1er Parcial Psec
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Mariana Luzzi
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Introducción
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Cabe señalar que algunos de los fenómenos que fueron objeto de discusión pública en las dos
últimas décadas sí se corresponden con procesos relativamente novedosos, como la expansión
de la soja y otros monocultivos o la megaminería. El trabajo de Lorena Bottaro y Marian Sola
Álvarez incluido en este volumen analiza en parte este proceso, referido al caso de la minería
a cielo abierto. Cfr. pp. 381-402.
2
Lo cual dio lugar, a su vez, a la concepción de otras situaciones, que antes se consideraban
“normales”, como problemáticas. La sanción en 2010 de la Ley 26618, que permite el matrimonio
civil entre personas del mismo sexo es el resultado de un proceso de este tipo. La restricción
legal para que personas homosexuales puedan contraer matrimonio es vista como un pro-
blema expresado en términos de derechos: siendo la homosexualidad una orientación sexual
posible, impedir el matrimonio entre algunas personas en función de esa condición constituye
una violación de sus derechos fundamentales. La ley es entonces una forma de intervención
pública destinada a poner fin a esa desigualdad, considerada como problemática. Por supuesto,
la aprobación del que se conoció como “matrimonio igualitario” no supuso la desaparición
de las visiones que continúan considerando a la homosexualidad como un “problema social”.
Pero sí significa que esas visiones no están legitimadas por el sistema jurídico argentino.
3
La primera edición de esta compilación fue publicada en 2012. Esta nueva edición corregida
y aumentada es el fruto de un largo trabajo de revisión y discusión bibliográfica a cargo del
equipo docente de Problemas Socioeconómicos Contemporáneos (psec).
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4
Son muchos los trabajos que exploran, en distintas dimensiones, el alcance de esas trans-
formaciones. Baste mencionar aquí solo algunos que han contribuido particularmente a la
construcción del conocimiento científico acerca del período. Respecto de los cambios en la
estructura productiva y la política económica de la dictadura: Schvarzer, 1986; Basualdo,
1987, 2017; Fridman, 2008. Acerca del Terrorismo de Estado, sus consecuencias directas y su
impacto en la cultura política argentina: Calveiro, 2004; O’Donnell, 1997; Vezzetti, 2009; Da
Silva Catela, 2001; Merenson, 2014; D’Antonio, 2016; Franco, 2008; Yankelevich, 2010. Sobre
las transformaciones en la estructura social y los cambios en las relaciones entre las clases
sociales: Torrado, 1994; Villarreal, 1985; Minujin y Kessler, 1995. Acerca de los cambios en la
14
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8
Cfr. Basualdo, 1987: 66.
9
Para un análisis de la evolución de la deuda externa argentina durante la dictadura, y espe-
cíficamente del rol asumido por el Estado desde comienzos de la década de 1980 como garante
del proceso de endeudamiento, cfr. Basualdo, 1987. Para el examen del papel del endeudamiento
externo en la economía argentina de los noventa, cfr. Schvarzer, 2002; Schorr y Kulfas, 2003.
10
Calveiro, Pilar, 2004. Cfr. selección en pp. 121-138.
11
Distintos autores han reflexionado con agudeza sobre las líneas de continuidad que pueden
establecerse, por ejemplo, entre el golpe de 1976 y las intervenciones militares que lo prece-
dieron. Al respecto, puede consultarse, entre otros, el trabajo de Sidicaro, 2004.
16
Introducción
12
Cfr. Abramovich, Ana Luz y Vázquez, Gonzalo, “Es solo un rocanrol del país. Una introducción
a los modelos de desarrollo en la Argentina”, en pp. 43-86.
13
Durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1952 y 1952-1955) el mantenimiento de
salarios reales relativamente altos constituyó uno elemento central de la política económica,
al que se tendía a través de distintos instrumentos. Entre otras medidas, la fijación de precios
máximos para algunos productos de primera necesidad (como ciertos alimentos) y el conge-
lamiento de los alquileres (un rubro fundamental en el presupuesto de los hogares obreros,
en un momento en que el acceso a la propiedad de la vivienda estaba reservado a los sectores
altos) apuntaban a posibilitar el acceso de las clases trabajadoras al consumo de masas, pro-
ceso que ha sido brillantemente analizado por Natalia Milanesio, 2014. Era de ese consumo
que dependía la industria nacional en expansión. En la segunda fase de la industrialización
sustitutiva, el desarrollo de la industria nacional siguió distintas variantes a lo largo del tiempo,
articuladas con esquemas de distribución del ingreso diferentes. En la variante que Aspiazu,
Basualdo y Khavisse denominan concentradora, predominante entre 1958 y1962 y entre 1966
y 1972, fue el consumo de los sectores de más altos ingresos, y no el de los sectores populares,
el que operó como motor del desarrollo industrial (1987: 40-42).
17
Mariana Luzzi
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En 1954 la tasa de sindicalización general era del 42,5%; en la industria manufacturera, la
tasa oscilaba entre el 50% y el 70% de los trabajadores. Cfr. James, 2006: 22.
15
Para un análisis del rol de los sindicatos después del derrocamiento de Perón, cfr. James,
2006; Cavarozzi, 1997; Gordillo, 2003. Respecto del impacto de la segunda fase de la industria-
lización sustitutiva en las características de la clase obrera urbana, cfr. Aspiazu, Basualdo y
Khavisse, 1987.
16
La idea, durante años indiscutida, de la Argentina como “país de clase media”, forma parte
–entre otros ejemplos– del impacto al que hacemos referencia aquí. Para un análisis exhaus-
tivo y reciente de la historia de la clase media argentina y los sentidos asociados a ella, cfr.
Adamovsky, 2009.
18
Introducción
17
Una síntesis de ese proceso puede encontrarse en el texto de Carla del Cueto y Mariana
Luzzi, incluido en esta compilación (pp. 243-267). Sobre la temática, también pueden con-
sultarse los siguientes trabajos: Kessler, 2000; Minujin y Kessler, 1995; Di Virgilio y Kessler,
2008; Feijoó, 2001.
18
Una presentación general de estos cambios, que suelen pensarse en términos de dos fases
diferentes del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, y de las distintas
variantes que la industrialización siguió durante las décadas del cincuenta y del sesenta, puede
encontrarse en el texto ya citado de Ana Luz Abramovich y Gonzalo Vázquez.
19
Después de treinta años de dominación oligárquica, la sanción en 1912 de la Ley Sáenz Pe-
ña (que establecía el voto universal, secreto y obligatorio para todos los argentinos varones
mayores de 18 años) significó un primer paso en el proceso de ampliación de la participación
política en la Argentina. Sin embargo, los efectos de esa ampliación no alcanzaron a todos los
sectores sociales por igual; en esta etapa fueron sobre todo los sectores medios urbanos los que
experimentaron un cambio sustantivo respecto del período anterior, lo que se vio reflejado
en el triunfo del radicalismo en las elecciones presidenciales de 1916. Si bien constituyó una
19
Mariana Luzzi
reforma fundamental, la nueva legislación no solo continuó excluyendo a las mujeres de los
derechos políticos, sino que tampoco eliminó por completo la práctica del fraude –recurso
habitual de los partidos conservadores–, la cual recrudeció tras el golpe de 1930, cuando la
élite conservadora intentó recuperar el control del Estado.
20
Una de las primeras medidas de la autodenominada “Revolución libertadora” fue la di-
solución del Partido Peronista. A ella siguió, meses después, la prohibición de la utilización
pública y la reproducción de imágenes, símbolos, signos, obras de arte, doctrinas u otros textos
asociados con el peronismo. Tal prohibición alcanzaba a la mención del nombre propio del
presidente depuesto y sus familiares, así como también los términos “peronismo”, “peronista”,
“justicialismo” y “justicialista”. Cfr. decretos 3855/55 y 4161/56.
21
Para un análisis de este período, pueden consultarse los textos ya clásicos de O’Donnell, 1982,
1997; Portantiero, 1977 y Cavarozzi, 1997, así como también el volumen dirigido por James, 2003.
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Introducción
22
El de la autodenominada “Revolución argentina”, comandada por el general Onganía.
23
Ese proceso de radicalización política ha sido analizado en numerosos estudios. Una primera
introducción al tema puede encontrarse en Gordillo, 2003. Respecto de las organizaciones
político-militares, su discurso político y en particular de la experiencia de sus militantes, cfr.
Calveiro, 2005; Oberti y Pittaluga, 2006; Slipak, 2015. Análisis específicos sobre el prt-erp y
Montoneros pueden encontrarse en: Anguita y Caparrós, 1997-1998; Carnovale, 2011. El lugar de
las mujeres en ese proceso de movilización se examina especialmente en Andújar, D’Antonio,
Gil Lozano, Grammático y Rosa, 2009; Oberti, 2015.
24
Maristella Svampa ha analizado esas tensiones como constitutivas de la dinámica del tercer
gobierno peronista (2003). Al respecto, también puede consultarse el ya clásico trabajo de
Liliana de Riz, 2000. Respecto de la articulación entre el proceso de radicalización política,
los conflictos internos al peronismo y los reclamos de orden, cfr. Franco, 2012. El artículo de
César Mónaco y Diego Benítez incluido en este volumen también provee un balance general
sobre el período y los conflictos que lo atravesaron.
21
Mariana Luzzi
22
Introducción
que quienes antes no trabajaban fuera del hogar, o lo hacían a tiempo parcial (por
lo general las mujeres, cuando no son jefas de hogar, o los hijos jóvenes), salgan a
buscar más trabajo para compensar los ingresos faltantes, sin que esto tenga nece-
sariamente que ver con un objetivo de desarrollo personal.
Todas estas situaciones fueron observadas en la historia reciente de la Ar-
gentina. Tal como se describe en el texto de Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
incluido aquí, 25 los años noventa estuvieron signados por la implementación de
una serie de reformas de inspiración neoliberal cuyos efectos más salientes en la
dinámica del mercado de trabajo fueron un notable aumento del desempleo, que
pasó del 6% a comienzos de la década a 14,4% en el año 2000 (y a más del 20% tras
la crisis de 2001), de la inestabilidad y de la precarización laboral. Los trabajadores
asalariados sin beneficios sociales, que representaban el 29% de los asalariados en
1991, pasaron al 35,8% en 2001.26 Las consecuencias de estos cambios en el mundo
del trabajo se registran simultáneamente en distintos niveles. El primero de ellos,
como señalan Cerrutti y Grimson, fue el crecimiento de la pobreza y el aumento de
la desigualdad social (evaluada en términos de la distribución del ingreso). También
se observa una mayor (y más acelerada) incorporación de las mujeres al mercado
de trabajo, en buena medida como respuesta al desempleo de sus cónyuges. Otros
fenómenos, como la evolución del delito –y en particular del delito contra la pro-
piedad–, también se mostraron asociados con el deterioro del mercado de trabajo.
Esa asociación se registra tanto en el aumento de las prácticas delictivas, como en
ciertos cambios en las modalidades y en la percepción social que de ellas se tienen.27
La dinámica de organización y movilización de los sectores populares también
da cuenta de los efectos de las transformaciones en el mercado de trabajo. Tal como
lo muestran Cerrutti y Grimson en el artículo mencionado, fue en los años noventa
que se desarrolló una de las experiencias de movilización más importantes de los
últimos tiempos: la de los trabajadores desocupados, o “piqueteros”. En efecto, en la
segunda mitad de la década, la consolidación del desempleo en niveles desconocidos
hasta entonces en la Argentina tuvo como correlato la conformación de organiza-
ciones que, a través de una forma particular de movilización –el piquete–, lograron
hacer visible el reclamo de cientos de miles de desocupados.28 La experiencia de las
25
Cfr. “Buenos Aires, neoliberalismo y después. Cambios socioeconómicos y respuestas po-
pulares”, pp. 149-203.
26
Para un análisis de los rasgos centrales del modelo de desarrollo neoliberal en el que es-
tán comprendidas las reformas mencionadas, cfr. el texto citado de Ana Luz Abramovich y
Gonzalo Vázquez.
27
El sociólogo Gabriel Kessler ha dedicado dos importantes trabajos a esta temática (2004,
2009).
28
Para un análisis de la experiencia de esas organizaciones y su impacto en la política argen-
tina, cfr. Svampa y Pereyra, 2003. Para un examen de la trayectoria de esos grupos después
de la crisis de 2001, cfr. Pereyra, Pérez y Schuster, 2008.
23
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29
Gabriela Wyczykier (2009) ha analizado ese proceso. También da cuenta de él el trabajo de
Julián Rebón, 2004.
30
Según un informe del Programa Facultad Abierta de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, a fines de 2010 eran 205 las empresas recuperadas en todo el país.
La mayoría de ellas había sido recuperada después de la crisis de 2001, cuando las dificultades
económicas se exacerbaron. Solo el 26,8% había sido recuperada antes de 2001 o durante ese
año. Cfr. Programa Facultad Abierta, Informe del Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas
por sus Trabajadores, Buenos Aires, ffyl-uba, 2010, p. 12.
31
Para un análisis de ese ciclo de movilización, cfr. Svampa, 2005, especialmente el cap. 9, “El
retorno de la política a las calles (2002-2005)”.
24
Introducción
logrados sin la intervención creciente del Estado, que entre 2003 y 2015 desplegó
políticas activas tendientes a una re-regulación de las relaciones laborales (res-
tablecimiento del salario mínimo, vital y móvil; promoción de las negociaciones
colectivas; reactivación de las inspecciones del trabajo, entre las más salientes).
Sin embargo, tal como señalan las autoras, si bien los progresos en el período
fueron contundentes, en la mayoría de los casos las mejoras observadas en cada
uno de estos indicadores no resultaron suficientes para compensar el deterioro
experimentado desde la última dictadura militar y profundizado a lo largo de las
décadas siguientes. En la misma línea, el sociólogo Gabriel Kessler ha llamado la
atención sobre las profundas huellas que los procesos de f lexibilización y precari-
zación laboral observados durante los años noventa dejaron en la percepción del
trabajo, fundamentalmente por parte de los jóvenes. Según el autor, para muchos
de ellos el trabajo continúa siendo una “zona de vulnerabilidades y ausencia de
ciudadanía”, de la cual no está ausente la amenaza de la precariedad y la exclusión.
Esto se vincula con el hecho de que, pese a los grandes avances registrados durante
el período mencionado en la dinámica del mercado de trabajo, aún subsiste en la
Argentina un importante núcleo de exclusión.32
Estas observaciones se vuelven aún más relevantes en la actualidad, en un
contexto de marcada disminución del crecimiento económico, caída de los salarios
reales y aumento de la pobreza. Si hace unos años las ciencias sociales se pregunta-
ban hasta qué punto la recuperación observada entre 2003 y 2015 había permitido
volver a consolidar el trabajo como un espacio de integración social, revirtiendo
los procesos de deterioro del pasado, hoy vuelven a interrogarse sobre los riesgos
de un aumento de vulnerabilidad social, derivada de la declinación del salario y de
las crecientes dificultades del empleo.
32
Cfr. Kessler, 2011.
25
Mariana Luzzi
“mística igualitaria”, cuya función primordial había sido “desafiar los privilegios
allí adonde estos se manifestaren, llevando a una mayoría de los argentinos a la
convicción de que no hay ni bien ni posición que estén completamente fuera de
su alcance” (Pastoriza y Torre, 1999: 74). Pero ello no la convertía necesariamente
en una sociedad igualitaria; para el autor, en la Argentina convivían en tensión
elementos como los que mencionamos con otros más propios de estructuras jerár-
quicas.33 Poniendo el foco en las transformaciones de las últimas décadas, Gabriel
Kessler también apunta en ese sentido, al señalar que “[la] posibilidad de ascenso
[social] se inscribió a fuego como una fuente de expectativas de movilidad en todas
las clases sociales. Sin embargo, no dio lugar a instituciones políticas o a prácticas
democráticas que garantizaran en el largo plazo los grados de igualdad logrados”
(Kessler, 2011: 104).
Dicho de otro modo, es preciso ser cautelosos a la hora de evaluar la relación
entre los niveles de desigualdad de finales del siglo xx y las características previas
de la estructura social argentina. Si el contraste entre ambas configuraciones es
notable, ello no debe llevarnos a asumir un pasado dominado por la igualdad, sin
limitaciones. Por un lado, porque significaría ignorar la complejidad de la estructu-
ra social y sus transformaciones. Por otro, porque tal como lo exige el análisis del
mundo del trabajo, el examen de las desigualdades sociales también reclama una
mirada multidimensional. En otras palabras, si bien los ingresos, las ocupaciones
y la educación constituyen variables fundamentales en la consideración de los
procesos de producción y reproducción de las desigualdades sociales, no son las
únicas. Y un análisis comprehensivo deberá tener en cuenta también otras, como
los modos de habitar, los consumos, las prácticas culturales y religiosas y las formas
de la sociabilidad.
En ese sentido, puede resultar productivo pensar las transformaciones de la
estructura social argentina en las últimas décadas en una nueva clave de lectura. No
ya en términos de un aumento de la desigualdad expresado exclusivamente como
el empeoramiento de la distribución del ingreso, sino de una mayor fragmentación
social. Esta perspectiva pone el acento en las relaciones entre las clases y grupos
sociales, señalando el aumento de la distancia entre ellos, así como también la
mayor heterogeneidad de situaciones que se observa en su interior.34 Ella constituye
a la vez un prisma interesante para analizar las continuidades y rupturas entre el
33
Como señalan Pastoriza y Torre: “La extendida experiencia de movilidad que conoció el país
hasta mediados del siglo [xx] se produjo con el telón de fondo de la gravitación de una élite
aristocratizante, cuyo difuso y abarcador poder moral y cultural fue simultáneamente objeto
de admiración y resentimiento. […] Al final, la coexistencia de una estructura jerárquica con
una viva aspiración por la igualdad social se resolvió, no en la subversión del orden existente,
sino más bien […] en su aceptación tal como era, para luego modificarlo solo lo necesario a fin
de que se abriera y permitiera la incorporación de nuevos grupos y sectores a él” (1999: 74-75).
34
Una presentación general de las tendencias más importantes en el período 1983-2008, se
26
Introducción
período de ajuste estructural de finales del siglo xx, ampliamente examinado por
las ciencias sociales, y las transformaciones operadas entre 2003 y 2015, que en
muchos sentidos contribuyeron a morigerar los efectos de las reformas previas.
Siguiendo esta línea, es posible subrayar algunos cambios mayores. En el
caso de los sectores populares, las transformaciones en el mercado de trabajo
operadas en los años noventa, combinadas con los efectos de las reformas de las
políticas sociales y las consecuencias de las sucesivas crisis económicas, dieron
como resultado la consolidación de un proceso de repliegue sobre el barrio, el cual
fue convirtiéndose paulatinamente en el eje organizador la vida de los individuos,
en detrimento de la fábrica o en líneas generales del espacio laboral. Este proceso
de territorialización de los sectores populares, sobre el cual alertaba Denis Merklen
hace ya veinte años (2000),35 señala uno de los cambios más importantes registra-
dos en las últimas cuatro décadas respecto de las relaciones de los sectores menos
favorecidos con el resto de la sociedad. Su impacto es de una magnitud tal que no
fue revertido por las mejoras observadas en el período 2003-2015, aunque esto no
signifique que la situación de los sectores populares haya por ello permanecido
inalterada. Al contrario, tal como señalan Pablo Semán y Cecilia Ferraudi Curto en
el estudio incluido aquí,36 importantes cambios ocurridos en aquellos años en el rol
desempeñado por el Estado respecto de los grupos más vulnerables, por un lado, y
en el papel de los sindicatos, por otro, condujeron a una sensible modificación en
las condiciones de vida de los sectores populares, e impactaron en la capacidad de
estos para incidir en su transformación. Así, la territorialización, la estatalización
y la sindicalización se combinaron en ese período produciendo nuevas mutaciones
en el universo de los sectores populares. La continuidad de esas tendencias en el
presente, en un escenario en el que se advierte una nueva reconfiguración del papel
del Estado y de los sindicatos, constituye uno de los interrogantes que las ciencias
sociales deberán explorar en los años por venir.
En lo que respecta a la transformación de las clases medias, dos fenómenos
se destacan particularmente en las últimas décadas del siglo xx. Por un lado, el
ya mencionado empobrecimiento de una parte importante de estos sectores, que
distintos investigadores han analizado.37 Por otro, como expresión de procesos de
movilidad social de sentido opuesto, la profundización del proceso de segregación
espacial a través de la proliferación de countries y barrios cerrados en las periferias
de las principales ciudades del país, que también ha sido objeto de importantes tra-
desarrolla en el texto de Carla del Cueto y Mariana Luzzi, “La estructura social en perspectiva.
Transformaciones sociales en Argentina, 1983-2013”, en pp. 243-267.
35
Otros textos del autor profundizan el análisis de las transformaciones vividas por los sec-
tores populares, cfr. Merklen, 2005.
36
Cfr. “Las camadas geológicas de los sectores populares: estructuras, experiencias, conflictos”,
pp. 269-298.
37
Cfr. supra, nota 21.
27
Mariana Luzzi
bajos (Svampa, 2001). Esta tendencia, protagonizada por los sectores medios-altos y
altos señala la profunda heterogeneización de las clases medias, las cuales registran
tanto procesos de movilidad social descendente como trayectorias de ascenso so-
cial. Al mismo tiempo, ella indica un cambio de modalidad en la socialización y la
sociabilidad de esos sectores, que antes se desplegaban en espacios caracterizados
por la integración entre grupos sociales diversos, mientras que desde hace varias
décadas parecen reforzar la conformación de círculos sociales homogéneos.38 Ahora
bien, ¿qué pasó con estos procesos en los últimos quince años? Cuando se miran
esas tendencias desde el presente, considerando series temporales más largas que
las originalmente planteadas por los investigadores, es posible iluminar en algunos
casos nuevas inf lexiones. Respecto de las trayectorias de movilidad, se observa un
predominio no ya de procesos unidireccionales de empobrecimiento, sino largas
trayectorias de inestabilidad, con momentos de ascenso y de caída en los que inci-
den tanto el contexto económico como las políticas públicas.39 En otros casos, en
cambio, ese ejercicio permite subrayar la continuidad de ciertos rasgos, como el de
la segregación urbana, que lejos de interrumpirse, ha continuado profundizándose
hasta hoy.
Las huellas del proceso de fragmentación social también se observan en los
sectores altos. En este caso, uno de sus rasgos salientes se deriva del aumento de la
concentración de la riqueza observado desde mediados de la década de 1970. Esa
característica, cuyas consecuencias en la dinámica de las relaciones económicas ha
sido analizada por distintas investigaciones,40 tuvo como correlato el aumento de la
brecha que separa a las clases altas del resto de la sociedad. La profundización de
esa distancia, expresada tanto en términos de ingresos como de consumos y estilos
de vida, constituye uno de los fenómenos más importantes de las últimas décadas.
Sin embargo, los cambios en los grupos privilegiados, fundamentalmente en lo
que respecta a sus pautas de sociabilidad y socialización, constituyen todavía un
área poco explorada por las ciencias sociales, y uno de sus mayores desafíos para
los próximos años.41
38
Estos cambios se observan particularmente en las decisiones y prácticas referidas a la
educación de los hijos. Al respecto, cfr. Del Cueto, 2007.
39
Cfr. al respecto Kessler, 2014.
40
Cfr., entre otros, Basualdo y Arceo, 2006.
41
Una excepción a esta tendencia son los recientes trabajos de Heredia, 2016 y de Ghessaghi,
2016. En el mismo sentido pueden mencionarse las investigaciones sobre las grandes empresas
de Szlechter (2015) y Luci (2016).
28
Introducción
42
Una serie de estudios referidos a esas transformaciones, con especial hincapié a las aconteci-
das a partir de los años noventa puede encontrarse en Rinesi, Nardacchione y Vommaro, 2007.
43
La vitalidad política observada en los primeros años de la democracia no comprendía
únicamente a los partidos, sino que era la expresión de una voluntad generalizada por volver
a ocupar, de diversos modos, el espacio público clausurado durante la dictadura. Partidos,
organizaciones de derechos humanos, colectivos e iniciativas culturales, entre otros, formaban
parte de esa aludida “efervescencia”. Ese ciclo inicial se cerraría, en buena medida, a partir de
los episodios de Semana Santa de 1987, que marcarían también el desencuentro entre el go-
bierno de Alfonsín y una parte importante del electorado que lo había llevado a la presidencia.
44
Cfr. Torre, Juan Carlos, “Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la
naturaleza de la crisis de representación partidaria”, en pp. 301-323.
45
La ausencia de un cuestionamiento de la democracia como régimen político, aun en un
momento de fuerte disgregación política, económica y social como la crisis de 2001, ha he-
cho que algunos autores ubiquen en esta última el fin de la transición a la democracia en la
Argentina. Para una interpretación en este sentido, cfr. Pérez, 2008.
46
Las protestas contra la violencia policial primero, los reclamos de consumidores y usuarios
después, como así también las demandas vinculadas con la protección del medioambiente son
los ejemplos más salientes de esta tendencia, observada a partir de finales de los años ochenta.
Las protestas surgidas durante la crisis de 2001, en particular las de ahorristas y deudores
hipotecarios, también son una expresión de estos cambios en la definición y el procesamiento
de los reclamos ciudadanos. Para una interpretación sobre la herencia del movimiento de
derechos humanos en las movilizaciones de los noventa, cfr. Pereyra, 2005.
29
Mariana Luzzi
47
Cfr. Torre, Juan Carlos, pp. 312-314.
48
Sobre ese punto, cfr. Morresi y Vommaro, 2012.
49
Se trata de la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio,
fundada en 1995, que reúne a hijos de desaparecidos, asesinados, presos políticos y exiliados
por la última dictadura militar. Para un análisis exhaustivo de la historia de la organización
y las experiencias de sus integrantes, cfr. Bonaldi, 2006.
50
Cfr. “Las metamorfosis del sindicalismo argentino”, en pp. 353-366. Para un análisis específico
de la experiencia de la cta, cfr. Armelino, 2005.
51
Cfr. “Experiencias de movilización social e interpretaciones sobre la crisis de 2001”,
pp. 325-351.
30
Introducción
–de manera articulada en algunos casos y sin conf luencias en otros–: desocupa-
dos, trabajadores de empresas recuperadas, ahorristas afectados por el corralito,
deudores hipotecarios y vecinos reunidos en asambleas barriales, entre otros. Ese
ciclo, que comenzaría a cerrarse con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en
mayo de 2003, marcó una revitalización de la participación política, que se produjo
inicialmente desbordando y ampliando sus marcos institucionales.
Las particularidades y los efectos políticos de ese proceso fueron múltiples y
han sido analizadas por numerosas investigaciones.52 Entre las primeras se des-
tacan, como recuerda Schillagi, las asambleas barriales organizadas en distintas
ciudades del país, cuya breve existencia dejó sin embargo huellas profundas en la
política argentina. Parte de esa herencia se observa, por ejemplo, en los diversos
movimientos surgidos en la poscrisis, entre los que se cuentan aquellos organizados
en torno de cuestiones socioambientales, que en este volumen examinan Lorena
Bottaro y Marian Sola Álvarez.53 Como señalan las autoras, los cambios operados
tras la crisis de 2001 y las condiciones creadas por la movilización social inaugu-
rada con ella, dieron lugar a la proliferación de demandas fundadas en la defensa
de derechos económicos, sociales y culturales. A su vez, estas se insertaban en un
proceso de formulación de reclamos en términos de derechos que ya se registraba
en la década de 1990, y de la cual la reforma constitucional de 1994 había sido a la
vez expresión y condición de posibilidad, a través de la creación de nuevas figuras
e instrumentos legales.54 Así, con rasgos que evidencian el legado de los movimien-
tos surgidos en los años noventa y otros que les son propios, los movimientos so-
cioambientales constituyen una expresión entre otras de los modos que asumieron
la participación y el conf licto en la Argentina tras la recuperación posterior a la
crisis de 2001.
No solo los movimientos sociales, sino también los canales más institucio-
nales de la acción política (como los sindicatos y los partidos) vivieron un proceso
de recomposición a partir de 2003. En primer lugar, los años del kirchnerismo
estuvieron marcados por una fuerte revitalización sindical que incluyó tanto la
reactivación de las grandes organizaciones del pasado, como el surgimiento de un
nuevo sindicalismo de base, nacido de la organización de los trabajadores en sus
lugares de trabajo.55 Este proceso, cuyo examen emprende aquí Paula Abal Medi-
na, no puede ser entendido sin considerar a la vez la recuperación de la actividad
52
Cfr. entre otros: Pereyra, Vommaro y Pérez, 2013; Svampa, 2011; Bonnet y Piva, 2009; Gia-
rracca, Norma et al., 2007.
53
Cfr. Bottaro y Sola Álvarez, pp. 381-402.
54
Para un análisis de la reforma constitucional en este sentido, así como de sus consecuencias,
cfr. Smulovitz, 1997.
55
Distintos trabajos han analizado este proceso de revitalización sindical, con especial énfasis
en el sindicalismo de base. Al respecto, pueden consultarse: Barattini, 2013; Anigstein, 2013;
Varela, 2013; Marticorena, 2015.
31
Mariana Luzzi
El libro
Este libro es el producto de un largo trabajo colectivo desarrollado por quienes
integramos el equipo docente de la materia Problemas Socioeconómicos Contempo-
ráneos en la Universidad Nacional de General Sarmiento. La compilación se nutre
no solo de las lecturas e investigaciones que cada uno de nosotros ha desarrollado
56
El sociólogo argentino Gabriel Vommaro (2017) se ha ocupado de analizar ese proceso. Al
respecto, también puede consultarse: Vommaro y Morresi, 2015.
32
Introducción
a lo largo del tiempo, sino también de muchos años de labor y reflexión docente, de
diálogo con estudiantes y entre colegas.
Se trata así de un libro pensado para el aula, para su utilización y discusión en
el marco de procesos de enseñanza y aprendizaje en el área de Ciencias Sociales,
pero que también ha sido elaborado desde el aula, volcando en él lo que aprendimos
sobre cómo enseñar a pensar ese objeto por momentos escurridizo que es la socie-
dad en que vivimos.
En línea con ese objetivo, parte de los artículos que integran el volumen fueron
escritos especialmente por investigadores que forman o formaron parte del equipo;
en ellos, los autores aceptaron el desafío de producir materiales que, sin abandonar
la lógica y las exigencias de los textos académicos, se ajustaran a las necesidades de
estudiantes que recién ingresan a la universidad y comienzan a tomar contacto con
la temática y el lenguaje de las ciencias sociales. Criterios similares se utilizaron
en la búsqueda del resto de los textos reunidos aquí. La producción de las ciencias
sociales acerca de las transformaciones de la sociedad argentina en el último medio
siglo es muy vasta y toda selección suponía dejar de lado contribuciones valiosas.
La nuestra tendió a privilegiar aquellos trabajos que presentaran resultados de
investigaciones empíricas, que no se estructuraran en torno de discusiones concep-
tuales sino del análisis de datos (primarios o secundarios) y que no supusieran el
conocimiento por parte del lector de discusiones o debates disciplinarios específicos.
Las propuestas para el trabajo en clase que se incluyen en el libro, en la forma
de guías de lectura o de actividades, así como también la selección de conceptos
fundamentales que sirven de apoyo a la lectura de la bibliografía, recogen nuestra
experiencia en los cursos y nuestra continua búsqueda de fuentes y materiales
complementarios a los textos académicos, que resulten útiles para pensar y dis-
cutir sobre los problemas trabajados en la materia. Algunas de ellas, queremos
subrayarlo, han sido elaboradas por estudiantes avanzados o graduados recientes
de la Universidad en el marco de becas de Formación en Docencia financiadas por
la ungs, una experiencia que ha enriquecido por igual su formación como docentes
y el trabajo de quienes los orientaron.
Por último, la edición de este volumen, destinado a quienes están iniciando su
trayectoria en la universidad, pero también a quienes se encuentran en el último
año de la escuela media y a sus profesores, debe ser entendida también como una
expresión del compromiso de la Universidad Nacional de General Sarmiento con la
construcción de una universidad pública, de calidad y abierta a todos los sectores
de la sociedad. Por ese proyecto trabajamos quienes pensamos este libro.
Referencias bibliográficas
Adamovsky, Ezequiel (2009). Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia
de una ilusión, 1919-2003. Buenos Aires: Planeta.
33
Es solo un rocanrol del país
Una introducción a los modelos
de desarrollo en la Argentina
Introducción
Este texto ha sido escrito para estudiantes universitarios1 con el propósito de aportar
a su comprensión de los principales problemas económicos que afectan a la sociedad
argentina. Para entender dichos problemas, poder discutir sobre ellos y tener la ca-
pacidad de pensar posibles acciones y estrategias para hacerles frente, es necesario
comprender la totalidad del contexto en el que se desarrollan, así como su evolución
a lo largo de los diferentes períodos que marcaron la historia de nuestro país. Para
facilitar esta comprensión, adoptamos el esquema analítico que divide a la historia
contemporánea de la Argentina en tres grandes períodos, relacionados con tres mo-
delos de desarrollo diferentes: el modelo agroexportador (cuyo inicio suele marcarse
en 1880 pero abarca también el período previo de consolidación nacional), el modelo
de industrialización por sustitución de importaciones (que podemos enmarcar entre
1930 y 1976), y el modelo neoliberal (que se inicia con la dictadura de 1976 y se des-
pliega con fuerza hasta la crisis de 2001, y cuya continuidad o no después de 2001 es
motivo de discusión académica, así como de disputa política).
En primer lugar presentaremos las principales características del modelo
agroexportador (mae), para luego describir aquellas del modelo de industrialización
sustitutiva de importaciones (isi), que fueron modificadas profundamente a partir
de 1976. Esto nos permite delinear los rasgos fundamentales del modelo neoliberal
que se configura a partir de ese momento y que marca el contexto general en el
1
Una primera versión de este texto fue escrita en el año 2011 para ser utilizada como biblio-
grafía en la materia Problemas Socioeconómicos Contemporáneos de la Universidad Nacional
de General Sarmiento. El presente texto conserva buena parte de dicho artículo original,
revisa y corrige algunos aspectos y desarrolla una parte final actualizando la situación y el
análisis al año 2016.
43
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
2
El patrón de acumulación indica qué tipo de actividad/es (agropecuaria, industrial, de ser-
vicios, financiera) es la más relevante en un período. La relevancia viene dada por el peso que
toma dentro de la estructura económica (qué porcentaje del pbi representa); pero especialmente,
por la cantidad y calidad de empleos que demanda y –por ende– por la distribución del ingreso
que a partir de esto se genera.
44
Es solo un rocanrol del país
la mayor parte de su población. Los países periféricos, entre los cuales se encuentra
la Argentina, han sido insertados al sistema capitalista mundial (a través de proce-
sos de dominación colonial) en función de las necesidades de los países centrales, y
debido a ello sus estructuras productivas están especializadas en la producción y
exportación de materias primas, tienen bajo grado de integración sectorial y territo-
rial, y sus poblaciones sufren elevados niveles de pobreza, exclusión y desigualdad.
En otras palabras, son economías subdesarrolladas y dependientes de los países
centrales. Esto implica que las posibilidades de los países periféricos de incidir en
la economía y la política global son relativamente pequeñas, y que los márgenes
de acción y de toma de decisiones independientes son limitados, por las presiones
ejercidas por los gobiernos y las empresas de los países dominantes. Romper con
estos lazos de dominación y dependencia, y avanzar en un camino de desarrollo
nacional implica lograr un cambio estructural en la economía, lo que representa
un desafío complejo y difícil (pero no imposible) para un país como el nuestro.
Un modelo de desarrollo no se “implementa”. No es una decisión de un gobier-
no, ni de un grupo de poder, sino un resultado de la particular forma de respuesta
de los diversos actores (que son todos ellos económicos, políticos y sociales) a las
condiciones de funcionamiento internas y externas (mundiales) de la economía en
ese período particular. Las políticas, que sí son implementadas por los gobiernos (en
respuesta a los resultados de luchas de poder entre sectores con diferentes intereses),
pueden estar orientadas en el sentido de profundizar los rasgos característicos de
un modelo, o en el sentido contrario, tratando de suavizarlos o modificarlos, como
veremos en el estudio de la Argentina.
Los diversos modelos de desarrollo en cierta forma son una manifestación de
los distintos “proyectos de país” en disputa. Y por ello no nos interesa estudiarlos
solo como “algo que pasó en la historia” de nuestro país, sino como herramientas
conceptuales para la comprensión, la discusión y la construcción política de la
Argentina presente y futura.
45
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
mico. Si bien diferenciamos con claridad dos subperíodos políticos dentro de este
modelo (hasta 1912, y desde entonces hasta 1930), puede mostrarse cómo a lo largo de
todo este lapso el Estado argentino funcionó generando las condiciones necesarias
para que esa inserción primaria exportadora fuera viable.
El proceso se dio en el marco de un contexto internacional que lo propiciaba.
El mundo se estaba reorganizando sobre la base de una División Internacional del
Trabajo (dit), en la cual la economía mundial se componía, por un lado, de países
productores y exportadores de productos primarios y compradores de bienes indus-
triales manufacturados, y por el otro, países importadores de productos primarios
y exportadores de manufacturas (Ferrer, 1995). La expansión de la industrialización
en Europa generaba una creciente demanda de alimentos y materias primas, junto
con una enorme disponibilidad de bienes industriales y de capitales, y al mismo
tiempo una gran cantidad de mano de obra excedente, disponible para la migración
en busca de mejores condiciones de vida. Nuestro país, por su parte, contaba con una
enorme disponibilidad de tierras fértiles y un clima apropiado para la producción
primaria, y resultó una excelente receptora de capitales externos que generaron
las condiciones de infraestructura necesarias para transportar esa producción al
puerto, y desde allí a los países centrales. Inglaterra (la gran potencia de la época)
fue el principal destino de las exportaciones argentinas y al mismo tiempo el país
que realizó las mayores inversiones de capital en los sectores de infraestructura y
servicios (ferrocarriles, puertos, transporte marítimo, frigoríficos, comunicación,
servicios financieros, etcétera). Nuestro país también se convirtió en receptora de
grandes masas de inmigrantes europeos provenientes en mayor medida de Italia y
España. Resultó, por último, un mercado posible donde los países europeos pudieron
colocar parte de su producción de bienes industriales. Los procesos de inmigración
y de llegada de capitales estuvieron fuertemente estimulados por el Estado argen-
tino, aunque el acceso a la tierra, al trabajo y a la vivienda no fue garantizado para
los inmigrantes, mientras que la rentabilidad de las inversiones inglesas en los
ferrocarriles sí estaba garantizada por parte del Estado.
El Estado argentino se consolidaba hacia 1880, mediante la organización de
la nación bajo un régimen federal, superados ya los conf lictos internos entre los
actores políticos del interior del país y los de Buenos Aires. Esta consolidación,
en el marco de un fuerte proceso inmigratorio, implicaba una redefinición de la
identidad nacional, en cuya construcción resultaron fundamentales las políticas
educativas (educación pública, laica y gratuita, generalizada para toda la población)
y el ejército (a través del servicio militar obligatorio). La inmigración tenía al mis-
mo tiempo el objetivo de incrementar la población y de “importar” la cultura del
desarrollo de la civilización europea. Por cierto, este proceso no estuvo exento de
conf lictos, ya que muchas veces los inmigrantes eran los líderes de nuevos sindica-
tos y de organizaciones sociales y políticas de inspiración socialista y anarquista.
El ejército tuvo fundamental participación en el control efectivo de las tierras de
46
Es solo un rocanrol del país
3
Según datos ofrecidos por Ferrer (1995), en 1914 el 80% de la superficie agropecuaria estaba
cubierta por el 8% de los campos (todos de más de 1000 hectáreas), así como el 50% de la tierra
lo ocupaban el 1,7% de las explotaciones más extensas (de más de 5000 hectáreas). Este régimen
de tenencia de la tierra latifundista (grandes extensiones de tierra en pocas manos) provocó que
la forma de producción dominante fuera de menor productividad y uso de capital por hectárea
que si hubiera sido ocupada por una mayor cantidad de propietarios pequeños y medianos.
47
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
En la última década del siglo xix aparecen con fuerza las reivindicaciones
de los sectores populares, en reclamo por una participación política ampliada y
por mejores condiciones de vida y de trabajo. La Unión Cívica Radical (ucr) fue el
principal partido político que derivó de dicho movimiento y contó también con el
apoyo de los sectores agrarios perjudicados por la estructura de tenencia de la tierra
y de producción (ganaderos, medianos y pequeños productores, peones rurales,
arrendatarios), así como de obreros y sectores medios de las ciudades.
La Ley Sáenz Peña, que implementó el voto secreto, obligatorio y universal,4
significó la posibilidad de que en 1916 el radicalismo ganara las elecciones, llegando
Hipólito Yrigoyen al cargo de presidente de la Nación por voluntad de las mayorías
populares. Su programa de gobierno apuntaba a lograr un mayor equilibrio entre
los distintos sectores socioeconómicos, y en esta dirección fueron varias de las
políticas promovidas, como ciertas reformas sociales, de las condiciones de trabajo
urbano y de legislación agraria.5 Sin embargo, puede señalarse que los lineamientos
generales de la política económica no se modificaron sustancialmente, por lo que el
mae continuó siendo el modelo de desarrollo de la Argentina durante los primeros
gobiernos radicales, entre 1916 y 1930. En síntesis, “los elementos distintivos del
período radical debemos buscarlos en el plano social y político, no en el económico”
(Moreno, 1989).
La crisis económica mundial –que se manifestó más claramente luego del
derrumbe de la Bolsa de Wall Street en 1929–, marcó el inicio del cambio de modelo
de desarrollo, y tuvo un impacto inmediato y directo en la economía argentina. La
situación política, en consecuencia, empeoró y se generaron las condiciones para
el primer golpe militar del siglo xx, que en 1930 derrocó al segundo gobierno de
Hipólito Yrigoyen.
Si bien en el mae la inserción económica internacional de la Argentina pareció
adecuarse en forma virtuosa a sus “ventajas comparativas naturales” (por la tierra
fértil y el clima templado de la Pampa húmeda), la opción por la especialización
primaria exportadora dependiente tuvo graves consecuencias para el proceso de
desarrollo de nuestro país. La demora en el inicio de un proceso nacional de indus-
trialización profundizó la dependencia (comercial, financiera y tecnológica) con los
países centrales y provocó que amplios sectores de trabajadores no pudieran acceder
a mejores condiciones de vida.6 Por otra parte, 50 años de mae consolidaron una con-
4
Aunque en realidad no se trataba de un verdadero voto universal, ya que solo votaron los
varones hasta la sanción de la reforma que autorizó el voto femenino, impulsada por Eva
Perón en 1947.
5
Debe mencionarse también que durante el gobierno de Yrigoyen se reprimió con gran vio-
lencia a varias manifestaciones obreras, como los recordados sucesos de la Semana Trágica
en 1919 y los fusilamientos de los anarquistas de la “Patagonia Rebelde”, rescatados del olvido
por las obras del escritor Osvaldo Bayer.
6
En palabras del gran economista Aldo Ferrer: “Las causas de la correspondencia entre la
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Es solo un rocanrol del país
49
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
50
Es solo un rocanrol del país
7
“El cierre del mercado local y su ocupación prematura por grandes grupos industriales
tendió a conferir al crecimiento industrial un carácter particular. Los precios de los bienes se
fijaban casi independientemente de las estrictas reglas del juego que impone la competencia;
los empresarios industriales tenían la oportunidad de elevar sus precios hasta captar parte
de los excedentes generados por el agro. Más aún, dicha estrategia resultaba mucho más
redituable que la derivada de un posible incremento de la productividad, como lo hubiera
exigido la competencia internacional para conquistar nuevos mercados fuera del país. Se
fue generando así una situación en la cual los precios relativos y, por lo tanto, los ingresos
reales de los agentes económicos, se formaban en un mercado distorsionado y separado de
influencias externas. La ‘astucia’ y el control del mercado ofrecían una base más sólida para
la riqueza que el proceso de inversión productiva y de innovación tecnológica” (Sabato y
Schvarzer, 1988: 264-265).
51
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
8
“El Estado fue implementando en forma programada una política económica de marcado
intervencionismo en el mercado de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios.
Para esto, utilizó diversas herramientas (por ejemplo, los créditos subsidiados a la industria)
que evidenciaban de parte de quienes propiciaban el proceso de sustitución de importaciones,
la vocación de garantizar la plena ocupación y la capacidad de compra de los habitantes para
dar impulso a la producción industrial” (Rofman y otros, 2000: 141).
9
El crecimiento económico implica un aumento de la producción de bienes y servicios (finales)
con respecto a un período anterior. Por lo general, el crecimiento suele estar asociado a mayor
demanda de insumos y de mano de obra, aunque veremos que no en todos los períodos se
verifica esto. El indicador que se usa para medir el crecimiento es el Producto Bruto Interno
(pbi, que mide la producción total de bienes y servicios de una economía a lo largo de un pe-
ríodo –por ejemplo, un año–, sumando todo lo producido a través de su valor monetario de
mercado (por eso arroja un valor en pesos, o en dólares para comparaciones internacionales).
52
Es solo un rocanrol del país
ciclos de “stop and go” porque refieren a una dinámica económica que no
podía avanzar de forma continua, sino que debía ser frenada para ordenar
los desequilibrios que el propio crecimiento generaba. Un aumento del
consumo y de las importaciones llevaba hacia la escasez de dólares, lo cual
provocaba una devaluación de la moneda nacional (aumento del precio del
dólar), y esto a su vez producía un aumento en los precios de los alimentos
(exportables a precio dólar) y un encarecimiento general de los bienes de
consumo (muchos de ellos importados o con insumos importados), llevando
a la economía hacia una caída de la demanda y de la producción (recesión).
Luego de este proceso recrudecía el conf licto distributivo, ya que los traba-
jadores y empresarios orientados al mercado interno exigían mejoras en los
salarios reales (la capacidad de compra de los trabajadores), lo que permitía
un nuevo aumento del consumo, la producción y el empleo; aunque al tiem-
po esta expansión volvía a generar que las importaciones fueran mayores
que las exportaciones, y todo el ciclo volvía a repetirse.
No cabe duda de que el “stop and go” era la expresión de las limitaciones
productivas, tecnológicas, organizativas y políticas internas. Ref lejaba
las dificultades inherentes a un proceso de industrialización en un país
con una base agraria de alta productividad en términos internacionales,
con escasa tradición empresaria moderna y con un Estado insuficiente-
mente preparado para impulsar el cambio estructural de la economía
(Aronskind, 2003: 85).
53
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
10
Luego del golpe de Estado que interrumpió el gobierno constitucional de Juan D. Perón en
septiembre de 1955, el peronismo fue proscripto como alternativa electoral durante 18 años,
es decir, que no se permitía que ningún partido político de raíz peronista postulara listas ni
candidatos en las elecciones para desempeñar cargos legislativos o ejecutivos, además de
que se impedía que el ex presidente regresara al país. Estas restricciones fueron levantadas
hacia fines de 1972 y en marzo de 1973 se realizaron nuevamente elecciones presidenciales
con candidatos peronistas, en las que triunfó Héctor J. Cámpora, elegido por Perón como
representante del movimiento peronista.
54
Es solo un rocanrol del país
c. Papel del Estado: a lo largo de este período se observa un Estado con fuerte
papel planificador, interventor y regulador de la economía, promotor activo de
la industrialización, redistribuyendo ingresos desde sectores terratenientes
agroexportadores hacia industriales y trabajadores.
Es evidente que en la dinámica del modelo de ISI, que persiste más allá
de las distintas variantes y etapas que atraviesa, los cambios políticos in-
ciden en la determinación de quiénes son los favorecidos por el impacto
del modelo de desarrollo. En períodos donde el juego democrático de las
instituciones permite a los actores sociales más débiles reclamar una
mayor participación en la distribución del ingreso y la riqueza, se veri-
fican cambios que favorecen a esos sectores (Rofman y otros, 2000: 147).
55
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
El modelo neoliberal
El modelo neoliberal en la Argentina se despliega a partir de 1976, profundizándose
luego en la “década larga” de los noventa (1989-2001). El patrón de acumulación
dominante es la valorización financiera, en concordancia con los cambios que se
suceden en la economía mundial, y el papel de las economías periféricas en ella. Se
verifica una pérdida de peso de la actividad industrial y un crecimiento de la relevan-
cia del sector de servicios –dentro del cual se destacan las actividades financieras–,
mientras que el sector primario (particularmente agropecuario) continúa mante-
niendo su relevancia. Para esto era necesario “desregular” (por parte del Estado) el
funcionamiento de los mercados (financiero, laboral, comercial, etcétera), de modo
de permitir la libre movilidad de capitales y la “libertad” en la toma de decisiones de
los agentes económicos. En términos generales, estas liberalizaciones trajeron como
consecuencia el empobrecimiento de gran parte de la población, una redistribución
regresiva del ingreso (desde los sectores populares hacia los sectores altos) y una
mayor concentración y extranjerización del aparato productivo nacional. Entre
1976 y 2001, con excepción de algunos momentos del gobierno de Alfonsín, desde el
Estado se implementaron políticas que tendieron a instalar y consolidar el modelo
neoliberal.
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11
La tasa de interés es el rendimiento que obtiene alguien por prestar dinero, y el costo que
tiene que pagar aquel que necesita pedir dinero prestado. Una tasa de interés alta lleva a que
aquellos que disponen de dinero prefieran colocarlo en el sistema financiero (prestarlo, ob-
teniendo un alto rendimiento) antes que realizar inversiones productivas, cuyo rendimiento
es más incierto y puede ser más bajo.
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Es solo un rocanrol del país
Aunque los resultados económicos del período fueron globalmente negativos para el
país (caída del pbi por habitante, aumento de la deuda, hiperinflación y aumento de
la pobreza y la indigencia),12 eso no significa que todos los sectores de la economía
perdieron, sino que de hecho se transfirieron ingresos y riquezas de unos sectores
hacia otros. Los principales ganadores de estos años resultaron los grandes grupos
económicos locales, que con fuerte influencia en las políticas gubernamentales
y acceso a recursos y subsidios estatales, se apropiaron de un 10% adicional del
ingreso total nacional, capital acumulado en dólares fugados al exterior mientras
se derrumbaba la inversión de capital productivo en el país. En segundo lugar, si
bien los acreedores externos tuvieron una relación conflictiva con el gobierno, sus
presiones rindieron frutos y captaron un 4% adicional del pbi. Los grandes perde-
dores del período resultaron los pequeños empresarios y fundamentalmente los
trabajadores, quienes perdieron un 13% de su participación en el ingreso nacional.
Pasaron de obtener la mitad (50%) de la “torta” de riqueza generada en el país en 1975,
a obtener una porción menor al 30% en los tiempos de Alfonsín, llegando a solo el
22% en 1989, el año de la hiperinflación y del final del gobierno radical (Forcinito y
Tolón Estarelles, 2008).13
El balance del período [del gobierno de Alfonsín] arroja resultados negativos
en materia de desarrollo económico, crecimiento y mejoramiento de las
12
“La caída del pbi fue notable entre 1980 y 1989: casi un 10%. El poder de compra del salario
promedio de 1989 era un 56,5% del de 1980, y las tasas de desocupación y subocupación de la
fuerza de trabajo se incrementaron respectivamente un 184% y 48% para el mismo lapso. Para
octubre de 1989, un 32,8% de los hogares del país se encontraban bajo la línea de pobreza y
un 11,6% bajo la de indigencia, en lo que constituían cifras inéditas hasta entonces. El endeu-
damiento externo se incrementó de 35,7 en 1981 a 63,3 miles de millones de dólares en 1989”
(Forcinito y Tolón Estarelles, 2008: 45).
13
Una interpretación bastante extendida señala que los sindicatos fueron responsables del
debilitamiento y fracaso del gobierno de Alfonsín, por haber convocado a lo largo del período
a 13 paros nacionales. Considerando los resultados concretos de las políticas económicas de
estos años, no parece tener asidero semejante acusación.
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Se considera deuda externa a toda aquella que debe pagarse en divisas internacionales,
incluso si los acreedores están dentro del país. En este caso en particular, las afjp le prestaron
al gobierno argentino, que pagaba una tasa de interés muy alta en dólares, obteniendo un “alto
rendimiento” para los aportes que recibían de los trabajadores. Sin embargo, a estos les cobra-
ban altísimos costos de “comisiones”. De esta manera, finalmente las afjp ganaban muchísimo
dinero ¡por prestarle al Estado la plata que dejaba de recibir porque ahora la tenían las afjp!
65
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
mexicano). Sin embargo, no puede afirmarse que el plan haya resultado exitoso en
términos de crecimiento del pbi, por dos razones: en primer lugar, tal como mostró la
crisis del tequila y sucesivas crisis posteriores, la economía resultaba muy vulnerable
a contextos internacionales adversos; en segundo lugar, el propio régimen convertible
resultaba inviable a largo plazo, y la postergación de la salida de la convertibilidad lo
que hizo fue acumular efectos negativos (una depresión económica –caída del pbi– que
duró 5 años, entre 1998 y 2002) y empeorar las consecuencias de la salida. Pero además,
estas políticas implementadas tuvieron otra serie de efectos negativos:
– Profundización de la desindustrialización: la competencia con los productos
importados, que resultaban baratos por el bajo precio del dólar y porque pa-
gaban aranceles cada vez menores, destruyó gran parte de la (ya golpeada)
industria nacional. Nuevamente, este proceso fue selectivo, desapareciendo
miles de pequeñas y mediana empresas y fortaleciéndose las empresas grandes,
que además absorbieron muchas de aquellas más pequeñas en quiebra. A este
proceso de concentración económica, se sumó un proceso de extranjerización
(ganan mucho peso las empresas de origen extranjero), que no se dio solo en
el sector industrial, sino también en el primario y en especial en el sector de
servicios (que incluye las privatizadas, los bancos, los shoppings, cines, etcétera).
– Notable aumento del desempleo, la subocupación y la precarización laboral:
los despidos en las empresas privatizadas, en los empleos públicos (tanto del
gobierno nacional, como provincial y municipal) y el quiebre de miles de
empresas, produjeron un enorme e inédito incremento del desempleo y la
subocupación. La existencia de esta enorme masa de desempleados, junto a
las reformas en la normativa laboral, marcaron una fuerte disminución del
poder de negociación de los trabajadores, lo que implicó a su vez un empeo-
ramiento de las condiciones de trabajo. Suele decirse que el trabajo primero
se flexibilizó “de hecho” y luego las normativas “volvieron legal” esa situación.
En síntesis, se generó una serie de condiciones en el mercado de trabajo y en
su legislación que en conjunto tendieron a empeorar las condiciones de vida
de los trabajadores.
– El achicamiento del papel del Estado redundó en una pérdida de garantía de
derechos y no implicó una reducción del déficit fiscal. La carga de los intereses
de la deuda externa heredada, que a su vez se fue agrandando por la necesi-
dad de acumular reservas para sostener la convertibilidad, implicó un alto y
creciente costo en pagos de intereses que el gobierno debió asumir.
– Incremento de la deuda externa: se generó un círculo vicioso de endeuda
miento externo, en el que para afrontar los intereses de la deuda contraída,
el Estado debía volver a endeudarse, y así sucesivamente. El endeudamiento
también creció en el sector privado, ya que resultaba conveniente (para aque-
llos que podían acceder a crédito) endeudarse con un dólar tan barato. Los
grupos económicos, por su parte, no volcaban estos capitales a inversiones
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Buena parte de “la gente” (simplificado en la “doña Rosa” de Bernardo Neustadt, el principal
comunicador del neoliberalismo) fue convencida de la “urgente necesidad de privatizar las
ineficientes y corruptas empresas públicas y dar lugar a las eficientes y competitivas empresas
privadas”. Cabe recordar que las primeras privatizaciones de Menem fueron los canales 11 y
13 de televisión.
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será”, “no te metás”, “hacé la tuya”, “la plata no se hace trabajando”, así como
las fuertes tendencias hacia comportamientos y valores individualistas, frí-
volos, admiradores del éxito fácil, desconfiados de los proyectos colectivos,
y con fuerte rechazo hacia la cultura popular de épocas anteriores.
f. Contexto mundial: como ya fue dicho, el modelo neoliberal en la Argentina
no se da en un vacío, sino que responde en buena medida a determinaciones
del sistema capitalista mundial, que atraviesa una etapa de crisis y rees-
tructuración desde inicios de los setenta, tendiente hacia la mayor apertura
de los mercados nacionales y a la intensa interconexión de los procesos
económicos y culturales a nivel internacional (la famosa “globalización”).
Estas transformaciones tuvieron efectos negativos en casi todos los países,
con graves pérdidas en la calidad de vida por parte de los sectores traba-
jadores y acentuados procesos de concentración económica en fracciones
“ganadoras” del capital transnacional, aunque sin poder revertir –luego de
tantos años– los problemas de valorización que llevaron a la crisis capita-
lista de los años setenta, lo cual se manifiesta aún en las periódicas crisis
internacionales tras el estallido de sucesivas “burbujas especulativas”, cuyos
impactos alcanzan prácticamente a todos los países del mundo.
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Una descripción más amplia sobre la trayectoria del empleo y la distribución del ingreso
en este período puede encontrarse en el texto de Álvarez, Fernández y Pereyra (2011), también
publicado en este libro.
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“El gobierno pareció tomar creciente conciencia de la importancia del desarrollo científico
y técnico, inyectando recursos en el sistema científico y universitario y apoyando, entre otros,
a emprendimientos como invap (empresa con altas capacidades tecnológicas) y el desarrollo
satelital y aeroespacial. Sin embargo, este positivo impulso careció de vínculos estrechos con
el sector productivo. Esto se debe tanto a que el Estado no integró en su interior el esfuerzo
industrializador con los recursos científico-tecnológicos, como a la tradicional desidia del sector
privado en cuanto a la inversión y apuesta por el conocimiento local” (Aronskind, 2015: 26).
18
“El cambio que verdaderamente se observa refiere a la tasa de no registro del vínculo laboral.
Así, mientras que en 2005 el 70% de asalariados privados se dividían entre un 38,5% registra-
do y 30,8% no registrado, hacia 2010 esos niveles fueron de 44,5% y 24,5%, que se mantienen
relativamente sin cambios hasta 2014. De modo complementario, puede observarse que,
considerando como universo el total de asalariados, la tasa de no registro presentaba un nivel
de 43% en 2005, descendiendo a 34,7% en 2010 y 33,2% en 2014” (RedLat, 2015: 24).
74
Es solo un rocanrol del país
19
Ejemplos de estas políticas de estímulo al consumo y al empleo son los programas Ahora
12, orientado a favorecer el consumo de productos de fabricación nacional, a través de su
financiación en 12 cuotas sin interés, y el Pro.Cre.Ar (Programa Crédito Argentino), para el
financiamiento de vivienda para sectores medios, que buscaba la reactivación del sector de
la construcción, fuerte demandante de empleo. Hubo durante 2009 programas específicos de
financiamiento a la compra de electrodomésticos y automóviles, para sostener la demanda de
esos sectores. Se fortaleció el Programa de Recuperación Productiva (repro), a través del cual el
Estado subsidiaba parte del salario de los trabajadores en empresas con situaciones de crisis.
75
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
20
Son varias las estimaciones que evidencian esta tendencia (entre ellas las del ceped, las de
cifra y las del propio indec). El peso de la masa salarial sobre el producto total (a precios básicos)
pasó del 32% en 2005 al 41,5% en 2010 y el 51,4% en 2013. Una medición alternativa considera
que la participación de los salarios respecto del pbi (a precios de mercado) evoluciona desde
28% en 2005 a 36% en 2010 y a 43,7% en 2013 (RedLat, 2015).
21
“En el período de análisis se evidenció un importante proceso de mejora en la distribución
del ingreso, independientemente de la medida que se tome (Gini o brecha) y del ingreso que se
considere”. El coeficiente de Gini correspondiente al ingreso per cápita familiar, que en 2002
se ubicaba en torno a 0,5, en 2005 mostraba un nivel de 0,48, el cual se redujo a 0,44 en 2010
y a 0,41 en 2014. En lo que corresponde a la brecha de ingresos entre el decil más rico y más
pobre, la correspondiente al ingreso per cápita del hogar, en los años finales de la converti-
bilidad superaba las 30 veces, llegando a 40 veces en momentos de su salida, en 2004 era de
31,7 para retroceder a 21 veces en 2010 y 17,1 en 2014 (RedLat, 2015: 14).
76
Es solo un rocanrol del país
moderados (el promedio de inf lación anual entre 2008 y 2015 rondó el 25%, con
un pico de 38% en el 2014), lo cierto es que se trató de una dificultad que no logró
resolverse. Con respecto a sus causas y posibles soluciones, en estos años en nuestro
país ha existido una fuerte disputa conceptual y política entre dos perspectivas. Por
un lado, desde los medios de comunicación se ha logrado instalar la idea de que la
inf lación era “el principal problema de la economía argentina”, y por lo tanto, que la
política económica debería estar orientada en primer término atacar ese problema.
Esta perspectiva, basada en la teoría económica ortodoxa, plantea que los aumentos
de precios se deben a un “recalentamiento” (incremento excesivo) de la demanda,
agravado por aumentos salariales demasiado altos, y un desmedido gasto estatal
y emisión monetaria. Ante este diagnóstico, la receta ortodoxa indica “enfriar” la
demanda (reducirla), contener los aumentos de sueldos, recortar el gasto estatal y
aumentar las tasas de interés, clásicas medidas de ajuste que conducen a frenar la
inf lación, pero a costa de una caída en la producción y en el empleo. En cambio, la
perspectiva en la que se basaron los gobiernos kirchneristas plantea que la inf la-
ción es generada y reproducida por la puja distributiva en la que dominan grandes
empresas productoras o distribuidoras. Estas empresas operan en mercados oligo-
pólicos, en los que son pocas empresas las que ofrecen un tipo de producto, por lo
que en lugar de competir entre ellas bajando los precios suelen llegar a “acuerdos”
para aumentarlos. De esta manera, pueden subir los precios en mayor medida de
lo que suben sus costos, de modo de incrementar sus ganancias. Por ello, la política
kirchnerista buscó reducir la inf lación controlando y regulando el proceso de
formación de precios y a las grandes empresas.22 A eso apuntaron políticas como
“Precios Cuidados” (que fijó precios de referencia en 500 productos de la canasta de
consumo familiar, a través de acuerdos con empresas), o el programa de subsidios
a los servicios públicos y al transporte en grandes áreas urbanas. Ahora bien, estas
políticas no fueron suficientes para resolver el problema, y adicionalmente la de-
valuación del peso por la escasez de dólares fue realimentando la subida de precios
(en enero de 2014 se dio una fuerte devaluación, que se sumó a pequeñas pérdidas
del valor del peso acumuladas hasta ese momento).
Otro cambio notable de los gobiernos kirchneristas en comparación con los
gobiernos de las décadas anteriores fue la búsqueda de recuperar el papel central del
Estado en la economía. Desde 2003 en adelante se generaron numerosas acciones (y
fuertes disputas) en relación con el aumento de la capacidad del Estado para regular
el proceso económico y a sus actores, con un grado creciente de autonomía relativa
frente a los poderes económicos nacionales e internacionales.
22
No se considera una política antiinflacionaria la intervención del indec y la manipulación
del índice de medición de precios por parte del gobierno kirchnerista desde 2007. De hecho,
esta acción atentó contra la credibilidad de las estadísticas oficiales y resultó por ello un
obstáculo para la aplicación de políticas efectivas contra la inflación.
77
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
Otras políticas que pueden ejemplificar esta tendencia pueden ser la reestatización
–si bien desordenada o tardía– de una buena parte de las empresas públicas privati-
zadas en los años noventa: Aerolíneas Argentinas (2008), ypf (2012), los Ferrocarriles
(2015), entre varias otras.
En sintonía con los intentos de mayor intervención y regulación de los merca-
dos, los gobiernos kirchneristas asumieron en general un discurso “anti-liberal” y
“pro-estado”, en el marco de una “batalla cultural” más amplia, en la que también
se incluyó su disputa contra los grupos económicos que detentan los medios de
comunicación dominantes.
El discurso impugnador de las verdades neoliberales que adoptó el gobierno,
tanto en el frente interno como en las relaciones internacionales, fue un no-
table aporte al debate colectivo, aunque de ninguna manera se haya logrado
una modificación plena del sentido común neoliberal acuñado en las décadas
previas (Aronskind, 2015: 31).
78
Es solo un rocanrol del país
Con base en el conjunto de políticas y resultados económicos que han sido aquí
presentados, varios autores (Narodowski y Panigo, 2010; Fiorito, 2011, entre otros)
consideran que durante estos gobiernos se configuró un nuevo modelo de desarrollo
superador del modelo neoliberal, al que usualmente se ha denominado “modelo
de crecimiento con inclusión”. Desde una perspectiva opuesta, algunos autores
denominan a este proyecto como “neodesarrollista”, señalado las limitaciones en
las transformaciones llevadas a cabo por los gobiernos kirchneristas, y enfatizando
en la continuidad con los rasgos centrales del modelo neoliberal:
... el nuevo proyecto se apoyó en las bases estructurales construidas a través
del neoliberalismo y resultantes del éxito del proceso de reestructuración
regresiva. Estas bases estructurales tienen dos pilares fundamentales. Pri-
mero, la precarización extensiva de la fuerza de trabajo y la consecuente
superexplotación de la misma. Segundo, el extractivismo (saqueo de las rique-
zas naturales) como fuente de renta extraordinaria y proveedor de moneda
mundial (divisas) (Féliz, 2015).
23
El gobierno cerró conflictos relacionados con la deuda externa que aún estaban pendientes
79
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
(con el Club de París y con la empresa española Repsol por la expropiación de ypf), con el ob-
jetivo de volver a acceder a nuevos créditos externos en dólares, lo cual resultaría un alivio en
el corto plazo. Esa posibilidad fue frenada por un fallo del juez Griesa de Nueva York (Estados
Unidos) a favor de los Fondos Buitres: un grupo de especuladores financieros que compraron
títulos de deuda argentina en default (que habían dejado de pagarse en diciembre de 2001),
y que buscaron obtener por vía judicial ganancias de hasta un 1600% (por ejemplo, el Fondo
de Paul Singer compró bonos en default por casi 50 millones de dólares y el fallo del juez
Griesa exigía pagarle casi 800 millones, 16 veces más). El gobierno kirchnerista mantuvo un
firme rechazo frente a esta demanda e incluso extendió esta postura a las Naciones Unidas,
en donde obtuvo el apoyo de la gran mayoría de los países del mundo. En los primeros meses
del gobierno de Macri se concretó el pago a los Fondos Buitres, para lo cual el nuevo gobierno
tomó nueva deuda externa a pagarse en los próximos años.
24
En 2008 se planteó un muy fuerte conflicto con el sector agrícola (“el campo”), cuando el
gobierno quiso incrementar los recursos que podría obtener por el cobro de impuestos a las
exportaciones (“retenciones”) de granos que se vendían en el mercado internacional a precios
excepcionalmente altos. “El campo” respondió con toda la fuerza de su clase y sumó además
el apoyo de algunas de las organizaciones de los productores y trabajadores agrícolas, así co-
mo el respaldo mayoritario de la sociedad, impulsada por los medios de comunicación. Este
conflicto fue un revés muy fuerte en el primer gobierno de Cristina Fernández, que implicó
que su frente político se fragmentara y perdiera las elecciones legislativas en 2009.
80
Es solo un rocanrol del país
81
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
vemente las principales ideas que orientan la nueva política económica y algunos
hechos del primer año de gestión macrista.
Adoptando un discurso liberal (similar al de las gestiones de la última dicta-
dura y de la década de los noventa), el nuevo gobierno levantó las regulaciones (“se
liberaron los cepos”) de los mercados cambiario y comercial, lo que generó una
fuerte devaluación del peso (el dólar pasó de 10 a 16 pesos) y un aumento significa-
tivo de las importaciones.
A pesar de que fue declarado como el principal problema económico a resolver,
la inf lación aumentó fuertemente en 2016, superando el 40% interanual, la inf lación
anual más alta desde la salida de la convertibilidad. Los precios se aceleraron como
resultado de la devaluación y de un fuerte aumento de las tarifas de los servicios
públicos y los insumos para la producción (luz, gas, agua, transportes, combustibles,
etcétera), debido a la disminución de los subsidios que el Estado destinaba a estos
sectores, y a la desregulación del funcionamiento de estos mercados.
El nuevo gobierno, cuyo posicionamiento discursivo caracterizó de forma dra-
mática el estado de la economía, señaló como problema central la inf lación,
y situó al déficit fiscal como el aspecto esencial a intervenir, sosteniendo que
un colapso era inminente. Sin embargo, optó inicialmente por tomar medidas
distributivas que contradecían tanto el objetivo de contener la inf lación como
el de lograr el equilibrio fiscal. Se liberó el mercado de cambios y se produjo
una devaluación del orden de 60 por ciento, que tuvo repercusión inmediata
en los precios. Ello, conjuntamente con la supresión de tributos al comercio
exterior, contribuyó tanto a acelerar el proceso inf lacionario como al desfi-
nanciamiento fiscal (Plan Fénix, 2016).
82
Es solo un rocanrol del país
mayores caídas, lo que explica que haya habido más de 100.000 despidos en empre-
sas privadas y gran cantidad de suspensiones o reducciones horarias y salariales.
Las negociaciones paritarias se realizaron, pero en todos los gremios se acordaron
aumentos menores a la inflación, por lo cual se estima que la caída del salario real
promedio para el 2016 está en torno al 12% (cifra, 2016).
La política económica de la Alianza Cambiemos ha impulsado el regreso de las
altas tasas de interés, la especulación financiera, la fuga de capitales y el acelerado
endeudamiento externo. En los primeros meses del gobierno, la tasa de interés subió
fuertemente, con la supuesta intención de contener la suba del dólar y de los precios,
pero ello provocó un gran aumento de las colocaciones financieras especulativas.
A su vez, con la idea de “volver al mundo” y consolidar la confianza de los sectores
capitalistas, se realizaron notables gestos de acercamiento con los países centrales
(Estados Unidos, Italia, Alemania, Reino Unido y Francia) y de alejamiento de los
países del Mercosur. En ese marco, se acordó con rapidez el pago de la demanda de
los fondos buitres, a partir del cual se inició un nuevo ciclo de fuerte endeudamiento
externo, que en el primer año se acerca a 50 mil millones de dólares de nueva deuda.
Advertimos el riesgo adicional que supone la elevada velocidad de endeuda-
miento público […] que no está compensada hasta el presente por ninguna es-
trategia productiva o exportadora consistente. Estamos, entonces, frente a una
suerte de explosión del endeudamiento externo, que apunta simultáneamente
a solventar un quebranto fiscal en términos corrientes y un saldo negativo de
las cuentas externas, que no creemos que se revierta en los próximos años
(Plan Fénix, 2016).
Una particularidad que tuvo el armado de la estructura del Estado para esta gestión,
es lo que se ha llamado “ceocracia”: los cargos de funcionarios públicos son ocupados
por ex gerentes/ejecutivos (ceo, por la sigla en inglés de Chief Ejecutive Officer) de
grandes empresas, que pasan a ocupar un cargo estatal y, en muchos casos, a regu-
lar a las propias empresas para las que trabajaban anteriormente.25 Si bien no es la
primera vez que ex gerentes ocupan cargos públicos, en el marco de un gobierno
liderado por un empresario existe un riesgo mayor de trasladar la lógica gerencial-
privada y anti-estatal dentro de la administración pública, así como de mantener
25
Un ejemplo notable es el ex ceo de la multinacional Shell, Juan José Aranguren, que pasó ser
ministro de Energía. Otras empresas de las que provienen funcionarios son: Techint, Socma
(Macri), lan, JP Morgan, hsbc, Axion, La Nación, Newsan, Pan American Energy, Deutsche Bank,
Farmacity, icbc y Consultatio. Según un estudio de la Universidad de San Martín coordinado
por Ana Castellani, Paula Canelo y Mariana Heredia, citado por Lukin (2016): ... “tres de cada
diez funcionarios jerárquicos reclutados por el Gobierno de Mauricio Macri ocuparon alguna
vez un puesto gerencial en el sector privado. Son 114 ejecutivos de las principales compañías
y estudios de abogados del país que desembarcaron en algunos de los 367 cargos de ministro,
secretario y subsecretario que constituyen la nueva estructura del Estado nacional”.
83
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich
lealtades con las empresas a las que pertenecieron, en lugar de controlarlas en fun-
ción del bienestar de la sociedad.
Para cerrar este análisis, decíamos antes que los gobiernos kirchneristas no
habían logrado consolidar un cambio de modelo al no resolver ciertos problemas
estructurales de la economía argentina. El gobierno asumido en diciembre de 2015
lejos de “mantener lo que se hizo bien” y avanzar en la resolución de los problemas
pendientes, está llevando adelante una política de retorno a los lineamientos del
neoliberalismo, un nuevo cambio de paso en este rocanrol argentino.
Vivimos tiempos de fuerte disputa política y alianzas intersectoriales que
determinarán el futuro del desarrollo argentino, que se juega tanto en las eleccio-
nes, como en la opinión pública y en la acción colectiva. Por esto, quisimos ofrecer
herramientas y dejar abierta la puerta para que sean nuestros lectores (estudiantes
universitarios) quienes sigan realizando sus propios análisis sobre la economía ar-
gentina. Esperamos haber contribuido a esa tarea aportando un esquema analítico
sobre los modelos de desarrollo que pueda ser apropiado críticamente por ellos y
los ayude a formular argumentos propios.
Bibliografía
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las últimas décadas. De la sustitución de importaciones a la valorización finan-
ciera”. En Basualdo, Eduardo y Arceo, Enrique (comps.), Neoliberalismo y sectores
dominantes. Tendencias globales y experiencias nacionales. Buenos Aires: clacso.
84
Es solo un rocanrol del país
85
La Argentina del Proceso
Un texto introductorio a la etapa 1975-1983* 1
El Cono Sur es, hoy, el ámbito de las monarquías fundadoras. Nuestro ámbito.
Carta Polít ica, n° 31, mayo de 1976
* Versión modificada, corregida y ampliada del texto publicado originalmente bajo el título,
“La dictadura militar, 1976-1983”, en Luzzi, Mariana (coord.) (2012). Problemas socioeconómicos
de la Argentina contemporánea, 1976-2010. Los Polvorines: Universidad Nacional de General
Sarmiento.
87
César Mónaco y Diego Benítez
los años sesenta, continuaba expresando su lado más extremo en la acción armada,
considerada como el estadio superior de la acción política tradicional. Y aunque en
el último año del gobierno peronista estos se encontraban en franca declinación,
mantenían cierto protagonismo en la escena pública que los militares resaltaban
con interés. Las organizaciones más notorias fueron: Montoneros, proveniente de
un sector del peronismo de izquierda; y el guevarista Ejército Revolucionario del
Pueblo (erp), fracción armada del Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt).
A su vez, el contexto internacional no era precisamente una expresión de
buenos augurios. El primer lustro de los años setenta venía marcado por la clausu-
ra de un excepcional período expansivo de la economía mundial –en especial en
el mundo capitalista desarrollado– que, iniciado durante la posguerra de los años
cincuenta, evidenciaba su final por medio de una considerable desaceleración de los
índices de crecimiento. Finalizada la etapa de auge, el sistema capitalista comenzaba
a transitar su reestructuración, y la mejor punta de lanza sería el neoliberalismo.
En el plano político, el subcontinente latinoamericano evidenciaba un claro des-
plazamiento de gobiernos democráticos por regímenes de facto. El mapa político de
América Latina y el Caribe, hacia 1976, se encontraba signado en gran parte de su
territorio por dictaduras militares.1 Pero antes de continuar, vale la pena remarcar
algunos aspectos de la etapa previa al golpe del 24 de marzo.
1
Las había en: Brasil, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador, Perú, Nicaragua, El Salvador,
Haití, Guatemala, y Granada. En buena medida en República Dominicana y Honduras, y con
una fachada civil en Colombia.
2
Agradecemos los comentarios de Jorge Cernadas y Mariana Luzzi sobre este apartado.
3
La vuelta a la conducción del gobierno nacional fue a través de Héctor Cámpora, ya que
el propio Juan D. Perón había quedado fuera del juego electoral por decisión del gobierno
saliente, aunque meses más tarde y ante una nueva convocatoria a elecciones pudo Perón
retomar poder formal.
4
Un auspicioso punto de partida sería dejar de lado dos lugares comunes y contrapuestos
que no hacen más que obstruir la comprensión: por un lado, asumir la etapa 1973-1976 como
un paréntesis en medio de dos procesos dictatoriales; por otro, asimilarla como una etapa
linealmente imbricada con la política devastadora de la última dictadura.
88
La Argentina del Proceso
en los años previos y, sobre todo, desatado con un impulso inusitado a partir de
1969. A mediados de ese año, la rebelión popular –inmediatamente bautizada como
“Cordobazo”– 5 ofició como un punto de inf lexión en la política argentina y tuvo
consecuencias vastas. Fue el inicio de un ciclo de protesta generador de múltiples
y variados movimientos sociales y políticos. A partir de entonces, y luego de tres
años en el poder, la dictadura militar gobernante (autotitulada “Revolución Ar-
gentina”) comenzó a desfallecer ante la reacción ininterrumpida de sectores de la
sociedad que entendieron necesaria y posible la transformación de la realidad del
país. Cuánto y cómo debía ser ese cambio, por supuesto, podía mutar de actor en
actor. Fue amplio el espectro de objetivos, estrategias y expectativas. El recurso de
las armas fue solo uno, el más radical, dentro de un conjunto de opciones mucho
más vasto y mayoritario.
El segundo aspecto remite al propio peronismo. La rehabilitación del sistema
de partidos políticos, la vuelta del régimen democrático y con él la del peronismo al
gobierno, no alcanzaron para disolver la ola de tensiones políticas que atravesaba a
la sociedad. Y en gran parte, el partido gobernante asumió y ref lejó en su interior
esa conf lictividad. Este es un factor clave para comprender el derrotero de esta etapa
(y más aún, de reparar al momento de abordar de forma específica la última presi-
dencia de Juan D. Perón). El peronismo se había vuelto más heterogéneo que nunca:
peronismo ortodoxo, peronismo de izquierda, peronismo de extrema derecha (o
lopezrreguismo), podría enunciarse con apuro. Pero más que en esta disparidad,
el problema residía en que cada uno entendía como verdadero su peronismo, y en
cómo se accionaba para la exclusión del otro. El universo partidario se fue plagan-
do, según de dónde se lo mirase, de fachos, traidores e infiltrados. Posicionamientos
y disputas entre líneas hacen a la vida de la mayoría de los partidos; la guerra in-
trapartidaria, en cambio, ya es una instancia muy diferente. Y en este entramado,
Perón nunca fue una figura equidistante.
El tercer factor implica considerar, a grandes rasgos, el plan político de estos
casi tres años. En términos globales, hasta mediados de 1975, el gobierno aplicó una
política económica industrializadora, sustentada en la asociación entre el capital
extranjero y la fracción dinámica de la burguesía nacional.6 De forma concreta, y
5
El 29 y 30 de mayo de 1969, en la ciudad de Córdoba se desató una rebelión popular de im-
portantes consecuencias para la vida argentina. En su núcleo se articularon activamente una
serie de actores locales de abierta oposición a la dictadura de Juan Carlos Onganía: sectores
sindicales y obreros, estudiantes (sobre todo universitarios) y pobladores pertenecientes a las
clases populares y medias.
6
Este fue –según Eduardo Basualdo– uno de los cambios sustanciales respecto a los dos prime-
ros gobiernos de Perón (1946-1955), junto con un reposicionamiento del papel del Estado como
productor de bienes y servicios. Afirma el autor: “A partir de 1973, la propuesta de fondo del
nuevo gobierno peronista ya no pareció concebir al Estado como mascarón de proa garante
de la expansión industrial y de la consolidación económica, social y política de un frente so-
89
César Mónaco y Diego Benítez
cial conformado por los sectores populares y la burguesía nacional, desplazando para eso –o
al menos reduciendo– el neto predominio que ejercían las fracciones del capital dominantes
en el nivel económico” (2006: 109).
7
Se otorgó un aumento salarial y de precios de bienes y servicios en torno al 20%, para
luego congelarlos por dos años (hasta junio de 1975). “El plan tuvo efectivo impacto durante
la segunda mitad de 1973. Las expectativas inflacionarias se redujeron de forma sustancial;
la inflación minorista –que había alcanzado el 58% en 1972– comenzó a desacelerarse en el
segundo semestre de 1973; el nivel de actividad superó el registrado previamente y la tasa de
desocupación cayó hasta llegar al 5% de la PEA” (Belini y Korol, 2012: 209).
8
El 20 de junio de 1973, Perón regresó al país de forma definitiva. El vuelo estaba proyectado
para que aterrizara en el aeropuerto de Ezeiza. Hasta allí se dirigieron cientos de miles de
militantes y seguidores de los variados colores del peronismo (dos millones de personas,
según algunos cálculos). Las facciones de ultraderecha en conjunción con lo más reactivo
del sindicalismo peronista, planificaron una emboscada sobre los sectores de izquierda. El
resultado fue algo más de una docena de muertos y cientos de heridos, e implicó el final del
gobierno de Héctor Cámpora y un cambio explícito de alianzas en la estrategia del Perón.
Ver: Verbitsky, 2006.
9
Ver Servetto, 2010, capítulo 7.
90
La Argentina del Proceso
10
Implicó un avance de medidas de excepción estatal que al menos puede rastrearse hasta la
dictadura precedente (1966-1973). Franco, 2012: 16 y 18.
11
La siguiente es una periodización aceptada con amplitud entre los estudiosos de este tercer
ciclo del peronismo. En este resumen agregaremos elementos descriptivos aportados por el
siguiente texto: Svampa, 2003.
12
Tendencia Revolucionaria fue el nombre que se le dio a una vasta articulación de organi-
zaciones peronistas de izquierda que apoyaban la acción político-armada. Entre ellas: Mon-
toneros, la Juventud Peronista, la Unión de Estudiantes Secundarios, el Movimiento Villero
Peronista, y varias más.
13
En noviembre de 1973 se intervino la provincia de Formosa; en enero del siguiente año se
removió al gobernador de Buenos Aires, Oscar Bidegain; en marzo se convalidó el golpe poli-
cial contra Obregón Cano, en Córdoba; en junio, en Mendoza, se intervino la gobernación de
Martínez Baca; en octubre la de Santa Cruz, a cargo de Jorge Cepernic; y en noviembre a Miguel
Ragone, gobernador de Salta. Un cuadro general puede encontrarse en: Servetto, Alicia, 2010.
91
César Mónaco y Diego Benítez
va, una serie de leyes;14 y se avanzó, sobre todo a partir de la “orden reservada” del
Consejo Superior Peronista, con la represión ilegal sobre los sectores “insurgentes”.
La tercera y última, de julio de 1974 hasta marzo de 1976, corresponde a la etapa
de gobierno de María Estela de Perón. Con la muerte de Juan D. Perón, en julio de
1974, los maltrechos lazos comunicantes del gobierno con sectores de la Tendencia
terminaron de esfumarse. 1975 fue, de lejos, el año más conf lictivo de la etapa. Al
incremento de la violencia de las organizaciones armadas, el gobierno contragolpeó
sin escatimar métodos ni recursos. Fue el año de los “decretos de aniquilamiento”.
A principios de este, se organizó la ofensiva del Ejército en Tucumán, a partir de un
foco guerrillero asentado en esa provincia desde hacía unos meses. La acción estatal
represiva e ilegal af loraba por sobre las prácticas legales.15 En marzo, el gobierno
desató una violencia inusitada contra el sindicalismo combativo en Villa Constitu-
ción (Santa Fe). Tres meses más tarde, en un devenir desbordado, aplicó la primera
política económica enteramente antipopular, que se conoció en lo inmediato como
“Rodrigazo” por el nombre del entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo.
La reacción sindical, en su mayoría peronista, no se contuvo ante el gobierno, se
movilizó y llevó adelante primer paro general a un gobierno justicialista; el empuje
terminó al desplazar del gobierno al ala vinculada a López Rega. Bajo este contexto,
el segundo semestre estuvo marcado por dos avanzadas armadas que terminaron
diezmando tanto a Montoneros como al erp. La primera de ellas en octubre, con el
ataque a un cuartel del Ejército en Formosa (la “Operación Primicia”). La segunda en
diciembre, con el ataque del erp a uno en Monte Chingolo (Buenos Aires). Fueron los
meses de la recomposición militar, y de la planificación última de la avanzada de lo
que sería el terrorismo de Estado.16 El final del gobierno constitucional se avecinaba.
14
Se modificó la ley de Asociaciones Profesionales, en virtud de verticalizar más la estructura
sindical y otorgar mayor poder a las conducciones nacionales (por sobre las seccionales). Se
promulgó la Ley de Prescindibilidad, que propiciaba el despido. Se reformó también el Código
Penal, a los fines de tipificar nuevas figuras delictivas relacionadas a las acciones político-
armadas: terrorismo, secuestro extorsivo, cobro de rescate.
15
Para mayor información al respecto, ver el apartado “Terrorismo de Estado”.
16
No referimos, sobre todo, a la “Directiva del Comandante General del Ejército n° 404/75.
Lucha contra la subversión”, que especifica el modus operandi que luego sería la regla durante
la dictadura.
92
La Argentina del Proceso
sobre todo, obtuvo el consentimiento de buena parte de la sociedad. Este fue el arco
importante de consenso inicial con que contó el régimen. Para entender sus causas
es necesario tener presente, en principio, dos elementos centrales. Por un lado, cierta
“legitimidad” de origen a la intervención de los militares en la vida política del país.
Esta es una característica estructural propia del sistema político argentino gestada
a partir de las mismas intervenciones militares. Como sostiene Hugo Quiroga, a
partir de 1930 se fue conformando un sistema político “pretoriano”,17 que incorporó
en su interior a las Fuerzas Armadas como un componente esencial y permanente.
Se constituyó, de esta forma, una cultura política que aceptaba la politización de
las fuerzas castrenses; las cuales se desplegaban en el escenario político como un
actor singular que, debido a su fuerza militar, definía el juego institucional. Por lo
tanto, la injerencia de estas en la vida democrática del país se fue tornando, para la
sociedad, como una alternativa siempre posible. Esto denotaba y alimentaba, a la
vez, una escasa convicción en los valores de la democracia, y sus tiempos, reflejada
en la pérdida de legitimidad del orden constitucional (Quiroga, 2005).
El segundo factor explicativo, ligado de forma estrecha al primero, se encuen-
tra en el contexto inmediato al golpe. Legitimada históricamente su intervención,
la opción militar se hacía cada vez más fuerte en una situación que se tornaba cada
vez más crítica. Ya desde varios meses antes del golpe eran explícitos y públicos
los planteos y reuniones de los jefes militares con el Poder Ejecutivo nacional. El
protagonismo de las fuerzas armadas se incrementaba a medida que aumentaba
el desconcierto general que, en particular, era estimulado y usufructuado por los
mismos sectores castrenses por medio de la exaltación de su lucha contra las organi-
zaciones guerrilleras que, por otra parte, se encontraban ya en un evidente proceso
de declinación. De esta forma, los conf lictos ya mencionados entre los diversos
actores políticos, dentro y fuera del gobierno, fueron provocando una importante
deslegitimación, no solo del gobierno mismo, sino también del sistema democrático
en su conjunto. Se manifestaba evidente un “vacío de poder” a llenar, que permitió
gestar, cada vez más, un mayor consentimiento sobre un “orden” militar.
El comienzo de la dictadura
Una vez en el poder, el nuevo gobierno de facto dio inicio al denominado Proceso
de Reorganización Nacional (prn) que tenía como meta central realizar una intensa
reestructuración del cuerpo social y del Estado. Se constituyó como una dictadura
institucional –de todo el cuerpo de las Fuerzas Armadas– superadora del carác-
17
El pretorianismo implica la aceptación de la participación de los militares en la esfera política
del país. Así, el sistema político argentino, entre 1930 y 1983, funcionó en la realidad histórica
a través de una articulación que combinó en su estructura los gobiernos militares con los
gobiernos civiles. Ver Quiroga, 2004: 35-39.
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18
El carácter ordenador de determinadas dictaduras implicaba, una vez diagnosticado el su-
puesto desorden institucional, restablecer el funcionamiento normal del sistema. Como indica
Quiroga: “... las fuerzas armadas se piensan garantes de la continuidad de lo que entienden
son los principios, valores y normas constitutivas de la Nación, esto es, se reclaman tutores
tanto de la decisión colectiva que selecciona al gobernante como de la integridad del Estado
justifican así su acción golpista en aras de la defensa de la ruptura del orden constitucional.
Se visualizan a sí mismas como los vectores que indican el rumbo del Estado nacional. De
esta forma, en 1930 echan por tierra un régimen democrático; en 1943 se vislumbran “nacio-
nalistas” y derrocan a un gobierno conservador; en 1946 dan su apoyo al gobierno de Perón;
años más tarde lo derrocan; en 1962 se oponen la participación electoral del peronismo; en
1966 y 1976 procuran –desde un nuevo tipo de golpe de Estado– reestructurar la sociedad y el
Estado argentino” (2004: 42). Ver también Cavarozzi, 2006.
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La Argentina del Proceso
El terrorismo de Estado
Como hemos mencionado, en febrero de 1975, un año antes del golpe militar, el
gobierno constitucional realizó de forma oficial el ingreso de una de las Fuerzas Ar-
madas en la lucha contra la insurgencia. A través del decreto presidencial N° 261/75,
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César Mónaco y Diego Benítez
19
Declaraciones del gobernador de facto de Buenos Aires, Ibérico Saint Jean, el 28 de mayo
de 1977.
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La Argentina del Proceso
... esencialmente una técnica de desorientación, que apunta a privar a los suje-
tos de la oportunidad de calcular y prever las consecuencias de sus acciones.
Es una forma de poder en la cual la conformidad no garantiza la seguridad. Su
efecto principal es la generación de una atmósfera de ansiedad – una “cultura
de miedo” (Corradi, 1996: 89).
Esta cultura se desplegaba más allá de los espacios comunes y lograba insertarse en
lo más profundo de la intimidad, para permitir así, que cualquier comportamiento
“no normal” sea señalado de inmediato como sospechoso; en definitiva, al espacio
público clausurado se adicionaba el control microsocial. Y esto solo pudo ocurrir,
en gran parte, gracias a la pasividad o inmovilidad producida por el mismo terror,
cuanto a la adhesión de algunos sectores sociales que se encontraban atraídos por
los postulados básicos del régimen. En este marco, el control dictatorial pudo ser
desarrollado –según O’Donnell– por la existencia de “una sociedad que se patrulló
a sí misma”, refiriéndose a un grupo amplio de personas que de manera voluntaria
“se ocuparon activa y celosamente de ejercer su propio pathos autoritario. Fueron
kapos20 a los que, asumiendo los valores de su (negado) agresor, muchas veces los
vemos yendo más allá de los que el régimen les demandaba” (1984: 17).
El terrorismo de Estado implicó una planificación precisa de las acciones.
Una sistematización de la represión por parte del poder, que posibilitó el reparto
–literalmente hablando– del territorio argentino. La división espacial del poder
de acción, realizada por los militares durante el último año del gobierno de Isabel
y que comprendía la cuadriculación del país en 5 zonas, 19 subzonas y 117 áreas,
se profundizó de manera estratégica a partir del golpe. De esta forma, se produjo
una feudalización del poder: cada fuerza tuvo su propio espacio independiente de
operación, que se conformó en parte esencial para una matanza administrada. Así,
la competencia entre las propias fuerzas, que disputaban grados de efectividad y
de acción, tuvo un rol determinante en la masacre.
El sistema represivo era llevado adelante por “grupos de tareas” constituidos
por lo general por oficiales y suboficiales, policías y también civiles. Luego de la
selección del sospechoso, el modus operandi consistía de un operativo para conse-
guir su detención, generalmente de noche, sobre el domicilio, lugar de trabajo o
en la misma calle. Así, en el mejor lugar y momento se producía el secuestro, y el
inmediato traslado de la víctima hacia algún centro clandestino de detención. Una
vez allí, se confeccionada una ficha o expediente donde se consignaba y evaluaba la
información obtenida del preso. A continuación comenzaban los interrogatorios,
que implicaban un largo período de torturas físicas y psicológicas a las que se su-
maban como parte constantes vejaciones y violaciones. El objetivo era quebrar la
20
Kapos: prisioneros de los campos de concentración nazi que colaboraban con la “disciplina”
en esos campos.
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La Argentina del Proceso
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César Mónaco y Diego Benítez
La política económica24
Desde mediados de la década del cincuenta, tras el derrocamiento del primer
proyecto nacional y popular del país, la Argentina se vio sumida en una notable
agudización de su crisis institucional, producto entre otras razones, del incremento
de los desequilibrios económicos. Debido a un proceso inflacionario constante se
21
Ver Basualdo y Jasinski, 2016.
22
Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el
terrorismo de Estado, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, noviembre de
2015. Disponible en: http://www.saij.gob.ar/responsabilidad-empresarial-delitos-lesa-huma-
nidad-tomo-represion-trabajadores-durante-terrorismo-estado-ministerio-justicia-derechos-
humanos-nacion-lb000183-2015-11/123456789-0abc-defg-g38-1000blsorbil. Ver también: http://
www.cels.org.ar/especiales/empresas-y-dictadura
23
Ibíd. Ver también Verbitsky y Bohoslavsky, 2013.
24
A los fines de una mayor organización y claridad del apartado, fueron claves las sugerencias
hechas por Mariana Luzzi. Le agradecemos su trabajo.
100
La Argentina del Proceso
25
Al respecto, Mariana Heredia observa que la circulación de estas nuevas ideas dentro del
campo liberal comienzan a surgir a partir de la Revolución Libertadora, en 1955. Desde esos
momentos la renovación del campo del conocimiento económico cobra fuerza mediante la
imagen del erudito o experto en economía, y a través de una creciente profesionalización
del rol del economista como resultado de las nuevas ideas provenientes básicamente de los
Estados Unidos, que circulaban a nivel local por medio de fundaciones y asesorías vinculadas
al mundo empresario y estatal, que tomaron impulso, especialmente, por un retroceso en la
región de escuelas o corrientes económicas propias (2004).
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En 1978, la dificultad del equipo económico para controlar una inf lación per-
sistente llevó a la implementación de otras medidas, en la que se conoce como la
segunda etapa del plan económico, que duró hasta la crisis de 1981. Entre aquellas
medidas se destaca la denominada “pauta cambiaria”, conocida comúnmente como
“la tablita”, que consistía en una tabla que preveía la variación futura del tipo de
cambio a tasas decrecientes, y que benefició aún más la especulación financiera. El
rasgo más importante de la nueva etapa será la aceleración de la apertura económi-
ca, que conducirá a otra transformación esencial en el modelo económico vigente
hasta entonces. Ella consistió sobre todo en una rebaja de los aranceles para las im-
portaciones y una acentuación en la quita de trabas a los movimientos de capitales.
Estas medidas cruciales produjeron una competencia de productos externos con el
sector industrial interno, hasta entonces protegido; se logró, de este modo, someter
a los formadores de precios internos y al sector asalariado al rol subordinante del
mercado e iniciar así un proceso de desindustrialización del sector industrial medio.
A pesar de las medidas tomadas, el proceso inf lacionario, lejos de apaciguarse,
continuó y produjo una sobrevaloración cambiaria; es decir, un dólar barato, que
trajo consigo la consolidación de la especulación y ganancia financiera. El atraso
cambiario provocó un mayor estímulo a la invasión de artículos externos, perju-
dicando así a las ya golpeadas industrias de sustitución de importaciones, que des-
pojadas de la protección estatal y sus beneficios crediticios e impositivos, debieron
en un alto porcentaje cerrar sus puertas. Se produjo además el fenómeno conocido
como “plata dulce”, una corta bonanza de consumo para sectores de clase media y
alta debido al fácil acceso de artículos importados y viajes al exterior. Pero por sobre
todo, el dólar barato y la facilidad de movimientos de capitales, tras la eliminación
de los controles a su ingreso y egreso del país, indujo una gran especulación conoci-
da como “bicicleta financiera”. Esta consistía en la obtención de dólares mediante el
pedido de créditos en el extranjero, que una vez cambiados por pesos eran colocados
en un plazo fijo a un interés que oscilaba entre el 9 y el 25% (cuando en el exterior
solo se pagaba entre el 3 y el 7%). Al cabo de un período entre seis meses y un año se
retiraba el plazo fijo, se lo transformaba en dólares, se reintegraba el crédito pedido
y se obtenía una suculenta ganancia que luego se fugaba al exterior. Este mecanismo
era facilitado por “la tablita”, que aseguraba previsibilidad a la especulación, como
también por medidas de seguro ante posibles quiebres bancarios. Así, se fugaron del
país miles de millones de dólares, producto de la gigantesca especulación realizada
por capitales extranjeros y sectores nacionales pertenecientes a grupos empresa-
riales ligados en gran parte a funcionarios del gobierno.
En un contexto en el que el Estado cedía su acción redistribucionista a favor
de los empleadores y la represión lograba amordazar al sector obrero, una de las
principales consecuencias de estas reformas fue el deterioro del salario real de los
trabajadores. En efecto, durante la dictadura se consumó una disminución en la
participación de los asalariados en el Producto Bruto Interno (pbi) sin antecedentes
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La Argentina del Proceso
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Según las apreciaciones realizadas por Aspiazu, Basualdo y Khavisse: “El origen de muchos
de estos grupos se remonta a la época del modelo agroexportador y a la primera etapa de la
industrialización sustitutiva, aunque algunos (los menos) se integraron en la segunda etapa de
sustitución de importaciones. De esta manera, estos capitales se conformaron sobre la base de
la fracción de la oligarquía que se diversificó y expandió hacia la producción industrial (Bunge
y Born, Braun, Menéndez y Garobaglio y Zorroaquín) a los que se agregaron después durante
la década de 1930 y de 1940 otros grupos económicos formados en la actividad industrial o
en la explotación petrolera (Celulosa Argentina, Astra y Peréz Companc) a los cuales se le
agregaron otros de reciente formación (socma, Bridas y Arcor). Por otro lado, hay empresas
transnacionales (et) que en su proceso de acumulación mundial se expandieron en el país
mediante la instalación de múltiples firmas controladas, cuyas actividades estaban integra-
das y/o diversificadas. Este tipo de et proviene mayoritariamente de la primera o segunda
sustitución de importaciones (Ford, Pirelli, Bayer o Renoult), y en menor medida de la etapa
agroexportadora (Brow Boveri y Dreyfus)” (1986: 5).
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César Mónaco y Diego Benítez
entre 1981 y 1983, etapa conocida como de “ajuste caótico”. Durante este proceso, la
consolidación de la deuda externa fue el efecto más significativo que el proyecto
militar produjo en el campo económico, ya sea por la magnitud de tal hecho, como
por sus consecuencias a largo plazo. Como ya se ha comentado, dentro del sistema fi-
nanciero internacional existía un exceso de liquidez de fácil disponibilidad para los
países en desarrollo; esto llevó a un endeudamiento masivo de los estados latinoa-
mericanos en general. Pero el caso argentino presentó sus propias características,
distinguiéndose de los demás países de la región. Por un lado, fue el país que más
tardíamente concretó su internacionalización financiera, y el que con más rapidez
se endeudó. Por otro lado, fue además el país que menos inversiones productivas
tuvo dentro de ese período de endeudamiento. De tal manera, el endeudamiento
externo se constituyó como una inédita apropiación de excedentes por parte de una
minoría que posibilitó el saqueo del Estado a gran escala.
La crisis económica iniciada ya a fines de 1980 comenzó con la inestabilidad
del sistema, que ante la primera duda de desajuste provocó la fuga de grandes can-
tidades de divisas. Según Daniel Aspiazu, aunque esta fuga de capitales se originó
por la inestabilidad y el miedo a una devaluación, su causa principal se debió a que
los acreedores internacionales solicitaron la garantía de sus préstamos a los deudo-
res privados nacionales mediante la creación de activos financieros en el exterior.
Mientras tanto, en el país la deuda contraída por los grupos privados pasó a manos
del Estado. Este punto esencial dio el inicio a otro proceso de gran endeudamiento
público, ya que si bien era creciente y estaba dirigido a sostener las cuentas del
Estado, a partir de 1979 la deuda externa argentina comenzó a crecer escandalo-
samente. Hacia febrero de 1981, el plan económico había caído ya en un proceso de
profunda crisis que terminaría con el mandato de Videla y el alejamiento definitivo
de Martínez de Hoz del Ministerio de Economía.
El sucesor de Videla, Roberto Viola, llegó al poder debilitado por el desarrollo
de varios frentes internos, a lo que se sumaba la ausencia de una figura prepon-
derante en su gabinete. Esto se notó especialmente en el área económica; Lorenzo
Sigaut no compartía el estilo centralizado de la conducción económica de su
antecesor, por lo que dio autonomía a varios ministerios que antes dependían de
Economía, acción que fragmentó y debilitó más aún el poder de su gestión. En abril
de 1981 eliminó la “tablita” y estableció un tipo de cambio fijo, a la vez que produjo
fuertes devaluaciones junto con otras medidas que tendieron a desacelerar el pro-
ceso de apertura económica. Con estas disposiciones, Sigaut intentaba recomponer
el panorama financiero que emergía descontrolado y que reafirmaba a su mentor,
Martínez de Hoz, como el único capaz de dirigirlo. Ya a los tres meses de la gestión
de Sigaut, se había producido una agudización de la crisis económica, con tres
grandes devaluaciones, una fuerte oposición interna y la renuncia de las cúpulas
de los bancos Nación y Central.
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La Argentina del Proceso
los Estados Unidos del demócrata James Carter, que una vez en el poder alentó una
política exterior vinculada al respeto y control de los derechos humanos. Por su
parte, grupos de argentinos exiliados, desde el momento mismo del golpe, comen-
zaban a hacer acusaciones públicas que enfatizaban las acciones de una dictadura
sangrienta. También eran realizadas denuncias por organismos internacionales
como Amnesty Internat ional. Ante las múltiples imputaciones, el gobierno estadou-
nidense optó en 1977 por reducir los créditos hacia la Argentina, y por efectuar un
embargo de armas en 1978. En este contexto se fueron incrementando las presiones
internacionales sobre el gobierno argentino, que puso en marcha una poderosa pro-
paganda con el fin de deslegitimar tanto las denuncias realizadas desde el exterior,
como las que ya comenzaban a surgir dentro del propio país. Así, el Campeonato
Mundial de Fútbol realizado en 1978 en el país pretendió ser el trasmisor de una
imagen de gobierno equilibrado y de una sociedad comprometida con la causa.
Pero inversamente a lo planeado, la imagen “errónea” no pudo ser refutada. La pu-
blicidad internacional, que propiciaba el mismo evento, permitió la visualización
de las denuncias que realizaban los argentinos que se encontraban fuera del país.
Septiembre de 1979 representó otro importante golpe a la omnipotencia de la
dictadura. Entre los días 6 y 20 de ese mes se realizó en el país la visita de la Comi-
sión Interamericana de Derechos Humanos (cidh) de la Organización de Estados
Americanos (oea). La cidh inspeccionó y recopiló información sobre los múltiples
casos denunciados de desaparición de personas y otras violaciones a los derechos
humanos. Por su parte, la propaganda oficial exclamaba: “Los argentinos somos
derechos y humanos”. El gobierno procuraba ocultar cualquier indicio sospechoso
y demostrar que los argentinos vivían libres y en paz, conforme a la civilidad occi-
dental. Una imagen sumamente ilustrativa del momento quedó ref lejada cuando un
grupo de hinchas, que festejaban en las calles el triunfo del seleccionado argentino
en el Mundial Juvenil de Japón, incitados por un periodista radial, fueron a demos-
trar su alegría y libertad de expresión frente a la sede de la oea, donde se hallaban
los inspectores de la cidh. Sorprendentemente, allí se encontraron con una larga
fila de centenares de personas, que esperaban para presentar sus denuncias por la
desaparición de uno o varios de sus familiares, así, “dos rostros del país se miraron
a los ojos y a partir de allí ya nada volvería a ser igual. Los desaparecidos aparecían
finalmente con un peso en la política argentina que no cesaría de crecer en los si-
guientes años” (Verbitsky, 2002: 112). El 18 de abril de 1980 se dio a conocer –no en el
país, ya que no apareció en los medios– el informe elaborado por la Comisión, en el
que se condenaba al gobierno argentino por las graves y numerosas violaciones a los
derechos humanos entre 1975 y 1979. El gobierno rechazó las acusaciones de plano.
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César Mónaco y Diego Benítez
La resistencia
La segunda parte de la década del setenta representó el anclaje temporal donde el
discurso internacional por los derechos humanos, propagado desde algunos países
centrales y organismos internacionales, comienza a tener vigencia efectiva. Esta
cada vez mayor centralidad externa, conjugada sustancialmente con el enrarecido
clima político vivido en el país, donde la represión estatal comenzaba a evidenciar
sus efectos, propició el surgimiento de organizaciones que conformarían, durante
el Proceso, uno de los principales sujetos de resistencia.
Algunas se habían constituido durante el último gobierno peronista, meses an-
tes del golpe: el Servicio de Paz y Justicia (serpaj), el Movimiento Ecuménico por los
Derechos Humanos (medh) –en el que participaban varias confesiones religiosas–,
y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (apdh). Posteriormente, con
el ascenso de la dictadura y la radicalización de la represión, comenzaron a surgir
organismos que reunían a afectados directos del terrorismo de Estado. En abril de
1977, las Madres de Plaza de Mayo iniciaron el reclamo público por la aparición de
sus hijos. Luego surgieron Abuelas de plaza de Mayo, y Familiares de Desaparecidos
y Detenidos por Razones Políticas. También fueron creados organismos como el
Centro de Estudios Legales y Sociales (cels) y el Movimiento Judío por los Derechos
Humanos, a los que debemos sumar la Liga Argentina por los Derechos del Hombre
(originariamente fundada en 1937 y vinculada al Partido Comunista).
Este conjunto de organismos conformó el denominado movimiento por los de-
rechos humanos y se ubicó paulatina y públicamente como la principal resistencia
hacia el gobierno militar y, años más tarde, como un sujeto político fundamental
en la transición hacia la democracia. Las rondas semanales realizadas en Plaza
de Mayo por las Madres eran su más clara manifestación. Dentro de un espacio
público clausurado y una sociedad silenciada, las organizaciones por los derechos
humanos comenzaron a alzar una voz denunciante del comportamiento criminal
y terrorista del Estado. Como afirma Elizabeth Jelin:
La definición de la violencia en términos de “violaciones a los derechos huma-
nos” fue el paso que permitió introducir la dimensión jurídica en el conf licto
político. En un momento en que no existía un marco de referencia interno
que permitiera establecer una noción de estado de derecho, la noción interna-
cional de derechos humanos se tornó especialmente significativa (2005: 527).
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La Argentina del Proceso
contra el régimen dictatorial. Por otro lado, ofrecían solidaridad y contención a las
víctimas y sus familiares. Construían bases de datos recopilando información sobre
las personas detenidas, colaboraban activamente en la búsqueda de los desaparecidos
y también asesoraban legalmente a los familiares, por ejemplo, en la interposición
de habeas corpus27 en la Justicia.
Es necesario destacar que la Iglesia católica se encontró, oficialmente, por fuera
de este movimiento. Por el contrario, hasta entrados varios años brindó, de alguna
manera u otra, apoyo al gobierno, y en numerosas ocasiones defendió la situación
establecida. Esta fue una evidente ausencia –por su legitimidad y poder– que pesó
sobre el movimiento y su desarrollo, más significativa aún si se la compara con el
caso chileno. Allí, la Iglesia católica logró instituir una Vicaría de la Solidaridad que
colaboró activamente en la exigencia de respeto a los derechos humanos por parte
del gobierno del dictador Augusto Pinochet. En Argentina, la colaboración de grupos
católicos solo se produjo a partir de acciones individuales o colectivas, por fuera
de la decisión tomada por la jerarquía eclesiástica. A través de esta forma lateral
participaron de manera loable algunos obispos y numerosos sacerdotes, religiosas
y laicos, que llegaron a tener un papel destacado en la lucha contra el terror estatal.
Por último, cabe destacar las diversas manifestaciones desarrolladas en barrios
periféricos del Gran Buenos Aires, como de muchos pueblos y ciudades del interior
del país, que menos evidentes y conocidos que el movimiento de derechos huma-
nos, participaron activamente del reclamo de personas detenidas o desaparecidas.
En el plano sindical, la reacción inmediata de las cúpulas fue un repentino re-
pliegue que se expresó durante los primeros años en un sustancial inmovilismo. El
inconformismo de la situación económica y represiva, y la ausencia de iniciativas de
centralización de luchas a nivel nacional, en gran parte, produjeron en numerosas
ocasiones una multiplicidad de acciones de protestas dentro de los mismos lugares
de trabajo. Las bases obreras desarrollaron huelgas y otros tipos de luchas novedo-
sas –repertorios no tradicionales– que crecieron paulatinamente hasta alcanzar su
pico máximo en 1981. Se fue conformando asimismo, lentamente, un movimiento
molecular de resistencia que evidenciaba un descontento hacia el gobierno y sus
políticas. Y fueron surgiendo mecanismos inéditos que revelaban una gran capaci-
dad de adaptación a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, ante la imposibilidad
de elección de representantes, que era una de las prohibiciones realizadas por el
gobierno, cumplida celosamente por los empleadores, surgió el fenómeno del “de-
legado provisorio” (delegado elegido al margen de los procedimientos legales, que
27
El habeas corpus consiste en una garantía constitucional que permite proteger la libertad de
las personas frente a un acto u omisión de autoridad pública que implique ilegítimamente:
limitación de la libertad personal, amenaza actual de la libertad, agravación de las formas o
condiciones en que se cumple la privación de la libertad. Establece, ante la detención ilegal de
una persona, que un tribunal de justicia determine su situación: si debe continuar el arresto
–ya legal– o si se procede a la liberación.
111
César Mónaco y Diego Benítez
no era reconocido por la empresa) que tenía la función de articular los reclamos de
sus compañeros. En suma, desde los inicios mismos del proceso se fue desplegando
dentro de los ámbitos de trabajo una variedad de luchas de que tenían como finali-
dad, en la mayoría de los casos, demandas de orden salarial, reivindicación de las
condiciones de trabajo, y defensa y restauración de la organización sindical fabril.
Los sindicatos se agruparon, de manera cambiante, en dos tendencias: dia-
loguistas y combativos. En abril de 1979, luego de tres años de altísima violencia
estatal, el sector combativo de los sindicatos –la “Comisión de los 25”– convocó a
la primera huelga general registrada durante la dictadura. Inmediatamente el
gobierno intentó impedirla, encarcelando a los organizadores, pero esta pudo ser
realizada igual e implicó el retorno de la protesta social masiva dentro de un espacio
público clausurado. A medida que el “deshielo” avanzaba, que el miedo lentamente
retrocedía, el movimiento obrero comenzó a tener mayor protagonismo.
Por último, se debe resaltar que los militares no dejaron de lado, dentro de su
plan sistemático de represión, el aspecto cultural y educativo. Se practicó una estric-
ta censura en los medios de comunicación, así como también en manifestaciones
artísticas de todo tipo, lo que incluyó la prohibición de películas, la intervención de
editoriales, el secuestro de revistas y la persecución y censura de variados artistas
populares. También se realizaron grandes quemas de libros y publicaciones, como la
realizada en Sarandí el 30 de agosto de 1980, donde se incineraron más de un millón
y medio de libros del Centro Editor de América Latina (ceal). A pesar de esto, a fines
de los setenta comenzaron a observarse indicios de oposición y resistencia a la dic-
tadura. El rock nacional y el circuito under fueron claros exponentes de esto. Como
también lo fue un cine que se animaba, cada vez más, a presentar producciones de
tono político, y un movimiento teatral –Teatro Abierto– que lograba paulatinamente
enfrentar el miedo. Así, el campo cultural empezó, a partir de los ochenta, a señalar
una herida cada vez más profunda e insoldable entre el régimen y la sociedad.
112
La Argentina del Proceso
113
César Mónaco y Diego Benítez
La guerra
Desplazado Roberto Viola, el 22 de diciembre de 1981 asumió la presidencia Leopoldo
F. Galtieri, fiel representante del ala dura del régimen que pretendía continuar con el
Proceso en sus términos originales. Su objetivo central era recomponer el dominio
autoritario sobre la sociedad. Por lo que necesitaba eliminar los enfrentamientos in-
ternos y revertir el proceso de desgaste que sufría el gobierno frente a la sociedad. De
la mano de Roberto Alemann, como vimos, la economía volvió a ser reencauzada en
los términos de la ortodoxia liberal. A las acciones del nuevo gobierno se contraponía
una sociedad y sus instituciones, que continuaban con su paulatino despertar. Se
incrementaban las presiones de los partidos políticos para una apertura democrática,
de igual forma que lo hacían las demandas del movimiento de derechos humanos,
que reclamaba cada vez con mayor fuerza por la suerte de los miles de desaparecidos.
Otro destacable actor que ya había comenzado a tener un notable protagonismo era
114
La Argentina del Proceso
el sindical. La acción gremial tendió a normalizarse desde fines de 1980, cuando fue
unificada la cgt y designado como secretario general Saúl Ubaldini. A partir de ese
momento, las tensiones entre la confederación y el gobierno fueron en aumento.
Se produjo un paro en el 81, y una masiva movilización a San Cayetano durante ese
mismo año; y el 30 de marzo del 82 un paro nacional con movilización hacia Plaza
de Mayo, que sufriría una dura represión por parte del gobierno.
Por el contrario, el plano internacional mostraba sugestivos cambios para el
régimen. Durante este mismo año, 1981, asume como f lamante presidente de los Es-
tados Unidos el republicano Ronald Reagan. El cambio de administración proyectó
una política exterior inversamente opuesta a la del gobierno de Carter. Apoyó los
gobiernos “duros” de la región, y en el caso particular de la Argentina levantó las
sanciones provistas por el gobierno anterior a causa de las violaciones a los derechos
humanos. Este gesto, en conjunción con la “ayuda” argentina en Centroamérica, que
perpetraba el trabajo sucio que el Congreso estadounidense impedía a sus propias
tropas, fortalecieron en Galtieri la idea de una Argentina estratégicamente aliada
al país del norte.
En esta coyuntura fue ideado el plan de recuperación de las islas Malvinas,
que como el del Beagle, fue impulsado desde la Marina. Este, en un marco externo
que se leía como altamente favorable, propiciaba ante los conf lictos internos una
“fuga hacia delante” de la dictadura, que esperaba a través de esta acción recupe-
rar la legitimidad perdida. La recuperación materializaba los reclamos históricos
realizados por la Argentina desde 1833, momento en que las islas fueron ocupadas
por los ingleses. En 1965, la Organización de Naciones Unidas (onu) había dispuesto
la negociación entre las partes, pero esta había sido desoída por Gran Bretaña. De
acuerdo con los cálculos estratégicos del gobierno militar, la recuperación tendría
la adhesión inmediata de los Estados Unidos, con los cuales el país se encontraba
alineado. Ante este apoyo, Gran Bretaña cedería la soberanía, y sin necesidad de
acciones bélicas, se habría recuperado el archipiélago.
Como sostiene Luis Alberto Romero, desde la perspectiva de los militares la
recuperación de las islas permitiría: unificar las Fuerzas Armadas, ganar el apoyo
de la sociedad y dar por cerrado el conf licto creado con Chile por el Canal del Bea-
gle, ya que no se había aceptado ni rechazado la propuesta ofrecida por el Vaticano,
que oficiaba de mediador en el litigio con el país lindante. Uno de los supuestos fue
confirmado de inmediato, ya que iniciada la operación fue sumamente extenso el
apoyo brindado por la sociedad en su conjunto, incluyendo el amplio arco de los
partidos políticos, y los sindicatos, que poco después de haber efectuado una huelga
se movilizaron en apoyo a la decisión tomada por la cúpula militar.
El 2 de abril se efectivizó la ocupación de las islas, y al día siguiente se declaró
la soberanía argentina sobre las Malvinas, Georgia y Sandwich del Sur. En lo sucesi-
vo fue nombrado gobernador del recuperado territorio Mario Benjamín Menéndez.
En Gran Bretaña, la reacción del gobierno conservador de Margareth Tatcher, que
115
César Mónaco y Diego Benítez
La retirada
El desastre de Malvinas catapultó el régimen militar hacia su final e inició el proceso
de transición democrática sin necesidad de pactar un traspaso de poder. La derro-
ta desató una crisis interna profunda, y la sociedad aumentó su presión sobre un
gobierno desgastado por los años y acusado, ahora de manera masiva, de múltiples
violaciones a los derechos humanos. Al fracaso militar se sumaban el fracaso econó-
mico, que comenzó a exteriorizarse iniciada la nueva década, y el incumplimiento
de los objetivos políticos que imposibilitaron gestar la tan ansiada “descendencia”
al régimen. En este contexto es investido como presidente Reinaldo Bignone, el 1 de
julio de 1982, sucesor de Galtieri y encargado de hacer transitar al país hacia la de-
mocracia. Impuesto su nombramiento por el Ejército, provocó la salida de la Marina
y la Fuerza Aérea de la Junta y su inmediata disolución. Por primera vez desde marzo
del 76 el Ejército quedó solo con el poder político.
La sociedad, por su parte, comenzaba a ocupar el espacio público y vivía una
visible repolitización. La ilusión de la democracia, y su próxima realidad, empezaba
a enclavarse sobre amplios sectores. Hubo una intensa participación en política,
declarada en el aumento de afiliación a los partidos, o a través de movilizaciones
que expresaban demandas o descontentos. Algunas de las más manifiestas fueron
los denominados “vecinazos” surgidos en el Gran Buenos Aires a fines de 1982. Estos
eran la acción directa de vecinos que, por medio de movilizaciones, demandaban
116
La Argentina del Proceso
117
César Mónaco y Diego Benítez
nuevo régimen, pero tampoco hay una ruptura total con el régimen anterior. Algu-
nos de los elementos del antiguo régimen prevalecerán como saldo en el nuevo
orden político. Y es aquí donde revela interés la hipótesis de “pacto postergado”,
de un pacto diferido en el tiempo, que crea una situación no clausurada, sino
más bien suspendida. Los sacudones militares en tiempo de la democracia
que derivan en las leyes de “obediencia debida” y “punto final”, como en el in-
dulto presidencial, pueden explicarse en clave de pacto postergado (2004: 331,
destacado en el original).
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119
Somos compañeros,
amigos, hermanos* 1*
Pilar Calveiro
* Publicado en Calveiro, P., “Somos compañeros, amigos, hermanos”, en Poder y desaparición. Los
campos de concentración en la Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1998, pp. 29-53 y 169-174 (notas).
121
Pilar Calveiro
1
Declaraciones del general de división Santiago Ornar Riveros, en Washington, el 24 de enero
de 1980.
122
Somos compañeros, amigos, hermanos
Efectivamente, había menos pruebas en contra de la Fuerza Aérea, pero este hecho
que la defensa intentó capitalizar se debía precisamente a que casi no quedaban
sobrevivientes. El índice de exterminio de sus prisioneros había sido altísimo. Por
cierto Tamburrini, un testigo de cargo fundamental, sobrevivió gracias a una fuga de
prisioneros torturados, rapados, desnudos y esposados que reveló la desesperación
de los prisioneros y la torpeza militar del personal aeronáutico. Otro testigo clave,
Miriam Lewin, había logrado sobrevivir como prisionera en otros campos a los que
fue trasladada con posterioridad a su secuestro por parte de la Aeronáutica.
En síntesis, la máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar, con
más o menos eficiencia, funcionó y cumplió inexorablemente su ciclo en el Ejérci-
to, la Marina, la Aeronáutica, los policías. No hubo diferencias sustanciales en los
procedimientos de unos y otros, aunque cada uno, a su vez, se creyera más listo y
se jactara de mayor eficacia que los demás.
2
Garona, José Ignacio. Abogado defensor del brigadier Agosti. El Diario del Juicio, nº 21, Buenos
Aires, 1985.
123
Pilar Calveiro
124
Somos compañeros, amigos, hermanos
Las patotas
La patota era el grupo operativo que “chupaba”, es decir, que realizaba la operación
de secuestro de los prisioneros, ya fuera en la calle, en su domicilio o en su lugar de
trabajo.
Por lo regular, el “blanco” llegaba definido, de manera que el grupo operativo
solo recibía una orden que indicaba a quién debía secuestrar y dónde. Se limitaba
entonces a planificar y ejecutar una acción militar corriendo el menor riesgo posi-
ble. Como podía ser que el “blanco” estuviera armado y se defendiera, ante cualquier
situación dudosa, la patota disparaba “en defensa propia”.
Si en cambio se planteaba un combate abierto podía pedir ayuda y entonces se
producían los operativos espectaculares con camiones del Ejército, helicópteros y
decenas de soldados saltando y apostándose en las azoteas. En este caso se ponía en
juego la llamada “superioridad táctica” de las fuerzas conjuntas. Pero por lo general
realizaba tristes secuestros en los que entre cuatro, seis u ocho hombres armados
“reducían” a uno, rodeándolo sin posibilidad de defensa y apaleándolo de inmediato
para evitar todo riesgo, al más puro estilo de una auténtica patota.
Si ocupaban una casa, en recompensa por el riesgo que habían corrido, co-
braban su “botín de guerra”, es decir, saqueaban y rapiñaban cuanto encontraban.
En general, desconocían la razón del operativo, la supuesta importancia
del “blanco” y su nivel de compromiso, real o hipotético con la subversión. Sin
embargo, solían exagerar la “peligrosidad” de la víctima porque de esa manera su
trabajo resultaba más importante y justificable. Según el esquema, de acuerdo con
su propia representación, ellos se limitaban a detener delincuentes peligrosos y
cometían “pequeñas infracciones” como quedarse con algunas pertenencias aje-
nas. “(Nosotros) entrábamos, pateábamos las mesas, agarrábamos de las mechas
a alguno, lo metíamos en el auto y se acabó. Lo que ustedes no entienden es que la
policía hace normalmente eso y no lo ven mal”.3 El señalamiento del cabo Vilariño,
miembro de una de estas patotas, es exacto; la policía realizaba habitualmente esas
prácticas contra los delincuentes y prácticamente nadie lo veía mal... porque eran
delincuentes, otros. Era “normal”.
3
Vilariño, Raúl David. La Semana, “Yo secuestré, maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica
de la Armada”, nº 370, 5/1/1984.
125
Pilar Calveiro
Por su parte, los mandos dicen: “Nadie dijo que aquí había que torturar. Lo efectivo
era que se consiguiera la información. Era lo que a mí me importaba”.4
Como resultado, después de hacer hablar al prisionero, los oficiales de inteli-
gencia producían un informe que señalaba los datos obtenidos, la información que
podía conducir a la “patota” a nuevos “blancos” y su estimación sobre el grado de
peligrosidad y “colaboración” del “chupado”. También ellos eran un eslabón, si no
aséptico, profesional, de especialistas eficientemente entrenados.
4
General Suárez Mason, Comandante de I Cuerpo de Ejército. Siete-Días, “Toda la verdad sobre
Suárez Mason”, nº 876, 4/4/1984.
126
Somos compañeros, amigos, hermanos
Los guardias
Entonces, ya desposeído de su nombre y con un número de identificación, el detenido
pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del
campo debía controlar. Las guardias internos no tenían conocimiento de quiénes
eran los secuestrados ni por qué estaban allí. Tampoco tenían capacidad alguna de
decisión sobre su suerte. Las guardias, generalmente constituidas por gente muy jo-
ven y de bajo nivel jerárquico, solo eran responsables de hacer cumplir unas normas
que tampoco ellos habían establecido, “obedecían órdenes”.
La rigidez de la disciplina y la crueldad del trato se “justificaba” por la alta
peligrosidad de los prisioneros, de quienes muchas veces no llegaban a conocer
ni siquiera sus rostros, eternamente encapuchados. Es interesante observar que
todos ellos necesitaban creer que los “chupados” eran subversivos, es decir menos
que hombres (según palabras del general Camps, “no desaparecieron personas sino
subversivos”),5 verdadera amenaza pública que era preciso exterminar en aras de un
bien común incuestionable; solo así podían convalidar su trabajo y desplegar en él
la ferocidad de que dan cuenta los testimonios. También hay que señalar que esta
lógica se repetía, punto por punto, en amplios sectores de la sociedad; la prensa de la
época da cuenta de la “imperiosa necesidad” de erradicar la “amenaza subversiva”
con métodos “excepcionales” de los que esos guardias eran parte. Un día, llegaba
la orden de traslado con una lista, a veces elaborada incluso fuera del campo de
concentración como en el caso de La Perla, y el guardia se limitaba a organizar una
fila y entregar los “paquetes”.
5
Camps, Ramón. La Semana, “En Punta del Este...”, nº 368, 22/12/1983.
127
Pilar Calveiro
128
Somos compañeros, amigos, hermanos
–El Grupo de Tareas estaba dividido en dos subgrupos: los que salían a la calle
y los que hacían el denominado “trabajo sucio”.
[Sigue Vilariño]... Allá por el ‘78 [se van las patotas y] se quedan los tortura-
dores, los que habían matado, los que habían quemado... Veo cómo se había
perdido sensibilidad... Noté que faltaba sensibilidad, delicadeza... O que ya
estaban tan, tan, tan rut inados con eso que ya era normal que... No sé cómo
explicarle: se les había hecho carne.
6
Camps, Ramón. La Semana, “En Punta del Este...”, nº 368, 22/12/1983.
7
Vilariño, Raúl David. La Semana, “Yo secuestré, maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica
de la Armada”, nºº370, 5/1/1984.
129
Pilar Calveiro
Por el secreto que los envuelve, no hay testimonios directos de los desaparecedores
de cuerpos, pero se puede suponer que tendrían justificaciones similares y la misma
sensación de carecer de responsabilidad. En última instancia ellos solo ponían el
punto final de un proceso irreversible; arrojaban “paquetes” al mar.
Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras reemplazándo-
las por otras: en los campos no se tortura, se “interroga”, luego los torturadores son
simples “interrogadores”. No se mata, se “manda para arriba” o “se hace la boleta”. No
se secuestra, se “chupa”. No hay picanas, hay “máquinas”; no hay asfixia, hay “sub-
marino”. No hay masacres colectivas, hay “traslados”, “cochecitos”, “ventiladores”.
También se evita toda mención a la humanidad del prisionero. Por lo general no se
habla de personas, gente, hombres, sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos,
que se arrojan, se van para arriba, se quiebran. El uso de palabras sustitutas resulta
significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización
de las víctimas, pero cumple también un objetivo “tranquilizador” que inocentiza
las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar.
Ayuda, en este sentido a “aliviar” la responsabilidad del personal militar. Por eso, la
furia del personal de La Perla cuando Geuna los llamó asesinos: “... se reiniciaron
los golpes, deteniéndose en el castigo solo para decirme ‘Decí asesino...’ y cuando
yo lo hacía ellos volvían a castigarme”.9
En suma, el dispositivo desaparecedor de personas y cuerpos incluye, por
medio de la fragmentación y la burocratización, mecanismos para diluir la respon-
sabilidad, igualarla y, en última instancia, desaparecerla. Es muy significativo que
las Fuerzas Armadas hayan negado la existencia de los campos como una tecnología
gubernamental de represión, como una instancia en la que el Estado se convirtió
en el perseguidor y exterminador institucional. Al soslayar este hecho se ignora la
responsabilidad fundamental que le cabe al aparato del Estado en la metodología
8
Geuna, Graciela. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos
(CADHU).
9
Ibíd., segunda parte, p. 8.
130
Somos compañeros, amigos, hermanos
10
Conadep, Nunca más, p. 148.
131
Pilar Calveiro
mostrar una fracción de lo que permanece oculto para diseminar el terror, cuyo
efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.
Para el funcionamiento del campo de concentración no se requerían grandes
instalaciones. Se habilitaba alguna oficina para desarrollar las actividades de in-
teligencia, uno o varios cuartos para torturar a los que solían llamar “quirófanos”,
a veces un cuarto que funcionaba como enfermería y una cuadra o galerón donde
se hacinaba a los prisioneros.
La población masiva de los campos estaba conformada por militantes de las
organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas políticos de la izquierda
en general, por activistas sindicales y por miembros de los grupos de derechos
humanos. Pero cabe señalar que, si en la búsqueda de estas personas las fuerzas de
seguridad se cruzaban con un vecino, un hijo o el padre de alguno de los implicados
que les pudiera servir, que les pudiera perjudicar o que simplemente fuera un testigo
incómodo, esta era razón suficiente para que dicha persona, cualquiera que fuera
su edad, pasara a ser un “chupado” más, con el mismo destino final que el resto.
Existieron incluso casos de personas secuestradas simplemente por presenciar un
operativo que se pretendía mantener en secreto, y que luego fueron asesinados con
sus compañeros casuales de cautiverio.
Si bien el grupo mayoritario entre los prisioneros estaba formado por militan-
tes políticos y sindicales, muchos de ellos ligados a las organizaciones armadas, y si
bien las víct imas casuales constituían la excepción (aunque llegaron a alcanzar un
número absoluto considerable), también se registraron casos en los que el disposi-
tivo concentracionario sirvió para canalizar intereses estrictamente delictivos de
algunos sectores militares, que “desaparecían” personas para cobrar un rescate o
consumar una venganza personal.
Aunque el grupo de víctimas casuales fuera minoritario en términos numéri-
cos, desempeñaba un papel importante en la diseminación del terror tanto dentro del
campo como fuera de él. Eran la prueba irrefutable de la arbitrariedad del sistema
y de su verdadera omnipotencia. Es que además del objetivo político de exterminio
de una fuerza de oposición, los militares buscaban la demostración de un poder
absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la muerte, de arraigar la certeza de que
esta decisión es una función legítima del poder. Recuerda Gras que los militares:
... sostenían que el exterminio y la desaparición definitiva tenían una finalidad
mayor: sus efectos “expansivos”, es decir el terror generalizado. Puesto que, si
bien el aniquilamiento físico tenía como objetivo central la destrucción de las
organizaciones políticas calificadas como “subversivas”, la represión alcanzaba
al mismo tiempo a una periferia muy amplia de personas directa o indirecta-
mente vinculadas a los reprimidos (familiares, amigos, compañeros de trabajo,
etc.), haciendo sentir especialmente sus efectos al conjunto de estructuras
132
Somos compañeros, amigos, hermanos
11
Gras, Martín. Testimonio ante la CADHU, Ginebra, diciembre de 1980, Archivo Nacional de
la Memoria, p. 6.
133
Pilar Calveiro
y apellidos, personas vivientes que ya habían desaparecido del mundo de los vivos y
ahora desaparecerían desde dentro de sí mismos, en un proceso de “vaciamiento” que
pretendía no dejar la menor huella. Cuerpos sin identidad, muertos sin cadáver ni
nombre: desaparecidos. Como en el sueño nazi, supresión de la identidad, hombres
que se desvanecen en la noche y la niebla.
Los detenidos estaban permanentemente encapuchados o “tabicados”, es decir,
con los ojos vendados, para impedir toda visibilidad. Cualquier transgresión a esa
norma era severamente castigada. También estaban esposados, o con grilletes,
como en la Escuela de Mecánica de la Armada y La Perla, o atados por los pies a una
cadena que sujetaba a todos los presos, como en Campo de Mayo. Esto variaba de
acuerdo con el campo, pero la idea era que existiera algún disposit ivo que limitara
su movilidad. En la Mansión Seré, además de esposar y atar a los prisioneros, los
mantenían desnudos, para evitar las fugas. Al respecto relata Tamburrini: “... nos
hacían dormir con las esposas puestas, pero desnudos; nos habían sacado la ropa
hacía un mes o un mes y medio y nos ataban los pies con unas ‘correas’ de cuero
para que durmiéramos casi en una posición de cuclillas”.12
Los prisioneros permanecían acostados y en silencio; estaba absolutamente
prohibido hablar entre ellos. Solo podían moverse para ir al baño, cosa que sucedía
una, dos o tres veces por día, según el campo y la época. Los guardias formaban a
los presos y los llevaban colectivamente al baño o también podían hacer circular
un balde en donde todos hacían sus necesidades.
Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la
inmovilidad. En El Atlético: “No nos imaginábamos cómo íbamos a poder contar
hasta qué punto vivíamos constantemente encerrados en una celda, a oscuras, sin
poder ver, sin poder hablar, sin poder caminar”.13
En Campo de Mayo:
Este tipo de tratamiento consistía en mantener al prisionero todo el tiempo de
su permanencia en el campo encapuchado, sentado y sin hablar ni moverse.
Tal vez esta frase no sirva para granear lo que significaba en realidad, porque
se puede llegar a imaginar que cuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado
esto es una forma de decir, pero no es así, a los prisioneros se los obligaba a
permanecer sentados sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse a la pared,
desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20 horas, en
esa posición, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sin moverse significa
exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciar palabra durante todo el
día, y sin moverse, quiere decir sin siquiera girar la cabeza... Un compañero
dejó de figurar en la lista de los interrogadores por alguna causa y de esta
12
Tamburrini, Claudio. Testimonio en el Juicio a los Comandantes. Diario del Juicio, Nº 7.
13
Careaga, Ana María. En Gabetta, 1984: 166.
134
Somos compañeros, amigos, hermanos
En La Perla:
Para nosotros fue la oscuridad total... No encuentro en mi memoria ninguna
imagen de luz. No sabía dónde estaba. Todo era noche y silencio. Silencio solo
interrumpido por los gritos de los prisioneros torturados y los llantos de dolor...
También tenía alterado el sentido de la distancia... Vivíamos 70 personas en
un recinto de 60 metros de largo, siempre acostados...15
14
Scarpati, Juan Carlos. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos
Humanos. Los destacados están en el original.
15
Geuna, Graciela. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos
(CADHU).
16
Gras, Martín. Testimonio ante la CADHU, Ginebra, diciembre de 1980.
17
Careaga, Ana María. Testimonio. En Gabetta, 1984: 168.
135
Pilar Calveiro
18
Geuna, Graciela. Testimonio. En Gabetta, 1984: 20.
136
Somos compañeros, amigos, hermanos
El día del traslado reinaba un clima muy tenso. No sabíamos si ese día nos
iba a tocar o no... se comenzaba a llamar a los detenidos por número... Eran
llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les
aplicaba una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos,
eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión.
Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión
que volaba hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos... El capitán
Acosta prohibió al principio toda referencia al tema “traslados”.20
En La Perla:
... cada traslado era precedido por una serie de procedimientos que nos ponían
en tensión. Se controlaba que la gente estuviera bien vendada, en su respectiva
colchoneta y se procedía a seleccionar a los trasladados mencionando en voz
alta su nombre (cuando éramos pocos) o su número (cuando la cantidad de
prisioneros era mayor). A veces, simplemente se tocaba al seleccionado para
que se incorporara sin hablar... Los prisioneros que iban a ser trasladados eran
amordazados... Luego se procedía a llevar a los prisioneros seleccionados hasta
un camión marca Mercedes Benz, que irónicamente llamábamos Menéndez
Benz, por alusión al apellido del general que comandaba el III Cuerpo... Antes
de descender del vehículo los prisioneros eran maniatados. Luego se los bajaba
y se los obligaba a arrodillarse delante del pozo y se los fusilaba... Luego, los
cuerpos acribillados a balazos, ya en los pozos, eran cubiertos con alquitrán
e incinerados...21
19
Ciras, Martín. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos,
p. 42.
20
Martí, Ana María; Solara de Osatinsky, Sara; Milia de Pifies, Alicia. Testimonio ante la
Asamblea Nacional Francesa.
21
Geuna, Graciela. Testimonio. En Gabetta, 1984: 17-18.
22
Testimonio de un sobreviviente de Campo de Mayo. En Conadep. Nunca más, p. 184.
137
Pilar Calveiro
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138
Carta abierta a la Junta Militar
Rodolfo Walsh
2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles
de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
139
Rodolfo Walsh
1
Desde enero de 1977 la Junta empezó a publicar nóminas incompletas de nuevos detenidos
y de “liberados” que en su mayoría no son tales sino procesados que dejan de estar a su dispo-
sición pero siguen presos. Los nombres de millares de prisioneros son aún secreto militar y
las condiciones para su tortura y posterior fusilamiento permanecen intactas.
2
El dirigente peronista Jorge Lizaso fue despellejado en vida, el ex diputado radical Mario
Amaya muerto a palos, el ex diputado Muñiz Barreto desnucado de un golpe. Testimonio de
una sobreviviente: “Picana en los brazos, las manos, los muslos, cerca de la boca cada vez
que lloraba o rezaba... Cada veinte minutos abrían la puerta y me decían que me iban hacer
fiambre con la máquina de sierra que se escuchaba”.
140
Carta abierta a la Junta Militar
3
“Cadena Informativa”, mensaje Nro. 4, febrero de 1977.
4
Una versión exacta aparece en esta carta de los presos en la Cárcel de Encausados al obis-
po de Córdoba, monseñor Primatesta: “El 17 de mayo son retirados con el engaño de ir a la
enfermería seis compañeros que luego son fusilados. Se trata de Miguel Angel Mosse, José
141
Rodolfo Walsh
4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después
que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos
han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida
o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.5
Veinticinco cuerpos mutilados af loraron entre marzo y octubre de 1976 en
las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta
la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata
por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado
de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles” según su
autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que
buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le reci-
bieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.6
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976,
ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco
a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo
de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas here-
deras de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en
camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisio-
neros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea,7 sin que se enteren
Svagusa, Diana Fidelman, Luis Verón, Ricardo Yung y Eduardo Hernández, de cuya muerte
en un intento de fuga informó el Tercer Cuerpo de Ejército. El 29 de mayo son retirados José
Pucheta y Carlos Sgadurra. Este último había sido castigado al punto de que no se podía
mantener en pie sufriendo varias fracturas de miembros. Luego aparecen también fusilados
en un intento de fuga”.
5
En los primeros 15 días de gobierno militar aparecieron 63 cadáveres, según los diarios. Una
proyección anual da la cifra de 1500. La presunción de que puede ascender al doble se funda
en que desde enero de 1976 la información periodística era incompleta y en el aumento global
de la represión después del golpe. Una estimación global verosímil de las muertes producidas
por la Junta es la siguiente. Muertos en combate: 600. Fusilados: 1.300. Ejecutados en secreto:
2.000. Varios. 100. Total: 4.000.
6
Carta de Isaías Zanotti, difundida por ANCLA, Agencia Clandestina de Noticias.
7
“Programa” dirigido entre julio y diciembre de 1976 por el brigadier Mariani, jefe de la Pri-
mera Brigada Aérea del Palomar. Se usaron transportes Fokker F-27.
142
Carta abierta a la Junta Militar
el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3
Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias
de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma
del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.8
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, du-
rante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres,
Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha que-
rido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.9
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Ex-
tranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de
la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos
a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina,
es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad
internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de
esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en
la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que
su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuen-
tas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década
investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de “Prensa
Libre” Horacio Novillo, apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las
conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra
pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites mo-
rales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”.10
5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo
los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones
de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese
gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad
mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
8
El canciller vicealmirante Guzzeti en reportaje publicado por “La Opinión” el 3-10-76 admitió
que “el terrorismo de derecha no es tal” sino “un anticuerpo”.
9
El general Prats, último ministro de Ejército del presidente Allende, muerto por una bomba
en setiembre de 1974. Los ex parlamentarios uruguayos Michelini y Gutiérrez Ruiz aparecie-
ron acribillados el 2-5-76. El cadáver del general Torres, ex presidente de Bolivia, apareció el
2-6-76, después que el ministro del Interior y ex jefe de Policía de Isabel Martínez, general
Harguindeguy, lo acusó de “simular” su secuestro.
10
Teniente Coronel Hugo Ildebrando Pascarelli según “La Razón” del 12-6-76. Jefe del Grupo I
de Artillería de Ciudadela. Pascarelli es el presunto responsable de 33 fusilamientos entre el
5 de enero y el 3 de febrero de 1977.
143
Rodolfo Walsh
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, dis-
minuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la
jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar,11 resucitando
así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las
bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas
y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del
9%,12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las
relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los tra-
bajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando
cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros
no aparecieron.13
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de go-
bierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de
medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del
Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala
con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las
parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las
superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes
el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares,
suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, pro-
fesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos
o la “racionalización”.
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez
con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de
habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias
monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un
solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza
de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los
socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la
única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el
país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla
el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inf lación
anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre
11
Unión de Bancos Suizos, dato correspondiente a junio de 1976. Después la situación se
agravó aún más.
12
Diario “Clarín”.
13
Entre los dirigentes nacionales secuestrados se cuentan Mario Aguirre de ATE, Jorge Di
Pasquale de Farmacia, Oscar Smith de Luz y Fuerza. Los secuestros y asesinatos de delegados
han sido particularmente graves en metalúrgicos y navales.
144
Carta abierta a la Junta Militar
llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas
mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian
hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ocho-
cientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas
presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agen-
tes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que
duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras
en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%,
prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la
muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la
cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.
6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica
indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de
esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva
oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabeza-
dos por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados
personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define
la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en
consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Cele-
donio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan
insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.14
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible
para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empre-
sas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la
rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple
que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que
venía a acabar con el “festín de los corruptos”.
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos
de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas
que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganan-
cias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en
Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos
hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales,
dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología
que amenaza al ser nacional.
14
“Prensa Libre”, 16-12-76.
145
Rodolfo Walsh
146
Parte II
Las transformaciones
del mundo del trabajo
Buenos Aires,
neoliberalismo y después
Cambios socioeconómicos
y respuestas populares* 1*
Introducción
En el panorama de América Latina, el caso de Buenos Aires y de la Argentina se
destaca por su carácter extremo en varios aspectos. Fue uno de los países donde las
reformas neoliberales se aplicaron de manera más radical y, justamente por ello, fue
donde hubo transformaciones más relevantes en las características de su estructura
social y en la estructura de oportunidades laborales. De manera análoga, han cam-
biado los paisajes de las organizaciones populares, de sus formas de acción y sus
agendas de reclamos, generando durante un período también una alta intensidad
de las protestas.
Durante la mayor parte del siglo xx, la sociedad argentina se distinguió de
la de otros países periféricos por sus amplias capas medias y su estructura social
relativamente más igualitaria. Pero desde el último golpe de Estado, en 1976, la Ar-
gentina ha experimentado una significativa transformación vinculada al abandono
del modelo sustitutivo de importaciones y a la adopción de un nuevo modelo basado
en la apertura y desregulación económica. Los cambios radicales en la economía
fueron promovidos y acompañados por una serie de transformaciones instituciona-
les, entre las cuales se destaca la modificación en el rol del Estado. La liberalización
149
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
de los mercados, incluyendo el mercado de trabajo, fue un pilar central de las polí-
ticas implementadas, en particular desde comienzos de la década de 1990. Si bien
numerosos países de América Latina han adoptado políticas de corte neoliberal
en las últimas dos décadas, la Argentina constituye tal vez un caso paradigmático
por la radicalidad en la aplicación de dichas políticas y por la celeridad del proceso.
En los últimos años la Argentina ha ocupado un lugar especial tanto por la
dimensión de su caída económica y el significativo deterioro en los niveles de vida
de la población como por las diversas respuestas surgidas desde la sociedad civil.
El propósito de este artículo es describir en el Área Metropolitana de Buenos
Aires (amba) las drásticas transformaciones experimentadas por la sociedad y las
diversas respuestas que la sociedad civil ha ido delineando a lo largo de dicho pro-
ceso. Se propone examinar los efectos de las políticas neoliberales en la capacidad
de la estructura productiva de generar trabajo y consecuentemente ingresos para
sus pobladores, en la expresión espacial de los cambios en la estructura de oportu-
nidades y en las diferentes formas de reacción de la población.
En primer lugar, se abordan los cambios en el modelo económico e institucio-
nal y sus efectos sociales. En este sentido, se examinan las principales tendencias
del mercado de trabajo, principalmente aquellas referidas al desempleo, la preca-
rización del empleo y la evolución del sector informal. Asimismo, se analizan los
impactos de dichas transformaciones en la distribución del ingreso y la extensión
de la pobreza e indigencia y en la segmentación espacial de la población. En segun-
do lugar, se describen las diferentes respuestas de la sociedad civil a estas grandes
transformaciones. Específicamente, se abordan los cambios en la agenda de los
sectores populares, sus distintos tipos de organizaciones, formas de identificación
y modos de acción.
Parte 1
150
Buenos Aires, neoliberalismo y después
1
Ya en 1939 el amba concentraba el 60% de la producción industrial argentina (Meichtry, 1993).
2
En 1976 se produjo el último golpe militar en la Argentina, durante el cual se procedió a
abrir la economía a la competencia externa, a liberalizar el mercado financiero, a desregular
actividades económicas y a desarticular y exterminar demandas populares (Canitrot, 1981).
3
Con el objeto de controlar expectativas inflacionarias, el gobierno puso su oferta de dinero
bajo un régimen de patrón dólar. La Ley de Convertibilidad adoptó un tipo de cambio fijo
entre el peso y el dólar estadounidense y restringió rigurosamente la emisión de dinero por
parte del Banco Central de la República Argentina, convirtiéndolo en una caja de conversión.
La coexistencia de este tipo de cambio con una, si bien declinante, positiva tasa de inflación
151
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Empleo urbano
= 100)
Observaciones
cambio
distributivas
(1980=100)
real
real
Aires
Periodos
macroeconómicos
No-
Total
agrícola (1980=100)
1973-1975
Estabilización 1974 110,1 90,0 89,2 92,8 3,4 3,0 118,5 125,3
populista
1976-1980
Estabilización
1980 100,0 101,8 101,4 100,0 2,5 4,2 100,0 100,0
ortodoxa con
liberalización
1981-1984 Ajuste
caótico y regreso al
populismo
1985-1986
Estabilización 1986 91,7 99,7 98,7 108,5 5,2 7,6 92,6 268,2
transitoria
1987-1990
Deslizamiento hacia 1990 62,8 91,2 97,4 114,8 6,2 13,9 62,9 168,7
la hiperinflación
produjo a lo largo de los años una significativa sobrevaluación del peso. Dicha sobrevaluación
afectó muy negativamente las posibilidades competitivas de la industria local.
152
Buenos Aires, neoliberalismo y después
4
Ley de Emergencia Económica y Ley de Reforma del Estado.
5
El comercio externo total creció de 12.164 millones de dólares en 1987 a 37.283 millones en 1994.
6
Las tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno fueron entre 1991 y 1994 del 9,9%, 8,9%,
5,2% y 7,2%, respectivamente (Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos. Secretaría
de Programación Económica. Economic Report, 1998).
7
En 1995 el Producto Bruto Interno decreció un 5,1%. Ibíd.
153
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
8
Entre 1991 y 1999, dentro de la fuerza de trabajo, el porcentaje de personas con al menos
estudios secundarios completos se incrementó del 28,7% al 47,4%. Este mejoramiento del
capital humano en un contexto de alto desempleo condujo a un proceso de devaluación de
credenciales.
154
Buenos Aires, neoliberalismo y después
9
Entre 1991 y 1995 el subempleo se incrementó del 7,9 al 11,3% (Ministerio de Trabajo y Segu-
ridad Social, 1995).
10
Marshall (1998), usando datos oficiales, estimó que entre 1989 y 1993, el empleo en empresas
públicas decreció de 350.000 a 67.000 puestos.
155
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Una tercera razón del achicamiento de la demanda laboral se relaciona con las
dificultades de las empresas medianas y pequeñas para operar en un mercado de
bienes y productos mucho más competitivo. Entre mediados de la década de 1980 y
mediados de la de 1990 el número de establecimientos pequeños y medianos decre-
ció alrededor de un 24%, lo que representó una pérdida neta de 140.000 puestos de
trabajo (cepal, 1997). En ese mismo período, el sector comercio, que tradicionalmente
ocupa una importante porción de la mano de obra, también sufrió una importante
reestructuración, sobre todo una mayor concentración de la actividad en estable-
cimientos de gran escala.
El gráfico 1 muestra el notable incremento en los niveles de desempleo abierto
desde 1980 hasta 2003, el cual afectó con mayor intensidad a los hogares bajo la
línea de pobreza.11
A partir del año 2003, con la incipiente mejora de la economía, el altísimo nivel de
desempleo evidenciado en el año 2002 comienza a decrecer de forma significativa.
La tasa de desempleo abierto para el total del amba, que alcanzó el 22% en mayo de
2002, se reduce al 16,4% en tan solo un año.
11
En los aglomerados urbanos más importantes del país, en el año 2000, mientras que la
tasa de desempleo de los hogares en los dos deciles de ingresos per cápita más bajos era del
44,6% y 27,1%, la de los hogares en el noveno y décimo era tan solo del 7,5% y del 2,7% (Altimir,
Beccaria y González Rozada, 2002).
156
Buenos Aires, neoliberalismo y después
12
Salvo otra indicación, los datos que se presentan sobre la evolución de los mercados de tra-
bajo provienen de diferentes relevamientos de la Encuesta Permanente de Hogares, relevada
por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
13
En Buenos Aires, las familias con doble proveedor aumentaron del 25,5% en 1980 al 45,3%
en 2000 (Wainerman y Cerrutti, 2001).
14
Cabe señalar que desde 1980 al año 2000, la composición sectorial de la mano de obra varió
en forma considerable. La proporción de trabajadores en la industria manufacturera en el
amba descendió del 31,7% al 17,4%.
157
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Asalariados en establecimientos
100 100 100
de hasta 5 ocupados
Con algunos beneficios 32,3 14,9 9,0
Con todos los beneficios 33,3 26,4 19,6
Sin beneficios 34,3 58,6 71,4
Asalariados en establecimientos
100 100 100
de entre 6 y 99 ocupados
Con algunos beneficios 18,8 10,6 8,0
Con todos los beneficios 73,5 70,4 65,2
Sin beneficios 7,7 19,0 26,8
Asalariados en establecimientos de
100 100 100
más de 100 ocupados
Con algunos beneficios 12,0 9,3 8,9
Con todos los beneficios 85,7 87,2 83,7
158
Buenos Aires, neoliberalismo y después
15
Estos datos fueron estimados a partir de una regresión logística que integra datos correspon-
dientes a 1980, 1991 y 2001, y que predice la probabilidad de ser un trabajador desprotegido,
manteniendo constante una serie de variables sociodemográficas (ver columna 4 de la tabla
1, Anexo).
159
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
44,9% al 54,5%. Este aumento coincidió con un cambio sectorial de la mano de obra,
es decir, con una disminución de trabajadores en la industria manufacturera y un
incremento de trabajadores en actividades de tipo terciarias. En 1991 la probabilidad
de trabajar en pequeños establecimientos fue un 25% más alta que en 1980, eviden-
ciando así el rol relevante que cumplieron estas actividades.16
A partir de 1991 el sector de actividades independientes y pequeñas empresas
perdió en gran medida su capacidad para absorber trabajadores desocupados o
desplazados del sector formal. Este proceso se relaciona con el hecho de que las
actividades informales tanto en la industria como en el comercio comenzaron a
tener grandes dificultades para competir en un mercado crecientemente inundado
por productos importados y por una caída en la capacidad de compra de los sectores
bajos debido al desempleo. Extensos sectores económicos se vieron afectados por
la apertura unilateral de la economía, como la industria del vestido y del calzado,
y los servicios de reparación, entre otros. El pequeño comercio también se vio
negativamente afectado por la radicación de supermercados y shoppings centers. El
desplazamiento masivo de trabajadores, junto con la presión de la fuerza de trabajo
en búsqueda de empleo para compensar la pérdida en los niveles de vida familiar
comenzaron a poner en evidencia la creciente dificultad del sector informal para
actuar como refugio de la mano de obra.
Durante la década de 1990 se da entonces una situación algo paradójica: el
sector informal no solo no aumenta, sino que parece disminuir al mismo tiempo
que el desempleo llega a un récord histórico, y que persiste el incremento del trabajo
asalariado desprotegido, aun en los establecimientos formales.17
Datos sobre los factores sociodemográficos asociados al trabajo en estas ac-
tividades indicarían que ha tenido lugar una modificación en su composición, y
que actualmente en su conjunto estarían ganando mayor relevancia aquellas de
carácter más marginal.18
16
Se refiere a actividades en pequeña escala no profesionales. Dicha probabilidad fue esti-
mada a partir de un modelo de regresión logística con datos de 1980, 1991 y 2001. Predice la
probabilidad de trabajar en establecimientos de hasta 5 ocupados, manteniendo constante
el efecto de una serie de factores tales como el sexo, la edad, el nivel educativo y la rama de
actividad (ver columna 4, tabla 2, Anexo).
17
El análisis multivariado que controla por el efecto de los cambios en la composición de la
mano de obra muestra que, durante los noventa, la probabilidad de trabajar en actividades
no profesionales en pequeña escala o como trabajador por cuenta propia no aumentaron
respecto de la década de 1980 (columna 4, tabla 2, Anexo).
18
Si bien tradicionalmente son las mujeres y las personas de mayor edad quienes tienen las
probabilidades más elevadas de ser trabajadores en actividades no profesionales de pequeña
escala, el rol del capital humano ha venido tornándose más significativo. Quienes termina-
ron la escolaridad secundaria tienen hoy una probabilidad menor con relación a los menos
educados de trabajar en el sector informal. Estos resultados podrían sugerir un cambio en la
160
Buenos Aires, neoliberalismo y después
Trabajador por cuenta propia calificado 5,8 5,9 8,6 9,2 7,5 9,4
Trabajador por cuenta propia no calificado 17,4 17,9 17,2 18,3 11,2 14,0
naturaleza de las actividades informales. Pareciera que con el tiempo en el conjunto de estas
actividades han ido ganando relevancia aquellas más marginales (ver tabla 2, Anexo).
161
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Gráfico 2. Desigualdad del ingreso per cápita en los hogares del Área
Metropolitana de Buenos Aires
Los motivos por los cuales tuvo lugar un incremento en la desigualdad fueron va-
riando a lo largo de la década de 1990 de acuerdo con la evolución económica y del
mercado de trabajo.
Tres serían los factores que darían cuenta de dicha evolución: la variación en
los ingresos mensuales de los ocupados, el nivel de actividad de los miembros del ho-
gar y el nivel de empleo de los miembros activos del hogar. Dos estudios recientes19
19
Ver Altimir y Beccaria (2001) y Altimir, Beccaria y González Rozada (2002).
162
Buenos Aires, neoliberalismo y después
concluyen que durante los primeros años de la década de 1990, la rápida estabiliza-
ción de la economía y sus impactos macroeconómicos trajeron como consecuencia
una recuperación en los niveles reales de las remuneraciones, en particular para
aquellos trabajadores con bajos ingresos y bajos niveles educativos. Sin embargo, la
reestructuración de sectores económicos (particularmente la manufactura) que se
llevó a cabo durante los primeros años de la década tuvo consecuencias negativas
en la evolución del desempleo abierto. Gran parte del incremento en la desigualdad
durante dichos años se debió entonces a la expansión del desempleo. En los años
subsiguientes el factor que más contribuirá al incremento de la inequidad será una
creciente diferenciación en los niveles de remuneraciones, fundamentalmente
debido a los altos ingresos relativos de trabajadores con alta calificación.
La evolución en los niveles de pobreza, medidos a partir de la línea de pobreza,
fue un tanto diferente. La crisis hiperinf lacionaria ocurrida en 1989 había dejado a
un número muy significativo de los hogares bajo la línea de pobreza. En este sentido,
el proceso de estabilización económica condujo a una baja muy significativa en la
tasa de inf lación. Consecuentemente, la leve recuperación de los salarios eviden-
ciada en los primeros años de la década impactó en una reducción significativa en
los niveles de pobreza (gráfico 3).
Fuente: datos del indec: www.indec.mecon.gov.ar. Se refiere a datos de mayo de cada año.
GBA
1: Avellaneda, General San Martín, Lanús, Lomas de Zamora, Morón (dividido en Morón,
Hurlingham e Ituzaingó), Quilmes, San Isidro, Tres de Febrero y Vicente López. GBA 2: Almi-
rante Brown, Berazategui, Esteban Echeverría (dividido en Esteban Echeverría y Ezeiza), Gral.
Sarmiento (dividido en José C. Paz, Malvinas Argentinas y San Miguel), Florencio Varela, La
Matanza, Merlo, Moreno, San Fernando y Tigre.
163
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
A partir de 1994, y como resultado del creciente desempleo abierto, el número rela-
tivo de hogares bajo la línea de pobreza comenzó a crecer. Si bien el aumento de la
pobreza se dio en toda el amba, fue aún más intenso en los cordones económicamente
más desfavorecidos. Desde 1995 hasta el año 2000 los niveles de pobreza siguieron de
cerca a los ciclos económicos. En el año 2001, unos meses antes de la crisis político-
institucional, los niveles de pobreza alcanzaron niveles cercanos a los detectados
durante la crisis de hiperinflación en 1989. En octubre de 2002, el 42,3% del total
de hogares del amba (incluyendo la Ciudad de Buenos Aires) se encontraba bajo la
línea de pobreza. A partir de dicha fecha, con la incipiente mejora en la situación
económica, el porcentaje de hogares pobres comienza a reducirse. Así, en mayo de
2003, dicho porcentaje decrece al 39,4%.
20
En el año 1998 se contabilizan alrededor de 60 programas sociales de combate a la pobreza,
dependientes de diferentes áreas de gobierno, muchos de ellos con objetivos similares (Acuña,
Kessler y Repetto, 2002).
164
Buenos Aires, neoliberalismo y después
una remuneración mínima, entre los cuales se destaca el Plan Trabajar en sus di-
versas fases, llegaron a contar con una población promedio mensual beneficiaria
de 125.000 personas en el año 1997. Dicha cifra de beneficiarios, sumada a la de la
prestación promedio mensual del Seguro de Desempleo (en alrededor de 95.000),
resultaba insignificante cuando se la comparaba al número total de trabajadores
desocupados en situación de pobreza.21 En 1997 solo el 13,7% del total de desocupados
era beneficiario de un plan de empleo o contaba con seguro de desempleo.
Aunque no es nuestro objetivo brindar una visión comprensiva de las políticas
sociales a lo largo de la década de 1990,22 queremos resaltar un hecho relevante que
tendrá consecuencias de gran envergadura en las formas de protesta y organización
popular en la Argentina de hoy. En el año 2002, como respuesta a la movilización
social y política que conmovió al país, se creó por decreto el “Programa Jefas y Je-
fes de Hogar Desocupados”. Este programa nacional fue diseñado por el gobierno
de transición luego de la crisis de diciembre de 2001. El Plan tiene una amplísima
cobertura y brinda un ingreso mínimo mensual a sus beneficiarios, quienes como
contrapartida deben realizar actividades que pueden ser productivas, comunitarias
o de formación.
El programa establece una gestión descentralizada, otorgando a los gobiernos
locales –municipios y comunas– un rol relevante en la administración de proyectos y
beneficiarios. Desde sus propios diseñadores, el nuevo plan se inscribe en una nueva
lógica de la política social, “diferente a la que caracterizó buena parte de los planes
y programas implementados a partir de la década de 1990, asociados al desarrollo
de acciones focalizadas dirigidas a grupos más vulnerables del mercado de trabajo”
(Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 2003: 21). El programa, a dife-
rencia de las políticas focalizadas, postula un alcance al universo de desocupados.23
En comparación con el alcance de los programas que se habían venido imple-
mentando, este tiene una cobertura muy significativa. Así, por ejemplo, si durante
los últimos años de 1990 y hasta 2002 el número promedio de beneficiarios mensua-
les de los programas de empleo de características similares al Plan Jefas y Jefes era
de alrededor de 100.000 personas, con la puesta en práctica del plan dicho número
aumentó a 1.400.000 personas en 2002 y a 2.300.000 en marzo de 2003.
Como se verá a lo largo de la segunda parte del artículo, la instauración del
programa y sus formas particulares de distribución de beneficios ha tenido una
serie de consecuencias en la dinámica de las organizaciones populares.
21
En 1997 el número de trabajadores desocupados superaba el 1.700.000.
22
Para mayores detalles sobre la política social en la Argentina de la década de 1990, ver Acuña,
Kessler y Repetto, 2002; Cortes y Marshall, 1999.
23
Los requisitos para acceder a un plan son: condición de jefe/a de hogar desocupado; tener
hijos menores a cargo o hijos discapacitados a cargo o hallarse en estado de gravidez o ser
mayor de 60 años y no contar con beneficios jubilatorios; acreditar la condición de escolari-
dad regular de los hijos menores y el cumplimiento de controles sanitarios correspondientes.
165
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
166
Buenos Aires, neoliberalismo y después
El delito contra la propiedad que representa aproximadamente dos tercios del total
de delitos, subió un 113% para el país en su conjunto, un 340% para la ciudad de
Buenos Aires y un 160% para el resto de la provincia de Buenos Aires. Dentro de las
localidades bonaerenses del Área Metropolitana, el delito se incrementó con mayor
intensidad en aquellas más afluentes (gráfico 5).
24
Para las localidades del conurbano bonaerense los datos corresponden al año 2000. Delito
incluye: todo tipo de crimen contra la propiedad, vandalismo, ofensas sexuales, corrupción,
ataques y amenazas personales (datos provenientes del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, 2001 y 2002).
25
Así, por ejemplo, en el año 2000 solo el 7,4% de las personas que declararon haber sido
víctimas de delito efectuaron la denuncia policial.
167
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
víctimas declaran que se trató de delitos contra la propiedad.26 Asimismo, los datos
sobre victimización muestran que son las personas con mayores niveles socioeco-
nómicos las que han tenido más chances de ser víctimas de delitos.
Di Tella, Galiani y Schargrodsky (2002), por su parte, analizaron la relación
existente entre victimización y distribución de los ingresos. Utilizando una en-
cuesta retrospectiva sobre victimización examinaron la evolución del crimen de
acuerdo con el nivel socioeconómico de las víctimas. Encontraron que en el caso
de robo a la vivienda, fueron los pobres quienes sufrieron el mayor incremento. En
el caso de robo callejero ambos grupos sufrieron una evolución similar. Según los
autores, este hallazgo es consistente con el hecho de que son los sectores económi-
camente más af luentes los que pueden proteger sus hogares con sistemas costosos
de seguridad. También encontraron que no existen diferencias en la probabilidad
de denunciar los hechos delictivos por parte de ambos grupos ni en su acceso a la
Justicia.
Otros estudios muestran transformaciones en la forma que adquiere el delito
en sí, en particular el uso de la violencia. En el siglo xx se había producido una
dosificación de la violencia criminal. El delito tendía a profesionalizarse, se incre-
mentaban los crímenes dolosos frente a los pasionales y la violencia era regulada en
función de la necesidad ante el objetivo. “Sólo maté cuando era necesario” explicaba
un delincuente (Isla, 2002). En contraste, en la Argentina durante la década de 1990
se revierte la tendencia a la disminución de violencia en el dolo, aumentando la
tasa de homicidios en el momento de cometer el delito (Gayol y Kessler, 2002: 30-31).
Por su parte, Kessler encontró que jóvenes de sectores populares testimonian
el cambio de una lógica del trabajador a la lógica del proveedor, donde la legitimidad
del ingreso no se establece por su origen sino con relación a que satisfaga algún tipo
de necesidad. Eso implica que delito y trabajo no se contraponen, sino que se arti-
culan en diversas formas intermedias entre legalidad e ilegalidad (Kessler, 2002).
Por último, hay un cambio importante en las representaciones sociales acerca
de la delincuencia y la inseguridad.
Las clases subalternas –o fracciones de ellas– vuelven a ser peligrosas, pero
ahora no por ser trabajadores, sino justamente, por haber dejado de serlo. No
es ya la masa como un cuerpo gigantesco al que se tema, sino a individuos
anémicos y desocializados; el riesgo es más de implosión que de explosión
social (Gayol y Kessler, 2002: 18).
En la mayor parte de las encuestas de opinión pública desde fines de los años noventa
hasta 2003 el tema número 1 de la agenda es el desempleo y el número 2 la insegu-
ridad. En contraste con estas percepciones muy relacionadas a los discursos de los
26
Mientras que en la Ciudad de Buenos Aires el 73,5% de las víctimas de delito corresponden
a delitos contra la propiedad, en las localidades bonaerenses dicho porcentaje es del 86,8%.
168
Buenos Aires, neoliberalismo y después
27
Así, por ejemplo, en 1970 el porcentaje de población que residía en áreas urbanas en la
Argentina ascendía al 79,2%.
28
En 2001 el 36,1% de la población total del país y el 45,5% de la población urbana residen en
el amba. En 1970 dicha concentración era aún superior. En 1970 el índice Ginsburg, que indica
el porcentaje de población residiendo en el Área Metropolitana más importante dentro del
total de las cuatro mayores, ascendía al 80,2%.
29
El peso relativo de Buenos Aires dentro del conjunto de áreas urbanas decreció sistemáti-
camente (45,5% en 1970, 42,9% en 1980, 39,7% en 1991 y 37,2% en 2001). Consecuentemente,
crecieron en importancia relativa las ciudades de tamaño intermedio (datos provenientes del
indec, Censos Nacionales de Población 1970, 1980, 1991 y 2001).
169
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
30
Históricamente ha habido grandes disparidades en los niveles de vida, servicios e infraes-
tructura entre la ciudad de Buenos Aires y las localidades del conurbano bonaerense. Así, por
ejemplo, en 1980 mientras en la ciudad de Buenos Aires el porcentaje de hogares con necesi-
dades básicas insatisfechas (nbi) era del 7,4% en el conurbano ascendía al 21,9%.
31
Esto se ha desarrollado más extensamente en Grimson, 2003b.
170
Buenos Aires, neoliberalismo y después
32
Así por ejemplo, durante el último gobierno militar (1976-1983), se implementaron políticas
por las cuales, bajo el principio de “la Ciudad para quien la merece”, la población residente en
villas miseria o de emergencia fue desplazada al conurbano bonaerense (Oszlak, 1991). También
se introdujeron cambios en la política urbana de las localidades bonaerenses que previnieron
la ocupación de parcelas que no contaran con infraestructura y equipamiento. El efecto de
ambas políticas fue un desplazamiento de los pobres urbanos hacia la periferia y la densifica-
ción de barrios pobres y marginales tradicionales y un incipiente proceso de toma de tierras.
33
En 1994 solo 1450 familias residían en este tipo de barrios, mientras que al finalizar la década
dicho número fue estimado en alrededor de 35.000 (Torres, 2001).
171
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
34
Se ha analizado la relevancia de la segregación espacial en la ciudad de Mosconi en el
noroeste argentino, una company town petrolera con fuerte cultura laboral y sindical, para
la emergencia allí de uno de los primeros y más poderosos movimientos de trabajadores
desocupados (Svampa y Pereyra, 2003).
35
Como se verá en mayor detalle en la segunda parte del trabajo en el caso de las áreas estu-
diadas etnográficamente.
172
Buenos Aires, neoliberalismo y después
Parte 2
36
Esta sección se basa en el Informe Etnográfico dirigido por Alejandro Grimson. En el tra-
bajo de campo en los barrios populares participaron también Pablo Lapegna, Nahuel Levaggi,
Gabriela Polischer, Paula Varela y Rodolfo Weelc.
37
Para comprender los motivos de este amplio consenso de la convertibilidad y el neoli-
beralismo extremo en Argentina es necesario entender las consecuencias culturales de la
hiperinflación de 1989 en la sociedad argentina (ver Grimson, 2003a).
173
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Sin embargo, a fines de la década esta situación ha cambiado. Se han constituido suje-
tos con identidades nuevas, como los piqueteros38 o las fábricas recuperadas, lejanos a
la protesta sindicalizada tradicional, pero también a los rasgos de fuerte singularidad
que dificultaban la permanencia en el tiempo y la extensión en el espacio.39
Resulta entonces necesario distinguir al menos dos momentos en la década de
1990: la primera fase de auge neoliberal (expresado en la reelección del presidente
Menem en 1995) y una fase de crisis. Creciente estancamiento económico y una franca
recesión desde la segunda mitad de 1998 se combinaron con una legitimidad política
socavada lentamente por el aumento de la pobreza, el desempleo y la corrupción.
Mientras tanto, comenzaron a emerger con diversa intensidad nuevas organizaciones
populares y nuevos modos de protesta.
Después de intensas huelgas, en los años 1989 y 1990 se produjo una notoria
caída de estas, hasta que comenzaron a incrementarse levemente, junto al aumento
de los cortes de ruta en 1997.
La crisis de legitimidad del modelo y la dramática crisis económica avanzaron
hasta su estallido en diciembre de 2001. En un contexto recesivo, con muy alto des-
empleo y crisis bancaria, el gobierno estaba inmóvil, excepto para decidir una drás-
tica restricción del acceso al dinero depositado en los bancos (el “Corralito”). En ese
contexto se produjo el “Cacerolazo” del 19 de diciembre y las movilizaciones del 20
38
En la lucha sindical el “piquete” es el dispositivo para impedir, durante una huelga, el ingreso
de personal a la empresa. Como las organizaciones de desocupados han desarrollado sus prin-
cipales luchas a través de cortes de ruta, impidiendo el tránsito de automotores, se las conoce
como organizaciones “piqueteras”. El término fue utilizado en un inicio con connotaciones
estigmatizantes en algunos medios de comunicación, pero las propias organizaciones se lo han
apropiado con sentido positivo, de aquellos que luchan y suelen cantar en sus movilizaciones
frase como “¡piqueteros, carajo!”.
39
Podría alegarse que, a pesar de identidades como “piqueteros”, continúa habiendo una
alta fragmentación. Esto es cierto, pero en rigor no se explica cómo en la fase analizada por
Schuster y Pereyra por las características de la protesta social en sí, sino por las escisiones
específicas del arco político de la izquierda y la centroizquierda en la Argentina (ver Svampa
y Pereyra, 2003).
174
Buenos Aires, neoliberalismo y después
175
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
40
En noviembre de 2002 iniciamos el trabajo de campo que continuó hasta agosto de 2003.
En cada barrio han trabajado dos miembros del equipo y hemos reconstruido el mapa orga
nizacional, analizando cómo se han formado esas organizaciones, cómo funcionan, quiénes
son sus miembros, qué reclaman, cómo protestan –si es que lo hacen–, cómo se vinculan con
la población del barrio, con otras organizaciones, con distintos niveles del Estado. También se
realizó trabajo de reconocimiento en los barrios de Villa Paraíso (estudiado antes por Auyero,
176
Buenos Aires, neoliberalismo y después
2001a), Ciudad Oculta (estudiado antes por Sirvent, 1999), Villa Aguada (estudiada por Hermitte
et al., 1983) e Isla Maciel. En ellos colaboraron también Matías Bruno y Santiago Canevaro.
41
Los nombres de algunos lugares y personas han sido cambiados. En cambio, otros nombres
y lugares no. Se ha utilizado criterios éticos y criterios prácticos, ya que hay lugares que no
pueden “ocultarse” fácilmente.
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Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
El plan (en sus diferentes denominaciones) implica que el beneficiario cobra un monto fijo
42
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Buenos Aires, neoliberalismo y después
¿Cómo protestan quienes viven cada vez más inmóviles y encerrados en esos ba-
rrios? Primero, cortan rutas y avenidas, cortan justamente el tránsito, el movimiento
general de la ciudad para impedir –hasta donde les permiten sus fuerzas– que la vida
urbana continúe como si ellos no existieran.
En la medida en que las organizaciones acumularon fuerzas, agruparon a más
vecinos y se coordinaron con otros barrios, ya no se trataba de cortar el tránsito en
cualquier avenida o ruta. Se planteaba la posibilidad de realizar la protesta en la
frontera urbana por excelencia: los puentes que unen la Capital con el Gran Buenos
Aires. En la zona sur de la ciudad esos puentes atraviesan el Riachuelo. La zona sur fue
la primera zona industrial y, por lo tanto, la zona obrera más antigua. Actualmente,
repleta de fábricas abandonadas, tiene una alta proporción de pobres y desocupados
estructurales y contrasta con la dinámica del norte.
En una ciudad con más fronteras, estas fronteras devienen escenarios de la
protesta social. Los puentes que atraviesan metafóricamente esos límites se han
convertido en escenarios compartidos y privilegiados de la disputa política. En ese
marco los piqueteros llegaron a imaginar la posibilidad de “sitiar” la Capital Federal
como modo de protesta, cortando los diferentes puentes de acceso.
El Puente Pueyrredón, principal viaducto de la zona sur, se convirtió en un lugar
clave de las acciones piqueteras. Fue justamente en ese puente que se desató la violen-
ta represión del 26 de junio de 2002, que culminó con el asesinato de dos piqueteros
por parte de la policía. De hecho, el repudio generalizado de esos asesinatos obligó al
presidente interino Duhalde a adelantar seis meses la entrega del mando.
43
Un ejemplo elocuente y muy citado es el del mtd de La Matanza, que después de cumplir
un papel importante en las primeras movilizaciones a fines de la década de 1990 decidió no
aceptar planes y se convirtió en una organización de pocos integrantes.
183
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
sin intermediarios. Para ello, la persona debía dirigirse directamente a los centros
de distribución municipal, cumplimentar los requisitos y acceder al beneficio. Los
planes son distribuidos desde el Ministerio de Trabajo de la Nación, a través de los
Consejos Consultivos, en los que el municipio adquiere un peso relevante y es la
unidad ejecutora. Hay coordinaciones por localidad hasta llegar a las organizaciones
específicas donde se realizan las contraprestaciones. La creación de los Consejos con
la propuesta de que las organizaciones de desocupados se integraran a ellos abrió un
debate acerca de la cooptación a través de los planes de estas organizaciones (hasta
entonces independientes) por parte del Estado. Así, mientras los grupos masivos de La
Matanza (ftv y ccc) se integraron, las organizaciones autónomas del sur y las ligadas
a partidos de izquierda se negaron a hacerlo. Al mismo tiempo, los medios de comu-
nicación comenzaron a distinguir entre “piqueteros duros” y “piqueteros blandos”.
En el Gran Buenos Aires, alrededor del 5% de los habitantes tiene un plan de este
tipo. A nivel nacional hay alrededor de dos millones de planes, de los cuales solo el 5%
son administrados por organizaciones de desocupados (aproximadamente, 100.000
planes). El resto son administrados por los gobiernos locales.
Esta cantidad implicó que las tareas iniciales que el municipio asignaba –como
el barrido y zanjeo de las calles en cuadrillas e incluso trabajo administrativo– resul-
taban insuficientes. Había que encontrar otras tareas y destinos. Los gobiernos locales
abrieron registros de organizaciones o instituciones donde pudiera realizarse la con-
traprestación. Por ejemplo, con mayor o menor discrecionalidad política, enviaban
una decena de beneficiarios a un comedor barrial que antes se mantenía básicamente
con trabajo voluntario. Cualquier organización social se convirtió entonces en poten-
cial ámbito de contraprestación. Así, aunque en teoría no se requieren intermediarios
para solicitar el plan, la cuestión de la contraprestación implica, en los hechos, que las
organizaciones donde es posible realizarlas puedan solicitar planes o que el municipio
se los ofrezca. O sea, en un barrio popular de Buenos Aires lo más frecuente es que
cualquier organización barrial administre alguna cantidad de planes. Comedores,
microemprendimientos, guarderías, sociedades de fomento, cooperativas de vivienda
administran planes, así como también lo hacen las organizaciones de trabajadores
que recuperaron fábricas y las organizaciones de desocupados. Obviamente, en
muchas organizaciones hay una enorme cantidad de grupos de trabajo creados para
cumplir la contraprestación. Es decir, esas personas dependen de estas organizaciones
para realizar allí la “contraprestación” de cuatro horas por día exigida por el Estado.
Ahora bien, los planes implican algo común para organizaciones muy hetero-
géneas en su origen, su funcionamiento y su proyecto. Según la cantidad de planes,
el modo de conseguirlos y de administrarlos comienza a trazar diferencias “gruesas”
entre las organizaciones.
Como la cantidad de planes que una organización “maneja” da cuenta de su
poder en el espacio barrial, las organizaciones que tienen 100 o 200 planes suelen
presentar las siguientes características: o se encuentran alineadas o aliadas al poder
184
Buenos Aires, neoliberalismo y después
185
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
de los planes sociales, entendiendo que era una forma de ceder, capitular o ser coop-
tado. Desde la perspectiva del Estado, a veces los planes parecen un gran “error”, ya
que es sobre la base de esos planes que los grupos de desocupados se consolidaron y
crecieron políticamente.
Tanto unos como otros, a nuestro entender, le otorgan al actor desde el que
miran (los piqueteros o el Estado) más poder que el que tienen y que el que tuvieron
en contextos políticos específicos. Creer eso sería olvidar que la situación que se al-
canzó hacia fines de 2002 de relativa estabilización de los planes y de los piqueteros
es el resultado de un complejo proceso histórico, en el cual se reclamaron muchas
más cosas que planes de un lado, y se intentó dar mucho menos que planes del otro.
186
Buenos Aires, neoliberalismo y después
con fuerte segregación residencial donde hay un pasado compartido, ya sea barrial/
vecinal o laboral/sindical.
Históricamente, las organizaciones barriales desarrollaban reclamos vinculados
a la “reproducción” (como es claramente el caso de la vivienda), mientras que las orga-
nizaciones laborales eran las encargadas de desarrollar reclamos vinculados a la “pro-
ducción”. El desempleo quiebra esta lógica en la medida en que “trabajo” pasa a ser un
tema propio de la reproducción y que su demanda, por otra parte, no es encarnada
por los actores sindicales tradicionales. Esto explica no solo por qué –además de la
segregación espacial– son organizaciones territoriales las que reclaman trabajo, sino
también por qué se quebró la división tradicional de la actividad política por género.
Mientras los varones tendían a participar del espacio público que desarrollaba en los
ámbitos laborales, las mujeres desarrollaban actividad “social” como una extensión
de la lógica doméstica en los espacios barriales. Así, se estructuró una relación entre
reproducción, territorio y lo femenino, y por otra parte entre producción, trabajo, lo
público, lo masculino.
Cuando el trabajo deviene una cuestión del ámbito de la reproducción y se
forman organizaciones de desocupados en los barrios, las mujeres se convierten
en protagonistas de organizaciones que irán desde el barrio al centro mismo del
ámbito público y político: las grandes rutas y avenidas, y la Plaza de Mayo. Pero esa
participación decisiva de las mujeres en la emergencia y la consolidación de esos
espacios barriales no se expresa aún en la toma de la palabra en el espacio político.
Los “referentes nacionales” de los grupos piqueteros son varones.
Sería un error creer que la inmovilidad de esa cuestión de género es un indicador
suficiente de la reproducción de una desigualdad idéntica en cada una de las instan-
cias. Muy por el contrario, las mujeres tienen mucho mayor peso en las deliberaciones
y decisiones que en hablar por los medios de comunicación o desde un escenario.
44
Cabe señalar que las relaciones de tipo clientelar no se restringen a los sectores populares.
Esa cultura relacional que implica el intercambio de favores por lealtades también se observa
muchas veces en sectores medios y en medios profesionales.
187
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
ficación, una cultura relacional popular que opera como polo de atracción de otros
procesos organizacionales que no solo se le escapan, sino que incluso se le oponen.
Las organizaciones de desocupados están muy lejos de limitarse a reclamar.
Administran miles de planes de empleo otorgados por el Estado nacional, reciben
bolsones de comida que distribuyen, organizan comedores populares y, en algunas
organizaciones, emprendimientos productivos que incluyen panadería, costura,
bloqueras, construcciones, entre otros. Los miembros de los grupos piqueteros están
en una situación muy precaria, no tienen buena alimentación ni acceso adecuado a
la salud y a la educación. No obstante, a diferencia de muchos otros, tienen acceso
a alimentos, a veces a apoyo escolar para sus hijos, a veces a medicamentos y, en
cualquier caso, tienen acceso a una red social compleja.
Los dirigentes o referentes de esos grupos presentan un contraste claro con los
punteros peronistas con quienes compiten cotidianamente en el barrio: obtuvieron
los recursos que administran no a través de un vínculo de lealtad con un gobierno,
sino a través de la lucha social, la confrontación y la negociación. La imposición ex-
trema de un individuo de un tipo de intercambio de beneficios personales por votos
no es comparable a la decisión colectiva de distribuir equitativamente los logros entre
aquellos que participaron en la lucha por obtenerlos.
Sin embargo, este contraste tan claro podría resultar engañoso. Por una parte,
porque los estudios sobre clientelismo político han mostrado que no se trata básica-
mente de un chantaje del puntero hacia su cliente, sino de una cultura relacional a
partir de la cual el “cliente” entiende que se trata de redes personalizadas de ayuda
mutua (Auyero, 2001a). Por otra parte, porque nada garantiza que los miembros de
los grupos piqueteros decodifiquen las lecciones de la lucha colectiva en los términos
en los cuales los líderes querrían que lo hicieran.
Una hipótesis plausible es que una parte importante de las bases piqueteras
leen el vínculo con la organización a partir de sus experiencias con el municipio y la
Unidad Básica. En ese sentido, resulta ineludible preguntarse si la transformación
de las demandas (el eje en el trabajo) y si la transformación de los repertorios (de la
huelga al corte de ruta) implica una transformación de los modelos relacionales de
“la política de los pobres”. Es claro, como dicen Svampa y Pereyra, que el movimiento
piquetero se ha construido “por fuera –y en oposición– de las estructuras sindicales
tradicionales, mayoritariamente vinculadas al Partido Justicialista” (2003: 13), en una
lucha “cuerpo a cuerpo” en los barrios en contra de las estructuras clientelares de ese
mismo partido (íbíd.: 14).
Pero el peronismo, además de estructuras clienterales, construyó una profunda
cultura clientelar. Por “cultura clientelar” entendemos la institución de un sentido
común que supone que algunas necesidades cruciales pueden resolverse a través de
vínculos de reciprocidad asimétrica con intermediarios políticos, a través de una
gestión personalizada sobre alguien que tiene acceso a recursos públicos. Ese víncu-
lo implica, necesariamente, un compromiso personal de colaborar con el donante
188
Buenos Aires, neoliberalismo y después
cuando lo necesite, ya sea en actos o a través del voto, contribuciones que además el
puntero considera clave para la obtención de otros recursos redistribuibles. Es cierto
que, como mostró Auyero, no se trata de un simple comercio de favores por votos. Se
trata de vínculos personalizados insertos en redes sociales y se trata, estrictamente
hablando, no de “comercio”, sino de intercambio recíproco de tipo asimétrico. A
diferencia del comercio, en el intercambio recíproco hay un lapso de tiempo entre
el acto de dar y el acto de recibir (el don y el contradon). Más allá de otros elementos
que podrían considerarse, desde el punto de vista del vecino pobre que nosotros
consideramos inserto en una cultura clientelar resulta evidente que una vía elemen-
tal para resolver sus problemas de alimentación o de salud u otros es recurrir a un
intermediario que tiene acceso a recursos públicos.
A simple vista nada podría contrastar más con esa cultura clientelar que una
organización colectiva de esos vecinos para exigir directamente al Estado la distribu-
ción de recursos. A simple vista eso mismo son las organizaciones de desocupados.
Exigen sin intermediarios. Excepto que, en el proceso de exigir y obtener, de ampliar
y distribuir, ellos mismos se conviertan en nuevos intermediarios.
La población nunca puede relacionarse con el Estado en general, sino con una
dependencia en particular. El gobierno anterior ha hecho mucha publicidad acerca de
que cada jefe o jefa desocupado tiene derecho a un plan sin intermediarios. Pero, de
todos modos, eso implicaba que el control de la contraprestación quedaba en manos
de los municipios o de consejos consultivos cuya legitimidad fue en parte cuestionada.
En cualquier caso, las descripciones de contraprestaciones en Unidades Básicas o en
comedores municipales que reclutan gente para actos son elocuentes para mostrar
que, hasta ahora, los intermediarios continúan existiendo. No siempre en la obtención
del beneficio, es bien cierto, pero sí en su mantenimiento.
Esto muestra que el propio éxito de las organizaciones de desocupados implicaba
que su destino era convertirse, más allá de sus concepciones ideológicas, en inter-
mediarios entre el Estado y la población. Al menos, si eran exitosos, como lo fueron
al lograr convertirse en lugares donde podía realizarse la contraprestación del plan.
Ahora bien, es evidente que existen modos muy diferentes de ser intermediario y que
no todos los modos son necesariamente de tipo clientelar.
Para los beneficiarios de los planes, el sentido de la contraprestación se fue mo-
dificando hasta instalarse en buena parte de ellos como un “trabajo”. Es decir, quienes
acceden al Plan entienden muchas veces su tarea como un trabajo en el sentido clásico
del término. Por una parte, para un joven que nunca ha trabajado una tarea de cuatro
horas diarias por 150 pesos es fácilmente comprendida como un empleo de medio
tiempo. Hay jóvenes integrados a grupos productivos de organizaciones piqueteros
que afirman que “este es el laburo que conseguí por ahora”. Para muchos que sí han
tenido una extensa trayectoria laboral, la contraprestación no ha sido una obligación
que les resultaría mejor evitar, sino en la posibilidad de continuar desempeñando
tareas útiles a cambio de dinero. Hay un sector de trabajadores con 20 o más años de
189
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
45
Estas consideraciones buscan comprender la perspectiva de los actores en relación con
los planes y las organizaciones. No pueden ser entendidas como un análisis de los efectos
complejos del pjhd que aún no ha sido realizado.
46
La pregunta acerca de la relación entre identidad y modelo relacional adquiere un matiz
específico en la ftv. Su máximo referente y muchos de sus miembros se consideran a sí mismos
“peronistas”, lo cual reenvía la cuestión de la referencia identitaria a toda una tradición en la
historia política argentina, la tradición de lucha por los significados del peronismo.
190
Buenos Aires, neoliberalismo y después
abastecimiento) se genera una crisis en el lazo social y político que, como sucedió
en algunas zonas durante el año 2001 e inicios de 2002, puede colocar en entredicho
la subsistencia. Eso implica generalmente una crisis de la propia red clientelar en la
medida en que el lazo de reciprocidad se quiebra y la gente precisa comida y medica-
mentos, no explicaciones. Al escasear los recursos, crecen las protestas.
Sin embargo, es excepcional que los vecinos decidan, en esa situación, organi-
zarse autónoma y democráticamente. Cuando eso sucede, en general, es porque se
produce un encuentro entre esos vecinos y un grupo de militantes sociales que actúan
sin intereses particulares. Pero en general lo que sucede es que ya sea contactando
otras organizaciones clientelares, ya sea generando nuevos mediadores que reem-
placen a los anteriores, se reorganice una red clientelar que reemplace la anterior.
Si en algunos casos esa red permanecerá en la órbita peronista, en muchos casos
se produce un quiebre con el peronismo en términos de institución y de referencia
identitaria. Lo que resulta equivocado es leer ese quiebre como absoluto y general.
No es general porque involucra a una porción minoritaria de los sectores populares.
No es absoluto porque busca nuevas referencias identitarias, mucho más que nuevos
modelos relacionales.
Hay un conjunto de organizaciones de desocupados que asumen como un
objetivo de su propia práctica política desarmar vínculos clientelares en particular
y vínculos jerárquicos en general. Intentan diferenciarse, por ejemplo, evitando
“anotar gente en los planes” como mecanismo de ampliación del movimiento. Más
bien, la pauta es ofrecer un “puesto de lucha” o una “organización para luchar” o
una “herramienta para pelear por trabajo genuino” y aceptar “planes que se ganan
en la lucha” como forma de subsistencia mientras el proceso se desarrolla. El diag-
nóstico de estas organizaciones indica que la población sobre la que trabajan tiende
a establecer ese tipo de relaciones con las que ellos se proponen terminar. Nuevas
nociones de autonomía y acción colectiva son consideradas objetivos pedagógicos de
un proyecto político y, debe decirse, con limitaciones se logran cambios que apuntan
en la dirección por ellos planteada.
Sin embargo, puede notarse que las relaciones sociales instituidas por el pe-
ronismo clientelar se hacen presentes incluso en esas organizaciones. Para decirlo
de otro modo, la cultura relacional del peronismo opera como polo de atracción de
procesos organizacionales que se le oponen. En organizaciones piqueteras que recha-
zan abiertamente cualquier forma de clientelismo hemos presenciado exposiciones
didácticas de referentes que expresan frustración porque una persona que lleva años
en una organización continúa yendo a pedir comida como si la organización fuera
una municipalidad peronista (asistencialista y clientelar). También es cierto que otros
integrantes incorporan y valorizan la distinción entre un tipo de vínculo y otro. Por
último, cabe distinguir entre encontrar fuertes obstáculos para un proyecto de cambio
y un proyecto sustentado sobre la base de la reproducción de esa cultura relacional.
191
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Hemos explicado este análisis a miembros del mtd. Ellos argumentan que
quienes integran el mtd no lo hacen solo por los planes, ya que sería más sencillo
obtenerlos a través de los punteros, con contraprestaciones más flexibles y sin tener
que participar frecuentemente en protestas. Es decir, reponen la cuestión de que los
vecinos también eligen una organización en la que nadie les da órdenes, en las que
pueden expresarse y decidir. Es decir, enfatizan que hubo un cambio de otro orden,
una ruptura identitaria y cultural. En el plano del análisis macro eso se expresaría
en la “crisis de representación” que explotó en 2001 y en las diferentes respuestas
que hemos mencionado al inicio. Siguiendo esa línea de análisis, cabe señalar que los
procesos sociales tienden o bien a institucionalizarse o bien a disolverse. Si la crisis y
los nuevos fenómenos son leídos de esa manera, se hace necesario dimensionar a los
movimientos que hoy se proponen llevar a cabo ese cambio como una minoría del
“movimiento piquetero” que, a su vez, es muy visible pero de conjunto minoritario
entre los pobres urbanos.
Conclusiones
A lo largo de este capítulo nos propusimos dar respuesta a la pregunta ¿Cómo ha cam-
biado Buenos Aires desde la crisis del modelo de sustitución de importaciones hasta
la actualidad? Al menos hay cuatro transformaciones que resultan a nuestro modo de
ver significativas. Estas son: los cambios en el rol del Estado; las transformaciones en
la estructura de oportunidades laborales, la creciente exclusión social y la aparición
de los nuevos pobres urbanos; la acentuación de los procesos de segregación espacial
y los modos de protesta popular.
Resulta necesario precisar el significado del “fin del Estado de bienestar”. El Esta-
do, si bien cambió sustancialmente su presencia, lejos está hoy de haber desaparecido
y nos atrevemos a decir que luego de una década de reformas de corte neoliberal tiene
en la actualidad una enorme importancia en la vida cotidiana y en la subsistencia
de una importante porción de la población. No es ya el Estado que desarrollaba y
comandaba empresas públicas (con mayor o menor grado de eficiencia), muchas de
ellas de carácter estratégico para el desarrollo, como es el caso del petróleo, energía,
comunicaciones, transporte aéreo, carreteras, entre otras. Esas empresas se han
privatizado y su cantidad de empleados se ha reducido. No es tampoco el Estado
que mantenía un marco legal de protección laboral y social. Las leyes laborales han
sido modificadas fundamentalmente por presión de los empleadores y el sistema de
seguridad social, hoy privatizado, atraviesa una crisis tanto o más grave que cuando
dependía del Estado.
Los efectos de las políticas macroeconómicas implementadas que venían a
suplantar aquellas dominantes durante la etapa sustitutiva no hicieron más que
incrementar la vulnerabilidad en el mercado de trabajo. El proceso de apertura de
desregulación económica ha afectado el rol de los diversos sectores económicos y su
192
Buenos Aires, neoliberalismo y después
193
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
Los planes y asistencia pública no son solo recursos de sobrevivencia, sino que de
manera precaria constituyen y simbolizan un lazo con el Estado, un reconocimiento
(insuficiente) de un derecho de asistencia.
En este contexto, también los modos en que se organizan y protestan los sectores
populares urbanos han sufrido transformaciones. Si se compara con las décadas de
1960 y 1970, caracterizadas por una amplia movilización política en las principales
ciudades de la Argentina y por una fuerte presencia de los partidos políticos, los
cambios son inmensos. Si bien nuestro trabajo de campo no nos permite efectuar
comparaciones, sí nos permite reflexionar acerca de cómo el espacio de la fábrica y
de la producción, y sus organizaciones respectivas, tendieron a perder peso respecto
del espacio del barrio y de la reproducción. No es casual, por lo tanto, que el único
factor común a todos los barrios sea la amplia presencia de comedores comunitarios
y el hecho común entre las nuevas organizaciones sea su carácter territorial.
Estas características comunes a los barrios y a las organizaciones se vinculan a
los principales problemas de los pobres urbanos. Tomando en cuenta las demandas de
las organizaciones populares, las encuestas de opinión pública y las investigaciones
sociales realizadas en el área, estos problemas son: el desempleo, la alimentación, la
inseguridad, el acceso a la tierra y la vivienda, la salud, la educación y los bajos in-
gresos. El peso relativo de estos problemas ha variado de hecho en la última década,
el desempleo, la alimentación y la inseguridad no eran problemas cruciales hace dos
décadas atrás.
Si nos preguntamos cómo sobreviven los marginados es difícil no retomar una
respuesta clave de Lomnitz (1998 [1975]): usando y potenciando sus redes. Las caracte-
rísticas de las redes sociales son justamente una dimensión relevante para el análisis
comparativo de las últimas décadas. Si, como ya se ha hecho, podría diagnosticarse un
“encogimiento de las redes sociales” (Auyero, 2001b), surge entonces el interrogante
de si a partir de ello ¿no habrán debido surgir nuevas formas de asociatividad u orga-
nización? Históricamente, una persona inserta en una red social amplia era asistida
por los miembros que, teniendo trabajo u otro tipo de recursos, podía prestarle ayuda
en caso de necesidad. En el contexto de crisis producto de la era neoliberal dicha supo-
sición se torna imprecisa, ya que los recursos generales de la red se han reducido en
forma significativa. Una importante porción de los sectores populares ya no cuenta
con un trabajo estable, lo cual, en contextos de restricción de planes sociales genera
drenaje de potenciales recursos a la red. Encontramos así una relación entre redes,
asociatividad y Estado, que se ha ido transformando en el tiempo.
Svampa y Pereyra (2003) plantean la pregunta sociológica acerca de por qué es
en la Argentina donde surge un nuevo movimiento social de desempleados, siendo el
desempleo un problema común a muchos otros países. Para responderlo, los autores
han señalado un conjunto de factores relevantes. Mientras en otros países el Estado
tuvo redes políticas fuertes de contención, en la Argentina no las hubo. Mientras en
otros países la demanda de empleo se canalizó a través de los sindicatos tradicionales,
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Buenos Aires, neoliberalismo y después
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Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
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