La Princesa Carlota y Su Dragón Mascota
La Princesa Carlota y Su Dragón Mascota
La Princesa Carlota y Su Dragón Mascota
LA PRINCESA CARLOTA
Y SU DRAGÓN MASCOTA
(Personaje inspirado en “La Princesa Listilla” de Babette Cole, Ed. Destino).
Autoras: Marisa Rebolledo Deschamps y Susana Ginesta Gamaza (Equipo Ágora)
Carlota es una princesa muy divertida, le encanta jugar con los animales, correr
por el bosque, subirse a los árboles y sobre todo pasar horas y horas jugando y
divirtiéndose con sus amigas y amigos.
Ella no espera al príncipe mientras limpia el castillo, sino que se dedica a viajar,
a tener aventuras y a conocer sitios nuevos. Todo esto no vayáis a pensar que
lo hace solita, ¡qué va!, ella siempre va acompañada de su mascota preferida, el
Dragón Buba.
Carlota siempre fue una niña divertida y valiente. Desde que era pequeña le en-
cantaba jugar subiéndose a los árboles, montar en bicicleta y echar carreras con
sus mascotas gigantes; babosas del tamaño de elefantes y sapos de todos los
colores. Siempre decía que de mayor quería ser astronauta y por eso se pasaba
las noches acostada en la barriga de Buba mirando las estrellas.
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Pero Carlota se hizo mayor y llegó a esa edad en la que muchas muchachas em-
piezan a tener novio. A ella no le preocupaba este tema porque había decidido
no casarse de momento, necesitaba el tiempo para viajar, vivir aventuras con su
dragón y prepararse para ser astronauta. Pero al Rey y a la Reina esa idea no les
hacía tanta gracia. Todas las mañanas se levantaban con preocupación pensando
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Siete rompecuentos para siete noches
que Carlota se iba a quedar soltera de por vida. Entendían que las Princesas te-
nían que terminar sus cuentos casándose y no conocían el caso de ninguna que
hubiera decidido ser astronauta y vivir su vida de manera independiente.
Sus padres, el Rey y la Reina, no paraban de repetirle que tenía que encontrar un
marido para poder reinar:
Así que el Rey y la Reina, a la semana siguiente, fueron muy temprano a los apo-
sentos de Carlota para despertarla:
- Venga Carlota levántate, que hemos preparado una gran sorpresa para ti ¡Así
que ponte muy guapa! Celebraremos una fiesta.
- No me puedo creer que me hayáis hecho algo así cuando sabéis muy bien que
yo no quiero casarme… y ahora no puedo decirles que se vayan porque sería
de muy mala educación.
La princesa se puso a pensar, hasta que se le ocurrió una gran idea: aquel que
quisiera casarse con ella, debería superar una prueba. Pero claro, estas pruebas
serían muy duras, para que así ningún príncipe las superara y Carlota pudiera se-
guir soltera y tan feliz en su castillo.
De este modo comenzó la fiesta Carlota se presentó entre todos los príncipes
y explicó sus intenciones. Muchos de los príncipes decidieron regresar a su pa-
lacio, pues sus motivaciones no se acercaban en absoluto a la de buscar esposa.
Otros tantos se mostraron atemorizados y prefirieron no participar, pero de en-
tre todos los príncipes quedaron cinco deseosos de enamorar a Carlota. Optaron
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Siete rompecuentos para siete noches
El siguiente fue el Príncipe Danzarín, que era un chico muy inquieto al que le en-
cantaba pasarse el día cantando, bailando y haciendo piruetas. Así que Carlota le
propuso lo siguiente: “Si consigues bailar sobre patines durante 24 horas seguidas
sin parar ni un solo segundo, me casaré contigo”.
Entonces el Príncipe Danzarín se puso a bailar muy animado y feliz… y así estuvo
1 hora, 2 horas, 3 horas… Y ya no bailaba tan animado, porque Danzarín estaba
cansado y le dolían los pies y la espalda. Llevaba 7 agotadoras horas bailando sin
parar cuando de repente comenzó a ponerse de color rojo, morado, azul, verde,
amarillo y de todos los colores. Entonces se desplomó en el suelo muerto de
cansancio y quejándose de dolor: “¡¡ Ayyy mis riñones… ayyy mis pies!!”. Y Carlo-
ta aprendió que los chicos también se cansan, sienten dolor y no siempre tienen
porqué ser fuertes.
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Una tarde Carlota conoció al cuarto príncipe, al Príncipe Maderucho. Era un mu-
chacho simpático y alegre, aunque algo arrogante. Presumía de cortar con su ha-
cha los troncos más fuertes y rígidos de todos los que encontraba en los bosques,
buscaba árboles grandes y altos y sin pensarlo los talaba. Así que Carlota tras
observar atentamente a Maderucho decidió retarle con la siguiente prueba:
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- ¿Qué será esto que siento en mi cabeza? -pensó Maderucho-. ¿Será una rama
que se ha caído, o una hoja quizás?
- ¿Qué haces con ese hacha? -preguntó el árbol- ¿no me querrás talar, verdad?
-Maderucho asustado contestó- No, sólo quería coger un trozo de madera.
- ¡Un trozo de mi tronco! ¡Estás loco!, ¿sabes el daño qué eso me hace?, es como
si cortaras un trozo de mi barriga, ¡ni se te ocurra! -gritó el árbol.
Maderucho se puso a pensar en todos los árboles que había talado antes, y de
pronto una pena horrible se apoderó de él. Tanta era esa pena que Maderucho
se puso a llorar y aunque Carlota intentó consolarle no hubo manera de que pa-
rase.
Carlota aprendió que los chicos también lloran. El Príncipe Maderucho estaba
avergonzado porque una chica le había visto llorar pero la princesa le explicó
que chicos y chicas tienen sentimientos y sienten miedo y no es malo demos-
trarlo. Y tras esto, el Príncipe Maderucho volvió a su reino para cuidar de sus
bosques y sus árboles.
El último príncipe que accedió a superar las pruebas de Carlota fue el Príncipe
Canijín, un chico muy simpático y alegre al que le encantaba viajar y divertirse.
Al verle tan delgadito, Carlota pensó en su prueba y tuvo una idea. Le pediría a
Canijín que acompañara a sus padres, el Rey y la Reina, de compras. Pero el Rey
y la Reina solían hacer grandes compras, porque tenían poco tiempo, así que
cuando iban a comprar lo hacían para todo el año. Canijín al principio cargaba
sin problemas todos los paquetes pero cuando ya llevaba tres pares de zapatos,
dos pamelas, kilos de peras y manzanas y varias cajas de leche, decidió pararse.
Estaba horrorizado de todas las cosas que compraban y de cómo le hacían cargar.
Con firmeza decidió soltar las cosas y con voz tajante afirmó:
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- Bueno, bueno, bueno, ¿pero esto qué es? Yo ya no puedo más, todas estas cosas
pesan muchísimo y yo no soy un príncipe fuerte precisamente. Estoy cansado
y además pienso que no es justo que yo cargue con todo mientras el Rey y la
Reina van con las manos vacías. No es justo eso, como tampoco lo es que una
princesa me tenga que poner pruebas para casarme con ella, nos casaremos si
estamos de acuerdo los dos y ya está, y si alguno no quiere tampoco pasa nada
por quedarse soltero o soltera, ¿verdad Carlota?
Carlota no podía creer lo que el Príncipe Canijín estaba diciendo. Por fin en-
contraba a alguien que estaba de acuerdo con ella. Y lo mejor de todo, Carlota
estaba radiante de felicidad porque había demostrado a sus padres que no era
necesario que una princesa se casara y que todos los príncipes no tenían porque
ser valientes y fuertes. Con Margarito habían aprendido que los chicos
también sienten miedo, con Danzarin que también se cansan y con
Maderucho que pueden sentir pena y llorar, con Oscar que les gus-
ta estar guapos y con Canijín que no siempre son fuertes.
fin
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