Exequias

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OBSERVACIONES GENERALES PREVIAS

(PRAENOTANDA)

I. Sentido de las exequias cristianas


1. La Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra el misterio pascual, para que
quienes por el bautismo fueron incorporados a Cristo, muerto y resucitado, pasen
también con él a la vida eterna, primero en el alma, que tendrá que purificarse para
entrar en el cielo con los santos y elegidos, después en el cuerpo, que deberá
aguardar la bienaventurada esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección
de los muertos.
Por tanto, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la Pascua
de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre
si todos los miembros de Cristo, estos impetran para los difuntos el auxilio
espiritual y, para los demás, el consuelo de la esperanza.
2. En la celebración de las exequias por sus hermanos, procuren los cristianos
afirmar la esperanza en la vida eterna, pero teniendo en cuenta la mentalidad de la
época y las costumbres de cada región, concernientes a los difuntos. Por tanto, ya
se trate de tradiciones familiares, de costumbres locales o de empresas de pompas
fúnebres, aprueben de buen grado todo lo bueno que en ellas encuentren y
procuren transformar todo lo que aparezca como contrario al Evangelio, de modo
que las exequias cristianas manifiesten la fe pascual y el verdadero espíritu
evangélico.

3. Dejada de lado toda vana ostentación, es conveniente honrar los cuerpos de los
fieles difuntos, que han sido templos del Espíritu Santo. Por eso, por lo menos en
los momentos más importantes entre la muerte y la sepultura, se debe afirmar la fe
en la vida eterna y orar por los difuntos.
Los principales momentos pueden ser, según la costumbre de los lugares: la
vigilia en la casa del difunto, la colocación del cuerpo en el féretro y su traslado al
sepulcro, previa reunión de los familiares y, si fuera posible, de toda la comunidad,
para escuchar, en la liturgia de la palabra, el consuelo de la esperanza, para ofrecer
el sacrificio eucarístico y para la última despedida al difunto.
II. Formas de celebración
4. Después de considerar las condiciones y posibilidades de las diversas regiones,
el Ritual de exequias propone tres formas de celebración:

a) la primera forma prevé tres «estaciones»: en la casa del difunto, en la iglesia


y en el cementerio;
b) la segunda forma considera sólo dos «estaciones»: en la capilla del
cementerio y junto al sepulcro;

c) la tercera forma tiene una sola «estación»: en la casa del difunto.


Primera forma de celebración exequial.
5. La primera forma de celebración exequias es casi igual que el antiguo Rito
Romano. Comprende, de ordinario, sobre todo en ambientes rurales, tres
«estaciones»: en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio, con dos
procesiones intermedias. Sin embargo, las procesiones, especialmente en las
grandes ciudades, o no son frecuentes o, por diversas razones, son menos
convenientes; por otra parte, por la insuficiencia de clero y las largas distancias
entre las iglesias y los cementerios, los sacerdotes no pueden, a veces, celebrar las
«estaciones» en la casa y en el cementerio. En vista de esto, se aconseja a los fieles
que, en ausencia del sacerdote o diácono, reciten ellos mismos las oraciones y
salmos acostumbrados; si esto no fuera posible, se omitirán las «estaciones», en la
casa del difunto y en el cementerio.
6. Según esta primera forma, «la estación» en la iglesia comprende, de ordinario, la
celebración de la misa exequial, que sólo se prohíbe en el Triduo pascual, en las
solemnidades y en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Mas si, por
razones pastorales, las exequias en la iglesia se celebran sin misa –la cual, en lo
posible, ha de celebrarse otro día–, es obligatoria la liturgia de la palabra, de modo
que la «estación» en la iglesia comprenda siempre la liturgia de la palabra, haya o
no sacrificio eucarístico, y el rito que antes se llamaba «absolución», del difunto, y
que, en adelante, se llamará «último adiós al cuerpo del difunto».

Segunda forma de celebración exequial


7. La segunda forma de celebración exequias comprende sólo dos «estaciones»,
ambas en el cementerio: una en la capilla del cementerio y otra junto al sepulcro.
En esta forma de exequias, no se prevé la celebración eucarística, la cual, no
obstante, tendrá lugar, ausente el cadáver, antes o después de las exequias. Tercera
forma de celebración exequias
8. La tercera forma de celebración exequias, con una sola «la estación», en la casa
del difunto, parecerá inútil en algunos lugares; en otros, sin embargo, resulta
necesaria. Teniendo presente las diversas circunstancias, no se determinan
expresamente los detalles de esta forma. Pero se ha juzgado convenientemente dar
al menos algunas indicaciones, de tal modo que, en este caso, se puedan tomar
elementos comunes con las otras formas, por ejemplo, en la liturgia de la palabra
y en el rito del último adiós al cuerpo del difunto. Lo demás lo podrán proveer las
Conferencias Episcopales.
9. En la preparación de las versiones en lengua vernácula de la edición típica latina
del Ritual de exequias, las Conferencias Episcopales pueden o bien mantener las
tres formas de exequias o bien cambiar el orden o bien omitir una u otra forma.
Porque puede suceder que, en algún país, se use exclusivamente una de las formas,
por ejemplo, la primera, con las tres «estaciones», en cuyo caso se ha de mantener
ésta, con exclusión de las otras dos; en otros países, en cambio, las tres formas
pueden ser necesarias. Por tanto, las Conferencias Episcopales proveerán
oportunamente, teniendo en cuenta las necesidades particulares.

III. Elementos que deben tenerse en cuenta en las exequias


El último adiós al cuerpo del difunto

10. Después de la misa exequias, tiene lugar el rito de la despedida de cuerpo y


recomendación del alma. Este rito no significa una purificación, que se realiza
principalmente por el sacrificio eucarístico, sino la último despedida de la
comunidad cristiana a uno de sus miembros, antes de que se lleven el cuerpo o de
que sea sepultado. Pues, si bien en la muerte hay siempre una separación, a los
cristianos, que como miembros de Cristo son una sola cosa en Cristo, ni siquiera
la misma muerte puede separarlos.1
El celebrante introduce y explica este rito con una monición; siguen unos
momentos de silencio, la aspersión e incensación y el canto de despedida. Este
canto, compuesto de texto y melodía adecuados, no sólo debe ser cantado por
todos sino que todos han de ver en él la culminación de todo el rito.

1
Cf. SIMEÓN DE TESALÓNICA, De ordine sepulturae: PG 115, 685 B.
También la aspersión, que recuerda la inscripción en la vida eterna realizada
por el bautismo, y la incensación, con la que se honra el cuerpo del difunto, templo
del Espíritu Santo, pueden ser consideradas como gesto de despedida.

El rito de la despedida de cuerpo y recomendación del alma sólo puede tener


lugar en la misma acción exequial y estando presente el cadáver.
La lectura de la palabra de Dios

11. En cualquier celebración por los difuntos, tanto exequias como común, se
considera parte muy importante del rito la lectura de la palabra de Dios. En efecto,
ésta proclama el misterio pascual, afianza la esperanza de un nuevo encuentro en
el reino de Dios, exhorta a la piedad hacia los difuntos y a dar un testimonio de
vida cristiana.

Los salmos
12. En los oficios por los difuntos, la Iglesia recurre especialmente a los salmos,
para expresar el dolor y reafirmar la confianza. Procuren, pues, los pastores de
almas, mediante una adecuada catequesis, que sus comunidades comprendan, con
mayor claridad y profundidad, los salmos que se proponen para la liturgia exequial,
por lo menos algunos de ellos. En cuanto a los otros cantos, cuya conveniencia
pastoral se indica con frecuencia en el rito, procuren que expresen «un amor suave
y vivo hacia la sagrada Escritura»2, a la vez que el sentido de la liturgia.

Las oraciones
13. La comunidad cristiana también en las oraciones confiesa su fe e intercede
piadosamente por los difuntos adultos, para que alcancen la felicidad junto a Dios;
felicidad a la cual cree que ya han llegado los niños difuntos, que son hijos de
adopción por el bautismo. Por los padres de estos niños, como también por los
familiares de todos los difuntos, ora la comunidad, para que en su dolor reciban el
consuelo de la fe. El Oficio de difuntos
14. Donde por ley particular, por fundación o por costumbre, se celebra el Oficio
de difuntos, con motivo de las exequias o fuera de ellas, puede conservarse este
Oficio con tal que se celebre digna y piadosamente. Pero, teniendo en cuenta las

2
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia, núm. 24
condiciones de la vida actual y de la pastoral, en lugar del Oficio de difuntos, puede
celebrarse una vigilia o una liturgia de la palabra.
14 bis. Se han de celebrar exequias por los catecúmenos y, además, según establece
el canon 1183 del Código de Derecho Canónico, se pueden celebrar también:
a) por aquellos niños que sus padres deseaban bautizar, pero murieron antes
de recibir el bautismo;

b) según el juicio prudente del Ordinario del lugar, por los bautizados que
estaban adscritos a una Iglesia o comunidad eclesial no católica, con tal de
que no conste la voluntad contraria de éstos y no pueda hacerlas su ministro
propio.
Exequias y cremación del cadáver

15. Se puede conceder las exequias cristianas a quienes han elegido la cremación
de su cadáver, a no ser que conste que dicha cremación fue elegida por motivos
contrarios al sentido cristiano de la vida.
En este caso, las exequias se celebrarán según la forma que se usa en la región,
pero de tal manera que no se oculte que la Iglesia prefiere la costumbre de sepultar
los cuerpos, como el mismo Señor quiso ser sepultado; evítese también el peligro
de escándalo o de sorpresa en los fieles.
Por otro lado, los ritos que se hacen en la capilla del cementerio o junto al
sepulcro pueden tener lugar en el edificio del crematorio; más aún, si no hay un
lugar adecuado, dichos ritos pueden hacerse en la misma sala del crematorio,
evitando todo peligro de escándalo o de indiferentismo religioso.

IV. Funciones y ministerios de la celebración de las exequias


16. En la celebración de las exequias, recuerden todos los que pertenecen al pueblo
de Dios que a cada uno se le ha confiado un ministerio particular: a los padres y
familiares, a los responsables de las pompas fúnebres, a la comunidad cristiana y,
principalmente, al sacerdote, que, como maestro de la fe y ministro del consuelo,
preside la acción litúrgica y celebra la Eucaristía.
17. Recuerden también todos, en especial los sacerdotes, cuando encomiendan a
Dios los difuntos en la liturgia exequias, que es su deber avivar la esperanza de los
presentes y afianzar su fe en el misterio pascual y en la resurrección de los muertos,
de tal manera, sin embargo, que, al manifestar el cariño de la madre Iglesia y el
consuelo de la fe, animen a los creyentes, pero respeten su natural dolor.
18. Al preparar y organizar la celebración de las exequias, los sacerdotes
considerarán, con la debida solicitud, no sólo la persona del difunto y las
circunstancias de su muerte, sino también el dolor de los familiares y las
necesidades de su vida cristiana. Tendrán un cuidado especial por aquellos que,
con ocasión de las exequias, asisten a una celebración litúrgico y oyen el Evangelio,
sean acatólicos o sean católicos que nunca o casi nunca participan de la Eucaristía
o que parecen haber abandonado la fe; pues los sacerdotes son ministros del
Evangelio de Cristo para todos.
19. Las exequias, con excepción de la misa, pueden ser celebradas por un diácono.
Cuando la necesidad pastoral lo exija, la Conferencia Episcopal, con licencia de la
Sede Apostólica, puede facultar también a un laico.
En ausencia del sacerdote o del diácono, se aconseja que las «estaciones» en la casa
del difunto y en el cementerio, en la primera forma de celebración exequias, y la
vigilia se celebren bajo la dirección de un laico.
20. En la celebración de las exequias, a excepción de la distinción que se deriva de
la función litúrgica y del Orden sagrado, y aparte de los honores debidos a las
autoridades civiles, de acuerdo con las leyes litúrgicas, no se hará acepción alguna
de personas o de clases sociales, ni en las ceremonias ni en el ornato externo.3

V. Adaptaciones que corresponden a las conferencias episcopales

21. En conformidad con lo que establece el número 63, b de la Constitución sobre


la sagrada liturgia, corresponde a las Conferencias Episcopales traducir la edición
típica latina del Ritual de exequias y adaptarla a las necesidades y características
locales para que, una vez aprobadas sus decisiones por la Sede Apostólica, dicho
Ritual sea utilizado en las respectivas regiones.

En esta materia, corresponde a las Conferencias Episcopales:


a) determinar las adaptaciones, dentro de los límites establecidos en esta
sección;

3
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 32
b) considerar, con cuidado y prudencia, cuanto pueda admitirse,
oportunamente, de las tradiciones y el modo de ser de los diversos pueblos y,
también, proponer a la Sede Apostólica otras adaptaciones que se estimen
útiles o necesarias para introducirlas con su consentimiento;
c) mantener vigentes o adaptar los elementos propios, cuando los hay, ya
existentes en los Rituales particulares, siempre que estén de acuerdo con la
Constitución sobre la sagrada liturgia y las necesidades actuales;
d) preparar las versiones de los textos, de manera que se acomoden
verdaderamente a las diversas lenguas y culturas, agregando, cuando fuere
oportuno, melodías aptas para el canto;
e) adaptar y completar las instrucciones de la edición típica del Ritual Romano,
de modo que los ministros comprendan plenamente y realicen adecuadamente
la significación de los ritos;
f) al preparar las ediciones de los libros litúrgicos, ordenar los textos del modo
que sea más apropiado para el uso pastoral, con tal de que no se omita nada
del material contenido en esta edición típica; si pareciera oportuno añadir
algunas rúbricas o textos, se los distinguirá de los de la edición típica con un
signo o carácter tipográfico adecuado.
22. En la preparación de la edición en la lengua vernácula del Ritual de exequias.
Corresponderá a las Conferencias Episcopales:

a) ordenar los ritos según una o más formas, como se indica en el núm. 9
b) sustituir las fórmulas propuestas en el rito principal, si pareciera
oportuno, por otras de las que se encuentran en el capítulo de textos
potestativos;
c) cuando la edición típica latina del Ritual de exequias presenta varias
fórmulas optativas, añadir otras fórmulas del mismo género (de acuerdo con
el núm. 21,f);

d) juzgar si un laico puede ser elegido para celebrar las exequias (cf. núm.
19);
e) cuando razones pastorales lo indiquen, establecer que la aspersión y la
incensación puedan omitirse o ser suplidas por otro rito;
f) establecer para las exequias el color litúrgico más adecuado a la
idiosincrasia de cada pueblo, que no ofenda al dolor humano y que haga
patente la esperanza cristiana, a la luz del misterio pascual.

VI. Función del sacerdote en la preparación y organización de la celebración


23. El, sacerdote, después de haber considerado las diversas circunstancias y de
haber oído los deseos de la familia y de la comunidad, usará de buena gana de las
facultades concedidas en los ritos.
24 Los ritos propuestos en cada forma de celebración se describen de modo que
puedan ser realizados con simplicidad; no obstante, se ofrece gran número de
textos para las diversas circunstancias. Así, por ejemplo:

a) por regla general, todos los textos pueden ser cambiados por otros, con
la cooperación de la comunidad y de la familia, para obtener en cada caso
una celebración que se adapte mejor a las diversas circunstancias;
b) algunos elementos no son obligatorios, sino que se pueden añadir a
voluntad según las circunstancias, como, por ejemplo, en la casa del difunto,
la oración por los afligidos;
c) según la tradición litúrgica, se da una gran libertad de elección en los
textos propuestos para las procesiones;

d) cuando, por una razón litúrgica, se indica o aconseja un salmo que puede
ofrecer dificultad pastoral, se ofrece siempre la posibilidad de cambiarlo por
otro; más aún: si algún versículo de un salmo pareciera menos apto bajo el
aspecto pastoral, puede omitirse;
e) el texto de las oraciones se propone siempre en singular, es decir, por un
solo difunto; por tanto, en cada caso, el texto será adaptado según el género
y el número; por ejemplo: en lugar de las palabras tu hijo, se usará, según las
circunstancias, tu hija o tus hijos o tus hijas, etc.;

f) en las oraciones, las palabras o frases puestas entre corchetes pueden


omitirse.
25. Una adecuada y digna celebración de las exequias, así como todo el ministerio
del sacerdote para con los difuntos, supone una consideración orgánica del
misterio cristiano y del oficio pastoral.
a) Asistir a los enfermos y moribundos, como se indica en la sección
correspondiente del Ritual Romano;
b) catequizar sobre el sentido de la muerte cristiana;

c) consolar con bondad a la familia del difunto, aliviar la angustia de su dolor


y, en cuanto sea posible, ayudarla generosamente y preparar con ella la
celebración adecuada de las exequias, empleando las facultades propuestas
y concedidas en el mismo rito;
d) finalmente, ordenar la liturgia de los difuntos dentro del marco de la vida
litúrgica de las parroquias y del ministerio pastoral.
PRECES PARA ANTES DE LAS EXEQUIAS

1. EN EL MOMENTO DE EXPIRAR

Terminadas las preces de la recomendación del alma, mientras el moribundo lucha con la muerte,
puede trazarse el signo de la cruz sobre su frente u ofrecerle un crucifijo para que lo bese,
diciendo:

El Señor guarde tu salida de este mundo y tu entrada en su reino, en su


paz y en su amor.

O bien:

Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estén contigo, te infundan


esperanza y te conduzcan a la paz de su reino.

Cuando el moribundo ha entregado su alma a Dios, al cerrarle los ojos. uno de los familiares
puede decir:

Concede, Señor, a nuestro hermano (nuestra hermana) N., cuyos ojos


no verán más la luz de este mundo, contemplar eternamente tu belleza
y gozar de tu presencia por los siglos de los siglos.
R. Amén.
A continuación, puede trazarse sobre su frente la señal de la cruz.

Los familiares y amigos que se encuentren allí presentes pueden entonces orar junto al
cadáver, diciendo:

Este primer mundo ha pasado definitivamente para nuestro


hermano (nuestra hermana) N. Pidamos, pues, al Señor que le conceda
gozar ahora del cielo nuevo y de la tierra nueva que él ha dispuesto para
sus elegidos.
V. Venid en su ayuda, santos de Dios; salid a su encuentro, ángeles del
Señor.
R. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
V. Cristo, que te llamó, te reciba, y los ángeles te conduzcan al regazo de
Abrahán.
R. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
V. Dale, Señor, el descanso eterno, y brille para él (ella) la luz perpetua.
R. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.

Luego, puede añadirse:

Hacia ti, Señor, levantamos nuestros ojos; contempla, Señor, nuestra


tristeza, fortalece nuestra fe en este momento de prueba y concede a
nuestro hermano(nuestra hermana) el descanso eterno.

A esta súplica, se añaden las siguientes preces:

Que Cristo, que sufrió la muerte de cruz por él (ella), le conceda la


felicidad verdadera.
R. Te lo pedimos, Señor

Que Cristo, el Hijo de Dios vivo, lo (la) reciba en su paraíso.


R. Te lo pedimos, Señor

Que Cristo, el buen Pastor, lo (la) cuente entre sus ovejas.


R. Te lo pedimos, Señor

Que le perdone todos sus pecados y lo (la) agregue al número de los


elegidos.
R. Te lo pedimos, Señor

Que pueda contemplar cara a cara a su Redentor y gozar de la visión de


su Señor por los siglos de los siglos.
R. Te lo pedimos, Señor
A continuación, se dice la siguiente oración:

Te pedimos, Señor, que tu siervo (sierva) N., que ha muerto ya para este
mundo, viva ahora para ti y que tu amor misericordioso borre los
pecados que cometió por fragilidad humana. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
R. Amén.

2. COLOCACION DEL CADAVER EN EL ATAUD

Cuando el cadáver es puesto en el ataúd, uno de los familiares o amigos presentes puede orar
con estas palabras, a las que todos se suman en las súplicas finales:

Señor, tú que has dicho:


«Si el grano de trigo muere, da mucho fruto»,
haz que este cuerpo, humillado ahora por la muerte, descanse de sus
fatigas y, como semilla de resurrección, espere tu venida, mientras su
alma goza entre los santos por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Por el amor y la alegría que irradió su mirada.
R. Concédele, Señor, contemplar tu rostro.

Por el dolor y las lágrimas que oscurecieron sus ojos.


R. Concédele, Señor, contemplar tu rostro.

Por haber creído en ti sin haber visto.


R. Concédele, Señor, contemplar tu rostro.

En el momento en que es cerrado el ataúd, los allí presentes pueden orar por el difunto con
estas palabras:

Señor, en este momento en que va a desaparecer para siempre de


nuestros ojos este rostro que nos ha sido tan querido, levantamos hacia
ti nuestra mirada; haz que este hermano nuestro (esta hermana
nuestra) pueda contemplarte cara a cara en tu reino, y aviva en nosotros
la esperanza de que volveremos a ver este mismo rostro junto a ti y
gozaremos de él en tu presencia por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Señor, escucha nuestra oración por tu fiel N.
R. Señor, ten piedad.

Ilumina sus ojos con la luz de tu gloria.


R. Señor, ten piedad.
Perdónale sus pecados, concédele la vida eterna.
R. Señor, ten piedad.'
Atiende a los que te suplican y escucha la voz de los que lloran.
R. Señor, ten piedad.

Consuélanos en nuestra tribulación.


R. Señor, ten piedad.

3. FORMULARIOS PARA ORAR EN LA CAPILLA ARDIENTE

Cuando los familiares y amigos acuden donde se encuentra el cadáver en las horas que preceden
al sepelio, será bueno que expresen su caridad cristiana para con el difunto orando allí por él, así
como también para dar muestras del consuelo cristiano que ofrecen a los más allegados del que
ha expirado. Esta oración se puede hacer de manera comunitaria o bien individualmente.

Si la oración se realiza de manera comunitaria, puede hacerse con uno de los cuatro primeros
formularios que siguen a continuación:

FORMULARIO I

Antífona

A ti levantamos nuestros ojos; Señor, tu amor es mas fuerte que la


muerte; por eso esperamos en ti.

Preces

Ya que este primer mundo ha pasado definitivamente para nuestro


hermano (nuestra hermana) N., pidamos ahora al Señor que le conceda
gozar del cielo nuevo y de la tierra nueva que él ha dispuesto para sus
elegidos.

Que Cristo, que por él (ella) sufrió muerte de cruz, le conceda la felicidad
verdadera.
R. Te lo pedimos, Señor.

Que Cristo, el Hijo de Dios vivo, lo (la) acoja en su paraíso.


R. Te lo pedimos, Señor.

Que Cristo, el buen Pastor, lo (la) cuente entre sus ovejas.


R. Te lo pedimos, Señor.

Que Cristo perdone todos sus pecados y lo (la) agregue al número de


sus elegidos.
R. Te lo pedimos, Señor.

Que pueda contemplar cara a cara a su Redentor y gozar de la visión de


su Señor por los siglos de los siglos.
R. Te lo pedimos, Señor.

Oración

Señor Dios, que has querido que nuestro hermano (nuestra


hermana) N., a través de la muerte, fuera configurado (configurada) a
Cristo, que por nosotros murió en la cruz, por la gracia renovadora de
la Pascua de tu Hijo, aleja de tu siervo (sierva) todo vestigio de
corrupción terrena, y, pues quisiste marcarlo(marcarla) ya en su vida
mortal con el sello de tu Espíritu Santo, dígnate también
resucitarlo (resucitarla) un día a la vida eterna de la gloria. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
R. Amén.
FORMULARIO II
Antífona

El Señor abra a nuestro hermano (nuestra hermana) las puertas del


paraíso, para que pueda gozar ya de aquella patria donde no existe ni el
dolor ni la muerte, sino sólo la paz y la alegría sin fin.

Preces

Recordemos, con afecto piadoso, a nuestro hermano (nuestra


hermana) N., a quien Dios ha llamado de este mundo, y oremos
confiados a aquel que venció la muerte y resucitó glorioso del sepulcro.

Que Cristo, el Hijo de Dios, le dé posesión del paraíso y, como buen


Pastor, lo (la) reconozca entre sus ovejas, roguemos al Señor.
R. Te lo pedimos, Señor.

Que, perdonados sus pecados, lo (la) coloque a su derecha en el reino


de los elegidos, roguemos al Señor.
R. Te lo pedimos, Señor.
Que participe con él de la felicidad eterna de los santos, roguemos al
Señor.
R. Te lo pedimos, Señor.

Que nosotros, los que ahora lloramos su muerte, podamos salir al


encuentro de Cristo cuando él vuelva, acompañados de nuestro
hermano (nuestra hermana) que hoy nos ha dejado, roguemos al Señor.
R. Te lo pedimos, Señor.

Oración

Te encomendarnos, Señor, a nuestro hermano (nuestra hermana) N., a


quien en esta vida mortal rodeaste siempre con tu amor; concédele ahora
que, libre de todos sus males, participe en tu descanso eterno, y, pues
para él (ella) acabó ya este primer mundo, admítelo (admítela) ahora en
tu paraíso, donde no hay llanto ni luto ni dolor, sino paz y alegría sin fin,
con tu Hijo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

FORMULARIO III

Antífona

¡Dichoso el que ha muerto en el Señor! Que descanse ya de sus fatigas y


que sus obras lo acompañen.

Preces

Pidamos por nuestro hermano (nuestra hermana) a Jesucristo, que ha


dicho: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque haya
muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre».

Tú que resucitaste a los muertos, concede la vida eterna a nuestro


hermano (nuestra hermana).
R. Te lo pedimos, Señor.

Tú que desde la cruz prometiste el paraíso al buen ladrón, acoge a


nuestro hermano (nuestra hermana) N., en tu reino.
R. Te lo pedimos, Señor.

Tú que experimentaste el dolor de la muerte y resucitaste gloriosamente


del sepulcro, concede a nuestro hermano (nuestra hermana) la vida feliz
de la resurrección.
R. Te lo pedimos, Señor.
Tú que lloraste ante la tumba de tu amigo Lázaro, dígnate enjugar las
lágrimas de quienes lloramos la muerte de nuestro hermano (nuestra
hermana).
R. Te lo pedimos, Señor.
Oración

Señor, nuestra vida es corta y frágil; la muerte que contemplamos hoy


nos lo recuerda. Pero tú vives eternamente, y tu amor es más fuerte que
la muerte. Llenos, pues, de confianza, ponemos en tus manos a nuestro
hermano (nuestra hermana) N., que acaba de dejarnos. Perdónale sus
faltas y acógelo (acógela) en tu reino, para que viva feliz en tu presencia
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

FORMULARIO IV

Antífona

El coro de los ángeles te reciba, y Cristo, tu Señor, te coloque en el seno


de Abrahán, para que junto a Lázaro, pobre en esta vida, tengas descanso
eterno.

Preces

Señor, a ti elevamos nuestros ojos en este momento en que va a


desaparecer para siempre de nuestra mirada el rostro amigo a nuestro
hermano (nuestra hermana) a quien tanto hemos amado en este mundo.

Después de esta vida, donde sólo tuvo la visión de la fe.


R. Concédele, Señor, contemplar eternamente tu rostro.

Después del amor y de las alegrías que en este mundo iluminaron su


vida.
R. Concédele, Señor, contemplar eternamente tu rostro.
Después de los trabajos y sufrimientos que, en su peregrinar terreno,
lo (la)hicieron llorar.
R. Concédele, Señor, contemplar eternamente tu rostro.

Después de su sed de conocer la verdad y gozar del bien.


R. Concédele, Señor, contemplar eternamente tu rostro.

Y porque él (ella) creyó en ti sin haberte visto.


R. Concédele, Señor, contemplar eternamente tu rostro.

Oración

Señor Dios, que has querido que nuestro hermano (nuestra


hermana) N., a través de la muerte, fuera configurado (configurada) a
Cristo, que por nosotros murió en la cruz, por la gracia renovadora de
la Pascua de tu Hijo, aleja a tu siervo (sierva) todo vestigio de corrupción
terrena, y, pues quisiste marcarlo (marcarla) ya en su vida mortal con el
sello de tu Espíritu Santo, dígnate resucitarlo (resucitarla) un día a la vida
eterna de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

FORMULARIO V

Cuando la oración ante un difunto se lleva a cabo individualmente, puede hacerse con el
formulario siguiente:

Antífona

Tú, Señor, que eres el descanso después del trabajo y la vida después de
la muerte, concede a nuestro hermano (nuestra hermana) el descanso
eterno.
Preces

A ti, Señor, grito, respóndeme; haz caso de las súplicas que te dirijo en
este momento de dolor por la muerte de tu siervo (sierva) N.
Señor Jesucristo, acógelo (acógela) en compañía de todos los elegidos
que nos han precedido.
Concédele gozar siempre de su paz.
Que encuentre en ti el perdón de sus pecados.
Que goce eternamente de la felicidad de los santos.
Que te contemple a ti, luz verdadera, y goce de tu presencia.
Conforta a sus familiares y a cuantos lloran su muerte.

Oración

Concede, oh Padre, a tu siervo (sierva) N., que se ha separado de


nosotros, la herencia prometida; da cumplimiento a su esperanza de
felicidad y de paz; infunde serenidad y fortaleza en quienes ahora lloran
su ausencia y fortalécelos con la certeza de la vida eterna que, en tu gran
amor, has dispuesto para toda la familia humana, por la fuerza de la
muerte y de la resurrección de Cristo, que vive y reina por los siglos de
los siglos.
R. Amén.
4. VIGILIA COMUNITARIA DE ORACIÓN POR EL DIFUNTO

Es muy aconsejable que, según las costumbres y posibilidades de cada lugar, los amigos y
familiares del difunto se reúnan en la casa mortuoria, antes de la celebración de las exequias, para
celebrar una vigilia de oración. Esta vigilia puede celebrarse también en la iglesia, pero nunca
inmediatamente antes de la misa exequial, a fin de que la celebración no se alargue demasiado y
no quede duplicada la Liturgia de la palabra. Esta vigilia de oración la preside el Obispo, un
sacerdote o un diácono o, en su defecto, la dirige un laico. Esta vigilia sustituye el Oficio de
lectura propio de la Liturgia de las Horas de difuntos.

I. Ritos iniciales

1. Si el que preside es un ministro ordenado, saluda a los presentes, diciendo:

El Señor, que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer para


una esperanza viva, esté con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.
_______________________

Si el que dirige la oración es un laico, en lugar de esta salutación, puede decir:

Bendigamos al Señor, que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho


nacer para una esperanza viva.
R. Amén.
_______________________

2. Luego, se inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: Si bien el dolor por la pérdida, aún tan reciente, de un ser


querido llena de dolor nuestros corazones y ensombrece nuestros ojos,
avivemos en nosotros la llama de la fe, para que la esperanza que Cristo
ha hecho habitar en nuestros corazones conduzca ahora nuestra oración
para encomendar a nuestro hermano (nuestra hermana) N en las manos
del Señor, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.
O bien:

Amados hermanos: El Señor, en su amorosa e inescrutable providencia,


acaba de llamar de este mundo a nuestro hermano (nuestra
hermana) N. Su partida nos ha llenado a todos de dolor y de
consternación. Pero, en este momento triste, conviene que reafirmemos
nuestra fe, que nos asegura que Dios no abandona nunca a sus hijos.
Jesús nos invita a esta confianza cuando dice: «Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré». Con esta certeza, pidamos
ahora al Señor que a nuestro hermano (nuestra hermana) le perdone sus
faltas y le conceda una mansión de paz y bienestar entre sus santos. Y
que a nosotros nos dé la firme esperanza de
encontrarlo (encontrarla) nuevamente en su reino.
3. A continuación, se recita el salmo 129 u otro salmo apropiado del Apéndice I (pp. 1283-1311).
El salmo se recita a dos coros o bien lo proclama un salmista, mientras los fieles pueden intercalar
la siguiente antífona:

Ant. Mi alma espera en el Señor.


Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor;


Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Ant. Mi alma espera en el Señor.


4. Después, se añade la siguiente oración:

Oremos.
Escucha, Señor, la oración de tus fieles; desde el abismo de la
muerte, nuestro hermano (nuestra hermana) N. espera tu redención
copiosa; redímelo (redímela) de todos sus delitos y haz que en tu reino
vea realizada toda su esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
2. Liturgia de la palabra

5. A continuación, se lee la siguiente perícopa bíblica:

Dios creó al hombre para la inmortalidad

Lectura del libro de la Sabiduría 2, 1-5. 21-23; 3, 1-6.


Se dijeron los impíos, razonando equivocadamente:
«La vida es corta y triste,
y el trance final del hombre irremediable;
y no consta de nadie que haya regresado del abismo.
Nacimos casualmente
y luego pasaremos como quien no existió;
nuestro respiro es humo,
y el pensamiento, chispa del corazón que late;
cuando ésta se apague el cuerpo se volverá ceniza,
y el espíritu se desvanecerá como aire tenue.
Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo,
y nadie se acordará de nuestras obras;
Pasará nuestra vida como rastro de nube,
se disipará como neblina
acosada por los rayos del sol
y abrumada por su calor.
Nuestra vida es paso de una sombra,
y nuestros fin, irreversible;
está aplicado el sello, no hay retorno».
Así discurren, y se engañan,
porque los ciega la maldad:
no conocen los secretos de Dios,
no esperan el premio de la virtud
ni valoran el galardón de una vida intachable.
Dios creó el hombre para la inmortalidad
y lo hizo a imagen de su propio ser.
La vida de los justos está en manos de Dios,
y no los tocará el tormento.
La gente insensata pensaba que morían,
consideraba su tránsito como una desgracia,
y su partida de entre nosotros como una destrucción;
pero ellos están en paz.
La gente pensaba que cumplían una pena,
pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad;
sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores,
porque Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí;
los probó como oro en crisol,
los recibió como sacrificio de holocausto.

Palabra de Dios.

6. En lugar de esta lectura bíblica, puede leerse alguna de las que se encuentran en el leccionario
de difuntos.

Si parece oportuno, puede leerse más de un texto bíblico, siguiendo el esquema habitual de
la Liturgia de la palabra, y añadirse una lectura patrística o eclesiástica.

Después de la lectura bíblica, el Obispo, el sacerdote o el diácono que presiden esta vigilia
pueden dirigir a los presentes unas breves palabras de homilía.
7. Después de haber escuchado la palabra de Dios, o después de la homilía, si ésta ha tenido
lugar, se puede invitar a los presentes a recitar juntos la profesión de fe:

Con la esperanza puesta en la resurrección y en la vida eterna que en


Cristo nos ha sido prometida, profesemos ahora nuestra fe, luz de
nuestra vida cristiana.

Creo en Dios, Padre todopoderoso,


Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,


que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,


la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
3. Preces finales

8. La vigilia termina con las siguientes preces u otras de las que figuran en el Apéndice I:

Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, esperanza de los que vivimos aún


en este mundo, vida y resurrección de los que ya han muerto; llenos de
confianza, digámosle:

R. Tú que eres la resurrección y la vida, escúchanos.

—Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, y no te


acuerdes de los pecados de nuestro hermano (nuestra hermana) N.

—Por el honor de tu nombre, Señor, perdónale todas sus culpas y haz


que viva eternamente feliz en tu presencia.

—Que habite en tu casa por días sin término y goce de tu presencia


contemplando tu rostro.

—No rechaces a tu siervo (sierva) ni lo (la) olvides en el reino de la


muerte, sino concédele gozar de tu dicha en el país de la vida.

—Sé tú, Señor, el apoyo y la salvación de cuantos a ti acudimos; sálvanos


y bendícenos, porque somos tu pueblo y tu heredad.

El mismo Señor, que lloró junto al sepulcro de Lázaro y que, en su


propia agonía, acudió conmovido al Padre, nos ayude a decir: Padre
nuestro.

En lugar del Padrenuestro, la vigilia puede concluir con la siguiente oración:

Escucha, Señor, nuestras súplicas y ten misericordia de tu siervo


(sierva) N., para que no sufra castigo por sus pecados, pues deseó
cumplir tu voluntad; y, ya que la verdadera fe lo (la) unió aquí, en la
tierra, el pueblo fiel, que tu bondad ahora lo (la) una al coro de los
ángeles y elegidos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

V. Señor, dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
FORMA TÍPICA DE LAS EXEQUIAS

FORMULARIO COMÚN I

1. Estación en casa del difunto

El ministro saluda a los presentes, diciendo:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.

Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: La muerte de nuestro querido hermano (nuestra querida


hermana) N. nos entristece y nos recuerda, una vez más, hasta qué punto
es frágil y breve la vida del hombre. Pero, en este momento triste, nuestra
fe nos conforta y nos asegura que Cristo vive eternamente y que el amor
que él nos tiene es más fuerte que la misma muerte. Por ello, nuestra
esperanza no debe vacilar. Que el Padre de la misericordia y Dios de
todo consuelo os conforte en esta tribulación.
Después de la salutación inicial, se recita el salmo 113, en el que se puede ir intercalando la
antífona Dichosos los que mueren en el Señor.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor. Sal 113,1-8. 25-26


Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó;


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor, estremécete, tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


Después, se añade la siguiente oración:

Oremos.
Oh, Dios, justo y clemente,
mira con amor a tu siervo (sierva) N.,
que, por medio del agua del bautismo,
participó ya de la Pascua liberadora de Cristo,
y concédele entrar en la verdadera tierra de promisión
y gustar los bienes de la vida divina
en eterna comunión con su Redentor,
nuestro Dios y Señor Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

2. Procesión hacia la iglesia

A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, el pueblo ora
por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por el difunto puede
usarse oportunamente la siguiente letanía:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que fuiste santuario y dominio de Israel
durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que transformaste las peñas del desierto
en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que diste a tu pueblo


posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que quisiste que tu Hijo


llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la resurrección de Jesucristo


has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la ascensión de Jesucristo


has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que no quieres que alaben tu nombre


los muertos ni los que bajan al silencio,
sino los que viven para ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

3. Estación en la iglesia

Al llegar a la iglesia, se coloca el cadáver delante del altar y, si es posible, se pone junto a él el
cirio pascual.

El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

4. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminados estos ritos iniciales y, si se celebra la Misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten
piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a quien en esta vida mortal
rodeaste con tu amor infinito;
concédele ahora que, libre de todos los males,
participe en el descanso eterno.
Y, ya que este primer mundo acabó para él (ella),
admítelo (admítela) en tu paraíso,
donde no hay ni llanto ni luto ni dolor,
sino paz y alegría eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:

Oremos.
Escucha, Señor, nuestras súplicas
y haz que tu siervo (sierva) N.,
que acaba de salir de este mundo,
perdonado (perdonada) de sus pecados
y libre de toda pena,
goce junto a ti de la vida inmortal;
y, cuando llegue el gran día
de la resurrección y del premio,
colócalo (colócala) entre tus santos y elegidos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Oremos a Dios, Padre de todos, por nuestro hermano difunto (nuestra


hermana difunta) y pidámosle que escuche nuestra oración.
— Para que el Señor, que se compadece de toda criatura, purifique con
su misericordia y conceda los gozos del paraíso a nuestro
hermano (nuestra hermana) N. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, que lo (la) creó de la nada y lo (la) honró
haciéndolo (haciéndola) imagen de su Hijo, le devuelva en el reino
eterno la primitiva hermosura del hombre. Roguemos al Señor.
— Para que le conceda el descanso eterno y lo (la) haga gozar en la
asamblea de los santos. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se
sienten abatidos, alivie la tristeza de los que lo (la) lloran y les conceda
encontrarlo (encontrarla) nuevamente en el reino de Dios. Roguemos al
Señor.
Si en las exequias se celebra la Misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Señor,que nuestra oración suplicante


sirva de provecho a tu hijo (hija) N.,
para que, libre de todo pecado,
participe ya de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Dicha esta oración, omitida la bendición y el Podéis ir en paz, se organiza la procesión hacia
el cementerio.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.

Terminada la oración de los fieles se hace inmediatamente la procesión al cementerio.

5. Procesión al cementerio

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, el que preside dice la siguiente antífona:

Al paraíso te lleven los ángeles,


a tu llegada te reciban los mártires
y te introduzcan en la ciudad santa de Jerusalén.

A continuación, se organiza la procesión hacia el cementerio. Durante esta procesión, el


pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.
Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía.

El que preside puede introducir la letanía, diciendo:

Unidos en una misma oración, mientras acompañamos al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana) al lugar de su reposo, invoquemos
a los santos, que en la gloria gozan de la comunión celestial, para que
acojan a nuestro hermano (nuestra hermana) en el gozo eterno.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por él (ella).
Santos ángeles de Dios, rogad por él (ella).
San José, ruega por él (ella).
San Juan Bautista, ruega por él (ella).
Santos Pedro y Pablo, rogad por él (ella).
San Esteban, ruega por él (ella).
San Agustín, ruega por él (ella).
San Gregorio, ruega por él (ella).
San Benito, ruega por él (ella).
San Francisco, ruega por él (ella).
Santo Domingo, ruega por él (ella).
San Francisco Javier, ruega por él (ella).
Santa Teresa de Jesús, ruega por él (ella).
Santa Mónica, ruega por él (ella).
Aquí se puede añadir la invocación del santo patrono del difunto y de otros santos.
Santos y santas de Dios, rogad por él (ella).

Invoquemos ahora a Cristo, vencedor del sepulcro, y hagamos memoria


de sus misterios salvadores, con los que arrancó a los hombres del poder
de la muerte:

Cristo, Hijo de Dios vivo.


R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que aceptaste la muerte por nosotros.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que resucitaste de entre los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
que recibió de ti la simiente de la inmortalidad.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
de quien ahora nos despedimos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
con quien esperamos encontrarnos en la gloria del cielo.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
6. Último adiós al cuerpo del difunto

Llegada la procesión al cementerio, el cuerpo se coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se


procede al rito del último adiós. En primer lugar, se recita el salmo 117, en el que se puede ir
intercalando la antífona Abridme las puertas de la salvación.

Ant. Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor. Sal 117, 1-20

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Ant. Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.

A continuación, el que preside dice la siguiente oración sobre el sepulcro. Si el sepulcro está
ya bendecido se omite el texto entre corchetes.

Oremos.
Señor Jesucristo,
que al descansar tres días en el sepulcro
santificaste la tumba de los que creen en ti,
de tal forma que la sepultura
no solo sirviera para enterrar el cuerpo,
sino también para acrecentar
nuestra esperanza en la resurrección,
[dígnate ben+decir esta tumba y]
concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
descansar aquí de sus fatigas,
durmiendo en la paz de este sepulcro,
hasta el día en que tú,
que eres la Resurrección y la Vida,
lo (la) resucites y lo (la) ilumines
con la contemplación de tu rostro glorioso.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua bendita y se inciensa.

A continuación, el que preside se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Vamos ahora a cumplir con nuestro deber de dar sepultura al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana); y, fieles a la costumbre cristiana, lo
haremos pidiendo con fe a Dios, para quien toda criatura vive, que
admita su alma entre sus santos y que, a este su cuerpo que hoy
enterramos en debilidad, lo resucite un día lleno de vida y de gloria. Que,
en el momento del juicio, use de misericordia para con nuestro
hermano (nuestra hermana), para que, libre de la muerte,
absuelto (absuelta) de sus culpas, reconciliado (reconciliada) con el
Padre, llevado (llevada) sobre los hombros del Buen Pastor y
agregado (agregada) al séquito del Rey eterno, disfrute para siempre de
la gloria eterna y de la compañía de los santos.
Todos oran unos momentos en silencio.

Luego, el que preside continúa, diciendo:

No temas, hermano (hermana), Cristo murió por ti y en su resurrección


fuiste salvado (salvada). El Señor te protegió durante tu vida; por ello,
esperamos que también te librará, en el último día, de la muerte que
acabas de sufrir. Por el bautismo, fuiste hecho (hecha) miembro de
Cristo resucitado: el agua que ahora derramaremos sobre tu cuerpo nos
lo recordará. [Dios te dio su Espíritu Santo, que consagró tu cuerpo
como templo suyo; el incienso con que lo perfumaremos será símbolo
de tu dignidad de templo de Dios y acrecentará en nosotros la esperanza
de que este mismo cuerpo, llamado a ser piedra viva del templo eterno
de Dios, resucitará gloriosamente como el de Jesucristo.]
Después, el que preside da una vuelta alrededor del féretro asperjándolo con agua bendita.
Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso.
Mientras tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo
responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Que el Padre, que te invitó


a comer la carne inmaculada de su Hijo,
te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fuiste injertado (injertada) por el bautismo,
te haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fuiste madurado (madurada),
revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, se coloca el cuerpo en el sepulcro y el que preside añade la siguiente oración. Si se
han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.

[Oremos.]
tus manos, Padre de bondad,
encomendamos el alma
de nuestro hermano (nuestra hermana),
con la firme esperanza
de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que lo (la) enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano nuestro (esta hermana nuestra)
que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos,
y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él (ella),
junto a ti, en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, el que preside termina la celebración con una de las siguientes fórmulas:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Dios, fuente de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.

Él conceda el perdón de toda culpa


a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.

O bien:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

FORMULARIO COMÚN II

1. Estación en casa del difunto

El ministro saluda a los presentes, diciendo:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.
Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Amados hermanos: El Señor, en su amorosa e inescrutable providencia,


acaba de llamar de este mundo a nuestro hermano (nuestra hermana)
N. Su partida os ha llenado a todos de dolor y de consternación. Pero,
en este momento triste, conviene que reafirmemos nuestra fe, que nos
asegura que Dios no abandona nunca a sus hijos. Jesús nos invita a esta
confianza cuando dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré». Con esta certeza, pidamos al Señor, durante
esta celebración, que a nuestro hermano (nuestra hermana) le perdone
sus faltas y le conceda una mansión de paz y bienestar entre sus santos.
Y que a nosotros nos dé la firme esperanza de encon-
trarlo (encontrarla)nuevamente en su reino.
Después de la salutación inicial, se recita el salmo 113, en el que se puede ir intercalando la
antífona Que Cristo te reciba en su paraíso.

Ant. Que Cristo te reciba en su paraíso. Sal 113,1-8. 25-26


Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó;


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa; mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor, estremécete, tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Que Cristo te reciba en su paraíso.


Después, se añade la siguiente oración:

Oremos.
Recibe,Señor, a tu siervo (sierva) N.,
que, salido del Egipto de este mundo,
llega ahora a tu presencia;
que los santos ángeles salgan a su encuentro
y lo (la) introduzcan
en la verdadera tierra de promisión;
reconócelo (reconócela), Señor, como criatura tuya,
llena de alegría su alma
y no te acuerdes más de sus culpas pasadas,
pues, aunque haya pecado,
jamás negó ni al Padre ni al Hijo ni al Espíritu Santo,
antes bien creyó [fue celoso (celosa) de tu honra]
y te adoró fielmente a ti,
Creador del cielo y de la tierra.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

2. Procesión hacia la iglesia

A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, el pueblo ora
por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por el difunto puede
usarse oportunamente la siguiente letanía:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que fuiste santuario y dominio de Israel
durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que transformaste las peñas del desierto
en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que no quieres que alaben tu nombre
los muertos ni los que bajan al silencio,
sino los que viven para ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
3. Estación en la iglesia

Al llegar a la iglesia, se coloca el cadáver delante del altar y, si es posible, se pone junto a él el
cirio pascual.

El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
4. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminados estos ritos iniciales y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten
piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Señor Dios, Padre omnipotente,
tú que nos has dado la certeza
de que en los fieles difuntos
se realizará el misterio de tu Hijo muerto y resucitado,
por esta fe que profesamos,
concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que acaba de participar de la muerte de Cristo,
resucitar también con él en la luz de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:

Oremos.
Oh, Dios,
misericordia de los pecadores
y felicidad de tus santos,
al cumplir hoy el deber humano
de dar sepultura al cuerpo de tu siervo (sierva) N.,
te pedimos le des parte
en el gozo de tus elegidos
y que, libre de las ataduras de la muerte,
pueda presentarse ante ti
el día de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Pidamos al Señor que escuche nuestra oración y atienda nuestras


súplicas por nuestro hermano (nuestra hermana) N., que acaba de dejar
este mundo, y digámosle:
R. Señor ten piedad.
— Señor Jesús, haz que nuestro hermano (nuestra hermana) N., que ha
dejado ya este mundo, se alegre con júbilo eterno en tu presencia y se
vea inundado(inundada) de gozo en la asamblea de los santos.
Roguemos al Señor. R.
— Libra su alma del abismo y sálvalo (sálvala) con tu misericordia,
porque en el reino de la muerte nadie te alaba. Roguemos al Señor. R.
— Que tu bondad y tu misericordia lo (la) acompañen eternamente y
habite en tu casa por años sin término. Roguemos al Señor. R.
— Concédele gozar en las fuentes tranquilas de tu paraíso y
hazlo (hazla) recostar en las verdes praderas de tu reino. Roguemos al
Señor. R.
— Y a nosotros, que caminamos aún por las cañadas oscuras de este
mundo, guíanos por el sendero justo y haz que en tu vara y en tu cayado
de pastor encontremos siempre nuestro sosiego. Reguemos al Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Oh, Dios, que en la Pascua de tu Hijo


has hecho resplandecer para todos
la gloria de una salvación nueva,
escucha nuestras oraciones
y concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
gozar de la luz eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.
Dicha esta oración y omitida la bendición y el Podéis ir en paz, se organiza la procesión hacia
el cementerio.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.

Terminada la oración de los fieles se hace inmediatamente la procesión al cementerio.

5. Procesión al cementerio

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, el que preside dice la siguiente antífona:

El coro de los ángeles te reciba,


y junto con Lázaro, pobre en esta vida,
tengas descanso eterno.

A continuación, se organiza la procesión hacia el cementerio. Durante esta procesión, el


pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.

Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía.

El que preside puede introducir la letanía, diciendo:

Unidos en una misma oración, mientras acompañamos al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana) al lugar de su reposo, invoquemos
a los santos, que en la gloria gozan de la comunión celestial, para que
acojan a nuestro hermano (nuestra hermana) en el gozo eterno.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por él (ella).
Santos ángeles de Dios, rogad por él (ella).
San José, ruega por él (ella).
San Juan Bautista, ruega por él (ella).
Santos Pedro y Pablo, rogad por él (ella).
San Esteban, ruega por él (ella).
San Agustín, ruega por él (ella).
San Gregorio, ruega por él (ella).
San Benito, ruega por él (ella).
San Francisco, ruega por él (ella).
Santo Domingo, ruega por él (ella).
San Francisco Javier, ruega por él (ella).
Santa Teresa de Jesús, ruega por él (ella).
Santa Mónica, ruega por él (ella).
Aquí se puede añadir la invocación del santo patrono del difunto y de otros santos.
Santos y santas de Dios, rogad por él (ella).

Continuemos nuestras plegarias pidiendo al Señor que escuche nuestras


súplicas y repitamos: R. Escúchanos, Señor.
Que el Padre, que lo (la) invitó
a comer la carne inmaculada de su Hijo,
lo (la) admita ahora en la mesa de su reino.
R. Escúchanos, Señor.
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fue injertado (injertada) por el bautismo,
lo (la) haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Escúchanos, Señor.
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fue madurado (madurada),
revista su cuerpo de inmortalidad.
R. Escúchanos, Señor.

Que lo (la) recomiende ante su Hijo


la clementísima Virgen María
y, acompañado (acompañada) de ella,
llegue a la mansión deseada del cielo.
R. Escúchanos, Señor.

Que lo (la) acojan los santos apóstoles,


que recibieron del Señor el poder de atar y desatar.
R. Escúchanos, Señor.
Que intercedan por él (ella)
todos los santos y elegidos de Dios,
que en este mundo soportaron tormentos
por el nombre de Cristo.
R. Escúchanos, Señor.
Que el Señor se acuerde de él (ella)
en el esplendor de su gloria.
R. Escúchanos, Señor.

6. Último adiós al cuerpo del difunto

Llegada la procesión al cementerio, el cuerpo se coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se


procede al rito del último adiós. En primer lugar, se recita el salmo 117, en el que se puede ir
intercalando la antífona Si morimos con Cristo.

Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él. Sal 117, 1-20
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él.


A continuación, el que preside dice la siguiente oración sobre el sepulcro. Si el sepulcro está
ya bendecido se omite el texto entre corchetes.
Oremos.
Oh, Dios, en cuya misericordia
encuentran su descanso las almas de los fieles,
[dígnate ben+decir este sepulcro y]
manda a tus santos ángeles que custodien esta tumba;
que nuestro hermano (nuestra hermana),
que va a ser enterrado (enterrada) en ella,
obtenga el perdón de todos sus pecados,
a fin de que resucite glorioso (gloriosa)
al final de los tiempos con todos los santos
y pueda alegrarse en ti por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua bendita y se inciensa.

A continuación, el que preside se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Ha llegado el momento de dar el último adiós a nuestro


hermano (nuestra hermana), el momento en que sus cuerpo
desaparecerá para siempre de nuestra mirada, el momento de separarnos
definitivamente de él (ella). Se trata, pues, de un momento de intensa
tristeza. Pero debe ser también un momento de firme esperanza, pues
confiamos que este rostro amado, que ahora va a desaparecer para
siempre de nuestros ojos, lo volveremos a contemplar, transformado,
cuando Dios, al fin de los tiempos, nos reúna de nuevo en su reino. Con
esta esperanza, oremos, pues, ahora unos momentos en silencio,
recordando lo que con él (ella) vivimos en este mundo, lo que
él (ella) representó para nosotros, lo que él (ella) fue y es ante Dios.
Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:

Vamos ahora a rociar el cadáver de nuestro hermano (nuestra


hermana) con agua bendita. Así, en este momento en que nos
disponemos a sepultar su cuerpo, evocaremos el bautismo, por el que,
al inicio de su vida, se incorporó ya simbólicamente a la muerte y a la
resurrección de Cristo. Porque, de la misma forma que Cristo no quedó
definitivamente en el sepulcro, así creemos que nuestro
hermano (nuestra hermana), a semejanza de Jesús, resucitará a la vida.
Que al rociar, pues, este cadáver con agua, semejante a la del bautismo,
se acreciente nuestra esperanza de que la resurrección, simbolizada
cuando este cuerpo salió del agua bautismal, se convertirá un día en
realidad visible en este cuerpo hoy sin vida.
Después, el que preside da una vuelta alrededor del féretro aspergiéndolo con agua bendita.
Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso.
Mientras tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo
responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Que nuestro hermano (nuestra hermana)


viva eternamente en la paz junto a ti.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que participe contigo
de la felicidad eterna de los santos.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que contemple tu rostro glorioso
y tenga parte en la alegría sin fin.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Oh, Cristo, acógelo (acógela) junto a ti
con todos los que nos han precedido.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, se coloca el cuerpo en el sepulcro, y el que preside añade la siguiente oración. Si se
han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.

[Oremos.]
Dueño de la vida y Señor de los que han muerto,
acuérdate de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que, mientras vivió en este mundo,
fue bautizado (bautizada) en tu muerte
y asociado (asociada) a tu resurrección
y que ahora, confiando en ti,
ha salido ya de este mundo;
cuando vuelvas en el último día,
acompañado de tus ángeles,
concédele resucitar del sepulcro;
sácalo (sácala) del polvo de la muerte,
revístelo (revístela) de honor
y colócalo (colócala) a tu derecha,
para que, junto a ti, tenga su morada
entre los santos y elegidos
y con ellos alabe tu bondad
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, el que preside termina la celebración con una de las siguientes fórmulas:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.
Dios, fuente de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.
Él conceda el perdón de toda culpa
a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
O bien:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.

Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,


por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
RITO SIMPLIFICADO DE LAS EXEQUIAS

FORMULARIO I

1. Recibimiento del difunto en el atrio de la iglesia.

El ministro, junto a la puerta de la iglesia, saluda a los familiares del difunto con las siguientes
palabras u otras parecidas:

Queridos familiares [y amigos]: La muerte de vuestro ser querido os hace


experimentar, una vez más, hasta qué punto el hombre es pobre ante
Dios. Pero vuestra esperanza cristiana no debe desfallecer ante esta
muerte. Levantad al cielo vuestros ojos y esperad contra toda esperanza.
El Señor arrancará de la muerte a vuestro ser querido y lo hará gozar en
su reino.

A continuación se introduce el cadáver en la iglesia y se pone ante el altar, colocando, si es


posible, junto a él el cirio pascual. Situados los familiares del difunto en sus lugares, el ministro
saluda a la asamblea, diciendo:

V. El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.

Luego, se dirige a los fieles reunidos en la iglesia con las siguientes palabras u otras parecidas:

Queridos hermanos: Aunque en este momento todos tenemos el deseo


de expresar a nuestros amigos, los familiares de N., nuestra más sincera
condolencia y nuestro afecto, lleno de compasión, como cristianos que
somos, el sentido de esta celebración no puede limitarse a este hermoso
gesto de convivencia humana. Nuestra presencia aquí, junto a los restos
mortales de un amigo querido (una amiga querida), quiere ser también
un acto de fe en la resurrección y en la victoria de Cristo, que, en favor
de todos nosotros, ha vencido la muerte. Proclamar esta fe en la
resurrección, ante el cuerpo, ahora sin vida, de nuestro hermano (nuestra
hermana) [y celebrar en su presencia la Eucaristía, sacramento de la
muerte y resurrección de Cristo], será también, por otra parte, el mejor
gesto para mitigar la tristeza de nuestros amigos, con la esperanza de la
resurrección. Que Dios nos conceda, pues, escuchar con fe firme su
palabra [y celebrar, con gran esperanza, la Eucaristía, memorial de la
resurrección de su Hijo].
El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Luego, se reza la siguiente letanía por el difunto:

Tú que libraste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que, por la muerte de Jesús,
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que, en la resurrección de Jesucristo,
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú que, en la ascensión de Jesucristo,
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
En lugar de las letanías precedente, puede también leerse el salmo 113, en el que el pueblo
puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


Salmo 113, 1-8. 25-26

Cuando Israel salió de Egipto,


los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedeernal en manantiales de agua.

Los mueros ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


2. Misa exequial o Liturgia de la Palabra

Terminadas las letanías, o el salmo 113, y omitido el acto penitencial y el Señor, ten piedad, se
dice la oración colecta:

Oremos.
Señor Dios,
ante quien viven los que están destinados a la muerte
y para quien nuestros cuerpos, al morir, no perecen,
sino que se transforman y adquieren una vida mejor,
te pedimos humildemente que acojas
el alma de tu siervo (sierva) N.
y la coloques junto a nuestro padre Abrahán, tu amigo,
para que pueda resucitar con gloria
en el día grande del juicio;
y, si en algo pecó contra ti durante esta vida,
que tu amor misericordioso
lo (la) purifique y lo (la) perdone.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:

Oremos.
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
humildemente te suplicamos por tu siervo (sierva) N.,
a quien acabas de llamar de este mundo;
dígnate llevarlo (llevarla)
al lugar del descanso, de la luz y de la paz,
para que, franqueadas victoriosamente
las puertas de la muerte,
habite con tus santos en el cielo,
en la luz que prometiste a Abrahán
y a su descendencia por siempre.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue como habitualmente, con la Liturgia de la Palabra.

Liturgia de la palabra

PRIMERA LECTURA

Los recibió como sacrificio de holocausto

Lectura del libro de la Sabiduría. 3, 1-9

La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento.


La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como
una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero
ellos están en paz.
La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno
la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores,
porque Dios los puso a prueba y los hallo dignos de sí; los probó como
oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la
cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un
cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará
sobre ellos eternamente.
Los que confían en el comprenderán la verdad, los fieles a su amor
seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira
por sus elegidos.

Palabra de Dios.
O bien, en Tiempo Pascual:

Dichosos los muertos que mueren en el Señor

Lectura del libro del Apocalipsis 14, 13

Yo, Juan, oí una voz que decía desde el cielo:


—«Escribe: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Si (dice
el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan.»

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 26, 1bcde. 7-8. 9abcd. 13-14 (R.: 1a)
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
V. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quien temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quien me hará temblar? R.

V. Escúchame, Señor,
que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
Tu rostro buscare, Señor. R.

V. No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R.

V. Espero gozar de la dicha del Señor


en el país de la vida.
Espera en el Señor, se valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.

SEGUNDA LECTURA
(si se ve conveniente)
Veremos a Dios tal cual es

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-2

Queridos hermanos:
Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que
seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a el, porque lo
veremos tal cual es.

Palabra de Dios.

ALELUYA O VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

Jn 6, 39

R. Aleluya, aleluya, aleluya.


V. Esta es la voluntad de mi Padre:
que no pierda nada de lo que me dio,
sino que lo resucite en el último día
—dice el Señor—. R.

EVANGELIO

El que cree en el Hijo tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 37-40


En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
—«Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo
echare afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que
me dio, sino que lo resucite en el ultimo día.
Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él
tenga vida eterna, y yo lo resucitare en el ultimo día.»

Palabra del Señor.

Después de la homilía, se hace, como habitualmente la oración universal, con el siguiente


formulario u otro parecido:

Oremos con fe a Dios Padre, para quien toda criatura vive, y pidámosle
que escuche nuestra oración.
— Para que perdone los pecados de su siervo (sierva) N. y acepte sus
buenas obras. Roguemos al Señor.
— Para que lo (la) libre de toda pena merecida por sus culpas y pueda
participar ya en el descanso eterno. Roguemos al Señor.
— Para que, dejado ya este primer mundo, goce eternamente en el
paraíso. Roguemos al Señor.
— Para que a nosotros el Espíritu Santo nos lleve por las sendas de la fe
y nos dé la esperanza firme de alcanzar, junto a nuestro
hermano (nuestra hermana), el reino eterno. Roguemos al Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Señor Dios, que has querido


que nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a través de la muerte,
fuera configurado (configurada) a Cristo,
que por nosotros murió en la cruz,
escucha nuestra oración
y dígnate dar parte en la Pascua renovadora de tu Hijo
al (a la) que, mientras vivía en la tierra,
fue marcado (marcada) con el sello del Espíritu Santo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguien te fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.
3. Último adiós al cuerpo del difunto

Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición,o, si no se ha celebrado la misa,


acabada la oración de los fieles, se procede al rito del último adiós al cuerpo del difunto. El que
preside, colocado cerca del féretro, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Ya que Dios ha querido llamar a sí de este mundo a nuestro


hermano (nuestra hermana), ahora sus familiares van a llevar su cuerpo
al cementerio y lo depositarán en el sepulcro, para que vuelva a la tierra
de la que fue sacado. Pero, porque creemos que Cristo resucitó como
primogénito de entre los muertos, por ello confiamos que él
transformará también este cuerpo ahora humillado y lo hará semejante
a su cuerpo glorioso. Con esta esperanza, encomendamos, pues, a Dios
a nuestro hermano (nuestra hermana), para que lo (la) admita en la paz
de su reino y lo (la) resucite en el último día.
Todos oran unos momentos en silencio.

Luego, el que preside continúa, diciendo:

Nuestro hermano (nuestra hermana), que, por el bautismo, fue ya


incorporado (incorporada) a la muerte de Cristo simbólicamente, ahora
ha experimentado la muerte incluso en su realidad visible. Pero el
bautismo lo(la) unió no solo a la muerte de Jesús, sino también a su
resurrección. Evocar, pues, en este momento, su bautismo, rociando su
cadáver, es poner un signo de esperanza de que este cuerpo, ahora sin
vida, resucitará un día como el de Jesús.
Después, el que preside da la vuelta alrededor del féretro asperjándolo con agua bendita.
Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con el
incienso. Mientras tanto uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que
el pueblo responde: Señor, ten piedad, o bien: Kýrie, eléison.
Invocaciones

Que el Señor te acoja en el reino de la luz y de la paz.


R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).
Que él mismo sea tu premio y tu gloria.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).
Que junto a él vivas por los siglos de los siglos.
R. Señor, ten piedad. (Kýrie, eléison).
Después, el que preside añade la siguiente oración. Si se han hecho las invocaciones se omite
la invitación Oremos.

[Oremos.]
Te pedimos, Señor, que tu siervo (sierva) N.,
que ha muerto ya para este mundo,
viva ahora para ti
y que tu amor misericordioso borre los pecados
que cometió por fragilidad humana.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona No he de morir,


viviré.

Ant. No he de morir, viviré, por los siglos de los siglos.


Salmo 117, 1-20

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
"La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa".

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, se repite la antífona No he de morir, viviré.

Ant. No he de morir, viviré, por los siglos de los siglos.


Colocado el cuerpo en el coche fúnebre, el que preside añade:

Que el Señor abra las puertas de la salvación


a nuestro hermano (nuestra hermana),
para que, terminado el duro combate
de su vida mortal,
entre como vencedor (vencedora)
por las puertas de los justos
y en sus tiendas entone cantos de
victoria por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Y a todos nosotros nos dé la certeza


de que no está muerto (muerta), sino que duerme,
de que no ha perdido la vida, sino que reposa,
porque ha sido llamado (llamada)
a la vida eterna por los siglos de los siglos.
R. Amén.

El que preside termina la celebración, diciendo:

V. Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

V. Descanse en paz.
R. Amén.

V. Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,


por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

V. Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

FORMULARIO II

1. Recibimiento del difunto en el atrio de la iglesia

El ministro, junto a la puerta de la iglesia, saluda a los familiares del difunto con las siguientes
palabras u otras parecidas:

Queridos familiares [y amigos]: En este momento de dolor en que os ha


sumido la muerte de N., con quien habéis convivido largos años y a
quien tanto amabais, la Iglesia os recibe y quiere reanimar y fortalecer
vuestra esperanza. Confiad en Dios, que él os ayudará; esperad en él, y
os allanará el camino.
A continuación, se introduce el cadáver en la iglesia y se pone ante el altar, colocando, si es
posible, junto a él el cirio pascual. Situados los familiares del difunto en sus lugares, el ministro
saluda a la asamblea, diciendo:

V. El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.

Luego, se dirige a los fieles reunidos en la iglesia con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: Nos hemos reunido hoy, en un momento especialmente


triste y doloroso, en primer lugar para confesar, ante el cadáver de
nuestro hermano (nuestra hermana) N., nuestra fe en que la vida no
termina junto al sepulcro. Y también para rodear con nuestro afecto y
con nuestra plegaria a unos amigos que están tristes por la muerte de
aquel (aquella) a quien amaban. Y, finalmente, para pedir a Dios que
perdone las culpas que, durante su vida, cometió nuestro
hermano (nuestra hermana) que acaba de morir. Que el Señor escuche
nuestras plegarias y se compadezca ante las lágrimas de los que lloran.
El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente fórmula:
Junto al cuerpo, ahora sin vida,
de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Luego, se reza la siguiente letanía por el difunto:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
En lugar de las letanías precedentes, puede leerse también el salmo 113 (p. 19), en el que el
pueblo puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


Salmo 113, 1-8. 25-26

Cuando Israel salió de Egipto,


los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedeernal en manantiales de agua.

Los mueros ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


2. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminadas las letanías, o el salmo 113, y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el
Señor, ten piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Oh, Dios,
siempre dispuesto a la misericordia y al perdón,
escucha nuestras súplicas por tu siervo (sierva) N.;
a quien has llamado hoy a tu presencia,
y, porque en ti creyó y esperó,
condúcelo (condúcela) a la patria verdadera
para que goce contigo de las alegrías eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:

Oremos.
No seas severo en tu juicio, Señor,
con este siervo tuyo (esta sierva tuya),
que acaba de salir de este mundo,
pues ningún hombre es inocente frente a ti,
si tú mismo no perdonas sus culpas;
te pedimos, pues, que escuches las súplicas de tu Iglesia
y le concedas un lugar entre tus santos y elegidos,
pues en esta vida ya estuvo marcado (marcada)
con el sello de la Santa Trinidad.
Él, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.


Liturgia de la palabra

PRIMERA LECTURA

El Señor aniquilará la muerte para siempre

Lectura del libro de Isaías. 25, 6-10a

En aquel día, preparará el Señor del universo para todos


los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».

Palabra de Dios.

O bien, en Tiempo Pascual:

Ya no habrá muerte

Lectura del libro del Apocalipsis. 21,1-7

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte
de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y
ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
Y dijo:
«Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas».
Y me dijo: «Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente.
El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo».

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Sal 102, 1b-2. 3-4. 6-7. 8 y 11 (R.: 8a)

R. El Señor es compasivo y misericordioso.

V. Bendice, alma mía, al Señor,


y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.

V. Él perdona todas tus culpas


y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R.

V. El Señor hace justicia


y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R.

V. El Señor es compasivo y misericordioso,


lento a la ira y rico en clemencia.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen. R.

SEGUNDA LECTURA
(si se ve conveniente)

Estaremos siempre con el Señor

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.


1 Tes 4,13-18
Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que
no os aflijáis como los que no tienen esperanza.
Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará
con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.
Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros,
los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que
hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la
trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán
en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos,
seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los
aires.
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Palabra de Dios.

ALELUYA O VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

Cf. 2 Tim 2 ,11-12a

R. Aleluya, aleluya, aleluya.


V. Si morimos con Cristo, viviremos con él;
si perseveramos, reinaremos con él. R.
EVANGELIO

Yo soy la resurrección y la vida

+ Lectura del santo Evangelio según san Juan. 11,17-27


En aquel tiempo, cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro
días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios;
y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame
por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro,
mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún
ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees
esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que
venir al mundo».

Palabra del Señor.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Oremos a Dios, Padre de todos, por nuestro hermano difunto (nuestra


hermana difunta) y pidámosle que escuche nuestra oración.
— Para que el Señor, que se compadece de toda criatura, purifique con
su misericordia y conceda los gozos del paraíso a nuestro
hermano (nuestra hermana) N. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, que lo (la) creó de la nada y lo (la) honró
haciéndolo (haciéndola) imagen de su Hijo, le devuelva en el reino eterno
la primitiva hermosura del hombre. Roguemos al Señor.
— Para que le conceda el descanso eterno y lo (la) haga gozar en la
asamblea de los santos. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se
sienten abatidos, alivie la tristeza de los que lo (la) lloran y les conceda
encontrarlo (encontrarla) nuevamente en el reino de Dios. Roguemos al
Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Señor, que nuestra oración suplicante


sirva de provecho a tu hijo (hija) N.,
para que, libre de todo pecado,
participe ya de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.

3. Último adiós al cuerpo del difunto

Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición o, si no se ha celebrado la misa,


acabada la oración de los fieles, se procede al rito del último adiós al cuerpo del difunto. El que
preside, colocado cerca del féretro, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Dentro de breves momentos, al llegar al cementerio, los familiares y


amigos de nuestro hermano (nuestra hermana) cumplirán cristianamente
con el deber de dar sepultura a su cuerpo; pidamos, pues, en este
momento, a Dios, para quien toda criatura vive, que admita su alma en
la asamblea de los santos; que este cuerpo, que hoy será enterrado en
debilidad, el Señor lo resucite, lleno de vigor y de gloria, en el último día.
Que Dios escuche nuestras súplicas y, en el momento del juicio, use con
él(ella) de misericordia, para que, libre de la muerte, absuelto (absuelta) de
sus culpas, reconciliado (reconciliada) con el Padre,
llevado (llevada) sobre los hombros del Buen Pastor y
agregado (agregada) al séquito del Rey eterno, disfrute para siempre de
la gloria eterna y de la compañía de los santos.
Todos oran unos momentos en silencio.

Luego, el que preside continúa, diciendo:

El agua que vamos a derramar ahora sobre el cuerpo de este hermano


nuestro (esta hermana nuestra) nos recuerda que en el bautismo fue
hecho (hecha) miembro del cuerpo de Jesucristo, que murió y fue
sepultado, pero que con su gloriosa resurrección venció la muerte. [El
incienso con que perfumaremos luego su cadáver nos traerá a la
memoria que lo que ahora solo es su cuerpo fue templo del Espíritu y
está llamados a ser, por la resurrección, piedra viva del templo de la
Jerusalén celestial].
Después, el que preside da la vuelta alrededor del féretro aspergiéndolo con agua bendita. Luego,
pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso. Mientras
tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo
responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Que el Padre, que te invitó


a comer la carne inmaculada de su Hijo,
te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).

Que Cristo, vid verdadera,


en quien fuiste injertado (injertada) por el bautismo,
te haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).

Que el Espíritu de Dios,


con cuyo fuego ardiente fuiste madurado (madurada),
revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).

Después, el que preside añade la siguiente oración. Si se han hecho las invocaciones se omite la
invitación Oremos.

[Oremos.]
Señor Jesucristo, redentor del género humano,
te pedimos que des entrada en tu paraíso
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo
y los ha abierto para contemplarte a ti, Luz verdadera;
líbralo (líbrala), Señor, de la oscuridad de la muerte
y haz que contigo goce en el festín de las bodas eternas;
que se alegre en tu reino, su verdadera patria,
donde no hay ni tristeza ni muerte,
donde todo es vida y alegría sin fin,
y contemple tu rostro glorioso
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona Esta es la puerta
del Señor.

Ant. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella.
Sal 117, 1-20

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, se repite la antífona Esta es la puerta del Señor.

Ant. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella.
Colocado el cuerpo en el coche fúnebre, el que preside añade:

Que el Señor abra las puertas de la salvación


a nuestro hermano (nuestra hermana),
para que, terminado el duro combate
de su vida mortal,
entre como vencedor (vencedora)
por las puertas de los justos
y en sus tiendas entone cantos de victoria
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Y a todos nosotros nos dé la certeza


de que no está muerto (muerta), sino que duerme,
de que no ha perdido la vida, sino que reposa,
porque ha sido llamado (llamada)
a la vida eterna por los siglos de los siglos.
R. Amén.

El que preside termina la celebración, diciendo:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS ANTE LA URNA DE
LAS CENIZAS

1. Recibimiento de las cenizas en el atrio de la iglesia

El ministro, junto a la puerta de la iglesia, saluda a los familiares del difunto con las siguientes
palabras u otras parecidas:

Queridos familiares [y amigos]: En este momento de dolor en que os ha


sumido la muerte de N., con quien habéis convivido largos años y a
quien tanto amabais, la Iglesia os recibe y quiere reanimar y fortalecer
vuestra esperanza. Confiad en Dios, que él os ayudará; esperad en él, y
os allanará el camino.
A continuación, se introduce en la iglesia con la urna de las cenizas y se pone ante el altar;
junto a la urna, se puede colocar el cirio pascual. Situados los familiares del difunto en sus lugares,
el ministro saluda a la asamblea, diciendo:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.
Luego, se dirige a los fieles reunidos en la iglesia con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: Nos hemos reunido hoy, en un momento especialmente


triste y doloroso, en primer lugar para confesar, ante las cenizas de
nuestro hermano (nuestra hermana) N., nuestra fe en que la vida no
termina con la muerte del cuerpo. Y también para rodear con nuestro
afecto y con nuestra plegaria a unos amigos que están tristes por la
muerte de aquel (aquella) a quien amaban. Y, finalmente, para pedir a
Dios que perdone las culpas que, durante su vida, cometió nuestro
hermano (nuestra hermana) que acaba de morir. Que el Señor escuche
nuestras plegarias y se compadezca ante las lágrimas de los que lloran.
El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto a las cenizas


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Luego, se reza la siguiente letanía por el difunto:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
En lugar de las letanías precedentes, puede leerse también el salmo 113, en el que el pueblo
puede ir intercalando la antífona Dichosos los que mueren en el Señor.
Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó;


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa; mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor, estremécete, tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

2. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminadas las letanías, o el salmo 113, y, sí se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el
Señor, ten piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Oh, Dios,
siempre dispuesto a la misericordia y al perdón,
escucha nuestras súplicas por tu siervo (sierva) N.,
a quien has llamado hoy a tu presencia,
y, porque en ti creyó y esperó,
condúcelo (condúcela) a la patria verdadera
para que goce contigo de las alegrías eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:

Oremos.
No seas severo en tu juicio, Señor,
con este siervo tuyo (esta sierva tuya),
que acaba de salir de este mundo,
pues ningún hombre es inocente frente a ti,
si tú mismo no perdonas sus culpas;
te pedimos, pues, que escuches las súplicas de tu Iglesia
y le concedas un lugar entre tus santos y elegidos,
pues en esta vida ya estuvo marcado (marcada)
con el sello de la Santa Trinidad.
Él, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Oremos a Dios, Padre de todos, por nuestro hermano difunto (nuestra


hermana difunta) y pidámosle que escuche nuestra oración.
— Para que el Señor, que se compadece de toda criatura, purifique con
su misericordia y conceda los gozos del paraíso a nuestro
hermano (nuestra hermana) N. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, que lo (la) creó de la nada, y lo (la) honró
haciéndolo (haciéndola) imagen de su Hijo, le devuelva en el reino
eterno la primitiva hermosura del hombre. Roguemos al Señor.
— Para que le conceda el descanso eterno y lo (la) haga gozar en la
asamblea de los santos. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se
sienten abatidos, alivie la tristeza de los que lo (la) lloran y les conceda
encontrarlo (encontrarla) nuevamente en el reino de Dios. Roguemos al
Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Señor, que nuestra oración suplicante


sirva de provecho a tu hijo (hija) N.,
para que, libre de todo pecado,
participe ya de tu redención.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.
Si se celebra la misa, esta prosigue, como habitualmente, hasta la oración después de la
comunión.

3. Último adiós al cuerpo del difunto

Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición o, si no se ha celebrado la misa,


acabada la oración de los fieles, se procede al rito del último adiós al difunto. El que preside,
colocado cerca de la urna, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:

Después de haber orado por nuestro hermano (nuestra hermana) N.,


vamos ahora a despedirnos de sus cenizas, la última presencia sensible
que de él (ella) tenemos. Este nuestro último adiós, aunque no nos quita
la tristeza de la separación, nos da, sin embargo, el consuelo de la
esperanza. Vendrá un día en que podremos alegrarnos de nuevo con su
presencia. Por eso, esperamos que esta asamblea, que hoy en esta iglesia
se despide con aires de tristeza, se reunirá de nuevo un día en la alegría
del reino de Dios. Consolémonos, pues, mutuamente con esta esperanza
cristiana.
Todos oran unos momentos en silencio.

Luego, el que preside continúa, diciendo:

El agua que vamos a derramar ahora sobre las cenizas de este hermano
nuestro (esta hermana nuestra) nos recuerda que en el bautismo fue
hecho (hecha) miembro del cuerpo de Jesucristo, que murió y fue
sepultado, pero que con su gloriosa resurrección venció la muerte. [El
incienso con que luego las perfuma remos nos traerá a la memoria que
lo que ahora solo son sus cenizas fueron templo del Espíritu y están
llamadas a ser, por la resurrección, piedras vivas del templo de la
Jerusalén celestial.]
Después, el que preside da la vuelta a la urna asperjándola con agua bendita. Luego, pone
incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumándola con incienso. Mientras tanto, si es
posible, se entona un cantos o bien uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones,
a las que el pueblo responde: Señor, ten piedad, o bien, Kyrie, eléison.

Que el Padre, que te invitó


a comer la carne inmaculada de su Hijo,
te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fuiste injertado (injertada) por el bautismo,
te haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fuiste madurado (madurada),
revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, el que preside añade la siguiente oración. Si se han hecho las invocaciones se omite
la invitación Oremos.

[Oremos.]
Señor Jesucristo, redentor del género humano,
te pedimos que des entrada en tu paraíso
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo
y los ha abierto para contemplarte a ti, Luz verdadera;
líbralo (líbrala), Señor, de la oscuridad de la muerte
y haz que contigo goce en el festín de las bodas eternas;
que se alegre en tu reino, su verdadera patria,
donde no hay ni tristeza ni muerte,
donde todo es vida y alegría sin fin,
y contemple tu rostro glorioso
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, el que preside añade:

Que el Señor abra las puertas de la salvación


a nuestro hermano (nuestra hermana),
para que, terminado el duro combate
de su vida mortal,
entre como vencedor (vencedora)
por las puertas de los justos
y en sus tiendas entone cantos de victoria
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y a todos nosotros nos dé la certeza
de que no está muerto (muerta), sino que duerme,
de que no ha perdido la vida, sino que reposa,
porque ha sido llamado (llamada)
a la vida eterna por los siglos de los siglos.
R. Amén.
El que preside termina la celebración, diciendo:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida:

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

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