Ritual de Exequias - en Caso de Accidente Publico
Ritual de Exequias - en Caso de Accidente Publico
Ritual de Exequias - en Caso de Accidente Publico
Salmo 129
Oremos.
Desde lo hondo de nuestro dolor, gritamos a ti, Señor;
que tus oídos estén atentos a la voz de nuestra súplica
y tus ojos se compadezcan
ante las lágrimas de los que lloran;
muestra tu redención copiosa
a estos hermanos nuestros,
que tan inesperadamente han salido de este mundo;
y a nosotros, que hemos quedado desconcertados
por su trágica muerte,
ayúdanos a aguardar tu misericordia,
como el centinela aguarda la aurora.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
2. PROCESIÓN A LA IGLESIA
Al llegar a la iglesia, se colocan los cadáveres ante el altar si es posible, se pone junto a ellos el cirio
pascual. Luego, sigue el rito con la iluminación del cirio pascual, tal como se describe en la página 1081.
Si las exequias se celebran íntegramente en la iglesia, el ministro recibe en el atrio a los cadáveres y saluda
a los familiares de los difuntos con las siguientes palabras u otras parecidas:
A continuación, se entran los cadáveres en la iglesia y se ponen ante el altar, colocando, si es posible,
junto a ellos el cirio pascual. Situados los familiares de los difuntos en sus lugares, el ministro saluda a la
asamblea, diciendo:
Colocados los cadáveres en su lugar (y hecha la salutación inicial, si el rito ha empezado en el atrio de la
iglesia), el celebrante puede encender el cirio pascual, oportunamente colocado cerca de los cadáveres,
diciendo la siguiente fórmula:
Si la celebración es cantada, puede entonarse ¡Oh luz gozosa! (cf. p. 1528) u otro canto apropiado.
Terminados estos ritos iniciales (y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten piedad),
se dice la oración colecta:
Oremos.
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo,
rociadas con las lágrimas del dolor
en que nos sume la trágica muerte
de nuestros hermanos,
y haz que gocen ya para siempre
de la luz de aquella patria
que nunca ningún mal podrá oscurecer.
Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Oremos.
Oh Dios, que tienes en tus manos
la vida de los hombres
y a cada uno señalas el número de sus días,
escucha misericordioso la oración de tu Iglesia
y muéstrate propicio con tus siervos,
que tan inesperadamente acabas de llamar de esta vida;
no tomes en cuenta sus culpas y pecados
y admítelos en la alegría eterna de tu reino.
Por nuestro Señor Jesucristo.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la Liturgia de la palabra (cf., en este mismo volumen,
el Leccionario de las misas de difuntos, pp. 1193-1256).
Después de la homilía, se hace, como habitualmente, la oración universal, con el siguiente formulario u
otro parecido:
Oración universal
Para que Dios les perdone todos sus pecados y les premie sus buenas obras, roguemos
al Señor.
Por sus familiares, que sufren la gran prueba de su imprevista muerte y trágica
desaparición; para que encuentren en la fe la fortaleza necesaria para superar esta gran
pena, roguemos al Señor.
Para que sus lágrimas y sufrimientos se transformen un día en aquel gozo que nadie les
podrá nunca arrebatar, roguemos al Señor.
Para que a todos los que lloran ante esta desgracia les sirva de alivio la comunión
fraterna y la solidaridad cristiana de quienes nos hemos reunido aquí para
acompañarlos, roguemos al Señor.
Para que el Señor, que contempla cómo el dolor nos desconcierta y cómo es débil
nuestra fe, nos ayude a aceptar el misterioso designio de su voluntad tal como se ha
realizado en nuestros hermanos muertos y como se cumplirá también en cada uno de
nosotros cuando a él le plazca, roguemos al Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:
Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:
Si se celebra la misa, ésta prosigue, como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.
Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición (o, si no se ha celebrado la misa, acabada
la oración de los fieles), se procede al rito del último adiós a los cuerpos de los difuntos. El que preside,
colocado cerca de los féretros, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:
8. Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:
Vamos ahora a rociar los cadáveres de nuestros hermanos con agua bendecida. Así, en
este momento en que van a ser sepultados sus cuerpos, evocaremos el bautismo por el
que, al inicio de sus vidas, fueron ya incorporados a la muerte y resurrección de Cristo.
Porque, «así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también los bautizados
andamos en una vida nueva». Rociar, pues, estos cadáveres con agua semejante a la del
bautismo es profesar nuestra fe en que, de la misma forma que el símbolo de muerte y
sepultura del bautismo se ha vuelto realidad visible en estos cuerpos, así se volverá
también visible el signo de la resurrección.
Después, el que preside asperge, pausadamente y con respeto, los cuerpos de los difuntos; luego, pone
incienso, lo bendice y perfuma los cadáveres con incienso. Mientras tanto, se entona el canto del último
adiós o bien uno de los ministros recita las siguientes invocaciones a las que el pueblo responde: Señor,
ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.
Invocaciones
Oremos.
A tus manos, Padre de bondad,
encomendamos las almas de nuestros hermanos,
con la firme esperanza
de que resucitarán en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que los enriqueciste
a lo largo de sus vidas;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por estos hermanos nuestros que acaban de dejarnos
y ábreles las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos, y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con ellos,
junto a ti, en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Después, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona Si morimos con Cristo.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Mientras se sacan los cuerpos de la iglesia, se repite la antífona Si morimos con Cristo.
Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él.
Palabra de Dios.
Sal 142, 1-2. 5-6. 7ab y 8ab. 10 (R.: 1a)
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9. 10c-12
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida
y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de
vivos y muertos.
Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito:
«Por mi vida, dice el Señor,
ante mí se doblará toda rodilla,
a mí me alabará toda lengua.»
Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.
Palabra de Dios.
Vengan ustedes, benditos de mi Padre