuertemente a la clase política y a la población. Sobre esta consul-
ta véanse, entre otros autores que tratan el tema, Arroyo, “Gobiernos
divididos…”, pp. 121-134, y Cosío Villegas, Historia moderna de Méxi-
co. La República restaurada. Vida política, t. i, pp. 141-172.
50
El estudio más completo sobre este Club y su participación en esa
coyuntura es el de Salmerón, “Prensa periódica y organización del
voto. El Club Político Morelos, 1982”, pp. 159-190.
51
Se señalaba que dicha Convención proclamaría a su candidato el 5
de febrero y estaría integrada por 160 delegados, aunque esa cifra se
modificó por la de 240. La Vanguardia, 28 de enero de 1892.
52
De los resultados de esta elección que, por supuesto, favorecieron a
Díaz, parece burlarse Cosío Villegas ―poseedor de una fina morda-
cidad― cuando apunta que “asistieron 23 delegados, quienes muy
formalmente llenan sus papeletas con el resultado elocuente de que
Porfirio saca 201 votos, y sus dos más próximos rivales, Manuel Ro-
mero Rubio y Manuel González, 9, y uno solo Vallarta, Joaquín Ba-
randa, Ignacio Mariscal y el conocido conservador Manuel Díaz de
la Vega”. Sin embargo, lo que parecía constituir una especie de cari-
catura historiográfica —y no dudamos que muchas veces esa inten-
ción tenía el autor—, se desdibuja al observar con cuidado, pues en
realidad se trata de un error tipográfico, esto es, se omitió el número
1: donde dice “23”, debió decir 231. Cosío Villegas, Historia moderna
de México. El porfiriato. Vida política interior, segunda parte, t. x, p. 599.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 511
alcances reunieron esfuerzos en una Junta que se instaló el
5 de abril― se organizó en ese año de 1892 con el objetivo
principal de efectuar una elección de candidatos a la presi-
dencia, en la que, en principio, participarían delegados de
todos los estados; pero de nuevo se trató de una votación
indirecta.53 La elección fue realizada el 18 de abril en una
sesión efectuada en el recinto de la Cámara de diputados,
mediante el voto de los representantes de los estados, los
cuales, según un impreso de la época, sumaban 76.54 Como
antecedente de la consulta ciudadana convocada en 1899-
1900 encontramos la estrategia desarrollada en la elección
presidencial anterior, la de 1896, cuando el Círculo Nacional
Porfirista, se dio a la tarea de “obtener el mayor número de
firmas de los ciudadanos de todo el país, que deseen la elec-
ción del Sr. Gral. Díaz”.55
Todos estos ejercicios de consulta ciudadana son sig-
nos de una sociedad política viva y en transformación, en
constante ampliación, y de una clase política que buscaba
diversificar y afinar los mecanismos de participación de los
53
En cada estado se realizarían votaciones para elegir a los delegados
que se reunirían en la gran Convención en la capital del país. Cabe
precisar que en las votaciones participaban los miembros de los clu-
bes, no la ciudadanía.
54
El Siglo Diez y Nueve, 7 de abril de 1892. Sin embargo, vale la pena
apuntar que no todos los estados estuvieron representados, pues en
lo que toca a Querétaro, un impreso se quejaba del “proceder” de
la Convención Nacional que rechazó las credenciales de sus delega-
dos por lo que consideraron un “sencillo error de forma”. La Sombra
de Arteaga, 23 de abril de 1892. Aunque los nombres de los delega-
dos queretanos sí aparecen en una lista que publicó La Patria, en un
número posterior señalaría que fueron desechadas las credenciales
de los de Querétaro y Morelos, y que dejaron pendiente de revisión
las correspondientes a Tamaulipas. La Patria, 7 y 21 de abril de 1892.
Quizá estos rechazos sugieren las pequeñas fracturas al interior del
Partido Liberal.
55
La Convención Radical, 22 de marzo de 1896.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 513
ran mediante su voto, otros.56 Muchas veces, unos y otros,
los que estaban a favor tanto como los que estaban en contra
del gobierno, los que expresaban su confianza tanto como
los que expresaban su desconfianza en la veracidad de los
resultados de las elecciones, se daban por igual a la tarea de
llamar a la ciudadanía para que acudiera a votar; con la pre-
tensión de reafirmar la necesidad de continuidad de Díaz,
los primeros, y con la intención de evidenciar el hartazgo
ante el reeleccionismo, los segundos. En ocasiones, los últi-
mos, lo que procuraban era desalentar la emisión del voto,
fomentar el abstencionismo como estrategia que obraba en
igual sentido, esto es, para mostrar la poca credibilidad en
la institución electoral y el repudio generalizado al gobierno
encabezado por Díaz.
Pero además de la prensa, también las asociaciones, so-
ciedades y clubes electorales emprendían la labor de pro-
mocionar la participación ciudadana y el ejercicio del voto;
la mayoría de esas organizaciones tenían sólo un carácter
local, pero las había, aunque pocas, que perseguían abar-
car todo el territorio nacional. Ejemplo de una organización
de este último tipo en 1884 se creó la Sociedad Propagadora
del Sufragio Popular cuyo objetivo principal era combatir el
abstencionismo y fomentar la asistencia de los ciudadanos
a las urnas, aunque también declaró abiertamente que su
56
No entraremos en la discusión sobre el concepto democracia, que es
muy amplia y compleja, tanto en lo general como en el caso concreto
del México decimonónico; tampoco pretendemos decir que en la Re-
pública mexicana se vivía en tal sistema. Sólo apuntamos que una de
las aristas de la democracia, para algunos actores de la época, la cons-
tituía el ejercicio del sufragio y de la votación ciudadana —siempre
que fuera libre en su emisión y respetada en sus resultados—, pues
entendían el acto comicial como uno de los pilares fundantes de la
democracia a la que se aspiraba, esto es, el gobierno representativo.
Sobre el concepto y su evolución en el caso mexicano decimonónico
véase Cárdenas, “La escurridiza Democracia mexicana”, pp. 73-91.
57
Sobre el tema Gantús, “Mecanismos de participación político-elec-
toral: la Sociedad Propagadora del Sufragio Popular. México, 1884”,
pp. 131-161.
58
Gantús, “Prensa y política: Debates periodísticos en torno a la elec-
ción federal de 1884”, pp. 136-142.
59
“A la prensa. [...] esperando que se servirá prestarle su valioso apoyo
moral [a las gestiones de la Convención Nacional] que contribuirá
sin duda alguna, a que respondan los habitantes de la República a la
excitativa que va a dirigírseles”. La Convención Nacional, 20 de octu-
bre de 1899.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 515
Otra coyuntura interesante la constituye 1896, momento
en que cobró relevancia la labor de promoción del voto debi-
do a la actividad abanderada en buena medida por la prensa
y por la creación de un gran número de clubes en todo el
país. Pero lo que hizo especial a esta elección en particular
fue el papel que desempeñó el Grupo Reformista y Consti-
tucional que entre sus motivaciones y objetivos tenía el de
fomentar la participación ciudadana en los comicios.60 Ese
Grupo, que se había formado a mediados del año anterior
en la capital del país y que tuvo adherentes y repercusiones
en varios estados de la República, estaba conformado prin-
cipalmente por representantes de la prensa que se unieron
con la intención de hacer frente al avance de la Iglesia cató-
lica en el espacio público y, como su nombre lo indica, para
hacer respetar los preceptos constitucionales, pero también
fue uno de sus más importantes objetivos alentar el voto
ciudadano.61 Así en el punto sexto de los acuerdos tomados
en asamblea extraordinaria a principios de abril de 1896 se
anotaba que se debía “combatir el indiferentismo actual de
60
El Grupo Reformista y Constitucional y sus integrantes tuvieron
fuertes detractores dentro del mismo universo de la prensa, especial-
mente en la ligada al catolicismo, como es el caso de La Voz de México,
pero ello obedecía a razones de credo religioso que no político; en
este último aspecto, el diario era un serio crítico de Díaz y su régimen
de gobierno. Sirva de ejemplo, entre otras muchas de las expresiones
en contra: “Siempre nos han parecido los miembros del ‘Gran Grupo
Reformista y Constitucional’ tristes parodias de ese pobre loco [el
que creía que sostenía al mundo]”. La Voz de México, 29 de noviembre
de 1896. Sobre la promoción del voto de este grupo y de esta elección
en particular véase Ponce, “En busca de unos comicios bien consen-
suados. Clubes y movimientos en torno a la elección presidencial de
1896”, pp. 207-234.
61
Ponce, “En busca…”, p. 210. El estudio más completo sobre el Grupo
Reformista y Constitucional es el realizado por Cortés, “El Grupo Re-
formista y Constitucional de 1895-1896: una organización de la prensa
liberal-radical frente al régimen porfirista”.
62
Diario del Hogar, 9 de abril de 1896.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 517
crática”.63 En contraparte, alguien menos convencido, o más
escéptico, señalaba:
63
El Amigo de la Verdad, 5 de noviembre de 1899.
64
El Amigo de la Verdad, 5 de noviembre de 1899. El énfasis es nuestro.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 519
por la Convención Nacional fue un tema presente en esos
meses en las páginas de los periódicos. Además de los asun-
tos sobre la democracia, del carácter genuino o chabacano
de la organización y del nivel de participación ciudadana,
otro aspecto que se criticó fue el de las pretensiones, el de los
“verdaderos” motivos que impulsaban a los miembros de
esa organización. Así, como de pasada, pero con clara mor-
dacidad, en un impreso se apuntaba que, entre otras máqui-
nas inventadas en México, se contaba con la “Máquina, de la
empresa anónima Convención Nacional, que meten candi-
daturas presidenciales y sacan raja los convencionales”.68 En
efecto, el contribuir con la “propaganda” a favor del gobier-
no en el contexto electoral constituía, en opinión de algunos,
una estrategia para hacer méritos, pues esos “servicios” se
utilizaban por diversos actores políticos con la finalidad de
“ganar prestigio” para poder, eventualmente, “reclamar el
precio de esos servicios”. Esto es, quienes se daban a tales
tareas, según esas opiniones en contrario, lo hacían “consi-
guiendo ganar terreno y adueñarse de la situación y de un
gobernante [...] para lograr sus acariciados proyectos”.69
Los ataques, de un lado, y los apoyos, de otro, por par-
te de los impresos dan cuenta de la repercusión del suceso.
Conscientes de la importancia que la prensa tenía para la
promoción de sus actividades, para el buen éxito de la em-
presa, el 20 de octubre de 1899 inició la publicación de su
órgano de prensa llamado La Convención Nacional, del cual
era redactor José Casarín y secretario de redacción Juan de
la Torre, “encaminado a trabajos electorales”, como diría su
colega La Voz de México.70 Es cierto que no era ninguna no-
vedad que los clubes, asociaciones y otras figuras de orga-
68
El Chisme, 9 de octubre de 1899.
69
El Continente Americano, 20 de diciembre de 1899.
70
La Voz de México, 26 de octubre de 1899.
71
Salmerón, “Prensa periódica…”, p. 159.
72
“Tenemos á la vista el número 2 de esta nueva publicación ‘Órgano
de la Convención Nacional de 1900 y del movimiento electoral del
mismo Estado’, la cual se reparte gratis”. El Contemporáneo, 12 de di-
ciembre de 1899.
73
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 521
bió exigir una capacidad de movilización singular. De los
trabajos de organización en los estados, y de los vínculos
con autoridades gubernamentales, dan una idea unas líneas
escritas por Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, al
secretario de hacienda José Yves Limantour: “La Convención
Nacional tiene en este Estado establecidas sus sucursales, y
los trabajos de éstas están bien encaminados a formalizar la
candidatura del Sr. Presidente para el próximo cuatrienio. El
éxito como Ud. debe suponer es indudable”.74 Esto es, como
ya apuntábamos en un apartado anterior, en unos pocos me-
ses los convencionistas crearon la organización en la capital
y lograron su ramificación por todo el país, contando para
ello con el importante apoyo de las organizaciones locales.
Si bien no eran oficiales, de cualquier modo se trató de
la realización de elecciones nacionales, y ello requirió poner
en funcionamiento una gran maquinaria. Esto es, hubo que
convocar a las elecciones, a la “consulta”, ello sin duda; se
tuvieron que imprimir boletas e instalar casillas —lo que
exigía la presencia de entre un par y varias personas en cada
mesa—; hacer recuento de votos y levantar las actas, etc., y
ello en todo, o buena parte, del país (los estados y algunas de
sus poblaciones reportados se enlistan en el anexo 4); quizá
también se haya tenido que decidir la geografía comicial.75.
La concreción de la auscultación evidencia, sin duda, la cer-
canía de la Convención Nacional con las autoridades, pues
la puesta en marcha de un mecanismo tan complejo como lo
era una votación nacional así lo sugiere.
74
cehm, Fondo jyl, cdliv. 1a. 1883. 44. 11443. Carta de Bernardo Reyes
a José Y. Limantour, 4 de diciembre de 1899.
75
No sabemos si la consulta se hizo de manera abierta, recibiendo el
voto de quienes se acercaron a las mesas o si se utilizaron padrones
para ello; si fuera lo último, suponemos que recurrieron a los existen-
tes en los ayuntamientos.
76
Constitución…, en Dublán y Lozano, Legislación…, t. viii.
77
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
78
El Correo Español, 8 de febrero de 1900; La Patria, 7 de febrero de 1900.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 523
esas organizaciones con carácter nacional en el recinto legis-
lativo no era extraordinaria: acudían a informar de los resul-
tados obtenidos. Aunque no hay estudios sobre esta práctica
que puedan orientar una interpretación, consideramos que,
es posible aventurar, la misma tenía en su base la pretensión
de comunicar a los representantes de la nación —de la ciu-
dadanía que los había elegido—, las manifestaciones de la
opinión, de la voluntad de la misma, recogida por esas orga-
nizaciones. De acuerdo con los datos consignados, se emitie-
ron alrededor de un millón y medio de votos de los cuales
“poco más de 2 000” fueron para “otros candidatos”, en tanto
todos los demás favorecieron a Porfirio Díaz (anexos 4 y 5).79
Según los resultados del plebiscito participaron en el
mismo casi todos los estados y territorios federales, con ex-
cepción de Chihuahua, del cual no se reportaron cifras de
votación.80 Esto supone que de los 31 estados y territorios la
elección se realizó en 30. Ahora bien, lo que no queda muy
claro es que realmente la votación se haya celebrado en todas
las poblaciones de cada estado, lo que es poco probable aun-
que las cifras lo sugieran; lo más factible, nos parece, es que
en los hechos sólo se efectuaron en algunos lugares, prin-
cipalmente las capitales de los mismos.81 También resulta
interesante observar los números arrojados por la votación.
Se consignó que los votos depositados a favor de Díaz suma-
ron 1 456 482, a los que hay que agregar los 2 000 otorgados
a otros candidatos, lo que arroja una cifra total de 1 458 365
79
El Correo Español, 8 de febrero de 1900. No se reportaron los nombres
de los demás candidatos que recibieron votos.
80
Desconocemos las razones por las que no se efectuaron las votaciones
en ese estado o por las que no se dieron a conocer los resultados.
81
Quizá en casos como el de Nuevo León, que contaba con una organiza-
ción bien definida y amplia, previa al establecimiento de la Convención
Nacional, y en la que esta parece haberse apoyado, se haya logrado rea-
lizar la consulta en todo el territorio.
82
Gantús, “De votantes…”, p. 160.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 525
Consideraciones finales
83
El Imparcial, 2 de enero de 1900.
84
El Imparcial, 2 de enero de 1900. El Correo Español, 3 de enero de 1900.
La expresión “cinco músicas” alude a las bandas de tal género que
acompañaban a esos festejos.
85
La Convención Nacional, 20 de octubre de 1899.
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 527
cusión pública y constatar la polarización que provocaban
entre los actores que tomaban parte en la dinámica política.
Nuestro interés fundamental a lo largo de estas páginas
era observar la instrumentación del recurso de la votación
directa que en el nivel experimental desarrolló esta Con-
vención y penetrar en la complejidad organizativa que tal
empresa requirió y en las estrategias implementadas para
promover la participación en el proceso y en la votación.
Como hemos procurado mostrar, esta consulta constituyó
un ejercicio para formar a la ciudadanía en la práctica de la
votación directa, a la vez que fue un experimento para po-
ner a prueba su instrumentación en las elecciones de carác-
ter nacional; esto es, constituyó un mecanismo para evaluar
las posibilidades de instituir el sufragio directo en México
aunque, no deja de estar latente la probabilidad de que fue-
ra un recurso para distraer la atención de las demandas de
ampliación e inclusión de parte de la sociedad política en la
vida electoral.
A nexos
Junta central
(ciudad de México)
Juntas locales
(capitales de los estados)
Juntas menores
(cabeceras municipales)
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 529
A N E X O 3 . D E L E G A D O S PA R A I N S TA L A R L A S J U N TA S
D E L A S M U N I C I PA L I D A D E S D E L D I S T R I T O F E D E R A L
Municipalidad Delegados
A N E X O 4 . R E S U LTA D O S D E L A A U S C U LTA C I Ó N
A FAV O R D E P O R F I R I O D Í A Z
El Correo La
Estados Poblaciones
Español Patria
Aguascalientes 18 000 18 000
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 531
ANEXO 5.
R E S U LTA D O S D E L A A U S C U LTA C I Ó N
P O R C A N D I D AT O
Votos depositados
1 456 482
(a favor de Porfirio Díaz), según cifra oficial
ANEXO 6.
P O R C E N TA J E S D E V O TA C I Ó N
10.8 %
1 458 482 Total de población 13 607 259
Hombres a partir
3 213 888 45.6 %
de los 21 años
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 533
ANEXO 8. IMAGEN 1
Archivos
Hemerografía
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 535
Bibliografía
¿E NS AYA R O E NS E ÑA R L A V O TA C I Ó N D I R E C TA ? 537
Salmerón, Alicia, “Las elecciones federales de 1904 y los lími-
tes de un régimen electoral”, en José Antonio Aguilar Rive-
ra (coord.), Las elecciones y el gobierno representativo en México
(1810-1910), México, fce/Conaculta/ife, 2010, pp. 308-352.
, “Prensa periódica y organización del voto. El Club Po-
lítico Morelos, 1982”, en Fausta Gantús y Alicia Salmerón
(coords.), Prensa y elecciones. Formas de hacer política en el Mé-
xico del siglo xix, México, Instituto Mora/ife, 2014, pp. 159-190.
Zamacois, Niceto de, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remo-
tos hasta nuestros días, Barcelona, México, J. F. Parres y Comp.
Editores, 1880, t. xvi.
Zarco, Francisco, Historia del Congreso Extraordinario Constituyente
de 1856 y 1857, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, t. ii.
Zerolo, Elías, Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, París,
Garnier Hermanos, 1895, 2 vols.
CAPÍTULO XI
[ 541 ]
En julio de 1908 Cañedo ganó la que habría de ser su últi-
ma elección, la cual le facultó para gobernar durante el perio-
do que debía comenzar en septiembre de aquel mismo año y
terminar hasta 1912. Aquel año electoral el estado enfrentaba
problemas agrícolas debido a la inundación de cosechas como
consecuencia de la gran cantidad de lluvias; mineros, por la
baja progresiva del precio de la plata; así como conflictos de
tierra propiciados por la formación de grandes latifundios
alrededor de la producción azucarera que se había desarro-
llado sobre todo durante la última década; aun así, la reelec-
ción de Cañedo no fue particularmente problemática.4 Y es
que de manera paralela a los conflictos y obstáculos que había
provocado o que había enfrentado en Sinaloa, también había
sido capaz de producir beneficios estimables para las elites de
la región, una de cuyas estrategias de enriquecimiento había
consistido en la diversificación de sus actividades.5
En realidad, era en el sector de pequeños comerciantes y
profesionistas que se había desarrollado a lo largo del estado
(pero que tenía en el puerto Mazatlán su principal asiento),
donde era posible encontrar en mayor medida individuos
politizados y con capacidad de organización que no veían
con malos ojos un cambio de timón en el gobierno, que fuera
más incluyente con ellos y sus intereses. En las elecciones de
1908 hubo un tímido intento de organización de estos gru-
pos, a los cuales se acusó de hacer propaganda reyista y, por
lo tanto, no sólo de abogar por intereses externos al estado
sino también de contribuir a la polarización de la vida polí-
tica nacional.6
4
Martínez y Verdugo, “Revolución, contrarrevolución y reforma”, pp.
159-164.
5
Busto, “El espacio del Pacífico mexicano: Puertos, rutas, navegación
y redes comerciales, 1848-1927”.
6
La llamaron la campaña del clavel rojo. Olea, “La última campaña
reeleccionista”, pp. 267-268.
7
“Gacetilla de los estados. Sinaloa”, El Tiempo, 30 de abril de 1908, p.
1. Una línea editorial semejante siguieron otros periódicos de muy
distinto signo político. Véase “El Sr. General Francisco Cañedo. Su
reelección para el nuevo periodo en Sinaloa”, La Patria, 12 de mayo
de 1908, p. 1; “Reelección del Gral. Cañedo. Satisfacción en el Esta-
do”, El Imparcial, 9 de julio de 1908, p. 4; “Reelección del Señor don
Francisco Cañedo”, El Mundo Ilustrado, 19 de julio de 1908.
8
El texto se reproduce en “El Sr. General Francisco Cañedo. Su re-
elección para el nuevo periodo en Sinaloa”, La Patria, 12 de mayo
de 1908, p. 1. Para entonces, El Correo de la Tarde ya pertenecía a la
sociedad de José Valadés y Andrés Avendaño, y Frías era su director;
es decir, ya estaba en manos personajes muy cercanos a Ferrel.
11
J. G. A., “Historia del ferrelismo. Aventura política. Traicionaron a
aquellos con quienes comprometiéronse a lanzar la candidatura
roja”, El Imparcial, 30 de julio de 1909; El corresponsal, “El movimien-
to político en Sinaloa. La verdad desnuda”, El Imparcial, 5 de agosto
de 1909.
12
“El gobierno de Sinaloa”, El Tiempo, 10 de junio de 1909, p. 2.
13
“Elecciones en Sinaloa”, La Iberia, 13 de junio de 1909, p. 1; “Otra
candidatura para el gobierno de Sinaloa”, El Tiempo, 13 de junio de
1909, p. 2.
II
Es un hecho que Diego Redo era un hombre cercano a Li-
mantour y, por lo tanto, en la escena nacional era lejano si no
adversario de Bernardo Reyes. En realidad, Redo heredó la
estrecha relación con Limantour de Joaquín, su padre, quien
fuera uno de los más destacados comerciantes sinaloenses
y por varios años senador, hombre al que solía reconocer-
se como mancuerna del recientemente fenecido Cañedo. En
efecto, en la constante correspondencia que mantuvo con
Limantour, se cruzaron recomendaciones para allegados,
informes acerca de negocios en que ambos podían tener in-
terés o de sucesos de la vida política sinaloense. En ocasio-
nes, el empresario le pedía al ministro que velara por su hijo
―como si fuera su tío, llega a decir― cuando aquel se ha-
llaba en la ciudad de México. Como cabría esperar, era una
relación fincada en los negocios. No era raro que Joaquín
Redo ―como más tarde haría también su hijo― escribiera
a Limantour para solicitarle favores o apoyo desde su pri-
vilegiada posición para desarrollar con éxito negocios que
14
L. M. H., “Los primeros efectos del reyismo. Se prepara un escándalo
para el 18 de julio”, El Imparcial, 16 de julio de 1909.
15
Por poner solo un par de ejemplos: Desde Mazatlán, firmada en 1896,
Joaquín Redo participa a Limantour de su idea de comprar una fábrica
de ropa que funcionaba con energía eléctrica, cuya finalidad principal
sería que se le diera el contrato para vestir a las fuerzas armadas del
occidente. J. Redo a Limantour, Mazatlán, 2 de mayo de 1896, Centro
de Estudios de Historia de México-Carso (en adelante acehm), cdliv.
1a., 1883, 43, 11192; en una carta de 1899 el abogado de Diego Redo
pide de parte de éste a Limantour su opinión, antes de animarse a
hacer petición oficial, para construir un nuevo muelle que permita una
más eficiente carga y descarga de los barcos, y firmar contrato para
arrendarlo al gobierno. cehm, cdliv, 1a., 1883, 8, 2207.
16
De acuerdo con Rodolfo Reyes, Ramón Corral, hombre que además
de su relevancia nacional ejercía desde Sonora influencia en el norte
de Sinaloa, fue el principal garante de Redo para la elección de 1909.
Olea, “La última campaña...”, p. 270.
17
Anónimo al director de El Correo de la Tarde (Frías), Escuinapa, 26
junio 1909, ahuas, Fondo José Ferrel Félix, fs. 100-101.
18
“Otra candidatura para el gobierno de Sinaloa”, El Tiempo, 13 de junio
1909, p. 2.
19
Reyes a Díaz, octubre de 1891, cehm, Archivo Reyes, dli- i, 2, fs. 1218.
20
Olea, Breve historia de la revolución en Sinaloa (1910-1917), p. 14; Martínez
y Verdugo, “Revolución, contrarrevolución y reforma”, pp. 165-166.
21
La redacción, “Boletín del Diario del Hogar. Invitamos al pueblo sina-
loense a que abra los ojos”, El Diario del Hogar, 16 de julio de 1909. A
mediados de la década de 1890 tuvo lugar entre la prensa de la ca-
pital una desmesurada batalla que enfrentó a antiguos compañeros
y alió a viejos adversarios. Varios acusarían a Ferrel de convertirse
en uno de los principales motivos por los que Vicente García Torres
hijo decidió cerrar El Monitor Republicano, recuerdo que, según puede
apreciarse en la nota periodística aquí citada, seguía vivo para El Dia-
rio del Hogar. Sobre este tema véase, Ríos, La prensa como arena, 2015.
22
“Otra candidatura para el gobierno de Sinaloa”, El Tiempo, 13 de ju-
nio 1909, p. 2.
26
Ríos, “El periódico y la curul. La diputación frustrada de José Ferrel
(1896)”.
27
Saborit, “¿Águila o sol? El último capítulo”, pp. 414-415. No sólo El
último duelo, novela de Frías publicada en 1896, apareció con pie
de imprenta de la Revista Militar (cuando apenas tres años antes
su autor estuvo en riesgo de pena capital por escribir sobre una
campaña militar mientras era miembro del ejército). Por otro lado,
Antenor Sala le encomendó unos apuntes acerca de la vida de Félix
el chato Díaz, hermano del presidente, los cuales Frías reunió con
rapidez (pasaron también por el visto bueno de Ferrel). Ahí dice
Frías cosas del estilo: “Y, cumpliendo gustoso su indicación, con-
cordando mis ideas y mis sentimientos con los de Ud., después de
concienzuda labor, le envío en este pequeño cuaderno mis aprecia-
ciones y admiración por ese tipo fulgurante en los horizontes de la
historia patria.”acehc, dcxxi, 18, 1835.
28
Madero, Archivo de don Francisco I. Madero, Epistolario (1900-1910),
p. 357.
31
El Corresponsal, “El movimiento político en Sinaloa II. Un triunfo
por sorpresa”, El Imparcial, 7 agosto 1909, p. 1.
III
Algunos críticos de la campaña de José Ferrel señalaron que
el núcleo más duro de la campaña ferrelista estaba, más allá
del Club Democrático Sinaloense, en la redacción de El Co-
rreo de la Tarde. Es cierto. Este diario había sido traspasado en
1905 de la familia Retes ―que lo había fundado― a Andrés
Avendaño y José Valadés. La familia Valadés era ampliamen-
te conocida en el puerto por la labor periodística, comercial
y política que había llevado a cabo hacía décadas, por lo que
poseían una importante red de relaciones entre comercian-
tes más o menos exitosos y con la clase media dedicada a
actividades como el periodismo, la abogacía, la medicina,
32
“Por los estados. Crónica sinaloense”, La Patria, 2 de julio de 1909.
33
Tras una breve semblanza política del candidato, afirmaba El Diario
del Hogar: “No ha estado acertado el grupo sinaloense que lo postula
para gobernador de aquella entidad federativa.” “Sinaloa. La candi-
datura de Ferrel”, El Diario del Hogar, 22 de junio de 1909.
34
El Corresponsal, “El movimiento político en Sinaloa III. La labor de
El Correo de la Tarde”, El Imparcial, 8 de agosto de 1909.
35
Briones, La prensa en Sinaloa durante el redismo, 1877-1911, p. 103. In-
teresante que aquí la “modernidad” del diario esté signada justo
en sentido contrario a lo que comúnmente se ha dicho de la prensa
mexicana, que “llegó” a ella a través del Imparcial al abandonar o
reducir el comentario político a favor del noticierismo (entre otras
cosas de carácter más técnico y comercial).
36
Ríos, “Sociabilidad y política en Mazatlán. La campaña electoral del
ferrelismo en 1909”, pp. 19-41.
37
López, Rumbo a la democracia. 1909, la elección a gobernador de Sinaloa,
pp. 86-87.
38
Ferrel, “Mi última entrevista”, Archivo Particular Aline Pettersson,
s/f.
39
“Sinaloa. Carta de Culiacán”, El Tiempo, 24 de agosto, p. 1.
40
El manifiesto se reproduce en Beltrán, A las puertas de la gloria..., pp.
91-92.
41
Ibid., pp. 91-92.
42
El corresponsal, “El movimiento político en Sinaloa. La verdad des-
nuda”, El Imparcial, 5 de agosto de 1909. El texto fue enviado el 24
de julio al periódico. El análisis del aspecto social del ferrelismo, im-
portantísimo, es un aspecto que desborda este capítulo. Es necesario
señalar, sin embargo, que aun si nos ceñimos tan sólo a los remitentes
de la correspondencia que centralizó el Club Democrático Sinaloense
(es decir, gente alfabetizada), puede observarse un registro variado,
desde individuos que poseían un lenguaje muy estructurado y con
un fino conocimiento de personajes y circunstancias políticas (vo-
ces preponderantes en este trabajo que sigue a los organizadores y
agitadores), hasta otros que poseían una gramática difícil de seguir,
ortografía libre y figuraciones políticas y sociales acaso menos sofis-
ticadas pero más rotundas: “qué satisfactorio será decir es goberna-
dor don José Ferrel y don fulano me ultrajó en palabras y las leyes
46
Llegaban incluso cartas de funcionarios que aseguraban trabajar en
secreto por la causa ferrelista, y que por lo tanto pedían discreción.
Así por ejemplo, el administrador de correos del distrito de Sina-
loa que escribía a Valadés en Mazatlán para brindarle, en secreto,
información acerca de lo que sucedía en la localidad. [… cortado] a
Valadés y Cía., Sucs., Sinaloa, 22 de junio de 1909, ahuas, Fondo José
Ferrel, f. 85.
47
Por ejemplo, desde la ciudad de Sinaloa se recomendaba que se lle-
vara desde la capital “a un Jesús Urueta, Diódoro Batalla, personas
que con esa elocuencia al hablar en público se conquistarán bastantes
simpatías en favor de nuestro gran Ferrel.” [… cortado] a Valadés y
Cía., Sucs., Sinaloa, 22 de junio de 1909, ahuas, Fondo José Ferrel,
f. 85. En el mismo sentido, Roberto Navarro pedía a Rentería que
procurara publicar en El Correo de la Tarde las actividades que habían
llevado a cabo en Ahome y que le refería en la carta, pero no con
sus palabras sino con las del mismo Rentería, “en términos que Ud.
o para Ud. sean enteramente fáciles y será como se puedan aprecia
nuestros trabajos y hará ver que en este pueblo hay las suficientes
energías […]” R. Navarro a Rentería, Ahome, 20 de junio de 1909,
ahuas, Fondo José Ferrel, fs. 55-58.
48
González, Epistolario..., pp. 399-400.
49
Ignoro si se arrepintió de su actuación durante las elecciones de 1909,
pero definitivamente lo hizo respecto a su pasividad al momento de
la revolución, apenas poco más de un año más tarde. González, La
apacible locura. Segunda parte de “El hombre del búho, misterio de una vo-
cación”, p. 25. El lenguaje un tanto clasista que despliega en esta carta
es similar al que se emplearía en la campaña: los ferrelistas apelaron
a “lo popular”, los reyistas, sobre todo, a la estabilidad y desarrollo
económico. Por cierto, en vísperas de publicar su primer poemario,
Preludios (1904), González Martínez había entablado relación con Fe-
rrel, a quien pidió entonces hiciera una crítica literaria de algunos de
sus poemas. Ferrel a González, ciudad de México, 10 de julio de 1903,
Archivo Particular Aline Pettesson, s/c.
50
En el mismo estado de Jalisco, la propaganda de El Correo de la Tarde
había tenido eco en un periódico católico, El Regional, que en su pau-
latino viraje hacia la oposición en aquel contexto de crispación po-
lítica nacional, había mirado con simpatía al movimiento ferrelista.
Cárdenas, El derrumbe. Jalisco, microcosmos de la revolución mexicana,
pp. 252-253.
51
Beltrán, A las puertas de la gloria..., p. 115.
52
Este periódico se hallaba en constante comunicación con El Correo
de la Tarde respecto a la campaña ferrelista, en la cual parecían ac-
tuar con cierta sincronía. En una carta, por ejemplo, la redacción de
México Nuevo confirmaba haber publicado el retrato que le habían
enviado de Ferrel, asentando que “es el candidato demócrata acepta-
do y proclamado por todas las clases conscientes”. De México Nuevo
55
Anónimo a Frías y redactores de El Correo de la Tarde, Culiacán, 28 de
junio de 1909, ahuas, Fondo José Ferrel, fs. 113-116.
56
J. Zapata a Frías, El Fuerte, 11 de junio 1909, ahuas, Fondo José Fe-
rrel, f. 6.
57
P. Zúñiga a Frías, 19 de junio de 1909, ahuas, Fondo José Ferrel, f. 50.
58
[… cortado] a Valadés y Cia. Sucs., Sinaloa, 22 de junio de 1909,
ahuas, Fondo José Ferrel, f. 85.
59
R. Zatarán a Frías y Maximin, El Rosario, 1 de julio de 1909, ahuas,
Fondo José Ferrel, fs. 139-140.
60
Como una verdadera amenaza en contra del ferrelismo, El Imparcial
sugirió en repetidas ocasiones que los ferrelistas habían adquirido
armas o que preparaban motines, lo cual en términos generales no
parece haber tenido sustento. L. M. H., “Los primeros efectos del re-
yismo. Se prepara un escándalo para el 18 de julio”, El Imparcial, 16
de julio de 1909.
61
J. Rentería a Frías, El Fuerte, 16 de junio de 1909, ahuas, Fondo José
Ferrel, fs. 28-29.
todo aquel que grita o escribe una alabanza a Ferrel, una inju-
ria a Redo, o un insulto a las autoridades, tiene derecho a ver
su efigie en El Correo, y el señor Frías, que parecía haber ago-
tado en loor de su candidato todos los adjetivos gloriosos, pro-
diga leyendas análogas a las del “niño héroe” al pie de cada
fotografía. El redactor de este artículo culminaba su ironía
asegurando que alguien había bautizado esa colección de ro-
tograbados: “La exhibición de fieras de El Correo de la Tarde”.63
62
D. A. y Peiro a Rentería, Ahome a El Fuerte, 22 de junio de 1909,
ahuas, Fondo José Ferrel, f. 79.
63
El Corresponsal, “El movimiento político en Sinaloa III. La labor de
El Correo de la Tarde”, El Imparcial, 8 de agosto de 1909.
64
“Concierto de tambora”, El Tiempo, 8 de julio de 1909, p. 2.
65
Por ejemplo, Hipólito Valdés se quejaba de la represión policiaca en
connivencia con un provocador apodado “El Churumplante” en con-
tra de José Valdés al terminar una manifestación a favor de Ferrel en
Aguascalientes. H. Valdés a Frías, Aguacaliente, 11 de julio de 1909,
ahuas, Fondo José Ferrel, fs. 182-183.
66
Protesta, 8 de agosto de 1909, ahuas, Fondo José Ferrel, f. 27; A. Sal-
cido a Díaz, Guadalupe de los Reyes, 16 de agosto de 1909, ahuas,
Fondo José Ferrel, fs. 36-37.
67
Los datos se pueden consultar en la prensa de esos días. Aquí los
retomo de Beltrán, A las puertas de la gloria..., pp. 148-149.
68
La redacción, “Boletín del Diario del Hogar. La farsa eleccionaria en
Sinaloa. Los sucesos de Morelos se repiten”, El Diario del Hogar, 10 de
agosto de 1909.
69
Madero, Archivo de Don Francisco I. Madero I, p. 753.
70
Madero, Archivo de Don Francisco I. Madero II, p. 1070.
71
Frías, El triunfo de Sancho, 1911, p. 230. No está de más señalar que
un ejemplar resguardado en la biblioteca de El Colegio de México
contiene una dedicatoria del autor fechada en 8 de abril de 1911: para
el “ilustre jurisconsulto mexicano” Rodolfo Reyes.
72
Noyola y otros al Congreso, 26 de agosto de 1909, ahuas, Fondo José
Ferrel, f. 29.
73
J. G. A., “Los últimos argumentos ferrelistas. Cómputo de votos”, El
Imparcial, 16 de agosto de 1909.
Consideraciones finales
74
“Elecciones en Sinaloa”, La Patria, 11 de agosto de 1909, p. 8.
Archivos
Hemerografía
Bibliografía
1
El presente texto se benefició ampliamente de los comentarios, crí-
ticas y sugerencias de los integrantes del proyecto “Organización y
movilización del voto en México, siglo xix”, coordinado por Alicia
Salmerón y Fausta Gantús.
E l objetivo de este texto es describir y analizar los acto-
res y prácticas que definieron las formas de moviliza-
ción electoral en Aguascalientes durante un momento clave
de la historia política del estado, que va de las postrimerías
del porfiriato a los primeros meses posteriores al triunfo de la
revolución que encabezó Francisco I. Madero. Esta coyuntura,
al menos en Aguascalientes, destacó por una intensa movi-
lización político-electoral que giró alrededor de cuatro mo-
mentos: la elecciones presidenciales de 1910; la movilización
de los seguidores de Rafael Arellano para ganar la guberna-
tura del estado, que ocurrió entre agosto de 1910 y mayo de
1911 y los dos primeros procesos electorales que se realizaron
después de la caída del régimen porfirista: el primero para
elegir diputados y el segundo para designar gobernador, am-
bos efectuados en la segunda mitad del año de 1911.
Las siguientes líneas narran cada uno de estos momentos
electorales y tratan de valorar la mezcla de cambios y conti-
nuidades en las prácticas y formas de movilización electoral,
su impacto en las relaciones de poder y las estrategias de las
facciones para controlar el acceso a los cargos públicos en un
escenario marcado por la inestabilidad política.
El maderismo en Aguascalientes
Francisco I. Madero visitó la capital del estado de Aguas-
calientes entre el 24 y el 26 de marzo de 1910. Diversos tes-
timonios señalan que su presencia entusiasmó a muchos
[ 583 ]
grupos de la ciudad, principalmente trabajadores y obreros
de los Talleres del Ferrocarril Central Mexicano, que abarro-
taron las calles para vitorear al candidato presidencial. Este
recibimiento fue posible gracias al trabajo de organización
y movilización de los seguidores de Madero en el estado,
destacadamente su líder, Alberto Fuentes Dávila.
Los maderistas se movilizaron en un escenario marcado
por la industrialización y el crecimiento urbano, que trans-
formaron radicalmente la estructura social y la organización
espacial de la capital del estado. La actividad industrial reci-
bió un impulso notable con la instalación en 1895 de la Fundi-
ción Central Mexicana y en 1900 de los Talleres de Reparación
del Ferrocarril. Los Talleres del Ferrocarril se levantaron al
oriente de la población y hacia 1903 ocupaban poco más de
1 000 obreros. La Fundición Central Mexicana quedó ubica-
da en el noroeste y en ella laboraron hasta 1 500 operarios.2
Además de reactivar la economía y contribuir al surgi-
miento de una fuerza de trabajo industrial, ambos estableci-
mientos fueron hitos urbanos que orientaron el crecimiento
de la capital y atrajeron un creciente número de inmigrantes
en busca de empleo. Así, tanto al oriente como al norponien-
te de la población, surgieron colonias habitadas por trabaja-
dores de los Talleres del Ferrocarril, la Fundición Central y
de las nuevas fábricas que llegaron a la ciudad por aquellos
años. De forma lenta pero constante y permanente, se desa-
rrollaron colonias como la Buenavista, Héroes y del Trabajo
―en el oriente―, mientras que en el poniente se formaron
la Colonia México y la del Carmen.3
Alberto Fuentes Dávila, quien a la postre se convirtió
en el líder del maderismo local, arribó a Aguascalientes
2
Bernal, Apuntes históricos, geográficos y estadísticos del estado de Aguasca-
lientes, pp. 147, 148, 152, 153; Gómez, Aguascalientes, 1982, pp. 89-91.
3
Gómez, Aguascalientes en la historia, 1988, t. iii, vol. i, pp. 70-86, 91- 92.
4
Bernal, Apuntes históricos..., p. 66.
5
Rodríguez, “La Revolución”, p. 460.
6
Bernal, Apuntes históricos..., p. 66; Ramírez, “Un profesor revolucio-
nario. La trayectoria ideológico-política de David Berlanga, (1886-
1914)”, pp. 229-232; Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución,
t. ii, pp. 196-197; Rodríguez, “La Revolución”, p. 472.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 585
José María Chávez.7 Todos hicieron una intensa campaña de
propaganda, que en buena parte recayó sobre los hombros
de los trabajadores del ferrocarril, quienes realizaban colec-
tas entre la población; organizaban mítines; daban conferen-
cias en el Teatro Morelos; hacían giras por los municipios y
se reunían para difundir y discutir los contenidos de la ley
electoral.8
La movilización maderista también contó con el apoyo
de militantes de diversas profesiones y oficios de raigambre
popular, desde pequeños comerciantes, hasta panaderos,
pintores y profesores. Al igual que Fuentes Dávila, muchos
eran inmigrantes, otros habían tenido problemas con la jus-
ticia, contaban con antecedentes criminales o tenían agra-
vios y quejas contra las autoridades porfiristas. Delfíno V.
Araujo, por ejemplo, era originario de Guadalajara y vivía
en Rincón de Romos. Se ganaba la vida como tenedor de
libros. Vicente Torres provenía de Zacatecas, radicaba en
Aguascalientes y se dedicaba al comercio. Fue acusado de
homicidio en 1905. Nabor Hernández, era zacatecano y vivía
en la capital del estado, en donde se ocupaba en la compra-
venta de huevos. También había sido procesado en 1905 por
el delito de encubrimiento de robo.
Cándido Aguilar, de oficio panadero, era originario y
vecino de Aguascalientes. Fue procesado en 1892 por el de-
lito de lesiones. Mónico Valderrama también era panadero y
además pintor, mientras que Alberto L. Ayala ―originario
de Guanajuato― se desempeñaba como profesor de instruc-
ción primaria. Finalmente, Abraham Cruz, minero residente
7
Nótese aquí la referencia a un viejo héroe liberal de la localidad, José
María Chávez, quien había sido fusilado por las tropas imperialistas
durante la intervención francesa.
8
Archivo General Municipal de Aguascalientes (en adelante agma),
Fondo Histórico, caja, 361, exp. 9. Epistolario (1910), Archivo de don
Francisco I. Madero, t. ii, p. 102; Rodríguez, “La Revolución”, p. 463.
9
Archivo del Juzgado de Distrito (en adelante ajd), Sección Penal,
1913, caja, 1, exp. 11. Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes
(en adelante ahea), Judicial Penal, caja, 271, exp. 6. Los datos sobre
Abraham Cruz en: Archivo General de la Nación (en adelante agn),
Fondo Madero, caja, 28, exp. 767.
10
Epistolario (1910), t. ii, pp. 93-95, 98, 102; Rodríguez, “La Revolución”,
pp. 461-462; Cumberland, Madero y la revolución, 1977, p. 116; Rojas,
La destrucción de la hacienda en Aguascalientes, 1910-1931, p. 52; Correa,
El Partido Católico, p. 49.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 587
La actividad opositora de los maderistas corrió paralela
a los trabajos de organización y movilización de los segui-
dores de Porfirio Díaz. Como era costumbre en la coyuntura
electoral, los porfiristas locales (destacados funcionarios y
miembros de la élite política y económica del estado), fun-
daron un periódico de nombre “El Centro”,11 visitaron los
municipios del estado, instalaron el Club Reeleccionista de
Aguascalientes y en marzo de 1909 enviaron a la ciudad
de México, una numerosa comitiva, que compuesta por de-
legados de los ocho municipios del estado, participó en la
Gran Convención Reeleccionista.12
Entre sus actividades destaca la manifestación en honor
a Porfirio Díaz, celebrada el 2 de abril de 1910. Los organi-
zadores del evento fueron Manuel Gómez Portugal, Luis Villa
Gordoa y Valentín Resendes, miembros prominentes del
club reeleccionista de la localidad. Para “darle matiz popu-
lar” al evento, recurrieron a las influencias del regidor Ramón
Escobedo y del diputado Enrique C. Osornio, quienes con-
tribuyeron con un contingente de obreros de los barrios de
San Marcos y Guadalupe.
Lo que pasó a continuación lo narra Eduardo J. Correa:
11
Temis, 11 de marzo de 1911.
12
Rodríguez, “La Revolución”, pp. 458- 459.
13
Correa, El Partido Católico Nacional y sus directores, p. 50. El autor equi-
voca el año en que ocurrió este suceso pues lo ubica en 1909, cuando
sucedió en 1910.
14
Temis, 7 de octubre de 1910.
15
El Republicano, 19 de junio de 1910, 3 de julio de 1910. Rojas, La des-
trucción de la hacienda..., p. 52; Rodríguez, “La Revolución”, pp. 463-
464; Knight, La revolución mexicana: del porfiriato al nuevo régimen cons-
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 589
La movilización arellanista :
una elección interrumpida
18
La Voz de Aguascalientes, 2 de septiembre de 1910.
19
Camacho, Controversia educativa entre la ideología y la fe. La educación
socialista en la historia de Aguascalientes, 1876-1940, p. 48; Rodríguez,
“La Revolución”, pp. 475-477.
20
Temis, 7 de octubre de 1910.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 591
y había desempeñado varios puestos públicos, entre ellos el
de diputado local y jefe político de la capital.
El segundo vicepresidente era Tomás Medina Ugarte, in-
geniero topógrafo e hidrógrafo con estudios en la Escuela de
Minería en la ciudad de México. Había sido periodista, dipu-
tado local propietario en 1901 y jefe político interino durante
el gobierno de Carlos Sagredo. Posteriormente se afiliaría al
Partido Católico Nacional. El secretario del Club fue Anice-
to Lomelí, notario, periodista y abogado. Era propietario de
unos baños de vapor y notable activista católico.21
Pronto, el Temis comenzó a criticar al gobierno de Váz-
quez del Mercado e insinuó la posibilidad de que Rafael
Arellano se lanzara como candidato a la gubernatura. En
octubre de 1910, por ejemplo, afirmó que todo el pueblo
21
Los datos biográficos de los miembros del Club Independiente en
Ramírez, Diccionario biográfico e histórico de la revolución mexicana en
Aguascalientes, 1990.
22
Temis, 7 de octubre de 1910.
23
agma, Fondo Histórico, caja, 374, exp. 7.
24
La Voz de Aguascalientes, 3 de febrero de 1911.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 593
Lomelí aseguró además que se “estaban instalando clubes
en todas las poblaciones foráneas del Estado, y que en una
convención que tendría lugar el primero de abril, en la que
estarían representados todos los clubes, se haría la designa-
ción de candidato para gobernador del Estado”.
Después del licenciado Lomelí habló Jesús Calvillo,
quien excitó a los asistentes “al ejercicio de la democracia,
y lo hizo en tales conceptos, que fue objeto de prolongados
aplausos”. Como corolario de la reunión se anunció la in-
corporación a la junta directiva de Zacarías Topete (antiguo
seguidor de Madero), Manuel Olavarrieta, José María Alba,
(miembro de la Cámara Agrícola) y Alberto Leal (propieta-
rio radicado en el municipio de Asientos).25
Entre el 11 de febrero y el 24 de junio de 1911, los miem-
bros del club celebraron al menos 15 reuniones.26 Las juntas
se efectuaban los sábados a las 8 de la noche, “a cuya hora
pueden cómodamente concurrir las personas que salen del
trabajo a horas avanzadas del día”. En ellas se discutía todo
lo referente a las posibles candidaturas, se criticaba al go-
bierno y se impartían conferencias sobre la Ley Electoral lo-
cal, “a fin de que el pleno conocimiento de las obligaciones
y de los derechos en la práctica de la democracia, llene una
parte muy importante de la educación cívica del ciudada-
no”.27 Debe mencionarse que los arellanistas extendieron su
actividad a otros municipios del estado, pues establecieron
sucursales del Club Independiente en Calvillo y San José de
Gracia.28
La tan anunciada designación de candidatos tuvo lugar
el día primero de abril de 1911, en una sesión celebrada a las
8 de la noche en el Teatro Morelos. Fue en esta ocasión cuan-
25
La Voz de Aguascalientes, 10 de febrero de 1911.
26
agma, Fondo Histórico, caja, 375, exp. 7.
27
Temis, 18 de febrero de 1911, 11 de marzo de 1911.
28
Rodríguez, “La Revolución”, p. 476.
29
agma, Fondo Histórico, caja, 375, exp. 7; Rodríguez, “La Revolu-
ción”, p. 476.
30
Rodríguez, “La Revolución”, pp. 474-475. A este respecto Eduardo J.
Correa señala que los opositores recurrieron no solo al general Porfi-
rio Díaz para lograr que Vázquez del Mercado dejara la gubernatura,
sino que aún se vieron obligados a ir “con la Compañía Bancaria para
que ella nos diera su venia para nuestro candidato”. Véase: Palavici-
ni, Los diputados. Lo que se ve y lo que no se ve de la Cámara, p. 416.
31
Archivo Eduardo J. Correa, Copiador #2, De Eduardo J. Correa a
Benjamín Romo, 7 de febrero de 1911, f. 148. Tuve noticia de algunos
documentos del archivo particular de Eduardo J. Correa gracias al
amable gesto de Laura O’Dogherty, quien me facilito sus notas.
32
López, Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles
(1905-1913), pp. 139, 142.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 595
Las aspiraciones de Correa iban más allá de contribuir
al triunfo de Arellano, pues quería aprovechar la coyuntura
política para constituir:
33
Archivo Eduardo J. Correa, Copiador 2, De Eduardo J. Correa a Ani-
ceto Lomelí, 10 de enero de 1911.
34
En 1911, todos los trabajadores de la tenería de Felipe Ruiz de Chá-
vez se unieron a una de las organizaciones formadas por Carlos Salas
López y el padre Juan Navarrete gracias a que su patrón les advirtió
que no admitiría a ninguno que no se afiliara a dicha organización.
Véase, Archivo Eduardo J. Correa, Correspondencia, de Aniceto Lo-
melí a Eduardo J. Correa, 27 de febrero de 1911.
35
Temis, 10 de septiembre de 1910.
36
Temis, 19 de noviembre de 1910.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 597
poderes, lo que convirtió al gobierno en “arbitrario tiránico
y voluntarioso”.
Lo más grave era el tráfico de influencias y la corrupción
que permearon la administración. Según la oposición, esto
fue notorio en prácticas como la condonación de impuestos
y el otorgamiento de contratos, concesiones y privilegios ile-
gales y onerosos para la sociedad aguascalentense.37 Ade-
más de algunos casos menores, (como el del comerciante
“que aspiraba a la jefatura política para mandar pintar las
fachadas de las casas y hacer negocio en su tlapalería”) hubo
arreglos de mayor alcance que involucraban compañías y
empresarios que obtuvieron grandes beneficios y concesio-
nes al relacionarse con el gobierno.38
Para ilustrar su denuncia, el grupo opositor menciona-
ba varios casos: la concesión otorgada a G. López Velarde
para que construyera un colonia en el Potrero de los Llanos,
cerca de la Fundición Central, un lugar inadecuado para la
construcción de viviendas y sin suministro de agua, que
solo se prestaba para la especulación de terrenos. O esa
otra concesión otorgada a un tal Alfredo M. Campanella
para construir un ferrocarril urbano en Rincón de Romos,
cuando se sabía que dicho Campanella no tenía el crédito
ni los elementos pecuniarios suficientes para llevar a cabo
tal empresa. O la exención de impuestos dada a la fábrica
de harina “La Perla”, propiedad de John Douglas, quien se
había hecho acreedor a tal gracia, según los opositores, por-
que había apoyado a Vázquez del Mercado en su ascenso a
la gubernatura en 1903 y éste tenía acciones en la fábrica de
harina mencionada.39
37
Temis, 25 de febrero de 1911.
38
Temis, 3 de septiembre de 1910.
39
Temis, 3 de octubre de 1910 y 6 de noviembre de 1910.
40
Temis, 3 de septiembre de 1910.
41
Temis, 27 de agosto de 1910.
42
Temis, 25 de febrero de 1911, 25 de marzo de 1911. La queja de los
vecinos de Tepezalá, entre quienes se encontraban Abraham Cruz y
Manuel Llaguno, simpatizantes de Madero y Fuentes Dávila, está en:
ahea, Secretaría General de Gobierno, caja, 12, exp. 2.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 599
rebuznomentales [...] que sin cesar cometen. Hablamos en
términos generales, como bien se comprende, pues suelen
encontrarse honrosas excepciones; pero estas son tan raras,
que no hacen sino dar mayor fuerza a la regla. Si alguno de
nuestros lectores llega a dar con su muy apreciable humani-
dad en algún pueblo, la primera providencia que debe tomar
desde luego, es hacer las más profundas genuflexiones y
zorroclocos a la primera autoridad, porque de no hacerlo así,
ya tendrá para divertirse, pues por quítame allá esas pajas,
ha de ser molestado y lo meterán en la intrincada chismogra-
fía de aquella sociedad incipiente. Y por el contrario, si sabe
manejarse bien con el cacique, puede estar seguro de que es y
será en todos los casos el dueño de la situación y... boca abajo
todo el mundo.43
43
Temis, 25 de febrero de 1911.
44
Temis, 27 de agosto de 1910, 10 de septiembre de 1910, 7 de octubre de
1910, 19 de noviembre de 1910, 17 de diciembre de 1910. 14 de enero
de 1911.
45
Temis, 10 de septiembre de 1910, 9 de octubre de 1910, 6 de noviembre
de 1910, 4 de marzo de 1911.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 601
que fue detalladamente documentada y denunciada por los
opositores, incluía la manipulación del congreso para au-
torizar el contrato; el favoritismo que mostró Vázquez del
Mercado hacia la empresa elegida para realizar las obras; el
préstamo de más de un millón de pesos negociado por
el gobierno, que significaba una carga que el erario del esta-
do no podía soportar y la forma casi clandestina en que se
llevó a cabo toda la negociación, sin que el pueblo se entera-
ra de cómo se había manejado el asunto.46
La solución a la crisis que golpeaba Aguascalientes era
un cambio de hombres, o mejor dicho, el regreso del grupo
gobernante que dirigía Rafael Arellano, que ahora estaba
en la oposición y con el apoyo de las clases medias buscaba
una mayor representación política. No se buscaban cambios
radicales, ni políticos ni económicos. Nunca se habló, por
ejemplo, de dar mayor autonomía a los municipios, suprimir
la reelección o mejorar la situación de los obreros.47 Lo que
se quería era un gobernante honrado, con prestigio y capaci-
dad administrativa para impulsar el desarrollo económico,
que no otorgara “concesiones ruinosas para el erario”, que
atrajera capitales, que tuviera influencia en el gobierno fede-
ral. Lo que se quería era que Rafael Arellano regresara a la
gubernatura.48
46
Temis, 27 de agosto de 1910, 3 de septiembre de 1910, 10 de septiem-
bre de 1910, 10 de septiembre de 1910, 17 de septiembre de 1910, 24
de septiembre de 1910, 7 de octubre de 1910.
47
La única referencia que se encontró a este respecto pertenece a un
discurso de Demetrio Rizo, en donde se hacía un llamado a trabajar
“porque la democracia sea efectiva entre nosotros, busquemos todos
el bien de todos, y que este bien se haga más ostensible entre los pe-
queños, los humildes, los desheredados de la fortuna, entre los que
llevan las manos encallecidas por el trabajo y comen el pan con el
sudor de su rostro”. Temis, 4 de marzo de 1911.
48
Temis, 25 de febrero de 1911, 25 de marzo de 1911, 7 de octubre de
1910, 13 de noviembre de 1910.
49
Guerra, México..., t. ii, pp. 175-176.
50
Temis, 17 de septiembre de 1910.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 603
diente celebrada el día 4 de octubre de 1910. En dicha oca-
sión Calvillo aseguró que ya era tiempo de “que los diversos
elementos que constituyen la sociedad, se despierten a la
sonora voz de la democracia, que los llama a emitir el acen-
to de la suprema voluntad, que suprema es la voluntad del
pueblo”. El pueblo, por supuesto, eran ellos, los ciudadanos
conscientes: agricultores, comerciantes, propietarios e in-
dustriales que formaban parte de las “clases productoras del
estado”. Ellos eran los que debían unirse para “dar señales
de la vida del pueblo libre y soberano, cuya voluntad es y
debe ser una suprema ley”.51
Se sabe poco de la actitud del gobierno de Vázquez del
Mercado ante el proceso electoral y la actividad opositora.
Al principio declaró que no estaba dispuesto a reelegirse,
pero sus seguidores le hicieron propaganda a su postulación
y hasta fueron con Díaz para, al igual que sus contrincantes,
obtener el apoyo del centro para su candidato. Además, se
supo que tres diputados del congreso propusieron una re-
forma a la constitución local para que se permitiera la reelec-
ción indefinida, pues por ley se establecía que el gobernador
solo podía reelegirse una vez y Vázquez del Mercado ya lo
había hecho en 1907. Por otro lado, aunque al parecer nunca
se optó por la represión, sí se utilizó a la prensa oficial para
atacar a los arellanistas, a quienes se acusó de maderistas y
de tratar de imponer un candidato impopular.52
El triunfo de la revolución de Francisco I. Madero en
mayo de 1911 y las renuncias de Porfirio Díaz y Alejandro
Vázquez del Mercado, cortaron de tajo la elección para go-
bernador y en consecuencia, las campañas de ambos con-
51
Temis, 7 de octubre de 1910, 4 de febrero de 1911, 18 de febrero de
1911, 25 de febrero de 1911, 25 de marzo de 1911.
52
La Voz de Aguascalientes, 10 de febrero de 1911; Temis, 7 de octubre
de 1910, 9 de octubre de 1910, 3 de diciembre de 1910, 1 de enero de
1911, 4 de marzo de 1911, 11 de marzo de 1911.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 605
nal político y una administración honrada de los recursos
estatales para lograr el progreso económico. No obstante, la
reactivación del arellanismo impulsó la entrada en la vida
política de nuevos grupos sociales y preparó el escenario
para lo que resultó uno de los episodios más enconados de
la historia electoral de Aguascalientes: los comicios de 1911,
en donde se enfrentaron los seguidores del líder maderista,
Alberto Fuentes Dávila, contra la facción agrupada alrede-
dor de Rafael Arellano.
54
Bernal, Apuntes históricos..., pp. 66- 67.
55
agma, Fondo Histórico, caja, 377, exp. 12.
56
agma, Fondo Histórico, caja, 377, exp. 10.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 607
municipal. De esta forma, el ayuntamiento se convirtió en
actor fundamental al momento de organizar los comicios.
En las elecciones contendieron dos partidos: el Club De-
mocrático de Obreros”, de filiación maderista y seguidor de
Fuentes Dávila y el Club Independiente, que aglutinaba a los
simpatizantes de Rafael Arellano.57 El congreso del estado
dispuso que las elecciones primarias se celebrarían el do-
mingo 11 de junio de 1911, pero el Club Democrático solicitó
que la fecha se aplazara para el día 25 de ese mismo mes.58
El congreso aceptó la propuesta y el ayuntamiento de la
capital repartió las boletas entre los electores empadrona-
dos. La ley vigente señalaba que, después de dividir la ciu-
dad en secciones, los regidores debían nombrar a una perso-
na que en cada sección haría la lista de los ciudadanos con
derecho a voto y le daría a cada uno una boleta. Las boletas
debían estar en manos de los ciudadanos tres días antes de
la elección y cada uno escribiría al reverso de ella el nombre
de los electores por quienes votaba (lo que comúnmente se
conocía como “voltear” la boleta).59
En esta etapa del proceso electoral surgió la primera pro-
testa. Tres miembros del Club Democrático, Alberto L. Aya-
la, Rafael Correa y Antonio Muñoz, en un escrito dirigido
al ayuntamiento de la capital y fechado el día 13 de junio,
alegaban que los empadronadores nombrados por el ayun-
tamiento habían repartido las boletas
57
Rodríguez, “La Revolución”, p. 480.
58
El Republicano, 11 de junio de 1911.
59
Ley Electoral del estado de 31 de marzo de 1861, artículos 2o. y 3o.
60
agma, Fondo Histórico, caja, 372, exp. 11.
61
agma, Fondo Histórico, caja, 372, exp. 11.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 609
si las personas nombradas con anterioridad no habían cum-
plido con sus obligaciones. Finalmente, se pronunciaron a
favor de un nuevo reparto de boletas, pues muchas ya ha-
bían sido utilizadas.62
El dictamen del congreso se leyó en cabildo celebrado el
16 de junio y obligó a los regidores a decidir por su cuenta
el destino de la petición del Club Democrático. En la discu-
sión, el regidor Medina Valdés propuso nombrar nuevos ve-
cinos para levantar una vez más el padrón, y sugirió que se
publicara la división electoral para demostrar que el ayun-
tamiento no ponía “trabas de ninguna naturaleza” en la
organización de las elecciones.
Los regidores también accedieron a la tercera petición
del Club Democrático de Obreros: utilizar los servicios de
Ayala, Correa y Muñoz como empadronadores. A lo único
que se negaron fue a regañar al secretario del ayuntamiento,
acusado de intervenir en las elecciones, pues afirmaron que
“el C. Secretario no se ha inmiscuido en asuntos que no le
conciernen en los trabajos preliminares de las elecciones”.63
El día de la votación, los contendientes también inter-
pusieron varias quejas y demandas. El 5 de julio, Domingo
López Rivera denunció ante el juez segundo penal, que al
votar en la casilla electoral número doce,
62
ahea, Poder Legislativo, caja, 104, exp. 36.
63
agma, Fondo Histórico, caja, 377, exp. 12.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 611
boletas que sencillamente “voltearon a su antojo”, mientras
que en la casilla “había varios individuos recogiendo las bo-
letas en blanco para llenarlas con los nombres” de los electo-
res escritos en el cartelón que llevaba el grupo. La maniobra
ocasionó que se acusara a los simpatizantes del Club Demo-
crático de levantar un padrón defectuoso y de quedarse con
las boletas “para confeccionar el expediente como ellos lo
deseaban”.64
Por su parte, Tranquilino Cuevas, protagonista de la mo-
vilización en las casillas, declaró que según “su concepto”, la
instalación de la mesa electoral había sido legal y en la vota-
ción posterior “tampoco se cometió ningún fraude ni se hizo
violencia”. Lo único que aceptaba era que habían acudido a
la mesa electoral “muchas personas”.65
Dos seguidores de Rafael Arellano, Jesús A. Martínez
y Manuel Olavarrieta, interpusieron otra denuncia ante el
ayuntamiento de la capital. Los quejosos sostenían que en
las elecciones primarias de 25 de junio observaron personas
que votaban en secciones diferentes “y aunque esto pudo
hacerse consiguiendo cédulas con votantes morosos, lo que
pudimos notar fue que se dieron más cédulas que las que
necesitaba cada empadronador”. También aseguraron “que los
64
Es revelador el parecido de estas maniobras con las descritas por Je-
sús Peña, quien aseguraba que “un hecho perfectamente demostrado
para los que saben cómo hacemos elecciones libres [...] que en tiempo
de ellas, cuando la opinión pública está fuertemente dividida produ-
ciendo los clubs populares enemigos, el instalar o ganar mesas un
partido a otro, significa triunfo electoral, porque el nervio de toda la
contienda es el fraude. Con efecto, instalar o ganar mesas significa
poner en ellas presidentes, escrutadores y secretarios con quienes se
cuenta para que al recibir sus votaciones y dar cuenta de ellas, su-
planten firmas, destruyan boletas, supongan votos, hagan votar por
persuasión o por engaño a los ignorantes, y consignen en el acta de la
elección primaria todo lo más favorable al partido que se hizo dueño
de la mesa. Véase, Peña, Reformas a la constitución, 1905, pp. 24-25.
65
ahea, Fondo Judicial Penal, caja, 42, exp. 25.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 613
por el Club Independiente. El congreso anuló la elección; el
argumento fue que Ávila y Méndez no cubrían los requisitos
de vecindad de la ley electoral. En Calvillo se enfrentaron
Román Morales, candidato del Club Democrático y Anice-
to Lomelí, del Club Independiente. Morales ganó con nueve
votos, contra ocho de Lomelí. El congreso nulificó la elección
porque Morales no obtuvo “la mayoría de votos que marca
la ley” y ordenó que el colegio electoral de Calvillo repitiera
la votación entre Morales y Lomelí.70
Ambas anulaciones afectaban al Club Democrático
de Obreros. ¿Respondían a rivalidades políticas o parti-
distas destinadas a favorecer a los partidarios de Rafael
Arellano? No se cuenta con evidencia para respaldar esta
afirmación, aunque debe recordarse que los diputados
porfiristas aún controlaban el congreso y no simpatiza-
ban con los seguidores del maderista Fuentes Dávila. En
Calvillo sí que se favoreció al Club Independiente, pues
en las elecciones que se celebraron de nuevo el 17 de sep-
tiembre, triunfó Aniceto Lomelí, quien recibió 14 votos.
Su contrincante, Román Morales, sólo obtuvo dos sufra-
gios.71 Los derrotados protestaron y aseguraron que de
los 16 electores que conformaban el Colegio Electoral, 11
fueron presionados y amenazados por las autoridades de
Calvillo para que favorecieran a Lomelí.72
En Rincón de Romos las elecciones secundarias se re-
pitieron el 24 de septiembre de 1911. El gobierno intentó
controlar el proceso y ordenó que el jefe político y no el
presidente municipal, como lo indicaba la ley, organizara
la votación. Por órdenes de la jefatura, el colegio electoral
se instaló en el salón del ayuntamiento, pues así se daría
70
agma, Fondo Histórico, caja, 377, exp. 19; El Republicano, 16 de julio
de 1911, 23 de julio de 1911, 10 de septiembre de 1911.
71
El Republicano, 24 de septiembre de 1911.
72
30-30, 24 de diciembre de 1911.
73
El Republicano, 24 de septiembre de 1911, 1 de octubre de 1911, 31 de
diciembre de 1911.
74
Sobre el renacimiento de la vida política propiciado por el triunfo del
maderismo y el ingreso de la clase media urbana a la actividad polí-
tica. Véase Guerra, “Las elecciones legislativas”, 1990, pp. 241-242.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 615
presentaron de nuevo en la elección para gobernador, cele-
brada, el 6 de agosto de 1911.
75
“Ley Orgánica electoral de 5 de junio de 1871”, El Republicano, 22 de
junio de 1879.
76
Rodríguez, “La Revolución”, pp. 480-483.
77
Correa, “Un gobernador pintoresco”, pp. 200-202.
78
Bernal, Apuntes históricos..., p. 67.
79
Rodríguez, “La Revolución”, p. 481.
80
Archivo Particular de Eduardo J. Correa, Correspondencia, De Ani-
ceto Lomelí a Eduardo J. Correa, 30 de julio de 1911.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 617
católicos”.81 El grueso de sus seguidores eran hacendados, co-
merciantes y profesionistas, aglutinados en el Club Indepen-
diente.82 Se desconocen detalles de su actividad proselitista.
Al parecer no creyeron necesario visitar los municipios del
estado con fines propagandísticos. En cambio, montaron en
la prensa una concienzuda campaña de rumores y ataques
contra Fuentes Dávila. Sostuvieron que no podía ser un buen
gobernante, pues “no era conocido ni como político ni menos
como hombre de administración”.83 Lo acusaron de no ser ori-
ginario del estado, por lo que no podía estar realmente inte-
resado en el bienestar de Aguascalientes. Se escandalizaron
por su presunto socialismo y lo denunciaron por comportarse
como un “anarquista y un agitador profesional” que fomenta-
ba el odio a las clases altas. También le achacaron alentar a la
huelga a los obreros de la Fundición Central.84
Los arellanistas tuvieron el apoyo del gobernador inte-
rino Alejandro Medina Ugarte. Medina era originario del
municipio de Asientos y desarrolló su carrera política en
Guanajuato, donde se afilió al ala conservadora del made-
rismo.85 Al igual que otros gobernadores provisionales, Me-
dina mostró moderación al enfrentar un escenario marcado
por la inestabilidad política y social y maniobró para obte-
ner el apoyo de las clases altas de la entidad.86Dos ejemplos
ilustran el estilo de gobernar de Medina. Cuando los trabaja-
dores de la Fundición Central se fueron a la huelga, los instó
a retomar sus labores, pues ya tenían el aumento salarial
que buscaban y era su deber ―les señaló el gobernador―
81
Archivo Particular de Eduardo J. Correa, Copiador, de Eduardo J.
Correa a Teódulo Torres, 5 de julio de 1911.
82
Rodríguez, “La Revolución”, p. 481.
83
agn, Fondo Madero, caja, 15, exp. 365-1.
84
Rodríguez, “La Revolución”, pp. 488-490.
85
Ibid., pp. 483- 484.
86
Cabrera, “La revolución dentro del gobierno”, pp. 85-86.
87
Ramírez, Diccionario histórico..., p. 82; Rodríguez, “La Revolución”,
p. 485.
88
agm, fh, caja, 374, exp. 15.
89
agm, fh, caja, 377, exp. 6.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 619
de un partido político”. También alegaban que el nuevo se-
cretario, Alfredo C. Muñoz, “no nos merece la confianza ne-
cesaria por cuanto a su imparcialidad para cumplir los ofi-
cios que su alto deber le impone, por haber sido designado
por el mismo partido político a que nos referimos”. Por estas
razones, y para garantizar la “rectitud y pureza” necesaria
en la organización de los comicios, el Club Independiente
pedía el despido de Muñoz y el nombramiento de una per-
sona imparcial que no perteneciera a ningún partido. Todo
en aras de avalar la “efectividad del sufragio”.
El 25 de julio, una comisión especial del cabildo respon-
dió a la petición de los arellanistas. La comisión sostuvo que
tanto Jiménez como Muñoz estaban “en su perfecto derecho,
como ciudadanos, de simpatizar con el partido político que
más les convenga, una vez que en el desempeño de sus de-
beres como empleados del ayuntamiento, jamás han dado a
conocer sus ideas políticas, ni han ejecutado actos que pug-
nen con la imparcialidad que deben observar”. No obstante,
los regidores designaron a J. Isabel Cisneros como nuevo se-
cretario, pues era “un ciudadano absolutamente ajeno a toda
cuestión política” y no tenía “liga ni compromiso con nin-
guno de los partidos militantes”. Con esto se quería demos-
trar que el ayuntamiento no ponía “dificultades para el buen
éxito de las elecciones que se han de llevar a cabo” y trataba
de “evitar diferencias entre uno y otro partido político”.90
Las protestas y la presión de los partidos para influir en
los procedimientos del ayuntamiento continuaron hasta el
día de las elecciones. Buena parte de las negociaciones gira-
ron en torno a la designación de empadronadores e instala-
dores de mesas electorales. A fines de julio, los arellanistas
pidieron al cabildo nombrar, de entre los mismos regidores,
“una comisión revisora de padrones para que ésta se encar-
90
agm, fh, caja, 372, exp. 46, y caja, 374, exp. 1.
91
agma, Fondo Histórico, caja, 372, exp. 46.
92
agma, Fondo Histórico, caja, 372, exp. 47 y caja, 377, exp. 6.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 621
parcialidad del ayuntamiento y violaban la voluntad del
pueblo, pues al nombrar empadronadores e instaladores
de un solo partido, ignoraban a los grupos que apoyaban a
Fuentes Dávila.93
Finalmente el 6 de agosto, día de la votación, los se-
guidores de Fuentes Dávila recurrieron de nuevo a la mo-
vilización popular para adueñarse de las casillas y votar a
favor de su candidato. Varios testimonios apuntan en esta
dirección. Eduardo J. Correa aseguró que Fuentes “se llevó
a las chusmas a las urnas y de calle se llevó la votación”.94
Otro testigo sostuvo que Rafael Arellano, “persona de alta
prendas morales”, hubiera ganado la elección “si no es que el
populacho ebrio, armado de piedras y cuchillos, y azuzado
por los fuentistas no se hubiera amotinado en las puertas de
las casillas electorales, para obligar a los votantes a que se
retiraran si no eran simpatizadores de Fuentes”.95 En Jesús
María y Tepezalá se presentaron a votar un gran número
de ciudadanos. Los arellanistas trataron de presentar dicha
movilización como una violación a la ley electoral, El argu-
mento no fue aceptado por el congreso.96
Los hacendados y sus administradores se involucraron
decididamente en la contienda. Francisco de León, encarga-
do de la hacienda de “La Punta”, en el partido de Rincón
de Romos, amenazó a los peones y medieros, “corriendo a
algunos de ellos sin decirles siquiera los motivos”. También
intimidó, con los soldados a su disposición, al instalador
de la mesa electoral donde votarían los trabajadores. En la
hacienda de “Pabellón”, el administrador Marcos de Orta
93
agma, Fondo Histórico, caja, 372, exp. 42.
94
Correa, “Un gobernador pintoresco”, pp. 200-202.
95
agn, Fondo Francisco I. Madero, caja, 61, exp. 884.
96
El Republicano, 10 de septiembre de 1911. Sobre los altos índices de
participación mostrados por los trabajadores urbanos en Aguasca-
lientes véase: Knight, La Revolución Mexicana..., t. i, p. 471.
97
ahea, Secretaría General de Gobierno, caja, 12, exp. 32.
98
agma, Fondo Histórico, caja, 376, exp. 25; Rojas, La destrucción de la
hacienda en Aguascalientes, 1910-1931, pp. 54-55. Rodríguez, “La Revo-
lución”, p. 490.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 623
la cabeza de las turbas se encuentra el candidato contrario,
quien parece complacerse al escuchar tales injurias.99
99
ahea, Judicial Penal, caja, 405, exp. 18.
100
ahea, Judicial Penal, caja, 405, exp. 18.
101
Rodríguez, “La Revolución”, p. 491.
102
ahea, Secretaría General de Gobierno, caja, 12, exp. 7.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 625
edificio del congreso del estado, en donde los diputados dis-
cutían el dictamen que invalidaba las elecciones. Cuando lo
aprobaron, llovieron insultos y los manifestantes exigieron
su renuncia.103 Amedrentados por la demostración, varios
diputados renunciaron, pero el resto de sus colegas no acep-
tó su dimisión. El asunto se empantanó. Por un lado estaba
una movilización popular inédita para presionar al congre-
so a reconocer el triunfo de Fuentes Dávila; del otro lado,
se encontraban los diputados y el gobernador Medina, que
intentaban impedir que el líder maderista fuera declarado
ganador de los comicios.
En busca de una salida, Medina Ugarte se entrevistó con
Francisco I. Madero. Madero apoyó a Fuentes Dávila y Me-
dina Ugarte renunció. En su lugar fue nombrado Daniel Cer-
vantes, a quien católicos como Aniceto Lomelí creían “con la
energía necesaria para enfrentarse a la situación”. Cervantes
resultó ―según los mismos católicos que tenían puestas en
él sus esperanzas― con “una energía inferior a un borrego”,
pues planeaba renunciar en cuanto entrara en funciones la
nueva legislatura.104
Las circunstancias comenzaron a favorecer a Fuentes
Dávila. La renuncia de Medina Ugarte se unió la toma de po-
sesión, en septiembre de 1911, de la nueva legislatura estatal,
que en su gran mayoría estaba compuesta por simpatizan-
103
Una situación similar puede observarse en el estado de Jalisco, en
donde Roque Estrada, ayudado por los clubes maderistas de la lo-
calidad, recurrió a la movilización popular para presionar al go-
bernador, al congreso y al ayuntamiento de la capital, instituciones
que estaba en manos de conservadores “partidarios del orden”. La
maniobra, como en Aguascalientes, disminuyó el prestigio de los
maderistas y despertó el temor de los conservadores. Véase O’Do-
gherty, “De urnas y sotanas. El Partido Católico Nacional en Jalis-
co”, pp. 151-155.
104
Archivo Particular de Eduardo J. Correa, Correspondencia, de Anice-
to Lomelí a Eduardo J. Correa, 9 de septiembre de 1911.
Consideraciones finales
105
Rodríguez, “La Revolución”, pp. 491-495.
106
ahea, Juzgado de Distrito, caja, 31, exp. 26.
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 627
ron indistintamente porfiristas seguidores del gobernador
Vázquez del Mercado, arellanistas y fuentistas: desde ma-
nifestaciones públicas, creación de clubes políticos y publi-
cación de periódicos, hasta vigilancia sobre las actividades
del ayuntamiento (principal encargado de organizar las vo-
taciones) y el control de mesas y casillas electorales. Sin em-
bargo, dichas estrategias ya no se dirigían a llamar la aten-
ción y obtener la aprobación y legitimación de Porfirio Díaz.
Con el triunfo de la revolución adquirieron nuevos objetivos
y significados, al realizarse en un entorno de competencia,
encono y enfrentamiento. Este es el segundo cambio.
El tercero se refiere al efecto renovador de las prácticas
de movilización electoral en el ayuntamiento de la capital,
que en las postrimerías del Porfiriato agonizaba entre la
inopia financiera y la irrelevancia política, avasallado por la
autoridad de gobernadores y jefes políticos. Con el cambio
de régimen y la movilización política, el cabildo de la ciu-
dad de Aguascalientes recuperó el protagonismo político
que había tenido en las postrimerías de la República Restau-
rada y los primeros años del porfiriato. Además, al rebasar
el escenario urbano y extenderse a pueblos y haciendas, la
movilización electoral puso en el candelero de la política a
los ayuntamientos del resto de los municipios y contribuyó
al debilitamiento del poder ejecutivo del estado. Aunque los
efectos de este proceso serían más evidentes al transcurrir la
década de 1910, las semillas que lo originaron se sembraron
en estos años de intensa movilización popular.
F uentes consultadas
Archivos
Hemerografía
Bibliografía
“ ¡ A B A JO E L B OMB Í N Y A R R I B A E L HU A R A C HE ! ” 629
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rrano, Aguascalientes en la historia, Aguascalientes, Gobierno
[ 635 ]
Diana Birrichaga G ardida
Profesora de la Facultad de Humanidades Universidad Au-
tónoma del Estado de México. Doctora en Historia por El
Colegio de México. Pertenece al Sistema Nacional de Inves-
tigadores, sni 1. Su tesis de doctorado obtuvo el X Premio
“Banamex Atanasio G. Saravia” de Historia Regional (2002-
2003) y el Premio a la mejor tesis de doctorado de la Aca-
demia Mexicana de Ciencias (2003). En 2008 ingresó como
miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias. Su
línea de investigación es sobre pueblos y ayuntamientos en
el Estado de México. Entre sus publicaciones más recien-
tes: “La guerra de Independencia y la religiosidad popular,
1808-1821”, “Sublevados y comunistas. Conflictos agrarios
en Hidalgo, 1868-1870” y La cartografía hidráulica del Estado
de México.
Fausta G antús
Profesora e investigadora del Instituto Mora. Doctora en
Historia por El Colegio de México. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. Es autora de una importan-
te obra publicada en México y el extranjero, entre las que
destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura
y represión en la ciudad de México, 1876-1888 (2009). Coor-
dinadora de los libros: Elecciones en el México del siglo xix.
Las prácticas 2 tt. (2016); Elecciones en el México del siglo xix.
Las fuentes (2015); y del dossier: “La libertad de imprenta
en el siglo xix: vaivenes de su regulación” (Historia Mexi-
cana, 2019). Co-coordinadora de: Cuando las armas hablan,
los impresos luchan, la exclusión agrede… Violencia electoral.
México: 1812-1912 (2016), traducido al francés como Violence
électorale au Mexique, 1812-1912. Quand les armes parlent, les
imprimés lutten et l’exclusion frappe (2018); Contribución a un
diálogo abierto. Cinco ensayos de historia electoral latinoameri-
cana (2016); Prensa y elecciones. Formas de hacer política en el
México del siglo xix (2014) y Miradas y acercamientos a la pren-
sa decimonónica (2013).
S O B R E L O S A U TO R E S 637
Ivett M. G arcía Sandoval
Profesora e investigadora en la Universidad Autónoma de
Campeche, sus líneas de investigación giran alrededor del
análisis de la imagen urbana y la construcción de identida-
des. Coordinó los libros Sucesos e imaginarios y Campeche, una
ciudad en la península; participó en la coordinación del libro
Puertos y comercio en el golfo de México, siglo xix. Ha publica-
do diversos capítulos de libro como “La importancia de las
fuentes visuales para la historia de la península de Yucatán”;
“La construcción cultural de la identidad. Espacios ur-
banos y representación”; “Los viajeros en Campeche en el
siglo xix”; “Mérida y Campeche en los relatos de viajeros del
siglo xix”; “Campeche 150 años de trazos luz y color”. En la
línea del análisis de la representación su tema central es
la imagen de la ciudad, en específico Mérida y Campe-
che en los siglos xix y xx.
A licia Salmerón
Profesora-investigadora del Instituto Mora. Autora de nume-
rosos artículos y capítulos de libros sobre ideas y prácticas
políticas del México de fines del siglo xix. En colaboración
con académicos reconocidos, ha participado en la coordina-
ción de varios libros, entre los más recientes: Hacia una his-
toria global e interconectada. Fuentes y temas para la enseñanza.
(Siglos xvi-xix) (2017); Cuando las armas hablan, los impresos lu-
chan, la exclusión agrede… Violencia electoral. México: 1812-1912
(2016); Pensar la modernidad política. Propuestas desde la nue-
va historia política. Antología (2016); Contribución a un diálogo
abierto. Cinco ensayos de historia electoral latinoamericana (2016);
S O B R E L O S A U TO R E S 639
Prensa y elecciones. Formas de hacer política en el México del si-
glo xix (2014); Instantáneas de la ciudad de México. Un álbum de
1883-1884 (2013); Partidos, facciones y otras calamidades. Debates
y propuestas acerca de los partidos políticos en México, siglo xix
(2012).