Ritual de Exequias - en Caso de Accidente Publico

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CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS DE VARIOS DIFUNTOS

EN CASO DE ACCIDENTE PÚBLICO


En las exequias por varios difuntos en caso de accidente público la celebración acostumbra a desarrollarse
o bien trasladando lo cadáveres de la capilla ardiente a la iglesia o bien toda ella en la misma iglesia. Si en
algún caso —en los pueblos rurales, especialmente— la celebración se desarrollara en su forma típica,
para las procesiones y para la estación en el cementerio se usarían los elementos que figuran en los Libros
II y III de este Ritual.

Si la celebración se inicia en la capilla ardiente:

1. ESTACIÓN EN LA CAPILLA ARDIENTE

1. El ministro saluda a los presentes, diciendo:


V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.

Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:


Queridos hermanos: En este momento de un dolor tan intenso y en medio del
desconcierto en que a todos nos sume la desgracia que tan inesperadamente nos ha
azotado, intentemos elevar nuestra mirada a Dios para encontrar refugio en la oración y
respuesta a nuestro dolor en la palabra de Dios. Es únicamente esta palabra la que
puede proyectar un rayo de luz sobre la oscuridad de la prueba que estamos viviendo e
iluminar el misterio, a nuestros ojos incomprensible, de por qué Dios haya permitido
que una desgracia tan grande cayera sobre nosotros.
En este momento, ninguna palabra humana es suficiente para atenuar nuestro
dolor. Por ello, debemos elevar nuestros ojos a Dios y dirigirnos a él con aquellos
mismos sentimientos de esperanza que salían del corazón de Pablo: «Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo: él nos
conforta en toda tribulación.»

1 bis. A continuación, puede recitarse, sin canto, el salmo siguiente:

Ant. Mi alma espera en el Señor.

Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor;


Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,


¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,


espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,


como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Ant. Mi alma espera en el Señor.

2. Después de la salutación inicial (o del salmo), se añade la siguiente oración:

Oremos.
Desde lo hondo de nuestro dolor, gritamos a ti, Señor;
que tus oídos estén atentos a la voz de nuestra súplica
y tus ojos se compadezcan
ante las lágrimas de los que lloran;
muestra tu redención copiosa
a estos hermanos nuestros,
que tan inesperadamente han salido de este mundo;
y a nosotros, que hemos quedado desconcertados
por su trágica muerte,
ayúdanos a aguardar tu misericordia,
como el centinela aguarda la aurora.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

2. PROCESIÓN A LA IGLESIA

3. A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, si la celebración es


cantada, se entona el salmo 113 con su antífona (p. 117); si la celebración es rezada, el pueblo ora por los
difuntos o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por los difuntos puede usarse
oportunamente la siguiente letanía:

Letanía por los difuntos

Tú que libraste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que abriste el mar Rojo ante los israelitas que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que fuiste santuario y dominio de Israel durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que transformaste las peñas del desierto en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que diste a tu pueblo posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que quisiste que tu Hijo llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que, por la muerte de Jesús, iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que, en la resurrección de Jesucristo, has inaugurado la vida nueva de los que han
muerto:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que, en la ascensión de Jesucristo, has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.
Tú que no quieres que alaben tu nombre los muertos ni los que bajan al silencio, sino los
que viven para ti:
R. Recibe a tus siervos en el paraíso.

Al llegar a la iglesia, se colocan los cadáveres ante el altar si es posible, se pone junto a ellos el cirio
pascual. Luego, sigue el rito con la iluminación del cirio pascual, tal como se describe en la página 1081.

1 bis. RECIBIMIENTO DE LOS DIFUNTOS EN EL ATRIO DE LA IGLESIA

Si las exequias se celebran íntegramente en la iglesia, el ministro recibe en el atrio a los cadáveres y saluda
a los familiares de los difuntos con las siguientes palabras u otras parecidas:

Queridos familiares [y amigos]: En este momento, en que la [inesperada] muerte


de nuestros hermanos nos sume en un dolor desconcertante, hagan un esfuerzo por
levantar con fe la mirada a Dios, recordando las palabras de Jesús, que nos dice:
«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré.» Sí, eleven su
mirada al Señor, «contémplenlo —como dice el salmo—, e —incluso en la oscuridad de
este momento de lágrimas— quedarán radiantes», pues, como añade el mismo salmista:
«Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.» Que Dios,
Padre de todo consuelo, les conforte en esta gran tribulación.

A continuación, se entran los cadáveres en la iglesia y se ponen ante el altar, colocando, si es posible,
junto a ellos el cirio pascual. Situados los familiares de los difuntos en sus lugares, el ministro saluda a la
asamblea, diciendo:

V. El Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu.
Hermanos: Ante la trágica muerte de estos hermanos nuestros, nos sentimos
abrumados y no sabemos encontrar palabras para explicarnos su partida de entre
nosotros. Consternados frente a este hecho, no podemos, con todo, desesperarnos,
porque, en este doloroso momento, viene en ayuda nuestra la fe cristiana; ella nos
asegura que la vida de nuestros hermanos no ha terminado con esta muerte que
contemplan nuestros ojos; creemos que continúan viviendo, en una dimensión
ciertamente distinta y ahora para nosotros incomprensible, pero no por ello ni menos
real ni menos verdadera.
Ahora no podemos comprender el misterioso designio de Dios, según el cual nos
vemos privados de la presencia visible de unos queridos compañeros de viaje; pero,
frente a su muerte, queremos inclinarnos ante la poderosa mano de Dios, descargando
en él todo nuestro agobio y confiando que él se interesa por nosotros; el Señor, a su
tiempo, enjugará las lágrimas de nuestros ojos y hará desaparecer la muerte para
siempre.
Oremos, pues, al Señor, durante esta celebración, por el descanso de nuestros
hermanos y supliquémosle también que dé a sus familiares y a cuantos ahora se ven
consternados por estas inesperadas muertes aquellos mismos sentimientos de fortaleza
y de esperanza que tuvo María ante la muerte violenta de su Hijo. Que ella, Madre de
misericordia, ella, que experimentó las lágrimas y el dolor ante la muerte de su Hijo,
interceda por los que lloran ahora en este valle de lágrimas.

2. MISA EXEQUIAL O LITURGIA DE LA PALABRA

Colocados los cadáveres en su lugar (y hecha la salutación inicial, si el rito ha empezado en el atrio de la
iglesia), el celebrante puede encender el cirio pascual, oportunamente colocado cerca de los cadáveres,
diciendo la siguiente fórmula:

Junto a los cuerpos, ahora sin vida,


de nuestros hermanos,
encendemos, oh Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Si la celebración es cantada, puede entonarse ¡Oh luz gozosa! (cf. p. 1528) u otro canto apropiado.

Terminados estos ritos iniciales (y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten piedad),
se dice la oración colecta:

Oremos.
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo,
rociadas con las lágrimas del dolor
en que nos sume la trágica muerte
de nuestros hermanos,
y haz que gocen ya para siempre
de la luz de aquella patria
que nunca ningún mal podrá oscurecer.
Por nuestro Señor Jesucristo.

O bien:

Oremos.
Oh Dios, que tienes en tus manos
la vida de los hombres
y a cada uno señalas el número de sus días,
escucha misericordioso la oración de tu Iglesia
y muéstrate propicio con tus siervos,
que tan inesperadamente acabas de llamar de esta vida;
no tomes en cuenta sus culpas y pecados
y admítelos en la alegría eterna de tu reino.
Por nuestro Señor Jesucristo.

La celebración prosigue, como habitualmente, con la Liturgia de la palabra (cf., en este mismo volumen,
el Leccionario de las misas de difuntos, pp. 1193-1256).

Después de la homilía, se hace, como habitualmente, la oración universal, con el siguiente formulario u
otro parecido:

Oración universal

Acudamos al Padre de misericordia y Dios de todo consuelo y pidámosle que vuelva


sus ojos hacia nosotros, sus siervos, que lloramos la trágica e inesperada muerte de
aquellos a quien amábamos.

Por nuestros hermanos, arrancados tan inesperadamente de nuestra convivencia


terrena; para que el Señor los acoja en su reino de bienestar, roguemos al Señor.

Para que Dios les perdone todos sus pecados y les premie sus buenas obras, roguemos
al Señor.

Por sus familiares, que sufren la gran prueba de su imprevista muerte y trágica
desaparición; para que encuentren en la fe la fortaleza necesaria para superar esta gran
pena, roguemos al Señor.

Para que sus lágrimas y sufrimientos se transformen un día en aquel gozo que nadie les
podrá nunca arrebatar, roguemos al Señor.
Para que a todos los que lloran ante esta desgracia les sirva de alivio la comunión
fraterna y la solidaridad cristiana de quienes nos hemos reunido aquí para
acompañarlos, roguemos al Señor.

Para que el Señor, que contempla cómo el dolor nos desconcierta y cómo es débil
nuestra fe, nos ayude a aceptar el misterioso designio de su voluntad tal como se ha
realizado en nuestros hermanos muertos y como se cumplirá también en cada uno de
nosotros cuando a él le plazca, roguemos al Señor.

Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Oh Dios, Padre bueno y justo,


inclinándonos humildemente ante el misterio
de unos designios que no comprendemos,
te pedimos que escuches nuestras plegarias,
ilumines las tinieblas en que nos sume nuestro dolor
y concedas a nuestros hermanos
vivir eternamente contigo en la felicidad de tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración adhiriéndonos a la voluntad divina y repitiendo la


plegaria que nos enseñó el mismo Jesucristo: Padre nuestro.

Si se celebra la misa, ésta prosigue, como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

3. ULTIMO ADIÓS A LOS CUERPOS DE LOS DIFUNTOS

Dicha la oración después de la comunión y omitida la bendición (o, si no se ha celebrado la misa, acabada
la oración de los fieles), se procede al rito del último adiós a los cuerpos de los difuntos. El que preside,
colocado cerca de los féretros, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras parecidas:

Ha llegado el momento de dar el último adiós a nuestros hermanos, el momento


en que sus despojos desaparecerán para siempre de nuestra mirada, el momento de
separarnos definitivamente de ellos. Se trata, pues, de un momento de intensa tristeza.
Pero debe ser también un momento de firme esperanza, pues confiamos que estos
rostros amados, que ahora van a desaparecer para siempre de nuestros ojos, los
volveremos a contemplar, transformados, cuando Dios, al fin de los tiempos, nos reúna
de nuevo eh su reino. Con esta esperanza, oremos, pues, ahora unos momentos en
silencio, recordando lo que con ellos vivimos en este mundo, lo que ellos representaron
para nosotros, lo que ellos fueron y son ante Dios.

8. Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:
Vamos ahora a rociar los cadáveres de nuestros hermanos con agua bendecida. Así, en
este momento en que van a ser sepultados sus cuerpos, evocaremos el bautismo por el
que, al inicio de sus vidas, fueron ya incorporados a la muerte y resurrección de Cristo.
Porque, «así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también los bautizados
andamos en una vida nueva». Rociar, pues, estos cadáveres con agua semejante a la del
bautismo es profesar nuestra fe en que, de la misma forma que el símbolo de muerte y
sepultura del bautismo se ha vuelto realidad visible en estos cuerpos, así se volverá
también visible el signo de la resurrección.

Después, el que preside asperge, pausadamente y con respeto, los cuerpos de los difuntos; luego, pone
incienso, lo bendice y perfuma los cadáveres con incienso. Mientras tanto, se entona el canto del último
adiós o bien uno de los ministros recita las siguientes invocaciones a las que el pueblo responde: Señor,
ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Invocaciones

Que nuestros hermanos


vivan eternamente en la paz junto a ti.

R. Señor, ten piedad. (Kyrie, eléison.)

Que participen contigo


de la felicidad eterna de los santos.

R. Señor, ten piedad. (Kyrie, eléison.)

Que contemplen tu rostro glorioso


y tengan parte en la alegría sin fin.

R. Señor, ten piedad. (Kyrie, eléison.)

Oh Cristo, acógelos junto a ti


con todos los que nos han precedido.

R. Señor, ten piedad. (Kyrie, eléison.)

Después, el que preside añade la siguiente oración:

Oremos.
A tus manos, Padre de bondad,
encomendamos las almas de nuestros hermanos,
con la firme esperanza
de que resucitarán en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que los enriqueciste
a lo largo de sus vidas;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por estos hermanos nuestros que acaban de dejarnos
y ábreles las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos, y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con ellos,
junto a ti, en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Después, se recita el salmo 117, en el que se puede ir intercalando la antífona Si morimos con Cristo.

Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él.

Salmo 117, 1-20


Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está contigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.
Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,


y entraré para dar gracias al Señor.
—Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Mientras se sacan los cuerpos de la iglesia, se repite la antífona Si morimos con Cristo.
Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él.

Colocados los cuerpos en los carros mortuorios, el que preside añade:

Que el Señor abra las puertas del triunfo


a nuestros hermanos,
para que, terminado el duro combate
de su vida mortal,
entren como vencedores
por las puertas de los justos
y en sus tiendas entonen cantos de victoria
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y a todos nosotros nos dé la certeza
de que no están muertos, sino que duermen,
de que no han perdido la vida, sino que reposan,
porque han sido llamados
a la vida eterna por los siglos de los siglos.
R. Amén.

El que preside termina la celebración, diciendo:

V. Señor, + dales el descanso eterno.


R. Y brille sobre ellos la luz eterna.
V. Descansen en paz.
R. Amén.
V. Sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
R. Amén.
V. Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
Los recibió como sacrificio de holocausto

Lectura del libro de la Sabiduría 3,1-9

La vida de los justos está en manos de Dios,


y no los tocará el tormento.

La gente insensata pensaba que morían,


consideraba su tránsito como una desgracia,
y su partida de entre nosotros como una destrucción;
pero ellos están en paz.

La gente pensaba que cumplían una pena,


pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad;
sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores,
porque Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí;
los probó como oro en crisol,
los recibió como sacrificio del holocausto;
a la hora de la cuenta resplandecerán
como chispas que prenden por un cañaveral;
gobernarán naciones, someterán pueblos,
y el Señor reinará sobre ellos eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad,
los fieles a su amor seguirán a su lado;
porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos
y mira por sus elegidos.

Palabra de Dios.
Sal 142, 1-2. 5-6. 7ab y 8ab. 10 (R.: 1a)

R. Señor, escucha mi oración.

Señor, escucha mi oración;


tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti. R.

Recuerdo los tiempos antiguos,


medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca. R.

Escúchame en seguida, Señor,


que me falta el aliento.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti. R.

Enséñame a cumplir tu voluntad,


ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana. R.
En la vida y en la muerte somos del Señor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9. 10c-12

Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida
y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de
vivos y muertos.
Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito:
«Por mi vida, dice el Señor,
ante mí se doblará toda rodilla,
a mí me alabará toda lengua.»
Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.

Palabra de Dios.
Vengan ustedes, benditos de mi Padre

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 31 -46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


—«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se
sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
"Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui
forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en
la cárcel y vinieron a verme."
Entonces los justos le contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de
beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"
Y el rey les dirá:
"Les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de éstos, mis humildes
hermanos, conmigo lo hicieron."
Y entonces dirá a los de su izquierda:
"Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles.
Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber,
fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la
cárcel y no me visitaron."
Entonces también éstos contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará:
"Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con uno de éstos, los humildes,
tampoco lo hicieron conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Palabra del Señor.

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