Giordano, de - Ciudadanas - Incapaces - A - Sujetos - de - Igu
Giordano, de - Ciudadanas - Incapaces - A - Sujetos - de - Igu
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Presentación 1
El segundo dossier problematiza el ámbito de las políticas sociales desde el
punto de vista de sus supuestos. La cuestión podría ser planteada de la siguiente
manera: si es casi de sentido común fustigar al neoliberalismo que imperó en los
’90 para hablar de políticas sociales, ¿sabemos hasta dónde cierta lógica neoliberal,
tecnocrática, puede seguir imperando de manera subrepticia en la manera de con-
cebir las nociones clásicas de integración, de cohesión, solidaridad y adaptación?
Responder a esta pregunta nos permitiría avanzar más en los procesos de supera-
ción de las desigualdades sociales. El dossier coordinado por Ana Arias (directora
de la carrera de Trabajo Social, 2010-2014) y Adriana Clemente (vicedecana de la
Facultad en el mismo periodo) se centra en la intervención social, como puede
suponerse, pero también inquiere sobre ciertos supuestos teóricos de dicha inter-
vención, como la idea de comunidad.
En la sección “Investigaciones”, Mariana Gómez Schettini examina los efectos
de la construcción de la ciudad como marca en el caso de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, en el marco de un proceso global de reconversión del aspecto
simbólico de las ciudades en un sentido claramente capitalista, en especial en re-
lación con el nuevo papel cumplido por el turismo a nivel mundial. Por su parte,
Carolina Collazo muestra con profundidad la relación teórica, política y amistosa
entre Jacques Derrida y Louis Althusser como si se tratara de un caleidoscopio en
el cual se observan diferentes configuraciones del marxismo francés de los años ’70
y ’80, así como su proyección en la actualidad. La revista se cierra con la traducción
al español de un capítulo de Cognitive Sociology. Language and Meaning in Social
Interaction de Aaron Cicourel, uno de los textos fundamentales de la sociología
fenomenológica.
Este número coincide con el fin de una gestión de gobierno de la Facultad que
ha querido privilegiar la articulación del pensamiento crítico, la producción teórica
y la mirada atenta a los interrogantes con los que la dinámica propia de nuestra so-
ciedad nos interpela como científicos, intelectuales, trabajadores de su universidad.
Con este horizonte, diversas iniciativas se han concretado en materia de publi-
caciones: la serie de cuadernillos Sociales en debate, destinados a la discusión de
cuestiones urgentes como la trata de personas, la crisis habitacional y el acceso a la
tierra, la necesidad de una seguridad democrática y las dificultades asociadas a la
dolarización cultural de nuestra economía; la revista Ciencias Sociales ha sido com-
pletamente rediseñada y se ha orientado su línea editorial a reflexionar en torno
a acontecimientos de actualidad, pero aportando los nuevos matices y puntos de
vista que las ciencias sociales pueden ofrecer; esta revista, Sociedad, continuó con
su ritmo de aparición pero además ha sido digitalizada para un mejor acceso de la
2 Revista Sociedad Nº 33
comunidad académica a sus números pasados; se ha abierto un espacio dentro de
la página web de la Facultad consagrado a las publicaciones; se inició una colección
de tesis doctorales publicadas conjuntamente con Eudeba, la editorial de la UBA;
y se prestó apoyo económico a las revistas de cátedras y grupos de investigación
de mayor trayectoria en estos 25 años: Apuntes de Investigación del CEPYC, Arte-
facto. Pensamientos sobre la técnica, Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales,
Diaporías. Revista de Filosofía y Ciencias Sociales, El Ojo Mocho, Pensamiento de
los Confines, POSTdata. Revista de Reflexión y Análisis Político y Revista Argentina
de Ciencia Política. Consideramos que es necesario continuar y mejorar lo hecho
hasta ahora.
Como estas, la mayoría de las 52 publicaciones realizadas en los últimos años
han estado orientadas a poner en circulación pública lo producido en nuestras
aulas e institutos, así como a generar espacios de encuentro, escucha y enriqueci-
miento mutuo entre la universidad y la sociedad que la contiene y le da su razón
de ser. Porque no hay producción de saber que no sea colaborativa, pero esto no
sólo compromete a los miembros de la institución académica, sino también a todo
el cuerpo social, pues el conocimiento que somos capaces de construir es también
una forma de potencia de nuestra comunidad.
Sergio Caletti
Presentación 3
La embestida del derecho. Judicialización
de la política, normativización de lo social
PRESENTACIÓN
* Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Dr. phil en Teoría Política (HU-Berlin). Investi-
gadora adjunta del CONICET y del Instituto Gino Germani, con foco en Teoría Política
de la Modernidad Temprana. Profesora Adjunta de la UBA (Carrera de Ciencia Política)
y del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), Departamento de Artes Visuales.
Co-Directora de la Revista de Teoría Política Clásica y Moderna Anacronismo e Irrupción.
Su último libro se llama Crimen y Sí Mismo. La conformación del individuo en la Temprana
Modernidad Occidental (Buenos Aires, Gorla). E-Mail: ceciliaabdo@conicet.gov.ar.
6 Revista Sociedad Nº 33
El final de la vida como
objeto de debate público: avatares de la
“muerte digna” en Argentina*
Juan Pedro Alonso**, Natalia Luxardo***, Santiago Poy Piñeiro****
y Micaela Bigalli*****
INTRODUCCIÓN
*Una versión previa del artículo fue presentada en el capítulo “Políticas y legislación regu-
latoria del final de la vida: sentidos en disputa en torno a la ‘muerte digna’ en Argentina”
(Alonso, Luxardo y Nadal, en prensa).
**Juan Pedro Alonso es Doctor en Ciencias Sociales (UBA), investigador asistente del Con-
sejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), y docente de la
carrera de Sociología.
*** Natalia Luxardo es Doctora en Ciencias Sociales (UBA), investigadora adjunta del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) y Profesora
de la Carrera de Trabajo Social en la UBA. Autora del libro Morir en casa. El cuidado en el
hogar en el final de la vida.
**** Santiago Poy Piñeiro es Licenciado en Sociología por la UBA y docente de las materias
Metodología y Técnicas de la Investigación Social I, II y III de la carrera de Sociología de
la UBA.
*****Micaela Bigalli es estudiante avanzada de la carrera de Sociología de la Universidad de
Buenos Aires y docente en las materias Metodología y Técnicas de la Investigación Social I,
II y III de la carrera de Sociología de la UBA.
1
El encarnizamiento terapéutico remite a la utilización de técnicas desproporcionadas a los
resultados que se desean o se pueden obtener en el final de la vida, que prolongan de forma
innecesaria la agonía y aumentan el sufrimiento del paciente. Por su parte, la eutanasia es
la muerte provocada por un tercero por medio de la administración de una droga en dosis
mortales. En el suicidio asistido la administración de la droga es efectuada por el propio
paciente, a quien se le provee la misma para su eventual uso (Gherardi, 2007).
8 Revista Sociedad Nº 33
que prolonguen o sostengan la vida por medios tecnológicos.
A partir de un corpus heterogéneo de fuentes secundarias, como el análisis de
leyes y proyectos de ley, jurisprudencia, desgrabaciones de las audiencias y debates
parlamentarios y notas periodísticas de los principales medios gráficos (Clarín, La
Nación y Página/12) sobre la temática, entre otras fuentes documentales,2 el artículo
repasa los antecedentes de estos debates y analiza el camino que culminó en la sanción
de la ley, explorando los principales tópicos en torno a los cuales giraron los debates.
En primer lugar, se presenta el contexto en que la muerte y el morir –y la gestión
médica de estos procesos– se configuran como un tema de debate público, a partir
de los primeros casos que movilizaron la discusión sobre la eutanasia, el suicidio
asistido y los límites del uso de la tecnología médica en el final de la vida, así como
los principales antecedentes en la legislación y regulación sobre el final de la vida
en el mundo. En segundo lugar se describen los debates en torno a la regulación
del final de la vida en Argentina, y por último se analizan los pormenores del de-
bate actual, dando cuenta de los argumentos y protagonistas.
Como señala Rothman (1991), la gestión médica del final de la vida (las deci-
siones acerca de cuándo prolongar o no la vida por medios artificiales, los criterios
para iniciar o suspender medidas de soporte vital, entre otras) no fue objeto de
escrutinio público hasta mediados de la década del ’70, cuando comienzan a co-
brar visibilidad casos controversiales, principalmente en los Estados Unidos. Estos
casos –que incluyeron tribunales y jueces como nuevos actores– pusieron en el
centro del debate público el poder de los médicos en las decisiones referidas al final
de la vida, así como el lugar de la autonomía y el derecho de los pacientes.
El caso que marcó el quiebre en la consideración pública de esta temática fue
el de Karen Quinlan, de 22 años, quien en 1975 quedó en estado de coma luego
de un accidente, tras el cual necesitó de un respirador artificial para ser mantenida
con vida. Tras varios meses de permanecer en ese estado sin ninguna mejoría, los
padres pidieron a los médicos del hospital que la desconectaran del respirador,
quienes se negaron acceder al pedido. La familia recurrió entonces a la Corte de
Nueva Jersey para conseguir que fuera removido el respirador, la Corte también les
2
Los artículos periodísticos y los proyectos de ley se relevaron a partir de descriptores
(“muerte digna”, “eutanasia”, “cuidados paliativos”, etc.) en los buscadores virtuales de los
diarios y buscadores de proyectos de ley. Las fuentes secundarias recabadas fueron cargados
en un programa para el análisis de datos cualitativos (Altas.ti), y fueron codificadas y anali-
zadas inductivamente a partir de técnicas de análisis cualitativo.
3
La Federación Mundial de Sociedades por el Derecho a Morir cuenta con integrantes de diversos
países; Venezuela y Colombia son los únicos representantes de Sudamérica (WFRtDS, 2011).
8 Revista Sociedad Nº 33
legalmente la eutanasia, y que autoriza a un paciente a requerir la asistencia de un
médico para terminar con su vida (Rights of the Terminally Ill Act). La medida
estuvo en vigencia entre julio de 1996 y marzo de 1997, cuando el Parlamento
Federal australiano dejó sin efecto la medida por medio de una ley que prohibía la
eutanasia en todo el territorio (McInerney, 2000). También en los Estados Unidos
pueden encontrarse las primeras iniciativas ciudadanas para legalizar la eutanasia
y el suicidio asistido: en 1994 la ley que habilitada estas prácticas fue aprobada en
la ciudad de Oregon, y tras tres años de suspensión fue finalmente votada por los
ciudadanos en un referéndum.
En el año 2000 el Parlamento holandés legalizó la eutanasia y el suicidio asis-
tido. La ley tomó efecto en el año 2001, y comenzó a regular una práctica que, si
bien era ilegal, anteriormente era socialmente tolerada (Pool, 2004; Weyers, 2006).
Estas prácticas dejaron de ser penalizadas siempre que fueran realizadas por un
médico y a pedido del paciente, y que se siguieran una serie de regulaciones. En
el año 2002 Bélgica legalizó la eutanasia y Luxemburgo lo hizo en 2009. En Sui-
za el suicidio asistido es legal desde el año 2005. En otros países europeos, como
Noruega, Dinamarca, Alemania y Austria, los pacientes tienen derecho de rechazar
determinados tratamientos aunque esto ocasione su muerte.
En América Latina, la Corte Constitucional de Colombia autorizó el recurso de la
eutanasia para enfermos terminales en 1997, despenalizando el “homicidio por pie-
dad”, pero hasta la fecha no fue validada por el Congreso. Por su parte, Uruguay aprobó
en 2009 una ley que permite a los pacientes adultos y “capaces” con enfermedades ter-
minales rechazar tratamientos y prescindir de intervenciones que los mantengan con
vida, y cuando estos no puedan decidir autoriza a los familiares a tomar las decisiones.
En Argentina, el actual debate por la aprobación de una ley de “muerte digna”
reconoce varios antecedentes legislativos, judiciales y administrativos.
Si bien no fue hasta el año 2011 que la gestión médica del final de la vida se con-
stituyó como un tópico de debate público en Argentina, es posible identificar varios
antecedentes en torno a la temática (tanto legislativos como judiciales) en las últimas
décadas. El primer antecedente de relevancia se registra en 1996 –año en que fue
legalizada la eutanasia en el Territorio Norte de Australia–, cuando se presentaron
los primeros proyectos de ley y se produjo el primer debate parlamentario en el país.
Estas iniciativas se inspiraron en un caso (el “caso Parodi”) que llegó a la justicia,
que avaló la negativa de un paciente a que los médicos le amputaran una pierna para
4
Entre 1997 y el año 2000 se presentaron siete proyectos, que buscaban corregir las limi-
taciones del anterior de 1996 –como regular la toma de decisiones cuando el paciente no
era capaz de hacerlo. En el año 2001 se presentan cinco proyectos, en los que ya se incluye
la regulación de los “testamentos vitales”, herramienta legal para garantizar que se respeten
las decisiones terapéuticas de la persona en caso de no poder expresarlas en el futuro. Entre
el año 2002 y 2003 se presentan tres proyectos. En el año 2005 el tema adquirió un nuevo
impulso por la difusión y el impacto del caso de Terri Schiavo en los Estados Unidos, en que
el centro del debate y la pelea legal por continuar o no con los tratamientos que la mante-
nían con vida giró en torno a cuál hubiera sido la decisión de la paciente de poder ejercerla.
En ese año se presentan cinco proyectos, cuatro de ellos relacionados a la regulación de los
“testamentos vitales” o “directivas anticipadas”. En el año 2006 se presenta un proyecto, cua-
tro en el año 2007 –en que se sanciona la primera ley en Argentina, en la provincia de Río
Negro–, y cinco más entre 2008 y 2010.
12 Revista Sociedad Nº 33
casos, en 2005 la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires se opuso al pedido
de retiro de la hidratación y la nutrición de una mujer que quedó en estado vegetati-
vo permanente luego de dar a luz en 1998, realizada por su marido dos años después.
La familia de la mujer se oponía a esa medida. En línea con el caso Parodi, en 2005
un fallo judicial dio validez al testamento vital de una mujer con una enfermedad
degenerativa en la ciudad de Mar del Plata, que pedía que no se le practicaran méto-
dos invasivos cuando su enfermedad progresara. La mujer asentó su decisión en el
Registro de Actos de Autoprotección, creado por el Colegio de Escribanos de Buenos
Aires, luego de que los médicos le informaran que en un futuro deberían practicarle
una traqueotomía o alimentarla artificialmente para mantenerla con vida. En 2006,
la justicia de la provincia de Neuquén avaló el pedido de los padres de un niño de
11 años que padecía una enfermedad crónica y progresiva, quienes recurrieron a la
justicia de manera preventiva para que no se prolongara artificialmente la vida de su
hijo en caso de que la enfermedad llegara a estadios críticos.
El antecedente más importante es sin dudas la sanción de las leyes de “muerte
digna” (como fueron llamadas) en las provincias de Río Negro y Neuquén, en los
años 2007 y 2008 respectivamente, que reconocen el derecho de las personas con
enfermedades terminales a interrumpir o rechazar tratamientos que prolonguen su
vida de forma artificial, a la vez que garantizan las medidas tendientes al alivio del
dolor y el sufrimiento y obligan a los establecimientos de salud públicos y privados a
contar con servicios de cuidados paliativos. En esta línea, en 2009 fue sancionada a
nivel nacional la Ley 26.529 de Derechos de los Pacientes, que faculta a los pacientes
a aceptar o rechazar terapias o procedimientos médicos, así como avala las directivas
anticipadas para consentir o rechazar tratamientos, “salvo las que implican desarro-
llar prácticas eutanásicas”, salvedad que dejaba potencialmente por fuera las prácticas
legalizadas en ambas provincias, al tratarse de una cuestión de interpretación si el
rechazo de los tratamientos constituía o no una práctica eutanásica.
Los debates públicos recientes en torno a la gestión médica final de la vida, así
como las iniciativas legislativas que culminaron en la sanción de la ley en 2012,
fueron movilizados por casos que tomaron estado público a lo largo del año 2011.
La aparición en los medios de los casos de Melina González y Camila Sánchez
avivaron el debate público sobre la terminación de la vida y los derechos de los
pacientes, dándole una visibilidad al tema en gran medida inédita en el país, con
la particularidad de que fueron las propias protagonistas (tanto Melina como la
El debate legislativo
14 Revista Sociedad Nº 33
vilizó a varios legisladores a presentar proyectos para regular los derechos de los
pacientes en fin de vida. Uno de los anteproyectos presentados, por su parte, señala
en los considerandos “que recoge como un mandato póstumo las palabras de Me-
lina González (…) Antes de fallecer, la adolescente le dijo a su madre: ‘Yo necesito
hacerle entender a la humanidad que la muerte digna no es una mala palabra, es
un paso a la eternidad que todos nos hemos ganado’”.
El caso de Camila Sánchez estuvo directamente relacionado con el proceso de
sanción de la ley: Silvia Herbón, madre de Camila, contó en una entrevista que
fueron los mismos legisladores quienes la animaron a hacer público su caso en los
medios de comunicación, de modo que se agilizara el debate alrededor del tema.
La difusión del caso dio un impulso importante al movimiento originado a partir
del caso de Melina González. A fines de agosto de 2011, las madres de Camilia y
de Melina fueron convocadas por la Comisión de Salud del Senado para contar
sus experiencias y avanzar en el tratamiento de las iniciativas existentes, buscando
acordar un único proyecto. Con ese fin, la Comisión de Salud llamó a una audien-
cia pública para septiembre a la que se convocó a exponer a profesionales médicos,
psicólogos, especialistas en bioética y a familiares de pacientes. Paralelamente al
progreso del avance del proyecto en el Congreso, otros casos tomaron estado pú-
blico y mantuvieron vivo el debate en los medios de comunicación.
Por su parte, en el mes de octubre de ese año se produjeron avances en la Cá-
mara de Diputados. Las comisiones de Legislación General y Derechos Humanos
apoyaron un proyecto de ley que regulaba los derechos de los enfermos terminales
que había sido acordado en la Comisión de Acción Social y Salud Pública de la
misma cámara; y en noviembre fue consensuado un proyecto que modificaba la
Ley 26.529 de Derechos de los Pacientes y elevado a votación, luego de discutir el
texto de cinco anteproyectos, presentados por los diputados Bonasso, Vega, Mil-
man, Rivas y Bianchi.
Los proyectos discutidos en el Congreso procuraban regular las situaciones de
toma de decisiones en el final de la vida para evitar futuras judicializaciones. Algu-
nos proyectos proponían la sanción de una nueva ley que regulara estas situacio-
nes (como los del diputado Bonasso y el senador Cabanchik), y otros proponían
enmendar la Ley de Derechos de los Pacientes para incorporar la “muerte digna”,
iniciativa que terminó logrando un mayor consenso. Finalmente, el proyecto uni-
ficado fue discutido en el recinto y recibió la media sanción en Diputados el día 30
de noviembre de 2011, con 142 votos a favor, 6 en contra y 4 abstenciones.
En abril de 2012 el proyecto votado en la Cámara de Diputados obtuvo un dic-
tamen favorable en un plenario de las comisiones de Salud y Deportes, Legislación
General y Derechos y Garantías de la Cámara de Senadores, y el día 9 de mayo la
16 Revista Sociedad Nº 33
suerte de respeto de una muerte “natural”, amenazada por el recurso a la tecnología
médica. La “muerte digna” se define así entre dos polos: el de la eutanasia y el del
encarnizamiento terapéutico.
Los significados asociados a la noción de “muerte digna”, expresada en los de-
bates, no remite tanto a la subatención a la que está expuesta este tipo de pacientes (la
situación más problemática en el contexto local), sino a los límites a la utilización a
la tecnología médica. En este sentido, los debates hacen eco de la literatura en torno
al “buen morir” como crítica a la muerte hospitalizada y medicalizada (Ariès, 1992,
2000; Clark y Seymour, 1999). La idea de una muerte “a tiempo”, “ni retrasada ni
adelantada”, lo mismo que una muerte “natural” como opuesta a la prolongación
“artificial” de la agonía, difícilmente puede ser sostenida cuando se observa la forma
de gestionar el final de la vida en contextos médicos. Si la limitación del esfuerzo
terapéutico para evitar el encarnizamiento terapéutico goza de un amplio consenso,
la definición de qué medidas incluye o debería incluir esta limitación es menos clara.
Como quedó plasmado en la legislación, la mayoría de los actores consideraban a-
decuada la retirada o abstención de medidas de soporte vital o cualquier otro tipo de
intervención. Por su parte, para otros actores –entre los que se encuentra la Iglesia
católica– la limitación no debería incluir las medidas de hidratación y alimentación,
intervenciones consideradas “naturales” desde esta perspectiva.
La dicotomía naturaleza/cultura, natural/artificial, largamente pensadas en
términos oposicionales, han sido puestas en cuestión en las últimas décadas por
autores que señalan el carácter construido de la supuesta “naturalidad” de la natu-
raleza, así como el borramiento de los límites entre estos términos en campos de la
medicina con uso intensivo de la metodología, como en la reproducción asistida,
el final de la vida y el trasplante de órganos (Kaufman, 2000; Lock, 2002). Aun en
contextos de uso menos intensivo de tecnología, como en servicios de cuidados
paliativos, la distinción entre “natural” y “artificial” es difícilmente trazable (Alon-
so, 2011; Luxardo, 2011), al tiempo que el papel de la tecnología no está necesaria-
mente ausente en las mismas nociones legales de lo que es una “muerte natural” en
contextos médicos (Timmermans, 1998; Seymour, 2001; Tercier, 2005).
PALABRAS FINALES
16 Revista Sociedad Nº 33
Los debates y la legislación estuvieron orientados a garantizar los derechos de
los pacientes a tomar decisiones autónomas al final de sus vidas, así como pro-
mover las herramientas para hacerlo posible (como los testamentos vitales). Asi-
mismo, los debates abrieron interrogantes sensibles y polémicos igualmente rel-
evantes, como el estatuto legal y ético de la eutanasia y el suicidio asistido, así como
el carácter ontológico de nuevas categorías de existencia, como la de las personas
con estados vegetativos permanentes (Kaufman, 2000).
¿En qué medida las regulaciones debatidas en el Congreso atienden a las nece-
sidades de los pacientes y familiares en estas situaciones? ¿Cuáles son las necesi-
dades y preferencias de los pacientes respecto a los cuidados en el final de la vida?
¿Qué aspectos y situaciones faltaría incluir en la legislación? Aportar evidencia
empírica sobre estos interrogantes contribuiría sensiblemente a informar estos de-
bates y al desarrollo de políticas públicas en este campo.
BIBLIOGRAFÍA
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morir en cuidados paliativos. Tesis de Doctorado, Doctorado en Ciencias Sociales, Universi-
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regulatoria del final de la vida: sentidos en disputa en torno a la ‘muerte digna’ en Argentina”.
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OTRAS FUENTES
Diario Página/12
Diario Clarín
Diario La Nación
Proyectos de ley y leyes del Congreso de la Nación Argentina.
Versiones taquigráficas de audiencias y sesiones parlamentarias.
18 Revista Sociedad Nº 33
De “ciudadanas incapaces” a sujetos de
“igualdad de derechos”. Las transformacio-
nes de los derechos civiles de las mujeres y del
matrimonio en Argentina
Verónica Giordano*
INTRODUCCIÓN
1
En rigor, se trata de una reforma que involucra la reforma, la actualización y la unificación
de los Códigos Civil y Comercial. Para abreviar, y porque nos interesa una mirada de larga
duración de los derechos civiles de las mujeres y del matrimonio, aludimos simplemente a
la reforma del Código Civil.
22 Revista Sociedad Nº 33
son los procesos lo que debemos tener en cuenta continuamente. Debemos pre-
guntarnos con mayor frecuencia cómo sucedieron las cosas para descubrir por
qué sucedieron. (…) necesitamos considerar tanto los sujetos individuales como
la organización social, y descubrir la naturaleza de sus interrelaciones, porque
todo ello es crucial para comprender cómo actúa el género, cómo tiene lugar el
cambio.2
En este sentido, el proceso de larga duración que este artículo analiza tuvo un
importante hito el 22 de septiembre de 1926, cuando se promulgó la ley 11.357
conocida como Ley de Derechos Civiles de la Mujer. La ley amplió los derechos
civiles de las mujeres pero no derogó el artículo 55 del Código Civil, que definía
a la mujer casada como incapaz de hecho relativa (inc. 2), ni el artículo 57 que la
subordinaba a la necesaria representación legal del marido (inc. 4).
El proyecto original había sido presentado por los senadores socialistas Juan B.
Justo y Mario Bravo el 29 de septiembre de 1924. El 10 de junio del año siguien-
te, el diputado conservador Ángel Sánchez de Elía propuso formar una comisión
especial para analizarlo. La comisión estuvo integrada por tres diputados y dos se-
nadores y tuvo a su cargo la redacción de un nuevo proyecto basado en el anterior.
Bravo ofició de presidente de la comisión y Sánchez de Elía de secretario. El nuevo
texto quedó terminado el 27 de agosto y el 25 de septiembre el Senado lo aprobó
por unanimidad, introduciendo sólo algunas modificaciones. La Cámara de Dipu-
tados discutió el texto aprobado en la Cámara alta al año siguiente. Entre junio y
septiembre de 1926 tuvieron lugar los debates. Finalmente, el 1 de septiembre, los
diputados lo aprobaron con un solo voto en contra y, días más tarde, el Senado lo
ratificó. El 22 de septiembre de 1926 fue promulgado como ley 11.357.
Si bien es cierto que algunos antecedentes y la propia posición de Bravo ante
el Congreso entrañaban una voluntad de cambio más profundo, la ley finalmente
promulgada tuvo un carácter limitado y ceñido a modelizaciones de género tradi-
cionales.
Las modificaciones que se introdujeron a lo largo del proceso legislativo obede-
cen a circunstancias de orden político y a circunstancias de orden cultural. Respec-
to de las primeras, la creación de la comisión interparlamentaria es un indicio de la
necesidad del socialismo de consensuar sus iniciativas con otras fuerzas del espec-
tro político, sobre todo para conseguir la aprobación del Senado, una institución
sabidamente más apegada a posiciones conservadoras. Pero también es un indicio
2
Los estudios de género muy excepcionalmente asimilaron la comparación de procesos de
larga duración y macro-estructurales. Este artículo pretende hacer un aporte en este sentido
y estimular miradas comparativas y de conjunto sobre Argentina y América Latina.
3
En 1924, poco antes de la presentación del proyecto de Bravo y Justo, el diputado radical
personalista Leopoldo Bard presentó una iniciativa que establecía la capacidad plena para
las mujeres casadas.
4
La tarea concluyó en 1936, bajo la presidencia de Agustín P. Justo, pero la iniciativa fue
ampliamente rechazada y finalmente abandonada.
22 Revista Sociedad Nº 33
Si la incursión de las mujeres en el mundo del trabajo (y su correlato: dotarla
de derechos para administrar su salario) fue aceptado como un mal menor, quie-
nes más se empeñaron en moderar la reforma advertían “peligros” mayores que
la consigna de igualdad de derechos entrañaba: el divorcio vincular y el sufragio
femenino.
En estas circunstancias, los defensores de la ley en el Congreso (conservadores,
radicales y socialistas), con el senador Bravo en primera línea, optaron por declinar
sus aspiraciones de cambio más profundo. Por su parte, las mujeres, desde hacía un
tiempo enroladas en el denominado primer feminismo, acompañaron el proyecto
por fuera de la vía parlamentaria, pues esta les estaba vedada en razón de la inha-
bilitación para elegir y ser elegidas.5 A pesar de sostener también ellas posiciones
de cambio de más largo alcance, la exclusión de la participación política fue una
barrera infranqueable y un obstáculo para imponer sus demandas.
5
Específicamente, el Centro Socialista Femenino convocó a una conferencia titulada “Pro
derechos civiles de la mujer” a celebrarse el 10 de agosto de 1926, en pleno proceso legislativo.
26 Revista Sociedad Nº 33
va en el recorrido de los derechos de las mujeres.6 Ese año, el presidente de facto Juan
Carlos Onganía, haciendo uso de las facultades legislativas que le otorgaba el Acta de
la autoproclamada Revolución Argentina, firmó el decreto ley 17.711 que presentaba
una reforma parcial del Código Civil. Entre otras cuestiones, esta reforma consagró la
“capacidad jurídica plena para la mujer mayor de edad cualquiera sea su estado civil”.
La iniciativa retomaba las modificaciones sugeridas y ampliamente debatidas
en la comunidad de juristas. Fundamentalmente, se tomaban en cuenta las reco-
mendaciones del Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil de 1961, uno de los
principales foros del país en la materia.7 El propósito era “elaborar las bases doc-
trinarias que significan el aporte de los juristas del país a los diversos problemas
que plantea el progreso de nuestras instituciones civiles” (Moisset de Espanes, s/f).
El decreto fue dado a conocer la noche del 23 de abril por un mensaje en cade-
na nacional del ministro del Interior y mentor de la reforma, el jurista Guillermo
Borda. La reforma estaba hecha pero la opinión pública la recibió con críticas.
Fundamentalmente, se señalaba la falta de consulta previa a los especialistas por
fuera del reducido círculo que rodeaba al presidente. Más tarde, Borda (1971: 15)
justificó los hechos del siguiente modo:
(…) la consulta hubiera sido inútil. Habría dado una espléndida ocasión para sus-
citar un debate político sobre la reforma y para que ésta en definitiva se frustrara.
(…) si el proyecto de ley se entregaba a la discusión pública o se intentaba ajustar
a la Reforma todo el articulado del Código, la tarea se hubiera prolongado meses,
quizá años.
6
Había habido dos proyectos de reforma integral del Código Civil, pero estos no pros-
peraron. Uno fue el mencionado proyecto de 1936. El otro fue el Anteproyecto de 1954,
elaborado por un cuerpo de juristas encabezado por Joaquín Llambías. En este caso, las
contradicciones dentro del peronismo y luego el golpe de Estado de 1955 dejaron sin efecto
la iniciativa.
7
El primero fue en 1927, para discutir la ya mencionada iniciativa de reforma integral del
Código propuesta por el presidente Marcelo T. de Alvear en 1926. El segundo fue en 1937,
para discutir el Proyecto de 1936 que el presidente Agustín P. Justo intentó impulsar infruc-
tuosamente. En todas las ocasiones, la institución sede fue la Universidad de Córdoba.
28 Revista Sociedad Nº 33
resultan de la correlación entre las condiciones sociales y los conflictos propios de
una trama de relaciones diversas, por un lado, y el orden jurídico disponible, por
el otro. Al respecto, desde el campo de la sociología, Bourdieu (1986: 3) plantea:
Asimismo, desde el campo del derecho, Cárcova (1998: 118) postula una visión
en sintonía con el planteo de Bourdieu:
una concepción más abierta y porosa del derecho permite integrar la multiplicidad
de sentidos que provienen de prácticas societales distintas de las que son propias
y reservadas a la gestión del Estado, que pugnan por reconocimientos, o expresan
reivindicaciones o, al contrario, intentan preservar privilegios, etc. Se preserva la
especificidad de lo jurídico, sin mutilarlo, al reconocer su articulación con los
niveles del poder y de la ideología (…) (subrayado en el original).
8
En Argentina, por ejemplo, abundan los ejemplos de mujeres que se han comprometido
con el análisis del derecho y que lo han utilizado como un instrumento para transformar la
realidad “con perspectiva de género”.
9
Incluso, hay indicios que señalan la asimilación, más allá de los límites que la norma esta-
blecía, de posiciones divorcistas en la aplicación de la ley, siempre en nombre de la familia
como “célula” de la sociedad (Giordano y Valobra, 2013).
30 Revista Sociedad Nº 33
lizar los trámites de solicitud de separación personal que se acumulaban en los
despachos de los juristas. En 1968, en el gobierno de la dictadura, algunos miem-
bros de la comisión designada para la reforma del Código y el propio ministro Bor-
da sostuvieron firmemente el principio de indisolubilidad del matrimonio. Pero
Borda y la Comisión aceptaban una fórmula intermedia en la tramitación de la
separación personal de los esposos (la única forma de divorcio legalmente admi-
tida). Esa fórmula era la de mutuo consentimiento. Para evitar un conflicto con la
Iglesia católica, que a través del Episcopado tomó parte activa en las reuniones de
la comisión, el gobierno la rechazó de plano.10 Finalmente, Borda logró introducir
la fórmula de “presentación conjunta”, que en los hechos en cierto modo funcionó
como separación consensual.
Así, cuando en 1987 se aprobó la ley que estableció el divorcio vincular, este se
erigió sobre la base de una legislación que con pasos lentos y muy tímidos había
avanzado en la aceptación de que el matrimonio no era un instituto exclusivamen-
te normado por el amor romántico. También la opinión pública, a través de revistas
especializadas y medios de comunicación en general, y el Congreso, a través de
numerosos proyectos legislativos, avalaban la necesidad de legislar sobre divorcio
vincular (Cosse, 2009). En los años ochenta, el fervor de la democratización en
curso fue marco de legitimación suficiente para convertir la reivindicación en ley.
La sanción de la ley de divorcio de 1987 fue un paso inicial hacia la democratiza-
ción de las relaciones sociales sexuadas (Pecheny, 2009). La sanción de la ley de
matrimonio entre personas del mismo sexo de 2010 la reafirmó de modo contun-
dente y con efectos todavía hoy en proceso de asimilación.
Como señalan, entre otros, Jones y Vaggione (2012: 523), “desde la década de
1990, la histórica consigna del feminismo lo personal es político ha penetrado en
la construcción del campo político en América Latina, al lograrse que las formas
de regular la sexualidad y la reproducción sean materia de debate público”. En
este contexto, con la consigna “los mismos derechos con los mismos nombres”, un
grupo de activistas luego reunido en la Federación Argentina de Lesbianas, Gays,
Bisexuales y Trans (FALGBT), comenzó una lucha cuyo eje sería la “igualdad de
derechos”.
El primer peldaño alcanzado en esa lucha fue la consagración de la unión civil
en las legislaciones de varias ciudades del país: Buenos Aires (2002), primero y Río
Negro (2003), Carlos Paz (2007) y Río Cuarto (2009), después. Las cuestiones más
10
Al respecto, Borda (1971: 427) afirma que “en verdad, el propósito de la Comisión fue esta-
blecer lisa y llanamente la separación por mutuo consentimiento y así lo disponía el primer
texto que se elevó a la firma del presidente”.
Seguramente, en esta larga sesión que hoy vamos a tener, escucharemos hablar de
muchas cosas. Pero, realmente, de lo que vamos hablar, de la esencia, de lo que
finalmente estamos hablando, es de uno de los derechos fundamentales que todos
tenemos como personas, que es el derecho a la igualdad; del derecho que tenemos
como habitantes de este suelo argentino a la igualdad ante las leyes de este Estado,
que por otro lado es un derecho consagrado en nuestra Constitución, que hemos
ratificado a través de una serie de tratados internacionales (DSCS, 15 de julio de
2010, p. 26).
Tal como sostienen Pecheny y Dehesa (2010), la sanción del matrimonio para
personas del mismo sexo constituye un paso crucial en el proceso de disociación
de la sexualidad y la reproducción. Y, como antes la ley de divorcio de 1987, es un
derecho que se fundamenta y legitima en la Constitución y el derecho a tener de-
rechos que ella avala. No obstante, el proceso no ha estado exento de contradiccio-
nes. Todavía queda sin respuesta la regulación del aborto legal, gratuito y seguro.
Convicciones personales, el peso de la Iglesia católica y los costos electorales de
una ley fuertemente resistida en toda la región han mostrado ser un límite para
una fuerza política como el kirchnerismo que, en otros planos, ha llevado adelante
transformaciones pioneras: a la sanción de la ley de matrimonio igualitario (des-
pués de Canadá, Argentina fue el primer país de América que tuvo una ley tal) se
sumó la ley de identidad de género.
11
Al respecto puede consultarse Bimbi (2010) y Aldao y Clérico (2010).
32 Revista Sociedad Nº 33
COROLARIO: ARGENTINA ANTE LA ELABORACIÓN DE UN NUEVO
CÓDIGO CIVIL
Que una obra legislativa se concrete o se frustre, depende casi siempre de la con-
vicción de su necesidad por parte de quienes ostentan el poder político. Los que
lo detentaban en 1968 la tenían. Pero si el proyecto de ley se entregaba a la discu-
sión pública o se intentaba ajustar a la Reforma todo el articulado del Código, la
tarea se hubiera prolongado meses, quizá años.
12
Decreto Nº 191 de Creación de la Comisión para la Elaboración del Proyecto de Ley de
Reforma, Actualización y Unificación de los Códigos Civil y Comercial de la Nación. Publi-
cado en el Boletín Oficial el 28 de febrero de 2011.
13
En 1987 se presentó un Proyecto de Unificación ante la Cámara de Diputados. En 1993, se
presentó otro proyecto elaborado por la Comisión Federal de la Cámara de Diputados. Por
su parte, el Poder Ejecutivo firmó dos decretos al respecto, en 1992 y en 1995.
14
Y más adelante, sostiene: “se han incorporado nociones propias de la cultura latinoame-
ricana así como una serie de criterios que se consideran comunes a la región”. Entre esas
nociones, refiere a los derechos de las comunidades originarias, aunque precisamente este
ha sido uno de los elementos más resistidos.
34 Revista Sociedad Nº 33
Venezuela, Bolivia y Ecuador con un nuevo cariz (de ahí la denominación “nuevo”
constitucionalismo).
La reforma del Código Civil que está en debate hoy en Argentina se inscribe en
este corpus de ideas. Según expresó la presidenta en el citado mensaje:
15
Mensaje del Poder Ejecutivo Nacional Nº 884/2012.
16
Tomado de “El aborto: eje del debate” por Sonia Santoro para Página/12, 13 de mayo de
2012.
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FUENTES
Silvina Ramírez*
Este ensayo tiene por finalidad reflexionar sobre el reconocimiento de los pue-
blos indígenas, cuyos derechos empezaron a incorporarse al ordenamiento jurídi-
co americano hace casi tres décadas, frente a la estrategia de judicialización llevada
adelante por los pueblos indígenas en función de esos derechos reconocidos. La in-
clusión normativa no significa necesariamente judicialización, y la judicialización
no siempre se produce en consonancia con los derechos indígenas positivizados.
Las últimas Constituciones latinoamericanas y la creación de nuevas categorías
de derechos (como aquella que le reconoce a la naturaleza la calidad de sujeto
de derecho) generan nuevos desafíos desde la teoría, pero principalmente para la
práctica judicial, provocando la necesidad de encontrar nuevos elementos que, en
definitiva, otorguen sentido a esta “explosión” de los derechos contemplados en los
ordenamientos jurídicos contemporáneos.
1
Cfr. Aranda Darío, http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-218515-2013-04-22.
html
40 Revista Sociedad Nº 33
otra muy diferente es llevarla a los tribunales cuando estas reglas no son cumplidas.
En el caso de los pueblos indígenas, también es preciso añadir un matiz adicio-
nal con respecto a otras situaciones sociales. Los pueblos indígenas, dada su situa-
ción de especial vulnerabilidad, requieren de un “escudo normativo” que los pro-
teja. Lo cual, como ya ha sido sostenido, no garantiza necesariamente su efectivo
cumplimiento, pero sí genera condiciones para que el reconocimiento sea genuino
y tenga consecuencias benéficas para ellos.
Esto genera una discusión adicional. ¿Es acaso que el campo de lo jurídico debe
atravesar la vida de las comunidades jurídicas, provocando una “intervención” del
Estado muchas veces no deseada? Desde mi perspectiva, en estos casos específicos la
regulación jurídica es necesaria. Si bien la omnipresencia del derecho remite a una
vida excesivamente reglada, también permite que ciertos sectores –en este análisis,
los pueblos indígenas– cuenten con instrumentos que, en definitiva, los fortalezcan.
La excesiva juridización de todos los ámbitos no nos debe llevar necesariamen-
te a entender que la judicialización sea inevitable. Antes bien, la existencia y vi-
gencia de derechos indígenas también abren la puerta a otro tipo de posibilidades,
tales como comprometer a los Estados a delinear políticas públicas que puedan
contribuir a construir Estados interculturales.
En otras palabras, el reconocimiento de derechos indígenas obliga a los Es-
tados a formular políticas en materias tales como tierra y territorio, educación,
salud, etcétera. Es precisamente por su vigencia que los Estados deben adecuar sus
disposiciones internas y sus prácticas para respetarlos. Los debates –y por qué no
decirlo, una creciente desconfianza– que giran alrededor de la excesiva presencia
de derechos en la vida ordinaria, y que cuestionan el hecho de que aspectos básicos
que deberían ser resueltos en el interior de los sistemas que rigen la convivencia
entre los ciudadanos (el sistema político, la democracia) sean actualmente gestio-
nados por la justicia, requieren de un nuevo enfoque cuando se trata de pueblos
indígenas.
Si bien sería deseable que nuestras actuales democracias, que se autodenominan
participativas e inclusivas, generaran herramientas para concebir a los pueblos indíge-
nas como sujetos políticos que conforman un Estado intercultural y plurinacional2, lo
cierto es que si no existieran derechos regulados en el plano internacional y nacional
que así lo indican, sería prácticamente impensable que el sistema político se autorre-
2
La plurinacionalidad es el horizonte más ambicioso, y remite a una multiplicidad de
naciones compartiendo el mismo espacio geopolítico. La interculturalidad podría ser
considerada como un escalón conceptualmente inferior, debido a que señala la interacción
de culturas diferentes, pero aún no llegan a ser consideradas naciones, con un respeto
irrestricto por sus territorios, lengua, patrimonio cultural, espiritualidad, etcétera.
3
Frase que corresponde a Paolo Prodi, citado a su vez en los fundamentos de este dossier.
42 Revista Sociedad Nº 33
estar centrada no en la regulación excesiva sino en una judicialización inadecuada.
La regulación, en su caso, sólo indicaría al Estado cuáles son los derechos que
debe proteger, y en ese sentido, es orientativo de sus propias líneas de acción y
políticas encaminadas a garantizarlos. La judicialización inadecuada nos lleva a
resolver todo en el campo jurídico, por lo cual los jueces se vuelven actores cen-
trales de la vida democrática, cuando éstos paradójicamente, no han sido elegidos
directamente por el Pueblo, y en ese sentido no nos representan como sí lo hacen
–o deberían hacerlo– nuestros representantes.
¿Cómo se equilibran estos desequilibrios? ¿Cómo ampliar el campo de los de-
rechos, en el sentido que signifique un avance para individuos y colectivos, pero
no dejar excesivamente librado a la discreción judicial decisiones que son centrales
para la vida democrática? Las respuestas a estos interrogantes desvela a los teóricos
del derecho. Antes de retomar el caso de los pueblos indígenas y sus derechos, me-
rece la pena dedicarles un párrafo para dilucidarlos.
Contemporáneamente, el así llamado “activismo judicial” es medular para
entender la relación entre normativización y judicialización. Porque dado que el
Estado –y por consiguiente el gobierno, su brazo ejecutivo– no cumple con su res-
ponsabilidad y obligación de generar las condiciones para hacer efectivos los dere-
chos reconocidos, su judicialización se vuelve insoslayable. La pregunta que surge,
entonces, es cuál es el límite de la decisión judicial, y si frente a un caso el juez
puede ordenar a la rama administrativa llevar adelante acciones que le competen,
de acuerdo a un principio republicano, sólo al Poder Ejecutivo.
La objeción contramayoritaria, entonces, se encuentra debilitada por la nece-
sidad de que el conjunto de derechos que apuntalan el sistema democrático sean
efectivamente respetados. Lo que genera inevitablemente una paradoja: por una
parte, despierta preocupación que los jueces puedan tener la última palabra en
temas extremadamente sensibles, cuando no representan la ciudadanía. Por otra
parte, es imprescindible que en un Estado de derecho los derechos sean garantiza-
dos. Si los otros Poderes del Estado no toman las medidas adecuadas para que así
sea, los jueces tienen la obligación de decidir en función de ellos. El activismo ju-
dicial en temas centrales (como los son, por ejemplo, el ahorro de los ciudadanos,
la contaminación de su hábitat, la regulación de los medios masivos de comunica-
ción, etc.) sólo tiene sentido en la medida que queden clarificados sus límites, pero
que también apunten a “despertar” a otras instancias estatales sobre sus responsa-
bilidades gubernamentales.
Retomando la situación de los pueblos indígenas, y a modo de descripción de
lo que sucede en Argentina, muchas veces la estrategia de judicialización es su
último recurso para alcanzar un umbral de respeto y garantía de sus derechos. La
44 Revista Sociedad Nº 33
cimiento normativo de sus derechos para poder sobrevivir como tales. Que si se
deja librado al sistema político –al funcionamiento interno de la democracia– su
inclusión como sujetos políticos, su relación estaría enfáticamente signada por el
desconocimiento y la exclusión.
La inmensa tarea del reconocimiento de derechos no ha tenido como con-
trapartida ni un cambio sensible en la realidad de los pueblos indígenas, ni una
transformación en la distribución de los recursos económicos. Sin embargo, sigue
siendo necesaria como herramienta de lucha y como conformación de un cam-
po –el jurídico– desde el cual alcanzar otro tipo de ajustes tendientes a igualarlos
materialmente.
El reconocimiento, hoy, se enfrenta a múltiples obstáculos. Principalmente, me
interesan destacar dos: el “reconocimiento formal” que ha dedicado gran parte del
esfuerzo en construir una agenda “políticamente correcta” pero que no traspasa al
ámbito de lo sustantivo, lo cual deslegitima la inclusión de derechos cuando éstos
–finalmente– no están pensados para generar cambios radicales; y el reconocimien-
to analizado desde una perspectiva crítica, que lo subsume en un paradigma neoli-
beral globalizador, socavando todo el potencial que estas transformaciones norma-
tivas pueden producir, desde el campo de lo jurídico hacia el campo de lo político.
Para profundizar algunas de estas nociones, es posible ejemplificar con el dere-
cho a la consulta, derecho fundamental a la hora de redactar el Convenio 169 de la
OIT4 y que se profundiza con el requerimiento del Consentimiento Previo, Libre
e Informado en la Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos
indígenas. El reconocimiento de este derecho en su versión “formal” ha enfatizado
enormemente el aspecto procedimental. Su inclusión normativa es clara, pero su
interpretación es disímil, y en un intento por “licuarlo” o “alivianarlo”, se discute
principalmente cuál debe ser la forma de implementarlo, dejando de lado lo sus-
tantivo: cuáles son los derechos que finalmente contribuye a garantizar.
Por otra parte, la perspectiva crítica (también llamada pluralista, progresista
o de izquierda) pone sobre la mesa esta tergiversación normativa, señalando las
legalidades en disputa y reclamando una visión contrahegemónica que enfatice el
horizonte a alcanzar por la consulta –el consentimiento previo, libre e informado–
revalorizando centralmente la calidad de sujeto político de los pueblos indígenas.
Así las cosas, y sólo como una forma de iluminar la discusión, este ejemplo in-
tenta destacar los vaivenes conceptuales, que no son otra cosa que manifestaciones
de profundos conflictos políticos y sociales, a los que hoy son sometidos los dere-
chos indígenas –y el modo de su recepción– como una forma de incluirlos pero
4
Pieza normativa clave en la lucha por los derechos de los pueblos indígenas.
En esta expansión de las fronteras del derecho5, las últimas Constituciones la-
tinoamericanas incorporan algunas figuras novedosas y “creativas” para el ordena-
miento jurídico en general. En este trabajo me interesa destacar puntualmente la
categoría de la naturaleza o Pachamama como “sujeto de derecho” que se incluye
en la Constitución de Ecuador de 2008. Vale la pena mencionar que es la primera
5
Utilizando una expresión de Maristella Svampa vertida en una conferencia en la Facultad
de Derecho de la UBA.
46 Revista Sociedad Nº 33
Constitución del planeta que considera que la naturaleza tiene derechos que son
independientes del beneficio o daño que le produzca al ser humano.
Es muy interesante tomar este ejemplo –tal como se están mencionando los
derechos de los pueblos indígenas, y puntualmente se analizó brevemente el dere-
cho a la consulta dentro de éstos– como una muestra de la expansión de derechos
anteriormente citada, para analizar las consecuencias y efectos que ha generado y
está generando actualmente desde su sanción en la comunidad jurídica, en primer
lugar, y luego dentro de sectores ambientalistas.
En primer lugar, dado que no existen precedentes de la existencia de este derecho,
ha provocado mucha perplejidad entre los propios juristas. No existe todavía dema-
siado desarrollo de las implicancias de la vigencia de este derecho, y tampoco los
juristas han profundizado en los modos de protegerlo cuando éste se ve vulnerado.
En segundo lugar, esta categoría es producto de una discusión que va mucho
más allá del campo jurídico. Han participado, y es correcto que así sea, sociólogos,
politólogos, ambientalistas, y otras disciplinas que han contribuido con sus mira-
das a “construir” una categoría jurídica hasta ahora totalmente ajena a las concep-
ciones vigentes y al debate estrictamente jurídico.
En tercer lugar, es precisamente a partir de concebir la naturaleza como sujeto
de derecho que se produce, como nunca, un cruce muy claro entre los saberes oc-
cidentales y los saberes indígenas. No es casual que se utilice a la Pachamama como
sinónimo de naturaleza6, ni que se haya incorporado el buen vivir (sumak kawsay)
como otro de los derechos constitucionales de clara raigambre indígena.
Este proceso es destacable, porque está indicando el viraje, al menos en lo teó-
rico, que realizaron estas Constituciones. Por otra parte, también es notable en
términos de una nueva concepción jurídica, porque esto da pie a una reflexión pro-
funda sobre la relación que debe establecerse entre el ser humano y la naturaleza, y
entre el Estado, la naturaleza y los pueblos indígenas.
Esta relación también se refleja en diferencias centrales en el plano axiológico.
Ya no se trata sólo de sostener derechos en función de valores instrumentales (en el
caso de la naturaleza, está contemplado en buena parte de los ordenamientos jurí-
dicos el derecho al medio ambiente. Este derecho es leído en función del daño que
potencialmente puede provocar a un individuo no contar con un ambiente sano),
sino que se sostienen valores intrínsecos.
6
Dice el artículo de la Constitución ecuatoriana: “Derecho de los ciclos vitales, estructura,
funciones y procesos evolutivos de la naturaleza. La naturaleza o Pachamama, donde se re-
produce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el man-
tenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos.”
7
Dice la Ley de la Madre Tierra (de octubre de 2012) sobre el buen vivir: “….es el horizonte
civilizatorio y cultural alternativo al capitalismo y a la modernidad que nace en las cosmovi-
siones de las Naciones y Pueblos indígenas originarios campesinos y las comunidades inter-
culturales y afrobolivianos, y es concebido en el contexto de la interculturalidad. Se alcanza
de forma colectiva, complementaria y solidaria integrando en su realización práctica, entre
otras dimensiones, las sociales, las culturales, las políticas, las económicas, las ecológicas y
las afectivas, para permitir el encuentro armonioso entre el conjunto de seres, componentes
y recursos de la Madre Tierra. Significa vivir en complementariedad, en armonía y equili-
brio social con la Madre Tierra y las sociedades, en equidad y solidaridad y eliminando las
desigualdades y los mecanismos de dominación. Es vivir bien entre nosotros, vivir bien con
lo que nos rodea y vivir bien consigo mismo”.
48 Revista Sociedad Nº 33
ta de derechos –entre ellos derechos indígenas y derechos de buen vivir, sumados a
la novedosa incorporación de los derechos de la naturaleza– han profundizado sus
actividades extractivas (principalmente explotación de petróleo y megaminería)
que tienen un alto impacto en los territorios indígenas con un efecto devastador en
su hábitat, claramente violando los mismos derechos que dicen defender.
Este neoextractivismo es claramente incompatible con Estados que se autode-
nominan plurinacionales. Por ello, el reconocimiento de derechos se vuelve iluso-
rio cuando se privilegian lógicas económicas8 que atentan directamente contra los
derechos vigentes. De allí que la ampliación del marco normativo no implica nece-
sariamente su respeto, y tampoco una respuesta positiva frente a su judicialización.
Frente a este Estado de situación, los derechos vigentes se tornan ineficaces y pier-
den toda fuerza normativa. Argentina no es la excepción. Si bien no posee un marco
normativo tan potente como los casos de Ecuador y Bolivia reseñados, presenta el
mismo esquema productivo (se añade la ampliación de la frontera agropecuaria para
el cultivo de soja, lo que también daña fuertemente el territorio indígena debido al
desmonte) y los mismos enfrentamientos con las comunidades y pueblos indígenas.
Se vuelve imperioso llevar adelante, entonces, alianzas entre las comunidades
indígenas y sectores del ambientalismo. En otras palabras, frente a un reconoci-
miento de derechos totalmente amortiguado en la práctica, deben pergeñarse otras
alternativas que pueden llegar a utilizar estratégicamente el derecho, pero que tie-
nen su costado más fuerte, fundamentalmente, en la organización: movimientos so-
ciales organizados. Pueden plasmarse en organizaciones indígenas, organizaciones
ambientales, asambleas ciudadanas, etc., que resisten el embate del extractivismo.
Finalmente, es destacable que frente a un “excesivo” reconocimiento de dere-
chos que transmiten, en apariencia, una fuerte inclusión de los pueblos indígenas
deba buscarse, en multitud de ocasiones, otros modos de lucha que anclados en
esa juridización no consideran a los tribunales como sus aliados más cercanos. Se
desarrollan entonces otras formas de lucha que se alejan del derecho, o que en su
caso llevan adelante un uso crítico del mismo.
La normativización social y consiguiente judicialización muta, en terreno, en
formas tales como litigio estratégico, u otros usos del derecho que apuntan tam-
bién a una desmitificación de una desmedida regulación, cuando el derecho carece
de efectividad.
8
Analizar las lógicas económicas imperantes excede los marcos de este trabajo, pero apuntan
a señalar los modelos neodesarrollistas que imperan tanto en Estados conservadores como
progresistas.
50 Revista Sociedad Nº 33
La política y la juristocracia
* Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Dr. phil en Teoría Política (HU-Berlin). Investi-
gadora adjunta del CONICET y del Instituto Gino Germani, con foco en Teoría Política de
la Modernidad Temprana. Profesora Adjunta de UBA/C.Pol. y del Instituto Universitario
Nacional de Arte (IUNA), Departamento de Artes Visuales. Co-Directora de la Revista de
Teoría Política Clásica y Moderna Anacronismo e Irrupción. Su último libro se llama Crimen
y Sí Mismo. La conformación del individuo en la Temprana Modernidad Occidental, a publi-
carse por la editorial Gorla de Buenos Aires. E-Mail: ceciliaabdo@conicet.gov.ar
Le agradezco a Ignacio Mancini del CDI/IIGG por las referencias necesarias para la escritu-
ra de este artículo, a Gabriela Rodríguez por la atenta lectura y los comentarios y a Mariano
Molina por los gráficos.
La política y la juristocracia... 51
actores políticos. Esto convierte a la política, muchas veces, en subsidiaria ya no del
derecho ni mucho menos de la Justicia (que no se identifican), sino de los bemoles
del aparato judicial, y pone la lupa, con legitimidad, sobre cómo se replican o no
las facciones e ideologías políticas al interior de las elites judiciales: saber qué perte-
nencias puede haber en el Poder Judicial permite prever el cauce de ciertos litigios
que son de interés público (y de relevancia política práctica).
El fenómeno de la judicialización de la política o de la creciente intervención
del Poder Judicial en el campo político se verifica a partir del fin de la Segunda Gue-
rra Mundial en el caso de los países centrales, y en el de América Latina, desde las
reformas neoliberales de los Estados –aunque con grados y efectos variables, según
cada país–. En este continente en particular, el fenómeno tiene una clara plasma-
ción institucional en las reformas de los Poderes Judiciales que emprendieron casi
todos los países en los últimos veinte años para adecuarse a los dictámenes de los
organismos internacionales, pero su anclaje está en el seno mismo del origen cons-
titucional de los Estados, esto es, en la traslación a las Constituciones americanas
del rol contramayoritario asignado al Poder Judicial por los padres fundadores de
la Constitución de los Estados Unidos, que vieron en él el contrapeso imprescindi-
ble a la permeabilidad que mostraban las legislaturas ante las demandas populares
(Gargarella, 1996)1. El Poder Judicial, así, se orquestó en los Estados Unidos y en
gran parte de los países de América Latina después, como un poder a contramano
de la política de las mayorías, como un resguardo institucional que permitía poner
frenos a la traducción de las demandas populares en leyes y como un contrapoder
en el mismo seno del Estado en pos de obstaculizar las aspiraciones mayoritarias,
viabilizadas en general por medio de alguno o de ambos Poderes Ejecutivo y Legis-
lativo, sometidos (ellos sí) a los vaivenes de la representación política.
Este rol contramayoritario asignado al Poder Judicial es evidentemente polí-
tico, pero no fue política la manera de presentarlo ni de legitimarlo. El Poder Ju-
dicial fue cobijado en la teoría política moderna –deudora de la división de los
poderes montesquevinos–, como el poder más débil, el que debía ser protegido de
la voracidad de los restantes. La forma de protegerlo fue justamente presentarlo
en su supuesta despolitización e imparcialidad, a lo que favorecía su anclaje en
mecanismos técnicos, procesuales y autorreferenciales, sostenidos, por un lado, en
burocracias endogámicas y aristocratizantes (los jueces, decía Madison en El Fe-
deralista, serían “conocidos personalmente por una pequeña fracción del pueblo”)
1
Es notable la anomalía que constituye Thomas Jefferson a este respecto. Para él, el Poder
Judicial debía ser independiente de la Justicia pero no del pueblo. Le agradezco a Gabriela
Rodríguez esta apreciación.
52 Revista Sociedad Nº 33
y por el otro, en códigos a la vez locales y universalistas, con presumidos funda-
mentos civilizatorios. Proteger al Poder Judicial, como se sabe, no era un fin en sí
mismo, sino que al hacerlo se protegía un fin mayor: la existencia de la República,
un complejo institucional y valorativo que para perseverar debía ser disociable de
los cambios de humor de la chusma. Para que la República perviviese debía impe-
dirse la tiranía, que designa para Montesquieu y para muchos clásicos más la con-
centración en las mismas manos de las funciones legislativa y ejecutiva (o lo que
en la historia y la práctica política argentina se llamó “la suma del poder público”)
o, en su versión norteamericana, el sojuzgamiento de las minorías –en general, las
clases propietarias– bajo el yugo de las mayorías victoriosas. Por eso, presentar el
rol contramayoritario del Poder Judicial como no-político, sino técnico, impar-
cial, moral y civilizatorio, por mantenerse inerme respecto de las pasiones políticas
fluctuantes a las que se someten los demás poderes, conformados por las clases que
menos manifiestan “prudencia” política y que más proclives son a la demagogia,
marcó el carácter conservador, de inercia y de límite, que tiene el Poder Judicial en
el entramado del Estado norteamericano.
Sin embargo, las reformas del Poder Judicial que se emprendieron desde los
años noventa en América Latina permiten pensar un cambio en esta presentación
despolitizada de su rol (político). Iniciadas con el triple objetivo declarado de forta-
lecer la independencia judicial, mejorar el acceso a la justicia y alentar la eficiencia
del sistema (Smulovitz y Urribarri, 2007: 10), podría decirse que estas reformas no
cumplieron las expectativas –a juzgar, al menos, por los persistentes índices de no
credibilidad de los ciudadanos de todo el continente–, pero contribuyeron a asignar
al Poder Judicial un rol que es, por un lado, político en un sentido evidente, y por
el otro, que es innovador en la escena contemporánea. Un rol que supone un incre-
mento no sólo del peso y de las prerrogativas del Poder Judicial en la estructura del
Estado latinoamericano, sino también una transformación tanto en el hacer de los
actores políticos como en el de las elites jurídicas: si el rol contramayoritario –legado
persistente, como decíamos, de la Constitución de los Estados Unidos en las Cons-
tituciones americanas– suponía la institución de elites judiciales aristocráticas, no
contaminadas por el fragor político cotidiano, cuasi imperceptibles y esquivas a la
mirada pública, estas elites se ven hoy requeridas de un modo distinto por los actores
políticos y por la ciudadanía en general. Al compás de la judicialización posible de
todo conflicto político, las elites judiciales se tornan cada vez más portadoras de pro-
tagonismo social, de visibilidad pública y asumen un rol progresiva y evidentemente
politizado y fuertemente interventor en coyunturas políticas. Es más, cualquier in-
tento de los jueces de desandar este camino de visibilización y protagonismo, cual-
quier intento de replegarse a su modo de actuar anterior (mucho más cómodo para
La política y la juristocracia... 53
la subjetividad del funcionario), es visto por los demás actores políticos como una
resignación de su activismo posible –una resignación que es también interpretada
como politizada, como un gesto ni más ni menos que político–.
Al hablar de la judicialización de la política, en otras palabras, afirmamos que
los Poderes Judiciales asumen hoy un rol que es político en un sentido que es a la
vez evidente y nuevo. Y que ese rol político es crecientemente protagónico, porque
los tribunales amplían su rango de funciones, ya sea por apropiarse de prerrogati-
vas antes en manos de los otros poderes; o por afirmarse como controladores últi-
mos de las leyes sancionadas, de las regulaciones vigentes, de las políticas públicas,
de la letra constitucional y de su adecuación a los tratados internacionales firma-
dos; o porque se perfilan como una arena factible y jugosa para la disputa política.
Esto significa un cambio radical. Por un lado, es un cambio en el rol clásicamente
establecido por la teoría política moderna para el Poder Judicial, que lo relegaba
a ser el poder débil del entramado institucional del Estado y atado a formalismos
no inmediata ni pretendidamente politizables. Por el otro, es un cambio radical
en los modos de hacer y decidir política en América Latina, porque la percepción
creciente y extendida de que ciertas leyes, decisiones y regulaciones políticas van
a ser resueltas finalmente por los jueces abre otra instancia, paralela al campo de
lo político pero que lo sobrevuela y tiene injerencia crucial en él. Esta instancia
judicial es política sin (querer) serlo del todo, y ese carácter híbrido está en que no
se rige en general por el criterio de la representación política proporcional, que sí
atañe a los otros dos poderes bajo su control.
La percepción y la experiencia crecientemente contrastada de que el Poder Ju-
dicial puede jaquear, cambiar o imponer políticas no sólo implica un debate sobre
las transformaciones del rol y su impacto en el entramado del Poder Judicial –un
debate que harán los juristas–, sino que lo que resulta sustancial para la escena pú-
blica y para el pensar político es que con la judicialización como recurso siempre
disponible lo que se discute es quién tiene en última instancia el poder y el derecho
para legislar en el entramado estatal y en virtud de quién lo tiene y cómo le rinde
cuentas. O dicho en otras palabras, lo que se discute es quién decide en última
instancia las políticas que se aplicarán y con el consentimiento de quién y bajo qué
criterios representativos, en el marco de una sociedad democrática. Si lo que está
en juego frente al fenómeno de la judicialización, a fin de cuentas, es quiénes son
hoy los legitimados para legislar o en dónde reside en última instancia la capaci-
dad legislativa y la prerrogativa para imponer políticas, cómo se responda a esa
pregunta tiene efectos sobre qué se entiende por democracia, sobre las relaciones
entre mayorías y minorías en ella, sobre la capacidad para incidir en las políticas
más allá del voto y sobre la representación política democrática en general. Pero
52 Revista Sociedad Nº 33
también implica pensar qué es una acción política y por qué esa acción, con su
inherente complejidad, su imprevisibilidad y su pluralidad de actores (y por tanto,
de lenguajes involucrados) no es identificable ni resumible en un proceso judicial2.
Quisiera poner en consideración, en lo que sigue, algunas hipótesis de trabajo que
sirven de acercamiento preliminar al fenómeno que tratamos desde la teoría política.
La primera es que la judicialización de la política supone inevitablemente la po-
litización de la justicia, cualquiera sea el gobierno que esté. Tanto el gobierno como
las oposiciones y los jueces perciben la posibilidad de uso de este nuevo rol político
abierto para el Poder Judicial, y la puja entre todos estos actores y la ciudadanía
en general conlleva un escenario de tensión y de “stress institucional” quizá no
visto antes (De Souza Santos, 2003). A ese respecto cabe preguntarse, primero, qué
intensidad de conflictividad social y política es capaz de ser alojada por el Poder
Judicial; segundo, qué conflictos, qué derechos y qué políticas son judicializables y
cuáles no los son y si este carácter de judicializable no reproduce la desigualdad en
el acceso a la justicia; y tercero, qué efectos tiene tanto para la política como para el
aparato judicial la judicialidad de esos ciertos conflictos y la no judicialidad de los
otros. Nos preguntamos, a fin de cuentas, qué contiene, qué se pierde y qué excede
el contrapunto entre política y derecho.
La segunda es que la judicialización de la política no siempre es mala, entendien-
do por mala antidemocrática, antirrestitutiva y de erosión de derechos. Una judicia-
lización buena se ve, por ejemplo, en el papel protector que desempeñaron algunos
jueces en Brasil durante los gobiernos neoliberales frente a la puesta en jaque de de-
rechos reconocidos en la reforma constitucional de 1988; en los litigios masivos que
se dieron en la Argentina con la crisis del neoliberalismo y que forzaron la desarti-
culación de la así llamada “mayoría automática” de la Corte del menemismo; y en
la implementación de la Corte Constitucional en Colombia y el rol activo que ésta
asumió, en pos de velar por los derechos ampliados en la reforma de 1991. En todos
estos casos, las reformas constitucionales que se promulgaron alrededor de los años
90 dieron cauce a nuevos derechos que sin embargo el neoliberalismo (sumado a la
violencia de la guerra, en el caso colombiano) impedía volver efectivamente legales,
por lo que el Poder Judicial se mostró como aquel al cual podía demandársele un
cumplimiento que estaba invalidado en los otros dos poderes3.
2
Michael Walzer afirma muy interesantemente que una teoría y una práctica política basada
en los derechos (individuales) suele derivar en restringir el espacio de la política y ampliar
el de los jueces. Si fuera posible instaurar una lista de derechos a partir de un razonamiento,
digamos, filosófico y facultar a los jueces a imponerla contra un Parlamento, el espacio de
la política democrática para Walzer mermará, incluso cuando esa lista de derechos fuera
progresista. Al respecto, ver Pensar políticamente, sobre todo el capítulo 9.
3
“Volver legales” es un concepto que tomo de Smulovitz.
La política y la juristocracia... 53
Agregaré como subhipótesis que cómo sea la judicialización de la política, si
“mala” o “buena” en el sentido anterior, depende en primer lugar de quién la pro-
mueve y en qué contextos políticos específicos, en general, y de las relaciones po-
lítico-partidarias al interior de las legislaturas, en particular4. En el primer punto,
es subrayable que en general en América Latina no se recurre a los tribunales para
que ellos, mediante resoluciones, amplíen derechos, sino que se demanda porque
esos derechos, aún cuando estén reconocidos en las Constituciones, no tienen
cumplimiento efectivo. Es decir, la judicialización es en general una práctica de
protesta, de resistencia o de búsqueda de amparo que creció desde la transición
democrática y que también expresa un cambio rotundo al interior de la cultura de
izquierdas de la región en su actitud frente al Estado de Derecho.
En el segundo punto de la subhipótesis, el de relación entre mayorías y mino-
rías legislativas, la judicialización parece un recurso privilegiado de las minorías,
más allá del grado de fragmentación de las mismas, y parece imponerse como op-
ción cuasi excluyente tanto más cuanto mayor sea el control del gobierno sobre el
legislativo. Esto es, si bien crecientemente todos los actores políticos actúan con la
mira de que el debate de ocasión terminará en la justicia, son las oposiciones legis-
lativas las que echan mano prioritariamente de la judicialización como estrategia y
recurso político5. Es esperable entonces que las oposiciones en minoría legislativa
tiendan a minimizar el efecto de la acción parlamentaria en este escenario que
abre la judicialización, a no ser como puesta en escena pública de su rol opositor.
Vale agregar también que en contextos en que la opción legislativa mayoritaria es
antipopular, la judicialización puede ser una estrategia progresista (como fue el
caso del PT en Brasil durante el neoliberalismo, que echó mano con recurrencia a
la judicialización de reclamos); y en el caso de mayorías legislativas populares, la
judicialización puede ser la estrategia política de la oposición para mantener privi-
legios minoritarios y/corporativos.
4
En el contexto postcrisis, en la Argentina, y en el marco de un cambio de regulación en
pos de promover el “acceso” de la ciudadanía a la Justicia (un concepto que se transformó
en fetiche), la Corte dejó de ser un tribunal de competencia extraordinario, como postula la
Constitución, para atender todo tipo de reclamos y ampliar su número de fallos. Este rol fue
descripto por el juez supremo Carlos Fayt a la prensa, en 2005, de un modo elocuente: para
él, la Corte se había transformado en un “almacén de ramos generales”. Al respecto, ver el
libro de Leticia Barrera: La Corte Suprema en escena, p. 51 y 67.
El incremento en la cantidad de fallos se puede verificar en la página del Poder Judicial de
la Nación www.pjn.gov.ar
5
El incremento en la cantidad de fallos se puede verificar en la página del Poder Judicial de
la Nación www.pjn.gov.ar
54 Revista Sociedad Nº 33
Si la judicialización es “buena” o “mala” depende, en segundo lugar, de la per-
meabilidad del aparato judicial a las presiones, que pueden ser ciudadanas, parti-
darias y corporativas, y también de la estructura del sistema, centralizado o federal.
A este respecto, si se tienen en cuenta índices de independencia judicial elaborados
aun después de las reformas judiciales en América Latina y también las percep-
ciones ciudadanas volcadas en encuestas de opinión (percepciones que suelen ser
performativas), el aparato judicial en el continente puede describirse como alta-
mente permeable a presiones corporativas y políticas, con lo que las previsiones de
resolución de conflictos políticos judicializados dependerá de la historia política e
institucional de cada país y de los compromisos entre el Poder Judicial y el poder
político. Con respecto a la presión de la ciudadanía, cuando la judicialización va
de la mano de movilización social, es probable que ésta pretenda una resolución
particular de los casos llevados a tribunales e intente forzar al Poder Judicial en su
favor. Respecto de la estructura organizativa del aparato judicial, en el último pun-
to, ésta influye cuando ciertas elites pueden echar mano a tribunales menores para
bloquear decisiones adoptadas a nivel nacional, como ha sido el caso argentino
frente a la judicialización de la llamada “Ley de Medios”.
6
Como dice Guillermo O´Donnell en el epílogo al libro de Sieder, Schjolden y Angell
(p.357): “También existe problema de quién y en qué circunstancias se promueve la judicia-
lización. Obviamente, ésta no es sólo un resultado del activismo judicial”.
La política y la juristocracia... 57
Como puede imaginarse, el testeo de estas hipótesis exigiría un análisis caso
por caso de los países, que no es el interés ni es posible aquí. Más bien, ellas son
tomadas como punto de partida para pensar, desde la teoría política, qué implica el
nuevo rol político del Poder Judicial, sobre todo en Latinoamérica.
58 Revista Sociedad Nº 33
Poder que es contramayoritario y no electivo popularmente incremente su capa-
cidad de incidencia en políticas y leyes que son formuladas por actores electivos
y mayoritarios? ¿Convertiría esto al juez en un actor político o a la política en un
problema jurídico? ¿Qué tipo y qué intensidad de conflictos sociales y políticos pue-
de ser canalizable y resuelto por la vía judicial y cómo afecta esa gestión al mismo
Poder Judicial? ¿En qué democracias se engarza esta judicialización, aquí y ahora?
Es imprescindible, al plantear estas preguntas, distinguir el contexto político eu-
ropeo del americano. Si se lee bibliografía europea sobre el fenómeno de la judiciali-
zación, en general se lo inscribe en un proceso creciente de delegación de la política
(nacional) en instituciones no mayoritarias, como son los organismos multilaterales
de crédito, las ONGs transnacionales de todo tipo e ideología, o la Corte Penal in-
ternacional, por citar algunos casos, y se discurre sobre el riesgo democrático que
esa delegación conlleva (Schmitter, 2003; Stone Sweet, 2000; Landfried, 1994). En
cambio, en la literatura referida a América Latina (e inclusive en la que atañe a los
Estados Unidos), o bien se inquiere sobre el “poder de cambio social” de los Poderes
Judiciales (Couso, 2008) o se discurre extensa y recurrentemente sobre la “indepen-
dencia judicial” (a qué se le llamaría “independencia” y a qué no), en general para
renegar de la escasa independencia de los tribunales, sobre todo en Latinoamérica.
Si bien el fenómeno al que aludimos es el mismo, más allá de su diversidad de gra-
dos y geografías, parece evidente que en las Américas el Poder Judicial se percibe
como un poder crecientemente político y politizado, para bien o para mal. Esto es, la
judicialización de la política en América Latina parece estar inscripta en el proceso de
disputa política que vive el continente en general y no en un proceso de delegación de la
política en estructuras transnacionales en medio de la apatía ciudadana. Si se debate
más ahora sobre el Poder Judicial que antes y si éste se perfila, para sorpresa de la
academia, como objeto de interés politológico, es porque su protagonismo se perci-
be más en las últimas décadas, pero el signo de ese protagonismo no es despolitizador
ni puramente tecnicista, sino ampliamente político.
En este sentido, el fenómeno de la judicialización de la política es también el
de un reconocimiento explícito o implícito de la existente (desde hace tiempo ya)
politización de la justicia, en general encubierta bajo el mote de “dependencia o
corrupción judicial”. Pero ese reconocimiento se da ya no sólo como disfunción
sistémica o patología de las democracias periféricas a ser subsanada, sino como
elemento constitutivo de un contexto como éste, en el que el continente vive un
claro clima de politización. Para decirlo con otras palabras, no hay nada delegativo
ni apático en la judicialización de la política latinoamericana, sino que tal vez por
primera vez el creciente protagonismo de los jueces sea observado e interrogado en
su fundamento democrático y tal vez por primera vez se confronte a las sanciones
La política y la juristocracia... 59
judiciales, en plena escena pública, con lo que tienen de acción política.
La judicialización de la política en América Latina se da además en sociedades que
en las últimas dos décadas ampliaron formalmente su carta de derechos y que, sobre
todo en la última, permitieron algún cumplimiento efectivo de los mismos por un
mejor crecimiento y distribución económica. Este mejoramiento coincide, en muchos
casos, con la llegada al gobierno de espacios progresistas, que plasman el viraje que
se dio en las izquierdas respecto a la adecuación posible entre conflicto político y Es-
tado de Derecho. En desmedro de cualquier rápida asociación entre los así llamados
populismos y los Estados de Derecho, los gobiernos progresistas de la región a los
que en general se califica de populistas han desplegado en general su poder de crear
instituciones y de instituir derechos como formas legítimas de politización y cam-
bio social. Por tanto, son muchas veces también estos gobiernos los que alientan la
judicialización de ciertas políticas y tienen en los derechos una clave de lectura de
su accionar; y muchas otras veces, por el contrario, perciben en la relación entre
oposiciones y Poder Judicial una nueva correlación de fuerzas regresiva, con anclaje
institucional en el mismo entramado estatal al que supuestamente controlan.
Por eso, se podría decir que en el continente, en las últimas décadas, los con-
flictos se han crecientemente judicializado, ya sea a petición de la ciudadanía, de
los gobiernos o de las oposiciones y que, más allá de qué actor sea el privilegiado
en cada situación concreta y qué alianzas entre ellos puedan darse, esto ha puesto
la mirada pública en los tribunales, como actores no sólo capaces de intervenir y
torcer coyunturas de relevancia política y social, sino también como sujetos recla-
mados a hacerlo y visibilizados como ineludibles protagonistas. Por eso, como bien
dicen Smulovitz y Urribarri, no puede decirse que el índice de inefectividad del
sistema judicial en el continente pueda medirse haciendo una proporción entre la
tasa de litigios que se abren y el porcentaje de ellos que finalmente recibe sanción,
porque muchas veces iniciar una causa es una forma de incrementar el grado de
politización y de atención mediática de un conflicto. Es decir, abrir una causa no
hace descansar a los actores a la espera del mecanismo formal que insume del pro-
ceso judicial, sino que es un recurso político más, cada vez más presente en la es-
cena pública contemporánea. Llevar el debate a tribunales es un modo paradójico
de hacer ver que se está “hablando en serio”. Y es también un modo de involucrar
a ciertos actores estatales en ciertos conflictos de amplia resonancia, de presionar
para provocar alguna suerte de posición encontrada entre las mismas agencias del
aparato estatal y de explotar sus contradicciones internas. En este caso, no es el
Poder Judicial el que sobrevuela a la política, sino que es la política la que echa
mano del Poder Judicial como instrumento para inyectar alguna dinámica en un
conflicto cuya resolución judicial verdaderamente no viene al caso.
60 Revista Sociedad Nº 33
Cantidad de causas iniciadas7
Fuentes: Elaboración de Smulovitz y Urribarri (2007). Para Argentina los datos de 2000-
2004 son de Unidos por la Justicia y los de 2005 del Módulo de Estadísticas del Poder Ju-
dicial de la Nación. Los datos de Brasil surgen del Conselho da Justiça Federal y CEJA. La
información de Bolivia proviene, para el año 2000, de JUFEJUS-CEJA (2001) y para 2003
del Reporte de Justicia de las Américas de CEJA. La fuente de datos para Chile es la Corpo-
ración Administrativa del Poder Judicial. Para Guatemala los datos de los años 2002-2004 se
obtuvieron del Reporte de Justicia de las Américas de CEJA, y los del año 2000 de JUFEJUS-
CEJA (2001). Los datos de México provienen de la Dirección General de Estadística y Pla-
neación judicial del Consejo de la Judicatura Federal.
7
Estas oposiciones legislativas, como se sabe, pueden ser gubernamentales (por haber per-
dido la elección intermedia) o no.
La política y la juristocracia... 61
Y cabría preguntarse si esta utilización política del aparato judicial como modo
de presión no agudiza el descrédito. Porque los actores políticos saben desde el
vamos que los tiempos de la justicia serán demasiado extensos; que todo depende
de quién tome la causa; que los fallos, para tener resonancia, en general precisan
de interpretación; y que la mayoría de las veces, lo que se quiere al recurrir a la
justicia no es verdaderamente una resolución que se considere “justa”, sino que se
convalide la propia postura –de otro modo, se denunciará la escasa “independen-
cia judicial” –. Para muestra, véanse las siguientes encuestas:
P. Por favor, mire esta tarjeta y dígame, cuánta confianza tiene en cada uno de estos gru-
pos/instituciones. ¿Diría que tiene mucha, algo, poca o ninguna confianza en…?*Aquí sólo
‘Mucha’ más ‘Algo’
1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011
Iglesia 76 74 78 77 72 71 62 71 71 71 74 66 68 67 64
Radios 51 41 55 69 55 55 56 58 49
Televisión 50 46 45 42 49 45 36 38 44 64 47 51 54 56 48
Diarios 46 36 40 47 44 45 48 49 51 45
Bancos 27 44 44 44 43
Gobierno 28 25 24 30 36 43 39 44 45 45 40
Fuerzas
41 42 38 43 38 38 30 40 42 44 51 45 45 45 39
Armadas
Empresa
36 32 41 34 42 41 41 42 42 38
Privada
El Estado 41 38
Municipio/
Gobierno 31 32 34 37 36 39 41 37
local
Policía 30 36 32 29 30 33 29 37 37 37 39 37 34 35 33
Parlamento 27 36 27 28 24 23 17 24 28 27 29 32 34 34 32
Administra-
ción 27 28 30 31 34 35 31
Pública
Poder
33 36 32 34 27 25 20 32 31 36 30 28 32 32 29
Judicial
Sindicatos 28 23 23 31 30 30 28
Partidos
20 28 21 20 19 14 11 18 19 22 20 21 24 23 22
Políticos
62 Revista Sociedad Nº 33
Fuente: Barómetro Global de la Corrupción 2006 de Transparencia Internacional.
La política y la juristocracia... 63
Evolución del Porcentaje de Confianza en la Justicia 2007-2009
Ahora bien, ¿qué tipo de conflictos y qué intensidad de los mismos es gestiona-
ble por vías judiciales? La judicialización de conflictos convive con extensas áreas
en las que el Poder Judicial (y con él, el Estado) se retira, dejando vacíos sometidos
o bien a puro arbitrio, o a relaciones de fuerza desnudas, o a indiferencia. No se
trata sólo ya de las “áreas marrones”, como llamaba Guillermo O´Donnell a esas
geografías dentro de los países del continente liberadas al arbitrio policial, al poder
de las oligarquías o de las mafias de todo tipo, que actúan en los intersticios de
lo jurídico; sino también de que, como se ha visto, desde el derribamiento de las
Torres Gemelas en New York, el mundo asiste a la puesta entre paréntesis de las
garantías legales de ciertos individuos y grupos, considerados enemigos de guerra,
que son capturados sin respetar jurisdicciones y mantenidos bajo prisión indefini-
da en campos de detención desterritorializados. ¿Cuánto de esta puesta entre pa-
réntesis de lo jurídico en pos de la seguridad obedece a esa concepción que sostie-
ne que sólo valen los derechos y garantías mientras haya períodos de normalidad
y orden? ¿Y si sólo valieran en esos períodos, no se los reconocería débiles, incluso
en el mismo marco de la normalidad y del orden? Quizá un buen índice del grado
64 Revista Sociedad Nº 33
de democratización de un país sea que pueda experienciarse un estado mayorita-
rio de opinión en contra de este último supuesto y que ese estado mayoritario de
opinión se plasmara en Poderes Judiciales activos. Pero los Poderes Judiciales, lejos
de poder poner un freno a esta “desjudicialización”, se han visto atados de manos,
y cuando no, han sido cómplices de su propio bloqueo.
Hay entonces algunos conflictos y problemas que serán judicializables y otros
no, y algunas intensidades de conflictos y problemas que son gestionables por los
tribunales y otras que los desbordan o ni siquiera asoman por encima del radar
como para recibir atención social y/o judicial. Cuál sea la intensidad gestionable
parece depender de muchos factores, como quiénes son los protagonistas del caso,
dónde se da, a qué núcleo de poder toca, cuál es la cultura política de ese lugar
respecto de los jueces, cuál es la percepción ciudadana de ellos y cuál la historia
práctica de los mismos. Pero podría pensarse, a modo de presunción, que son ges-
tionables por el Poder Judicial aquellos conflictos que, cualquiera sea su intensi-
dad, reciben una sanción que, aún cuando disguste a las partes en conflicto, recibe
mayoritariamente el aura de que con ella se dijo la última palabra8. El problema es
que en general, ese límite sólo se evidencia a posteriori.
8
Disponible en http://www.cejamericas.org/reporte/2008-2009/muestra_seccion3e2b5.htm
l?idioma=espanol&capitulo=ACERCADE&tipreport=REPORTE4&seccion=IPPJ
La política y la juristocracia... 65
tido de los Trabajadores por fin había “probado su propia medicina”9. La opinión
deja ver no sólo un cambio de postura del PT en su rol de opositor y de gobierno
en la estrategia de recurrir o no a los tribunales como medio de acción política
(que es lo que Sarney podría estar queriendo decir), sino que trasluce cómo los
actores políticos perciben el rol de la justicia en estos casos: como la puerta para
recuperar espacios políticos perdidos o aun esquivos frente a una opinión pública
refractaria en términos electorales, utilizando a la sanción jurídica como modo
de construcción de una verdad y de una moral que sería inapelable e inerme a los
tomas y dacas legislativos. La sanción jurídica sería así una suerte de reinclusión
de lo sagrado en la escena pública contemporánea, capaz de denigrar a lo político
pero que se espera que sea traducible en bancas y puestos, la próxima vez.
La justicia está tan sobre el tapete como modo político en Brasil que la revista
de circulación masiva Veja publicó en la tapa en la edición de fines de abril de 2013
pasado una representación por demás elocuente. Se trata de una foto-performance
en la que una mujer vestida de blanco con los ojos vendados, emulando la imagen
griega clásica de la Justicia, aparece crucificada en una estrella de cinco puntas
roja, cual una Cristo actual. Ella está atada de manos por medio de cuerdas que
dan varias vueltas (aunque sea imaginable que conserva alguna resistencia, al no
haber dejado caer su balanza ni la espada). Su cabeza gacha, el aspecto abatido, la
posición incómoda lo dicen todo.
La imagen pretende denunciar el supuesto ataque del gobierno petista al Poder
Judicial –como explicita la nota–. Y sin embargo, algo se coló ahí. La foto muestra
más que lo que los editores pretenden y lo que muestra de más es contrario a sus
intenciones. Porque lejos de las versiones si se quiere cándidas de la diosa Temis a
las que estamos acostumbrados, la versión Veja de la Justicia muestra al ícono con
un vestido que no sólo tiene un prominente escote sino que, además, está con-
feccionado con una tela casi transparente, lo que torna a la Justicia en un claro
objeto de deseo. Con la foto de Veja estamos ante una imagen más parecida a los
estereotipos femeninos de la mujer-objeto (que esa y otras revistas reproducen al
infinito), que frente a una representación que imponga distancia y reverencia por
el carácter sagrado de lo que evoca. Seguramente Veja no quiso decir que la Justicia
9
Recito la aclaración que hacen Smulovitz y Urribarri a la elaboración del cuadro: “Los
datos que se consignan en el cuadro sobre causas iniciadas para Argentina, Brasil y México
no son comparables con los de los restantes países dado que sólo informan el movimiento
registrado en la ‘justicia federal’ de esos países, de modo que para compararlos con los otros
países debería agregársele a éstos los datos correspondientes a las provincias o estados. Exis-
ten unos pocos datos para el total del país en Argentina (2000: 3.580.531 y 2004: 3.908.571)
y para Brasil (2003: 17.348.769). Fuentes: Garavano (2006) y A justiça em números”.
66 Revista Sociedad Nº 33
sea un objeto de deseo, una mujer seducible, controlable, apetecible y estereotipada
sólo que en manos de otro, ahora. Pero sin querer dijo lo que dijo y mostró lo que
mostró. El problema parece ser que esa mujer deseable estaría atada por el PT, pero
si se desatara estaría disponible otra vez para nuevas ataduras, por parte de otras
facciones: tal el carácter de un objeto de deseo10.
10
Para ejemplificar la experiencia de cuál es la intensidad del conflicto político que puede
gestionar el Poder Judicial, una imagen es más que elocuente: la de la presidenta de la Comi-
sión Nacional Electoral de Venezuela anunciando por televisión, luego de larga espera, los
resultados finales de la elección pasada en los que triunfó, por escaso margen, el presidente
Nicolás Maduro frente a su contrincante Capriles.
11
Declaraciones hechas a O Globo el 20/12 de 2012, citadas por Werneck Vianna en su
columna de opinión “O fim do mundo e a judicialização da política” en el diario O Estadão
de Brasil del 29 de diciembre de 2012. Sarney habría dicho sobre la judicialización de la
política: “quem inventou isso foi o PT, que na oposição a qualquer problema batia na porta do
Supremo”. Disponible en http://www.estadao.com.br/noticias/impresso,o-fim-do-mundo-
e-a-judicializacao-da-politica-,978693,0.htm
La política y la juristocracia... 67
cúpula, é fato notório nos dias atuais” y que ese protagonismo se debe a la “judicia-
lização das relações sociais e o ativismo judicial”. El diputado entiende que el Supre-
mo Tribunal Federal se tornó un “superlegislativo”, pero sin legitimidad electoral,
asumiendo un rol proactivo en legislar y crear norma, más allá del caso concreto y
traspasando sus funciones. “Adotando essa postura, os magistrados, para o deslinde
da controvérsia, vão além do que o caso concreto exige, criando normas que não
passaram pelo escrutínio do legislador”, afirma12. Esto alteraría en su opinión la re-
presentación política, sería una injerencia del Poder Judicial sobre el Legislativo y
denigraría la “dignidad de la ley votada por los represtantes” elegidos por el pueblo.
Más allá de los ejemplos de esta “injerencia” que el diputado cita en su propues-
ta (la resolución sobre “fidelidad partidaria”, la de “verticalización de las alianzas
partidarias” y la de reducción de puestos para vereadores), distintos medios oposi-
tores (como la citada revista Veja) interpretaron a este proyecto como una respues-
ta del PT al escándalo del mensalão y un intento de mellar la figura en ascenso del
juez Joaquim Barbosa en la escena política brasileña. Pero (lo que es más impor-
tante para el presente artículo) explicaron la autoría del proyecto, esto es, el que sea
Fonteles entre muchos legisladores posibles el que lo haya presentado, en la fuerte
influencia que tendría la religión católica sobre él. A Fonteles, al parecer, le habría
chocado la decisión del STF de permitir la investigación en células madres, cuando
ese debate no era zanjable por las disputas que se daban en el Parlamento, y esto
habría decidido su postura contra el Judicial. La recurrencia a la religión, en estos
medios, se hace en general ridiculizando a Fonteles, que habría dicho a Veja en su
momento que él “también había sido un embrión” y que manipular células madres
representaba jugar con la vida, considerada por él sagrada. La religión quedaría
entonces del lado de lo vetusto y absurdo (y en este caso, del lado del conflictivo
Parlamento); de cara al progresismo científico de la Corte, que sería expeditiva en
tomar la resolución y eficaz en evitar las disputas retóricas estériles.
Pero ¿qué pasa si fuera demasiado repetida esta antinomia Religión vs. Ciencia
o Retórica parlamentaria vs. Decisión como para resultar aceptable a un oído con-
temporáneo? Aún más, ¿qué pasa si resultara inaceptable para un país mayoritaria-
mente piadoso como Brasil el que sean jueces ilustrados los que diriman cuestiones
en los que no hay una urgencia o un derecho lesionado, en pos de un supuesto
progreso científico/jurídico? Si realmente Fonteles presentara este proyecto, entre
otras cosas, por su filiación religiosa dañada, el caso sería incluso más interesante
que el de un intento de control partidario de un Poder. Sería poner en discusión
12
Nota completa de Veja disponible en https://conteudoclippingmp.planejamento.gov.br/
cadastros/noticias/2013/4/29/o-ataque-a-justica
68 Revista Sociedad Nº 33
si una sanción judicial –incluso sobre derechos e incluso cuando sea progresiva–
puede suplantar la lucha política en torno a su sanción e implementación, en torno
al consenso social necesario sobre un tema y en torno a la diversidad ideológica
que hace que ciertas cuestiones se acepten como justas en una sociedad en un mo-
mento dado y no en otro13. Todo un problema político.
Este artículo fue escrito en medio del debate sobre la reforma judicial en la Ar-
gentina. Por cuestiones de norma editorial de esta revista y porque la preparación
de este dossier lleva muchos meses, no hay aquí una especificación del caso argenti-
no, que aún no está resuelto. Sin embargo, sí hay un planteo desde la Teoría Política
de un fenómeno mayor, el de la judicialización de la política y la juridización de las
relaciones sociales, en el que probablemente se inscriba el intento de la reforma.
Sin embargo, se impone decir algunas cosas, a modo de conclusión.
En primer lugar, el debate por la reforma judicial asumió en la Argentina ca-
racterísticas por demás técnicas y endogámicas: pareciera ser tema excluyente de
los juristas. No podría decirse que los medios hayan participado de la discusión,
porque el carácter tan polarizado de la prensa en el último tiempo impide debatir
nada: se trató, más bien, de denostar los proyectos, asociándolos a la tiranía, el au-
toritarismo y el intento del gobierno de lograr impunidad “para cuando se vayan”.
La Teoría Política estuvo, está, profundamente ausente, muda, quizá porque el Po-
der Judicial es uno de los menos estudiados por la academia o porque se reconoce
que es, primero, un tema de otros, los entendidos, los disciplinarios. Esta mudez
empobrece.
En segundo lugar, y como se ha escrito antes, el fenómeno de la judicialización
de la política implica un protagonismo creciente de los tribunales en todas las áreas
de la vida. Es, quizá, correlativo a la juridización, a la producción de norma positiva
para todas las relaciones sociales contemporáneas, incluso cuando esta juridización
conviva con amplias esferas de vacío o de retirada jurídica de los Estados. Con la
judicialización estaríamos ante un fenómeno irrevocable, que no tiene vuelta atrás:
el protagonismo de los jueces llegó para quedarse y el problema es cómo esto afecta
a la vida en general y a la política (y a la democracia) en particular. Por eso, la poli-
tización de la justicia, si antes era un hecho siempre sospechado, es ahora un efecto
13
El proyecto del diputado Fonteles se puede consultar aquí: http://s.conjur.com.br/dl/pec-
332011.pdf
La política y la juristocracia... 69
necesario de este nuevo rol abierto para los tribunales en la escena pública. Esto
choca contra la idea de sentido común y de amplia tradición que sostiene que el Po-
der Judicial debe ser un complejo de instituciones inermes a cualquier politicidad,
a cualquier pasión, a cualquier interés particular. Sin embargo, esa idea de sentido
común es la misma que se desmiente, no sólo en las descripciones acerca de cómo
se percibe al Poder Judicial en el continente, sino a cómo se lo pensó en el marco
del andamiaje constitucional de los Estados. Si el Poder Judicial es desde siempre ya
politizado y si lo será cada vez más en tanto actor político ineludible, es necesario
discutir cómo se produce esa politización. Porque frente a una politización escuda-
da en la oscuridad de los formulismos y en cierta invisibilidad de sus miembros, la
partidización puede conllevar un efecto de transparencia sobre el sistema.
En tercer lugar, si lo que se discute a fin de cuentas es qué Poder o Poderes del
Estado son aquellos que deben ser últimos decisores en materia política y en vir-
tud de qué criterios representativos proporcionales lo son, esto supone reflexionar
sobre los fundamentos mismos de la legitimidad democrática. Las democracias
constitucionales no son el poder exclusivo de la mayoría, pero tampoco toleran
que un Poder cuyo criterio de selección y remoción no es electivo-popular sea
un protagonista constantemente requerido de la escena, sin que esto suponga una
denigración del mecanismo de debate político que lleva a sancionar una ley y de
la lucha política que se da en y más allá de las instituciones. No obstante, el incre-
mento del protagonismo de la Corte por medio del control constitucional no es
mayor en Argentina en el último tiempo que lo que lo fue siempre (en otras pala-
bras: el control del Poder Judicial sobre la constitucionalidad de las leyes y políticas
siempre fue alto, mucho más alto que en los Estados Unidos, de donde se tomó el
modelo para la prerrogativa), sólo que casos resonantes como el de la ley de me-
dios llevaron a visibilizar al Poder Judicial14. Esa visibilización no puede verse sólo
como un ataque ni como una excusa: es ineludible, en virtud de la misma presencia
que asumió el Poder Judicial en la escena contemporánea.
Una reforma de la justicia en la Argentina es un debate que hasta aquí no se
experienció como tal, sino como parte del internismo político o de la jerga disci-
plinaria, pero que se resolvió, otra vez y hasta irónicamente, vía judicialización: la
Corte Suprema de la Nación declaró inconstitucional el proyecto. Fue una opor-
tunidad perdida para hablar de la necesidad del “acceso” igualitario de la pobla-
ción a la justicia; para pensar en cómo generar un Poder Judicial que no suplante
ni hegemonice a los actores políticos en el juego democrático; para intentar una
ecuación democrática –en este Estado argentino actual– que ligue lo popular, lo
14
Ídem.
70 Revista Sociedad Nº 33
restitutivo y lo representativo. Para pensar un Poder Judicial que no sea apéndice,
pero tampoco la “última esperanza blanca”. Uno lo suficientemente des-castizado y
dinámico como para acompañar, desde lo jurídico, un proceso de reducción de las
desigualdades sociales y de empoderamiento de los menos favorecidos15.
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15
Al respecto, Guillermo O’Donnell decía en su epílogo al libro La judicialización de la polí-
tica en América Latina editado por Sieder, Schjolden y Angell (p. 357): “Las consecuencias de
la legislación o del activismo judicial que hacen punibles los derechos sociales y económicos
me parecen cuestionables en muchos casos. Los tribunales pueden ignorar irresponsable-
mente las restricciones fiscales, provocar la formación de poderosas coaliciones hostiles y,
en general, debilitar su autoridad adjudicando enérgica y legítimamente en asuntos como
los que he mencionado. Además, la adjudicación de los derechos sociales y económicos por
parte de las cortes tiene un componente intrínsecamente paternalista, porque históricamente
esos derechos han sido adquiridos y, aún más importante, garantizados como consecuencia
de luchas políticas”.
La política y la juristocracia... 71
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72 Revista Sociedad Nº 33
Burocracia y Derecho: reflexiones sobre
el rol de los documentos en la
construcción del conocimiento jurídico*
Leticia Barrera**
* Una versión anterior de este texto fue publicada bajo el título “Más allá de los fines del De-
recho: expedientes, burocracia y conocimiento legal”, en ÍCONOS Revista Latinoamericana
de Ciencias Sociales, N° 41 (Septiembre 2011), pp. 57-72. Asimismo, esta versión incorpora
material discutido en mi libro La Corte Suprema en escena. Una etnografía del mundo judi-
cial, Buenos Aires: Siglo XXI Editores, Septiembre 2012. Mis agradecimientos, entonces y
ahora, son para Annelise Riles, Mitchel Lasser, Ndulo Muna y Roberto Gargarella quienes,
en sus diferentes roles, participaron activamente en el proceso de construcción de mi tesis
doctoral en Cornell University (2009). Agradezco asimismo a Cecilia Abdo Ferez por la
inclusión de este texto en este dossier de la Revista Sociedad.
** Doctora en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Cornell. Investigadora adscripta al
Instituto de investigaciones jurídicas y sociológicas Ambrosio L. Gioja, Facultad de Dere-
cho, UBA. Profesora de la Maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos de la
Universidad de Palermo.
1
Vale la pena señalar que al referirme a las prácticas observadas en la Corte argentina como
prácticas de “creación o ‘construcción’ del derecho”, no tengo intención de disputar ni el
argumento normativo ni las asunciones de los actores respecto a que en los regímenes de
derecho civil, tal como el argentino, los jueces no crean derecho. Más bien, trato de avanzar
en el reconocimiento de estas prácticas como tecnologías de producción del conocimiento
o saber jurídico.
2
Agradezco a uno de mis evaluadores anónimos de la revista Íconos por enfatizar este punto.
3
Agradezco también a otro evaluador de aquella revista por esta observación.
74 Revista Sociedad Nº 33
EL ACCESO AL CAMPO JURÍDICO: TRABAS Y CONTINUIDAD
4
Expediente Nº 3737/05 “Barrera, Leticia (Doctorado en Cornell University Law School) s/
pasantía a la CSJN”.
5
“La gestión de la oficina moderna se basa en documentos escritos (‘los archivos’)” (Weber, 1968: 66).
6
“Los documentos, firmas y logotipos son todos ellos interpretados de forma distinta por
aquellos con quienes trabajamos, y se incorporan a los sistemas existentes de confianza
(Fluerh-Lobban, 2003: 173) o desconfianza” (Shannon, 2007: 235).
76 Revista Sociedad Nº 33
el paso de una “ética de colaboración” (promovida por la práctica etnográfica) a
una “ética contractual” (impulsada por la práctica institucional del IRB) (Shannon,
2007: 239). Es decir, la creciente formalización de la práctica ética de la investi-
gación por el IRB promulga un modo de relación que es diferente de aquel que
fomentan disciplinas como la antropología (Shannon, 2007: 239).
La reflexión de Shannon respecto de su experiencia en el manejo de este tipo de
papeleo se asemeja en cierto sentido a la reacción que experimenté al constatar la
existencia de un expediente con mi nombre circulando en la Corte Suprema: ¿qué
impacto tendrían estos documentos en el curso de mi investigación? Lejos estaban
de aquello que me había imaginado como una comunicación más fluida y menos
formal con mis interlocutores mientras llevara adelante mi trabajo de campo. Y
más aún, ¿cómo afectaría a aquellos vínculos ya establecidos con los actores? De
hecho, como una parte esencial de mi investigación, e incluso antes de que se me
informara sobre la existencia del expediente, yo había comenzado a relacionarme
con agentes judiciales (en su mayoría secretarios letrados y secretarias letradas de
la Corte) a través de cauces más informales.
Sin embargo, el cambio de posiciones de la investigadora, que en el trabajo de
Shannon puede ser atribuido a la reglamentación de la práctica del consentimiento
informado, se presentó en mi ámbito de investigación como el efecto y la reacción
común a mi modo de vincularme con el aparato judicial. En otras palabras, cuando
indiqué anteriormente que los funcionarios de la Corte interpretaron y transfor-
maron en un asunto legal lo que era una cuestión de consentimiento informado –o
más exactamente, lo que yo entendía era una cuestión de consentimiento informa-
do–, se trataba en realidad del modo en el que la burocracia reacciona a cualquier
solicitud interpuesta por escrito: con la creación de un expediente. Esa reacción se
vuelve aún más de sentido común si miramos de cerca el caso de mi expediente, ya
que la solicitud que presenté a la Corte tenía todo el aspecto formal de un reque-
rimiento institucional (por ejemplo, una carta escrita en papel membretado de la
universidad, la presencia del logotipo de la institución, las firmas de sus autorida-
des). De hecho, para que un determinado asunto o petición sea considerada por el
aparato judicial, éste tiene que estar enmarcado en los propios términos de la insti-
tución, es decir, sometidos a las definiciones oficiales (en mi caso, una solicitud de
“pasantía”) y seguir procedimientos predeterminados o “rutinas cuidadosamente
programadas” (Riles, 2008: 629). En este sentido, los asuntos que podrían identi-
ficarse a priori como temas pueden resultar en temas que revistan interés para la
Corte. Y a la inversa, los asuntos que los solicitantes entienden como apropiados
para la intervención judicial pueden ser considerados como de menor importancia
7
La sociología, antropología e incluso la doctrina jurídica han abordado ampliamente la
toma de decisiones en las culturas euro-americanas como las prácticas que evocan los mo-
dos de operación de una burocracia profesional y despersonalizada, como en la caracteri-
zación de Weber de la burocracia moderna. Más aún, la producción del conocimiento legal
por sí mismo es una forma de conocimiento burocrático, y, como tal, también “comparte
características de otros sistemas de conocimiento, tales como contabilidad, auditoría, cien-
cia y aun la propia etnografía” como lo han señalado numerosos proyectos en antropología
jurídica (Yngvesson y Coutin, 2006: 178). Ver, en general, Dauber, 1995; Strathern, 2000;
Riles, 2001; Maurer, 2002.
8
Mensaje de e-mail a la autora, 19 de junio de 2008.
9
Más específicamente, él describe la citatoria basada “en la forma establecida en el Formu-
lario 1 del Anexo de las Formas como emitidas de conformidad con la Regla 4 de las Reglas
Federales de Procedimiento Civil” (Yablon, 1990: 1349).
78 Revista Sociedad Nº 33
significado, de denotaciones y connotaciones, de palabras que significan muchas
cosas a la vez” (Yablon, 1990: 1352). Pero las palabras en contexto (en el sentido
de Derrida), como el contexto de una citación dada, “no son masilla maleable que
puede significar cualquier cosa que deseemos” (Yablon, 1990: 1352). En otras pa-
labras, lo que Yablon recalca es que las citaciones, entendidas en el contexto de sus
condiciones de producción y lectura, también se convierten en un “instrumento de
poder y dolor” (Yablon, 1990: 1353).
Al centrarse Yablon en el aspecto disciplinario de los formularios jurídicos,
también trae a colación, aunque no lo dice explícitamente, el carácter del formu-
lario legal como agente –o un “actante” en el lenguaje de los Estudios de Ciencia y
Tecnología y la teoría del actor-red (TAR)–. En este sentido, las citaciones obligan
y se anticipan a los diferentes tipos de reacciones por parte del sujeto: “la citación
se refiere sobre todo a cosas que uno debe hacer” (Yablon, 1990: 1349), aunque
también se espera que “uno no pueda satisfacer las expectativas” (Yablon, 1990:
1352). Como esta afirmación sugiere, los formularios legales son un punto en una
cadena de relaciones (reglas, demandantes, demandados, abogados, empleados,
plazos procesales, entre otros) que conforman el proceso judicial (Latour, 2004).
“Las citaciones suponen, sin ni siquiera establecerlo, la existencia de reglas claras,
obligatorias y determinantes, de plazos, de reglas para el recuento, de acciones pre-
vistas, de acciones prohibidas” (Yablon, 1990: 1351).
La capacidad de los documentos legales para anticipar y permitir respuestas y
relaciones –así como condicionarlas y restringirlas– en realidad indica que “una
vez creados, los instrumentos adquieren cierta agencia” (Riles, 2008). Por ejemplo,
esta agencia es evidente en la descripción de Yablon del demandante y el defendido
en la demanda civil no como autores de los documentos, sino como sus sujetos:
“Cuando los espacios en blanco se llenan en la oficina de un abogado, el nombre
del demandante se pone de forma atropellada justo por encima del suyo [el del
demandado] en el encabezado del caso. No será ni más ni menos relevante que el
suyo y estará separado de su nombre meramente por la interposición de una “v”
impresa. Esa letra “v” es una parte del formulario. Es la parte del formulario que
sitúa a ustedes dos, demandante y demandado, literal y figurativamente, en lados
opuestos” (Yablon, 1990: 1350).
Al señalar la íntima relación entre la estética de la citación o demanda y su con-
tenido informativo (Riles, 2001: 131) –una relación también encontrada en otros
artefactos del conocimiento burocráticos, como los formularios de consentimiento
informado en las prácticas médicas (Jacob, 2007: 253)–, Yablon en realidad pone
en primer plano la agencia del formulario legal. “Usted ha sido reclutado por un
10
Como destaca Riles , a diferencia de las cartas, dictámenes jurídicos o mensajes de correo
electrónico, los formularios impresos se distinguen por sus “normas de estética muy rígidas”
(2008: 620).
80 Revista Sociedad Nº 33
señala Vismann al mostrar la doble orientación de un comando ejecutado: “éste
genera el siguiente comando y señala su propia ejecución. Es a la vez imperativo e
información” (Vismann, 2008: 8).
Ya sea directamente, como en el caso de Riles, o en forma indirecta, como su-
cede con Yablon y Vismann, en mi opinión, en todos trabajos resuenan ideas de-
sarrolladas por los Estudios sobre la Ciencia y Tecnología sobre el carácter del co-
nocimiento científico y técnico. Específicamente, me refiero al esfuerzo de Bruno
Latour para comprender el carácter del conocimiento legal centrándose en la cali-
dad material de la creación del derecho –la producción y la aprobación de textos
legales, opiniones, proyectos, informes, que constituyen la decisión legal– como se
observa en su extenso estudio empírico del Conseil d’État francés (Latour 2004).
En su versión de la teoría del actor-red, Latour se niega a otorgar algún “privilegio
epistemológico a los actores humanos” (Levi y Valverde, 2008) en la creación del
derecho. Efectivamente, en el enfoque de la TAR para el estudio de la producción
de conocimiento científico, un humano, instrumentos científicos y técnicos, e in-
cluso la teoría, emergen a través de las cosas que hacen; se les trata a todos como
insumos, actantes; partes de la red de producción de conocimiento11. Ciertamente,
una no necesita respaldar la teoría de Latour sobre la posición ontológica de los
seres humanos y no humanos en la red jurídica para reconocer sus ideas como
metodología innovadora para los estudios socio-jurídicos, que permite incorporar
tantos procesos y entidades como sean posibles para el análisis (Valverde, 2008).
De hecho, seguir la metodología de Latour significa confrontar viejos supuestos
acerca del derecho y los modos en que este opera.
En otras palabras, no estoy diciendo aquí que los expedientes tienen una agen-
cia autocontenida o incluso una subjetividad propia. Más bien, siguiendo las ideas
de la TAR y el reciente trabajo etnográfico sobre documentos, lo que pretendo
señalar es que los expedientes cuando se “producen y se intercambian en contextos
específicos de relaciones sociales” (Navarro-Yashin, 2007) son capaces de consti-
tuir formas de conocimiento y subjetividad (Hegel-Cantarella, 2011). Esta visión
11
“El gran interés de los estudios de la ciencia es que ofrecen, a través del estudio de prácticas
de laboratorio, muchos casos de la aparición de un actor. En lugar de comenzar con las
entidades que ya son componentes del mundo, los estudios de la ciencia se centran en la
naturaleza compleja y controvertida de lo que es para un actor llegar a existir. La clave está
en definir al actor por lo que hace –sus actuaciones– bajo pruebas de laboratorio. Más tarde,
su competencia se deduce y hace parte de una institución. Ya que en inglés ‘actor’ a menudo
se limita a los seres humanos, la palabra ‘actante’, tomado de la semiótica, se utiliza a veces
para incluir a los no humanos en la definición” (Latour, 1999: 303).
12
Aquí sigo a Marilyn Strathern y su impresión sobre lo que ella define como un “momento
etnográfico” “El momento etnográfico es una relación en el mismo sentido que un signo
lingüístico puede considerarse como una relación (unión de significante y significado). Po-
dríamos decir que el momento etnográfico funciona como un ejemplo de una relación que
une lo entendido (lo que se analiza en el momento de la observación) con la necesidad de
entender (lo que se observa en el momento del análisis) [...]. Cualquier momento etnográ-
fico, que es un momento de conocimiento o de visión, denota una relación entre inmersión
y movimiento”(Strathern, 1999: 6).
13
Notas de campo, 17 de marzo de 2006.
14
“[...] Desde que entra en una oficina, cualquier operación sobre el archivo puede conver-
tirse en causa legal, como se suele decir, por ‘efectos de la ley’” (Latour, 2004: 93).
82 Revista Sociedad Nº 33
DOCUMENTOS Y SUBJETIVIDAD
15
Al contrario de los estudios legales, otras disciplinas (la filosofía, la historia, la lingüística,
El hecho de que los juristas, los académicos y críticos socio-legales por igual
tiendan a dar por sentadas estas herramientas en las cuales descansa el funciona-
miento del derecho (Riles, 2005; Valverde, 2008), contribuye para situarlas “fuera y
más allá del conocimiento” (Riles, 2004: 398). Incluso los actores judiciales que en-
contré en la Corte argentina no consideraban los expedientes, su creación, y demás
instancias documentales previas a la sentencia, prácticas de formación del saber ju-
rídico en sí mismas, como pude constatar durante el seguimiento que debí hacer de
mi expediente dentro del tribunal. Desde que tuve conocimiento del trámite ini-
ciado, aquellos actores dentro y fuera del tribunal con quienes había comentado
estos vaivenes que mi investigación estaba presentado insistieron en enmarcarlo
como una “cuestión administrativa” –en contraposición a lo que ellos entendían
como un “caso judicial”. Para ellos, no había ninguna razón para definirlo como un
asunto jurídico, o más precisamente, un asunto judicial, dado que desde la misma
carátula, “solicitud de pasantía ante la CSJN” se anticipaba una cuestión de aquella
índole, propia de la práctica burocrática de la institución. Desde una perspectiva
funcionalista, estos actores atribuían la creación del saber jurídico a los actos de
adjudicación del órgano judicial, escindiendo de ese plano a la administración. En
este esquema, el cuerpo judicial –concretamente, la Corte– se presenta como dos
sujetos diferentes: por un lado, un cuerpo burocrático que toma decisiones sobre
asuntos que involucran sus operaciones diarias (gestión de su personal, procedi-
mientos internos y de organización, ejecución de su presupuesto, y gestión de sus
instalaciones, etc.)17; y, por otro lado, un poder del Estado que adjudica derechos,
84 Revista Sociedad Nº 33
lo que suele señalarse como función jurisdiccional.
Esta doble subjetividad también se construye a través de las prácticas discursi-
vas de la Corte. En este sentido, las decisiones tomadas por el tribunal en materia
administrativa a menudo se materializan en los acuerdos (acordadas), firmados
por los jueces de la Corte, las resoluciones emitidas por su Presidente y otro tipo
de decisiones sin denominación en particular, llamadas “providencias”18, tal como
la resolución adoptada por la Corte sobre mi caso; mientras que las decisiones de
la Corte sobre los casos judiciales son llamados regularmente sentencias (“fallos”).
Asimismo, la propia narrativa de los textos contribuye a reforzar la mentada doble
subjetividad: las sentencias se presentan como las decisiones adoptadas por “la
Corte” o “esta Corte” (es decir, la Corte como institución), mientras las acordadas
son decididas por “los ministros” (y juezas de la Corte) y a menudo son refrenda-
das por un funcionario de alto rango del tribunal, como el “secretario general y de
gestión (o el administrador de la Corte, como en el caso de la resolución sobre mi
expediente)”19. En palabras de un juez, esta doble subjetividad opera del siguiente
modo: en el primer caso, es decir, cuando la Corte tiene una “función judicial”, “es
la Corte quien habla, un poder del Estado”; en el segundo supuesto, cuando la Cor-
te decide como un órgano administrativo, “somos nosotros”. Así, la respuesta del
juez, de la dicotomía entre la institución y la persona que la teoría social encuentra
en la cultura burocrática (Durkheim, 1933; Weber, 1968; Simmel, 1971), se resuel-
ve mediante una retórica que asigna agencia a los individuos en materia de admi-
nistración, en tanto que dicha agencia humana cede en servicio de la institución
cuando la cuestión a decidir está más allá del manejo meramente burocrático. Es
interesante también encontrar en la descripción que hace el juez, una apreciación
del conocimiento legal como un fin. Derecho es lo que emerge al final del proceso:
la decisión, la sentencia; no así los intercambios textuales y las interacciones que
acompañan la circulación de los expedientes dentro del tribunal y que establecen
ejercida no sólo por el Poder Ejecutivo –el órgano administrativo per se– sino también por
los Poderes Legislativo y Judicial (véase Strauss, 2002; Strauss, Rakoff y Farina, 2003, sobre la
actividad administrativa del Estado en las jurisdicciones de Common Law; específicamente
los Estados Unidos (EE.UU.); o bien, Marienhoff, 1990; Cassagne, 2006; Gordillo, 2003, en
el caso de la Argentina, que comparte una tradición de derecho civil ). Particularmente, la
ley nacional de Procedimiento Administrativo de Argentina establece una amplia definición
de la acción administrativa; así como la doctrina (la opinión de los juristas ) y la jurispru-
dencia locales reconocen el concepto de una función o actividad administrativa de la justicia
(Corte Suprema y tribunales inferiores) (véase Jeanneret de Pérez Cortés, 2001/2002).
18
En la Ley de procedimiento civil y comercial argentina “las providencias” son decisiones
menores tomadas en el curso de un proceso judicial.
19
Acordada CSJN Nº 28/2008.
86 Revista Sociedad Nº 33
nados por otros, al punto que la constante circulación de aquellos aparece como el
motor y la suspensión de sus prácticas y agencia (Barrera, 2008).
Por otra parte, como señalé en este artículo, la interacción entre los sujetos y los
expedientes que encontré en la Corte moldean aún más la comprensión del dere-
cho y su funcionamiento que circula dentro del aparato judicial. En consecuencia,
el derecho puede ser visto como un proceso de intercambios que tiene lugar en la
red de relaciones sociales que los documentos activan dentro de la Corte, como
lo sugiere el relato de la asistente del juez, o puede surgir como un resultado: la
norma o resolución que adjudica derechos y emplaza a la Corte como un poder del
Estado, como lo sugiere la descripción hecha por el juez.
Sin embargo, como he sostenido desde el principio, todos estas consideracio-
nes tienden a permanecer ajenas al análisis socio-jurídico, debido al hecho de que
los expedientes y las técnicas y prácticas documentales a menudo son asumidas
como operaciones comunes de la burocracia judicial y herramientas necesarias
para alcanzar el derecho, que se ubica en una instancia ulterior; en el extremo de
lo que resulta banal y mundano. En consecuencia, en este ensayo, he tratado de
desviar la atención lejos de la relación medios-fines intrínseca a los expedientes
para enfocarme más bien en estos artefactos como los soportes y condiciones que
hacen (fabrican) el derecho, como lo han señalado autores como Latour (2004) y
Vismann (2008). Basándome en el dato etnográfico de mi propio expediente, he
procurado poner de manifiesto la capacidad de los documentos de actuar como
sitios de construcción, contestación, validación y difusión del saber, como también
espacios que dan lugar a relaciones, acciones burocráticas, subjetividad y poder.
Ciertamente, este enfoque hacia los expedientes y documentos de la burocracia
judicial ofrece una modalidad diferente de comprender el proceso de toma de deci-
siones judiciales; un modo que invita además a repensar los contornos del derecho.
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90 Revista Sociedad Nº 33
La memoria, sustento y rebasamiento
de la Justicia
Pilar Calveiro*
* Pilar Calveiro es argentina, residente en México desde 1979. Es doctora en Ciencias Políti-
cas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se desempeña como profe-
sora investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores. Trabaja principalmente en las líneas de violencia
política, historia reciente y memoria. Ha presentado más de setenta ponencias y conferen-
cias en diferentes países. Tiene numerosas publicaciones de artículos en revistas especiali-
zadas y 32 capítulos de libros colectivos en diferentes idiomas. Entre sus publicaciones indi-
viduales vale la pena destacar sus libros Poder y desaparición (Buenos Aires, Colihue, 1998),
Redes familiares de sumisión y resistencia (México, UACM, 2003), Familia y poder (Buenos
Aires, Libros de la Araucaria, 2006), Política y/o violencia (Buenos Aires, Norma Editorial,
2006) y Violencias estatales en el mundo global (Buenos Aires, Siglo XXI, 2012).
92 Revista Sociedad Nº 33
bien hegemónica, en términos políticos. Es decir, de una memoria que se asienta
en la construcción de consensos sociales más que en actos impositivos o de fuerza,
pero que siempre está en juego y tensión con otras interpretaciones diferentes o
encontradas.
La superposición entre memoria y políticas estatales no puede más que crear
distintas confusiones: o bien se asfixia la memoria con la imposición de un relato
específico, o bien, ingenuamente, se le pide al Estado que renuncie a la formulación
de políticas públicas que tienen una orientación determinada y presuponen un
tipo de interpretación. La experiencia de la Argentina en los últimos treinta años
nos muestra que una cosa es la memoria social que circula por distintos canales,
necesariamente autónomos, y otra son las políticas públicas de derechos humanos,
memoriales y celebraciones, que a través de instituciones gubernamentales pueden
facilitar o dificultar las prácticas de la memoria, pero que siempre despliegan una
determinada y específica interpretación. Cada una de ellas tiene funciones dis-
tintas, aunque puedan complementarse e incidan entre sí. De hecho, las políticas
públicas inciden en la memoria social y ésta reclama y presiona sobe aquellas. Pero
para que la diversidad de las memorias se exprese debe contar con sus propios
canales, independientes del Estado y de los gobiernos que, más allá de quién los
administre, tendrán su propia construcción del pasado reciente, acorde con un
proyecto político específico. No hay un relato total, aunque hay prácticas guber-
namentales que abren la discusión sobre el pasado reciente, apoyan las iniciativas
de memoria y entran en el debate, y otras que intentan clausurarla, como ocurrió
durante los años noventa.
2. La memoria del pasado reciente es una práctica social diferente, más amplia
y mucho más rica que las políticas estatales, incluidos los procesos judiciales en
curso. La consigna Memoria, Verdad y Justicia parece sugerir una sucesión que
culminaría con los juicios, pensados en algún momento como meta casi inalcan-
zable. De hecho, inicialmente se habló de Verdad y Justicia, pero hoy resulta claro
que la memoria sustenta y rebasa en mucho a la aplicación del derecho. No obstan-
te, dada la relevancia social y política de los procesos judiciales –y, por lo mismo,
su impacto en las memorias colectiva–, buena parte de la reflexión en torno a la
memoria se ha centrado en estos procesos, sus alcances, sus insuficiencias y lo que
ellos “disparan”.
No es para menos. Hasta el momento actual –2013– se ha procesado a 790
personas y se ha condenado a 250 represores por causas vinculadas con el terroris-
mo de Estado –una treintena de ellos a prisión perpetua, pena máxima de nuestra
legislación– (CELS, 2013). La imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad,
94 Revista Sociedad Nº 33
las prácticas sociales de memoria las que lograron mantener vivos los reclamos
ante una Justicia huidiza. Los juicios por la verdad y los que se mantuvieron por
la apropiación de menores fueron los resquicios que el movimiento de derechos
humanos fue encontrando en el campo de la aplicación del derecho –que nunca se
resignó– pero que fue sólo una de las vertientes de los trabajos por la memoria. Es
decir, los juicios iniciales abrieron un espacio invaluable para la construcción de la
memoria social, pero fue el trabajo realizado desde distintos lugares de la sociedad
civil el que logró mantener las prácticas de memoria, es decir, la elaboración del
pasado a la luz de un presente cambiante.
Algunos de los logros de la memoria, es decir, de esa elaboración se expresan
en las prácticas políticas del presente. De la teoría de los dos demonios –que rei-
vindicaba la prescindencia inocente de la sociedad– a la actual recuperación de la
política como instrumento de transformación, de la perspectiva revolucionaria de
los setenta a la concepción actual de la profundización democrática median un
conjunto de prácticas sociales, organizativas, políticas que constituyen el núcleo
de la memoria, en su real sentido de actualización de la experiencia. Fueron estas
prácticas las que permitieron sostener algunas demandas desde lo legal durante
el menemismo, y que culminaron en la reapertura de los juicios a partir de 2003,
como decisión política fundante del kirchnerismo.
Así, se puede afirmar que las decisiones políticas gubernamentales abrieron o
cerraron las instancias judiciales pero fueron las prácticas sociales de la memoria,
mucho más amplias, las que permitieron sostener las demandas de Justicia para
reinstalarla en la agenda gubernamental. En este sentido, la memoria tiene una
densidad y un alcance que supera en mucho al ámbito jurídico, aunque muchas
veces se apoye en él y ambos puedan articularse entre sí. En general, la memoria
social le exige a la política que, a su vez, modifica el derecho y su aplicación, aunque
esta no es una especie de secuencia mecánica; en ocasiones, el derecho abre puertas
para la lucha política y el reclamo social. Como sea que se articulen, son prácticas
que pueden potenciarse pero que deben distinguirse.
En el contexto de los juicios actuales se han planteado una serie de discusio-
nes de gran relevancia para el derecho pero también para la memoria y la historia
como: ¿A partir de qué momento pensar el terrorismo de Estado y qué tipo de
corte representó el golpe de 1976? ¿Se instauró entonces una dictadura militar o cí-
vico militar? ¿Cuál fue la responsabilidad de las militancias armadas en la violencia
política previa y posterior al golpe de 1976?
De todas esas preguntas se desprende el tema de la ampliación de los juicios
al gobierno peronista de Isabel Martínez, a algunos civiles que acompañaron el
Proceso de Reorganización Nacional y, desde otras posturas políticas, también a
96 Revista Sociedad Nº 33
lenta, no puede caracterizarse como terrorismo de Estado. Si bien se practicó la
tortura en forma sistemática sobre los presos políticos –aunque con las restriccio-
nes que imponía la legalización de los detenidos–, la Marina fusiló a 16 prisioneros
en Trelew, e incluso se perpetró una docena de desapariciones forzadas, de las cua-
les sólo uno de los cuerpos se encontró con posterioridad (Duhalde, 1983), todo
ello ocurrió en una escala muy diferente a la que se registraría a partir de 1976. Y
hay que decir que, en lo concerniente a la diseminación del terror, la cuestión de
las escalas no es un aspecto secundario.
Más difícil es analizar el periodo entre mayo de 1973 y marzo de 1976, con la
irrupción de la AAA, protegida por parte del aparato estatal. Cabe señalar que, en
primer lugar, aunque se trate de menos de tres años, esa etapa no fue homogénea
y comprende momentos bastante diferentes, entre los que también vale la pena
hacer algunas distinciones. Según las cifras del informe Nunca Más de 2006, entre
la asunción de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973 y el golpe de Estado del 24
de marzo de 1976 se produjeron 600 desapariciones forzadas y 500 ejecuciones su-
marias. Es, sin duda, una cifra importante de víctimas principalmente adjudicadas
a la AAA, aparato que por ser parapolicial pudo funcionar gracias a la complicidad
del Estado o de parte de él. Resulta claro entonces que durante el tercer gobierno
peronista se perpetraron crímenes de lesa humanidad, en especial durante la ad-
ministración de Isabel Martínez, pero también desde antes. El mismo informe de
la Conadep, con respecto a homicidios en los que se comprobó la intervención de
la AAA, registraba 19 en 1973, 50 en 1974 y 359 en 1975, poniendo en evidencia la
escalada pero sobre todo la multiplicación de este tipo de atentado –90%– después
de la muerte de Perón, ocurrida el 1 de julio de 1974. Es casi imposible establecer
si existió o no una autorización implícita de su parte ni si esa tendencia “alcista” se
hubiera mantenido; en todo caso queda claro que 90% de la actividad de las AAA
se desplegó durante el gobierno de Isabel y que también fue entonces cuando se
emitió el decreto de exterminio de la guerrilla en Tucumán. Creo que esta es una
distinción relevante que vale la pena anotar al hablar de un periodo tan corto.
Ahora bien, la clara participación del gobierno de Isabel Martínez en esta políti-
ca represiva, que no es una novedad ni una verdad “silenciada”, sino denunciada
hasta el cansancio desde entonces, ¿alcanza para homologar su gobierno con la
dictadura militar de 1976, bajo la categoría de terrorismo de Estado? Creo que no.
Una primera distinción la establecieron los propios militares quienes, inmedia-
tamente después del golpe de Estado, encarcelaron por alrededor de cinco años
tanto a Isabel como a Lorenzo Miguel, ambos involucrados en la AAA –así como
a otros miembros de esa derecha peronista–. Este solo hecho marca la frontera que
separa un proceso de otro. Por otra parte, hay que señalar que la AAA se organi-
98 Revista Sociedad Nº 33
puede dejar de ser objeto de la memoria social, precisamente porque ésta arranca
de estas necesidades del presente y es a la luz de ellas que piensa el pasado. Pero
cada una de estas prácticas represivas tiene una especificidad que se corresponde
con las características del poder político de su momento en particular. La homolo-
gación de fenómenos diferentes tiende a la simplificación y, por lo mismo, dificulta
la comprensión política que reclama el reconocimiento de particularidades y dis-
tinciones, en este caso entre los añejos autoritarismos y su expresión más radical,
el terrorismo de Estado.
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Verónica Gago*
ESTRATEGIAS DE VISIBILIZACIÓN
EL ARGUMENTO CULTURALISTA
2
Por tal delito el fiscal Evers había imputado a Nelson Alejandro Sánchez Anterino, Gabina
Sofía Verón y Hermes Raúl Provenzano, responsables legales de la firma Soho, “tras deter-
minar que desde esa compañía se tercerizaban trabajos de costura en al menos dos talleres
donde habían detectado la presencia de extranjeros indocumentados, que trabajaban doce
horas por día, con haberes de entre 500 y 900 pesos mensuales y vivían en una piecita que
les alquilaban los propios talleristas”. “Ningún empresario contrata un taller de costura sin
tener un mínimo de contacto previo donde se le garantice el cumplimiento de los plazos y
las normas de calidad”, sostuvo el fiscal en ese momento. “Esta circunstancia de explotación
laboral –añadió– no sólo no puede ser desconocida por los empresarios sino que, por el con-
trario, indica que es consentida y tácitamente favorecida, para obtener mayor producción a
menor costo”. (ídem, Página/12, 15.05.2008)
EL ARGUMENTO JUDICIAL
3
Como señala Ariel Lieutier, la referencia a la prohibición de la esclavitud está en la Cons-
titución argentina de 1853 y en el Código Penal se sanciona la reducción a la servidumbre,
aunque sin definir de qué se trata, por lo cual se debe remitir a la Convención suplementaria
sobre abolición de esclavitud, trata de esclavos e instituciones y prácticas análogas adoptada
por Naciones Unidas en 1956 y ratificada por el Estado argentino por la Ley Nº11.925.
4
Uno de los testimonios de la patronal, en su razonamiento, invierte el cálculo: en vez de
decir que son descontados, los “suma” al ingreso: “hay que considerar lo siguiente: en la ma-
yoría de los talleres la modalidad de trabajo incluye vivienda y comida. La Ley de Trabajo no
estipula ni la comida ni la vivienda. Si a los que ganan 3500 les suman la comida y la vivienda
estarían ganando como 5000² (Colectivo Simbiosis/Colectivo Situaciones, 2011).
5
http://www.cambio.bo/noticia..php?fecha=2010-01-18&idn=13572
6
Otro punto central que no tenemos espacio de desarrollar aquí es que el taller textil debe
vincularse a una economía más amplia: habitacional, de ferias, de vendedores ambulantes,
de redes de exportación-importación, de microfinanzas, etc. Ver al respecto Gago, V. (2012)
y Tassi, N. et al (2012).
7
La ceremonia religiosa tuvo sus ofrendas: “una bolsa de arpillera rebosante de cajas de
cartón plegadas, “lo que juntamos de día y de noche para dar de comer a nuestros hijos”;
una bolsa confeccionada por costureras y costureros bolivianos que escaparon de talleres
clandestinos; una prenda fabricada por la cooperativa La Alameda”. (ídem).
8
La cuestión de la reciprocidad, de Durkheim a Malinowski y especialmente con Mauss y
Polanyi, se vuelve una noción fundamental en las ciencias sociales para pensar las econo-
mías que mixturan formas mercantiles y no mercantiles. Según Abduca (2007), el “carácter
ubicuo, nodal, y central de la «reciprocidad», que aúna la distribución económica y la justi-
cia jurídica y política, no es invención del griego ni de sus lectores. La encontramos, por dar
sólo dos ejemplos, al oeste del estrecho de Bering al igual que en la tradición andina (…).
9
Se puede ver la narración fílmica de esta escena en “Colección Overlock”, de Julián
D’Angiolillo.
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Presentación
Los artículos que componen este dossier abordan desde distintos ángulos la
pregunta acerca de cómo se configuran los procesos de integración social en nues-
tra sociedad. La clásica pregunta por los vínculos de integración social ha quedado
impregnada por las formas de lectura neoliberal. A pesar de que rige actualmente
la norma implícita de comenzar cualquier artículo diferenciándose de estos postu-
lados, cuesta identificar cuáles son las rupturas que presentan tanto los escenarios
como las formas de interpretarlos e intervenirlos.
La hipótesis que subyace a la pregunta sobre el rol de las políticas públicas
en los procesos de integración social es que las respuestas que se brindan a los
problemas sociales están situadas histórica y socialmente y conllevan un modelo
determinado de sociedad destinado a superar las desigualdades o a reproducirlas
indefinidamente. Desde la perspectiva del conflicto, el campo de las políticas socia-
les supone una tensión permanente entre necesidades y satisfactores, tensión que
se debería retroalimentar en dirección ascendente en busca de nuevos umbrales
de bienestar. De ahí que las políticas sociales puedan actuar o no como vector de
integración social.
Este dossier propone trascender la noción clásica de integración como sinóni-
mo de cohesión, solidaridad y también de adaptación. En este caso nos interesa
tener insumos para repensar la reconfiguración que se da la sociedad para superar
los efectos devastadores que dejó la política neoliberal y el modo en que su matriz
sigue impidiendo los procesos de superación de las desigualdades sociales.
Con relación a las afirmaciones precedentes, el campo de las políticas sociales
es un campo de conflicto que no admite abordajes desde una perspectiva tecno-
crática. Se trata de reconocer la cuestión social en su complejidad, ejercicio que
requiere tanto del conocimiento de los problemas (génesis y manifestación) como
de las condiciones políticas e institucionales para su abordaje. En este punto, la
investigación social y la reflexión crítica debería ser una parte significativa de las
*Ana Josefina Arias es Licenciada en Trabajo Social, Magíster en políticas Sociales y Doctora
en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es la directora
de la carrera de Trabajo Social en la carrera de Trabajo Social (UBA). Fue subsecretaria de
Investigación de la misma Facultad, donde es profesora de Problemas Sociales Argentinos
en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Publicó varios libros y artículos sobre interven-
ción social y pobreza, especializándose en el estudio de políticas asistenciales.
**Adriana Clemente. Lic. en Trabajo Social (UBA). Profesora regular e investigadora de la
Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña como Vicedecana de la Facultad
de Ciencias Sociales (2010-2014). Ha dictado distintos cursos de posgrado en distintas uni-
versidades nacionales del país. Como investigadora, ha dirigido múltiples programas sobre
la problemática urbana y las condiciones de vida de los sectores populares. Sus trabajos
(artículos y libros) se constituyen en un aporte específico para el diseño y orientación de
políticas y programas sociales descentralizados.
1. INTRODUCCIÓN
La sociedad argentina desde hace casi 40 años ha sido atravesada por una larga
serie de circunstancias complejas. En ese período de tiempo, diferentes aconteci-
mientos se inscribieron en la memoria colectiva generando incertidumbre, desazón
y desencanto pero, especialmente, nuevas formas de padecer y sufrir que van desde
los efectos de la aplicación sistemática del terrorismo de Estado hasta el temor que
implica la posibilidad de caída en los oscuros espacios de la exclusión social.
Por otra parte, la progresiva recuperación de la centralidad del Estado desde el
año 2003 comienza a construir algunas certezas que habían sido dadas por perdi-
das en forma indefectible desde los discursos de los profetas que anunciaban el fin
de la historia y al mercado como el nuevo regulador y ordenador de la sociedad.
Esa recuperación del Estado es acompañada por una serie de cambios de para-
digmas que en el sector salud impactan en forma sugestiva, como por ejemplo la
nueva Ley de Salud Mental y Adicciones y la Asignación Universal por Hijo.
La salud y las políticas sanitarias, entendidas como procesos de construcción
colectiva, no son ajenas a esta serie de acontecimientos y circunstancias. Las ausen-
cias reales y simbólicas que dejaron los terrorismos de Estado y de mercado tam-
bién hicieron mella en este campo, tanto desde la pérdida de sentido en los man-
datos fundacionales de las instituciones como en su desmantelamiento. Repensar
* Doctor en Servicio Social (Pontificia Universidad Católica de São Paulo, Brasil). Profesor
Titular de la UBA y de la Universidad Nacional de La Plata. Profesor Asociado de la Univer-
sidad Nacional de Entre Ríos. Investigador del CONICET. Autor de los libros La interven-
ción en lo social (Paidós, 1999), Del desorden de los cuerpos al orden de la sociedad (Espacio
Editorial, 2004), Los cuerpos fragmentados (Paidós, 2008) y Política social como intervención
en lo social (Espacio Editorial, 2012).
1
La accesibilidad es presentada en general a través de cuatro dimensiones; no discrimi-
nación, accesibilidad física, accesibilidad económica y acceso a la información. Para Floreal
Ferrara (1987), la accesibilidad tiene las siguientes dimensiones; geográfica, sociocultural,
económica y administrativa.
Los efectos del neoliberalismo atraviesan las políticas sociales, las instituciones
y los actores sociales que operan desde éstas. Así, se construyeron nuevas formas
de subjetividad que implican la necesidad de revisar las formas en que se accede al
sistema de salud, se permanece y circula dentro de él. Los cambios ocurridos en
las últimas décadas se expresan en la construcción de nuevas implicancias sociales
y culturales del padecimiento, donde la percepción de la salud y la enfermedad
giraron hacia formas de naturalización del dolor y la noción de corporalidad. El
6. ACCESIBILIDAD Y TERRITORIO
BIBLIOGRAFÍA
Bulfon, María Eugenia (2004). "Al gran pueblo argentino salud. Acerca de la salud, el siste-
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Stolkiner, Alicia (2013).“Pobreza y subjetividad. Relación entre las estrategias de las familias
pobres y los discursos y prácticas asistenciales en salud”. En: http://dspace.uces.edu.ar:8180/
xmlui/handle/123456789/496
INTRODUCCIÓN
En la década del ´90, el problema de las drogas constituyó una cuestión que el
Estado debía atender (Touzé, 2006). En el plano asistencial, la Secretaría de Programa-
ción para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRO-
NAR) implementó en 1992 un programa de becas de internación para usuarios de
drogas de bajos recursos económicos en organizaciones no gubernamentales (ONGs),
especialmente en comunidades terapéuticas (de aquí en adelante, CTs)1. Esta política
focalizada, que tercerizaba la provisión de servicios de asistencia por uso de drogas,
era congruente con los principios neoliberales que orientaron la reforma del sistema
de salud en la década del ´90 y que sostenían que las ONGs eran más eficientes que el
Estado en la implementación de las políticas sociales (Banco Mundial, 1993).
* Este trabajo retoma algunas ideas desarrolladas para la presentación de una Tesis de
Maestría en Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús. La tesis se
efectúo en el marco del Proyecto UBACyT 20020100101021 “Políticas públicas de control
de drogas en América Latina”, que se articuló con el estudio “Uso de drogas en Argentina:
políticas, servicios y prácticas” desarrollado por la Asociación Civil Intercambios, con el
apoyo de la Federación Internacional de Universidades Católicas. Agradezco al equipo de
Intercambios por sus aportes en la elaboración de este trabajo, en especial a Diana Rossi,
María Pía Pawlowicz y Graciela Touzé.
** Licenciada en Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Maestranda en Salud
Mental Comunitaria, Universidad Nacional de Lanús y Doctoranda en Ciencias Sociales,
UBA. Docente en la materia Trabajo de Investigación Final, Carrera de Trabajo Social
(UBA). Investigadora en el Instituto Gino Germani. Miembro de la Asociación Civil
Intercambios, desde 2005. Es autora de artículos y capítulos de libros en publicaciones
nacionales e internacionales.
1
Resolución 41/92 SEDRONAR.
Existe una gran heterogeneidad entre las propuestas asistenciales que llevan el
nombre de comunidad terapéutica. Se diferencian entre sí por su grado de clausu-
ra6, los criterios de ingreso, la composición de sus equipos de atención, la relación
2
Art. 14 de la Ley 23.737.
3
Fallo “Arriola, Sebastián y otros s/causa”, CSJN, A.891.XLIV, 25/08/2009.
4
La Ley incluyó a la atención del consumo problemático de drogas entre las políticas de
salud mental (Art. 4º).
5
Para este trabajo se seleccionaron 14 entrevistas semiestructuradas y dos grupos de discu-
sión en el que participaron 24 especialistas. La información producida se trianguló con da-
tos secundarios de diversas fuentes. A partir de la identificación de códigos se diferenciaron
algunos ejes de análisis y se trabajó con la modalidad de análisis del discurso, distinguiendo
regularidades y clasificaciones en los materiales empíricos.
6
Es decir, si el tratamiento se efectúa a puertas cerradas, si permite la salida de los usuarios
(puertas abiertas), si ofrece una internación parcial (hospital de día o de noche) o si se trata
de un servicio ambulatorio.
7
Las comunidades de vida son dispositivos residenciales conformados por usuarios de
drogas, generalmente reunidos en torno de una figura carismática.
8
El DSM IV define al trastorno antisocial de la personalidad como un “patrón general de
desprecio y violación de los derechos de los demás y de las normas sociales” (DSM IV, 1995:
662-663).
9
En 1970, Synanon fue cerrada debido a distintos problemas, referidos al maltrato de los
residentes.
10
A fines de los ´80, los usuarios de drogas por vía inyectable fueron considerados uno de
los grupos con mayor exposición frente a la epidemia.
11
Art. 42, Constitución de la Nación Argentina.
12
El derecho a la salud fue establecido en los tratados internacionales incorporados a
la Constitución: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Art. 25 y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos. Sociales y Culturales, Art. 12.
13
En 1996, la Ley 24.754 incluyó a las empresas de medicina prepaga.
14
Resolución Conjunta del Ministerio de Salud y Acción Social y la SEDRONAR 160-3/95.
Los OST explicaban que el pedido de custodia de los usuarios de drogas era
contradictorio con el modelo de puertas abiertas:
- Cuando vas al juzgado y le comunicás que esta persona no es para una comunidad
terapéutica, primero que se hacen los tontos, segundo te dicen: “bueno, ¿y a que
institución lo derivamos?” Nos dicen: “ténganlo ustedes, si a los primeros que llegó
fue a ustedes, entonces sí o sí lo tienen que cuidar”. Pero nosotros explicamos que las
comunidades son abiertas. ¿Y si se escapa? (OST, 42 años).
15
Modificado en 2010 por la Ley 26.657.
16
En el Proggeto Uomo la admisión podía efectuarse en forma ambulatoria. El pasaje a la
fase residencial se efectuaba cuando el usuario había logrado la abstinencia y demostraba
que estaba comprometido con el “cambio de vida” que proponía la CT.
- Muchas veces por querer ayudar y no tener conciencia de las limitaciones, hicimos
daño. Ahora cada paciente es evaluado. Todos tienen las mismas posibilidades de
estar acá adentro. Pacientes que son duales, pacientes que no son duales, de adiccio-
nes, con HIV, sin HIV. No hay discriminación del paciente siempre y los atendemos
cuando veamos que estamos capacitados para brindarle algo (OST, 47 años).
17
La práctica, para algunos OST, resultaba contradictoria con el respeto de la norma de: “no
a las drogas”, fundamental en el dispositivo.
- Hay como una especie de demanda muy fuerte de los estamentos oficiales, judicia-
les y hasta de las mismas organizaciones sociales como las Madres del Paco de que
nosotros nos transformemos casi en cárceles privadas para menores. Hoy por hoy
llueve esto: tenemos un muchacho, no queremos que se vaya, porque está muy mal…
y entonces sale a robar y se va a matar. Pero las comunidades terapéuticas son
abiertas. Nadie está contra su voluntad, cada uno elige todos los días seguir adelante
con su tratamiento. Por supuesto, nosotros tenemos mecanismos de contención, de
motivación: a nadie a la primera que dice: me quiero ir se le abre la puerta (…). Y yo
digo… ¿cuál va a hacer nuestra respuesta? Lo tenemos que ir definiendo nosotros. Yo
creo que da para un debate importante, como organizaciones, con el Estado, como
sociedad misma, sobre el rol que vamos a cumplir (OST, 50 años).
18
Es importante tener en cuenta que el pedido de internación compulsiva de los familiares
de los adolescentes que usan drogas posiblemente se vincule con dificultades de la población
vulnerable al acceso al sistema sanitario, así como a las dificultades de los servicios ambula-
torios para brindar tratamientos adecuados (Rossi y otros, 2007).
En una visión crítica, los OST reconocían que no habían logrado que se au-
mentara el presupuesto de la SEDRONAR y participar en el diseño de sus políticas
asistenciales. Pero también señalaban que la SEDRONAR había tenido muchas di-
ficultades para promover la discusión sobre el mejor modo de asistir a los usuarios
de drogas. Para los OST, la falta de diálogo parecía obstaculizar que las ONGs apor-
taran soluciones desde abajo a nuevos problemas sociales que requerían aportes
innovadores (CLAD, 1988), como la irrupción del consumo de PBC entre los\as
niños\as y adolescentes.
La respuesta entre las CT ante esta nueva demanda no fue univoca. Así, mien-
tras en algunas CT se había decidido no admitir a niños/as y adolescentes, en otras,
manteniendo el principio de puertas abiertas se planteaba la necesidad de modifi-
car ciertas prácticas para poder asistirlos:
- Tenemos el desafío intelectual, práctico, político de entender cuáles son las formas
de intervención con estos chicos y qué es lo terapéutico hoy. Creo que eso es lo que
hay que redefinir y no quedarnos en los libros. Como la comunidad es abierta traba-
jamos de alguna manera con la voluntad de los chicos, porque es cierto que el juez los
encierra pero nosotros no los encerramos. El único trabajo nuestro es tratar de que
ellos tomen la decisión de quedarse. Si no, se van (OST, 40 años).
Entre esos cambios implementados por las CTs se mencionó la inclusión en re-
des barriales y comunitarias y el fortalecimiento de sus vínculos con los referentes
adultos que pudieran acompañarlos en el proceso de reinserción (Chiosso, 2010).
CONCLUSIONES
19
Ver: Ruchansky, Emilio (2009): “El comité asesor sobre el tema drogas presentará el mar-
tes sus proyectos a los diputados”, en diario Página/12, Buenos Aires, 29 de agosto; Ru-
chansky, Emilio (2009): “El turno del sistema sanitario”, en diario Página/12, Buenos Aires,
15 de setiembre; Ruchansky, Emilio (2009), “El largo camino del nuevo plan antidrogas”, en
diario Crítica de la Argentina, Buenos Aires, 15 de setiembre.
150
. Revista Sociedad Nº 33
Con la vuelta a la democracia, y en un clima de participación popular, el go-
bierno promovió la adopción del Proggeto Uomo para la atención de los usuarios
de drogas. Las CT fundadas por los OST que se capacitaron en ese modelo consti-
tuyeron una importante oferta de atención especializada por uso de drogas, en el
ámbito de la sociedad civil (Touzé, 2006).
En los ´90 la expansión de las CT puede ligarse a dos tipos de reformas. Por una
parte, la sanción de la Ley 23.737 legitimó la utilización del poder punitivo en la
atención sanitaria de los usuarios de drogas y significó un aumento de la demanda
de asistencia. Por otra parte, los principios que orientaban la reforma del sistema
de salud sostenían que las ONGs eran más eficientes que los servicios públicos, de
modo que se desestimaba que éstos fueran provistos por el Estado. En un enfoque
que circunscribía el rol del Estado al financiamiento y la regulación de servicios pú-
blicos, las CTs ocuparon el espacio de lo público no estatal y se constituyeron en pro-
veedoras de servicios de asistencia especializada en la atención por uso de drogas.
En un paradigma que consideraba al usuario de drogas como enfermo-delin-
cuente, la demanda de atención hacia las CT era de tipo custodial. La admisión
involuntaria de los usuarios de drogas, especialmente aquellos que presentaban
patologías duales, fue debatida entre las CT, sobre todo en aquellas de puertas
abiertas. Como resultado, las CT definieron con mayor claridad sus criterios de
ingreso, especializándose en la atención de un tipo de problemas y diversificando
su oferta asistencial.
Luego de la crisis de 2001, la irrupción del consumo problemático de PBC entre
los/as niños/as y adolescente interpeló a las CT. Ante el “desborde” de otras institu-
ciones que atendían a usuarios de drogas (Parajúa y otros, 2010) las CTs afrontaron
la demanda de atención de niños/as y adolescentes que estaban desvinculados de
sus redes familiares y comunitarias. La discusión sobre la pertinencia del disposi-
tivo para responder a esta demanda volvió a diferenciar a las CT, aunque aquellas
que decidieron admitir a niños/as y adolescentes modificaron algunas de sus prác-
ticas. Para los OST, la forma en que las CTs respondieron al problema mostró las
dificultades de los organismos gubernamentales para generar un espacio de dis-
cusión sobre las respuestas más adecuadas que deberían darse frente a problemas
emergentes. Con sentido crítico, los OST reflexionaron que habían enfrentado una
situación definida como urgencia con pocos recursos para demandar la adecuación
de las políticas públicas a los nuevos problemas que se presentaban.
En la actualidad, distintos actores promueven la creación de un plan nacional
de atención integral para usuarios de drogas. En el debate sobre la construcción de
respuestas más adecuadas a las necesidades de los usuarios, las CTs resultan actores
de relevancia por su experiencia en la atención residencial de los usuarios de dro-
BIBLIOGRAFÍA
INFORMES Y DOCUMENTOS
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“Panorama General”, Washington.
Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD) (1988). Una nueva
gestión pública para América LatinaDisponible en: http://www.clad.org/documentos/declara-
ciones/una-nueva-gestion-publica-para-america-latina/view
Federación de Organizaciones No Gubernamentales de la Argentina (2009). La Federación
de Organizaciones No Gubernamentales de la Argentina ante el fallo de la Corte Suprema
de Justicia y la propuesta de una nueva política de drogas. Por el futuro y el derecho a la
vida de todos los ciudadanos. Buenos Aires. Disponible en: http://www.fonga.org.ar/index.
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Fecha de consulta [15 de abril de 2011].
LEGISLACION Y JURISPRUDENCIA
Javier Bráncoli*
¿Cuáles son las diversas referencias a las cuales nos remite el término comunidad?
Hacia el final del siglo XIX y comienzos del XX en la Europa industrial, los
procesos de urbanización, industrialización y masivos movimientos migratorios
campo-ciudad representaban una amenaza para un orden comunitario en declive
y extinción. La pérdida de la vida de aldea, la familia extensa, la predominancia del
trabajo agrario y la relación directa con el medio natural van a dejar lugar a una
vida múltiple, abigarrada y caótica en la ciudad moderna. Estas transformaciones
de la vida comunitaria observan un correlato en la configuración de los núcleos
familiares, en los modos de organización económica doméstica y en las formas de
satisfacción de necesidades sociales de diferente orden y magnitud.
Ferdinand Tönnies, un sociólogo de fines siglo XIX, hijo de granjeros alemanes,
estudió los procesos de transformación del orden comunitario al societal y es una
primera referencia en el tema. Su principal obra, Comunidad y sociedad (1887),
representa una comparación dicotómica entre dos lógicas y racionalidades para
pensar la organización social. Comunidad es lo natural, orgánico y antiguo, mien-
tras que lo societal es lo artificial, lo mecánico y lo nuevo. La comunidad es el orden
basado en la tradición, la familia y la propiedad de la tierra; la sociedad es progreso
basado en el individualismo, la competencia y la racionalización.
Tönnies plantea que la base de la distinción entre comunidad y sociedad es el tipo
de relación que se establece entre los hombres, en un caso esencialmente unidos, la
comunidad, y en otro esencialmente separados, la sociedad. Entiende a la sociedad
como expresión del progreso, la Ilustración, el desarrollo y la civilización libres pero, a
su vez, como forma contractual de relación social. Cuanto más avanza la civilización
moderna más remota aparece la posibilidad de retorno al lazo social comunitario.
La familia representa el arquetipo principal de la vida comunitaria. Las trans-
formaciones –significativas y profundas de esta etapa– van a afectar su estructura
La comunidad: nostalgia, promesa y... 157
y funcionamiento. La disociación de los procesos productivos de los ámbitos fa-
miliares que señala Weber; la crisis de las tradiciones, la costumbre y la religión
como paradigmas dominantes y el debilitamiento de las relaciones de jerarquía y
desigualdad son algunos indicadores de este “desorden” social que afecta a fami-
lias y comunidades. Esta distinción entre lo orgánico (comunidad) y lo mecánico
(sociedad) atravesará todo el trabajo de Tönnies y encuentra una referencia directa
en los conceptos de solidaridad mecánica y orgánica en Durkheim, aunque con
sentido inverso u opuesto.
En su estudio sobre el suicidio, Durkheim (1897) plantea la preeminencia del
orden social por sobre la elección individual y el contrato ya que atribuye a una
conducta personal (tan íntima como el suicidio) su correspondencia con valores,
normas y lazos sociales. La comunidad es preexistente al individuo y es la base del
funcionamiento de la sociedad (Nisbet, 1996). Para Durkheim, frente a la crisis del
orden tradicional premoderno resulta necesaria la construcción de un orden social
(artificial) que a partir de la división social del trabajo otorgue previsibilidad y
estabilidad al funcionamiento de la sociedad, así como la integración social de sus
miembros y su regulación a partir de la preeminencia de la conciencia colectiva.
La crisis de una forma de solidaridad basada en la homogeneidad moral y so-
cial de los individuos; en la disciplina de la pequeña comunidad; en la tradición;
en la propiedad comunal, el parentesco, la religión y el localismo van a dar lugar a
un tipo de solidaridad cuya característica principal es la heterogeneidad y el indivi-
dualismo. La división del trabajo actúa como un mecanismo de complementación
de tareas que otorga unidad y orden a través de la articulación de individuos en
funciones diferentes.
Por otra parte, también podemos encontrar otros aportes conceptuales para
el estudio de la comunidad como un tipo particular de lazo social: aquellos que
están vinculados a los grupos primarios y sus lazos asociativos, a las configura-
ciones de las relaciones de vecindario, que también fundan esta oportunidad o
límite para lo comunitario.
Los estudios de Simmel sobre las formas socialización (1908) son una referen-
cia para la caracterización de este tipo de vínculos primarios (moleculares) a partir
de sus estudios sobre la díada y la tríada en donde se caracterizan formas y relacio-
nes en la interacción social (Nisbet, 1966). Los grupos representan un lugar de per-
tenencia e identidad que pueden llegar a definir una despersonalización del sujeto,
como sucedía en la Edad Media en conventos, cofradías y gremios. En contraposi-
ción, la pertenencia a múltiples y transitorios grupos representa una afirmación de
la personalidad individual. Simmel plantea una paradoja en la sociedad moderna:
las cuestiones generales se hicieron cada vez más públicas y las cuestiones indivi-
Posteriormente, hacia los años ’60, Oscar Lewis orienta sus estudios de los me-
canismos familiares y comunitarios en la generación de una “cultura de la pobreza”
para dar cuenta del atraso y falta de adaptación de amplios sectores sociales según
las pautas de la evolución.
Sobre la base de estas caracterizaciones de los sectores populares (sub)urbanos,
el “desarrollismo” se propone una integración social a partir de procesos de mo-
dernización que favorezcan su adaptación a la vida urbana. El progreso, evolutivo y
lineal, constituye una promesa de integración que se concreta a partir del desarro-
llo de la comunidad. En este relato “desarrollista” la comunidad aparece como una
promesa. Es parte de una racionalidad totalizadora (Arias, 2010), ya que permite
pensar a la comunidad como escenario y plataforma para lograr, a partir de un
desarrollo guiado y autopropulsivo, “ser parte” de la sociedad moderna.
1
La fluidez de líquidos y gases constituye una metáfora de la física que, aplicada por Bauman
a las ciencias sociales, traslada la propiedad física de estos elementos al cambio registrado
en las “formas sociales” cuando se someten a una determinada presión. A la actual etapa
de la modernidad, Bauman le asigna la propiedad líquida de los fluidos ya que representa
una variabilidad permanente en comparación con las estructuras sociales propias de la
modernidad sólida o primera etapa de la modernidad (Revolución Industrial).
(…) lo social puede estar dejando paso a la comunidad como un territorio nuevo
para la gestión de la existencia individual y colectiva, una nueva superficie o plano
en el que las relaciones micromorales entre personas son conceptualizadas y ad-
ministradas (Rose, 1996: 6).
2
La autora refiere a Mary Richmond, Gordon Hamilton y Hellen Perlman.
(…) En los orígenes de las Ciencias Sociales y el Trabajo Social a fines del siglo XIX,
se puede dar algunas explicaciones por fuera de los mecanicismos y las relaciones
causa-efecto. Es allí donde la pérdida de la noción de totalidad, la fragmentación de
la sociedad, genera un campo de preocupación centrado en el hacer (Carballeda,
2006: 11).
El malestar de fin del siglo XIX, muestra una caída del economicismo y el opti-
mismo racionalista. Allí surge una corriente de pensamiento desencantada de los
ideales modernos ilustrados del positivismo, que propone replantear la noción de
comunidad; desde Gramsci, por ejemplo, se plantea que los grupos sociales por el
sólo hecho de unirse, modifican la estructura de la sociedad (Carballeda, 2006: 11).
3
Agencia de desarrollo para América Latina con sede en Chile que ejerció influencia en la
región a partir de su propuestas de desarrollo de la comunidad. Ver Arias, Ana (2012).
4
El proceso de reconceptualización implicó una revisión crítica del Trabajo Social origina-
da en ámbitos académicos y que influyó en la reformulación de la disciplina y sus formas
enseñanza.
En una etapa en donde se desdibujan los relatos inclusivos (el trabajo, la na-
ción) y por lo tanto la idea misma de sociedad, el trabajo social se desenvuelve en
la arena de los conflictos y las demandas que protagonizan aquellos que fueron
arrojados fuera del sistema y de las representaciones sociales que construyen so-
bre su situación. En este sentido cobra importancia el “escenario comunitario”, por
un lado, como espacio de contención y refugio para los sectores sociales pobres y
segregados y, por el otro, como ámbito en donde se desarrollan procesos de cons-
trucción de subjetividad, emancipación, conflicto y protesta social.
La comunidad representa un lugar de pertenencia e identificación, un canal
para la satisfacción directa de necesidades sociales y un refugio frente a la hostili-
dad e incertidumbre. Como tal, la figura de “lo comunitario”, expresa un proceso
destotalizador (Arias, 2010) ya que no se inscribe en un relato general de la socie-
dad sino en expresión –singular– de los que no logran ser parte de ella. La comu-
nidad es, por lo tanto, reproducción singular de la sociedad y a su vez una trama
social con identidad y formas de funcionamiento y expresión propias. La pregunta
a partir de estos momentos de ruptura y construcción del orden social y de cambio
en los paradigmas conceptuales es: ¿lo comunitario es el primer eslabón para la
reconstrucción de lo público o, por el contrario, es la puerta de entrada para un
nuevo proceso de privatización de lo social?5
5
Ver mi artículo “La comunidad: ¿reconfiguración de lo público o privatización de lo social?”
de Bráncoli, Javier en Políticas Públicas y Trabajo Social. Aportes para la reconstrucción de
lo público (Arias, Bazzalo y García Godoy, 2012).
6
Como contratara de esta situación, la construcción de countries, barrios privados y clubes
de campo forman parte de un proceso de suburbanización de las elites que refuerza el
carácter segmentado de la ciudad actual.
A MODO DE SÍNTESIS
BIBLIOGRAFIA
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Ediciones Siglo XXI.
Bauman, Zygmunt (2002). Modernidad Líquida. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Andrea Echevarría*
La dictadura 1976-1983
El golpe de estado que se produjo en nuestro país en 1976 fue fruto de una
alianza entre sectores militares y civiles, cuyos objetivos coincidieron en dicha co-
yuntura.
La aspiración refundacional de la dictadura se expresó ya en el nombre autoad-
judicado (“Proceso de Reorganización Nacional”) que manifiesta un diagnóstico
común entre los sectores aliados: la necesidad de eliminar de raíz no sólo al polo
industrial nacional, sino también al Estado de corte desarrollista que lo sostuvo y
Los datos estadísticos son más que elocuentes respecto a éste último punto: la
cantidad de población en villas de la Ciudad de Buenos Aires evolucionó en las
últimas décadas de la siguiente manera:
Año 2003. Néstor Kirchner gana las elecciones nacionales tras una campaña
electoral en la que la obra pública se presentó como propuesta de reactivación de la
economía, de alguna manera “a contramano” de los discursos imperantes durante
más de una década respecto a la necesaria “austeridad” en el gasto público.
A partir de entonces, comenzó un nuevo período en la organización del Estado
y la sociedad civil. El término “post neoliberal” con el que se lo ha mencionado (así
como a similares experiencias político-sociales que se producen al mismo tiempo
en otros países de América Latina) no alcance quizá a dar cuenta de los cambios
producidos. Siguiendo a Clemente (2011) y a Thwaites Rey (2011), el Estado se re-
cupera, pero no en término de “más funciones”, sino de mayor autonomía respecto
a poderes fácticos: organismos internacionales de crédito, grupos económicos lo-
cales o transnacionales.
En la misma línea, Carlos Vilas (2011) señala algunos puntos de contacto entre
estas nuevas experiencias latinoamericanas y los regímenes nacional-populares de
mediados del siglo pasado: “el papel estratégico asignado al Estado; el estímulo
a la articulación entre democracia representativa y democracia participativa; los
esfuerzos por compatibilizar acumulación y distribución, sumado a la caracteriza-
ción de ésta como un ingrediente de la acumulación, y la disputa del poder político
a los grupos dominantes tradicionales”, reconocido a su vez que “los actores y los
escenarios son otros, como también son otros los términos en que se plantean los
problemas, las condiciones en que se desenvuelven y los respectivos enmarcamien-
tos regionales e internacionales.” (Vilas, 2011: 17).
Existe un Estado proactivo, con creciente autonomía para definir políticas y, a
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
2
Proyectos: a) UBACyT 2010-2012 – 20020090200376, financiado por la Universidad de
Buenos Aires (UBA), Director: Pablo Francisco Di Leo, Codirectora: Ana Clara Camarotti,
Integrantes del grupo de investigación: Pablo Borda, Alejandro Capriati, Victoria Farina,
Natalia González, Martín Güelman, Romina Ramírez, Sebastián Sustas, María Cecilia Tou-
ris, María Soledad Vázquez, Alejandro Marcelo Villa. b) PICT 2010 – 0621, financiado por
la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, Investigador Responsable: Pa-
blo Francisco Di Leo. Sede de ambos proyectos: Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
3
Los soportes son definidos por Martuccelli (2007a) como los medios por los cuáles el indi-
viduo llega a tenerse frente al mundo: el conjunto de elementos, materiales e inmateriales,
que lo vinculan a su contexto.
4
Retomando las propuestas de Michèle Leclerc-Olive (2009), en nuestro trabajo de campo
construimos los relatos biográficos a partir varias entrevistas semiestructuradas, de alrede-
dor de una hora y media de duración, realizadas en forma individual a 10 jóvenes, 4 mu-
jeres y 6 varones, de entre 18 y 26 años, cuyos espacios de sociabilidad se encuentran en la
zona sur del AMBA, Durante todo el desarrollo de nuestro trabajo de campo tomamos los
resguardos éticos de rigor para preservar el anonimato, la identidad y la integridad moral,
social, psicológica y cultural de los sujetos que participaron en las entrevistas de manera
informada y voluntaria, asegurando también la confidencialidad de sus respuestas.
Para algunos jóvenes los crecientes niveles de violencia –peleas a golpes de puño
que, en varias ocasiones, pueden llegar a la utilización de armas blancas o de fuego–
entre grupos, identificados con distintos barrios, bandas o hinchadas de equipos de
fútbol locales, configuran uno de los problemas más importantes del barrio.
Algunos entrevistados señalan a las peleas o la preparación para las mismas –el
“aguante”– como parte de los rituales o requisitos necesarios para ingresar, perte-
necer o defender a un barrio, grupo, “banda” o “barra” de un equipo de fútbol, ge-
neralmente local. Tanto como soportes simbólicos y, en algunas ocasiones también
materiales, la pertenencia a estos grupos ocupa un lugar central en los procesos de
construcción de sus identidades.
Retomando las herramientas conceptuales presentadas en relación a la catego-
ría anterior, podemos decir que este tipo de prácticas y rituales, muchos de ellos
asociados a las violencias, se vinculan a las luchas por el reconocimiento intersub-
jetivo. La construcción y defensa de la propia identidad individual, grupal, barrial,
frente a las prácticas y símbolos de otros individuos, grupos o barrios que se pre-
sentan como amenazantes, lleva en muchas ocasiones a la lucha cuerpo a cuerpo,
a negar la corporeidad del otro, poniendo en riesgo la propia integridad física. Se
busca afirmar así la propia subjetividad, superando la objetualidad en que la pone
la mirada o la amenaza de otros sujetos.
Al preguntarles sobre las posibles causas del crecimiento e intensidad en las
violencias entre jóvenes y delitos contra la propiedad en el barrio, una de las en-
trevistadas lo vinculan con algunas de las condiciones en las cuales los niños y
adolescentes se socializan –violencias familiares, problemas con la justicia, discri-
minación–, lo que les generaría una sensación de frustración.
La violencia es, sin duda, un rasgo de nuestro peor orden, una manera por la cual
se expone la vulnerabilidad humana hacia otros humanos de la forma más terro-
rífica, una manera por la cual somos entregados, sin control, a la voluntad de otro,
la manera por la cual la vida misma puede ser borrada por la voluntad de otro.
En la medida en que cometemos actos de violencia, estamos actuando unos sobre
otros arriesgando a otros, causando daño a otros. En cierta manera, todos vivimos
con esta vulnerabilidad particular, una vulnerabilidad hacia el otro que es parte
de la vida del cuerpo, pero esta vulnerabilidad se exacerba muchísimo bajo ciertas
condiciones sociales y políticas (Butler, 2010: 42).
Los consumos de drogas legales no son menos problemáticos que los consumos de
drogas ilegales
Entre las diferentes significaciones que asumen para estos jóvenes los consumos
de drogas, hay una primera ruptura con la idea de entender a los consumos de drogas
legales como consumos menos problemáticos que los consumos de drogas ilegales.
Observamos que los entrevistados no basan sus argumentaciones en que las sustan-
cias se encuentren o no prohibidas ante la ley para discriminar entre drogas más o
menos nocivas para los sujetos. Según los relatos de los jóvenes, a partir de sus ex-
periencias familiares, con amigos y en el barrio, el consumo de bebidas alcohólicas,
si bien es legal y por ello no es censurado socialmente, puede desencadenar en un
consumo abusivo. En la mayoría de sus relatos encontramos diversas situaciones de
abuso, violencia, pérdida de control relacionadas con un uso excesivo de alcohol en
Algunos de los jóvenes en sus discursos reproducen una asociación entre con-
sumos de drogas, violencia y delincuencia, percibida como natural. Como expre-
san Duschatzky y Corea (2009), desde el tratamiento de los medios masivos de
comunicación el consumo de “la droga” como atributo de la condición juvenil e
incluso infantil queda asociada a la inseguridad, el robo y el descontrol. De este
modo, los consumos de drogas ilegales resultan incompatibles con la inserción
sostenida en las instituciones e instancias tradicionales de socialización (familia,
educación, trabajo).
No obstante, en sus relatos de vida, se hacen presentes diversas situaciones que
rompen con estos estereotipos. Por un lado, en la mayoría de los casos se establece
un vínculo muy estrecho entre familia y consumo de drogas, es decir, historias de
consumo que ponen como protagonistas a miembros de su grupo familiar cercano
y, por otro, historias propias o ajenas en donde sus prácticas sostenidas de consu-
mo de drogas logran convivir con trayectorias educativas o laborales.
En este sentido, en los relatos de algunos jóvenes con experiencias de consu-
mos de drogas, se hace hincapié en que nunca robaron para comprar droga sino
que el modo de sostener sus consumos siempre fue a partir de su trabajo. Uno
de los jóvenes que atravesó una adicción a la pasta base (paco) relata que, en los
primeros tiempos de consumo de la sustancia, no sólo logró estabilidad laboral,
sino que el uso del “paco” le permitía mejorar su performance y sobrellevar sin di-
ficultades las forzadas actividades de carga y descarga de materiales en el corralón
donde trabajaba. Por otra parte, cuando el consumo de drogas deviene en adicción
comienza a repercutir en sus vínculos laborales y en sus trayectorias escolares.
Los análisis que acabamos de relatar coinciden con jóvenes que consumen di-
versas sustancias, mientras que existen otras afirmaciones, de quienes no consumen
drogas, las cuales sostienen la asociación entre consumos de drogas y delincuencia.
Entre los jóvenes de este segundo grupo existe un consenso en la consideración del
paco como aquella sustancia cuyo consumo incide con mayor intensidad en actos
delictivos. El potencial adictivo de la sustancia en cuestión es reseñado unánime-
3. REFLEXIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA
Desde los años ochenta del siglo pasado se han desplegado los denominados
procesos de renovación y gentrificación urbana. Se trata de procesos puntuales que
inicialmente generaron heterogeneización social; sin embargo, progresivamente
impulsaron el desplazamiento de sectores de menores ingresos por otros de in-
gresos medios y altos.
El desarrollo de la renovación relacionada con las políticas de cultura y patrimo-
nio de los Estados locales constituyen un fenómeno ampliamente difundido en las
ciudades del mundo. Sin embargo, cada una de las ciudades se adapta al contexto lo-
cal, tomando fisonomías y características particulares de la historia de cada barrio.
En la última década –como parte de la estrategia de salida de la crisis 2001/2002– los
procesos de renovación cobraron un inusitado impulso y se extendieron a distintos
barrios de la ciudad. Han prosperado en barrios con distintas características socio-
económicas, culturales y diferentes localizaciones en la ciudad: barrios ubicados en
el norte –por ejemplo, Palermo y Belgrano–, tradicionalmente más ricos y mejor
equipados, y en otros ubicados en el sur, como La Boca y Barracas.
Es en este contexto que nos proponemos analizar la renovación urbana que
vivió la Ciudad de Buenos Aires y las políticas y estrategias del gobierno local en
la construcción de una Buenos Aires cultural. Específicamente, el trabajo indaga
y analiza las razones por las cuales se recurre a lo local y al patrimonio cultural
INTRODUCCIÓN
1
La Ciudad de Buenos Aires tuvo por primera vez gobierno autónomo a partir de 1996.
Anteriormente, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires era designado por el
presidente de la República como intendente del municipio a cargo.
2
Esto tiene que ver con los procesos de descentralización urbana llevados a cabo desde los
’80 en las ciudades de Europa y claramente en los ’90 para las ciudades latinoamericanas.
El fin del siglo XX vino marcado por la vuelta a una reflexión más profunda y a
la vez más abarcadora sobre la vida urbana. Las áreas centrales de ciertas ciudades
se constituyen así en factores disparadores de procesos de renovación y las ciudades
se tornan nuevamente en centros para la recuperación económica. La revisión de la
base económica de las ciudades puso en debate entre especialistas el rol jugado por la
industria como motor del desarrollo urbano y el avance del sector servicios.
Díaz Orueta señala cómo a lo largo de las últimas décadas, una gran parte de
las investigaciones urbanas centró su atención e interés en el estudio de la recon-
figuración socio-espacial de las ciudades (Díaz Orueta, 2002). Estas demandas de
nuevas investigaciones urbanas desembocaron en novedosas propuestas y nuevas
metodologías de análisis para encarar estos procesos. En este sentido, las transfor-
maciones señaladas por las investigaciones fueron de tal calado, que nos permiten
referirnos a un giro de carácter histórico en la estructuración de los nuevos estu-
dios urbanos, de modo tal que obligó a un replanteamiento de las políticas urbanas
(Díaz Orueta, 2002). La aceptación de estos cambios llevó a que países como los
Estados Unidos y Inglaterra, con una fuerte tradición industrial, empezaran a es-
tudiar las áreas más desfavorecidas de sus centros urbanos, para reinstalarlas a las
nuevas demandas del capital global. Si previamente estos países habían dirigido las
inversiones hacia los suburbios, en esta etapa, las redireccionaron hacia el fomento
y la renovación de sus centros históricos. Estos cambios en el desarrollo de las ciu-
dades pusieron entonces en primer lugar el debate sobre las mismas.
Precedo Ledo (1993) destaca cómo con la creación de un mercado único en Eu-
ropa en 1992, la apertura de las fronteras y la internacionalización de la economía,
más otros factores como las nuevas tendencias en los estilos de vida, el uso del
tiempo libre, los espacios y los hábitos de consumo, condujeron a toda una co-
rriente urbana a poner en debate en primer término el rol de las ciudades. Este fue
el contexto general en el cual empezaron a llevarse a cabo las políticas urbanas que
luego derivaron en lo que se denominó procesos de renovación urbana o proyectos
urbanos que se planteaban dar respuestas a las nuevas problemáticas territoriales.
Los aspectos por los cuales se llevaron a cabo dichas políticas se vinculan con
la propia evolución de los procesos de renovación urbana, que tenían como una
de sus finalidades poder incrementar el presupuesto municipal y el poder político
local de las ciudades. Dichas políticas en los ochenta y noventa experimentaron
cambios que no sólo se debieron a factores económicos globales, sino que también
tuvieron que ver con una nueva percepción sobre el papel de la ciudad y la cultura.
4
Esto es retomado del Plan Estratégico de Cultura de 2002.
Hasta aquí hemos analizado planes estratégicos que han intentando promocio-
nar Buenos Aires a través de los usos de la cultura como un recurso económico. En
este sentido, consideramos que el reciente proceso de patrimonialización del Tango
como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”, una figura implementada
por UNESCO en 2003 en la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultu-
ral, se inserta en el mismo conjunto de prácticas y estrategias urbanas utilizadas por
el gobierno local para que ciertas manifestaciones del patrimonio entren en com-
petencia global por la patrimonialización en el contexto de renovación urbana. La
candidatura del tango, aprobada por este organismo en septiembre de 2009, resultó
de un accionar conjunto entre los gobiernos locales de Buenos Aires (Argentina) y
Montevideo (Uruguay). A pesar de esto, en este apartado sólo se analiza el fenómeno
de la patrimonialización del tango para la Ciudad de Buenos Aires.
El proceso de patrimonialización del tango propone vincularse con el turismo,
en particular con los procesos de definición de atractivos turísticos, teniendo en
cuenta que los procesos de patrimonialización contemporáneos buscan resaltar
ciertas manifestaciones materiales o inmateriales al mismo tiempo que arraigar-
las de manera indiscutida al lugar. La patrimonialización del tango puede verse
como un ejemplo más, de tantos otros, de estas nuevas prácticas y estrategias del
gobierno local para construir legitimaciones necesarias a fin de contribuir a su
visualización. Como vimos antes, el papel de la cultura se ha expandido de una
manera inusitada al ámbito político y económico al tiempo que las nociones con-
vencionales de cultura han sido considerablemente vaciadas. El concepto de cultu-
ra como recurso anula las tradicionales distinciones entre la llamada alta cultura y
la definición antropológica de cultura.
Así, la alta cultura se vuelve recurso para el desarrollo urbano en los museos
contemporáneos; mientras que los ritos, tradiciones y prácticas cotidianas son uti-
lizados como recurso también por el turismo y las industrias que explotan el patri-
monio cultural (González Bracco, 2007).
La patrimonialización del tango se encuentra inmersa en un contexto de ace-
6
Son múltiples los autores que hablan de este concepto como un argumento de venta aso-
ciado no a un bien o producto sino a una vivencia única. Véase por ejemplo Schmitt (1999).
7
Esta decisión oficial se vincula con la reciente declaración del tango como Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. En palabras de actual ministro de
Cultura y presidente del Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi:
“Cuando presentamos el proyecto a la UNESCO nos comprometimos a que Buenos Aires
tuviera una sala exclusiva para el tango. Decidimos que fuera en el Teatro de la Ribera por
su pertenencia a un barrio tanguero como La Boca” (Clarín, 28/12/09).
8
A diferencia del “giro patrimonial”, el “giro económico” no es un proceso reciente. El nego-
cio local del tango comienza en la primera década del siglo XX con las denominadas “casas
de baile”, en estrecha vinculación con la fama que el tango gana por entonces en Europa, lo
que “llevó a una ‘reimportación’ y al reconocimiento del tango por las elites” (Observatorio
de Industrias Culturales, 2007, p. 22).
9
Como la producción de libros, discos, espectáculos, academias, ropa, calzado, regalos, cla-
ses de tango, conciertos, etcétera.
10
Según esta información oficial, en los primeros cuatro años del 2000 los ingresos econó-
micos totales del sector se han triplicado.
Durante los años 2001-2007 se planteaba llevar a cabo cinco ediciones de “Es-
tudios Abiertos”, y los barrios estratégicos para dicho proyecto fueron los más tra-
dicionales de la ciudad: La Boca, San Telmo, Monserrat, Abasto, Retiro y Palermo.
Se trató de una experiencia implementada desde la Subsecretaría de Patrimonio
Cultural de la ciudad en el marco de proyectos especiales que tenían la finalidad de
realizar una apuesta estética, donde los artistas abriesen las puertas de sus ateliers a
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
ACERCA DE LA LECTURA
2
Ver N. Romé y C. Duer, “Acervo bibliográfico parcial de Louis Althusser en castellano” en
S. Caletti, N. Romé y M. Sosa (2011).
Hay pues, una cuestión de la lectura. Una cuestión, además, filosóficamente prio-
ritaria: dada su particular permeabilidad a la incidencia de lo ideológico, la lectura
constituye hoy, en efecto, uno de los lugares cruciales en que se libra la lucha entre
la ideología y la ciencia. Lucha desigual, sin embargo, hasta tanto el gesto de la
lectura no haya sido interrogado. Se comprende así que la práctica filosófica des-
cubra, en el terreno de esa lucha, la carencia específica que suscita su intervención:
la ausencia radical de la teoría –y su consecuencia necesaria: la orfandad radical de
la práctica (De Ípola, 1970: 293).
Lo que para de Ípola se pone en juego en las primeras páginas del prefacio de
Para leer El Capital es “una discusión sobre los puntos de partida de toda lectura”
(De Ípola, 1970: 292), pero en un sentido muy distinto a los de las condiciones de
producción. En el caso particular de la empresa althusseriana, la novedad reside en
transgredir una cierta práctica ideológica de la letra de Marx. Para de Ípola, allí se
juega la cuestión de la lectura, de la lectura como práctica, de la práctica como in-
tervención, y de la intervención como intervención política cuya vigencia en Marx
es lo que Althusser se propone defender.3
La lectura sintomática no es aquella que intenta llenar los vacíos de un texto,
sino aquella que intenta dar cuenta de la singularidad de una respuesta a “una
pregunta que presenta como único defecto el no haber sido planteada” (Althusser y
Balibar, 2010: 27).
3
Reforzando esta perspectiva de la lectura como práctica de intervención, se puede con-
sultar también Mariana De Gainza, “La actualidad de la lectura sintomática” en Caletti y
Romé (2011). El artículo problematiza la perspectiva de Slavoj Žižek, promoviendo un des-
plazamiento de la propuesta demasiado rápida de la lectura sintomática con el propósito
de explorar las posibilidades de esta estrategia de lectura. Allí se propone pensar la lectura
sintomática como ejercicio y refuerza esta idea de la lectura en el terreno del hacer, es decir,
su dimensión esencialmente práctica.
ALTHUSSER Y DERRIDA
DERRIDA EN ALTHUSSER
Casi no hay ninguna mención a Derrida en las obras que Louis Althusser pu-
blicó en vida.
Entre 1965 –año en que se publica la obra althusseriana más celebrada: La re-
volución teórica de Marx– y el homicidio de su mujer Hélène en 1980, los escritos
de Althusser tuvieron una amplia difusión “entre comunistas e intelectuales de iz-
quierda de todo el mundo y se convirtieron en objeto de encendidas polémicas que
obligaron al movimiento comunista internacional a salir de su letargo teórico y
ponerse a pensar” (Fernández Liria, 2002: 74). Pero ya en 1978, cuando el Partido
Comunista Francés rompe con la Unión de la Izquierda, Althusser escribe algunos
artículos críticos en Le Monde, en especial una carta redactada junto a E. Balibar,
G. Bois, G. Labica, J. P. Lefebvre y M. Moissonnierb, en la que reclamaban: “una
verdadera discusión política en el PCF” (Balibar, 2004: 107). Althusser, que hasta
ese entonces jamás había abandonado el partido ni dejado de participar en su cé-
lula –pese a que hacía algunos años hacía públicas sus objeciones– es finalmente
apartado de manera definitiva.
Luego de estrangular a Hélène en 1980, Althusser entró a las filas de los lla-
mados “autores malditos” y condenado a un olvido que sin lugar a dudas el mo-
El ser adviene en la medida que los elementos adquieren propiedades una vez
que se produce el encuentro, y no antes, es decir, que la estructura sólo a posteriori
le asigna un lugar y un sentido a los elementos independientes que previamente a
su toma de consistencia estaban en estado flotante, “siendo cada uno de ellos pro-
ducto de su propia historia, pero no siendo ninguno el producto teleológico ni de
los otros ni de su historia” (Althusser, 2002: 66).
Esta tradición marginada rechaza así toda filosofía “de la esencia (Ousia, Essen-
tia, Wesen), de la Razón (Logos, Ratio, Vernunft), y, por tanto, del Origen y del Fin,
en provecho de una filosofía que, al negar el Todo y todo Orden, niega el Todo y el
orden en provecho de la dispersión (‘diseminación’ diría con su lenguaje Derrida)
y del desorden” (Althusser, 2002: 54). Tal es el sentido que Althusser le otorga al
modo de producción de esta concepción en tanto “la contingencia de la necesidad
como efecto de la necesidad de la contingencia” (Althusser, 2002: 53).
Otra de las características de este materialismo del encuentro –y para lo cual
Althusser cita la primacía de la ausencia sobre la presencia trabajada por Derri-
da– es la de ser un proceso sin sujeto (Althusser, 2002: 56-57). Esta referencia no
es nueva, ya que siempre Althusser ha sostenido que la historia es un proceso y ese
7
Aquí Althusser hace una referencia a Jacques Derrida, tanto a su crítica del ser como
presencia como a su noción de diseminación utilizada en este caso como sinónimo de
“dispersión”.
8
“La historia es un proceso, y un proceso sin sujeto. El problema de saber cómo ‘el hombre
hace la historia’ desaparece por completo: la teoría marxista lo arroja definitivamente a su
lugar de origen, en la ideología burguesa. Y con él desaparece la ‘necesidad’ del concepto de
‘trascendencia’, cuyo sujeto sería el hombre” (Althusser, 1974: 35-36).
9
Según Balibar, esta cuestión marca la herencia spinoziana en Althusser de ‘una identidad
que es siempre-ya división” (Balibar, 2004).
10
Redactado por Althusser en 1985. Allí también aparecen algunas menciones a Derrida
como la siguiente: “Creo saber que Bouveresse me ha acusado (y quizá aún me acusa) de
Quiero insistir en ese rasgo de Maquiavelo [la noción de “vacío”] que, como sólo
los grandes en filosofía, al igual que en cualquier clase de pensamiento y de escri-
tura, música, pintura, etc., es un hombre que piensa en los límites extremos, en las
situaciones límite, un hombre que, como más tarde Hobbes, Pascal, Clausewitz,
Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, Wittgenstein, Gramsci, Lenin, Mao y también
Heidegger y finalmente el más radical de todos, Derrida, piensa en el límite como
la condición absoluta de todo pensamiento y de toda acción (Althusser, 2007: 146).
Una estrategia filosófica que opera en un territorio ya ocupado: con estas pala-
bras Althusser da la razón a Derrida. En Althusser la filosofía no busca territorios
ALTHUSSER EN DERRIDA
Por lo que él buscó, experimentó, arriesgó, por todos los gestos concretos o esbo-
zados, autoritarios y rebeldes a la vez, contradictorios, consecuentes o compulsi-
vos, de aquella extraordinaria pasión que tuvo y que no le dejó ningún respiro,
ni le ahorró nada –con sus gestos teatrales, sus desiertos, sus grandes espacios de
12
La primera aparición del término déconstruction tiene lugar en De la Gramatología, donde
se presenta como la traducción de la Destruktion o Abbaude la tradición metafísica de que
habla Heidegger al comienzo de Ser y tiempo.
13
Fragmento del texto leído por Derrida en el funeral de Louis Althusser, publicado en
Les Lettres Francaises, Nro. 4, diciembre de 1990, pp. 25-26, luego compilado, junto a otros
textos escritos de Derrida en ocasión de la muerte de otros tantos amigos, en Derrida, 2005.
14
A excepción de una entrevista a Derrida dedicada a Althusser, poco antes de la muerte de
este último, que luego fue publicada como “Politics and Friendship. An Interview with Jac-
ques Derrida”, junto a otros textos de otros autores, pero todos ellos con referencia a Althus-
ser en un libro –nunca publicado en francés– titulado The Althusserian Legacy (1993).
15
Fragmento del texto leído por Derrida en el funeral de Louis Althusser, op. cit. Estas pala-
bras son un homenaje a la premisa de Althusser “pensar por nosotros mismos” con relación
al marxismo, es decir, pensar a Marx más allá de Marx y en la intemperie de la historia.
Espectros de Marx, en efecto, puede ser leído, si se quiere, como una especie de ho-
menaje a Louis Althusser. Saludo indirecto pero sobre todo amistoso y nostálgico,
un poco melancólico. La cuestión está abierta al análisis. Escribí ese libro en 1993,
tres años después de la muerte de Althusser, y, por supuesto, puede ser leído como
un texto dirigido a él, una manera de “sobrevivir” lo que viví con él, a su lado. Él
era a la vez próximo y lejano, aliado y disociado. Pero ¿quién no lo es? (Derrida y
Roudinesco, 2009: 116).
Este pasaje cruza, por un lado, la idea que venimos desarrollando sobre el lugar
del encuentro que oscila entre la proximidad y la lejanía, y por el otro la cuestión
de la melancolía. En efecto, dice Derrida, Espectros de Marx posiblemente sea un
libro sobre la melancolía en política, sobre la política de la melancolía (Derrida y
Roudinesco, 2009: 89). Elizabeth Roudinesco comparte esta caracterización de la
filosofía althusseriana como “melancólica” señalando que un filósofo melancólico
es aquel que se enfrenta con una realidad que no cesa de escapársele (Roudinesco,
2009). En el caso de Althusser, esa realidad de la propia melancolía que incesante-
mente se le diluía entre las manos “lo convertía en náufrago de la razón” (Roudi-
nesco, 2009: 157), pero al mismo tiempo hizo de ese gesto la propia definición de lo
teórico, sentido que intentaba otorgar a la idea del marxismo como “teoría finita”.
Espectros de Marx es quizás el texto que mejor expone las ambigüedades de la
relación de Derrida con el marxismo, pero al mismo tiempo, y aunque el nombre
de Althusser no aparece prácticamente en una sola línea de ese extenso trabajo16,
quizás sea también el síntoma de la enigmática “alianza política” que lleva los nom-
bres de Althusser y Derrida.
16
Aparecen solo dos menciones, la primera en el Capítulo I “Inyunciones de Marx”, en el
que nombra muy rápidamente la concordancia de algunos temas althusserianos en la lectura
blanchotiana del marxismo y en el Capítulo III “Desgastes”: “Decir esto es oponerse a dos
tendencias dominantes: por una parte a las reinterpretaciones más vigilantes y más moder-
nas del marxismo por ciertos marxistas (especialmente franceses, y del entorno de Althus-
ser) que han creído más bien que debían intentar disociar el marxismo de toda teleología
o de toda escatología mesiánica”, trad. José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti, Edición
digital Derrida en castellano.
Dada esa amplia heterogeneidad del texto marxista, para Derrida se vuelve
necesario en su análisis tener en cuenta “los progresos decisivos llevados a cabo
simultáneamente, por Althusser y a partir de él” (Derrida, 1977: 62). Quizá sea por
ello que Derrida confiesa su necesidad de dar respuesta a una herencia, no sólo la
de las grandes tradiciones filosóficas, sino también al trabajo de sus propios con-
17
Publicado en la Revista Promesse, números. 30-31, otoño e invierno de 1971. Luego pu-
blicado en Derrida, 1977.
18
Hay que pensar que Althusser está en este caso celebrando de alguna manera la crisis de
cierto marxismo (Althusser, 2003).
Durante años, por razones que son más legibles en ese libro [Espectros de Marx]
(aunque ya lo fuesen de otro modo), yo no podía ni suscribir el gesto althusseria-
no (cierto retorno a Marx), ni denunciarlo o criticarlo desde un lugar que hubiera
sido el del anticomunismo, el marxismo o incluso del Partido Comunista (Derrida
y Roudinesco, 2009: 91).
19
“A fines de los años sesenta, en efecto, para mí se trataba de heredar, quiero decir, de dar
respuesta a una herencia, a un momento de la historia en que ya se habían elaborado gran-
des obras que estaban presentes en el campo de la filosofía. No hablo solamente de Husserl
o de Heidegger, sino, más de cerca de nosotros, en Francia, de Lévinas, de Lacan, de Lévi-
Strauss y, más cerca todavía, de Foucault, de Althusser, de Deleuze por supuesto, de Lyotard”
(Derrida y Roudinesco, 2009: 14).
20
Término que Derrida toma de Lévi-Strauss (1964).
Aquello que los distanciaba era también lo que los unía: una insumisión ansio-
sa e insistente, pero inevitablemente solitaria: “Residimos, de manera igualmente
insólita, como caminantes pacientes e impacientes, como huéspedes a veces inde-
seables, como una mala conciencia espectral”21.
21
Íbid., p. 91.
Somos en primer lugar, como amigos, amigos de la soledad, y los llamamos para
compartir lo que no se comparte, la soledad. Amigos completamente diferentes,
amigos inaccesibles, amigos solos, en tanto que incomparables y sin medida co-
mún, sin reciprocidad, sin igualdad. Sin horizonte de reconocimiento, pues. Sin
parentesco, sin proximidad, sin oikeiótes (Derrida, 1998: 54)22
22
J. Derrida, Políticas de la amistad, Trotta, Madrid, 1998, p. 54. Massimo Cacciari podría
intervenir en esta cuestión. “El solitario desea con ardor al amigo. No la amistad que iguala
o que uniforma, sino al amigo que cuida del amigo manteniéndolo al tiempo a una ‘justa’
distancia desde el instante en que advierte su necesidad” (Cacciari, 2004: 41).
23
Es necesaria en este punto la siguiente aclaración: cuando decimos que el sujeto no es
un “efecto” nos referimos específicamente a la relación entre sujeto y filosofía, plano que
queda desligado de otras problemáticas específicas como la del sujeto ideológico, ya que en
el tratamiento puntual de la constitución subjetiva que Althusser despliega, por ejemplo, en
Ideología y aparatos ideológicos de Estado (1970), el sujeto es definido como el “efecto ideo-
lógico por excelencia” como resultado teórico de la tesis principal que ese trabajo sostiene:
“la ideología interpela a los individuos como sujetos”.
24
“… unidades de simulacro que escapan a la lógica binaria, no inclinándose por ninguno
de los dos opuestos, y que se hallan, más bien, en estado de oscilación […] Estos elementos
que habitan la metafísica la desorganizan, la resisten”. (Cragnolini, 1999). Algunos de los
ejemplos más recurridos por Derrida son pharmakon, himen, tímpano.
BIBLIOGRAFÍA
Aaron Cicourel*
El modo en el que los miembros de una sociedad o una cultura hacen inteli-
gible o confieren sentido a su entorno a lo largo del tiempo resulta central en el
persistente problema de cómo es posible el orden social. Los textos introductorios
convencionales de sociología (Broom y Selznick, 1963) analizan de forma estan-
darizada la socialización del niño, entendiéndola como algo básico para el control
social y para la emergencia de la sociedad humana o del orden social. Sin embargo,
estos textos no se preguntan ni revelan cómo la internalización de las actitudes de
los otros y la inculcación de las normas en el niño operan como “anteproyecto del
comportamiento” en un sentido evolutivo. La idea de una socialización “adecuada”
simplemente refiere de manera casual a la importancia de la interacción social y
del lenguaje. Las referencias a la emergencia de un sí mismo social, de las normas,
o de las reglas para determinar el comportamiento apropiado e inapropiado según
programas de recompensas y castigos vagos y no especificados, no se preguntan
*
Aaron Cicourel es Licenciado y Magister por la Universidad de California en Los Ángeles
(UCLA) y Doctor por la Universidad de Cornell. Fue profesor invitado en la Universidad de
Northwestern; profesor asistente y asociado en la Universidad de California en Riverside;
conferenciante en sociología en la Universidad de California en Berkeley; profesor de socio-
logía en la Universidad de California en Santa Barbara; y ha sido profesor de sociología en
la Escuela de Medicina y en el Departamento de Sociología de la Universidad de California
en San Diego. Sus áreas de especialización son sociolingüística, comunicación médica, toma
de decisiones y socialización del niño. Es miembro electo de la Academia Norteamericana
de Artes y Ciencias desde 1992.
1
Capítulo 2 de Cicourel, Aaron (1974). Cognitive Sociology. Language and Meaning in Social
Interaction, “The Acquisition of Social Structure: Towards a Developmental Sociology of
Language and Meaning”. New York, The Free Press.
La teoría del lenguaje está conformada por tres subteorías, cada una de las cua-
les se corresponde con uno de los tres componentes de la descripción lingüísti-
ca y proporciona una exposición de la organización de ese componente en una
descripción lingüística. Para referirnos a esas subteorías, utilizamos los términos
teoría fonológica, teoría sintáctica (que, juntas, conforman la teoría gramatical), y
teoría semántica. A fin de referirnos a las tres partes correspondientes a una des-
cripción lingüística utilizamos, respectivamente, los términos componente fono-
lógico, componente sintáctico y componente semántico. El componente fonológico
es una exposición de las reglas según las cuales el hablante trata a los sonidos del
habla de su lengua; el componente sintáctico es una exposición de las reglas según
las cuales organiza tales sonidos en estructuras oracionales; y el componente se-
mántico es una exposición de las reglas según las cuales interpreta a las oraciones
como mensajes significativos.
Se dice que el componente sintáctico de una gramática está compuesto por una
base que genera estructuras profundas. Las estructuras profundas reciben las inter-
pretaciones semánticas de los ítems lexicales en las oraciones y de las funciones y las
relaciones gramaticales que los ítems lexicales poseen en las estructuras subyacen-
tes. Una parte transformacional de la teoría gramatical que es únicamente interpre-
tativa convierte las estructuras profundas en las estructuras superficiales. Chomsky
(1965: 141–2) proporciona una exposición sucinta de la forma de la gramática:
(b) que hasta nuevo aviso (la emergencia de evidencia-contraria) tanto el hablante
y como el oyente asumen que cada uno puede dejar de lado, para el propósito
a mano, cualquiera que sean las diferencias originadas en su forma personal de
atribuir significado a, y de decidir la relevancia de, las actividades cotidianas, de
modo tal que cada uno puede interpretar el entorno de objetos del cual se están
ocupando de un modo idéntico a los fines de la actividad práctica en cuestión.
Un corolario de esta propiedad es que los miembros asumen, y asumen que los
otros asumen de ellos, que sus explicaciones descriptivas o sus expresiones serán
rasgos inteligibles y reconocibles de un mundo conocido en común y dado por
sentado. El hablante asume que el oyente esperara que él emita expresiones
que sean reconocibles e inteligibles, y el hablante también asume que sus
explicaciones descriptivas son productos aceptables y que serán recibidas de ese
modo por el oyente. Por último, el oyente asume que el hablante ha asumido esta
propiedad para el oyente, y espera cumplir con el comportamiento tácito pero
sancionado de aparentar ‘entender’ lo que está siendo discutido.
2. El supuesto del etcétera. Sugerir que los hablantes y los oyentes aprueban
el “entendimiento” de cada uno implica algo más que una reciprocidad de
perspectivas. Garfinkel (1964: 247-8) sugiere que el entendimiento requiere que un
hablante y un oyente “completen” o asuman la existencia de entendimiento mutuo
o de relevancias comunes acerca de lo que se está diciendo en ocasiones en las
que las explicaciones descriptivas son vistas como “obvias” y aun cuando no sean
inmediatamente obvias. La tolerancia hacia las expresiones vistas como no obvias
o no significativas depende de propiedades adicionales y de sus rasgos reflexivos.
El supuesto del etcétera cumple la importante función de permitir que las cosas
sucedan a pesar de su vaguedad o ambigüedad, o de permitir el tratamiento de
instancias particulares lo suficientemente significativas o comprensibles de modo
(a) En presencia de, pero no en contacto con (por ejemplo, conducir un auto
solo) otros miembros.
(b) Durante intercambios cara a cara o telefónicos.
(c) En ausencia del contacto real con otros.
Las propiedades de los procedimientos interpretativos proveen a los miembros
de un sentido del orden social durante los períodos de vida solitaria, y son inheren-
¿Cómo decide una madre acerca de la ampliación correcta de una de las expre-
siones de su niño? Considérese la expresión “Eve almuerzo”. En lo que concierne
a la gramática esta expresión podría ser apropiadamente ampliada en una forma
cualquiera entre muchas: “Eve está almorzando”; “Eve ha almorzado”; “Eve habrá
almorzado”; “El almuerzo de Eve”; etcétera. En la ocasión en la que Eve produjo
2. Los encuentros por primera vez con extraños deben depender de las apariencias
y de un mínimo de habla arraigada. Sin embargo, los procedimientos interpreta-
tivos proveen continuamente información concerniente a la interpretación de las
apariencias, del habla inicial y del comportamiento no verbal. Los lineamientos
reflexivos se transforman en indicadores operacionales del sentido de aquello que
está “sucediendo”. En tanto los extraños continúen conversando, ellos deberían co-
menzar a desarrollar un uso arraigado de modo tal de poder sostener relaciones
particulares entre sí y evocar significados particulares con expresiones truncas en
futuras ocasiones. Los términos y las frases arraigadas se transforman en expresio-
nes indexicales llevando información marginal, la cual codifica considerablemente
las estructuras significativas más allá de los significados centrales o denotativos.
Por lo tanto, cuando los extraños se encuentran las conversaciones pueden perma-
necer superficiales y dependientes de las apariencias a fin de hacer a los escenarios
reconocibles e inteligibles, o los intercambios pueden conducir a arraigos y elabo-
raciones progresivas que entrelacen las biografías de los hablantes. El pliegue re-
cursivo del habla que realizan los miembros que crean la conversación arraigada es
reflexivo porque tal conversación y el comportamiento no verbal que la acompaña
proveen de arraigos que indican si la relación está o no evolucionando en algo más
íntimo. El arraigo conduce al uso de y a la dependencia de dobles sentidos, antino-
mias y parodias, permitiendo de este modo a los miembros ratificar las expresiones
indexicales como evidencias de intimidad o de relaciones “más amigables”.
2
N. del T. Las abreviaturas refieren a: father’s brother [hermano del padre], mother’s brother
[hermano de la madre], father’s sister’s husband [marido de la hermana del padre].
Los outputs del análisis contrastivo descrito por Frake consisten en niveles de
contraste terminológico y las tablas resultantes en resultados cruzados obtenidos al
realizar preguntas de diagnóstico (en el ejemplo particular discutido aquí) contra
un rango de respuestas contrastantes. Sin embargo, ni las estrategias de indagación
ni las comparaciones terminológicas especifican los procedimientos utilizados
por los miembros para generar las expresiones que poseen sus propios contras-
tes intrínsecos para los miembros competentes de la cultura o de la sociedad. La
pregunta evolutiva relevante aquí es cómo los niños construyen y emplean gru-
pos contrastantes y reconocen su carácter apropiado en los escenarios reales. Los
procedimientos de indagación descritos por Frake sugieren cómo el investigador
hace un recorte de un supuesto flujo normal adulto para hacer explícitos los gru-
pos contrastantes. Frake no busca descubrir los procedimientos de los miembros
para la transformación de los escenarios sociales en “instrucciones” de inferencia
y acciones futuras; sin embargo, un trabajo reciente comienza considerando a las
reglas de los miembros como algo central para el análisis.
Sacks (1966a) está interesado en encontrar relaciones que vayan más allá de un
análisis recursivo de las oraciones singulares e intenta conectar las categorías del len-
guaje de los miembros trascendiendo las oraciones e incluyendo algún texto inde-
terminado oscilando desde una palabra a n páginas. Su interés central es analizar el
modo en el que los miembros “realizan descripciones” y “reconocen una descrip-
ción”. Las formas en las que los miembros producen y reconocen las descripciones
son vistas como pasos necesarios para arribar a un criterio para “la correcta descrip-
ción sociológica”. El trabajo de Sacks, por lo tanto, sigue la tradición cuya insistencia
se centra en las construcciones émicas como algo básico para las descripciones éticas.
La noción central en el trabajo de Sack se denomina dispositivo [device] de
categorización de los miembros. Los dispositivos consisten en varias categorías,
o una colección de categorías (realmente utilizadas y reconocidas por los miem-
bros como “aceptables”), más las reglas de aplicación. La idea general es igualar
a un dispositivo (que contenga al menos una categoría) con una población (que
contenga al menos un miembro). Un ejemplo de un dispositivo sería el “sexo”, el
que está conformado por las categorías de masculino y femenino. Se dice que una
3
N. del T.: El “parador en corto”, “campocorto” o “torpedero” [short-stop] es el jugador de
baseball que ocupa la posición número 6, entre la segunda y la tercera base –una de las
posiciones más difíciles y dinámicas.
COMENTARIOS FINALES
BIBLIOGRAFÍA
Decano
Sergio Caletti
Vicedecana
Adriana Clemente
Secretaria Académica
Stella Martini
Directores de Carrera