7 - Gutiérrez - Los Ritmos Del Pachakuti PDF
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Movilización y levantamiento
popular-indígena en Bolivia (2000-2005)
Raquel Gutiérrez Aguilar
Los ritmos del Pachakuti
Movilización y levantamiento
popular-indígena en Bolivia (2000-2005)
Raquel Gutiérrez Aguilar
Gutiérrez Aguilar, Raquel
Los ritmos del Pachakuti : movilización y levantamiento
indígena-popular en Bolivia (2000-2005)
- 1a ed. - Buenos Aires : Tinta Limón, 2008.
384 p. ; 20x14 cm. - (Pensar en movimiento; 6)
ISBN 978-987-23140-9-5
Derechos reservados.
www.tintalimonediciones.com.ar
Palabras previas 7
Agradecimientos 9
Prefacio 13
Anexo
Esbozo metodológico 363
Bibliografía 367
Palabras previas
7
anacronismo. Aquello que revela al tiempo en tanto dimensión
multiplicada, complicada y dislocada de la experiencia histórica.
Lo anacrónico no es simplemente lo que pertenece al pasado y
reaparece fuera de contexto, descolocado, sino la problematización
temporal que impide la simplificación de la actualidad. Lo que
emerge, casi siempre de modo imprevisto, para hacer estallar la
linealidad del relato, la progresividad de los sucesos y la totalidad
que busca cerrarse sobre sí misma.
De este modo, el anacronismo deja ver en cada secuencia his-
tórica un montaje temporal heterogéneo, y evita que los conflictos
queden reducidos a opciones binarias que tienden a bloquear toda
politización efectiva. La sensibilidad anacrónica ofrece entonces
la alternativa de saltar fuera de la línea cronológica hacia otro tipo
de procesualidad, más bien rítmica: la de un largo aliento que sin
embargo se desplaza a los saltos.
Raquel pone el énfasis en dos temporalidades distintas, que se
vinculan de modo específico, coloreando cada vez las discontinui-
dades históricas. Dos temporalidades: una ancestral, comunitaria,
que se expresa también en formas nuevas; y otra insurreccional,
que primó durante los primeros cinco años de esta década y que
parece haberse apaciguado, aunque sus efectos continúen determi-
nando la situación, de principio a fin. Se analizan en estas páginas
sus formas de composición y también sus incompatibilidades, a la
vez que se busca descubrir lo que han abierto como posibilidad y
aquello a lo que aspiran.
La invención conceptual es parte de esta necesidad de nuevas
formas de comprensión y de lenguaje. Porque la imagen-concepto
de un “horizonte interior a las luchas” que aquí trabaja Raquel,
alude simultáneamente al alcance práctico de las rupturas aconte-
cidas y a los significados que permanecieron implícitos o potencia-
les, y que exigen un esfuerzo reflexivo, de expresión, capaz de vol-
ver disponibles esas innovaciones para futuras luchas colectivas.
Colectivo Situaciones
Noviembre de 2008
Agradecimientos
9
sus comentarios, pistas y sugerencias, más de lo que ellos saben.
Agradezco también a Raul Zibechi y al Colectivo Situaciones, por
sus comentarios y críticas al borrador de este trabajo.
Aquí, en mi lugar de nacimiento, mi agradecimiento profundo
al pueblo mexicano que con su trabajo financió la beca Nro. 174119
que me otorgó el CONACYT entre octubre de 2004 y febrero de
2008. Sin ese apoyo la presente investigación no hubiera sido
posible. Agradezco también sinceramente al Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla por su apertura, apoyo constante y calidez. Especial men-
ción dentro del Instituto merecen mis maestros John Holloway
y Sergio Tischler, amigos entrañables e interlocutores siempre
desafiantes: muchas gracias. A Carlos Figueroa, coordinador del
Posgrado en Sociología del ICSyH-BUAP, un agradecimiento espe-
cial por su siempre amable disposición a colaborar con mi trabajo
Por último, agradezco profundamente el apoyo constante de mi
familia, de Eugenia Aguilar y de mis hermanos, con quienes ha
sido siempre menos duro sortear tiempos turbulentos y en quie-
nes me recargo para alcanzar mis metas. Una mención especial a
José Luis Álvarez, compañero, equilibrio y ancla. Muchas gracias.
10
En memoria de Alfonso Gutiérrez Inzunza (1921-2007),
porque su ausencia al terminar esta investigación
es la que más me duele.
Él me enseñó a querer, a respetar, a trabajar y a cooperar.
13
A partir de centenares de acciones colectivas de deliberación y
toma de acuerdo, de organización y construcción de confianza recí-
proca, de lucha y defensa de lo que es común y que debiera ser ges-
tionado y disfrutado también colectivamente, se produjeron diversas
situaciones en las cuales, el antagonismo étnico y social que atraviesa
y fragmenta a la sociedad boliviana se iluminó con la claridad que
ofrecen los relámpagos en las noches oscuras.1 La visibilización y
rechazo crecientemente colectivo de los variados mecanismos de la
dominación política y social que aseguran la capacidad ajena de explo-
tación de la Pachamama y de sus hijos e hijas, habilitó la multitudina-
ria participación de miles y miles de hombres y mujeres, organizados
en sus comunidades, en sus sindicatos, en sus juntas vecinales, en
sus federaciones, confederaciones y coordinadoras, para trastocar y
modificar ese conjunto de opresivas e injustas relaciones sociales. En
esto consistió la apertura de una temporada de Pachakuti.
En la investigación que está detrás de este trabajo, me propuse
un objetivo doble. Por un lado, volver inteligible el conjunto de suce-
sos que pautaron y dieron forma, sentido y cuerpo a la tumultuosa
participación social de comunarios aymaras, de vecinos de El Alto y
Cochabamba, de cocaleros del Chapare y, en general, de población
urbana y rural sencilla y trabajadora en Bolivia. Es decir, me propuse
escuchar y entender los ritmos del Pachakuti en la medida en la que
se iban produciendo. Al hacerlo, encontré que a la base de cada una
de las cadencias que pude percibir están la dignidad recuperada en
las contundentes acciones de rechazo a lo injusto e inadmisible; la
autonomía ejercida en la deliberación y en la ejecución de lo deci-
dido, en la confrontación al poder instituido y en la pelea por la
legitimidad de lo propio; y la capacidad de cooperar entre distintos
en condiciones más o menos paritarias jamás exentas de tensión.
Dignidad, autonomía y capacidad de cooperación, como notas funda-
mentales de una sinfonía in crescendo son los hilos que he rastreado
en los pasos y caminos de cada cuerpo social movilizado.
1. La metáfora de los momentos de lucha como relámpagos que nos permiten ver lo que estaba ocul-
to en la negrura de la normalidad es originalmente de Raúl Zibechi de quien la tomo en préstamo
(Zibechi, 2006).
14
Por otro lado, también he buscado entender los contenidos y anhe-
los políticos sumergidos y no completamente explícitos, anidados en
las más íntimas profundidades de las formas antiguas y modernas
de organización de la vida social, que se volvieron intermitentemen-
te visibles durante la ola de movilizaciones y levantamientos. Esos
contenidos y esos anhelos son los que pueden ayudarnos a imaginar
y producir un por-venir distinto y un presente aceptable. Sólo desde
ahí es posible hacerse la pregunta de cómo avanzar en las tareas del
Pachakuti. En tal sentido, he indagado en aquellos elementos que
configuran el horizonte de deseo del cúmulo de acciones de lucha que
se desplegaron en Bolivia entre 2000 y 2005.
La manera cómo desarrollé este doble propósito fue diseñando
sobre la marcha misma de los acontecimientos, una estrategia teóri-
ca para la comprensión sensible de las luchas sociales y, al mismo
tiempo, un dispositivo de rastreo que confrontara sistemáticamente
los alcances prácticos de cada lucha con el horizonte interior que en las
acciones colectivas se bosquejaba con mayor o menor nitidez. A pro-
pósito de todo esto, valgan unas cuantas reflexiones preliminares.
II
2. Las dos primeras acepciones al término “teoría” en el Diccionario de la Lengua Española de la Real
Academia, 21 edición, establecen: “1. Conocimiento especulativo considerado con independencia de
toda aplicación. 2. Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”.
15
En tal sentido, este trabajo se afianza de manera doble entre el
estudio de la historia reciente y la reflexión filosófica y no está
exento de las dificultades conceptuales y argumentales, mucho
más generales, que tiñen la relación entre historia y filosofía. El
carácter teórico-filosófico de la investigación –y no sólo histórico–
deviene de la ambición de reflexionar sobre ciertas regularidades
del movimiento social que puedan servir para relacionar y enten-
der determinados fenómenos políticos cuya discusión apremia.
Una estrategia teórica para entender los movimientos y rebelio-
nes sociales recientes en sus alcances históricos, además, a diferen-
cia del significado clásico de la palabra teoría no tiene la pretensión
de encubrir, a nombre de una noción de objetividad, al sujeto que
teoriza. Más bien, busca presentar los sucesos, los hechos, como
producción práctica y reflexiva de personas situadas socialmente,
que asumen determinadas intencionalidades políticas sean éstas
explícitamente señaladas o implícitamente asumidas. La estrategia
teórica que propongo se inserta entonces, no en la tradición que
privilegia la producción de conocimiento objetivo, sino en la que aus-
picia la comprensión práctica del acontecimiento social de quiebre,
resistencia e impugnación al orden social por aquellos que lo pro-
ducen. En tal sentido, asumo dos órdenes o niveles lógicos para la
comprensión de la emancipación: el primero y fundamental tiene
que ver con las propias prácticas emancipativas inscritas en la acti-
vidad política concreta de los distintos conglomerados de hombres
y mujeres que, con sus acciones de levantamiento y movilización
en Bolivia abrieron nuevas perspectivas para producir y pensar la
convivencia social y las posibilidades “otras” de su auto-regulación.
De ahí el lugar privilegiado que la descripción detallada del acon-
tecimiento de autounificación y lucha tiene en este trabajo. Sólo
después de ello cabe un segundo orden lógico: el de la reflexión
crítica de los significados explícitos y potenciales3 de las acciones y
sucesos producidos por hombres y mujeres concretos.
3. En relación a lo anterior conviene situar la peculiar relación de interioridad que guardo con lo que es,
de acuerdo a cánones académicos, mi “objeto de estudio”: viví en Bolivia entre 1984 y 2001 y tengo el
gusto de haber conocido y participado en diversos esfuerzos organizativos y políticos en ese país.
16
III
17
orden mencionado4 y no a “teoría” específica alguna– a fin de ensa-
yar una manera de evaluar las potencias y límites de los momentos
elegidos. En tanto no pretende ser una historia, pido al lector bene-
volencia con las ausencias –y quizás imprecisiones– que puedan
hallarse en su desarrollo; al tiempo que llamo su atención hacia el
esfuerzo realizado por establecer en detalle las distintas posibilida-
des históricas abiertas en cada uno de los momentos estudiados. El
espíritu que anima mi trabajo es el auspicio de la cooperación para
dotar de contenido al término “emancipación social”; y no la com-
petencia en la precisión descriptiva a partir de lo meticuloso que sea
el registro del evento estudiado.
IV
4. La pregunta central de la práctica política emancipativa concreta –el primer orden– que ocurre de
manera caótica al interior de un conjunto de flujos en marcha que constituyen una movilización o
un levantamiento es, sin duda alguna, ¿qué hacemos? ¿cómo avanzamos? Interrogante enunciada
siempre desde el centro mismo del despliegue del antagonismo. Esto es, tiene que ver con lo que
en la distinción clásica de la izquierda revolucionaria del siglo XX se denominaba “táctica”, de cuya
necesaria concordancia con lo llamado “estratégico” siempre se hablaba, aunque la claridad de tal
concordancia con frecuencia quedara en duda.
18
moderna:5 estatal, organizada a través de la delegación de la repre-
sentación política y fundada en el predominio del valor y la compe-
tencia sostenida, sobre todo, en la propiedad privada de riqueza que
debiera ser común.6 Aclaremos un poco más este juicio subterrá-
neo que impregna el conjunto de la reflexión que sigue.
5. La noción de “síntesis social” como concepto que permite pensar la totalidad sin necesariamente
recurrir a la noción de “estado” –más cargada semánticamente–, la recupero de Sohn Rethel, aun-
que la utilizo de manera un tanto diferente (Sohn Rethel, 2001).
6. Aclaro que con esta afirmación no me comprometo con ninguna defensa de la “propiedad estatal”
de la riqueza; tampoco la rechazo. Señalo, sobre todo, que el fundamento de la dominación y explo-
tación del capital y del estado se cimenta en la imposibilidad de que los más puedan vivir “sin tener
que pedir permiso a nadie”. Para un argumento en esta dirección ver Doménech, 2004.
7. Para fines analíticos, en ocasiones considero válido concebir una totalidad social expresada en el
estado sin dejar nunca de lado su calidad de síntesis ilusoria de un supuesto interés general. En todo
caso, me guío en todo momento por el criterio crítico de Bloch: “Lo que existe no puede ser verdad”
(Bloch, 1959).
19
2) Los cimientos de la relación mando-obediencia dentro de la
sociedad que se erige, básicamente, sobre la creencia social en la
legitimidad del monopolio anterior. Tales cimientos se asientan
en las estructuras simbólicas profundas del imaginario social que
habilitan y hacen reconocer como aceptables ciertas formas de
dominación, es decir, la relación mando-obediencia que se hunde
en las divisiones étnicas y genéricas drásticamente jerarquizadas,
más íntimas de un conjunto social.
3) Las formas de organización política, económica, productiva y
ritual del andamiaje normativo y administrativo de la vida social
para resolver las necesidades fundamentales del conjunto de la
población admitido en la anterior síntesis social.
20
puede capturarse –y también restringirse– con el término moder-
no de “revolución social” o que se expresa con mayor precisión en
la antigua voz aymara Pachakuti. El punto de partida, entonces,
consiste en afirmar con claridad la idea de que para transformarse
profundamente, la sociedad no necesita nuevos y mejores proyectos
de reconfiguración social sintéticos, que sean emitidos como rivales
del actual desde el lugar de emisión universal y afirmativo que es el
espacio por excelencia del discurso de la filosofía política. A partir
lo anterior, la principal idea-fuerza de mi trabajo, en lo relativo a
la comprensión e impulso de la transformación social consiste en
construir y pensar maneras para desconfigurar permanentemente el
orden instituido desde distintos niveles y en distintas cadencias pero,
eso sí, de manera expansiva y permanente aunque discontinua,8 es
decir, pautando ritmos, generando cadencias.
Situando la mirada de esta manera, la lógica de la argumentación
sobre la transformación social se trastoca profundamente al igual
que la comprensión de los eventos de antagonismo, resistencia y
levantamiento. Lo que en un momento puede ser debilidad, puede
ser visto como virtud y viceversa; lo que quedaba situado en el orden
argumental como finalidad ahora puede ser visto como medio, etc.
Ahora bien, hasta donde he avanzado, considero que la profun-
didad del trastocamiento en el orden político y social en Bolivia
puede estudiarse a partir de conocer el doble juego combinatorio
entre los alcances prácticos del quiebre en marcha –el nivel y poten-
cia efectiva de la confrontación social concreta–, y el horizonte
interior de los sectores sociales que confrontan lo instituido. En las
siguientes páginas presento mis reflexiones justamente sobre estas
dos cuestiones, sobre sus combinaciones y sobre sus desfases.
8. Con esta expresión de “permanente” aunque “discontinua” –que podría ser sustituida también
por “intermitente”– me refiero al tipo de ritmos que fundan casi todos los procesos vitales: desde el
sístole-diástole del sistema circulatorio hasta los flujos y reflujos de las movilizaciones sociales. Esta
pauta de lo que podemos llamar los “tiempos vitales” se contradice, antagoniza y desborda perma-
nentemente los falsos tiempos homogéneos, idénticos y lineales del capital y del estado. Pensado
así, el problema de la permanencia intermitente de las “acciones sociales de desconfiguración del
orden dado” consiste, ante todo, en no colapsar los ritmos vivos del antagonismo social, a los tiem-
pos idénticos de la normatividad del capital. La posibilidad de ello ocurre, fundamentalmente, en el
universo del sentido, del significado y no tanto en los ámbitos de las formas organizativas o de las
“estructuras” institucionales aunque, por supuesto, estas últimas son imprescindibles.
21
Lo que denomino alcance práctico de una lucha es más fácil de
determinar, pues consiste básicamente en su fuerza material real,
su capacidad disruptiva, su vitalidad interna para permanecer y
avanzar, sus redes asociativas, su importancia en el conjunto de
luchas en un país y en el mundo, etc., esto es, elementos que pue-
den ser “registrados” de manera exterior. Por su parte, el horizonte
interior es más complejo y puede estudiarse, principalmente, escu-
driñando en los desfases entre lo que se hace y no se dice, entre
lo que se dice y no se hace, en lo que se exhibe implícita o explíci-
tamente como deseo y como capacidad, etc.; es decir, se relaciona
profundamente con el tipo de subjetividad colectiva que se produce
durante los momentos de ruptura de lo cotidiano, de movilización y
levantamiento, en los cuales se develan posibilidades comunes y se
articulan de forma compleja deseos, horizontes utópicos. Por lo gene-
ral, los deseos y horizontes utópicos son, antes que registrables,
más bien perceptibles y formulables como hipótesis para continuar.
Por cierto, después de un quiebre social de gran magnitud las
relaciones sociales no pueden ser las mismas. Tanto las relaciones
de dominación y explotación, en su forma y contenido, como las
creencias básicas de categorización jerarquizada de los distintos
segmentos del conjunto social se ven alteradas drásticamente
durante un quiebre histórico. En caso de no ser así, lo que ello evi-
dencia es que no hubo en el período anterior un quiebre social de
gran magnitud, pese a la eventual densidad de los acontecimientos
ocurridos. Es el quiebre y más aun, la profundidad del quiebre lo
que puede hacer traspasar al conjunto social el umbral de las transfor-
maciones posibles, produciendo alguna novedad histórica. La apuesta
es, por tanto, aprender de la experiencia boliviana reciente.
22
predominio del valor, esbozaré ahora la noción de emancipación
que alumbra mi reflexión sobre las recientes movilizaciones y
levantamientos indígenas y populares en Bolivia.
Una vez que una sociedad, a partir de las luchas locales de resis-
tencia y a las múltiples acciones defensivas y ofensivas de confronta-
ción explícita, entra en un momento de gran inestabilidad política, en
el cual no funcionan ni las formas antiguas de ejercicio del mando ni
los artefactos normativos para la gestión del conflicto en sus distintos
niveles, entonces se abre un umbral de transformaciones posibles que
permite pensar en una paulatina transformación social o “cambio de
estado”. Notar que hablamos de “cambio de estado” con minúscula
pues aludimos a la configuración social y a sus flujos y órdenes inter-
nos (ie, a los modos de “estar” las personas en el mundo, de regular
sus relaciones entre sí y con y a través de las cosas) y no a un “esta-
do” como ha sido entendido y estudiado en ciertas ramas clásicas de
la filosofía política. La emancipación consiste, básicamente, en un
“cambio de estado” en la configuración social a lo largo del cual la
sociedad recupera su posibilidad de decidir de manera no delegativa
sobre el asunto público y donde paulatinamente se inhibe el predo-
minio del valor sobre las personas concretas generalizándose otro
modo de relación social que descansa en el despliegue del valor de
uso de las cosas, a partir de su reapropiación por las personas libre-
mente asociadas para sus fines autónomos. En este sentido, el “cam-
bio de estado” que dota de contenido al concepto “emancipación”,
está constituido por un conjunto de eventos que ocurren en el tiempo
–ie, no es un lugar o un fin específico a conquistar que sea distingui-
ble de manera discreta–, e históricamente, el más grande problema
de las grandes acciones de confrontación social protagonizadas por
hombres y mujeres situados histórica y geográficamente que han
abierto umbrales emancipativos, ha sido el de la estabilización en el
tiempo del ímpetu transformador, en tanto expansiva y permanente
aunque intermitente acción de desconfiguración del orden, más allá
de la propia acción de confrontación.
A partir de estas nociones, que más o menos arman una conste-
lación conceptual en torno al término “emancipación”, intentando
23
capturar rasgos de significado sin fijarlos ni identificarlos en cáno-
nes de clausura conceptual, presentaré, a lo largo de los capítulos
de este trabajo, una revisión de los sucesos, discursos, intencio-
nes y límites de los levantamientos y movilizaciones indígenas y
populares en Bolivia entre 2000 y 2005. La estrategia teórica que
he seguido consiste en la reflexión rigurosa sobre los momentos
constitutivos, de irrupción fundante de tres grandes fuerzas socia-
les cuyas acciones conformaron el período de quiebre que Bolivia
ha vivido, y que permitieron el actual proyecto de reconfiguración
en curso, el llamado “Evismo”.
Si la noción de “nacional-popular”9 fue el modo en que
Zavaleta pensó el tipo de complejidad que existe en sociedades
como la boliviana, trataré por mi parte de pensar la noción de lo
“comunitario-popular”. Zavaleta reflexionó sobre la sociedad boli-
viana en tanto “estructurada en parte por la dominación colonial
y luego por el desarrollo del capital... pero a la vez manteniendo
formas sociales y políticas anteriores”.10 Por mi parte, voy a pen-
sar las posibilidades de irradiación estable de esas formas sociales
y políticas anteriores, eminentemente presentes en los momentos
de exhibición del antagonismo social, también como potencias
estructuradoras y estables de composición de lo social en tiempos
de descomposición de lo estatal-nacional y de posibilidades de
imaginar formas de autorregulación y autogobierno no necesaria
o plenamente estatales ni capitalistas.
En tal sentido, en este trabajo hablo: 1) de lo que pasó en Bolivia
entre 2000 y 2005, a partir de una serie de tablas cronológicas y
de información sobre quiénes y cómo participaron en los sucesos;
2) de lo que no pasó y que los protagonistas de las movilizaciones
y levantamientos querían que pasara, basándome para ello en
mi propia experiencia personal en las luchas bolivianas, en los
contrastes entre lo que los dirigentes de las luchas locales dicen
que quieren y lo que efectivamente hacen y consiguen, y 3) de lo
que pudo ocurrir y que quizá puede llegar a suceder. Esta forma
9. Zavaleta, 1986: 9.
10. Tapia, 2002c: 336
24
de analizar y exponer se contrapone a otras maneras, hoy consa-
gradas como legítimas para el conocimiento dentro de la tradición
académica predominante, por lo cual resulta pertinente una breve
discusión en relación a cómo comprender la lucha social.
VI
11. Marx, Manifiesto del Partido Comunista, en Marx-Engels, Obras Escogidas, Tomo I, Editorial
Progreso, Moscú, 1982.
12. El acercamiento crítico contemporáneo abreva, entre otras fuentes, en los aportes de la Dialéctica
negativa de Adorno (Adorno [1966], 1990), en las Tesis sobre la Historia de Benjamin (Benjamin
[1942], 2005), en El principio esperanza de Bloch (Bloch [1959], 2004) y en la Teoría crítica de
Horkheimer (Horkheimer [1968], 2003); pero ha sido desarrollado de manera independiente por
autores como John Holloway y su Cambiar el mundo sin tomar el poder (Holloway, 2001) y en los
trabajos de Sergio Tischler sobre Memoria, tiempo y sujeto (Tischler, 2005). Otras interpretaciones
interesantes de las luchas recientes y de las cuestiones relacionadas con la emancipación social, que
tienen puntos de acuerdo y diálogo con las ya mencionadas, aunque se nutren de otras fuentes filo-
sóficas son las del Colectivo Situaciones en Argentina y de Raúl Zibechi en Uruguay.
25
El acercamiento “sociológico” se inscribe en la tradición acadé-
mica dominante, desde lo que fue la izquierda “oficial” hasta las
nuevas teorías acerca de los “movimientos sociales”13 entendidos
como configuraciones más o menos fijas de sujetos aglutinados a
partir de intereses que son defendidos contra los de otros proyec-
tos económicos, sociales y políticos impulsados por otros “sujetos”
igualmente identificables y cuyo comportamiento es descifrable a
partir de algunos principios, a los que se les otorga la calidad de
“racionales”, que dan coherencia al conjunto de sus acciones.
El cimiento de esta manera de pensar es la identificación
objetiva, aun si a través de ella se sacrifica la comprensión de los
sucesos. Identificar significa, en su sentido más amplio, asociar
de manera rígida un término –una palabra– a un “objeto” o refe-
rente y fijar un significado que describa o contenga de la manera
más precisa posible los rasgos y/o atributos del referente en cues-
tión. Éste es el nudo teórico más íntimo del programa positivista
del conocimiento y del logicismo que lo acompañó durante varias
décadas.14 Comprender, como acto subjetivo de orientación en la
producción colectiva del mundo, como experiencia subjetiva de
enlace con los significados preexistentes al mismo tiempo que
como posibilidad de su transformación, es algo radicalmente
distinto a lo anterior.
Discutir lo relativo a la comprensión del despliegue del anta-
gonismo social es el objetivo más profundo de mi investigación,
en tanto dicha experiencia subjetiva es la base de posibilidad de
la emancipación. En la tradición del marxismo crítico, dentro de
la cual inscribo mi trabajo, la categoría “lucha de clases” tiene un
13. En relación a la forma tradicional de conocer la “lucha de clases” desde la izquierda, existió hasta los
80 un acercamiento que podemos llamar canónico organizado en diversos manuales auspiciados por
la Academia de Ciencias Sociales de la ex URSS y por el gobierno cubano. En particular, las versiones
en castellano de esta mirada dirigidas hacia América Latina fueron compiladas por Martha Harnecker
y tuvieron una amplísima difusión. En relación al acercamiento principalmente anglosajón a la pro-
blemática del conflicto social cabe mencionar la llamada “teoría de los movimientos sociales”, uno de
cuyos autores más influyentes en nuestro medio es S. Tarrow (El poder en movimiento: los movimientos
sociales, la acción colectiva y la política, Alianza, Madrid, 1997). En este trabajo no se discutirá puntual-
mente con estas posturas sino que se presentará otra manera de comprender las luchas sociales.
14. Para una discusión sobre esto desde la filosofía de la lógica puede verse: Raquel Gutiérrez, Sobre
la naturaleza de las proposiciones de la aritmética y la noción de número. Mill, Frege, Cantor y Dedekind,
Tesis de Maestría en Filosofía, UNAM, México D.F., 2005.
26
papel central. Además, dentro de este término dual –“lucha” y
“clases”–, el mayor énfasis lo coloco en el registro, conocimiento
y comprensión de la “lucha”.15 Comparto con Sergio Tischler la
siguiente mirada:
15. Comparto buena parte de los principios que ha sostenido John Holloway a lo largo de su obra y,
en particular, el punto de vista compilado en Clase = Lucha (Holloway, comp., 2004).
27
nía práctica; esto es, centrando la mirada en la explicitación del
antagonismo que rompe el fetiche conceptual de la identificación
como fundamento del conocimiento, abriendo momentos creati-
vos e inciertos cuando los diversos vínculos humanos se recrean
ampliándose, complejizándose y dando paso a variadas maneras
de protagonismo social (Situaciones, 2002).16
Así, durante la investigación que posibilitó este trabajo inda-
gué en la historia de las distintas colectividades humanas partici-
pantes en la lucha boliviana entre 2000 y 2005, en sus historias
locales y en sus trayectorias institucionales, teniendo cuidado de
no caer en lo que puede llamarse la “paradoja de la teoría de los
movimientos sociales en América Latina”.
La paradoja consiste en que diversos teóricos de la izquierda,
una vez que documentaron la crisis de la llamada forma “clásica” o
“fordista” de la clase obrera, se lanzaron a la pesquisa de “nuevos
sujetos” o de nuevas “formas” de organicidad y presencia social
interpeladora, conservando sin embargo, la matriz conceptual pre-
via que ciñe la mirada en el ser por sobre el hacer.
Es decir, en vez de dirigir la atención al despliegue práctico de
las luchas –tanto de la ofensiva del capital como de la polifónica
ola de resistencia, levantamiento y rebelión–, se prefiere situar y
fijar a los “nuevos sujetos” con uno o más términos analíticos,
lo cual nuevamente permite identificar y dar cuenta externa y
verticalmente de los conflictos que se presentan.
Dentro de esta paradójica superación de la antigua “lucha de
clases”, o bien las luchas de resistencia son comprendidas como
mera acción reactiva a las iniciativas y acciones desplegadas por
el capital (como por ejemplo sucede, en última instancia, con
28
Negri y Hardt),17 o bien se reconoce la autonomía de las accio-
nes sociales de insubordinación condensadas en instantes de
quiebre, pero se intenta obsesivamente ajustar tales acciones en
esquemas de comprensión rígidos que reinstalen “sujetos” exte-
riormente reconocibles e identificables (el ejemplo más notable
de este esfuerzo para Bolivia es García Linera).18
17. La forma en que Negri y Hardt proceden en sus dos famosos textos Imperio y Multitud (Negri y
Hardt, 2000 y 2004) es documentando primero las transformaciones ocurridas en el ámbito de la
dominación del capital y de la explotación del trabajo, explicando además cómo fue destruida la cen-
tralidad del mundo del trabajo industrial de tipo fordista. Una vez documentado lo anterior, atienden
a la pluralidad de luchas de resistencia y a la multiplicidad de rebeliones recientes, proponiendo una
categoría comprensiva, “la multitud”, que vuelve a instalarse en el marco de intelección de lo social
en el mismo papel que durante décadas ocupó el término vacío “clase obrera”, dentro de la tradición
marxista oficial. De esta manera, por sustitución, ocurre la paradoja y la crítica pierde agudeza. En
todo caso, lo que se conserva y reinstala teóricamente es al capital como fetiche que se presenta como
titular de la soberanía social y la iniciativa política. Estas ideas han sido discutidas ampliamente en el
Seminario de Subjetividad y Teoría Crítica del ICSH de la BUAP durante 2004 y 2005.
18. En Bolivia, García Linera documentó utilizando cierta herramienta sociológica de Pierre Bour-
dieu, el declive y desintegración de lo que él llama “antigua clase obrera boliviana” (García Linera,
1999 y 2001). Recientemente el mismo autor junto a Costas y Chávez, dirigió y publicó una investi-
gación financiada por OXFAM y Diakonía titulada Sociología de los movimientos sociales en Bolivia que
consiste en un amplio registro de los diversos grupos humanos que protagonizaron las luchas entre
2000 y 2003 centrando la mirada en sus formas institucionalizadas y en los llamados “repertorios
de movilización”. Esta forma de mirar ha sido funcional a la “estabilización” de los movimientos
sociales que ha emprendido el gobierno de Morales, convirtiéndolos tendencialmente en apéndices
de la acción gubernamental (García Linera –coordinador– 2004).
29
intelección se ha recompueto conservando, lamentablemente, los
criterios clasificatorios básicos.19 Dos de los nudos fundantes de
esta manera de entender y argumentar consisten en lo siguiente:
19. Principalmente la separación entre aquello que tendrá un carácter “social” o “económico” plena-
mente distinguido del carácter “político” de los acontecimientos. A partir de esta dicotomía se levan-
ta otra caracterización establecida de manera confusa: el carácter “anticapitalista” y/o “antiestatal” de
cada una de las luchas concretas.
20. Entre los teóricos clásicos de esta tradición están John Rawls y Jürgen Habermas, que han pro-
ducido interesantes y complejas teorías políticas para abordar los desgarramientos de la sociedad
contemporánea del capital sobre la base de su conservación. En particular vale la pena revisar Teo-
ría de la justicia (Rawls, 1971), Liberalismo político (Rawls,1993) y Facticidad y validez (Habermas,
2001). En otro terreno y para Bolivia, una postura heredera de otra tradición, pero que conserva de
la concepción liberal 1) la noción de delegación de la capacidad social de decidir en un representante
y 2) una compleja teoría de la representación, es la que García Linera presenta en su folleto Estado
multinacional (García Linera, 2005)
21. Para una discusión más completa sobre esto se puede revisar Ávalos Tenorio (coordinador), 2002.
30
instituciones y prácticas que garanticen la “gobernabilidad”, sea ésta
de derecha o de izquierda. Por otro lado, si la totalidad social está des-
garrada internamente por el antagonismo y el conflicto, de lo que se
trata es de superar el orden interno de esa totalidad para dar paso a un
orden “otro” que constituya una nueva totalidad. Esta última premisa,
generalmente admitida por la tradición de la izquierda revolucionaria,
tiene diversas variantes y distinciones de múltiples niveles según: a)
las maneras que propone para superar el orden de la totalidad social
actual, b) lo que sugiere como “orden” básico de la nueva totalidad.
Resumiendo, el supuesto fundamental del esquema de inte-
lección expuesto –compartido por el pensamiento de las llamadas
“derechas” e “izquierdas” clásicas–, es la comprensión de la socie-
dad como totalidad; el cual, una vez admitido, exige comprometer-
se con otros principios abstractos que den coherencia interna al
estudio de lo que sucede al interior del cuerpo social. Uno de tales
principios, que para los fines de esta investigación nos interesa
discutir, es la idea del marxismo vulgar clásico sobre la “necesidad
histórica” de la superación del orden del capital.
Dicho de manera esquemática, la idea de la necesidad histórica
de la superación del capital para el marxismo dogmático –y sus
múltiples variantes– se funda en la comprensión de la historia
como un proceso objetivo e ineluctable que puede estudiarse
“científicamente” a partir de entender objetivamente el desarrollo
de las contradicciones entre las “fuerzas productivas” y las “rela-
ciones de producción”; contradicciones que son pensadas, a fin de
cuentas, como fuerza motriz “en última instancia” tanto de la his-
toria como de la obligada caída del régimen del capital. En contras-
te con lo anterior el marxismo crítico se plantea, ante todo, como
una “teoría de la lucha social” antes que como una teoría total de
la explotación y la dominación del capital y de la necesidad histórica
de su superación. En este sentido, esta posición pone el acento en
el antagonismo social y en las maneras concretas en que deter-
minados hombres y mujeres resisten y luchan contra el capital.
Esto es, entiende la lucha como el despliegue concreto de alguna
particularidad social confrontada a la totalidad de la dominación-
31
explotación y por esta vía rompe con una visión teleológica de la
historia, en tanto a cada lucha concreta la entiende como incierta
y potencialmente susceptible de crear novedad.22 De ahí que un
reto para este enfoque sea justamente construir una manera de
hilvanar la comprensión de las múltiples acciones de movilización
y levantamiento contra el orden del capital –es decir, de las parti-
culares formas de despliegue de la particularidad–, que permita
construir un “horizonte de sentido”; esto es, que logre explicar
el contenido profundo de tales luchas, más allá de registrarlas, o
bien como meras anomalías23 o como eventos que se agotan en sí
mismos.24 Justo en tal dirección, mi postura es contrapuesta a la
“gran narrativa” del marxismo ortodoxo donde a cada acción social
de lucha o resistencia se le asignaba una valoración dentro del
“sentido general de la historia”, previamente asumido.
La versión ortodoxa o tradicional del marxismo, a decir de
Holloway, incluía en sus diversas variantes dos supuestos fun-
damentales que funcionaron como cimientos de una manera de
comprender la historia: a) la teoría de la necesidad histórica de la
superación del capitalismo por el socialismo; y b) el privilegio del
conocimiento de tal necesidad –el conocimiento y comprensión de
las leyes históricas que ineluctablemente determinaban el declive
necesario de la sociedad del capital–, sobre las luchas concretas con-
tra la explotación y dominación capitalista (Holloway, 2001: 174).
A partir de tales premisas, se construyó un sólido edificio argu-
mental que organizó una comprensión particular de los aspectos
políticos de la lucha social durante un largo período de tiempo. Tal
visión de la historia incluía, entre otras, tres ideas rectoras:
22. John Holloway sugiere que “el objetivo [de la teoría crítica] no es comprender la realidad sino
comprender (y por medio de esa comprensión intensificar) sus contradicciones como parte de la
lucha por cambiar el mundo” (Holloway, 2001: 165).
23. Diversas teorías que buscan dar cuenta de la tensión conservación-cambio en el fenómeno social,
consideran a los movimientos sociales únicamente como anomalías, como fluctuaciones disolventes
del orden social que deben ser asimiladas. La noción de fondo de este enfoque es la existencia de
un supuesto “equilibrio social general”, que opera en la base de la argumentación. En particular ver
Jürgen Habermas, Facticidad y validez, 2001.
24. Guillermo Almeyra por ejemplo, es un teórico de los límites y de la impotencia política de los
movimientos sociales contemporáneos (Almeyra, 2004)
32
1) La idea de que el propio desarrollo del capital prepara las condi-
ciones materiales para la instauración del socialismo.
2) La comprensión del socialismo básicamente como “estatización
de los medios de producción” y “planificación de la economía”.
3) La propuesta de que la actividad principal del “sujeto de la
revolución” –fuera éste la clase obrera, la clase obrera en alianza
con los campesinos pobres, la clase obrera organizada en partido
revolucionario, etc.– debía orientarse a la “toma del poder políti-
co”, condensado en el estado para, a partir de ahí, emprender la
construcción del socialismo.
25. John Holloway, a partir de una revisión del trabajo de juventud de Marx, propone recuperar
una útil distinción entre “trabajo abstracto” y “trabajo útil” como elementos del “doble carácter del
trabajo”. La distinción permite a Holloway indagar más profundamente en el carácter de la así lla-
mada “contradicción capital/trabajo”. Holloway, analizando el “doble carácter del trabajo”, hilvana la
siguiente secuencia de conceptos con cada uno de estos rasgos: el “trabajo abstracto” es la auténtica
fuente del valor y exige la división del trabajo; por su parte, el “trabajo útil” (o “hacer útil” para dar
más énfasis en la distinción), está en la base de la producción de valores de uso y de la posibilidad
de acciones de cooperación. Holloway, “La crisis del trabajo abstracto”, ponencia presentada en el
Seminario Internacional “Cambio de Siglo”, organizado por la revista Argumentos de la UAM-X,
entre el 22 y 24 de mayo de 2007.
33
entonces, necesidad histórica, sino continua acción de resistencia y
creación colectiva que, sin embargo, se produce en medio de deter-
minadas condiciones de producción material y de acumulación de
capital. No existen leyes objetivas de la economía que determinen
la necesidad del socialismo, sino formas concretas de despliegue
del antagonismo social que configuran lo que en cada momento
histórico se denomina presente.
A partir de los supuestos anteriores, se abren al menos dos
preguntas teóricas: ¿es posible descubrir un sentido general,
un horizonte político, en las recientes luchas, movilizaciones y
levantamientos contra el capital, que permita pensar su posible
sintonía o enlace? ¿Hasta qué punto tales acciones sociales son
luchas que se dirigen no sólo contra sino más allá del capital
(Holloway, 2004)? En la investigación que está en la base de
este trabajo abordé una y otra vez estas interrogantes, esbozan-
do posibles respuestas. Además, al hacerme tales preguntas me
topé insistentemente con dos temas cruciales. El primero de
ellos, ¿cómo poder entender los a veces drásticos y a veces sutiles
cambios en el temperamento social que habilitan amplias y crea-
tivas acciones de cooperación que ponen en jaque el orden social
dominante, desbordando los marcos institucionales? ¿Cómo
vislumbrar, y también contribuir a producir un sentido general
de las transformaciones en marcha a partir, justamente, de esa
subjetividad colectiva en estado de insubordinación? Esto es,
encontré también la necesidad de aclarar un poco más la noción
de “emancipación humana”, en tanto constelación conceptual
que dota de sentido a las luchas sociales recientes. Presento al
amable lector/a algunos elementos sobre estas dos cuestiones.
VII
34
situados e intencionales, sostengo que el estudio analítico de
los llamados “nuevos sujetos” privilegiando su clasificación, a la
larga o a la corta habilita la recreación de algún tipo de relación
de subordinación entre quienes componen el “nuevo sujeto” estu-
diado y quienes lo clasifican de una u otra forma o, incluso, quien
paga para que se estudie justamente “de esa manera”.26
En contraste con ello, la postura teórica –académica o mili-
tante– que centra la atención en el conflicto mismo, en el des-
pliegue concreto y contradictorio del antagonismo social situado
y, en particular, en la forma tensa cómo tal despliegue es vivido
por quienes lo producen, podrá entender los diversos modos en
que se configura y, quizás, intermitente, un tipo de subjetividad
que impugna los variados dispositivos de subordinación social,
tanto desde la vida cotidiana como en los momentos de rebelión
social abierta. A través de este acercamiento, no sólo es posible
distinguir entre distintas profundidades de impugnación del
orden social sin tener que apelar a una postura teleológica, sino
que incluso resulta posible comparar entre diversas experiencias,
contrastando sus potencias y límites en tanto son experiencias
humanas análogas.
Entonces, si el antagonismo social contemporáneo desde el
lado del capital, el predominio del trabajo abstracto, el valor de
cambio y el poder estatal avanza por las sendas del despojo, el
saqueo, la sobreexplotación y el desprecio; desde el lado del tra-
bajo vivo, del “hacer-útil”, del privilegio del valor de uso y de la
capacidad práctica de las diversas comunidades humanas para
cooperar entre sí, ese mismo antagonismo camina por los sende-
ros de la autonomía, la reapropiación de los bienes comunes, la
26. En América Latina, durante los últimos años 90 hasta ahora han proliferado un gran número
de conflictos que por lo general son conceptualizados y ordenados como “movimientos sociales”. El
estudio de esta temática consiste, ante todo, en ensayar formas de clasificación a partir de las “nove-
dades organizativas” que se han generado antes y después de los conflictos, o bien partir de hipótesis
sobre la génesis de tales acciones colectivas o en privilegiar el estudio de las “identidades” que se
confrontan. Hemos ya mencionado que en Bolivia, a partir de 2005 se ha establecido un “modo
de mirar” lo relativo a los “movimientos sociales” (García Linera, coordinador, 2004) consagrado
también por el hecho de que su autor se convirtió en vicepresidente del país, que ha consolidado
una forma de relacionamiento subordinado entre el gobierno de Morales y algunos representantes
de tales movimientos.
35
reconstrucción de un sentido de justicia y el respeto.27 Preguntas
abiertas mirando desde este ángulo son:
27. En torno a estos ejes hemos visto desplegarse un tumultuoso y vasto conjunto de acciones socia-
les multitudinarias en los últimos años en los diferentes países de nuestra América: la insurrección
de muy variados grupos urbanos y periurbanos argentinos en diciembre de 2001, o las movilizacio-
nes y cercos mediante los cuales bolivianos y ecuatorianos quitan presidentes y expulsan transna-
cionales. Entre las acciones de insubordinación y lucha que se guían por estas claves también están,
por supuesto, desde la rebelión zapatista y su posterior construcción de Caracoles como instancia de
autorregulación supra-comunal, hasta los campamentos de los “sin tierra” brasileños y los recientes
esfuerzos en Oaxaca por construir un espacio de deliberación y politización no liberal.
36
aparentemente “no políticas”, como la comunidad, el barrio o
la familia.28 De lo que se trata, pues, es de volver inteligibles las
luchas y confrontaciones que se expandieron por toda Bolivia a
comienzos del siglo XXI y de aprender lo que nos enseñan, una
vez más, sobre la emancipación humana.
Para desarrollar esta tarea, una posibilidad es avanzar escu-
driñando los momentos más caóticos de la fisura social, movién-
donos sin ninguna rigidez a través de tres niveles de análisis que
pueden, quizás, ayudarnos a distinguir lo que sucede:
28. Según Raúl Zibechi, todas las nuevas formas de protesta y despliegue del antagonismo social,
de alguna u otra manera “corresponden” a la estructura económica y política liberal marcada por la
desindustrialización, la pérdida de derechos colectivos y la subordinación a ultranza de los gobiernos
locales al poder transnacional (Zibechi, 2003). Desde entonces, pero con más contundencia pos-
teriormente, Zibechi propone no ceñirse al canon explicativo que exige “fijar” y “definir” con total
claridad a cada “movimiento social”, sino que propone la noción “sociedad en movimiento” para
estudiar, justamente, las formas, intensidades y modos del despliegue del antagonismo. Este camino
me parece sumamente fértil.
37
su sedimentación configuran un estado. Durante esos cinco años,
en Bolivia se visibilizó y expandió la producción colectiva, caótica
e intermitente, de una democracia comunal y plebeya, que ocurre
en las asambleas, en los bloqueos de caminos y en las barricadas;
forma democrática de la acción y de la gestión de la vida social
que, sin embargo, ha ido siendo paso a paso devaluada simbólica
y prácticamente, durante los años del gobierno de Morales, por los
profesionales del estado, de la decisión política y la voz pública.
Documentar y reflexionar sobre tales rupturas es la contribución
que pretendo hacer a la emancipación social, entendida como
constelación conceptual. Finalicemos esta larga introducción con
nuevas consideraciones sobre esta crucial cuestión.
VIII
29. Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, XXI edición, Madrid, 1992. En el
diccionario de Larousse, por su parte, son sinónimos de “emancipar”: 1) liberar, independizar, li-
bertar, redimir, manumitir; 2) desvincular, separar. Los antónimos de la primera acepción, por su
parte, son: dominar, colonizar, someter, esclavizar; y de la segunda, sujetar y retener. Considero
conveniente tener presentes estas variantes del significado de la palabra a lo largo del argumento.
Tomo 2 del Consultor de Larousse sobre sinónimos y antónimos, Ediciones Larousse, Barcelona-México
D.F., 1 edición.
38
tivo y reflexivo, es decir, donde el sujeto que actúa se ocupa de sí
mismo.30 Desde el punto de vista etimológico, el término “eman-
cipar”, según Toni Doménech, significa literalmente “quitarse de
encima la mano del amo” (o del Padre o del Señor):
30. En este mismo sentido puede leerse la afirmación de Raúl Zibechi: “hablar de emancipación
supone remitirse a un sujeto social capaz de autoemanciparse, tarea que sólo puede hacerse realidad
desde la autonomía” (Zibechi, 1999: 15).
39
Adorno, “conocer al objeto en su constelación es saber el proceso
que ha acumulado” o, dicho de otra manera:
40
La noción de “cambio” revolucionario queda en medio de este
razonamiento, constreñida a: a) la modificación del conjunto de
ocupantes del aparato estatal; y b) la noción de destrucción de las
instituciones y relaciones de mando previas y de la construcción
de unas nuevas.31
Ahora bien, si partimos de la premisa contraria, es decir de
que el significado de “emancipación social” consiste en “cambiar
el mundo sin tomar el poder”, entre otras cosas es necesario rom-
per con la ambición universal moderna de la definición general
y, simultáneamente, abdicar del punto de vista de la totalidad.
Intentaré hacer esto en una serie de tesis que bordearán el signifi-
cado de “emancipación social” a modo de constelación. Para fines
argumentales modifico la tesis de Holloway de la siguiente mane-
ra: “La toma del poder no es condición ni necesaria ni suficiente
para cambiar el mundo”.
Si emanciparse consiste en cambiar el mundo y viceversa, esto
es, si la emancipación es, ante todo, actividad política y práctica
colectiva de transformación del mundo, entonces es praxis de
trastocamiento y fuga: trastocamiento material y simbólico del orden
existente y fuga de los contenidos semánticos y simbólicos que nos
preceden y que dan existencia material y significado a lo instituido.
Por tanto, emanciparse consiste básicamente en realizar en común
acciones de resistencia y lucha para transformar las relaciones
sociales, económicas y políticas habilitando la decisión colectiva
autónoma y la regulación de la convivencia social con base en tales
modos de decidir.
Actualmente, las luchas emancipativas ocurren en medio de
relaciones capitalistas neoliberales y bajo el orden político encarna-
do en estados nacionales cada vez más transnacionalizados. De ahí
que, en cierto sentido, el significado y los resultados de las luchas
emancipativas recientes sean ambivalentes, desconcertantes y
31. Para una discusión más detallada sobre esto puede revisarse la compilación de Tischler y Bone-
feld, A 100 años del ¿Qué hacer? Leninismo, crítica marxista y la cuestión de la revolución hoy (Tischler
y Bonefeld, 2003). Para una discusión sobre el tema en Bolivia, puede revisarse Gutiérrez et al, El
fantasma insomne. Pensando el presente desde El Manifiesto Comunista (Gutiérrez et.al, 1999).
41
hasta confusos.32 En la última década, los diversos movimientos
sociales han sido capaces de derribar gobiernos y de poner límites
a las acciones de saqueo y dominación neoliberales. En tal sentido,
las luchas recientes de los movimientos sociales en América Latina
han sido luchas emancipativas: han abierto cauces para que la
sociedad, de manera directa, intervenga en el asunto político esta-
bleciendo vetos a los distintos planes de los gobiernos neoliberales.
Sin embargo, una gran parte de tales planes sigue vigente y el
orden social de explotación y exclusión económica y política sigue
en pie; peor aun, aparenta haber conseguido un respiro a través de
los distintos gobiernos “progresistas” en América Latina.
Ahora bien, las luchas sociales y los levantamientos indígenas
de la última década han exhibido los profundos quiebres, des-
igualdades y antagonismos que desgarran a las sociedades de los
países de nuestro continente. Tales fracturas, al quedar explícita-
mente expuestas por la movilización y el levantamiento indígena y
popular en Bolivia consiguieron el brusco colapso político e insti-
tucional de la clase dominante que, sin embargo, rápidamente ha
logrado una vigorosa reconstitución en marcha.
De esta manera, en la experiencia boliviana se ha mostrado la
fuerza de la inercia de la dominación estatal y del orden del capital
que dificulta, entrampa o inhibe el conjunto de posibilidades abier-
tas para cambiar el mundo en medio de tales acciones de insubordi-
nación e insurgencia. Mi reflexión, pues, se dirige a pensar, justa-
32. La formulación más clara de esta apreciación la expresaron Miguel Guatemal y Pablo Dávalos,
ecuatorianos ambos, dirigente de organización de la CONAIE el primero y académico y luchador social
cercano al movimiento indígena el segundo, quienes en el contexto de las “II Jornadas Andino Meso-
americanas. Movimiento indígena: resistencia y proyecto alternativo” en La Paz, Bolivia en marzo de
2006, señalaron que en Ecuador las reiteradas sublevaciones y movilizaciones indígenas han logrado
“triunfos que enmascaran derrotas”. Ambos transmitían la colectiva experiencia de haber vivido “la
euforia del triunfo colectivo” que, posteriormente, adquiere un significado de fracaso, se tiñe de una
desagradable experiencia de frustración. En particular, se referían a la movilización y toma indígena
de la ciudad de Quito en el año 2000 contra la “dolarización de la economía”, cuando la fuerza del
levantamiento ocasionó la caída del presidente y la casi desaparición de las instituciones partidarias
de mediación política. Sin embargo, señalaban amargamente: “Tras el derrocamiento de Mahuad, la
dolarización se quedó entre nosotros”. Algo muy similar a esto es lo que relatan los participantes de los
movimientos sociales argentinos más importantes de 2000 y 2001 y, en cierta forma, es análogo a lo
que se vive hoy en Bolivia. En este sentido, la reflexión filosófica sobre el significado profundo de las
acciones sociales para entender lo que se expresa en el enunciado “triunfos que enmascaran derrotas”,
es un tema relevante que está pendiente en el balance de las luchas recientes en América del Sur.
42
mente, las dificultades para cambiar el mundo, transformando las
relaciones sociales y políticas heredadas, para que los hombres y
mujeres de la sociedad llana logren construir auto-gobierno a par-
tir de sus propias organizaciones naturales.33 De todo lo anterior,
una primera afirmación:
43
revolucionario o “popular” ha significado el declive tendencial de
la capacidad colectiva de intervenir en el asunto público, lo que
constituye una parte importante de la lucha emancipativa contem-
poránea.36 Esta constatación, sin embargo, no permite concluir de
manera tajante que, en toda ocasión, es decir, para cualquier caso
histórico, la ocupación del gobierno o el estado por alguna fracción
de la población movilizada sea contraproducente y frene la lucha
por la emancipación.
En este sentido y en términos estrictamente analíticos, para clari-
ficar la reflexión es posible sostener que ambas cuestiones son lógi-
camente independientes una de otra. Aunque en términos político-
prácticos concretos tal afirmación deba ser matizada. Es decir, lo que
se constata es, únicamente, que la acción colectiva emancipativa y su
práctica profunda de transformación de las relaciones sociales, econó-
micas y políticas necesita pensarse por un cauce distinto y separado de la
lucha partidaria por la ocupación del gobierno y del estado dado que
discurren por vías y tiempos distintos. Estos dos conjuntos de accio-
nes sociales son distintos, ajenos; pese a que ambos guarden cierta
relación entre sí porque es a partir de sus diversas acciones como se
constituye la realidad política en un lugar y tiempo determinados; de
tal manera que lo que ocurre en uno de estos espacio-tiempos políti-
cos no es irrelevante para lo que suceda en el otro y viceversa.
En una reunión de la Coordinadora del Agua en Cochabamba,
el 11 de marzo de 2006, recién instaurado el gobierno de Morales,
esta problemática quedó planteada del siguiente modo: “la cues-
tión de cómo ejercer el gobierno es actualmente el problema del
MAS; la cuestión que sigue estando frente a nosotros es el proble-
ma del poder, de su disolución y trastocamiento”.
Esta forma de plantear las cosas tiene varias virtudes:
36. Por aquí se puede entender el papel de los “gobiernos progresistas” y su significado actual en
América Latina. En cierta medida, tales gobiernos progresistas funcionan también –de ninguna ma-
nera únicamente- como una especie de maniobra contrainsurgente, pues refuerzan las instituciones
colapsadas en el período de los levantamientos y las insurrecciones, reconstruyendo los tiempos y
espacios estatales. A partir de sus acciones y más allá de sus discursos, reeditan y afianzan ciertas
relaciones de mando que no tienen nada que ver con lo horizontal, autónomo y asambleísta; sobre
todo en la medida en que re-instalan de manera confusa la escisión entre gobernantes y gobernados
reforzando el monopolio de la decisión política anteriormente en jaque.
44
1) En primer lugar, coloca en su justo lugar el problema del sujeto
de la emancipación social, distinguiendo entre la sociedad llana,
diversa y múltiple que tiene ante sí el problema de la disolución
del poder-imposición y la peculiar corporación que temporalmente
ocupe el aparato del gobierno.
45
dente, en consonancia con lo anterior, es el planteamiento zapa-
tista de la existencia no de una sola forma unificada y única de
política sino de dos clases de política: la oficial y “la otra”, aunque
por lo pronto, no tengamos muy claro en qué consisten los rasgos
prácticos de esta “otra” forma.
46
Por horizonte de deseo, entendemos algo así como una metáfora de
lo que es colectivamente deseable y posible construir, que habilite un
sentido común de las múltiples acciones colectivas.39 Tal ausencia se
expresa con claridad, insisto, en la formulación de la CONAIE que
afirma: “obtenemos triunfos que enmascaran derrotas”. También
se muestra en la analogía expresada por un poblador del Barrio 1 de
Mayo de Cochabamba, quien enuncia en relación al actual proceso
político boliviano: “Nosotros no queríamos construirnos un cuartito
en la casa de ellos sino construirnos otra casa”. O finalmente, con
más nitidez se exhibe en el señalamiento de Eugenio Rojas, actual
alcalde de Achacachi y “kamayu” –organizador guerrero– de los
levantamientos aymaras entre 2000 y 2005, quien insiste: “hemos
sabido destruir instituciones pero no hemos podido construir otras
nuevas”. En esta última formulación, además, se observa con claridad
la dificultad para expresar la ambición de que sea “la propia manera
de hacer las cosas” la que se consagre como legítima y legal.
Para poder pensar estas cuestiones, vale la pena reflexionar acer-
ca de la doble naturaleza del tiempo bajo el orden del capital. Hasta
ahora es posible distinguir entre al menos dos temporalidades dis-
tintas: el tiempo de lo cotidiano y el tiempo de la ruptura, esto es, del
quiebre de lo cotidiano. Por lo general, en las culturas tradicionales
el tiempo de lo cotidiano se pauta y se rompe por la fiesta. Y por eso
las movilizaciones y las luchas, cuando son realmente desde abajo,
se parecen a las fiestas, son empresas colectivas donde lo que se ha
acumulado en tiempos normales, se derrocha en busca de algún
objetivo decidido en común. Así, resulta que el tiempo de quiebre
de lo cotidiano, sea en la fiesta o sea en la rebelión, está habitado por
lo colectivo, lo tumultuoso, lo inédito, lo excesivo y lo riesgoso.
Sin embargo, durante el tiempo de lo cotidiano, cada quien,
39. La noción horizonte de deseo también es tributaria de la teoría de Bloch quien sugiere: “El impulso
se manifiesta, en primer término como ‘aspiración’, como apetencia en algún sentido. Si la aspira-
ción es sentida, se hace ‘anhelo’, el único estado sincero en todo hombre. El anhelo es menos vago
y general que el impulso, pero, al menos, está claramente dirigido hacia el exterior […] (Para que el
anhelo pueda ser satisfecho) tiene que dirigirse claramente a algo. Así determinado, cesa de moverse
en todas las direcciones, y se convierte en una ‘búsqueda’ que tiene y no tiene lo que persigue, en un
movimiento hacia un objetivo”. La ausencia de horizonte de deseo la entiendo, justamente, como ese
moverse actualmente el movimiento de insubordinación en todas las direcciones, lo cual lo fortalece
en cierto sentido, pero lo debilita en otros (Bloch, 1959: 74).
47
cada individuo, cada unidad doméstica, cada comunidad, sindi-
cato, barrio o colonia, está ocupada en su asunto productivo y
administrativo local de manera singular, por lo general, con base
en conductas repetitivas y conocidas que marcan este tiempo como
pronosticable, como quieto. Este tiempo es el que, con mucha
mayor facilidad, queda sumergido y es fagocitado por el tiempo
de la normalidad estatal. Si los tiempos de ruptura política de lo
cotidiano por parte del estado y su dominio son los tiempos de la
llamada “fiesta electoral”, que por lo general se contraponen a los
tiempos del exceso disruptivo y festivo del levantamiento social, el
tiempo normal del estado se impone a partir de la permanencia de
lo que se suele llamar “normatividad”; es decir, el modo aceptado
como ordenado, deseable e impuesto como legal de hacer las cosas
cotidianas en su minucia, que está teñido de la lógica dominante y
la traslada hacia los vasos capilares del sistema estatal. Sobre estos
temas vale la pena ahora esbozar algunas ideas pues ahí se conden-
sa un aspecto decisivo de la “cuestión del poder”.
48
vencia social ocurre en el espacio y en el tiempo. La emancipación
social, en este sentido es, ante todo, una disputa por el espacio y
por el tiempo. En momentos de antagonismo, de confrontación, la
lucha emancipativa por lo general toma la forma de una pelea ya
sea por tiempo –en sociedades más plenamente capitalistas–, ya
sea por espacio –en sociedades donde prevalecen cánones agrarios
de existencia–, pese a que en el fondo, los primeros carecen drás-
ticamente de espacio tangible, y los otros no consiguen establecer
sus tiempos como pauta legítima de la convivencia.40 Por tal
razón, la autorregulación social autónoma se basa, ante todo, en
la posibilidad práctica de un grupo de hombres y mujeres de dis-
poner de espacios y de tiempos, y de tener la habilidad de ocupar
esos espacios y de pautar dichos tiempos de una manera tal que se
conviertan en los soportes que permitan satisfacer necesidades y
desplegar deseos de forma autónoma.41
Este antagonismo por un “tiempo otro” y por un “espacio
otro” se devela claramente en momentos de intensa confrontación
social. Sin embargo, tal antagonismo se diluye –aunque pervive–
en los “tiempos normales del estado”, es decir, en los “momentos
de paz”, cuando se aquietan las aguas de la confrontación social
explícita. Tal inercia del “tiempo normal del Estado” es, quizás,
uno de los más grandes obstáculos para la emancipación, sobre
todo porque su presencia y existencia es aparentemente intangible
o, cuando se hace visible, se la admite sin demasiadas objeciones
al atribuírsele un carácter casi natural.
Entre los testimonios que podemos documentar para expre-
sar esta domesticación y captura de la fuerza emancipativa de la
40. En Bolivia, en los últimos años, la lucha contra el estado se ha basado en una exitosa capacidad de
controlar el espacio; la cuestión actual es la lucha por la reapropiación del tiempo y por el derecho a
establecer las pautas que lo marcan. En México, la lucha zapatista y del movimiento indígena ha tenido
éxito al emprender sus acciones en un tiempo que puede pensarse como “autónomo”. En estos mo-
mentos, la cuestión central en México es una lucha por la reapropiación del espacio, del territorio.
41. De alguna manera, éste sería un buen modo de describir con un gran nivel de generalidad, la for-
ma de vida del entramado indígena comunitario andino más denso y sólido, que disfruta todavía de
una gran autonomía y de cierta capacidad de expansión relativa. Por su parte, en relación a la lucha
de los pueblos indígenas mexicanos, Francisco López Bárcenas sugiere la siguiente formulación: “La
resistencia es el esfuerzo colectivo de los pueblos por no dejar de ser lo que han sido. La lucha es el
enfrentamiento por no permanecer en el lugar en el que son colocados” (comunicación personal con
López Bárcenas, marzo de 2006).
49
población movilizada por la inercia estatal desplegada en el tiem-
po, están las afirmaciones de Eugenio Rojas, encargado aymara
del Cuartel de Qalachaqa en la zona de Achacachi y hoy alcalde de
esa ciudad quien afirma:
50
los municipios autónomos, porque si vamos a ser autónomos
no es posible ceñirnos a las leyes antiguas. Nuestras formas
organizativas propias tienen que ser ‘legales’ y nuestras mane-
ras de autorregularnos y de ejercer control también tienen que
ser legales. Lo nuestro tiene que convertirse en ‘eje legal’ –y no
sólo legítimo– del funcionamiento del país.42
42. Palabras de Oscar Olivera expresadas en una asamblea de la Coordinadora del Agua realizada en
Cochabamba el 11 de marzo de 2006.
43. Reunión con el “Comité de agua potable” del Barrio 1 de mayo, el 10 de marzo de 2006. Este
conjunto de puntos constituye un resumen de las distintas participaciones de más de 40 dirigentes
de ASICA-Sur en una reunión ampliada la noche del 10 de marzo de 2006. ASICA-Sur es la “Aso-
ciación de sistemas independientes y cooperativas de Agua Potable de la Zona Sur de Cochabamba”
que están deliberando acerca de la pertinencia de constituirse en un municipio autónomo y de qué
significa eso en términos concretos.
44. La Ley de Participación Popular es un cuerpo legal que, entre otras cosas, promovió la descen-
tralización de una parte acotada de los recursos públicos y la transferencia de múltiples funciones
anteriormente centrales a las alcaldías. Los recursos que se distribuyen son pocos y las funciones a
realizar están fuertemente reglamentadas. Esta ley promulgada en 1995 durante el primer gobierno de
Sánchez de Lozada fue aplaudida por los apologistas de la democracia procedimental-liberal, quienes la
calificaron de “acción democratizadora del estado”. La población de las villas y municipios, sobre todo
rurales y/o más pequeños, en poco tiempo comenzó a percibirla como el vehículo de un entrometi-
miento estatal a nivel municipal, calificándola de límite para la decisión por usos y costumbres.
51
cionamiento de la Alcaldía. Estos mecanismos son, entre otros, la
obligación de realizar licitaciones para la construcción de obras,
de acatar el registro oficial de las empresas, de contar con un NIT
(registro oficial para pagar impuestos, etc.).
5) Entrega de cuentas claras sobre los fondos públicos manejados
en la Alcaldía, pero de acuerdo a los usos y costumbres. Que sean
los contadores del estado los que aprendan de nuestra forma de
llevar las cuentas, no al revés.
52
“el monopolio de nombrar y normar”.45 Rivera tiene razón cuan-
do señala que en nuestros países, el monopolio de nombrar y
de normar que detentan las élites, aunque intermitentemente
cercadas por la insubordinación de las multitudes indígenas y
populares, es una pesada ancla que fija en el pasado las relacio-
nes sociales y que dificulta y entrampa la producción colectiva de
horizontes políticos. Habitamos en un universo de sentido ajeno,
y las luchas se despliegan en él.
Hasta ahora, la producción del sentido común de la disidencia en
Bolivia se ha realizado básicamente en los tiempos de confronta-
ción. Ha sido en medio del despliegue explícito del antagonismo
social –en “guerra”– y casi siempre bajo formulaciones negativas
–contra la erradicación forzosa de la coca, contra la privatización
del agua, contra la venta del gas en las condiciones impuestas por
las transnacionales, etc.–, cuando se han generado los acuerdos
deliberativos más profundos. Una excepción a esto es la llamada
en Bolivia “Agenda de Octubre”, donde se sintetizan en positivo
los objetivos multitudinarios de reapropiación de los recursos
hidrocarburíferos y de otros bienes comunes entregados a las
transnacionales, y de realización de una asamblea constituyente
soberana, fundacional y sin mediación partidaria. Sin embargo,
cuando la población insurrecta le pone nombre a su deseo, cuando
expresa contundentemente su mandato, entonces entra a funcio-
nar la “normatividad” para capturarlo y ceñirlo al pasado.
Comenzando por el idioma en el que está hecha la ley y
siguiendo por los conceptos que se emplean en ella, no hay neu-
tralidad alguna en el sistema normativo. En los marcos legales
liberales no caben categorías como la de la “propiedad pública-
social” y no se puede reconocer a corporaciones “privadas” el
derecho a establecer multas, ni se entiende que el derecho de
participar está íntimamente ligado a la obligación de participar y
al hecho de habitar. Sin embargo, “propiedad pública-social” es el
nombre que le pusieron al tipo de empresa de agua potable que
45. Silvia Rivera, “La nocion de ‘nación’ como camisa de fuerza de los movimientos indígenas”, en Mo-
vimiento indígena en América Latina: resistencia y proyecto alternativo, en Escárzaga-Gutiérrez, 2006.
53
los vecinos de El Alto querían construir para sí mismos cuando
finalmente se fue la transnacional Suez-Lyonnese des Eaux. El
calificativo sirve para distinguir lo que desean: no quieren que
la empresa sea pública-municipal en el sentido tradicional, esto
es, gestionada por grupos de técnicos ajenos y por equipos buro-
crático-administrativos de corte partidario. Tampoco quieren,
por supuesto, que sea privada. Quieren implementar un tipo de
propiedad colectiva directa, y de posesión y gestión diferenciada,
similar a cómo se organizan las demás tareas “públicas” en las
comunidades y en los barrios de la ciudad de El Alto.46
En relación al derecho y obligación de participar conexo con el
hecho de habitar que en muchas comunidades aymaras y qhiswas
es el fundamento de la posesión individual de una porción de los
bienes comunes –en este caso, tierra y agua–, este principio sen-
cillamente no concuerda, no cabe, en la normatividad liberal sobre
tenencia de tierra ni es admitido como legítimo para regular la pro-
piedad de los bienes inmuebles. ¿Cómo entonces se transforma la
estructura de la propiedad? ¿Bajo qué marco conceptual se enuncia
un horizonte de deseo, si antes de ello se tiene que producir una
gigantesca acción de éxodo semántico?47
Por otro lado, en relación a la forma de la representación política
sucede algo similar. Por “ampliación democrática”, desde el estado
se entiende organizar más y más elecciones siempre ciñéndose a la
mediación partidaria. Incluso el mecanismo del referéndum vincu-
lante adquiere una forma liberal, pues el gobierno conserva para sí,
entre otras cosas, la prerrogativa de formular la pregunta a ser con-
sultada. Frente a esto, ¿cómo se legalizan las prácticas políticas que
no caben en el entramado conceptual y mucho menos en el anda-
miaje normativo de la república heredada? ¿Cómo se “legaliza” al
tipo de instituciones políticas comunitarias originarias y a las nuevas
asociaciones urbanas basadas en formas asambleístas de consenso,
con participación de carácter obligatorio y con dirigentes rotativos?
46. Sobre las formas organizativas alteñas ver Mamani (2005), Raúl Zibechi (2006).
47. Para Virno, el “éxodo [...] modifica las condiciones en que la protesta tiene lugar antes que presu-
ponerlas como un horizonte inamovible”. En la formulación “éxodo semántico” recupero esta idea
para el universo del significado (Virno, 2003: 72).
54
Para entender los eventos sociales recientes de resistencia,
movilización y levantamiento en América Latina es importante
rastrear los múltiples, vastos e intermitentes actos de insubordina-
ción que hombres y mujeres han desplegado en los últimos años
y conocer las formas organizativas, las prácticas políticas que han
permitido tales acciones. Sólo en ellos podemos encontrar las cla-
ves para pensar la emancipación. Para contribuir a ella, debemos
ocuparnos colectivamente, entre otras cosas, de la producción de
significados que se fuguen de la cárcel de los términos, los concep-
tos y las normas liberales.
Las preguntas y discusiones acerca de si estas agrupaciones y
estas acciones son meramente reformistas, o si son sólo conglome-
rados reunidos espontáneamente por la necesidad o los esfuerzos
partidarios y de otras organizaciones para “introducir” en esas
acciones un “discurso radical”, solamente entorpecen la compren-
sión de lo que se configura como subjetividad crítica durante y
después de las acciones de sublevación. De lo que se trata, desde
esta perspectiva, es de reflexionar sobre la auténtica radicalidad de
la acción llevada a cabo por conglomerados variados de hombres
y mujeres que se han ingeniado para potenciar su unificación con
otras acciones y, a partir de ahí, expandir el objetivo común... Esta
perspectiva, considero, enlaza con lo que solíamos en otras tem-
poradas denominar “emancipación” y trabajar en ello es, también,
contribuir a “cambiar el mundo”. Mi trabajo pues, desea contribuir
en algo a que el segundo movimiento del Pachakuti, hoy parcial-
mente suspendido, pueda abrirse paso.
55
Primera Parte
Levantamientos comunitarios
y democratizaciones plebeyas
1. El “período democrático” es un término que designa el lapso de tiempo que comenzó en 1982 y se
mantiene hasta ahora, cuando terminó la época de las dictaduras militares. El primer presidente tras
el “retorno de la democracia” fue Hernán Siles Suazo. Desde entonces, todos los gobiernos han sido
o bien electos en comicios planeados con anterioridad, o en elecciones adelantadas –Paz Estensoro
(1985) y Evo Morales (2005)–, o designados mediante mecanismos constitucionales de sucesión.
Dada la historia de inestabilidad política que ostenta Bolivia y la brutalidad de los golpes militares
que han ocurrido, la “conservación de la democracia” entendida como respeto a los procedimientos
legales para hacerse del gobierno es un valor compartido por amplios segmentos de la población.
Sin embargo, una discusión en torno a la democracia muy generalizada en Bolivia es la relativa a los
“contenidos” de tal régimen de gobierno.
2. La anterior ocasión en la que el “estado de sitio” fue desafiado de manera contundente y masiva
fue en el golpe de Natush Busch, el 1 de noviembre de 1979, en medio de un golpe de estado. La caída
del gobierno de Natush es conservada en el imaginario popular como el preludio de la caída de los
gobiernos militares y de la llamada “apertura democrática” de 1982.
57
en la región. En otro rincón de Bolivia, a 4.000 metros de altura
sobre el nivel del mar, en medio del gélido viento otoñal de las
cercanías del Lago Titikaka, ese mismo día miles y miles de comu-
narios aymaras de la región de Omasuyos y provincias cercanas,
entraron a la capital provincial, Achacachi, liberaron a los presos
y vaciaron las oficinas públicas: todos los papeles que contenían
trámites ante el estado, acumulados en años, sirvieron para que
ardiera una gigantesca hoguera en la plaza del pueblo.
En medio de tal levantamiento indígena y popular, muy pocos
recordaban la insurrección minera-popular que 48 años antes hizo
caer al llamado “estado oligárquico”, abriendo paso al limitado
“estado-nacional” que conoció Bolivia durante las tres décadas
siguientes. La población indígena y popular de ambos lados de la
Cordillera Real de los Andes no celebraba aquella fecha cívica y,
más bien, se levantaba nuevamente exigiendo ante todo, respeto
a sus derechos. La cadena de mando de la República de Bolivia
comenzaba a quebrarse: las fuerzas militares en la calle, los cami-
nos y los pueblos no lograban acallar el descontento de la pobla-
ción detonado, en lo inmediato, por la amenaza de privatización
del agua. En el largo plazo, se condensaba en la acción civil el
hartazgo por una interminable cadena de agravios y saqueos.
En aquel abril inaugural, la gente expresaba su rechazo a los
planes gubernamentales y se negaba a acatar el orden estatal: lo
hacía tumultuosa y desordenadamente del modo en que ances-
tralmente ha aprendido a vivir, organizarse y movilizarse: a partir
de sí misma.
A lo largo de este capítulo dibujaré la manera en que se cons-
tituyó el momento de quiebre abierto a partir de 2000. Considero
que en las movilizaciones y levantamientos más importantes de
ese año, a modo de una semilla, puede encontrarse la matriz
política, organizativa y de sentido de la subsecuente “revolución
social” que se desplegó en Bolivia a lo largo de los siguientes años.
En realidad, para fines de este trabajo, el año 2000 comienza
justamente en enero de 2000 y termina en algún momento a lo
largo de 2002, cuando la primera grande y enérgica oleada de
58
insubordinación indígena y popular aparentemente se aquieta.
La intención es indagar, de manera variada, en los rasgos básicos
de esa matriz de significado que inaugura una “forma de politi-
zación” (Tapia) y diagrama un modo de articulación social que
puede, tendencialmente, iluminar posibilidades de unificación y
autorregulación social más allá de formas estatales que desafíen,
además, las lógicas de la perpetuación del capital. A lo largo de
tres secciones sucesivas, presentaré elementos de la inicial Guerra
del Agua en Cochabamba, de los levantamientos y movilizaciones
indígena-comunales principalmente aymaras del Altiplano paceño
y de las movilizaciones y bloqueos de caminos en defensa de la
coca protagonizados por los cocaleros del Chapare. A lo largo de
las tres secciones de este capítulo, las preguntas centrales que
recorren la exposición son cuatro: ¿quiénes se movilizan?, ¿qué
hicieron?, ¿qué dijeron?, y ¿qué buscaban?
59
Capítulo I
La Coordinadora de defensa del Agua y de la Vida: la
multitud irrumpe en el espacio público
desafiando el orden estatal
61
de Abogados y del Colegio de Ingenieros, así como activistas de la
defensa del medio ambiente. Los congregan dos cosas: el escandalo-
so contrato de concesión del servicio de distribución de agua potable
y alcantarillado en la ciudad de Cochabamaba y zona periurbana a la
empresa Aguas del Tunari, una filial local de la transnacional Bechtel;
y la aprobación de la Ley 2029 de Agua Potable y Alcantarillado, que
es el marco regulatorio del despojo de la gestión del agua de los nive-
les locales y municipales, para entregar su control a manos privadas
y reglamentarlo verticalmente desde una estructura estatal conocida
como la “Superintendencia de Agua”.3
Cada uno de los tres sectores convocados, regantes, fabriles
y profesionales defensores del medio ambiente tenían ya una
historia específica de defensa del agua, de los derechos colectivos
–comunales y laborales– y de crítica a los mecanismos estatales
liberales de entrega y despojo de los bienes anteriormente públi-
cos. Es así que la Coordinadora queda compuesta como un espa-
cio de coordinación y lucha para evitar el despojo tanto del agua
entendida como bien común y gestionada autónomamente por los
regantes, como de la red de distribución del agua potable hasta
entonces municipal, además de objetar los nuevos marcos legales
de regulación del agua mediante concesiones otorgadas por un
ente estatal vertical e incontrolable: la Superintendencia de Agua.
Resulta entonces que, desde su nacimiento, la Coordinadora
se construye como un espacio de encuentro entre distintos que,
a partir de ciertas decisiones gubernamentales, quedan colocados
en la posición de estar obligados a superar una necesidad común:
la defensa del agua. Cada una de las partes involucradas sufre la
agresión de manera distinta y, por tanto, vive y entiende la amena-
za de la Ley 2029 y la concesión del control y la distribución del
agua potable de una forma específica. Sin embargo, a través de la
3. Como en todos los países de América Latina, las “reformas estructurales neoliberales” también
acarrearon una modificación sustancial del entramado administrativo-burocrático gubernamen-
tal. Dentro de tales transformaciones, la más directamente cuestionadas por la movilización fue
la estructura de las “Superintendencias” (de Aguas, Energía, Minas, etc.), que son entidades que
pretenden regular el espacio-tiempo de lo público, concibiéndolo como un mercado, es decir, fijan
la comprensión de las diversas maneras de interacción social posible considerándolas únicamente
relaciones mercantiles y se postulan como árbitros dentro de tal espacio.
62
fundación de la Coordinadora, como espacio de deliberación por
excelencia, se logra comprender en común, en primer lugar, la
específica manera en que a cada sector le afecta lo que el gobierno
está imponiendo; y en segundo, que cada una de estas formas de
sufrir la imposición estatal no es sino la manifestación específica
de la agresión general hacia todos en conjunto, hacia la sociedad
llana en pleno4. A partir de ese “acuerdo fundacional”, poco a poco
se va hilvanando una manera de superar también en conjunto, la
agresión planteada. Ésta será la más importante experiencia de la
Coordinadora, aportada al acervo de la lucha boliviana reciente.
Revisemos brevemente quiénes son y qué dicen algunos de
los miembros de los tres sectores que quedan enlazados en la
Coordinadora, para avanzar en la respuesta a la pregunta sobre
“quiénes conforman la Coordinadora”. Tal interrogante abre,
desde mi perspectiva, una mejor manera de entender en profun-
didad el significado del evento social, que la pregunta “qué es la
Coordinadora”, aunque esta última forma de abordar el estudio de
la realidad social, en ciertos contextos, también sea pertinente.
63
nismos de defensa y gestión del agua de riego desde 1992, son la
gran mayoría de hombres y mujeres que habitan y trabajan en los
valles de Cochabamba, a partir de un entramado comunitario cuyo
elemento fundamental son las unidades domésticas.
En los valles de Cochabamba existe un conocimiento local ances-
tral para el manejo, gestión y cuidado del agua, que toma cuerpo en
un complejo y diferenciado mosaico de “usos y costumbres” cuyo eje
principal es la autonomía para regular el uso del agua con base en
complicados acuerdos supra-comunitarios que se deciden en asam-
bleas y se vuelven obligatorios para todos quienes dependen y usu-
fructúan de una misma fuente de agua. Omar Fernández y Carmen
Peredo, protagonistas importantes de la defensa del agua, afirman lo
siguiente en relación a “las formas de los derechos de agua”:
64
de Laka Laka”, cuya fuente de agua es el río Calicanto (Peredo,
et al.: 14). Los campesinos de la región de los valles aceptaron
la construcción, ampliación y mantenimiento de los sistemas de
riego, aunque desde un inicio confrontaron su peculiar modo de
gestión del recurso agua, basado en antiguas prácticas andinas de
manejo del suelo y del agua bajo control comunal, con las lógicas
administrativas modernas.
Por otra parte, a partir del crecimiento de la ciudad de Cochabamba
las autoridades vieron conveniente ampliar el suministro de agua
para uso urbano. El destino del agua, en tanto bien escaso en la
región abrió un ámbito de confrontación entre funcionarios guber-
namentales de distintos niveles y usuarios agrarios de fuentes de
agua en los valles cercanos. Omar Fernández explica lo siguiente:
65
En relación a la organización de FEDECOR, Omar Fernández
plantea lo siguiente:
6. Suyu es una palabra quechua que significa espacio o lugar. También refiere a una determinada
extensión de tierra, a cierto derecho de agua o a una cantidad de trabajo. Mita es una práctica andina
que significa turno de agua o turno de trabajo. Fue utilizada durante la Colonia como institución
para regular el trabajo obligatorio de los indígenas a las minas de plata.
7. La columna vertebral de FEDECOR es la Asociación de Sistemas de Riego Tiquipaya-Colcapirhua
(ASIRITIC), fundada en 1992 y que aglutina a más de 2000 usuarios-familias. Su primer presidente
fue Omar Fernández. (Peredo, et al.:2004, 57).
66
sus tablas de distribución” (Peredo, 2001, citado en Peredo et al,:
57). Así, al menos desde 1997, esto es, tres años antes de la Guerra
del Agua, la FEDECOR se había convertido en un interlocutor del
gobierno departamental y nacional en las cuestiones y problemas
relativos al agua, obra hidráulica, sistemas de riego, etc. Además,
desde ese entonces dos importantes dirigentes de FEDECOR,
Omar Fernández y Carmen Peredo, estaban realizando estudios
sistemáticos del significado del sistema tradicional de manejo de
agua. Omar Fernández presentó en la Universidad Mayor de San
Simón (UMSS), la institución pública regional de educación supe-
rior, la tesis de licenciatura “La relación tierra agua en la economía
campesina en Tiquipaya”, y Peredo en el año 2000, presentó tam-
bién una tesis en derecho titulada “Propuesta de reglamento para
la aplicabilidad de la ley 2066 desde los usos y costumbres”, tam-
bién en la UMSS. Esto es, para el año 2000 había un gran trabajo
organizativo y de investigación acumulado en la FEDECOR.
Además, hubo también al menos tres grandes movilizaciones
de regantes en el período inmediatamente anterior a la Guerra del
Agua:
67
• La Federación Departamental de Trabajadores Fabriles de
Cochabamba
68
documentado que existían graves violaciones a los derechos de los
trabajadores, y denunciaba de esta manera los abusos más extraor-
dinarios. Todo este trabajo de conocimiento de la realidad laboral
bajo el orden neoliberal le permitió a Olivera conocer las formas
concretas del trabajo familiar, artesanal y organizado en pequeños
talleres, que constituye el grueso de la fuerza laboral de la región en
momentos en los que las fábricas se desangran por los despidos y la
contratación anómala y en los cuales, por eso mismo, las estructuras
sindicales formales pierden capacidad de interpelación al Estado.
A lo largo de 1998 y 1999, las sistemáticas conferencias de
prensa donde Olivera hacía conocer públicamente las duras condi-
ciones de trabajo que la población estaba soportando, denunciando
las peores violaciones a los derechos laborales, lo convirtieron en
un referente crítico, conocido y creíble de lo que eran “los efectos”
del neoliberalismo en Bolivia, al mismo tiempo que brindaron a
los fabriles un conocimiento mucho más preciso de lo que sucedía
a nivel de la sociedad llana, del despojo y saqueo que, de manera
variada, afectaba a la población en su conjunto.
Por otra parte, la Federación de Fabriles de Cochabamba
contaba asimismo, desde tres décadas atrás, con ciertos recursos
materiales que fueron puestos al servicio de la población movili-
zada durante la época de la Guerra del Agua: una sede sindical en
la plaza principal de la ciudad donde funcionaría por varios años
la Coordinadora del Agua, un complejo deportivo fabril donde se
llevaron a cabo diversas reuniones amplias en un estadio propio,
y otra serie de inmuebles que durante la lucha por la defensa
del agua fueron puestos a disposición de las necesidades de los
distintos sectores de la población en lucha, fueran o no trabaja-
dores fabriles sindicalizados. Este hecho, desde el año 2000 en
adelante, significó una auténtica novedad en la conducta sindical:
frente al comportamiento normal de las instancias corporativas de
trabajadores que, bajo pautas de agregación fuertemente gremial
sólo utilizan los bienes de los que disponen para la defensa de sus
propios afiliados, la Federación de Fabriles de Cochabamba abrió
sus espacios para que la población “sencilla y trabajadora” en su
69
conjunto, con contrato formal o no, afiliada a un sindicato o no,
pudiera disponer de ellos. Oscar Olivera afirma lo siguiente:
70
y habían participado en alguno de los variados sistemas indepen-
dientes de agua potable que existen en la ciudad.
Con esa experiencia, con un gran prestigio acumulado y con-
tando con una amplia red de relaciones hacia la prensa y hacia sec-
tores intelectuales y sindicales, durante la segunda mitad de 1999,
Olivera y los fabriles tomaron conocimiento del problema del agua
en Cochabamba, del contrato de concesión de la empresa de distri-
bución de agua potable a la transnacional Bechtel y de la amenaza
que significaba la ley 2029 para los regantes y para la población
de las zonas periurbanas. De esa manera quedaron convertidos en
pivote fundamental de la Coordinadora.
71
rior. Comenzamos a investigar [...] y en el mes de julio de
99 sacamos un primer manifiesto como Comité de Defensa
del Agua, en el cual se incorporaron una serie de entidades
asociativas, de gremios, los colegios de ingenieros civiles, de
arquitectos, de economistas, de bioquímicos y otras instan-
cias más que así hacen conocer su voz. Precisamente convo-
camos a todos estos sectores que habían sido ignorados en
el proceso de concesión a Aguas del Tunari. Esto tuvo una
buena acogida porque no eran los partidos políticos los que
estaban convocando sino que eran más bien, organizaciones
ambientalistas [...] (Ceceña: 30).
72
Todo lo anterior fue discutido y explicado profusamente en foros
públicos durante el año 99, lo cual permitió que la población cocha-
bambina comprendiera muy bien que el estado había abandonado
su anterior obligación de atender las demandas públicas –por ejem-
plo, la dotación de agua potable– para, presuntamente, constituirse
en una especie de árbitro de un mercado dentro del cual las compa-
ñías privadas venderían servicios. Toda esta información, además,
sirvió para que la Federación de Fabriles y su “Escuela Sindical 1 de
Mayo” realizaran, también, amplias campañas de explicación sobre
el significado de la llamada “modernización” estatal.
A partir de este encuentro entre grupos de intelectuales y aca-
démicos, preocupados por los procesos liberales de modernización
del estado y por la entrega de los recursos públicos a compañías
privadas, con organizaciones sindicales y gremiales de amplia base
social, la información comenzó a fluir en distintos niveles y direc-
ciones, dando inicio al intenso proceso de politización que vivió
en los siguientes años la sociedad cochabambina: prácticamente
no había barrio o lugar en todo el valle que no supiera qué hacía
una superintendencia –en particular la de aguas– o la manera en
la que se planeaba implementar un “mercado de aguas”, además
de estar enterados, obviamente, de los abusos y oscuridades del
contrato de concesión del agua cochabambina en sí.
Este grupo de profesionales y expertos, pues, aportó conocimien-
to, capacidad técnica y elementos críticos concretos que fueron uti-
lizados ampliamente dentro de la Coordinadora tanto para explicar
lo que pasaba a la población como para discutir con precisión con
las distintas comisiones gubernamentales que buscaron negociar
salidas al conflicto durante enero y febrero de 2000. Además, lo
que comenzó a develarse en medio de estos heterogéneos y variados
procesos de deliberación social de los asuntos públicos fue que la
confrontación iba más allá de la ruptura del contrato de concesión
del agua y que requería modificar tanto la ley 2029 como aspectos
importantes de la estructura estatal liberal de reciente creación. Se
empezó a visibilizar que la cuestión de fondo consistía en la “recu-
peración social de los bienes comunes” y que en ella se anudaba
73
una lucha tanto contra y más allá del poder corporativo de las trans-
nacionales como del estado boliviano y sus regulaciones.
Cabe mencionar también que varios de los expertos más impor-
tantes al inicio de la Guerra del Agua, muy rápidamente abandona-
ron ese papel habiendo dejado, sin embargo, mucha información
y argumentos a los que siguieron.9 En la medida en que múltiples
dirigentes sociales locales –de barrio, de gremio, de centro de
trabajo, etc.– comenzaron a entender el contenido y curso de las
transformaciones liberales en el entramado estatal, la pregunta
que se volvió central en el discurso de los movilizados fue “quién
decide sobre el asunto público”, impugnando la autoridad de los
superintendentes y, en general, la racionalidad estatal liberal. Este
aspecto de la Guerra del Agua significó una auténtica novedad
política en la Bolivia de comienzos del siglo XXI que merecerá una
reflexión específica más adelante.
74
ambiente, desde enero de 2000 se elaboraron colectiva, masiva-
mente y sin opacidad alguna, los objetivos comunes a conquistar
por la movilización social: reversión del contrato de concesión y
modificación de la Ley 2029 en sus puntos más agresivos. Este
hecho fue la base del sólido pacto ciudad-campo en el curso de la
confrontación y sobre todo, dicho compromiso previamente acor-
dado y deliberado, delimitaba las elecciones que los portavoces y
dirigentes visibles de la Coordinadora iban tomando durante el
desarrollo mismo de las acciones. Cabe destacar aquí la importan-
cia que para la movilización tuvo el hecho de haberse dotado de
objetivos autónomos completamente claros. El que un conjunto
amplísimo de la población cochabambina estuviera al tanto de
cómo se había negociado el “convenio de concesión” del agua
cochabambina con Aguas del Tunari, de las amenazas que conte-
nía y de lo que significaba la Ley 2029, permitió articular una serie
de acciones flexibles para el despliegue múltiple del antagonismo.
De esta forma, en el escenario de las asambleas se iban marcando
los ritmos de la movilización social y las pautas de acción, dado
que el objetivo a conquistar, entendido por todos como una especie
de acuerdo previo, definía y daba contenido al “nosotros” a partir
del cual se producían las discusiones y comenzaban los comunica-
dos y resoluciones de la Coordinadora.10
La primera acción de movilización de la Coordinadora se llevó
adelante entre los días 10 y 14 de enero de 2000 a través de un
bloqueo de caminos. Se levantó el bloqueo porque se abrió la nego-
ciación. La manera cómo se comunicó a la población la decisión de
levantar el bloqueo, después de una tensa asamblea a la que concu-
rrieron cientos de vecinos y regantes delegados por sus “puntos de
bloqueo”, fue explicando a la población en su conjunto que se había
“ganado la primera batalla de la larga lucha por la recuperación del
agua y de la vida”. Esta forma de nombrar el propio acontecimiento
permitió, a la larga, establecer un sentido general del acontecimien-
10. En 2008, para celebrar el aniversario de la Guerra del Agua, se publicó el libro Nosotros somos la
Coordinadora, donde se recogen varios comunicados y documentos del año 2000. En ellos se puede
revisar la lógica interna del discurso de la Coordinadora: asentar el “nosotros” que está produciendo
la acción y describir su curso de la lucha de la manera más clara posible.
75
to que se volvió, muy pronto, el sentido común para la intelección
de lo que colectivamente se iba haciendo: la guerra del agua.
La segunda acción, o más bien, la “segunda batalla de la Guerra
del Agua”, consistió en la llamada “Toma de Cochabamba” duran-
te el 4 y 5 de febrero. Los fines de esta acción eran, a decir de
los organizadores, “sellar la unidad ciudad-campo en un abrazo”
y refrendar la potencia movilizadora de la Coordinadora en un
marco de negociaciones estancadas. Esto derivó en un motín civil,
en una semi-insurrección en la que participaron toda la población
de la ciudad de Cochabamba y amplísimos contingentes rurales.
Finalmente, el tercer momento de la Guerra del Agua es la con-
frontación de abril propiamente dicha, pensada desde sus inicios
como la “batalla final”, que comienza con un nuevo bloqueo de
caminos, pasa por la toma de la empresa concesionada y termina
en una generalizada rebelión que no logra ser acallada por la impo-
sición del estado de sitio por parte del gobierno del general Bánzer.
Ver cuadro cronológico 1.
76
13 / 1 / 2000 La Coordinadora convoca a un “cabildo abierto”, dado
que las “organizaciones sociales” (COD, trabajadores
organizados en sindicatos, etc.) no han respondido. La
gente concurre al cabildo en tanto “multitud”.
Primer enfrentamiento bajo la forma de “motín civil” en
torno a la Plaza 14 de Septiembre.
14 / 1 / 2000 Reunidos en Asamblea los integrantes de la
Coordinadora deciden levantar el bloqueo con la prome-
sa de “revisión tarifaria” a discutirse con una “comisión
especial”. Además, se excluye del contrato con Aguas del
Tunari cualquier referencia sobre pozos, infraestructura
de riego y fuentes, que seguirán siendo usufructuados
con base en “usos y costumbres”.
Acciones de febrero de 2000
4 / 2 / 2000 Masiva movilización urbana, periurbana y rural llamada
“Toma de Cochabamba”. La movilización es interceptada
en los puentes que circunscriben la ciudad. La gente se
enfrenta, logran cruzar los puentes y los combates calleje-
ros duran todo el día.
5 / 2 / 2000 Combate callejero durante todo el día en una superficie
de más de 30 manzanas en torno a la plaza central.
Represión intensa con gases lacrimógenos.1
Por la noche se firma un convenio que establece plazos
perentorios para la finalización del contrato con Aguas del
Tunari y para la revisión de la Ley 2029.
Acciones de abril de 2000
4 / 4 / 2000 Comienzo del bloqueo indefinido.
5 / 4 / 2000 El bloqueo se extiende y el gobierno “no reacciona”.
6 / 4 / 2000 La población toma la planta de tratamiento de aguas y
las instalaciones de la empresa Aguas del Tunari seña-
lando que “si el gobierno no la expulsa, la misma gente
de Cochabamba los va a sacar”.
7 / 4 / 2000 Comienza la negociación.
1. Según el periódico Opinión del 8/II/2000, en la represión de febrero la policía utilizó el stock de
gases lacrimógenos que tenía para 6 meses.
77
8 / 4 / 2000 50.000 personas se concentran en la Plaza central y per-
manecen ahí durante horas. El prefecto de Cochabamba
señala que va a romperse el contrato con Aguas del
Tunari. La gente festeja y se organiza una misa. El
gobierno central decreta el estado de sitio. La policía y el
ejército salen a las calles.
9 / 4 / 2000 La gente se enfrenta contra policías y militares. Muere el
joven Daza.
* Elaboración propia con información de Coordinadora del Agua, 2001.
11. Los dirigentes más visibles de la Coordinadora entre enero y abril fueron Oscar Olivera, Omar
Fernández, Gabriel Herbas y el diputado Maldonado.
78
sencia y se multiplican sus actividades en momentos de lucha; al
no ser una institución, prácticamente desaparece en los momentos
de “repliegue” de la población. En cierto sentido, la Coordinadora
confrontó un problema muy complejo para las articulaciones socia-
les que se piensan a sí mismas como “espacios de confluencia para
la lucha”, que es la cuestión de la permanencia en el tiempo. Sin
embargo, en relación a lo organizativo la Coordinadora siguió un
interesante camino sobre el cual reflexionaremos en la segunda
parte de esta sección. Por lo pronto, conviene bosquejar lo que suce-
dió después de abril de 2000 tras la expulsión de la Bechtel.
79
si constituía un bien común. En todo caso, se partía de un
acuerdo colectivo: no era admisible su mercantilización.12
• Discutir y realizar la “reapropiación social de SEMAPA”.
Bajo esta formulación se llevó a cabo un complicado intento
de operar tanto una transformación organizativa y laboral al
interior de la empresa municipal de agua “recuperada”, como
de modificar la relación entre “la empresa” en cuanto tal y la
población cochabambina de tal forma que se construyera lo
que en aquel entonces se denominaba “control social”.13
• A partir de lo anterior, al constatarse colectiva y prác-
ticamente los límites del entramado normativo –estatal
liberal– en el que se realizaba el intento de “reapropiación
de la propiedad común bajo control social”, se abrió paso la
consigna de realización de una “asamblea constituyente sin
intermediación partidaria para construir el país en el que
queremos vivir”.14
12. Una de las situaciones más importantes que ocurrieron en esta dirección fue la siguiente: “La
comunidad de El Paso cedió gratuitamente a la población urbana (de la zona norte) el caudal de uno
de sus pozos de agua, durante algunas semanas y en un volumen equivalente a la mitad del agua
procesada por SEMAPA”. Declaración pública de Oscar Olivera el 8 de mayo de 2000 [Coordinadora
Dossier: 2001].
13. En relación a los esfuerzos por realizar la “apropiación de la empresa de distribución de agua
potable en Cochabamba” y de “construir las formas del control social” se desplegaron múltiples
actividades. Para los objetivos de esta investigación se considerará central el trabajo que realizó el
“Equipo Técnico de Apoyo” a la Coordinadora del Agua durante el período de octubre de 2000 a
febrero-marzo de 2001, del cual participé de manera directa como responsable.
14. Esta formulación –o variantes de ella– quedó plasmada en infinidad de volantes, discursos, fo-
lletos y carteles. En particular, la consigna así formulada quedó ilustrada en un cartel de difusión
masiva del año 2001.
80
cada una de estas conceptualizaciones del agua, se organizaron
decenas de foros, conferencias, seminarios y coloquios. Algunos
más pequeños e improvisados llevados a cabo en distintos loca-
les públicos, como el Auditorio de la Federación de Fabriles, las
oficinas de FOCOMADE15 y distintas instalaciones universitarias;
otros, mucho más grandes y relevantes, con presencia de expertos
internacionales en la temática, cuyas conclusiones se divulgaban
ampliamente por la prensa y que adquirían importancia colectiva
mediante la generalizada difusión y discusión de sus mensajes
básicos a través de la red de radios comunitarias y locales.16
Todas estas acciones multiformes de deliberación pública
sobre un asunto de importancia decisiva para la vida colectiva,
tuvieron la virtud de habilitar espacios de politización multiformes
en prácticamente toda la geografía de los valles cochabambinos y
entre los distintos segmentos sociales: durante muchos meses,
prácticamente nadie quedó al margen de la discusión acerca de
qué hacer con el agua, cómo encarar su cuidado y potabilización,
cómo ampliar la red de distribución y, sobre todo, se generalizó
un sentimiento profundo de que no se consentiría ningún otro
intento de despojo por parte de las élites partidarias tradicionales y
de las corporaciones transnacionales.
En medio del vasto mar de opiniones, propuestas y discusio-
nes desatado, la Coordinadora del Agua decidió conformar un
“Equipo Técnico de Apoyo”. La finalidad principal de este equipo
consistía en elaborar una visión más o menos ordenada tanto de la
problemática del agua en Cochabamba, de SEMAPA como empre-
sa y de las posibles transformaciones a realizar en ella, así como
lo relativo a promover la participación social en el control de las
actividades de la empresa. El Equipo Técnico detectó tres proble-
mas de fondo sobre los que centró su actividad: a) la cuestión de
la propiedad legal de SEMAPA; b) lo relativo a la reorganización
15. FOCOMADE: Foro Cochabambino del Medio Ambiente. Instancia de reunión de profesionales y
grupos medio-ambientalistas participantes de la Coordinadora del Agua.
16. El más importante de estos seminarios se realizó a fines de noviembre de 2000 con la presencia
en la ciudad de Cochabamba de Maude Barlow, conocida activista canadiense en defensa del agua, y
de otros influyentes personajes, sobre todo del mundo anglosajón.
81
administrativa y el funcionamiento de SEMAPA, haciendo hinca-
pié en el trastocamiento de la relación entre los funcionarios de la
empresa y la población, con el fin de romper el vínculo “empresa-
cliente”; y c) a partir de lo anterior, generar las condiciones para
la reconstrucción integral de SEMAPA como “empresa pública
bajo control social”, para lo cual se propuso “un ambicioso plan
organizativo a nivel de base en el ámbito urbano” consistente en
contribuir a “asentar los comités de agua17 potable en los distintos
barrios de la ciudad, independientes de las juntas vecinales y de la
influencia partidaria que las corroe”.18
En lo relativo a la propiedad legal de SEMAPA, la pregunta
que se abrió después de la toma-recuperación de lo que había sido
privatizado fue la siguiente: “¿Cómo cristalizar el sentimiento de
propiedad pública expandido en toda la ciudadanía más allá de
la conservación del carácter legal de SEMAPA en tanto empresa
municipal?”.19 Para abordar la posible respuesta a esta pregunta se
acuñó el término: “propiedad social”, mediante el cual se enfatiza-
ba en el carácter distinto de lo que se ambicionaba construir, tanto
a las tradicionales formas de propiedad “estatal” (estatal, munici-
pal, descentralizada, etc.) como de propiedad “privada” (individual,
por acciones, cooperativa).20
Las dificultades legales, para consagrar en el entramado
normativo el nuevo carácter de la empresa “desprivatizada” y
“reapropiada” por la población cochabambina, hicieron que, por
17. Algunos años después, este esfuerzo organizativo temprano tomó cuerpo en la “Asociación de
Sistemas Independientes de Agua Potable de la Zona Sur” (ASICA-Sur).
18. Gutiérrez, Raquel, “La Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida a un año de la Guerra del
Agua” [Gutiérrez et al.: 2001].
19. [Gutiérrez: 2001].
20. Estas distinciones fueron producto de deliberaciones igualmente amplias. El Grupo de Apoyo
Técnico organizó en diciembre de 2000 y enero de 2001, al menos dos reuniones amplias entre la
población cochabambina para discutir el carácter legal que se buscaría imprimir a SEMAPA, en me-
dio de un discurso gubernamental reproducido por los medios de comunicación, que argumentaban
la “ilegalidad” tanto del directorio y del director de SEMAPA así como de la influencia que la Coordi-
nadora del Agua ejercía en aquel entonces en el conjunto de funciones y proyectos impulsados por
la empresa. Entre las propuestas sobre “cómo reorganizar SEMAPA” estaban algunas que sugerían
“la formación de una especie de sociedad por acciones distribuida entre el conjunto de usuarios y
vecinos”, hasta la organización de una gran cooperativa, pasando por la conservación del carácter
público-municipal de SEMAPA, que fue la opción que finalmente se impuso, sobre todo por las
múltiples dificultades burocrático-legales que requería cualquier variación del status jurídico, que
incluían la necesidad de conseguir una “ley de transmisión del patrimonio público”.
82
un lado, se conservara el carácter de propiedad pública munici-
pal, como empresa descentralizada y con autonomía –limitada–
de gestión y que, por otro, la atención de la Coordinadora y su
Equipo Técnico se centrara “en las maneras de garantizar una
vinculación real de SEMAPA con la población, desconcentran-
do las decisiones e incorporando mecanismos de participación
social”. Así, la ambición de construir una “empresa de propiedad
social autogestionaria” chocó con el andamiaje legal existente
y con el entramado burocrático que impedían ese extremo. Sin
embargo, durante toda esta experiencia deliberativa, analítica
de los mecanismos y lógicas de la normatividad estatal se abrió
una pregunta de gran relevancia posterior: “¿cómo hacer para
impulsar la reapropiación social de la riqueza más allá del mero
status jurídico de las empresas como instituciones estatales?”.
La dificultad de brindar respuestas prácticas a esta pregunta fue
justamente lo que abrió, en Cochabamba, la discusión de la nece-
sidad de una asamblea constituyente.
A riesgo de esquematizar, es posible afirmar que se gene-
ralizaron de manera amplia y a nivel de base, formas análogas
al siguiente razonamiento: “Ahora que hemos des-privatizado
SEMAPA, no podemos construir una empresa tal como consi-
deramos necesario porque las leyes nos lo impiden. Conclusión:
necesitamos cambiar las leyes”. Esta cuestión absolutamente
simple habla de un profundo trastocamiento del temperamento
social durante al menos dos años en la ciudad de Cochabamba y
valles circundantes: al asumirse la población deliberante como
soberana, y constatar que la ley dibuja un marco de contención e
imposibilidad para lo que se decide en común, se opta por asumir
la necesidad de cambiar la ley y no por la tradicional actitud de
ceñir la propuesta colectiva al marco normativo. Esto se hizo aun
si el objetivo no podía conseguirse de manera inmediata; de todos
modos, dejaba abierta la discusión sobre lo que se buscaba. Así
comenzó a discutirse en Cochabamba, más allá de las diversas
dificultades prácticas para “reapropiarse de SEMAPA”, lo relativo
83
a la asamblea constituyente.21 La formulación sintética que se
deliberó y difundió ampliamente en esos años (2000-2001) fue
la siguiente: “La Asamblea Constituyente se perfila como una
organización política de nuevo tipo gestada de participar, discutir
y decidir sobre asuntos colectivos”.22
Esta manera de entender la asamblea constituyente como
“organización política para decidir” es claramente una proyección
ampliada sobre otros temas, de lo que hasta entonces constituía
la novedosa experiencia de vida política recreada al interior de
la Coordinadora. En ese contexto la asamblea constituyente se
imaginaba y prefiguraba, básicamente, como una instancia de
organización política de la sociedad civil, a través de la cual los
hombres y mujeres trabajadores recuperan la capacidad de deli-
berar e intervenir en los asuntos comunes. Es decir, al considerar
la asamblea constituyente como “una forma de recuperación
y ejercicio de la soberanía política, esto es, de la capacidad de
decisión y ejecución sobre el asunto público, actualmente hipo-
tecada en el sistema de partidos políticos”, se hace evidente que
en aquel entonces, la asamblea no se entendía como una forma
de reorganizar la relación estatal sino como una herramienta
para romper la relación estatal y construir “capacidad de decisión
sobre lo público” basada en otras prácticas.23 Estas ideas fueron
explicadas por la Coordinadora de muy diversas formas durante
los siguientes años sin conseguir, salvo en momentos excepcio-
nales, una hegemonía conceptual, como existió en Cochabamba
en 2000-2001. Posteriormente, cuando en 2006 finalmente
comenzó a funcionar la asamblea constituyente, ya bajo el gobier-
no de Morales, los miembros y voceros más destacados de la
Coordinadora no estuvieron en ella.
21. Para una discusión concisa sobre el origen popular de la aspiración de asamblea constituyente
puede revisarse [Mokrani/Chavez: 2006]. También puede revisarse [Olivera/Lewis: 2004] en parti-
cular el capítulo, “For a Constituent Assemby. Creating public spaces”.
22. [Gutiérrez: 2001] ibid.
23. Sobre esto puede verse, Periódico quincenal Así es, Número 1 y 2, La Paz, Bolivia. Igualmente,
Actas del Foro sobre Asamblea Constituyente realizado en noviembre de 2000 en Cochabamba
[Coordinadora Dossier: 2001b].
84
Los intentos de enlace y coordinación supra-regionales emprendi-
dos por la Coordinadora del Agua
85
Azul” se convirtió durante muchos años en el espacio central de la
coordinación de las resistencias locales y, a veces, nacionales.24
El Salón Azul es un espacio amplio en el tercer piso de la
Federación de Fabriles en la Plaza Central de Cochabamba, amue-
blado con una mesa grande para reuniones, unas 30 ó 40 sillas,
una línea telefónica y una computadora. Ese salón se convirtió en
un espacio donde la gente puede acudir a conversar con personas
de otros sectores y, sobre todo, donde acuden todos de manera
totalmente informal en momentos de gran confrontación social,
para deliberar, tomar acuerdos y organizar acciones conjuntas.
En cierto sentido, el espacio físico de la Coordinadora constituye,
incluso ahora, una especie de “ágora”, es decir, un lugar privile-
giado de encuentro y toma de decisiones. La mayoría de quienes
acuden a este espacio pertenecen o representan algún tipo de
organización vecinal, gremial, sindical, laboral e incluso política
formal; en las reuniones se valora lo que ocurre a nivel nacional y
se evalúa si es necesario realizar convocatorias más amplias para
deliberar y decidir sobre algún asunto cuando así es el caso.
Esta forma de articulación dúctil, autónoma, flexible, que
fácilmente pasa de la reunión pequeña entre representantes a la
convocatoria abierta de asambleas o cabildos, que no pertenece “a
nadie” porque abriga “a todos” bosqueja la posibilidad de pensar,
quizás, un nuevo tipo de ciudadanía. Oscar Olivera expresa esta
intuición cuando describe a la Coordinadora como una especie de
“sindicato ciudadano”.
La pertenencia a la Coordinadora parte hasta cierto punto, de
la decisión voluntaria de adherirse en términos individuales, pero
24. Si bien no existe un registro diario de actividades, reuniones y contactos, algunos miembros de la
Coordinadora conservan un dossier de cartas y documentos cuya revisión muestra lo que sucedía en
Cochabamba por entonces. Hay decenas de cartas de organizaciones gremiales, barriales, de asocia-
ciones de vendedores de los principales mercados, de pequeñas y grandes organizaciones políticas,
etc., en las cuales se documenta el específico problema que cada una de tales organizaciones está
viviendo en relación con el agua y se “pide” a la Coordinadora –palabras más palabras menos– que
“tomen en cuenta el problema específico”. Muchas de estas cartas fueron respondidas durante esos
meses, de manera escrita o verbal, más o menos con el siguiente argumento: “La Coordinadora no es
una entidad para ‘gestionar quejas’ o ‘encauzar trámites’; el problema específico de usted es similar
a todos estos otros y tenemos que imponer en común nuestras decisiones y soluciones posibles”.
Aunque por supuesto, cuando estaba en manos de alguien de la Coordinadora “echar una mano” en
algún asunto específico, se facilitaba la colaboración [Coordinadora, Dossier: 2001b].
86
más allá de las palabras, pasa por la participación individual y
sobre todo colectiva, en la discusión y decisión de las cuestiones
de competencia colectiva. Así, la Coordinadora ha continuado
siendo un espacio privilegiado de politización autónoma no insti-
tucional del conjunto de heterogéneas redes sociales que compo-
nen el tejido social.
Esta forma asociativa laxa e informal, aunque comprometida y
participativa tiene amplias virtudes, pero también serios riesgos,
en particular, en momentos electorales. Varios diputados, sena-
dores y funcionarios de distintos partidos han sido anteriormente
figuras visibles en la Coordinadora, aunque este espacio como tal y
su vocero más conocido, Oscar Olivera, se han mantenido siempre
separados de la participación electoral a la cual, sin embargo, respe-
tan. En cierta medida entonces, puede decirse que la Coordinadora,
después de la Guerra del Agua ha existido, básicamente, a partir de
sus múltiples acciones y, a riesgo de simplificar demasiado, pode-
mos resumir tales acciones en los siguientes puntos:
87
Felipe Quispe y Evo Morales con distintos niveles de éxito en cada
ocasión. Oscar Olivera lo expresa así:
25. 2002 fue en Bolivia un año de elecciones generales. Éstas fueron convocadas en marzo de
2002 y se realizaron el 30 de junio de ese año. Entre los 11 partidos que participaron en los comi-
cios estuvieron tanto el MAS de Morales –que obtuvo el segundo lugar en la votación total–, como
el MIP de Quispe, creado en noviembre de 2001 y que obtuvo 6% del total de votos. Consultar:
www.cne.org.bo. A partir de ese momento el MAS se volvió el principal partido de oposición con
un importante número de diputados y senadores.
88
zar movilizaciones simultáneas, incluso con pliegos de demandas
diferentes, y a compromisos, igualmente, no siempre cumplidos,
de presentarse a las negociaciones de manera conjunta. Desde
marzo de 2002, cuando se abrió la convocatoria electoral y contan-
do tanto Morales como Quispe con su propio partido con “regis-
tro” ante la Corte Nacional Electoral –el MAS de Morales y el MIP
de Quispe– estos acuerdos se hicieron cada vez más difíciles. En
una carta de Álvaro García Linera, de diciembre de 2001, él narra
lo siguiente que expresa muy bien estas dificultades:
26. Correspondencia personal con Álvaro García Linera. Carta del 20 diciembre de 2001.
89
otras organizaciones sociales –FEJUVE-El Alto, diversas organiza-
ciones de gestión del agua potable en Santa Cruz, por ejemplo– y
transmitir toda su experiencia en la defensa del agua, así como su
conocimiento sobre los vericuetos de la regulación gubernamental
y los modos de eludirlos o confrontarlos. Por otro lado, las estra-
tegias de articulación inauguradas en la Coordinadora, de manera
contradictoria y difícil lograron también “irradiarse” hacia otras
zonas geográficas y otros temas relevantes produciendo acuerdos
amplios a distintos niveles. Esto lo discutiremos cuando analice-
mos lo relativo a la llamada “Coordinadora de Defensa del Gas”.
En todo caso, los modos de “expandirse” de la Coordinadora, en
tanto aglutinación social no institucionalizada, se asemejan más a
una replicación fractal que a un crecimiento estructural. En resu-
men, durante la Guerra del Agua y sobre todo, a través de las accio-
nes de la Coordinadora es como comenzó a invertirse el sentido de
lo que ha de entenderse por política y se produjo un discurso que
influyó profundamente en momentos posteriores.
90
y material y, en segundo, presentaré los elementos que permitie-
ron vislumbrar –y experimentar intermitentemente– la potencia
social emancipativa susceptible de trastocar el orden del capital y
del estado. Abordemos, con cierto detalle, estas cuestiones.
91
Estas reflexiones de Olivera son importantes, pues expresan
la voluntad entre los voceros y figuras más importantes de la
Coordinadora de Defensa del Agua de mantener un espacio de
enlace y articulación de las diversas fuerzas sociales, por fuera del
entramado normativo e institucional boliviano: la explícita voluntad
de “ser ilegal” significa, a mi entender, que no desean someterse al
poder instituido. Es interesante contrastar que si bien Oscar Olivera,
en tanto secretario ejecutivo de la Federación de Trabajadores
Fabriles de Cochabamba (FTFC) y también Omar Fernández como
secretario ejecutivo de la Federación Cochabambina de Regantes
(FEDECOR) eran, ambos, cabezas formalmente electas de organi-
zaciones con “personería jurídica”, ie, con estatutos, reconocimien-
to legal y regulación interna, la asociación para la lucha que ocurría
en el espacio de la Coordinadora era percibido por ambos como un
terreno que no tenía que institucionalizarse.
Esta voluntad “no institucional” resultaba chocante no sólo al
gobierno, sino también en ocasiones al “sentido común” de las
personas. Vale la pena mencionar, pues rebasa el terreno de lo ane-
cdótico, que “la Coordinadora” en muchas ocasiones fue confun-
dida con “una señora” que dirigía acertadamente el levantamiento
y que nadie sabía quien era. Siendo tan novedosa la forma de arti-
culación para la lucha y sobre todo, por estar fuera del entramado
organizativo “normal”, esto es, conocido y previsible, de la lucha
popular boliviana: las formas sindicales o gremiales de asociación,
muchas personas que incluso participaban en las Asambleas y
movilizaciones convocadas por “la Coordinadora”, creían que ésta
en realidad era una persona. Un artículo del periódico Los Tiempos
de Cochabamba de febrero de 2000 se titula: “Más de una vez
la Coordinadora fue confundida con una mujer”.27 En el texto se
citan declaraciones de Oscar Olivera, quien expresa lo siguiente:
27. Los Tiempos, 10 de febrero de 2000. A partir de aquí las notas de periódicos y documentos están
contenidas en: Coordinadora del Agua 2001, 2001b.
92
año, afirmó en partes salientes de su discurso: “Compañeros,
creemos que ha llegado la hora de que se haga conocer la
Coordinadora”. Los otros asistentes a la reunión tuvieron
que explicarle que “los que estaban en la reunión eran los
representantes de la entidad defensora del agua”. En otra
oportunidad, en una asamblea de los comités de agua realiza-
da en una zona periurbana de la ciudad, después de escuchar
las explicaciones de Omar Fernández y Oscar Olivera, un
profesor jubilado señaló: “Ahora queremos que nos infor-
men sobre los tratos con el gobierno, y que lo haga la Señora
Coordinadora de manera directa, queremos que se presente.
El descontrol que se generó fue tal que casi se produce una sus-
pensión de la reunión. La más curiosa de todas las anécdotas sin
embargo, ocurrió durante los enfrentamientos de febrero cuando,
durante una breve tregua en la gasificación policial y la ofensiva
popular, unas monjas lograron llegar al corazón del conflicto para
ofrecer llevarse a “la Señora Coordinadora” a su convento para
protegerla ahí de la represión.
Por su parte también en febrero de 2000 un editorial del perió-
dico cochabambino Opinión decía lo siguiente:
93
sonas movilizadas no alcanzaban a comprender inmediatamente
cómo su propia acción de articulación y lucha, absolutamente
ajena a la institucionalidad conocida, constituía el contenido del
término “Coordinadora”, y buscaban poder identificar con preci-
sión a “una mujer”.
En este mismo sentido, también fue significativo que el gobier-
no tuviera que reconocer, en los hechos, la existencia real de la
Coordinadora más allá de su criticada “inexistencia legal”. Esto es,
fue la población movilizada, con sus acciones y su persistencia, quien
impuso al gobierno el reconocimiento de una entidad que, abierta-
mente, decía que no iba a ceñirse a las leyes vigentes. En enero de
2000, antes y durante la primera acción de movilización de la Guerra
del Agua, “el primer cerco”, el gobierno argumentó durante varios
días que no tenía interlocutor legítimo pues la Coordinadora del
Agua “no existía” como “representante legal” de nadie, e incluso acu-
saba a la “Coordinadora” de ser una “organización fantasma”.29 Ante
la contundencia del bloqueo que no se levantaba, el gobierno final-
mente tuvo que negociar con “los inexistentes”. Este discurso insti-
tucional fue motivo de una profunda burla popular. Ese año durante
los desfiles y fiestas preparatorias del Carnaval, grupos de jóvenes
se disfrazaban de fantasmas adornándose con un letrero que decía
“Aguas del Tunari”, esto es, la acusación de “organismo fantasma” a
la Coordinadora por parte del gobierno fue respondida masivamente
por la calificación de “Aguas del Tunari”, la empresa concesionaria
del agua contra la que se peleaba, como “empresa fantasma”.
94
comité de agua, cada asociación vecinal, cada asociación de vendedo-
res y gremios, cada sindicato, etc., participó en las Asambleas y en
los distintos bloqueos y movilizaciones a partir de su propia organi-
zación, según sus propias prácticas asociativas y formas de aglutina-
ción.30 Por su parte, tanto la Federación de Fabriles y la Federación
de Regantes –ambas organizaciones con personería jurídica, ciertos
bienes a su disposición y con fondos y recursos propios a partir de
las contribuciones de los agremiados– pusieron tales recursos al
servicio de la movilización. Esto permitió que la Coordinadora tuvie-
ra un amplio grado de autonomía material –tenía donde reunirse,
donde llevar a cabo asambleas de distintos tamaños, tenía algunos
recursos monetarios para los gastos inmediatos más urgentes, etc.–,
que permitió durante años su total autonomía política.
En cierto sentido, la Coordinadora habilitó la posibilidad de
utilización de todos los recursos acumulados tanto por sectores sin-
dicalizados, como por trabajadores no sindicalizados como “valores
de uso” al servicio de la movilización y la decisión colectiva. Con sus
acciones, la Coordinadora generó un enorme espacio para la coope-
ración entre distintos que resultó muy potente. Cuando el gobierno
comenzó a difundir, más o menos desde febrero de 2000, la acu-
sación de que “fuentes oscuras financiaban a la Coordinadora”, se
llevó adelante una campaña de respuesta por parte de los voceros
de la Coordinadora, donde se explicaba que en realidad, la movili-
zación no resultaba “cara” pues los “costos” consistían en utilizar
colectivamente lo que ya se tenía. Después del impulso inicial de las
luchas, y sobre todo a partir de los años 2001 y 2002, cuando fueron
necesarios algunos encargados específicos de ciertas tareas relativas
a la gestión del agua, esto se modificó y se abrió una serie de nuevos
problemas relativos, sobre todo, en el modo de relacionarse una
“entidad jurídicamente inexistente”, como continuó siendo hasta el
95
final la Coordinadora, con organizaciones internacionales de finan-
ciamiento y sobre todo, con ONG. Estos problemas, vastos y compli-
cados, merecen un tratamiento especial que se abordará como parte
de la reflexión general sobre las dificultades de la unificación social
por vías extra-institucionales.
31. Comunicado de la Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida del 6 de febrero de 2000.
32. Claudia Espinoza, en una nota del semanario nacional Pulso (5 al 11 de mayo de 2000), señala lo
siguiente: “Lo que ocurrió en Cochabamba no fue una mera llamada de atención al sistema político
para que ajusten algunas tuercas […] Ahí no se pidió ni se demandó al estado ‘justos derechos’ como
acostumbra hacer el viejo sindicalismo para acabar en convenios que negocian los términos de la
subordinación. Esta vez la organización popular impuso su propia forma de hacer política, pasando
de largo a la clase política y la legalidad que obtienen en las urnas”.
96
Durante más de 15 años, lo mejor que ha creado la sociedad
laboriosa: la COB, fue derrotada no tanto por la represión
como por la ausencia de un horizonte alternativo de sociedad.
La legítima defensa de las conquistas nunca pasó de ser una
evocación de los pactos del estado nacionalista, y el llamado
“socialismo”, una rehabilitación ampliada del capitalismo
de estado […] Cochabamba y hasta cierto punto el levan-
tamiento de los aymaras del Altiplano, ha roto esta aciaga
predisposición colectiva. La propuesta de la Coordinadora de
una empresa autogestionaria ha demolido la falaz dualidad
entre privatismo/estatismo que había guiado las propuestas
políticas contemporáneas. Así como la política se ejerció
como un asunto gestionado por todos desde sus asambleas
hasta los cabildos, los bienes colectivos como el agua, afirma
la asamblea de la Coordinadora, debe recibir el mismo trato:
ser gestionada por los que la necesitan y la usan, debe ser
autogestionada por los propios ciudadanos. Surge con ello un
nuevo sentido de la soberanía social anteriormente deposita-
do en el estado. Lo común, lo colectivo no es ya más el estado
que se ha mostrado como una forma de propiedad privada
de los funcionarios gubernamentales. Lo común, lo general,
no recae en una “comunidad ilusoria” de burócratas; es la
gestión regulada de todos, es un sentido ético de la respon-
sabilidad y unas técnicas pertinentes para tal caso, como la
asamblea, el cabildo, la rotatividad de cargos, la fiscalización
social […] Quedan en pie dos nuevas proposiciones sociales
de largo alcance: autogestión y comunidad. Creemos que así
como el sentido común de la disidencia social de la que todos
bebieron nació en los años 40 del siglo XX, hoy a inicios
del siglo XXI ha nacido otro, con el ímpetu de una rebelión
social. La construcción de un horizonte de acción alternativo
a lo existente pasa desde ahora, inevitablemente, por esos dos
grandes ejes discursivos de la multitud en acción: la auto-
gestión político-económica y la comunidad o ayllu ampliado
(Gutiérrez, García y Tapia, 2000: 177).
97
Las dos nociones básicas de este horizonte, comunidad y auto-
gestión, con el tiempo se convirtieron en el puntal de significado
de una parte importante del levantamiento boliviano en su conjun-
to: reapropiación social de la riqueza y refundación del país. Pese
a que uno de los resultados de todo esto, sobre todo después de
la asunción de Morales como presidente del país, haya sido hasta
ahora la recomposición del Estado como entidad ajena y sobre-
puesta al conjunto social.
En todo caso, tal como ya hemos mencionado, la Coordinadora
inauguró un “modo de decir”, una forma de situar los problemas
políticos basada en la pregunta: “¿Quién decide sobre el asunto
público?”. La importancia de esto para la lucha emancipativa no es
menor, e incluso ahora éste es el fundamento de la disputa política
abierta en Bolivia. En el comunicado de la Coordinadora del 20 de
enero de 2000 esto se expresa de la siguiente manera:
99
¿Cómo se llegó a esta situación de bloqueo generalizado de los
caminos en abril de 2000, que se repetiría una y otra vez en los
años posteriores, radicalizándose y convirtiéndose en un auténtico
levantamiento local en algunas ocasiones y, en otras, generalizán-
dose hasta abarcar prácticamente todo el país? ¿Cómo fueron capa-
ces, los hombres y mujeres aymaras –y no sólo ellos– que ponen el
cuerpo en el camino, que acarrean piedras para tapizar kilómetros
de asfalto con obstáculos de todo tipo, de mantener el bloqueo de
caminos durante tantos días? ¿Por qué lo hacían? ¿Qué buscaban
con ello? Una explicación que intenta esclarecer tales interrogan-
tes, aprendiendo de ellas y formulando nuevas preguntas, es lo que
desarrollo en las siguientes páginas. Para tal finalidad, hilvano mis
argumentos sobre dos ideas básicas:
100
ron, hasta cierto punto, el cauce de las modernas formas de
representación y organización política, sindicales, partida-
rias y estatales, iluminando una posibilidad de Pachakuti,
de transformación sustancial del orden de dominio y explo-
tación colonial-capitalista.
101
porada de movilización y levantamiento por Felipe Quispe Huanca,
el Mallku, en calidad de secretario general. Posteriormente, pre-
sentaré una reseña sintética de los principales acontecimientos y,
finalmente, esbozaré mis propias reflexiones acerca de la manera
en la que estos sucesos marcaron el devenir histórico inmediata-
mente posterior y cómo y hacia dónde señalaron posibilidades de
emancipación social.
102
política, etc.3 La gran diversidad de regiones climáticas y agrícolas
en el territorio donde se asienta la población aymara boliviana, las
distintas historias largas en cada zona a través de las cuales se ha
vivido-resistido la dominación colonial (sobre todo la existencia o
no de encomiendas, primero, y de haciendas, después), las variadas
maneras mediante las cuales en cada región las comunidades han
sido integradas-subordinadas a circuitos mercantiles de comercio
en épocas más recientes, las diferencias demográficas, las migra-
ciones internas que una específica cualidad demográfica determi-
na y el modo en que tales migraciones habilitan relaciones supra-
comunales, etc., hacen que la pretensión de definir un “modo
comunitario” de producción y vida sea prácticamente imposible.
Por su parte, la minuciosidad del estudio etnográfico local, que
enfatiza las distinciones entre las colectividades humanas organi-
zadas en comunidades dispersas en un mismo territorio, si bien
documenta prácticas y composiciones sociales que exhiben rasgos
indígenas claramente no occidentales, tampoco aporta formas más
o menos sintéticas de entender la manera comunitaria de asumir la
vida, realizar y organizar las tareas cotidianas –que pueden variar
según la época histórica– y, sobre todo, no alcanza a entender las
potencias múltiples de innovación-recreación comunitaria, a partir
de lo que tales colectividades humanas tienen efectivamente como
experiencia histórica incorporada y, en ocasiones, despliegan para
sus propios fines hacia otros ámbitos de la vida social.
En este sentido, no intentaré de ninguna manera establecer
una definición de las comunidades rurales aymaras, sino más
bien presentar de manera sinóptica ciertos rasgos básicos de sus
lógicas internas, a partir de dos ejes históricos principales: en
primer lugar, la manera en que, por lo general, las comunidades
rurales aymaras han encarado las tareas colectivas requeridas
para superar específicas necesidades percibidas como comunes
y convenientes para todos y, en segundo, las formas y prácticas
3. Para exposiciones sobre las distintas posturas sobre la comunidad indígena aymara pueden revi-
sarse Rivera, Silvia, 1984, 1993; Spedding y Llanos, 1998; Untoja, 1992; Canessa, 2006; Albó, 1996.
Una minuciosa exposición tanto de las diversas posturas teóricas como de la evolución histórica de
la comunidad aymara puede encontrarse en Chávez Marxa: 2006.
103
organizativas, incluyendo algunos de sus principios básicos, que
han sido estructurados en los tiempos largos de la historia como
instituciones –obviamente no estatales–, tradiciones y “sentido
común”. Presentaré brevemente, entonces, un recuento mínimo
de ciertos rasgos de la experiencia histórica y los conocimientos
prácticos de las comunidades aymaras rurales que fueron puestos
en tensión durante los años de los levantamientos y que contienen
profundas cualidades emancipativas.4
Las comunidades rurales altiplánicas son conglomerados huma-
nos que habitan desde tiempos inmemoriales territorios situados
en su generalidad a 4.000 m.s.n.m. A esa altitud, los hombres y
mujeres aymaras, organizados en sus comunidades, han diseñado
laboriosamente un modo de convivir con la naturaleza, de producir
alimento suficiente con base en un sistema altamente eficiente de
“administración del riesgo” productivo que, además, es estable.
Por lo general, la tierra ha sido –y continúa siendo en muchas
regiones– poseída en común y distribuida periódicamente en
parcelas que son trabajadas particularmente por los miembros de
cada unidad doméstica. Es decir, todavía, en diversas regiones, es
la comunidad la que posee una determinada cantidad de tierra y
existe aun un sistema estacional autónomo de reparto y atribución
de parcelas a las unidades domésticas que componen la comuni-
dad en amplias zonas del altiplano andino.5 Esta forma productiva
combina: 1) terrenos de propiedad colectiva y formas de ocupación
4. Dos trabajos clásicos sobre “La identidad aymara” y sobre el “pensamiento político andino” que
brindan múltiples y valiosos elementos del imaginario y cosmogonía de los habitantes de las altu-
ras bolivianas y peruanas, a través de exhaustivas investigaciones históricas son, [Bouyesse-Cassag-
ne:1987] y [Bouyesse-Cassagne/Harris, Platt: 1987]
5. Esta forma de ocupación y usufructo de la tierra poseída en común se conoce como aynuqa y
constituye una vigorosa tecnología social altamente eficiente de deliberación, toma de acuerdos y
organización de la ejecución de esos acuerdos. Felipe Quispe describe el sistema de aynuqa de la
siguiente forma: “es la rotación del cultivo de los distintos productos agropecuarios dentro de una
comunidad, haciendo descansar a la Pachamama periódicamente; por ejemplo, si en una comuni-
dad existen siete zonas de cultivo, entonces solamente sembramos 6 y una de ellas descansa todo el
año ocupándose a la vez para el pastoreo de nuestros animales. A la tierra descansada, siempre se
siembra papa, al año se siembra oca, luego haba, luego cebada, etc. Haciendo variar de año en año los
cultivos para que no se canse la Pachamama ancestral” (Quispe, 1988:11). Esta forma de organizar la
producción dota a las comunidades aymaras de una amplísima experiencia en el manejo de riesgos
y en la coordinación de vastas y complejas redes de actividades combinadas. Los aymaras, en este
sentido, conservan una extraordinaria habilidad no sólo para la organización de grandes acciones
colectivas sino también, para registrar lo que se ha hecho y lo que ha de hacerse.
104
diferenciada de esos terrenos; 2) parcelas de cultivo específico
otorgadas por la comunidad en posesión temporal a las unidades
domésticas que gestionan y usufructúan de los frutos de su trabajo
de manera autónoma; 3) espacios de producción colectiva, sobre
todo ganaderos; y 4) obras colectivas de infraestructura.6
Entre las comunidades aymaras existe también un sistema de
intercambios –de productos, de trabajo, de productos por trabajo,
de trabajo por productos e incluso en ocasiones de trabajo o pro-
ductos por dinero– que no está completamente regido ni subordi-
nado al intercambio mercantil.7 Tal sistema de intercambios cons-
tituye lo que se conoce como “reciprocidad aymara” y sus formas
más comunes son la minka y el ayni que, sin embargo, no agotan
sus infinitas combinaciones y variedades. La minka es, a decir de
Felipe Quispe, un “sistema de trabajo aymara en el que la retribu-
ción de la colaboración de trabajo en las faenas agrícolas se hace
en producto” (Quispe, 1988: 12); el ayni, según la misma fuente,
es un “sistema de trabajo aymara comunitario, en el cual un comu-
nario por ejemplo, se hace colaborar con varios comunarios en su
trabajo agrícola. Entonces este comunario está obligado a cumplir
6. Sin embargo, hay una gran cantidad de maneras en las que ocurre la propiedad-posesión de la
tierra: en algunas regiones solamente se “reparten anualmente” las áreas de pastoreo mientras que en
otras también se reparten los terrenos para el cultivo. Hay incluso algunas zonas donde la población
de las comunidades es más densa o que están más presionadas por el mercado, en donde se pierde
la costumbre de la redistribución periódica de la tierra y se produce sobre la base de parcelas fijas por
unidad doméstica. Una agresión muy importante al sistema comunitario aymara de tenencia de la
tierra, basado en múltiples variaciones de “usos y costumbres”, fue la implementación de la Ley de
Participación Popular (LPP) y de la Ley del Instituto Nacional de Reforma Agraria (Ley INRA), cuya
combinación de artículos atacó, entre otras cosas, la forma tradicional de consagrar y revalidar el de-
recho a la tierra en las comunidades a partir del cumplimiento de las obligaciones con la comunidad,
esto es, de tomar parte en el sistema de cargos y de cumplir con las obligaciones en las faenas y trabajos
colectivos. A partir de la reforma estatal de 1995 se “habilitó” el mecanismo supuestamente alterno de
“validación” de la tenencia de la tierra consistente en pagar el “impuesto catastral anual”. Esto contri-
buyó a que se desatara una gran cantidad de problemas intra-comunitarios, sobre todo en las zonas
de amplia migración de familias comunarias hacia las ciudades, pues estas personas, bajo los nuevos
reglamentos, podían “pagar los impuestos” y presentarse ante la comunidad con un papel expedido
por el estado mediante el cual confrontar la lógica de funcionamiento interno del ayllu. Hasta antes de
tales reformas, las familias migrantes sabían muy bien que tenían que, o bien volver periódicamente
a las comunidades de origen para cumplir con sus obligaciones con la comunidad, o bien hacer algún
tipo de acuerdo con parientes, vecinos o compadres que permanecieran en la comunidad para que ellos
cumplieran “a nombre de la familia migrante” con las obligaciones, quedando esta familia obligada
con los primeros, bajo alguna forma de intercambio de las que existen en los Andes y se conocen con
el nombre genérico de “sistema de reciprocidad andina”. Muchos ejemplos de estos conflictos intraco-
munitarios los observé directamente entre 1997 y 2001 cuando todavía vivía en Bolivia.
7. Sobre esto puede revisarse, entre otros: Temple, 2003; Arnold, Jiménez y Yapita, 1992.
105
iguales días de trabajo en las tareas de los que le han ayudado ante-
riormente. Todo esto se hace sin que exista ninguna remuneración
en dinero porque no hay relaciones mercantiles capitalistas en
nuestras ancestrales prácticas comunitarias” (Quispe, 1988: 12). Si
bien la contundencia de la última afirmación me parece discutible,
es evidente que hay ámbitos amplios de la vida social y producti-
va comunitaria que se realizan desde lógicas no subordinadas al
intercambio de equivalentes generales, sino que privilegian tanto
el intercambio de equivalentes concretos, como la ampliación-
maximización de los valores de uso a ser producidos en común.
Puede decirse, entonces, que los intercambios entre personas de
origen aymara al interior y fuera de sus comunidades, así como los
que se producen entre comunidades y entre las comunidades y el
estado, se basan en una profunda noción de “equilibrio justo” en
torno al cual gira y se despliega toda la dinámica social.
Tristan Platt señala dos hilos fundamentales que siempre
están presentes en las interacciones sociales de intercambio en las
alturas andinas: el primero es la noción de “pacto” o “equilibrio”
entre aquellos que intercambian –personas, unidades domésticas,
comunidades, comunidad-estado, etc.– que está permanentemen-
te sujeto a renegociación, limitando los desequilibrios extremos.
El segundo es la noción de que las “transacciones desequilibra-
das” deben necesariamente ser limitadas, rechazadas y que es
imprescindible devolverlas a un punto donde el “pacto” básico no
se rompa.8 Estos rasgos compartidos de manera diversa por las
comunidades y ayllus del Altiplano así como las habilidades orga-
nizativas de las personas que establecen y coordinan este conjunto
de acuerdos y operaciones, estuvieron en la base de los levanta-
mientos de 2000 y 2002, pese al “formato sindical” que enmarcó
las movilizaciones.
8. Platt ha estudiado detalladamente el complejo vocabulario y sintaxis para expresar con precisión
las características de las transacciones, sean éstas “equilibradas” o “desiguales”, “abiertas” o “cerra-
das”. También presenta un interesante argumento de la manera de proceder aymara tras la conquista
española, renegociando permanentemente, por la vía legal y/o por el camino de la rebelión recur-
rente, los términos de los tributos y obligaciones de las comunidades y de las “obligaciones” de las
autoridades coloniales. Ver: Platt, 1987: 107-113.
106
Además de lo anterior, para regular su convivencia interna las
comunidades tienen un sistema de cargos propio para asuntos
productivos, para la construcción y mantenimiento de la infraes-
tructura, para la utilización del agua,9 para entablar específicas
relaciones con las instituciones estatales (educativas, de “asuntos
campesinos”, etc.) y para organizar su vida ritual interna que,
por lo general, se denomina “thaki” (camino, en castellano). Hay
dos principios del complejo sistema de cargos aymara que vale la
pena hacer notar, pues son nociones básicas que están fuera de
los conceptos fundamentales de las ciencias políticas modernas y
“occidentales”. Estos principios son la “obligatoriedad” y la “rota-
tividad” en el servicio.10
En relación con la “obligatoriedad”, la forma en la que este
principio opera es la siguiente: si las unidades domésticas son
la base del entramado comunal en cuanto tal, la pertenencia a
la comunidad requiere ser actualizada año tras año, a partir del
cumplimiento de alguna de las obligaciones colectivas. Para ello,
la unidad doméstica está obligada a participar en la gestión de la
vida colectiva ocupando algún cargo cada año; esto es, la forma de
la participación política no está basada en la “libertad” de elegir y
ser electo, tal como es el principio liberal de la participación polí-
9. En relación al uso del agua, Rufino Yujra, de la sub-central de Marka Masa, puntualiza sobre
los métodos de rotación comunitaria en el acceso y aprovechamiento del agua: “[...] Nosotros, dos
tipos de riego tenemos en la comunidad; uno, somos parte de AUPA que es una organización de 30
comunidades. En ese entendido, nosotros tenemos turnos, manejamos desde la matriz que viene,
o sea que por turnos nos distribuimos [...] Santia Grande, Putuini, Kasina, Kachani y Marcamasaya,
esas cinco comunidades manejamos. En la semana nos turnamos: lunes empieza uno, el martes
otro y el miércoles es de nosotros. Dos zonas hay en nuestra estancia, entonces, cuando nos toca un
miércoles, el lugar de la planicie manejamos la zona B, en la zona A es lo alto. Así manejamos, en la
semana es una sola vez [...]” (Auza, 2005: 66).
Por su parte, Marxa Chávez explica: “En sectores como Villa Asunción de Corpaputo, existen sistemas
de administración y uso del agua que se realizan a través del Comité de Aguas, compuesto por 11 comu-
nidades y regulado por ellas mismas. La dirección de esta organización está a cargo de una comunidad
por cada período, de manera rotativa y por turnos, lo cual garantiza un distribución equitativa del agua
entre las comunidades: “hay de la laguna San Francisco, un comité cada año se cambian, 11 estancias
maneja, ellos administran el agua por igual […] allí se organizan y se turnan desde agosto, cada tres me-
ses, cuando hay sequía de agua, se turnan dos noches, dos días, va a una comunidad y otros, depende,
a la gente que habita aparece en noviembre el agua y no hay mucho problema, para eso es la organiza-
ción del comité de agua, para que no nos peleemos sobre el agua, hay una buena comprensión”. Marxa
Chávez, entrevista a R. Yanarico, Comunidad Tacamara, en Chávez, Marxa, 2006.
10. Para una discusión de las dificultades que confrontan estas lógicas en medio de la regulación
liberal contemporánea puede revisarse: Gutiérrez, 2001 y Patzi, 1999.
107
tica, sino en la “obligación” de ocupar algún cargo –de mayor o
menor importancia– con sistemática frecuencia en el conjunto de
instituciones que regulan y organizan la convivencia social.11 A raíz
de esta forma de organizar la convivencia común, la intervención
colectiva en el asunto público local es inmediata y continua para
cada miembro de la comunidad.
Por otro lado, el principio de la “obligatoriedad” de la participa-
ción se complementa con el principio de la “rotatividad” en la ocu-
pación de los principales cargos existentes. Anualmente, la comu-
nidad comienza a deliberar informalmente sobre la conveniencia
de que una u otra familia específica ocupe determinado “cargo”;
esto posteriormente es convertido en una propuesta formal y, en
fechas fijas, se llevan a cabo tanto la elección como la posesión en
el cargo de los nuevos “encargados”, casi siempre en medio de
fiestas comunales.
De esta manera nadie, o casi nadie, se queda fuera de las
tareas públicas de representación de la comunidad ante las demás
comunidades y ante las instituciones estatales, o de organización y
conducción de los asuntos locales.
Vale la pena notar que hasta ahora hemos hablado de que
el cargo lo ocupan las unidades domésticas. En este punto las
comunidades cabalgan sobre una contradicción que las desgarra y
que es importante exhibir: entre los aymaras se utiliza la palabra
“jaqi” para expresar la noción “persona adulta”. Sin embargo, este
término alude, en realidad, a una pareja unida en matrimonio que
11. He mencionado que dicha participación obligatoria está en la base del derecho de pertenencia a la
comunidad y es la garantía del derecho de posesión de la tierra. Puede notarse que estos principios
chocan frontalmente con los conceptos básicos que organizan la estructuración política moderna en
particular, los sistemas de derechos básicos y sobre todo el “derecho a la propiedad sin obligación”,
tal como es criticado desde los ayllus. En este sentido la crítica de “irresponsabilidad civil” que los ay-
maras con frecuencia hacen a los “q’aras citadinos”, que “ni siquiera saben cómo llega el agua a sus
casas”, o “cómo se amplía un camino”, exhibe la percepción del sistema político liberal dominante
claramente como ajeno, como extraño e impropio. Conversaciones y participaciones en reuniones
de las comunidades aymaras en Omasuyos, Camacho y Los Andes entre 1986 y 2001. Para una
reflexión más sistemática sobre esto ver: Gutiérrez, “Forma liberal y forma comunal de política”, en
Pluriverso. Teoría Política Boliviana, Comuna, La Paz [Gutiérrez: 2001b].
108
está a cargo de una unidad doméstica.12 Así, en las comunidades
se entiende que el “cargo” no es ocupado solamente por un varón
adulto sino por, en primer lugar, la pareja que funda a esa familia
y, en segundo, por la unidad doméstica en su conjunto que muchas
veces incluye a otros parientes dentro de sí. De hecho, un varón
solo –soltero o viudo– o una mujer sola –soltera o viuda– es muy
difícil que ocupen los cargos de mayor importancia para los cuales
se considera necesaria la atención de al menos dos personas.13 La
noción de jaqi es expresiva de un rasgo fundamental del pensa-
miento andino: la dualidad complementaria o la complementarie-
dad dual que se verifica, básicamente, en el cotidiano uso de pares
explicativos: femenino-masculino, abajo-arriba, etc.14 La práctica
de la transacción permanente en torno a ciertos equilibrios admi-
sibles y considerados justos, tiene sus cimientos en la concepción
dual y complementaria del mundo, que obliga a constantes acuer-
dos y renegociaciones acerca de lo que es justo y equilibrado.15
En la actualidad, pese a que, para acometer muchas de las
tareas de la producción y la fiesta, las comunidades aymaras ope-
ran claramente bajo estos principios, en términos de las formas de
articulación supra-comunal o de las funciones de representación
política; es muy frecuente que esta lógica “comunal” se estrelle
12. Andrew Canessa, antropólogo que ha vivido y estudiado las comunidades aymaras de la provincia
Larecaja, señala lo siguiente: “El matrimonio es la unión de una mujer y un hombre y este ritual
completa la persona de un modo especial. Como es bien conocido, en muchas partes de los Andes se
habla de la pareja como chachawarmi o qhariwarmi, es decir, ‘hombremujer’ como una sola palabra
e identidad complementaria. En Wila Kjarka se refiere a casarse como jaqichasiña: hacerse persona.
Después de casarse uno tiene el poder creativo de producir hijos legítimos, el derecho de poseer
tierras, y el deber y el derecho de asumir los cargos y responsabilidades comunales que representan
un aspecto integral de la existencia de la comunidad” (Canessa, 2006: 83-84).
13. A una persona “sola”, es decir, que vive sin pareja, sea varón o mujer, se le denomina “chulla”
palabra cuya traducción literal es “impar” y que tiene una carga negativa fuerte. En contraste, a la
dualidad masculino-femenina que subyace a la noción de “jaqi” –en tanto ser humano pleno– se le
designa con el término “chacha-warmi” –traducido por hombre-mujer, o pareja de esposos–. Esta
importante construcción epistemológica que hace que siempre se tenga en cuenta y presente que la
“humanidad” está compuesta por varones y mujeres que procrean nuevos hombres y mujeres, ha
sido sin embargo empleada con más frecuencia de la deseable en una invisibilización práctica de lo
específicamente femenino. Para una discusión más profunda sobre este tema puede verse Malena
Rodríguez García, “Dualidad y complementariedad: herencia y horizonte de las mujeres de los pue-
blos indígenas” en, [Gutiérrez/Escárzaga: 2006].
14. En las comarcas aymaras de las alturas bolivianas todas las cosas pertenecen a un género: son
femeninas o masculinas y siempre tienen pares complementarios. Igualmente, los terrenos por lo
general se dividen en “Altos” y “Bajos” estableciendo demarcaciones duales dentro de una unidad.
15. Sobre todo esto ver, Platt, 1987
109
con otros principios operativos y de concepción que entran en
contradicción con los primeros, sobre todo en niveles alejados de
lo estrictamente local.16
Esto sucede, en particular, con el formato organizativo sindical
que, en la región de Omasuyos en la rivera del Lago Titikaka, se
superpone y entrelaza con las estructuras comunales: si bien a
nivel de comunidad e incluso de cantón, la fuerza social de las
comunidades ha sido suficiente para reconfigurar de diversas
maneras las prácticas sindicales, subordinándolas a la lógica
comunal, en los niveles de articulación sindical superiores, pro-
vinciales o departamental, tal capacidad se debilita y prevalecen
formas de representación política más cercanas a hechuras libera-
les, delegativas, sin tanto control de las bases, que por lo mismo
responden a principios más bien “modernos” de sistemas de
“derechos y deberes” y donde, además y por lo mismo, se elige
preferentemente a los varones.17 En todo caso, más allá de estas
dificultades, el entramado comunitario, denso, autónomo, antiguo
y dúctil que constituye el alma del tejido social en el Altiplano
boliviano guarda dentro de sí una gran vitalidad tal como se hizo
explícito entre 2000 y 2003.
Por otro lado, el tejido social comunitario que hemos esbo-
zado a brochazos gruesos ha mantenido con el estado bolivia-
no, desde su fundación, una tensa relación de desconfianza y
confrontación. Para dar cuenta de ella, vale la pena brindar, en
primer lugar, algunos elementos panorámicos de la estructura
estatal boliviana en sus niveles capilares. En Bolivia hay un esta-
16. Las prácticas comunitarias han ido tendencialmente replegándose hacia ámbitos locales, pues
las sucesivas divisiones territoriales, primero coloniales y después republicanas, se han impuesto al
anterior formato de ocupación del espacio basado en la discontinuidad territorial, que permitía a las
diversas comunidades y ayllus ocupar diversos pisos ecológicos y tener acceso a una gran variedad de
productos agrícolas y ganaderos. Esta debilidad de la vida comunitaria contemporánea es subsanada
en parte, mediante la estructura sindical que unifica y abarca a todos; aunque tal cosa representa
al mismo tiempo, un refuerzo de la propia debilidad, pues en la estructura sindical lo comunitario
convive, y muchas veces se subordina, a otros principios y lógicas operativas.
17. Para una discusión en detalle sobre la organización comunal y su entrelazamiento con la estruc-
tura sindical ver Chávez, Marxa, 2006.
110
do central, liberal y fuertemente jerarquizado.18 El territorio está
dividido en nueve departamentos bajo la autoridad política de
Prefectos, que recién en las elecciones de 2005 fueron electos por
voto directo. Anteriormente, el cargo de prefecto era ocupado por
un representante directo del presidente y su papel oficial consis-
tía, justamente, en ser la encarnación departamental del Poder
Ejecutivo a través de la delegación discrecional de dicha facultad.
Ahora bien, cada departamento está dividido en provincias e,
igualmente, el subprefecto es la autoridad política máxima en la
provincia y es nombrada por el prefecto del departamento; este
cargo sigue sin ser electivo. En el área rural, tal estructura políti-
ca se complementa y superpone a nivel local con las autoridades
municipales, que desde 1995 son electas en toda la república por
voto directo a candidatos propuestos por partidos políticos, o por
“agrupaciones ciudadanas” desde 2004.
En las elecciones generales se eligen, además del presidente
y vicepresidente de la República, los diputados y los senadores;
los primeros divididos entre uninominales (por circunscripción
territorial) y plurinominales (por plancha partidaria). La descrip-
ción de la estructura estatal boliviana hace evidentes sus rasgos
piramidales, concentrados y verticales, que se traducen en que el
aparato de gobierno sea, antes que cualquier otra cosa, una espe-
cie de armazón política superpuesta al conjunto de la población
sobre todo rural y urbano-marginal, que tiene la finalidad básica
de controlar a los habitantes y cobrar los impuestos. Es decir, en
su forma y todavía más en sus prácticas internas, el estado boli-
18. La Constitución Política del Estado boliviano –igual que las de otros países de América del Sur– es
heredera de la tradición del “liberalismo político” donde un punto nodal de la argumentación es la
“delegación” de la soberanía social. A la letra, el Art. 2 de la CPE dice que “La soberanía reside en el
pueblo; es inalienable e imprescriptible; su ejercicio está delegado a los poderes Legislativo, Ejecutivo
y Judicial […]”. Esto se complementa con el Art. 4: “I. El pueblo delibera y gobierna por medio de sus
representantes […]. II. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya la soberanía del
pueblo comete delito de sedición”. Recientemente se añadió al Art. 4. I. la afirmación de que el pueblo
“gobierna” también, “mediante la Asamblea Constituyente, la Iniciativa Legislativa Ciudadana y el Re-
feréndum, establecidos por esta Constitución y normados por ley”. Si bien una constitución es sólo un
pálido reflejo de las relaciones políticas existentes en un país, contrástese lo anterior con el Art. 39 de
la Constitución Mexicana, que en la primera afirmación del Capítulo “De la soberanía nacional y de la
forma de gobierno” establece: Art. 39. “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el
pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en
todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
111
viano conserva nítidos rasgos de su origen colonial, esto es, de un
artefacto político destinado, no a supuesta o idealmente organizar
la convivencia entre ciudadanos jurídicamente iguales, sino a con-
trolar la fuerza de trabajo y garantizar el pago de las tributaciones
fiscales. En este mismo sentido, el aparato político de gobierno
–en tanto componente del Estado– sobre todo en las áreas rurales,
es básicamente un entramado institucional y normativo ajeno a
las comunidades y colocado por encima de ellas. La relación entre
funcionarios estatales y población de las comunidades ha estado
históricamente marcada por la desconfianza recíproca, así como
por una drástica separación fundada sobre todo, en el desprecio
racista hacia lo comunitario originario.
La existencia de tal estructura estatal liberal con una forma
cerrada, económica y étnicamente excluyente y semicolonial es
parte de la explicación de la permanencia y vitalidad de las comu-
nidades aymaras: en tanto la solución de prácticamente todos los
problemas y cuestiones básicas para la vida cotidiana es encarada
por la población de acuerdo a sus propios conocimientos, formas
organizativas y lógicas internas, el entramado comunitario, sus
prácticas deliberativas y sus capacidades regulativas, permanecen
en el tiempo aunque cercadas y agredidas intermitentemente por
el aparato estatal.
Por lo general, a las autoridades estatales se les demanda aten-
ción –dificultosamente prestada– para desarrollar proyectos o
solucionar problemas que no puedan ser resueltos por las propias
comunidades y, la mayor parte de las veces, lo que se defiende
desde el tejido originario de comunidades y pueblos es un conjun-
to doble –y en cierta medida contradictorio– de aspiraciones: por
un lado, “que los dejen en paz”, es decir, que las autoridades esta-
tales bolivianas “no interfieran ni se metan” en los asuntos locales
de las comunidades; por otro, reclaman también la ampliación de
los márgenes de inclusión en el estado, de los derechos económi-
cos colectivos y de los beneficios sociales y ámbitos de bienestar
112
público que puedan ser disfrutados en las áreas rurales.19 Hasta
cierto punto, esta doble intencionalidad: conservar la autonomía
propia y buscar la inclusión, está en el fondo de la noción ancestral
de “pacto” y en las dos ideas políticas más importantes del mundo
aymara: el pachakuti y el tinku, respectivamente, “la alternancia de
contrarios” y “el encuentro de los opuestos”, según la explicación
de, entre otros, Bouyesse-Cassagne.
Es, entonces, desde el tejido social comunal aymara y en
medio de esta forma de relación con el estado, donde estallaron
los levantamientos de 2000-2001. Sin embargo, en parte como
herencia de la Revolución de 1952 y del limitado intento de
ampliación ciudadana y modernización económica que las élites
nacionalistas revolucionarias desplegaron durante algunos años,
el entramado social comunitario y campesino en todo el país
adquirió un formato sindical de organización que copió la estruc-
tura piramidal y jerárquica del estado boliviano para organizar la
agregación.20
Es así que un tema importante de la discusión política en
Bolivia ha sido justamente aquel acerca de las contradicciones
entre las formas organizativas modernas –sindicales– y las formas
organizativas tradicionales. Mi postura en relación a esta cuestión,
concordante con la visión inicial de Félix Patzi, distingue de acuer-
19. Bouyesse-Cassagne, 1987. Estas ideas las discutiremos con más detalle en las páginas siguientes,
pero vale la pena tenerlas en mente en todo momento para poder entender el posible sentido interno
de los levantamientos para los protagonistas.
20. Tras la revolución de 1952, el MNR intentó organizar una estructura estatal corporativa para
implementar ciertos procesos de modernización desde arriba. Estos esfuerzos, comparándolos con
otros similares como el mexicano, resultaron fallidos; aunque en ciertos períodos hubo tensos inten-
tos de cooptación de la fuerza social agraria como, por ejemplo, durante el llamado “Pacto militar-
campesino”. Así, la conformación de una estructura sindical campesina nacional puede entenderse
también –de ninguna manera únicamente– como parte del esfuerzo de corporativización estatal
de la sociedad anhelada por el nacionalismo revolucionario.Por otro lado, en Bolivia, dentro de la
tradición sindical minera y obrera-fabril, la cuestión de la “independencia sindical”, es decir, de la
no subordinación política ni al gobierno ni al estado, ha sido siempre un punto nodal en el discurso
político y sindical de los de “abajo”; la tortuosa relación de independencia se ha mantenido tanto por
la voluntad y capacidad de los de abajo como por la debilidad, el prejuicio, el racismo y la miopía de
los de arriba. A partir de esa influencia, el “valor” de la independencia sindical hacia el estado está en
el origen del nacimiento de la CSUTCB.
113
do a los diferentes ámbitos y niveles territoriales de organización.21
Esto es, si bien a nivel local –de comunidad– y a veces a nivel can-
tonal o de sección municipal, las estructuras comunitarias ances-
trales se imbrican de manera fluida con las formas organizativas
sindicales modernas, a niveles provincial y departamental esto se
vuelve mucho más complejo y, sobre todo a partir del nivel de orga-
nización departamental, las formas organizativas tradicionales
ceden terreno ante los usos y costumbres modernos, delegativos y
“junt’ucheros”.22
Entonces, lo que presenciamos desde 2000 fue el levantamiento
intermitente de las comunidades aymaras en el Altiplano boliviano
a partir de sus estructuras organizativas tradicionales que han asu-
mido el nombre de sindicato, que pasaron de gestionar la vida, la
fiesta y la producción, a conducir y ejecutar las múltiples acciones
de confrontación, irguiéndose sobre sus propias lógicas internas y
utilizando los mismos principios y conocimientos ancestrales para
coordinarse con las demás comunidades y para enlazarse en las
21. “(No se ha hecho) un balance de lo que pasaba con los sindicatos en el seno de las comunidades
o, en caso de realizarlo, se aproximaron al análisis con un juicio antelado considerando perjudicial al
sindicato por ser occidental (tal como ha sido durante algunos períodos la postura del Taller de Historia
Oral Andina, THOA). Mientras tanto, al interior de las comunidades el sindicato tenía la misma fun-
ción que ancestralmente se había asignado a las autoridades originarias, aunque se habían quitado su
poncho y su chicote (notar que durante la rebelión estos símbolos de autoridad vuelven a aparecer). Es
decir, conservaban la rotación, la sucesión en el mando y las jerarquías continuaban con leves alteracio-
nes. De la misma manera, el ejercicio de un cargo sindical continuaba siendo obligatorio, tal como está
instituido para las autoridades ‘originarias’ y es requisito básico para acceder a los diversos recursos
existentes (en la comunidad) […] Es decir, tenemos un panorama en el que diversos cargos políticos de la
administración estatal fueron hábilmente subsumidos por la lógica comunal, asignándoles un nombre
‘moderno’: sindicato. De ahí que afirmamos que el sindicato sólo fue dañino a nivel supracomunal, es
decir, desde central agraria hacia arriba (federaciones provinciales, departamentales y confederación
nacional) ya que todas estas instancias se estructuraron bajo la lógica de la separación de la sociedad
civil y la sociedad política, donde los dirigentes flotan por encima de las bases. Como representantes,
estos dirigentes se atribuyen la potestad de tomar decisiones a nombre de las bases, para negociar con
el estado y otros agentes de la sociedad. En estos espacios supracomunales sí podemos decir que el sin-
dicato fue la fiel reproducción de la política liberal, basada en la usurpación de la soberanía colectiva”
(Patzi, 1999: 61 y 62). Notar como en la explicación de Patzi, el sindicato es entendido también como
un cargo político que se ocupa de asuntos relativos a la “administración estatal” (los subrayados en la
cita son míos. RGA). Lo que quiero dejar claro es la compleja función de la “estructura sindical” cam-
pesina que ocupa un lugar híbrido dentro de la relación “estado”-sociedad rural originaria.
22. “Junt’uchero”, “junt’ucha” es un término que alude a las prácticas de acuerdos o pactos por
decisión o interés personal a través de los cuales algunos “dirigentes” o “representantes” se separan
del control de la base comunitaria, comenzando a decidir por sí mismos. Es decir, cuando “se hace
una junt’ucha” lo que se expresa es que está operando ya el principio de delegación de la soberanía
colectiva, la cual es usurpada por uno o varios “mandantes”. En una “junt’ucha” ya no se “manda
obedeciendo”, para decirlo mediante la afortunada expresión zapatista.
114
acciones de acoso y cerco al poder estatal.23 Sin embargo, la oleada
de levantamientos que tuvo como vocero y cabeza visible a Felipe
Quispe operó sobre la estructura sindical previa, desbordándola
en ciertos casos y momentos pero, al mismo tiempo, siendo con-
tenida y limitada por ella: el levantamiento comunitario destituyó
localmente el poder y la presencia del Estado a nivel local en varias
oportunidades, estrangulando mediante “cercos” a la ciudad de La
Paz; es decir, exhibiendo de manera contundente su capacidad de
controlar territorios y de interrumpir el funcionamiento de la vida
cotidiana “moderna”, aunque manteniendo, al mismo tiempo, un
discurso en dos tonos: el de la autoafirmación indígena que busca
trascender y modificar el orden de las cosas, por un lado; y, por
otro, el de la negociación sindical que demanda y exige al gobierno
que “cumpla” y “atienda” las reivindicaciones sociales.
Tal imbricación de formas políticas comunitarias contenidas en
formatos organizativos complejos –comunitarios y comunitarios-
sindicales en lo local, y más nítidamente sindicales en la cúspi-
de– produjeron una paradoja que, con el tiempo, se convirtió en
un lastre: si bien fueron las comunidades, es decir, los hombres
y mujeres de los ayllus aymaras quienes bloquearon los caminos
una y otra vez, quienes se enfrentaron al ejército, marcharon a las
ciudades, asfixiaron el mercado, etc., y si además lo hicieron sobre
sus conocimientos y mecanismos organizativos ancestrales, ten-
sando y ampliando los ámbitos de sus sistemas de cargos, trabajo
colectivo y prácticas de reciprocidad, la “coordinación” central de
toda esta gigantesca energía social se realizó desde la estructura
sindical campesina más importante de Bolivia, la CSUTCB, y se
hizo patente en la figura de Felipe Quispe Huanca. La paradoja
consiste en que ambas instancias, las comunidades movilizadas
y sublevadas a partir de sí mismas sobre la base de la acción de
articulación de la CSUTCB con Felipe Quispe a la cabeza, aun
23. “Existe una manifiesta relación simbiótica entre las dirigencias sindicales y sus bases comu-
nitarias, la misma que se expresa en las entrevistas efectuadas a sus representantes. Esto porque
el principio rotativo y obligatorio de autoridad establece un circuito de enorme fluidez que activa
la conexión, casi permanente, entre las instancias comunitarias y los niveles dirigenciales, lo que
atinadamente se concibe como sindicato comunal”. Auza, 2005: 52.
115
cuando en un primer momento se dieron recíprocamente fuerza,
visibilidad y capacidad de intervención en el asunto público de
manera intempestiva y enérgica, a la larga se separaron en sus
lógicas internas y se confrontaron con sus propios límites. Esto es
lo que abordaré ahora.
116
decisivo del trabajo político consistía en la formación, la difusión
y la organización. Entre otros aportes en esta dirección, Felipe
Quispe publicó –y re-editó varias veces– una versión de la historia
de la conquista de Bolivia y de las rebeliones de los ayllus contada
desde la perspectiva indígena, titulada ¡Tupak Katari vive y vuelve,
carajo!, que tuvo una gran influencia entre las comunidades.
El objetivo de la guerra de ayllus a desencadenar consistía, en
sus formulaciones más pulidas, en la construcción del socialismo de
ayllus, mediante el cual se garantizara la autodeterminación de las
naciones originarias –aymaras y quechuas, principalmente– y que
pasaba necesariamente por hilvanar una alianza entre los trabaja-
dores directos de origen boliviano y las naciones oprimidas para
conseguir la reapropiación de la riqueza social.
Estas posturas fueron sistemáticamente expresadas, preci-
sadas, difundidas y defendidas por Quispe y otros miembros
del EGTK entre 1986 y 1992, año en el cual varios militantes y
dirigentes de esta organización son detenidos, entre ellos Felipe
Quispe. Después de pasar cinco años en la Cárcel de San Pedro de
La Paz, entre 1992 y 1997 y de convertirse en una figura pública
ampliamente conocida desde la prisión, Felipe Quispe vuelve a la
vida sindical en La Paz hasta ser electo en 1998 como secretario
Ejecutivo de la CSUTCB, bajo la figura de “solución negociada” de
la pelea faccional entre las tendencias sindicales de Evo Morales y
Alejo Véliz, pugna que se venía arrastrando ya por varios años.
Esta brevísima exposición de la trayectoria personal de Felipe
Quispe tiene la intención de mostrar el peculiar significado de su
elección como máximo dirigente campesino en 1998: no solamen-
te se eligió a un dirigente aymara –en vez de un quechua– sino
que se escogía precisamente a un representante de la tendencia
más radical del agro boliviano, a un ex preso político que había
defendido abiertamente la lucha armada durante mucho tiempo y
la había practicado. Cabe mencionar, también, que Felipe Quispe
contaba con un gran ascendiente moral y de respeto entre las
comunidades, a partir no sólo de sus largos años de esforzada mili-
tancia y de ser un comunario como cualquier otro, sino también a
117
partir de su propia fuerza interior y habilidad verbal que lo llevan a
confrontar el orden simbólico de la dominación étnica y económi-
ca en prácticamente todas sus apariciones públicas.26
Antes de pasar a la reflexión sobre los levantamientos aymaras
de 2000 y 2001 vale la pena brindar algunos elementos sobre la
CSUTCB, en tanto estructura organizativa sindical, desde la cual
se desplegaron las acciones de insubordinación más vigorosas.
26. Una de las más famosas respuestas que por su simplicidad y contundencia todavía se recuerda,
es la que Felipe Quispe dio a Amalia Pando, conocida periodista de la televisión, el día que fue pre-
sentado a la justicia tras su captura. A la pregunta de la periodista de “¿Por qué se alzaba en armas
para destruir a Bolivia?”, Felipe Quispe le respondió: “Porque no quiero que mi hija sea tu sirvienta”;
resumiendo en esta sencilla frase toda su experiencia de antagonismo étnico y de clase entre las
familias de los ayllus –cuyos hijos efectivamente o son los sirvientes o los empleados de los q’aras– y
la población urbana mestiza y adinerada.
118
al movimiento campesino a partir de mediados de la década 80, fue
la lucha por la identidad nacional (de las naciones originarias. RGA)
con diferentes matices y procesos. En la parte andina dicha reivindi-
cación ha sido expresada desde dos vertientes principales:
27. Esta corriente, cuyos personajes más visibles son Genaro Flores –primer dirigente sindical de
la CSUTCB– y Víctor Hugo Cárdenas –posteriormente vicepresidente del primer período de Sán-
chez de Lozada (1993-1997)– decidió en 1985 formar un partido político legal llamado Movimiento
Revolucionario Tupak Katari de Liberación (MRTK-L) cuyos documentos afirman la lucha contra el
“colonialismo interno” en Bolivia entendiendo las contradicciones sociales como aquellas entre un
“eje social colonial” que oprime y explota a otro “eje social nacional”. Esto es pertinente pues mues-
tra cómo, tras la llamada “apertura democrática” boliviana y al menos desde 1985, los dirigentes
sindicales han ensayado la incursión en actividades políticas partidarias formales, como una práctica
frecuente, a la que se alude como “construcción de instrumentos políticos” desde la fuerza sindical.
El camino de construcción tanto del MAS como del MIP, en cierto sentido, abreva de esta herencia.
Para más información, ver: Patzi, 1999, 37 y ss.
28. Los períodos de dos años para la dirigencia sindical se prolongaron a tres en el Congreso de 2001.
Estatutos de la CSUTCB.
119
ampliados, reuniones de dirigentes departamentales y regionales
con los miembros del Comité Ejecutivo para tomar las decisiones
más importantes y tomar acuerdos organizativos.
Más de 20 años después de su fundación, en noviembre de
1998 se realizó el I Congreso Extraordinario de la CSUTCB en la
ciudad de La Paz y Felipe Quispe Huanca fue elegido como secre-
tario ejecutivo, a partir de un acuerdo entre dos corrientes cocha-
bambinas hasta entonces enfrentadas: la “evista” y la “alejista”. En
cierto sentido, al interior de la CSUTCB y durante toda su existencia
como organismo matriz de los trabajadores del campo, siempre ha
ocurrido una tirante lucha de facciones. Distinguiendo grosso modo,
pueden identificarse dos grandes épocas para caracterizar los anta-
gonismos intrasindicales: la primera entre 1979 y 1984, en la cual
la pugna facciosa se produce entre corrientes más influidas por un
pensamiento izquierdista clásico y diversas variantes de lo que Patzi
llama el “katarismo culturalista”. Cuando esta última tendencia pier-
de apoyo dejando de ser atractiva para la base agraria, siendo des-
pués cooptada en medio de las diversas reformas liberales del estado
–en particular mediante los esfuerzos de los distintos gobiernos del
MNR por convertir a Bolivia en un “estado liberal pluricultural”–,
es decir, más o menos entre 1986-87 hasta 1998, la lucha facciosa
ocurre entre las propias corrientes izquierdistas, muy parecidas en
términos de sus objetivos y prácticas políticas aunque distintas en
su grado de influencia y cohesión. Unos años antes de la elección
de Felipe Quispe como secretario ejecutivo de la CSUTCB la pugna
entre “evistas” y “alejistas” estaba en un punto de gran intensidad
(Patzi, 1999: 37 y ss. También, Quispe Ayar, 2003).
Así, la elección de Quispe permite que el movimiento sindical
campesino boliviano retome las banderas de la lucha indígena
desde una perspectiva de la autodeterminación política de las
naciones indígenas. Según Félix Patzi, la elección de Quispe sig-
nifica, primero: la retoma del liderazgo y la autoridad aymara en
el movimiento campesino; segundo: la apuesta del campesinado
por la propuesta de la constitución de un estado propio; tercero:
el rechazo al pluriculturalismo y la carrera partidaria de dirigen-
120
tes como Román Loayza, Evo Morales, Alejo Véliz y otros (Patzi,
1999: 121, citado también por García, coordinador, 2004: 121).
Además, si algo tiene Felipe Quispe es su intermitente tenacidad
para el trabajo de base, para la sistemática y paciente visita a las
comunidades. Como él mismo explica:
121
una densa cohesión del entramado comunitario aymara durante
2000 y 2001. Marxa Chávez menciona varios testimonios de “acti-
vistas” aymaras que, por su propia cuenta y riesgo salían de sus
comunidades y viajaban incluso a otras provincias a “concientizar”
sobre los perjuicios de la Ley de Aguas:
30. Entrevista a Teresa, comunaria de base de Warisata, provincia Omasuyos. Citada en Chávez
Marxa, 2006.
31. La reelección de Felipe Quispe ocurrió en el IX Congreso Ordinario de la CSUTCB celebrado
entre el 16 y el 21 de abril de 2001, con la ausencia de las Federaciones de Santa Cruz, Oruro, Pando
y Potosí.
122
Fecha Suceso
Noviembre Elección de Felipe Quispe como secretaro ejecutivo de
de 98 “consenso” para limar las discrepancias entre “evistas” y
“alejistas”.
Enero de Felipe Quispe acude al Congreso Nacional del MAS-
99 Unsaguista de Evo Morales y Alejo Véliz critica acremente
esta presencia.
Segunda Felipe Quispe deja de acudir a las proclamaciones de los
mitad de candidatos del MAS para las elecciones municipales de
99 diciembre de 99. Evo Morales se distancia y critica acremen-
te a Felipe Quispe. El enfrentamiento llega a su punto más
álgido cuando Felipe denuncia públicamente al MAS por
intentar unir el nombre de la CSUTCB a su partido político.
Después de lo anterior, los “evistas” influyen en las ONG
que daban recursos a la CSUTCB para mantener su fun-
cionamiento cotidiano, en particular “Pan para el mundo”,
a fin de que suspendan tal flujo de recursos. La CSUTCB
se ve obligada a dejar de pagar a sus empelados –secreta-
ria, chofer– y les cortan la luz y el teléfono.1
25 de agosto En el III Ampliado de la CSUTCB los “evistas” tratan
de 99 de forzar la renuncia de Felipe Quispe para que Román
Loayza, hasta entonces secretario general, ocupe la conduc-
ción de la Confederación.
15 de nov. Durante la marcha en memoria de Tupak Katari, el diri-
99 gente Humberto Choque, “evista” de La Paz, intenta evitar
que Felipe Quispe tome la palabra.
18 de enero El Ampliado de cocaleros de la región de Yungas des-
de 2000 conoce a Quispe y pide se convoque a un Congreso
Extraordinario.
17 al 27 de Durante el XII Congreso de la Central Obrera Boliviana
enero de el conflicto entre facciones campesinas se traslada a ese
2000 escenario. Mientras Quispe abandona el Congreso, Félix
Santos –de la fracción evista– es electo como secretario
general de la COB.
123
Junio y El II y el IV Ampliado de la CSUTCB, en Chuquisaca y
agosto de Cochabamba respectivamente se suspenden porque alguna
2000 de las facciones no concurre o boicotea la reunión.
Fuente: elaboración propia con datos de Ayar Quispe, 2003 e informa-
ción de prensa.
32. Marxa Chávez y otros, “Organización y proyecto político de la rebelión indígena aymara-qhue-
chua. Entrevista a Felipe Quispe”, enero de 2001, en [Gutiérrez: 2001]
124
tivo a la propiedad rural que agredía el tejido comunitario en el
Altiplano. El rechazo a los proyectos gubernamentales, comen-
zando por la Ley de Aguas, inauguró la etapa de movilizaciones y
levantamientos comunales de 2000 que se detallan en la siguiente
cronología.
125
8 de abril Enfrentamientos en Patacamaya y Lahuachaca –sobre la
principal carretera del país. A las 8 de la mañana fuerzas mili-
tares intervienen una reunión de vecinos y comunarios que
iba a realizarse en el Colegio Germán Busch de Patacamaya,
donde se registraron 4 heridos por bala. Más tarde, el ejército
avanzó hasta Lahuachaca, donde las tropas del Regimiento
Patacamaya y el Motorizado de Viacha, con tanques y balas de
guerra, cruzaron la barricada levantada por las comunidades
que se hallaban realizando la vigilia y dispararon contra la
concentración de gente, que trató de resistir con piedras lanza-
das con q’urawas. La intervención culminó con la muerte de
dos personas, ambas por heridas de bala.
Los bloqueos se extienden por la carretera principal hacia
zonas limítrofes con la ciudad de El Alto, como San Roque. Hay
enfrentamiento con fuerzas policiales y el bloqueo no cede.
El discurso y la movilización de los comunarios se radicaliza a
partir de las muertes de Lahuachaca y Patacamaya. La federa-
ción provincial de Omasuyos convoca a una marcha de protes-
ta para el día 9 de abril.
Felipe Quispe es apresado y confinado con otros dirigentes en
San Joaquín.
Desde la noche anterior, el gobierno desplaza a los regimien-
9 de abril tos Junín y Ayacucho, que se hallan dentro de Achacachi, de
tal manera que en la madrugada del 9 de abril, los caminos
aparecen militarizados.
Se producen enfrentamientos en Achacachi: la marcha progra-
mada, a cargo de dirigentes “de base”, se congrega en protesta
por los enfrentamientos del 8 de abril y en desacato al Estado
de Sitio, instaurado por Bánzer. Desde las 8 de la mañana se
producen escaramuzas entre comunarios y tropas apostadas en
la parte sur del poblado.
Se producen enfrentamientos en la Avenida Sorata, que con-
duce hacia la salida de Achacachi. Las personas congregadas
en la Plaza y los alrededores inician la movilización desde
el sector norte, acudiendo en auxilio de las personas que se
enfrentaban con los soldados en la parte sur. Las fuerzas mili-
tares quedan cercadas.
Represión en Qalachaqa y Janqupata con armas de fuego por
parte de los militares. Tras el ingreso de otro contingente de
soldados desde el sur, las mujeres deciden impedir la llegada
de los militares tendiéndose en el camino para evitar que los
“wipones” –jeeps– del ejército lleguen a reforzar la represión.
126
El Teniente Omar Tellez es herido y llevado al hospital de
Achacachi. Más tarde, Ramiro Quispe, herido por una bala de
guerra, es trasladado en una ambulancia hacia la ciudad de La
Paz y fallece en el camino.
La noticia de la muerte de Ramiro Quispe llega a Achacachi por
vía telefónica. La gente enciende fogatas en el cerro Surucachi,
en señal de convocatoria para la lucha. Cientos o miles de perso-
nas de los alrededores llegan a pie hasta Achacachi para reforzar
los bloqueos. El enfrentamiento es generalizado.
La gente logra hacer retroceder a los militares, con piedras y
fuerza de multitud. Fallece por herida de bala Hugo Aruquipa.
Los comunarios deciden quemar todos los edificios de las ins-
tituciones públicas: arde la prefectura, la alcaldía, el puesto de
tránsito y la cárcel; se libera a los presos. Se quema también el
cuartel de policía y se expulsa a su personal. La gente se congre-
ga en la puerta del hospital exigiendo que se entregue al tenien-
te Téllez. Un grupo compuesto mayoritariamente de mujeres
entra por él, lo sacan del hospital llevándolo hasta la plaza y lo
matan entre todos.
Llegan más contingentes militares, la gente se retira ya que se
militariza todo el pueblo de Achacachi. La persecución a diri-
gentes se inicia y se comienzan a allanar casas y tomar presos.
10 de El bloqueo se expande desde La Paz hacia los caminos a
abril Copacabana, Oruro, Pucarani, Yungas, Ilabaya y Sorata. La
ciudad de La Paz queda completamente bloqueada.
127
14 de Tras el establecimiento de una mesa de negociación, se firma un
abril acuerdo entre el gobierno de Hugo Banzer Suárez y la CSUTCB.
La dirigencia se compromete a levantar los bloqueos camineros
y el gobierno a retirar a los militares de las carreteras y pagar la
curación de los heridos así como indemnizar a las familias de los
fallecidos en los enfrentamientos y a liberar a los presos.
El acuerdo incluía, además, otros 14 puntos, el primero de los
cuales señalaba la suspensión del tratamiento legislativo de la
Ley de Aguas, que según los términos suscritos, debía ser reela-
borada.1 También incluía cuestiones relativas al saneamiento de
tierras, modificaciones a la Ley INRA y medidas necesarias para
impulsar el desarrollo rural. Se establecen varias comisiones que
se encargarán de elaborar propuestas y establecer acuerdos res-
pecto a diversos temas básicos exigidos por las comunidades.
1. Esta exigencia había sido pactada también con los movilizados en Cochabamba.
128
24 Enfrentamientos en las localidades de Parotani (Cochabamba) y
de sep- Guaqui (La Paz), entre comunidades y el ejército.
tiembre Regimientos y volquetas enviadas por la alcaldía de Guaqui intentan
levantar las barricadas y recoger las piedras que bloquean la carrete-
ra, gasificando y disparando a los campesinos, los cuales respondie-
ron con piedras. Fallece Modesto Mamani por un disparo de bala.
Esta nueva confrontación con un muerto, provoca la indigna-
ción de las comunidades movilizadas y de los dirigentes de la
CSUTCB, quienes en Ampliado, deciden la intensificación y
ampliación de los bloqueos hasta llegar al borde de la ciudad de El
Alto, es decir, a la difusa frontera campo-ciudad.
26 La movilización se expande y siete de los nueve departamentos
de sep- en Bolivia, se hallan bloqueados. Se registran algunos enfrenta-
tiembre mientos entre militares y comunarios en las provincias Pakajes e
Ingavi, sin bajas.
Los bloqueos se radicalizan y ya no sólo se arrojan piedras a la ca-
rretera, sino que se abren zanjas en el camino La Paz-Copacabana.
27 Se incorporan a la movilización las federaciones campesinas
de sep- del sur de La Paz. Durante una marcha logran tomar y destruir
tiembre el puesto de peaje de Lipari, zona que colinda con los barrios
de clase alta del Sur de La Paz. La marcha y el bloqueo avan-
zan hacia las comunidades de Aranjuez, Mallasa, Jupapina y
Huajchilla, prácticamente dentro de la ciudad. Comunarios in-
tentan tomar la represa de Jampaturi, para impedir la llegada del
agua al área urbana y se enfrentan con el ejército. Se anuncia
que se va a establecer el “Cerco a la Ciudad”.
28 Se produce el enfrentamiento más grave en el altiplano. Los bloqueos
de sep- de la localidad de Huarina, al norte de La Paz, son intervenidos por
tiembre contingentes militares, que efectúan disparos de balas de guerra,
apoyados por avionetas que sobrevuelan la zona. Maestros rurales y
campesinos intentan resistir con piedras. Sin embargo, ante la magni-
tud de la represión se repliegan. Durante la intervención mueren tres
comunarios y otros cinco son heridos. Después de estos sucesos, los
Ampliados de emergencia que realizan las subcentrales en los pun-
tos de bloqueo se convierten en Cabildos donde participan muchas
comunidades. Se decide mantener los bloqueos y radicalizarlos. Las
intervenciones y los “operativos limpieza” ordenados por el gobierno
no dan resultado, ya que la capacidad de movilización comunal impi-
de desbloquear puntos importantes.2
29 Se realiza un Cabildo en la población de Achacachi a la que acu-
de sep- den alrededor de 4000 comunarios de las poblaciones y cantones
tiembre cercanos. En la reunión se repudiaron los asesinatos del día ante-
rior y se comprometieron, todos, a continuar con los bloqueos.
129
1 de A instancias de la Iglesia se intenta abrir el diálogo entre el gobier-
octubre no y la dirección de la CSUTCB. Sin embargo, Felipe Quispe aban-
dona la mesa de negociación con duras increpaciones públicas a
los ministros de estado por los “asesinatos de comunarios” que
están llevando a cabo los “carniceros del gobierno”. Pese a ello,
comienza la negociación con dirigentes de 8 federaciones departa-
mentales que muestran la existencia de fisuras entre los líderes.
2 de La Federación de Juntas Vecinales de El Alto, la Confederación
octubre de Gremiales, la Federación de Padres de Familia y estudiantes
universitarios, se movilizan en El Alto y La Paz, en apoyo a la
protesta dirigida por la CSUTCB. Comienza a producirse la ar-
ticulación entre organizaciones urbanas y rurales. Piquetes de
vecinos, estudiantes, gremiales, etc. encienden fogatas en las
calles principales de El Alto. Se quema la caseta de peaje situada
en la frontera de las ciudades de La Paz y El Alto y se apedrea a
una unidad de policía. En otros sectores como Achocalla, al sur
de La Paz, varias comunidades encienden grandes fogatas para
3
que se sepa de su presencia en el borde de la ciudad.
2 de La movilización es contundente. La fuerza exhibida por la población
octubre es inmensa. Después de tres semanas de movilización se inicia
un diálogo, plagado de dificultades. Las reuniones llevadas a cabo
en una oficina de la Iglesia fueron transmitidas por los medios de
comunicación. En la primera sesión de un “diálogo” difícilmente
pactado, Felipe Quispe se presentó sólo para acusar de “asesinos” a
los miembros del gobierno, con un discurso emotivo y dramático.
Finalmente, en los días subsiguientes, con la intermediación de la
Iglesia Católica y representantes de Derechos Humanos se firmaron
algunos convenios. Se consigue la anulación total de la ley de aguas
y la promesa de derogación de la ley INRA, que no se cumplirá.
2. Según Marxa Chávez, durante el bloqueo de septiembre se produjo una novedad interesante en el
ámbito de la organización de los sindicatos agrarios –de base–: la decisión, en forma independiente
y autónoma del ingreso, forma y conducción de la movilización. Esto aumentó muchísimo la fuer-
za general del bloqueo y su radicalidad. Un comunario de la zona de Achacachi explicó a Chávez
lo siguiente: “En septiembre la participación de la gente ya ha sido organizada al revés, no se ha
obligado al bloqueo, tanto de la CSUTCB, ni asumiendo voto resolutivo de la CSUTCB, sino que ha
sido resolución propia: hay esto, se ha determinado bloquear, entonces cada sindicato a través de
la central, “traigan sus propuestas de como se va hacer, como se va a asumir”, directamente se ha
procedido al bloqueo”. Chávez M., 2006, Capítulo IV.
3. Cabe destacar la sui generis manera en la que se expande y consolida la rebelión alternando rela-
ciones de “competencia” dentro del gigantesco fenómeno cooperativo en que consistía el levanta-
miento. Comunarios de la zona de Warisata lo expresan así: “Los dirigentes tenían un gran trabajo,
organizando cada día la movilización, en cada provincia ya se sentían obligados a participar en la
movilización, en parte porque no podían permitir que de otra central les vayan a decir que había que
movilizarse o que ellos no se habían movilizado. Ya era competencia” (Chávez M, 2006, Capítulo
IV). El encendido de fogatas en los cerros es parte de esta lógica de la presencia y busca, entre otras
cosas, que los demás miren y sepan quienes han llegado.
130
4 de Se realiza el Segundo Gran Cabildo en Qalachaka (Achacachi),
octubre para discutir lo relativo al comienzo de las negociaciones. Este
cabildo fue mas grande que el del 29 de septiembre, y contó con
la participación de más de 20 mil personas. A la reunión llega-
ron representaciones de un mayor número de provincias y se
acordó mantener la vigilancia del curso de las negociaciones.
En este Cabildo se presentó además, el Manifiesto de Achacachi,
que tiene dos puntos principales: 1) lucha conjunta de las provin-
cias “para el renacimiento del poder indígena”, es decir un pacto
entre todas las provincias presentes en esta gran reunión, que
según el manifiesto, constituirían el Jach´a Umasuyus –Gran
Omasuyos–, en recuerdo a los antiguos territorios que componían
la parcialidad Umasuyus4, rompiendo la división territorial im-
puesta por la colonia y la república. 2) La expulsión de la policía y
del ejercito de todo el territorio de Jach´a Umasuyus.
Desde octubre de 2000 –y nuevamente en 2001– el cerro de
Qalachaka a la entrada del pueblo de Achacachi se convertirá en
la “sede” del “Cuartel Indígena”. Esta denominación exhibe el
ritmo creciente de la movilización que comienza a utilizar tér-
minos militares, pensando la acción de levantamiento como la
entrada en acción de un “Ejército indígena” cuyo cuartel –enten-
5
dido como lugar para la deliberación– es Qalachaka.
* Elaboración propia con base en revisión hemerográfica en los periódicos
paceños La Razón y La Prensa, del 1 al 15 de abril y del 15 de septiembre al 5
de Octubre de 2000.
131
fuerza aymara.33 La población de las comunidades igualmente
estaba admirada de su propia audacia. En decenas de reuniones
se reflexionaba sobre lo que habían hecho que sucediera y se pre-
guntaban cómo continuar. Se había quebrado el temperamento
hosco y desconfiado aunque resignado, que el sentido común
dominante –urbano paceño– atribuye a los habitantes aymaras,
para dar paso a un belicoso sentimiento de insubordinación, de
confrontación directa contra unas relaciones sociales opresivas,
racistas e injustas. Comenzaba a producirse por entonces, de la
mano del levantamiento, un quiebre simbólico de magnitud: los
nietos de Zárate Willka y de Tupak Katari y Bartolina Sisa, que se
habían mantenido en silencio durante un siglo, hablaban con la
fuerza de sus cuerpos y su organización social. Habían comenzado
los “tiempos de guerra”, el Awqa Pacha.
Después de septiembre de 2000 lo más importante fue, quizá,
que quedó expuesta a nivel público la fractura social boliviana y
sus ribetes étnicos, pero ya no como discurso político de algunos
activistas sindicales o indianistas sino como realidad patente de la
configuración del estado nacional. Dos fuerzas contrapuestas se
confrontaron directamente entre 2000 y 2001: la de los aymaras
reclamándose como una nación y la de los q’aras defendiendo “su”
república. A Felipe Quispe, en diversas entrevistas, los periodistas le
preguntaron si quería “dividir” a Bolivia. Él contestaba que no, que
“Bolivia ya de por sí está dividida”.34 Y explicaba que lo que había
sucedido en abril y septiembre de 2000 era que la “Bolivia oculta”
había aparecido de repente. Ahora bien, esta densa diferenciación
discursiva, asentada en la capacidad de control territorial, se expresó
también, de manera colectiva, en la sistemática presencia pública de
los comunarios aymaras portando además de su propia bandera –la
wiphala–, sus símbolos emblemáticos y originarios de distinción y
33. Era frecuente en esos días que columnistas o editorialistas en periódicos, radio y televisión, califi-
caran a los aymaras de “irracionales”, a sus bloqueos como “agresión” y a sus líderes como “demen-
tes”. Para un discusión sobre esto, ver Mamani, 2004, Capítulo 2.
34. La noción de que Bolivia es un país fracturado por una brecha principalmente étnica y de clase
puede rastrearse desde la obra de Fausto Reinaga, “La revolución india”. En medio de la movilización
de 2000, Quispe recupera y reelabora estas ideas dándoles una enorme fuerza.
132
prestigio (el poncho rojo, o el chicote terciado que revela que quien
lo porta es autoridad). Sin embargo, los sucesos ocurrían como habi-
tando un escenario doble: el de un levantamiento en marcha porque
las relaciones políticas no podían continuar como hasta entonces y,
simultáneamente, el de una potente movilización sindical donde los
dirigentes están obligados a “negociar” con el gobierno. Indaguemos
un poco más en este doble significado del movimiento.
En relación con las tres principales demandas de la insurgencia
colectiva en su formato sindical: rechazo a la “ley de aguas”, sus-
pensión del proceso de saneamiento de tierras instruido por la ley
INRA sobre todo en la región occidental del país y suspensión de la
erradicación forzosa de la hoja de coca; la modificación y renegocia-
ción de la Ley de Aguas fue la única que prosperó en ámbitos par-
lamentarios, en parte por el empuje combinado de las luchas, tanto
en Cochabamba como en el Altiplano paceño, en contra de la ley
inicialmente aprobada. En relación a las otras dos cuestiones, pose-
sión y gestión de la tierra y producción y venta de hoja de coca, la
negociación se diluyó hasta el levantamiento de junio-julio de 2001,
en una sucesión interminable de reuniones con comisiones guber-
namentales sin capacidad de decisión. Sin embargo, habiendo expe-
rimentado los comunarios aymaras su propia fuerza y adquiriendo
los productores de coca del Chapare la ventaja de no ser el principal
ni único foco de conflicto, los hombres y mujeres de ambas regiones
se dedicaron a ejercer una autonomía local de facto en torno a las
cuestiones más sensibles: mantener y proteger los cultivos de coca y
resistir el proceso de saneamiento de tierras implementado desde el
INRA. En la región de Omasuyos del Altiplano paceño, por ejemplo,
diversas voces manifestaban cuestiones como la siguiente:
133
estamos luchando, porque la tierra es nuestra, queremos
manejarla nosotros y sanearla personalmente, no son las
tierras del gobierno. Él es un extranjero, viene de afuera...”.
Es evidente que las dirigencias sindicales, sobre todo de la pro-
vincia Omasuyos, no están dispuestas a tributar por concepto
de posesión de tierras. El secretario de Justicia de la Sub-Central
Churubamba, Alberto Quispe lo corrobora con estas palabras:
“Solamente sabemos que (se) está llevando (a cabo) un amplia-
do en la Federación, para un saneamiento propio, eso estamos
planteando aquí todos del agro […] Nos están dando diez años
para el saneamiento de tierra [...] El gobierno nos quiere sacar
mucho dinero a nosotros, porque en la provincia Omasuyos
hay todo tipo de tierras, no es igual […] Pero nosotros estamos
pidiendo que sea de acuerdo al convenio firmado de los 75
puntos, eso estamos planteando como Federación todos pedi-
mos, como central, sub-central [...]” (Auza, 2005, 44-45).
134
durante años y años. Es decir, se producía en común, amplificán-
dose y profundizándose, un belicoso temperamento colectivo de
desafío al orden existente que reforzaba el ambiente de rebelión,
que cancelaba la vacilación así como cualquier disposición a tran-
sigir con nuevas y reiteradas maniobras gubernamentales para
postergar con las demandas explícitas.
En ese marco de deliberación constante, en medio del estado
general de apronte para conseguir los objetivos convenidos, los
hombres y mujeres aymaras, rurales y urbanos, comenzaron a pro-
ducir-recuperar un sentido amplio de inclusión, un sentimiento de
hermanamiento y auto-reconocimiento horizontal y masivo, sobre
la base de la diferenciación con el gobierno, el estado y la población
q’ara dominante: “ellos y nosotros”, se volvió una categoría básica
de distinción y organización del mundo a partir de la cual planear
los pasos a seguir. La potencia de este sentido de inclusión se reve-
la en la profundidad del quiebre que las luchas aymaras produje-
ron durante los siguientes años. Sin embargo, una vez establecido
el par dicotómico y antagónico, “ellos y nosotros”, que ordenaba la
intelección de la realidad de una determinada forma, la cuestión
decisiva que se hizo presente fue la del término –la palabra– con
el cual denotar a ese “nosotros” en vigorosa autoconstrucción, para
poder dotarlo de todos los significados y contenidos que bullían en
la efervescencia de la deliberación pública.
Diversos términos se ensayaron durante varios meses, “noso-
tros la Nación Aymara”, “nosotros los hombres y mujeres aymaras
del campo y la ciudad” o, simplemente, “nosotros los aymaras”.
Esta autoidentificación en marcha, fundada en una distinción
étnica fundamental, chocaba, pese a todo, con varias dificultades:
1. La estructura sindical campesina siempre ha tenido una debilidad: la cuestión de la autonomía
financiera. Por lo general, aunque hay algunas excepciones, las comunidades y sindicatos de base
no “cotizan” para mantener la estructura sindical de niveles más altos. Esto ocurre en parte, quizá,
porque tal como ya hemos especificado, en el entramado comunitario la “obligación de dirigir” se
entiende ante todo como una “obligación de servir”. Esta carencia material de recursos del sindica-
lismo campesino –a diferencia del sindicalismo minero, por ejemplo- ha facilitado la intromisión
política de distintos “financiadores”, ya sean partidarios u ONG´s. Hasta cierto punto, los sucesivos
gobiernos que enfrentaron las rebeliones de 2000-2003 (Bánzer, Quiroga y Sánchez de Lozada)
intentaron limar el filo de la insubordinación rural mediante la entrega de algunos bienes: una sede
sindical, vehículos, etc. En ese sentido, “quitar los fondos para el gasto corriente en la CSUTCB” era
una manera directa de debilitar la postura de Felipe Quispe.
135
¿cómo podía “caber”, por expresarlo de algún modo, este “noso-
tros” diferenciado y confrontado a lo boliviano q´ara-dominante en
un formato sindical de organización y enunciación, la CSUTCB y
su andamiaje sindical, destinado a promover y negociar reivindi-
caciones ante los gobernantes, sobre la base, justamente, del reco-
nocimiento del derecho y facultad de los otros a gobernar? ¿cómo
podía este “nosotros” diferenciado y confrontado a lo boliviano-
q’ara dominante, tender puentes de asociación y enlace con otros
segmentos de la población boliviana trabajadora del campo y la
ciudad, de otros orígenes étnicos y que habita en otras matrices
culturales además de en otras regiones geográficas de los diversos
territorios que ocupa Bolivia?, ¿cómo podía este “nosotros” étnica-
mente diferenciado y confrontado a lo boliviano q’ara dominante,
articular la posibilidad de comunicar a los demás los diversos
contenidos del horizonte interior en gestación y consolidación al
interior del propio movimiento?
Todas estas preguntas tienen un grado de dificultad enorme y,
por lo general confrontaron un problema difícil: para establecer
categorías positivas que correspondan al contenido “ellos y noso-
tros”, sobre la base de una nítida diferencia étnica y de clase, o bien
se ha utilizado la categoría de “nación” o, desde otra perspectiva,
se emplea la noción de “pueblo” o de “pueblo indígena”. Ambos
términos acarrean dificultades. El mayor problema de la utiliza-
ción de la categoría “nación” consiste en que, por lo general, en el
sentido común dominante de lo político, la existencia plena de una
“nación” remite inmediatamente a que ésta tenga su propio “esta-
do”. A partir de ahí, la reivindicación de liberación y emancipación
nacional se hilvana en clave de “soberanía nacional” y el proble-
ma principal es construir el aparato gubernamental y de fuerza
que encarne dicha soberanía.35 Ésta, sin embargo, no es la única
posibilidad, aunque sí la más inmediatamente presente dentro del
imaginario moderno.
35. Remito al lector a las reflexiones sobre estos mismos problemas que Francisco López Bárcenas
viene elaborando para el contexto mexicano, aunque no únicamente para él (López Bárcenas, 2007).
Más adelante volveré sobre todas estas dificultades con mayor claridad.
136
Por su parte, la categoría “pueblo” o “pueblo indígena”, si bien
no queda inmediatamente relacionada, asociada en el pensamien-
to, a una formación estatal, presenta la dificultad de la imprecisión
del vocablo: ¿a qué específicamente nos referimos al emplear el
término “pueblo indígena” o, más específicamente, “pueblo ayma-
ra”? Es cierto que la laxitud del término “pueblo” tiene la virtud de
ser susceptible de irse dotando de contenido y precisión a partir
de la propia acción de autoidentificación en marcha que ocurre
durante el despliegue de las acciones de antagonismo. Para ello,
sin embargo, es necesario que tal objetivo esté claramente presente
en la intencionalidad de los movilizados, en tanto que un “pueblo”
en lucha y sobre todo un “pueblo indígena” en estado de levanta-
miento, puede ensayar otros caminos a sus aspiraciones emanci-
pativas étnicas y de clase, no necesariamente circunscritos a cáno-
nes estatal-nacionales, a partir del ejercicio, defensa y expansión de
su propia autonomía, tal como discutiremos más adelante.
Sin embargo, durante las rebeliones entre 2000 y 2005, los ayma-
ras en lucha no lograron construir de forma colectiva respuestas ple-
namente satisfactorias al conjunto de interrogantes mencionado. En
lo que resta de este capítulo, la revisión de los acontecimientos del
levantamiento de 2001, tendrá como uno de sus objetivos principa-
les indagar en las distintas respuestas que se fueron construyendo,
práctica, teórica y discursivamente en torno a este conjunto de pro-
blemas, que está en el corazón de la cuestión de la emancipación,
en tanto centra la mirada en las dificultades de por dónde avanzar,
de cómo caminar en la movilización en la consecución de objetivos
comunes y propios. Ahora bien, antes de entrar de lleno a dicho aná-
lisis, conviene tomar en cuenta algunas lecciones históricas de otras
rebeliones comunitarias en siglos anteriores a partir, principalmente,
de una revisión de las estrategias y reivindicaciones esgrimidas por
los hombres y mujeres que las llevaron a cabo.
Sinclair Thomson, a partir de una exhaustiva revisión histórica
de las rebeliones y levantamientos comunitarios en la época colo-
nial en la región del entonces Alto Perú, considera que sus conte-
nidos, propuestas y búsquedas más profundas pueden, a grandes
137
rasgos, distinguirse en tres posturas estratégicas: 1. La primera
es la autonomista, es decir, rebeliones y levantamientos cuyo
contenido es el desconocimiento, impugnación y rechazo a deter-
minadas regulaciones y leyes coloniales impuestas, que simultá-
neamente instaura como legítimas las prácticas, usos y formas
de regulación ancestrales propias de las comunidades rebeldes.
En muchas ocasiones esto se entrelazó con el desconocimiento,
expulsión o muerte de algunas de las autoridades coloniales exis-
tentes. La mayor parte de las rebeliones analizadas por Thomson
comparte esta estrategia que no contrapone al orden colonial en
su conjunto un “nuevo orden”, aunque modifica brusca y drásti-
camente los términos de las relaciones de poder a nivel local y,
de manera significativa de acuerdo con la fuerza de la rebelión, a
nivel más general en tanto obligaba a hacer una serie de conce-
siones políticas, comenzando por la modificación, atenuamiento
o suspensión de la disposición que hubiera sido impugnada más
directamente a través del levantamiento. 2. La segunda postura
estratégica distinguida es la de aquellas rebeliones, generalmente
más radicales y amplias en la que se hicieron esfuerzos sistemáti-
cos por conseguir una “inversión del orden” general de las cosas.
A diferencia de las anteriores, estas rebeliones no sólo expulsaban
o mataban a los funcionarios coloniales más odiosos y rechazaban
aspectos específicos de la legislación colonial sino que, a nivel
local o regional, desconocían todo el andamiaje institucional y
normativo de la colonia, instaurando efímeramente “gobiernos
de indios” donde se promovía tendencialmente que los mestizos
y criollos asumieran las prácticas y usos comunitarios indígenas.
3. Finalmente, la tercera postura estratégica de nada más que una
de las múltiples rebeliones glosadas por Thomson, la de Tupac
Amaru en el Perú que se extendió hacia amplias zonas de lo que
hoy es Bolivia y entonces constituía el Alto Perú, se planteó la
independencia política general de España, sobre la base de una
alianza entre indígenas, mestizos y criollos.
La distinción de estas tres formas estratégicas reiteradas en las
múltiples rebeliones del siglo XVIIII ayuda a entender aspectos de
138
los contenidos más profundos de las rebeliones aymaras del siglo
XXI. Las cuestiones 1) del ejercicio y defensa de la autonomía de
facto en la región circunlacustre del Altiplano paceño y en otras
regiones rurales, y 2) de la confrontación contra el orden de las
cosas, están fuera de duda.
Sin embargo, los aspectos relativos a la autonomía de hecho y a
las complejas maneras indígenas de negociar la “inclusión” en la
relación estatal, no merecieron por aquel entonces una reflexión de
fondo; más bien, los análisis políticos de la época hicieron hincapié
en la potencia de la confrontación, que sin duda era un elemento
relevante pero no era el único.36 En cierto modo, la propia forma
de la relación estatal que diagramé en páginas anteriores, que
“admite” ciertos ámbitos de autonomía de facto siempre y cuando
estén subordinados a un orden gubernamental general semicolo-
nial, contribuyó a que el rasgo más notable y visible de la acción
aymara de insubordinación fuera la confrontación antiestatal.37
Dadas las relaciones de poder en los términos dibujados, en
el levantamiento contemporáneo se exhibe tanto la potencia de la
autonomía de facto como también la impugnación al orden general
abarcando un amplio abanico que va desde su desconocimiento
–o ambición de “inversión”– hasta la demanda de nuevos “térmi-
nos” de inclusión. Considero que lo anterior bordea el concepto
de “plasticidad política indígena” que Pablo Mamani utiliza para
designar la abigarrada gama de acciones y demandas políticas que
se conjugaron en la temporada de los levantamientos.38
Ahora bien, es un hecho que el concepto de autonomía no estu-
36. Sobre esto ver, Patzi, 2003, García, 2001, Mamani, 2004.
37. Patzi, explicando en México lo sucedido en Bolivia entre 2000 y 2003 expuso lo siguiente: “En el
año 2000, por primera vez en muchos años, los indios tan dominados que agachaban la cabeza para
entrar en los bancos y en las oficinas, tan humillados y discriminados siempre, pusieron en jaque al
gobierno paralizando la parte occidental del país. En aquellos momentos, Felipe Quispe dijo al en-
tonces presidente Bánzer: ‘Si vamos a conversar, lo haremos de presidente a presidente’, aludiendo a
que los aymaras conforman una nación” (Patzi, en Escárzaga y Gutiérrez, 2005: 6-69).
38. Mamani sostiene que la existencia de “varias Bolivias” dentro de Bolivia, es el problema funda-
cional del estado. Según él, “hay una superposición entre sí de todas ellas como dos, tres o cuatro
capas entrecruzadas donde domina el estado-nación boliviano, pero donde las otras capas subyuga-
das están en permanente movimiento o ebullición”. Sugiere, además, que existe una “lógica de la
plasticidad del poder y de las parcialidades”, específicamente andina, que podría estar en la base de la
construcción de un artefacto político “multiverso” al cual designa como “estado multiverso” o como
“jach’a uta”: casa grande [Mamani et al., 2007: 52-53].
139
vo presente en el discurso político boliviano de manera generaliza-
da sino hasta 2005 cuando la oligarquía cruceña lo introdujo con
fuerza en el debate público. Sin embargo, durante los bloqueos de
abril y septiembre de 2000, los comunarios de Omasuyos expulsa-
ron a las autoridades locales de la alcaldía de Achacachi, quemaron
los papeles y archivos que contenían los trámites de saneamiento
de tierra, abrieron las cárceles, quemaron igualmente los expedien-
tes judiciales, se negaron a pagar impuestos y rechazaron radical-
mente la nueva Ley de Aguas.39
Asimismo, destruyeron y quemaron las oficinas policiales, en
particular el odiado “Tránsito”, expulsando a los miembros de la
policía nacional destacados en el pueblo; insistieron en no cumplir
con el “servicio militar obligatorio” y exigieron una y otra vez que
los cuarteles militares existentes en la zona fueran cerrados y que
el destino de los conscriptos se sujetara a la vigilancia de la autori-
dad comunitaria.40 Después de llevar adelante todo esto, se senta-
ron a, supuestamente, “negociar” con el gobierno la modificación
de una serie de leyes. La ausencia de una reflexión de fondo sobre
los contenidos “autonomistas” de todas estas acciones fue sin duda
una carencia grave del levantamiento boliviano y puede explicarse
en parte, por la inexistencia de una tradición explícita de negocia-
39. Con relación al agua, vale la pena mencionar dos testimonios sobre cómo se entiende su gestión
y usufructo: “Flora Quispe, ejecutiva de la FSUTCLP-Bartolina Sisa, resalta este sentido de perte-
nencia, manifestado por los comunarios de cada una de estas provincias: ‘[...] El agua es nuestra y no
permitiremos que el gobierno la maneje, nosotros lo queremos manejar [...] En el año 2002, hemos
peleado por esta Ley de Aguas, se tenía que pagar del agua. El movimiento ha roto estas leyes, pero
hoy se ve que el gobierno está en lo mismo, existen hermanos y hermanas que han hecho dar la vuel-
ta la ley. En otros lugares donde sacan agua se tenía que pagar. En mi provincia, Los Andes, tenemos
agua, nos proveemos de los nevados’ [...]”.
Benito Tallacagua, dirigente provincial, contextualiza la problemática del agua, desde la perspectiva
de la lucha que se ha vivido en Achacachi y Warisata: “Bueno, una vez que se quiso promulgar la
Ley de Agua, el pueblo de Achacachi y el pueblo de Warisata se han levantado. De ninguna manera
nosotros podemos perder nuestra riqueza que es primordial, el agua. De ninguna manera el estado
puede aprovecharse. Yo creo que donde sale el pozo y es vertiente, por hecho, nos corresponde y no
podemos pagar del agua […] Por eso nosotros estamos conscientes (que) aun no se ha rechazado eso
[…] pero de ninguna manera nosotros vamos a aceptar […] Creo que nos ha costado sangre y muerte
de personas […]” (Auza, 2005: 69). Un trabajo riguroso desde el punto de vista, sobre todo, de las
contradicciones legales entre el estado bolviano y algunas comunidades quechuas de Cochabamba,
que rastrea hilos de la tensión entre la autonomía fáctica de las comunidades y los esfuerzos –jurídi-
cos– de los gobernantes por controlar la vida cotidiana, se encuentra en Orellana, 2004.
40. En relación a qué hacer con los cuarteles existe una postura complicada tal como se discutirá en
las páginas siguientes.
140
ción de márgenes de autogobierno local, municipal o regional,41
pero también de inclusión real en la relación estatal,42 tal como
históricamente ha ocurrido, por ejemplo, en México. Insisto, el
análisis que se hizo entonces enfatizó los rasgos “antiestatales”
y su radicalidad,43 antes que lo que estaba siendo buscado por la
población movilizada y el modo en que pudiera haber sido consoli-
dada dicha autonomía de facto y negociada la inclusión deseada.
En una interesante investigación que en 2004 hicieron Jorge
Viaña y Silverio Maidana para indagar lo que había sucedido con
las instituciones del estado boliviano durante los levantamientos
de 2000 y 2001, encontraron lo siguiente:
141
construye una especie de “policía comunitaria” para garan-
tizar la seguridad. RGA).
En 2002, a principios de año regresa la subprefectura
para ser vuelta a expulsar en la movilización de octubre de
2003 y lograr volver definitivamente a mediados de 2004.
Sin embargo el subprefecto que debería ser elegido por el
prefecto ahora es elegido en un ampliado provincial de la
federación campesina; de igual forma la designación de los
corregidores (que antes eran atribución de los subprefectos)
se realiza por medio de ternas que plantean los 23 cantones
de la provincia.
De hecho, desde la gestión de Nicolás Quenta en la mayoría
de las provincias de La Paz los subprefectos son elegidos por
las bases campesinas y proclamados por el prefecto, aunque
los partidos tradicionales (MIR, MNR) intentan siempre
manipular el proceso. Una cuestión muy importante que
hay que recalcar es que la subprefectura de Achacachi antes
de 2000 contaba con 14 funcionarios.
Hoy sólo cuenta con un funcionario (el secretario general)
más el subprefecto. Son estructuras estatales que han sido
apropiadas por las lógicas comunitarias y en este estatus
intermedio en el que se encuentran se podría decir que son
meramente formales y decorativas, de hecho no cuentan
con presupuestos propios para ningún tipo de actividad.44
Cuadro de las fechas de tomas y retorno de las instituciones estatales en las tres
capitales de Provincia (Omasuyos, Los Andes, Camacho)
142
Fecha de Fecha del Nuevas Fecha de Fecha de
las tomas o retorno de tomas de nuevo retor- retorno de
intervencio- la subpre- la subpre- no subpre- la policía
nes fectura fectura fectura
Achacachi Abril del Principios octubre Mediados Mediados
2000 del 2002 del 2003 del 2004 del 2004
Pucarani Septiembre Mediados Principios
del 2000 del 2002 del 2004
Pto. Octubre del Principios Principios
Acosta 2003 del 2004 del 2004
Con datos de las entrevistas 1,2,3,6,7,8,9
45. El reconocimiento obligado por parte del prefecto del departamento de La Paz –ie, un funciona-
rio estatal de cierta jerarquía– del subprefecto elegido por las bases comunarias en algunas provin-
cias fue, en aquellos años, parte de este tenso juego entre autonomía, inclusión negociada, demo-
cratización política y trastocamiento de la relación estatal. Vale la pena destacar que la investigación
de Maidana y Viaña no fue publicada en Bolivia: el conocimiento de tales tensiones no resultaba
relevante para quienes tenían recursos para publicar.
143
estudiadas por Thomson, la que se propone explícitamente la
“inversión del orden” político, en el mundo aymara hay una larga
tradición de reflexión sobre ello que se conoce con el nombre de
Pachakuti. El término Pachakuti puede traducirse literalmente
como “vuelta o inversión” del tiempo y del espacio y se utiliza, por
lo general, para referirse a un tiempo mítico de redención en el
cual volverán a reinar, de manera general, los principios que hoy
rigen sólo la convivencia social al interior de las comunidades en
medio del conjunto de relaciones de dominación y explotación libe-
rales padecidas por todos.46 Para Thomson y otros historiadores, el
Pachakuti, en su sentido político, alude a un tiempo “donde sólo
reinasen los indios […]”. No estoy muy convencida de la fecundidad
de esta formulación o, más bien, considero que ella no contempla
el conjunto de nociones políticas exteriores al pensamiento liberal-
capitalista-masculino, que se anudan en el término Pachakuti.47
Por un lado, entender el Pachakuti como el tiempo “en que sólo
reinasen los indios”, obligatoriamente nos acerca a la noción clásica
de la izquierda del siglo XX, de revolución como “toma del poder
por parte del proletariado que ejercerá desde ahí su dictadura”. Esto
es, nos sitúa en un contexto de razonamiento a partir de la simetría:
lo que está arriba antes estaba abajo y lo que está abajo antes estaba
arriba. Sin embargo, otra noción contenida en la inversión ambicio-
nada en el Pachakuti es la alteración del “adentro hacia afuera” que
no puede entenderse únicamente como variación simétrica, sino
46. Bertonio traduce “pacha kuti” o “awqa pacha” como el “tiempo de las guerras”. Bouyesse-Cas-
sagne aclara, además, que el término awqa “pone en juego toda una serie de relaciones entre dos
elementos o dos grupos humanos”. Para ello, glosando a Bertonio, señala: awqa: “contrario en los
colores y elementos, y de las cosas así, que no pueden estar juntas, v.g., contrario es lo negro de lo
blanco, el fuego del agua, el día de la noche, el pecado de la gracia”. Según esta misma autora, los
caminos posibles para la convivencia de estos contrarios son, o bien la alternancia –kuti- o bien el
encuentro -tinku (Bouyesse-Cassagne, 1987: 194 y ss.).
47. En términos de ambición de transformación política, algo similar a las dificultades que han expe-
rimentado las comunidades andinas para precisar lo que se anhela utilizando el término Pachakuti,
es lo que ha ocurrido al pensamiento feminista: de lo que se trata es de modificar sustancialmente
los modos y términos de la convivencia social entre varones y mujeres, entre jóvenes y viejos, entre
niños y adultos y, por supuesto, entre clases sociales que trabajan y las que viven del trabajo ajeno.
No se trata de invertir el orden del mando y de colocarnos “nosotras” en el lugar de “ellos”, como
establece el temor masculino más conservador y pueril. Una de las dificultades para el pensamiento
feminista emancipador está en pensar los términos de la alianza o el pacto a conseguir con los otros.
Insisto, algo similar anida en la dificultad expresiva del término Pachakuti.
144
que supone y exige un trastocamiento profundo de los modos de
convivencia sociales. Pensar la transformación del “adentro hacia
afuera” no consiste en producir una inversión basada en una “rota-
ción” de lo de arriba hacia abajo y viceversa –transformación simé-
trica–, sino en “dar la vuelta” por ejemplo, a un guante, que si antes
servía para la mano izquierda ahora servirá para la mano derecha y
vice-versa. Por otro lado, deben tomarse en cuenta otros dos rasgos
decisivos del pensamiento político aymara: las nociones de pacto
y de “equilibrio justo”, que mencionamos con anterioridad. En
tal sentido, vale la pena recordar que el Pachakuti es una noción
complementaria y diferenciada a la idea de Tinku: uno entendido
como el momento de la confrontación entre contrarios y el otro
como tiempo de encuentro entre opuestos. Ambos son necesarios
y ambos se alternan y se recombinan produciendo la vida.
Con todos estos elementos, entiendo la noción de Pachakuti
como, efectivamente, la ambición, el anhelo, la búsqueda de una
inversión del orden fundamental de las cosas. Básicamente, como
una inversión del orden político donde lo que estaba adentro, en
las comunidades, como su lógica más íntima –y, por supuesto,
abajo–, ahora queda colocado como lo visible, lo válido, lo legítimo,
“lo de afuera” y “arriba”: se trata pues de un trastocamiento general
del modo de convivir, no sólo de una modificación en quienes ejer-
cen el gobierno o el mando. Estos anhelos, además, tienen como
cimiento la idea de la necesidad de establecer un nuevo “pacto”, de
determinar y consolidar los términos de un nuevo “acuerdo” para
habitar el mundo en condiciones nuevas: esto es, justamente lo
que las comunidades movilizadas expresaron en 2001 sin dema-
siado éxito pese al gran despliegue de fuerza derrochado.
Entonces, en las rebeliones de 2000 y 2001, más allá de lo que
se hacía y se lograba, comenzó a gestarse un embrionario anhelo
de Pachakuti. La hipótesis que defiendo, sin embargo, es que el
significado comunitario inmediato de la noción de Pachakuti, se
“enredó”, por expresarlo de algún modo, con el discurso izquier-
dista clásico de “toma del poder” como fundamento de la posi-
bilidad de cualquier transformación política y social y, peor aun,
145
posteriormente quedó atrapado en los mecanismos formales de
democracia procedimental y en la competencia electoral para la
ocupación del aparato gubernamental.
En las siguientes dos secciones, para apoyar los argumentos
esbozados, haré dos cosas. Por un lado, discutiré el discurso de
Felipe Quispe a un año de los sucesos de abril de 2000 y por otro,
analizaré con cuidado el “pliego de demandas” del levantamien-
to de 2001 en el cual encuentro un planteamiento de “inversión
del orden” político que considero un camino hacia el Pachakuti,
reflexionando al mismo tiempo sobre sus dificultades y límites.
En ambos casos, una búsqueda general paralela será el con-
tenido del enunciado “nosotros los aymaras” y un análisis de los
distintos términos con los que este sentimiento y esta fuerza se
denominaron.
146
preparados para tomar el poder. Nosotros no podíamos haber
luchado por otro doctorcito y otro militar.48
147
atención que hubiera requerido lo que desde las propias comunida-
des se iba desarrollando, en términos de consolidación de la auto-
nomía y de construcción compleja de formas de autogobierno.
Por otro lado, en el Manifiesto de Achacachi, proclamado un año
después del primer bloqueo nacional de caminos, se muestra amplia-
mente el curso de la reflexión aymara en marcha y también se exhiben
los límites en relación a las perspectivas y caminos a seguir. Citamos
en extenso este documento para poder reflexionar sobre él.
148
y la muerte por inanición. Los que somos gasificados en
las calles, perseguidos en las carreteras y masacrados en
T’ulata (1974), en Amaypampa y Qhapasirka (1996), en
Cochabamba, Chapari y Jach’ak’achi (2000).
Esa tempestad se desató en los Andes orientales (abril 2000)
y la ciudad de Cochabamba fue el escenario de la derrota de
Aguas del Tunari, una empresa transnacional usurera, favo-
recida por el gobierno y defendida por las FF.AA. de Bolivia.
El año 2000 declinó en los Andes occidentales (septiembre
de 2000) siendo Jach’ak’achi el escenario más radical de
resistencia, donde se logró doblegar al gobierno que firmó
un compromiso de 50 puntos reivindicativos para el movi-
miento indígena el 7 de octubre de 2000. Cochabamba y
Jach’ak’achi han sido dos epicentros con efectos espirales
para todo el territorio Aymara-qhichwa.
Jach’ak’achi marka, 9 de abril de 2001
149
Esto, por supuesto, si se razona en cánones de pensamiento
y argumentación modernos. La pregunta derivada de ello es: ¿se
proponen los aymaras construir un estado independiente?, ¿qué
relación han de establecer con los habitantes de la otra parte del
país que hoy se llama Bolivia?50
Tales cuestiones, por lo general, han sido abordadas por los
aymaras únicamente en la polémica antiestatal.51 En contraste con
lo anterior, en relación a la obligada recomposición estatal que se
hace necesaria si se sostiene una postura autonomista, lo pertinen-
te es la clarificación de los márgenes de autogobierno que se busca
preservar y las maneras de articulación con una estructura estatal
más amplia, diversa y republicana.52
Por su parte, Francisco López Bárcenas presenta el siguiente
razonamiento: la autodeterminación, si responde a una “nación”
que aspira a conformar un Estado, tiene que leerse en clave de
“soberanía” –nacional–. Sin embargo, ésta no es la única posi-
bilidad: la lucha por la autodeterminación también puede leerse
y comprenderse considerando que “los sujetos de la autodeter-
minación” son los pueblos indígenas, en cuyo caso, la cuestión
central es la autonomía política y económica de estos pueblos, y
ya no la soberanía.
Esta formulación abre posibilidades para pensar formas de
articulación diferentes y, en cierta medida, iluminan la lectura de
los argumentos aymaras expuestos durante el levantamiento en
50. Estas contradicciones surgen, sobre todo, cuando muchos habitantes de los pueblos indígenas
del oriente, así como trabajadores bolivianos de esas regiones, acusan a los aymaras –o a los qullas,
en general– de un “etnocentrismo” que los deja desprotegidos y dificulta la producción de anhelos
compartidos. Sobre esta contradicción ha operado una parte del discurso de la derecha. La expresión
de este malestar es sumamente confusa y por lo general, sólo puede aparecer en términos burlones
abriéndose paso a través del humor. Por ejemplo, he escuchado a personas trabajadoras y originarias
del oriente boliviano criticar la postura de “Refundación del Qullasuyu” diciendo que se requiere
–desde oriente– el respeto a un “Tawantin-mío”.
51. Felix Patzi intenta en su trabajo Sistema Comunal, 2004, diseñar una “alternativa” al sistema
liberal centrada en ciertos códigos y lógicas indígenas y comunitarias.
52. Hasta cierto punto aquí se han centrado los esfuerzos de Álvaro García en su trabajo sobre el Esta-
do multinacional que, por otra parte, ha sido desde hace décadas una de sus preocupaciones teóricas
y políticas. Más adelante discutiremos con más detalle algunas de sus ideas. También Luis Tapia ha
abordado estas cuestiones desde otra perspectiva en su trabajo La invención del núcleo común, 2006.
150
2001.53 Sin embargo, en los momentos de la movilización, las fuer-
zas levantadas no pusieron suficiente atención ni en el análisis ni
en la comunicación de todo esto. De todas formas, en la exigencia
de cumplimiento de los 50 puntos, se sintetiza de manera comple-
ja tanto la voluntad de conseguir mejores términos en la inclusión
estatal, como el empeño en su trastocamiento, tal como mostraré
al analizar el pliego de demandas en detalle.
En todo caso, el conjunto de argumentos e ideas del Manifiesto
antes citado, insisto, son en cierta medida autocontradictorios pen-
sados desde una lectura moderna y occidental –donde un principio
lógico básico es el del tercero excluido–, pues se afirmaba la nece-
sidad de “hacer respetar los derechos milenarios a la autodetermi-
nación y la autonomía de nuestras naciones originarias”; admitien-
do simultáneamente la necesidad de establecer acuerdos “reivindi-
cativos” con el gobierno, esto es, de reconocerlo como “gobierno”
aunque sea de manera defensiva e incómoda y de aceptar cierto
margen de “heteronomía”. Esta combinación de reivindicaciones
y apuestas políticas constituye el núcleo de las dificultades para
enunciar un proyecto político que exprese las aspiraciones más
profundas de la enérgica fuerza social en rebelión, derrochada en
los caminos bloqueados y en las movilizaciones.
Conservando todo lo anterior en mente, resulta muy intere-
sante analizar el “pliego de demandas”54 elaborado durante los
bloqueos de 2001, pues en tal documento se formuló, desde la
perspectiva que sostengo, un conjunto de pasos para el Pachakuti,
es decir, para “la inversión del orden de las cosas”.
53. López Bárcenas, 2007. El autor, al hablar de “pueblos indígenas” señala: “si se asume que la auto-
nomía es una expresión concreta del derecho de la libre determinación, y que éste es un derecho de
los pueblos, no se puede olvidar que los sujetos titulares de los derechos indígenas son los pueblos
indígenas, no las comunidades que los integran, menos las organizaciones que ellos construyen
para impulsar su lucha. Por eso es que junto con la construcción de las autonomías los movimientos
indígenas asumen el compromiso de su reconstitución –como pueblos” (López Bárcenas, 2007:
43). Esta postura permite entender, a mi juicio, la multiplicidad de estrategias, acciones y discursos
aymaras entre 2000 y 2003, donde convivían posiciones y llamados como los contenidos en los dos
Manifiestos de Achacachi, tendientes a la reconstitución del pueblo aymara-qhichwa y a la reterri-
torialización de los fragmentos republicanos, junto con la contundente defensa autonómica que
buscaba la transformación radical del Estado.
54. Nótese la manera en la que el marco conceptual sindical desde donde se habla obliga a utilizar de-
terminados conceptos, capturando un significado e invisibilizando otros. En este caso Felipe Quispe
y todos los dirigentes de la CSUTCB continúan presentando “pliegos de demandas”.
151
Horizontes políticos durante el bloqueo de junio-julio de 2001
152
ganado con una mayoría. De Cochabamba está Alejo Véliz
y por oriente Osvaldo Díaz, por tanto el Congreso fijó llevar
el bloqueo de caminos el 1 de mayo, donde el 28 de abril
se llevó un Ampliado Nacional en La Paz, donde el Mallku
consulta a la mayoría de los asistentes al Ampliado, donde
fijaron postergar por un mes; luego esto se debe organizar
bien para este bloqueo.
El 8 de junio se lleva un Ampliado Departamental de Federa-
ción Departamental Única de Trabajadores Campesinos de
La Paz, Tupac Katari, donde fijaron para iniciar el bloqueo
de caminos el día 21 de junio en recordación al año nuevo
aymara, donde todos los Ejecutivos Provinciales firmaron
el documento para realizar bloqueo de caminos en las 20
provincias de La Paz y otros departamentos.
Causa. La causa de este conflicto es que la CSUTCB en la
pasada gestión, el 8 de octubre, firmó un convenio de 50
puntos donde esto no ha sido atendido favorablemente.
Ahora en el presente el Mallku prepara otro pliego inter-
sindical de 45 puntos campesinos, choferes sindicalizados,
maestros rurales de La Paz y gremiales de La Paz.57
57. Notas del cuaderno de Gumercindo Gutiérrez, secretario de Actas de la provincia Omasuyos, La
Paz, sobre el conflicto de junio-agosto 2001, fotocopias.
153
petitorio de 45 puntos, en el cual se reorganizó el “Pliego de los 70
puntos” enarbolado por la CSUTCB durante los bloqueos de 2000,
añadiéndose a éstos las demandas sectoriales de los nuevos aliados:
maestros rurales, gremiales y transportistas de La Paz y de Bolivia.
Así, el “Pacto Intersindical” resumía dos procesos simultáneos:
por un lado, confirmaba el alto grado de influencia y prestigio que
las acciones de los comunarios rurales aymaras habían conseguido
con sus acciones de 2000, de tal suerte que lograban articular en
torno a sí mismos, a otros segmentos populares tradicionalmente
distintos y muchas veces en competencia con ellos: los transportis-
tas, los gremiales y los maestros rurales. Por otro, el Pacto adqui-
ría la forma de una coalición formal de organizaciones sindicales
diversas que acordaban emprender la lucha de manera conjunta
en pos de un conjunto de reivindicaciones. Volvía a presentarse en
2001, pues, la tensión entre lo que cada vez con más claridad se
percibía y se generalizaba como un levantamiento expansivo desde
las comunidades, que ampliaba sus ámbitos de irradiación hacia
otros segmentos incluso urbanos y los formatos sindicales, a partir
de los cuales se organizaban las distintas acciones comunes.
Ahora bien, la forma de desarrollo del bloqueo de junio-julio
de 2001 es bastante similar a la de los levantamientos de abril
y septiembre de 2000,58 distinguiéndose quizá por el hecho de
que paulatinamente se fue asumiendo un lenguaje cada vez más
belicoso, coreándose con insistencia la consigna “Guerra Civil” y
conformando el llamado “Cuartel de Qalachaqa”: loma cercana a
Achacachi donde a lo largo del desarrollo del bloqueo, ocurrieron
las más grandes y reiteradas concentraciones y deliberaciones
entre las autoridades comunitarias y población aymara movilizada,
para tomar acuerdos sobre la conducción y desarrollo del mismo.
En tal sentido, en las siguientes páginas no haremos tanto
énfasis en el curso detallado del bloqueo sino que, más bien,
centraremos la atención en las propuestas y demandas esgrimi-
58. Descripciones de los sucesos de 2001, excelentes análisis de sus particularidades como el esta-
blecimiento de los cuarteles indígenas de Qalachaqa y Rojorojoni, así como de la consigna “Guerra
Civil”, pueden revisarse Mamani, 2004, Patzi et al, 2003.
154
das en el documento conocido como “Pliego Petitorio del Pacto
Intersindical”, y en el modo en que se encauzaron tales reivindica-
ciones durante la posterior negociación con el estado. Revisemos
con cierto detalle dicho documento.
Modificación de Leyes:
Modificación del texto de la Ley Forestal, en particular de dos
artículos, el 4 y el 32. En relación a las modificaciones exigidas, en
155
el artículo 4 el reclamo consiste en que se establezca explícitamen-
te que: “los bosques y tierras forestales son del dominio originario
de las naciones originarias conforme a su territorio y del pueblo
trabajador, no del Estado boliviano neoliberal actual”. Respecto al
artículo 32, lo que se propone es que “las autorizaciones de apro-
vechamiento en tierras de propiedad privada y en tierras comuni-
tarias de origen” deben cumplir con la autorización de las auto-
ridades originarias del lugar; y no sólo con el permiso de alguna
comisión estatal establecida para tal fin en la misma ley.
Si leemos lo anterior con atención, notamos que lo que se pone
a discusión por la vía del cuestionamiento de la Ley Forestal, es la
impugnación de dos pilares de la propiedad moderna estatal o privada:
a saber, las prerrogativas sobre el dominio y el usufructo de un bien.
En este caso, de los bosques y tierras forestales. En contraste con
el conocido y rechazado uso de la forma “propiedad nacional”,
que en realidad coloca los bienes comunes bajo la tutela de los
funcionarios estatales, en la propuesta aymara los bienes y recursos
forestales quedan establecidos explícitamente como patrimonio común
sin mediación estatal. Es decir, se aspira a recuperar el dominio
directo sobre los recursos por parte de “las naciones originarias y
el pueblo trabajador”. Por otra parte, en lo relativo al usufructo de
tales recursos, en la propuesta se objeta drásticamente la prerrogativa
del estado y los gobernantes a decidir sobre el destino, gestión y uso de
esos bienes, sugiriendo que tal usufructo –en el sentido jurídico más
amplio- debe quedar subordinado a otra lógica al ceñirse a la “autori-
zación” en última instancia, de las autoridades originarias de la región
donde se encuentren tales bienes. Esto es, de manera bastante directa
se sugiere la inversión de las formas instituidas y legales para el usu-
fructo de los bienes comunes, en este caso forestales.
Estas dos ideas: dominio “originario”, es decir, facultades de
control y disposición de la riqueza natural existente para los
pueblos originarios en vertiginoso proceso de reconstitución
desde sus propias luchas; y reglamentación del usufructo de tales
bienes, subordinándolo a las prácticas políticas de las comunidades,
constituyen, a mi juicio, el contenido más profundo de la lucha
156
emancipativa aymara, con fuertes rasgos autónomos, que da un
sentido nuevo a la formulación: “ejercicio de la libre determina-
ción”, permitiendo su lectura, ya no en clave estatal-nacional sino
bajo pautas de comprensión comunitarias-populares.
En relación a los demás recursos, las “demandas” del Pliego
del Pacto Intersindical siguen la misma lógica.
157
Medidas de protección y seguridad social:
Implementación del seguro social campesino y otros sectores des-
protegidos, que garantizaría una jubilación de Bs. 850 (alrededor
de 120 dólares). Además, indican que este seguro “de ninguna
manera podrá funcionar en el sistema de las AFP”. Aluden para
su argumentación del punto, a normas vigentes (CPE, Código de
Seguridad Social de 1956 e incluso a un Decreto Supremo de 1971
emitido durante el gobierno de facto del general Pereda Asbún.
Implementación inmediata de derechos de maternidad en el
campo, entendidos como “subsidios de lactancia” y beneficios
colaterales.
Creación de universidades agrarias y decreto de autonomía
para la UPEA.59 Expulsión de las universidades privadas y católi-
cas de las áreas rurales, y utilización de esa infraestructura para la
construcción de centros de enseñanza públicos y laicos.
Creación del Banco Campesino Originario para garantizar cré-
ditos de fomento a las actividades rurales.
Control campesino y cogestión de todos los proyectos estatales
para el área rural.
Seguro de riesgo de cosecha.
Creación del Instituto de Urbanismo de Vivienda Rural.
158
gratuita y obligatoria de tierras fiscales, planificadas y saneadas, a
todos los jóvenes campesinos indígenas originarios mayores de 18
años hombres y mujeres).
“Entrega de títulos ejecutoriales a la CSUTCB de los pequeños
prestatarios que fueron condenados en sus deudas hasta $u.s.
5000”.
Varios:
Dotación inmediata de sedes sindicales departamentales y regiona-
les a las Federaciones afiliadas a la CSUTCB
Que se disponga mediante ley que en lugar de Bolívar y Sucre,
en forma obligatoria en los lugares públicos deben estar nuestros
héroes como Tupak Katari, Bartolina Sisa, Zárate Willka, Apiaguayki
Tumpa y otros según las regiones del país.60
Devolución de Fósiles: exigencia de que sea recuperada para
el estado, una colección de fósiles entregada a una universidad de
Florida, EE.UU.
Elección directa por parte de los comunarios, de los subprefec-
tos y otras autoridades administrativas, sin injerencia del Poder
Ejecutivo.
Designación por parte de la CSUTCB de dos de los voca-
les en la Corte Nacional Electoral y dos vocales en las Cortes
Departamentales.
Retiro de efectivos policiales de las provincias, secciones, canto-
nes y comunidades y organización, en su reemplazo, de guardias
municipales y comunitarias para la vigilancia.
Aprobación de la Ley de las Trabajadoras del Hogar.
Derogatoria del Art. 55 del D.S. 21060.
Rechazo a la Ley de Transportes.
Pliego petitorio específico del Magisterio centrado en el aumen-
to salarial.
Pliego petitorio específico de los Transportistas centrado en la
60. Nótese que en esta exigencia de lo que se trata no es sólo de reivindicar la presencia de los héroes
propios sino de conseguir que “todos”, esto es, que “los otros” también reconozcan a las figuras que
encarnan el significado heroico de la lucha indígena como legítimas.
159
rebaja de impuestos, mantenimiento de carreteras, control de cobros
indebidos y disminución de las multas “legales”, entrega de la gestión
de las gasolineras a los transportistas y otros.
Pliego petitorio de los gremialistas centrado en el rechazo a lo
que se conoce como “doble tributación” y rechazo a la intervención
municipal para la ubicación espacial del comercio informal.
160
bien, se proyecta un camino, una vía, una posibilidad de disolver, de
dispersar dicho poder, tal como explica la afortunada formulación de
Raúl Zibechi. La disolución del poder estatal en la capacidad social
generalizada de intervenir y decidir sobre los asuntos públicos o
dispersión del poder, se afianza en dos pilares fundamentales: no se
coloca ante el estado bajo ninguna ambición de simetría, esto es, no
se trata, de ninguna manera, de “ocupar el puesto de mando” del
andamiaje estatal capitalista-colonial existente. Se busca, más bien,
desconcentrar la capacidad de regulación, gobierno y mando actual-
mente concentrada en un cuerpo legal y un entramado institucional,
disolviéndolo o dispersándolo para que pueda quedar subordinado a
la autoridad comunitaria más cercana y controlable por el conjunto
de la población. En tal sentido, y éste es el segundo pilar de la ener-
gía emancipativa anidada en tales ideas, no se habla nunca desde un
lugar afirmativo y universal, sino que se destaca y se pretende consagrar
como legal el carácter particular y negativo de la decisión de las auto-
ridades comunitarias de cada localidad y región. En torno a estas
ideas versaron los argumentos que impugnaron de manera más
profunda tanto las relaciones de poder como el orden de mando de
la República Boliviana durante los años de los levantamientos.
Lamentablemente, tales propuestas políticas de fondo fueron
presentadas en medio de un “pliego petitorio” de la CSUTCB y
aliados, con lo cual se concedió a los gobernantes, de entrada, el
privilegio o la ventaja de negociar en ciertos términos. Es justamente
aquí donde la superposición de niveles de enunciación se convirtió
en una traba: lo que era, ante todo, una propuesta política de trans-
formación social pergeñada de manera colectiva y desde abajo, asu-
mía la forma de “pliego de demandas” por más que Felipe Quispe
insistiera en que se dialogaba “de presidente a presidente”.61 Pero
continuemos con el análisis del documento en cuanto tal.
61. Resulta muy ilustrativo contrastar esta experiencia con, por ejemplo, la rebelión y levantamiento
zapatista de 1910 cuando la proclamación del “Plan de Ayala” se produjo como manifiesto de las
comunidades de Morelos en rebelión y no como explicitación de reivindicaciones “al interior” de
un estructura de agregación ya instituida y colocada de antemano en una posición subordinada al
gobierno. Igualmente, los planes, propuestas y discursos que han sido proferidos por el zapatismo
moderno, en todo momento han buscado construir su propio lugar de enunciación por fuera del
orden estatal.
161
En primer lugar, en todo lo relacionado con los llamados
“recursos estratégicos” dentro de una tradición de pensamiento o
“bienes comunes” en otra, es decir, bosques, yacimientos y zonas
mineras, hidrocarburos, industria eléctrica y de telecomunica-
ciones, la estrategia de la propuesta es similar y consiste en: a)
rechazar el supuesto “dominio” estatal-liberal de tales recursos; b)
asentar que el “dominio” es de “las naciones originarias asentadas
en sus territorios” y “del pueblo trabajador”, que es una interesante
manera de reconstruir y dotar de significado al tradicional concep-
to de “nación”, que explícitamente deja de ser encarnado por la
estructura estatal y es reemplazado por un enunciado que abarca
al conjunto de la sociedad conformada de manera preponderante
por sus habitantes “originarios” y sus “trabajadores”; c) establecer
que la decisión sobre el “usufructo” de los bienes comunes –sin
importar si son entregados en concesión privada, explotados por
el estado, o por alguna otra vía–, debe pasar por la decisión de
la autoridad originaria local del sitio donde estén asentados tales
bienes; dicha autoridad es quien conserva, en última instancia, la
potestad de autorizar o no las actividades productivas de acuerdo a
sus valoraciones y criterios, adjudicándose facultades políticas por
encima de las del estado central a través de sus distintas oficinas
especializadas en cuestiones técnicas y jurídicas.
Esto es, las propuestas contenidas en los puntos 1 a 4 del Pliego
Petitorio de junio de 2001 contienen una radical propuesta de
reorganización política, que invierte el sentido del mando tradicio-
nal sujetando cualquier acción económica o proyecto político a la
decisión de las autoridades originarias de cada localidad, es decir,
a las autoridades más cercanas y controlables por el conjunto de
la población. Sin embargo, el proyecto político contenido en esta
manera de formular las propuestas sociales aymaras y populares,
lamentablemente, no fue colocado en el centro del debate y quedó
inmerso en un marco de “negociación” con el estado y el gobierno.
Así, los rasgos que establecían la voluntad colectiva de llevar adelan-
te un auténtico Pachakuti, esto es, una inversión radical del orden
de las cosas, en particular, de la cadena de mando y de la relación
162
gobernantes-gobernados en la sociedad boliviana, quedaron entram-
pados en las coordenadas de la “negociación” sindical. Se hizo evi-
dente durante los siguientes meses que, desde una estructura y un
discurso sindical no se pueden “negociar” los términos de la trans-
formación radical del orden de las cosas. Considero, pues, que pese
al cataclismo social que significaron los recurrentes levantamientos
aymaras entre 2000 y 2001, esto es, a su contundente alcance prác-
tico a partir de la capacidad colectiva de irrumpir y bloquear el terri-
torio trastornando de cabo a rabo la vida cotidiana en las ciudades, el
horizonte interior de las movilizaciones fue difuso, pese a la fuerza y
radicalidad de la impugnación civilizatoria62 anidada en la enérgica
capacidad de control territorial del levantamiento.
Por su parte, la derogación de la ley 1008, la modificación de
la Ley de Organización Judicial y la reforma sugerida a la Ley del
Servicio Militar, tal como fueron formuladas en el pliego, apuntan
en el mismo sentido. En relación a esta última resulta sumamente
interesante cómo se aborda en momentos de fuerza social la cues-
tión de la conscripción y del servicio militar obligatorio, no por la vía
de su desconocimiento o rechazo sino igualmente, por la vía de bus-
car controlar desde los niveles comunales locales, el ingreso de los
jóvenes en el ejército. Eugenio Rojas menciona que es, justamente,
en “el cuartel” donde los aymaras aprenden masivamente a manejar
armas, lo cual resulta importante para las comunidades en momen-
tos de confrontación.63 En el pliego, entonces, lo que queda claro
62. A lo largo de 2001 diversos grupos, comunidades, asociaciones y personajes de origen aymara pro-
dujeron un sinnúmero de discursos que eran proferidos de manera paralela o enlazada a los “Pliegos”
que guiaban las movilizaciones, sin asumir directa y sistemáticamente el conjunto de planteamientos
que en un vasto proceso deliberativo quedaban recogidos en ellos. Tal es el caso, por ejemplo, del “Acta
de Reconstitución del Gobierno de la Nación Aymara Qhichwa”, firmado por las centrales, subcentra-
les y sindicatos agrarios de la provincia Omasuyos, la Federación de Maestros y la Federación Depar-
tamental de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa, hecho conocer durante los bloqueos de junio-julio
de 2001. En este documento, tal como se había ensayado desde los bloqueos de 2000 se declaraba la
Reconstitución del Jach’a Umasuyus, convocando a la unión de las antiguas regiones pertenecientes a
la parcialidad circunlacustre, aunque sin hacer referencia explícita a lo que en términos de transforma-
ción de las relaciones estatales se planteaba en el Pliego Intersindical. Es evidente que en el discurso
de la reconstitución puede leerse un esfuerzo por constituir un lugar de enunciación distinto al de la
CSUTCB, desde el cual quizá hacer posible el desarrollo del conjunto de propuestas y objetivos políti-
cos expresados en algunos de los puntos del Pliego del Pacto Intersindical. Estos esfuerzos, sin embar-
go, no tuvieron éxito, sobre todo porque Felipe Quispe eligió, unos meses después de los bloqueos de
2000, dedicar sus esfuerzos a la construcción de un partido político con registro electoral.
63. Entrevista a Eugenio Rojas en Achacachi, Omasuyos, en marzo de 2006.
163
es que los comunarios no buscan excluirse de una institución –el
ejército– en la cual aprenden cosas que consideran útiles sino que,
de acuerdo a la propia lógica comunitaria, se proponen conquistar
que sus miembros jóvenes no queden a merced de la decisión de
los mandos militares al menos en lo relativo a la ubicación, sino que
permanezcan cercanos a sus lugares de origen.
En relación al segundo gran bloque de reivindicaciones socia-
les, es decir, las relativas a la ampliación de derechos sociales
para la población agraria, es muy claro que éstas no pasan nece-
sariamente por el planteamiento de reconstrucción de un “estado
de bienestar” aunque pueden quedar atrapadas en el imaginario
político heredado de la Revolución del 52. Desde mi punto de
vista tales demandas expresan, más bien, un deseo profundo de
ampliación de la protección y seguridad social sin comprometerse
explícitamente con el anhelo de una forma estatal. Esto es, señalan
el interés y ambición colectivos de bienestar y disfrute de derechos
sociales que pueden leerse como afán de mejora en los términos
de inclusión en el estado –sin demasiados cambios en su forma–,
dando pie a una lectura estatalista de este tipo de reivindicaciones;
pero no sólo expresan eso: apuntan, también, a la posibilidad de
un profundo trastocamiento de la relación estatal. El problema en
2001 se centró en cómo entender, comunicar y producir nuevos
acuerdos y consensos en torno a estas aspiraciones.
En el tercer bloque de reivindicaciones, los puntos sobre la propie-
dad de la tierra, la titulación de la propiedad y las deudas, la posición
recogida en el Pliego Petitorio es muy floja, e incluso ambigua. Esto
puede deberse, quizás, a que la postura de al menos una parte de la
CSUTCB sobre estos temas, consistía en la elaboración y presenta-
ción de la Ley Indio como cuerpo legal sustituto a la Ley INRA.64
64. La Ley Indio es una propuesta de reorganización de la tenencia de la tierra, elaborada por los diri-
gentes de la CSUTCB, como alternativa a la Ley INRA. Hay en Bolivia antecedentes de la elaboración
de propuestas de ley por parte la organización sindical campesina y de la posterior presión, casi sin
ningún éxito, para su aprobación. En palabras de Felipe Quispe, “la Ley Indio se opone tanto al lati-
fundio como al minifundio y propone formas de reorganizar la propiedad agraria”, Declaraciones de
Quispe en el Congreso Tierra Territorio, celebrado en Sucre, El Correo del Sur, 26 de enero de 2002.
La Ley Indio fue discutida en comisiones parlamentarias durante todo el año 2002 y, finalmente, fue
presentada al Congreso boliviano en octubre de ese año; no consiguió ser aprobada.
164
Por último, en lo relativo a los puntos varios he recogido los
más representativos y que expresan la multiplicidad de tendencias
y ambiciones políticas existentes al interior del movimiento: desde
la clásica y legítima aspiración indianista de ver consagrados a sus
héroes como personajes nacionales con derecho a estar en todas las
oficinas y espacios públicos, hasta la postura de integrar y participar
en los organismos electorales oficiales de manera corporativa, etc. El
bloque de “puntos varios”, a mi parecer, exhibe con claridad la plu-
ralidad de las voces movilizadas y la posibilidad de la dirigencia de
la CSUTCB en momentos ascendentes de la lucha social, de admitir
y mantener en torno a sí a esta gran gama de posturas.
Asimismo, es importante mencionar que una gran debilidad
para esta forma de enlace y deliberación en movimiento es la
dificultad que se confronta a la hora de intentar bosquejar y comu-
nicar de manera general, tanto lo que la población movilizada está
haciendo como las aspiraciones profundas de la acción colectiva.
Por ejemplo, al endurecerse el bloqueo de junio-julio de 2001,
en el Boletín de Prensa # 3 del Comité Urbano de la CSUTCB, a
la pregunta “¿Cuántos indios más tenemos que morir para que
seamos oídos y respetados por los gobernantes?”, se argumen-
ta: “Convencidos de que luchar por reconocimiento, por igualdad y
democracia no es un delito, reafirmamos que la rebelión contra el
mal gobierno se justifica...”. Es decir, el conjunto de demandas
explorado anteriormente se conceptualiza como “lucha por el reco-
nocimiento, por igualdad y democracia”: lo que es muy útil para
explicar lo que sucede a la población urbana constituye, al mismo
tiempo, la consagración de una auto-limitación para la expresión
de los múltiples contenidos propios.
Por otro lado, cuando finalmente se abrió la negociación con el
Poder Ejecutivo, las demandas de la CSUTCB y sus aliados fueron
traducidas y encajonadas en los códigos conceptuales y lingüísticos
estatales dominantes de donde, a la larga, considero que no pudieron
salir. Para demostrar la anterior afirmación, es interesante contrastar
el “Pliego Petitorio” elaborado en una serie de congresos, ampliados,
asambleas y reuniones formales e informales, con el documento
165
titulado “Contrapropuesta” del 8 de agosto de 2001, es decir, dos
meses –y un bloqueo gigantesco– después del primer documento. El
documento “Contrapropuesta” es la respuesta elaborada igualmente
en una reunión ampliada en Villa Tunari a la “Propuesta de atención
al Pliego Petitorio” presentada por el gobierno.
Cabe observar que en tal documento, la forma de clasificar las
demandas y propuestas del pliego es la que impuso el estado, a
partir de su lógica interna. De tal manera que las demandas socia-
les quedan organizadas de la siguiente forma:
166
que existan. Se exige también una pensión vitalicia de Bs.
1.500, para los heridos, desahuciados e inválidos. Juicio y
castigo a los culpables.
• En la misma sección de la negociación se incorpora el
siguiente punto: “Que el problema de errores de ortografía
de nombres y apellidos en los libros del registro de la Corte
Nacional Electoral, con respecto a la inscripción de partidas de
certificados de nacimiento, matrimonio y defunción, deben ser
corregidos de oficio a pedido de parte en forma gratuita”.
167
INRA y la Superintendencia Agraria con la participación de
la CSUTCB. (En relación al tema forestal, se aprueba admi-
tir medidas similares: intervención de la superintendencia
por un comité mixto y auditoría técnica-administrativa,
jurídica y financiera).
65. Esta reflexión es concordante con lo que ha investigado Raúl Zibechi respecto a las juntas ve-
cinales de la ciudad de El Alto, en su trabajo Dispersar el poder, 2006. Esta importante cuestión la
discutiremos más adelante.
168
por el Legislativo de la Ley Indio, a ser consensuada en el
Congreso de Tierra y Territorio de la CSUTCB a realizarse
en Chuquisaca, unos días después según se establece en
el documento.
• En lo relativo a la biodiversidad, se admite la sus-
pensión definitiva del tratamiento del Proyecto de Ley
de Biodiversidad –por aquel entonces a discusión en el
Legislativo– y se acepta la realización conjunta (CSUTCB-
gobierno) de “seminarios informativos” sobre la nueva pro-
puesta de Ley de Biodiversidad que deberá ajustarse a la Ley
Indio. Los ponentes y recursos para estos seminarios serán
designados y estarán en manos de la CSUTCB.
• El gobierno informará sobre concesiones forestales,
sobre el derrame de petróleo en el río Desaguadero y prohi-
birá la internación de alimentos transgénicos.
4. En el tema de la Coca se exige la abrogación de la ley
1008, el cese de la erradicación de cultivos en Yungas y la
CSUTCB se compromete a presentar una Ley de la Coca.
5. Sobre las universidades, se acuerda que se instruya al
Congreso la inmediata creación de tres universidades ori-
ginarias, que serán autónomas. Igualmente el gobierno se
compromete a recuperar las piezas arqueológicas en manos
de extranjeros.
6. En lo relativo a “desarrollo rural originario”, se acuer-
da que la CSUTCB, a través de CORACA, será la instancia
encargada de planificar, ejecutar y evaluar el “desarrollo rural
integral” en La Paz, con un presupuesto de 40 millones de
dólares. Además, se adquirirán 1.000 tractores que se distri-
buirán en distintos lugares del departamento de La Paz y se
creará un “fondo rotativo comunitario” para créditos de los
pequeños agricultores, de 15 millones de dólares a cargo del
estado. Entre otros fondos a entregar también se menciona
la asignación de 10 millones de dólares a la FNMCB’BS’ para
implementar programas y proyectos de género.
169
De todo esto, es sumamente poco lo que se cumple, y estos
puntos volverán a aparecer en las movilizaciones de 2003.66
Finalmente, vale la pena destacar que desde noviembre de
2000, Felipe Quispe junto a varios dirigentes de las movilizacio-
nes y autoridades indígenas, decidieron formar un partido político
formal, el Movimiento Indio Pachakuti (MIP). Sobre esta organi-
zación política, Felix Patzi señala lo siguiente:
66. Un balance provisional de lo conseguido puede encontrarse en Félix Patzi et al., 2003.
67. MIP, Programa de Gobierno, 2002.
68. Patzi presenta una serie de críticas a los planteamientos del MIP señalando, entre otras cosas:
“[…] ideológicamente si bien (el MIP) va reivindicando lo ancestral como aglutinador del movimien-
to, sin embargo esto lo hace tan solo a nivel lírico y poético; no retoma con claridad el sistema comu-
nitario como una alternativa al sistema de capital, por eso en relación a la concepción del manejo de
recursos tan sólo dirán ‘que la tierra no es propiedad privada, sino que la tierra pertenece al hombre’
frase que no dice nada” (Patzi, 2003: 239).
170
de una estructura de gobierno y de definición de un conjunto de
relaciones estatales. Esto, si bien hubiera limitado aspectos del filo
crítico del Pachakuti que se gestaba y expresaba en la movilización
misma, hubiera al mismo tiempo impulsado el quiebre político
alcanzado hasta entonces. Sin embargo, Felipe Quispe, más allá de
la enunciación, no implementó paso alguno en esta dirección.
Por tal razón, si bien la creación de un nuevo partido formal
de corte indianista entre 2000 y 2001 fue significativa,69 no estu-
diaremos aquí al MIP en tanto “instrumento político” en detalle,
sobre todo porque no aportó demasiadas novedades, ni políticas y
menos aun organizativas desde la perspectiva de la emancipación.
Hasta cierto punto, se trató de un partido indianista bastante laxo
ideológicamente que estuvo marcado durante toda su existencia
por un fuerte cuestionamiento de nepotismo; criticado –con
razón– por ser más un “instrumento político” del propio Quispe
que del movimiento aymara en cuanto tal. El MIP participó en las
elecciones generales del 2002 y obtuvo 6 curules en la Cámara de
Diputados, en las mismas elecciones en las que el MAS obtuvo
el segundo lugar en la preferencia electoral, y cuando fue electo
presidente Sánchez de Lozada. Lo que resulta relevante desde la
perspectiva que sostengo, es que la existencia del MIP como par-
tido añadió un nuevo flanco de complejidad en la lucha aymara: a
las dificultades expresivas de la rebelión, de por sí atrapadas en el
formato sindical, se añadió la existencia de un partido político con
registro que participó en dos elecciones generales y unas eleccio-
nes municipales. La superposición de lógicas políticas, comuna-
les, sindicales y partidarias, contribuyó sobre todo, a aumentar las
dificultades de comunicación de la lucha aymara con las demás
69. Los partidos indianistas reconocidos y con registro, aunque con perspectivas radicales, colap-
saron alrededor de 1985 cuando Quispe y otros importantes dirigentes fundaron la organización
anti-electoral “Ayllus Rojos”. Quedó en pie únicamente el MRTKL –vertiente del katarismo “pluri-
multi” o light según los códigos bolivianos– del pedagogo Victor Hugo Cárdenas que años después
fue vicepresidente en el primer gobierno de Sánchez de Lozada. En este sentido, la construcción de
un nuevo partido indianista y su registro ante la Corte Nacional Electoral, hasta cierto punto puede
leerse como un despliegue de la fuerza política aymara hacia otros terrenos anteriormente abando-
nados; también puede interpretarse de esta manera el hecho de que en las elecciones de 2002 “los
indios votaran por indios”, refiriéndose al alto porcentaje de votos que obtuvo sobre todo Evo Morales
y a las seis diputaciones que alcanzó el MIP en la región occidental de Bolivia.
171
vertientes de insubordinación social, y a profundizar las tensiones
y rivalidades entre los propios aymaras.
70. Para una reflexión muy bien documentada sobre esto, en particular en la región de Oruro, ver
Mamani, 2004, en particular lo relativo a la reconstrucción en lucha del Jach’a Karanqas. También
pueden revisarse las múltiples reflexiones de Prada respecto a la territorialización como logro funda-
mental de la rebelión y sobre los sucesos del departamento de La Paz.
71. Ver sobre todo, García, 2001.
72. Mamani, 2004; Patzi, 2003.
172
• Visibilizaron con fuerza y de manera belicosa los sím-
bolos y prácticas propios de la civilización indígena y de las
comunidades y desafiaron al statu quo boliviano, a su orden
republicano y a la matriz colonial de dominación.73
73. En términos generales, casi todos los análisis de los levantamientos, escritos desde perspectivas
“amables” y más o menos rigurosas que buscaron comprender lo que iba ocurriendo, destacan estos
cinco ejes argumentales poniendo mayor o menor énfasis en cada uno de ellos.
74. Hablo de “relativamente novedoso” porque lo que ocurría surgía, en realidad, de lo más profundo
y antiguo del tejido social: las comunidades rurales, los ayllus y las markas. El trabajo de Hylton,
Thomson, Patzi y Serulnikov, Cuatro momentos de insurgencia indígena, contribuyó a incorporar la
dimensión larga de la historia en la comprensión de lo que pasaba en el siglo XXI.
173
técnico-procesuales de la organización del mundo colectivo” (García,
2005: 57). A partir de ahí, de lo que se trataba era de producir diseños
institucionales capaces de contener lo anterior sobre la base de una
“ciudadanía diferenciada”. Por tanto, la lucha concreta y las propues-
tas de cómo desmontar las relaciones de poder que brotaban desde
la población movilizada, quedaron desplazadas en la atención de este
influyente autor, hacia un segundo plano.
Por otro lado, también se escuchó la postura de Félix Patzi,
quien centró sus esfuerzos en proponer un “sistema comunal”,
“alternativo al sistema liberal”, valiéndose de la teoría de sistemas
de Luhmann como herramienta analítica.75 Patzi, quien durante
varios años había realizado una sistemática crítica a las nociones
modernas de propiedad y delegación del poder, sugería la posibili-
dad de construir un “sistema comunal” generalizable al conjunto
del país desde ciertas nociones fundamentales de la vida y práctica
comunitaria, como la propiedad comunal y los criterios de obliga-
toriedad y rotación en la participación política.
Ahora bien, ambas posturas que además comenzaron a presen-
tarse como rivales, hasta cierto punto destacaron y pusieron aten-
ción en lo que las propias luchas iban demoliendo del edificio de
dominación colonial, aunque inmediatamente después se ocupa-
ron de buscar y proponer, cada quien a su manera, la vía mediante
la cual un cierto “orden estatal”, una “síntesis política y económi-
ca”, podría ser reconstruida. En cierta medida, las dos propuestas
comenzaron a ocupar el lugar que en el discurso sobre la transfor-
mación social, había ocupado el término “socialismo” o “construc-
ción del socialismo” en la constelación conceptual revolucionaria
predominante durante el siglo XX: una versión más moderada y
“reformista”, la de García Linera, y una propuesta más ambiciosa y
“sistemáticamente alternativa”, aunque ideal, la de Patzi.
En todo caso, desde mi perspectiva, ambos decidieron proponer
y desarrollar sus argumentos desde el lugar de emisión universal
75. Esto puede verse claramente en los trabajos de ambos autores contenidos en Escárzaga y Gutié-
rrez, 2005; escritos en 2003 antes de la caída de Sánchez de Lozada cuando la pregunta abierta era
justamente: ¿por dónde avanzar? Versiones más amplias de esos textos fueron publicadas después
como libros de manera separada por cada uno de ellos.
174
afirmativo que, tal como ya discutimos, es por antonomasia, el
lugar del estado y del poder; y no el del Pachakuti. Así, en vez de
continuar la reflexión desde la negatividad particular en marcha
que se iba desplegando en el movimiento mismo, decidieron reins-
talar como central el locus eminentemente estatal, favoreciendo en
los hechos el límite de la propia potencia del “horizonte interior”
que se develó en los momentos de mayor conflictividad social.
Todo ello contribuyó, hasta cierto punto, a que quedara encap-
sulado el horizonte “autogestivo” y “comunitario”, aprisionado en
la comprensión canónica de lo político como “asunto de gobierno”
y como forma estatal. El horizonte interior de las luchas aymaras
que se concentra en “impedir” que las cosas ocurran de una mane-
ra desfavorable a la decisión de la mayoría enfatizando además en
la deliberación colectiva sobre los modos de superar problemas,
que en cierta medida es lo que la gente estaba haciendo, no logró
una formulación precisa y susceptible de ser comunicada más allá
de la confrontación, lo cual oscureció, por supuesto, la discusión
sobre sus propias posibilidades de despliegue y profundización.
Las críticas anteriores no tienen ni un afán polémico ni buscan
“culpabilizar” de lo que ocurrió o no ocurrió a nadie –lo cual sería
un despropósito desde la perspectiva que sostengo–, simplemente
buscan respuestas para una cuestión complicada: siendo las luchas
aymaras las de mayor “alcance práctico” entre 2000 y 2002 en
términos de ocupación territorial, desplazamiento de las instancias
estatales, autonomía de hecho y potencia en la confrontación con-
tra el gobierno y el estado; al mismo tiempo son las luchas que, a la
larga, han conseguido la menor influencia o efectividad en el curso
concreto de las transformaciones posteriores. Hasta cierto punto,
profundizar la reflexión sobre este desfase entre el alcance práctico
de la confrontación aymara contra el estado boliviano y la explicita-
ción del horizonte interior anidado contradictoriamente en el propio
tejido comunitario, es no sólo necesario sino urgente. Sobre todo,
porque esta misma tensión vuelve a aparecer en el Altiplano y en
El Alto, ahora bajo el gobierno de Evo Morales.
175
Capítulo III
Chapare: territorios en disputa. Las luchas cocaleras
entre 2000 y 2003
1. Amnistía Internacional, “Bolivia, Chapare: no se pueden erradicar los derechos humanos junto
con la hoja de coca”, Declaración pública del 18/10/2001. Número del servicio de noticias: 189.
177
Cerco cocalero a los campamentos de las fuerzas policíaco-militares
dedicadas a la erradicación de la hoja de coca, movilizaciones y enfren-
tamientos entre productores cocaleros y fuerzas represivas, asesinatos
de civiles y violación de los derechos de periodistas y defensores de
derechos humanos. Éste era el clima en el Chapare entre septiembre
de 2001 y febrero de 2002 en uno de los momentos más violentos
de la prolongada “Guerra contra la Coca” que, entre otras cosas, dejó
como saldo la expulsión de Evo Morales del Congreso Nacional. En
contraste con ello, el 30 de junio de 2002, la fórmula electoral del
MAS encabezada por el mismo Morales junto a Antonio Peredo
como candidato a vicepresidente, ocupó el segundo lugar de la prefe-
rencia ciudadana en las elecciones generales, alcanzando la mayoría
en 4 de los 9 departamentos que constituyen la República Boliviana y
el 21% del total de votos, prácticamente igual que el partido ganador,
el MNR de Sánchez de Lozada, que obtuvo el 22,5% del total.
Para entender este conjunto de sucesos, que se hilvanan en la
ola de luchas y movilizaciones bolivianas, en las siguientes páginas
abordaremos las luchas, prácticas organizativas y horizontes políti-
cos de los cocaleros del Chapare, como tercer torrente nítidamente
distinguible de la lucha social que produjo el quiebre del dominio
neoliberal entre 2000 y 2002. Anteriormente mencionamos algu-
nos momentos de la participación cocalera tanto en la Guerra del
Agua como en los “bloqueos nacionales de caminos” convocados
entre 2000 y 2001 por la CSUTCB encabezada por Felipe Quispe.
Sin embargo, la lucha cocalera, ella misma de larga data, debe ser
estudiada en su particularidad y sólo puede entenderse como res-
puesta a la llamada estrategia de “Guerra contra las Drogas” patro-
cinada por el gobierno de EE.UU. y seguida por el conjunto de
gobiernos locales en América del Sur desde mediados de los 80.2
En esta dirección, en primer lugar presentaré algunos elementos
de la estructura social de la región cocalera de Chapare; después dis-
cutiré la doble estrategia seguida por los cocaleros, consistente en la
2. Algunos autores sitúan el comienzo de la “Guerra contra las Drogas” en 1973, cuando se creó
la Drug Enforcement Administration (DEA). Sin embargo, el mayor énfasis norteamericano en el
“combate al narcotráfico” comenzó en el gobierno de Reagan en 1986, cuando se definió oficialmen-
te al narcotráfico como “amenaza de seguridad nacional”. Entre otros, ver Ronken, 1994
178
sistemática resistencia a la erradicación de los cultivos de hoja de coca
combinada con la participación política formal electoral desde 1995 y,
finalmente, estudiaré con cierto detalle los acontecimientos ocurridos
entre septiembre de 2001, cuando comienzan los enfrentamientos
conocidos como “Guerra de la Coca”, y junio de 2002 cuando Evo
Morales se consolida como la segunda fuerza electoral del país.
3. Durante la ola migratoria de los 70, el estado hizo algunos esfuerzos de “organizar” y dirigir la
colonización. Es curioso lo que se afirma en el siguiente “balance” del Departamento de Desarrollo
Regional de la OEA publicado en 1980: “El estudio del Chapare (1978-79) se inició con el objeto de
integrar y racionalizar el desarrollo de los recursos en un área de 24 500 km2 abierta a la coloni-
zación. El gobierno boliviano (que había iniciado programas de erradicación de la coca en el área
con ayuda de la AID de los Estados Unidos) procuraba que los nuevos colonos tuvieran adecuados
servicios sociales y de transporte y alternativas económicamente viables para la producción agrícola.
Como los colonos independientes estaban obteniendo mayores rendimientos en sus cosechas que
los que lograban los colonos apoyados por el gobierno, las autoridades también querían sacar pro-
vecho de estos éxitos orientando la asistencia a aquellos colonos que pudieran hacer el mejor uso de
las nuevas tecnologías, del crédito y los servicios”. Estudio de caso de la región del Chapare, Bolivia.
Ver: http://www.oas.org/dsd/publications/unit/oea72s/ch21.htm
179
conocida como “auge de la coca”, cuando existían en la región
muy pocas vías de comunicación; y, el segundo, posterior a 1986
cuando, entre otros, numerosas familias mineras despedidas de sus
anteriores centros de trabajo decidieron asentarse en la zona.4 El
centro económico de la región del Chapare es Villa Tunari, aunque
formalmente es sólo la capital de la tercera sección de la provincia
Chapare. En relación a la primera ola migratoria entre fines de los
60 y principios de los 80, Spedding afirma lo siguiente:
180
los nuevos migrantes recién llegados.6 Sin embargo, el precio de
la hoja de coca cayó abruptamente después de 1986, cuando el
gobierno de Paz Estenssoro (MNR, 1985-1989) –del cual Gonzalo
Sánchez de Lozada fue ministro de Economía– puso en marcha
el llamado “Plan trienal de lucha contra el narcotráfico” que tenía
tres pilares básicos: la militarización de la región del Chapare
tropical para impedir tanto la expansión de las áreas de cultivo
como para destruir los “cocales ilegales” y controlar el mercado;
la implementación de proyectos de “erradicación compensada de
cocales” en las zonas de transición; y la ejecución de proyectos
agropecuarios de “sustitución de cultivos” apoyados por la llamada
“cooperación internacional”. En este contexto de múltiples y sis-
temáticas agresiones y límites a la producción de coca es que se
configura el escenario social del Chapare.
Ahora bien, las familias asentadas en el Chapare no producen
únicamente coca. Por lo general, las unidades domésticas cultivan
arroz, maíz, plátanos, cítricos, yuca y walusa además de coca. Los
primeros productos mencionados se destinan generalmente al
autoconsumo y la venta de la coca permite a la unidad doméstica
conseguir recursos monetarios. Según Laserna, hasta los años 90, la
producción de hoja de coca proporcionaba “entre el 40 y el 75% del
total de los ingresos de los colonizadores” (Laserna, 1996). Es decir,
la producción de hoja de coca ha representado a lo largo de las últi-
mas décadas la opción más rentable –en términos monetarios– para
el trabajo agrícola del Chapare. Sin embargo, este cultivo también
ha sido el más perseguido policial y judicialmente tras la adopción,
por parte del gobierno de EE.UU. de una “política antidrogas” con-
sistente en eliminar al “primer eslabón” de la cadena productiva de
los estupefacientes –los productores de materia prima–, política
6. Para un excelente y exhaustivo análisis de las relaciones sociales de trabajo y propiedad a través
de las cuales se realizó la colonización del Chapare puede verse el trabajo de Spedding, 2005, quien
además las contrasta con lo que ocurre en la zona cocalera de La Paz conocida genéricamente como
Yungas. En su investigación, la autora muestra cómo a lo largo del tiempo, y a partir de la ilegaliza-
ción del mercado de coca desde 1986, se fueron hibridando distintas relaciones de trabajo y propie-
dad dando lugar a una forma de ocupación del espacio y de racionalidad económica propiamente
campesina basada la cohesión interna de las unidades domésticas y en el uso intensivo de la mano
de obra disponible en ellas, como estrategia productiva central.
181
desarrollada en acuerdo y coordinación con los distintos gobiernos
del país. Ahora bien, una gran parte de la producción de hoja de
coca se destina al llamado “mercado legal” o tradicional boliviano.
Otra parte, cuya cuantificación es sumamente difícil, se utiliza en la
elaboración de cocaína destinada, sobre todo, al mercado exterior.
Si en 1986 comenzó el “Plan Trienal” que trajo la militariza-
ción del Chapare, la caída de los precios y el inicio de la política de
erradicación de cocales, en 1988 se promulgó la llamada Ley del
Régimen de la Coca y Sustancias Controladas, conocida como “Ley
1008”. La lucha contra la Ley 1008, sus disposiciones y efectos será
central para la lucha cocalera desde entonces. La Ley 1008 divide
las zonas de cultivo de hoja de coca en dos tipos: legales e ilegales.
Las legales se denominan “zonas de producción tradicional” y
las ilegales, a su vez se subdividen en “zona de producción exce-
dentaria en transición […] sujeta a planes anuales de reducción,
sustitución y desarrollo” y “zonas de producción ilícita”, donde la
producción de hoja de coca “será objeto de erradicación obligatoria
y sin ningún tipo de compensación”.7 La primera gran batalla de
los cocaleros fue, justamente, contra la aprobación de la Ley 1008,
y se conoce en Bolivia como la “Masacre de Villa Tunari”.8
Es claro que la organización sindical local estuvo en la base
misma de la “forma de colonización” y también constituyó el funda-
mento de la resistencia.9 Alison Spedding, con gran agudeza, descri-
be al “sindicato de base” en el Chapare de la siguiente forma:
7. Ley 1008, Arts. 8, 9, 10, 11, 17. En la época de la discusión y posterior promulgación de la Ley 1008
esta división de las zonas de cultivo fue fuertemente criticada no sólo por cocaleros sino por juristas
y académicos en tanto era violatoria de los derechos “económicos” de los campesinos. Igualmente,
en materia de los derechos constitucionales al debido proceso y a la presunción de inocencia, la Ley
1008 desconoce directamente estos principios (Arts. 16, 108 y 109). Para un análisis de la Ley 1008
puede verse, entre otros, Laserna, 1996.
8. “Yo recuerdo que en 1988, cuando se estaba aprobando la Ley 1008, perdimos a dos o tres compa-
ñeros –de mi región– en una masacre de 18 ó 19 compañeros que murieron porque nos resistimos a
que se aprobara dicha ley…”, Leonida Zurita, “La organización de las mujeres cocaleras en el Chapa-
re”, en Escárzaga-Gutiérrez, 2005: 89. Zurita es actualmente senadora de la República por el MAS.
9. Entre otros y con todas las reservas de la fuente, puede leerse Pinto y Navia, 2007.
182
base suele tener entre 30 y 80 afiliados. En primer lugar,
cuando se establece una colonia o asentamiento nuevo, se
forma un sindicato que asigna los chacos (lotes) a cambio
de participar en trabajos comunales y de una cuota mensual
[…] El mismo sindicato se ocupa luego de tramitar los títu-
los ante el Instituto Nacional de Colonización o el Instituto
Nacional de la Reforma Agraria, sirviéndose de la cuota sin-
dical para pagar los gastos. El sindicato media en disputas
sobre linderos, da su aval en casos de compra-venta de lotes
(velando que la compra no sea fraudulenta y que el nuevo
comprador se comprometa a asumir los deberes sindicales)
e interviene en casos de conflictos entre herederos. Cada
afiliado tiene el derecho de vender su lote si quiere, pero
siempre y cuando el comprador esté dispuesto a afiliarse
también, y bajo el compromiso de que no va a manejar el
terreno como una propiedad privada independiente. En las
colonias recién establecidas, si un afiliado abandona su lote
y lo deja sin trabajar, el sindicato puede declararlo baldío y
asignarlo a otra persona que lo va a trabajar, previo pago de
una cuota de ingreso (Spedding, 2005: 299).
183
popular.10 Fueron años de movilizaciones, denuncias, resistencia
local y enfrentamientos contra las fuerzas policiales, negociación de
los límites entre las zonas de cultivo en transición y las prohibidas,
regateo en los montos por la llamada “erradicación voluntaria”, etc.
Así, durante los 90 en la región del Chapare se produjo una
vigorosa acumulación política basada en la “defensa de la hoja de
coca” que combinó una multiplicidad de estrategias, discursos y
formas organizativas. Durante toda esa década, profundos y violen-
tos antagonismos sociales, de manera muy compleja, se sintetiza-
ron en el Chapare habilitando la auto-organización de un potente
y diverso movimiento social que confrontó de manera “interior” y
“exterior”, simultáneamente, dos pilares de la dominación neolibe-
ral: el predominio –hipócrita– del “libre mercado” y el énfasis en
la “democracia formal”. El centro de la confrontación social giró en
torno al derecho a sembrar y vender hoja de coca, de tal manera que
su defensa abarcó una gama amplísima de argumentos: desde su
calidad de “hoja sagrada”, regalo de los dioses a los habitantes de
los Andes, hasta la vigorosa denuncia de los costos que para cada
una de las familias cocaleras significaba “perder” el derecho a pro-
ducir y vender hoja de coca en medio del predominio de relaciones
mercantiles. Fue así que a lo largo de los años se negociaron dife-
rentes convenios siempre incumplidos por los sucesivos gobiernos:
acuerdos sobre el derecho a sembrar coca en al menos un chaco por
familia e insistente disputa sobre el tamaño admitido; negociacio-
nes sobre los montos a ser pagados por “erradicar voluntariamente”
una determinada cantidad de hectáreas de cocal, etc. Asimismo, la
resistencia cocalera denunció una y otra vez la no rentabilidad de
los cultivos que los gobernantes proponían como “alternativos” a la
producción de hoja de coca, confrontando las políticas de erradica-
ción con diversos y contundentes argumentos mercantiles. Por otro
lado, los heterogéneos contingentes colonizadores del Chapare de
10. Leonida Zurita decía en 2003: “Creemos que defender la coca es defender la tierra madre, de-
fender la tierra madre que nos da vida es defender la coca. Una cabeza de plátano que tiene más de
cien plátanos cuesta dos, tres bolivianos; la coca es el único cultivo que nos puede dar el dinero ne-
cesario para la educación, la ropa, los víveres de la semana y nuestra salud […]”. Zurita en Escárzaga-
Gutiérrez, 2005: 86.
184
manera muy temprana decidieron combinar la lucha y movilización
contra las políticas “antidroga”, llegando a constituir amplias redes
de comités de autodefensa, con la participación electoral, primero
a nivel municipal, para conseguir “legalización” y reconocimiento
público de sus formas de organización y gestión locales.
Para ordenar todos estos elementos, presentaré inicialmente
una apretada panorámica de los sucesivos esfuerzos gubernamen-
tales por “erradicar” la producción de hoja de coca, señalando al
mismo tiempo ciertos hitos de la movilización y defensa de la coca,
en la medida que estas luchas, tras la llamada “apertura democrá-
tica” del 82, configuran los antecedentes y rasgos principales de la
participación del movimiento cocalero en la época de movilización
y levantamiento entre 2000 y 2002.
185
1989-1993 Movimiento Alianza MIR-ADN Se mantuvieron las
de Izquierda En esas elecciones líneas básicas de la
Revolucionaria el MIR obtuvo el política económica
(MIR). tercer lugar en la neoliberal: apertura
Presidente: Jaime votación, pero su comercial, libre movi-
Paz Zamora. candidato resultó lidad de capitales,
presidente por su desprotección laboral
alianza con ADN y social, aunque no
se implementaron
nuevas reformas.
1989-1990 Se incrementa la represión de los cocaleros del Chapare.
Comienzan las denuncias de abusos cometidos por las fuerzas armadas,
detenciones ilegales y tortura. 1989 Evo Morales, tras ser detenido, sufre
un intento de asesinato por parte de fuerzas militares.
1993-1997 MNR Coalición MNR- Segundo momento
Presidente: ADN (y otra fuerza de reformas neolibe-
Gonzalo Sánchez política local, Unión rales: privatización
de Lozada Cívica Solidaridad, de empresas públicas
organizada en (capitalización), des-
torno a un acauda- mantelamiento de
lado empresario de la seguridad social,
la cerveza) reorganización políti-
ca del estado.
El plan de erradicación forzosa que se implementó en esta gestión se
denominó “Opción Cero” y consistía en un proyecto de erradicación total
del cultivo de coca en la región del Chapare.
Durante estos años se realizaron dos importantes marchas de campesinos
cocaleros hacia la ciudad de La Paz: 1994, “Marcha por la coca, la vida y la
soberanía”, desde el Chapare hasta la capital del país, recorriendo más de
500 km. que terminó con decenas de dirigentes –entre ellos Evo Morales–
detenidos y confinados en distintos cuarteles militares en regiones inacce-
sibles de Bolivia. 1995: Marcha de las mujeres en defensa de la coca, igual-
mente desde el Chapare hasta La Paz. Paulatina formación de Comités de
Autodefensa en el Chapare durante estos años.
1997-2002 ADN Coalición ADN- Gobierno particu-
Presidente: Hugo MIR (y otros parti- larmente corrupto e
Bánzer (quien dos menores). inoperante.
murió durante su Las políticas priva-
gestión, terminan- tizadoras chocaron
do el período de con la respuesta
gobierno el vice- popular en la
presidente Jorge Guerra del Agua.
Quiroga)
186
El programa de erradicación implementado por Bánzer Suárez fue llama-
do “Plan Dignidad” y consistía, nuevamente, en conseguir la erradicación
completa de los cultivos de hoja de coca. Casi todas las fuentes refieren
una agudización de la represión a partir de 1997, año en el que ocurre la
segunda detención de Evo Morales.
Desde 1998 se producen intermitentes enfrentamientos armados en el
Chapare1. En el 98 mueren tres miembros de las FFAA. En 2000 “des-
aparecen” 5 oficiales de las fuerzas antinarcóticos. En septiembre de 2001
se produce un contundente bloqueo de caminos en la carretera que conec-
ta Cochabamba con Santa Cruz.
En enero de 2002 Evo Morales es expulsado del parlamento.
En 2002, el gobierno de Quiroga Blanco decidió ilegalizar los mercados de
la hoja de coca en Cochabamba, principalmente el de Sacaba. Bloqueos de
caminos y “Guerra de la Coca”.
187
la ciudad de Cochabamba que fue sistemáticamente reprimido por
la policía derivando en la masacre al irse radicalizando cada vez
más los continuos enfrentamientos. Después de ese acontecimien-
to ocurrirá la unificación tendencial de seis federaciones cocaleras
en la Federación Especial del Trópico de Cochabamba (FETC), bajo
el liderazgo de Evo Morales;11 las federaciones unificadas no siguen
exactamente la división política oficial que distingue provincias y
secciones provinciales, sino que se produce, más bien, a partir de
la manera concreta en la que ha avanzado la colonización. Ahora
bien, hacia los niveles superiores del sindicalismo campesino,
la Federación Especial del Trópico de Cochabamba no se afilia,
a su vez, a la Federación Departamental Única de Trabajadores
Campesinos de Cochabamba y, a través de ella, a la CSUTCB;
sino que algunas de sus propias federaciones filiales continúan
siendo parte de la Federación de Colonizadores y otras se integran
directamente a la CSUTCB, en tanto “Federación Especial”. Dada
la importancia numérica y económica del sector cocalero, la FETC
se convierte paulatinamente en una instancia con gran influen-
cia dentro de la organización campesina matriz y con un amplio
grado de autonomía dada la especificidad y significado nacional
de sus reivindicaciones. En este sentido, la Federación Especial del
Trópico de Cochabamba, posteriormente “Coordinadora de las Seis
Federaciones del Trópico de Cochabamba”, aprovecha la tradición
y experiencia del sindicalismo agrario y minero, pero no se ajusta
exactamente al modelo de agregación y organización representado
por la CSUTCB, sobre todo en la región occidental del país.
Lo sobresaliente de la compleja estructura de organización
sindical en el Chapare es, por un lado, la relevancia y vitalidad de
los sindicatos de base que la conforman y, por otro, el control del
territorio que desde tales sindicatos se va construyendo hacia nive-
les más amplios en una gran cantidad de centrales y federaciones,
11. Las seis federaciones son: Federación de Centrales Unidas Tiraque Tropical, Federación de Co-
lonizadores de los Yungas del Chapare, Federación de Colonizadores de Chimoré, Federación de
Colonizadores Mamoré, Federación de Colonizadores de Carrasco Tropical, Federación del Trópico
de Cochabamba. Ciertas fuentes afirman que la unificación de las seis federaciones ocurrió en 1988
y otras la ubican en 1992.
188
que coordinan y enlazan las acciones de los sindicatos locales.12 En
tal sentido, los productores de la hoja de coca se organizan desde
finales de los 80 en un complicadísimo mosaico de control terri-
torial, en permanente disputa con las diversas políticas antidrogas
dispuestas por el gobierno central y en confrontación directa con
las fuerzas policiales y militares que continuamente aumentan su
presencia en la región del Chapare.
Así, durante toda la década del 90 son los productores de la hoja
de coca el sector social que más conflictos, negociaciones y enfrenta-
mientos tiene con los sucesivos gobiernos. Los temas de la confron-
tación son diversos, aunque todos giran en torno al derecho a seguir
sembrando hoja de coca. Entre ellos están: 1) la anticonstitucional
distinción entre zonas de cultivo tradicionales, en transición e ilega-
les; y dentro de este punto las discusiones giran en torno a quiénes
y por qué habitan en alguna de tales clasificaciones; 2) el derecho
a sembrar al menos una cantidad específica de hoja de coca para
todas las familias del Chapare, y en este punto se discute y negocia
ferozmente el tamaño del cocal permitido; 3) los montos a ser per-
cibidos por los afectados de la “sustitución compensada” de cultivos
de coca; 4) el repudio al ingreso de tropas extranjeras al Chapare y al
aumento de la presencia militar y policial boliviana.
Es decir, cuando menos desde 1988 los productores de hoja
de coca se vieron obligados a vivir, producir y organizarse en un
ambiente de confrontación continua con los sucesivos gobiernos,
que se intensificó hacia el año 2000 al acercarse el tiempo de
“erradicación completa” de la coca excedentaria sin compensa-
ción, pactada entre el gobierno boliviano y las fuerzas antidroga
norteamericanas. A lo largo de toda esa década hubo dos marchas
a pie desde el Chapare hasta la ciudad de La Paz en 1994 y 1995,
12. Al respecto es interesante la información que brindan García Linera y otros [García Linera et al,
2004: 393 y ss.], a partir de una serie de entrevistas tanto a Evo Morales como a otros dirigentes coca-
leros realizadas en mayo de 2004. Estas fuentes describen la complejidad de las formas asociativas
de niveles “superiores”, así como la importancia decisiva de los sindicatos de base en tanto asocia-
ciones para la gestión de la convivencia de las distintas unidades domésticas que los conforman. Por
su parte, Llorenti señala que el entramado sindical del Chapare está constituido por alrededor de
600 sindicatos de base, articulados en 74 centrales que, a su vez, conforman las 6 federaciones. La
Federación Especial de Trabajadores Campesinos del Trópico de Cochabamba es la más grande de
todas ellas con 27 centrales afiliadas (Llorenti, 1999: 30).
189
una gran cantidad de bloqueos de caminos, movilizaciones hacia
la zonas donde se asentaban las tropas “t’iracocas”, conformación
de comités de autodefensa locales y de redes de ellos para impedir
el paso de los destacamentos militares de erradicadores por las
sendas más angostas y, por supuesto, también hubo centenares de
detenidos, torturados y asesinados.
En tal sentido, considero que la larga lucha en defensa de la hoja
de coca, sobre todo en el Chapare, constituye antes que nada una
profunda y extendida lucha de resistencia en defensa de un recurso
natural –la coca– y del derecho a producirlo y comercializarlo, que
durante años significó una oportunidad para trabajar y vivir en
medio del mar de desprotección, precarización laboral y exclusión
social generada tras las reformas liberales del 85. En tanto lucha
de resistencia, la prioridad de los cocaleros durante un largísimo
período de confrontaciones se basó, por un lado, en fortalecer su
cohesión interna y, por otro, en sensibilizar a otros segmentos
sociales sobre la importancia de la defensa de la coca y del derecho
a vivir de su producción y comercialización en tanto emblemática
planta ancestral. De ahí surge tanto la consistencia y densidad de
su propia organización social: compacta y múltiple instancia para
defender la hoja de coca de todos los modos posibles y en todos los
terrenos, como la habilidad de tejer vínculos hacia otros sectores
sociales y segmentos en lucha que pudieran prestarles apoyo. El
surgimiento del MAS como estructura política formal no puede
comprenderse si no se toma en cuenta lo anterior. Revisemos esto
un poco más detalladamente.
Hemos mencionado ya la manera en que, sobre todo los sindi-
catos de base en vastas zonas del Chapare, se ocupaban de resolver
prácticamente todos los problemas cotidianos de los afiliados: desde
la propiedad o posesión de los chacos, hasta las obligaciones deriva-
das de dicha propiedad y los conflictos que pudieran suscitarse entre
vecinos, así como de la organización de la defensa de los cocales
ante las amenazas cotidianas de erradicación y persecución policial.
En tal sentido, no es exagerado señalar que los sindicatos de base
del Chapare constituyeron desde su inicio la principal autoridad
190
civil de la zona, practicando una autonomía de facto; en permanente
confrontación, además, con las autoridades militares y policiales que
implementaban las decisiones tomadas por el gobierno central en
relación a la “guerra contra la producción de coca”.
Es en este contexto que en medio de las continuas moviliza-
ciones contra las políticas de erradicación y tras la promulgación
de la Ley de Participación Popular en 1994, diversas organizacio-
nes campesinas incluyendo las chapareñas, decidieron participar
en elecciones y comenzaron a discutir la tesis del “instrumento
político”.13 La cuestión de la participación electoral de los campe-
sinos no es nueva, pues desde 1979 en la región del Altiplano se
formaron cuanto menos dos partidos campesinos-“indígenas” en
torno o cercanos a la estructura sindical.14 Sin embargo, después de
1994 fueron los cocaleros –aunque no únicamente ellos– quienes
realizaron los esfuerzos más sistemáticos para construir una orga-
nización política formal ligada a la estructura sindical agraria. En tal
dirección, en los VI y VII Congresos de la CSUTCB, realizados en
Cochabamba y Santa Cruz en 1994 y 1996 respectivamente, varios
delegados impulsaron la ratificación de la necesidad de construir el
instrumento político precisando la idea de la siguiente manera:
191
[…] Las desviaciones indianistas son una forma de favorecer
a los enemigos, por lo que debemos dar el segundo paso:
incorporar a los explotados y oprimidos de las ciudades a la
construcción y consolidación del instrumento político.15
15. CSUTCB, VII Congreso. Documentos y Resoluciones, CEDOIN, La Paz, 1996. Citado por Patzi,
99: 118.
192
con registro –en el 95 con la Izquierda Unida (IU)– para participar
en los distintos procesos electorales municipales y generales, poste-
riores a la promulgación de la Ley de Participación Popular.16
En el siguiente cuadro detallamos las distintas experiencias de
participación electoral impulsada principal, aunque no únicamen-
te, por los campesinos cocaleros:
16. La LPP consiste, tal como hemos mencionado, en una remunicipalización del país que buscaba
reorganizar la geografía parcelando las asociaciones y vínculos comunitarios y populares existentes
e imponiendo formas de control y gestión del territorio más manejables para tecnócratas y admi-
nistradores públicos y privados. También impone la pertenencia a partidos políticos oficiales, con
registro y reglamento, como la única forma legal y reconocida de participación política y posibilidad
de gestión pública en ámbitos locales. Para un análisis de la LPP puede verse: Félix Patzi, 2002 y
también Gutiérrez R., García A, 2002.
193
y policial-judicial soportada. En segundo lugar, su perseverante
esfuerzo por trabar alianzas políticas sobre todo para la participa-
ción electoral. Analicemos uno por uno.
En relación al primer aspecto, los primeros conflictos en el
Chapare –en los inicios de la década del 80– versaban sobre el
destino –legal o ilegal– de la producción “excedentaria” de hoja
de coca, esto es, el argumento gubernamental para el control de
la actividad cocalera era que la coca producida mayoritariamente
en el Chapare tenía como destino la fabricación de cocaína y no el
llamado “consumo tradicional”. Tras la aprobación de la Ley 1008
y la clasificación de las regiones productoras de hoja de coca en
“tradicionales”, “en transición” e “ilegales”, la discusión pública
giró alrededor de dos grandes temáticas: la legalidad de esta cla-
sificación y la necesidad, desde el punto de vista de las unidades
domésticas productoras de coca, de tener derecho a producirla en
virtud de que era el único producto “con precio” en el mercado.
Los dirigentes cocaleros –y Evo Morales de manera destacada– se
convirtieron en hábiles polemistas contra los defensores del libre
mercado en su versión hipócrita y colonial. En una gran cantidad
de foros, entrevistas y apariciones públicas debatieron el derecho
a producir coca argumentando que se habían impuesto en Bolivia
los términos de la libre competencia y que ellos –los productores
194
de coca– habían encontrado un nicho productivo altamente ren-
table. Esto es, los cocaleros no presentaron nunca argumentos
generales o abstractos “en contra” del mercado, sino contra la
forma hipócrita de manipular el mercado, ilegalizando la mejor
mercancía que ellos podían producir.17 Cuando comenzó la ofen-
siva erradicadora de cocales, además, defendieron y negociaron
simultáneamente diversas posturas: si bien en sus intervenciones
públicas más difundidas afirmaban una y otra vez su decisión de
no aceptar la erradicación, los cocaleros de algunas zonas simul-
táneamente aceptaban la erradicación en algunos cocales, presio-
nando hacia arriba el monto de los pagos por “erradicación”. En
este sentido existen interesantes historias que ejemplifican lo que
cierta tradición llama “el arte de la resistencia”.18
Esta tenaz resistencia, muchas veces incomprensible a los
actores externos, pues así como en un momento los cocaleros
criticaban y repudiaban las políticas de sustitución, después nego-
ciaban nuevas condiciones para ellas, a la larga, al ampliarse la
intervención militar norteamericana bajo los argumentos de abier-
ta “guerra contra las drogas”, permitió a los cocaleros hilvanar un
enérgico discurso antiimperialista, eso sí, con base en la más con-
tundente “oposición a la erradicación forzosa”. Ése fue un límite
que exigió a los cocaleros afinar su discurso antiintervencionista y
antiestadounidense, en torno al cual pudieron vincularse con otros
segmentos de las clases medias e intelectuales, consiguiendo ade-
195
más, que la hoja de coca se volviera emblema y símbolo de la resis-
tencia cultural y política “antiimperialista”. Una consigna burlona
insistentemente repetida durante años fue: “Gringos: erradiquen
sus narices”, que era la manera de expresar que la “guerra contra
la cocaína” tenía que desarrollarse contra la distribución y uso de
estupefacientes en Estados Unidos y no contra los productores
de la, entre muchas otras cosas, materia prima de su elaboración.
Finalmente, cerca del año 2000, cuando la política de erradicación
adquirió una agresividad inusitada y se disminuyeron los montos
pagados por hectárea de cocal erradicado, los cocaleros insistieron
en su derecho a sembrar cuanto menos “un cato” de coca por fami-
lia para asegurar ciertos ingresos monetarios.19
La versatilidad de los discursos utilizados por los cocaleros y su
combinación constante de búsquedas de acuerdos con el gobier-
no, movilizaciones, luchas e incluso el enfrentamiento localizado
contra la fuerza pública, junto a la negociación en diversos niveles
de pequeñas y significativas prerrogativas y modificaciones en
las maneras de implementar los diversos “planes” anti-coca, nos
muestra cómo entre los productores de hoja de coca del Chapare
no existía un vigoroso acuerdo ideológico a la base de su impug-
nación de las decisiones políticas en materia antidroga, sino más
bien una intensa cohesión para la defensa colectiva de sus intereses
comunes, aprovechando para ello, también, cualquier resquicio del
discurso o las instituciones gubernamentales.
Toda la experiencia cocalera de, en términos prácticos, vivir
en confrontación permanente sufriendo la ilegalización continua
de su principal actividad económica durante más de una década,
están sin duda alguna en los cimientos de la teoría del “instrumen-
to político” y de su decisión de participar en elecciones. Es decir, la
ASP y algunos otros antecedentes del MAS, e incluso este mismo
partido, ni comienzan ni crecen como un esfuerzo ideológico y
organizativo sistemático y disciplinadamente construido, como
por ejemplo, algunas experiencias partidarias de izquierda en la
19. Ver la explicación de Leonilda Zurita, en Escárzaga y Gutiérrez (coordinadoras), 2006: 85 y ss.
196
propia Bolivia o en varios países de América Central, sino que,
más bien, la participación electoral se presenta como una más
de las maneras de resistir la continua embestida anti-coca de los
sucesivos gobiernos.20 Esto es, sobre todo durante las primeras
elecciones municipales en 1995, la votación masiva por “uno de
los suyos”, ie, por un cocalero salido de las filas sindicales expe-
rimentado en las múltiples acciones de defensa de la coca en los
caminos y en la negociación, fue asumida por grandes segmentos
de la población local como una más de las tareas de defensa que
era necesario emprender.
A partir de 1999, cuando finalmente se consolida el MAS
como partido político con registro y presencia propia, las alianzas
con otras fuerzas de izquierda se producen sobre la base de que
existe ya en el Chapare una potente organización política electo-
ral a nivel local con un perfil cocalero y campesino nítidamente
distinguible.21 El partido asume ciertos contenidos étnicos dentro
de un discurso más bien tradicional de izquierda. Sin embargo, la
fuerza y cohesión del partido en la región del Chapare presiona
hacia la conformación de un tipo de alianza poco frecuente hasta
entonces en Bolivia: los cocaleros, Evo Morales y su entorno más
cercano, se convierten en el centro de una especie de coalición
ampliada de fuerzas campesinas y de clases medias, siendo ellos
–los cocaleros– quienes conservan los hilos de las decisiones más
importantes en cuestiones electorales.
Es decir, la tradicional alianza de la izquierda mestiza y criolla,
en búsqueda de una base social a la cual dirigir, se invierte radi-
calmente al paso de los años, y los términos de las asociaciones
electorales son otros: una base social compacta, organizada y con
fines autónomos –la defensa de la coca en primer término– en
búsqueda de otras figuras y apoyos en otras regiones del país, con
20. “El comportamiento político electoral de los productores de coca asentados en la zona del Tró-
pico de Cochabamba, demuestra un rotundo rechazo a la política implementada por diferentes go-
biernos en relación a la erradicación de los cultivos de coca y la violenta represión producto de ésta”
(Llorenti, 1999: 29).
21. Pablo Mamani (Mamani, 2004) analiza con cierto detalle la doble naturaleza política de la orga-
nización cocalera y del MAS en tanto “partido campesino” y movimiento social con reivindicaciones
y prácticas étnicas aymaras y quechuas.
197
una prístina claridad acerca de su propia fuerza y de la debilidad
orgánica de los otros.22
Por otra parte, a partir del año 2000, en medio del paulatino
endurecimiento de la política erradicadora y represiva de Hugo
Bánzer, ocurrió la Guerra del Agua en la ciudad y los valles cocha-
bambinos y se inauguró el período de acelerada movilización sobre el
que estamos reflexionando. Entre 2000 y 2002, los cocaleros apoya-
ron comprometida y contundentemente la movilización, sobre todo
en Cochabamba. No sólo bloquearon el camino hacia el Chapare
en varias ocasiones, sino que incluso significativos contingentes de
cocaleros participaron en las batallas urbanas con toda su experien-
cia de enfrentamiento en los caminos. Sin embargo, la articulación
entre estas fuerzas distintas nunca estuvo exenta de tensiones pues
la participación cocalera no era mera y únicamente solidaria. Más
bien, buscaban enlazarse y reforzar la lucha por el agua, calculando
sus tiempos y posibilidades de impulsar y negociar de mejor manera
su propia causa: la defensa de la coca. Igualmente ocurrió con las
luchas y bloqueos comunitarios y campesinos a nivel nacional convo-
cados por la CSUTCB: los cocaleros se sumaron y dieron fuerza a la
movilización colectiva, en septiembre de 2000, por ejemplo, aunque
casi siempre lo hicieron calculando sus propios ritmos y centrando la
atención y el esfuerzo en la resolución de su propia problemática.
De todas maneras, entre 2000 y 2002 se configuró un tiempo
y un ritmo de cooperación de las diversa luchas, que acrecentaron
la capacidad e influencia de cada uno singularmente. Sin embargo,
la fuerza y los intereses cocaleros no se desplegaban únicamente
dentro del formato de potente estructura sindical de base y de arti-
culación en la Federación Especial del Trópico de Cochabamba.
22. El Informe de Derechos Humanos escrito por Llorenti en 1999 brinda la siguiente información:
“En las elecciones generales de 1989, el movimiento cocalero respaldó a la Izquierda Unida que
postuló a Antonio Araníbar (ex ministro de Relaciones Exteriores de Sánchez de Lozada) para la
presidencia de la República. Este frente ocupó los primeros lugares en las siguientes poblaciones
chapareñas: Chimoré con el 25,9% de la votación total, Puerto Villarroel, 36,5% y Villa Tunari con el
43%”. El resultado total de la votación de IU ese año resultó catastrófico, es decir, desde comienzos
de los 90 los cocaleros sabían que ellos eran capaces de obtener votaciones muy altas en su región y
que no obtenían demasiado –aparte de la llamada “personería jurídica”– de las alianzas con los par-
tidos tradicionales de izquierda. Para mayor información sobre la historia electoral boliviana puede
revisarse: Romero, 1998.
198
Para entonces, con sigla propia, iban conformado un partido políti-
co de izquierda entablando acuerdos eminentemente políticos –en
el sentido canónico– y electorales con una gama amplia de orga-
nizaciones no gubernamentales y con otros grupos partidarios.
Esto se convirtió, a la larga, en una dificultad para la unificación
en marcha de la lucha social, aunque también, tal como ocurrió en
2002 –y luego en 2005– exhibió que los mecanismos electorales
de contención política iban paulatinamente siendo invadidos y
ocupados por representantes destacados de las fuerzas de la insu-
bordinación, inmersos en nuevas y cada vez más complejas contra-
dicciones y dificultades. Además, el espectacular crecimiento del
MAS durante 2002 merece atención especial en virtud de las muy
particulares alianzas que se gestaron entonces.
En resumen, lo relevante de todo lo hasta aquí mencionado es
que en el Chapare, los hombres y mujeres productores de hoja de
coca organizados desde sus sindicatos de base sostuvieron durante
más de una década una larga lucha de resistencia en defensa de la
coca actuando como movimiento social y consolidando un partido
político propio; defendieron su derecho a la siembra de, al menos,
determinadas extensiones de cocales y pelearon por ese derecho de
todas las maneras posibles incluyendo los comités de autodefen-
sa; operaron como autoridad civil de facto y, sólo posteriormente,
como autoridad municipal legalmente reconocida consolidaron
una posición de fuerza para negociar con posibles aliados.
Ahora bien, en comparación con las anteriores fuerzas sociales
que produjeron el quiebre de 2000-2002 analizadas a lo largo de
este capítulo, los productores de coca del Chapare tenían una ven-
taja: la centralidad de la demanda de la coca esgrimida desde un
inicio les permitió hacer alianzas múltiples con otros movimientos
y otras fuerzas, a la manera de una gigantesca sumatoria, que es lo
que a la larga habilitó también el triunfo electoral de 2005. Si bien
en un momento inicial, entre 2000 y 2002 los cocaleros tendieron
puentes sobre todo hacia la lucha cochabambina por el agua y, con
mayor dificultad a través de vínculos nunca exentos de conflictos
y rivalidades, con las movilizaciones aymaras de occidente y con
199
algunos sectores comunarios de La Paz, Oruro y Potosí; después
de 2002 oscilaron combinando una estrategia de profundización
de la lucha social entrelazada, a veces contradictoriamente, con la
participación electoral.
A partir de 2002, el movimiento cocalero, el MAS y su dirigen-
te más visible, Evo Morales, privilegiaron en muchas ocasiones la
consolidación de su propio partido y sus perspectivas de expansión
política formal y triunfo electoral. A fin de mostrar esta tensión
entre la lucha social y la perspectiva electoral, tal como quedó
constituida a partir de 2002, abundaré un poco más, primero,
en los conflictivos momentos entre fines de 2001 y principios de
2002, que constituyen un momento central de la consolidación
de los cocaleros del Chapare como fuerza social y política a nivel
nacional; finalmente, revisaré lo ocurrido después del triunfo en la
“Guerra de la Coca” cuando, tras la elecciones de junio de ese año,
el MAS surgió como la segunda fuerza electoral de Bolivia.
200
el sistemático antagonismo ya bosquejado entre cocaleros, gobierno
y fuerzas policiales y militares, desde 1998 hubo un claro incremen-
to tanto en el nivel de represión ejercida como en la brutalidad de
cada una de las acciones militares. Esta presión militar incremen-
tada, por un lado, configuró una especie de “estado de guerra” que
profundizó el malestar y desconfianza existente en la zona contra las
políticas estatales y, por otro, obligó a las organizaciones cocaleras a
buscar y consolidar alianzas más sólidas con otras luchas y a hacer
compromisos con otras fuerzas sociales y políticas locales.
Como parte de la estrategia represiva incrementada durante el
gobierno de Jorge Quiroga, el 27 de noviembre de 2002 fue aproba-
do el D.S. 26415 que prohibía el secado, transporte y venta de coca
plantada en zonas ilegales en los mercados primarios.23 Según lo
establecido por dicho decreto: “De acuerdo a las normas quien sea
sorprendido transportando o comercializando coca será encarcelado
entre doce u ocho años”. Esta disposición afectaba de manera par-
ticular a la región del Chapare que es donde se asientan la mayoría
de las zonas de cultivo catalogadas como “ilegales” y que hasta ese
entonces habían sido consideradas como regiones “en transición”.
Durante todo diciembre hay una gran inquietud en toda la
región y hubo una gran cantidad de enfrentamientos entre fuerzas
policiales y cocaleros en distintos puntos del Chapare. En este clima
de tensión y hostigamiento, en diversas reuniones y ampliados se
elabora un pliego de reclamos con varias exigencias: derogación del
D.S. 26415; aclaración de la muerte del cocalero Casimiro Huanca;
suspensión de la erradicación forzosa de la hoja de coca; extradi-
ción del ex mandatario Hugo Bánzer Suárez por aquel entonces en
tratamiento en Estados Unidos; y que no se realice el desafuero del
23. La hoja de coca se distribuye “al mayoreo” con base en ciertos mercados que son llamados pri-
marios. Dos son los más importantes, el mercado de Villa Fátima en La Paz y el de Sacaba en Cocha-
bamba. En esos mercados, los “rescatistas”, es decir, los comerciantes de coca que compran el acopio
a los productores directos en los distintos pueblos y localidades, deben concentrar toda la mercancía
para que se pueda ejercer cierto control policial; posteriormente, desde ahí se realiza la reventa de
la coca a los diversos comerciantes y distribuidores mayoristas y minoristas que la llevan a todo el
país. En este sentido, si se declaraba “ilegal” una vasta región del Chapare como productora de hoja
de coca, toda la producción se “ilegalizaba”, se expulsaba del “mercado legal” –primario- y se ame-
nazaba con cárcel a quienes comerciaran con ella. De este tamaño fue la amenaza que confrontaron
en 2001 los cocaleros de el Chapare.
201
diputado Evo Morales. Por su parte, el gobierno decide no atender
ninguna de las demandas y procede a cerrar el mercado de coca
de Sacaba, una población a la salida de la región del Chapare muy
cercana a la ciudad de Cochabamba.
En otro frente del antagonismo, por esas mismas fechas se dis-
cutía en el Parlamento la cuestión del desafuero de Evo Morales,
por entonces el diputado con mayor legitimidad si nos ceñimos a
los criterios de la democracia representativa, en virtud de que fue
electo por más del 60% de la votación en su circunscripción. Esta
medida política de los parlamentarios de los partidos tradicionales
contra el dirigente cocalero y diputado tenía como antecedente,
además del desprecio racista de sus colegas hacia un diputado
popular de origen indígena con prestigio y enorme habilidad ver-
bal, una serie de demanda judiciales que algunos empresarios de la
región del Chapare habían interpuesto contra Morales por “daños
y perjuicios” a sus actividades económicas durante la luchas y
bloqueos de caminos del año 2001. Así, en enero de 2001 se bus-
caban pretextos para conseguir el “desafuero” de Evo Morales y el
trámite correspondiente avanzaba lentamente entre la Presidencia
del Congreso y una Comisión de Ética que debía elaborar un dic-
tamen. La intención partidaria de las élites de expulsar a Morales
del Congreso, era percibida por una gran parte de la población
como una especie de abuso intolerable, como una acción mafiosa
e indigna contra una persona que había resultado electa en las
urnas, estuvieran o no de acuerdo con él y su política.
En medio de este clima de crispación contra los intereses del
movimiento cocalero en dos frentes: ilegalizando el comercio de
su hoja de coca y promoviendo el desafuero de Morales, los pro-
ductores de coca convocaron a una manifestación en el Chapare y
en Cochabamba para el 14 de de enero de 2002, que es el comien-
zo de una durísima batalla contra el D.S. 26415 y por el derecho
a comercializar la coca de toda la región. En el siguiente cuadro
presentamos una reseña de los eventos más importantes de esta
confrontación:
202
Cronología de la Guerra de la Coca
203
18 de Son encontrados en la localidad de Sacaba los cadáveres de
enero dos uniformados, un policía y un subteniente de las Fuerzas
de 2002 Armadas, que según informes oficiales, fueron victimados por
cocaleros la noche del 17 de enero tras ser sacados y arrastra-
dos de las ambulancias en que se transportaban.
19 de La Sede Sindical de los cocaleros del Chapare en la ciudad de
enero Cochabamba es intervenida violentamente por efectivos milita-
de 2002 res y policiales, dando como resultado la detención de aproxima-
damente 100 cocaleros, de los cuales treinta fueron retenidos en
celdas de la PTJ (Policía Técnica Judicial), mientras que el resto
fue trasladado nuevamente al trópico cochabambino.
Entre los treinta cocaleros detenidos se encontraban Silvia
Lazarte, Leonilda Zurita, Delfín Olivera y Feliciano Mamani.
Aquel día, el gobierno emitió sesenta mandamientos de apremio
en contra del movimiento cocalero por los delitos de asesinato, ins-
tigación pública a delinquir y atentados contra bienes públicos.
En los alrededores de la Sede sindical cocalera en la ciudad, se
denuncian excesos por parte de la policía, que tras haber sacado
del local a los dirigentes, los habrían golpeado formando un
“callejón” donde, según los pobladores, les dieron de patadas y
culatazos para luego llevárselos en calidad de detenidos.
Ante tales acontecimientos, el dirigente cocalero Evo Morales
ratifica la intención de la toma del mercado de la coca en Sacaba,
así como también ratifica los bloqueos en las carreteras de
Cochabamba, medida que es apoyada por la Coordinadora de
Defensa del Agua y la Federación Departamental de Regantes.
21 de Evo Morales es acusado por el gobierno, los congresistas de los
enero partidos de derecha y los medios de ser el autor intelectual de
de 2002 la muerte de los cuatro uniformados en la localidad de Sacaba.
Argumentando lo anterior, varios diputados nacionales per-
tenecientes a los diferentes partidos tradicionales, intentan
apresurar el trámite de desafuero de Morales. La “Comisión
de Ética” de la Cámara de Diputados, se compromete a entre-
gar el informe requerido para tomar la decisión en un tiempo
record de 48 horas. El objetivo es privar a Morales de la “inmu-
nidad parlamentaria” y encarcelarlo.
23 de Los congresistas de ADN, MIR, UCS, MNR y NFR –es decir, todos
enero los partidos tradicionales con representación en el– se alían y alcan-
de 2002 zan un acuerdo para firmar y ejecutar el “Acta de Entendimiento”
que separa de manera definitiva a Evo Morales del Parlamento.
Ante tal acción, Evo Morales se declara en huelga de hambre y
busca la solidaridad de los demás cocaleros que, por entonces,
se encuentran en vigilia en la ciudad de La Paz en instalacio-
nes de la Universidad Mayor de San Andrés.
204
25 de Cochabamba vive una violenta confrontación, considerada
enero similar a las jornadas de la “Guerra por el agua”. En esta
de 2002 ocasión los combates en las calles fueron en contra de la sus-
pensión del diputado Evo Morales y por la liberación de los 21
cocaleros detenidos en celdas de la PTJ.
La marcha de protesta en Cochabamba, que había sido convoca-
da para demandar la restitución de Evo Morales al parlamento,
por la liberación de los detenidos y por la derogación del Decreto
Supremo 26415, transcurrió de manera pacífica hasta que al
finalizar la concentración y luego de pronunciados los discursos,
los llamados “guerreros del agua” junto a estudiantes universi-
tarios se reunieron frente al Comando Departamental de Policía
exigiendo la libertad inmediata de los detenidos y arrojando
piedras. La policía intervino disparando balines y gases lacrimó-
genos, afectando a toda la población en general que no tardó en
unirse a la protesta universitaria. Comerciantes, vecinos y hasta
algunos guardias de seguridad encendieron rápidamente fogatas
y armaron barricadas por las calles de la ciudad de Cochabamba.
Como consecuencia de todo ello se registraron dos heridos de
gravedad por impactos de cápsulas de gas lacrimógeno.
Por otro lado, Felipe Quispe Huanca, máximo dirigente de la
CSUTCB, declaró su solidaridad con el dirigente Evo Morales
y con todo el movimiento cocalero y anunció, en el congreso
de “Territorio y Tierra” de la CSUTCB, que dicha organización
daba un plazo de cinco días al gobierno para que se derogue el
Decreto Supremo 26415 y se trate el tema del incumplimiento
al acuerdo de Pucarani.1
26 al 28 Continúan las presiones y los cocaleros amenazan con blo-
de enero queos si no se cumplen sus exigencias. Al reclamo se
de 2002 suma la Coordinadora por la Defensa del Agua y la Vida de
Cochabamba que dice que lo que debe cerrarse no es el mer-
cado de Sacaba sino el Parlamento boliviano.
29 de Se anuncia la muerte de un cocalero en la localidad de Shinahota
enero por un disparo en la espalda cuando, según los reportes oficia-
de 2002 les, fue sorprendido por los efectivos policiales intentando blo-
quear la carretera junto a sus demás compañeros.
30 de Se protagoniza una nueva marcha cocalera que se instala en la
enero plaza 14 de Septiembre –centro de la ciudad de Cochabamba–
de 2002 para realizar ahí un “acullico2” masivo. Esto genera el cierre de
todo el centro de la ciudad al tráfico vehicular. La manifestación
es reprimida duramente y los vecinos del lugar protegen y pro-
testan junto a los cocaleros. Crece la indignación social por el
grado de represión y las constantes agresiones. Ese día son dete-
nidas 17 personas (todas heridas debido a la violencia policial).
205
31 de Se registran diversas manifestaciones y bloqueos esporádicos
enero al 7 tanto en la ciudad como en el campo. Las comunidades aymaras
de febrero y qhiswas convocadas por la CSUTCB, los cocaleros del Chapare
de 2002 y de los Yungas protagonizan bloqueos de caminos en los depar-
tamentos de La Paz, Chuquisaca, Potosí, Oruro y Cochabamba.
Cochabamba colapsa al quedar aislada del país por todas las
vías terrestres. El bloqueo entre Cochabamba y Santa Cruz,
protagonizado por los cocaleros es total.
9 de Finalmente, tras casi un mes de conflicto, los cocaleros llegan
febrero a un acuerdo con el gobierno y se levantan todas las medias de
de 2002 presión. El gobierno se compromete a suspender la aplicación
del Decreto Supremo 26415 durante al menos 3 meses, además
de liberar a los detenidos e indemnizar a los familiares de los
fallecidos. Morales queda fuera del parlamento.
La unificación alcanzada para la lucha entre Morales y Quispe se
quiebra en el momento de la firma del convenio. Los cocaleros
levantan el bloqueo antes que los demás, que se quedan cierta-
mente descolocados y con las fiestas de Carnaval encima.
*Elaboración propia con base en la revisión de notas de prensa de los
periódicos La Razón y La Prensa de la Paz y Los Tiempos de Cochabamba
entre el 20 de noviembre de 2001 y el 10 de febrero de 2002.
1. De acuerdo a un balance escrito en la época por Álvaro García: “Esto dio un giro definitivo al
conflicto. No solo era la ciudad valluna la que se coaligaba con los cocaleros, sino también todo el
movimiento indígena campesino con gran capacidad de movilización en los departamentos de La
Paz, Oruro, Potosí, parte de Sucre y Santa Cruz. Esto marco el inicio de la derrota de la estrategia
gubernamental pues ella se sostenía sobre la localización del conflicto; pero con la incorporación
de la Coordinadora y más aun de la CSUTCB, el conflicto asumía un carácter nacional con decenas
de frentes a ser atendidos simultáneamente. A los pocos días de esa declaratoria, los caminos del
altiplano, de la carretera Oruro-La Paz, La Paz-Copacabana, La Paz-Desaguadero, La Paz-Rio Abajo,
Oruro-Potosi, Oruro-Cochabamba, ademas de la carretera Cochabamba-Santa Cruz que ya estaba
anteriormente bloqueda, quedó alfombrada de piedras. Las técnicas comunales de movilización
lentamente se ponían en acción”. [García Linera, 2002]
2. Acullicar la hoja de coca es el nombre del proceso de insalivación y “mascado”, que hace que las
sustancias contenidas en la hoja se incorporen al torrente sanguíneo.
206
Ahora bien, puede decirse que la Guerra de la Coca, después
de la Guerra del Agua, constituyó un nuevo y lapidario triunfo de
los movilizados: el gobierno de Quiroga “retrasó” primero, y olvidó
después, su afán de ilegalizar el mercado de Sacaba y los presos
salieron en libertad. En esta ocasión, además, se experimentó por
primera vez la capacidad social de poner cercos a otras ciudades,
en este caso, a Cochabamba, a partir de gigantescas acciones de
cooperación entre diversas fuerzas. En tal sentido, Álvaro García
hizo en aquel entonces una interesante lectura de lo ocurrido sugi-
riendo que lo que se derrotó en enero de 2002, además de lo esta-
blecido en el D.S. 26415, fue un plan contrainsurgente que busca-
ba concentrar toda la fuerza militar del estado en la represión de
uno sólo de los contingentes que se habían venido movilizando de
manera más o menos coordinada durante los años anteriores.24
En cierto sentido, la desmedida y provocadora acción del
gobierno de Quiroga, la intervención pública anti-cocalera rayana
en lo escandaloso del embajador norteamericano en esos días, así
como la ferocidad de la represión desatada, hacen consistente tal
hipótesis. Esto es, tras la salida de Bánzer del gobierno en razón de
su enfermedad, el gobierno de Quiroga asesorado por el gobierno
estadounidense, habría intentado establecer un límite militar al
avance y coordinación creciente de las luchas sociales en Bolivia,
aislándolas entre sí y confrontando inicialmente al segmento por
entonces más frágil y localizado geográficamente: los productores
de coca del Chapare.
Esto, tal como se sigue de la relación de los hechos contenida
en el cuadro cronológico, definitivamente no ocurrió. Y, más bien,
entre enero y febrero la confrontación se produjo, por primera vez
de manera claramente coordinada y a nivel departamental y nacio-
nal, en defensa de la hoja de coca y sus mercados. Sin embargo,
tal como también señala García Linera en el momento de la “vic-
toria”, las tres fuerzas principales de esta batalla: los cocaleros,
la población cochabambina aglutinada en la Coordinadora y los
207
comunarios aymaras y qhiswas organizados en la CSUTCB, cami-
naron cada quien para su lado:
208
Con toda la fuerza ganada en las confrontaciones de enero y
febrero de 2002, los cocaleros se prepararon para participar en las
elecciones de junio siguiente. Sin embargo, tras la victoria en la
Guerra de la Coca, también se hizo evidente que Morales y Quispe
no podrían volver a caminar juntos y que, en caso de cooperar, lo
harían de manera ambigua buscando cada uno la manera de hege-
monizar y subordinar al otro.
En cierta medida, más allá de las rivalidades personales, las
desconfianzas y los odios recíprocos entre los entornos de ambos,
considero que después de 2002 y con una “clase política” en fran-
co proceso de colapso, lo expresado y buscado por cada una de las
dos fuerzas sociales representadas por Morales y Quispe se volvió
incompatibe. Los cocaleros se propusieron avanzar institucional-
mente, ocupando más y más cargos en el aparato estatal, tras con-
seguir una victoria clave en su durísima lucha de resistencia. Las
comunidades aymaras y de algunas regiones qhiswas perseveraron
en su levantamiento, bloqueando caminos y cercando ciudades
para trastocar, desplazar y confrontar de manera más profunda
las relaciones sociales. Cada uno siguió su camino y, hasta cierto
punto, ambos torrentes tuvieron éxito.
En cuanto a la consolidación del MAS como segunda fuerza
electoral de Bolivia en las elecciones de junio de 2002, valgan unas
cuantas consideraciones en torno a esto.
209
la Corte Nacional Electoral (CNE) a ningún candidato a segundo
senador; sin embargo, al obtener la mayoría de la votación en ese
departamento, correspondían al partido cocalero dos senadores
por Potosí, de un total de tres. En negociaciones con otras fuerzas
políticas el MAS consiguió que la CNE emitiera una resolución
estableciendo que todos los candidatos efectivamente inscritos por
el MAS en ese distrito subieran un escalón: el primer diputado
plurinominal pasó a ser el segundo senador faltante, el segundo
diputado pasó a ser primero, etc. Hasta cierto punto, la expansión
del MAS resultó tan contundente y asombrosa, que algunos llega-
ron a calificarla de “insurrección electoral” (Mamani).
¿Qué había ocurrido para que se produjera este triunfo elec-
toral tan amplio y contundente? Por un lado, algunos ensayaron
la tesis de que como fruto de las movilizaciones ahora “los indios
votaban por indios” (AGL); otros argumentaban que las agresivas
intervenciones del embajador estadounidense Manuel Rocha
durante la campaña electoral, en esta ocasión habían producido
el efecto contrario al esperado: inducir a la masiva votación por el
MAS.25 Todos estos elementos contribuyen a entender la expan-
sión electoral del partido con sus virtudes y defectos, aunque no
dan cuenta del modo en que tal cosa ocurrió. En contraste, con-
sidero que la principal explicación del triunfo electoral está en la
vigorosa política de alianzas que el partido cocalero estableció con
un conjunto de fuerzas y organizaciones sociales locales, persona-
lidades de distintos orígenes políticos y académicos, miembros y
activistas de ONG y organizaciones políticas de la vieja izquierda,
configurando un mosaico de vínculos, un tramado de ligazones
y nudos muy exitoso, aunque igualmente complejo y difícil de
25. Manuel Rocha, por entonces embajador de EE.UU. en Bolivia, en una visita al principal cuartel
policial en el Chapare dijo ante los medios de comunicación: “Yo no votaría por alguien que está en
la lista negra de los EE.UU. bajo sospecha de narcotráfico y terrorismo”. Esta afirmación, insisten-
temente difundida por la prensa fue respondida contundentemente por Evo Morales y su equipo de
campaña por un lado, exigiendo pruebas de las acusaciones vertidas y, por otro, presentando públi-
camente la pregunta de quién debe decidir sobre quiénes pueden ser los gobernantes en Bolivia: la
población boliviana o un embajador extranjero. A partir de este episodio el MAS subió 4 puntos por-
centuales en la intención de voto. Por su parte, Morales, de manera sarcástica, comenzó a referirse a
Rocha como su “jefe de campaña”, de tal manera que el debate político electoral desbordó las formas
clásicas para convertirse en una confrontación continua entre Evo y Rocha.
210
comprender. Esto es, la expansión del MAS no puede entenderse
como una articulación política tradicional en torno a una postu-
ra hegemónica organizada y abarcativa sino, sobre todo, como
la generalizada y múltiple sintonía electoral de una variedad de
fuerzas y organizaciones de base en una realidad social diversa,
en torno al movimiento cocalero del Chapare y a su dirigente
principal, Evo Morales.26
Las campañas electorales de 2002 comenzaron más o menos
cuatro meses antes del día de los comicios, casi inmediatamente
después de la Guerra de la Coca, con el movimiento cocalero
estrenando en elecciones generales, ahora sí, su propia sigla, el
MAS. Esto es, sin ninguna otra alianza previa con otras fuerzas de
izquierda ya constituidas (como había sido el caso de la alianza con
la IU) que le restaran capacidad de maniobra.27 En esas condicio-
nes el esquema de expansión que diseñó el equipo de campaña del
partido fue privilegiar los contactos y acuerdos con movimientos
locales, organizaciones de base y dirigentes intermedios de organi-
zaciones más grandes con fuerte arraigo territorial.
El acuerdo consistía, a grandes rasgos en lo siguiente: sobre
una plataforma electoral más bien vaga, discursivamente antineo-
liberal, centrada en la defensa de la coca y aceptando la candidatu-
ra de Evo Morales para presidente de la República, el MAS ofrecía
su sigla para que la organización local con la cual establecer alian-
za, inscribiera a sus candidatos sin que el partido se entrometiera
26. Según Luis Gómez, el partido “formal”, la estructura del MAS en cuanto tal, con registro ante
la CNE y una serie de dirigentes y secretarios visibles, nunca fue concebido como la parte central
de la organización electoral sino como el “parapeto” ante la legalidad boliviana: “Tenían todo ante la
CNE, secretarios de esto y de lo otro, Tribunal de Honor, etc.; pero internamente lo que pesaba en
realidad era la popularidad y prestigio de la gente, su ‘arrastre’…”. Luis Gómez, entrevista realizada
en La Paz el 29/X/07.
27. El candidato a vicepresidente por el MAS en 2002 fue Antonio Peredo Leigue, hermano mayor
de dos guerrilleros que participaron en el esfuerzo revolucionario del Ché Guevara en Bolivia en
1967. Peredo, periodista comprometido con la labor de denuncia y análisis crítico de las políticas
neoliberales, de filiación “guevarista” y siempre cercano a otras experiencias guerrilleras pro-cuba-
nas no tenía pertenencia partidaria clara; se mantenía hasta entonces, más bien, como un hombre
de izquierda radical comprometido y solidario con las causas populares y con una gran cantidad de
contactos entre los militantes de izquierda. Es interesante notar el lugar de candidato a vicepresiden-
te que Peredo ocupa en las elecciones de 2002 sellando una alianza, en tanto representante urbano
de una izquierda añeja, con el ascendente movimiento cocalero y su partido donde, sin embargo,
Evo Morales va a la cabeza. Algo similar aunque no idéntico ocurrirá en 2005, cuando el candidato
a vicepresidente será Álvaro García.
211
demasiado en dicha selección que, más bien, quedaba sujeta a la
decisión local, muy diversa de acuerdo a la región.28
Una vez formalizado el acuerdo y nominados los candidatos
locales –a diputados principalmente–, el MAS los incluía en su
lista y acordaba una visita de campaña de Evo Morales a la comu-
nidad o región, cuya organización y costos quedaban a cargo de
las organizaciones de base locales (sindicatos agrarios, gremios,
asociaciones de vecinos, de colonizadores, etc.).
De esta forma, el MAS podía asegurar la realización de una
campaña prácticamente nacional desembolsando pocos recursos
desde la estructura del partido –que no contaba con ellos– y, más
bien, comprometiendo al conjunto de la población en la parti-
cipación directa en la organización de los actos de proselitismo
electoral. Curiosamente los cargos “más altos” puestos en juego,
como las senaturías –2 por departamento como máximo posible–
no entraban a mayor negociación pues todos creían muy difícil
obtener suficiente votación como para alcanzarlos.
En este sentido, una fuente de la estructura partidaria de la
ciudad de El Alto recordaba: “En 2002 nadie quería ser candidato
a senador por el MAS; los cargos importantes, los que se nego-
ciaban con los artesanos y los gremiales eran las diputaciones
titulares y las suplencias.
Por eso, en La Paz anotaron a Esteban Silvestre. Era un reco-
28. Luis Gómez, quien participó en el equipo de campaña de aquellas elecciones, señala que el
planteamiento básico consistía en asumir: “No vamos a ganar la presidencia pero estableceremos
un reducto ‘nuestro’ dentro de sus instituciones, lo más sólido posible”. A partir de ello la nego-
ciación de las alianzas era bastante pragmática: con diversos grupos políticos y organizaciones de
base la “transacción” que se hacía era: “Apoyo a la campaña de Evo y a quienes quieran incluir
en la lista y establecer qué quieren a cambio”. En todos los casos donde era posible, además, se
replicaba el formato de la alianza para la presidencia: un dirigente social o local en primer plano y
un mestizo de la academia o de la prensa “atrás de él, respaldándolo”. La misma fuente señala que
en términos organizativos se creó por entonces un equipo operativo que diseñaba las respuestas
políticas de coyuntura para la campaña donde convivían periodistas, militantes de izquierda y
dirigentes cocaleros y campesinos, al que se referían como “Comité Central”. Esa estructura no
correspondía plenamente a la dirección formal del partido. Entrevista a Luis Gómez en La Paz,
el 29/X/07. Lo expresado por Gómez coincide completamente con lo que me explicaron fuentes
ligadas al MAS en el departamento de Santa Cruz en entrevistas realizadas en esa región en marzo
de 2006 para aclarar lo relativo al “triunfo electoral de 2005”.
212
nocimiento formal al apoyo a Evo que iba a dar Genaro Flores”.29
Resulta entonces que la campaña electoral se desarrolló más o
menos de la siguiente manera: respetando ampliamente las autono-
mías locales y permitiendo la configuración de una especie de malla
o tejido múltiple de alianzas, aunque muchas veces localmente
contradictorio. Luis Gómez refiere, por ejemplo, la negociación del
MAS con el gremio de los carniceros de La Paz en los siguientes
términos: “Se acordaba apoyar al Evo y estos gremialistas metían
plata fuerte para organizar la campaña; a su vez, nombraban a un
candidato a diputado de entre ellos y no importaba mucho el pasado
o las posturas de esa persona. Después aparecían, por ejemplo, las
vivanderas de El Alto y sugerían otra persona. Entonces comenzaba
una especie de puja; el que aportaba menos introducía un candidato
suplente a las franjas de seguridad y así con todos los sectores. (Es
decir) no es una estructura política en términos clásicos, es una
enorme alianza donde no se esconden las relaciones de compra y
venta aunque no sólo son eso”.30 De esta manera, en 2002 se extien-
de la estructura organizativa electoral y aparece “presencia” del MAS
en lugares de Bolivia donde no existía anteriormente.
Por otro lado, en 2002 los MASistas aprovecharon bien todas
las oportunidades para exhibir las fracturas étnicas y de clase en
29. Entrevista a un dirigente regional del MAS en El Alto que prefiere que su nombre no figure,
realizada en El Alto el 30/X/07. Genaro Flores es aymara y fue el primer dirigente de la CSUTCB
en la época de los bloqueos de caminos de 1979 contra la dictadura militar. Por su parte, Gómez
comenta que entre los ocho senadores que resultaron electos en 2002, el origen social era de lo más
variopinto. Hasta cierto punto, para esos puestos se privilegió a figuras del ámbito intelectual y de la
izquierda, en tanto eran los puestos más difíciles de alcanzar que tenían, por tanto, menor impor-
tancia en términos de los acuerdos operativos para realizar la campaña. Por Cochabamba resultaron
electos Filemón Escóbar, antiguo mentor político de Evo y tradicional apoyo del movimiento cocalero
del Chapare, y Marcelo Aramayo, pastor metodista “guevarista” y catedrático de la UMSS. En La Paz
fueron electos Esteban Silvestre, que viene de la cuota de Genaro Flores, y también Alfonso Cabrera.
En Oruro, resultaron electos el ingeniero Carlos Sandy, comunista educado en la Universidad Patri-
cio Lumumba, y Alicia Muñoz, antropóloga y miembro de ONG que ha trabajado el tema de mujeres
indígenas, posterior primera ministra de Gobierno en 2006-. En Potosí sólo estaba considerado
Félix Vázquez, militante antiguo del movimiento obrero y popular con arrastre y prestigio local. Des-
pués de que el MAS obtuvo mayoría en el departamento se incluyó a Bonifaz Bellido como segundo
senador. Este último es potosino, residente en La Paz, fundador del MAS y dirigente juvenil, anotado
en las listas como primer candidato a diputado plurinominal por Potosí. El heterogéneo conjunto
de senadores por el MAS en el período 2002-2005 resultó a la larga muy difícil de coordinar y con-
trolar por Escóbar, quien se convirtió en jefe de la bancada, y los senadores recibieron todo tipo de
acusaciones: desde la de aceptar sobornos hasta la de “traición” al votar en contra de lo decidido por
el partido en algunas resoluciones.
30. Gómez, entrevista citada.
213
la sociedad boliviana en el contexto de la pretendida igualdad
política asociada a la democracia procedimental. Un momento
importante en la campaña electoral fue el debate entre candidatos
presidenciales organizado por los medios de comunicación y otras
instituciones en el Hotel Radisson de La Paz; debate al que, por
supuesto, no invitaron a Evo argumentando que él sólo encabe-
zaba una fuerza local. El equipo de campaña de Evo decidió que
el candidato de todos modos se presentara al evento aunque fuera
solamente para “hacerse botar” de las instalaciones y ambientes de
la élites; lo cual efectivamente sucedió. La transmisión televisada
y narrada por radio de la trifulca que se armó a las puertas del
hotel entre la policía y el entorno de Morales, que una vez más
quedaban “afuereados” del debate político tradicional, resultó muy
importante durante la campaña. Por otro lado, la idea central que
Evo defendía en los múltiples actos de campaña a nivel local, era
“no estamos solos […] miren, aquí estamos todos, gremios, cam-
pesinos, organizaciones, intelectuales honestos, todos […]”.31 Estas
explicaciones enriquecían la consigna “Somos pueblo, somos
MAS” que alentaba la idea de que el triunfo electoral era posible.
En tales circunstancias, en diversas regiones del país comenzaron
a multiplicarse los actos de campaña: “aparecen más actos, más
reuniones, más gente que quiere aliarse”.
La expansión electoral del MAS en 2002 consistió, pues, en la
propagación en momentos de efervescencia social como los que
se vivían entonces de, por un lado, la estrategia seguida por los
cocaleros del Chapare de ir ocupando cargos y puestos políticos de
representación formal como vehículo para conseguir reivindica-
ciones económicas y sociales y también como anhelo de inclusión
en la relación estatal en mejores términos. Por otro, se propagó
una exitosa forma de asociación cooperativa para invadir el espacio
político formal hasta entonces ocupado de manera monopólica
por partidos criollos o mestizos principalmente de derecha aun-
31. Gómez, entrevista citada y también, entrevistas en Santa Cruz en 2006 a fuentes que prefieren
guardar en reserva su nombre.
214
que también de izquierda.32 En contraste con lo hasta entonces
practicado por los políticos tradicionales, para ampliar y tensar
esta red de alianzas el MAS movilizó los códigos de la asociación
desde abajo de manera muy hábil.33 En términos de la plataforma
política del MAS, éste afirmaba su compromiso de llevar adelante
los principales puntos que desde la movilización social fueron con-
virtiéndose en agenda pública y, al mismo tiempo, delimitaba con
claridad un perfil antiimperialista y anti-intervención norteameri-
cana más bien clásico sobre la experiencia en la defensa de la hoja
de coca.34 Todos estos elementos configuraron el triunfo electoral
del MAS en 2002 y generaron también, posteriormente, una gran
cantidad de problemas exhibiendo lo contradictorio del sistema
político liberal frente y contra la dinámica y lógica interna de la
lucha social. Valgan algunas reflexiones en torno a esto.
En primer lugar, cabe insistir que la exponencial ampliación
electoral del MAS tuvo como fundamento, antes que un crecimien-
to organizativo o partidario clásico, la capacidad de articulación de
diversos contingentes y organizaciones sociales a partir de acuer-
32. En el espectro político boliviano de 2002, la única otra fuerza importante de la izquierda era el
Movimiento Sin Miedo (MSM), liderado por Juan del Granado, entonces alcalde de La Paz. Prove-
niente de las antiguas élites vallunas, Del Granado entablaba relaciones fuertemente instrumentales
con los dirigentes sociales, conservando y reforzando todos los códigos de la jerarquía social étnica
y de clase: los que deciden y piensan son los “doctores”, los que “trabajan y apoyan” son los “indios”
y los “trabajadores”. El MSM decidió no participar en las elecciones generales de 2002 y, más bien,
hacia mayo de 2002, esto es, casi al final de la campaña electoral, decidió “sumarse informalmente
al MAS”, con todos sus pertrechos y aparato.
33. En las campañas políticas bolivianas que se realizan en áreas rurales por lo general se super-
ponen dos lenguajes de manera muy peculiar: sobre una especie de “fiesta comunal”, con sus ri-
tuales, su organización del tiempo y su exhibición de ciertos símbolos, se montan los discursos y
arengas de la política partidaria “moderna”. En tal sentido, es evidente la incomodidad, producto
de la impostura, que sienten los candidatos “criollos” o “q’aras” en algunos actos de campaña en
los que se les colocan guirnaldas, se les arroja mixtura, se viste determinado atuendo, se escuchan
prolongadísimos discursos de acogida o se hacen determinadas cosas. En contraste con esto, en la
campaña de Morales ocurría el “sellado de la alianza” ritual en un lenguaje y compartiendo unos
códigos de comprensión comunes, es decir, Morales sabe qué hacer cuando se brinda con chicha
de determinada manera, entiende qué significa la invitación a bailar en un determinado momento,
sabe ser paciente cuando en los actos públicos los anfitriones hablan, etc. Además de esto, a decir de
quienes participaron en la campaña del MAS en 2002, en esa ocasión el discurso de Morales ponía
énfasis en la calidad de la alianza generalizada que se estaba construyendo, antes de insistir en que
se estaba pidiendo un voto para él.
34. Desde la primera gestión de Morales como diputado se publicaba un periódico mensual con el
nombre de soberanía, en el cual se desarrollaban, entre otros temas, argumentos en pro de la sobera-
nía nacional y contra la intervención estadounidense, sobre todo en materia de política antidrogas. El
equipo que producía ese periódico, durante la campaña lo transformó en un semanario más grande
y a color que se convirtió en una útil herramienta de propaganda.
215
dos, alianzas y transacciones una vez aceptados ciertos puntos
mínimos relacionados con: defensa de la hoja de coca, defensa de
la soberanía, la tierra y el territorio y defensa de los recursos natu-
rales. Si bien el movimiento cocalero, Evo Morales y la estructura
partidaria original del MAS tenían un armazón político-electoral
mínimo apoyado económicamente sobre todo por algunas ONG, la
campaña se expandió a partir de las alianzas descritas e igualmen-
te se amplió el “programa”: de manera similar a la sumatoria de
demandas bajo una consigna general ocurrida en las luchas socia-
les, el programa del MAS incluyó un sinfín de reivindicaciones
locales, sectoriales, gremiales, etc., situando como eje principal
la cuestión de la defensa de la hoja de coca. La idea que se dis-
cutía entonces era que esa lista de reivindicaciones, aspiraciones
y exigencias ahora no sólo iba a ser peleada desde los caminos
y las calles, sino que se iba a “viabilizar” desde el Congreso. El
poco éxito de la “viabilización” parlamentaria de reivindicaciones
sociales, antes que disuadir a esta postura la impulsó a apoderarse
también, aunque más tarde, del Poder Ejecutivo.
Por otra parte, desde agosto de 2002 el MAS, de buenas a
primeras convertido en segunda fuerza electoral del país, se fue
transformando ya no sólo en una gran alianza tejida sagazmente
con base en pactos locales y acuerdos a diversos niveles, sino en
una compleja fuerza política con dinero, influencia e infraestruc-
tura estatal a su disposición. En ese sentido, desde que los nuevos
parlamentarios tomaron posesión de sus curules surgieron den-
tro del nombre “MAS”, tres “bloques” claramente distinguibles
aunque a veces intersectados entre sí: en primer lugar, el bloque
de los cocaleros del Chapare con sus diputados y su senador; en
segundo lugar, la estructura partidaria en cuanto tal –el parapeto–,
que ahora tenía a disposición una gran cantidad de dinero de las
prerrogativas electorales otorgadas por la CNE que, por supuesto,
comenzaron a ser objeto de disputa; finalmente, en tercer lugar,
estaba el bloque de diputados y senadores MASistas, los cuales,
por su número e importancia se convirtieron en presidentes y pri-
meros secretarios de diversas comisiones legislativas, también con
216
gran cantidad de recursos a su disposición. Evo Morales, en medio
de este juego a tres bandas, por expresarlo de alguna manera, se
erigió exitosamente como un árbitro del conjunto de intereses
políticos y económicos que comenzaron a ponerse en juego y a
tensarse internamente en más de una ocasión.
Tras la toma de posesión de la amplia bancada parlamentaria
del MAS sucedió un fenómeno que expresa vívidamente tanto las
dificultades al interior del propio MAS para mantener los juegos
de fuerzas y equilibrios hechos en las alianzas electorales, como
las tensiones entre lo que fue, en parte, una exitosa avanzada de la
lucha social al terreno electoral y las dinámicas políticas estatales,
más allá de las personas que ocupan los cargos: desde todos los rin-
cones de Bolivia comenzaron a aparecer en La Paz, en el Congreso y
en las oficinas del partido, dirigentes de las organizaciones sociales
aliadas, por un lado con sus listas de personas “apadrinadas” para
ocupar cargos en el aparato estatal y partidario y, por otro, con sus
exigencias de solución a sus problemas y su premura para que se
“calendarizara”, en la discusión parlamentaria, la atención a sus
reivindicaciones más sentidas. Por ejemplo, llegaban a La Paz, al
Congreso, los dirigentes de alguna federación o gremio de Potosí
trayendo a sus tres o cuatro “apadrinados” para que tengan cargos
públicos, argumentando la obligación de contar con una “tasa de
recuperación” de lo invertido en la campaña; y, en segunda, con
algún proyecto de ley largamente postergado o con alguna declara-
ción congresal que querían que se aprobase… La proliferación de
estos “cobros” políticos, tanto en empleos como en soluciones a las
demandas sociales, configuró un ambiente de grandes discrepan-
cias, rivalidades, enconos y pelas. Una vez electos los diputados y
senadores, el trabajo parlamentario ya no podía seguir funcionando
como una enorme sumatoria: la yuxtaposición de reivindicaciones
tenía que dar paso a soluciones que no podían brindarse desde el
Poder Legislativo y, aparentemente, tampoco desde el Ejecutivo.
La posibilidad de solución a las necesidades sociales y a la aspi-
ración de transformación social, según la perspectiva que sosten-
go, no podía provenir de alguna ingeniosa gestión parlamentaria,
217
y, tampoco, de una hábil gestión gubernamental por sí misma.
El camino, sencillamente, se encuentra en otro lado. Así, si en el
Chapare el movimiento cocalero había tenido cierto éxito relativo y,
sobre todo, permanencia en la administración municipal, el factor
de cohesión más importante del movimiento en cuanto tal estaba
en la continuidad de la lucha en defensa de la hoja de coca y en
ningún otro lado.
Entonces, cuando tras las elecciones los miembros de diversas
y variopintas organizaciones sociales de base llegaron al Congreso
a exigir a sus representantes políticos, ahora consagrados por el
poder formal, el cumplimiento de los acuerdos previos, tanto polí-
ticos como laborales, estos representantes no podían cumplir con
las demandas que se les planteaban pues no era ahí desde donde
la mayor parte de los problemas podían resolverse.35 Tal extremo
comenzó a generar, en primer lugar, una gran frustración, en todos,
en los representados y en los representantes, aunque de distinta
manera. Y, en segundo, amplió la brecha entre representados y
representantes con el agravante de que la voluntad de los representa-
dos había quedado, ahora, delegada, enajenada, en los representantes
a quienes no podían revocar.
En tanto el alma de la política liberal es la delegación de la capa-
cidad colectiva de intervenir en el asunto común, lo más que los
parlamentarios MASistas lograron fue poner en marcha una espe-
cie de proceso de redistribución acotado pero, a la larga, impotente
en la modificación de la relación estatal.
Algo similar ocurrió al interior de la estructura formal del MAS
en cuanto tal: cuando recibieron los fondos para financiar las activi-
dades políticas, aparecieron de todas partes otros dirigentes sociales
para “cobrar” las cuentas pactadas por el apoyo brindado, esto es,
acudieron a La Paz a exigir apoyo monetario y pedir atención. El
argumento inicial de estas exigencias era que los funcionarios par-
tidarios “ni siquiera contaban en términos del trabajo y la impor-
tancia creciente de la organización”. Sin embargo, claro que estos
35. Para una discusión cuidadosa y detallada de las posibilidades e imposibilidades de los represen-
tantes políticos indígenas ver: Chávez Patricia, 2005.
218
funcionarios “contaban”, en tanto “por ley” fue a ellos a quienes
correspondió administrar una gran parte de los recursos públicos.
En estas condiciones comenzó el decisivo año 2003. Después de
la Guerra del Gas, de la caída de Sánchez de Lozada y de la práctica
disolución del MNR como partido, el MAS quedará convertido en
la primera fuerza partidaria en Bolivia y, hasta cierto punto, en el
principal apoyo del gobierno de Carlos Mesa durante 2004. En todo
caso, considero importante entender la peculiaridad de la expansión
electoral del MAS y, sobre todo, registrar los rasgos de respeto a la
autonomía local –en el nombramiento de candidatos, organización
de actos de campaña, expresión de demandas locales, etc.– y de
acción cooperativa desde abajo con fines electorales que se produjo
durante el primer semestre de 2002. Una estrategia de expansión
todavía más amplia y generalizada, aunque similar a ésta, fue la que
precedió al triunfo del MAS en 2005 cuando Morales llegó a la pre-
sidencia de la República: las alianzas en esa ocasión, en tanto lo que
estaba en disputa era el poder a nivel nacional, ya no sólo fueron con
organizaciones locales y fuerzas políticas de base de alcance regio-
nal, sino con otras capas, cuerpos y organismos de la sociedad.
El éxito de los cocaleros en su estrategia electoral, inmediata-
mente después de su victoria en la movilización en defensa de
los cocales y de los mercados de la coca, los convirtió en piezas
decisivas para el curso de las luchas en los siguientes dos años: ya
“no sólo” era una “lucha social” –en el sentido peyorativo que cier-
ta comprensión de los eventos políticos da a este término–; ellos
desplegaron también una lucha política tradicional en toda la línea,
incluido el terreno institucional y la contienda electoral. Sin sos-
tener la clásica dicotomía que caracteriza cualquier esfuerzo elec-
toral como reformista, contraponiéndolo a un hipotético purismo
revolucionario que únicamente brota de la lucha social, considero
que hasta cierto punto, los acuerdos electorales, los tiempos y pro-
cedimientos parlamentarios, así como la amplitud de las alianzas
hechas por el MAS, capturaron parte de la fuerza disruptiva y des-
estructurante que brotó enérgicamente desde abajo en el Chapare,
al menos hasta 2002; al mismo tiempo que contribuyeron, sin
219
duda alguna, a consolidar una estructura política que fue capaz de
sortear la aun más aguda inestabilidad por venir en 2003 y 2005
sin sumergir al país y a toda su población movilizada y levantada,
en una desastrosa guerra civil.
En todo caso, si acaso vale la pena establecer alguna periodiza-
ción dentro de una ola de insubordinación e insurgencia, considero
que una primera fase de este ciclo rebelde se desarrolló entre 2000
y 2002, a partir del imbricado conjunto de sucesos que hasta aquí
he reseñado. Las antiguas categorizaciones maoístas para pautar la
“guerra popular prolongada”, con todas las reservas del caso y sobre
todo considerando que aquí no es un “partido” quien promovió,
llevó adelante y dirigió la lucha, pueden quizás arrojar un poco
de luz sobre este ciclo: en 2002 culminaba la fase de la ofensiva
táctica y la defensiva estratégica. Se había alcanzado un equilibrio
de fuerzas, tal como quedaría demostrado en octubre de 2003 y se
refrendará en 2005. De esto me ocuparé en el siguiente capítulo.
220
Segunda parte
2003-2005: Del colapso del gobierno
al Pachakuti suspendido
221
Capítulo IV
2003: Política insurgente. El año rebelde
1. Jaime Paz Pereira, diputado nacional por aquel entonces e hijo de Jaime Paz Zamora, dirigente
histórico del MIR, había presentado una propuesta de “Ley de Seguridad Ciudadana” (Ley 2494) que
contenía los siguientes dos artículos: “Artículo 213°. (Atentado Contra la Seguridad de los Medios de
Transporte). El que por cualquier modo impidiere, perturbare o pusiere en peligro la seguridad o la
regularidad de los transportes públicos, por tierra, aire o agua, será sancionado con reclusión de 2 a 8
años. Artículo 214°. (Atentados Contra la Seguridad de los Servicios Públicos). El que, por cualquier
medio, atentare contra la seguridad o el funcionamiento normal de los servicios públicos de agua,
luz, substancias energéticas, energía eléctrica u otras, y la circulación en las vías públicas, incurrirá
en privación de libertad de 3 a 8 años”. Es decir, entre otras cosas, convertía en delito con pena de
cárcel el bloqueo de calles y caminos, uno de los principales métodos de la lucha social.
223
Negro”. Así, para analizar los sucesos de 2003, comenzaremos
por un breve repaso de lo ocurrido en febrero que, a mi entender,
constituye un antecedente de los sucesos posteriores, en tanto fue
la primera gran acción de confrontación en La Paz y otras ciuda-
des contra el gobierno de Sánchez de Lozada –que había tomado
posesión el 6 de agosto de 2002–, en la que la población urbana
enfurecida por el aumento de los impuestos exhibió su voluntad de
no acatar las decisiones de los gobernantes y ensayó radicales for-
mas de enfrentamiento. Posteriormente, hilvanaré los principales
cauces del antagonismo que se desplegó en septiembre-octubre,
para reflexionar sobre sus perspectivas emancipativas y sobre las
dificultades y obstáculos que se hicieron patentes entonces.
224
no, que no considera aumentos salariales, lo que derivó
en enfrentamientos armados con fuerzas del ejército y
protestas en las que participaron sectores empresariales y
comerciales del país.
Un multitud prendió fuego al edificio de la vicepresidencia
de la República, del Ministerio del Trabajo, una oficina ban-
caria y las sedes del gobernante Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) de Sánchez de Lozada, así como
de su aliado del Movimiento de Izquierda Revolucionario
(MIR) y de la populista Unidad Cívica Solidaridad (UCS),
cercana al oficialismo.
Aunado a estos incendios se desató una oleada de saqueos
a comercios y protestas callejeras por parte de universita-
rios, en medio de reclamos para que renuncie el presidente
Sánchez de Lozada. Centrales sindicales y el líder opositor
cocalero Evo Morales anunciaron movilizaciones, bloqueos
de carreteras y un paro de 24 horas para este jueves.2
225
amplio grupo social. Evo Morales llamó a la población a rechazar el
impuestazo y a realizar acciones de desobediencia civil. La Central
Obrera Boliviana también llamó a la resistencia4 y a tales convoca-
torias, de manera un tanto oportunista a consideración de muchos,
respondió el cuerpo especial de la Policía Nacional Boliviana cono-
cido como GES (Grupo Especial de Seguridad), dirigido entonces
por el llamado mayor Vargas.5 Cabe destacar que la policía nacional
estaba ya envuelta en un conflicto con el gobierno por el reiterado
retraso a sus pagos y por los bajos montos percibidos por los poli-
cías de bajo rango. En ese contexto, el GES decidió “acuartelarse”
en sus instalaciones ubicadas en una de las esquinas de la Plaza
Murillo y fue sólo cuestión de tiempo que se iniciara la balacera
entre ellos y los militares convocados por el entonces ministro del
Interior, Alberto Gasser para proteger las instalaciones del gobier-
no. Los militares, además, colocaron una gran cantidad de francoti-
radores en diferentes edificios públicos del centro de la ciudad, y es
a ellos a quienes se culpa de las 34 personas muertas y 182 heridas
que se contabilizaron en las siguientes 36 horas.6
Un dato interesante, percibido por el mayor Vargas y comuni-
cado a Jim Shultz durante su investigación, es el origen étnico y las
prácticas deliberativas de los policías de bajo rango:
4. APDHB, 2004.
5. El mayor Vargas fue posteriormente dado de baja de la Policía y organizó un partido político.
6. APDHB, 2004.
226
mayor. Lo vamos a llamar si lo vamos a necesitar. Gracias’”.
Yo me retiro, ellos se juntan, se reúnen, conversan. Luego de
estas discusiones, los policías anunciaron que se opondrían
al impuestazo e inmediatamente demandaron una reunión
con el ministro de Gobierno, Alberto Gasser” (Shultz: 35).
7. Álvaro García Linera introdujo en aquella temporada una distinción entre “multitud” y “muche-
dumbre” para intentar diferenciar entre las distintas formas de acción colectivas que se habían des-
pertado en Bolivia. García Linera en Memorias de Octubre, precisó así su distinción: “(En febrero de
2003) quienes se movilizaron fueron personas que carecen de una filiación organizativa primordial y
que, por tanto, son capaces de actuar de manera electiva, en torno a un objetivo sin rendir cuentas a
nadie, sin seguir a nadie y sin tener ningún comportamiento que no emane de su criterio individual,
de sus expectativas individuales, de sus angustias e intereses personales” [García, 2004: 45]. A partir
de esa afirmación, García distingue entre multitud y muchedumbre: “La muchedumbre es la manifesta-
ción colectiva de una individuación vaciada, de un desarraigo de las tradiciones sin sustituto cognitivo,
de un porvenir cerrado, sin rumbo y sin más meta que el sobrevivir a cómo dé lugar. Esta muchedum-
bre es la coalición temporal y facciosa de individuos provenientes de los más diversos oficios que no le
deben nada a nadie, ni al sindicato, ni al gremio, ni a la junta de vecinos y mucho menos a un estado
que los ha abandonado a su suerte o sólo existe para extorsionarlos” [García, 2004: 46].
227
Este ambiente de profundo hartazgo social, de malestar y
desconfianza hacia las decisiones gubernamentales junto a la dis-
posición colectiva de enfrentarlas, llegando incluso a la quema y
destrucción de edificios públicos que no puede ser contenida, pues
la policía y el ejército estaban en esos momentos enfrentados entre
sí, exhibe aspectos del temperamento social que comenzó a confi-
gurarse. Exhibe, también, tanto el grado de deterioro de la de por sí
débil institución estatal boliviana, como la elección gubernamental
de la represión militar como camino para enfrentar los problemas
políticos y constituye, en tal sentido, un antecedente importante
de lo que ocurrirá en los siguientes meses hasta desembocar en el
conjunto de sucesos que produjeron aquel octubre rojo.
228
to. Sin embargo, hartos de no recibir atención judicial, los
comunarios decidieron el 20 de julio no entregar a sus
cautivos, que fueron ajusticiados a golpes en su “celda” ese
mismo domingo por la noche (Gómez: 20).
229
En este contexto, el 10 de septiembre por la tarde, las autoridades y
dirigentes campesinos aymaras realizaron una asamblea en el audito-
rio de Radio San Gabriel, en el barrio alteño de Villa Adela, en donde
más tarde se concentraron también estudiantes de la Universidad
Pública de El Alto (UPEA) y dirigentes del Transporte Interprovincial
de La Paz. Luego de discutir los avances en la negociación, los diri-
gentes exigieron de plano la liberación inmediata e incondicional
de Edwin Huampu, dando como hora final para ello las 5 p.m... De
hecho, de acuerdo por lo dicho ese día por el Mallku, ese punto “era
la llave para abrir el diálogo”. Cuando se venció el plazo, “automática-
mente”, como ya habían decidido, los aymaras rompieron el diálogo e
iniciaron una huelga de hambre por tiempo indefinido10 y decretaron
el bloqueo de caminos por todo el Altiplano.11
Esta huelga de hambre masiva y, posteriormente, rotativa, que
fue objeto de burla y escarnio por parte de analistas y políticos,
tuvo un papel central en el curso, perseverancia y radicalidad del
conflicto de septiembre-octubre pues se constituyó en la dirección
colectiva y asambleísta, en deliberación permanente y con una
radio a su disposición, del conjunto de sucesos posteriores.12 Según
explicó Felipe Quispe posteriormente, la huelga de hambre funcio-
naba más o menos así: si bien inicialmente fueron las autoridades
sindicales de base –autoridades comunitarias– quienes iniciaron
la huelga, se le imprimió un carácter “rotativo”; es decir, las auto-
ridades de cada cantón debían de enviar un número específico de
huelguistas que rotaban según lapsos establecidos.13 La selección de
los relevos, a su vez, se hacía echando a andar el mecanismo rota-
tivo de todas las comunidades pertenecientes al cantón. Comenzó
10. “Dos mil campesinos ayunan”, La Prensa, La Paz, jueves 11 de septiembre del 2003.
11. Felipe Quispe declaró el 10 de septiembre la “automática” cancelación del diálogo e instalación de
la huelga de hambre señalando: “Hemos esperado hasta las 5 a que el gobierno venga con el herma-
no Huampu, pero no llegó y sólo nos mandó una carta que dice que el caso ya está cerrado”.
12. “La huelga, donde para hacer sus turnos se habían trasladado los mandos militares de varias
comunidades, fue inmediatamente custodiada por la ‘policía originaria’, la cual además de custodiar
la sede donde se llevaba a cabo la huelga, realizaba ‘cambios de guardia’ portando los símbolos de
autoridad como el chikote, mientras los huelguistas gritaban consignas en aymara contra la venta
del gas y contra Sánchez de Lozada”. Descripción de la huelga de hambre de septiembre de 2003
realizada por Marxa Chávez.
13. Entrevista a Felipe Quispe realizada en Achacachi el 8 de marzo de 2006.
230
a marchar de esta manera, según describe Quispe, un enorme dis-
positivo comunitario de cohesión que, en primer lugar, conformó
un cuerpo estable y al mismo tiempo móvil de lucha, deliberación
y decisión que permitía que todos se controlaran entre sí, esto es,
que todos quienes ingresaron a la huelga de hambre verificaran
que llegaban los relevos de los distintos cantones de las diversas
provincias, con la ventaja de que podían conocer directamente el
curso de las negociaciones y discutir los pasos a seguir. Además,
como las discusiones y asambleas permanentes se producían en el
local de Radio San Gabriel, resultaba posible que la información se
dispersara por múltiples canales; en primer lugar, después de cada
asamblea o cada decisión, de inmediato se informaba de ellas a toda
la población aymara a través de las ondas de radio: se hablaba sobre
las novedades en la negociación o de las decisiones acordadas, se
reprendía a los comunarios que no habían llegado a la huelga de
hambre, se instruía sobre los siguientes turnos, etc. Además, la
gente que volvía a sus comunidades podía, a su vez, informar direc-
tamente y cara a cara a los demás comunarios sobre lo que sucedía
en La Paz, sobre la actitud de los gobernantes, la disposición de
lucha de los demás, etc. Es decir, si algún sentido tiene el término
“asamblea permanente” es, a mi entender, justamente éste.
Ahora bien, tal como me explicó Claudia Espinoza, periodista
que colaboraba entonces con el equipo urbano de difusión de la
CSUTCB, al paso de los días y sobre todo cuando el bloqueo de
caminos –que ciertamente tuvo sus altibajos y dificultades– se vol-
vió más contundente después de los sucesos de Warisata el 20 de
septiembre –ver más adelante–, muchos comunarios “con turno
para la huelga de hambre de Radio San Gabriel” al no poder llegar
a La Paz, encargaban a sus familiares y paisanos asentados en la
ciudad de El Alto que “cumplieran sus turnos por ellos”.14 Según
Espinoza, que observó directamente lo anterior, esto contribuyó de
manera decisiva a reforzar, profundizar, consolidar y dar un signi-
ficado distinto a la alianza entre los aymaras rurales y urbanos: los
231
alteños que iban a “cubrir el turno” de un pariente o un paisano,
posteriormente traían a su zona información de primera mano
acerca de lo que ocurría y la transmitían en las reuniones de su
Junta Vecinal, fortaleciendo y estrechando los vínculos y coordina-
ción entre las acciones y aspiraciones de los aymaras rurales con
aquellos asentados en la ciudad de El Alto.
En relación a las demandas exigidas entonces por las comuni-
dades movilizadas, desde el inicio de septiembre había comenzado
la discusión colectiva sobre el “Pliego”. En innumerables reunio-
nes y asambleas se recordaron los sucesivos acuerdos previos, “los
incumplimientos de los gobiernos”; se estableció que era necesaria
la entrega de tractores y créditos, así como la libertad de Huampu.
Asimismo, se demandó la anulación de la Ley de “Protección y
Seguridad Ciudadana”15 y se ratificó la oposición a la venta del gas
por Chile. Ahora bien, a partir del análisis que realicé en el capítulo II
del Pliego petitorio del Pacto Intersindical en 2001, podemos afirmar
que, en realidad, las “demandas” de septiembre de 2003 contenían
nuevamente una larga lista de exigencias y peticiones, al lado de la
búsqueda de derogatoria o anulación de prácticamente todas las leyes
que habían afectado a las comunidades campesinas indígenas.
El viceministro de Asuntos Campesinos de ese momento, Javier
Núñez, en su calidad de “encargado de la negociación” a media-
dos de septiembre afirmó ante los medios, categórico, que de los
72 puntos que tenían en agenda de negociación con la dirigencia
campesina aymara, “se habían logrado algunos avances en varios
puntos” y, por tanto, “no tendrían motivos para protestar”16. Y
ahí pareció estancarse el conflicto, al menos para el gobierno, que
durante los días siguientes mantuvo similar discurso, reprimiendo
otras movilizaciones e insistiendo en dialogar simultáneamente.
Lo más lejos que llegó en su respuesta sobre la libertad de Edwin
Huampu, fue asignarle un par de defensores públicos para que lo
representaran en el proceso. Esto, por otro lado, era un derecho del
15. Esta ley básicamente proscribía el derecho a movilización y bloqueo como formas legítimas de
protesta de las organizaciones sociales y, como medida punitiva, sugería aplicar la detención ipso
facto de los “bloqueadores”. Ver nota 1 en este capítulo.
16. Citado por Gómez, 2004: 26-28.
232
detenido y no una concesión. Por otro lado, cabe destacar que, de
acuerdo a lo expresado por Felipe Quispe, era muy claro tanto para
él como para muchas de las autoridades comunitarias reunidas en
Radio San Gabriel, que no había manera de negociar el “Pliego
Petitorio” con el gobierno y que, de lo que se trataba, era de ganar
tiempo para preparar la rebelión centrando la atención en la liber-
tad de Huampu, a la cual el gobierno no iba a acceder, a fin de que
en las comunidades madurara la decisión de salir nuevamente a un
bloqueo de caminos contundente.17 En contraste con esta claridad
en relación a la recuperación del uso del tiempo, es decir, a pautar
los tiempos de manera autónoma para que pueda ponerse en movi-
miento el complejo mecanismo deliberativo de las comunidades,
la cuestión de los contenidos de la rebelión que en su versión más
radical tendían a impugnar el orden general del estado a través del
cuestionamiento a las leyes recientemente aprobadas y a sujetar las
decisiones políticas a la autoridad inmediata de las comunidades,
quedó, una vez más, sumergida en el discurso sindical de “peti-
ciones” y “exigencias” al gobierno. Además, tal como veremos en
las páginas siguientes, cuando la cuestión de la defensa del gas se
generalizó y se convirtió en la demanda central y unificadora de la
movilización, las perspectivas políticas aymaras que daban conteni-
do al radical llamado a la “guerra civil”, tal como comenzó a escu-
charse por aquel entonces, quedaron todavía más oscurecidas.18
Por su parte, ante la inminencia de los bloqueos, el gobierno
comenzó el despliegue de tropas en las carreteras, los caminos y
varios puntos clave para garantizar “la transitabilidad” pese a afirmar
17. En la entrevista a Felipe Quispe realizada en marzo de 2006, él insistió una y otra vez en que,
sobre todo en septiembre de 2003, fue decisivo el que lograron “traer al gobierno de aquí para allá”
ganando tiempo para la organización de las comunidades.
18. “El Mallku prepara los bloqueos y anuncia una ‘guerra civil’”, La Prensa, viernes 12 de septiembre
del 2003. Quispe, al afirmar que el bloqueo se iniciará desde el 15 de septiembre, “anunció ayer
que se prepara un bloqueo de caminos y un cerco a La Paz, y prometió una ‘guerra civil’ para que
el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada esté al servicio de los bolivianos y no de las transnacio-
nales”. El ampliado que se realizó el jueves 11, fue respaldado por el magisterio rural, el transporte
interprovincial, la UPEA y la COB. En ese ampliado, “hubo unanimidad para pedir al dirigente
cocalero Evo Morales que se una y respalde el movimiento que empezó el miércoles con una huelga
de hambre”. Sin embargo, esto resultó muy difícil por el “paralelismo sindical” existente entonces
entre una CSUTCB de Román Loayza –cercano al MAS– y otra CSUTCB de Felipe Quispe que en
ese momento llevaba la iniciativa.
233
que la negociación continuaba. La ocupación militar de las carrete-
ras, que no fue capaz de evitar el bloqueo de caminos, realizado en
esta ocasión de manera totalmente dispersa, al lado de las continuas
afirmaciones de los distintos ministros y voceros gubernamentales
en relación a que “las carreteras se encontraban expeditas”, fueron la
causa de que casi dos centenares de turistas de diversas nacionalida-
des se quedaran varados tanto en Sorata como en Copacabana.
Las afirmaciones gubernamentales de que “no pasaba nada”, alen-
taron a que las empresas de turismo se comportaran, efectivamente,
como si nada sucediera enviando a los viajeros extranjeros, por tierra,
a las distintas poblaciones al pie de los nevados andinos en la mejor
temporada del año: comienzos de la primavera austral. Cuando estos
turistas se vieron atrapados, tanto en Sorata como en Copacabana por
los bloqueos de caminos, el gobierno decidió organizar un operativo
militar para “rescatarlos”. La primera intervención militar para este
fin, concluyó con los enfrentamienos y masacre de Warisata, pobla-
ción por la que tiene que pasarse en el camino a Sorata.
El 19 de septiembre de 2003 por la noche, un contingente
militar encabezado por el ministro Sánchez Berzaín, recorrió el
Altiplano en dirección a Sorata. En Warisata, la población opuso
resistencia al paso de los camiones y se produjo un enfrentamiento
que fue brutalmente reprimido. Juan Condori cuenta los sucesos
de la siguiente manera: “El sábado 20 estábamos ya organizados,
cuando por la madrugada comenzaron a pasar los camiones con
soldados que iban, dice, a rescatar los turistas […] A eso de las dos
de la tarde han llegado de Achacachi cinco camiones llenitos de
soldados […] Después comenzó la balacera. Aquí estaba gente de
todo el cantón, como el setenta por ciento”.19
El enfrentamiento en Warisata fue durísimo: diversos contin-
gentes militares intentaron durante todo el día 19 y la mañana
del 20, quebrar la resistencia que miles y miles de comunarios de
la región de Omasuyos oponían a su paso hacia Sorata. Las ope-
raciones eran dirigidas directamente desde un helicóptero por el
19. Entrevista a Juan Condori, comunario de la zona de Warisata, realizada en octubre de 2003, que
me fue facilitada por Luis Gómez.
234
entonces ministro de Gobierno, Carlos Sánchez Berzaín, apodado
“el Zorro”. Y para quebrar la resistencia en ese famoso y querido
poblado, cuna además de la reconocida Normal Superior Rural de
Warisata, se utilizó incluso a la fuerza aérea. Este despliegue de
brutalidad estatal durante todo el fin de semana, que dejó varios
cadáveres entre ellos el de dos niños pequeños, conmovió a la
población boliviana en su conjunto.
Por su parte, Felipe Quispe afirma: “El día 20 de septiembre
realizamos la ‘emboscada de Warisata’, aludiendo a que después
de la sorpresa del día 19, los aymaras fueron rápidamente capaces
de ponerse en estado de apronte y presentar resistencia, también
militar, utilizando viejas armas en manos de las comunidades.
De ahí la ferocidad del enfrentamiento y la represión del día 20
de septiembre. En los siguientes días, de lo que se trató, también
según Quispe, fue de “estirar el tiempo”, dificultando y entorpe-
ciendo todo lo posible la apertura de cualquier negociación, que era
la postura del gobierno después del descrédito que le caía encima
tanto por el fallido operativo de “rescate de los turistas” como por
los nuevos muertos que entraban en su ya abultada cuota de san-
gre: “Que queremos negociar en Warisata, que podemos negociar
en el Cuzco. (…) Y entonces si se separan todos del Goni y comien-
zan las maniobras de los politiqueros... que si triunvirato militar-
campesino, que si participación en el gobierno. En realidad, somos
nosotros los que hemos impulsado (sin querer) para las elecciones
generales”.20 Por su parte, los viajeros de Copacabana sólo pudie-
ron llegar a La Paz después de un periplo de más de 48 horas
donde lo determinante fue un salvoconducto para permitir su paso
por el territorio aymara expedido por Felipe Quispe.21
235
A partir de la capacidad aymara de ocupar el territorio y contro-
larlo en los momentos de la rebelión, instituyendo incluso “estados
de sitio indígenas”, se hace evidente no sólo la capacidad de desplie-
gue de una vigorosa autonomía de facto, sino el tendencial contenido
de búsqueda de autogobierno propio por parte de la población rural
–y posteriormente urbana– del Altiplano paceño. En ese mismo
sentido se expresa una reflexión posterior de Quispe, cuando afirma
que “el ascenso del Evo no es un milagro... Ya en el año 2000 se
dio la autonomía y la autodeterminación. Y nosotros empujamos el
Pachakuti que es una transformación de fondo”. La cuestión pro-
blemática, según la perspectiva que guía esta investigación, son las
causas por las cuales estas acciones colectivas y el belicoso discurso
que se venía gestando en las acciones de movilización y bloqueo,
quedaron atrapados tanto en la institucionalidad boliviana dominan-
te como en el imaginario estatalizante de la transformación política,
es decir, por qué si bien fueron contra, no claramente avanzaron
más allá del estado. Sigamos con el análisis del curso de los aconte-
cimientos para entender cómo se configuró la caída de Sánchez de
Lozada un mes después de la masacre de Warisata.
236
Algunos antecedentes de la lucha por el gas
237
nadas de las cúpulas partidarias masistas al considerar que debía
conseguirse algo más que un aumento de los impuestos.25
Así, la forma de relacionamiento entre el estado boliviano y
las empresas transnacionales comenzó a ser objeto de análisis y
denuncia, generalizándose la indignación social a diversos niveles:
¿cómo era posible que el estado boliviano fuera tan pobre y care-
ciera de fondos para casi cualquier proyecto de promoción social,
si un recurso de alta rentabilidad, el gas, estaba siendo explotado y
comercializado por diversas empresas extranjeras, supuestamente
en condiciones de “sociedad” con el Estado? Esta pregunta, o varian-
tes de ella, comenzó a circular en una gran cantidad de editoriales
periodísticas, comentarios radiofónicos y se organizaron, como en
la víspera de la Guerra del Agua, una gran cantidad de conferencias,
foros y reuniones, donde se discutían tales cuestiones.
Por otro lado, entre agosto y septiembre de 2003, el gobierno de
Sánchez de Lozada llegó a un acuerdo con el gobierno mexicano
del entonces presidente Fox para exportar un gran volumen de gas
para la producción de energía eléctrica en México. Ese gas bolivia-
no a ser exportado a México debería salir al mar por los puertos
chilenos de Arica e Iquique, que en el siglo XIX pertenecieron a
Bolivia y que fueron anexados por Chile, durante la confrontación
militar conocida como “Guerra del Pacífico” en 1879.
En tales condiciones es que se forma, en abril de 2003, la
Coordinadora de Defensa del Gas, de la cual Oscar Olivera también
fue vocero.26 Si bien la Coordinadora de Defensa del Gas, reeditó
en 2003 algunas de las experiencias deliberativas y organizativas
que el propio movimiento popular había adquirido en el año 2000,
no alcanzó en esta ocasión la eficacia organizativa y política de la
Guerra del Agua; quizás, entre otras razones, porque en 2003 se
25. La Prensa, miércoles 3 de septiembre de 2003. En 2003 la brigada parlamentaria del MAS con-
sistía en 27 diputados y 8 senadores.
26. Según la prensa de la época, la Coordinadora del Gas se conformó en septiembre agrupando
a sindicatos, instituciones cívicas, vecinales, campesinas, profesionales, universitarias, e inclusive
militares y policiales junto con partidos opositores como el MAS, PS, MIP y MSM. Si bien todas estas
fuerzas participaron en las primeras reuniones y mantuvieron hasta el final el acuerdo de oponerse
a la venta del gas por Chile y a las condiciones de explotación de los hidrocarburos, fueron pocos los
demás acuerdos alcanzados más allá de la movilización conjunta el 19 de septiembre, “Nace en oruro
una entidad de defensa del gas”, La Prensa, sábado 6 de septiembre del 2003.
238
abordaba una temática más compleja y de carácter nacional, y no
básicamente regional como en el 2000 que, además, era mucho
menos cercana a la población “sencilla y trabajadora” de lo que
había sido la cuestión del agua. Es decir, no es lo mismo que una
población con gran experiencia en la gestión tradicional del agua
se enfrente a una ley que pretende arrebatar este recurso para pri-
vatizarlo, a que esa misma población objete y rechace la manera
en la cual el estado ha entablado contratos con las transnacionales
y decida gestionar y usufructuar los recursos comunes.
Así, se produjo con anterioridad al 19 de septiembre un consen-
so generalizado de que las condiciones de exportación del gas eran
inaceptables y de ahí brotaron dos de las consignas más impor-
tantes de lo que siguió: “El gas es nuestro, carajo”, “El gas no se
vende”.27 Sin embargo, en relación a cómo dar curso a los esfuer-
zos por la “reapropiación social de los hidrocarburos” –que era la
manera en que Oscar Olivera expresaba la aspiración social- había
diversas posturas: desde la posición oficial del MAS de elevar los
impuestos, hasta las voces que exigían nacionalización inmediata
de los hidrocarburos sin indemnización.
Entonces, si bien en 2003 volvió a aparecer en el centro de la
discusión la pregunta de “quién decide sobre el asunto público” y
se impugnaron de manera contundente las decisiones del gobier-
no de Sánchez de Lozada, no era ni inmediato ni sencillo imaginar
colectivamente cómo se podría producir tal “reapropiación social de
los hidrocarburos”.
En relación a la Coordinadora del Gas, en una entrevista en
2004, Oscar Olivera señala lo siguiente:
239
de los profesionales, que ante todo decidieron, a partir del
año 2000 cuando se recuperó la empresa de agua aquí,
cuando los intereses de las trasnacionales estaban puestos
en apoderarse del agua, como se habían apoderado de todo
el patrimonio nacional, compuesto por todas las empresas
y los recursos naturales aquí en Bolivia. (Por eso) es que a
partir de aquel momento, con esa experiencia de establecer
espacios participativos, horizontales, con objetivos claros, y
que incluyan a la totalidad de la población, sin distinción, es
que se convoca una reunión de estos sectores y allá se proce-
de a establecer un primer manifiesto, diríamos, a la Nación,
indicando que era totalmente imprescindible, necesario,
establecer, reitero, un espacio que empiece a luchar por la
recuperación de los hidrocarburos.
Esto se consolida después de la decisión de Gonzalo Sánchez
de Lozada de vender el gas a Estados Unidos y México, vía
Chile. De tal forma que el 5 de septiembre del año 2003,
básicamente, en la ciudad de Oruro se forma la Coordina-
dora de Defensa y Recuperación de los Hidrocarburos, diría-
mos, con una fuerte presencia indígena, campesina, urbana
y profesional, para establecer justamente ese espacio, que
no solamente había promovido una labor de concientización
y de información a la gente sobre el tema hidrocarburífero,
sino ante todo se habían elaborado una serie de propuestas
que permitan por la vía de la proposición, así como por la vía
de la movilización, la recuperación de nuestros hidrocarbu-
ros. Esta Coordinadora lanza su primera convocatoria de una
movilización para el día 19 de septiembre del 2003, y (noso-
tros la) vemos como un preámbulo de lo que finalmente des-
pués significó (la lucha en) septiembre y octubre y la salida
de Gonzalo Sánchez de Lozada del gobierno nacional.28
28. Entrevista a Oscar Olivera, Coordinadora por la Defensa del Gas (Cochabamba, Bolivia 17/8/04).
Publicada en diversos periódicos electrónicos; entre ellos: http://www.anarkismo.net/newswire.
php?story_id=631
240
Vale la pena insistir en dos diferencias entre los esfuerzos de
articulación política que produjeron la Coordinadora del Agua, y la
formación de la Coordinadora del Gas. El primero de ellos es que
para rechazar la Ley de Aguas –Ley 2066– en el año 2000, lo que
hicieron tanto la Coordinadora como los dirigentes de la CSUTCB
fue, inicialmente, impugnar la ley a partir de la movilización y, en
segundo, proponer versiones distintas únicamente para determi-
nados artículos de dicho cuerpo legal, justamente los aspectos de
mayor importancia para la población movilizada. Es decir, en la
lucha por el agua los planteamientos comunales y populares, a la
hora de la negociación con el estado, fueron emitidos casi siempre
desde una postura negativa y particular. En contraste con esto, en
2003 existían al menos dos “propuestas de ley de hidrocarburos”
que pretendían modificar el cuerpo legal existente y, además, había
ya una mucho mayor presencia de diputados indígenas y popula-
res tanto del MAS como del MIP en el Parlamento Nacional. En
relación a la “recuperación de los hidrocarburos” esto es impor-
tante, porque trasladaba el centro del discurso de la confrontación
desde una serie de aspectos claros y fácilmente comprensibles
para el conjunto de la población, a un terreno de debate legal entre
expertos de una u otra postura, en el cual la población movilizada
queda colocada en posición de espectadora, tal como ocurrió con la
discusión pública de la Ley de Hidrocarburos durante 2004.29
En tal sentido, la valoración positiva que el propio Oscar Olivera
hace del hecho de que en 2003 la Coordinadora del Gas contara con
una propuesta de ley, bajo la perspectiva de análisis que sostengo, en
realidad constituía una debilidad, pues contribuía a armar un esce-
nario en el cual la lucha partidaria legal en el Parlamento ocupaba un
lugar central por encima de la movilización social y subordinando a
los límites estatales de lo “posible”, los enunciados y consignas ela-
borados desde abajo. Desde mi perspectiva, el hecho de contar con
“una propuesta de ley” debilitaba hasta cierto punto los filos más
29. Un buen resumen del conjunto de difíciles y complejos aspectos en torno a la gestión estatal
del gas y a las distintas posturas presentes en el debate durante 2004 se encuentra en el trabajo de
Carlos Villegas, posteriormente ministro de Hidrocarburos del gobierno de Morales, “Nueva ley de
hidrocarburos: el debate de los temas centrales continúa vigente y sin solución”, Villegas, 2005.
241
claramente anti-corporaciones transnacionales de la pelea por el gas,
restituyendo los términos del conflicto al ámbito del estado-nación.
Por otra parte, a diferencia de la lucha de 2000, en 2003 había una
clara polarización entre dos posturas políticas confrontadas que divi-
dían al conjunto de los movilizados: por un lado, la postura de Evo
Morales y el MAS, que propugnaba reformas parciales en la estruc-
tura estatal, en lo que se avanzaba en la acumulación de “capacidad
política electoral”; y por otra, la postura de transformación social
radical propugnada desde las comunidades aymaras enredada con
las pugnas partidarias al interior del MIP de Felipe Quispe, de modo
que si bien lo profundo del malestar social se expresaba coreando la
consigna “guerra civil” y hablando de la posibilidad de “Refundar el
Qullasuyu”, no se ponían en práctica enérgica y explícitamente los
contenidos de la transformación política anhelada.30 Una muestra
de esto la encontramos en la información de prensa que el 20 de
septiembre de 2003 daba cuenta de la movilización en defensa del
gas ocurrida la víspera en Cochabamba:
30. Pablo Mamani realiza una interesante reflexión sobre esto en su trabajo “Declaración de Guerra
Civil Indígena en Warisata, Región de Omasuyos”, Mamani, 2006: 127 y ss.
242
gas a Chile [...] Hubo algunos que llevados por la conmoción
plantearon el bloqueo en ese momento y la huelga “general
indefinida” a partir de hoy, pero la mayoría de las manifes-
taciones comprendió que debemos prepararnos y organiza-
mos en mejores condiciones para la batalla final por el gas.
La marcha concluyó pacíficamente como se consensuó y se
planificó con los movimientos sociales.31
243
los conflictivos y acelerados momentos de octubre de 2003 ocurrió
también el práctico rompimiento de los canales de comunicación
entre Olivera y Quispe, mantenidos hasta ese entonces pese a las
dificultades y desconfianzas que se habían producido, cuestión ésta
que complicará enormemente la posibilidad de emprender pasos
políticos más claros tanto tras la caída de Sánchez de Lozada, como
en 2004 durante el gobierno de Mesa.
Pasemos ahora a reseñar lo que fue la expansión de la lucha
aymara hacia la ciudad de La Paz y la caída del gobierno de
Sánchez de Lozada.
244
a habitar los agrestes parajes cercanos al “centro” de la ciudad de
El Alto, conocido como “la Ceja de El Alto”, haciendo aparecer una
gran cantidad de barrios y asentamientos nuevos. La velocidad
con la que ocurrió el proceso de “urbanización” ocasionó que las
instituciones municipales fueran totalmente rebasadas por las
enormes y recurrentes oleadas de migrantes internos que llegaban
a establecerse en El Alto, en lo relativo a la provisión de servicios
básicos y, en general, organización de la vida urbana. Raúl Zibechi
describe esta situación en los siguientes términos:
245
de El Alto en 2003. En relación a la forma de ocupar el espacio
Gómez señala lo siguiente:
35. Para mayor información sobre la estructura y formas organizativas de las Juntas Vecinales ver
Montoya y Rojas, 2004
246
nos de base. Por lo general, las funciones de las Juntas Vecinales
consisten en organizar el conjunto de tareas colectivas que los
vecinos de El Alto tienen que cumplir como “contraparte” de las
inversiones que la Alcaldía hace en sus barrios. Pero, además, en
momentos de álgida confrontación con el estado, como en el año
2003, también se constituyen como una especie de “microgobier-
nos barriales” tal como los llama Pablo Mamani (Mamani, 2005).
Por otra parte, las Juntas Vecinales se organizan, a su vez,
en la Federación de Juntas Vecinales de la Ciudad de El Alto,
FEJUVE-El Alto, fundada en 1979. En FEJUVE y en la Central
Obrera Regional de El Alto (COR-El Alto), afiliada a la COB, se ha
articulado “una red de organizaciones barriales y sindicales fuerte-
mente enraizadas en bases territoriales ocupadas en la solución de
necesidades básicas de la población. Juntas de vecinos y gremios se
han constituido como modos de autoorganización de la población,
por mano propia o mediante la canalización de demandas al poder
central, (y para) reivindicar la satisfacción de necesidades básicas”
(Montoya y Rojas, 2004: 23).
Esta estructura vecinal de base no tiene atribuciones legalmente
reconocidas en lo relativo a la propiedad de los lotes que son poseí-
dos a título personal por algún miembro de la unidad doméstica
que los habita. En cierto sentido, puede decirse que en El Alto
existe un “mercado inmobiliario” que se ciñe hasta cierto punto a
lógicas de funcionamiento más claramente mercantiles; aunque en
muchos barrios un vecino que quiere vender su predio debe contar
para ello con la autorización de la junta de vecinos. En la medida
en que todas las mejoras en el barrio y en el nivel de vida (acceso a
luz, agua potable y alcantarillado, pavimentado de las calles, etc.),
por lo general se obtienen a través de las gestiones que las Juntas
Vecinales realizan ante la autoridad municipal competente y con
base en acuerdos de colaboración entre vecinos y funcionarios, es
decisivo que quien “compre” un predio asuma ante la Junta el com-
promiso de participar en las obras colectivas. Es así que las Juntas
Vecinales tienen no sólo una gran importancia para los vecinos,
sino que se mantiene –regulada sobre todo por la presión social– la
247
obligación de participar en ella del conjunto de la población de un
determinado barrio, como mecanismo para emprender de forma
colectiva cualquier obra o gestión de interés común. Este entrama-
do organizativo de base, desparramado en los cientos de barrios
de la ciudad de El Alto, es lo que “hacia arriba” se engarza en la
estructura de la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE) conden-
sando en ella una amalgama de saberes prácticos que reconstruyen,
modifican y conservan las técnicas de rotación y obligación de las
comunidades agrarias para llevar a cabo empresas conjuntas.36
Ahora bien, durante largos años las dirigencias de las juntas
vecinales fueron presa del clientelismo partidario en la gestión de
la vida urbana, lo cual introdujo profundas disputas y fracturas
entre barrios. Sin embargo, en septiembre de 2003 la estructura
organizativa y los saberes prácticos de FEJUVE se pusieron al ser-
vicio de la movilización, tanto para la deliberación de los pasos a
dar y los fines a obtener como para, concretamente, organizar la
ocupación de la ciudad de El Alto:
36. Diversos acercamientos a las prácticas cotidianas y a la historia de El Alto pueden encontrarse en
la Revista de Análisis de la Realidad de El Alto, AltoParlante, cuyo N° 1 apareció en agosto de 2005.
248
Con estas someras explicaciones sobre los movilizados y sus
formas de articulación en mente, pasaré a describir los sucesos de
septiembre-octubre en la ciudad de El Alto.
37. Los formularios “Maya” y “Paya” –que significan respectivamente “uno” y “dos” en aymara–,
eran parte de un plan de revisión y regularización del catastro municipal por parte de la Alcaldía
alteña, tendiente, según temían los vecinos, a instaurar nuevos impuestos. A los alteños no les inte-
resaba ni estaban dispuestos, tal como insistieron una y otra vez, a que los “registrara” la Alcaldía.
38. La Prensa, martes 2 de septiembre de 2003. La marcha del 1 de septiembre convocada por la
Federación de Juntas Vecinales contra el intento de registro catastral para el cobro de impuestos
congregó a una gran cantidad de gente; según las estimaciones de periódicos locales unas 30 mil
personas participaron, organizadas en torno a las más de 120 Juntas Vecinales alteñas. Además, en
esa misma marcha se perfilaron otros reclamos contra la contratación de una empresa de recolección
de basura (ENASA) en la ciudad de El Alto.
39. La Prensa, martes 2 de septiembre de 2003.
40. “Violenta marcha en El Alto deja un saldo de 6 heridos”, La Prensa, martes 2 de septiembre de
2003. Ver también: Medina, 2007.
249
impositiva del alcalde Paredes. Durante esos mismos días y mien-
tras las posibilidades de diálogo entre población y gobierno se
alejaban cada vez más, nuevos sectores comenzaron a participar y
a movilizarse: el “Estado Mayor del Pueblo”41 anunció a principios
de septiembre una “guerra contra la salida del gas por Chile”.42 Los
estudiantes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) también
iniciaron movilizaciones exigiendo autonomía para la universidad,
y posteriormente jugaron un papel muy importante en las movili-
zaciones, tanto por su apoyo a la huelga de hambre de la CSUTCB
y la Federación Tupak Katari como por la resistencia a las tropas
militares en octubre del 2003.43 Por otra parte, en esos mismos días
Evo Morales propuso la realización de un “plebiscito sobre la venta
del gas”, en contraposición a un posible “referéndum no vinculan-
te” del que comenzó a hablarse desde el gobierno.
En las siguientes dos semanas de septiembre la movilización
no decayó y más bien continuó incrementándose. Dos marchas
llegaron a la ciudad de La Paz durante esa semana; una desde
Huarina, en la región del Altiplano, encabezada por la Federación
Departamental de Trabajadores Campesinos de La Paz “Tupak
Katari” y otra desde Caracollo, en la región de Oruro, que había
sido organizada por la COB, la COR-El Alto y a la cual se había
plegado la dirección de la CSUTCB de Felipe Quispe. Los partici-
pantes en las dos columnas expresaban así sus reivindicaciones:
41. El “Estado Mayor del Pueblo” era el nombre de la intermitente y frágil coordinación que en algu-
nos momentos logró articularse entre Felipe Quispe, Evo Morales y Oscar Olivera, principalmente.
La reunión de ellos tres, junto a otros dirigentes medios de los distintos sectores y regiones a los que
pertenecen, ocurrieron sólo en momentos de gran confrontación y su persistencia fue efímera.
42. La Prensa, martes 2 de septiembre de 2003.
43. La Prensa, martes 2 de septiembre de 2003.
250
Pucarani y la Isla del Sol en los que está incluida la dotación
de mil tractores para los campesinos.44
251
18 de septiembre Comunarios, trans- Igual que el anterior
Concentración portistas y maestros
y decreto de
Paro Cívico en
Achacachi
18 de septiembre Diversos sindicatos Disminución del costo del
Paro de actividades y asociaciones de “seguro obligatorio para el
transportistas del autotransporte”.
departamento de
La Paz
19 de septiembre La Paz: FEJUVE, El “1. Revisión de la Ley de
Movilización gene- Alto Hidrocarburos, específica-
ral en defensa del Cocaleros junto a mente el Art. 7 que habla
gas y por las múlti- organizaciones de de la propiedad del recurso
ples reivindicacio- transportistas de natural en boca de pozo.
nes sectoriales Yungas. 2. Industrialización del gas
Central Obrera en territorio nacional. No
Boliviana y choferes vender el recurso en su esta-
del departamento de do natural.
La Paz. 3. Plebiscito o referéndum
Cochabamba: coca- para la elección de un puer-
leros, regantes y to de salida del gas”.
población en gene-
ral convocados por
la Coordinadora de
Defensa del Gas
20 de septiembre Masacre de Warisata y enfrentamiento a balazos
(sábado) entre comunarios y militares cuando estos últimos
intentan romper el bloqueo. Masacre de la pobla-
ción cuando los militares ocupan el pueblo.
21 de septiembre Comunarios de
Sorata toman el
pueblo y queman las
oficinas de gobierno.
Desde el 21 de septiembre el bloqueo de A las demandas anteriores se
caminos se generalizó radicalizándose. añadieron dos más: indemni-
zación para los asesinados y
heridos de Warisata y salida
del ejército de las comunida-
des aymaras.
*Elaboración propia con información de La Prensa y La Razón, Gómez,
Espinoza y comunicados de las organizaciones.
252
Durante la última semana de septiembre, más precisamente
el día 24 cuando se celebra la Virgen de la Merced, patrona de los
presos, la Sala Penal Tercera de la Corte Superior de Distrito de La
Paz decidió poner en libertad provisional al dirigente campesino
Edwin Huampu que pudo volver a su comunidad. El gobierno
intentaba por entonces “desinflar” el conflicto que amenazaba
alcanzar nuevos bríos tras las muertes en Warisata, cediendo en
algunas de las demandas. Sin embargo, el lunes 22 de septiembre
se produjeron nuevas detenciones sobre todo en los bloqueos de
la ruta La Paz-Oruro. Por esos mismos días, la COB llevó a cabo
un ampliado en la localidad minera de Huanuni, donde se resol-
vió convocar a bloqueo y movilización permanente a partir del 29
de septiembre. Por su parte, las Seis Federaciones del Trópico de
Cochabamba también anunciaron el inicio del bloqueo de caminos
en la región del Chapare para el día 29.
El domingo 28 por la noche, el Mallku hizo conocer que el diá-
logo con el gobierno estaba roto y señaló que esperarían “unos días
más por si el gobierno cambia de actitud”, si no sucedía, planteó:
“vamos a retirarnos a nuestras comunidades a organizar el gobier-
no de los indígenas, la nación del Qullasuyu”. Durante esa semana
comenzó a generalizarse el pedido de renuncia del presidente que,
de ser una más entre las posibilidades que se barajaban, se convir-
tió paulatinamente en grito unánime después de la masacre de la
ciudad de El Alto, la segunda semana de octubre. Por su lado, el
gobierno comenzó a insistir en que sólo admitiría negociaciones
sectoriales y por demandas concretas, rechazando la discusión
sobre los puntos “duros” de la confrontación social: las decisiones
sobre el destino y usufructo de los hidrocarburos y, por supuesto,
la renuncia del presidente.
En este clima de crispación se sucedieron movilizaciones y accio-
nes de protesta en una zona cada vez más amplia del occidente del
país, con bloqueos y marchas en caminos y ciudades, mientras el
gobierno intentaba dar al conflicto una solución militar, reprimien-
do las movilizaciones y deteniendo a dirigentes. El bloqueo de las
rutas en el Chapare se fue produciendo de manera intermitente.
253
La acción de fuerza final y decisiva que produjo la caída de
Sánchez de Lozada provino de la ciudad de El Alto donde se inició
un paro indefinido a partir del 8 de octubre.45 Se instalaron nueva-
mente bloqueos en las principales avenidas de El Alto así como en
casi todos los barrios. Los jóvenes de El Alto que se movilizaron el 8
y 9 de octubre gritaban la consigna “Gas, constituyente, renuncia”,
sintetizando lo que era común y más visible al conjunto de acciones
de insubordinación (Gómez: 72). Es decir, para la primera semana
de octubre la población movilizada en su conjunto tenía claro que
el gobierno de Sánchez de Lozada era inadmisible y tenía que caer.
Las otras dos reivindicaciones: “gas y constituyente”, aludían, una
vez más a los contenidos por los que la población sencilla y traba-
jadora en Bolivia venía luchando desde 2000: recuperación de la
riqueza pública saqueada o de los bienes comunes enajenados; y
reorganización completa de las formas y modos de convivencia y
regulación política en el país, con énfasis creciente en la afirmación
de la prerrogativa social de intervenir directamente en la decisión
sobre los asuntos públicos de mayor importancia.
En este agitado océano de confrontaciones y luchas, la escasez
de alimentos y combustibles en la ciudad de La Paz era cada vez
más aguda. Así, bajo el argumento de garantizar la provisión de
gasolina, el gobierno decidió implementar, el día 12 de octubre,
un operativo militar para hacer llegar un convoy de carros cister-
na desde la Planta de Senkata, un complejo de procesamiento y
almacenamiento de hidrocarburos en el extremo sur de la ciudad
de El Alto, hasta la ciudad de La Paz. Para ello, era necesario que
el convoy de cisternas acompañado por vehículos militares atrave-
sara toda la ciudad venciendo los innumerables obstáculos que la
población movilizada había colocado para asegurar sus bloqueos.
Habiendo decidido optar por la “solución militar” del conflicto, el
gobierno firmó el 11 de octubre el llamado “decreto de la muerte”:
45. Una crónica detallada de los sucesos de El Alto, además de en Gómez, 2004, puede encontrarse
en Mamani, Pablo, 2005. Pablo Mamani establece el 8 de octubre como el día de inicio del “levan-
tamiento de El Alto” hasta la caída de Sánchez de Lozada. Otra crónica que explora los múltiples
esfuerzos de unificación y movilización realizados desde la base puede encontrarse en Mamani,
Julio, 2006.
254
Artículo 1.- (Emergencia Nacional)
Declárase emergencia nacional en todo el territorio de la
República para garantizar el normal abastecimiento de com-
bustibles líquidos a la población a través del resguardo de insta-
laciones de almacenaje, asegurar el transporte de combustibles
por camiones cisterna y otros y la distribución y suministro de
estaciones de servicio por el tiempo de hasta noventa días.
Artículo 2.- (Orden expresa)
En cumplimiento de los artículos 7 y 11 de la Ley 1405 de 30
de diciembre de 1992, se ordena a las Fuerzas Armadas de
la Nación hacerse cargo del transporte en camiones cisterna
y otros, resguardar instalaciones de almacenaje, poliductos,
estaciones de servicio y todo tipo de infraestructura desti-
nada a garantizar la normal distribución y suministro de
combustibles líquidos a la población en el Departamento de
La Paz. A tal efecto el Ministerio de Defensa establecerá los
mecanismos necesarios para su ejecución.
Artículo 3.- (Garantías)
Cualquier daño sobre los bienes y personas que se pudie-
ren producir como efecto del cumplimiento del objeto del
presente decreto supremo, su resarcimiento se encuentra
garantizado por el estado boliviano.46
46. Decreto Supremo 27209 del 11 de octubre de 2003 firmado por Sánchez de Lozada y todo su
gabinete.
255
Eran poco más de las 6 de la tarde cuando los vieron salir.
Poco más de 300 soldados y decenas de policías custodia-
ban una caravana de cisternas de gasolina. Desde el puente
bajaron corriendo decenas de vecinos que custodiaban el
cruce: un poco más al sur, donde inicia la carretera a Oruro,
vieron a los vehículos iniciar su marcha por la avenida
en medio de una nube de gas. Del depósito de gasolina
de Senkata, propiedad de la empresa estatal Yacimientos
Petrolíferos Fiscales Bolivianos, había salido un convoy
de 24 cisternas, algunas tanquetas, varios camiones de
carga llenos de soldados y alimentos, algún automóvil...
así comenzarían las 36 horas de masacre por decreto que
definieron el rumbo de la contienda y provocaron la rabia
incontenible de los alteños (Gómez: 78).
47. Memoria testimonial de la Guerra del Gas, coordinada por Verónica Auza, publicación financiada
por la Diócesis de El Alto, CEPAS-CARITAS y la Comisión de Hermandad, s/f. Entre los fallecidos
10 eran albañiles, 9 choferes y 7 obreros. Esta publicación, además de información documentada y
precisa contiene también narraciones de los protagonistas y una exhaustiva crónica de los 11 días
entre el 8 y el 17 de octubre de 2003. Otros detalles interesantes, como descripciones de las acciones
colectivas de colgamiento de perros y de zorros blancos –representando los perros a los militares y
el zorro al entonces odiado ministro del Interior, Sánchez Berzaín, apodado “el Zorro”– en algunas
zonas de El Alto, pueden revisarse en Mamani, Julio, 2006.
256
se hizo general. Segmentos de la clase media urbana de La Paz
comenzaron a movilizarse del modo que pudieron, organizaron
debates y concentraciones incluso en algunas avenidas y plazas en
el sur de la ciudad, zona de habitación de los segmentos más aco-
modados de la población. Posteriormente instalaron una huelga de
hambre en una iglesia en el tradicional barrio de Sopocachi donde
participaron, entre otras, la ex Defensora del Pueblo Ana María
Campero, y el grupo feminista Mujeres Creando. En esos mismos
días, el gabinete de Sánchez de Lozada comenzó a colapsar, diver-
sos ministros de Estado fueron disimuladamente presentando sus
respectivas renuncias. Por su parte, las movilizaciones, bloqueos y
marchas hacia La Paz y en otras ciudades, continuaron de manera
cada vez más potente y masiva durante toda esa semana hasta que,
finalmente, el 17 de octubre Sánchez de Lozada abandonó la resi-
dencia presidencial de San Jorge en un helicóptero para ir a Santa
Cruz y desde ahí abandonar el país. Había renunciado el asesino.
De las tres exigencias sintetizadas en la consigna “gas, constitu-
yente, renuncia”, la primera en cumplirse fue la renuncia. Sánchez
de Lozada renunció y ocupó su lugar el hasta entonces vicepresi-
dente Carlos Mesa. La población tenía la convicción de que había
dejado un mandato: Mesa sería presidente sólo si detenía la venta
del gas en las condiciones que su antecesor había pactado, si
modificaba la Ley de Hidrocarburos. Sobre la realización de una
asamblea constituyente se abrió, por aquel entonces, un espino-
so tema de discusión: ¿debía convocarla el estado o la población
movilizada y sus organizaciones podían convocar a una asamblea
constituyente por sí mismas? La lectura ex post de los sucesos de
octubre muestra cómo aquí hubo una especie de quiebre: la expul-
sión del presidente Sánchez de Lozada se transformó en un límite
para el avance del movimiento en la medida en que, de inmediato,
se delegó en las manos de Mesa, “el presidente cercado”, el cum-
plimiento de la “agenda” pergeñada en las calles y en los caminos
durante los meses previos.
257
¿En qué consiste emanciparse? Primera aproximación
Para concluir este capítulo vale la pena realizar una reflexión crí-
tica sobre el contraste entre la potencia y alcance de la rebelión y
levantamiento en 2003 y los resultados políticos de los dos años
siguientes, que culminan con la llegada a la presidencia de Evo
Morales, en elecciones anticipadas. Para entender dicho contraste,
vale la pena volver con más detalle sobre las acciones y discursos
de cada una de las fuerzas movilizadas durante la tercera semana
de octubre, que comienza con la Masacre de El Alto el día 12 y
culmina con la caída de Sánchez de Lozada, el 17.
El 13 de octubre de 2003, es decir, cuando la sociedad boliviana en
su conjunto aun no salía de su indignado asombro ante la brutal repre-
sión desatada en El Alto, tanto la CSUTCB, como la Coordinadora del
Gas y el propio MAS hicieron conocer su voz a través de documentos
que se difundieron ampliamente mediante prensa escrita, radio y en
centenares de reuniones y asambleas. La revisión comparada de cada
una de estas posturas resulta ilustrativa de las preocupaciones y bús-
quedas de cada quien. Eran momentos en los que todo parecía posible
y la apuesta al porvenir estaba en marcha.
258
Posturas de las tres voces sociales más importantes el 13 de octubre de 2003
Coordinadora Nacional de Defensa del Gas
Documento: Fuera Gonzalo Sanchez de Lozada, alto a la masacre, moviliza-
cion popular para lograr cambios económicos y políticos
Parte resolutiva del documento:
Las organizaciones sociales convocamos a la inmediata movilización
permanente en Cochabamba y el país a partir del día de hoy bajo los
siguiente planteamientos:
1. La inmediata renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada por vende patria
y asesino; y en defensa de la democracia se propone la sucesión presi-
dencial prevista por la Constitución Política del Estado. Señalamos que
mientras este siga siendo presidente no hay diálogo posible.
2. Instalación de un nuevo gobierno dentro del marco constitucional
que se comprometa a:
a. Abrogar el D.S. 24806 de 4 de agosto de 1997
b. Modificación inmediata de la Ley de Hidrocarburos que permi-
ta la recuperacion de los mismos para los bolivianos
c. Suspension inmediata de cualquier negociacion sobre el gas y
el tratado de libre comercio con chile
d. Convocatoria a la Asamblea Constituyente, como una manera
de recuperar la democracia participativa para el pueblo.
3. Rechazo al decreto emitido esta madrugada por el gobierno
por constituir nuevamente una burla y una provocación al pue-
blo, pues en los hechos significa “consulto, pero yo decido”.
Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
Documento: Con el dolor y la muerte de nuestros hermanos viene una mar-
cha desde las comunidades
Considerando e instructivo hechos en el documento:
(El gobierno de Sánchez de Lozada) Sigue pisoteando la voz del pueblo de
cara morena. Sigue despreciando su capacidad de organizarse y de tener
decisión. Pretende –este q’ara asesino– “tranquilizarnos” a pura bala.
Pero el pueblo no tiene miedo ni doble cara. Es una sola palabra la que exige
la renuncia del sanguinario… El Alto no está solo. La Paz no está sola. Desde el
Altiplano por varias vías vienen hermanos y hermanas por la Cordillera, por las
carreteras. Vienen a dar su apoyo moral y material a los combatientes alteños
que ya han resistido la muerte de más de 30 hermanos y decenas y decenas de
heridos desde el día 9 de octubre […] Vienen con el mandato de tres puntos:
- Sitiar a la ciudad de La Paz por todas sus entradas;
- No permitir el ingreso de nuevos militares que van a reprimir y matar;
- Realizar velorios públicos en las plazas de los sectores que tuvieron caídos.
259
Movimiento al Socialismo (MAS)
Documento: ¡Defender la Democracia !
El documento no tiene resoluciones ni instructivos. Más bien, fija una postura
política sobre la democracia. Las consideraciones más importantes que hace son
las siguientes:
Viva la Democracia
Desde abril del 2000, la sociedad civil organizada de múltiples formas ha
ido apareciendo en el escenario público. Sus demandas son de búsqueda de
reconocimiento de los derechos civiles, políticos y sociales.
Así, los más pobres, los excluidos, los marginados, los que andan de a pie,
los que siempre fuimos los gobernados, hemos empezado a reclamar y a
defender nuestros derechos.
Desde esa fecha, hemos recuperado dignidad para emitir nuestra voz, levan-
tar nuestras frentes y decirles a los poderosos: NO!!. ¡Ya Basta de manoseos
y de engaños!!. ¡Ya Basta de Neoliberalismo!! ¡Construyamos un nuevo pro-
yecto de nación y dotemos de carne a nuestra democracia!!
Así, hemos logrado a través de acción en las calles, hacernos escuchar y res-
petar. Y, en el calor de las movilizaciones, de las asambleas, de los cabildos
ha emergido la idea de una Asamblea Constituyente. Donde seamos todos
los bolivianos, desbloqueando a los intermediarios de siempre, los que nos
dotemos de un nuevo orden institucional democrático. […]
Refundar el país
La política es un derecho de todos y no de unos pocos. No se práctica sólo
una vez, a través del voto en las elecciones, se hace todos los días, a través
de cualquiera que emita su opinión, criterio, demanda y/o reinvindicación
personal o de su colectivo.
Refundar la Democracia
La democracia no sólo son los procedimientos electorales, sino, fundamen-
talmente, hacer realidad que los Derechos Humanos se respeten y sean los
mecanismos mediante los cuales nos relacionamos
260
La postura de la Coordinadora del Gas, por su parte, centra la aten-
ción en la única salida política que se vislumbraba entonces para
el conflicto: renuncia de Sánchez de Lozada y respeto a la sucesión
constitucional del vicepresidente Mesa. Además, pone énfasis en
señalar el conjunto de pasos que ese gobierno “constitucional”
deberá cumplir modificando puntos centrales de la legislación sobre
hidrocarburos. En tal sentido, el documento propone un camino por
donde el conflicto pueda continuar: que se cambie el presidente y
que el nuevo cumpla con lo señalado desde la sociedad.
Finalmente, el documento político emitido en esa misma fecha
por el MAS se esfuerza básicamente por fijar su postura estraté-
gica: no se puede arriesgar “el proceso democrático”, el cual debe
ser “enriquecido”; adhiere a la exigencia de renuncia de Sánchez
de Lozada y coloca como central para la transformación política la
realización de una asamblea constituyente.
En relación a los contrastes entre las tres posturas, vale la pena
destacar un frecuente mecanismo político-discursivo, mediante
el cual se distancian y contraponen posiciones que hasta un cier-
to momento logran ámbitos de cooperación y sintonía: la parte
más radical del movimiento en 2003, la constituida por la articu-
lación en lucha de las comunidades rurales aymaras y los barrios
urbanos de El Alto, siendo además la que soportaba los mayores
niveles de represión estatal, se concentra en los aspectos de la
conducción operativa del conflicto, anima a los que están en la
primera línea de combate con la pronta llegada de refuerzos y, en
términos de las posibilidades políticas del momento, únicamen-
te señala que a Sánchez de Lozada hay que hacerlo caer. Por su
parte, entre la postura de la Coordinadora y la del MAS se va per-
filando con nitidez la escisión y privilegio diferenciado entre los
aspectos “políticos” y los aspectos “económicos” –o estratégicos,
de fondo, según se considere– en el conjunto de exigencias de los
movilizados. Si la Coordinadora pone el acento en la cuestión del
gas, en la necesidad de que se diagrame un camino para recupe-
rar lo saqueado, de tal manera que la voluntad social expresada
en calles y caminos logre avanzar; el MAS prefiere centrarse en
261
la cuestión más claramente “política” –en el sentido tradicional–
que estaba en disputa: lo relativo a la asamblea constituyente.
Resulta comprensible, además, que a partir de estos tres documen-
tos, los interlocutores y aliados potenciales de cada una de las fuerzas
en pugna sean distintos. La CSUTCB habla directamente a los comu-
narios movilizados; la Coordinadora busca nuevamente detonar un
proceso de deliberación entre la población en su conjunto y el MAS
hace guiños a todos aquellos interesados en organizar una asamblea
constituyente más o menos formal para una reconstrucción institu-
cional en momentos de colapso de cualquier orden heredado. Uno de
los principales destinatarios de las señales de Morales era, justamen-
te, Carlos Mesa, tal como quedará claro en el capítulo siguiente.
Por otro lado, en relación con los dos temas centrales que expre-
saban las aspiraciones más generales de transformación social
en aquel octubre de 2003, además de la renuncia del presidente:
asamblea constituyente y recuperación de los hidrocarburos; había
también posiciones contrapuestas y significados contradictorios
asociados a tales consignas. En el siguiente cuadro resumiré algu-
nas de las diferencias con que se expresaban las distintas perspec-
tivas de transformación social:
Asamblea Recuperación de los hidro-
Constituyente carburos
CSUTCB, Felipe Rechazo a la realiza- “Nacionalización sin indem-
Quispe y entor- ción de la Asamblea nización”
no cercano. Constituyente sobre La debilidad de esta consigna
Postura en oca- todo si ésta era con- consistía en que ubicaba la
siones comparti- vocada por el estado fuerza de la movilización
da por FEJUVE, pues en ese caso sólo como palanca para exigir al
estudiantes de habría una “reforma” Estado la realización de deter-
la UPEA y COB de Bolivia. minadas medidas. Esto es,
Quispe hablaba colocaba a los movilizados en
entonces de la condición de “peticionarios”
“Refundación de ante quien continuaba siendo
Qullasuyu”1; sin el titular reconocido de la
embargo, no explicaba soberanía social –el estado–;
cómo podría llevarse pese a que la exigencia se
a cabo. hiciera a partir de una enorme
fuerza de movilización y se
presentara de manera radical.
262
Coordinadora “Asamblea “Reapropiación social de los
del Gas, Oscar Constituyente sin hidrocarburos”. Tal formu-
Olivera y entor- intermediación parti- lación constituía el marco
no más cercano daria”. discursivo para impulsar una
La cuestión de quién serie de modificaciones lega-
convoca a la consti- les paulatinas, donde lo cen-
tuyente fue un punto tral estaba en la deliberación
insalvable para la pública de aquello que se
fuerza práctica de modificaba y se incorporaba.
Olivera y el entorno La otra idea clave era habili-
cochabambino de la tar el “control social”.
Coordinadora. En Bajo esta pauta se lograba dis-
diversas oportunidades putar, aunque fuera de mane-
tanto Olivera como ra lenta y paulatina, la titulari-
sus aliados discutieron dad de la soberanía social: se
sobre la posibilidad avanzaba fijando con claridad
de lanzar una convo- aquello que NO se permitiría
catoria a Asamblea a ningún gobernante.
Constituyente por
cuenta propia, aunque
nunca la llevaron a
cabo.
Seis “Asamblea “Recuperación de los hidro-
Federaciones Constituyente” con- carburos”.
del Trópico vocada por el estado Anulación de la Ley 1689
(cocaleros), donde se combinara y sustitución por otra Ley
Evo Morales, la representación promovida por el MAS,
Román Loayza y política partidaria y centrada en el aumento de
CSUTCB para- no partidaria. los impuestos a las corpora-
lela, MAS, ONG ciones.
y aliados.
263
De momento, vale la pena realizar un primer ejercicio de elabo-
ración de conclusiones provisionales sobre la “capacidad eman-
cipativa” de las acciones de antagonismo y transformación de los
levantamientos bolivianos entre 2000 y 2003. Sobre todo porque
los sucesos de octubre pueden leerse como uno de los puntos más
álgidos de despliegue del antagonismo social, de mayor cohesión
en el enfrentamiento y en la disputa sobre la prerrogativa de deci-
dir sobre el asunto público que protagonizaron los diversos hom-
bres y mujeres movilizados e insurrectos. En tal sentido, antes de
revisar lo que efectivamente sucedió entre 2004 y 2005 me parece
pertinente reflexionar acerca de: 1) por qué sucedió lo que sucedió;
2) lo que podría haber sucedido; y este ejercicio no es tanto una
acción de imaginación o especulación sino de reflexionar con cui-
dado sobre lo que la población movilizada efectivamente consiguió
hacer, aun si después declinó en sus acciones o modificó el sentido
de sus esfuerzos y búsquedas.
En la Introducción de este trabajo formulé el siguiente razona-
miento que está en la base de mis argumentos: “La capacidad
emancipativa de los movimientos de insubordinación, tanto de
aquellos que surgen básicamente a partir de acciones de confron-
tación, como de los más estables que tienden a instaurar también
formas de regular la satisfacción de las necesidades cotidianas de
otra manera, se puede apreciar a partir de su posibilidad de pasar
con mayor o menor fluidez de la autogestión de la vida cotidiana
al antagonismo y viceversa. Lo decisivo, al menos en términos
teóricos, en relación a su capacidad emancipativa está en rechazar
asumir el punto de vista de la totalidad –que es la mirada estatal
y, en última instancia, del capital–, manteniendo a flor de piel la
expresión de la inagotable calidad particular de la lucha de cada
1. En una entrevista a Felipe Quispe, realizada a finales de 2003, a la pregunta sobre las diferencias entre
su postura política en relación a la del MAS, Quispe centra la atención sobre todo en los “métodos de
lucha”, lo cual es ilustrativo de la dificultad para formular y comunicar sus intenciones políticas:
“Pregunta del entrevistador: ¿Se trata de posiciones tan irreconciliables?
Respuesta de Quispe: Sí, porque el MAS sólo aspira a llegar al gobierno por la vía pacífica, en cambio
nosotros queremos llegar al poder por la lucha armada. Si bien ahorita estamos inmersos en el campo
democrático, eso es algo simplemente temporal, táctico-estratégico”. www.libertaddigital.com
264
quien”, además de perseverar en el “éxodo semántico” del signifi-
cado que el estado intenta asignar y fijar a las acciones colectivas.
Con esto en mente, puede afirmarse, en relación a 1) que, algo
que resulta muy claro es que en 2003 se llegó a un punto en el
cual lo que seguía era una guerra civil generalizada, en donde la
victoria de cualquiera de las dos fuerzas confrontadas –población
vs. gobernantes– era incierta. En tal sentido la caída de Sánchez de
Lozada ocurrió, fundamentalmente, a) gracias al esfuerzo de lucha
desplegado por los hombres y mujeres aymaras del campo movi-
lizados en el bloqueo de caminos; b) a partir del sentido general,
compartido por una gran parte de la ciudadanía, de oposición y
rechazo a cierta forma de explotación de los hidrocarburos: y c) por
la insurrección generalizada en la ciudad de El Alto.
Sin embargo, para el desenlace que se produjo en octubre fue deci-
sivo, igualmente, que una gran parte de las clases medias y de las
élites económicas se convenciera de que la manera en que Sánchez
de Lozada y su gobierno pretendían conducir el país era ya insoste-
nible. Asimismo, fue decisivo para el curso de los eventos posterio-
res, también, que el MAS se hubiera colocado ya, para ese entonces,
como segunda fuerza electoral de Bolivia tras las elecciones de 2002
y que sus intenciones privilegiaran, más allá de los discursos y cier-
tos momentos de confrontación, tanto la preservación del “proceso
democrático” como la realización de una asamblea constituyente
auspiciada desde el estado. Estos dos elementos son inseparables:
amplios segmentos de las clases dominantes comprendieron en
octubre de 2003 que se estaba avanzando por un camino sin retorno
en la confrontación social, que podía ser muy peligroso para la con-
servación de sus propios privilegios, por lo cual era necesario, antes
que perder más, sacrificar a uno de los suyos. Las clases medias, por
su parte, encontraban que a través del MAS podían ampliar sus már-
genes de influencia sin tener que dialogar, negociar o directamente
subordinarse a lo que fueran proponiendo los aymaras movilizados
o las fuerzas móviles de la Coordinadora del Gas.
Por otro lado, la fuerza social-comunitaria y barrial aymara que para
entonces tenía gran influencia en otras organizaciones tradicionales
265
de Bolivia, como la COB, la COR-El Alto y varios otros organis-
mos sindicales, continuó desplegando, en condiciones de creciente
dificultad por las pugnas internas que para 2003 habían aflorado
ampliamente entre ellas, una estrategia tanto de movilización y
repudio a las políticas gubernamentales; como de ejercicio directo de
soberanía, es decir, de autonomía en la solución de los más variados
temas. La Coordinadora del Gas, por su parte, continuó tenazmente
impulsando un camino parecido al transitado tras la Guerra del Agua:
convertir en central la prerrogativa civil de fijar la agenda pública y de
decidir sobre los asuntos que a todos incumben: recuperación del gas
y constituyente como complementos de la renuncia de Goni.
Ahora bien, si el momento de la movilización y el levantamiento
sólo puede entenderse indagando en la producción de gigantescos
esfuerzos cooperativos –donde hasta cierto punto se moderan y
disimulan las rivalidades y competencias entre posturas y faccio-
nes políticas– para obtener determinados fines, en tiempos de
atenuación de la confrontación, esto es, en los episodios de relaja-
miento en el despliegue del antagonismo tras un lapso de enorme
tensión de las fuerzas sociales, afloran con virulencia los rasgos
competitivos y las rivalidades entre posturas políticas distintas.
Esto sucedió claramente en la cada vez más irreconciliable relación
entre las fuerzas sociales afines a Felipe Quispe y a Evo Morales,
donde, además, la presencia de Oscar Olivera como posible bisa-
gra, comenzó a perder el ímpetu anterior: Morales se distanciaba
de Olivera por su sistemática negativa de aceptar alguna candidatu-
ra a algún cargo público por parte del MAS; mientras que Quispe,
quien a partir de 2004 comenzó a perder su influencia política,
despreciaba y criticaba acremente a Olivera –como a casi todos los
demás dirigentes y voceros, hasta quedarse aislado e impotente en
2005– acusándolo de las cosas más descabelladas.
Por otro lado, hasta 2003 las demandas más importantes, las con-
signas más claras y con mayor capacidad de movilización habían
buscado, fundamentalmente, establecer vetos a la decisión y acción
gubernamental sobre diversos temas, abriendo caminos para la
autonomía de facto de las comunidades, sindicatos, barrios y distritos
266
sobre los asuntos más relevantes para cada quién; esto es, las aspira-
ciones profundas de las luchas giraban en torno al anhelo y decisión
local y/o sectorial de “colocar” al estado y a los gobernantes en un
sitio distinto al que institucional y legalmente ocupan: el de “man-
dantes”. Al hacer esto una y otra vez durante los años de rebelión y
levantamiento, rechazaban y abandonaban, por la vía de los hechos
y de manera colectiva aunque local, el papel de obedientes. Se trata-
ba pues del “desplazamiento” local del gobierno tanto limitando su
capacidad de imponer como cuestionando su potestad de hacerlo.
Al recapitular las exigencias sociales más profundas y reiteradas
durante los casi cuatro años de luchas analizados hasta aquí, encon-
tramos que estas versaron en torno al despliegue particular y nega-
tivo de específicos “vetos” sociales que consiguieron descolocar al
poder, ya sea por la vía de impedirle llevar a cabo sus decisiones polí-
ticas, como por el camino de su desconocimiento local de hecho:
– No a la Ley de Aguas
– No a la Ley de Tierras, ni al “saneamiento” conducido por el estado
– No a la erradicación de la coca
– No al formulario Maya-Paya48
48. Otras dos demandas particulares en esta misma dirección eran: “no al seguro obligatorio”, esgri-
mido por los choferes y el general: “no a la elevación de los impuestos”.
267
intelección de lo que sucedía que hubiera puesto el acento en lo
que tales prácticas tenían en común. De esta forma, las múltiples
acciones y aspiraciones de autonomía local sobre los aspectos más
sensibles de la específica forma de dominio estatal sobre cada
quien, no alcanzaron a entrelazarse entre sí más allá del momento
de la confrontación. Por tal motivo, no lograron dotar de conte-
nido a un concepto que apareció con bastante frecuencia en esta
temporada: autogobierno; si bien se aludía a él utilizando distintos
términos y refiriéndose a diferentes anhelos.
¿Intento sostener, por si acaso, que en aquellos momentos estuvo
mal, “fue una claudicación”, detenerse en la elección de Carlos Mesa
como reemplazante de Sánchez de Lozada, tal como dicen una y otra
vez ciertas corrientes trotskistas? Por supuesto que no. Mi lectura de
los acontecimientos es absolutamente contraria a tales posturas.
Más bien, lo que me interesa discutir en tanto considero que,
efectivamente, fue una debilidad que a la larga limitó la capacidad
emancipativa de los levantamientos y movilizaciones, es la cuestión
de que después de octubre de 2003 no se perseveró con la tenaci-
dad que el momento requería en el horizonte de sentido que, hasta
cierto punto, Felipe Quispe comenzó a bosquejar: “Mesa es un pre-
sidente que tiene que cumplir lo que nosotros hemos decidido” y si
no, “volvemos a quitarlo”. Argumentemos un poco más sobre esto.
He mencionado ya que en momentos cúspide de despliegue del
antagonismo social –como fue sobre todo, octubre de 2003– se
repudian y ponen en crisis al menos tres de los pilares básicos de
la síntesis estatal:
268
que se hunde en las divisiones étnicas y genéricas drásticamen-
te jerarquizadas, más íntimas de un conjunto social.
3) Las formas de organización política, el andamiaje nor-
mativo y administrativo de la vida social para resolver las
necesidades fundamentales del conjunto de la población
admitido en la anterior síntesis social.
269
desestructurante derrochada hasta 2003 puso fin a un gobierno
insoportable y cambió sustancialmente los términos de lo social-
mente necesario y deseable, no reforzó ni amplió el horizonte de
sentido de la transformación social en marcha inaugurado desde
2000, en la Guerra del Agua.
En 2003 hubiera sido necesario, según mi postura, volver a
hilvanar una narrativa autónoma de los acontecimientos, de los
logros alcanzados y de los todavía no conseguidos, de los nuevos
fines emancipativos de transformación social que hasta entonces
habían aflorado, con la cuestión de la autonomía fáctica y las
posibilidades de autogobierno local como centro del argumento.
Es decir, en aquel año decisivo hubiera sido muy útil construir
una versión abierta de lo alcanzado y pensar los nuevos sucesos
de transformación social local posibles con una perspectiva ni
estadocéntrica ni acotada a una comprensión de lo “universal-
afirmativo” como lugar por antonomasia del poder. Pues el poder
que brota desde ese lugar de emisión es, únicamente, el poder del
estado en alguna versión. Dicho de otro modo, en vez de teorizar
sobre los “límites de lo realizado” admitiendo la normatividad
estatal como frontera inapelable de la propia lucha social, la cues-
tión era intentar iluminar las nuevas posibilidades de expansión
de la lucha desde los bordes, a partir de entender la capacidad de
irradiación de los múltiples antagonismos negativos y particulares
que continuaron desplegándose, aunque siempre atravesados por
la fuerza de gravitación emitida por el discurso de la transforma-
ción centrada en lo estatal, tanto como práctica concreta y, sobre
todo, como horizonte de posibilidad.
No quiero, ni por un instante, explicar los sucesos por las ausen-
cias que pudiera encontrar en el curso de su despliegue. Me inte-
resa, eso sí, hacer notar desde ahora la ausencia de una reflexión
más profunda sobre las posibilidades abiertas en Bolivia tras octubre
de 2003 en virtud de la importancia para la emancipación de la
formulación de un horizonte utópico, del peso y repercusión de
contar nítidamente con una perspectiva todavía-no alcanzada, pero
deseada, imaginada y susceptible de deliberación y construcción
270
colectiva. Señalo y reitero, además, que dicha perspectiva, para ser
emancipativa, necesariamente hubiera tenido que ser hilvanada
desde la multiplicidad, negativa y particular, de la polifónica lucha
social de aquellos años. El camino de la “sustitución” del grupo
social en la cúspide del mando político, bajo la premisa de que lo
políticamente decisivo es la ocupación del lugar de enunciación
universal y afirmativo, como en casi todas las experiencias del
atormentado y convulso siglo XX, una vez más se va mostrando
como estafa, como amarga contra-finalidad que impregna todo de
desilusión y desencanto.
Vale la pena proseguir con el recuento y análisis de algunos suce-
sos de los años posteriores, a fin de ampliar la discusión sobre
de las dificultades con que se topan las perspectivas emancipati-
vas porque, tal como con frecuencia y socarronamente comenta
Adolfo Gilly, en la lucha de clases “el otro lado también juega”.
271
Capítulo V
El confuso 2004: reacomodos y “equilibrio catastrófico”
1. Oscar Olivera, en entrevista realizada a finales de 2003 señala: “Yo sí creo que (la renuncia de
Goni) era una demanda básica, fundamental; que no ha sido, digamos, lo mejor que podría haberse
pedido, porque sabíamos, por experiencia del pueblo, que cambiar las cabezas no cambia nada, si no
se cambia la estructura económica, la estructura política, para poder cambiar las condiciones de vida
de la gente aquí. Pero creemos que en ese momento, para evitar, quizá, mayor derramamiento de
sangre y evitar un mayor esfuerzo humano, que ya era bastante prolongado, es que se planteó esta
demanda, que creo que es una demanda que fundamentalmente vino de los sectores medios. Quizá,
producto del temor que el país pueda entrar en una escalada de violencia muy grave, que evidente-
mente fue apoyada por los sectores populares, eso no lo podemos negar. Una especie de demanda
por los crímenes que hasta ese momento se habían ido cometiendo”. Puede escucharse el audio en
http://www.bolivia.indymedia.org/.
273
markas, el presidente Mesa se presentó sin haber sido invitado. La
gente lo aceptó, le permitieron subir a la tribuna y le plantearon,
entre otras muchas, la demanda popular que había unificado al
movimiento: “¡El gas es nuestro!”. Carlos Mesa se comprome-
tió en ese momento no a cumplir con lo que la población toda
había demandado los días de la rebelión, sino a organizar un
referéndum para que “democráticamente”, se decidiera sobre el
“destino” de los hidrocarburos. Felipe Quispe señaló entonces
que la CSUTCB le daba tres meses de “tregua” para que hiciera
su trabajo.2
En tal contexto, una cuestión fundamental que quedó impre-
cisa y abierta fue establecer con mayor claridad cuál era el trabajo
de Mesa. Por un lado, estaba en el centro del debate la posibilidad
o no de “expulsar” a las transnacionales petroleras de manera
análoga a como se había hecho durante la Guerra del Agua con la
Bechtel; otra opción consistía en la “modificación de los contratos”
entre el estado y las petroleras, que podía abarcar lo relativo a la
gestión y al usufructo de los hidrocarburos por vías ya sea de polí-
tica fiscal –aumento de impuestos– o ampliando las maneras de
intervención estatal en la gestión y administración de las empresas:
2. En entrevista a Felipe Quispe, realizada por Ximena Ortúzar y publicada el 26 de octubre por La
Jornada, el dirigente aymara señaló lo siguiente:
–(Nosotros, a Carlos Mesa) le dimos 90 días para que revise las leyes, estudie las demandas y nos
cumpla. En el aniversario de la fundación de La Paz (20 de octubre) nosotros nos concentramos en
un cabildo abierto en la plaza histórica San Francisco. De pronto apareció en la concentración Carlos
Mesa, sin que nadie lo hubiese invitado. O quizás algunos dirigentes con los que ha tenido contacto
directo lo invitaron. Pero yo no sabía que iba a estar en ese acto. Entonces, en su presencia, le hemos
dado 90 días de plazo. En ese lapso vamos a entrar en un proceso de diálogo para que se cumpla lo
que hemos planteado a Carlos Mesa y su gobierno.
–¿Y si no cumple?
–Entonces estaremos obligados a salir nuevamente a la vera de los caminos para cortarlos, cortar
las carreteras, cortar la entrega de nuestros productos agropecuarios, estrangular la ciudad. Y otras
ciudades también se levantarán, como lo hicieron en octubre y septiembre.
–¿Cree que Carlos Mesa podrá cumplir las demandas?
–Más vale que las cumpla, porque sólo así podríamos lograr vender nuestros productos agropecua-
rios en buenas condiciones y lograr estabilidad para los campesinos
–¿Están ustedes de acuerdo con la consulta popular acerca de la venta de gas? […]
–Veremos cómo viene esa consulta.
–¿Participarían ustedes en una Asamblea Constituyente?
–No. No es nuestro plan ni es un proyecto del MIP. Los indígenas de hoy no estamos por refundar
Bolivia; vamos a plantear la reconstitución del Qullasuyu, y autodeterminarnos como nación indí-
gena en la república del Qullasuyo. Lo demás es como decir “como la ropa está muy vieja, vamos a
ponerle unos parches”. Aquí hay que cambiar todo, incluyendo el nombre de este país.
274
destino de la producción, fijación de los precios, etc. Sin embargo,
entre el conjunto de fuerzas movilizadas no había consenso sobre
qué debía hacerse; de tal manera que fue justamente sobre esta
ausencia donde Carlos Mesa, 1) cimentó su política de recupera-
ción mínima de la estabilidad estatal y de la prerrogativa de mando
del gobierno; y 2) acotó las posibilidades de la expansión de la
confrontación social, recapturando simbólicamente para el Estado
la potestad de traducir el significado de las aspiraciones sociales
de transformación y reinstalando a la población movilizada en el
lugar de obediente y demandante en relación a las cuestiones y
decisiones más importantes y a nivel nacional.3
Resultó entonces que las palabras de Felipe Quispe –similares,
en términos muy generales, a la postura de Oscar Olivera– en
relación a que Carlos Mesa “tenía 90 días para hacer su trabajo”,
exhibían una debilidad extrema pese a la vigorosa energía social
que continuaba siendo derrochada en la Plaza de San Francisco,
en tanto no establecían, no fijaban, aunque fuera a grandes rasgos,
los pasos que el flamante presidente Mesa tenía que seguir. En la
entrevista de Quispe citada anteriormente esto se hace palpable:
“le dimos 90 días para que revise las leyes, estudie las demandas
y nos cumpla…”: es él, el presidente Mesa quien tiene que “revisar
las leyes”, “estudiar las demandas” y “cumplir”.4
En la formulación se percibe el esfuerzo que hace Quispe
por invertir los términos de la relación sociedad-gobierno: “es
él –el nuevo presidente– quien tiene que sujetarse a nosotros”;
y simultáneamente, se observa la imposibilidad de afianzar tal
quiebre simbólico: es el presidente quien revisará las leyes y “nos
cumplirá”, bajo amenaza de hacerlo caer. Es decir, si bien hay un
esfuerzo nítido por invertir uno de los pilares del orden liberal del
3. Una expresión utilizada por Mesa en aquella temporada, en torno a la amplia deliberación pública
que sobre el tema del gas se había generado y se profundizó todavía más, era “no se puede gobernar
a un país de 8 millones de expertos en temas de gas”.
4. Oscar Olivera y algunos miembros de la Coordinadora del Gas tenían mucha más claridad en re-
lación a la necesidad de acotar la posibilidad de maniobra de Mesa estableciendo, desde la sociedad,
con la mayor nitidez posible elementos relativos a las “formas” de la recuperación de los hidrocarbu-
ros. Sin embargo, tenían muchísima menos fuerza social real; el “alcance práctico” de sus posiciones
era claramente menor.
275
mando, la delegación de la soberanía social, no se persevera en
ello y se hipoteca parcialmente tal soberanía social, afianzada en
octubre de 2003 en las incontables acciones de fuerza desplega-
das por cientos de miles de personas, en las decisiones que tome
el nuevo presidente para “cumplir”… ¿con quién?, ¿con qué?,
¿cómo? Esto quedó vacío.
A partir de ese momento el ritmo del Pachakuti comenzó a
variar: si hasta ese momento el compás había sido marcado, en
forma de un crescendo sinfónico, por las sucesivas oleadas de levan-
tamiento y movilización; ahora el pautado del tiempo se modifi-
caba. El gobierno de Mesa trataría de poner en marcha su propia
melodía, comenzando por re-establecer versiones remozadas de
los viejos ritmos estatales. Así, en 2004 los ritmos del Pachakuti
atenuaron su fuerza; se inició el tortuoso y tenso camino de dis-
puta por clausurar el horizonte del sentido que había despuntado
en 2000 cuando gran parte de la población centró sus esfuerzos
de maneras variadas y heterogéneas colocando en el centro de la
pugna política de la época las cuestiones acerca de 1) quién decide
sobre el asunto público; y 2) la recuperación colectiva de la riqueza
social. Por supuesto que tal horizonte de sentido no se clausuró de
un portazo; es más, en Bolivia hasta ahora –2007– todavía no está
cerrado. Sin embargo, el 2004 fue un año en el cual las cuestiones
fundamentales de la disputa política y social, aquellas que habían
abierto el cauce a la movilización generalizada de la población
trabajadora, comenzaron a ser desplazadas, su significado se vio
restringido y limitado por nuevas formas de contención y entorpe-
cimiento para volver a aflorar, en un nuevo escenario, a mediados
de 2005. Todo esto podremos comprenderlo si volvemos a cen-
trarnos en el modo cómo continuó discurriendo el antagonismo:
del arrinconamiento temporal de las luchas a niveles locales cada
vez más radicales, pero sin la cualidad expansiva del antagonismo
desplegado hasta entonces; a los sistemáticos esfuerzos estatales
por recuperar la capacidad de mando.
276
El difícil camino tras la caída de Sánchez de Lozada. ¿Qué hacer
frente al gobierno de Mesa?
5. Bolpress, 30 de junio de 2003. Para los detalles de este conflicto puede revisarse el texto, Fun-
dación Tierra, 2003.
6. Bolpress, 29 de octubre de 2003. “Bolivia: comienzan tomas de tierras de ex autoridades”. Unos
meses más tarde, en junio de 2004, los comunarios de Ayo Ayo, que es el municipio donde se en-
cuentra la hacienda Collana, lincharon al ex alcalde Benjamín Altamirano, acusado de malversación
de fondos y de estar aliado a los enemigos de la comunidad, y defendieron su derecho a ejercer la
“justicia comunitaria”. Durante junio de 2004 se dio en los medios de comunicación un álgido
debate entre dos posturas: la “obligación” de Carlos Mesa y su gobierno de restablecer la autoridad
en esa población sometiendo a los comunarios al orden estatal y, por otro lado, la decisión de los
comunarios de recuperar las tierras arrebatadas y ajustar cuentas con quienes, a nivel local, se opu-
sieran a tal propósito. Sobre esto puede leerse, Indymedia-Bolivia, “La historia y la justicia en Ayo
Ayo”, 24 de julio de 2004.
277
La madrugada del lunes 26 –de octubre– a una semana
de haber sido depuesto el presidente Gonzalo Sánchez de
Lozada por una revuelta popular, grupos de campesinos
comenzaron a ocupar la hacienda de propiedad del con-
trovertido ex ministro Carlos Sánchez Berzaín, sindicado
como el autor material de ordenar la mataza de personas en
Warisata, El Alto, Ventilla y Ovejuyo, entre el 20 de septiem-
bre y el 15 de octubre reciente.
Esta hacienda tiene una extensión de 30 hectáreas y, si bien
es considerada “chica” en relación a un predio rural para
producción agropecuaria, su ubicación la hace estratégica
porque se encuentra entre las ciudades de Cochabamba y
Sacaba. El resultado de esta acción es un muerto y seis heri-
dos, según reportes de Sacaba.
El argumento para esta ocupación es que el controvertido ex
ministro habría entregado estas tierras “en comodato” a las
fuerzas armadas, es decir para administración indirecta o
traspaso parcial como una forma de desligarse parcialmente
de dichos predios. Esta situación fue calificada de ilegal por
lo que el gobierno se comprometió a investigar el derecho
propietario de este predio.7
En esta acción hubo más de 6 muertos por balas entre los
campesinos.
278
ocupan de un hipotético “reparto agrario” sino que vehiculizan la
concentración de la propiedad rural a través del nuevo mercado de
tierras impuesto por ley desde 1995.8
Unos meses después, acciones locales de ocupación y “toma”
de los recursos disponibles se extendieron también a las minas,
aunque con un carácter sumamente confuso. La mina Caracoles,
por ejemplo, productora de estaño, anteriormente de propiedad
estatal y privatizada durante los años 90 fue ocupada por miles
de “mineros cooperativistas”. Los “cooperativistas” son, hasta
cierto punto, antiguos mineros asalariados despedidos durante la
llamada “reestructuración productiva” previa a la privatización de
la empresa.9 En muchos centros mineros los “cooperativistas” se
asentaron en los alrededores de las bocaminas para trabajar por su
cuenta, “aprovechando” algunos socavones no explotados por las
empresas como parte de los llamados “relaves” (los cerros de mine-
ral ya tratado que se acumulan en los alrededores de los ingenios).
Durante la ocupación de Caracoles por parte de los cooperativistas,
además de con la empresa, se produjo también inicialmente una
confrontación con los mineros asalariados que trabajan en ella.
Un caso extremo de protesta que cimbró a la sociedad boliviana
a comienzos de 2004 fue la muerte de Eustaquio Picachuri, un
minero sin trabajo que reclamaba un aumento a su jubilación,
quien se dinamitó a sí mismo en el Parlamento después de meses
y meses de trámites legales para lograr su demanda. Con esta des-
esperada acción y exigiendo además que se modificara la Ley de
Pensiones, Picachuri exhibió igualmente, aunque en sus aspectos
más autodestructivos, la voluntad popular de que las cosas no con-
tinuaran igual que antes.
8. En capítulos anteriores me he referido ya a los nocivos efectos que sobre las comunidades en occi-
dente y en oriente tuvo la llamada Ley INRA –del Instituto Nacional de Reforma Agraria–, aprobada
durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada.
9. Decimos “hasta cierto punto” pues en el sistema cooperativo minero se ha producido una hibri-
dación de formas laborales que disfrazan la existencia de relaciones asalariadas entre empresarios
mineros medianos y pequeños, “asociados” de múltiples maneras con trabajadores mineros despe-
didos, para la explotación de algunos parajes en los centros mineros.
279
La “Agenda de Octubre” vs. la estabilización del poder estatal de
Carlos Mesa
280
rales de representación haciéndolas más accesibles a los ciudadanos,
aunque conservando como único legítimo el formato básico de la
representatividad partidaria fundada en la delegación de la soberanía
y, por lo mismo, desconociendo de facto, la legitimidad y pertinen-
cia de cualquier otra manera de participación y/o representación
política. Además, se comprometió a destinar recursos y esfuerzos
estatales hacia tal fin. En ese mismo plan de gobierno, Mesa incluyó
también la realización de un referéndum vinculante sobre el destino
del gas y la redacción de una nueva Ley de Hidrocarburos. Por este
medio, aparte de hilvanar un proyecto para modificar las relaciones
entre el estado y las corporaciones petroleras, simultáneamente
devaluaba simbólica y prácticamente tanto los acuerdos alcanzados
durante 2003 por la población movilizada y levantada en defensa del
gas, como las diversas propuestas que habían comenzado a escu-
charse en relación a cómo reapropiarse colectivamente de lo hasta
entonces acaparado por las transnacionales petroleras.10
El plan de Mesa se presentaba, además, en un año electoral. En
diciembre de 2004, según el calendario establecido de antemano
por la Corte Nacional Electoral, correspondía realizar elecciones
en los 315 municipios bolivianos para elegir alcaldes y concejales;
es decir, estaban en juego una gran cantidad de puestos públicos
con el aditamento de que, en dicho proceso electoral sería más fácil
para los ciudadanos proponer y registrar candidatos. Antes de ana-
lizar las diversas medidas del gobierno de Mesa para “estabilizar”
la capacidad de mando del estado, fuertemente cuestionada en los
casi cuatro años de luchas previos, conviene visualizar el conjunto
de acciones emprendidas por ese gobierno, a fin de poder apre-
ciarlas como esfuerzo sistemático de “pautar el tiempo” de manera
que cierta capacidad básica de contención política volviera a manos
del estado. En el siguiente cuadro presentamos un resumen de los
pasos del gobierno de Carlos Mesa
10. Durante los primeros meses de 2004 una de las formulaciones con las que los vecinos de la
ciudad de El Alto criticaban el plan de Mesa consistía en afirmar: “El Alto ha peleado por nacionali-
zación, no por referéndum”.
281
Los pasos del gobierno de Carlos Mesa y otros sucesos relevantes del 2004
Fecha Suceso
4 de enero Mesa presenta su plan 2004-2007. Propone Asamblea
Constituyente, referéndum vinculante sobre el gas, Ley de
Hidrocarburos, austeridad y reactivación económica.
Se conocen posturas encontradas en relación al referéndum,
por parte de la Coordinadora del Gas, la CSUTCB y el MAS.
Por otro lado, el 20 de enero la UCS presenta un recurso
de inconstitucionalidad contra el referéndum.
20 de Mesa promulga la Ley de Reformas a la Constitución, que
febrero incluye la Asamblea Constituyente, la iniciativa ciudadana
y el referéndum.
12 de mayo El Senado ratifica un convenio que garantiza “inmunidad
para los militares estadounidenses”.1
18 de mayo El gobierno de Mesa presenta las cinco preguntas del referén-
dum del gas, comienza una álgida discusión en torno a ellas.
Mayo 2004 Filemón Escóbar es expulsado del MAS.
26 de mayo Felipe Quispe renuncia a su curul.
6 de julio Promulgación de la “Ley de agrupaciones ciudadanas y
pueblos indígenas” (Ley 2771).
18 de julio Referéndum sobre el destino de los hidrocarburos bolivianos
30 de julio Carlos Mesa presenta su “Proyecto de Ley de
Hidrocarburos”, que es denunciado como copia de la ante-
rior Ley 1689 de Sánchez de Lozada. Se desatan las críti-
cas desde la izquierda y desde la derecha.
6 de Mesa presenta un nuevo proyecto de Ley de
septiembre Hidrocarburos, plantea la creación de Petrobolivia y un
cambio de contratos con las transnacionales en seis meses.
El 8 de octubre anuncia veto a la ley del gas si no se ajusta
al proyecto que presentó.
6 de octubre Fecha final para la inscripción de las listas de candidatos a
alcaldes y concejales en las Cortes Departamentales.
5 de Elecciones municipales en todo el país.
diciembre
1. “El 12 de mayo de 2004 la cámara de Senadores ratificó el convenio de inmunidad con Estados
Unidos, por el cual Bolivia se comprometió a no remitir a la Corte Penal Internacional (CPI) a ningún
ciudadano norteamericano para su juzgamiento. El convenio ratificado pasó a la cámara de Diputados,
la cual debe revisar el mismo; sin embargo, en esta instancia parlamentaria algunos partidos políticos,
entre ellos el Movimiento Al Socialismo (MAS), anunció una dura batalla para evitar su ratificación y
posterior promulgación”. http://www.resumenlatinoamericano.org , 26 de mayo de 2004.
282
Como puede notarse, el gobierno de Carlos Mesa es un ejem-
plo de recuperación gubernamental de la iniciativa después de un
período de gran inestabilidad política y social. El análisis de los
contenidos políticos de las medidas gubernamentales de Mesa
admite al menos dos lecturas contrapuestas: el plan de gobierno
de Mesa puede entenderse como un “éxito” parcial de los movili-
zados en tanto el gobierno tiene que ocuparse de temas no elegi-
dos ni decididos por sí mismo y, más bien, colocados en el tapete
de la discusión pública por la propia población y sus luchas.11 Es
decir, hay una pérdida real de los bríos políticos gubernamentales
estratégicos –por así decirlo– y, hasta cierto punto, una limitación
de la autonomía política del propio gobierno, para el despliegue
de sus iniciativas y proyectos, en tanto no puede ya descartar
o desatender la consideración de aquello que para la población
movilizada en su conjunto resulta importante. En este sentido,
puede afirmarse que la movilización y los levantamientos de
2000 a 2003 habían establecido una especie de límite moral de lo
que era políticamente admisible.
Sin embargo, cabe también la lectura contraria que es la que
exploraré en las siguientes páginas: la hipótesis de una significativa
“captura” estatal de los contenidos críticos más filosos y profundos
puestos en juego durante las grandes acciones colectivas de insu-
bordinación, tendientes a trastocar y hacer variar el orden político y
las relaciones de poder que configuran el statu quo. En estas coorde-
nadas, lo sucedido durante el gobierno de Mesa es el desarrollo de
un plan de contención, por medios políticos, de lo que las distintas
fuerzas sociales habían venido diseñado como horizonte de sentido
de sus luchas y bosquejando como anhelo desde 2000.
Vale la pena, pues, analizar en detalle tanto el referéndum de
julio de 2004 y la Ley de Hidrocarburos de Mesa, como la manera
en que comenzó a organizarse desde el estado, la realización de
11. Una lectura en esta clave se generalizó entre diversas agrupaciones del oriente del país: campesi-
nos de distintos municipios, colonizadores, organizaciones indígenas, etc. A partir de tal compren-
sión de lo ocurrido, sobre todo en relación al referéndum, la postura que se generalizó en el Oriente
fue que había que participar en él.
283
una asamblea constituyente.12 Simultáneamente, conviene regis-
trar la profundización de las diferencias entre las distintas fuerzas
sociales cuya historia de levantamiento y movilización hemos ya
analizado, y cuya capacidad de cooperar –aun si esto no ocurrió
de manera tersa y plena todo el tiempo– posibilitó el quiebre de
octubre de 2003. En el contexto abierto tras la asunción de Mesa al
gobierno, la relación de competencia en que cayeron las diversas
fuerzas con capacidad de movilización, paulatinamente opacó la
claridad de la impugnación política anterior.
284
3. ¿Está Ud. de acuerdo con refundar Yacimientos Petrolí-
feros Fiscales Bolivianos (YPFB), recuperando la propiedad
estatal de las acciones de los bolivianos/as en las empresas
capitalizadas de manera que pueda participar en toda la
cadena productiva de los hidrocarburos?
4. ¿Está Ud. de acuerdo con la política de Carlos Mesa de
usar el gas como recurso estratégico para negociar una sali-
da útil y soberana al Océano Pacífico?
5. ¿Está Ud. de acuerdo con que Bolivia exporte gas en el
marco de una política nacional que:
-cubra el consumo de gas de las y los boliviana/os
-fomente la industrialización del gas en territorio nacional
-cobre impuestos y/o regalías a las empresas petroleras
llegando al 50% del valor del gas y del petróleo en favor
del país
-destine los recursos de la exportación e industrialización
del gas, principalmente para educación, salud, caminos y
empleos?
13. Mesa gastó varias decenas de millones de dólares para propagandizar “su” referéndum; la partici-
pación en el cual era obligatoria, bajo pena de multa si no se acudía a las urnas.
285
puesto bajo propiedad y dominio público, y de qué manera.14 En
relación a la pregunta 1, el problema no es tanto la derogación de
la Ley de Hidrocarburos de Sánchez de Lozada, contra la cual el
pueblo boliviano reaccionó en la Guerra del Gas, sino, en primer
lugar, el hecho de que ella no es más que una parte de la nueva
regulación neoliberal establecida a partir de la “capitalización” –pri-
vatización– de las empresas estratégicas del estado boliviano; y, en
segundo, la cuestión más apremiante de por cuál ley se sustituye.
En tal sentido, desde la óptica de quienes habían protagonizado el
quiebre de octubre de 2003, la disputa de fondo no sólo era la dero-
gación y posterior sustitución o modificación de la ley, sino ante
todo, o bien la expulsión de las transnacionales, o su tendencial y
paulatina limitación en el negocio gasífero y petrolero, así como las
maneras de transparentar lo que se decidía y hacía y de poner todo
esto bajo “control social”.
Por tal razón, la transformación de la situación exigía de manera
inmediata un cambio general del esquema productivo y de propie-
dad neoliberal en el país, que la pregunta tal como fue formulada,
por supuesto, invisibilizaba y bloqueaba.
Las preguntas 2 y 3 por su parte, de manera muy ambigua,
señalan la forma que el gobierno de Mesa buscó imprimirle a este
cambio: la menor posible. La pregunta 2 respecto a la propiedad
boliviana de los hidrocarburos “en boca de pozo” es la más enga-
ñosa, pues el problema no es tal propiedad “imaginaria” sino el
ejercicio de las prerrogativas y derechos que surgirían de ella: si
no se recupera el control de los pozos de extracción, de las plantas
y centros de distribución y de las empresas de refinación, es decir,
si no se recupera el patrimonio público real –v.gr., la empresa que
fue entregada a las compañías petroleras–, no hay manera siquie-
ra de saber cuánto de dichos “hidrocarburos” que supuestamente
pertenecen a los bolivianos “en boca de pozo” está siendo extraí-
14. Sin entrar en mayores consideración sobre las dificultades para desconocer y revertir paulatina-
mente la privatización de los hidrocarburos, cabe señalar que una variante muy similar a lo propues-
to por Mesa, es la que ha llevado a cabo el gobierno de Evo Morales. Tal como mostraré, considero
que Mesa ni siquiera se proponía llevar esto adelante y, más bien, intentaba contener por otros
medios el desborde de octubre.
286
do, trasladado y exportado. El gobierno de Mesa, en este sentido,
consiguió fijar un significado claramente controlable desde el
estado como límite del contenido de la reivindicación de la lucha
de octubre: modificación de la relación estado-transnacionales por
el camino del aumento de los impuestos y/o de la modificación de
los contratos. Justamente sobre este punto se produjo la primera
gran fractura de la anterior capacidad cooperativa –conflictiva y
complicada, pero existente–, de las distintas fuerzas sociales que
configuraron el levantamiento de octubre: el MAS, como estruc-
tura político-partidaria, decidió convocar a votar por el SI en las
tres primeras preguntas y por el NO en las dos últimas; múltiples
organizaciones locales del oriente llamaron a participar en el refe-
réndum y a rechazar, después, el contenido de las preguntas escri-
biendo la palabra “nacionalización” en las boletas. Por el contrario,
distintas fuerzas sociales de El Alto y de la zona rural aymara
convocaron a rechazar drásticamente el referéndum, impidiendo
la instalación de las urnas o quemando las ánforas. Por su parte,
la Coordinadora del Gas buscaba, sin conseguirlo, compaginar de
alguna manera todas estas posturas.
Vale la pena tomar en cuenta, de todas maneras y una vez cons-
tatada esta limitación tanto de la pregunta 2 como de la intención
del presidente Mesa, que Bolivia es quizá el único país en el que se
discutió durante 2004 la posible subida de impuestos a la inversión
petrolera extranjera con el escándalo internacional consiguiente en
términos de constituir “amenazas a la seguridad jurídica”.
Finalmente la pregunta 3, que habla de la “refundación de
YPFB”, consigna que también fue discutida ampliamente en diver-
sas reuniones y encuentros de “población sencilla y trabajadora”,
como se llaman a sí mismos los participantes de la Coordinadora
del Gas, por la manera en que está formulada, significa literalmen-
te refrendar la aceptación de la manera cómo se realizó la privatiza-
ción en Bolivia del 95 en adelante, bajo un esquema de convertir
las empresas públicas en sociedades anónimas y, supuestamente
–porque esto también fue una “operación imaginaria”– distribuir
el 50% de la propiedad de esas empresas, en acciones ahora perte-
287
necientes individualmente a cada habitante de Bolivia.15 Señalado
lo anterior es claro que la disputa por la “reapropiación social de
los recursos públicos hoy expropiados”, tal como algunos expre-
saban el significado del conflicto en octubre de 2003, continuó
abierta. Ahora bien, el gobierno de Mesa no se detuvo ahí. Tras la
legitimidad obtenida a través del “referéndum”, hicieron conocer
su nuevo “Proyecto de ley de hidrocarburos”, que estuvo en el cora-
zón de la disputa política boliviana hasta 2005.
Analicemos brevemente tanto la cada vez más abierta confron-
tación entre las fuerzas sociales que comenzó a gestarse antes y
después del referéndum, como la propuesta de Ley de hidrocarbu-
ros de Carlos Mesa.
15. La operación imaginaria de distribuir con base en acciones, la “propiedad” anteriormente estatal
a todos los bolivianos mayores de 18 años hasta una determinada fecha, fue la forma específica de
la privatización de las principales empresas estatales en Bolivia, durante el primer gobierno de Sán-
chez de Lozada. Una discusión más completa sobre esto puede encontrarse en: Gutiérrez/Mokrani,
2007
288
nación” para fines específicos entre representantes formales de las
distintas organizaciones sociales. Eran, insistimos, espacios de deli-
beración abiertos para intentar reencauzar las perspectivas políticas
de la sociedad en movimiento16 en términos amplios, y para alentar
la toma de acuerdos entre dirigentes de las diversas y heterogéneas
organizaciones sociales constituidas.17
Vale la pena destacar la inasistencia a estos encuentros de Feli-
pe Quispe o de otros representantes de la dirigencia aymara de la
CSUTCB cercanos a él, en primera por su “creciente desconfianza”
a las posturas de Oscar Olivera a quien acusaban de ser “MASista”.
Además, en aquellos momentos Quispe estaba enfrentando una
gran cantidad de problemas pues el mayo anterior había renunciado
a su curul en la Cámara de Diputados afirmando que “retornaba a
la lucha social”, aunque también lo hizo a fin de prepararse para las
elecciones municipales, conservando la dirección del MIP.18
289
inmediatos sobre cómo responder al referéndum de julio. En este
sentido, si bien los encuentros lograron producir consensos bási-
cos entre la población movilizada acerca de lo que era inaceptable,
no consiguieron afianzar nuevos acuerdos prácticos y, más bien,
visibilizaron rupturas insalvables.
Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en la Asamblea de Movi-
mientos Sociales en Cochabamba el 5 de julio de 2004, donde la
discusión se centró en qué postura asumir el día del referéndum.
Sobre un anterior acuerdo implícito de denunciar el referéndum
como un “tramparéndum”, lo urgente entonces era discutir las
formas de su rechazo: repudiándolo drásticamente, quemando
ánforas o impidiendo su instalación tal como proponían sobre
todo los contingentes de El Alto o, más bien, acudiendo a las
urnas y escribiendo “nacionalización” en las boletas, es decir,
“anulándolas” según el reglamento del propio referéndum que
era la postura mayoritaria en Cochabamba y de diversos grupos
cruceños. No llegar al día del referéndum con una propuesta
práctica uniforme no hubiera sido tan grave si hubiera sido claro
que la posición de rechazo era general. De hecho, la postura
que la Coordinadora del Gas y Oscar Olivera, intentaron asumir
durante la preparación y realización de la Asamblea tiene justa-
mente esta forma: establecer el rechazo y respetar las diversas
formas de exhibirlo.19
Sin embargo, ese mismo 5 de julio el MAS –en tanto estructura
política– se manifestó públicamente con una postura que avalaba el
referéndum. El MAS y Evo Morales convocaron a participar en la
consulta y a votar por el SI en las tres primeras preguntas y por el
NO en las dos últimas. Esto introdujo una gran confusión, profun-
dizó las rivalidades y desencuentros y generó el colapso de facto del
anterior formato cooperativo en el modo de afrontar la lucha contra
el gobierno y sus políticas, admitiendo y respetando las distintas
19. Puede escucharse un clip de radio con intervenciones directas de los actores explicando sus
posturas en “Asamblea Nacional contra el referéndum sobre el gas en Bolivia”: http://www.radio-
mundoreal.fm/rmr/?q=it/node/2437.
290
perspectivas y formas de lucha de cada quien.20 La posibilidad de
generar y articular consensos se rompió, justamente porque a partir
de aquí, con mucha mayor claridad que antes, se contrapusieron
dos posturas opuestas: “rechazo o participación” en el referéndum,
es decir, ya no se podía articular las distintas formas de rechazo
–más radicales o más moderadas– para continuar habilitando posi-
bilidades de cooperación aunque fuera a regañadientes.21
En cierto sentido entonces, el 18 de julio de 2004 marca un punto
de inflexión en la lucha social boliviana, pues la capacidad hasta
entonces desplegada de convertir la heterogeneidad de posturas exis-
tentes en fuerza sintonizada al amparo de perspectivas políticas más o
menos consensuadas y autónomamente decididas con un contenido
contra y más allá del poder del estado, se convirtió paulatinamente en
encono, rivalidad, impotencia y tristeza; aunque no únicamente en
eso. La capitulación egoísta ante el estado y sus límites, de la direc-
ción de uno de los torrentes de insubordinación social que habían
habilitado la época de luchas fue un golpe muy duro para la fuerza
emancipativa del conjunto. En el Ampliado del MAS del 4 de julio,
el partido decidió enfocar todos sus esfuerzos hacia la “preservación
del proceso democrático”, centrándose en salvaguardar la celebración
de las elecciones municipales del siguiente diciembre.22 Todas las
decisiones y acciones del MAS como estructura política y de sus diri-
gentes más visibles irán a partir de aquí, en esa dirección. Además,
comenzará a ocurrir un paulatino reacomodo de fuerzas que conmo-
20. Según Oscar Olivera, un argumento de Morales, repetido varias veces en la discusiones acerca de
qué hacer frente al referéndum fue el siguiente: “Si Mesa no gana el referéndum, aun si es tramposo
como está planteado, su gobierno va a caerse. Si el gobierno de Mesa se cae, no habrá elecciones en
diciembre. Y nosotros debemos de cuidar que sí se celebren tales comicios”. Este razonamiento mez-
cla, evidentemente, los cálculos político-partidarios con las tareas urgentes para impulsar el movi-
miento social y popular. Comunicaciones personales con Oscar Olivera entre mayo y julio de 2004.
21. La postura de “rechazo” y “participación” que trataron de hilvanar los contingentes orientales
era ciertamente muy confusa: “debemos participar porque eso –el referéndum– lo hemos ganado
nosotros, pero hay que participar para rechazar escribiendo nacionalización en las boletas”. Escuchar
www.radiomundoreal.fm
22. Ver la nota elaborada por Alex Contreras –posteriormente vocero del gobierno de Mesa– en
Narconews, “Bolivia dividida por el referéndum”, del 6 de julio de 2004. En esa nota, Contreras cita
las palabras de Morales quien explica así su posición: “Quienes quieren boicotear y se oponen al
referéndum están defendiendo la política del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. La mayoría
de los bolivianos queremos fortalecer la democracia y por eso vamos a participar en el referéndum;
ahora, si el gobierno no escucha el clamor popular de la nacionalización vamos a salir a las calles y
a las carreteras para exigirla”.
291
verá a las organizaciones de todo el país modificando el horizonte del
quiebre político hasta entonces alcanzado. El Pachakuti quedará poco
a poco en suspensión y brotará nuevamente y poco a poco en el ima-
ginario colectivo la aceptación, como legítimos y pertinentes, de los
procedimientos estatales para la decisión pública sobre lo acordado y
promovido por la población en lucha. En tal sentido, la última gran
movilización estudiada en esta investigación, la de mayo-junio de
2005, si bien geográficamente es la más significativa y contundente,
no pondrá en el tapete novedades políticas demasiado importantes.
En este contexto de disputa interna y confusión, Carlos Mesa
presentó su “Proyecto de Ley de Hidrocarburos” el 30 de julio de
2004, 12 días después del referéndum.23 El proyecto de ley pro-
fundizaba los esfuerzos gubernamentales por “fijar” el significado
de los cambios promovidos por la movilización en un formato de
reforma legal limitada, centrándose en aumentar los impuestos a
las petroleras y en construir una entidad estatal llamada Petroboli-
via. El análisis de la propuesta gubernamental, además, comenzó a
convertirse cada vez más en materia de análisis de expertos.
En un documento titulado “Cinco motivos para rechazar la
ley de hidrocarburos de Mesa”,24 elaborado por el Observatorio
de Políticas Energéticas de Bolivia y el CEDIB en conexión con la
Coordinadora del Gas, se establecen las siguientes conclusiones:
23. Los resultados del referéndum no fueron del todo alentadores para el gobierno: de la gente que
acudió a las urnas, la mayoría (el 70%) votó por el SI, que era la opción promovida por el gobierno y
por el MAS, a las tres primeras preguntas. Sin embargo, más de la mitad del padrón, o bien no acu-
dió a votar o anuló su voto. Las acciones radicales de repudio al referéndum fueron aisladas y pocas,
pese a la amenaza de Felipe Quispe de declarar nuevamente “estado de sitio” en el Altiplano durante
su celebración. Así, pese a los esfuerzos mediáticos por construir una alterada realidad estadística
insistiendo en una drástica victoria del gobierno en la contienda, ellos mismos la sabían dudosa,
frágil y altamente volátil. Lo que sí se fracturó fue la posibilidad de instalar en la discusión pública,
de manera contundente, el rechazo razonado a lo que Mesa iba haciendo.
24. Este documento circuló profusamente en aquel entonces y contiene un exhaustivo análisis de
la Ley Mesa sobre hidrocarburos. Puede encontrarse en http://www.selvas.org/download/cedi-
bgas051004.doc.
292
2. Ingresos fiscales: No se repone ni siquiera el 50% de los
ingresos para el Estado boliviano.
3. YPFB: YPFB será sólo una empresa más, y después de
haberle Quitado Todo, debe Competir –en las mismas
condiciones– con las empresas trasnacionales. PetroBolivia
sería una simple oficina de fiscalización, por encima de
todas las demás empresas. (En resumen: YPFB cumpliría
un rol secundario).
4. Precios: Los precios de “nuestros” hidrocarburos para el
mercado interno, se ajustan a los precios internacionales,
antes de basarse en los costos de producción nacional, tal
como pasa en Venezuela donde se aplica a nivel interno
precios 10 veces menores que en Bolivia. Sólo las Regalías
deberían regirse por los precios internacionales, para lograr
un verdadero Beneficio para el país.
5. Industrialización: Los proyectos de industrialización sólo
benefician a empresas extranjeras, dejando al país migajas
e impidiendo que YPFB sea Protaginista de la planificación
y ejecución de una verdadera estrategia nacional de Hidro-
carburos.
293
en los siguientes meses, superponiéndose las opiniones vertidas
en torno a unos y a otros temas. En agosto de 2004, la Coordina-
dora del Gas emitió un comunicado fijando su postura e intentan-
do, nuevamente, salirse del marco de significados que iban siendo
fijados por el gobierno, es decir, una vez más intentó “fugarse se-
mánticamente” de lo establecido por el gobierno de Mesa aunque
lo hacía en condiciones de cada vez mayor debilidad práctica dado
que, por un lado, las fuerzas, organizaciones y grupos articulados
en o cercanos al MAS tenían otras intenciones y las fuerzas sociales
cercanas a Felipe Quispe y la CSUTCB desconfiaban de la Coordi-
nadora y buscaban maneras para expresar un rechazo general a lo
que iba percibiéndose cada vez más en occidente como una reedi-
ción del proyecto “gonista” ahora implementado por Carlos Mesa.
Todo esto ocurría, además, en vísperas del comienzo del proceso
electoral municipal de diciembre. Revisemos brevemente el docu-
mento dado a conocer por la Coordinadora del Gas el 4 de agosto:
294
promulgada por el asesino Sánchez de Lozada. Esa ley, y
cualquier otra versión semejante, el pueblo boliviano ya las
repudió en las calles, caminos y comunidades en septiem-
bre-octubre pasados. Este rechazo costó más de 100 vidas de
hermanos y hermanas nuestras: ¡Y la sangre derramada en
el esfuerzo soberano de la sociedad toda, por dotarse de un
presente de dignidad y de un futuro mejor... No se negocia!
Ésta es la lección más importante de la historia reciente y
más le vale al Sr. Mesa reflexionar sobre ello.
2. Con la presentación de este “Proyecto de Ley de
Hidrocarburos”, el referéndum que el mismo Sr. Mesa
alentó y promovió el 18 de julio pasado, se muestra también
en su auténtico y verdadero carácter: como una gigantesca
acción de manipulación, mentira y cinismo. El presidente,
apoyándose en unas instituciones que han perdido cualquier
carácter republicano pues son sordas a la voz del pueblo y
que hoy sólo bloquean la participación multitudinaria de la
sociedad para decidir sobre lo que mejor le conviene, pre-
sentó unas timoratas preguntas a la ciudadanía. 12 días des-
pués muestra que ni siquiera está dispuesto a cumplir con
esa propuesta de moderado y leve cambio en la relación entre
el estado y las transnacionales petroleras que hoy saquean
los recursos colectivos que nos pertenecen por derecho.
El pueblo boliviano todo, y la población trabajadora de las
demás naciones de este territorio, decimos que no estamos
dispuestos a soportar más burlas y que no aceptaremos a un
manipulador, cínico y sin palabra en el lugar presidencial.
3. Nosotros, todos los hombres y mujeres que participamos
en la Coordinadora de Defensa del Gas, tenemos la siguien-
te Propuesta de Refundación de YPFB:
- Derogación de la Ley de Capitalización, de la Ley de
Hidrocarburos 1689 y Refundación inmediata de YPFB con
Todo su patrimonio hasta 1994.
- Cancelación del mercado de hidrocarburos en Bolivia tal
como queda diseñado a partir de 1995.
295
- Desaparición inmediata de la Superintendencia de Energía
como organismo regulador de las actividades relacionadas
con petróleo y gas.
- En la medida en que el nuevo YPFB será nuevamente la
entidad encargada de explorar, explotar, distribuir, indus-
trializar y exportar el petróleo y el gas; cualquier arreglo,
convenio o contrato con empresas transnacionales será
decisión de dicha empresa, en acuerdo con el estado y con la
sociedad boliviana a través de sus mecanismos autónomos
de deliberación. Se requerirá por tanto, la renegociación
de todos los contratos de riesgo compartido con empresas
transnacionales, ahí donde tales acuerdos sean aceptables y
convenientes para los intereses del pueblo boliviano
- Elevación de los impuestos que paguen las transnacionales
que celebren nuevos contratos de riesgo compartido con
YPFB a 50%.
Consideramos que en la Propuesta de Refundación de
YPFB, bosquejada en el punto 3, se sintetizan las verdaderas
aspiraciones del pueblo boliviano que viene luchando hace
varios años contra el saqueo y el despojo neoliberales. El gas
y el petróleo son nuestros. Si en octubre pasado recupera-
mos la dignidad, ahora recuperaremos la riqueza colectiva y
el futuro para nuestros hijos.
296
hacía cada vez más difícil que se pudieran fijar con total claridad
las cuestiones de fondo, sin caer en una complicada maraña de
aspectos secundarios.
De todas maneras, la cuestión de la disputa por los hidrocarbu-
ros, por su recuperación y destino, estará en la base de la última
gran confrontación de 2005. En agosto de 2004, una parte de esa
batalla comenzó a gestarse cuando el sector de los transportistas
sindicalizados del occidente del país protagonizó un contundente
paro para protestar contra la continua subida en los precios de los
hidrocarburos. Ésta se convirtió en una jornada de lucha contra la
política energética de Carlos Mesa sobre todo en La Paz. Y sobre
este mismo asunto, sobre la política de los hidrocarburos y sobre
los costos de los combustibles inició desde Santa Cruz el conflicto
de enero de 2005.
Esto queda pendiente para el último capítulo de este trabajo.
Por lo pronto, revisemos la manera en que el gobierno de Mesa
encaró el tema de la crisis de la representación política a través
de mecanismos partidarios, que fue el otro asunto importante del
que se ocupó.
297
partidario de la representación política.25 La “Ley de agrupaciones
ciudadanas y pueblos indígenas” (Ley 2771) estableció en sus pri-
meros dos artículos su objeto y alcance: establecer un cauce, es
decir, normar las formas de participación política legítimas, tanto
en el ámbito de las elecciones ordinarias –generales o municipa-
les– como de las extraordinarias, para elegir representantes a una
asamblea constituyente.
298
mente para participar por medios lícitos y democráticos en la
actividad política del país, a través de los diferentes procesos
electorales, para la conformación de los Poderes Públicos.
Artículo 5° (Pueblos Indígenas). Los pueblos indígenas son
organizaciones con personalidad jurídica propia reconocida
por el estado, cuya organización y funcionamiento obedece
a los usos y costumbres ancestrales. Estos pueblos pueden
participar en la formación de la voluntad popular y postular
candidatos en los procesos electorales, en el marco de lo
establecido en la presente ley, debiendo obtener su registro
del Órgano Electoral.
299
hombres y mujeres que en los anteriores años habían participado
de diversas y variadas maneras en la solución de sus problemas
por la vía de la deliberación pública y de la participación política en
heterogéneas asociaciones y acciones colectivas.
Así, la promulgación de la Ley 2771 tuvo éxito porque restó
energía a otras discusiones en marcha en tanto muchísimas per-
sonas se dedicaron a organizar sus agrupaciones ciudadanas y/o a
buscar el reconocimiento como “pueblos indígenas” a fin de parti-
cipar en las elecciones de 2004;27 además, porque sentó las bases
de la nueva forma legítima de la representación política que el
gobierno del MAS decidió respetar a la hora de llamar a elecciones
para constituyentes en marzo de 2006.
Pero la ofensiva estatal por capturar el significado de la asam-
blea constituyente no se dirigió solamente a ordenar la represen-
tación política ciñéndola en marcos electoral-procedimentales. Los
primeros meses de 2004 se instaló la Oficina para la asamblea
Constituyente y comenzó a auspiciarse, también desde el estado,
una amplia discusión pública sobre este tema. Sin embargo, los
contenidos y formatos que se imprimieron a tal discusión modifi-
caron abruptamente los significados de lo discutido en años ante-
riores. Tal como hemos dibujado, dos eran las temáticas que se
abordaban, desde abajo, con mayor o menor énfasis: las formas de
representatividad y el carácter de la propiedad pública. En contra-
posición a esto las cuestiones centrales de las discusiones auspicia-
das por la nueva oficina estatal para la asamblea constituyente se
centraron en: el carácter originario o derivado de dicha Asamblea
y “los derechos” a ser consagrados en el nuevo texto constitucio-
nal. Para organizar reuniones, foros, conferencias y debates sobre
dichos temas, la Oficina para la Constituyente recibió una gran
cantidad de fondos y eligió interlocutores “expertos en asambleas
27. La primera participación de las agrupaciones ciudadanas y los pueblos indígenas en un proceso
electoral se dio en las elecciones municipales de diciembre de 2004. En esa oportunidad, alrededor
de 900 formaciones iniciaron el trámite para obtener personalidad jurídica y más de 400 de estas
organizaciones lograron inscribir candidatos en los municipios de todo el país (Salvador Romero
Ballivián, 2006).
300
constituyentes”.28 A partir de ahí, el debate sobre la constituyente
fue quedando capturado en los procedimientos y limitaciones esta-
tales y, sobre todo, se desplazó de un tajo el punto sobre la prerro-
gativa indígena y popular de autoconvocarse, por fuera y más allá
del estado, para reconstruir el país.
301
A nivel nacional se registró inicialmente la conformación de
casi medio millar de agrupaciones ciudadanas tanto en capitales de
departamento como en los municipios provinciales; por su parte, 14
partidos políticos reafirmaron su participación en los comicios de
diciembre.29 Es decir, una gran cantidad de agrupaciones ciudada-
nas aparecieron en la escena electoral principalmente en el ámbito
urbano. Con este nivel de generalidad podemos distinguir dos tipos
de procesos políticos en la formación de estas nuevas entidades
políticas sobre todo en las ciudades: 1) diversas figuras y personajes
de los distintos partidos políticos tradicionales se escindieron de
sus antiguas organizaciones y contendieron en las municipales con
su flamante sigla como “organizaciones ciudadanas”; 2) algunos
dirigentes sociales, cívicos y personajes públicos de diversa índole
igualmente promovieron la formación de “agrupaciones” de este
estilo. Entre los casos más conocidos del primer tipo de proceso
–recomposición partidaria a nivel nacional con relevancia poste-
rior– cabe mencionar al anteriormente MIRista, Doria Medina,
quien fundó la agrupación Unidad Nacional, o de José Luis
Paredes, también ex MIRista quien organizó Plan Progreso.30 Otros
políticos tradicionales con cierta presencia a nivel local o regional
utilizaron una estrategia similar: organizar agrupaciones ciudada-
nas para deslindarse de sus antiguos partidos o para negociar en
mejores condiciones con las direcciones nacionales de los mismos.
Éste es el caso de, por ejemplo, Percy Fernández, que fundó la
asociación AI –Agrupación Independiente–, de la agrupación San
Felipe de Austria, en Oruro, encabezada por el ex UCSista Edgar
Bazan o de Fidel Herrera militante del MBL, quien pasó a formar
302
el Movimiento Poder Ciudadano (MPC) en Sucre.31 Por su parte,
entre las agrupaciones ciudadanas constituidas en torno a persona-
jes de la lucha social, cabe destacar los esfuerzos de Abel Mamani,
dirigente alteño de la FEJUVE y de Roberto de la Cruz de la COR-El
Alto para participar en aquellas elecciones con la agrupación M-17
(Movimiento 17 de Octubre); así como la participación, por cuenta
propia, del alcalde de Potosí, René Joaquina.32
A nivel rural lo que ocurrió fue que, por un lado, algunas orga-
nizaciones sociales y sindicales decidieron “armar” agrupaciones
ciudadanas, o buscar reconocimiento formal como “pueblos indí-
genas”, como prolongación de sus demás actividades reivindica-
tivas y de lucha a fin de contender en las municipales de manera
directa; por otro, diversos grupos locales de personas con cierta
influencia, ligados o no a las organizaciones sociales –y a veces,
en contraposición a ellas–, formaron también sus agrupaciones
adoptando las más variopintas posturas. Casos del primer tipo son
la experiencia de la Central de Pueblos Indígenas del Beni (CPIB),
de la región nororiental de Bolivia o el registro como fuerza elec-
toral local de la Sub Federación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Ancoraimes, una de las secciones municipales de
la provincia Omasuyos de La Paz, que desplazó al MIP de Quispe
en la preferencia electoral el día de los comicios.
Entre las organizaciones políticas del segundo tipo, en la llama-
da “Sala Provincias” de la Corte Electoral del departamento de La
Paz, con un total de 800 mil habitantes en el área rural, se regis-
traron las siguientes agrupaciones y “pueblos indígenas”, aunque
no todas ellas participaron en las elecciones:
-Taraku Marqa
-Marca Camata (MCO)
-Marka de Ayllus Comunidades Originarias de Jesús de
-Machaca (Macojma)
-Marka Originario San Pedro de Ulloma (CUMI)
303
-Marka Tumarapi (Tumarapi)
-Marka Calacoto (Calacoto)
-Cabildos Ayllu Originarios de San Andrés de Machaca
(Caosam)
-Tayka Marka Comanche (Comanche)
-Comunidad Zapana Taraco (PIM-TE)
-Jacha Suyu Pakajaqi (JSP)
-Cajcachi del Municipio de Mocomoco (Cajcachi)
-Marka Originario Santiago de Machaca (MOSMA)
-Vilaque Copata de la provincia Aroma (MIV)
-San Andrés de Topohoco (PPQA)
-Ayllu Niño Corín (Tukuy)
-Taraku Marqa (CAOTM)
-Tayka Marca Achiri-Axawin (Markasanlayco)33
304
los comicios con gran éxito y desplazó del control municipal a la
vieja y racista oligarquía terrateniente de la zona.34
La información hasta aquí presentada exhibe la gran voluntad
de participación política también electoral que se hizo patente en
casi toda Bolivia entre agosto y diciembre de 2004. Hasta cierto
punto, la masiva forma en que la población urbana y rural registró
agrupaciones ciudadanas, sobre todo a nivel local, permitió atenuar
el rasgo de estrategia de contención política que las élites políticas
y Carlos Mesa buscaban imponer a la reforma electoral discutida
anteriormente. Considerando que un “registro partidario” brinda a
los ciudadanos reconocidos como dirigentes de tales entidades, un
“capital político” a partir del cual competir en el mercado electoral
y negociar con otras fuerzas sociales locales y nacionales, podría
decirse que lo que ocurrió durante esos meses fue una especie
de “devaluación” drástica del valor de las siglas partidarias y, por
supuesto, de su capacidad de control de los dirigentes y organiza-
ciones sociales por medio de la oferta de puestos y cargos públicos.
Al convertirse en algo más fácilmente conseguible, los registros
políticos tuvieron un doble significado: por un lado, distracción
de la atención de hombres y mujeres anteriormente movilizados y
concentrados en lo que ocurría con el gas y otros temas nacionales;
por otro, apertura de posibilidades de participación política formal
en condiciones de mayor autonomía en tanto que “cada quien”
podía conseguir su sigla.
No vale la pena comentar en detalle los resultados de una
elección tan heterogénea y dispersa como aquella; sin embargo,
resulta pertinente analizar brevemente algunos aspectos de tales
resultados electorales en algunas regiones donde ocurrieron las
principales luchas sociales durante los años previos.
En Omasuyos, en las secciones Achacachi y Ancoraimes, regio-
nes centrales para la lucha aymara, la participación electoral de la
población se elevó significativamente en relación a oportunidades
34. En conversación con Luis Gómez en julio de 2007 tras una visita a la Chiquitanía, él refiere lo
expresado por las actuales autoridades municipales de la Chiquitanía, pertenecientes a la OICh: “En
2004, cuando todavía estaba la vieja alcaldía –las anteriores autoridades locales–, ni siquiera nos
dejaron entrar a la Alcaldía. De ahí que dijimos, ‘vamos a sacarlos’. Y lo hicimos”.
305
anteriores. Esta región, desde 2001, fue el bastión electoral del
MIP (Movimiento Indígena Pachakuti de Felipe Quispe). Los
resultados del 2004 fueron los siguientes: en Achacachi ganó el
MIP con un 30,22% de apoyo, seguido del MAS que obtuvo un
11,52%. En parte, la exitosa votación del MIP estuvo fuertemente
marcada por la presencia como candidato de Eugenio Rojas, cono-
cido dirigente y participante activo de las movilizaciones de 2003.
El tercer y cuarto puesto fueron ocupados por Unidad Nacional
con un 11,11% y el PSC con un 6,94% de la votación.
Por su parte, en Ancoraimes, la otra sección de la provincia
Omasuyos, el MIP no presentó candidatura propia. En esa zona,
tal como ya mencionamos, la organización de base Sub Federa-
ción Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Ancoraimes,
Tupak Katari, recientemente registrada, presentó a su propio can-
didato y obtuvo el 37,75% de la preferencia electoral; mientras que
el candidato del MAS obtuvo el 20%. Otra organización nueva,
MOVIBOL (Movimiento Bolivariano, con posturas pro-Chávez)
consiguió el 19,92% de la votación. Los partidos tradicionales que-
daron borrados en esta zona rural. Puede notarse a partir de estas
cifras, el declive tendencial de la influencia electoral de Quispe y
su partido, el MIP, en la región central de la movilización aymara:
Omasuyos. Sobre todo en Ancoraimes, las disputas electorales que
había presentado ese partido en los comicios generales de 2002 y
ciertas pugnas posteriores en el mismo ámbito de la política formal,
dieron pie a la remoción y abandono colectivo de esa estructura par-
tidaria y a la elección del alcalde mediante el registro obtenido por
la propia organización sindical. De todas formas, considerando el
departamento de La Paz en su conjunto y otras regiones de Bolivia,
la votación del MIP fue aceptable, aunque seguida muy de cerca en
aquellos lugares donde consiguió la preferencia electoral, por can-
didatos del MAS o de organizaciones locales estrenando registro.35
35. En los 80 municipios de La Paz, el MIP ganó, además de Achacachi, en otros 9, extendiendo su
presencia a otras provincias: Pacajes, Camacho, Ingavi, etc. Obtuvo segundos y terceros lugares en 5
de los 28 municipios existentes en el departamento de Chuquisaca; logró victorias en 3 municipios
de los 38 de Potosí y consiguió importante representación en cinco municipios de tierras altas del
departamento de Cochabamba.
306
Muchos mejores resultados locales y globales consiguió el MAS
como estructura partidaria a nivel nacional. Si bien no obtuvo las
alcaldías de las ciudades grandes, La Paz y El Alto, Cochabamba y
Santa Cruz, el MAS logró una buena votación en las áreas rurales
con un porcentaje de votación que oscila entre el 6,6% y el 87,12%
de la preferencia electoral.36 En los departamentos de Oruro y
Potosí, el apoyo al MAS fue también notable, pues la preferencia
electoral en la mayoría de los municipios resultó entre el 26,96% y
el 87,12%.37 En Cochabamba, bastión tradicional del MAS, su vota-
ción se expandió rebasando las fronteras de las zonas cocaleras;38
consiguió 26 alcaldías de 45 y logró representación en el Consejo
Municipal en 40 de ellas.39 Como dato curioso: en el departamen-
to de Cochabamba, en Ayopaya, zona de tierras altas, arrasó una
agrupación ciudadana local llamada Movimiento Comunero Que-
chua Martín Uchu, desplazando al MAS.
La más importante victoria del MAS como estructura política
ocurrió hacia el Oriente, en el departamento de Santa Cruz. Si
bien no logró más que unas cuantas alcaldías, se hizo patente su
expansiva presencia: en Cotoca y Porongo, municipios cercanos
a la ciudad de Santa Cruz en la provincia Andrés Ibáñez, el MAS
llegó en un cuarto puesto, mientras que en La Guardia llegó en
tercer lugar con un 14,68%; en El Torno su votación le permitió
situarse en el quinto lugar, con un 15,10%. En regiones de la pro-
vincia Ñuflo de Chávez el MAS ganó en Concepción con un 35,92
%, en San Javier con un 27,11%, en San Julián con un definitivo
42,12%, y en Cuatro Cañadas con un 26,20%. También ganó en la
zona de Santa Rosa en la provincia Sara.40
Por último, en las elecciones municipales de 2004 los llamados
“partidos tradicionales” disminuyeron drásticamente su votación
sobre todo en la región occidental del país. El partido ADN, del
307
ex presidente Bánzer, ni siquiera presentó candidatos en diversos
municipios de la región occidental. En la zona del oriente, Santa
Cruz, Beni y Pando, estos partidos mantuvieron su presencia aun-
que retrocediendo en comparación a la votación obtenida en las
anteriores elecciones municipales o en la elección nacional de 2002.
Quizá lo más significativo de esto consiste en, por un lado, el “arrin-
conamiento” de la influencia electoral de los partidos tradicionales
de derecha a sus bastiones consuetudinarios en algunas ciudades
grandes o intermedias y, por otro, en la recomposición de estas
élites desplazadas y con poca fuerza electoral, proporcionalmente
hablando, en la agrupación ciudadana Podemos, de Jorge Quiroga,
vicepresidente de Bánzer que ocupó el cargo principal tras el retiro
del ex dictador. Podemos apoyó en aquella ocasión a diversos per-
sonajes de derecha con presencia regional y dificultades al interior
de sus partidos y con ello, puso los cimientos de la reorganización
partidaria de la derecha y las élites económicas regionales.
El escenario político oficial que se dibujó tras las elecciones:
partidos políticos tradicionales debilitados y recomposiciones frá-
giles de sus fuerzas, potente ampliación de las zonas de presencia e
influencia del MAS, consolidación local de organizaciones sociales
“con registro” como la OICh o la Sub Federación de Ancoraimes
entre otras, y declive tendencial de la preferencia electoral del MIP
en La Paz pese a su expansión hacia otros departamentos, será el
teatro donde ocurrirá la última gran confrontación social que abor-
daré: las movilizaciones de mayo/junio de 2005 hasta la caída de
Carlos Mesa y la convocatoria a elecciones generales anticipadas.
308
Capítulo VI
2005: Tensión creciente entre emancipación,
autonomía, autogobierno y reconstitución estatal
309
a hacerle a usted el juego de la irresponsabilidad; no estoy
dispuesto a seguir en esta comedia vergonzosa en la que
estamos, esta comedia que nos está llevando a la destrucción
de Bolivia, con acciones conscientes de quienes han decidi-
do bloquear Bolivia, bloquear El Alto. Toda responsabilidad
para el presidente y su gobierno, todo delirio y exigencia,
para usted. Conmigo no cuenten. […]
En este escenario, yo debo decirles a ustedes: yo no soy un
títere, no he venido a gobernar Bolivia para hacer lo que un
grupo corporativo A, B, C, o D quiere que yo haga. Yo he
venido a gobernar Bolivia con responsabilidad, mi compromi-
so es con usted, con usted que está allí en la base, con usted
al que estrangulan todos los días –lo digo desde el punto de
vista figurado–, porque lo estrangulan en las calles porque no
lo dejan circular, porque no lo dejan producir, porque no lo
dejan trabajar, porque todo el día nos viven amenazando.
Éste es el país de los ultimatums. Éste es país de si usted
no hace esto lamento mucho pero se va a atener a las conse-
cuencias. Éste es el país de las personas que se enrollan con
dinamita para exigirnos que hagamos cualquier cosa que se
les ocurra, buena, mala o regular. No voy a continuar en esa
lógica, porque Bolivia no se puede gobernar en esa lógica.1
1. Transcripción estenográfica del discurso del presidente Carlos Mesa del 6 de marzo de 2005,
Agencia Boliviana de Información.
2. Mamani y otros, 2007.
310
entonces presidente de la Federación de Juntas Vecinales de El Alto
(FEJUVE). Las diatribas y reproches más duros fueron contra Evo
Morales. La censura más razonada fue contra “las élites orientales”.
¿Qué había sucedido? ¿Por qué un presidente, que afirmaba que
tenía el 60% de la aprobación de la población, elegía como camino
para gobernar no el uso de la fuerza pública, sino el chantaje televi-
sado dirigido a los “ciudadanos” y “ciudadanas” aludidos de manera
individual? Mesa, en marzo de 2005, exhibía su condición real de
“presidente cercado”, política y geográficamente, después del ago-
tamiento del ímpetu y límites de sus planes de 2004. Glosemos un
poco más la extensa arenga de Carlos Mesa pues hay en ella pistas
importantes de lo que sucedía y, además, no siempre es posible
conocer la voz de un gobernante hablando desde esa posición de
impotencia radical ante la confrontación que se acercaba:
311
horas podemos tener en muy poco tiempo el país totalmente
bloqueado, bloqueadas las principales carreteras, bloqueadas
las principales ciudades, de hecho, Sucre, la capital de la
República, está ahora totalmente aislada del resto del país,
con serios problemas de abastecimiento de gasolina y con
graves problemas incluso ya de abastecimiento alimentario.
Es previsible que en tres o cuatro días, hacia el miércoles
o jueves, las principales ciudades pero particularmente la
ciudad de La Paz no tengan combustible y empiecen a tener
problemas de abastecimiento de alimentos.
Ante una situación como ésta se preguntará usted que me
está viendo: ¿cuál es la decisión del gobierno?, ¿qué es lo que
el gobierno va a hacer?, y el objeto de este mensaje que le
estoy dando tiene como objetivo por supuesto responderle
a esa pregunta.
312
Si el presidente Carlos Mesa y los bolivianos le hubiéramos
dicho al conjunto de la sociedad, no queremos asamblea
constituyente, podría entender perfectamente que sea nece-
saria una medida de presión, pero esto no es así.
Por lo tanto, plantear un bloqueo nacional para llevar adelante
una asamblea constituyente, es, simple y sencillamente una
falacia, una presión, una actitud autoritaria inadmisible.
¿No será que el honorable diputado Evo Morales lo que quie-
re es una asamblea constituyente a su imagen y semejanza?
La que él quiere, como él quiere y en los términos que él nos
quiere obligar a plantear? Espero que no. […]
El segundo elemento que plantea el señor Evo Morales está
vinculado a la aprobación de la Ley de Hidrocarburos, ¿qué
ley de hidrocarburos? La ley de hidrocarburos que plantea
el honorable Evo Morales, jefe del MAS, es una ley inviable
e imposible.
Quiero subrayar lo que estoy diciendo: ¿es una ley inviable e
imposible porque lo digo yo? En absoluto. Si yo creyera que
el planteamiento de proyecto de ley de la Comisión de Desa-
rrollo Económico de la Honorable Cámara de Diputados
tiene viabilidad práctica, podríamos discutir los elementos
de diferencia. Lo que plantea la ley del señor Evo Morales,
es una ley que la comunidad internacional no acepta, y que
las empresas petroleras van a llevar al arbitraje.
Y las empresas petroleras llevan al arbitraje una ley que coloca
al país en una situación de imposibilidad de llevar adelante nin-
guno de sus proyectos y programas. Que eso es justo o es injus-
to, es un tema de discusión y de debate, pero, está claro y nos
lo han dicho todos, nos lo ha dicho el Brasil, nos lo ha dicho
España, nos lo ha dicho el Banco Mundial, nos lo ha dicho Esta-
dos Unidos, nos lo ha dicho el Fondo Monetario Internacional,
nos lo ha dicho Gran Bretaña, nos lo ha dicho el conjunto de la
Unión Europea: señores bolivianos aprueben una ley que sea
viable y aceptable para la comunidad internacional.
313
Es elocuente la desesperación de Mesa al constatar que su
forma de gobierno: aceptación y reconocimiento formal de la aspi-
ración social, para de inmediato ceñirla al formato de “lo posible”
según los criterios estatales y corporativos, no lograba ya soste-
nerse. Tras el efímero período de desconcierto y/o “pacificación”
durante una parte de 2004, los hombres y mujeres de El Alto,
del Altiplano aymara, de Cochabamba, del Chapare, de Oruro y
Potosí volvían ahora a decirle que no admitían la desnaturalización
gubernamental de sus aspiraciones; expresaban, una vez más, con
bloqueos, movilizaciones y cercos que la decisión sobre el asunto
colectivo, sobre la cuestión pública había cambiado de lugar y que
él, el presidente, tenía que ejecutar las decisiones de la población.
El presidente, por su parte, respondía lo siguiente:
314
se haga cargo mañana de Aguas del Illimani, ¿con qué presu-
puesto? Usted cree que a SAMAPA le cae el dinero por arte de
magia y que tiene la capacidad administrativa y la capacidad
operativa automática. ¿Usted, le va a pagar a Aguas del Illi-
mani, cuando nos haga un juicio por 50 millones de dólares?
¿Usted, va a pagar los 17 millones de dólares que automáti-
camente, en los próximos 10 días, tendríamos que pagarle al
Banco Mundial, si se termina el contrato, malamente, como
usted cree? Por supuesto que no, a usted no le importa.
No contento, con lo que va a hacer, luego me va a venir a
gritar a Palacio de Gobierno para que yo pague esos 17 millo-
nes de dólares, o para que no los pague, porque a usted no
le importa, no tiene que hablar con el presidente del Banco
Mundial, tengo que hablar yo.
Y, sabe de dónde salen los 17 millones de dólares, don Abel
Mamani, no de mi bolsillo, del bolsillo de sus compatriotas,
que bastante han hecho ya con lo que tenemos que sufrir, en
función de construir una economía mejor, para tener enci-
ma que cargar 17 millones de dólares y otros 50, si perdemos
un juicio con Aguas del Illimani, porque en este carnaval de
locos, don Abel Mamani, todo se reduce a consignas, todo
se reduce a organizaciones no gubernamentales que chillan
desde Dinamarca, desde Suecia, desde Francia, desde cual-
quier punto del planeta y me envían correos electrónicos:
estamos solidarios con El Alto, porque esos señores toman
agua en Estocolmo, en París, no en El Alto.
315
que la empresa de distribución de agua volviera a ser municipal. Eso
era insensato, era inadmisible. Para Carlos Mesa resultaba imposi-
ble pensar que las cosas podían hacerse de otra manera: descartaba
todo lo relativo al “control social”, afirmaba que en la normatividad
estatal, sencillamente “no cabía” la aspiración de “propiedad social
bajo control colectivo”. Y decía eso a los habitantes de una ciudad
que han construido prácticamente todo lo que poseen como patri-
monio familiar y como bienestar público, con sus propias manos,
asociándose y de manera colectiva levantando lo que necesitan.
Lo que había sucedido en Bolivia entre noviembre de 2004 y
marzo de 2005 era que el proyecto de contención de Carlos Mesa
había fracasado: de ahí la vehemencia del discurso presidencial: el
antagonismo frontal entre corporaciones transnacionales y “pobla-
ción humilde y trabajadora” había reaparecido en El Alto con una
gran fuerza; condimentada, además, con el agravante de la indig-
nación por un intento de engaño. En ese contexto la función de
mediación gubernamental carecía de sentido: Mesa se daba cuenta
de ello y por eso decidía renunciar. Al interior de la confrontación
política local, Mesa también percibía como un peligro el resurgi-
miento de la derecha agazapada en las organizaciones empresaria-
les de Santa Cruz y otros departamentos del Oriente.3 Es evidente,
sin embargo, que su mayor enojo era contra Abel Mamani y las
movilizaciones de El Alto: en ellas se jugaba el futuro.
3. En el mismo discurso del 6 de marzo, Mesa dedicó las siguientes palabras a la “élite” cruceña, acu-
sándola básicamente de hipocresía y no de “locura” e “irracionalidad” como a los demás: “Permítanme
hablar de las autonomías, el planteamiento de la élite cruceña, que logró un cabildo multitudinario, para
forzar a un referéndum de autonomías. Quiero recordarles a Santa Cruz y a Bolivia, el 20 de abril de
2004, dos meses antes de junio y ocho o nueve meses antes de enero, de ese famoso cabildo, yo como
presidente, planteé las autonomías, pero no solamente eso, planteé un decreto de descentralización de
la educación y la salud. Ese decreto fue volteado por el conjunto de los sindicatos de salud y educación,
incluyendo los sindicatos de salud y educación de Santa Cruz. Muy buena es la élite cruceña para plan-
tearle al presidente autonomías y, cuando yo planteé la autonomía específica de la salud y la educación,
ustedes que después me despellejaron, diciendo que yo soy enemigo de Santa Cruz, me voltearon la
espalda cuando yo les pedí, apóyenme en la descentralización de la salud y la educación. Hechos y no
palabras, mis queridos amigos. Quiero despejar una falacia sobre las autonomías. Las autonomías, no
dividen a Bolivia, lamentablemente Santa Cruz ha cometido un error, aislarse del resto del país, plantear
la autonomía como si sólo fuera un interés cruceño, cuando es un interés de todos los bolivianos”.
316
La Guerra del Agua en El Alto
4. Documento “Aguas del Illimani debe irse de la ciudad de El Alto”, elaborado por la Fundación
Solón y presentado en un foro organizado por FEJUVE a fines de 2004.
317
que la empresa de agua potable fuera de “propiedad social”: “igual a
como son la sedes sociales y algunos espacios comunes en nuestros
barrios, sólo que de manera ampliada”, explicaba por aquel enton-
ces Abel Mamani, entonces dirigente de FEJUVE-El Alto.
Así, más o menos desde noviembre de 2004, los pobladores,
vecinos y vecinas de los diversos barrios de El Alto establecieron
el 10 de enero de 2005 como fecha límite para la permanencia
de Aguas del Illimani en su ciudad. En enero de 2005 llevaron
adelante un contundente paro cívico de 72 horas con la deman-
da central de cese del contrato y expulsión inmediata de dicha
empresa. El gobierno de Carlos Mesa les dio la razón en lo relati-
vo a sus argumentos. No discutió ninguno de los datos aportados
por Abel Mamani en relación al conjunto de incumplimientos
a su contrato cometidos por AISA y, pese a ello, creyó posible
implementar un plan de contención del descontento similar al
que ejecutó después de octubre de 2003: aceptar y avalar las
razones esgrimidas por los pobladores, manifestar la voluntad
gubernamental de dar los pasos necesarios para romper el con-
trato, y enmarañarlos posteriormente en una confusa madeja de
procedimientos estatales, estableciendo siempre, como un límite
inamovible la “normatividad internacional” y las “obligaciones
del gobierno ante la comunidad de naciones”.
Resulta pues que a finales de enero, la población de El Alto
“celebró” la recuperación de sus aguas, sólo para conocer unos
días después que esto no era el caso. Es decir, el contrato inicial-
mente firmado entre AISA y el estado boliviano se había roto, pero
únicamente para que se celebrara otro inmediatamente después.
De ahí la realización de nuevos paros, movilizaciones y bloqueos
en El Alto exigiendo la expulsión inmediata de AISA, mucho más
radicales que el “Paro Cívico” de enero, en los cuales incluso se
querían bloquear las pistas del aeropuerto; lo que tanto alarmaba
al presidente Mesa en marzo.
La población, los vecinos de El Alto, agrupados en FEJUVE y
encabezados por Abel Mamani no estaban dispuestos a admitir
el “engaño” gubernamental. Contra eso, Carlos Mesa, que no
318
estaba dispuesto a imponer sus decisiones por la fuerza, no podía
hacer nada salvo renunciar.5 Valgan unas reflexiones más gene-
rales en torno a esto.
Si entendemos la lucha emancipativa que despliegan los pue-
blos movilizados intransigentemente en pos de alguna finalidad
que han decidido por sí mismos, también como la acción creativa
de producir colectivamente novedades contra y más allá del capital y
del estado (Holloway), se muestra con claridad la doble y tensa rela-
ción entre la lucha contra el estado –ie, básicamente contra la domi-
nación política en su formato más visible– y el conjunto de luchas
colectivas, indígenas y populares contra el capital, el estado y sus
lógicas combinadas –ie, contra la manera de sujetar y explotar al
trabajo útil y de organizar la producción de la vida cotidiana–, que
asumen entre otras la forma de luchas contra el saqueo, el despojo
y la explotación. Esto era justamente lo que pasaba en El Alto a prin-
cipios de 2005: la lucha contra el despojo del agua por un consorcio
transnacional, en la que como primer paso se exigía la expulsión de
tal empresa y el cese de cualquier relación económica con ella; iba
avanzando, tendencialmente, hacia más allá del estado y del capital,
pues lo que se proponía y deseaba era: por un lado, establecer la
“propiedad social” de la empresa de distribución de agua potable y
alcantarillado de la ciudad de El Alto, sin que el problema de la inca-
pacidad del marco legal para contener dicha figura hiciera mella en
lo que se decía desde las bases, en los distintos barrios.
Por otro lado, también de manera tendencial, las luchas se
proponían objetivos que iban más allá del estado y el capital,
en tanto entendían el “control social”, bajo el cual querían colo-
car a la empresa, como una más de las múltiples actividades
de autorregulación de la vida cotidiana que desde sus propias
organizaciones sociales –las juntas vecinales, en este caso par-
ticular–, diseñan, organizan y ejecutan sistemáticamente. Estas
intenciones y la decisión con que los vecinos de los barrios alte-
5. Carlos Mesa desde su caótica asunción a la presidencia en octubre de 2003, se comprometió a no
utilizar la fuerza pública para reprimir a la población y cumplió su palabra. A lo largo de su discurso
se exhibe que si un gobernante rechaza el uso de la fuerza, o hace lo que la población le va indicando
o se ve obligado a renunciar.
319
ños estaban dispuestos a realizarlas, chocaba frontalmente contra
la intención de Mesa y su gobierno de conseguir un mínimo de
estabilidad para que el statu quo se conservara.
Ahora bien, la dificultad para comprender estos dos aspectos de
la lucha social emancipativa, esto es, su calidad de lucha anticapita-
lista y sus rasgos de lucha antiestatal se funda, hasta cierto punto,
en la permanencia de cierta noción del estado como hipotética e
ilusoria comunidad política del conjunto de fuerzas sociales que
componen una nación o que habitan un territorio. Mesa, en el dis-
curso que hemos glosado habla desde ese imaginario y fantástico
lugar del interés general; aunque se da cuenta, desesperado, de que
ése es un sitio de enunciación vacío si no apela a la fuerza militar
para imponer su decisión sobre el conjunto. Sin embargo, sobre
tal noción ilusoria de comunidad política asentada en un territo-
rio determinado, que sigue siendo considerado “nacional”, Mesa
intentó presentarse como un responsable “gobierno progresista”,
que busca, de forma limitada, vertical y férreamente centralizada,
establecer algunos límites a las acciones y decisiones más depre-
dadoras del capital transnacional, con el objeto de re-encauzar el
destino y finalidad de un bien público o un recurso común como el
agua, manteniendo simultáneamente intactos una serie de “usos
y costumbres” estatales a través de los cuales se establece y repro-
duce la diferenciación y la jerarquización social en lo cotidiano y
permanente: de ahí también el escarnio, la burla, la adjetivación y
la puesta en escena del mensaje presidencial con el cual, a modo
de exhibición ritualizada de un sinfín de fetiches simbólicos, Mesa
buscaba apaciguar a la población de El Alto, furiosa y levantada.6
Durante la Guerra del Agua de El Alto, a principios de 2005,
dicha tensión entre los contenidos anticapitalistas y antiestatales de
la lucha social, enérgicos aunque muchas veces implícitos o expresa-
6. Vale la pena reflexionar, a partir de estos elementos, sobre la similitud que han tenido varios men-
sajes a la nación del actual gobierno de Morales, con lo que a principios de 2005 se exhibía de forma
descarnada: el uso de una escenografía que impregna a quien usa de la palabra de una autoridad que
viene del pasado, de la inercia, del propio aparato estatal; la pensada utilización de cierto lenguaje
docto y aparentemente mesurado, que pretende ser proferido desde un lugar donde, imaginariamen-
te está encarnada la voluntad general. Muchas de las dificultades del gobierno de Morales pueden
comprenderse –y criticarse– desde esta perspectiva.
320
dos de manera caótica y abigarrada, y los esfuerzos gubernamentales
de mediación y contención, se manifestaba con una deslumbrante, y
quizás enceguecedora, claridad. Los alteños en lucha desconocían y
cuestionaban no sólo a Aguas del Illimani, sino que buscaban barrer
con el conjunto de procedimientos y regulaciones normativas consa-
gradas estatalmente con el atributo de la legalidad.
En el umbral de este cúmulo de trastocamientos posibles, el
significado de los contenidos anticapitalistas y antiestatales desple-
gados en las luchas sociales –en El Alto y no sólo ahí– confrontó
una dificultad tanto práctica como teórica: ¿cómo continuar?, ¿bajo
que marcos conceptuales volver inteligibles el conjunto de sucesos
que acontecían entonces a gran velocidad?, ¿cómo dotar de sentido
y expresar con palabras los cambios que se ambicionaban, distin-
guiéndolos de los que efectivamente se producían y apuntando
hacia nuevas posibilidades?
Esta discusión, que comenzaba dificultosamente a abrirse paso
una vez más durante los primeros meses de 2005, se topó brus-
camente con la contraofensiva política emprendida desde Santa
Cruz, bajo el auspicio y conducción de los empresarios más prós-
peros durante el período neoliberal, que veían lo que sucedía en
el occidente del país con azoro y temor. Ellos entendían, además,
que el gobierno de Mesa había podido darles un respiro durante
2004, para recomponerse de los sobresaltos del año rebelde, del
vertiginoso y relampagueante 2003; pero, al mismo tiempo, tenían
claro que ese gobierno y esa barrera de contención del desborde
comunitario y popular no lograría mantenerse en pie por mucho
tiempo más. Eligieron, por tanto, otro camino: presentarse a la
escena pública de la confrontación directamente. Lo hicieron pre-
parando una maniobra política de gran magnitud: organizando el
paso del gobierno de Carlos Mesa hacia uno de los auténticamente
suyos, Hormando Vaca Díez, e instalando en la discusión pública
el tema de la autonomía departamental.
321
Los precios de los combustibles y la cuestión de las autonomías
7. “¿Por qué tomé la decisión de subir el diesel y la gasolina? Lo hice porque habían razones con-
cretas, absolutamente insuperables si no tomábamos la decisión. Quiero recordarles simplemente,
que comenzamos enero de 2004 con un precio internacional del barril de petróleo de alrededor
de 32 dólares. En octubre de 2004 ese precio llegó a 57 dólares, y estamos en este momento en un
promedio de entre 42 y 43 dólares por precio de barril de petróleo a nivel internacional. Esa subida
impresionante del precio, generó sobre nosotros una fuerte presión. ¿Cuál fue esa presión?, el que
tuvimos que subsidiar muchísimo más el diesel que importamos”. Agencia Boliviana de Informa-
ción, “Mensaje a la Nación del presidente Carlos Mesa, el 31 de diciembre de 2004”.
322
Mesa decidió “bajar” el precio del combustible. Sin embargo, el
Comité Cívico Pro Santa Cruz, organismo de representación regio-
nal supuestamente amplio, pero hegemonizado por las principales
organizaciones empresariales, cámaras de comercio e industria, ya
había decidido realizar un “cabildo departamental” el 28 de enero.8
La cuestión fundamental a ser discutida en el cabildo era lo relativo
al “régimen de autonomía regional” y la “elección de prefectos”. De
esa manera, las élites orientales combinaron hábilmente el enorme
descontento social causado por el alza de los hidrocarburos, que
afectaba sobre todo a los pequeños productores en época de cosecha,
con la organización de un acto de masas en el cual inscribir en la
agenda política una demanda añeja: la autonomía regional.
Fue así que durante la segunda quincena de enero de 2005 se
llevó en cabo a lo largo y ancho del departamento de Santa Cruz
una intensa campaña publicitaria, en primer lugar, denunciando
al “gobierno central de La Paz” por tomar decisiones que afecta-
ban principalmente a la población cruceña. Y, en segundo, una
sistemática ola de propaganda negra que contraponía a la “Bolivia
bloqueadora” –indígena, qulla y pobre del occidente del país–
con la “Bolivia del progreso y el trabajo”, asentada en el oriente,
cuyos anhelos de “progreso” y “prosperidad” se expresaban en la
demanda de autonomía departamental. La consigna política de la
autonomía departamental oscilaba permanentemente entre dos
contenidos semánticos contradictorios: por un lado, se explicaba
como el derecho de los cruceños a elegir sus propias autoridades
departamentales y, por otro, se insinuaba como intención de dis-
poner de los recursos naturales existentes en el departamento,
sobre todo del gas, de acuerdo a sus propios criterios.
Así, el 28 de enero se llevó a cabo, después de una insidiosa
y agresiva campaña mediática, el “Cabildo por la Autonomía” en
8. Las organizaciones de Santa Cruz involucradas en la organización del cabildo fueron, entre otras,
la Unión Juvenil Cruceñista, grupo de choque altamente agresivo que en varias ocasiones desde
2000 se ha confrontado con otros “cambas” rurales cuando éstos han realizado protestas y movili-
zaciones; el Movimiento Autonomista Nación Camba, que sostiene la posición más radical y racista
entre las élites cruceñas y el Comité Cívico Pro Santa Cruz. Dentro de este último, sumamente
activas estuvieron la Cámara de Industrias, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO)
y la Cámara de Industrias Oleaginosas.
323
la ciudad de Santa Cruz. De acuerdo a algunas descripciones, el
Cabildo fue una especie de gigantesco festival pre-carnavalero,
con conjuntos de música, baile y exhibición de las fraternidades
y comparsas de las élites.9 Todo el evento fue pagado mediante
contribuciones de las más poderosas empresas cruceñas, e incluso
a todos los trabajadores y empleados se les dio libre el día para que
acudieran al Cabildo y la patronal controló su asistencia.10 Durante
el Cabildo, el acto político consistió en que Rubén Costas, presiden-
te del Comité Cívico de Santa Cruz, presentara a la concurrencia las
siguientes tres preguntas:
9. En particular, ver la nota de Irene Roca Ortiz, “Santa Cruz, la máscara de Carnaval de la Autonomía”
publicada en Narconews el 30 de enero de 2005. Ella señala que: “el famoso cabildo fue sobre todo
una fiesta, con bandas típicas tocando taquiraris y carnavales, el famoso grupo Azul Azul (inspirados
autores de La Bomba) y… papel picado distribuido por un avión”. Otras descripciones similares del
desarrollo del Cabildo aparecen en http://www.eldeber.com.bo/20050129/santacruz_7.html.
10. http://www.eldeber.com.bo/20050126/santacruz_3.html
11. http://www.eldeber.com.bo/20050129/santacruz
324
gen indígena provenientes del occidente del país –los llamados des-
pectivamente qullas–12 colonizaron los campos agrícolas del oriente
en sucesivas oleadas migratorias desde 1953, estableciendo colonias,
fundando pueblos y convirtiéndose en trabajadores de la flamante
agroindustria cruceña de la caña, el algodón y las oleaginosas, finan-
ciada con las divisas obtenidas por la exportación del estaño de las
antiguas minas estatales. Después de 1985 y con la aprobación de las
reformas liberales, las élites agrarias cruceñas, antiguas subsidiarias
del estado central asentado en La Paz, ampliaron y desarrollaron
sus propios negocios de exportación de productos agrícolas en el
mercado internacional y establecieron sus propias alianzas con las
corporaciones transnacionales, ofreciéndoles servicios o asociándose
con ellas en condiciones de socios menores.13 Así, el antiguo regiona-
lismo cruceño, que recelaba de los migrantes de origen indígena que
llegaban a sus campos y ciudades, subordinando y excluyendo sus
prácticas culturales y haciendo escarnio de la apariencia y las costum-
bres de los qullas, se vio fortalecido por un enriquecimiento econó-
mico acelerado al abrirse nuevos mercados. Lo peor del regionalismo
tradicional se entrelazó con lo peor de la polarización económica
generada por las políticas neoliberales, abriendo espacio a la partici-
pación política de unas élites conservadoras, ricas, superficialmente
liberales, extranjerizantes y profundamente racistas y machistas.14
12. En Santa Cruz y, en general, en el oriente boliviano, el par de distinción camba-qulla alude a la
procedencia y origen étnico de la población y la jerarquiza económica, social –y más tarde- política-
mente. Lo “camba” refiere a lo cruceño y, en la última década, ha pasado de ser un insulto (en tanto
remitía al campesino cruceño sobre quien pesaba el prejuicio de ser flojo), para convertirse en una
identificación autoafirmativa, prácticamente sinónima de “moderno”, “burgués” (o aburguesado),
“blanco y rico” (o blanqueado y enriquecido). El término “camba” se contrapone constantemente al
despectivo “qulla” con el que se califica tanto a la población del occidente, como a los migrantes agra-
rios y urbanos de otras regiones de Bolivia asentados en Santa Cruz. La polarización “qulla”-“camba”
ha aumentado en intensidad y en estridencia en los últimos años.
13. Una interesante historia “del Oriente boliviano” que contiene una detallada explicación de la
conformación de las élites de Santa Cruz y Beni, se encuentra en Roca, 2001. José Luis Roca es un
conocido historiador cruceño, en cuyo trabajo puede rastrearse el conjunto de tensiones y rivalidades
regionales entre el “oriente” y el “occidente” boliviano a lo largo de los siglos.
14. Hacia finales de los años 90 el tradicional “regionalismo” cruceño tomó cuerpo en un incipiente pen-
samiento político articulado en un artefacto discursivo llamado “Nación Camba” y su correlato organizati-
vo denominado “Movimiento Autonomista Nación Camba”. Hacia 2003, Iván Paredes, migrante paceño
en Santa Cruz y activista social, respondió a una parte de los planteamientos de la “Nación Camba” en
un texto titulado Nación camba popular o crítica de la nación camba patronal, intentando abrir la discusión
sobre el lugar adecuado para la inclusión social y política de los trabajadores formales e informales, mayo-
ritariamente qullas que habitan en las regiones orientales de Bolivia (Paredes, 2003).
325
Usando como trampolín la cuestión del aumento del diesel y la
generalizada oposición cruceña a esa medida del gobierno central
de Mesa, en enero de 2005, estas élites se dotaron de una consig-
na política, la autonomía regional, que había madurado al menos
desde diez años atrás, cuando cesó la dependencia económica
del oriente, consolidándose una cierta autonomía económica del
empresariado cruceño, ya no subordinado plenamente al gobierno
central sino, más bien, ligado al capital transnacional. A partir de
entonces, la autonomía departamental ha sido el caballo de batalla
de la ofensiva reaccionaria. Bajo esa consigna, se impugnan las
decisiones del gobierno central, sobre todo si éste es presionado a
asumir medidas impulsadas por las movilizaciones y, además, se
contrapone un supuesto espacio de “orden y trabajo”, el oriente, al
desordenado y conflictivo occidente, indígena y popular.
Hasta finales de 2004, la consigna de la autonomía estuvo
presente en ocasiones, aunque todavía subordinada a la disputa
fundamental por el cumplimiento de la “Agenda de Octubre”. Sin
embargo, el uso y sentido que posteriormente ha adquirido esta
reivindicación regional, las maneras en que a través de su mani-
pulación se ha confrontado al gobierno de Morales y se ha hecho
colapsar el tímido esfuerzo reformista de la Asamblea Constitu-
yente, nos indica hasta cierto punto, que la consigna de autonomía
departamental fue una especie de cuña que las élites orientales
lograron imponer en la discusión pública en momentos de eferves-
cencia social. Queda pendiente, para otro trabajo, un registro más
sistemático de la manera como eso ha ocurrido.
326
hidrocarburos, a las formas de su reapropiación, aunque en esta
ocasión por decisión sobre todo del MAS, el ámbito parlamentario
e institucional ocupó un lugar central. Por otra parte, desde enero
de 2005, las élites económicas, principalmente de Santa Cruz, pre-
paraban un contragolpe para sacar de la presidencia a Carlos Mesa
y sustituirlo por el entonces presidente del Senado, Hormando
Vaca Díez. La derecha confiaba en que Vaca Díez sería más capaz
de Mesa de someter al orden a la población que una y otra vez se
“insolentaba”, tal como expresan las élites en el oriente.
En este contexto, para volver inteligibles los abigarrados, múlti-
ples y caóticos sucesos de marzo a junio, conviene reunir elemen-
tos en dos ejes: 1) la cuestión de la Ley de Hidrocarburos que se
discutía por entonces en el Congreso Nacional, así como el con-
junto de maniobras, conspiraciones y tejemanejes que se trama-
ban dentro del ambiente institucional estirando y retorciendo los
procedimientos admitidos, y 2) la creciente percepción colectiva
en vastos segmentos de los trabajadores y comunarios bolivianos
de extensas regiones geográficas, de que se estaba preparando un
contragolpe de la derecha más reaccionaria, además de que Carlos
Mesa, no sería capaz siquiera de llevar adelante las medidas que
había hecho aprobar en referéndum en julio de 2004. Regresemos
un poco en el tiempo para reconstruir los eventos:
Dos semanas después del “triunfo institucional” en el referén-
dum, el 30 de julio de 2004 el gobierno de Carlos Mesa presentó
un proyecto de Ley de Hidrocarburos que fue criticado por absoluta-
mente todos: por las fuerzas movilizadas como insuficiente y “calco
de la ley gonista” y por las organizaciones y partidos de la derecha
como “inviable” y “peligrosa”. Esta Ley de Hidrocarburos, tal como
analizamos en el capítulo anterior, se proponía modificar, cautelosa
y lentamente, la relación entre el estado boliviano y el conjunto de
empresas petroleras transnacionales que operan en Bolivia, sobre
todo a partir de modificar el régimen fiscal convenido. La discusión
sobre el particular, abierta a comienzos de 2005 en el Congreso,
versaba sobre cuánto y hasta dónde tal extremo era posible. Así, en un
primer nivel, cabe afirmar que la generalizada movilización social
327
entre marzo y junio de 2005 se detona, justamente, como una gran
disputa sobre las maneras de modificar la relación entre las trans-
nacionales petroleras y el estado boliviano. O, más bien, como un
esfuerzo de la población boliviana, atenta y dispuesta a movilizarse
una y otra vez, por no permitir que se desnaturalizara y sumergiera
en el oscuro vórtice de la negociación parlamentaria y la decisión de
expertos, su voluntad mil veces expresada desde 2003 de “reapro-
piarse del gas y del petróleo”. El escenario general donde todo esto
ocurría presentaba, a grandes rasgos, los siguientes elementos:
328
del contrato con Aguas del Illimani y su posterior re-estable-
cimiento. En cierta medida y con esa experiencia, el debate
sobre la Ley de Hidrocarburos y las cada vez más complejas
discusiones acerca de las disposiciones específicas, los regla-
mentos, las instituciones reguladoras, los procedimientos y,
en general, las leyes locales e internacionales que entraban
en consideración; eran entendidas por la población de El
Alto antes que como un entramado legal a acatar, más bien
como una camisa de fuerza a destrabar.
329
8 de marzo El Parlamento ratifica a Carlos Mesa en la presidencia y
una coalición de fuerzas parlamentarias –de los partidos
tradicionales aun presentes en el Congreso– decide volver
a abrir la discusión sobre la Ley de hidrocarburos.
9 de marzo Se firma un “pacto antioligárquico” entre todas las fuerzas
sociales movilizadas
10 de marzo Ocurren marchas en Santa Cruz, Tarija y Cochabamba
organizadas por los empresarios, empleados públicos y
clases medias, a favor de la Ley de Hidrocarburos de Mesa
y, sobre todo, exigiendo que los nuevos impuestos sobre
las transnacionales sean administrados y usufructuados
por las regiones.
15 de marzo Mesa propone adelantar las elecciones para agosto. El
Congreso rechaza la propuesta de renuncia del presidente.
16 de marzo “La Cámara de Diputados de Bolivia aprueba el proyecto
de ley de hidrocarburos que establece en 18 por ciento las
regalías que deben pagar las petroleras y les fija un 32 por
ciento de impuestos “no deducibles ni compensables”.
Evo Morales declara que la ley: “no es todo un éxito, pero
en la mayor parte, en los puntos centrales, el pueblo boli-
viano ha ganado”.2
Quedan pendientes, en términos de trámite, una serie
de pasos procedimentales y la promulgación de la Ley de
Hidrocarburos por el presidente.
17 de marzo Se termina la “crisis de la renuncia” de Mesa y se levantan
los bloqueos en El Alto y en el Chapare, pues nuevamente
“se rompe” el contrato con Aguas del Illimani abriéndose
una mesa de discusión.
Se generaliza la discusión pública sobre la Ley de
Hidrocarburos oscilando las posiciones entre “nacionali-
zación inmediata” (demandada por los alteños y otros) y la
revisión y aumento de las cargas fiscales (cocaleros y MAS).
El ambiente de la discusión es, sin embargo, muy confuso.
*Elaboración propia con base en La Prensa y La Razón de
marzo 1 a 17 de 2005
330
Sánchez de Lozada y cuya redacción era objeto de escrutinio y
discusión en todos los rincones de Bolivia –esto es, sobre la cual
los parlamentarios no podían decidir únicamente a partir de sus
intereses–, pues se entendía como herencia y conquista –aun si
deformada– de la Guerra del Gas. Un movimiento social –los
cocaleros– que bloqueaban caminos en defensa de otra versión
de dicha ley y una ciudad, El Alto, que no estaba dispuesta a tole-
rar una deformación de su audaz y sacrificado esfuerzo de 2003,
admitiendo una simple “subida de impuestos a los saqueadores”.
Todo esto se confrontaba en Bolivia en marzo de 2005, mientras
las élites orientales y sus representantes políticos, atornillados a
sus curules, maquinaban maniobras políticas y hacían cálculos.
Con más claridad que en el Octubre Rojo de 2003, entre
los movilizados se distinguían dos posiciones contrapuestas:
“nacionalización inmediata de los hidrocarburos” vs. Ley de
Hidrocarburos del MAS y su propuesta de aumento de regalías al
50%. Este desdoblamiento cada vez más notorio de lo que hasta
una año atrás había sido una especie de tenso cuerpo cooperativo
de movilización y lucha conformaba un escenario que se comple-
jizaba todavía más, en tanto que las élites orientales junto a los
partidos tradicionales se presentaban en franco proceso de distan-
ciamiento del gobierno de Mesa. Así, a finales de marzo podía dis-
tinguirse el creciente antagonismo y competencia entre al menos
cuatro grandes fuerzas: gobierno central, élites orientales, MAS y
población alteña y comunarios aymaras en pie de lucha. Con estos
múltiples elementos que diagramaban el paisaje de la lucha social
a finales de marzo de 2005, el despliegue del antagonismo durante
los meses siguientes tomó la forma de un gigantesco remolino.
331
los primeros quince días de aquel mes las contradicciones más
importantes parecieron situarse en el escenario oficial: Carlos
Mesa se negaba a firmar la Ley de Hidrocarburos aprobada por
el Parlamento Nacional casi dos meses antes, el 16 de marzo. La
negativa de Mesa a firmar la ley no era más que una postura de
regateo en la vasta discusión sobre el destino del gas boliviano y
de las condiciones a las que debían ceñirse las transnacionales
petroleras que quisieran operar en el país. El presidente alegaba
que no era posible obligar a las corporaciones a admitir tasas tan
altas de nuevos impuestos. Esta posición generaba mucha confu-
sión pues, aunque una parte de la gente movilizada en El Alto y en
otras ciudades rechazaba la actitud de Mesa y coreaba la consigna
de “nacionalización del gas”, hasta cierto punto quedaba colocada
en el escenario de “regateo” fiscal en el cual se movía por aquel
entonces, el MAS de Evo Morales.
Dada la fuerza simbólica –que no material– que todavía tenían
el gobierno y el Congreso, parecía que lo máximo a conseguir era
la modificación de los contratos con las petroleras para imponer-
les una carga fiscal de 50% a sus ganancias, 32% en impuestos
no deducibles y 18% en regalías. El 16 de mayo se cumplían dos
meses de este estira y afloja presidencial en torno a la firma de
la ley aprobada. Si el presidente no firmaba el documento en ese
plazo, el presidente del Senado, Hormando Vaca Díez, tenía capa-
cidad para hacerlo y para promulgar la ley.
En este ambiente la población boliviana, sencilla y trabajadora,
comenzó a movilizarse a partir del 16 de mayo. Ese día hubo enormes
marchas en La Paz y El Alto, organizadas por los vecinos y vecinas de
la ciudad de El Alto, por la COR-El Alto, por maestros y universita-
rios y, en general, por una gran cantidad de organizaciones sociales.
También ese día 16, partió desde Caracollo, en la principal carretera
que conecta La Paz con el resto del país, una marcha de cocaleros y
trabajadores auspiciada por el MAS, que exigía la modificación de la
ley que debía firmarse, en el sentido de “elevación de las regalías”; es
decir, la consigna de la marcha de Caracollo era la aprobación de la
ley que el MAS había defendido desde finales de 2004.
332
El 17 de mayo, Hormando Vaca Díez, militante del MIR de
Jaime Paz y por entonces presidente de la Cámara de Senadores,
firmó la Ley de Hidrocarburos aprobada por los diputados en
marzo. Esta acción significaba un desconocimiento de hecho de la
autoridad de Carlos Mesa, colocando al presidente en la disyunti-
va de volver a presentar su renuncia ante el Congreso. La jugada
política de Vaca Díez consistía en que, en esta ocasión, la renuncia
presidencial sería aceptada y el cargo recaería en él mismo, dado
que el orden de sucesión constitucional en Bolivia, en caso de
vacío presidencial, señala que el siguiente funcionario llamado
a ocupar tal cargo es el presidente de la Cámara de Senadores.17
Prácticamente todos los sectores movilizados consideraban esta
eventualidad como la peor posible, dado que Vaca Díez no es más
que un político tradicional del viejo MIRismo, experto en todo tipo
de maniobras y acuerdos subterráneos, con fama de autoritario y,
además, cercano a las más añejas élites político-empresariales de la
región oriental del país de donde es originario. Sin embargo, dados
los acontecimientos, la muy posible presidencia de Vaca Díez se
cernía sobre todos los movilizados de manera amenazadora.
En los siguientes días, saturados de todo tipo de rumores, infor-
maciones contradictorias y frenética deliberación pública también a
través de las radios, mediante los múltiples programas de “micrófo-
no abierto” que existían entonces; se produjeron, entre otras accio-
nes, enérgicas manifestaciones de los trabajadores mineros que en
numeroso contingente se habían también trasladado a La Paz. Tanto
la Federación de Mineros como la COB señalaron que ninguna de
las versiones de la Ley de Hidrocarburos era admisible, exigiendo
una vez más la nacionalización inmediata del gas y del petróleo.18
Con la postura del gobierno de Mesa cada vez más debilitada,
permanecían en el escenario institucional del antagonismo, por un
17. Walter Chávez señala que ,“según un informe de inteligencia que circuló en los ámbitos políticos,
personeros del Comité Cívico de Santa Cruz viajaron a Estados Unidos para entrevistarse con el ex
presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Sánchez Berzaín, de allí habría salido una línea de
acción politica que apuntaba a asfixiar al gobierno de Carlos Mesa, bien para arrancarle concesiones
inmediatas para la autonomía o para obligarlo a renunciar”. Para las ambiciones de Vaca Díez todo
pasaba por la renuncia de Mesa. El Juguete Rabioso 131, junio de 2005.
18. La Razón, 20 de mayo de 2005.
333
lado, la amenaza de un eventual gobierno de Vaca Díez y, por otro,
la postura del MAS en defensa de su propia versión de la Ley de
Hidrocarburos. Este conflicto se medía y se confrontaba, a su vez,
con la creciente y cada vez más enérgica voz pública de decenas de
organizaciones sindicales y sociales que exigían nacionalización y
que expresaban en las calles y caminos, de manera autoconvocada
y de forma debordada, su decisión de conseguir la recuperación de
los hidrocarburos bolivianos de manos de las transnacionales.
Así se arribó al lunes 23 de mayo, día del comienzo del nuevo
y último levantamiento por el gas y contra el contragolpe de la
derecha empresarial y partidaria. Ese día, lunes 23, llegó a La Paz
la marcha procedente de Caracollo, organizada por el MAS. En la
Plaza de San Francisco se había convocado un gigantesco Cabildo
Abierto para el cual, todos los dirigentes y autoridades de El Alto
y de las comunidades aymaras cercanas a La Paz habían hecho
amplia difusión durante el fin de semana.
Al Cabildo, poco después de medio día, con la plaza llena a
reventar, llegó la columna de marchistas que encabezaba Evo
Morales. De inmediato se confrontaron las dos posturas de la
población movilizada: los vecinos y trabajadores alteños que habían
bajado a La Paz en grupos densos y compactos, así como los milla-
res de comunarios aymaras con sus autoridades tradicionales y su
atuendo de guerra, corearon hasta enronquecer la consigna: “Ni
30, ni 50, nacionalización”, deslindándose de los teje-manejes par-
lamentarios. Evo Morales tuvo que soportar ese día una rechifla de
casi un cuarto de hora. Después de ese larguísimo abucheo, cuando
finalmente le llegó el turno de hacer uso de la palabra, pronunció
ante el Cabildo un discurso plegándose a la consigna de nacionali-
zación y retirando la defensa legislativa de su proyecto de ley.
Con ese impulso, miles y miles de aymaras rurales comen-
zaron a ocupar la ciudad de La Paz durante los días siguientes.
Ahora ya no se trataba de bloquear caminos o de establecer cercos
a la ciudad; más bien, decidieron asentarse en la propia sede del
poder y ocupar todas las calles céntricas y cruceros principales.
Se estableció, además, un cerco físico al edificio del Parlamento
334
Nacional para que en él se aprobara, de inmediato, una Ley de
Nacionalización de los Hidrocarburos. Luis Gómez, quien en
aquellos momentos desde La Paz hacía la crónica inmediata de los
sucesos diarios e informaba al mundo a través de diversas páginas
de Internet, escribía el día 24 de mayo:
Eran casi las 12 del día, bajo el sol quemante, cuando lle-
gamos con los hermanos aymaras al cruce sur, Comercio
y Colón, a veinte metros de un costado del edificio del
Congreso. Ahí comenzó la batalla en toda forma. La gente
decidió empujar a la vista del edificio donde tantas leyes en
su contra se han fraguado. Y los policías que apenas podían
resistir, comenzaron a jalonear a los dirigentes. En la pelea,
por poco se llevan a Eugenio Rojas, que logró soltarse ayu-
dado por sus compañeros… pero en uno de los edificios
cercanos, sede de varias comisiones legislativas, aparecie-
ron los cañones de los francotiradores, y eso terminó por
enfurecer a la gente, que lanzó cartuchos de dinamita a
las ventanas del edificio. Aparecieron entonces las prime-
ras granadas de gas lacrimógeno, los disparos de balines
comenzaron a incrustarse en la ropa y en los cuerpos de la
maquinaria de guerra más poderosa de los Andes… porque,
queridos lectores, a estas alturas ya pueden establecer una
diferencia entre la marcha de ayer y la de hoy: los aymaras
no vinieron a manifestarse, vinieron a pelear por recuperar
lo que por derecho les pertenece y, hartos de promesas y
mentiras, tomar control de su vida definitivamente.19
335
de guerra”. La discusión en las calles, entre otras cosas, versaba
sobre la pertinencia y necesidad de autoconvocarse, por sí mismas,
las organizaciones sociales y la gente movilizada en general, a la
asamblea constityente que se reclamaba desde hacía años y que el
presidente Mesa había ido ajustando a formatos, ritmos y tiempos
estatales. La manifestación más visible del rechazo que comenzaba
a producirse a todo lo que significara o recordara el poder ajeno,
el predomino q’ara sobre las decisiones del conjunto, fue dramá-
tica: en varios puntos de los bloqueos urbanos, principalmente
en el barrio de Sopocachi, donde se asientan diversos ministerios
y oficinas públicas, los comunarios y vecinos que desarrollaban
los bloqueos comenzaron a “cortar las corbatas” que vestían los
funcionarios y oficinistas que intentaban cruzar los obstáculos des-
parramados en parques y vías públicas. Ese mismo 30 de mayo, en
una enorme concentración llevada a cabo en la Plaza San Francisco
durante la tarde, se convoca a todas las federaciones, ayllus y markas
a emprender el bloqueo general de caminos. Al día siguiente, ade-
más, completando el cuadro de colapso institucional, el Regimiento
Policial No. 1 situado cerca del centro de la ciudad de La Paz, anun-
cia que ha decidido ya no salir a reprimir las manifestaciones: de
hecho, la Policía en La Paz sabía que era inútil cualquier intento de
contención y represión; era tantísima la gente movilizada y exhibía
tal disposición a ocupar y paralizar la ciudad, que un regimiento o
dos de policías era muy poco lo que podía hacer.
Para el 2 de junio, el Servicio Nacional de Caminos (SENACO)
informó que más del 60% de las carreteras del país estaban
bloqueadas. Iba quedando claro que, en esta ocasión, era prácti-
camente todo un país el que se levantaba. Mientras tanto, Carlos
Mesa, en un último y tardío esfuerzo político por distender la
confrontación, mediante Decreto Supremo (D.S. 28195), convoca
a elecciones para la Asamblea Constituyente el 16 de octubre; y
propone la realización de un “referéndum vinculante sobre auto-
nomías departamentales” para la misma fecha. Nadie estuvo de
acuerdo con esto: ni el Comité Cívico de Santa Cruz, ni los diver-
sos contingentes movilizados en todo el país. Casi nadie se tomó
336
la molestia siquiera de responder al presidente. Sin embargo, una
convocatoria prácticamente idéntica a la propuesta por Carlos
Mesa en sus últimos días de presidente, fue la que presentó el
gobierno de Morales, unos meses después.20
El lunes 6 de junio, la tensión continuaba creciendo. Ese día,
por segunda vez, los alteños y los aymaras rurales “ocuparon”
La Paz. Volvieron a instalar bloqueos en distintos cruces de la
ciudad y generalizaron el “cortado de corbatas” a prácticamente
todos los transeúntes que las portaban. Horas más tarde, Carlos
Mesa presentó una vez más su renuncia al cargo de presidente
de la República, esta vez de manera irrevocable. La formalidad
institucional boliviana exigía, sin embargo, que tal renuncia debía
ser aprobada por el Congreso, para lo cual era necesario que los
congresistas pudieran reunirse. Sin embargo, con la ciudad de
La Paz absolutamente bloqueada y con el edificio del Congreso
cercado, era imposible que eso ocurriera. Hormando Vaca Díez,
que por fin veía acercarse la posibilidad de apoderarse del cargo
presidencial decide, en su calidad de presidente del Congreso,
convocar a sus colegas a sesionar en Sucre. La maniobra que había
urdido este oscuro personaje consistía pues, en esta ocasión, en
trasladar la sede del Poder Legislativo a Sucre, oficialmente capital
de la República y donde se asienta la Corte Suprema de Justicia de
la Nación, para desde ahí aceptar la renuncia de Mesa.
Durante los días siguientes, 7, 8 y 9 de junio, poco a poco los
legisladores fueron logrando trasladarse, en aviones de las fuerzas
armadas o alquilando transporte aéreo, hacia la ciudad de Sucre: no
20. Tras una serie de negociaciones entre las fuerzas políticas formales con representación parla-
mentaria, principalmente entre el MAS y la organización ciudadana Podemos de Jorge Quiroga, el
6 de marzo de 2006 se conoció la “Convocatoria a elecciones para los representantes a la asamblea
constituyente y referéndum sobre autonomías”, firmada por Álvaro García como presidente del Con-
greso. En tal convocatoria, no sólo se reunían en un solo proyecto el curso y organización de la Asam-
blea Constituyente y la cuestión del referéndum sobre autonomía departamental; sino que, además,
se respetaba la forma partidaria –ampliada– de representación política, exigiendo que los candidatos
a diputados constituyentes fueran presentados ya sea por algún partido constituido, o mediante aso-
ciaciones ciudadanas o “pueblos indígenas” formalmente reconocidos. Mediante tal convocatoria,
lo único que se consiguió, a la larga, fue replicar en la asamblea constituyente una especie de copia
deformada del Congreso boliviano. Queda claro, después de toda la exposición anterior, que lo que el
gobierno de Morales decidió consagrar como mecanismo legal para la transformación fue lo mismo
que el propio Carlos Mesa había ya ofrecido en junio como válvula de escape para la confrontación
que, por entonces, se desbordaba por todos los rincones del país.
337
había manera de moverse por tierra y en La Paz, era incluso una
hazaña llegar al aeropuerto. Las fuerzas de la movilización ocupa-
ban todo el territorio urbano de La Paz y El Alto; en otras ciudades,
asimismo, se produjeron masivas movilizaciones y concentraciones.
En ese ambiente, junto al tema de la nacionalización de los hidrocar-
buros se comenzó a hablar de la “triple renuncia”: que el Congreso
acepte la renuncia de Carlos Mesa, que Hormando Vaca Díez renun-
cie a ser el sucesor de Mesa y que, igualmente, lo haga Mario Cossio,
presidente de la Cámara de Diputados y siguiente en el orden de
sucesión presidencial de emergencia. Con esas tres renuncias, el
cargo de presidente debería ser ocupado por el Sr. Rodríguez Veltzé,
hasta ese entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación. La única función de este “último” presidente de emergencia
previsto en la ley sería convocar a nuevas elecciones en un lapso no
mayor de 6 meses. Esta “salida política” comenzó a discutirse como
posibilidad para alcanzar una pausa en la convulsión generalizada.
Paralelo a todo esto, el día 8 de junio se realizó un todavía más
gigantesco Cabildo Abierto en El Alto; los oradores comenzaron
a hablar de “Asamblea Popular” y autogobierno, con una ciudad
completamente en sus manos. 500 kilómetros al sur de la sede
de gobierno, en el departamento de Chuquisaca, en la ciudad de
Sucre, la población urbana había también empezado a movilizarse
y los comunarios quechuas de Chuquisaca y Potosí, junto a nutri-
dos contingentes mineros llegaban por centenares a la periferia
de la ciudad para ocuparla y establecer un cerco a toda la ciudad
de Sucre y, en particular, a la “Casa de la Libertad”. En ese lugar,
donde se firmó el Acta de Independencia de Bolivia en 1825,
debían reunirse los congresistas para aceptar la renuncia de Mesa
y aceptar la presidencia de Vaca Díez, según los planes de la dere-
cha; o para que ocurrieran las “tres renuncias” y se posesionara a
Rodríguez Veltzé, según la mayoría de los movilizados.
En medio de una tensa calma amaneció Sucre el 9 de junio. La
movilización de comunarios y trabajadores tenía paralizada toda la
ciudad. Había contingentes de mineros y comunarios de las pro-
vincias cercanas, ocupando plazas y calles. La voz que salía de cada
338
una de estas concentraciones era una sola: únicamente se admiti-
ría el trámite de la “triple renuncia”. Se advertía a los congresistas
de los distintos departamentos que se les permitiría reunirse úni-
camente para ello. El cerco a la Casa de la Libertad era estrecho,
la gente estaba nerviosa y en apronte. Después de una tensa tarde,
donde la furia comunitaria y popular crecía por segundos, sobre
todo tras conocerse que un minero había muerto al ser atacada la
volqueta que traía a más trabajadores a reforzar el cerco a Sucre,
finalmente, sin pena ni gloria, se produjo la aceptación de la
renuncia de Carlos Mesa y la renuncia al “derecho constitucional”
a ocupar la presidencia por parte de Vaca Díez y Cossío. Rodríguez
Vetzé fue posesionado en el cargo de presidente de la República de
Bolivia y se le encomendó la tarea de convocar, inmediatamente,
a nuevas elecciones: las del 18 de diciembre en las que el MAS
arrasará en todo el territorio nacional y que llevarían a Morales a
la presidencia del país.
339
tucional de la derecha por la vía de la renuncia de Mesa y el apoyo
a la demanda autonomista de la élite principalmente cruceña.
Por el lado de las fuerzas movilizadas, en esta última gran movi-
lización ya es nítidamente distinguible la oscilante postura del MAS
y sus fuerzas sociales allegadas y la efervescente y radical fuerza
que, ya sin Felipe Quispe al frente de los movilizados,21 actuaba
desde los barrios y comunidades aymaras del departamento de La
Paz, afirmando que sólo aceptaría la nacionalización de los hidro-
carburos saqueados. Morales y el MAS sistemáticamente defendie-
ron la posición del aumento de los impuestos a las transnacionales
como único camino posible, desestimando la generalizada exigen-
cia social de nacionalización de los hidrocarburos hasta el Cabildo
del 23 de mayo. El posterior deslizamiento del MAS hacia la postura
de la movilización generalizada, se basaba en gran medida en los
cálculos partidarios hechos a toda prisa, sobre la posibilidad de
hacerse del gobierno, por la vía electoral, antes de lo previsto. Así,
si bien durante los acontecimientos de marzo a junio de 2005, el
MAS aportó su gran capacidad para instalar en el escenario político
opciones tácticas de corte institucional que evitaran una confron-
tación mayor, simultáneamente introdujo confusión al interior de
las filas movilizadas con su permanente vaivén entre la postura de
elevación de los impuestos a las transnacionales y la aspiración de
nacionalización. Por otro lado, desde mediados de mayo los opera-
dores del MAS se concentraron en buscar un camino para echar a
Carlos Mesa, abriendo un período extraordinario de elecciones que
sabían que iban a ganar. Tuvieron un éxito contundente en su afán,
aunque al precio de ceder, limitar y finalmente vaciar de conteni-
do, la exigencia más profunda de la sociedad boliviana trabajadora
movilizada en su conjunto: la reapropiación de la riqueza común
por la vía de la nacionalización de los hidrocarburos, la ruptura de
21. A mediados de 2005 Felipe Quispe seguía siendo formalmente el secretario ejecutivo de una de
las divisiones de la CSUTCB. Sin embargo, su popularidad y legitimidad estaban muy disminuidas
incluso en la región de Omasuyos, su tradicional bastión. Las razones para ello, entre otras cosas,
consistían en las ya inmanejables contradicciones surgidas al interior de su partido político que
ocupaban una gran parte de su tiempo y, también, en su alejamiento paulatino de las bases durante
el año 2004.
340
los contratos con las transnacionales y la búsqueda de un futuro
armado por la propia cuenta y riesgo de la sociedad levantada.
Finalmente, los múltiples segmentos, organismos, asociacio-
nes y grupos de la población movilizada, sostenidos principalmen-
te por la fuerza aymara urbana y rural, organizada en la FEJUVE y
otras estructuras asociativas de El Alto y en las diversas organiza-
ciones sindical-comunales del departamento de La Paz; alentados
discursiva y políticamente por los tenaces esfuerzos que brotaban
desde Cochabamba a través de la Coordinadora del Agua y del Gas,
son quienes en definitiva desplazaron al gobierno de Mesa, impi-
dieron la temprana consolidación de una nueva estafa política –la
reinstauración barnizada de la misma ley de hidrocarburos gonis-
ta– y pararon en seco el contragolpe de la derecha consistente en
desplazar a Carlos Mesa e instaurar a Vaca Díez como reemplazo.
En 2005, una vez más y de forma ampliada, las fuerzas movi-
lizadas lograron establecer un contundente veto a los planes del
gobierno, los intereses de las transnacionales y la oligarquía orien-
tal y los políticos tradicionales. La capacidad de cooperación entre
las distintas fuerzas movilizadas logró articular una potente acción
de cerco en una tercera ciudad, Sucre, después de haber sitiado
varias veces La Paz a partir del año 2000 y Cochabamba en 2002.
La movilización adquirió un carácter auténticamente nacional por
la vía de la generalización de un objetivo compartido y de la sintonía
de una multiplicidad de fuerzas, que realizaron pequeñas y gran-
des acciones de participación y lucha. La importancia de fijar con
claridad aquello a ser defendido: en aquellos momentos, “naciona-
lización de los hidrocarburos” y “no a Vaca Díez”, como elementos
decisivos del esfuerzo general por la reapropiación social de la
riqueza común, una vez más se mostró como auténtica palanca
para el refuerzo recíproco y la cohesión y capacidad colectiva.22
Entre marzo y junio la movilización urbana y los sistemáticos
22. De ahí que sea tan grave la estridencia con la que el MAS presentó, después del 1 de mayo de
2006, un tímido comienzo de recuperación de la propiedad hidrocarburífera anteriormente ena-
jenada, respetando los cauces legales, como “LA Nacionalización” (así, con mayúsculas). Como se
dice coloquialmente, “dar gato por liebre” siempre introduce una enorme dosis de confusión des-
movilizadora.
341
levantamientos rurales, la ocupación de las ciudades por trabaja-
dores del campo y la ciudad, las continuas asambleas y reuniones
donde decenas de miles de hombres y mujeres bolivianos se
comprometieron a recuperar lo suyo y a establecer límites para las
acciones del gobierno, toda esta energía social, durante esos meses
no aceptó límite alguno y se dispuso a enfrentar el conjunto de
amenazas y riesgos legales y militares que significaba confrontarse
con el poder corporativo de las transnacionales, pautando sus pro-
pios tiempos y decidiendo sus ritmos. Justamente en ese sentido
se entendió la apertura de un cauce político formal y democrático
para desplazar del gobierno a las aborrecidas élites económicas y
partidarias. La salida política de las “tres renuncias” –Mesa, Vaca
Díez y Cossío– y la instauración de un gobierno provisional que
únicamente convocara a elecciones, resultó aceptable para el con-
junto de la población. El masivo y contundente triunfo electoral de
Evo Morales y el MAS en las elecciones del 18 de diciembre de 2005
testifica, antes que cualquier otra cosa, la decisión generalizada de
continuar con las transformaciones sociales iniciadas años atrás.
Los pasos del gobierno de Evo Morales no son ya objeto de este
trabajo. Únicamente señalar que en lo hecho por tal gobierno hay
un amargo sabor a estafa, que el presente se parece demasiado al
pasado como para ser satisfactorio y que, después de la profundidad
del quiebre político y de los perseverantes esfuerzos sociales por
transformar el mundo, es todavía mucho lo que queda pendiente.
342
Cuatro reflexiones finales
343
La emancipación social es, en este sentido, ante todo un
camino a recorrer, un conjunto de rutas a hilvanar y no
un sitio de llegada, una finalidad o un “estado” a alcanzar.
Las trayectorias de la emancipación son, en primer lugar,
actividad práctica de cooperación, autorregulación colectiva
y trabajo útil, desplegándose de manera incómoda aunque
expansiva bajo el peso de lo real a ser transformado.
II
344
simbólicos a las representaciones y sedes del poder colonial-liberal
ajeno; 3) la tenaz lucha social de resistencia de los cocaleros del
Chapare que paulatinamente, junto a sus múltiples y perseverantes
estrategias defensivas, fue diagramando un camino de ocupación
de cargos públicos y de desplazamiento de las élites tradicionales
de los puestos de mando del estado por cauces electorales. A partir
de esta caracterización general, descubrimos una dura tensión, sis-
temática y creciente entre una perspectiva “comunitaria-popular” y
otra, más bien, ceñida a un horizonte “nacional-popular”.
Para pensar la perspectiva “comunitaria-popular” son muy útiles
algunos de los hilos con los que Zavaleta reflexionó sobre lo “nacio-
nal-popular” en Bolivia como horizonte de las luchas sociales hasta
principios de los 80.1 El eje de la idea de Zavaleta, según la lectura de
Luis Tapia, consiste en poner atención a la forma y calidad del vínculo
entre el estado y la sociedad, y a los múltiples modos en que cada uno
se presenta frente y contra el/la otro/a.2 En contraste con ello, consi-
dero que lo más importante de la propuesta comunitaria-popular, es
la reformulación de la relación entre el gobierno y la sociedad, reconfi-
gurando y renegociando los ámbitos de autonomía y la desconcentra-
ción del poder, como estrategia fundamental para reorganizar la rela-
ción estatal, entendida como pacto de convivencia admisible. Con esta
idea general como noción básica, considero que en los tres torrentes
de las luchas bolivianas recientes es posible encontrar elementos
nítidos –en los objetivos explícitos de las acciones colectivas en ciertas
ocasiones, en las formas de lucha empleadas para conseguirlos, en
las prácticas asociativas ensayadas en y más allá de las luchas, en las
modalidades organizativas y deliberativas inauguradas– que desbor-
dan ampliamente la perspectiva “nacional-popular” como horizonte
político de los esfuerzos de movilización comunes.
1. “El problema que interesa estudiar […] es el que propone la formación de lo nacional-popular en
Bolivia, es decir, la conexión entre lo que Weber llamó la democratización social y la forma estatal.
Con esto entendemos las pautas de socialización tal como existieron y sus índices de poder así como
los llamados proyectos de masa. En otros términos, la relación entre el programa y la factualidad”
(Zavaleta, 1986: 9).
2. Tapia presenta el “programa de investigación” de Zavaleta señalando que “la estrategia de expli-
cación […] consiste en estudiar las relaciones de articulación entre el estado y la sociedad civil no de
manera estática sino en términos de proceso” (Tapia, 2002: 336).
345
Entonces, si en cierta medida el horizonte nacional-popular con-
siste en la re-definición del vínculo entre el estado y la sociedad
civil –con toda la heterogeneidad conexa al caso boliviano–, instau-
rando una serie de mediaciones a fin de establecer modos míni-
mamente satisfactorios de inclusión económica y política de la
heterogeneidad social en una totalización política abarcativa y ten-
dencialmente igualitaria; esto es, si el horizonte nacional-popular
puede entenderse como la aspiración social generalizada de dotarse
de y representarse colectivamente en un estado nacional incluyente
y democrático, las luchas bolivianas de 2000 a 2005 rebasaron
dicho horizonte y ambicionaron y ensayaron la conformación de
enlaces y sintonías políticas distintas, autorregulativas, novedosas,
no exentas de dificultades y, sobre todo, carentes de formas de
expresión y comunicación comprensibles y claras, más allá de
consignas negativas de gran radicalidad (“guerra civil”, “refunda-
ción del Qullasuyu”, “reapropiación social de los bienes comunes”,
“asamblea constituyente sin intermediación partidaria”, etc.).
En este sentido, la expresión más pulida de la perspectiva comu-
nitaria-popular de transformación de la relación estatal entendida
como pacto de convivencia a ser renegociado, en medio de una era de
Pachakuti, se expresó en el Pliego Petitorio del Pacto Intersindical
durante los bloqueos de 2001. En dicho documento se presentaron
formulaciones que impugnaban y “volteaban desde adentro y abajo
hacia fuera” el orden político dominante, pues lo que se pretendía,
era sujetar la posibilidad de mando de los de arriba, en relación a
los recursos comunes, a las decisiones y aprobación de las autori-
dades comunitarias locales. Este ambicioso programa de, por un
lado, impugnación del carácter privado y/o estatal de la propiedad
como únicas opciones posibles, colocando en el centro de la dis-
cusión política lo relativo a la “propiedad colectiva” y, por otro, de
radical inversión de los términos del ejercicio del mando político,
vaciando al llamado “poder central” de toda posibilidad de imposi-
ción, constituye la formulación más lograda del horizonte utópico
comunitario-popular, cimentado en la exhibición orgullosa de la
propia fuerza y en la defensa intransigente de la autonomía local.
346
Además, estas formulaciones se sintonizaron entre 2000 y 2002
de manera bastante fluida, con la perspectiva más moderna y urba-
na, popular-comunitaria, de la Coordinadora del Agua y sus esfuer-
zos por invertir, de maneras variadas y polifónicas, la relación de
obediencia entre gobernados y gobernantes. Poniendo en el centro
de la discusión y disputa política la cuestión sobre quién finalmente
decide sobre las cuestiones que a todos incumben, la Coordinadora
abrió una vía de entendimiento –no exenta de dificultades– con las
perspectivas comunitarias de las luchas altiplánicas.
En la densidad de los sucesos analizados a lo largo de toda la
investigación, que constituyen auténticos momentos constitutivos3 de
una realidad social colectiva que se desea distinta a lo que existe,
que se confronta con la inercia del pasado siendo capaz de inventar
o de recrear formas de vinculación y de lucha anidadas en lo más
profundo de las prácticas cotidianas, y que se esfuerza por escapar de
la norma pautada desde el estado y la historia oficial; en todo ello, es
posible leer la trama más vital y enérgica –si bien no la más clara y
explícita– de un horizonte “comunitario-popular” que postula como
legítimas y válidas maneras autónomas de producir la convivencia
colectiva y de organizar la autorregulación política; que exhibe prác-
ticamente su habilidad para detonar procesos cooperativos de gran
alcance sin ceñirse a formatos instituidos y que, además, se atreve a
ensayar maneras de apropiación de la riqueza común y de disfrute
del excedente social en, y también más allá del estado, de sus norma-
tivas y sus instituciones. Si algo faltó durante todo este período a la
perspectiva “comunitaria-popular”, fue la formulación de algún dis-
positivo teórico y discursivo, más allá de las nociones básicas del pen-
samiento liberal, que permitiera abordar lo relativo a la equivalencia
3. “La idea de momento constitutivo implica una noción de historia como despliegue de programas
de vida en la sociedad, programas que salen en los momentos de la refundación de la sociedad, en
los que hay una situación de fluidez, de sustitución y de implantación de nuevas formas y conteni-
dos. No se trata de programas que están de manera completamente consciente en el conjunto de la
sociedad, ni siquiera en una parte de ella, son programas que están concentrados en algunos núcleos
y ámbitos de la sociedad, pero también dispersos en otros diversos ámbitos y rincones de la misma
[…] El momento constitutivo genera un subconsciente colectivo que generalmente sólo se revela en
los momentos de crisis” (Tapia, 2002: 303).
347
política de las diferencias4. Más allá de la apuesta por una asamblea
constituyente sin intermediación partidaria, donde fueran reconoci-
das como legítimas las prácticas organizativas y la fuerza colectiva
de cada segmento de la población trabajadora, no llegó a formularse
ninguna propuesta aceptable –y generalizada– de reconfiguración de
un pacto de convivencia múltiple en clave no estatal.
Con esta pauta de comprensión, pueden entenderse cabal-
mente casi todos los momentos de confrontación y lucha social
abordados en esta investigación: desde los esfuerzos cochabam-
binos, aymaras y cocaleros por mantener el agua y el territorio a
disposición y bajo control de la población llana y su entramado
organizativo inmediato; hasta las grandes acciones colectivas y
coordinadas para recuperar el gas y defender el derecho a sembrar
y vender hoja de coca donde se ensayaron sistemáticos cercos a las
ciudades. Incluso un tiempo tan contradictorio como el período
electoral de 2002, puede hasta cierto punto ser interpretado con
esta mirada, dada la dinámica interna de la expansión electoral
del MAS con base en la consolidación de una compleja red de
alianzas, acuerdos y transacciones explícitas, marcados por el afán
de desplazar de los cargos de gobierno a los representantes de la
partidocracia tradicional.
Este conjunto múltiple de elementos organizativos y prácticas
autónomas, de rasgos del comportamiento y sabiduría colectivos,
abren la posibilidad de pensar, de vislumbrar algunas líneas de un
horizonte comunitario-popular que rebasa los límites admitidos por
la perspectiva nacional-popular tributaria férrea de los cánones de
conocimiento y lucha social del siglo XX y, por supuesto, del esta-
do que se levanta, como relación social y como aparato normativo y
de coerción a partir de la delegación social y colectiva de la capaci-
4. Uno de los únicos esfuerzos, perseverantes y sistemáticos en esta dirección fue realizado por Luis
Tapia quien, en sus trabajos de esos años, una y otra vez se empeñó en aportar a la solución de esta
difícil cuestión, desde un enorme nivel de abstracción y generalidad. En un trabajo publicado en
2006, La invención del núcleo común, Tapia intenta con mucha mayor claridad pensar las posibilida-
des políticas anidadas en la crisis boliviana de los años previos. Lo más interesante de este trabajo es
que Tapia deja de ceñirse a la idea de obligada conformación de una totalidad estatal como camino
obligatorio, para escudriñar las posibilidades de establecer un “núcleo común” como fuente de posi-
bilidades de reconstitución política.
348
dad de la sociedad de intervenir directamente en todo aquello que
le incumbe, le compete y le es necesario.
No sostengo ni por un instante que el horizonte comunitario-
popular sea completamente antagónico y ajeno a una perspectiva
nacional-popular. De ahí la dificultad de percibir y aislar los rasgos
básicos del primero. Ambos se presentan conflictivamente combi-
nados en cada participante en una lucha, en tanto cada uno oscila
entre, por un lado, la incierta y difícil posibilidad de abrir un tiempo
nuevo de creativa producción y ampliación de relaciones sociales
cooperativas y cercanas, con base en lo hasta entonces oculto o
sumergido en los formatos de dominación y explotación estatal. Y,
por otro, la perspectiva aparentemente mucho más cierta, de con-
quistar mejores condiciones de inclusión, políticas y económicas, en
el tiempo heredado y cotidiano, conocido y presente. La oscilación
entre ambas miradas se expresa en sistemáticas contradicciones
entre el anhelo de hacer desaparecer o de disolver el orden político y
económico anterior para generalizar formas distintas de convivencia;
y la intención, igualmente presente en las propias luchas, de conse-
guir mejores maneras de quedar incluidos en ese orden antiguo.
Esta disyuntiva, en Bolivia se presentó intermitentemente desde las
elecciones de 2002 y abiertamente desde 2004, bajo la forma de
contradicción entre aquello que constituían los anhelos profundos de
las movilizaciones, y los límites que los ceñían y ajustaban a lo que
se entendía, inmediatamente, como posible. La diferencia y conflicti-
vidad entre las consignas esgrimidas en los momentos más álgidos
de la movilización y levantamiento social: “reapropiación social de
los recursos hidrocarburíferos entendidos como bienes comunes”
o “nacionalización sin indemnización de los recursos petroleros”,5
expresa justamente esta doble perspectiva y configura la tensión
entre los contenidos de las transformaciones en marcha. Hasta
cierto punto, en la tensión entre lo programático y la factualidad,
esbozada por Zavaleta, pensar lo relativo a la emancipación es tomar
5. Es claro que estas dos formulaciones no expresan lo mismo; en la segunda, que comenzó a escu-
charse con más fuerza en 2005, hay una clara influencia de la visión política de la izquierda tradicio-
nal que sólo atina a concebir al estado como agente de cambio.
349
partido por lo utópico, por lo por-venir, por lo todavía no formulado
con claridad contra y más allá del límite de lo que se presenta como
“posible” impulsado por el peso inerte del orden anterior.
En Bolivia, lo comunitario-popular y lo nacional-popular que-
braron el paradigma liberal de forma contundente y abrupta des-
pués de 2000; en cierta medida ambas formas de mirar y desear
se intersectaron y se confundieron intermitentemente, se fortale-
cieron mutuamente en ocasiones y, en otras, se confrontaron. La
dificultad de potenciar los contenidos comunitarios-populares de
las múltiples luchas sociales, sobre todo después de octubre de
2003, se cimentó no únicamente pero sí de manera importante,
en la imposibilidad de clarificación práctica y conceptual de lo más
novedoso y enérgico que estaba siendo realizado en común.
En este sentido, tras la consolidación de la fuerza de lucha coca-
lera en un partido formal con gran éxito electoral en 2002, los ele-
mentos comunes entre lo comunitario-popular y lo nacional-popu-
lar comenzaron a separarse, diferenciándose y tensándose a partir
del conjunto de otros hilos enunciativos y prácticos con los que poco
a poco cada perspectiva se fue entrelazando. Así, las expansivas
acciones de confrontación y lucha desplegadas por múltiples fuer-
zas sociales en 2005 en prácticamente todo el territorio boliviano,
si bien similares en su forma exterior –aparente– a las acciones de
lucha de 2001, 2002 y 2003, no tenían ya la misma calidad interior:
poco a poco se anclaron a un horizonte nacional-popular en el que
las reverberaciones de la perspectiva comunitario-popular fueron
quedando como ruido interno, como eco pasado, manifestándose
en las incomodidades y en las ausencias, soportando el peso del
desconocimiento y el aislamiento, hablando con dificultad a través
de la voz de los ausentes del proyecto hegemónico MASista y sus
todavía contradictorios límites nacional-populares.
En todo caso, lo relevante de la lucha boliviana reciente y de
este complicado juego de tensiones, rivalidades y desplazamientos
entre dos perspectivas y horizontes políticos, es que se exhibió
con claridad la posibilidad de un por-venir más allá de lo institui-
do, más allá de lo dado, del gobierno y su ocupación, del estado y
350
sus códigos, dinámicas y cánones de jerarquización y exclusión.
Una vez más, en las luchas bolivianas recientes se puso en la
mesa de discusión la posibilidad de alterar la realidad social de
manera profunda para conservar, transformando, mundos de la
vida colectivos y antiguos y para producir formas de gobierno,
enlace y autorregulación novedosas y fértiles. De alguna forma, las
ideas centrales de este camino pueden sintentizarse en la tríada:
dignidad, autonomía, cooperación; que constituye el contenido más
potente y disruptivo de las movilizaciones.
La propia distinción de un horizonte interior comunitario-
popular que desborda y recompone la perspectiva mucho más tra-
dicional de lo nacional-popular y sus expresiones gubernamentales
“progresistas” contemporáneas, es fruto de los esfuerzos de miles
de hombres y mujeres bolivianos que pusieron en esos años sus
cuerpos, su sabiduría, sus recursos y su tiempo. Afirmar y precisar
todo lo posible tal distinción de perspectivas políticas y de horizon-
tes sociales en marcha, hace viable la reflexión renovada sobre la
emancipación y sobre otros temas que hacen al contenido de dicho
término: la relación gobierno-sociedad, la desconcentración-disper-
sión del poder del estado, la desprivatización y gestión social de los
bienes comunes, la posibilidad de construir equivalencias políticas
que permitan inventar formas más ciertas de igualdad, etc.
Valga aquí una reflexión sobre esto, y sobre el carácter antiesta-
tal y anticapitalista de las luchas contemporáneas.
III
351
explotar al trabajo útil y de organizar la producción de la vida cotidia-
na–, que asumen entre otras la forma de luchas contra el saqueo, el
despojo y la explotación. La tensión en la comprensión de estos dos
aspectos de la lucha social emancipativa, esto es, en su calidad de
lucha anticapitalista y en sus rasgos de lucha anti-estatal se funda,
hasta cierto punto, en la permanencia de cierta noción del Estado
como hipotética e ilusoria comunidad política del conjunto de fuer-
zas sociales que componen una nación o que habitan un territorio.
Sobre tal noción ilusoria de comunidad política en determinados
territorios que siguen siendo considerados “nacionales” han surgido
los llamados “gobiernos progresistas” y, junto a ellos, una manera
limitada y estatalmente gestionada, de establecer algunos límites a
las acciones y decisiones del capital transnacional o de re-encausar el
destino y finalidad de porciones del excedente social, manteniendo
intactos una serie de “usos y costumbres” estatales a través de los
cuales se establece y reproduce la diferenciación y la jerarquización
social en lo cotidiano y permanente. En el caso boliviano esto último
ha ocurrido en detrimento de las tumultuosas y caóticas acciones
colectivas de impugnación y enfrentamiento al –mucho más gene-
ral– orden económico y político del capital en general, visibilizado
en las instituciones, procedimientos y normativas consagrados esta-
talmente con el atributo de la legalidad. En el umbral de este cúmulo
de trastocamientos posibles, el significado de los contenidos antica-
pitalistas y antiestatales desplegados en las luchas sociales recientes
confrontó una dificultad tanto práctica como teórica.
352
más radical, en términos de sus contenidos anticapitalistas
y antiestatales, 1) han versado sobre la expulsión pura y llana
de las corporaciones transnacionales de los territorios donde
operaban el saqueo de determinado recurso –agua, petróleo,
en Bolivia–; 2) con sus acciones han puesto en el tapete de
la discusión pública la cuestión del carácter de la propiedad
de los bienes comunes, impugnando la obligada dicotomía
moderna entre “propiedad estatal” y/o “propiedad privada”
y ensayando maneras de alterar tal opción dual, igualmente
insatisfactoria desde el punto de vista de los contingentes
en lucha; 3) por último, han establecido como central,
en términos políticos, la redefinición de la relación entre
gobernantes y sociedad llana, intentando ceñir las acciones
de los primeros a las prerrogativas de la segunda en su mul-
tiplicidad. Estas propuestas y búsquedas quedaron incómo-
damente expuestas en la voluntad de realizar una asamblea
constituyente desde abajo, sin intermediación partidaria,
para abordar y reformular los términos de las relaciones
sociales más profundas: la propiedad de las tierras, de los
bienes comunes, las formas de la organización política del
país, etc. Este conjunto de búsquedas, sin lugar a dudas,
fue erosionado primero y quedó en suspensión después, en
medio de lo que podemos llamar “la formación cotidiana del
estado”, es decir, la re-configuración de sus lógicas desde
múltiples ámbitos y rincones del orden social.
353
de consagrar las formas de hacer las cosas propias y desde abajo
como maneras legítimas y legales de convivencia, etc., son hilos que
aunque dispersos, nos señalan caminos en esta dirección. El nombre
“general” que asumió este proceso en marcha, fue el de realización
de una asamblea constituyente y para su convocatoria autónoma y
soberana se confrontaron dudas y conflictos permanentes hasta que,
ya en 2006 la convocatoria a la asamblea constituyente se instaló, sin
ningún éxito, dentro de los más pesados límites de posible y dificul-
tosa reconstrucción del horizonte nacional-popular.
Así, entre 2000 y 2005, la experiencia de las luchas bolivianas
iluminó con fuerza un camino doble de confrontación y expulsión
territorial de algunos de los segmentos más ambiciosos y depreda-
dores del capital transnacionalizado en su forma corporativa, junto
a un complejo abanico de formas de asedio, perturbación y ruptura
del poder político instituido. Ese conjunto de acciones colectivas
reinauguró una abigarrada ruta de Pachakuti, heredera de antiguas
tradiciones de regulación de la convivencia indígenas y populares
que, además, se ha nutrido de otras experiencias de lucha obrera y
popular. La posterior limitación de esas rutas desde el propio gobier-
no que los movimientos de insubordinación pusieron en el centro
del mando político en Bolivia, exhibe la necesidad de profundizar en
la comprensión de los rasgos antiestatales y anticapitalistas de tales
acciones colectivas así como en la reflexión acerca de las maneras
no estatales de auto-unificación social, esto es, de conformación de
nociones incluyentes que aporten claves para configurar figuras de
agregación plural: nociones de múltiples nosotros más allá de la iluso-
ria unificación estatal.
IV
354
de impugnación del orden del capital y del estado. En Bolivia entre
2000 y 2005, para la articulación abierta y móvil de esos diversos
“nosotros”, ha sido fundamental la producción común de un hori-
zonte de significado, compartido y general de lo que los propios con-
tingentes movilizados están haciendo en cada momento específico
de lucha, como cuestión central para el despliegue de variadas
estrategias políticas desde la autonomía, y también como elemento
básico de la posibilidad de autogobierno –así sea por trechos– y del
trastocamiento de fondo de la relación estatal.
Para producir en común ese “nosotros” real, cabe resaltar el
alcance y trascendencia de la construcción de espacios auténticamente
deliberativos entre los componentes de los diversos movimientos,
organizaciones y contingentes movilizados como asunto central
para su propia potencia auto-unificatoria. La deliberación franca
y horizontal para tomar acuerdos sobre los problemas a enfrentar
en común, sobre la manera de conducir la acción colectiva y, sobre
todo, los objetivos a conseguir en y con cada acción, es el rasgo fun-
damental de toda construcción de auténtico “control desde abajo”
en la experiencia boliviana reciente. Los diversos recursos organi-
zativos para garantizar tal control –la rotación en los cargos, o el
asambleísmo, por ejemplo–, pese a toda la importancia que tienen
en la democratización de la vida pública, en Bolivia se han mostrado
como subsidiarios de la construcción de espacios de deliberación
autónoma, en los que las personas se viven a sí mismas y junto a las
demás como auténticos soberanos. En este sentido, el asunto de la
“auto-unificación” social tanto para la lucha como para ir más allá
del estado, no es un problema esencialmente orgánico, organizativo,
estructural; es, ante todo, un problema de acuerdo y horizonte políti-
co acerca de aquello que colectivamente ha de alcanzarse.
A lo largo de todo el trabajo, he mostrado cómo una parte impor-
tante de la potencia de la lucha boliviana reciente se asienta en la
claridad con que los distintos torrentes de lucha lograron expresar las
finalidades y objetivos de sus acciones, inmediatas y a mediano y largo
plazo. Los límites prácticos de sus luchas pueden, igualmente, volver-
se inteligibles a partir de los escollos para hilvanar un sentido propio,
355
un horizonte de deseo autónomo en cada circunstancia concreta. Sin
embargo, esta cuestión no tiene nada que ver con lo que en la tradi-
ción de la vieja izquierda se denominaba “conciencia revolucionaria”,
contraponiéndola a algo que se calificaba como “espontaneísmo”.
Tal como deja claro la experiencia boliviana reciente, la potencia
de una lucha no se determina a partir de una cuestión de “concien-
cia”. La superación de los problemas más importantes que zanjan
los contingentes de hombres y mujeres que impugnan el orden
existente, por supuesto que requieren de un conocimiento claro
respecto a qué está sucediendo. Sin embargo, su solución no es
cuestión del conocimiento conceptual de las posibilidades de recom-
posición teórica de la situación. Su solución –o apertura continuada
de la situación– se funda ante todo, en la perseverancia y claridad
con la que se busca lo colectivamente anhelado, lo cual remite tanto
a las condiciones materiales de vida y de enlace con otros, como a
la habilidad para volver a colocar en el centro de la situación lo que
colectivamente se ha asumido como horizonte de deseo.
Finalmente, a lo largo del trabajo he dado gran importancia a
la búsqueda de los elementos que conforman el actual universo de
sentido para comprender la noción de emancipación en Bolivia,
pues considero necesario contar con una serie de nociones más
o menos ordenadas que nos permitan continuar una doble tarea:
por un lado, profundizar la crítica de los antiguos paradigmas
teóricos y políticos que guiaban la comprensión tanto de las
luchas sociales como de las transformaciones económicas y polí-
ticas anidadas en ellas. Por otro, asumir colectivamente, a partir
de la deliberación horizontal y respetuosa, la elaboración, inter-
pretación y comprensión de los mapas con los cuales orientarnos
en las nuevas situaciones de despliegue de la lucha social y en la
producción de los deseos colectivos de emancipación.
Expresando mi intención, esquemáticamente, en términos de
lo que Kuhn sugiere para abordar las “revoluciones científicas”,
considero necesario y he intentado ir aislando los elementos más
íntimos y fundamentales de una matriz de significado sobre la
emancipación social, a fin de poder develar, comprender y quizá
356
prever y evitar algunas de las contrafinalidades y obstáculos en
las diversas acciones de lucha social. Es éste un terreno movedizo
en la medida en que pretende realizar algún tipo de síntesis, por
más que sea provisional, y quizá sus resultados no tendrán mayor
utilidad que ser enunciados ordenados, aptos para ser sometidos a
nuevas críticas. De todas maneras, considero fértil esbozar algunos
elementos de esa síntesis provisional.
357
geográfico o político– a la acción de antagonismo que vuelve
impotentes las acciones de los dominantes. El “cerco”, en
ocasiones, en Bolivia se completó con la expulsión territorial,
como en el caso de la empresa Bechtel de Cochabamba, o
como se intentó hacer con la Suez-Lyonesse des Eaux en
El Alto. Otros ejemplos de este tipo de movimientos son
el cerco político que se estableció en torno al ex presidente
Sánchez de Lozada hasta obligarlo a abandonar el cargo o
el gigantesco cerco levantado en mayo-junio de 2005 contra
diversos miembros de los partidos políticos tradicionales que
buscaban hacerse de la presidencia precipitando la caída de
Carlos Mesa. Incluso, hasta cierto punto, el repentino triunfo
electoral del MAS en 2002, cuando este partido se consagró
como segunda fuerza política formal en Bolivia en virtud del
mosaico de alianzas que armó en torno a la candidatura de
Morales, tiene, en su origen, rasgos de esta calidad de cerco,
en este caso electoral y formal hacia y contra los partidos
tradicionales y la añeja ocupación de los cargos públicos por
miembros de las élites económicas y étnicas.
Por su parte, la “fuga” consiste, ante todo, en la habilidad
colectiva para escapar de los significados que el estado asigna
a las finalidades y objetivos pergeñados desde abajo, limi-
tándolos y carcomiéndolos. En el caso boliviano reciente, he
revisado detalladamente la tensión, vigente aun ahora, entre
la elaboración autónoma y colectiva de lo que se denomina
la “Agenda de Octubre”: reapropiación social de los hidro-
carburos y refundación del país y de sus instituciones; y la
captura, devaluación simbólica y desnaturalización que tanto
el gobierno de Carlos Mesa como hasta cierto punto el de
Evo Morales, han implementado desde el estado. La cues-
tión de la “fuga” alude ante todo, a la acción de desconocer
y eludir, una y otra vez, los pesados vericuetos normativos y
administrativo-burocráticos donde la inercia estatal ancla su
posibilidad de permanencia.
358
Por último, valga una breve reflexión provisionalmente sintética
sobre la compleja imbricación entre las luchas contra el estado y las
luchas contra el capital a partir de la reflexión sobre el caso boliviano:
359
de las luchas y motor de su radicalidad, en tanto puso en el centro
de la disputa la cuestión de visibilizar, expandir y consolidar for-
mas distintas de convivencia, autorregulación y disposición de la
voz pública, así como asuntos relativos a la decisión sobre asuntos
comunes, y sobre los recursos y la riqueza, asumió simultánea-
mente, sin embargo, los límites fijados por la perspectiva nacional-
popular predominante en el imaginario político boliviano por más
de cinco décadas. La voz aymara del augurio del Pachakuti, en este
sentido, se alzó contundente pero confusa en los bloqueos de 2001
y en la propuesta de vaciar la capacidad política del estado heredado,
sujetándolo en todas las cuestiones principales, a la decisión local.
En Bolivia, entre 2000 y 2005, el conjunto de luchas anticapi-
talistas y antiestatales no propuso de forma sintética, desde las
profundidades de la movilización, ningún sistema sustituto al
orden de explotación y dominio político del capital, más allá de la
intermitente formulación de consignas difícilmente explicables al
conjunto de la población. Vale la pena continuar la reflexión sobre
la transformación del mundo, asumiendo la premisa de que el
contenido anticapitalista y antiestatal de las luchas es así; es decir,
que esa voluntad de transformación no ha de lograr expresarse
en una nueva totalidad –o al menos no lo conseguirá durante
los próximos años– porque, primero, requiere afianzarse en la
expresión, visibilización y afloramiento reiterado de lo particular,
de lo sumergido, dominado y clandestino. Bajo esta perspectiva,
el carácter anti-capitalista y anti-estatal de un conjunto de luchas,
consiste ante todo, en su compromiso con la exhibición y visibili-
zación de la particularidad de los mundos de la vida desde los que
se nutre la propia posibilidad de luchar. De ahí la necesidad de
trabajar y reflexionar con seriedad sobre los temas que este camino
y esta mirada dejan sobre la mesa: la cuestión de la configuración
de un “nosotros” abierto, no “nacional” ni “estatal”, que permita y
refuerce la cooperación; las posibilidades de ensayar maneras de
equivalencia política de nuevo tipo más allá de la ciudadanización
liberal que camina por el fantasmagórico sendero de la aparente
igualdad jurídica y, finalmente, la tarea colectiva de pensar, poco
360
a poco y reuniendo todas las experiencias pasadas y presentes, las
posibilidades de estabilzación y permanencia no estatal de la ener-
gía social que se presenta con la luminosidad del relámpago y la
fuerza del huracán en momentos de despliegue de la lucha social.
En Bolivia, esa fuerza social desplegada hizo colapsar sistemática-
mente las formas de dominio anteriores, mediante la expansión
del antagonismo social y a través de la disposición comúnmente
expresada y lograda de transformar el orden de las cosas. Esta
capacidad colectiva, creativamente sostenida por antiguas y nue-
vas asociaciones, intermitentemente en expansión, nos hablan de
la posibilidad de retomar, en otro tono, los ritmos del Pachakuti
que actualmente se desarrollan, atenuándose y debilitándose, en
clave nacional-popular.
En todo caso, en Bolivia, tras 2005 han quedado pendientes las
cuestiones relativas a la reapropiación colectiva de la riqueza
pública más allá del estado y a la recomposición democrática de la
convivencia social y de las instituciones y normas políticas, igual-
mente, más allá del estado. En el lenguaje de Holloway, si bien la
lucha boliviana constituye el ejemplo más exitoso de lucha reciente
contra el capital y contra el estado en América Latina; queda pen-
diente, como desafío y como convocatoria para todos, la cuestión
de las posibilidades y formas de avanzar más allá del capital y del
estado. Los ritmos del Pachakuti se perciben cuando se producen.
Mientras tanto, es útil registrar las cadencias que quedan reverbe-
rando en las alturas de los Andes, en la vegetación de los Valles, en
las llanuras del Oriente y en los ríos de la Amazonía.
361
Apéndice
Esbozo metodológico
363
a la lucha social queda en manos del lector. Lo que en última instan-
cia es la intención explícita y sostenida de mi trabajo es dotarme de
herramientas no sólo para entender, insisto, lo que es y lo que pasa,
sino también para vislumbrar lo que podría pasar, lo que puede lle-
gar a suceder como fruto y resultado de los esfuerzos comunes.
En el siguiente cuadro, de manera muy esquemática y por
lo mismo, defectuosa y distorsionada, muestro elementos orde-
nados de esta forma de proceder, a fin de ilustrar mi propuesta
metodológica.
364
Alcance práctico de Rasgos del horizonte interior
la lucha
Movimiento Alcance práctico Horizonte interior centrado, de manera
aymara, regional, aunque implícita, en la defensa y búsqueda de la
rural y con gran capacidad autonomía local sobre todo en los temas deci-
urbano. de incidir en la sivos para la vida colectiva: el agua y la tierra;
vida política nacio- posteriormente también del gas entendido
nal, a partir de su como palanca para la construcción de futuro.
capacidad de cercar Tendencial construcción de autogobiernos
y/o inmovilizar a supra-comunales con énfasis en el des-
La Paz. plazamiento de las estructuras estatales
Quiebre social ajenas y el refuerzo de la capacidad de con-
profundo, radical frontación anti-estatal y la autodefensa.
y polarizante dado Búsqueda de trastocamiento de la relación
el cuestionamiento estatal utilizando un discurso múltiple y
a rasgos centrales en ocasiones ambiguo: toma del poder,
de la constitución destrucción de Bolivia, reconstrucción de
social boliviana: Qullasuyu, “guerra civil” alternadas con
exhibición prácti- negociación y participación electoral.
ca de la fractura Elaboración dentro del levantamiento, de
étnica y de clase una propuesta de trastocamiento de la rela-
que atraviesa a la ción estatal invirtiendo “el orden general de
sociedad boliviana las cosas” que cuestionó dos pilares básicos
más allá de la apa- de la propiedad en el sentido moderno: su
riencia republicana. carácter dicotómico estatal y/o privado y
Conmoción social las prerrogativas que surgen de la osten-
desestructurante del tación de la propiedad. Centralidad de la
conjunto de relacio- propiedad colectiva como inversión de la
nes mando-obedien- propiedad privada. Sin embargo, grandes
cia más profundas dificultades expresivas del objetivo busca-
que ordenan la vida do, que pueden comprenderse indagando
política. en los esfuerzos por disperar-desconcentrar
Tensión entre el el poder del estado en un tejido múltiple de
tejido social comu- capacidad comunitaria.
nitario y vecinal Predominio de múltiples prácticas de auto-
de origen aymara nomía fáctica sin enunciación de reflexiones
movilizado entre explícitas sobre ellas. Dificultad de comuni-
2000 y 2005 y los carse con los otros contingentes en lucha.
órganos institucio- Superposición de los niveles de resistencia
nalizados de unifi- y lucha: autonomía-autogobierno-guerra
cación: CSUTCB, civil y, simultáneamente, tensa búsqueda
MIP y FEJUVE, de inclusión en el estado y en la nación en
entre otras. mejores condiciones.
365
Movimiento Alcance práctico local y Horizonte interior centrado, de
cocalero y regional de la lucha en manera decisiva en la defensa del
MAS defensa del derecho a derecho a sembrar y comerciar
cultivar y vender hoja de con la hoja de coca. Movimiento
coca; con la característica altamente cohesionado y cohe-
notable de perseverar rente a partir de la consecución
en el objetivo con férrea de tal finalidad.
tenacidad y de exhibir un Duplicidad del carácter de movi-
gran pragmatismo dis- miento social con amplia expe-
cursivo y político. riencia en el ejercicio y defensa
Superposición de niveles de ciertos ámbitos de autonomía
organizativos sindicales y local, junto a la ocupación de
político-partidarios. puestos gubernamentales muni-
Movimiento social fuer- cipales y legislativos.
temente estructurado Búsqueda explícita de ocupación
bajo pautas sindicales con del gobierno central, logrado con
gran experiencia en la base en un complicado entrama-
defensa de la autonomía do asociativo con múltiples fuer-
local y, simultáneamente, zas locales que, en un comienzo
exitosa organización polí- conservaron su autonomía y pri-
tica formal con capacidad vilegiaron formas cooperativas de
expansiva hacia los inters- enlace aun en el terreno político
ticios de otras luchas de formal. Elaboración tendencial
resistencia en base a pac- de un complejo discurso de rei-
tos y acuerdos puntuales vindicaciones étnicas y de trans-
y explícitos. formaciones políticas centradas
en la acción desde el Estado.
366
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Entrevistas
Entrevista a Felipe Quispe el 8, 9 y 12 de marzo de 2006.
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Entrevista a Luis Gómez realizada en La Paz el 29 de octubre de 2007.
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prefieren guardar su nombre en reserva, realizada el 20 de marzo de 2006.
Entrevista a un dirigente alteño militante del MAS que prefiere guardar su
nombre en reserva realizada en el Alto el 30 de octubre de 2007.
Entrevista a Marxa Chávez realizada en La Paz el 13 de marzo 2006.
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Otros títulos de la Editorial
Ambivalencia de la multitud,
de Paolo Virno, 2006