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Introducción

Mariana Luzzi

¿Es importante pensar la sociedad en la que vivimos? ¿Debería la universidad brin-


darnos herramientas conceptuales y metodológicas para hacerlo? El libro que el lec-
tor tiene en sus manos es un modo de responder afirmativamente a ambas preguntas.
Como la materia que le dio origen, este volumen nace de una profunda convicción:
no importa cuál sea la inserción profesional que imaginamos para nuestro futuro
(como docentes en la escuela media, como técnicos o ingenieros en la industria,
como consultores para múltiples clientes, como responsables del diseño y la imple-
mentación de políticas públicas, como encargados de la gestión de organizaciones
grandes o pequeñas, como trabajadores de los medios de comunicación, etcétera),
ella va a estar indefectiblemente condicionada por las tramas políticas, económicas
y sociales en que se inserta toda institución. Al mismo tiempo, nuestro ejercicio
profesional va a suponer siempre una forma de intervención sobre la sociedad, aun
en la escala más pequeña.
Es por estos motivos que resulta fundamental que quienes ingresan a la vida
universitaria puedan iniciarse, más allá de su formación disciplinar, en el análisis
sistemático de la sociedad argentina, a partir de la apropiación de algunos conceptos
y herramientas metodológicas de las ciencias sociales, y de las investigaciones que
ellas han desarrollado en áreas claves del conocimiento social.
El presente volumen viene así a proponer un conjunto de recursos para comen-
zar a recorrer ese camino. Pensada fundamentalmente para lectores que no tienen
un amplio conocimiento previo de la producción de las ciencias sociales y que no
están por lo tanto familiarizados con su lenguaje ni, en general, con la escritura
académica, la compilación reúne un conjunto de textos inéditos con otros que se
reeditan aquí, acompañados por una serie de propuestas didácticas destinadas a
facilitar su comprensión y el trabajo por parte de docentes y estudiantes. Al mismo
tiempo, el libro busca ser también un estímulo para una ref lexión que vaya mucho
más allá de sus páginas; una invitación a desarrollar la curiosidad que está en la
base de toda vocación científica, para interrogar, en este caso, la sociedad y sus
problemas.

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Mariana Luzzi

Pensar la sociedad a través de sus problemas


Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “problemas sociales”? ¿En qué
estamos pensando cuando afirmamos que una determinada situación o fenómeno
social es “problemático”?
En primer lugar, podemos decir que un problema es la expresión de una di-
ficultad, de una situación socialmente considerada como inaceptable; a la vez, ca-
racterizar de este modo una determinada situación social implica asumir que tiene
solución, y que esta depende de la acción de las personas (y de las organizaciones e
instituciones creadas por ellos).
En segundo lugar, es preciso subrayar que lo que las sociedades definen como
problema suele variar a lo largo del tiempo, de una sociedad a otra y a menudo tam-
bién dentro de ellas, entre grupos sociales distintos. Esa definición está vinculada
con los valores que cada sociedad (en cada momento) define como primordiales,
pero también con otros factores: el rol de las organizaciones de la sociedad civil y
de los medios de comunicación se destacan entre ellos.
Algunas situaciones suelen ser consideradas universalmente como problemas
sociales; es el caso, por ejemplo, de la pobreza o del delito. Ello puede llevarnos a
pensar que determinados fenómenos son por definición problemáticos, y que su
caracterización como tales no es el resultado de un proceso de construcción social
del que participan muchos actores y que se transforma con el tiempo. Sin embargo,
si nos detenemos a pensar en los tipos de intervención que distintos grupos sociales
conciben para resolver aquellas cuestiones veremos que, en realidad, no existe una
única definición sobre ellas y sus causas. Más aún, que la historia de esos problemas
es también la historia de las distintas explicaciones que se dieron sobre aquellos
fenómenos, de las formas de intervención institucional formuladas para contribuir
a su solución y de los actores sociales que participaron de ellas (el caso del delito es
particularmente ilustrativo de este proceso, si pensamos en cómo fueron cambiando
en los últimos dos siglos en las visiones acerca de la figura del delincuente, de las
causas que llevan a la realización de actos ilegales y de las modalidades y propósitos
de los castigos penales).
En este sentido, es preciso recordar que muchas situaciones persistentes en el
tiempo, que hoy son objeto indiscutido de preocupación y que movilizan de manera
activa a distintos grupos en busca de soluciones, no siempre fueron condenadas con
la misma intensidad. En la Argentina, por ejemplo, solo recientemente la violencia
hacia las mujeres se convirtió en un tema importante del debate público, con presen-
cia en los medios de comunicación y una movilización social masiva exigiendo la
acción firme del Estado para prevenir la violencia, procesar judicialmente a quienes
la ejercen y proteger a las víctimas. Algo similar ocurre con los llamados proble-
mas ambientales, que hasta hace algunos años no recibían la atención pública de
la que son objeto hoy. La contaminación del aire, el agua y el suelo como resultado

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Introducción

de ciertos procesos productivos (tanto en el agro como en la pesca, la minería y


la industria) y el uso indiscriminado de recursos no renovables, entre otros, no
eran fenómenos desconocidos en la Argentina. Sin embargo, recién en las últimas
décadas –y sobre todo después de la crisis de 2001– comenzaron a ser tematizados
públicamente como verdaderos problemas.1
En sentido inverso, algunas situaciones que en el pasado eran concebidas de
manera mayoritaria como problemáticas hoy ya no lo son, y esto no se debe a la
extinción de los hechos antes tratados como problemas, sino a la transformación
de las visiones sobre ellos –transformaciones debidas, en buena medida, a la acción
colectiva de los grupos involucrados–. Un ejemplo paradigmático de este cambio es
el caso de la homosexualidad, que progresivamente fue dejando de ser considerada
un problema social para convertirse en una cuestión pensada, en su mayoría, en
términos de identidades y del reconocimiento de prácticas y orientaciones sexuales
diversas.2
El estudio de los problemas sociales puede ser entonces una interesante vía
de entrada para el análisis de las sociedades contemporáneas, considerando que
ellos ponen de algún modo en escena las visiones que las sociedades tienen sobre
sí mismas (y los conf lictos que se producen entre visiones contrapuestas), las he-
rramientas que consideran legítimas (e ilegítimas) para resolver las situaciones que
juzgan como inaceptables y las relaciones entre los grupos sociales que las sufren
y denuncian, y entre estos y las instituciones del Estado.
Por esta razón, y en consonancia con el nombre de la materia que le dio ori-
gen, este libro se titula Problemas socioeconómicos de la Argent ina contemporánea,
Desde 1976 hasta la actualidad.3 Su objetivo no es, sin embargo, ofrecer una revisión

1
Cabe señalar que algunos de los fenómenos que fueron objeto de discusión pública en las dos
últimas décadas sí se corresponden con procesos relativamente novedosos, como la expansión
de la soja y otros monocultivos o la megaminería. El trabajo de Lorena Bottaro y Marian Sola
Álvarez incluido en este volumen analiza en parte este proceso, referido al caso de la minería
a cielo abierto. Cfr. pp. 381-402.
2
Lo cual dio lugar, a su vez, a la concepción de otras situaciones, que antes se consideraban
“normales”, como problemáticas. La sanción en 2010 de la Ley 26618, que permite el matrimonio
civil entre personas del mismo sexo es el resultado de un proceso de este tipo. La restricción
legal para que personas homosexuales puedan contraer matrimonio es vista como un pro-
blema expresado en términos de derechos: siendo la homosexualidad una orientación sexual
posible, impedir el matrimonio entre algunas personas en función de esa condición constituye
una violación de sus derechos fundamentales. La ley es entonces una forma de intervención
pública destinada a poner fin a esa desigualdad, considerada como problemática. Por supuesto,
la aprobación del que se conoció como “matrimonio igualitario” no supuso la desaparición
de las visiones que continúan considerando a la homosexualidad como un “problema social”.
Pero sí significa que esas visiones no están legitimadas por el sistema jurídico argentino.
3
La primera edición de esta compilación fue publicada en 2012. Esta nueva edición corregida
y aumentada es el fruto de un largo trabajo de revisión y discusión bibliográfica a cargo del
equipo docente de Problemas Socioeconómicos Contemporáneos (psec).

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Mariana Luzzi

exhaustiva de los problemas de la sociedad argentina a lo largo del período consi-


derado, sino a través del análisis de algunos de ellos proponer una serie de herra-
mientas (conceptos, metodologías y, sobre todo, investigaciones empíricas) para el
estudio de la sociedad argentina actual, teniendo en cuenta particularmente las
transformaciones operadas en las últimas décadas en una serie de dimensiones
que estimamos fundamentales: la organización económica, el mundo del trabajo,
la estructura social y las formas de organización, representación y participación
política.

La dictadura: antes y después


Proponer el estudio de los problemas socioeconómicos de la Argentina contempo-
ránea supone ante todo definir un recorte temporal para esa indagación. En otras
palabras, precisar cuál es el período específico que nos ocupará, dentro de ese hori-
zonte abierto al que nos referimos de modo genérico como época “contemporánea”, y
justificar esa decisión. El punto es importante porque nos recuerda, en primer lugar,
que la periodización sobre la que trabajan los investigadores en ciencias sociales no
está nunca predeterminada, inscripta “naturalmente” en los fenómenos que buscan
comprender, sino que es el resultado de una construcción que ellos mismos realizan
y fundan teórica y empíricamente. Pero también porque subraya, en segundo térmi-
no, que esa construcción, en la que se identifican ciertos momentos históricos como
marcas o hitos que permiten organizar la reflexión sobre determinados procesos
sociales, no es nunca por completo arbitraria, sino que está siempre sometida al
examen y la validación del resto de la comunidad académica.
El recorrido que esta compilación propone comienza con la última dictadura
militar (1976-1983) y llega, con distintos niveles de exhaustividad según los temas,
hasta el presente. Ello no supone, desde luego, ignorar el peso que ciertos procesos
anteriores a la década de 1970 tuvieron en los desarrollos posteriores, ni subestimar
los cambios que se produjeron después de la dictadura. Lo que pretende es iluminar
la profundidad de las transformaciones que el autodenominado Proceso de Reorga-
nización Nacional produjo en la sociedad argentina, y que la investigación social
ha documentado abundantemente.4

4
Son muchos los trabajos que exploran, en distintas dimensiones, el alcance de esas trans-
formaciones. Baste mencionar aquí solo algunos que han contribuido particularmente a la
construcción del conocimiento científico acerca del período. Respecto de los cambios en la
estructura productiva y la política económica de la dictadura: Schvarzer, 1986; Basualdo,
1987, 2017; Fridman, 2008. Acerca del Terrorismo de Estado, sus consecuencias directas y su
impacto en la cultura política argentina: Calveiro, 2004; O’Donnell, 1997; Vezzetti, 2009; Da
Silva Catela, 2001; Merenson, 2014; D’Antonio, 2016; Franco, 2008; Yankelevich, 2010. Sobre
las transformaciones en la estructura social y los cambios en las relaciones entre las clases
sociales: Torrado, 1994; Villarreal, 1985; Minujin y Kessler, 1995. Acerca de los cambios en la

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Introducción

En efecto, las políticas implementadas por las Fuerzas Armadas en distintos


ámbitos –que analizan en este volumen César Mónaco y Diego Benítez–5 supusie-
ron acciones y promovieron cambios que afectaron de manera duradera la vida de
los argentinos. En primer lugar, la política de apertura económica y liberalización
financiera impulsada por el ministro Martínez de Hoz provocó un proceso general
de desindustrialización con profundas consecuencias para la estructura produc-
tiva del país. Solo algunas ramas de la industria (en particular, aquellas asociadas
con la producción de bienes intermedios) y algunas fracciones del capital lograron
sobrevivir a esas reformas.
En segundo, como resultado de las políticas implementadas, entre mediados
de la década del setenta y comienzos de la década siguiente los trabajadores expe-
rimentaron una fuerte caída del salario real y el deterioro de sus condiciones de
trabajo.6 La suspensión de las actividades gremiales impuesta por el gobierno militar
en el marco de una fuerte política de represión y desmovilización de los sectores
populares contribuyó a profundizar estos efectos. Los cambios impulsados por el
gobierno militar redundaron en una fuerte redistribución del ingreso en detrimen-
to de los asalariados, cuya contracara fue un proceso inédito de concentración del
capital. Mientras en 1974 la parte del pbi correspondiente a los asalariados era del
45%, en 1976, luego de las primeras medidas implementadas por la dictadura, pasó
a ser del 25%. Tal como lo observan Álvarez, Fernández y Pereyra en el artículo in-
cluido en este volumen, pese a sus altibajos, los ingresos de los trabajadores nunca
recuperaron los niveles previos a la dictadura.7
En tercer término, y en lo que se refiere a los sectores empresarios, la política
económica implementada por el régimen militar provocó la quiebra de pequeños
y medianos empresarios del sector industrial. Al mismo tiempo, favoreció la con-
centración del capital en manos de un conjunto de grupos económicos locales y
empresas trasnacionales, que aumentaron su control sobre los mercados, en buena
medida beneficiados por la transferencia de recursos públicos.

representación corporativa: Pucciarelli, 2004. Sobre la dinámica política y las internas al


interior del régimen militar: Canelo, 2009, 2016. A propósito de los cambios en las formas de
organización, participación y movilización política: Calderón y Jelin, 1987; González Bombal,
1988; Jelin, 2005; Palomino, 2005.
5
Cfr. “La Argentina del Proceso. Un texto introductorio a la etapa 1975-1983”, en pp. 87-120.
6
Si, pese al achicamiento de la industria, el desempleo se mantuvo en niveles relativamente
bajos durante el período, esto se debió a la absorción por parte del sector servicios (en gran
medida a través del autoempleo) de buena parte de la mano de obra expulsada por el sector
secundario. Muchas veces, ese cambio en el sector de actividad estuvo acompañado de un
deterioro en las remuneraciones y de la pérdida de los beneficios a los que se accedía a través
del empleo.
7
Cfr. Álvarez, Mariana; Fernández, Ana Laura y Pereyra, Francisca, “El mercado de trabajo en
la post-convertibilidad (2002-2010): Avances y desafíos pendientes”, en pp. 205-240.

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Mariana Luzzi

En cuarto, el crecimiento de la deuda externa, que pasó de 8200 millones de


dólares en 1976 a 43.600 millones de dólares en 1982,8 fue otra de las consecuencias
fundamentales de la dictadura. Las condiciones creadas por las reformas de Mar-
tínez de Hoz llevaron al inicio de una etapa signada por la valorización financiera
como forma predominante de acumulación de capital. En esa dinámica, el endeuda-
miento externo constituyó un elemento clave, al que el Estado contribuyó tempra-
namente, operando como garante del proceso y luego con la estatización de la deuda
externa privada.9 A partir de entonces, el endeudamiento externo fue una variable
fundamental en la acumulación del capital de los sectores más concentrados de la
economía. Asimismo, la deuda externa pública se convirtió en uno de los principa-
les condicionantes para la política económica de los sucesivos gobiernos del país.
En quinto lugar, no debe olvidarse que estas reformas fueron llevadas a cabo
simultáneamente con una política de brutal represión, destinada al aniquilamiento
de todos los sectores movilizados desde finales de la década de 1960. Trabajadores,
estudiantes, militantes de organizaciones políticas armadas, dirigentes políticos
y sindicales, intelectuales y artistas fueron víctimas de un aparato represivo
clandestino organizado por el Estado, cuya lógica y funcionamiento han sido bri-
llantemente analizados por Pilar Calveiro en el libro Poder y desaparición, del cual
incluimos aquí algunos fragmentos.10 Como lo señala la abundante literatura sobre
el tema, los efectos de ese terrorismo de Estado sobre la sociedad argentina han sido
múltiples. A las consecuencias directas del plan sistemático de represión llevado
adelante por las Fuerzas Armadas –miles de desaparecidos, asesinados, exiliados,
presos políticos y centenares de niños apropiados–, se suma la impronta con que
el miedo, el control y la censura marcaron la vida cotidiana de aquellos años. Pero
además, el terrorismo de Estado fue una importante arma de desmovilización y
disciplinamiento social, cuyos efectos se hicieron visibles mucho más allá del final
de la dictadura.
Es en virtud de estos cambios que resulta posible afirmar que la dictadura mar-
ca un antes y un después en la historia de nuestro país. Desde luego, este énfasis en
la ruptura que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional representa
en muchos sentidos no significa que sea imposible trazar líneas de continuidad
entre este período y los anteriores.11 Sin embargo, la fuerza de las transformaciones

8
Cfr. Basualdo, 1987: 66.
9
Para un análisis de la evolución de la deuda externa argentina durante la dictadura, y espe-
cíficamente del rol asumido por el Estado desde comienzos de la década de 1980 como garante
del proceso de endeudamiento, cfr. Basualdo, 1987. Para el examen del papel del endeudamiento
externo en la economía argentina de los noventa, cfr. Schvarzer, 2002; Schorr y Kulfas, 2003.
10
Calveiro, Pilar, 2004. Cfr. selección en pp. 121-138.
11
Distintos autores han reflexionado con agudeza sobre las líneas de continuidad que pueden
establecerse, por ejemplo, entre el golpe de 1976 y las intervenciones militares que lo prece-
dieron. Al respecto, puede consultarse, entre otros, el trabajo de Sidicaro, 2004.

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Introducción

producidas justifica pensar que la sociedad que se abría al proceso de democrati-


zación en 1983 no era la misma de 1976. Es sobre esa sociedad, y sobre algunos de
los procesos que la atravesaron hasta hoy, de la que trata esencialmente este libro.

La Argentina antes de 1976


Ahora bien, resulta imposible comprender el peso de aquellas transformaciones en
la economía, la política, el funcionamiento del Estado y las relaciones entre las clases
y grupos sociales sin contrastarlas con el modo en que cada uno de estos aspectos
de la vida social se configuraba antes de 1976.
Durante mucho tiempo fue habitual la referencia a la singularidad de la so-
ciedad argentina en el contexto latinoamericano. Tal como lo destacaban diversos
estudios, nuestro país se distinguía del resto de los países de la región por sus altos
niveles de integración social y bajos niveles de desigualdad. Esta situación era el
producto de la conf luencia de distintos factores, entre los que se encontraban las
condiciones creadas por el proceso de industrialización por sustitución de impor-
taciones (iniciado en la década de 1930 y profundizado a partir de la llegada del
peronismo al poder en 1946), la situación del empleo, el impacto de las políticas
impulsadas desde el Estado y el rol de los sindicatos.
Tal como describen Ana Luz Abramovich y Gonzalo Vázquez en el texto in-
cluido en este volumen,12 la paulatina consolidación de un modelo de desarrollo
basado en el crecimiento de la industria nacional destinada al mercado interno
significó una multiplicación de los puestos de trabajo asalariados, bajos índices de
desempleo y el mantenimiento del poder de compra de los salarios en niveles rela-
tivamente altos, comparados tanto con los de períodos anteriores como con los de
otros países de la región.13 Estos rasgos, sumados a una escasa segmentación entre

12
Cfr. Abramovich, Ana Luz y Vázquez, Gonzalo, “Es solo un rocanrol del país. Una introducción
a los modelos de desarrollo en la Argentina”, en pp. 43-86.
13
Durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1952 y 1952-1955) el mantenimiento de
salarios reales relativamente altos constituyó uno elemento central de la política económica,
al que se tendía a través de distintos instrumentos. Entre otras medidas, la fijación de precios
máximos para algunos productos de primera necesidad (como ciertos alimentos) y el conge-
lamiento de los alquileres (un rubro fundamental en el presupuesto de los hogares obreros,
en un momento en que el acceso a la propiedad de la vivienda estaba reservado a los sectores
altos) apuntaban a posibilitar el acceso de las clases trabajadoras al consumo de masas, pro-
ceso que ha sido brillantemente analizado por Natalia Milanesio, 2014. Era de ese consumo
que dependía la industria nacional en expansión. En la segunda fase de la industrialización
sustitutiva, el desarrollo de la industria nacional siguió distintas variantes a lo largo del tiempo,
articuladas con esquemas de distribución del ingreso diferentes. En la variante que Aspiazu,
Basualdo y Khavisse denominan concentradora, predominante entre 1958 y1962 y entre 1966
y 1972, fue el consumo de los sectores de más altos ingresos, y no el de los sectores populares,
el que operó como motor del desarrollo industrial (1987: 40-42).

17
Mariana Luzzi

los trabajadores de distintos sectores y calificaciones, contribuyeron durante varias


décadas a dar homogeneidad a las clases trabajadoras de la Argentina.
Contribuyó además en este sentido la realización por parte del Estado de
fuertes inversiones en educación y en salud, tendientes a la creación de sistemas
públicos de amplia cobertura, así como también de un sistema de seguridad social
ligado al empleo formal, que comprendía prestaciones jubilatorias y asignaciones
familiares.
La acción de los sindicatos fue otro factor que incidió en la homogeneidad y
fortaleza de las clases trabajadoras. Como es sabido, la historia de la organización
sindical en la Argentina no comienza con el peronismo, pero es inseparable de la
historia de este. No solo por el gran aumento de la sindicalización que se observó
durante las presidencias de Perón (el número de trabajadores afiliados a sindicatos
pasó de 520.000 en 1946 a 2.334.000 en 1951),14 sino fundamentalmente por el modo
en que el peronismo contribuyó –tanto a través de las reformas impulsadas desde
el gobierno, como por medio del particular vínculo establecido entre Perón y los
trabajadores– a configurar el sindicalismo argentino. En los años que siguieron al
derrocamiento de Perón, la gran capacidad de movilización de los sindicatos per-
mitió que, aun en un contexto de fuertes restricciones políticas y transformación
económica, los trabajadores siguieran constituyendo un actor fuerte y relativamen-
te homogéneo respecto de sus condiciones de vida.15
Otro de los signos de aquella excepcionalidad de la Argentina en el contexto
latinoamericano fue la conformación de una extensa clase media, producto de un
importante proceso de movilidad social ascendente. La combinación de las caracte-
rísticas del mercado de trabajo que acabamos de mencionar con una inversión pú-
blica sostenida en educación, salud y seguridad social, fue la clave de un proceso que
permitió que muchos hijos de padres obreros pasaran, al cabo de una generación,
a desempeñarse en ocupaciones típicas de la clase media, con su correspondiente
correlato en términos de los niveles de bienestar a los que pudieron acceder. Ahora
bien, la importancia de este fenómeno de movilidad social ascendente radicó tanto
en sus resultados específicos como en su impacto cultural y político.16 El progreso
individual –articulado sobre todo en torno del trabajo y la educación– operó como

14
En 1954 la tasa de sindicalización general era del 42,5%; en la industria manufacturera, la
tasa oscilaba entre el 50% y el 70% de los trabajadores. Cfr. James, 2006: 22.
15
Para un análisis del rol de los sindicatos después del derrocamiento de Perón, cfr. James,
2006; Cavarozzi, 1997; Gordillo, 2003. Respecto del impacto de la segunda fase de la industria-
lización sustitutiva en las características de la clase obrera urbana, cfr. Aspiazu, Basualdo y
Khavisse, 1987.
16
La idea, durante años indiscutida, de la Argentina como “país de clase media”, forma parte
–entre otros ejemplos– del impacto al que hacemos referencia aquí. Para un análisis exhaus-
tivo y reciente de la historia de la clase media argentina y los sentidos asociados a ella, cfr.
Adamovsky, 2009.

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Introducción

una promesa capaz de articular identidades, definir prácticas y orientar acciones.


Sería precisamente esa promesa la que se rompería a partir de los años ochenta,
cuando los efectos de las transformaciones económicas impulsadas por la dictadura
y de una persistente y elevada inf lación, provocaran el empobrecimiento de una
parte importante de la clase media. Este proceso de movilidad social descendente,
que Gabriel Kessler ha analizado en profundidad, planteó nuevos interrogantes y
desafíos, tanto para quienes lo sufrían en carne propia como para el resto de los
sectores sociales y también para el Estado; pero sobre todo, expresó crudamente
los límites de aquella confianza en el progreso que durante décadas había dejado
su marca en el imaginario de la Argentina.17
Aquellas grandes tendencias de la sociedad argentina, sin embargo, no deben
ser pensadas en términos estáticos. Si bien a grandes rasgos puede afirmarse que
ellas son el resultado de procesos de transformación económica y política que se
inician entre las décadas de 1930 y 1940 y son clausurados por la dictadura, es in-
dispensable reconocer las inf lexiones propias de ese largo período, durante el cual
se registran importantes variaciones.
Pese a su continuidad en términos generales, entre las décadas de 1950 y 1970
el esquema basado en el desarrollo de una industria nacional orientada al merca-
do interno atravesó transformaciones sustantivas vinculadas, sobre todo, con las
relaciones entre el Estado y los actores económicos y con el rol de la inversión ex-
tranjera, y sus efectos fueron notables, tanto en la dinámica del mercado de trabajo
como en las relaciones entre las distintas clases y grupos sociales.18
Al mismo tiempo, el sistema político y sus actores también registraron cam-
bios importantes. La llegada del peronismo al poder en la década del cuarenta había
significado la incorporación plena de los sectores populares a la política, después
de largas décadas en las que el ejercicio de los derechos políticos había estado limi-
tado por la práctica recurrente del fraude por parte de las fuerzas conservadoras.19

17
Una síntesis de ese proceso puede encontrarse en el texto de Carla del Cueto y Mariana
Luzzi, incluido en esta compilación (pp. 243-267). Sobre la temática, también pueden con-
sultarse los siguientes trabajos: Kessler, 2000; Minujin y Kessler, 1995; Di Virgilio y Kessler,
2008; Feijoó, 2001.
18
Una presentación general de estos cambios, que suelen pensarse en términos de dos fases
diferentes del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, y de las distintas
variantes que la industrialización siguió durante las décadas del cincuenta y del sesenta, puede
encontrarse en el texto ya citado de Ana Luz Abramovich y Gonzalo Vázquez.
19
Después de treinta años de dominación oligárquica, la sanción en 1912 de la Ley Sáenz Pe-
ña (que establecía el voto universal, secreto y obligatorio para todos los argentinos varones
mayores de 18 años) significó un primer paso en el proceso de ampliación de la participación
política en la Argentina. Sin embargo, los efectos de esa ampliación no alcanzaron a todos los
sectores sociales por igual; en esta etapa fueron sobre todo los sectores medios urbanos los que
experimentaron un cambio sustantivo respecto del período anterior, lo que se vio reflejado
en el triunfo del radicalismo en las elecciones presidenciales de 1916. Si bien constituyó una

19
Mariana Luzzi

Tal como ha señalado Daniel James, ese proceso de ampliación de la participación


política debe ser pensado no solo en términos de una ampliación de la ciudadanía,
sino también de su transformación. Como sostiene el autor, la clave del arraigo de
Perón en la clase trabajadora se basó en “su capacidad para refundir el problema
total de la ciudadanía en un molde nuevo, de carácter social” (James, 2006: 29). Esa
redefinición de la ciudadanía suponía no considerarla únicamente en términos de
derechos individuales y participación en el sistema político, sino como expresión de
la inserción en la esfera económica y social. De este modo, en el caso de los sectores
populares, su incorporación a la participación no pasó solo por la garantía de sus
derechos políticos, sino de manera esencial por el reconocimiento de la clase traba-
jadora como fuerza social fundamental para el desarrollo económico y político de
la Nación. En esta visión de la integración política y social, la intermediación de los
sindicatos resultó central para garantizar la representación de la clase trabajadora
en el Estado (James, 2006: 32).
Tras el derrocamiento de Perón, y en un contexto político radicalmente di-
ferente, los sindicatos no solo continuaron siendo un actor político de peso, sino
que en cierto modo se vieron fortalecidos. La proscripción del peronismo20 a partir
de 1955, los convirtió en el único canal de participación abierto para los sectores
peronistas y en la clave de su resistencia, a la vez que en un factor de presión al que
debieron enfrentarse los sucesivos gobiernos no peronistas.
Así, el período inaugurado por golpe de septiembre de 1955 estuvo marcado
por dos rasgos mayores. Por un lado, la exclusión del peronismo de las vías institu-
cionales de la política; por otro, la intervención creciente de las Fuerzas Armadas,
las cuales oscilaron entre el ejercicio de un rol tutelar sobre los gobiernos constitu-
cionales y el control directo del Estado, alternativa que se volvió dominante entre
1966 y 197321 y que reaparecería –no sin transformaciones– en 1976.
El tercer elemento central en esta etapa dominada por la inestabilidad polí-
tica fue la progresiva movilización y radicalización política de la juventud –tanto
en el ámbito de los partidos, como en los sindicatos y el movimiento estudiantil–,

reforma fundamental, la nueva legislación no solo continuó excluyendo a las mujeres de los
derechos políticos, sino que tampoco eliminó por completo la práctica del fraude –recurso
habitual de los partidos conservadores–, la cual recrudeció tras el golpe de 1930, cuando la
élite conservadora intentó recuperar el control del Estado.
20
Una de las primeras medidas de la autodenominada “Revolución libertadora” fue la di-
solución del Partido Peronista. A ella siguió, meses después, la prohibición de la utilización
pública y la reproducción de imágenes, símbolos, signos, obras de arte, doctrinas u otros textos
asociados con el peronismo. Tal prohibición alcanzaba a la mención del nombre propio del
presidente depuesto y sus familiares, así como también los términos “peronismo”, “peronista”,
“justicialismo” y “justicialista”. Cfr. decretos 3855/55 y 4161/56.
21
Para un análisis de este período, pueden consultarse los textos ya clásicos de O’Donnell, 1982,
1997; Portantiero, 1977 y Cavarozzi, 1997, así como también el volumen dirigido por James, 2003.

20
Introducción

profundizada a partir de 1966 en el contexto de un nuevo gobierno militar. 22 La


inf luencia de las experiencias de lucha revolucionaria en el Tercer Mundo, enca-
bezadas por la Revolución cubana, resultan claves para comprender ese proceso, en
el cual la lucha contra la dictadura se articularía con la voluntad de una transfor-
mación profunda de la sociedad. Es en ese pasaje que surgirán las organizaciones
políticas armadas, las cuales conformarán un actor político clave en la década de
1970.23
Así, el regreso del peronismo al poder en 1973 se produjo en un contexto radi-
calmente distinto del de 1945. La Argentina no era la misma de los años cuarenta,
ni tampoco la de 1955. En las dos décadas transcurridas, las relaciones sociales, la
estructura económica y el sistema político habían cambiado; cada uno de los actores
que de manera histórica habían disputado el control y la inf luencia sobre el Estado
(los partidos, los sindicatos, las corporaciones empresarias, las Fuerzas Armadas)
había atravesado profundas transformaciones y otros nuevos habían surgido (entre
los más importantes de ellos, las organizaciones político-militares). El peronismo
era un actor más complejo y heterogéneo que aquel que había sido desplazado del
poder en 1955, y uno de los principales desafíos a los que se enfrentó fue la difícil
resolución de sus propias tensiones internas. 24 El estallido de esas tensiones ali-
mentó la profundización de un conf licto social en el que la lógica de la política fue
crecientemente arrasada por la lógica de la violencia. Las Fuerzas Armadas fueron
protagonistas de ese proceso, que iniciaría su etapa más sangrienta con el golpe
militar del 24 de marzo de 1976.

El mundo del trabajo


Decíamos al comienzo que el recorte que proponemos en este libro parte de la dic-
tadura militar y sus consecuencias para proyectarse sobre el presente. En esa línea,
una de las dimensiones que nos interesa explorar especialmente es la del mundo del

22
El de la autodenominada “Revolución argentina”, comandada por el general Onganía.
23
Ese proceso de radicalización política ha sido analizado en numerosos estudios. Una primera
introducción al tema puede encontrarse en Gordillo, 2003. Respecto de las organizaciones
político-militares, su discurso político y en particular de la experiencia de sus militantes, cfr.
Calveiro, 2005; Oberti y Pittaluga, 2006; Slipak, 2015. Análisis específicos sobre el prt-erp y
Montoneros pueden encontrarse en: Anguita y Caparrós, 1997-1998; Carnovale, 2011. El lugar de
las mujeres en ese proceso de movilización se examina especialmente en Andújar, D’Antonio,
Gil Lozano, Grammático y Rosa, 2009; Oberti, 2015.
24
Maristella Svampa ha analizado esas tensiones como constitutivas de la dinámica del tercer
gobierno peronista (2003). Al respecto, también puede consultarse el ya clásico trabajo de
Liliana de Riz, 2000. Respecto de la articulación entre el proceso de radicalización política,
los conflictos internos al peronismo y los reclamos de orden, cfr. Franco, 2012. El artículo de
César Mónaco y Diego Benítez incluido en este volumen también provee un balance general
sobre el período y los conflictos que lo atravesaron.

21
Mariana Luzzi

trabajo, en cuanto este constituye un terreno particularmente fecundo para observar


las transformaciones recientes de nuestra sociedad.
En primer lugar, en la Argentina, como en toda sociedad capitalista, el trabajo
es la principal fuente de ingresos para la mayoría de los hogares. En función de ello,
las condiciones de vida de una parte importante de la población estarán definidas
–o al menos fuertemente inf luenciadas– por sus condiciones de trabajo (incluidas
las remuneraciones).
Pero la importancia del trabajo no se limita a su rol como proveedor de
recursos económicos. El trabajo es también un gran organizador del tiempo de
los individuos y las familias, y esto al menos en dos sentidos. Por un lado, como
elemento central que interviene en la definición de las etapas de la vida (distin-
guiendo la niñez y la adolescencia, como etapas consagradas a la formación, de la
adultez como “período activo” y la vejez como momento de “retiro”). Por otro, como
elemento que marca el ritmo de la vida cotidiana de los hogares, condicionando no
solo la rutina de quienes trabajan para el mercado, sino también la del resto de los
miembros del hogar.
En tercer término, el trabajo constituye un importante espacio de formación y
socialización. Se trata de una experiencia a lo largo de la cual no solo se adquieren
destrezas y competencias específicas, sino donde también se construye, en diálogo
y confrontación con otros, la propia biografía.
En cuarto lugar, como se ha señalado largamente, en la Argentina el trabajo
es la vía principal de acceso a la cobertura de salud (a través del sistema de obras
sociales) y a otros beneficios sociales fundamentales para la reproducción de las
familias (las asignaciones familiares, etcétera).
Por último, el trabajo es quizás el principal terreno de experiencia de los de-
rechos sociales y laborales. Es en el ámbito laboral, fundamentalmente a través de
la intervención sindical –aunque no solo con ella–, que se conocen esos derechos y
se aprende a apelar a ellos.
Por estos motivos, fenómenos como el desempleo o la inestabilidad laboral
significan mucho más que la pérdida de una fuente de ingresos. Cuando un traba-
jador pierde su empleo –al igual que cuando no está registrado–, pierde con él sus
aportes jubilatorios y la cobertura que le garantiza atención médica a él y su familia.
En el largo plazo, esto significa que probablemente (si el desempleo y/o el trabajo
“en negro” son duraderos) ese trabajador llegará a la vejez sin haber completado
sus aportes, por lo que es posible que no podrá obtener el beneficio jubilatorio. En
el caso de los trabajadores jóvenes, la extensión de la inestabilidad y la precariedad
laboral supone además una gran dificultad para proyectarse en un horizonte estable
(como aquel que presupone el modelo de la formación, la actividad y el retiro como
etapas sucesivas) y la necesidad de adaptarse a un futuro más accidentado y con
altos niveles de incertidumbre. Por otro lado, la falta de trabajo –o su intermitencia–
también inducen a reorganizaciones dentro de las familias: a menudo, eso significa

22
Introducción

que quienes antes no trabajaban fuera del hogar, o lo hacían a tiempo parcial (por
lo general las mujeres, cuando no son jefas de hogar, o los hijos jóvenes), salgan a
buscar más trabajo para compensar los ingresos faltantes, sin que esto tenga nece-
sariamente que ver con un objetivo de desarrollo personal.
Todas estas situaciones fueron observadas en la historia reciente de la Ar-
gentina. Tal como se describe en el texto de Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson
incluido aquí, 25 los años noventa estuvieron signados por la implementación de
una serie de reformas de inspiración neoliberal cuyos efectos más salientes en la
dinámica del mercado de trabajo fueron un notable aumento del desempleo, que
pasó del 6% a comienzos de la década a 14,4% en el año 2000 (y a más del 20% tras
la crisis de 2001), de la inestabilidad y de la precarización laboral. Los trabajadores
asalariados sin beneficios sociales, que representaban el 29% de los asalariados en
1991, pasaron al 35,8% en 2001.26 Las consecuencias de estos cambios en el mundo
del trabajo se registran simultáneamente en distintos niveles. El primero de ellos,
como señalan Cerrutti y Grimson, fue el crecimiento de la pobreza y el aumento de
la desigualdad social (evaluada en términos de la distribución del ingreso). También
se observa una mayor (y más acelerada) incorporación de las mujeres al mercado
de trabajo, en buena medida como respuesta al desempleo de sus cónyuges. Otros
fenómenos, como la evolución del delito –y en particular del delito contra la pro-
piedad–, también se mostraron asociados con el deterioro del mercado de trabajo.
Esa asociación se registra tanto en el aumento de las prácticas delictivas, como en
ciertos cambios en las modalidades y en la percepción social que de ellas se tienen.27
La dinámica de organización y movilización de los sectores populares también
da cuenta de los efectos de las transformaciones en el mercado de trabajo. Tal como
lo muestran Cerrutti y Grimson en el artículo mencionado, fue en los años noventa
que se desarrolló una de las experiencias de movilización más importantes de los
últimos tiempos: la de los trabajadores desocupados, o “piqueteros”. En efecto, en la
segunda mitad de la década, la consolidación del desempleo en niveles desconocidos
hasta entonces en la Argentina tuvo como correlato la conformación de organiza-
ciones que, a través de una forma particular de movilización –el piquete–, lograron
hacer visible el reclamo de cientos de miles de desocupados.28 La experiencia de las

25
Cfr. “Buenos Aires, neoliberalismo y después. Cambios socioeconómicos y respuestas po-
pulares”, pp. 149-203.
26
Para un análisis de los rasgos centrales del modelo de desarrollo neoliberal en el que es-
tán comprendidas las reformas mencionadas, cfr. el texto citado de Ana Luz Abramovich y
Gonzalo Vázquez.
27
El sociólogo Gabriel Kessler ha dedicado dos importantes trabajos a esta temática (2004,
2009).
28
Para un análisis de la experiencia de esas organizaciones y su impacto en la política argen-
tina, cfr. Svampa y Pereyra, 2003. Para un examen de la trayectoria de esos grupos después
de la crisis de 2001, cfr. Pereyra, Pérez y Schuster, 2008.

23
Mariana Luzzi

organizaciones de desocupados resulta fundamental para comprender las transfor-


maciones que atravesaron a la sociedad argentina durante los años noventa en más
de un sentido. En primer lugar, por el modo en que aquellas revelan la centralidad
que asumió en el período el problema del desempleo. En segundo, porque expresan
la potencialidad de organización y movilización de los sectores populares en un
contexto dominado por la desarticulación de muchos vínculos sociales y políticos.
En tercero, porque esa movilización permite entrever tanto los cambios que vivie-
ron los sectores populares como las mutaciones del Estado –en particular, a través
de la redefinición de las políticas sociales impulsada en aquellos años–.
La experiencia de las empresas recuperadas por sus trabajadores señala otro
hito importante en la dinámica de la organización obrera durante la segunda mi-
tad de los noventa.29 En un contexto dominado por el alto desempleo y la recesión
económica, algunos colectivos emprendieron el camino de la acción colectiva
y la autogestión laboral como estrategia para evitar la desocupación y defender
su identidad como trabajadores. Si bien esta experiencia comprendió solo a un
número limitado de empresas,30 su impacto en términos sociales y políticos fue
mucho más allá de quienes estaban efectivamente involucrados en ella. Por un
lado, el movimiento de empresas recuperadas mostró que las respuestas frente al
desempleo podían ser múltiples y que la producción podía constituir un eje para la
organización autónoma de los trabajadores. Por otro, su experiencia no puede ser
comprendida al margen del ciclo de movilización que inauguró la crisis de 2001, en
el cual las empresas recuperadas conf luyeron con otros grupos movilizados –entre
ellos, las organizaciones piqueteras y las asambleas barriales–.31
En comparación con la década de 1990, el período que se inicia en 2003 muestra
una serie de avances importantes en lo que refiere al mercado de trabajo. Sensible
aumento del empleo y disminución del desempleo –que a partir de 2006 vuelve a
ubicarse por debajo del 10% de la población económicamente activa–, retroceso del
empleo no registrado y mejora de los salarios son algunos de los rasgos salientes
del período, que en este volumen analizan cuidadosamente Álvarez, Fernández y
Pereyra. Esos avances, asociados sin dudas a la reactivación económica registrada
en el período, favorecida a su vez por el contexto internacional, no habrían sido

29
Gabriela Wyczykier (2009) ha analizado ese proceso. También da cuenta de él el trabajo de
Julián Rebón, 2004.
30
Según un informe del Programa Facultad Abierta de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, a fines de 2010 eran 205 las empresas recuperadas en todo el país.
La mayoría de ellas había sido recuperada después de la crisis de 2001, cuando las dificultades
económicas se exacerbaron. Solo el 26,8% había sido recuperada antes de 2001 o durante ese
año. Cfr. Programa Facultad Abierta, Informe del Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas
por sus Trabajadores, Buenos Aires, ffyl-uba, 2010, p. 12.
31
Para un análisis de ese ciclo de movilización, cfr. Svampa, 2005, especialmente el cap. 9, “El
retorno de la política a las calles (2002-2005)”.

24
Introducción

logrados sin la intervención creciente del Estado, que entre 2003 y 2015 desplegó
políticas activas tendientes a una re-regulación de las relaciones laborales (res-
tablecimiento del salario mínimo, vital y móvil; promoción de las negociaciones
colectivas; reactivación de las inspecciones del trabajo, entre las más salientes).
Sin embargo, tal como señalan las autoras, si bien los progresos en el período
fueron contundentes, en la mayoría de los casos las mejoras observadas en cada
uno de estos indicadores no resultaron suficientes para compensar el deterioro
experimentado desde la última dictadura militar y profundizado a lo largo de las
décadas siguientes. En la misma línea, el sociólogo Gabriel Kessler ha llamado la
atención sobre las profundas huellas que los procesos de f lexibilización y precari-
zación laboral observados durante los años noventa dejaron en la percepción del
trabajo, fundamentalmente por parte de los jóvenes. Según el autor, para muchos
de ellos el trabajo continúa siendo una “zona de vulnerabilidades y ausencia de
ciudadanía”, de la cual no está ausente la amenaza de la precariedad y la exclusión.
Esto se vincula con el hecho de que, pese a los grandes avances registrados durante
el período mencionado en la dinámica del mercado de trabajo, aún subsiste en la
Argentina un importante núcleo de exclusión.32
Estas observaciones se vuelven aún más relevantes en la actualidad, en un
contexto de marcada disminución del crecimiento económico, caída de los salarios
reales y aumento de la pobreza. Si hace unos años las ciencias sociales se pregunta-
ban hasta qué punto la recuperación observada entre 2003 y 2015 había permitido
volver a consolidar el trabajo como un espacio de integración social, revirtiendo
los procesos de deterioro del pasado, hoy vuelven a interrogarse sobre los riesgos
de un aumento de vulnerabilidad social, derivada de la declinación del salario y de
las crecientes dificultades del empleo.

Una sociedad fragmentada


Se ha insistido en muchas oportunidades en que desde mediados de los setenta, y
sobre todo con la implementación de grandes reformas neoliberales en los noventa,
la Argentina se convirtió en una sociedad profundamente desigual. La evolución
de algunos indicadores claves así lo confirman: los niveles de pobreza aumentaron
progresivamente –con picos en las dos grandes crisis del período, en 1989 y 2001– y
la distribución del ingreso evidenció un deterioro importante.
El impacto de esas tendencias tiene importancia en cuanto marca un fuerte
contraste con la imagen, consolidada durante décadas, de una sociedad argentina
con altos niveles de integración, en la cual el ascenso social –sobre todo en términos
educativos y ocupacionales– constituyó una posibilidad cierta para amplios sectores
de la sociedad. Esa sociedad estaba signada por lo que Juan Carlos Torre llamó una

32
Cfr. Kessler, 2011.

25
Mariana Luzzi

“mística igualitaria”, cuya función primordial había sido “desafiar los privilegios
allí adonde estos se manifestaren, llevando a una mayoría de los argentinos a la
convicción de que no hay ni bien ni posición que estén completamente fuera de
su alcance” (Pastoriza y Torre, 1999: 74). Pero ello no la convertía necesariamente
en una sociedad igualitaria; para el autor, en la Argentina convivían en tensión
elementos como los que mencionamos con otros más propios de estructuras jerár-
quicas.33 Poniendo el foco en las transformaciones de las últimas décadas, Gabriel
Kessler también apunta en ese sentido, al señalar que “[la] posibilidad de ascenso
[social] se inscribió a fuego como una fuente de expectativas de movilidad en todas
las clases sociales. Sin embargo, no dio lugar a instituciones políticas o a prácticas
democráticas que garantizaran en el largo plazo los grados de igualdad logrados”
(Kessler, 2011: 104).
Dicho de otro modo, es preciso ser cautelosos a la hora de evaluar la relación
entre los niveles de desigualdad de finales del siglo xx y las características previas
de la estructura social argentina. Si el contraste entre ambas configuraciones es
notable, ello no debe llevarnos a asumir un pasado dominado por la igualdad, sin
limitaciones. Por un lado, porque significaría ignorar la complejidad de la estructu-
ra social y sus transformaciones. Por otro, porque tal como lo exige el análisis del
mundo del trabajo, el examen de las desigualdades sociales también reclama una
mirada multidimensional. En otras palabras, si bien los ingresos, las ocupaciones
y la educación constituyen variables fundamentales en la consideración de los
procesos de producción y reproducción de las desigualdades sociales, no son las
únicas. Y un análisis comprehensivo deberá tener en cuenta también otras, como
los modos de habitar, los consumos, las prácticas culturales y religiosas y las formas
de la sociabilidad.
En ese sentido, puede resultar productivo pensar las transformaciones de la
estructura social argentina en las últimas décadas en una nueva clave de lectura. No
ya en términos de un aumento de la desigualdad expresado exclusivamente como
el empeoramiento de la distribución del ingreso, sino de una mayor fragmentación
social. Esta perspectiva pone el acento en las relaciones entre las clases y grupos
sociales, señalando el aumento de la distancia entre ellos, así como también la
mayor heterogeneidad de situaciones que se observa en su interior.34 Ella constituye
a la vez un prisma interesante para analizar las continuidades y rupturas entre el

33
Como señalan Pastoriza y Torre: “La extendida experiencia de movilidad que conoció el país
hasta mediados del siglo [xx] se produjo con el telón de fondo de la gravitación de una élite
aristocratizante, cuyo difuso y abarcador poder moral y cultural fue simultáneamente objeto
de admiración y resentimiento. […] Al final, la coexistencia de una estructura jerárquica con
una viva aspiración por la igualdad social se resolvió, no en la subversión del orden existente,
sino más bien […] en su aceptación tal como era, para luego modificarlo solo lo necesario a fin
de que se abriera y permitiera la incorporación de nuevos grupos y sectores a él” (1999: 74-75).
34
Una presentación general de las tendencias más importantes en el período 1983-2008, se

26
Introducción

período de ajuste estructural de finales del siglo xx, ampliamente examinado por
las ciencias sociales, y las transformaciones operadas entre 2003 y 2015, que en
muchos sentidos contribuyeron a morigerar los efectos de las reformas previas.
Siguiendo esta línea, es posible subrayar algunos cambios mayores. En el
caso de los sectores populares, las transformaciones en el mercado de trabajo
operadas en los años noventa, combinadas con los efectos de las reformas de las
políticas sociales y las consecuencias de las sucesivas crisis económicas, dieron
como resultado la consolidación de un proceso de repliegue sobre el barrio, el cual
fue convirtiéndose paulatinamente en el eje organizador la vida de los individuos,
en detrimento de la fábrica o en líneas generales del espacio laboral. Este proceso
de territorialización de los sectores populares, sobre el cual alertaba Denis Merklen
hace ya veinte años (2000),35 señala uno de los cambios más importantes registra-
dos en las últimas cuatro décadas respecto de las relaciones de los sectores menos
favorecidos con el resto de la sociedad. Su impacto es de una magnitud tal que no
fue revertido por las mejoras observadas en el período 2003-2015, aunque esto no
signifique que la situación de los sectores populares haya por ello permanecido
inalterada. Al contrario, tal como señalan Pablo Semán y Cecilia Ferraudi Curto en
el estudio incluido aquí,36 importantes cambios ocurridos en aquellos años en el rol
desempeñado por el Estado respecto de los grupos más vulnerables, por un lado, y
en el papel de los sindicatos, por otro, condujeron a una sensible modificación en
las condiciones de vida de los sectores populares, e impactaron en la capacidad de
estos para incidir en su transformación. Así, la territorialización, la estatalización
y la sindicalización se combinaron en ese período produciendo nuevas mutaciones
en el universo de los sectores populares. La continuidad de esas tendencias en el
presente, en un escenario en el que se advierte una nueva reconfiguración del papel
del Estado y de los sindicatos, constituye uno de los interrogantes que las ciencias
sociales deberán explorar en los años por venir.
En lo que respecta a la transformación de las clases medias, dos fenómenos
se destacan particularmente en las últimas décadas del siglo xx. Por un lado, el
ya mencionado empobrecimiento de una parte importante de estos sectores, que
distintos investigadores han analizado.37 Por otro, como expresión de procesos de
movilidad social de sentido opuesto, la profundización del proceso de segregación
espacial a través de la proliferación de countries y barrios cerrados en las periferias
de las principales ciudades del país, que también ha sido objeto de importantes tra-

desarrolla en el texto de Carla del Cueto y Mariana Luzzi, “La estructura social en perspectiva.
Transformaciones sociales en Argentina, 1983-2013”, en pp. 243-267.
35
Otros textos del autor profundizan el análisis de las transformaciones vividas por los sec-
tores populares, cfr. Merklen, 2005.
36
Cfr. “Las camadas geológicas de los sectores populares: estructuras, experiencias, conflictos”,
pp. 269-298.
37
Cfr. supra, nota 21.

27
Mariana Luzzi

bajos (Svampa, 2001). Esta tendencia, protagonizada por los sectores medios-altos y
altos señala la profunda heterogeneización de las clases medias, las cuales registran
tanto procesos de movilidad social descendente como trayectorias de ascenso so-
cial. Al mismo tiempo, ella indica un cambio de modalidad en la socialización y la
sociabilidad de esos sectores, que antes se desplegaban en espacios caracterizados
por la integración entre grupos sociales diversos, mientras que desde hace varias
décadas parecen reforzar la conformación de círculos sociales homogéneos.38 Ahora
bien, ¿qué pasó con estos procesos en los últimos quince años? Cuando se miran
esas tendencias desde el presente, considerando series temporales más largas que
las originalmente planteadas por los investigadores, es posible iluminar en algunos
casos nuevas inf lexiones. Respecto de las trayectorias de movilidad, se observa un
predominio no ya de procesos unidireccionales de empobrecimiento, sino largas
trayectorias de inestabilidad, con momentos de ascenso y de caída en los que inci-
den tanto el contexto económico como las políticas públicas.39 En otros casos, en
cambio, ese ejercicio permite subrayar la continuidad de ciertos rasgos, como el de
la segregación urbana, que lejos de interrumpirse, ha continuado profundizándose
hasta hoy.
Las huellas del proceso de fragmentación social también se observan en los
sectores altos. En este caso, uno de sus rasgos salientes se deriva del aumento de la
concentración de la riqueza observado desde mediados de la década de 1970. Esa
característica, cuyas consecuencias en la dinámica de las relaciones económicas ha
sido analizada por distintas investigaciones,40 tuvo como correlato el aumento de la
brecha que separa a las clases altas del resto de la sociedad. La profundización de
esa distancia, expresada tanto en términos de ingresos como de consumos y estilos
de vida, constituye uno de los fenómenos más importantes de las últimas décadas.
Sin embargo, los cambios en los grupos privilegiados, fundamentalmente en lo
que respecta a sus pautas de sociabilidad y socialización, constituyen todavía un
área poco explorada por las ciencias sociales, y uno de sus mayores desafíos para
los próximos años.41

Las mutaciones de la política


Las formas de la política, comprendiendo dentro de ella tanto sus marcos institu-
cionales como los modos más autónomos de participación en los asuntos públicos,

38
Estos cambios se observan particularmente en las decisiones y prácticas referidas a la
educación de los hijos. Al respecto, cfr. Del Cueto, 2007.
39
Cfr. al respecto Kessler, 2014.
40
Cfr., entre otros, Basualdo y Arceo, 2006.
41
Una excepción a esta tendencia son los recientes trabajos de Heredia, 2016 y de Ghessaghi,
2016. En el mismo sentido pueden mencionarse las investigaciones sobre las grandes empresas
de Szlechter (2015) y Luci (2016).

28
Introducción

también experimentaron grandes transformaciones a lo largo de las últimas décadas.


Desde la clausura vivida durante del período dictatorial hasta la actualidad, muchos
cambios marcaron las formas de organización, representación y participación po-
lítica en la Argentina.42
La vuelta a la democracia en 1983 estuvo acompañada por una gran eferves-
cencia de los partidos políticos que, sin embargo, no fue duradera.43 Tal como señala
Juan Carlos Torre en el artículo incluido en esta compilación,44 el entusiasmo inicial
–observado, por ejemplo, en la cantidad de afiliaciones registradas en el final de la
dictadura– fue cediendo paso, sobre todo a partir de la segunda mitad de la década
de 1990, a un creciente descontento con la política institucional, que alcanzaría su
máxima expresión en la crisis de 2001. Ese descontento –que, como subraya Torre,
no afectó a todos los partidos de igual manera– fue interpretado por las ciencias
sociales en términos de una crisis de representación: lo que estaba en cuestión no
era la democracia como régimen político –como lo había sido décadas atrás– 45 sino
el comportamiento de los partidos y sus dirigentes.
En el distanciamiento entre representantes y representados pesaron particu-
larmente, a juicio de Torre, los cambios acaecidos en la cultura política argentina
desde el restablecimiento de la democracia. Entre ellos se cuenta, en primer lugar, el
surgimiento de movimientos que, en la tradición iniciada por las organizaciones de
derechos humanos, formularon sus demandas en términos de derechos y apelaron
al sistema judicial como vía para la resolución de conf lictos.46 En segundo, la crea-
ción de asociaciones civiles dedicadas a la promoción de la participación ciudadana

42
Una serie de estudios referidos a esas transformaciones, con especial hincapié a las aconteci-
das a partir de los años noventa puede encontrarse en Rinesi, Nardacchione y Vommaro, 2007.
43
La vitalidad política observada en los primeros años de la democracia no comprendía
únicamente a los partidos, sino que era la expresión de una voluntad generalizada por volver
a ocupar, de diversos modos, el espacio público clausurado durante la dictadura. Partidos,
organizaciones de derechos humanos, colectivos e iniciativas culturales, entre otros, formaban
parte de esa aludida “efervescencia”. Ese ciclo inicial se cerraría, en buena medida, a partir de
los episodios de Semana Santa de 1987, que marcarían también el desencuentro entre el go-
bierno de Alfonsín y una parte importante del electorado que lo había llevado a la presidencia.
44
Cfr. Torre, Juan Carlos, “Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la
naturaleza de la crisis de representación partidaria”, en pp. 301-323.
45
La ausencia de un cuestionamiento de la democracia como régimen político, aun en un
momento de fuerte disgregación política, económica y social como la crisis de 2001, ha he-
cho que algunos autores ubiquen en esta última el fin de la transición a la democracia en la
Argentina. Para una interpretación en este sentido, cfr. Pérez, 2008.
46
Las protestas contra la violencia policial primero, los reclamos de consumidores y usuarios
después, como así también las demandas vinculadas con la protección del medioambiente son
los ejemplos más salientes de esta tendencia, observada a partir de finales de los años ochenta.
Las protestas surgidas durante la crisis de 2001, en particular las de ahorristas y deudores
hipotecarios, también son una expresión de estos cambios en la definición y el procesamiento
de los reclamos ciudadanos. Para una interpretación sobre la herencia del movimiento de
derechos humanos en las movilizaciones de los noventa, cfr. Pereyra, 2005.

29
Mariana Luzzi

y el control de las acciones gubernamentales. Ambas transformaciones inf luyeron


en una nueva visión de la representación partidaria, en la cual la fiscalización de
las acciones de partidos y dirigentes por parte de los ciudadanos fue la clave de
la relación entre representantes y representados –a diferencia del pasado, en que
esta se fundaba esencialmente en los vínculos derivados de una identidad común.47
Si la crisis de representación constituye un fenómeno que se observa progre-
sivamente a lo largo del período democrático, los años noventa serán el escenario
de otro cambio, que conf luye con ella pero a la vez la excede. Maristella Svampa
ha caracterizado la década como aquella de la subordinación de la política a la
economía, de la pérdida de autonomía de la primera frente a una economía –pen-
sada en clave neoliberal– cuyas exigencias dominan las decisiones de gobierno.
Ese fenómeno se alimenta, además, de una transformación de la gestión estatal en
la que se combinan procesos de privatización, descentralización administrativa,
profesionalización y focalización (Svampa, 2005: 53 y ss.).48 Como consecuencia de
estos cambios, tanto los modos de hacer como de pensar la política se ven profun-
damente alterados.
Por supuesto, eso no significa que no se hayan registrado en aquel período
otras formas de entender la política. El movimiento de desocupados, que mencio-
nábamos antes, y una nueva generación de organizaciones de derechos humanos
–entre las que se destaca HIJOS– 49 son experiencias de organización y movilización
que dan cuenta de una vitalidad de la política lejana de la sumisión que se observa
en el espacio institucional. Lo mismo puede afirmarse respecto del sindicalismo
opositor que nace en aquellos años, encarnado sobre todo por la Central de Traba-
jadores Argentinos (cta), cuya trayectoria repasa aquí Sebastián Pereyra.50 Pero
cierto es que todos ellos fueron, ante todo, expresiones de la resistencia frente al
modelo neoliberal, cuya acción no logró revertir la tendencia dominante hacia la
subordinación de la política a la economía y la administración.
Fue la crisis de 2001 la que marcó un punto de inf lexión en este proceso. Las
manifestaciones que se iniciaron con la declaración del estado de sitio por parte del
entonces presidente Fernando de la Rúa, el 19 de diciembre de 2001, dieron paso a
un ciclo de movilización que analiza aquí Carolina Schillagi51 y del que participaron

47
Cfr. Torre, Juan Carlos, pp. 312-314.
48
Sobre ese punto, cfr. Morresi y Vommaro, 2012.
49
Se trata de la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio,
fundada en 1995, que reúne a hijos de desaparecidos, asesinados, presos políticos y exiliados
por la última dictadura militar. Para un análisis exhaustivo de la historia de la organización
y las experiencias de sus integrantes, cfr. Bonaldi, 2006.
50
Cfr. “Las metamorfosis del sindicalismo argentino”, en pp. 353-366. Para un análisis específico
de la experiencia de la cta, cfr. Armelino, 2005.
51
Cfr. “Experiencias de movilización social e interpretaciones sobre la crisis de 2001”,
pp. 325-351.

30
Introducción

–de manera articulada en algunos casos y sin conf luencias en otros–: desocupa-
dos, trabajadores de empresas recuperadas, ahorristas afectados por el corralito,
deudores hipotecarios y vecinos reunidos en asambleas barriales, entre otros. Ese
ciclo, que comenzaría a cerrarse con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en
mayo de 2003, marcó una revitalización de la participación política, que se produjo
inicialmente desbordando y ampliando sus marcos institucionales.
Las particularidades y los efectos políticos de ese proceso fueron múltiples y
han sido analizadas por numerosas investigaciones.52 Entre las primeras se des-
tacan, como recuerda Schillagi, las asambleas barriales organizadas en distintas
ciudades del país, cuya breve existencia dejó sin embargo huellas profundas en la
política argentina. Parte de esa herencia se observa, por ejemplo, en los diversos
movimientos surgidos en la poscrisis, entre los que se cuentan aquellos organizados
en torno de cuestiones socioambientales, que en este volumen examinan Lorena
Bottaro y Marian Sola Álvarez.53 Como señalan las autoras, los cambios operados
tras la crisis de 2001 y las condiciones creadas por la movilización social inaugu-
rada con ella, dieron lugar a la proliferación de demandas fundadas en la defensa
de derechos económicos, sociales y culturales. A su vez, estas se insertaban en un
proceso de formulación de reclamos en términos de derechos que ya se registraba
en la década de 1990, y de la cual la reforma constitucional de 1994 había sido a la
vez expresión y condición de posibilidad, a través de la creación de nuevas figuras
e instrumentos legales.54 Así, con rasgos que evidencian el legado de los movimien-
tos surgidos en los años noventa y otros que les son propios, los movimientos so-
cioambientales constituyen una expresión entre otras de los modos que asumieron
la participación y el conf licto en la Argentina tras la recuperación posterior a la
crisis de 2001.
No solo los movimientos sociales, sino también los canales más institucio-
nales de la acción política (como los sindicatos y los partidos) vivieron un proceso
de recomposición a partir de 2003. En primer lugar, los años del kirchnerismo
estuvieron marcados por una fuerte revitalización sindical que incluyó tanto la
reactivación de las grandes organizaciones del pasado, como el surgimiento de un
nuevo sindicalismo de base, nacido de la organización de los trabajadores en sus
lugares de trabajo.55 Este proceso, cuyo examen emprende aquí Paula Abal Medi-
na, no puede ser entendido sin considerar a la vez la recuperación de la actividad

52
Cfr. entre otros: Pereyra, Vommaro y Pérez, 2013; Svampa, 2011; Bonnet y Piva, 2009; Gia-
rracca, Norma et al., 2007.
53
Cfr. Bottaro y Sola Álvarez, pp. 381-402.
54
Para un análisis de la reforma constitucional en este sentido, así como de sus consecuencias,
cfr. Smulovitz, 1997.
55
Distintos trabajos han analizado este proceso de revitalización sindical, con especial énfasis
en el sindicalismo de base. Al respecto, pueden consultarse: Barattini, 2013; Anigstein, 2013;
Varela, 2013; Marticorena, 2015.

31
Mariana Luzzi

económica y el rol asumido durante ese período por el Estado en la re-regulación de


las relaciones laborales. Al mismo tiempo, como recuerda la autora, su comprensión
resulta incompleta si no se consideran las tensiones derivadas de la consolidación
de un amplio sector de la clase trabajadora que permanece por fuera de la economía
formal, y por lo tanto al margen no solo del empleo registrado, sino también de las
estructuras formales del sindicalismo argentino.
En segundo lugar, el período que va de 2003 a 2015 estuvo también signado
por una cierta recuperación de la vitalidad de la política partidaria, visible tanto
en una relativa recomposición de la imagen de los políticos profesionales (que ha-
bían sido cuestionados con fuerza en 2001) como sobre todo en el restablecimiento
de los partidos como espacios de participación política juvenil –algo observado en
especial en el espectro de las organizaciones kirchneristas y en el ámbito de la iz-
quierda tradicional–. Finalmente, la política de partidos ha sido también el terreno
de una de las principales novedades de la política argentina en los últimos años:
el triunfo en 2015 de un candidato a presidente que no pertenece a ninguno de los
dos partidos tradicionales de la Argentina (peronismo y radicalismo) y que llega al
gobierno como líder del primer partido de centro-derecha que conquista por la vía
electoral el poder después de más de 70 años.56
Asambleas, grupos movilizados, colectivos, redes, y también partidos y sin-
dicatos, constituyen en cierto modo la contracara de aquello que señalábamos al
comienzo de esta introducción respecto de los problemas sociales. Cuando una
situación es entendida como problemática es porque se entiende que puede y debe
ser modificada mediante la intervención de las personas, y en particular del Estado.
Ahora bien, si tales problemas pueden ser enunciados es, en buena medida, porque
esas organizaciones levantan su voz. La transformación en las formas de partici-
pación, representación y movilización política es entonces clave para comprender
cómo fueron tematizadas y procesadas a lo largo de estos años aquellas cuestiones
consideradas injustas. El examen de estas será, no ya la única, pero sí una puerta
de entrada interesante para pensar a la sociedad argentina. Esa es la tarea a la que
invitamos con este libro.

El libro
Este libro es el producto de un largo trabajo colectivo desarrollado por quienes
integramos el equipo docente de la materia Problemas Socioeconómicos Contempo-
ráneos en la Universidad Nacional de General Sarmiento. La compilación se nutre
no solo de las lecturas e investigaciones que cada uno de nosotros ha desarrollado

56
El sociólogo argentino Gabriel Vommaro (2017) se ha ocupado de analizar ese proceso. Al
respecto, también puede consultarse: Vommaro y Morresi, 2015.

32
Introducción

a lo largo del tiempo, sino también de muchos años de labor y reflexión docente, de
diálogo con estudiantes y entre colegas.
Se trata así de un libro pensado para el aula, para su utilización y discusión en
el marco de procesos de enseñanza y aprendizaje en el área de Ciencias Sociales,
pero que también ha sido elaborado desde el aula, volcando en él lo que aprendimos
sobre cómo enseñar a pensar ese objeto por momentos escurridizo que es la socie-
dad en que vivimos.
En línea con ese objetivo, parte de los artículos que integran el volumen fueron
escritos especialmente por investigadores que forman o formaron parte del equipo;
en ellos, los autores aceptaron el desafío de producir materiales que, sin abandonar
la lógica y las exigencias de los textos académicos, se ajustaran a las necesidades de
estudiantes que recién ingresan a la universidad y comienzan a tomar contacto con
la temática y el lenguaje de las ciencias sociales. Criterios similares se utilizaron
en la búsqueda del resto de los textos reunidos aquí. La producción de las ciencias
sociales acerca de las transformaciones de la sociedad argentina en el último medio
siglo es muy vasta y toda selección suponía dejar de lado contribuciones valiosas.
La nuestra tendió a privilegiar aquellos trabajos que presentaran resultados de
investigaciones empíricas, que no se estructuraran en torno de discusiones concep-
tuales sino del análisis de datos (primarios o secundarios) y que no supusieran el
conocimiento por parte del lector de discusiones o debates disciplinarios específicos.
Las propuestas para el trabajo en clase que se incluyen en el libro, en la forma
de guías de lectura o de actividades, así como también la selección de conceptos
fundamentales que sirven de apoyo a la lectura de la bibliografía, recogen nuestra
experiencia en los cursos y nuestra continua búsqueda de fuentes y materiales
complementarios a los textos académicos, que resulten útiles para pensar y dis-
cutir sobre los problemas trabajados en la materia. Algunas de ellas, queremos
subrayarlo, han sido elaboradas por estudiantes avanzados o graduados recientes
de la Universidad en el marco de becas de Formación en Docencia financiadas por
la ungs, una experiencia que ha enriquecido por igual su formación como docentes
y el trabajo de quienes los orientaron.
Por último, la edición de este volumen, destinado a quienes están iniciando su
trayectoria en la universidad, pero también a quienes se encuentran en el último
año de la escuela media y a sus profesores, debe ser entendida también como una
expresión del compromiso de la Universidad Nacional de General Sarmiento con la
construcción de una universidad pública, de calidad y abierta a todos los sectores
de la sociedad. Por ese proyecto trabajamos quienes pensamos este libro.

Referencias bibliográficas
Adamovsky, Ezequiel (2009). Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia
de una ilusión, 1919-2003. Buenos Aires: Planeta.

33
Es solo un rocanrol del país
Una introducción a los modelos
de desarrollo en la Argentina

Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

Introducción
Este texto ha sido escrito para estudiantes universitarios1 con el propósito de aportar
a su comprensión de los principales problemas económicos que afectan a la sociedad
argentina. Para entender dichos problemas, poder discutir sobre ellos y tener la ca-
pacidad de pensar posibles acciones y estrategias para hacerles frente, es necesario
comprender la totalidad del contexto en el que se desarrollan, así como su evolución
a lo largo de los diferentes períodos que marcaron la historia de nuestro país. Para
facilitar esta comprensión, adoptamos el esquema analítico que divide a la historia
contemporánea de la Argentina en tres grandes períodos, relacionados con tres mo-
delos de desarrollo diferentes: el modelo agroexportador (cuyo inicio suele marcarse
en 1880 pero abarca también el período previo de consolidación nacional), el modelo
de industrialización por sustitución de importaciones (que podemos enmarcar entre
1930 y 1976), y el modelo neoliberal (que se inicia con la dictadura de 1976 y se des-
pliega con fuerza hasta la crisis de 2001, y cuya continuidad o no después de 2001 es
motivo de discusión académica, así como de disputa política).
En primer lugar presentaremos las principales características del modelo
agroexportador (mae), para luego describir aquellas del modelo de industrialización
sustitutiva de importaciones (isi), que fueron modificadas profundamente a partir
de 1976. Esto nos permite delinear los rasgos fundamentales del modelo neoliberal
que se configura a partir de ese momento y que marca el contexto general en el

1
Una primera versión de este texto fue escrita en el año 2011 para ser utilizada como biblio-
grafía en la materia Problemas Socioeconómicos Contemporáneos de la Universidad Nacional
de General Sarmiento. El presente texto conserva buena parte de dicho artículo original,
revisa y corrige algunos aspectos y desarrolla una parte final actualizando la situación y el
análisis al año 2016.

43
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

que se fueron desarrollando los principales problemas socioeconómicos actuales.


Se sintetizan también las principales políticas económicas implementadas por
los distintos gobiernos desde 1976 hasta la actualidad, aportando elementos para
el análisis y la discusión de los proyectos alternativos en disputa, así como de sus
posibilidades de transformación.
El presente texto está escrito desde una perspectiva de economía política, y
eso se expresa tanto en su manera de analizar la realidad, como en el recorte de
la realidad que analiza. El texto tiene un carácter introductorio, y por ello no pro-
fundiza demasiado en las explicaciones teóricas más complejas de los fenómenos
que se describen.
Partiremos de una definición de modelo de desarrollo, señalando los diversos
componentes que lo conforman y la manera en que estos interactúan, y con base
en este esquema analítico iremos describiendo sintéticamente los rasgos más
sobresalientes de los distintos modelos desarrollados en nuestro país desde 1880
hasta la actualidad.

¿A qué llamamos “modelo de desarrollo”?


En principio, en este texto hablamos de modelo de desarrollo para referirnos a un
determinado momento histórico del país, en el que se configuran de manera rela-
cionada:
a. un patrón de acumulación dominante, que marca el funcionamiento de las
actividades y los actores económicos;2
b. un conjunto de relaciones políticas y de poder (dominación y subordinación)
entre diversos grupos y sus bloques, alianzas, etcétera;
c. una forma de concebir el papel del Estado y de intervenir mediante las
políticas públicas;
d. una cierta conformación de la estructura social; y
e. un determinado modelo cultural y comunicacional,
f. en el marco de un particular contexto mundial en el que nuestro país está
inserto.
Siguiendo a las teorías del desarrollo latinoamericano podemos decir bre-
vemente que el sistema mundial capitalista está conformado por un Centro y
una Periferia. Los países centrales son aquellos que han logrado desarrollar una
estructura productiva diversificada e integrada con altos niveles de bienestar para

2
El patrón de acumulación indica qué tipo de actividad/es (agropecuaria, industrial, de ser-
vicios, financiera) es la más relevante en un período. La relevancia viene dada por el peso que
toma dentro de la estructura económica (qué porcentaje del pbi representa); pero especialmente,
por la cantidad y calidad de empleos que demanda y –por ende– por la distribución del ingreso
que a partir de esto se genera.

44
Es solo un rocanrol del país

la mayor parte de su población. Los países periféricos, entre los cuales se encuentra
la Argentina, han sido insertados al sistema capitalista mundial (a través de proce-
sos de dominación colonial) en función de las necesidades de los países centrales, y
debido a ello sus estructuras productivas están especializadas en la producción y
exportación de materias primas, tienen bajo grado de integración sectorial y territo-
rial, y sus poblaciones sufren elevados niveles de pobreza, exclusión y desigualdad.
En otras palabras, son economías subdesarrolladas y dependientes de los países
centrales. Esto implica que las posibilidades de los países periféricos de incidir en
la economía y la política global son relativamente pequeñas, y que los márgenes
de acción y de toma de decisiones independientes son limitados, por las presiones
ejercidas por los gobiernos y las empresas de los países dominantes. Romper con
estos lazos de dominación y dependencia, y avanzar en un camino de desarrollo
nacional implica lograr un cambio estructural en la economía, lo que representa
un desafío complejo y difícil (pero no imposible) para un país como el nuestro.
Un modelo de desarrollo no se “implementa”. No es una decisión de un gobier-
no, ni de un grupo de poder, sino un resultado de la particular forma de respuesta
de los diversos actores (que son todos ellos económicos, políticos y sociales) a las
condiciones de funcionamiento internas y externas (mundiales) de la economía en
ese período particular. Las políticas, que sí son implementadas por los gobiernos (en
respuesta a los resultados de luchas de poder entre sectores con diferentes intereses),
pueden estar orientadas en el sentido de profundizar los rasgos característicos de
un modelo, o en el sentido contrario, tratando de suavizarlos o modificarlos, como
veremos en el estudio de la Argentina.
Los diversos modelos de desarrollo en cierta forma son una manifestación de
los distintos “proyectos de país” en disputa. Y por ello no nos interesa estudiarlos
solo como “algo que pasó en la historia” de nuestro país, sino como herramientas
conceptuales para la comprensión, la discusión y la construcción política de la
Argentina presente y futura.

El modelo agroexportador (mae)


Suele señalarse a 1880 como la fecha aproximada de inicio del desenvolvimiento de
este modelo, coincidente con la asignada al comienzo del Estado moderno en la Ar-
gentina; y a la crisis mundial de 1930 como el momento de su finalización. El patrón
de acumulación dominante estuvo centrado en la producción primaria (agricultura
y ganadería), dirigida principalmente a la exportación hacia los mercados europeos.
La inserción de la Argentina en el comercio mundial mostró las características típicas
de una economía periférica, proveyendo a los países centrales de materias primas,
alimentos y otros productos sin valor agregado, e importando de ellos los bienes
industriales necesarios para el consumo interno. El rol de aquel Estado argentino
moderno fue decisivo para el despliegue y la consolidación de este esquema econó-

45
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

mico. Si bien diferenciamos con claridad dos subperíodos políticos dentro de este
modelo (hasta 1912, y desde entonces hasta 1930), puede mostrarse cómo a lo largo de
todo este lapso el Estado argentino funcionó generando las condiciones necesarias
para que esa inserción primaria exportadora fuera viable.
El proceso se dio en el marco de un contexto internacional que lo propiciaba.
El mundo se estaba reorganizando sobre la base de una División Internacional del
Trabajo (dit), en la cual la economía mundial se componía, por un lado, de países
productores y exportadores de productos primarios y compradores de bienes indus-
triales manufacturados, y por el otro, países importadores de productos primarios
y exportadores de manufacturas (Ferrer, 1995). La expansión de la industrialización
en Europa generaba una creciente demanda de alimentos y materias primas, junto
con una enorme disponibilidad de bienes industriales y de capitales, y al mismo
tiempo una gran cantidad de mano de obra excedente, disponible para la migración
en busca de mejores condiciones de vida. Nuestro país, por su parte, contaba con una
enorme disponibilidad de tierras fértiles y un clima apropiado para la producción
primaria, y resultó una excelente receptora de capitales externos que generaron
las condiciones de infraestructura necesarias para transportar esa producción al
puerto, y desde allí a los países centrales. Inglaterra (la gran potencia de la época)
fue el principal destino de las exportaciones argentinas y al mismo tiempo el país
que realizó las mayores inversiones de capital en los sectores de infraestructura y
servicios (ferrocarriles, puertos, transporte marítimo, frigoríficos, comunicación,
servicios financieros, etcétera). Nuestro país también se convirtió en receptora de
grandes masas de inmigrantes europeos provenientes en mayor medida de Italia y
España. Resultó, por último, un mercado posible donde los países europeos pudieron
colocar parte de su producción de bienes industriales. Los procesos de inmigración
y de llegada de capitales estuvieron fuertemente estimulados por el Estado argen-
tino, aunque el acceso a la tierra, al trabajo y a la vivienda no fue garantizado para
los inmigrantes, mientras que la rentabilidad de las inversiones inglesas en los
ferrocarriles sí estaba garantizada por parte del Estado.
El Estado argentino se consolidaba hacia 1880, mediante la organización de
la nación bajo un régimen federal, superados ya los conf lictos internos entre los
actores políticos del interior del país y los de Buenos Aires. Esta consolidación,
en el marco de un fuerte proceso inmigratorio, implicaba una redefinición de la
identidad nacional, en cuya construcción resultaron fundamentales las políticas
educativas (educación pública, laica y gratuita, generalizada para toda la población)
y el ejército (a través del servicio militar obligatorio). La inmigración tenía al mis-
mo tiempo el objetivo de incrementar la población y de “importar” la cultura del
desarrollo de la civilización europea. Por cierto, este proceso no estuvo exento de
conf lictos, ya que muchas veces los inmigrantes eran los líderes de nuevos sindica-
tos y de organizaciones sociales y políticas de inspiración socialista y anarquista.
El ejército tuvo fundamental participación en el control efectivo de las tierras de

46
Es solo un rocanrol del país

la nación por parte del Estado, alcanzado a partir de un proceso sistemático de


aniquilamiento de las poblaciones indígenas originarias, erróneamente recordado
como “la Conquista del Desierto”. El Estado entregó la mayor parte de estas tierras
“ganadas” a sus ocupantes originarios a las élites, que concentran desde entonces
porciones aún mayores de tierras bajo su propiedad, consolidando así al “latifundio”
como la forma de tenencia de la tierra y el régimen de producción agropecuaria
predominante en nuestro país.3
Sobre la base de la producción agrícola y ganadera latifundista, Argentina se
posicionó internacionalmente como “el granero del mundo”, llegando a proveer
hacia la década de 1920 el 66% de la exportación mundial de maíz, el 72% del lino,
el 32% de la avena, y el 20% del trigo y harina de trigo; además del 50% de la carne
(Moreno, 1989). El valor de las exportaciones pasó de 50 millones a 500 millones
de pesos oro entre 1880 y 1914. Las exportaciones representaron en toda la etapa
entre el 25% y el 30% del producto bruto, y entre el 50% y el 70% de la producción
agropecuaria pampeana (cepal, citado por Ferrer, 1995). Los datos de la inmigración
también son impresionantes: entre 1857 y 1914 ingresaron al país 3.300.000 inmi-
grantes, que provocaron que la población total del país en el censo de 1914 alcanzara
los 7.885.000 habitantes (más de la mitad nacidos en el extranjero), cuando en el
censo de 1869 había un registro de solo 1.743.000 habitantes censados.
En resumen, el grado de intervención del Estado para garantizar este proceso
fue claro y decidido (entrega de grandes extensiones de tierras, fomento de la inmi-
gración, garantía de las inversiones, medidas aduaneras, financieras y monetarias
necesarias, etcétera), y su papel en la economía agroexportadora fue central. Esto
nos lleva a cuestionar la idea de que se trataba de un Estado “liberal”, si por ello se
entiende que tuvo un papel limitado o solo de apoyo a las actividades del sector
privado. Al mismo tiempo, la élite gobernante, que suele ser caracterizada como una
“oligarquía terrateniente” por su capacidad de concentrar los recursos y el poder,
resultó fuertemente conservadora en el plano de lo político. Hasta la sanción de la
Ley Sáenz Peña en 1912, la mayor parte de la población estaba excluida (de derecho
o de hecho) de la participación electoral y, por lo tanto, de las decisiones acerca de
las políticas de la nación. Las élites políticas y económicas concentraban el poder
político y económico, y mostraban patrones de consumo y culturales que imitaban
a los europeos. Esta “alta cultura” convivía con la cultura de los sectores populares,
muy marcada por los trabajadores inmigrantes, y en menor medida por algunos
elementos de las culturas indígenas originarias.

3
Según datos ofrecidos por Ferrer (1995), en 1914 el 80% de la superficie agropecuaria estaba
cubierta por el 8% de los campos (todos de más de 1000 hectáreas), así como el 50% de la tierra
lo ocupaban el 1,7% de las explotaciones más extensas (de más de 5000 hectáreas). Este régimen
de tenencia de la tierra latifundista (grandes extensiones de tierra en pocas manos) provocó que
la forma de producción dominante fuera de menor productividad y uso de capital por hectárea
que si hubiera sido ocupada por una mayor cantidad de propietarios pequeños y medianos.

47
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

En la última década del siglo xix aparecen con fuerza las reivindicaciones
de los sectores populares, en reclamo por una participación política ampliada y
por mejores condiciones de vida y de trabajo. La Unión Cívica Radical (ucr) fue el
principal partido político que derivó de dicho movimiento y contó también con el
apoyo de los sectores agrarios perjudicados por la estructura de tenencia de la tierra
y de producción (ganaderos, medianos y pequeños productores, peones rurales,
arrendatarios), así como de obreros y sectores medios de las ciudades.
La Ley Sáenz Peña, que implementó el voto secreto, obligatorio y universal,4
significó la posibilidad de que en 1916 el radicalismo ganara las elecciones, llegando
Hipólito Yrigoyen al cargo de presidente de la Nación por voluntad de las mayorías
populares. Su programa de gobierno apuntaba a lograr un mayor equilibrio entre
los distintos sectores socioeconómicos, y en esta dirección fueron varias de las
políticas promovidas, como ciertas reformas sociales, de las condiciones de trabajo
urbano y de legislación agraria.5 Sin embargo, puede señalarse que los lineamientos
generales de la política económica no se modificaron sustancialmente, por lo que el
mae continuó siendo el modelo de desarrollo de la Argentina durante los primeros
gobiernos radicales, entre 1916 y 1930. En síntesis, “los elementos distintivos del
período radical debemos buscarlos en el plano social y político, no en el económico”
(Moreno, 1989).
La crisis económica mundial –que se manifestó más claramente luego del
derrumbe de la Bolsa de Wall Street en 1929–, marcó el inicio del cambio de modelo
de desarrollo, y tuvo un impacto inmediato y directo en la economía argentina. La
situación política, en consecuencia, empeoró y se generaron las condiciones para
el primer golpe militar del siglo xx, que en 1930 derrocó al segundo gobierno de
Hipólito Yrigoyen.
Si bien en el mae la inserción económica internacional de la Argentina pareció
adecuarse en forma virtuosa a sus “ventajas comparativas naturales” (por la tierra
fértil y el clima templado de la Pampa húmeda), la opción por la especialización
primaria exportadora dependiente tuvo graves consecuencias para el proceso de
desarrollo de nuestro país. La demora en el inicio de un proceso nacional de indus-
trialización profundizó la dependencia (comercial, financiera y tecnológica) con los
países centrales y provocó que amplios sectores de trabajadores no pudieran acceder
a mejores condiciones de vida.6 Por otra parte, 50 años de mae consolidaron una con-

4
Aunque en realidad no se trataba de un verdadero voto universal, ya que solo votaron los
varones hasta la sanción de la reforma que autorizó el voto femenino, impulsada por Eva
Perón en 1947.
5
Debe mencionarse también que durante el gobierno de Yrigoyen se reprimió con gran vio-
lencia a varias manifestaciones obreras, como los recordados sucesos de la Semana Trágica
en 1919 y los fusilamientos de los anarquistas de la “Patagonia Rebelde”, rescatados del olvido
por las obras del escritor Osvaldo Bayer.
6
En palabras del gran economista Aldo Ferrer: “Las causas de la correspondencia entre la

48
Es solo un rocanrol del país

centración enorme de la riqueza y del poder en la fracción del capital terrateniente,


que siguió conservando a lo largo de la historia, y obstaculizó así todos los proyectos
de transformación de la estructura económica y social que tuvieran una orientación
progresista y distributiva, siempre planteando a la etapa agroexportadora como la
época dorada de la economía argentina a la que habría que volver.
Una síntesis del modelo de desarrollo agroexportador, en función del esquema
analítico presentado al inicio del texto, podría ser la siguiente:
a. Patrón de acumulación: producción de bienes primarios (materias primas
y alimentos) destinada a la exportación, principalmente hacia Europa. Im-
portación de la mayor parte de los bienes manufacturados necesarios para
el consumo y la producción nacional.
b. Relaciones políticas y de poder: se da un primer período (1880-1916) de
participación restringida, en un régimen oligárquico y conservador. Con
la Ley Sáenz Peña y el ascenso al gobierno de los radicales (1916-1930) se
amplía la participación política y las relaciones de poder entre los sectores
terratenientes y los sectores medios se vuelven (un poco) más equilibradas,
quedando los sectores populares todavía poco representados.
c. Papel del Estado: durante todo el período el Estado actúa como promotor y
garante del proceso de inserción internacional de la Argentina a través de
la exportación de bienes primarios. Tanto la consolidación y unificación
nacional, como las políticas de reparto de la tierra, la promoción de la in-
migración y el estímulo a la inversión extranjera apuntan en este sentido.
Si bien hay una fuerte apuesta por la educación pública, no puede decirse
lo mismo acerca de otras políticas sociales, ya que no se garantizaban los
derechos a la salud, la vivienda o la protección social de los sectores más
desfavorecidos de la población.
d. Estructura social: se configura una estructura social en la que pueden dis-
tinguirse claramente los grupos dominantes (la élite terrateniente) de los
sectores subordinados, conformados por los trabajadores del campo, los
pequeños arrendatarios y ciertos trabajadores urbanos. Comienzan a surgir
sectores medios urbanos, de pequeños comerciantes, empleados públicos,
etcétera. La masiva inmigración europea compone los sectores populares,
y en algunos casos las incipientes clases medias.
e. Aspectos culturales: la identidad nacional está en plena construcción, con
un gran aporte unificador de la educación pública. Los sectores dominantes

especialización en la producción primaria y subdesarrollo han sido suficientemente bien


exploradas en la literatura contemporánea sobre desarrollo económico. En la medida en
que el cauce fijado para la integración mundial propició la especialización en la producción
primaria y obstaculizó la diversificación de las estructuras económicas y la industrialización
de los países ‘periféricos’, se convirtió en uno de los factores fundamentales que, después de
un primer impulso inicial, frenó el desarrollo de sus economías” (Ferrer, 1995).

49
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

tratan de sostener patrones culturales y de consumo europeos, mientras


que se desarrolla una cultura popular que combina elementos de las co-
munidades inmigrantes y en menor medida de las culturas de los pueblos
originarios.
f. Contexto mundial: el capitalismo industrial se encuentra en pleno desarro-
llo en Europa, generando un proceso de enorme crecimiento del comercio
internacional. En esos países hay abundancia de mano de obra y de ca-
pitales, que se dirigen hacia los países periféricos. El mundo se organiza
sobre la base de la división internacional del trabajo, en la cual los países
“periféricos” son productores y exportadores de productos primarios y
compradores de bienes industriales manufacturados, y los países “centrales”
funcionan como importadores de productos primarios y exportadores de
manufacturas.

El modelo de industrialización sustitutiva


de importaciones (isi)
Este modelo de desarrollo tuvo su despliegue en la Argentina entre 1930 y 1976.
El patrón de acumulación dominante se basó en este período en el aumento de la
producción de bienes industriales destinados al mercado interno. En este modelo se
buscó modificar el lugar en la división internacional del trabajo que venía teniendo
nuestro país en el modelo anterior (agroexportador), típico de una economía peri-
férica, como proveedor de materias primas, alimentos y otros productos primarios
sin valor agregado orientados hacia los países centrales, importando los bienes in-
dustrializados necesarios para el consumo en el mercado interno. Se habla entonces
de una “industrialización sustitutiva de importaciones” porque a lo largo de este
período la actividad industrial creció continuamente (desplazando a las actividades
agropecuarias del primer lugar en importancia en cuanto a producción y generación
de ingresos), y lo hizo sustituyendo a las importaciones de productos extranjeros en
las demandas de consumidores y empresas nacionales. Para ello era necesario prote-
ger a la incipiente industria nacional de la más consolidada competencia extranjera
(aumentando los aranceles y trabas aduaneras), fomentarla a través de medidas
específicas (créditos, subsidios, inversiones estatales) y a través del incremento en
la demanda interna (aumentando los ingresos reales de los trabajadores, es decir,
su capacidad de compra).
Si bien este modelo prevaleció bajo diversos gobiernos y circunstancias histó-
ricas, podemos distinguir varias etapas hacia adentro de la isi:
– Hasta 1945 se desarrolló una industrialización sustitutiva de importaciones
relativamente espontánea, impulsada por diversos grupos de empresas
capitalistas pero sin un claro impulso estatal. En esta etapa el desarrollo de
la industria se basó en el aprovechamiento de las oportunidades generadas

50
Es solo un rocanrol del país

por los cambios en el comercio internacional durante la Primera Guerra


Mundial (1914-1918) y luego de la crisis de los años 30, cuando buena parte
de los países centrales adoptaron medidas proteccionistas y descendió en
forma sensible el intercambio comercial entre países. Este proceso de in-
dustrialización fue liderado por una fracción de la oligarquía terrateniente
que encontró conveniente diversificar sus capitales volcando a la producción
industrial una porción de las ganancias extraordinarias que generaban
sus actividades agroexportadoras. También fueron actores importantes
en esta primera etapa las inversiones de grandes empresas de capital ex-
tranjero (fundamentalmente de origen estadounidense, aunque también
alemán, italiano, holandés e inglés), que abrieron filiales en nuestro país y
comenzaron a producir aquí teniendo como principal destino el creciente
mercado interno de consumidores locales. Un mercado “cautivo”, cerrado a
las importaciones, representaba una oportunidad de negocio rentable para
grandes empresas que podían ejercer un poder monopólico u oligopólico,
fijando precios más altos y con mejores ganancias que en otros sectores.7
Recién hacia fines de la década del treinta, sectores oligárquicos propusie-
ron impulsar políticas industrialistas (el “Plan Pinedo”, que no llegó a imple-
mentarse), pero solo como estrategia transitoria hasta que se “normalizara”
la situación mundial y se pudiera retomar el régimen agroexportador.
– A partir de 1946 (desde los gobiernos de Juan Domingo Perón) se impulsó
con fuerza la isi desde las políticas estatales, promoviendo las inversiones
industriales con financiamiento accesible y protegiendo dicha producción
con aranceles aduaneros y un manejo del tipo de cambio que desestimulaba
las importaciones. En esta primera etapa se privilegió el desarrollo de la
industria liviana (alimentos, textiles y metalurgia para maquinaria agrícola
básica y electrodomésticos). Para sostener estas políticas pro-industria el
gobierno peronista intervino los mercados agropecuarios, captando una
parte de la renta generada por la exportación de esos bienes y redistribu-
yendo dicha masa de dinero hacia la producción y el consumo industrial.

7
“El cierre del mercado local y su ocupación prematura por grandes grupos industriales
tendió a conferir al crecimiento industrial un carácter particular. Los precios de los bienes se
fijaban casi independientemente de las estrictas reglas del juego que impone la competencia;
los empresarios industriales tenían la oportunidad de elevar sus precios hasta captar parte
de los excedentes generados por el agro. Más aún, dicha estrategia resultaba mucho más
redituable que la derivada de un posible incremento de la productividad, como lo hubiera
exigido la competencia internacional para conquistar nuevos mercados fuera del país. Se
fue generando así una situación en la cual los precios relativos y, por lo tanto, los ingresos
reales de los agentes económicos, se formaban en un mercado distorsionado y separado de
influencias externas. La ‘astucia’ y el control del mercado ofrecían una base más sólida para
la riqueza que el proceso de inversión productiva y de innovación tecnológica” (Sabato y
Schvarzer, 1988: 264-265).

51
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

Este proceso generó el fortalecimiento de un sector de pequeños y medianos


empresarios de origen nacional y absorbió mano de obra urbana proceden-
te de migraciones internas. El consumo nacional fue fundamentalmente
impulsado por el fortalecimiento de la capacidad de compra de los traba-
jadores, a partir de una significativa mejora de sus salarios y condiciones
laborales, así como de los beneficios adicionales que el Estado garantizaba
a los trabajadores formales (obra social, jubilación, aguinaldo, vacaciones
pagas, etcétera).8 En este período se alcanzó una situación de “pleno empleo”
(no había desempleo), lo cual reforzó las posibilidades de los trabajadores
para negociar mejores condiciones laborales y salariales, sumado al fuerte
proceso de sindicalización y a la estrecha alianza entre el gobierno pero-
nista y los sindicatos. Sin embargo, esta intervención estatal favorable a
los trabajadores reforzó la disputa de los diferentes sectores sociales por el
acceso al poder, característica del período histórico de la isi. “La experiencia
demostraba que el aparato del Estado podía ser utilizado a favor de grupos
diferentes a los tradicionales y agravó los frentes del conf licto en el sistema”
(Sabato y Schvarzer, 1988: 266).
– Ya promediando la década de 1950 se pasó a una etapa diferente dentro de
la misma isi, lo que se suele denominar como segunda fase o isi “pesada”.
A diferencia de la primera fase, se intentó completar y complejizar la isi,
buscando promover la producción nacional de los bienes intermedios e in-
sumos estratégicos que la industria productora de bienes de consumo final
venía requiriendo. Este permanente requerimiento de insumos que debían
importarse implicaba que no se pudiera solucionar el problema de la “res-
tricción externa”, es decir, de la necesidad de divisas (moneda extranjera)
para importaciones y de la dependencia del sector agroexportador, único
capaz de proveer esos dólares. Desde principios de los años cincuenta hasta
mediados de los sesenta se sucedieron una serie de períodos de crecimiento
económico9 seguidos de crisis y recesiones, denominados usualmente como

8
“El Estado fue implementando en forma programada una política económica de marcado
intervencionismo en el mercado de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios.
Para esto, utilizó diversas herramientas (por ejemplo, los créditos subsidiados a la industria)
que evidenciaban de parte de quienes propiciaban el proceso de sustitución de importaciones,
la vocación de garantizar la plena ocupación y la capacidad de compra de los habitantes para
dar impulso a la producción industrial” (Rofman y otros, 2000: 141).
9
El crecimiento económico implica un aumento de la producción de bienes y servicios (finales)
con respecto a un período anterior. Por lo general, el crecimiento suele estar asociado a mayor
demanda de insumos y de mano de obra, aunque veremos que no en todos los períodos se
verifica esto. El indicador que se usa para medir el crecimiento es el Producto Bruto Interno
(pbi, que mide la producción total de bienes y servicios de una economía a lo largo de un pe-
ríodo –por ejemplo, un año–, sumando todo lo producido a través de su valor monetario de
mercado (por eso arroja un valor en pesos, o en dólares para comparaciones internacionales).

52
Es solo un rocanrol del país

ciclos de “stop and go” porque refieren a una dinámica económica que no
podía avanzar de forma continua, sino que debía ser frenada para ordenar
los desequilibrios que el propio crecimiento generaba. Un aumento del
consumo y de las importaciones llevaba hacia la escasez de dólares, lo cual
provocaba una devaluación de la moneda nacional (aumento del precio del
dólar), y esto a su vez producía un aumento en los precios de los alimentos
(exportables a precio dólar) y un encarecimiento general de los bienes de
consumo (muchos de ellos importados o con insumos importados), llevando
a la economía hacia una caída de la demanda y de la producción (recesión).
Luego de este proceso recrudecía el conf licto distributivo, ya que los traba-
jadores y empresarios orientados al mercado interno exigían mejoras en los
salarios reales (la capacidad de compra de los trabajadores), lo que permitía
un nuevo aumento del consumo, la producción y el empleo; aunque al tiem-
po esta expansión volvía a generar que las importaciones fueran mayores
que las exportaciones, y todo el ciclo volvía a repetirse.
No cabe duda de que el “stop and go” era la expresión de las limitaciones
productivas, tecnológicas, organizativas y políticas internas. Ref lejaba
las dificultades inherentes a un proceso de industrialización en un país
con una base agraria de alta productividad en términos internacionales,
con escasa tradición empresaria moderna y con un Estado insuficiente-
mente preparado para impulsar el cambio estructural de la economía
(Aronskind, 2003: 85).

A lo largo de este período (usualmente referido como “desarrollista”), se pretendió


crear en el país un nuevo perfil industrial (consolidando las industrias de fabricación
nacional de automotores, artefactos para el hogar, industria plástica y farmacéutica,
insumos químicos y petroquímicos, hierro, acero, maquinaria y equipos para el agro
y la industria, etcétera) para lo cual se realizaron una serie de inversiones de gran
magnitud y complejidad tecnológica. También se buscó tener autonomía energética
con la construcción de centrales hidroeléctricas y atómicas para la provisión de
electricidad, y se desarrollaron grandes obras de infraestructura necesarias para la
profundización y consolidación de la isi. En el marco de esa estrategia, el único actor
con posibilidad de planificar y llevar adelante semejantes inversiones era el Estado,
aunque la fuerte inestabilidad política imperante entre 1955 y 1976 (4 golpes milita-
res, 12 presidentes, ninguno concluyó su mandato) determinó que no hubiera una
política económica coherente, estable y eficaz a lo largo del período. En determinados
gobiernos –como el de Frondizi (1958-1962) y la dictadura de Onganía (1966-1969)– se
buscó hacer alianzas estratégicas con grandes empresas multinacionales, un actor
de mucha importancia en este período. Estos gobiernos planteaban la necesidad de
reducir los salarios de los trabajadores para ofrecer mayores ganancias a las empre-
sas que producían en el país, y de esa manera estimular que realizaran inversiones.

53
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

Sin embargo, la resistencia de los trabajadores organizados –aun en el marco de


la proscripción del peronismo entre 1955 y 1973–10 impidió que se consolidara una
redistribución de ingresos desde el trabajo hacia el capital. Es más, dado que se
alcanzaron en esta etapa grandes incrementos en la productividad del trabajo y en
la eficiencia del aparato productivo industrial (sobre todo por la incorporación de
maquinarias más modernas y la utilización de tecnologías complejas y creciente-
mente automatizadas), se logró “negociar” una distribución más equitativa del mayor
excedente generado, que permitió tanto aumentos en las ganancias empresariales
como en los salarios de los trabajadores. Diferente fue el caso del gobierno de Illia
(1963-1966) y de los gobiernos peronistas de 1973-1975, en cuyas políticas se volvía a
sostener la importancia de la redistribución del ingreso a favor de los trabajadores,
como motor de la demanda de los bienes industriales.
Según el economista e historiador Eduardo Basualdo (2006), hacia 1975 se había
logrado reducir el problema de la restricción externa y el “stop and go”, gracias a la
“maduración” de estas inversiones de largo plazo y la consiguiente menor demanda
de importaciones, en simultáneo con un crecimiento de las exportaciones indus-
triales. Esto indicaría que el modelo de la isi no estaba “agotado” a mediados de la
década del setenta, como argumentaron los impulsores del cambio de modelo desde
los inicios de la dictadura del 76. Todo lo contrario, estaba entrando en un período
de consolidación, que permitiría la autonomización (independencia respecto de los
sectores terratenientes) del sistema productivo que beneficiaba a sectores industria-
les y trabajadores. Esta sería una de las razones que permiten explicar la violenta
irrupción de un proyecto político neoconservador que desplegaría una estrategia
sistemática de represión de los sectores populares para garantizar el pasaje hacia
un modelo neoliberal.
En síntesis, y analizando el modelo de desarrollo de la isi en la Argentina entre
1930 y 1976 siguiendo otra vez el esquema analítico presentado:
a. Patrón de acumulación dominante: producción de bienes industrializados
dest inados al mercado interno. Consecuentemente, pierde peso relativo la
producción agropecuaria como actividad organizadora de la vida econó-
mica del país (sin dejar de ser relevante, en particular para la exportación
y provisión de divisas).

10
Luego del golpe de Estado que interrumpió el gobierno constitucional de Juan D. Perón en
septiembre de 1955, el peronismo fue proscripto como alternativa electoral durante 18 años,
es decir, que no se permitía que ningún partido político de raíz peronista postulara listas ni
candidatos en las elecciones para desempeñar cargos legislativos o ejecutivos, además de
que se impedía que el ex presidente regresara al país. Estas restricciones fueron levantadas
hacia fines de 1972 y en marzo de 1973 se realizaron nuevamente elecciones presidenciales
con candidatos peronistas, en las que triunfó Héctor J. Cámpora, elegido por Perón como
representante del movimiento peronista.

54
Es solo un rocanrol del país

b. Relaciones políticas y de poder: Durante este período pujan por estar en el


poder dos bloques de intereses, ninguno de los cuales puede mantenerse
en el gobierno por mucho tiempo. El primer bloque incluía a los trabajado-
res, el empresariado industrial nacional y los partidos políticos populares
(fundamentalmente el peronismo); mientras que el segundo abarcaba a los
sectores terratenientes, sectores del capital transnacional y corporaciones
conservadoras (fracciones dominantes de las Fuerzas Armadas y de la Igle-
sia católica). El resultado de esta disputa por el poder es un período de alta
inestabilidad y fuertes conf lictos políticos.
Los grupos privilegiados tenían capacidad económica, pero no lograban
la fuerza política y social para mantenerse en el poder. Los sectores
mayoritarios necesitan de su organización y del control del aparato del
Estado para imponerse, pero una y otra vez fueron desalojados de éste
a poco de iniciadas sus experiencias (Sabato y Schvarzer, 1988: 267).

c. Papel del Estado: a lo largo de este período se observa un Estado con fuerte
papel planificador, interventor y regulador de la economía, promotor activo de
la industrialización, redistribuyendo ingresos desde sectores terratenientes
agroexportadores hacia industriales y trabajadores.
Es evidente que en la dinámica del modelo de ISI, que persiste más allá
de las distintas variantes y etapas que atraviesa, los cambios políticos in-
ciden en la determinación de quiénes son los favorecidos por el impacto
del modelo de desarrollo. En períodos donde el juego democrático de las
instituciones permite a los actores sociales más débiles reclamar una
mayor participación en la distribución del ingreso y la riqueza, se veri-
fican cambios que favorecen a esos sectores (Rofman y otros, 2000: 147).

Esto se hace evidente en los gobiernos de Juan D. Perón (1946-1955) y Arturo


Illia (1963-1966), mientras que en los períodos de Frondizi (1958-1962) y Onga-
nía (1966-1969) se da una situación diferente y son los sectores dominantes
los que mejoran su situación relativa.
d. Estructura social: se verifican mejoras significativas en la calidad de vida
de los trabajadores, y mayoritariamente logran integrarse al esquema eco-
nómico como empleados asalariados y como consumidores. Crece también
un sector del empresariado nacional, promovido por el Estado y en concor-
dancia de intereses con los sectores trabajadores.
El modelo isi, con sus variantes y alternativas, según las cambiantes
condiciones económicas y sociopolíticas, demostró su capacidad de
mejorar en profundidad la calidad de vida de los sectores sociales más
vulnerables. Durante la vigencia de este modelo, se advierte el acelerado

55
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

crecimiento del salario real y una distribución de la riqueza producida


que favorece al sector laboral, con porcentuales cercanos a la mitad del
ingreso nacional (Rofman y otros, 2000: 144).

e. Aspectos culturales: en el marco de la isi se produce la incorporación de


grandes masas de sectores populares (los trabajadores y sus familias) a cier-
tos ámbitos de la cultura (cines, teatro), recreación (vacaciones), deportes,
etcétera, de los que anteriormente se hallaban excluidos. Asimismo, aparece
con fuerza la idea del ascenso social por parte de los sectores trabajadores,
quienes ven concretada en su experiencia de vida una mejora en el bienes-
tar con respecto a sus padres y abuelos, y esperan –a su vez– que sus hijos
y nietos puedan acceder a aún mayores niveles de bienestar a través de la
educación y el trabajo.
f. Contexto mundial: luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se desa-
rrolla el período conocido como los “30 años dorados” del capitalismo a nivel
mundial, en el cual se logra un crecimiento de las economías en simultáneo
con una mejora de las condiciones de vida de los sectores trabajadores, en el
marco de la conformación de Estados de Bienestar y políticas económicas
activas de orientación keynesiana que potencian y dan estabilidad a todo
el proceso.

El modelo neoliberal
El modelo neoliberal en la Argentina se despliega a partir de 1976, profundizándose
luego en la “década larga” de los noventa (1989-2001). El patrón de acumulación
dominante es la valorización financiera, en concordancia con los cambios que se
suceden en la economía mundial, y el papel de las economías periféricas en ella. Se
verifica una pérdida de peso de la actividad industrial y un crecimiento de la relevan-
cia del sector de servicios –dentro del cual se destacan las actividades financieras–,
mientras que el sector primario (particularmente agropecuario) continúa mante-
niendo su relevancia. Para esto era necesario “desregular” (por parte del Estado) el
funcionamiento de los mercados (financiero, laboral, comercial, etcétera), de modo
de permitir la libre movilidad de capitales y la “libertad” en la toma de decisiones de
los agentes económicos. En términos generales, estas liberalizaciones trajeron como
consecuencia el empobrecimiento de gran parte de la población, una redistribución
regresiva del ingreso (desde los sectores populares hacia los sectores altos) y una
mayor concentración y extranjerización del aparato productivo nacional. Entre
1976 y 2001, con excepción de algunos momentos del gobierno de Alfonsín, desde el
Estado se implementaron políticas que tendieron a instalar y consolidar el modelo
neoliberal.

56
Es solo un rocanrol del país

Sobre los cambios en el contexto internacional


A mediados de la década del setenta comenzó a hacerse evidente el final de los años
dorados y el comienzo de una importante crisis en el capitalismo mundial. Ante la
dificultad de seguir alcanzando altas tasas de ganancia mediante inversiones produc-
tivas, amplios sectores del capital internacional adoptan un cambio de estrategia, que
siguiendo a Forcinito y Tolón Estarelles (2008) podríamos sintetizar en tres procesos:
1. el reestablecimiento de mayores tasas de ganancias en las actividades pro-
ductivas a través del empeoramiento de los salarios y las condiciones de
empleo de los trabajadores;
2. la reorganización de la producción a nivel global por parte de las empresas
transnacionales, trasladando las actividades que insumen mayores costos
de mano de obra hacia países con salarios más bajos y menores regulaciones
en defensa de los derechos laborales;
3. el creciente predominio de estrategias de valorización del capital a partir
de colocaciones financieras en detrimento de la valorización a través de
inversiones productivas.
Estos procesos de nivel global fueron presionando para que en cada país se
adoptara o impusiera un nuevo pensamiento y programa de reformas neoliberales
que abarcara:
– la apertura comercial y financiera de las economías nacionales, para conso-
lidar el nuevo esquema de división internacional del trabajo basado en los
menores costos laborales de los países periféricos, así como garantizar una
libre entrada y salida de capitales financieros especulativos a nivel global;
– la “desregulación” por parte de los Estados del conjunto de los mercados
nacionales, incluido el mercado de trabajo a partir de las políticas de “f le-
xibilización laboral”;
– las privatizaciones de las empresas estatales, que tras aumentos de tarifas
y reducción de la planta de empleados serían fuentes de negocios rentables
para grandes empresas transnacionales;
– todo esto, en el marco de políticas económicas que impulsaran el ajuste
fiscal y monetario.
Este programa de reformas neoliberales fue experimentado inicialmente en
la dictadura de Pinochet en Chile a partir de 1973, desde 1976 en la Argentina, y en
los comienzos de los ochenta se extendió a partir de los gobiernos de Margareth
Tatcher (Gran Bretaña) y Ronald Reagan (Estados Unidos). Años después se plasmó
en un conjunto de “recetas de política económica” –impulsado por los principales
organismos financieros internacionales: el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el
Banco Mundial ( bm)– conocido como “Consenso de Washington”. Estos organismos
fueron los encargados de imponer estas políticas a los países periféricos como condi-
ción para la renegociación de sus deudas externas, que presentaron sucesivas crisis.

57
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

Las políticas económicas de la dictadura (1976-1983)


Con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 llegó al gobierno un bloque de poder
que llevó adelante una sangrienta dictadura cívico-militar. Esta impulsó la trans-
formación estructural del modelo de desarrollo, acabando con la isi e imponiendo
un modelo neoliberal, que luego será profundizado en la década de los noventa y
desembocará en la crisis del 2001, configurando el período más regresivo de la his-
toria argentina. Como señala Rodolfo Walsh con admirable lucidez en su Carta a la
Junta Militar de marzo de 1977, luego de describir el criminal programa de represión
hacia los sectores populares:
Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin
embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino, ni las
peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la
política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus
crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos
con la miseria planificada.

En términos generales, las políticas económicas aplicadas durante este período


fueron las siguientes:
– Apertura comercial externa: eliminación de los impuestos a la exportación
y una fuerte reducción de los aranceles aduaneros a las importaciones, lo
que implicó la desprotección de las industrias nacionales ante la entrada
de productos importados baratos.
– Desregulación financiera: se impulsó una fuerte suba de la tasa de interés11
y se fomentó la entrada y salida de capitales especulativos sin control por
parte del Estado. A esto se suma una serie de medidas orientadas a concen-
trar y extranjerizar el sistema bancario.
– Cambios en el uso del tipo de cambio: se eliminaron los tipos de cambios
diferenciados que protegían a la industria nacional. Luego, con el objetivo
de controlar la inf lación, se puso en funcionamiento la “tablita” de Martínez
de Hoz, que establecía una tabla de devaluaciones mensuales y decrecien-
tes, fijando y abaratando el valor del dólar en términos reales (dado que la
inf lación era más alta que estos ajustes del precio del dólar).
– Control salarial, a través de políticas como el congelamiento de los salarios,
concretados junto con la abolición del derecho a huelga y la supresión de los

11
La tasa de interés es el rendimiento que obtiene alguien por prestar dinero, y el costo que
tiene que pagar aquel que necesita pedir dinero prestado. Una tasa de interés alta lleva a que
aquellos que disponen de dinero prefieran colocarlo en el sistema financiero (prestarlo, ob-
teniendo un alto rendimiento) antes que realizar inversiones productivas, cuyo rendimiento
es más incierto y puede ser más bajo.

58
Es solo un rocanrol del país

convenios colectivos de trabajo. Estas medidas fueron posibles en el marco


de una violenta represión de los sectores trabajadores.
Las principales consecuencias de las políticas económicas llevadas adelante por
la dictadura fueron las siguientes:
– Inédita disminución de los salarios reales y redistribución regresiva de los
ingresos desde los sectores trabajadores hacia los sectores del capital más
concentrado. Implantación de un mecanismo sistemático de valorización
financiera en favor de los principales grupos económicos nacionales (Bunge &
Born, Pérez Companc, Macri, Fortabat, Bulgheroni, entre otros) y extranjeros
con intereses en el país. El aumento de la tasa de interés muy por encima de la
tasa internacional, junto con el acceso a créditos blandos, favoreció una masiva
entrada de capitales especulativos en el sistema financiero local (la “bicicleta
financiera”). El mantenimiento de valor de dólar a un precio previsible y barato
(gracias a la “tablita” de Martínez de Hoz) permitió luego la fuga en dólares de
la ganancia especulativa, a la espera de la posterior maxi-devaluación del peso,
que multiplicó en dinero local la riqueza obtenida y fugada anteriormente.
Este esquema de valorización financiera inf luyó en la disminución de créditos
disponibles para la inversión en actividades productivas.
– Se inicia un proceso de desindustrialización de la estructura productiva
argentina, con la consiguiente pérdida de empleos e ingresos para los tra-
bajadores, también posible por la brutal represión ejercida sobre los repre-
sentantes gremiales y los trabajadores en general. La apertura comercial
(reducción de los aranceles aduaneros a las importaciones) sumada al dólar
barato que garantizaba la “tablita”, provocó una enorme dificultad a miles
de pequeñas y medianas empresas nacionales (sin poder monopólico y sin
base en ventajas competitivas relacionadas con recursos naturales, como
la producción agropecuaria) para competir con los productos importados.
Esta situación generó la desarticulación de la relativamente exitosa estra-
tegia industrializadora de las décadas previas. Cabe aclarar que la apertura
comercial no fue homogénea y los efectos de la competencia externa no
fueron similares en todos los sectores de la industria, ya que ciertas ramas
intensivas en recursos naturales y empresas oligopólicas (como la siderúr-
gica y la automotriz) fueron protegidas.
– El exponencial aumento de una deuda externa (de 8 mil millones en 1976 a 45
mil millones de dólares en 1983), que a diferencia de la contraída en la isi no
era aplicada a la inversión productiva en sectores estratégicos, sino utilizada
por los grupos económicos para la valorización financiera de su capital. Esta
deuda privada, bajo la presidencia de Domingo Cavallo en el Banco Central,
fue licuada y luego estatizada con la excusa de los perjuicios que habría cau-
sado la maxi-devaluación, cuando en realidad los deudores privados habían
fugado al exterior mayores cantidades de dólares de las que adeudaban. Esta

59
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

enorme masa de deuda externa pública resultó en las siguientes décadas el


principal factor condicionante para la exigencia de políticas de ajuste por
parte del fmi (representante de los acreedores externos).

Principales políticas económicas del gobierno de Alfonsín (1983-1989)


Los años del gobierno de Alfonsín estuvieron marcados en lo económico por el in-
tento conjunto de contener la inflación y estimular la economía, buscando al mismo
tiempo cumplir con las exigencias de los organismos financieros internacionales.
Las políticas económicas estuvieron estructuradas en torno a una serie de planes
sucesivos, ninguno de los cuales logró finalmente cumplir con sus objetivos.
En el primer año del gobierno democrático de Raúl Alfonsín estuvo al frente
del Ministerio de Economía Bernardo Grinspun, quien impulsó una política de
expansión del mercado interno a partir de un acuerdo social de aumentos contro-
lados de precios y salarios, buscando contener la inf lación, pero al mismo tiempo
aumentar el nivel de producción y empleo. Este intento no tuvo buenos resultados:
empresas grandes con poder monopólico en ciertos mercados de consumo masi-
vo no respetaron los acuerdos, los sindicatos comenzaron a reclamar aumentos
salariales, el gobierno tuvo que acceder a las demandas, lo que volvió a generar
más inf lación y desfinanciamiento estatal. Todo esto en un contexto de crisis de
la deuda externa, ante el aumento de los intereses y obligaciones de pagos que el
gobierno no podía afrontar. El gobierno de Alfonsín al principio confrontó con los
acreedores y el fmi, impulsando la conformación de un “club de deudores” con otros
países latinoamericanos para renegociar la deuda en conjunto, pero esta iniciativa
fracasó por eficaces presiones de Estados Unidos a México y Brasil.
Desde 1985 en adelante, el gobierno alfonsinista y su ministro Juan V. Sourroui-
lle, buscaron resolver los principales problemas económicos (inf lación, recesión,
deuda), siempre pretendiendo acuerdos y apoyos con el fmi y los principales grupos
económicos nacionales. Al principio, con el Plan Austral, realizando acuerdos de
precios, ajustes selectivos y propuestas pro-industria exportadora, para sanear las
finanzas públicas y mejorar la capacidad de pago de la deuda. Luego, intentaron
con estrategias más cercanas a la ortodoxia liberal de ajuste recesivo, sacrificando
la posibilidad de crecimiento del nivel de actividad en pos de frenar la inf lación y
pagar la deuda. Lo cierto es que ninguno de estos planes económicos tuvo los resul-
tados pretendidos: los grupos económicos apostaban a la valorización financiera y
no al aumento de la producción y el empleo, aunque seguían recibiendo subsidios
estatales supuestamente con ese fin; los trabajadores reclamaban cada vez con
mayor fuerza por los perjuicios que la situación económica y las sucesivas políticas
fallidas les generaba (caída en salarios reales, aumento del desempleo y la pobreza);
los acreedores externos exigían más ajuste y cumplimiento de las obligaciones, ya
que en reiteradas ocasiones el gobierno debió entrar en cesación de pagos.

60
Es solo un rocanrol del país

En síntesis, los cambios dramáticos en el patrón de funcionamiento de la econo-


mía argentina se profundizaron durante el gobierno de Alfonsín. Básicamente
se consolidó la subordinación creciente de las políticas públicas en general, y
de la política económica en particular, a la lógica de acumulación del nuevo
poder económico gestado en la dictadura. El gobierno radical, heredero de un
endeudamiento cinco veces superior al valor de las exportaciones anuales y de
20.000 millones de dólares de atrasos en los pagos, no pudo neutralizar la puja
distributiva desatada a partir de la crisis de la deuda entre las fracciones del
poder económico, aún allanándose a los intereses del gran capital interno, lo
que se expresó en un inédita espiral hiperinf lacionaria y en el agravamiento
de la situación económica general (Forcinito y Tolón Estarelles, 2008: 44).

Aunque los resultados económicos del período fueron globalmente negativos para el
país (caída del pbi por habitante, aumento de la deuda, hiperinflación y aumento de
la pobreza y la indigencia),12 eso no significa que todos los sectores de la economía
perdieron, sino que de hecho se transfirieron ingresos y riquezas de unos sectores
hacia otros. Los principales ganadores de estos años resultaron los grandes grupos
económicos locales, que con fuerte influencia en las políticas gubernamentales
y acceso a recursos y subsidios estatales, se apropiaron de un 10% adicional del
ingreso total nacional, capital acumulado en dólares fugados al exterior mientras
se derrumbaba la inversión de capital productivo en el país. En segundo lugar, si
bien los acreedores externos tuvieron una relación conflictiva con el gobierno, sus
presiones rindieron frutos y captaron un 4% adicional del pbi. Los grandes perde-
dores del período resultaron los pequeños empresarios y fundamentalmente los
trabajadores, quienes perdieron un 13% de su participación en el ingreso nacional.
Pasaron de obtener la mitad (50%) de la “torta” de riqueza generada en el país en 1975,
a obtener una porción menor al 30% en los tiempos de Alfonsín, llegando a solo el
22% en 1989, el año de la hiperinflación y del final del gobierno radical (Forcinito y
Tolón Estarelles, 2008).13
El balance del período [del gobierno de Alfonsín] arroja resultados negativos
en materia de desarrollo económico, crecimiento y mejoramiento de las

12
“La caída del pbi fue notable entre 1980 y 1989: casi un 10%. El poder de compra del salario
promedio de 1989 era un 56,5% del de 1980, y las tasas de desocupación y subocupación de la
fuerza de trabajo se incrementaron respectivamente un 184% y 48% para el mismo lapso. Para
octubre de 1989, un 32,8% de los hogares del país se encontraban bajo la línea de pobreza y
un 11,6% bajo la de indigencia, en lo que constituían cifras inéditas hasta entonces. El endeu-
damiento externo se incrementó de 35,7 en 1981 a 63,3 miles de millones de dólares en 1989”
(Forcinito y Tolón Estarelles, 2008: 45).
13
Una interpretación bastante extendida señala que los sindicatos fueron responsables del
debilitamiento y fracaso del gobierno de Alfonsín, por haber convocado a lo largo del período
a 13 paros nacionales. Considerando los resultados concretos de las políticas económicas de
estos años, no parece tener asidero semejante acusación.

61
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

condiciones de vida de la población. Se acentuaron los problemas heredados


de la dictadura militar, esto es, el estancamiento del Producto Bruto, el achi-
camiento del sector industrial, la caída de los ingresos de los trabajadores
y de su participación en el ingreso nacional, el aumento del desempleo y el
subempleo, la caída de la inversión, el aumento de la inf lación y el incremento
de la deuda externa. Paralelamente, unos pocos grupos económicos pudieron
seguir creciendo y obteniendo beneficios. En este marco estructural, y tras la
traumática experiencia hiperinf lacionaria, quedarían sentadas las bases para
la implantación de un modelo económico neoliberal (Rofman y otros, 2000: 177).

En otras palabras, más allá de que el gobierno de Alfonsín no tuviera la intención de


profundizar a través de sus políticas el cambio de modelo de desarrollo (desde la isi
hacia el neoliberal), los resultados de sus acciones, condicionadas por la estructura
económica heredada y por los intereses de los actores con los que tuvo que lidiar, lo
condujeron en esa dirección.

1989: un año de aquellos…


El año 1989 fue especialmente problemático para la economía argentina. El gobierno
de Raúl Alfonsín pretendía mantener controlada la inflación y el dólar hasta las elec-
ciones de mayo. Pero en enero, actores económicos poderosos protagonizaron una
“corrida cambiaria”, al comprar una enorme cantidad de dólares especulando con
una devaluación del austral, que ellos mismos generaron al dejar al Banco Central
casi sin reservas. La cotización del dólar se disparó, las corridas se multiplicaron
y los precios internos se ajustaron de acuerdo con los movimientos del dólar. La
hiperinflación estaba en marcha.
A fines de marzo renunció el ministro de Economía Sourrouille (por pedido del candi-
dato radical Eduardo Angeloz) y fue reemplazado Juan Carlos Pugliese, quien liberó
la cotización del dólar esperando una caída… sucedió lo contrario: en pocos días el
dólar pasa de 50 a 500 australes. “Les hablé con el corazón y me contestaron con el
bolsillo…” lamentó Pugliese en su renuncia.
En esos meses los precios subieron diariamente en porcentajes altísimos: mientras
que en enero la inflación mensual había sido del 9,5%, en mayo ya era del 80%. Los
salarios mínimos cayeron a un piso histórico (20 dólares mensuales). Muchas de las
operaciones comerciales se realizaban en dólares, por la virtual desaparición del
poder de compra de la moneda nacional.

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Es solo un rocanrol del país

El 14 de mayo la fórmula Carlos Menem-Eduardo Duhalde se impuso cómodamente


en las elecciones presidenciales, prometiendo “salariazo y revolución productiva”;
pero luego de ganar anunció un plan económico de orientación neoliberal. La infla-
ción en junio y julio superó el 200% mensual y los servicios públicos aumentaron un
700%. En la periferia de Rosario y Buenos Aires, en donde la pobreza era enorme, se
produjeron saqueos a supermercados y otros comercios. La situación estaba fuera
de control: Alfonsín acordó con Menem una entrega anticipada del mando, en medio
de un estado de sitio y con 14 muertos y 80 heridos por la represión.
Desde un inicio el nuevo gobierno intentó ganar la confianza de los actores econó-
micos más poderosos: los grupos económicos locales y los acreedores externos.
Para ello planteó una política económica en total alineamiento con los postulados
del Consenso de Washington, y su equipo económico quedó a cargo de técnicos del
grupo empresarial Bunge & Born. Su primer ministro de Economía, Miguel Roig,
asumió el 9 de julio y falleció cinco días después, a causa de un infarto. Lo sucedió
como ministro Néstor Rapanelli, quien era su segundo en Bunge & Born.
Apenas asumido, el nuevo gobierno remitió al Congreso dos proyectos que fueron
aprobados rápidamente: las leyes de “Emergencia Económica y Social” y de “Refor-
ma del Estado”. Dichas leyes daban amplios márgenes de acción (superpoderes) al
Poder Ejecutivo y ordenaban la privatización acelerada de las empresas estatales
y una brusca apertura de la economía reduciendo aranceles y trabas aduaneras.
A pesar de que se reanudó el financiamiento del fmi y el Banco Mundial, el plan Bunge
& Born fracasó: la inflación no se detuvo y la recesión siguió en aumento. Rapanelli
renunció en diciembre y asumió como ministro Antonio Erman González, quien en
la última semana del año lanzó el plan Bonex, que implicaba el “canje compulsivo”
de depósitos a plazo fijo por bonos del Estado a pagar a diez años; lo que ocasionó
pérdidas irreparables al sector de pequeños y medianos ahorristas.
Se cerró así un año inolvidable para los argentinos: el pbi cayó más del 4%, la inflación
fue del 5000%, los salarios reales tocaron fondo y la participación de los asalariados
en el ingreso también.

La política económica del gobierno de Menem (1989-1999)


En este contexto se puso en marcha el Plan de Convertibilidad, con el objetivo declara-
do de frenar de raíz el problema inflacionario, que en ese momento estaba “descontro-
lado”, dificultando el funcionamiento de todo el sistema económico. La Convertibilidad
requirió de toda otra serie de medidas de política económica (y sociales) complemen-
tarias, las cuales se constituyeron en algo así como un “programa de estabilización” de
la economía argentina. El plan, en particular la Ley de Convertibilidad, tuvo vigencia
desde abril de 1991, mientras que el resto de las medidas se fueron aplicando y amplian-

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Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

do a lo largo de la década. La orientación general de estas políticas era la reducción del


tamaño del Estado y minimización de sus intervenciones, tanto en la producción de
bienes y prestación de servicios, como en su funcionamiento administrativo.
– La Convertibilidad: la Ley 23928 estableció la convertibilidad de un peso (nueva
moneda, establecida a partir de la equivalencia 1 peso = 10.000 australes) por
cada dólar. Esto implicaba que, por ley, los dólares solo podían comprarse y
venderse al valor de un peso, frenando de esta manera las expectativas infla-
cionarias vinculadas al aumento del precio del dólar. La Ley de Convertibilidad
también fijaba la obligación de que el Banco Central tuviera acumuladas re-
servas en oro y divisas extranjeras por un valor equivalente al 100% de la base
monetaria (el dinero que tienen las personas más el que está en los bancos).
Esto implicaba que el Estado debía encontrar la forma de hacerse de muchas
divisas, y la forma de conseguir esas divisas estuvo dada por las privatizaciones
y el endeudamiento externo. Al mismo tiempo, involucraba la obligación de
disminuir el déficit fiscal (achicando el gasto del Estado), que ya no podía ser
financiado por el Banco Central. Por último, fijaba la prohibición de realizar
contratos con indexación (es decir, ajustados por inflación).
– Apertura comercial y financiera externa: se profundizó aún más, con fuertes
reducciones de los aranceles a las importaciones. Esta era una parte funda-
mental de la política anti-inflacionaria, al someter a los productores naciona-
les a la competencia externa, obligándoles a bajar los precios. En paralelo, se
flexibilizaron aún más los controles sobre las entradas y salidas de capitales
especulativos desde y hacia el exterior.
– Privatizaciones de empresas públicas: se dieron tanto en el ámbito del Estado
nacional como en el de los provinciales, la mayor parte entre 1991 y 1994. El
esquema de privatizaciones incluyó a grandes empresas que involucraban un
patrimonio público de enorme valor y en áreas estratégicas. Se destacan las
privatizaciones de las empresas nacionales de petróleo (ypf), teléfonos (Entel),
agua (Obras Sanitarias), gas (Gas del Estado), energía eléctrica (Segba y otras),
los trenes (Ferrocarriles Argentinos), los puertos, el correo, canales de televi-
sión y radios, entre otros. Hacia finales de la década del noventa prácticamente
no quedaban activos productivos o servicios públicos de infraestructura en
manos del Estado. Además, buena parte de las leyes y procesos de privatiza-
ción fueron realizadas con mecanismos de corrupción y connivencia entre el
gobierno y los grupos económicos locales, para los cuales significó el negocio
más rentable de la década.
– Reforma tributaria: se implementó una reforma regresiva (que impactó en
mayor medida sobre los sectores de menores ingresos), en la que se aumen-
taron los impuestos al consumo que afectan con más fuerza a los más pobres
(específicamente, se elevó la alícuota del iva desde un 13% hasta el actual 21%
del gasto realizado por el consumidor final).

64
Es solo un rocanrol del país

– Flexibilización laboral: se implementó a partir de diversas leyes y normativas


que tendieron a la precarización del trabajo (contratos por tiempo determina-
do, pasantías, baja de las indemnizaciones por despido) y la reducción de las
contribuciones patronales para obra social y jubilaciones. A la flexibilización
del trabajo se sumó la descentralización y casi anulación de las negociaciones
colectivas, y la ley que solo autorizaba aumentos del salario en caso de au-
mentos de productividad, lo que en conjunto significaba un congelamiento o
disminución de los salarios reales.
– Descentralización, desfinanciamiento y focalización de las políticas sociales:
en el campo de las intervenciones sociales del Estado (en salud, educación,
jubilaciones, protección social, etcétera) se realizaron reformas que reem-
plazaron tradicionales políticas universales por nuevas políticas sociales
focalizadas solo en los sectores de mayor pobreza, con menores presupuestos
y calidad de las prestaciones. Un caso emblemático de desfinanciamiento del
Estado fue la privatización de las jubilaciones en 1994, cuando se pasó de un
sistema solidario “de reparto” a uno de capitalización privada individual: las
Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (afjp). Estas empresas
–generalmente departamentos especializados dentro de los propios bancos–
cobraban a cada trabajador una parte de su sueldo, que se acumulaba en su
cuenta de capitalización. Al llegar el momento, cada trabajador cobraría una
jubilación cuyo monto estaría determinado por la magnitud de sus aportes y
el rendimiento de su fondo de capitalización administrado por su afjp. Esta
reforma implicó un instantáneo desfinanciamiento de la Administración
Nacional de la Seguridad Social (anses), ya que el Estado dejaba de recibir los
aportes de los trabajadores, pero tenía que continuar pagando todos los meses
una enorme cantidad de jubilaciones y pensiones del sistema anterior. Esto
implicó la necesidad de endeudarse, lo que hizo crecer fuertemente la deuda
externa pública.14
Las consecuencias de estas políticas se fueron dando de manera acumulativa.
Todas las medidas implementadas fueron generando ciertas consecuencias, que
habilitaban la aplicación de nuevas y más profundas medidas en el mismo sentido.
Podría decirse que el Plan de Convertibilidad resultó exitoso en su objetivo de
controlar la inflación. Efectivamente, la inflación de estos años se redujo a cifras poco
significativas, y durante los años que van entre 1991 y 1997 la economía logró crecer,
con excepción del año 1995 (año del “efecto tequila” por la fuerte devaluación del peso

14
Se considera deuda externa a toda aquella que debe pagarse en divisas internacionales,
incluso si los acreedores están dentro del país. En este caso en particular, las afjp le prestaron
al gobierno argentino, que pagaba una tasa de interés muy alta en dólares, obteniendo un “alto
rendimiento” para los aportes que recibían de los trabajadores. Sin embargo, a estos les cobra-
ban altísimos costos de “comisiones”. De esta manera, finalmente las afjp ganaban muchísimo
dinero ¡por prestarle al Estado la plata que dejaba de recibir porque ahora la tenían las afjp!

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Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

mexicano). Sin embargo, no puede afirmarse que el plan haya resultado exitoso en
términos de crecimiento del pbi, por dos razones: en primer lugar, tal como mostró la
crisis del tequila y sucesivas crisis posteriores, la economía resultaba muy vulnerable
a contextos internacionales adversos; en segundo lugar, el propio régimen convertible
resultaba inviable a largo plazo, y la postergación de la salida de la convertibilidad lo
que hizo fue acumular efectos negativos (una depresión económica –caída del pbi– que
duró 5 años, entre 1998 y 2002) y empeorar las consecuencias de la salida. Pero además,
estas políticas implementadas tuvieron otra serie de efectos negativos:
– Profundización de la desindustrialización: la competencia con los productos
importados, que resultaban baratos por el bajo precio del dólar y porque pa-
gaban aranceles cada vez menores, destruyó gran parte de la (ya golpeada)
industria nacional. Nuevamente, este proceso fue selectivo, desapareciendo
miles de pequeñas y mediana empresas y fortaleciéndose las empresas grandes,
que además absorbieron muchas de aquellas más pequeñas en quiebra. A este
proceso de concentración económica, se sumó un proceso de extranjerización
(ganan mucho peso las empresas de origen extranjero), que no se dio solo en
el sector industrial, sino también en el primario y en especial en el sector de
servicios (que incluye las privatizadas, los bancos, los shoppings, cines, etcétera).
– Notable aumento del desempleo, la subocupación y la precarización laboral:
los despidos en las empresas privatizadas, en los empleos públicos (tanto del
gobierno nacional, como provincial y municipal) y el quiebre de miles de
empresas, produjeron un enorme e inédito incremento del desempleo y la
subocupación. La existencia de esta enorme masa de desempleados, junto a
las reformas en la normativa laboral, marcaron una fuerte disminución del
poder de negociación de los trabajadores, lo que implicó a su vez un empeo-
ramiento de las condiciones de trabajo. Suele decirse que el trabajo primero
se flexibilizó “de hecho” y luego las normativas “volvieron legal” esa situación.
En síntesis, se generó una serie de condiciones en el mercado de trabajo y en
su legislación que en conjunto tendieron a empeorar las condiciones de vida
de los trabajadores.
– El achicamiento del papel del Estado redundó en una pérdida de garantía de
derechos y no implicó una reducción del déficit fiscal. La carga de los intereses
de la deuda externa heredada, que a su vez se fue agrandando por la necesi-
dad de acumular reservas para sostener la convertibilidad, implicó un alto y
creciente costo en pagos de intereses que el gobierno debió asumir.
– Incremento de la deuda externa: se generó un círculo vicioso de endeuda­
miento externo, en el que para afrontar los intereses de la deuda contraída,
el Estado debía volver a endeudarse, y así sucesivamente. El endeudamiento
también creció en el sector privado, ya que resultaba conveniente (para aque-
llos que podían acceder a crédito) endeudarse con un dólar tan barato. Los
grupos económicos, por su parte, no volcaban estos capitales a inversiones

66
Es solo un rocanrol del país

productivas, sino que –otra vez– realizaban inversiones financieras, fugando


luego al exterior los dólares de las ganancias obtenidas.
– Empobrecimiento de gran parte de la población y empeoramiento de las con-
diciones de vida. La pérdida o precarización del empleo y la disminución del
salario real de los trabajadores, hicieron que para muchas familias resultara
difícil sostener sus condiciones de vida. A esto debe sumarse la “mercantili-
zación” de los servicios que antes el Estado garantizaba de forma universal
(salud, educación, etcétera) y el incremento en el costo de los servicios públicos
(agua, luz, gas, teléfono, transporte), ahora en manos de empresas privadas.

El 2001: otro año para recordar


El gobierno de Menem, reelecto en 1995, fue perdiendo popularidad a medida que
pasaban los años y las consecuencias sociales de sus políticas se percibían más
claramente. En las elecciones de 1999 triunfó la fórmula opositora Fernando de la
Rúa-Chacho Álvarez, de la Alianza entre la ucr y el Frepaso. Esta propuesta políti-
ca –que proponía eliminar la corrupción y mejorar el bienestar social– fracasó de
manera estrepitosa, y luego de dos intensos años –en los que no hubo alejamiento,
sino más bien continuidad con las políticas y prácticas menemistas–, tuvo que dejar
el gobierno en medio de una de las mayores crisis sociales, políticas y económicas
de la historia argentina.
El año 2001 fue otro año memorable para los argentinos. En un contexto de cre-
ciente fuga de divisas, el año se inició con un promocionado “blindaje financiero”,
que en realidad era un préstamo de 40 mil millones de dólares por parte del fmi y
otros organismos internacionales. Este préstamo se anunciaba como la base que
iba a “blindar” la confianza en el gobierno para garantizar la convertibilidad; pero
en la práctica sirvió para aportar los dólares que los sectores de altos ingresos y
las grandes empresas necesitaban para cambiar sus pesos convertibles y continuar
fugando dólares hacia el exterior, proceso que terminaría acabando con la conver-
tibilidad en poco tiempo más.
En marzo, José Luis Machinea renunció como ministro de Economía y en su lugar
fue designado Ricardo López Murphy, quien diseñó un plan de fuerte ajuste fiscal
(que incluía el arancelamiento de las universidades públicas, entre otras medidas
marcadamente antipopulares). Las masivas protestas lo obligaron a renunciar a solo
dos semanas de haber asumido.

67
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

El gobierno de De la Rúa, golpeado y desorientado, convocó a Domingo Cavallo (muy


poco tiempo antes, uno de sus mayores opositores políticos) y le ofreció el manejo
de la economía. El ex funcionario de Menem y la dictadura profundizó el ajuste a
través de una política de “déficit cero”, que implicaba reducir el gasto estatal para
equipararlo con la pobre recaudación impositiva de esos meses de profunda crisis
económica. Así, en julio de 2001, en medio de una gran crisis económica y social,
el gobierno redujo un 13% los salarios de todos los empleados estatales y de los
jubilados, ignorando el efecto multiplicador de semejante ajuste. En medio de un
incendio, pretendió apagar el fuego arrojando nafta.
La actividad económica seguía cayendo, el desempleo seguía subiendo (ya superaba
el 20%) y ante la falta de empleos e ingresos millones de personas se incorporaron al
“Trueque”: mercados locales en los que se intercambiaban sus productos utilizando
una “moneda comunitaria” creada por los propios nodos y redes que integraban esta
experiencia alternativa. También los gobiernos provinciales, ante la escasez de pe-
sos, para pagar salarios y otras deudas, emitieron sus propias monedas: comenzaron
a circular los “patacones”, los “lecop”, y otros bonos provinciales.
En las elecciones legislativas de octubre de 2001, la Alianza perdió 5 millones de
votos en relación con los obtenidos dos años antes, el peronismo volvió a ser mayoría
en el Congreso, y los votos nulos o en blanco (que representaban un “voto bronca”)
superaron el 20% a nivel nacional, con picos en Santa Fe, Buenos Aires y Capital.
A principios de diciembre, De la Rúa y Cavallo decretaron un “corralito” que impedía
disponer con libertad del dinero depositado en las cuentas bancarias. Esto se hizo
para impedir un retiro masivo y generalizado, ante los rumores de que los bancos
podían quebrar y no reconocer sus deudas con los depositantes. Sin embargo, a esa
altura del año los actores más poderosos de la economía ya habían retirado 10 mil
millones de dólares de los bancos y habían fugado 30 mil millones de dólares al ex-
terior, por lo que el corralito afectó fundamentalmente a los pequeños y medianos
ahorristas y al conjunto de los trabajadores que tenían sus sueldos depositados en
los bancos.
El 19 de diciembre, de manera principal en el conurbano bonaerense, se desencade-
naron saqueos a supermercados y reclamos por comida ante empresas y gobiernos
locales. En respuesta, De la Rúa decretó el estado de sitio y ante una respuesta
popular espontánea y masiva (“cacerolazos” y ocupación de las calles y plazas) en
rechazo a las políticas del gobierno, ordenó una brutal represión (que provocó 39
muertos en todo el país).

68
Es solo un rocanrol del país

El 20 de diciembre el presidente renunció, y en los siguientes 15 días fue sucedido


por 4 presidentes peronistas designados por el Congreso, siendo finalmente Eduardo
Duhalde quien decretó el fin de la convertibilidad e impulsó una mega-devaluación
del peso y una “pesificación” de las deudas en dólares, no solo de los pequeños, sino
también de los grandes deudores que en su mayor parte ya habían retirado dólares
y aumentaban de esa forma aún más sus riquezas.

25 años de modelo neoliberal


Retomando los ejes de caracterización de los modelos de desarrollo, podemos sinte-
tizar este período 1976-2001 de la siguiente manera:
a. Patrón de acumulación predominante: valorización financiera del capital. La
posibilidad de acceder a endeudamiento barato en dólares en el mercado
financiero internacional (por parte de los grupos económicos locales) y la
apertura a la entrada de capitales extranjeros sin mayores regulaciones,
se articula con una tasa de interés doméstica (la del mercado financiero
local) sistemáticamente más elevada que la tasa de interés internacional,
lo que permite y alienta la especulación financiera a corto o mediano plazo
en el mercado local (y al mismo tiempo desalienta la inversión productiva
de esos capitales). Esta especulación se concretó de maneras diversas a lo
largo del período: a través de colocaciones financieras en los bancos o en la
bolsa, participando en la privatización de empresas públicas, pagando con
bonos de la deuda devaluados para luego vender sus acciones a valores mu-
cho más altos, prestando dinero al Estado y cobrando un interés muy alto,
etcétera. Esas ganancias financieras luego fueron retiradas del mercado
financiero local y fugadas al exterior, nuevamente en dólares (provistos
por el siempre creciente endeudamiento público), también baratos (gracias
a manejos del tipo de cambio apropiados a esta estrategia, como la tablita
de Martínez de Hoz en los setenta y la convertibilidad en los noventa). Las
mega-devaluaciones fueron también momentos de valorización para estos
capitales, que se encontraban posicionados en dólares o en otros activos
(tierras productivas, por ejemplo) o negocios rentabilizados por el cambio
de precios relativos.
b. Relaciones políticas: por un lado, siguiendo los análisis de Basualdo (2006),
podemos afirmar que se trató de un período de “revancha clasista” del capi-
tal por sobre los trabajadores, iniciado con el terrorismo de Estado genocida
en la dictadura y continuado con el gran empeoramiento de las condiciones
de vida causado por la pobreza, la desigualdad y la exclusión social de los
sectores populares durante los gobiernos democráticos posteriores. Por
otro lado, fue un período de intensas pujas inter-capitalistas, entre diversas

69
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

fracciones del poder económico que se disputaban las mayores ganancias


o la apropiación de una porción mayor de los beneficios que el modelo neo-
liberal garantizaba a estos sectores.
c. Papel del Estado: se plantea un Estado con menor intervención en la econo-
mía, tanto en sus funciones de planificación (esta práctica se abandona de
manera directa, ya que se considera que es “el mercado” quien debe orga-
nizar qué, quiénes y para quiénes producir) y de regulación (se eliminan
en forma gradual todas las intervenciones que controlen precios o pongan
restricciones al capital en la economía), como de producción directa de
bienes y servicios (se privatizan o cierran prácticamente la totalidad de las
empresas públicas que se habían construido durante las décadas previas).
Pero esta retórica liberal no debe ocultar que las políticas económicas es-
tatales siempre favorecieron a determinados sectores (en este período con
claro predominio por parte de los grandes grupos económicos nacionales
aliados con fracciones del capital financiero internacional) y permitieron
la implementación exitosa de sus estrategias de valorización financiera a
lo largo de todos estos años.
d. Estructura social: durante estos años (1976-2001/2002) se produjo una rees-
tructuración regresiva, con notables pérdidas de ingresos y empeoramiento
de las condiciones de vida de la mayoría de los sectores trabajadores, los
grandes perdedores del modelo neoliberal. Simultáneamente, aumenta la
concentración de la riqueza en el sector más rico, dando lugar a una estruc-
tura social cada vez más dualizada y fragmentada, siendo la desigualdad y
la exclusión social las principales características de la sociedad neoliberal
argentina de finales de siglo xx.
e. Aspectos culturales: es necesario comprender que desde el punto de vista
cultural, el proyecto neoliberal fue claramente “exitoso”. A través del ma-
nejo consciente y concentrado de los medios de comunicación masivos,
se logró un significativo apoyo popular para llevar adelante las reformas
neoliberales,15 así como una suerte de consenso “anti-estatal” y “pro-pri-
vado”, que fue mucho más allá del apoyo a las privatizaciones y se ref lejó
también, por ejemplo, en el extendido proceso de movimiento hacia las ur-
banizaciones privadas (countries, barrios cerrados, etcétera), protagonizado
por ciertos sectores sociales medios y altos. Además, en el sentido común
de la población calaron profundamente los “algo habrán hecho”, “por algo

15
Buena parte de “la gente” (simplificado en la “doña Rosa” de Bernardo Neustadt, el principal
comunicador del neoliberalismo) fue convencida de la “urgente necesidad de privatizar las
ineficientes y corruptas empresas públicas y dar lugar a las eficientes y competitivas empresas
privadas”. Cabe recordar que las primeras privatizaciones de Menem fueron los canales 11 y
13 de televisión.

70
Es solo un rocanrol del país

será”, “no te metás”, “hacé la tuya”, “la plata no se hace trabajando”, así como
las fuertes tendencias hacia comportamientos y valores individualistas, frí-
volos, admiradores del éxito fácil, desconfiados de los proyectos colectivos,
y con fuerte rechazo hacia la cultura popular de épocas anteriores.
f. Contexto mundial: como ya fue dicho, el modelo neoliberal en la Argentina
no se da en un vacío, sino que responde en buena medida a determinaciones
del sistema capitalista mundial, que atraviesa una etapa de crisis y rees-
tructuración desde inicios de los setenta, tendiente hacia la mayor apertura
de los mercados nacionales y a la intensa interconexión de los procesos
económicos y culturales a nivel internacional (la famosa “globalización”).
Estas transformaciones tuvieron efectos negativos en casi todos los países,
con graves pérdidas en la calidad de vida por parte de los sectores traba-
jadores y acentuados procesos de concentración económica en fracciones
“ganadoras” del capital transnacional, aunque sin poder revertir –luego de
tantos años– los problemas de valorización que llevaron a la crisis capita-
lista de los años setenta, lo cual se manifiesta aún en las periódicas crisis
internacionales tras el estallido de sucesivas “burbujas especulativas”, cuyos
impactos alcanzan prácticamente a todos los países del mundo.

Entre el cambio y la continuidad: los proyectos en disputa


en la Argentina del siglo xxi
El período que se inicia luego de la profunda crisis de 2001-2002, presenta algunas
continuidades con el modelo neoliberal, pero también cambios significativos. Si bien
se trata de procesos complejos y dinámicos, sobre los que hay fuertes diferencias y
disputas acerca de cómo interpretarlos y valorarlos, consideramos que es posible
señalar con claridad algunas transformaciones en las políticas y sus consecuencias
reales, que hacen a la continuidad o no del modelo neoliberal en la Argentina desde
2003 en adelante.
En esta última parte del texto, presentamos una síntesis de las principales
políticas económicas impulsadas por los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007)
y de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), analizándolas en clave de rupturas
y continuidades con el modelo neoliberal, al que el proyecto político kirchnerista
buscó explícitamente superar y constituir una alternativa. Para finalizar, seña-
lamos los “cambios” en la política económica a partir de la asunción de Mauricio
Macri como presidente (a fines de 2015), y en el proyecto de país que estas conllevan.

Sobre el contexto internacional en este período


En el comienzo del siglo xxi en el mundo se continuó profundizando el proceso
de globalización, tanto en su aspecto económico (incremento de los intercambios

71
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

financieros y comerciales), como en su aspecto ideológico (que promueve la búsqueda


del bienestar individual por sobre una mirada más colectiva, y que posiciona a las
personas como consumidores más que como sujetos políticos o sociales).
En los primeros años de esta década, el mundo se encontraba en un proceso
de fuerte incremento de la demanda de bienes, impulsado por un período de creci-
miento económico mundial, traccionado en gran medida por el enorme crecimiento
de la economía china. China, país con casi un tercio de la población mundial, se
encuentra en pleno proceso de inserción en el funcionamiento de la economía
capitalista, como proveedora de gran cantidad de bienes industriales (de distintos
contenidos tecnológicos, pero producidos todos a muy bajo costo). De la misma
manera, funciona como una fuerte demandante de insumos primarios, energía y
alimentos –algunos de los cuales son provistos por nuestro país– lo que generó un
período de alza del precio internacional de los insumos primarios.
En el año 2008 se desató una fuerte crisis internacional, provocada por la
explosión de una burbuja de especulación financiera en Estados Unidos, que tiene
desde entonces grandes impactos en la economía real: desaceleración del creci-
miento económico mundial y caída del comercio internacional, con el consecuente
descenso de los precios de los bienes que Argentina exporta.
Tanto el acelerado crecimiento de China, como las sucesivas crisis financie-
ras, vienen cuestionando en alguna medida la supremacía económica de Estados
Unidos, lo que se traduce en un mayor peso de otros bloques económicos, como la
Unión Europea, los países asiáticos, o el bloque conformado por los nuevos países
emergentes con fuerte inf luencia mundial: el bric (por Brasil, Rusia, India y China).
En América Latina se dio en este período un proceso particular en el que varios
países sostuvieron, en conjunto, un cambio en la orientación de sus relaciones inter-
nacionales. Se planteó un alejamiento de los lineamientos de los organismos multi-
laterales (fmi, bm) impulsores del Consenso de Washington y del neoliberalismo a
nivel mundial. En nuestro país, los gobiernos kirchneristas, en alianza con Brasil
(Lula), Venezuela (Chávez) y Bolivia (Evo Morales) apostaron al fortalecimiento de
la integración regional sudamericana (Mercosur y Unasur) y latinoamericana (ce-
lac). Desde esa plataforma regional, buscaron luego acercarse a las otras potencias
emergentes (Rusia y China).

La política económica del kirchnerismo (2003-2015)


Luego de 5 años de una profunda depresión económica (1998-2002), los gobiernos
kirchneristas tuvieron la clara voluntad de reorientar la política económica en fun-
ción de lograr objetivos concretos en términos de recuperación del crecimiento de
la producción, del consumo y del empleo.
Los resultados globales del período en términos de crecimiento fueron contun-
dentes en ese sentido:

72
Es solo un rocanrol del país

A partir del primer gobierno kirchnerista, en 2003, se inició una década de


crecimiento que se constituyó en la expansión ininterrumpida más pronun-
ciada de la historia argentina, en tanto el pbi aumentó a una tasa anual del
6,5% entre 2003-2013; superior incluso a la que se registró durante la segunda
etapa de sustitución de importaciones que alcanzó entre 1964 y 1974 el 5,2%
anual acumulativo. [...] El elevado crecimiento de la década analizada no solo
fue el más alto históricamente de la Argentina, sino que también superó al
que registraron las mayores economías latinoamericanas (Brasil y México) y
solo se vio superada en el ámbito internacional por la que exhibió la República
Popular China (cifra, 2015: 11-12).

Pero además de lo cuantitativo del crecimiento también hubo cambios en lo cua-


litativo, ya que fue diferente el tipo de estrategia y los sectores productivos que lo
protagonizaron. El patrón de crecimiento fue diferente al de la década del noventa:
en lugar de estar basado en los servicios, se apoyó en la producción de bienes, en
especial industriales. En realidad, hubo notables aumentos del producto en todos
los sectores productores de bienes, tanto los industrializados, como las materias
primas, en particular las agrícolas. Sin embargo, el crecimiento a partir de 2003
no se explica por el aumento de las exportaciones de soja –como sugieren algunos
relatos–, sino fundamentalmente por el aumento de la demanda interna; es decir,
por la inversión y el consumo nacional que en este período representaron el 90%
del total de la demanda agregada (Basualdo y otros, 2010). Entonces, si bien hubo
un significativo aumento de la producción de bienes agrícolas en los primeros años
del kirchnerismo, el patrón de crecimiento en estos años se apoyó básicamente en
la producción de bienes industriales destinados al mercado interno, fortalecido por
el aumento de la capacidad de consumo de la población trabajadora gracias a la
recuperación del empleo y sostenido también por políticas públicas redistributivas.16
Este importante aumento de la producción industrial estuvo dado principal-
mente por el aumento del consumo y la inversión y fue acompañado por polít icas
de protección por parte del Estado. En los primeros años, mediante una protección
cambiaria (un dólar alto que encarecía la producción importada) y desde 2011 a tra-
vés de mayores restricciones administrativas a la entrada de productos importados
que pudieran competir con la producción industrial nacional. Hubo también una
mirada acerca de la necesidad de fortalecer y apoyar al sector industrial con políti-
cas específicas, aunque –como veremos– sin avanzar en las medidas necesarias para
buscar un cambio estructural. Se le otorgó creciente importancia al desarrollo de la
ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, por considerarlas centrales para el desarrollo
productivo del país. Se aumentó significativamente el presupuesto destinado al

16
Una descripción más amplia sobre la trayectoria del empleo y la distribución del ingreso
en este período puede encontrarse en el texto de Álvarez, Fernández y Pereyra (2011), también
publicado en este libro.

73
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

sistema científico nacional, lo cual permitió, por ejemplo, un notable incremento


del plantel de investigadores financiados por el Conicet y la “repatriación” de más de
1300 científicos argentinos que estaban desarrollando investigaciones en el exterior.
En esta misma línea, se pueden destacar también el crecimiento de la industria
satelital nacional (fabricación y operación de los satélites Arsat 1 y 2).17
Como era previsible, una política de promoción y protección de la producción
nacional, que benefició en especial al sector de las pequeñas y medianas empresas
(pymes), redundó en un significativo aumento de los puestos de trabajo (alrededor de
5 millones de nuevos empleos entre 2003 y 2015) y una notable caída de la tasa de
desempleo. “Tras la crisis del neoliberalismo, cuando la tasa de desocupación trepó al
24,8% en 2002, se inició un sistemático proceso de descenso, ubicándose en 14,2% en
2005, 7,7% en 2010 y, a pesar de la desaceleración en su ritmo de reducción, alcanzó
7,3% en 2014” (RedLat, 2015). De manera simultánea, se produjo una reducción del
empleo no registrado, que en 2004 superaba el 45% y descendió a valores en torno
al 33% en 2015.18 Esta reducción del “trabajo en negro” resulta escasa y claramente
insuficiente, pero rompe una tendencia de varias décadas de aumento en la preca-
rización del empleo asalariado, tal como lo señalan Álvarez, Fernández y Pereyra
(2011).
Estas mejoras en el empleo sirvieron para una recuperación progresiva del
salario y de las condiciones laborales de los sectores trabajadores. En cuanto al salario
real, en 2003 estaba en un nivel muy bajo, debido a los años de alto desempleo y
la mega-devaluación sin ajuste salarial de 2002. A medida que se iba recuperando
el empleo, se fue recuperando el poder adquisitivo de los salarios: entre 2004 y
2014 el incremento del salario real para los asalariados registrados fue del 37,5%
(RedLat, 2015). En buena medida, ello ocurrió porque se reinstalaron las negocia-
ciones paritarias entre sindicatos y empresarios (que casi habían desaparecido en
la década del noventa), y porque desde 2004 se conformó el Consejo del Salario que
determinó anualmente el aumento del Salario Mínimo Vital y Móvil, que sirve
de referencia para el conjunto de la economía. Junto con estas mejoras, también

17
“El gobierno pareció tomar creciente conciencia de la importancia del desarrollo científico
y técnico, inyectando recursos en el sistema científico y universitario y apoyando, entre otros,
a emprendimientos como invap (empresa con altas capacidades tecnológicas) y el desarrollo
satelital y aeroespacial. Sin embargo, este positivo impulso careció de vínculos estrechos con
el sector productivo. Esto se debe tanto a que el Estado no integró en su interior el esfuerzo
industrializador con los recursos científico-tecnológicos, como a la tradicional desidia del sector
privado en cuanto a la inversión y apuesta por el conocimiento local” (Aronskind, 2015: 26).
18
“El cambio que verdaderamente se observa refiere a la tasa de no registro del vínculo laboral.
Así, mientras que en 2005 el 70% de asalariados privados se dividían entre un 38,5% registra-
do y 30,8% no registrado, hacia 2010 esos niveles fueron de 44,5% y 24,5%, que se mantienen
relativamente sin cambios hasta 2014. De modo complementario, puede observarse que,
considerando como universo el total de asalariados, la tasa de no registro presentaba un nivel
de 43% en 2005, descendiendo a 34,7% en 2010 y 33,2% en 2014” (RedLat, 2015: 24).

74
Es solo un rocanrol del país

fueron aumentando la estabilidad y otras condiciones de los contratos de trabajo


y se firmaron una gran cantidad de nuevos convenios colectivos que aumentaron
la protección de los trabajadores frente a sus empleadores, recuperando uno de los
principios del peronismo clásico.
Un elemento central de la política económica kirchnerista (y otro aspecto en
común con la política económica del peronismo clásico) fue su búsqueda explícita de
aumentar y sostener el consumo en todos los sectores sociales. Inicialmente, a partir
del aumento del empleo y de los salarios reales, los aumentos del poder adquisiti-
vo se ref lejaron en altas tasas de crecimiento del consumo, que se convirtió en el
“motor del crecimiento” en este esquema económico. Luego, y sobre todo cuando
se sintieron con fuerza los efectos de la gran crisis económica mundial de 2008,
fue reforzada la capacidad de consumo popular mediante políticas de estímulo al
consumo y al empleo19 y de redistribución y protección social.
En este sentido, además de la intervención estatal en la promoción de las nego-
ciaciones paritarias recién mencionadas, fueron importantes las políticas públicas
que apuntaron a aumentar los ingresos de los sectores sociales más vulnerables. Por un
lado, las moratorias previsionales permitieron acceder a la jubilación a casi la tota-
lidad de los adultos mayores de 65 años, más allá de que no hayan podido completar
sus aportes por no haber tenido empleo o haber trabajado en negro durante su vida
laboral (de hecho, sirvieron también para la jubilación y el reconocimiento estatal
del trabajo de las amas de casa). Por otro lado, la implementación de la Asignación
Universal por Hijo (auh) significó una ampliación significativa (entre un 30 y un
50%) de los ingresos de las familias con hijos de madres/padres desocupados o con
empleos informales. Según Dávolos (2013), la auh mejoró las condiciones de vida
de estas familias al permitirles acceder a una mejor alimentación, y a otros bienes
de consumo y mejoras en el hogar por el hecho de contar con un ingreso adicional,
seguro y estable que les permite planificar y comprar en cuotas, lo que impulsa
adicionalmente la demanda de consumo en general. Para financiar ambas políticas
fue central la reestatización en el 2008 del sistema previsional y de las afjp, que
desde 1994 cobraban los aportes de los trabajadores, y en lugar de orientarlos hacia
el bienestar social, los derivaban hacia la especulación financiera.
En conjunto, las distintas medidas que se implementaron colaboraron para
lograr una reducción en los niveles de desigualdad históricamente elevados que había

19
Ejemplos de estas políticas de estímulo al consumo y al empleo son los programas Ahora
12, orientado a favorecer el consumo de productos de fabricación nacional, a través de su
financiación en 12 cuotas sin interés, y el Pro.Cre.Ar (Programa Crédito Argentino), para el
financiamiento de vivienda para sectores medios, que buscaba la reactivación del sector de
la construcción, fuerte demandante de empleo. Hubo durante 2009 programas específicos de
financiamiento a la compra de electrodomésticos y automóviles, para sostener la demanda de
esos sectores. Se fortaleció el Programa de Recuperación Productiva (repro), a través del cual el
Estado subsidiaba parte del salario de los trabajadores en empresas con situaciones de crisis.

75
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

dejado la experiencia neoliberal y su crisis. Por un lado, mejoró la distribución fun-


cional del ingreso (es decir, cómo se distribuye el ingreso nacional entre el conjunto
de los trabajadores y las empresas), ya que aumentó en forma significativa la “por-
ción de la torta” de los trabajadores (se amplió desde poco más de una cuarta parte
a casi la mitad).20 Por otra parte, la distribución personal del ingreso (entre todas
las personas y hogares del país) también muestra una reducción de la desigualdad
al ampliarse el ingreso de los más pobres en mayor proporción que el ingreso de los
más ricos (en 2004, el 10% más rico ganaba 32 veces más que el 10% más pobre; en
2014 esa brecha se redujo a 17 veces).21 A pesar de estas mejoras, lejos se está todavía
de los mayores niveles de equidad que se lograron en nuestro país en las décadas
del modelo de industrialización sustitutiva.
Pueden mencionarse otras políticas de inclusión que, más allá de las mejoras
en los ingresos, permitieron a los sectores populares acceder a bienes (materiales y
culturales) a los que antes no tenían acceso. En el plano de la educación y la cultura,
también se aumentaron los presupuestos y se puso énfasis en el acceso masivo y
gratuito. El sistema de universidades públicas creció fuertemente en cantidad de
instituciones (24 nuevas entre 2003 y 2015) y de estudiantes que accedieron a la
educación superior. El desarrollo de la feria “Tecnópolis” (con más de 5 millones
de visitantes) fue una forma de acercar la ciencia y la tecnología al gran público.
El programa Conectar Igualdad (que incluyó la entrega de 5 millones netbooks
a estudiantes de escuelas públicas secundarias), fortaleció con acceso a bienes
tecnológicos la política de aumentar la cantidad de niños y adolescentes que van
a la escuela; lo que se logró especialmente a partir de la auh. Por otra parte, las
propuestas audiovisuales de Canal Encuentro, Paka-Paka e incaa tv en el marco
del programa de Televisión Digital Abierta (tda), así como la apertura del Centro
Cultural Kirchner, fueron parte de polít icas educat ivas y culturales que elevaron el
piso de calidad de la oferta pública y gratuita en estas áreas.
Un problema que reapareció en este contexto fue el de la inf lación, que si
bien durante los gobiernos kirchneristas se mantuvo en niveles históricamente

20
Son varias las estimaciones que evidencian esta tendencia (entre ellas las del ceped, las de
cifra y las del propio indec). El peso de la masa salarial sobre el producto total (a precios básicos)
pasó del 32% en 2005 al 41,5% en 2010 y el 51,4% en 2013. Una medición alternativa considera
que la participación de los salarios respecto del pbi (a precios de mercado) evoluciona desde
28% en 2005 a 36% en 2010 y a 43,7% en 2013 (RedLat, 2015).
21
“En el período de análisis se evidenció un importante proceso de mejora en la distribución
del ingreso, independientemente de la medida que se tome (Gini o brecha) y del ingreso que se
considere”. El coeficiente de Gini correspondiente al ingreso per cápita familiar, que en 2002
se ubicaba en torno a 0,5, en 2005 mostraba un nivel de 0,48, el cual se redujo a 0,44 en 2010
y a 0,41 en 2014. En lo que corresponde a la brecha de ingresos entre el decil más rico y más
pobre, la correspondiente al ingreso per cápita del hogar, en los años finales de la converti-
bilidad superaba las 30 veces, llegando a 40 veces en momentos de su salida, en 2004 era de
31,7 para retroceder a 21 veces en 2010 y 17,1 en 2014 (RedLat, 2015: 14).

76
Es solo un rocanrol del país

moderados (el promedio de inf lación anual entre 2008 y 2015 rondó el 25%, con
un pico de 38% en el 2014), lo cierto es que se trató de una dificultad que no logró
resolverse. Con respecto a sus causas y posibles soluciones, en estos años en nuestro
país ha existido una fuerte disputa conceptual y política entre dos perspectivas. Por
un lado, desde los medios de comunicación se ha logrado instalar la idea de que la
inf lación era “el principal problema de la economía argentina”, y por lo tanto, que la
política económica debería estar orientada en primer término atacar ese problema.
Esta perspectiva, basada en la teoría económica ortodoxa, plantea que los aumentos
de precios se deben a un “recalentamiento” (incremento excesivo) de la demanda,
agravado por aumentos salariales demasiado altos, y un desmedido gasto estatal
y emisión monetaria. Ante este diagnóstico, la receta ortodoxa indica “enfriar” la
demanda (reducirla), contener los aumentos de sueldos, recortar el gasto estatal y
aumentar las tasas de interés, clásicas medidas de ajuste que conducen a frenar la
inf lación, pero a costa de una caída en la producción y en el empleo. En cambio, la
perspectiva en la que se basaron los gobiernos kirchneristas plantea que la inf la-
ción es generada y reproducida por la puja distributiva en la que dominan grandes
empresas productoras o distribuidoras. Estas empresas operan en mercados oligo-
pólicos, en los que son pocas empresas las que ofrecen un tipo de producto, por lo
que en lugar de competir entre ellas bajando los precios suelen llegar a “acuerdos”
para aumentarlos. De esta manera, pueden subir los precios en mayor medida de
lo que suben sus costos, de modo de incrementar sus ganancias. Por ello, la política
kirchnerista buscó reducir la inf lación controlando y regulando el proceso de
formación de precios y a las grandes empresas.22 A eso apuntaron políticas como
“Precios Cuidados” (que fijó precios de referencia en 500 productos de la canasta de
consumo familiar, a través de acuerdos con empresas), o el programa de subsidios
a los servicios públicos y al transporte en grandes áreas urbanas. Ahora bien, estas
políticas no fueron suficientes para resolver el problema, y adicionalmente la de-
valuación del peso por la escasez de dólares fue realimentando la subida de precios
(en enero de 2014 se dio una fuerte devaluación, que se sumó a pequeñas pérdidas
del valor del peso acumuladas hasta ese momento).
Otro cambio notable de los gobiernos kirchneristas en comparación con los
gobiernos de las décadas anteriores fue la búsqueda de recuperar el papel central del
Estado en la economía. Desde 2003 en adelante se generaron numerosas acciones (y
fuertes disputas) en relación con el aumento de la capacidad del Estado para regular
el proceso económico y a sus actores, con un grado creciente de autonomía relativa
frente a los poderes económicos nacionales e internacionales.

22
No se considera una política antiinflacionaria la intervención del indec y la manipulación
del índice de medición de precios por parte del gobierno kirchnerista desde 2007. De hecho,
esta acción atentó contra la credibilidad de las estadísticas oficiales y resultó por ello un
obstáculo para la aplicación de políticas efectivas contra la inflación.

77
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

El Estado nacional ganó autonomía relativa en relación con el período previo


sobre la base de la política económica desplegada: recuperó márgenes de ac-
ción en la política monetaria, la cambiaria, la gestión de la deuda pública y de
las reservas de divisas y la regulación de los sectores de infraestructura, que le
permitieron enfrentar la crisis [internacional] con mayor fortaleza (Forcinito
y Tolón Estarelles, 2008: 104).

Otras políticas que pueden ejemplificar esta tendencia pueden ser la reestatización
–si bien desordenada o tardía– de una buena parte de las empresas públicas privati-
zadas en los años noventa: Aerolíneas Argentinas (2008), ypf (2012), los Ferrocarriles
(2015), entre varias otras.
En sintonía con los intentos de mayor intervención y regulación de los merca-
dos, los gobiernos kirchneristas asumieron en general un discurso “anti-liberal” y
“pro-estado”, en el marco de una “batalla cultural” más amplia, en la que también
se incluyó su disputa contra los grupos económicos que detentan los medios de
comunicación dominantes.
El discurso impugnador de las verdades neoliberales que adoptó el gobierno,
tanto en el frente interno como en las relaciones internacionales, fue un no-
table aporte al debate colectivo, aunque de ninguna manera se haya logrado
una modificación plena del sentido común neoliberal acuñado en las décadas
previas (Aronskind, 2015: 31).

La estrategia de alejamiento y de ampliación de la autonomía del gobierno nacional frente


a de los organismos internacionales fue una base fundamental para el desarrollo de la
política económica kirchnerista. En particular, es preciso señalar las modificaciones
en la política de endeudamiento externo, que permitieron posicionarse con autono-
mía para definir la política monetaria y fiscal.
Luego del default (cesación de pagos) de la deuda externa pública al que se llegó
en el marco de la crisis de fines de 2001, los gobiernos kirchneristas avanzaron en
un sentido diferente. En primer lugar, cancelaron la deuda con el fmi en 2005, para
no seguir sometiendo a su aprobación o control las decisiones de política económica.
En segundo lugar, se renegoció la deuda en default con el resto de los acreedores, a
los que se les canjeó (en 2005 y 2010) la deuda vieja por nueva deuda con un monto
significativo de “quita”; es decir que se logró reducir el monto de deuda externa y se
retomaron los pagos para la enorme mayoría (el 93%) de los acreedores. En tercer
lugar, se fueron pagando los vencimientos de la deuda sin asumir nuevos créditos, lo
que significó un fuerte desendeudamiento de la economía argentina. Como resultado
global de estas políticas se redujo notablemente “el peso de la deuda pública” sobre la
economía argentina, que pasó de representar el 146% del pbi en 2002 a representar
el 40% en 2013 (cifra, 2015).

78
Es solo un rocanrol del país

Con base en el conjunto de políticas y resultados económicos que han sido aquí
presentados, varios autores (Narodowski y Panigo, 2010; Fiorito, 2011, entre otros)
consideran que durante estos gobiernos se configuró un nuevo modelo de desarrollo
superador del modelo neoliberal, al que usualmente se ha denominado “modelo
de crecimiento con inclusión”. Desde una perspectiva opuesta, algunos autores
denominan a este proyecto como “neodesarrollista”, señalado las limitaciones en
las transformaciones llevadas a cabo por los gobiernos kirchneristas, y enfatizando
en la continuidad con los rasgos centrales del modelo neoliberal:
... el nuevo proyecto se apoyó en las bases estructurales construidas a través
del neoliberalismo y resultantes del éxito del proceso de reestructuración
regresiva. Estas bases estructurales tienen dos pilares fundamentales. Pri-
mero, la precarización extensiva de la fuerza de trabajo y la consecuente
superexplotación de la misma. Segundo, el extractivismo (saqueo de las rique-
zas naturales) como fuente de renta extraordinaria y proveedor de moneda
mundial (divisas) (Féliz, 2015).

Desde nuestra perspectiva, son evidentes los cambios producidos en la orientación


de numerosas políticas económicas y sus logros, recién descriptos. Sin embargo,
consideramos que en este período no fue posible consolidar un modelo de desarrollo
alternativo al neoliberal, sobre todo por las dificultades en avanzar en un cambio
estructural de la economía.
Tal vez el problema más profundo y estructural (y el menos visible para el
común de la gente) que el kirchnerismo no logró resolver es el de la “restricción
externa”: se trata de la escasez de dólares necesarios para hacer frente al pago de las
importaciones y de la deuda externa, y a la demanda de esta moneda por parte de
las empresas y de sectores de la población con capacidad de ahorro. Estos dólares
pueden ser provistos por las exportaciones, por las inversiones extranjeras o por
nuevo endeudamiento. Esta restricción externa (que afecta a la economía argentina
cada vez que se avanza en el proceso de industrialización y que en el período de la
isi provocaba la dinámica del “stop and go” antes explicada) se agravó en los últimos
años del gobierno kirchnerista por un conjunto de factores: la caída de los precios
de las exportaciones (de bienes primarios) por disminución de la demanda ante la
crisis de la economía mundial que se inició en 2008; la dependencia estructural que
tiene la industria argentina respecto de la importación de maquinaria e insumos;
el déficit energético (la necesidad de importar energía de otros países); los pagos de
deuda externa de otros períodos (a pesar del desendeudamiento de los últimos años);
y el aumento de la demanda especulativa de dólares por parte de empresas y de
personas para “fugarlos” al exterior. El gobierno intentó enfrentar esta restricción
externa a través de un conjunto de medidas23 que buscaban frenar el drenaje de

23
El gobierno cerró conflictos relacionados con la deuda externa que aún estaban pendientes

79
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

dólares (restricciones a las importaciones y a la compra de dólares, el denominado


“cepo cambiario”), pero que no resolvieron sus causas más estructurales.
La restricción externa es la manifestación de un conjunto de problemas de ca-
rácter estructural y acumulativo de la economía argentina: una industria dependiente
de los insumos y tecnologías importadas, que en estos años de crecimiento no sumó
capacidades de sustituir esos insumos con producción nacional; un empresariado
nacional cortoplacista y rentista, que no reinvierte la mayor parte de sus ganan-
cias, sino que las fuga al exterior y especula con la valorización financiera que le
generan las devaluaciones; una cúpula empresarial en su mayoría extranjera, cuyas
estrategias de acumulación no están orientadas en una dirección compatible con
el desarrollo nacional (no investiga ni invierte en el país, remite sus ganancias a
los países centrales, se opone a las políticas de regulación y control por parte del
gobierno, etcétera). Esta situación estructural le da un poder enorme a los únicos
actores capaces de proveer los dólares que escasean: el complejo agroexportador
(terratenientes y grandes multinacionales del comercio de granos) y las grandes
empresas del sector de la minería. Los gobiernos kirchneristas tuvieron en princi-
pio una política de “dejar hacer” a estos dos sectores, y aprovecharon los recursos
que generaban.24
A lo largo de estos 12 años no se impulsó de manera consistente un cambio
estructural del sector productivo: una diversificación industrial que ampliara
la producción en sectores de mayor valor agregado y la capacidad de tener (un
poco más de) autonomía tecnológica. Esto hubiera iniciado un camino hacia una

(con el Club de París y con la empresa española Repsol por la expropiación de ypf), con el ob-
jetivo de volver a acceder a nuevos créditos externos en dólares, lo cual resultaría un alivio en
el corto plazo. Esa posibilidad fue frenada por un fallo del juez Griesa de Nueva York (Estados
Unidos) a favor de los Fondos Buitres: un grupo de especuladores financieros que compraron
títulos de deuda argentina en default (que habían dejado de pagarse en diciembre de 2001),
y que buscaron obtener por vía judicial ganancias de hasta un 1600% (por ejemplo, el Fondo
de Paul Singer compró bonos en default por casi 50 millones de dólares y el fallo del juez
Griesa exigía pagarle casi 800 millones, 16 veces más). El gobierno kirchnerista mantuvo un
firme rechazo frente a esta demanda e incluso extendió esta postura a las Naciones Unidas,
en donde obtuvo el apoyo de la gran mayoría de los países del mundo. En los primeros meses
del gobierno de Macri se concretó el pago a los Fondos Buitres, para lo cual el nuevo gobierno
tomó nueva deuda externa a pagarse en los próximos años.
24
En 2008 se planteó un muy fuerte conflicto con el sector agrícola (“el campo”), cuando el
gobierno quiso incrementar los recursos que podría obtener por el cobro de impuestos a las
exportaciones (“retenciones”) de granos que se vendían en el mercado internacional a precios
excepcionalmente altos. “El campo” respondió con toda la fuerza de su clase y sumó además
el apoyo de algunas de las organizaciones de los productores y trabajadores agrícolas, así co-
mo el respaldo mayoritario de la sociedad, impulsada por los medios de comunicación. Este
conflicto fue un revés muy fuerte en el primer gobierno de Cristina Fernández, que implicó
que su frente político se fragmentara y perdiera las elecciones legislativas en 2009.

80
Es solo un rocanrol del país

competitividad industrial endógena basada en el aumento de productividad de los


factores internos.
Una de las características estructurales de la industria argentina es la de ser
un sector principalmente volcado al mercado interno, deficitario en términos
de divisas. Los experimentos neoliberales agudizaron este problema al elimi-
nar sectores y eslabones industriales, generando mayor necesidad de divisas
para sostener la actividad. El kirchnerismo recibió esta industria desintegrada
y sin grandes dotes competitivas, y básicamente impulsó su crecimiento, pero
sin contar con una clara estrategia de reconstrucción que generara una susti-
tución de importaciones competitiva o emprendimientos exportadores netos.
Por lo tanto, se expandió una industria con un fuerte desequilibrio externo
estructural (Aronskind, 2015: 25).

Este cambio estructural de ninguna manera es sencillo ni se podría lograr un corto


plazo, pero lo cierto es que no llegó a impulsarse claramente desde las políticas pú-
blicas entre el 2003 y el 2015. También requiere de un conjunto de actores sociales y
económicos dispuestos a asumir este desafío de transformación a largo plazo. Y la
“burguesía nacional” (a la que el kirchnerismo apostó durante un buen tiempo de su
gobierno) no parece ser un actor dispuesto a ello. El Estado debería liderar ese proce-
so, lo cual implica desarrollar una capacidad de planificar, implementar y controlar
un conjunto de acciones y actores en una perspectiva de largo plazo. Y el Estado y
los distintos gobiernos hasta el momento no han mostrado tener esa capacidad.
Probablemente, la debilidad kirchnerista haya consistido en que: sin terminar
de construir un modelo alternativo ha debido enfrentar el embate del capital
concentrado local y externo; sin profundizar el cambio estructural ni arreba-
tarle a las corporaciones el control sobre herramientas claves de la economía
debió conducir un proceso económico con sentido inclusivo; quiso promover
una economía productiva conviviendo con las reformas neoliberales que
promovían las peores prácticas rentistas; sin producir una transformación
fiscal progresiva debió solventar un creciente gasto público orientado fuerte-
mente a potenciar el mercado interno y a mejorar la distribución del ingreso;
sin contar con una mayoría social activa debió impulsar acciones de fuerte
contenido democratizante (Aronskind, 2015: 31)

El gobierno de Macri (desde 2016) y la vigencia del modelo neoliberal


En diciembre de 2015 asumió el gobierno el empresario Mauricio Macri, quien ganó
las elecciones en alianza con el radicalismo. El gobierno de Macri llevó a cabo un
nuevo giro en la orientación predominante de las políticas económicas argentinas.
Teniendo en cuenta que se trata de un proceso en desarrollo, presentaremos bre-

81
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

vemente las principales ideas que orientan la nueva política económica y algunos
hechos del primer año de gestión macrista.
Adoptando un discurso liberal (similar al de las gestiones de la última dicta-
dura y de la década de los noventa), el nuevo gobierno levantó las regulaciones (“se
liberaron los cepos”) de los mercados cambiario y comercial, lo que generó una
fuerte devaluación del peso (el dólar pasó de 10 a 16 pesos) y un aumento significa-
tivo de las importaciones.
A pesar de que fue declarado como el principal problema económico a resolver,
la inf lación aumentó fuertemente en 2016, superando el 40% interanual, la inf lación
anual más alta desde la salida de la convertibilidad. Los precios se aceleraron como
resultado de la devaluación y de un fuerte aumento de las tarifas de los servicios
públicos y los insumos para la producción (luz, gas, agua, transportes, combustibles,
etcétera), debido a la disminución de los subsidios que el Estado destinaba a estos
sectores, y a la desregulación del funcionamiento de estos mercados.
El nuevo gobierno, cuyo posicionamiento discursivo caracterizó de forma dra-
mática el estado de la economía, señaló como problema central la inf lación,
y situó al déficit fiscal como el aspecto esencial a intervenir, sosteniendo que
un colapso era inminente. Sin embargo, optó inicialmente por tomar medidas
distributivas que contradecían tanto el objetivo de contener la inf lación como
el de lograr el equilibrio fiscal. Se liberó el mercado de cambios y se produjo
una devaluación del orden de 60 por ciento, que tuvo repercusión inmediata
en los precios. Ello, conjuntamente con la supresión de tributos al comercio
exterior, contribuyó tanto a acelerar el proceso inf lacionario como al desfi-
nanciamiento fiscal (Plan Fénix, 2016).

El gobierno de Macri cuestionó la estrategia de crecimiento basada en el aumento del


consumo de los trabajadores que llevó adelante el kirchnerismo, tildándola de “iluso-
ria e insostenible”. En su reemplazo, sostuvo que el motor del crecimiento económico
serían las inversiones de las empresas privadas (en particular las extranjeras), para
lo cual se impulsaron medidas favorables a los sectores capitalistas. Sin embargo, la
anunciada “lluvia de inversiones” no se produjo en 2016.
La mera transferencia de recursos hacia sectores más concentrados no es
en sí misma garantía de inversión, por lo menos en nuestro país. Puede sí
llevar a la fuga de capitales. Así lo atestigua la abundante salida que ya se ha
registrado este año, viabilizada por la liberalización del mercado de cambios
(Plan Fénix, 2016).

El conjunto de medidas adoptadas generó fuertes caídas en el consumo, la pro-


ducción, y el empleo: se redujo notablemente el consumo, con caídas del orden del
8% en comercios, 15% en supermercados y 21% en shoppings; se produjo una fuerte
retracción de la producción, siendo la industria y la construcción los sectores con

82
Es solo un rocanrol del país

mayores caídas, lo que explica que haya habido más de 100.000 despidos en empre-
sas privadas y gran cantidad de suspensiones o reducciones horarias y salariales.
Las negociaciones paritarias se realizaron, pero en todos los gremios se acordaron
aumentos menores a la inflación, por lo cual se estima que la caída del salario real
promedio para el 2016 está en torno al 12% (cifra, 2016).
La política económica de la Alianza Cambiemos ha impulsado el regreso de las
altas tasas de interés, la especulación financiera, la fuga de capitales y el acelerado
endeudamiento externo. En los primeros meses del gobierno, la tasa de interés subió
fuertemente, con la supuesta intención de contener la suba del dólar y de los precios,
pero ello provocó un gran aumento de las colocaciones financieras especulativas.
A su vez, con la idea de “volver al mundo” y consolidar la confianza de los sectores
capitalistas, se realizaron notables gestos de acercamiento con los países centrales
(Estados Unidos, Italia, Alemania, Reino Unido y Francia) y de alejamiento de los
países del Mercosur. En ese marco, se acordó con rapidez el pago de la demanda de
los fondos buitres, a partir del cual se inició un nuevo ciclo de fuerte endeudamiento
externo, que en el primer año se acerca a 50 mil millones de dólares de nueva deuda.
Advertimos el riesgo adicional que supone la elevada velocidad de endeuda-
miento público […] que no está compensada hasta el presente por ninguna es-
trategia productiva o exportadora consistente. Estamos, entonces, frente a una
suerte de explosión del endeudamiento externo, que apunta simultáneamente
a solventar un quebranto fiscal en términos corrientes y un saldo negativo de
las cuentas externas, que no creemos que se revierta en los próximos años
(Plan Fénix, 2016).

Una particularidad que tuvo el armado de la estructura del Estado para esta gestión,
es lo que se ha llamado “ceocracia”: los cargos de funcionarios públicos son ocupados
por ex gerentes/ejecutivos (ceo, por la sigla en inglés de Chief Ejecutive Officer) de
grandes empresas, que pasan a ocupar un cargo estatal y, en muchos casos, a regu-
lar a las propias empresas para las que trabajaban anteriormente.25 Si bien no es la
primera vez que ex gerentes ocupan cargos públicos, en el marco de un gobierno
liderado por un empresario existe un riesgo mayor de trasladar la lógica gerencial-
privada y anti-estatal dentro de la administración pública, así como de mantener

25
Un ejemplo notable es el ex ceo de la multinacional Shell, Juan José Aranguren, que pasó ser
ministro de Energía. Otras empresas de las que provienen funcionarios son: Techint, Socma
(Macri), lan, JP Morgan, hsbc, Axion, La Nación, Newsan, Pan American Energy, Deutsche Bank,
Farmacity, icbc y Consultatio. Según un estudio de la Universidad de San Martín coordinado
por Ana Castellani, Paula Canelo y Mariana Heredia, citado por Lukin (2016): ... “tres de cada
diez funcionarios jerárquicos reclutados por el Gobierno de Mauricio Macri ocuparon alguna
vez un puesto gerencial en el sector privado. Son 114 ejecutivos de las principales compañías
y estudios de abogados del país que desembarcaron en algunos de los 367 cargos de ministro,
secretario y subsecretario que constituyen la nueva estructura del Estado nacional”.

83
Gonzalo Vázquez y Ana Luz Abramovich

lealtades con las empresas a las que pertenecieron, en lugar de controlarlas en fun-
ción del bienestar de la sociedad.
Para cerrar este análisis, decíamos antes que los gobiernos kirchneristas no
habían logrado consolidar un cambio de modelo al no resolver ciertos problemas
estructurales de la economía argentina. El gobierno asumido en diciembre de 2015
lejos de “mantener lo que se hizo bien” y avanzar en la resolución de los problemas
pendientes, está llevando adelante una política de retorno a los lineamientos del
neoliberalismo, un nuevo cambio de paso en este rocanrol argentino.
Vivimos tiempos de fuerte disputa política y alianzas intersectoriales que
determinarán el futuro del desarrollo argentino, que se juega tanto en las eleccio-
nes, como en la opinión pública y en la acción colectiva. Por esto, quisimos ofrecer
herramientas y dejar abierta la puerta para que sean nuestros lectores (estudiantes
universitarios) quienes sigan realizando sus propios análisis sobre la economía ar-
gentina. Esperamos haber contribuido a esa tarea aportando un esquema analítico
sobre los modelos de desarrollo que pueda ser apropiado críticamente por ellos y
los ayude a formular argumentos propios.

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85
La Argentina del Proceso
Un texto introductorio a la etapa 1975-1983* 1

César Mónaco y Diego Benítez

El Cono Sur es, hoy, el ámbito de las monarquías fundadoras. Nuestro ámbito.
Carta Polít ica, n° 31, mayo de 1976

En la madrugada del 24 de marzo de 1976, el gobierno constitucional de María Estela


Martínez de Perón –Isabel– fue depuesto por un golpe de Estado. Luego de un perío-
do democrático de casi tres años, los militares avanzaron, nuevamente, contra un
régimen constitucional, tomaron el poder por la fuerza e implementaron una feroz
y sangrienta dictadura que provocó efectos profundos y permanentes en el país.
Durante sus últimos meses, avasallado por la dinámica misma de una cri-
sis múltiple, el gobierno peronista estuvo inmerso en un proceso precipitado de
desgaste y deslegitimación, que se manifestó en un profundo descontento social y
en la constante amenaza conspirativa de los militares. A medida que los rumores
avanzaban, el apoyo de la sociedad hacia el gobierno disminuía y las chances a
una salida institucional se agotaban. El país se encontraba sumergido en una cri-
sis económica de suma gravedad, expresada a través de una inf lación galopante.
En consonancia, se profundizaba una significativa crisis social, ocasionada por el
alto grado de descontento de amplios sectores de la sociedad que se manifestaban
a través de protestas y movilizaciones. A esto se sumaba un factor general: una
crisis aguda del sistema político que afectaba directamente a los partidos. Estos
eran vistos como actores incapaces de brindar una solución al caos, lo cual provo-
caba, de forma proporcional, un importante descrédito en el sistema democrático.
Existía, también, un superlativo grado de violencia política, vinculada tanto a las
luchas intestinas dentro del mismo peronismo, cuanto a la acción de organizacio-
nes armadas de izquierda que se enfrentaban a las fuerzas de represión estatal y
paraestatal. El proceso de radicalización de grupos políticos, iniciado a finales de

* Versión modificada, corregida y ampliada del texto publicado originalmente bajo el título,
“La dictadura militar, 1976-1983”, en Luzzi, Mariana (coord.) (2012). Problemas socioeconómicos
de la Argentina contemporánea, 1976-2010. Los Polvorines: Universidad Nacional de General
Sarmiento.

87
César Mónaco y Diego Benítez

los años sesenta, continuaba expresando su lado más extremo en la acción armada,
considerada como el estadio superior de la acción política tradicional. Y aunque en
el último año del gobierno peronista estos se encontraban en franca declinación,
mantenían cierto protagonismo en la escena pública que los militares resaltaban
con interés. Las organizaciones más notorias fueron: Montoneros, proveniente de
un sector del peronismo de izquierda; y el guevarista Ejército Revolucionario del
Pueblo (erp), fracción armada del Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt).
A su vez, el contexto internacional no era precisamente una expresión de
buenos augurios. El primer lustro de los años setenta venía marcado por la clausu-
ra de un excepcional período expansivo de la economía mundial –en especial en
el mundo capitalista desarrollado– que, iniciado durante la posguerra de los años
cincuenta, evidenciaba su final por medio de una considerable desaceleración de los
índices de crecimiento. Finalizada la etapa de auge, el sistema capitalista comenzaba
a transitar su reestructuración, y la mejor punta de lanza sería el neoliberalismo.
En el plano político, el subcontinente latinoamericano evidenciaba un claro des-
plazamiento de gobiernos democráticos por regímenes de facto. El mapa político de
América Latina y el Caribe, hacia 1976, se encontraba signado en gran parte de su
territorio por dictaduras militares.1 Pero antes de continuar, vale la pena remarcar
algunos aspectos de la etapa previa al golpe del 24 de marzo.

Sobre el depuesto gobierno peronista (1973-1976)2


En mayo de 1973, luego de casi dos décadas de proscripciones, resistencias y fórmulas
inconducentes de normalización del sistema político partidario, el peronismo había
retornado al poder.3 Resulta dificultoso resumir en pocas líneas los aspectos centrales
de lo que terminó siendo esta experiencia, que finalizó en marzo de 1976. Algunos
puntos han sido introducidos antes. No obstante, una serie de consideraciones puede
colaborar en ordenar algo mejor aquellos años.4
La primera de ellas consiste en entender que la etapa abierta con el retorno de
la democracia no puede desligarse del proceso de radicalización política presente

1
Las había en: Brasil, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador, Perú, Nicaragua, El Salvador,
Haití, Guatemala, y Granada. En buena medida en República Dominicana y Honduras, y con
una fachada civil en Colombia.
2
Agradecemos los comentarios de Jorge Cernadas y Mariana Luzzi sobre este apartado.
3
La vuelta a la conducción del gobierno nacional fue a través de Héctor Cámpora, ya que
el propio Juan D. Perón había quedado fuera del juego electoral por decisión del gobierno
saliente, aunque meses más tarde y ante una nueva convocatoria a elecciones pudo Perón
retomar poder formal.
4
Un auspicioso punto de partida sería dejar de lado dos lugares comunes y contrapuestos
que no hacen más que obstruir la comprensión: por un lado, asumir la etapa 1973-1976 como
un paréntesis en medio de dos procesos dictatoriales; por otro, asimilarla como una etapa
linealmente imbricada con la política devastadora de la última dictadura.

88
La Argentina del Proceso

en los años previos y, sobre todo, desatado con un impulso inusitado a partir de
1969. A mediados de ese año, la rebelión popular –inmediatamente bautizada como
“Cordobazo”– 5 ofició como un punto de inf lexión en la política argentina y tuvo
consecuencias vastas. Fue el inicio de un ciclo de protesta generador de múltiples
y variados movimientos sociales y políticos. A partir de entonces, y luego de tres
años en el poder, la dictadura militar gobernante (autotitulada “Revolución Ar-
gentina”) comenzó a desfallecer ante la reacción ininterrumpida de sectores de la
sociedad que entendieron necesaria y posible la transformación de la realidad del
país. Cuánto y cómo debía ser ese cambio, por supuesto, podía mutar de actor en
actor. Fue amplio el espectro de objetivos, estrategias y expectativas. El recurso de
las armas fue solo uno, el más radical, dentro de un conjunto de opciones mucho
más vasto y mayoritario.
El segundo aspecto remite al propio peronismo. La rehabilitación del sistema
de partidos políticos, la vuelta del régimen democrático y con él la del peronismo al
gobierno, no alcanzaron para disolver la ola de tensiones políticas que atravesaba a
la sociedad. Y en gran parte, el partido gobernante asumió y ref lejó en su interior
esa conf lictividad. Este es un factor clave para comprender el derrotero de esta etapa
(y más aún, de reparar al momento de abordar de forma específica la última presi-
dencia de Juan D. Perón). El peronismo se había vuelto más heterogéneo que nunca:
peronismo ortodoxo, peronismo de izquierda, peronismo de extrema derecha (o
lopezrreguismo), podría enunciarse con apuro. Pero más que en esta disparidad,
el problema residía en que cada uno entendía como verdadero su peronismo, y en
cómo se accionaba para la exclusión del otro. El universo partidario se fue plagan-
do, según de dónde se lo mirase, de fachos, traidores e infiltrados. Posicionamientos
y disputas entre líneas hacen a la vida de la mayoría de los partidos; la guerra in-
trapartidaria, en cambio, ya es una instancia muy diferente. Y en este entramado,
Perón nunca fue una figura equidistante.
El tercer factor implica considerar, a grandes rasgos, el plan político de estos
casi tres años. En términos globales, hasta mediados de 1975, el gobierno aplicó una
política económica industrializadora, sustentada en la asociación entre el capital
extranjero y la fracción dinámica de la burguesía nacional.6 De forma concreta, y

5
El 29 y 30 de mayo de 1969, en la ciudad de Córdoba se desató una rebelión popular de im-
portantes consecuencias para la vida argentina. En su núcleo se articularon activamente una
serie de actores locales de abierta oposición a la dictadura de Juan Carlos Onganía: sectores
sindicales y obreros, estudiantes (sobre todo universitarios) y pobladores pertenecientes a las
clases populares y medias.
6
Este fue –según Eduardo Basualdo– uno de los cambios sustanciales respecto a los dos prime-
ros gobiernos de Perón (1946-1955), junto con un reposicionamiento del papel del Estado como
productor de bienes y servicios. Afirma el autor: “A partir de 1973, la propuesta de fondo del
nuevo gobierno peronista ya no pareció concebir al Estado como mascarón de proa garante
de la expansión industrial y de la consolidación económica, social y política de un frente so-

89
César Mónaco y Diego Benítez

en función de la estabilización de la economía y el control inf lacionario, el gobier-


no dispuso un acuerdo socioeconómico tripartito entre la Confederación General
del Trabajo (cgt), la Confederación General Económica (cge) y el propio Estado. En
esencia, el Pacto Social –como se lo conoció– implicaba la suspensión por dos años
de la puja distributiva entre obreros y empresarios.7 Fue una pieza clave en la pro-
puesta económica y política diagramada por Perón, que buscó articularla además
con una apertura hacia la oposición política (en especial, la Unión Cívica Radical).
Dado que para el diagnóstico de Perón el problema era ante todo político, el propó-
sito –como sostiene Marcelo Cavarozzi– fue “convertir al Parlamento en un ámbito
real de negociación entre los partidos” (2006: 50). En rigor, esta “doble articulación”
(49-51) era el contenido de la democracia integrada de Perón, que buscaba combinar
la representación partidaria con la corporativa.
Sobre esta estrategia económica y política se articuló un elemento más, vin-
culado íntimamente a los primeros dos puntos que hemos recién mencionado. La
contestación social, por un lado, no había concluido con el retorno del peronismo al
poder. Fueran mayores o menores las expectativas por el gobierno, fuesen mayores
o menores las decepciones a partir de las políticas implementadas, lo cierto es que
amplios sectores estudiantiles, obreros, profesionales y otros colectivos, se encon-
traban bajo una fuerte activación. A su vez, el gobierno debía lidiar con la ya citada
conf lictividad intrapartidaria. Desde mediados de 1973, con los sucesos de Ezeiza8
y el posterior desplazamiento de Héctor Cámpora de la presidencia apenas meses
después de haberla asumido, la línea de acción al respecto estuvo conformada por
al menos dos grandes pretensiones: la depuración partidaria, y la desmovilización
y el disciplinamiento de los actores sociales radicalizados.9 En tal sentido, abarcó
–para citar algunos ámbitos– al partido/movimiento, a las administraciones esta-

cial conformado por los sectores populares y la burguesía nacional, desplazando para eso –o
al menos reduciendo– el neto predominio que ejercían las fracciones del capital dominantes
en el nivel económico” (2006: 109).
7
Se otorgó un aumento salarial y de precios de bienes y servicios en torno al 20%, para
luego congelarlos por dos años (hasta junio de 1975). “El plan tuvo efectivo impacto durante
la segunda mitad de 1973. Las expectativas inflacionarias se redujeron de forma sustancial;
la inflación minorista –que había alcanzado el 58% en 1972– comenzó a desacelerarse en el
segundo semestre de 1973; el nivel de actividad superó el registrado previamente y la tasa de
desocupación cayó hasta llegar al 5% de la PEA” (Belini y Korol, 2012: 209).
8
El 20 de junio de 1973, Perón regresó al país de forma definitiva. El vuelo estaba proyectado
para que aterrizara en el aeropuerto de Ezeiza. Hasta allí se dirigieron cientos de miles de
militantes y seguidores de los variados colores del peronismo (dos millones de personas,
según algunos cálculos). Las facciones de ultraderecha en conjunción con lo más reactivo
del sindicalismo peronista, planificaron una emboscada sobre los sectores de izquierda. El
resultado fue algo más de una docena de muertos y cientos de heridos, e implicó el final del
gobierno de Héctor Cámpora y un cambio explícito de alianzas en la estrategia del Perón.
Ver: Verbitsky, 2006.
9
Ver Servetto, 2010, capítulo 7.

90
La Argentina del Proceso

tales (nacionales, provinciales y municipales), a las universidades nacionales, a los


sindicatos, y a otras instancias o grupos sociales. La represión estatal fue tomando
forma. Se fue constituyendo “un estado de excepción creciente” que se articuló luego
con el proceso militar iniciado en 1976.10
El cuarto y último punto de este recorrido es una periodización capaz de re-
marcar los principales hitos y señalar ciertos rasgos particulares que colaboran en
el sentido explicativo. Si se lo mira bajo la clave política gubernamental (aunque no
solo, por supuesto), tres claras etapas se delimitan.11
El tramo inicial de estas es el más breve y diferenciado, se extiende de mayo a
julio de 1973. Corresponde a los casi dos meses de presidencia de Cámpora. Implicó
un “momento de la movilización generalizada y triunfalista” de aquellos que liga-
ron el retorno del viejo líder “con la posibilidad de introducir cambios mayores”
(Svampa, 2003: 384). Fueron días protagónicos de la Juventud Peronista y la Ten-
dencia Revolucionaria,12 que habían sido impulsados con fuerza por Perón durante
la campaña electoral. La etapa se clausuró violentamente el 20 de junio, con la ya
mencionada masacre de Ezeiza.
La segunda va de julio de 1973 a julio de 1974, del interinato de Raúl Lastiri a la
muerte de Perón. Desde el comienzo, esta subetapa implicó un contraste agudo a la
llamada “primavera camporista”. En el plano económico, el Pacto Social no lograba
desarrollarse según lo estimado. En la dimensión política e intrapartidaria, comen-
zó a aplicarse el desplazamiento de simpatizantes y seguidores de la Tendencia de
sus cargos en las administraciones estatales. En el partido ocurría algo similar. De
forma abrumadora, la fórmula Perón-Perón ganó las elecciones el 23 de septiembre,
y dos días más tarde era asesinado por Montoneros el principal líder sindical y lade-
ro de Perón, Juan Ignacio Rucci. De ahí en adelante, el proceso de endurecimiento
frente a las organizaciones de izquierda y sus simpatizantes pasó a ser una marca
gubernamental. Se intervinieron o desplazaron las gobernaciones provinciales que
tenían vínculos con la Tendencia;13 se modificaron, en clave disciplinaria y coacti-

10
Implicó un avance de medidas de excepción estatal que al menos puede rastrearse hasta la
dictadura precedente (1966-1973). Franco, 2012: 16 y 18.
11
La siguiente es una periodización aceptada con amplitud entre los estudiosos de este tercer
ciclo del peronismo. En este resumen agregaremos elementos descriptivos aportados por el
siguiente texto: Svampa, 2003.
12
Tendencia Revolucionaria fue el nombre que se le dio a una vasta articulación de organi-
zaciones peronistas de izquierda que apoyaban la acción político-armada. Entre ellas: Mon-
toneros, la Juventud Peronista, la Unión de Estudiantes Secundarios, el Movimiento Villero
Peronista, y varias más.
13
En noviembre de 1973 se intervino la provincia de Formosa; en enero del siguiente año se
removió al gobernador de Buenos Aires, Oscar Bidegain; en marzo se convalidó el golpe poli-
cial contra Obregón Cano, en Córdoba; en junio, en Mendoza, se intervino la gobernación de
Martínez Baca; en octubre la de Santa Cruz, a cargo de Jorge Cepernic; y en noviembre a Miguel
Ragone, gobernador de Salta. Un cuadro general puede encontrarse en: Servetto, Alicia, 2010.

91
César Mónaco y Diego Benítez

va, una serie de leyes;14 y se avanzó, sobre todo a partir de la “orden reservada” del
Consejo Superior Peronista, con la represión ilegal sobre los sectores “insurgentes”.
La tercera y última, de julio de 1974 hasta marzo de 1976, corresponde a la etapa
de gobierno de María Estela de Perón. Con la muerte de Juan D. Perón, en julio de
1974, los maltrechos lazos comunicantes del gobierno con sectores de la Tendencia
terminaron de esfumarse. 1975 fue, de lejos, el año más conf lictivo de la etapa. Al
incremento de la violencia de las organizaciones armadas, el gobierno contragolpeó
sin escatimar métodos ni recursos. Fue el año de los “decretos de aniquilamiento”.
A principios de este, se organizó la ofensiva del Ejército en Tucumán, a partir de un
foco guerrillero asentado en esa provincia desde hacía unos meses. La acción estatal
represiva e ilegal af loraba por sobre las prácticas legales.15 En marzo, el gobierno
desató una violencia inusitada contra el sindicalismo combativo en Villa Constitu-
ción (Santa Fe). Tres meses más tarde, en un devenir desbordado, aplicó la primera
política económica enteramente antipopular, que se conoció en lo inmediato como
“Rodrigazo” por el nombre del entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo.
La reacción sindical, en su mayoría peronista, no se contuvo ante el gobierno, se
movilizó y llevó adelante primer paro general a un gobierno justicialista; el empuje
terminó al desplazar del gobierno al ala vinculada a López Rega. Bajo este contexto,
el segundo semestre estuvo marcado por dos avanzadas armadas que terminaron
diezmando tanto a Montoneros como al erp. La primera de ellas en octubre, con el
ataque a un cuartel del Ejército en Formosa (la “Operación Primicia”). La segunda en
diciembre, con el ataque del erp a uno en Monte Chingolo (Buenos Aires). Fueron los
meses de la recomposición militar, y de la planificación última de la avanzada de lo
que sería el terrorismo de Estado.16 El final del gobierno constitucional se avecinaba.

Asalto al poder y consenso inicial


El golpe de Estado, la intervención de las Fuerzas Armadas sobre la vida institucional
del país, contó en lo inmediato con la aceptación de amplios sectores e instituciones
de la sociedad. Tuvo la adhesión de la cúpula de la Iglesia católica, de un sector des-
tacado de los partidos políticos (especialmente los partidos conservadores provin-
ciales), de las asociaciones empresarias, y de los medios de comunicación. Pero, por

14
Se modificó la ley de Asociaciones Profesionales, en virtud de verticalizar más la estructura
sindical y otorgar mayor poder a las conducciones nacionales (por sobre las seccionales). Se
promulgó la Ley de Prescindibilidad, que propiciaba el despido. Se reformó también el Código
Penal, a los fines de tipificar nuevas figuras delictivas relacionadas a las acciones político-
armadas: terrorismo, secuestro extorsivo, cobro de rescate.
15
Para mayor información al respecto, ver el apartado “Terrorismo de Estado”.
16
No referimos, sobre todo, a la “Directiva del Comandante General del Ejército n° 404/75.
Lucha contra la subversión”, que especifica el modus operandi que luego sería la regla durante
la dictadura.

92
La Argentina del Proceso

sobre todo, obtuvo el consentimiento de buena parte de la sociedad. Este fue el arco
importante de consenso inicial con que contó el régimen. Para entender sus causas
es necesario tener presente, en principio, dos elementos centrales. Por un lado, cierta
“legitimidad” de origen a la intervención de los militares en la vida política del país.
Esta es una característica estructural propia del sistema político argentino gestada
a partir de las mismas intervenciones militares. Como sostiene Hugo Quiroga, a
partir de 1930 se fue conformando un sistema político “pretoriano”,17 que incorporó
en su interior a las Fuerzas Armadas como un componente esencial y permanente.
Se constituyó, de esta forma, una cultura política que aceptaba la politización de
las fuerzas castrenses; las cuales se desplegaban en el escenario político como un
actor singular que, debido a su fuerza militar, definía el juego institucional. Por lo
tanto, la injerencia de estas en la vida democrática del país se fue tornando, para la
sociedad, como una alternativa siempre posible. Esto denotaba y alimentaba, a la
vez, una escasa convicción en los valores de la democracia, y sus tiempos, reflejada
en la pérdida de legitimidad del orden constitucional (Quiroga, 2005).
El segundo factor explicativo, ligado de forma estrecha al primero, se encuen-
tra en el contexto inmediato al golpe. Legitimada históricamente su intervención,
la opción militar se hacía cada vez más fuerte en una situación que se tornaba cada
vez más crítica. Ya desde varios meses antes del golpe eran explícitos y públicos
los planteos y reuniones de los jefes militares con el Poder Ejecutivo nacional. El
protagonismo de las fuerzas armadas se incrementaba a medida que aumentaba
el desconcierto general que, en particular, era estimulado y usufructuado por los
mismos sectores castrenses por medio de la exaltación de su lucha contra las organi-
zaciones guerrilleras que, por otra parte, se encontraban ya en un evidente proceso
de declinación. De esta forma, los conf lictos ya mencionados entre los diversos
actores políticos, dentro y fuera del gobierno, fueron provocando una importante
deslegitimación, no solo del gobierno mismo, sino también del sistema democrático
en su conjunto. Se manifestaba evidente un “vacío de poder” a llenar, que permitió
gestar, cada vez más, un mayor consentimiento sobre un “orden” militar.

El comienzo de la dictadura
Una vez en el poder, el nuevo gobierno de facto dio inicio al denominado Proceso
de Reorganización Nacional (prn) que tenía como meta central realizar una intensa
reestructuración del cuerpo social y del Estado. Se constituyó como una dictadura
institucional –de todo el cuerpo de las Fuerzas Armadas– superadora del carác-

17
El pretorianismo implica la aceptación de la participación de los militares en la esfera política
del país. Así, el sistema político argentino, entre 1930 y 1983, funcionó en la realidad histórica
a través de una articulación que combinó en su estructura los gobiernos militares con los
gobiernos civiles. Ver Quiroga, 2004: 35-39.

93
César Mónaco y Diego Benítez

ter “ordenador” de la vida institucional del país de las anteriores intervenciones


castrenses (salvo la Revolución Argentina de 1966).18 A fines de realizar un reparto
equitativo de poder, y evitar cualquier personalización, se conformó un cuerpo
colegiado integrado por los comandantes en jefe de las tres armas (Ejército, Marina
y Fuerza Aérea): la Junta Militar. Por medio del artículo 1° del Estatuto del prn, se la
designó como suprapoder de la nación y órgano supremo del Estado, por encima
de la Constitución Nacional. La Junta, a su vez, debía ser la encargada de designar
al presidente de la Nación, ejecutor de las grandes políticas trazadas por el poder
supremo, que tendría un mandato de tres años. El Poder Judicial fue intervenido, y
las cámaras legislativas fueron suprimidas, instituyéndose en su lugar una Comisión
de Asesoramiento Legislativo (cal).
De la misma forma fueron intervenidas las demás instituciones de gobierno.
La finalidad determinada desde el inicio fue realizar una profunda militarización
del Estado, que abarcó no solo la administración central, sino también los organis-
mos descentralizados, las provincias, los municipios, y las empresas estatales. Y si
bien se buscó desde el inicio una pretendida equidad en la distribución de cargos
para los diferentes niveles de poder, la histórica relación de fuerzas que remarcaba
el predominio del Ejército hizo que este finalmente prevaleciera en el reparto. No
obstante, las Fuerzas Armadas se erigían como la autoridad unívoca que ostentaba
el monopolio de toda decisión política. Se dispuso la disolución de todos los partidos
políticos y se estableció el cese inmediato de toda acción política. Se determinó, tam-
bién, la disolución de cualquier tipo actividad gremial de trabajadores, empresarios
y profesionales. En fin, se suprimieron las libertades públicas de los ciudadanos, per-
maneció activo el estado de sitio, instituido por el gobierno anterior, y se promulgó
la pena de muerte para las acciones contra la patria –que nunca llegó a aplicarse–.
Para el gobierno militar la finalidad última era cerrar un “ciclo histórico”
abierto con el peronismo en 1946. Reorganizar una “nueva Argentina” por medio
de una intervención radical que modificara profundamente un sistema político
corrompido, que eliminara al Estado demagógico, y que disciplinara a una socie-
dad descarriada. Un “Nuevo Orden” era necesario, y esto solo lo podría efectuar un

18
El carácter ordenador de determinadas dictaduras implicaba, una vez diagnosticado el su-
puesto desorden institucional, restablecer el funcionamiento normal del sistema. Como indica
Quiroga: “... las fuerzas armadas se piensan garantes de la continuidad de lo que entienden
son los principios, valores y normas constitutivas de la Nación, esto es, se reclaman tutores
tanto de la decisión colectiva que selecciona al gobernante como de la integridad del Estado
justifican así su acción golpista en aras de la defensa de la ruptura del orden constitucional.
Se visualizan a sí mismas como los vectores que indican el rumbo del Estado nacional. De
esta forma, en 1930 echan por tierra un régimen democrático; en 1943 se vislumbran “nacio-
nalistas” y derrocan a un gobierno conservador; en 1946 dan su apoyo al gobierno de Perón;
años más tarde lo derrocan; en 1962 se oponen la participación electoral del peronismo; en
1966 y 1976 procuran –desde un nuevo tipo de golpe de Estado– reestructurar la sociedad y el
Estado argentino” (2004: 42). Ver también Cavarozzi, 2006.

94
La Argentina del Proceso

agente de cambio, que aunque parte institucional de la Argentina, se veía a sí mis-


mo, y era visto por gran parte de la sociedad, como un organismo inmaculado del
germen populista. Esta retórica del ordenamiento institucional encubría objetivos
siniestros. Las Fuerzas Armadas, en fin, debían reencauzar a la Argentina por la
senda “occidental y cristiana”, y el costo para tal cometido se aseguraba elevado.
En este sentido, se articulaban el objetivo de disciplinamiento social, que incluía
la reestructuración del sistema político, con la voluntad de producir una transfor-
mación económica que permitiera reforzar –según sus términos– el liderazgo de
los sectores económicos más competitivos (que en realidad resultaron ser los que
poseían un mayor poder de vinculación con el Estado, y por lo tanto, los más con-
centrados de la economía).
Pero, aunque lo pareciera, esto no era la expresión de un plan homogéneo,
aceptado de manera unánime por las tres fuerzas, sino más bien las líneas básicas
de un acuerdo. El mismo devenir del proceso manifestará la carencia de un pro-
yecto orgánico de acción, en especial, por medio de los múltiples conf lictos entre,
y dentro, de las armas, que expresaban los diversos posicionamientos respecto a la
política a seguir. El gran elemento aglutinador, que unía frentes ante un enemigo
común, era la lucha contra la subversión. Por esta razón, los primeros años del
Proceso estuvieron marcados por el avance de políticas radicales de transforma-
ción que, como muestra el caso de la economía, no debieron enfrentar demasiados
conf lictos internos. En cambio, cuando hacia finales de 1977 comenzó a disminuir
la represión, las divisiones hacia el interior de las propias armas comenzaron a
manifestarse públicamente.
Al margen de las diferencias, durante los primeros años de gobierno las
Fuerzas Armadas se propusieron gestar y garantizar, según afirmaban, una nueva
república cuyo desarrollo institucional se realizaría en el futuro a través de una
verdadera democracia. El proyecto de fondo implicaba, en el largo plazo, la construc-
ción y consolidación de un orden estable sobre cuya base el poder militar ejerciera
una permanente tutoría política sobre la nación. De esta forma, y en especial desde
el sector más afín a Videla, se pretendió generar, en colaboración con sectores civi-
les, al actor político encargado de mantener en el futuro la continuidad original del
proyecto. Así, el Movimiento de Opinión Nacional (mon), una convergencia cívico-
militar, sería la descendencia del régimen. Este garantizaría la renovación necesaria
de la clase política, y oficiaría de heredero legítimo y continuador de un sistema
de dominio a largo plazo donde las Fuerzas Armadas contaran con la centralidad.

El terrorismo de Estado
Como hemos mencionado, en febrero de 1975, un año antes del golpe militar, el
gobierno constitucional realizó de forma oficial el ingreso de una de las Fuerzas Ar-
madas en la lucha contra la insurgencia. A través del decreto presidencial N° 261/75,

95
César Mónaco y Diego Benítez

que propugnaba la “aniquilación de la subversión”, se encomendó al Comando Ge-


neral del Ejército la función de reprimir el foco guerrillero del erp instalado en la
selva tucumana un año antes. Comenzó así, al mando del general Antonio Bussi, el
denominado “Operativo Independencia”, que inauguraría las tácticas de la llamada
“guerra sucia” contra la insurgencia guerrillera. Se inició de esta manera, previo al
golpe militar, una intensa acción represiva por medio de las fuerzas del Estado –es-
pecialmente el Ejército y la policía– y comandos paramilitares de extrema derecha
nucleados en la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Estos últimos eran
“escuadrones de la muerte” organizados de modo clandestino desde un sector del
Estado, la Secretaría de Bienestar Social a cargo de José López Rega. Como introduc-
ción a lo que vendría después, esta ofensiva, oficial y paraoficial, propiciaría, ya como
método garantizado, el asesinato y la desaparición de una importantísima cantidad
de personas (800 es el número aproximado).
El asalto al poder por parte de los militares implicó inmediatamente una
profunda radicalización de sus acciones violentas. La represión, convertida en un
objetivo central del gobierno, mutó hacia una acción sistemática desde el Estado.
Por su parte, el erp y Montoneros, que estaban diezmados desde el inicio mismo
de la dictadura, durante los dos primeros años conservaron cierta capacidad para
desarrollar acciones armadas contra el gobierno. Pero violentamente se desplegó
una ofensiva que abarcó no solo a las organizaciones armadas, sino también, y sobre
todo, a cualquier individuo o grupo sospechado de insurgente. En palabras de un
general: “... primero mataremos a los subversivos, luego a sus colaboradores, luego a
sus simpatizantes, a los indiferentes y, por último, a los tímidos”.19 La violencia des-
plegada se tornó implacable y avanzó hacia la sociedad en su conjunto por medio de
prácticas ilegales que tenían la finalidad inmediata de procurar, según las metáforas
utilizadas por los propios militares, la “extirpación” del “cáncer” alojado en lo más
profundo del tejido social. Y en este sentido, “los campos de concentración fueron
el quirófano donde se llevó a cabo dicha cirugía” (Calveiro, 2006: 11). La violencia
por parte del Estado no era una novedad en la historia argentina, y esto puede ser
rastreado fácilmente, pero lo inédito fue la fuerza descomunal que desplegó a partir
de marzo del 76, que, como sostiene Pilar Calveiro, se constituyó en un poder desa-
parecedor que avanzó sobre lo material y lo simbólico, sobre los cuerpos y las ideas.
Más allá de los objetivos particulares o colectivos, la verdadera destinataria del
terror fue la sociedad. Desde el primer momento esta fue el blanco donde pretendió
calar el miedo extremo que –como afirma Juan Corradi– no solo tuvo el objetivo de
controlar, sino también de cambiar a los actores sociales. De este modo, el terror
se vuelve:

19
Declaraciones del gobernador de facto de Buenos Aires, Ibérico Saint Jean, el 28 de mayo
de 1977.

96
La Argentina del Proceso

... esencialmente una técnica de desorientación, que apunta a privar a los suje-
tos de la oportunidad de calcular y prever las consecuencias de sus acciones.
Es una forma de poder en la cual la conformidad no garantiza la seguridad. Su
efecto principal es la generación de una atmósfera de ansiedad – una “cultura
de miedo” (Corradi, 1996: 89).

Esta cultura se desplegaba más allá de los espacios comunes y lograba insertarse en
lo más profundo de la intimidad, para permitir así, que cualquier comportamiento
“no normal” sea señalado de inmediato como sospechoso; en definitiva, al espacio
público clausurado se adicionaba el control microsocial. Y esto solo pudo ocurrir,
en gran parte, gracias a la pasividad o inmovilidad producida por el mismo terror,
cuanto a la adhesión de algunos sectores sociales que se encontraban atraídos por
los postulados básicos del régimen. En este marco, el control dictatorial pudo ser
desarrollado –según O’Donnell– por la existencia de “una sociedad que se patrulló
a sí misma”, refiriéndose a un grupo amplio de personas que de manera voluntaria
“se ocuparon activa y celosamente de ejercer su propio pathos autoritario. Fueron
kapos20 a los que, asumiendo los valores de su (negado) agresor, muchas veces los
vemos yendo más allá de los que el régimen les demandaba” (1984: 17).
El terrorismo de Estado implicó una planificación precisa de las acciones.
Una sistematización de la represión por parte del poder, que posibilitó el reparto
–literalmente hablando– del territorio argentino. La división espacial del poder
de acción, realizada por los militares durante el último año del gobierno de Isabel
y que comprendía la cuadriculación del país en 5 zonas, 19 subzonas y 117 áreas,
se profundizó de manera estratégica a partir del golpe. De esta forma, se produjo
una feudalización del poder: cada fuerza tuvo su propio espacio independiente de
operación, que se conformó en parte esencial para una matanza administrada. Así,
la competencia entre las propias fuerzas, que disputaban grados de efectividad y
de acción, tuvo un rol determinante en la masacre.
El sistema represivo era llevado adelante por “grupos de tareas” constituidos
por lo general por oficiales y suboficiales, policías y también civiles. Luego de la
selección del sospechoso, el modus operandi consistía de un operativo para conse-
guir su detención, generalmente de noche, sobre el domicilio, lugar de trabajo o
en la misma calle. Así, en el mejor lugar y momento se producía el secuestro, y el
inmediato traslado de la víctima hacia algún centro clandestino de detención. Una
vez allí, se confeccionada una ficha o expediente donde se consignaba y evaluaba la
información obtenida del preso. A continuación comenzaban los interrogatorios,
que implicaban un largo período de torturas físicas y psicológicas a las que se su-
maban como parte constantes vejaciones y violaciones. El objetivo era quebrar la

20
Kapos: prisioneros de los campos de concentración nazi que colaboraban con la “disciplina”
en esos campos.

97
César Mónaco y Diego Benítez

integridad de la persona, demostrarle que sus lazos con el exterior se encontraban


absolutamente cortados, que estaba completamente sola inmersa en las fauces de
un poder omnipresente que tenía la capacidad de realizar, sin reparos, lo que de-
seaba sobre su persona. Finalmente el suplicio, que podía durar semanas, meses o
años, cesaba y el prisionero era, la gran parte de las veces, ejecutado –“transferido”,
en la jerga–. El paso posterior era la desaparición del cuerpo, decisión que corres-
pondía a los más altos rangos entre los oficiales que se encontraban al frente de la
represión. En el menos habitual de los casos, determinado por diversas presiones o
alguna circunstancia excepcional, el detenido era “blanqueado”, o sea, su situación
dejaba de ser clandestina e ilegal, y se oficializaba. Pasaba a estar a “disposición del
Poder Ejecutivo nacional”, que consistía en una medida de excepción prevista por
la Constitución en casos de guerra externa o conmoción interior, y que preveía la
supresión de los derechos y garantías individuales. Ser colocado a disposición equi-
valió, en muchas ocasiones, salvar la vida, ya que de esta manera se hacía explícito
el registro de la detención.
Otro de los finales posibles, que se dio en un porcentaje sumamente exiguo
de los casos, consistió en la liberación del detenido, que en ocasiones emprendía
el camino del exilio. Se registraron también casos de detenidos que pasaron a co-
laborar con las fuerzas represivas a través de operaciones de inteligencia u otras
actividades. Pero más allá de estas posibilidades, una vez detenido se volvían muy
escasas las chances de sobrevivir. Así, la desaparición de personas se registró como
una práctica inaudita y masiva, que alcanzó a todos los sectores de la sociedad,
incluyendo durante el operativo o la detención la sustracción de menores o recién
nacidos de las detenidas parturientas. A la acción criminal de ocultar toda infor-
mación sobre el paradero del “supuesto” detenido, y una vez sentenciado su destino,
le continuaba la dimensión negacionista del final: la desaparición del cuerpo, y con
él, del crimen. Los modos fueron múltiples y variados: desde el entierro en fosas co-
munes hasta los tristemente célebres “vuelos de la muerte”. Estos últimos eran una
de las prácticas macabras de desaparición utilizada por la Marina, que consistía en
el traslado en aviones de prisioneros sedados con “pentonaval” (como denominaban
al barbitúrico Pentothal) para ser arrojados al mar.
Los datos proporcionados por los organismos de derechos humanos dan
cuenta de la existencia durante la dictadura de más de 500 centros clandestinos
de detención. Los más relevantes, de acuerdo con la cantidad de detenidos que alo-
jaban, fueron los siguientes: la Escuela de Mecánica de la Armada – esma– (Capital
Federal), Campo de Mayo –El campito– (Gran Buenos Aires), que poseía en su inte-
rior 4 establecimientos clandestinos; La Perla (Córdoba), El Vesubio (La Matanza)
y Club Atlético (Capital Federal). Según estimaciones provistas por los organismos
de derechos humanos –en relación con las denuncias recibidas– el monto fue de
30.000 personas detenidas-desaparecidas durante el Proceso.

98
La Argentina del Proceso

La composición de las víctimas fue diversa: militantes políticos y sociales, estu-


diantes, delegados gremiales, sacerdotes, intelectuales, activistas de organizaciones
de derechos humanos, y otros. De acuerdo con las estimaciones realizadas en 1984
por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep), la distribu-
ción del total de desaparecidos por sectores fue la siguiente: 30,2% de obreros, 21%
de estudiantes, 17,9% de empleados, 10,7% de profesionales, 5,7% de docentes y 1,3%
de actores y artistas. Esta distribución coincide en sus más altos índices con el desa-
rrollo, durante los años previos a 1976, de los sectores más altamente movilizados.
Como se observa en los porcentajes referidos, los trabajadores fueron el prin-
cipal grupo social reprimido. Inmediatamente ocurrido el golpe, y debido a cierto
temor a una reacción obrera, una de las tempranas acciones de los militares fue
sitiar las principales plantas fabriles del área metropolitana de Buenos Aires y de
otros grandes cinturones industriales del interior. Se intervinieron los sindicatos
y obras sociales, se suspendió de forma indefinida toda actividad sindical y quedó
suprimido el derecho a huelga. A estas medidas las acompañó una notoria perse-
cución sobre los trabajadores, que implicó la desaparición física de un importante
número de ellos, en especial de los militantes gremiales –gran parte delegados
fabriles– provenientes del peronismo combativo o de la izquierda. Por sobre toda
esta violencia directa desplegada sobre la clase trabajadora se adicionaron los
cambios radicales implementados por el equipo económico, que tenía como uno
de sus objetivos centrales, como ya se dijo, el debilitamiento del sector laboral por
medio del congelamiento de los salarios en articulación con un notable régimen
inf lacionario. Se aspiraba, en el mediano y largo plazo, a la eliminación de la ple-
na ocupación del mercado laboral a través de un proceso de desindustrialización.
La finalidad era provocar la desestructuración del poder político y el control de
instancias estatales que el movimiento obrero, a través de la dirigencia sindical,
había logrado alcanzar durante el último tramo del gobierno peronista de Isabel.
Vale aclarar que nos referimos acá a la dirigencia sindical peronista ortodoxa,
que durante décadas había sido un protagonista del escenario público. Aunque la
represión de la dictadura les llegó a muchos de sus integrantes, no tuvo el mismo
alcance ni grado que a los sectores gremiales radicalizados.
Posar la mirada sobre la coacción sistemática hacia la clase trabajadora, y en
especial en sus manifestaciones más combativas y clasistas, nos remite, de modo
indefectible, a los meses previos al asalto al poder por parte de las fuerzas castren-
ses. La represión aquí no fue una novedad, sí –por supuesto– el grado de masividad y
sistematización alcanzado. De aquí que puedan hallarse varias coyunturas durante
el gobierno peronista que podrían oficiar de preludio a la agudización represiva
sobre fracciones de la clase obrera. Un momento clave –antes señalado– fue marzo
de 1975. Fue en los primeros meses de ese año que tomó impulso la profundización

99
César Mónaco y Diego Benítez

y ampliación de la acción “antisubversiva” del poder estatal.21 El ya citado caso de


Villa Constitución, y su centro neurálgico, la acería Acindar, es el paradigma. No
obstante, muchos otros casos tendrán su génesis en esta etapa preliminar y su
agudización luego de marzo de 1976; entre ellos: Mercedes Benz, Molinos Río de la
Plata, astilleros Astarsa, Ingenio Ledesma...
Esto nos conduce a la ineludible complicidad empresarial. Esta fue funda-
mental en el dispositivo represivo desplegado en parte de las grandes empresas, y
su articulación se gestó bastante antes del golpe.22 Un esbozo de este vínculo puede
rastrearse ya en la aplicación sostenida de la ley antisubversiva 20.840, de octu-
bre de 1974, que permitió perseguir y encarcelar a cientos de obreros y militantes
sindicales de base combativos. En no pocas ocasiones, ya se vería allí la comunión
activa entre empresas y fuerzas represivas, con la anuencia en no pocos casos de
conducciones sindicales, bajo el amparo legal propiciado por el gobierno electo. 23
De allí saldría parte de las posteriores víctimas del terrorismo de Estado.
Un último punto sobre este apartado debe ser mencionado: la represión estatal
del Proceso traspasó las fronteras nacionales y extendió su accionar sobre varios
países de América Latina. El denominado “Plan Cóndor”, del cual participaban las
dictaduras de Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, y de la propia Argentina,
fue un claro ejemplo de mutua colaboración represiva. Este consistió en una coor-
dinación contrainsurgente que posibilitó una acción represiva extra fronteras; la
conformación de un espacio común de represión. Además, las fuerzas militares
argentinas tuvieron un cardinal protagonismo en Centroamérica, al oficiar como
asesores e instructores de contrainsurgencia en Nicaragua, o participando en ope-
raciones clandestinas contrarrevolucionarias en Honduras y El Salvador.

La política económica24
Desde mediados de la década del cincuenta, tras el derrocamiento del primer
proyecto nacional y popular del país, la Argentina se vio sumida en una notable
agudización de su crisis institucional, producto entre otras razones, del incremento
de los desequilibrios económicos. Debido a un proceso inflacionario constante se

21
Ver Basualdo y Jasinski, 2016.
22
Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el
terrorismo de Estado, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, noviembre de
2015. Disponible en: http://www.saij.gob.ar/responsabilidad-empresarial-delitos-lesa-huma-
nidad-tomo-represion-trabajadores-durante-terrorismo-estado-ministerio-justicia-derechos-
humanos-nacion-lb000183-2015-11/123456789-0abc-defg-g38-1000blsorbil. Ver también: http://
www.cels.org.ar/especiales/empresas-y-dictadura
23
Ibíd. Ver también Verbitsky y Bohoslavsky, 2013.
24
A los fines de una mayor organización y claridad del apartado, fueron claves las sugerencias
hechas por Mariana Luzzi. Le agradecemos su trabajo.

100
La Argentina del Proceso

profundizó la puja distributiva entre el Estado, sectores sindicales y empresariales,


que crearon un clima de gran inestabilidad incapaz de asegurar las premisas míni-
mas de viabilidad política y de funcionamiento económico requerido por los sectores
dominantes del capital.
En los meses previos al golpe, la persistente inf lación y el muy elevado dé-
ficit fiscal, cubierto en gran medida con emisión monetaria, anticipaba medidas
urgentes. El ministro de Economía de entonces, Celestino Rodrigo, intentó poner
en marcha, a principios de junio de 1975, el último plan de mejora económica en
democracia. Este consistió en producir una fuerte devaluación para corregir el
desequilibrio en la balanza de pagos y un incremento en las tarifas públicas para
mejorar la situación fiscal. Estas medidas, que principalmente causaron una fuerte
caída del salario real, se conocerían como el “Rodrigazo”, y tuvieron un enérgico re-
chazo del sector sindical que terminó con las ambiciones del ministro y su principal
asesor, el banquero Ricardo Zinn, que buscaba por medio de este proceso licuar la
deuda del sector privado. A partir de aquí comenzó una aceleración inf lacionaria
que dio lugar a un sistema económico lleno de incertidumbres y alto desequilibrio,
debido al uso permanente de prácticas de reajuste.
Como ya se ha mencionado, las Fuerzas Armadas que tomaron el gobierno
coincidían en que era necesario terminar definitivamente con una Argentina
sumida en el caos, producto de la creciente irrupción de conf lictos sociales prove-
nientes de sectores radicalizados y de un sindicalismo “indisciplinado”. Para ellas,
la causa de fondo de los problemas que aquejaban al país era clara: la existencia de
un gobierno populista que produjo prácticas sectoriales que entorpecían el desarro-
llo de las potencialidades nacionales, dando poder a una clase obrera, que por sus
crecientes conf lictos e intervenciones, propició un Estado débil incapaz de impedir
la propagación de ideologías de izquierda.
El diagnóstico era claro y se encontraba extensamente aceptado en los sectores
oligárquicos y empresariales de orientación librecambista, sobre los que conf luían
las nuevas ideas tecnocráticas y tecnocientíficas del ámbito económico mundial.25
Cabe volver a señalar, que durante la década del setenta el sistema económico
internacional se encontraba atravesando una crisis que dio lugar a un cambio a
nivel mundial del modelo de acumulación, que desde la segunda posguerra se había
caracterizado por su alta tasa de ocupación, una importante cantidad de reformas

25
Al respecto, Mariana Heredia observa que la circulación de estas nuevas ideas dentro del
campo liberal comienzan a surgir a partir de la Revolución Libertadora, en 1955. Desde esos
momentos la renovación del campo del conocimiento económico cobra fuerza mediante la
imagen del erudito o experto en economía, y a través de una creciente profesionalización
del rol del economista como resultado de las nuevas ideas provenientes básicamente de los
Estados Unidos, que circulaban a nivel local por medio de fundaciones y asesorías vinculadas
al mundo empresario y estatal, que tomaron impulso, especialmente, por un retroceso en la
región de escuelas o corrientes económicas propias (2004).

101
César Mónaco y Diego Benítez

sociales y ampliación del Estado, que conformaba sistema de integración y desa-


rrollo conocido como Estado Benefactor (o Welfare State). Esta fracción del poder
económico va a persuadir al sector militar sobre la necesidad de imponer un nuevo
modelo de orientación liberal. Así, una nueva alianza de poder, compuesta por el
sector rural tradicional, el capital financiero y el sector industrial concentrado
de bienes de exportación, junto a algunos mercadointernistas con capacidad de
diversificación, dejará atrás a la vieja alianza de industrialistas concentrados que
había primado durante el gobierno de Onganía. Ahora tendrá su oportunidad de
cambiar el sistema de acumulación consolidado hasta entonces y someterlo así al
tratamiento neoconservador y a la lógica ordenadora del mercado.
El gobierno militar implementó entonces su acción en dos frentes. Por un lado,
el militar, tendiente, como vimos, a barrer con los actores que dentro de la población,
potencialmente o de hecho, se comportaban, en sus palabras, “subversivamente”.
Por otro, el económico, que implicaba terminar con el modelo de sustitución de im-
portaciones y así desterrar de manera definitiva el sistema obrero industrial con-
solidado bajo el peronismo. El cambio fundamental consistió en la erradicación y
modificación absoluta de los sustentos estructurales e institucionales de los sectores
populares, de tal modo que la experiencia de activación social, pasada y presente, no
volviera a repetirse. Por lo tanto, junto al aniquilamiento, desaparición y tortura de
personas, se reubicó a la clase trabajadora en una posición subordinada, tanto en lo
político como en lo institucional. No solo se coartó a las organizaciones políticas y
corporativas mediante la limitación jurídica, como veremos más adelante, sino que
principalmente, se llevó a cabo una reforma económica que suprimió las posibilida-
des funcionales de su posible desarrollo a futuro. En definitiva, y siguiendo a Adolfo
Canitrot, la economía sirvió a un plan político de disciplinamiento social (1980).
José Alfredo Martínez de Hoz, miembro de la burguesía rural e industrial
y presidente del Consejo Empresario Argentino, asumió como jefe del equipo
económico, con la firme convicción de que los sectores militares configuraban el
aliado esencial para reorganizar políticamente al país e implementar un proyecto
económico de magnitud. Para ello, se propuso terminar por completo con el modelo
redistribucionista que propiciaba una fuerte presencia estatal, que sustentaba a
una organizada clase trabajadora y a un sector empresario de orientación merca-
do internista. En el primer año de gestión, Martínez de Hoz solo esbozó algunas
medidas de devaluación y control del gasto público. Esto logró que la situación
económica mejorara levemente todavía bajo el viejo esquema, el cual parecía
estar lejos de agotarse, ya que a pesar de la inf lación presentaba aún un ritmo de
crecimiento constante sostenido por el ahorro interno y una intacta capacidad
industrial. Pero a pesar de estos indicios de bonanza, en 1977 las reglas del juego
económico cambiarían para siempre. Para el equipo económico, la prioridad no era
el crecimiento, ni la estabilidad de la economía, sino la transformación radical del

102
La Argentina del Proceso

sistema anterior, aun en perjuicio, en el corto plazo, de los intereses de extensos


sectores que apoyaban al gobierno.
En junio de ese mismo año se llevó a cabo la primera transformación esencial:
la reforma financiera. Como parte de ella se liberaron las tasas de interés y se puso
en manos de los bancos la decisión en la asignación de crédito, condiciones ante-
riormente reguladas por el Banco Central, estableciendo de este modo las primeras
reglas de mercado para el sector financiero interno. Al mismo tiempo, se aplicaron
medidas monetarias restrictivas que trajeron como resultado un rápido aumento
de las tasas de interés, ahora en manos de las entidades bancarias. Este aumento
en las tasas trajo una consecuencia devastadora para la inversión productiva, ya
que resultaba más beneficioso volcar el capital en la especulación y la ganancia
financiera que en el sector industrial.
El contexto internacional también era propicio para esa dinámica especula-
tiva. En los países centrales, la disponibilidad de “crédito fácil” como resultado de
un largo período de crecimiento mundial, sumado al fenómeno de los “petrodó-
lares” (que implicó un excedente de liquidez en las oligarquías árabes debido a la
gran suba del petróleo), hicieron que el endeudamiento externo fuera uno de los
rasgos salientes del modelo de economía abierta de Martínez de Hoz. Por un lado,
las grandes firmas del sector privado incrementaron de forma notable su deuda en
el extranjero, financiando así no solo el abastecimiento de su cadena productiva,
sino sobre todo la especulación financiera, que les permitió obtener millonarias
ganancias. Por otro, el endeudamiento con el exterior permitió al Estado subsanar
los desfasajes en la balanza de pagos y engordar las reservas del Banco Central. De
este modo, la economía se expandió con fondos externos a través de una política
de gran gasto público. El dinero del Estado estuvo también dirigido, entre otros
destinos, a la expansión del sector privado contratista vinculado al gobierno y a
la modernización del armamento militar. Estas acciones tendieron a ahuyentar
los fantasmas del desempleo en la sociedad, como también a menguar las críticas
internas al modelo implementado.
Gran parte del compromiso argentino con el exterior se generó entre 1979 y
1980, durante el gobierno de Videla, debido a que en virtud de la política de liberali-
zación el Estado fue sufriendo una escasez de divisas que tuvo que saldar mediante
un empréstito creciente. Junto a Martínez de Hoz se encontraba el secretario de
Estado para la Coordinación y la Programación Económica, Guillermo Klein, que
fue un gran entusiasta de la política de endeudamiento, mientras que al mismo
tiempo dirigía una oficina privada que representaba en Buenos Aires los intereses
de los acreedores extranjeros. Este ejemplo marca el carácter de lucro individual y
especulativo que desde el sector privado y estatal adquirió la economía por entonces.
Por otra parte, el pedido compulsivo de crédito extranjero también fue promovido
por la banca internacional, siendo el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Ban-
co Mundial ( bm) los principales representantes de este sector privado extranjero.

103
César Mónaco y Diego Benítez

En 1978, la dificultad del equipo económico para controlar una inf lación per-
sistente llevó a la implementación de otras medidas, en la que se conoce como la
segunda etapa del plan económico, que duró hasta la crisis de 1981. Entre aquellas
medidas se destaca la denominada “pauta cambiaria”, conocida comúnmente como
“la tablita”, que consistía en una tabla que preveía la variación futura del tipo de
cambio a tasas decrecientes, y que benefició aún más la especulación financiera. El
rasgo más importante de la nueva etapa será la aceleración de la apertura económi-
ca, que conducirá a otra transformación esencial en el modelo económico vigente
hasta entonces. Ella consistió sobre todo en una rebaja de los aranceles para las im-
portaciones y una acentuación en la quita de trabas a los movimientos de capitales.
Estas medidas cruciales produjeron una competencia de productos externos con el
sector industrial interno, hasta entonces protegido; se logró, de este modo, someter
a los formadores de precios internos y al sector asalariado al rol subordinante del
mercado e iniciar así un proceso de desindustrialización del sector industrial medio.
A pesar de las medidas tomadas, el proceso inf lacionario, lejos de apaciguarse,
continuó y produjo una sobrevaloración cambiaria; es decir, un dólar barato, que
trajo consigo la consolidación de la especulación y ganancia financiera. El atraso
cambiario provocó un mayor estímulo a la invasión de artículos externos, perju-
dicando así a las ya golpeadas industrias de sustitución de importaciones, que des-
pojadas de la protección estatal y sus beneficios crediticios e impositivos, debieron
en un alto porcentaje cerrar sus puertas. Se produjo además el fenómeno conocido
como “plata dulce”, una corta bonanza de consumo para sectores de clase media y
alta debido al fácil acceso de artículos importados y viajes al exterior. Pero por sobre
todo, el dólar barato y la facilidad de movimientos de capitales, tras la eliminación
de los controles a su ingreso y egreso del país, indujo una gran especulación conoci-
da como “bicicleta financiera”. Esta consistía en la obtención de dólares mediante el
pedido de créditos en el extranjero, que una vez cambiados por pesos eran colocados
en un plazo fijo a un interés que oscilaba entre el 9 y el 25% (cuando en el exterior
solo se pagaba entre el 3 y el 7%). Al cabo de un período entre seis meses y un año se
retiraba el plazo fijo, se lo transformaba en dólares, se reintegraba el crédito pedido
y se obtenía una suculenta ganancia que luego se fugaba al exterior. Este mecanismo
era facilitado por “la tablita”, que aseguraba previsibilidad a la especulación, como
también por medidas de seguro ante posibles quiebres bancarios. Así, se fugaron del
país miles de millones de dólares, producto de la gigantesca especulación realizada
por capitales extranjeros y sectores nacionales pertenecientes a grupos empresa-
riales ligados en gran parte a funcionarios del gobierno.
En un contexto en el que el Estado cedía su acción redistribucionista a favor
de los empleadores y la represión lograba amordazar al sector obrero, una de las
principales consecuencias de estas reformas fue el deterioro del salario real de los
trabajadores. En efecto, durante la dictadura se consumó una disminución en la
participación de los asalariados en el Producto Bruto Interno (pbi) sin antecedentes

104
La Argentina del Proceso

desde la irrupción del peronismo en adelante. Los trabajadores perdieron el equiva-


lente a 13 puntos porcentuales del pbi en circunstancias en que permaneció prácti-
camente constante. Esto trajo una caída del poder de compra de los asalariados, y
por consiguiente, una contracción del mercado interno. Al mismo tiempo, aunque el
gobierno militar se preocupó por mantener cierta legitimidad mediante el sustento
del pleno empleo, la tasa de desocupación tendió a aumentar progresivamente en
el período.
La transformación del rol del Estado y de sus vínculos con el sector empresario
fue otra de las grandes consecuencias del proceso de reforma económica. Si el lema
liberal era “achicar el Estado para agrandar la Nación”, la práctica económica de
Martínez de Hoz no escatimó en gastos para embarcarse en grandes obras públi-
cas. Este proceso fue el eje central del crecimiento de un empresariado nacional
parasitario que terminó de imponerse por sobre sus pares tras un largo período de
luchas, alianzas y crecimiento inestable. La denominada “patria contratista” con-
sistió en un mecanismo de redirección selectiva de contratos para obras públicas
y desarrollo bélico hacia empresas privadas con estrecha vinculación al gobierno.
Este mecanismo dio cuantiosos beneficios a grandes grupos locales mediante di-
versas prácticas prebendarias. Estos grandes grupos formaron parte de la fracción
concentrada de la burguesía industrial de carácter transnacional diversificado e
integrado, que junto con el capital extranjero, “sintetizaron sus proyectos históricos
en un nuevo proyecto dominante que constituyó la base social fundamental de la
dictadura militar” (Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1986: 4). De tal modo, se procedió
a una “desindustrialización selectiva”, donde solo se beneficiaron estas grandes
industrias de bienes intermedios y de capital concentrado pertenecientes a rubros
como celulosa, siderurgia, aluminio o petroquímica.26
El tipo de funcionamiento económico constituido sobre una base crediticia
externa con sobrevaluación cambiaria no duró mucho. Hacia el final de la dicta-
dura, se inició una crisis del modelo que provocó paulatinos intentos de reajuste

26
Según las apreciaciones realizadas por Aspiazu, Basualdo y Khavisse: “El origen de muchos
de estos grupos se remonta a la época del modelo agroexportador y a la primera etapa de la
industrialización sustitutiva, aunque algunos (los menos) se integraron en la segunda etapa de
sustitución de importaciones. De esta manera, estos capitales se conformaron sobre la base de
la fracción de la oligarquía que se diversificó y expandió hacia la producción industrial (Bunge
y Born, Braun, Menéndez y Garobaglio y Zorroaquín) a los que se agregaron después durante
la década de 1930 y de 1940 otros grupos económicos formados en la actividad industrial o
en la explotación petrolera (Celulosa Argentina, Astra y Peréz Companc) a los cuales se le
agregaron otros de reciente formación (socma, Bridas y Arcor). Por otro lado, hay empresas
transnacionales (et) que en su proceso de acumulación mundial se expandieron en el país
mediante la instalación de múltiples firmas controladas, cuyas actividades estaban integra-
das y/o diversificadas. Este tipo de et proviene mayoritariamente de la primera o segunda
sustitución de importaciones (Ford, Pirelli, Bayer o Renoult), y en menor medida de la etapa
agroexportadora (Brow Boveri y Dreyfus)” (1986: 5).

105
César Mónaco y Diego Benítez

entre 1981 y 1983, etapa conocida como de “ajuste caótico”. Durante este proceso, la
consolidación de la deuda externa fue el efecto más significativo que el proyecto
militar produjo en el campo económico, ya sea por la magnitud de tal hecho, como
por sus consecuencias a largo plazo. Como ya se ha comentado, dentro del sistema fi-
nanciero internacional existía un exceso de liquidez de fácil disponibilidad para los
países en desarrollo; esto llevó a un endeudamiento masivo de los estados latinoa-
mericanos en general. Pero el caso argentino presentó sus propias características,
distinguiéndose de los demás países de la región. Por un lado, fue el país que más
tardíamente concretó su internacionalización financiera, y el que con más rapidez
se endeudó. Por otro lado, fue además el país que menos inversiones productivas
tuvo dentro de ese período de endeudamiento. De tal manera, el endeudamiento
externo se constituyó como una inédita apropiación de excedentes por parte de una
minoría que posibilitó el saqueo del Estado a gran escala.
La crisis económica iniciada ya a fines de 1980 comenzó con la inestabilidad
del sistema, que ante la primera duda de desajuste provocó la fuga de grandes can-
tidades de divisas. Según Daniel Aspiazu, aunque esta fuga de capitales se originó
por la inestabilidad y el miedo a una devaluación, su causa principal se debió a que
los acreedores internacionales solicitaron la garantía de sus préstamos a los deudo-
res privados nacionales mediante la creación de activos financieros en el exterior.
Mientras tanto, en el país la deuda contraída por los grupos privados pasó a manos
del Estado. Este punto esencial dio el inicio a otro proceso de gran endeudamiento
público, ya que si bien era creciente y estaba dirigido a sostener las cuentas del
Estado, a partir de 1979 la deuda externa argentina comenzó a crecer escandalo-
samente. Hacia febrero de 1981, el plan económico había caído ya en un proceso de
profunda crisis que terminaría con el mandato de Videla y el alejamiento definitivo
de Martínez de Hoz del Ministerio de Economía.
El sucesor de Videla, Roberto Viola, llegó al poder debilitado por el desarrollo
de varios frentes internos, a lo que se sumaba la ausencia de una figura prepon-
derante en su gabinete. Esto se notó especialmente en el área económica; Lorenzo
Sigaut no compartía el estilo centralizado de la conducción económica de su
antecesor, por lo que dio autonomía a varios ministerios que antes dependían de
Economía, acción que fragmentó y debilitó más aún el poder de su gestión. En abril
de 1981 eliminó la “tablita” y estableció un tipo de cambio fijo, a la vez que produjo
fuertes devaluaciones junto con otras medidas que tendieron a desacelerar el pro-
ceso de apertura económica. Con estas disposiciones, Sigaut intentaba recomponer
el panorama financiero que emergía descontrolado y que reafirmaba a su mentor,
Martínez de Hoz, como el único capaz de dirigirlo. Ya a los tres meses de la gestión
de Sigaut, se había producido una agudización de la crisis económica, con tres
grandes devaluaciones, una fuerte oposición interna y la renuncia de las cúpulas
de los bancos Nación y Central.

106
La Argentina del Proceso

Un golpe interno, perpetrado en diciembre de 1981 por el sector militar discon-


forme con la política dialoguista hacia sectores civiles y con el cambio económico
producto de esta estrategia de acercamiento, alejó a Viola del gobierno y a Sigaut del
Ministerio de Economía, para dar lugar a la fracción dura conducida por Galtieri.
El tercer gobierno del Proceso adoptó recetas económicas netamente ortodoxas;
la presencia del nuevo ministro, Roberto Alemann, significó el retorno al enfo-
que liberal de Martínez de Hoz. A la adversidad económica, que continuaba, se le
sumó entonces la crisis política iniciada tras la derrota en Malvinas. En medio de
este escenario, se produjo otro hecho importante dentro de las transformaciones
económicas llevadas a cabo durante la dictadura militar. Como amigo del general
Horacio Liendo, y con José María Dagnino Pastore ahora al frente del Ministerio
de Economía, asumió la dirección del Banco Central Domingo Cavallo. En medio
de un descalabro económico y político, Cavallo puso en marcha una medida cono-
cida como la estatización de la deuda privada, la cual consistió en beneficiar a las
empresas privadas endeudadas en el exterior mediante un “seguro de cambio”, que
en la práctica permitía la licuación de sus obligaciones. El gobierno pagó, de esta
manera, una parte importante de la deuda contraída por varias empresas privadas
que poseían sus capitales en el exterior, tras haberlos fugado en el momento álgido
de la crisis. Entre las empresas beneficiadas se encontraban las filiales argentinas
de sociedades multinacionales como Renault Argentina, Mercedes-Benz Argentina,
Ford Motor Argentina, IBM Argentina, City Bank, el First National Bank of Boston,
el Chase Manhattan Bank, el Bank of America, el Deustsche Bank. Por consiguien-
te, la deuda privada que rondaba los 15.000 millones de dólares se estatizó en un
90%; por lo que la deuda externa pasó de 8500 millones de dólares en 1976, a 25.000
millones en 1981, para terminar a principios de 1984 en 45.000 millones de dólares.
En definitiva, la política económica de la dictadura puede sintetizarse entonces
en un decidido cambio de rumbo tendiente a eliminar las bases estructurales que
posibilitaron una sociedad con un importante grado de integración social, debido
especialmente al alto grado de equidad en la distribución del ingreso y la riqueza.
Los rasgos más sobresalientes de esta transformación fueron: una desindustriali-
zación selectiva que condujo a un aumento de la desocupación y a un incremento
de la precariedad laboral; una importante concentración de capital en pocos actores
económicos, entre los que se destacan aquellos vinculados a la “patria contratis-
ta”; la hegemonía del capital financiero por sobre las actividades productivas; y un
sustancial endeudamiento externo, vinculado estrechamente al nuevo sistema de
dominación. Desde el punto de vista de los objetivos planteados por la dictadura, el
éxito radicó en la creación de un nuevo modelo de acumulación en manos del capital
concentrado trasnacional, que en conjunción con los nuevos acreedores externos
conformó un bloque de poder disciplinante y distributivo que pervivirá hasta la
actualidad. Estos cambios se expresaron, en términos sociales, en un vasto proceso
de reestructuración que fortaleció las bases de dominación, fragmentando a los

107
César Mónaco y Diego Benítez

sectores subalternos. Fundamentalmente, se tendió a la destrucción de las bases


económicas de sustentación social mediante modificaciones que posibilitaron la
descomposición y el surgimiento de nuevos grupos de trabajadores asalariados no
obreros, de mayor precariedad y escaso poder organizativo, y por lo tanto, de mayor
vulnerabilidad a las imposiciones del mercado.

Propaganda interna y descrédito externo


De una manera u otra, la dictadura militar buscó a lo largo del tiempo generar un
alto grado de apoyo de la sociedad hacia sus planes y acciones. A pocos meses de
instalado el gobierno de facto, el presidente Videla, como también algunos funcio-
narios y gobernadores, instaban al acompañamiento y la participación en el Pro-
ceso. La intención era, en lo posible, no quedar aislados de la sociedad. En parte, la
convergencia cívico-militar que pretendía ser el Movimiento de Opinión Nacional
(mon), impulsado por Ibérico Saint-Jean y Jorge Aguado, titular de la Confederación
de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (carbap), implicaba el desa-
rrollo de canales de diálogo para fomentar la continuidad del Proceso. A partir del
segundo año de gobierno, el mon quedó desestimado, pero el intento de propiciar el
diálogo y la búsqueda de consenso permaneció, aunque tuviera poca significación
para la sociedad.
La propaganda permanente del régimen estuvo ligada, la mayor parte de las
veces, a la construcción, en sentido público, de enemigos a la causa nacional. Esto
no debe ser pensado como una acción homogénea y coherente del conjunto de las
Fuerzas Armadas, sino la mayor parte de las veces, como el producto desplegado
desde algún sector interno. La única acción unívoca, sobre la que no había disensos,
fue la lucha contra la subversión. En las demás cuestiones la uniformidad se perdía
y las diferencias se ahondaban. La competencia entre las armas, especialmente
entre el Ejército y la Marina, fue una constante del período, como también lo fue,
dentro del Ejército, la puja entre “duros” y “moderados”.
A pesar de estas diferencias, la dictadura siempre contó con algún enemigo
de turno. Esto le servía, sin duda, para homogeneizarse tanto hacia el interior de
las Fuerzas Armadas, cuanto a mancomunar objetivos con la sociedad. El agente
de conf licto podía ser del exterior o, como las bandas insurgentes, provenir “ma-
liciosamente” del propio país. Sin embargo, es necesario remarcar que la misma
guerrilla estaba considerada en términos foráneos, era la “subversión apátrida”, una
agresión externa mimetizada, algo que no pertenecía a la “argentinidad”. En igual
sentido, en 1978, el conf licto limítrofe con Chile por las islas del Canal del Beagle,
que fue impulsado por la Marina y llevó a la Argentina al borde de la guerra con el
país vecino, fue explotado con fines chauvinistas.
En cuanto a la imagen externa, 1977 representó un momento amargo para los
conductores del Proceso. Principalmente, debido a la asunción como presidente en

108
La Argentina del Proceso

los Estados Unidos del demócrata James Carter, que una vez en el poder alentó una
política exterior vinculada al respeto y control de los derechos humanos. Por su
parte, grupos de argentinos exiliados, desde el momento mismo del golpe, comen-
zaban a hacer acusaciones públicas que enfatizaban las acciones de una dictadura
sangrienta. También eran realizadas denuncias por organismos internacionales
como Amnesty Internat ional. Ante las múltiples imputaciones, el gobierno estadou-
nidense optó en 1977 por reducir los créditos hacia la Argentina, y por efectuar un
embargo de armas en 1978. En este contexto se fueron incrementando las presiones
internacionales sobre el gobierno argentino, que puso en marcha una poderosa pro-
paganda con el fin de deslegitimar tanto las denuncias realizadas desde el exterior,
como las que ya comenzaban a surgir dentro del propio país. Así, el Campeonato
Mundial de Fútbol realizado en 1978 en el país pretendió ser el trasmisor de una
imagen de gobierno equilibrado y de una sociedad comprometida con la causa.
Pero inversamente a lo planeado, la imagen “errónea” no pudo ser refutada. La pu-
blicidad internacional, que propiciaba el mismo evento, permitió la visualización
de las denuncias que realizaban los argentinos que se encontraban fuera del país.
Septiembre de 1979 representó otro importante golpe a la omnipotencia de la
dictadura. Entre los días 6 y 20 de ese mes se realizó en el país la visita de la Comi-
sión Interamericana de Derechos Humanos (cidh) de la Organización de Estados
Americanos (oea). La cidh inspeccionó y recopiló información sobre los múltiples
casos denunciados de desaparición de personas y otras violaciones a los derechos
humanos. Por su parte, la propaganda oficial exclamaba: “Los argentinos somos
derechos y humanos”. El gobierno procuraba ocultar cualquier indicio sospechoso
y demostrar que los argentinos vivían libres y en paz, conforme a la civilidad occi-
dental. Una imagen sumamente ilustrativa del momento quedó ref lejada cuando un
grupo de hinchas, que festejaban en las calles el triunfo del seleccionado argentino
en el Mundial Juvenil de Japón, incitados por un periodista radial, fueron a demos-
trar su alegría y libertad de expresión frente a la sede de la oea, donde se hallaban
los inspectores de la cidh. Sorprendentemente, allí se encontraron con una larga
fila de centenares de personas, que esperaban para presentar sus denuncias por la
desaparición de uno o varios de sus familiares, así, “dos rostros del país se miraron
a los ojos y a partir de allí ya nada volvería a ser igual. Los desaparecidos aparecían
finalmente con un peso en la política argentina que no cesaría de crecer en los si-
guientes años” (Verbitsky, 2002: 112). El 18 de abril de 1980 se dio a conocer –no en el
país, ya que no apareció en los medios– el informe elaborado por la Comisión, en el
que se condenaba al gobierno argentino por las graves y numerosas violaciones a los
derechos humanos entre 1975 y 1979. El gobierno rechazó las acusaciones de plano.

109
César Mónaco y Diego Benítez

La resistencia
La segunda parte de la década del setenta representó el anclaje temporal donde el
discurso internacional por los derechos humanos, propagado desde algunos países
centrales y organismos internacionales, comienza a tener vigencia efectiva. Esta
cada vez mayor centralidad externa, conjugada sustancialmente con el enrarecido
clima político vivido en el país, donde la represión estatal comenzaba a evidenciar
sus efectos, propició el surgimiento de organizaciones que conformarían, durante
el Proceso, uno de los principales sujetos de resistencia.
Algunas se habían constituido durante el último gobierno peronista, meses an-
tes del golpe: el Servicio de Paz y Justicia (serpaj), el Movimiento Ecuménico por los
Derechos Humanos (medh) –en el que participaban varias confesiones religiosas–,
y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (apdh). Posteriormente, con
el ascenso de la dictadura y la radicalización de la represión, comenzaron a surgir
organismos que reunían a afectados directos del terrorismo de Estado. En abril de
1977, las Madres de Plaza de Mayo iniciaron el reclamo público por la aparición de
sus hijos. Luego surgieron Abuelas de plaza de Mayo, y Familiares de Desaparecidos
y Detenidos por Razones Políticas. También fueron creados organismos como el
Centro de Estudios Legales y Sociales (cels) y el Movimiento Judío por los Derechos
Humanos, a los que debemos sumar la Liga Argentina por los Derechos del Hombre
(originariamente fundada en 1937 y vinculada al Partido Comunista).
Este conjunto de organismos conformó el denominado movimiento por los de-
rechos humanos y se ubicó paulatina y públicamente como la principal resistencia
hacia el gobierno militar y, años más tarde, como un sujeto político fundamental
en la transición hacia la democracia. Las rondas semanales realizadas en Plaza
de Mayo por las Madres eran su más clara manifestación. Dentro de un espacio
público clausurado y una sociedad silenciada, las organizaciones por los derechos
humanos comenzaron a alzar una voz denunciante del comportamiento criminal
y terrorista del Estado. Como afirma Elizabeth Jelin:
La definición de la violencia en términos de “violaciones a los derechos huma-
nos” fue el paso que permitió introducir la dimensión jurídica en el conf licto
político. En un momento en que no existía un marco de referencia interno
que permitiera establecer una noción de estado de derecho, la noción interna-
cional de derechos humanos se tornó especialmente significativa (2005: 527).

Lejos de ser homogéneo, el movimiento expresaba en su interior la tensión propia


de enfrentarse al poder. Divididos entre los que proponían oposición y lo que pre-
gonaban cautela. Pero más allá de estas diferencias, las actividades se unificaban en
dos direcciones: como ya se dijo, propiciaban la difusión y denuncia pública de las
violaciones realizadas por el Estado, que incluía una importante propagación de ellas
en el plano internacional, donde se buscaba conseguir solidaridad y apoyo en la lucha

110
La Argentina del Proceso

contra el régimen dictatorial. Por otro lado, ofrecían solidaridad y contención a las
víctimas y sus familiares. Construían bases de datos recopilando información sobre
las personas detenidas, colaboraban activamente en la búsqueda de los desaparecidos
y también asesoraban legalmente a los familiares, por ejemplo, en la interposición
de habeas corpus27 en la Justicia.
Es necesario destacar que la Iglesia católica se encontró, oficialmente, por fuera
de este movimiento. Por el contrario, hasta entrados varios años brindó, de alguna
manera u otra, apoyo al gobierno, y en numerosas ocasiones defendió la situación
establecida. Esta fue una evidente ausencia –por su legitimidad y poder– que pesó
sobre el movimiento y su desarrollo, más significativa aún si se la compara con el
caso chileno. Allí, la Iglesia católica logró instituir una Vicaría de la Solidaridad que
colaboró activamente en la exigencia de respeto a los derechos humanos por parte
del gobierno del dictador Augusto Pinochet. En Argentina, la colaboración de grupos
católicos solo se produjo a partir de acciones individuales o colectivas, por fuera
de la decisión tomada por la jerarquía eclesiástica. A través de esta forma lateral
participaron de manera loable algunos obispos y numerosos sacerdotes, religiosas
y laicos, que llegaron a tener un papel destacado en la lucha contra el terror estatal.
Por último, cabe destacar las diversas manifestaciones desarrolladas en barrios
periféricos del Gran Buenos Aires, como de muchos pueblos y ciudades del interior
del país, que menos evidentes y conocidos que el movimiento de derechos huma-
nos, participaron activamente del reclamo de personas detenidas o desaparecidas.
En el plano sindical, la reacción inmediata de las cúpulas fue un repentino re-
pliegue que se expresó durante los primeros años en un sustancial inmovilismo. El
inconformismo de la situación económica y represiva, y la ausencia de iniciativas de
centralización de luchas a nivel nacional, en gran parte, produjeron en numerosas
ocasiones una multiplicidad de acciones de protestas dentro de los mismos lugares
de trabajo. Las bases obreras desarrollaron huelgas y otros tipos de luchas novedo-
sas –repertorios no tradicionales– que crecieron paulatinamente hasta alcanzar su
pico máximo en 1981. Se fue conformando asimismo, lentamente, un movimiento
molecular de resistencia que evidenciaba un descontento hacia el gobierno y sus
políticas. Y fueron surgiendo mecanismos inéditos que revelaban una gran capaci-
dad de adaptación a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, ante la imposibilidad
de elección de representantes, que era una de las prohibiciones realizadas por el
gobierno, cumplida celosamente por los empleadores, surgió el fenómeno del “de-
legado provisorio” (delegado elegido al margen de los procedimientos legales, que

27
El habeas corpus consiste en una garantía constitucional que permite proteger la libertad de
las personas frente a un acto u omisión de autoridad pública que implique ilegítimamente:
limitación de la libertad personal, amenaza actual de la libertad, agravación de las formas o
condiciones en que se cumple la privación de la libertad. Establece, ante la detención ilegal de
una persona, que un tribunal de justicia determine su situación: si debe continuar el arresto
–ya legal– o si se procede a la liberación.

111
César Mónaco y Diego Benítez

no era reconocido por la empresa) que tenía la función de articular los reclamos de
sus compañeros. En suma, desde los inicios mismos del proceso se fue desplegando
dentro de los ámbitos de trabajo una variedad de luchas de que tenían como finali-
dad, en la mayoría de los casos, demandas de orden salarial, reivindicación de las
condiciones de trabajo, y defensa y restauración de la organización sindical fabril.
Los sindicatos se agruparon, de manera cambiante, en dos tendencias: dia-
loguistas y combativos. En abril de 1979, luego de tres años de altísima violencia
estatal, el sector combativo de los sindicatos –la “Comisión de los 25”– convocó a
la primera huelga general registrada durante la dictadura. Inmediatamente el
gobierno intentó impedirla, encarcelando a los organizadores, pero esta pudo ser
realizada igual e implicó el retorno de la protesta social masiva dentro de un espacio
público clausurado. A medida que el “deshielo” avanzaba, que el miedo lentamente
retrocedía, el movimiento obrero comenzó a tener mayor protagonismo.
Por último, se debe resaltar que los militares no dejaron de lado, dentro de su
plan sistemático de represión, el aspecto cultural y educativo. Se practicó una estric-
ta censura en los medios de comunicación, así como también en manifestaciones
artísticas de todo tipo, lo que incluyó la prohibición de películas, la intervención de
editoriales, el secuestro de revistas y la persecución y censura de variados artistas
populares. También se realizaron grandes quemas de libros y publicaciones, como la
realizada en Sarandí el 30 de agosto de 1980, donde se incineraron más de un millón
y medio de libros del Centro Editor de América Latina (ceal). A pesar de esto, a fines
de los setenta comenzaron a observarse indicios de oposición y resistencia a la dic-
tadura. El rock nacional y el circuito under fueron claros exponentes de esto. Como
también lo fue un cine que se animaba, cada vez más, a presentar producciones de
tono político, y un movimiento teatral –Teatro Abierto– que lograba paulatinamente
enfrentar el miedo. Así, el campo cultural empezó, a partir de los ochenta, a señalar
una herida cada vez más profunda e insoldable entre el régimen y la sociedad.

El principio del fin


Como ya se ha afirmado, desde fines de los setenta y durante los primeros meses de
la nueva década, se inició un proceso de desgaste del gobierno militar que se que
manifestaba en la apertura paulatina de los espacios públicos, y en el surgimiento
de voces disonantes desde la sociedad. Las causas de esta lenta transformación se
hallaban en el fracaso manifiesto de la política económica y de los proyectos polí-
ticos de sucesión, pero especialmente, en la disgregación interna del régimen. La
lucha contra la subversión era un importante factor de cohesión hacia el interior
de las Fuerzas Armadas, como también fue sustancial el grado de legitimidad que
propiciaba hacia la sociedad. Una vez agotada la tarea militar comenzaron a surgir
disidencias ante la incapacidad de establecer bases mínimas de acuerdo alrededor
de los objetivos del régimen.

112
La Argentina del Proceso

Los ejes de oposición se centraron en distintos grupos, conformados, en primer


lugar, por Videla y Viola, que desde el ejército constituían una fracción sumamente
fuerte pero no del todo dominante. Un segundo grupo se encontraba encabezado
por los generales Carlos Suárez Mason y Luciano Benjamín Menéndez, a los que se
sumaba, entre otros, el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, coronel
Ramón J. Camps. Este sector clave en las tareas más sucias de la represión aseveraba
que esta debía continuar hasta sus últimas consecuencias. Practicaron su propia
experiencia estatista frustrada en el Ministerio de Planeamiento y conformaron
el sector burócrata del Ejército que al frente de las principales empresas del Estado
defendían intereses propios ante al avance liberal de la economía de Martínez de
Hoz. Un tercer grupo estuvo dirigido por Emilio Massera, que desde la Armada se
propuso conformar un frente político propio que obstaculizó primero a Videla y
luego a Viola, criticando las medidas económicas y oponiéndose a toda estrategia po-
lítica del sector dialoguista. Los demás oficiales de la Armada tampoco simpatizaban
con la figura de Viola, principalmente por el carácter “populista” del nuevo presi-
dente. Sin embargo, este encontrará un apoyo esporádico en el almirante Armando
Lambruschini –nuevo comandante en jefe de la Armada a partir de septiembre del
78–, quien no compartía el perfil político que Massera había otorgado a la Armada.
El 29 de marzo de 1981, en medio de una crisis económica y de un desgaste
significativo del gobierno, se alejó de la presidencia Videla. Lo sucedió, luego de
una compleja negociación interna iniciada seis meses antes, el hasta entonces co-
mandante en jefe del Ejército, general Roberto Viola. Una vez asumido el poder, el
mando del ejército pasó a manos de Leopoldo Fortunato Galtieri, un férreo opositor
del novel presidente y exponente del sector “duro” de los militares. El corto período
de gobierno de Viola, de poco más de ocho meses, representó la clara situación de
crisis interna del Estado autoritario y de reconstitución y demanda de la sociedad
civil que, “atropellada culturalmente comenzaba a recomponer un espacio democrá-
tico y a reconquistar el respeto de sí misma, luego de varios años de autoritarismo
militar” (Quiroga, 2005: 67).
Es así cómo, de hecho, la prohibición política terminó en 1981. En especial,
con la constitución de la Multipartidaria que, impulsada por el radicalismo, tenía
la intención de convocar a los partidos políticos, las entidades empresariales y los
sindicatos. Ante el pretendido ensayo político del gobierno, estos coincidieron en no
acordar una salida condicionada por los militares. El paso de los meses los fueron
convirtiendo en los únicos depositarios de la legitimidad política, principalmente al
incorporar en su repertorio demandas vinculadas con los derechos humanos. Y si
bien representó un factor dinámico en el universo político, que criticó con dureza al
gobierno y configuró una oposición estructurada, no logró conformar una alianza
antidictatorial que precipitara la caída del régimen.
Este despertar político, que ligaba, aunque sutilmente, gobierno y sociedad,
encontraba un obstáculo en la dimensión económica. Consciente del problema, la

113
César Mónaco y Diego Benítez

introducción de cambios económicos se tornó para Viola una estrategia de acer-


camiento político. Así pretendió realizar algunos cambios sustanciales, designó
como ministro del área a Lorenzo Sigaut y se convocó a sectores empresariales
a participar de la gestión. La intención era aliviar la situación de los empresarios
locales golpeados por la crisis financiera y la devaluación; pero su designio fracasó.
No pudo conquistar el apoyo necesario de buena parte del empresariado argentino.
Además, los grupos económicos y financieros argentinos, plenamente identifica-
dos con la política económica de Martínez de Hoz, percibieron con inquietud los
cambios efectuados por el ministro Lorenzo Sigaut, especialmente en materia de
política financiera
Las pretendidas reformas en la economía en conjunción con el fomentado
“dialoguismo” incrementó exponencialmente la difícil relación entre el gobierno
y la cúpula militar. Viola contó solo con el respaldo de los sectores moderados
del Ejército y de la Fuerza Aérea. Y a medida que pasaban los días su poder se iba
debilitando, tanto como aumentaba el de la Junta Militar, donde el autoritarismo
reaccionario, cuya principal figura era la del jefe del Ejército, Galtieri, buscaba im-
pedir cualquier tipo de apertura democrática. En esta interna de poder el indudable
perdedor era el presidente. Entre rumores de golpe interno y una supuesta enfer-
medad que lo depositó en el Hospital Militar, Viola fue alejado de la presidencia.
En los días siguientes el gobierno quedó interinamente en las manos de Horacio
Liendo, ministro del Interior. Mientras tanto, el sector de los “duros” impulsaba a
la presidencia a Galtieri, que poseía el apoyo de la Armada y de los Estados Unidos.
Finalmente, la Junta emplazó a Viola a presentar su renuncia y nombró al jefe del
Ejército como su sucesor. La caída de Viola cerró toda negociación y dio paso a los
sectores que pretendían restituir de algún modo la coherencia que el proceso tuvo
durante sus primeros años.

La guerra
Desplazado Roberto Viola, el 22 de diciembre de 1981 asumió la presidencia Leopoldo
F. Galtieri, fiel representante del ala dura del régimen que pretendía continuar con el
Proceso en sus términos originales. Su objetivo central era recomponer el dominio
autoritario sobre la sociedad. Por lo que necesitaba eliminar los enfrentamientos in-
ternos y revertir el proceso de desgaste que sufría el gobierno frente a la sociedad. De
la mano de Roberto Alemann, como vimos, la economía volvió a ser reencauzada en
los términos de la ortodoxia liberal. A las acciones del nuevo gobierno se contraponía
una sociedad y sus instituciones, que continuaban con su paulatino despertar. Se
incrementaban las presiones de los partidos políticos para una apertura democrática,
de igual forma que lo hacían las demandas del movimiento de derechos humanos,
que reclamaba cada vez con mayor fuerza por la suerte de los miles de desaparecidos.
Otro destacable actor que ya había comenzado a tener un notable protagonismo era

114
La Argentina del Proceso

el sindical. La acción gremial tendió a normalizarse desde fines de 1980, cuando fue
unificada la cgt y designado como secretario general Saúl Ubaldini. A partir de ese
momento, las tensiones entre la confederación y el gobierno fueron en aumento.
Se produjo un paro en el 81, y una masiva movilización a San Cayetano durante ese
mismo año; y el 30 de marzo del 82 un paro nacional con movilización hacia Plaza
de Mayo, que sufriría una dura represión por parte del gobierno.
Por el contrario, el plano internacional mostraba sugestivos cambios para el
régimen. Durante este mismo año, 1981, asume como f lamante presidente de los Es-
tados Unidos el republicano Ronald Reagan. El cambio de administración proyectó
una política exterior inversamente opuesta a la del gobierno de Carter. Apoyó los
gobiernos “duros” de la región, y en el caso particular de la Argentina levantó las
sanciones provistas por el gobierno anterior a causa de las violaciones a los derechos
humanos. Este gesto, en conjunción con la “ayuda” argentina en Centroamérica, que
perpetraba el trabajo sucio que el Congreso estadounidense impedía a sus propias
tropas, fortalecieron en Galtieri la idea de una Argentina estratégicamente aliada
al país del norte.
En esta coyuntura fue ideado el plan de recuperación de las islas Malvinas,
que como el del Beagle, fue impulsado desde la Marina. Este, en un marco externo
que se leía como altamente favorable, propiciaba ante los conf lictos internos una
“fuga hacia delante” de la dictadura, que esperaba a través de esta acción recupe-
rar la legitimidad perdida. La recuperación materializaba los reclamos históricos
realizados por la Argentina desde 1833, momento en que las islas fueron ocupadas
por los ingleses. En 1965, la Organización de Naciones Unidas (onu) había dispuesto
la negociación entre las partes, pero esta había sido desoída por Gran Bretaña. De
acuerdo con los cálculos estratégicos del gobierno militar, la recuperación tendría
la adhesión inmediata de los Estados Unidos, con los cuales el país se encontraba
alineado. Ante este apoyo, Gran Bretaña cedería la soberanía, y sin necesidad de
acciones bélicas, se habría recuperado el archipiélago.
Como sostiene Luis Alberto Romero, desde la perspectiva de los militares la
recuperación de las islas permitiría: unificar las Fuerzas Armadas, ganar el apoyo
de la sociedad y dar por cerrado el conf licto creado con Chile por el Canal del Bea-
gle, ya que no se había aceptado ni rechazado la propuesta ofrecida por el Vaticano,
que oficiaba de mediador en el litigio con el país lindante. Uno de los supuestos fue
confirmado de inmediato, ya que iniciada la operación fue sumamente extenso el
apoyo brindado por la sociedad en su conjunto, incluyendo el amplio arco de los
partidos políticos, y los sindicatos, que poco después de haber efectuado una huelga
se movilizaron en apoyo a la decisión tomada por la cúpula militar.
El 2 de abril se efectivizó la ocupación de las islas, y al día siguiente se declaró
la soberanía argentina sobre las Malvinas, Georgia y Sandwich del Sur. En lo sucesi-
vo fue nombrado gobernador del recuperado territorio Mario Benjamín Menéndez.
En Gran Bretaña, la reacción del gobierno conservador de Margareth Tatcher, que

115
César Mónaco y Diego Benítez

utilizó el inesperado conf licto para consolidarse internamente, no se hizo esperar.


Se alistó de inmediato a parte de la Fuerza Naval y se dispuso una zona de exclusión
marítima alrededor de las islas. La Comunidad Europea brindó su solidaridad a la
potencia insular, y el Consejo de Seguridad de la onu declaró a Argentina como
país agresor y exigió el inmediato retiro de las islas. El país comenzaba de repente a
estar aislado, la pretendida aprobación de Estados Unidos se hacía esperar. A través
de su secretario de Estado, Alexander Haig, el gobierno de Reagan propuso a las
partes una salida negociada que, considerada como inaceptable por los militares
argentinos, fue inmediatamente desestimada. La reacción de los Estados Unidos
implicó una sanción económica para la Argentina y la asistencia logística para su
aliada en la otan, Gran Bretaña. Entonces el gobierno militar fue en busca de la
solidaridad de países del tercer mundo que desearan condenar el “imperialismo”
británico. El respaldo explícito lo obtuvo de varios países latinoamericanos –in-
cluida la socialista Cuba– pero no el compromiso militar; como también consiguió
un tibio apoyo de la Unión Soviética. Mientras tanto, los combates aéreos navales
avanzaban en las islas, y el poderío británico pronto mostró su diferencia. La ren-
dición argentina se produjo el 14 de junio, un poco más de dos meses de comenzada
la ofensiva. El saldo fue de 650 argentinos muertos, en su mayoría soldados, y más
de un millar de heridos.

La retirada
El desastre de Malvinas catapultó el régimen militar hacia su final e inició el proceso
de transición democrática sin necesidad de pactar un traspaso de poder. La derro-
ta desató una crisis interna profunda, y la sociedad aumentó su presión sobre un
gobierno desgastado por los años y acusado, ahora de manera masiva, de múltiples
violaciones a los derechos humanos. Al fracaso militar se sumaban el fracaso econó-
mico, que comenzó a exteriorizarse iniciada la nueva década, y el incumplimiento
de los objetivos políticos que imposibilitaron gestar la tan ansiada “descendencia”
al régimen. En este contexto es investido como presidente Reinaldo Bignone, el 1 de
julio de 1982, sucesor de Galtieri y encargado de hacer transitar al país hacia la de-
mocracia. Impuesto su nombramiento por el Ejército, provocó la salida de la Marina
y la Fuerza Aérea de la Junta y su inmediata disolución. Por primera vez desde marzo
del 76 el Ejército quedó solo con el poder político.
La sociedad, por su parte, comenzaba a ocupar el espacio público y vivía una
visible repolitización. La ilusión de la democracia, y su próxima realidad, empezaba
a enclavarse sobre amplios sectores. Hubo una intensa participación en política,
declarada en el aumento de afiliación a los partidos, o a través de movilizaciones
que expresaban demandas o descontentos. Algunas de las más manifiestas fueron
los denominados “vecinazos” surgidos en el Gran Buenos Aires a fines de 1982. Estos
eran la acción directa de vecinos que, por medio de movilizaciones, demandaban

116
La Argentina del Proceso

soluciones a determinados problemas o expresaban su descontento por el aumento


de las tasas municipales.
Por otro lado, el horror producido durante esos años se hacía cada vez más
público. El movimiento por los derechos humanos colocó el problema de los desa-
parecidos y la demanda de verdad en el centro del debate. Un eje esencial para la
política renacida que impregnaba de sentido y valoración ética al debate público.
Además, esta situación impulsó las primeras críticas claras y evidentes de los par-
tidos políticos hacia el régimen autoritario. La Iglesia, cómplice y ajena por mucho
tiempo a los reclamos, comenzó a alejarse del gobierno y emitió sus primeras tibias
críticas. Los sindicatos continuaban con las presiones y convocaron, entre 1982 y
1983, una serie de paros generales.
Restituida la Junta Militar tres meses después de su disolución, el soberano
militar logró rearticular parte de sus fuerzas para encarar la concertación. El
objetivo era acordar el manejo del futuro gobierno constitucional para garantizar
no ser juzgados. Abierto el proceso de desintegración del orden autoritario, solo
queda el camino de la negociación para evitar una salida humillante. De esta forma
presentaron su primera propuesta de negociación en noviembre del 82, que fue
ampliamente rechazada por los partidos políticos y por la sociedad en general. La
respuesta manifiesta fue una masiva marcha civil en defensa de la democracia;
presionado, el gobierno fijó la fecha para las elecciones. Pero los militares no cedían
a una entrega del gobierno sin un convenio previo, y en abril del 83 emitieron el
Documento final de la Junta Militar, donde fijaban los puntos básicos de negociación
para la transición (lucha contra el terrorismo, desaparecidos, plan económico,
deuda externa, conf licto Malvinas, diferendo Beagle, y otros). Nuevamente, la clase
política remarcó su negativa. En especial, sobre la exigencia de los militares sobre
dos puntos: la responsabilidad por los excesos de la “guerra sucia”, y su inserción en
el futuro gobierno civil. Las Fuerzas armadas harán su último intento en septiembre
por medio de una ley de autoamnistía que establecía: extinguidas las acciones penales
emergentes de delitos comet idos con mot ivación o finalidad terrorista o subversiva, desde
el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982. Pero fue impugnada por inconstitu-
cional por la Multipartidaria. La intensa movilización de la sociedad –como asegura
Romero–, en consonancia con la propia debilidad de las Fuerzas Armadas, sumidas
en un proceso veloz de deslegitimación y conf lictos internos, constituyen la más
firme explicación para el fracaso de un pacto entre la dirigencia política y los mili-
tares, que implicaba correr el telón sobre el pasado y asegurar una transformación
no traumática del régimen de facto en otro civil.
En definitiva, no hubo una transferencia exitosa del poder. Para los militares,
esta se realizó dentro del más absoluto fracaso. Como asegura Quiroga:
... la transición democrática en Argentina no se abre paso mediante un pacto.
No hay transición pactada; no hay un pacto fundante para la const itución de un

117
César Mónaco y Diego Benítez

nuevo régimen, pero tampoco hay una ruptura total con el régimen anterior. Algu-
nos de los elementos del antiguo régimen prevalecerán como saldo en el nuevo
orden político. Y es aquí donde revela interés la hipótesis de “pacto postergado”,
de un pacto diferido en el tiempo, que crea una situación no clausurada, sino
más bien suspendida. Los sacudones militares en tiempo de la democracia
que derivan en las leyes de “obediencia debida” y “punto final”, como en el in-
dulto presidencial, pueden explicarse en clave de pacto postergado (2004: 331,
destacado en el original).

En este contexto político se aprestaban los principales candidatos partidarios para


encarar la reconstitución de un gobierno democrático. La recomposición del peronis-
mo y su aparato político estuvo, en buena medida, guiada por los líderes sindicales
de mayor protagonismo durante esta etapa de transición, y propugnaban como
candidato al constitucionalista Ítalo Luder. Por el lado de la Unión Cívica Radical
se encontraba Raúl Alfonsín, distinguido del resto de los políticos por sus fuertes
críticas a los militares, su notable reclamo por los desaparecidos, y su compromiso
de justicia para los responsables del horror. Estos puntos fueron sustanciales para
su futuro triunfo electoral, especialmente en contraposición a las intenciones de
negociación manifestadas por el peronismo, y denunciadas por el candidato radical
como un pacto cívico-militar.
Las elecciones se llevaron a cabo el 30 de octubre de 1983. La ucr logró com-
putar el 52% de los votos, y el nuevo presidente asumió el 10 de diciembre de 1983.
Finalizaba así la etapa más sangrienta nunca vivida por la Argentina, donde el re-
curso permanente a la muerte estuvo asociado a la imposición de transformaciones
estructurales sobre la economía, la política, la cultura y la sociedad en su conjunto.

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119
Somos compañeros,
amigos, hermanos* 1*

Pilar Calveiro

Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos de concentración-extermi-


nio, distribuidos en todo el territorio nacional. Se registró su existencia en 11 de las
23 provincias argentinas, que concentraron personas secuestradas en todo el país.
Su magnitud fue variable, tanto por el número de prisioneros como por el tamaño
de las instalaciones.
Se estima que por ellos pasaron entre 15 y 20 mil personas, de las cuales apro-
ximadamente el 90 por ciento fueron asesinadas. No es posible precisar el número
exacto de desapariciones porque, si bien la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas recibió 8960 denuncias, se sabe que muchos de los casos no fueron regis-
trados por los familiares. Lo mismo ocurre con un cierto número de sobrevivientes
que, por temor u otras razones, nunca efectuaron la denuncia de su secuestro.
Según los testimonios de algunos sobrevivientes, Juan Carlos Scarpatti afirma
que por Campo de Mayo habrían pasado 3500 personas entre 1976 y 1977; Graciela
Geuna dice que en La Perla hubo entre 2 mil y 1500 secuestrados; Martín Gras estima
que la Escuela de Mecánica de la Armada alojó entre 3 mil y 4500 prisioneros de 1976
a 1979; el informe de Conadep indicaba que El Atlético habría alojado más de 1500
personas. Solo en estos cuatro lugares, ciertamente de los más grandes, los testigos
directos hacen un cálculo que, aunque parcial por el tiempo de detención, en el más
optimista de los casos, asciende a 9500 prisioneros. No parece descabellado, por
lo tanto, hablar de 15 o 20 mil víctimas a nivel nacional y durante todo el período.
Algunas entidades de defensa de los derechos humanos, como las Madres de Plaza
de Mayo, se refieren a una cifra total de 30 mil desaparecidos.
Diez, veinte, treinta mil torturados, muertos, desaparecidos... En estos rangos
las cifras dejan de tener una significación humana. En medio de los grandes vo-
lúmenes los hombres se transforman en números constitutivos de una cantidad,
es entonces cuando se pierde la noción de que se está hablando de individuos. La

* Publicado en Calveiro, P., “Somos compañeros, amigos, hermanos”, en Poder y desaparición. Los
campos de concentración en la Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1998, pp. 29-53 y 169-174 (notas).

121
Pilar Calveiro

misma masificación del fenómeno actúa deshumanizándolo, convirtiéndolo en


una cuestión estadística, en un problema de registro. Como lo señala Todorov, “un
muerto es una tristeza, un millón de muertos es una información” (1993: 189). Las
larguísimas listas de desaparecidos, financiadas por los organismos de derechos
humanos, que se publicaban en los periódicos argentinos a partir de 1980, eran un
recordatorio de que cada línea impresa, con un nombre y un apellido representaba a
un hombre de carne y hueso que había sido asesinado. Por eso eran tan impactantes
para la sociedad. Por eso eran tan irritativas para el poder militar.
También por eso, en este texto intentaré centrarme en las descripciones que
hacen los protagonistas, en los testimonios de las víctimas específicas que, con un
nombre y un apellido, con una historia política concreta hablan de estos campos
desde su lugar en ellos. Cada testimonio es un universo completo, un hombre com-
pleto hablando de sí y de los otros. Sería suficiente tomar uno solo de ellos para dar
cuenta de los fenómenos a los que me quiero referir. Sin embargo, para mostrar
la vivencia desde distintos sexos, sensibilidades, militancias, lugares geográficos
y captores, aunque haré referencia a otros testimonios, tomaré básicamente los
siguientes: Graciela Geuna (secuestrada en el campo de concentración de La Perla,
Córdoba, correspondiente al III Cuerpo de Ejército), Martín Gras (secuestrado en la
Escuela de Mecánica de la Armada, Capital Federal, correspondiente a la Armada
de la República Argentina), Juan Carlos Scarpatti (secuestrado y fugado de Campo
de Mayo, Provincia de Buenos Aires, campo de concentración correspondiente al I
Cuerpo de Ejército), Claudio Tamburrini (secuestrado y fugado de la Mansión Seré,
provincia de Buenos Aires, correspondiente a la Fuerza Aérea), Ana María Careaga
(secuestrada en El Atlético, Capital Federal, correspondiente a la Policía Federal).
Todos ellos fugaron en más de un sentido.
La selección también pretende ser una muestra de otras dos circunstancias: la
participación colectiva de las tres Fuerzas Armadas y de la policía, es decir de las llama-
das Fuerzas de Seguridad, y su involucramiento institucional, desde el momento en
que la mayoría de los campos de concentración-exterminio se ubicó en dependencias
de dichos organismos de seguridad, controlados y operados por su personal.
No abundaré en estas afirmaciones, ampliamente demostradas en el juicio
que se siguió a las juntas militares en 1985. Solo me interesa resaltar que en ese
proceso quedó demostrada la actuación inst itucional de las Fuerzas de Seguridad,
bajo comando conjunto de las Fuerzas Armadas y siguiendo la cadena de mandos.
Es decir, que el accionar “antisubversivo” se realizó desde y dentro de la estructura y
la cadena jerárquica de las Fuerzas Armadas. “Hicimos la guerra con la doctrina en
la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores”, afirmó en Washing-
ton el general Santiago Omar Riveros, por si hubiera alguna duda.1 En suma, fue

1
Declaraciones del general de división Santiago Ornar Riveros, en Washington, el 24 de enero
de 1980.

122
Somos compañeros, amigos, hermanos

la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos


fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.
Los sobrevivientes, e incluso testimonios de miembros del aparato represivo
que declararon contra sus pares, dan cuenta de numerosos enfrentamientos entre
las distintas armas y entre sectores internos de cada una de ellas. Geuna habla del
desprecio de la oficialidad de La Perla hacia el personal policial y sus críticas al II
Cuerpo de Ejército, al que consideraban demasiado “liberal”. Gras menciona las
diferencias de la Armada con el Ejército y de la Escuela de Mecánica con el propio
Servicio de Inteligencia Naval. Ejército y Armada despreciaban a los “panqueques”,
la Fuerza Aérea, que como panqueques se daban vuelta en el aire; es decir, eran
incapaces de tener posturas consistentes. Sin embargo, aunque tuvieran diferen-
cias circunstanciales, todos coincidieron en lo fundamental: mantener y alimentar el
aparato desaparecedor, la máquina de concentración-exterminio. Porque la caracte-
rística de estos campos fue que todos ellos, independientemente de qué fuerza los
controlara, llevaban como destino final a la muerte, salvo en casos verdaderamente
excepcionales.
Durante el juicio de 1985, la defensa del brigadier Agosti, titular de la Fuerza
Aérea, argumentó:
¿Cómo puede salvarse la contradicción que surge del alegato acusatorio del
señor fiscal, donde palmariamente se demuestra que fue la Fuerza Aérea
comandada por el brigadier Agosti la menos señalada en las declaraciones
testimoniales y restante prueba colectada en el juicio, sea su comandan-
te el acusado a quien se le imputen mayor número de supuestos hechos
delictuosos?2

Efectivamente, había menos pruebas en contra de la Fuerza Aérea, pero este hecho
que la defensa intentó capitalizar se debía precisamente a que casi no quedaban
sobrevivientes. El índice de exterminio de sus prisioneros había sido altísimo. Por
cierto Tamburrini, un testigo de cargo fundamental, sobrevivió gracias a una fuga de
prisioneros torturados, rapados, desnudos y esposados que reveló la desesperación
de los prisioneros y la torpeza militar del personal aeronáutico. Otro testigo clave,
Miriam Lewin, había logrado sobrevivir como prisionera en otros campos a los que
fue trasladada con posterioridad a su secuestro por parte de la Aeronáutica.
En síntesis, la máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar, con
más o menos eficiencia, funcionó y cumplió inexorablemente su ciclo en el Ejérci-
to, la Marina, la Aeronáutica, los policías. No hubo diferencias sustanciales en los
procedimientos de unos y otros, aunque cada uno, a su vez, se creyera más listo y
se jactara de mayor eficacia que los demás.

2
Garona, José Ignacio. Abogado defensor del brigadier Agosti. El Diario del Juicio, nº 21, Buenos
Aires, 1985.

123
Pilar Calveiro

Dentro de los campos de concentración se mantenía la organización jerárqui-


ca, basada en las líneas de mando, pero era una estructura que se superponía con
la preexistente. En consecuencia, solía suceder que alguien con un rango inferior,
por estar asignado a un grupo de tareas, tuviera más información y poder que un
superior jerárquico dentro de la cadena de mando convencional. No obstante, se
buscó intencionalmente una extensa participación de los cuadros en los trabajos
represivos para ensuciar las manos de todos de alguna manera y comprometer perso-
nalmente al conjunto con la política institucional. En la Armada, por ejemplo, si bien
hubo un grupo central de oficiales y suboficiales encargados de hacer funcionar sus
campos de concentración, entre ellos la Escuela de Mecánica de la Armada, todos
los oficiales participaron por lo menos seis meses en los llamados grupos de tareas.
Asimismo, en el caso de la Aeronáutica se hace mención del personal rotativo. Tam-
bién hay constancia de algo semejante en La Perla, donde se disminuyó el número
de personas que se fusilaban y se aumentó la frecuencia de las ejecuciones para
hacer participar a más oficiales en dichas “ceremonias”.
Pero aquí surge de inmediato una serie de preguntas: ¿cómo es posible que
unas Fuerzas Armadas, ciertamente reaccionarias y represivas, pero dentro de los
límites de muchas instituciones armadas, se hayan convertido en una máquina
asesina?, ¿cómo puede ocurrir que hombres que ingresaron a la profesión militar
con la expectativa de defender a su Patria o, en todo caso, de acceder a los círculos
privilegiados del poder como profesionales de las armas, se hayan transformado
en simples ladrones muchas veces de poca monta, en secuestradores y torturadores
especializados en producir las mayores dosis de dolor posibles?, ¿cómo un aviador
formado para defender la soberanía nacional, y convencido de que esa era su misión
en la vida, se podía dedicar a arrojar hombres vivos al mar?
No creo que los seres humanos sean potencialmente asesinos, controlados por
las leyes de un Estado que neutraliza a su “lobo” interior. No creo que la simple inmu-
nidad de la que gozaron los militares entonces los haya transformado abruptamente
en monstruos, y mucho menos que todos ellos, por el hecho de haber ingresado a
una institución armada, sean delincuentes en potencia. Creo más bien que fueron
parte de una maquinaria, construida por ellos mismos, cuyo mecanismo los llevó a
una dinámica de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que
aparecía como un dato dentro de una planilla de oficina. La sentencia de muerte de
un hombre era solo la leyenda “QTH fijo”, sobre el legajo de un desconocido.
¿Cómo se llegó a esta rutinización, a este “vaciamiento” de la muerte? Casi
todos los testimonios coinciden en que la dinámica de los campos reconocía, desde
la perspectiva del prisionero, diferentes grupos y funciones especializadas entre
los captores. Veamos cómo se distribuían.

124
Somos compañeros, amigos, hermanos

Las patotas
La patota era el grupo operativo que “chupaba”, es decir, que realizaba la operación
de secuestro de los prisioneros, ya fuera en la calle, en su domicilio o en su lugar de
trabajo.
Por lo regular, el “blanco” llegaba definido, de manera que el grupo operativo
solo recibía una orden que indicaba a quién debía secuestrar y dónde. Se limitaba
entonces a planificar y ejecutar una acción militar corriendo el menor riesgo posi-
ble. Como podía ser que el “blanco” estuviera armado y se defendiera, ante cualquier
situación dudosa, la patota disparaba “en defensa propia”.
Si en cambio se planteaba un combate abierto podía pedir ayuda y entonces se
producían los operativos espectaculares con camiones del Ejército, helicópteros y
decenas de soldados saltando y apostándose en las azoteas. En este caso se ponía en
juego la llamada “superioridad táctica” de las fuerzas conjuntas. Pero por lo general
realizaba tristes secuestros en los que entre cuatro, seis u ocho hombres armados
“reducían” a uno, rodeándolo sin posibilidad de defensa y apaleándolo de inmediato
para evitar todo riesgo, al más puro estilo de una auténtica patota.
Si ocupaban una casa, en recompensa por el riesgo que habían corrido, co-
braban su “botín de guerra”, es decir, saqueaban y rapiñaban cuanto encontraban.
En general, desconocían la razón del operativo, la supuesta importancia
del “blanco” y su nivel de compromiso, real o hipotético con la subversión. Sin
embargo, solían exagerar la “peligrosidad” de la víctima porque de esa manera su
trabajo resultaba más importante y justificable. Según el esquema, de acuerdo con
su propia representación, ellos se limitaban a detener delincuentes peligrosos y
cometían “pequeñas infracciones” como quedarse con algunas pertenencias aje-
nas. “(Nosotros) entrábamos, pateábamos las mesas, agarrábamos de las mechas
a alguno, lo metíamos en el auto y se acabó. Lo que ustedes no entienden es que la
policía hace normalmente eso y no lo ven mal”.3 El señalamiento del cabo Vilariño,
miembro de una de estas patotas, es exacto; la policía realizaba habitualmente esas
prácticas contra los delincuentes y prácticamente nadie lo veía mal... porque eran
delincuentes, otros. Era “normal”.

Los grupos de inteligencia


Por otra parte, estaba el grupo de inteligencia, es decir, los que manejaban la infor-
mación existente y de acuerdo con ella orientaban el “interrogatorio” (tortura) para
que fuera productivo, o sea, arrojara información de utilidad.

3
Vilariño, Raúl David. La Semana, “Yo secuestré, maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica
de la Armada”, nº 370, 5/1/1984.

125
Pilar Calveiro

Este grupo recibía al prisionero, al “paquete”, ya reducido, golpeado y sin


posibilidad de defensa, y procedía a extraerle los datos necesarios para capturar
a otras personas, armamento o cualquier tipo de bien útil en las tareas de contra-
insurgencia. Justificaba su trabajo con el argumento de que el funcionamiento
armado, clandestino y compartimentado de la guerrilla hacía imposible combatirla
con eficiencia por medio de los métodos de represión convencionales; era necesario
“arrancarle” la información que permitiría “salvar otras vidas”.
Como ya se señaló, la práctica de la tortura, primero sobre los delincuentes
comunes y luego sobre los prisioneros políticos, ya estaba para entonces profun-
damente arraigada. No constituía una novedad, puesto que se había realizado a
partir de los años treinta y de manera sistemática y uniforme desde la década del
sesenta. La policía, que tenía larga experiencia en la práctica de la picana, enseñó
las técnicas; a su vez, los cursos de contrainsurgencia en Panamá instruyeron a
algunos oficiales en los métodos eficientes y novedosos de “interrogatorio”.
Señala Aldo Rico, perpetuo defensor de la “guerra sucia”:
Yo capturo a un guerrillero, sé que pertenece a una organización [se podría
agregar, o presumo y quiero confirmarlo, o pertenece a la periferia de esa
organización, o es familiar de un guerrillero, o...] que está operando y prepa-
rando un atentado terrorista en, por ejemplo, un colegio [jamás los guerrilleros
argentinos hicieron atentados en colegios]... Mi obligación es obtener rápida-
mente la información para impedirlo... Hay que hacer hablar al prisionero
de alguna forma. Ese es el tema y eso es lo que se debe enfrentar. La guerra
subversiva es una guerra especial. No hay ética. El tema es si yo permito que
el guerrillero se ampare en los derechos constitucionales u obtengo rápida
información para evitar un daño mayor (Rico, Aldo. En Grecco, Jorge y Gonzá-
lez, Gustavo. Argentina: El Ejército que tenemos, Buenos Aires, Sudamericana,
1990, p. 138 (Los textos entre corchetes son míos).

Por su parte, los mandos dicen: “Nadie dijo que aquí había que torturar. Lo efectivo
era que se consiguiera la información. Era lo que a mí me importaba”.4
Como resultado, después de hacer hablar al prisionero, los oficiales de inteli-
gencia producían un informe que señalaba los datos obtenidos, la información que
podía conducir a la “patota” a nuevos “blancos” y su estimación sobre el grado de
peligrosidad y “colaboración” del “chupado”. También ellos eran un eslabón, si no
aséptico, profesional, de especialistas eficientemente entrenados.

4
General Suárez Mason, Comandante de I Cuerpo de Ejército. Siete-Días, “Toda la verdad sobre
Suárez Mason”, nº 876, 4/4/1984.

126
Somos compañeros, amigos, hermanos

Los guardias
Entonces, ya desposeído de su nombre y con un número de identificación, el detenido
pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del
campo debía controlar. Las guardias internos no tenían conocimiento de quiénes
eran los secuestrados ni por qué estaban allí. Tampoco tenían capacidad alguna de
decisión sobre su suerte. Las guardias, generalmente constituidas por gente muy jo-
ven y de bajo nivel jerárquico, solo eran responsables de hacer cumplir unas normas
que tampoco ellos habían establecido, “obedecían órdenes”.
La rigidez de la disciplina y la crueldad del trato se “justificaba” por la alta
peligrosidad de los prisioneros, de quienes muchas veces no llegaban a conocer
ni siquiera sus rostros, eternamente encapuchados. Es interesante observar que
todos ellos necesitaban creer que los “chupados” eran subversivos, es decir menos
que hombres (según palabras del general Camps, “no desaparecieron personas sino
subversivos”),5 verdadera amenaza pública que era preciso exterminar en aras de un
bien común incuestionable; solo así podían convalidar su trabajo y desplegar en él
la ferocidad de que dan cuenta los testimonios. También hay que señalar que esta
lógica se repetía, punto por punto, en amplios sectores de la sociedad; la prensa de la
época da cuenta de la “imperiosa necesidad” de erradicar la “amenaza subversiva”
con métodos “excepcionales” de los que esos guardias eran parte. Un día, llegaba
la orden de traslado con una lista, a veces elaborada incluso fuera del campo de
concentración como en el caso de La Perla, y el guardia se limitaba a organizar una
fila y entregar los “paquetes”.

Los desaparecedores de cadáveres


Aquí los testimonios tienen lagunas. El secreto que rodeaba a los procedimientos de
traslado hace que sea una de las partes del proceso que más se desconocen. Se sabe
que estaban rodeados de una enorme tensión y violencia. En unos casos, se trans-
portaba a los prisioneros lejos del campo, se los fusilaba, atados y amordazados, y
se procedía al entierro y cremación de los cadáveres, o bien a tirar los cuerpos en
lugares públicos simulando enfrentamientos.
Pero el método que aparentemente se adoptó de manera masiva consistía en
que el personal del campo inyectaba a los prisioneros con somníferos y los cargaba
en camiones, presumiblemente manejados por personal ajeno al funcionamiento in-
terno. La aplicación del somnífero arrebataba al prisionero su última posibilidad de
resistencia pero también sus rasgos más elementales de humanidad: la conciencia,
el movimiento. Los “bultos” amordazados, adormecidos, maniatados, encapuchados,
los “paquetes” se arrojaban vivos al mar. En suma, el dispositivo de los campos se

5
Camps, Ramón. La Semana, “En Punta del Este...”, nº 368, 22/12/1983.

127
Pilar Calveiro

encargaba de fraccionar, segmentarizar su funcionamiento para que nadie se sintiera


finalmente responsable. “Mientras mayor sea la cantidad de personas involucradas
en una acción, menor será la probabilidad de que cualquiera de ellas se considere un
agente causal con responsabilidad moral” (Kelman y Hamilton, 1990: 183). La frag-
mentación del trabajo “suspende” la responsabilidad moral, aunque en los hechos
siempre existen posibilidades de elección, aunque sean mínimas.
La autorización por parte de los superiores jerárquicos “legalizaba” los pro-
cedimientos, parecía justificarlos de manera automática, dejando al subordinado
sin otra alternativa aparente que la obediencia. El hecho de formar parte de un
dispositivo del cual se es solo un engranaje creaba una sensación de impotencia que
además de desalentar una resistencia virtualmente inexistente fortalecía la sensa-
ción de falta de responsabilidad. Los mecanismos para despojar a las víctimas de sus
atributos humanos facilitaban la ejecución mecánica y rut inaria de las órdenes. En
suma, un dispositivo montado para acallar conciencias, previamente entrenadas
para el silencio, la obediencia y la muerte.
Todo adoptaba la apariencia de un procedimiento burocrát ico: información que
se recibe, se procesa, se recicla; formularios que indican lo realizado; legajos que
registran nombres y números; órdenes que se reciben y se cumplen; acciones auto-
rizadas por el comando superior; turnos de guardia “24 por 48”; vuelos nocturnos
ordenados por una superioridad vaga, sin nombre ni apellido. Todo era impersonal,
la víctima y el victimario, órdenes verbales, “paquetes” que se reciben y se entregan,
“bultos” que se arrojan o se entierran. Cada hombre como la simple pieza de un
mecanismo mucho más vasto que no puede controlar ni detener, que disemina el
terror y acalla las conciencias.
La fragmentación de la maquinaria asesina no fue un invento de los campos de
concentración argentinos. En realidad, es asombroso ver qué poco inventó la Junta
Militar y hasta qué punto sus procedimientos se asemejan a las demás experien-
cias concentracionarias de este siglo. No creo que ello se deba a que “copiaron” o se
“inspiraron” en los campos de concentración nazis o estalinistas, sino más bien en
la similitud de los poderes totalizantes y, por lo mismo, en la semejanza que existe
en sus formas de castigo, represión y normalización.
Aunque los asesinos de guerra nazis, como Eichman o Hoess, participaron en
la ejecución de millones de personas, lo hicieron ocupándose también de un peque-
ño eslabón de la cadena. Por eso no se sentían responsables de sus actos. Eichman
se defendió durante el juicio que se le siguió afirmando: “Yo no tenía nada que ver
con la ejecución de judíos, no he matado ni a uno solo” (Todorov, 1993: 180).
De manera semejante, en Argentina existieron 172 niños desaparecidos y cons-
ta, por denuncias realizadas a la Conadep, la tortura de algunos de ellos así como el
asesinato de otros. Un caso demostrado, por la aparición de los cadáveres, es el de
la familia de Matilde Lanuscou, cuyos hijos de seis y cuatro años fueron asesinados
con sus padres, militantes Montoneros, en un operativo realizado por el Ejército y

128
Somos compañeros, amigos, hermanos

la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 1976. No obstante, el general Ramón


Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en esa fecha, respondió
durante una entrevista: “Personalmente no eliminé a ningún niño”,6 como si ese
hecho lo eximiera de la responsabilidad.
Para ver cómo opera la fragmentación desde adentro, es ilustrativa una entre-
vista realizada por La Semana a Raúl David Vilariño, cabo de la Marina que prestó
servicios en los grupos operativos de la Escuela de Mecánica de la Armada. En ella
se desarrolló el siguiente diálogo:
–Una vez que ustedes entregaban a las personas secuestradas a la Jefatura del
Grupo de Tareas, ¿qué sucedía?

–Bueno, eso era parte de otro grupo.

–¿Qué otro grupo?

–El Grupo de Tareas estaba dividido en dos subgrupos: los que salían a la calle
y los que hacían el denominado “trabajo sucio”.

–¿Usted a qué grupo pertenecía?

–¿Yo? Al que salía a la calle... Nosotros sólo llevábamos al individuo a la Escuela


de Mecánica de la Armada... Siempre esperé que me tiraran antes de tirar
yo... Yo, por mi parte, entiendo por asesino a aquel que mata a sangre fría. Yo,
gracias a Dios, eso no lo hice nunca... los chupadores deteníamos al tipo y lo
entregábamos. Y perdíamos el contacto con el tipo... lo dejabas allí. Lo más peligroso
para el detenido comenzaba allí... nunca me iba a tocar torturar. Porque a eso
se dedicaban otras personas... No está dentro de mí el torturar. No lo siento...

[Sigue Vilariño]... Allá por el ‘78 [se van las patotas y] se quedan los tortura-
dores, los que habían matado, los que habían quemado... Veo cómo se había
perdido sensibilidad... Noté que faltaba sensibilidad, delicadeza... O que ya
estaban tan, tan, tan rut inados con eso que ya era normal que... No sé cómo
explicarle: se les había hecho carne.

–¿Qué era lo que se había hecho rutina?

—El torturar, el no sentir sensibilidad, el no importar los gritos, el no tener


delicadeza cuando uno comía: contaban herejías.7

6
Camps, Ramón. La Semana, “En Punta del Este...”, nº 368, 22/12/1983.
7
Vilariño, Raúl David. La Semana, “Yo secuestré, maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica
de la Armada”, nºº370, 5/1/1984.

129
Pilar Calveiro

Aunque parezca extraño, también los oficiales de inteligencia, los torturadores,


el alma de todo el dispositivo, descargaban su responsabilidad de alguna manera.
Cuenta Graciela Geuna, sobreviviente de La Perla:
Barreiro es un buen representante de los torturadores, porque tenía lucidez y
conciencia de su participación en las tareas represivas. Su pensamiento era
circular en ese sentido: su propia responsabilidad personal la transfería a
los militantes populares y, fundamentalmente, a las direcciones partidarias,
porque no cedían. Es decir, la tortura era necesaria ante la resistencia de la
gente. Si la gente no resistía él no tenía que torturar.8

Por el secreto que los envuelve, no hay testimonios directos de los desaparecedores
de cuerpos, pero se puede suponer que tendrían justificaciones similares y la misma
sensación de carecer de responsabilidad. En última instancia ellos solo ponían el
punto final de un proceso irreversible; arrojaban “paquetes” al mar.
Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras reemplazándo-
las por otras: en los campos no se tortura, se “interroga”, luego los torturadores son
simples “interrogadores”. No se mata, se “manda para arriba” o “se hace la boleta”. No
se secuestra, se “chupa”. No hay picanas, hay “máquinas”; no hay asfixia, hay “sub-
marino”. No hay masacres colectivas, hay “traslados”, “cochecitos”, “ventiladores”.
También se evita toda mención a la humanidad del prisionero. Por lo general no se
habla de personas, gente, hombres, sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos,
que se arrojan, se van para arriba, se quiebran. El uso de palabras sustitutas resulta
significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización
de las víctimas, pero cumple también un objetivo “tranquilizador” que inocentiza
las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar.
Ayuda, en este sentido a “aliviar” la responsabilidad del personal militar. Por eso, la
furia del personal de La Perla cuando Geuna los llamó asesinos: “... se reiniciaron
los golpes, deteniéndose en el castigo solo para decirme ‘Decí asesino...’ y cuando
yo lo hacía ellos volvían a castigarme”.9
En suma, el dispositivo desaparecedor de personas y cuerpos incluye, por
medio de la fragmentación y la burocratización, mecanismos para diluir la respon-
sabilidad, igualarla y, en última instancia, desaparecerla. Es muy significativo que
las Fuerzas Armadas hayan negado la existencia de los campos como una tecnología
gubernamental de represión, como una instancia en la que el Estado se convirtió
en el perseguidor y exterminador institucional. Al soslayar este hecho se ignora la
responsabilidad fundamental que le cabe al aparato del Estado en la metodología

8
Geuna, Graciela. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos
(CADHU).
9
Ibíd., segunda parte, p. 8.

130
Somos compañeros, amigos, hermanos

concentracionaria, en cuanto que los campos de concentración-exterminio solo son


posibles desde y a partir de él.
Dentro de las Fuerzas Armadas, la política de involucramiento general
también tendía a un compartir responsabilidades, cuyo objetivo era disolverlas.
Dentro del trabajo que fuera, se trataba de que todos los niveles y un buen número
de efectivos tuviera una participación directa, aunque fuera circunstancial. Sus
funciones podían ser distintas pero todos debían estar implicados. Dar consisten-
cia y cohesión a las Fuerzas Armadas en torno a la necesidad de exterminar a una
parte de la población por medio de la metodología de la desaparición era un objetivo
prioritario, que se cumplió en forma cabal. Es un hecho que, si hubo un punto en
que las Fuerzas Armadas fueron monolíticas después de 1976, fue la defensa de la
“guerra sucia”, la reivindicación de su necesidad y lo inevitable de la metodología
empleada. Desde los carapintadas hasta los sectores más legalistas lo declararon
públicamente. Esto es efecto de una auténtica cohesión política interna que no reside
tanto en la adscripción a determinada doctrina, sino más bien en la certeza del rol
político dirigente que le cabe a las Fuerzas Armadas y en su autoadjudicado derecho
de “salvar” la sociedad cada vez que lo consideren necesario y con la metodología
ad hoc tan noble empresa.
Sin embargo, así como en la cerrada defensa que la institución hace de su
actuación se puede detectar un alto grado de cohesión interna, también se adivina
el compromiso de la complicidad. La convicción ideológica se entrelaza con la cul-
pa, la recubre, atenuándola y encubriéndola. Al mismo tiempo, impide el deslinde
de responsabilidades que el dispositivo desaparecedor se encargó de enmarañar,
igualar y esfumar.

La vida entre la muerte


Intentaré describir aquí cómo eran los campos de concentración y cómo era la vida
del prisionero dentro de ellos, para mirar el rimbombante poder militar desde ese
lugar oculto y negado.
En general, funcionaban disimulados dentro de una dependencia militar o
policial. A pesar de que se sabía de su existencia, los movimientos de las patotas se
trataban de disimular como parte de la dinámica ordinaria de dichas instituciones.
No obstante, se trataba de un secreto en el que no se ponía demasiado empeño.
Los vecinos de la Mansión Seré cuentan que oían los gritos y veían “movimientos
extraños”. La Aeronáutica hizo funcionar un centro clandestino de detención en
el policlínico Alejandro Posadas. Los movimientos ocurrían a la vista tanto de los
empleados como de las personas que se atendían en el establecimiento, “ocasionan-
do un generalizado terror que provocó el silencio de todos”.10 En efecto, es preciso

10
Conadep, Nunca más, p. 148.

131
Pilar Calveiro

mostrar una fracción de lo que permanece oculto para diseminar el terror, cuyo
efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.
Para el funcionamiento del campo de concentración no se requerían grandes
instalaciones. Se habilitaba alguna oficina para desarrollar las actividades de in-
teligencia, uno o varios cuartos para torturar a los que solían llamar “quirófanos”,
a veces un cuarto que funcionaba como enfermería y una cuadra o galerón donde
se hacinaba a los prisioneros.
La población masiva de los campos estaba conformada por militantes de las
organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas políticos de la izquierda
en general, por activistas sindicales y por miembros de los grupos de derechos
humanos. Pero cabe señalar que, si en la búsqueda de estas personas las fuerzas de
seguridad se cruzaban con un vecino, un hijo o el padre de alguno de los implicados
que les pudiera servir, que les pudiera perjudicar o que simplemente fuera un testigo
incómodo, esta era razón suficiente para que dicha persona, cualquiera que fuera
su edad, pasara a ser un “chupado” más, con el mismo destino final que el resto.
Existieron incluso casos de personas secuestradas simplemente por presenciar un
operativo que se pretendía mantener en secreto, y que luego fueron asesinados con
sus compañeros casuales de cautiverio.
Si bien el grupo mayoritario entre los prisioneros estaba formado por militan-
tes políticos y sindicales, muchos de ellos ligados a las organizaciones armadas, y si
bien las víct imas casuales constituían la excepción (aunque llegaron a alcanzar un
número absoluto considerable), también se registraron casos en los que el disposi-
tivo concentracionario sirvió para canalizar intereses estrictamente delictivos de
algunos sectores militares, que “desaparecían” personas para cobrar un rescate o
consumar una venganza personal.
Aunque el grupo de víctimas casuales fuera minoritario en términos numéri-
cos, desempeñaba un papel importante en la diseminación del terror tanto dentro del
campo como fuera de él. Eran la prueba irrefutable de la arbitrariedad del sistema
y de su verdadera omnipotencia. Es que además del objetivo político de exterminio
de una fuerza de oposición, los militares buscaban la demostración de un poder
absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la muerte, de arraigar la certeza de que
esta decisión es una función legítima del poder. Recuerda Gras que los militares:
... sostenían que el exterminio y la desaparición definitiva tenían una finalidad
mayor: sus efectos “expansivos”, es decir el terror generalizado. Puesto que, si
bien el aniquilamiento físico tenía como objetivo central la destrucción de las
organizaciones políticas calificadas como “subversivas”, la represión alcanzaba
al mismo tiempo a una periferia muy amplia de personas directa o indirecta-
mente vinculadas a los reprimidos (familiares, amigos, compañeros de trabajo,
etc.), haciendo sentir especialmente sus efectos al conjunto de estructuras

132
Somos compañeros, amigos, hermanos

sociales consideradas en sí como “subversivas por el nivel de infiltración del


enemigo” (sindicatos, universidades, algunos estamentos profesionales).11

Si los campos solo hubieran encerrado a militantes, aunque igualmente monstruosos


en términos éticos, hubieran respondido a otra lógica de poder. Su capacidad para
diseminar el terror consistía justamente en esta arbitrariedad que se erigía sobre la
sociedad como amenaza constante, incierta y generalizada. Una vez que se ponía en
funcionamiento el dispositivo desaparecedor, aunque se dirigiera inicialmente a un
objetivo preciso, podía arrastrar en su mecanismo virtualmente a cualquiera. Desde
ese momento, el dispositivo echaba a andar y ya no se podía detener.
Cuando el “chupado” llegaba al campo de concentración, casi invariablemente
era sometido a tormento. Una vez que concluía el período de interrogatorio-tortura,
que analizaré más adelante, el secuestrado, generalmente herido, muy dañado físi-
ca, psíquica y espiritualmente, pasaba a incorporarse a la vida cotidiana del campo.
De los testimonios se desprende un modelo de organización física del espacio,
con dos variables fundamentales para el alojamiento de los presos: el sistema de
celdas y el de cuchetas, generalmente llamadas cuchas. Las cuchetas eran compar-
timentos de madera aglomerada, sin techo, de unos 80 centímetros de ancho por
200 centímetros de largo, en las que cabía una persona acostada sobre un colchón
de goma espuma. Los tabiques laterales tenían alrededor de 80 centímetros de alto,
de manera que impedían la visibilidad de la persona que se alojaba en su interior,
pero permitían que el guardia, estando parado o sentado, pudiera verlas a todas
simultáneamente, símil de un pequeño panóptico. Dejaban una pequeña abertura
al frente por la que se podía sacar al prisionero.
Por su parte, las celdas podían ser para una o dos personas, aunque solían alo-
jar a más. Sus dimensiones eran aproximadamente de 2,50 x 1,50 metros y también
estaban provistas de un colchón semejante, una puerta y, en la misma, una mirilla
por la que se podía ver en cualquier momento el interior. En otros lugares, como la
Mansión Seré, los prisioneros permanecían sencillamente tirados en el piso de una
habitación, con su correspondiente trozo de goma espuma. En suma, un sistema
de compart imentos o contenedores, ya fueran de material o madera, para guardar y
controlar cuerpos, no hombres, cuerpos.
Desde la llegada a la cuadra en La Perla, a los pabellones en Campo de Mayo, a
la capucha en la Escuela de Mecánica, a las celdas en El Atlético o como se llamara al
depósito correspondiente, el prisionero perdía su nombre, su más elemental perte-
nencia, y se le asignaba un número al que debía responder. Comenzaba el proceso de
desaparición de la identidad, cuyo punto final serían los NN (Lila Pastoriza: 348; Pilar
Calveiro: 362; Oscar Alfredo González: X 51). Los números reemplazaban a nombres

11
Gras, Martín. Testimonio ante la CADHU, Ginebra, diciembre de 1980, Archivo Nacional de
la Memoria, p. 6.

133
Pilar Calveiro

y apellidos, personas vivientes que ya habían desaparecido del mundo de los vivos y
ahora desaparecerían desde dentro de sí mismos, en un proceso de “vaciamiento” que
pretendía no dejar la menor huella. Cuerpos sin identidad, muertos sin cadáver ni
nombre: desaparecidos. Como en el sueño nazi, supresión de la identidad, hombres
que se desvanecen en la noche y la niebla.
Los detenidos estaban permanentemente encapuchados o “tabicados”, es decir,
con los ojos vendados, para impedir toda visibilidad. Cualquier transgresión a esa
norma era severamente castigada. También estaban esposados, o con grilletes,
como en la Escuela de Mecánica de la Armada y La Perla, o atados por los pies a una
cadena que sujetaba a todos los presos, como en Campo de Mayo. Esto variaba de
acuerdo con el campo, pero la idea era que existiera algún disposit ivo que limitara
su movilidad. En la Mansión Seré, además de esposar y atar a los prisioneros, los
mantenían desnudos, para evitar las fugas. Al respecto relata Tamburrini: “... nos
hacían dormir con las esposas puestas, pero desnudos; nos habían sacado la ropa
hacía un mes o un mes y medio y nos ataban los pies con unas ‘correas’ de cuero
para que durmiéramos casi en una posición de cuclillas”.12
Los prisioneros permanecían acostados y en silencio; estaba absolutamente
prohibido hablar entre ellos. Solo podían moverse para ir al baño, cosa que sucedía
una, dos o tres veces por día, según el campo y la época. Los guardias formaban a
los presos y los llevaban colectivamente al baño o también podían hacer circular
un balde en donde todos hacían sus necesidades.
Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la
inmovilidad. En El Atlético: “No nos imaginábamos cómo íbamos a poder contar
hasta qué punto vivíamos constantemente encerrados en una celda, a oscuras, sin
poder ver, sin poder hablar, sin poder caminar”.13
En Campo de Mayo:
Este tipo de tratamiento consistía en mantener al prisionero todo el tiempo de
su permanencia en el campo encapuchado, sentado y sin hablar ni moverse.
Tal vez esta frase no sirva para granear lo que significaba en realidad, porque
se puede llegar a imaginar que cuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado
esto es una forma de decir, pero no es así, a los prisioneros se los obligaba a
permanecer sentados sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse a la pared,
desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20 horas, en
esa posición, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sin moverse significa
exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciar palabra durante todo el
día, y sin moverse, quiere decir sin siquiera girar la cabeza... Un compañero
dejó de figurar en la lista de los interrogadores por alguna causa y de esta

12
Tamburrini, Claudio. Testimonio en el Juicio a los Comandantes. Diario del Juicio, Nº 7.
13
Careaga, Ana María. En Gabetta, 1984: 166.

134
Somos compañeros, amigos, hermanos

forma “quedó olvidado”... Este compañero estuvo sentado, encapuchado, sin


hablar, y sin moverse durante seis meses, esperando la muerte.14

En La Perla:
Para nosotros fue la oscuridad total... No encuentro en mi memoria ninguna
imagen de luz. No sabía dónde estaba. Todo era noche y silencio. Silencio solo
interrumpido por los gritos de los prisioneros torturados y los llantos de dolor...
También tenía alterado el sentido de la distancia... Vivíamos 70 personas en
un recinto de 60 metros de largo, siempre acostados...15

En la Escuela de Mecánica de la Armada: “En el tercer piso se encontraba el sector


destinado a alojar a los prisioneros... también en el tercer piso estaba ubicado el pa-
ñol grande, lugar destinado al almacenamiento del botín de guerra (ropas, zapatos,
heladeras, cocinas, estufas, muebles, etc.)”.16 Hombres, objetos, almacenamientos
semejantes.
Depósito de cuerpos ordenados, acostados, inmóviles, sin posibilidad de ver,
sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, que se pretendía
casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte, pudiera matar antes
de matar; anular selectivamente a su antojo prácticamente todos los vestigios de
humanidad de un individuo, preservando sus funciones vitales para una eventual
necesidad de uso posterior (alguna información no arrancada, alguna utilidad
imprevisible, la mayor rentabilidad de un traslado colectivo).
La comida era solo la imprescindible para mantener la vida hasta el momento
en que el dispositivo lo considerara necesario; en consecuencia, era escasa y muy
mala. Se repartía dos veces al día y constituía uno de los pocos momentos de cierto
relajamiento. Sin embargo, en algunos casos, podía faltar durante días enteros; por
cierto, muchos testimonios dan cuenta del hambre como uno de los tormentos que
se agregaban a la vida dentro de los campos.
La comida era desastrosa, o muy cruda o hecha un masacote de tan cocinada,
sin gusto... Estábamos tan hambrientos, habíamos aprendido tan bien a agu-
dizar el oído, que apenas empezaban los preparativos, allá lejos, en la entrada,
nos desesperábamos por el ruido de las cucharas y los platos de metal y del
carrito que traía la comida. Se puede decir, casi, que vivíamos esperando la
comida... la hora del almuerzo era la mejor, por eso apenas terminábamos y
cerraban la puerta, comenzábamos a esperar la cena.17

14
Scarpati, Juan Carlos. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos
Humanos. Los destacados están en el original.
15
Geuna, Graciela. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos
(CADHU).
16
Gras, Martín. Testimonio ante la CADHU, Ginebra, diciembre de 1980.
17
Careaga, Ana María. Testimonio. En Gabetta, 1984: 168.

135
Pilar Calveiro

Por la escasez de alimento, por la posibilidad de realizar algunos movimientos para


comer, por el nexo obvio que existe entre la comida y la vida, el momento de comer es
uno de los pocos que se registra como agradable: “... poco a poco, comencé a esperar
la hora de la comida con ansiedad, porque con la comida volvía la vida a través del
ruido de las ollas, con el ruido de la gente. Parecía que la cuadra donde estábamos
los prisioneros despertaba entonces a la existencia”.18
Si la comida era uno de los pocos momentos deseados, el más temido, el más
oscuro era el traslado, la experiencia final. Se realizaba con una frecuencia varia-
ble. Casi siempre, los desaparecedores ocultaban cuidadosamente que los traslados
llevaban a la muerte para evitar así toda posible oposición de los condenados al
ordenado cumplimiento del destino que les imponía la institución. La certeza de
la propia muerte podía provocar una reacción de mayor “endurecimiento” en los
prisioneros durante la tortura, durante su permanencia en el campo o en la mis-
ma circunstancia de traslado. Ante todo, la maquinaria debía funcionar según las
previsiones; es decir, sin resistencia.
Prácticamente en todos los campos se ocultaba, al tiempo que se sugería, que
el destino final era la muerte. Los testimonios de los sobrevivientes demuestran la
existencia de muchos secuestrados que prefirieron “desconocer” la suerte que les
aguardaba; la negación de una realidad difícil de asumir se sumaba a los mensajes
contradictorios del campo, provocando un aferramiento de ciertos prisioneros a las
versiones más optimistas e increíbles que circulaban dentro de los campos como la
existencia de centros secretos de reeducación, la legalización de los desaparecidos
y otros finales felices. Muchos desaparecidos se fueron al traslado con cepillos de
dientes y objetos personales, con una sensación de alivio que no intuía la muerte
inmediata. Otros no; salieron de los campos despidiéndose de sus compañeros y
conscientes de su final, como Graciela Doldán, quien pidió morir sin que le ven-
daran los ojos y se dedicó a pensar un rato antes de que la trasladaran “para no
desperdiciar” los últimos minutos de su vida. Aunque no supieran exactamente
cómo, sin embargo, los prisioneros sabían. También ellos sabían y negaban, pero
las conjeturas, lo que se veía por debajo de las vendas y las capuchas, las amenazas
proferidas durante la tortura (“Vas a dormir en el fondo del mar”, “Acá al que se haga
el loco, le ponemos un Pentonaval y se va para arriba”), las infidencias de guardias
que no soportaban la presión a la que ellos mismos estaban sometidos, el clima que
rodeaba a los traslados les permitía saber.
Estos son relatos de lo que se sabía. En la Escuela de Mecánica de la Armada:
... los días de traslado se adoptaban medidas severas de seguridad y se aislaba
el sótano. Los prisioneros debían permanecer en sus celdas en silencio. Apro-
ximadamente a las 17 horas de cada miércoles se procedía a designar a quienes

18
Geuna, Graciela. Testimonio. En Gabetta, 1984: 20.

136
Somos compañeros, amigos, hermanos

serían trasladados, que eran conducidos uno por uno a la enfermería, en la


situación en que estuviesen, vestidos o semidesnudos, con frío o con calor.19

El día del traslado reinaba un clima muy tenso. No sabíamos si ese día nos
iba a tocar o no... se comenzaba a llamar a los detenidos por número... Eran
llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les
aplicaba una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos,
eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión.
Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión
que volaba hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos... El capitán
Acosta prohibió al principio toda referencia al tema “traslados”.20

En La Perla:
... cada traslado era precedido por una serie de procedimientos que nos ponían
en tensión. Se controlaba que la gente estuviera bien vendada, en su respectiva
colchoneta y se procedía a seleccionar a los trasladados mencionando en voz
alta su nombre (cuando éramos pocos) o su número (cuando la cantidad de
prisioneros era mayor). A veces, simplemente se tocaba al seleccionado para
que se incorporara sin hablar... Los prisioneros que iban a ser trasladados eran
amordazados... Luego se procedía a llevar a los prisioneros seleccionados hasta
un camión marca Mercedes Benz, que irónicamente llamábamos Menéndez
Benz, por alusión al apellido del general que comandaba el III Cuerpo... Antes
de descender del vehículo los prisioneros eran maniatados. Luego se los bajaba
y se los obligaba a arrodillarse delante del pozo y se los fusilaba... Luego, los
cuerpos acribillados a balazos, ya en los pozos, eran cubiertos con alquitrán
e incinerados...21

Los traslados eran el recuerdo permanente de la muerte inminente. Pero no cualquier


muerte “sino esa muerte que era como morir sin desaparecer, o desaparecer sin
morir. Una muerte en la que el que iba a morir no tenía ninguna participación; era
como morir sin luchar, como morir estando muerto o como no morir nunca”.22 Por su
parte, la permanencia en la mayoría de los campos representaba el peligro constante
de retornar a la tortura. Esta posibilidad nunca quedaba excluida. Muerte y tortura:
los disparadores del terror, omnipresente en la experiencia concentracionaria.
Los campos, concebidos como depósitos de cuerpos dóciles que esperaban la
muerte, fueron posibles por la diseminación del terror... “un espacio de terror que

19
Ciras, Martín. Testimonio presentado ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos,
p. 42.
20
Martí, Ana María; Solara de Osatinsky, Sara; Milia de Pifies, Alicia. Testimonio ante la
Asamblea Nacional Francesa.
21
Geuna, Graciela. Testimonio. En Gabetta, 1984: 17-18.
22
Testimonio de un sobreviviente de Campo de Mayo. En Conadep. Nunca más, p. 184.

137
Pilar Calveiro

no era ni de aquí, ni de allá, ni de parte alguna conocida... donde no estaban vivos


ni tampoco muertos... Y también allí quedaban atrapados los espíritus apenados
de los parientes, los vecinos, los amigos” (Buda, 1988: 18). Un terror que se ejercía
sobre toda la sociedad, un terror que se había adueñado de los hombres desde antes
de su captura y que se había inscrito en sus cuerpos por medio de la tortura y el
arrasamiento de su individualidad. El hermano gemelo del terror es la parálisis, el
“anonadamiento” del que habla Schreer. Esa parálisis, efecto del mismo dispositivo
asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la
desaparición de personas como al prisionero dentro del campo. Las largas filas de
judíos entrando sin resistencia a los crematorios de Auschwitz, las filas de “trasla-
dados” en los campos argentinos, aceptando dócilmente la inyección y la muerte,
solo se explican después del arrasamiento que produjo en ellos el terror. El campo
es efecto y foco de diseminación del terror generalizado de los Estados totalizantes.

Bibliografía
Buda, Blanca (1988). Cuerpo I, Zona IV. Buenos Aires: Contrapunto.
Gabetta, Carlos (1984). Todos somos subversivos, Buenos Aires: Bruguera.
Grecco, Jorge y González, Gustavo (1990). Argent ina: El Ejército que tenemos. Buenos
Aires: Sudamericana.
Kelman, Herbert y Hamilton, Lee (1990). Crímenes de obediencia, Buenos Aires:
Planeta.
Todorov, Tzvetan (1993). Frente al límite, México: Siglo XXI.

138
Carta abierta a la Junta Militar

Rodolfo Walsh

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977

1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa


en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió com-
batiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión
clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante
casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la ac-
ción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman
aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten
son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban
parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva,
y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más
tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio
de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo
remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los
hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el
ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de
la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes
invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e inte-
reses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas,
explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede im-
ponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos,
amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la
sociedad argentina.

2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles
de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.

139
Rodolfo Walsh

Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guar-


niciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez,
abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedi-
mientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de
las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento
sin juicio.1
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamen-
te este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se
ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuen-
tra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían
fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo.
Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días
según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores
dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite
en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las
articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y
farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el
despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los
testimonios junto con la picana y el “submarino”, el soplete de las actualizaciones
contemporáneas.2
Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la
guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura abso-
luta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información
se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de
machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que
perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.

3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la


cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y horas

1
Desde enero de 1977 la Junta empezó a publicar nóminas incompletas de nuevos detenidos
y de “liberados” que en su mayoría no son tales sino procesados que dejan de estar a su dispo-
sición pero siguen presos. Los nombres de millares de prisioneros son aún secreto militar y
las condiciones para su tortura y posterior fusilamiento permanecen intactas.
2
El dirigente peronista Jorge Lizaso fue despellejado en vida, el ex diputado radical Mario
Amaya muerto a palos, el ex diputado Muñiz Barreto desnucado de un golpe. Testimonio de
una sobreviviente: “Picana en los brazos, las manos, los muslos, cerca de la boca cada vez
que lloraba o rezaba... Cada veinte minutos abrían la puerta y me decían que me iban hacer
fiambre con la máquina de sierra que se escuchaba”.

140
Carta abierta a la Junta Militar

de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas


de fuga.
Extremistas que panf letean el campo, pintan acequias o se amontonan de a
diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está
hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones
en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en
los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la
voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministe-
rio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel
Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciudadela forman
parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo
heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de justi-
cia, incapaces de inf luir en la política que dicta los hechos por los cuales son repre-
saliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares
de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para
equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres”
que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es asimismo
una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a
la guerrilla 600 muertos y sólo 10 ó 15 heridos, proporción desconocida en los más
encarnizados conf lictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodís-
tico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el
3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tuvieron 23 muertos
y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.3
Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga
cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la
guerrilla y los partidos de que aún los presos reconocidos son la reserva estratégica
de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de
los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.
Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer
Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky,
detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cin-
cuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad
y narradas sin pudor.4

3
“Cadena Informativa”, mensaje Nro. 4, febrero de 1977.
4
Una versión exacta aparece en esta carta de los presos en la Cárcel de Encausados al obis-
po de Córdoba, monseñor Primatesta: “El 17 de mayo son retirados con el engaño de ir a la
enfermería seis compañeros que luego son fusilados. Se trata de Miguel Angel Mosse, José

141
Rodolfo Walsh

El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de


1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que
manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son desbordes de
algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en
sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete, imponen como coman-
dantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.

4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después
que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos
han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida
o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.5
Veinticinco cuerpos mutilados af loraron entre marzo y octubre de 1976 en
las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta
la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata
por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado
de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles” según su
autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que
buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le reci-
bieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.6
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976,
ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco
a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo
de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas here-
deras de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en
camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisio-
neros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea,7 sin que se enteren

Svagusa, Diana Fidelman, Luis Verón, Ricardo Yung y Eduardo Hernández, de cuya muerte
en un intento de fuga informó el Tercer Cuerpo de Ejército. El 29 de mayo son retirados José
Pucheta y Carlos Sgadurra. Este último había sido castigado al punto de que no se podía
mantener en pie sufriendo varias fracturas de miembros. Luego aparecen también fusilados
en un intento de fuga”.
5
En los primeros 15 días de gobierno militar aparecieron 63 cadáveres, según los diarios. Una
proyección anual da la cifra de 1500. La presunción de que puede ascender al doble se funda
en que desde enero de 1976 la información periodística era incompleta y en el aumento global
de la represión después del golpe. Una estimación global verosímil de las muertes producidas
por la Junta es la siguiente. Muertos en combate: 600. Fusilados: 1.300. Ejecutados en secreto:
2.000. Varios. 100. Total: 4.000.
6
Carta de Isaías Zanotti, difundida por ANCLA, Agencia Clandestina de Noticias.
7
“Programa” dirigido entre julio y diciembre de 1976 por el brigadier Mariani, jefe de la Pri-
mera Brigada Aérea del Palomar. Se usaron transportes Fokker F-27.

142
Carta abierta a la Junta Militar

el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3
Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias
de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma
del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.8
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, du-
rante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres,
Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha que-
rido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.9
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Ex-
tranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de
la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos
a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina,
es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad
internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de
esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en
la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que
su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuen-
tas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década
investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de “Prensa
Libre” Horacio Novillo, apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las
conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra
pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites mo-
rales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”.10

5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo
los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones
de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese
gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad
mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

8
El canciller vicealmirante Guzzeti en reportaje publicado por “La Opinión” el 3-10-76 admitió
que “el terrorismo de derecha no es tal” sino “un anticuerpo”.
9
El general Prats, último ministro de Ejército del presidente Allende, muerto por una bomba
en setiembre de 1974. Los ex parlamentarios uruguayos Michelini y Gutiérrez Ruiz aparecie-
ron acribillados el 2-5-76. El cadáver del general Torres, ex presidente de Bolivia, apareció el
2-6-76, después que el ministro del Interior y ex jefe de Policía de Isabel Martínez, general
Harguindeguy, lo acusó de “simular” su secuestro.
10
Teniente Coronel Hugo Ildebrando Pascarelli según “La Razón” del 12-6-76. Jefe del Grupo I
de Artillería de Ciudadela. Pascarelli es el presunto responsable de 33 fusilamientos entre el
5 de enero y el 3 de febrero de 1977.

143
Rodolfo Walsh

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, dis-
minuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la
jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar,11 resucitando
así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las
bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas
y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del
9%,12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las
relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los tra-
bajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando
cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros
no aparecieron.13
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de go-
bierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de
medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del
Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala
con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las
parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las
superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes
el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares,
suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, pro-
fesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos
o la “racionalización”.
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez
con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de
habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias
monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un
solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza
de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los
socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la
única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el
país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla
el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inf lación
anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre

11
Unión de Bancos Suizos, dato correspondiente a junio de 1976. Después la situación se
agravó aún más.
12
Diario “Clarín”.
13
Entre los dirigentes nacionales secuestrados se cuentan Mario Aguirre de ATE, Jorge Di
Pasquale de Farmacia, Oscar Smith de Luz y Fuerza. Los secuestros y asesinatos de delegados
han sido particularmente graves en metalúrgicos y navales.

144
Carta abierta a la Junta Militar

llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas
mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian
hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ocho-
cientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas
presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agen-
tes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que
duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras
en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%,
prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la
muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la
cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.

6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica
indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de
esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva
oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabeza-
dos por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados
personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define
la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en
consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Cele-
donio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan
insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.14
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible
para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empre-
sas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la
rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple
que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que
venía a acabar con el “festín de los corruptos”.
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos
de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas
que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganan-
cias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en
Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos
hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales,
dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología
que amenaza al ser nacional.

14
“Prensa Libre”, 16-12-76.

145
Rodolfo Walsh

Si una propaganda abrumadora, ref lejo deforme de hechos malvados no pre-


tendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos
humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores
Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen
al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al último guerrillero,
no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de
veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas
sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades
cometidas. Éstas son las ref lexiones que en el primer aniversario de su infausto
gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser
escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace
mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

146
Parte II
Las transformaciones
del mundo del trabajo
Buenos Aires,
neoliberalismo y después
Cambios socioeconómicos
y respuestas populares* 1*

Marcela Cerrutt i y Alejandro Grimson** 2

Introducción
En el panorama de América Latina, el caso de Buenos Aires y de la Argentina se
destaca por su carácter extremo en varios aspectos. Fue uno de los países donde las
reformas neoliberales se aplicaron de manera más radical y, justamente por ello, fue
donde hubo transformaciones más relevantes en las características de su estructura
social y en la estructura de oportunidades laborales. De manera análoga, han cam-
biado los paisajes de las organizaciones populares, de sus formas de acción y sus
agendas de reclamos, generando durante un período también una alta intensidad
de las protestas.
Durante la mayor parte del siglo xx, la sociedad argentina se distinguió de
la de otros países periféricos por sus amplias capas medias y su estructura social
relativamente más igualitaria. Pero desde el último golpe de Estado, en 1976, la Ar-
gentina ha experimentado una significativa transformación vinculada al abandono
del modelo sustitutivo de importaciones y a la adopción de un nuevo modelo basado
en la apertura y desregulación económica. Los cambios radicales en la economía
fueron promovidos y acompañados por una serie de transformaciones instituciona-
les, entre las cuales se destaca la modificación en el rol del Estado. La liberalización

* Publicado en Cerrutti, Marcela y Grimson, Alejandro, “Buenos Aires, neoliberalismo y des-


pués. Cambios socioeconómicos y respuestas populares”, en Portes, A.; Roberts, B. y Grimson,
A. (eds.), Ciudades latinoamericanas. Un análisis comparativo en el umbral del nuevo siglo, Buenos
Aires, Prometeo, 2005.
** Agradecemos los comentarios de Alejandro Portes, Bryan Roberts y los integrantes de este
proyecto en los diferentes países. También agradecemos las sugerencias de Elizabeth Jelin.

149
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

de los mercados, incluyendo el mercado de trabajo, fue un pilar central de las polí-
ticas implementadas, en particular desde comienzos de la década de 1990. Si bien
numerosos países de América Latina han adoptado políticas de corte neoliberal
en las últimas dos décadas, la Argentina constituye tal vez un caso paradigmático
por la radicalidad en la aplicación de dichas políticas y por la celeridad del proceso.
En los últimos años la Argentina ha ocupado un lugar especial tanto por la
dimensión de su caída económica y el significativo deterioro en los niveles de vida
de la población como por las diversas respuestas surgidas desde la sociedad civil.
El propósito de este artículo es describir en el Área Metropolitana de Buenos
Aires (amba) las drásticas transformaciones experimentadas por la sociedad y las
diversas respuestas que la sociedad civil ha ido delineando a lo largo de dicho pro-
ceso. Se propone examinar los efectos de las políticas neoliberales en la capacidad
de la estructura productiva de generar trabajo y consecuentemente ingresos para
sus pobladores, en la expresión espacial de los cambios en la estructura de oportu-
nidades y en las diferentes formas de reacción de la población.
En primer lugar, se abordan los cambios en el modelo económico e institucio-
nal y sus efectos sociales. En este sentido, se examinan las principales tendencias
del mercado de trabajo, principalmente aquellas referidas al desempleo, la preca-
rización del empleo y la evolución del sector informal. Asimismo, se analizan los
impactos de dichas transformaciones en la distribución del ingreso y la extensión
de la pobreza e indigencia y en la segmentación espacial de la población. En segun-
do lugar, se describen las diferentes respuestas de la sociedad civil a estas grandes
transformaciones. Específicamente, se abordan los cambios en la agenda de los
sectores populares, sus distintos tipos de organizaciones, formas de identificación
y modos de acción.

Parte 1

Cambio en los modelos económicos y sus impactos sociales


1.1. De la crisis del modelo sustitutivo al modelo neoliberal
Desde mediados de la década de 1970, las instituciones y políticas que dominaron
la etapa de sustitución de importaciones fueron transformadas o abiertamente
desmanteladas. La crisis del modelo sustitutivo y la adopción de políticas de ajuste
estructural y de desregulación económica constituye un proceso complejo desarro-
llado a lo largo de dos décadas.
Como en la mayoría de los países latinoamericanos, los instrumentos utili-
zados durante la etapa sustitutiva fueron la protección tarifaria, los subsidios a la
actividad industrial y una amplia intervención estatal en la economía (Thorp, 1994).

150
Buenos Aires, neoliberalismo y después

Hasta la década de 1950, el proceso de industrialización fue fundamentalmente


trabajo intensivo basado en la sustitución de importaciones de bienes no durables
por producción local. En este período el desarrollo de la industria estuvo vinculado
a satisfacer un creciente consumo interno estimulado por una clase trabajadora en
expansión (Dorfman, 1983).
Durante esos años la centralidad económica, social y política de Buenos Ai-
res fue reforzada. Economías de escala y un mercado de consumo en expansión
estimularon la radicación y concentración de la industria manufacturera y de un
conjunto de servicios en el amba.1
A pesar de su relativo éxito, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial,
la estrategia de sustitución de importaciones comenzó a evidenciar sus f laquezas
en la Argentina, fundamentalmente debido a la falta endémica de dinamismo de
sus exportaciones (Mallon y Sourrouille, 1975). Las recurrentes crisis en la balanza
comercial, a las que se sumaron agudos conf lictos distributivos, reiteradas crisis
políticas y cambios en las condiciones internacionales condujeron a un largo pe-
ríodo (1975-1990) de crisis y estancamiento económico, el cual incluyó un intento
catastrófico de liberalización económica entre 1976-19822 y luego la administración
de una gigantesca deuda externa (el cuadro 1 resume los principales ciclos econó-
micos desde 1975 en adelante).
Con el advenimiento de la democracia en 1984, la economía se vio estrangulada
por los requerimientos de pagos de la deuda externa. El gobierno intentó repetida-
mente y sin mucho éxito estabilizar la economía y cumplir con sus obligaciones
externas (Schvartzer, 1989).
Si bien los años ochenta fueron caracterizados por la Comisión Económica
para América Latina como la “década perdida” para América Latina en su conjunto,
la Argentina fue uno de los países que peor la padeció. Solo a modo de ejemplo, entre
1981 y 1989 su producto bruto interno se redujo un 23,5% (cepal, 1990).
Al inicio de la década de 1990, y con un nuevo gobierno del Partido Justicialista,
se comenzó a implementar una agresiva combinación de políticas de estabilización,
desregulación y reformas estructurales (Bustos, 1995; Centro de Estudios Bonaeren-
ses, 1995). Las principales políticas adoptadas fueron: un sistema de convertibilidad,3
la privatización de empresas y servicios públicos, la desregulación del mercado

1
Ya en 1939 el amba concentraba el 60% de la producción industrial argentina (Meichtry, 1993).
2
En 1976 se produjo el último golpe militar en la Argentina, durante el cual se procedió a
abrir la economía a la competencia externa, a liberalizar el mercado financiero, a desregular
actividades económicas y a desarticular y exterminar demandas populares (Canitrot, 1981).
3
Con el objeto de controlar expectativas inflacionarias, el gobierno puso su oferta de dinero
bajo un régimen de patrón dólar. La Ley de Convertibilidad adoptó un tipo de cambio fijo
entre el peso y el dólar estadounidense y restringió rigurosamente la emisión de dinero por
parte del Banco Central de la República Argentina, convirtiéndolo en una caja de conversión.
La coexistencia de este tipo de cambio con una, si bien declinante, positiva tasa de inflación

151
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

externo, de capitales y el laboral, la reforma fiscal y la integración regional (Mer-


cosur). Estas políticas, como se expondrá a lo largo del capítulo, tuvieron una serie
de impactos negativos tanto en la estructura económica como en los mercados de
trabajo.

Cuadro 1. Argentina: los períodos económicos

Ingreso real per cápita de


los hogares, Gran Buenos

Desempleo urbano (%)

Inflación mensual (%)


Nivel PBI (1980 Tipo de
Salario

Empleo urbano
= 100)
Observaciones

cambio
distributivas

(1980=100)
real
real
Aires
Periodos
macroeconómicos
No-
Total
agrícola (1980=100)

1973-1975
Estabilización 1974 110,1 90,0 89,2 92,8 3,4 3,0 118,5 125,3
populista

1976-1980
Estabilización
1980 100,0 101,8 101,4 100,0 2,5 4,2 100,0 100,0
ortodoxa con
liberalización

1981-1984 Ajuste
caótico y regreso al
populismo

1985-1986
Estabilización 1986 91,7 99,7 98,7 108,5 5,2 7,6 92,6 268,2
transitoria

1987-1990
Deslizamiento hacia 1990 62,8 91,2 97,4 114,8 6,2 13,9 62,9 168,7
la hiperinflación

1991 72,7 100,5 99,4 118,8 6,0 1,9 70,0 124,5


1991-2000
Estabilización y
nuevo régimen de la
economía 1994 82,4 126,9 126,8 120,4 12,2 0,6 81,0 101,9

1997 81,0 141,5 142,1 129,1 13,7 0,3 75,4 105,1

2000 81,2 139,9 140,2 14,7 0,1 78,4 113,3

Fuente: Altimir, Beccaria y González Rosada (2002).

produjo a lo largo de los años una significativa sobrevaluación del peso. Dicha sobrevaluación
afectó muy negativamente las posibilidades competitivas de la industria local.

152
Buenos Aires, neoliberalismo y después

Utilizando poderes especiales,4 el gobierno privatizó las principales empresas pú-


blicas –producción de gas y de petróleo, teléfonos, electricidad, provisión de agua
y ferrocarriles, entre otras–, redujo o eliminó regímenes de promoción minera e
industrial y desreguló el sistema financiero. Asimismo, redujo los aportes patronales
al sistema de seguridad social, privatizó dicho sistema e introdujo una reforma de
la legislación laboral tendiente a disminuir los costos de contratación y despido.
Estas políticas incrementaron de forma significativa el comercio exterior ar-
gentino.5 Sin embargo, la combinación de medidas de apertura económica con una
moneda local crecientemente sobrevaluada tuvieron como consecuencia un signi-
ficativo desbalance entre importaciones y exportaciones. El impacto más evidente
fue la crisis de la industria local y los crecientes problemas en la balanza comercial.
Luego de 1991 y por unos pocos años, la economía no solo tuvo tasas de inf la-
ción despreciables sino un alto crecimiento,6 sostenido en gran medida por el inf lujo
de capitales extranjeros dirigidos a las empresas privatizadas y de inversiones de
corto plazo. A pesar del crecimiento económico, el desempleo abierto comenzó a
crecer (del 5,2% en 1991 al 12,2% en 1994). En 1995, el nuevo modelo sufre una masi-
va fuga de capitales externos a consecuencia de la suba de intereses en los Estados
Unidos y de la crisis de 1994 en México.7 La in-f lexibilidad del sistema de converti-
bilidad, incapaz de atenuar los impactos del shock, y la carencia de políticas sociales
activas provocaron un salto histórico en la ya alta tasa de desempleo abierto (del
12% en 1994 a más del 18% en 1995) y en los niveles de pobreza.
No fue hasta finales de 1996 cuando la economía comenzó a dar algunos sig-
nos de recuperación. Sin embargo, dicha recuperación no duró mucho: en 1998 la
economía entró nuevamente en recesión y siguió deteriorándose.
A finales de 2001 la aguda situación económica y social, sumada a una evidente
inacción gubernamental, disparó una dramática crisis institucional que culminó
con el derrocamiento del nuevo gobierno que había surgido en oposición al del ante-
rior presidente Carlos Menem (1989-1999). El gobierno de transición surgido a partir
de dicha crisis, terminó con el plan de convertibilidad. De manera consecuente, tuvo
lugar una fuerte devaluación cambiaria, la cual, en el plano económico, comenzó
a tener rápidamente efectos positivos en la balanza comercial y en la producción
de bienes locales. En 2003 asume un nuevo gobierno elegido por el voto. Este nuevo
gobierno, aunque es también de corte justicialista, ha proclamado un cambio de
modelo. El proceso recién comienza.

4
Ley de Emergencia Económica y Ley de Reforma del Estado.
5
El comercio externo total creció de 12.164 millones de dólares en 1987 a 37.283 millones en 1994.
6
Las tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno fueron entre 1991 y 1994 del 9,9%, 8,9%,
5,2% y 7,2%, respectivamente (Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos. Secretaría
de Programación Económica. Economic Report, 1998).
7
En 1995 el Producto Bruto Interno decreció un 5,1%. Ibíd.

153
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

1.2. Los impactos en el mercado de trabajo (1980-2000)


Los cambios radicales en las políticas económicas e institucionales implementados
durante la década de 1990 tuvieron impactos significativos en las características y
dinámica de los mercados de trabajo. A partir de la crisis del modelo sustitutivo, y a lo
largo de la década de 1990, cuando se adoptaron políticas agresivas de corte neolibe-
ral, la estructura de oportunidades laborales se transformó de manera significativa,
impactando de un modo negativo tanto en la distribución del ingreso (que se tornó
más inequitativa) como en los niveles de pobreza e indigencia.
Para comprender las tendencias en el mercado de trabajo habría que tomar
en consideración lo ocurrido en tres ámbitos. Uno es el de las diferencias entre las
estructuras de oportunidades laborales generadas por el modelo de sustitución de
importaciones frente al modelo de apertura y desregulación económica. El segundo
se vincula, por un lado, con el rol y la capacidad del Estado para regular actividades
y dirimir entre intereses contrapuestos de diferentes grupos sociales frente a la
capacidad de dichos grupos de interés (corporaciones, sindicatos, etcétera) de nego-
ciar/imponer sus propios intereses. El tercero tiene que ver con la naturaleza de la
estructura social argentina y con los cambios sociodemográficos muy asociados a
dicha estructura. Más precisamente, se hace referencia a la evolución y característi-
cas de la mano de obra en cuanto a sus perfiles de capital humano, género, etcétera.
A pesar de la serie de ciclos económicos transitados, una característica general
de las últimas dos décadas es la creciente dificultad de la estructura productiva
argentina para generar puestos de trabajo (más aún de buena calidad). Tanto los
niveles de desempleo abierto como los de subempleo han crecido dramáticamente.
Asimismo, los marcos institucionales que regularon las relaciones y con-
diciones laborales sufrieron modificaciones, todas ellas tendientes a lograr una
mayor “f lexibilización” en las normas de contratación y despido de trabajadores.
Estos cambios, junto con el significativo deterioro en la demanda de empleo, han
producido no solo un número creciente de puestos de trabajo precarios, sino que
también afectaron en forma notoria la capacidad de los trabajadores para resistirlos.
Por otra parte, como se verá más adelante, la estructura de la oferta laboral
ha variado. Hoy son muchas más mujeres las que están dispuestas a trabajar y
han tenido lugar mejoramientos muy importantes en los logros educativos de la
población trabajadora.8

8
Entre 1991 y 1999, dentro de la fuerza de trabajo, el porcentaje de personas con al menos
estudios secundarios completos se incrementó del 28,7% al 47,4%. Este mejoramiento del
capital humano en un contexto de alto desempleo condujo a un proceso de devaluación de
credenciales.

154
Buenos Aires, neoliberalismo y después

El aumento en el desempleo. La cara visible de la exclusión social


Durante los años noventa una porción importante de la fuerza de trabajo fue literal-
mente excluida del empleo. Entre 1991 y 2001, la tasa de desempleo abierto creció en
un 267%. Sin embargo, es posible distinguir diversas fases a lo largo de la década. De
1991 a 1993 la economía argentina creció en forma acumulada un 25%. En ese breve
período tanto el número de empleos como el de personas dispuestas a ocuparlos
también crecieron. A poco de andar, el nuevo modelo comenzó a evidenciar un rasgo
preocupante, al menos desde el punto de vista social. Aun en su época de auge, la
economía crecía, pero con enormes dificultades para generar un número adecuado
de puestos de trabajo. Entre 1993 y 1994 la oferta de trabajo continuó creciendo, mien-
tras que la demanda comenzó a estancarse. Consecuentemente, la tasa de desempleo
abierto continuó en alza. Para 1995, la situación empeoró en forma significativa y el
desempleo abierto alcanzó un nivel histórico: en el amba alcanzó el 20,2%.9
A pesar de la recuperación económica posterior, la baja en el nivel de desem-
pleo no fue muy relevante (decreció alrededor de un 20% entre 1995 y 1998). De 1998
a 2001 la economía entró en su última faz recesiva y la tasa de desempleo volvió a
crecer de manera considerable (Beccaria, 2002).
Las razones que explican este incremento tan significativo del desempleo
abierto son múltiples. Una se relaciona con los procesos de privatización de em-
presas estatales. A pesar de que la falta de datos rigurosos no permite establecer la
pérdida exacta de puestos de trabajo debido a este factor, existe evidencia fragmen-
taria que indica que dicha pérdida fue significativa.10 Por ejemplo, en Buenos Aires
la tasa de desempleo en la administración pública se duplicó entre 1991 y 1992, y
luego de decrecer en 1993, volvió a incrementarse en 1994. Asimismo, el porcentaje
de empleados estatales sobre el empleo urbano total cayó del 19% en 1990 al 14% en
1995 (Marshall, 1998).
Una segunda razón de la disminución de puestos de trabajo se relaciona con el
proceso de reorganización productiva llevado a cabo en grandes firmas. Este pro-
ceso fue favorecido por el tipo de cambio y la consecuente facilidad para efectuar
inversiones en bienes de capital en un contexto de mayor competitividad externa.
En otras palabras, durante el período las firmas que se mantuvieron en el mercado
incrementaron su productividad y ajustaron su fuerza de trabajo. Así, por ejemplo
entre 1990 y 1995, mientras el valor bruto agregado en las firmas manufactureras
creció un 14,5% (Ministerio de Economía, 1996) el número de trabajadores en dichas
firmas disminuyó en un 10%.

9
Entre 1991 y 1995 el subempleo se incrementó del 7,9 al 11,3% (Ministerio de Trabajo y Segu-
ridad Social, 1995).
10
Marshall (1998), usando datos oficiales, estimó que entre 1989 y 1993, el empleo en empresas
públicas decreció de 350.000 a 67.000 puestos.

155
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Una tercera razón del achicamiento de la demanda laboral se relaciona con las
dificultades de las empresas medianas y pequeñas para operar en un mercado de
bienes y productos mucho más competitivo. Entre mediados de la década de 1980 y
mediados de la de 1990 el número de establecimientos pequeños y medianos decre-
ció alrededor de un 24%, lo que representó una pérdida neta de 140.000 puestos de
trabajo (cepal, 1997). En ese mismo período, el sector comercio, que tradicionalmente
ocupa una importante porción de la mano de obra, también sufrió una importante
reestructuración, sobre todo una mayor concentración de la actividad en estable-
cimientos de gran escala.
El gráfico 1 muestra el notable incremento en los niveles de desempleo abierto
desde 1980 hasta 2003, el cual afectó con mayor intensidad a los hogares bajo la
línea de pobreza.11

Gráfico 1. Tasas de desempleo abierto. Área Metropolitana de Buenos


Aires, 1980-2003

Fuente: Encuestas Permanentes de Hogares.

A partir del año 2003, con la incipiente mejora de la economía, el altísimo nivel de
desempleo evidenciado en el año 2002 comienza a decrecer de forma significativa.
La tasa de desempleo abierto para el total del amba, que alcanzó el 22% en mayo de
2002, se reduce al 16,4% en tan solo un año.

11
En los aglomerados urbanos más importantes del país, en el año 2000, mientras que la
tasa de desempleo de los hogares en los dos deciles de ingresos per cápita más bajos era del
44,6% y 27,1%, la de los hogares en el noveno y décimo era tan solo del 7,5% y del 2,7% (Altimir,
Beccaria y González Rozada, 2002).

156
Buenos Aires, neoliberalismo y después

La oferta laboral también sufrió transformaciones


Uno de los cambios más salientes que tuvo lugar durante el período fue la acele-
ración en el ritmo de incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo. Así, por
ejemplo, durante los primeros años de la década de 1990 el aumento en la tasa de
participación femenina fue superior al incremento experimentado durante toda la
década de 1980. En la actualidad, en el amba, 6 de cada 10 mujeres de entre 20 y 49
años forman parte de la fuerza de trabajo.12
Si bien las explicaciones tradicionales sobre el incremento de la participación
económica femenina enfatizan los efectos positivos del mejoramiento en los niveles
educativos, los cambios en los valores culturales sobre los roles de género y la expan-
sión y diversificación de ciertas actividades económicas, como es el sector terciario,
estas razones aparentan ser insuficientes para explicar la celeridad del cambio
ocurrido. En particular, si se toma en cuenta que la mayor propensión a trabajar de
las mujeres coincidió con un aumento significativo en la tasa de desempleo abierto.
La incorporación de mujeres a la fuerza de trabajo, tanto como empleadas o
desocupadas, se ha vinculado al creciente desempleo e inestabilidad laboral de los
varones jefes de hogar. Cerrutti (2000) encontró que en aquellos hogares cuyos jefes
habían pasado de ser ocupados a ser desocupados o inactivos, la probabilidad de que
las mujeres se incorporaran al mercado de trabajo era mucho más elevada que en los
hogares donde los jefes permanecían inactivos. También durante la década de 1990
cobró mayor importancia la codependencia de los comportamientos laborales de
los miembros de las parejas.13 Wainerman y Cerrutti (2001) mostraron cómo tanto
la condición de actividad de los maridos como el tipo de ocupación (más o menos
inestable o precaria) fueron cobrando mayor relevancia –en comparación con va-
riables familiares como el número y edad de los hijos– en los modelos explicativos
de la decisión de las mujeres de participar en el mercado de trabajo.

La creciente importancia del trabajo asalariado desprotegido


Otro de los fenómenos más significativos que caracterizan a los cambios experimen-
tados en el mercado de trabajo urbano argentino ha sido el aumento sistemático
del empleo desprotegido o “precario”.14 Una clara indicación de este fenómeno se
manifiesta en el incremento significativo de trabajadores sin beneficios laborales

12
Salvo otra indicación, los datos que se presentan sobre la evolución de los mercados de tra-
bajo provienen de diferentes relevamientos de la Encuesta Permanente de Hogares, relevada
por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
13
En Buenos Aires, las familias con doble proveedor aumentaron del 25,5% en 1980 al 45,3%
en 2000 (Wainerman y Cerrutti, 2001).
14
Cabe señalar que desde 1980 al año 2000, la composición sectorial de la mano de obra varió
en forma considerable. La proporción de trabajadores en la industria manufacturera en el
amba descendió del 31,7% al 17,4%.

157
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

(contribución a la seguridad social, seguro médico, etcétera) entre los asalariados.


La incidencia de este tipo de empleo creció en forma sistemática desde la década de
1980 en adelante. El porcentaje de asalariados protegidos (con todos los beneficios
laborales) pasó del 67% en 1980 al 55,7% en 2001. Fue aún más dramática la evolución
de quienes no cuentan con dichos beneficios: del 12,8% al 35,8%.
Tradicionalmente, han sido los pequeños establecimientos (los que ocupan
hasta 5 empleados) en donde se concentra la mayoría del trabajo asalariado precario.
En ellos durante las últimas dos décadas el porcentaje de asalariados desprotegidos
más que se duplicó (del 34,3% al 71,4%). Cabría, sin embargo, señalar que el proceso
de precarización también alcanzó a los asalariados que trabajan en establecimientos
de mayor tamaño (ver cuadro 2).

Cuadro 2. Área Metropolitana de Buenos Aires. Evolución del trabajo


asalariado desprotegido por tamaño de establecimiento

Beneficios laborales 1980 1991 2001

Total de trabajadores asalariados 100 100 100

Con algunos beneficios 20,2 11,8 8,5

Con todos los beneficios 67,0 59,1 55,7

Sin beneficios 12,8 29,1 35,8

Asalariados en establecimientos
100 100 100
de hasta 5 ocupados
Con algunos beneficios 32,3 14,9 9,0
Con todos los beneficios 33,3 26,4 19,6
Sin beneficios 34,3 58,6 71,4
Asalariados en establecimientos
100 100 100
de entre 6 y 99 ocupados
Con algunos beneficios 18,8 10,6 8,0
Con todos los beneficios 73,5 70,4 65,2
Sin beneficios 7,7 19,0 26,8
Asalariados en establecimientos de
100 100 100
más de 100 ocupados
Con algunos beneficios 12,0 9,3 8,9
Con todos los beneficios 85,7 87,2 83,7

Sin beneficios 2,3 3,5 7,4

Fuente: Encuesta Permanente de Hogares, octubre 1980, 1991, 2001.

158
Buenos Aires, neoliberalismo y después

En el amba, la probabilidad de ser un asalariado desprotegido se ha duplicado


entre 1980 y 1991 y algo similar ocurrió entre 1991 y 2001.15 Tanto en el pasado como
en el presente el ser un asalariado desprotegido se encuentra negativamente asocia-
do tanto con la edad como con el nivel educativo. Es decir, son los asalariados más
jóvenes y los que tienen niveles educativos más bajos quienes con mayor frecuencia
se encuentran en esa situación. Asimismo, los sectores en los que más se concentra
el empleo desprotegido son la construcción y los servicios personales.

Cambios en el sector informal


En la Argentina, durante la etapa de sustitución de importaciones, el sector informal
–entendido como aquel que concentra actividades de tamaño reducido y baja pro-
ductividad, generadas por un excedente en la oferta de trabajo– fue, en comparación
con otros países de América Latina, relativamente pequeño. Esto no significa que la
relevancia de actividades desarrolladas en pequeña escala (empresas pequeñas y
medianas) fuera insignificante. Por el contrario, estas empresas, aun las comandadas
por trabajadores por cuenta propia, han tradicionalmente concentrado una porción
considerable de la fuerza de trabajo urbana.
Sin embargo, debido a varias razones, estas actividades en conjunto no podían
ser consideradas como típicamente “informales”. Por un lado, la Argentina se ha
caracterizado de modo histórico por tener tasas de crecimiento poblacional rela-
tivamente bajas, y en consecuencia, una menor presión de la oferta de trabajo en
comparación con otros países de la región. Por el otro, debido a la estructura social
del país. La Argentina fue por muchas décadas un país próspero, con una estructura
social caracterizada por una extensa clase media. En gran medida, estas actividades
de pequeña escala se desarrollaban por y para atender las necesidades de la clase
media. La fuerza de trabajo integrada a dichas actividades tenía, en general, niveles
de calificación medios y una porción relevante contaba con beneficios laborales.
Con la crisis del modelo sustitutivo y el deterioro general en las condiciones
del mercado de trabajo, las características del empleo en pequeña escala, así como
el trabajo independiente, comenzaron a cambiar. Desde 1980 hasta 1991, cuando
comenzaron a aplicarse las políticas de ajuste estructural y de desregulación y
liberalización de la economía, estas actividades comenzaron en forma creciente
a cumplir un rol de “refugio” de trabajadores despedidos del sector formal o de
aquellos que no podrían encontrar un empleo favorable. Así, por ejemplo, para el
amba, la proporción de trabajadores en actividades en empresas con menos de 6
empleados, incluyendo a los trabajadores por cuenta propia, se incrementaron del

15
Estos datos fueron estimados a partir de una regresión logística que integra datos correspon-
dientes a 1980, 1991 y 2001, y que predice la probabilidad de ser un trabajador desprotegido,
manteniendo constante una serie de variables sociodemográficas (ver columna 4 de la tabla
1, Anexo).

159
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

44,9% al 54,5%. Este aumento coincidió con un cambio sectorial de la mano de obra,
es decir, con una disminución de trabajadores en la industria manufacturera y un
incremento de trabajadores en actividades de tipo terciarias. En 1991 la probabilidad
de trabajar en pequeños establecimientos fue un 25% más alta que en 1980, eviden-
ciando así el rol relevante que cumplieron estas actividades.16
A partir de 1991 el sector de actividades independientes y pequeñas empresas
perdió en gran medida su capacidad para absorber trabajadores desocupados o
desplazados del sector formal. Este proceso se relaciona con el hecho de que las
actividades informales tanto en la industria como en el comercio comenzaron a
tener grandes dificultades para competir en un mercado crecientemente inundado
por productos importados y por una caída en la capacidad de compra de los sectores
bajos debido al desempleo. Extensos sectores económicos se vieron afectados por
la apertura unilateral de la economía, como la industria del vestido y del calzado,
y los servicios de reparación, entre otros. El pequeño comercio también se vio
negativamente afectado por la radicación de supermercados y shoppings centers. El
desplazamiento masivo de trabajadores, junto con la presión de la fuerza de trabajo
en búsqueda de empleo para compensar la pérdida en los niveles de vida familiar
comenzaron a poner en evidencia la creciente dificultad del sector informal para
actuar como refugio de la mano de obra.
Durante la década de 1990 se da entonces una situación algo paradójica: el
sector informal no solo no aumenta, sino que parece disminuir al mismo tiempo
que el desempleo llega a un récord histórico, y que persiste el incremento del trabajo
asalariado desprotegido, aun en los establecimientos formales.17
Datos sobre los factores sociodemográficos asociados al trabajo en estas ac-
tividades indicarían que ha tenido lugar una modificación en su composición, y
que actualmente en su conjunto estarían ganando mayor relevancia aquellas de
carácter más marginal.18

16
Se refiere a actividades en pequeña escala no profesionales. Dicha probabilidad fue esti-
mada a partir de un modelo de regresión logística con datos de 1980, 1991 y 2001. Predice la
probabilidad de trabajar en establecimientos de hasta 5 ocupados, manteniendo constante
el efecto de una serie de factores tales como el sexo, la edad, el nivel educativo y la rama de
actividad (ver columna 4, tabla 2, Anexo).
17
El análisis multivariado que controla por el efecto de los cambios en la composición de la
mano de obra muestra que, durante los noventa, la probabilidad de trabajar en actividades
no profesionales en pequeña escala o como trabajador por cuenta propia no aumentaron
respecto de la década de 1980 (columna 4, tabla 2, Anexo).
18
Si bien tradicionalmente son las mujeres y las personas de mayor edad quienes tienen las
probabilidades más elevadas de ser trabajadores en actividades no profesionales de pequeña
escala, el rol del capital humano ha venido tornándose más significativo. Quienes termina-
ron la escolaridad secundaria tienen hoy una probabilidad menor con relación a los menos
educados de trabajar en el sector informal. Estos resultados podrían sugerir un cambio en la

160
Buenos Aires, neoliberalismo y después

Un mercado de trabajo mucho más vulnerable


Al establecer una tipología de situaciones laborales en el Área Metropolitana de
Buenos Aires y examinar su evolución a lo largo del tiempo surge un resultado dra-
mático (ver cuadro 3). Tomando a la fuerza de trabajo en su conjunto, se observa que
dentro de la población económicamente activa, el conjunto de personas en situación
laboral vulnerable (es decir, los desempleados, los trabajadores por cuenta propia
de baja calificación y los trabajadores asalariados desprotegidos) han pasado de ser
de menos de un tercio en 1980 a la mitad del total en 2001.

Cuadro 3. Área Metropolitana de Buenos Aires. Evolución


de la población económicamente activa y población ocupada
por tipo de trabajo

Tipo de trabajo 1980 1M1 2001

Patrón calificado 2,3 2,4 2,8 3,0 2,7 3,4

Patrón no calificado 3,2 3,3 2,7 2,8 1,3 1,6

Trabajador por cuenta propia calificado 5,8 5,9 8,6 9,2 7,5 9,4

Trabajador por cuenta propia no calificado 17,4 17,9 17,2 18,3 11,2 14,0

Trabajador familiar no remunerado 1,1 1,1 0,8 0,9 0,6 0,7

Trabajador asalariado, pequeña escala, sin


5,9 6,0 12,2 13,0 12,5 15,6
beneficios

Trabajador asalariado, pequeña escala, con


11.2 11,5 8,6 9,2 5,0 6,2
beneficios

Trabajador asalariado, escala media y


2,8 2,9 5,8 6,2 7,8 9,8
grande, sin beneficios

Trabajador asalariado, escala media y


47,6 49,0 35,2 37,5 31,4 39,3
grande, con beneficios

Total empleados 97,2 100,0 93,9 100,0 79,9 100,0

Desempleados 2,8 6,1 20,1


Total PEA 100,0 100,0 100,0

Fuente: Encuesta Permanente de Hogares, 1980, 1991 y 2001.

naturaleza de las actividades informales. Pareciera que con el tiempo en el conjunto de estas
actividades han ido ganando relevancia aquellas más marginales (ver tabla 2, Anexo).

161
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Dentro de estas situaciones laborales vulnerables la más relevante es el crecimiento


de la desocupación (del 2,8% al 20,1%). En términos de incrementos relativos no es
nada despreciable el aumento de trabajadores asalariados en establecimientos me-
dianos y grandes desprotegidos (del 2,8% al 7,8%) y de los trabajadores asalariados
en establecimientos pequeños sin protección laboral (del 5,9% al 12,5%).

1.3. Evolución de la pobreza y de la distribución del ingreso


El deterioro en las condiciones del mercado de trabajo trajo como consecuencia un
incremento en la segmentación social y un crecimiento sostenido en la desigualdad
social y en los niveles de pobreza. En el amba, la creciente inequidad de ingresos
queda claramente evidenciada en la evolución del coeficiente de Gini (gráfico 2).
Para los ingresos per cápita totales dicho coeficiente pasó de 0,411 en 1980, al 0,437
en 1990, alcanzando un 0,446 en 1997 (Altimir y Becaria, 2001). Si dicho coeficiente
se estima para los ingresos per cápita del hogar, el incremento de la desigualdad es
aún más pronunciado (del 0,343 en 1980 al 0,475 en 1997).

Gráfico 2. Desigualdad del ingreso per cápita en los hogares del Área
Metropolitana de Buenos Aires

Fuente: Altimir y Beccaria, 2001.

Los motivos por los cuales tuvo lugar un incremento en la desigualdad fueron va-
riando a lo largo de la década de 1990 de acuerdo con la evolución económica y del
mercado de trabajo.
Tres serían los factores que darían cuenta de dicha evolución: la variación en
los ingresos mensuales de los ocupados, el nivel de actividad de los miembros del ho-
gar y el nivel de empleo de los miembros activos del hogar. Dos estudios recientes19

19
Ver Altimir y Beccaria (2001) y Altimir, Beccaria y González Rozada (2002).

162
Buenos Aires, neoliberalismo y después

concluyen que durante los primeros años de la década de 1990, la rápida estabiliza-
ción de la economía y sus impactos macroeconómicos trajeron como consecuencia
una recuperación en los niveles reales de las remuneraciones, en particular para
aquellos trabajadores con bajos ingresos y bajos niveles educativos. Sin embargo, la
reestructuración de sectores económicos (particularmente la manufactura) que se
llevó a cabo durante los primeros años de la década tuvo consecuencias negativas
en la evolución del desempleo abierto. Gran parte del incremento en la desigualdad
durante dichos años se debió entonces a la expansión del desempleo. En los años
subsiguientes el factor que más contribuirá al incremento de la inequidad será una
creciente diferenciación en los niveles de remuneraciones, fundamentalmente
debido a los altos ingresos relativos de trabajadores con alta calificación.
La evolución en los niveles de pobreza, medidos a partir de la línea de pobreza,
fue un tanto diferente. La crisis hiperinf lacionaria ocurrida en 1989 había dejado a
un número muy significativo de los hogares bajo la línea de pobreza. En este sentido,
el proceso de estabilización económica condujo a una baja muy significativa en la
tasa de inf lación. Consecuentemente, la leve recuperación de los salarios eviden-
ciada en los primeros años de la década impactó en una reducción significativa en
los niveles de pobreza (gráfico 3).

Gráfico 3. Porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza.


Área Metropolitana de Buenos Aires

Fuente: datos del indec: www.indec.mecon.gov.ar. Se refiere a datos de mayo de cada año.
GBA
1: Avellaneda, General San Martín, Lanús, Lomas de Zamora, Morón (dividido en Morón,
Hurlingham e Ituzaingó), Quilmes, San Isidro, Tres de Febrero y Vicente López. GBA 2: Almi-
rante Brown, Berazategui, Esteban Echeverría (dividido en Esteban Echeverría y Ezeiza), Gral.
Sarmiento (dividido en José C. Paz, Malvinas Argentinas y San Miguel), Florencio Varela, La
Matanza, Merlo, Moreno, San Fernando y Tigre.

163
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

A partir de 1994, y como resultado del creciente desempleo abierto, el número rela-
tivo de hogares bajo la línea de pobreza comenzó a crecer. Si bien el aumento de la
pobreza se dio en toda el amba, fue aún más intenso en los cordones económicamente
más desfavorecidos. Desde 1995 hasta el año 2000 los niveles de pobreza siguieron de
cerca a los ciclos económicos. En el año 2001, unos meses antes de la crisis político-
institucional, los niveles de pobreza alcanzaron niveles cercanos a los detectados
durante la crisis de hiperinflación en 1989. En octubre de 2002, el 42,3% del total
de hogares del amba (incluyendo la Ciudad de Buenos Aires) se encontraba bajo la
línea de pobreza. A partir de dicha fecha, con la incipiente mejora en la situación
económica, el porcentaje de hogares pobres comienza a reducirse. Así, en mayo de
2003, dicho porcentaje decrece al 39,4%.

1.4. Las políticas remediales de combate a la pobreza


Con anterioridad a la década de 1990, Argentina se caracterizaba, en términos de
sus políticas sociales, por contar con un sistema universalista de provisión pública
de educación y salud, un sistema de seguridad social ligado al empleo con grandes
dificultades de financiamiento a largo plazo y con una legislación laboral protectora
en discusión.
Este esquema fue modificado a partir del nuevo paradigma ideológico para
el cual:
... la prioridad del Estado en los años noventa en el área de políticas sociales
no fue atender necesidades sociales de la población carenciada, sino más bien
atender requerimientos institucionales y corporativos de distintos actores
(gobiernos locales, provinciales, organismos multilaterales), la necesidad de
mantener una serie de equilibrios y compromisos, de no perder apoyo político
de sindicatos y gobernadores del mismo partido (Acuña, Kessler y Repetto,
2002: 52).

Una característica de la década fue entonces la fragmentación y dispersión de progra-


mas sociales. Tanto la pobreza como el desempleo inicialmente no formaban parte de
la agenda social del gobierno. Sin embargo con el correr del tiempo y el deterioro en
los indicadores sociales, fueron constituyéndose en aspectos a ser atendidos desde
el ámbito de la política social.20
En un marco de creciente desempleo y protestas sociales comenzaron a
ponerse en práctica una serie de planes de fomento al empleo, todos ellos de baja
cobertura y corta duración (Goldbert, 1998). Estos planes de empleo transitorio con

20
En el año 1998 se contabilizan alrededor de 60 programas sociales de combate a la pobreza,
dependientes de diferentes áreas de gobierno, muchos de ellos con objetivos similares (Acuña,
Kessler y Repetto, 2002).

164
Buenos Aires, neoliberalismo y después

una remuneración mínima, entre los cuales se destaca el Plan Trabajar en sus di-
versas fases, llegaron a contar con una población promedio mensual beneficiaria
de 125.000 personas en el año 1997. Dicha cifra de beneficiarios, sumada a la de la
prestación promedio mensual del Seguro de Desempleo (en alrededor de 95.000),
resultaba insignificante cuando se la comparaba al número total de trabajadores
desocupados en situación de pobreza.21 En 1997 solo el 13,7% del total de desocupados
era beneficiario de un plan de empleo o contaba con seguro de desempleo.
Aunque no es nuestro objetivo brindar una visión comprensiva de las políticas
sociales a lo largo de la década de 1990,22 queremos resaltar un hecho relevante que
tendrá consecuencias de gran envergadura en las formas de protesta y organización
popular en la Argentina de hoy. En el año 2002, como respuesta a la movilización
social y política que conmovió al país, se creó por decreto el “Programa Jefas y Je-
fes de Hogar Desocupados”. Este programa nacional fue diseñado por el gobierno
de transición luego de la crisis de diciembre de 2001. El Plan tiene una amplísima
cobertura y brinda un ingreso mínimo mensual a sus beneficiarios, quienes como
contrapartida deben realizar actividades que pueden ser productivas, comunitarias
o de formación.
El programa establece una gestión descentralizada, otorgando a los gobiernos
locales –municipios y comunas– un rol relevante en la administración de proyectos y
beneficiarios. Desde sus propios diseñadores, el nuevo plan se inscribe en una nueva
lógica de la política social, “diferente a la que caracterizó buena parte de los planes
y programas implementados a partir de la década de 1990, asociados al desarrollo
de acciones focalizadas dirigidas a grupos más vulnerables del mercado de trabajo”
(Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 2003: 21). El programa, a dife-
rencia de las políticas focalizadas, postula un alcance al universo de desocupados.23
En comparación con el alcance de los programas que se habían venido imple-
mentando, este tiene una cobertura muy significativa. Así, por ejemplo, si durante
los últimos años de 1990 y hasta 2002 el número promedio de beneficiarios mensua-
les de los programas de empleo de características similares al Plan Jefas y Jefes era
de alrededor de 100.000 personas, con la puesta en práctica del plan dicho número
aumentó a 1.400.000 personas en 2002 y a 2.300.000 en marzo de 2003.
Como se verá a lo largo de la segunda parte del artículo, la instauración del
programa y sus formas particulares de distribución de beneficios ha tenido una
serie de consecuencias en la dinámica de las organizaciones populares.

21
En 1997 el número de trabajadores desocupados superaba el 1.700.000.
22
Para mayores detalles sobre la política social en la Argentina de la década de 1990, ver Acuña,
Kessler y Repetto, 2002; Cortes y Marshall, 1999.
23
Los requisitos para acceder a un plan son: condición de jefe/a de hogar desocupado; tener
hijos menores a cargo o hijos discapacitados a cargo o hallarse en estado de gravidez o ser
mayor de 60 años y no contar con beneficios jubilatorios; acreditar la condición de escolari-
dad regular de los hijos menores y el cumplimiento de controles sanitarios correspondientes.

165
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

1.5. Las transformaciones en el delito


Las transformaciones socioeconómicas analizadas tienen incidencias múltiples
en las creencias y las prácticas socioculturales. Este incremento del desempleo y
la exclusión conlleva una verdadera transformación de la cotidianidad y de los
horizontes de sentido. El fin de la sociedad salarial implica el fin de un tipo de lazo
social, del disciplinamiento industrial y de las formas de organización obrera que la
caracterizaba. Esto implica que si los modos de exclusión son diferentes, también lo
son las prácticas sociales relacionadas. En relación con el delito esto tiene una doble
incidencia: por una parte, un aumento y cambio de las prácticas delictivas; por otra,
una nueva percepción y significación social del delito.
Históricamente, Buenos Aires se ha caracterizado por sus bajas tasas de delito,
en especial cuando se la compara con otras áreas metropolitanas de la región. Esta
situación cambió radicalmente durante la década de 1990, cuando, acompañando
el proceso de deterioro social y político, dichas tasas aumentaron muy significa-
tivamente. Si bien son múltiples los factores que fundamentan dicho incremento,
no es sorprendente la alta asociación entre la evolución de las tasas de delito y el
deterioro en el mercado de trabajo, en particular el aumento del desempleo abier-
to y el subempleo. Datos oficiales muestran esta evolución del delito: entre 1991 y
2001 para el país en su conjunto la tasa de delito más que se duplicó (gráfico 4). El
incremento fue aún muy superior en la ciudad de Buenos Aires, la región más rica
del país, para la cual la tasa de delito creció para el mismo período cuatro veces.

Gráfico 4. Tasa de delito (por 100.000 habitantes)


Tasa

Fuente: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Informe Anual de Estadísticas Policiales,


2001.

166
Buenos Aires, neoliberalismo y después

El delito contra la propiedad que representa aproximadamente dos tercios del total
de delitos, subió un 113% para el país en su conjunto, un 340% para la ciudad de
Buenos Aires y un 160% para el resto de la provincia de Buenos Aires. Dentro de las
localidades bonaerenses del Área Metropolitana, el delito se incrementó con mayor
intensidad en aquellas más afluentes (gráfico 5).

Gráfico 5. Tasa de delito contra la propiedad (por 100.000 habitantes)

Fuente: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Informe Anual de Estadísticas Policiales,


2001.

Los datos sobre victimización –provistos por el Ministerio Nacional de Justicia y


Derechos Humanos– muestran una evolución un tanto diferente a la observada
mediante las tasas de delito oficiales. Por un lado, dan cuenta de que un alto por-
centaje de la población ha declarado ser víctima de delito. Así, por ejemplo para el
año 2001 el 39,6% de los residentes en la Ciudad Capital y el 39,3% de los residentes
en el conurbano bonaerense declararon haber sido víctima de algún delito.24 Esta
incidencia superior del delito que arrojan las cifras sobre victimización se debe en
gran medida a la falta de denuncia policial por parte de las víctimas.25 Al igual que
lo observado con relación a las cifras oficiales sobre delitos, la vasta mayoría de las

24
Para las localidades del conurbano bonaerense los datos corresponden al año 2000. Delito
incluye: todo tipo de crimen contra la propiedad, vandalismo, ofensas sexuales, corrupción,
ataques y amenazas personales (datos provenientes del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, 2001 y 2002).
25
Así, por ejemplo, en el año 2000 solo el 7,4% de las personas que declararon haber sido
víctimas de delito efectuaron la denuncia policial.

167
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

víctimas declaran que se trató de delitos contra la propiedad.26 Asimismo, los datos
sobre victimización muestran que son las personas con mayores niveles socioeco-
nómicos las que han tenido más chances de ser víctimas de delitos.
Di Tella, Galiani y Schargrodsky (2002), por su parte, analizaron la relación
existente entre victimización y distribución de los ingresos. Utilizando una en-
cuesta retrospectiva sobre victimización examinaron la evolución del crimen de
acuerdo con el nivel socioeconómico de las víctimas. Encontraron que en el caso
de robo a la vivienda, fueron los pobres quienes sufrieron el mayor incremento. En
el caso de robo callejero ambos grupos sufrieron una evolución similar. Según los
autores, este hallazgo es consistente con el hecho de que son los sectores económi-
camente más af luentes los que pueden proteger sus hogares con sistemas costosos
de seguridad. También encontraron que no existen diferencias en la probabilidad
de denunciar los hechos delictivos por parte de ambos grupos ni en su acceso a la
Justicia.
Otros estudios muestran transformaciones en la forma que adquiere el delito
en sí, en particular el uso de la violencia. En el siglo xx se había producido una
dosificación de la violencia criminal. El delito tendía a profesionalizarse, se incre-
mentaban los crímenes dolosos frente a los pasionales y la violencia era regulada en
función de la necesidad ante el objetivo. “Sólo maté cuando era necesario” explicaba
un delincuente (Isla, 2002). En contraste, en la Argentina durante la década de 1990
se revierte la tendencia a la disminución de violencia en el dolo, aumentando la
tasa de homicidios en el momento de cometer el delito (Gayol y Kessler, 2002: 30-31).
Por su parte, Kessler encontró que jóvenes de sectores populares testimonian
el cambio de una lógica del trabajador a la lógica del proveedor, donde la legitimidad
del ingreso no se establece por su origen sino con relación a que satisfaga algún tipo
de necesidad. Eso implica que delito y trabajo no se contraponen, sino que se arti-
culan en diversas formas intermedias entre legalidad e ilegalidad (Kessler, 2002).
Por último, hay un cambio importante en las representaciones sociales acerca
de la delincuencia y la inseguridad.
Las clases subalternas –o fracciones de ellas– vuelven a ser peligrosas, pero
ahora no por ser trabajadores, sino justamente, por haber dejado de serlo. No
es ya la masa como un cuerpo gigantesco al que se tema, sino a individuos
anémicos y desocializados; el riesgo es más de implosión que de explosión
social (Gayol y Kessler, 2002: 18).

En la mayor parte de las encuestas de opinión pública desde fines de los años noventa
hasta 2003 el tema número 1 de la agenda es el desempleo y el número 2 la insegu-
ridad. En contraste con estas percepciones muy relacionadas a los discursos de los

26
Mientras que en la Ciudad de Buenos Aires el 73,5% de las víctimas de delito corresponden
a delitos contra la propiedad, en las localidades bonaerenses dicho porcentaje es del 86,8%.

168
Buenos Aires, neoliberalismo y después

medios de comunicación, puede señalarse que en el estudio etnográfico que hemos


realizado en cuatro barrios populares de Buenos Aires (ver infra) la distancia entre
la preocupación por el desempleo y por la inseguridad es mucho mayor. La insegu-
ridad es un problema ubicado después de la alimentación, la salud, la vivienda o el
nivel de ingresos. Considerando los ocho barrios visitados por nuestro equipo, solo
en uno había problemas abiertos y muy serios con la seguridad.
En ninguno de estos barrios ha habido acciones colectivas respecto de la
inseguridad, aunque sí hubo protestas muy acotadas en dos barrios populares del
conurbano durante 2003. En los sectores populares la “inseguridad” no se asocia
necesariamente al delito realizado por pobres, sino también al miedo que genera la
policía. Son comunes las denuncias por maltrato policial, las protestas por casos de
asesinatos realizados por policías (práctica conocida popularmente como “gatillo
fácil”), así como por la inacción o complicidad policial ante situaciones delictivas.

1.6. La expresión espacial de los cambios sociales


Los cambios macroeconómicos y sus efectos en la creciente segmentación y polariza-
ción social tuvieron su expresión en el espacio, tanto en términos sociodemográficos
como socioculturales. Los cambios en el modelo económico reforzaron las tenden-
cias en el proceso de urbanización puestas de manifiesto algunas décadas atrás. La
Argentina históricamente se caracterizó por su altísima y temprana urbanización27
y por una significativa primacía de Buenos Aires.28 Sin embargo, desde hace varias
décadas, la tendencia es a la disminución de la importancia relativa de Buenos Aires
en el concierto urbano.
Tanto factores demográficos como económicos y sociales contribuyen a ex-
plicar la baja en el peso relativo y la pérdida de atracción del amba.29 La situación
del mercado de trabajo generó que la principal metrópolis no atrajera migrantes
internos con la misma intensidad con que lo había hecho en las décadas de 1950 y
1960. Además, para un vasto sector de la sociedad, la calidad de vida en la principal
metrópolis disminuyó no solo a consecuencia de la falta de empleos adecuados, sino
también debido a un deterioro significativo en los servicios y la infraestructura

27
Así, por ejemplo, en 1970 el porcentaje de población que residía en áreas urbanas en la
Argentina ascendía al 79,2%.
28
En 2001 el 36,1% de la población total del país y el 45,5% de la población urbana residen en
el amba. En 1970 dicha concentración era aún superior. En 1970 el índice Ginsburg, que indica
el porcentaje de población residiendo en el Área Metropolitana más importante dentro del
total de las cuatro mayores, ascendía al 80,2%.
29
El peso relativo de Buenos Aires dentro del conjunto de áreas urbanas decreció sistemáti-
camente (45,5% en 1970, 42,9% en 1980, 39,7% en 1991 y 37,2% en 2001). Consecuentemente,
crecieron en importancia relativa las ciudades de tamaño intermedio (datos provenientes del
indec, Censos Nacionales de Población 1970, 1980, 1991 y 2001).

169
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

pública.30 También hubo cambios pronunciados en la organización socioespacial


del amba . Buenos Aires es una ciudad cuya organización espacial se encuentra
estrechamente relacionada con los sectores socioeconómicos. Un empleado o pro-
fesional de clase media puede pasar meses o años sin ver las villas miseria ubicadas
fuera de sus circuitos cotidianos. Las áreas en las que viven y trabajan los sectores
medios y altos se encuentran relativamente cercanas al Río de la Plata y hacia el
norte de la ciudad. A medida que aumenta la distancia respecto del río y del norte
tiende a descender en forma paulatina el nivel socioeconómico de la población.
Así, Buenos Aires produce entonces un sentido territorial en degradé con algunas
fronteras imperceptibles –aunque significativas– y otras más evidentes. La frontera
más relevante es la que separa la Capital Federal (donde viven menos de 3 millones
de personas) del Conurbano (donde viven más de 8 millones) y, por lo dicho antes,
especialmente el límite al sur de la Capital.
Buenos Aires contrasta con ciudades como Río de Janeiro –u otras ciudades
brasileñas– en las que desde los edificios más lujosos pueden verse las favelas. Por
otra parte, en las “villas miseria” de Buenos Aires la convivencia entre personas y
grupos de diferentes países y provincias contrasta con los guetos étnico-raciales
de los Estados Unidos. Tradicionalmente, la relación entre territorialidad y etni-
cidad estuvo marcada por el modelo del convent illo, espacio donde los migrantes
de los países más diversos compartían su vida conf lictivamente. De esta manera,
el nivel socioeconómico se asoció con la territorialidad mucho más que cualquier
otro elemento.31
En la última década se intensificó la apropiación diferencial de los espacios
por parte de los distintos sectores sociales, generando una creciente segmentación
socioespacial.
Para contextualizar las tendencias recientes, habría que remarcar que la ex-
pansión poblacional en las áreas periféricas del Área Metropolitana fue estimulada
durante la etapa sustitutiva por políticas redistributivas que promovían el acceso
a la vivienda por parte de la clase media y la clase trabajadora (Torres, 1993). Esta
expansión urbana se dio de una manera muy heterogénea. La carencia de planifica-
ción urbana generó un uso de espacio incompatible, una deficiente articulación de
vías de circulación y un insuficiente equipamiento e infraestructura urbanas. Como
era de esperar, este proceso originó una apropiación diferencial del espacio urbano:
las clases medias y altas residiendo en áreas con mejores localizaciones ecológicas
y la clase trabajadora en áreas problemáticas desde el punto de vista ecológico.

30
Históricamente ha habido grandes disparidades en los niveles de vida, servicios e infraes-
tructura entre la ciudad de Buenos Aires y las localidades del conurbano bonaerense. Así, por
ejemplo, en 1980 mientras en la ciudad de Buenos Aires el porcentaje de hogares con necesi-
dades básicas insatisfechas (nbi) era del 7,4% en el conurbano ascendía al 21,9%.
31
Esto se ha desarrollado más extensamente en Grimson, 2003b.

170
Buenos Aires, neoliberalismo y después

Con el tiempo este proceso se fue intensificando.32 Durante la década de 1980


las demandas populares por la tierra fueron crecientemente planificadas (Merklen,
1991). Se multiplicaron las organizaciones populares para la toma de tierras y para la
demanda de su regularización. El deterioro socioeconómico y los cambios políticos
implicaron un cambio en las acciones de los movimientos populares. Los actores
políticos comenzaron a enfatizar lo “local” y lo “gestionario” (Torres, 1993). Durante
la década de 1990, debido a las condiciones económicas adversas sufridas por gran
parte de la población, la expansión urbana se desaceleró. La venta de parcelas y los
asentamientos ilegales disminuyeron (Clichevsky, 2001).
La principal tendencia urbana fue la polarización residencial, tanto dentro de
la Capital Federal como en las localidades suburbanas.
Podría sostenerse que así como a partir de mediados de la década de 1980 los
actores sociales más relevantes en la definición de espacios sociales fueron los po-
bres, en la de 1990 serán los ricos. En la ciudad de Buenos Aires, entre 1991 y 1999 el
número de viviendas de lujo se incrementó más de cuatro veces (datos provenientes
de Torres, 2001), y el número de viviendas simples o regulares decreció más del 10%.
Asimismo, y contrastando con lo anterior, el número de personas viviendo en villas
miseria dentro de la ciudad capital aumentó de 11.157 en 1983, a 39.897 en 1987-1990
y a 59.977 en 1993-1995.
El proceso de suburbanización de las élites se intensificó. En búsqueda de am-
bientes más naturales, seguros, homogéneos desde el punto de vista social, y con me-
jor equipamiento que el provisto por el Estado, las élites se mudaron a comunidades
cerradas (barrios cerrados o countries clubs). El crecimiento de estas comunidades
fue abrumador,33 y concentrado mayormente en unas pocas localidades. En dichas
localidades cohabitan entonces grupos de muy altos y muy bajos ingresos. Estos
últimos son los que proveen de los servicios personales necesarios a los primeros.
Durante el período 1990-1998, 2000 millones de dólares fueron invertidos por
capitales privados en la construcción de autopistas (Cicolella, 1999). Mediante ellas,
los sectores de altos recursos llegan cómodamente a sus comunidades cerradas sin
tener siquiera un contacto más directo con los pobres suburbanos. La gran mayoría
de la inversión privada durante esos años fue entonces dirigida a la construcción de
centros comerciales, comunidades cerradas, hipermercados y hoteles. Como sostiene

32
Así por ejemplo, durante el último gobierno militar (1976-1983), se implementaron políticas
por las cuales, bajo el principio de “la Ciudad para quien la merece”, la población residente en
villas miseria o de emergencia fue desplazada al conurbano bonaerense (Oszlak, 1991). También
se introdujeron cambios en la política urbana de las localidades bonaerenses que previnieron
la ocupación de parcelas que no contaran con infraestructura y equipamiento. El efecto de
ambas políticas fue un desplazamiento de los pobres urbanos hacia la periferia y la densifica-
ción de barrios pobres y marginales tradicionales y un incipiente proceso de toma de tierras.
33
En 1994 solo 1450 familias residían en este tipo de barrios, mientras que al finalizar la década
dicho número fue estimado en alrededor de 35.000 (Torres, 2001).

171
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Cicolella (1999), la profunda polarización y fragmentación social en el amba ha sido


en gran medida originada por este tipo de inversiones.
La otra cara de la moneda ha sido el deterioro generalizado en los barrios tra-
dicionales de los sectores populares de clase baja y media. Las políticas neoliberales
también implicaron un nuevo tipo de exclusión espacial de los pobres urbanos. Los
tradicionales barrios obreros, distantes de los barrios de clase media, se convirtieron
en barrios de desocupados. En los momentos más agudos de la crisis, la suma de des-
empleo y subempleo en algunos barrios casi abarcaba a la totalidad de sus habitantes.
Eso generaba una crisis en el transporte público, y se reducían las conexiones entre
esos barrios y la ciudad.
Así, Buenos Aires parecía desplazarse del modelo del conventillo al modelo
del “gueto”. Es decir, un desplazamiento de un modelo de espacios compartidos con
fronteras simbólicas relativamente blandas a otro en el que las fronteras territoriales
duras se convierten en hegemónicas. Se trataría más bien de un gueto social, antes
que de uno étnico o racial. Esta caracterización resulta relevante ya que, como a con-
tinuación se verá, las organizaciones de desocupados son agrupamientos de vecinos
desempleados de un barrio.
Un argumento de nuestro estudio es que la segregación espacial es una condi-
ción necesaria –aunque no suficiente– para el surgimiento de nuevos movimientos
de desocupados. No hemos encontrado movimientos fuertes de desocupados en
barrios socialmente heterogéneos.34 El gueto social, paradójicamente, coadyuva al
surgimiento de esas organizaciones. Es el viejo “dormitorio obrero” devenido espacio
comunitario de la desocupación. Además, es muy frecuente la relación entre los nue-
vos asentamientos de la década de 1980 y las organizaciones “piqueteras” de fines de la
de 1990.35 Podría entonces establecerse una fuerte conexión entre el salto cualitativo
de segregación espacial –producto del neoliberalismo– y las nuevas formas popula-
res de organización popular, con sus características organizacionales e identitarias.

34
Se ha analizado la relevancia de la segregación espacial en la ciudad de Mosconi en el
noroeste argentino, una company town petrolera con fuerte cultura laboral y sindical, para
la emergencia allí de uno de los primeros y más poderosos movimientos de trabajadores
desocupados (Svampa y Pereyra, 2003).
35
Como se verá en mayor detalle en la segunda parte del trabajo en el caso de las áreas estu-
diadas etnográficamente.

172
Buenos Aires, neoliberalismo y después

Parte 2

La vida organizacional en zonas populares de Buenos Aires36


Ante este panorama social ha habido múltiples respuestas de la sociedad civil. En
distintas fases históricas existen distintos tipos de organizaciones, con diferentes
reclamos, identidades y modos de acción. La Argentina se ha caracterizado por una
fuerte tradición sindical, así como por una densa trama organizacional en los barrios.
El terrorismo de Estado de la dictadura militar implicó la muerte y desaparición de
casi una generación de líderes populares y estudiantiles. A pesar de ello, durante la
dictadura hubo diversos modos de resistencia y durante la década de 1980, ya en con-
texto constitucional, hubo intensas protestas que abarcaron cuestiones de derechos
humanos, sindicales, de vivienda y educativas.
El contraste entre el “clima” ideológico y cultural de los años setenta y de los
noventa es obviamente notorio. Si nos limitamos a considerar a las organizaciones
populares, sus modos de acción y sus reclamos, el contraste con la década de 1970 se
vincula a que los sindicatos fueron antes un actor central de la vida política argen-
tina. Incluso, durante los cinco años y medio del gobierno de Alfonsín (1983-1989) la
Confederación General del Trabajo realizó 13 huelgas generales. En cambio, la década
de 1990 se caracteriza por la pérdida del protagonismo sindical y el surgimiento de
nuevos fenómenos. Con la llegada del peronismo al gobierno en 1989 y la aplicación
extrema de las recetas neoliberales por parte del presidente Carlos Menem, los
grandes sindicatos fueron oficialistas. Integrados a la gestión gubernamental, las
negociaciones se centraron en cuestiones como el manejo de los fondos de las obras
sociales sindicales y límites a la inmigración, a la vez que el desempleo se multiplicaba
tres y hasta cuatro veces.
Durante el auge del neoliberalismo, en Argentina se generaron las condiciones
para un amplio consenso social para establecer un sistema de convertibilidad del
peso y el dólar que persistió hasta enero de 2002. Después de una oleada de huelgas y
protestas resistiendo en la medida de lo posible a la oleada privatizadora, los grandes
sindicatos (además de perder afiliados) fueron cooptados por el gobierno de corte
justicialista. Por su parte, amplios sectores medios seducidos por el acceso a bienes de
consumo mediante el crédito, y percibiendo salarios en valor dólar prestaron consen-
so a las nuevas políticas que prometían el rápido ingreso del país al Primer Mundo.37

36
Esta sección se basa en el Informe Etnográfico dirigido por Alejandro Grimson. En el tra-
bajo de campo en los barrios populares participaron también Pablo Lapegna, Nahuel Levaggi,
Gabriela Polischer, Paula Varela y Rodolfo Weelc.
37
Para comprender los motivos de este amplio consenso de la convertibilidad y el neoli-
beralismo extremo en Argentina es necesario entender las consecuencias culturales de la
hiperinflación de 1989 en la sociedad argentina (ver Grimson, 2003a).

173
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Durante los primeros años de la década de 1990 se consolidaron ciertas carac-


terísticas de las protestas sociales que ya estaban presentes desde la década anterior.
Había:
... [una] abundante movilización de recursos colectivos, [...] un grado alto de frag-
mentación y escasa durabilidad en las protestas [...], la concentración del reclamo
sindicalizado en los gremios de servicios y estatales [...], un crecimiento de la
protesta de matriz cívica, con un carácter marcadamente diversificado y con
rasgos claros de localización y singularidad. Por ende, con alta fragmentación y
escasas probabilidades de construir sujetos unificados de acción de cierta perma-
nencia en el tiempo y extensión en el espacio (Schuster y Pereyra, 2001: 59-60).

Sin embargo, a fines de la década esta situación ha cambiado. Se han constituido suje-
tos con identidades nuevas, como los piqueteros38 o las fábricas recuperadas, lejanos a
la protesta sindicalizada tradicional, pero también a los rasgos de fuerte singularidad
que dificultaban la permanencia en el tiempo y la extensión en el espacio.39
Resulta entonces necesario distinguir al menos dos momentos en la década de
1990: la primera fase de auge neoliberal (expresado en la reelección del presidente
Menem en 1995) y una fase de crisis. Creciente estancamiento económico y una franca
recesión desde la segunda mitad de 1998 se combinaron con una legitimidad política
socavada lentamente por el aumento de la pobreza, el desempleo y la corrupción.
Mientras tanto, comenzaron a emerger con diversa intensidad nuevas organizaciones
populares y nuevos modos de protesta.
Después de intensas huelgas, en los años 1989 y 1990 se produjo una notoria
caída de estas, hasta que comenzaron a incrementarse levemente, junto al aumento
de los cortes de ruta en 1997.
La crisis de legitimidad del modelo y la dramática crisis económica avanzaron
hasta su estallido en diciembre de 2001. En un contexto recesivo, con muy alto des-
empleo y crisis bancaria, el gobierno estaba inmóvil, excepto para decidir una drás-
tica restricción del acceso al dinero depositado en los bancos (el “Corralito”). En ese
contexto se produjo el “Cacerolazo” del 19 de diciembre y las movilizaciones del 20

38
En la lucha sindical el “piquete” es el dispositivo para impedir, durante una huelga, el ingreso
de personal a la empresa. Como las organizaciones de desocupados han desarrollado sus prin-
cipales luchas a través de cortes de ruta, impidiendo el tránsito de automotores, se las conoce
como organizaciones “piqueteras”. El término fue utilizado en un inicio con connotaciones
estigmatizantes en algunos medios de comunicación, pero las propias organizaciones se lo han
apropiado con sentido positivo, de aquellos que luchan y suelen cantar en sus movilizaciones
frase como “¡piqueteros, carajo!”.
39
Podría alegarse que, a pesar de identidades como “piqueteros”, continúa habiendo una
alta fragmentación. Esto es cierto, pero en rigor no se explica cómo en la fase analizada por
Schuster y Pereyra por las características de la protesta social en sí, sino por las escisiones
específicas del arco político de la izquierda y la centroizquierda en la Argentina (ver Svampa
y Pereyra, 2003).

174
Buenos Aires, neoliberalismo y después

de diciembre que culminaron en la renuncia del presidente. Entre enero y marzo de


2002 hubo intensas movilizaciones en todo el país. En diciembre de 2001 se contabi-
lizaron 859 cacerolazos, 706 en enero de 2002, 310 en febrero y solo 139 en marzo. De
hecho, es probable que 2002 haya sido el año con mayor cantidad de movilizaciones
callejeras de los últimos quince años. Si se compara con el grado de conflictividad
social de 2004, comparativamente bajo, resulta claro que la fase abierta a fines de la
década de 1990 se ha cerrado, aunque aún resulte difícil precisar las características
de la etapa actual.
Entre fines de los años noventa y 2003 se desarrollaron al menos cinco procesos
de organización popular que merecen ser destacados. Han surgido nodos de redes
de trueque, donde se busca resolver o paliar la carencia de dinero necesaria para el
mercado a través del intercambio de bienes o saberes con otras personas en un cir-
cuito informal que en su auge involucró a dos millones de personas (Hintze, 2003).
Han crecido y se han expandido los comedores populares que, obteniendo insumos
por parte de gobiernos municipales y eventualmente de donaciones, garantizan un
plato de comida o una copa de leche para niños y adultos que están al borde de la
indigencia. Han surgido y se han expandido grupos de desempleados que se organizan
para exigirle al Estado trabajo, planes de empleo y para garantizar su subsistencia
cotidiana. Han aparecido asambleas barriales, generalmente en barrios de clases
medias, cuya movilización y “compromiso” no responde solo a una necesidad econó-
mica de los propios asambleístas (no son necesariamente ahorristas, ni indigentes, ni
desempleados), sino básicamente a la crisis político-institucional de representación.
Han surgido fábricas y otras empresas recuperadas por sus trabajadores después de
su quiebra, cierre o abandono por parte de sus anteriores propietarios.
Estas respuestas surgieron en distintos momentos y frente a diferentes conflic-
tos. Las asambleas vecinales se conforman a partir de la crisis de diciembre de 2001.
Las organizaciones de desocupados se remontan a la segunda mitad de la década
de 1990 –en el Gran Buenos Aires comienzan a aparecer en 1997–. Los comedores
populares surgieron a fines de la década de 1980, durante la crisis hiperinflacionaria
a partir de la cual se restringieron planes alimentarios del Estado. Los nodos de true-
que aparecieron a mediados de la década de 1990. La mayoría de las fábricas fueron
tomadas y recuperadas por sus trabajadores desde fines de 2001, como respuesta
colectiva ante el cierre de fuentes de trabajo en un contexto desolador.
Cada uno de estos procesos ha tenido una dinámica diferente. El trueque ha
sufrido una explosión desde fines de 2001 hasta mediados de 2002, y una fuerte crisis
y desorganización posterior que lo ha llevado a desaparecer como fenómeno social.
Las asambleas populares tuvieron auge en la primera mitad de 2002 y comenzaron
a decaer con rapidez. Aunque se mantienen unas pocas asambleas en barrios especí-
ficos, los modos en los cuales los sectores medios (bajos, medios y altos) participaron
social y políticamente en los últimos años hoy no tienen peso. Esto sucede porque

175
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

esos sectores se alejaron de manera paulatina de esa participación. En contraste, los


fenómenos ligados a los sectores pobres han tenido otra dinámica.
Los comedores, las organizaciones de desocupados y las fábricas recuperadas
tienen plena vigencia aún. Vigencia que no implica que no hayan cambiado. De hecho,
puede percibirse cierta institucionalización de los comedores, cierta fragmentación
y crisis del fenómeno piquetero y una dinámica política aún abierta en las empresas
recuperadas.
Ahora bien, ¿cómo abordar el estudio de estas respuestas? Inmediatamente
después de la crisis de 2001 se multiplicaron análisis simplistas acerca de un “cambio
radical” en la cultura política de sectores populares, así como acerca de la capacidad
de reconstruir legitimidad y hegemonía por parte de los partidos políticos tradicio-
nales. Con la estabilización posterior, el crecimiento del pbi y los fuertes indicios de
fragmentación de los sectores populares predomina la idea de que esta habría sido
una crisis como tantas otras y todo ha seguido igual. Entre quienes afirman la ruptura
total y quienes aseguran una continuidad completa, nos encontramos con el desafío
de analizar y comprender las transformaciones empíricamente.

2.1. Los cuatro barrios estudiados


Esta segunda parte del artículo analiza las formas de organización y acción de sectores
populares a partir de estudios etnográficos desarrollados en cuatro barrios populares
de Buenos Aires entre noviembre de 2002 y julio de 2003. Estos estudios han sido
complementados con estudios de reconocimiento de campo en otros cuatro barrios,
así como con el seguimiento atento de procesos políticos en los medios de comuni-
cación y de otros estudios de caso contemporáneos. En esta sección describiremos
brevemente los cuatro barrios o zonas estudiadas etnográficamente, señalando unos
pocos elementos de cada barrio, tomando en cuenta su población, tipo de urbaniza-
ción, sus organizaciones y sus vínculos con el Estado. Las secciones subsiguientes
presentarán una síntesis de tendencias generales de los procesos organizacionales
en Buenos Aires, considerando nuestro trabajo de campo junto con otros estudios
previos y contemporáneos.
Para comprender los procesos de organización y acción colectiva en Buenos
Aires desarrollamos un abordaje territorial, analizando un conjunto diverso de ac-
tores con un parámetro territorial (Portes y Walton, 1976: 73). Estudiamos entonces
la vida organizacional y política de zonas populares.40 Las cuatro zonas han sido

40
En noviembre de 2002 iniciamos el trabajo de campo que continuó hasta agosto de 2003.
En cada barrio han trabajado dos miembros del equipo y hemos reconstruido el mapa orga­
nizacional, analizando cómo se han formado esas organizaciones, cómo funcionan, quiénes
son sus miembros, qué reclaman, cómo protestan –si es que lo hacen–, cómo se vinculan con
la población del barrio, con otras organizaciones, con distintos niveles del Estado. También se
realizó trabajo de reconocimiento en los barrios de Villa Paraíso (estudiado antes por Auyero,

176
Buenos Aires, neoliberalismo y después

seleccionadas por su diversidad de historias, tradiciones y problemas, buscando que


expresaran procesos estructurales de cuatro áreas diferentes de la región metropo-
litana. En la ciudad de Buenos Aires, una villa miseria. En el conurbano bonaerense,
un asentamiento de la zona sur, un área con asentamientos y barrios obreros en el
oeste, y un barrio obrero-popular en el noroeste.41
La Villa 7 de Soldati es una población espontánea que comenzó a formarse en
la década de 1960. Se desarrolló sin planificación alguna y, por ello, es la villa miseria
clásica repleta de pequeños pasillos internos. Cuando a fines de la década de 1970 la
dictadura militar intentó erradicar las villas de la Capital Federal surgió aquí una
organización de vecinos que, en su desarrollo posterior, se instituyó como Junta Ve-
cinal. Actualmente, la Junta representa formalmente a la villa ante las autoridades
municipales, y sus autoridades son elegidas por el voto de todos los pobladores, sean
argentinos o extranjeros. Esto es relevante, ya que una proporción alta de los habi-
tantes, alrededor de un tercio, proviene de Bolivia y Paraguay. La Junta se encarga
de las cuestiones de vivienda y urbanización, actuando como intermediaria para
obtener y distribuir materiales de construcción. Desde inicios de 2002 distribuye
también cajas de alimentos a cada familia, que son entregados por el gobierno de la
ciudad. Por último, administra algunas decenas de planes de empleo. En la villa hay
un gran número de organizaciones de base: entre otras, 14 comedores populares, 3
organizaciones de desocupados, una cooperativa de vivienda.
El segundo barrio se llama La Fe. Está al sur del Gran Buenos Aires, en Monte
Chingolo, partido de Lanús, una región de muy temprana urbanización y que se
caracteriza por ser parte de la industrialización que se produjo desde mediados de
1930, así como por tradicionales barrios obreros. La Fe, a diferencia de la villa es un
asentamiento, es decir fue ocupado ya en la década de 1980 sin autorización, pero con
una planificación colectiva que respeta la traza urbana y la dimensión de los lotes.
La desindustrialización de fines de 1970 y principios de 1980 golpeó duramente allí,
dejando cementerios de fábricas.
El partido de Lanús es gobernado desde 1983 por un viejo caudillo del Partido
Justicialista, Manuel Quindimil. Su estilo asistencialista deviene en La Fe en la presen-
cia de comedores municipales que son dirigidos por punteros políticos peronistas. La
superposición Estado/Partido/caudillo se traduce en el barrio en comedor municipal/
unidad básica/puntero. Esto contrasta con los comedores de la villa de Soldati, que tie-
nen diferentes posicionamientos políticos y son autónomos del gobierno local. A fines
de los años noventa los vecinos se organizaron por fuera y en contra del municipio

2001a), Ciudad Oculta (estudiado antes por Sirvent, 1999), Villa Aguada (estudiada por Hermitte
et al., 1983) e Isla Maciel. En ellos colaboraron también Matías Bruno y Santiago Canevaro.
41
Los nombres de algunos lugares y personas han sido cambiados. En cambio, otros nombres
y lugares no. Se ha utilizado criterios éticos y criterios prácticos, ya que hay lugares que no
pueden “ocultarse” fácilmente.

177
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

por cuestiones de tierra y vivienda. Otras demandas se fueron incorporando al nue-


vo agrupamiento que finalmente se constituyó como Movimiento de Trabajadores
Desocupados (mtd), integrado a una red de otros movimientos ubicados en diferentes
barrios que conforman el mtd Aníbal Verón, una de los principales movimientos de
desocupados en el sur del Gran Buenos Aires.
Un tercer barrio, Billinghurst, situado en el noroeste del conurbano, resulta de
un tipo de expansión de la ciudad sin asentamientos, por loteo estatal, con fuerte
contexto industrial y obrero que entró en crisis en los últimos años. En la zona norte
del amba se concentraron muchas de las inversiones más importantes desde 1960 y
1970, y continúa siendo epicentro de la producción industrial. Las fábricas cerradas
del norte son generalmente producto de la crisis específica de la segunda mitad de
la década de 1990.
En San Martín, donde se encuentra el barrio del noroeste que estudiamos, fun-
cionaban a mediados de los años noventa el 10% de las industrias de la provincia de
Buenos Aires.
En esta zona las acciones colectivas frente a la crisis son muy diferentes que
en otras zonas de la ciudad. La crisis de empleo es más reciente y afecta a una pobla-
ción con mayor calificación. En vez de canalizarse a través de una organización de
desocupados, se abordó impulsando la ocupación y la lucha por reabrir una fuente
de trabajo: una fábrica metalúrgica llamada Forja. En un ámbito sin fuerte tradición
territorial (no hay luchas vecinales importantes en su historia reciente) y sin organi-
zaciones vecinales importantes, la demanda de empleo se canaliza a través de otra
tradición: la sindical. Por ello, de los cuatro barrios y procesos analizados, el de Forja
es, en términos de género, el único protagonizado exclusivamente por varones.
Por último, la zona estudiada en el oeste se encuentra en el partido de La Matan-
za, el de mayor población del conurbano, con altos niveles de pobreza e indigencia.
La Matanza es una combinación de diferentes procesos urbanos. El Tambo es un
asentamiento como La Fe, pero con un grado de urbanización mejor. Los barrios del
área de Crovara y Cristanía, como Villa Marconi y San Alberto, tienen más similitudes
con Billinghurst por su carácter de loteo y por su relación hasta poco tiempo atrás
con la producción industrial.
El Tambo presenta la peculiaridad de constituir en la década de 1980 una or-
ganización por la cuestión de la tierra y la vivienda (Merklen, 1991), que continúa
interviniendo sobre esa misma cuestión también en barrios aledaños y que, a la vez,
es de las más dinámicas en los últimos años en relación a la cuestión del empleo. Esa
organización barrial fue el eje desde el que se constituyó una Federación de Tierra
y Vivienda (ftv) de alcance nacional que forma parte de una de las tres centrales
sindicales del país. La expansión de la ftv se vincula a generalizar, desde espacios
territoriales, demanda de empleo y gestión y administración de planes sociales.
La Matanza tiene un fuerte peso electoral y, por lo tanto, es relevante en el con-
junto de los procesos políticos del conurbano bonaerense. A la vez, es epicentro de

178
Buenos Aires, neoliberalismo y después

dos grandes organizaciones de desocupados, la ftv y la Corriente Clasista y Comba-


tiva (ccc), muy diferentes de las que se han consolidado en la zona sur. Si bien en El
Tambo la organización fundante del barrio, que incorporó como central la cuestión
del empleo, es completamente hegemónica en su intermediación con el Estado, en los
barrios cercanos la red de punteros del Partido Justicialista es muy activa.
En varias zonas de La Matanza, en La Fe, en la villa de Capital, al igual que en
muchos barrios de la ciudad, hace veinte años el gran problema se vinculaba con el acceso
a la tierra y la vivienda. La principal organización de La Fe es el mtd que, surgido a
fines de la década de 1990, no tiene ninguna continuidad con las tomas de tierra de
la década de 1980, aunque sus primeras tareas en el barrio sí estuvieron relacionadas
con nuevas tomas y con el enfrentamiento con una cooperativa de vivienda ligada
al municipio. En la villa de capital la principal organización es la Junta Vecinal que
surgió hace dos décadas por la cuestión de la vivienda, la tierra y la urbanización.
El Tambo es el epicentro del grupo “piquetero” más numeroso a nivel nacional, que
justamente se denomina Federación de Tierra y Vivienda (ftv) y administra miles
de planes de empleo. Es una “federación” de organizaciones territoriales, barriales.
Las tierras de El Tambo fueron ocupadas de manera planificada bajo el liderazgo de
quienes hoy dirigen esta Federación. Ese desplazamiento, de la tierra al trabajo, que
representa la ftv, se encuentra también en La Fe como demanda de sus habitantes,
pero sin continuidad organizacional. En la villa, en cambio, la Junta administra planes
de empleo del gobierno, pero no asume ese reclamo como parte de su agenda, con lo
cual se genera el espacio para el surgimiento de otras organizaciones de desocupados.
Esta disociación, que no se plantea en El Tambo ni en La Fe, se vincula a la vez con el
alto grado de fragmentación de las organizaciones de la villa.
La tradición sindical que caracteriza el proceso de Forja, en Billinghurst, también
se hace presente en organizaciones como la ftv y los mtd, pero con otras característi-
cas. Por una parte, en estas organizaciones resulta evidente la presencia de lo vecinal.
Pero también por la presencia explícita de lo político, expresado a través de una can-
didatura electoral en la ftv y en un proyecto de cambio social del mtd. La política, en
cambio, es mirada con desconfianza en su conjunto desde la Cooperativa Forja, que
tampoco simpatiza con cortes de ruta u otras acciones directas.
En la zona de Billinghurst, al igual que en toda la zona norte de la ciudad, no hay
organizaciones de desocupados y sí hay muchas fábricas recuperadas por los trabajadores,
mientras en la zona sur y oeste de la ciudad predominan las organizaciones de des-
ocupados sobre otros fenómenos, así como en las villas de la Capital los “piqueteros”
son muy minoritarios respecto de la hegemonía de la Junta Vecinal. Estas diferencias
pueden explicarse por la historia de la ocupación de la tierra y las características
de la población, pero también por modelos de gestión pública muy distintos en los
gobiernos locales.
Ahora bien, la relación entre la principal organización barrial y la población
es muy variable en los cuatros casos. En un extremo se ubica La Cooperativa en El

179
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Tambo, única organización y único intermediario entre el Estado y la población. En


La Fe, en cambio, hay una bipolaridad representada por el mtd y los punteros pero-
nistas. Las identificaciones se encuentran polarizadas y, si se piensa únicamente en
términos instrumentales, se trata de modos de acceso muy diferentes a los mismos
recursos (planes, comida, etcétera). En la Villa 7 se presenta una combinación de he-
gemonía sobre fragmentación. Muy alejada de la hegemonía absoluta en El Tambo,
la relevancia de la Junta Vecinal, en un barrio mucho mayor en dimensión espacial
y poblacional, se produce por la multiplicidad atomizada de organizaciones. Si se
consideran otros barrios visitados y estudiados, la fragmentación organizacional es
más frecuente que la existencia de una organización hegemónica.

2.2. La agenda de los sectores populares: de la vivienda al trabajo


Durante el modelo sustitutivo de importaciones (y sus estertores), la cuestión central a
la que el proceso de urbanización no podía dar respuesta era la cuestión de la vivienda
y de las condiciones de vida del espacio barrial (iluminación pública, servicios, agua,
etcétera). Esta problemática era señalada para el conjunto de las áreas metropolitanas
de la región. Portes y Walton sostenían al respecto: “... más que necesidades de trabajo
o de ingresos, son las demandas de vivienda las que han politizado más efectivamente
a los pobres” (1976: 74). Cierto que por las características de Argentina, como hemos
dicho, los sindicatos cumplieron en décadas anteriores un papel excepcionalmente
importante si se compara con otros países latinoamericanos. Pero si nos limitamos
a considerar los barrios populares, los relatos de las villas y asentamientos narran
el esforzado y paulatino mejoramiento de sus condiciones de vida en términos de
vivienda. Aunque esta es una cuestión urbana permanente, la multiplicación del
desempleo y subempleo durante la década de 1990 desplazó la cuestión de la vivienda
como aspecto principal en la movilización de los sectores populares. Así, mientras la
vivienda ha sido un eje clave de la organización popular durante el modelo sustitutivo
de importaciones, el trabajo se convirtió en el eje clave en Buenos Aires después del
auge neoliberal.
Los barrios en los que se llevó a cabo el estudio expresan con claridad estas
transformaciones. En Buenos Aires, el proceso de urbanización estuvo acompañado
por la escasez de terrenos habitables legalmente. Como respuesta a los problemas del
espacio urbano y acceso a servicios nacieron entonces organizaciones barriales. Estas
organizaciones, junto con las sindicales, eran las principales formas de organización
de los sectores populares hasta finales de la década de 1980.
Las organizaciones barriales se originaron con diversas finalidades: ocu­par
nuevas tierras, distribuir colectivamente los lotes, defender ocupaciones espontá-
neas contra acciones de “erradicación” del gobierno (esto fue muy común durante la
dictadura militar a fines de los años setenta) o, buscar una mejor inserción del barrio
en la ciudad y una mejor calidad de vida. También tuvieron motivaciones deportivas

180
Buenos Aires, neoliberalismo y después

y culturales y eventualmente, relacionadas con impuestos y tasas municipales (Gon-


zález Bombal, 1989).
En muchos barrios populares hacia mediados de la década de 1990 los proble-
mas de “vivienda” parecían haber encontrado posibles soluciones (asfalto, servicios,
y en menos casos, tenencia de la tierra), pero sus habitantes sentían cada vez más la
cuestión del desempleo. Mientras que para cuestiones de vivienda y urbanización se
encontraban a veces paliativos, a veces mejorías reales, el desempleo afectaba cada
vez más a los hogares y a las redes sociales en las cuales esos hogares estaban insertos.
Esto se tradujo en una transformación de la agenda política de los pobres urbanos.
En el Gran Buenos Aires, algunas organizaciones que habían surgido en la
década de 1980 para reclamar tierra y vivienda se transforman en la segunda mitad
de los años noventa en organizaciones de desocupados que van a reclamar empleo y
políticas de empleo al Estado. En otros casos no hay una continuidad tan directa, pero
sí una gran coincidencia entre barrios con historia de lucha colectiva por la tierra y
barrios cuyas organizaciones de desocupados son fuertes.
Ese desplazamiento, de una agenda de tierra/vivienda a una de trabajo, se en-
marca en un desplazamiento más general. Antes de 1997 o 1998, los análisis de barrios
populares indicaban una combinación de fuerte red clientelar peronista, escasez de
otras organizaciones sociopolíticas y desarrollo de nuevos agrupamientos religiosos
(Semán, 2000). Cuando se comparaba esa situación con la primera mitad de la década
de 1970 o la de 1980, se detectaba un cambio histórico producido en el pasaje desde
un lugar con “alta densidad organizativa y niveles de movilización política [...] a ser
un espacio caracterizado por la desertificación organizativa y bajos niveles de movi-
lización política” (Auyero, 2001a: 62).
Por ello, el diagnóstico sociopolítico de “desertificación organizativa” estaba
situado en un contexto de transición en el que (además del impacto desorganizador
de la dictadura) los impulsos de urbanización de la villa habían cedido ante ciertas
mejorías. Mientras, la cuestión del desempleo ya se ha instalado como problema
central, pero sin tener aún una respuesta organizativa. En esta etapa, en Argentina,
en contraste con países europeos donde hay fuertes políticas del Estado respecto del
desempleo, para los desocupados, “en lugar de la centralidad de los derechos y las
políticas públicas, aparecerá el mercado como único escenario posible donde intentar
sobrellevar la situación” (Kessler, 1996: 112).

2.3. La emergencia de las organizaciones de desocupados


Durante la primera fase de la década de 1990 los procesos organizacionales en el Gran
Buenos Aires estuvieron marcados por la crisis y la desorientación. A medida que
desaparecían o se vaciaban organizaciones populares de base, crecía la relevancia
de las relaciones clientelares. Los barrios que habían sido dormitorios obreros de
cadenas de fábricas dejaban de tener solo un porcentaje pequeño de desempleados

181
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

para convertirse en “barrios de desempleados”. A veces a través de redes clientelares,


otras veces por parte de organizaciones autónomas, crecían las ollas populares, los
comedores y los merenderos. Básicamente, reclamaban al Estado más alimentos,
un boleto de ómnibus para los desocupados, medicamentos o cuestiones similares.
Una de esas organizaciones en Florencio Varela decidió imitar los cortes de ruta
que se habían realizado en zonas del interior del país. Se instalaron varios días en una
ruta y obtuvieron por parte del gobierno varios centenares de planes sociales para
desocupados. Ese logro de los desocupados de Varela modificó la agenda de muchas
pequeñas organizaciones populares. El reclamo de planes sociales comenzó a gene-
ralizarse. Dichos planes –ideados durante el gobierno de Menem para apaciguar los
reclamos del interior antes de las elecciones– no solo debieron extenderse después
de las elecciones en 1997, sino que más organizaciones comenzaron a reclamarlos.42
Los planes se obtenían por lo general en un número menor al de las personas
necesitadas. Pero aunque no cubriera a todos, el éxito acercaba a nuevos desocupados
a la organización, con lo cual la demanda se ampliaba. Por otra parte, el gobierno
constantemente intentaba dar de baja o reducir los planes, a veces alegando cues-
tiones formales acerca de requisitos o planillas. Así, conservar los planes requirió
movilizarse y completar papeles, destinar personas a la gestión burocrática en minis-
terios y dependencias estatales, a la vez que organizarse para obtener nuevos planes.
Los beneficiarios debían realizar una “contraprestación” a cambio del plan
y eso implicaba generalmente que iban a desarrollar tareas supervisadas por la
municipalidad. Así, cada vez que una organización de desocupados obtenía planes,
perdía miembros: quienes lograban el beneficio cortando rutas realizaban después
actividades controladas por gobiernos locales y hasta punteros políticos a los que se
habían enfrentado. Por ello mismo comenzaron a reclamar que las tareas de contra-
prestación pudieran desarrollarse en la propia organización. Esto permitía desarrollar
diversos emprendimientos productivos y comunitarios (panaderías, bloquera, ropero,
construcciones, entre otros) y mantener a los miembros organizados. De ese modo, los
desocupados trabajaban en emprendimientos de sus organizaciones y se movilizaban
para reclamar más planes sociales para otros vecinos desocupados. Para cuando esto
se hubo asentado, cada organización de base de desocupados se había convertido en
una suerte de sindicato de desempleados.
En este proceso se combinan de manera peculiar dos claves del espacio urbano:
el barrio y el tránsito. A los barrios inscriptos en la segregación clásica de Buenos Aires
se le agregaba ahora la capa geológica de la segregación neoliberal que los convirtió
en una suerte de institución total de la miseria. Sin trabajo ni siquiera era posible
pagar el transporte para salir de los barrios. El encierro no era legal, sino económico.
Desde ese parámetro barrial se agrupan quienes no tienen empleo.

El plan (en sus diferentes denominaciones) implica que el beneficiario cobra un monto fijo
42

mensual que actualmente es de 150 pesos (50 dólares aproximadamente).

182
Buenos Aires, neoliberalismo y después

¿Cómo protestan quienes viven cada vez más inmóviles y encerrados en esos ba-
rrios? Primero, cortan rutas y avenidas, cortan justamente el tránsito, el movimiento
general de la ciudad para impedir –hasta donde les permiten sus fuerzas– que la vida
urbana continúe como si ellos no existieran.
En la medida en que las organizaciones acumularon fuerzas, agruparon a más
vecinos y se coordinaron con otros barrios, ya no se trataba de cortar el tránsito en
cualquier avenida o ruta. Se planteaba la posibilidad de realizar la protesta en la
frontera urbana por excelencia: los puentes que unen la Capital con el Gran Buenos
Aires. En la zona sur de la ciudad esos puentes atraviesan el Riachuelo. La zona sur fue
la primera zona industrial y, por lo tanto, la zona obrera más antigua. Actualmente,
repleta de fábricas abandonadas, tiene una alta proporción de pobres y desocupados
estructurales y contrasta con la dinámica del norte.
En una ciudad con más fronteras, estas fronteras devienen escenarios de la
protesta social. Los puentes que atraviesan metafóricamente esos límites se han
convertido en escenarios compartidos y privilegiados de la disputa política. En ese
marco los piqueteros llegaron a imaginar la posibilidad de “sitiar” la Capital Federal
como modo de protesta, cortando los diferentes puentes de acceso.
El Puente Pueyrredón, principal viaducto de la zona sur, se convirtió en un lugar
clave de las acciones piqueteras. Fue justamente en ese puente que se desató la violen-
ta represión del 26 de junio de 2002, que culminó con el asesinato de dos piqueteros
por parte de la policía. De hecho, el repudio generalizado de esos asesinatos obligó al
presidente interino Duhalde a adelantar seis meses la entrega del mando.

2.4. El “Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados” y las organizaciones


populares
En Buenos Aires cualquier intento por caracterizar actualmente una organización
popular implica al menos tres preguntas inevitables. La primera es “¿cuántos planes
tiene?”. Es decir, cuántas personas realizan en esa organización la contraprestación
del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados. Las otras dos preguntas se refieren
a cómo consigue esos planes y a cómo los distribuye. En otras palabras, todas las
organizaciones populares han sido transformadas por el Plan Jefas y Jefes de Hogar
Desocupados (pjhd) o han logrado constituirse en intermediarias entre el Estado y la
población gracias a este plan. Las pocas que han decidido no administrar y gestionar
dichos planes agrupan hoy a un reducido número de personas.43
Como ya se dijera, el pjhd fue fuertemente propagandizado por el gobierno como
un derecho que, a diferencia de anteriores planes para el desempleo, se tramitaba

43
Un ejemplo elocuente y muy citado es el del mtd de La Matanza, que después de cumplir
un papel importante en las primeras movilizaciones a fines de la década de 1990 decidió no
aceptar planes y se convirtió en una organización de pocos integrantes.

183
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

sin intermediarios. Para ello, la persona debía dirigirse directamente a los centros
de distribución municipal, cumplimentar los requisitos y acceder al beneficio. Los
planes son distribuidos desde el Ministerio de Trabajo de la Nación, a través de los
Consejos Consultivos, en los que el municipio adquiere un peso relevante y es la
unidad ejecutora. Hay coordinaciones por localidad hasta llegar a las organizaciones
específicas donde se realizan las contraprestaciones. La creación de los Consejos con
la propuesta de que las organizaciones de desocupados se integraran a ellos abrió un
debate acerca de la cooptación a través de los planes de estas organizaciones (hasta
entonces independientes) por parte del Estado. Así, mientras los grupos masivos de La
Matanza (ftv y ccc) se integraron, las organizaciones autónomas del sur y las ligadas
a partidos de izquierda se negaron a hacerlo. Al mismo tiempo, los medios de comu-
nicación comenzaron a distinguir entre “piqueteros duros” y “piqueteros blandos”.
En el Gran Buenos Aires, alrededor del 5% de los habitantes tiene un plan de este
tipo. A nivel nacional hay alrededor de dos millones de planes, de los cuales solo el 5%
son administrados por organizaciones de desocupados (aproximadamente, 100.000
planes). El resto son administrados por los gobiernos locales.
Esta cantidad implicó que las tareas iniciales que el municipio asignaba –como
el barrido y zanjeo de las calles en cuadrillas e incluso trabajo administrativo– resul-
taban insuficientes. Había que encontrar otras tareas y destinos. Los gobiernos locales
abrieron registros de organizaciones o instituciones donde pudiera realizarse la con-
traprestación. Por ejemplo, con mayor o menor discrecionalidad política, enviaban
una decena de beneficiarios a un comedor barrial que antes se mantenía básicamente
con trabajo voluntario. Cualquier organización social se convirtió entonces en poten-
cial ámbito de contraprestación. Así, aunque en teoría no se requieren intermediarios
para solicitar el plan, la cuestión de la contraprestación implica, en los hechos, que las
organizaciones donde es posible realizarlas puedan solicitar planes o que el municipio
se los ofrezca. O sea, en un barrio popular de Buenos Aires lo más frecuente es que
cualquier organización barrial administre alguna cantidad de planes. Comedores,
microemprendimientos, guarderías, sociedades de fomento, cooperativas de vivienda
administran planes, así como también lo hacen las organizaciones de trabajadores
que recuperaron fábricas y las organizaciones de desocupados. Obviamente, en
muchas organizaciones hay una enorme cantidad de grupos de trabajo creados para
cumplir la contraprestación. Es decir, esas personas dependen de estas organizaciones
para realizar allí la “contraprestación” de cuatro horas por día exigida por el Estado.
Ahora bien, los planes implican algo común para organizaciones muy hetero-
géneas en su origen, su funcionamiento y su proyecto. Según la cantidad de planes,
el modo de conseguirlos y de administrarlos comienza a trazar diferencias “gruesas”
entre las organizaciones.
Como la cantidad de planes que una organización “maneja” da cuenta de su
poder en el espacio barrial, las organizaciones que tienen 100 o 200 planes suelen
presentar las siguientes características: o se encuentran alineadas o aliadas al poder

184
Buenos Aires, neoliberalismo y después

municipal o tienen una capacidad relativamente autónoma de presión social y po-


lítica. En este último caso, esa capacidad puede no estar ligada a lo municipal, como
demuestran las organizaciones de desempleados.
Todas las organizaciones de desocupados obtuvieron la primera tanda de pla-
nes (llamados entonces Planes Trabajar) cortando rutas, puentes o avenidas. Todas,
también, en los años posteriores obtuvieron planes en alguna medida a través de la
negociación. La proporción de ellos entre las organizaciones piqueteras es variable.
Algunas organizaciones tendieron a negociar sin cortes (como la ftv) y otras a com-
binar ambas cosas. Pero en todos los casos se constituyeron aceitadas negociaciones
con el Estado. El líder de una organización de desocupados radicalizada nos explicó
que “hasta la revolución todo es negociación; cuando ya no es necesario negociar es
porque tenés más fuerza que ellos”. Esta fórmula, aunque fue expresada como forma
general de la estrategia organizacional, es el efecto de la política gubernamental de
otorgar planes en función de medir las fuerzas de las organizaciones. En otras pa-
labras, la organización radicalizada se adviene, para fortalecerse, al juego de “tira y
afloje” que se instituye como consecuencia de la dinámica cortar ruta/obtener planes/
perder planes/amenazar con cortes/negociar y así sucesivamente. Si la política guber-
namental cambia por una más inflexible, como parece estar ocurriendo, difícilmente
los sectores más radicalizados piensen en negociar mientras acumulan fuerzas.
Como los planes han sido obtenidos a través de la acción directa real o potencial,
las organizaciones piqueteras estipulan, además, que participar de manera activa de
las luchas es condición para ser miembro de la organización. Esa coacción simbólica
de la organización sobre el individuo es fuertemente debatida, sobre todo en términos
morales. Desde sectores del Estado se ha afirmado y denunciado como un modo de
clientelismo político. Desde las organizaciones se ha planteado que ellos solo agrupan
a aquellos que luchan y en ese sentido, la obligación de participar se concibe como
parte de una tarea de concientización. Todo esto implica diferencias gruesas entre
todas estas organizaciones piqueteras (que obtienen los planes por sí mismas) y aque-
llas sociedades de fomento o comedores que reciben planes por figurar directamente
en la base municipal.
La novedad de los piquetes y de los diversos tipos de planes sociales los convierte
en un laboratorio fascinante en el que diversas preguntas de las ciencias sociales
están siendo puestas a prueba. Ha quedado claro, sin embargo, que hablar de la reti-
rada del Estado no resulta adecuado. Un Estado que después de más de una década
de neoliberalismo extremo es capaz de distribuir dos millones de planes no parece
adecuadamente descripto si se lo adjetiva como “ausente”. Es necesario ser precisos
respecto de cuáles son los aspectos y los sentidos en los que el Estado se ha retraído y
en cuáles se ha transformado. Y analizar qué consecuencias asociativas y relacionales
tuvo ese proceso.
Los planes también han planteado en los actores diferentes preguntas políticas.
Desde el movimiento piquetero hubo pequeños grupos que criticaban la aceptación

185
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

de los planes sociales, entendiendo que era una forma de ceder, capitular o ser coop-
tado. Desde la perspectiva del Estado, a veces los planes parecen un gran “error”, ya
que es sobre la base de esos planes que los grupos de desocupados se consolidaron y
crecieron políticamente.
Tanto unos como otros, a nuestro entender, le otorgan al actor desde el que
miran (los piqueteros o el Estado) más poder que el que tienen y que el que tuvieron
en contextos políticos específicos. Creer eso sería olvidar que la situación que se al-
canzó hacia fines de 2002 de relativa estabilización de los planes y de los piqueteros
es el resultado de un complejo proceso histórico, en el cual se reclamaron muchas
más cosas que planes de un lado, y se intentó dar mucho menos que planes del otro.

2.5. Entre la producción y la reproducción


Si durante el auge neoliberal hubo en los barrios populares procesos de desertificación
de organizaciones sociopolíticas (con alcances muy disímiles), una combinación de
elementos hizo que comedores populares y organizaciones de desocupados se forma-
ran en enormes cantidades, hasta el punto de que en algunos barrios el nuevo paisaje
configuraba verdaderas selvas organizacionales.
Las condiciones que se plantearon, en el contexto de la gran crisis económica y
política, para el tránsito del “desierto” a la “selva” fueron:
a) Crisis de la economía de las redes: vaciamiento de recursos de las redes socia-
les por la generalización del desempleo, déficit crónico de resolución por parte
del Estado e incapacidad de respuesta por parte de la red clientelar peronista
por el crecimiento de la demanda y las dificultades de la oferta.
b) Crisis política de la red: procesos de desafiliación político-partidaria, coyun-
tura de desarticulación de vínculos punteriles del aparato peronista entre los
punteros y la población, así como entre los punteros y la estructura municipal.
c) Surgimiento de grupos espontáneos de madres y vecinos por temas de alimen-
tación y empleo, disponibles para ser cooptados por diferentes estructuras.
d) Potenciación y ampliación de una militancia social que logró articularse
exitosamente con estos procesos.
Bajo estas condiciones emergieron una gran cantidad de grupos de diferentes
dimensiones y características en barrios populares de Buenos Aires entre fines de la
década de 1990 y 2002. Posteriormente algunos fueron institucionalizados a través
de los municipios, otros incluidos en la red peronista y otros se incluyeron en las
organizaciones de desocupados que agrupaban diferentes barrios para potenciar sus
reclamos frente al Estado.
Una parte minoritaria de esos grupos se convirtieron en organizaciones de des-
ocupados con capacidad de disputar la hegemonía barrial. Los casos donde el Partido
Justicialista u otras organizaciones perdieron el dominio político de un barrio frente a
organizaciones piqueteras implicaron, además, otras condiciones. Se trata de barrios

186
Buenos Aires, neoliberalismo y después

con fuerte segregación residencial donde hay un pasado compartido, ya sea barrial/
vecinal o laboral/sindical.
Históricamente, las organizaciones barriales desarrollaban reclamos vinculados
a la “reproducción” (como es claramente el caso de la vivienda), mientras que las orga-
nizaciones laborales eran las encargadas de desarrollar reclamos vinculados a la “pro-
ducción”. El desempleo quiebra esta lógica en la medida en que “trabajo” pasa a ser un
tema propio de la reproducción y que su demanda, por otra parte, no es encarnada
por los actores sindicales tradicionales. Esto explica no solo por qué –además de la
segregación espacial– son organizaciones territoriales las que reclaman trabajo, sino
también por qué se quebró la división tradicional de la actividad política por género.
Mientras los varones tendían a participar del espacio público que desarrollaba en los
ámbitos laborales, las mujeres desarrollaban actividad “social” como una extensión
de la lógica doméstica en los espacios barriales. Así, se estructuró una relación entre
reproducción, territorio y lo femenino, y por otra parte entre producción, trabajo, lo
público, lo masculino.
Cuando el trabajo deviene una cuestión del ámbito de la reproducción y se
forman organizaciones de desocupados en los barrios, las mujeres se convierten
en protagonistas de organizaciones que irán desde el barrio al centro mismo del
ámbito público y político: las grandes rutas y avenidas, y la Plaza de Mayo. Pero esa
participación decisiva de las mujeres en la emergencia y la consolidación de esos
espacios barriales no se expresa aún en la toma de la palabra en el espacio político.
Los “referentes nacionales” de los grupos piqueteros son varones.
Sería un error creer que la inmovilidad de esa cuestión de género es un indicador
suficiente de la reproducción de una desigualdad idéntica en cada una de las instan-
cias. Muy por el contrario, las mujeres tienen mucho mayor peso en las deliberaciones
y decisiones que en hablar por los medios de comunicación o desde un escenario.

2.6. Protesta y clientelismo


Para comprender los modos actuales de organización social y movilización política de
los pobres resulta imprescindible considerar articuladamente clientelismo y protesta
que, de hecho, conviven en cualquier espacio barrial popular. Es decir, la persisten-
cia del clientelismo en una faceta que trasciende la propia institución del partido
político para inscribirse como modelo de vínculo de reciprocidad.44 En ese sentido,
cabe interrogarse acerca de los modos en que las relaciones sociales instituidas por el
peronismo clientelar se hacen presentes en organizaciones piqueteras. Para decirlo
de otro modo, hasta qué punto el peronismo es, mucho más que un modo de identi-

44
Cabe señalar que las relaciones de tipo clientelar no se restringen a los sectores populares.
Esa cultura relacional que implica el intercambio de favores por lealtades también se observa
muchas veces en sectores medios y en medios profesionales.

187
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

ficación, una cultura relacional popular que opera como polo de atracción de otros
procesos organizacionales que no solo se le escapan, sino que incluso se le oponen.
Las organizaciones de desocupados están muy lejos de limitarse a reclamar.
Administran miles de planes de empleo otorgados por el Estado nacional, reciben
bolsones de comida que distribuyen, organizan comedores populares y, en algunas
organizaciones, emprendimientos productivos que incluyen panadería, costura,
bloqueras, construcciones, entre otros. Los miembros de los grupos piqueteros están
en una situación muy precaria, no tienen buena alimentación ni acceso adecuado a
la salud y a la educación. No obstante, a diferencia de muchos otros, tienen acceso
a alimentos, a veces a apoyo escolar para sus hijos, a veces a medicamentos y, en
cualquier caso, tienen acceso a una red social compleja.
Los dirigentes o referentes de esos grupos presentan un contraste claro con los
punteros peronistas con quienes compiten cotidianamente en el barrio: obtuvieron
los recursos que administran no a través de un vínculo de lealtad con un gobierno,
sino a través de la lucha social, la confrontación y la negociación. La imposición ex-
trema de un individuo de un tipo de intercambio de beneficios personales por votos
no es comparable a la decisión colectiva de distribuir equitativamente los logros entre
aquellos que participaron en la lucha por obtenerlos.
Sin embargo, este contraste tan claro podría resultar engañoso. Por una parte,
porque los estudios sobre clientelismo político han mostrado que no se trata básica-
mente de un chantaje del puntero hacia su cliente, sino de una cultura relacional a
partir de la cual el “cliente” entiende que se trata de redes personalizadas de ayuda
mutua (Auyero, 2001a). Por otra parte, porque nada garantiza que los miembros de
los grupos piqueteros decodifiquen las lecciones de la lucha colectiva en los términos
en los cuales los líderes querrían que lo hicieran.
Una hipótesis plausible es que una parte importante de las bases piqueteras
leen el vínculo con la organización a partir de sus experiencias con el municipio y la
Unidad Básica. En ese sentido, resulta ineludible preguntarse si la transformación
de las demandas (el eje en el trabajo) y si la transformación de los repertorios (de la
huelga al corte de ruta) implica una transformación de los modelos relacionales de
“la política de los pobres”. Es claro, como dicen Svampa y Pereyra, que el movimiento
piquetero se ha construido “por fuera –y en oposición– de las estructuras sindicales
tradicionales, mayoritariamente vinculadas al Partido Justicialista” (2003: 13), en una
lucha “cuerpo a cuerpo” en los barrios en contra de las estructuras clientelares de ese
mismo partido (íbíd.: 14).
Pero el peronismo, además de estructuras clienterales, construyó una profunda
cultura clientelar. Por “cultura clientelar” entendemos la institución de un sentido
común que supone que algunas necesidades cruciales pueden resolverse a través de
vínculos de reciprocidad asimétrica con intermediarios políticos, a través de una
gestión personalizada sobre alguien que tiene acceso a recursos públicos. Ese víncu-
lo implica, necesariamente, un compromiso personal de colaborar con el donante

188
Buenos Aires, neoliberalismo y después

cuando lo necesite, ya sea en actos o a través del voto, contribuciones que además el
puntero considera clave para la obtención de otros recursos redistribuibles. Es cierto
que, como mostró Auyero, no se trata de un simple comercio de favores por votos. Se
trata de vínculos personalizados insertos en redes sociales y se trata, estrictamente
hablando, no de “comercio”, sino de intercambio recíproco de tipo asimétrico. A
diferencia del comercio, en el intercambio recíproco hay un lapso de tiempo entre
el acto de dar y el acto de recibir (el don y el contradon). Más allá de otros elementos
que podrían considerarse, desde el punto de vista del vecino pobre que nosotros
consideramos inserto en una cultura clientelar resulta evidente que una vía elemen-
tal para resolver sus problemas de alimentación o de salud u otros es recurrir a un
intermediario que tiene acceso a recursos públicos.
A simple vista nada podría contrastar más con esa cultura clientelar que una
organización colectiva de esos vecinos para exigir directamente al Estado la distribu-
ción de recursos. A simple vista eso mismo son las organizaciones de desocupados.
Exigen sin intermediarios. Excepto que, en el proceso de exigir y obtener, de ampliar
y distribuir, ellos mismos se conviertan en nuevos intermediarios.
La población nunca puede relacionarse con el Estado en general, sino con una
dependencia en particular. El gobierno anterior ha hecho mucha publicidad acerca de
que cada jefe o jefa desocupado tiene derecho a un plan sin intermediarios. Pero, de
todos modos, eso implicaba que el control de la contraprestación quedaba en manos
de los municipios o de consejos consultivos cuya legitimidad fue en parte cuestionada.
En cualquier caso, las descripciones de contraprestaciones en Unidades Básicas o en
comedores municipales que reclutan gente para actos son elocuentes para mostrar
que, hasta ahora, los intermediarios continúan existiendo. No siempre en la obtención
del beneficio, es bien cierto, pero sí en su mantenimiento.
Esto muestra que el propio éxito de las organizaciones de desocupados implicaba
que su destino era convertirse, más allá de sus concepciones ideológicas, en inter-
mediarios entre el Estado y la población. Al menos, si eran exitosos, como lo fueron
al lograr convertirse en lugares donde podía realizarse la contraprestación del plan.
Ahora bien, es evidente que existen modos muy diferentes de ser intermediario y que
no todos los modos son necesariamente de tipo clientelar.
Para los beneficiarios de los planes, el sentido de la contraprestación se fue mo-
dificando hasta instalarse en buena parte de ellos como un “trabajo”. Es decir, quienes
acceden al Plan entienden muchas veces su tarea como un trabajo en el sentido clásico
del término. Por una parte, para un joven que nunca ha trabajado una tarea de cuatro
horas diarias por 150 pesos es fácilmente comprendida como un empleo de medio
tiempo. Hay jóvenes integrados a grupos productivos de organizaciones piqueteros
que afirman que “este es el laburo que conseguí por ahora”. Para muchos que sí han
tenido una extensa trayectoria laboral, la contraprestación no ha sido una obligación
que les resultaría mejor evitar, sino en la posibilidad de continuar desempeñando
tareas útiles a cambio de dinero. Hay un sector de trabajadores con 20 o más años de

189
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

trabajo y varios años de desocupación que perciben el plan obtenido a través de la


lucha como una recuperación de dignidad perdida, dignidad asociada al trabajo y a
una cultura del trabajo. Para otros beneficiarios, en cambio, se trata de un subsidio
que es interpretado directamente como un recurso más (fundamental) en la diversi-
ficación de estrategias de subsistencia.
La significación del plan como trabajo confluye con la lógica gubernamental.
Evidentemente, el gobierno refuerza la idea de que los beneficiarios no están des-
ocupados. Así lo considera el indec y ese criterio empuja hacia abajo el índice de
desocupación en el país. Esta compleja combinación entre la propia percepción de
los beneficiarios y las necesidades del gobierno convierten en muchos casos un pro-
grama que se imaginó como una política social de contención a la desocupación en
una política resignificada como de empleo.45
En el caso de la relación entre la organización y los desocupados, los planes no
pudieron sino constituirse en un fin en sí mismo para la gran mayoría de desocupa-
dos que integraron las distintas organizaciones. Esto los llevaba a pertenecer a una
organización más allá de un compromiso político y/o una identificación con los ob-
jetivos o principios específicos de la organización. En muchos casos, pertenecer a una
organización facilitaba la obtención de un plan que, de otro modo, implicaba largas
colas en los centros de reparto, maltrato por parte de los agentes municipales, gastos
de viáticos y toda una situación de desprotección que se sumaba a la ya sentida por
efectos de la desocupación y exclusión.
La pregunta es si los movimientos piqueteros se han propuesto y han logrado
transformar no solo la referencia identitaria del agrupamiento popular (anteriormen-
te peronista), sino también el modelo relacional. En otras palabras, ¿los piqueteros
transformaron la identificación en ciertos sectores populares o son el resultado de
una transformación cultural más amplia?
La respuesta tiene matices. Puede haber organizaciones que no sean identita-
riamente peronistas, pero que construyan su movimiento sobre el modelo cultural
y relacional del peronismo. Es decir, organizaciones que se identifiquen con otras
tradiciones políticas (en este caso, a la izquierda del espectro político), pero que ins-
tituyan modalidades de vínculos políticos que se insertan en tradiciones y culturas
políticas que discursivamente dicen rechazar.46
Cuando la demanda social aumenta (porque disminuyen los recursos propios)
o cuando escasea la oferta pública de recursos (por crisis presupuestarias o de

45
Estas consideraciones buscan comprender la perspectiva de los actores en relación con
los planes y las organizaciones. No pueden ser entendidas como un análisis de los efectos
complejos del pjhd que aún no ha sido realizado.
46
La pregunta acerca de la relación entre identidad y modelo relacional adquiere un matiz
específico en la ftv. Su máximo referente y muchos de sus miembros se consideran a sí mismos
“peronistas”, lo cual reenvía la cuestión de la referencia identitaria a toda una tradición en la
historia política argentina, la tradición de lucha por los significados del peronismo.

190
Buenos Aires, neoliberalismo y después

abastecimiento) se genera una crisis en el lazo social y político que, como sucedió
en algunas zonas durante el año 2001 e inicios de 2002, puede colocar en entredicho
la subsistencia. Eso implica generalmente una crisis de la propia red clientelar en la
medida en que el lazo de reciprocidad se quiebra y la gente precisa comida y medica-
mentos, no explicaciones. Al escasear los recursos, crecen las protestas.
Sin embargo, es excepcional que los vecinos decidan, en esa situación, organi-
zarse autónoma y democráticamente. Cuando eso sucede, en general, es porque se
produce un encuentro entre esos vecinos y un grupo de militantes sociales que actúan
sin intereses particulares. Pero en general lo que sucede es que ya sea contactando
otras organizaciones clientelares, ya sea generando nuevos mediadores que reem-
placen a los anteriores, se reorganice una red clientelar que reemplace la anterior.
Si en algunos casos esa red permanecerá en la órbita peronista, en muchos casos
se produce un quiebre con el peronismo en términos de institución y de referencia
identitaria. Lo que resulta equivocado es leer ese quiebre como absoluto y general.
No es general porque involucra a una porción minoritaria de los sectores populares.
No es absoluto porque busca nuevas referencias identitarias, mucho más que nuevos
modelos relacionales.
Hay un conjunto de organizaciones de desocupados que asumen como un
objetivo de su propia práctica política desarmar vínculos clientelares en particular
y vínculos jerárquicos en general. Intentan diferenciarse, por ejemplo, evitando
“anotar gente en los planes” como mecanismo de ampliación del movimiento. Más
bien, la pauta es ofrecer un “puesto de lucha” o una “organización para luchar” o
una “herramienta para pelear por trabajo genuino” y aceptar “planes que se ganan
en la lucha” como forma de subsistencia mientras el proceso se desarrolla. El diag-
nóstico de estas organizaciones indica que la población sobre la que trabajan tiende
a establecer ese tipo de relaciones con las que ellos se proponen terminar. Nuevas
nociones de autonomía y acción colectiva son consideradas objetivos pedagógicos de
un proyecto político y, debe decirse, con limitaciones se logran cambios que apuntan
en la dirección por ellos planteada.
Sin embargo, puede notarse que las relaciones sociales instituidas por el pe-
ronismo clientelar se hacen presentes incluso en esas organizaciones. Para decirlo
de otro modo, la cultura relacional del peronismo opera como polo de atracción de
procesos organizacionales que se le oponen. En organizaciones piqueteras que recha-
zan abiertamente cualquier forma de clientelismo hemos presenciado exposiciones
didácticas de referentes que expresan frustración porque una persona que lleva años
en una organización continúa yendo a pedir comida como si la organización fuera
una municipalidad peronista (asistencialista y clientelar). También es cierto que otros
integrantes incorporan y valorizan la distinción entre un tipo de vínculo y otro. Por
último, cabe distinguir entre encontrar fuertes obstáculos para un proyecto de cambio
y un proyecto sustentado sobre la base de la reproducción de esa cultura relacional.

191
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Hemos explicado este análisis a miembros del mtd. Ellos argumentan que
quienes integran el mtd no lo hacen solo por los planes, ya que sería más sencillo
obtenerlos a través de los punteros, con contraprestaciones más flexibles y sin tener
que participar frecuentemente en protestas. Es decir, reponen la cuestión de que los
vecinos también eligen una organización en la que nadie les da órdenes, en las que
pueden expresarse y decidir. Es decir, enfatizan que hubo un cambio de otro orden,
una ruptura identitaria y cultural. En el plano del análisis macro eso se expresaría
en la “crisis de representación” que explotó en 2001 y en las diferentes respuestas
que hemos mencionado al inicio. Siguiendo esa línea de análisis, cabe señalar que los
procesos sociales tienden o bien a institucionalizarse o bien a disolverse. Si la crisis y
los nuevos fenómenos son leídos de esa manera, se hace necesario dimensionar a los
movimientos que hoy se proponen llevar a cabo ese cambio como una minoría del
“movimiento piquetero” que, a su vez, es muy visible pero de conjunto minoritario
entre los pobres urbanos.

Conclusiones
A lo largo de este capítulo nos propusimos dar respuesta a la pregunta ¿Cómo ha cam-
biado Buenos Aires desde la crisis del modelo de sustitución de importaciones hasta
la actualidad? Al menos hay cuatro transformaciones que resultan a nuestro modo de
ver significativas. Estas son: los cambios en el rol del Estado; las transformaciones en
la estructura de oportunidades laborales, la creciente exclusión social y la aparición
de los nuevos pobres urbanos; la acentuación de los procesos de segregación espacial
y los modos de protesta popular.
Resulta necesario precisar el significado del “fin del Estado de bienestar”. El Esta-
do, si bien cambió sustancialmente su presencia, lejos está hoy de haber desaparecido
y nos atrevemos a decir que luego de una década de reformas de corte neoliberal tiene
en la actualidad una enorme importancia en la vida cotidiana y en la subsistencia
de una importante porción de la población. No es ya el Estado que desarrollaba y
comandaba empresas públicas (con mayor o menor grado de eficiencia), muchas de
ellas de carácter estratégico para el desarrollo, como es el caso del petróleo, energía,
comunicaciones, transporte aéreo, carreteras, entre otras. Esas empresas se han
privatizado y su cantidad de empleados se ha reducido. No es tampoco el Estado
que mantenía un marco legal de protección laboral y social. Las leyes laborales han
sido modificadas fundamentalmente por presión de los empleadores y el sistema de
seguridad social, hoy privatizado, atraviesa una crisis tanto o más grave que cuando
dependía del Estado.
Los efectos de las políticas macroeconómicas implementadas que venían a
suplantar aquellas dominantes durante la etapa sustitutiva no hicieron más que
incrementar la vulnerabilidad en el mercado de trabajo. El proceso de apertura de
desregulación económica ha afectado el rol de los diversos sectores económicos y su

192
Buenos Aires, neoliberalismo y después

capacidad de generar empleos adecuados a la población. La prueba más notable de ello


es la creciente vulnerabilidad del mercado de trabajo traducida en altísimos niveles de
desocupación abierta y una proporción significativa de empleo asalariado precario. La
desocupación y la miseria han aumentado dramáticamente ante esa transformación
estructural. Pero, aunque parezca paradójico, como consecuencia de ello el propio
sector público ha tenido que hacerse cargo en parte de las numerosas víctimas del
proceso a partir de la grave crisis sufrida en el país. El Estado es ahora más importante
que antes en la economía doméstica de los hogares pobres, brindando un masivo subsidio
al desempleo y proveyendo de alimentos a la población indigente. Por otra parte, el
Estado continúa muy presente en su actividad represiva, potencial y efectiva.
El trabajo fabril ha continuado reduciéndose drásticamente y los “rebusques”,
cada vez más escasos y sujetos a los vaivenes económicos, no alcanzan para proveer
al menos de un ingreso mínimo a millares de argentinos. ¿Cómo ingresan entonces
recursos a los barrios populares? Históricamente, la fuente principal de ingresos
era el trabajo asalariado, formal o informal. Hoy, con un mercado de trabajo muy
deteriorado, por una parte, crece la importancia relativa y en algunos casos absoluta
de la delincuencia, y por la otra, crece la importancia relativa, aunque decrezca la
importancia absoluta, de la asistencia pública. Por lo tanto, de conjunto hay menos
recursos para distribuir pero, paradójicamente, el Estado cobra mayor importancia.
El deterioro en las condiciones de vida no ha sido igual para todos. Sectores
minoritarios de la población se han visto beneficiados con los frutos de la apertura y
desregulación económica. La consecuencia directa de ello ha sido el incremento en la
desigualdad social. A lo largo del siglo xx, la Argentina fue un país que ofrecía cierta
expectativa de movilidad social ascendente. Eso cambió en la década de 1990 porque
una porción importante de los sectores populares que podían aspirar a un mejora-
miento en sus condiciones de vida (propia o de sus hijos) han quedado literalmente
excluidos. La dicotomía, como en otros modelos neoliberales, dejó de ser “arriba/
abajo” para pasar a ser “adentro/afuera”.
Los sectores más pobres, ahora despojados del trabajo, han quedado más mar-
ginados que nunca. A la par de la proliferación de complejos habitacionales lujosos,
countries clubs y barrios cerrados, se ha reducido el tránsito entre sectores sociales.
Los dormitorios obreros se han convertido en espacios de desempleados, de aquellos
que han sido expulsados del sistema social. A nuestro parecer, el neoliberalismo
ha profundizado cualitativamente las antiguas fronteras urbanas de Buenos Aires,
transformando a muchos barrios populares en guetos sociales, en instituciones totales
de la miseria.
Podría entonces establecerse una diferencia entre Buenos Aires y otras áreas
metropolitanas de la región. Todos los barrios que hemos analizado han formado
parte de la ciudad y sus pobladores han trabajado para insertarse en ella en forma cre-
ciente. Si hoy no han sido excluidos por completo es porque sus organizaciones han
obtenido recursos ciertamente escasos que permiten un modo parcial de inclusión.

193
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

Los planes y asistencia pública no son solo recursos de sobrevivencia, sino que de
manera precaria constituyen y simbolizan un lazo con el Estado, un reconocimiento
(insuficiente) de un derecho de asistencia.
En este contexto, también los modos en que se organizan y protestan los sectores
populares urbanos han sufrido transformaciones. Si se compara con las décadas de
1960 y 1970, caracterizadas por una amplia movilización política en las principales
ciudades de la Argentina y por una fuerte presencia de los partidos políticos, los
cambios son inmensos. Si bien nuestro trabajo de campo no nos permite efectuar
comparaciones, sí nos permite reflexionar acerca de cómo el espacio de la fábrica y
de la producción, y sus organizaciones respectivas, tendieron a perder peso respecto
del espacio del barrio y de la reproducción. No es casual, por lo tanto, que el único
factor común a todos los barrios sea la amplia presencia de comedores comunitarios
y el hecho común entre las nuevas organizaciones sea su carácter territorial.
Estas características comunes a los barrios y a las organizaciones se vinculan a
los principales problemas de los pobres urbanos. Tomando en cuenta las demandas de
las organizaciones populares, las encuestas de opinión pública y las investigaciones
sociales realizadas en el área, estos problemas son: el desempleo, la alimentación, la
inseguridad, el acceso a la tierra y la vivienda, la salud, la educación y los bajos in-
gresos. El peso relativo de estos problemas ha variado de hecho en la última década,
el desempleo, la alimentación y la inseguridad no eran problemas cruciales hace dos
décadas atrás.
Si nos preguntamos cómo sobreviven los marginados es difícil no retomar una
respuesta clave de Lomnitz (1998 [1975]): usando y potenciando sus redes. Las caracte-
rísticas de las redes sociales son justamente una dimensión relevante para el análisis
comparativo de las últimas décadas. Si, como ya se ha hecho, podría diagnosticarse un
“encogimiento de las redes sociales” (Auyero, 2001b), surge entonces el interrogante
de si a partir de ello ¿no habrán debido surgir nuevas formas de asociatividad u orga-
nización? Históricamente, una persona inserta en una red social amplia era asistida
por los miembros que, teniendo trabajo u otro tipo de recursos, podía prestarle ayuda
en caso de necesidad. En el contexto de crisis producto de la era neoliberal dicha supo-
sición se torna imprecisa, ya que los recursos generales de la red se han reducido en
forma significativa. Una importante porción de los sectores populares ya no cuenta
con un trabajo estable, lo cual, en contextos de restricción de planes sociales genera
drenaje de potenciales recursos a la red. Encontramos así una relación entre redes,
asociatividad y Estado, que se ha ido transformando en el tiempo.
Svampa y Pereyra (2003) plantean la pregunta sociológica acerca de por qué es
en la Argentina donde surge un nuevo movimiento social de desempleados, siendo el
desempleo un problema común a muchos otros países. Para responderlo, los autores
han señalado un conjunto de factores relevantes. Mientras en otros países el Estado
tuvo redes políticas fuertes de contención, en la Argentina no las hubo. Mientras en
otros países la demanda de empleo se canalizó a través de los sindicatos tradicionales,

194
Buenos Aires, neoliberalismo y después

dichas instituciones, en Argentina, avalaron la política de reconversión. Mientras en


otros países, las personas apelaron al tejido comunitario, a las redes de supervivencia
y –agregamos nosotros– a un sector informal extendido, en la Argentina estas resul-
taban insuficientes para amortiguar tan importante caída. Esto se combina entonces,
con el impacto del desempleo en una sociedad bastante integrada y fuertemente
salarial, en contraste con otras de América Latina (Svampa y Pereyra, 2003: 11-13).
Estas tres insuficiencias (del Estado, de los sindicatos y de las redes comunita-
rias) pueden considerarse complementariamente como presencias destacables en la
historia argentina que permiten explicar el fenómeno piquetero. La relevancia del
Estado en la historia argentina tiene mucha vinculación con que la falta de empleo se
convierta en una demanda reivindicativa y política. Algo similar sucede con la larga
tradición sindical y asociativa que se hace presente en las nuevas organizaciones ante
la deserción de los dirigentes sindicales y la insuficiencia de las redes existentes. Es
decir, son la propia cultura; política de los sectores populares, la particular presencia
del Estado, la tradición sindical y la crisis de recursos de las redes sociales los factores
que explican el fenómeno.
Si después de los piquetes se obtuvieron planes sociales, nuevamente estamos en
presencia del Estado, “sindicato” y redes: hay un decreto que establece un derecho, un
conjunto de organizaciones que lo reclaman y administran planes, y una trama social
que se hace relevante en la búsqueda del plan, en el crecimiento de las organizaciones
y en los grupos en que se estructura la contraprestación. En otras palabras, con las
políticas neoliberales el Estado se retiró de la protección social de vastos sectores
populares. Se genera un vacío, un “desierto”, cuando los viejos sindicatos, partidos
e instituciones que en otros contextos habían sido canales de resistencia dejan de
cumplir ese papel. En ese marco, surge una nueva demanda que, en algún momento
variable del proceso, se institucionaliza como “sindicato barrial de desocupados”.
Eso solo se consolida a partir de que el Estado reaparece (se lo hace reaparecer a
través de la acción) tanto en su variante represiva como en su dimensión social. “Los
manifestantes en la ruta se dirigen al Estado nacional solicitando su reinserción al
mismo” (Delamata, 2002: 130).
Casi tres décadas atrás, Portes y Walton señalaban algunas tendencias sociales
de “las políticas de la pobreza urbana” en América Latina, que tal vez valga la pena
contrastar con la situación encontrada en Buenos Aires al comenzar el nuevo mile-
nio. La primera señalaba que la conducta política de los pobres está definida por la
racionalidad ante circunstancias estructurales. Las preguntas actuales de investiga-
ción tratan más acerca de las características específicas que adquiere en diferentes
contextos esa racionalidad, que a demostrar la existencia de la racionalidad en sí. Si
en ciertas situaciones puede canalizarse a través de la participación barrial o electoral,
en otros momentos puede derivar en reclamar en las calles al Estado.
La segunda tendencia se refería a que el eje del agolpamiento político de los gru-
pos marginados se vinculaba a su problema más urgente, insoluble por vía individual:

195
Marcela Cerrutti y Alejandro Grimson

el acceso a la tierra y la vivienda. El caso argentino muestra un cambio significativo


en relación a la definición del problema acuciante, el cual ha pasado a ser el empleo
y no ya el acceso a la tierra y la vivienda. La tercera tendencia se vinculaba al mayor
peso relativo de las organizaciones comunales centradas en cuestiones locales como
vehículos preferidos de la acción política. Esta tendencia no podría ser sostenida
tan taxativamente en el contexto actual argentino, aunque no porque los partidos
políticos hayan cobrado una mayor relevancia –en verdad han sufrido un masivo
proceso de desafiliación–. Lo que ocurre es que dado que la agenda de reivindicación
es básicamente no local, la lucha por el empleo, se han generado nuevos tipos de
interrelaciones entre lo local y lo nacional. Estas interrelaciones tienen una mayor
semejanza con tradiciones sindicales que con tradiciones estrictamente políticas.
La dinámica de alta fragmentación política de organizaciones piqueteras y fábricas
recuperadas (así como en 2002 y 2003 de las asambleas populares) no podría ser
adjudicada a la relevancia de lo local. Más bien, una investigación debería buscar
reconstruir las matrices de cultura política que coaccionan hacia la constante fisión.
La cuarta tendencia enfatizaba la historicidad de las organizaciones y sus
transformaciones en función del cambiante valor instrumental. A nuestro parecer,
esta tendencia tiene una relevancia particular, tanto para comprender la evolución
reciente de las organizaciones populares como para dar cuenta de la nueva fase que
se está iniciando en la Argentina, pasado ya el momento más agudo de la crisis eco-
nómica y política. Hemos mencionado cómo organizaciones, redes y prácticas como
el trueque y las asambleas que surgieron durante la crisis perdieron por diversos
motivos vitalidad y relevancia. Por otra parte, se analizó cómo el problema social
acuciante del desempleo comenzó en un momento a ser colectivamente abordado
y, a partir del éxito relativo de esas acciones colectivas y sus líderes, emergieron y se
consolidaron centenares de organizaciones de base que luchan, obtienen y adminis-
tran planes sociales. Claro está que para entender la evolución de las organizaciones
no debería perderse de vista el rol clave del gobierno, el cual desarrolla estrategias
para debilitar a las organizaciones más opositoras.
La quinta tendencia se refería a que la ausencia relativa de radicalización
política no se debía a que no había importantes frustraciones, sino a la percepción
de inviabilidad de desafiar el orden existente. Constatar esta tendencia en el caso
argentino demandaría una más amplia investigación empírica. De todas formas,
podemos señalar que hacia fines de 2001 e inicios de 2002 amplios sectores sociales
manifestaron su percepción de la inviabilidad del orden existente que generalizaba
el rechazo a lo hegemónico mucho más que afirmaba la viabilidad de un cambio en
una dirección determinada. A nuestro modo de ver, el radicalismo político había
alcanzado sus propios límites en la movilización a Plaza de Mayo de la izquierda y
piqueteros del 20 de diciembre de 2002 (Grimson, 2003b). Un año después, un acto
análogo mostró a organizaciones piqueteras consolidadas, pero sin capacidad de
interpelación a sectores medios, cuya ausencia fue completa en esta oportunidad.

196
Buenos Aires, neoliberalismo y después

La sexta tendencia se refería al papel clave de la intervención externa en la ac-


ción política y la dependencia que esa acción tiene de las circunstancias generales.
¿Cuándo podemos estar seguros de considerar “externa” a una intervención? Este es
un punto complejo. Así, por ejemplo, varias ocupaciones de fábricas fueron iniciativa
de los propios trabajadores, pero para subsistir y avanzar tuvieron que establecer
vínculos con brókers de diferente tipo (sindicales, políticos, legales). Algo similar
sucedió con comedores populares o merenderos que surgieron por iniciativa de los
vecinos. Por último, la existencia de un grupo de militantes sociales y políticos con
cierta trayectoria ha sido una condición necesaria para la emergencia de un grupo
piquetero. La intervención externa puede no ser imprescindible para el surgimiento
de algunos procesos organizacionales, pero su mediación con las condiciones gene-
rales es condición sine qua non de su institucionalización.
Para terminar, si comparamos la situación de las organizaciones populares
de la actualidad con la dominante en la década de 1970, deben necesariamente
contrastarse las características de la militancia. Si en aquella época había grandes
organizaciones que promovían la “proletarización” y canalizaban los vínculos con
los barrios populares de los sectores medios, actualmente organizaciones políticas
de ese tipo son menos relevantes. Lo llamativo es que, desde la segunda mitad de la
década de 1990, una camada entera de sectores medios ha decidido realizar actividad
social y política en barrios populares sin mediación institucional alguna. La crisis
de los partidos políticos no ha implicado en Buenos Aires el fin de la militancia, sino
el surgimiento de una militancia de nuevo tipo que muchas veces es “externa” en
términos de origen social, aunque no lo es siempre –por ahora– en términos de la
formación de una corporación política.

Bibliografía
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argentina en la década de los noventa: cambios en su lógica, intencionalidad y en
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