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Presentación

Este número 33 de la revista Sociedad culmina un año doblemente significativo,


en el que se celebran, además de los 30 años de vigencia ininterrumpida de demo-
cracia, los 25 años desde la creación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Uni-
versidad de Buenos Aires. Ambas fechas se encuentran estrechamente enlazadas,
pues el retorno de la democracia abrió paso al proyecto de crear la Facultad. A su
vez, ésta permitió el encuentro y reagrupamiento de los intelectuales de las ciencias
sociales en un campo propio y nuevo, para comenzar un camino de reconstrucción
de lazos quebrados y de desarrollo de formas de reconocimiento y comprensión de
la experiencia colectiva.
Recogiendo esa vocación, este número aporta dos dossiers destinados a la re-
flexión en torno a problemáticas sociales de estricta actualidad que merecen la
atención de la universidad.
El primer dossier está consagrado a la judicialización de la política o la politi-
zación de la justicia; dicho de otro modo, al cambio de configuración de la relación
entre lo que se supone que se define como justicia y también como política, en la
estela del debate planteado por el proyecto de reforma judicial presentado por el
Gobierno Nacional en la primera mitad de 2013. Sin embargo, no se trata de un
hecho meramente ligado a la agenda de un gobierno de un país en un contexto
político determinado, sino que se trata de una tendencia general en la actualidad
que tiene un epicentro claro en América Latina a raíz de los profundos cambios
observados en la región en la última década. Estos cambios no pueden ser vistos
únicamente desde la perspectiva del derecho o de la teoría política, sino que exige
una mirada multidisciplinaria. El dossier examina con delicadeza y decisión lo que
su coordinadora, Cecilia Abdo Ferez, define como “el exceso del derecho y también
su retirada”.

Presentación 1
El segundo dossier problematiza el ámbito de las políticas sociales desde el
punto de vista de sus supuestos. La cuestión podría ser planteada de la siguiente
manera: si es casi de sentido común fustigar al neoliberalismo que imperó en los
’90 para hablar de políticas sociales, ¿sabemos hasta dónde cierta lógica neoliberal,
tecnocrática, puede seguir imperando de manera subrepticia en la manera de con-
cebir las nociones clásicas de integración, de cohesión, solidaridad y adaptación?
Responder a esta pregunta nos permitiría avanzar más en los procesos de supera-
ción de las desigualdades sociales. El dossier coordinado por Ana Arias (directora
de la carrera de Trabajo Social, 2010-2014) y Adriana Clemente (vicedecana de la
Facultad en el mismo periodo) se centra en la intervención social, como puede
suponerse, pero también inquiere sobre ciertos supuestos teóricos de dicha inter-
vención, como la idea de comunidad.
En la sección “Investigaciones”, Mariana Gómez Schettini examina los efectos
de la construcción de la ciudad como marca en el caso de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, en el marco de un proceso global de reconversión del aspecto
simbólico de las ciudades en un sentido claramente capitalista, en especial en re-
lación con el nuevo papel cumplido por el turismo a nivel mundial. Por su parte,
Carolina Collazo muestra con profundidad la relación teórica, política y amistosa
entre Jacques Derrida y Louis Althusser como si se tratara de un caleidoscopio en
el cual se observan diferentes configuraciones del marxismo francés de los años ’70
y ’80, así como su proyección en la actualidad. La revista se cierra con la traducción
al español de un capítulo de Cognitive Sociology. Language and Meaning in Social
Interaction de Aaron Cicourel, uno de los textos fundamentales de la sociología
fenomenológica.
Este número coincide con el fin de una gestión de gobierno de la Facultad que
ha querido privilegiar la articulación del pensamiento crítico, la producción teórica
y la mirada atenta a los interrogantes con los que la dinámica propia de nuestra so-
ciedad nos interpela como científicos, intelectuales, trabajadores de su universidad.
Con este horizonte, diversas iniciativas se han concretado en materia de publi-
caciones: la serie de cuadernillos Sociales en debate, destinados a la discusión de
cuestiones urgentes como la trata de personas, la crisis habitacional y el acceso a la
tierra, la necesidad de una seguridad democrática y las dificultades asociadas a la
dolarización cultural de nuestra economía; la revista Ciencias Sociales ha sido com-
pletamente rediseñada y se ha orientado su línea editorial a reflexionar en torno
a acontecimientos de actualidad, pero aportando los nuevos matices y puntos de
vista que las ciencias sociales pueden ofrecer; esta revista, Sociedad, continuó con
su ritmo de aparición pero además ha sido digitalizada para un mejor acceso de la

2 Revista Sociedad Nº 33
comunidad académica a sus números pasados; se ha abierto un espacio dentro de
la página web de la Facultad consagrado a las publicaciones; se inició una colección
de tesis doctorales publicadas conjuntamente con Eudeba, la editorial de la UBA;
y se prestó apoyo económico a las revistas de cátedras y grupos de investigación
de mayor trayectoria en estos 25 años: Apuntes de Investigación del CEPYC, Arte-
facto. Pensamientos sobre la técnica, Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales,
Diaporías. Revista de Filosofía y Ciencias Sociales, El Ojo Mocho, Pensamiento de
los Confines, POSTdata. Revista de Reflexión y Análisis Político y Revista Argentina
de Ciencia Política. Consideramos que es necesario continuar y mejorar lo hecho
hasta ahora.
Como estas, la mayoría de las 52 publicaciones realizadas en los últimos años
han estado orientadas a poner en circulación pública lo producido en nuestras
aulas e institutos, así como a generar espacios de encuentro, escucha y enriqueci-
miento mutuo entre la universidad y la sociedad que la contiene y le da su razón
de ser. Porque no hay producción de saber que no sea colaborativa, pero esto no
sólo compromete a los miembros de la institución académica, sino también a todo
el cuerpo social, pues el conocimiento que somos capaces de construir es también
una forma de potencia de nuestra comunidad.

Sergio Caletti

Presentación 3
La embestida del derecho. Judicialización
de la política, normativización de lo social

PRESENTACIÓN

El derecho positivo ha desbordado su campo: asistimos a lo que Paolo Prodi


llama el “paroxismo de la producción de normas jurídicas”, esto es, que todos los
ámbitos de la vida contemporánea, incluso los más nimios o los supuestamente
privados, reclaman estar reglados por el sistema jurídico. Cualquier problema y
todo conflicto exige resolverse mediante la producción de norma positiva –sean
éstas leyes, expedientes, regulaciones o incluso trámites administrativos emanados
por fuentes de legislación diversas–, desconociendo aquel dualismo que separaba,
en la tradición de Occidente, a las esferas reservadas a lo consuetudinario o al jui-
cio ético o moral de los involucrados de las esferas reservadas al control jurídico-
estatal. Los campos antes sustraídos al control iuspositivo han dejado de estarlo o
están en vías de hacerlo, no sólo por el desborde del aparato normativo jurídico,
sino además, por estricto reclamo social: se pide norma, ya sea para regular los liti-
gios que puedan surgir en el deporte, como los que existan en la escuela, como los
que se dan en los ámbitos a la que problemáticamente se llama(ba) la vida privada.
Este fenómeno, el de la hipertrofia del derecho o la juridización de las relacio-
nes sociales conlleva el papel creciente de los tribunales en la vida cotidiana, o la
judicialización progresiva de los conflictos. Juridización y judicialización no son
lo mismo y, sin embargo, es presumible su correlación y es necesario interrogar su
dinámica. La correlación, por ejemplo, invadió la política en las últimas décadas,
incluso la (latino)americana: asuntos que eran en general resueltos al interior del
fragor político son ahora objeto de decisiones judiciales. Pero esto se dio en pa-
radójica convivencia con el hecho de que ámbitos sustanciales pretendidamente
sujetos al actuar estatal (ciertas formas de criminalidad, de inseguridad y el así

La embestida del derecho... 5


llamado “terrorismo”) se desjudicializaran y se libraran a un limbo jurídico de
peligrosos ribetes.
Este dossier pretende, desde perspectivas varias que se anclan sobre todo en las
ciencias sociales (como la antropología jurídica, la etnografía, los estudios sociales
de la ciencia, los estudios sobre burocracia y elites, la ciencia política y también la
teoría y la práctica cotidiana del derecho) y con abordajes diversos, atender a un
rasgo evidente y, sin embargo, poco estudiado de la vida cotidiana en América
Latina y en la Argentina actual en particular. El interés es pensar el exceso del
derecho y también su retirada.

Los y las convidamos a entrar al dossier.

Cecilia Abdo Ferez*

* Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Dr. phil en Teoría Política (HU-Berlin). Investi-
gadora adjunta del CONICET y del Instituto Gino Germani, con foco en Teoría Política
de la Modernidad Temprana. Profesora Adjunta de la UBA (Carrera de Ciencia Política)
y del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), Departamento de Artes Visuales.
Co-Directora de la Revista de Teoría Política Clásica y Moderna Anacronismo e Irrupción.
Su último libro se llama Crimen y Sí Mismo. La conformación del individuo en la Temprana
Modernidad Occidental (Buenos Aires, Gorla). E-Mail: ceciliaabdo@conicet.gov.ar.

6 Revista Sociedad Nº 33
El final de la vida como
objeto de debate público: avatares de la
“muerte digna” en Argentina*
Juan Pedro Alonso**, Natalia Luxardo***, Santiago Poy Piñeiro****
y Micaela Bigalli*****

INTRODUCCIÓN

Producto de cambios culturales, demográficos y epidemiológicos, y de la pro-


fesionalización y los avances en el campo médico, durante el siglo XX se consolidó
la tendencia a que la muerte y el final de la vida ocurran bajo la esfera de la me-
dicina en las sociedades occidentales (Illich, 1978; Ariès, 1992, 2000; Seale, 2000).
Una serie de innovaciones técnicas (como la ventilación pulmonar, la resucitación
cardiopulmonar y la nutrición artificial, entre otras) inaugura en los ’50 y el ’60 la
terapia intensiva, modalidad asistencial que modificó de manera significativa la
gestión médica del proceso de morir (Menezes, 2000; Seymour, 2001; Lock, 2002;
Gherardi, 2007). Estas innovaciones permitieron mantener órganos vitales por
medios tecnológicos, posibilitando así la prolongación artificial de la vida y dando
origen a estatus liminares entre la vida y la muerte, que obligan a repensar las no-
ciones de “vida” y “persona” (Kaufman, 2000).

*Una versión previa del artículo fue presentada en el capítulo “Políticas y legislación regu-
latoria del final de la vida: sentidos en disputa en torno a la ‘muerte digna’ en Argentina”
(Alonso, Luxardo y Nadal, en prensa).
**Juan Pedro Alonso es Doctor en Ciencias Sociales (UBA), investigador asistente del Con-
sejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), y docente de la
carrera de Sociología.
*** Natalia Luxardo es Doctora en Ciencias Sociales (UBA), investigadora adjunta del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) y Profesora
de la Carrera de Trabajo Social en la UBA. Autora del libro Morir en casa. El cuidado en el
hogar en el final de la vida.
**** Santiago Poy Piñeiro es Licenciado en Sociología por la UBA y docente de las materias
Metodología y Técnicas de la Investigación Social I, II y III de la carrera de Sociología de
la UBA.
*****Micaela Bigalli es estudiante avanzada de la carrera de Sociología de la Universidad de
Buenos Aires y docente en las materias Metodología y Técnicas de la Investigación Social I,
II y III de la carrera de Sociología de la UBA.

El final de la vida como objeto de debate público... 7


En los años ’60 y ’70, el desarrollo y los avances en el campo de la trasplan-
tología contribuyeron a modificar los criterios mismos para determinar la muerte
(Lock, 2002). La posibilidad técnica de prolongar la vida indefinidamente, sumado
a la necesidad de preservar la vitalidad de los órganos de los donantes, derivó en el
establecimiento de nuevos criterios para la definición de la muerte, determinada
hasta ese momento por la detención de las funciones cardiopulmonar o cardio-
rrespiratoria. En 1968, una Comisión de Harvard planteó un nuevo criterio para
definir el final de la vida –la “muerte cerebral”– que en décadas posteriores fue
adoptado en diferentes países.
Por su parte, a fines de la década del ’60 surgen las primeras críticas (dentro y
fuera de la medicina) al proceso de medicalización y tecnologización de la muerte.
La emergencia y desarrollo del movimiento de los hospices y los cuidados paliativos
(Clark y Seymour, 1999; Castra, 2003; Menezes, 2004), los movimientos a favor de
la eutanasia y del derecho a morir con dignidad (Emanuel, 1994; McInerney, 2000),
el mayor énfasis en el respecto de la autonomía de los pacientes (Williams y Cal-
nan, 1996; Lupton, 1997) y el desarrollo de la bioética como disciplina (Rothman,
1991), contribuyeron a cuestionar la forma de gestionar la muerte en contextos
médicos y el uso intensivo de tecnología en el periodo final de la vida.
Los debates sobre los límites a las tecnologías de soporte vital, el encarniza-
miento terapéutico, las directivas anticipadas y, en menor medida, el suicidio asis-
tido y la eutanasia1, han conformado la agenda de la discusión pública reciente
sobre el final de la vida en Argentina. Durante el año 2011, varios casos particu-
lares cobraron visibilidad en los medios de comunicación (el pedido de la madre
para que desconectaran a su hija de dos años con estado vegetativo permanente, la
demanda de una joven de 19 años que pedía ser sedada para evitar el sufrimiento)
y pusieron en la agenda de discusión pública la forma en que el final de la vida es
gestionado en ámbitos médicos, abriendo un debate en buena medida inédito en el
país, que culminó con el tratamiento parlamentario y con la sanción de la llamada
ley de “muerte digna” en el Congreso Nacional en mayo de 2012.
El objetivo del artículo es describir y analizar los recientes debates públicos en
torno a este proceso que culminó en la sanción de la ley que habilita a los pacientes
con enfermedades incurables o terminales a rechazar o suspender procedimientos

1
El encarnizamiento terapéutico remite a la utilización de técnicas desproporcionadas a los
resultados que se desean o se pueden obtener en el final de la vida, que prolongan de forma
innecesaria la agonía y aumentan el sufrimiento del paciente. Por su parte, la eutanasia es
la muerte provocada por un tercero por medio de la administración de una droga en dosis
mortales. En el suicidio asistido la administración de la droga es efectuada por el propio
paciente, a quien se le provee la misma para su eventual uso (Gherardi, 2007).

8 Revista Sociedad Nº 33
que prolonguen o sostengan la vida por medios tecnológicos.
A partir de un corpus heterogéneo de fuentes secundarias, como el análisis de
leyes y proyectos de ley, jurisprudencia, desgrabaciones de las audiencias y debates
parlamentarios y notas periodísticas de los principales medios gráficos (Clarín, La
Nación y Página/12) sobre la temática, entre otras fuentes documentales,2 el artículo
repasa los antecedentes de estos debates y analiza el camino que culminó en la sanción
de la ley, explorando los principales tópicos en torno a los cuales giraron los debates.
En primer lugar, se presenta el contexto en que la muerte y el morir –y la gestión
médica de estos procesos– se configuran como un tema de debate público, a partir
de los primeros casos que movilizaron la discusión sobre la eutanasia, el suicidio
asistido y los límites del uso de la tecnología médica en el final de la vida, así como
los principales antecedentes en la legislación y regulación sobre el final de la vida
en el mundo. En segundo lugar se describen los debates en torno a la regulación
del final de la vida en Argentina, y por último se analizan los pormenores del de-
bate actual, dando cuenta de los argumentos y protagonistas.

EL FINAL DE LA VIDA COMO TÓPICO DE DISCUSIÓN PÚBLICA

Como señala Rothman (1991), la gestión médica del final de la vida (las deci-
siones acerca de cuándo prolongar o no la vida por medios artificiales, los criterios
para iniciar o suspender medidas de soporte vital, entre otras) no fue objeto de
escrutinio público hasta mediados de la década del ’70, cuando comienzan a co-
brar visibilidad casos controversiales, principalmente en los Estados Unidos. Estos
casos –que incluyeron tribunales y jueces como nuevos actores– pusieron en el
centro del debate público el poder de los médicos en las decisiones referidas al final
de la vida, así como el lugar de la autonomía y el derecho de los pacientes.
El caso que marcó el quiebre en la consideración pública de esta temática fue
el de Karen Quinlan, de 22 años, quien en 1975 quedó en estado de coma luego
de un accidente, tras el cual necesitó de un respirador artificial para ser mantenida
con vida. Tras varios meses de permanecer en ese estado sin ninguna mejoría, los
padres pidieron a los médicos del hospital que la desconectaran del respirador,
quienes se negaron acceder al pedido. La familia recurrió entonces a la Corte de
Nueva Jersey para conseguir que fuera removido el respirador, la Corte también les
2
Los artículos periodísticos y los proyectos de ley se relevaron a partir de descriptores
(“muerte digna”, “eutanasia”, “cuidados paliativos”, etc.) en los buscadores virtuales de los
diarios y buscadores de proyectos de ley. Las fuentes secundarias recabadas fueron cargados
en un programa para el análisis de datos cualitativos (Altas.ti), y fueron codificadas y anali-
zadas inductivamente a partir de técnicas de análisis cualitativo.

El final de la vida como objeto de debate público... 7


negó el pedido, y los padres apelaron la medida. La Suprema Corte tomó el caso y
en marzo de 1976 validó el pedido de los padres y ordenó a los médicos a suspen-
der el soporte vital. El respirador fue retirado, pero no las medidas de hidratación y
alimentación, y Karen Quinlan vivió en el mismo estado durante nueve años más,
hasta que falleció en 1985.
El caso Quinlan puso por primera vez en el espacio público el tema de la toma de
decisiones en el final de la vida, así como el debate sobre los derechos de los pacientes
(o el de los familiares a hacerlo en su nombre) a rechazar o suspender tratamientos
que los mantuvieran con vida de manera artificial (Rothman, 1991). Por otra parte, el
caso significó el comienzo de la participación de otros actores en la toma de decisio-
nes en el final de la vida, como abogados, jueces y expertos en bioética.
Los casos de Nancy Cruzan y Terri Schiavo en los Estados Unidos, los de
Ramón Sampedro e Inmaculada Echevarría en España, los de Pergiorgio Welby
y Eluana Englaro en Italia, el de Chantal Sébire en Francia, por nombrar sólo al-
gunos, continuaron y continúan avivando el debate público (y también político)
acerca de la dignidad en el final de la vida y acerca de quiénes y en qué condiciones
deben tomar las decisiones en el proceso de morir. Como lo muestran estos ca-
sos, y las batallas legales y los debates que suscitan, el final de la vida se evidencia
como una arena de discusiones científicas, sociales, bioéticas, jurídicas y políticas
de primer orden, en la que está en juego la noción misma de persona, la dignidad
humana y la autonomía.
Al calor de estas controversias, en varios países se produjeron iniciativas para
regular los derechos de los pacientes en el final de la vida y determinar los límites
de la aplicación de tecnologías para la prolongación de la vida. Los intentos de
regular los derechos de los paciente terminales, sin embargo, se remontan a la
década del ’30, cuando se fundaron en Londres (Voluntary Euthanasia Society) y
Nueva York (American Euhtanasia Society) las primeras sociedades que buscan
legalizar la eutanasia. Estas sociedades –compuestas por médicos e intelectuales–
intentaron introducir sin éxito leyes a favor de la eutanasia a finales de los años ’30
en ambos países (Emmanuel, 1994; McInerney, 2000). En 1976, luego del fragor
que suscitó el caso Quinlan, se realizó en Japón la primera reunión internacional
de sociedades que apoyan el “derecho a morir con dignidad”3.
Recién en la década del ’90 se producen intentos de regular la eutanasia y el
suicidio asistido y se proclaman las primeras leyes en distintas partes del mundo.
En 1996 se sanciona en el Territorio Norte de Australia la primera ley que aprueba

3
La Federación Mundial de Sociedades por el Derecho a Morir cuenta con integrantes de diversos
países; Venezuela y Colombia son los únicos representantes de Sudamérica (WFRtDS, 2011).

8 Revista Sociedad Nº 33
legalmente la eutanasia, y que autoriza a un paciente a requerir la asistencia de un
médico para terminar con su vida (Rights of the Terminally Ill Act). La medida
estuvo en vigencia entre julio de 1996 y marzo de 1997, cuando el Parlamento
Federal australiano dejó sin efecto la medida por medio de una ley que prohibía la
eutanasia en todo el territorio (McInerney, 2000). También en los Estados Unidos
pueden encontrarse las primeras iniciativas ciudadanas para legalizar la eutanasia
y el suicidio asistido: en 1994 la ley que habilitada estas prácticas fue aprobada en
la ciudad de Oregon, y tras tres años de suspensión fue finalmente votada por los
ciudadanos en un referéndum.
En el año 2000 el Parlamento holandés legalizó la eutanasia y el suicidio asis-
tido. La ley tomó efecto en el año 2001, y comenzó a regular una práctica que, si
bien era ilegal, anteriormente era socialmente tolerada (Pool, 2004; Weyers, 2006).
Estas prácticas dejaron de ser penalizadas siempre que fueran realizadas por un
médico y a pedido del paciente, y que se siguieran una serie de regulaciones. En
el año 2002 Bélgica legalizó la eutanasia y Luxemburgo lo hizo en 2009. En Sui-
za el suicidio asistido es legal desde el año 2005. En otros países europeos, como
Noruega, Dinamarca, Alemania y Austria, los pacientes tienen derecho de rechazar
determinados tratamientos aunque esto ocasione su muerte.
En América Latina, la Corte Constitucional de Colombia autorizó el recurso de la
eutanasia para enfermos terminales en 1997, despenalizando el “homicidio por pie-
dad”, pero hasta la fecha no fue validada por el Congreso. Por su parte, Uruguay aprobó
en 2009 una ley que permite a los pacientes adultos y “capaces” con enfermedades ter-
minales rechazar tratamientos y prescindir de intervenciones que los mantengan con
vida, y cuando estos no puedan decidir autoriza a los familiares a tomar las decisiones.
En Argentina, el actual debate por la aprobación de una ley de “muerte digna”
reconoce varios antecedentes legislativos, judiciales y administrativos.

La “muerte digna” en Argentina: antecedentes legislativos y jurisprudencia

Si bien no fue hasta el año 2011 que la gestión médica del final de la vida se con-
stituyó como un tópico de debate público en Argentina, es posible identificar varios
antecedentes en torno a la temática (tanto legislativos como judiciales) en las últimas
décadas. El primer antecedente de relevancia se registra en 1996 –año en que fue
legalizada la eutanasia en el Territorio Norte de Australia–, cuando se presentaron
los primeros proyectos de ley y se produjo el primer debate parlamentario en el país.
Estas iniciativas se inspiraron en un caso (el “caso Parodi”) que llegó a la justicia,
que avaló la negativa de un paciente a que los médicos le amputaran una pierna para

El final de la vida como objeto de debate público... 11


salvar su vida. En esta línea, el anteproyecto que fue discutido se centraba en garan-
tizar el derecho de pacientes terminales a rechazar tratamientos que alargaran su
vida, y su alcance se restringía a pacientes adultos y que no tuvieran comprometida
su capacidad de decidir. El proyecto descartaba explícitamente la “eutanasia” –tanto
la aplicación de una inyección letal como la desconexión de máquinas que permitan
mantener viva a una persona–; y tampoco incluía los casos de menores con enferme-
dades terminales ni los de personas que no fueran capaces de expresar sus decisiones.
El proyecto llegó a discutirse en la Cámara de Diputados pero fue devuelto a las
comisiones, debido a que se consideró que se trataba de una iniciativa innecesaria, y
a que podía inducir a decisiones contrarias a los intereses de personas vulnerables en
pos de reducir costos al sistema de salud.
A partir de esa fecha la presencia de proyectos en el Congreso Nacional que
tratan sobre los derechos de los pacientes terminales fue constante, y las temáticas (y
lenguajes) abordados en los proyectos en parte reflejan los debates que se sucedieron
internacionalmente en torno a casos resonantes, como el de Terri Schiavo en los Es-
tados Unidos.4 Ninguno de los proyectos presentados tuvo como objetivo autorizar
la eutanasia o el suicidio asistido –la mayoría señala de manera explícita que rechaza
estas prácticas o que no son objeto de legislación de los proyectos–, sino garantizar
el derecho de los pacientes a rechazar o a limitar medidas terapéuticas, y la regu-
lación de este derecho cuando el paciente no puede decidirlo por sí mismo. En este
período, además de las temáticas que van sumándose como objeto de legislación
(testamentos vitales, cuidados paliativos, etc.), es relevante observar las modificacio-
nes en las justificaciones, como la adopción en los últimos años del lenguaje de los
“derechos humanos” y la afirmación del valor de la autonomía de los pacientes.
En el país también existe jurisprudencia sobre estos temas, tanto respaldando
como impidiendo la suspensión de medidas de soporte vital. Por nombrar algunos

4
Entre 1997 y el año 2000 se presentaron siete proyectos, que buscaban corregir las limi-
taciones del anterior de 1996 –como regular la toma de decisiones cuando el paciente no
era capaz de hacerlo. En el año 2001 se presentan cinco proyectos, en los que ya se incluye
la regulación de los “testamentos vitales”, herramienta legal para garantizar que se respeten
las decisiones terapéuticas de la persona en caso de no poder expresarlas en el futuro. Entre
el año 2002 y 2003 se presentan tres proyectos. En el año 2005 el tema adquirió un nuevo
impulso por la difusión y el impacto del caso de Terri Schiavo en los Estados Unidos, en que
el centro del debate y la pelea legal por continuar o no con los tratamientos que la mante-
nían con vida giró en torno a cuál hubiera sido la decisión de la paciente de poder ejercerla.
En ese año se presentan cinco proyectos, cuatro de ellos relacionados a la regulación de los
“testamentos vitales” o “directivas anticipadas”. En el año 2006 se presenta un proyecto, cua-
tro en el año 2007 –en que se sanciona la primera ley en Argentina, en la provincia de Río
Negro–, y cinco más entre 2008 y 2010.

12 Revista Sociedad Nº 33
casos, en 2005 la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires se opuso al pedido
de retiro de la hidratación y la nutrición de una mujer que quedó en estado vegetati-
vo permanente luego de dar a luz en 1998, realizada por su marido dos años después.
La familia de la mujer se oponía a esa medida. En línea con el caso Parodi, en 2005
un fallo judicial dio validez al testamento vital de una mujer con una enfermedad
degenerativa en la ciudad de Mar del Plata, que pedía que no se le practicaran méto-
dos invasivos cuando su enfermedad progresara. La mujer asentó su decisión en el
Registro de Actos de Autoprotección, creado por el Colegio de Escribanos de Buenos
Aires, luego de que los médicos le informaran que en un futuro deberían practicarle
una traqueotomía o alimentarla artificialmente para mantenerla con vida. En 2006,
la justicia de la provincia de Neuquén avaló el pedido de los padres de un niño de
11 años que padecía una enfermedad crónica y progresiva, quienes recurrieron a la
justicia de manera preventiva para que no se prolongara artificialmente la vida de su
hijo en caso de que la enfermedad llegara a estadios críticos.
El antecedente más importante es sin dudas la sanción de las leyes de “muerte
digna” (como fueron llamadas) en las provincias de Río Negro y Neuquén, en los
años 2007 y 2008 respectivamente, que reconocen el derecho de las personas con
enfermedades terminales a interrumpir o rechazar tratamientos que prolonguen su
vida de forma artificial, a la vez que garantizan las medidas tendientes al alivio del
dolor y el sufrimiento y obligan a los establecimientos de salud públicos y privados a
contar con servicios de cuidados paliativos. En esta línea, en 2009 fue sancionada a
nivel nacional la Ley 26.529 de Derechos de los Pacientes, que faculta a los pacientes
a aceptar o rechazar terapias o procedimientos médicos, así como avala las directivas
anticipadas para consentir o rechazar tratamientos, “salvo las que implican desarro-
llar prácticas eutanásicas”, salvedad que dejaba potencialmente por fuera las prácticas
legalizadas en ambas provincias, al tratarse de una cuestión de interpretación si el
rechazo de los tratamientos constituía o no una práctica eutanásica.

DEBATES EN TORNO A LA SANCIÓN DE LA LEY DE “MUERTE DIGNA”

Los debates públicos recientes en torno a la gestión médica final de la vida, así
como las iniciativas legislativas que culminaron en la sanción de la ley en 2012,
fueron movilizados por casos que tomaron estado público a lo largo del año 2011.
La aparición en los medios de los casos de Melina González y Camila Sánchez
avivaron el debate público sobre la terminación de la vida y los derechos de los
pacientes, dándole una visibilidad al tema en gran medida inédita en el país, con
la particularidad de que fueron las propias protagonistas (tanto Melina como la

El final de la vida como objeto de debate público... 13


madre de Camila) quienes impulsaron activamente la aprobación de una ley que
amparara estas situaciones, apelando a un discurso de derechos.
El primer caso que tomó estado público (y llamó la atención de los legisladores)
fue el de Melina González. En marzo de 2011, Melina, de 19 años, murió internada
en un hospital público de la Ciudad de Buenos Aires, a causa de una enfermedad
degenerativa. Debido al avance de la enfermedad, Melina había solicitado a los
médicos que la atendían que aliviaran sus dolores por medio de una sedación pa-
liativa, tratamiento farmacológico que busca disminuir los niveles de conciencia
en el final de la vida. La sedación fue negada por los médicos que la trataban (con-
sideraban que el pronóstico de Melina no era terminal como para ameritar esa
medida), quienes sostuvieron la necesidad de una intervención judicial para dar
curso al pedido. El caso apareció en los medios de comunicación en febrero (sólo
el diario Página/12 publicó la noticia), a través de los cuales Melina demandó de
manera pública una medida para evitar el sufrimiento en el final de la vida, y re-
clamó a los legisladores por la sanción de una ley de “muerte digna” que amparara
casos como el suyo.
El pedido de Melina González encontró eco en algunos legisladores (el diputa-
do Miguel Bonasso y el senador Samuel Cabanchik presentaron proyectos de ley
que citaban en los considerandos las declaraciones de Melina), pero el tema ter-
minó de instalarse en el espacio público cuando los medios divulgaron el caso de
Camila Sánchez.
En agosto de 2011 la madre de Camila Sánchez contaba el caso de su hija en
varios medios. Por entonces una beba de dos años, Camila se encontraba en estado
vegetativo permanente debido a la falta de oxígeno sufrida luego de los intentos de
reanimación tras un paro cardiorrespiratorio al momento del parto. Luego de un
año sin evoluciones en el estado de salud de Camila, y avalados por dictámenes de
varios Comités de Ética, los padres demandaron a los médicos que se le retirara el
respirador que la mantenía con vida, quienes se negaron argumentando limitacio-
nes legales y la necesidad de contar con la autorización de un juez para tomar al-
guna decisión en ese sentido. En lugar de judicializar el caso, y resolverlo en forma
individual, la madre de Camila buscó visibilizar la historia de su hija y demandar
la sanción de una ley.

El debate legislativo

El trámite legislativo que terminó con la sanción de la ley estuvo estrechamente


ligado a la publicidad de estos casos, y a la demanda explícita de los protagonistas
(pacientes y familiares). Como hemos señalado, el caso de Melina González mo-

14 Revista Sociedad Nº 33
vilizó a varios legisladores a presentar proyectos para regular los derechos de los
pacientes en fin de vida. Uno de los anteproyectos presentados, por su parte, señala
en los considerandos “que recoge como un mandato póstumo las palabras de Me-
lina González (…) Antes de fallecer, la adolescente le dijo a su madre: ‘Yo necesito
hacerle entender a la humanidad que la muerte digna no es una mala palabra, es
un paso a la eternidad que todos nos hemos ganado’”.
El caso de Camila Sánchez estuvo directamente relacionado con el proceso de
sanción de la ley: Silvia Herbón, madre de Camila, contó en una entrevista que
fueron los mismos legisladores quienes la animaron a hacer público su caso en los
medios de comunicación, de modo que se agilizara el debate alrededor del tema.
La difusión del caso dio un impulso importante al movimiento originado a partir
del caso de Melina González. A fines de agosto de 2011, las madres de Camilia y
de Melina fueron convocadas por la Comisión de Salud del Senado para contar
sus experiencias y avanzar en el tratamiento de las iniciativas existentes, buscando
acordar un único proyecto. Con ese fin, la Comisión de Salud llamó a una audien-
cia pública para septiembre a la que se convocó a exponer a profesionales médicos,
psicólogos, especialistas en bioética y a familiares de pacientes. Paralelamente al
progreso del avance del proyecto en el Congreso, otros casos tomaron estado pú-
blico y mantuvieron vivo el debate en los medios de comunicación.
Por su parte, en el mes de octubre de ese año se produjeron avances en la Cá-
mara de Diputados. Las comisiones de Legislación General y Derechos Humanos
apoyaron un proyecto de ley que regulaba los derechos de los enfermos terminales
que había sido acordado en la Comisión de Acción Social y Salud Pública de la
misma cámara; y en noviembre fue consensuado un proyecto que modificaba la
Ley 26.529 de Derechos de los Pacientes y elevado a votación, luego de discutir el
texto de cinco anteproyectos, presentados por los diputados Bonasso, Vega, Mil-
man, Rivas y Bianchi.
Los proyectos discutidos en el Congreso procuraban regular las situaciones de
toma de decisiones en el final de la vida para evitar futuras judicializaciones. Algu-
nos proyectos proponían la sanción de una nueva ley que regulara estas situacio-
nes (como los del diputado Bonasso y el senador Cabanchik), y otros proponían
enmendar la Ley de Derechos de los Pacientes para incorporar la “muerte digna”,
iniciativa que terminó logrando un mayor consenso. Finalmente, el proyecto uni-
ficado fue discutido en el recinto y recibió la media sanción en Diputados el día 30
de noviembre de 2011, con 142 votos a favor, 6 en contra y 4 abstenciones.
En abril de 2012 el proyecto votado en la Cámara de Diputados obtuvo un dic-
tamen favorable en un plenario de las comisiones de Salud y Deportes, Legislación
General y Derechos y Garantías de la Cámara de Senadores, y el día 9 de mayo la

El final de la vida como objeto de debate público... 15


ley fue aprobada con 54 votos a favor y ninguno en contra.
El primer eje que se explicita en la modificación de Ley de Derechos de los
Pacientes que incorpora la “muerte digna” es el derecho del paciente a aceptar o re-
chazar determinadas terapias o procedimientos médicos, incluyendo las medidas
de hidratación y la alimentación (el aspecto que generó mayores debates), procedi-
mientos quirúrgicos, la reanimación artificial, y la abstención o retiro de medidas
de soporte vital cuando sean desproporcionadas en relación con las perspectivas
de mejoría. Asimismo, la ley especifica que toda persona puede disponer de direc-
tivas anticipadas sobre su salud, y desresponsabiliza civil, penal y administrativa-
mente a los profesionales de la salud intervinientes que hayan obrado de acuerdo
a las disposiciones de la ley.
En líneas generales, los debates (tanto en el Congreso como en el espacio pú-
blico) giraron en torno a dos ejes: a) la autonomía y los derechos de los pacientes,
y b) la noción de “dignidad”, asociada a lo “natural” y opuesta al encarnizamiento
terapéutico.
Uno de los ejes del debate fue el respeto por la autonomía y los derechos de los
pacientes en el final de la vida. La noción misma de “muerte digna”, en la mayoría
de las intervenciones, remite al respeto por la autonomía y la voluntad del pa-
ciente. En este sentido, la dignidad en el final de la vida es incorporada al lenguaje
de los derechos humanos. El derecho a rechazar tratamientos, así como a decidir
anticipadamente a qué tratamientos la persona desea (o no) exponerse, afirma el
derecho de las personas a disponer sobre su propio cuerpo (derecho limitado en
tanto la eutanasia y el suicidio asistido no fueron incluidos en la legislación), locus
de las nociones personales de dignidad. Los primeros estudios socio-antropológi-
cos acerca de la gestión de la muerte en el hospital (Glaser y Strauss, 1965; Sudnow,
1971) evidenciaban el carácter heterónomo de las decisiones en el final de la vida,
orientadas a facilitar el trabajo de los profesionales. Tomado en perspectiva, la
afirmación de un discurso de derechos en este campo se inscribe en un proceso de
transformaciones –señaladas más arriba– en pos de un mayor respecto por la au-
tonomía de los pacientes (Rothman, 1991). La creciente visibilización del proceso
de la toma de decisiones médicas (en virtud de los debates públicos sobre cues-
tiones como el trasplante de órganos, las tecnologías de soporte vital, la eutanasia,
etcétera) contribuyó a la afirmación de derechos, a la vez que reguló el poder de los
médicos en estas decisiones.
El segundo tópico en torno a los cuales giró el debate fue la oposición entre
la “muerte digna” y el “encarnizamiento terapéutico”, entre el par natural/artifi-
cial. En los debates, la noción de “muerte digna” aparece ligada a la idea de una

16 Revista Sociedad Nº 33
suerte de respeto de una muerte “natural”, amenazada por el recurso a la tecnología
médica. La “muerte digna” se define así entre dos polos: el de la eutanasia y el del
encarnizamiento terapéutico.
Los significados asociados a la noción de “muerte digna”, expresada en los de-
bates, no remite tanto a la subatención a la que está expuesta este tipo de pacientes (la
situación más problemática en el contexto local), sino a los límites a la utilización a
la tecnología médica. En este sentido, los debates hacen eco de la literatura en torno
al “buen morir” como crítica a la muerte hospitalizada y medicalizada (Ariès, 1992,
2000; Clark y Seymour, 1999). La idea de una muerte “a tiempo”, “ni retrasada ni
adelantada”, lo mismo que una muerte “natural” como opuesta a la prolongación
“artificial” de la agonía, difícilmente puede ser sostenida cuando se observa la forma
de gestionar el final de la vida en contextos médicos. Si la limitación del esfuerzo
terapéutico para evitar el encarnizamiento terapéutico goza de un amplio consenso,
la definición de qué medidas incluye o debería incluir esta limitación es menos clara.
Como quedó plasmado en la legislación, la mayoría de los actores consideraban a-
decuada la retirada o abstención de medidas de soporte vital o cualquier otro tipo de
intervención. Por su parte, para otros actores –entre los que se encuentra la Iglesia
católica– la limitación no debería incluir las medidas de hidratación y alimentación,
intervenciones consideradas “naturales” desde esta perspectiva.
La dicotomía naturaleza/cultura, natural/artificial, largamente pensadas en
términos oposicionales, han sido puestas en cuestión en las últimas décadas por
autores que señalan el carácter construido de la supuesta “naturalidad” de la natu-
raleza, así como el borramiento de los límites entre estos términos en campos de la
medicina con uso intensivo de la metodología, como en la reproducción asistida,
el final de la vida y el trasplante de órganos (Kaufman, 2000; Lock, 2002). Aun en
contextos de uso menos intensivo de tecnología, como en servicios de cuidados
paliativos, la distinción entre “natural” y “artificial” es difícilmente trazable (Alon-
so, 2011; Luxardo, 2011), al tiempo que el papel de la tecnología no está necesaria-
mente ausente en las mismas nociones legales de lo que es una “muerte natural” en
contextos médicos (Timmermans, 1998; Seymour, 2001; Tercier, 2005).

PALABRAS FINALES

En este artículo se analizaron los debates e iniciativas legislativas en torno a


la llamada ley de “muerte digna” en la Argentina. Para ello se repasó el contexto
socio-histórico de la construcción de la toma de decisiones médicas en el final de
la vida como problema público y los antecedentes regulatorios de los derechos de

El final de la vida como objeto de debate público... 17


pacientes con enfermedades terminales.
El análisis de este proceso, en perspectiva con los antecedentes reseñados, per-
mite observar el surgimiento de nuevas voces en estos debates en el país. Si bien
los especialistas en bioética protagonizaron las discusiones (desde su presencia en
los medios hasta en las audiencias legislativas), como sucedió en años previos, por
primera vez los pacientes y los familiares aparecen como actores con voz propia (y
legitimada) en estos debates.
Asimismo, resulta interesante observar los discursos con los que estos actores
se posicionan en el espacio público. En este sentido el caso permite observar as-
pectos analizados en los procesos de judicialización de la sociedad, puntualmente
“cómo los actores usan el discurso de los derechos para llamar la atención pública
hacia demandas y conflictos de derechos que no se atienden aunque aún no sean
reconocidos como tales por la legislación” (Smulovitz, 2008: 206). La participación
de pacientes y familiares estuvo apoyada centralmente en un discurso de derechos:
derechos en tanto pacientes (a decidir acerca de los tratamientos médicos, a par-
ticipar en las decisiones respecto a su cuerpo y su salud), pero fundamentalmente
un discurso de derechos humanos. La exposición de las demandas en diferentes
arenas públicas (los medios de comunicación pero también el poder legislativo y el
ejecutivo) funcionó como estrategia para visibilizar y obtener reconocimiento en
la sociedad acerca de sus reclamos.
Al respecto, es interesante observar el quiebre en la consideración pública del
tema que supuso el corrimiento de estrategias típicas de judicialización por parte
de los protagonistas, quienes declinaron recurrir de manera individual a la justicia.
Dado el carácter despolitizador de algunas estrategias de judicialización, en tanto
modo de resolución privada de conflictos (Pecheny, 2008), los pedidos públicos y
el activismo por la sanción de la ley permitieron visibilizar y sensibilizar a la so-
ciedad acerca de la existencia y la necesidad de protección de derechos puntuales.
El consenso relativo que caracterizó la discusión pública en torno a la sanción de
la ley, notable si se compara con casos similares en otros países (como los de Terry
Schiavo en los EE.UU., Eluana Englaro en Italia, entre otros), o con los recientes
debates sobre temas sensibles en el país (como la ley de educación sexual, el aborto,
el matrimonio igualitario, etcétera), da cuenta del apoyo que tuvieron estos pedi-
dos. El bajo grado de conflictividad (tanto argumentativa como de movilización
política), explicada en parte por el no tratamiento de temas más sensibles como el
suicidio asistido y la eutanasia (que aplacó las preocupaciones iniciales de la Igle-
sia católica), se debió en gran medida al apoyo que recibieron estos discursos por
parte de la sociedad.

16 Revista Sociedad Nº 33
Los debates y la legislación estuvieron orientados a garantizar los derechos de
los pacientes a tomar decisiones autónomas al final de sus vidas, así como pro-
mover las herramientas para hacerlo posible (como los testamentos vitales). Asi-
mismo, los debates abrieron interrogantes sensibles y polémicos igualmente rel-
evantes, como el estatuto legal y ético de la eutanasia y el suicidio asistido, así como
el carácter ontológico de nuevas categorías de existencia, como la de las personas
con estados vegetativos permanentes (Kaufman, 2000).
¿En qué medida las regulaciones debatidas en el Congreso atienden a las nece-
sidades de los pacientes y familiares en estas situaciones? ¿Cuáles son las necesi-
dades y preferencias de los pacientes respecto a los cuidados en el final de la vida?
¿Qué aspectos y situaciones faltaría incluir en la legislación? Aportar evidencia
empírica sobre estos interrogantes contribuiría sensiblemente a informar estos de-
bates y al desarrollo de políticas públicas en este campo.

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OTRAS FUENTES
Diario Página/12
Diario Clarín
Diario La Nación
Proyectos de ley y leyes del Congreso de la Nación Argentina.
Versiones taquigráficas de audiencias y sesiones parlamentarias.

18 Revista Sociedad Nº 33
De “ciudadanas incapaces” a sujetos de
“igualdad de derechos”. Las transformacio-
nes de los derechos civiles de las mujeres y del
matrimonio en Argentina

Verónica Giordano*

INTRODUCCIÓN

Este artículo propone abordar el fenómeno de la creciente normativización de


lo social poniendo el foco en las transformaciones de los derechos de las mujeres y
del matrimonio en Argentina.
Durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI ha tenido lu-
gar una transformación del orden social en la cual las mujeres han pasado de ser
“ciudadanas incapaces” a sujetos de “igualdad de derechos”. En ese lapso, el Estado
constitucional, social, democrático y de derecho se ha modificado, más enfática-
mente a partir de las transiciones a la democracia de los años ochenta y en reacción
contra el neoliberalismo dominante en las últimas décadas. En América Latina, las
innovaciones más recientes han provenido de países como Venezuela, Bolivia y
Ecuador, que a través de un constitucionalismo de nuevo tipo han propuesto for-
mas de radicalización de sus democracias (Ansaldi y Giordano, 2012).
En Argentina, en 1947 las mujeres accedieron a la condición de ciudadanas
políticas, pero al no estar todavía habilitadas jurídicamente como personas con

*Verónica Giordano es profesora de la Facultad de Ciencias Sociales desde 1993.


Actualmente se desempeña en las materias Historia Social Latinoamericana y Taller de
Sociología Histórica de América Latina en la Carrera de Sociología. Es socióloga, magíster
en investigación en Ciencias Sociales y doctora en Ciencias Sociales (UBA). Desde 2005 es
investigadora del CONICET. Es autora de Ciudadanas Incapaces. Los derechos civiles de las
mujeres en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay en el siglo XX (Buenos Aires: Teseo, 2012).
Y co-autora con Waldo Ansaldi de América Latina. La construcción del orden (Buenos
Aires: Ariel, 2012). Es investigadora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe
(IEALC) (http://iealc.sociales.uba.ar/investigacion/investigadores/) y miembro de Comité
Editorial de el@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos (http://iealc.sociales.
uba.ar/publicaciones/e-latina/).

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 21


capacidad civil plena, fueron durante largo tiempo “ciudadanas incapaces” (Gior-
dano, 2012). La condición de capacidad civil plena fue reconocida en 1968, luego
reforzada en los años de la transición democrática con las leyes de patria potestad
compartida y divorcio vincular. A partir de la reforma de la Constitución de 1994,
y la incorporación en dicho texto de los tratados internacionales de Derechos Hu-
manos, la idea de ciudadanía como estructura pretendidamente universal de con-
tención de derechos fue seriamente cuestionada (PNUD, 2004). A partir de allí se
puede decir que las luchas sociales se concentraron, antes que en la incorporación
en dicha estructura, en el reconocimiento de derechos específicos que se inscriben
en el paradigma de la “igualdad de derechos”. En este marco debe entenderse la
sanción de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo de 2010.
Como corolario de lo anterior, en 2011, la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner dio a conocer la iniciativa de reforma del Código Civil.1 Esta iniciativa
reconoce una cantidad de derechos que desde hacía tiempo estaban planteados en
distintos foros (como la agilización del trámite de divorcio) y otros de factura más
reciente (como el mencionado matrimonio para personas del mismo sexo).
El artículo analiza el proceso de gran escala que hemos reseñado brevemente
hasta aquí a partir de identificar tres instancias claves: 1926 y la sanción de la ley de
Derechos Civiles de la Mujer, una ley específica pero limitada; 1968 y la reforma par-
cial del Código Civil, que proclamó la capacidad civil plena para las mujeres casadas;
y 2010 y la sanción de la ley de matrimonio civil entre personas del mismo sexo, que
ha dislocado los convencionales roles de varón y mujer dentro del matrimonio para
abarcar otras identidades. El artículo se cierra con una reflexión sobre el proceso de
reforma integral del Código Civil actualmente en pleno debate, considerándolo tanto
punto de llegada como punto de partida para nuevas legislaciones.

LA LEY DE DERECHOS CIVILES DE LA MUJER DE 1926

Siguiendo la clásica definición de Scott (1990: 43-44), estudiamos los derechos


civiles de las mujeres en Argentina como “punto de acceso a procesos complejos”.
Como sostiene la misma autora,

1
En rigor, se trata de una reforma que involucra la reforma, la actualización y la unificación
de los Códigos Civil y Comercial. Para abreviar, y porque nos interesa una mirada de larga
duración de los derechos civiles de las mujeres y del matrimonio, aludimos simplemente a
la reforma del Código Civil.

22 Revista Sociedad Nº 33
son los procesos lo que debemos tener en cuenta continuamente. Debemos pre-
guntarnos con mayor frecuencia cómo sucedieron las cosas para descubrir por
qué sucedieron. (…) necesitamos considerar tanto los sujetos individuales como
la organización social, y descubrir la naturaleza de sus interrelaciones, porque
todo ello es crucial para comprender cómo actúa el género, cómo tiene lugar el
cambio.2

En este sentido, el proceso de larga duración que este artículo analiza tuvo un
importante hito el 22 de septiembre de 1926, cuando se promulgó la ley 11.357
conocida como Ley de Derechos Civiles de la Mujer. La ley amplió los derechos
civiles de las mujeres pero no derogó el artículo 55 del Código Civil, que definía
a la mujer casada como incapaz de hecho relativa (inc. 2), ni el artículo 57 que la
subordinaba a la necesaria representación legal del marido (inc. 4).
El proyecto original había sido presentado por los senadores socialistas Juan B.
Justo y Mario Bravo el 29 de septiembre de 1924. El 10 de junio del año siguien-
te, el diputado conservador Ángel Sánchez de Elía propuso formar una comisión
especial para analizarlo. La comisión estuvo integrada por tres diputados y dos se-
nadores y tuvo a su cargo la redacción de un nuevo proyecto basado en el anterior.
Bravo ofició de presidente de la comisión y Sánchez de Elía de secretario. El nuevo
texto quedó terminado el 27 de agosto y el 25 de septiembre el Senado lo aprobó
por unanimidad, introduciendo sólo algunas modificaciones. La Cámara de Dipu-
tados discutió el texto aprobado en la Cámara alta al año siguiente. Entre junio y
septiembre de 1926 tuvieron lugar los debates. Finalmente, el 1 de septiembre, los
diputados lo aprobaron con un solo voto en contra y, días más tarde, el Senado lo
ratificó. El 22 de septiembre de 1926 fue promulgado como ley 11.357.
Si bien es cierto que algunos antecedentes y la propia posición de Bravo ante
el Congreso entrañaban una voluntad de cambio más profundo, la ley finalmente
promulgada tuvo un carácter limitado y ceñido a modelizaciones de género tradi-
cionales.
Las modificaciones que se introdujeron a lo largo del proceso legislativo obede-
cen a circunstancias de orden político y a circunstancias de orden cultural. Respec-
to de las primeras, la creación de la comisión interparlamentaria es un indicio de la
necesidad del socialismo de consensuar sus iniciativas con otras fuerzas del espec-
tro político, sobre todo para conseguir la aprobación del Senado, una institución
sabidamente más apegada a posiciones conservadoras. Pero también es un indicio

2
Los estudios de género muy excepcionalmente asimilaron la comparación de procesos de
larga duración y macro-estructurales. Este artículo pretende hacer un aporte en este sentido
y estimular miradas comparativas y de conjunto sobre Argentina y América Latina.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 23


de las transacciones a las que dicha fuerza partidaria recurrió para mantener su
potestad sobre la iniciativa frente a la competencia de un sector de la Unión Cívica
Radical que había impulsado reformas del mismo tipo.3
Respecto de las circunstancias culturales, la doctrina en boga rechazaba trans-
formaciones del estatuto civil de las mujeres que significaran una afectación de las
relaciones de poder entre los sexos y de la estructura del matrimonio tal como ésta
venía conservándose desde 1888. Ese año el matrimonio había sido sustraído del
monopolio que sobre él ejercía la Iglesia católica y había pasado a la esfera de las
regulaciones civiles. A pesar de que en ese momento hubo voces favorables a la
legislación de la disolubilidad del vínculo conyugal, en este aspecto primaron las
fuerzas conservadoras y el divorcio absoluto fue rechazado.
El 22 de julio de 1926, cuando el Congreso se disponía a debatir la ley de De-
rechos Civiles de la Mujer, el presidente Alvear firmó un decreto por el cual creaba
una comisión encargada de redactar un anteproyecto de reforma integral del Có-
digo Civil.4 El pensamiento de conspicuos juristas convocados por el Poder Ejecu-
tivo para la tarea es testimonio cabal de los postulados doctrinarios en boga. Para
Rodolfo Rivarola, “la desigualdad de los sexos” había “impuesto la desigualdad de
las costumbres y la desigualdad de los derechos” (DSCD, 11 de agosto de 1926, p.
853). Para Juan Antonio Bibiloni, autor del primer borrador del anteproyecto, “pre-
tender que nadie tiene que intervenir en la resolución de la mujer so color de que
usa de su derecho, es caer en una petición de principio, porque si es ese un derecho
de la mujer, no lo es de la esposa y de la madre” (Bibiloni, 1931: 77).
Así, la ley de Derechos Civiles de la Mujer fue sancionada con fuertes limitacio-
nes. La ley estipuló algunas ampliaciones para las mujeres casadas (art. 3): patria
potestad sobre hijos de un matrimonio anterior, ejercicio de profesión, oficio, em-
pleo o industria “honestos” sin necesidad de autorización marital o judicial, admi-
nistrando y disponiendo libremente del producto de esas ocupaciones, adquisición
de toda clase de bienes con el producto de su profesión, oficio, empleo, comercio o
industria, pudiendo administrar y disponer de estos bienes libremente, entre otros.
Pero no consagró la capacidad civil plena. Las mujeres casadas seguirían siendo
consideradas sujetos con incapacidad jurídica, subordinadas a la representación
legal del marido.

3
En 1924, poco antes de la presentación del proyecto de Bravo y Justo, el diputado radical
personalista Leopoldo Bard presentó una iniciativa que establecía la capacidad plena para
las mujeres casadas.
4
La tarea concluyó en 1936, bajo la presidencia de Agustín P. Justo, pero la iniciativa fue
ampliamente rechazada y finalmente abandonada.

22 Revista Sociedad Nº 33
Si la incursión de las mujeres en el mundo del trabajo (y su correlato: dotarla
de derechos para administrar su salario) fue aceptado como un mal menor, quie-
nes más se empeñaron en moderar la reforma advertían “peligros” mayores que
la consigna de igualdad de derechos entrañaba: el divorcio vincular y el sufragio
femenino.
En estas circunstancias, los defensores de la ley en el Congreso (conservadores,
radicales y socialistas), con el senador Bravo en primera línea, optaron por declinar
sus aspiraciones de cambio más profundo. Por su parte, las mujeres, desde hacía un
tiempo enroladas en el denominado primer feminismo, acompañaron el proyecto
por fuera de la vía parlamentaria, pues esta les estaba vedada en razón de la inha-
bilitación para elegir y ser elegidas.5 A pesar de sostener también ellas posiciones
de cambio de más largo alcance, la exclusión de la participación política fue una
barrera infranqueable y un obstáculo para imponer sus demandas.

LA REFORMA PARCIAL DEL CÓDIGO CIVIL DE 1968

Para comprender el desarrollo de los derechos civiles de las mujeres como un


elemento de un proceso más complejo de creciente normativización de lo social,
proponemos asumir una perspectiva de “hibridación de disciplinas” (Dogan y
Pahre, 1993). En particular, la hibridación de la sociología jurídica con una nueva
“ola” de sociología histórica que dialoga con los estudios de género (Adams, Orloff
y Clemens, 2005) y que es de gran productividad para abordar la complejidad de
los procesos (Scott, 1990).
La categoría género permite la visibilización y la visión de procesos históri-
cos que en las corrientes principales de cada una de las disciplinas matrices (la
sociología, el derecho y la historia) quedan ocultos o desdibujados. Para ilustrar
esto, pensemos, por ejemplo, en los momentos de la ciudadanización: avance de
los derechos civiles con el Código Civil de 1869; avance de los derechos políticos
con la “Ley Sáenz Peña” de 1912; y avance de los derechos sociales con las leyes
del primer peronismo (1946-1955). Mirada desde la perspectiva de género, esta
secuencia muestra otros momentos relevantes: sanción del sufragio femenino en
1947, extensión de la capacidad civil plena a las mujeres casadas en 1968, sanción
del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2010, por mencionar sólo tres
elementos distintivos.

5
Específicamente, el Centro Socialista Femenino convocó a una conferencia titulada “Pro
derechos civiles de la mujer” a celebrarse el 10 de agosto de 1926, en pleno proceso legislativo.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 25


Observemos con más detenimiento la reforma de 1968. Ese año, el Código
Civil fue sometido a una reforma parcial. El Código vigente era obra del jurista
Dalmacio Vélez Sarsfield, a quien el presidente Bartolomé Mitre le había enco-
mendado la monumental tarea en 1864. En 1869, el Congreso aprobó el proyecto
elaborado por Vélez a libro cerrado. Y, en 1871, bajo la presidencia de Domingo F.
Sarmiento, el Código Civil entró en vigencia.
Vélez se inspiró en diversas fuentes pero no las copió textualmente (a diferencia
de otros países de América Latina, cuyas leyes civiles sí estuvieron tomadas literal-
mente de otras fuentes, fundamentalmente del Código de Napoleón de 1804). Es-
pecíficamente, interesa señalar la originalidad del codificador argentino respecto
del régimen de propiedad dentro del matrimonio.
Aunque siguiendo la doctrina fuertemente patriarcal de su época, que otorgaba
la administración de los bienes exclusivamente al marido, Vélez dotó de ciertas
cuotas de poder a las mujeres dentro del matrimonio al instituir el régimen de par-
ticipación en los gananciales como régimen legal. Asimismo, el legislador “abrió
una rendija” en el cerrado sistema de sujeción de las mujeres casadas a la autoridad
del varón al admitir la posibilidad de pactar convenciones al momento del matri-
monio (art. 1217, inc. 2). Así, la mujer casada “podía administrar algún bien raíz
suyo anterior a aquél o adquirido por título propio después” (Barrancos, 2000: 1).
En efecto, se trata solamente de una “rendija” pues las convenciones matrimoniales
nunca fueron de uso y costumbre extendidas en Argentina.
En materia de derechos de las mujeres, este Código tuvo dos modificaciones
sustantivas en los años posteriores. La primera fue la ya mencionada sanción del
matrimonio civil en 1888. Al definir al matrimonio como un contrato privado ce-
lebrado con el consentimiento de las partes, las mujeres firmantes eran considera-
das como sujetos de derechos con autonomía jurídica. No obstante, la autonomía
se desvanecía automáticamente. Al convertirse en esposa, por la misma ley civil,
la mujer quedaba subordinada a la potestad del marido (un estatuto casi igual al
de los menores). La segunda modificación tuvo lugar en 1926, con la ley arriba
mencionada, que amplió la esfera de la autonomía contractual. Pero como el va-
rón continuó siendo el representante exclusivo de la sociedad conyugal y la mujer
continuó afectada por la cláusula de incapacidad jurídica, esta reforma tuvo un
alcance limitado, y en caso de conflicto, eran los jueces y la interpretación que estos
hacían de la ley quienes definían las posiciones. Como se ha dicho, la igualdad de
derechos no era el principio que inspiró a los reformistas y mucho menos era una
idea extendida entre los miembros del Poder Judicial.
La reforma parcial del Código Civil realizada en 1968 fue una instancia significati-

26 Revista Sociedad Nº 33
va en el recorrido de los derechos de las mujeres.6 Ese año, el presidente de facto Juan
Carlos Onganía, haciendo uso de las facultades legislativas que le otorgaba el Acta de
la autoproclamada Revolución Argentina, firmó el decreto ley 17.711 que presentaba
una reforma parcial del Código Civil. Entre otras cuestiones, esta reforma consagró la
“capacidad jurídica plena para la mujer mayor de edad cualquiera sea su estado civil”.
La iniciativa retomaba las modificaciones sugeridas y ampliamente debatidas
en la comunidad de juristas. Fundamentalmente, se tomaban en cuenta las reco-
mendaciones del Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil de 1961, uno de los
principales foros del país en la materia.7 El propósito era “elaborar las bases doc-
trinarias que significan el aporte de los juristas del país a los diversos problemas
que plantea el progreso de nuestras instituciones civiles” (Moisset de Espanes, s/f).
El decreto fue dado a conocer la noche del 23 de abril por un mensaje en cade-
na nacional del ministro del Interior y mentor de la reforma, el jurista Guillermo
Borda. La reforma estaba hecha pero la opinión pública la recibió con críticas.
Fundamentalmente, se señalaba la falta de consulta previa a los especialistas por
fuera del reducido círculo que rodeaba al presidente. Más tarde, Borda (1971: 15)
justificó los hechos del siguiente modo:

(…) la consulta hubiera sido inútil. Habría dado una espléndida ocasión para sus-
citar un debate político sobre la reforma y para que ésta en definitiva se frustrara.
(…) si el proyecto de ley se entregaba a la discusión pública o se intentaba ajustar
a la Reforma todo el articulado del Código, la tarea se hubiera prolongado meses,
quizá años.

Es evidente que el debate político no era un instrumento predilecto del régimen


vigente. Pero también es cierto que las posiciones doctrinarias de Borda eran afines
a la ideología dominante. Según señala Cárcova (1998: 29), Borda se inscribe entre
aquellos juristas que sostienen “el principio según el cual la ley debe ser aplicada
porque es obligatoria, con independencia del conocimiento que los súbditos ten-
gan de su existencia”. Para Cárcova este principio está

6
Había habido dos proyectos de reforma integral del Código Civil, pero estos no pros-
peraron. Uno fue el mencionado proyecto de 1936. El otro fue el Anteproyecto de 1954,
elaborado por un cuerpo de juristas encabezado por Joaquín Llambías. En este caso, las
contradicciones dentro del peronismo y luego el golpe de Estado de 1955 dejaron sin efecto
la iniciativa.
7
El primero fue en 1927, para discutir la ya mencionada iniciativa de reforma integral del
Código propuesta por el presidente Marcelo T. de Alvear en 1926. El segundo fue en 1937,
para discutir el Proyecto de 1936 que el presidente Agustín P. Justo intentó impulsar infruc-
tuosamente. En todas las ocasiones, la institución sede fue la Universidad de Córdoba.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 27


vinculado al modelo de un Estado autocrático en el que la legitimidad de los man-
datos remite exclusivamente a su origen y no a sus formas o sus efectos, tampoco
a sus procedimientos o a los contenidos que transmiten. En efecto, en un sistema
autocrático lo único relevante en relación con la virtualidad de una norma es si
ella emanó de la voluntad del soberano, del príncipe, del Führer, etc., y no si satis-
face, por sí misma o por el mecanismo empleado en su creación o por las conse-
cuencias que pueda previsiblemente atribuírsele, determinada condición.

La reforma de 1968 estuvo enmarcada en un programa de modernización auto-


ritaria que impulsó la dictadura de Onganía. A diferencia de la reforma de 1926, en
este caso las mujeres estuvieron prácticamente ausentes del proceso. La extensión
del voto femenino en 1947 no había significado la extensión de la participación
política (Valobra, 2010). Si las mujeres habían tenido una fuerte presencia en el
Congreso durante el segundo gobierno de Perón, proscripto el peronismo, duran-
te los períodos constitucionales siguientes (1958-1961 y 1963-1966), la participa-
ción femenina en el Congreso bajó considerablemente: 2 diputadas en 1962; 1 en
1963; 4 en 1965; y en el Senado, ninguna) (Marx, Jutta y Caminotti, 2007: 52). En
este contexto, los movimientos de mujeres, que habían tenido influencia y habían
articulado sus reivindicaciones ante el Estado en los años previos, ahora estaban
muy debilitados. Así, en 1968, aun cuando como es obvio la participación política
estaba conculcada, tampoco hubo voces femeninas manifestándose en los foros
públicos admitidos por la dictadura.
La reforma parcial del Código Civil decretada en 1968 fue un acto “autocrático”.
Y la doctrina en boga todavía era reacia a incorporar nociones de igualdad de
derechos. Según explica Borda (1971: 418), “el principio de la igualdad jurídica de
los cónyuges no obsta a que la ley reconozca la prevalencia de alguno de ellos”. Así,
el ejercicio de la patria potestad sobre los hijos y la elección del domicilio conyugal
seguían siendo atribuciones exclusivas del varón. Así, también, se entiende que
prácticamente al mismo tiempo que se estipuló la capacidad civil plena se esta-
bleció la obligación de la mujer a usar el apellido del marido (ley 18.248 de 1969).

LA LEY DE MATRIMONIO CIVIL ENTRE PERSONAS DEL MISMO


SEXO DE 2010

Una perspectiva de hibridación de disciplinas como la que este artículo pro-


pone supone la aplicación de la “visión” y el “método” de la sociología histórica
(Skocpol, 1991) a la investigación en el campo del derecho y de las ciencias jurídi-
cas. Pero también supone una concepción de lo jurídico que sostiene que el fenó-
meno legal es un fenómeno social y que la génesis y la configuración del derecho

28 Revista Sociedad Nº 33
resultan de la correlación entre las condiciones sociales y los conflictos propios de
una trama de relaciones diversas, por un lado, y el orden jurídico disponible, por
el otro. Al respecto, desde el campo de la sociología, Bourdieu (1986: 3) plantea:

Las prácticas y los discursos son en efecto el producto del funcionamiento de un


campo cuya lógica específica está doblemente determinada: de una parte, por las
relaciones de las fuerzas específicas que le confieren su estructura y que orientan
las luchas de competencia o, más precisamente, los conflictos de competencia del
cual éste es lugar y, de otra parte, por la lógica interna de las obras jurídicas que
delimitan en cada momento el espacio de los posibles y, con ello, el universo de
soluciones propiamente jurídicas” (el subrayado es mío).

Asimismo, desde el campo del derecho, Cárcova (1998: 118) postula una visión
en sintonía con el planteo de Bourdieu:

una concepción más abierta y porosa del derecho permite integrar la multiplicidad
de sentidos que provienen de prácticas societales distintas de las que son propias
y reservadas a la gestión del Estado, que pugnan por reconocimientos, o expresan
reivindicaciones o, al contrario, intentan preservar privilegios, etc. Se preserva la
especificidad de lo jurídico, sin mutilarlo, al reconocer su articulación con los
niveles del poder y de la ideología (…) (subrayado en el original).

Desde esta perspectiva, entendemos que la sanción de leyes y las reformas de


los Códigos que las compilan expresan algo más que un simple cambio normativo.
Pero también entendemos que la comprensión de este punto de ningún modo de-
bería conducir a desestimar la especificidad teórica del derecho.
En 1992, la jurista feminista Facio (1992: 53) señalaba un viraje de posiciones
del movimiento de mujeres respecto del derecho:

Aunque podría decirse que el movimiento de mujeres en América Latina se ha


mantenido alejado del análisis del Derecho –en general, las mujeres no lo hemos
visto como un instrumento de liberación– estamos empezando a ver en el Dere-
cho un instrumento de cambio (…).

A continuación, la jurista invitaba a “analizar el contenido sustantivo del De-


recho”.
Más allá del debate que la afirmación de Facio puede entrañar8, lo cierto es que
en la denominada era neoliberal, el viraje que la autora observa en relación con

8
En Argentina, por ejemplo, abundan los ejemplos de mujeres que se han comprometido
con el análisis del derecho y que lo han utilizado como un instrumento para transformar la
realidad “con perspectiva de género”.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 29


el movimiento de mujeres operó en una escala más amplia y abarcó movimien-
tos sociales de distinta índole. En los años recientes, las luchas por la igualdad de
derechos llevada a cabo por los movimientos sociales englobados en la categoría
género, de mujeres, feministas y por la diversidad sexual, han contribuido a develar
la “opacidad del Derecho”, utilizando como “estrategia central” la “lucha por los
derechos” (Cárcova, 1998: 42). Un ejemplo que ilustra claramente este punto es
el matrimonio entre personas del mismo sexo o matrimonio “igualitario”, incor-
porado a la legislación argentina recientemente. Otro ejemplo es el aborto legal,
gratuito y seguro, que a diferencia del instituto antes mencionado todavía es una
deuda del Estado constitucional, social, democrático y de derecho en Argentina.
Observemos con más detenimiento la sanción de la ley de matrimonio entre
personas del mismo sexo. Desde la transición a la democracia, hubo dos leyes que
modificaron sustantivamente las disposiciones del Código en relación con el ma-
trimonio: la ley 23.515 de divorcio vincular de 1987 y la ley 26.616 de matrimonio
entre personas del mismo sexo de 2010. En distintas circunstancias, y por razones
también distintas, ambas leyes resultaron del activismo que durante las décadas pre-
vias, en contextos de desmovilización y represión por parte del Estado, había ani-
mado a los movimientos sociales de mujeres, feministas y por la diversidad sexual.
A diferencia del matrimonio igualitario, que es una demanda de cuño más re-
ciente, el divorcio vincular en Argentina era una reivindicación histórica. El mis-
mo año en que se legisló sobre matrimonio civil (1888), hubo un proyecto que
puso sobre el tapete la cuestión del divorcio absoluto. El país incluso había teni-
do una fugaz experiencia de divorcio vincular en 1954, cuando por iniciativa del
peronismo en el gobierno se incorporó esta figura en la legislación (art. 31, ley
14.394). Ella se inscribía en una concepción del derecho vinculada a la noción de
Estado Social de Derecho, que el peronismo imprimió primero en la Constitución
de 1949 (art. 37) y luego a través de leyes como la mencionada. En esta concepción
se contemplaba aumentar la esfera de libertad personal y de igualdad entre varones
y mujeres, pero a través de mecanismos que, antes que encumbrar los derechos
individuales, proponían a la familia como sujeto de derecho.9
Con el golpe de Estado de 1955 la disposición sobre divorcio vincular fue de-
rogada. No obstante, siguieron su curso las ideas acerca de la necesidad de una
reforma que, sin llegar al extremo de admitir la disolución del vínculo, permitiera
dar solución a la realidad de matrimonios celebrados en países extranjeros y agi-

9
Incluso, hay indicios que señalan la asimilación, más allá de los límites que la norma esta-
blecía, de posiciones divorcistas en la aplicación de la ley, siempre en nombre de la familia
como “célula” de la sociedad (Giordano y Valobra, 2013).

30 Revista Sociedad Nº 33
lizar los trámites de solicitud de separación personal que se acumulaban en los
despachos de los juristas. En 1968, en el gobierno de la dictadura, algunos miem-
bros de la comisión designada para la reforma del Código y el propio ministro Bor-
da sostuvieron firmemente el principio de indisolubilidad del matrimonio. Pero
Borda y la Comisión aceptaban una fórmula intermedia en la tramitación de la
separación personal de los esposos (la única forma de divorcio legalmente admi-
tida). Esa fórmula era la de mutuo consentimiento. Para evitar un conflicto con la
Iglesia católica, que a través del Episcopado tomó parte activa en las reuniones de
la comisión, el gobierno la rechazó de plano.10 Finalmente, Borda logró introducir
la fórmula de “presentación conjunta”, que en los hechos en cierto modo funcionó
como separación consensual.
Así, cuando en 1987 se aprobó la ley que estableció el divorcio vincular, este se
erigió sobre la base de una legislación que con pasos lentos y muy tímidos había
avanzado en la aceptación de que el matrimonio no era un instituto exclusivamen-
te normado por el amor romántico. También la opinión pública, a través de revistas
especializadas y medios de comunicación en general, y el Congreso, a través de
numerosos proyectos legislativos, avalaban la necesidad de legislar sobre divorcio
vincular (Cosse, 2009). En los años ochenta, el fervor de la democratización en
curso fue marco de legitimación suficiente para convertir la reivindicación en ley.
La sanción de la ley de divorcio de 1987 fue un paso inicial hacia la democratiza-
ción de las relaciones sociales sexuadas (Pecheny, 2009). La sanción de la ley de
matrimonio entre personas del mismo sexo de 2010 la reafirmó de modo contun-
dente y con efectos todavía hoy en proceso de asimilación.
Como señalan, entre otros, Jones y Vaggione (2012: 523), “desde la década de
1990, la histórica consigna del feminismo lo personal es político ha penetrado en
la construcción del campo político en América Latina, al lograrse que las formas
de regular la sexualidad y la reproducción sean materia de debate público”. En
este contexto, con la consigna “los mismos derechos con los mismos nombres”, un
grupo de activistas luego reunido en la Federación Argentina de Lesbianas, Gays,
Bisexuales y Trans (FALGBT), comenzó una lucha cuyo eje sería la “igualdad de
derechos”.
El primer peldaño alcanzado en esa lucha fue la consagración de la unión civil
en las legislaciones de varias ciudades del país: Buenos Aires (2002), primero y Río
Negro (2003), Carlos Paz (2007) y Río Cuarto (2009), después. Las cuestiones más

10
Al respecto, Borda (1971: 427) afirma que “en verdad, el propósito de la Comisión fue esta-
blecer lisa y llanamente la separación por mutuo consentimiento y así lo disponía el primer
texto que se elevó a la firma del presidente”.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 31


escabrosas que se planteaban al pretender avanzar hacia la fórmula de matrimonio
igualitario eran la herencia, la pensión, la obra social y más primordialmente la adop-
ción, que no estaban consideradas en la noción de unión civil. Más tarde, la presenta-
ción en el Congreso de un proyecto que planteaba el reconocimiento del matrimonio
para parejas del mismo sexo fue otro paso significativo hacia la afirmación de sus de-
mandas. El proyecto estuvo impulsado por el diputado Eduardo Di Pollina (Partido
Socialista) y las diputadas Silvia Augsburger (del mismo partido) y Vilma Ibarra (del
bloque oficialista). Pero como muchos autores coinciden en señalar, la ley aprobada
en 2010 fue producto de la convergencia coyuntural de varias estrategias de lucha (en
el ámbito legislativo, judicial y mediático) de fuerzas mancomunadas: movimientos
sociales y representaciones político-partidarias; y de valores: la igualdad de dere-
chos.11 La consigna “los mismos derechos con los mismos nombres” levantada por
los movimientos LGTB encontraba eco en una de las banderas más prominentes
del kirchnerismo en el gobierno: “el derecho a la igualdad”. Así lo ilustra el siguiente
fragmento del discurso de la legisladora oficialista Liliana Fellner, que defendió la
controvertida fórmula de matrimonio civil en los debates en el Senado:

Seguramente, en esta larga sesión que hoy vamos a tener, escucharemos hablar de
muchas cosas. Pero, realmente, de lo que vamos hablar, de la esencia, de lo que
finalmente estamos hablando, es de uno de los derechos fundamentales que todos
tenemos como personas, que es el derecho a la igualdad; del derecho que tenemos
como habitantes de este suelo argentino a la igualdad ante las leyes de este Estado,
que por otro lado es un derecho consagrado en nuestra Constitución, que hemos
ratificado a través de una serie de tratados internacionales (DSCS, 15 de julio de
2010, p. 26).

Tal como sostienen Pecheny y Dehesa (2010), la sanción del matrimonio para
personas del mismo sexo constituye un paso crucial en el proceso de disociación
de la sexualidad y la reproducción. Y, como antes la ley de divorcio de 1987, es un
derecho que se fundamenta y legitima en la Constitución y el derecho a tener de-
rechos que ella avala. No obstante, el proceso no ha estado exento de contradiccio-
nes. Todavía queda sin respuesta la regulación del aborto legal, gratuito y seguro.
Convicciones personales, el peso de la Iglesia católica y los costos electorales de
una ley fuertemente resistida en toda la región han mostrado ser un límite para
una fuerza política como el kirchnerismo que, en otros planos, ha llevado adelante
transformaciones pioneras: a la sanción de la ley de matrimonio igualitario (des-
pués de Canadá, Argentina fue el primer país de América que tuvo una ley tal) se
sumó la ley de identidad de género.

11
Al respecto puede consultarse Bimbi (2010) y Aldao y Clérico (2010).

32 Revista Sociedad Nº 33
COROLARIO: ARGENTINA ANTE LA ELABORACIÓN DE UN NUEVO
CÓDIGO CIVIL

Cuando en 1869 la obra de Vélez Sarsfield se aprobó a libro cerrado, se estable-


cieron también algunos dispositivos orientados a canalizar las eventuales críticas
y enmiendas. Así, se esperaba que la Corte Suprema de Justicia y los Tribunales de
la Nación y los de las Provincias presentaran sus informes al Congreso y al Poder
Ejecutivo al respecto. Y se estableció que el Poder Ejecutivo tendría la facultad de
designar una Comisión Especial para que estudiara las modificaciones necesarias
en un plazo que no debería superar los cinco años. Pero esto no ocurrió y el Código
solo fue transformado parcialmente y a partir de leyes especiales.
Cuando en 1926 se debatió en el Congreso la ley de Derechos Civiles de la
Mujer, uno de los puntos que suscitó álgidos intercambios entre los legisladores
fue el de la técnica a seguir. En esa oportunidad, el diputado demócrata-progresista
Francisco Correa sostuvo: “Si el mejor sistema de introducir reformas en el código
es el de las leyes especiales entiendo, también, que es necesaria la revisión perió-
dica del código, para ajustarlo, para darle las perfecciones técnicas que no pueden
esperarse del Parlamento” (DSCD, 13 de agosto de 1926, p. 109).
El legislador se refería a la tensión que se había producido al converger dos
iniciativas aparentemente contradictorias: la discusión en las Cámaras en agosto
de 1926 del proyecto inicialmente presentado por los senadores socialistas y la
iniciativa del Poder Ejecutivo de julio de ese mismo año de crear una Comisión
para el estudio de una reforma integral del Código Civil. La muerte de Juan A.
Bibiloni, el jurista designado para la elaboración del anteproyecto, interrumpió por
un tiempo el trabajo de la Comisión. Y a pesar de que esta lo retomó y en 1936
entregó al presidente Agustín P. Justo el proyecto terminado, cuestiones de política
coyuntural impidieron que la iniciativa siguiera su curso. Entre esas cuestiones,
una no menor fue la intención del presidente de someter el Proyecto a la aproba-
ción a libro cerrado.
A propósito de la reforma parcial del Código Civil decretada en 1968, como se
ha dicho, muy criticada por la falta de consulta previa, la cuestión de una reforma
integral estuvo en consideración. Al respecto, el jurista Borda (1971: 15) sostuvo:

Que una obra legislativa se concrete o se frustre, depende casi siempre de la con-
vicción de su necesidad por parte de quienes ostentan el poder político. Los que
lo detentaban en 1968 la tenían. Pero si el proyecto de ley se entregaba a la discu-
sión pública o se intentaba ajustar a la Reforma todo el articulado del Código, la
tarea se hubiera prolongado meses, quizá años.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 33


La reforma finalmente fue parcial y obedeció, como se ha dicho antes, a un
poder “autocrático”.
Después de largos años y de intentos frustrados de llevar adelante una reforma
integral del Código Civil, el 7 de junio de 2012 la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner se dirigió ante el Congreso de la Nación para solicitar que este tratase
el proyecto de Reforma del Código Civil y Comercial elaborado por la Comisión
Especial que se había puesto en marcha el 23 de febrero de 2011.12 Dicha comisión
estuvo presidida por Ricardo Lorenzetti e integrada por Elena Highton de Nolasco
y Aída Kemelmajer de Carlucci, dos notables juristas. Ellos, con la participación
de 111 especialistas que hicieron aportes específicos, elaboraron el proyecto que
actualmente está en debate.
Como se ha dicho, hubo intentos anteriores, tanto los mencionados arriba
como otros que se sucedieron a partir de la democratización de 1983, pero todos
quedaron truncos.13 Hoy Argentina está muy cerca de concretar la reforma del
Código Civil.
Uno de los elementos relevantes, aunque decididamente no el único, a la hora
de evaluar las condiciones de posibilidad para que dicha reforma finalmente se en-
camine con fuerza es el fenómeno conocido como nuevo constitucionalismo lati-
noamericano. En su mensaje al Congreso, Cristina Fernández inscribió la iniciativa
en las corrientes de transformación de la región: “es un código con identidad cul-
tural latinoamericana, destinado a integrar el bloque cultural latinoamericano”.14
Según explican Viciano y Martínez (2010), el nuevo constitucionalismo es un
fenómeno que no refiere a una realidad estática sino que por el contrario está en
evolución desde la segunda posguerra. Se trata de la evolución del concepto de
Estado constitucional, social, democrático y de derecho, cuyos referentes fueron
la Constitución española de 1978 y la Constitución brasileña de 1988 –ambas sur-
gidas del proceso de transición a la democracia desde regímenes autoritarios y
dictatoriales. Y que en la actualidad se expresa en los procesos constitucionales de

12
Decreto Nº 191 de Creación de la Comisión para la Elaboración del Proyecto de Ley de
Reforma, Actualización y Unificación de los Códigos Civil y Comercial de la Nación. Publi-
cado en el Boletín Oficial el 28 de febrero de 2011.
13
En 1987 se presentó un Proyecto de Unificación ante la Cámara de Diputados. En 1993, se
presentó otro proyecto elaborado por la Comisión Federal de la Cámara de Diputados. Por
su parte, el Poder Ejecutivo firmó dos decretos al respecto, en 1992 y en 1995.
14
Y más adelante, sostiene: “se han incorporado nociones propias de la cultura latinoame-
ricana así como una serie de criterios que se consideran comunes a la región”. Entre esas
nociones, refiere a los derechos de las comunidades originarias, aunque precisamente este
ha sido uno de los elementos más resistidos.

34 Revista Sociedad Nº 33
Venezuela, Bolivia y Ecuador con un nuevo cariz (de ahí la denominación “nuevo”
constitucionalismo).
La reforma del Código Civil que está en debate hoy en Argentina se inscribe en
este corpus de ideas. Según expresó la presidenta en el citado mensaje:

El concepto predominante siempre ha sido el Estado de derecho, mientras que


en la actualidad debe priorizarse al Estado constitucional, social, democrático y
de derecho, dado que sin sociedad y sin democracia nunca puede haber derecho.
Derecho que debe reflejar los problemas cotidianos que tiene la sociedad.15

Esta declaración sumada a la anterior que refiere a la intención de integrar el


bloque cultural latinoamericano parece enmarcar la reforma en curso en el nuevo
giro del constitucionalismo. Legitimada en este universo ideológico y simbólico,
la reforma del Código Civil parece estar tomando un rumbo firme. Así, el nuevo
Código aparece como punto de llegada del largo proceso que hemos reseñado en
los apartados anteriores colocando como mojones las reformas de 1926, 1968 y
2010. El texto es resultado de un proceso democrático en el que se ha dado amplia
participación a distintos sujetos y actores sociales. Indudablemente, en el lapso
recorrido, los derechos de las mujeres y el matrimonio se han transformado sig-
nificativamente y el nuevo Código parece recoger esas transformaciones: simplifi-
cación de los trámites de divorcio, opción por el régimen de separación de bienes,
igualdad de los sexos en el matrimonio.
El nuevo Código es también punto de partida, o puede serlo, para nuevas legis-
laciones que radicalicen aún más la disociación entre sexualidad y reproducción.
Es cierto, como bien sostiene la jurista Nelly Minyersky, que “no se puede legalizar
el aborto en el Código Civil”, porque en tanto delito, pertenece al campo del dere-
cho penal.16 Pero también es cierto que el nuevo Código parece traer consigo una
“de-construcción de la idea de maternidad", como sostiene la filósofa feminista
Diana Maffía.
La aguda mirada de Maffía señala un punto clave: el nuevo Código “incorpora
el concepto de voluntad procreacional”. La especialista sostiene que dicho concepto
refiere a “una libertad interior, una decisión personal, a una racionalidad o a una
emocionalidad que maneja la propia persona”. Y añade: “también podríamos pen-
sarlo en relación al aborto, si la voluntad procreacional es prioritaria con respecto
a la mera biología, entonces la voluntad procreacional de una mujer tendría que

15
Mensaje del Poder Ejecutivo Nacional Nº 884/2012.
16
Tomado de “El aborto: eje del debate” por Sonia Santoro para Página/12, 13 de mayo de
2012.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 35


ser prioritaria con respecto a la mera existencia de un embrión. Esa progresión
biológica tendría que estar tamizada por si esa mujer o pareja quiere o no quiere
ser madre”.17
Estos señalamientos pertenecen por el momento al orden de las especulacio-
nes. No hay indicios firmes de que la despenalización del aborto y el derecho a
decidir la interrupción voluntaria del embarazo estén considerados entre las trans-
formaciones jurídicas de Argentina. El nuevo constitucionalismo latinoamericano,
que es marco de dichas transformaciones, tampoco se ha pronunciado abierta y
firmemente a favor del aborto legal, libre, gratuito y seguro.

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Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (DSCS), 15 de julio de 2010.

De “ciudadanas incapaces” a sujetos de... 37


Los derechos de los pueblos indígenas:
Inclusión normativa vs. judicialización

Silvina Ramírez*

Este ensayo tiene por finalidad reflexionar sobre el reconocimiento de los pue-
blos indígenas, cuyos derechos empezaron a incorporarse al ordenamiento jurídi-
co americano hace casi tres décadas, frente a la estrategia de judicialización llevada
adelante por los pueblos indígenas en función de esos derechos reconocidos. La in-
clusión normativa no significa necesariamente judicialización, y la judicialización
no siempre se produce en consonancia con los derechos indígenas positivizados.
Las últimas Constituciones latinoamericanas y la creación de nuevas categorías
de derechos (como aquella que le reconoce a la naturaleza la calidad de sujeto
de derecho) generan nuevos desafíos desde la teoría, pero principalmente para la
práctica judicial, provocando la necesidad de encontrar nuevos elementos que, en
definitiva, otorguen sentido a esta “explosión” de los derechos contemplados en los
ordenamientos jurídicos contemporáneos.

I. LOS DERECHOS INDÍGENAS Y SU POSITIVIZACIÓN

A partir de la década de los ’80, la inclusión en la Constitución de cláusulas


referidas específicamente a los derechos de los pueblos indígenas abrió un nuevo
escenario en el contexto jurídico y en el contexto político latinoamericano. Su po-
sitivización significó un gran avance en la lucha de los pueblos indígenas para que
se respeten sus particularidades como pueblos, y desde esa perspectiva se valore su

* Silvina Ramírez es Abogada, Profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad de


Buenos Aires y en la Universidad de Palermo. Cursó Estudios de Posgrado en la Universidad
Pompeu Fabra de Barcelona. Doctoranda en la Facultad de Derecho de la UBA, Autora
de numerosos artículos y libros, entre ellos, “Desafíos para la Construcción de un Estado
Pluricultural” (2001) y “La Guerra silenciosa. Despojo y resistencia de los Pueblos indígenas”
(2006). Presidenta de la Asociación de Abogados/as de Derecho Indígena.

Los derechos de los Pueblos indígenas... 39


existencia. Con la aprobación del Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas
y Tribales en Países Independientes en 1989, los derechos indígenas alcanzaron
una suerte de “carta de ciudadanía”, generando en los países que empezaron a rati-
ficarlo la necesidad de adaptar toda su normativa al contenido del Convenio.
Por otra parte, y ya avanzado el nuevo siglo, la Declaración de Naciones Unidas
sobre Derechos de los Pueblos Indígenas suscripta en 2007 representa un nuevo
escalón en la protección de los derechos indígenas. El conjunto de derechos con-
templados la convierte en un instrumento central para comunidades y pueblos
indígenas, y significa sin lugar a dudas un reforzamiento para el estatus de pueblos
indígenas en el ámbito del derecho internacional de los derechos humanos.
Sin lugar a dudas este movimiento de reconocimiento de derechos a través de
la normativa internacional y nacional ha gestado herramientas imprescindibles
para alcanzar la protección de los derechos indígenas. Asimismo, ha colocado en la
agenda pública a los pueblos indígenas y sus reivindicaciones, de manera de supe-
rar la invisibilización a la que históricamente han sido sometidos.
Sin embargo, el reconocimiento normativo no significa, necesariamente, judi-
cialización de los derechos. En primer lugar, la judicialización debería ser subsi-
diaria a cualquier otra acción del Estado (y a cualquier política gubernamental).
De ese modo, presentar un conflicto en sede judicial significa que el derecho ya
fue vulnerado, lo cual implica que el Estado no arbitró las medidas necesarias para
garantizarlo. Es así que la judicialización se convierte en un “test” que, en última
medida, debe irrumpir para remediar el derecho que ya ha sido violado. Este test
nos dirá cuán protector y garantizador es el Estado frente a los derechos indígenas.
En segundo lugar, dentro de las comunidades y pueblos indígenas no existe una
sola mirada frente a la posibilidad –y necesidad– de reclamar judicialmente un de-
recho. Esto es así porque en innumerables ocasiones se encuentran con que el pro-
pio Poder Judicial les niega sus derechos1, provocando aún más daño y generando
pésimos precedentes judiciales. En tercer lugar, aun cuando la estrategia indígena
sea acudir a la justicia y obtenga una decisión judicial favorable, la ejecución de las
sentencias se complica, por lo cual una sentencia tampoco es garantía de que se
podrá gozar efectivamente del derecho reclamado.
Esta descripción nos lleva necesariamente a la reflexión. La excesiva positivización
no dice demasiado sobre “el desborde del derecho o la judicialización de la vida coti-
diana y la normativización de lo social”. Porque en una primera aproximación, una
cosa es contemplar determinadas reglas dentro del ordenamiento jurídico positivo, y

1
Cfr. Aranda Darío, http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-218515-2013-04-22.
html

40 Revista Sociedad Nº 33
otra muy diferente es llevarla a los tribunales cuando estas reglas no son cumplidas.
En el caso de los pueblos indígenas, también es preciso añadir un matiz adicio-
nal con respecto a otras situaciones sociales. Los pueblos indígenas, dada su situa-
ción de especial vulnerabilidad, requieren de un “escudo normativo” que los pro-
teja. Lo cual, como ya ha sido sostenido, no garantiza necesariamente su efectivo
cumplimiento, pero sí genera condiciones para que el reconocimiento sea genuino
y tenga consecuencias benéficas para ellos.
Esto genera una discusión adicional. ¿Es acaso que el campo de lo jurídico debe
atravesar la vida de las comunidades jurídicas, provocando una “intervención” del
Estado muchas veces no deseada? Desde mi perspectiva, en estos casos específicos la
regulación jurídica es necesaria. Si bien la omnipresencia del derecho remite a una
vida excesivamente reglada, también permite que ciertos sectores –en este análisis,
los pueblos indígenas– cuenten con instrumentos que, en definitiva, los fortalezcan.
La excesiva juridización de todos los ámbitos no nos debe llevar necesariamen-
te a entender que la judicialización sea inevitable. Antes bien, la existencia y vi-
gencia de derechos indígenas también abren la puerta a otro tipo de posibilidades,
tales como comprometer a los Estados a delinear políticas públicas que puedan
contribuir a construir Estados interculturales.
En otras palabras, el reconocimiento de derechos indígenas obliga a los Es-
tados a formular políticas en materias tales como tierra y territorio, educación,
salud, etcétera. Es precisamente por su vigencia que los Estados deben adecuar sus
disposiciones internas y sus prácticas para respetarlos. Los debates –y por qué no
decirlo, una creciente desconfianza– que giran alrededor de la excesiva presencia
de derechos en la vida ordinaria, y que cuestionan el hecho de que aspectos básicos
que deberían ser resueltos en el interior de los sistemas que rigen la convivencia
entre los ciudadanos (el sistema político, la democracia) sean actualmente gestio-
nados por la justicia, requieren de un nuevo enfoque cuando se trata de pueblos
indígenas.
Si bien sería deseable que nuestras actuales democracias, que se autodenominan
participativas e inclusivas, generaran herramientas para concebir a los pueblos indíge-
nas como sujetos políticos que conforman un Estado intercultural y plurinacional2, lo
cierto es que si no existieran derechos regulados en el plano internacional y nacional
que así lo indican, sería prácticamente impensable que el sistema político se autorre-

2
La plurinacionalidad es el horizonte más ambicioso, y remite a una multiplicidad de
naciones compartiendo el mismo espacio geopolítico. La interculturalidad podría ser
considerada como un escalón conceptualmente inferior, debido a que señala la interacción
de culturas diferentes, pero aún no llegan a ser consideradas naciones, con un respeto
irrestricto por sus territorios, lengua, patrimonio cultural, espiritualidad, etcétera.

Los derechos de los Pueblos indígenas... 41


gulara para alcanzar una genuina inclusión de comunidades y pueblos indígenas.
Para clarificar esta idea base del ensayo vuelvo sobre un eje que atraviesa todo
este trabajo. Para los pueblos indígenas la existencia de derechos diferenciados es
central para su sobrevivencia. No obstante, otros órdenes de la vida social también
están “preservados y encorsetados por el derecho” (como lo son, para poner sobre
la mesa un tema álgido en Argentina, los medios masivos de comunicación). La
existencia de derechos por sí misma no es lo preocupante, en la medida en que
establece reglas consensuadas.
Dos al menos pueden ser las desventajas de este “paroxismo de producción de
normas jurídicas”3. La primera, lo que podría denominarse “las sombras del dere-
cho”, se enfoca desde la perspectiva de que el fenómeno jurídico no sólo tiene por
finalidad proteger o garantizar determinada situación dentro de un Estado de de-
recho, sino que también su fuerte presencia, traducida en una excesiva reglamen-
tación, puede mutar en una fuerte rigidez, lo que en última instancia determina la
omnipresencia del Estado en la vida social.
La segunda desventaja tiene que ver con la ineficiencia de, al menos, una parte
del Estado. Cuando estos derechos no se cumplen, queda abierta la vía judicial para
accionar. Esta “judicialización” es lo que despierta mayor preocupación. Algunas
cuestiones tales como “el gobierno de los jueces”, la “judicialización de la política”
o la “normativización de lo social” se vuelven fantasmas que acechan los sistemas
democráticos.
En el ejemplo ya citado en el caso de Argentina, la judicialización de la ley de me-
dios ha alcanzado tal centralidad en el debate político que hasta generó una iniciativa
llamada por el gobierno “democratización de la justicia”, que puede ser leída como
una forma de limitar el excesivo poder de la justicia (generando, entre otras medidas,
la elaboración de proyectos legislativos por parte del Poder Ejecutivo).
Sin embargo, también vale la pena problematizar esta creciente desconfianza
ante los jueces, o un presupuesto muy extendido que tiene que ver estrechamente
con una distorsión –muy teorizada– sobre las prerrogativas que adquieren los jue-
ces en un sistema democrático cuando éstos no son elegidos directamente por los
ciudadanos, o en otras palabras, cuando constituyen un poder contramayoritario.
La amenaza que genera esta premisa muchas veces está sobredimensionada. Si
bien es cierto que la dificultad contramayoritaria en un sistema democrático re-
quiere de un esfuerzo adicional de justificación, sobre todo cuando se le atribuyen
tantas competencias al Poder Judicial, también es cierto que es el propio sistema
político el que lleva a esta judicialización exagerada. La discusión, entonces, parece

3
Frase que corresponde a Paolo Prodi, citado a su vez en los fundamentos de este dossier.

42 Revista Sociedad Nº 33
estar centrada no en la regulación excesiva sino en una judicialización inadecuada.
La regulación, en su caso, sólo indicaría al Estado cuáles son los derechos que
debe proteger, y en ese sentido, es orientativo de sus propias líneas de acción y
políticas encaminadas a garantizarlos. La judicialización inadecuada nos lleva a
resolver todo en el campo jurídico, por lo cual los jueces se vuelven actores cen-
trales de la vida democrática, cuando éstos paradójicamente, no han sido elegidos
directamente por el Pueblo, y en ese sentido no nos representan como sí lo hacen
–o deberían hacerlo– nuestros representantes.
¿Cómo se equilibran estos desequilibrios? ¿Cómo ampliar el campo de los de-
rechos, en el sentido que signifique un avance para individuos y colectivos, pero
no dejar excesivamente librado a la discreción judicial decisiones que son centrales
para la vida democrática? Las respuestas a estos interrogantes desvela a los teóricos
del derecho. Antes de retomar el caso de los pueblos indígenas y sus derechos, me-
rece la pena dedicarles un párrafo para dilucidarlos.
Contemporáneamente, el así llamado “activismo judicial” es medular para
entender la relación entre normativización y judicialización. Porque dado que el
Estado –y por consiguiente el gobierno, su brazo ejecutivo– no cumple con su res-
ponsabilidad y obligación de generar las condiciones para hacer efectivos los dere-
chos reconocidos, su judicialización se vuelve insoslayable. La pregunta que surge,
entonces, es cuál es el límite de la decisión judicial, y si frente a un caso el juez
puede ordenar a la rama administrativa llevar adelante acciones que le competen,
de acuerdo a un principio republicano, sólo al Poder Ejecutivo.
La objeción contramayoritaria, entonces, se encuentra debilitada por la nece-
sidad de que el conjunto de derechos que apuntalan el sistema democrático sean
efectivamente respetados. Lo que genera inevitablemente una paradoja: por una
parte, despierta preocupación que los jueces puedan tener la última palabra en
temas extremadamente sensibles, cuando no representan la ciudadanía. Por otra
parte, es imprescindible que en un Estado de derecho los derechos sean garantiza-
dos. Si los otros Poderes del Estado no toman las medidas adecuadas para que así
sea, los jueces tienen la obligación de decidir en función de ellos. El activismo ju-
dicial en temas centrales (como los son, por ejemplo, el ahorro de los ciudadanos,
la contaminación de su hábitat, la regulación de los medios masivos de comunica-
ción, etc.) sólo tiene sentido en la medida que queden clarificados sus límites, pero
que también apunten a “despertar” a otras instancias estatales sobre sus responsa-
bilidades gubernamentales.
Retomando la situación de los pueblos indígenas, y a modo de descripción de
lo que sucede en Argentina, muchas veces la estrategia de judicialización es su
último recurso para alcanzar un umbral de respeto y garantía de sus derechos. La

Los derechos de los Pueblos indígenas... 43


“carta de la justicia” es cada vez más utilizada, incluso las comunidades y pueblos
indígenas tienen presente hoy que si se frustra la acción judicial a nivel nacional
pueden recurrir al Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
De todos modos, es preciso enfatizar que en la implementación de esta estra-
tegia judicial no está garantizado el resultado. En otras palabras, existen muchos
ejemplos en Argentina que demuestran que el revés judicial no es la excepción. Los
jueces, muchas veces, “no reconocen” el derecho “reconocido” en los instrumentos
jurídicos vigentes, lo que también debe ser evaluado a la hora de presentar una
acción, dado que los precedentes negativos generan un efecto a largo plazo que
profundiza el estado de indefensión.
Ahora bien, ¿es deseable que –según parece– todo pase por el derecho y sus
operadores de justicia? ¿Qué el sistema político sólo encuentre, para afianzarse, en
las decisiones judiciales la base de su legitimidad? A continuación, se analizarán
algunas categorías incorporadas en las últimas Constituciones latinoamericanas
para reflexionar sobre sus alcances, y en su caso, cómo modifican el escenario ju-
rídico y político.

II. EL RECONOCIMIENTO DE DERECHOS EN EL NUEVO


CONSTITUCIONALISMO LATINOAMERICANO

Las últimas Constituciones latinoamericanas, la ecuatoriana de 2008 y la boli-


viana de 2009, aprobadas y perfeccionadas por un referéndum popular, dan inicio
a lo que ha dado en llamarse en la teoría constitucional latinoamericana como el
nuevo constitucionalismo. Sin lugar a dudas, constituye un punto de inflexión no
sólo para el Derecho Constitucional sino para delinear un nuevo perfil de Estado.
Para los pueblos indígenas ha significado la posibilidad más concreta de posicio-
narse de un modo diferente, incorporando en la norma fundamental de los Esta-
dos la cosmovisión indígena.
La cosmovisión indígena ha sido receptada en artículos claves, y traducida en
palabras claves como “sumak kawsay” y “pachamama”. Este “cruce” entre los sabe-
res occidentales e indígenas transforma profundamente la relación entre el Estado
y los pueblos indígenas, generando, al menos en los papeles, nuevas instancias de
promoción de un diálogo intercultural. En este nuevo escenario, el reconocimiento
de derechos es un paso adelante en la construcción de Estados interculturales y
plurinacionales y debería facilitar la interlocución con los pueblos indígenas en un
marco más igualitario.
En este trabajo se sostiene, a contrapelo de algunas teorías que advierten sobre
la “judicialización de lo social”, que los pueblos indígenas requieren del recono-

44 Revista Sociedad Nº 33
cimiento normativo de sus derechos para poder sobrevivir como tales. Que si se
deja librado al sistema político –al funcionamiento interno de la democracia– su
inclusión como sujetos políticos, su relación estaría enfáticamente signada por el
desconocimiento y la exclusión.
La inmensa tarea del reconocimiento de derechos no ha tenido como con-
trapartida ni un cambio sensible en la realidad de los pueblos indígenas, ni una
transformación en la distribución de los recursos económicos. Sin embargo, sigue
siendo necesaria como herramienta de lucha y como conformación de un cam-
po –el jurídico– desde el cual alcanzar otro tipo de ajustes tendientes a igualarlos
materialmente.
El reconocimiento, hoy, se enfrenta a múltiples obstáculos. Principalmente, me
interesan destacar dos: el “reconocimiento formal” que ha dedicado gran parte del
esfuerzo en construir una agenda “políticamente correcta” pero que no traspasa al
ámbito de lo sustantivo, lo cual deslegitima la inclusión de derechos cuando éstos
–finalmente– no están pensados para generar cambios radicales; y el reconocimien-
to analizado desde una perspectiva crítica, que lo subsume en un paradigma neoli-
beral globalizador, socavando todo el potencial que estas transformaciones norma-
tivas pueden producir, desde el campo de lo jurídico hacia el campo de lo político.
Para profundizar algunas de estas nociones, es posible ejemplificar con el dere-
cho a la consulta, derecho fundamental a la hora de redactar el Convenio 169 de la
OIT4 y que se profundiza con el requerimiento del Consentimiento Previo, Libre
e Informado en la Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos
indígenas. El reconocimiento de este derecho en su versión “formal” ha enfatizado
enormemente el aspecto procedimental. Su inclusión normativa es clara, pero su
interpretación es disímil, y en un intento por “licuarlo” o “alivianarlo”, se discute
principalmente cuál debe ser la forma de implementarlo, dejando de lado lo sus-
tantivo: cuáles son los derechos que finalmente contribuye a garantizar.
Por otra parte, la perspectiva crítica (también llamada pluralista, progresista
o de izquierda) pone sobre la mesa esta tergiversación normativa, señalando las
legalidades en disputa y reclamando una visión contrahegemónica que enfatice el
horizonte a alcanzar por la consulta –el consentimiento previo, libre e informado–
revalorizando centralmente la calidad de sujeto político de los pueblos indígenas.
Así las cosas, y sólo como una forma de iluminar la discusión, este ejemplo in-
tenta destacar los vaivenes conceptuales, que no son otra cosa que manifestaciones
de profundos conflictos políticos y sociales, a los que hoy son sometidos los dere-
chos indígenas –y el modo de su recepción– como una forma de incluirlos pero

4
Pieza normativa clave en la lucha por los derechos de los pueblos indígenas.

Los derechos de los Pueblos indígenas... 45


no aceptarlos, construyendo un multiculturalismo/interculturalismo aparente o
neoliberal que no hace otra cosa que profundizar la desigualdad.
Por otra parte, la denodada lucha por reconocer los derechos indígenas en el
material normativo debe llevar a pensar y reflexionar sobre cómo operativizarlos,
en Estados que están lejos de alcanzar un paradigma intercultural. El desafío, en-
tonces, es fortalecer los derechos indígenas, provocar que el Estado tome medidas
adecuadas en función de ese reconocimiento y lograr que, en su caso, la judiciali-
zación brinde respuestas acorde con las demandas indígenas.
Lo que hoy debe replantearse en toda América Latina son los nuevos usos del
derecho. Un derecho que pueda ser “aprovechado” por los pueblos indígenas y las
diversas organizaciones de derechos humanos, que pueda canalizar genuinamente
sus luchas y que sirva para demostrar que éstos pueden ser utilizados como catali-
zadores de las reivindicaciones forma parte de una tarea claramente emancipadora.
El uso alternativo o crítico del derecho no es algo nuevo en el continente. Existe
abundante bibliografía que cuestiona los alcances de la regulación que en sí misma
forma parte del derecho, que se pregunta sobre las posibilidades que ese mismo
derecho genera para denunciar, defender, profundizar o garantizar reivindicacio-
nes muy sentidas de colectivos, y que plantea en qué medida este derecho puede
convertirse en una herramienta potente para un esquema emancipador.
De todos modos, en el actual contexto latinoamericano, y precisamente frente
a los cuestionamientos de esta suerte de positivización de todos los ámbitos de la
vida social, el tema recobra no sólo actualidad sino también relevancia. En el caso
de los pueblos indígenas, debe resignificarse su contenido y alcance pero, princi-
palmente, debe construirse desde la teoría –pero estrechamente relacionada con la
práctica– nuevos paradigmas que den sentido a tantos viejos y nuevos conceptos,
como los de postcolonialismo, emancipación, campos sociales y jurídicos, etcétera.

III. SABERES OCCIDENTALES Y SABERES JURÍDICOS: NUEVAS


CATEGORÍAS DE DERECHO

En esta expansión de las fronteras del derecho5, las últimas Constituciones la-
tinoamericanas incorporan algunas figuras novedosas y “creativas” para el ordena-
miento jurídico en general. En este trabajo me interesa destacar puntualmente la
categoría de la naturaleza o Pachamama como “sujeto de derecho” que se incluye
en la Constitución de Ecuador de 2008. Vale la pena mencionar que es la primera

5
Utilizando una expresión de Maristella Svampa vertida en una conferencia en la Facultad
de Derecho de la UBA.

46 Revista Sociedad Nº 33
Constitución del planeta que considera que la naturaleza tiene derechos que son
independientes del beneficio o daño que le produzca al ser humano.
Es muy interesante tomar este ejemplo –tal como se están mencionando los
derechos de los pueblos indígenas, y puntualmente se analizó brevemente el dere-
cho a la consulta dentro de éstos– como una muestra de la expansión de derechos
anteriormente citada, para analizar las consecuencias y efectos que ha generado y
está generando actualmente desde su sanción en la comunidad jurídica, en primer
lugar, y luego dentro de sectores ambientalistas.
En primer lugar, dado que no existen precedentes de la existencia de este derecho,
ha provocado mucha perplejidad entre los propios juristas. No existe todavía dema-
siado desarrollo de las implicancias de la vigencia de este derecho, y tampoco los
juristas han profundizado en los modos de protegerlo cuando éste se ve vulnerado.
En segundo lugar, esta categoría es producto de una discusión que va mucho
más allá del campo jurídico. Han participado, y es correcto que así sea, sociólogos,
politólogos, ambientalistas, y otras disciplinas que han contribuido con sus mira-
das a “construir” una categoría jurídica hasta ahora totalmente ajena a las concep-
ciones vigentes y al debate estrictamente jurídico.
En tercer lugar, es precisamente a partir de concebir la naturaleza como sujeto
de derecho que se produce, como nunca, un cruce muy claro entre los saberes oc-
cidentales y los saberes indígenas. No es casual que se utilice a la Pachamama como
sinónimo de naturaleza6, ni que se haya incorporado el buen vivir (sumak kawsay)
como otro de los derechos constitucionales de clara raigambre indígena.
Este proceso es destacable, porque está indicando el viraje, al menos en lo teó-
rico, que realizaron estas Constituciones. Por otra parte, también es notable en
términos de una nueva concepción jurídica, porque esto da pie a una reflexión pro-
funda sobre la relación que debe establecerse entre el ser humano y la naturaleza, y
entre el Estado, la naturaleza y los pueblos indígenas.
Esta relación también se refleja en diferencias centrales en el plano axiológico.
Ya no se trata sólo de sostener derechos en función de valores instrumentales (en el
caso de la naturaleza, está contemplado en buena parte de los ordenamientos jurí-
dicos el derecho al medio ambiente. Este derecho es leído en función del daño que
potencialmente puede provocar a un individuo no contar con un ambiente sano),
sino que se sostienen valores intrínsecos.

6
Dice el artículo de la Constitución ecuatoriana: “Derecho de los ciclos vitales, estructura,
funciones y procesos evolutivos de la naturaleza. La naturaleza o Pachamama, donde se re-
produce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el man-
tenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos.”

Los derechos de los Pueblos indígenas... 47


En el caso de los valores intrínsecos, la naturaleza es valiosa por sí misma, in-
dependiente del ser humano que se vea dañado o perjudicado por ella. Esto cambia
tan radicalmente el paradigma que se habla del “giro biocéntrico” de la Constitu-
ción ecuatoriana.
Esta dimensión teórica tiene un impacto enorme en la realidad latinoamerica-
na y en los desafíos que enfrentan no sólo los pueblos indígenas, sino también Es-
tados y ciudadanos, en donde el derecho a la naturaleza, y muchos otros derechos,
se convierten en una pieza clave de esta ecuación. La juridización es una de las
razones para repensar temas tan centrales como las actividades extractivas.
Por otra parte, la posible judicialización y su posterior respuesta será una señal
clara –una vez que se superen discusiones sobre cuestiones, entre otras, de la ma-
terialización de la representatividad de la naturaleza– de cómo la Pachamama, en
versión derecho positivo, es capaz de atravesar el Estado ecuatoriano provocando
estas mixturas de saberes.
Falta ahora pensar si los Estados se transformarán, o esta ampliación de de-
rechos sólo forma parte de un supuesto reconocimiento de derechos que, en el
fondo, no está dispuesto a subordinar algunas acciones del Estado a un entramado
normativo. En este punto es relevante mencionar la Ley de la Madre Tierra de Bo-
livia, que también amplía el marco de derechos. No sólo en esta ley se incorpora a
la naturaleza como sujeto de derecho, sino que también habla del sumak kawsay7 o
buen vivir, con un contenido muy potente que debería incidir en la construcción
de un nuevo paradigma estatal.

IV. DERECHOS, PUEBLOS INDÍGENAS Y ACTIVIDADES EXTRACTIVAS

Contemporáneamente, se presentan paradojas que deben motivar la discusión


teórica. A mayor cantidad de derechos reconocidos, mayores violaciones a esos de-
rechos. Estados como Ecuador y Bolivia, paralelamente a una incorporación inédi-

7
Dice la Ley de la Madre Tierra (de octubre de 2012) sobre el buen vivir: “….es el horizonte
civilizatorio y cultural alternativo al capitalismo y a la modernidad que nace en las cosmovi-
siones de las Naciones y Pueblos indígenas originarios campesinos y las comunidades inter-
culturales y afrobolivianos, y es concebido en el contexto de la interculturalidad. Se alcanza
de forma colectiva, complementaria y solidaria integrando en su realización práctica, entre
otras dimensiones, las sociales, las culturales, las políticas, las económicas, las ecológicas y
las afectivas, para permitir el encuentro armonioso entre el conjunto de seres, componentes
y recursos de la Madre Tierra. Significa vivir en complementariedad, en armonía y equili-
brio social con la Madre Tierra y las sociedades, en equidad y solidaridad y eliminando las
desigualdades y los mecanismos de dominación. Es vivir bien entre nosotros, vivir bien con
lo que nos rodea y vivir bien consigo mismo”.

48 Revista Sociedad Nº 33
ta de derechos –entre ellos derechos indígenas y derechos de buen vivir, sumados a
la novedosa incorporación de los derechos de la naturaleza– han profundizado sus
actividades extractivas (principalmente explotación de petróleo y megaminería)
que tienen un alto impacto en los territorios indígenas con un efecto devastador en
su hábitat, claramente violando los mismos derechos que dicen defender.
Este neoextractivismo es claramente incompatible con Estados que se autode-
nominan plurinacionales. Por ello, el reconocimiento de derechos se vuelve iluso-
rio cuando se privilegian lógicas económicas8 que atentan directamente contra los
derechos vigentes. De allí que la ampliación del marco normativo no implica nece-
sariamente su respeto, y tampoco una respuesta positiva frente a su judicialización.
Frente a este Estado de situación, los derechos vigentes se tornan ineficaces y pier-
den toda fuerza normativa. Argentina no es la excepción. Si bien no posee un marco
normativo tan potente como los casos de Ecuador y Bolivia reseñados, presenta el
mismo esquema productivo (se añade la ampliación de la frontera agropecuaria para
el cultivo de soja, lo que también daña fuertemente el territorio indígena debido al
desmonte) y los mismos enfrentamientos con las comunidades y pueblos indígenas.
Se vuelve imperioso llevar adelante, entonces, alianzas entre las comunidades
indígenas y sectores del ambientalismo. En otras palabras, frente a un reconoci-
miento de derechos totalmente amortiguado en la práctica, deben pergeñarse otras
alternativas que pueden llegar a utilizar estratégicamente el derecho, pero que tie-
nen su costado más fuerte, fundamentalmente, en la organización: movimientos so-
ciales organizados. Pueden plasmarse en organizaciones indígenas, organizaciones
ambientales, asambleas ciudadanas, etc., que resisten el embate del extractivismo.
Finalmente, es destacable que frente a un “excesivo” reconocimiento de dere-
chos que transmiten, en apariencia, una fuerte inclusión de los pueblos indígenas
deba buscarse, en multitud de ocasiones, otros modos de lucha que anclados en
esa juridización no consideran a los tribunales como sus aliados más cercanos. Se
desarrollan entonces otras formas de lucha que se alejan del derecho, o que en su
caso llevan adelante un uso crítico del mismo.
La normativización social y consiguiente judicialización muta, en terreno, en
formas tales como litigio estratégico, u otros usos del derecho que apuntan tam-
bién a una desmitificación de una desmedida regulación, cuando el derecho carece
de efectividad.

8
Analizar las lógicas económicas imperantes excede los marcos de este trabajo, pero apuntan
a señalar los modelos neodesarrollistas que imperan tanto en Estados conservadores como
progresistas.

Los derechos de los Pueblos indígenas... 49


V. CONCLUSIONES

Los pueblos indígenas requieren de un conjunto de derechos que protejan su


sobrevivencia como tales. Es así que numerosos instrumentos jurídicos internacio-
nales como nacionales los receptan. Contrariamente a afirmar que están regulados
profusamente, los derechos son necesarios y transmiten su calidad de sujeto polí-
tico dentro del Estado.
Paradójicamente, cuanto mayor es la regulación y la incorporación normativa,
menor es su fuerza normativa. Derechos territoriales, derechos a la consulta, de-
rechos de autonomía hoy son consistentemente vulnerados por el propio Estado
que los ha reconocido. Esto ha dejado como una de las alternativas la estrategia de
la judicialización.
Esta estrategia es fuertemente discutida al interior de las comunidades indí-
genas. Existe poca credibilidad en la administración de justicia y una creciente
desconfianza frente a su complicidad, principalmente cuando se discuten derechos
territoriales. Las actividades extractivas han gestado un nuevo actor social, las em-
presas transnacionales, que tiene mucho peso a la hora de hacer efectivo o no la
garantía de los derechos indígenas.
Como nota final de este trabajo es preciso destacar y enfatizar que debe per-
seguirse el respeto de estos derechos, clarificando sus alcances, llevando adelante
una tarea interpretativa que los fortalezca y promoviendo su uso crítico para lograr
Estados genuinamente igualitarios.

50 Revista Sociedad Nº 33
La política y la juristocracia

Cecilia Abdo Ferez *

La judicialización de la política es un fenómeno con pretensiones globales que


designa cómo los Poderes Judiciales –sobre todo, las Cortes y los Tribunales Cons-
titucionales– toman hoy para sí prerrogativas y decisiones que antes estaban en
manos sólo de los Poderes Legislativos o Ejecutivos y que hacen a la definición de
las políticas públicas: por ejemplo, la revisión de ciertos aspectos controversiales de
un plan económico, el mandato de sanear de un río o el bloqueo a una reforma in-
tegral del sistema de salud, votada trabajosamente en el Congreso (Ferejohn, 2002;
Sieder, Schjolden y Angell, 2008; Tate y Vallinder, 1995). Esto es, la judicialización
de la política es la manera “politológica” de nombrar a un fenómeno relativamente
reciente y de efectos aún imponderables que describe cómo los Poderes Judiciales
avanzan sobre funciones legislativas y ejecutivas, funciones que suponen capacida-
des, atribuciones y legitimidades que son propias de los actores políticos. Al hacerlo,
el espacio judicial se convierte en una arena de disputa de conflictos que antes se
saldaban principalmente por vías políticas; más aún, se vuelve una arena que aun
cuando no sea privilegiada por todos los actores, es al menos tenida en cuenta
como recurso estratégico posible y permanente dentro de las previsiones de los

* Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Dr. phil en Teoría Política (HU-Berlin). Investi-
gadora adjunta del CONICET y del Instituto Gino Germani, con foco en Teoría Política de
la Modernidad Temprana. Profesora Adjunta de UBA/C.Pol. y del Instituto Universitario
Nacional de Arte (IUNA), Departamento de Artes Visuales. Co-Directora de la Revista de
Teoría Política Clásica y Moderna Anacronismo e Irrupción. Su último libro se llama Crimen
y Sí Mismo. La conformación del individuo en la Temprana Modernidad Occidental, a publi-
carse por la editorial Gorla de Buenos Aires. E-Mail: ceciliaabdo@conicet.gov.ar
Le agradezco a Ignacio Mancini del CDI/IIGG por las referencias necesarias para la escritu-
ra de este artículo, a Gabriela Rodríguez por la atenta lectura y los comentarios y a Mariano
Molina por los gráficos.

La política y la juristocracia... 51
actores políticos. Esto convierte a la política, muchas veces, en subsidiaria ya no del
derecho ni mucho menos de la Justicia (que no se identifican), sino de los bemoles
del aparato judicial, y pone la lupa, con legitimidad, sobre cómo se replican o no
las facciones e ideologías políticas al interior de las elites judiciales: saber qué perte-
nencias puede haber en el Poder Judicial permite prever el cauce de ciertos litigios
que son de interés público (y de relevancia política práctica).
El fenómeno de la judicialización de la política o de la creciente intervención
del Poder Judicial en el campo político se verifica a partir del fin de la Segunda Gue-
rra Mundial en el caso de los países centrales, y en el de América Latina, desde las
reformas neoliberales de los Estados –aunque con grados y efectos variables, según
cada país–. En este continente en particular, el fenómeno tiene una clara plasma-
ción institucional en las reformas de los Poderes Judiciales que emprendieron casi
todos los países en los últimos veinte años para adecuarse a los dictámenes de los
organismos internacionales, pero su anclaje está en el seno mismo del origen cons-
titucional de los Estados, esto es, en la traslación a las Constituciones americanas
del rol contramayoritario asignado al Poder Judicial por los padres fundadores de
la Constitución de los Estados Unidos, que vieron en él el contrapeso imprescindi-
ble a la permeabilidad que mostraban las legislaturas ante las demandas populares
(Gargarella, 1996)1. El Poder Judicial, así, se orquestó en los Estados Unidos y en
gran parte de los países de América Latina después, como un poder a contramano
de la política de las mayorías, como un resguardo institucional que permitía poner
frenos a la traducción de las demandas populares en leyes y como un contrapoder
en el mismo seno del Estado en pos de obstaculizar las aspiraciones mayoritarias,
viabilizadas en general por medio de alguno o de ambos Poderes Ejecutivo y Legis-
lativo, sometidos (ellos sí) a los vaivenes de la representación política.
Este rol contramayoritario asignado al Poder Judicial es evidentemente polí-
tico, pero no fue política la manera de presentarlo ni de legitimarlo. El Poder Ju-
dicial fue cobijado en la teoría política moderna –deudora de la división de los
poderes montesquevinos–, como el poder más débil, el que debía ser protegido de
la voracidad de los restantes. La forma de protegerlo fue justamente presentarlo
en su supuesta despolitización e imparcialidad, a lo que favorecía su anclaje en
mecanismos técnicos, procesuales y autorreferenciales, sostenidos, por un lado, en
burocracias endogámicas y aristocratizantes (los jueces, decía Madison en El Fe-
deralista, serían “conocidos personalmente por una pequeña fracción del pueblo”)

1
Es notable la anomalía que constituye Thomas Jefferson a este respecto. Para él, el Poder
Judicial debía ser independiente de la Justicia pero no del pueblo. Le agradezco a Gabriela
Rodríguez esta apreciación.

52 Revista Sociedad Nº 33
y por el otro, en códigos a la vez locales y universalistas, con presumidos funda-
mentos civilizatorios. Proteger al Poder Judicial, como se sabe, no era un fin en sí
mismo, sino que al hacerlo se protegía un fin mayor: la existencia de la República,
un complejo institucional y valorativo que para perseverar debía ser disociable de
los cambios de humor de la chusma. Para que la República perviviese debía impe-
dirse la tiranía, que designa para Montesquieu y para muchos clásicos más la con-
centración en las mismas manos de las funciones legislativa y ejecutiva (o lo que
en la historia y la práctica política argentina se llamó “la suma del poder público”)
o, en su versión norteamericana, el sojuzgamiento de las minorías –en general, las
clases propietarias– bajo el yugo de las mayorías victoriosas. Por eso, presentar el
rol contramayoritario del Poder Judicial como no-político, sino técnico, impar-
cial, moral y civilizatorio, por mantenerse inerme respecto de las pasiones políticas
fluctuantes a las que se someten los demás poderes, conformados por las clases que
menos manifiestan “prudencia” política y que más proclives son a la demagogia,
marcó el carácter conservador, de inercia y de límite, que tiene el Poder Judicial en
el entramado del Estado norteamericano.
Sin embargo, las reformas del Poder Judicial que se emprendieron desde los
años noventa en América Latina permiten pensar un cambio en esta presentación
despolitizada de su rol (político). Iniciadas con el triple objetivo declarado de forta-
lecer la independencia judicial, mejorar el acceso a la justicia y alentar la eficiencia
del sistema (Smulovitz y Urribarri, 2007: 10), podría decirse que estas reformas no
cumplieron las expectativas –a juzgar, al menos, por los persistentes índices de no
credibilidad de los ciudadanos de todo el continente–, pero contribuyeron a asignar
al Poder Judicial un rol que es, por un lado, político en un sentido evidente, y por
el otro, que es innovador en la escena contemporánea. Un rol que supone un incre-
mento no sólo del peso y de las prerrogativas del Poder Judicial en la estructura del
Estado latinoamericano, sino también una transformación tanto en el hacer de los
actores políticos como en el de las elites jurídicas: si el rol contramayoritario –legado
persistente, como decíamos, de la Constitución de los Estados Unidos en las Cons-
tituciones americanas– suponía la institución de elites judiciales aristocráticas, no
contaminadas por el fragor político cotidiano, cuasi imperceptibles y esquivas a la
mirada pública, estas elites se ven hoy requeridas de un modo distinto por los actores
políticos y por la ciudadanía en general. Al compás de la judicialización posible de
todo conflicto político, las elites judiciales se tornan cada vez más portadoras de pro-
tagonismo social, de visibilidad pública y asumen un rol progresiva y evidentemente
politizado y fuertemente interventor en coyunturas políticas. Es más, cualquier in-
tento de los jueces de desandar este camino de visibilización y protagonismo, cual-
quier intento de replegarse a su modo de actuar anterior (mucho más cómodo para

La política y la juristocracia... 53
la subjetividad del funcionario), es visto por los demás actores políticos como una
resignación de su activismo posible –una resignación que es también interpretada
como politizada, como un gesto ni más ni menos que político–.
Al hablar de la judicialización de la política, en otras palabras, afirmamos que
los Poderes Judiciales asumen hoy un rol que es político en un sentido que es a la
vez evidente y nuevo. Y que ese rol político es crecientemente protagónico, porque
los tribunales amplían su rango de funciones, ya sea por apropiarse de prerrogati-
vas antes en manos de los otros poderes; o por afirmarse como controladores últi-
mos de las leyes sancionadas, de las regulaciones vigentes, de las políticas públicas,
de la letra constitucional y de su adecuación a los tratados internacionales firma-
dos; o porque se perfilan como una arena factible y jugosa para la disputa política.
Esto significa un cambio radical. Por un lado, es un cambio en el rol clásicamente
establecido por la teoría política moderna para el Poder Judicial, que lo relegaba
a ser el poder débil del entramado institucional del Estado y atado a formalismos
no inmediata ni pretendidamente politizables. Por el otro, es un cambio radical
en los modos de hacer y decidir política en América Latina, porque la percepción
creciente y extendida de que ciertas leyes, decisiones y regulaciones políticas van
a ser resueltas finalmente por los jueces abre otra instancia, paralela al campo de
lo político pero que lo sobrevuela y tiene injerencia crucial en él. Esta instancia
judicial es política sin (querer) serlo del todo, y ese carácter híbrido está en que no
se rige en general por el criterio de la representación política proporcional, que sí
atañe a los otros dos poderes bajo su control.
La percepción y la experiencia crecientemente contrastada de que el Poder Ju-
dicial puede jaquear, cambiar o imponer políticas no sólo implica un debate sobre
las transformaciones del rol y su impacto en el entramado del Poder Judicial –un
debate que harán los juristas–, sino que lo que resulta sustancial para la escena pú-
blica y para el pensar político es que con la judicialización como recurso siempre
disponible lo que se discute es quién tiene en última instancia el poder y el derecho
para legislar en el entramado estatal y en virtud de quién lo tiene y cómo le rinde
cuentas. O dicho en otras palabras, lo que se discute es quién decide en última
instancia las políticas que se aplicarán y con el consentimiento de quién y bajo qué
criterios representativos, en el marco de una sociedad democrática. Si lo que está
en juego frente al fenómeno de la judicialización, a fin de cuentas, es quiénes son
hoy los legitimados para legislar o en dónde reside en última instancia la capaci-
dad legislativa y la prerrogativa para imponer políticas, cómo se responda a esa
pregunta tiene efectos sobre qué se entiende por democracia, sobre las relaciones
entre mayorías y minorías en ella, sobre la capacidad para incidir en las políticas
más allá del voto y sobre la representación política democrática en general. Pero

52 Revista Sociedad Nº 33
también implica pensar qué es una acción política y por qué esa acción, con su
inherente complejidad, su imprevisibilidad y su pluralidad de actores (y por tanto,
de lenguajes involucrados) no es identificable ni resumible en un proceso judicial2.
Quisiera poner en consideración, en lo que sigue, algunas hipótesis de trabajo que
sirven de acercamiento preliminar al fenómeno que tratamos desde la teoría política.
La primera es que la judicialización de la política supone inevitablemente la po-
litización de la justicia, cualquiera sea el gobierno que esté. Tanto el gobierno como
las oposiciones y los jueces perciben la posibilidad de uso de este nuevo rol político
abierto para el Poder Judicial, y la puja entre todos estos actores y la ciudadanía
en general conlleva un escenario de tensión y de “stress institucional” quizá no
visto antes (De Souza Santos, 2003). A ese respecto cabe preguntarse, primero, qué
intensidad de conflictividad social y política es capaz de ser alojada por el Poder
Judicial; segundo, qué conflictos, qué derechos y qué políticas son judicializables y
cuáles no los son y si este carácter de judicializable no reproduce la desigualdad en
el acceso a la justicia; y tercero, qué efectos tiene tanto para la política como para el
aparato judicial la judicialidad de esos ciertos conflictos y la no judicialidad de los
otros. Nos preguntamos, a fin de cuentas, qué contiene, qué se pierde y qué excede
el contrapunto entre política y derecho.
La segunda es que la judicialización de la política no siempre es mala, entendien-
do por mala antidemocrática, antirrestitutiva y de erosión de derechos. Una judicia-
lización buena se ve, por ejemplo, en el papel protector que desempeñaron algunos
jueces en Brasil durante los gobiernos neoliberales frente a la puesta en jaque de de-
rechos reconocidos en la reforma constitucional de 1988; en los litigios masivos que
se dieron en la Argentina con la crisis del neoliberalismo y que forzaron la desarti-
culación de la así llamada “mayoría automática” de la Corte del menemismo; y en
la implementación de la Corte Constitucional en Colombia y el rol activo que ésta
asumió, en pos de velar por los derechos ampliados en la reforma de 1991. En todos
estos casos, las reformas constitucionales que se promulgaron alrededor de los años
90 dieron cauce a nuevos derechos que sin embargo el neoliberalismo (sumado a la
violencia de la guerra, en el caso colombiano) impedía volver efectivamente legales,
por lo que el Poder Judicial se mostró como aquel al cual podía demandársele un
cumplimiento que estaba invalidado en los otros dos poderes3.
2
Michael Walzer afirma muy interesantemente que una teoría y una práctica política basada
en los derechos (individuales) suele derivar en restringir el espacio de la política y ampliar
el de los jueces. Si fuera posible instaurar una lista de derechos a partir de un razonamiento,
digamos, filosófico y facultar a los jueces a imponerla contra un Parlamento, el espacio de
la política democrática para Walzer mermará, incluso cuando esa lista de derechos fuera
progresista. Al respecto, ver Pensar políticamente, sobre todo el capítulo 9.
3
“Volver legales” es un concepto que tomo de Smulovitz.

La política y la juristocracia... 53
Agregaré como subhipótesis que cómo sea la judicialización de la política, si
“mala” o “buena” en el sentido anterior, depende en primer lugar de quién la pro-
mueve y en qué contextos políticos específicos, en general, y de las relaciones po-
lítico-partidarias al interior de las legislaturas, en particular4. En el primer punto,
es subrayable que en general en América Latina no se recurre a los tribunales para
que ellos, mediante resoluciones, amplíen derechos, sino que se demanda porque
esos derechos, aún cuando estén reconocidos en las Constituciones, no tienen
cumplimiento efectivo. Es decir, la judicialización es en general una práctica de
protesta, de resistencia o de búsqueda de amparo que creció desde la transición
democrática y que también expresa un cambio rotundo al interior de la cultura de
izquierdas de la región en su actitud frente al Estado de Derecho.
En el segundo punto de la subhipótesis, el de relación entre mayorías y mino-
rías legislativas, la judicialización parece un recurso privilegiado de las minorías,
más allá del grado de fragmentación de las mismas, y parece imponerse como op-
ción cuasi excluyente tanto más cuanto mayor sea el control del gobierno sobre el
legislativo. Esto es, si bien crecientemente todos los actores políticos actúan con la
mira de que el debate de ocasión terminará en la justicia, son las oposiciones legis-
lativas las que echan mano prioritariamente de la judicialización como estrategia y
recurso político5. Es esperable entonces que las oposiciones en minoría legislativa
tiendan a minimizar el efecto de la acción parlamentaria en este escenario que
abre la judicialización, a no ser como puesta en escena pública de su rol opositor.
Vale agregar también que en contextos en que la opción legislativa mayoritaria es
antipopular, la judicialización puede ser una estrategia progresista (como fue el
caso del PT en Brasil durante el neoliberalismo, que echó mano con recurrencia a
la judicialización de reclamos); y en el caso de mayorías legislativas populares, la
judicialización puede ser la estrategia política de la oposición para mantener privi-
legios minoritarios y/corporativos.

4
En el contexto postcrisis, en la Argentina, y en el marco de un cambio de regulación en
pos de promover el “acceso” de la ciudadanía a la Justicia (un concepto que se transformó
en fetiche), la Corte dejó de ser un tribunal de competencia extraordinario, como postula la
Constitución, para atender todo tipo de reclamos y ampliar su número de fallos. Este rol fue
descripto por el juez supremo Carlos Fayt a la prensa, en 2005, de un modo elocuente: para
él, la Corte se había transformado en un “almacén de ramos generales”. Al respecto, ver el
libro de Leticia Barrera: La Corte Suprema en escena, p. 51 y 67.
El incremento en la cantidad de fallos se puede verificar en la página del Poder Judicial de
la Nación www.pjn.gov.ar
5
El incremento en la cantidad de fallos se puede verificar en la página del Poder Judicial de
la Nación www.pjn.gov.ar

54 Revista Sociedad Nº 33
Si la judicialización es “buena” o “mala” depende, en segundo lugar, de la per-
meabilidad del aparato judicial a las presiones, que pueden ser ciudadanas, parti-
darias y corporativas, y también de la estructura del sistema, centralizado o federal.
A este respecto, si se tienen en cuenta índices de independencia judicial elaborados
aun después de las reformas judiciales en América Latina y también las percep-
ciones ciudadanas volcadas en encuestas de opinión (percepciones que suelen ser
performativas), el aparato judicial en el continente puede describirse como alta-
mente permeable a presiones corporativas y políticas, con lo que las previsiones de
resolución de conflictos políticos judicializados dependerá de la historia política e
institucional de cada país y de los compromisos entre el Poder Judicial y el poder
político. Con respecto a la presión de la ciudadanía, cuando la judicialización va
de la mano de movilización social, es probable que ésta pretenda una resolución
particular de los casos llevados a tribunales e intente forzar al Poder Judicial en su
favor. Respecto de la estructura organizativa del aparato judicial, en el último pun-
to, ésta influye cuando ciertas elites pueden echar mano a tribunales menores para
bloquear decisiones adoptadas a nivel nacional, como ha sido el caso argentino
frente a la judicialización de la llamada “Ley de Medios”.

Indicador de independencia judicial 2008-2009 (Reporte de justicia


de las Américas de Ceja 20096)

Fuente: Informe de Competitividad Mundial, 2008-2009.


* La selección de los países a presentar en este gráfico fue de CEJA

6
Como dice Guillermo O´Donnell en el epílogo al libro de Sieder, Schjolden y Angell
(p.357): “También existe problema de quién y en qué circunstancias se promueve la judicia-
lización. Obviamente, ésta no es sólo un resultado del activismo judicial”.

La política y la juristocracia... 57
Como puede imaginarse, el testeo de estas hipótesis exigiría un análisis caso
por caso de los países, que no es el interés ni es posible aquí. Más bien, ellas son
tomadas como punto de partida para pensar, desde la teoría política, qué implica el
nuevo rol político del Poder Judicial, sobre todo en Latinoamérica.

QUÉ ES LA JUDICIALIZACIÓN. LA CONFLICTIVIDAD (IN)VISIBLE Y LA


GESTIONABLE

Como dijimos, la judicialización de la política puede entenderse como el des-


plazamiento de atribuciones, decisiones y capacidades desde las Legislaturas y los
Ejecutivos a los Poderes Judiciales –sobre todo a las Cortes–, que hace que ciertos
conflictos y políticas antes dependientes de modos de resolución políticos ahora
se diriman por vía de fallos judiciales. Para John Ferejohn, esta judicialización se
constata en al menos tres formas en las últimas décadas: en primer lugar, las Cor-
tes han limitado y regulado el ejercicio de la autoridad parlamentaria al imponer
restricciones al poder de las Legislaturas (por ejemplo, a partir del ejercicio del
control de constitucionalidad de las leyes votadas). Segundo, las Cortes se han
transformado en instituciones donde se dictan políticas a partir de la sanción ju-
dicial (por ejemplo, en el caso reciente del Tribunal Superior brasileño, que saldó
a favor un debate que no se resolvía en el Congreso, en torno a la investigación en
células madres). Tercero, las Cortes intervienen crecientemente en modelar con-
ductas y modos de acción legítimos de los actores políticos (en lo que se incluye la
investigación de casos de corrupción) y pueden resolver disputas electorales, como
fue el caso de la Corte de los Estados Unidos, en el conteo polémico de la contienda
Bush vs. Gore (Ferejohn, 2002: 41-42).
Además de estas tres formas, la percepción y la experiencia de la reiterada y
creciente intervención del Poder Judicial en la arena política ha llevado a que los
actores políticos tengan en cuenta –en el mismo momento de la formulación de
proyectos legislativos o al prever cursos de acción– qué elementos deben contener
(o no) ciertas leyes y políticas públicas y en qué jergas deben hacerlo, para evitar
ser luego revertidas en un proceso judicial. Esto introduce una fuerte dependencia
de los discursos y las prácticas políticas respecto del lenguaje y los vericuetos del
aparato judicial y corre el riesgo no sólo de alterar la relación entre la represen-
tación política y las políticas efectivamente implementadas, sino también de con-
vertir a la acción –política– en un apéndice de un proceso –judicial–.
Pero lo central es que el creciente protagonismo de los jueces en las coyunturas
políticas conlleva necesariamente una discusión sobre qué prácticas deben predo-
minar en un régimen democrático. Para decirlo más claro: ¿qué implica que aquel

58 Revista Sociedad Nº 33
Poder que es contramayoritario y no electivo popularmente incremente su capa-
cidad de incidencia en políticas y leyes que son formuladas por actores electivos
y mayoritarios? ¿Convertiría esto al juez en un actor político o a la política en un
problema jurídico? ¿Qué tipo y qué intensidad de conflictos sociales y políticos pue-
de ser canalizable y resuelto por la vía judicial y cómo afecta esa gestión al mismo
Poder Judicial? ¿En qué democracias se engarza esta judicialización, aquí y ahora?
Es imprescindible, al plantear estas preguntas, distinguir el contexto político eu-
ropeo del americano. Si se lee bibliografía europea sobre el fenómeno de la judiciali-
zación, en general se lo inscribe en un proceso creciente de delegación de la política
(nacional) en instituciones no mayoritarias, como son los organismos multilaterales
de crédito, las ONGs transnacionales de todo tipo e ideología, o la Corte Penal in-
ternacional, por citar algunos casos, y se discurre sobre el riesgo democrático que
esa delegación conlleva (Schmitter, 2003; Stone Sweet, 2000; Landfried, 1994). En
cambio, en la literatura referida a América Latina (e inclusive en la que atañe a los
Estados Unidos), o bien se inquiere sobre el “poder de cambio social” de los Poderes
Judiciales (Couso, 2008) o se discurre extensa y recurrentemente sobre la “indepen-
dencia judicial” (a qué se le llamaría “independencia” y a qué no), en general para
renegar de la escasa independencia de los tribunales, sobre todo en Latinoamérica.
Si bien el fenómeno al que aludimos es el mismo, más allá de su diversidad de gra-
dos y geografías, parece evidente que en las Américas el Poder Judicial se percibe
como un poder crecientemente político y politizado, para bien o para mal. Esto es, la
judicialización de la política en América Latina parece estar inscripta en el proceso de
disputa política que vive el continente en general y no en un proceso de delegación de la
política en estructuras transnacionales en medio de la apatía ciudadana. Si se debate
más ahora sobre el Poder Judicial que antes y si éste se perfila, para sorpresa de la
academia, como objeto de interés politológico, es porque su protagonismo se perci-
be más en las últimas décadas, pero el signo de ese protagonismo no es despolitizador
ni puramente tecnicista, sino ampliamente político.
En este sentido, el fenómeno de la judicialización de la política es también el
de un reconocimiento explícito o implícito de la existente (desde hace tiempo ya)
politización de la justicia, en general encubierta bajo el mote de “dependencia o
corrupción judicial”. Pero ese reconocimiento se da ya no sólo como disfunción
sistémica o patología de las democracias periféricas a ser subsanada, sino como
elemento constitutivo de un contexto como éste, en el que el continente vive un
claro clima de politización. Para decirlo con otras palabras, no hay nada delegativo
ni apático en la judicialización de la política latinoamericana, sino que tal vez por
primera vez el creciente protagonismo de los jueces sea observado e interrogado en
su fundamento democrático y tal vez por primera vez se confronte a las sanciones

La política y la juristocracia... 59
judiciales, en plena escena pública, con lo que tienen de acción política.
La judicialización de la política en América Latina se da además en sociedades que
en las últimas dos décadas ampliaron formalmente su carta de derechos y que, sobre
todo en la última, permitieron algún cumplimiento efectivo de los mismos por un
mejor crecimiento y distribución económica. Este mejoramiento coincide, en muchos
casos, con la llegada al gobierno de espacios progresistas, que plasman el viraje que
se dio en las izquierdas respecto a la adecuación posible entre conflicto político y Es-
tado de Derecho. En desmedro de cualquier rápida asociación entre los así llamados
populismos y los Estados de Derecho, los gobiernos progresistas de la región a los
que en general se califica de populistas han desplegado en general su poder de crear
instituciones y de instituir derechos como formas legítimas de politización y cam-
bio social. Por tanto, son muchas veces también estos gobiernos los que alientan la
judicialización de ciertas políticas y tienen en los derechos una clave de lectura de
su accionar; y muchas otras veces, por el contrario, perciben en la relación entre
oposiciones y Poder Judicial una nueva correlación de fuerzas regresiva, con anclaje
institucional en el mismo entramado estatal al que supuestamente controlan.
Por eso, se podría decir que en el continente, en las últimas décadas, los con-
flictos se han crecientemente judicializado, ya sea a petición de la ciudadanía, de
los gobiernos o de las oposiciones y que, más allá de qué actor sea el privilegiado
en cada situación concreta y qué alianzas entre ellos puedan darse, esto ha puesto
la mirada pública en los tribunales, como actores no sólo capaces de intervenir y
torcer coyunturas de relevancia política y social, sino también como sujetos recla-
mados a hacerlo y visibilizados como ineludibles protagonistas. Por eso, como bien
dicen Smulovitz y Urribarri, no puede decirse que el índice de inefectividad del
sistema judicial en el continente pueda medirse haciendo una proporción entre la
tasa de litigios que se abren y el porcentaje de ellos que finalmente recibe sanción,
porque muchas veces iniciar una causa es una forma de incrementar el grado de
politización y de atención mediática de un conflicto. Es decir, abrir una causa no
hace descansar a los actores a la espera del mecanismo formal que insume del pro-
ceso judicial, sino que es un recurso político más, cada vez más presente en la es-
cena pública contemporánea. Llevar el debate a tribunales es un modo paradójico
de hacer ver que se está “hablando en serio”. Y es también un modo de involucrar
a ciertos actores estatales en ciertos conflictos de amplia resonancia, de presionar
para provocar alguna suerte de posición encontrada entre las mismas agencias del
aparato estatal y de explotar sus contradicciones internas. En este caso, no es el
Poder Judicial el que sobrevuela a la política, sino que es la política la que echa
mano del Poder Judicial como instrumento para inyectar alguna dinámica en un
conflicto cuya resolución judicial verdaderamente no viene al caso.

60 Revista Sociedad Nº 33
  Cantidad de causas iniciadas7

Argentina Bolivia Brasil Chile Guatemala México


2000 850.859 217.180 1.097.964 1.776.414 262.515
2001 802.937 1.002.095 1.681.446
2002 1.080.982 1.368.061 1.639.350 325.570
2003 807.941 252.781 2.107.941 1.842.814 327.976 610.642
2004 759.256 1.895.773 251.410 639.755
2005 817.741 1.890.500 664.646

Fuentes: Elaboración de Smulovitz y Urribarri (2007). Para Argentina los datos de 2000-
2004 son de Unidos por la Justicia y los de 2005 del Módulo de Estadísticas del Poder Ju-
dicial de la Nación. Los datos de Brasil surgen del Conselho da Justiça Federal y CEJA. La
información de Bolivia proviene, para el año 2000, de JUFEJUS-CEJA (2001) y para 2003
del Reporte de Justicia de las Américas de CEJA. La fuente de datos para Chile es la Corpo-
ración Administrativa del Poder Judicial. Para Guatemala los datos de los años 2002-2004 se
obtuvieron del Reporte de Justicia de las Américas de CEJA, y los del año 2000 de JUFEJUS-
CEJA (2001). Los datos de México provienen de la Dirección General de Estadística y Pla-
neación judicial del Consejo de la Judicatura Federal.

Cantidad de causas terminadas

Argentina Bolivia Brasil Chile Guatemala México


2000 471.815 593.961 1.590.919
2001 422.960 622.628 1.591.983
2002 406.582 630.846 1.791.034 252.974
2003 388.517 161.140 1.165.488 1.366.631 249.084 601.745
2004 373.552 1.626.054 425.755 629.112
2005 382.981 1.531.266 660.054

Fuentes: Elaboración de Smulovitz y Urribarri (2007). Los datos de Argentina corresponden


a los expedientes ingresados en la Justicia Ordinaria, Justicia Federal y Justicia Federal del
Interior en primera instancia, y provienen de Unidos por la Justicia y el Poder Judicial de la
Nación – Módulo de Estadísticas. Los datos de Bolivia y Guatemala surgen del Reporte de
las Américas, CEJA. La información de Brasil corresponde a la Justiça Federal de 1º Grau, y
proviene del Conselho da Justiça Federal – STF y CEJA. Los datos de Chile son de la Corpo-
ración administrativa del poder judicial, mientras que los de México son del Consejo de la
Judicatura Federal (Dirección General de Estadística y Planeación Judicial

Lo paradójico de este reclamo general en pos del protagonismo judicial es que


el mismo se da en un contexto de persistente falta de credibilidad en el sistema.

7
Estas oposiciones legislativas, como se sabe, pueden ser gubernamentales (por haber per-
dido la elección intermedia) o no.

La política y la juristocracia... 61
Y cabría preguntarse si esta utilización política del aparato judicial como modo
de presión no agudiza el descrédito. Porque los actores políticos saben desde el
vamos que los tiempos de la justicia serán demasiado extensos; que todo depende
de quién tome la causa; que los fallos, para tener resonancia, en general precisan
de interpretación; y que la mayoría de las veces, lo que se quiere al recurrir a la
justicia no es verdaderamente una resolución que se considere “justa”, sino que se
convalide la propia postura –de otro modo, se denunciará la escasa “independen-
cia judicial” –. Para muestra, véanse las siguientes encuestas:

Resumen Confianza en las instituciones Promedio


América Latina 1996-2011

P. Por favor, mire esta tarjeta y dígame, cuánta confianza tiene en cada uno de estos gru-
pos/instituciones. ¿Diría que tiene mucha, algo, poca o ninguna confianza en…?*Aquí sólo
‘Mucha’ más ‘Algo’

1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011

Iglesia 76 74 78 77 72 71 62 71 71 71 74 66 68 67 64
Radios 51 41 55 69 55 55 56 58 49
Televisión 50 46 45 42 49 45 36 38 44 64 47 51 54 56 48
Diarios 46 36 40 47 44 45 48 49 51 45
Bancos 27 44 44 44 43
Gobierno 28 25 24 30 36 43 39 44 45 45 40
Fuerzas
41 42 38 43 38 38 30 40 42 44 51 45 45 45 39
Armadas
Empresa
36 32 41 34 42 41 41 42 42 38
Privada
El Estado 41 38
Municipio/
Gobierno 31 32 34 37 36 39 41 37
local
Policía 30 36 32 29 30 33 29 37 37 37 39 37 34 35 33

Parlamento 27 36 27 28 24 23 17 24 28 27 29 32 34 34 32
Administra-
ción 27 28 30 31 34 35 31
Pública
Poder
33 36 32 34 27 25 20 32 31 36 30 28 32 32 29
Judicial
Sindicatos 28 23 23 31 30 30 28
Partidos
20 28 21 20 19 14 11 18 19 22 20 21 24 23 22
Políticos

Fuente: Latinobarómetro 1996-2011

62 Revista Sociedad Nº 33
Fuente: Barómetro Global de la Corrupción 2006 de Transparencia Internacional.

Porcentaje (%) de Confianza en la Justicia 2009 (CEJA)

Fuente: Barómetro Iberoamericano de Gobernabilidad 2009 (CIMA).


* La selección de los países a presentar en este gráfico fue de CEJA.

La política y la juristocracia... 63
Evolución del Porcentaje de Confianza en la Justicia 2007-2009

País 2009 2008 2007


Argentina 24% 22% 23%
Bolivia 35% 35% 36%
Brasil 30% 41% 32%
Chile 28% 14% 18%
Colombia 40% 47% 40%
Costa Rica 30% 26% 39%
Ecuador 19% 15% 17%
EEUU( latinos) 60% 53% 60%
El Salvador 40% 38% 43%
Guatemala 29% 36% 21%
Honduras 28% 26% 16%
México 28% 31% 33%
Nicaragua 21% 33% 32%
Panamá 18% 15% 21%
Paraguay 16% 17% 26%
Perú 14% 16% 13%
R. Dominicana 38% 37% 33%
Uruguay 38% 61% 68%
Venezuela 32% 36% 38%
Promedio
29% 34% 32%
Latinoamérica

Fuente: Barómetro Iberoamericano de Gobernabilidad del Consorcio Iberoamericano de


Investigaciones de Mercado y Asesoramiento
* La selección de los países a presentar en este gráfico fue de CEJA.

Ahora bien, ¿qué tipo de conflictos y qué intensidad de los mismos es gestiona-
ble por vías judiciales? La judicialización de conflictos convive con extensas áreas
en las que el Poder Judicial (y con él, el Estado) se retira, dejando vacíos sometidos
o bien a puro arbitrio, o a relaciones de fuerza desnudas, o a indiferencia. No se
trata sólo ya de las “áreas marrones”, como llamaba Guillermo O´Donnell a esas
geografías dentro de los países del continente liberadas al arbitrio policial, al poder
de las oligarquías o de las mafias de todo tipo, que actúan en los intersticios de
lo jurídico; sino también de que, como se ha visto, desde el derribamiento de las
Torres Gemelas en New York, el mundo asiste a la puesta entre paréntesis de las
garantías legales de ciertos individuos y grupos, considerados enemigos de guerra,
que son capturados sin respetar jurisdicciones y mantenidos bajo prisión indefini-
da en campos de detención desterritorializados. ¿Cuánto de esta puesta entre pa-
réntesis de lo jurídico en pos de la seguridad obedece a esa concepción que sostie-
ne que sólo valen los derechos y garantías mientras haya períodos de normalidad
y orden? ¿Y si sólo valieran en esos períodos, no se los reconocería débiles, incluso
en el mismo marco de la normalidad y del orden? Quizá un buen índice del grado

64 Revista Sociedad Nº 33
de democratización de un país sea que pueda experienciarse un estado mayorita-
rio de opinión en contra de este último supuesto y que ese estado mayoritario de
opinión se plasmara en Poderes Judiciales activos. Pero los Poderes Judiciales, lejos
de poder poner un freno a esta “desjudicialización”, se han visto atados de manos,
y cuando no, han sido cómplices de su propio bloqueo.
Hay entonces algunos conflictos y problemas que serán judicializables y otros
no, y algunas intensidades de conflictos y problemas que son gestionables por los
tribunales y otras que los desbordan o ni siquiera asoman por encima del radar
como para recibir atención social y/o judicial. Cuál sea la intensidad gestionable
parece depender de muchos factores, como quiénes son los protagonistas del caso,
dónde se da, a qué núcleo de poder toca, cuál es la cultura política de ese lugar
respecto de los jueces, cuál es la percepción ciudadana de ellos y cuál la historia
práctica de los mismos. Pero podría pensarse, a modo de presunción, que son ges-
tionables por el Poder Judicial aquellos conflictos que, cualquiera sea su intensi-
dad, reciben una sanción que, aún cuando disguste a las partes en conflicto, recibe
mayoritariamente el aura de que con ella se dijo la última palabra8. El problema es
que en general, ese límite sólo se evidencia a posteriori.

SER GOBIERNO, SER OPOSICIÓN

Brasil suele presentarse como un caso claro de judicialización de la política


(Werneck Vianna, 1999 y 2007; Arantes, 2008). Los tribunales brasileños fueron
activos no sólo en defender derechos reconocidos en la reforma constitucional de
1988, que le dio amplios poderes al Ministerio Público para defender a los grupos
de la mala acción del gobierno (vía “mandato de seguridad colectiva”), sino que
también la práctica del juicio penetró la política del país, desde la destitución del
ex presidente Collor de Mello por corrupción hasta las recientes condenas a per-
sonajes políticos tan relevantes como José Genoino y José Dirceu por el escándalo
del así llamado “mensalão”. Este último caso, sin embargo, fortaleció la percepción
del protagonismo judicial en la política brasileña, tanto que puede significar un
punto de quiebre.
Interrogado por la red O Globo por su postura ante la “judicialización de la po-
lítica”, el ex presidente y hoy senador José Sarney comentó a los medios que el Par-

8
Disponible en http://www.cejamericas.org/reporte/2008-2009/muestra_seccion3e2b5.htm
l?idioma=espanol&capitulo=ACERCADE&tipreport=REPORTE4&seccion=IPPJ

La política y la juristocracia... 65
tido de los Trabajadores por fin había “probado su propia medicina”9. La opinión
deja ver no sólo un cambio de postura del PT en su rol de opositor y de gobierno
en la estrategia de recurrir o no a los tribunales como medio de acción política
(que es lo que Sarney podría estar queriendo decir), sino que trasluce cómo los
actores políticos perciben el rol de la justicia en estos casos: como la puerta para
recuperar espacios políticos perdidos o aun esquivos frente a una opinión pública
refractaria en términos electorales, utilizando a la sanción jurídica como modo
de construcción de una verdad y de una moral que sería inapelable e inerme a los
tomas y dacas legislativos. La sanción jurídica sería así una suerte de reinclusión
de lo sagrado en la escena pública contemporánea, capaz de denigrar a lo político
pero que se espera que sea traducible en bancas y puestos, la próxima vez.
La justicia está tan sobre el tapete como modo político en Brasil que la revista
de circulación masiva Veja publicó en la tapa en la edición de fines de abril de 2013
pasado una representación por demás elocuente. Se trata de una foto-performance
en la que una mujer vestida de blanco con los ojos vendados, emulando la imagen
griega clásica de la Justicia, aparece crucificada en una estrella de cinco puntas
roja, cual una Cristo actual. Ella está atada de manos por medio de cuerdas que
dan varias vueltas (aunque sea imaginable que conserva alguna resistencia, al no
haber dejado caer su balanza ni la espada). Su cabeza gacha, el aspecto abatido, la
posición incómoda lo dicen todo.
La imagen pretende denunciar el supuesto ataque del gobierno petista al Poder
Judicial –como explicita la nota–. Y sin embargo, algo se coló ahí. La foto muestra
más que lo que los editores pretenden y lo que muestra de más es contrario a sus
intenciones. Porque lejos de las versiones si se quiere cándidas de la diosa Temis a
las que estamos acostumbrados, la versión Veja de la Justicia muestra al ícono con
un vestido que no sólo tiene un prominente escote sino que, además, está con-
feccionado con una tela casi transparente, lo que torna a la Justicia en un claro
objeto de deseo. Con la foto de Veja estamos ante una imagen más parecida a los
estereotipos femeninos de la mujer-objeto (que esa y otras revistas reproducen al
infinito), que frente a una representación que imponga distancia y reverencia por
el carácter sagrado de lo que evoca. Seguramente Veja no quiso decir que la Justicia

9
Recito la aclaración que hacen Smulovitz y Urribarri a la elaboración del cuadro: “Los
datos que se consignan en el cuadro sobre causas iniciadas para Argentina, Brasil y México
no son comparables con los de los restantes países dado que sólo informan el movimiento
registrado en la ‘justicia federal’ de esos países, de modo que para compararlos con los otros
países debería agregársele a éstos los datos correspondientes a las provincias o estados. Exis-
ten unos pocos datos para el total del país en Argentina (2000: 3.580.531 y 2004: 3.908.571)
y para Brasil (2003: 17.348.769). Fuentes: Garavano (2006) y A justiça em números”.

66 Revista Sociedad Nº 33
sea un objeto de deseo, una mujer seducible, controlable, apetecible y estereotipada
sólo que en manos de otro, ahora. Pero sin querer dijo lo que dijo y mostró lo que
mostró. El problema parece ser que esa mujer deseable estaría atada por el PT, pero
si se desatara estaría disponible otra vez para nuevas ataduras, por parte de otras
facciones: tal el carácter de un objeto de deseo10.

Lo que amerita la tapa/incons-


ciente de Veja es el proyecto de en-
mienda constitucional presentado
por el diputado petista Nazareno
Fonteles (PT-PI) en la Comissão
de Constituição e Justiça (y admiti-
do por ella, aunque aún no por el
pleno de la Cámara). El proyecto
pretende, por un lado, condicionar
el dictado de resoluciones judicia-
les vinculantes, con fuerza de ley,
por parte del Superior Tribunal
Federal (STF) y elevar el número
de miembros necesarios para de-
clarar inconstitucional una ley que
haya sido votada por el Congreso;
y por el otro, someter a aprobación
del Congreso o a consulta popular
(en caso de contradicción entre el parecer de los jueces y el de los legisladores) las
resoluciones que el STF dicte y que supongan enmiendas constitucionales11.
En los fundamentos de la propuesta, su autor, el diputado Fonteles, sostuvo
que “o protagonismo alcançado pelo Poder Judiciário, especialmente dos órgãos de

10
Para ejemplificar la experiencia de cuál es la intensidad del conflicto político que puede
gestionar el Poder Judicial, una imagen es más que elocuente: la de la presidenta de la Comi-
sión Nacional Electoral de Venezuela anunciando por televisión, luego de larga espera, los
resultados finales de la elección pasada en los que triunfó, por escaso margen, el presidente
Nicolás Maduro frente a su contrincante Capriles.
11
Declaraciones hechas a O Globo el 20/12 de 2012, citadas por Werneck Vianna en su
columna de opinión “O fim do mundo e a judicialização da política” en el diario O Estadão
de Brasil del 29 de diciembre de 2012. Sarney habría dicho sobre la judicialización de la
política: “quem inventou isso foi o PT, que na oposição a qualquer problema batia na porta do
Supremo”. Disponible en http://www.estadao.com.br/noticias/impresso,o-fim-do-mundo-
e-a-judicializacao-da-politica-,978693,0.htm

La política y la juristocracia... 67
cúpula, é fato notório nos dias atuais” y que ese protagonismo se debe a la “judicia-
lização das relações sociais e o ativismo judicial”. El diputado entiende que el Supre-
mo Tribunal Federal se tornó un “superlegislativo”, pero sin legitimidad electoral,
asumiendo un rol proactivo en legislar y crear norma, más allá del caso concreto y
traspasando sus funciones. “Adotando essa postura, os magistrados, para o deslinde
da controvérsia, vão além do que o caso concreto exige, criando normas que não
passaram pelo escrutínio do legislador”, afirma12. Esto alteraría en su opinión la re-
presentación política, sería una injerencia del Poder Judicial sobre el Legislativo y
denigraría la “dignidad de la ley votada por los represtantes” elegidos por el pueblo.
Más allá de los ejemplos de esta “injerencia” que el diputado cita en su propues-
ta (la resolución sobre “fidelidad partidaria”, la de “verticalización de las alianzas
partidarias” y la de reducción de puestos para vereadores), distintos medios oposi-
tores (como la citada revista Veja) interpretaron a este proyecto como una respues-
ta del PT al escándalo del mensalão y un intento de mellar la figura en ascenso del
juez Joaquim Barbosa en la escena política brasileña. Pero (lo que es más impor-
tante para el presente artículo) explicaron la autoría del proyecto, esto es, el que sea
Fonteles entre muchos legisladores posibles el que lo haya presentado, en la fuerte
influencia que tendría la religión católica sobre él. A Fonteles, al parecer, le habría
chocado la decisión del STF de permitir la investigación en células madres, cuando
ese debate no era zanjable por las disputas que se daban en el Parlamento, y esto
habría decidido su postura contra el Judicial. La recurrencia a la religión, en estos
medios, se hace en general ridiculizando a Fonteles, que habría dicho a Veja en su
momento que él “también había sido un embrión” y que manipular células madres
representaba jugar con la vida, considerada por él sagrada. La religión quedaría
entonces del lado de lo vetusto y absurdo (y en este caso, del lado del conflictivo
Parlamento); de cara al progresismo científico de la Corte, que sería expeditiva en
tomar la resolución y eficaz en evitar las disputas retóricas estériles.
Pero ¿qué pasa si fuera demasiado repetida esta antinomia Religión vs. Ciencia
o Retórica parlamentaria vs. Decisión como para resultar aceptable a un oído con-
temporáneo? Aún más, ¿qué pasa si resultara inaceptable para un país mayoritaria-
mente piadoso como Brasil el que sean jueces ilustrados los que diriman cuestiones
en los que no hay una urgencia o un derecho lesionado, en pos de un supuesto
progreso científico/jurídico? Si realmente Fonteles presentara este proyecto, entre
otras cosas, por su filiación religiosa dañada, el caso sería incluso más interesante
que el de un intento de control partidario de un Poder. Sería poner en discusión

12
Nota completa de Veja disponible en https://conteudoclippingmp.planejamento.gov.br/
cadastros/noticias/2013/4/29/o-ataque-a-justica

68 Revista Sociedad Nº 33
si una sanción judicial –incluso sobre derechos e incluso cuando sea progresiva–
puede suplantar la lucha política en torno a su sanción e implementación, en torno
al consenso social necesario sobre un tema y en torno a la diversidad ideológica
que hace que ciertas cuestiones se acepten como justas en una sociedad en un mo-
mento dado y no en otro13. Todo un problema político.

CONCLUSIONES. LA ACCIÓN POLÍTICA Y LOS REPRESENTANTES,


LOS ELEGIDOS, LOS DESIGNADOS

Este artículo fue escrito en medio del debate sobre la reforma judicial en la Ar-
gentina. Por cuestiones de norma editorial de esta revista y porque la preparación
de este dossier lleva muchos meses, no hay aquí una especificación del caso argenti-
no, que aún no está resuelto. Sin embargo, sí hay un planteo desde la Teoría Política
de un fenómeno mayor, el de la judicialización de la política y la juridización de las
relaciones sociales, en el que probablemente se inscriba el intento de la reforma.
Sin embargo, se impone decir algunas cosas, a modo de conclusión.
En primer lugar, el debate por la reforma judicial asumió en la Argentina ca-
racterísticas por demás técnicas y endogámicas: pareciera ser tema excluyente de
los juristas. No podría decirse que los medios hayan participado de la discusión,
porque el carácter tan polarizado de la prensa en el último tiempo impide debatir
nada: se trató, más bien, de denostar los proyectos, asociándolos a la tiranía, el au-
toritarismo y el intento del gobierno de lograr impunidad “para cuando se vayan”.
La Teoría Política estuvo, está, profundamente ausente, muda, quizá porque el Po-
der Judicial es uno de los menos estudiados por la academia o porque se reconoce
que es, primero, un tema de otros, los entendidos, los disciplinarios. Esta mudez
empobrece.
En segundo lugar, y como se ha escrito antes, el fenómeno de la judicialización
de la política implica un protagonismo creciente de los tribunales en todas las áreas
de la vida. Es, quizá, correlativo a la juridización, a la producción de norma positiva
para todas las relaciones sociales contemporáneas, incluso cuando esta juridización
conviva con amplias esferas de vacío o de retirada jurídica de los Estados. Con la
judicialización estaríamos ante un fenómeno irrevocable, que no tiene vuelta atrás:
el protagonismo de los jueces llegó para quedarse y el problema es cómo esto afecta
a la vida en general y a la política (y a la democracia) en particular. Por eso, la poli-
tización de la justicia, si antes era un hecho siempre sospechado, es ahora un efecto

13
El proyecto del diputado Fonteles se puede consultar aquí: http://s.conjur.com.br/dl/pec-
332011.pdf

La política y la juristocracia... 69
necesario de este nuevo rol abierto para los tribunales en la escena pública. Esto
choca contra la idea de sentido común y de amplia tradición que sostiene que el Po-
der Judicial debe ser un complejo de instituciones inermes a cualquier politicidad,
a cualquier pasión, a cualquier interés particular. Sin embargo, esa idea de sentido
común es la misma que se desmiente, no sólo en las descripciones acerca de cómo
se percibe al Poder Judicial en el continente, sino a cómo se lo pensó en el marco
del andamiaje constitucional de los Estados. Si el Poder Judicial es desde siempre ya
politizado y si lo será cada vez más en tanto actor político ineludible, es necesario
discutir cómo se produce esa politización. Porque frente a una politización escuda-
da en la oscuridad de los formulismos y en cierta invisibilidad de sus miembros, la
partidización puede conllevar un efecto de transparencia sobre el sistema.
En tercer lugar, si lo que se discute a fin de cuentas es qué Poder o Poderes del
Estado son aquellos que deben ser últimos decisores en materia política y en vir-
tud de qué criterios representativos proporcionales lo son, esto supone reflexionar
sobre los fundamentos mismos de la legitimidad democrática. Las democracias
constitucionales no son el poder exclusivo de la mayoría, pero tampoco toleran
que un Poder cuyo criterio de selección y remoción no es electivo-popular sea
un protagonista constantemente requerido de la escena, sin que esto suponga una
denigración del mecanismo de debate político que lleva a sancionar una ley y de
la lucha política que se da en y más allá de las instituciones. No obstante, el incre-
mento del protagonismo de la Corte por medio del control constitucional no es
mayor en Argentina en el último tiempo que lo que lo fue siempre (en otras pala-
bras: el control del Poder Judicial sobre la constitucionalidad de las leyes y políticas
siempre fue alto, mucho más alto que en los Estados Unidos, de donde se tomó el
modelo para la prerrogativa), sólo que casos resonantes como el de la ley de me-
dios llevaron a visibilizar al Poder Judicial14. Esa visibilización no puede verse sólo
como un ataque ni como una excusa: es ineludible, en virtud de la misma presencia
que asumió el Poder Judicial en la escena contemporánea.
Una reforma de la justicia en la Argentina es un debate que hasta aquí no se
experienció como tal, sino como parte del internismo político o de la jerga disci-
plinaria, pero que se resolvió, otra vez y hasta irónicamente, vía judicialización: la
Corte Suprema de la Nación declaró inconstitucional el proyecto. Fue una opor-
tunidad perdida para hablar de la necesidad del “acceso” igualitario de la pobla-
ción a la justicia; para pensar en cómo generar un Poder Judicial que no suplante
ni hegemonice a los actores políticos en el juego democrático; para intentar una
ecuación democrática –en este Estado argentino actual– que ligue lo popular, lo
14
Ídem.

70 Revista Sociedad Nº 33
restitutivo y lo representativo. Para pensar un Poder Judicial que no sea apéndice,
pero tampoco la “última esperanza blanca”. Uno lo suficientemente des-castizado y
dinámico como para acompañar, desde lo jurídico, un proceso de reducción de las
desigualdades sociales y de empoderamiento de los menos favorecidos15.

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International Political Science Review, 15, 2, pp. 113-124.

15
Al respecto, Guillermo O’Donnell decía en su epílogo al libro La judicialización de la polí-
tica en América Latina editado por Sieder, Schjolden y Angell (p. 357): “Las consecuencias de
la legislación o del activismo judicial que hacen punibles los derechos sociales y económicos
me parecen cuestionables en muchos casos. Los tribunales pueden ignorar irresponsable-
mente las restricciones fiscales, provocar la formación de poderosas coaliciones hostiles y,
en general, debilitar su autoridad adjudicando enérgica y legítimamente en asuntos como
los que he mencionado. Además, la adjudicación de los derechos sociales y económicos por
parte de las cortes tiene un componente intrínsecamente paternalista, porque históricamente
esos derechos han sido adquiridos y, aún más importante, garantizados como consecuencia
de luchas políticas”.

La política y la juristocracia... 71
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Fecha de acceso de páginas de internet: 12 de mayo de 2013.

72 Revista Sociedad Nº 33
Burocracia y Derecho: reflexiones sobre
el rol de los documentos en la
construcción del conocimiento jurídico*

Leticia Barrera**

INTRODUCCIÓN: LOS DOCUMENTOS LEGALES EN LOS ESTUDIOS


SOCIO-JURÍDICOS

Los expedientes, documentos y papeles en general son probablemente el aspec-


to más visible de la construcción del derecho1. De hecho, el rastrear papeles es el
modo a través del cual las instituciones se analizan; por ejemplo, los investigadores
evalúan el funcionamiento de los tribunales a través del contenido de las resolu-
ciones legales; los abogados y las abogadas, por su parte, buscan interpretar estos
documentos como instrumentos en beneficio de los intereses de sus clientes; y bajo
el gobierno de la transparencia, los registros documentales y documentos auto-
descriptivos se convierten en la forma en que se valora el buen comportamiento
de la institución.

* Una versión anterior de este texto fue publicada bajo el título “Más allá de los fines del De-
recho: expedientes, burocracia y conocimiento legal”, en ÍCONOS Revista Latinoamericana
de Ciencias Sociales, N° 41 (Septiembre 2011), pp. 57-72. Asimismo, esta versión incorpora
material discutido en mi libro La Corte Suprema en escena. Una etnografía del mundo judi-
cial, Buenos Aires: Siglo XXI Editores, Septiembre 2012. Mis agradecimientos, entonces y
ahora, son para Annelise Riles, Mitchel Lasser, Ndulo Muna y Roberto Gargarella quienes,
en sus diferentes roles, participaron activamente en el proceso de construcción de mi tesis
doctoral en Cornell University (2009). Agradezco asimismo a Cecilia Abdo Ferez por la
inclusión de este texto en este dossier de la Revista Sociedad.
** Doctora en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Cornell. Investigadora adscripta al
Instituto de investigaciones jurídicas y sociológicas Ambrosio L. Gioja, Facultad de Dere-
cho, UBA. Profesora de la Maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos de la
Universidad de Palermo.
1
Vale la pena señalar que al referirme a las prácticas observadas en la Corte argentina como
prácticas de “creación o ‘construcción’ del derecho”, no tengo intención de disputar ni el
argumento normativo ni las asunciones de los actores respecto a que en los regímenes de
derecho civil, tal como el argentino, los jueces no crean derecho. Más bien, trato de avanzar
en el reconocimiento de estas prácticas como tecnologías de producción del conocimiento
o saber jurídico.

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 73


Sin embargo, el carácter mundano y demasiado familiar de los documentos
legales –y las prácticas de documentación y registro de las burocracias legales–
dificulta a veces su capacidad de convertirse en objetos de análisis en sí mismos.
Archivos, expedientes, memos y documentos en general son vistos por la academia
socio-jurídica como instrumentos de rutina, medios para alcanzar un fin: la deci-
sión judicial. En este sentido, el derecho es aprehendido por sus fines (por ejemplo,
los intereses sociales y políticos promovidos por la decisión judicial, los derechos
individuales o colectivos que ésta afirma), por lo que el análisis jurídico se enmarca
dentro de los límites epistemológicos de los mismos fines (Barrera, 2012).
Ahora bien, archivos, expedientes y documentos en general se han tratado a
menudo como tecnologías de regímenes de observación y vigilancia (Foucault,
1977; Reed 2006); pero en este caso, el énfasis ha sido puesto sobre los temas que
los archivos crean, controlan y marginan. En el presente ensayo, me propongo
abordar los expedientes y su producción como tecnologías que “estructuran co-
nocimiento, organizan comportamientos y producen rutinas en las interacciones”
(Hegel-Cantarella 2011: 4; Weber 1968). Para ello, me baso en los datos recogidos
en el transcurso de mi investigación etnográfica realizada en la Corte Suprema
Argentina; más concretamente, en el expediente originado en esa institución a
partir de una solicitud de investigación presentada a cada uno de los jueces. Al
observar cómo esas formas se convirtieron en un expediente (o se “judicializaron”,
en palabras de una de mis informantes), que fue cobrando entidad propia en el
circuito burocrático del aparato judicial, busco reflexionar sobre la composición
de formas, objetos, relaciones personales e incluso la informalidad que constituyen
el fenómeno jurídico2. Esta mirada, centrada en la materialidad del derecho, reco-
noce la influencia del pensamiento de Bruno Latour y su versión de la teoría del
actor-red (TAR) como una posición metodología original y distinta –no como una
preocupación acerca de la posición ontológica de los expedientes– que permite
cuestionar las consideraciones dogmáticas acerca de la construcción del derecho
y contribuyendo de alguna manera a cerrar la brecha producida por la dicotomía
entre un enfoque realista o un enfoque positivista del derecho3. En este sentido, el
artículo avanza en la comprensión del derecho como parte de una red más amplia
de prácticas de conocimiento (Latour, 2004), más que como un resultado aislado
–el juicio– o como expresión de la creatividad de los agentes individuales.

2
Agradezco a uno de mis evaluadores anónimos de la revista Íconos por enfatizar este punto.
3
Agradezco también a otro evaluador de aquella revista por esta observación.

74 Revista Sociedad Nº 33
EL ACCESO AL CAMPO JURÍDICO: TRABAS Y CONTINUIDAD

Mi acceso al campo estaba orientado originalmente hacia la observación de


la interacción de los diferentes expertos legales o titulares de los distintos tipos de
capital jurídico en la práctica de juzgar y construir “la verdad” legal (Bourdieu,
1987). El conocimiento y las relaciones de poder fueron los temas clave que esperé
encontrar en el trabajo de los actores legales a quienes iba a observar. De acuerdo
a Bourdieu, el contenido del derecho que emerge de la sentencia se forma a través
de las relaciones de poder articuladas entre los titulares de los distintos tipos de
capital jurídico (jueces, juristas, académicos, profesionales) que convergen en un
“campo jurídico”, el que, impulsado por su propia lógica, opera como un “apa-
rato” disciplinado y profesionalmente jerarquizado (Bourdieu, 1987). Esta óptica
pareció particularmente relevante a la perspectiva de los estudios de Derecho y
Sociedad de la tradición anglosajona (Law and Society) que buscaba imprimir a mi
proyecto en tanto me proponía partir de la mentada brecha entre “derecho en los
libros” y el “derecho en acción” (Pound, 1910; Silbey, 2005).
Sin embargo, después de varios meses de buscar un acceso “formal” a la Corte en
los términos propuestos y esperados –una formalidad obligada por los formularios
de consentimiento informado que fueron llevados al campo en el cumplimiento de
la política de mi universidad– lo que obtuve fue una redefinición de objeto de es-
tudio, y mi propia situación como investigadora al ubicarme en la intersección del
accionar de dos burocracias: el Institutional Review Board (IRB) o comité de ética en
investigación de la universidad, por un lado, y la Corte, por el otro. Es decir, a pesar
de la manera en la que había presentado mi trabajo ante la Corte –o mejor dicho,
ante los jueces de la Corte– mi acceso formal a la institución fue posible a través del
expediente originado con motivo de mi pedido de investigación4; el que, como tal,
debía ser analizado y resuelto de acuerdo con las normas y procedimientos que regu-
laban la toma de decisiones del tribunal. Para decirlo de otro modo, lo que yo había
definido como una cuestión de requisitos formales con vistas a abrir el camino a la
investigación (los formularios de consentimiento informado presentados personal-
mente en las oficinas de los jueces) fue interpretado y transformado en la lógica de
funcionamiento del tribunal en un “asunto legal” (Yngvesson, 1998). Ese encuentro
materializó un nuevo tema de investigación, el expediente, una práctica de sentido
común en la formación del conocimiento burocrático y jurídico (Weber, 1968)5.

4
Expediente Nº 3737/05 “Barrera, Leticia (Doctorado en Cornell University Law School) s/
pasantía a la CSJN”.
5
“La gestión de la oficina moderna se basa en documentos escritos (‘los archivos’)” (Weber, 1968: 66).

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 75


Jennifer Shannon (2007) realiza un análisis etnográfico sobre cómo los docu-
mentos de consentimiento informado promueven “cierto tipo de relacionamiento”
con los actores en el trabajo de campo. A partir de la idea de Riles (2006a) de
que “los documentos anticipan y permiten ciertas acciones de los demás”, Shan-
non describe el formulario de consentimiento como un “actante que pone a las
personas en acción, de la misma manera que lo haría un símbolo institucional
en un contexto cultural determinado” (Shannon, 2007: 235)6. A partir de dos ex-
periencias de investigación que involucraron el uso de este tipo de documento
–primero como staff del Museo Nacional del Indígena Americano (NMAI) donde
trabajó con comunidades de nativos americanos y, más tarde, como doctoranda en
antropología en una universidad estadounidense, estudiando aquellas mismas co-
munidades–, Shannon relata las diferentes respuestas que recibió, frente a los for-
mularios de consentimiento, como representante de estas dos instituciones. Con
esto apunta a demostrar que los formularios de consentimiento se encuentran en
la intersección de la práctica burocrática y etnográfica, afectando la naturaleza de
las relaciones que surgen en el trabajo de campo.
Lo que la visión comparativa de Shannon sugiere es que cuanto más regulado
burocráticamente se vuelve el consentimiento informado, más adquiere la forma
de las prácticas legales y, en consecuencia, más se impone un “relacionamiento
legal” entre la investigadora y los actores. Ella observa que el “salto hacia la legali-
dad”, que es parte de las prácticas del IRB, hoy en día hace que los investigadores
e investigadoras se reconceptualicen tanto a sí mismos como a los participantes
en la investigación. Los investigadores y las investigadoras ya no solamente son
interlocutores o partícipes de la investigación junto a los actores que son objeto
de su estudio, sino que también se convierten en “portadores de documentos, re-
presentantes institucionales, cosignatarios y agentes de consentimiento” (Shannon,
2007: 237). Shannon encuentra además que la relación entre el investigador o la
investigadora en el campo y los participantes de la investigación es interrumpida
por la intrusión de la institución en esta relación. Su argumento es que las relacio-
nes que se forjan en el terreno –formalmente vistas bajo la rúbrica de las relaciones
personales– ahora deben explicitarse en términos legales. En otras palabras, Shan-
non encuentra empíricamente en la intersección de las prácticas burocráticas y la
práctica etnográfica el punto de quiebre de las relaciones personales del trabajo de
campo (en sus términos, la “façade de las relaciones personales”), como da cuenta

6
“Los documentos, firmas y logotipos son todos ellos interpretados de forma distinta por
aquellos con quienes trabajamos, y se incorporan a los sistemas existentes de confianza
(Fluerh-Lobban, 2003: 173) o desconfianza” (Shannon, 2007: 235).

76 Revista Sociedad Nº 33
el paso de una “ética de colaboración” (promovida por la práctica etnográfica) a
una “ética contractual” (impulsada por la práctica institucional del IRB) (Shannon,
2007: 239). Es decir, la creciente formalización de la práctica ética de la investi-
gación por el IRB promulga un modo de relación que es diferente de aquel que
fomentan disciplinas como la antropología (Shannon, 2007: 239).
La reflexión de Shannon respecto de su experiencia en el manejo de este tipo de
papeleo se asemeja en cierto sentido a la reacción que experimenté al constatar la
existencia de un expediente con mi nombre circulando en la Corte Suprema: ¿qué
impacto tendrían estos documentos en el curso de mi investigación? Lejos estaban
de aquello que me había imaginado como una comunicación más fluida y menos
formal con mis interlocutores mientras llevara adelante mi trabajo de campo. Y
más aún, ¿cómo afectaría a aquellos vínculos ya establecidos con los actores? De
hecho, como una parte esencial de mi investigación, e incluso antes de que se me
informara sobre la existencia del expediente, yo había comenzado a relacionarme
con agentes judiciales (en su mayoría secretarios letrados y secretarias letradas de
la Corte) a través de cauces más informales.
Sin embargo, el cambio de posiciones de la investigadora, que en el trabajo de
Shannon puede ser atribuido a la reglamentación de la práctica del consentimiento
informado, se presentó en mi ámbito de investigación como el efecto y la reacción
común a mi modo de vincularme con el aparato judicial. En otras palabras, cuando
indiqué anteriormente que los funcionarios de la Corte interpretaron y transfor-
maron en un asunto legal lo que era una cuestión de consentimiento informado –o
más exactamente, lo que yo entendía era una cuestión de consentimiento informa-
do–, se trataba en realidad del modo en el que la burocracia reacciona a cualquier
solicitud interpuesta por escrito: con la creación de un expediente. Esa reacción se
vuelve aún más de sentido común si miramos de cerca el caso de mi expediente, ya
que la solicitud que presenté a la Corte tenía todo el aspecto formal de un reque-
rimiento institucional (por ejemplo, una carta escrita en papel membretado de la
universidad, la presencia del logotipo de la institución, las firmas de sus autorida-
des). De hecho, para que un determinado asunto o petición sea considerada por el
aparato judicial, éste tiene que estar enmarcado en los propios términos de la insti-
tución, es decir, sometidos a las definiciones oficiales (en mi caso, una solicitud de
“pasantía”) y seguir procedimientos predeterminados o “rutinas cuidadosamente
programadas” (Riles, 2008: 629). En este sentido, los asuntos que podrían identi-
ficarse a priori como temas pueden resultar en temas que revistan interés para la
Corte. Y a la inversa, los asuntos que los solicitantes entienden como apropiados
para la intervención judicial pueden ser considerados como de menor importancia

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 77


o irrelevantes para el tribunal. A mi entender, esto no se trata únicamente de la
capacidad de instituir (“nombrar”) el derecho de la que gozan los actores judiciales
(Bourdieu, 1987; Yngvesson, 1998), sino que habla también del modo particular de
construcción y desarrollo del conocimiento: el conocimiento burocrático (legal)7.
Los expedientes hablan de acontecimientos, registran procesos, instituyen rela-
ciones de conocimiento y prácticas dentro del aparato legal e incluso establecen
los límites de su propia realidad, esto es, de la realidad del saber jurídico. Esto es
particularmente notorio en las culturas jurídicas de tradición civilista, tal como
la argentina, donde la práctica judicial se articula sobre todo a través de procedi-
mientos escritos sin la necesidad de la presencia física de las partes; un modo de
construcción del saber que académicos como Mariana Valverde ven como la mani-
festación de un “fetichismo-del-texto”8, mientras que otros lo interpretan como un
enfoque predominantemente positivista del derecho (Ginsburg, 1999).

DOCUMENTOS Y AGENCIA

En su ensayo “Forms” [Formas], Charles Yablon proporciona una descripción


de la citación judicial, probablemente la forma jurídica más habitual en una acción
civil (Yablon, 1990) 9. Al examinar la materialidad de las citaciones, por ejemplo, la
declaración escrita y los espacios en blanco, este autor señala los conjuntos de re-
laciones que este documento legal rutinario promulga y anticipa, poniendo énfasis
en el significado de estos formularios como instrumentos de vigilancia, más que
como constituyentes de las relaciones sociales. En consecuencia, presta especial
atención a la indeterminación del lenguaje legal de la citación, el que –siguiendo
la idea de Derrida respecto a que el significado no reside en un texto sino en su
escritura y lectura (Hodder, 2000: 704)– interpreta como el reflejo de “un exceso de

7
La sociología, antropología e incluso la doctrina jurídica han abordado ampliamente la
toma de decisiones en las culturas euro-americanas como las prácticas que evocan los mo-
dos de operación de una burocracia profesional y despersonalizada, como en la caracteri-
zación de Weber de la burocracia moderna. Más aún, la producción del conocimiento legal
por sí mismo es una forma de conocimiento burocrático, y, como tal, también “comparte
características de otros sistemas de conocimiento, tales como contabilidad, auditoría, cien-
cia y aun la propia etnografía” como lo han señalado numerosos proyectos en antropología
jurídica (Yngvesson y Coutin, 2006: 178). Ver, en general, Dauber, 1995; Strathern, 2000;
Riles, 2001; Maurer, 2002.
8
Mensaje de e-mail a la autora, 19 de junio de 2008.
9
Más específicamente, él describe la citatoria basada “en la forma establecida en el Formu-
lario 1 del Anexo de las Formas como emitidas de conformidad con la Regla 4 de las Reglas
Federales de Procedimiento Civil” (Yablon, 1990: 1349).

78 Revista Sociedad Nº 33
significado, de denotaciones y connotaciones, de palabras que significan muchas
cosas a la vez” (Yablon, 1990: 1352). Pero las palabras en contexto (en el sentido
de Derrida), como el contexto de una citación dada, “no son masilla maleable que
puede significar cualquier cosa que deseemos” (Yablon, 1990: 1352). En otras pa-
labras, lo que Yablon recalca es que las citaciones, entendidas en el contexto de sus
condiciones de producción y lectura, también se convierten en un “instrumento de
poder y dolor” (Yablon, 1990: 1353).
Al centrarse Yablon en el aspecto disciplinario de los formularios jurídicos,
también trae a colación, aunque no lo dice explícitamente, el carácter del formu-
lario legal como agente –o un “actante” en el lenguaje de los Estudios de Ciencia y
Tecnología y la teoría del actor-red (TAR)–. En este sentido, las citaciones obligan
y se anticipan a los diferentes tipos de reacciones por parte del sujeto: “la citación
se refiere sobre todo a cosas que uno debe hacer” (Yablon, 1990: 1349), aunque
también se espera que “uno no pueda satisfacer las expectativas” (Yablon, 1990:
1352). Como esta afirmación sugiere, los formularios legales son un punto en una
cadena de relaciones (reglas, demandantes, demandados, abogados, empleados,
plazos procesales, entre otros) que conforman el proceso judicial (Latour, 2004).
“Las citaciones suponen, sin ni siquiera establecerlo, la existencia de reglas claras,
obligatorias y determinantes, de plazos, de reglas para el recuento, de acciones pre-
vistas, de acciones prohibidas” (Yablon, 1990: 1351).
La capacidad de los documentos legales para anticipar y permitir respuestas y
relaciones –así como condicionarlas y restringirlas– en realidad indica que “una
vez creados, los instrumentos adquieren cierta agencia” (Riles, 2008). Por ejemplo,
esta agencia es evidente en la descripción de Yablon del demandante y el defendido
en la demanda civil no como autores de los documentos, sino como sus sujetos:
“Cuando los espacios en blanco se llenan en la oficina de un abogado, el nombre
del demandante se pone de forma atropellada justo por encima del suyo [el del
demandado] en el encabezado del caso. No será ni más ni menos relevante que el
suyo y estará separado de su nombre meramente por la interposición de una “v”
impresa. Esa letra “v” es una parte del formulario. Es la parte del formulario que
sitúa a ustedes dos, demandante y demandado, literal y figurativamente, en lados
opuestos” (Yablon, 1990: 1350).
Al señalar la íntima relación entre la estética de la citación o demanda y su con-
tenido informativo (Riles, 2001: 131) –una relación también encontrada en otros
artefactos del conocimiento burocráticos, como los formularios de consentimiento
informado en las prácticas médicas (Jacob, 2007: 253)–, Yablon en realidad pone
en primer plano la agencia del formulario legal. “Usted ha sido reclutado por un

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 79


documento”, concluye, lo que significa que quien ha sido designado, nombrado, se
ha convertido en un sujeto por la acción del documento (Yablon, 1990: 1350). Sin
embargo, esto no significa que la acción humana deje de existir en la constelación
de relaciones que la citación produce. Más bien, esta asume otra forma, que puede
apartarse de la presunción dominante de que la agencia humana se vincula sólo a la
voluntad o intención (Strathern, 1999: 17; Leach, 2004: 152). Esto es lo que sucede
en las prácticas de fabricación de consentimiento en la burocracia de un hospital,
donde la agencia toma la forma de sometimiento a las reglas de la administración
de aquella institución (Jacob, 2007: 263-264).
En la misma línea, la descripción de Riles de las prácticas de colocación de ga-
rantías para el mercado mundial de derivados en Tokio muestra cuántos aspectos
de la práctica habitual de las transacciones de derivados se organizan y se realizan
alrededor de formularios preimpresos específicos. De acuerdo con esto, la autora
remarca que los documentos legales operan como “tecnologías para encajar en una
rutina comunicativa”, que consiste en “un conjunto de prácticas materiales de pro-
ducción de documentos, archivos, e intercambio –prácticas que a su vez convocan
a más prácticas, a más documentos” (Riles, 2008: 620; ver también Riles, 2006b).
Esta rutina tiene lugar no por un conjunto de normas compartidas, sino por los
criterios10 estéticos de los formularios, que demandan de sus usuarios modos es-
pecíficos de comportamiento. En este sentido, Riles señala que “el documento an-
ticipa y hace posible una serie de intercambios definidos por el tipo particular de
conocimiento en cuestión, los conocimientos técnicos” (Riles, 2008: 620).
Lo que se puede decir de los formularios legales también puede ser aplicado
a los archivos y expedientes. Cada nota de archivo “indirectamente contiene un
comando” (Vismann, 2008: 8). Los archivos contienen imperativos que desatan
reacciones en cadena (Vismann, 2008: 8); fórmulas que encierran en sí mismas la
ejecución de actos oficiales; como en el caso de mi expediente, para que el mismo
circule hacia los jueces para que emitan su opinión, para garantizarme el acceso,
para enviarlo al archivo de la Corte al termino del proceso legal, para desarchi-
varlo ante mi solicitud. Todos éstos son procesos que reflejan el progreso de mi
propio expediente. De hecho, me fue posible rastrear quién estaba analizando mi
expediente, o en qué oficina se encontraba en distintos momentos de su curso, aun
cuando no tenía acceso material al mismo, debido a que se encontraba en “circula-
ción” dentro del tribunal. “Informar la ejecución de una orden activa la siguiente”,

10
Como destaca Riles , a diferencia de las cartas, dictámenes jurídicos o mensajes de correo
electrónico, los formularios impresos se distinguen por sus “normas de estética muy rígidas”
(2008: 620).

80 Revista Sociedad Nº 33
señala Vismann al mostrar la doble orientación de un comando ejecutado: “éste
genera el siguiente comando y señala su propia ejecución. Es a la vez imperativo e
información” (Vismann, 2008: 8).
Ya sea directamente, como en el caso de Riles, o en forma indirecta, como su-
cede con Yablon y Vismann, en mi opinión, en todos trabajos resuenan ideas de-
sarrolladas por los Estudios sobre la Ciencia y Tecnología sobre el carácter del co-
nocimiento científico y técnico. Específicamente, me refiero al esfuerzo de Bruno
Latour para comprender el carácter del conocimiento legal centrándose en la cali-
dad material de la creación del derecho –la producción y la aprobación de textos
legales, opiniones, proyectos, informes, que constituyen la decisión legal– como se
observa en su extenso estudio empírico del Conseil d’État francés (Latour 2004).
En su versión de la teoría del actor-red, Latour se niega a otorgar algún “privilegio
epistemológico a los actores humanos” (Levi y Valverde, 2008) en la creación del
derecho. Efectivamente, en el enfoque de la TAR para el estudio de la producción
de conocimiento científico, un humano, instrumentos científicos y técnicos, e in-
cluso la teoría, emergen a través de las cosas que hacen; se les trata a todos como
insumos, actantes; partes de la red de producción de conocimiento11. Ciertamente,
una no necesita respaldar la teoría de Latour sobre la posición ontológica de los
seres humanos y no humanos en la red jurídica para reconocer sus ideas como
metodología innovadora para los estudios socio-jurídicos, que permite incorporar
tantos procesos y entidades como sean posibles para el análisis (Valverde, 2008).
De hecho, seguir la metodología de Latour significa confrontar viejos supuestos
acerca del derecho y los modos en que este opera.
En otras palabras, no estoy diciendo aquí que los expedientes tienen una agen-
cia autocontenida o incluso una subjetividad propia. Más bien, siguiendo las ideas
de la TAR y el reciente trabajo etnográfico sobre documentos, lo que pretendo
señalar es que los expedientes cuando se “producen y se intercambian en contextos
específicos de relaciones sociales” (Navarro-Yashin, 2007) son capaces de consti-
tuir formas de conocimiento y subjetividad (Hegel-Cantarella, 2011). Esta visión

11
“El gran interés de los estudios de la ciencia es que ofrecen, a través del estudio de prácticas
de laboratorio, muchos casos de la aparición de un actor. En lugar de comenzar con las
entidades que ya son componentes del mundo, los estudios de la ciencia se centran en la
naturaleza compleja y controvertida de lo que es para un actor llegar a existir. La clave está
en definir al actor por lo que hace –sus actuaciones– bajo pruebas de laboratorio. Más tarde,
su competencia se deduce y hace parte de una institución. Ya que en inglés ‘actor’ a menudo
se limita a los seres humanos, la palabra ‘actante’, tomado de la semiótica, se utiliza a veces
para incluir a los no humanos en la definición” (Latour, 1999: 303).

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 81


se volvió más relevante desde una perspectiva etnográfica12 en la segunda o tercera
visita que hice a la oficina de un juez de la Corte Suprema para conocer el estado
de mi pedido de entrevista que le había hecho llegar a través de su asistente. En
esta ocasión, la asistente me preguntó si yo había hecho alguna presentación ante
la Corte acerca de una práctica o pasantía en el tribunal. Le contesté que solamente
había entregado cartas de presentación de mi universidad en cada una de las ofi-
cinas de los jueces, pero que nunca había presentado una solicitud formal por mi
cuenta –a propósito evité mencionar que yo sabía sobre el archivo que estaba en
circulación entre los jueces–. Aquella asistente dijo que había visto un expediente
circulando, con mi nombre en él, un par de semanas antes y que se acordaba de mi
petición (ella insistió en llamarla así). Agregó que el expediente provenía de la ofi-
cina del entonces presidente de la Corte, información de la cual no estaba al tanto
hasta ese momento porque el documento aún estaba circulando y yo no había po-
dido aún acceder a él. Ella incluso llegó a mencionar que había visto algunas de las
firmas de los jueces estampadas en las fojas del mismo, lo que significaba que pro-
bablemente ya se había tomado una decisión respecto de mi solicitud de pasantía.
Cuando me retiraba de la oficina, después de reiterar mi interés en reunirme con el
juez, ella dijo que el problema era que mi solicitud había sido judicializada. Y que
si yo hubiera intentado acceder a los jueces de una “manera menos formal” (menos
formal que las cartas de presentación con membrete de la institución a la que yo
pertenecía en aquel momento), probablemente habría tenido éxito en “acceder” a
ellos13. En otras palabras, que mi solicitud hubiera sido judicializada significaba, a
los ojos de esta persona, que estaba siendo revisada y procesada por los mecanis-
mos asociados a las prácticas de toma de decisión. Por lo tanto, no era el asunto del
que trataba mi expediente el que lo hacía aparecer como un caso judicial a sus ojos,
sino el proceso que se llevaba a cabo dentro del aparato judicial14.

12
Aquí sigo a Marilyn Strathern y su impresión sobre lo que ella define como un “momento
etnográfico” “El momento etnográfico es una relación en el mismo sentido que un signo
lingüístico puede considerarse como una relación (unión de significante y significado). Po-
dríamos decir que el momento etnográfico funciona como un ejemplo de una relación que
une lo entendido (lo que se analiza en el momento de la observación) con la necesidad de
entender (lo que se observa en el momento del análisis) [...]. Cualquier momento etnográ-
fico, que es un momento de conocimiento o de visión, denota una relación entre inmersión
y movimiento”(Strathern, 1999: 6).
13
Notas de campo, 17 de marzo de 2006.
14
“[...] Desde que entra en una oficina, cualquier operación sobre el archivo puede conver-
tirse en causa legal, como se suele decir, por ‘efectos de la ley’” (Latour, 2004: 93).

82 Revista Sociedad Nº 33
DOCUMENTOS Y SUBJETIVIDAD

Los expedientes también se refieren a asuntos de administración: hablan de


transferencias, intercambios, control de las operaciones (Vismann, 2008: 4-5). De
acuerdo con Goody, la práctica de la escritura afecta no sólo la legislación (el razo-
namiento de la ley, las fuentes del derecho), sino también la organización de la ley:
“La relación de la ley con la sociedad se formaliza con el advenimiento de la escri-
tura. Ya que no hay una adaptación casi homeostática de las normas, la ley escrita
logra una especie de autonomía propia, al igual que sus órganos” (Goody, 1986:
143). Es más, Goody relata la evolución de las cortes como cuerpos independien-
tes con el desarrollo de la profesión legal; por ejemplo, la creciente presencia de
expertos que se encuentran dentro y fuera de los tribunales, tales como abogados
que defienden casos ante los tribunales y oficiales, respectivamente (Goody, 1986;
Yngvesson, 1998). Además, señala que la organización interna de los tribunales re-
quiere del mantenimiento de registros (Weber, 1968: 66). La jurisprudencia, como
señala Goody, se elabora a través del uso de precedentes e incluso los registros e
informes legales son útiles para “la verificación posterior, el control y la revisión
del juicio por los tribunales de apelación o funcionarios administrativos” (Goody,
1986: 143). Este es precisamente uno de los atributos (y efectos) de los documentos
de la organización burocrática, independientemente de la modalidad de la deci-
sión judicial en el que nos centremos (ya sea un régimen de common law, o uno de
tradición de derecho civil). Como señala Jacob, los documentos, en particular los
formularios impresos estándares, ofrecen un “aura de propiedad y credibilidad”;
ellos responden a las necesidades burocráticas de la eficiencia y la comparabilidad
(de documentos), como se ha observado en la historia de las prácticas notaria-
les donde los formularios simplifican procesos, dando a las prácticas un carácter
rutinario y garantizando la coherencia entre los documentos (Jacob, 2007: 251).
Estas ideas apuntan hacia la noción de durabilidad y de autoridad otorgada por la
escritura; y de ahí, por los documentos legales y los archivos como depósitos de la
ley escrita. De hecho, la escritura, en contraste con el habla, supone el “potencial de
ser recibida incluso de manera más amplia y diseminada más allá de los confines
de una ceremonia particular” (Meyler, 2008: 124); y, como tal, desarrolla una capa-
cidad de imposición de la que carece el habla.
Sin embargo, a pesar de su calidad de sentido común, la función organizacional
y comunicativa de los archivos no tiene todavía su lugar en la teoría de derecho
(Latour, 2004: 83)15. Como señala Vismann:

15
Al contrario de los estudios legales, otras disciplinas (la filosofía, la historia, la lingüística,

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 83


[...] el derecho no dice nada acerca de sus registros. Trabaja con ellos y se crea a
partir de ellos. En otras palabras, opera en un modo de diferencia que la separa
de los distintos formatos de archivos. Los archivos son constitutivos del derecho
precisamente en términos de lo que no lo son; [...] así es como se encuentran ins-
tituciones como la propiedad y autoría. Sientan las bases para la validez de la ley,
en su labor hacia la ley, establecen un orden que ellos mismos no mantienen. Los
archivos son, o más precisamente, producen lo que, históricamente hablando, se
encuentra ante la ley (Vismann, 2008:13)16.

El hecho de que los juristas, los académicos y críticos socio-legales por igual
tiendan a dar por sentadas estas herramientas en las cuales descansa el funciona-
miento del derecho (Riles, 2005; Valverde, 2008), contribuye para situarlas “fuera y
más allá del conocimiento” (Riles, 2004: 398). Incluso los actores judiciales que en-
contré en la Corte argentina no consideraban los expedientes, su creación, y demás
instancias documentales previas a la sentencia, prácticas de formación del saber ju-
rídico en sí mismas, como pude constatar durante el seguimiento que debí hacer de
mi expediente dentro del tribunal. Desde que tuve conocimiento del trámite ini-
ciado, aquellos actores dentro y fuera del tribunal con quienes había comentado
estos vaivenes que mi investigación estaba presentado insistieron en enmarcarlo
como una “cuestión administrativa” –en contraposición a lo que ellos entendían
como un “caso judicial”. Para ellos, no había ninguna razón para definirlo como un
asunto jurídico, o más precisamente, un asunto judicial, dado que desde la misma
carátula, “solicitud de pasantía ante la CSJN” se anticipaba una cuestión de aquella
índole, propia de la práctica burocrática de la institución. Desde una perspectiva
funcionalista, estos actores atribuían la creación del saber jurídico a los actos de
adjudicación del órgano judicial, escindiendo de ese plano a la administración. En
este esquema, el cuerpo judicial –concretamente, la Corte– se presenta como dos
sujetos diferentes: por un lado, un cuerpo burocrático que toma decisiones sobre
asuntos que involucran sus operaciones diarias (gestión de su personal, procedi-
mientos internos y de organización, ejecución de su presupuesto, y gestión de sus
instalaciones, etc.)17; y, por otro lado, un poder del Estado que adjudica derechos,

y más recientemente la antropología, la sociología y la ciencia política) han reflexionado


sobre los archivos y sus técnicas de autorregistro (Foucault, 1977; Reed, 2006; Riles, 2006a;
Vismann, 2008).
16
Sin embargo, Vismann (2008) también señala que los expedientes pueden volverse objeto
de escrutinio de un punto de vista jurídico cuando se los saca de su contexto autorreferen-
cial y administrativo; por ejemplo, cuando se los emplea como prueba ante los tribunales o
en un análisis parlamentario.
17
Tanto en el sistema de Derecho Civil como en el del Common Law, los juristas tradicio-
nalmente han sostenido que la función administrativa, definida como “material”, puede ser

84 Revista Sociedad Nº 33
lo que suele señalarse como función jurisdiccional.
Esta doble subjetividad también se construye a través de las prácticas discursi-
vas de la Corte. En este sentido, las decisiones tomadas por el tribunal en materia
administrativa a menudo se materializan en los acuerdos (acordadas), firmados
por los jueces de la Corte, las resoluciones emitidas por su Presidente y otro tipo
de decisiones sin denominación en particular, llamadas “providencias”18, tal como
la resolución adoptada por la Corte sobre mi caso; mientras que las decisiones de
la Corte sobre los casos judiciales son llamados regularmente sentencias (“fallos”).
Asimismo, la propia narrativa de los textos contribuye a reforzar la mentada doble
subjetividad: las sentencias se presentan como las decisiones adoptadas por “la
Corte” o “esta Corte” (es decir, la Corte como institución), mientras las acordadas
son decididas por “los ministros” (y juezas de la Corte) y a menudo son refrenda-
das por un funcionario de alto rango del tribunal, como el “secretario general y de
gestión (o el administrador de la Corte, como en el caso de la resolución sobre mi
expediente)”19. En palabras de un juez, esta doble subjetividad opera del siguiente
modo: en el primer caso, es decir, cuando la Corte tiene una “función judicial”, “es
la Corte quien habla, un poder del Estado”; en el segundo supuesto, cuando la Cor-
te decide como un órgano administrativo, “somos nosotros”. Así, la respuesta del
juez, de la dicotomía entre la institución y la persona que la teoría social encuentra
en la cultura burocrática (Durkheim, 1933; Weber, 1968; Simmel, 1971), se resuel-
ve mediante una retórica que asigna agencia a los individuos en materia de admi-
nistración, en tanto que dicha agencia humana cede en servicio de la institución
cuando la cuestión a decidir está más allá del manejo meramente burocrático. Es
interesante también encontrar en la descripción que hace el juez, una apreciación
del conocimiento legal como un fin. Derecho es lo que emerge al final del proceso:
la decisión, la sentencia; no así los intercambios textuales y las interacciones que
acompañan la circulación de los expedientes dentro del tribunal y que establecen

ejercida no sólo por el Poder Ejecutivo –el órgano administrativo per se– sino también por
los Poderes Legislativo y Judicial (véase Strauss, 2002; Strauss, Rakoff y Farina, 2003, sobre la
actividad administrativa del Estado en las jurisdicciones de Common Law; específicamente
los Estados Unidos (EE.UU.); o bien, Marienhoff, 1990; Cassagne, 2006; Gordillo, 2003, en
el caso de la Argentina, que comparte una tradición de derecho civil ). Particularmente, la
ley nacional de Procedimiento Administrativo de Argentina establece una amplia definición
de la acción administrativa; así como la doctrina (la opinión de los juristas ) y la jurispru-
dencia locales reconocen el concepto de una función o actividad administrativa de la justicia
(Corte Suprema y tribunales inferiores) (véase Jeanneret de Pérez Cortés, 2001/2002).
18
En la Ley de procedimiento civil y comercial argentina “las providencias” son decisiones
menores tomadas en el curso de un proceso judicial.
19
Acordada CSJN Nº 28/2008.

Burocracia y Derecho: reflexiones sobre el rol... 85


las bases materiales y epistemológicas para que opere el derecho.
Sin embargo, al recordar la explicación que hizo la asistente del juez sobre el
destino de mi expediente, testimonio al que me referí antes, es posible contrapo-
ner a aquel punto de vista, una perspectiva desde la que lo legal no se percibe
únicamente en los extremos visibles o resultados del proceso, sino que también
se instancia en el circuito burocrático que los expedientes completan dentro del
aparato judicial. Este proceso atribuye a un asunto su cualidad legal a partir de
la “composición de formas, objetos, relaciones personales, e incluso elementos de
informalidad” (Barrera 2012, 86, cf. Latour, 2004; Vismman, 2008); amalgama a la
que hace referencia la apreciación de aquella asistente sobre la “judicialización” de
mi caso. Desde esta perspectiva la división funcionalista entre asuntos judiciales
y administrativos se vuelve porosa, dejando entrever a los expedientes y los do-
cumentos de la burocracia judicial como prácticas generadoras de conocimiento,
independientemente de si aquellos instancian casos relevantes de interés público
o transcendencia institucional, o asuntos cotidianos y triviales, como pudo ser mi
solicitud de investigación en el tribunal.

CONCLUSIÓN: LOS DOCUMENTOS COMO DISPOSITIVOS DEL


CONOCIMIENTO JURÍDICO

Lejos de asumir mi propia experiencia de judicialización de mi trámite ante la


Corte argentina como una instancia excepcional y disruptiva de la investigación,
aproveché la naturaleza ubicua de los documentos judiciales y las prácticas para su
creación para transformar aquel “obstáculo” en un dispositivo de mi propio cono-
cimiento etnográfico. Al seguir el estado de aquel expediente, me fue posible aden-
trarme en el movimiento administrativo de los documentos y la efervescencia que
el papeleo produce dentro del tribunal. Mientras los expedientes circulan dentro de
la Corte, las resoluciones, los dictámenes, los memorandos, los informes, las con-
clusiones, le van siendo adjuntados. La materialidad de la que dan cuenta estas ope-
raciones resulta sin embargo transcendida en la relación medios-fines que contiene.
Los expedientes provocan diferentes formas de conocimiento, de relaciones e
incluso afectan las subjetividades de los expertos que interactúan dentro de la Cor-
te, lo que se manifiesta en las múltiples intervenciones que realizan aquellos para
y en el expediente. Los actores de la burocracia judicial tienden, por ejemplo, a dar
cuenta de sus propias prácticas –y en general de la práctica de la Corte– en térmi-
nos del movimiento continuo de los textos en los que intervienen: los expedientes
constantemente vienen a sus oficinas para ser analizados, y salen para ser exami-

86 Revista Sociedad Nº 33
nados por otros, al punto que la constante circulación de aquellos aparece como el
motor y la suspensión de sus prácticas y agencia (Barrera, 2008).
Por otra parte, como señalé en este artículo, la interacción entre los sujetos y los
expedientes que encontré en la Corte moldean aún más la comprensión del dere-
cho y su funcionamiento que circula dentro del aparato judicial. En consecuencia,
el derecho puede ser visto como un proceso de intercambios que tiene lugar en la
red de relaciones sociales que los documentos activan dentro de la Corte, como
lo sugiere el relato de la asistente del juez, o puede surgir como un resultado: la
norma o resolución que adjudica derechos y emplaza a la Corte como un poder del
Estado, como lo sugiere la descripción hecha por el juez.
Sin embargo, como he sostenido desde el principio, todos estas consideracio-
nes tienden a permanecer ajenas al análisis socio-jurídico, debido al hecho de que
los expedientes y las técnicas y prácticas documentales a menudo son asumidas
como operaciones comunes de la burocracia judicial y herramientas necesarias
para alcanzar el derecho, que se ubica en una instancia ulterior; en el extremo de
lo que resulta banal y mundano. En consecuencia, en este ensayo, he tratado de
desviar la atención lejos de la relación medios-fines intrínseca a los expedientes
para enfocarme más bien en estos artefactos como los soportes y condiciones que
hacen (fabrican) el derecho, como lo han señalado autores como Latour (2004) y
Vismann (2008). Basándome en el dato etnográfico de mi propio expediente, he
procurado poner de manifiesto la capacidad de los documentos de actuar como
sitios de construcción, contestación, validación y difusión del saber, como también
espacios que dan lugar a relaciones, acciones burocráticas, subjetividad y poder.
Ciertamente, este enfoque hacia los expedientes y documentos de la burocracia
judicial ofrece una modalidad diferente de comprender el proceso de toma de deci-
siones judiciales; un modo que invita además a repensar los contornos del derecho.

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90 Revista Sociedad Nº 33
La memoria, sustento y rebasamiento
de la Justicia

Pilar Calveiro*

Para hablar de la Justicia, me interesaría partir de la distinción entre Justicia y


justicia. Llamaré Justicia, con las mayúsculas de la autoridad, a la aplicación regla-
mentada de la ley a través del aparato judicial. La otra justicia, con minúsculas, tie-
ne un sentido principalmente ético y es más incierta. Ella “no está jamás asegurada
a una regla” (Derrida,1997: 38-39) porque parte de una decisión que se toma y se
ajusta cada vez según las circunstancias y los actores sobre los que decide, aunque
lo haga por referencia a ciertos principios generales. Esta distinción, aunque “di-
fícil e inestable”, es útil en un doble sentido. El hecho de aplicar la Justicia no debe
alentar la falsa ilusión de que hemos alcanzado la justicia, mucho más incierta, que
sólo se revela como tal con la distancia del tiempo y la mirada del otro. A su vez, la
incertidumbre de la justicia “no debe servir de coartada para no participar en las
luchas jurídico-políticas que tienen lugar en una institución o en un Estado” (De-
rrida, 1997: 64). O sea, la sanción jurídica, aunque necesaria, no agota el problema
de la justicia que continúa latiendo de muchas formas en la memoria colectiva, ya
sea en sintonía o en contraposición con los dictados del derecho.

* Pilar Calveiro es argentina, residente en México desde 1979. Es doctora en Ciencias Políti-
cas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se desempeña como profe-
sora investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores. Trabaja principalmente en las líneas de violencia
política, historia reciente y memoria. Ha presentado más de setenta ponencias y conferen-
cias en diferentes países. Tiene numerosas publicaciones de artículos en revistas especiali-
zadas y 32 capítulos de libros colectivos en diferentes idiomas. Entre sus publicaciones indi-
viduales vale la pena destacar sus libros Poder y desaparición (Buenos Aires, Colihue, 1998),
Redes familiares de sumisión y resistencia (México, UACM, 2003), Familia y poder (Buenos
Aires, Libros de la Araucaria, 2006), Política y/o violencia (Buenos Aires, Norma Editorial,
2006) y Violencias estatales en el mundo global (Buenos Aires, Siglo XXI, 2012).

La memoria, sustento y rebasamiento... 91


Ciertamente, la construcción de la memoria social demanda ambas formas de
J-justicia en una acción compleja, que reúne relatos e interpretaciones a la vez con-
tradictorios y complementarios. La multiplicidad de miradas e interpretaciones
que admite la memoria es parte de su riqueza para la comprensión del presente,
pero en este ejercicio que toma ciertos elementos y desecha otros, saltando entre
tiempos diversos para iluminar mutuamente presente y pasado, es tan importante
el reconocimiento de conexiones entre fenómenos diversos como el señalamiento
de las distinciones que los especifican. Por lo mismo, quiero referirme a la impor-
tancia de algunas distinciones y, en primer lugar, a la que existe entre políticas
públicas, Justicia y memoria.

MEMORIA, JUSTICIA Y POLÍTICAS PÚBLICAS

1. Hablar de memoria oficial, política estatal de la memoria o incluso políticas


públicas de memoria es una especie de contrasentido. Puede haber una política
estatal de derechos humanos que facilite o apoye ciertos emprendimientos de me-
moria o incluso políticas públicas de rememoración –a través monumentos, cele-
braciones–, pero no puede haber una institucionalización de la memoria ya que, en
tal caso, esta se convertiría en historia oficial. Por definición la memoria es plural
(memorias) y cambiante, ya que reasigna sentidos al pasado desde las necesidades
del presente. Esto no es nada nuevo y explica por qué los mismos actores –por
ejemplo los organismos de derechos humanos, los militantes y otros– enfatizan
aspectos diferentes de su práctica en momentos y situaciones políticas distintas.
No se trata de una suerte de engaño o silenciamiento sospechoso, sino de la forma
en que procede la memoria como tal, siempre por referencia a las circunstancias
del presente.
El hecho es que esta característica de reunir relatos diversos, contradictorios y
cambiantes es por completo diferente a una política estatal que, por su naturaleza,
construye un relato principalmente histórico, acorde con las características del po-
der que ejerce. Es cierto que la historia se puede construir desde una perspectiva
estatal o no pero siempre lo hace desde un ángulo determinado, lo fija. En cambio
la memoria es una práctica social mucho más compleja, que da cabida a un aluvión
de miradas de tipo caleidoscópico.
Sin embargo, no todos los relatos de la memoria tienen la misma validación
social. El hecho de que unos predominen sobre otros obedece a las relaciones de
poder, siempre cambiantes, en el seno de la sociedad, y a la legitimación que al-
canza cada uno de ellos; por eso el campo de la memoria es también un campo de
la lucha política. No se trata, por lo tanto, de una memoria dominante sino más

92 Revista Sociedad Nº 33
bien hegemónica, en términos políticos. Es decir, de una memoria que se asienta
en la construcción de consensos sociales más que en actos impositivos o de fuerza,
pero que siempre está en juego y tensión con otras interpretaciones diferentes o
encontradas.
La superposición entre memoria y políticas estatales no puede más que crear
distintas confusiones: o bien se asfixia la memoria con la imposición de un relato
específico, o bien, ingenuamente, se le pide al Estado que renuncie a la formulación
de políticas públicas que tienen una orientación determinada y presuponen un
tipo de interpretación. La experiencia de la Argentina en los últimos treinta años
nos muestra que una cosa es la memoria social que circula por distintos canales,
necesariamente autónomos, y otra son las políticas públicas de derechos humanos,
memoriales y celebraciones, que a través de instituciones gubernamentales pueden
facilitar o dificultar las prácticas de la memoria, pero que siempre despliegan una
determinada y específica interpretación. Cada una de ellas tiene funciones dis-
tintas, aunque puedan complementarse e incidan entre sí. De hecho, las políticas
públicas inciden en la memoria social y ésta reclama y presiona sobe aquellas. Pero
para que la diversidad de las memorias se exprese debe contar con sus propios
canales, independientes del Estado y de los gobiernos que, más allá de quién los
administre, tendrán su propia construcción del pasado reciente, acorde con un
proyecto político específico. No hay un relato total, aunque hay prácticas guber-
namentales que abren la discusión sobre el pasado reciente, apoyan las iniciativas
de memoria y entran en el debate, y otras que intentan clausurarla, como ocurrió
durante los años noventa.

2. La memoria del pasado reciente es una práctica social diferente, más amplia
y mucho más rica que las políticas estatales, incluidos los procesos judiciales en
curso. La consigna Memoria, Verdad y Justicia parece sugerir una sucesión que
culminaría con los juicios, pensados en algún momento como meta casi inalcan-
zable. De hecho, inicialmente se habló de Verdad y Justicia, pero hoy resulta claro
que la memoria sustenta y rebasa en mucho a la aplicación del derecho. No obstan-
te, dada la relevancia social y política de los procesos judiciales –y, por lo mismo,
su impacto en las memorias colectiva–, buena parte de la reflexión en torno a la
memoria se ha centrado en estos procesos, sus alcances, sus insuficiencias y lo que
ellos “disparan”.
No es para menos. Hasta el momento actual –2013– se ha procesado a 790
personas y se ha condenado a 250 represores por causas vinculadas con el terroris-
mo de Estado –una treintena de ellos a prisión perpetua, pena máxima de nuestra
legislación– (CELS, 2013). La imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad,

La memoria, sustento y rebasamiento... 93


el desconocimiento del principio de obediencia para tales casos, el juicio justo y
el castigo de los culpables más allá del poder que ostentaron en un momento son
logros jurídicos y políticos indiscutibles, de un largo proceso en el que participaron
muy diversos actores institucionales y no institucionales.
Ciertamente, esto coloca a Argentina en una posición casi ejemplar con respec-
to a los numerosos países que perpetraron –y en algunos casos continúan perpe-
trando– este tipo de crímenes. Sin embargo, la indudable determinación de parte
de la sociedad argentina en la dirección de la Justicia no nos debe llevar a confiar
demasiado en nuestras virtudes democráticas.
Es importante recordar que el inicio de los juicios, durante el gobierno de Raúl
Alfonsín, fue posible gracias al debilitamiento interno y externo de las Fuerzas
Armadas a partir de la derrota militar de Malvinas. Y que aun en este escenario de
dislocación institucional y pérdida de legitimidad, la democracia recientemente
restablecida debió enfrentar tres levantamientos “carapintadas”, lo que da una idea
de la beligerancia que conservaban ciertos sectores militares, con consecuencias
decisivas para la limitación de los procesos jurídicos.
En este sentido, el juicio a las juntas aprovechó un momento de debilidad cas-
trense y logró una victoria extraordinaria: la condena de cinco de los nueve miem-
bros de las Juntas Militares. Es verdad que el hecho de que se juzgara a los más altos
mandos presuponía la doctrina de la obediencia debida que luego se argumentó
para suspender el proceso pero, al mismo tiempo, colocaba la responsabilidad en
el lugar adecuado, en las cúpulas, lo que representó un gran mérito. A diferencia de
otros países, donde se juzgó primero o solamente a los ejecutores directos, siempre
de menor jerarquía, en Argentina, al condenar a las cabezas del gobierno militar
se refutaba el argumento de los “excesos” y se ponía en evidencia el plan sistemá-
tico de desaparición forzada por parte del aparato del Estado. Hoy pueden parecer
resultados modestos pero en ese momento tuvieron una trascendencia gigante: se
demostró la veracidad de las denuncias en contra del gobierno militar y se hicieron
públicas las atrocidades cometidas; a partir de allí, en Argentina no hubo espacio
para el negacionismo. Buena parte del trabajo de memoria posterior pudo hacerse
a partir de las verdades convalidadas en el Juicio a las Juntas. En consecuencia, la
instancia judicial, aun siendo producto de una política gubernamental, fue más
allá de ella, la rebasó, afectando las relaciones de poder imperantes, debilitando
aún más a las instituciones militares y ampliando las prácticas de memoria, al pro-
porcionarle un sustento inédito a los reclamos de justicia por parte de la sociedad.
Pero la relación entre política y Justicia es oscilante. Poco tardó el Estado en
crear los subterfugios legales capaces de detener los juicios y revertir las condenas.
Durante todos los años de impunidad que siguieron –entre 1987 y 2003– fueron

94 Revista Sociedad Nº 33
las prácticas sociales de memoria las que lograron mantener vivos los reclamos
ante una Justicia huidiza. Los juicios por la verdad y los que se mantuvieron por
la apropiación de menores fueron los resquicios que el movimiento de derechos
humanos fue encontrando en el campo de la aplicación del derecho –que nunca se
resignó– pero que fue sólo una de las vertientes de los trabajos por la memoria. Es
decir, los juicios iniciales abrieron un espacio invaluable para la construcción de la
memoria social, pero fue el trabajo realizado desde distintos lugares de la sociedad
civil el que logró mantener las prácticas de memoria, es decir, la elaboración del
pasado a la luz de un presente cambiante.
Algunos de los logros de la memoria, es decir, de esa elaboración se expresan
en las prácticas políticas del presente. De la teoría de los dos demonios –que rei-
vindicaba la prescindencia inocente de la sociedad– a la actual recuperación de la
política como instrumento de transformación, de la perspectiva revolucionaria de
los setenta a la concepción actual de la profundización democrática median un
conjunto de prácticas sociales, organizativas, políticas que constituyen el núcleo
de la memoria, en su real sentido de actualización de la experiencia. Fueron estas
prácticas las que permitieron sostener algunas demandas desde lo legal durante
el menemismo, y que culminaron en la reapertura de los juicios a partir de 2003,
como decisión política fundante del kirchnerismo.
Así, se puede afirmar que las decisiones políticas gubernamentales abrieron o
cerraron las instancias judiciales pero fueron las prácticas sociales de la memoria,
mucho más amplias, las que permitieron sostener las demandas de Justicia para
reinstalarla en la agenda gubernamental. En este sentido, la memoria tiene una
densidad y un alcance que supera en mucho al ámbito jurídico, aunque muchas
veces se apoye en él y ambos puedan articularse entre sí. En general, la memoria
social le exige a la política que, a su vez, modifica el derecho y su aplicación, aunque
esta no es una especie de secuencia mecánica; en ocasiones, el derecho abre puertas
para la lucha política y el reclamo social. Como sea que se articulen, son prácticas
que pueden potenciarse pero que deben distinguirse.
En el contexto de los juicios actuales se han planteado una serie de discusio-
nes de gran relevancia para el derecho pero también para la memoria y la historia
como: ¿A partir de qué momento pensar el terrorismo de Estado y qué tipo de
corte representó el golpe de 1976? ¿Se instauró entonces una dictadura militar o cí-
vico militar? ¿Cuál fue la responsabilidad de las militancias armadas en la violencia
política previa y posterior al golpe de 1976?
De todas esas preguntas se desprende el tema de la ampliación de los juicios
al gobierno peronista de Isabel Martínez, a algunos civiles que acompañaron el
Proceso de Reorganización Nacional y, desde otras posturas políticas, también a

La memoria, sustento y rebasamiento... 95


los dirigentes y militantes de las organizaciones armadas. Para algunos, se debe
juzgar a los responsables de atentados violentos, en especial los ocurridos en de-
mocracia, mientras que para otros se debe juzgar también a quienes una vez cap-
turados actuaron dentro de los centros clandestinos de detención como parte del
personal militar, induciendo a la delación o incluso participando en las prácticas
de tortura. En todo caso, buena parte de la argumentación se basa en ampliar la
judicialización.
La multiplicación de los juicios puede convertirse en una sobrejudicialización
y, en este sentido, representar una salida falsa, que permite ampliar las condenas
y los condenados pero no necesariamente la justicia ni la comprensión y el proce-
samiento social de lo vivido. Me parece que nuestra experiencia muestra que los
caminos de la memoria han sido más consistentes y confiables que los vaivenes
gubernamentales y su impacto en el ámbito de la Justicia.
Así pues, aun reconociendo la importancia de lo jurídico y de las políticas pú-
blicas de defensa de los derechos humanos en la construcción de la memoria, no
pretendo hacer un debate jurídico de estas cuestiones, es decir discutir a quiénes se
debe o no juzgar y bajo qué figuras legales. Creo en cambio que es más importante
avanzar en la dirección de la memoria social, como actividad interpretativa, que
recoge y transmite los sentidos del pasado, estableciendo conexiones pero también
distinciones entre momentos, actores y prácticas. Es desde allí que se puede echar
cierta luz sobre esos cuestionamientos, más allá o más acá de sus implicaciones en
el ámbito del derecho.

Otras distinciones “memoriosas”


1. LA DISTINCIÓN ENTRE TERRORISMO DE ESTADO Y
AUTORITARISMO

Con respecto a los cortes en el análisis de la historia reciente, queda claramen-


te establecido por distintos trabajos (Halperín Donghi, 2007; Rodríguez Molas,
1985; Rouquié, 1981) que el fenómeno autoritario, y la consecuente violación de
derechos en el país, precede en mucho al golpe de 1976 y que involucra a todos los
gobiernos posteriores a 1930, incluidos los peronistas. Sin embargo, autoritarismo
no es lo mismo que terrorismo de Estado, ya que este apunta al control de la pobla-
ción por medio de una violencia masiva e indiscriminada, que desata un clima de
terror capaz de inmovilizar a la sociedad.
Toda violencia provoca miedo pero no necesariamente aterroriza. Así, por
ejemplo, la Revolución Argentina de 1966, siendo una dictadura militar muy vio-

96 Revista Sociedad Nº 33
lenta, no puede caracterizarse como terrorismo de Estado. Si bien se practicó la
tortura en forma sistemática sobre los presos políticos –aunque con las restriccio-
nes que imponía la legalización de los detenidos–, la Marina fusiló a 16 prisioneros
en Trelew, e incluso se perpetró una docena de desapariciones forzadas, de las cua-
les sólo uno de los cuerpos se encontró con posterioridad (Duhalde, 1983), todo
ello ocurrió en una escala muy diferente a la que se registraría a partir de 1976. Y
hay que decir que, en lo concerniente a la diseminación del terror, la cuestión de
las escalas no es un aspecto secundario.
Más difícil es analizar el periodo entre mayo de 1973 y marzo de 1976, con la
irrupción de la AAA, protegida por parte del aparato estatal. Cabe señalar que, en
primer lugar, aunque se trate de menos de tres años, esa etapa no fue homogénea
y comprende momentos bastante diferentes, entre los que también vale la pena
hacer algunas distinciones. Según las cifras del informe Nunca Más de 2006, entre
la asunción de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973 y el golpe de Estado del 24
de marzo de 1976 se produjeron 600 desapariciones forzadas y 500 ejecuciones su-
marias. Es, sin duda, una cifra importante de víctimas principalmente adjudicadas
a la AAA, aparato que por ser parapolicial pudo funcionar gracias a la complicidad
del Estado o de parte de él. Resulta claro entonces que durante el tercer gobierno
peronista se perpetraron crímenes de lesa humanidad, en especial durante la ad-
ministración de Isabel Martínez, pero también desde antes. El mismo informe de
la Conadep, con respecto a homicidios en los que se comprobó la intervención de
la AAA, registraba 19 en 1973, 50 en 1974 y 359 en 1975, poniendo en evidencia la
escalada pero sobre todo la multiplicación de este tipo de atentado –90%– después
de la muerte de Perón, ocurrida el 1 de julio de 1974. Es casi imposible establecer
si existió o no una autorización implícita de su parte ni si esa tendencia “alcista” se
hubiera mantenido; en todo caso queda claro que 90% de la actividad de las AAA
se desplegó durante el gobierno de Isabel y que también fue entonces cuando se
emitió el decreto de exterminio de la guerrilla en Tucumán. Creo que esta es una
distinción relevante que vale la pena anotar al hablar de un periodo tan corto.
Ahora bien, la clara participación del gobierno de Isabel Martínez en esta políti-
ca represiva, que no es una novedad ni una verdad “silenciada”, sino denunciada
hasta el cansancio desde entonces, ¿alcanza para homologar su gobierno con la
dictadura militar de 1976, bajo la categoría de terrorismo de Estado? Creo que no.
Una primera distinción la establecieron los propios militares quienes, inmedia-
tamente después del golpe de Estado, encarcelaron por alrededor de cinco años
tanto a Isabel como a Lorenzo Miguel, ambos involucrados en la AAA –así como
a otros miembros de esa derecha peronista–. Este solo hecho marca la frontera que
separa un proceso de otro. Por otra parte, hay que señalar que la AAA se organi-

La memoria, sustento y rebasamiento... 97


zó con policías, escuadrones sindicales, personal de seguridad y militar retirado,
algunos civiles por cuenta propia, inspirados y dirigidos oficialmente para atacar
con procedimientos ilegales a la militancia de izquierda, desde una estructura poco
institucional. El golpe de Estado, en cambio, creó una legislación de excepción que
incluía la pena de muerte y la suspensión del legislativo; eliminó la política y cual-
quier expresión de disenso en la vida nacional –incluidos los medios de comu-
nicación–; creó un aparato de represión ilegal dentro mismo de las instituciones
militares y respondiendo a sus jerarquías, superponiendo circuitos legales e ilegales;
instauró la desaparición forzada como política de Estado, a nivel nacional, imple-
mentada por las fuerzas de seguridad en su conjunto y desde su estructura; montó
un aparato clandestino de concentración y exterminio de prisioneros dentro de las
instalaciones del Estado; desarrolló tecnologías específicas para la desaparición de
los cuerpos; se apropió ilegalmente de centenares de menores; articuló su accionar
represivo en una red supranacional para perseguir a sus “blancos” fuera del territo-
rio nacional y estableció un control riguroso de las fronteras para impedir que los
disidentes salieran del país. Todos estos elementos representaron una auténtica no-
vedad, una nueva doctrina represiva que vale la pena distinguir conceptualmente,
y que hemos llamado terrorismo de Estado; marcan una distinción entre el antes
y el después del golpe de 1976 que es importante enfatizar para la comprensión de
lo ocurrido, es decir, para el campo de la memoria y que, por eso mismo, vale la
pena designar de una manera específica (finalmente, para eso están los conceptos).
Otro asunto es si el derecho establece la existencia o no de delitos imprescriptibles
y a qué figuras jurídicas los asimila, pero lo verdaderamente importante, lo más
significativo, pertenece al ámbito del procesamiento social, que no se corresponde
punto por punto con el jurídico.
Ello no implica, por supuesto, que todo lo acontecido en forma previa o poste-
rior, y las responsabilidades respectivas, se cercenen o se excluyan de la memoria
del pasado reciente. Bien sabemos que los procesos políticos no son de generación
espontánea. Las prácticas represivas instaladas a partir de 1976 se asentaron en un
escenario previo de marcado autoritarismo tanto por parte del Estado –que recu-
rrió a fusilamientos, proscripciones, tortura, encarcelamiento, como ya se men-
cionó– como por parte de los partidos políticos –que participaron y promovieron
los distintos golpes de Estado del siglo XX–, sin olvidar la responsabilidad de la
sociedad civil que los avaló y de la propia insurgencia en sus prácticas internas
y externas. También se pueden identificar continuidades después de 1983, en las
posteriores violaciones de los derechos humanos, desde el gatillo fácil durante el
menemismo a la creciente prisionalización de jóvenes, cada vez más jóvenes, gra-
cias a la reducción de la edad penal aprobada durante el kirchnerismo. Todo ello no

98 Revista Sociedad Nº 33
puede dejar de ser objeto de la memoria social, precisamente porque ésta arranca
de estas necesidades del presente y es a la luz de ellas que piensa el pasado. Pero
cada una de estas prácticas represivas tiene una especificidad que se corresponde
con las características del poder político de su momento en particular. La homolo-
gación de fenómenos diferentes tiende a la simplificación y, por lo mismo, dificulta
la comprensión política que reclama el reconocimiento de particularidades y dis-
tinciones, en este caso entre los añejos autoritarismos y su expresión más radical,
el terrorismo de Estado.

2. LA DISTINCIÓN ENTRE POLÍTICA ARMADA Y TERRORISMO

Con respecto a la responsabilidad de las organizaciones armadas, una vez más,


en el terreno judicial el problema se podría despejar de manera relativamente sen-
cilla: hay o no hay delitos imprescriptibles. Pero esto no agota el asunto principal
de las responsabilidades políticas. Desde hace algunos años esta discusión se ha
venido abordando en diversas publicaciones (Belzagui et al., 2007; Calveiro, 2006;
Ferrari, 2009; Vezzetti, 2009) y debates (Revistas Intemperie, Lucha Armada). Ya
he desarrollado en otros textos la idea de que las organizaciones armadas tuvie-
ron una responsabilidad política importante: en lugar de utilizar su capacidad de
violencia para detener o limitar la violencia estatal –procedimiento propio de las
resistencias–, apostaron a sobrepasarla con la construcción de un Ejército propio
y la ilusión de obtener así una supremacía militar que les permitiera adueñarse del
aparato del Estado. Con ello, además de muchos otros errores de índole política,
propiciaron la espiral de violencia y, en lugar de restringirla, la potenciaron.
Ciertamente, esto implica una responsabilidad, pero no cualquier responsa-
bilidad. Las prácticas de las organizaciones armadas argentinas se enmarcaron en
las concepciones revolucionarias de los setenta, de carácter insurgente, que com-
prendían un uso específico de la violencia, que algunos analistas asimilan engaño-
samente al fenómeno terrorista. También en este caso es importante hacer distin-
ciones, como las que existen entre lucha armada o insurgencia, por una parte, y
terrorismo, por otra.
El término terrorismo, aplicado a las organizaciones políticas, ha sido más un
epíteto, una fórmula de desautorización, que una categoría. Hay que recordar, en
primer lugar, que la disposición de medios violentos para controlar a una sociedad
o a un grupo por medio del terror –como se define actualmente al terrorismo–
siempre está más en manos del Estado que de cualquier insurgencia. Su aplicación
a grupos insurgentes, más que responder a esa definición, obedece a un intento de
descalificación para dejarlos al margen de toda proyección legal. Así lo hizo la Jun-

La memoria, sustento y rebasamiento... 99


ta Militar en contra de las organizaciones armadas y de esta misma manera se usa
en el mundo actual donde, a partir de la llamada guerra antiterrorista, la acusación
por este delito se convierte en sinónimo de excepcionalidad y exclusión de toda
protección del derecho para los inculpados.
Ya el “terror” es un concepto difícil, pero el terrorismo merece en la actualidad
más de cien definiciones, según un estudio taxonómico de Bruce Hoffman citado
por Sandoval. Es natural; el concepto mismo se ha convertido en “un campo de
lucha” (Sandoval, 2007: 39) de fuertes connotaciones políticas.
En 1999, dos años antes del 11 de septiembre, el Convenio Internacional de
la ONU para la Represión de la Financiación del Terrorismo consideraba que el
terrorismo comprendía “cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones
corporales graves a un civil o a cualquier otra persona que no participe directamente
en las hostilidades en una situación de conflicto armado, cuando el propósito de
dicho acto, por su naturaleza o contexto, sea intimidar a una población u obligar a
un gobierno o a una organización internacional a realizar una acción o abstenerse
de hacerla” (ONU, 1999: 3).
Después del 2001, las definiciones de terrorismo han dejado de considerar la
situación de conflicto armado y, por lo tanto, la distinción entre los blancos de la
violencia, sean éstos parte de las hostilidades o no; es decir, han dejado de conside-
rar el aspecto de indiscriminación de la violencia y la afectación de población ajena
al conflicto como un componente esencial. También han incluido como condición
el hecho de que exista la intencionalidad política, así como “el propósito de crear
un estado de terror en la población en general, en un grupo o en una persona, así
como de intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización
internacional a realizar una acción o abstenerse de ella” (ONU: 2004). Resulta evi-
dente que la definición se ha ampliado en un sentido –no se requiere que haya
una violencia indiscriminada y comprende cualquier acción destinada a obligar a
una persona, un gobierno o una organización internacional a hacer algo o dejar de
hacerlo– y se ha restringido en otro –debe tener una intencionalidad política-. Es
claro que estas modificaciones tienden a meter dentro de la figura de terrorismo a
muchas de las prácticas de resistencia utilizadas por movimientos sociales o polí-
ticos, como ocurre consistentemente en Chile con el movimiento mapuche. Todo
esto tiene que ver con la “construcción” del fenómeno terrorista en el mundo global
y su utilidad para habilitar intervenciones militares en cualquier lugar del planeta y
para reprimir internamente la disidencia.
Creo que es importante hacer esta reconstrucción para insistir en el sentido polí-
tico que tiene en la actualidad el uso de esta categoría, que la academia ha importado
del derecho y que este, a su vez, construye a partir de ciertos requerimientos políticos.

100 Revista Sociedad Nº 33


Las prácticas de las organizaciones armadas argentinas de los setenta por su-
puesto que caben dentro de las definiciones más recientes de terrorismo que, desde
mi punto de vista, se deben desechar –y denunciar– en su totalidad, no sólo para
el análisis de la violencia de los años setenta en nuestro país sino también para los
conflictos actuales.
Por su parte, las conceptualizaciones sobre el terrorismo previas al 2001, que
enfatizaban el aspecto de indiscriminación de la violencia, no aplican para el análi-
sis de los movimientos guerrilleros de los setenta, aunque sí para el Estado. Se dirá
que la represión militar estuvo dirigida a las militancias, en especial armadas y que,
por lo tanto, no fue indiscriminada. Sin embargo, la amplitud creciente de la cate-
goría “subversivo”, dentro de la que podía entrar casi cualquier forma de disidencia;
el uso de la fuerza del Estado –incomparable con cualquier fuerza irregular– de
manera discrecional y arbitraria (recordar casos como los de Helena Holmberg o el
empresario Fernando Branca) pero sobre todo de manera incomprensible para la
sociedad, generaron una sensación de indefensión generalizada e intencional, con
el objeto de provocar en la sociedad un miedo paralizante, es decir, terror.
¿Qué decir sobre las prácticas violentas de la guerrilla? Los grupos armados
argentinos realizaron asaltos de distinto tipo para obtener recursos económicos,
armamento o documentación; secuestros principalmente para el cobro de resca-
te; asesinatos de miembros de las Fuerzas Armadas, policías, torturadores y algún
oponente político; operaciones de propaganda –desde la toma de localidades has-
ta la colocación de aparatos para lanzar volantes–; uso de explosivos para aten-
tar contra propiedades o personajes definidos como “enemigos”. Sin embargo, los
movimientos guerrilleros no se propusieron la selección de blancos indefinidos ni
indiscriminados para provocar un temor generalizado ni trataron de paralizar a la
sociedad sino todo lo contrario; pretendían su movilización para la instauración,
por la fuerza, de un orden que consideraban más justo. Eran parte de la lógica
vanguardista y foquista de la época y, en el caso de Montoneros, con una extraña y
particular mixtura con el populismo.
Prácticamente todas las acciones armadas, pensadas desde el presente, resultan
inconcebibles, pero no lo eran en los escenarios bélicos de la Guerra Fría. Por eso
se extendieron en muchos lugares del mundo, no sólo en la Argentina. Hay que
decir que en las situaciones de enfrentamiento es necesario pensar a los oponentes
uno frente al otro y a ambos en relación con la sociedad que los genera y los sostie-
ne. Así, hay que pensar a la guerrilla argentina en relación con un Estado que había
bombardeado civiles en Plaza de Mayo, fusilado disidentes, asesinado opositores
políticos y masacrado prisioneros sin que jamás las instituciones ni la sociedad
–incluidos los partidos políticos de la izquierda– hubieran reclamado el juicio de

La memoria, sustento y rebasamiento... 101


los responsables de tales actos. Esta violencia era parte de una lógica política insta-
lada en la sociedad. En ese contexto, la guerrilla se consideró autorizada a ejercer
su propia violencia, alimentando una espiral que no podía detener pero sí poten-
ciar, cosa que hizo. Hay que apuntar, sin embargo, que su violencia siempre fue
mucho menor que la represiva. Por ejemplo, según conteos posteriores, sólo entre
julio de 1974 y julio de 1975, uno de los periodos de mayor accionar guerrillero, de
503 víctimas fatales, 54 fueron policías, 22 militares y 427 militantes, es decir, que
éstos representaron 85% de las bajas.
Por último, la política armada de los setenta, con los costos terribles que ha te-
nido para nuestra sociedad, no puede ser motivo de exaltación sino de un análisis y
una crítica serios, precisamente para hacer memoria y recuperar los sentidos de la
experiencia. No importa que quede exenta de las sanciones legales, debe ser objeto
de reflexión, a la luz de las necesidades políticas del presente. Remite a un asunto
clave, como la relación –y tensión– que existe entre ética, política y violencia, que
es preciso reconsiderar; ha dejado una serie de enseñanzas al respecto que necesi-
tamos tomar y actualizar, precisamente porque el presente reclama otros modos de
la política por parte del Estado y de la sociedad.
En síntesis, aun reconociendo la importancia de lo jurídico, el procesamiento
social del terrorismo de Estado y de las violencias que lo acompañaron reclama algo
más y algo diferente que la multiplicación de los juicios. Es preciso comprender la
conexión de sus prácticas con la historia previa y con la posterior, pero también es
necesario marcar su especificidad, su excepcionalidad, que nos convoca a analizar
detenidamente las responsabilidades específicas de los distintos actores sociales,
independientemente de su posible incriminación en el ámbito del derecho. Algo
semejante ocurre con la responsabilidad política de los grupos armados que debe
someterse a análisis. Esas discusiones hacen a nuestro presente, a las experiencias
que compartimos como sociedad y que deben ser parte de nuestra memoria.

BIBLIOGRAFÍA

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102 Revista Sociedad Nº 33


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Duhalde, Eduardo Luis (1983). El Estado terrorista argentino. Buenos Aires, El Caballito.
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Sandoval, Mary Luz (2007). Diacrítica del terror. Bogotá, Tercer Mundo Editores.
Vezzetti, Hugo (2009). Sobre la violencia revolucionaria. Buenos Aires, Siglo XXI.

La memoria, sustento y rebasamiento... 103


El taller textil como excepción:
tres argumentos para su (in)visibilidad

Verónica Gago*

El taller textil 1 en Argentina no es un espacio de trabajo usual: es a la vez taller-


dormitorio y espacio “comunitario”, de una intensidad laboral que se extiende en
jornadas de más de doce horas, con turnos rotativos, y que se combina con una
apuesta migratoria de gran riesgo. En esos pocos metros transcurre la vida comple-
ta de muchos migrantes recién llegados de distintos lugares de Bolivia, en la medi-
da que el taller soluciona en un mismo tiempo-espacio la cuestión habitacional y
laboral. Allí se cocina, se cría a los niños, se duerme y se trabaja y, al principio, es
el modo de protegerse de una ciudad que se desconoce.
Tracemos una primera secuencia de la construcción de la visibilidad del taller
textil como espacio anómalo. Como enclave de una economía específica ha sido
conocido por dos cuestiones: el incendio de un taller ubicado en la calle Luis Viale,
en marzo de 2006, en el cual murieron seis personas y la mediatización de su carac-
terización como trabajo “esclavo” inmediatamente posterior. En esa definición del
trabajo interviene luego una polémica judicial-antropológica que se vuelve fun-

* Verónica Gago es profesoras de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y becaria posdoc-


toral del CONICET. Es Licenciada en Ciencia Política (UBA). Colabora con el programa
Lectura Mundi de la UNSAM. Sus temas de investigación tienen que ver con la reconfi-
guración del mundo laboral a partir de las economías populares. Ha publicado al respecto
diversos artículos en revistas nacionales e internacionales. Es miembro de la editorial inde-
pendiente Tinta Limón.
1
Existen más de quince mil talleres entre la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bo-
naerense. Producen para las grandes marcas, pero también para los circuitos de venta textil
informal y son el engranaje oculto de la reconversión e impulso del sector en nuestro país.
Desarmada tras la importación masiva que facilitó la convertibilidad, la industria se relanza
después de la crisis sobre nuevas bases, cuyo eje es la tercerización de la confección (corte y
costura) en los llamados talleres clandestinos.

El taller textil como excepción... 105


damental para hacer una genealogía de las relaciones de fuerza puestas en juego
en la definición misma de este tipo de trabajo. Un tercer momento, después de la
mediatización del caso y la judicialización de situaciones similares, proviene de su
incorporación en la agenda global a partir de la vinculación entre el flamante papa
Francisco y una de las organizaciones argentinas impulsoras de la denuncia de
estos talleres como modalidades de trabajo neoesclavistas.
Aquí nos proponemos enlazar esta secuencia para ver en funcionamiento las
estrategias de victimización, moralización y judicialización que organizan un de-
terminado campo de visibilidad de la cuestión del trabajo migrante en Argentina y,
más ampliamente aún, sugerir un tipo de vinculación entre norma y economía po-
pular, que tiene como efecto la moralización (y condena) del mundo de los pobres.
Para tal propósito opondremos una perspectiva “extra-moral” de las estrategias
vitales, en las que es decisivo comprender el modo en que articulan, se piensan,
agencian energías y redes, cooperan y compiten esas economías y los sujetos que
las producen y las transitan. Decir “extra-moral” supone abandonar el registro me-
tafísico (en el sentido de una metafísica occidental que una y otra vez escinde al ser
en una instancia espiritual activa y una material pasiva a conocer-gobernar) de la
moral (sea del trabajo o de las costumbres decentes o, en versión étnica, del buen
salvaje) para concentrarse en el filo vital de lo que organiza estrategias para existir,
crear, producir valor, ritualizar el tiempo y el espacio, hacer de la vida una fuerza de
perseverancia que ensambla recursos materiales y espirituales disímiles y que pone
preguntas decisivas sobre las nociones de progreso, cálculo y libertad.

ESTRATEGIAS DE VISIBILIZACIÓN

La producción de jurisprudencia respecto de ciertas situaciones anómalas del


trabajo es particularmente reveladora de las formas en que el derecho se ve con-
frontado a la producción normativa en situaciones de excepción (excepción que
se convierte en permanente en la “tradición de los oprimidos” que Benjamin de-
sarrolla en sus tesis sobre la historia). En el caso que analizamos aquí, la excepción
está dada por una doble vía: el carácter históricamente excepcional del estatuto
migratorio laboral respecto a la norma del derecho laboral (Moulier Boutang,
2006) y, más decisivo en nuestro análisis, por la eficacia de la comunidad como
dimensión excepcional frente a la norma moderna en la organización del trabajo
(Chatterjee, 2004).
La hipótesis que proponemos trabajar es ir más allá de ese estatuto doblemente
excepcional para pensar en concreto una articulación específicamente posmoderna

106 Revista Sociedad Nº 33


de lo comunitario: su capacidad de convertirse en atributo laboral, en cualificación
específica para la mano de obra migrante del altiplano en Buenos Aires y ser a la
vez repertorio de prácticas que mixturan vida y trabajo, lazos familiares y comer-
ciales, relaciones de confianza y de explotación. Esta mixtura desafía lo excepcio-
nal al mismo tiempo que lo exacerba.
Hipotetizamos que lo comunitario deviene, en su laboralización, fuente de
una polivalencia pragmática, transfronteriza, capaz de adaptación e invención a
situaciones no previstas por el itinerario clásico de dicho concepto. Sin dejar de
lado su ambivalencia, este plus comunitario (o “valor comunidad”) es convocado
y usufructuado bajo modos conflictivos y heterogéneos, poniendo en tensión jus-
tamente sus múltiples usos y la pluralización de sus combinaciones como parte de
una economía de la migración en Argentina. Esta perspectiva –que no es sólo más
justa desde un punto de vista cognitivo, sino también, y sobre todo, más activa des-
de el punto de vista de las estrategias micropolíticas–, sin embargo, queda solapada
frente a una serie de argumentos que buscan reducirla por medio de lo que aquí
identificamos como tres procedimientos: la culturalización, la judicialización y la
moralización. Vayamos uno a uno.

EL ARGUMENTO CULTURALISTA

Esta perspectiva se resume en un fallo judicial polémico y emblemático pro-


ducido en relación a los talleres textiles. En 2008, el juez federal Norberto Oyar-
bide sobreseyó a tres directivos de una empresa de indumentaria, quienes habían
sido acusados “de contratar talleres de costura donde se empleaban inmigrantes
indocumentados, en condiciones de máxima precarización laboral”. En el fallo, el
magistrado argumentó que ese modo de explotación funcionaba como herencia de
“costumbres y pautas culturales de los pueblos originarios del Altiplano boliviano,
de donde proviene la mayoría” de los talleristas y costureros, y que quienes convi-
vían en el taller eran “un grupo humano que convive como un ayllu o comunidad
familiar extensa originaria de aquella región, que funciona como una especie de
cooperativa”. Tal resolución fue apelada tanto por el fiscal como por el abogado
querellante. Las autoridades bolivianas en Argentina, por medio del cónsul ge-
neral, también rechazaron el fallo diciendo que el juez “debió haberse informado
sobre la naturaleza de las costumbres ancestrales, que nada tienen que ver con los
tristes sistemas de esclavitud” de los talleres clandestinos (“Explotación, esa ‘cos-
tumbre ancestral’”, Página/12, 15.05.08).
El fallo tiene el objetivo de explicitar una continuidad directa y comprensi-

El taller textil como excepción... 107


ble entre la forma del ayllu o comunidad familiar y los requerimientos de nuevas
modalidades de explotación. De modo que el ayllu es traducido como unidad pro-
ductiva para el taller textil pero al mismo tiempo, al encuadrarla como estructura
ancestral-cultural, se la niega como forma de organización del trabajo y, por tanto,
se la deja fuera del campo de alcance del derecho. La paradoja queda expuesta: el
fallo habla de tradiciones ancestrales para situar en un lejano origen cultural lo que,
aquí y ahora, funciona como modalidad de explotación. Ese origen funciona como
argumento exculpatorio del modo actual de organización de los talleres. Justifica-
ción culturalista que, en nombre del reconocimiento de una tradición, reivindica
y ampara la excepcionalidad de las formas laborales del taller textil justamente por
no considerarlas laborales. Si la lógica comunal fue creada por fuera de los pará-
metros de la producción capitalista, es esta misma remisión al origen lo que en la
actualidad la exceptuaría de ser juzgada según la lógica de la explotación, al mismo
tiempo que la incorpora completamente en la tercerización de la industria textil
como clave de su nueva estructura flexible.
El mismo argumento ya había sido utilizado por la Sala II de la Cámara Fede-
ral porteña: “En aquella ocasión, los camaristas Martín Irurzun y Horacio Cattani
sobreseyeron a talleristas que habían sido procesados por el juez federal Ariel Lijo.
Y en su fallo, hicieron alusión a la supuesta tradición cultural de los pueblos origi-
narios y al ayllu, una organización comunitaria del pueblo aymara. De acuerdo con
las definiciones académicas, el ayllu era una forma de comunidad familiar amplia-
da que trabajaba en forma colectiva en un territorio de propiedad común, en el Al-
tiplano, donde todos obtenían el mismo beneficio y a lo sumo tributaban una parte
de su producción al Estado incaico. La tradición dice que allí no existían prácticas
discriminatorias ni la posibilidad de acumulación individual, todo lo contrario a
los sistemas precapitalistas de explotación que se ponen en práctica en los talleres
clandestinos que funcionan en Buenos Aires” (ídem, Página/12, 15.05.08).
¿Cómo funciona específicamente el discurso de la unidad comunitaria como sin-
taxis de la explotación? Por transpolación en el tiempo de formas productivas com-
pletamente diferentes, ahora unificadas en la unidad espacio-temporal del taller
textil integrado por migrantes. Y por transpolación territorial: se aplana la diferen-
cia entre un “territorio de propiedad común” y su relación con una forma de auto-
ridad estatal pre-nacional y el taller como enclave privado que el poder judicial de
un Estado, en este fallo, exceptúa de la normativa laboral nacional. El juez Oyarbi-
de también sostuvo para sobreseer a los imputados que no se encontraba probada
la finalidad de los acusados de “obtener directa o indirectamente un beneficio” eco-
nómico, lo cual se castiga en el artículo 117 de la ley 25.871 de Migraciones (“será

108 Revista Sociedad Nº 33


reprimido con prisión o reclusión de uno a seis años el que promoviere o facilitare
la permanencia ilegal de extranjeros” en el territorio nacional “con el fin de obtener
directa o indirectamente un beneficio”) 2.
Oyarbide dictó el sobreseimiento en base a los argumentos mencionados y a
nuevas inspecciones en las que detectó que la situación migratoria de las personas
que estaban en el lugar “era regular”, a la vez que “no se encontró a persona alguna
realizando tareas del rubro textil ni maquinaria para desarrollar esa labor”. El fallo
fue apelado por el fiscal Luis Comparatore y por el abogado de la querella, Rodol-
fo Yanzón. “Es evidente que después de los primeros procedimientos, los talleristas
dejaron de producir, mudaron los talleres a otros lugares y regularizaron la situación
documental de las personas que viven allí”, dijo Yanzón al diario Página/12. También
rechazó los argumentos que se amparaban en las “antiguas costumbres de los pue-
blos originarios, que resultan totalmente inaplicables al caso y que incluso podrían
ser tildados de discriminatorios”. “El abogado pidió la intervención de la Sala I de la
Cámara, que tiene un criterio opuesto a la que integran Catani e Irurzun: el 30 de
noviembre último, los jueces Eduardo Freiler, Gabriel Cavallo y Eduardo Farah le
pidieron a Oyarbide que no limite la investigación en los talleristas y que indague
entre las empresas “que pudieron haberse aprovechado de esta actividad mediante el
encargo de trabajos en estas condiciones”. (ídem, Página/12, 15.05.08.).
En respuesta a esta argumentación, el Colegio de Graduados de Antropología
publicó un comunicado (24.6.2008) oponiéndose al fallo de Oyarbide: “Aunque
el ayllu y el actual sistema de explotación laboral en la industria textil son básica-
mente distintos y se enmarcan en contextos que los vuelven incomparables, ambos
son confundidos en el fallo. El mismo desconoce la organización propia del ayllu
que, fundado en torno de valores como la reciprocidad y horizontalidad, contrasta
con la asimetría de la relación patrón-empleado (…) Debería haber sido tenido en
cuenta el hecho de que los trabajadores no pactan las condiciones laborales en con

2
Por tal delito el fiscal Evers había imputado a Nelson Alejandro Sánchez Anterino, Gabina
Sofía Verón y Hermes Raúl Provenzano, responsables legales de la firma Soho, “tras deter-
minar que desde esa compañía se tercerizaban trabajos de costura en al menos dos talleres
donde habían detectado la presencia de extranjeros indocumentados, que trabajaban doce
horas por día, con haberes de entre 500 y 900 pesos mensuales y vivían en una piecita que
les alquilaban los propios talleristas”. “Ningún empresario contrata un taller de costura sin
tener un mínimo de contacto previo donde se le garantice el cumplimiento de los plazos y
las normas de calidad”, sostuvo el fiscal en ese momento. “Esta circunstancia de explotación
laboral –añadió– no sólo no puede ser desconocida por los empresarios sino que, por el con-
trario, indica que es consentida y tácitamente favorecida, para obtener mayor producción a
menor costo”. (ídem, Página/12, 15.05.2008)

El taller textil como excepción... 109


diciones de igualdad sino en una relación de poder desigual profundizada por la
condición irregular que los mismos empleadores fomentan”. El fallo de Oyarbide,
finalmente, fue apelado y la Cámara Federal de la Ciudad de Buenos Aires lo re-
vocó en septiembre de 2008. El argumento fue considerar “desacertado pretender
extrapolar estructuras propias de pautas culturales del Altiplano para explicar el
funcionamiento de talleres textiles”.
El argumento culturalista (treta de la espiritualización de la economía) tiene
una doble cara. Exculpatoria en el caso del fallo de Oyarbide, en la medida que
al confinar la cuestión de los talleres a prácticas culturales arcaicas evade pensar
la situación que desafía a la normativa laboral nacional. Sin embargo, también el
pronunciamiento experto-antropológico, que se encarga de manera relevante de
diferenciar ambas situaciones (la del ayllu y la del taller textil), deja impensado el
modo en que ciertos elementos comunitarios se ensamblan con la economía textil
protagonizada por migrantes bolivianos. Ambas argumentaciones se esfuerzan en
clasificar y encuadrar la situación del taller textil en relación con una definición
de ayllu que no le cabe. Sin embargo, ¿hay elementos de una práctica comunitaria
que organizan el espacio-tiempo del taller textil (y toda la economía con que se
amalgama) que exigen pensar lo comunitario en una declinación urbana y posmo-
derna, como un ambiguo atributo laboral? La coetaneidad y contemporaneidad de
elementos no contemporáneos (para usar la expresión de Bloch) exige analizar de
otro modo el ensamblaje de lógicas y elementos disímiles en una conjunción (el
taller textil) que los anuda de manera novedosa y problemática.
Las modalidades comunitarias –de organización, autoridad, trabajo, etc. – en-
cuentran una nueva compatibilidad con el mundo posfordista, de desnacionaliza-
ciones parciales de segmentos del Estado nacional y debilitamiento de los grandes
centros de trabajo (Sassen, 2010; Ong, 2006; García Linera, 2001). El taller textil
concentra modos de trabajo que explotan la “nacionalidad boliviana” –que es un
modo rápido de nombrar variables no nacionales, vinculadas a una pertenencia co-
munitaria quechua/aymara– como recurso de valorización. En este sentido, lo que se
explota es simultáneamente un triple diferencial: salarial, de estatuto legal pero, sobre
todo, de riqueza comunitaria.

EL ARGUMENTO JUDICIAL

Si, como lo advirtió Mauss (2006), el problema colonial es el problema de la


mano de obra, toda vez que tratamos la cuestión del trabajo migrante, su dimen-
sión colonial –es decir, una determinada relación de explotación y dominio– se
vuelve inescindible. En este punto, la cuestión de la heteronomía es decisiva. ¿Por
110 Revista Sociedad Nº 33
qué el mote de trabajo esclavo fue difundido tan rápidamente? ¿Por qué calzó tan
bien tanto en los medios como en las representaciones de ciertas organizaciones,
de los espectadores y opinadores argentinos en general?
La adopción de este término fue efecto de su difusión por la organización La
Alameda y por los medios de comunicación, a quienes les sirvió como represen-
tación de una situación que a la vez permitía dos registros: el escándalo y la de-
nuncia. Catalogaron así las condiciones de encierro, de fusión de lugar de trabajo
y de vivienda, relaciones laborales que mezclan parentesco y no respetan ninguna
convención legal, pero sobre todo creemos que tal denominación quiere dar cuen-
ta de que se trata de trabajo extranjero. El esclavo es extranjero, casi por definición.
La concepción que trasunta en las descripciones mediáticas subraya fundamen-
talmente la ajenidad y la extrañeza de tal forma de trabajo, atribuible entonces
sólo a una condición de extranjería. No existe estricta definición legal de trabajo
esclavo 3, aunque sí la figura de reducción a la servidumbre que opera a la hora de
encuadrar penalmente algunos casos. Esto lleva inmediatamente a una perspectiva
más general: la discusión sobre la trata de personas y la reciente sanción de una ley
al respecto (Ley 26.364, aprobada en 2008) que es frecuentemente invocada como
posibilidad de encuadre jurídico para lo que pasa en los talleres clandestinos, aso-
ciando –o incluso homologando– este lugar con los prostíbulos. Así, la prostitución
y el trabajo esclavo tienen un difuso estatuto común, relacionado a las migraciones
internas y externas leídas sólo desde la perspectiva del tráfico y, a su modo, con los ex-
tranjeros y las mujeres como dos figuras del otro desvalido. La inclusión de menores
como trabajadores/convivientes en los talleres clandestinos refuerza esta analogía.
El argumento para lograr judicializar la situación del taller textil, entonces, se am-
para en leerlo desde la perspectiva más general de la trata de personas. Se expande así
la idea de un sometimiento de la voluntad, de un engaño completo por parte de los
trabajadores y una imposibilidad sin fisuras de salir del taller textil, lo cual sería un
estado totalmente forzoso. Este encuadre jurídico permite condenar estas situaciones
y va inexorablemente ligado al argumento moralista. Lo que la judicialización del taller
textil logra por medio de la figura de la trata es quitar la cuestión del trabajo migrante
de la discusión para reducirla a la figura de la víctima. Fueron las organizaciones pa-
tronales de talleristas quienes primero respondieron contra este mote. Esgrimieron

3
Como señala Ariel Lieutier, la referencia a la prohibición de la esclavitud está en la Cons-
titución argentina de 1853 y en el Código Penal se sanciona la reducción a la servidumbre,
aunque sin definir de qué se trata, por lo cual se debe remitir a la Convención suplementaria
sobre abolición de esclavitud, trata de esclavos e instituciones y prácticas análogas adoptada
por Naciones Unidas en 1956 y ratificada por el Estado argentino por la Ley Nº11.925.

El taller textil como excepción... 111


pancartas que decían: “No somos esclavos, somos trabajadores”. La palabra trabajador
reivindica una autonomía, la del asalariado libre, como imagen que se contrapone al
sometimiento esclavo. Este contrapunto será una constante en este debate, justamen-
te, sobre las condiciones que definen una situación laboral/vital pero también sobre
los límites nacionales que porta a su modo el estatuto de trabajador.
Muchas veces, la forma contractual entre el dueño del taller y la/el costurera/o
es de palabra. Comienza casi siempre por un contacto de tipo familiar que hace el
vínculo en Bolivia y organiza el traslado y la ubicación una vez llegados a Buenos
Aires. A veces directamente los dueños de los talleres van a buscar a Bolivia a sus
futuros empleados. El primer lugar del que reclutan es su propia familia, abriendo
luego la oferta a anillos de proximidad: parientes más lejanos, amigos, gente de la
misma comunidad. También existe una red más independizada, que se superpone
con la anterior: los anuncios y pedidos de trabajadores que se difunden en Bolivia
por la radio y por las carteleras en lugares públicos y hasta en iglesias. Todo un
sistema de transporte gira alrededor de este tránsito y, una vez llegados las y los
migrantes, hay esquinas-clave (específicamente en Liniers y Flores) donde se sabe
que los talleristas van a buscar y “contratar” a los recién-venidos.
El contrato de palabra tiene una promesa que lo hace funcionar: la de ahorrar
todo lo que se gane con el argumento de que no se deberá pagar alojamiento y co-
mida. Sin embargo, el alojamiento y la comida son “descontados” o incluidos indi-
rectamente como costo en el salario 4. Lo que supone más concretamente la promesa
es que quien llega no tendrá que conseguir vivienda y comida al recién arribar a un
lugar desconocido, la mayoría de las veces sin contactos o con el único contacto de
quienes ya están en el taller. Sin embargo, ese salario suele pactarse por precio por
prenda, lo que hace recaer la obligación de productividad en los/as costureros/as.
¿Hay contrato o no hay contrato? ¿Sería ese el difuso límite entre el trabajador
y el esclavo? Bajo el título “Trata de personas a través de agencias de empleo en
El Alto 5”, la revista boliviana Cambio cita al director de Empleo del Ministerio
del Trabajo, César Siles, diciendo que la única entidad oficial para abrir una bolsa
laboral es el Gobierno, a través de la  Unidad Promotora de Empleos (UPE): “Esta
instancia es la que cumple de intermediaria entre la oferta y la demanda del mer-

4
Uno de los testimonios de la patronal, en su razonamiento, invierte el cálculo: en vez de
decir que son descontados, los “suma” al ingreso: “hay que considerar lo siguiente: en la ma-
yoría de los talleres la modalidad de trabajo incluye vivienda y comida. La Ley de Trabajo no
estipula ni la comida ni la vivienda. Si a los que ganan 3500 les suman la comida y la vivienda
estarían ganando como 5000² (Colectivo Simbiosis/Colectivo Situaciones, 2011).
5
http://www.cambio.bo/noticia..php?fecha=2010-01-18&idn=13572

112 Revista Sociedad Nº 33


cado laboral, de acuerdo con el artículo 31 de la Ley General del Trabajo”, señaló
Siles. Sin embargo, ante la cantidad de agencias comerciales que son también de
empleo, se buscó legislar por decreto: “Se trata de un marco legal más fuerte para
sancionar a las comerciales que a la vez son agencias privadas de empleo. Con el
decreto tendremos un marco legal específico  para proceder a la clausura de estos
negocios”, dijo Siles. “A pesar de la normativa, las agencias venden direcciones de
posibles trabajos y ofertan en pizarras o cartones avisos laborales, “pero sin dar
la referencia del empleador porque los interesados deben pagar al intermediario
entre tres y cinco bolivianos por la dirección o número telefónico” (Ídem).
La mixtura entre formas contractuales y de trata no hace fácil la clasificación y
desafía el mote de esclavitud. También obliga a una normativa ad-hoc para asuntos
que son de carácter trasnacional. La crónica de la detención de un tallerista en el
norte argentino, transportando trabajadores para sus talleres textiles en Buenos
Aires, revela el lugar del contrato laboral en condiciones no contractuales, una ca-
racterización que complejiza tanto la noción de trata como de contrato: “Primero
dijeron que iban a visitar a familiares, pero luego admitieron que habían firmado
un contrato para trabajar en talleres ubicados en Buenos Aires, con una jornada
laboral de 7 a 23 horas y una paga de 500 pesos mensuales, con la obligación de re-
sidir en los mismos talleres”, dijo a Página/12 el jefe de Prevención y Lucha contra
la Trata de Personas de la policía salteña, comisario Reinaldo Choque. (Página/12,
25.03.10, nota de Eduardo Videla).
El contrato aludido implica:  a) una jornada de trabajo de 16 horas diarias, sin
francos previstos, b) un salario de algo más de cien dólares mensuales (sobre lo que
se descuenta el transporte, el alojamiento y la comida), c) la obligación de vivir en
el lugar de trabajo, d) la retención de la documentación personal, e) reclutamiento
voluntario por agencias de empleo y el traslado transfronterizo. ¿Se trata de con-
tratos de servidumbre? ¿Formas de servidumbre voluntaria?
Nos parece que cuando se restringe la situación del trabajo migrante a la trata
se borra un elemento diferencial decisivo: un mapa de desterritorializaciones y re-
terretorializaciones de poblaciones trabajadores enteras que va de la deslocaliza-
ción minera en Bolivia de la década del 80 a su ubicación en las periferias urbanas
(principalmente El Alto), y luego a las rutas de migración hacia Argentina, Brasil
y España. Resituar esta serie de desplazamientos y movimientos territoriales que
son a la vez forzosos pero también efecto de decisiones y estrategias vitales permite
reenmarcar el impulso migratorio por fuera de la cuestión de la esclavitud, como
narrativa del sometimiento y la infantilización completa de los migrantes. El di-
ferencial de poder que estos movimientos implican respecto a una red de tráfico

El taller textil como excepción... 113


de personas es incomparable. Más bien, vale encuadrarlo en lo que el colectivo
Mujeres Creando denomina exiliadas/os del neoliberalismo, incluyendo el término
exilio más allá de sus usos tradicionales de exilios políticos durante las dictaduras
y remarcando, de ese modo, la continuidad de efectos entre dictadura y neolibe-
ralismo en América Latina. A su vez, esto exige elaborar una perspectiva de las
migraciones como creciente transnacionalización de la mano de obra en relación a
los requerimientos del mercado global (Mezzadra y Neilson, 2008) pero en nuestro
caso enfatizando la particularidad de un movimiento sur-sur. Y en este aspecto,
teniendo en cuenta la migración como nueva estrategia familiar de reproducción
social transnacional, que desarma y reensambla hogares y que calcula sus formas
de obediencia en relación a proyectos de progreso de más largo plazo.
Esto implica la hipótesis de una enorme capacidad para flexibilizar la pertenen-
cia comunal. Al punto de rehacerla, redefinirla e instalar nuevas posibilidades de lo
comunitario. Se trata de una desterritorialización de la comunidad que implica un
modo de construir un territorio que hace del traslado su origen. Este modo itine-
rante relanza la idea misma de origen y se trama en el relato de desventuras, penu-
rias y dolores y también bajo la narrativa de una empresa de progreso, de decisión
de mayor bienestar y de inauguración de una vida en una ciudad desconocida. Esta
idea ubica la pregunta por la cuestión comunitaria más allá de su acepción cultura-
lista sin dejar de ver su actualización bajo nuevas modalidades ambiguas, variables
y en tensión permanente. En esa flexibilidad puede verse un desafío al estereotipo
de la comunidad que hace de ella una figura homogénea, estable, arraigada sobre
todo a un territorio fijo y delimitado. Conectar la cuestión comunitaria con la mi-
gración obliga a pensar la comunidad en movimiento, con todas las ambivalencias
que pone en juego. Y sobre todo muestra una economía popular activa, capaz de
renovar sus usos y costumbres, y vincularse a una economía transnacional. La di-
námica migratoria aparece entonces de otro modo: como una fuerza compleja y
estratégica, ambivalente respecto a las declinaciones bajo las cuales lo comunitario
se convierte en un elemento de valorización, y expresiva del carácter abigarrado de
los circuitos de valor que recorren nuestras ciudades 6.

6
Otro punto central que no tenemos espacio de desarrollar aquí es que el taller textil debe
vincularse a una economía más amplia: habitacional, de ferias, de vendedores ambulantes,
de redes de exportación-importación, de microfinanzas, etc. Ver al respecto Gago, V. (2012)
y Tassi, N. et al (2012).

114 Revista Sociedad Nº 33


EL ARGUMENTO MORALIZADOR

La Asociación La Alameda, surgida de las asambleas barriales tras la crisis de


2001, devino un actor importante en la visibilización del tema de los talleres textiles
y de la propagación de la figura de la esclavitud. Recuperando la metodología del
escrache, La Alameda recibe denuncias, provenientes de ex trabajadores y otro tipo
de informantes, y protagoniza actos públicos de denuncia frente al lugar donde fun-
ciona el taller clandestino. La Alameda coordina una red a nivel internacional, junto
con No Chains, contra el “trabajo esclavo”, apuntando al consumo responsable. Su
líder, Gustavo Vera,  ha señalado y denunciado las principales marcas de ropa que
contratan talleres clandestinos. Vera se ha convertido, además, en un personaje de
gran impacto mediático, tanto por las amenazas y golpes que ha recibido por parte
de representantes de talleristas como por su alianza con el Cardenal Bergoglio, aho-
ra devenido Papa y, obviamente, figura de relevancia global. Produjeron juntos imá-
genes de alta repercusión: “Rodeado de cartoneros y prostitutas, Bergoglio condenó
la “esclavitud”. Con dureza, el cardenal denunció que hay personas que “sobran”
en la Ciudad” (Clarín, 5.09.09, nota de Sibila Camps). A pedido de la cooperativa
La Alameda y el Movimiento de Trabajadores Excluidos, Bergoglio dedicó la misa
“a los cartoneros y a las víctimas de la trata de personas, explotadas en los talleres
textiles clandestinos y en los prostíbulos. La primera fue el 1° de julio de 2008 en la
Iglesia de los Emigrantes de La Boca. Ayer, como entonces, el arzobispo de Buenos
Aires reiteró que en esta ciudad “hay esclavos”(ídem) 7.
Gustavo Vera sostiene que la voz que se escucha de la colectividad es la voz de
los patrones, por lo tanto que está hegemonizada por la perspectiva de los talleris-
tas. La estrategia de La Alameda es dar voz a las víctimas. A los denunciantes y a
quienes son “rescatados”. Construye al trabajador boliviano como tal, presa de en-
gaños, maltratos y encierros. No es casual que esta empresa salvífica tenga puntos
de contacto y una alianza creciente con la Iglesia católica, en la figura del Cardenal
Bergoglio. Y que se termine de consolidar este mismo año con la conversión de
Bergoglio en Francisco (un análisis aparte merecería los vínculos de Vera con los
funcionarios de la embajada norteamericana).
La moralización puesta en marcha de manera conjunta entre esta organización
y la Iglesia parte de considerar que lo que los trabajadores migrantes hacen no tiene

7
La ceremonia religiosa tuvo sus ofrendas: “una bolsa de arpillera rebosante de cajas de
cartón plegadas, “lo que juntamos de día y de noche para dar de comer a nuestros hijos”;
una bolsa confeccionada por costureras y costureros bolivianos que escaparon de talleres
clandestinos; una prenda fabricada por la cooperativa La Alameda”. (ídem).

El taller textil como excepción... 115


una racionalidad propia, que es condenable, y que lo hacen, justamente, sometidos
y obligados. La impronta colonial de las organizaciones salvíficas organiza todo un
discurso de rescate y tutela que se siente “defraudado” cuando los supuestos salvados
regresan al taller textil o “defienden” a sus patrones o, más aún, cuando rechazan y/o
critican la misión de fundar cooperativas según la normativa de estas organizaciones.
Anotemos tres rasgos comunes de los procedimientos que detectamos: todos
provienen de organizaciones argentinas (la justicia, el saber experto, la organización
social y la eclesial). Comparten, de modo diverso, la caracterización del taller como
un tema de extranjería: es decir, consideran el funcionamiento del trabajo migrante
como algo estrictamente ajeno y extraño. Para sacarla de su estatuto de incompren-
sible, el encuadre jurídico de la trata y su correlativo organizativo (La Alameda y la
Iglesia), proponen la victimización y la infantilización de los trabajadores. Esta pers-
pectiva va de la mano de la moralización, que incluye la condena de esas economías
así como la denuncia de su funcionamiento. La exterioridad de estas perspectivas
respecto de la lógica del taller textil no es puesta en cuestión en ningún momento.

¿DÓNDE ESTÁ LA VOZ DE LAS Y LOS COSTUREROS?

En una entrevista realizada en Buenos Aires, Silvia Rivera Cusicanqui (Colec-


tivo Simbiosis/Colectivo Situaciones, 2011) esgrime que la voz de los y las costu-
reras exhibe un cálculo que nadie quiere escuchar, una racionalidad de progreso
que incluye y justifica lo que desde otra perspectiva se considera “trabajo esclavo”.
Ella vuelve a la pregunta de Spivak sobre la potencia de habla del subalterno, para
advertir lo que no se quiere/puede escuchar o ver. Como la alegría de la viuda
inmolándose al fuego (el célebre caso de Chandra relatado por Ranahij Guha), la
tenacidad del migrante que se encierra en el taller. La perspectiva de Rivera puede
confrontarse con la perspectiva de los ex costureros y costureras del Colectivo Sim-
biosis (ídem), cuya voz no niega la existencia de ese cálculo, pero lo complejiza con
una experiencia, una trayectoria que agrega capas de sentido, memoria y malestar
al mundo del taller textil. En este diálogo es posible pensar dos cuestiones radi-
calmente opuestas a los procedimientos que relevamos más arriba. Por un lado, el
cálculo migrante y sus itinerancias. Por otro, la producción de una perspectiva de
la injusticia y la explotación del taller desde el interior mismo del taller textil.
Vayamos a la explicación por la cual Silvia Rivera sugiere una caracterización
de la dinámica del taller que no encaja en la noción de “trabajo esclavo”. Propone,
en cambio, utilizar las categorías de dominación legítima, derecho de piso, y recipro-
cidad diferida como formas alternativas de comprender la dinámica generacional,
económica y progresiva de la microempresa migrante.

116 Revista Sociedad Nº 33


SRC. Mientras se hacen explotar van construyendo su microempresa. La idea de
que en estos lugares está en juego una dinámica de esclavitud me parece totalmen-
te equivocada.
CS. ¿Vos cómo le llamarías?
SRC. Subordinación, explotación, una mano de obra que está pagando un derecho
de piso migratorio, para en el primer escalón recibir lo que se llama una recipro-
cidad diferida. Eso es lo que hacen tus papás contigo y tú tienes la obligación de
hacerlo con tus hijos. Tu mamá te ha cuidado a tu hija, tú tienes que cuidar a la
hija de tu hija, como una devolución a tu mamá. Diferido en el tiempo, se trata
de un circuito de devolución: este fue explotado, ahora le toca explotar. Pareciera
que fuera muy cruelmente el colonialismo, pero no es colonial esta regla. En todo
caso sería una relación de clase. Estos no los consideran salvajes a los explotados.
Los consideran aprendices pero no salvajes. Por eso es que la palabra esclavo, que
siempre parte de una heterología cultural, es equivocada. Aunque es cierto que
el conocimiento adquirido en la explotación colonial se vuelve un insumo para
toda forma de explotación. Por ejemplo, es común en contextos de intensísima
explotación, que se despliegue una otrificación del obrero, hasta considerarlo un
salvaje. Por eso es tan fuerte la ciudadanía peronista aquí, porque si algo se rompió
es esa premisa, la de que el obrero es un salvaje-otro, un recurso heredado de la
explotación colonial, porque el repertorio de la dominación tiene también su pro-
pio bagaje de saberes adquiridos. Y son culturas de servidumbre, como dicen los
antropofágicos². (Colectivo Simbiosis/Colectivo Situaciones, 2011: 20-22).

Lo que impugnaría de hecho el mote de esclavitud a este tipo de trabajo sería,


según Rivera Cusicanqui, la existencia de reglas claras de manumisión. Lo que tal
vez puede verse en varios relatos es el tipo de cálculo urbano (Gago, 2011) que pone
en marcha quien migra. Una cierta relación entre sacrificio y ciclo vital. El noma-
dismo de los trabajadores migrantes, especialmente jóvenes, es un saber hacer que
combina tácticas cortoplacistas (“por un tiempito nomás”, como dice el Colectivo
Simbiosis) vinculadas a objetivos concretos, con una ductilidad que permite com-
binar trabajo asalariado a destajo, pequeños emprendimientos de contrabando,
tareas semirrurales (quinteros/as), domésticas y comerciales autónomas y/o am-
bulantes (ferias, reventas, etc.).
En la reciprocidad diferida también aparece el núcleo temporal en el centro. “Eso
es lo que hacen tus papás contigo y tú tienes la obligación de hacerlo con tus hijos.
Tu mamá te ha cuidado a tu hija, tú tienes que cuidar a la hija de tu hija, como una

8
La cuestión de la reciprocidad, de Durkheim a Malinowski y especialmente con Mauss y
Polanyi, se vuelve una noción fundamental en las ciencias sociales para pensar las econo-
mías que mixturan formas mercantiles y no mercantiles. Según Abduca (2007), el “carácter
ubicuo, nodal, y central de la «reciprocidad», que aúna la distribución económica y la justi-
cia jurídica y política, no es invención del griego ni de sus lectores. La encontramos, por dar
sólo dos ejemplos, al oeste del estrecho de Bering al igual que en la tradición andina (…).

El taller textil como excepción... 117


devolución a tu mamá. Diferido en el tiempo, se trata de un circuito de devolución:
este fue explotado, ahora le toca explotar” (2012: 21-22). La doble faz o circula-
ridad de esta economía de la devolución diferida 8 tiene también una dimensión
contenciosa. “En quechua moderno el intercambio temporalmente diferido de
trabajos iguales es conocido como ayni. Pero esta expresión en quechua antiguo
también quería decir venganza” (Abduca, 2011).  En la devolución o reciprocidad
pospuesta habría entonces una suerte de sistema de justicia y/o de venganza, de
inversión de lugares, de intercambio de roles (Como lo narra “El sueño del pon-
go” de J. M. Arguedas). Quien fue explotado, luego explota: reciprocidad-venganza.
En ese circuito es posible interpretar la siguiente imagen. La feria de las Alasitas
que se realiza cada año en Bolivia también se hace en Buenos Aires, en enero. En
ella se vende y se compra en miniatura lo que se desea lograr en el año: ladrillos
que auguren conseguir una vivienda, bebés que convoquen la fertilidad, o directa-
mente  billetes y autos. En Buenos Aires hay una miniatura que es una de las más
compradas: una maqueta de un taller textil que promete el taller propio 9.
La mayoría de los trabajadores textiles aspira a convertirse en dueños. Inde-
pendizarse del dueño del taller, pero para abrir otro. Es una suerte de “evolución
natural” para los costureros: conocen su operativa desde dentro, tienen los contac-
tos y entienden la dinámica del trabajo. Evidentemente, esta lógica de proliferación
“desde adentro” de los talleres tensiona y problematiza la noción de “trabajo escla-
vo” con que se los caracteriza.
La propuesta de Rivera enfatiza entonces una autonomía en esta economía que
imposibilita concebirla como sistema esclavista. El dinamismo de la economía tex-
til se alimenta de ese cálculo de progreso, de conversión de costurero en tallerista.
Aun cuando, como apuntan muchos costureros y costureras, ese cálculo se vuel-
ve posible sólo para unos pocos. Rivera Cusicanqui encuentra una frase sintética:
“Mientras se hacen explotar, van construyendo su microempresa”.
El colectivo Simbiosis Cultural al comentar estas palabras reconoce ese cálculo,
su movilización de expectativas y también las desilusiones y engaños a los que se en-
frenta.  Además, desde su trayectoria migrante, agregan un elemento central. Si el di-
ferencial de explotación que se vive y se sufre al llegar al taller arruina el primer cálculo
que impulsó la migración, esto no obstruye un recálculo que toma en cuenta esa nueva
situación. En ese recálculo es fundamental, nuevamente, la cuestión del tiempo.
El cálculo es siempre un modo de hacer. Esto no implica un reduccionismo
al principio de utilidad o beneficio como única lógica de la acción. Más bien una

9
Se puede ver la narración fílmica de esta escena en “Colección Overlock”, de Julián
D’Angiolillo.

118 Revista Sociedad Nº 33


ampliación de la idea de utilidad como táctica de sentido, como principio de per-
severancia. Similar al modo en que Bove (2009) piensa el conatus spinozista en tér-
minos de estrategia: como un conjunto de modos de hacer que se componen para
construir y defender el espacio-tiempo de su afirmación. De este modo, las trayec-
torias se leen mejor desde una pragmática vitalista. Con esta idea nos queremos
diferenciar de dos perspectivas: ciertos argumentos funcionalistas de la “economía
moral” cuando aparece desplazando las identidades y conflictos de clase (Spivak,
2013), pero también del victimismo prepolítico con que se los neutraliza como
sujetos de decisión, cálculo y estrategia a los trabajadores migrantes.
Tomando en serio la densidad y la trama compleja de ese cálculo es que surge
una perspectiva interior al taller textil, que es capaz de hacer justicia y enfrentar
los modos de explotación pero sobre todo de pensar alternativas que no delegan
los dilemas laborales y existenciales en organizaciones salvíficas. Aquí el problema
político es mayor y, sobre todo, un interrogante de la racionalidad que estas econo-
mías populares despliegan y por las luchas que se libran en su interior.
¿De dónde proviene la iniciativa de otro tipo de actividad que cuestiona las
reglas de explotación que estructuran al taller textil? Salir del “cama adentro” es
un paso decisivo. Implica dejar de depender en el techo y en la comida del ta-
llerista. No dejar que vida y trabajo se fusionen completamente y por tanto sean
regulados de forma íntegra por los horarios de la producción que rigen al taller.
Lo fundamental, dicen varias ex costureras, es hacerse un afuera: de contactos, de
información, de imaginación de otras actividades y posibilidades. Ese afuera im-
plica la necesidad de liberar horas, de disponer de sí. Pero esa disposición de sí es
un modo en que se reorganiza el cálculo que regula la aspiración de progreso y la
obediencia. Se obedece porque se calcula al mismo tiempo que la obediencia llega
a sumas incalculables. En esa encrucijada, el y la trabajadora migrante cabalgan
entre la definición foucaultiana del migrante como “inversor de sí” (Foucault, 2007)
y la de quien se ve compelido a resistir y superar condiciones de dependencia personal
ahora tramadas en nuevos usos comunitarios.
Sin embargo, no hay fórmula jurídica capaz de resolver esta situación. Si, como
sostienen los Comaroff (2011), la nación moderna está experimentando un aleja-
miento histórico del ideal de homogeneidad social, política y cultural y éste se da
como “un cambio de rumbo nervioso, a menudo xenofóbico, hacia la heterogenei-
dad” es porque se traduce en una heterogeneidad que desafía la gobernabilidad
tradicional en las ciudades. El punto que queremos remarcar es la relación entre
esa heterogeneidad y la producción normativa: “Y la diferencia engendra más le-
yes. ¿Por qué? Pues porque, con una heterodoxia creciente, los instrumentos lega-
les parecen ofrecer un medio de conmensuración (…). De ahí la huida planetaria
El taller textil como excepción... 119
hacia un constitucionalismo que abarca explícitamente la heterogeneidad en decla-
raciones de derechos altamente individualistas y universalistas, incluso en los casos
en los que los Estados prestan cada vez menos atención a esas declaraciones. De allí
también el esfuerzo por hacer del discurso sobre los derechos humanos un discur-
so cada vez más global y serio”. Sin embargo, la diferencia, para ser pensada como
fuente material, productiva y dinámica de la heterogeneidad de nuestras ciudades,
tiene que crear sus propias “medidas” y “normas” (institucionales y constituciona-
les) para que sea reconocida a partir de su producción de valor, más allá de una
declaración abstracta y moral de lo humano.

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El taller textil como excepción... 121


La sociedad posliberal. Rupturas para pensar
los nuevos procesos de integración social

Presentación
Los artículos que componen este dossier abordan desde distintos ángulos la
pregunta acerca de cómo se configuran los procesos de integración social en nues-
tra sociedad. La clásica pregunta por los vínculos de integración social ha quedado
impregnada por las formas de lectura neoliberal. A pesar de que rige actualmente
la norma implícita de comenzar cualquier artículo diferenciándose de estos postu-
lados, cuesta identificar cuáles son las rupturas que presentan tanto los escenarios
como las formas de interpretarlos e intervenirlos.
La hipótesis que subyace a la pregunta sobre el rol de las políticas públicas
en los procesos de integración social es que las respuestas que se brindan a los
problemas sociales están situadas histórica y socialmente y conllevan un modelo
determinado de sociedad destinado a superar las desigualdades o a reproducirlas
indefinidamente. Desde la perspectiva del conflicto, el campo de las políticas socia-
les supone una tensión permanente entre necesidades y satisfactores, tensión que
se debería retroalimentar en dirección ascendente en busca de nuevos umbrales
de bienestar. De ahí que las políticas sociales puedan actuar o no como vector de
integración social.
Este dossier propone trascender la noción clásica de integración como sinóni-
mo de cohesión, solidaridad y también de adaptación. En este caso nos interesa
tener insumos para repensar la reconfiguración que se da la sociedad para superar
los efectos devastadores que dejó la política neoliberal y el modo en que su matriz
sigue impidiendo los procesos de superación de las desigualdades sociales.
Con relación a las afirmaciones precedentes, el campo de las políticas sociales
es un campo de conflicto que no admite abordajes desde una perspectiva tecno-
crática. Se trata de reconocer la cuestión social en su complejidad, ejercicio que
requiere tanto del conocimiento de los problemas (génesis y manifestación) como
de las condiciones políticas e institucionales para su abordaje. En este punto, la
investigación social y la reflexión crítica debería ser una parte significativa de las

La sociedad posliberal. Rupturas para... 123


políticas sociales sustentadas en el paradigma de los derechos sociales y la justicia
redistributiva.
Cuando hablamos de rupturas, como hilo conductor de estos artículos, nos
referimos a la necesidad tanto de tensionar explicaciones formateadas por el pen-
samiento único (aún vigente) como de revisar categorías cuya aplicación no se
corresponden con la realidad que pretenden nominar. Es en esta búsqueda que se
proponen cinco escenarios (no excluyentes) desde los cuales poder repensar vec-
tores de integración social, que son: el escenario de la salud como problema, el de
los consumos de drogas y su tratamiento, el de la problemática habitacional, el de
las formas de interpretar lo comunitario y el de los jóvenes de sectores populares y
su visión sobre las diferentes formas de violencia que los afectan.
Los artículos recuperan algunas cuestiones centrales como la perspectiva his-
tórica, una mirada sobre la construcción teórica de su objeto, las modificaciones
y su relación con la intervención pública del mismo, y expresan líneas sobre “la
novedad”, o mejor dicho sobre la ruptura desde distintos ángulos, en algunos ca-
sos desde la forma de lectura planteada y en otros casos desde los cambios que se
pueden identificar en el escenario o específicamente en los actores identificados.
Como parte de la revisión de los mecanismos de integración que puede darse
una sociedad, el artículo de Alfredo Carballeda nos remite al caso de la salud
pública y la recuperación de la inscripción de un sentido dinámico del proceso
salud-enfermedad en el contexto del acontecer ideológico, económico y político de
la sociedad. En este sentido, el autor problematiza la noción de accesibilidad como
una forma de apelación para reconocer nuestras capacidades para resolver en
forma solidaria y colectiva los distintos factores que limitan nuestra potencialidad
vital. Este artículo propone elementos para pensar la accesibilidad como categoría
relevante en la elaboración de políticas sanitarias como derecho de los sujetos que
hacen uso del sistema de salud.
Por su parte y dentro del campo de las adicciones, el artículo de Araceli Galante
contribuye al conocimiento de la relación entre el Estado y las Organizaciones No
Gubernamentales en la atención de la salud a partir del caso de las comunidades
terapéuticas (CTs). La autora propone reflexionar en base a una investigación
reciente sobre el rol no gubernamental, tanto en la innovación de los tratamientos
terapéuticos y el impulso de cambios en el sistema tutelar de salud mental, como en
el eventual desplazamiento de funciones que puede hacer el Estado en este tipo de
redes. El trabajo aporta aspectos normativos y de enfoque sobre la política pública
y sus cuestiones pendientes en la prevención y tratamiento de las adicciones.
El artículo de Javier Bráncoli nos permite preguntarnos y advertirnos sobre
la idea de lo comunitario como una teoría de los débiles, marcando tensiones en
las formas tanto de interpretar como así también de generar acciones tendientes a
generar vínculos de integración en perspectiva comunitaria para las poblaciones

124 Revista Sociedad Nº 33


más pobres. El artículo recorre las diferentes interpretaciones que ha tenido “lo
comunitario” como categoría de conocimiento e intervención a la que se pueden
atribuir, casi ingenuamente, procesos de cohesión e integración social con cierta
independencia de las condiciones estructurales que afectan la vida en comunidad.
El artículo de Andrea Echevarría avanza sobre el tema del derecho a la ciudad,
recortando en perspectiva histórica las formas de construir ciudad relacionando
directamente con la regulación estatal de esta construcción. Desde una perspectiva
que recupera definiciones de Estado de Álvaro García Linera y de Carlos Vilas,
aborda esta relación planeando procesos de intervención estatal tendientes a
mejorar posibilidades de planificación en tensión con las formas de mercantiles de
construcción de la ciudad.
Como parte de lo que lo que denominamos la agenda emergente, el artículo
de Di Leo y Ana Clara Camarotti recupera y analiza la experiencia de los jóvenes
de sectores populares con las violencias y los consumos. Este trabajo recupera los
resultados de una investigación en curso y nos permite explorar la particular
visión que construyen los jóvenes sobre un conjunto de prácticas que influyen en
la construcción de su identidad, y que por su complejidad ameritan una lectura
profunda que evite derivaciones simplistas en la acción.
Los lectores podrán advertir que la selección de artículos, si bien aborda
una pequeña muestra de los temas que hoy tensionan la agenda de las políticas
sociales, tienen en común la preocupación por abordar, desde la perspectiva de
la intervención social, campos problemáticos que deben ser resignificados a la luz
de la recuperación o reinvención (conceptual y material) del Estado en nuestra
sociedad.

Ana Arias*/Adriana Clemente*


*Ana Josefina Arias es Licenciada en Trabajo Social, Magíster en políticas Sociales y Doctora
en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es la directora
de la carrera de Trabajo Social en la carrera de Trabajo Social (UBA). Fue subsecretaria de
Investigación de la misma Facultad, donde es profesora de Problemas Sociales Argentinos
en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Publicó varios libros y artículos sobre interven-
ción social y pobreza, especializándose en el estudio de políticas asistenciales.
**Adriana Clemente. Lic. en Trabajo Social (UBA). Profesora regular e investigadora de la
Universidad de Buenos Aires.  Actualmente se desempeña como Vicedecana de la Facultad
de Ciencias Sociales (2010-2014). Ha dictado distintos cursos de posgrado en distintas uni-
versidades nacionales del país. Como investigadora, ha dirigido múltiples programas  sobre
la problemática urbana y las condiciones de vida de los sectores populares. Sus trabajos
(artículos y libros) se constituyen en un aporte específico para el diseño y orientación de
políticas y programas sociales descentralizados. 

La sociedad posliberal. Rupturas para... 125


La accesibilidad y las políticas de salud

Alfredo Juan Manuel Carballeda*

1. INTRODUCCIÓN

La sociedad argentina desde hace casi 40 años ha sido atravesada por una larga
serie de circunstancias complejas. En ese período de tiempo, diferentes aconteci-
mientos se inscribieron en la memoria colectiva generando incertidumbre, desazón
y desencanto pero, especialmente, nuevas formas de padecer y sufrir que van desde
los efectos de la aplicación sistemática del terrorismo de Estado hasta el temor que
implica la posibilidad de caída en los oscuros espacios de la exclusión social.
Por otra parte, la progresiva recuperación de la centralidad del Estado desde el
año 2003 comienza a construir algunas certezas que habían sido dadas por perdi-
das en forma indefectible desde los discursos de los profetas que anunciaban el fin
de la historia y al mercado como el nuevo regulador y ordenador de la sociedad.
Esa recuperación del Estado es acompañada por una serie de cambios de para-
digmas que en el sector salud impactan en forma sugestiva, como por ejemplo la
nueva Ley de Salud Mental y Adicciones y la Asignación Universal por Hijo.
La salud y las políticas sanitarias, entendidas como procesos de construcción
colectiva, no son ajenas a esta serie de acontecimientos y circunstancias. Las ausen-
cias reales y simbólicas que dejaron los terrorismos de Estado y de mercado tam-
bién hicieron mella en este campo, tanto desde la pérdida de sentido en los man-
datos fundacionales de las instituciones como en su desmantelamiento. Repensar

* Doctor en Servicio Social (Pontificia Universidad Católica de São Paulo, Brasil). Profesor
Titular de la UBA y de la Universidad Nacional de La Plata. Profesor Asociado de la Univer-
sidad Nacional de Entre Ríos. Investigador del CONICET. Autor de los libros La interven-
ción en lo social (Paidós, 1999), Del desorden de los cuerpos al orden de la sociedad (Espacio
Editorial, 2004), Los cuerpos fragmentados (Paidós, 2008) y Política social como intervención
en lo social (Espacio Editorial, 2012).

La accesibilidad y las políticas... 127


las políticas de salud en los escenarios actuales, tal vez, implica una búsqueda de
conceptos clave para su análisis y estudio, donde la persistencia del relato neoli-
beral puja por seguir hegemonizando las prácticas en este campo. La búsqueda
de elementos clave que acompañen estos procesos se relacionan con aquellos que
se presenten como instancias de integración y articulación y que trasciendan los
enunciados clásicos de las políticas del sector salud, permitiendo generar nuevas
formas de abordaje y respuesta.
A partir de estos aspectos, la accesibilidad1 puede ser una vía de entrada para
repensar las políticas sociales y las de salud, poniendo la perspectiva del sujeto
desde su condición sociocultural y la reconstrucción de la sociedad en un lugar
central. La accesibilidad se cimenta como una vinculación, es decir, como un lazo
social entre el sistema de salud o de acción social y los usuarios de éste. De este
modo, puede ser entendida como un núcleo significativo que relaciona a las políti-
cas, las instituciones y la sociedad.

2. LA POSIBILIDAD DEL ESTUDIO DE LA ACCESIBILIDAD EN EL SISTEMA


DE SALUD COMO VÍA DE ENTRADA AL ANÁLISIS Y DISEÑO DE POLÍTICAS

Los cambios en la esfera de la economía desde mediados de los años setenta,


con la consecuente aplicación del modelo neoliberal, llevaron paulatinamente a
una distribución de la riqueza cada vez más injusta, ampliándose de manera sus-
tantiva la brecha entre ricos y pobres. También se empobrecieron nuevos sec-
tores sociales, generándose un clima de época donde lentamente comenzaban a
emerger la incertidumbre y la desprotección social, mientras que paralelamente
el Estado desmantelaba sus dispositivos de protección y ampliaba su poder puni-
tivo. La accesibilidad al sistema de salud aparece como uno de los elementos más
significativos para el análisis de los efectos materiales y simbólicos de las políticas
neoliberales en el campo de la salud, tanto desde una perspectiva histórica como
para el estudio de las mismas en el presente.
El crecimiento de los índices de empobrecimiento y desempleo se multiplica-
ron y acumularon desigualdades que hicieron eclosión en la crisis de diciembre
de 2001, dejando desigualdades e injusticias nunca antes vistas que se expresaban
en un mundo señalado por el culto al mercado. Se trataba de mantener su quietud

1
La accesibilidad es presentada en general a través de cuatro dimensiones; no discrimi-
nación, accesibilidad física, accesibilidad económica y acceso a la información. Para Floreal
Ferrara (1987), la accesibilidad tiene las siguientes dimensiones; geográfica, sociocultural,
económica y administrativa.

126 Revista Sociedad Nº 33


y no provocarle “alteraciones de carácter”, en definitiva, cuidar su estabilidad. El
mercado se había transformado a partir de la dictadura, en forma pausada, en un
nuevo disciplinador social.
Una especie de Leviatán al cual se le entregaban vidas e ilusiones de toda una
sociedad, día a día, para lograr su indulgencia, perdón y la promesa de una estabi-
lidad económica y social que sólo se reflejaba en las voces de los comunicadores
de la economía y la política, que hegemonizaban las frías pantallas de los canales de
televisión y de los demás medios de comunicación que actuaron como cómplices,
partícipes beneficiarios de ese modelo.
Como consecuencia de estas cuestiones, en los años del neoliberalismo, dentro
del sector salud, emergieron nuevas formas del padecimiento, relacionadas con ex-
presiones de la injusticia acordes a la época y que fueron presentándose desde más
y nuevos actores que comenzaban a recorrer las salas de los servicios estatales de
salud. Eran rostros novedosos: algunos, los que penosamente lograban llegar, pro-
cedían de la pobreza estructural; otros veían con asombro que se encontraban allí
luego de una situación de caída que los encontraba sin trabajo, ni cobertura social,
con los lazos sociales y el capital simbólico deteriorados. Las nuevas víctimas del
disciplinamiento del mercado comenzaban a ver en las inscripciones de sus cuer-
pos, en sus enfermedades y estigmatizaciones, el recorte de sus ciudadanías. Pero
también pugnaban por acceder a servicios de salud públicos deteriorados por los
ajustes, recortes y las políticas que se orientaban a seleccionar y expulsar del sector
a los nuevos indeseables del modelo neoliberal.
La vida cotidiana se transformaba en algo precario e incierto, donde la pérdi-
da de derechos sociales, como marca de una caída hacia fuera de la sociedad de
mercado, llevaba rápidamente a un nuevo deslizamiento que culminaba con la
privación de los derechos civiles y golpeaba en forma sistemática las posibilidades
de autonomía. En este contexto de nuevas y viejas demandas ubicadas en escena-
rios desconocidos, comienzan a escucharse en los diferentes servicios del sector
público de salud historias de personas que intentaban poner en palabras la singu-
laridad de lo que les ocurría y se encontraba inscripto en cada uno de ellos, en su
subjetividad, relaciones familiares y sociales. Historias de padecimientos que se en-
trecruzan en los pasillos de los hospitales y en las salas de espera de los centros de
salud, con una superposición de lógicas, formas de comprender y explicar lo que
estaba ocurriendo, a veces con una marcada tendencia a naturalizar el sufrimiento
otras, en la elaboración de estrategias de resistencia donde la accesibilidad se había
transformado en un territorio de luchas y tensiones. Esta, que había sido construi-
da desde una visión universalista a partir de Ramón Carrillo, se fue yendo de la
esfera de los derechos sociales para retroceder a la lógica de la asistencia de “bene-

La accesibilidad y las políticas... 127


ficiarios” y la racionalidad economicista impuesta por las políticas de focalización.
Los diferentes procesos de precarización de la cotidianeidad, en diálogo con
la noción de accesibilidad, son otra expresión de estos temas. La precariedad con-
dujo al sostenimiento de la vida cotidiana a través de estrategias de sobrevivencia
individuales, donde lo que sobresalía era el presente. Estas implican también
nuevas visiones de lo corporal, del dolor, del padecimiento que paulatinamente
queda relegado, cambiando inclusive las formas de percepción de la enfermedad y
los niveles de alarma acerca de ésta.
De este modo, la construcción desde la economía y la política de escenarios
donde la accesibilidad a la protección social era recortada y mutilada muestra la
aparición de nuevos problemas sociales y subjetividades que se expresaban en di-
ferentes formas de comprender y explicar el proceso salud-enfermedad en un con-
texto de desigualdad social.
La alteración de las conformaciones clásicas de los lazos familiares y comuni-
tarios llevaron también al deterioro de las posibilidades de contención y amparo
por parte del tejido social o de la familia, generándose una pérdida de espacios de
construcción colectiva de la accesibilidad, quedando ésta reducida a la inserción
del sujeto en el mercado o en el desarrollo de estrategias individuales de acceso al
sistema de salud signadas por la necesidad y la urgencia.
Los profetas del terrorismo de mercado planteaban de diferentes maneras que
cada caída en la exclusión era en gran parte una responsabilidad individual por no
saber adaptarse a un “nuevo orden mundial” que fortalecía su discurso único de
diferentes modos.
La accesibilidad al sistema de salud se transformó en una especie de presa co-
diciada por los tecnócratas neoliberales. Se trataba de ahorrar en el llamado "gasto
público", poniéndole obstáculos a esta. La accesibilidad, en tanto la llegada y tra-
yectoria de un sujeto dentro del sistema de salud, fue cercenada, “racionalizada”
desde las imposiciones del mercado. De este modo, la lógica del “giro cama”, que
implica el tiempo en que permanece una persona internada dentro de un hospital,
y que sintetiza la perspectiva de la aplicación del binomio costo-beneficio en las
políticas de salud, intentó ser impuesta a cualquier precio, generando nuevas for-
mas de exclusión y exilio, traducidas en desprotección y desamparo, donde sólo se
buscaba el funcionamiento de las estadísticas de una forma de eficiencia teñida de
desigualdad social.
Estudiar la accesibilidad en salud hoy implica repensar las políticas en este ám-
bito, tanto desde el diseño de estas como las implicancias relacionales, organizati-
vas y subjetivas que la constituyen, teniendo en cuenta sus implicancias histórico-
sociales. La accesibilidad es, en definitiva, una construcción colectiva y eminente-

128 Revista Sociedad Nº 33


mente política que da cuenta de la salud de una población y muestra de manera
concreta la llegada real de las políticas de salud a la población.

3. LA ACCESIBILIDAD HOY Y LAS MARCAS DEL TERRORISMO DE


MERCADO

Las expresiones actuales de la cuestión social emergieron como formas no-


vedosas de padecimiento que abarcarían cambios en la esfera de la cultura tanto
como comprensión y explicación del contexto macrosocial y de la vida cotidiana,
pero también de las significaciones acerca de la salud y la enfermedad, sus compa-
tibilidades y la noción de la asistencia como derecho. Estas muestran la posibilidad
de formular nuevos interrogantes con respecto a los dispositivos clásicos de la in-
tervención en salud. En este aspecto la noción de accesibilidad puede presentarse
como una manera de comprender los nuevos problemas que atraviesan el sector,
pero también desde ella se pueden obtener aportes desde la perspectiva de la cons-
trucción de políticas de salud.
A su vez, las expresiones actuales de la cuestión social emergen como formas
novedosas y complejas del padecimiento que al abarcar cambios en la esfera de
la cultura proponen nuevos encuentros entre el campo de la salud y las ciencias
sociales. Una vía de entrada puede pasar por el análisis de la construcción, com-
prensión y explicación del contexto, de la vida cotidiana y de la percepción del
proceso salud-enfermedad; en definitiva, cómo surgen nuevas formas de demanda
relacionadas con la salud que atraviesan diferentes sectores de las políticas sociales.
Aquí es también donde se pone en juego en forma permanente la puja entre la
dinámica de la sociedad y la lógica del mercado, influyendo en la pertenencia a las
redes de sociabilidad y en las diferentes construcciones de la identidad. Es, tam-
bién en este punto donde se renuevan los problemas fundacionales de las ciencias
sociales y se construyen más y diferentes diálogos entre sectores.

4. ACCESIBILIDAD, CUERPO Y NEOLIBERALISMO

Los efectos del neoliberalismo atraviesan las políticas sociales, las instituciones
y los actores sociales que operan desde éstas. Así, se construyeron nuevas formas
de subjetividad que implican la necesidad de revisar las formas en que se accede al
sistema de salud, se permanece y circula dentro de él. Los cambios ocurridos en
las últimas décadas se expresan en la construcción de nuevas implicancias sociales
y culturales del padecimiento, donde la percepción de la salud y la enfermedad
giraron hacia formas de naturalización del dolor y la noción de corporalidad. El

La accesibilidad y las políticas... 131


terrorismo de mercado también creó condiciones laborales que sugieren otras for-
mas de percepción de lo mórbido, donde el malestar es silenciado, naturalizado,
sencillamente por necesidad de seguir trabajando, donde el temor al desempleo
construyó nuevas formas de sentir y sufrir. Pero también, desde la fantasía de per-
manecer dentro de una sociedad que estigmatiza, separa o aísla a quienes exhiben,
demuestran o ponen en palabras sus padecimientos. De este modo se suele acudir
al trabajo con signos y síntomas de enfermedad y según las capacidades adquisi-
tivas se puede o no acceder a diferentes medicamentos que ocultan las señales del
cuerpo, prometiendo seguir estando, perteneciendo a los grupos de personas salu-
dables que muestran una imagen juvenil, sana y distendida, a través de la produc-
ción de imágenes elaboradas desde las estrategias de venta de medicamentos. De
esta manera, los signos y los síntomas se naturalizan ocultados en nuevas formas
de la corporalidad que también dialogan con formas subjetivas de construcción
de barreras a la accesibilidad y los derechos sociales sencillamente silenciándolos.
En definitiva, se trata de sacar el síntoma, negarlo para seguir perteneciendo
a una metáfora de sociedad idealizada a través de múltiples estrategias de merca-
do y escenografías montadas para negar el acontecimiento que rodea y construye
el proceso salud- enfermedad. Incluso, la persistencia mediática de las estrategias
publicitarias logró naturalizar que la primera reacción frente a un síntoma o sen-
sación de enfermedad se transforme en una compra de medicamentos. Precisa-
mente, se consulta cuando ya no se puede seguir, cuando la expresión del síntoma
construye una sensación o realidad invalidante que indica la necesidad de la aten-
ción dentro el sistema de salud.
Allí se construye otro punto de interpelación a la noción de accesibilidad al
sistema de salud, sencillamente, desde posibilidad de generación de políticas y es-
trategias de intervención que desnaturalicen esas cuestiones y propongan nuevas
formas de acceso a éste.

5. LA ACCESIBILIDAD Y LA INCERTIDUMBRE EN LA ATENCIÓN


DENTRO DEL CAMPO DE LA SALUD

La accesibilidad también se entrecruza con otra serie de interrogantes que se


fueron construyendo dentro del contexto del neoliberalismo. En este aspecto, lo
institucional se inscribe en un terreno de nuevas formas de la incertidumbre, don-
de la accesibilidad comenzó a ser atravesada por interrogantes ligados a la posibi-
lidad de asistencia de las instituciones, públicas, privadas y de la seguridad social.
No se trata sólo de llegar al hospital, sino también de lograr que la intervención en
las diferentes consultas sea trabajada, resuelta y posea capacidad de construir cer-

132 Revista Sociedad Nº 33


teza. Es decir que la accesibilidad no finaliza con el ingreso al sistema de salud, sino
que implica una recorrida singularizada dentro de éste que permita la resolución
integral de la demanda.
La circulación de la palabra en las instituciones de salud desde hace décadas
está siendo remplazada por los medicamentos, los estudios complementarios que
se han transformado en una nueva forma de lenguaje que se inscribe más cerca de
la lógica del protocolo, que de la escucha, así el sistema de salud no logra resolver
más que a corto plazo circunstancias complejas que van mas allá de los aspectos
biológicos de la asistencia.
Así, la accesibilidad ingresa en otro sendero de incertidumbre en la cual la
institución de salud y sus profesionales suponen que la consulta se resuelve en la
medida que el procedimiento se acerque a lo que se considera más correcto por
mandato institucional o por la imposición de un neopositivismo funcional a los
intereses de las multinacionales de los medicamentos.
Estas cuestiones se hacen más complejas cuando se suman a la desconfianza
que se genera por el temor a las denuncias por mala praxis, incorporando de esta
forma una nueva barrera a la accesibilidad.
Por otro lado, la complejidad en la construcción de certezas también se imbrica
con las inseguridades que atraviesan los equipos interdisciplinarios, fundadas en
la complejidad de los escenarios actuales de intervención social, las nuevas lógicas
institucionales y especialmente en la crisis de una sociedad que padeció por déca-
das el desmantelamiento del Estado, perdiéndose uno de los ejes fundamentales de
la garantía de la integración social e institucional.
La fragmentación de la sociedad se expresa en los cuerpos y dentro del sistema
de salud en la mirada sobre éstos, así las especializaciones construyen sus propios
fines sin importar lo que ocurre con el todo, generando otra serie de inconvenien-
tes a la accesibilidad, ahora desde otras formas de complejidad.
En definitiva, las políticas de salud y la accesibilidad no implican solamente el
ingreso al sistema, dado que ese hecho no garantiza que esta tenga una aplicación
y adaptación real, sino que la misma debe ser acompañada dentro de las diferentes
instancias institucionales.

6. ACCESIBILIDAD Y TERRITORIO

La accesibilidad también se expresa dentro de espacios territoriales. Desde és-


tos se construyen sentidos, pujas, posibilidades y disrupciones que se imbrican con
el sistema de salud. Cuando la institución es reflejo de un territorio ajeno u hostil,
comienza a marcar y construir dificultades de orden material y simbólico que rigen

La accesibilidad y las políticas... 133


trayectorias diferenciadas aun cuando se logre ingresar a ésta. La construcción dis-
cursiva de la ajenidad de los ciudadanos del Gran Buenos Aires en los hospitales de
la Ciudad de Buenos Aires puede ser una muestra de ello, y las representaciones so-
ciales que atraviesan esos encuentros suelen expresar una forma de acceso peculiar,
marcada por la idea de beneficio, ilegitimidad y dádiva. En muchas circunstancias
cada prestación se tiñe, en forma poco visible, de una lucha por el derecho a la
salud, convirtiendo la relación entre el sujeto de derecho y la política sanitaria en
un terreno de complejidades, dudas y dificultades que atraviesan la intervención y
suman más problemas a la propia disrupción del proceso salud-enfermedad. En los
centros de salud suele ocurrir algo semejante entre los pobladores tradicionales de
los barrios más empobrecidos y los que recién llegan a habitar la periferia de esas
formas de la pobreza. De este modo, la accesibilidad se presenta como un punto
de interrogación, análisis y acción en las políticas sanitarias desde lo territorial.
Floreal Ferrara explicaba lo territorial desde la “accesibilidad geográfica”. Ésta im-
plica la necesidad de tener en cuenta la cantidad de usuarios del sistema de salud
que puede utilizar sus servicios, teniendo en cuenta también el tiempo de despla-
zamiento hacia éstos de diferentes maneras, es decir que la accesibilidad también
tiene que ver con la distribución y la localización de los servicios. Es justamente
desde lo territorial donde es observable la necesidad de repensar convenciones
sistemáticamente repetidas y fallidas como los sistemas de referencia y contrarre-
ferencia en su carácter de ordenadores de las circulaciones dentro del sector, tanto
desde el punto de vista material como simbólico.
Pensar las políticas sanitarias como políticas sociales implica una indefectible
presencia de lo territorial, desde una accesibilidad integrada, con clara inserción en
él como único camino para transformarse en un dispositivo de integración social.

7. LA ACCESIBILIDAD Y LOS EQUIPOS DE SALUD

La accesibilidad también se encuentra estrechamente ligada a las prácticas en


salud, especialmente desde sus aspectos organizacionales vinculados con la orga-
nización de turnos, horarios y recorridos dentro del sistema de acceso a las polí-
ticas, planes y programas de salud, y también a su faceta cultural o simbólica, en
la que se ponen en juego hábitos y prácticas de los usuarios respecto al cuidado y
autocuidado, uso, sentido de los recursos de asistencia y las limitaciones que éstos
imponen. Las prácticas dentro del sector salud y las políticas sanitarias muestran
la necesidad de intervenir sobre todos los recursos humanos involucrados en el
sector desde la perspectiva de consensuar y discutir lógicas y sentidos desde los
fines últimos de las políticas y las instituciones de salud. Es posible que los propios

134 Revista Sociedad Nº 33


equipos de trabajo se transformen en un obstáculo o dificultad en la accesibilidad,
especialmente desde una perspectiva de no comprensión de la noción de salud que
atraviesa tanto a los usuarios como a los profesionales y trabajadores administrati-
vos de las instituciones del sector. Las problemáticas actuales que se presentan en
este campo son sumamente complejas y lo trascienden.
De esta manera, el sector salud presenta una serie de características que, lleva-
das a los espacios institucionales que pueden ser entendidos como "escenarios de
intervención" (Carballeda, 2007), expresan diferentes tensiones que interpelan a la
intervención en el campo de la salud desde disímiles aspectos, como los papeles de
los actores, los componentes escénicos, la historicidad de la trama donde se desen-
vuelven los problemas sociales y su enlazamiento con lo económico, social y político.
Comprender a la salud y la enfermedad como proceso implica aceptar que éste
se constituye como fruto de una serie de tramas complejas que dialogan con di-
ferentes formas de devenir en varios órdenes: político, económico, demográfico,
sociocultural y medioambiental (Sitio internet de la Provincia de Neuquén, 2013).
La enfermedad, de esta manera, no es un mero producto de diferentes desajustes
o alteraciones unicausales, sino que se vincula con una serie de circunstancias que
exceden el abordaje de una sola mirada o la sumatoria de estudios de fenómenos
comprensivo-explicativos.
Los escenarios actuales de la intervención social, se constituyen dentro de con-
textos signados por la turbulencia, sumados a la aparición de nuevos problemas y
la emergencia de situaciones conocidas que se encuentran y manifiestan de forma
diferenciada por los cambios de época, con una nueva presencia del Estado como
algo novedoso que irrumpe con posibilidades de generar sentido.
La enfermedad se entrecruza de manera compleja con la vulneración de dere-
chos, la incertidumbre, el padecimiento subjetivo, las nuevas formas de compren-
der y explicar los fenómenos asociados a lo mórbido, las diferentes maneras de
construcción de las solidaridades en tramas heterogéneas, y muchas veces dentro
del estallido de los dispositivos de asistencia que por diferentes razones muestran
dificultades para abordar las nuevas demandas dentro del sector.
Así, el sujeto que llega a los servicios asistenciales de salud se constituye como
alguien "inesperado", un sujeto que las instituciones a veces no pueden compren-
der a partir de su constitución desde nuevas lógicas y climas de época. La res-
puesta institucional en muchos caos pasa del azoramiento al rechazo, producto
posiblemente de la extrañeza y el temor que causa lo diferente o lo ajeno. De este
modo, la accesibilidad se presenta también en estas circunstancias interpelando a
las prácticas y políticas del sector en este caso desde la formación y capacitación de
los equipos de salud.

La accesibilidad y las políticas... 135


Es tal vez en ese punto donde también la política social y la accesibilidad tienen
posibilidades de encuentro y diálogo, ahora con un Estado presente y con posibili-
dades de ordenar esas cuestiones.

8. LA ACCESIBILIDAD COMO CATEGORÍA EN LAS POLÍTICAS DE SALUD

Entender la salud y la enfermedad como un proceso donde ya no son objetos


exclusivos de la preocupación médica, implica que los problemas de salud y enfer-
medad pueden volver a ser definidos como histórico-sociales. Así, la recuperación
de la inscripción de un sentido dinámico del proceso salud- enfermedad implica
entenderlo como una búsqueda y construcción propia de nuestras sociedades,
pero también como una forma de apelación a la solución de los conflictos que
plantea la existencia. Es, en definitiva, la posibilidad de reconocer nuestras capa-
cidades de la sociedad que formamos parte como sujetos histórico-sociales, para
detectar, identificar y resolver en forma solidaria los distintos factores que limitan
nuestra potencialidad vital (Bulfon, 2004).
Estos conceptos dan cuenta de que la salud es expresión de procesos sociales,
en otras palabras, es entender a los fenómenos de salud-enfermedad en el contexto
del acontecer ideológico, económico y político de la sociedad y no sólo como fenó-
menos biológicos que atañen solamente a las personas aisladas desde una perspec-
tiva ahistórica y unicausal de la enfermedad. En definitiva, esas diferentes maneras
de explicar el proceso salud-enfermedad también atraviesa la accesibilidad.
De este modo, ambas concepciones de salud (histórico-social y biologicista)
coexisten en la actualidad y sostienen distintos modelos de asistencia, generando
diferentes formas de la accesibilidad. Los modelos unicausales, herederos de las
primeras formas de la higiene y el positivismo, siguen construyendo prácticas cuyo
objeto son sólo los cuerpos; cuerpos que durante mucho tiempo se han construido
y han sido moldeados por discursos hegemónicos cuyo fin era la normalización, y
donde predominaba una noción de la ausencia de enfermedad como sinónimo de
adaptación a sociedades injustas.
Pensar la accesibilidad como categoría relevante en la elaboración de políti-
cas sanitarias, involucra una serie de contingencias que implicarían la posibilidad
de aplicar la visión de la salud como proceso histórico-social, pero especialmente
desde la perspectiva de los sujetos de derecho social que hacen uso del sistema de
salud. De este modo, la incorporación de una visión subjetiva y objetiva de éste po-
dría aportar nuevas formas de construcción de acciones, signadas en este caso por
la relación entre los actores sociales, el territorio, su propia perspectiva del proceso
salud-enfermedad desde un pensar situado, tal vez más cercano a las realidades de

136 Revista Sociedad Nº 33


nuestra América y más alejado de las oficinas burocráticas de los funcionarios que
diseñan estrategias de salud para el Tercer Mundo desde perspectivas que muchas
veces recuerdan diferentes formas de colonialismo. Tal vez la batalla cultural con-
tra la colonización pedagógica también pase por estos temas.

BIBLIOGRAFÍA

Bulfon, María Eugenia (2004). "Al gran pueblo argentino salud. Acerca de la salud, el siste-
ma y sus prácticas". En revista Margen. Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales, Nº 32.
En: http://www.margen.org/suscri/margen32/bulfon.html
Carballeda, Alfredo (2007). Escuchar las Prácticas. Buenos Aies, Editorial Espacio.
Ferrara, Floreal (1987). Teoría Social y Salud. Buenos Aires, Ed. Catálogos.
Gillone, Alicia (2013). “La Salud como Derecho”. En: http://www.viejositio.apdh-argentina.
org.ar/salud/trabajos/la.salud.como.derecho.pdf
Provincia de Neuquén (2013). Argentina. Ministerio de Salud. http://www.neuquen.gov.
ar/salud/
Stolkiner, Alicia (2013).“Pobreza y subjetividad. Relación entre las estrategias de las familias
pobres y los discursos y prácticas asistenciales en salud”. En: http://dspace.uces.edu.ar:8180/
xmlui/handle/123456789/496

La accesibilidad y las políticas... 137


Reflexiones acerca del espacio público no estatal:
el lugar de las comunidades terapéuticas en el
campo de la atención sanitaria por uso de drogas*

Araceli Andrea Galante**

INTRODUCCIÓN

En la década del ´90, el problema de las drogas constituyó una cuestión que el
Estado debía atender (Touzé, 2006). En el plano asistencial, la Secretaría de Programa-
ción para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRO-
NAR) implementó en 1992 un programa de becas de internación para usuarios de
drogas de bajos recursos económicos en organizaciones no gubernamentales (ONGs),
especialmente en comunidades terapéuticas (de aquí en adelante, CTs)1. Esta política
focalizada, que tercerizaba la provisión de servicios de asistencia por uso de drogas,
era congruente con los principios neoliberales que orientaron la reforma del sistema
de salud en la década del ´90 y que sostenían que las ONGs eran más eficientes que el
Estado en la implementación de las políticas sociales (Banco Mundial, 1993).

* Este trabajo retoma algunas ideas desarrolladas para la presentación de una Tesis de
Maestría en Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús. La tesis se
efectúo en el marco del Proyecto UBACyT 20020100101021 “Políticas públicas de control
de drogas en América Latina”, que se articuló con el estudio “Uso de drogas en Argentina:
políticas, servicios y prácticas” desarrollado por la Asociación Civil Intercambios, con el
apoyo de la Federación Internacional de Universidades Católicas. Agradezco al equipo de
Intercambios por sus aportes en la elaboración de este trabajo, en especial a Diana Rossi,
María Pía Pawlowicz y Graciela Touzé.
** Licenciada en Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Maestranda en Salud
Mental Comunitaria, Universidad Nacional de Lanús y Doctoranda en Ciencias Sociales,
UBA. Docente en la materia Trabajo de Investigación Final, Carrera de Trabajo Social
(UBA). Investigadora en el Instituto Gino Germani. Miembro de la Asociación Civil
Intercambios, desde 2005. Es autora de artículos y capítulos de libros en publicaciones
nacionales e internacionales.
1
Resolución 41/92 SEDRONAR.

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 139


A fines de la década del 2000, la atención sanitaria de los usuarios de drogas,
como cuestión indisociable del respeto por los derechos humanos cobró relevan-
cia en la agenda pública. El debate tuvo un punto de inflexión en 2009, cuando la
Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la inconstitucionalidad de la pena-
lización de la tenencia de drogas para uso personal2 e instó a los poderes públicos
“adoptar medidas de salud preventivas, con información y educación disuasiva del
consumo, especialmente entre los menores, a fin de dar adecuado cumplimiento
con los tratados internacionales de derechos humanos”3. La posición de la Corte
puso en cuestión las políticas sanitarias destinadas a los usuarios de drogas, y dis-
tintos actores coincidieron en señalar sus deficiencias (Galante y otros, 2012). En
2010, la relevancia de las CTs en las políticas destinadas a los usuarios de drogas fue
cuestionada por la sanción de la Ley de Salud Mental 26.6574, que estableció que la
internación era una respuesta transitoria para la atención de situaciones complejas,
de difícil resolución mediante otro tipo de dispositivos (Art.14).
Buscando contribuir al conocimiento de la relación entre Estado y ONGs en
la atención de la salud, este trabajo se propone reflexionar sobre la posición que
ocuparon las CTs en el campo de la atención por uso de drogas a partir del análisis
de los datos producidos por un estudio descriptivo y cualitativo efectuado entre
2005 y 2007 y que involucró a 50 especialistas que trabajaban en la atención por
uso de drogas en Buenos Aires5.

LAS COMUNIDADES TERAPÉUTICAS: UN MODELO ALTERNATIVO


PARA LA ATENCIÓN DE LOS USUARIOS DE DROGAS

Existe una gran heterogeneidad entre las propuestas asistenciales que llevan el
nombre de comunidad terapéutica. Se diferencian entre sí por su grado de clausu-
ra6, los criterios de ingreso, la composición de sus equipos de atención, la relación

2
Art. 14 de la Ley 23.737.
3
Fallo “Arriola, Sebastián y otros s/causa”, CSJN, A.891.XLIV, 25/08/2009.
4
La Ley incluyó a la atención del consumo problemático de drogas entre las políticas de
salud mental (Art. 4º).
5
Para este trabajo se seleccionaron 14 entrevistas semiestructuradas y dos grupos de discu-
sión en el que participaron 24 especialistas. La información producida se trianguló con da-
tos secundarios de diversas fuentes. A partir de la identificación de códigos se diferenciaron
algunos ejes de análisis y se trabajó con la modalidad de análisis del discurso, distinguiendo
regularidades y clasificaciones en los materiales empíricos.
6
Es decir, si el tratamiento se efectúa a puertas cerradas, si permite la salida de los usuarios
(puertas abiertas), si ofrece una internación parcial (hospital de día o de noche) o si se trata

140 Revista Sociedad Nº 33


que mantienen con el Estado y porque se basan en distintas experiencias históricas
(las CTs “democráticas”, Daytop, Proggetto Uomo) que, en distintos países, repre-
sentaron una alternativa a la atención en los hospitales psiquiátricos.
En 1943, Bion y Rickman denominaron “comunidad terapéutica” a una estra-
tegia que consistió en discutir con las personas internadas (ex soldados) los pro-
blemas que se presentaban durante la internación y lograr que participaran en la
organización del pabellón. Más tarde, Maxwell Jones propuso establecer canales de
comunicación entre todos los miembros de la institución y analizar sus intercam-
bios en términos de dinámicas grupales e interpersonales. Aunque se generaron
distintos espacios grupales, tanto terapéuticos como lúdicos (bailes, fiestas, salidas
grupales, etc.), y la asamblea comunitaria, que podía efectuarse en forma diaria o
periódica, constituía el órgano de gestión, organización y monitoreo de todas las
actividades (Jones, 1970; Galende, 1990).
Daytop se creó en 1963 (año en que se sancionó la Ley Kennedy, que propuso
la reforma del sistema asilar estadounidense) por iniciativa de la Oficina de Liber-
tad Condicional de la Corte Suprema de Nueva York. Daytop retomó elementos de
Synanon, una comunidad de vida7 creada por Charles Doderich. En base a la teoría
psiquiátrica de la personalidad antisocial8, Doderich planteó que la toxicomanía era
el resultado de una deficiencia en la internalización de las reglas sociales durante la
infancia, de modo que se propuso resocializar a los toxicómanos a través de la vida en
una comunidad cohesionada por fuertes lazos afectivos y donde rigiera un estricto
sistema de reglas9. En Daytop se prohibió el uso de cualquier droga y el comporta-
miento violento, suponiendo que eran modos de afrontar la tensión y la frustración.
El rígido sistema de reglas de Daytop era compatible con la estructura carcelaria,
propia del sistema de libertad condicional. Si bien el estricto cumplimiento de las
normas era una característica de los hospitales psiquiátricos, la diferencia más im-
portante consistía en que en Daytop los residentes adquirían responsabilidades en
grado creciente (y por lo tanto, mejoraban su posición social dentro de la institución)
a medida que iban cumpliendo el tratamiento (De Dominicis, 1997).

de un servicio ambulatorio.
7
Las comunidades de vida son dispositivos residenciales conformados por usuarios de
drogas, generalmente reunidos en torno de una figura carismática.
8
El DSM IV define al trastorno antisocial de la personalidad como un “patrón general de
desprecio y violación de los derechos de los demás y de las normas sociales” (DSM IV, 1995:
662-663).
9
En 1970, Synanon fue cerrada debido a distintos problemas, referidos al maltrato de los
residentes.

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 141


En 1976, en Roma, un grupo de voluntarios reunidos en torno de Don Mario
Picchi, capellán de la Estación Terminal Ferroviaria, fundó el Centro Italiano de
la Solidaridad (CeIS). Habiendo experimentado el modelo de Daytop, el grupo
elaboró su propio programa terapéutico, que denominó Proggetto Uomo. La pro-
puesta se distinguió por la concepción holística del problema de las drogas, la
incorporación de la dimensión espiritual del tratamiento, la participación de las
familias en el proceso de atención y por contar con una fase de reinserción como
período intermedio entre la fase residencial y el retorno a la vida cotidiana. El pro-
ceso terapéutico representaba “un cambio de vida” que llevaría a la transformación
del usuario de drogas en un “Hombre Nuevo”. Para quienes diseñaron el Proggetto
Uomo, esta concepción señalaba una ruptura con el modelo inglés, dado que el
programa no estaba destinado al tratamiento de una enfermedad mental, sino a la
transformación del hombre y de la comunidad (De Dominicis, 1997).

LAS COMUNIDADES TERAPÉUTICAS EN ARGENTINA

En Argentina, el modelo “democrático” de CT se implementó a fines de la


década del ´60 por recomendación de la Organización Mundial de la Salud para
la reforma de la atención en salud mental. Durante el gobierno de facto del gene-
ral Onganía, las CTs sólo pudieron implementarse como experiencias piloto en el
interior de distintos hospitales psiquiátricos. En los ´70, en un clima de crecien-
te violencia política, las acusaciones de “comunistas” y “subversivos” alcanzaron a
quienes llevaban adelante las experiencias innovadoras, que fueron desarticuladas
(Carpintero y Vainer, 2005; Alberdi, 2003).
En la década del ´80, con el retorno a la democracia, el CeIS, en el marco de un
convenio con el gobierno nacional, llevó a cabo un proyecto de capacitación finan-
ciado por las Naciones Unidas. El Proyecto AD/ARG/87/525 capacitó, entre 1988
y 1990 a 27 operadores socioterapeúticos (OST) en Italia y a 189 en Argentina. La
mitad de ellos eran personas que habían logrado “dejar las drogas” en comunidades
de vida. Con el tiempo, muchos de los OST fundaron nuevas CTs, constituyendo
una importante oferta asistencial para los usuarios de drogas en el ámbito de la
sociedad civil (Touzé, 2006). Su expansión en la década del ´90 puede vincularse a
las características de las políticas neoliberales que orientaron el proceso de reforma
del Estado en esos años, que sostenían que las ONGs eran más eficientes que el
Estado en la implementación de las políticas sociales (Banco Mundial, 1993).

142 Revista Sociedad Nº 33


LAS POLÍTICAS DE ATENCIÓN POR USO DE DROGAS EN LA DÉCADA DEL ´90

A fines de los ´80 se planteó la necesidad de reformar Ley penal de drogas


20.771, que desde su sanción, en 1974, penalizaba la tenencia de estupefacientes
para consumo personal. Quienes estaban a favor de las reformas sostenían que la
penalización resultaba un obstáculo para el acceso de los usuarios de drogas a los
servicios de salud y que afectaba la garantía de la intangibilidad de las acciones
privadas, ya que la práctica era de tipo privado y no perjudicaba a terceros. Los
argumentos que sostenían la medida explicaban que el poder punitivo era un ins-
trumento efectivo para proteger a la población de dos amenazas: la expansión de
la epidemia de VIH-sida10 y el narcotráfico y su posible injerencia en la política
local (Virgolini, 1989; Touzé, 2006). Finalmente, en 1989, la Ley 23.737 penalizó
la tenencia de drogas para uso personal permitiendo que los jueces dispusieran de
una medida de seguridad educativa, o curativa, alternativas a la pena de prisión,
de acuerdo a si el tenedor experimentaba o era dependiente a las drogas. La im-
plementación de la Ley 23.737 no sólo significó el aumento de la población encar-
celada por delitos relacionados con estupefacientes, sino que también amplió la
demanda de servicios de asistencia (Touzé, 2006; Corda, 2011).
La concepción del problema de las drogas como delito y como enfermedad
presente en la Ley 23.737 permeó el diseño de las políticas sanitarias destinadas a la
atención por uso de drogas que, en los ´90, siguieron los ejes de la reforma del sis-
tema de salud, que había sido promovida por distintos organismos internacionales.

LA REFORMA DEL SISTEMA DE SALUD

En 1993, el Banco Mundial publicó el “Informe sobre Desarrollo Mundial: In-


vertir en Salud” donde definió tres premisas fundamentales para las reforma de los
sistemas sanitarios:
- que la salud pertenecía al ámbito privado, lo que implicaba que el Estado
debería actuar sólo cuando los privados no pudieran o no quisieran ha-
cerlo (principio de “subsidiaridad”);
- que el sector público era ineficiente e inequitativo, debido a que sus polí-
ticas estaban influenciadas por distintos intereses y
- que los recursos en salud eran escasos, de modo tal que las políticas públi-
cas debían centrarse sólo en la atención de la pobreza crítica, ya que por
definición, los pobres no pueden resolver sus necesidades en el mercado.

10
A fines de los ´80, los usuarios de drogas por vía inyectable fueron considerados uno de
los grupos con mayor exposición frente a la epidemia.

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 143


La reforma del sistema de salud requirió que se produjera un cambio en el sentido
común sobre la salud; desde su percepción como derecho que el Estado debía garan-
tizar a ser concebida como un bien que podía adquirirse en el mercado (Iriart, 2008).
En Argentina, las reformas en salud tendieron a promover la libre competen-
cia entre las instituciones de todos los subsectores (público, privado y de obras so-
ciales) en base al derecho de los usuarios a elegir libremente entre ellas, de acuerdo
a criterios de calidad y precio. Estos principios, que habían sido adoptados por la
dictadura militar, consolidaron criterios de mercado con reglas diferenciales según
la capacidad de pago de los usuarios, mercantilizando el derecho a la salud (Farao-
ne, 2006). Esta visión se plasmó en la Reforma Constitucional de 1994, cuyo texto
consideró el derecho a la salud desde el punto de vista del consumidor de bienes y
servicios (Moyano y Escudero: 2008)11 12.
Para el Banco Mundial, las ONGs eran más eficientes que el Estado para resol-
ver problemas de salud y por lo tanto recomendó que se las apoyara financiera-
mente y que se les encargaran tareas gubernamentales. En el modelo gerencial de
administración pública, se consideraba indispensable que las agencias estatales que
se ocupaban de los servicios sociales formularan, regularan y financiaran políticas,
pero que transfirieran a las organizaciones de la sociedad civil la provisión de los
servicios. Es importante considerar que este pasaje no era considerado una privati-
zación, sino que se aludía a la creación de un tercer marco institucional: lo público
no estatal, en donde lo público refería a la capacidad de la sociedad para actuar en
conjunto con el Estado (Bresser Pereira, 2004). Se argumentó que los grupos so-
ciales que asumían el espacio público no estatal tenían un importante compromiso
ideológico con el problema del que se ocupaban y un estrecho vinculo con los
usuarios, de modo que sus motivaciones superaban la maximización de ingresos y
los volvían más eficientes en servicios donde la dedicación de los prestadores era
fundamental. Se sostuvo que la cooperación entre Estado y grupos fuertemente
motivados y especializados en la resolución de problemas complejos podría dar
lugar a soluciones innovadoras que podían incrementar los recursos existentes.
Desde este enfoque, el Estado tenía un importante rol como regulador, para evitar
el clientelismo y los abusos de poder en la relación entre los prestadores y los usua-
rios, controlar los precios y verificar la calidad de las prestaciones (CLAD, 1998).
Siguiendo estos ejes, el diseño de las políticas asistenciales para los usuarios de

11
Art. 42, Constitución de la Nación Argentina.
12
El derecho a la salud fue establecido en los tratados internacionales incorporados a
la Constitución: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Art. 25 y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos. Sociales y Culturales, Art. 12.

144 Revista Sociedad Nº 33


drogas incluyeron a las CTs como prestadoras de servicios de asistencia, mientras
que los organismos estatales se constituyeron en financiadores y reguladores del
servicio que prestaban.

LA INCLUSIÓN DE LAS CT EN LOS PROGRAMAS ASISTENCIALES DE LA


SEDRONAR Y EN EL SISTEMA DE SALUD

La creación de la SEDRONAR, meses antes de la sanción de la Ley 23.737, se


ligó a la política exterior de los Estados Unidos, que recomendó a los gobiernos
latinoamericanos unificar en un solo organismo estatal el control de la oferta y
de la demanda de drogas ilegales (Touzé, 2006). En 1992, la SEDRONAR creó el
Programa de Subsidio para Asistencia Individual en el Tratamiento de Adictos con
Internación en Institutos No Gubernamentales. Los subsidios tenían que otorgarse
cuando “no se pueda disponer de una institución oficial o carezca ésta de vacantes”
(Resolución 41/92, Anexo I). Por lo tanto, el Programa constituía una oferta de
servicios complementaria a la del sistema público de salud.
El rol de la SEDRONAR y la inclusión de las CTs en el sistema de salud se am-
plió en 1995, con la sanción de la Ley 24.455, que estableció la obligatoriedad de la
cobertura de la atención por VIH-sida y uso de drogas por parte las obras socia-
les13, considerando no sólo la necesidad de garantizar el derecho a la salud de los
usuarios, sino también la importancia de asegurar el cumplimiento de la medida
de seguridad curativa de la Ley 23.737.
En 1997, el Ministerio de Salud y Acción Social y la SEDRONAR actualizaron
las normas de habilitación de los servicios preventivos asistenciales en drogadepen-
dencia14. La Resolución Conjunta 361-153/97 (en cuya elaboración participaron las
CTs) consideró a la CT como un modelo alternativo a la atención en los hospitales
psiquiátricos expresando que: “las CT cubren un importante vacío en la atención de
los pacientes adictos, implementando un sistema diferente a las prácticas psiquiátricas
tradicionales, con una valoración integral y humana en la problemática”. Asimismo,
se resaltaba que sus tratamientos fueran integrales y que se basaran en la atención
grupal y en la adquisición de valores como el compromiso y la responsabilidad.
Según los entrevistados, las normas de calidad establecidas por el Ministerio de
Salud y la SEDRONAR introdujeron una diferenciación en el campo de la atención
por uso de drogas entre las instituciones que estaban controladas por los orga-
nismos gubernamentales y aquellas que no, y en las que los usuarios de drogas

13
En 1996, la Ley 24.754 incluyó a las empresas de medicina prepaga.
14
Resolución Conjunta del Ministerio de Salud y Acción Social y la SEDRONAR 160-3/95.

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 145


estarían más expuestos a que no se respetaran sus derechos. En este sentido, para
Fonga, formar parte de las instituciones certificadas por la SEDRONAR era un ele-
mento de prueba de la validez de sus tratamientos.
La ampliación de la demanda de atención en las CTs, a partir de su inclusión en
el sistema de salud, parece haber permitido su expansión (Touzé, 2006), pero tam-
bién cuestionó la pertinencia del dispositivo para dar respuesta a la multiplicidad
de situaciones de padecimiento que presentaban los usuarios de drogas.

LA DEMANDA DE ATENCIÓN HACIA LAS COMUNIDADES TERAPÉUTICAS

La inclusión de las CT en los programas de asistencia de la SEDRONAR y de las


obras sociales respondía, fundamentalmente, a una demanda de atención custo-
dial: el cumplimiento de la medida de seguridad curativa de la Ley 23.737 o bien de
la medida de protección de persona dispuesta por la justicia civil (Art.482, Código
Civil)15. Si bien esta demanda no parecía ser incongruente con las CT cerradas,
aquellas que se basaban en un modelo de puertas abiertas debieron enfrentar el
problema de atender a personas que se veían coaccionadas a iniciar un tratamien-
to. La respuesta de este tipo de CT fue dispar: mientras algunas comunidades deci-
dieron no admitir a quienes fueran derivados por los tribunales, otras transforma-
ron la fase de admisión, de ambulatoria16 a residencial:

- De un tiempo a esta parte, la internación empieza a estar filtrada por la Justicia,


por los organismos del Estado, por las obras sociales y demás. Entonces la admisión
pasa a ser residencial. Y un chico te lo traen y te lo dejan (…) Nosotros a ese periodo
lo llamamos etapa educativa. Cuando los chicos manejan ya ciertos códigos sociales,
ciertas habilidades para estar con los otros, pueden pedir la evaluación. Se hace una
asamblea, se evalúa al chico y si estamos todos de acuerdo, pasa a la etapa terapéu-
tica (OST, 40 años).

Los OST explicaban que el pedido de custodia de los usuarios de drogas era
contradictorio con el modelo de puertas abiertas:

- Cuando vas al juzgado y le comunicás que esta persona no es para una comunidad
terapéutica, primero que se hacen los tontos, segundo te dicen: “bueno, ¿y a que
institución lo derivamos?” Nos dicen: “ténganlo ustedes, si a los primeros que llegó
fue a ustedes, entonces sí o sí lo tienen que cuidar”. Pero nosotros explicamos que las
comunidades son abiertas. ¿Y si se escapa? (OST, 42 años).

15
Modificado en 2010 por la Ley 26.657.
16
En el Proggeto Uomo la admisión podía efectuarse en forma ambulatoria. El pasaje a la
fase residencial se efectuaba cuando el usuario había logrado la abstinencia y demostraba
que estaba comprometido con el “cambio de vida” que proponía la CT.

146 Revista Sociedad Nº 33


Para los OST, reorientar el proceso de atención de los usuarios internados por
orden judicial era muy difícil. Esta situación resultó coincidente con un estudio
del Centro de Estudios Legales y Sociales y Mental Disability Rights International
(CELS y MDRI, 2008) que mostró que el sistema judicial tenía serias dificultades
para supervisar y monitorear las condiciones de atención de las personas interna-
das en instituciones de salud mental. En este sentido, la creación del Órgano de
Revisión en el marco de la Ley 26.657 resulta un paso importante en la protección
de los derechos de las personas internadas.

EL DEBATE SOBRE LA PERTINENCIA DE LA CT PARA LA ATENCIÓN DE


NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES Y DE LA “PATOLOGÍA DUAL”

Para los entrevistados, la atención de personas con diagnóstico de dependencia


a drogas y otro padecimiento mental (llamadas duales por los especialistas) cuestio-
naba el modelo de atención de las CT. La admisión de estas personas requería la in-
clusión de un médico psiquiatra las 24 horas, aceptar la posibilidad de que se usaran
sustancias psicoactivas bajo prescripción médica17 y tener la capacidad de responder
a situaciones críticas no provocadas directamente por el consumo o por la abstinen-
cia de drogas. Es posible comprender entonces, por qué se afirmaba que las CT que
atendían las patologías duales eran pocas y se definían como especializadas. Para los
OST, la inclusión de psiquiatras en el proceso de atención, dispuesta por las normas
de calidad del Ministerio de Salud y la SEDRONAR había permitido que se evaluara
la salud mental de los usuarios de drogas antes de su ingreso a las CT:

- Muchas veces por querer ayudar y no tener conciencia de las limitaciones, hicimos
daño. Ahora cada paciente es evaluado. Todos tienen las mismas posibilidades de
estar acá adentro. Pacientes que son duales, pacientes que no son duales, de adiccio-
nes, con HIV, sin HIV. No hay discriminación del paciente siempre y los atendemos
cuando veamos que estamos capacitados para brindarle algo (OST, 47 años).

Mientras en algunas CT la patología dual era un criterio de exclusión, en otras


el diagnóstico psiquiátrico permitía evaluar las posibilidades de integración a la
vida en comunidad, sobre todo en las instituciones que no contaban con guardia
psiquiátrica permanente. En algunos casos, esta flexibilidad había llevado a acep-
tar que estos usuarios utilizaran psicofármacos durante el tratamiento residencial.
En otros, la evaluación psiquiátrica permitía derivar a las personas que no podían

17
La práctica, para algunos OST, resultaba contradictoria con el respeto de la norma de: “no
a las drogas”, fundamental en el dispositivo.

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 147


sostener el tratamiento en las CTs abiertas hacia otros dispositivos.
Otra situación que era motivo de debate entre los OST era la atención de niños/
as y adolescentes:

- Hay como una especie de demanda muy fuerte de los estamentos oficiales, judicia-
les y hasta de las mismas organizaciones sociales como las Madres del Paco de que
nosotros nos transformemos casi en cárceles privadas para menores. Hoy por hoy
llueve esto: tenemos un muchacho, no queremos que se vaya, porque está muy mal…
y entonces sale a robar y se va a matar. Pero las comunidades terapéuticas son
abiertas. Nadie está contra su voluntad, cada uno elige todos los días seguir adelante
con su tratamiento. Por supuesto, nosotros tenemos mecanismos de contención, de
motivación: a nadie a la primera que dice: me quiero ir se le abre la puerta (…). Y yo
digo… ¿cuál va a hacer nuestra respuesta? Lo tenemos que ir definiendo nosotros. Yo
creo que da para un debate importante, como organizaciones, con el Estado, como
sociedad misma, sobre el rol que vamos a cumplir (OST, 50 años).

Los entrevistados explicaban que la demanda de atención de niñas, niños y


adolescentes había surgido luego de la crisis de 2001, asociada al consumo de PBC.
La irrupción del consumo de PBC en la niñez constituyó en un tema de agenda
política, frecuentemente asociado a los problemas de inseguridad ciudadana y al
delito, justificando el pedido de la baja de la edad de imputabilidad penal (Para-
júa y otros, 2010). En el discurso mediático, el pedido de asistencia sanitaria (que
mostró a familiares de adolescentes que usaban PBC pidiendo ayuda al Estado18) se
centró en la ampliación de la oferta de las instituciones de encierro (Galante, 2010).
Como problema sanitario, la irrupción del consumo problemático de PBC entre
los\as niño\as y adolescentes interpeló a los especialistas de distintos dispositivos
de atención por uso de drogas. Los entrevistados sostenían que la PBC producía un
mayor deterioro físico que otras sustancias psicoactivas en menor tiempo, de manera
que sentían que la intervención debía ser urgente. La urgencia se transformaba en
una situación de “desborde” institucional y profesional porque los consumidores de
PBC que habían atendido eran niños\as o adolescentes que estaban desvinculados de
sus redes familiares y comunitarias y los servicios de asistencia no estaban “prepara-
dos” para atender este tipo de situaciones (Parajúa y otros, 2010).
Para las CT de puertas abiertas, asegurar la permanencia de los adolescentes
entraba en contradicción con el principio de no imposición del tratamiento, un
elemento que diferenciaba a las CT de una institución de encierro. En un grupo de
discusión, los OST debatieron sobre el tema:

18
Es importante tener en cuenta que el pedido de internación compulsiva de los familiares
de los adolescentes que usan drogas posiblemente se vincule con dificultades de la población
vulnerable al acceso al sistema sanitario, así como a las dificultades de los servicios ambula-
torios para brindar tratamientos adecuados (Rossi y otros, 2007).

146 Revista Sociedad Nº 33


- Los menores no pueden estar en comunidad terapéutica, desde la Ley y desde la
experiencia, lo que pasa es que no lo hemos criticado, ni desde el Estado ni desde la
sociedad.
- Está claro lo que vos decís, pero ahí hay un tema muy importante: las comunidades
recibieron un montón de pibitos porque eran el recurso. El asunto es que muchas
comunidades, sobre la marcha, han hecho el esfuerzo de hacer una adaptación ab-
soluta de la comunidad (…) El Estado en ese sentido tampoco hizo una previsión,
decir: “muchachos ustedes tienen organizaciones que trabajan en rehabilitación va-
mos a juntarnos, vamos a armar un modelo, un modelo para menores” (OSTs en
Grupo de discusión 1).

En una visión crítica, los OST reconocían que no habían logrado que se au-
mentara el presupuesto de la SEDRONAR y participar en el diseño de sus políticas
asistenciales. Pero también señalaban que la SEDRONAR había tenido muchas di-
ficultades para promover la discusión sobre el mejor modo de asistir a los usuarios
de drogas. Para los OST, la falta de diálogo parecía obstaculizar que las ONGs apor-
taran soluciones desde abajo a nuevos problemas sociales que requerían aportes
innovadores (CLAD, 1988), como la irrupción del consumo de PBC entre los\as
niños\as y adolescentes.
La respuesta entre las CT ante esta nueva demanda no fue univoca. Así, mien-
tras en algunas CT se había decidido no admitir a niños/as y adolescentes, en otras,
manteniendo el principio de puertas abiertas se planteaba la necesidad de modifi-
car ciertas prácticas para poder asistirlos:

- Tenemos el desafío intelectual, práctico, político de entender cuáles son las formas
de intervención con estos chicos y qué es lo terapéutico hoy. Creo que eso es lo que
hay que redefinir y no quedarnos en los libros. Como la comunidad es abierta traba-
jamos de alguna manera con la voluntad de los chicos, porque es cierto que el juez los
encierra pero nosotros no los encerramos. El único trabajo nuestro es tratar de que
ellos tomen la decisión de quedarse. Si no, se van (OST, 40 años).

Entre esos cambios implementados por las CTs se mencionó la inclusión en re-
des barriales y comunitarias y el fortalecimiento de sus vínculos con los referentes
adultos que pudieran acompañarlos en el proceso de reinserción (Chiosso, 2010).

CONCLUSIONES

En la última década la discusión sobre la atención en las CTs constituyó una


expresión de las divergencias entre distintos actores gubernamentales sobre la di-
reccionalidad de las políticas de drogas. En 2009, la Comisión Nacional Coordi-
nadora de Políticas Públicas en materia de Prevención y Control del Tráfico Ilícito
de Estupefacientes, la Delincuencia Organizada Transnacional y la Corrupción,

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 149


propuso que la atención sanitaria de los usuarios fuera de exclusiva competencia
del Ministerio de Salud, lo que implicaba limitar la incumbencia de SEDRONAR
en el control de la demanda de drogas. La Comisión criticó la capacidad de la
SEDRONAR para regular a las CTs “dados los abusos producidos en internación,
la falta de control y la baja profesionalización del personal de muchas de las comu-
nidades terapéuticas”19.
Pero mientras a nivel nacional se profundizaban las divergencias entre los acto-
res gubernamentales sobre la pertinencia de las CTs para la atención de los usua-
rios de drogas, en la Ciudad de Buenos Aires se creó un programa con característi-
cas similares a los de la SEDRONAR (Gamardo y otros, 2012).
Las críticas a la CT pueden ligarse a la relevancia de la cuestión de los derechos
humanos en la agenda pública en Argentina, que se plasmó en la sanción de la Ley
26.061 de Protección Integral de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes,
de la Ley 26.657 de Salud Mental. Desde los enfoques que promueven la autono-
mía y la integración social de los usuarios de drogas, algunos elementos del modelo
de las CTs abiertas (la organización jerárquica, el sistema de reglas, la duración del
tratamiento residencial –generalmente de un año–) son puestos en cuestión por su
analogía con los dispositivos de encierro. Lógicamente las críticas son más impor-
tantes en las instituciones cerradas, debido al grado de aislamiento de los usuarios
y de clausura del dispositivo.
En la discusión sobre las CTs, cabe reflexionar que sus orígenes se relacionan
con los procesos de reforma del sistema de salud mental. Entre sus elementos in-
novadores pueden mencionarse: la participación de los usuarios en el proceso de
tratamiento, la importancia dada a la comunicación entre los miembros de la insti-
tución, el predomino de los tratamientos grupales sobre la atención individualiza-
da y el valor dado a la asamblea.
En Argentina, las CTs también formaron parte de los procesos de reforma
del sistema asilar. Su potencial transformador puede advertirse si se analiza que la
introducción de formas más democráticas de relación entre usuarios y equipos de
atención y el valor terapéutico dado a lo grupal, lo lúdico, lo laboral y la inserción
comunitaria en las experiencias piloto desarrolladas en la década del ‘70 motivó
que quienes las llevaron adelante fueran acusados de “subversivos” por quienes las
desarticularon (Carpintero y Vainer, 2005).

19
Ver: Ruchansky, Emilio (2009): “El comité asesor sobre el tema drogas presentará el mar-
tes sus proyectos a los diputados”, en diario Página/12, Buenos Aires, 29 de agosto; Ru-
chansky, Emilio (2009): “El turno del sistema sanitario”, en diario Página/12, Buenos Aires,
15 de setiembre; Ruchansky, Emilio (2009), “El largo camino del nuevo plan antidrogas”, en
diario Crítica de la Argentina, Buenos Aires, 15 de setiembre.

150
. Revista Sociedad Nº 33
Con la vuelta a la democracia, y en un clima de participación popular, el go-
bierno promovió la adopción del Proggeto Uomo para la atención de los usuarios
de drogas. Las CT fundadas por los OST que se capacitaron en ese modelo consti-
tuyeron una importante oferta de atención especializada por uso de drogas, en el
ámbito de la sociedad civil (Touzé, 2006).
En los ´90 la expansión de las CT puede ligarse a dos tipos de reformas. Por una
parte, la sanción de la Ley 23.737 legitimó la utilización del poder punitivo en la
atención sanitaria de los usuarios de drogas y significó un aumento de la demanda
de asistencia. Por otra parte, los principios que orientaban la reforma del sistema
de salud sostenían que las ONGs eran más eficientes que los servicios públicos, de
modo que se desestimaba que éstos fueran provistos por el Estado. En un enfoque
que circunscribía el rol del Estado al financiamiento y la regulación de servicios pú-
blicos, las CTs ocuparon el espacio de lo público no estatal y se constituyeron en pro-
veedoras de servicios de asistencia especializada en la atención por uso de drogas.
En un paradigma que consideraba al usuario de drogas como enfermo-delin-
cuente, la demanda de atención hacia las CT era de tipo custodial. La admisión
involuntaria de los usuarios de drogas, especialmente aquellos que presentaban
patologías duales, fue debatida entre las CT, sobre todo en aquellas de puertas
abiertas. Como resultado, las CT definieron con mayor claridad sus criterios de
ingreso, especializándose en la atención de un tipo de problemas y diversificando
su oferta asistencial.
Luego de la crisis de 2001, la irrupción del consumo problemático de PBC entre
los/as niños/as y adolescente interpeló a las CT. Ante el “desborde” de otras institu-
ciones que atendían a usuarios de drogas (Parajúa y otros, 2010) las CTs afrontaron
la demanda de atención de niños/as y adolescentes que estaban desvinculados de
sus redes familiares y comunitarias. La discusión sobre la pertinencia del disposi-
tivo para responder a esta demanda volvió a diferenciar a las CT, aunque aquellas
que decidieron admitir a niños/as y adolescentes modificaron algunas de sus prác-
ticas. Para los OST, la forma en que las CTs respondieron al problema mostró las
dificultades de los organismos gubernamentales para generar un espacio de dis-
cusión sobre las respuestas más adecuadas que deberían darse frente a problemas
emergentes. Con sentido crítico, los OST reflexionaron que habían enfrentado una
situación definida como urgencia con pocos recursos para demandar la adecuación
de las políticas públicas a los nuevos problemas que se presentaban.
En la actualidad, distintos actores promueven la creación de un plan nacional
de atención integral para usuarios de drogas. En el debate sobre la construcción de
respuestas más adecuadas a las necesidades de los usuarios, las CTs resultan actores
de relevancia por su experiencia en la atención residencial de los usuarios de dro-

Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 151


gas. En este sentido, los debates que se dieron en las CTs sobre la forma más ade-
cuada de atender a los niños y adolescentes y a las personas con patologías duales
son un importante aporte para el diseño de políticas de asistencia que garanticen el
acceso de los usuarios al sistema de salud.

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Reflexiones acerca del espacio público no estatal... 153


miento con internación en organismos no gubernamentales de drogadependientes de bajos
recursos económicos.
Resolución Conjunta 160-3/95 Ministerio de Salud y Acción Social-SEDRONAR: Normati-
zación de los Establecimientos Preventivo Asistenciales en Drogadependencia.
Resolución Conjunta 361-153/97 Ministerio de Salud y Acción Social-SEDRONAR. Nor-
mas de categorización para aquellos establecimientos que brindan servicios Preventivo-
Asistenciales en Drogadependencia.

154 Revista Sociedad Nº 33


La comunidad:
nostalgia, promesa y refugio
Perspectivas desde la teoría social; su tradición en el Trabajo
Social y sus derivaciones instrumentales y metodológicas

Javier Bráncoli*

El término comunidad se presenta como un concepto polísémico, con una alta


valoración moral, al cual se atribuyen diferentes significados, un escenario a la vez
que un dispositivo para la intervención social.

¿Cuáles son las diversas referencias a las cuales nos remite el término comunidad?

Desde las políticas sociales y las organizaciones colectivas, las propuestas de


desarrollo y participación social o las instituciones educativas, sanitarias o de segu-
ridad, se apela de distinto modo al término “comunidad o comunitario” como una
forma de atribuir un sentido particular de integración social. Como sustantivo, la
comunidad remite a una categoría o concepto, un espacio físico geográfico y a un
sujeto (potencial). Como adjetivo, lo comunitario, otorga rasgos de proximidad,
naturalidad, cooperación, solidaridad y familiaridad a diferentes configuraciones

* Licenciado en Trabajo Social (UBA, 1996). Es docente e investigador de la Facultad de


Ciencias Sociales UBA. Jefe de Trabajos prácticos en la materia Trabajo Social, Territorio y
Comunidad de la Carrera de Trabajo Social. Profesor Adjunto de la materia Introducción
a la práctica profesional, Carrera de Trabajo Social, Departamento de Ciencias Sociales y
Humanidades, Universidad Nacional de Moreno. Ha publicado libros, capítulos y artículos
sobre políticas sociales; organizaciones comunitarias; planificación social y extensión uni-
versitaria. Como Secretario de Extensión de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA de-
sarrolló desde 2002 y hasta 2010 el Programa de Capacitación y Fortalecimiento para Orga-
nizaciones Sociales y Comunitarias que recibió diversos premios y reconocimientos públi-
cos. Es miembro del Banco Nacional de Evaluadores de Extensión Universitaria REX-UNI
Consejo Interuniversitario Nacional. Consejero Directivo por el Claustro de Graduados,
Facultad de Ciencias Sociales (UBA) entre 2010 y 2014. Consejero Superior por el Claustro
de Profesores de la Universidad Nacional de Moreno entre 2012 y 2015. Se desempeña pro-
fesionalmente en el Ministerio de Educación de la Nación. Dirección Nacional de Políticas
Socioeducativas (2010-2013).

La comunidad: nostalgia, promesa y... 155


sociales, grupos, organizaciones, barrios e instituciones.
La comunidad o “lo comunitario” se torna, en diversas circunstancias, un sig-
nificante vacío, un supuesto o hipótesis para la acción. Como significante puede
encubrir más que revelar una situación social determinada y como supuesto se tor-
na un mandato y objetivo para las acciones que realizan diversos actores sociales,
particularmente el Estado a través de sus políticas públicas (Rose; 1996).
Las profundas transformaciones sociales y estatales sucedidas en las últimas
décadas en nuestra región representan el marco de referencia en donde se sitúa este
concepto que proponemos poner en tensión. Por un lado, el proceso de reformas
estatales (descentralización, focalización, tercerización y participación social con-
trolada) ha supuesto esta idea, este concepto y este escenario: la comunidad con
una renovada centralidad. Por el otro, las profundas y agudas crisis que atravesó
nuestro país han puesto de manifiesto a la comunidad, o bien la vuelven a instalar,
como un lugar de refugio para lograr protección social en un escenario de incerti-
dumbre, turbulencia e inseguridad social (Castel, 2004).
Como contracara de estas críticas situaciones que han afectado a las mayorías
populares se desarrolló un extraordinario proceso de movilización y participación
popular, que se expresó fundamentalmente en esta última década, pero no como
una invención o novedad, sino como un resultado que cataliza y decanta una larga
trayectoria de organización popular en ámbitos comunitarios y vecinales. Por lo
tanto, en este artículo nos proponemos abordar el concepto de comunidad en dife-
rentes perspectivas de la teoría social. Un término que se expresa como respuesta
frente a la ruptura y (re)construcción del orden social y sus formas de integración.
En segundo término, desarrollaremos la influencia que ha ejercido el concepto, y
sus diversas interpretaciones en las respuestas institucionales que históricamen-
te se han dado frente a la expansión y complejidad de la cuestión social. Estas
respuestas están vinculadas directamente al origen y desarrollo del Trabajo So-
cial como forma asistencial y como práctica teórica. Por último, nos proponemos
vincular a la comunidad –como eje conceptual– con aspectos instrumentales y
metodológicos de los estudios (micro) sociales que denominamos genéricamente
diagnósticos comunitarios y que son el punto de partida para la programación
social y la evaluación de sus resultados.

LA COMUNIDAD: SU ORIGEN EN LAS CIENCIAS SOCIALES

En las ciencias sociales, la idea de comunidad como concepto se ha expresado


en diversos momentos de ruptura del orden social e irrupción de nuevas formas de
organización de la sociedad que generaron profundos interrogantes y sus conse-

156 Revista Sociedad Nº 33


cuentes respuestas –precarias y temporales– frente a estos cambios.
Tomamos como referencia el último siglo para encontrar interpelaciones que a
partir de las ciencias sociales pretenden dar cuenta de un relato sobre la sociedad
y su transformación. Esta periodización nos permite situar el término comunidad
en el pensamiento de la sociología clásica (fines del siglo XIX), en las propuestas
desarrollistas (mediados del siglo XX) y en autores que analizan la crisis de la mo-
dernidad a principios de este siglo. El primer momento está vinculado al pasaje de
la comunidad tradicional a la sociedad moderna con el desarrollo del capitalismo
como modo de producción predominante, la consolidación de una clase trabaja-
dora asalariada, la vida urbana en expansión y la emergencia de nuevos problemas
y conflictos sociales.
La comunidad en la teoría social clásica

Hacia el final del siglo XIX y comienzos del XX en la Europa industrial, los
procesos de urbanización, industrialización y masivos movimientos migratorios
campo-ciudad representaban una amenaza para un orden comunitario en declive
y extinción. La pérdida de la vida de aldea, la familia extensa, la predominancia del
trabajo agrario y la relación directa con el medio natural van a dejar lugar a una
vida múltiple, abigarrada y caótica en la ciudad moderna. Estas transformaciones
de la vida comunitaria observan un correlato en la configuración de los núcleos
familiares, en los modos de organización económica doméstica y en las formas de
satisfacción de necesidades sociales de diferente orden y magnitud.
Ferdinand Tönnies, un sociólogo de fines siglo XIX, hijo de granjeros alemanes,
estudió los procesos de transformación del orden comunitario al societal y es una
primera referencia en el tema. Su principal obra, Comunidad y sociedad (1887),
representa una comparación dicotómica entre dos lógicas y racionalidades para
pensar la organización social. Comunidad es lo natural, orgánico y antiguo, mien-
tras que lo societal es lo artificial, lo mecánico y lo nuevo. La comunidad es el orden
basado en la tradición, la familia y la propiedad de la tierra; la sociedad es progreso
basado en el individualismo, la competencia y la racionalización.
Tönnies plantea que la base de la distinción entre comunidad y sociedad es el tipo
de relación que se establece entre los hombres, en un caso esencialmente unidos, la
comunidad, y en otro esencialmente separados, la sociedad. Entiende a la sociedad
como expresión del progreso, la Ilustración, el desarrollo y la civilización libres pero, a
su vez, como forma contractual de relación social. Cuanto más avanza la civilización
moderna más remota aparece la posibilidad de retorno al lazo social comunitario.
La familia representa el arquetipo principal de la vida comunitaria. Las trans-
formaciones –significativas y profundas de esta etapa– van a afectar su estructura
La comunidad: nostalgia, promesa y... 157
y funcionamiento. La disociación de los procesos productivos de los ámbitos fa-
miliares que señala Weber; la crisis de las tradiciones, la costumbre y la religión
como paradigmas dominantes y el debilitamiento de las relaciones de jerarquía y
desigualdad son algunos indicadores de este “desorden” social que afecta a fami-
lias y comunidades. Esta distinción entre lo orgánico (comunidad) y lo mecánico
(sociedad) atravesará todo el trabajo de Tönnies y encuentra una referencia directa
en los conceptos de solidaridad mecánica y orgánica en Durkheim, aunque con
sentido inverso u opuesto.
En su estudio sobre el suicidio, Durkheim (1897) plantea la preeminencia del
orden social por sobre la elección individual y el contrato ya que atribuye a una
conducta personal (tan íntima como el suicidio) su correspondencia con valores,
normas y lazos sociales. La comunidad es preexistente al individuo y es la base del
funcionamiento de la sociedad (Nisbet, 1996). Para Durkheim, frente a la crisis del
orden tradicional premoderno resulta necesaria la construcción de un orden social
(artificial) que a partir de la división social del trabajo otorgue previsibilidad y
estabilidad al funcionamiento de la sociedad, así como la integración social de sus
miembros y su regulación a partir de la preeminencia de la conciencia colectiva.
La crisis de una forma de solidaridad basada en la homogeneidad moral y so-
cial de los individuos; en la disciplina de la pequeña comunidad; en la tradición;
en la propiedad comunal, el parentesco, la religión y el localismo van a dar lugar a
un tipo de solidaridad cuya característica principal es la heterogeneidad y el indivi-
dualismo. La división del trabajo actúa como un mecanismo de complementación
de tareas que otorga unidad y orden a través de la articulación de individuos en
funciones diferentes.
Por otra parte, también podemos encontrar otros aportes conceptuales para
el estudio de la comunidad como un tipo particular de lazo social: aquellos que
están vinculados a los grupos primarios y sus lazos asociativos, a las configura-
ciones de las relaciones de vecindario, que también fundan esta oportunidad o
límite para lo comunitario.
Los estudios de Simmel sobre las formas socialización (1908) son una referen-
cia para la caracterización de este tipo de vínculos primarios (moleculares) a partir
de sus estudios sobre la díada y la tríada en donde se caracterizan formas y relacio-
nes en la interacción social (Nisbet, 1966). Los grupos representan un lugar de per-
tenencia e identidad que pueden llegar a definir una despersonalización del sujeto,
como sucedía en la Edad Media en conventos, cofradías y gremios. En contraposi-
ción, la pertenencia a múltiples y transitorios grupos representa una afirmación de
la personalidad individual. Simmel plantea una paradoja en la sociedad moderna:
las cuestiones generales se hicieron cada vez más públicas y las cuestiones indivi-

158 Revista Sociedad Nº 33


duales cada vez más secretas. Esta contradicción la desarrolla particularmente en
su estudio sobre el secreto. En su investigación sobre la sociedad secreta podemos
encontrar elementos de análisis que nos permiten caracterizar la morfología y di-
námica de los pequeños grupos (Nisbet, 1996).
Los grupos son, en definitiva para Simmel, un modo de lograr diferenciación.
Son una forma de inclusividad del individuo respecto a otros miembros del grupo
en una relación de confianza, amistad y confidencialidad. Por otra parte, son una
forma de exclusividad, ya que delimitan una frontera respecto al resto de la socie-
dad a partir de un cierto nivel de aislamiento.
Frédéric Le Play, en su trabajo de investigación Los trabajadores europeos (1878),
estudia las transformaciones en la organización familiar a partir de la expansión
del trabajo asalariado y categoriza, a partir de un estudio inductivo y clasificatorio,
diferentes tipos familiares que van desde la familia patriarcal hasta la familia ines-
table. Cada uno de estos tipos familiares es un microcosmos (microsociología) que
cumple un rol decisivo en el orden social. En este sentido interesa también analizar
las relaciones que establecen las familias con otras instituciones de la comunidad.
La familia ocupa un determinado lugar (estatus) en la comunidad y a su vez cons-
tituye su base económica (ocupación). Estatus y ocupación definen el lugar que la
familia ocupa dentro de la comunidad. Las rupturas y transformaciones de los ám-
bitos familiares y comunitarios son causa y manifestación de este desorden social
que genera la transición de la tradición a la modernidad.
Para estos autores de la sociología clásica, la comunidad se presenta como un
recuerdo, nostalgia o añoranza por un orden social perdido que otorgaba certezas
y previsibilidad a la vida de los sujetos.

El desarrollo de la comunidad como forma de integración social

En un segundo momento es posible reconocer la expansión de las propuestas


de integración social basadas en el desarrollo de la comunidad. El desarrollismo
constituye una iniciativa que, posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, tiene
como objetivo contener el conflicto social a través de la integración de contingen-
tes poblacionales marginales o periféricos en los países en desarrollo. En esta etapa
se desarrollan altos niveles de conflictividad social en los países del Tercer Mundo
que van a dar lugar a las propuestas de la Alianza para el Progreso en América La-
tina. Estas tendencias debían ser contrarrestadas con dispositivos que favorecieran
un tipo de integración social y urbana basada en el desarrollo, la participación con-
trolada de la población y el progreso visto como evolución hacia la modernidad.
Como soporte teórico, el desarrollismo se asienta sobre la base del predomi-

La comunidad: nostalgia, promesa y... 159


nante funcionalismo presente en las ciencias sociales, particularmente en las teo-
rías de la marginalidad y de la modernización. En su Estructura de la acción social
(1937), Parsons presenta a la comunidad como subsistema de integración social.
Por lo tanto no se observa un esquema dicotómico y contrapuesto comunidad-
sociedad, como en la caso de Tönnies, sino que define a la comunidad societal como
núcleo estructural de la sociedad (Alexander, 2008). La comunidad societal puede
ser comprendida como un grupo nuclear dominante y hegemónico que impondría
un cierto orden normativo al resto de la sociedad; o bien como el propio orden
normativo pautado a través del cual la vida de una población se organiza colec-
tivamente. Para ello, los principios de modernización implican la socialización e
interiorización de pautas que permitan imponer ciertos valores culturales y nor-
mas sociales específicas que “garanticen el orden” a partir de la “adaptación” de
los sectores sociales no integrados. La generalización de valores constituirían los
principios de la modernización social, y estos son los aspectos más inclusivos de las
modalidades de integración social modernas.
En este período –mediados de siglo XX en nuestra región– se producen im-
portantes movimientos migratorios campo-ciudad que definen los rasgos particu-
lares de sectores marginales –premodernos– en contraposición a los procesos de
modernización. Sus características de marginalidad estarían dadas por su origen
rural, su localización geográfica en la periferia de las ciudades, su falta de aptitudes
para la disciplina del trabajo asalariado y pautas culturales “atrasadas” por falta de
escolarización. Según Germani (1962), la marginalidad está motivada por la falta
de capacidad de estos sujetos para participar y responder a las exigencias de la vida
urbana y moderna. La teoría de la marginalidad y de la modernización serán com-
plementos conceptuales para dar cuenta de los dispositivos y tecnologías sociales
montadas para promover procesos de desarrollo “desde la comunidad”.
Por otra parte y en esta misma etapa, los estudios sobre comunidades origi-
narias desarrollados en el campo de la antropología social, también contribuirán
al debate sobre tradición, modernidad y desarrollo. Los estudios etnográficos se
desarrollan sobre poblaciones y culturas “exóticas” para el pensamiento occidental
y son abordados según sus reglas relativas al parentesco, su actividad social y polí-
tica, sus normas sociales y sanciones, sus costumbres, sus mitos y su religiosidad.
Estos rasgos y características de las culturas tradicionales se contraponen al pensa-
miento, valores y formas de vida de la sociedad moderna.
La contribución de Bronislaw Malinowski ha sido especialmente importan-
te para comprender la centralidad de los aspectos culturales y simbólicos en los
grados de cohesión social, normas instituidas, estructura y funcionamiento de las
comunidades tradicionales.

160 Revista Sociedad Nº 33


(…) una cultura es una unidad orgánica, una totalidad de vida interrelacionada
con las tres dimensiones de organización social, cultura material y creencias. Lo
“separable” de las culturas son las instituciones cada una de las cuales tiene su
personal (estructura social), su reglamento (o valores), sus normas, actividades y
equipo material (Beattie, 2008: 5).

Posteriormente, hacia los años ’60, Oscar Lewis orienta sus estudios de los me-
canismos familiares y comunitarios en la generación de una “cultura de la pobreza”
para dar cuenta del atraso y falta de adaptación de amplios sectores sociales según
las pautas de la evolución.
Sobre la base de estas caracterizaciones de los sectores populares (sub)urbanos,
el “desarrollismo” se propone una integración social a partir de procesos de mo-
dernización que favorezcan su adaptación a la vida urbana. El progreso, evolutivo y
lineal, constituye una promesa de integración que se concreta a partir del desarro-
llo de la comunidad. En este relato “desarrollista” la comunidad aparece como una
promesa. Es parte de una racionalidad totalizadora (Arias, 2010), ya que permite
pensar a la comunidad como escenario y plataforma para lograr, a partir de un
desarrollo guiado y autopropulsivo, “ser parte” de la sociedad moderna.

La comunidad como refugio y protección

El tercer momento, más reciente, está relacionado con la crisis de la sociedad


moderna y la desarticulación de los principales mecanismos de protección social;
el desmantelamiento del Estado y la política pública de carácter universal; y la des-
regulación del trabajo y sus mecanismos de seguridad y previsión. La pérdida de
estos sistemas de protección social otorga centralidad nuevamente a la comunidad
como refugio, autoprotección y afirmación de identidades locales, frente a la pér-
dida de un relato común, como nación, pueblo y/o clase social.
Es aquí donde se presentan los aportes de autores contemporáneos que ob-
servan la crisis de las instituciones modernas tales como Robert Castel, Zygmunt
Bauman o Richard Sennett. Los títulos de sus trabajos, relativamente recientes, dan
cuenta del retorno de lo comunitario como “refugio” frente las (nuevas) transfor-
maciones operadas en el orden social: La comunidad, en busca de seguridad en un
mundo hostil (Bauman, 2003); La inseguridad social ¿qué es estar protegido? (Castel,
2004); y La corrosión del carácter (Sennet, 2000) muestran esta angustiada búsque-
da de seguridad en un escenario incierto e inseguro.
La comunidad se presenta como “teoría de los débiles” ya que deben apelar
a ella quienes no pueden practicar la individualidad en la competitiva sociedad
moderna. Esta manifestación de “lo comunitario” como refugio expresa el potente

La comunidad: nostalgia, promesa y... 161


y desgarrador proceso de dualización social y su lógica destotalizadora que arroja
a amplios sectores de la población a una vida “a la intemperie”. “Lo comunitario”
remite a la relación de tutela, al gueto urbano o bien a la sujeción a dispositivos
institucionales que protegen y resguardan pero también controlan y regulan.
Para el desarrollo del capitalismo, a partir de la Revolución Industrial, fue ne-
cesario desmontar el orden comunal tradicional como forma de integrar a los in-
dividuos a una masa de trabajadores organizados en la fábrica. Esta “jaula de hie-
rro” que describe Weber generaba un nuevo orden y disciplinamiento social, pero
también mecanismos de resistencia y solidaridad organizada. En la actual etapa, la
desarticulación de los dispositivos de protección social que se daban a partir del
trabajo asalariado va a dejar lugar nuevamente a la comunidad/barrio como reta-
guardia de los sectores sociales desplazados.
La “nueva fábrica es el barrio” es una consigna enarbolada por organizaciones
territoriales de desocupados durante la aguda crisis económica, social e institucio-
nal que atravesó la sociedad argentina a comienzos de este siglo. Esta frase sintetiza
el desplazamiento de los ámbitos de integración social a la escena de la comunidad,
como fragmento de la sociedad.
La comunidad se ha transformado tanto en una retirada emocional de la sociedad
como en una barricada territorial dentro de la ciudad (Sennett, 2001: 654).

Según Bauman, la actual “resurrección del comunitarismo” representa una res-


puesta al proceso de individualización líquido moderno1 y al desequilibrio entre
seguridad y libertad. Ante la fragilidad de los vínculos humanos, la comunidad es
un refugio en la búsqueda de seguridad, protección y certidumbre. Estas experien-
cias comunitarias, a partir de la segregación urbana en la periferia de las ciudades
y su desvinculación de la trama socioproductiva, van a configurar “comunidades
de la pobreza”. Sus rasgos predominantes serán suburbanidad y sociabilidad co-
munitaria para la resolución de necesidades sociales a partir de lazos primarios de
parentesco y vecindad.
Estas “comunidades de amparo” se asientan en una extensa tradición cultural
de los sectores populares en nuestra región y se concretan en variadas formas de

1
La fluidez de líquidos y gases constituye una metáfora de la física que, aplicada por Bauman
a las ciencias sociales, traslada la propiedad física de estos elementos al cambio registrado
en las “formas sociales” cuando se someten a una determinada presión. A la actual etapa
de la modernidad, Bauman le asigna la propiedad líquida de los fluidos ya que representa
una variabilidad permanente en comparación con las estructuras sociales propias de la
modernidad sólida o primera etapa de la modernidad (Revolución Industrial).

162 Revista Sociedad Nº 33


agrupamiento y organización social (Argumedo, 1993). Diversas formas de ayuda
mutua se expresan en la creación de comedores comunitarios y centros de cuidado
infantil, microproyectos productivos y estrategias de autogestión del hábitat que
dan cuenta de una geografía y una dinámica de la pobreza urbana.
Es en el ámbito barrial y comunitario donde estas organizaciones actúan y
donde se resuelven situaciones que, para otros sectores sociales, están restringidos
al dominio privado individual y familiar. Para estas comunidades de los pobres
y débiles, la frontera entre el espacio público (comunitario) y el espacio privado
(doméstico) se encuentra difusamente delimitada, ya que a través de la dinámica
comunitaria que desarrollan estos grupos se “obligan” a una necesaria interacción
entre los sujetos (Bráncoli, 2012).
Como correlato de estas configuraciones sociales de carácter familiar-comuni-
tario, es posible entender a la comunidad como un espacio estatal de gobierno con
especificidades propias que ha implicado, de algún modo, el abandono del gobier-
no de la sociedad y sus instrumentos de regulación y protección social.

(…) lo social puede estar dejando paso a la comunidad como un territorio nuevo
para la gestión de la existencia individual y colectiva, una nueva superficie o plano
en el que las relaciones micromorales entre personas son conceptualizadas y ad-
ministradas (Rose, 1996: 6).

La comunidad es un territorio de gobierno que ha sido asumido particular-


mente por los estados locales en los procesos de descentralización estatal, privati-
zación de servicios sociales y transferencia de responsabilidades hacia la población.
La gubernamentalidad es entendida como “…las deliberaciones, las estrategias, las
tácticas y los dispositivos utilizados por autoridades para crear y actuar sobre una
población y sus componentes” (Rose, 1996: 2).
Las comunidades se convirtieron en regiones y poblaciones para ser investigadas,
mapeadas, clasificadas, documentadas, interpretadas en su singularidad. Lo comuni-
tario se plantea como escenario y estrategia de intervención para instrumentalizar la
lealtad entre los individuos y las comunidades al servicio de proyectos de regulación,
reforma o movilización. Como tal, opera sobre los márgenes de la sociedad pero ya
no para lograr su gradual integración a un relato social común, sino como refugio
para contener puntualmente a sectores que representan un riesgo o amenaza.
La actual recuperación de protagonismo por parte del Estado y sus dispositivos
de protección social en nuestra región no resuelve aún plenamente la existencia de
archipiélagos sociales donde aún se materializan situaciones de pobreza persistente
(Clemente, 2012). De tal modo, los espacios comunitarios siguen representando

La comunidad: nostalgia, promesa y... 163


un lugar de protección, pertenencia y seguridad para los más débiles. Por lo tan-
to, encontramos una apelación a la idea de comunidad como recuerdo o nostalgia
de un orden social perdido en autores de la sociología clásica; como promesa de
integración y desarrollo al orden social moderno en el pensamiento desarrollista
y como refugio o protección frente a la incertidumbre e inseguridad que plantea la
actual crisis civilizatoria.

LA COMUNIDAD: SU TRADICIÓN EN EL TRABAJO SOCIAL

La comunidad ha tenido una significativa incidencia en el origen y desarro-


llo del trabajo social como disciplina. Ha sido entendida como objeto de conoci-
miento y nivel de intervención social. También fue considerada como expresión
“genuina” del sujeto popular. Y finalmente fue analizada como escenario para la
ejecución de políticas sociales, con especial énfasis a partir de los procesos de des-
centralización estatal.
Los enfoques desarrollistas, las propuestas de participación social, las meto-
dologías de educación popular o los enfoques promocionales apelan a la idea de
lo comunitario con diferentes perspectivas teóricas y metodológicas. Según el tra-
bajo de investigación desarrollado por Bibiana Travi (2006), las mujeres pioneras
del trabajo social en Estados Unidos2 inscribían su pensamiento en las corrientes
reformistas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. El proceso de profe-
sionalización de la disciplina se desarrolla en paralelo a la consolidación de otras
disciplinas como la filosofía, la psicología, la sociología, el periodismo. La preocu-
pación por las manifestaciones dramáticas de la cuestión social que emergieron
como consecuencia del desarrollo capitalista daba cuenta de los factores estructu-
rales que originaban estos padecimientos, fruto de la desintegración social. Por lo
tanto, el abordaje de estas situaciones requería procedimientos sistemáticos, rigor
conceptual y un enfoque integral sobre las problemáticas sociales.
Lejos del origen conservador, atribuido a la profesión –de control social, tecni-
ficación de la asistencia y tratamiento individual de la pobreza–, el trabajo social
reconoce también entre sus antecedentes corrientes humanistas que denuncian la
situación de opresión y desigualdad que padecen los trabajadores en su vida coti-
diana y en el espacio urbano que materializa esa situación geográficamente.

(…) Es en el seno del movimiento reformista-progresista, donde no sólo se denun-


cia la existencia de pobreza, injusticia, corrupción, el problema de la tierra, la explo-
tación laboral, la situación de mujeres y niños y los ancianos desprotegidos, la falta

2
La autora refiere a Mary Richmond, Gordon Hamilton y Hellen Perlman.

164 Revista Sociedad Nº 33


de vivienda, segregación racial, la delincuencia juvenil, el alcoholismo, etc.., sino
que desde un claro compromiso ético político y desde una práctica militante se ele-
van desde el TS al primer plano los principios de defensa de la dignidad humana...
(Travi, 2006: 31).

La vida en los tugurios, las epidemias y enfermedades, la violencia hacia la


infancia y la mujer son denunciadas por quienes coexisten con estas situaciones a
partir de su práctica social de intervención.
El orden comunal (con tradiciones previas a la colonia en nuestra región) fue
desmontado para dar pie a la configuración urbana e industrial como motor para el
progreso. Este proceso de transición, y sus manifestaciones sociales, permearon el
pensamiento social de la época. El trabajo social es, en consecuencia, un producto
de la modernidad y sus orientaciones se sitúan en el debate intelectual que se pro-
ponían las ciencias sociales en la etapa.
El caótico proceso de urbanización, la disciplina de la fábrica fruto de la indus-
trialización, los procesos migratorios y la alta conflictividad social y política eran
escenario para la emergencia de la cuestión social. El desafío asumido por el TS es-
taba vinculado, en el pensamiento de las pioneras, a reparar estas situaciones fruto
de un orden social injusto y deshumanizante. El pragmatismo, el interaccionismo
simbólico eran sus principales fuentes teóricas y conceptuales.

(…) En los orígenes de las Ciencias Sociales y el Trabajo Social a fines del siglo XIX,
se puede dar algunas explicaciones por fuera de los mecanicismos y las relaciones
causa-efecto. Es allí donde la pérdida de la noción de totalidad, la fragmentación de
la sociedad, genera un campo de preocupación centrado en el hacer (Carballeda,
2006: 11).

Es así que cuestión, conflicto e intervención social se expresan como categorías y


herramientas para el abordaje de situaciones emergentes que manifiestan una pro-
funda complejidad y densidad que no alcanzan a ser explicadas sólo como simples
manifestaciones de las transformaciones económicas y políticas. Una subordina-
ción de lo social a lo económico que limita y empobrece el análisis y las posibilida-
des de intervención social.
Esta “epistemología del hacer” se expresa incipientemente para reconstruir el
tejido social –familiar y comunitario– que había sido desgarrado por el individua-
lismo y la racionalización. Es precisamente Max Weber quien se pregunta sobre la
influencia de los cambios sociales que han favorecido la transición de la tradición a
la modernidad. Es decir, el agotamiento de un orden social basado en la tradición,
la costumbre, la religión, la familia extensa habría dado pie para la expansión del
capitalismo como modo de acceder a la libertad individual, el contrato y el inter-

La comunidad: nostalgia, promesa y... 165


cambio y la vida cosmopolita en las grandes ciudades. Frente a esta “tentación” de
la modernidad y la crisis de un orden social atrofiado y residual se manifiesta un
malestar social en donde surge el Trabajo Social como disciplina.

El malestar de fin del siglo XIX, muestra una caída del economicismo y el opti-
mismo racionalista. Allí surge una corriente de pensamiento desencantada de los
ideales modernos ilustrados del positivismo, que propone replantear la noción de
comunidad; desde Gramsci, por ejemplo, se plantea que los grupos sociales por el
sólo hecho de unirse, modifican la estructura de la sociedad (Carballeda, 2006: 11).

En la segunda etapa que hemos identificado en el apartado anterior, el desarrollo


de la comunidad se plantea como estrategia de intervención a partir de la década
de los años 60 y tiene como uno de sus correlatos conceptuales la teoría de la mar-
ginalidad (Germani, 1962). Como ya se expresó, se define a los marginales –como
subdesarrollados o no integrados– a partir de sus características geográficas (loca-
lización suburbana), culturales (signos de atraso, pre-modernos) y laborales (falta
de aptitudes para el trabajo).

En estas concepciones, marginalidad, prácticas y representaciones tradicionales y


sociedad rural constituyen un círculo de terminaciones que operan como sistema
antagónico a aquel conformado por los elementos participación social, prácticas y
representaciones modernas, sociedad urbana. (Ferrando y Regent, 1990: 2)

En esta concepción se observan dos tipos de influencias políticas y conceptua-


les. Por un lado, la influencia de la Alianza para el Progreso, en donde la acción
en la comunidad es una intervención sobre los pobres desde los centros de poder
con el objetivo de controlar la conflictividad social y la insurgencia política. Por el
otro, desde el punto de vista conceptual, la influencia de la sociología funcionalista
define a la comunidad como “núcleo estructural” de la sociedad. El desarrollo de
los sectores atrasados y marginales debe ser promovido por agentes externos a
partir de la influencia en entornos comunitarios –pobres y segregados– para lograr
su gradual adecuación a los requerimientos de la vida moderna: educación formal,
disciplina laboral, mejora de su hábitat y de sus condiciones sanitarias.

… la influencia de Talcott Parsons y de los teóricos de la modernización aportó


una lectura funcionalista que derivó en una explicación de la pobreza como pro-
blema de integración social (Arias, 2010: 58).

Carolina Ware (1940) es pionera en el desarrollo de la comunidad, planteada


como proceso de evolución, integración y mandato normativo.

166 Revista Sociedad Nº 33


El desarrollo de la Comunidad es un proceso para suscitar grupos funcionales
de ciudadanos capaces de ser los agentes activos de su propio progreso usando para
ello, como medio, la investigación en común de los problemas locales y la solución
de los mismos (Ware, 1954). 

En Chile se promueve el desarrollo de la comunidad desde la DESAL3 con un


enfoque congruente con la teoría de la marginalidad. El eje está centrado en la pro-
moción popular para la integración territorial y funcional de grupos marginales.
Ezequiel Ander Egg (1981) plantea el desarrollo de la comunidad como una
instancia que brinda oportunidades para la preparación psicológica para el desa-
rrollo. El desarrollo de la comunidad es una estrategia metodológica que plantea
una secuencia de etapas y tareas que implican un estudio pormenorizado de las
condiciones de vida de los sectores populares (diagnóstico) y una activa partici-
pación de los sujetos en su proceso de desarrollo. Diego Palma (1988) propone
en La promoción social de los sectores populares el rol del trabajador social como
agente externo de cambio con influencia de la educación popular. Se define un rol
profesional basado en la promoción a través de, por un lado, la formulación de
diagnósticos como proceso de aprendizaje social que parten de la experiencia de
los sujetos y desarrolla un proceso de reflexión y concientización; y de, por el otro,
la asunción de “tareas objetivas” por parte de los sujetos a partir del reconocimien-
to de “necesidades sentidas”.
Los dispositivos de trabajo grupal en la comunidad son el vector que permiten ca-
nalizar estas propuestas de trabajo con énfasis en lo educativo y lo promocional. La in-
fluencia de estas visiones va a continuar presente en la tradición del trabajo social por
varias décadas, durante el proceso de reconceptualización4 e incluso hasta la actualidad.
El desarrollo de la comunidad como estrategia metodológica va a tener, también,
validación en experiencias de trabajo con comunidades rurales y organizaciones
campesinas. También la tradición comunitaria se expresa en la influencia de las co-
munidades eclesiales de base y de los movimientos nacionales y populares en Latino-
américa. La organización de la comunidad aparece como precondición de la acción
política en sectores populares atravesados por situaciones de pobreza y segregación
socio espacial urbanas (villas de emergencia, asentamientos).

3
Agencia de desarrollo para América Latina con sede en Chile que ejerció influencia en la
región a partir de su propuestas de desarrollo de la comunidad. Ver Arias, Ana (2012).
4
El proceso de reconceptualización implicó una revisión crítica del Trabajo Social origina-
da en ámbitos académicos y que influyó en la reformulación de la disciplina y sus formas
enseñanza.

La comunidad: nostalgia, promesa y... 167


Como última etapa, es posible analizar la desarticulación del Estado de Bienestar
y la crisis del trabajo asalariado que va a representar el contexto en donde el trabajo
social se va a desenvolver frente a las propuestas de organización social y desarrollo
local como correlato “comunitario” de los procesos estatales de descentralización
y focalización de las políticas sociales. La comunidad sintoniza con el concepto de
territorio como escenario para la ejecución de políticas sociales delimitadas en fun-
ción de demandas nominales y específicas de cada sección territorial (escala muni-
cipal), de actores constituidos para tal fin (crecimiento del tercer sector) y de una
lógica competitiva para la asignación de recursos (formulación de proyectos).
La lógica de “proyectos” desde la comunidad reemplaza a la formulación de
políticas como oferta centralizada desde el Estado. El rol del trabajo social está
asociado a la gerencia social, el gobierno del territorio, la promoción de la comu-
nidad a partir de instancias de participación controlada. La crítica está dirigida a la
centralidad del Estado, la predominancia de la tecnocracia y la ineficiencia e inefi-
cacia de las políticas sociales del modelo de bienestar (Robirosa y otros, 1990). El
conocimiento está cerca de lo local-comunitario. La influencia de la planificación
participativa, los espacios multiactorales, los enfoques estratégicos reemplazan a la
planificación centralizada, normativa y basada en la oferta estatal. En este contexto
cobran fuerza los modelos situacionales (Pichardo Muñiz, 1997) como punto de
partida para la programación social; la construcción de mapa de actores y análisis
de relaciones de fuerza en cada coyuntura particular; y la identificación de indi-
cadores de impacto que den cuenta de los cambios provocados en el escenario
local- comunitario. Se consolida la metodología e instrumentos para el diagnóstico
comunitario como pre-requisito para la intervención social en el territorio.
Se enuncian nuevos desafíos frente a la fragmentación y heterogeneidad de sec-
tores populares (urbanos y trabajadores). El desafío de la intervención social está
centrado en lograr la integración de amplios sectores sociales que se caracterizaban
por un alto grado de aislamiento (social, económico, urbano).
La intervención es comprendida como el conjunto de dispositivos y seguros
que tienden a brindar cohesión social y (re) construir un orden social perdido
(Carballeda, 2002). Se propone abordar las situaciones de padecimiento subjetivo
que se expresa en la vida cotidiana de los sujetos.
Para ello, se torna necesario particularizar aquello que fue universalizado a par-
tir de los predominantes enfoques conceptuales “macro” sociales. Los “problemas
sociales” descriptos genéricamente como “manifestaciones de la cuestión social”
requieren ser inscriptos en biografías y trayectorias singulares para ser conocidas
y transformadas. De este modo, la intervención social delimita un territorio (fa-

168 Revista Sociedad Nº 33


miliar, grupal, comunitario) a partir de una determinada inserción institucional,
del manejo de recursos y del ejercicio de la autoridad profesional. Estos múltiples
territorios de la intervención configuran una trama insular con altos niveles de
desconexión con las instituciones de protección social. Las instituciones de en-
cierro, los guetos urbanos, la vida en la periferia, el desempleo crónico, la pobreza
persistente y la invisibilización de los “otros” desplazados constituyen realidades
sociales y urbanas que son escenario de la intervención social. La experiencia de
los sujetos es el contenido principal de la realidad social sobre la cual se interviene.

Es posible, entonces, acceder a una explicación de la vida social que se ubica en


último término en las experiencias vividas por el individuo. Pero la experiencia
social resulta ser, en definitiva, comunitaria (Carballeda, 2002: 96-97).

En una etapa en donde se desdibujan los relatos inclusivos (el trabajo, la na-
ción) y por lo tanto la idea misma de sociedad, el trabajo social se desenvuelve en
la arena de los conflictos y las demandas que protagonizan aquellos que fueron
arrojados fuera del sistema y de las representaciones sociales que construyen so-
bre su situación. En este sentido cobra importancia el “escenario comunitario”, por
un lado, como espacio de contención y refugio para los sectores sociales pobres y
segregados y, por el otro, como ámbito en donde se desarrollan procesos de cons-
trucción de subjetividad, emancipación, conflicto y protesta social.
La comunidad representa un lugar de pertenencia e identificación, un canal
para la satisfacción directa de necesidades sociales y un refugio frente a la hostili-
dad e incertidumbre. Como tal, la figura de “lo comunitario”, expresa un proceso
destotalizador (Arias, 2010) ya que no se inscribe en un relato general de la socie-
dad sino en expresión –singular– de los que no logran ser parte de ella. La comu-
nidad es, por lo tanto, reproducción singular de la sociedad y a su vez una trama
social con identidad y formas de funcionamiento y expresión propias. La pregunta
a partir de estos momentos de ruptura y construcción del orden social y de cambio
en los paradigmas conceptuales es: ¿lo comunitario es el primer eslabón para la
reconstrucción de lo público o, por el contrario, es la puerta de entrada para un
nuevo proceso de privatización de lo social?5

5
Ver mi artículo “La comunidad: ¿reconfiguración de lo público o privatización de lo social?”
de Bráncoli, Javier en Políticas Públicas y Trabajo Social. Aportes para la reconstrucción de
lo público (Arias, Bazzalo y García Godoy, 2012).

La comunidad: nostalgia, promesa y... 169


LA COMUNIDAD: DERIVACIONES INSTRUMENTALES Y
METODOLÓGICAS

Por lo hasta aquí desarrollado, la comunidad es aquel segmento de la vida


social a promover, organizar, desarrollar. La comunidad está ahí… sólo para ser
modificada con múltiples intervenciones sociales. La apelación a la idea de lo co-
munitario se plantea como prerrequisito para la realización de la acción social y la
política pública en sus distintos niveles y sectores.
¿En qué lugar situamos la definición de lo comunitario y, consecuentemente, de
las múltiples formas y modalidades de la intervención? La recuperación del rol del
Estado y la extensión de las políticas públicas en esta etapa plantea nuevas oportu-
nidades y desafíos para las tradicionales propuestas de intervención comunitaria.
Hace una década, las ciencias sociales y el trabajo social, en particular, se
encontraban debatiendo centralmente sobre el origen de las organizaciones po-
pulares, los procesos de protesta social y acción colectiva y los nuevos espacios
de resistencia. Procesos y actores que se manifestaban en la escena comunitaria:
movimientos de desocupados, asambleas barriales, fábricas recuperadas. En ese
contexto se expandieron los estudios de caso, los enfoques etnográficos y las ex-
periencias de formación desde la extensión universitaria deslumbradas por estos
nuevos sujetos populares. Los estudios sociales para el abordaje comunitario, los
dispositivos grupales y la transformación de las unidades familiares requieren, por
lo tanto, de precisas formulaciones de diagnósticos que orienten la intervención en
escenarios (micro) sociales.
El término diagnóstico, con su raíz positivista y sus múltiples reformulaciones
posteriores, es simultáneamente un proceso de conocimiento y un momento del
proceso metodológico de la intervención profesional (Travi, 2001). Define, como
tal, una instrumentalidad particular y específica y un modo peculiar de investi-
gación que orienta diversas prácticas sociales y profesionales en el escenario de
trabajo. Tiene como objetivo la construcción de conocimiento con base empírica
para orientar una acción transformadora, para lo cual requiere construir media-
ciones explicativas entre las formulaciones teóricas previas y los hechos sociales
que las interrogan. La construcción teórica cumple una función medular en la for-
mulación de diagnósticos sociales. Los ejes conceptúales organizan la búsqueda
de información, sus interpretaciones, derivaciones y aplicaciones en la rutina del
trabajo de campo. El conocimiento “constituye un proceso de relación entre un
sujeto, un objeto y un conjunto de estructuras que están siempre involucradas en
todas las relaciones de conocimiento” (Travi, 2006: 81).

170 Revista Sociedad Nº 33


La definición del término comunidad, por lo hasta aquí enunciado, representa
uno de estos ejes centrales en torno a los cuales es posible organizar la formulación
de diagnósticos sociales.
Definimos tres dimensiones para el desarrollo y aplicación del concepto en la
formulación de estudios microsociales de diagnóstico en la comunidad. Es posible
comprender a la comunidad como un tipo particular de lazo social, como espacio
geográfico (urbano) o como modo particular de satisfacer necesidades sociales.
Por un lado, es preciso entender a la comunidad como un lazo social, como una
forma de relación o vínculo que supone la preexistencia de redes primarias. Es
decir, la comunidad no puede ser explicada, y mucho menos definir una estrategia
de abordaje, si no se exploran esas redes primarias, fundamentalmente vinculadas
a la familia como arquetipo comunitario: las relaciones de vecindad y parentesco.
Los autores clásicos, en especial Tönnies en su trabajo ya citado, toman a la fami-
lia como el primer modelo de comunidad. En este sentido, la relación familia-comu-
nidad aparece como uno de los principales vínculos que se han modificado a partir
de las actuales transformaciones sociales y representa una puerta de entrada para la
intervención en sectores sociales inscriptos en complejas realidades (sub)urbanas.
En ese sentido, hemos visto que lo comunitario ha invadido la esfera de lo do-
méstico en la vida cotidiana de los sectores populares y este sería un aspecto no
deseable de fortalecimiento de “lo público”, es decir de hacer público aquello que
tiene que ver con la intimidad de lo privado-familiar.

En el marco de nuestro elogio a la comunidad y a lo comunitario, estimulamos


procesos de autoprotección o auto provisión –el comedor comunitario, la pintura
de la escuela– que pueden naturalizar ese arrebato al no registrar la distancia a
la que ciertos sectores sociales se encuentran respecto de las condiciones social-
mente deseables para la satisfacción de necesidades (la comensalidad como acto
privado, por ejemplo) (Danani, 2012: 97).

Lo comunitario ha invadido lo doméstico al punto de resolver necesidades ele-


mentales a partir de la provisión de “mínimos sociales” tales como la asistencia ali-
mentaria o el cuidado y crianza de la infancia en dispositivos que tienden a regular
la vida doméstica de las familias pobres. Resulta necesario, entonces, preguntarse
respecto a la delimitación de estas fronteras entre lo familiar y lo comunitario.
Fronteras que en algunos casos se tornan más nítidas cuando existen procesos de
recuperación económica e integración social en sectores que tienen capacidad de
resiliencia, pero que se tornan mucho más difusas en procesos de crisis y en secto-
res sociales que están en el escalón más bajo de la escala social, en donde resuelven
cotidianamente sus condiciones de subsistencia fuera del ámbito doméstico.

La comunidad: nostalgia, promesa y... 171


La importancia sobre la construcción de estas fronteras –o la disolución de las
mismas– guarda correlación con buena parte de las prácticas, intervenciones y méto-
dos que se aplican como dispositivos de trabajo en campo. De modo congruente, lo
comunitario se expresa como lazo social en la representación que los sujetos realizan
de su propia participación y pertenencia a grupos y redes de afiliación local. Lo grupal
atraviesa la vida cotidiana de las personas –como grupo de pares, de afinidad, perte-
nencia– y constituye un aspecto fundamental en la construcción de la personalidad.
Por último, lo comunitario como lazo social se expresa en la dinámica de las
instituciones que intervienen en la vida social de estos sujetos. La participación
comunitaria se expresa, o no, en la vida de las instituciones. La escuela configura,
como ejemplo, un ámbito privilegiado en donde estos vínculos primarios se ma-
terializan, ordenando los procesos socializadores o desocializadores en las famitas
de los sectores populares. La escuela es un escenario central para la formulación de
diagnósticos comunitarios ya que representa la institución estatal más próxima a la
comunidad barrial; interviene en la dinámica cotidiana de las familias; construye
vínculos de proximidad interfamiliares y es el principal dispositivo en la construc-
ción social y cultural de “lo común”.
El otro elemento para incorporar en el análisis y abordaje de “lo comunitario”
tiene que ver con la dimensión espacial, y esencialmente con el escenario de la ciu-
dad. En este caso la pregunta es si lo comunitario es posible en una geografía pre-
dominantemente urbana, dentro de ciudades profundamente desiguales y segmen-
tadas. Una tendencia creciente que se expresa, entre otros aspectos, en los procesos
de suburbanización y guetización de los sectores populares urbanos. Frente a una
ciudad que recibía y acogía a los migrantes en los procesos de industrialización y
urbanización de principios y mediados del siglo XX, hoy es posible registrar una
tendencia inversa. Cada vez más la radicación en zonas periféricas, degradadas,
han llevado a que buena parte de la población se localice en esta geografía de la
pobreza (sub)urbana. Esta territorialidad define similares situaciones y condicio-
nes de vida homogénea en un segmento de ciudad con una situación de relativo
aislamiento y una delimitación de nítidas fronteras sociales y espaciales6. Es esta
situación de aislamiento que nos devuelve al peor escenario de lo comunitario, al
escenario de lo comunitario como gueto, como comunidad cerrada, aislada, des-
vinculada de la trama social y urbana.

6
Como contratara de esta situación, la construcción de countries, barrios privados y clubes
de campo forman parte de un proceso de suburbanización de las elites que refuerza el
carácter segmentado de la ciudad actual.

172 Revista Sociedad Nº 33


Pese a la recuperación y el crecimiento en sociedades emergentes como la Ar-
gentina, permanecen aún altos niveles de aislamiento en comunidades de pobreza
persistente en donde se construyen “centralidades urbanas” en torno a la satisfac-
ción de necesidades humanas básicas. El término centralidad urbana remite a la
configuración de una densa trama social y estatal que como estructura coordinada
tiende a sostener las condiciones de subsistencia de los sectores más postergados.
La centralidad es un atributo de las redes sociales que surge como respuesta articu-
lada frente a los procesos de descentralización estatal y desarrollo local.

En este caso la noción de centralidad se amplía y no se refiere a los nodos en torno


a los que se organiza la dinámica urbana espacial (según su acepción tradicional),
sino a cuáles son las necesidades sociales más urgentes y los modos en que estas
se satisfacen, motivo de centralidades con foco en la pobreza (Clemente, 2010:15)

La pregunta que podemos plantear es si las intervenciones sociales que surgen


de la práctica profesional, la acción estatal o la organización colectiva no han ten-
dido a reforzar, conscientemente o no, estas realidades comunitarias aisladas, con
una idea de guetización y de segmentación. Por último, nos proponemos analizar
a la comunidad como un dispositivo, como un escenario para otras formas de orga-
nización del trabajo.
En el contexto de emergencia y salida de la crisis social y económica en nuestro
país, las múltiples formas de intervención social ya enunciadas (estatales, técnicas
y/o colectivas) se han propuesto acompañar y fortalecer diversas formas y expe-
riencias económicas basadas en la ayuda mutua y la solidaridad organizada.
Es posible registrar un extraordinario proceso de producción y distribución
de satisfactores no mercantiles: servicios y bienes que generan las más variadas
formas de organización comunitaria, a través de modalidades de trabajo comu-
nal o no asalariado. En algún momento estas iniciativas portaron la ilusión de ser
una alternativa, un reemplazo de las formas de trabajo capitalistas. Probablemente
una pretensión exagerada, desproporcionada, pero que ha obligado a analizar con
mayor detenimiento la composición de la economía popular que se organiza en
espacios comunitarios, la economía doméstica de las familias pobres y la relación
entre ambas esferas (familiar y comunitaria) de esta (micro) economía social.
La economía familiar se compone, actualmente, de una recuperación del tra-
bajo y del salario, y también de la mejor estrategia posible que pueden definir las
familias de los sectores populares para obtener recursos del Estado y de su propia
autoorganización económica familiar y comunitaria.
Esta compleja y particular forma de “medir ingresos” no se expresa, en muchos
casos, en los sistemas de relevamiento y registro utilizados en campo al momento

La comunidad: nostalgia, promesa y... 173


de aproximarnos a los núcleos domésticos y mensurar, entre otras cuestiones, la
composición de ingresos familiares.
En el actual contexto de recuperación de la economía y del protagonismo del
Estado, el conflicto social y buena parte de la organización de los sectores popula-
res vuelve a tener correspondencia con las relaciones de trabajo asalariado y la pro-
tección social del Estado. Sin embargo, amplios sectores sociales aún no acceden a
la discusión sobre los beneficios del crecimiento (convenios colectivos de trabajo,
actualización de su salario en forma nominal, cobertura sanitaria) y representan
el núcleo más duro de la pobreza y la exclusión localizada territorialmente. Esta
pobreza persistente “comprende varios aspectos que hacen a su caracterización,
entre ellos se destacan: la trayectoria (familiar); la complejidad del abordaje y la
adaptación” (Clemente, 2012: 60)
Para estos segmentos sociales la economía familiar y comunitaria que garantiza
su subsistencia y reproducción social se explica en gran medida por la (auto) pro-
ducción de bienes y servicios, la ayuda mutua y la organización colectiva. Como
tal, la economía familiar-comunitaria constituye un subsistema económico que se
articula con los ingresos provenientes de otras fuentes (trabajos temporarios, sub-
sidios del Estado, intercambios) y se organiza a partir de una racionalidad planifi-
cada e instrumental que garantiza la provisión de mínimos sociales.

A MODO DE SÍNTESIS

Los procesos de organización colectiva, ayuda mutua y las prácticas sociales


orientadas a la satisfacción de necesidades humanas constituyen experiencias co-
munitarias singulares que pueden ser conocidas y abordadas en los contextos es-
pecíficos en donde se manifiestan. Estas realidades comunitarias no pueden ser
reducidas simplemente a un reflejo mecánico (determinantes) de los cambios en
la estructura social.
La extensa trayectoria histórica de organización comunitaria en los sectores
populares urbanos nos permite afirmar que estas identidades no nacen ni mueren.
Como herencia cultural, se transforman y adquieren distinta fisonomía en diferen-
tes períodos y contextos. Su desarrollo histórico está vinculado a los problemas y
desafíos de la integración social en cada etapa, es decir a un determinado sentido
de comunidad. Su comprensión, desde la perspectiva de los propios actores, puede
estar vinculada a la (re)construcción de un orden social perdido, al progreso a par-
tir de un desarrollo evolutivo hacia la vida moderna o bien a un refugio frente a la
intemperie de un mundo hostil.

174 Revista Sociedad Nº 33


Es necesario advertir sobre los riesgos que implica la idea de pensar lo comu-
nitario como una teoría de los débiles, como un lugar de tutela permanente. Lo
comunitario que tiende a afirmar fronteras que fortalezcan la idea del gueto, del
aislamiento. No es posible pensar la comunidad sólo como un lugar de pertenencia
o de autoprotección. Es decir, de pertenencia defensiva. Es en esta configuración
de comunidades aisladas que pueden tornarse potencialmente agresivas hacia lo
extraño, agresivas hacia lo diferente sobre la base de la desvinculación social y el
resentimiento.
El riesgo es promover comunidades que se funden en sus propias semejanzas
y en exclusión de lo diferente –particularmente en comunidades artificiales que se
han construido básicamente en sectores medios– y que profundizan el proceso de
dualización social.
Por el contrario, aquellas comunidades que tienen como punto de partida una
experiencia común; que se afirman sobre formas de participación real; que pueden
lograr la negociación de sus diferencias y que se inscriben en un relato general
como parte del conjunto de la sociedad son comunidades “en sí y para sí” que pue-
den configurarse en sujetos populares para el cambio social.

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La comunidad: nostalgia, promesa y... 177


La ciudad, ¿para quiénes?
Políticas habitacionales en el Área
Metropolitana de Buenos Aires

Andrea Echevarría*

Nuestro país presenta altas tasas de urbanización de la población, como tenden-


cia creciente y sostenida desde mediados del siglo pasado. Este proceso se ha dado
impulsado por, más allá de, o incluso en oposición a, las diversas políticas públi-
cas ejecutadas en materia habitacional a lo largo de distintos gobiernos y regímenes
estatales. No obstante, los distintos proyectos societales en pugna en estas últimas
décadas están íntimamente ligados a distintos proyectos de ciudad y a distintas con-
cepciones sobre el derecho de todos a acceder a la misma. Nos proponemos repasar
brevemente las principales políticas ejecutadas en las últimas décadas en el Área Me-
tropolitana de Buenos Aires (constituida por la Ciudad autónoma y los 24 partidos
del conurbano, de aquí en adelante “AMBA”) en relación a dichas concepciones.

DOS DEFINICIONES NECESARIAS

En primer lugar, para identificar los alcances de las políticas habitacionales se


requiere revisar el objeto hacia el cual se dirigen. La noción de vivienda – objeto ha
sido ya superada por lo que Oscar Yujnovsky definió como servicios habitaciona-
les: “la vivienda es una configuración de servicios que deben dar satisfacción a ne-
cesidades humanas primordiales: albergue, refugio, protección ambiental, espacio,
vida de relación, seguridad, privacidad, identidad, accesibilidad física, entre otras.”
(Yujnovsky, 1984: 17)

* Licenciada en Trabajo Social y Magíster en Hábitat y Vivienda, con desempeño profesional


en políticas del área. Ayudante de cátedra en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Integrante de equipos de investigación sobre políticas públicas.

La ciudad, ¿para quiénes?... 179


Revisar las principales orientaciones de las políticas habitacionales en las úl-
timas décadas requerirá entonces realizar un barrido de acciones y omisiones del
Estado en al menos tres aspectos: las políticas y medidas vinculadas a la produc-
ción y regulación de suelo urbano; las vinculadas a la producción de vivienda y las
relacionadas a los servicios de infraestructura que las acompañan.
En segundo lugar, es posible entender al Estado, en tanto garante de la relación
social capitalista, atravesado por la tensión entre coerción y legitimación, en una
dinámica marcada por la correlación que se establece entre sectores sociales en los
distintos períodos: la fuerza de las clases populares para que sus demandas sean
escuchadas y satisfechas y la capacidad de las clases dominantes para imponer sus
propias condiciones (Thwaites Rey, 2005).
En otros términos, pero con la misma concepción, Álvaro García Linera iden-
tifica tres componentes estructurales que pueden distinguirse en la organización
del Estado:
- Un “armazón de fuerzas sociales, tanto dominantes como dominadas, que
definen (…) la dirección general de las políticas públicas. (…)”
- “El sistema de instituciones, de normas y reglas de carácter público mediante
las cuales todas las fuerzas logran coexistir (…)”
- Un “sistema de creencias movilizadoras, (…) una estructura de categorías
de percepción y de pensamiento comunes, capaces de conformar, entre sectores
sociales gobernados y gobernantes, dominantes y dominados, un conformismo so-
cial y moral sobre el sentido del mundo que se materializa mediante los repertorios
y ritualidades culturales del Estado.” (García Linera, 2008: 333)
Contemplar la interacción entre estos tres componentes –correlación de fuer-
zas, instituciones y normas, creencias– nos permite analizar con mayor profundi-
dad los cambios de orientación y sentido en las políticas habitacionales, que van
mucho más allá de reemplazos o intercambios de programas y operatorias.

La dictadura 1976-1983

El golpe de estado que se produjo en nuestro país en 1976 fue fruto de una
alianza entre sectores militares y civiles, cuyos objetivos coincidieron en dicha co-
yuntura.
La aspiración refundacional de la dictadura se expresó ya en el nombre autoad-
judicado (“Proceso de Reorganización Nacional”) que manifiesta un diagnóstico
común entre los sectores aliados: la necesidad de eliminar de raíz no sólo al polo
industrial nacional, sino también al Estado de corte desarrollista que lo sostuvo y

178 Revista Sociedad Nº 33


a las políticas redistribucionistas y populistas alentadas desde los distintos gobier-
nos justicialistas. Modelo de Estado y de políticas identificados como “ineficientes”
desde la derecha liberal; movimiento nacional identificado como “puerta de entra-
da de la subversión” por los militares (Canelo, 2004).
En el campo habitacional, la política urbana implementada por el gobierno de
facto respondió a este objetivo de “disciplinamiento” de una clase, particularmente
en lo referido al acceso al suelo urbano. Portadora de una línea de pensamiento con
fuertes componentes positivistas, la idea de “ordenar” a los trabajadores se asoció
con la de “ordenar” el territorio en el que viven y trabajan los mismos. Entre las
acciones ejecutadas –o proyectadas– podemos mencionar:

 Construcción de autopistas (favoreciendo los medios de transporte indivi-


duales y privados por sobre los colectivos y públicos).
 Derogación del control sobre los precios de alquileres (que, controlados en
etapas anteriores, subieron rápidamente).
 Decreto-ley 8912 de “Usos del suelo” en la provincia de Buenos Aires. Los
nuevos requisitos exigidos para parcelar tierra como urbana elevó los pre-
cios de los lotes.
 Ley de erradicación industrial de la Región Metropolitana de Buenos Ai-
res (que desplazó la localización de industrias hacia el segundo cordón del
Gran Buenos Aires).
 Aplicación del proyecto CEAMSE para la disposición de residuos (estable-
ció la disposición final de los residuos de todo el AMBA en el Gran Buenos
Aires).
 Aprobación del Código de Planeamiento Urbano para la Ciudad de Buenos
Aires (cambió los usos del suelo de algunas zonas céntricas, en la que aún
persistían los inquilinatos, impulsando procesos de especulación inmobi-
liaria, con los consecuentes desalojos).
 Erradicación de villas miseria de la Ciudad de Buenos Aires.

Los datos estadísticos son más que elocuentes respecto a éste último punto: la
cantidad de población en villas de la Ciudad de Buenos Aires evolucionó en las
últimas décadas de la siguiente manera:

La ciudad, ¿para quiénes?... 181


Gráfico 1: Evolución de la población en villas en la Ciudad de Buenos Aires

Fuente: Elaboración propia en base a datos de la Dirección General de Estadísticas y


Censos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Como se observa en el gráfico precedente, cuando a comienzos de 1976 vivían


en villas de la ciudad 213.823 personas, para 1980 los habitantes de estos barrios
eran apenas 37.010: el gobierno militar había erradicado (desalojándolos por la
fuerza, con intimidaciones o llanamente “desapareciéndolos”) al 87% de la pobla-
ción villera.
Todas estas medidas dan cuenta de la intención de “desplazar” a los trabaja-
dores hacia la periferia: se los “erradicaba” (liberando el precio de los alquileres;
desplazando hacia las afueras las villas, pero también lo que quedaba de actividad
industrial), a la par que se pensó y proyectó la ciudad central para los sectores do-
minantes (por ejemplo, con la construcción de autopistas).
Retomando la definición de García Linera: juego de fuerzas sociales (estando las
en villas dominadas refugiadas al nivel de las estrategias más básicas de supervivencia), con-
junto de instituciones y normativas, acciones en las que los conflictos se materializan.
Resta introducir el aspecto vinculado a las creencias y discursos legitimadores.
En este sentido, a nivel general, la dictadura apeló al discurso de la “lucha con-
tra la subversión”, respaldada en los grandes medios de comunicación o, lisa y lla-
namente, en el terror. En relación a lo específicamente urbano habitacional, las
villas se convierten en el blanco de las principales estigmatizaciones.
El intendente de facto Osvaldo Cacciatore declaró en 1981: “Nadie puede dudar
que es deber y función de las autoridades ordenar el espacio urbano. (…) Buenos
Aires, el mostrador europeo del país, no puede ver su imagen arruinada. Hay que

182 Revista Sociedad Nº 33


darle jerarquía internacional, hay que ordenar el espacio físico según criterios se-
lectos, que desplacen la pobreza o al menos la encubran. De tal forma que vivir en
Buenos Aires sea un privilegio.” (publicado en Revista Competencia, en marzo
1981 y citado por Gutiérrez, 1999, subrayado nuestro). En la misma línea, el en-
tonces titular de la Comisión Municipal de la Vivienda había dicho en marzo de
1980, para la misma revista: “Nosotros solamente pretendemos que vivan en nues-
tra ciudad quienes están preparados culturalmente para vivir en ella (...) Concreta-
mente: vivir en Buenos Aires no es para cualquiera sino para el que la merezca, para
el que acepte las pautas de una vida comunitaria agradable y eficiente”. (Citado por
Oszlak, 1991, subrayado nuestro).
La fuerza de los testimonios citados es tal que nos libera de hacer mayores
apreciaciones sobre el sentido excluyente que condensan, sentido circulante en el
imaginario social de una clase, “permeado” luego a otros sectores de la sociedad
(queda pendiente reflexionar sobre los rastros que aún hoy podamos identificar de
estas creencias). Ésta era entonces la presión sobre los sectores populares en rela-
ción a su derecho a acceder a la ciudad y habitarla.
En este contexto, en una estrategia que luego se tornó paradigmática, entre
agosto y noviembre de 1981, 4.600 familias ocupaban terrenos en San Francisco
Solano (Quilmes) y Rafael Calzada (Almte. Brown), al sur del Gran Buenos Aires.
La toma contó con apoyo de la Iglesia local y su masividad desbordó la propia reac-
ción represiva de las fuerzas armadas. Se estableció un cerco militar en torno a los
nuevos barrios, que duró meses. Sólo el cambio de contexto tras la derrota militar
en Malvinas hizo que las autoridades de facto lo retiraran.
De esta forma, los asentamientos en Solano dan cuenta de cómo aquella corre-
lación de fuerzas propias de cada momento histórico nunca es “suma cero”, sino
que es posible encontrar resistencias en cada período.

El regreso de la democracia: los ´80, los ´90 y la consolidación del


proyecto neoliberal

La reapertura democrática supuso mayor tolerancia hacia estos procesos, en


medio de un clima de participación. En el plano simbólico, se instaló fuertemente
el discurso de la legitimidad de la lucha por los Derechos Humanos (resulta un
símbolo de este período el discurso del candidato finalmente electo en 1983: “con
la democracia se come, se cura, se educa”).
No obstante, “en los primeros años luego de la recuperación institucional no
se modificó mayormente el papel estatal en la ciudad. No hubo ninguna acción
importante en el nivel nacional ni provincial que alterase el sentido de la configu-

La ciudad, ¿para quiénes?... 183


ración metropolitana.” (Pírez, 1994) Así, los sectores populares no fueron “repri-
midos” en su lucha por el acceso al suelo urbano, como en el período anterior, pero
tampoco se instalaron los mecanismos para facilitar ese acceso, ni para revertir un
patrón de segregación que, si bien se había originado en las primeras épocas de la
ciudad, había sido increíblemente exacerbado durante la dictadura.
En la zona céntrica de la ciudad se mantuvieron los inquilinatos, a la vez que se
intensificó el fenómeno, surgido en décadas anteriores, de los “falsos hoteles”. Para-
lelamente, se produjeron ocupaciones de edificios vacíos, entre ellos, las viviendas
que habían sido expropiadas por el gobierno militar para la construcción (nunca
concretada) de la Autopista 3. (Pírez, 1994; Rodríguez, 2005).
Mientras tanto, en el Gran Buenos Aires, a aquellas primeras ocupaciones de
tierras en Solano, que revistieron un carácter casi heroico de resistencia a la dic-
tadura militar, se sucedieron a lo largo de la década del ´80 otras similares, en
los partidos de Quilmes, Almirante Brown (zona sur del Gran Buenos Aires), La
Matanza, Morón y Merlo (zona oeste del Gran Buenos Aires). Además, comenzó a
producirse, paulatinamente, el repoblamiento de las “villas miseria” en la Ciudad
de Buenos Aires, duplicándose la cantidad de habitantes durante la década del ´80
(ver Gráfico 1). Las mismas se ubicaron preferentemente en la zona sur de la ciu-
dad (también en partidos de la primera corona del Gran Buenos Aires).
En relación a las villas, se produjo en este nuevo contexto un importante avan-
ce, en relación a aquellas creencias movilizadoras que mencionamos líneas arri-
ba como legitimadoras de la acción del Estado: se instaló la idea de “radicación”
por sobre la de “erradicación”. La materialización de este conjunto de percepcio-
nes deviene, en definitiva, de la dinámica que se establece entre los actores, de
las distintas correlaciones de fuerza. Las organizaciones villeras, en consonancia
con los discursos de respeto a los derechos humanos, impulsaron este avance en
el imaginario colectivo respecto a “quién merece” vivir en la ciudad. Reiteramos:
tampoco aquí la ecuación es “suma cero”, ni los consensos son totales o definitivos.
La idea de que hay quienes deberían vivir en la ciudad y quienes no sigue vigen-
te en algunos sectores, aunque ya no sea hegemónica (piénsese, por ejemplo, en
las declaraciones sobre la incidencia de la inmigración de países limítrofes sobre
problemáticas como el desempleo, o las dificultades habitacionales, tanto en aquel
momento como en la actualidad).
Los ´90 nos muestran un país donde se consolida el proyecto neoliberal que
había comenzado a gestarse en la dictadura: desregulación de distintos ámbitos
de la vida económica, priorización de los equilibrios macroeconómicos por sobre
indicadores de calidad de vida, nuevo rol para el Estado, que abandona su función
empresaria y planificadora.

184 Revista Sociedad Nº 33


El modelo productivo se transformó: de un modelo basado en la industriali-
zación, la producción en serie y el consumo interno, a otro, caracterizado por la
producción flexible, la utilización de tecnología de avanzada y el control de grandes
cantidades de información a través de la informática. El aumento de la desocupa-
ción, la precarización laboral, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, supuso
no sólo la pauperización de grandes sectores de la población, sino también la frag-
mentación y la heterogeneidad de situaciones al interior de los sectores populares.
Paralelamente, se produjo un fuerte proceso de concentración de poder y riqueza, y
una importante extranjerización de la cúpula empresaria (IDEF-CTA, 2002).
Una rápida revisión de las políticas habitacionales en esta década: en relación
a la producción y comercialización de vivienda, cabe destacar la privatización del
Banco Hipotecario Nacional en 1998, que había tenido en décadas anteriores un
importante rol social. Sus operatorias se redirigieron a partir de entonces a sec-
tores medios y medios altos que pudieran asegurar capacidad de pago. La acción
del FONAVI (de escasa incidencia en el Gran Buenos Aires, pero con algún nivel
de actividad en el interior) también ajustó sus mecanismos de selección de be-
neficiarios, lo que lo tornó inaccesible para los sectores populares, más allá de la
proclamada focalización de las políticas imperante entre los discursos oficiales de
la época (Martínez de Jiménez, 1998).
En relación a los servicios, durante los primeros años del gobierno menemis-
ta se privatizaron medios de transporte (ferrocarril, subterráneos, autopistas), de
producción y distribución de energía (energía eléctrica, gas, petróleo), servicios de
agua y saneamiento, medios de comunicación, etcétera.
En relación a las políticas de acceso al suelo urbano, se institucionalizó a nivel
nacional una política tendiente a la regularización dominial. En 1991 se creó el
programa Arraigo, que pauta la regularización del dominio de terrenos fiscales.
Muchas de las villas de la ciudad de Buenos Aires entraron en este marco. La ley
preveía ceder la propiedad a una entidad (generalmente, mutuales o cooperativas)
que representara a las familias ocupantes. Luego, dicha organización debía hacerse
cargo de la subdivisión y del traspaso del dominio de cada lote generado a la fami-
lia que lo habitara. En la práctica, este mecanismo resultó sumamente dificultoso,
generando que muchas de las organizaciones se “desgastaran” sin llegar a concretar
sus objetivos.
En 1994 se sancionó la ley 24.374, que permite regularizar la situación dominial
de lotes privados cuyos habitantes puedan acreditar la “posesión pública, pacífica
y continua, con causa lícita, tres años antes de 1992”. En los hechos, ambos progra-
mas se encontraron –como en muchos países de América Latina– con múltiples
obstáculos y limitaciones. Entre otras, la complejidad y lentitud de los procesos,

La ciudad, ¿para quiénes?... 185


que genera desgaste en organizaciones de base y pobladores; la falta de financia-
miento; la superposición de organismos y funciones, o los cambios de rumbo liga-
dos a cambios electorales; la imposibilidad de gran parte de la población afectada
de pagar el costo de la tierra o los costos adicionales posteriores (impuestos, servi-
cios), etcétera (Clichevsky, 1997, 2000).
Una de las mayores limitaciones de estas políticas fue el abordaje prácticamente
unidimensional del problema. Se trabajó casi exclusivamente sobre el aspecto jurí-
dico, sin atender a cómo este aspecto se articula con otras dimensiones (urbanas,
sociales, económicas, ambientales, culturales, etc.) del hábitat y, específicamente,
de la tierra. De esta forma, desde esta concepción, se reduce el acceso al hábitat a
una cuestión que se resuelve a través de los ingresos individuales, por mecanismos
de mercado, es decir concibiendo a la vivienda como un bien de derecho privado,
ligado a una responsabilidad individual-familiar.
Es preciso en este punto no perder de vista que lo jurídico constituye una ex-
presión de las relaciones sociales y políticas de una sociedad que se modifican a
lo largo de su historia. En este sentido, las políticas de regularización dominial
fueron fuertemente recomendadas por organismos internacionales, en una década
donde la incidencia de los mismos sobre las políticas locales se había incrementado
notoriamente. En el documento “Housing: enabling markets to work” (“Vivienda:
facilitar el trabajo de los mercados”, de 1993), el Banco Mundial proponía, preci-
samente, la necesidad de que el Estado abandonara cualquier tipo de intervención
en el mercado de la vivienda y el suelo urbano. Más aún, identificaba las históricas
intervenciones de los gobiernos en materia habitacional como factor “distorsiona-
dor” de dicho mercado y origen, por lo tanto, de las injusticias o desigualdades que
exhibían en dicha materia las sociedades en vías de desarrollo. Presentaba también
como uno de los instrumentos para facilitar el funcionamiento de los mercados
“desarrollar el derecho de propiedad”, que se suponía relacionado con la inversión
en mejoras por parte de las familias. De hecho, durante los ´90, ambos programas
se aplicaron sólo como un “saneamiento” de la situación dominial. Se contempla-
ron sólo los aspectos jurídico-formales de la regularización, sin complementarlos
con acciones de regularización urbana y social.
Ya en el 2000, el Banco Mundial plantea en su documento “Cities in Transi-
tion”: “Integrar comunidades marginales e informales como ciudadanos urbanos
integrales, pagadores de impuestos y consumidores de servicios públicos, es una meta
importante.” (Banco Mundial, 2000, traducción y subrayado propios).
De este modo, las políticas de regularización (sin negar lo altamente valoradas
que son por los ocupantes), no se plantearon como el reconocimiento del derecho
universal a un lugar para habitar, sino como mecanismo de “integración al mer-

186 Revista Sociedad Nº 33


cado”. Cada vez más, y más claramente, la necesidad de habitar se resuelve en él.
Esto, sumado a la falta de políticas preventivas, es decir, que faciliten el acceso al
suelo urbano para las sucesivas generaciones de nuevos hogares de grupos de bajos
ingresos que se van constituyendo, agudizó las condiciones desiguales de los dis-
tintos sectores para acceder al mismo.
La excepción a esta concepción restringida de la regularización fueron, en esta
década, los programas de mejoramiento de barrios (PROMEBA o Rosario Hábi-
tat, en Argentina; Favela Barrio, en Brasil, etc.). En este caso, los programas –con
financiamiento del BID–, intervenían sobre la regularización dominial y urbana,
dotando de servicios e infraestructura a áreas que carecían de las mismas. De todos
modos, en la Argentina se implementó durante los ´90 en el interior del país, y
recién en el 2004 comenzó a implementarse en el Gran Buenos Aires.

Continuidades y rupturas a partir de 2003

Año 2003. Néstor Kirchner gana las elecciones nacionales tras una campaña
electoral en la que la obra pública se presentó como propuesta de reactivación de la
economía, de alguna manera “a contramano” de los discursos imperantes durante
más de una década respecto a la necesaria “austeridad” en el gasto público.
A partir de entonces, comenzó un nuevo período en la organización del Estado
y la sociedad civil. El término “post neoliberal” con el que se lo ha mencionado (así
como a similares experiencias político-sociales que se producen al mismo tiempo
en otros países de América Latina) no alcance quizá a dar cuenta de los cambios
producidos. Siguiendo a Clemente (2011) y a Thwaites Rey (2011), el Estado se re-
cupera, pero no en término de “más funciones”, sino de mayor autonomía respecto
a poderes fácticos: organismos internacionales de crédito, grupos económicos lo-
cales o transnacionales.
En la misma línea, Carlos Vilas (2011) señala algunos puntos de contacto entre
estas nuevas experiencias latinoamericanas y los regímenes nacional-populares de
mediados del siglo pasado: “el papel estratégico asignado al Estado; el estímulo
a la articulación entre democracia representativa y democracia participativa; los
esfuerzos por compatibilizar acumulación y distribución, sumado a la caracteriza-
ción de ésta como un ingrediente de la acumulación, y la disputa del poder político
a los grupos dominantes tradicionales”, reconocido a su vez que “los actores y los
escenarios son otros, como también son otros los términos en que se plantean los
problemas, las condiciones en que se desenvuelven y los respectivos enmarcamien-
tos regionales e internacionales.” (Vilas, 2011: 17).
Existe un Estado proactivo, con creciente autonomía para definir políticas y, a

La ciudad, ¿para quiénes?... 187


nivel de los discursos y creencias, la concepción de derechos que vuelve a instalarse
en el centro de la escena. Así se anunció, por ejemplo, la extensión de la cobertu-
ra previsional, o la Asignación Universal por Hijo (ya en el gobierno de Cristina
Fernández).
Indudablemente, la construcción de vivienda es el aspecto de las políticas ha-
bitacionales que emergió con más fuerza en este nuevo período. A partir del 2003,
las obras del FONAVI (virtualmente paralizadas en los últimos años del gobierno
de De la Rúa) se reactivaron. Se crearon nuevos programas, que se presentaron
asociados a la generación de empleo, en sintonía con lo prometido en la campaña
electoral.
Entre las nuevas operatorias pueden mencionarse: Programa de reactivación
de obras FONAVI, Programa Federal de Construcción de Viviendas, Programa de
Emergencia Habitacional por Cooperativas de Trabajo, Programa de Mejoramien-
to de Viviendas Mejor Vivir, Sub programa Asentamientos y Villas.
Señalábamos en reflexiones anteriores (Echevarría, 2008) algunos rasgos de
estas políticas: preponderante papel de las empresas constructoras (en detrimen-
to de las cooperativas, o los grupos de adjudicatarios), programas centrados en
la construcción de vivienda nueva (con menor presencia de operatorias destina-
das a ampliación o mejoramiento), masividad de las operatorias, incremento de
las inversiones, recentralización de programas, con márgenes de acción para los
municipios y gobiernos locales que fueron modificándose gradualmente. Las dos
primeras no son sino continuidad de las características históricas de la política
habitacional argentina. En 1981, Oscar Yujnovsky señalaba cómo los límites y al-
cances de nuestras políticas habitacionales siempre estuvieron condicionados por
el sector privado (por ejemplo, a través de la Cámara Argentina de la Construc-
ción). La masividad con que estos programas se encararon, y el fuerte aporte de
recursos que significaron, fueron sin dudas diferencias importantes con las etapas
inmediatas anteriores.
El programa de Emergencia Habitacional por cooperativas de Trabajo permitió
la constitución de un actor novedoso en la política habitacional: cooperativas de
trabajo, conformadas originariamente por trabajadores desocupados. Oportuna-
mente señalamos cómo esta nueva operatoria no fue acompañada en lo inmediato
por el mismo respaldo con que se lanzara: se reconocía a las cooperativas un costo
final por unidad de vivienda menor al que se reconocía a las empresas constructo-
ras en, por ejemplo, el programa Federal de Construcción de Viviendas; se exigía
el aporte del suelo, lo que no permitía implementarlo en localizaciones nuevas, en
asentamientos sin dominio regularizado, ni generar suelo urbano. No obstante, las
cooperativas, contra todo pronóstico, fueron un actor que ocho años más tarde

188 Revista Sociedad Nº 33


continúa instalado en la política habitacional argentina.
En relación a los servicios, si bien el cambio no fue tan fuerte, se observaron
algunas medidas que indican un cambio en la orientación de las políticas desarro-
lladas en la década anterior: se renacionalizó Aguas Argentinas (ahora, AySA), se
revisaron los contratos de las demás privatizadas, volvieron a circular algunos tre-
nes y se realizaron importantes obras de infraestructura. El programa PROMEBA
(Programa de Mejoramiento de Barrios) surgido en la década anterior comenzó a
ejecutarse en el Gran Buenos Aires (hasta entonces, sólo se había implementado,
como dijimos, en localidades pequeñas del interior del país). Su articulación con
otros programas permitió que sus intervenciones se centraran en la provisión de
obras de infraestructura de servicios (principalmente, agua potable y saneamiento,
calles y vías de circulación, drenajes pluviales, regularización de tendido eléctrico
y alumbrado público, equipamiento urbano, etc.). La primera experiencia piloto
del programa en el AMBA, entre los años 2004 y 2005, consistió en la ejecución
de cinco proyectos en cinco distritos: Moreno, La Matanza, Florencia Varela, San
Fernando y Lanús. Luego, se amplió a otros municipios, a la vez que se modificaron
algunas pautas para la formulación de proyectos: se abrió la posibilidad de incor-
porar áreas de mayor extensión para la intervención (hasta entonces, la unidad de
intervención era el barrio), aun cuando significara menor intensidad de obra, pero
en una escala más acorde a las vastas extensiones con carencia de servicios que
presenta el conurbano bonaerense.
El suelo es el componente, quizá, sobre el que menos se intervino en un primer
momento. Se creó la Comisión Nacional de Tierras para el Hábitat Social Padre
Mugica. Se modificó la ley 24.374 (se actualizaron las fechas), lo que permitió in-
cluir mayor número de casos. Se siguió avanzando en la regularización dominial
de barrios y lotes con los instrumentos existentes, sumando en algunos casos la
regularización urbana (dotación de servicios).
La generación de nuevo suelo urbano sigue siendo una cuestión pendiente, al
menos a nivel masivo. La inclusión del suelo como componente financiado en los
programas de construcción de vivienda nueva generó que sectores privados pusie-
ran en el mercado terrenos que estaban acumulando. Pero evidentemente la lógica
con que estos actores actúan en la construcción de la ciudad (la maximización de
las ganancias) hace que las tierras puestas en el mercado a través de este mecanis-
mo (donde el Estado les asegura un precio base) fueran las peor localizadas, cons-
truyéndose algunos conjuntos de viviendas en zonas periféricas de los distritos,
con los consecuentes costos para los adjudicados (en términos de tiempo dedicado
a la movilidad) y para el Estado (en término de extensión de las redes de servicios

La ciudad, ¿para quiénes?... 189


y dotación de infraestructura).
El recientemente creado programa ProCreAr (programa que facilita el crédito
para la construcción de viviendas) constituye una herramienta interesante tanto
para la construcción de vivienda nueva (respondiendo al déficit habitacional abso-
luto) como para las ampliaciones necesarias en algunos casos (déficit relativo). Por
otra parte, supone también la incorporación de terrenos fiscales ociosos. Resulta
aún un poco temprano para evaluar impactos, pero la incorporación de otro tipo
de políticas (atendiendo a la variedad de situaciones deficitarias habitacionales y de
sujetos portadores de las mismas) resulta, de por sí, auspicioso.
A comienzos del mes de septiembre de 2012 se hicieron públicos algunos docu-
mentos de trabajo del Ministerio de Planificación respecto a la planificación estra-
tégica territorial en los que se recogen diagnósticos y se elaboran propuestas, pre-
cisamente, para regular el uso del suelo urbano. El informe llegó a algunos medios
de comunicación (casualmente, enfrentados violentamente al actual gobierno na-
cional) por un detalle casi nimio: la posibilidad que el informe sugería de aumentar
las pautas y controles sobre los barrios cerrados o “countries”, lo que generó un
torrente de opiniones adversas provenientes de los sectores dominantes de nues-
tra sociedad. Este pequeño conflicto nos remite nuevamente a la concepción de
Estado que planteamos al inicio: la incidencia de los distintos sectores sociales en
la direccionalidad de las políticas públicas y los “márgenes de maniobra” que cada
coyuntura plantean a los distintos gobiernos. La intervención estatal sobre el suelo
urbano va a llegar acompañada, seguramente, de nuevos conflictos materiales y
simbólicos respecto a la direccionalidad que se le pretenda dar.

Perspectivas y desafíos a futuro

Indudablemente, el mayor desafío es superar lo que se llamó la “política del


fragmento urbano” (Clichevsky, 2000) que imperó en los ´90. No se trata ya de
pensar intervenciones focalizadas, fragmentadas, en pequeñas localizaciones, sino
planificar con criterio estratégico el desarrollo de áreas completas de la ciudad me-
tropolitana. Diagnosticar, diseñar, ejecutar políticas urbanas integradas e integra-
les, que supongan el consenso con los distintos actores involucrados, pero con cri-
terios de equidad y justicia social, sólo es posible con una fuerte voluntad política
de las instancias centrales del Estado, y con un Estado local fortalecido como actor
protagónico de ese proceso.
En relación a los instrumentos específicos, es necesario desarrollar variedad de
operatorias y programas de modo de atender la diversidad del déficit habitacional:
es decir, no sólo la construcción de vivienda nueva, sino también ampliación y me-

190 Revista Sociedad Nº 33


joramiento de las ya existentes, extensión de las redes de servicios, equipamiento
comunitario y de transporte en las áreas donde el mismo es deficitario, regulari-
zación del dominio, superación de los estigmas territoriales y, fundamentalmente,
políticas de generación de nuevo suelo urbano.
En la medida que el Estado no comience a intervenir de manera más directa en
la generación de suelo urbano, pierde la oportunidad de planificar el crecimiento
de nuestras ciudades. Pero además, fundamentalmente, permite que el tema se siga
resolviendo a través del mercado. Un mercado caracterizado por articular subsec-
tores formales e informales (Clichevsky, 1997) que terminan consolidando patro-
nes de segregación socioespacial.
Asistimos a un momento de avance en términos de restitución de derechos a
través del fortalecimiento de lo público. En materia habitacional, los programas
desarrollados, su masividad, los intentos por comenzar a regular nuevos aspectos
del crecimiento de la ciudad, son ejemplo de eso. Esto nos permite ser optimistas
respecto a la posibilidad de seguir aportando a la construcción (o reconstrucción)
de un Estado que desarrolle un papel activo en función de asegurar un acceso más
igualitario a la ciudad.

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192 Revista Sociedad Nº 33


Violencias y consumos de drogas: abordajes desde
las experiencias y procesos de individuación de
jóvenes en barrios marginalizados

Pablo Francisco Di Leo* y Ana Clara Camarotti**

INTRODUCCIÓN

A partir de diversas investigaciones desarrolladas recientemente en Argentina


en distintos espacios de sociabilidad, identificamos que, entre los fenómenos per-
cibidos por los jóvenes1 como crecientemente problemáticos, las violencias y los

* Pablo Francisco Di Leo: es Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias Sociales,


Magíster de la Universidad de Buenos Aires en Políticas Sociales, Licenciado en Sociología, UBA.
Posdoctorando del Instituto de Medicina Social, Universidad del Estado de Río de Janeiro. Es
investigador del CONICET, con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de
Ciencias Sociales (FSC), UBA, Jefe de Trabajos Prácticos Regular en la Carrera de Sociología, UBA,
y Docente del Taller de integración del “Programa de Actualización en Determinantes de la Salud
Mental en el Campo de las Ciencias Sociales”, Subsecretaría de Posgrado, FCS, UBA. Desarrolla
actividades de investigación e intervención en los temas: promoción de la salud, juventudes,
violencias y procesos de individuación. Actualmente es director del Proyecto UBACyT 2013-2015
20020120200171BA, “Procesos de vulnerabilidad y cuidados en las experiencias biográficas de
jóvenes en barrios marginalizados del Área Metropolitana de Buenos Aires”. Autor de numerosos
artículos en revistas científicas, ponencias, capítulos y libros. Recientemente coeditó con Ana
Clara Camarotti el libro Quiero escribir mi historia. Vidas de jóvenes en barrios populares (Biblos,
2013). E-mail: pfdileo@gmail.com.
** Ana Clara Camarotti: es Doctora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en Ciencias Sociales,
Magíster de la UBA en Políticas Sociales, Licenciada en Sociología, UBA. Investigadora Adjunta
del CONICET. Co-coordinadora del Área de Salud y Población e Investigadora del Instituto de
Investigaciones Gino Germani. Es consultora externa de la Organización de Estados Americanos.
Desarrolla actividades de investigación en acción sobre temas relacionados con el uso/consumos
de drogas en jóvenes, promoción de la salud, procesos de individuación. Actualmente, dirige
el Proyecto PICT “Iniciativas religiosas en prevención y asistencia en jóvenes con consumos
problemáticos de drogas” y co-dirige el proyecto UBACyT “Procesos de vulnerabilidad y cuidados
en las experiencias biográficas de jóvenes en barrios marginalizados del Área Metropolitana de
Buenos Aires”. Ha coordinado y editado libros, es autora de artículos en revistas y capítulos de
libros. Co-editó recientemente junto a Pablo Francisco Di Leo el libro Quiero escribir mi historia.
Vidas de jóvenes en barrios populares (Biblos, 2013). E-mail: anaclaracamarotti@gmail.com.
1
Teniendo conciencia de la orientación androcéntrica del español, utilizamos el género masculino
en los plurales sólo para facilitar la lectura.

Violencias y consumos de drogas... 193


consumos de drogas ocupan un lugar central (Kornblit, 2008; Di Leo, 2009). Por
otro lado, desde hace varias décadas la condición juvenil viene siendo asociada con
una diversidad de acciones de transgresión a normas y símbolos establecidos por el
mundo adulto-céntrico. En la actualidad circulan –especialmente en los medios de
comunicación masivos y en las instituciones educativas– discursos que vinculan a
un gran número de grupos juveniles con la falta de límites normativos y la partici-
pación activa en episodios de violencia (Chaves 2010; Reguillo, 2012).
Frente a concepciones homogeneizantes y estigmatizantes que muchas veces se
hacen sobre los jóvenes, este trabajo parte de una perspectiva que tiene en cuenta
la diversidad de situaciones y las interconexiones complejas y hasta contradictorias
en que se constituyen las biografías juveniles. En este sentido, buscamos analizar
las prácticas juveniles contextualizándolas histórica, social y culturalmente, y po-
niendo especial énfasis en el lugar que ocupa el consumo de drogas en sus vidas y
el modo en el que las y los jóvenes significan dichas prácticas.
Las violencias remiten a complejos y múltiples procesos histórico-sociales en
los que individuos, grupos o instituciones –por separado o simultáneamente– ge-
neran la reducción de seres humanos a la condición de objetos, es decir, se les
niega su condición de sujetos, volviéndolos dependientes, sin autonomía y, en
el extremo, negándoles las condiciones mínimas de existencia (Reinoso y Thezá,
2005b; Crettiez, 2009). Partiendo de las particularidades y articulaciones entre sus
dimensiones estructurales, institucionales y situaciones, es posible considerar a las
violencias como analizadores socioculturales, desde los cuales aproximarnos a las
condiciones en las que los sujetos construyen sus experiencias sociales, es decir, los
nexos que se establecen entre lo individual y lo social en un determinado contexto
espacio-temporal (Aguilera Ruiz y Duarte, 2009).
En el mismo sentido, partimos de entender los consumos de drogas como fenó-
menos complejos cuyo análisis supone considerar la multiplicidad de formas que
pueden asumir las significaciones sociales que se ponen en juego, las prácticas in-
dividuales y colectivas, sujetos, sustancias, y contextos socioeconómicos, políticos,
culturales e ideológicos en los que dicho consumo se lleva a cabo (Zinberg, 1984).
Nuestro trabajo se enmarca en una investigación cuyo objetivo general es ana-
lizar los procesos de individuación de jóvenes cuyos espacios de sociabilidad se
encuentran en barrios marginalizados de la zona sur del Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA).2 En este artículo presentamos nuestro análisis de las expe-

2
Proyectos: a) UBACyT 2010-2012 – 20020090200376, financiado por la Universidad de
Buenos Aires (UBA), Director: Pablo Francisco Di Leo, Codirectora: Ana Clara Camarotti,
Integrantes del grupo de investigación: Pablo Borda, Alejandro Capriati, Victoria Farina,

194 Revista Sociedad Nº 33


riencias biográficas de jóvenes en relación a las violencias y los consumos de dro-
gas, indagando sobre sus vinculaciones con los soportes, reflexividades y contextos
sociales que participan en sus procesos de individuación. En la primera sección
sintetizamos las herramientas conceptuales y la estrategia metodológica que utili-
zamos para el despliegue del problema. A continuación presentamos las categorías
emergentes construidas a partir del análisis de las entrevistas y relatos biográficos
de jóvenes en torno a dichas temáticas. Finalmente, proponemos algunas reflexio-
nes para articular las categorías analizadas y sugerir posibles caminos para el abor-
daje de estas problemáticas desde las ciencias y políticas sociales.

1. HERRAMIENTAS TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS

El sociólogo peruano Danilo Martuccelli (2007) plantea la necesidad de un


cambio de rumbo para la sociología del siglo XXI, teniendo como horizonte el
estudio de las capacidades existenciales y sociales del individuo de sostenerse en el
mundo. No hay individuo sin un conjunto muy importante de soportes,3 afectivos,
materiales y simbólicos, que se despliegan en su experiencia biográfica, a través de
un entramado de vínculos con sus entornos sociales e institucionales. Esta ruptu-
ra epistemológica implica ciertas precauciones metodológicas para evitar caer en
nuevas concepciones sustancialistas de los vínculos sociales.
Los soportes pueden presentarse, alternativamente, bajo una forma activa –mo-
vilizados conscientemente por el sujeto–, o como un efecto indirecto, no consciente
–consecuencia colateral de su entramado social y existencial. El grado de conciencia
de los soportes es muy variable, estando condicionado por las desigualdades socia-
les más que por las capacidades de reflexividad de los individuos. No están siempre
bajo el control de los actores funcionando, principalmente en el caso de los soportes
relacionales, en la medida en que permanecen bajo un umbral de conciencia de los
sujetos. Muchas veces los soportes funcionan de un modo indirecto u oblicuo, siendo
vivenciados por los sujetos como un beneficio secundario o colateral de otras activi-
dades o relaciones. Algunos soportes, especialmente los simbólicos, se presentan en la

Natalia González, Martín Güelman, Romina Ramírez, Sebastián Sustas, María Cecilia Tou-
ris, María Soledad Vázquez, Alejandro Marcelo Villa. b) PICT 2010 – 0621, financiado por
la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, Investigador Responsable: Pa-
blo Francisco Di Leo. Sede de ambos proyectos: Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
3
Los soportes son definidos por Martuccelli (2007a) como los medios por los cuáles el indi-
viduo llega a tenerse frente al mundo: el conjunto de elementos, materiales e inmateriales,
que lo vinculan a su contexto.

Violencias y consumos de drogas... 195


intersección entre los mundos interior –funcionando como autosostén individual– y
exterior –objetivándose como un apoyo exterior al sujeto (Martuccelli, 2006; 2007).
En consonancia con esta propuesta analítica, nuestra elección del método bio-
gráfico para la construcción de datos empíricos se sustenta en que, como enuncia
Ana Lía Kornblit (2004), el mismo recupera un mundo de significaciones a la vez
que permite vislumbrar los sentidos individuales atribuidos a la experiencia en el
contexto social en el que surgen. Por ende, mediante la construcción de relatos bio-
gráficos, podemos tener una mejor aproximación a los procesos de construcción
de la experiencia social de los sujetos y a las vinculaciones entre sus reflexividades
y soportes afectivos, materiales y simbólicos (Sautu, 2004; Leclerc-Olive, 2009; Va-
silachis de Gialdino, 2007).
De este modo, encontramos que los entrevistados construyen una narración
propia y mientras lo van haciendo se van descubriendo y analizando. Esto les per-
mite reflexionar sobre lo acontecido, produciendo nuevas significaciones sobre la
propia biografía. Los entrevistados valoraron positivamente el hecho de poder ela-
borar un relato propio, de poder cuestionar(se) quiénes son, de poder compartir
con el entrevistador este proceso, y de descubrir la importancia que tiene su relato
para sí y para otros. En la mayoría de los casos se mostraron entusiasmados con
este proceso de co-construcción.4
Con el objetivo de identificar los giros de la existencia adoptamos en las entre-
vistas dos estrategias metodológicas propuestas por Leclerc-Olive (2009). En primer
lugar, luego de un interrogante inicial formulado para evitar la introversión de los
sujetos durante la situación de entrevista y acceder a su autoidentificación subjetiva
–“Si tuvieras que decirme quién sos, ¿qué dirías?, ¿cómo te describirías?”–, intenta-
mos rastrear los acontecimientos significativos en la vida de las personas mediante
una pregunta que a modo de disparador sugería: “Si tuvieras que elegir los prin-
cipales momentos o hechos que provocaron cambios muy importantes en tu vida,
¿cuáles serían?”. Este interrogante fue elaborado retomando la pregunta con que
Leclerc-Olive da inicio a sus entrevistas: “¿Cuáles son los acontecimientos que, según
Usted, marcaron u orientaron su vida?”. Los acontecimientos permiten identificar los

4
Retomando las propuestas de Michèle Leclerc-Olive (2009), en nuestro trabajo de campo
construimos los relatos biográficos a partir varias entrevistas semiestructuradas, de alrede-
dor de una hora y media de duración, realizadas en forma individual a 10 jóvenes, 4 mu-
jeres y 6 varones, de entre 18 y 26 años, cuyos espacios de sociabilidad se encuentran en la
zona sur del AMBA, Durante todo el desarrollo de nuestro trabajo de campo tomamos los
resguardos éticos de rigor para preservar el anonimato, la identidad y la integridad moral,
social, psicológica y cultural de los sujetos que participaron en las entrevistas de manera
informada y voluntaria, asegurando también la confidencialidad de sus respuestas.

196 Revista Sociedad Nº 33


momentos de bifurcación o de cambios importantes en las biografías individuales.
Luego de haber identificado los acontecimientos más significativos de sus vi-
das, hacia el tercer encuentro pedimos a los entrevistados que ubicaran los mismos
en una (o una multiplicidad de) línea/s de vida del modo que desearan y que expli-
caran el por qué de dicho ordenamiento. Esta organización no necesariamente res-
peta un orden cronológico, aunque si establecen una temporalidad antes-después
que ubican los entrevistados a raíz del acontecimiento, es decir, se identifica una
diferencia con el momento anterior. La justificación teórico-metodológica de la
identificación y posterior “puesta en papel” de las “acontecimientos significativos”
reside en el hecho de que ellos “constituyen el armazón narrativo de los relatos”
(Leclerc-Olive, 2009: 4).

2. EXPERIENCIAS JUVENILES EN TORNO A LAS VIOLENCIAS Y LOS


CONSUMOS DE DROGAS
La discriminación es una forma de violencia cotidiana

La mayoría de los jóvenes entrevistados identifican a la discriminación como


una de las formas de violencias que viven cotidianamente, especialmente cuando
atraviesan espacios públicos fuera de sus barrios. La estereotipación de los otros
puede originarse por cuestiones de indumentaria –vestimenta deportiva, viseras,
zapatillas, etc. La discriminación también se presenta en diversas situaciones de
la vida privada, especialmente cuando los jóvenes están iniciando relaciones con
personas ajenas al barrio. En muchas ocasiones la discriminación por lugar de re-
sidencia se combina con cuestiones étnicas o de nacionalidad, especialmente de
algunos países limítrofes como Paraguay, Bolivia y Perú.
Podemos entender la estereotipación como un proceso cotidiano de reifica-
ción de las diferencias entre individuos o grupos dirigido a marcar una distancia
simbólica y, en algunos casos, física, entre el yo/nosotros y los otros. La discri-
minación responde a una lógica elusiva, dirigida a esquivar o saltarse las propias
insuficiencias para denostar a los otros, adhiriendo a tipos sociales construidos
culturalmente, a los que se les adscriben como naturales ciertos rasgos socialmente
negativizados y justificando, directa o indirectamente, diversos tipos de violencias
sobre aquellos que los poseen (Margulis, Urresti et al., 1998; Belvedere, 2002; Rei-
noso y Thezá, 2005a).
Como desarrollamos en torno a las siguientes categorías, esta forma de degra-
dación subjetiva desencadena en muchos de los jóvenes procesos de lucha por el
reconocimiento como sujetos. Esta lucha no solo se manifiesta en reacciones vio-

Violencias y consumos de drogas... 195


lentas inmediatas, sino que, como se observa en el fragmento de entrevista citado
abajo, en algunos casos las prácticas de discriminación son desnaturalizadas y pro-
blematizadas –especialmente cuando son protagonizadas por adultos o agentes de
instituciones públicas, como escuelas y policía–, definiéndolas como situaciones de
violencia, injusticia o autoritarismo, con respecto a las cuales buscan diferenciarse.

Los barrios están cada vez más violentos

Para algunos jóvenes los crecientes niveles de violencia –peleas a golpes de puño
que, en varias ocasiones, pueden llegar a la utilización de armas blancas o de fuego–
entre grupos, identificados con distintos barrios, bandas o hinchadas de equipos de
fútbol locales, configuran uno de los problemas más importantes del barrio.
Algunos entrevistados señalan a las peleas o la preparación para las mismas –el
“aguante”– como parte de los rituales o requisitos necesarios para ingresar, perte-
necer o defender a un barrio, grupo, “banda” o “barra” de un equipo de fútbol, ge-
neralmente local. Tanto como soportes simbólicos y, en algunas ocasiones también
materiales, la pertenencia a estos grupos ocupa un lugar central en los procesos de
construcción de sus identidades.
Retomando las herramientas conceptuales presentadas en relación a la catego-
ría anterior, podemos decir que este tipo de prácticas y rituales, muchos de ellos
asociados a las violencias, se vinculan a las luchas por el reconocimiento intersub-
jetivo. La construcción y defensa de la propia identidad individual, grupal, barrial,
frente a las prácticas y símbolos de otros individuos, grupos o barrios que se pre-
sentan como amenazantes, lleva en muchas ocasiones a la lucha cuerpo a cuerpo,
a negar la corporeidad del otro, poniendo en riesgo la propia integridad física. Se
busca afirmar así la propia subjetividad, superando la objetualidad en que la pone
la mirada o la amenaza de otros sujetos.
Al preguntarles sobre las posibles causas del crecimiento e intensidad en las
violencias entre jóvenes y delitos contra la propiedad en el barrio, una de las en-
trevistadas lo vinculan con algunas de las condiciones en las cuales los niños y
adolescentes se socializan –violencias familiares, problemas con la justicia, discri-
minación–, lo que les generaría una sensación de frustración.

Las violencias familiares como marcas en las historias personales

En varios relatos biográficos de jóvenes se presentan situaciones de violen-


cia –física, sexual, verbal, psicológica–, abuso y abandono generadas por algunos
familiares, señaladas como verdaderos acontecimientos que marcaron irreversi-

196 Revista Sociedad Nº 33


blemente sus vidas. Estos acontecimientos son recordados y narrados como giros
existenciales en las biografías de los jóvenes. Consideramos que pueden vincularse
a la vivencia del duelo analizada recientemente por Judith Butler (2010). Estas ex-
periencias son narradas por los jóvenes como situaciones de sufrimiento, pérdida,
duelo, ruptura de un vínculo constitutivo con sus seres más cercanos, que marcan
para siempre su sentido del yo. En este tipo de situaciones límite se ponen de ma-
nifiesto la dimensión más profunda, existencial, de las violencias:

La violencia es, sin duda, un rasgo de nuestro peor orden, una manera por la cual
se expone la vulnerabilidad humana hacia otros humanos de la forma más terro-
rífica, una manera por la cual somos entregados, sin control, a la voluntad de otro,
la manera por la cual la vida misma puede ser borrada por la voluntad de otro.
En la medida en que cometemos actos de violencia, estamos actuando unos sobre
otros arriesgando a otros, causando daño a otros. En cierta manera, todos vivimos
con esta vulnerabilidad particular, una vulnerabilidad hacia el otro que es parte
de la vida del cuerpo, pero esta vulnerabilidad se exacerba muchísimo bajo ciertas
condiciones sociales y políticas (Butler, 2010: 42).

En estas situaciones extremas se pone de manifiesto la vulnerabilidad de los su-


jetos frente a los otros, en este caso, las personas a las que se encuentran entregados
desde su nacimiento, con anterioridad a sus procesos de individuación, en virtud
de su existencia corporal. Retomando las reflexiones de Butler (2010), conside-
ramos que esta condición hace a los individuos vulnerables a las violencias, pero
también a otros tipos de contactos, afectos, vínculos, que funcionan como soportes
que les permiten sostenerse en el mundo.

Los consumos de drogas legales no son menos problemáticos que los consumos de
drogas ilegales

Entre las diferentes significaciones que asumen para estos jóvenes los consumos
de drogas, hay una primera ruptura con la idea de entender a los consumos de drogas
legales como consumos menos problemáticos que los consumos de drogas ilegales.
Observamos que los entrevistados no basan sus argumentaciones en que las sustan-
cias se encuentren o no prohibidas ante la ley para discriminar entre drogas más o
menos nocivas para los sujetos. Según los relatos de los jóvenes, a partir de sus ex-
periencias familiares, con amigos y en el barrio, el consumo de bebidas alcohólicas,
si bien es legal y por ello no es censurado socialmente, puede desencadenar en un
consumo abusivo. En la mayoría de sus relatos encontramos diversas situaciones de
abuso, violencia, pérdida de control relacionadas con un uso excesivo de alcohol en

Violencias y consumos de drogas... 199


donde los protagonistas generalmente son adultos, miembros de su familia o vecinos.
Lo que aparece menos son análisis críticos que ubiquen a los jóvenes en situaciones
problemáticas por el abuso de alcohol. Es decir, el consumo juvenil de alcohol es
mencionado la mayoría de las veces en referencia a la diversión, a los vínculos que
genera entre pares y a los momentos de encuentro que facilita.
La legitimidad diferencial del alcohol halla su marco de justificación en la lla-
mada “cultura del alcoholismo”. La negativización que suele recaer sobre las sus-
tancias ilegales (pero no así sobre el alcohol) responde más al estatus jurídico que
a la peligrosidad y toxicidad de las mismas. Recuperando los planteos de Eduardo
Menéndez (2012), el alcohol es la sustancia legal con mayores consecuencias en
términos de morbi-mortalidad. Ello nos debe hacer reflexionar y cuestionar las
representaciones sociales y construcciones discursivas según las cuales las drogas
adictivas ilegalizadas terminan generando efectos negativos de mayor envergadu-
ra que las drogas legales. De este modo, se evidencia que dicha legitimidad no
responde a las características propias de las sustancias, sino que se debe entender
como una construcción socio-cultural con consecuencias jurídicas.
Por otro lado, también encontramos otros discursos que ubican a las drogas
denominadas ilegales como una práctica temida, que merece respeto, ya que una
vez que se atraviesa esa barrera no se sabe cómo, ni de qué modo se vuelve. En este
sentido, cuando ahondamos en sus historias de consumo, propias o de personas
allegadas, encontramos que en muchos de estos relatos el desenlace, con variacio-
nes en el tiempo, termina evidenciando la imposibilidad de sostener un consumo
moderado. La mayoría de estas reflexiones no tienen en cuenta los contextos en
los que el consumo de drogas tiene lugar, es decir, no contemplan las circunstan-
cias socio-económicas y culturales en donde estas prácticas se efectivizan. De este
modo, se produce una inversión entre los sujetos y las sustancias. Las sustancias
cobran entidad propia ocasionando “siempre” conflictos y pérdidas y los sujetos
terminan objetivándose y quedándose sin posibilidad de agencia. Por ello, hay que
mantenerse alejado, ya que el sujeto nada puede hacer cuando “cae” en estos “vi-
cios”, en donde sólo queda lugar para las pérdidas y los sinsabores.
A diferencia del juicio profundamente negativo de algunos jóvenes respecto
de las drogas, vislumbramos en el corpus discursivo significaciones en las que los
consumos no son reputados como “conductas desviadas” que se apartan del “ca-
mino del bien”. En una posición intermedia entre el diagnóstico crítico y las sig-
nificaciones de aquellos que otorgan entidad plena a los consumos recreativos de
drogas, se halla la postura de quienes, sin negativizar completamente los usos de
sustancias ilegales, consideran que su empleo constituye una equivocación subsa-
nable y controlable, un error menor.

200 Revista Sociedad Nº 33


No podemos obviar la función práctica que tiene para estos jóvenes la distin-
ción conceptual entre drogas legales e ilegales, pues en sus prácticas cotidianas
una sustancia prohibida legalmente produce resultados diferentes a una que no lo
está y esto se pone de manifiesto en las experiencias que relatan, por ejemplo, con
la policía. De todos modos, en cuanto a los daños ocasionados a la salud por los
consumos de sustancias, esta distinción no cumple ninguna función.

Desvaneciendo los vínculos entre consumos de drogas, violencia y delincuencia

Algunos de los jóvenes en sus discursos reproducen una asociación entre con-
sumos de drogas, violencia y delincuencia, percibida como natural. Como expre-
san Duschatzky y Corea (2009), desde el tratamiento de los medios masivos de
comunicación el consumo de “la droga” como atributo de la condición juvenil e
incluso infantil queda asociada a la inseguridad, el robo y el descontrol. De este
modo, los consumos de drogas ilegales resultan incompatibles con la inserción
sostenida en las instituciones e instancias tradicionales de socialización (familia,
educación, trabajo).
No obstante, en sus relatos de vida, se hacen presentes diversas situaciones que
rompen con estos estereotipos. Por un lado, en la mayoría de los casos se establece
un vínculo muy estrecho entre familia y consumo de drogas, es decir, historias de
consumo que ponen como protagonistas a miembros de su grupo familiar cercano
y, por otro, historias propias o ajenas en donde sus prácticas sostenidas de consu-
mo de drogas logran convivir con trayectorias educativas o laborales.
En este sentido, en los relatos de algunos jóvenes con experiencias de consu-
mos de drogas, se hace hincapié en que nunca robaron para comprar droga sino
que el modo de sostener sus consumos siempre fue a partir de su trabajo. Uno
de los jóvenes que atravesó una adicción a la pasta base (paco) relata que, en los
primeros tiempos de consumo de la sustancia, no sólo logró estabilidad laboral,
sino que el uso del “paco” le permitía mejorar su performance y sobrellevar sin di-
ficultades las forzadas actividades de carga y descarga de materiales en el corralón
donde trabajaba. Por otra parte, cuando el consumo de drogas deviene en adicción
comienza a repercutir en sus vínculos laborales y en sus trayectorias escolares.
Los análisis que acabamos de relatar coinciden con jóvenes que consumen di-
versas sustancias, mientras que existen otras afirmaciones, de quienes no consumen
drogas, las cuales sostienen la asociación entre consumos de drogas y delincuencia.
Entre los jóvenes de este segundo grupo existe un consenso en la consideración del
paco como aquella sustancia cuyo consumo incide con mayor intensidad en actos
delictivos. El potencial adictivo de la sustancia en cuestión es reseñado unánime-

Violencias y consumos de drogas... 201


mente como causa fundamental de la mentada vinculación.
En los discursos de varios entrevistados se hace presente una tajante diferen-
ciación entre un antes y un después de la llegada del consumo de la pasta base en
sus barrios. Mencionaban los cambios en los “códigos” barriales, y con ello hacían
referencia a los modos de relación entre los vecinos, el respeto por ciertas normas
de intercambio implícitas y explicitas tanto materiales como simbólicas, en rela-
ción a la solidaridad y la “comunidad” y en este sentido a los valores que adquiere
la pertenencia barrial. Hablar de los “cambios en los códigos” o de “ruptura en los
códigos” es poner en evidencia los múltiples problemas que involucran las modi-
ficaciones morales en las transacciones, actividades y prácticas entre los vecinos.
Desde la óptica de algunos jóvenes, el consumo de drogas no sólo es conside-
rado una conducta desviada, sino que debiera resultar vergonzoso para quien lo
practica. La vergüenza de incurrir en una práctica de este tipo sumada a su carácter
ilegal redundaba otrora en que los usuarios se escondieran, se apartaran de la mi-
rada del resto al momento de consumir drogas.
Estos cambios en los códigos están en estrecha relación con las transforma-
ciones en la lógica de la obtención de recursos de las y los usuarios de drogas y
evidencia la conversión de una “lógica del compartir” a una “lógica empresarial”
correspondiente a los nuevos modos de intercambio comercial (Epele, 2010). Se
produjeron nuevas prácticas que se evidencian, por ejemplo, en la restricción que
mantienen muchos vecinos a que sus hijos jueguen en los pasillos, la creciente
instalación de rejas y el temor que se experimenta al atravesar ciertos sectores de
la villa, entre otros.

3. REFLEXIONES FINALES

Las experiencias en torno a las violencias y los consumos/usos de drogas de jó-


venes en barrios marginalizados del AMBA son identificadas por los sujetos como
las más problemáticas en sus vidas cotidianas. Asimismo, dichas experiencias pue-
den tomarse como analizadores de los soportes materiales, simbólicos y afectivos
con los cuales los individuos construyen sus ecologías sociales y existenciales. Ha-
cen visibles dichos soportes tanto por su presencia –cuando pueden movilizarlos–
como por su ausencia –al ser demandados, añorados o disputados.
Los jóvenes vivencian las experiencias de discriminación como verdaderos ac-
tos de violencia en los que se les niega uno de los principales soportes subjetivos: el
respeto o reconocimiento de los otros (Honneth, 1997). Estas experiencias de me-
nosprecio movilizan a los sujetos a luchar por ser reconocidos en diversas esferas
de sus vidas cotidianas: a) en el plano afectivo, buscando la aprobación de los fami-

202 Revista Sociedad Nº 33


liares, pares, parejas, amigos o vecinos; b) en el nivel jurídico-moral, respondiendo
a situaciones de discriminación, injusticia y abusos de poder generadas por agentes
de instituciones públicas (especialmente la policía); c) en el plano ético-social, reac-
cionando frente a las discriminaciones y valoraciones negativas de los otros, debido a
sus identidades estéticas, de género, nacionales, étnicas, grupales, barriales
En este sentido, los diversos rituales de ingreso, pertenencia y defensa de dis-
tintos grupos de pares, bandas, barras y barrios –en los que las peleas o la prepara-
ción para las mismas muchas veces ocupan un lugar central–, pueden analizarse en
relación a la importancia que tienen estos espacios de sociabilidad como soportes
constitutivos de las identidades juveniles. Por ende, la intensidad de las violencias
situacionales protagonizadas por jóvenes en barrios marginalizados debe ponerse
en relación con las violencias estructurales e institucionales en las que viven: a)
por un lado, la vulnerabilidad o la negación del acceso a los soportes simbólicos y
materiales generados por la educación, el trabajo, la cultura y la salud pública; b)
por otro lado, los abusos de poder y la discriminación generados muchas veces por
los adultos en las pocas instituciones estatales con las que se vinculan durante sus
vidas –escuelas, policía y cárceles.
Estos espacios y vínculos de sociabilidad funcionan como soportes fundamenta-
les en los procesos de individuación de jóvenes en los contextos estudiados. El con-
sumo de drogas en estos barrios se torna una práctica de gran relevancia en tanto
se convierte en un elemento disponible para estos jóvenes, frente al cual en algún
momento deben tomar posición. Como se observó a lo largo del trabajo los consu-
mos de drogas para este grupo de jóvenes presentan diversos sentidos y significados.
Encontramos una ruptura con la asociación entre drogas legales como consumos no
problemáticos y drogas ilegales asociadas a la carrera del consumo, la adicción y la
imposibilidad de establecer un consumo regulado. No obstante, en la mayoría de los
discursos surge cierto temor y preocupación proveniente del consumo de drogas.
Esto se debe a sus experiencias cotidianas, en donde observan un fuerte deterioro
tanto de jóvenes como de adultos ocasionado por el consumo de sustancias.
De las entrevistas con los jóvenes surge que las drogas, tanto legales como ile-
gales, logran constituirse en productoras de vínculos de sociabilidad, como facili-
tadoras o canales de encuentro con sus pares. Por ende, debemos poder ampliar la
mirada en torno a lo que ocurre en los espacios de encuentro de estos jóvenes –la
esquina, el barrio, el club, la calle– sin negar u olvidar que éstos resultan altamen-
te valorados y “creíbles” por ellos. Estos espacios funcionan como plataformas de
transformación e interiorización de prácticas y normas juveniles, en una suerte de
reconfiguración y particularización de lo normativo, en tanto permiten articular
las experiencias subjetivas con otros saberes.

Violencias y consumos de drogas... 203


Las experiencias de jóvenes en torno a los consumos de drogas, violencias, abu-
sos, abandono de familiares se presentan como acontecimientos, giros existencia-
les, que marcan irreversiblemente sus vidas. Al ponerlos en palabras o por escrito
logran objetivar sentimientos de duelo, ruptura de vínculos, pérdida de soportes
afectivos que marcaron para siempre su sentido del yo. En estas situaciones extre-
mas se hace evidente aquello que muchas veces los discursos dominantes en torno
al individuo moderno, autónomo, ignoran (u deliberadamente ocultan): el carácter
co-constitutivo de los otros –personas, símbolos, instituciones–, en la producción
de toda subjetividad. Por el hecho de ser cuerpos, todos somos dependientes, vul-
nerables hacia las acciones, violencias u ausencias de otros, pero esta vulnerabili-
dad adquiere intensidades y gravedades mucho más profundas en las condiciones
en las que viven los jóvenes en barrios marginalizados.
Consideramos que la identificación de los distintos tipos de soportes que par-
ticipan en los procesos de individuación de jóvenes en barrios marginalizados
pueden constituir una estrategia productiva para visibilizar y abordar, desde las
ciencias y políticas sociales, las articulaciones y tensiones entre las dimensiones
individuales, vinculares y socio-institucionales que configuran sus procesos de
vulnerabilidad y sus prácticas de cuidado en torno a las violencias y los consumos
de drogas.

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Violencias y consumos de drogas... 205


Investigaciones
Ciudades para armar: Las políticas culturales y
turísticas del gobierno local en la construcción
de la marca de una ciudad renovada

Mariana Gómez Schettini*

Desde los años ochenta del siglo pasado se han desplegado los denominados
procesos de renovación y gentrificación urbana. Se trata de procesos puntuales que
inicialmente generaron heterogeneización social; sin embargo, progresivamente
impulsaron el desplazamiento de sectores de menores ingresos por otros de in-
gresos medios y altos.
El desarrollo de la renovación relacionada con las políticas de cultura y patrimo-
nio de los Estados locales constituyen un fenómeno ampliamente difundido en las
ciudades del mundo. Sin embargo, cada una de las ciudades se adapta al contexto lo-
cal, tomando fisonomías y características particulares de la historia de cada barrio.
En la última década –como parte de la estrategia de salida de la crisis 2001/2002– los
procesos de renovación cobraron un inusitado impulso y se extendieron a distintos
barrios de la ciudad. Han prosperado en barrios con distintas características socio-
económicas, culturales y diferentes localizaciones en la ciudad: barrios ubicados en
el norte –por ejemplo, Palermo y Belgrano–, tradicionalmente más ricos y mejor
equipados, y en otros ubicados en el sur, como La Boca y Barracas.
Es en este contexto que nos proponemos analizar la renovación urbana que
vivió la Ciudad de Buenos Aires y las políticas y estrategias del gobierno local en
la construcción de una Buenos Aires cultural. Específicamente, el trabajo indaga
y analiza las razones por las cuales se recurre a lo local y al patrimonio cultural

* Socióloga. Docente Regular de la Carrera de Sociología, Universidad de Buenos Aires.


Área de Estudios Urbanos. Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires. Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad
de Salamanca. Master y Especialista en Educación con Orientación en Gestión Educativa,
Universidad de San Andrés. Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de
Salamanca. Mail de contacto: marianagomez@sociales.uba.ar.

Ciudades para armar: Las políticas... 209


urbano como parte de las políticas públicas con el fin de consolidar determinados
espacios urbanos como destinos de consumo cultural.
En efecto, recientemente varias de las transformaciones que tuvieron lugar en
la ciudad fueron generadas por un conjunto de políticas que se proponían trans-
formar y proyectar a la ciudad como la “Capital Cultural de América Latina”. En
este sentido, el trabajo tratará de avanzar en el desarrollo y análisis con base en el
estudio de caso de la Ciudad de Buenos Aires como ciudad creativa y cultural pro-
mocionada por los gobiernos locales en la última década.

INTRODUCCIÓN

El uso de la cultura como recurso se ha tornado en los últimos años un elemento


central dentro de las estrategias de marketing urbano, y especialmente en las políti-
cas que la han tomado como un factor decisivo diferencial, que permite dotar a los
destinos de productos turísticos singulares y poder competir en el mercado global de
ciudades (Benko, 2000). Se incorpora así la promoción de la ciudad como una estra-
tegia más de las políticas culturales, consolidando acciones de fomento y estrategias
de marketing dinamizadoras de áreas urbanas olvidadas o en desuso, cuyo efecto
más evidente es la producción y recualificación de viejos espacios urbanos, barrios y
circuitos con una determinada identidad cultural (Yudice, 2002; Díaz Orueta, 2002).
Esta tendencia señala claramente de qué modo lo cultural se convierte en un re-
curso económico para tornar competitiva una ciudad y desarrollar una imagen posi-
tiva de ésta hacia la “vidriera” del mundo globalizado (Carman, 2006). En este tenor,
es relevante la importancia que adquieren los factores culturales en la orientación de
los procesos urbanos actuales (Borja, 2005): el afán de la distinción/diferenciación
cultural respecto de los impactos de la globalización, por un lado, y la defensa del
patrimonio por el otro describe cómo estos procesos de globalización traen apareja-
dos el uso de la cultura como recurso (mercancía) por parte del gobierno local.
A pesar de que la renovación urbana desarrollada en Buenos Aires es a menudo
presentada como singular o innovadora, esta no deja de ser una más en la larga
lista de ciudades que se han inspirado en el modelo de renovación desarrollado
inicialmente por ciudades como Barcelona, Bilbao, Baltimore o Londres, entre
otras (Gómez Schettini y Zunino Singh, 2008). En relación a esto es que se observa
cómo cada vez más los gobiernos locales recurren a ciertos imaginarios de lugares
y marcas barriales para lograr una revalorización mercantil de la cultura local. Y es
en este contexto que las políticas culturales fueron adquiriendo un protagonismo
inédito. Las áreas centrales se constituyen en factores disparadores de procesos
de renovación y las ciudades se tornan nuevamente en centros neurálgicos para

210 Revista Sociedad Nº 33


la recuperación económica a través de la inflación de la cultura (Carman, 2006).
En las últimas décadas, la implementación del modelo Barcelona se fue convir-
tiendo en el paradigma de un nuevo ciclo de la gestión urbana, fortaleciéndose la
capacidad de la gestión local (Yudice, 2002; Huertas, 2013; Delgado, 2002), en tan-
to muchos gestores e intermediarios culturales se fueron interesando en el desarro-
llo de la cultura en términos económicos. El Plan Estratégico Económico y Social
Barcelona 2000 fue resultado de un pacto público-privado que proponía mejoras
con el fin de crear una marca e imagen que la identifique como ciudad “renovada”,
a partir de eslóganes tales como “Barcelona es de todos”, “Barcelona ponte guapa” o
“Gente de equipo” (Pedraforca, 2005). Estos eslóganes comunicaban no sólo el in-
terés por la renovación urbana que se empezaba a producir, sino también el interés
de las instituciones públicas y los propios residentes en embellecer la ciudad para
que ésta resultase más atractiva al mundo.
A nivel local, la autonomía de Buenos Aires en el año 19961 constituyó un pun-
to de inflexión para estudiar estos procesos, debido a que comenzaron a gestarse
políticas con la idea de que el fomento al turismo y la cultura pueden lograr dis-
minuir la pobreza. En efecto, las estrategias se vieron plasmadas y fueron produci-
das por un conjunto de políticas que se proponían colocar y transformar a Buenos
Aires en la “Capital Cultural de América Latina”.
Para Carman (2006), la dimensión que cobra en la actualidad la cuestión de
lo cultural y la belleza del paisaje, asignándole un papel fundamental a la herencia
cultural, el patrimonio y la historia en los proyectos urbanísticos oficiales, implica
una mayor eficacia de legitimación que la inversión en cualquier otra problemática
social por parte de los Estados (Carman, 2006). Para Díaz Orueta (2007), los as-
pectos por los cuales se llevaron a cabo dichas políticas se relacionan con el giro
cultural que tomaron las políticas urbanas, orientadas a incrementar el presupues-
to municipal y el poder político de las ciudades2.
Desde los años noventa, estos procesos fueron aumentando considerable-
mente, incorporando características propias en relación con los contextos sociales
particulares, políticos y económicos en los que se generaban. Por un lado, el estu-
dio de Sharon Zukin (1995) sobre el Soho en Nueva York fue pionero en esta línea
y tuvo una gran relevancia en la discusión sobre el sentido de la recualificación
cultural en la ciudad de Nueva York. En las metrópolis latinoamericanas, estos

1
La Ciudad de Buenos Aires tuvo por primera vez gobierno autónomo a partir de 1996.
Anteriormente, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires era designado por el
presidente de la República como intendente del municipio a cargo.
2
Esto tiene que ver con los procesos de descentralización urbana llevados a cabo desde los
’80 en las ciudades de Europa y claramente en los ’90 para las ciudades latinoamericanas.

Ciudades para armar: Las políticas... 211


procesos surgen recién hacia fines de los años ’80 e inicios de los ’90. Como bien
señala Smith, el impulso de la “culturalización” de las ciudades no es sólo para las
urbes de los Estados Unidos y Europa, sino que implica “una estrategia global” que
está conectada con el capital mundial y la circulación cultural (Smith, 2006).
En el contexto local, a posteriori de la crisis económica de 2001 dichas políticas
cobrarán mayor relevancia, posicionando a Buenos Aires como un destino turísti-
co accesible. En efecto, el fin de la convertibilidad y la diferencia de precios tornó
a Buenos Aires especialmente favorable para el turista extranjero, permitiéndole
disfrutar de una extensa oferta cultural (Gorelik, 2006). Tras la crisis de 2001, el
proceso de renovación urbana de algunos barrios se aceleró en concomitancia con
el incremento del turismo y el giro cultural que tuvieron las políticas del gobierno
local. Se reforzaron así nuevos elementos de centralidad vinculados al ocio, la cul-
tura y el turismo: la centralidad simbólico cultural se asentó con renovada fuerza
puesta en la ciudad como escenario (Hall, 2003).
En este sentido, la promoción de lo local, así como la preservación y promo-
ción de la diversidad cultural se han vuelto prioridades del mundo globalizado, y
también para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El carácter mítico de la
zona sur; la reinvención de áreas inexploradas para el turismo (como el barrio de
Barracas); las expresiones de la cultura gaucha en la ciudad; el circuito papal por
el barrio porteño de Flores, el turismo “dark” o las “experiencias del sufrimiento”
(como las visitas a ex centros clandestinos de detención) y los recorridos por un
San Telmo “gay friendly” en el marco de las políticas de la diversidad sexual y
cultural, constituyen sólo algunos de los rasgos de la políticas con las cuales el go-
bierno local se viene proponiendo competir por una “marca Buenos Aires”.
En mi tesis doctoral analicé las razones por las cuales el Gobierno de la ciudad
se ha volcado, en los últimos años, a invertir recursos para promover el turismo en
los barrios de Palermo y La Boca. Vimos cómo las políticas de turismo producidas
por el gobierno autónomo constituían políticas de lugares (Delgado, 1998, en Laca-
rrieu y Pallini, 2007) no uniformes en su grado de conformación, con una clara
tendencia a la “tematización” y “musealización” de ciertos espacios barriales. Para
dichas estrategias, el gobierno reactualiza un pasado y lo convierte en un nuevo
producto cultural ya no visto como algo viejo u obsoleto, sino transformado en un
nuevo producto, pasible de ser incorporado a la lógica de mercantilización de la
cultura (Fiori Arantes, en Carman, 2006).

212 Revista Sociedad Nº 33


1. ENFOQUES ACTUALES EN TORNO A LAS POLÍTICAS DE RENOVACIÓN
URBANA EN LA LITERATURA

El fin del siglo XX vino marcado por la vuelta a una reflexión más profunda y a
la vez más abarcadora sobre la vida urbana. Las áreas centrales de ciertas ciudades
se constituyen así en factores disparadores de procesos de renovación y las ciudades
se tornan nuevamente en centros para la recuperación económica. La revisión de la
base económica de las ciudades puso en debate entre especialistas el rol jugado por la
industria como motor del desarrollo urbano y el avance del sector servicios.
Díaz Orueta señala cómo a lo largo de las últimas décadas, una gran parte de
las investigaciones urbanas centró su atención e interés en el estudio de la recon-
figuración socio-espacial de las ciudades (Díaz Orueta, 2002). Estas demandas de
nuevas investigaciones urbanas desembocaron en novedosas propuestas y nuevas
metodologías de análisis para encarar estos procesos. En este sentido, las transfor-
maciones señaladas por las investigaciones fueron de tal calado, que nos permiten
referirnos a un giro de carácter histórico en la estructuración de los nuevos estu-
dios urbanos, de modo tal que obligó a un replanteamiento de las políticas urbanas
(Díaz Orueta, 2002). La aceptación de estos cambios llevó a que países como los
Estados Unidos y Inglaterra, con una fuerte tradición industrial, empezaran a es-
tudiar las áreas más desfavorecidas de sus centros urbanos, para reinstalarlas a las
nuevas demandas del capital global. Si previamente estos países habían dirigido las
inversiones hacia los suburbios, en esta etapa, las redireccionaron hacia el fomento
y la renovación de sus centros históricos. Estos cambios en el desarrollo de las ciu-
dades pusieron entonces en primer lugar el debate sobre las mismas.
Precedo Ledo (1993) destaca cómo con la creación de un mercado único en Eu-
ropa en 1992, la apertura de las fronteras y la internacionalización de la economía,
más otros factores como las nuevas tendencias en los estilos de vida, el uso del
tiempo libre, los espacios y los hábitos de consumo, condujeron a toda una co-
rriente urbana a poner en debate en primer término el rol de las ciudades. Este fue
el contexto general en el cual empezaron a llevarse a cabo las políticas urbanas que
luego derivaron en lo que se denominó procesos de renovación urbana o proyectos
urbanos que se planteaban dar respuestas a las nuevas problemáticas territoriales.
Los aspectos por los cuales se llevaron a cabo dichas políticas se vinculan con
la propia evolución de los procesos de renovación urbana, que tenían como una
de sus finalidades poder incrementar el presupuesto municipal y el poder político
local de las ciudades. Dichas políticas en los ochenta y noventa experimentaron
cambios que no sólo se debieron a factores económicos globales, sino que también
tuvieron que ver con una nueva percepción sobre el papel de la ciudad y la cultura.

Ciudades para armar: Las políticas... 213


Para los Estados Unidos la fórmula exitosa encontrada fue la fusión entre el sector
público y privado que, a través de corporaciones, posibilitó poner en movimiento
diversos proyectos de renovación que revitalizarían ciudades como Boston o el área
portuaria de Baltimore, ambos proyectos liderados por gobiernos municipales.
Se empieza así a pensar la ciudad como una forma estratégica y global, visión
que implica insertarla a nuevas funcionalidades. Digamos que se comienza a jugar
con el concepto de ciudad internacional, ciudad creativa, ciudad capital, ciudad
de la cultura, tal como luego fue desprendiéndose desde los diferentes modelos de
planificación urbana, en donde las ciudades, para alcanzar un rango internacional,
debían tener influencia internacional desde los poderes locales, siendo ambos as-
pectos un objetivo central de los gobiernos (Precedo Ledo, 1993).
Estos proyectos de renovación y recualificación cultural, con el objetivo de di-
namizar actividades de consumo cultural, recreativas etc., tuvieron un fuerte acen-
to en el embellecimiento de los lugares a renovar, bajo la consigna “beautiful cities”.
La transformación de las ciudades se sostuvo en el alto perfil otorgado por festi-
vales pensados para el consumo turístico. Como sostiene el sociólogo norteameri-
cano Kevin Gotham (2007), la ciudad se convierte así en un “espectáculo” vivo para
el turismo, donde la preocupación central pasa a ser para el gobierno local el poder
conjugar proyectos urbanos con estrategias de turismo y cultura. Por otra parte, es-
tos cambios reflejaban un conjunto de estrategias culturales de renovación urbana
por parte de los gobiernos. A su vez, éstos surgieron como el órgano más apropiado
para llevar a cabo estos proyectos, desplazando el rol antes protagonizado por el
Estado nacional (Gotham, 2007, Borja, 2005).
En términos generales, “los procesos de renovación urbana se comparan con
políticas de intervención en áreas urbanas degradadas u obsoletas” (Carmon, 1999:
1). En su génesis, el término renovación remite a la recuperación de áreas centrales
y su resurgimiento comercial, que regularmente acompañan procesos de aumento
del valor de las propiedades (Herzer, 2008). La política de renovación de áreas cen-
trales que conllevan procesos de gentrificación suponen el traspaso de barrios de
clase obrera transformados a barrios de clase media. Eso es lo que se suele llamar
gentrificación residencial. Sin embargo, también es importante la gentrificación
comercial y simbólica vinculada a la mutación de ciertos barrios y espacios urba-
nos a partir del aumento de las actividades de consumo. Con el comienzo de los
estudios efectuados sobre los procesos de renovación urbana en ciudades europeas
y norteamericanas, surge que el contexto histórico geográfico de los barrios con-
forma el soporte principal en la generación de dichos procesos.
En este sentido, la preservación o conservación de ciertas cuestiones ligadas
fundamentalmente a la articulación del patrimonio y el espacio urbano caracte-

214 Revista Sociedad Nº 33


rísticos de un área se mantienen por políticas de gobiernos locales. Son estos los
que apoyan la implementación de intervenciones económicas en los barrios de las
ciudades, a través de acciones mixtas con actores privados que se vuelven poste-
riormente los principales favorecidos del proceso (futuros gentrificadores).
Los proyectos más significativos fueron los de las ciudades de Londres y Rot-
terdam. La renovación de los docklands en Londres sentó el precedente de toda una
corriente que se expandió a casi todas las ciudades marítimas, donde se llevaron
a cabo la refuncionalización de ex espacios portuarios para usos terciarios o resi-
denciales. A su vez, existe un sinfín de ciudades que llevaron a cabo renovaciones
urbanas semejantes. Barcelona a través del nuevo centro comercial, cuyo aumento
de atractividad se debió sobre todo a la instalación del telepuerto en la ciudad;
Sevilla, dentro del proyecto global de la Expo ’92, transformó viejos espacios del
puerto creando nuevos usos para el ocio y el turismo; la ciudad de Porto, en Por-
tugal, a través de la recuperación del puerto como espacio central, y Montevideo,
con la renovación de la “ciudad vieja” son sólo algunos ejemplos entre otros de
este tipo. El auge del turismo y la cultura constituyó un objetivo común a todas las
estrategias de renovación y una política de marketing dirigida a la promoción de
una nueva “imagen” de las ciudades.

2. LAS ESTRATEGIAS DE CULTURA Y RENOVACIÓN URBANA EN LA


CONSTRUCCIÓN DE UNA MARCA CIUDAD

En el caso de Buenos Aires a principios de la década de 2000, la ciudad comienza a


mirarse a sí misma, como reflejo de una tendencia cultural y económica que confluye
para que las ciudades intentasen, como el Ave Fénix, renacer de sus cenizas. La ciudad
se mira al espejo, le importa su imagen y no solamente piensa en sus propios habitantes.
Se impone la lógica de lo que Améndola (2000) denominó “user cities” para
referirse a las ciudades que están organizadas para las personas que hacen uso de
ellas como turistas y personas de negocios. Featherstone y Lash (1999) plantean
que, si queremos pensar la cultura de hoy, es necesario verla en el contexto de la
provisión de nuevos espacios urbanos generados a través de una política económi-
ca neoliberal, donde el rol de la ciudad será aquí muy importante, ya que produce
un fuerte desarrollo de espacios culturales y turísticos (Mike Featherstone y Scott
Lash, 1999). Evans (2001) considera que las estrategias de producción de imagen
son ahora evidentes en pueblos, ciudades y regiones de Estados desarrollados,
emergentes o menos desarrollados, ya sean históricas o nuevas que buscan susten-
tarse a futuro. Más aún, en el contexto de la globalización, el capitalismo ve a los
bienes simbólicos como nichos de mercado, a las artes y a la cultura como grandes

Ciudades para armar: Las políticas... 215


negocios para los mercados locales y el comercio internacional.
Es muy común que primero se conviertan espacios urbanos con un alto valor
patrimonial y que luego se desarrollen estrategias de marketing para venderlos,
creando una nueva imagen de la ciudad. A su vez, la puesta en valor de lo local
conduce a que cada vez más el poder estatal sea delegado en el gobierno local
o municipal. De esta manera, surge un nuevo paradigma del desarrollo: el desa-
rrollo “desde abajo” o el “desarrollo local”, que de alguna forma remplaza al viejo
modelo “desde arriba” administrado por un poder central. Esto se relaciona con
que los Estados nacionales han llevado a cabo un proceso de descentralización y
una deslocalización de la gestión de sus bienes culturales. En Europa occidental, las
estrategias culturales aparecieron a partir de la descentralización gubernamental
hacia las regiones y los municipios en los ’80.
Bianchini y Parkinson explican que la creación de un sistema de gobierno –con
nuevas capitales regionales como Turín, Venecia, Génova, Bologna, Florencia y
Nápoles en Italia y nuevas capitales de regiones autónomas como Barcelona, Va-
lencia, Bilbao y Sevilla en España– requirió de la redistribución de recursos na-
cionales, con un nuevo protagonismo de lo cultural, la creación y fortalecimiento
de consejos y la propagación de gestores culturales” (Bianchini y Parkinson 1993:
6-7).
Con su victoria electoral en 1981, los socialistas franceses emprendieron un
extensivo programa de descentralización en regiones, departamentos y municipios
bajo la dirección de desarrollo cultural, presidida por el ministro de Cultura Jack
Lang. En Inglaterra, la hegemonía de los conservadores frenó la descentralización,
pero a fines de los ’80 y luego de la victoria laborista en 1997, se logró en parte la
plataforma de renovación cultural, no sólo doblando el presupuesto, sino además
incentivando la producción y exportación de la cultura británica.
Ahora bien, es entonces en este contexto, el de la cultura como recurso y estrate-
gia, que nos planteamos analizar aquellas acciones y programas desplegados por el
gobierno local que intentan posicionar a Buenos Aires como marca registrada en
el marco de los procesos de renovación urbana. Para dicho análisis se trabaja con
documentos y fuentes secundarias referentes a planes y programas oficiales. También
se utiliza información primaria generada a través de entrevistas en profundidad con
funcionarios del Gobierno de la Ciudad en las áreas de cultura, turismo y patrimo-
nio que estuvieron involucrados en los planes analizados. El corpus se completó con
artículos publicados en diarios de tiraje nacional y publicaciones digitales en la web
relacionados con patrimonio, turismo, actividades culturales y renovación urbana.

216 Revista Sociedad Nº 33


3. EXHIBIR LA CULTURA: EL PLAN DE MARKETING TURÍSTICO

El Plan de Marketing Turístico de la Ciudad de Buenos Aires fue presentado


en diciembre de 2005 y en su informe ejecutivo (publicado en 2007) se exponen
las características fundamentales del plan, entre ellas sus propósitos (enumero al-
gunos):
-Consolidar el crecimiento turístico para que Buenos Aires siga siendo un des-
tino elegido por los turistas más allá del tipo de cambio favorable.
-Mejorar la estructuración de los productos turísticos de la ciudad.
-Potenciar la integración con la provincia de Buenos Aires y la Nación para la
promoción conjunta.
-Aumentar el ingreso por turismo, más allá del aumento del volumen de llega-
das por turismo.
-Potenciar la diversificación de las áreas turísticas dentro de la ciudad. Esto
incluye la reactivación de los barrios y, por consecuencia, una diversificación de la
oferta turística.
-Crear un modelo de gestión de promoción turística.
En términos generales, estos propósitos reflejan el interés por reforzar un desti-
no ya consolidado y por optimizar los ingresos que el turismo genera, procurando
apuntar a un perfil de turista con un mayor nivel de gastos. Pero más allá de estos
propósitos, ¿qué características del destino se intentan potenciar? El plan establece
el decálogo de la Ciudad de Buenos Aires presentado como una “síntesis temática
que define a la ciudad, sus atractivos y su diferenciación” (Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, 2007: 95).
En este decálogo hay seis aspectos que caracterizan a la ciudad turística:
1. Capital cultural de América Latina (debido a que se trata de “una ciudad
donde la cultura se respira”3).
2. Capital mundial del tango (porque en ella el tango “se vive”).
3. Ciudad del diseño (porque marca tendencias en América Latina).
4. Centro de reuniones de América Latina (por ser un destino consolidado
que cuenta con la infraestructura necesaria para la realización de eventos).
5. El estilo de vida porteño y único (en tanto es “sofisticada y bohemia,
alegre y melancólica pero sobre todo auténtica y vital”).
6. La puerta de entrada del turismo internacional (entre otras cosas porque
es el acceso para la visita mediante cruceros a la Patagonia y la Antártida).

Estos aspectos giran en torno a tres ideas principales: cultura y creatividad

4
Esto es retomado del Plan Estratégico de Cultura de 2002.

Ciudades para armar: Las políticas... 217


(puntos 1, 2 y 3) que dan lugar a todo tipo de manifestaciones culturales y artísti-
cas como aquellas promovidas por Estudios Abiertos; idiosincrasia porteña (punto
5) presentada a partir del retrato de una ciudad viva marcada por cierta pasión
y energía local (como la preservada en los Bares Notables); infraestructura y co-
nectividad (puntos 4 y 6) que permite ser un centro de actividades diversas pero
también un punto de partida hacia otros lugares de interés turístico.
Las dos primeras ideas se centran en las particularidades del lugar, su especifi-
cidad como destino turístico, manifestada a través de los atractivos de corte fuerte-
mente cultural. Ellos dan cuenta de una cultura que no tiene un carácter de reliquia
sino que es plenamente “vigente” en la actualidad. Esto se manifiesta en las funciones
vitales que se le atribuyen a esta entidad urbana: en la ciudad “la cultura se respira”,
“Buenos Aires capital del Tango”, la ciudad es “vital”, “Buenos Aires vive en su gente”,
“Buenos Aires vive en todos los rincones de la ciudad”, “bares que nunca duermen”,
“estadios que vibran”4. Este perfil de metrópolis cultural no solo es observable para
el turista sino que se experimenta activamente. Así, la Buenos Aires cultural no sólo
se exhibe, sino que también es posible participar de ella. De esto da cuenta el eslogan
“Buenos Aires emociona” propuesto por el plan que, remitiendo a las especificidades
de la ciudad (cultura, tendencias y estilo de vida porteño), buscó caracterizar la visita
a la ciudad como una experiencia marcada por la emoción.
Más allá de esta visión de lugar turístico que se construye en este plan, apelan-
do fuertemente a la cultura como eje a partir del cual proponer una Buenos Aires
turística, lo que se busca en última instancia es el crecimiento de negocios turísticos
y la conformación de un lugar con las cualidades necesarias para ser considerado
atractivo para las inversiones que también dé lugar a una dinamización local, la cual
se asume que redundará, por ejemplo, en la ampliación de la oferta laboral. Esto
queda en evidencia en las declaraciones de la subsecretaria de Turismo del Gobierno
de la Ciudad con motivo del lanzamiento del plan: “Pretendemos garantizar al sec-
tor privado un flujo turístico constante que facilite y promueva la inversión. Porque
aspiramos a una Ciudad de Buenos Aires con más turismo, más capacitación, más
calidad, más trabajo, más producción y más oferta sin aumentos de precios” (“Un
plan para promocionar el turismo en Buenos Aires”, diario Clarín, 31/12/2005).5
Así, el plan de marketing turístico da cuenta de la estrategia de producir, acen-
tuar y promocionar una diferenciación territorial que, junto con otros planes y
4
En las páginas 95 a 97 de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2007).
5
Esta idea de que la promoción del turismo se traducirá en más posibilidades laborales no
sólo aparece mencionada en la declaración de la funcionaria reproducida en este párrafo,
sino también en el mismo documento del plan el cual presenta el siguiente slogan: “Más
Buenos Aires. + Turismo + trabajo. Plan de marketing turístico de la ciudad”.

218 Revista Sociedad Nº 33


acciones pensados para la ciudad anteriores y posteriores a él (proyecto de Bares
Notables, Estudios Abiertos, pero también Plan Estratégico de Cultura, nombra-
miento como capital del diseño, postulación como Paisaje Cultural ante la UNES-
CO, declaración del Tango como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humani-
dad), harán de esta ciudad un destino turístico competitivo.

4. EL “GIRO PATRIMONIAL” DEL TANGO: UNA FÓRMULA


EXITOSA PARA VENDER LA MARCA CIUDAD

Hasta aquí hemos analizado planes estratégicos que han intentando promocio-
nar Buenos Aires a través de los usos de la cultura como un recurso económico. En
este sentido, consideramos que el reciente proceso de patrimonialización del Tango
como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”, una figura implementada
por UNESCO en 2003 en la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultu-
ral, se inserta en el mismo conjunto de prácticas y estrategias urbanas utilizadas por
el gobierno local para que ciertas manifestaciones del patrimonio entren en com-
petencia global por la patrimonialización en el contexto de renovación urbana. La
candidatura del tango, aprobada por este organismo en septiembre de 2009, resultó
de un accionar conjunto entre los gobiernos locales de Buenos Aires (Argentina) y
Montevideo (Uruguay). A pesar de esto, en este apartado sólo se analiza el fenómeno
de la patrimonialización del tango para la Ciudad de Buenos Aires.
El proceso de patrimonialización del tango propone vincularse con el turismo,
en particular con los procesos de definición de atractivos turísticos, teniendo en
cuenta que los procesos de patrimonialización contemporáneos buscan resaltar
ciertas manifestaciones materiales o inmateriales al mismo tiempo que arraigar-
las de manera indiscutida al lugar. La patrimonialización del tango puede verse
como un ejemplo más, de tantos otros, de estas nuevas prácticas y estrategias del
gobierno local para construir legitimaciones necesarias a fin de contribuir a su
visualización. Como vimos antes, el papel de la cultura se ha expandido de una
manera inusitada al ámbito político y económico al tiempo que las nociones con-
vencionales de cultura han sido considerablemente vaciadas. El concepto de cultu-
ra como recurso anula las tradicionales distinciones entre la llamada alta cultura y
la definición antropológica de cultura.
Así, la alta cultura se vuelve recurso para el desarrollo urbano en los museos
contemporáneos; mientras que los ritos, tradiciones y prácticas cotidianas son uti-
lizados como recurso también por el turismo y las industrias que explotan el patri-
monio cultural (González Bracco, 2007).
La patrimonialización del tango se encuentra inmersa en un contexto de ace-

Ciudades para armar: Las políticas... 219


leración de las transformaciones vinculadas al período actual de la globalización y
en este marco “la diversidad cultural se vuelve una cuestión crucial”. “Las diferen-
cias son visualizadas en parte como bienes y habilidades con un valor de cambio
transable en el mercado, precisamente a partir de su color local” (Bayardo y Laca-
rrieu, 1995:12). Esta presentación de “identidades de vitrina” (Arantes, 2002) pro-
mueve una mercantilización del patrimonio que proyecta una imagen distintiva en
el mercado del turismo cultural, ligado al “marketing de la experiencia”.6
Con relación a la patrimonialización del tango en el año 2009, en materia de las
políticas públicas del Estado a nivel local, a partir de fines de la década del ’90 el gobier-
no viene llevando a cabo diversas actuaciones con el objetivo de desarrollar, promover
e institucionalizar al tango como una expresión cultural única y excepcional fuerte-
mente asociada con lo porteño (Morel, 2009), como una identificación de “nuestra
Buenos Aires” (Observatorio de Industrias Culturales, 2007). Es a partir de entonces
que, como sostiene Morel (2009), el tango experimenta un “giro patrimonial”.
Entre las principales actuaciones se destacan las políticas vinculadas a su de-
signación oficial como “patrimonio” y las que apuestan a su promoción y difusión
cultural. En diciembre de 1998 la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires sanciona la Ley Nº 130 en la que, en su artículo 1º: La Ciudad reconoce al
tango como parte integrante de su patrimonio cultural, por lo tanto garantiza su
preservación, recuperación y difusión; promueve, fomenta y facilita el desarrollo
de toda actividad artística, cultural, académica, educativa, urbanística y de otra
naturaleza relacionada con el tango (CEDOM). Mientras que en su artículo 7º es-
tablece que el Gobierno de la Ciudad deberá promover “especialmente el valor
turístico del Tango, diseñando actividades dirigidas a ese mercado en colaboración
con la Secretaría de la Ciudad y el Gobierno de la Nación” (CEDOM, http://www.
cedom.gov.ar/es/legislacion/normas/leyes/ley130.html).
A partir de la sanción de la precitada ley, el gobierno local viene profundizando
las actuaciones vinculadas a promover la difusión del tango en la ciudad. Entre ellas,
cabe mencionar que a fines de 2009 el Gobierno de la Ciudad designó al “Teatro de
la Ribera”, en el barrio de La Boca, como sala oficial del tango en la ciudad dedicada
exclusivamente a la música tanguera, con milongas, shows, exposiciones, etcétera.7
Finalmente y también como parte de las políticas oficiales que apuntan a lam-

6
Son múltiples los autores que hablan de este concepto como un argumento de venta aso-
ciado no a un bien o producto sino a una vivencia única. Véase por ejemplo Schmitt (1999).
7
Esta decisión oficial se vincula con la reciente declaración del tango como Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. En palabras de actual ministro de
Cultura y presidente del Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi:
“Cuando presentamos el proyecto a la UNESCO nos comprometimos a que Buenos Aires

220 Revista Sociedad Nº 33


promoción y difusión del género, cabe mencionar las actuaciones encaradas por el
Ministerio de Cultura del gobierno local en torno a la organización de eventos pú-
blicos relacionados al tango, especialmente en lo relativo a la música y su baile. En
el marco de estas actuaciones, se organizan anualmente los siguientes festivales: la
Fiesta Popular del Tango, actualmente denominada Festival de Tango, que se rea-
liza de manera consecutiva desde hace once años y se trata de una celebración que
conjuga diversas actividades, como conciertos, milongas, conferencias, espectácu-
los, clases, etc.; el “Campeonato de Baile de Tango” entre milongas de diferentes
barrios de la ciudad (entre los cuales están los barrios de La Boca y Palermo Viejo
(Soho)), que en el 2012 fue por la décima edición; y el “Mundial de Baile de Tango”,
un evento de repercusión internacional que se realiza desde hace ocho años de ma-
nera consecutiva, en el que compiten bailarines de todo el mundo en las categorías
de “Tango Salón” y “Tango Escenario” . (http://www.tangodebuenosaires.gov.ar).
Ahora bien, a la dimensión cultural/patrimonial del tango cabe sumarle su
dimensión económica, puesto que ambas constituyen componentes esenciales de
la recuperación que vive el tango en la última década. En este sentido, el “giro
patrimonial del tango”, en palabras de Morel (2009), es acompañado por un gran
impulso en el “giro económico del tango”.8
De acuerdo con información oficial, las actividades vinculadas con el tango9
muestran una gran expansión en la última década y los ingresos económicos totales
del sector han crecido enormemente en pocos años10 (Observatorio de Industrias
Culturales, 2007). La multiplicación de milongas y academias de baile y la diversifi-
cación de espectáculos y shows de tango son algunas de las expresiones que dan cuen-
ta del apogeo del tango. Según la fuente oficial precitada, lo que más creció a partir
de la devaluación del año 2002 fueron los lugares de baile, con una duplicación de
la oferta entre los años 2002 y 2007 (Observatorio de Industrias Culturales, 2007).
Tal como sucedió a principios del siglo XX, el reciente impulso al crecimiento
económico del tango vino nuevamente del exterior. En efecto, el incremento de la

tuviera una sala exclusiva para el tango. Decidimos que fuera en el Teatro de la Ribera por
su pertenencia a un barrio tanguero como La Boca” (Clarín, 28/12/09).
8
A diferencia del “giro patrimonial”, el “giro económico” no es un proceso reciente. El nego-
cio local del tango comienza en la primera década del siglo XX con las denominadas “casas
de baile”, en estrecha vinculación con la fama que el tango gana por entonces en Europa, lo
que “llevó a una ‘reimportación’ y al reconocimiento del tango por las elites” (Observatorio
de Industrias Culturales, 2007, p. 22).
9
Como la producción de libros, discos, espectáculos, academias, ropa, calzado, regalos, cla-
ses de tango, conciertos, etcétera.
10
Según esta información oficial, en los primeros cuatro años del 2000 los ingresos econó-
micos totales del sector se han triplicado.

Ciudades para armar: Las políticas... 221


llegada de turistas internacionales hacia Buenos Aires en el contexto post-devalua-
ción es uno de los principales factores que ha impulsado la inversión y la produc-
ción de bienes y servicios vinculados con el tango; de hecho, entre los demandantes
de bienes y servicios vinculados al tango, los turistas extranjeros tienen un lugar
destacado (Observatorio de Industrias Culturales, 2007).
Como se puede ver, el proceso de auge del tango en Buenos Aires en la última
década se sustentó en un vínculo estrecho entre los ámbitos de la cultura y la eco-
nomía, entre el tango como referente identitario e imagen identificatoria (marca
distintiva de la ciudad), entre el “valor patrimonial” del tango y el “valor turístico”
(fundamentalmente para el turismo internacional).
De este modo, la patrimonialización del tango, al igual que otras activaciones
patrimoniales, es un ejemplo más como eje del mercado cultural y insumo de las
economías locales a través del turismo. Esto permite comprender las intervencio-
nes públicas, tal como mencionábamos al comienzo, en torno a la transformación
de la ciudad y el nuevo rol de la cultura como recurso, pensándolo también como
ejes para analizar la relación entre lo local y lo global, dado que:
“La globalización incita a la recreación de las identidades locales, al tiempo que
convierte en mercancías los hechos culturales y los mediatiza como ofertas para un
consumo global que, paradójicamente, se asienta sobre la heterogeneidad cultural
como valor añadido“ (Aguilar Criado, 2005: 63).
En este sentido, y de acuerdo a lo analizado, el proceso de crecimiento del tango
aparece acentuado por su valor económico –ligado fundamentalmente a lo turísti-
co – y su valor patrimonial, que lo vincula fuertemente a una resignificación de las
identidades locales y al ya mencionado “giro patrimonial” (Morel, 2009).
Por otra parte, el proceso de patrimonialización se tornó necesario para la polí-
tica de promoción turística del actual gobierno de Mauricio Macri, a fin de ligarlo
a un espacio concreto, que transforme a Buenos Aires en un referente indisociable
del tango donde turismo, cultura y patrimonio se convierten en ejes de sendas
campañas oficiales del gobierno local.

6. HACIENDO VISIBLE EL ARTE EN LOS BARRIOS PORTEÑOS

Durante los años 2001-2007 se planteaba llevar a cabo cinco ediciones de “Es-
tudios Abiertos”, y los barrios estratégicos para dicho proyecto fueron los más tra-
dicionales de la ciudad: La Boca, San Telmo, Monserrat, Abasto, Retiro y Palermo.
Se trató de una experiencia implementada desde la Subsecretaría de Patrimonio
Cultural de la ciudad en el marco de proyectos especiales que tenían la finalidad de
realizar una apuesta estética, donde los artistas abriesen las puertas de sus ateliers a

222 Revista Sociedad Nº 33


todos los vecinos de la ciudad, y de esta forma desarrollar nuevos circuitos cultura-
les en los barrios. Así, por ejemplo, durante un fin de semana completo, los artistas
y los distintos actores culturales del barrio de La Boca, San Telmo, etc., abrieron las
puertas de sus espacios de trabajo para compartirlos con la gente. Se trató de un
proyecto que se proponía que la gente conociese la “cocina de la creación” artística.
Fueron varias las actividades que se plantearon para esos días, entre ellas se
propusieron recorridos por los estudios de los artistas plásticos, galerías y talleres
de marcos, una visita guiada por el Museo de la Tradición Boquense y recorridos
a los murales del artista plástico argentino Pérez Celis que cubren las afueras del
estadio de Boca Juniors.
Para los gestores del proyecto, “Estudios Abiertos” uniría el patrimonio cultu-
ral, la tradición y la vanguardia artística entre los vecinos del barrio, el turismo y la
comunidad en general. Según la funcionaria responsable de ese programa, “Estu-
dios Abiertos era un programa de actividades culturales que, en diferentes barrios
de la ciudad de Buenos Aires, posibilitaba la combinatoria de múltiples respuestas
artísticas y producía una sinergia muy especial de la cual se nutrían el público, los
artistas y el territorio, vitalizando y difundiendo la cultura, fomentando un mejor
uso del espacio público, dotado de un valor identitario a la comunidad y favore-
ciendo, a través de la gestión asociada, la articulación entre productores culturales
y sociedad civil” (entrevista a funcionaria, diciembre de 2009).
La intención de este proyecto era programar un conjunto de recorridos con
visitas guiadas en las que la gente pudiera conversar y entrar en contacto cara a
cara con los artistas de cada barrio. En el caso del barrio de Palermo viejo, como
también sucedió en La Boca, pintores, escultores, fotógrafos, músicos, actores, bai-
larines y artesanos abrieron las puertas de sus estudios al público para mostrar el
detrás de escena de la creación.
Uno de los objetivos del programa fue hacer visible ciertos barrios olvidados
de la ciudad. Sin embargo, estos proyectos no tomaban en cuenta que también sig-
nificaba una revalorización del territorio que podría llegar a ser negativa para sus
residentes. Asimismo, este programa implicaba la transformación de manifesta-
ciones culturales en nuevos atractivos turísticos en tanto éstos estaban orientados
hacia un fin concreto y contaban con un valor de uso dentro del sistema global.
Esto nos introduce a plantear el tema de los medios-fines, y el de la búsqueda de
nuevas estrategias para el diseño de las políticas culturales. Tal es así que la inten-
ción de “Estudios Abiertos” en algunos barrios de la Ciudad de Buenos Aires fue
combinar espacio urbano y cultura, pero en el marco de renovación de la ciudad
y de un proceso de selección y jerarquización de ciertas propiedades culturales y
patrimoniales, al tiempo que otras se dejaron de lado.

Ciudades para armar: Las políticas... 223


Claramente la intención de Estudios Abiertos fue promocionar algunos de los
barrios de Buenos Aires, en donde más se multiplicaron los espacios artísticos, gas-
tronómicos y nuevos atractivos para el turismo. Pero la estrategia del gobierno local
no se proponía sólo fortalecer la diversidad a través de múltiples expresiones cultu-
rales como la danza, el tango, los teatros, los artistas plásticos, etc. sino que también
se interesaba en ir construyendo un terreno potable para posicionar a Buenos Aires
en un destino turístico internacional que concentrase la nueva lógica del marketing
de ciudades con las estrategias del marketing de identidades culturales, generando
así una visibilidad cultural de la ciudad no consolidada hasta ese entonces.

CONCLUSIONES

En este apartado nos ocupamos de desarrollar las principales conclusiones a


las que hemos arribado. Hemos analizado diversos proyectos y planes estratégicos
que han intentando promocionar la Ciudad de Buenos Aires a través de los usos
de la cultura. El análisis de estas políticas nos muestra que una de las principales
estrategias del gobierno local es el uso de la cultura como recurso para insertar a
Buenos Aires en el mercado global. Estas estrategias se han llevado adelante de la
mano de planes y programas específicos que se intensifican en la década del 2000
aprovechando (y estimulando) el auge del turismo post-crisis 2001-2002.
El proyecto “Estudios Abiertos” –entre otros proyectos urbanos– da cuenta de
la valorización actual de ciertas áreas de la ciudad haciendo hincapié en ciertos
usos del patrimonio que tienen raíces en el pasado. Vemos así una inversión de
sentido: lo otrora deteriorado en la actualidad se convierte en portador de valor
histórico y patrimonial, y lo que antes era marginal pasa ser una leyenda plausible
de ser comercializada a través del turismo, tal como lo promueve el Plan de Mar-
keting. Este Plan muestra de lleno la instauración de Buenos Aires como ciudad
turística que debe ser “experimentada”, en un discurso que invita al visitante no
sólo a mirar sino también a “sentir” la ciudad. El recorrido por estos ejemplos
nos indica un mayor reforzamiento en la concepción de la cultura y el patrimonio
como recurso y un debilitamiento de su concepción como referencia, en un juego
de espejos que igualmente contempla necesariamente ambas caras. La identidad
local y el atractivo turístico aparecen, aunque no sin tensiones, como una sociedad
inevitable para Buenos Aires, como para muchas otras ciudades actuales.
En relación con esto la identidad local en la Ciudad de Buenos Aires jugará
así entre ser un fin en sí mismo (reforzándose a través de la valorización cultural
y patrimonial) y un medio (o recurso económico que permitirá el desarrollo del
turismo en la ciudad como alternativa a otras actividades económicas). En otras

224 Revista Sociedad Nº 33


palabras, podríamos decir que lo cultural juega su papel en tanto valor de uso y
valor de cambio. Es tanto identidad como un elemento clave para la creación de
una marca; ambas son las dos caras de un mismo proceso. Así, el patrimonio es una
herramienta que permite definir o “redefinir” una identidad generando particula-
ridades, pero a la vez esa singularidad contribuirá a generar una imagen turística
de la ciudad que permitirá consolidarla como destino en el contexto actual de ge-
neración de diferencias espaciales.

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226 Revista Sociedad Nº 33


Subjetividad, filosofía y política.
Una lectura del encuentro entre Louis
Althusser y Jacques Derrida
Carolina Collazo*

La esencia de la búsqueda viene a ser así su carencia, su


imposibilidad misma. Por eso lograr un objeto no implica
tachar la búsqueda sino llegar al límite de un callejón sin salida.
La búsqueda es una fantasía del encuentro.
(Del Barco, 2007, p.9)

Las vidas de Louis Althusser y Jacques Derrida se cruzaron en muchos sen-


tidos, aunque todos ellos ambiguos y enigmáticos. Algunos indicios de este en-
cuentro pueden hallarse en una serie de textos redactados por Althusser en varias
etapas de su producción teórica pero dados a conocer póstumamente1. En ellos,
Althusser refiere a una “corriente materialista” que incluye a Derrida como uno
de los representantes más radicales de esa tradición silenciada en la historia de la
filosofía cuya genealogía Althusser intentó reconstruir.
La explicitación de este vínculo sin dudas alimenta la tentación de volver a
revisar la obra de estos autores para buscar un “materialismo disimulado” en la
filosofía derridiana o alguna influencia deconstructiva subyacente en la filosofía
althusseriana. Sin embargo, más allá de lo sugerido en las pocas referencias mutuas

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (FCsSs, UBA), Magíster en Estudios Inter-


disciplinarios de la Subjetividad (FFyLs, UBA), doctoranda en Ciencias Sociales (UBA) y
becaria CONICET-IIGG-UBA. Docente en la cátedra “Teoría y Prácticas de la Comuni-
cación III” y en el seminario “Problemas filosóficos del vínculo entre significación y polí-
tica”; integrante de los UBACyT “Discurso, política, sujeto: Encuentros entre el marxismo,
el psicoanálisis y las teorías de la significación” y “Figuras de la subjetividad política en la
Argentina contemporánea (2001-2015).Un aporte desde el análisis de la producción social
de las significaciones”.
1
Especialmente aquellos que fueron retirados de la versión definitiva de El porvenir es largo
(redactado por Althusser en 1985 y sustituidos por una versión resumida de los mismos.
Se trata de unas sesenta páginas guardadas por Althusser en una carpeta en cuya portada
escribió “La única tradición materialista”. Con el mismo nombre fueron publicados en 1993
en la revista Lignes, número 8, pp. 72-119. Se puede consultar la traducción de Juan Pedro
García del Campo para la revista Youkali Nº 4.

Subjetividad, filosofía y política... 227


entre estos pensadores, la interrogación que proponemos sólo puede leerse en el
despliegue de sus propias consecuencias.
El acontecimiento de este encuentro habilita una particular articulación entre
filosofía, política y subjetividad que no podría haber tenido lugar con anterioridad,
ni ser efecto de una lectura inmanente de la obra de los autores. Lo que toma forma
tras el encuentro es lo que podría entenderse como un pensamiento político de la
filosofía y una subjetividad constituida en términos de una radical desapropiación
de sí. Althusser leído con Derrida y Derrida leído con Althusser permiten ensayar
algunas formulaciones en torno a la fuerza política de esta aporía en la que convi-
ven una subjetividad desapropiada y, no obstante, una filosofía como práctica de
intervención. Y esto exige repensar no sólo la noción metafísica de Sujeto, sino
también los modos en que la filosofía se ha organizado y pensado a sí misma en
torno a esa noción.
Althusser permite alumbrar a un Derrida político, al tiempo que Derrida
permite organizar el pensamiento político althusseriano en la medida en que la
politicidad de esta alianza se sostiene sobre la intervención de una lectura. Una
cierta hipótesis de la lectura –y no simplemente de lectura– soporta la apuesta.
Una lectura que transitando límites, altera sus reglas y reconfigura ininterrumpi-
damente los espacios ya conocidos. Pero sólo en la reconstrucción retrospectiva de
ese encuentro puede la lectura encontrar las razones del itinerario que los propios
autores apenas sugieren.

ACERCA DE LA LECTURA

En la introducción a Para leer El Capital, Althusser introduce la figura “lectura


sintomática”. A través del desarrollo de esta noción, Althusser presenta la especifi-
cidad de la interrogación de la obra de Marx desde la filosofía: reponer la filosofía
que en estado práctico opera en la obra científica de Marx para precisar el objeto
específico del materialismo histórico2.
Althusser comienza diciendo: “como no existe lectura inocente digamos de qué
lectura somos culpables” (Althusser y Balibar, 2010: 19). Sin embargo, en ningún
aspecto, la estrategia de lectura propuesta por Althusser puede ser entendida como
el producto de una honestidad intelectual. En este sentido, estamos de acuerdo con
Emilio de Ípola cuando afirma que la propuesta de lectura althusseriana se encuen-
tra al abrigo de las pretensiones hermenéuticas destinadas a una teoría rigurosa de

2
Ver N. Romé y C. Duer, “Acervo bibliográfico parcial de Louis Althusser en castellano” en
S. Caletti, N. Romé y M. Sosa (2011).

228 Revista Sociedad Nº 33


la lectura como mera tarea de desciframiento (es decir, de la forma que asume la
ideología idealista respecto una teoría de la lectura) (De Ípola, 1970: 294). En ese
abordaje, de Ípola sugiere no identificar a la lectura sintomática con un dispositivo
de interpretación, porque está muy lejos de ofrecer un mecanismo de evidencia de
las profundidades disimuladas del texto o de sus posibles “proyectos latentes”, sean
éstos conscientes o inconscientes.
Lo que Emilio de Ípola intenta resaltar es que en la premisa “práctica teórica” está
condensada la idea de que “toda lectura se define como una intervención” (De Ípola,
1970: 294). Al hacer foco en esta cuestión, de Ípola además se esfuerza por distanciar
la problemática de la práctica teórica en Althusser de todas las formas ideológicas
que adquiere la visión idealista para entender el alcance de una “intervención”:

Hay pues, una cuestión de la lectura. Una cuestión, además, filosóficamente prio-
ritaria: dada su particular permeabilidad a la incidencia de lo ideológico, la lectura
constituye hoy, en efecto, uno de los lugares cruciales en que se libra la lucha entre
la ideología y la ciencia. Lucha desigual, sin embargo, hasta tanto el gesto de la
lectura no haya sido interrogado. Se comprende así que la práctica filosófica des-
cubra, en el terreno de esa lucha, la carencia específica que suscita su intervención:
la ausencia radical de la teoría –y su consecuencia necesaria: la orfandad radical de
la práctica (De Ípola, 1970: 293).

Lo que para de Ípola se pone en juego en las primeras páginas del prefacio de
Para leer El Capital es “una discusión sobre los puntos de partida de toda lectura”
(De Ípola, 1970: 292), pero en un sentido muy distinto a los de las condiciones de
producción. En el caso particular de la empresa althusseriana, la novedad reside en
transgredir una cierta práctica ideológica de la letra de Marx. Para de Ípola, allí se
juega la cuestión de la lectura, de la lectura como práctica, de la práctica como in-
tervención, y de la intervención como intervención política cuya vigencia en Marx
es lo que Althusser se propone defender.3
La lectura sintomática no es aquella que intenta llenar los vacíos de un texto,
sino aquella que intenta dar cuenta de la singularidad de una respuesta a “una
pregunta que presenta como único defecto el no haber sido planteada” (Althusser y
Balibar, 2010: 27).

3
Reforzando esta perspectiva de la lectura como práctica de intervención, se puede con-
sultar también Mariana De Gainza, “La actualidad de la lectura sintomática” en Caletti y
Romé (2011). El artículo problematiza la perspectiva de Slavoj Žižek, promoviendo un des-
plazamiento de la propuesta demasiado rápida de la lectura sintomática con el propósito
de explorar las posibilidades de esta estrategia de lectura. Allí se propone pensar la lectura
sintomática como ejercicio y refuerza esta idea de la lectura en el terreno del hacer, es decir,
su dimensión esencialmente práctica.

Subjetividad, filosofía y política... 229


La carencia es la falta de una pregunta a la que la frase refiere, pero es la frase la
que contiene la falla como su propia necesidad afirmativa. La pregunta no es, por
lo tanto, la que genera la necesidad de una respuesta. De tal forma que una lectura
filosófica no es la que lee “entre líneas”, sino la que lee “al pie de la letra”.
La lectura sintomática es correlativa a la “fuerza de dislocación” (Derrida, 1989)
que define a toda estrategia deconstructiva. La deconstrucción es, en el sentido
althusseriano, una “lectura al pie de la letra” que piensa la genealogía estructurada
de los conceptos filosóficos de la manera más fiel, más interior, pero al mismo
tiempo desde un lugar incalificable por la propia filosofía. En esa tensión irreso-
luble nos proponemos leer sintomáticamente el encuentro entre Louis Althusser y
Jacques Derrida.

ALTHUSSER Y DERRIDA

Se conocieron en 1952, cuando Derrida recién ingresaba (tras varios inten-


tos fracasados) a la École Normale Supérieure de París y Althusser era todavía un
profesor ayudante (“caimán”). Enseguida Althusser le brindó su apoyo al filósofo
novato, a pesar de su estado de vulnerabilidad anímica que lo obligaba a ausentarse
con frecuencia; situación que en ese entonces Derrida desconocía.
Entre 1960 y 1965, mientras Derrida enseñaba en la Sorbonne, Althusser lo in-
vita a dictar junto a él cursos en la École. Comenta Derrida que en ocasión de este
encuentro, Althusser le confesó sus asediantes depresiones: “Entonces comprendí a
las claras que sus ausencias estaban ligadas a estadías en una institución psiquiátri-
ca. A partir de ese momento nos vimos mucho” (Derrida y Roudinesco, 2009: 116).
A pesar de las reiteradas ausencias de Althusser, Derrida se sentía influenciado
por su juicio filosófico y recibía con entusiasmo las consideraciones que Althusser
le ofrecía sobre sus primeros trabajos. A pesar de no ser un especialista en Husserl,
Althusser leyó el manuscrito de la Introducción al origen de la geometría en Husserl,
la primera publicación de Derrida y, según éste, lo alentó de manera decisiva desde
entonces, incluso durante sus internaciones en los alrededores de París donde De-
rrida lo visitaba constantemente.
Desde aquellos momentos su vínculo se volvió más estrecho y Derrida fue, jun-
to a otros pocos amigos de Althusser, quien lo acompañó de manera íntima hasta
su muerte. Sin embargo, es bastante ambiguo el modo en que Derrida describe la
relación que ambos mantuvieron durante todos esos años.
Si bien Derrida se refiere a Althusser como su amigo, del que “estuvo cerca
durante casi cuarenta años”, por momentos denota menos apego cuando, por ejem-
plo, describe los años posteriores a aquella invitación de 1964 como veinte años

230 Revista Sociedad Nº 33


de un “compañerismo profesional” o, en varias otras oportunidades, simplemente,
como “colegas”. Paralelamente, se refiere a su amistad como un “lazo fiel en general
afectuoso y tierno”, pero comenta asimismo que otras tantas veces ese lazo estuvo
envuelto de agresividad sin detenerse demasiado en qué quería decir con ello. De
las tantas formas en que Derrida menciona su amistad con Althusser, son quizá las
que se remiten a la cuestión política las que resultan más imprecisas:

Lazos que se anudaron en profundidad más allá de la preocupación o de las de-


cisiones políticas, o por lo menos de las decisiones descifrables en el código co-
rriente de la política; porque yo creo que en lo que tenía de más secreto, de más
irreconocible, desde el punto de vista del lenguaje político corriente, como se dice,
‘dominante’, nuestra alianza también era política (Derrida y Roudinesco, 2009: 91).

El secreto de esa “alianza” lo atestiguan, según Derrida, los textos póstumos


de Althusser, al tiempo que confiesa no haber sabido de su existencia con anterio-
ridad, pese a que en ellos su nombre aparece de manera reiterada y contundente
como no había sucedido en las obras que Althusser publicó en vida. Estas men-
ciones inesperadas son una marca más de la enigmática relación que Althusser y
Derrida mantuvieron durante casi todas sus vidas.

DERRIDA EN ALTHUSSER

Casi no hay ninguna mención a Derrida en las obras que Louis Althusser pu-
blicó en vida.
Entre 1965 –año en que se publica la obra althusseriana más celebrada: La re-
volución teórica de Marx– y el homicidio de su mujer Hélène en 1980, los escritos
de Althusser tuvieron una amplia difusión “entre comunistas e intelectuales de iz-
quierda de todo el mundo y se convirtieron en objeto de encendidas polémicas que
obligaron al movimiento comunista internacional a salir de su letargo teórico y
ponerse a pensar” (Fernández Liria, 2002: 74). Pero ya en 1978, cuando el Partido
Comunista Francés rompe con la Unión de la Izquierda, Althusser escribe algunos
artículos críticos en Le Monde, en especial una carta redactada junto a E. Balibar,
G. Bois, G. Labica, J. P. Lefebvre y M. Moissonnierb, en la que reclamaban: “una
verdadera discusión política en el PCF” (Balibar, 2004: 107). Althusser, que hasta
ese entonces jamás había abandonado el partido ni dejado de participar en su cé-
lula –pese a que hacía algunos años hacía públicas sus objeciones– es finalmente
apartado de manera definitiva.
Luego de estrangular a Hélène en 1980, Althusser entró a las filas de los lla-
mados “autores malditos” y condenado a un olvido que sin lugar a dudas el mo-

Subjetividad, filosofía y política... 231


vimiento comunista europeo contribuyó a consolidar. Durante toda la década de
los ’80, en la que por otro lado encuentra a Derrida alcanzando el reconocimiento
unánime de su pensamiento filosófico, el asesinato de Hélène sirvió de salida fácil
para que los detractores de Althusser desacreditaran sus argumentos y los eludie-
ran sin mucho rodeo. A partir de allí y hasta su muerte, Althusser desapareció
casi definitivamente de la escena pública. En los últimos quince años de su vida
estuvo condenado al silencio y no sólo por la inimputabilidad del crimen que ha-
bía cometido, sino por el destierro que el mundo intelectual vinculado al partido
había ya decidido. En palabras de Etienne Balibar: “Ese silencio es el de un hombre
enterrado vivo, de un muerto vivo, en la filosofía y en la política” (Balibar, 2004:
50)4, silenciamiento que coincide históricamente con la llamada “crisis del mar-
xismo” hacia fines del siglo XX. La problemática althusseriana trataba “cuestiones
no contemporáneas, que van contra la corriente con respecto tanto del marxismo
ortodoxo como de lo que es preciso llamar la ortodoxia del antimarxismo, pues
desgarran la imagen lineal de un marxismo condenado a desaparecer sin dejar
huellas” (Balibar, 2004: 79).
Pese a ese confinamiento, y casi inmediatamente después del fatal episodio,
Althusser empieza a trabajar sobre los textos que se harían públicos bastante tiem-
po después. Sin embargo, algunas señales de ese trabajo aparecen en una entrevista
hecha por Fernanda Navarro y publicada en México dos años antes de la muerte de
Althusser. Este texto es el fruto de los diálogos que mantuvieron Althusser y Na-
varro –charlas grabadas e intercambios por correspondencia– entre 1984 y 19875,
cuando Althusser ya estaba jubilado de oficio por el Ministerio de Educación y ya
no permanecía en su internado administrativo (Althusser, 1988)6.
Aunque en esos diálogos solo aparece una mención a Derrida sin más relieve
que una referencia a De la gramatología vinculada al trazo de la escritura, Althus-
ser adelanta varias de las problemáticas que luego van estar desarrolladas en la pu-
blicación póstuma de Para un materialismo aleatorio (Althusser, 2002), en donde
4
Acerca del silenciamiento de la obra althusseriana hacia los años ochenta, pueden confron-
tarse el testimonio de su discípulo y colega Etienne Balibar (Balibar, 2004).También puede
leerse el trabajo de Susana Murillo “La invisibilización/visibilización de Althusser. Olvidos y
los recuerdos encubridores en tiempos del fin de ‘las ideologías’”, en Caletti y Romé (2011).
5
Publicado por primera vez en 1988 como L. Althusser, “La filosofía un campo de batalla”,
en Filosofía y Marxismo. Entrevista por Fernanda Navarro, México, Siglo XXI (la edición a
la que haremos referencia de aquí en adelante corresponde a la del 2005).
6
Esto ocurre entre 1984 y 1986 por un decreto de la prefectura luego de varias pericias que
determinaron que Althusser podía finalmente interrumpir su internación para alternar su
estadía en su departamento de París con el servicio hospitalario. Ver “Anexo: nota biográfi-
ca” (Balibar, 2004: 18).

232 Revista Sociedad Nº 33


se despliega explícitamente su tesis acerca de la corriente subterránea del materia-
lismo del encuentro. Y allí irrumpe inesperadamente el nombre de Derrida.
El materialismo aleatorio esbozado por Althusser remite a una tradición silen-
ciada en la historia de la filosofía. Dentro de esa tradición, Derrida aparece como
uno de los principales representantes, sino el último y el más radical de todos.
Según su editor, Pedro Fernández Liria, algunas de las tesis principales en las que
se basa el “materialismo aleatorio” o “materialismo del encuentro”, especialmente
las que remiten al principio de “primacía de la ausencia sobre la presencia”, son una
referencia ineludible a la filosofía derridiana, cuya mención irrumpe inesperada-
mente en la producción tardía de Althusser.
Pero al reconocer esto, Fernández Liria no disimula su incomodidad al pre-
guntarse con cierto escándalo “¿por qué Derrida?” (Fernández Liria, 2002:104).
Con un gesto por demás peyorativo, el comentador atribuye esta remisión a cierto
complejo de inferioridad que, sin explicación, sentiría Althusser por la nueva iz-
quierda europea (refiriéndose, además a Deleuze, Negri y el “peor” Foucault). Para
su editor, los planteos de Para un materialismo aleatorio no hacen más que reforzar
lo dicho mil veces por Althusser con anterioridad de manera camuflada o disimu-
lada. Esto significa que el valor de ese texto es simplemente el de haber puesto de
manifiesto de forma evidente y explícita lo que no podía haber dicho de manera
directa veinte años atrás. “Se trataba de pensar lo que Marx había descubierto con
independencia de lo que al propio Marx se le había antojado decir acerca de ello”
(Fernández Liria, 2002: 86), ¡pero ¿por qué Derrida?!
De la generación de jóvenes comunistas franceses que, con Althusser, se habían
dado cuenta de que no se podía ser marxista fuera del marxismo, esto es, leyendo
a Aristóteles, Descartes, Spinoza, Rousseau, Bachelard, entre otros, fue Althusser
quien pronto entendió que el marxismo también tenía ciertos límites, que era una
“teoría finita” (Althusser, 1982) y que era necesario leer a Marx más allá de Marx.
La pregunta es entonces ¿dónde buscar la fecundidad de un marxismo que re-
sista a la extinción de palabras como “revolución” o “la lucha de clases” de nuestro
vocabulario? Ese materialismo que necesariamente debe ser muy distante del de la
tradición racionalista –un materialismo de la necesidad y de la teleología que no es
sino una forma encubierta de idealismo–, Althusser lo encuentra en un “intervalo” o
podríamos decir, en una “fisura” o una “grieta”. Althusser se refiere así al marxismo:

Nacido muerto como filosofía, salvado como génesis histórica de la lucha y la


formación de clases, su destino se juega en este intervalo. Es a nosotros a quienes
corresponde, en vez de caer en masivas condenas o apologías ciegas, actuar sobre
dicho intervalo (Althusser, 2002: 29).

Subjetividad, filosofía y política... 233


Es en ese intervalo donde se ubica lo central de este materialismo aleatorio que
había estado silenciado por la filosofía logocéntrica pero indudablemente presente,
no sólo en Marx, sino también en muchos otros pensadores. La principal apuesta
de Althusser era “librar de su represión a este materialismo del encuentro, descu-
brir si es posible qué implica para la filosofía y para el materialismo reconocer sus
efectos escondidos ahí donde actúan sordamente” (Althusser, 2002: 33).
El materialismo aleatorio podría sintetizarse en la siguiente afirmación: “la
necesidad de la contingencia está en la raíz de la contingencia de la necesidad”
(Althusser, 2002: 53). Con ello, Althusser apuesta a reformular de manera decisiva
la noción de determinación para pensar el proceso histórico. La determinación
opera, pero sólo retroactivamente, de manera que la contingencia adquiere, en el
materialismo propuesto por Althusser, una fuerza predominante frente a un ma-
terialismo de la necesidad que con frecuencia es el que se asocia a Marx y Engels.
Lo cual supone, como primera medida, una distancia radical de todas las inter-
pretaciones idealistas subsumidas al carácter logocéntrico que ha dominado a la
historia de la filosofía.
El materialismo del encuentro recorre una serie de aportes entre los que se
encuentran –además de Derrida– los de Hobbes, Marx, Spinoza, Maquiavelo, Le-
nin, entre otros. Esta genealogía puede remontarse hasta la figura del clinamen de
Epicuro. Como esta tradición, según Althusser, no fue ignorada pero sí reprimida
desviándola hacia un idealismo de la libertad, se ha intentado establecer un vínculo
entre la figura del clinamen con una teoría de la liberación. Pero para Althusser la
lectura es otra.
En el materialismo atomista de Epicuro no hay más que átomos y vacío. Áto-
mos cayendo desde siempre en el vacío, ya que en el origen no hay otra cosa que la
Nada. Pero para trascender la idea de que solo existiría la caída como único fenó-
meno del mundo, Epicuro se pregunta: ¿cómo explicar otros fenómenos como el
de la transformación, la separación, la unión, etc.? El supuesto de Epicuro es que,
en un momento preciso, uno de los átomos se desvía de la trayectoria de su caída
en paralelo a los otros átomos (este “apartarse” es el clinamen) golpeando a otros e
intercediendo, en consecuencia, en sus trayectorias: así, entonces, son provocados
los fenómenos a los que hacíamos referencia.
En la medida en que esa desviación es un fenómeno del azar, lo es también
el “encuentro” entre los átomos, y entonces el problema del origen, más allá de la
desviación azarosa, desaparece. Esto no debe entenderse como una teoría de la
contingencia como origen del sentido, sino más bien como la incompatibilidad
entre origen y causalidad. O para decirlo con mayor claridad, la idea del origen
desaparece como tal y es reemplazada por la de “comienzo” (Romé, 2013).

234 Revista Sociedad Nº 33


En la sumisión de la necesidad a la contingencia, en la negación de todo Origen
y todo Fin, en el privilegio de la ausencia sobre la presencia y en la primacía de la
dispersión ante el orden7, en definitiva, en este desorden original hay, no obstante,
una “estructura del encuentro”. Si bien el encuentro es aleatorio, hay elementos
cuyas trayectorias están condenadas a interceptarse por una determinación sólo
asignable retroactivamente; por ello la cadena de causalidad no tiene otro espacio
que el de los efectos producidos por un encuentro contingente:

Ninguna determinación del ser resultado de la ‘toma de consistencia’ del encuen-


tro estaba perfilada, ni siquiera esbozada, en el ser de los elementos que concurren
al encuentro, sino que, por el contrario, toda determinación de estos elementos no
es asignable más que en la mirada atrás del resultado sobre su devenir, en su recu-
rrencia. Si es necesario, pues, decir que no hay ningún resultado de este devenir
(Hegel), es necesario también afirmar que nada ha devenido más que determi-
nado por el resultado de este devenir: esta recurrencia misma (Canguilhem). Es
decir que en lugar de pensar la contingencia como modalidad o excepción de la
necesidad, hay que pensar la necesidad como devenir-necesario del encuentro de
contingentes (Althusser, 2002: 60).

El ser adviene en la medida que los elementos adquieren propiedades una vez
que se produce el encuentro, y no antes, es decir, que la estructura sólo a posteriori
le asigna un lugar y un sentido a los elementos independientes que previamente a
su toma de consistencia estaban en estado flotante, “siendo cada uno de ellos pro-
ducto de su propia historia, pero no siendo ninguno el producto teleológico ni de
los otros ni de su historia” (Althusser, 2002: 66).
Esta tradición marginada rechaza así toda filosofía “de la esencia (Ousia, Essen-
tia, Wesen), de la Razón (Logos, Ratio, Vernunft), y, por tanto, del Origen y del Fin,
en provecho de una filosofía que, al negar el Todo y todo Orden, niega el Todo y el
orden en provecho de la dispersión (‘diseminación’ diría con su lenguaje Derrida)
y del desorden” (Althusser, 2002: 54). Tal es el sentido que Althusser le otorga al
modo de producción de esta concepción en tanto “la contingencia de la necesidad
como efecto de la necesidad de la contingencia” (Althusser, 2002: 53).
Otra de las características de este materialismo del encuentro –y para lo cual
Althusser cita la primacía de la ausencia sobre la presencia trabajada por Derri-
da– es la de ser un proceso sin sujeto (Althusser, 2002: 56-57). Esta referencia no
es nueva, ya que siempre Althusser ha sostenido que la historia es un proceso y ese

7
Aquí Althusser hace una referencia a Jacques Derrida, tanto a su crítica del ser como
presencia como a su noción de diseminación utilizada en este caso como sinónimo de
“dispersión”.

Subjetividad, filosofía y política... 235


proceso carece de sujeto8. Pero la inscripción de esta afirmación en el marco del ma-
terialismo aleatorio cobra relevancia en su vínculo con el problema de la alteridad.
Toda subjetividad es advenida en el preciso momento en el que el encuentro
produce un mundo. A la desaparición de la idea de origen se le suma entonces la
desaparición de una autoconciencia fundante y, por tanto, la relación yo-tú como
el producto derivado de esa certeza, redefiniéndose así los términos en que esta
filosofía piensa la figura de la alteridad.
En cada acontecimiento late el infinito de alternativas y la otredad es radical-
mente partícipe de la “toma de forma”. El materialismo del encuentro es una filo-
sofía de la alteridad radical del ser9, en un sentido completamente distinto al de la
dialéctica hegeliana. No se trata del ser en sí que deviene para-sí, no se trata de la
realización de la historia en el devenir hacia el para-sí, la autoconciencia como Fin,
su devenir como único Origen; se trata de un proceso de articulaciones contingen-
tes, precarias, donde no sólo el sentido de la determinación se construye en la mi-
rada hacia atrás, sino que todo elemento carece de identidad previa al encuentro,
su existencia es dada siempre-ya en lo que ha-advenido. Pero una vez ahí dado, el
mundo insiste contra su propia nada, su precariedad, los infinitos mundos posibles
acechando en la alteridad constitutiva de toda forma.
El modo de comprender a la alteridad como el asedio que desde siempre se
impuso a la conciencia en su intento de determinarse a sí misma como origen,
es también una de las problemáticas centrales de la filosofía derridiana. Hay aquí
también un acercamiento al vínculo entre acontecimiento y alteridad: “Lo que re-
siste, y debe resistir a ese determinismo, o a ese imperialismo del discurso deter-
minista, no lo llamaré ni sujeto, ni yo, ni conciencia, ni siquiera inconsciencia, pero
lo convertiré en uno de los lugares del otro, de lo incalculable, del acontecimiento”
(Derrida y Roudinesco, 2009: 61).
A las escasas ocasiones en donde es mencionado Derrida en Para un materialis-
mo aleatorio, se suman otras referencias cuyo reconocimiento es más radical y con-
tundente. Nos estamos refiriendo a una serie de textos que finalmente fueron reti-
rados de la versión definitiva de El porvenir es largo10, y sustituidos por una versión

8
“La historia es un proceso, y un proceso sin sujeto. El problema de saber cómo ‘el hombre
hace la historia’ desaparece por completo: la teoría marxista lo arroja definitivamente a su
lugar de origen, en la ideología burguesa. Y con él desaparece la ‘necesidad’ del concepto de
‘trascendencia’, cuyo sujeto sería el hombre” (Althusser, 1974: 35-36).
9
Según Balibar, esta cuestión marca la herencia spinoziana en Althusser de ‘una identidad
que es siempre-ya división” (Balibar, 2004).
10
Redactado por Althusser en 1985. Allí también aparecen algunas menciones a Derrida
como la siguiente: “Creo saber que Bouveresse me ha acusado (y quizá aún me acusa) de

236 Revista Sociedad Nº 33


resumida de los mismos. Se trata de unas sesenta páginas guardadas por Althus-
ser en una carpeta en cuya portada escribió “La única tradición materialista”11, en
donde aparece el nombre de Derrida como el último y el más radical de todos los
representantes de esta tradición silenciada en la historia de la filosofía. Las referen-
cias son las siguientes:

Jacques Derrida ha hablado mucho de estrategias en filosofía y tiene razón, pues-


to que toda filosofía es un dispositivo de combate teórico que dispone las tesis
como si fueran plazas fuertes o voladizas para poder, en sus alusiones y ataques
estratégicos, cercar las plazas teóricas fortificadas y ocupadas por el adversario
(Althusser, 2007: 138).

Quiero insistir en ese rasgo de Maquiavelo [la noción de “vacío”] que, como sólo
los grandes en filosofía, al igual que en cualquier clase de pensamiento y de escri-
tura, música, pintura, etc., es un hombre que piensa en los límites extremos, en las
situaciones límite, un hombre que, como más tarde Hobbes, Pascal, Clausewitz,
Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, Wittgenstein, Gramsci, Lenin, Mao y también
Heidegger y finalmente el más radical de todos, Derrida, piensa en el límite como
la condición absoluta de todo pensamiento y de toda acción (Althusser, 2007: 146).

Pensar y actuar en el límite, como tan bien lo ha mostrado Lenin, es también


pensar y actuar en el riesgo, por ‘cuenta y riesgo’ de una empresa responsable y
solitaria; es, pues, saber estar solo y soportarlo con todas sus consecuencias…
Solo, sin padre, como todos los grandes […] la lista es infinita, pero hoy está com-
pletamente cerrada excepto por Derrida (Althusser, 2007: 146).

La lógica radical de la filosofía de Derrida, que es un filósofo del límite irrebasable


y de los excesos, el ser al mismo tiempo una filosofía de la estrategia filosófica y, en
fin, con una total consecuencia, una filosofía de los márgenes de la filosofía. Hay
ahí un impresionante rigor de pensamiento que, en mi opinión, nadie ha superado
en su inspiración y que nadie podrá superar en mucho tiempo, si no es para siem-
pre (siempre se puede cambiar la forma y grado de la reflexión). Por eso Derrida
es seguramente el único grande de nuestro tiempo y quizá por mucho tiempo el
último (Althusser, 2007: 147).

Una estrategia filosófica que opera en un territorio ya ocupado: con estas pala-
bras Althusser da la razón a Derrida. En Althusser la filosofía no busca territorios

ser el responsable de la decadencia filosófica francesa, de la misma manera que en su último


libro ha cubierto de fango a Derrida, este gigante tratado como en otro tiempo a Hegel de
‘perro muerto’ (si la palabra no existe, sí la cosa). Hay delirios abiertos también entre los
filósofos […] Era la época en que Derrida, recién nombrado en la École a propuesta mía,
solo y despreciado en Francia dentro de la universidad, aún no era verdaderamente conocido
entre nosotros. Y yo no sabía aún hacia dónde iba realmente” (Althusser, 1993: 206).
11
Con el mismo nombre fueron publicados en 1993 en la revista Lignes, número 8, pp. 72-119.

Subjetividad, filosofía y política... 237


deshabitados para su conquista, sino una estrategia de intervención en un terreno
ya ocupado por la tradición. Para Derrida, la deconstrucción12 es también una es-
trategia filosófica que no puede operar por fuera de la historia de la metafísica sino
que habita el terreno ya ocupado y conquistado por esa historia.
El materialismo aleatorio propuesto por Althusser actúa en los intervalos
abiertos entre las dos tradiciones filosóficas imperantes en la historia: el materialis-
mo y el idealismo. La práctica filosófica, al igual que la deconstrucción, interviene
agitando esa estructura y tomando posición en ese espacio en blanco que la propia
estructura evidencia. Esta fuerza de dislocación permite atender a los márgenes
ignorados por la metafísica tradicional sin aspirar a una refundación de sus con-
ceptos fundamentales.
Así como para Derrida “el lenguaje lleva en sí mismo la necesidad de su propia
crítica” (Derrida, 1989: 390), para Althusser tampoco tendría sentido prescindir
de las categorías impuestas por las tendencias existentes, aun cuando frente a la
hegemonía idealista, la toma de posición en el campo de batalla pueda llamarse
“materialista”, ya que un filósofo materialista (“no dialéctico”, dice Althusser), es
el que puede discutir con los idealistas, no solamente porque los entiende, sino
porque les explica a ellos mismos las razones de sus tesis.
De allí entonces que la toma de posición no irrumpe desde su exterioridad sino
en el habitar los desajustes que en el propio terreno de la disputa de tendencias
están presentes en su ausencia.

ALTHUSSER EN DERRIDA

Como consecuencia de una neumonía, Louis Althusser muere de un paro car-


díaco el 22 de octubre de 1990. En su funeral, como en el de otros tantos amigos,
Derrida lee un texto para despedirlo con “palabras arrancadas al silencio y a la
nada” (Derrida, 2005: 211). Allí, Derrida precisamente hace referencia a los riesgos
que asumió Althusser en sus búsquedas y describe a su vez esa búsqueda como
una pasión incesante y sin respiro, signada por “interrupciones ininterrumpidas”
y vertiginosas:

Por lo que él buscó, experimentó, arriesgó, por todos los gestos concretos o esbo-
zados, autoritarios y rebeldes a la vez, contradictorios, consecuentes o compulsi-
vos, de aquella extraordinaria pasión que tuvo y que no le dejó ningún respiro,
ni le ahorró nada –con sus gestos teatrales, sus desiertos, sus grandes espacios de

12
La primera aparición del término déconstruction tiene lugar en De la Gramatología, donde
se presenta como la traducción de la Destruktion o Abbaude la tradición metafísica de que
habla Heidegger al comienzo de Ser y tiempo.

238 Revista Sociedad Nº 33


silencios, las retiradas vertiginosas, aquellas impresionantes interrupciones inte-
rrumpidas a su vez por demostraciones, por reforzamientos, por poderosas erup-
ciones de las que cada uno de sus libros conserva el recuerdo todavía humeante de
haber transformado un paisaje alrededor de un volcán 13

Este homenaje público a su amigo fue la primera mención explícita al nombre


de Althusser de muchas otras que le siguieron y a excepción de muy pocas mencio-
nes casi imperceptibles que aparecen en la obra publicada de Derrida con anterio-
ridad a la muerte de Althusser14. Paradojas de este encuentro que hacen que, pese
a sus casi cuarenta años de amistad, la mayor parte de las menciones que ambos
se atribuyen aparecen recién tras la muerte de uno de ellos (recordemos que en la
mayoría de los textos de Althusser en donde aparece el nombre de Derrida, si bien
fueron escritos en diferentes etapas de su vida, se dieron a conocer póstumamente).
El efecto que indudablemente tuvo la filosofía derridiana en el pensamiento de
Althusser permaneció en silencio hasta su muerte, y a la inversa, las apreciaciones
de Derrida sobre el trabajo de Althusser comienzan a partir de allí, en donde esos
trabajos inéditos se dan a conocer públicamente.

Luego de su muerte, al leer algunos de sus textos, comprendí mejor, descubrí en


ocasiones lo que pensaba de mí y cómo percibía mi camino, cómo me leía (so-
bre todo alrededor de la cuestión del alea, del acontecimiento, de cierta tradición
materialista no marxista, por el lado de Demócrito, de Lucrecio, etcétera). Sí, fue
entonces muy tarde, y a menudo tras su muerte, que percibí aquello a lo que es-
taba más atento en mi propio itinerario y de lo que no me hablaba directamente
(Derrida y Roudinesco, 2009: 118).

Pero fue en el momento de la muerte de su amigo que Derrida quiere enton-


ces “devolverle la palabra”, cedérsela para que siendo una vez la suya no acontezca
siempre “otra última palabra”: “nosotros, que sólo podemos ser nosotros mismos a
través de la resonancia en nosotros del otro […] me doy cuenta de que en mi voz
insiste para pedirme que no finja que le estoy hablando”15.

13
Fragmento del texto leído por Derrida en el funeral de Louis Althusser, publicado en
Les Lettres Francaises, Nro. 4, diciembre de 1990, pp. 25-26, luego compilado, junto a otros
textos escritos de Derrida en ocasión de la muerte de otros tantos amigos, en Derrida, 2005.
14
A excepción de una entrevista a Derrida dedicada a Althusser, poco antes de la muerte de
este último, que luego fue publicada como “Politics and Friendship. An Interview with Jac-
ques Derrida”, junto a otros textos de otros autores, pero todos ellos con referencia a Althus-
ser en un libro –nunca publicado en francés– titulado The Althusserian Legacy (1993).
15
Fragmento del texto leído por Derrida en el funeral de Louis Althusser, op. cit. Estas pala-
bras son un homenaje a la premisa de Althusser “pensar por nosotros mismos” con relación
al marxismo, es decir, pensar a Marx más allá de Marx y en la intemperie de la historia.

Subjetividad, filosofía y política... 239


Tres años después de la muerte de Althusser, Derrida acepta una invitación
para dar una conferencia en la Universidad de California que luego se publicaría
bajo el título Espectros de Marx. Elizabeth Roudinesco comenta que en ese texto
“Jacques Derrida, sin decirlo, dedicó su último homenaje a su amigo Louis Althus-
ser, aquel que, después de haber llevado una vida de espectro durante diez años,
había terminado por ser el homicida de sí mismo” (Roudinesco, 2009: 161). El
propio Derrida corrobora esto:

Espectros de Marx, en efecto, puede ser leído, si se quiere, como una especie de ho-
menaje a Louis Althusser. Saludo indirecto pero sobre todo amistoso y nostálgico,
un poco melancólico. La cuestión está abierta al análisis. Escribí ese libro en 1993,
tres años después de la muerte de Althusser, y, por supuesto, puede ser leído como
un texto dirigido a él, una manera de “sobrevivir” lo que viví con él, a su lado. Él
era a la vez próximo y lejano, aliado y disociado. Pero ¿quién no lo es? (Derrida y
Roudinesco, 2009: 116).

Este pasaje cruza, por un lado, la idea que venimos desarrollando sobre el lugar
del encuentro que oscila entre la proximidad y la lejanía, y por el otro la cuestión
de la melancolía. En efecto, dice Derrida, Espectros de Marx posiblemente sea un
libro sobre la melancolía en política, sobre la política de la melancolía (Derrida y
Roudinesco, 2009: 89). Elizabeth Roudinesco comparte esta caracterización de la
filosofía althusseriana como “melancólica” señalando que un filósofo melancólico
es aquel que se enfrenta con una realidad que no cesa de escapársele (Roudinesco,
2009). En el caso de Althusser, esa realidad de la propia melancolía que incesante-
mente se le diluía entre las manos “lo convertía en náufrago de la razón” (Roudi-
nesco, 2009: 157), pero al mismo tiempo hizo de ese gesto la propia definición de lo
teórico, sentido que intentaba otorgar a la idea del marxismo como “teoría finita”.
Espectros de Marx es quizás el texto que mejor expone las ambigüedades de la
relación de Derrida con el marxismo, pero al mismo tiempo, y aunque el nombre
de Althusser no aparece prácticamente en una sola línea de ese extenso trabajo16,
quizás sea también el síntoma de la enigmática “alianza política” que lleva los nom-
bres de Althusser y Derrida.

16
Aparecen solo dos menciones, la primera en el Capítulo I “Inyunciones de Marx”, en el
que nombra muy rápidamente la concordancia de algunos temas althusserianos en la lectura
blanchotiana del marxismo y en el Capítulo III “Desgastes”: “Decir esto es oponerse a dos
tendencias dominantes: por una parte a las reinterpretaciones más vigilantes y más moder-
nas del marxismo por ciertos marxistas (especialmente franceses, y del entorno de Althus-
ser) que han creído más bien que debían intentar disociar el marxismo de toda teleología
o de toda escatología mesiánica”, trad. José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti, Edición
digital Derrida en castellano.

240 Revista Sociedad Nº 33


En un breve texto que escribe en homenaje a Derrida, Maurizio Ferraris señala
que éste “miró siempre con circunspección al marxismo pese a su amistad con
Louis Althusser” (Ferraris, 2007: 19). Casi como sugiriendo que si no hubiera sido
por esa amistad, Derrida se habría declarado aún más distante del materialismo
dialéctico.
En una entrevista de 1974 con Jean-Louis Houdebine y Guy Scarpeta17, Derri-
da da algunos indicios que apoyan esa lectura. Por ese entonces, casi dos décadas
antes de la conferencia que dio lugar a Espectros de Marx, cuando Derrida tomaba
una explícita distancia crítica con el marxismo, el nombre de Althusser aparece,
aunque al pasar y sin mucha reflexión a modo de cierta “excepción” o “a pesar de”.
A pesar de “la crítica tan necesaria que Althusser ha propuesto al concepto ‘hege-
liano’ de historia” (Derrida, 1977: 56)18, por ejemplo.
Con relación a la crítica dirigida al idealismo, el materialismo dialéctico no le
suscita a Derrida reticencia alguna; sin embargo, no queda claro en dónde radica-
ría su distancia. Lo que en todo caso resulta llamativo es la mención a ciertas “la-
gunas” que parecieran anticipar de alguna manera el sentido dado por Althusser a
los “intervalos” visibles en el texto marxista, como lugares de una “transformación
práctica… todavía por venir” (Derrida, 1977: 61). Por esta razón

No se puede considerar el texto de Marx, de Engels o de Lenin, como una elabo-


ración acabada, que debiera ‘aplicarse’ simplemente a la coyuntura actual. Al decir
esto no avanzo nada que sea contrario al ‘marxismo’, estoy convencido de ello.
Estos textos no pueden leerse siguiendo un método hermenéutico o exegético que
buscaría en ellos un significado consumado bajo la superficie textual. La lectura es
transformadora. Creo que ciertas proposiciones de Althusser lo confirman. Pero
esta transformación no se opera de cualquier manera. Exige protocolos de lectura.
Por qué no decirlo brutalmente: todavía no he encontrado ninguno que me satis-
faga (Derrida, 1977: 61-62).

Dada esa amplia heterogeneidad del texto marxista, para Derrida se vuelve
necesario en su análisis tener en cuenta “los progresos decisivos llevados a cabo
simultáneamente, por Althusser y a partir de él” (Derrida, 1977: 62). Quizá sea por
ello que Derrida confiesa su necesidad de dar respuesta a una herencia, no sólo la
de las grandes tradiciones filosóficas, sino también al trabajo de sus propios con-

17
Publicado en la Revista Promesse, números. 30-31, otoño e invierno de 1971. Luego pu-
blicado en Derrida, 1977.
18
Hay que pensar que Althusser está en este caso celebrando de alguna manera la crisis de
cierto marxismo (Althusser, 2003).

Subjetividad, filosofía y política... 241


temporáneos, dentro de los cuales Althusser es mencionado19. Pero esta respuesta,
en efecto, no supone otra cosa que una estrategia deconstructiva. Derrida no lee
en Althusser una puesta en acto de esta estrategia salvo en el sentido con el que
Derrida lee a Lévi-Strauss, a Lacan o a Saussure, para dar sólo algunos ejemplos.
Esto es, al modo del bricoleur20: “aquel que utiliza ‘los medios abordo’, es decir, los
instrumentos que encuentra a disposición alrededor suyo, que están ya ahí, que
no habían sido concebidos especialmente con vistas a la operación para la que se
hacen que sirvan” (Derrida, 1989: 391). O en otras palabras, “hay que extraer de la
memoria de la herencia las herramientas conceptuales que permitan impugnar los
límites que esta herencia impuso hasta ahora” (Derrida y Roudinesco, 2009: 28).
Esa impugnación que hace de tal límite una demarcación borrosa, y que en
cierto momento se impuso en la relación conflictiva que mantuvo Althusser con
el PCF, se expresa también en Derrida cuando confiesa no haber podido nunca ni
suscribir ni criticar el gesto althusseriano del retorno a Marx.

Durante años, por razones que son más legibles en ese libro [Espectros de Marx]
(aunque ya lo fuesen de otro modo), yo no podía ni suscribir el gesto althusseria-
no (cierto retorno a Marx), ni denunciarlo o criticarlo desde un lugar que hubiera
sido el del anticomunismo, el marxismo o incluso del Partido Comunista (Derrida
y Roudinesco, 2009: 91).

Este posicionamiento difícil de interpretar tiene algún correlato también en la


ambigüedad con la que Althusser define la relación con su amigo: “sentía hacia él
algo fraternal”, “estaba un poco aparte por no ser comunista”, pero definitivamente
“formaba parte de los suyos” (Derrida y Roudinesco, 2009: 118). Refiriéndose a
Althusser, Derrida a hace este comentario que podría ser un ejemplo de esa “fra-
ternidad”:

Cuando hablábamos de temas filosóficos él no se planteaba como marxista, no


trataba de encarar ese tema conmigo. Hablábamos de textos de los que pensa-
ba, interrogándome al respecto, que me resultaban más familiares que a él y que
lo fascinaban más de lo que generalmente se cree: Heidegger, Artaud, Nietzsche
(Derrida, 2005: 25).

19
“A fines de los años sesenta, en efecto, para mí se trataba de heredar, quiero decir, de dar
respuesta a una herencia, a un momento de la historia en que ya se habían elaborado gran-
des obras que estaban presentes en el campo de la filosofía. No hablo solamente de Husserl
o de Heidegger, sino, más de cerca de nosotros, en Francia, de Lévinas, de Lacan, de Lévi-
Strauss y, más cerca todavía, de Foucault, de Althusser, de Deleuze por supuesto, de Lyotard”
(Derrida y Roudinesco, 2009: 14).
20
Término que Derrida toma de Lévi-Strauss (1964).

242 Revista Sociedad Nº 33


Las ambigüedades de estos cruces –no sólo entre Althusser y Derrida, sino
también de éste último con respecto a Marx– dieron lugar a innumerables trabajos
que desde las más diversas perspectivas ofrecen alguna interpretación al respecto:
desde el aliento del diálogo entre marxismo y deconstrucción, pasando por algu-
nas reseñas polémicas y llegando hasta las más duras críticas respecto de aquella
tentativa (Sprinker (ed.), 2002; De Peretti, 2003).
Para nuestro propósito, menos que desentrañar estas cuestiones, nos interesa
rescatar ese exceso que resiste a la interpretación, ese espacio inapropiable tanto
de la filosofía practicada por ambos como de su “encuentro”, y que se expresa en el
carácter enigmático de su “alianza política”.
A esa excepcionalidad en Althusser, Derrida la llama “superabundancia”. El
pensamiento de Althusser resulta por ello inapropiable, y por lo tanto, no permite
ni la asimilación ni el rechazo, ya que en ambos casos el pensamiento solo puede
ser el producto de una forma de reapropiación. La de Althusser era una “desme-
sura que compromete”, “tratando de descubrir los primeros signos de aquello que
todavía no había sido comprendido, como de todo aquello que alteraba el orden,
los programas, los compromisos fáciles y la previsibilidad” (Derrida, 2005: 26).
En Para un materialismo aleatorio, Althusser describe a los “encuentros” como
“algo” que ocurre en un mundo sin ser y sin historia, algo activo/pasivo, algo im-
personal (Althusser, 2002: 57). Estas palabras se acercan bastante al modo en que
estamos proponiendo la “alianza política” entre Althusser y Derrida en los térmi-
nos de un “encuentro” signado por paradojas y ambigüedades, marcado por una
proximidad íntima y a la vez desapropiada y despersonalizada. Una alianza com-
prometida pero extraña a su propio compromiso:

Hubo muchos evitamientos, estuvimos muy cerca y al mismo tiempo hablábamos


siempre de otra cosa que de los grandes desafíos filosófico-políticos. Había algo
virtual en nuestra relación y pocos debates organizados. Si uno se remite a sus
escritos encuentra la huella de esto. En ellos multiplica las alusiones a nuestra
amistad, a todo cuanto nos mantuvo más cerca, a menudo, que ni yo mismo lo creí
en ocasiones (Derrida y Roudinesco, 2009: 118).

Aquello que los distanciaba era también lo que los unía: una insumisión ansio-
sa e insistente, pero inevitablemente solitaria: “Residimos, de manera igualmente
insólita, como caminantes pacientes e impacientes, como huéspedes a veces inde-
seables, como una mala conciencia espectral”21.

21
Íbid., p. 91.

Subjetividad, filosofía y política... 243


Para Derrida la cuestión de la amistad es también –y sobre todo– una cuestión
de lo político. De lo político y no simplemente una cuestión política, si por ello se
entienden los rasgos dominantes de la tradición: aquello que iguala ignorando toda
diferencia. En encuentro entre Althusser y Derrida marca, por el contrario, la dis-
tancia de una paradoja entre lo que comparten y al mismo tiempo los despoja de sí.

Somos en primer lugar, como amigos, amigos de la soledad, y los llamamos para
compartir lo que no se comparte, la soledad. Amigos completamente diferentes,
amigos inaccesibles, amigos solos, en tanto que incomparables y sin medida co-
mún, sin reciprocidad, sin igualdad. Sin horizonte de reconocimiento, pues. Sin
parentesco, sin proximidad, sin oikeiótes (Derrida, 1998: 54)22

ALTHUSSER Y DERRIDA: “UNA ALIANZA POLÍTICA”

Althusser y Derrida compartieron una generación que Elizabeth Roudinesco


describe como “un pensamiento de la insumisión, necesariamente infiel” (Roudi-
nesco, 2009: 13). Se refiere a las tres generaciones nacidas en la primera mitad del
siglo XX, reunidas en una filosofía que cuestionaba la naturaleza y el uso de la pala-
bra sujeto. “En lugar de atenerse a la idea de que el sujeto sería a veces radicalmente
libre y otras enteramente determinado por las estructuras sociales o lingüísticas,
los pensadores de esta generación prefirieron dudar del principio mismo de esta
alternancia” (Roudinesco, 2009: 214).
Y es en la tensión de ese espacio sin la atadura a ninguna alternancia donde
es posible ubicar una práctica filosófica que, tanto en Althusser como en Derrida,
interroga sus propios márgenes. Sin trascendencia ni teleología, la pregunta sería:
¿cuál es el sujeto de una práctica filosófica que tiene lugar en los márgenes que ella
misma produce?
La respuesta a esta pregunta es sin dudas el primer indicio en el trayecto de la
reconstrucción del encuentro que propusimos, mostrando un acuerdo entre am-
bos con relación a la delimitación clara de un adversario.
Tanto Althusser como Derrida comparten una lucha contra el pensamiento
heredado. Contra todas las figuras fundacionalistas que asumían al sujeto como la
evidencia de su propia identificación, presuponiendo una autonomía preestableci-
da y una función específica –basta con mencionar, en términos muy generales, el
cuestionamiento althusseriano a las pretensiones teóricas del humanismo filosófi-

22
J. Derrida, Políticas de la amistad, Trotta, Madrid, 1998, p. 54. Massimo Cacciari podría
intervenir en esta cuestión. “El solitario desea con ardor al amigo. No la amistad que iguala
o que uniforma, sino al amigo que cuida del amigo manteniéndolo al tiempo a una ‘justa’
distancia desde el instante en que advierte su necesidad” (Cacciari, 2004: 41).

244 Revista Sociedad Nº 33


co y la crítica derridiana a la filosofía de la presencia–.
De modo que si hay que pensar una subjetividad contrapuesta a esa herencia,
esa subjetividad tendría la forma de una desapropiación. La desapropiación sub-
jetiva estaría señalando el despojo de esa condición que es exigida al sujeto como
fuente de acción y de sentido.
Si el sujeto deja de ser el motor de la filosofía, y al mismo tiempo deja de ser
un simple efecto de ella23, este nuevo modo de pensar la filosofía exige asimismo
repensar las modalidades tradicionales de subjetivación. Pero al hacerlo, y este es
el segundo indicio del encuentro, es necesario también explicitar los términos en
que se libra esa batalla.
El combate, diría Althusser, nunca es frontal, sino que se disputa dentro las
fronteras de un territorio ya ocupado o, diría Derrida, no se puede prescindir de la
herencia. Una filosofía deconstructiva no propone una radical vuelta de página que
inaugura un nuevo escenario y nuevo lenguaje para hacerlo inteligible, sino que
tiene la forma de un pliegue cuyos efectos –si bien han estado siempre operando–
permanecían reducidos o neutralizados.
Por lo tanto, y en primer lugar, afirmar que hay una retirada del sujeto no su-
pone un desinterés por el problema de la subjetividad. En segundo lugar, la crítica
a todo intento por sustancializar la categoría de sujeto no se dirime entre la idea de
un sujeto fundante por un lado y el vacío de una impropiedad por otro.
Si la idea de una “desapropiación subjetiva” señala a un sujeto despojado de la
condición que le es exigida, la impropiedad no sería todavía la condición propia
de una desapropiación, sino la simple oposición a un sujeto (auto)constituyente.
La desapropiación es, ante todo, el doble movimiento por el cual el sujeto se
despoja de la condición que le es exigida, pero de la cual, sin embargo, no puede
prescindir. La desapropiación señala menos una condición o una cualidad que una
nueva temporalidad: la de un sujeto en permanente constitución.
Por lo tanto, la disputa no se da entre dos modalidades de subjetivación, sino
en el espacio de una tensión aporética –y por lo tanto irresoluble– que da forma a
toda subjetividad en la simultaneidad de su posibilidad tanto como la de su impo-
sibilidad. En esta suerte de bipolaridad estructurante hay, en todo caso, un rodeo

23
Es necesaria en este punto la siguiente aclaración: cuando decimos que el sujeto no es
un “efecto” nos referimos específicamente a la relación entre sujeto y filosofía, plano que
queda desligado de otras problemáticas específicas como la del sujeto ideológico, ya que en
el tratamiento puntual de la constitución subjetiva que Althusser despliega, por ejemplo, en
Ideología y aparatos ideológicos de Estado (1970), el sujeto es definido como el “efecto ideo-
lógico por excelencia” como resultado teórico de la tesis principal que ese trabajo sostiene:
“la ideología interpela a los individuos como sujetos”.

Subjetividad, filosofía y política... 245


oscilante entre una quietud conformista y una temporalidad ansiosa.
De lo que se trata en ambos autores es de cierta alteración que desplaza al sujeto
del lugar de la causa y lo ubica en el orden de acontecimiento. Si se entiende este
acontecimiento en los términos de esa temporalidad ininterrumpida, el aconteci-
miento no es mera ruptura, sino que además toma la forma de un redoblamiento,
en palabras de Derrida, o de un proceso, en palabras de Althusser.
La pérdida de la función originaria del sujeto tensiona toda modalidad para
pensar su proceso de constitución. Y al desarrollarse en un tiempo indefinido,
obtura toda posibilidad de resolver el carácter conflictivo de su consistencia. En
síntesis, una subjetividad desapropiada es una subjetividad presente pero en per-
manente demora.
Más que pensar cuál es el sujeto que queda fuera de escena, se trata de pensar
que la propia retirada es ya política. O, dicho de otro modo, que la lectura que estos
autores nos ofrecen habilita a pensar la política como modalidad de subjetivación.
Al mismo tiempo, si la retirada del sujeto es deudora de cierta lectura, y si la
lectura es una intervención más que una batalla exegética, carecería de sentido
una búsqueda que tuviera como propósito descifrar dónde residiría exactamente
el componente político dentro de la conceptualidad que estos autores proponen.
Para Derrida, la filosofía funciona en el interior de un sistema de trabas fun-
damentales, de oposiciones conceptuales, fueras de las cuales se convierte en im-
practicable (Derrida, 1977: 11). Y con la ayuda de Althusser, la deconstrucción
no es simplemente un estado de oscilación permanente entre indecidibles24. Como
dice Étienne Balibar, “Althusser no cesó de buscar justificación al mismo tiempo
que lo practicaba ‘sobre sí mismo’, es que la filosofía o la ‘teoría’, más que discursos
tendientes al aislamiento, son en tanto tales (y no solamente dentro de sus límites)
‘intervenciones’” (Balibar, 2007: 159).
En su encuentro, Althusser y Derrida se vuelven socios para hacer visibles los
lugares subrepticios en donde las problemáticas hacen síntoma, asumiendo en to-
das sus consecuencias la tensión irresoluble –incómoda– de no ceder a las alter-
nancias pero asumiéndolas como espacio de intervención. En la lucha de tenden-
cias, hay claramente una toma de posición.  
De tal modo que el gesto político consiste en subvertir la certeza ontológica de
todo fundamento desplazando la “toma de partido” al señalamiento de sus propios

24
“… unidades de simulacro que escapan a la lógica binaria, no inclinándose por ninguno
de los dos opuestos, y que se hallan, más bien, en estado de oscilación […] Estos elementos
que habitan la metafísica la desorganizan, la resisten”. (Cragnolini, 1999). Algunos de los
ejemplos más recurridos por Derrida son pharmakon, himen, tímpano.

246 Revista Sociedad Nº 33


límites. En el sostenimiento de la filosofía como práctica de intervención, la exi-
gencia de una lectura sintomática hace ya de la lectura una existencia política en
el terreno de la teoría (Althusser, 1972: 67). Lo cual nos conduce a su vez a insistir
en el alcance deconstructivo del pensamiento althusseriano y en el carácter marcada-
mente político de toda deconstrucción.

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248 Revista Sociedad Nº 33


Textos Fundamentales
La adquisición de la estructura social:
hacia una sociología
evolutiva del lenguaje y el significado1

Aaron Cicourel*

El modo en el que los miembros de una sociedad o una cultura hacen inteli-
gible o confieren sentido a su entorno a lo largo del tiempo resulta central en el
persistente problema de cómo es posible el orden social. Los textos introductorios
convencionales de sociología (Broom y Selznick, 1963) analizan de forma estan-
darizada la socialización del niño, entendiéndola como algo básico para el control
social y para la emergencia de la sociedad humana o del orden social. Sin embargo,
estos textos no se preguntan ni revelan cómo la internalización de las actitudes de
los otros y la inculcación de las normas en el niño operan como “anteproyecto del
comportamiento” en un sentido evolutivo. La idea de una socialización “adecuada”
simplemente refiere de manera casual a la importancia de la interacción social y
del lenguaje. Las referencias a la emergencia de un sí mismo social, de las normas,
o de las reglas para determinar el comportamiento apropiado e inapropiado según
programas de recompensas y castigos vagos y no especificados, no se preguntan

*
Aaron Cicourel es Licenciado y Magister por la Universidad de California en Los Ángeles
(UCLA) y Doctor por la Universidad de Cornell. Fue profesor invitado en la Universidad de
Northwestern; profesor asistente y asociado en la Universidad de California en Riverside;
conferenciante en sociología en la Universidad de California en Berkeley; profesor de socio-
logía en la Universidad de California en Santa Barbara; y ha sido profesor de sociología en
la Escuela de Medicina y en el Departamento de Sociología de la Universidad de California
en San Diego. Sus áreas de especialización son sociolingüística, comunicación médica, toma
de decisiones y socialización del niño. Es miembro electo de la Academia Norteamericana
de Artes y Ciencias desde 1992.
1
Capítulo 2 de Cicourel, Aaron (1974). Cognitive Sociology. Language and Meaning in Social
Interaction,  “The Acquisition of Social Structure: Towards a Developmental Sociology of
Language and Meaning”. New York, The Free Press.

La adquisición de la estructura... 251


qué es la evolución “normal” de la regla. En sociología, la perspectiva convencional
o “normal” –por usar de modo impreciso la noción de ciencia normal de Kuhn
(1962)– no se pregunta cómo aparece en el niño el lenguaje y el significado se-
gún etapas evolutivas que hacen posible la emergencia –esencial para las teorías
abstractas y convencionales del aprendizaje– de la forma en la que se sigue las “re-
glas del juego” y un sentido progresivo de la estructura o de la organización social
(Williams, 1960; Bierstedt, 1957; Gibbs, 1966). Tampoco los sociólogos reconocen
el desarrollo del lenguaje y del significado como algo esencial para establecer las
medidas de la organización social cotidiana.
Trabajos recientes en lingüística, socialización lingüística, e investigaciones so-
bre las propiedades que hacen al razonamiento práctico cotidiano sugieren cam-
bios radicales en las concepciones sociológicas convencionales de las normas, la
socialización y la adquisición de las reglas por parte de los niños. En este artículo
me detendré en esos avances con el objeto de esbozar una concepción sociológica
de la adquisición evolutiva de las reglas por parte de los niños. Tal perspectiva es
un prerrequisito necesario para una medición más precisa de la organización so-
cial como opuesta a la medición por fíat (Cicourel, 1964).

TEORÍA DEL LENGUAJE Y DESCRIPCIONES LINGÜÍSTICAS

No es posible resumir en este artículo la totalidad de la literatura acerca del


lenguaje y del análisis lingüístico, no obstante resultan necesarias algunas nociones
elementales para revelar el uso sociológico de esos materiales en lo que atañe a su
inquietud por el lenguaje y el significado en la medición de la organización social.
Un libro reciente de Katz (1966: 110-12) nos suministra una afirmación de la mo-
derna teoría lingüística que resulta oportuna para comenzar la exposición.

La teoría del lenguaje está conformada por tres subteorías, cada una de las cua-
les se corresponde con uno de los tres componentes de la descripción lingüísti-
ca y proporciona una exposición de la organización de ese componente en una
descripción lingüística. Para referirnos a esas subteorías, utilizamos los términos
teoría fonológica, teoría sintáctica (que, juntas, conforman la teoría gramatical), y
teoría semántica. A fin de referirnos a las tres partes correspondientes a una des-
cripción lingüística utilizamos, respectivamente, los términos componente fono-
lógico, componente sintáctico y componente semántico. El componente fonológico
es una exposición de las reglas según las cuales el hablante trata a los sonidos del
habla de su lengua; el componente sintáctico es una exposición de las reglas según
las cuales organiza tales sonidos en estructuras oracionales; y el componente se-
mántico es una exposición de las reglas según las cuales interpreta a las oraciones
como mensajes significativos.

252 Revista Sociedad Nº 33


El componente sintáctico de una descripción lingüística es un juego de reglas que
genera una clase infinita de estructuras formales abstractas, cada una de las cua-
les describe la organización sintáctica de una oración. Es la fuente de los inputs
tanto del componente fonológico como del semántico. El componente fonológi-
co opera sobre tales objetos determinando su forma fonológica, mientras que el
componente semántico opera sobre ellos determinando su significado. Tanto los
componentes fonológicos como los semánticos son, por lo tanto, puramente in-
terpretativos: relacionan las estructuras formales abstractas subyacentes a las ora-
ciones con un esquema de pronunciación, por un lado, y con una representación
de la conceptualización, por el otro. La falta de conexión entre los componentes
fonológicos y semánticos explica el hecho, concerniente a los lenguajes naturales
y generalmente reconocidos, de que los sonidos y los significados están relaciona-
dos arbitrariamente.

Las descripciones lingüísticas particulares deben mostrar cómo se conectan las


interpretaciones semánticas con las representaciones fonéticas de un lenguaje na-
tural dado. De todos modos, el atractivo de la lingüística moderna para los soció-
logos no puede consistir en formulaciones ideales acerca del conocimiento tácito
(Chomsky, 1965; Chomsky y Halle, 1965) que los hablantes reales poseen acerca de
su lengua, ni en la idealización que se da por sentada al ignorar las distracciones en
el habla, los falsos comienzos, los rasgos de entonación paralingüísticos, las bro-
mas, las limitaciones de memoria, las antinomias, las ironías, y cosas por el estilo.
El trabajo de Chomsky sobre la gramática generativa se refiere a un sistema de re-
glas que habilita al lingüista a atribuir descripciones estructurales a oraciones bajo
el supuesto de que el hablante que domina la lengua ha internalizado la gramática
haciendo caso omiso de su conocimiento o de su conocimiento potencial de las
reglas gramaticales que ha utilizado. La preocupación, por lo tanto, no está en las
declaraciones ni en los puntos de vista del hablante.

Por lo tanto, la gramática generativa intenta especificar lo que el hablante realmente


sabe, no lo que puede declarar acerca de su conocimiento. Análogamente, una teo-
ría de la percepción visual intentaría dar cuenta de lo que una persona realmente ve
y de los mecanismos que determinan ese hecho más que sus declaraciones acerca
de lo que ve y por qué, aunque esas declaraciones pueden proporcionar evidencia
de hecho útil y precisa para tal teoría.
Para evitar lo que ha sido un continuo malentendido, tal vez valga la pena reiterar
que una gramática generativa no es un modelo para el hablante o el oyente. La
misma intenta caracterizar en los términos más neutrales posibles el conocimien-
to del lenguaje que proporciona las bases para el uso real del lenguaje por parte del
hablante-oyente. Cuando hablamos de una gramática como generadora de una
oración con una determinada descripción estructural, sencillamente queremos
decir que la gramática asigna esa descripción estructural a una oración. Cuando
decimos que una oración recibe cierta derivación con respecto a una gramática
generativa particular, no decimos nada acerca de cómo el hablante o el oyente

La adquisición de la estructura... 253


podrían proceder, en un sentido práctico o competente, para construir tal deri-
vación. Esas preguntas pertenecen a la teoría del uso del lenguaje –la teoría de la
performance (Chomsky, 1965: 8-9).

Al subrayar lo que Katz denomina la epistemología de las descripciones lingüís-


ticas y la teoría del lenguaje, más que en la performance (vista como perteneciente a
la psicología), Chomsky (1965: 10) cree fuertemente en “expresiones aceptables”, o
en lo que yo denominaré una “forma normal” del uso cotidiano, o en “expresiones
que son perfectamente naturales e inmediatamente comprensibles sin un análisis
con papel y lápiz [paper-and-pencil analysis], y no son en ningún sentido capri-
chosas ni extrañas”. El sociólogo, sin embargo, debe interesarse en la competencia
y en la performance o el uso situacional, pues la interacción de la competencia y la
performance es esencial para comprender las actividades cotidianas. Las imputa-
ciones de competencia que los miembros hacen entre sí y el reconocimiento de esta
competencia son elementos integrales de la acción social proyectada y “exitosa”. La
forma normal de comportamiento social es comparable a la noción de “expresio-
nes aceptables”. La afirmación de Chomsky de que la gramática generativa busca
especificar “lo que el hablante realmente sabe” sugiere una fuerte teoría acerca del
conocimiento cotidiano de sentido común. Sin embargo, tal noción permanece
vaga y ambigua en los trabajos sobre gramática generativa y está casi totalmente
divorciada de los escenarios socialmente organizados de la comunicación. El pro-
blema crítico para el sociólogo sería lo que los hablantes-oyentes asumen que “todo
el mundo sabe”. Así, el conocimiento tácito de los miembros acerca de “lo que todo
el mundo sabe” es inherente al comportamiento normal.
Un concepto central de este capítulo es que los “procedimientos interpretati-
vos” como opuestos a “las reglas superficiales” (normas) son similares, pero en mu-
chos sentidos diferentes, a la distinción chomskiana entre “estructura profunda” (la
que otorga una interpretación semántica a las oraciones) y “estructura superficial”
(la que destina interpretaciones fonéticas a las oraciones), puesto que los proce-
dimientos interpretativos son constitutivos del sentido que poseen los miembros
de la estructura o de la organización social. La adquisición de los procedimientos
interpretativos le proporciona al actor una base para la atribución de significado a
su entorno o un sentido de la estructura social, orientándolo así hacia la relevan-
cia de “las reglas superficiales” o las normas. Esta distinción fundamental entre
procedimientos interpretativos y reglas superficiales rara vez es reconocida por las
teorías sociológicas convencionales. La forma convencional de sugerir la existencia
de procedimientos interpretativos consiste en referirse a la noción de “definición
de la situación”. Pero al utilizar esta frase, el sociólogo no intenta especificar la es-

254 Revista Sociedad Nº 33


tructura de las normas y de las actitudes, ni indicar el modo en que las normas y
las actitudes internalizadas hacen que el actor sea capaz de atribuir significado a su
entorno, ni el modo en que tales normas se adquieren y asumen un uso regulado
evolutivamente. La estrategia tradicional del sociólogo consiste en dotar a su mo-
delo de actor con la habilidad de atribuir significados, pero sólo después de asumir
que las actitudes y las normas internalizadas proporcionan guías automáticas para
el desempeño del rol. Se da por sentado que la internalización de las normas con-
duce a una aplicación automática de las reglas en los acontecimientos pertinentes.
La pertinencia, sin embargo, no es explicada, ni vista como algo constreñido de
modo evolutivo y situacional. Cuando se dice que surge una desviación, se trata de
la desviación vis–à–vis las reglas superficiales idealizadas tal como son concebidas
por los miembros y/o por los sociólogos. Pero las reglas superficiales o normas
presuponen procedimientos interpretativos y solo pueden ser consultadas después
del hecho (como reglas escritas o costumbres sociales) a fin de revelar la detección
y el etiquetamiento de la desviación.
El problema del significado o de las interpretaciones semánticas de las oraciones
(como delimitado por reglas gramaticales formales o a través de textos abiertos) es
similar a la idea de las normas y las actitudes inherentemente significativas e inter-
nalizadas; esto implica que existe un léxico con significados obvios para todos los
usuarios competentes. Pero las construcciones lingüísticas o filosóficas tales como
las presentadas por Fodor y Katz (1964), Katz y Postal (1964), o Katz (1966), no son
muy útiles puesto que las entradas lexicales de los diccionarios y los procedimientos
de búsqueda para la obtención de categorías semánticas del lenguaje son de poca
utilidad para un antropólogo o para un sociólogo que se ocupe del habla natural de
los miembros, en la cual la atribución de significado en los escenarios cotidianos
depende de “lo que todo el mundo sabe”. Las expresiones críticas se generan bajo el
supuesto de que sus significados situados son obvios. En los escenarios de campo o
de laboratorio, quienes respondemos, sean éstos sujetos o investigadores, continua-
mente utilizamos “lo que todo el mundo sabe” para hacer preguntas, dar instruccio-
nes, escribir respuestas “satisfactorias”, e interpretar el contenido de las respuestas o
de las conversaciones. Los miembros, en las conversaciones naturales, obviamente
se ocupan de usos similares de “lo que todo el mundo sabe”. La confianza en el
conocimiento de sentido común dado por sentado facilita los intercambios prác-
ticos. Nos ocupamos de léxicos orales cuya relación con los diccionarios escritos
es desconocida y con frecuencia remota o irrelevante. La adquisición de este léxico
oral por parte de los niños, y de una gramática que permita las manipulaciones y el
uso competente del léxico, está enclavada en un campo semántico que sólo puede
comprenderse por referencia a la adquisición de los procedimientos interpretativos

La adquisición de la estructura... 255


o de un sentido de la estructura social. La adquisición evolutiva de los procedimien-
tos interpretativos supone que un input semántico al sonido y a la sintaxis significa
que existen procedimientos interpretativos iniciales o simplificados que preceden o
acompañan la adquisición de la gramática.
Hay aquí dos problemas que requieren esclarecimiento:
1. Debe distinguirse el establecimiento de un léxico y de reglas para la transfor-
mación de ítems lexicales en significados cognitivos (como opuesto a los escena-
rios situados o reales) respecto de los procedimientos interpretativos que hacen a
los ítems lexicales relevantes en contextos sociales reales. La idea de performance
requiere una ampliación de los significados de diccionario en su uso socialmente
organizado en escenarios de acción en desarrollo (cf. Gumperz, 1966).
2. Los procedimientos interpretativos siempre son operativos dentro de, o en re-
ferencia a, escenarios sociales, y su uso necesario para hacer que las normas sean
reconocidas y relevantes en casos particulares y generales significa que las cuestiones
semánticas no son independientes de los aspectos sintácticos, fonológicos y ecológi-
cos, o de los movimientos corporales y los gestos situados. Además, las propiedades
que componen los procedimientos interpretativos no son hipotéticas sino que se las
puede obtener a partir de manipulaciones conductuales de los escenarios socialmen-
te dispuestos. Por lo tanto, los procedimientos interpretativos no deben igualarse ni
confundirse con las reglas sintácticas de estructura profunda, más allá de la sugerida
similitud en su función. Por último, la necesaria confianza en un corpus de cono-
cimiento de sentido común (de “lo que cualquiera sabe”) no debe confundirse con
cuestiones sustantivas mentadas o truncadas que surgen en los intercambios reales
entre los miembros. El uso de y la confianza de los miembros en este corpus supuesto
constituyen propiedades invariantes de los procedimientos interpretativos.

LA ADQUISICIÓN DEL LENGUAJE Y EL SIGNIFICADO

El problema del significado para el antropólogo o para el sociólogo puede enun-


ciarse así: cómo es posible que los miembros de una sociedad o de una cultura ad-
quieran un sentido de la estructura social que les permita negociar las actividades co-
tidianas. Sin embargo, la adquisición evolutiva de los procedimientos interpretativos
y de las reglas superficiales por parte de los niños no puede ignorar una teoría de la
adquisición del lenguaje congruente con una teoría lingüística. Los trabajos recientes
(McNeill, 1966a; Lyons y Wales, 1966) que enfatizan la necesidad de coordinar la for-
mulación de una teoría lingüística con estudios acerca de la adquisición del lenguaje
deben ser complementados por los antropólogos y los sociólogos; el input semántico
a la fonología y a la sintaxis es más que una función de un dominio lexical existente

256 Revista Sociedad Nº 33


formalizado por un diccionario con procedimientos apropiados de búsqueda para
decidir o atribuir significado a las expresiones. La referencia a la competencia y a
las actividades performativas de los hablantes nativos requiere algún compromiso
respecto de cómo puede indagarse la primera a través de las segundas en estudios
empíricos y respecto de cómo ambas dependen de una adquisición evolutiva de los
procedimientos interpretativos para adquirir y restituir (o invocar) un vocabulario
o una terminología apropiada en encuentros reales. De este modo, el vocabulario
del niño es filtrado por sus procedimientos interpretativos y su restitución depende
de la misma estructura vis–à–vis las decisiones de reconocimiento referentes a su
pertinencia en interacciones en curso. Ninguna referencia a la exposición del niño al
habla de los adultos y a la imitación que de él hace puede ignorar el rol de los proce-
dimientos interpretativos en la atribución de relevancia a este habla y la recuperación
de información almacenada disparada por la autoestimulación y/o la percepción e
interpretación de un entorno de objetos a lo largo del tiempo.
La proposición según la cual los niños adquieren una rica e intrincada compe-
tencia gramatical en el plazo de unos treinta meses (desde alrededor de los diecio-
cho hasta los cuarenta y ocho meses de edad) sugiere la aseveración paralela acerca
de la evolución de procedimientos interpretativos previa a y durante este período
de la evolución del lenguaje. Para el antropólogo y el sociólogo el input semántico
a los componentes fonológicos y sintácticos durante la adquisición de la gramática
debe ir más allá de una referencia a:

1. Las reglas de derivación relativas a funciones y relaciones gramaticales.


2. Las reglas de subcategorización relativas a los lineamientos sintácticos para
subcategorizar categorías lexicales.

Se dice que el componente sintáctico de una gramática está compuesto por una
base que genera estructuras profundas. Las estructuras profundas reciben las inter-
pretaciones semánticas de los ítems lexicales en las oraciones y de las funciones y las
relaciones gramaticales que los ítems lexicales poseen en las estructuras subyacen-
tes. Una parte transformacional de la teoría gramatical que es únicamente interpre-
tativa convierte las estructuras profundas en las estructuras superficiales. Chomsky
(1965: 141–2) proporciona una exposición sucinta de la forma de la gramática:

Una gramática contiene un componente sintáctico, un componente semántico y


un componente fonológico. Los dos últimos son puramente interpretativos; no in-
tervienen en la generación recursiva de las estructuras de las oraciones. El compo-
nente sintáctico está integrado por una base y un componente transformacional.
La base, a su vez, está integrada por un subcomponente categorial y un lexicón.
La base genera estructuras profundas. Una estructura profunda ingresa al compo-

La adquisición de la estructura... 257


nente semántico y recibe una interpretación semántica; y es formada por las reglas
transformacionales en una estructura superficial, a la cual le es dada entonces una
interpretación fonética de acuerdo con las reglas del componente fonológico. De
este modo, la gramática asigna interpretaciones semánticas a señales, siendo esta
asociación mediada por las reglas recursivas de los componentes sintácticos.
El subcomponente categorial de la base está integrado por una secuencia de reglas
reescriturales libres de contexto. La función de estas reglas es, en esencia, definir
un sistema de relaciones gramaticales que determinen la interpretación semánti-
ca, y especificar un orden abstracto subyacente de elementos que haga posible el
funcionamiento de las reglas transformacionales....
El lexicón está integrado por una serie no ordenada de entradas lexicales y de cier-
tas reglas de redundancia. Cada entrada lexical es una clase de rasgos. Algunos de
estos son rasgos fonológicos deducidos de una particular clase universal de rasgos
fonológicos (el sistema de los rasgos distintivos). La clase de rasgos fonológicos
en una entrada lexical puede ser extractada y representada como una matriz fo-
nológica que sustenta la relación “es un” para cada rasgo sintáctico especificado
perteneciente a la entrada lexical. Algunos de esos rasgos son rasgos semánticos.
Éstos, también, son presumiblemente deducidos de un “alfabeto” universal, pero
hoy en día se sabe poco acerca de esto, y nada se ha dicho aquí al respecto.

La formulación de Chomsky subraya el rol del componente sintáctico de la


gramática para atribuir significado al lexicón de su base y a las señales producidas
por la trasformación de la estructura profunda en interpretaciones fonéticas de la
estructura superficial. Si las reglas sintácticas rigen al lexicón y a las reglas reescri-
turales libres de contexto al definir las relaciones gramaticales que determinan las
interpretaciones semánticas, entonces, la estructura de la interacción social (o los
rasgos escénicos de los escenarios sociales) no tendría un estatus independiente,
sino que siempre sería “conocida” por los miembros de una sociedad vis–à–vis
las reglas gramaticales. Por lo tanto, la realidad social sería generada por rasgos
universales del lenguaje poseídos por todos los seres humanos competentes (“nor-
males”). Las diferencias culturales presumiblemente se originarían en algún orden
más elevado y aún desconocido de reglas gramaticales que permitiría variaciones
de expresión, pero que continuaría siendo consistente con los rasgos universales
de los tres componentes de la gramática. El componente semántico y su subordi-
nación a la sintaxis en la formulación de Chomsky resultan confusos y adolecen
de un desarrollo empobrecido. Asumiré que esto puede ignorarse y propondré una
construcción diferente que reivindique la interacción entre las formas particulares
de la gramática realmente utilizadas en los intercambios sociales cotidianos (no las
formas ideales libres de contexto utilizadas por algunos lingüistas), y las interpre-
taciones de las performances del lenguaje que pueden hacerse independientemente
de las estructuras sintácticas, o donde el conocimiento sintáctico resulta engañoso
o bien de un uso limitado. En consecuencia, las reglas sintácticas formales pueden

258 Revista Sociedad Nº 33


ser generadas en los escenarios culturales o pueden permanecer como tradiciones
orales: sin embargo, una vez que están disponibles y son utilizadas de modos pres-
criptos y sancionados socialmente, ellas constriñen (si bien no completamente) las
interpretaciones atribuidas por los miembros. La existencia o la falta de constreñi-
mientos sigue siendo un problema empírico escasamente abordado por los inves-
tigadores. En vez de inmiscuirnos en una discusión de la hipótesis Humboldt–Sa-
pir–Whorf, creo que la cuestión puede esclarecerse si nos preguntamos cómo son
socializados los nuevos reclutas de una sociedad y cómo adquieren un sentido de la
estructura social. El hecho de que los trabajos recientes en psicolingüística evoluti-
va hayan utilizado un modelo de gramática generativa para estudiar la adquisición
de la sintaxis proporciona material adicional para examinar la correspondencia
sintáctico-semántica y para sugerir qué propiedades podría contener un compo-
nente semántico independiente.
La importancia de adoptar un abordaje evolutivo para los problemas de los
procedimientos interpretativos y de la adquisición de las reglas superficiales con-
siste en que los adultos están continuamente suministrándole a los niños ítems o
categorías lexicales cuyo significado puede determinarse sólo parcialmente por re-
ferencia a los diccionarios orales o escritos de los adultos, y donde las instrucciones
de los adultos a los niños acerca del significado no son equivalentes al uso de un
adulto de los diccionarios escritos. Los diccionarios orales de los niños pequeños
han sido denominados “holofrásticos” (McNeill, 1966a: 63) porque se presume que
las palabras de tal corpus representan oraciones. Dichas palabras revelan la necesi-
dad de una noción como la de procedimientos interpretativos para la comprensión
de la habilidad del niño para determinar la pertinencia. Las instrucciones que se les
da a los niños requieren problematizar las nociones de los adultos acerca de “lo que
todo el mundo sabe”. Por esto, la propuesta de Chomsky puede ser explorada en
los lenguajes naturales tratando al proceso de socialización como un escenario ex-
perimental en el que las performances generan intercambios útiles para esclarecer
cómo podría atribuírsele competencia a los niños. Las instrucciones de los adultos,
por lo tanto, presuponen la competencia y las relevancias sintácticas, fonológicas y
semánticas. Brown y Bellugi (1964) también sugieren que hay una cosmovisión (o
una cosmovisión ligada a la cultura) comunicada por estas instrucciones, pero no
dicen cómo se desarrolla en el niño la concepción de la estructura social.
Parto del supuesto de que una visión del mundo [world view] constituye una
forma inestable que posee el observador para hablar de los tipos actitudinales de
orientación al propio entorno, sustantivos y culturalmente delimitados, y no una
especificación de las propiedades universales de los procedimientos interpretati-
vos para la adquisición de un sentido general de la estructura social. Parece ra-

La adquisición de la estructura... 259


zonable proponer que los resultados sustantivos particulares generados por los
procedimientos interpretativos están culturalmente delimitados y hacen posible
el reconocimiento de las formas normales de los objetos y los eventos, la presencia
de peligro, un sentido de lo justo o de la injusticia en los escenarios culturales.
Los procedimientos interpretativos preparan el entorno para las consideraciones
sustantivas o prácticas en las cuales se asume que una visión del mundo es un es-
quema de orientación central y abstracto. Sin embargo, la visión del mundo (o las
visiones del mundo relacionadas) de una cultura en particular no es un esquema
de orientación invariante, y como los tipos de gramáticas asequibles (Chomsky,
1965: 35) no debe ser igualada con los rasgos universales de los procedimientos
interpretativos necesarios para una adecuada estipulación de cómo es posible el
orden social y cómo es mantenido a lo largo del tiempo. La generación o produc-
ción de las estructuras sociales, su permanencia y su cambio a lo largo del tiempo,
entonces, puede ser observada en la adquisición innovadora y evolutiva del niño de
los procedimientos interpretativos y de las reglas superficiales.
La visión que sostiene que el niño pequeño habla fluidamente un lenguaje eso-
térico y que no produce meramente un lenguaje adulto incompleto e inadecuado
que puede ser analizado con categorías de la gramática adulta (McNeill, 1966a:
16; 1966b) resulta relevante para describir la adquisición de los procedimientos
interpretativos. La concepción del mundo social del niño no debe ser estudiada
imponiendo como hasta ahora las nada claras concepciones de los adultos acerca
de las estructuras sociales normales. Si bien los procedimientos interpretativos ini-
ciales no le permiten al niño comprender el humor del adulto, los dobles sentidos,
las antinomias, etcétera, sí generan estructuras sociales infantiles esotéricas en las
cuales es posible temer a los animales disecados en una muestra en un museo, ser
llevado por brujas en la noche, y creer en la existencia de Batman y Robin.
El sociólogo no puede contentarse con una descripción de la performance del
niño en los escenarios sociales sino que debe explicar las actividades relativas al
comportamiento con un modelo del modo en el que los procedimientos interpre-
tativos del niño y las reglas de competencia superficiales generan manifestaciones
relativas al comportamiento. La noción de que el niño posee una gramática simple,
la cual genera un habla telegráfica (Brown y Fraser, 1963; Brown y Bellugi, 1964;
McNeill, 1966a), implica que el sentido de la estructura social del niño (sus proce-
dimientos interpretativos y las reglas de competencia superficiales) genera concep-
ciones infantiles de la organización social.
Es difícil convencer al niño de tres y cuatro años de edad que los “monstruos” y
“los hombres malos” no van a hacerlo sufrir “de alguna manera” con su asquerosa
maldad, del mismo modo en que es difícil convencerlo de los peligros de cruzar la

260 Revista Sociedad Nº 33


calle. El niño adquiere inicialmente las propiedades simples de los procedimientos
interpretativos y de las reglas superficiales que le permiten detectar tipos restrin-
gidos de las formas normales en la entonación de la voz, la apariencia física, las
expresiones faciales, la causa y el efecto, los comienzos y los finales de las historias,
los juegos simples, etcétera; el niño encuentra difícil, si no imposible, comprender
las excepciones y las explicaciones de las mismas, que frecuentemente terminan
con: “así son las cosas”. Las descripciones de los adultos a los niños sobre el “por
qué” de la vida cotidiana proveen una rica fuente de información acerca de las
nociones de los adultos acerca de las estructuras sociales simplificadas. Como ha
sido sugerido por McNeill (1966a: 51) con relación al habla temprana del niño –su
competencia gramatical severamente limitada que no refleja la operación de las re-
glas transformacionales–, la habilidad del niño para comprender las sutilezas de la
organización social, particularmente las reglas superficiales que involucran la po-
sesión de la propiedad, privacidad, o las sutilezas de la combinación de los proce-
dimientos interpretativos y de las reglas superficiales contenidas en las antinomias
y las bromas, requiere que se realicen transformaciones de significado por parte
de los adultos. El niño es forzado a suspender la relevancia de las apariencias, por
ejemplo, cuando se le dice que algo es venenoso cuando “luce como un caramelo”.
Sin embargo, sólo estoy especulando acerca de los problemas evolutivos en
la adquisición de los procedimientos interpretativos y de las reglas superficiales.
Poseemos escasa o poco sólida información empírica menos aún formulaciones
teóricas consistentes e imaginativas acerca de la adquisición en el niño de las pro-
piedades de los procedimientos interpretativos. Por lo tanto, es necesaria una dis-
cusión de los procedimientos interpretativos desde el punto de vista de la compe-
tencia del adulto.

ALGUNAS PROPIEDADES DE LOS PROCEDIMIENTOS INTERPRETATIVOS

El uso del término ‘reglas’ (o normas legales y extra-legales) en la vida cotidiana


usualmente refiere a una variedad de normas prescriptivas y prohibitivas (Morris,
1956; Bierstedt, 1957; Williams, 1960; Gibbs, 1966). He denominado a tales nor-
mas reglas superficiales. En este artículo trataré a las normas de la vida cotidiana
y a las reglas de procedimiento científicas como reglas superficiales legales y ex-
tra–legales que gobiernan tanto la conducta cotidiana como la indagación cientí-
fica, en consonancia con el trabajo reciente en etnometodología (Garfinkel, 1967).
Por etnometodología me refiero al estudio de los procedimientos interpretativos
y de las reglas superficiales en las prácticas sociales cotidianas y en las activida-
des científicas. Por este motivo, la preocupación acerca del razonamiento práctico

La adquisición de la estructura... 261


cotidiano se transforma en un estudio acerca del modo en el que los miembros
emplean procedimientos interpretativos para reconocer la relevancia de las reglas
superficiales y transformarlas en un comportamiento experimentado y ejecutado.
La investigación científica posee una concepción ideal o normativa acerca de cómo
es conducida la indagación, así como las estrategias implícitas o intuitivas segui-
das por los investigadores individuales y promovidas por diferentes “escuelas”. Los
paradigmas de la “ciencia normal” (Kuhn, 1962) surgen en diferentes campos para
definir de modo temporal estrategias de investigación obligatorias y cuerpos de pro-
posiciones aceptables. Como Michael Polanyi (1958) ha argumentado, el éxito del
científico en su investigación depende fuertemente del “conocimiento tácito” o del
conocimiento no expresado que no puede ser articulado en las reglas superficiales.
Los procedimientos interpretativos en la vida cotidiana y en la investigación cien-
tífica, sin embargo, no son “reglas” en el sentido de principios o prácticas generales
tales como las definiciones operacionales o las normas legales o extra-legales, donde
lo que está en discusión es el sentido de una norma o una práctica “correcta” o “in-
correcta”, prescriptiva o prohibitiva. En lugar de eso, ellas son parte de las propie-
dades ya demostradas, que pueden ser defendidas empíricamente pertenecientes a
cualquier indagación, que “aconsejan” al miembro acerca de una infinita colección
de manifestaciones conductuales y le proveen de un sentido de la estructura social
(o, en el caso de la actividad científica, proveen una orientación intuitiva en un área
de indagación). Parto del supuesto de que las reglas interpretativas y superficiales
gobiernan la ciencia normal en el mismo sentido en el que los comportamientos
cotidianos requieren que los miembros generen y utilicen explicaciones descrip-
tivas “aceptables” acerca de sus entornos; los científicos buscan explicaciones de la
realidad que puedan ser vistas y aceptadas como manifestaciones inteligibles y re-
conocibles. Los procedimientos científicos orientan la concepción del investigador
acerca de las reglas superficiales de la ciencia normal en la práctica normativa o real.
No se le puede enseñar al niño a comprender y a utilizar las reglas a menos que
adquiera un sentido de la estructura social, esto es, un fundamento para la atribu-
ción de significado a su entorno. La adquisición de las reglas del lenguaje es como
la adquisición de las normas; ambas presuponen procedimientos interpretativos.
El niño debe aprender a articular una regla general o un principio (una norma) con
un evento o un caso particular que cae, por así decirlo, bajo la regla general (Rawls,
1955). No existen reglas superficiales que instruyan al niño (o al adulto) acerca de
cómo debe ser realizada tal articulación.
Los miembros de una sociedad deben adquirir la competencia de atribuir sig-
nificado a su entorno de modo tal que las reglas superficiales y su articulación con
casos particulares puedan realizarse. Por este motivo, los procedimientos interpre-

262 Revista Sociedad Nº 33


tativos constituyen propiedades invariantes del razonamiento práctico cotidiano
necesario para la atribución de sentido a las reglas sustantivas que los sociólogos
usualmente denominan normas. Las reglas superficiales, por lo tanto, requieren
siempre de algún conocimiento o reconocimiento de las particularidades que po-
drían presentar a las reglas dadas como apropiadas y útiles para la comprensión y
el manejo de las manifestaciones conductuales reales. Por este motivo, todas las
reglas superficiales conllevan una estructura u horizonte abierto vis–à–vis la colec-
ción delimitable de significados hasta el momento en el que son conectadas a los
casos particulares por medio de los procedimientos interpretativos.
Los procedimientos interpretativos de conexión y las reglas superficiales asu-
men un modelo generativo en el sentido del trabajo de Chomsky en gramática
generativa o transformacional. Los procedimientos interpretativos preparan y
mantienen un entorno de objetos por inferencia y acción vis–à–vis una visión del
mundo culturalmente delimitada y las reglas superficiales escritas y “conocidas en
común”. Y como toda gramática generativa no constituye un modelo para un ha-
blante o un oyente (Chomsky, 1965: 9), sino un fundamento para revelar cómo es
posible el uso real, la idea de una estructura social generativa o praxiológica (Ko-
tarbinski, 1962; Hix, 1954; Garfinkel, 1956) no es un modelo para los miembros
bien socializados de una sociedad sino un intento de mostrar:

1. El modo en el que la adquisición de los procedimientos interpretativos y


de las reglas superficiales resulta necesaria para la comprensión de las
actividades cotidianas de los miembros.
2. El modo en el que los miembros y los investigadores atribuyen descripciones
estructurales a todas las formas de organización social.

Una perspectiva generativa o praxiológica análoga es sugerida en el comentario


de Goodenough (1964: 36): “Desde mi punto de vista, la cultura de una sociedad
consiste en todo aquello que uno debe saber o creer a fin de operar de una forma
aceptable para sus miembros, y para hacer eso en cualquier rol que ellos acepten
para cualquiera de tales miembros”. Dicho de otra forma, ¿qué es lo que debe co-
nocerse acerca de las propiedades de los procedimientos interpretativos y de las
reglas superficiales de modo de programar las actividades de los sujetos (en campo
y en escenarios experimentales) a fin de que tal comportamiento pueda ser reco-
nocido como una actividad social “normal” o rutinaria (o inusual o extraña) por
los miembros?
Nuestro conocimiento actual de la naturaleza de los procedimientos interpreta-
tivos es escaso. No pretendo sugerir o reclamar la existencia de una lista “completa”

La adquisición de la estructura... 263


(o de cualquier “lista”) sino que describiré simplemente unas pocas propiedades
para facilitar discusiones futuras.

1. La reciprocidad de perspectivas. Schütz (1953, 1955) describe esta propiedad


como formada por:

(a) La idealización de los miembros de la intercambiabilidad de los puntos de vista


por la cual tanto el hablante como el oyente dan por sentado que cada uno (A
asume esto de B y B asume esto de A, y viceversa) podría probablemente tener
las mismas experiencias del escenario inmediato si intercambiaran los lugares, y

(b) que hasta nuevo aviso (la emergencia de evidencia-contraria) tanto el hablante
y como el oyente asumen que cada uno puede dejar de lado, para el propósito
a mano, cualquiera que sean las diferencias originadas en su forma personal de
atribuir significado a, y de decidir la relevancia de, las actividades cotidianas, de
modo tal que cada uno puede interpretar el entorno de objetos del cual se están
ocupando de un modo idéntico a los fines de la actividad práctica en cuestión.
Un corolario de esta propiedad es que los miembros asumen, y asumen que los
otros asumen de ellos, que sus explicaciones descriptivas o sus expresiones serán
rasgos inteligibles y reconocibles de un mundo conocido en común y dado por
sentado. El hablante asume que el oyente esperara que él emita expresiones
que sean reconocibles e inteligibles, y el hablante también asume que sus
explicaciones descriptivas son productos aceptables y que serán recibidas de ese
modo por el oyente. Por último, el oyente asume que el hablante ha asumido esta
propiedad para el oyente, y espera cumplir con el comportamiento tácito pero
sancionado de aparentar ‘entender’ lo que está siendo discutido.

2. El supuesto del etcétera. Sugerir que los hablantes y los oyentes aprueban
el “entendimiento” de cada uno implica algo más que una reciprocidad de
perspectivas. Garfinkel (1964: 247-8) sugiere que el entendimiento requiere que un
hablante y un oyente “completen” o asuman la existencia de entendimiento mutuo
o de relevancias comunes acerca de lo que se está diciendo en ocasiones en las
que las explicaciones descriptivas son vistas como “obvias” y aun cuando no sean
inmediatamente obvias. La tolerancia hacia las expresiones vistas como no obvias
o no significativas depende de propiedades adicionales y de sus rasgos reflexivos.
El supuesto del etcétera cumple la importante función de permitir que las cosas
sucedan a pesar de su vaguedad o ambigüedad, o de permitir el tratamiento de
instancias particulares lo suficientemente significativas o comprensibles de modo

264 Revista Sociedad Nº 33


de permitir visualizar los elementos descriptivos como “apropiados”. Algo que
resulta crítico acerca del supuesto del etcétera es su dependencia respecto de los
elementos particulares del lenguaje en sí mismo (ítems lexicales, frases, expresiones
idiomáticas o dobles sentidos, por ejemplo) y respecto de los rasgos paralingüísticos
de los intercambios que intervengan en la “indexación” (Garfinkel, 1967) del curso
y el significado de una conversación. Retomo este problema más abajo. Pero nótese
que ni la reciprocidad de perspectivas ni el supuesto etcétera implican que el
consenso existe o es necesario; más bien, indican que un “acuerdo” supuesto para
comenzar, sostener y finalizar una interacción ocurrirá a pesar de la ausencia de
nociones convencionales acerca de la existencia de un consenso sustantivo que
explique las acciones involucradas.

3. Las formas normales. La referencia a la reciprocidad de perspectivas y al supuesto


del etcétera presupone la existencia de ciertas formas normales de conversación y de
apariencias aceptables en las cuales los miembros confían a fin de atribuir sentido
a sus entornos. Así, en las ocasiones en las que la reciprocidad de perspectivas esté
en duda (cuando la apariencia del hablante o del oyente, o la conversación en sí
misma, no es vista como reconocible o inteligible de tal forma que el supuesto del
etcétera no puede superar las discrepancias o las ambigüedades) tanto el hablante
como el oyente realizarán esfuerzos para normalizar las supuestas discrepancias
(esto es similar al sentido de la reducción de la disonancia o de la incongruencia,
cf. Festinger, 1957; Brown, 1962; 1965). Sin embargo, a diferencia del interés del
psicólogo social en la disonancia, la atención del antropólogo-sociólogo debe estar
dirigida hacia el reconocimiento y a la descripción de las formas normales, y hacia
cómo los comportamientos lingüísticos y paralingüísticos de los miembros revelan
los modos en los cuales los procedimientos interpretativos y las reglas superficiales
se ponen en duda y los modos en los cuales el escenario social es mantenido
como disonante o es reestablecido algún sentido de normalidad. Los miembros
competentes (aquellos que pueden esperar dirigir sus asuntos sin interferencia y
ser tratados como “tipos aceptables”) reconocen y emplean formas normales en
la interacción cotidiana bajo el supuesto de que toda comunicación está arraigada
en un cuerpo de conocimiento común o “lo que todo el mundo sabe” (Garfinkel,
1964; 237-8).

4. El sentido retrospectivo-prospectivo de los acontecimientos. La conversación ru-


tinaria depende de la espera tanto de los hablantes como de los oyentes de las ex-
presiones subsiguientes con el objeto de decidir qué es lo que se quiso decir con
anterioridad. Los hablantes y los oyentes suponen que lo que cada uno dice al otro

La adquisición de la estructura... 265


posee, o poseerá en algún momento subsiguiente, el efecto de esclarecer una ex-
presión ambigua presente o una explicación descriptiva con matices promisorios.
Esta propiedad de los procedimientos interpretativos posibilita al hablante y al
oyente mantener un sentido de la estructura social a pesar de la vaguedad asumi-
da o deliberada de parte de los participantes en un intercambio. La espera de las
expresiones subsiguientes (que podrían nunca llegar) para esclarecer las explica-
ciones descriptivas presentes, o “descubrir” que las observaciones o los incidentes
precedentes esclarecen ahora una expresión actual, dota de continuidad a la comu-
nicación cotidiana.
Las propiedades de los procedimientos interpretativos han sido ignoradas por-
que los sociólogos las han dado por sentadas en la prosecución de su propia inves-
tigación, particularmente la investigación en su propia sociedad. En consecuencia,
el sociólogo invoca las propiedades de las reglas interpretativas como una parte
necesaria de la producción de sentido de las actividades y de los entornos de los
miembros que él estudia, y su uso de estas propiedades es derivado de su propia
pertenencia a la sociedad, no de su entrenamiento profesional o del conocimiento
obtenido en su investigación. Los miembros utilizan las propiedades de los proce-
dimientos interpretativos para esclarecer o producir un sentido rutinario en sus
propios entornos, y los sociólogos deben ver tales actividades (y su propio trabajo)
como métodos prácticos para construir y sostener el orden social.
Garfinkel (1966) ha sugerido que las propiedades del razonamiento práctico
(lo que yo denomino procedimientos interpretativos) deben ser vistas como una
colección de instrucciones de los miembros para los miembros, y como una espe-
cie de retroalimentación (feedback) continua (reflexiva) por medio de la cual los
miembros atribuyen significado a su entorno. Los procedimientos interpretativos,
por lo tanto, poseen rasgos reflexivos que conectan sus propiedades con los esce-
narios reales de modo tal que las reglas superficiales pertinentes son vistas como
relevantes para la inferencia o para la acción inmediata o futura. Los rasgos reflexi-
vos de la conversación expresan que las propiedades de los procedimientos inter-
pretativos, como una colección, son reflexivas porque ellas son necesarias para que
los miembros se orienten a sí mismos

(a) En presencia de, pero no en contacto con (por ejemplo, conducir un auto
solo) otros miembros.
(b) Durante intercambios cara a cara o telefónicos.
(c) En ausencia del contacto real con otros.
Las propiedades de los procedimientos interpretativos proveen a los miembros
de un sentido del orden social durante los períodos de vida solitaria, y son inheren-

266 Revista Sociedad Nº 33


tes a los contactos reales con los otros (aun cuando el contacto varíe desde caminar
solo en una calle atestada de gente, a sentarse en un autobús sin conversar, hasta
intercambios reales con otros). Dentro de una conversación y en ausencia de con-
versación, los rasgos reflexivos de los procedimientos interpretativos operan a fin
de proveer a los miembros de una retroalimentación continua acerca del sentido
rutinario de lo que está sucediendo. En consecuencia, los rasgos físicos del escena-
rio ecológico, la presencia o la ausencia de los miembros, la existencia o la ausencia
de conversación y de los rasgos de una charla dentro de una conversación, todo
esto provee a los participantes de “instrucciones” continuas para orientarse a sí
mismos hacia su entorno y para decidir cursos de acción e inferencias apropiadas.

5. La conversación en sí misma como reflexiva. La conversación es reflexiva para


los participantes porque es vista como algo fundamental para los escenarios “nor-
males”. No me estoy refiriendo al contenido de la conversación sino simplemente a
su presencia durante el habla [speech] y a la expectativa de que las formas particu-
lares del habla le darán al escenario la apariencia de algo reconocible e inteligible.
El ritmo temporal del habla (como opuesta a la dubitación deliberada o fortuita y
a las alteraciones de las formas normales de los contornos de entonación) y el rit-
mo temporal de los períodos de silencio o los recordatorios ocasionales del habla
normal tales como el “uh huh”, “ya veo”, “ah”, “oh”, guían reflexivamente tanto al
hablante como al oyente a lo largo de los intercambios. El observador debe también
hacer uso de los rasgos reflexivos para atribuir la forma normal de significación a
un escenario o a una secuencia de escenarios como una condición para decidir el
contenido de la conversación.
La conversación provee a los miembros de información acerca de la pertinencia
de los acontecimientos. Garfinkel nota que la conversación es un rasgo constitutivo
de todos los escenarios porque los miembros cuentan con su presencia como una
indicación de que “todo está bien”, y los miembros también utilizan la conversación
como un rasgo “inherente” de algunos acuerdos acerca de las actividades a fin de
producir una explicación descriptiva de esos mismos acuerdos. Así, la explicación
de los miembros acerca de algunos acuerdos descansa en la conversación en sí mis-
ma como una forma necesaria de comunicar los elementos reconocibles e inteligi-
bles de un escenario. La conversación está continuamente plegada sobre sí misma,
de modo tal que la presencia de la conversación “apropiada” y de la conversación
adicional provee tanto el sentido de “todo está bien” como de un fundamento que
sirve a los miembros para describir los acuerdos de modo exitoso.
6. Los vocabularios descriptivos como expresiones indexicales. En la recomen-
dación de rasgos reflexivos adicionales de las propiedades de los procedimientos

La adquisición de la estructura... 267


interpretativos retomé la discusión planteada por Garfinkel acerca de cómo los
miembros dan por sentado su dependencia respecto de la existencia y el uso de los
vocabularios descriptivos para manejar los cuerpos de información y las activida-
des, donde los vocabularios mismos son rasgos constitutivos de las experiencias que
ellos mismos describen. Los vocabularios constituyen un índice de la experiencia.
Sin embargo, las experiencias, en el curso en el que son generadas o transformadas,
adquieren elementos de los vocabularios como parte del proceso generativo y per-
miten la recuperación de la información indexada por los elementos seleccionados
de los vocabularios originales. Garfinkel utiliza los catálogos de las librerías como
un ejemplo de este rasgo reflexivo del razonamiento práctico. Los títulos utilizados
para indexar los artículos a fin de facilitar la búsqueda de algo son invariablemen-
te parte del vocabulario que intervino en las terminologías o los vocabularios de
las mismas experiencias que ellos describen. Los catálogos son terminologías y
vocabularios de las experiencias que ellos describen. Varios años atrás Bar-Hillel
(1964) notó la necesidad de las expresiones indexicales en el lenguaje ordinario,
afirmando que el contexto es esencial pero que diferentes oraciones podrían re-
querir un conocimiento de sentido común diferente o un conocimiento de sentido
común supuesto para darles algún tipo de interpretación. Así, podría ser necesario
saber cuándo fue realizada la expresión, quién la realizó, y su carácter temporal.
No puede afirmarse la importancia de las expresiones indexicales conversacionales
o escritas meramente como un problema en un contexto pragmático; más bien,
se requiere alguna referencia al rol de “lo que todos saben” en la decisión sobre la
indexicalidad de la expresión o de alguna parte de la expresión. La importancia de
los vocabularios descriptivos como expresiones indexicales descansa en el hecho
de que provee tanto a los miembros como a los investigadores de “instrucciones”
para recuperar o restablecer la relevancia “completa” de la expresión; sugiriendo
lo que cualquiera debe suponer o “completar” para capturar la fidelidad de una
expresión truncada o indexical cuyo sentido requiere de una especificación de los
supuestos comunes acerca del contexto (el tiempo o la coyuntura de la expresión,
quién era el hablante, dónde fue realizada la expresión, etcétera). Brown y Bellugi
(1964: 146-7) sugieren elementos para analizar este problema en la discusión sobre
las ampliaciones del habla de los niños que realizan los padres:

¿Cómo decide una madre acerca de la ampliación correcta de una de las expre-
siones de su niño? Considérese la expresión “Eve almuerzo”. En lo que concierne
a la gramática esta expresión podría ser apropiadamente ampliada en una forma
cualquiera entre muchas: “Eve está almorzando”; “Eve ha almorzado”; “Eve habrá
almorzado”; “El almuerzo de Eve”; etcétera. En la ocasión en la que Eve produjo

268 Revista Sociedad Nº 33


la expresión, sin embargo, una ampliación parecía más apropiada que cualquier
otra. Entonces era el mediodía, Eve estaba sentada a la mesa con un plato de co-
mida antes de que su cuchara y sus dedos estén ocupados. En estas circunstancias
“Eve almuerzo” tenía que significar ‘Eve está almorzando’. Un poco más tarde,
cuando el plato había sido apilado en el fregadero y Eve estaba bajando de su silla,
la expresión “Eve almuerzo” podría haber sugerido la ampliación “Eve ha tomado
su almuerzo”. La mayoría de las ampliaciones son sensibles no sólo a las palabras
del niño, sino también a las circunstancias que acompañan sus expresiones.

Brown y Bellugi están interesados en el modo en el que la madre decide la


pertinencia de las ampliaciones bajo constreñimientos situacionales. Sin embargo,
hay aquí varios problemas: la visión de la expresión telegráfica del niño como re-
flejo de una gramática sencilla de menor complejidad que la gramática del adulto
(que dota de este modo al niño de una competencia limitada); la ampliación del
adulto, la cual codifica elementos de la organización social no codificados por las
expresiones telegráficas del niño; la expresión del niño como indexical a la gramá-
tica del niño; y la diversidad de ampliaciones del adulto decididas de acuerdo a la
indexicalidad considerada pertinente bajo los constreñimientos situacionales o el
contexto. No debemos confundir las formas normales del niño y la habilidad del
niño para reconocer y utilizar expresiones indexicales con el acervo del adulto de
las formas normales y el uso típico de las expresiones indexicales para codificar
concepciones de la organización social más amplias que aquellas poseídas por el
niño. Cuando Brown y Bellugi (1964: 147-8) sugieren que la ampliación que realiza
la madre del habla del niño es algo más que enseñar gramática, ya que está prove-
yendo al niño con elementos de una visión del mundo, existe la presunción de una
adquisición evolutiva de la estructura social. Por lo tanto, la creación por parte del
niño de significados sociales no provistos por el modelo del adulto iría en paralelo
con la creación de una gramática de los niños que no está basada exclusivamente
en el modelo provisto por un adulto sino generada por elementos innovadores de
la estructura gramatical profunda del niño. Los intentos creativos del niño en la
construcción de la realidad social o de la estructura social y la gramática pueden
ser vistos como generados por una concepción sencilla de indexicalidad surgida
de etapas evolutivas en la adquisición de las propiedades de los procedimientos
interpretativos y de las reglas de la estructura gramatical profunda. La adquisición
de los procedimientos interpretativos iría en paralelo a la adquisición del lenguaje,
con los procedimientos interpretativos del niño siendo reemplazados o desplaza-
dos gradualmente por los procedimientos interpretativos del adulto.
Una condición necesaria de la socialización humana o animal, por lo tanto, es
la adquisición de procedimientos interpretativos. Las condiciones suficientes para

La adquisición de la estructura... 269


un apropiado uso del lenguaje y de las reglas interpretativas en los escenarios reales
incluyen:

1. La adquisición de reglas infantiles (transformadas gradualmente en reglas


superficiales adultas).

2. Los procedimientos interpretativos y sus lineamientos reflexivos como


instrucciones para la negociación de los escenarios sociales a lo largo del
tiempo.

En consecuencia, los miembros están continuamente dándose instrucciones


entre sí (indicios verbales y no verbales y contenido) de acuerdo a sus intencio-
nes, características sociales, biografías, y cosas por el estilo. Los procedimientos in-
terpretativos y sus lineamientos reflexivos proveen de instrucciones continuas a los
participantes de modo tal que puede decirse que los miembros están programando
mutuamente las acciones al desplegarse el escenario. Todo aquello que incorporan
los miembros como parte de su socialización normal es activado por los escena-
rios sociales, pero no existe una programación automática; los procedimientos in-
terpretativos y los lineamientos reflexivos de los participantes se transforman en
instrucciones al procesar los escenarios conductuales de las apariencias, los movi-
mientos físicos, los objetos, los gestos y los sonidos, en inferencias que posibilitan
la acción. La adquisición progresiva de los procedimientos interpretativos y de las
reglas superficiales se ve reflejada en el modo en que interactúan los niños y los
adultos, o en el modo en que los niños interactúan con otros niños. Continuamen-
te los niños ensayan su adquisición de la estructura social (y del lenguaje) de mo-
dos que recuerdan al ensayo de los adultos para una pieza teatral o a la traducción
de una obra escrita en una producción en vivo. Pero en los últimos casos los proce-
dimientos interpretativos y las reglas superficiales ya son elementos incorporados
de los actores, mientras que en los niños es posible observar diferentes etapas de
complejidad a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la habilidad del niño para aprender
las reglas superficiales que regulan un juego sigue una secuencia evolutiva, y su
habilidad para decidir la pertinencia y la aplicabilidad de las reglas superficiales es
siempre una función del desarrollo de los procedimientos interpretativos.
La concepción del niño de la “justicia” en los juegos, en las piezas teatrales o
en escenarios familiares no puede ser especificada por referencia a las reglas su-
perficiales. Tampoco cualquier concepción de las normas disponible actualmente
en la literatura sociológica proveerá de un fundamento para explicar cómo el niño
aprende a la larga a distinguir entre los juegos y sus formas normales, y entre las
actividades de la vida cotidiana y sus formas normales. Lo que parece plausible, a

270 Revista Sociedad Nº 33


pesar de la evidencia escasa y no empírica, es que los niños adquieren los procedi-
mientos interpretativos con anterioridad al uso del lenguaje, y que ellos desarrollan
las formas normales de entonación de la voz y esperan que sean usadas por otros.
Los niños son capaces de reconocer e insistir sobre la forma normal del espacia-
miento en el habla y de desarrollar sus propias expresiones indexicales.
La adquisición de la estructura social por parte del niño, por lo tanto, comienza
con una concepción sencilla de los procedimientos interpretativos y de las reglas
superficiales, y su acervo de conocimiento es expresado inicialmente en la forma de
lexemas simples cuyo significado es usualmente juzgado por los padres por referen-
cia a imputaciones de competencia infantil y de significados adultos. Considerando
que nuestro conocimiento del reconocimiento y del uso de los significados por par-
te del adulto es poco claro, es necesaria una reflexión acerca de este problema antes
de continuar con las estrategias para el análisis semántico del habla del adulto que
podría ser de utilidad para seguir el desarrollo del significado en los niños.

LOS SIGNIFICADOS CENTRALES Y MARGINALES Y SU ARRAIGO


SITUACIONAL

Anteriormente remarqué que los miembros son obviamente capaces de mante-


ner infinitas conversaciones sin el recurso a un diccionario escrito, sino mediante
la invocación de un diccionario oral derivado del sentido común. El investigador
de campo debe obviamente utilizar el mismo diccionario oral para decidir la im-
portancia de sus observaciones a pesar de la posibilidad de preguntar a los nativos
por las definiciones o los referentes. Sin embargo, al referirnos a un diccionario
oral carecemos de un control en lo concerniente a su precisión o hasta qué punto
los comulgantes [communicants] realmente se refieren al “mismo” diccionario oral.
La adquisición por parte del niño del lenguaje, los procedimientos interpretativos y
las reglas superficiales, se dificulta por la exposición a diccionarios orales limitados
a las diferentes familias; sin embargo aún seguimos ignorando bastante acerca de la
secuencia que se desarrolla en estos casos. Parto del supuesto de que la adquisición
de las estructuras significativas y del uso de los ítems lexicales está influida por el
desarrollo de los procedimientos interpretativos. Los procedimientos interpreta-
tivos, por lo tanto, filtran la adquisición y el uso de los ítems lexicales entendidos
como inputs y outputs indexicales semánticos. De ahí que el uso de un entramado
ético presupone una perspectiva émica (siguiendo el uso de Pike, 1954); el uso que
hace el investigador de la gramática formal o de las categorías semánticas (diccio-
nario) provee de un entramado ético que se impone sobre los elementos émicos no
esclarecidos utilizados tanto por los sujetos como por el investigador. Si supone-

La adquisición de la estructura... 271


mos que el lenguaje, los procedimientos interpretativos, las reglas superficiales y el
conocimiento de sentido común de los niños es opuesto a las concepciones de los
adultos, que son grupos contrastantes que se superponen en virtud de etapas de
adquisición evolutivas, entonces nuestras teorías deben incluir tanto su organiza-
ción y reorganización evolutiva así como las reglas de su diferencia. Los abordajes
modernos al problema del significado en filosofía, lingüística, psicología, y antro-
pología, sin embargo, no tratan el problema de la distribución social del conoci-
miento (Schütz, 1955: 195-6).

Algunas cosas se suponen como conocidas y fáciles de comprender y otras ne-


cesitan de explicación, dependiendo de si hablo con una persona de mi mismo
sexo, edad y ocupación, o con alguien que no comparte conmigo esta situación
común con la sociedad, o si hablo con un miembro de mi familia, un vecino, o
con un extraño, con un compañero o alguien que no participa en una empresa
determinada, etcétera.
William James ya ha observado que el lenguaje no consiste simplemente en el
contenido de un diccionario idealmente completo y en una gramática completa
e idealmente concertada. El diccionario sólo nos proporciona lo central del sig-
nificado de las palabras las que están rodeadas por “márgenes”. Debemos agregar
que estos márgenes son de distintos tipos: aquellos originados en un uso personal
particular del hablante, otros originados en el contexto del habla en el que se utili-
za el término, otros dependientes del destinatario de mi discurso, o de la situación
en la cual el discurso ocurre, o del propósito de la comunicación y, finalmente del
propósito a mano a ser resuelto.

El conocimiento de sentido común de los miembros permite realizar impu-


taciones típicas de comportamiento, vestimenta, conversación, motivos, posición
social, y cosas por el estilo a otros en los intercambios cotidianos, y cada etapa
evolutiva en el proceso de socialización altera y utiliza los procedimientos interpre-
tativos y las reglas superficiales, el lenguaje y el comportamiento no verbal.
Un rasgo característico del habla es su arraigo o entificación (entification)
(Campbell, 1966) en el desarrollo tanto del diálogo como de los documentos es-
critos. El uso inicial del habla presupone centros y márgenes arraigados en las ex-
periencias pasadas, o puede depender de un diccionario escrito para estructurar la
atribución de significado a los tramos iniciales de los intercambios y en el diálogo
subsiguiente. Mencionaré sólo tres contextos generales en los cuales el problema
del arraigo o entificación resulta básico para el análisis semántico.

1. La construcción de reportes escritos diseñados para las audiencias generales o


la preparación de un guión de radio o un programa de noticias no permiten in-
tercambios cara a cara inmediatos entre los miembros; el uso de términos o fra-

272 Revista Sociedad Nº 33


ses arraigadas es usualmente restringido. Los presentadores con su propio “show”
suponen una audiencia con la cual podrían establecer una conversación arraiga-
da, particularmente si el programa consiste en música diseñada para el consumo
adolescente. Las emisoras de radio con programas dirigidos a la audiencia negra
[Negro audiences] suponen invariablemente que sus oyentes están socializados en
un habla altamente arraigada. Un programa de noticias, por lo tanto, depende de
la forma normal del habla.

2. Los encuentros por primera vez con extraños deben depender de las apariencias
y de un mínimo de habla arraigada. Sin embargo, los procedimientos interpreta-
tivos proveen continuamente información concerniente a la interpretación de las
apariencias, del habla inicial y del comportamiento no verbal. Los lineamientos
reflexivos se transforman en indicadores operacionales del sentido de aquello que
está “sucediendo”. En tanto los extraños continúen conversando, ellos deberían co-
menzar a desarrollar un uso arraigado de modo tal de poder sostener relaciones
particulares entre sí y evocar significados particulares con expresiones truncas en
futuras ocasiones. Los términos y las frases arraigadas se transforman en expresio-
nes indexicales llevando información marginal, la cual codifica considerablemente
las estructuras significativas más allá de los significados centrales o denotativos.
Por lo tanto, cuando los extraños se encuentran las conversaciones pueden perma-
necer superficiales y dependientes de las apariencias a fin de hacer a los escenarios
reconocibles e inteligibles, o los intercambios pueden conducir a arraigos y elabo-
raciones progresivas que entrelacen las biografías de los hablantes. El pliegue re-
cursivo del habla que realizan los miembros que crean la conversación arraigada es
reflexivo porque tal conversación y el comportamiento no verbal que la acompaña
proveen de arraigos que indican si la relación está o no evolucionando en algo más
íntimo. El arraigo conduce al uso de y a la dependencia de dobles sentidos, antino-
mias y parodias, permitiendo de este modo a los miembros ratificar las expresiones
indexicales como evidencias de intimidad o de relaciones “más amigables”.

3. En las relaciones con conocidos no sólo se presupone y utiliza la forma normal


de las expresiones durante las conversaciones, sino que también se exige el uso
de expresiones arraigadas a fin de asegurar y reafirmar la existencia de relaciones
pasadas. El hecho de tratar a los términos y a las expresiones arraigadas como
expresiones indexicales permite a los miembros hablar acerca de cosas que no es-
tán presentes (Hockett, 1959; Hockett y Ascher, 1964) y completar “lo que todo
el mundo sabe” con el objeto de crear o de sostener una forma normal. El uso del
habla arraigada por parte de los amigos íntimos depende de los significados con-

La adquisición de la estructura... 273


notativos construidos a lo largo del tiempo. Cualquier análisis de los componentes
de tal habla orientado hacia los significados denotativos supone un conocimiento
preliminar (o conjeturas) por parte del investigador de los procedimientos inter-
pretativos y de las reglas superficiales. El uso por parte de los miembros de los
términos de la organización social cotidiana para ventaja del investigador se con-
vierten, de alguna forma, en abstracciones arbitrarias o expresiones indexicales,
artificialmente construidas, que no son claramente articuladas con el uso real por
los miembros particulares en ocasiones específicas de conversación. Si deseamos
preguntar a los nativos por los significados denotativos acerca del uso de términos
familiares, sería más apropiado dejarlos comenzar con las prácticas de la infancia
más que con el uso del adulto. El problema es similar a aquel propuesto por Brown
y Bellugi acerca del modo en el que se decide la pertinencia de las expresiones del
niño; la relevancia de las expresiones no puede ser esclarecida sin los indicios con-
textuales necesarios a fin de decidir el sentido de la estructura social que se requie-
re tanto para la inferencia como para la acción. Los procedimientos de indagación
de los analistas componenciales o de los etno-semánticos no son siempre claros en
este punto. Frake (1961, 1964), sin embargo, conecta los procedimientos abstractos
con los acuerdos reales.
En cada uno de los contextos conversacionales generales arriba mencionados
los miembros deben suponer la existencia de un diccionario oral de “lo que todo el
mundo sabe”. El uso de términos y frases arraigadas en las conversaciones genera
significados que sirven para indexar las relaciones sociales particulares entre los
miembros y se convierte en reflexivo para ellos, instruyéndolos en la relevancia
en desarrollo de los ítems lexicales en el curso de la atribución de estructura y
“semejanza” a los objetos y eventos sociales. La medición de la organización social
debe incluir un análisis del modo en el que el habla arraigada y sus lineamientos
reflexivos permiten a los miembros delimitar e identificar los escenarios en cate-
gorías relevantes a fin de generar y decidir sobre la pertinencia y el significado de
la comunicación. El modo en el que los miembros llevan a cabo la tarea de atribuir
relevancia a sus entornos permite al investigador encontrar categorías de medición
en el comportamiento cotidiano. Adicionalmente al modo en el que los miembros
emplean categorías que significan cantidad (Churchill, 1966), el problema refiere
también a la forma en la que los miembros utilizan las categorías sociales particula-
res en secuencias situacionalmente delimitadas, bajo el supuesto de que prevalecen
las formas normales del lenguaje y del significado. El uso particular de categorías y
el supuesto de las formas normales les permiten a los miembros “cerrar” el flujo de
la conversación de forma tal que se crean conjuntos que permiten la exclusión y la
inclusión de comportamientos lingüísticos y paralingüísticos en las inferencias sig-

274 Revista Sociedad Nº 33


nificativas acerca de “lo que sucedió”. Las operaciones de “cierre” suponen que los
miembros han “cristalizado” las imputaciones temporalmente constituidas de sig-
nificado; los procedimientos interpretativos y sus lineamientos reflexivos generan
un fundamento para la “cristalización” de las estructuras superficiales en conjuntos
socialmente significativos. En consecuencia, los procedimientos interpretativos y
sus lineamientos reflexivos generan “semejanza” o equivalencia en los objetos y los
eventos sociales en contextos temporal y socialmente organizados de acuerdo a las
relaciones sociales de los miembros participantes.
Resumiendo, el comportamiento lingüístico y paralingüístico de los miembros
es transformado por los procedimientos interpretativos y sus lineamientos reflexi-
vos en instrucciones para los participantes; la interacción en desarrollo conduce a
una programación continua por parte de los miembros. Por lo tanto, los procedi-
mientos interpretativos y sus lineamientos reflexivos conducen a resultados con-
ductuales dentro de los constreñimientos situacionales en desarrollo. Los miem-
bros, por lo tanto, imponen una “medición” a sus entornos por la articulación de
los procedimientos interpretativos y sus lineamientos reflexivos con escenarios
sociales emergentes.
La adquisición del niño de la estructura social, por lo tanto, comienza con
procedimientos interpretativos simples y sus lineamientos reflexivos, facilitando
el aprendizaje de los ítems lexicales y el desarrollo de un diccionario oral que con-
siste en significados denotativos sencillos. La indexicalidad situada del vocabulario
temprano es tanto gramática como semántica, porque se supone que el niño con
una gramática fundamental no está utilizando los ítems lexicales como indexicales
de las oraciones de los adultos, sino que está expresando oraciones telegráficas de
su habilidad de suponer y referirse a sus experiencias pasadas y/o a objetos no pre-
sentes. El investigador debe contenerse a sí mismo respecto de imponer categorías
de medida destinadas a los adultos como “cierres” relevantes para el habla de los
niños. Esto es difícil de evitar en tanto no tenemos enteramente en claro la natu-
raleza de la gramática de los niños y el dominio lexical. Los intentos de desarrollar
categorías de medida examinando el habla del niño deben seguir los dictados de un
modelo evolutivo y no simplemente lo que un investigador supone es “obvio” vis–
à–vis los significados de los adultos. Así, cuando los adultos buscan convencer a los
niños de que cruzar la calle puede conducir a consecuencias penosas, la respuesta o
el comportamiento del niño no es exactamente inequívoco; el niño podría reírse de
tal sugerencia. Los intentos de explicar la muerte también plantea problemas difí-
ciles para los adultos porque no tenemos en claro en qué momento es adecuado el
desarrollo de los procedimientos interpretativos para la comprensión de la muerte,
especialmente cuando involucra al niño o a sus padres. Desarrollos recientes, sin

La adquisición de la estructura... 275


embargo, sugieren algunas direcciones que deberíamos seguir en el análisis de los
materiales conversacionales, y ahora dirigiré mi atención hacia un breve examen
del trabajo que a veces se denomina “análisis contrastivo”.

EL ANÁLISIS CONTRASTIVO Y LA MEDIDA DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

Cuando un hablante se compromete a sí mismo respecto de las categorías socia-


les y lingüísticas provee al oyente, a sí mismo, y a un observador o investigador, con
información acerca de sus intenciones. El compromiso, sin embargo, puede ser un
compromiso entre lo que el hablante sintió que debía ser dicho, aquello que no quería
decir, aquello que era incapaz de decir a causa de su vocabulario limitado, la infor-
mación o los constreñimientos de hablar con un extraño. Las expresiones regular-
mente poseen una forma normal, pero la información que conllevan para todos los
interesados no son hechos inequívocos que conducen a un análisis directo y obvio.
El análisis puede variar según el tipo de teoría utilizada. He argumentado a favor de
una teoría evolutiva del conocimiento social porque una muestra representativa de
adultos en una cultura o sociedad en particular no revela las condiciones invariantes
que hacen a la utilización por parte de los miembros de la estructura social, razón
por la cual estamos tratando con miembros bien integrados quienes, como las ora-
ciones gramaticalmente aceptables de Chomsky, están usualmente comprometidos
en enmascarar la ambigüedad y el carácter problemático de los constreñimientos
situacionales que caracterizan la construcción de la realidad social.
Al examinar las expresiones o las explicaciones descriptivas de los miembros
de una cultura o de una sociedad es importante reconocer que nuestra confianza
en “lo que todo el mundo sabe”, y en muchísima menor medida en un diccionario
escrito, supone que una visión del mundo se construye en el mensaje. Cuando
los lógicos o los filósofos del lenguaje analizan las oraciones desconectadas de su
contexto de ocurrencia y de la biografía del hablante-oyente, la suposición tácita y
la confianza en las formas normales ocultan las formas implícitas en las que el ca-
rácter estandarizado de la cultura o de la sociedad es supuesto como obvio por los
miembros. La suposición de una relevancia central o denotativa (y no la relevancia
marginal o connotativa) de los lógicos o los filósofos del lenguaje (o de la ciencia)
busca claridad construyendo una realidad social que encaje en la forma angosta del
análisis ya juzgado de ser lógicamente adecuado. Los márgenes que se agregan a
causa de la ocasión de la expresión, la biografía del hablante-oyente, las relaciones
sociales supuestas y cosas por el estilo suponen una visión del mundo. El conte-
nido sustantivo de la comunicación intercambiada se construye en las categorías
sociales y lingüísticas empleadas, como lo es la forma normal de los contornos de
276 Revista Sociedad Nº 33
entonación paralingüísticos emitidos, la apariencia de los participantes, etcétera.
El observador está provisto de fundamentos similares para atribuir significación
estructural a las explicaciones descriptivas. Nuestro análisis supone una teoría
que delimita el espacio organizacional en el que ocurre el intercambio; podemos
descartar ciertos grupos contrastantes, incluir alternativas que sean posibles hasta
que se identifique mayor evidencia, y decidir el hecho de que la elección de cate-
gorías por parte de los participantes conlleva significados centrales particulares y
marginales más allá de las restricciones del código en sí mismo, las habilidades, la
carencia de habilidades de los participantes, etcétera. El problema es similar al de
los padres ampliando la expresión del niño: la ampliación debe ser receptiva a las
palabras del niño así como a las circunstancias que acompañan sus expresiones.
Decidir la pertinencia supone conocer algo acerca de las conjeturas de los padres
sobre el desarrollo del niño. Sin embargo, al tratar a los adultos como adultos,
suponemos, como lo hacen los participantes, que cada cual es un miembro bien in-
tegrado de la sociedad capaz de producir oraciones gramaticales “aceptables” en el
sentido de Chomsky. Los constreñimientos situacionales pueden ser simulados en
escenarios experimentales, pero los escenarios naturales desafían las preprograma-
ciones explícitas; los miembros deben utilizar los procedimientos interpretativos y
los lineamientos reflexivos como instrucciones para negociar todos los escenarios
y programarse exitosamente entre sí en los encuentros. El análisis contrastivo debe
tratar de alguna forma el problema de la pertinencia.
El análisis contrastivo ha surgido en la antropología a partir de los estudios
etnográficos que parten de las etnografías tradicionales (Conklin, 1955; 1959;
Goodenough, 1964; Lounsbury, 1956; Frake, 1961; 1962). Considérese la siguiente
afirmación (Lounsbury, 1956: 161-2):

1. Los lineamientos semánticos pueden ser reconocidos en el lenguaje de más


de una forma. Algunos pueden ser reconocidos abiertamente, con identidades
fonémicas separadas, mientras que otros pueden ser reconocidos de manera en-
cubierta, combinados con otros lineamientos semánticos en varias identidades
fonémicas conjunta y simultánemente compartidas.
2. Para un lineamiento semántico singular a veces se da una mezcla de dos modos
de reconocimiento lingüístico: algunos lineamientos emergen, por así decir, en
algunos puntos para encontrar una identidad separada en la estructura segmen-
tada del lenguaje, pero son sumergidos en otros puntos, siendo sólo identificables
como contrastes posibles entre varios segmentos irreductibles...
3. La descripción de la estructura componencial de las formas contrastivas es una
parte importante del análisis lingüístico, posean o no los contrastes algún correla-
to en la estructura segmentada de las formas.

La adquisición de la estructura... 277


Tanto Lounsbury como Goodenough enfatizan la importancia de los significa-
dos centrales o denotativos, en ausencia de una teoría que pudiese explicar cómo los
investigadores o los miembros son capaces de comunicar significados denotativos
de alguna forma pura sin las referencias necesarias a o el uso de significados mar-
ginales o connotativos y los procedimientos interpretativos que generan a ambos.
Hymes (1962) ha sugerido un entramado más general cuando describe los elemen-
tos para desarrollar una etnografía de la conversación tal como el conocimiento del
tipo de cosas que deben ser dichas, en formas específicas del mensaje, a cierto tipo
de gente, en situaciones pertinentes. Al describir el análisis contrastivo desarrollado
por los analistas componenciales o los estudiosos de las semánticas etnográficas, me
limitaré al punto de vista más general de Frake (1964: 127): “Por supuesto una etno-
grafía de la conversación no puede proveer reglas que especifiquen exactamente qué
mensaje debe ser seleccionado en una situación dada... Pero cuando una persona
selecciona un mensaje, lo hace a partir de un conjunto de alternativas pertinentes.
La tarea de un etnógrafo de la conversación consiste en especificar cuáles son las
alternativas pertinentes en una situación dada y cuáles son las consecuencias de se-
leccionar una alternativa en lugar de otra. La especificación de las alternativas perti-
nentes presupone que los nativos utilizados como informantes son todos miembros
competentes de la sociedad y, en consecuencia, han adquirido los procedimientos
interpretativos “normales” para decidir la pertinencia y atribuir relevancia a las si-
tuaciones o un sentido de la estructura social. La especificación de las alternativas
pertinentes es una actividad post hoc impuesta por el investigador sobre las decisio-
nes retrospectivas del actor acerca de las alternativas “correctas”.
El contraste depende de la estructuración temporal atribuida por los miembros
a los escenarios en desarrollo, y del uso que hacen los miembros de las catego-
rías sociales a fin de conectar las particularidades de los acontecimientos reales a
las explicaciones provistas por las reglas generales. Un elemento adicional que se
necesita para una etnografía de la conversación resulta evidente en la afirmación
anteriormente citada de Goodenough (1964: 36): “Desde mi punto de vista, la cul-
tura de una sociedad, consiste en todo lo que uno tiene que saber o creer a fin de
operar de un modo aceptable para sus miembros, y hacer eso en cualquier rol que
ellos acepten para cualquiera de ellos mismos. Pero allí persiste el problema de ‘lo
que todo el mundo sabe o cree’”.
La especificación de alternativas y las supuestas categorías de donde ellas son
elegidas requieren de reglas generativas para estructurar y transformar un entorno
de objetos en significados que “cierren” la corriente de comportamiento en alterna-
tivas posibles de forma tal que la elección refleje tanto la perspectiva del miembro
como la del investigador. Suponer que el único entramado valioso es aquel que

278 Revista Sociedad Nº 33


impone una estructura denotativa determinada por el investigador y divorciada
del uso y de la intención imputada de los miembros reduce al actor a ser un “ton-
to” bastante simple. Un ejemplo podría ser el niño de tres años, que es capaz de la
comprensión y la construcción gramatical simple, expresiones telegráficas y pro-
cedimientos interpretativos que permiten sólo la comprensión denotativa simple
de la interacción social temporalmente empobrecida, o un sentido de la estructura
social con poca o ninguna continuidad temporal. Los significados denotativos pro-
vocados podrían entonces generar expresiones indexicales desligadas de los signi-
ficados marginales utilizados por los miembros en su generación, pero la fuente
de las descripciones estructurales del investigador acerca del comportamiento de
los miembros podría ser engañosa a pesar de los paquetes autónomos de signifi-
cados o “anteproyecto del comportamiento”. Los constreñimientos situacionales
y las contingencias en desarrollo son eliminados o minimizados y la estructura
normativa idealizada se transforma en el foco etnográfico.
Los procedimientos generales que conducen al análisis contrastivo han sido
expresados por Frake (1961).
La derivación analítica de significados produce idealmente lineamientos distin-
tivos: condiciones suficientes y necesarias por las cuales un investigador puede
determinar si una instancia de encuentro reciente es o no miembro de una catego-
ría particular. El procedimiento requiere de un modo independiente, ético (Pike,
1954: 8) de la codificación de casos registrados de una categoría. Por ejemplo, los
“tipos telefónicos” lingüísticos y los “tipos de parientes” del análisis de parentes-
co (Lounsbury, 1956: 191-2). El investigador clasifica su información en tipos de
su propia formulación, luego compara los “tipos” como si ellas fueran casos de
un concepto. El investigador deriva las condiciones suficientes y necesarias de la
pertenencia a una clase de la información previamente codificada en las definicio-
nes de sus “tipos”. Así, al comparar los tipos de parentesco del “tío” inglés (FaBr,
MoBr, FaSiHu, etc.)2, con las tipologías de parentesco en cualquier otra categoría
de parentesco inglesa, el analista descubre que delimitando “tío” a partir de linea-
mientos a lo largo de cuatro dimensiones de contraste (afinidad, colateralidad,
generación y sexo) puede afirmar sucintamente el modo en que los “tíos” difieren
respecto de cualquier otra categoría de parentesco... (Cuando los lineamientos
analíticamente derivados están probabilística, más que necesaria y suficientemen-
te, asociados a una categoría de pertenencia, entonces podemos hablar de correla-
tos más que de rasgos distintivos. Un correlato de la relación tío-sobrino es que los
tíos usualmente, pero no necesariamente, son mayores que sus sobrinos).
Para llegar a las reglas de uso uno puede también dirigir la atención a los estímulos
y distinciones reales que realizan los informantes cuando categorizan... Los atri-
butos perceptivos relevantes para la categorización, sean estos distintivos o proba-
bilísticos, constituyen indicios. El descubrimiento de los indicios en los escenarios

2
N. del T. Las abreviaturas refieren a: father’s brother [hermano del padre], mother’s brother
[hermano de la madre], father’s sister’s husband [marido de la hermana del padre].

La adquisición de la estructura... 279


etnográficos requiere de procedimientos perceptivos de prueba no formulados
que no reemplazan al estímulo culturalmente relevante con el estímulo artificial
de laboratorio (cf. Conklin, 1955: 342).

Cuando Frake señala que, en primer lugar, se le puede preguntar directamente a


los informantes acerca de los significados en cada uno de los casos arriba descritos
y, en segundo lugar, que un dispositivo de codificación específico construido por
el investigador es una parte necesaria del análisis del rasgo distintivo, está presu-
poniendo que la definición de cultura de Goodenough ha sido satisfecha, que el
investigador conoce el modo en el que operan los miembros de una forma aceptable
para los otros miembros. Para descubrir los “indicios”, el investigador debe poseer
una firme comprensión de “lo que todo el mundo sabe” y da por sentado cuando
conversa con miembros de la cultura, o lo que los miembros suponen que cada uno
“sabe” cuando conversan entre sí. El procedimiento de indagación es diseñado para
construir un diccionario escrito; sin embargo, éste ignora la existencia necesaria de
un diccionario oral tácito para la forma normal de la interacción social. El investi-
gador debe adquirir y utilizar los procedimientos interpretativos particulares de la
cultura (análogos a un lenguaje particular) y la visión del mundo a fin de decidir la
relevancia de los diccionarios orales y escritos; un diccionario oral es activado vis–
à–vis los constreñimientos situacionales y los márgenes que los miembros atribuyen
a los escenarios reales. El uso de los procedimientos de indagación para identificar
ítems lexicales y sus significados denotativos y el aprendizaje inicial de las reglas
que dominan el uso de los ítems lexicales, son similares al modo en el que un niño
aprende a ser un miembro bona fide de su cultura. El investigador, sin embargo, pre-
sumiblemente aprende a una velocidad mayor y adquiere significados marginales
velozmente a través del vivir el día a día; el mismo posee la habilidad para emplear
los procedimientos interpretativos adultos en una cultura diferente de una forma
en la que el niño no puede. Por lo tanto, los procedimientos iniciales de indagación
utilizados cuando el investigador posee sólo un acceso limitado al lenguaje nativo y
a las prácticas cotidianas dan paso cada vez más a una aproximación a los procedi-
mientos interpretativos nativos y al uso de las reglas superficiales.
La adquisición del conocimiento y la habilidad que permiten al investigador
actuar “como un nativo” hacen cada vez más difícil el empleo de procedimientos de
indagación simplificados y, simultáneamente, complica las reglas de procedimiento
del investigador para decidir “qué sucedió”. Cuanto más exitosamente pueda el in-
vestigador actuar como un nativo tanto de forma verbal como no verbal, más dará
por sentado y estará expuesto a actividades cotidianas practicadas y obligatorias
que a las actividades cotidianas ideales normativamente orientadas. El problema

280 Revista Sociedad Nº 33


consiste en articular reglas generales o principios con casos particulares que caen
bajo las reglas generales (Rawls, 1955). Las reglas generales se les presentan a los
niños como núcleos generales o significados denotativos, difusos en su aplicación y
que requieren de una explicación continua en cada caso específico. La adquisición
inicial del niño de los procedimientos interpretativos no le permite aprender a ha-
cer las interpretaciones necesarias para conectar las reglas generales con los casos
particulares, excepto sobre la base de un fundamento rutinario; el mismo carece de
la habilidad para justificar la articulación conforme a los procedimientos adultos.
Los adultos sólo pueden realizar tal articulación invocando procedimientos inter-
pretativos implícitos, a pesar de la suposición común de que las reglas superficiales
generales constituyen el fundamento para designar las condiciones bajo las cuales
se dice que los casos particulares caen bajo el caso general. La regla general no
puede especificar la multiplicidad de márgenes y las contingencias que rodean la
articulación real. Por ejemplo, las leyes concernientes a la decisión sobre la delin-
cuencia juvenil están ligadas a las personas reales y a los acontecimientos por el
uso que los agentes del control social hacen de los procedimientos interpretativos
(Cicourel, 1968). Los procedimientos de codificación éticos iniciales utilizados por
el análisis componencial para la especificación de los significados denotativos ge-
neran un esqueleto abstracto; la percepción y la interpretación de los casos parti-
culares que caen bajo las reglas generales iniciales requieren de un distanciamiento
de los significados denotativos y la incorporación de márgenes basados en el uso
de los procedimientos interpretativos y sus rasgos reflexivos. El investigador confía
en “lo que todo el mundo sabe” o en su habilidad para actuar como un miembro
competente de la cultura o de la sociedad.
Frake fue incapaz de utilizar el análisis de los rasgos distintivos en su trabajo
acerca del diagnóstico de la enfermedad entre los Subanun. El autor (Frake, 1961)
propone, en su lugar, procedimientos similares a aquellos empleados para la deter-
minación de un sistema de nomenclatura:

Recolectamos respuestas contrastantes a las preguntas que los Subanun realizan


al diagnosticar la enfermedad. Solicitando a los informantes que describan las
diferencias entre las enfermedades, preguntando por qué las enfermedades parti-
culares son diagnosticadas como tal y tal y no como otra cosa, siguiendo las discu-
siones entre los Subanun en el momento de diagnosticar un caso, y observando las
correcciones realizadas por nuestros propios esfuerzos de diagnóstico, podemos
aislar un número limitado de preguntas diagnósticas y de respuestas críticas.

Frake se mueve de una supuesta formulación ética a una perspectiva émica o


del miembro siguiendo las prácticas reales y las descripciones normativas, y por lo
tanto confía más y más en “lo que todo el mundo sabe”.

La adquisición de la estructura... 281


Los Subanun preguntan: “¿Duele?” (mesait ma). Las respuestas contrastantes a
esta pregunta son, primero, una afirmación, “sí, duele”, segundo una negación del
dolor seguida de una especificación de una sensación contrastante, no doloro-
sa, pero aun así anómala, “No, no duele, pica”; y tercero, una negación general
que implica una sensación no anómala. Así, los Subanun etiquetan un número
de tipos de sensación contrastantes y las utilizan para caracterizar y diferenciar
enfermedades (Frake, 1961).

Los outputs del análisis contrastivo descrito por Frake consisten en niveles de
contraste terminológico y las tablas resultantes en resultados cruzados obtenidos al
realizar preguntas de diagnóstico (en el ejemplo particular discutido aquí) contra
un rango de respuestas contrastantes. Sin embargo, ni las estrategias de indagación
ni las comparaciones terminológicas especifican los procedimientos utilizados
por los miembros para generar las expresiones que poseen sus propios contras-
tes intrínsecos para los miembros competentes de la cultura o de la sociedad. La
pregunta evolutiva relevante aquí es cómo los niños construyen y emplean gru-
pos contrastantes y reconocen su carácter apropiado en los escenarios reales. Los
procedimientos de indagación descritos por Frake sugieren cómo el investigador
hace un recorte de un supuesto flujo normal adulto para hacer explícitos los gru-
pos contrastantes. Frake no busca descubrir los procedimientos de los miembros
para la transformación de los escenarios sociales en “instrucciones” de inferencia
y acciones futuras; sin embargo, un trabajo reciente comienza considerando a las
reglas de los miembros como algo central para el análisis.
Sacks (1966a) está interesado en encontrar relaciones que vayan más allá de un
análisis recursivo de las oraciones singulares e intenta conectar las categorías del len-
guaje de los miembros trascendiendo las oraciones e incluyendo algún texto inde-
terminado oscilando desde una palabra a n páginas. Su interés central es analizar el
modo en el que los miembros “realizan descripciones” y “reconocen una descrip-
ción”. Las formas en las que los miembros producen y reconocen las descripciones
son vistas como pasos necesarios para arribar a un criterio para “la correcta descrip-
ción sociológica”. El trabajo de Sacks, por lo tanto, sigue la tradición cuya insistencia
se centra en las construcciones émicas como algo básico para las descripciones éticas.
La noción central en el trabajo de Sack se denomina dispositivo [device] de
categorización de los miembros. Los dispositivos consisten en varias categorías,
o una colección de categorías (realmente utilizadas y reconocidas por los miem-
bros como “aceptables”), más las reglas de aplicación. La idea general es igualar
a un dispositivo (que contenga al menos una categoría) con una población (que
contenga al menos un miembro). Un ejemplo de un dispositivo sería el “sexo”, el
que está conformado por las categorías de masculino y femenino. Se dice que una

282 Revista Sociedad Nº 33


colección de categorías “van de la mano” porque los miembros las “reconocen”
como tales. El investigador, actuando como un miembro, presumiblemente sigue
las relevancias de los miembros acerca de “lo que todo el mundo sabe” al afirmar
que una colección de categorías “van de la mano”. Sack utiliza la frase “el cono-
cimiento de los miembros” para la noción de Schütz de “lo que todo el mundo
sabe” o el conocimiento de sentido común socialmente distribuido. De este modo,
Sacks emplea implícitamente el mismo concepto de un miembro “bien integrado”
o normalmente socializado empleando la forma normal central o denotativa y los
significados marginales. Sacks no discute esto, pero su análisis supone tácitamente
que sus sujetos poseen y emplean exitosamente procedimientos interpretativos,
reglas superficiales y lineamientos reflexivos. Sus procedimientos de investigación
aparentan ser inductivos mientras buscan mostrar el modo en el que los miembros
probablemente escuchan expresiones de modos particulares. El atractivo potencial
de su formulación descansa en la posibilidad de desarrollar reglas de aplicación o
lo que Sacks denomina, por ejemplo, una “regla de economía”, una “regla de con-
sistencia”, “las máximas de los oyentes”, “las máximas de los espectadores” y cosas
por el estilo. La habilidad de los miembros para conectar diferentes categorías y así
arribar a significados y sanciones “conocidos por todos” sugiere modos de revelar
la aplicación de los procedimientos interpretativos y las reglas superficiales dentro
de escenarios sociales o culturales específicos.
En una serie de apuntes de clase (Sacks, 1966b) se ilustran las nociones arri-
ba mencionadas con una historia de dos oraciones extraída de un libro de cuen-
tos para niños. Las oraciones, generadas por un niño de dos años y nueve meses,
son: “El bebé lloró. La mamá lo levantó”. Brevemente, Sacks argumenta que los
hablantes de la lengua inglesa escucharán las dos oraciones entendiendo que la
mamá es la mamá del bebé, a pesar de la ausencia de un genitivo en la segunda
oración. Sin embargo, la idea es descubrir los modos de revelar la forma en la que
el conocimiento de sentido común de los miembros acerca de cómo las cosas “van
de la mano” le permiten al investigador desarrollar reglas para explicar cómo los
miembros hacen comprensible su entorno y deciden la adecuación referencial de
sus expresiones. Así, las dos oraciones pueden ser vistas como una “descripción
adecuada” porque los miembros conectarán “bebé” con el dispositivo “familia” más
que con “etapa de la vida” (esto es, bebé, niño, pre-adolescente, adolescente, adul-
to joven, etc.). “Mamá” también será conectada con el dispositivo “familia” (esto
es, mamá, papá, hermano, hermana, bebé, etc.), así la fijación (locking-in) de dos
categorías de dos oraciones diferentes bajo el supuesto que el oyente construye
una imagen coherente por medio de las parificaciones indicadas. Se supone un

La adquisición de la estructura... 283


principio contrastivo cuando Sacks menciona que el oyente podría no esperar es-
cuchar “parador en corto” [short-stop]3 en lugar de “mamá”. La noción de “regla de
economía” es acuñada para describir el modo en el que una categoría simple (de
un dispositivo) es organizada por un miembro de modo tal de constituirse en una
referencia adecuada para una persona. Así, se supone que “bebé” es una referencia
adecuada para algunos hablantes-oyentes. La “regla de consistencia” afirma que si
una población está siendo categorizada, y ha sido utilizada una categoría corres-
pondiente a un dispositivo a fin de categorizar al primer miembro, y la misma u
otras categorías de la misma colección pueden ser usadas para categorizar a otros
miembros de la población, entonces la regla se sostiene. De esta forma, en las ora-
ciones arriba mencionadas, el hecho de que “bebé” pueda utilizarse para referirse
al dispositivo “familia” conduce al uso de la regla de consistencia, sugiriendo que la
categoría “mamá” representa una cartografía relevante que hace referencia al mis-
mo dispositivo. Una máxima del oyente podría, por tanto, dirigir al miembro a oír
“bebé” y “mamá” como pertenecientes a un mismo dispositivo. Siguiendo mis co-
mentarios anteriores, las normas o las reglas superficiales, por tanto, son utilizadas
por los miembros para ordenar (explicar lo particular) las actividades observadas,
y constituyen rasgos integrales del modo en el que las reglas de aplicación están
conectadas al uso que hacen los miembros de las categorías.
Los procedimientos de Sacks suponen formas tácitas normales de uso de los
procedimientos interpretativos y de sus rasgos reflexivos; la variedad de máximas y
reglas pueden ser vistas como instrucciones aplicadas para escenarios sociales con-
cretos. La formulación de Sacks es similar a la noción de indexicalidad de diferentes
categorías; los dispositivos de categorización reflejan el modo en el que los miembros
generan y reconocen expresiones indexicales. Una categoría particular sirve como
índice de dispositivos tácitos. Las elecciones reales podrían entonces hacerse efec-
tivas en el curso de la interacción, y su medición por parte del investigador podría
obtenerse en función de conexiones asumidas con otras categorías, las que, se su-
pone, constituyen rasgos distintivos y grupos contrastantes. El hablante utiliza los
procedimientos interpretativos y sus rasgos reflexivos a fin de generar categorías per-
tinentes y atribuirles relevancia situacional. El oyente recibe las instrucciones a fin de
programar sus propias atribuciones de significado y de generar respuestas. La identi-
ficación de las categorías y la conexión entre dispositivos presuntamente adecuados
a las normas y a las máximas puede ser vista como una estrategia de investigación

3
N. del T.: El “parador en corto”, “campocorto” o “torpedero” [short-stop] es el jugador de
baseball que ocupa la posición número 6, entre la segunda y la tercera base –una de las
posiciones más difíciles y dinámicas.

284 Revista Sociedad Nº 33


para operacionalizar el uso de las expresiones indexicales por parte de los miembros.
Conectado con los conceptos teóricos de los procedimientos interpretativos, sus ras-
gos reflexivos y la indexicalidad de las expresiones, el procedimiento inductivo de
Sacks se convierte en un fundamento posible para medir material conversacional.
El trabajo de Sacks incluye muchos rasgos adicionales sobre la conversación
que no pueden ser cubiertos en este capítulo: el modo en que comienzos y finales
característicos ayudan a los miembros a reconocer sus observaciones como inteli-
gibles; el modo en que diferentes secuencias del habla están ligadas por ubicaciones
características en la conversación, etcétera. Los grupos contrastantes se desarrollan
en el curso de analizar el material conversacional y así permanecen implícitos hasta
que se designe el contenido por referencia a una pieza particular de una conversa-
ción. Sacks recurre a su propio conocimiento de sentido común sobre el modo en
que los miembros probablemente “oyen” o “ven” las cosas y examina cuidadosa-
mente cientos de textos diferentes en relación con las frases de inicio de una con-
versación, frases de cierre, ironías, antinomias y demás, utilizando de este modo
la noción implícita de conocimiento de sentido común de los miembros como un
reservorio inagotable de dispositivos de categorización que “fija” [lock in] catego-
rías y el modo en el que los miembros hacen inteligible su entorno. El problema
de lo que es “oído” y los elementos no verbales de las conversaciones no constituye
un rasgo explícito en el análisis de Sacks. El autor se apoya en estos rasgos cuando
intenta describir las transcripciones que ha oído una y otra vez.
A pesar de que las estrategias arriba descritas no hacen referencia explícita al carác-
ter temporalmente constituido de todos los intercambios, el uso de las formas normales
y el rol de las pistas no verbales, el análisis contrastivo provee al investigador de un
procedimiento empírico para identificar (comparar grupos y dispositivos de categori-
zación en pleno acto) diferentes etapas de desarrollo en la adquisición de los procedi-
mientos interpretativos y sus rasgos reflexivos. Hemos denominado como diccionario
oral o “lo que todo el mundo sabe” al modelo de desarrollo en el cual el niño adquiere y
modifica el corpus de conocimiento, y el modo en que el niño utiliza este conocimien-
to en las expresiones indexicales rutinarias debería ayudar a aclarar algunas lagunas
existentes en nuestro conocimiento acerca del modo en el que los adultos competentes
construyen y sostienen el orden social a través de sus acciones cotidianas.

COMENTARIOS FINALES

A lo largo de este capítulo he argumentado que los procedimientos interpreta-


tivos y sus rasgos reflexivos nos proveen de los elementos básicos para comprender
el modo en el que la adquisición por parte del niño de la estructura social hace po-

La adquisición de la estructura... 285


sible el orden social. Parto del supuesto de que las propiedades de los procedimien-
tos interpretativos son análogas a las demandas sobre los universales lingüísticos,
adquiridos en una etapa temprana de la vida y fusionados en la adquisición del
lenguaje. He intentado separar la adquisición de los procedimientos interpretati-
vos de su desarrollo en una cultura particular a fin de enfatizar su estatus analítico
como algo paralelo a la existencia de universales lingüísticos independientemente
del aprendizaje de una lengua particular. La noción de visión del mundo y la ad-
quisición de procedimientos interpretativos en una cultura particular sugieren el
modo en el que el niño se orienta al reconocimiento cultural tanto genérico como
sustantivo y utiliza las formas normales en su entorno. Los procedimientos inter-
pretativos y sus rasgos reflexivos proveen al niño de un sentido de la competencia
de la estructura social necesaria para abordar las conductas que incluyen el uso
cotidiano de una lengua particular y de una visión del mundo. Las conductas reales
implican la transformación de materiales verbales y no verbales en instrucciones
por medio de las cuales los miembros programan mutuamente sus acciones en
desarrollo. Por tanto, muchas conductas dependen de las situaciones sociales en
desarrollo que no pueden ser automáticamente pre-programadas por competen-
cias fijas. El estatus invariante de los procedimientos interpretativos, por ejemplo,
le permite a un niño normal adquirir el lenguaje en una familia de padres sordos, y
los procedimientos interpretativos y sus rasgos reflexivos les permiten a las perso-
nas sordas adquirir un sentido de la estructura social que es no verbal.
Un modelo de desarrollo sugiere que el problema puede también enunciarse
de modo comparativo a través de las especies; la competencia pre-programada y
la adquisición del lenguaje y de los procedimientos interpretativos se convierte
en cada vez menos determinante de las conductas a medida que nos encontramos
con organismos más complejos, con un énfasis mayor en expandir las etapas de
desarrollo de “improntas” y las contingencias de los escenarios de acción para la es-
tructuración del comportamiento real. Deben separarse las diferencias sustantivas
intra e inter-culturales en la crianza de los niños respecto de las etapas invariantes
del desarrollo del lenguaje y de los procedimientos interpretativos.
A fin de alcanzar la noción de desarrollo, sugiero que las concepciones antro-
pológicas y sociológicas comúnmente sostenidas requieren de una modificación
que explique el modo en el que el orden social es posible. La idea que sostiene que
la acción concertada es posible en virtud de que las normas y las orientaciones
normativas comunes generan consenso ha sido una tesis de largo alcance en la
bibliografía especializada. El argumento presentado anteriormente afirma que los
miembros son capaces de acción concertada a pesar de la ausencia de consenso,
durante un conflicto explícito, en el caso de los niños en donde no está claro que

286 Revista Sociedad Nº 33


las normas sean conocidas o comprendidas, mucho menos los elementos de un
sistema común de valores. No estoy diciendo aquí que los valores no ocupen un
lugar en la descripción o que sean innecesarios, sino que su rol en la generación,
sostenimiento o cambio de los escenarios de acción depende siempre de las pro-
piedades de los procedimientos interpretativos. El argumento habitual acerca de
que existe un sistema de valores comunes que consiste en una tradición oral en
una sociedad esotérica se extiende también a las sociedades pluralistas sobre la
base de que existe un núcleo de valores comunes que también existe a pesar de las
diferentes posiciones ideológicas.
La idea de lo que es o debería ser deseable acerca de los objetos, ideas o prácti-
cas no es algo invariante respecto de la interacción social concertada o el orden so-
cial. La relevancia de las normas y los valores generales se convierte en algo central
en las ocasiones ceremoniales o luego de situaciones de conflicto, donde el intento
de estructurar y re-estructurar “qué sucedió” o “qué debería haber sucedido” se
convierte en la clave de la actividad grupal. Sugiero aquí que los valores, como las
reglas superficiales, las normas o las leyes, constituyen siempre principios o prác-
ticas generales cuya articulación con los casos particulares permanece como un
tema empíricamente problemático, dependiente del análisis del modo en el que los
procedimientos interpretativos estructuran los escenarios de acción en desarrollo
de modo de generar concepciones seguras de “lo que sucedió”. Así, las elecciones
reales entre cursos de acción alternativos, los objetos de interés, la moralidad de
las acciones de los miembros, los ideales de vida deseados y demás ocurren dentro
de un contexto de procedimientos interpretativos y sus rasgos reflexivos. Los pro-
cedimientos interpretativos proveen de un esquema de interpretación común que
permite a los miembros atribuir relevancia contextual; las normas y los valores se
invocan con el objeto de justificar un curso de acción, “encontrar” la relevancia de
un curso de acción, permitir a un miembro elegir entre las particularidades a fin
de construir una interpretación con la cual los otros puedan acordar o una inter-
pretación diseñada para satisfacer los intereses o las demandas que se le imputan
a los otros. La propiedad de las formas normales es invariante respecto de una so-
ciedad o cultura dada; sin embargo, su relevancia empírica está siempre delimitada
culturalmente e incluye necesariamente el compromiso con las concepciones de lo
pertinente normativa y valorativamente orientadas. El vivir día a día requiere de
un compromiso tácito con un orden normativo básico; este orden se construye en
lo que los miembros suponen que es conocido por todos y dado por sentado en sus
actividades cotidianas. La referencia a las normas y a los valores en las actividades
mundanas resulta necesaria para decidir qué particularidades de los escenarios de
acción serán identificados y utilizados para articular los casos concretos con las

La adquisición de la estructura... 287


reglas o principios generales. La pregunta central vinculada al desarrollo refiere al
modo en que los adultos exponen rutinariamente a los niños a un orden practicado
y obligatorio, opuesto a las normas y los valores entendidos como principios y re-
glas generales idealizados invocados luego del hecho a fin de explicar o justificar las
actividades influidas por las contingencias de un escenario de acción en desarrollo.
La programación momento-a-momento que cada miembro logra tanto para él o
ella como para otros reestablece el orden normativo a causa de las conexiones post
hoc con los principios y las reglas generales. Al intentar socializar a los niños, este
proceso ambiguo de conectar los casos particulares con los principios y las reglas
generales se convierte en un laboratorio perceptivo para descubrir el modo en el
que la organización social se hace posible a través de la adquisición por parte del
niño de la estructura social.

Traducción de Daniela Griselda López

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