Caldeo. Mi Nombre Es Silencio
Caldeo. Mi Nombre Es Silencio
Caldeo. Mi Nombre Es Silencio
mi nombre es silencio
Cristo
Con siempre mi cariño, a las Disney Princesas y
Caballeritos del Zodíaco.
Y a las Mosqueteras, por seguir a la par mía.
ADVERTENCIA:
Aunque esta novela es la historia de un sexi y rudo chico malo tapizado de
tatuajes como protagonista.
Te hará enojar.
Te hará odiarlo.
Te hará amarlo.
Y después emocionar…
Posee lenguaje adulto real. Escenas intensas y de desnudez (Sobre todo él)
Y mucho contenido sensual como sexual.
¡Advertidas!
13 años de edad...
16 años de edad...
—¡Voy al estanque, mamá! —Grito, abriendo la puerta trasera de la cocina,
luego de despojarme a la velocidad de un rayo mi uniforme secundario y tragar
de dos bocados el sándwich de queso que me preparó mi nana Marcello como
merienda y de dos sorbos, mi vaso con jugo de naranja exprimido, bajo sus
protestas de poco correcto de una dama eso.
Aunque, ya no está de tiempo completo con nosotros, porque vive en la
ciudad con tío Hollywood.
Se niega a no trabajar y pasa mediodía con nosotros de la semanas, para
regentear a la servidumbre que contrató para ayudar a mamá y chequear que
todo marcha bien, mientras ellos están el Holding trabajando.
Papá día completo y mamá, hasta el mediodía.
Menos, los fines de semanas.
Papá los hizo no laborales, desde que nacimos.
Esos días son para la familia, siempre nos dice serio.
Muy serio, bajo la risa de mamá.
Creo que antes papá, era un loco obseso de su empresa.
Me encojo de hombros.
Creo...
Bajando los únicos tres escalones de la puerta a toda marcha, pero mi super
carrera es frenada, por un sonido lastimero que viene de ella con un golpe.
Me giro sobre mis talones y tapo, mi risa con una mano.
Rata, moviendo su colita alegre.
Otra vez.
Quedó atrapado en la pequeña puerta vaivén, para perro o gatos normales,
para que ingresen al interior de la casa cuando esta, está cerrada.
Pero, Rata no es un perro normal.
El fiel y ya muy viejo amigo de mi padre, es enorme.
Me vuelvo hacia él, subiendo los escalones y empujando con cuidado su
voluminoso cuerpo con mis manos, para que retroceda y salga de ella.
—Ya estás grande amigo, para esta abertura. —Le reprocho una vez liberado,
acariciando su cara y besando su hocico.
Sus ojitos negros, me miran profundo.
—¿Quieres, venir conmigo? —Le pregunto.
Y mueve su colita como siempre alegre, pero ahora más lento por su
avanzada edad.
—Ok. —Digo, caminando a su tiempo y a su lado, por la orilla de la laguna
de casa que tanto conocemos ambos por jugar desde niña con mis hermanas y
nuestros primos Tomas con Lucas y Caleb.
Nos adentramos, siguiendo la orilla del estaque por el bosque y saco de mi
bolsillo trasero de mis pantalones cortos y claros, pedazos de pan para tirar a las
garzas y patos salvajes que habitan y nadan en ella.
Recojo mi largo pelo y con un mismo nudo de este, los sostengo sobre mi
cabeza.
Mamá me enseñó a hacerlo a mí y mis hermanas, cuando no encuentras con
que sujetarlo.
Es la mejor mamá, del mundo.
Dejo que mi zapatilla blanca de un pie, juegue con las hojas secas y caída de
los árboles al piso, con mis manos en los bolsillos traseros de mi pantalón,
cuando siento el crujir de otras por pisadas detrás mío.
Y no me da tiempo, a nada.
Unos fuertes brazos tatuados, me rodean por la cintura y me elevan por el
aire, provocando que grite y ría a carcajadas de alegría.
La risa silenciosa de Caldeo a mis espalda me hace reír más, al hacer que
ambos giremos sobre nuestro lugar a 360 grados y terminemos mareados como
cayendo, sobre el colchón de hojas formado por varios otoños y volteando su
cuerpo sobre el, para amortiguar nuestra caída.
Río más a carcajadas encima de él, elevando mi rostro para nivelar nuestras
miradas.
—Eso, dio miedo y risa. —Exclamo.
Y se sonríe, mostrándome su linda y perfecta dentadura blanca, mientras me
recorre con su mirada mi rostro.
Aún encima de él, mis ojos vagan a su cuello y chillo de emoción, haciendo
que lo gire con una mano.
Y debo reconocer, de forma bruta.
Su lindo rostro se hace a un lado y tirando con la otra, la capucha de su
sudadera negra para atrás, para despejar su cara.
Y su cara, es iluminada a pleno por el sol y entrecierra sus ojos color hielo
por ello, mientras con un movimiento preciso de su mano, corre parte de su pelo
negro algo largo que y que casi siempre tapa parte de él y su frente, por la forma
desordenada que siempre lo lleva.
—¡Tienes, tatuaje nuevo! —Exclamo, con mis ojos enormes y creo, que se
sonríe más por eso.
Asiente, sin moverse bajo mío.
—¿Duele?
Niega.
Elevo un dedo, frente a él.
—¿Puedo?
Sus ojos me sonríen, sin dejar de mirarme mientras dice que sí, con su
cabeza.
Arrastro de forma suave y lento mi índice, desde el comienzo de su camiseta
blanca que se deja ver por su sudadera a medias abierta, mostrando un nuevo
diseño de tatoo, que sigue por su cuello y hasta su barbilla donde termina.
Mi dedo dibuja y acaricia cada línea que forma el diseño de la flor de Loto
en color rojo sangre y sus tribales en los lados, con colores fuertes y en la gama
de los ocres, con sombreados en negro.
Lo detengo sobre la piel de su garganta y apoyo, mi mano en ella.
—Es hermosa, Caldeo... —Murmuro sincera y aún, horcajadas sobre él.
Siento que traga fuerte saliva por tener mi mano descansando en ella,
mientras muerde y hace girar el aro de acero, en su labio inferior con su lengua
sin dejar de mirarme.
Sus manos en mi espalda me acarician de forma cariñosa, sobre mi remera
sin mangas.
Suelto, una risa.
—Tío Pulgarcito dijo, que te iba a desheredar si continuabas... —Hago una
pausa para carraspear mi garganta e imitar su voz gruesa y temible, poniendo
cara de mala y elevando mi índice otra vez, pero frente a su nariz. — "Con esas
mierdas de tintas sobre tu piel, muchacho..." — Lo miro severo, como lo haría
su padre.
Y ríe a carcajadas, por mi imitación.
Y yo, río con él.
Porque, Caldeo muy pocas veces hace eso.
Reír a carcajadas.
Solo fui afortunada de ello, un par de veces.
Y es el sonido más lindo que he escuchado, cuando lo hace.
Es como que llena el lugar donde está, de colores.
Lo juro.
Siempre soy yo, la de reír y él solo me mira profundo y en su silencio,
cuando la hago.
Creo que, porque le gustaría hacer eso de reír más seguido.
Creo...
—¿Y bien? —Me incorporo, pero sigo sentada sobre él, sacudiendo mis
brazos de hojas y tierra seca.
Lo miro, desde arriba.
—¿Tenías algo para decirme, no?
Y su sonrisa, desaparece.
Sus manos sueltan mi cintura, que momentos antes me acariciaban, para
cruzarlas y ponerlas detrás de su cabeza.
Él está triste y siento por primera vez, como un pellizco en mi pecho por
verlo así.
Muy fuerte.
Me inclino a él para girar con una mano su rostro, que se volteó a un lado a
mirar a Rata que corre por la orilla de la laguna, ladrando a las garzas y patos.
—¿Caldeo? —Susurro, logrando que obedezca mi mano y se gire hacia mí.
Sus ojos como el agua cristalina antes alegres, ahora me miran de forma
triste.
Y suspira.
—¿Qué sucede? —Me inclino más a él, para que focalice en mí. —¿Es por
ese viaje que habló tío Pulgarcito, preocupado a papá la otra noche?
Asiente, mirando el cielo.
—¿No quieres ir, verdad?
Niega, sin mirarme.
Me recuesto apoyando mi mejilla en su pecho y con ambas manos.
Sus latidos acelerados, lo siento en la piel de mi rostro.
Cierro mis ojos, para escucharlo y sentirlo mejor.
—Es tu familia. Caldeo... —Susurro sin abrir mis ojos y dejando que cada
uno de sus latidos, me colme. —...no te gustaría conocer, a tus verdadero padre?
Él te estuvo buscando, todos estos años...
No me responde y muerdo mi labio, por ello.
Sonrío, sobre su sudadera negra.
—Será divertido conocer África, ya lo verás. Será solo, por un par de
seman... —No me deja terminar hablar, porque se incorpora de golpe, chocando
nuestros pechos y quedando enfrentados.
A centímetros, nuestros rostros.
Y acunando el mío, con sus manos.
Despeja mechones de mi pelo que cayeron, sobre el con sus dedos con
suavidad.
Y vuelve a jugar con el aro de su labio, mientras me niega con su rostro y
mirando profundo, con sus ojos los míos.
—¿Qué? —Digo. —¿Más de dos semanas?
Su mirada baja.
No, no Dios mío.
Y mis latidos ahora, son los que se acelera.
Mi mejor y único amigo, que me conoce tal como soy de verdad.
¿Se va, por mucho tiempo?
Mi corazón sin saber por qué, siento que se rompe en miles de pedacitos.
Lágrimas, asoman por mis ojos.
Lo sé, porque su bonito rostro que me mira fijo, empieza a nublarse por ellas
asomándose.
—¿Meses? —Susurro.
Dime que no Caldeo por favor, ruego para mis adentros...
Y suspira limpiando mis lágrimas, que empiezan a descender por mis
mejillas.
—¿A...añ...año? —Balbuceo.
Me mira a través de sus gruesas y llenas pestañas negras, que contrarrestan
sus ojos grises claros.
Y asiente.
Mis manos se hacen como puños sobre su pecho y lo golpeo chillando y
negando, con mi cabeza.
Me atrae contra él con fuerza, pero me niego a su abrazo de despedida y
lucho, por escapar de su agarre llorando.
Pero, es inútil.
Me envuelve más en sus brazos y enrosca, sus pies a mi alrededor para que
no pueda escapar de él, sentados en el suelo.
Forcejeo envuelta en él con todas mis fuerzas, pero un brazo atraviesa mi
espalda y obliga a mi rostro a reposar en su pecho.
—¡No te...vayas...Caldeo! —Suplico, contra la tela de su abrigo empujando e
intentando separarme de él.
Lucho.
Lucho, con todas mis fuerzas
Pero, solo consigo cansarme y que Caldeo bese mi frente, abrazándome más
contra su cuerpo.
Me acuna entre sus brazos en silencio, dejando que descargue mi tristeza e
ira en silencio y por varios minutos.
—Un año, es mucho tiempo... —Lloro, sintiendo la humedad de la tela que
cubre su pecho por tantas lágrimas mías.
Su mano acaricia mi cabello, que se soltó por el forcejeo.
—Eres mi único y verdadero amigo...
Y me aprieta más contra él y sé, que cierra sus ojos, aunque no le veo.
—No te vayas...no te vayas de mi lado, Caldeo... —Suplico y cierro los míos
aún, en su pecho bajo el silencio del bosque, los sonidos de las garzas y los
árboles, meciéndose entre ellos por la briza cálida de la tarde.
Capítulo 1
Época presente...
<< No hables, Caldeo... —Me dice la voz de la mujer, sentada a mi lado.
Acaricia mi barbilla con cariño, mientras como el plátano que peló por mí y
saboreo, mirando a través de la ventanilla del tren, como el paisaje pasa por mis
ojos de forma rápida.
Extensiones y extensiones, de solo campo.
Abrazo más, mi mono de peluche algo roto, sucio y viejo, sobre mi pecho.
Ella dice que mi madre me lo regaló con amor, antes despedirme de nuestro
largo viaje.
Que le pertenecía, cuando era una niña.
No, lo recuerdo.
No, la recuerdo.
Las campanadas del tren suenan, mientras frena lentamente en una estación.
Ella se sonríe y limpia con suavidad, dejos de fruta de mi rostro con su
pañuelo.
— Hemos llegado, mi pequeño Caldeo...y recuerda príncipe... —Me susurra
bajo y tocando con suavidad, la punta de mi nariz con un dedo de forma tierna,
solo para que yo escuche dentro del vagón público. —No hables, Caldeo...no
hables... >>
Con un gruñido infrahumano, me despierto jadeando.
<< No hables Caldeo, no hables...>> Repite mi mente.
Puta vida.
Mi pecho está agitado lleno de sudor, por mi respiración fuerte y
entrecortada.
Me incorporo, algo confundido y pestañeando varias veces, mirando lo que
me rodea.
Estoy en mi cama.
En mi casa.
En mi verdadero hogar...
Gruño, pasando mis manos por mis ojos de forma fuerte.
Otra vez, esa pesadilla.
La jodida pesadilla, que me sigue desde que tengo uso de razón.
Tiro las sábanas a un lado, para ponerme de pie y con un resoplido, camino
desnudo en dirección al baño por una ducha fría.
Mis ojos reposan en el objeto pequeño que ocupa un lugar, en los estantes de
arriba de mi mueble de libros de fauna salvaje de mi habitación y desde hace
muchos años.
La taza de juguete de Hello Kitty, de ella...
Camino hacia el y lo levanto, con un dedo.
Antes en la casita del árbol lo veía gigante, cuando jugábamos con ella.
Ahora de adulto, apenas esa mierda de plástico rosa que cubro con dos
dedos, que lo sostiene.
Pasando mi otra mano por mi lacio y desordenado pelo negro que tapa parte
de mi rostro, miro mi reflejo desnudo lleno de tatuajes, de pie y frente al gran
espejo de pared, en un extremo de mi habitación con imágenes de grupos de
rock, mujeres semi desnudas y de mi banda en el bar WaySky de Salvador y con
cervezas en manos.
El despertador suena, dos segundos después.
Me desperté, antes.
—¡Caldeo, el desayuno hijo! —La voz de mi madre desde la planta baja,
hace girar mi cabeza de la imagen que me devuelve el espejo y hacia la puerta de
mi habitación cerrada.
Jodida universidad.
Después de las vacaciones de invierno y casi algo más de un año de mi
vuelta de África, otra vez a clases.
Bajo mis ojos a la taza de juguete aún, entre mis dedos.
Con mi lengua, juego con el piercing de mi labio inferior.
Hoy voy a verla, otra vez...
Y mi mano, se cierra sobre ella.
Fuerte.
Sin compasión.
Y el crujir de plástico quebrándose, invade mi silencio.
Dos hilos de sangre, se resbalan de la palma de mi mano a la alfombra del
piso de mi habitación y con el, los pedazos de ese juguete roto cayendo a este.
JUNO
¡Llego tarde, a mi primera clase!
¡Llego tarde, a mi primera clase!
¡Llego tarde, a mi primera clase!
Mi cabeza solo repite, mientras jadeo corriendo por los corredores externos,
atestados de estudiantes en el edificio universitario principal del campus y en
busca de mi casillero nuevo.
Choco con algunos estudiante en mi carrera y les grito disculpas en el
trayecto, acomodando mi mochila que cuelga de un hombro y libros de arte en
mi otro brazo y con el nuevo horarios de las materias, de mi segundo trimestre
del año en mi boca, cruzando el gran patio.
Mi celular suena, desde el bolsillo trasero de mis jeans.
No pierdo tiempo, en contestar.
Debe ser Amely, por mi demora.
Con suerte, compartiré dos clases semanales con ella.
Yo estudio Bellas Artes y ella Fotografía.
En Historia II e Introducción a la naturaleza, seremos compañeras.
Mis hermanas van a pabellones diferentes del campus, ya que Tatúm estudia
medicina.
Tiene cierta pasión por la Pediatría y trabaja de tiempo completo, en el
Hospital Oncológico Infantil de nuestros padres como ayudante.
Y la explosiva Hope, Administración de Empresas.
Casi siempre, acompañando a papá al Holding.
Trabajando medio tiempo y ganándose su lugar, como una Junior y un activa
más como las 40.000 almas, que trabajan bajo la mirada de mi padre.
Sip.
Una, es muy pasional y dulce.
Mi otra hermana, enérgica y de jodido carácter.
¿Y yo?
El término medio, diría mamá.
Será, por que nací entre ellas dos.
Un poco de ambas.
De carácter, pero algo introvertida.
Amo, la naturaleza y dibujar.
Pasar horas pintando sobre un lienzo apoyado en mi caballete de madera y
dejar que mi pincel y los colores primarios, hablen y se comuniquen por mí,
expresándose.
Somos, tres gotas de agua exactas.
Mismas alturas, mismos cuerpos, mismo largo y tono de cabellos como
mamá.
¿Nuestras diferencias?
Nuestras formas diferentes de vestir y dos salimos, con los bonitos ojos de
papá y otra el lindo tono café de mamá.
Pero, un jodido clon las tres.
—¡Rayos! —Exclamo, al notar que cambió mi casillero la administración y a
un nivel alto.
Sumando, que está alejado de mis aulas.
Me pongo de puntas de pie, memorizando la nueva combinación mientras
abro la puerta y deposito los libros de mi brazo y saco una manzana del interior
de mi mochila para más tarde.
Los parlantes hacen un chirriante y decibélico ruido asesino para cualquier
oído humano, provocando que cierre mis ojos, para luego sentir hablar el decano
principal con su voz aguda y vieja, dando la bienvenida a este último semestre
electivo de clases.
Y la canción de fondo de la radio universitaria, suena después con AC/DC.
Ruedo mis ojos por saber "quién " ordenó ese tema y apostaría hasta
la PlayList completa del día y porque no, de la semana.
Para que suene en los corredores, campus y comedor universitario, durante
todo el maldito día a su placer.
Cierro la puerta de mi casillero, chequeando la hora y me desespero, porque
estoy a minutos de mi primer clase, de Arte visual.
—Oh, por favor...no me hagas, esto... —Ruego a la puerta del casillero, que
se vuelve abrir y sin cerrar su cerrojo.
Intento, una segunda vez.
Y la maldita cosa, se niega a quedar cerrada.
Una tercera.
Nada.
Miro, para mis lados.
Y ya, casi todos se están yendo y de forma apurada para llegar temprano y
buscar buenas ubicaciones de sillas, para sus nuevas clases.
Nadie, va querer ayudarme.
Vuelvo a intentar y para tomar impulso en el golpe, me paro otra vez de
punta con mis zapatillas.
Y lo consigo.
Y con ello, un lamento de dolor sale de mí, porque la jodida puerta no cerró,
pero volvió con bronca a mi cara.
Pegando su filo, en mi frente.
Y cierro mis ojos, por el impacto y el escozor.
Elevo mi mano a mi frente y esta húmedo y mis dedos, se pegan por algo
líquido entre ellos.
Sangre.
Un leve corte en mi frente me gané, por descargar mi frustración contra mi
casillero.
Y carcajadas, suenan a mi espalda.
—¿Qué pasa, cachorra? —La voz burlona de Cristiano Grands, invade el
pasillo bajo la risa de Caldeo a la cabeza de ellos y de algunos compañero del
equipo básquet de la Universidad con Constanza Goti, colgada con sus brazos de
mi ex mejor amigo.
Y un grupo de groupie vestidas como ella de forma deportiva y sexis de
animadoras, con los colores verde, blanco y gris de la Universidad.
Y obviamente.
Todos, con las respectivas chaquetas de la U también.
—No es de tu incumbencia, Grands... —Digo entre dientes, intentando
ignorarlos.
Pero la mirada fuerte, silenciosa y burlona de Caldeo, me hace mirarlo
buscando en el interior de mi mochila, por algo con que limpiar la sangre de mi
frente.
Y me arrepiento, de ello.
Porque, es penetrante, fría y llena de odio sobre mí.
—Pobrecita, Junot... —Exclama con ironía Constanza, acariciando con su
mano y apoyando su rostro, en el fuerte pecho de Caldeo. —Le dieron, el peor
casillero del campus...
Y todos ríen, inclusive Caldeo, el amigo que amé como a un hermano.
Seguido, de hacer una mueca con sus labios de brillo rosa y un dedo en ellos,
fingiendo pensar.
—¿Quién habrá, conseguido eso? —Y sus ojos celestes y maquillados,
viajan a mi ex amigo de forma cómplice.
Caldeo le sonríe y besa sus labios de forma asquerosa y dejando a la vista de
todos, sus lenguas entrelazadas en ese beso profundo y mirándome a través de
sus gruesas pestañas negras como la noche y sus ojos grises y cristalinos como
una tormenta fría y silenciosa de nieve, cuando lo hace.
Y tengo ganas de vomitar, paralizada en mi lugar por ser testigo de ello.
Silbidos victoriosos de todos sus amigos, cortan ese beso versión película
porno y de mala calidad ante mis ojos.
—Ya, vámonos... —Bufa aburrido Cristiano Grands, con una mano en el aire
y pasando por mi lado. —...las hermanas Mon, apestan... —Gruñe, de mala gana.
Y todos, ríen por su dicho.
No levanto mi mirada del interior de mi mochila, mientras limpio la sangre
de mi frente con un pañuelo, rogando que se marchen rápido para poder llorar en
paz y no se burlen de eso también.
—¡Adiós, Junot Mon! —Me saludan, de forma burlona todos.
Caldeo choca mi hombro al pasar por mi lado apropósito, haciendo por su
impacto que retroceda un paso de mi lugar.
El contacto, no fue fuerte ni me dolió.
Pero, lo siento como si fuera la colisión de dos trenes de frente, en mi
interior.
Y La primer lágrima recorre mi mejilla, cuando me giro a mirarlo triste y
marcharse con sus amigos.
Fuerte, guapo y casi tan alto como papá, bajo la campera universitaria y sus
jeans.
Su espalda ancha de cuerpo tonificado y tatuado hasta los dedos de sus
manos, aún abraza a Constanza.
Ahora, soy Junot.
Caldeo Nápole, ya nunca más se refirió a mí, como Juno o mejor amiga.
En una palabra.
Ya no se refería en mí, en absoluto.
Vivimos cerca, ya que tío Pulgarcito compró una linda casita cerca de
nosotros, desde nuestra infancia.
Y una vez, fuimos los mejores amigos.
Pero después de ese poco más de un año de distanciarnos por su viaje a
África, para conocer a su verdadera familia.
Todo, cambió a su regreso.
Se volvió, contra mí.
¿Su meta?
Arruinar mi vida desde hace casi los dos años que pasaron de su viaje y en
cada oportunidad, hasta ahora.
Humillarme.
Excluirme.
Burlarse.
Y el más doloroso, de todos.
Odiarme.
Siendo sus bromas entre otras cosas, más sádicas con el transcurso del
tiempo hacia mi persona.
Llegando hasta el punto de esconderme y temer de él, en solo pensar de
compartir la misma habitación en la que está él o lugar.
Nunca más, me protegió.
Nunca más, subió a la casita del árbol conmigo.
Nunca más, vino a buscarme como cada tarde en el estanque, como lo hizo
cada día de nuestras vidas.
Y debo reconocer que yo, sí.
Hasta que me di cuenta una tarde, después de horas alimentar esa esperanza
que abrigaba mi corazón y llorar mucho, sobre el colchón de hojas secas cerca
del estanque y abrazada a Rata a mi lado.
De que nunca más mi mejor amigo, iba a volver a mí...
—Eso, debe doler mucho. —Una voz, me saca de mis pensamientos.
A mi lado un chico alto, con su pelo castaño semi largo rasurado a medias,
todo de oscuro y con sus ojos delineados de negro como sus uñas pintadas en ese
tono, me mira compasivamente y apoyado, en los casilleros con un pie cruzado.
Sonrío, pasando por última vez el pañuelo por el corte de mi frente y secando
mi lágrima.
—Solo es un rasguño, nada importante en realidad... —Intento otra vez,
cerrar mi casillero.
Nada.
Se acerca a mí, de forma amistosa, pero rodando sus ojos.
—No me refería a tu lastimadura, cariño... —Me dice sacando mis libros y la
manzana del interior, sin pedirme permiso.
Lo miro raro.
—...esta mierda está rota," apropósito." — Señala mi casillero abriendo el
continuo, pero un nivel más bajo con su código.
Abre su puerta y deposita mis cosas ahí.
Sonríe.
—Mi casillero. —Lo cierra. —Lo compartiremos, hasta que administración
solucione el tuyo.
—Gracias... —Digo tímida y tirando mi pelo suelto hacia atrás. —Soy...
—Junot Mon. —Dice por mí, rodeando mi hombro con un brazo de forma
cariñosa, invitándome a caminar. —Lo gritó a media universidad, el chico lindo
de ojos verdes en su burla...
Mi ceño se frunce, por Cristiano Grands.
—Mis amigos, me dicen Juno... —Acoto, dejándome llevar por él, camino a
mi primer clase en el corredor casi vacío ya.
—Entonces eres para mí, Juno, corazón. —Dice, el lindo chico gótico. —Soy
Demian. —Se presenta mirando mis horarios de clases y lo compara con el suyo.
—Soy nuevo. Con mi familia nos mudamos aquí hace un par de meses... —Mira
las puertas, buscando la numeración de nuestras clases y sonríe al ver la mía al
final. —...pero, me dicen Fresita.
Suelto una risita.
—¿Fresita?
Y él, también lo hace.
—Ahá... —Dice, abriendo la puerta por los dos de mi clase. —...no va en
absoluto, con mi atuendo. —Rueda sus ojos, inclinándose a mi altura y mirarme
fijo y de forma divertida. —Pero, jodidamente con mi personalidad... —Vuelvo a
reír, antes de entrar. —...a propósito, soy gay y es un placer damita, desde ahora
ser tu amigo y por lo que veo... —Murmura, elevando los dos horarios de su
mano. —...tu nuevo compañero, de Arte. —Finaliza dejando que ingrese
primero, seguido de él a nuestra clase de Arte Visual.
Capítulo 2
CALDEO
¿Quién carajo, es ese?
Nunca, lo vi.
Me conozco y gobierno a toda la puta universidad y no registro su cara,
pienso con medio cuerpo dentro del motor, arreglando el carburador de mi vieja
camioneta Ford.
Busco la llave inglesa del bolsillo trasero de mis viejos jeans, todo
manchados de aceite de auto.
¿Lo conoció, en las vacaciones?
Dios.
¿Se fue de vacaciones y no me enteré?
¿Pero, cómo?
Papá o mamá, me lo hubieran comentado.
El sol pega en mi espalda y con fuerza, por mi camiseta negra.
Carajo, hace calor.
Limpio mi sudor de mi frente y tiro a un lado mi pelo que jode en mi cara,
con el dorso de mi mano.
¿Y el nuevo se anotó, en esta Universidad?
Y jodidamente estudia, la misma carrera que ella.
¿Cuáles serán, las intenciones de ese chico gótico?
Gruño.
Porque, pensé que tenía todo bajo control.
Todo.
La lata helada de una gaseosa sudando su frío por estar en el refrigerador de
casa, toca mi piel.
Giro mi cabeza, para encontrarme a Constanza a mi lado, ofreciéndome la
bebida con una sonrisa.
Y frunzo mis cejas, al notar que sigue aquí.
Pensé que ya se había ido, con todos los demás.
Con mi banda, siempre practicamos en el garaje de casa después de clases,
nuestras canciones para cantarlas el fin de semana en el bar de Salvador.
A mis padres, no les molesta.
Sonrío, para mis adentros.
Ya que, mis viejos son mi mayor fans.
Acepto su gaseosa.
La abro y la bebo, de dos sorbos.
Puto calor.
Su mano, recorre el largo de mi brazo para abajo con un dedo y de forma
lenta e insinuante.
—Estás todo transpirado, Caldeo... —Susurra.
Mis ojos, se clavan en ella.
Hoy no, nena.
Hoy no hay follada, para ti.
Su dedo se detiene en el tatuaje interior, de mi muñeca.
En mi favorito.
El que nadie sabe su significado y no llama la atención, por lo pequeño que
es y por ubicación.
Pero, condenadamente ese diseño de tinta es mi motor, mi vida y lo más
importante para mí.
Es, mi todo.
Y ella hoy, casi lo descubre cuando me dibujaba.
Solo ella, sabría su significado...
Corro mi muñeca, del contacto de sus dedo con mi tatuaje.
Porque, nadie lo toca.
Es mío.
Y resoplo, de forma cansada.
En realidad odio que la mujer que está conmigo y folle, toque y recorra mis
tatuajes.
El dedo de Constanza como de cualquier mujer, es papel lija sobre mi piel.
No como los dedos de ella, cuando lo hacía y me recorría con suavidad...
Cálidos, ingenuos, asombrada y risueña por cada uno nuevo, que le mostraba
en las tardes del estanque.
Cachorra...
Sacudo mi cabeza y cierro mis ojos, con ira.
No.
NO.
Mi cabeza tiene que ir, para otro lado.
Me vuelvo a Constanza y la recorro con la vista.
Cuerpo y tetas, de muerte.
Necesito, distraer mi mente de ella.
Detestarla.
Tiro la llave inglesa y ni me molesto, en limpiar mis manos de aceite y
mugre de motor de auto.
Miro a Constanza.
Me quieres, nena.
Me tienes.
Sobre su grito de júbilo alzándola de forma bruta y enroscando sus piernas
en mi cintura, la llevo al garaje para cogerla sobre uno de los viejos sofá.
Ni me molesto en desnudarla, solo corro lo que interfiere bajo su falda de
porrista.
Tampoco, me molesto en desnudarme.
Solo me limito, en bajar la cremallera de mis viejos jeans, mientras saco de
un bolsillo un condón.
Cachorra...jadeo en mi interior.
Mientras lo hago, duro.
JUNO
—¿Qué haces?
La voz de Tatúm, me sobresalta sentada en mi escritorio y concentrada en mi
libro, de Galerías de Arte de Europa y anotando a la par en un cuaderno, lo más
importante para un trabajo práctico y que debo entregar el lunes próximo.
Mi hermana ríe a mi costa, cerrando la puerta de nuestra habitación y
acomodando sus lentes de su nariz.
Río, con ella.
—Nada importante... —Señalo, mis anotaciones. —...solo un informe para
entregar la semana que viene...
Se acerca a la gran ventana y corre las cortinas, para que el sol llene la gran
habitación, para luego tirarse de forma cansada, pesada y con sus brazos abiertos
a su cama.
—¿Mal día? —Le digo, girando hacia ella y apoyando mi codo, en el
respaldo de mi silla blanca y mordiendo mi lápiz.
Resopla.
El bonito rostro de mi hermana, está cansado.
Acomoda su almohada mejor, bajo su cabeza como para dormir una siesta y
sin importarle estar vestida aún, con el uniforme de chaqueta y pantalón con
motivos infantiles, que utiliza para ir por las tardes y después de clase al
Hospital Infantil de nuestros padres.
—Todo marchaba bien, hasta que el idiota apareció en el Hospital... —
Susurra, con los ojos cerrados.
Hago una mueca.
—¿Cristiano?
Asiente y abre sus ojos.
—Violaron una puerta de acceso trasero, del Hospital en pleno día... —Ante
mi cara de susto, eleva una mano para darme tranquilidad. —...muchachos Juno,
no te alarmes. Chicos en busca de alguna droga fuerte... —Rueda sus ojos.
—...pero papá, mandó doblegar la seguridad y el idiota, se ofreció como pasante
en su carrera a cubrir unas horas en la tarde.
"El idiota" obviamente es su archi enemigo, Cristiano Grands.
Le arqueo una ceja y sacudo mi cabeza de forma burlona.
—Interesante... —Digo, guiñando un ojo.
Tira uno de sus almohadones rosas esparcidos sobre su cama hacia mí, que
logro tomarlo en el aire.
—¡No te atrevas, a decir nada o pateo tu lindo y redondo trasero!
Río poniéndome de pie y lanzándole, su almohadón de vuelta.
—¿A dónde, vas? —Pregunta, al ver que camino en dirección a la puerta.
—Tú, necesitas descansar y yo despejarme... —Murmuro, recogiendo del
perchero mi casco y abriendo esta para salir.
Pero sin antes susurrar a mi hermana, asomada a la puerta.
—Sueña, con él...
Y sus ojos se abren grande, por mi dicho de golpe.
—¡Junot Mon, te odio! —Chilla bajo mi carcajada, lanzando otra vez ese
pobre almohadón a mi con bronca, pero logro cerrar la puerta a tiempo.
Mi estómago gruñe, bajando las escaleras y aún riendo, al sentir el rico
aroma a tarta de manzana recién hecho por mamá.
Está en la cocina, mirando por el visor del horno e inclinada la cocción de
una.
A su lado, nuestra nana Marcello, ayuda desmoldando otra con cuidado.
—¡Dios! Te amo, mamá. —Digo abrazándola por atrás y robando de la
fuente, una porción de esa dulce y crujiente tarta.
Pese a que estamos a un mes de cumplir nuestros 18 años con mis hermanas,
las tres somos más alta que ella.
Mamá es tan chiquita de cuerpo, como de altura.
Con nuestros 1,65cm de altura, la pasamos por varios centímetros.
Pone sus manos con agarraderas de cocina y con estampa de flores, en sus
caderas.
Que por cierto, mamá tiene cierta obsesión con esos tipos de telas.
—Pues que bueno saber que me amas, porque necesito un favor, beba...
Por cierto, otra cosa.
Creo que con Tatúm y Hope aunque tengamos 40 años, nuestros padres se
dirigirán a nosotras como beba o bebitas.
—Lo que sea. —Digo, apoyada en la barra de desayuno y chupando un dedo,
con dejo de tarta.
Señala, mi casco de bicicleta en mi otra mano.
—¿Saldrás, a dar una vuelta?
—Sip. —Digo poniéndolo en mi cabeza y abrochando su hebilla de
seguridad en mi mentón. —Voy a dar un paseo...
Aplaude emocionada, buscando una de sus tartas de la gran mesada y la
envuelve con cuidado con un repasador para dármelo.
—¿Le llevarías de camino a Ángel, amor? Tío Pulgarcito, adora mis tartas...
Miro, la tarta.
Miro a mi mamá.
Y arrugo mi nariz.
—Mamá... —Suplico, con mis hombros caídos.
Inclina su cabeza, apoyando una mano en la mesada.
—¿Sigue mala tu relación, con el pequeño Caldeo?
Quiero reír.
Ella todavía, nos ve a todos como pequeños.
—Mamita, el pequeño Caldeo mide casi como papá y es despreciable, no
somos más amigos y me odia... —Mi corazón duele, al sentirme decirlo. —
...mucho... —Finalizo.
Noto que cruza mirada inteligencia con nana Marcello, para luego ambos
reír.
Les frunzo, mis cejas.
¿Qué le ven de divertido, a ello?
—Tan tú, tan él... —Solo murmura nana Marcello, divertido y desmoldando
la última tarta y sin levantar su mirada de ella.
Y otra risa, de mamá.
Recoge su pelo atravesando sobre el, una vieja pluma plateada.
—No te preocupes, bebita. —Besa mi mejilla, con cariño. —Hablé con tu tía
y el enorme Caldeo no está en casa, fue a una práctica de básquet hasta la cena.
—Me comenta. —En realidad no va a ver nadie, pero la puerta trasera siempre la
dejan abierta... —Me dice. —...solo entra y dejas la tarta, cariño.
Resoplo poco convencida como respuesta, pero tomando la tarta y saliendo
afuera, en busca de mi bicicleta en la cochera.
Tío Pulgarcito y tía Lorna, viven cerca de nosotros y a casi nada de
distancia.
Atravesando el pequeño bosque vecino, por el lado Oeste y a un trote de
minutos.
Por las calles, unas cuadras y sobre una curva.
Se mudaron, cuando obtuvieron la adopción total de Caldeo.
Mis tíos quisieron con la llegada de él, empezar en un lugar apartado de la
selva de cemento de la gran ciudad.
Lleno de vida y verde, en este hermoso barrio familiar.
Elevo mi rostro al sol, con cada pedaleada que doy montada en mi bici.
Saludo algunos vecinos con mi mano al aire, que aprovechan la agradable
tarde en su jardines frontales para regar sus plantas, sacar la basura a los
contenedores o simplemente charlar con el de al lado.
Mi bici frena, en la entrada de los Nápole.
Y suspiro, bajo una fuerte punzada de nervios, en mi estómago.
No puedo creer que esté haciendo esto me digo para mi misma, tomando la
tarta de la canasta delantera de mi bicicleta y apoyando esta, sobre un árbol.
Camino insegura, rodeando la casa para llegar a la puerta trasera de la
cocina.
Y me detengo en su entrada, con una mano en el picaporte antes de abrirla y
exhalando el aire, que retuve en mis pulmones con cada paso que di hasta aquí y
no sabía.
Yo puedo.
No hay nadie, Juno.
Solo entra, deja la tarta en la mesada de la cocina y sal.
Bien.
Capítulo 6
Abrí con cuidado la primera puerta con tela mosquitera, que hizo un
terrorífico crujir de sus bisagras por su falta de aceite.
Creo.
O tal vez, por el miedo que sentía y que se sumó, al silencio del patio trasero.
Como educada que soy, golpee primero la puerta blanca de madera, para
luego apoyar mi oreja en ella.
Silencio.
No sentía la voz cantarina de tía Lorna, ni la gruesa de Pulgarcito mirando
algún partido en la televisión con el volumen alto.
Mamá tenía razón, no había nadie en casa y me tranquilicé, al notar que en el
patio estaba despejado de su camioneta.
La abro aliviada.
Es una pequeña, pero espaciosa cocina hermosa y tan blanca en sus muebles
que la componen en madera, que la hace acogedora y cálida.
Dejo la tarta sobre la mesada y me dispongo a salir.
Pero muchas fotos agarradas con imanes en la puerta del refrigerador, que
está junto a las escaleras y que lleva a las habitaciones de arriba, me hace
detenerme para contemplarlas.
Y abrazada a mi misma, muerdo mi labio con cierta emoción.
Hacía mucho tiempo, que no venía aquí.
De más chica millones de veces y cada jodida tarde luego de jugar con
Caldeo por el bosque o en el estanque de casa, para luego merendar aquí nuestro
vaso de leche con galletas ya lista para nosotros, por tía Lorna y con la música
de los '60 sonando de su vieja radio, arrimada a la ventana.
Hay fotos de papá y mamá abrazados como sonrientes, de más jóvenes y con
nosotras en brazos muy bebés.
Otra, de mis hermanas y yo, muy chicas y con Rata muy joven.
Lorna y Pulgarcito con Caldeo de pequeño y en un acto colegial.
Otra en su graduación secundaria, como una actual y de ahora, encestando un
doble en un partido de básquet.
Pero la mayoría, de nosotros dos.
Sentados en la escaleras de su casa y mirando la cámara sonriente, tal vez
con diez años él y empujando la vieja cubierta de un coche que atada a una soga
y de un árbol que era nuestra hamaca y conmigo montada en ella.
Otra en bicicletas los dos montados en el jardín de casa y luego otra, en una
fiesta de Halloween y ambos disfrazados de Minions.
Suelto una risita, por vernos tan amarillos maquillados con esos overol de
jeans y los enormes lentes que mamá y tía Lorna, confeccionaron para nosotros.
Mis dedos acarician esa y luego la que con su uniforme verde, gris y
blanco de básquet reciente, que está en el aire encestado en la canasta y dentro
de la cancha de la Universidad en un partido y bajo un público aplaudiendo de
pie.
Y recorro suave, la longitud de todo su cuerpo en esa proeza.
Es alto, fuerte, tonificado, musculoso sin exageración y todo tatuado su
cuerpo con esa piel morena mezcla de dos razas, que lo hace sexi y perfecto, con
sus ojos claros color hielo.
Pero suelto un grito de golpe y al despejar mi visión de las fotos del refri,
para marcharme, con mi sonrisa cayendo rápidamente y el terror, arrastrando su
camino de mi pecho hasta mi corazón del susto.
Cuando, al elevar mi vista.
No.
NO.PUEDE.SER.
Caldeo está escalones más arribas de la escaleras y junto al refrigerador, todo
mojado aún por la ducha recién dada y solo, envuelto con una toalla blanca
alrededor de su cintura y con ambos brazos, agarrados y apoyados al techo.
Hilos de agua recorre todo su rostro, pelo y su cuerpo semi desnudo.
Sintió ruidos y salió de su ducha.
¿Pero, cómo?
Si su camioneta, no...
Su mirada no se aparta de mí y sé, que se está preguntando que diablos estoy
haciendo aquí, a medida que baja cada escalón lentamente.
Sus pies descalzos se detienen, cuando pisa el suelo de la cocina mojando
este con agua, para ladear apenas su cabeza, mordiendo el aro de acero de su
labio inferior y hacerlo girar, deliberando que hacer conmigo.
Y por ello, muchas cosas pasan por mi mente.
¿Y si le doy, un codazo?
No.
¿Mejor, una patada en su entrepierna?
Y bajo, mi mirada.
¿A quién, quiero engañar?
Ni en mis mejores sueños, contra él me atrevería.
No soy, muy valiente.
Caldeo desde que llegó de ese maldito viaje de África por un año, vino
diferente y con una meta.
Odiarme.
Haciendo cosas para intimidarme y asustarme.
¿Por qué, ya no me dejaba en paz?
Camina, rodeando la mesada de una parte de la cocina y se pone frente a mí.
Un extraño y nervioso calor nuevo para mí, recorrió mi cuerpo por su
proximidad.
Los músculos de su pecho aún húmedo de la ducha y tatuado, se rozaron
contra la fina tela de mi remera mangas corta amarilla con motivos de una playa
y como una descarga eléctrica, sentí en mi pecho hacía mi estómago.
Y de él, también.
Porque se cuerpo se estremece y un leve jadeo sale de sus labios entre
abiertos, casi tocándonos.
Creo.
Con disimulo, obligué a mi respiración a tranquilizarse y salir lentamente.
Maniobré a mi derecha para salir de su camino, pero Caldeo elevó su brazo
para apoyar su mano en la pared y cerrar mi paso.
Entonces, decidí moverme bajo el pequeño espacio que me dejó hacia el otro
lado, pero su otro brazo se extendió cercándome.
Mierda.
Mi mirada estaba en el frente y en su pecho desnudo.
A donde le llegaba y al tatuaje Maorí que acapara todo su torso y cintura, que
se movía al compás de su respiración algo acelerada.
Cerré mis ojos, para hablar.
A su pecho.
—Vine, porque mamá me mandó... —Me justifico, girando mi cabeza a la
tarta de manzana y sobre la mesada para que la vea.
Caldeo gira la suya, para mirarla y sin dejar de invadir mi espacio personal,
se limita a inclinar sin dificultad su cuerpo, para con una mano correr a un lado
el repasador que la envuelve y mirar la tarta.
Redonda, azucarada y crujiente con su fruta encima en rodajas y cortada en
pequeños cuadrados lista para comer.
Toma uno entre sus dedos uno y la mete en su boca, volviendo a su postura
casi rozando su cuerpo en toalla con el mío.
Y su aliento cálido y con aroma a manzana dulce con canela, juega en mi
rostro mientras lo come.
Oh, Dios...
Su nariz si tocarme, pero casi por hacerlo, recorre cada centímetro de mi
rostro.
Y con ambas manos contra la pared acorralándome y que descienden por
ella, achicando nuestro espacio.
Cierro mis ojos, en el momento que el motor de un coche se detiene con una
frenada y bajo la música rock de su interior.
Mi mirada va a la ventana del lateral, donde la sombra alta de alguien se
dibuja tras las cortinas al pasar, en dirección a la puerta trasera de la cocina y por
el jardín.
Jadeo.
Caldeo nunca miró ni se inmutó, por la llegada de ese alguien.
Se limita, a seguir con su rostro cerca del mío.
Mirándome, profundo.
Y muy cerca.
La punta de su nariz en mi frente, se desliza a mi oreja y bajo el ruido de la
puerta trasera abriéndose y creo, que sentí con un suspiro suyo.
—Vete, cachorra... —Me susurra suave y tan bajo, que apenas llega a mi
oído su voz.
—De camino a probar como quedó el motor, me detuve por algo para comer
también... —La presencia de Cristiano vestido de civil, lo cual me sorprende y
un pack de latas de Pepsi con frituras de papitas nos interrumpe.
Su cara se desencaja a verme y queda estático, en el umbral de la puerta de la
cocina con sorpresa.
En realidad, al verme y en esa situación comprometedora contra la pared y su
amigo, solo en toalla.
—¿No jodas? ¿Te cogiste, a la Mon? —Le pregunta, señalándome con las
latas en mano.
—¡Eres, un idiota! —Exclamé, empujando con fuerza a Caldeo su pecho,
para alejarme de él.
Sus cejas se fruncieron, por el rechazo brusco de mis manos llena de bronca.
Cristiano, no me intimidaba.
Solo me molestaba, porque sabía que todas las instancias que sus burlas,
rechazos y desprecios hacia mi persona, era por Caldeo y por ser hermana de
Tatúm.
Su enemiga, número uno.
Su ceja se elevó por lo dicho de su amigo, pero como de costumbre, Caldeo
nunca habló.
A menos que fuera una amenaza y muy necesaria, como me dijo recién y con
un susurro en mi oreja, para que me fuera de su presencia.
Porque él, me despreciaba.
Y duele.
Jadeando pasé entre ellos y casi, llevándome puesta el enorme cuerpo de
Cristiano, ya que impedía mi paso por seguir como estatua y sin entender lo que
ocurrió aquí.
Salí por la puerta trasera, casi corriendo y en dirección al patio, en busca de
mi bicicleta junto al árbol donde la dejé.
Una vez encima de ella, me sequé el sudor frío de mi frente, para ponerme el
casco.
Relájate, Juno.
No había, ocurrido nada.
No hubo una broma pesada por parte de Caldeo, como muchas veces lo hizo
en mi primero y ahora, segundo año de Universidad.
Solo, su eterno rechazo.
¿Pero qué diablos, sucedió en la cocina?
No lo sabía, pero mi estómago pedía gritos aire o en su defecto, un baño para
vomitar.
Re mierda.
¿Qué sensación, tan extraña...y linda?
Capítulo 7
JUNO
—...Prometió ir a A.A... —Dice Amely, sentada a mi lado en las gradas del
campo de Rugby y echada hacia atrás con su cuerpo para que le dé, el sol a
pleno.
Las prácticas deportivas son de mañana y pese a que el sol es fuerte con el
cielo despejado, el simple uniforme deportivo de remera mangas corta y short de
la Universidad, si no entras en calor rápido, te hace temblar con la fresca
mañanera.
La escucho mientras intento ajustar mejor, los cordones de mis zapatillas
deportivas.
Me enderezo.
—Eso es bueno, Amm... —Murmuro. —¿Crees, que lo cumplirá?
Hace una mueca, desganada.
—¿Ira las dos primeras reuniones, de auto ayuda? Seguro... —Nos ponemos
de pie ante el silbato de la entrenadora y bajamos de las gradas, en dirección al
campus deportivo. —...pero, a la tercera empezará con que no necesita de ello y
bla...bla...bla... —Rueda sus ojos. — ...que él es fuerte y tiene voluntad. Lo hará
bien una semana, hasta que caiga y reciba, otra llamada de su último trabajo
siendo despedido o de un jodido antro, para que lo vaya a buscar de madrugada...
La abrazo con cariño, como consuelo.
—Lo lamento, mucho...
Devuelve mi abrazo y se sonríe.
—No lo lamentes...alguien tiene que ser la adulta en esta pequeña familia y
mi padre, es el niño descarriado...
Suspiro, por mi mejor amiga.
Me gustaría que fuera, todo diferente y mejor para ella.
Solo son ella y su padre, David Wattson.
Un gran contratista de obras en su momento, antes de caer en su adicción al
alcohol.
Y un hombre muy agradable y guapo.
Mi pensamientos celestinos de una bonita familia para mi amiga se van a la
mierda, con los gritos de la entrenadora desde el verde campo de rugby hacia
todas nosotras llamándonos.
Rápidamente, nos pone a calentar bajo las quejas de muchas de nosotras e
inclusive Amely.
A mí, no me interesa.
La rutina del gimnasio, detesto.
Y correr y hacer gimnasia al aire libre me es aceptable, aunque soy cero
deportes.
Empezamos nuestra entrada en calor, con nuestra carrera de 5km alrededor
de la pista de atletismo que rodea la cancha de rugby.
Mi cuerpo frío, empieza adaptarse despacio, conforme y con cada paso que
doy en mi trote a la temperatura y a elevarse lentamente.
Amely jadea y empieza a quedar detrás mío y de forma teatral, deja caer un
brazo adelante y el otro toma un lado de su cintura.
Río retrocediendo mi carrera, sobre mi espalda y tomo su mano, para
ayudarla a correr.
—Eres, una gran amiga, sabiendo que no soy buena en esto... —Jadea, por
mi ayuda.
Suelto una risa.
—No hemos completado, ni la primer vuelta Amm... —Miro a las demás
estudiantes a mucha distancia nuestra y las señalo, con mi barbilla jalando de
ella. —Somos, las últimas nena...
Sus ojos castaños, se abren.
—Oh Dios, nooo.. —Chilla, trotando sin ganas al notarlo. —...la coach, nos
hará hacer más sentadillas! —Exclama retomando, la carrera con ganas.
Sip.
Eso, era verdad.
—Oye... —Susurra sin oxígeno, a mi lado.
—¿Mmnm?
Señala, con una mano en el aire.
—¿Ese, no es tu primo Caleb?
Y pongo una mano como visera en mi frente en mi carrera, para bloquear el
sol de frente.
Al otro lado de la cancha de rugby, mi primo Caleb está sentado en las
bancas de suplentes con el uniforme de jugador de básquet, abrazado a una
pelirroja y una morena de cada lado y riendo muy divertido, por su compañías
femeninas.
—Él, es tan sexi... —Suspira, desnudando con su mirada Amely mientras se
tira contra el césped, de forma agotada y luego de cumplir las vueltas.
Observo, a mi primo.
Mientras todos los demás jugadores, practican entre ellos en la cancha y al
aire libre, bajo los gritos y órdenes de su entrenador, inclusive Caldeo.
Mi primo querido, nop.
Me dejo caer en el césped para ayudar a Amely sosteniendo sus pies y con
sus cien abdominales que nos gritó a todas la entrenadora.
Amo a primo.
Es un ser excepcional y muy divertido.
Es la metamorfosis perfecta, de mis tíos Mel y Rodo.
Un digno, hijo suyo.
Pero, la anti tesis de Hope.
Descontrol y mujeres.
Sonrío.
Pero, con un corazón enorme.
Atlético, de piel dorada y los ojos chocolate tan lindos como tío Rodrigo,
pero pelo desparejo y disparado como tía Mel.
Mi amiga, tiene razón.
Caleb Montero, es un chico "baja bragas."
—¡Cariño! —La voz de Demian, suena en el campus para verlo bajo las
gradas y apoyado, en las barandas de esta.
Corro a él sonriendo y con la mirada curiosa de Amely.
—¿Qué, hay? —Digo feliz de verlo, tomando el agua de botella que me
ofrece.
Río al verlo todo de blanco como los demás estudiantes que no practican
básquet, pero si atletismo como nosotros.
—No te atrevas, cachorra... —Me amenaza de forma desafiante ante una
broma a decir, al notar el contraste de su vestimenta muy blanca con su estilo
con maquillaje gótico y ropas oscuras.
Escupo el agua.
—¿Por qué, me llamaste así? —Limpio mi boca, con el dorso de mi mano.
Solo él, me dice así, maldita sea.
Hace una mueca y con una guiñada de ojo, mira a la cancha de básquet.
—El moreno, lo dice... —Murmura, siguiendo sus ojos a Caldeo que rebota
la pelota naranja una y otra vez en un rincón de la cancha, haciendo señas a su
equipo con una mano elevada, pidiendo posición, pero nos mira.
Y corro mi mirada, al sentirla sobre mí.
Fresita eleva sus cejas por ello y sus labios se mueven para decir algo más,
pero la llegada de Amely lo calla.
—¿Quién eres, chico nuevo? —Dice con una sonrisa seductora, apoyando
sus codos sobre la baranda.
Y Demian, le arquea una ceja divertido, por coquetear.
Suspira.
—Eres bonita y caliente. —Le dice, inclinándose hacia ella. —Y te invitaría
a una cita, muy romántica... —La sonrisa de Amely, crece. – Pero, soy homo
nena y lo más parecido a una cita que tendríamos, es ir de shopping por ropa y
maquillaje para los dos, para luego una maratón en DVD con el sexi vampiro de
Crepúsculo...
Y la sonrisa de Amely, cae y eleva los brazos al cielo.
—Señor, ¿por qué, todos los chicos lindos, son jodidos o gay? ¡Nunca, podré
ser esposa, así! —Exclama.
Y rompemos, en risa.
—Amm... —Los presento. —...él es Demian, pero le dicen Fresita. —Lo
miro. —Demian, ella es Amely.
—Su mejor amiga. —Dice ella, extendiendo una mano con supremacía.
—Su mejor amigo. —Dice él, aceptando su mano con orgullo.
Y Amely, escupe una risa.
—Que no te escuche, Caldeo...
Ruedo mis ojos.
—No digas eso. —Palmeo su espalda, como reproche. —¡Él y yo nada.
Nada! —Chillo enfadada.
—Mándale un memo, amor... —Me susurra, volviendo al campo de rugby,
ante las señas de la entrenadora para continuar con la clase.
Mis ojos siguen, los de ella.
Caldeo en las bancas descansa del medio tiempo, tomando de su bebida
energética y secando el sudor de su cara con una toalla, mientras nos mira sin
atender en absoluto a Constanza para mi desconcierto, a sus caricias y reclamos.
No sé, si el viento que se levantó o su mirada sobre mi recorriéndome, hizo
acariciar mis brazos y piernas desnudas, de frío.
¿O de calor?
—¿Qué, le hiciste? —Pregunta, nostálgico Demian.
Abro mis ojos.
¿Pregunta eso y de forma nostálgica?
—¿Yo? —Mi furia, crece. —¡Nada! Si tan solo lo supiera, yo...
Inclina su cabeza.
—¿Tu qué, nena?
Mierda.
Nunca, lo pensé mucho en realidad.
Resoplo y me encojo de hombros.
—No lo sé.... —Solo respondo, besando su mejilla como despedida y ante el
segundo grito de la entrenadora a mí y porque él, comienza con su clase de
deporte del otro lado.
Y será, porque después de mucho tiempo que solíamos ser tan amigo,
todavía busco ese chico en sus ojos grises en alguna parte.
Capítulo 8
Los siguientes días en la semana, transcurrieron igual y llamémoslo poco
impresionante, apasionante o vertiginoso.
Sip.
Advertí, que mi vida era algo aburrida y monótona.
Lo lamento.
Me gustaría poder decir que escalé hasta la cima del Everest o que fui
participe de una persecución policial, atrapando a los malhechores y mi vida
estuvo cargada de adrenalina.
Pero, nop.
La triste realidad, es que estuve esclavizada con trabajos y apuntes hasta hoy
viernes, corriendo de una clase a otra, almorzando con Amely y Fresita que
congeniaron muy bien, al aire libre en el campus o bromeando entre nosotros, en
nuestras prácticas deportivas y tratando de organizar, una salida divertida por el
cumpleaños próximo de Demian.
Con un suspiro de resignación, cierro el libro de Arte Contemporáneo y miro
por la ventana que tengo junto a mí y en mi clase de un segundo piso, mordiendo
mi lápiz.
Caldeo, no vino a clase dos días.
¿Por eso, tanta tranquilidad en mi vida estudiantil?
Murmullos de toda la Universidad, corren por los pasillos y clases, que fue
detenido por la policía por una pelea callejera con su banda y otro grupo en el
bar donde toca a su salida.
Pero lo cierto, es que Cristiano Grands y mejor amigo, no brilla por su
ausencia y si estuvo asistiendo a sus clases por apuntes al rendir libre por ser
policía.
Y me lo crucé, en un par de ocasiones en los corredores y entre clases y
clases.
Aunque, su mirada era taciturna y algo perdida, su atractivo rostro rubio y de
ojos verdes, no poseía ningún hematoma o señal de una yesca de pelea.
Luché contra el impulso, de preguntarle por Caldeo en unos de nuestros
cruces.
Habíamos coincidido en una hora de descanso, en la cantina de la
Universidad.
Y esperando mi turno por un sándwich y caja de jugo, para merendar en el
jardín del campus, Cristiano dos personas más adelante recibía su pedido.
Nuestras miradas se cruzaron, cuando se volteó con su bandeja y yo mordí
mi labio, para no preguntar y solo la abrí, para hacer mi pedido a la cocinera.
Incluso, después de todo lo que me había hecho, parte de mi todavía
extrañaba a ese mejor amigo y compañero constante de cuando niña.
Pero ese Caldeo, se había ido.
En su lugar, había un amargo, petulante, odioso y hermoso chico malo que
no tenía sentido ya, para mí.
Sus ojos, reposaron unos segundos en mí.
Solo unos segundos, cuando se detuvo frente mío.
Esperaba una de sus pendejadas de burla, pero se limitó solo a mirarme y
seguir su camino.
Arrugo mi nariz.
¿Eso fue, extraño?
∞∞∞
Horas más tarde, mis amigos en mi habitación dan vuelta mi armario por
ropa óptima para salir, un viernes a la noche.
—Dios... —Exclama Fresita, decepcionado frente a el.
Se gira a mí, entrecerrando los ojos.
—¿Segura, que no confundiste de carrera? —Señala, el interior de ella. —
Novicia, sería la adecuada.
Tatúm desde su cama leyendo un grueso libro, ríe a carcajadas con Amely
intentando retocar su brillo labial, de su espejito de mano.
Me encojo de hombros.
—No soy, de salidas nocturnas... —Me justifico.
—Juno, nunca tuvo cita. —Acota mi trilliza, dando vuelta una página.
Demian pone, las manos en la cintura.
—¿Y por qué, eso?
Me encojo de vuelta, de hombros.
Amely se levanta de mi cama y socorre a Demian de
mi "horrible" guardarropa, buscando entre los percheros.
—No es, que no las tuvo... —Dice, tirando algunas prendas sobre mi cama
para que elija. —...pero, cuando la han invitado, horas después dichos y por
cierto muy guapos muchachos, se han retractado. —Finaliza, elevando un jeans,
por demás ajustado. —Perfecto. —Dice, poniéndolo sobre mi nariz.
Fresita, arquea una ceja.
—Extraño e interesante... —Solo dice, escuchando mi amiga.
—Mis botas negras, te quedaran muy sexi con ese jeans. —Dice Tatúm,
señalándolas en el piso.
Hago una mueca.
Son hermosas, pero su tacón es muy alto.
—No lo sé... —Murmuro, poco convencida. —...a ti te quedan jodidamente
bien puestas, pero yo...
Mi hermana ríe.
—Bobita, somos iguales. —Ríe más. —Si me quedan bien, a ti también.
Mierda.
Buen punto.
Minutos después, todos estamos listos.
Demian con su habitual todo de negro y maquillaje gótico, que resalta más el
azul de sus ojos.
Amely en su lindo vestido corto azul, con abrigo y zapatos vértigo a tono.
Y yo, con esos jeans extremadamente ajustado, que juro que tuve que
acostarme en la cama para que suba su cremallera y con ayuda de los tres entre
risas.
Y con las bonitas botas de mi hermana y una blusa ceñida y clara.
—¿Segura, que no quieres venir? —Pregunto a Tatúm, buscando mi
chaqueta negra del perchero. —Será divertido. —Animo.
Tatúm, niega.
—Para la próxima chicos, tengo un final en dos días y no quiero fallar. —
Murmura acomodando sus lentes, frente a su libro de medicina.
—Ok. —Digo, besando su mejilla y saliendo de la habitación.
Entre risas, bajamos las escaleras y Hope con pantalón pijama y pantuflas,
comiendo palomitas de una bandeja, nos mira a todos.
—¡Guau, pero que guapos! —Exclama.
Me recorre con la mirada.
—¡Estas muy bonita Jun! Ya era hora algo de maquillaje y ropa sexi en ti
nena.
Y Demian, lleva una mano al pecho.
—Jesús ¿Esto, es una fábrica de clones?
Ruedo mis ojos, sonriendo.
—Lo siento, olvidé decirte que somos tres...
Abre sus ojos.
—Detalle muy importante cariño, cuando hablabas de tu gemela, siempre
pensé en dos.
—Nop y soy Hope, la menor de todas por 4 minutos. —Se presenta,
comiendo palomitas.
— Milady... — Hace una reverencia, Demian. —Fresita, para servirle.
— Dice y lo cual Hope, lo devuelve el mismo saludo entre risas.
Tomo su espalda y lo empujo a él y a Amely.
—Suficiente. Hora de irnos, chicos...
Y despido a mi segunda hermana, camino a subir las escaleras con un abrazo.
—Oye...
Me giro sobre mi hombro, ante el llamado de ella.
—Diviértete y pásala genial. Y si alguien te molesta, solo llama a mi celular.
Arrancaré sus pelos... —Amenaza —De a uno.... —Me guiña un ojo.
Sonrío.
—Gracias, Hop... —Murmuro.
Y Una tos discreta de mi padre desde la sala, nos hace girar en nuestro
caminar.
Carajo...
Sentado en uno de los sillones y aún con ropa de vestir, lee tranquilo una
revista de economía.
Muy tranquilo.
Mierda.
Fresita se inclina levemente, hacia mí.
—¿Jodéme, que él es tu padre? —Me susurra.
Sip.
Él, es mi padre.
El gran empresario, Herónimo Mon.
Tiene dos cosas que impactan, cuando lo ves por primera vez.
Pese a estar de forma relajada y despreocupada, sentado en la comodidad de
su hogar o detrás de su escritorio en la oficina de su piso en TINERCA con su, ya
conocida mirada glacial.
Es su intimidante tamaño y figura de casi 2m y a eso, súmenle sus tatuajes
que se perciben bajo las mangas de su camisa dobladas hasta la altura de los
codos, lo que asusta.
Y lo otro.
Lo guapo y atractivo, que es para ser padre de adolescentes.
Eleva su vista de la lectura de la revista, para doblarla de forma "muy" prolija
y por demás "lenta" para luego, ponerla a su lado del sofá y mirarnos.
Repito.
Muy tranquilo.
Cuando papá, no tiene un gramo de tranquilidad en todo él.
Pone sus brazos sobre su pecho, seguido de cruzar una pierna sobre otra muy
lenta.
Y acomoda sus lindos lentes, en el puente de su nariz.
Los tres uno al lado del otro, nos limitamos a mirarlo de nuestra distancia.
Se aclara, la garganta.
Y eleva, apenas un dedo.
—¿Y tú, quién eres? —Pregunta, de forma seria a Demian a mi lado mientras
yo muerdo mi labio para no reír.
—Demian Bic, señor. —Dice, respondiendo con esa misma seriedad. —
Nuevo compañero y amigo, de su hija Juno.
Frota con sus dedos, sus labios.
—Mmnm... —Solo dice.
Modo analítico, diría mamá.
—¿Por qué, usas maquillaje y vistes oscuro?
—Soy gótico, señor.
—¿Qué edad, tienes?
—Hoy cumplo, 19 señor.
Mi padre arquea una ceja y ladea su rostro a un lado, cruzando más sus
fuertes brazos en su pecho.
—¿Qué intenciones tienes, con mi bebita?
Demian me mira.
Y me encojo de hombros, sin poder evitar sonreír por su cara perpleja.
Se vuelve hacia mi padre, tirando sus hombros par atrás con orgullo.
—Mis intenciones, son cuidarla y ser un gran amigo para ella, señor Mon...
—¿Me dices, la verdad?
—Si señor.
—¿Eres, gay?
—Si, señor.
—Bienvenido a la familia y feliz cumpleaños, muchacho. —Dice sin más y
como si todo estuviera dicho con eso, vuelve a su revista dejada a un lado.
Luego de soltar varias respiraciones por sus inquisidoras preguntas, Demian
se acerca a estrechar la mano de mi padre.
—¡Mamá! —Grito. —¿Me prestas, tu coche? —Le pregunto, cuando se
asoma de la cocina con más palomitas en otra bandeja.
Busca el control remoto de la gran tele y la enciende, para luego mirar a
Demian.
—Él, es Demian. Compañero y amigo nuevo. —Le digo.
Lo abraza y sonríe.
—Junot habla mucho de ti, es bueno conocerte. —Me mira. —Claro nena,
solo no vuelvas muy tarde.
Y el rostro de papá, se desencaja.
—Grands los llevará, no usará esa mierda con ruedas.
Y mamá, pone una mano en la cintura.
—¡Herónimo es un clásico y un excelente coche, pese a sus años!
Y niego, con una mano en mi cara.
Siempre, la misma discusión.
De las tres, soy la única que no tiene coche.
No me interesa, ya que no lo necesito tanto como Hope y Tatúm que van y
vienen de la ciudad.
Para moverme por acá, tengo mi bicicleta y si no, el bonito Mini Copper de
mamá modelo '75 que adora y está en la cochera entre la flota de lindos autos
deportivos de mi padre.
— Llamaron de la Metro para que lo devuelvas esa "Cosa" nena, quieren
hacer la secuela de Los Picapiedras... —Arremete papá, contra el auto.
Mamá lo mira seria, para luego reír a carcajadas.
Se sienta en su regazo, buscando una peli con el control mientras papá roba
palomitas de su bandeja, con una mueca divertida y besa su frente.
Mis hombros, caen.
—¡No voy a moverme con mis amigos, en una salida con chófer! ¡En un
poco más de una semana, cumplo 18 años! —Exclamo.
—En edad humano... —Me corrige papá, dando un sorbo al vaso de jugo que
tiene en la mesita de al lado. Abraza, más a mamá. — …pero, en la edad
Herónimo con tus hermanas, solo tienen 3 años, para mí...
Me acerco y beso, la frente de los dos con cariño.
—Prometo manejar con cuidado y no volver tarde, papi...
Las palabras mágicas.
Y me entrecierra los ojos, odioso.
Porque, sabe que le puedo con mis muequitas de amor.
Mira a mamá.
Ella también lo mira con ternura y rodeando su cuello con sus brazos.
—Mierda... —Exclama aflojando más el cuello de su camisa, mientras pone
una mano en el pecho. Cierto, su angina —Bebita, no muy tarde. —Me advierte.
Y chillo de felicidad abrazando a ambos, para luego correr con mis amigos a
la cocina donde de una pared, cuelgan todos los juegos de llaves de los coches.
CALDEO
Sentado en lo de siempre en el bar de Salvador, pero en vez de mi habitual
mesa ya reservada y nuestra para los chicos de la banda y para mí.
Contra la pared y en el escalón a un lado que lleva al mini escenario donde
tocamos, garabateo unas notas musicales en mi cuaderno, para luego tomar mi
guitarra y tocar suavemente las cuerdas, probando.
—¿Seguro, que podrás Caldeo? —Me pregunta Salvador, con tono
preocupado.
Asiento y le guiño un ojo silencioso, para tranquilizarlo.
Bufa como respuesta, provocando que ría mientras me ofrece un vaso
de Sprite con rodajas de limón.
Aunque, contrario a lo que muchos piensan.
No bebo alcohol.
Jamás, lo hice.
Pese a que mi personalidad, vestimenta fuera de la Universidad y tatuajes,
vendan otra cosa de mí.
Doy un sorbo a mi gaseosa y los acordes de una suave melodía, desgarran
mis dedos sobre las cuerdas.
Salvador, se apoya en la barra y pasa su gruesa y gran mano, por su tupida
barba entre cana.
—¿Nueva canción? —Me pregunta.
Y una media sonrisa, se dibuja en mis labios.
Con un movimiento de mi cabeza llevo mi pelo desordenado, a un lado de mi
rostro para ponerlo detrás de mi oreja y para mirar a mi amigo, mientras digo
que sí.
Escucha por unos segundos como la guitarra, dibuja las notas musicales de la
dulce melodía en el aire, que compuse estos dos últimos días.
—Ella debe ser muy importante, para que un chico estrella del rock,
componga algo tan especial... —Palmea mi hombro, con cariño. —...y apostaría
mi trasero, que no es la rubia que siempre te sigue, como una sombra
muchacho...
No le contesto.
Me limito a seguir, con los acordes de mi guitarra.
Pero, se gira sobre su hombro, tras unos pasos.
—A propósito, chico. —Lo miro. —Llamó ese tal Constantine, otra vez al
bar. — Cierro mis ojos.
Mierda.
—Hice, lo que pediste. —Me dice, volviendo a los quehaceres, antes de abrir
el bar. —Negarte...
Resoplo apoyando toda mi espalda sobre la pared, de forma cansada mirando
como se va y da órdenes a los empleados, con mi guitarra en mi pecho.
Constantine, otra vez.
Carajo...
Capítulo 9
Cada palabra, es un sentimiento fuerte que digo cantándolo.
Cierro mis ojos por un momento, mientras lo hago y entrelazo el micrófono
frente mío y con mis manos.
Porque, pido por esa razón frente a mis miedos.
Esa respuesta.
En una carrera, contra el tiempo.
La batería suena fuerte con sus palillos pegando con fuerza y contra los
platillos por Bruno.
Provocando, que la multitud y en especial las chicas, griten mi nombre.
Sonrío abriendo mis ojos y haciendo a un lado, mi pelo detrás de mi oreja.
Porque ese sonido de toda la puta música sonando, es energía corriendo en
mis venas y con la voz de Cisco a mi lado y con su guitarra en mano haciendo el
coro conmigo.
Buenos amigos como Cristiano abajo, bebiendo su botella de agua y su
sonrisa alentadora, sentado en nuestra mesa y moviendo sus hombros al ritmo de
esta y a su lado, un par de compañeros de la U con unas grupies y Constanza en
mi silla y aún, con el vaso de agua que me ofreció momentos antes entre sus
manos.
No somos nada.
Lo sabe.
Lo aclaré, en un principio.
Es todo, lo que puedo ofrecer.
Pero ciertas aptitudes ya me están jodiendo, como el papel de novia posesiva.
Aplausos, desbordan el bar con el final de otra canción.
Bruno me pasa mi guitarra, cuando llega mi solo.
La cuelgo sobre mi pecho y el sonar suave de un par de notas musicales,
hace al público en su mayoría tomar asiento.
Saben que es un tema lento y solo, para escuchar.
Roto mi cuello y hombros, para comenzar con la canción que escribí hace un
par de días.
Y que se convierte, en una de mis favoritas.
Porque, es solo para ella...
Extraño.
Siempre un cantante lo hace por primera vez, frente a su musa y mirándola a
los ojos.
Porque, cada jodida palabra, verbo y sentimiento que canta, es para ella.
Las estrofas afloran y mi sentimientos se abren.
Mis ojos van al público que muchos ya sentados, despejan mi visión del bar
de Salvador.
Recorro a todos ellos y sonrío, mientras elevo mi voz.
Mis ojos, reposan en la linda espalda de una chica.
Y esa espalda, tiene un lindo traserito.
Pero, frunzo mi ceño sin dejar de cantar.
Porque, me es familiar ese lindo traserito, que envuelve un jeans muy
ajustado.
Y mis ojos, la recorren con sorpresa y quiero masticar el micrófono o mejor
aún, lanzarlo sobre las cabezas de dos tipos, que la follan con la mirada, unos
metros más atrás.
Porque, solo una persona me preocupa, más que mi vida.
Mi cachorra.
Y nadie la puede tocar, ni mirarla de forma obscena.
Porque, ella es pura, bonita y mía.
Solo mía.
¿Pero qué carajo, está haciendo acá?
Y mis dedos, desgarran las cuerdas de mi guitarra con bronca por verla y con
ello, se va mi voz.
Porque, dejo de cantar de golpe.
Y mis ojos destellan de disgusto, cuando choca con los míos al girarse y veo
un vaso entre sus manos.
¿Bebiendo, alcohol?
¿Pero si es, una bebita!
Gruño.
Y a la mierda, todo.
Mi vieja y querida guitarra con la canción, mi nombre bajo la voz de
Constanza, la mirada de asombro por mis amigos, desde mi mesa con el público
y la de Salvador detrás de la barra, sirviendo unos tragos.
Que viejo sabio, sus ojos van a donde estoy focalizando y negando divertido,
hace seña al Dj con una mano, que es hora de poner música.
Porque, se acabó la en vivo.
Bajo del escenario de un salto y en su búsqueda.
Por un momento dudo.
¿Para qué?
Y sacudo mi cabeza, para ordenar mi cerebro.
Joder.
Nada.
No tengo, la más puta idea.
Por lo pronto, para sacarla de acá.
Cachorra es, como su sobrenombre.
Alguien inocente y dulce, para tanto buitres sobrevolando por carne fresca.
Y una sonrisa, se dibuja en mi rostro al ver que escapa.
Santo Dios.
Es tan chiquilina, a veces.
Que me enloquece, de amor.
Miro a su amigo gótico, al pasar empujando la gente y se encoje de hombros,
ante mi mirada amenazante y me guiña ojo.
¿Pero qué, demonios?
¿Acaso él, es...gay?
Y quiero reír.
Mejor, imposible.
Puta suerte, la mía.
Y no, me detengo.
A metros delante mío, observo como cachorra esquiva la gente y huye de
mí.
Su meta, el baño de damas.
Niego con mi cabeza y me hecho a reír silenciosamente, tomando impulso
pasando entre mesas y el público.
¿Si eso, va a detenerme?
Jodidamente...
Nop.
JUNO
Mientras miraba hacia él intentando escapar de sus brazos, mordí mi labio y
eso, hizo oscurecer sus ojos de una forma posesiva.
Mierda.
¿Por qué?
Una de sus rodillas abrió mis piernas, lo que hizo empujar más mi cuerpo
contra la pared.
Y un jadeo sin mi permiso, salió de mi interior.
El pasillo estrecho, era oscuro y solo iluminado con un par de carteles, de
marca de cervezas contra las paredes.
Chicas pasando por este o saliendo del baño, nos miran y cuando perciben,
que Caldeo es el que me acorrala, miran sin nada de disimulo y hablando por lo
bajo entre ellas y con sorpresa de asombro.
¿Y de envidia?
Su pecho contra el mío, es de una presión fuerte y profunda, que va al ritmo
de mi respiración la suya.
Acelerada.
Y me mira como si fuera, una cosa atrapada para su disfrute.
Cavernícola, dominante y de forma interminable.
Pero al mismo tiempo con la suavidad de una pluma, cuando los mismos
dedos que retiene mi barbilla para que lo mire, comienzan a descender por la
curvatura de mi cuello, mi hombro, hasta acariciar con pequeños dibujos, mi
pecho para llegar a mi cadera.
Y como final, a mi baja espalda y abriendo su mano, empujar con delicadeza
mi cintura contra su abdomen, haciendo erizar mi piel.
Un suspiro escapa de sus labios entreabiertos, por nuestro contacto y
mordiendo después, el aro de su labio inferior.
Querido Dios.
¿Qué, estábamos haciendo?
Porque para mi sorpresa, eso me gustó.
Mucho.
Mi auto preservación me decía que huya y que escapara de su contacto.
Pero, la sensación de su piel cálida contra mí, como el tacto de su mano
sosteniendo las mías y por encima de mi cabeza, pedía más.
Negándome, a dar algún paso.
Tal vez minutos o segundos.
No lo sé.
Pero sus tibios labios en contraste con el frío del acero del piercing en ellos,
acariciaron con un suave barrido mi clavícula, cuello y mandíbula y sin dejar de
mirarme, con sus ojos grises a través de sus oscuras pestañas.
Y ahogué un gemido, porque algo caliente colmó mi bajo vientre, he hizo
retorcerme sobre mi lugar y sus labios, se sonrieron por ello y se detuvieron en la
punta de mi nariz y con otro suspiro suyo, lo rozó con una caricia de ellos.
De golpe, me helé sobre mi lugar y abriendo mis ojos sin pestañear.
Porque Caldeo, descendió con suavidad y chocó mis labios con los suyos.
Sin besarme.
Pero, pegados.
Labios, contra labios.
Pero, jodidamente sin besarme.
Y con sus ojos, en mí abiertos.
Mi corazón palpito fuerte, porque sus ojos de ese frío hielo cristalino,
irradiaron calor.
Y con ese calor, el destello de la mirada de mi mejor amigo del pasado,
apareció.
El, de mi Caldeo.
—Dime que no quieres este beso, cachorra...dime, que no te bese Junot... —
Susurró, contra mis labios bajito y con ternura. —...dime por favor, que no
quieres sentir mis manos sobre ti, nunca más... —Me rogó.
¿Qué?
Su mirada era sincera, me suplicaba y al mismo tiempo, me desafiaba.
¿Por qué?
Sus labios no se separaba de los míos y una presión de su cuerpo frotándose
contra el mío, nos hizo jadear a los dos y cerró sus ojos con fuerza por ello.
Reclamaba mi respuesta y al mismo tiempo, tenía una lucha interna.
Y por esa dulce lucha.
Yo, no quería mi primera vez, así...
Porque, Caldeo no me amaba.
Solo, estaba excitado y quería sexo.
Pero la poca conciencia que le quedaba, le trabajaba por ser yo.
En cierta manera y pese a su odio contra mí, éramos familia.
Y tristeza, me invadió.
Siempre soñé, que mi primera vez en todo, sea con él y bajo llena de estas
sensaciones nuevas que mi cuerpo temblando, experimentaba y pedía a gritos a
Caldeo que se haga cargo, era solo sexo por parte de él.
Excitación, placer, hambre, dominio de hombre.
—No quiero... —Dije.
Y como si fuera una orden, sus labios se separan de los míos como también,
el afloje de su mano entre las mías de forma lenta sobre mi cabeza, con respeto a
mi decisión.
Y creo, que triste al mismo tiempo por tal.
De pronto el alboroto del bar con su bullicio normal, invade mis oídos.
Porque el encanto de ser solo él y yo se rompió, cuando también el dulce
contacto de su cuerpo se separó de mí y en su silencio de siempre.
Mi garganta se cerró y elevé una mano a ella, para luego a mis labios y
donde aún, permanecía la tibieza por la huella de los suyos.
No podía tragar y me dolía respirar.
¿O era, mi corazón?
Y me enojé.
Esto, ya era demasiado.
—¿Es lo mejor que puedes hacer, Caldeo Nápole? —Exclamé, recordando
las palabras y consejo de Fresita.
Porque algo de mí, se rompió y dijo basta.
He inclinó su cabeza.
¿Sorprendido?
Sacando valentía que no tengo idea de donde, me acerqué a él y a centímetro
de distancia.
Algo que sabía, que era una mala idea.
Me crucé de brazos y le regalé, una mirada de odio.
Y una media sonrisa se dibujó, en su engreído pero por donde lo mires,
hermoso rostro.
—¿Ya no te quedaban nuevos cartuchos de enojo, burla, ignorancia y
crueldad, hacia mí? —Me señalo. —¿Que lo último que se ocurre, es esto
Caldeo? ¿Seducirme, para luego usarme como una de tus zorras?
Sus ojos se abren y me mira, con cierto asombro.
Creo que porque, después de mucho tiempo escucha mi voz que le es
familiar y no, un llanto.
Niega divertido sin poder creer, para luego negar otra vez y rotundamente, de
forma seria.
¿Eh?
Eso, me descoloca.
¿Se está burlando?
Sigue Juno, no te distraigas.
—¿Por qué, yo? —Le susurro.
Y mi pregunta, le roba toda su atención y cruza, sus fuertes brazos sobre su
pecho.
Jesús...es tan hermoso.
Todo su cuerpo, grita macho con mayúscula y esa postura, hace ver sus
músculos poderosos, pero sin exageración de donde estoy.
Me sacudo a mi misma, por ese pensamiento.
—¡Y ya, es suficiente de tus mierdas Caldeo! —Chillo. —¡Y patearé tus
pelotas, cada vez que me jodas!
Mi pecho se tensó al escuchar eso salir de mi en voz alta, pero un alivio me
recorrió de placer al oírlo.
Caldeo, solo me miraba.
En silencio, bajo la música de moda.
Y con la gente, pasando entre nosotros.
Mirándome mucho.
Y serio.
Extremadamente serio y jugando su lengua, con el aro de sus labios.
Y aún, con sus lindos brazos cruzados en su pecho.
Hasta que, las comisuras de sus labios se alzaron y una amplia sonrisa, se
hizo eco en su boca.
Alegre.
Feliz.
¿Y eso?
Tira de golpe su cuerpo hacia mí, provocando que retroceda y que, mi
espalda de forma brusca vaya para atrás, por invadir mi espacio personal
sorprendiéndome.
Pero su brazo vuela a mi cintura, para no que no caiga al perder el equilibrio.
Pone un mechón suelto, detrás de mi oreja con cuidado.
Y con su mirada profunda en mi mirada y sin pestañear, sus labios se pegan a
mi oreja.
—No te confundas, cachorra... —Me susurra tan suave, que apenas puedo
escuchar. —...se hacer cosas, demasiado bien. —La punta de su nariz, acaricia
mi mejilla. —Y lo voy a esperar, ansioso. —Suelta, ante mi amenaza de
responder a sus futuros ataques. – Pero, recuerda... —Sus labios, se pegan a mi
piel. —...que me gusta, duro... —Finaliza, reposando sus labios húmedos en la
base de mi cuello, para besar con suavidad sobre mi pulso.
Santa mierda.
No pestañeo.
Su amenaza, me hizo querer pegarle, porque sin llegar a entenderlo
totalmente y donde, mi cerebro no coopera para darme el significado total a tras
fondo.
Jodidamente, me gustó.
—¿Caldeo?
Una voz femenina, nos hacer girar al mismo tiempo y nuestras miradas, al
sonido de ella.
Constanza Goti de pie y a unos metros nuestros, nos mira con una mano en
una pared.
Caldeo separa sus labios de mi piel, para mirarme con esos endiablados ojos
cristalinos.
Y no dice, nada más.
—Cariño, la banda pregunta por ti... —Murmura, estirando una mano a él y
como llamado a su lado.
Caldeo retrocede, haciendo distancia entre nosotros y sobre sus pasos, para ir
a ella con sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans oscuros, pero
rechazando la mano que le extiende.
Constanza no se inmuta por eso y sonriente y como si nada, rodea uno de sus
brazos con los de ella.
Frunzo mis cejas, mientras los veo irse.
Juntos.
Caldeo nunca voltea, pero ella sí, y esa sonrisa angelical y linda, desaparece
para mirarme sobre su hombro llena de odio.
Guau...
Capítulo 11
Jodida mierda.
No puedo eyacular.
Y creo, que es por la ausencia de mi esfuerzo de mi parte.
Demonios.
Nunca, me doy por vencido.
Para ser sincero, jamás me pasó.
Pero por más que lo intento, saliendo y entrando del interior de Constanza
por casi una hora y cada posición que se pueda imaginar e incluso inventando
posturas, no estoy ni cerca de llegar.
Estoy empapado de transpiración y gotas de sudor, corren por mis
abdominales y pecho.
Y embisto más duro, golpeando su cuerpo una y otra vez para terminar.
Joder.
Nada.
Y cuando, ella ya se corrió tres veces.
Porque mi mente, mi cabeza y no precisamente la que llevo sobre mis
hombros y mi corazón, están lejos.
No, acá.
Suelto un resoplido final y me quito encima de ella y de su cama,
preguntándome que carajo está mal conmigo, caminando al baño a tirar el
condón y cerrando la puerta tras mí.
Abro la llave y tiro sobre mi cara y pelo, agua helada para despejar mi jodida
mente.
Niego, apoyado con ambas manos sobre el lavamanos y me seco con la
toalla, mirando mi rostro en el espejo.
Agotado...
Ya, no puedo seguir con esto.
Buscando, desahogo en otros brazos.
Porque, ahora que la toqué.
Dios...
Mi piel y su piel.
Re mierda.
Salgo en la oscuridad de su cuarto, aún desnudo por mis bóxers y jeans, que
quedaron tirados por el piso.
Constanza todavía desnuda, se incorpora y sentándose sobre sus talones en la
cama, enciende la luz de su velador y me mira sorprendida, pero callada como
me visto en silencio.
—¿No puedes? —Pregunta, buscando su vestido que cuelga de su mesilla,
también para vestirse.
Niego.
Es hermosa y con un cuerpo de mil demonios.
Rubia y con unos ojos tan claros, que parecen un cielo despejado.
Pero jodidamente, ni la mitad de bonitos como el color de ojos de mi
cachorra.
Y condenadamente, su piel tampoco.
Como la mía que no la olvidó y su sensación otra vez en mí y después de
mucho tiempo, despertó cada puto poro y célula que me compone y que quedó
grabado con ella.
Mi piel, reclamando su dueña.
Evocando años atrás, cuando sus manos con cuidado me recorrían sonriente
y con suavidad, cada centímetro de mis tatuajes con su cuerpo contra el mío y
tirados sobre el colchón, formado por hojas de muchos Otoños en el estanque.
Fue un puto interruptor, que se encendió.
El contacto de su cuerpo, contra el mío esta noche.
Su sensación suave, mientras la aprisionaba contra la pared y calidez para el
mío.
Y nuestras manos entrelazadas, bienestar que tanto necesito en este momento
y más que nunca.
La mirada de sus ojos, mientras flexionaba mis caderas hacia ella y contra la
pared, me decía a gritos que era mía.
Solo, mía.
Como siempre.
Y para siempre.
Como yo suyo, aunque cachorra no lo sepa.
Porque, si mi mundo tiene un significado, es por ella.
Hasta el final, de mis días.
Mi vulnerable y hermosa cachorra, se estaba convirtiendo en una leona y
sonreí de felicidad, cuando dijo que patearía mis pelotas.
Y me encuentro sonriendo como un idiota, pensando en esa interesante
guerra.
—¿Es por ella, verdad?
¿Eh?
No sé, si me lo pregunta porque no terminé o por la sonrisa tonta, que tengo
por mi bebita.
Como sea.
Por las dos, es sí.
Me pongo mi camiseta mirando a Constanza y buscando las llaves de mi
camioneta en los bolsillos de mis jeans.
La miro.
Sus cejas se arquearon enderezando su postura, poniéndose de pie y me
lanzó una mirada fría.
No la amo.
Constanza, tampoco me ama.
Solo es, muy buen sexo.
Su egoísmo y su capricho ambicioso está puesto en mí, desde niños y desde,
mi profunda amistad con Junot.
Solo soy, como su trofeo a futuro y a conseguir.
Hasta llegué a preguntarme si incluso su obsesión por mí, seguiría si no
estuviera tan fuera de sus límites, porque "el conjunto de querer, lo que no se
puede tener," gira en todo lo que rodea a la caprichosa vida de Constanza, en
cualquier área.
Y eso, me fastidiaba endemoniadamente.
No contesté a su pregunta tomando mi abrigo y ella, no preguntó más.
—¿Te veré mañana, verdad? ¿Juntos en la Universidad, como siempre? —
Murmuró, sosteniendo la puerta abierta por mi salida.
Y le sonreí besando su mejilla como despedida, para luego subir mi capucha
y cubrir más mi cabeza corriendo mi pelo a un lado, mientras me hacía camino
en la fría madrugada y cruzando el jardín, a mi camioneta estacionada.
JUNO
El fin de semana, transcurrió tranquilo y dentro de mi seno familiar.
No supe nada de la existencia de lo que se refiere al engreído pero lindo
Caldeo, sacando la charla telefónica como siempre, de mamá con tía Lorna que
hace cada día y se extiende por horas.
Sobre el escritorio y junto al ventanal de mi habitación, haciendo mis tareas
para mañana, miro hacia la casita del árbol.
Y mi cerebro, comenzó con los recuerdos jugando dentro de ella con Caldeo,
cuando todavía éramos niños, para después divagar en que corno pasó el viernes
en el bar.
Porque todavía, no lo puedo asimilar y tampoco, quiero profundizar en ello.
Ya que todo Caldeo Nápole, es rechazo, enigmas y burlas contra mí.
Suspiro.
Ayer a la noche, no salí.
Pero sí, Demian y Amely por unos tragos dulces y buena música al bar.
Pero según los chicos, la banda "Way to Heaven" de Caldeo no tocó en vivo,
pero si estaban en su mesa de siempre.
Menos él.
Para luego, aparecer a mitad de medianoche con su acto de presencia y bajo
un saludo fugaz a sus amigos, recorrió todas las mesas y público presente, con su
mirada de cristal hasta chocar la suya, con la de Fresita y Amely.
Y con un resoplido después, marcharse.
—Te estaba, buscando. —Me dice al lunes siguiente, Demian comiéndose
una de sus uñas pintada de negro, en el estacionamiento del campus para
bicicletas mientras me ve como ubico la mía, entre el centenar que hay de otros
estudiantes.
Le ruedo los ojos.
Si, como no.
Aunque debo admitir, que mi pecho se llenó como de un aire de júbilo, al
escuchar eso.
Carajo, con mi corazón.
Saco mi mochila de la canasta, para colgarla en mi hombro.
Lo miro.
—Demian, eso es imposible. —Resoplo, caminando a nuestro edificio con él
y por el sendero del campus. —Debe haber estado buscando, a su novia
Constanza... —Pienso. —...o, otra chica en su radar...
Niega.
—Nop. La peliteñida, estaba con la banda en la mesa y por más minifalda
que le mostró, Caldeo la ignoró frente a todos y a toda zorra, que se le colgó ante
esa oportunidad de No.Más.Constanza.Goti.Para.El.Dios.Del.Rock.
Me encojo de hombros.
No quiero pensar, mucho en ello.
Porque Caldeo desde que llegó de África, solo tuvo ojos para y solamente
ella y sabiendo, que desde la primaria siempre fui molestada, por su antipática
presencia.
Rodea uno sus brazos en mi hombro y suelta una risita.
—Cariño, no sé qué, diablos eran esos dos... —Me mira y arquea una ceja.
—...pero lo que fueron, ya no hay más eso. Desde hace media hora estoy en la U,
y todo lo que se comenta es que él no quiere saber nada, con la Goti ya. —Pega
con un puño mi hombro, de forma cariñosa y cómplice, mientras caminamos. —
¿Así que, cuenta mi pequeña perra que le hiciste en el pasillo del baño de
mujeres? ¿Que ahora el lindo Caldeo, no quiere saber nada con las mujeres?
Y una bofetada de calor, invadió mis mejillas.
¿Qué?
—¡Nada! —Chillo, sobre su risa. —Solo seguí tu consejo, le dije que
patearía sus pelotas, si seguía con sus mierdas contra mí.
Se detiene de golpe con sus ojos azules muy abiertos y sobre su lugar, salta
divertido y juntando ambas manos en el pecho, lleno de emoción.
—¡Si! —Exclama triunfante. — ¿Y qué, dijo él? Y lo quiero con lujos de
detalle... —Me advierte con un dedo en alto.
Río.
Entramos al corredor en busca de su casillero, quería contarle todo porque
necesitaba la perspectiva de lo que sucedió, de alguien de afuera.
Con Hope, no podía.
Es muy sobreprotectora de Tatúm y mía.
Hubiera pegado el grito en el cielo y a mitad de la conversación, estaría en su
búsqueda para desfragmentar y mutilar, en pequeños pedazos a Caldeo.
Y Tatúm pasó el fin de semana, en turnos de 12h en el Hospital Infantil.
No quería, agobiarla más.
Pero algo nos llamó a los dos la atención, cuando iba a comenzar con mi
relato haciendo que calle a medio abrir mi boca y a Demian por escuchar, mi
jugosa historia.
Un papel, pegado.
Para ser, exactos.
Ese papel pegado en el casillero de Fresita, que momentáneamente también
es el mío y otros similares a su alrededor y en la pared de en frente.
Con la leyenda escrita, en resaltador negro:
"Junot Mon.
Bienvenida, al club de las zorras.
Te dejaste coger en el baño de un bar, por Caldeo."
Una docena de papeles idénticos empapelan el sector a la vista de todos y
bajo la mirada y risitas, del centenar de los estudiantes pasando a sus clases y
mirándome de forma burlona.
Palidecí.
Quería decir algo, pero no pude.
Porque, en alguna parte muy lejana mí, mi voz se perdió en mi interior.
"Pero que zorra."
"Tan santita, que parece."
"Son todas, iguales."
"Que le vio Caldeo, se viste horrible."
Escuchaba de fondo y bajo el bullicio estudiantil, de todos al pasar por mi
lado.
Y apreté mi mochila contra mí, con fuerza.
Fresita chasqueó sus dedos delante de mí, para que reaccione mientras saca
los papeles de los casilleros.
—Escucha, cariño. Focalízate e ignora esto y no, reacciones o les darás con
el gusto. —Niega, arrancando el último. —Estoy seguro, que él no tuvo nada
que ver...
Y mi cabeza, gira a mi amigo al escucharlo.
Quiero hablar, pero un segundo alboroto de todos, me hace ladear mi mirada
al motivo de tal rumor.
Caldeo en compañía de su séquito, viene por el pasillo en dirección a sus
clases.
Con Constanza a su lado y Cristiano Grands del otro.
Y mis ojos, bajan.
Nunca, la dejó...
Y me pateo mentalmente, por pensar o ilusionarme en ello.
Estúpida, Junot.
Ira, me invade por ello.
Porque, la guerra había empezado.
Se lo advertí y esto, fue su puntapié para esperar mi respuesta.
Que lo hacía ansioso, según sus palabras en mi oído en el bar.
Puto, Caldeo Nápole.
Ya, no más...
Elevé mis ojos y me encontré con los de él, sosteniendo mi mirada con cada
paso que daba.
Aunque, solo iba con una simple camiseta oscura y sus jeans desgastados
que le caían levemente por los lados de su caderas y sus botas tipo combate.
Todo Caldeo, era belleza exótica y masculina.
Gran altura, porte físico sin exageración y tapizado en tatuajes con mi
favorita en su garganta, la flor de Loto.
Con su pelo revuelto y despeinado negro como la noche, en contraste con su
piel café con leche y sus ojos, hoy más claros que nunca.
Percibí una leve sonrisa, en esa boca condenadamente linda.
Debería estar prohibida, por lo caliente que es.
Cretino y hermoso, como un dios Egipcio.
Por supuesto, que fue él.
Fresita no lo conoce tan bien como para saber, hasta dónde llega su odio por
mí.
Respiro hondo.
¿Soy una zorra, para él?
Okey, Nápole.
Seré la zorra, que me bautizaste.
Y sin quitarle los ojos de encima llena de odio, le pido a Demian un
resaltador mientras le saco la docena de hojas con las dedicatorias hacia mí.
Caldeo frunce su ceño por ello, mientras se acerca cada vez más a nosotros y
como si no entendiera, que está pasando.
Gran actor.
Sus ojos van al montón de hojas acumuladas entre mis manos y a mí, que
escribo con ligereza, pero me tomo la molestia hasta de hacer un lindo dibujito al
final.
Detiene sus pasos camino a su clase y al ver, que me acerco a él con el
montón de hojas y frente a toda la masa estudiantil que sin poco disimulo, se
detuvieron a ver en que termina todo esto contra el gran jefe silencioso y la
nueva zorra del campus.
Me inspecciona, por unos segundos.
—Cuida tu jodido trasero ahora, Nápole... —Lo amenazo, entredientes.
Y no le doy tiempo a nada.
Utilizando la misma cinta autoadhesiva con la que fue pegada en mi
casillero, se lo pego en el pecho con un fuerte golpe de mi mano y las otras se la
tiro en la cara.
Para luego, empujar a Demian a nuestra próxima clase, que sin entender nada
me sigue.
Y una risa general y carcajadas, se escucha en todo el corredor y a mi espalda
de todos los estudiantes, inclusive la de Caldeo.
Me giro sobre mi hombro, para verlo.
Que con el papel pegado a su pecho aún, lo lee para después seguirme con la
mirada.
Es profunda.
Y se resbala por mi cuerpo, sin censura y con satisfacción.
Me arquea, una ceja.
Y un escalofrío, me recorre.
¿Me folló, con ella?
Lo miro con duda a Fresita por eso y me confirma con sí, con la suya.
Y le entrecierro, los ojos a Caldeo y el cabrón, se sonríe más.
Cochino.
La guerra, está declarada.
Pero algo, me desconcierta.
Luego de mirar por última vez la hoja antes de tirarla al piso, fulmina con
ella y furioso a Constanza tirando el papel.
¿Y eso?
La hoja cae al piso con suavidad y es pisoteada por todos, en el apuro por el
toque de timbre, llamando a clases con su leyenda y mi respuesta:
∞∞∞
Las siguientes horas entre clase y clase, pasé a ser de la desapercibidas y del
montón de la U, a casi una popular por mi contienda contra el silencioso rey del
campus.
Corrección.
Casi una popular, pero no olvidemos el ZORRA.
Una más, a la lista de cogidas de él.
Genial, simplemente...genial.
Y ante este primer ataque de Caldeo, dándome los buenos días e inicio de
semana con la etiqueta que me puso, cosa que Fresita y hasta la propia Amely
dudan, que haya sido él siendo debate en nuestro almuerzo.
Siguió otros, al final de la jornada en la Universidad.
Pero más a su viejo estilo, con el que siempre fui atacada.
Su sonrisita de bastardo, jamás abandonaba su rostro cuando nos cruzábamos
entre los pasillos al mirarme, mientras yo le daba la mía asesina y acompañado a
veces, por un ocasional gesto obsceno con mi mano.
¿Su respuesta a eso, ahora?
Arquearme, una ceja divertido.
Pero que pendejo, santo Dios.
—¿Cómo, que se extravió? —Le digo a la maestra Parker de arte visual,
minutos más tardes y frente al escritorio de su oficina, cuando me mandó a
llamar al final de clases. —No lo entiendo...
Resopla desde su silla con angustia y abriendo su gran carpeta con dibujos,
de todos mis compañeros de clase.
Y busca, entre las hojas de dibujo.
—Lo siento tanto, Juno...de veras. Pero tu dibujo desapareció, cariño...
La miro resignada y con mis hombros caídos.
—¿Eso perjudicará, mis notas trimestrales?
Se sonríe corriendo su silla y caminando a mi dirección.
—No, cariño... —Me tranquiliza y yo suspiro aliviada. —...hay mucho
tiempo y podrás dibujarlo de vuelta... —Me suelta, como nada.
¡QUE!
Niego.
—A qué, se refiere. Usted habla, de...
Asiente.
—Caldeo no tiene problema, en ser tu modelo otra vez. —Me guiña un ojo.
Un momento.
—¿Desnudo? —Susurro.
Acomoda unas hojas esparcidas sobre su escritorio, pero se detiene para
mirarme.
—Por supuesto Juno, es completar el programa.
Mierda no...
—Maestra... – Suplico y se sienta sobre su escritorio y cruza sus brazos en su
pecho.
—Nena eres artista, no lo olvides. Fuera pudor. —Me señala. —Tu trabajo
aunque se extravió, pude llegar a verlo y no cumpliste con el cuarto tiempo,
aunque dibujaste el lindo torso del modelo. —Me dice. —Compromiso y respeto
Juno, no lo olvides...
Maldita sea.
Sé, que tiene razón.
Miro mis pies.
—Usted dijo que varios modelos, se postularon ¿Podría darme la lista, para
congeniar con alguno, después de hora y en mi horario?
Cualquier cosa, menos Caldeo.
Niega.
—Lo siento...los otros dos modelos se echaron atrás, horas después de la
primer clase. Caldeo es el único, que sigue en pie.
Pero, que hijo de***
Y farfullando por lo bajo, me retiro de la oficina de la maestra, sin haber
logrado nada.
Más que otra cita, si hago ese trabajo con Caldeo.
Sacudo mi cabeza.
El como modelo, desnudo...
Donde tengo que dibujar su "ahí" si o si, esta maldita vez.
Voy a mi bicicleta sacando la llave y rompiéndome el cerebro, porque hizo
desaparecer mi dibujo de él.
Porque solo es, otra de sus fechorías.
Y me inclino para sacar su cadena de seguridad y noto, las dos ruedas
totalmente desinfladas.
—¡Oh mierda! —Gimo, con mis manos en mi cara.
¿Y ahora, qué?
Con la reunión después de clases con la maestra Parker, le dije a los chicos
que se fueran sin mí.
En bicicleta o en coche hasta casa no es mucho, pero a pie es una caminata
de una hora.
—¿Disculpa? —La voz de un niño, hace que corra las manos de mi rostro
para mirarlo.
Lo miro curiosa.
—¿Eres, Junot? —Pregunta el niñito de unos aproximados 10 años de edad,
con skate en mano.
Asiento, en silencio.
—Me dijeron que te entregue esto, cuando te vea... —Exclama, extendiendo
a mí, una bolsa envolviendo algo de forma cilíndrica.
Y cierro mis ojos.
No puede ser...
¿Será, que es otra más?
—¿Cómo te llamas? —Pregunto desconfiada y cruzando mis brazos sobre mi
pecho.
—Joaquín. —Responde.
—¿Cuánto, te ofreció? —Le pregunto, aceptando el paquete.
—Un billete de 20, una carta de los Vengadores de colección y dos pases en
primera fila y a vestidores, al primer campeonato de básquet de la U... —Me
sonríe muy satisfecho, por la negociación contra el cretino de ojos claros.
—Vendiste tu alma al diablo, pequeño... – Digo, abriendo la bolsa de mala
gana.
Y se encoje de hombros y riendo mientras se va.
—¡Oye, pelo bonito! —Me mira volteándose y sin dejar de caminar a
espaldas.
Y lo miro, inclinada hacia mi bicicleta.
—Eres linda. Si terminas con él, yo voy a cumplir muy pronto 11 años. —
Me guiña un ojo.
¿Eh?
Y no puedo evitar, reír mientras lo veo irse a la espera de un par de
amiguitos más y deslizándose por el campus, con sus skates.
Saco de la bolsa, un inflador y con el, un papelito celeste colgando que dice.
“A trabajar cachorra.
P.D: Disiento lo de mi tamaño amor.
Porque, jodidamente puedo hacer que no camines una semana.
C.”
YO
Condimento la carne, cortada en lonjas y lo meto en el horno.
Al mismo tiempo, remuevo la salsa de crema con puerros que se cocina a
fuego moderado, mientras Herónimo muy sexi con el delantal de cocina, de
corazones y flores de Marcello por arriba de su camisa y pantalón de vestir de
diseñador y a la velocidad de una babosa enyesada, corta en bastoncitos unas
zanahorias.
Lento.
Muy lento.
Niego divertida, mientras lo abrazo por atrás.
—Vas muy lento, Mon...comeremos las zanahorias, con el café de
sobremesa.
Y su pecho se sacude por su risa, para luego sobre su hombro arquearme una
ceja.
—Perfección nena, perfección... —Me dice.
Y sonrío, besando su hombro en el momento que por el gran ventanal frente
nuestro y de la cocina, vemos de golpe pasar a Junot corriendo a toda velocidad.
Para luego, segundos después a Caldeo en su persecución.
El sonido de la cuchilla cortando las zanahorias aún, por Herónimo y sobre la
tabla de cocina, es lo único que se siente.
Y cierro mis ojos con fuerza y apoyada en su hombro, por la que se viene.
Maldición.
—¿Nena? —La voz tranquila.
Muy tranquila.
Sale de mi marido, sin dejar de mirar las zanahorias que corta, con
demasiada precisión.
—¿Si, Herónimo? —Me pongo hacer cosas, para disimular.
—¿Por qué, el pequeño Caldeo corre semi desnudo a nuestra bebita, por el
jardín?
Santo Dios.
Quiero reír.
Reviso, la carne del horno.
Cualquier cosa, menos mirarlo.
—Herónimo, solo juegan... —Cierro el horno y me pongo en puntas de pie,
para besar su barbilla.
—Y no es más, el pequeño Caldeo. —Corrijo. —Juno le dice, el enorme
Caldeo...
Suelta la cuchilla, para tomar el puente de su nariz.
Cierto, su aneurisma.
—Enorme! — Gruñe. —¿Enorme, dijo mi bebita? ¿Qué cosa, es enorme?
—Repite, gimiendo con la mano en el pecho. —Yo...aire...
Ya no aguanto y río a carcajadas, rodeando su cuello con mis brazos y a su
angina de pecho.
—¿Herónimo que pensaste, cuando me viste la primera vez en la oficina? —
Solo, digo feliz.
Y sus brazos envuelven mi cintura de forma posesiva y contra él.
—Cogerte, de ochocientas maneras diferente nena. —Dice sin pensarlo y de
lo más natural.
Río a carcajadas.
Dios, es tan ordinario pero como lo amo.
Ruedo mis ojos.
—¿Lo segundo que pensaste cuando me viste, entonces? —Digo.
Acomoda sus lentes y me mira.
—Mía. —Dice sonriente.
—Y pese a todo lo que vivimos, jamás nos separamos...
Asiente.
Señalo la ventana, con mi barbilla.
—Ellos, igual... —Una emoción me invade, porque mi niñitas están
creciendo como perfectas fichas de rompecabezas, con sus destinos, que fueron
creadas desde su nacimiento, al perfecto encaje a un compañero y solo para él.
Por un amor incondicional, fuerte, poderoso y como un gran maestro en su
sabiduría, les va a enseñar a comprender y luchar por el.
Porque es, para toda la vida.
Como Herónimo y yo.
Como Junot y Caldeo.
Tatúm y Cristiano.
Y hasta en el desparejo, pero en el equilibrio perfecto de mi explosiva Hope
que esconde su dulce vulnerabilidad en el, con el alegre, despreocupado y
extrovertido Caleb.
—Nunca estuvieron separados Hero, pese a que Caldeo lo intentó y sabemos
el motivo... —Le susurro. —...de la confrontación, pasan ahora a buscarse
desesperadamente, porque se necesitan. Es inevitable, cuando se aman. Y ya, era
hora. —Suelto bajito. —¿No te parece?
Asiente pensativo, para luego abrazarme contra su pecho sonriendo y me
besa.
—Aunque debería alcanzarle, una camiseta mía. —Acota. —Mi bebita no
cumplió 40 todavía, para ver tanto pectoral tonificado y abdominales sexi en una
sola persona. —Hace una mueca. – Aunque, sea su marido de acá a 20 años...
Y río, sobre su pecho.
JUNO
Corro rodeando el estanque y casi escupiendo mis pulmones, sintiendo a
Caldeo casi en mí.
Jodido y puto deportista, en excelente estado físico.
¿Qué hago?
¿Y dónde?
Y mi rostro, se ilumina con el muelle frente mío.
Si llego al bote antes que él, me podré internar en el medio de la laguna.
Soy muy buena con los remos y mejor que corriendo y Caldeo, no se
atreverá a meterse en la profundidad fangosa de su piso y frío.
Subo a este de un salto y me dirijo hasta el tronco en que apenas está atado,
con su cuerda el bote.
Los pasos fuertes de él pisando sus tablas, me hacen apurar su desatado.
Date prisa Juno, me aliento dando la última vuelta a la soga y logrando su
liberación.
Lo empujo con fuerza con los pies y salto encima de el, tomando los remos
para internarme en el medio de la laguna.
Y Caldeo se detiene, llegando al fin del muelle inclinado y con ambas manos
en sus rodillas, intentando recuperar el aliento.
A una distancia prudente, me detengo para ponerme de pie haciendo
equilibrio.
—¡Jódete, Caldeo! —Grito, triunfante.
Se endereza ante mi burla para cruzar sus brazos en su pecho y dejar todo su
peso en un pie.
Río con ganas por su postura, provocando que casi pierda mi equilibrio y
caiga al agua.
Me agarro veloz y con precaución, en los bordes del bote blanco.
Desde mi distancia, puedo ver como Caldeo eleva una ceja y frota sus labios
pensativo con su mirada en mí, para luego de una forma muy tranquila y
silenciosa, me hace seña que vuelva.
¿Eh?
¿Está loco?
—¡No! —Grito, tomando asiento de forma tranquila, en el lindo bote.
Me quedaré aquí hasta el anochecer si es necesario o hasta que papá, salga a
buscarme.
Sus hombros se elevan y bajan por su resoplido, marcando un genio corto y
otra seña con su mano en alto me dice que vuelva, pero esta vez con menos
paciencia.
Y le elevo mi dedo del medio con una risa, para luego limpiar una pelusa
inexistente de mi remera ignorando su presencia.
El aro de su labio inferior, destella con brillo por el sol.
Lo está haciendo girar.
Huy.
Se enojó.
Retrocede, unos pasos.
Dos Huy.
Mi boca empieza, a caer lentamente.
Y su media sonrisa silenciosa, aparece en su condenado, exótico y hermoso
rostro.
Oh...Mierda...
Corre tres grandes pasos para atrás, para luego tomar una carrera y lanzarse
al agua en un perfecto clavado y sumergirse en la profundidad, de la laguna hasta
donde estoy.
Carajo.
Petrificada sobre mi lugar y con ambas manos sobre los bordes extremos del
bote, miro el agua en calma sin señal de Caldeo en su profundidad y deliberando
que hacer.
Miro para todos lados, pero su color yodado no me lo permite.
—Caldeo... —Llamo en la quietud y serenidad.
Silencio.
Miedito.
Solo los chillidos de algunas garzas y patos silvestres de la orilla se siente.
Me incorporo un poco y sobre el agua, para mirar mejor.
—¡Caldeo maldita sea, no es gracioso! —Chillo nerviosa, ante su broma.
Nada.
Muevo el agua con una mano y sacando a mis zapatillas, empezando a
asustarme para buscarlo y me giro sobre el borde del bote, para lanzarme apenas
rozando los dedos de mis pies desnudos al agua helada.
Cuando algo, salta de golpe desde el la profundidad con fuerza y por su
impacto, el agua me empapa entera y sin darme tiempo a nada, Caldeo rodea mi
cintura con sus brazos y me lleva con él al agua.
Grito, por lo fría que está y trago oxígeno al sumergirnos.
Lo hicimos siempre, de chicos.
Aguantar la respiración y juntos nadar.
El agua nos cubre completamente, porque donde estamos es la zona más
honda.
Y mis ojos se abren bajo ella, para ver con los suyos abiertos también, que
me atrae contra él con nuestros pies nadando al mismo tiempo a un suave y lento
ritmo.
Una de sus manos, se abre en mi espalda de forma protectora, mientras
nuestros pechos se pegan.
Su pelo largo y siempre desprolijo, nada con suavidad en sus lados regalando
la gloria de ver su lindo rostro despejado de el y de forma despeinada.
Caldeo con un impulso y abrazándome más contra él, nos sube a la
superficie.
Y una vez en la superficie, recuperando su aliento y sin soltarme, nada
conmigo.
Mis manos van a mis ojos para sacar el exceso de agua y Caldeo con un
movimiento, tira a un lado su pelo resoplando agua.
Nuestras miradas, se encuentran.
Y con ello, todos los sonidos a nuestro alrededor desaparecen.
Somos solo él y yo como en el bar el viernes y con mi corazón, que lo siento
latir acelerado y con fuerza, sobre su pecho desnudo por tenerlo cerca.
Y sé que él, lo escucha por la forma en que me mira.
Oh mierda.
¿Qué es, todo esto nuevo que siento?
Suspira mientras con una mano descendiendo con una caricia, se hace
camino lentamente por mi pierna para llevarla a su cintura.
Su mirada me ordena, que la rodee y eso hago, ahogando un jadeo.
Hace lo mismo con mis brazos en su cuello, para nadar unos metros y hacer
pie sin deja de mirarme.
Caldeo, no habla.
No gesticula, movimientos con su lindo rostro.
Pero, lo hace con su mirada y esos ojos sinceros como hielo cristalino y con
cada una de sus caricias y el contacto de su piel.
Sus dedos con suavidad, tiran mechones de mi pelo suelto y mojado detrás
de mi oreja para apoyar su frente en la mía y acariciar mi rostro cerrando sus
ojos.
Pese al frío del agua y al sol ocultándose dando fin a la tarde y bienvenida al
ocaso en las montañas, ninguno de los dos temblamos de frío.
Entrelazo más, mis manos detrás de su cuello y mis piernas rodeando su
cintura y suspira por ello y con aún, su frente sobre la mía.
—Dime que no quieres que te bese, cachorra... —Susurra suave y sin abrir
sus ojos, con sus labios a un latido de tocarnos. —...por favor... —Ruega, como
en el bar. —...dime que no lo deseas, porque muero por hacerlo y ser, el primero
y el último. —Gime, abrazando mi espalda con sus fuertes brazos y con ternura.
—Por favor, dime que no...
Mis manos tiemblan, ahora de nervios y por lo que voy hacer.
Se desprenden entre sí, de su cuello con lentitud para recorrer suave y con las
yemas de mis dedos los tatuajes de su hombros, dibujando cada uno de los
diseños tribales y los tradicionales de la vieja escuela, como lo hice en el
pasado.
Para luego los de su pecho y ese dios Tótem Maorí.
Y para detenerme, en mi favorito.
Lo miro y sin abrir sus ojos entiende y con lentitud, echa su cabeza hacia
atrás para que tenga acceso a su cuello y acariciar la que amo.
La flor de Loto, de color rojo fuego.
Y otro suspiro, sale de él al sentir mis dedos y sus ojos, se abren ante mi
caricia.
Acuno su rostro.
—Si...si lo deseo, Caldeo... —Solo digo, con mis ojos en él y como
respuesta.
Porque, yo lo amo demasiado...
Capítulo 13
Estrangularla.
Comerla a besos.
Enojo.
Reír a carcajadas, por osada.
Furia.
Retorcijones de panza, por ingerir esa mierda.
Venganza.
Peligroso cóctel de emociones, me invadió después de bajar las escaleras
intentando secar mi pelo con una toalla y ver, mis galletas de chocolate favorita
sobre la mesa y probarlas.
Mamá no estaba, pero no hizo falta que me lo confirmara.
Porque, la pequeña cocina estaba impregnada con su perfume.
A la de su piel.
A azúcar y flores.
Como el paquete de galletas rellenas, cuando lo levanté y cerré mis ojos al
olerlo.
Su perfume, también estaba en el.
Y cuando lo hice en su interior.
No pude evitar, mi media sonrisa.
¿Mentolado y fresco, en un relleno de crema de vainilla de una galleta?
Negué divertido, por su "venganza" patea pelotas.
¿No jodas, Junot?
¿En serio?
Jesús, con mi ingenua cachorra.
Una jugarreta, muy infantil.
Pero, la comí.
Porque, necesitaba una excusa para seguirla.
Pero, cometí un error.
Subestimarla.
Mi simple galleta favorita y con relleno, de pasta dental.
Tenía pimienta.
Mucha.
JODIDAMENTE, MUCHA.
Y yo, odio...la pimienta.
Mucho.
Y sentí fuego, escupiendo sobre la pileta de la cocina.
Demasiado fuego.
No solamente por el condimento, si no por la bronca.
Y grité su nombre, bebiendo agua de una botella mientras corrí tras ella en su
persecución y lanzándola al contenedor de basura, frente a la casa una vez vacía.
Me limpié la boca con el dorso de mi mano, bajo la mirada de sorpresa de mi
madre en el patio charlando con una vecina, haciendo mi carrera al bosque.
Sentí su grito a mi espalda de que me cuidara y no me agitara, pero no le hice
caso.
Corrí tras ella y mi cara era una juguetería, cuando la divisé entre la
arboleda.
No soy buena con las emociones, pero sentí como si mi corazón, saltó de
alegría y hasta creo que se atraganto en mi garganta, al ver su bonito rostro de
asombro por verme.
Si bebita, soy yo.
Iba atraparla, cargarla sobre mi hombro y regresar con ella a casa y tal vez
para mi deleite, encerrarla en mi habitación.
Conmigo dentro, obvio.
Y jugar su propio juego con la amenazante y a medio comer, galleta con
pimienta que quedaba.
No se la iba hacer tragar, pero si sufrir un poquito.
Pero mis planes cambiaron, cuando su rumbo fue hacia el estanque.
Para ser preciso, al muelle de la laguna.
Dios...
¿En serio creía, que me iba detener un poco de agua helada?
Cachorra si tengo que buscarte al Polo Norte y sumergirme en sus aguas, lo
haría sin pensarlo.
Niego sonriendo y haciendo unos pasos hacia atrás, para tomar carrera y
sumergirme en la profundidad de ella.
Sonrío más.
Porque las palabras cachorra y profundidad, jodidamente me gustan juntas
y en la misma oración.
Soy muy bueno, conteniendo la respiración bajo el agua.
Ella también.
Y por solo un momento, me olvido de mi puto presente y de mi futuro.
Solo éramos ella y yo, con nuestro feliz pasado golpeando mi mente y con
mi mejor amiga, jugando en la laguna como todos los veranos.
Ajenos a las maldades, preocupaciones y obligaciones.
Y algo, cambió.
Algo en ella lo hizo, cuando al subir a la superficie y nadé a la orilla.
Su mirada, no era la de siempre.
De miedo y terror ante mí, dejando que la lleve con mis brazos.
Sus ojitos a medio abrir, eran de serenidad y sin abandonar los míos.
La serenidad que te da la confianza, cuando estás en el lugar que te sientes
segura y protegida.
Contenida.
Como tu hogar.
Y ese lugar, era en mis brazos.
Como antes y como siempre lo fue, pero ella no se da cuenta de ello todavía.
Y le ruego cerrando mis ojos, porque si la miro no podría.
Le imploro, que no me deje besarla y tampoco tocarla.
Porque, no habría vuelta atrás.
Pero, su piel responde por cachorra y con sus caricias, recorriendo mis
tatuajes.
Y la mía, obedece.
Porque, son caricias al alma.
Y con su confirmación, ahora ya no podía dejarla ir.
Mis temores con felicidad, se adueñaron de mí.
Porque no debía hacer esto, aunque moría de gana y toda la vida lo soñé.
Lo imaginé.
Y por más que lo negara, esperé.
Pero mi dicha, eclipsó mi pesadumbres y estrellé mi boca con la suya,
nadando con cachorra entre mis brazos a la orilla.
Me senté en la orilla y sobre la arena húmeda con Junot en mi regazo.
No sé si, el no dejarla de besar o la brisa fresca de la próxima noche, erizó su
piel.
Pero sonreí contra sus labios por ello y la acuné más entre mis brazos y la
envolví con mis piernas, para protegerla del frío y la humedad de su ropa.
Chupé sus labios para luego morderlos, mientras corría mechones de su pelo
mojado del rostro para poder mirarla.
Su primer beso, santo Dios.
Y en cierta manera, el mío también.
Felicidad pura.
Y con cada uno, quería que sienta lo que provocaba en mí.
Que ella, era mi significado a todo.
Mi pequeña esperanza...
Su respuesta era ingenua, tímida a mi contacto y todo cachorra, sabía
condenadamente bien y me gustó.
Dibujé con mi lengua sus labios y me sostuvo la mirada, mientras acunando
su rostro acaricié con mis pulgares su mejilla para besarla en más profundidad.
Mi lengua buscó la suya y se entrelazaron, jugaron y acariciaron.
Sus manos se enredaron, en mi pelo y me atrajo más a ella.
Mierda.
Y sin pensarlo, mi cuerpo obedeció y la recosté con cuidado en la arena
húmeda y conmigo encima.
Me ardía el rostro, por parecer tan torpe acariciando el cuerpo de Junot.
Su primera vez me repetía, mientras todo mi cuerpo me pedía a gritos el
suyo.
Quería enterrarme en ella, que me sintiera dentro suyo.
Profundo.
Y con cada jadeo robado, entendiera que era mi puto mundo.
Su ropa mojada, estaba ceñida a su cuerpo.
Mi dedos vagaron por su cintura hasta su pecho, donde se dibujan bajo la tela
mojada su sujetador y sus pequeños pechos.
Un suspiro salió de sus labios de placer, al sentir mis dedos presionar con
suavidad sus pezones endurecidos, para luego acariciarlos.
Y entrelacé, nuestras manos.
—Tu.Eres.Mía... —Susurré, sobre su piel y empujándome contra ella y sobre
nuestras ropas, para que me sintiera.
Jadeó y sus labios se entreabrieron para decirme algo, pero no pude escuchar
por la aparición sorpresa de Rata entre nosotros, festejando al encontrarnos.
Carajo contigo, Rata.
Me incorporo ligero y sentándome sobre mis talones, pero sin soltar las
manos de Junot, seguido ante la tos discreta de tío Herónimo.
De pie y mirándonos fijo a unos metros.
Muy fijo.
¿Dije, con su ceño fruncido?
Carajo, dos veces.
Aclara su garganta y cruza sus poderosos brazos sobre su pecho y mi corazón
se detiene.
Exhala profundo.
Creo.
Y con la calma que sabemos que el tío nunca tuvo, eleva dos dedos pidiendo
distancia entre cachorra y yo.
Lo hacemos, pero aún sentados sobre la arena.
—Más... —Nos dice y cumplimos aún, sin soltar nuestras manos.
Acomoda sus lentes.
—¿Por qué, están mojados? —Solo dice y con su mirada en nuestras manos
unidas.
Junot y yo nos miramos, para luego a él.
—Peleamos papá y terminamos en el agua. —Dice, cachorra sincera.
—Mmnm... —Solo es su respuesta, mientras Rata juguetea entre nosotros y
con una rama en su boca. —...y debo suponer que mi bebita se estaba ahogando
y por eso, le estabas haciendo respiración boca a boca?
Y mi sangre me abandonó ante sus palabras, porque amaba mi familia y tío
Herónimo, era parte de ella.
Lo quería y respetaba.
Pero no bajé la mirada, porque no hicimos nada malo y la suave presión de la
mano de cachorra entre las mías, me lo confirmó.
La miré.
Tan bonita y calma.
Niego.
—No tío, besé a Junot por primera vez... —Dije también, sincero.
Me arquea una ceja.
Silencio.
No hay respuesta.
Más silencio.
Y con un resoplido, baja su mirada al piso deliberando, para luego mirarnos a
ambos.
—Está oscureciendo y llevan la ropa mojada. Vamos a casa para ambos por
algo seco y comida caliente, estoy demorando y tu madre se preocupará... —
Mira a cachorra. —...y tu... —Me señala.
Re mierda.
—...después de cenar, tendremos una charla en mi oficina un buen rato,
jovencito. —Gruñe. —A solas. —Agrega.
Asiento levantándome y ayudando a Junot a ponerse de pie.
Nos da lugar muy serio y con su postura rígida a ir adelante en el camino
como niños castigados, con nuestras miradas bajas y seguidos por él pasos atrás.
Pero algo, nos hace mirarnos confundidos con cachorra.
Porque pese a su seriedad glacial, una risita de él se sintió a nuestras
espaldas.
¿Y eso?
Capítulo 14
Fresita eleva su mano frente mío, como señal que calle a mitad de mi relato
de lo sucedido ayer.
—Dime por favor que después, tuvieron sexo desenfrenado y en todas las
posturas habidas y por haber, sobre tu cama...
Amely sentada arriba de la mesa en el jardín del campus, sostiene su
estómago para reír a carcajadas, mientras yo resoplo decepcionada y sentada con
mis piernas tipo indio en el césped frente a ellos.
Y juego con una linda hoja caída de uno de los árboles, sin mirarlo.
Mi amigo pestañea confuso, para mirar después a Amely interrogativo.
Ésta, le dice que si a lo que su mirada pregunta con la cabeza, sacudiendo sus
manos y falda, de migas al terminar de comer.
—Sip. Juno aún es virgen, mi querido Demian... —Se pone de pie.
—No jodas...¿en serio? —Me mira fijo con sus lindos ojos delineados de
maquillaje negro, que resaltan aún más la intensidad de su color azul.
Se levanta de la mesa, para tomar asiento a mi lado en el pasto.
—¿El chico tatuaje, jamás pasó a tercera base en años pasados contigo?
Niego, mordiendo la hoja.
Me estrecha los ojos y cruza sus brazos.
—Raro... —No lo puede creer. —¿Ni a segunda base, en tu cuarto anoche?
Miro a Amely algo confusa y ella ríe suave, sentándose del otro lado mío.
Me abraza con dulzura, por mi inexperiencia.
—Investigar, tocar, acariciarse con tu chico en un sillón, en su coche o en
una habitación y por abajo de la ropa, cariño... —Me explica.
Guau.
Otra vez, niego a Fresita sincera.
No tengo idea, que es eso.
Pero, se debe sentir lindo.
Supongo...
—Caray... —Reflexiona con un dedo en su barbilla pensativo, mirando el
piso.
Se sonríe.
—Ese chico rudo y sexi pareciera, como que te respeta... —Me mira. —...y a
ti, hay que despertar tu libido a cachetazos. —Me dice. —Ya es hora, mamasita...
Lo empujo con mi hombro, riendo con Amely.
Y se tumba al césped, cruzando sus brazos detrás de su cabeza, también
sonriendo y mirando el cielo.
—Ahora entiendo... —Gira su cabeza a mí, poniéndose los lentes de sol que
hacían de vincha en su a medio rapar pelo castaño. —¿Te estás guardando para
él, no es así?
Me toma de sorpresa su pregunta y siento que mi cara arde, por el calor de la
vergüenza.
Y suspiro.
A quién, quiero engañar.
Amely es mi amiga de toda la vida y Demian, empezó a serlo en esta pocas
semanas de estudio.
Sería estúpido y estaría equivocada, en negarle a ellos lo que siento por
Caldeo desde niña.
Ya, es hora.
Y me encojo de hombro, tirando la hoja de árbol.
—Siempre quise, a una sola persona. —Aunque, evito nombrarlo. —Lo
quise desde niños y eso se transformó en amor cuando crecimos, aunque no lo
sabía muy bien. Él, siempre fue todo para mí...y el año que se fue, me di cuenta
que lo amaba. Pero después, nunca se dio...
Me entristezco recordando su llegada, mi visita a su casa corriendo feliz para
verlo y su rechazo para después, casi 20 meses de crueldad con su rechazos y
burlas contra mío.
Amely suspira romántica y con ambas manos en su pecho.
Demian se gira sobre su cuerpo recostado a mi dirección, elevando un brazo
para sostener su cabeza contra el césped.
—Dulce Juno...ya te dije, eso no era rechazo de él. Era protegerte, de él. El
sexi Caldeo no te odia, su meta era que tú lo odies a él...
Amely hace un murmullo pensativa, aprobando los pensamientos de Fresita.
—Si tú, lo odiabas te alejarías de él, nena... —Concluye.
¿Eh?
Arrugo mi nariz.
No tiene sentido, lo que dicen.
¿Yo odiar o alejarme, de Caldeo?
Imposible.
En solo pensarlo, se llenan mis ojos de lágrimas y un hueco en mi pecho
profundo, empiezo a sentir.
Nop.
Eso nunca y jamás, pasaría.
—¿Nunca averiguaste que pasó, en ese año de viaje a África? —Pregunta
Amely, recogiendo su mochila.
La imito, porque estamos a minutos de nuestra próxima clase que
compartimos y coincidimos los tres juntos.
—Sip. — Cuelgo la mía, de mis hombros. —Pero cada vez que lo intenté, es
como un secreto sumarial. Papá eleva su mano al pecho y recuerda que tiene una
reunión y huye. Mamá las veces que lo hice, me abraza y solo dice que fue a
conocer a su familia de sangre y a tía Lorna, sus ojos se ponen, como para
estallar en llanto... —Caminamos por el sendero, que no lleva a nuestro corredor
de clases. —...por eso juré, nunca más hacerlo...
—Ve a la fuente, cariño. —Dice como si nada Demian, caminando a nuestro
lado y acomodando sus lentes oscuros de sus ojos. —La amistad entre tú y el
lindo Caldeo volvió a nacer, pregúntale...
Y lo miro internándonos los tres, por los pasillos llenos de estudiantes.
Tiene razón.
Debería ir a la fuente.
A Caldeo.
Resoplo.
Pero todo aún, es muy confuso.
No sé, que mierda somos.
Porque, Caldeo no es mi novio.
Tampoco, creo que amigos.
Ni siquiera, compañero de la U.
Mierda...
¿Qué corno, somos?
Todo es tan frustrante pienso, entrando a mi clase con los chicos y mirando la
hora de mi reloj.
Ya es pasado el mediodía y Caldeo, brilla por su ausencia.
Hoy volvió a faltar a clases...
Anoche no me dijo nada, respecto a eso.
Bueno.
No tiene por qué, tampoco.
Pero si lo hubiera hecho, no estaría con esta angustia en mi pecho, que duele
como la mierda.
CALDEO
<< Me retuerzo.
— Tu fiebre no baja, mi pequeño Caldeo... —Gime Lála, sentada al lado de
mi camita y sin dejar de pasar el paño de agua fría, sobre mi frente afiebrada.
No puedo hablar, me siento débil y me limito a apretar contra mí, el monito
de peluche andrajoso y sucio contra mi pecho sudado, que dice que me regaló
mi mamita.
La puerta del precario departamento, donde vivimos desde hace meses y
desde que llegamos a este país se abre. Entra una señora de edad avanzada. No
recuerdo el nombre de la anciana, pero es nuestra vecina en el edificio y por su
vestimenta, es tan pobre como nosotros.
Sirve un poco de caldo de pollo que trajo en una olla a una taza y se lo da a
Lála con una cuchara para que me dé.
Mi nana le agradece, con una sonrisa.
Y yo, sufro más.
Porque Lála está triste, pese a que sonríe intentando darme una cucharada
de sopa.
— Debes llevarlo al hospital, Lautheliel... —Dice la viejita, tomando asiento
en una de las dos únicas sillas que hay, como mobiliario.
Me señala con un dedo. —El niño está grave, no es una simple gripe lo que
padece.
Lála deposita la taza de sopa en una mesita, porque me niego a comer y
porque me duele adentro.
Mucho.
— No puedo, Doña Abi... —Murmura mojando más el trapo, sobre el agua
helada para pasarlo con ternura en mi rostro. —Yo prometí proteger a mi
pequeño a Al—Amirah Fadila... —Dice.
La anciana se levanta y arrastrando su pies propio de la edad, se acerca a
mi para observarme.
— Hermoso niño de ojos color agua... —Susurra, para luego negar. —...está
muy delgado y enfermo. Mal Lautheliel...mal... —Le reprocha y sin más,
regalándome una caricia por mi mejilla, con sus ancianas manos, se retira.
Lála deja caer sus hombros y dice algo en otro idioma triste, mirando el
techo y con las palmas de sus manos abiertas hacia el techo cerrando sus ojos.
Aprieto más el monito de peluche contra mí, retorciéndome de dolor en mi
camita.
Ella siempre habla en otro idioma, cuando está triste y preocupada.
Y yo, no entiendo lo que dice...
Su mirada baja a mi luego. —No hables mi pequeño Caldeo...nunca
hables... >>
Me retuerzo.
Y me retuerzo, más.
—¡Caldeo! —Un grito y sacudidas a mi cuerpo, me despiertan.
Jadeo incorporándome.
Mamá con sus manos en mis hombros, me mira intentando sonreír.
—¿Una pesadilla, mi niño? —Pregunta, sentada en mi cama y preocupada.
Asiento aún, intentando recuperar el aliento y paso mi mano por mi cara,
tirando mi pelo hacia atrás.
Y como con cada pesadilla, miro a donde estoy.
Es mi habitación.
Si.
Mi casa.
Mi hogar.
Mi único, hogar.
Miro a Lorna.
Mi única, mamá...
La abrazo fuerte y muy fuerte, contra mí.
Y su mano en mi espalda por mi abrazo, baja y sube de forma tierna y con
consuelo.
Aunque no la veo, sé que se sonríe por sobre mi hombro.
—Hijo mío... —Susurra y yo sonrío también.
Me gusta, el sonido de su voz.
Y me gusta que ese sonido y que diga esas palabras.
Su hijo.
Siempre...
Se vuelve y con cariño, acomoda mi pelo desprolijo detrás de mi oreja, como
lo hizo siempre y de niño.
Se sonríe más.
—Mi niña Vangelis, habló por teléfono, conmigo temprano... —Me guiña un
ojo cómplice, mientras se levanta y ordena una ropa mía, colgada de la silla de
un extremo para doblarla. —...estaba muy entusiasmada por ti y la pequeña
Juno, juntos... —Deja la ropa en la silla y yo resoplo. —...acaso, no se
arreglaron las cosas entre ustedes? —Me pregunta, triste.
Asiento, pero mi mirada vaga a la ventana que me muestra el cielo despejado
y acariciando mi hombro con una mano, de forma agotada.
Por todo.
Mamá me mira.
—¿No vas a cambiar de opinión Caldeo, ahora que Juno regresó? —Se
acerca a mí y toma de nuevo asiento sobre mi cama, para acariciar mi mejilla.
Cierro mis ojos.
Carajo, con esa pregunta.
Respondo, negando con mi cabeza por un rotundo no y suspira triste y me
parte en dos, sentir a mi madre hacer eso.
—Caldeo... —Murmura.
Robo la mano que está en mi mejilla, para besarla con devoción y le sonrío,
para tranquilizarla.
No sé, demostrar cariño.
Mi cerebro se pone en cero, cuando tengo que manifestar amor.
No tengo idea con palabras, como hacerlo con respecto al consuelo, afecto o
cualquier sentimiento a un ser querido.
Ella me decía, que nunca hable.
Que eso, me protegería de mi pasado.
Un pasado, que me robaron.
Pero cuando lo recuperé, solo trajo más mierdas a mi mis mierdas.
Me cuesta hacerlo.
Porque, jodidamente duele hablar.
—Ya es la hora, hijo querido... —La voz de mamá dejando ropa limpia sobre
mi cama, me saca de mis condenados pensamientos.
Hoy no voy asistir a las primeras horas, de la Universidad.
Cachorra...
Capítulo 16
—Por qué, me pierdo siempre tus escenas de alto contenido erótico, con el
caliente y misterioso chico tatuajes... —Me reclama al día siguiente en el campo
deportivo de rugby, Fresita de manera abatida mientras terminamos nuestras
vueltas exigidas, por la entrenadora en nuestro horario de gimnasia.
Elongamos entre los dos a la espera de la sufrida Amely, que a trote muerto y
casi vomitando sus pulmones, se una a nosotros y finalice su última vuelta.
Río con él, flexionando mis piernas y rotando mis caderas como las demás
alumnas, para no sufrir de un calambre.
Demian no tendría que estar, entre todas nosotras.
Pero el otro entrenador de chicos fuera de la liga de básquet, se dio por
vencido con él frente a sus quejas de deporte de una disciplina muy de machos
que practican los chicos como rugby, lanza de garrochas, mortero entre otros.
Cuando él, es una princesa y debería hacer vóley, gimnasia deportiva y algo
de atletismo como nosotras.
El entrenador y ante las palabras sinceras de mi amigo, que con una mano en
su cadera muy a lo diva y su siempre maquillaje en su rostro que lo hacía
extrañamente sexi para las chicas a pesar de inclinación a los hombres y frente a
la risa divertida de todos sus compañeros, con un resoplido solo se limitó a
elevar un brazo e indicarle que se podía retirar y ser parte de nosotras.
Con un gritito de alegría Demian e inclinación hacia adelante de su cuerpo y
saludo tipo de la realeza, se despidió de su entrenador y de todos sus
compañeros, para correr a nuestro lado del campo deportivo y ser recibido, por
todas nosotras como la niña mimada e inclusive por parte de la entrenadora
dándole la bienvenida.
Sip.
Mi amigo, era adorado por las mujeres.
Exudaba una especie de sensualidad en el campo femenino bajo sus ropas y
atuendos siempre oscuros, que contrastaban en armonía con su cuerpo delgado
pero atlético, con piel muy blanca y altura.
Y con esos ojos azules de tono turquesa, que con su delineado de negro y
sombras oscuras sobre ellos, lo hacía un chico sex appeal místico y caliente, en
toda su apariencia que irradiaba gótica.
Fui testigo, de muchas chicas intentar ligar con él pese a ser gay, durante
nuestras clases o almuerzos.
Pero Fresita en su siempre alegre carácter, solo se limitaba a sonreír negando
con un cigarrillo entre sus dedos o su jugo de manzana en caja y noquearlas más
a sus admiradoras, con su dulzura y forma pacífica como tranquila de hablar,
robando suspiros.
No pudimos hablar mucho ayer, después de nuestra clase en la sala de
proyección.
Un mensaje de texto de mamá me decía que venía por mí, coincidiendo sus
compras con mi salida de la Universidad ya que había venido sin mi bicicleta,
porque Fresita se había ofrecido en buscarme por casa en su coche con Amely.
Sonrío negando con mi cabeza por su dicho, mientras mi mirada va a Caldeo
que desde la pista de básquet al aire libre y a distancia nuestra, con un salto y
esquivando sus oponentes hace un doble.
Se vuelve y caminando a su posición nuevamente en la cancha, bajo el
festejo de todos sus compañeros.
Inclusive de las porristas a un extremo de ellos, practicando su coreografía
con sus uniformes sexis de falda y top cortos y entre ellas, obviamente su
capitana Constanza.
Limpiando el sudor de su cara con el frente de su remera del equipo con sus
manos y mostrando para el deleite de todos, sus lindo paquete de seis que tiene
como abdominales y pecho tonificado lleno de tatuajes.
Sus ojos claros de golpe, van a mí.
Mierda.
Y maldigo para mis adentros, por ser atrapada por él babeándome.
Piensa rápido, Junot.
Y lo disimulo, reajustando los cordones de mis zapatillas blancas, pero su
media sonrisa de lado asquerosamente engreída como hermosa, me dice que es
inútil mientras hace a un lado su pelo disparado de su rostro con su otra mano
con satisfacción.
—Tranquila, cariño. —Se acerca Demian a mi lado y se inclina levemente.
—Yo también, quisiera ser su remera y abrazar, ese cuerpo machote... —Me
murmura, mientras Amely deja caer su cuerpo jadeante sobre el verde césped a
nuestro lado, mientras abre su botella de agua.
—¿De qué...están hablan..do? —Escupe las palabras, media muerta por
terminar de correr al fin y bebiendo.
Demian la mira por sobre su hombro y con un dedo en sus labios y con un
movimiento de su cabeza, señala a Caldeo del otro lado.
—Del chico tatuaje y sus abdominales, totalmente lamibles...
Amely ríe y yo ruedo mis ojos.
Se incorpora sobre sus codos para mirar mejor, recostada en el pasto a
nuestro sexi paisaje otra vez en el ruedo del juego, mientras hace un lado su
lindo pelo castaño y largo detrás de sus hombros.
—Es caliente... —Murmura, pero sus ojos van a mi primo Caleb que para
sorpresa de muchos, hoy juega como los demás sin ninguna morena, pelirroja o
rubia entre sus brazos y piernas. —...pero, tu primo me lo comería con
cucharaditas Jun... —Suspira, nostálgica.
—¿Primo? —Repite Fresita, buscando entre los jugadores, curioso y sin
entender.
Y afirmo, señalando al lindo chico no tan alto como Caldeo, de pelo entre
lacio y esponjoso con ojos color chocolate y que ahora, rebotando la pelota en un
lado de forma sonriente y muy parecido a mi tío Rodo, mira a quién pasarla.
Demian arquea una ceja de forma analítica.
—Interesante y guapo el chiquito... —Solo dice.
La entrenadora con un fuerte silbato, nos ordena que busquemos pelotas para
trabajar en ellas de forma grupal.
Me señala con Amely que vayamos por ellas, en el carrito a un lado de la
pista de atletismo y que rodea el campo de rugby.
Y entre risas juntas, corremos por ellas.
—Hola... —La voz de un chico, sobre nosotras inclinadas en el carrito por
las pelotas, nos hace mirar a ambas.
Y la boca de Amely cae, por lo lindo que lo ve y la mía, porque lo reconozco.
Es el chico rubio y bonito, pero de poca caballerosidad y cero
comportamiento, que ayer chocamos en el primer piso y que Caldeo obligó
arrodillado, a pedirme disculpas.
Retrocedo asustada y por ese movimiento, un par de pelotas que sostengo
entre mis brazos con otras, caen al piso rebotando suave por mis lados.
Su rostro con apariencia de chico surf y playa, hace una mueca divertida y
para mi sorpresa, sonriendo de forma cálida con sus labios y ojos verdes.
Recoge por mí, ambas pelotas y ante una Amely congelada observándolo.
—Por lo general, cuando alguien dice hola... —Murmura todavía sonriente y
con cada pelota blanca de cada lado de sus fuertes brazos. —...la otra persona,
saluda... —Prosigue.
Y trago saliva mirándolo y sin pestañear.
Su mirada se hace alegre y más divertida por mi silencio y se acerca un poco
a mí, tomando ambas pelotas con una sola mano, para frotar su nuca con la otra.
—Lamento lo de ayer nena, fue poco caballero de mi parte... —Baja su
mirada al piso, de forma apenada. —...tuve un día de mierda con mi padre y me
descargué contigo. —Dice sincero.
Miro de reojo, a Amely.
Todavía sigue con su boca abierta mirando al lindo rubio oxigenado y sin
gesticular movimientos, en su petrificado cuerpo.
¿Qué le pasa?
Vuelvo a él, con cierto recelo a su presencia de golpe, en el momento que la
entrenadora nos apura con otro silbato que llevemos las pelotas.
Intento tomar las suyas, pero me lo niega con su cabeza y se ofrece a
llevarlas, ayudando a mi amiga también.
Que, sip.
Continúa estática ante su presencia, pero dejando que tome parte de sus
pelotas en sus grandes y fornidos brazos.
Y hasta creo, que un hilo de baba cuelga de su boca abierta, por él.
Yo niego.
—Gracias, pero no, yo puedo... —Digo, intentando tomar las pelotas, pero
vuelve a negarme, mientras acomodo mejor las que tengo contra mi pecho y
brazos, provocando con el movimiento, que mi remera blanca de la Universidad
se eleve un poco sobre mi abdomen.
Y sus ojos verdes, reposan en mi vientre expuesto a la vista, que rápidamente
el fresco de la mañana llega a esa zona, pero casi al instante es cubierta por la
tibieza de una mano envolviéndome de forma protectora y haciendo, chocar mi
espalda a un duro pecho.
¿Eh?
Mis ojos recorren el brazo desnudo y tapizado en tatuajes que me envuelve y
reconozco, mientras con suavidad esa mano se abre para cubrir mi vientre
desnudo a la vista de todos y tomando el borde de mi remera, lo baja para tapar.
Oh mierda, eso se sintió lindo...
Caldeo se inclina hacia mí, por la diferencia de altura para apoyar su barbilla
sobre mi cabeza.
Y aunque no lo puedo ver, sé que su mirada helada y gris está puesta de
forma fija y profunda, sobre el chico rubio frente nuestro y hasta juraría, que
amenazante.
—Oye Caldeo, cálmate amigo... —Dice tranquilo.
¿Se conocían?
—Solo la vi desde las gradas y quise disculparme, como es debido hombre.
—Sus ojos van a su mano a mi cintura, para luego mirarme. —...sinceramente,
lamento lo de ayer, Junot... —Dice importándole una mierda, el gruñido de
Caldeo por ello y al decir mi nombre. —...no soy mala persona... —Murmura,
dando por terminado la conversación y haciendo camino a mis compañeras y la
entrenadora, para dejar las pelotas y marcharse.
Que para mi sorpresa por tercera vez en la mañana, ella lo saluda sonriente
palmeando su hombro y de que todas mis compañeras, lo rodeen festejando su
aparición de forma feliz.
¿Acaso, todo el mundo lo conoce, menos yo?
Me giro, sobre Caldeo.
Su mano sigue en mi cintura y una parte de mi se colma de emoción, ante ese
viejo contacto.
Recuerdos, de cuando siempre me protegía y estaba a mi lado.
Y por otro lado una nueva sensación, me invade con la piel de Caldeo sobre
la mía, provocando que se me erice con el simple contacto de la suya.
Me trasmite seguridad, calor, dominio, goce.
Y posesión.
Mucha posesión.
¿Y eso?
—Solo vino, por una disculpa más correcta Caldeo. —Digo, separando mi
cuerpo de él ante la mirada de algunas compañeras y la de Constanza, desde su
lugar con las demás porristas.
Que en vano no puede disimular su cara agria por estar Caldeo a mi lado y
seguir con su práctica de rutina coreográfica, para el juego del sábado.
Frunce sus cejas y me rueda los ojos de mala gana.
—¿Acaso, lo conoces? —Pregunto, acomodando mejor las pelotas sobre mis
brazos y asiente con una mano en la cintura ante el segundo llamado por mi
nombre, de la entrenadora para que me sume con las demás a la actividad
deportiva.
Caldeo mira y estrecha sus ojos al chico rubio que tomando asiento en lo alto
de las gradas con otro amigo y que sin disimulo, nos mira.
¿O me mira?
Y sus manos, se hacen como puño a sus lados.
Guau.
¿No le cae bien?
Me encojo de hombros ante su reacción y no sé por qué, me da rabia.
—Vuelve a tu práctica Caldeo, aprendí a defenderme sola. —Le digo,
caminando y con sarcasmo.
Creo que gruñe, a mis espaldas.
Creo.
Porque, me hago paso con mis compañeras.
Un resoplido de él, con un.
—Mujer terca... —Dice odioso y para que solo yo oiga tras mí y volviéndose
a su cancha rebuznando.
Y me lleno, de más ira.
Casi 2 años, de su rechazo.
19 meses para ser exacta, de llorar sobre mi almohada preguntándome que
hice mal.
570 días correlativos, sufriendo sus burlas e ignorancia a mi persona.
13.680 horas siendo testigo con bandeja en mano en el comedor
Universitario, caminar por el campus o cruzarme con él en los pasillos y hasta de
forma obscena, revolcarse o tragar las amígdalas de alguna zorra de turno,
incluyendo a la perra de Constanza en el cine y haciéndolo con más énfasis al
notar mi presencia.
¿Para después, de la nada volver como mi mejor amigo de siempre y a querer
cuidarme?
¿A organizar mi vida a su placer como rey que se cree y todos dicen que es?
Y cuando después de mucho tiempo, un lindo chico que pese a empezar mal,
pero pidiendo disculpas por ello, me habla?
Muerdo mi labio inferior con bronca a la espalda de Caldeo, caminando a la
cancha de básquet.
Lo mido, estrechando mis ojos.
Y lo hago.
Sip.
Tarde para que mi parte consciente, haga recuperar mi cordura y detenerme,
por un fuerte pelotazo lanzado por mí y con bronca dando en su objetivo.
La linda cabeza, de Caldeo.
Y mis manos, suben a mi boca de inmediato, soltando la restante pelota, por
miedo y sorpresa.
Santa mierda.
¿Qué hice?
Y frente a todos.
La carcajada de mi primo Caleb y de Demian, solo se siente de forma sonora
y bajo el "Uhhh..." de todos.
Yo, Junot Mon, golpee a su rey.
Carajo...
Caldeo se detiene ante el pelotazo a metros mío.
Quieto.
Duro.
He inclino mi cabeza, dudosa.
Porque creo, que hasta no respira, ya que no gesticula movimiento de ningún
músculo de todo su cuerpo.
Una bonita, estatua viviente.
Petrificada y silenciosa.
Pero linda.
Y sexi.
Hasta que sus fuertes hombros caen de forma cansada y su cabeza la echa
hacia atrás para mirar el cielo, provocando que su pelo despeje su lindo rostro.
¿Está hablando, con Dios?
¿Pidiendo paciencia?
Y se gira sobre sus talones, para mirarme con ambas manos en la cintura,
para luego bajar su mirada al lindo césped y menear su cabeza, negando de
forma lenta.
Muy lenta.
Su cabeza no la eleva.
Pero su mirada a mi sí, a través de sus oscuras pestañas haciendo girar el aro
de acero de su labio con la lengua.
Oh mierda, se enojó.
Hace solo un paso a mí y la misma distancia, retrocedo.
Otro.
Y vuelvo, a retroceder.
Su media sonrisa arrogante, aparece.
Entonces hago lo que mejor me sale y por casi 2 años me perfeccioné en ello,
gracias al lindo Caldeo.
Correr.
Corro cruzando el campus de rugby a los baños de damas, sin importarme la
llamada de atención de la entrenadora.
Golpee a un compañero, de forma agresiva.
No necesitaba su notificación, para ello.
Preferiría que lo haga a solas y en su oficina conmigo, el decano de la U a mi
suspensión.
Y a Caldeo tampoco para darme venganza, porque siento sus fuertes pisadas
en su carrera por alcanzarme, sobre el césped de la cancha de rugby.
Huy...
Capítulo 18
Zorra.
Puta zorra.
¿Por qué?
Por ser, siempre ella.
Aprieto con fuerza entre mis dedos, la botella de mi shampoo que saco de mi
casillero, recordando como Caldeo siguió a Junot en su huida...feliz.
Él estaba feliz, por ese pelotazo.
Él volvió a sonreír, después de ese encuentro en el baño del bar, cuando los
encontré contra la pared esa noche.
Cada parte de su célula irradiaba algo que pensé que era mío y con lo que sea
que le susurró en la oreja a ella, esa noche en el pasillo y a oscuras del baño de
damas.
Y sus ojos color hielo me lo confirmaron, cuando enfurecido por mi broma
de los carteles pegados en su casillero y alrededores, me dijo basta al lunes
siguiente.
Basta.
Caldeo, me dijo basta.
Ya nunca más, él y yo.
Pero se sonrío divertido a la respuesta de ella y no le importó, quedar mal
delante de todos en la U.
Me deshago de mi ropa de porrista, quedando en ropa interior con bronca y
me volteo al gran espejo del vestidor de mujeres, bajo el bullicio de todas
cruzándose y charlando de forma divertida y semi desnudas a punto de ducharse.
Miro la imagen, que me devuelve el espejo.
Toco mis abultados pechos sobre mi sujetador de encaje blanco, para luego
dibujar mis perfectas curvas con mis manos.
Todo el campus masculino, daría lo que fuera por un poco de mi atención.
Suelto mi lacio pelo rubio, que como cascada dorada, cae cubriendo mis
hombros y torso.
Soy hermosa.
Soy la puta capitana, de todo.
De las porristas.
De las populares.
Los hombres, me desean.
Las mujeres, me envidian.
Cada paso que doy, hacen reverencia ante mí.
Gobierno como Caldeo, la Universidad.
Pero a él, no.
Caldeo, no me idolatra.
Caldeo, no me desea.
Pensé, que lo había logrado.
Pero, no.
Su diosa, es otra.
Abro la llave de agua corriendo las cortinas, para desnudarme.
Es la escualidonga y pálida, Junot.
Enjuago mi pelo con el agua, ponerme shampoo.
¿Santo Dios, pero qué le ve?
¡Si ni tetas, casi tiene!
Y acaricio la mías redondas y turgentes, corriendo espuma de jabón entre
ellas.
Yo, soy perfecta.
Más hermosa.
Y doy un puñetazo a la húmeda pared de azulejos en azul, bajo la ducha.
Él.Es.Mío.
Nadie, me rechaza.
Soporté sus cogidas de turno con perra que se le encaramó, cuando lo quiso
en cada final de noche en el bar de Salvador, con una sonrisa.
Haciendo oídos sordos, mientras lo veía como se besaban y manoseaban en
su mesa especial, para después correr su silla despedirse de todos y alejarse con
ellas de la mano, dando fin a su noche después de cantar.
Pero, era eso.
Solo coger a una estudiante o groupie, de la banda.
Yo, siempre estaba.
Lo esperaba.
Su preferida, era yo.
Mis ojos se abren de golpe bajo el agua, por algo viniendo a mi mente.
Y me los limpio, sorprendida.
Porque, siempre fueron morochas exuberantes o rubias y ojos claros.
Nunca castañas.
Nunca flacuchas, pálidas y con el color de ojos marrón de Junot.
¿Para no, recordarla?
¿Por qué, nadie se comparaba a ella con los mismos atributos?
Y gruño, cerrando la llave por ello.
No va a pasar.
¿Por qué, ella tiene que tener todo?
Desde muy chicas la observé, desde mi pupitre.
Familia perfecta.
Hermanas perfectas y compañeras entre sí.
Ahora y siempre, amigos perfectos.
Hasta, el perfecto Caldeo.
Pero, no lo voy a permitir.
—¡No! —Sale de mi con fervor, corriendo la cortina y envuelta en la toalla.
Algunas compañeras me miran asombradas por mi exclamación y levanto mi
barbilla y las miro con odio.
—¡Que miran, idiotas! —Les grito.
Y vuelven a sus cosas, hablando por lo bajo entre ellas.
No escucho lo que dicen, pero puedo adivinar.
Todas fueron testigos hoy del perro faldero de Caldeo tras Junot, en el campo
de rugby.
Que terminó de confirmar que él y yo, ya no somos nada.
Lo que fue un rumor de su rechazo a mí, desde la semana pasada, ahora era
cierto.
Y una furia me invade, porque si fuera Junot Mon en esta situación.
Amigos vendrían, a consolarla.
La abrazarían, diciendo palabras bonitas.
A mí, nadie.
Y trago una lágrima, al verme sola sentada en la banqueta.
Ni siquiera mis amigas de siempre, que como si nada, charlan animadas entre
ellas y apoyadas en los lavados de mármol, que se van a poner el sábado a la
noche para ir al bar y festejar el campeonato de básquet.
No se percatan, de mi tristeza.
Y si lo hacen, no les interesa.
Solo les importa estar conmigo, lucirse y caminar a mi lado exudando
popularidad y por ende, suspiros y la atención de todos los estudiantes.
Y más bronca.
Porque, nadie rechaza a Constanza Goti.
Nadie, Caldeo.
Yo decido si me amas, si sigues o te vas de mi lado.
Nadie, se ríe de mí.
Y ese mensaje que leí de su celular, me va ayudar y que el idiota de Caleb,
sacó de mis manos.
Sonrío.
Pero, tarde lo hizo.
Y aún, está grabado en mi cada palabra que leí.
" 10:44h
Caldeo, deja de ignorarme y ese tal Salvador te niega.
¿Acaso, sabe quién soy?
Tuve que recurrir a sayida Lorna y me contó todo, porque tengo derecho a
saber de ti.
Si no contestas mis putas llamadas o mensajes, me obligas a viajar en el
próximo vuelo a tu país de África y romper, el juramento que te hice.
No es un pedido, ya es una orden.
Constantine."
CONSTANTINE
EN ALGÚN LUGAR, DE LA COSTA DEL OCÉANO ÍNDICO...
—Shayj...
La voz de Cabul, me interrumpe.
Dejo de mirar la vista panorámica del océano, semi inclinado y apoyado con
ambas manos, sobre la baranda del imponente balcón principal.
Mis manos aprietan con fuerza este en sus curvilíneos diseños, logrando que
mis nudillos se tornen blancos, por la impotencia y bronca.
Otra vez Caldeo, rechazó mis llamadas y ahora el último mensaje con mi
advertencia.
El viejo se inclina a la gran mesa baja, bajo el reparo del fuerte sol Africano
por el dociel que lo protege en gamuza y sedas con almohadones en diferentes
tamaños y cuelga de este, con calidad en telas y diseños abstractos en su telas
marruecas, para dejar la bandeja con el juego de té en porcelana milenaria de
nuestra Aíla y dinastía.
— Sokran... —Solo murmuro, por la taza que me ofrece de infusión caliente.
Pero, no la bebo.
Solo mi mirada gris y fría, sobre ella entre mis manos.
Sus ojos oscuros y curiosos bajo su turbante en rojo y oro, caen a mi celular
apoyado en el balcón, para luego en mí, que no dejo de remover la taza con la
pequeña cuchara de plata.
Sin beber, el shai.
Y suspira, porque ya sabe otra vez la respuesta.
— Eanid alshshabad… —Murmura negando y con una reverencia, se retira
para dejarme solo nuevamente.
Me sonrío por su comentario, bajo la suave brisa que se levanta haciendo que
cortinas de arena se arremolinen y que rodean la gigantesca propiedad, dancen a
su ritmo.
Pero no debo y vuelvo a endurecer mi rostro.
Porque, soy el Shayj...
Capítulo 20
El viento por el galope de hasani al'aswad, hace volar mi capa negra bordada
en oro a mis espaldas.
El sendero es largo y con el ancho, para dos autos.
Son kilómetros, hasta la entrada principal de la propiedad.
Resguardadas en sus lados, por filas de altas arboledas de tupidas hojas que
permiten apenas, el ingreso de los rayos del sol.
El insipiente estrepitar de sus cascos golpeando la calle de tierra y el jadeo
constante de mi alazán sobre la arena dura, es lo único que siente por la carrera.
Mi mano aprieta fuerte sus correas para frenarlo a la entrada, provocando
que eleve sus patas delanteras al aire y a la espera de que mis guardias terminen
de abrir las dos grandes puertas en madera y hierro ante mi llegada, con una
reverencia respetuosa con sus Tobhes largas y anchas que llegan hasta sus
tobillos y de algodón en blanco.
Me dan paso y la bienvenida a mi hogar.
Una media sonrisa con cierta melancolía, se dibuja en mis labios.
Mi hogar...
Su trote se hace suave, ingresando al interior y pese al bioma y calor
Africano.
Todo es vergel dentro con los altos muros, palmeras y la belleza en el follaje
de las exóticas flores del país.
Como las Goxinias azules que contrastan el verde de las suculentas Cyanotis
con sus espinas y con el rojo sangre de los pétalos de otras.
Nuestra filosofía de vida, dice que las plantas son sinónimas de vivir,
crecimiento y abundancia.
Todo el jardín interior es detalle, lujo y ostentosidad en sus blancos con
dorados, en diseño arquitectónico.
Más servidumbre corre a mi ante mi llegada y por ende, más reverencias para
atender de forma pronta a mi corcel, cuando bajo y llevarlo a los establos donde
descansa mi caballeriza personal de puras sangres.
Con mi Kafiyyeh aún en la cabeza que cubre mi rostro y solo dejando a la
vista mis ojos, en negro y oro como mi capa, la hago a un lado para despejar mi
rostro, pasando mi mano por la mandíbula con barba de tres días, pensativo
mientras bebo el vaso de agua helada que me ofrece Cabul, cuando entro a la
gran mansión.
La melodía suave y delicada, con unos acordes de Racks el Assaya inundan
el interior de los grandes y espaciosos ambientes, casi sin paredes y diferenciado
los amplios ambientes ricos en mi cultura, con texturas y color en telas,
mobiliarios y decoración, solo por desniveles.
Camino en dirección a mi oficina despojándome en el trayecto, de mi capa
y Kafiyeeh para pasar con ambas manos por mi rostro con aire cansado y mi pelo
negro algo desprolijo, tirándolo para atrás y fuera de mis ojos.
Me lo recibe una linda muchacha con sus túnicas en género en azul y
naranjas con bordados en los bordes, de excelente calidad que es parte de la
servidumbre.
No me mira a los ojos, pero toda ella demuestra su devoción hacia mí, con su
inclinación de respeto.
Y quiero rodar mis ojos, pero no lo hago, aunque me gustaría que me vean
como alguien normal.
Un par de consejeros y mandatarios, me reciben poniéndose de pie de sus
sillas frente a mi enorme escritorio y junto a la gran ventana con vista al océano,
cuando entro.
Y los saludo con una reverencia, al igual que ellos a mí.
Rodeo mi escritorio para empezar la dichosa reunión que es de suma
importancia y que vengo postergando por semanas.
Ya no tengo excusas, que inventar.
— Sharmota...(Mierda) —Murmuro de mala gana, bajo la mirada atónita de
los excelentísimos por mi vocabulario y a mi espera.
Sentado en mi sillón en gamuza mora y plata frente a ellos, entrecruzo mis
manos sobre mis labios para empezar.
Pero mis ojos de esa forma helada y glacial que miran siempre, se tornan
cálidos al reposar en la foto que está ubicada en un lado de mi gran escritorio.
En un niño.
Casi, un bebé.
Tal vez dos años y con el color de su piel como la mía.
Fruto, de la unión de dos razas.
Un dorado oscuro.
Y los ojos, de un frío cristalino.
Un gris hielo.
Al igual, que yo.
Y sonrío levemente…
Capítulo 21
JUNO
Calor.
Me acomodo más, en mi almohada.
Calor y un fuerte brazo rodeando mi cintura y empujando mi espalda contra
algo duro, siento entredormida y me despierta.
Y mis ojos, se abren de golpe.
Siento su respiración tibia y suave, sobre mi cuello y nuca.
Como el perfume masculino, que toda la vida usó.
No hace falta, que me gire.
Sé, quien es.
Y sonrío en silencio.
Volvió a trepar y abrir una de las puertas francesas.
—¿No podías, dormir? —Digo bajito.
Y niega y me aprieta más contra su pecho, enredando sus piernas con las
mías, por abajo de las cobijas.
Mi corazón se oprime de forma dulce por ello y a la vez, amargo por saber la
causa.
Es la de siempre.
Y desde que éramos, niños.
¿Todavía, lo siguen?
—¿Tus pesadillas de infancia, Caldeo?
Asiente besando mi nuca y me abraza más.
Dios...
Acaricio sus manos entrelazadas a mi cintura, para darle tranquilidad y me
acomodo más mi espalda a su pecho.
—Entonces, duerme Caldeo, yo cuido de ti... —Susurro.
Y aunque no lo veo, siento que se sonríe.
Cubre más su rostro con la capucha, porque se acostó vestido y con un
suspiro de paz profundo, se duerme.
A la tarde escuché a Caldeo practicar y tocar por primera vez, con su banda
en el garaje de los tíos.
Amely me acompañó y como apasionada de lo que estudia, sacó fotos de su
cámara profesional a ellos.
Sentada en uno de los viejos sillones, observé admirada y quieta sobre mi
lugar, como la batería sonaba con estruendo y a ritmo tocada por las manos
maestras de Bruno que me presentaron después.
Cisco al lado de Caldeo y con movimientos de cabeza, iba al compás de su
bajo y la canción.
Y él.
Santo Dios, él con ambas manos sobre el micrófono de pie cantaba como
nunca y con su guitarra eléctrica colgada a su pecho, que cada tanto acompañaba
con notas en alguna canción.
Uno de sus pies, siempre iba suave al ritmo de todas contra el piso y bajo su
bota tipo combate.
Sus ojos se cerraban por el sentimiento de cada letra, para luego abrirlos y
depositar su mirada gris y cristalina sobre mí, corriendo el pelo de sus ojos.
Esa tarde descubrí, que Caldeo es feliz con sus amigos, haciendo pruebas de
sonidos.
Que Caldeo es feliz, tachando y haciendo correcciones en un viejo cuaderno,
por nuevas notas musicales sentado sobre su ecualizador concentrado y
probando después, con su guitarra al lado.
Que Caldeo es feliz, cuando aparece tío Pulgarcito a saludar en un breack de
descanso y los alienta a seguir, dejando limonada fresca para todos nosotros.
Es feliz, cuando bromean entre ellos y hablan de otras bandas de rock.
Es feliz, cuando tía Lorna aparece con galletas rellenas dulces y mira con
esos ojos hielo profundo, al abrazar con cariño su madre por estar ahí y le da la
bienvenida a Amely, que no para de sacar fotos.
Y Caldeo es feliz, cuando canta.
Muy feliz.
La respiración de su pecho se ralentiza y me dice, que ya se durmió
profundamente.
Estiro suave con una mano mi cobija, para no despertarlo y taparnos más.
Cierro mis ojos y con un acto involuntario dormido, Caldeo me atrae más a
él.
Sonrío sobre mi almohada y porque, se siente lindo.
Hasta a la mañana, cuando despierto...
—Lo cuelgo del balcón, así aprende... —Alguien, gruñe bajito.
La risita, de mamá.
Y un golpe.
Para ser precisa, un golpe a un hombro tipo reproche.
—Auch... —Se queja papá.
Entreabro mis ojos y bostezo.
Caldeo sigue profundamente dormido y sus brazos, me aprietan
posesivamente aún.
Me giro sobre mi almohada, para encontrar a los pies de mi cama a mis
padres.
A papá sobándose su hombro con cara de pocos amigos y a mamá con sus
manos en su pecho, sonriente y emocionada.
Es de día.
Y las puertas de la ventana francesa, están abierta de par en par dando paso al
sol que ilumina toda la habitación, moviendo suavemente las cortinas blancas.
—Buenos días... —Murmuro, incorporándome y provocando, que Calde, se
mueva.
Gruñe dormido, negándose a despertar y abrir los ojos y me atrae otra vez a
él y a la cama, con una mano en mi cintura de forma cariñosa y más posesiva.
Papá se lleva una mano al pecho al ver eso y mira a mamá suplicante,
haciendo ademanes con su otro brazo para no hacer ruido, pero que nos separe.
Yo suelto una risita y mamá, ríe a carcajadas.
Le rueda los ojos.
—Herónimo, solo están durmiendo... —Murmura acercándose al ventanal,
para correr más las cortinas.
Papá gime y cruza sus brazos sobre su pecho.
—Lo mismo dije yo la primer noche que pasé contigo, en tu departamento
melocotón rayo. —Farfulla. — Que solo, iba a dormir... —Me mira, para luego
susurrarle bajito y que yo supuestamente no escuche, porque soy una bebita.
—...déjame recordarte, que lo que menos hicimos, es dormir nena...
Mamá sonríe y le acomoda la corbata que se la aflojó al vernos a Caldeo y a
mi durmiendo juntos.
—Porque tú, eres Herónimo Mon, mi pervertido... —Le susurra y se pone en
punta de pie, para besar sus labios. —...tranquilo Iron Man, él solo vino a
dormir...
Caldeo despierta al sentirlos hablar y pasando una mano por sus ojos me
mira, para luego a mis padres.
—Tuvo, una pesadilla... —Digo, ante sus miradas curiosas.
—¿Las de tu infancia, Caldeo? —Pregunta papá tomando asiento en mi
cama, olvidando su angina y mirarlo preocupado.
Caldeo asiente.
—Oh...mi pequeño mío... —Murmura mamá, para abrazarlo y besar su
cabeza, con ternura. —...por eso viniste? —Acaricia su pelo.
Vuelve a asentir.
Mamá sonríe.
—Ya pasó, cariño. —Suspira. —Diré que les preparen el desayuno, porque
llegaran tarde a clases y avisaré a tu madre que estás aquí Caldeo.
Papá, mira su reloj.
—Es temprano. Desayunen tranquilos. —Mira a Caldeo. —Yo te llevo a tu
casa de camino a TINERCA, para que te alistes y llegues a tiempo a la
Universidad. —Luego mira a mamá. —¿Nena?
Mamá se gira sobre la puerta.
—¿Si?
—Llama a la tienda de muebles y encarga otra cama para la habitación de las
bebitas. —Eleva un dedo, a nosotros dos. —Puedes quedarte la veces que
quieras, pequeño Caldeo... —Nos señala. —Pero, distancia... —Finaliza.
Caldeo sonríe, rascando su nuca y asintiendo.
Y para sorpresa mía, papá también lo hace acomodando sus lentes mientras
se va.
Observo, las camas vacías de mis hermanas.
—¿Ellas, te avisaron de Caldeo? —Pregunto a papá ya en la puerta.
Se gira.
—No bebita. Ninguna de tus hermanas, dijo nada. —Se sonríe, con orgullo.
—Tu demora y el que Hope no pusiera música con volumen alto, me alertó y
subí con tu madre...
Bajo mi mirada a mis manos, sobre las sábanas de mi cama.
Hope sabe como yo, de las pesadillas de Caldeo.
Y no quiso despertarlo con su música mañaneras, para que descanse y por
más que dicen odiarse.
Sonrío.
Gracias, hermana...
CONSTANTINE
Hago a un lado las sábanas de seda negra, para incorporarme sobre mi cama
y la suave tela oscura, se desliza sobre mi cuerpo denudo al ponerme de pie en
busca de mi bata.
—¿No puedes dormir, Constantine? —La voz de Latifa, suena entre ellas y
en medio de mi enorme cama.
Me la pongo y la cierro atando su correa con una vuelta en mi cintura y la
miro sobre mi hombro.
Su largo y lacio pelo de un negro que parece azul, cubre casi la totalidad de
sus pechos desnudos.
Es una hermosa vista, para la masculina, que con mi habitación de noche y
solo, iluminada por la gran luna llena en el horizonte que atraviesa los ventanales
y ella entre las sábanas como la seda.
Es perfección, echa mujer.
Pero, no siento amor por ella.
— Aimra'rat alnnawm... —Le ordeno, caminando a mi balcón.
Corro mi pelo de mis ojos, aspirando el aire tropical y mediterráneo Quibli,
originario de los desiertos del Sáhara.
Mis ojos se elevan a Sirio, del can mayor.
La estrella más brillante, del firmamento de mi tierra.
Seguido a la constelación, de Orion.
El cazador mayor, en sus viajes diarios por el universo cuenta la leyenda.
La marea alta provoca que las costa del océano, choquen con fiereza contra
las rocas del acantilado y llegue su bramido de guerra hasta donde estoy.
Ya está todo hablado y con mi respuesta, satisfechos los consejeros y
mandatarios, después de la cumbre en mi oficina que duró horas.
Mi decisión como Shayj estaba hecha, con Caldeo a meses de cumplir 21
años.
Su mayoría de edad.
Y como él, la mía también.
Capítulo 22
JUNO
El repiqueteo de mi lápiz entre mis dedos, jugando de forma nerviosa sobre
mi pupitre me pierde lejos.
Como mi mirada, por la ventana del segundo piso, de mi clase al campus y
acomodo mi puño, bajo mi barbilla de forma aburrida con un suspiro.
—Ya van 8.
Me giro a Demian, sentado al lado mío.
—¿Qué? —Digo bajito para no molestar, al profesor dando su clase.
Y agradezco a ver elegido los últimos asientos, al final del aula.
—Tu octavo suspiro desgarrador, cariño... —Susurra inclinado a mí y al
mismo tiempo, escribiendo lo de la pizarra. – Juro, que si sigues mirando por la
ventana de esa manera el campus, derribarás los árboles o mucho peor, la fuerza
de tu mirada incendiará a los estudiantes que caminan por el y tumbará los
coches del estacionamiento tipo "Carrie" pero sin la sangre y todo eso.
Lo empujo con mi hombro, con cariño.
Pero, me vuelvo a desinflar.
—Caldeo, volvió a faltar a clases. —Mis ojos van otra vez al
estacionamiento, donde el lugar para el capitán del campus, está vacío. —Y no
entiendo, por qué...
—¿Pero acaso, Caldeo no durmió contigo? —Dice, corrigiendo una
anotación de su carpeta y me ruborizo, porque compañeros se dan vuelta al
escuchar a Fresita decir eso.
Cubro mi rostro con mi cuaderno oficio, de los demás.
—¡Quieres, parar! —Susurro, histérica.
Me arquea una ceja y se ríe.
—¿Es la verdad o no? —Juega con su lápiz, en el aire.
Asiento terminando de escribir, lo que el profe dejó en la pizarra.
—Pero, no de la manera que ellos piensan... —Murmuro, con mis ojos en el
papel. —...dormir...solo dormir... —Titubeo. —...dos personas, simplemente
vestidas y solo D.U.R.M.I.E.N.D.O —Recalco.
Y me rueda los ojos, divertido.
—Cariño la abstinencia de ambos, es digna de admiración. Yo a esta altura y
con semejante bombón tatuado, ya hubiera hecho hasta el salto del tigre...
Y quiero reír, pero realmente no sé por qué, ya que no entiendo.
Supongo, alguna postura sexual.
Supongo, dije.
Cuando el timbre anuncia mi última hora de clases, saludo con un abrazo
rápido a Demian y Amely en los pasillos y corro, hasta mi bicicleta estacionada.
No quiero perder tiempo y con el corazón agitado, saco su cadena y me
monto en ella.
Destino.
La casa, de Caldeo.
Llego algo jadeante por la velocidad, cuando estoy frente a ella.
Bajo y trotando, hago mi camino hasta el costado y la apoyo, contra una
pared en el patio y donde su vieja Ford está estacionada bajo un árbol.
Él está.
La radio de tía Lorna no suena, como tampoco el volumen alto de la
televisión de tío Pulgarcito.
La puerta mosquitera, vuelve a crujir terroríficamente, cuando la abro con
cuidado.
Malditas bisagras...
CONSTANTINE
Observo desde mi oficina principal de mi edificio del piso 80, toda la vista
que me regala sus ventanales de vidrio de la ciudad Abiyán.
La ciudad principal de Costa de Marfil y centro comercial como financiero
de África.
Mis ojos reposan, gracias a la elevada altura de mi rascacielo en el puerto.
Mi puerto.
Conectado a la costa, al golfo de Guinea.
Junto al Casablanca.
Puerto líder, de Marruecos y el principal de la región.
Y es el nodo clave para mis negociaciones sociales, industriales y
económicas Africana—Europea desde ahí y al mundo con mi país.
— Sayyid Constantine, está de acuerdo con el cargamento del puerto a Asia?
Me giro sobre mis hombros, aún con mis manos entrelazadas en mi espalda.
Mis mandatarios rodeando la gran mesa ovalada con planos y papeles de por
medio, cumplen al pie de la letra mis órdenes.
Conseguir una producción económica avanzada, sostenible y diversificada de
mi país.
Y sonrío, por ello.
Pero, dejo de hacerlo y al sentir como me llaman.
Vuelvo mi vista, a la ciudad metropolitana.
—No me nombres, así Saúl. —Gruño a uno.
Hace una reverencia, como disculpas.
—Lo siento, Shayj...
Y las acepto, sin voltearme.
Suspiro, mientras ellos siguen con el debate económico de exportación.
Aunque, es un título que heredé por ser descendiente y pertenecer a la
dinastía de la tribu Qurash por parte materna y tener un linaje que remonta al
profeta Ismael, hijo del profeta Abraham.
No me pertenece.
Y por más, que haya derrocado a mi padre en un golpe de estado pacífico y
me convirtió en ello.
Solo, me encargo de los asuntos de mi país día a día y en una monarquía
absoluta.
Pero leal, bajo mis convicciones de la paz en el medio oriente y el mundo.
Y lo que nuestro padre, nunca quiso y se hizo mi enemigo.
Como otros, agazapados en algún rincón del continente.
Por el nacimiento, del nuevo Sayyid...
Mi hermano.
Capítulo 23
La cocina está vacía, al igual que la sala de estar como sus luces apagadas.
Todo está, solo iluminado por la luz del mediodía que se filtra por las
cortinas floreadas y claras de la casa.
Un par de platos y vasos con restos de comida, que fueron utilizados para
almorzar y quedaron sobre la mesa sin levantar, me señalan que hubo
movimiento.
Mi mano reposa en la baranda de madera de las escaleras y con un pie en el
primer escalón, cuando elevo mi vista al segundo nivel de la casa, con la
disyuntiva entre mi cerebro y corazón si debería subir o no.
Porque, solo hay silencio.
Tal vez Caldeo, se quedó dormido y está en su habitación.
¿O tal vez mi padre, le dijo algo de camino acá y se molestó?
Muerdo mi labio.
Y niego.
Caldeo no siente emociones como la culpa, vergüenza o remordimiento.
Y esa es la respuesta que necesito, para que me de coraje subiendo el
segundo escalón como resto.
Las tres únicas habitaciones que ocupan la planta alta, se encuentran con sus
puertas abiertas y también sin luz.
Solo la de Caldeo con la suave y tenue de su velador en la mesilla y junto a
su cama, ilumina el lugar.
Aunque, denota que estaba armada, está abierta sus frazadas y sábanas.
Como si alguien, solo se hubiera recostado en ella por un rato.
La ropa que llevaba puesta anoche y durmió conmigo, está en el piso junto a
un jeans y sus botas oscuras, que usa casi siempre.
Y entre ellas, de un bolsillo trasero sobresale una foto.
De los dos, cuando éramos niños.
La levanto.
Es una de las que estaban sobre el refrigerador, como las otras puestas con
imanes.
La de nosotros juntos y sentados en el escalón de la entrada principal de su
casa, sonriendo a la cámara de foto, tal vez con 11 años yo y 14 él.
Y sonrío, acariciando la imagen entre mis manos, pero un murmullo jadeante
del baño del pasillo llama mi atención.
Salgo de su habitación y apoyo mi mano y mejilla en la fría puerta de
madera, que está cerrada.
Y no puedo escuchar bien, por el sonido de una canilla abierta de agua que
corre.
Pero sí, distingo que las personas que están en el interior, son tía Lorna y
Caldeo.
—Soporta, mi niño querido... —Capto en un susurro, de mi tía decir con
dulzura.
¿Qué?
Más sonidos, jadeantes.
Y una maldición, de Caldeo.
Más ruido de agua, corriendo.
Y otro, sonido.
¿Como, el de vómitos?
¿Eh?
Seguido, al agua que corre por el inodoro.
Y otra maldición, de Caldeo.
Mi mano aprieta el picaporte de la puerta y la giro decidida a abrirla.
Y mis ojos se abren, al encontrar a Caldeo espaldas a mí, solo en ropa
interior y con ambas manos en el lavamanos y a tía Lorna con un vaso de agua
en mano y la otra, acariciando el hombro de su hijo como consuelo.
En su otro brazo cuelga una pequeña toallita de rostro, manchada con
desechos de vómitos.
¿Y sangre?
—Hija... —Murmura, mi tía al verme.
Y yo, no puedo hablar.
Solo con mis ojos abiertos y con mis manos en cada extremo del marco de la
puerta, que la sostengo con tanta fuerza y como si esta, fuera a caerse.
Porque mis piernas intentan desfallecer, por no entender que pasa y si no lo
hago siento, que voy a caer derrumbada entre el piso de cerámicos celestes del
baño y la de madera, del pasillo.
Mi mirada va a la espalda temblorosa de Caldeo que sube y baja por el
esfuerzo de su respiración agitada, al vomitar en exceso y a la toalla.
Y mi cerebro repite, una y otra vez.
Manchas de sangre y vómito con su cuerpo temblando.
Caldeo.
Manchas de sangre y vómito, con su cuerpo, temblando.
Y Caldeo, otra vez.
Nuestros ojos se encuentran, cuando eleva su mirada a través de la imagen
del espejo junto al lavamanos.
Están más claros y cristales que nunca, como también inyectados de rojos y
casi todo su pelo cubriéndolo.
Y hay, bronca.
—¡Vete! —Susurra jadeante y limpiando su bonita boca, con la pequeña
toalla que le roba a su madre.
Mis ojos bajan a su otra mano, que con fuerza aprieta el borde de la pileta,
hasta poner sus nudillos blancos.
—¡Caldeo! —Reprocha tía Lorna con dolor, por su mirada y voz
inexpresiva, de calidez hacia mí.
Pero, no hago caso y doy un paso a él.
Y sus ojos con huella de cansancio, se cierran.
—¡Vete, cachorra! —Grita, otra vez
Y mis pies, se detienen.
No, por la orden.
Si no.
Porque, es la primera vez que escucho, gritar a Caldeo.
Su voz es fuerte, atronadora y potente.
Es...imperiosa.
Aunque después de su viaje de África, sufrí sus desplantes, burlas y ese odio
que nunca entendí a mí.
Jamás, me miró como lo está haciendo ahora.
Y jamás, me gritó y menos con ira.
Jamás.
—¡Vete, maldita sea! —Vocifera con otro grito, que hasta juraría que se oyó
desde la calle.
—¡Hijo, por Dios! —Gime tía Lorna por su ataque. —¡Es Junot, mi niño! —
Gime.
Y retrocedo, pero mis ojos lo recorren y se abren con sorpresa, ante su brazo
cuando levemente se gira a mi dirección.
El hematoma del otro día, ahora es más grande y oscuro, cubriendo ahora
más parte de su brazo.
Y debe doler, como la mierda.
Quiero preguntar, que está pasando.
Quiero, curar esa herida.
Y quiero abrazarlo.
Pero mis ojos se llenan de lágrimas y solo, logro que mis labios tiemblen.
Las palabras, no me salen.
Ahogan mi garganta.
Solo, un llanto de mí, por su mirada de furia.
Y huyo.
Corro.
Lo hago escaleras abajo, asustada sin saber por qué, y agarrando fuerte las
barandas de las escaleras para no caer de los escalones, por mi ojos nublados del
llanto.
Y bajo, un gran gemido lastimero, derrumbado y lleno de dolor de Caldeo,
seguido del sonido de cosas siendo tiradas con furia, al piso por él.
Ni siquiera voy por mi bicicleta y mi mochila.
Sigo corriendo.
Hacia el bosque.
Nuestro bosque.
Y limpiando mi llanto con mi brazo, mientras esquivo los tupidos árboles
con sus ramas, las rocas y los arbustos.
Trastabillo en mi carrera a ciegas, pero logro reponerme antes de terminar
con mis rodillas en el piso.
Llegando a casa, veo a mamá con nana Marcello arreglando unas plantas del
jardín con tijeras y guantes puesto de jardinería.
—¿Cariño? —La siento decir, preocupada al pasar cerca de ellos.
Pero, sigo corriendo y no le contesto como no entro a casa.
Voy al único lugar, donde me siento segura.
La casita del árbol.
Trepo su escalera con ayuda de la soga, que siempre cuelga de ella y me
meto en su interior.
Busco mi rincón favorito, donde está la mantita de Hello Kitty.
Y contra la pared me siento en el piso y me tapo con ella, echa un ovillo y
con las rodillas sobre mi pecho, hago la segunda mejor cosa que se hacer
después de correr, gracias a Caldeo.
Llorar.
Llorar mucho.
CONSTANTINE
El rugido de las hélices de mi helicóptero personal desde el aire, se siente
más en su pronto aterrizaje al helipuerto de la azotea del palacio.
Los cientos de kilómetros, se convierten en minutos el traslado de una ciudad
a otra, cuando requieren de mi presencia en ambos sitios.
De su cabina, mi piloto con su pulgar arriba me hace señal de un próximo y
óptimo aterrizaje en breve.
Desde mi altura puedo apreciar, como el viento Lebeche, proveniente del Sur
Oeste, acude con arena y polvo es suspensión, por del desierto del Sáhara.
Arrugo mi ceño.
Este viento es el anticipo del Calima, la neblina provocada por el gran polvo
africano que acarrea hacia el sur.
Ruego que se convierta en un cálido Ostro que es húmedo y a veces trae
lluvia, que tanto le hace falta a mi pueblo y no se identifique con el gran Siroco,
que causa condiciones secas en nuestras costas, tormentas en el mediterráneo y
humedad con frío en Europa, llegando a la velocidad de un huracán.
La voz y sus coordenadas se escucha en el habitáculo interior, bajo el
comando y la voz de mi piloto, anunciando por su casco con micrófono
incorporado, nuestra llegada.
La respuesta no se hace esperar y es positiva, sonando en su
intercomunicador.
El helicóptero se pone en suspensión sobre la plataforma, para aterrizar y
puedo divisar al incondicional Cabul con otros sirvientes, a mi espera y
desafiando el viento en la altura, sosteniendo sus turbantes con las manos.
Bajo de este, sin esperar que detenga el motor cuando aterriza y camino a
ellos, inclinando mi cuerpo por mi altura y por la fuerza de las hélices aún en
movimiento y el ensordecedor ruido de ellas a la par del viento.
La mirada de Cabul de muchas vidas por a ver visto demasiado y sobre mí,
es de forma preocupante y llama mi atención.
Saludo con una mano en alto a los demás sirvientes y niego sus servicios,
mientras sostengo mi Kafiyyeh de mi cabeza que vuela en mis lados por el aire
fuerte.
— ¿Yahduth dhlk? (¿Sucede algo?)— Grito por sobre el sonido del
helicóptero, con su motor apagándose en descenso y el viento, mientras
caminamos hacia el ascensor.
Cabul se inclina a mí, sin dejar de caminar a mi lado y con aire preocupado.
— Shaqiqih... (hermano) —Murmura.
Me detengo en seco y me importa una mierda la tormenta, que nos desafía en
la altura.
¿Mi hermano?
—Qué pasa, con él? —Lo miro de forma dura y deshaciéndome, de mi saco
de vestir y se lo lanzo a un sirviente, que nos sigue paso atrás.
—Llamó maddam Lorna. Quiere hablar con usted Shayj...
Loraine Marie Nápole como su marido Ángel, son personas honorables.
Fueron, grandes padres para mi hermano.
Y lo siguen siendo.
Lo que jamás, fue nuestro padre.
Y no pudo, llegar a ser nuestra ámi alhulwa fallecida.
Por protegerlo, con su amor de madre.
Y con su muerte, yo prometí hacerlo hasta el final de mis días...
Porque, es mi hermano.
Mi sangre.
Mi mellizo.
Y me duele, ya que solo puede ser, algo muy grave.
Llego a mi oficina desabotonando los primeros botones de mi camisa de
vestir y el Kafiyyeh de mi cabeza y por ello, mi pelo negro cae sobre mis ojos.
Los hago a un lado para despejar mi vista, apoyando mis manos en el borde
mi escritorio que se cierran como puño por impotencia, dejando caer mi cuerpo
adelante y mi cabeza de forma cansada para abajo.
Alllah, im tasmah...ruego.
JUNO
—¿Bebita?
Entreabro mis ojos y lo levanto de mis rodillas con frazada de Hello
Kitty, que me cubre toda.
La cabeza de papá, asoma por la puerta de la casita del árbol mientras sube.
Me tapo más con la mantita, pero no contesto.
Mi rostro lo siento tenso, de lágrimas secas y mis ojos muy hinchados.
Creo que me quedé dormida, de tanto llorar.
No sé si pasaron minutos o horas y papá, tampoco me lo dice.
Se limita a tomar asiento en la entrada de la casita, casi a espaldas mío.
Tira su pelo ondulado hacia atrás con sus manos y con un suspiro, mira la
extensión del jardín de casa.
—Tu madre me llamó preocupada, al verte así. Pero cuando llegué a casa, ya
estaba en el teléfono con Lorna, cielo... —Sigue sin mirarme. —...tu tía llamó
triste, por lo que viste y el comportamiento de Caldeo.
Niego.
Y mis ojos pican, por nuevas lágrimas.
—No entiendo nada, papá... —Lagrimeo. —...con su llegada de África, su
rechazo fue inmediato. Nunca más, quiso mi compañía...ni mi amistad...
Ahora papá niega, sonriendo.
Pero su sonrisa es triste y no llega a sus ojos.
Y sigue, sin mirarme, pese a que lo veo de perfil.
Su vista, prosigue en el paisaje.
—... y cuando creí que las cosas se iban recomponiendo entre nosotros, me
hecha de su vida otra vez... —Prosigo, limpiando mi nariz con el dorso de mi
mano y mis lágrimas, con la mantita.
Papá resopla.
—¿Sabes la historia de Caldeo y como, llegó a nosotros? —Se sonríe. —¿Y
después a Lorna y Pulgarcito?
Asiento.
—Por el Hospital Infantil...
—Con dos cosas nos encontramos, con la llegada de Caldeo a nuestras vidas
nena. —Acomoda sus lentes. —Un niñito de unos 3 años, sin pasado. Que con el
tiempo descubrimos que a través de papeles falsos ingresó a nuestro país,
proveniente de África y donde lo único que sabíamos era su nombre verdadero,
ya que era lo único que pronunciaba. Y lo segundo, que padecía una enfermedad.
—Papá... —Gimo.
Me interrumpe, con una mano en alto.
—Una enfermedad... —Su cabeza, baja a sus piernas. —...que se pudo
detener a tiempo, en su multiplicación desordenada de células y controlar su
formación de masas y la invasión, a sus tejidos y que se extendiera, porque ellas
eran malignas, gracias a un tratamiento invasivo a Caldeo. Pudiendo con la
quimioterapia atacar la causa de su cáncer y por ende, arreglar ese ADN dañado
que provoca esa división de ellas, sin control con ese mal... —Se gira a mí.
—...hija, su tratamiento fue un éxito. Pero en células cancerígenas malignas,
siempre puede ocurrir que vuelvan a crecer algunas veces y Caldeo, lo viene
luchando desde los 17 años hija, cuando volvieron a despertar...
¡Qué!
—Papá, yo no...
—Nadie lo sabía. Caldeo mismo, nos lo prohibió decirlo. —Se arrastra hasta
mí. —Solo lo sabemos tu madre, Lorna, Pulgarcito y yo. Ni siquiera el tío Rodo
y Mel o sus amigos...
—¿Por...qué? —Susurro.
Me trae a sus brazos y no me niego, porque el cariño y los abrazos de papá,
son únicos.
—Porque, no quería ver a nadie sufrir de sus seres queridos, por su mal... —
Toca la punta de mi nariz con un dedo, con cariño. —...en especial, tu...y se lo
respetamos. Era su decisión como ya un adulto. —Suspira. —Fue una época de
muchos cambios para él. Se estaba convirtiendo en todo un hombre, su
enfermedad, su amor por ti... —¿Qué? — ...y en ese tiempo, el descubrimiento
de que tenía un hermano... —Me giro a él, de golpe.
¿Caldeo tiene, un hermano?
—Un hermano que siendo un adolescente también, hizo lo imposible para
ubicar su paradero y cuando lo encontró, logró contactarse con él.
—¿No fue, su padre? —Pregunto recostada en su pecho, pero elevo mis ojos
para mirarlo.
Y su mirada se oscurece, por algo.
—No, bebita. —Dice duro. —Su padre no. Su hermano. —Vuelven, a ser
cálidos. —Un hermano que le pidió que se reencontrara con sus raíces y familia
de sangre. Que cuando se enteró de la enfermedad de su hermano, puso un país y
toda Europa con sus mejores médicos Oncológicos a su disposición y Caldeo,
aceptó.
Dios...
Por eso, un año de tiempo.
Ya que, fue un año de tratamiento.
Un año él solo y por más familia de sangre que fuera, estaba sin la
contención de su familia de verdad.
Sin Lorna y Pulgarcito.
Sin nosotros.
Y sin, mi...
—¿Su tratamiento no funcionó, papá? —Me acurruco, más contra él.
—Solo detener su ataque, cielo... —Corre mi pelo, de mi frente. —Pero la
enfermedad, está...
—Y lo que vi yo, en su baño...
—Es tal, nena... —Me señala. —...se les llama vulgarmente,
acostumbramiento de drogas. —Suspira. —Las células cancerígenas se
acostumbran a las drogas propinadas, por su extenso periodo de tratamiento y ya
su efecto, va perdiendo poder y no es lo mismo.
No.
NO.
Me siento sobre mis talones.
—¿Y otra, quimio?
Papá niega.
—Caldeo ya no quiere someterse a nada, nena...muchos años sometidos a
exámenes, remedios de sabor desagradables, ver cómo te infiltran a máquinas,
jeringas en tu piel de grueso grosor. Y no olvidemos lo que fuiste testigo hoy, la
secuela y contraindicaciones de los medicamentos, como los vómitos, dolores
musculares, náuseas, cansancio... —Sus ojos están húmedos, como los míos.
—...procuré convencerlo esa noche del gimnasio. Le dije que la fortaleza a más
años de lucha, la encontrara en ti...pero, no quiere meterte en esto. Caldeo no
quiere que lo veas en esa lucha y ver por ti misma, su cuerpo deteriorarse...
Empiezo a negar, porque sé lo que me quiere decir.
Pero yo, no lo quiero entender.
Mi papá intenta abrazarme, pero me levanto rechazándolo.
—¡No! ¡No! ¡No! —Grito.
—Junot, escucha...
—¡No! —Chillo otra vez, caminando a la puerta.
—¿Hija, a dónde vas? —Se pone de pie.
Y me doy vuelta, llorando con rabia.
—No le voy a permitir que me saque de su vida, otra vez papá... —Niego,
limpiando mis lágrimas. —Ya, no más...
Se saca sus lentes para limpiar las suyas y sonríe.
—Carajo...como se parecen a su madre, de obstinadas.
Río entre lágrimas y corro a él, para abrazarlo.
Fuerte.
Me recibe y me estrecha contra él acunándome en sus enormes brazos, como
cuando era una niña.
—Te quiero, papá... —Lloro con mis emociones encontradas mezcla de
tristeza, dolor y felicidad.
—Yo también, bebita...yo también... —Pasa su pulgar por mis ojos, para
limpiarlas de mi lágrimas. —Ahora ve y busca a ese muchacho. Y juntos a la
par, dejen que los encuentre el milagro. —Me susurra, suave. —Porque, al
milagro no se busca ni se pide desde abajo, mirando al cielo. Él desde arriba, te
observa y viene a tu encuentro, créeme...
Asiento y lo abrazo de vuelta, para luego tirar mis hombros hacia atrás y con
un resoplido por fuerza, bajar las escaleras.
Me detengo a medio bajar, en la escalera del árbol.
—¡Dile a mamá, que no vengo a dormir! —Grito.
Me mira de lado, apoyado con un hombro en la puerta y cruzando sus brazos
en su pecho. —Llamaré a Lorna, para que ponga un colchón extra. —Me guiña
un ojo y se sonríe. —Distancia... —Me recuerda.
Río saltando al piso y volviendo a correr, en dirección y otra vez.
Al bosque.
Pero, decidida.
Muy decidida...
Capítulo 24
—¿Cómo, que no está? —Es lo que me sale de adentro, en casa de tía Lorna
cuando llego y en su cocina.
Mi tía se sonríe y dejando el último plato sucio en el lavavajillas, lo cierra y
me mira.
—Es un niño terco...
—Como una mula... —Agrega tío Pulgarcito con un puro en su boca y
viniendo del garaje trayendo un colchón.
Quiero reír.
—¿Papá, ya te llamó?
Dios.
Sorprendente mi padre.
Y mi tío suelta una carcajada, dejando el colchón en una pared para exhalar
una linda bocanada de humo y en forma de aro por su cigarro Cubano.
Me mira.
—Princesita, control es el segundo nombre de tu padre...
Sonrío.
Sip.
Eso, era verdad.
Me apoyo en la encimera de la cocina y elevo mis brazos al aire.
—¿Y qué? ¿Solo tomó su camioneta y se fue? —Los dejo caer, de forma
cansada. —Eso no es bueno tía, Caldeo se sentía mal por los efectos de los
medicamentos...
Y suspira, secándose las manos con un repasador.
—Caldeo no entiende razones y más cuando se trata de su enfermedad y con
tu aparición se volvió loco, ahora que te enteraste... —Baja su mirada. —..él
jamás quiso, que lo vieras así. Se vistió, tomó las llaves de su camioneta y se fue
como alma que lo llevaba el diablo.
Cruzo mi brazo.
—Que se acostumbre. —Digo, de forma dura.
Y los ojos de mi tía se abren y Pulgarcito, suelta una risita.
—Búscame mis lentes de sol, mujer. —Dice.
Mi tía, lo mira raro.
—¿Y eso, Ángel?
Su blanca dentadura aparece con la sonrisa y entre ellas, ese diente de oro de
toda la vida del tío.
—Porque, estamos por revivir viejas épocas y en ella, yo usaba mis lentes de
sol oscuros... —Me señala con el puro, entre sus dedos. —...a mi muchachita
Vangelis cabezona, cuando se le metía algo y no había vuelta atrás, contra el
jodido HRNM.
Sonrío más y mi tía también, para luego mirarme con preocupación con una
mano en la cadera.
—¿Mi niña, estás segura de esto?
Asiento, robándole un pedacito de apio que está por cortar, para la cena.
—Tía, sé que Caldeo me va hacer guerra. —Me encojo de hombros. —Nada
nuevo, para mí... —Mastico. —...pero, no me voy más...
—Una Vangelis, pura sangre. —Acota mi tío, subiendo con el colchón por
las escaleras.
Tú, lo dijiste tío.
De golpe, tía Lorna me lanza y atrapo en el aire, las llaves de su Mustang '60
rojo fuego.
Rostro que a mi tío se le desencaja, porque jamás lo pudo manejar, ya que no
lo presta.
La miro.
—¿Estás segura, tía? —Digo con ellas, entre mis manos. —Ese coche, es tu
bebé...
Eleva una mano como si nada, cortando las verduras.
—Vas a salir a buscarlo y está, por oscurecer. No puedes manejarte en
bicicleta a estas horas mi niña, úsalo cuando lo necesites. Tengo el coche de tu
tío, para moverme.
Y la beso y abrazo como agradecimiento, con un chillido de alegría.
Woah...
Iba conducir, un envidiable y clásico Mustang.
No me hago rogar y vuelo, al estacionamiento de la entrada de la casa donde
está.
Cuando subo a el, abrocho mi cinturón de seguridad e introduzco la llave al
contacto.
Y el motor, ruge al encenderlo.
Sonrío, apretando el volante y poniendo marcha atrás.
Puedo apostar, donde estás jodido Caldeo...
CALDEO
Un fino acorde, sale de mi guitarra sentado en la barra, mientras Salvador
atiende los pedidos de tragos.
El bar, no está muy lleno.
Pero siendo jueves a la noche y casi pisando fin de semana, en breve se
colmará de estudiantes por algo de buena música y cervezas.
—Muchacho, tienes una ojeras que te llegan al piso... —Me dice detrás de la
barra y dejando frente a mí, un gran vaso de mi gaseosa.
Mi favorita, con rodajas de limón.
—...estás seguro, que te sientes bien?
Miento y afrimo, con una sonrisa.
Carajo.
Hasta sonreír, duele.
Como cada jodido y puto centímetro de mi cuerpo.
Pidiéndome a gritos una cama.
Le doy un sorbo al vaso y lo miro a través de el.
Salvador es el único, de mi círculo de amigos que sabe de mi enfermedad.
Y mis dedos, se deslizan por las cuerdas de mi guitarra sobre mi regazo,
haciendo sonar unas notas.
Ni siquiera Caleb o Cristiano, lo saben.
No quiero miradas de lástima.
Otra nota de mi guitarra, que se mezcla con la música de moda del bar.
Y no quiero que sufran por mi culpa, tampoco.
Las náuseas siguen, pero el limón ayuda y suspiro cerrando los ojos en
derrota.
Cachorra, me vio.
Mierda. Mierda y re mierda.
Su rostro.
Su mirada, en mí.
Toda ella, era sorpresa.
Una súplica.
Tristeza.
Y al mismo tiempo, fortaleza y ganas de estar conmigo.
Por un momento, tan solo un momento.
Me sentí feliz, de verla ahí.
Porque, la idea de ella a mi lado en toda esta mierda, me reconfortaba.
Y jodidamente eso, me cabreó después.
Y le grité.
Mis manos cubren mi cara y las bajo, pesadamente por mis mejillas.
Santa Mierda.
Yo, le grité.
A mi bebita.
Y me debe odiar.
Muerdo mi aro de acero del labio, abriendo mis ojos.
Es lo mejor, Caldeo.
¿Era lo que siempre quisiste, no?
Que te odie, así se alejaba de ti.
Llevo mi mano a mi corazón y me lo acaricio, por sobre mi camiseta.
Jodida mierda, ahora me duele más todavía, en solo pensar Junot odiándome.
Y me pongo de pie y me encamino con mi guitarra al escenario.
Salvador me mira raro, secando los vasos.
Le guiño un ojo.
Si lo sé, amigo.
Solo canto, los fines de semana.
Pero le hago señas a los chicos sentados en nuestra mesa junto al escenario y
Cisco como Bruno, cual haciendo girar sus palillos de batería entre sus dedos al
aire y sonriendo, me dan el okey.
Están conmigo.
Si.
Necesito cantar.
Gracias chicos, por acompañarme.
JUNO
Empujo la puerta de vidrio, de la entrada del bar.
Automáticamente me golpea la música, con los instrumentos en vivo tocados
por Bruno y Cisco.
Y oh Dios...
La hermosa voz de Caldeo, arriba del escenario acompañado de su guitarra.
Mi cuerpo vuelve, a detenerse por ella.
Pero esta vez, no por escuchar su grito.
Si no, por el tono de ella.
¿Puede una suave voz llena de sentimientos dulces, ser poderosa y fuerte al
mismo tiempo?
<< Esta atrapado, por su pasado.
Él, ya no es el mismo.
Pero, me pertenece...>>
Dice la letra, de su canción.
Y es suficiente para mí y no tengo idea del por qué, de esa emoción.
Personas me empujan al querer entrar, porque estoy interrumpiendo el paso
de la entrada.
De a poco, se está llenando el bar.
Un trío de chicas agrupadas en un rincón, gimen su nombre desde abajo del
escenario y moviéndose entre ellas abrazadas, al ritmo de su canción.
Caldeo les sonríe, mientra continua cantando en esa actitud sexi de dios del
Rock, que todo él irradia.
Vuelvo a mirar, a las chicas.
Piernas kilométricas y hermosas.
Rubias y morenas con ropa informal, pero de la cabeza a los pies con sus
jeans y faldas, con miradas lobunas.
La mano de Caldeo empezó a acariciar el micrófono y sus dedos se
deslizaron por el pie de este, como si fuera el cuerpo de una mujer bajo esa
canción romántica, mientras su otra mano reposaba en sus pantalones negros y a
un golpe constante y suave del ritmo.
Más gemidos, de ellas.
Y yo inmóvil, con mi corazón latiendo con fuerza dentro mío, observando
los movimientos de su boca con cada palabra que cantaba.
Gesticulación perfecta, en labios perfectos y en una canción perfecta.
Movimientos sincronizados, al compás del bajo de Cisco y la batería de
Bruno.
Y esos ojos color hielo, que parecen más cristales, claros y felinos, en la semi
oscuridad del local.
La canción está llegando a su fin y las tres, se susurran entre ellas.
Sus objetivos.
Los chicos, de la banda.
Y mi sangre, hierve.
Pero, que perras.
La morena del trío focaliza en Caldeo y se acerca a él, cuando finaliza la
canción.
De forma predecible se inclina a él, para decirle algo y exponer con ese
escote "sutilmente" sus tetas talla 100.
Ruedo mis ojos y no puedo evitar, sentir mi estómago que se retuerce
locamente por los celos y en señal de saber, que él es solo mío.
Me detengo y abro mis ojos, con una mano en el pecho.
Santo Dios.
¿Acabo de decir que tengo celos y Caldeo es mío, en la misma oración?
Sorprendentemente, mi cerebro y corazón, me responden que sí.
Y me vuelvo a encaminar al escenario decidida, pidiendo permiso a la gente
de pie con tragos en mano y esquivando las mesas, cuando veo que Caldeo se
agacha desde el escenario, para escuchar lo que ella le quiere decir al oído.
Él le responde y ella se sonríe, jugando con un mechón de su pelo enroscado
entre sus dedos feliz, por su atención.
Ruedo otra vez mis ojos.
¿Cómo no?
Si Caldeo es un maldito hombre hermoso, tatuado y caliente.
Me acerco a ellos.
Lo siento, zorra.
Pero, él es mío.
—¡Fuera! —Sale de mí, llegando y la morena me mira sorprendida.
Corrección.
Ambos me miran sorprendidos por mi aparición y créanme, que yo también
lo estoy por mi tono, determinación y fuerza.
La chica sube, una mano a su pecho.
Para ser exacta, a su escotado pechos que desbordan bajo ese ceñido top
azul.
—¿Perdón? —Murmura, escaneándome de arriba abajo.
Mierda.
Debo dar asco y seguro una imagen de cualquier cosa menos sexi, con mis
holgados jeans claros, zapatillas blancas y mi camiseta rosa con el diseño de una
tabla de surf algo infantil.
Lo mira a Caldeo y me señala.
—¿Es tu hermanita? —Su tono es dulce y hasta diría maternal.
¿Qué?
¡QUÉ!
La mirada mezcla de asombro y enojo por mi intromisión de Caldeo, cambia
a cálida hasta de humor.
Sus labios hacen una mueca, mordiendo el piercing de su labio para tratar de
contener la risa en auge, que le está naciendo al escuchar a la morena.
Aún, inclinado sobre nosotras con su rodilla flexionada y con su guitarra al
lado, aclara su garganta ahogando esa carcajada y con una postura seria, dice que
sí.
Y le entrecierro los ojos.
Que hijo de***
—Awww...es tan chiquita y dulce... —Susurra y sus amigas la siguen.
Me miro.
¿Acaso, parezco de 15?
Ok.
Con mis hermanas no somos de contextura grande y curvilíneas, demás decir
que mi forma de vestir no me ayuda mucho.
Pero, tenemos lo nuestro.
Mis manos se hacen puño a mis lados, bajo la risita de Cisco que se acerca
con Bruno al grupo de chicas.
Puto Caldeo.
Respira, Junot.
Busca, una respuesta rápida.
Pestañeo de forma tierna y ganándome otra demostración de cariño maternal
por parte del trío de tetas sexis y otra risa de Caldeo.
Le divierte, toda esta mierda.
—Nuestra madre, me pidió que viniera por ti... —Digo algo tímida, para
luego mirar a la morena muy para mi gusto, cerca de él e invadiendo su espacio
personal. —...pero, veo que estás muy bien acompañado, hermanito... — Deja de
sonreír y me arquea una ceja sospechosamente, por mi teatro. —...voy a estar
allá. —Señalo la barra ocupada por un grupo de chicos apuestos y lindos, con
botellas de cerveza en mano y tipo buitres, follando con sus miradas a toda
mujer que camina en el bar.
Y Caldeo frunce su ceño, al notarlo también.
Me inclino, a la morena.
—Asegúrate que use condón. La última chica que estuvo con mi hermano, se
quejó de una fuerte urticaria vaginal... —Susurro y sin más, me encamino a la
barra con las carcajadas de Bruno y Cisco por mi dicho y bajo la mirada atónita
de la chica y un Caldeo haciéndose a fuego lento.
El hombre de barba tupida y entrecana, se apoya en el barra y me mira.
—¿Qué te puedo servir, amiga?
Frunzo mi nariz sentándome en una de las banquetas altas, algo cabizbaja
pensando en Caldeo y esa chica juntos.
—¿Un whisky? —Digo indecisa.
En las películas, todo beben esa mierda, cuando están tristes.
Y una sonrisa aparece en su rostro barbudo, negando con su cabeza
divertido.
—Marchando, un vaso de gaseosa.
Rayos.
Ni el hombre de fisonomía temible, me cree adulta.
Y una mano fuerte, rodea mi cintura por atrás.
—Por qué viniste, cachorra... —Su grave y baja voz con su cálido aliento en
mi oreja me atrapa, haciendo erizar los bellos de mi nuca.
—Ya te lo dije... —Balbuceo sin mirarlo y con mis ojos en el vaso de
gaseosa, que me ofrece el viejo, que nos mira curioso y con poco disimulo.
—...para ir a casa...
Sus labios tibios, reposan en mi nuca.
—¿Por qué? —Siempre con su voz baja y sobre mi piel.
Y cierro mis ojos, por ese dulce contacto.
—Porque, voy a cuidarte Caldeo... —Digo, con el mismo tono de voz.
Y por mi respuesta, un jadeo triste y cansado sale de él, apoyando su frente
en la parte trasera de mi cabeza.
El hombre de la barra lo escucha y sus ojos brillan de satisfacción.
¿Y de agradecimiento?
Uno de los buitres en ese momento, se gira con su trago en mano y saluda a
Caldeo, para luego mirarme.
—Muy linda, castaña... —Dice con su voz babosa, algo borracha y sus ojos,
se depositan en mis pechitos. —...lo tuyo, son las morenas y rubias con
escandalosas curvas, Caldeo. —Le reclama. – Déjame, esta muñequita a mi...
Una mano rápida de Caldeo sostiene la garganta del chico, provocando que
tire parte del contenido de su vaso con líquido en color ámbar, por su
movimiento brusco y de sorpresa al piso como parte de su ropa.
Corre su pelo negro de sus ojos a un lado, que aunque tienen señal de
agotamiento por lo de hoy a la tarde, se estrechan amenazante.
—Ella, es intocable... —Dice entredientes y bajo, mirando al resto del grupo
al lado de este, desafiante. —...y mía...
Oh Dios.
¿Escuché bien?
El chico eleva ambas manos al aire, al sentir que su mano que aprieta más su
cuello.
—Tranquilo, rey... —Intenta, tragar aire. —…entendimos. Ella, es
intocable... —Jadea ahogado, por la presión.
Caldeo lo suelta con un gruñido y con una seña que el hombre detrás de la
barra entiende, toma su chaqueta de cuero negra que le alcanza.
Agarra mi mano y me jala para que me vaya con él en dirección a la salida,
saludando con una mano en alto a los chicos de la banda y yo lo imito.
Otras chicas sexis lo intentan detener con saludos sugerentes, pero Caldeo las
ignora y sigue caminando.
Y me atrae contra él, cuando un grupo de muchachos entre risas y bebidas,
obstaculizan el paso por el bar ya lleno.
Mis ojos, se abren.
¿Acaso no quiere, que me rocen?
Su brazo se cruza sobre mi espalda y con su mano en mi nuca de forma
protectora y sus dedos, por sobre mi pelo suelto me acarician con suavidad.
Mi rostro se pega a su pecho por ese movimiento protector y cierro mis ojos,
porque la respiración de su pecho duro, es suave y pausada ante mi piel.
Y su perfume masculino y amaderado sobre la tela de su camiseta, me colma
con cada respiración que doy sobre la tela.
Ellos se corren ante la fría mirada de él, dejando un espacio para que
pasemos.
Y Caldeo sin dejar de abrazarme, me saca del bar.
Me lleva hasta donde está, su camioneta negra estacionada y me detengo.
—Vine en coche. —Suelto y me gano, una mirada rara de él y saco del
bolsillo trasero de mis jeans, las llaves de Mustang.
Y las mira sorprendido.
Su madre nunca, presta el coche.
Le arqueo una ceja, con suficiencia.
Pero a mí, resulta que sí.
Me rueda los ojos y me las saca de mis manos, volviendo por donde vinimos.
Busca el Mustang, por sobre los autos estacionados.
Caminando a su lado, me inclino para mirarlo.
—¿Qué? —Mis ojos van a su camioneta que vamos dejando atrás. —¿La
dejarás toda la noche, acá?
Se encoje de hombros, sin detenerse y me paro en seco y extiendo una mano,
por las llaves que me quitó.
—Si te vuelves conmigo, yo manejo.
Y se le escapa una risa en el medio y la oscuridad del estacionamiento, sin
dejar de caminar.
Pongo mis manos, en las caderas.
—¡Tía Lorna me prestó su bebé, a mí! ¡Caldeo dame las llaves! —Chillo. —
¡Le voy acusar!
Si, lo sé.
Re pendeja.
Sus hombros se sacuden por la risa de su linda espalda que veo, con cada
paso que da en dirección al Mustang, cuando lo divisa entre dos coches.
Rabia.
Odio.
Y ganas de arrancarle su sexi y caliente pelo desordenado, invade mi mente.
Grito de frustración, dando un pisotón en el piso y corro a él.
Y antes que se dé cuenta, me lanzo sobre su espalda y le hago mi famoso
torniquete de lucha con mis piernas en su cintura, que muchas veces utilicé
contra Hope en la sala de casa, por la posesión del control remoto de la
televisión.
Otra risa sale de él, por mi ataque infantil mientras intento inútilmente, robar
las llaves de su mano.
Y como si nada, camina en dirección al coche conmigo encima de su
espalda, sin el menor esfuerzo ante mi lucha.
Seguido a como si nada, abrir la puerta del acompañante.
Como si nada, saludar a unos chicos que gritan su nombre con una mano en
alto, mientras lo hace.
Como si nada y de un movimiento ágil y rápido de él, ya me encuentro
sentada y con el cinturón de seguridad abrochado en el interior del auto.
Como si nada, rodea el coche y abre la del conductor.
Y como si nada, lo arranca y conduce por las casi desiertas calles, bajo la
noche estrellada en su silencio perpetuo, pero con una media sonrisita de lado y
yo, con mi nariz arrugada y de brazos cruzados mirando el frente.
CALDEO
Santo Dios.
Quiero, matarla.
Pero también, besarla.
Tal vez, besarla hasta el cansancio y después matarla.
O mejor aún besar cada parte de ella, acariciarla, volver a besarla hasta que
crea soy su jodido mundo, acariciarla más y tal vez matarla.
No puedo evitar sonreír, mientras manejo por su obstinación por querer
conducir ella.
Jesús.
A las luchitas jugábamos, cuando teníamos diez años con cachorra.
Pero, que pendeja.
Me obligo a mantener mi mirada al frente, mientras giro en una calle.
Porque, si la miro reiré a carcajadas.
Y recuerda, que estás cabreado Caldeo.
Cierto.
Enojado.
Dudo.
¿Por qué, era?
Maldita sea.
Por la forma en que me mira, con sus bonitos brazos cruzados sobre su pecho
y provocando, que ellos resalten.
Y el calor de su cuerpo, cuando se lanzó sobre mí y el olor de su piel, me
estaba volviendo loco.
Mi dulce droga, que me hace olvidar todo.
Y la de mi pene, también.
Carajo.
Me reacomodo sobre el asiento con disimulo, por la jodida erección que
tengo gracias a cachorra y aprieto con fuerza el volante con mis manos, para
contener las ganas locas de tomarla aquí en el auto.
—No voy, a casa... —Susurra, cuando pido giro para doblar otra vez y en
dirección a su casa.
¿Qué?
La miro raro.
¿A dónde, cree que va?
Es tarde, jodidamente a la casa de nadie.
Ella me mira, pero se sonríe.
—Voy a tu casa, Caldeo.
Ahora sonrío, yo.
¿No me jodas?
Pero, su mirada me lo confirma.
Mierda.
No, no y no.
Nadie me cuida.
—¡No! —Digo, decidido.
Y me arquea una ceja, desde su asiento.
JUNO
No, dice Caldeo.
No, sigue diciendo cuando se vuelve.
No dice, apagando el coche en el estacionamiento de su casa.
No le dice a su madre una vez dentro y señalándome, para luego subir las
escaleras de su habitación, con nosotras detrás.
Abre la puerta, de su habitación.
—Si. —Dice automáticamente y me mira de lado y con él, una sonrisa
pervertida.
¿Eh?
Miro por sobre el hombro, de mi tía.
El colchón extra que tío Pulgarcito subió por las escaleras, está al lado de la
cama de Caldeo.
¿Qué?
Caldeo entra y yo me quedo en la puerta.
—¿Voy a dormir, con él? —Mis mejillas arden al escucharme y sacudo mi
cabeza. —¿Quiero decir...en su habitación, con él? ¿No en la de huéspedes?
Caldeo se sienta en su cama y me arquea una ceja sugerente.
Cabrón.
Tía Lorna, niega.
—La tercera habitación, no tiene calefacción hija. —Nos mira, sonriente. —
¡Como cuando eran niños! —Exclama nostálgica.
Miro mis pies.
Sip.
De niña, muchas veces me quedé a dormir.
Pero ahora resulta, que no somos niños...
La tía, se gira hacia Caldeo.
—¿Cariño, podrías traer el bolso que trajo mi niña Vangelis con ropa de
dormir para Junot, que quedó en la sala?
Caldeo asiente y nos deja solas.
—Tu madre, trajo tu ropa de cama. —Me susurra. —Está muy emocionada,
con todo esto... —Saca unas frazadas y una almohada extra de un closet. —
Todos, lo estamos. —Se corrige. —Contigo al lado de Caldeo y su enfermedad...
—Me sonríe triste y la abrazo.
Aunque la cena casera de mi tía estuvo deliciosa, Caldeo apenas tocó lo de
su plato.
Ayudando con el lavado de platos y limpieza de la cocina, mi tía me
tranquilizó diciendo que era normal la falta de apetito de Caldeo en un día de
hospital y después de su control, con suministro de fuertes medicamentos, vía
oral e intravenosa.
Aunque a una nueva quimio se había negado, aceptaba los calmantes contra
el dolor y soportar su aplicación cada jueves de semana, con el tormento de
secuelas que acarreaba ello después.
Saludé con un beso de las buenas noches a mis tíos y con un profundo
respiro, subí las escaleras en dirección al cuarto de Caldeo, que ya estaba ahí.
Di unos suaves golpes a la puerta, antes de entrar y su cuerpo recostado boca
arriba, aún vestido y con un brazo cubriendo sus ojos, me da la bienvenida.
Y silencio.
La respiración de su pecho, baja y sube de forma suave.
Está dormido.
Camino despacito a mi bolso que está en una silla por mi pijama, para luego
en dirección a su baño personal.
Cuando salgo ya vestido con el, Caldeo sigue en la misma postura.
Me dejo caer sobre el colchón del piso y me siento sobre mis talones, para de
forma cuidadosa aflojar más los cordones negros de las botas que tiene puestas y
para sacárselas de a una y dejarlas en el piso.
Me incorporo y también con cuidado, acomodo una de sus piernas, que
cuelga de un lado para subirla.
Hago a un lado, su frazada para taparlo vestido y por encima de ella.
Y en el momento que me alejo, la mano que descansa sobre sus ojos, me
toma por mi nuca.
Y aunque, es demandante y fuerte, no es de forma dura.
Nuestros rostros están a centímetro y su pulgar acaricia mi cuello de forma
tierna y con su mirada de cristal puro en mí.
Transparente y cálida, pese al color gris hielo que tiene como color.
Y con su pelo totalmente sobre ellos, haciéndolos poco visibles, pero
hermosos.
—¿Estás segura, cachorra? —Dice suave y con su mano aún, en mi nuca
sosteniéndome.
El recostado y yo casi encima suyo con ambas manos mías por sus lados,
para no caer sobre él.
—¿Esta segura, de querer hacer esto? —Prosigue de forma apagada y sus
ojos tristes, vagan por mi rostro, pero aunque ellos y su voz, denotan eso.
En su pregunta, hay cierta luz.
Una luz de emoción, por estar ahí para él.
Una luz, de esperanza.
—¿Estas segura, de poder soportar mis recaídas... —Susurra bajito. —...de
mis enojos y crisis, por toda esta mierda. —Prosigue. —¿Acompañarme en las
cosas difíciles que nos esperan juntos, con mi visita semanal al Hospital?
Soportar que ya un día, no pueda hacer cosas como cualquier chico de mi edad,
como seguir en la liga de básquet, salir o... —Su mirada, cae. —...volver, a
cantar? —Para luego mirarme, duramente. —¿Y los cambios que recibirá mi
cuerpo en mi apariencia, por lo que vendrá? —Y su voz se apaga, cuando
finaliza. —Hasta que llegue, ese día...
Dios.
Que no diga, eso...
Elevo una mano despacio, para acunar su mejilla y acariciarla e
interrumpirlo.
Y sus ojos, se cierran por mi contacto.
—Jamás estuve tan segura por algo en toda mi vida, Caldeo. —Sonrío. —Me
alejaste de tu vida una vez... —Murmuro y niego. —...pero, eso nunca más... —
Vuelvo a sonreír. —...voy a recuperar cada jodido día, que me hiciste perder de
estar a tu lado, estos casi dos años...
Suspira y me trae a su pecho de forma tosca y de golpe.
¿Existe, lo dulcemente bruto?
Sonrío sobre su pecho, mientras me abraza lleno de necesidad recostado.
Porque, Caldeo lo inventó.
Se gira conmigo de lado sobre su cama y en silencio, acomoda las frazadas
para taparnos.
Obedezco a su orden silenciosa y me acurruco más contra su pecho y su
abrazo, cerrando los dos nuestros ojos.
A veces, las palabras sobran.
Con Caldeo, es así.
No hace falta, de ellas.
Porque él, las trasmite sin hablarlas.
Las dice, con el sentimiento de cada una de sus miradas.
De sus emociones, en cada acción de su cuerpo.
Emociones y sentimientos, que dice que no sabe que son y no entiende.
CALDEO
<< La mano de Lála acaricia, mi mejilla ardida por la fiebre.
Acunado en su regazo y envuelto todavía con mi frazadita con mi monito
roto y sucio, bajamos de ese bus y tras caminar unas cuadras y en un callejón,
se sentó a descansar en un rincón.
Por sus mejillas, recorren lágrimas.
Una tras otra, mientras me mira con dulzura y me abraza más contra su
pecho, mientras gimo de dolor.
— Pronto ángeles de blanco, cuidarán de ti, mi pequeño Caldeo... —Hace a
un lado mi pelo negro con dos de sus dedos, de mi frente. —...y sanarás. Serás
protegido y criado por una familia que te ame como a un hijo, al'amir baladi...
—Sus ojos se elevan al cielo negro y algo nublado. —...'akhuk Constantine te
encontrará y cuidará... —Se sonríe. —...y asegurará tu bienestar, por el de
vuestro padre...
Su mano temblorosa, saca del bolsillo de su túnica de lindos colores, un
celular.
— Ya cumplí, mi pequeño Caldeo... —Besa mi frente, sintiendo la humedad
de sus lágrimas por ello.
Teclea tres números y vuelve a mirarme.
— Recuerda las palabras de tu Lála mi príncipe. No hables, Caldeo...porque,
si él te encuentra antes que tu hermano y por hablar, habrá dolor... —Seca su
llanto.
Y una voz femenina, suena del otro lado del teléfono.
— 911 Emergencias... —Dice.
Lála, cierra sus ojos.
— Pueden mandar una patrulla...hay un niño abandonado en un callejón,
que necesita hospitalización, urgente... —Murmura, abrazándome más contra
ella. >>
JUNO
Se retuerce.
Gime.
Se queja con dolor, en sus sueños.
Me despierto aún entre sus brazos, por esa lucha interna en su pesadilla.
Aunque todo está a oscuras, puedo ver por la luz tenue de la calle, que
atraviesa por la ventana con sus cortinas corridas.
Su rostro está lleno de sudor y dormido, que con fuerza batalla contra lo que
sea que está soñando.
Me incorporo.
—¡Caldeo! —Grito, tomando sus hombros. —¡Caldeo, despierta! ¡Es una
pesadilla!
No reacciona.
Ese guerreo sueño, lo tiene atrapado.
Y un escalofrío me recorre de tristeza, por su dolor.
Me subo a horcajadas de él y lo abrazo contra mí, con todas mis fuerzas.
Trato de acunarlo, pero su lucha y él, son más fuerte que yo.
Apoyo su cabeza en mi pecho, intentando contenerlo.
—Caldeo, despierta. —Susurro en su oído y antes de que pueda asimilar mi
acción, ya lo hice.
Lo besé.
En los labios.
Fuerte.
Sin dejar de abrazarlo y acunarlo, en la oscuridad de su habitación y un
gemido, sale de su boca unida a la mía.
Su hombros se relajan y sus labios, se entreabren.
—Bebita... —Susurra, con otro beso.
Lágrimas de felicidad al verlo despertar y ya fuera de sus pesadillas, emergen
de mis ojos.
Y sonrío entre ellas y su boca.
—Tenías, una pesadilla... —Logro decir, tras el beso y se incorpora, conmigo
encima.
Sus manos, despejan mi pelo de mi rostro con su frente, apoyada en la mía.
Y su respiración aún agitada por el mal sueño, se intensifica cuando una de
sus manos en mi cara, recorre el contorno de mi cuello, hombro y cintura.
Para abrirse y acariciar, la curvatura de ella de forma tierna.
Y algo, me sacude.
Como una descarga eléctrica.
Una dulce descarga eléctrica, que nace de mi bajo vientre, para colmar todo
mi cuerpo.
Mis manos apoyadas sobre su duro pecho, se deslizan hacia abajo con mis
dedos acariciando de forma lenta su vientre, hasta el borde de su camiseta.
Levanto mis ojos y los nivelo con los suyo, insegura a su reacción.
—Jun...— Caldeo, susurra dudoso.
Me inclino a él antes que dijeras algo más y beso al chico de mis sueños y de
mi vida.
Y gime ante el contacto de mi beso y su respuesta, es rápida deslizando su
lengua dentro de mis labios, apenas entreabiertos.
Con lentitud elevo la tela y él se inclina hacia adelante, para darme acceso y
ayudarme para sacarle por su cabeza jalándolo y cayendo, sobre el colchón del
piso su camiseta.
Mi dedo dibujó su tatuaje del dios Maorí de todo su torso desnudo, para
luego recorrer hacia arriba y a mi favorito.
El de su garganta.
Y sonriendo, hecha su cabeza detrás, para que tenga acceso.
Como siempre lo hicimos de chicos y tirados sobre el colchón de hojas y a
orillas del estanque para que explorara su piel tatuada.
La yema de mi dedo se detiene en la flor de Loto, color rojo fuego y la beso
y un suspiro profundo sale de él, cuando lo siente y de forma ingenua, hago un
camino de besitos desde su cuello, clavícula y hombro.
Entonces me estrecha con fuerza, aspirando el aroma de mi pelo y me
abandono en ese abrazo.
Ambos de esa necesidad de sentirnos y borrar ese largo tiempo distanciados,
pero nunca separados.
Porque, nunca lo estuvimos en realidad.
Lo que nos une es más fuerte que ese alejamiento y la distancia.
Que su pasado y mucho más fuerte, que su enfermedad.
—No me dejes, bebita... —Me abraza, con más fuerza.
Aún a horcajadas de él, sonrío sobre su cabeza y le correspondo con la
misma intensidad su abrazo.
—Nunca, me fui... —Digo.
Y toda las razones que teníamos, para no estar juntos.
Desaparecieron.
Se esfumaron.
Su abrazo se afloja en mi espalda y tomando con suavidad mi remera de
pijamas a cuadros, me despoja de ella, terminando arriba de su camiseta sobre el
colchón del piso.
Su dedo dibujo mi sujetador blanco y un suspiro sale de mí, ante el contacto
de su mano por sobre la tela de ellos y acariciando mis pechos.
Sin dejar de mirarme, los desabrochó haciéndolo correr por mis brazos, para
dejarlos sobre la cama.
Caldeo observó con lentitud, cada centímetro de mis pechos desnudos frente
a él.
Y nuestros ojos, se encuentran.
Él lee, mis nervios.
Pero yo también, leo los suyos.
Es, mi primera vez.
Nuestra primera vez...
Pasa muy lentamente sus labios, por mis senos y el frío del acero de su
piercing, eriza mis pezones de una forma dulce, cuando lame uno, seguido del
otro.
Y vuelve a abrazarme con fuerza, cuando con un de ellos en su boca lo chupa
profundo.
Succionando fuerte y provocando, que yo gimiera de placer tirando mi
cabeza hacia atrás, ante esa sensación nueva para mí.
Y mi cuerpo convulsiona, cuando Caldeo lo abandona, para seguir con el
otro amamantándose.
Toma mis caderas, me gira sobre él y me acomoda de espaldas al colchón
con suavidad, soltando con un dulce pop mi pezón.
Y sentado sobre sus talones en la cama e introduciendo ambos índices en la
cintura de mi pantalón pijama, me mira a través de sus pestañas oscuras,
esperando mi confirmación.
Muerdo mi labio y mi respuesta, es elevar mis caderas para mejor acceso a
sacarlas.
Y sus manos en el trayecto de mis piernas sacándolo, acariciaron mi piel.
Seguido después, de mis braguitas.
Y cierto rubor me invade, al sentirme expuesta y mi mano desciende con
vergüenza, para taparme.
Niega, tomando mi mano y la besa sonriendo.
—No. —Me dice con ternura, para luego conducir esa misma mano entre la
suya, al cinturón de sus jeans.
Lo miro.
Y asiente, sonriendo más.
Lo hago tímida como algo indecisa y sin práctica, abriendo la hebilla de su
cinturón de cuero, para luego desabotonar su jeans oscuros.
Mis manos empujan su pantalón por su baja cintura e introduciendo parte de
mis dedos teniendo contacto en el interior, con la suave tela de sus bóxers y su
trasero.
Un jadeo sale de Caldeo besando mi hombro, mientras con su ayuda me
deshago de el y su ropa interior.
Y ambos, jadeamos al sentirnos.
Abrazados.
Él, sobre mí.
Y desnudos.
El calor, de nuestros cuerpos.
Y piel con piel.
Su boca acaricia mi boca, para luego chupar y morder mis labios,
profundizando el beso.
Su lengua entrelaza la mía y como el movimiento suave de ellas, su cuerpo
se frota desnudo en el mío, sintiendo su duro pene en mi centro.
Gemí sobre su boca y con una sonrisa, la ahogó con otro beso volviendo a
frotarse sobre mí.
Calor.
Dulce calor.
Volvió a adueñarse de mis pechos, mientras sus manos dibujaban pequeños
círculo en mi vientre, hasta llegar a mi entrepierna.
Su caricia fue suave sobre mis pliegues y eso hizo, retorcerme bajo él.
Caldeo me mira y con la punta de su nariz acaricia la mía, cuando introduce
en mi interior un dedo.
Y otro gemido sale de mí, al sentirlo y de él, un jadeo de satisfacción.
—Mía... —Susurra profundizando dentro mío, para luego sacarlo y volver a
introducir. —Santo Dios... —Me besa. —Estás estrecha y húmeda... —Murmura,
jugando más en mi interior de forma suave, hasta sentir el obstáculo.
Mi tarjeta V.
Acaricia mi mejilla deteniéndose, pero con su dedo dentro mío y yo me
quejo, por ese abandono.
Me mira con ternura, por ello.
—Cachorra, algo va doler. —Me susurra. —¿Estás, segura?
Acuno su rostro con mis manos, corriendo su pelo de el y asiento.
Sonríe él.
— M.Í.A. —Repite, besando mi pecho.
Para ser precisa, donde está mi corazón.
Con suavidad saca su dedo de mi interior, con otra queja mía y muerde su
labio sonriéndose, al sentirme.
Y extiende su brazo para sacar algo, del cajón de su mesilla.
Un condón.
Se sienta sobre sus talones frente mío regalándome la vista, de la gloria de su
desnudez tatuada bajo la luz que atraviesa por la ventana, rompiendo el
envoltorio con sus dientes para luego escupir con sus labios el sobrante y
deslizarlo por duro y largo pene.
Hermoso y sexi, verlo.
Una de sus rodillas, separa más mis piernas al acostarse sobre mi
nuevamente.
Y puedo sentir, el calor de su pene en mi entrada.
Entrelazando nuestras manos por sobre mi cabeza y apoyando su frente en la
mía.
Posicionando mejor sus caderas y con un suspiro, me penetra con suavidad y
se detiene.
Ambos gemimos y no pude soportar el calor que tira de mí y como algo
natural mis piernas, abrazan su cintura provocando, que se profundice más en mi
interior.
—¿Duele? —Susurra con su respiración entrecortada, besando mi nariz.
Miré sus labios.
Eran llenos y perfectos con ese piercing, entre ellos.
Negué.
Sujetó mi cuerpo y se empujó, más dentro mío.
Volvimos a gemir y otra vez, se detuvo.
—¿Duele, bebita? —Acaricia mi pelo, bajo todas las sensaciones nuevas,
que me abrumaban.
Todas y con ese dulce ardor.
Calor, embargándome.
Y todas pidiendo a gritos, una sola cosa.
Que Caldeo se haga cargo y me saciara.
Y donde mi corazón, colapsado.
Pedía también y reclamaba, su posesión en mí.
Mi cabeza se sacudió negando y mis caderas como con vida propia se
empujaron a su eje, provocando que tocara lo que marcaba mi virginidad.
Mi himen.
—Cachorra... —Jadeó al sentirlo, conteniendo su fuerza de tomarme y
empujarse más.
Todo Caldeo era una batalla de freno, contra su dominio por poseerme a su
ritmo.
Como él me dijo, una vez.
Duro.
Y una oleada de calor, me invadió al pensar en ello.
Porque, jodidamente quería y me sentí más excitada, pensando en eso.
Relajé mi cuerpo y mis dedos se enredaron en su pelo respondiendo que
continúe y Caldeo hizo lo peor y más lindo, que posiblemente podía hacer.
Esbozar una sonrisa sincera y de amor, mientras se deslizó fuera de mí, para
entrar otra vez.
Con más fuerza.
Y un ardor.
Un doloroso ardor, llenó mi interior con él dentro mío.
Gemí por ese daño que sentí, echando mi cabeza para atrás, arqueando mi
espalda y diciendo su nombre.
Caldeo me abrazo contra él para apaciguarlo, inmóvil pero sin perder ese
dulce contacto.
Y algo se rompió en mí, pero eso le dio un dulce acceso de consuelo a mi
dolor.
El sentirlo, plenamente.
Cada centímetro de Caldeo, en mi interior.
Volvió a deslizarse hacía fuera, para entrar otra vez.
Y para mi sorpresa, ya no dolió tanto y en cambio, esa sensación de placer y
querer más, me llenó.
Besé sus labios a medida que se empujaba, dentro mío.
Y gimió de placer al enroscar más mis piernas en su cintura, provocando que
su embestida sea más fuerte en mi interior.
Grité su nombre por la fuerza, pero sin ser duro.
Lo hice de satisfacción y calló mi grito con un beso posesivo y demandante.
Succionó, mordió y lamió mis labios entrando y saliendo de mí.
Su otra mano se aferró más a mi cadera y acunó mi trasero, para profundizar
con otro empujón, haciéndome ahogar otro grito.
Se quedó inmóvil por tan solo unos segundos acariciando con el dorso de su
manos mi rostro para que nuestras miradas se encontraran y con todo su pene
latiendo en mi interior, tan profundo que me hizo temblar.
Poco a poco, lo sentí sacarlo a afuera muy despacio.
Y mordió su piercing, sin dejar de acariciarme.
Porque quería, que lo sintiera cada centímetro de su longitud
abandonándome, para luego penetrarme de vuelta.
—Tuyo... —Susurró bajito y empujándose, más dentro mío.
Rodeé su nuca, con mis manos.
—Tuya... —Susurré yo y empecé a sentir el acercamiento de algo hermoso
ante el placer, obligándome a pedir más y arquearme más a él.
Mis piernas ante eso, comenzaron a temblar por ello y Caldeo con un
gruñido de satisfacción, se entregó más a mí y por poseerme.
Algo líquido recorrió mi interior, el resultado de la llegada de mi orgasmo y
envolvió a Caldeo en mi interior, dando más intensidad a nuestros cuerpos
unidos y escurriéndose en nuestras piernas.
Cuando no pude más, cerré mis ojos y exploté en un dulce equilibrio entre el
cielo, la tierra y en millones de pedacitos de mi éxtasis.
Sus brazos me sostuvieron con ternura, mientras me corría, para que no
colapsara por mis piernas desfallecidas y con mis gemidos de placer, provocando
el llamando del suyo y empujándose una y otra vez en mi interior, por la
búsqueda de su clímax.
Y su cuerpo se tensa y estremece al llegar, con su corazón latiendo fuerte y
con mi nombre en sus labios, con su última embestida ya de forma lenta, para
sacar los últimos restos de su orgasmo.
Varios segundos pasan, con nuestros pechos todavía moviéndose de forma
agitada e intentando recuperar el aire.
Me envuelve más bajo él, con cariño y pulsados aún por nuestra unión.
Abro mis ojos y me encuentro con los de Caldeo mirándome sudoroso y de
forma tierna.
Corre mechones de mi pelo transpirado, de mi rostro y yo lo imito.
—Te amo, Junot... —Me susurra, bajito.
Capítulo 25
Bostezo.
—Tía Lorna, se va dar cuenta... —Susurro, a su lado.
Caldeo, solo con unos viejos pantalones de gimnasia y descalzo, rasca su
barbilla.
Su pelo está todo alborotado y disparado sin contar la cara de sueño aún, en
su lindo rostro de piel café con leche.
Ambos a los pies de su cama, miramos sus sábanas con las pequeñas huellas
rojas, de mi virginidad entregada.
—Papá, va a matarte... —Digo.
Asiente, totalmente convencido.
—Ordenará a Grands, para que lo haga... —Prosigo.
Asiente otra vez, sin dudar.
—Y no te salvará el hecho de que su hijo, sea tu mejor amigo... —Murmuro.
Hace una mueca seria, pero afirmando con su rostro.
Nos miramos.
Y rompemos, en risa.
Envuelta como estoy en una frazada y desnuda, me abraza y con un
movimiento me alza, caminando en dirección a su baño y conmigo encima.
Se lleva puesto el colchón del piso por comerme a beso, lo que lo hace
rebotar contra su armario y que caigan unos libros de un estante sobre su
hombro, provocando que riamos más y a carcajadas.
Nos duchamos juntos y la esponja llena de jabón líquido y espuma en mis
manos, recorre el cuerpo desnudo de Caldeo.
Me detengo en su brazo que tapizado en tatuajes con diseños tribales, flores
de cerezos y algunas maravillas del mundo.
Que con sus colores de tinta en ocres, gama de los rojos y azules con sus
sombreados y que ocultan en cierta manera, el color con el hematoma de tantas
inyecciones y catéter.
Me inclino y su mirada me dice que sabe, lo que voy hacer.
No me lo niega.
Pero cierra sus ojos con un suave suspiro, cuando lo hago con la lluvia de la
ducha sobre nosotros, mientras beso la zona varias veces y de forma lenta.
Para luego, ese brazo después se flexione, para rodearme y abrazarme.
Su otra mano desciende hasta mi baja espalda y me jala más a él, para volver
a alzarme y llevarme contra la pared.
No lo impido y correspondo con mis piernas, abrazando su cintura.
Su mano vagan a una pequeña repisa en busca de otro condón y lo abre con
los dientes, mientras corro a un lado su pelo y el mío que por el agua, estorba y
cae sobre nuestros ojos.
Escupo agua.
Se sonríe mientras se lo pone y con suavidad, comienza a introducirse en mi
interior.
Y los dos, gemimos por nuestro dulce contacto.
Caldeo empujando contra mí y yo me dejo llevar, contra la húmeda pared de
cerámicos de su baño.
Suave.
Despacio.
Profundo.
Disfrutándonos.
Y sintiéndonos.
Siendo dos personas, convirtiéndose en una.
Para siempre...
∞∞∞
CONSTANTINE
Levanto mi fina copa de champagne, ante el brindis que todos quieren hacer
por las negociaciones cerradas del Emirato Árabe por su petróleo al exterior,
después de la cena.
Miro mi reloj con disimulo, dando un sorbo a mi copa.
Cinco minutos más y me largo.
Jodidas, aijtimaeat aleamal.
Latifa a mi lado y por abajo de la mesa, acaricia mi pierna interna para luego
más arriba, sin dejar de sonreír o hablar con los demás integrantes de la mesa, en
el finísimo restaurant en el que estamos.
Le elevo, una ceja.
Ya sus caricias, no me producen ninguna erección.
Lejos estoy, de ello.
Pero es hermosa, fina y educada.
Y muy buena, en la cama también.
Por eso me acompaña, en esta cena de negocios.
Sus ojos negros como la noche, me dicen que me aman.
Alqaraf...
¿Cómo se hace para negarla y no quedar, como un idiota?
Porque, sabe que no la amo y no se merece esto.
Pero ella aún, sigue a mi lado.
Hago seña a Cabul con mis dedos en alto, que está desde su rincón y unos
metros detrás mío.
Le digo bajo en el oído, que vaya por el coche y me espere en la entrada.
Se que voy a quedar descortés, yéndome en plena cena de negocios.
Me importa, una mierda.
Vine por una cuestión de protocolo como mi deber de Shayj y porque
firmando este acuerdo con mi bendición en ello, será más manos de obra y por lo
tanto, más trabajo para mi pueblo.
Pero, solo escuché la cuarta parte de lo que decían.
Porque mi cabeza estaba con mi hermano y en las palabras de Lornaine, su
madre cuando hablamos por teléfono.
<<— ...Sus recaídas aumentan Constantine. Ya lo medicamentos, no hacen
el efecto de antes y estoy preocupada hijo, porque Caldeo se niega a la
quimioterapia. Es terco como una mula...y los médicos, aseguran que su hígado
está más débil...>>
Mi mano relajada sobre la mesa, se hace un puño.
A la mierda los 5 minutos, de espera.
Me voy.
Todos se ponen de pie, al ver que corro mi silla y dejo a un lado mi servilleta.
—Sadati, wa'ana 'aetadhir... —Digo.
Y sin más, me retiro con la reverencia de ellos por su respeto hacia mí.
Ayudo con su abrigo a Latifa, para luego de mi brazo caminemos en
dirección a la salida.
Una vez fuera, beso su frente como despedida y se sorprende.
—¿No voy contigo al palacio, Constantine?
Niego abriendo la puerta trasera, de la limosine blanca para ella.
—No Latifa. Me voy ausentar, por unos días.
Sus ojos brillan, de tristeza.
—¿Viajarás?
Asiento.
—América. Visitaré, a mi hermano.
Sus manos se entrelazan delante suyo y baja la vista al piso.
Por respeto, a mí.
Al Shayj.
—¿Puedo, acompañarte? —Susurra.
Hago a un lado mi pelo de mis ojos, que se escapó de mi Kafiyyeh.
—No, Latifa.
Asiente obediente, para luego entrar al coche.
—Hablaremos, en mi regreso. —Digo cerrando la puerta y una vez dentro,
toco el techo como orden a mi chófer, que la lleve a su casa.
Cabul a mi lado, me sigue al otro parking vip, mientras aflojo la pajarilla
negra de mi smoking y el botón de mi cuello, mirando a adelante.
Le entrego mi Kafiyyeh acomodando mi pelo desordenado a un lado, para
montarme en mi moto y ponerme el casco.
—¿Entonces está decidido, viajará Shayj? — Pregunta.
—Caldeo es muy terco, Cabul... —Digo encendiendo la moto y esta ruge,
haciendo eco en el interior del estacionamiento.
El viejo se sonríe, negando y yo también lo hago, bajo el casco.
— Faman mmithllik Shayj... — Dice, sonriendo respetuosamente.
Y palmeo su hombro, con cariño.
—¿Somos hermanos, no? —Es mi respuesta.
Y hace una reverencia, de felicidad.
Con Cabul, es el único que me permito, ser un poco yo.
Un muchacho de 20 años y no, un hombre con tantas obligaciones.
— ¿Syd Leon, sabe de su viaje por visita, al Sayyid?
Frunzo mi ceño, al sentir su nombre y niego.
—Se lo diré, personalmente...
Y hace, otra reverencia.
Con una seña de mi mano sobre mi casco, me despido de Cabul y con un
chirriante acelerada de mi gran moto, desaparezco por la rampa con acceso a la
salida del estacionamiento, seguido por algunos hombres que son parte de mi
seguridad, en su coche negro.
Y acelero más, sonriendo para mis adentros, esquivando los coches a gran
velocidad.
Los perderé, en la próxima esquina.
Capítulo 26
CONSTANTINE
— Al 'ahmaq sakhif...(pendejo de mierda) —Gruño una maldición desde el
asiento trasero de la Hammer triple cabina blanca, conducida por Cabul sobre la
gran avenida.
Me cortó.
Gruño más fuerte, ganándome una risita de Cabul, por el espejo retrovisor.
Se detiene en un semáforo en detención, mientras intento llamarlo.
Me manda al buzón.
Perfecto.
Mi hermanito bonito, ahora no me quiere atender.
Después de casi quince minutos escuchar sus mandatos imperialista y sus
mierdas de hermano mayor por tres minutos, de obediencia al Sayyid y de que no
viaje a verlo, me corta en plena discusión.
Mi garganta se cierra, no puedo tragar y hasta siento, que me cuesta respirar.
Quiero estrellar mi teléfono contra la puerta de mi lado y destrozarlo en un
millón de pedazos.
Mierda contigo, Caldeo.
Y voy hacer ese puto viaje, lo mismo.
El coche se detiene en el gran portón de seguridad y de acero crudo, que
abren automáticamente, ante la presencia de este.
Los guardias uniformados y con armas colgando de sus hombros, hacen una
reverencia ante mi llegada por más que no ven, por los vidrios polarizados de
oscuro.
Pero saben, que estoy.
Una vez dentro, el director del Jazzayiy (penal) ya está a la espera para
recibirme, en el patio interno del presidio.
Abre mi puerta con un saludo de reverencia, mientras a Cabul le hago seña
con un dedo en el aire, que aguarde dentro del coche.
Asiente.
Lo imito al hombre y sin palabras verbales de por medio, lo sigo cruzando
por la única puerta de acceso y con ese extenso pasillo.
Oscuro.
Y casi, sin luz.
Como los condenados, que habitan en él.
El director se despide al llegar a las doble puerta con barrote de seguridad,
donde dos guardias ya están a mi espera, como cada vez que vengo.
Suspiro.
El sonido de la alarma autorizando la abertura de la puerta y proveniente del
piso de control, se siente de forma insipiente.
Y otro corredor, nos recibe.
Uno más amplio de color marfil y con puertas en material de aleación
blindada, en ambos lados de sus paredes.
Ocupadas por prisioneros, cumpliendo su condena en absoluta soledad y
máxima seguridad.
Casi al final, uno de los guardias pasa el código secreto por el tablero,
contiguo a la puerta.
Esta se abre mecánicamente, con el bip de fuera cerrojo de seguridad.
Los custodias se hacen a un lado con respeto hacia mi para que ingrese, pero
dejan la puerta abierta y se ponen en guardia y a ambos lados de esta con armas
en manos.
Ingreso a la habitación y me detengo a mitad de ella.
Está iluminada por la ancha y enrejada ventana sin cortinas, donde la luz
diurna dibuja sobre la pared frontal, la silueta de esta con sus sombras.
El sonido de una vieja mecedora estilo turca en madera ébano y gamuza,
invade el lugar con su ir y venir, meciéndose por alguien.
Cruzo mis brazos, sobre mi pecho.
— Hal wasalna 'iilaa ruyat abni...(viniste a verme, hijo mío) —Dice con su
voz despectiva y sin amor, pese a su oración.
Sin mirarme.
Solo, meciéndose una y otra vez.
Despacio.
Lentamente.
En otra época, esa actitud me hubiera dolido.
Pero, ya no.
Bajo, mi mirada a él.
—Leon... —Solo digo, como saludo.
Capítulo 27
CONSTANTINE
—Muchas lunas, han pasado abni alhabib, (querido hijo) desde tu última
visita... —Aunque eso, viniendo de un padre sonaría a reproche, en León no.
Más bien, es una apreciación.
Sigue, meciéndose.
De forma suave.
Tranquila.
Y sin levantar, su vista a mí.
Sin mirarme.
Y como si hablara consigo mismo, prosigue.
—¿Vas a buscar a 'akhuk (tu hermano) no es cierto?
Y un jadeo sale de mí, tensando mi cuerpo por sus siempre aciertos y en la
forma que lo dice.
Esa forma seca, certera y fuera de signo, de vida y amor.
Y aunque, la oscuridad de la fría habitación y mi distancia de él, me lo
impide.
Siento su sonrisita silenciosa, que toda la vida lo acompañó, elevándose una
de las comisuras de sus labios, cuando se sentía poderoso.
Una sonrisa, sin emoción.
Que más que simpatía, produce temor.
Mi postura, cambia a rígida y fuerte, ante él.
—Siempre admirable tus certezas, Leon. —Murmuro, caminando unos pasos
a él. —Voy a buscar al Sayyid a que ocupe su lugar.
Sus manos viejas, aprietan con fuerza los apoyabrazos de la mecedora.
La rabia.
Su rabia, de siempre.
Por mi hermano.
Dios...
¿Si es, su hijo también?
Hace un chasquido con su lengua y por fin, se digna a mirarme con esos ojos
grises y cristalinos que heredamos con Caldeo y con ese desprecio con poco
disimulo, que toda la vida se manejó.
Cuando era joven.
Cuando fue, mal esposo.
Mal padre.
Y mal rey.
—¡El Sayyid, eres tú! —Vocifera y se pone de pie, caminando hacia mí.
—¡Por qué, te derroqué! —Respondo.
Los guardias se alertan ante su grito y se posicionan ante él con sus armas.
Pero, elevo una mano como orden en ellos, negando.
Provocando que el inmenso anillo de generaciones dada y antigüedad en mi
dedo anular, al primogénito varón de la princesa Baru Hashim de las tribus
Qurash, destelle en su oro blanco y la piedra púrpura, del profeta Abraham.
Esa actitud amenazante de venir a uno, años atrás me hubiera hecho dar
miedo.
Mucho temor.
Hasta temblar.
Como lo hice incontables veces, siendo niño y agazapado desde un rincón,
con mis brazos cruzados sobre mí, para protegerme en alguna parte del palacio.
A la espera, de sus castigos.
Ahora, ya no vacilo.
Ni siquiera, le temo.
Es un pobre viejo.
Los excelentísimos y mi pueblo una vez me preguntaron, porque no lo pené a
muerte por sus culpas.
Simple.
No soy, un asesino como él.
Y su amenaza a golpearme, queda a mitad de camino de mi mano tomando
su garganta.
Soy mucho más fuerte y lejos está su altura, de mi 1,90m.
Y más poderoso.
Por mis años de entrenamiento en la real academia militar, de Sandhurst del
Reino Unido y mi blasón.
—No te atrevas, a levantar tu mano hacia mí, León... —Gruño.
Lejos estoy de lastimarlo, pero con la mirada de sus ojos ante mi presión
sobre su cuello, está enterado que conmigo ya, no se jode.
— ¡Nakir liljamil w ghyr mjzy! (desagradecido e ingrato) —Jadea y se suelta
de mí.
Le hago una reverencia como respuesta, porque no soy eso.
Pero lo miro de forma dura a través de mis pestañas oscuras.
—Por mucho tiempo, no entendí tu desprecio a'khi (a mi hermano). Pero el
único y verdadero Sayyid del pueblo, es Caldeo Kosamé primogénito de la
descendencia, del patriarca Abraham... —Elevo, mi anillo. —...de la cuidad de
los Ur Kásdim o ciudad Ur de los Caldeos y su piedra púrpura. —Finalizo con
fervor, por amor a mi pueblo y hermano.
Me giro y con una seña, le doy órdenes a los guardias, que se retiren
conmigo.
Doy por finalizada mi visita, pero su voz rasposa me detiene y se congela la
sangre, al escucharlo.
Está a espaldas de mí y con ambas manos apoyadas en la mesa que es parte
del mobiliario de la habitación.
—La naturaleza, es sabia. Ella lo demuestra con cada ser vivo, Constantine
Kosamé... —Me mira, por sobre su hombro. —...en un qatie, ( manada) la cría
más débil, debe morir y ser sacrificada para no arriesgar el crecimiento de los
hermanos sanos. Deberías agradecerme...
Río, con asco.
—Hablas como si tus hijos, fueran animales. —Niego. – Pero, aunque si esa
fuera tu verdad, nunca fue la cierta, León. —Mi mano es un puño, en la puerta
apoyada. —Nunca fue por ser mi hermano mayor, un niño enfermizo. Ese hijo,
que nunca te conmovió. Fue por el poder...por ser Malik shaebina'ilaa al'abad
(el rey siempre de nuestro pueblo). —Y con esas últimas palabras, me retiro.
No espero que un guardia a mi salida y llegando al coche, me abra la puerta
trasera.
Lo hago por mí mismo y me derrumbo en el interior.
Me deshago de mi Kafiyyeh dejándolo a un lado de mi asiento y desabotono,
el cuello de mi túnica.
Despejo el pelo de mis ojos, haciéndolo a un lado.
Cabul me mira a través de su hombro, pero no dice nada y en silencio vuelve
su mirada al frente, mientras enciende el coche.
Conoce mi estado de ánimo, después de cada visita a León.
Dejo descansar mi espalda en la totalidad del asiento, mirando el techo y
luego a un lado.
—¿Cuándo estará listo el avión privado, para mi viaje Cabul? —Pregunto,
mirando a través de mi ventanilla.
—El avión ya está en la pista, aguardando Shayj. — Dice, internándose en
las calles. —Solo resta esperar, que en horas recibamos la autorización del
aeropuerto del país Americano, por la autorización del plan de vuelo y aterrizaje
autorizado.
Algo bueno, en esta mierda de día.
Apoyo mi brazo sobre la ventanilla y froto mis labios sonriendo, observando
el paisaje que me da y pasa por ella.
Pronto, veré a mi hermano.
Capítulo 28
Mis dedos juegan con el tallo de una gramilla, hasta arrancarla y llevarla a
mi boca de forma pensativa.
Nos sentamos los dos sobre el césped en la cima de una colina y dejando mi
camioneta, estacionada unos metros detrás nuestro.
Miramos desde su altura, la vista que nos regala de la linda zona semi
poblada donde vivimos.
El campus Universitario se divisa en la lejanía, con sus grandes pabellones
estudiantiles en color amarillo y las arboledas que lo rodean.
Y mis ojos, vagan más abajo.
A una pequeña canchita de fútbol hecha en un descampado, donde una
docena de niños juegan a la pelota y sus gritos de festejo como de aliento propio
del juego, se sienten de donde estamos.
Miro a mi cachorra.
Su mirada, también está en los niños y la pelota.
Y se sonríe, cuando marcan un gol y mi corazón salta.
Es tan bonita.
Tan chiquita.
Tan natural.
Mi gran amor...
Me recuesto sobre el césped, cubriendo más con la capucha de mi campera,
mi cabeza corriendo mi pelo aún lado.
Y suspiro, mordiendo el piercing de mi labio.
Cachorra, no me obliga.
No insiste.
Se limita a mi lado a esperar y que empiece, con lo que lo único en mi vida,
nunca deseo hablar.
Mi origen.
Mi pasado arrebatado de niño, para devolverlo sin mi permiso, de
adolescente.
—Mi verdadera madre, se llamaba Fadila... —Suelto de la nada y sin dejar
de mirar las nubes blancas, recostado y que llenan parte del cielo.
Una leve sonrisa me nace, al recordar el juego de encontrar formas a algo en
ellas y de niños con cachorra.
Siempre ganaban, los conejos y tortugas.
Juno se gira a mí al escuchar mi voz, pero no dice nada ni me llena de
preguntas por mi dicho.
Aunque la expresión de su bonito rostro, está llena de ellas.
Su mirada sigue la mía a las nubes y vuelve a mi sonriente.
Lo recuerda tan bien como yo, a nuestro juego de infancia.
Abro mi brazo y entiende.
Se recuesta sobre el césped y a mi lado.
Apoyando su mejilla en mi pecho y la rodeo con el, besando su frente.
Y suspiro nuevamente, mirando el cielo.
Por tener a mi bebita entre mis brazos y porque, por primera vez voy a hablar
de esto con alguien.
—Hija única. —Prosigo. —De una rama de la tribu Baru
Hashim proveniente, de un clan antiguo y de origen en Adnan que pertenecía
a Mahoma. Un linaje que se remonta de la época A.C y del profeta Abraham. —
Cuento. —Los Qurash.
—Muy antiguo... —Solo dice, con su vocecita en voz baja.
Asiento, apoyando mi barbilla sobre mi pecho, para mirarla, pero no veo sus
ojos.
Solo su pelo suelto esparcido sobre mí y que brilla como el cobre por el sol.
—La confinaron desde su nacimiento, a un matrimonio arreglado y a
conveniencia, con otra familia de alto poder y dinastía, los Kosamé. —Le relato.
—Familia constituida por altos mercaderes y a su hijo mayor, León.
Sus ojos se elevan.
—¿Tu verdadero padre?
Vuelvo asentir.
—Fadila con 16 años, contrajo matrimonio con Leon de 28 y de esa unión,
nacimos mi hermano Constantine y yo...
Los ojos de mi cachorra se abren grande, incorporándose de golpe de mi
pecho.
Santo Dios.
Quiero besar, la unión de sus cejas elevadas, por la sorpresa.
—¿Son gemelos? —Exclama.
Cruzo mis brazos detrás de mi cabeza y la miro desde abajo.
—Mellizos. —Corrijo. —No somos idénticos como tú y tus hermanas, pero
muy parecidos... —Sonrío.
Su nariz, se arruga.
Sonrío, más.
Igual, que tía Vangelis.
Y sus ojos, reposan en una flor silvestre del suelo.
—No entiendo, Caldeo... —Murmura. —Adoras a tu hermano, te
reencontraste con él y tu sangre...
Mi sonrisa cae y me reincorporo también, pero de mala gana.
Al lado de la flor silvestre que sigue reposando su vista Juno y acaricia con
su mano, una piedra.
La tomo con mi mano y juego con ella para lanzarla luego, colina abajo.
Resoplo.
—El hijo primogénito varón de esa unión, por el linaje de sangre
maternal Baru Hashim, se convierte en el Sayyid de su pueblo cachorra.
Me mira.
—¿Como un guía, espiritual?
Niego.
—¿Título honorífico? —Insiste.
Niego, otra vez.
Hace una mueca, pensativa.
—¿Un ilustre en algo, entonces?
Vuelvo a negar.
—Un cargo, más alto... —Digo.
—No sé mucho, de una monarquía. —Acaricia otra vez la flor y se encoje de
hombros. —Solo algo así de mandatarios y consejeros, que ayudan al... – Y su
mano, deja de tocar la flor de golpe y yo muerdo mi labio.
Me mira con sorpresa y abriendo su bonita boca.
—¡No jodas! —Chilla. —¡Tu hermano, es un príncipe!
Muerdo más el aro de mi labio, negando.
Frunce sus cejas y cruza sus brazos.
—No entiendo, entonces... —Murmura y me mira raro.
Y le inclino mi cabeza, con obviedad.
De golpe sus manos, suben a su boca.
—¡Oh Dios...oh Dios! —Me señala, dudosa.
Todavía no cae, mi bebita.
—¿Tú...eres el mayor? Entonces, el príncipe...
— Sayyid, del pueblo. —Finalizo, su oración.
Se sienta, sobre sus talones.
Y queda en silencio.
Un gran silencio.
Y tiesa, como una piedra.
Una hermosa piedra.
Y me entrecierra, los ojos.
¿Eh?
Para luego, golpear mi hombro de golpe con su puño y con mucha fuerza.
—¡Eres un puto príncipe, de un país entero en África y me armas una
pelotera, por un rasguño de mierda de la puerta, de tu vieja camioneta! —Chilla
enfurecida. —¡Cuando debes tener una flota de geniales y deportivos autos allá!
No me aguanto.
Lo intento, pero no puedo.
Mi carcajada suena en media montaña, sobando mi hombro dolido por su
golpe, recostándome otra vez en el césped.
Pese a que entiende mi título, no le interesa.
No le importa quién soy en África, lo que conlleva y significa eso.
O si estoy bañado en oro y joyas legendarias, de mi pueblo.
No le seduce.
Porque cachorra, solo me sigue viendo como el jodido Caldeo que le
reprochó la abolladura de la puerta, de mi camioneta.
Su mejor amigo.
Una persona simple y común.
JUNO
Frunzo más mi nariz y aún con mi puño en alto.
¿Qué le causa, tanta risa?
Hasta que mi mano se va abriendo y bajando hasta mi regazo, como el
razonamiento en mi cerebro.
Dulce Jesús.
Caldeo.Es.Un.Príncipe.
Un jodido, exótico, tatuado y rebelde, príncipe árabe.
Re mierda.
Pero...
Me siento cruzando mis piernas, tipo indio.
Todo parece malditamente como esas bonitas dentro de la tragedia, leyendas
o historia de cuentos de hadas.
¿Por qué, su mirada de ese gris cristalino, son tristes igual?
Me reacomodo en mi lugar, empezando a entender.
—¿Es por tu padre, no es cierto? —Murmuro.
Suspira y se sienta como yo frente mío.
Y asiente.
—En la línea, de sucesión. Si el primer hijo varón no sube al trono por
herencia de una jerarquía matriarcal, como príncipe. La sucesión le corresponde
al padre, que se convierte en rey.
No entiendo.
—¿Y tu hermano?
Caldeo niega.
—Lo heredaría a la vejez del rey, por no ser el hijo varón primero.
Mi corazón golpea por la crueldad, en solo pensarlo.
—¿Tu padre te envió lejos, para desenterrarte y ser él, el rey?
Vuelve a negar, en silencio.
¿Qué?
—Mi madre, Al —Amirah Fadila... —Susurra.
Froto mi mano en mi frente, como si eso ayudara a aclarar toda esta
confusión.
¿Su madre, también era despiadada?
—No. —Dice respondiendo, a mis pensamientos. —Ella era buena Junot.
Solo me protegió, de mi padre...
¿Eh?
CONSTANTINE
Saco mis auriculares de mis oídos escuchando música y abro mis ojos desde
mi asiento, al sentir el roce suave de una mano en mi hombro.
El rostro de la aeromoza de mi avión privado con una sonrisa, me señala el
pronto aterrizaje al aeropuerto de pie a mi lado.
Obedezco abrochando mi cinturón de seguridad, con un asentimiento.
Miro a través de la ventanilla la gran tierra Americana, bajo el avión.
Llevo una mano a mi pecho, porque algo me invade.
Una sensación.
Te siento cerca, hermano...
Veinte minutos después desciendo de este, con un saludo de reverencia de
respeto del capitán y su tripulación a mí.
Bajo de las escaleras, mientras me pongo mis lentes oscuros y de sol,
haciendo mi pelo a un lado y que cubre parte de mis ojos.
El sol despejado de este gran cielo, me baña con el.
Sonrío.
Prohibí la espera de un coche por mí, en la plataforma de aterrizaje para que
no llamara la atención.
Prohibí a agentes de seguridad a caminar a metros mío, como lo hacen en
África y por suelo que piso.
Aunque sé, que lo estarán a una distancia prudente, bajo ropa civil en toda mi
estadía.
Prohibí a mi fiel Cabul, a viajar conmigo bajo su rabieta por ser lo más
cercano a un padre y protector, que es hacia mí.
Y adelanté este 36h antes por si se infiltraba mi llegada, así los paparazzis y
periodistas de ambos países no dieran conmigo.
Nadie sabe, de este viaje.
Nadie sabe, que estoy aquí.
Está prohibido, por mi mandato.
El gran Sayyid.
Paso por la puerta de ingreso, acomodando mi camiseta blanca bajo mi
chaqueta de cuero negra y a la espera de mis valijas por la cinta transportadora,
como cualquier persona normal.
De mi mochila, saco una gorra de beisbol y me lo pongo, sobre mi pelo
desordenado.
Me gusta.
Al girarme, me choco con un grupo de chicas cargadas con mochilas y
bolsos que por su etnia nórdica, son extranjeras como yo.
Estudiantes de intercambio, tal vez.
Bonitas.
Curvilíneos cuerpos.
De labios llenos y sugerentes.
Ríen y hablan por lo bajo entre ellas al verme, desde su rincón.
Hago fila a la espera de presentar mis papeles y sacando mi pasaporte, del
bolsillo trasero de mis jeans.
Les sonrío y recibo de ellas, más risitas.
Niego divertido con mi maleta a un lado volviendo a la espera, de la fila y
poniéndome los auriculares que cuelgan de mi cuello, nuevamente en mis oídos
por buena música.
Sería interesante divertirme algo, además de buscar al descarriado de mi
hermano...
CALDEO
—Mi padre, nunca me aceptó... —Susurro, entrelazando mis manos sobre
mis rodillas elevadas. —...era, un bebé enfermizo. A ciencia cierta nadie sabía a
este ese momento que tenía, ya que padecía de malestares, falencias y mi
enfermedad, no estaba detectada. Y él no aceptaba un hijo suyo y de su sangre.
—Relato. —Un Kosamé, enfermo. —Estiro mis piernas de forma cansada y
cruzo una sobre la otra.
Mis ojos se humedecen y bajo mi vista, de mi cachorra.
—Y mi padre, quería ser el rey...mi madre solo intentó protegerme, Junot de
un nefasto final con 2 años de vida y dando la orden, de llevarme lejos.... —Mi
voz se quiebra y se pierde, con esas últimas palabras.
Porque y aunque fue mi padre biológico solamente, duele como la mierda
saber que no te amó y quiso, deshacerse de ti.
Y callo, de golpe.
<< No hables, Caldeo... >> El recuerdo de Lála, me invade.
Ella, tenía razón.
Mis manos sobre mis lados, se hacen puño.
Porque, hablar duele.
Lastima.
Y el silencio, protege.
De golpe algo cálido, me envuelve.
Fuerte.
Dulcemente, fuerte.
Mi bebita me sorprende, con un abrazo.
Es de consuelo.
De protección.
Y de amor...
Un abrazo que por la fuerza, nos tumba al piso.
Y choca sus labios, con los míos.
Paz.
—Shuu... —Me silencia, entre mis labios. —...ya me devolviste, muchos de
mis días robados. —Me sonríe.
Y yo agradezco, que no quiera preguntar más.
Mis manos se aflojan, para envolverla y devolver ese beso.
Profundo.
Pero...
Mis ojos, se abren de golpe.
Algo, tensa mi cuerpo.
Y no es una erección palpitante, por tener a Juno encima.
Mi cachorra arriba mío, me mira raro.
—¿Qué? ¿Qué pasa, Caldeo? ¿Te duele, algo? —Murmura preocupada y
mirando mi rostro, en busca de una señal de descompensación por mi
enfermedad.
La tranquilizo negando y acariciando su mejilla.
No fue dolor.
Acaricio mi pecho, mirando el cielo donde atraviesa en su lejanía, un avión
surcando el aire.
Pero es una sensación fuerte y como si fuera, parte de mí.
Cerca.
Muy cerca....
Capítulo 29
Silencio.
Todos en la habitación.
La habitación de Caldeo, para ser exactos del hospital.
Por mis padres con mis hermanas.
Amely, Demian, mis tíos y Constantine.
Más silencio.
Otra magia, hecha por Constantine.
Que se permita por un momento, el ingreso de todos a ella.
Sigue el silencio.
¿Por qué, preguntan?
Sonrío, sentada sobre la cama y al lado de Caldeo, con nuestras manos
entrelazadas.
Es por anunciar nuestro casamiento, a todos nuestros seres queridos.
¿Dije, mucho silencio?
¿El motivo?
Lo adivinaron.
Como todos, esperando la reacción de mi padre ante la noticia que de soslayo
lo observan, con su mirada interrogantes.
La de Herónimo Mon.
Y éste, sentado en una de las dos únicas sillas, que hay en el recinto nos
observa serio.
Cruzado de una pierna y con los dedos de una mano, frotando sus labios.
De forma lenta.
Muy lenta.
Lo que nos indica, que aún respira y que no cayó en un coma vertical o algún
tipo de angina.
—¿Casamiento? —Dice al fin, con su voz como su semblante.
Una piedra.
Y los dos, asentimos.
Más silencio.
Sus dedos que antes se paseaban por su boca, ahora golpean de forma suave
sus labios pensativos y se acomoda sobre la silla, cambiando de postura.
Cruza, la otra pierna.
Papá entró a modo analítico, diría mamá.
Mira de forma dura a Caldeo, pero sin gesticular movimientos.
—¿Me hiciste, abuelo?
Muerdo una risa, cuando Caldeo niega.
Nos frunce el ceño.
—¿Pero, tocaste a mi bebita? —Prosigue.
Caldeo asiente sin dudar y sin bajar la mirada de papá, mientras
entrelazamos más, nuestras manos unidas.
Y esperando una erupción de color rojo tirando a púrpura, por furia de parte
de papá al confirmar sus dudas.
Pero, solo se limita a acomodar mejor sus lentes, del puente de su nariz.
—¿Y no hay, nieto? —Insiste.
¿Decepción?
Caldeo mira mi vientre para luego a mi interrogante y yo niego, rodando mis
ojos.
Se vuelve a papá y niega, también.
Y una risita baja, se siente.
Mamá.
Papá glacial en su postura y mirada profunda en nosotros, suspira.
—¿Es por qué, se aman?
—Con mi alma, tío. —Dice Caldeo sin dudar y mirándome con ternura.
Y yo, veo nubladito de vuelta.
Otro silencio.
—Rayo de sol. —Dice después de una pausa y con calma, extendiendo un
brazo y sin dejar de mirarnos con seriedad.
Mamá suelta otra risita entendiendo y busca algo, en el interior de su cartera.
Cuando lo encuentra, lo deposita en la mano aún extendida de papá.
Un pañuelo.
—Mis nenes, se casan... —Suelta al fin lleno de emoción, con lágrimas en
los ojos y sonriendo, con el pañuelo en sus ojos y haciendo a un lado sus lentes.
Mamá lo envuelve con sus brazos con amor y riendo como todos, mientras
papá se deja abrazar conmovido.
Mis hermanas son las primeras en felicitarnos con sus abrazos fuertes,
seguido de mis amigos, mientras nuestros padres se felicitan entre ellos, para
luego seguir con nosotros.
Constantine, se acerca a nosotros y nos hace una reverencia a ambos.
— Malik wamalakat qulub almustaqbal (Futuros rey y reina de corazones).
—Y una sonrisa plena, se dibuja en sus labios casi Caldeo.
Miro a éste curiosa, por traducción.
Caldeo me niega divertido y le blanquea los ojos a su hermano e ignorando
su reverencia, toma su mano y de un movimiento, lo trae a él para abrazarlo
contra su pecho.
Y Constantine, lo estrecha con sus brazos también.
Con fuerza.
— 'Ana 'uhibb lak 'akhi (Te amo hermano). —Murmura, Caldeo.
Constantine, sonríe.
—Dayimaan...(Siempre). —Responde.
Creo que es conmovedor, porque otro llanto de emoción se siente en la
habitación al escucharlo.
De papá, con su pañuelo en mano.
Y el único, que entendió.
LEÓN
Pasillos del ala Este y Sud Oeste en mi sector del bloque presidiario, están en
la oscuridad total.
Sin suministro, de iluminación eléctrica por un corte.
Solo alumbrada por la luces rojas ubicadas en cada extremo de estas en lo
alto, que se activan bajo la alarma de seguridad alertando con su sirena.
Que suena, como ahora.
Gritos de condenados desde su exilio entre cuatros paredes, por lo que
sucede en habitaciones contiguas y de otro sector.
Y pasos rápidos de guardias, en carrera por estos.
Órdenes, entre ellos.
Sonidos de armas, disparando.
Revuelo.
Gemidos, de dolor.
Y ruido de cuerpos cayendo y desplomándose, contra el piso.
No me perturbo.
En la oscuridad, me sonrío meciéndome de forma tranquila sobre mi vieja
mecedora.
Esperando.
Un gran reflector de afuera situados en las torres altas de cada esquina, pasa
por mi ventana sin cortinas, iluminando con su potente luz circular por unos
segundos mi habitación, hasta que prosigue con su monitoreo de búsqueda en el
patio interior de afuera, bajo más gritos y disparos.
Pasos en aumento, en mi pasillo por pisadas fuertes.
Una descarga de arma, de potente calibre.
Más cuerpos, cayendo.
Y sonrío más.
Al sentir segundos después, abrirse mi puerta por hombres.
— Milki...(Mi rey). —Dice uno de los cuatros, que se adelanta dos pasos a
mí con una reverencia.
Vestidos todos de túnicas, casacas negras y solo a la vista sus ojos por
el Kafhiyye oscuro que cubre su cabeza y rostro.
Me pongo de pie, saliendo y pasando por los pasillos y corredores,
esquivando cuerpos de guardias y algunos, de mis hombres tirados sin vida.
Me detengo en una puerta abierta, para mirar en su interior.
La oficina del director de la prisión y él, sobre su silla muerto y tendido su
cuerpo sobre el escritorio.
Un charco de sangre fluye por abajo de su pecho, inundando esta y tiñendo
de rojo los papeles como documentos de la mesa, cayendo como hilo rojo y de
forma espesa por el borde de esta, hasta el piso.
Goteando.
Y escupo, sobre el cadáver.
— Shaghal 'ay shay'ealaa himaya...(De nada, te sirvió protegerlos). —
Susurro con odio para girarme sobre mis pies, caminando en dirección a la salida
de forma tranquila.
Miro sobre el lugar, una vez fuera.
Más muertos y más destrozos del establecimiento.
Y un incedio intencionado, se desata en un sector.
El comando de mi fuga por mis leales, fue una carnicería.
Y sonrío, más.
— ¿Hayth milki? (¿A dónde, mi rey?). —Dice mi harb aleisabat
(guerrillero), abriendo la puerta trasera del todo terreno rodeado y con otros
coche detrás de mis hombres encapuchados, con metralletas apuntando y en
alerta.
Y me detengo a medio subir de el.
— 'Aetaqid 'annani sa'azur 'amrika... (Creo, que voy a visitar América). —
Respondo, entrando al interior de este, para que me lleven a nuestro escondite.
Y una sonrisa perversa se dibuja bajo su reverencia, por mi respuesta en mi
leal, sosteniendo la puerta por mí...
CALDEO
Después de nuestra noticia de casamiento a toda nuestra familia, ese domingo
por la madrugada.
Acepté el tratamiento de la quimioterapia contra mi Leucemia, bajo el festejo
de todos.
Mi tía Vangelis llena de emoción, saltaba sobre su lugar y con mamá se
dispusieron a organizar la boda.
No me opuse, ni me bebita tampoco.
Nuestra única condición.
Que no pasara del mes.
Y ambas, dieron una exclamación de sorpresa con mi risa y la de mi cachorra
sentada a mi lado, en una de las bancas del gran jardín del hospital bajo el sol, al
lunes siguiente con la llegada ambas de visita.
Ya que, estábamos a mitad de este.
—Algo simple y familiar... —Dijo Juno. —...suficiente para llevarla a cabo,
en poco más de una semana.
Estaba de acuerdo con ella y asentí, sosteniendo el pie de hierro con mi
suero.
Porque solo y jodidamente, queríamos estar juntos.
Y con eso, comenzó nuestra estadía en el Hospital...
—¡Qué! —Pegué el grito en el cielo una mañana temprano y a solas con mi
chica.
Al enterarme que dejó por el momento, su asistencia a clases de la
Universidad.
Sonrió a mis espaldas, empujando la silla de ruedas que me llevaba por los
pasillos del hospital y en dirección a mi estudio de análisis de sangre completo,
para después un examen de microscopio.
Y su pelo de un castaño rojizo cayó a un lado, sostenido por una prensa al
inclinar, su rostro para que la vea.
—No te preocupes, Caldeo. —Besa mi mejilla. —Fresita me traerá las tareas
para adelantar y que rendir libre, no me cueste. —Me murmuró dando un envión
con más fuerza esta, para subir con ambos pies arriba de un caño que la atraviesa
y recorrer el extenso pasillo deslizándonos tipo auto, bajo la risita de algunas
enfermeras y doctores.
A casi una semana de estar hospitalizado, todo el cuerpo médico nos
conocía.
Se referían a nosotros, como "Los jóvenes espositos" ya que mi cumpleaños
número 21 era en pocos meses y mi cachorra por cumplir sus 18 en dos días y
nuestro casamiento, otros días después.
La silla de ruedas se había convertido, en la parte favorita de mi bebita en
nuestros días viviendo en hospital, con ese juego infantil.
Y debo reconocer, que la mía también.
Los días de internación se hicieron amenas para mí, gracias a la ayuda
incondicional de mi familia y amigos.
Estos últimos, siempre bajo la riguroso horario de visita.
Caleb y Cristiano con regalos como revistas de deportes y CDs con pelis,
para ver por mi laptop en mis ratos de ocio con Juno.
Salvador en varias tardes con los chicos de la banda y con la sorpresa de mi
guitarra, mi cuaderno de letras y notas, en su primera visita cargando en sus
manos.
Disfrutando algunas tardes en la compañía de ellos y los suave acordes de mi
guitarra tocada por mí, desde mi cama con alguna canción.
La de mis padres y mis tíos.
Como las hermanas de cachorra, también.
Y para mi asombro de la mano de Hope, un paquete de mis galletas de
chocolate favoritas con relleno, en contrabando y fuera de la mirada de algún
enfermero, por mi dieta estricta.
—De verdad, estas tienen el relleno de crema... —Me dijo con un guiño de
ojo y por lo bajo las escondió, para que las deguste más tarde con la risa de sus
hermanas.
Y la, no menos importante.
La de mi hermano, Constantine.
Que luego de la primera impresión de desconcierto y exclamaciones de todos
mis amigos, por no tener idea de su existencia, le dieron la bienvenida y fue
integrándose de a poco.
Armando un equipo para mi cuidado y compañerismo, con mi cachorra
incondicional.
Y compartiendo, muchas de nuestras horas diarias con nosotros y en noches
también.
Ayudando a Juno en mi ingesta de dosis y en la combinación de
medicamentos con drogas en horario.
A la espera ante cualquier imprevisto y sobre la puerta del baño, mientras
mis náuseas y vómitos post medicamentos, por la poca tolerancia de mi cuerpo y
que me hacían poner de rodillas al inodoro junto a cachorra a mi lado, en la
mayoría de las noches.
Para luego, dormir después mi hermano sobre una silla.
Ayudando a la enfermera y el médico en las muestras de mi médula espinal,
manteniendo mi cuerpo contra él, ya que ella se extrae de la parte posterior de mi
cadera.
Como también, sosteniendo una parte de mi cuerpo con sus brazos, que bajo
sedantes y anestesia local extrajeron un poco de líquido raquídeo, de la parte
inferior de mi espalda.
Y con la mirada siempre de mi bebita, tomando mi mano y dándome fuerza,
por ser un procedimiento doloroso para mí.
Suspiro, profundamente y elevando mi rostro al sol, en mi banca de madera
en color blanco de siempre, frente a la rosaleda del extenso parque hospitalario y
con mi silla de ruedas a mi lado.
Cruzo más sobre mí, la bata blanca de hospital que llevo puesta, mientras
devuelvo el saludo de algunos pacientes que en compañía de algún enfermero o
pariente del brazo, caminan por los senderos de este.
Y cierro mis ojos, volviendo mi rostro al sol.
Una risita de fondo, se siente proveniente de la galería abierta del edificio.
Y sonrío, abriéndolos.
Para observar a Juno cargando en sus manos la bandeja con mi merienda y
viniendo hacia mi dirección, por la senda de circulación y con su siempre,
sonrisa entre sus labios.
Porque me prometí, nunca perderme más un momento.
El de ver a mi bebita.
Mi futura esposita, como la llaman con cariño entre el grupo médico.
Y luchar, por vivir.
Capítulo 33
∞∞∞
CONSTANTINE
Lanzo con toda mi ira, un antiquísimo jarrón de antigüedad de la familia y
que por generaciones en un rincón y sobre un pedestal, decoró una sala del
palacio.
El sonido de el, estrellándose y haciéndose añicos en pedazos contra el piso,
retumba en la serenidad del palacio.
Sonrío y niego, con asco.
Serenidad...
Apoyado con mis manos a los lados y sobre el borde de una mesa, dejo caer
de forma cansada mi cabeza con un resoplido.
Cierro mis ojos.
León, escapó.
Se fugó.
Dios del cielo, no...
El ruido de un papel siendo extendido frente a mí y sobre la mesa que estoy,
me hace abrirlos.
Cabul delante de mí, me presenta un gran plano.
Para ser exactos, un mapa de la parte norte de África.
Mientras con una seña de su mano al aire, despide a la servidumbre de la
gran habitación negando a que limpien ahora lo que rompí y con otra, a los
guardias que esperen sobre la puerta vigilando, pero tras esta cerrada.
Su dedo diestro y magistral como viejo caballo de guerra que es, reposa en
un punto fijo del mapa.
En el desierto, de Nuria.
Entre el Mar rojo y el Nilo.
— Wamin huna mawqie mukhba 'ahum syd Leon, Shayj... (Ahí, la ubicación
de su escondite del señor León, Shayj). —Me dice de forma seria y concentrada.
Mi mano, se hace un puño.
La noche que se escapó mi padre, Cabul me notificó.
No podía hacer nada, desde América.
Solo mantener mi semblante tranquilo y fuera de sospechas de Caldeo.
Mi hermano, sentimiento de miedo o temor a nuestro padre no le tiene, pero
si esa tristeza de ser despojado, para protegerlo de él.
De su propio, padre.
Por no ser querido y aceptado por él desde su nacimiento, por ser un bebé
enfermizo y heredar el trono, al ser el Sayyid del pueblo de Abraham.
Debí alejarme con este viaje y volver a mi tierra, para poder enfrentar a
Leon.
Y protegerlo.
Al príncipe.
A Caldeo.
Y elevo mis ojos al cielo y hago una oración.
Por abandonarlo en pleno tratamiento y que en mi ausencia de pocos días, no
le suceda nada y la honorable Juno, al'amirat 'akhi (princesa de mi hermano) y
su familia, lo contengan en mi ausencia.
Mis ojos se vuelven de forma dura a el mapa desplegado por Cabul en la
mesa.
León, posee un séquito bajo su orden y de lealtad hacia él.
Un centenar.
De gente de mala calaña y subordinados a mi gobierno, cuando derroqué a
mi padre.
Desapareciendo y logrando, huir del poder de mi milicia y escondiéndose
gran parte de ellos, en el gran desierto Libio y en los grupos mercenarios
invocados en la zona de Sierra Leona, protegiéndose fuera de mi jurisdicción por
la guerra civil entre ellos y al amparo de la guerrilla.
A la espera, del momento.
El llamado, de él.
Su rey.
Como lo llaman, todavía.
Tomo asiento en una silla, descansando mis codos en la mesa y entrelazando
mis dedos en mi barbilla, pensativo.
Mirando, el mapa.
Cabul y sus hombres, nunca lo perdieron de vista.
Siempre, vigilando.
Como sombras, en las que fueron entrenados.
Como a mi hermano.
A pocos días de su huida, están escondidos pero alistándose.
Solo restarían poco más de 12h más, para que lleguen a Egipto y cruzar a
Arabia Saudita y llegar a Siria.
Lugar estratégico para conseguir la mierda que sea, en sus zonas bajas y
famosas por lo bajos escrúpulos.
Y al hacerse anunciar quién es por su fama de antaño ruin, retomar viejos
contactos y mostrar el oro.
Le sería fácil, la documentación.
Papeles, de legalidad falsa.
Un avión.
Y el no menos, importante.
Contrabando de armamento.
Para que su venganza, se lleve a cabo.
Corro mi silla y de pie camino en dirección por la enorme sala y a una puerta
apartada de todas.
La más grande en tamaño, grosor, antigüedad y tallada de forma artesanal
por manos santas con sus diseños en relieve y formas, en ambas hojas que la
componen.
Y unidas, forman el escudo con el blasón, de nuestra tribu milenaria.
Al igual, que el anillo que llevo en mi dedo con la piedra roja de Los Ur de
Caldeos.
La ciudad origen de nuestros ancestros y por ello, el nombre de mi hermano.
La brisa marina del Índico llega a mí, provocando que mi pelo vuele sobre
mis ojos por los enormes ventanales abiertos, que regalan la vista de las costas
del océano y el sonido de ellas, chocando contra los acantilados de forma
furiosa.
Señal, de que hoy habrá luna llena.
Sonrío haciendo mi pelo a un lado y sacando la llave maestra, del bolsillo de
mi túnica.
Antigua y con el mismo diseño de la puerta.
Con Cabul a mi lado, la introduzco en su cerradura y los cerrojos con viejos
engranajes de esta, suenan al girar la llave y se acoplan, con el sonido del océano
y nuestro silencio.
Abro sus puertas, de par en par.
Y exhalo un fuerte aire de mis pulmones y con una reverencia de ambos llena
de respeto, entramos en su interior.
Cada paso decisivo que doy, suena en el viejo piso milenario de esta otra
habitación, con poca iluminación y no, de mucho tamaño.
Como tantos antepasados míos y de Caldeo lo hicieron.
Generaciones, de generaciones.
Enciendo las velas que lo rodean por sus lados, con otra oración.
Solo, hijos varones.
Los Sayyid de sangre, de la tribu Qurash.
Descendientes, del profeta Mahoma.
Los guerreros qalb alnnar, (corazón de fuego) del pueblo...
Abro la enorme vitrina de vidrio y madera ébano que ocupa una gran parte
de la pared principal y acaricio la suave tela negra intacta, que completa con
el Kafhiyye y lista descansa.
Siendo protegida por esta y se exhibe en su interior, con dos sables de
gruesas hojas filosas y lustradas en su acero, que se cruzan sobre ella formando
una X.
Giro mi cabeza sobre mi hombro, para mirar a mi viejo y fiel amigo.
—¿Estás listo, Cabul?
Una reverencia con sus manos entrelazadas frente suyo y una sonrisa aliada y
de amistad consolidada hacia mí, en esos ojos sabios de haber visto y saber
mucho, es su respuesta.
Y yo, cierro mis ojos a él.
A mi maestro...
Capítulo 34
CALDEO
Le digo que la amo, mientras deshago de cada prenda que lleva puesta,
sentado aún sobre la vieja silla de madera y con mi cachorra encima mío y a
horcajadas.
De su remera infantil, con motivo de un osito panda y su sujetador claro.
Beso con suavidad y lamo sus pechos, profundo y tomándome mi tiempo,
con cada uno.
Un suave gemido sale de ella y ese dulce sonido repercute en mi pene,
endureciéndose más.
Su bonito cuerpo tiembla sobre mí y en su lucha interna de si es correcto o
no hacerlo, por mi agotamiento físico.
Culpa, de mi enfermedad.
Muerde ese labio indecisa, que acaricio con mi pulgar.
Y sonrío besándolo, para luego morderlo con ternura.
Mi bebita, me cuida.
Mi futura, mujer...
Acuno mi mano en su mejilla y besando, cada centímetro de su rostro.
—Estoy bien... —Susurro bajo, pero con confianza mientras con mi otra
mano, elevo cada una de sus piernas alrededor mío, bajo su risita para luego
tomar su espalda.
—Caldeo, tus padres pueden entrar... —Exclama, al sentir esta y descender a
su trasero para levantar a su cintura su falda de jeans y mirando en dirección a la
puerta, sin llave de mi habitación.
Muerdo su hombro.
—A la mierda, mis padres. —Suelto, sonriendo y atacando uno de sus
pezones.
Suaves, rosas y con el aroma de su perfume.
El puto cielo.
Continúo con el otro y gime más, echando su cabeza para atrás y
entrelazando sus manos, por detrás de mi nuca.
Acaricia con sus dedos mi cabeza ahora calva, de forma tierna y la aprieto
más contra mi pene duro.
No puedo dejarla ir, porque quiero que sienta todo lo que significa para mí.
Y siempre, lo fue.
Desde el momento que mi cachorra nació y la miré a los ojos, siendo apenas
una bebé.
Mi bebita.
Mi gran amor...
Con mi pulgar envuelvo la tira de su braguita y de un jalón, la corto dejando
un punzante escozor en mi dedo y sobre su piel, una pequeña ardida en tono
rojo.
No nos, importa.
Repito la operación del otro lado, ganándome su mirada de asombro.
—¡Me costaron, una fortuna! —Me dice, entre risas.
Y le arqueo una ceja, mordiendo la mía como respuesta y llevando el retazo
de tela blanca y encaje a mis labios, para besarla y dejarla colgando del respaldo
de la silla.
Abro, mi bata de baño.
Y sonrío más, ante sus bonitos ojos muy abiertos del asombro.
—¿Aquí, Caldeo? —Pregunta al observar, mi prominente erección dura y
reposando erecto sobre mi bajo vientre y ombligo.
Santo Dios.
Amo, su ingenuidad.
¿Lo más, lindo?
Que es, toda mío.
Asiento girando el piercing de mi labio y con suavidad, elevando su trasero
para tomar mi pene y acomodarla en su entrada con mi mano guiándolo.
Ni siquiera hace falta un jodido condón, por culpa de la quimio.
Una de cal y otra de arena.
Porque ahora, nos podemos sentir completamente y por eso, ambos jadeamos
y suspiramos fuerte, al sentir nuestro calor.
Nuestra piel, en contacto.
Cachorra al no soportar más contra la atracción de ese fuego, ese ardor
demandando y pidiendo más.
Tiró de mí, empujándome a ella y con su cuerpo hacia abajo, me entierra en
su interior.
Ahogo mi grito de satisfacción en su piel y nuestro mundos, se inclinaron a
nuestro eje.
Nos abrazamos.
Fuerte.
Pecho desnudo, contra pecho desnudo.
Y piel con piel.
Para ver el jodido cielo con sus labios jugosos, carnosos y con esa bonita
forma de corazón, cerrarse en mi pecho con cada beso que me deja, a medida
que con un ritmo lento y pausado se mueve y yo lo hago, saliendo y entrando de
ella.
Levanto mi cabeza de golpe y reposo, mi frente en su hombro.
Y un jadeo sale de mí, de placer apretando su espalda más hacia mí, para
mayor profundidad.
—No llevo condón, bebita... – Susurro y sin dejar de moverme en su interior.
—...con la quimio, no creo...
Sus manos por abajo de mis brazos, me abrazaron más fuerte, deslizándose
por mi sudor y esfuerzo, con pequeñas caricias de sus dedos.
También levanta, su vista a mí.
Me besa y chupa mi piercing con una sonrisita, diciéndome que todo estaba
bien frente a eso.
—Empecé con la píldora igual, Caldeo... —Me murmura. —...no te
detengas...no te detengas —Me ordena suavecito y jadeando mucho, siguiendo
mi ritmo.
Oh Dios.
Y eso, fue suficiente para mí.
Enredando mi mano en su pelo para mayor acceso y la otra en su espalda,
embisto contra cachorra.
Duro.
Fuerte.
Pero, con amor.
Porque, sentirla sin barreras.
Cada jodido centímetro mío, en su interior.
Envolviéndome.
Apretando.
Mojándome.
Y latiendo a mi alrededor, saliendo y entrando de ella.
Me hace sentir, que no estoy solo aquí.
Juno, está conmigo como siempre.
Y con cada caricia, que nos damos.
Con cada respiración jadeante y al unísono mío al enterrarme una y otra vez
en ella.
Y con su rubor en las mejillas propio de la excitación, mientras la beso y
tirando su mechones sudado de su pelo detrás, para ver su rostro.
Ya nunca más, tratar de hacer esta vida mía por mi cuenta y cumplir ese
objetivo de alejarla de mí, como en un principio.
Porque, cachorra mantiene mi corazón latiendo.
Porque cachorra, es mi fuerza para seguir luchando contra la muerte.
Y porque, yo sigo respirando.
Me empujo más dentro de ella y ahogo su grito con mis labios y sonriendo
entre los suyos ya hinchados y rojos, de tanto besos míos.
Mi vientre se tensa y como respuesta, sus piernas rodeándome comienzan a
debilitarse y temblar, anunciando nuestros orgasmos.
La beso suavemente y pincelando su boca.
Su humedad, me recorre hasta nuestra unión, mojándonos más.
Me muevo más dentro de Juno con nuestros brazos a nuestro alrededor uno
del otro, tocándonos nuestros rostros con suavidad y empujando más fuerte.
Y perdiéndonos, el uno por el otro.
—Caldeo... —Dice bajito mi nombre, mordiendo su labio y apretándome en
su interior, anunciando su clímax que se acerca.
Mi cuerpo vibra y sus piernas abrazándome, comienzan a temblar más.
—Conmigo, cachorra... —Susurro bajo y tomo sus labios, con los míos,
cuando grita y mi orgasmo me consume, corriéndome en su interior.
Junot jadea fuerte y me sigue al sentirme, gimiendo con agitado pecho
húmedo y abrazándome, más fuerte contra ella.
La envuelvo contra mí con ternura y sin permitir que nuestro preciado
contacto se rompa, acunando su cuerpo, su orgasmo y con suaves embestidas
más, recibir todo de el y a ella misma.
Nuestras manos se entrelazan, mientras apoya su mejilla en mi hombro
intentando controlar su respiración que agitada como la mía, es el único sonido
de la habitación.
Eleva algo mi mano y gira la parte interna de mi muñeca, para luego con
lentitud llevarla a sus labios y besarla, mientras con uno de sus dedos acariciar el
tatuaje.
Como toda la vida hizo, con cada uno.
Y sonrío con mis ojos cerrados, solo para sentir su caricia.
Me agarró con la guardia baja y descubrió mi tatuaje pequeño, pero favorito.
Solo ella, podía descubrirlo y adivinar.
Porque, en su complejidad de tamaño y mezclado entre otros diseños
tribales, con mirada objetiva solo su dueña podía percibirlo.
Ya que, es una frase metafórica de su nombre con un mes del año, sacada de
un libro inglés que Juno me leyó de chicos, como tantas veces lo hizo para mí.
—Mío... —Dice, en voz baja.
Suelto una risita.
—¿Cómo, lo sabías? – Murmuro, luego de un suspiro y sin dejar de
acariciarla.
Sentados.
Húmedos.
Y desnudos.
Me besa con suavidad, en la unión de mi cuello y nuca.
—Porque sin ti, yo tampoco podría respirar Caldeo... —Me responde, bajito.
— << Los vientos de Jun, prevalecen en mí. Manteniendo mi corazón
latiendo y recordándome con su aire cálido, que sigo respirando... >> Cito con
un susurro, la leyenda.
—Por siempre... —Acota suave y abrazándome más.
—Por siempre... —Juro, yo.
CONSTANTINE
Trepo por la pared, con ayuda de mis pies.
Me lanzo desde el techo y caigo, frente a ellos.
Sin darle tiempo a nada, inclinando apenas mi cuerpo con una rodilla
flexionada y de un giro, con ambos sables en mis manos y de un movimiento
diestro, el filo de estas, corta sus cuerpos en un golpe en seco.
Derrumbándose ambos y muertos al instante, cayendo contra la pared.
El sonido de metralletas, rompiendo el silencio de la noche, suena en el
lugar.
— Hara... (mierda). —Gruño maldiciendo y elevando mi vista por arriba de
los muros y respirando fuerte, por abajo de mi máscara.
Ya fuimos descubiertos.
No pierdo tiempo.
Con impulso corriendo y con la ayuda de cúmulo de desechos de hierro, me
lanzo sobre ellos para tomar impulso con un salto y con el rebote de una pared
lateral y un pie, volver al techo.
Aterrizando en este, hago mi carrera en la oscuridad bajo gritos, disparos y
lamentos humanos, cayendo al piso.
Esquivo ruinas sobre el, en mi carrera saltando obstáculos y escuchando mi
propio jadeo, guardando mis sables cruzados, otra vez en mi espalda.
Puertas abriendo y cerrándose de forma dura con más blasfemias por los
hombres de León, se sienten en la superficie y saliendo del interior del edificio.
Seguido por una balacera de armas, enfrentándose.
Salto a un pasillo angosto, en busca de su encuentro.
Ellos son muchos y mis hombres, un puñado.
Pueden estar en peligro.
Pasos de botas de fuerte pisadas corriendo, vienen hacia mí y uno grita mi
presencia al notarme, alertando a los otros.
En la intersección de tres corredores formados por escombros de pesca con
viejos tanques oxidados de combustible, hacen aparecen más de sus compañeros.
En posición y con mis ojos, grabo sus ubicaciones al rodearme y el primer
tiro, suena como un silbido, invocando la muerte sobre el aire.
Logro esquivarlo rodando por el suelo arenoso y cuatro pequeñas dagas de
mis laterales saco, que entre mis dedos, lanzo.
El primero con velocidad, acertando en la garganta del primero.
Me giro sobre mi lugar y las dos siguientes, se clavan en los pechos de otros
que al sentir el filoso impacto, con gritos desgarradores se tambalean entre sus
pasos, bajo el desangre de su cuerpo y la fuerza de su ametralladora que cargan,
cual siendo apretada por acto reflejo y por sus dedos, retumban en el piso
provocando que la lluvia de balas, salpique para todos lados como contra las
paredes y a ellos mismos.
Me cubro en un rincón de no ser herido por ellas, hasta que cesan por sus
muertes.
Y aprovechando el desconcierto del par de compañeros que también
refugiados de ellas se guarecen, salgo de mi escondite, cuando uno de ellos me
apunta con una.
Veloz, mi última daga va a su mano, clavándose en medio de esta y
atravesando su hueso y carne.
Provocando, que suelte el arma y con ella clavada, grita ante el dolor
tomando su muñeca.
Esquivo el ataque de su compañero con su sable empuñando, con un giro de
mi cuerpo.
Pero me lleva contra la pared y la punta de esta, con uno de sus movimientos
de lucha rechina de forma filosa, al incrustarse en el concreto y a centímetro de
mi rostro, por su arremetida y cortando con el filo de su hoja un sonido en el
aire.
Sin perder tiempo, me desplazo por abajo de mi oponente y girando sobre
mis talones, con un movimiento marcial, desenfundo mi cuchillo que llevo con
su arnés en uno de mis pies y lo clavo en su espalda.
Brota sangre de su boca y ahogado por ella, jadea deslizándose por la pared
manchando esta de rojo y haciendo un camino de ella, hasta quedar inerte tirado
contra el piso los metros que caminó convaleciente cerca de donde estoy.
Y me giro sobre mi hombro con ira, a el último que quedó.
Que sobre el piso, intenta arrastrarse para huir y aún, sosteniendo su mano
atravesada por mi daga.
Camino hacia él con pasos fuerte y decidido.
Pero la agudeza de mi oído, detecta otro atacante desde un lateral y entre la
oscuridad, apareciendo de la nada.
Mis ojos, se afilan.
No quiero, perder tiempo.
Sacando el arma de su cintura y pronosticando su ubicación.
Y sin mirar.
Disparo, mientras sigo caminando.
El sonido de su cuerpo cayendo de forma pesada y contra el suelo, me
confirma que acerté.
Bien.
El mercenario abre sus ojos, al ver mi determinación.
Y procura escapar de mí, aligerando su arrastre.
Sonrío bajo mi máscara, guardando el arma.
Pobre infeliz.
Lo detengo con mi pie encima de su espalda, para luego inclinarme y sin
oscilación de mi parte y bajo un grito de dolor por parte de él, sacar mi daga
clavada en su mano y guardarla otra vez en el interior de mi casaca guerrera.
Y con su sangre, en ella.
Porque, no me interesa.
— Min fadlik...Shafiqa...(por favor…piedad). —Me ruega escupiendo tierra
y saliva espumosa de su boca, presionada por la fuerza de mi bota sobre él y
contra el suelo arenoso.
El sonido de mis sables al sacarla de mi espalda y por el roce de sus filos, se
siente entre los dos.
Y cruzando ambos formo una X con su cabeza, entre ellas.
Eso, lo hace gritar de temor.
Y una mancha de agua creciendo y esparciéndose por sobre su entrepierna y
pantalones de tono caqui, sale de él mojándolo.
Ruedo mis ojos bajo mi máscara y otro jadeo lastimero de su parte, al sentir
que aprieto más mis sables, contra su garganta.
— ¿'Ayn hu Leon? (Dónde, esta León?). —Solo digo, bajo el sonido de
disparos y contienda, de mis hombres con los suyos, en otros sectores del
antiguo puerto.
Escupe saliva rojiza, por la mezcla de sangre.
— 'Ana la 'aerif... (No lo sé). —Responde.
Ruedo otra vez mis ojos y con un movimiento preciso y certero, corto con un
roce su cuello por mis sables, pero no lo suficiente para desangrarlo y que llegue
a su yugular.
Solo será una linda cicatriz gruesa y de por vida como un collar, de 10 cm
sobre el.
Chilla de dolor y ahogo su grito para no llamar la atención de otros, con mi
bota sobre su boca presionando.
Forcejea para hablar y lo suelto.
— ¡Dakhil! ¡Dakhil! (¡Dentro! ¡Dentro!). —Exclama, tosiendo tierra que
comió.
El lugar es grande.
—¿Kama? (¿Cómo?). —Prosigo.
— Alma'sadd alttaqat alkahrabayiya...(Por la represa de agua de energía). —
Susurra y con su mano sana, la eleva con esfuerzo y señalando bajo su uña llena
de mugre.
Sigo con mi vista, ella.
A un kilómetro de distancia y entre la oscuridad de la noche, solo iluminado
por la luna de sangre llena, la vieja construcción de una pequeña represa para la
asistencia en su época, de energía hidráulica por electricidad.
Y a metros de ella, una entrada clausurada por maderas cruzadas entre sí y
clavada a ella, al acceso al interior de la vieja mina.
— Hnak malak (Ahí, está el rey). — Tose más y sus ojos lleno de pasado
oscuro, me miran implorantes.
—Biadad...(Piedad). —Me repite, desde abajo.
Entre cierro mis ojos.
—Tu mirada está llena de pecados genocidios rajul bila rrawh
alllah (hombre sin alma de Dios). —Murmuro. —Solo veo en ellos tadmir ddid
alshshaebayn alshshaqiqayn...(destrucción, contra pueblos hermanos). —
Formulo. — Wafiat al'atfal...Aightisab aljism mi'ummahatuhum...(muerte de
niños y violación de los cuerpos de sus madres). —Sus ojos llorosos e
inyectados, me miran asombrados y llenos de culpa, por lo que digo. — Yatlub
alshshafqat ealaa 'asudruhk. (Pide perdón, por tu alma negra). —Ordeno y lo
cumple, bajando su mirada con ese rezo.
Y el sonido de mis sables cerrándose entre sí, se siente en el silencio.
Haciendo justicia.
Y yo, cierro mis ojos.
—Que Dios perdone tus pecados hombre de alma negra y a mí, por mi sed de
justicia... —Murmuro, para luego girar sobre mis talones y volviendo a
guardarlas detrás de mi espalda, mientras retomo mi carrera saltando por las
paredes y hasta el techo nuevamente.
Desde abajo, veo a mis hombres luchar a la par con Cabul y contra los de
León.
Cabul eleva su vista a mí, con sus espadas en mano.
Le hago una reverencia bajo la brisa nocturna, que hace flamear mi capa,
pero no pierdo tiempo y salto por los demás techos para ganar tiempo, mientras
esquivo disparos y me dirijo a la represa...
Capítulo 35
Amely aprieta más mi brazo que llevo con el suyo abrazada, mientras
caminamos al hacerle la pregunta.
Si le atrae, Constantine.
Y juro, que hasta veo que se le forman estrellitas en los ojos de mi amiga
Amely, al nombrarlo.
—¿Gustarme? —Suspira, pateando una piedrita con un pie, del camino. —Es
poco Jun, es más que eso... —Y me roba un suspiro romántico, llevando mi
mano a mi pecho.
Y hace una mueca con sus labios, al verme.
—...y no entiendo el por qué, ya que no registra mi existencia... —Resopla,
de forma decepcionante.
Río acariciando su mano con la mía, mientras nos detenemos a orillas del
lindo lago.
A un día y medio de nuestra boda con Caldeo, mamá organizó con tía Lorna
hacerlo en una linda campiña alquilada, a unos kilómetros de la ciudad.
Aunque respetaron que sea algo íntimo y familiar, la suma de toda la familia
y de amigos, superó la cantidad para albergar a los invitados en la casona de mis
padres, donde en un principio se iba a llevar a cabo nuestras nupcias.
Tomando la decisión mis padres de alquilar, un complejo vacacional a las
afueras.
Un lindo lugar para descansar de la frivolidad de la gran ciudad con espacio
verdes, un bello lago cristalino que refleja como un espejo todo este vergel
natural, espacios de juegos y deporte con un poco más de media docena de
cabañas en madera estilo su construcción, tipo Suizo.
Me giro a ella.
—Es así con todos, Amm. —Miro, el bonito lago. —Constantine es una
persona reservada e introvertida. —Me encojo de hombros. —Algo tímido. No
olvides que fue criado bajo una cultura, muy diferente a la nuestra...
—¿Tímido? —Repite, haciendo una cola de caballo con su pelo que le
empieza a molestar, por la brisa al llevarlo suelto y de forma nerviosa. —Jun
querida, Constantine no es tímido ni reservado... —Se voltea a mí, aflojando sus
hombros. —...es, tenebroso... —Abro mis ojos y creo que de asombro y miedo,
porque empieza a reír por la cara que puse.
Golpea mi hombro, con cariño.
—No te asustes, tontita... —Ríe más. —...a lo que me refiero, es que
Constantine bajo esa fachada reservada, es una persona misteriosamente y
poderosa...
Inclino mi cabeza, con obviedad.
—Es un príncipe, Amm...tiene un país bajo su mando y con la edad de
Caldeo.
Niega, cruzando sus brazos en su pecho.
—No me refiero, a eso. —Su mirada, se pierde en el lago. —...para mí, hay
más que eso... —Se vuelve a mí de golpe y por algo, que se le cruza en su cabeza
tomando mis hombros. —¿Y si es un mercenario asesino, tipo justiciero?
Río.
Corrección.
Río, a carcajadas.
Mucho.
Tanto, que tengo que limpiar mis lágrimas de risa, y que brotan de mis ojos
con mis dedos.
Y el eco de ella, suena en el gran espacio verde que estamos, de la campiña.
Palmeo su hombro y tomando aire, porque mi carcajada me dejó sin ello.
—Amely estás viendo mucho Anime o pelis, de Liam Neason... —Suspiro,
con una última bocanada de aire. —...Constantine tiene un personalidad pasiva,
en su país promulga la paz y el orden entre su pueblo, según me contó Caldeo...
– Y mis ojos, vagan a las pocas personas que ocupan un par de cabañas, fuera de
nosotros.
Un muchacho que sentado a orillas del lago y a unos ciento de metros de
nosotros, escribe sobre un cuaderno escuchando música de sus auriculares y una
señora de edad que con dos niños en la lejanía, que aminan en la orilla y dibujan
sobre la arena con ramas.
Supongo, que sus nietos.
—Constantine en su vida debe haber cargado algún tipo de arma Amely, no
lo imagino dentro de su timidez con una entre sus manos... —Niego. —...sería
incapaz de matar a una mosca. —Finalizo, totalmente convencida.
Y el chasqueo de la lengua de mi mejor amiga negando, me hace mirarla.
—Te digo que se guarda algo el chico, de mis sueños más húmedos... —
Eleva un dedo. —...mi sentido observador, me lo dice y lo voy averiguar chica...
Sonrío.
Ok.
Qué más, puedo decir.
Conozco a Amely desde niñas y sería en vano, oponerme.
Cuando algo se le mete en la cabeza, su espíritu investigador y reportero le
puede.
Y con otro suspiro para mis adentros, niego.
Lo gracioso para decirlo de alguna manera, es que siempre acierta ante sus
dudas.
Y un silbido amistoso nos llama, dando por terminada la conversación del
guapo y enigmático Constantine.
Es Fresita, que en compañía de Caldeo ayudándolo a caminar ofreciendo su
brazo, viene a nuestro encuentro.
Sonrío y no pierdo tiempo.
Corro a ellos, con Amely a mi lado.
—¿Charla, de mujeres? —Dice Demian, mientras abrazo a Caldeo y cierro
más su abrigo, por la fresca brisa de la tarde.
Me rueda los ojos por ello y yo, le guiño uno mío bajando más su gorra de
lana también y que cubre su cabeza.
—Tienes las defensas bajas, no te quejes...
Sonríe pasando su brazo por sobre mi hombro y besar mi frente, mientras
con la otra busca el celular de un bolsillo.
Y lo mira, frunciendo su ceño.
—¿Todavía, no sabes nada de tu hermano? —Pregunto preocupada, al ver su
rostro.
Niega, guardándolo otra vez.
CONSTANTINE
Atravesando la represa y llegando a la entrada de la vieja mina, el filo de una
espada me detiene.
Me giro, desenfundando el arma de la cintura que me dejé y apuntando a esa
persona.
Y un jadeo sale de mí y a un nano segundo, de dispararle y retener el
impulso.
—Viejo, no hagas eso... —Exclamo con un hilo de voz y una mano en la
rodilla.
Dios.
Casi le vuelo, la cabeza a Cabul que lo tengo en frente.
Las comisuras de sus ojos oscuros arrugándose a los lados, me señalan su
sonrisa pese a estar cubierto la totalidad de su rostro, por el Kafhiyye negro.
— ¿Kunt 'aetaqid ínannidhahib 'iilaa tarak wahdah fi kl hdha
Shayj? (¿Pensabas, que te iba a dejar solo, en esto?).
Y sonrío, bajo mi máscara.
Nunca lo hiciste mi fiel amigo y maestro.
Y con una reverencia suya bajo mi asentimiento, nos internamos en el
interior de la caverna.
Es extensa, pedregosa y solo, iluminada por viejos faros de aceite que
cuelgan a distancia de estas.
La humedad de ella, es fría en su semi oscuridad.
Provocando que parte de mi respiración en mi carrera con Cabul a mi lado y
pese a tener cubierto mi rostro, emane ese vapor de mi boca propio del fresco y
con cada exhalación.
Tres hombres de León, vienen a nuestro encuentro y antes de que puedan
apuntar con sus armas sobre nosotros, tomando impulso, salto sobre ellos
sacando mis sables en el aire y caigo sobre ellos.
El filo de una atraviesa el primero, cayendo al piso herido.
Y el segundo se abalanza sobre mí, al reducir su arma rodando en el suelo
por una patada mía, intentando llegar a mi garganta con su cuchilla de mano,
mientras veo como Cabul pelea bajo espadas, con el tercer oponente.
Con su pecho pegado a mi espalda lo llevo contra la pared con fuerza,
logrando que el ceñimiento de su brazo sobre mi garganta forcejeando por
liberarme, afloje ante el impacto de la pared rocosa.
Y tomando su brazo y de un movimiento, me giro a él y con otra maniobra,
lo hago caer al piso, sacando mi daga para terminar en su pecho incrustada.
Con su último respiro se lo saco, para luego guardarlo en mi chaqueta
interior otra vez.
Flexionado con un pie en el piso y contra el cuerpo, elevo mis ojos a Cabul y
aún, jadeando por la lucha.
El filo de su espada en ese instante, es atravesado al hombre de León y
cayendo sobre sus rodillas y frente a él, muestra el final del último.
Lo guarda en su funda, para señalar el final del túnel, con su dedo y sigo con
mi vista la dirección.
— Nahn qaribun, lays hunak alkthyr...walwusul Leon. (Estamos cerca, ya no
quedan muchos de león). —Murmura.
Y un par más, salen a enfrentarnos, pero logramos reducirlos de forma
rápida.
Nos detenemos final del túnel y ver que se divide en dos entradas.
Lo miro y Cabul y me entiende.
Y sin perder tiempo, toma el camino izquierdo, mientras yo el derecho.
Luces tenue y voces en el fondo, mientras sorteo la senda de los rieles de
esta, que en épocas pasadas era utilizado para deslizar carros de carga mineral.
Y cierro mis ojos por fuerza, al sentir la voz de Leon, llegando al final de
esta.
Y no, pierdo tiempo.
Con mis sables en mano, empiezo mi enfrentamiento contra sus hombres que
embisten contra mí, al verme llegar.
¿Tres?
¿Cuatro?
No tengo la más puta idea, cuanto son.
Solo ataco.
De forma ligera.
Con movimientos, precisos y certeros.
Y como, una sombra.
Al terminar y de espalda a ellos, siento como sus cuerpos caen derrumbados
contra el piso, mientras con ambos sables en mis manos intento controlar mi
respiración agitada, por la lucha.
—Has mejorado bastante tus doctrinas de pelea desde la última vez, mi
pequeño hijo... —Sus ojos color agua y cristalina igual a los míos y de mi
hermano, me recorren. —Debo reconocer que el viejo Cabul, hizo bien su
trabajo.
Elevo mis ojos.
Para encontrarme a mi padre, salir detrás de unas cajas en madera
acumuladas de cargamento.
¿Armas?
Lleva puesta una vestimenta parecida a la mía, pero con el escudo de los
Kosamé sobre su pecho y el sable de su familia, cuelga de un lado.
Los dos únicos hombres que quedan, viene contra mí.
Y elevo mis sables contra ellos y en posición, pero la voz de León los
detiene.
— ¡La! (¡No!). —Grita. — Hasalat ealatyh...(Yo, me encargo). —Exclama,
con esa media sonrisa que toda la vida lo identificó.
Los hombres retroceden con una reverencia al escucharlo y hacen espacio
entre nosotros, pero alertas en un extremo.
—Podrías, haber sido el mejor... —Me mira fijo y a través de su pestañas,
rodeando unos tablones que son utilizados, a modo mesa. —...el único,
Constantine... —Niega y se sonríe más. —...después de mí. —Aclara.
Desenfunda su sable y me posiciono más frente a él con las mías
apretándolas tan fuerte, que puedo sentir bajo los guantes de mi traje, los
nudillos de mis manos blancos.
—Caldeo no lo merecía y tú tampoco... —Se acerca a mí y me reacomodo,
sobre mi lugar. —...la descendencia que me dio Al— Almirah Fadila, wamin
alkharab...(La princesa Fadila, es ruina). uno enfermizo y el otro un débil... —
Ríe, con asco.
— Ásma'la walidatuna...(No nombres a nuestra madre). —Gruño.
—¡No merecen, ser parte de los Kosamé! —Grita. —No merecen, llamarse
mis hijos...
Y sonrío, bajo mi máscara.
—Nunca lo fuimos, León... —Acoto. —...en la sangre de Caldeo y mía, solo
corre la Qurash. — Prosigo. — Profetizar la paz y justicia del pueblo, como lo
hizo el profeta Abraham.
Y con mis palabras, su sangre vengativa nace.
La de odio, a los Qurash.
Y la de los Kosamé que fluye, con su grito de desdén que se lanza sobre mí,
empuñando su sable.
Aunque está viejo, es un gran gladiador de lucha.
Siempre, lo fue.
Por su espada corrió la sangre de muchos, para conseguir sus metas.
Entre ellos, la de nuestra madre.
Nuestros sables, retumban en su acero ante el impacto de ambas, chocando
en el aire al enfrentarnos.
Y con otro golpe de ellas nos separamos, midiendo uno la reacción del otro.
No subestimo a León, ya que no tendrá piedad de mí.
No lo tiene, ni tuvo con nadie jamás.
El segundo encuentro, es peor.
Ambos somos rápidos y con movimientos experimentados, no nos damos
tregua el uno al otro enfrentándonos.
Dios...
Padre, contra hijo.
Un golpe de él, me lleva contra las cajas.
Y estas.
Tambalean encimadas una arriba de la otra, por el impacto de mi cuerpo
contra ellas y cayendo algunas sobre mí.
El grito gutural de ataque de León a mí nuevamente, hace que patee estas y
ruede sobre el suelo, intentando esquivarlo.
Y su espada, se clava en el piso sin piedad a centímetro de dónde estaba.
Lo que podría haber sido mi corazón, si no me hubiera movido rápido.
Pateando su torso me separo de él, en el momento que la saca del suelo y
yendo directo a mi cabeza.
Inclinado y con mis sables cruzados sobre y frente mío, detengo la suya,
retumbando el impacto de sus aceros en la habitación.
Mi furia crece y con un giro de mis pies, barro los suyos y con un gruñido de
fuerza, empujo su sable para arriba.
Provocando que vuele, a metros de él y su cuerpo, que caiga de forma dura y
con su espalda al piso.
Jadea al verme rodar sobre él y a horcajadas, empuñar mis sables en el aire.
Y contra el pecho de mi padre a punto de apuñalarlo, con ambos sobre él.
—¡No Shayj! — El grito de Cabul corriendo hacia nosotros y con parte de
nuestros hombres reduciendo a los dos restantes con armas apuntándolos, suena
en la caverna.
Jadeo, sobre León.
Mi pecho baja y sube de forma estrepitosa sin perder mi postura de ataque,
por la adrenalina.
Y venganza, con su sangre.
Oh Dios.
— Tadeun alddam min aleadalat la alaintiqqam...(Tú, reclamas sangre de
justicia, no de venganza). —Dice sobre su lugar y a metro de nosotros.
Y mis puños aprietan mi sable, por sus palabras, pero sin dejar de apuntarlo.
— Lays hdhaan ma kunt taghrrus fi taealim baladi... (Esto, no es lo que te
inculqué, con mis enseñanazas). —Finaliza con pasos lentos a donde estoy y
guardando su arma. —Deja que los excelentísimos esta vez y la voz del pueblo,
decidan por ti.
Mis ojos se encuentran con lo de León, que respira tan fuerte como yo, bajo
mío.
Escupe saliva y odio.
—Siempre lo dije....un débil. —Entrecierra sus ojos fríos y claros, sin dejar
de mirarme de forma desafiantes. —No mereces, la corona...
La frialdad paternal de sus palabras y el dolor de ellas, sin dejo de cariño,
llega a mí.
Empuño más mis sables, contra él.
— Shayj... — Frena con suavidad mi impulso Cabul, rodeando con su mano
unos de mis sables.
Niega con esa paz que siempre, lo identificó.
Cierro mis ojos.
—No voy a permitir que lastimes a Caldeo... —Murmuro, entredientes y sin
dejar de mirar a Leon. —O al pueblo...
Y una carcajada despectiva y ahogada, sale de mi padre al escuchar el
nombre de mi hermano.
—¿Lastimar? —Repite. —Yo no lastimo lo que estorba eaziz Constantine...
(Querido Constatine) yo lo destruyo...
¿Qué?
Oh Dios...
Y giro, mi cabeza a Cabul.
Su mirada, entiende mi mayor temor.
Y vuelvo a él presionando mis sables cruzados, contra su cuello.
—¿Jael? ¿Dónde, está Jael!? —Grito, contra él.
Su sonrisa se dibuja a un lado de su rostro sudado y lleno de tierra.
—Paseando y cumpliendo un encargo... —Solo dice.
No.
NO.
Caldeo...
—¡Viaja. Tienes que volver a América, Constantine! —Grita Cabul,
ordenando a nuestros hombres, que se hagan cargo de León, al levantarme sobre
él.
Asiento, guardando mis sables.
Y corro en dirección a la salida, pero me giro a León.
—Si algo le sucede al Sayyid, correrá tu sangre León y no tendré, piedad de
ti... —Amenazo.
Y volviendo sobre mis pasos, vuelvo a correr sin esperar su respuesta.
Como si se me fuera, la vida en ello.
Y bajo su risa enferma, que retumba en la maldita caverna....
Capítulo 36
—¡Marcia! ¡Que nadie me moleste, hasta nuevo aviso! —Digo con mi mejor
cara de mierda, pasando por la recepción de mi piso 30 y caminando en
dirección a mi oficina.
Sip.
Las estoy escuchando.
Mi carácter jodido, no aflojó con los años.
Creo que solo, más sensible me he puesto.
Creo dije.
No se emocionen.
¿Soy el chico rudo, lo recuerdan, no?
Bien.
Y culpo a mi rayo, por ese gramo de sensibilidad.
¿Cómo, no?
¿Si me dio mis tres bebitas y una familia?
Porque llora, cuando ve un perro abandonado en la calle, haciéndome
estacionar para recogerlo y llevarlo a una protectora canina.
Se conmueve con los abuelitos que cuida Marleane y Collins al escuchar sus
historias, después de visitar Terra Nostra.
Y no hablemos de su emoción y esa postura mezcla de tía jodidamente
casamentera y estilo cupido que tomó ahora, irradiando corazoncitos de todos los
colores sobre ella, ante sus objetivos.
Nuestro par de tríos.
Mi Hope y el pequeño Caleb, con mi Tatúm y el pequeño Cristiano.
Y el ya, consumado.
Mi Junot, con el pequeño Caldeo.
¿Consumado, Mon?
Paso mi mano por mi rostro, de forma pesada.
Oh Dios...
Aflojo, mi corbata.
No vayas por ese lado, Mon.
Antes de abrir mi puerta miro como siempre, que todo esté en el puto orden
que me gusta.
¿Activos, trabajando?
Bien.
¿Potenciales clientes atendidos como se debe, a la espera con café en mano?
Bien.
¿Cara de espanto y boca caída, queriendo decir algo pero solo balbuceo de
Marcia, detrás de la mesa de recepción hacia mí?
Mal.
¿Eh?
¿Pero, qué mierda?
Y la miro interrogante, por palabras.
Titubea, con miedo.
—¿Esta mi nena, dentro? —Pregunto y mordiendo mi labio superior, para
atajar la risa.
Ese rostro temeroso, solo puede ser cortesía de Vangelis.
Sip.
Todavía le teme a rayo de sol cuando la ve, después de mucho tiempo y por
esa vieja amenaza, de arrancar sus extensiones rubias y arañar su cara.
Niega, acercándose a mí.
Pero, que decepción.
Pensé que mi nena vino, hacerme una visita.
Me vuelvo a ella, de forma aburrida.
Y chasqueo, mis dedos.
Lo que sea chica, rápido que no tengo tiempo para estas mierdas, de jugar a
las mímicas.
Solo vine por unos putos papeles y volver a la campiña que alquilamos.
La boda de mi bebita número dos es mañana.
—Lo esperan, señor Mon... —Susurra bajo y señalando mi oficina.
Frunzo mi ceño.
—Dije que estos días, no citas Mar...
Me interrumpe bajando su cabeza.
—Lo sé señor Mon, pero Grands lo aprobó y está dentro con ellos. Dicen que
es importante...
Mierda.
CALDEO
Sentado en una de las reposeras del balcón de mi habitación del segundo piso
de la cabaña, miro el extenso paisaje verde que me regala la vista de la campiña,
mientras cuelgo la llamada con mi médico de cabecera, del tratamiento contra mi
Leucemia.
Quiere, una respuesta.
Sonrío triste.
Ni yo, la sé.
Dejo a un lado mi celular, flexionando y ejercitando los dedos de mi mano
por ese hormigueo constante, que siento a causa de los daños a mis nervios por
mi enfermedad.
No me quejo.
Es más soportable, que las náuseas y vómitos que padezco.
Me envuelvo más en la cobija liviana y que cachorra me dio para enfrentar el
fresco de la tarde, antes de irse con mamá, hermanas y tía Vangelis a la prueba
final, de su vestido de novia.
Sonrío, pensando verla mañana a la tarde, puesta con el.
Pero un suspiro roba mi alegría, al recordar el papel que llevo entre mis
manos ya arrugado de tanto releerlo y esconderlo por días.
Cierro mis ojos, echando mi cabeza a atrás y contra el respaldo de mi silla.
La quimioterapia, está dando su efecto favorecedor en el tratamiento.
Solo con un trasplante alogénico a través de un donante compatible de
médula y en una intervención quirúrgica para la recolección de células madres
de esta, sería suficiente para un resultado positivo contra mi Leucemia. Y bajo
muchos ciclos de este alternando periodos de descanso, debido a los efectos
secundarios que me producen.
Y otro suspiro agotador, sale de mi pecho.
Como últimamente, digo.
Es una de cal y otra de arena.
Ya que la quimio a su vez, con los fármacos que la componen con sus toxinas
invasivas, pueden producir mucho daños colaterales.
Incluyendo lo que me detalla el parte médico último, que llegó a mis manos
hace tres días y nadie lo sabe.
Ni siquiera mis padres o mi bebita.
La falencia, de mi hígado.
Función vital en mi cuerpo y la más importante, en filtrar las sustancias
tóxicas de mi sangre.
Pero el exceso de ellas por la quimioterapia, provocó daños graves.
Y no existe tratamiento, contra eso.
Solo en retirar las sustancias que han producido ese daño y trabajar, para
controlar los síntomas con ayuda, de prescripciones de diuréticos.
Y suspender la medicación, que lo afecta.
En una palabra.
La quimio.
Retirar, la quimio.
Lo que me está salvando a su vez, me está matando por otro lado.
Irónico.
Otra solución más adversa, sería un trasplante de ese órgano.
La última frase, de mi médico.
¿Entrar, en la lista de espera?
Tal vez meses.
O años, a la espera de uno.
Un tiempo, que no tengo...
Abro mis ojos y vagan directo a la pequeña mesa a mi lado, donde descansa
mi taza de té con un par de galletas dulces, ya fría porque no la bebí como
tampoco comí.
Mi pérdida de apetito, continúa.
HERÓNIMO
Elevo mi ceja, apretando de forma fuerte mis manos contra el apoyabrazos
de mi sillón y ya, en el escritorio de mi oficina.
Y hasta que creo que me palpita un ojo, por escuchar lo que me dicen estos
extraños hombres de negro a juego con sus lentes puestos oscuros, pero versión
Árabe por los Kafhiyye que llevan sobre su cabezas.
Elevo un dedo.
—¿Qué el pequeño Caldeo, está en peligro? —Repito después de darme, sus
argumentos.
—El Sayyid. —Son tres.
Pero me corrige, el Will Smith versión Pakistaní.
Le ruedo los ojos.
—La mierda que sea, viejo. —Digo entrelazando mis dedos sobre mi barbilla
y cambiando mi postura.
Piensa Mon, piensa.
Pertenecen al equipo de seguridad y protección de la realeza, del pueblo de
Caldeo y Constantine.
Y bajo sus órdenes viniendo este último en camino de África, para detener a
un supuesto asesino.
Y digo supuesto, ya que no sabe a ciencia cierta, su paradero.
Tantos días a favor y a posteriori después de la fuga del padre de los chicos,
le dio tiempo suficiente con documentación falsa, como para partir hacia acá
desde cualquier parte del continente Africano, como Asiático.
Carajo.
¿Cancelar, la boda?
¿Encerrar a todos dentro de un bunker, hasta que se encuentre el dichoso
sicario?
Froto mi sien preocupado con mis manos y mirando a Grands de pie a mi
lado, interrogante por la solución correcta.
Sería asustar a los niños y a rayo, con toda la familia como Caldeo con su
enfermedad.
Y saber de esto, no sería bueno en lo emocional, por sus ya muy defensas
bajas.
Infundiría, solo más pánico.
El segundo hombre de negro, me confirma la llegada de Constantine por la
mañana, desde su avión privado.
Mierda.
¿Qué hago?
—Los señores han estado vigilando desde las sombras, el bienestar
del Sayyid, Herónimo... —Responde a mis dudas, Grands. —...puedo aumentar
la seguridad con el equipo nuestro, de forma reservada y civil, por los
alrededores de la campiña hasta el final de la estadía en la campiña. Que no
pasaría del día siguiente después de las boda, ya que el pequeño Caldeo debe
continuar con su tratamiento...
Cierto.
No hay luna de miel para mis muchachitos hasta una cierta mejora de él y
durante su ciclo de descanso, para que lo disfruten.
Vivirían con nosotros, aumentando la seguridad en la casona, mientras el
equipo nuestro y el de Constantine a la par, localizan a este demente.
Solo serían avisados, Ángel y Lorna.
Otro problema viene a mi cabeza y tapo mi rostro, con ambas manos.
Jadeo.
Oh jodida, mierda.
No sé, si reír o llorar.
¿Cómo carajo hago, para que rayo se quede quieta con todo esto, cuando se
entere?
Tiene hormigas en el trasero mi mujer, cuando la acción llama.
A la mierda.
Elevo mi vista, a mi primero al mando.
—Vangelis, no debe saber nada Grands. —Digo serio y acomodando mis
lentes.
Lo decidí.
Punto.
Y asiente, con una sonrisa.
Él mejor que nadie sabe, que mi nena es pésima tomando decisiones y lo
muy mala que resulta ser como heroína, la cabezona en situaciones como estas.
CONSTANTINE
Devuelvo el teléfono inalámbrico a la aeromoza personal de mi avión
privado, en pleno vuelo después de terminar mi conversación, con el médico
personal de Caldeo.
Agradeciendo la molestia, por siempre mantenerme al tanto, bajo mi pedido.
El equipo de seguridad que quedó en América para la protección de mi
hermano, ya me confirmó el estado de alerta y custodia del lugar en conjunto
con la del señor Mon, ante la imprevista presencia de Jael.
Y un suspiro de alivio sale de mí, acomodándome más sobre mi butaca y
mirando a través de la ventanilla el vuelo nocturno.
Un par de horas más y ya pisaré suelo Americano, para estar de regreso junto
a mi hermano.
Las voces del cuerpo médico que viaja conmigo y traje de África, sentados
lugares más adelante, siento que agradecen la cena que otra aeromoza les ofrece.
Para ser preciso, prestigiosos cirujanos y doctores Oncológicos que se
hicieron cargo de la enfermedad de Caldeo, ese año que vivió en nuestro país y
ahora nuevamente, los necesito.
Esto, no fue un imprevisto de planes a última hora y con mi regreso.
Ya lo tenía confirmado con la internación repentina de Caldeo, luego del
partido de básquet.
Y con ayuda de Cabul di vuelta mi país con llamados desde el hospital esa
madrugada, dando la orden de la ubicación de todos, para un viaje a este
continente y que en equipo con los otros médicos, resolver la situación de mi
hermano.
Mis ojos van a Cabul, que esta vez viaja conmigo.
Mi fiel, amigo.
Mi maestro.
Y lo más cercano a un padre, que tuve.
Sonrío.
Porque, lo va ser para Caldeo también, en su momento.
Y eso, va ser pronto...
Con León, bajo el exilio de una mazmorra del penal de máxima seguridad,
para indeseables en el penal de una isla desierta del Golfo donde fue llevado.
Encadenado y a la espera, de la fecha de su sentencia de muerte declarada
por los excelentísimos, solo dos preocupaciones taladran mi mente.
La ubicación, de Jael.
Y el duplicado del último parte médico que llevo entre mis manos, que me
llegó vía fax de Caldeo desde su hospital.
— Ghabi...(Pendejo). —Gruño por lo bajo, negando la bandeja con cena que
me ofrece también la aeromoza, con un ademán de mano.
¿Caldeo creía, que no me iba a enterar?
Si tengo que amenazar o comprar a medio hospital, para estar un paso
adelante de ti hermano para poder protegerte, lo voy hacer.
Mi vista desciende a los últimos renglones, de la hoja oficio.
Quimioterapia, con resultados positivo superando el primer ciclo del
tratamiento, contra la Leucemia.
Y subrayo la parte final de la oración, con mi pluma de bolsillo.
Posible trasplante de hígado a conformidad y consentimiento del paciente.
El exceso de toxinas invasivas por la quimio, están haciendo estragos a ese
órgano de Caldeo.
Dos situaciones que son salvación, lo condenan a la muerte.
Alqaraf...(mierda).
Capítulo 37
CALDEO
Entredormido estiro mi brazo en su búsqueda, para solo encontrar el vacío a
mi lado en la cama.
Parpadeo, focalizando en la media luz de la mañana, mirando el techo de
nuestra habitación.
Junot ya despertó, para verla apoyada sobre el balcón al voltear mi rostro,
hacia la doble puerta de vidrio semi abierta de la cabaña.
Me incorporo dando un sorbo a mi vaso de agua junto a mi mesita de cama,
al sentir mi boca reseca para luego de forma silenciosa y envuelto en una de las
frazadas, caminar a ella.
Su perfume dulce y floral de toda la vida llega, a mí por la brisa mañanera.
Y lo aspiro hasta donde mis débiles pulmones dan, sin hacer sonido y poder
grabar su aroma.
Como tantas veces lo hice de pequeños y como de adultos, que bajo mi
idiotez de alejarla de mí, mediante rechazos, burlas y denigrándola, lo hacía
cuando pasaba por mi lado.
Y conformándome, con solo eso.
Sentir, su perfume.
En otro momento, saltaría sobre ella por detrás como siempre lo hice
tomándola desprevenida, en nuestros encuentros por la tarde en el estanque en el
pasado.
Para luego, tumbarnos sobre el piso y a ese colchón formado por hojas, de
muchos otoños.
Pero mis fuerzas, no me acompañan.
Y me limito hacer, otras de las cosas que amo también.
Abrazar a mi cachorra.
Mucho.
Y sobre nosotros, la frazada.
Su cuerpito se estremece, al sentir el contacto del mío.
Y sonrío, besando con suavidad y en silencio, entre sus cuello y hombro.
A veces, la piel habla más que las palabras.
A veces un simple contacto, dice más que cien de ellas.
Con cachorra, es así.
Siempre, lo fue.
No necesitaba de forma verbal expresarme, para que sienta mis emociones.
Solo bastaba, un roce.
Una caricia.
O una mirada.
Para entenderme...
A mi mente viene, el jodido papel médico.
Y la abrazo más contra mí por eso, provocando que ría.
Jodida mierda.
Es tan linda.
Y sentimientos de culpa me embargan, porque no le mencioné a la imperiosa
necesidad de que necesite un trasplante y siento que la engaño.
A mi hermano, también.
Nadie, debe saberlo por ahora.
Sería abandonar el tratamiento con su quimio.
Sacudo mi cabeza en mi interior, negando.
Esperar.
Solo esperar, que todo esto pase.
Aguanta amigo, pido por lo bajo a mi hígado.
Solo aguanta, un poco más.
No quiero preocupaciones o miradas de tristeza, bajo la alegría y felicidad de
nuestra boda por parte de nuestros familiares y amigos al enterarse.
—Más gente disfrutando, de este hermoso lugar... —Murmura mi chica,
dejándose abrazar más por mi e interrumpiendo mis pensamientos.
Beso su mejilla, siguiendo su mirada.
Si.
Es verdad.
El gran jardín campestre y en la lejanía a orillas del lago, hay personas
caminando por su alrededores.
Solo lograría reconocer al muchacho, que hospedado de antes en la campiña
ya estaba a nuestra llegada y solo se limitaba a leer a orillas de este.
Un estudiante tal vez en sus vacaciones y descansando.
Pero lo busco con mi vista y no lo diviso.
Aún es temprano, debe estar durmiendo como los dos nietos de la señora que
también se hospedan, que ahora y sin ellos, mantiene una conversación con el
jardinero del lugar a unos metros bajo nuestro.
En realidad, son todos hombres.
Un par, pescando.
Otros, en la mini cancha de golf.
Y otro tanto, solo caminando por los alrededores.
—¿Una posible convención, de hombres? —Dice curiosa, Junot.
Encojo mis hombros, como respuesta.
Extraño, pienso estrechando mis ojos y haciendo girar, el aro de acero de mi
labio.
Se suponía que tío Herónimo, había ocupado todas las plazas de la campiña
restantes.
CONSTANTINE
A la mierda, mi Kafhiyye.
Lo dejo sobre una de las tantas sillas, que en fila y una al lado de otra con su
blanco tapizado, por pertenecer a la sala de espera vip del aeropuerto y solo
ocupada por el equipo médico que traje y parte de mi tripulación, con unos
hombres de mi seguridad y Cabul.
Necesito, tirar de mis pelos.
El gran vidrio que forma el frente, con vista a la pista principal de despegue
y aterrizaje de este aeropuerto, retumba al apoyar mis ambas manos cerradas
como puños y de forma fuerte contra el.
Paso una y otra vez mis manos, sobre mi pelo de forma nerviosa.
¿Seis horas, de demora?
Y mi resoplido frustrado, empaña este.
En la lejanía se divisa el estado de la tormenta que se avecinó horas antes y
ahora, cediendo se dirige con toda su furia tropical al sur.
Grandes nubes en la gama de los grises oscuros, densas y cargadas de
truenos se dibujan, completan y componen el cielo refucilando entre sí y
amenazando como dioses de las alturas a todo ser vivo, que se atreva a pasar por
ellas.
— 'Ant bijahat 'iilaa tahdia...(Necesitas calmarte). —Murmura Cabul, con
sus pasos a donde estoy.
Sonrío.
Viejo, esto es tranquilidad.
De lo contrario, estaría piloteando solo una avioneta alquilada e
importándome una mierda la tormenta.
Miro a toda mi gente, en la sala desde mi rincón.
—¿Está todo, ya hablado y preparado? —Digo, con otra exhalación
profunda.
Cabul entiende, lo que digo.
—Si, Shayj... —Me lo confirma, con una reverencia.
Perfecto...
JUNO
Mi carcajada alegre, se siente al dejar en una de las grandes habitaciones
aparte y que solicitó mi madre a los dueños de la campiña con el pedido
exclusivo de "distancia" entre ellas y con el motivo de ser para ambos novios, el
lugar de cambio y ajuar hasta la hora de la boda.
Entre risas y empujada por mis hermanas con Amely, me dejo llevar dejando
solo a Caldeo con mala cara por la idea de separarnos, en compañía de Caleb,
Demian, Cristiano y tío Hollywood para que lo ayuden, con sus preparativos de
novio.
Sip.
Mi tío, en Europa.
Para ser exactos de Francia, en unos de sus tantos viajes de control por sus
sofisticadas tiendas de alta costura, pegó un grito en el cielo en aquel continente
al enterarse de mi pronta boda.
Acelerando su regreso, ya que vive en nuestra ciudad con nana Marcello, en
una linda casa que compraron.
Y de forma amenazante y en tres idiomas, dijo por teléfono que no nos
atreviéramos hacer nada sin su consentimiento hasta su llegada.
Que fue esta madrugada, gracias a que papá le mandó su avión, el Impala I a
su búsqueda.
Arribando cargado de cosas envueltas y protegidas con bonitas fundas, para
nuestro día.
Y sin dormir, él y parte del equipo de ayudantes que se trajo.
Y se dispuso de temprano a decorar el salón de fiestas de la campiña, donde
se llevará a cabo nuestra fiesta, con ayuda de mamá y tía Lorna.
Para luego más tarde, su objetivo principal.
Preparar, los novios.
—Te aguantas, pendejo. —Respondió como si nada, ante la cara de Caldeo
de no vernos hasta la boda, con un dedo en alto y uña perfectamente limada y
pintada en tono celeste cielo, haciendo a un lado su extravagante pero lindo con
corte y en su rubio pelo entrecano con un movimiento.
Y estrechando esas cejas finamente cuidadas, prosiguió.
—Y agradece, que no llegué ayer... —Nos señala a ambos. —...porque
hubiera dormido entre ustedes. Soy una tía, muy tradicionalista...pregúntale a tu
padre. —Me mira.
Para los que no saben.
Tío Gabriel o como se lo conoce en el mundo de la alta costura y pasarelas
Hollywood, es primo directo de papá por parte materna y una versión, casi clon
físicamente de él.
Sip.
Jodidamente, idénticos entre sí.
Con la diferencia, de que uno es moreno y hetero.
Mi padre.
Y el otro.
Su versión rubia, delicada y eróticamente gay.
Casado con mi nana Marcello, desde hace un poco más de una década.
Su fama como diseñador de zapatos de alta costura, es de renombre mundial.
Los calzados, L'Arou Hod.
Provocando que muchos diseñadores como Prada, Michael Khors, Carolina
Herrera entre otros, se disputen por sus lanzamientos de temporadas en zapatos
femeninos, arriba de sus pasarelas.
Besando mi frente de forma tierna en el gran pasillo y sosteniendo la puerta,
para que no huya el novio detrás de mí, me mira con cariño mi tío.
—Ve corazón... —Señala emocionado con su pañuelo en seda y puntillas, al
otro extremo. —...mi estilista junto con tu madre, están a tu espera, para que te
dejen wonderfull... — Exclama, para luego mirar a mis hermanas e inclusive a
Amely, a mis lado. —...y para la próxima que siga en la lista. Quiero una
anticipación de boda, de por lo menos tres meses... —Las mira profundo con ese
color de ojos intenso, como los de papá. —...para programarla como se debe y
merecen my princesses...
Tatúm y Amely dan pequeños saltitos sobre sus lugares y palmotean felices,
ante la idea de que él, se haga cargo de sus futuros wedding planner.
Hope le rueda los ojos, sonriendo.
—Lo que sea, tío... —Dice empujando mi hombro y mirando su hora de
forma exasperante. —...estamos retrasadas, Jun... —Me dice preocupada, por su
siempre y obsesa puntualidad, para todo.
Y una risita sale de nuestro tío apoyado aún, sobre la puerta al vernos
caminar, en dirección a la habitación designada para mí.
Mira específicamente a Hope y otra sonrisa, se le dibuja en los labios.
La sabia y llena de inteligencia.
—Tú, serás la siguiente mi pequeña Herónimo, versión femenina...
Las tres, miramos a Hope.
Que pálida y con sus ojos muy abiertos de asombro por los dichos de tío
Hollywood, parecen más azules.
Para luego, encogerse de hombros de forma relajada y como recobrando la
compostura.
—Nunca. —Solo dice. —Mis objetivos y metas son otros tío. Gracias... —
Agradece. —Pero, nop...
Este mira sus uñas pintadas, como si nada.
—Tu padre, decía lo mismo... —Susurra, elevando su vista de ellas, para
focalizar en mi hermana. —...y el pequeño Caleb, está hecho un papi caliente...
—Finaliza, con voz sexi.
Los colores de mi hermana, suben a sus mejillas al escuchar el nombre de
nuestro primo, bajo nuestras carcajadas.
Hope eleva, ambos brazos al cielo.
—¡Dios! ¡Cuando algo se les mete en la cabeza, son un dolor de trasero! —Y
farfullando por lo bajo, toma mi mano y me jala con pasos decididos por el
pasillo, dando por finalizada la conversación celestina de tío Hollywood, con la
risita de nosotras.
—Algo azul, algo prestado, algo usado y por último, algo viejo... —Media
hora después, dice Amely leyendo de su celular parte de las tradiciones de una
novia, sentada sobre un gran sillón mientras alisa su lindo vestido rosa largo y
delicado.
Peinada y ya lista.
Hago una mueca sentada frente al espejo, donde el estilista termina de alistar
mi pelo y envolverlo en una especie de cofia, hasta la hora de la boda.
Que será, en poco más de una hora.
Miro a mamá.
Que con su lindo vestido de gala ya puesto en negro y estilo sirena sin
breteles, me abraza por atrás con amor y sin importarle en arrugar este, bajo las
exclamaciones en francés de otro ayudante, del equipo de tío Hollywood al verla
hacerlo.
—¿No tienes todo, bebita? —Me dice, suave.
Niego. —Me falta, lo viejo... —Miro mis manos entrelazadas en mi regazo,
pensativa.
Pero sonrío, poniéndome de pie.
—¡Regreso en breve! —Digo emocionada.
—¿A dónde, vas? —A coro exclaman mis hermanas desde sus lugares,
terminando de vestirse con su vestido de fiesta.
Una en lila, largo y sexi.
Y la otra en azul, brilloso y ceñido.
Me envuelvo más sobre mi bata, que llevo puesta.
—Hasta mi habitación... —Saco la cadenita, que cubre mi cuello y cuelga de
ella una pequeña llave. —A buscar, lo viejo...
Mamá duda por unos momentos, pero al ver mi morrito sede.
—No te demores, nena... —Sus ojos van al tocado y mi vestido de novia,
colgado. —...sigue lo especial... —Me mira, llena de emoción.
Asiento sonriendo, mientras abro la puerta y corro como puedo con las
pantuflas de cama, otra vez por los pasillos.
Y ya dentro de mi habitación, busco en una de mis maletines de viaje.
Sonrío al encontrar mi viejo diario íntimo, que aunque ya no lo escribo.
Me acompaña, de siempre.
Con la llave que cuelga de mi cuello lo abro y de forma cuidadosa, busco
entre sus páginas, mi tesoro preferido.
El pequeño pedacito de papel, ya amarillo y algo ajado por los años, escrito y
dibujado por Caldeo como regalo a mi cumpleaños número siete, que me dio en
la casita del árbol esa tarde.
Mis dedos acarician con amor, su letra infantil y algo desprolija con ese
dibujo de un cachorrito y corazoncito.
Siempre su cachorra y siempre, en su corazón.
Como él, en el mío...
Murmullos del exterior, hacen elevar mis ojos del pedacito de hoja y hacia el
balcón de nuestra habitación.
Deslizo solo algo la puerta, para mirar esa parte del jardín.
Papá yendo y viniendo sobre su lugar, vestido con su smoking negro ya, no
deja de mirar todo el predio rural y junto a Grands dar directivas, que no llegan a
mis oídos para escuchar, pero lo son por su eternas posturas de orden y
mandamiento que toda su vida mostró, mientras acomoda sus lentes.
¿Eh?
Y este último.
Con radio en mano, las ejecuta.
¿Pero a quienes?
Siempre fue un obseso del control, más en el tema de la seguridad personal
de la familia.
Y me encojo de hombros, colgando mi cadenita nuevamente sobre mi cuello
para volver.
Caminando por el pasillo y bajando unas escaleras, se escucha el sonido de
una suave música dando la bienvenida a los primeros invitados provenientes del
salón, donde se hará la fiesta.
Muerdo mi labio sonriendo de felicidad, apretando más y contra mi pecho,
mi tesoro de papel que llevo en mi mano.
Girando en una esquina, un golpe suena por llevarme alguien puesto, que me
hace tambalear y pisando mal por mis pantuflas, pero una mano fuerte me toma
de la cintura, evitando que al trastabillar no termine en el suelo.
El muchacho.
El chico estudiante y que ya se hospedaba en la campiña antes que nosotros,
que con una sonrisa en el rostro, me ayuda a incorporarme.
—Lo lamento... —Digo ruborizada y arreglando, mi bata frente a él.
—La culpa fue mía, señorita. —Me dice flexionando una rodilla, para
levantar del suelo lo que se me cayó por el impacto.
El pequeño pedazo de papel, dibujado por Caldeo.
Lo alisa con sus dedos al mirarlo y un cierto rubor, sube a sus mejillas.
Niega de forma avergonzada y pasando una mano, por su pelo color arena.
—Lo lamento, no debí...pero al levantarlo no pude evitar...
Río.
—No se preocupe. —Yo también lo miro, cuando me lo entrega. —No es,
nada secreto... —Acaricio el dibujo.
Asiente.
—Pido disculpas, igual. —Solo dice, volviendo a sonreír.
Mira de forma simpática el ir y venir de meseros con bandejas de copas y
mantelería.
—¿Su boda?
Sonrío más, asintiendo.
—¿Caldeo? —Repite y sus ojos castaños van al papel que ahora, atesoro
entre mis manos otra vez. —¿El novio? —Dice al recordar el nombre, en el viejo
papelito.
Vuelvo a afirmar, pero el sonido de unos finos tacos y voz femenina de
alguien, nos interrumpe.
Constanza, llamándome.
Su figura despampanante con un largo y fino vestido en rojo y su pelo rubio
peinado con un recogido alto, se hace presente.
¿Está invitada, a nuestra boda?
Sinceramente, no tenía idea.
Ya que, mi focalización estaba en cuidar de Caldeo en el hospital, mientras
todos la organizaban.
Mamá y tía Lorna se encargaron de casi todo y quiera o no, Constanza Goti
fue parte de nuestra infancia y pese a nuestra enemistad.
Siendo mamá, como es.
Que para todo ella, tiene solución y donde siempre hay buenas situaciones,
para reconstruir sobre lo pisado.
Más, si se trata de consolidar, lazos de amistad.
—Yo, debo retirarme... —Se despide el muchacho, elevando el grueso libro
que lleva en una de sus manos, justificando estudio con el título en su tapa de
"La Historia de América."
—Gracias. —Vuelvo a agradecer.
Se limita a asentir como saludo a ambas con su cabeza, mientras sube las
escaleras.
Y suspiro, girando a Constanza.
Sinceramente.
Muchas ganas de entablar conversación con ella, no me seduce.
Menos el día de mi boda con la persona, que se dedicó toda la vida a
separarme más de él y teniéndolo a su lado en su momento, me lo refregó
mientras pudo.
—Fui al hospital, muchas veces... —Sale de ella, cuando hago dos pasos
para retomar la escaleras nuevamente, ignorando su presencia.
¿Eh?
—No sabía que Caldeo, estaba enfermo... —Acota.
—Nadie lo sabía, Constanza. —Digo natural y sin voltearme, ya sobre el
segundo escalón pisado.
—¿Es contagioso? —Pregunta.
Mi cabeza cae a atrás, mirando el techo de forma agotada.
Dios...
¿Por qué, es tan ignorante la gente?
¿Porque ante la palabra "enfermedad" basta y sobra, para que las personas
exuden el rechazo y alejamiento?
La ignorancia, mata.
La miro por sobre mi hombro.
—El desconocimiento es lo único contagioso, querida Constanza. —
Respondo.
Sus ojos verdes bajan a sus lindos zapatos de tacón alto.
—Siempre, te envidié Junot... —Suelta.
¿Qué?
Me vuelvo hacia ella, interrogante.
¿Envidiarme?
¿Santo Dios, de qué?
—Siempre querida con tus hermanas, por todos y con una linda familia,
conformada por padres geniales... —Me mira. —...pero lo que más enviaba era,
ese lazo especial. Ese cariño y amor que toda la vida se profetizaron con Caldeo,
desde niños... —Su mirada va a un cuadro de girasoles, de un lado de la pared.
—...y yo, quería lo mismo. —Sonríe incrédula. —Y hasta en un momento me lo
creí...que en algo, te había superado. —Comenta. —Pero, cuando volvieron a
estar juntos y sentir a Caldeo, alejarse más de mí con tu presencia nuevamente. Y
confirmándome que estaban juntos y que él, nunca había dejado de amarte... —
Exhala, un fuerte aire. —...la ira me consumió. Y solo quería vengarme...
—Constanza... —Exclamo, al sentir su voz como su rostro.
Llena de odio.
Creo.
Me interrumpe, con su mano en alto.
—...pero durante mis visitas, al hospital... —Resopla negando. —...conocí a
la persona, que cuyo nombre leí una vez en el celular de Caldeo y lo tomé como
un propósito, para utilizarlo con esa venganza.
Solo puede, ser alguien.
—¿Constantine? —Digo y asiente.
—Nunca supiste de mis visitas, porque lo hice siempre fuera del horario de
hacerlo Junot. —No entiendo nada y creo que mi cara lo trasmite, porque se
sonríe. —Yo...no puedo contra eso. Lo lamento...
Pone cierta mueca de asco y me contengo, para arañarla.
Dios querido.
¿Por lo que padece, Caldeo?
Aunque de alguna manera, mi corazón se alivia por su sinceridad y saber que
no desea más nada con él.
Aprieto de forma fuerte la baranda de madera de la escalera, rogando control
para no darle la buena paliza que se merece y con la ayuda de esa maceta de
frondosa planta de hojas verdes, ubicada en un rincón.
¿Dónde quedó, su supuesto y devoto amor por él de años?
Se fue a la mierda, al enterarse que el lindo y jodido Caldeo.
El rey del campus.
¿El chico bonito y líder de la banda del momento del bar WaySky, padece una
enfermedad mortal, apagándolo de a poquito?
¿Y Constantine?
¿Qué tiene que ver él y las visitas de ella, al hospital entonces?
Mi boca cae.
No.Puede.Ser.
¿Acaso, Constanza?
Sus mejillas se vuelven más rosa y responden a mi pregunta.
—No te preocupes. No llegaré a ser jamás, parte de la familia... —Sonríe
triste.
Jesús.
¡Está enamorada, de verdad!
Y de Constantine.
—El hermano de Caldeo, me negó completamente y ya aprendí a mi lección,
Junot... —Cubre más sus hombros, con su fino chal blanco. —...al hospital todas
las veces que fui, solo era por él, pero me rechazó sin siquiera dudar... —
Prosigue. —...y decidí marcharme y alejarme de todo esto, gracias a que gané
un master, que concursé por mi carrera. —Explica. —Una beca completa de
estudio por dos años de prácticas directas, en mi materia. —Por fin, su rostro se
ilumina. —Viajo en días y solo vine a despedirme de todos, con la oportunidad
de la invitación de ustedes a su boda... —Sonríe más.
Muerdo mi labio y elevo mis ojos al piso de arriba, al sentir mi nombre por
la llamada de mi madre.
Me demoré, más de lo debido.
La vida de Constanza Goti, siempre fue noticia de todos en el campus.
Hija de padre banquero y madre especializada, en venta de artes.
En una palabra.
Padres inexistentes por sucesivos viajes al exterior y solo criada.
Corrección.
Malcriada, bajo el ala de alguna nana o servidumbre.
Capitana, de las porrista.
Líder en la U del grupo las populares.
Y excelente estudiante, en su carrera.
Antropología.
La presencia de mamá aparece por sobre las escaleras y escalones más
arriba.
Nos mira a ambas, saludando con su mano a Constanza.
—¡Nena! ¿Quieres que tu tío Hollywood, sufra un paro? —Extiende su brazo
a mí, riendo. —Con tu demora, estás provocando que mutile todo el esmalte de
sus uñas, al llegar y ver que la novia había desaparecido.
Le sonrío, para luego mirar a Constanza con un suspiro pensativa.
A la mierda.
El rencor no es bueno.
—Gracias por venir y hablar conmigo, Constanza. —Le sonrío sincera. —Y
suerte, en tu nueva vida. —Le digo. —Sé lo que amas, tu carrera...
Mamá aprieta con cariño, su mano entrelazada con la mía.
Está orgullosa, de mí.
—Gracias, Juno... —Murmura agradecida y encaminándose, nuevamente al
salón.
Subo con mi madre las escaleras, de forma apurada.
Ok.
No nos íbamos a abrazar y jurarnos ser mejores amigas para siempre,
intercambiando pulseritas de amistad eternas.
Pero, era un progreso.
Un progreso, sincero...
CONSTANTINE
Casi tres horas.
Tres horas más, de vuelo.
No respondo el saludo registrado de la aeromoza como despedida, abriendo
el compartimento de la puerta de mi avión, cuando arribamos por fin y a modo
despedida a todos nosotros y con una reverencia a mí.
Bajo las escaleras de este, corriendo y seguido de mis hombres con el cuerpo
médico con Cabul.
Debo llegar a tiempo.
Las primeras gotas gruesas caen del cielo al piso, pintando en el pavimento
en tonos más oscuros con su uniforme redondez húmeda.
Lluvia amenaza también aquí, con el cielo teñido de gris y de un azul oscuro
por la tormenta que se avecina y la llegada de la noche, dando final a la tarde.
Dos autos negros y una ambulancia estacionados a unos metros y en la
misma pista de aterrizaje, nos esperan.
Con una seña de mando, Cabul entiende mis directivas y asintiendo con
ayuda de unos de mis hombres, señala al equipo médico el primer coche a subir
como ambulancia, para que los lleve a destino.
No pierdo tiempo y rodeo el segundo coche con un trote, para abrir la puerta
del conductor.
—Fuera. —Ordeno ante la mirada de mi hombre, que obedece saliendo. —
Yo conduzco. —Solo digo girando la llave del contacto y encendiendo el motor,
mientras Cabul toma lugar a mi lado en el asiento del acompañante y mis otros
dos hombres detrás.
Miro la hora.
Maldición.
La boda, ya está por comenzar.
Acelero rechinando las ruedas del coche por mi giro de 180 grados sobre la
pista, para dirigirme a toda velocidad, al acceso de la ruta nacional que me lleva
directo a la campiña.
JUNO
—Prometí..n...no llorar... —Suspira Amely al verme ya vestida de novia y
enjugando sus lágrimas con un pañuelo, que le alcanza Hope también
emocionada.
Que a su vez, abraza y consuela a Tatúm, que intenta corregir su maquillaje
por la humedad de sus ojos, con un espejito de mano.
La puerta se abre con unos golpecitos previos, para aparecer tía Mel toda de
un amarillo pastel y dorado, en un espectacular vestido largo ajustado.
—¡Oh, mierda! —Exclama con sus manos al pecho, al verme cerrando la
puerta. —¡Pero mira, que bonitas estás Jun! — Dice, con mezcla de emoción y
buscando de su bolsito a juego con el vestido, su celular.
—¿Qué haces? —Pregunta curiosa mamá, dando los últimos retoques a mi
tocado de novia.
—Verificando que Rodo haya cargado mi celular, cuando se lo pedí. —Se
sonríe de forma maliciosa. — Será mundial, la entrada de mi chiquita del brazo
de Herónimo. —Eleva su celular. —No me doy por vencida. Uno más y tendré
la trilogía completa de los desmayos del padre de ustedes. —Nos señala. —Del
gran jefe de los jefes. ¡El señor oscuro, desfalleciendo por la emoción de
entregar, una de sus bebitas al altar! —Finaliza, triunfante.
Mamá y tía Mel se miran, de forma profunda.
Para luego, romper en risa, seguidas de nosotras.
Porque, aunque papá y tía Mel se adoran.
Mi pobre padre sufre sus bromas y burlas desde jóvenes, ante
su "supuesta" coraza de macho alfa y hombre duro.
Mostrándonos en varias oportunidades unos vídeos y bajo nuestros suspiros
tiernos y blasfemias por parte de él, la forma en que papá tan lindo y guapo
como siempre, se desmayó en pleno hospital al enterarse que éramos tres en el
vientre de mamá y luego otro, cuando recibió la noticia que esos "tres," éramos
mujeres.
—Listo y a tiempo. —Dice mamá acomodando mi pelo con cuidado, cuando
se escucha otra vez golpecitos en la puerta.
Esta vez, para ser abierta segundos después, por el señor coraza y hombre
duro.
Sip.
Mi papá querido...
HERÓNIMO
Algo, ahoga mi garganta.
Y mis ojos, se empañan.
Hasta siento, que mi corazón deja de latir.
Y ese último latido, es dedicado por la emoción a lo que mis ojos no pueden
dejar, de no mirar.
A mi pequeña bebita de pie y girando su cuerpito al sentirme entrar.
Para que, entiendan.
Nosotros podemos admirar, muchos tipos de cosas.
Una banda de música.
Una marca de ropa.
Un personaje.
Y hasta una persona.
Pero, hay algo que para un hombre que es difícil e imposible de no admirar,
del verbo emocionar.
Ese verbo emocionar que golpea tu pecho, cuando lo ves y que te sacude tan
fuerte, que encuentras la puta justificación justo de por qué, estás vivo o fuiste
creado.
Y lo puedes sentir unas veces, a lo largo de tu vida.
Pocas, pero la sientes.
Y yo fui, un jodido hijo de puta con suerte con ello.
Porque lo sentí, cuando rayo de sol caminó hacia mi con su bonito y único
vestido de novia por el altar.
Otra, cuando el médico me entregó para recibir en mis brazos, por primera
vez a cada una de mis hijas.
Y ahora..
Al ver con su lindo vestido de novia, a una.
Sencillo y blanco, pero delicado.
Largo y con su coronita de flores adornando su pelo con ese suave velo
cubriendo su larga cabellera con ondas y mirándome con sus ojitos llorosos
como los míos y con su pequeño ramo de flores naturales entre sus manos.
Y con esos finos y delicados zapatos blancos, estilo botitas muy parecidos a
lo que llevó mi nena el día de nuestra boda.
Obviamente, otro diseño exclusivo de Hollywood.
Todo a tu alrededor, se mueve a su ritmo natural.
Pero mi hija querida, llena de esa emoción, no.
Mirándote con amor, sonriendo, hablándote y caminando hacia ti, que es
como si lo hiciera en cámara lenta y hasta jodidamente podría jurar, con un arco
iris detrás de ella.
Me quedé boquiabierto y como el idiota más feliz del mundo, mirándola.
El calor de su abrazo, me envuelve.
—Eres un hada, cariño... —Le susurro bajito y acunándola, entre mis
brazos.
Como muchas veces lo hice, siendo tanto ella como sus hermanas, bebitas o
pequeñitas para volverlas dormir a mitad de las noches, cuando despertaban, o al
caer a mi piso 30 de visita importándome tres mierda si estoy de reunión o no.
O simplemente, cuando llegaba del trabajo y me recibían en la puerta junto a
Rata.
—Te quiero, papá... —Murmura entre mis brazos y apretando su mejilla
sobre mi pecho, con fuerza.
Carajo.
¿Cómo se hace para contener las lágrimas y no morir, en el intento?
A la mierda.
Me gusta ser, un puto sensible.
JUNO
Lágrimas, de felicidad.
Y esa felicidad, abunda en la habitación en que estamos.
Papá, mamá, mis hermanas, Amely y hasta la dura tía Mel, lagrimean.
—¿Pero qué, diablos? —Dice tío Rodo masticando vaya a saber Dios,
apareciendo tras abrir la puerta en compañía de mis abuelitos Collins y
Marleane.
Nos mira a todos raros y de forma sospechosa al estilo James Bond.
—Ahora entiendo... —Señala a papá. —..empezó con su mierda sensible de
nenita, que le agarró la menopausia?
Todos reímos entre más lágrimas, mientras me abrazan mis abuelos.
—Imbécil, eres más grande que yo. —Retruca papá, intentando no reír y
besando la frente de mamá en agradecimiento, por el pañuelo descartable que le
alcanza de una cajita que va de mano en mano de todas.
—¡Bien! Suficiente de llanto. —Interrumpe mi abuelita acomodando mi velo
algo revuelto por tantos abrazos efusivos. — Vine a saludar a mi nieta, antes de
su paso por el altar... —Abre más la puerta que sostiene para todos mi abuelito.
—...pero, el novio espera cariño... —Me guiña un ojo sonriendo y ajustando sus
guantes de cabritilla de un bonito color salmón, como su vestido.
Y papá se pone a mi lado enmarcando, su poderoso brazo.
Me mira.
—Bebita... —Me dice suave, ofreciéndome este.
Con un beso de despedida de mamá, lo envuelvo con los míos.
Y suspiro feliz.
Porque, estoy super lista.
CALDEO
Tío Hollywood por última vez sacude sobre mis hombros y con sus manos
pero de forma delicada, algún tipo de pelusa imaginaria, de pie detrás mío y en
su perfecto smoking.
Pero a diferencia de todos que lo llevan en negro, el de él, es de un color
rosa.
Sonrío sin poder evitarlo, ya que solo a él, le puede quedar jodidamente bien
ese color.
Intento regularizar mi respiración, desde donde estoy.
De pie y junto al pequeño altar diseñado por mamá y tía Lorna, con el
párroco esperando como yo, desde el otro lado sonriente y con esa mirada
paternal.
Todo el diseño para la ceremonia, es campestre y acogedor ,en sus tonos en
madera blanca y rodeado con decoración, con flores de campo silvestre.
Lo armaron en el jardín y a un lado del salón, donde será la fiesta.
Poco más de cincuenta sillas decoradas, son ocupadas por nuestros amigos y
cercanos más allegados, como parte de nuestra familia.
Salvador, me eleva su pulgar con los chicos de la banda, desde sus lugares.
Y le sonrío algo nervioso y lleno de emociones encontradas.
Porque, al fin este día llegó.
Y por todavía notar, el asiento vacío de mi hermano.
La palmada de mi otro lado de Cristiano de forma tranquilizadora sobre mi
hombro, me llega en el momento que una suave música, comienza en el
momento en que todos los invitados se ponen de pie.
Y oh Dios.
Es la entrada, de mi cachorra...
Mis manos sudan y las paso por mi pantalón, mordiendo el piercing de mi
labio inferior al abrirse unas puertas laterales, para ver la salida sonriente de sus
hermanas y Amely, que con pequeñas canastitas de mimbre con pétalos de rosas
en ellas, lanzan de forma suave sobre la alfombra roja y haciendo el camino que
se hizo entre las sillas de los invitados.
Y la sonrisa, que se dibuja en mis labios.
Se amplía más, para luego ver del brazo al ser llevada por tío Herónimo.
A mi bebita...
Que con cada paso que da, sonriendo y tan emocionada como yo, viene a mí.
Para convertirse, en mi mujer.
Mis ojos la recorren y mi pecho se llena de algo, casi impidiendo mi
respiración.
Y ese algo, está echo de una sofocante mezcla de felicidad y amor.
Porque mi Juno, está hermosa.
Es un ángel.
Un angelito con su vestido largo y de blanco.
Sencillo y delicado como ella, que cae dibujando su lindo cuerpo y solo
como accesorio, la corona multicolor de pequeñas flores naturales sobre su pelo
suelto, sosteniendo su velo.
Se detienen al llegar a mí y con otra palmada de cariño, mi tío me la entrega.
—Cuida a mi bebita, mi pequeño Caldeo... —Me dice bajito y lleno de
emoción, para luego tomar asiento junto a tía Vangelis que lo recibe, con una
sonrisa y más lágrimas junto a mis padres.
JUNO
No puedo, no evitar sonreír y llorar al mismo tiempo, del brazo de papá
caminando hacia él.
A mi mejor amigo, para convertirse después en el amor de mi vida.
Y sonrío más, al verlo parado y a mi espera.
Porque, está hermoso con "su traje de novio."
Aunque su postura y apariencia es más cansada y delgada, por su
enfermedad.
Con su bonito y exótico rostro ahora pálido, bajo esos ojos grises y
cristalinos como el hielo.
No deja de ser el silencioso y jodido Caldeo, integrante de una banda de
rock.
Llevando puesto, su gorrita de lana en negro cubriendo su cabeza por la falta
de pelo y el frío.
Y con solo unos lindos pantalones de vestir en negro pero ceñidos a sus
piernas con cinto al tono y hebilla de metal, a juego con un saco de vestir.
Pero con una camiseta oscura debajo, con el logo de su banda.
Way to Heaven.
Y ahora entiendo el por qué, del nombre que eligió.
Besa mi mano antes de entrelazarla con la suya, mientras escuchamos al
párroco.
Que desde su lugar, nos habla de este sacramento con ternura.
De como algo, que no se ve.
De como algo, compuesto en un idioma universal.
De como algo, que no tiene forma material con vida o abstracta.
De como algo, que no se sabe el origen de su color o textura.
Y que, no tiene nacionalidad, etnia ni razón social.
Es la fuerza más grande del mundo.
Lo que todo, perdona.
Lo que todo, sana.
Lo que todo, vence.
Y lo más importante, todo une.
El amor.
Haciendo de dos personas, con dos corazones.
Se conviertan, en una.
Y para toda la vida.
—Acepto... —Dice sonriendo Caldeo, tomando mi mano para deslizar con
suavidad y sobre mi anular, la pequeña alianza de oro.
Y en ese momento sus ojos se dirigen a un lugar y los míos lo siguen.
Y sonrío tanto, como él.
Porque tomando asiento en su silla reservada, Constantine algo jadeante por
su llegada retrasada, toma su lugar mirando a su alrededor y a algunos hombres
que aparecen con él.
Gracias Dios...
El párroco, me habla.
—Acepto... —Respondo feliz.
Muy feliz, deslizando el anillo por el dedo de Caldeo, que me mira lleno de
amor.
Un aplauso ensordecedor, explota entre los invitados y nuestros familiares,
mezcla de ovación.
No escuchamos lo que dice el párroco, pero su sonrisa final no los confirma.
Ya somos, marido y mujer.
Y chillo de felicidad sobre mi lugar y bajo la risa de todos, mientras me dejo
besar por mi esposo.
Por Caldeo.
Pero, algo interrumpe en ese momento.
Movimientos.
Jadeos.
Revuelo, por todos.
¿Qué?
Y nuestros nombres, por un grito angustiante de alguien...
Capítulo 38
HERÓNIMO
Me giro sobre mi hombro, al notar un suave murmullo entre los invitados
sentados como yo, filas detrás mío y ante la mirada de más felicidad, por parte
de mis muchachitos en el altar.
Sonrío al ver el motivo, acomodando mis lentes.
Es la llegada de Constantine, tomando asiento del otro lado y en la primera
hilera de invitados.
Puedo notar en su rostro tan parecido a Caldeo, huellas de agotamiento por
el jet lag.
Desequilibrio de tantas horas de vuelo con diferencias horarias y la no menos
importante.
La preocupación del fantasma y amenazante, de ese asesino.
Mierda...
Mis ojos, van a Grands.
Que desde un rincón y en un extremo no deja de mirar y observar todo.
Entre los movimientos de los invitados, gente del servicio y como en las
afueras que rodea la ceremonia, sin dejar de hablar por radio con sus hombres.
Bien.
Mi ceño, se frunce.
No, tan bien.
Puedo percibir que algo, no le cierra a mi primero al mando.
Porque, algo susurra a través de su radio con la mirada bajo él por parte de
Collins, sentado a metro de Grands y junto a mi madre.
El viejo no pierde sus mañas todavía y aún, después de su retiro.
Ambos se miran y se entienden.
¿Pero qué, mierda?
Con disimulo chequeo lo que sus miradas, no dejan de observar.
Y me giro, sobre mi asiento.
Al final de estas.
Entre los meseros, parte del servicio de catering para la fiesta y con la
llegada de unos últimos amigos de los chicos de pie, observando la ceremonia.
Se encuentra entre ellos la ancianita, que se hospeda con su par de nietos en
la campiña.
Carajo.
¿No jodan?
¿Sospechan de esa dulce mujer versión mamá Claus, como sicario?
Y vuelvo, mi vista a Grands.
Pero, ya no está.
Porque que empieza a caminar en dirección a ella, de forma tranquila y
pidiendo permiso entre los invitados que quedaron de pie.
¿Eh?
Y un escalofrío recorre, mi espina dorsal.
Ya que eso significa, que algo no anda bien.
Y Collins también lo hace, excusándose para caminar y pasar, por la fila de
sillas ocupadas con invitados.
Miro a mis pequeños en el altar, en el momento que los aplausos y gritos de
festejo explotan ante las palabras del cura, declarándolos marido y mujer.
Y muchos se levantan de sus sillas, para aplaudir.
Maldición.
Tapando, mi vista.
Mi bebita sonríe y salta sobre su lugar feliz al escuchar al párroco,
provocando que todos rían mientras Caldeo la besa.
A la mierda.
Me pongo de pie, aprovechando que rayo se gira enfrascada en la
conversación con Lorna, para encaminarme en dirección a mis hombres y
maldigo, porque muchos me imitan, pero para saludar y felicitar a los novios,
dificultando mis pasos.
Y es...
Cuando todo, sucede rápido.
Grands con pasos apurados como Collins, se llevan gente puesta haciendo
señas a sus hombres.
Y fue mi error.
Su mirada no estaba en la anciana que de forma dulce, mira la boda
consumada desde el final.
Si no, a quién está detrás.
El muchacho, estudiante.
El que ya estaba, aparte de la mujer con sus nietos hospedados en la
campiña, cuando arribamos.
Y apuntando, con lo que saca del interior de un libro...
Con un arma.
—¡CALDEO, JUNOT! —Alguien grita sus nombres, seguido por el bramido
de una orden, entre el festejo de la gente.
Y mi corazón, aprieta de pánico.
Al escuchar, que viene por parte, de Constantine...
CONSTANTINE
Años de educación de artes marciales, de temprana edad.
Madrugadas bajo la aurora, con horas de meditación inculcadas por Cabul y
mi escuela militar post adolescencia, hasta mi adultez y conllevando el
entrenamiento Qurash.
Enseñaron, a educar mi cuerpo y mente.
Y con ello, a disciplinar mis sentidos.
Dicen, que estos son cinco.
Pero en realidad son seis y este último, es el no menos importante.
El de percibir.
El sexto sentido, para muchos.
Que como una ráfaga sensorial, azota mi rostro al sentirlo a mi espalda.
Los aplausos explotan al besar mi hermano a su ya, esposa.
Y como si todo, se comenzara a moverse de forma lenta.
Observo al padre de Junot de pie, caminar al final y por el espacio
alfombrado, formado para el paso de los novios.
Empujando gente e intentando correr.
Mis ojos se adelantan a su intrincada carrera, para levemente girar mi vista y
encontrarme en otro extremo a Cabul, también haciéndolo en la misma dirección
y al igual que un par de hombres de seguridad del otro lado.
Todo, sucede en segundos y como en cámara lenta, pero leves segundos.
Al notar a Jael, de forma natural y como si fuera un invitado más, detrás de
una anciana observando la boda al final de esta.
Un jodido alkalb qatal (perro asesino).
En otro país lo llamarían, kamikase.
Pero en mi lengua, intervendría ese amor enfermizo y devoto hacia su amo.
A León.
Al que lo crio.
Y como ya, el final de este llegó.
La misión final de su perro esclavo, también con este.
Y por eso, a la vista de todos, porque su última misión, es suicida y
jerárquica.
Vestido de forma universitaria con un grueso libro que lleva en una de sus
manos y abriendo su tapa, saca el arma.
Un encubridor, de objetos.
Su mirada y la mía se encuentran por una fracción de segundo, mientras
eleva y apunta esta por sobre las personas de pie, en frente de él.
No gesticula, movimientos.
Solo, una leve reverencia a mi inclinando su cabeza, antes.
Maldito enfermo.
Me giro y corro gritando el nombre de mi hermano y Junot, al ver a donde
apunta como objetivo.
A mi hermano.
Y con mi llamado me mira y deja de saludar a la gente que sobre él y su
mujer, saludan sonrientes y dejándose felicitar, para darse cuenta de que algo
pasa.
Su mirada se clava en mí y viaja al tumulto que empieza a desatarse con la
gente entrando en pánico, que empiezan a notarse a hombres de seguridad y a
otro con un arma de fuego, para luego mirar a Junot.
Y el horror, se desata.
Gritos de terror inunda el jardín y entre los invitados.
Y un disparo entre ellos, seguido de otro.
El silbido de este primero, atraviesa el lugar en nombre de la muerte.
Y la venganza...
CALDEO
Un disparo potente, inundó el lugar.
Seguido después, de otro.
Pánico.
Gente gritando y chocándose, entre sí.
Otros, llorando desde un rincón y contra el piso.
Muy pocos de pie.
Solo unos hombres de seguridad con tío Herónimo y papá, corriendo hacia
él.
Y entre ellos.
Grands que guardando el arma que detonó el segundo disparo, en su cintura
y que se acerca con el abuelo de cachorra, a ver a la persona caída por él.
El muchacho estudiante.
Inerte y bajo un charco, de sangre.
Mis ojos van a mi bebita que abrazada a tío Hollywood, está sobre el suelo
por empujarla, al sentir el grito de mi hermano, seguido del disparo que venía a
mi dirección.
Y mis ojos se nublan, al volver mi vista a mis brazos.
Mi cuerpo, que por los estragos de mi enfermedad lejos de fortaleza y salud,
se empieza a tambalear y al retener.
El cuerpo entre mis manos, de Constantine.
Mis labios tiemblan e intento, decir algo.
No me salen palabras y solo caigo, sobre mis rodillas al piso sin permitirme
soltarlo.
Lo aprieto más contra mí, tomando su cintura y acunando su cabeza herida,
contra mi pecho.
Porque mi hermano, recibió el tiro por mí.
Elevo mi rostro, al cielo negro.
Y grito.
Grito fuerte su nombre, girando con cuidado su cara para verlo y que me vea.
—Constantine... —Repito y con mi mano temblando y manchada de sangre,
toco su rostro.
Hoy, no hay silencio en mí.
Porque, quiero que me escuche.
—¡Constantine! —Grito.
Quiero, hablar.
—¡Constantine! —Vuelvo a Exclamar fuerte.
Hablarle, mucho.
Sus ojos se entreabren y aunque quiere decir algo, solo sale algo ahogado de
él, mezcla de sangre y saliva.
—No te vayas...no te atrevas, a dejarme...
Le digo.
Le impongo.
Le ordeno entre lágrimas, pero de forma dura.
Sus ojos se humedecen y me sonríe, a través de ellos.
Balbucea.
—Herma...no... —Intentando hablar y elevando a duras pena, la mano que
lleva el anillo con la piedra roja, del primogénito mayor de nuestro pueblo, para
que lo vea.
Y que siempre negué, cuando me la quiso dar.
—El Sayyid... — Dice con un último suspiro, cerrando sus ojos.
—¡No, Constantine! —Grito. —¡No! —Lloro.
Lo abrazo más, mientras niego a quién sea que toca mi hombro a soltarlo.
Quiero decirle, que lo amo y que despierte.
Y algo tibio, nos une.
La hemorragia de sangre de su cabeza por el disparo, que moja mi pecho.
Ambulancias.
Patrullas.
Enfermeros empujando camillas y policías, bajando de estos.
Sus luces amarillas y rojas yendo y viniendo, inundando el lugar.
Más gritos.
La voz rugiente de tío Herónimo con tío Rodo a su lado, intentando
calmarlo.
Y hombres de seguridad tratando lo mismo a todos, colaborando Cristiano y
Caleb.
Un par de enfermeros me piden cooperación, para poder revisar a mi
hermano.
No quiero, soltarlo.
No siento, nada de mí.
No puedo.
Mis miembros no responden, pese a percibir todo.
—¡Tiene, pulso! —Grita uno inclinado sobre nosotros, al chequear su cuello.
—Caldeo... —La voz de Juno arrastrándose a mí por el piso, me despiertan
de mi limbo.
El limbo de mi hermano y mío.
—Está vivo, deja que lo lleven... —Me susurra, suave.
El contacto de su mano sobre mi brazo, me hace reaccionar y a ceder,
mientras veo como lo cargan a una camilla y en una ambulancia.
Y mi cuerpo, se derrumba contra ella y su abrazo, llorando con todo mi ser.
JUNO
Aprieto fuerte y contra mí, las dos hojas que llevo en mi mano mientras
cierro la puerta del consultorio del médico de cabecera de Caldeo, luego de
hablar con él.
Que mediante la presentación de otros que vinieron de África, por orden de
Constantine para que en conjunto, se hagan cargo de su tratamiento contra su
Leucemia.
Una semana, pasó de nuestra boda.
Una semana, de todo lo sucedido.
Mi corazón late fuerte y debo parar sobre mi caminata en el pasillo y apoyar
una mano en una de las paredes laterales, para exhalar fuertemente e intentar
regularizar a normal mi respiración y por algo de fuerza.
Para intentar acomodar y asimilar en mi cabeza, todo lo que me dijeron los
médicos en la reunión.
Caldeo necesita, un trasplante de hígado.
Al convertirme en su esposa, soy su familiar directo y tengo derechos en el
paciente.
De información que se guardó y prohibió difundir, por ser un adulto mayor
con poder de decisión propia.
El funcionamiento de ese órgano, está convaleciente a causa de su
enfermedad.
Pero el mayor estrago lo hizo el tratamiento de su quimioterapia, por la
toxicidad de medicamentos invasivos.
Y una luz de esperanza, hay en todo esto.
Porque con el trasplante de ese órgano, podría seguir a un plazo determinado
con el tratamiento quiropráctico, que positivamente está dando resultados contra
su enfermedad.
Mis ojos bajan, a la segunda hoja.
Constantine.
Que en el piso de cuidados intensivos aún sigue internado, desde la tragedia
de nuestra boda por ese asesino.
Mi vista recorre, los últimos párrafos.
Hace poco más de 12h con el tiempo mínimo ya pasado y el máximo,
exigido por la Autoridad Médica Mundial y bajo exámenes
de Electroencefalogramas diarios midiendo su actividad cerebral, fue declarado
paciente con muerte cerebral.
Me deslizo con mi espalda por la pared, cayendo al piso y sobre mis rodillas
cubriendo mi rostro, para llorar en silencio.
Su traumatismo de cráneo por la bala, fue el tronco del encéfalo.
La parte baja de cerebro, donde está conectada a la médula espinal.
Un conjunto de tejidos nerviosos, esencial a la vida y fundamental para el
intercambio de información de este, al resto del cuerpo como la conciencia,
conocimiento y movilidad.
Constantine no se recuperó, desde que fue trasladado por la ambulancia hasta
el hospital.
Su cuerpo, continúa funcionando a través de máquinas, que lo asisten en sus
funciones vitales.
Sin ellas, su corazón y respiración, se detendría.
Paso mis manos, sobre mis lágrimas.
Constantine, está muerto en vida.
Por salvar a Caldeo.
Una mano cálida, se apoya en mi hombro.
Elevo mis ojos llorosos para ver a Cabul, que con su siempre mirada de paz,
lo hace de forma tranquilizadora.
Desde la internación de Constantine y cuidando de este a la par con Caldeo,
nuestros lazos de amistad se intensificaron.
En especial él y Caldeo.
Me ofrece su pañuelo.
Blanca y de seda Marroquí.
Sonrío entre lágrimas recordando, cuando Constantine tuvo la misma actitud.
—Gracias, Cabul... —Digo bajito y su respuesta, es una reverencia.
Elevo las hojas a él.
—¿Lo sabes, verdad?
Asiente.
Y más lágrimas, inundan mis ojos.
—¿Qué crees que debo hacer, al hablar de esto con Caldeo? ¿Qué sería, lo
correcto Cabul?
Sus ojos oscuros, pero de mirada sabia con esa piel de tono café con leche,
mezcla de dos razas tan parecida a la de Caldeo y Constantine, van a un mural de
otra pared del hospital.
Entre carteles con fechas de vacunación, otra promulgando la lactancia
infantil, ofrecimientos de trabajos y prevención contra enfermedades
sanguíneas.
Está con ellas, el de donación de órganos y sangre.
Sus manos me dibujan en el aire, un círculo.
—El símbolo del Yin y el Yan de los hermanos orientales, baladi malika...(mi
reina). —Con un dedo, dibuja sus centros. —Simboliza todas cosas, que nos
refleja a lo largo de nuestras vidas. Y donde en todos las cosas buenas, hay algo
malo. Como también en todas cosas malas...hay, algo bueno... —Me sonríe con
ternura, señalando mi corazón. —...la pregunta es, ¿qué cree que querría
el Shayj Constantine?
CALDEO
Entro a su habitación del hospital con un enfermero a mi lado, bajo la
presencia del guardia de mi hermano proveniente de nuestro país que vela esta,
desde que permanece internado.
Pero al verme llegar, hace una reverencia a mi persona.
Me limito a asentir con mi barbilla acomodando más y sobre mí, mi gorra
negra de lana.
Todavía no me acostumbro, a toda la formalidad protocolar que rige y
proviene de mi pueblo, hacia su príncipe.
Amely en ella y al verme, se pone de pie de su silla, limpiando sus lágrimas.
Se limita con una sonrisa que no llega a sus ojos y por la tristeza, a
dibujarme en su rostro.
Eleva el libro que tiene en sus manos cerrándolo.
—Solo le leía, un poco de las mariposas... —Murmura, mientras veo
imágenes de ellas en su portada. —...mis favoritas... —Y con un abrazo hacia
mí, se retira de la habitación para dejarme a solas con mi hermano.
Aparte de las visitas de los chicos como de Fresita, ofreciendo su ayuda
constante.
De mis padres, Cabul, mi bebita con sus hermanas y con los tíos.
Amely, fue incesante con su presencia en el hospital, por mi hermano.
Solo haciéndole compañía por horas y todos los días de su internación.
Y aún, sabiendo que fue declarado, con muerte cerebral.
Cierro mis ojos.
Gracias, Amely...
Varias semanas pasaron, desde que cachorra habló conmigo.
Que se enteró de mi urgencia y la necesidad, de un trasplante de hígado para
mí por parte del cuerpo médico Afro Americano y que me tienen, bajo su
guarda.
Y desde que Constantine, fue declarado con su muerte cerebral.
Pese al único sonido del respirador, dando función vital a mi hermano en su
habitación.
Solo, parece dormido.
Como tomando, una larga siesta.
Mi ángel guardián...
Hilos de lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, mientras con ayuda del
enfermero sosteniendo el pie de hierro que lleva mi intravenosa y por la poca
fuerza que me queda, empuja este para que pueda correr la silla junto a su cama
y tomar asiento en ella.
Porque, yo también lo estoy de hace días.
Haciendo un obligado segundo ciclo de descanso al tratamiento de la quimio
por la disfuncionalidad de mi hígado.
Ya que, no trabaja.
Solo haciendo una parte de su función, mis riñones con ayuda de más
medicamentos y diálisis.
Con una seña de agradecimiento, despido al enfermero que cierra de forma
suave la puerta, para dejarme a solas con mi hermano.
Más lágrimas ahogan mi garganta, impidiendo las primeras palabras que le
quiero decir.
Y respiro hondo, tomando su mano y acaricio con mis dedos donde una
marca por no dar el sol quedó sobre su dedo pequeño, ante la falta del anillo del
pueblo Qurash, la piedra roja de los descendientes de Abraham.
Porque, ahora lo llevo yo.
Lo que Constantine, quería.
Limpio mi llanto, con el dorso de mi mano.
—Ya no estas, aquí... —Estrecho más su mano. —...pero, estas acá... —Toco
mi corazón. —...y sé que me estas escuchando, en alguna parte... —Sonrío, entre
lágrimas. —...como el jodido hermano protector...que siempre fuiste, desde que
me encontraste y nunca me abandonaste, aún desde África...
Mi mirada se eleva a su rostro, con parte de su cabeza vendada.
No hay gesticulación, en sus rasgos iguales a los míos.
Sus ojos cerrados, no hacen movimiento alguno.
Como tampoco, hay reflejos en sus manos.
Nada.
—No solamente, salvaste mi vida... —Lo miro. —...sino, que ahora me estás
dando, para seguir viviendo. —Mi voz se quiebra y beso su mano, que tengo
entre las mías. —Este solo es un hasta luego, hermano... —Porque, no es una
despedida. —...ya que, mi corazón me dice, que voy a volver a verte...
Abrazo a mi hermano, con fuerza y lo estrecho fuerte contra mí, hasta sentir
dolor en mis huesos.
Por ser, nuestra despedida.
Dos días después, fue declarado clínicamente fallecido, Constantine.
Y horas después.
Yo entré en cirugía, por mi trasplante de órgano.
Entrando al quirófano en camilla y con las manos de mi cachorra entre la
mía, hasta donde se lo permitieron los médicos cirujanos provenientes de África,
que fueron los encargados.
Lo último que vi antes de que la anestesia hicieran su efecto total en mí, fue
la sonrisa de mi bebita y sus palabras de que todo iba a salir bien, desde la doble
puertas en color verde del hospital cerrándose tras ella.
Y una lágrima bajó, por mi mascarilla de oxígeno.
Porque, Constantine quería esto.
Y una parte de él, iba a estar conmigo para siempre...
Fin.
Epílogo 1
Tres años después, en algún lugar de la costa del Índico...
—¡Papi! —La vocecita dulce e infantil de mi pequeña Sabanna, se siente
desde mi oficina en el segundo piso del palacio.
Sonrío.
Deslizo mi silla para ponerme de pie y con un gesto de mi mano, detengo la
conversación que mantengo por asuntos de estado, con los excelentísimos para
dirigirme a los grandes ventanales.
Que abiertos y desde el gran balcón principal hacen llegar a mí, el sonido de
las costas del Índico con sus fuertes olas golpeando en los acantilados.
Y río a carcajadas, al ver a mis dos bebitas.
Madre e hija, en los patios internos de este.
La primera, pintando con su caballete y pincel en mano bajo acrílicos,
explayando sobre su lienzo a nuestra hija que bajo la sonrisa de algunos guardias
que con suma vigilancia, cuidan y sostienen de una cuerda, como monta en su
pony blanco.
El regaló para su cumpleaños anticipado número tres que será en días, por
sus abuelos enviándolo a través de su avión privado.
Si.
Papá y tío Hero no se aguantaron a su próxima llegada a mi país, con familia
y nuestros amigos, para vacacionar por unas semanas y pasar la navidad juntos
como lo hacen todos, desde que subí al trono y con mi cachorra, decidimos vivir
aquí.
A África.
Miro a Cabul, que se sonríe negando.
Nuestra hijita, es la luz de sus ojos.
Fue el maestro de mi hermano querido y el mío ahora.
Mi guía espiritual.
Mi mano derecha que a la par mía, me ayuda con los objetivos que empezó
Constantine y yo quiero finalizar.
Inculcar la educación y conseguir una economía avanzada, sostenible y
diversificada, fuera de necesidades para mi gente.
Y la no menos, importante.
La paz, en el pueblo de Abraham.
Mi pueblo.
— Waintahaa alaijtimae alssada...(La reunión, finalizó caballeros). —Digo,
sonriendo.
— Sayidd... — Responden a coro y con una reverencia, estos.
No pierdo tiempo y me encamino escaleras abajo con Cabul, mientras
desabotono mi túnica, para lanzarlo sobre un sofá quedando solo en camiseta.
Aunque me dejo el Kafhiyye, todavía no me acostumbro a los atuendos
árabes.
La risita, de mi hijita.
Nuestro dulce milagro, pese a la quimioterapia invasiva que sufrí.
Inunda lo jardines y palmotea feliz, al vernos llegar mientras se deja llevar
por un criado montada en su caballito.
Me abalanzo sobre mi cachorra, que a espalda de mí, ríe y observa a nuestra
hijita sin dejar de pintar.
'Amirat alshshaaeb. (La princesa del pueblo).
Y mí jodida, princesa.
La envuelvo por la cintura y como en el pasado la giro conmigo, provocando
que chille de alegría y a carcajadas.
Solo falta nuestro colchón de hojas, formada por muchos otoños.
La beso, sobre su pelo.
Ahora, las fuerzas me sobran.
Después de mi trasplante y bajo un periodo de cuidados intensivos con un
tiempo prudente, recuperé mi fortaleza y retomando la quimioterapia, vencí a mi
Leucemia.
Aunque llevo un mantenimiento de esta, por posible reaparición del cáncer
bajo la mirada atenta de los médicos de siempre.
—¿Tienes noticias, de Amely? —Le digo, besando entre su cuello y nuca.
Mi lugar favorito.
Aplaude feliz, dejando sus pinceles.
—Estará en Marruecos, hasta mitad de semana... —Rueda los ojos, por el
retraso de dos días de venir a visitarnos. —El periódico que la contrató como
fotógrafa, la mantiene ocupada por ese miste... —Y el gritito de nuestra nenita,
nos interrumpe que al ver a Cabul, estira sus bracitos a él.
Y éste, bajo la risa mía y de Juno, no se hace esperar y la toma con cariño,
besando su frente.
—¿A quién, saludas bebé? —Pregunta cachorra a nuestra hijita, que mira en
la lejanía.
Entre los acantilados y el oasis natural entre ellos.
—A un ánghel, mamita... —Dice con su vocecita, sin dejar de mover su
manitos regordetas en el aire.
Cabul la imita.
—Su ángel de la guarda, mi reina... —Dice sonriendo con Sabanna en sus
brazos, de forma dulce y cierta mirada, cómplice entre los dos.
Ambos siguen saludando a ese supuesto ángel, con sus manos al aire.
Y yo sonrío, porque les creo.
A mí, me salvó uno.
Mi hermano...
Fin.
Epílogo 2
Observo desde mi rincón, flexionado de una pierna y con uno de mis brazos,
apoyado en esta.
Entre las alturas y rocas, el patio interno del palacio.
Sonrío.
Feliz.
Y no me arrepiento, de nada.
Tenía, que hacerlo.
Aunque, era un plan arriesgado y no premeditado, sin saber a ciencia cierta si
iba a funcionar.
La mano de Dios me guio, para que saliera todo bien.
Caldeo, necesitaba un trasplante.
Necesitaba, ese órgano.
Para vivir.
Como diría, Cabul.
Dentro de toda cosa mala, hay algo bueno.
Y se la donó Jael, con su muerte.
Él sí, tuvo muerte cerebral y lo mantuvimos con vida esos días, en una
clínica a las afueras y privada de la ciudad.
Fingí, darlo yo.
Para que sea, el rey de nuestro país.
Era el elegido.
Y el Qurash, nunca se equivoca.
Caldeo iba a recuperar su pasado, su pueblo y tener una familia.
Una familia honorable que como soberano que es y estaba destinado, que lo
iba a lograr.
Lo miro con orgullo, desde mi alto.
Porque, nuestro pueblo está feliz con su soberanía.
Caldeo, es un rey querido y respetado e indulgente con su gente.
Como la reina.
Veo, como abraza a Junot.
Una dulce princesa, que ayuda a los necesitados, promoviendo la educación
y el amor al prójimo, enseñando a dibujar en los orfanatos.
Ambos, ríen.
Mi hermano, ríe.
Feliz.
Y yo lo hago también, porque Caldeo perdonó su pretérita vida y aprendió a
amar a su país.
Los Ur de Caldeos.
Nunca morí, ni estuve con muerte cerebral.
La bala de Jael nunca llegó a mi cabeza, pero si la rozó agradeciendo su
falla.
Solo un estado vegetativo, inducido por los propios médicos.
Mis médicos.
Hasta el momento oportuno.
Y fue bajo mi orden, que lo decidí mientras era llevado en la ambulancia y
terminando de planear todo, un par de días después hospitalizado en mi
habitación.
Estaba inconsciente.
Pero mis sentidos, seguían en funcionamiento.
Podía oler, oír y sentir, cuando me tocaban.
Cada una.
Cuando, los médicos lo hacían.
Cuando Junot, amigos y parientes, me visitaban.
Y cuando mi hermano, se despidió de mí.
Escuché, cada una de sus palabras.
Sentí su abrazo y la humedad, de sus lágrimas.
Y yo también lo abrazaba para mis adentros y lo acariciaba, como consuelo.
Suspiro, desdoblando un pedazo de página de libro, recortada que llevo entre
mis dedos.
Con la imagen, de una mariposa.
La de una Argema Mittrei.
Nativa de Madagascar.
Su favorita, me dijo entre sus lecturas de tantas visitas por mí, al hospital.
Como también, la escuché decir que me amaba y besando mis labios, se
despidió de mí.
Desde el momento en que la vi, mi corazón se expandió con su presencia.
Con su mirada cálida y algo torpe para desenvolverse, sentí que todo mi eje
se había inclinado hacia ella.
Y que mi control y esa calma siempre en mí, se iba por la borda con solo
sentirla.
Lo que nunca, logró Latifa.
Dándome cuenta, que esta muchacha Amely, había robado mi corazón
solitario.
Ella se había convertido, en mi Argema Mittrei.
Mi mariposa.
Pero, yo no debía.
Yo, no puedo.
Debía darle fin al viejo Constantine, para que surja el nuevo.
El que, con sangre Qurash rige en mi interior.
Las de los guerreros corazón de fuego.
Es mi destino.
Porque la represalia de nuestro padre es solo el inicio, en un continente con
muchos países que están en crisis y guerra civiles, con el nuestro manteniéndose
leal a nuestras convicciones y promulgando la paz en el Medio Oriente y el
mundo.
Habrá muchos Leones, queriendo corromperla.
Más Jael, con armas en manos y violencia.
Me incorporo, con un movimiento de mi escondite y con ayuda, de unos de
mis sables clavados en el piso.
Sonrío.
Pero siempre estaré, para defenderte hermano.
Y a nuestro pueblo...
Elevo una mano para saludar a mi pequeña princesita de corazones, en los
brazos de Cabul.
Ella, es especial.
Porque me percibe, cuando estoy cerca.
Una Qurash pura sangre, pienso con orgullo mientras me encamino a mi
caballo oscuro a mi espera, metros más atrás, guardando mis sables en mi
espalda.
Acaricio y palmeo con cariño su cuello.
Para luego, con un salto montarlo y perderme en la llanura.
Fin.
Capítulo extra y adelanto de
Constantine.
AMELY
FIN.
Continuación de la saga Mon Parte 3.5 Constantine, pasión y guerra…
Agradecimientos
A toda la gente, que amo…