Los Atributos de Dios

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Los Atributos de Dios

Los atributos de Dios son las descripciones reveladas de Dios de su propia


naturaleza y carácter. Son exclusivos de él porque él es único.

Describir los atributos (o características o perfecciones) del ser de Dios es diferente de


describir los atributos de cualquier otro ser porque Dios el Creador tiene una naturaleza
completamente distinta a la de cualquiera de sus criaturas. A menudo es más fácil decir lo que Dios
no es que decir lo que es. Muchos de los atributos de Dios, por tanto, se expresan con términos
negativos. Por ejemplo, Dios es in-mortal, , in-visible, _ im_-pasible, in-mutable, in-finito y así
sucesivamente. Estas palabras significan que, por naturaleza, no puede morir, no se le puede ver, no
se le puede hacer sufrir, no cambia, y no puede ser contenido por la realidad de la criatura. Todas
estas características lo distinguen de sus criaturas, pero no nos dicen exactamente qué significa para
Dios existir de la manera en que lo hace. La Biblia también describe a Dios en términos positivos.
La teología cristiana refleja esto cuando decimos que él es eterno, santo, omnisciente, omnipotente
y omnipresente.

Cada uno de los atributos de Dios califica a los demás, de modo que nunca son abstractos o
considerados de manera aislada. Por ejemplo, decir que Dios es “todopoderoso” (omnipotente) no
significa que pueda hacer cualquier cosa, sino que no está limitado por algo o alguien más grande
que él. Dios no puede negar su propia naturaleza, pero puede ejercer su voluntad soberana en
cualquier forma que elija.

Los teólogos han clasificado los atributos de Dios de varias maneras, pero estas formas
generalmente se dividen en dos categorías: atributos que describen a Dios en sí mismo y atributos
que describen a Dios en sus relaciones con las criaturas. Los primeros a menudo se llaman
incomunicables o absolutos (como la infinitud o la omnipresencia), y los últimos comunicables o
relativos (como la santidad o la fidelidad). Estrictamente hablando, todos los atributos de Dios son
incomunicables o propios de su naturaleza única como Dios. Pero muchos de ellos se refieren a la
actividad de Dios hacia las criaturas y también tienen correspondencias en el orden creado. Los
seres humanos no somos divinos, pero en muchos aspectos reflejamos su carácter como portadores
de su imagen. Por ejemplo, Dios sabe y entiende todas las cosas; es omnisciente. Los seres humanos
también tienen una mente y pueden saber muchas cosas, pero de una manera finita más que de la
manera infinita que Dios conoce todas las cosas. Del mismo modo, Dios es eterno, y le da a los
seres humanos algo que llamamos vida eterna, pero nuestra vida eterna tiene un principio, algo que
no sucede con la suya. También es un don de su gracia, mientras que su vida le pertenece a él por
naturaleza.

Debido a que los atributos incomunicables o absolutos de Dios son difíciles de comprender,
a menudo se los critica por ser incoherentes o problemáticos. Por ejemplo, muchos teólogos en
tiempos recientes han tenido dificultades con la impasibilidad de Dios (su incapacidad para sufrir)
porque piensan que un Dios que no puede sufrir en su misma naturaleza no es capaz de entender o
simpatizar con aquellos que sí lo hacen. Para ellos, Dios debe poder entrar en la experiencia del
sufrimiento humano para redimirnos de él. Los teólogos clásicos concuerdan con esta preocupación,
pero dicen que entrar en el sufrimiento humano es exactamente lo que ha hecho el Hijo de Dios
convirtiéndose en un hombre como Jesucristo. La persona divina del Hijo tomó para sí nuestra

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naturaleza para poder sufrir y morir de acuerdo con esa naturaleza en lugar de según su impasible
divinidad en sí. La teología cristiana siempre ha reconocido que los atributos de Dios se mantienen
unidos no en nuestra comprensión intelectual de ellos, sino en Dios mismo.

Versículos clave

Jn 1:18; 1 Ti 1:17; Ro 1:20; Col 1:15–16; He 11:27; He 6:17–18; 1 Co 15:50; Stg 1:17; He 13:8; He
4:15–16; Sal 145:7; Sal 139:7–10; Is 66:1

Atributos que describen a Dios en sí mismo

Los atributos incomunicables de Dios son esos atributos divinos que no pueden ser
comunicados (es decir, compartidos) por la humanidad; son exclusivos de la naturaleza
y el carácter de Dios.

Los atributos de Dios describen la naturaleza y el carácter perfectos de Dios; se derivan de


las declaraciones proposicionales de las Escrituras acerca de Dios y su testimonio narrativo de las
formas características que Dios tiene de interactuar con su creación. Al proclamar las perfecciones
divinas, los teólogos han clasificado los atributos de Dios de diversas maneras, con el fin de
representar mejor una doctrina bíblica integral de Dios. Una de esas clasificaciones, que se
encuentra con mayor frecuencia en las teologías reformadas, es la distinción entre los atributos
“comunicables” e “incomunicables” de Dios. Los atributos incomunicables de Dios son aquellos
atributos divinos que no tienen contrapartida en la experiencia humana.

Aunque la distinción entre los atributos comunicables e incomunicables no se menciona


explícitamente en la Biblia, esta es clara en cuanto a que la humanidad, hecha “a semejanza de
Dios”, fue creado para reflejar ciertos atributos divinos, como la bondad, el amor y la sabiduría. Sin
embargo, la humanidad finita puede imitar a Dios solamente de una manera limitada, ya que Dios
trasciende todas las categorías y experiencias humanas. Como tales, sus atributos incomunicables
apuntan al ser absoluto de Dios y a la otredad divina. Incluyen al menos lo siguiente:

• La gloria de Dios describe su excelencia única.

• La inmutabilidad de Dios es su inmunidad al cambio.

• La omnipotencia de Dios es su carácter de todopoderoso —él tiene todo el poder.

• La omnipresencia de Dios describe su relación con el espacio: él está en todas partes.

• La eternidad de Dios describe su relación con el tiempo: él está en todo momento.

• La omnisciencia de Dios define su carácter omnisciente; él no ignora nada y nunca ha


aprendido nada nuevo.

• La autoexistencia de Dios apunta a su independencia: él no necesita de ningún otro ser, y


existe en, por y para sí mismo.
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• La espiritualidad de Dios revela su naturaleza como no física.

• La unidad de Dios apunta a la enseñanza bíblica de que Dios es uno, singular e indiviso.

• La simplicidad de Dios que no está compuesto de varias partes.

• La infinitud de Dios es su calidad de ser ilimitado, que no puede ser contenido por el
tiempo, el espacio o ninguna otra cosa.

Históricamente, los teólogos han debatido hasta qué punto los seres humanos son capaces de hablar
correctamente de la naturaleza y el carácter de Dios, puesto que ninguna palabra humana es
adecuada para definir a Dios y ninguna mente humana es capaz de comprenderlo. Si Dios está más
allá de la comprensión y descripción humanas (Is 55: 9), ¿es un acto de arrogancia que una persona
diga cómo es y cómo no es Dios? Sin embargo, la autorrevelación de Dios de su naturaleza y
carácter en las Escrituras le permite a la humanidad nombrar los atributos de Dios, aunque sea de
manera incompleta.

Versículos clave

• Is 55:9

• 1 Cr 17:20

• Is 40:18

• Jr 10:6–7

• Sal 102:25–27

• Sal 145:3–5

Auto-existencia de Dios

Dios existe por sí mismo, ya que no tiene causa u origen sino que, a diferencia de todo
lo demás, no ha sido creado.

Dios es autoexistente. “YO SOY EL QUE SOY”, le dijo a Moisés; él es el “YO SOY” (Ex
3:14–15). Esto significa que la existencia de Dios no es causada por, ni depende de ninguna manera,
de ninguna otra cosa. Dios no procede de ninguna cosa, a través de ninguna cosa, o a ninguna cosa.
Antes bien, “de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Rom 11:36). Mientras que las cosas
creadas existen según el poder, propósito y plan de Dios, él existe por sí mismo. Las cosas creadas
dependen de otras cosas y, en última instancia, de Dios; Dios no depende de nada. Antes de cada
cosa creada hay alguna otra cosa, pero Dios es primero. Todo lo creado existe por el bien de algo
posterior, pero Dios es el último de todos, aquel para quien todas las cosas existen. Dios es
absolutamente independiente.

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La autoexistencia de Dios no significa que Dios sea el creador o la causa de sí mismo. Dios
no se llamó a sí mismo a ser. Más bien, a diferencia de todo lo demás, Dios existe sin haber sido
creado o causado en absoluto. Algunos objetan a la fe en Dios pensando que incluso el creador
necesitaría alguna explicación adicional de su existencia. La doctrina de la autoexistencia divina es
que no es necesaria más explicación de la existencia de Dios que su propia naturaleza. Dios se
explica a sí mismo; en otras palabras, él no necesita explicación.

Dios no sólo existe por sí mismo en el hecho de que él es. También existe por sí mismo en lo
que o quien él es. Dios anuncia esto él mismo cuando le revela a Moisés el nombre divino: YO SOY
EL QUE SOY. Dios es lo que es. Él no es lo que su biología, educación y cultura lo hacen ser, como
ocurre con los seres humanos. Él no está hecho por Dios a la imagen de Dios. No está hecho a partir
del modelo de otra cosa, y no recibe el nombre de nadie más. Él no es bueno, poderoso u
omnisciente en relación con algún estándar externo. En vez de eso, cada nombre o propiedad que le
atribuimos a Dios viene definida en relación con la naturaleza de Dios.

Dios también existe por sí mismo por cuanto existe en última instancia para sí mismo y no
para otro. Si bien para un ser humano vivir para sí mismo es orgullo, Dios vive para sí mismo y se
ama a sí mismo porque es glorioso. Nada merece la estima, el amor y el disfrute de Dios más que su
propia naturaleza. Todo lo que crea y la redención de su pueblo son, en último término, para su
propio bien. Él nos ama para que pueda glorificarse a sí mismo.

En la práctica, la doctrina de la autoexistencia divina significa que, independientemente de


lo que tengan los seres creados, lo tienen por el poder y la voluntad de Dios. Pero también significa
que Dios no puede recibir, y de hecho no recibe, nada de nosotros; no podríamos darle nada que él
ya no tenga. Él no necesita nada. Por el contrario, las criaturas dependen de él para todo lo que
tienen y todo lo que pueden llegar a ser.

Versículos clave

Éx 3:14–15 (Yo soy el que soy.); Job 22:2–3; 1 Co 8:6 (Por el cual son todas las cosas, y a través de
quien existimos.); Ap 4:11 (Digno, porque tú creaste, por tu voluntad.); Ro 11:36 (Porque de él, y
por él, y para él, son todas las cosas.); Hch 17:25 (Como si necesitase de algo.); Jn 5:26 (El Padre
tiene vida en sí mismo.); Job 35:7.

Unidad de Dios

La unidad de Dios es un atributo incomunicable de la esencia divina que se refiere a la


unicidad y singularidad absolutas de Dios (unidad de singularidad) y a la total
simplicidad de su esencia (unidad de simplicidad).

La unidad divina es un atributo de Dios que afirma la singularidad y unidad absolutas de


Dios (unidad de singularidad) así como la unidad cualitativa de la esencia divina (unidad de
simplicidad). Lo primero implica que solamente hay un ser divino. Dios es numéricamente uno, no
en el sentido de que es uno entre otros, sino única y exclusivamente el único Dios. Todos los demás
seres existen de él, a través de él y para él. Lo último, la unidad de singularidad de Dios, es la
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unidad interna de la esencia de Dios mediante la cual se niega toda composición. Afirma que en
Dios todo es uno; sus atributos son idénticos a su ser.

A través de toda la Escritura se da fe de la singularidad absoluta y unicidad numérica de


Dios; la Biblia es rigurosamente monoteísta. Sólo hay un Dios (Dt 6:4; Gal 3:20). Solamente él es el
Señor, y no hay otros dioses aparte de él (Dt 32:39; Sal 18:31). Como tal, él es el único objeto de
culto (Ex 20:3–6; Dt 5:7–10; 1 Cor 8:4). Además, Dios es el único y solo creador y sustentador del
mundo (Gn 1–2, Hch 17:24); todas las cosas provienen de él y son sostenidas por él (Hch 17:28;
Col 1:15–17). Dios es el único salvador de su pueblo (Is 43:11). Lejos de contradecir la singularidad
y absoluta unicidad de Dios, la obra de Cristo y del Espíritu las confirman y aclaran (Jn 17:3; Rom
3:30; Ef 4:5–6; 1 Tim 2:5). Dios es un ser divino trino.

Mientras que la unidad de singularidad enseña que Dios es el único ser divino, la unidad de
simplicidad enseña que la esencia de Dios está exenta de divisiones y partes. Se refiere a la unidad
interna y cualitativa de la esencia de Dios. Está libre de cualquier composición. Dios no está
compuesto de un conjunto de atributos; cada atributo es igual a su esencia. Todo lo que hay en Dios,
Dios lo es. Por ejemplo, él no tiene amor; él es amor. Él no tiene poder; él es omnipotente. Por lo
tanto, Dios es amorosamente poderoso y poderosamente amoroso.

A partir de y relacionada con otros atributos incomunicables, como la aseidad divina, la


infinitud divina y la inmutabilidad divina, la simplicidad divina no es una doctrina destinada a crear
un Dios estático e inerte, sino a defender la plenitud de la vida divina. Cada atributo utilizado para
describir a Dios se refiere a la misma esencia completa, plena y abundante de Dios. La riqueza de la
vida divina es incomprensible, y la unidad de simplicidad protege esta riqueza al negar que los
atributos sean meras adiciones a su esencia o que sean esencialmente distintos entre sí. En Dios no
hay devenir. Él es, en términos filosóficos, actualidad pura o acto puro. Él es un Dios viviente
plenamente real. Los atributos, pues, son nombres o perfecciones que se refieren al mismo Dios
desde diversos ángulos y que se conocen a partir de las obras de Dios. Al mismo tiempo, no son un
agregado de partes que conforman quién es Dios.

Tradicionalmente, la doctrina de la unidad divina, entendida tanto como unidad de


singularidad como unidad de simplicidad, ha sido fundamental para la formulación de la doctrina de
la Trinidad. Dios es numérica y singularmente uno. Por lo tanto, las tres personas no son tres seres
divinos separados que existen el uno junto al otro. Dios es un ser trino. Además, las tres personas no
son partes separadas que se unen para formar la esencia única de Dios, ni dividen la esencia entre
ellas. Dios es una esencia indivisa, no compuesta. Así pues, las personas se distinguen en virtud de
sus relaciones mutuas. La distinción personal no es composición, y las relaciones entre las personas
no existen por encima de la esencia divina o como adiciones a ella. El único Dios existe en tres
personas.

En la práctica, la unidad de singularidad de Dios sirve para orientar la adoración cristiana.


Dios es el único Dios, y él es el único objeto apropiado de la adoración cristiana. De manera similar,
la unidad de simplicidad de Dios promueve la adoración cristiana porque testifica de un Dios que
está completamente vivo, activo y completo. Además, la unidad de simplicidad proporciona
consuelo y seguridad para los creyentes porque garantiza que si Dios es con los suyos, entonces
cada parte de Dios es con ellos. El Dios amoroso justo, glorioso, poderoso, infinito y sabio está
actuando en la vida de los creyentes. Debido a quién es él, no puede retener ninguna parte de sí
mismo.

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Versículos clave

Dt 6:4; Job 22:2–3; 1 Re 8:60; 1 Co 8:6; Gl 3:20; 1 Ti 2:5; 1 Ti 6:16

Espiritualidad de Dios

La espiritualidad de Dios es el atributo divino que afirma que el ser de Dios es


espiritual, por lo que Dios no es ni material ni compuesto en su naturaleza.

Proclamar con Jesucristo que “Dios es Espíritu” (Jn 4:24) es afirmar que el ser de Dios es
inmaterial, invisible y simple. Dios no tiene cuerpo, ni partes compuestas, ni dimensiones físicas.
Por lo tanto, Dios está presente en todas partes y puede ser adorado en cualquier lugar (Jn 4:21).
Como Espíritu, Dios no puede ser destruido, contenido ni controlado por ninguna criatura. Algunos
han presentado la naturaleza espiritual de Dios como una referencia a una mente eterna o una fuerza
de energía porque resulta tentador imaginar los atributos de Dios mediante categorías humanas
familiares. Sin embargo, Dios no puede ser clasificado de esta manera; su espiritualidad no está
limitada por la comprensión humana.

El atributo de la espiritualidad de Dios debe distinguirse de la Tercera Persona de la


Trinidad, el Espíritu Santo. El eterno Padre, Hijo y Espíritu son todos ellos “espirituales” en
naturaleza (excepto, por supuesto, el Hijo encarnado en su naturaleza humana). A pesar de que
ángeles son seres espirituales y los seres humanos son seres físicos y espirituales, la espiritualidad
de Dios es un atributo incomunicable en el sentido de que su espiritualidad es tanto infinita como no
creada, mientras que todos los demás espíritus son creados y, por lo tanto, finitos.

En la época del Antiguo Testamento, la práctica religiosa común de las naciones era crear
ídolos físicos para que entraran en ellos los espíritus de los dioses. El ídolo se convertía en el punto
focal y la ubicación donde podía producirse la conexión con un dios: era el lugar de reunión donde
la gente podía adorar y donde el dios podía recibir sus sacrificios. En cambio, el segundo
mandamiento repudia la tentación de encarnar a Yahvé de esa manera (Ex 20:4–6). Los hebreos
debían ser únicos entre los pueblos del mundo por su celebración de la espiritualidad de Dios.
Yahvé no requiere de una forma física para comunicarse con su pueblo ni para recibir su adoración.

El Antiguo Testamento, sin embargo, registra una serie de “teofanías”, ocasiones en las que
Yahvé adoptó temporalmente forma corpórea. Las teofanías son notablemente distintas a la
adoración de ídolos, ya que Yahvé siempre inició tal acción como un acomodo temporal a la
necesidad humana y nunca como resultado de una necesidad divina de encarnación. Yahvé mismo
creó su forma física; ningún humano formó un ídolo o una imagen que luego él llenara. La
declaración bíblica de la espiritualidad de Dios, por lo tanto, fue un rechazo explícito de la práctica
de la idolatría y una proclamación de que la naturaleza inmaterial de Dios es una perfección divina.

En el Nuevo Testamento y en tiempos de la iglesia primitiva, pensadores gnósticos


enseñaban una cosmovisión dualista en la que sólo la espiritualidad inmaterial se consideraba
buena, mientras que todo lo material se consideraba malo. Las doctrinas de la creación y la
encarnación del Señor se convirtieron en desafíos importantes para la enseñanza gnóstica al afirmar
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la bondad de lo material. La espiritualidad de Dios no menoscaba la bondad de su creación material,
pero sí le recuerda a la humanidad la divina otredad de Dios y las diferencias extraordinarias que
Dios ha superado para unirse a su pueblo.

Versículos clave

• Jn 4:24

• 1 Ti 1:17

• Jn 1:18

• 1 Ti 6:15–16

Simplicidad de Dios

La simplicidad de Dios implica que su esencia y existencia son idénticas, lo que


significa que no hay componente o división dentro de la naturaleza divina.

La simplicidad de Dios requiere de dos afirmaciones básicas. En primer lugar, Dios está
exento de todo componente, existiendo dentro de su propia esencia divina y sin necesidad de un
“compositor”, algún otro ser que lo “junte”. Como causa no causada, no puede ser compuesto como
sus criaturas, cuya existencia es causada por una fuerza externa. No hay un género evolutivo del
cual procede Dios; él es eternamente y para siempre completamente divino en su esencia,
autoexistente y autosuficiente en todos los sentidos. En segundo lugar, tiene unos atributos claros
que no deberían confundirse con distinciones en su esencia. Los atributos de Dios (santidad, amor,
justicia, soberanía, et al.) describen cómo es Dios, pero a partir de ellos no cabe deducir que esté
dividido en su esencia. Su esencia y sus atributos son idénticos, no dependen de nada fuera de lo
otro. Además, los atributos de Dios no deberían clasificarse por orden de primacía o importancia. La
simplicidad de Dios afirma que Dios nunca tiene conflictos en sí mismo ni se confunde. En otras
palabras, no debería elevarse un atributo por encima de los demás. Del mismo modo, no deberían
enfrentarse su esencia y sus atributos. Por ejemplo, Dios no sólo actúa con amor o tiene la calidad
del amor, sino que en realidad es amor. Cabe observar, por supuesto, que en última instancia Dios es
“insondable”: la revelación de su ser es comprensible tan sólo a través de un lenguaje analógico
como “simplicidad”.

La doctrina de la simplicidad de Dios también tiene implicaciones obvias para la doctrina de


la Trinidad. Si Dios es simple y, por lo tanto, indivisible en esencia, entonces hay que enfatizar que
las personas divinas no son tres partes que componen un todo divino mayor. En lugar de eso, hay
que afirmar que el Padre, el Hijoy el Espíritu Santo son tres modos personales de subsistencia de la
esencia divina. La simplicidad divina no impide la distinción dentro de la Deidad ni en la
personalidad ni en los atributos, sino que más bien afirma que Dios es radicalmente uno. Esto
significa que incluso en la encarnación del Hijo, la sustancia divina de la Trinidad no se modifica o
disminuye. La unión hipostática preserva la afirmación de la simplicidad divina, ya que incluso en

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su asunción de la humanidad plena, la naturaleza divina permanece distinta de su naturaleza
humana.

Atanasio, por ejemplo, argumentó en contra del arrianismo con la afirmación básica de que
el Padre y el Hijo no son “partes” o “modos” de Dios, sino que participan plenamente de la
naturaleza divina simple. Luego, Tomás de Aquino enfatizaría que Dios es “acto puro” y “ser
absoluto” — es autosuficiente, inmutable y sin causa. Hilario de Poitiers también observó que Dios
“no está compuesto de cosas compuestas” y que tiene “una naturaleza perfecta, completa e infinita”.
La Iglesia Oriental también distinguiría más adelante entre la esencia de Dios y sus “energías”,
siendo su esencia lo único que las personas de la Trinidad comparten, mientras que sus energías son
aquello en lo que la humanidad puede participar. La tradición cristiana no tiene una visión
monolítica de la simplicidad de Dios, especialmente teniendo en cuenta el desarrollo del concepto
entre los períodos patrístico y medieval. Sin embargo, la tradición cristiana ha coincidido en gran
medida en la indivisibilidad de la esencia y los atributos de Dios.

Versículos clave

• Éx 3:14 (Dios es el que es.)

• Éx 34:6–7 (Los atributos de Dios no son al azar.)

• Jn 5:26 (Dios es autosuficiente.)

• 1 Jn 1:5 (Dios no está dividido o tiene conflicto entre su ser o atributos.)

Inmutabilidad de Dios

La inmutabilidad de Dios es su libertad frente al cambio y que su ser es el mismo en


todo momento: pasado, presente y futuro.

La doctrina de la inmutabilidad divina afirma que Dios está exento de todo cambio. Al
existir fuera del tiempo, él es todo lo que es en un momento inmutable, libre del movimiento y
desarrollo de la historia. Pero dentro del tiempo, sus criaturas lo experimentan como inmutable en
sus relaciones con los seres humanos y, por tanto, perfectamente digno de confianza.

La inmutabilidad distingue a Dios de las criaturas mutables, como los seres humanos y los
animales, que nacen, crecen y mueren. También lo distingue de las cosas inanimadas que son
moldeadas, movidas y destruidas. A diferencia de estas, Dios no tiene que crecer y cambiar, ni
puede ser reformado o destruido. Cualquier cambio que sufriera sería para bien o para mal, pero
cada uno de estos es imposible para un ser divino perfecto. Al mismo tiempo, Dios no es estático e
inerte. Más bien, está exento de cualquier cambio porque él es, simultáneamente, la totalidad de la
vida y la actividad.

La inmutabilidad de Dios no impide su participación en los cambios y las transiciones de la


historia, incluidos los que se describen en la revelación bíblica. Antes bien, en su actividad dentro

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de la historia, Dios muestra su carácter inmutable. Donde se dice que Dios cambia de parecer, se
arrepiente o pasa de un estado emocional a otro, entendemos que está revelando su carácter
inmutable en ocasiones en el juicio y en otras ocasiones en la gracia. Cuando vemos un lado distinto
del rostro de Dios, no es porque haya cambiado, sino porque nosotros hemos cambiado en relación
con él. Al mismo tiempo, Dios muestra su inmutabilidad al permanecer perfectamente fiel a sus
promesas. Lo que Dios quiere es lo que hará, y lo que él comience, lo completará. La inmutabilidad
de Dios no es un obstáculo para la relación humana con Dios, sino el fundamento de la confianza en
él.

Versículos clave

Mal 3:6; Stg 1:17; Sal 102:26–28; Nm 23:19; Ro 1:23 (Contraste entre inmortal/mortal, inmutable/
cambiante.); Flp 1:6 (Dios terminará lo que comenzó.); He 13:8

Versículos adicionales

Éx 3:14; Nm 23:20; 1 Sm 15:29; He 1:11–12; He 6:17–18

Infinidad de Dios

La perfección de Dios por lo que Dios no está sujeto a ninguna limitación; no se puede
aplicar ningún límite a su ser o sus atributos.

La infinitud de Dios es un atributo incomunicable o perfección de Dios que niega cualquier


límite al ser o las perfecciones de Dios y afirma que Dios trasciende las categorías de las criaturas
finitas. La infinitud divina, que no debe confundirse con la extensión ilimitada o la indeterminación,
es un concepto positivo. Significa que lo que Dios es, lo es perfecta y sumamente. Él tiene todos los
grados de perfección sin ninguna limitación. Ninguno de los atributos de Dios puede considerarse
“en curso” o “todavía sin completar”. Como tal, la infinitud divina cumple los requisitos de todos
los demás atributos. Lo que Dios es, lo es infinitamente.

Tradicionalmente, la infinitud divina se ha descrito bajo tres aspectos distintos aunque


relacionados entre sí. Primero, la infinitud de la esencia de Dios, que es absolutamente perfecta y
cualitativamente infinita, considerada en relación consigo misma, se denomina la perfección
absoluta de Dios. La infinitud absoluta de Dios afirma la plenitud y completitud de su ser. De esta
manera, la doctrina de la infinitud divina está estrechamente relacionada con la doctrina de la
simplicidad divina. Dios no sólo es lo que posee, sino que todo lo que posee, lo posee infinitamente.
En segundo lugar, la infinitud de Dios considerada en relación con el tiempo se denomina eternidad.
Dios no está sujeto a la limitación de las criaturas al tiempo, sino que lo trasciende. En tercer lugar,
la infinitud de Dios considerada en relación con el espacio recibe el nombre de inmensidad y
omnipresencia. Dios no está sujeto a la limitación de las criaturas al espacio. Él trasciende el
espacio (inmensidad) al tiempo que llena todas los lugares del espacio creado y lo mantiene
(omnipresencia).

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Las Escrituras dan fe de múltiples aspectos de la infinitud de Dios. Dios es el que está más
allá de toda medida y límite (Job 11:7–10; Sal 145:3; Mt 5:48); incluso los cielos no puede
contenerlo (1 Re 8:27; 2 Cr 2:6). Él es el que permanece (Sal 90:1–2; 102:25–28; Ef 3:21) y
trasciende los límites temporales (2 Pe 3:8). Él es el que está presente en cada parte de la realidad
creada (Sal 139:7–10; Jr 23:23–24; Hch 17:27–28), y aun así no está contenido dentro de la
creación (1 Re 8:27; Is 66:1). Lejos de dejar a Dios alejado y distante de su creación, la infinitud
divina permite que Dios esté presente en todo momento y en todo el espacio, sin dejar de ser
distinto de él. Dios, que es infinito, puede crear y sostener criaturas en el tiempo y el espacio sin
absorberlas. Está presente junto a su creación, sosteniéndola y guiándola, sin dejar de ser
trascendente, sin estar sujeto a las categorías y limitaciones de la existencia de las criaturas.

Por último, puesto que la doctrina de la infinitud divina afirma la perfección ilimitada de la
esencia de Dios, su eternidad, inmensidad y omnipresencia, la infinitud divina también implica la
doctrina de la incomprensibilidad divina. Lo finito (la humanidad) no puede comprender lo infinito
(Dios), pero los seres humanos pueden llegar a un conocimiento limitado, verdadero, a medida de la
criatura, de Dios.

En la práctica, la perfección de la infinitud divina recuerda a los seres humanos su condición


de criaturas, lo que debería llevar a un sentido de sobrecogimiento y asombro por que el Infinito se
preocupe y comunique con sus criaturas. Es más, debería asegurar a los creyentes del valor infinito
de su salvación en Cristo, basado en el valor infinito de su sacrificio. Finalmente, debería llevar a
los creyentes a gozarse, ya que el conocimiento de Dios por sus criaturas nunca se agotará; incluso
en la eternidad, los creyentes continuarán aprendiendo y llegando a conocer, pero nunca agotarán ni
comprenderán plenamente, al Dios infinito.

Versículos clave

2 Cr 2:6; Job 11:7–9; Sal 145:3; Is 40:12–17 (Comparativa en relación a las criaturas.); Is 48:12; Dn
4:34 (Comparativa en relación a las criaturas.); Mt 5:48; Ef 3:20; Hch 17:27–28; 2 P 3:8

Versículos adicionales

1 Re 8:27; Is 66:1; Jr 23:24; Jn 11:7–9

Eternidad de Dios

Dios es eterno por cuanto él no existe dentro del tiempo, sino que existe antes y fuera
del tiempo.

Mientras las criaturas cambian, mejoran y declinan con el tiempo, Dios es todo lo que es en
un único momento inalterable. Él no tuvo un comienzo en el tiempo, ni tendrá un final. Tal como
también se expresa en la doctrina de la inmutabilidad de Dios, éste no cambia de ninguna manera
que requiera una duración temporal. Al ser perfecto, no necesita crecer, desarrollarse o aumentar, ni
tampoco está sujeto al declive, la decadencia o la muerte. Al estar libre de todo cambio, trasciende
por completo el “antes” y el “después” del tiempo.
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Las criaturas sometidas al tiempo experimentan la eternidad de Dios en relación con el
tiempo. Si bien no hubo tiempo antes de que se creara el tiempo, no podemos sino pensar en Dios
como ya existente. antes del tiempo. También experimentamos la eternidad de Dios de esta manera:
que él es quien es en todo momento. Esto significa que el Dios que creó el mundo es el mismo Dios
a quien oramos. Si bien el tiempo ha pasado, Dios es el mismo. Para Dios, el tiempo es como un
gran lienzo desplegado ante él, y cada momento del mismo lo puede ver simultáneamente. Para él,
todos los tiempos están presentes. Mil años en nuestra experiencia no son nada a los ojos de Dios
(Sal 90:4).

La doctrina de la eternidad de Dios llegó a una sólida expresión teológica en los escritos de
los grandes teólogos Agustín, Boecioy Aquino. Agustín escribió que el paso del tiempo dependía de
los cambios de las cosas creadas. Aparte de la creación, no habría tiempo: “El tiempo comenzó con
la criatura”. Boecio imaginó la historia como la circunferencia de una rueda, con Dios sentado en su
centro, conectado por un radio a cada momento de la historia. Dios existe simultáneamente con
cada momento en el tiempo, pero él mismo no está dentro del tiempo. Tomás de Aquino explicó la
eternidad de Dios no como un momento estático, sino como “una posesión completa, y al mismo
tiempo plena, de una vida sin fin”. Los teólogos de la Reforma siguieron la tradición clásica en esta
afirmación.

Versículos clave

Ap 1:8; Is 40:28; Sal 90:2–4; Job 36:26; Jn 8:58 (Aquí, Cristo proclama su propia eternidad,
aludiendo a Éxodo 3:14.); 1 Ti 6:16; Is 57:15

Versículos adicionales

Gn 21:33; Dt 32:40; Dt 33:27; Neh 9:5; Sal 90:1–2; Sal 102:12; Is 43:10; Hab 1:12; Ro 16:26; 1 Ti
1:17; 2 P 3:8

Omnipresencia de Dios

La omnipresencia es el nombre que se da a la creencia cristiana de que Dios está


presente en todas partes y no está limitado a ninguna ubicación o espacio físico.

Dios está presente en todas partes, en todos los espacios y lugares. Esto puede
malinterpretarse fácilmente imaginando que Dios ocupa el espacio en todas partes, como creen los
panteístas, o que Dios simplemente excede los límites del universo conocido. De hecho, hablar de la
omnipresencia de Dios es decir que Dios no tiene dimensiones espaciales. Él no tiene tamaño; Dios
está presente en todas partes porque no está localizado en ningún lugar. Dios es el creador del
espacio y el Señor del espacio y, por lo tanto, está libre de las limitaciones de los ejes x, y y z. La
omnipresencia divina se comprende mejor en relación con otros dos atributos divinos
incomunicables:

• Dios es eterno: no está limitado por el tiempo, sino que está igualmente presente en todo
momento.
11
• Dios es espiritual: él es inmaterial y no está sujeto a lo físico, sino que está completamente
presente en todos los lugares.

La declaración de la omnipresencia de Dios en el Antiguo Testamento (Sal 139:7–10)


cuestionó directamente a los falsos dioses del antiguo Oriente Próximo, que eran concebidos como
dioses territoriales a cargo de regiones específicas. Estos dioses y sus poderes tenían unos límites
claros. En cambio, Yahvé era exaltado como el “único Dios verdadero” porque su presencia y poder
no tienen límites (1 Re 20:28). La declaración de su presencia ubicua también destacaba el hecho de
que ninguna persona puede eludir a Dios o existir más allá de su conocimiento o alcance (Sal
139:7). Dios conoce plenamente a todas las personas y todos los eventos porque está presente en las
realidades materiales e inmateriales, así como en todos los lugares y en todos los momentos (Is
46:9–10). Cuando el Antiguo Testamento usa el lenguaje antropomórfico de Dios y habla de su
“rostro” (Sal 27: 8), su “mano” (Sal 10:12), su “dedo” (Dt 9:10), e incluso su “espalda” (Ex 33:23),
se trata de un lenguaje analógico que no contradice su omnipresencia o inmaterialidad.

Decir que Dios está presente en todas partes no disminuye la representación bíblica de que
Dios elige libremente estar presente de forma única en lugares concretos (Sal 132:13–14). Entonces
se da a entender un tipo más específico de presencia, a menudo una que asume que está presente
para bendecir o como un acto de intimidad relacional. El tabernáculo y el templo son los principales
ejemplos veterotestamentarios de esta realidad (1 Re 8:27–29).

Las imágenes relacionadas con el templo continúan en el Nuevo Testamento. En la medida


en que el Espíritu mora en los creyentes en el cuerpo de Cristo, ellos se convierten en el “templo”
de Dios (1 Cor 3:16, 6:19) y manifiestan su presencia en el mundo. Aunque Dios elige convertir en
santos determinados lugares y personas mediante una visita única de su presencia, la doctrina de la
omnipresencia de Dios ofrece un importante recordatorio de que todos los lugares existen en la
presencia de Dios y, por lo tanto, son sagrados.

La encarnación de Cristo plantea preguntas acerca de la omnipresencia de Dios. En


Jesucristo, Dios el Hijo se hizo completamente humano y, por tanto, asumió los atributos humanos
de la finitud, personificación y ubicación espacial. La pregunta que se plantea con frecuencia es:
¿dejó Dios el Hijo de ser omnipresente cuando su naturaleza divina se unió a su naturaleza humana?
Los teólogos han respondido de diversas maneras. Una de las doctrinas más conocidas que resultó
de este debate entre los luteranos y otros teólogos reformados llegó a denominarse la extra
Calvinisticum. La doctrina enseña que, si bien la persona del Hijo estaba genuinamente unida a la
naturaleza humana, no estaba completamente contenida por ella. Dicho de otro modo, quedaba un
“extra” en su vida divina que excedía sus limitaciones humanas. Por lo tanto, en su naturaleza
divina, el Hijo eterno siguió siendo omnipresente con el Padre y el Espíritu mientras que, en su
naturaleza humana, estaba verdaderamente ubicado en el tiempo, el espacio y el cuerpo: tenía
rostro, mano, dedo y espalda físicos.

De la misma manera, se piensa que el Cristo ascendido sigue siendo completamente divino
(y por lo tanto, en su naturaleza divina, omnipresente) mientras que también es completamente
humano (y por lo tanto, en su naturaleza humana, limitado a su cuerpo resucitado). Los cristianos
han sostenido diversas teorías sobre estas cuestiones, pero coinciden en que la omnipresencia de
Dios es a la vez una doctrina bíblica y necesaria, que lleva a los creyentes a adorar al único Dios
verdadero como Señor sobre el espacio y el tiempo.

Versículos clave
12
Sal 139:7–10; 1 Re 8:27; Hch 17:24–25; Am 9:2–3; He 4:13; Dt 10:14; Dt 4:39

Versículos adicionales

Gn 16:13; Dt 2:7; Dt 4:7; Is 66:1; Jr 23:24; Mt 28:20

Omnisciencia de Dios

El atributo de la omnisciencia se refiere al perfecto conocimiento que Dios tiene de sí mismo y


de lo que ha creado.

La Biblia describe el conocimiento de Dios como ilimitado, integral y perfecto en todos los
sentidos; Dios es omnisciente (el término latino scientia significa “conocimiento”, mientras que el
prefijo omni- quiere decir “todo”; de ahí que omnisciente signifique “que lo sabe o conoce todo”).
En contraste con nuestro conocimiento, que surge de la conformidad pasiva de nuestras mentes a las
verdades u objetos dados, el conocimiento perfecto de Dios procede de su voluntad activa como
Creador de todo. En consecuencia, Dios no sólo sabe lo que quiere, sino también lo que no quiere.
Dicho de otro modo, Dios conoce todos los estados de las cosas, tanto los reales como los posibles
(lo que la tradición cristiana a menudo denomina “conocimiento medio”).

Vemos en las Escrituras que Dios conoce no sólo el presente (Sal 33:13–15) y el pasado (Job
38:4–5), sino también lo que está por venir (Sal 139:4; Is 46:9–10; Mt 26:34). Además, Dios conoce
a sus criaturas hasta un nivel de intimidad que no es posible entre las propias criaturas (Heb 4:13;
Sal 139:1–3). Además del conocimiento perfecto de la creación de Dios, las Escrituras también
enseñan que Dios se conoce a sí mismo de una manera única que corresponde a su propia vida
trinitaria, como vemos, por ejemplo, en el modo en que Jesús describe la relación entre el Hijo y el
Padre: “y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre conoce alguno, sino el Hijo” (Mt 11:27).

La mayoría de los teólogos cristianos ha afirmado la omnisciencia de Dios, sin embargo,


algunos han desafiado recientemente el consenso clásico. El motivo para tal revisión a menudo
proviene de la percepción de que el conocimiento perfecto de Dios no se puede reconciliar con las
acciones libres de las criaturas. De ahí que los teólogos del proceso hayan argumentado que debido
a que Dios está unido a su creación mediante una relación de dependencia mutua, no puede saber lo
que decidirán hacer sus criaturas libres; el futuro es tan sorprendente para Dios como lo es para
nosotros. Asimismo, los teístas abiertos han argumentado que la ignorancia de Dios sobre el futuro
no contradice su omnisciencia, por el simple hecho de que el futuro es incognoscible. Si bien tales
puntos de vista plantean preguntas importantes para nuestra comprensión de lo que debería
significar la omnisciencia, la mayoría de los teólogos los consideran irreconciliables con las
afirmaciones bíblicas, como se ha señalado en parte con anterioridad.

Otra cuestión que a menudo se plantea con respecto a la omnisciencia divina tiene que ver
con la manera en que Dios conoce todas las cosas, en particular el futuro. Por ejemplo, ¿Dios ve el
futuro como alguien que mira a través de una “bola de cristal” o, en realidad, lo hace desde algún
tipo de “punto de observación” atemporal situado en la eternidad, o conoce el futuro como
consecuencia de su voluntad de que sea así? El primer punto de vista deja abierta la posibilidad de
13
que el conocimiento de Dios esté determinado por las acciones libres de las criaturas, mientras que
el segundo excluye esta posibilidad. Muchos teólogos wesleyano-arminianos prefieren la primera
opción, ya que tienen interés en destacar el material bíblico que prioriza el libre albedrío de la
criatura; muchos teólogos reformados calvinistas optan por la segunda perspectiva en deferencia a
los temas bíblicos que hacen hincapié en la soberanía de Dios sobre su creación, incluida la fe
humana. Ambas escuelas de pensamiento coincidirían, sin embargo, en que el conocimiento de Dios
sobre la criatura debe ser, en cierto sentido, de un tipo distinto al que tienen las criaturas entre sí, ya
que Dios se relaciona con la creación como Creador, como aquel de quien la creación depende para
su existencia.

Versículos clave

Sal 33:13–15; Sal 139:1–4; Job 21:22; Job 36:4; Is 46:9–10; Jr 1:5; Mt 10:30; He 4:13

Versículos adicionales

Gn 6:5; 1 Re 8:39; 2 Cr 16:9; Job 37:16; Sal 7:9; Sal 94:11; Sal 139:5–6; Pr 5:21; Pr 15:3; Jr 17:10;
Dn 2:20–22; Mt 6:8; Mt 10:29–30; Jn 2:24–25; Hch 1:24; Ro 11:33

Omnipotencia de Dios

El atributo de la omnipotencia se refiere al poder incondicional de Dios para hacer lo


que él quiere de acuerdo con su naturaleza.

La Biblia describe a Dios como el Señor tanto de la creación como de la historia de la


creación. Esto es así porque todo lo que existe debe su realidad, integridad y continuidad a la
poderosa Palabra de Dios que la funda y sostiene (Sal 33:9). Por consiguiente, no hay ningún poder
creado que pueda competir con Dios; su poder está por encima de todo (el término latino potentia
significa “poder”, mientras que el prefijo omni- quiere decir “todo”; de ahí que omnipotente
signifique “todopoderoso”).

Los teólogos filosóficos a menudo debaten si “omnipotencia” se refiere a la capacidad de


Dios para hacer “todo lo lógicamente posible” (es decir, Dios puede hacer lo que quiera con la
excepción de incurrir en una contradicción, como por ejemplo, crear un círculo cuadrado) o su
capacidad para hacer absolutamente cualquier cosa (esto es, el poder de Dios no está sujeto a las
leyes de la lógica). Esos teólogos también investigan si es importante mantener que Dios pudo
haber actuado de manera distinta a cómo decidió hacerlo realmente (es decir, la distinción entre el
poder “ordenado” y el poder “absoluto” de Dios).

En tales asuntos, los teólogos sistemáticos a menudo han enfatizado la importancia de


someter nuestra comprensión del poder omnipotente de Dios a cómo Dios realmente se nos ha
revelado. En otras palabras, en lugar de suscribir una comprensión abstracta del poder de Dios
basada en lo que podríamos suponer que resulta apropiado para un ser divino, las Sagradas
Escrituras nos hacen reflexionar sobre cómo Dios se ha revelado en Cristo: es decir, como el Dios
Creador que, guiado por su misericordia, establece un pacto con su creación (Juan 1:9–14, Rom
14
8:19–21, 2 Cor 5:19, Col 1:19–20). Como Creador, Dios indudablemente mantiene la soberanía
sobre su creación y, sin embargo, elige considerar a lo que “no tenía porqué ser” como digno de su
amor y cuidado, incluso a pesar de la rebelión de las criaturas y al gran coste de la muerte del Hijo
encarnado (1 Juan 4:10). Por lo tanto, el poder de Dios es “omnipotencia” incondicional, ya que él
es el Creador, y aun así ejercido únicamente de acuerdo con su propia voluntad y naturaleza divinas,
tal como se nos ha revelado en Cristo. Si bien la reflexión sobre lo que Dios puede hacer o podría
haber hecho sirve para enfatizar la gratuidad de lo que realmente ha hecho (cf. Rom 9:22–24), es
mejor no especular demasiado sobre los detalles, no vaya a ser que los cristianos se vean tentados a
definir el poder de Dios de acuerdo con sus propias intuiciones y preferencias.

Versículos clave

Sal 33:9; Sal 135:6; Job 42:2; Is 43:13; Is 46:10–11; Jr 32:17; Jr 32:27; Mt 19:26; Ro 1:16

Versículos adicionales

Gn 18:14; Éx 15:6; Dt 3:24; Jos 4:24; Job 42:4; Sal 93:4; Sal 115:3; Is 43:13; Jr 32:17–23; Mr
10:27; Lc 1:37; Ro 4:20–21; Ef 3:20

Gloria de Dios

La gloria de Dios es el esplendor y la belleza radiante que brillan a través de todos los
atributos divinos, pero es especialmente evidente en el Cristo crucificado y resucitado.

La gloria de Dios es la manifestación de la perfección de todos sus atributos. La doctrina de


la gloria de Dios enfatiza su grandeza y trascendencia, su esplendor y santidad. En las Escrituras se
dice que Dios está vestido con gloria y majestad (1 Cr 16:27; Sal 29:4; 96:6; 104:1; 113:4). La
creación manifiesta la gloria de su Creador (Sal 8; 19:1–2; Is 6:3).

Pero es particularmente en el ámbito de la gracia divina donde puede verse la gloria de Dios.
El antiguo pueblo de Dios vio su gloria en la medida en él les mostró misericordia y gracia en su
liberación de la esclavitud egipcia (Ex 16:7, 10; 33:18–34:8; Lv 9:23; Dt 5:24). La gloria de Dios
llenó los lugares que posteriormente designó como lugares de reunión con su pueblo: el tabernáculo
(Ex 40:34) y el templo (1 Re 8:10–11).

Por encima de todo, la gloria de Dios está presente en la vida del Señor Jesús (Jn 1:14; Heb
1:3), y a través de su Espíritu Santo de gloria (1 Pe 4:14), la gloria de Dios llena la Iglesia (2 Cor
3:18; Jn 17:10). Fue su encuentro con Dios en el plano de la historia lo que permitió a los autores
bíblicos ver la belleza y hermosura de Dios brillar a través de lo creado. La idolatría consiste, por
tanto, en no darle a Dios la gloria que le corresponde y atribuirle esa gloria a una criatura. Dios está
correctamente impulsado por su gloria: repetidamente en libros como Ezequiel, él cita su gloria, su
nombre y reputación, como su motivación para una acción determinada (Ez 36:23). “Yo soy el
Señor”, dice a través de Isaías; “a otro no daré mi gloria” (Is 42:8).

15
Un concepto relacionado es el de la belleza o hermosura del Señor. Por ejemplo, en el Salmo
27:4, el salmista dice: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de
Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su
templo”. Aquí, la belleza se atribuye a Dios como una forma de expresar la convicción del salmista
de que la visión de Dios cara a cara es la experiencia más profunda que puede tener un ser humano.
Nuevamente, en el Salmo 145:5, el salmista declara que meditará “en la hermosura de la gloria” o
belleza de la majestad de Dios. Del mismo modo, el profeta Isaías, en el siglo VIII a.C., predijo que
vendría un día en que Dios sería “corona de gloria y diadema de hermosura” para su pueblo (Is
28:5). Esta profecía encontró su cumplimiento en Jesucristo, cuya belleza y gloria se mostraron,
sobre todo, en su crucifixión y muerte por los pecadores, manifestando perfectamente el amor y la
justicia de Dios, y en su resurrección, ascensión y sesión a la diestra de Dios (Jn 7:39; 17:5; Heb
1:6).

Versículos clave

Is 6:3; Sal 19:1–2; Éx 33:18–34:8; Jn 1:14; Jn 7:39; 2 Co 3:17–18; He 1:3

Versículos adicionales

Ez 1:28

Atributos que describen a Dios en su actividad hacia criaturas

Los atributos comunicables de Dios describen el carácter intrínseco de Dios,


especialmente en su actividad hacia las criaturas; estos atributos son, por tanto,
aplicados analógicamente a las criaturas, principalmente a aquellas creadas a su
imagen.

Dado que para la tradición teológica clásica el Dios trino es simple, sus atributos son
idénticos a su ser. Debido a que la esencia de quién es Dios no puede sufrir cambios, la calidad e
integridad infinitas de los atributos divinos no pueden llegar a ser más grandes o más pequeñas de
lo que son eternamente. Pero, ¿cómo puede ser este el caso de sus atributos comunicables, atributos
que son esenciales en la vida de Dios, pero que se demuestran en relación con su creación?

Todos los actos de Dios son coherentes con y fluyen libremente de su naturaleza. Esto es tan
cierto de los atributos comunicables como de los incomunicables. Mientras que la santidad de Dios,
por ejemplo, es un atributo esencial, su ira parece ser contingente: presupone una creación (caída).
Sin embargo, no deberíamos enfrentar lo que es parte esencial del carácter de Dios con sus acciones
para con la creación. Son las criaturas las contingentes, no el carácter o la actividad de Dios. La ira
divina es simplemente la forma de manifestarse de la santidad de Dios en el contexto de la rebelión
y el pecado. De la misma manera, la misericordia de Dios presupone la existencia de criaturas
pecaminosas necesitadas de redención, pero esta misericordia es la forma en que Dios comunica su
intrínseca bondad amorosa hacia los objetos de esa redención.

16
Los atributos comunicables de Dios muestran de un modo singular su naturaleza
profundamente personal. Cada atributo de Dios es igualmente un atributo de cada una de las
personas de la Trinidad: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espiritu Santo. Además, la gracia, la
fidelidad y el amor de Dios nos hablan de su carácter personal de una manera que su omnipresencia
o simplicidad no pueden hacer con tanta facilidad. Puesto que Dios creó a los seres humanos como
una imagen analógica de sí mismo, la atribución de atributos comunicables a Dios no es una
proyección antropomórfica de nuestra imagen sobre Dios, sino una proyección teomórfica de la
imagen de Dios sobre nosotros. Así pues, es con especial referencia a los atributos comunicables
que se dice que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios, y asimismo, en la obra
redentora de Dios, recreados y conformados a la imagen de Cristo.

Versículos clave

Sal 111; Éx 34:6–7; Sal 86:15; Sal 103:8; Sal 145:8; Dt 10:17–18; Jn 1:14–17

Bondad De Dios

La bondad de Dios es la perfección de su naturaleza y excelencia moral.

La bondad de Dios puede concebirse en términos de Dios en sí mismo (ad intra) y de la obra
de Dios en la creación (ad extra). Una cosa es buena en la medida en que es todo lo que puede y
debe ser, es decir, perfecta. Sólo Dios es todo lo que puede y debe ser. Por lo tanto, dado que Dios
es totalmente perfecto, que no carece de nada, él es el bien supremo y absoluto. Además, dado que
él ya es completamente perfecto de acuerdo con su naturaleza, no tiene fin, ni bien, hacia el que ir
en pos. Es decir, Dios es inmutablemente incapaz de volverse más bueno o menos bueno. Referirse
a la bondad de Dios es simplemente referirse a Dios mismo. Esto es, la esencia de Dios es idéntica a
la bondad, y la bondad es un atributo esencial y necesario de la naturaleza divina. Ya que Dios es
infinito, su bondad es tan inconmensurable como lo son su ser y naturaleza. Además, como
autosuficiente, Dios no deriva su bondad de ninguna otra cosa. Por lo tanto, se basa en sí mismo
como bueno.

La bondad de la naturaleza divina se contempla principalmente en la perfección de las


relaciones entre las personas de la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se deleitan, aman y
descansan eternamente en la bondad de cada uno. Ninguno, por ser la plenitud de la Deidad, carece
de nada en la perfección de sus relaciones eternas con las otras personas.

La bondad de Dios no es estática ni está aislada dentro de él, sino que es difusiva y
desbordante, como demuestra la decisión libre de Dios de crear. Como creador, su bondad se
desborda tanto en la creación como en la providencia. La creación es buena porque Dios, que es
bueno, es su origen y causa, su base y estándar (Gn 1:25; 1 Tim 4:4). Mientras que atributos divinos
como la infinitud y eternidad no pueden ser ejemplificados por las criaturas, éstas sí participan en
atributos divinos de bondad en mayor o menor grado. Dado que Dios es el bien supremo y absoluto,
él es el principal objetivo en pos del cual se dirige la creación, ya sea consciente o
inconscientemente. Por tanto, el fin adecuado de la humanidad es amar y descansar en Dios.

17
Además, Dios no puede crear el mal. El origen del mal moral es el amor a los bienes menores como
fines, en lugar de amar a Dios como un fin a través de los bienes creados.

El propósito principal de Dios al crear, redimir y juzgar es manifestar el resplandor de su


bondad. De la misma manera que un único diamante se puede ver a través de múltiples facetas, así
también la bondad de Dios se comprende en una pluralidad de atributos. En cada atributo divino,
como la misericordia, la gracia, el amor, la paciencia, la justicia y la ira, se puede aprender lo que
significa que Dios es bueno.

La bondad de Dios se puede conocer a través de la revelación general de la creación, pero se


hace mucho más evidente en la obra de redención que se conoce a través de la revelación especial.
La bondad de Dios se pone de manifiesto en su amor por su pueblo del pacto (Sal 25:7) y por
bendecirlo con cosas buenas (Neh 9:25). Además, la bondad de Dios se ve ante todo al mirar a
Cristo, el eterno Hijo, quien se hizo carne y fue crucificado por el pecado humano. La vida y muerte
de Cristo nos muestra la verdadera naturaleza de Dios como misericordioso, santo, justo, lleno de
gracia y amoroso. A los pecadores que no merecen ninguna cosa buena, sólo el castigo eterno, Dios
les otorga gracia. Como el bien supremo, Dios se entrega a sí mismo en el acto de perdonar,
reconciliar y redimir. El cristiano es santificado por la obra del Espíritu Santo hasta que, en la
gloria, es hecho perfecto, finalmente capaz de amar, deleitarse y descansar en la bondad de Dios
para siempre.

Versículos clave

• Éx 33:19

• Jr 31:14

• Sal 34:8

• Sal 25:8

• Gn 1:25

Versículos adicionales

Gn 1:31; Sal 25:7; Sal 71:3; Sal 84:11; Sal 145:9; Nah 1:7; Mt 7:11; Mt 19:17; Mr 10:18; Stg 1:17

Amor de Dios

El amor de Dios es el atributo divino que indica la disposición de Dios a darse a sí


mismo y para el bien del otro.

Para muchos, el amor de Dios se considera su atributo central en el sentido de que todos los
demás atributos divinos no son sino expresiones de su amor. Otros consideran que la santidad o la
soberanía de Dios es su atributo central. Otros más argumentan que no puede haber un solo atributo
primario. Independientemente de si uno ve el amor divino como la descripción central del ser de
18
Dios, no hay duda de que cada atributo divino está en armonía con todos los demás. Cada atributo
expresa el amor superabundante de Dios. Esto significa que Dios demuestra su amor no sólo en su
bondad, misericordia, gracia, compasióny fidelidad, sino también en su santidad, justicia, celos e
ira. Su amor es santo, así como su santidad es amorosa.

Dios no ejerce su amor únicamente hacia su creación, porque esto implicaría que Dios no se
realizó completamente hasta que creó algo. Más bien, las relaciones trinas eternas entre Padre,
Hijoy Espíritu se caracterizan por el amor. Algunos teólogos describen la Trinidad como una
reciprocidad de relaciones amorosas, mientras que otros describen este amor original en términos de
un amor propio divino legítimo. De cualquier manera (o tal vez de ambas), los cristianos están de
acuerdo en que desde la eternidad Dios ha desbordado de amor.

El Dios de amor se ha revelado a través de su autoentrega, de la participación y


comunicación de sí mismo. Su amor es personal y relacional. La inmanencia de Dios debe
proclamarse con tanta pasión como su trascendencia; él es un Dios que se acerca a sus criaturas, que
busca tener comunión con ellas. El Antiguo Testamento representa la disposición divina hacia las
relaciones amorosas mediante la palabra hebrea jesed (La fidelidad de Dios basada en el pacto). A
través de sus pactos con Israel, Yahvé se unió a su pueblo en un acto de profundo amor y
reciprocidad, un amor que no es necesario por nada meritorio en ellos (Dt 7:7). En el Nuevo
Testamento, el amor de Dios se demuestra de la manera más conmovedora en la encarnación y
muerte de Jesucristo, a través de las cuales Dios el Hijo intercambió la gloria celestial por la
servidumbre terrenal y dio su vida por amor a sus amados enemigos (Fil 2:1–11). Con amor, Dios se
ha expuesto a un gran sufrimiento y violencia a manos de su amados (Rom 5:6–10). Dios ama,
como diría Santiago, no sólo de palabra sino de hecho. Su amor es su disposición divina a estar
pendiente de sus criaturas y actuar por su bien, incluso aunque eso suponga un elevado coste para
él.

El amor de Dios hacia la humanidad es salvífico, lo que significa que él busca la


reconciliación con todos los que él ama. Dios desea el bien de sus criaturas desde la eternidad
pasada (a través de la elección) hasta la eternidad futura (la consumación prometida de la obra de
Dios). Dios ama a todas sus criaturas (Jn 3:16), aunque tiene un amor y un compromiso especiales
con sus hijos creyentes (Dt 7:7–8; Mal 1:2–3; Ef 5:25).

Dios no debería concebirse como alguien que vive bajo un estándar independiente de lo que
cuenta como amor; más bien él mismo define el amor para la humanidad. Dios es amor (1 Jn 4:8).
El amor de Dios es un atributo comunicable en el sentido de que debe ser imitado por la humanidad.
Como receptores del amor divino, los creyentes devuelven el amor, aunque de una manera humana
limitada, tanto a Dios como a los demás. Con sus propias acciones, Dios le enseña al mundo a amar
de manera activa y sacrificial, no sólo a aquellos que se encuentran dentro de la propia familia o
tribu, sino a cada prójimo (Mt 22:39–40), incluso a los enemigos (Mt 5:44).

Tres de las tensiones teológicas relacionadas con la doctrina del amor de Dios son las
siguientes:

• La dificultad de reconciliar a un Dios de amor con un mundo quebrantado y sufriente: el problema


del mal.

• La relación entre el amor de Dios y su justicia: ¿se puede decir que Dios es amoroso cuando
castiga eternamente a aquellos que se rebelan contra él?
19
• La tensión entre el amor de Dios y la doctrina de impasibilidad divina: ¿se puede afirmar que Dios
ama si no “sufre” con sus criaturas?

Pero es que a través Cristo, Dios sí sufrió con sus criaturas, y la Biblia proclama que el amor
de la cruz es una fuerza más poderosa que cualquier otra cosa que existe (Rom 8:31–39). “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15:13). A pesar de la
permanencia de algún misterio en las tres tensiones enumeradas anteriormente, los cristianos
depositan su fe en el carácter revelado de Dios. Los creyentes pueden estar seguros de que el amor
de Dios no se ve disminuido ni amenazado por nuestras preguntas sin respuesta. Dios mismo ha
demostrado que el amor verdadero, por naturaleza, se entrega a sí mismo.

Versículos clave

1 Jn 4:7–11; 1 Jn 3:1; 1 Jn 3:16; Ef 3:17–19; 1 Co 13; Mt 5:43–48 (El amor de Dios por el mundo.);
Jn 3:16 (El amor de Dios por el mundo.); 1 Jn 4:14 (El amor de Dios por el mundo.); Dt 7:7–8 (El
amor de Dios hacia su pueblo.); Dt 12 (El amor de Dios hacia su pueblo.); Jn 15:13–14 (El amor de
Dios hacia su pueblo.); Ro 5:8 (El amor de Dios hacia su pueblo.); Ap 1:5 (El amor de Dios hacia
su pueblo.); Dt 7:9 (La fidelidad del pacto de Dios.); Neh 1:5 (La fidelidad del pacto de Dios.); Neh
9:32 (La fidelidad del pacto de Dios.); Mi 7:20 (La fidelidad del pacto de Dios.)

Versículos adicionales

Éx 34:6–7; Dt 10:15; Sal 32:10; Sal 36:7; Sal 106:1; Sal 136:1; Sal 145:8; Jl 2:13; Ro 8:38–39; 2
Co 13:11; Ef 2:4–5; Tit 3:4–5

Misericordia de Dios

La misericordia de Dios describe su disposición centrada en el perdón compasivo hacia su


pueblo, especialmente a la luz de sus circunstancias angustiosas y terribles.

La misericordia de Dios es uno de los atributos comunicables de Dios, un atributo que los
humanos pueden emular en sus relaciones los unos con los otros. A lo largo de la Biblia, la
misericordia de Dios se representa no sólo como la disposición de Dios sino como su acción en
favor de un pueblo que no lo merece. La Biblia a menudo combina otros atributos divinos con
“misericordia”: compasión, gracia, fidelidad, bondad.

La misericordia es una expresión relacional del carácter de Dios y fluye de sus atributos de
bondad y amor. Es un aspecto vital de la relación de pacto de Dios con su pueblo que está basada en
la gracia. La misericordia de Dios es evidente cada vez que se retrasa el castigo, incluso cuando su
pueblo está perdido en el pecado y no es consciente de las consecuencias relacionales que conlleva
este pecado (Ex 34:6–7; Ez 33:10–11). Cuando las circunstancias del pueblo de Dios son terribles,
debido al conflicto inminente, la persecución física y espiritual u otros tipos de sufrimiento,
aquellos que temen a Dios apelan precisamente a su carácter misericordioso. Oran con la
expectativa de que actuará voluntaria y poderosamente como lo hizo en el pasado (Dn 9:17–19; Sal

20
25:6–7; 51:1–2). Una y otra vez en las Escrituras, Dios demuestra su misericordia al salvar, redimir
y restaurar a su pueblo.

Debido a que la misericordia es un atributo comunicable de Dios, la Biblia también declara


que el pueblo de Dios debería tener la misma disposición hacia los demás y que su pueblo debería
actuar en favor suyo (Ef 2:1–10). En el Nuevo Testamento, Jesús condena a los fariseos por su falta
de misericordia, y acentúa la importancia de la misericordia junto con la acción a través de su
enseñanza (Mt 23:23–24; véase también la parábola del buen samaritano en Lc 19:25–37). Jesús no
sólo enseña acerca de la misericordia de Dios sino que la encarna. En su papel como Hijo de David,
demuestra que es la revelación física de la misericordia de Dios (Mt 9:27–31).

Versículos clave

Éx 34:6–7; Ez 33:10–11; Dn 9:17–19; Sal 25:6–7; Sal 51:1–2; Mt 9:27–31; Mt 23:23–24; Lc


10:36–37; Ef 2:4–7

Versículos adicionales

Éx 33:19; Dt 4:31; Neh 9:31; Dn 9:9; Mi 7:18; Lc 6:35–36; Stg 5:11

Gracia de Dios

La gracia de Dios es un favor divino inmerecido, un favor del que vienen muchos dones.

La gracia de Dios fluye de su vida inter-trinitaria y otorgadora de dones. Incluso en el estado


caído de la humanidad, Dios otorga gratuitamente a sus criaturas cosas buenas que no merecen. El
mayor de estos bienes es Jesucristo.

El audaz hilo conductor de la gracia en la Biblia es un marcador característico del


cristianismo, uno que lo distingue de otras religiones. J. Gresham Machen señaló: “El centro mismo
y núcleo de toda la Biblia es la doctrina de la gracia de Dios”. Las obras de Dios en la creación, así
como su pactos, sus promesas, su palabra y su obra de redención, brotan de su gracia. Todo lo que
tenemos se debe a la gracia, pero, como dice Michael Horton, la gracia en sí “no es una tercera cosa
o sustancia”, porque “en la gracia, Dios se da nada menos que a él mismo”.

La gracia de Dios hacia la humanidad surge de la plenitud de su ser. Él es un Dios de gracia.


Cuando Dios se apareció a Moisés declaró su nombre, Yahvé, el YO SOY, como la suma de su ser
eterno. Esta naturaleza incluye su gracia: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo
para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Ex 34:6). J. I. Packer sugiere que la gracia es
simplemente el amor de Dios demostrado hacia quienes merecen lo contrario. La gracia de Dios es
su vida otorgadora de dones, y el don es él mismo.

La gracia de Yahvé no es una reacción a nuestro comportamiento como criaturas, sino la


extensión de Dios dándose eternamente a sí mismo como Padre, Hijoy Espíritu. Jesucristo trajo al
hombre la gracia que ya era como el Hijo eterno dentro de la Trinidad (“lleno de gracia y verdad”,

21
Jn 1:14–18). Por lo tanto, al recibir “la gracia del Señor Jesucristo” participamos en la plenitud
divina del “amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo” (2 Cor 13:13).

Los teólogos identifican varios tipos de gracia, varios propósitos por los cuales Dios ejerce
este atributo divino. La gracia común, una categoría que se encuentra con mayor frecuencia en la
teología reformada, es todo el favor que Dios le muestra a la humanidad que es menor que la
salvación. La teología wesleyana-arminiana enseña un concepto similar con su universal gracia
preveniente, una gracia que se extiende a todos y que les permite tomar una decisión libre a favor o
en contra de Dios. La gracia especial, por otro lado, es la gracia salvífica, la obra del Espíritu de
aplicar la expiación de Cristo a los seres humanos. La gracia justificadora y la gracia santificadora
son lo que algunos denominan la “gracia futura”. La teología reformada afirma que la gracia
salvadora es efectiva e irresistible, porque está soberanamente ordenada por Dios.

Protestantes, católicos romanos, wesleyanos-arminianos, gracia libre, reformados y


ortodoxos, formulan sus puntos de vista sobre la gracia de manera diferente. El tema central que los
separa tiende a tener que ver con cuándo o cómo el mérito (las buenas obras) coopera con el favor
divino. En la mayoría de las religiones no cristianas, la gracia está ausente; y si lo está, la gracia se
concibe como la capacitación de Dios, como la ayuda divina que le permite al hombre alcanzar la
salvación. Como dice el Libro de Mormón, contradiciendo mediante una adición el enunciado de
Pablo en Efesios, “es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2
Nefi 25:23).

Versículos clave

Gn 3:15–4:26 (El proto-evangelio y el favor divino preparatorio.); Éx 33:17–34:9 (Yahvé anuncia


su carácter divino.); Sal 86:15 (Alabanza por la gracia de Yahvé.); Sal 103:8 (Alabanza por la gracia
de Yahvé.); Sal 145:8 (Alabanza por la gracia de Yahvé.); 1 Co 15:10 (Pablo expresa total gratitud.);
Ef 2:8–9; Ro 3:20–24

Versículos adicionales

2 Re 13:23; Neh 9:17; Neh 9:31; Sal 111:4; Sal 116:5; Is 30:18; Jl 2:13; Ef 1:6–7; Ef 2:7; 2 Tes
2:16–17; He 4:16; 1 P 5:10

Santidad de Dios

La santidad de Dios habla de la existencia de Dios como completamente separada de su


creación y, al mismo tiempo, de su naturaleza pura y absolutamente incorruptible.

La Biblia demuestra la santidad de Dios de dos maneras únicas pero coherentes. La primera
es su distinción con respecto a su creación (Is 6:3; Sal 99:9). Dios es totalmente otro; este es un
aspecto esencial de la adoración que merece (Os 11:9). A lo largo de la Biblia, la santidad de Dios
es la base de nuestra comprensión de su existencia fuera del tiempo y el espacio. Y, sin embargo, de
manera algo sorprendente, la Biblia continuamente presenta su santa presencia manifestándose
dentro e incluso morando entre su pueblo.

22
La segunda forma en que la Biblia demuestra la santidad de Dios es describiendo su
presencia pura e incorruptible, una presencia que decide manifestar en proximidad con su pueblo
escogido. En el Antiguo Testamento, Dios manifiesta su santa presencia en varios lugares
singulares, marcándolos como espacios sagrados, a los que los humanos solamente podían entrar
observando ciertas purificaciones rituales centradas en la adoración. No obstante, la santidad de
Dios es incorruptible y no puede volverse impura por el contacto con la humanidad pecadora. De
hecho, tal contacto inmediatamente da como resultado que la presencia santa de Dios destruya o
consuma totalmente la impureza, una presencia representada como un fuego consumidor (Lv 10:1–
3; Dt 4:24).

El Antiguo Testamento relaciona estrechamente la santidad de Dios con su presencia


manifestada en el lugar central del culto de Israel, el tabernáculo y, más tarde, el templo de
Jerusalén (Sal 5:7; 11:4). Las Escrituras presentan a Yahvé residiendo en el centro del campamento
de Israel dentro de la habitación más interior del tabernáculo, el lugar santísimo. Siguiendo
cuidadosamente y con un absoluto sentido de adoración los mandamientos rituales de la ley,
permitió que ciertos sacerdotes entraran a distintas secciones del tabernáculo sin temor a la
destrucción por culpa de su estado de pecado. Cuando las personas y los sacerdotes se dedicaban a
reconocer seriamente y a celebrar con alegría la presencia de Dios en medio de ellos, no sólo
declaraban la santidad de Dios sino que también solidificaban su identidad como pueblo escogido
de Dios (cf. el Día de la Expiación, Lv 16).

El Nuevo Testamento muestra la santidad de Dios en el ministerio de Jesucristo y la obra


continua del Espíritu Santo. Jesús, el Santo de Israel y la Segunda Persona de la Trinidad, se
presenta como la explicación vívida de la santidad de Dios en forma humana (Mc 1:24). Cristo no
sólo estaba libre de la influencia del pecado, también estuvo involucrado en múltiples situaciones en
las que sanó a los enfermos y necesitados a través de su toque (situaciones que hubieran hecho que
cualquier otro individuo quedara impuro). Sin embargo, debido a su estado santo, ninguna de estas
cosas tuvo ninguna influencia corruptora sobre él (cf. La curación de Jesús del leproso en Mt 8:1–4;
Mc 1:40–45; Lc 5:12–16). El Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, también representa
la santidad de Dios en la tierra habitando en los seguidores de Jesús y obrando de maneras
poderosas dentro de la Iglesia (Jn 16:4–15). Al igual que el pueblo de Israel, los seguidores de
Jesucristo están llamados a ser personas santas que no sólo están libres de la corrupción del pecado,
sino que también ofrecen continuamente sus vidas como sacrificios santos a Dios (Lv 11:4; 1 Pe
1:15–16; Rom 12:1–2).

Versículos clave

Is 6:3; Sal 99:9; Lv 10:1–3; Lv 11:4; Dt 4:24; Sal 5:7; Sal 11:4; Mr 1:24; Jn 16:4–15; 1 P 1:15–16;
Ro 12:1–2

Versículos adicionales

Éx 15:11; Lv 11:44; Jos 24:19; 1 Sm 2:2; Sal 22:3; Is 43:15; Ez 39:7; He 12:10; Ap 15:4

Justicia de Dios

23
La justicia de Dios habla del carácter de Dios, específicamente en relación con la coherencia
entre su voluntad revelada y sus acciones a favor de su pueblo.

Cuando se habla de la justicia de Dios en la Biblia, se hace en el contexto de su gobierno y


reinado como rey y juez sobre su creación (Sal 97:2; Hch 17:31). Como juez, Dios no sólo actúa de
acuerdo a lo que se considera correcto; su voluntad revelada también servirá como el estándar más
elevado de lo que es correcto (Gn 18:25; Dt 32:4). Tomadas conjuntamente, la voluntad revelada de
Dios y los actos de Dios a favor de su pueblo son internamente coherentes y nunca se contradicen
entre sí.

Además, nuestra comprensión de la justicia de Dios aporta integración y coherencia a todo


lo demás atributos revelados de Dios, atributos considerados por los teólogos como incomunicables
(eternidad, omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, santidad, etc.) o comunicables (bondad,
amor, misericordia, etc.). Es en esta coherencia integrada que podemos comenzar a comprender
cuán distinto es Dios de su creación y cuán digno de reinar como rey. Sin embargo, al mismo
tiempo, Dios actúa de manera justa a favor de su pueblo, demostrando que está presente e
interesado activamente en sus vidas (Jr 9:24). Estas acciones no sólo revelan sus atributos divinos a
la humanidad, sino que también sirven como un estándar de justicia para cómo debe actuar su
pueblo.

Por ejemplo, Dios, que es perfectamente santo, puede tener una disposición de misericordia
hacia aquellos que otros podrían considerar que no son merecedores de ella, hacia un pueblo
profano o impío. Entonces puede actuar a su favor de acuerdo con su amor y extender su gracia a
través del medio extraordinario de enviar a su Hijo a morir en una cruz. Debido a que Dios es justo
(el estándar de lo que es correcto), el atributo de Dios de la santidad está en perfecta armonía con su
disposición misericordiosa y sus acciones a favor de un pueblo que no la merece. Lo que parece
paradójico o incluso absurdo para los seres humanos finitos encuentra coherencia en la justicia de
un Dios eterno. También se convierte en el estándar de justicia revelado por el cual juzgamos
nuestra propia conducta.

En la Biblia, las normas justas de Dios (la ley) sirven como expresiones reveladoras de su
carácter, naturaleza y, posteriormente, su voluntad (Dt 4:7–8; Sal 19:7–9; Is 45:19). Están
destinadas a ser seguidas como actos de adoración llenos de fe que reconocen su amor y gracia por
su pueblo al tiempo que declaran su nombre al resto al mundo (Dt 8:1–10).

Ahora bien, desde la caída (Gn 3), la naturaleza humana se ha visto contaminada por el
pecado e incapaz de llevar a cabo el propósito original de estos mandamientos reveladores sin el
empoderamiento sobrenatural del Espíritu Santo de Dios que mora en ella. En el Antiguo
Testamento, el hecho de que Dios morara entre su pueblo, un acto lleno de gracia, iba íntimamente
ligado a su justicia. Al habitar en el tabernáculo y, más adelante, en el templo de Jerusalén, su ley no
sólo revelaba cómo debía adorar fielmente su pueblo, sino también la manera en que debía vivir
dentro de una comunidad que declaraba su nombre al resto del mundo. Un individuo declarado justo
ante los ojos de Dios cumplía fielmente los mandatos de la ley y, debido a la gracia de Dios, se le
permitía existir y ministrar en su presencia.

En el Nuevo Testamento, la justicia de Dios se representa en su plenitud trinitaria tal como


se revela en la persona y el evangelio de Jesucristo (Rom 1:16–17; 5:6–11; 10:1–4; Fil 3:8–11). La
muerte y resurrección de Jesús continúan la acción misericordiosa de Dios de investir a los
individuos de su justicia, individuos que luego pueden existir en la presencia inmediata de Dios a
24
pesar de su estado caído (Rom 4:1–8; Ef 4:24). En lugar de morar en la proximidad de Dios como
hacía el pueblo de Israel, en el interior de los cristianos ahora vive el Espíritu Santo. Las personas
que han depositado su fe en Jesucristo son los destinatarios de la justicia de Cristo y se han
convertido en una nueva creación (2 Cor 5:16–21).

Versículos clave

Sal 97:2; Gn 18:25; Dt 32; Dt 4:7–8; Sal 19:7–9; Is 45:19; Hch 17:31; Ro 1:16–17; Flp 3:8–11; 2
Co 5:16–21

Veracidad de Dios

El atributo de la veracidad se refiere a la fiabilidad de Dios, es decir, su identidad como


fuente de toda verdad y la conformidad constante de toda acción y revelación divinas a
esta identidad.

La Biblia describe a Dios no sólo como un narrador irreprochable de la verdad, sino también
como la fuente de la verdad misma. En otras palabras, la Palabra de Dios es verdadera no porque se
ajuste a una realidad externa llamada “verdad”, sino porque su Palabra es una expresión de la
verdad misma, es decir, la propia esencia de Dios. Esta es la razón por la que las Escrituras insisten
en que Dios “no puede mentir” (Tito 1: 2), ya que eso implicaría la negación de Dios de su esencia
misma, lo cual es una imposibilidad.

La veracidad de Dios es un atributo “comunicable” porque en la medida en que la creación


se somete a la Palabra de Dios, también puede participar en la verdad de Dios. Así, como dice Juan
Calvino: “Si consideramos al Espíritu de Dios como la única fuente de verdad, ni rechazaremos la
verdad misma ni la despreciaremos allí donde se presente, a menos que deseemos despreciar al
Espíritu de Dios”. Del mismo modo, se creía que los profetas hebreos hablaban con verdad “de
parte de Dios” (2 Pedro 1:21) sólo en la medida en que su mensaje se demostraba que era cierto en
relación con los eventos que predecían (Dt 18:21–22). Hablando desde un punto de vista ético, la
identidad de Dios como verdad también explica por qué el engaño o el dar falso testimonio acerca
del prójimo se considera una violación tan atroz de la vida de las criaturas ante los ojos de Dios.

La teología cristiana a menudo apela a la veracidad de Dios en dos áreas concretas. En


primer lugar, la veracidad de Dios habla de su fidelidad y, en consecuencia, de la seguridad que los
creyentes pueden tener sobre la base de las promesas de Dios. En segundo lugar, la veracidad de
Dios está relacionada con la inspiración divina de las Escrituras y su consecuente veracidad
infalible.

Versículos clave

• Nm 23:19

• 1 Sm 15:29

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Sabiduría de Dios

La sabiduría de Dios es el perfecto juicio divino y la percepción que surge de su


conocimiento infinito, y esta sabiduría es algo que comparte con sus criaturas según su
necesidad y para su bien.

La sabiduría de Dios está profundamente arraigada en sus obras en la creación y en la


historia de la redención. La sabiduría de Dios es evidente en todos sus propósitos y decretos
divinos, y está perfectamente encarnada en su Hijo, el Logos divino, “en quien están escondidos
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2:3). Dios es “omnisapiente”,
todo sabiduría.

Dios es omnisciente, omnipotente, inmutable, y autosuficiente en su ser y sabiduría, pero no


es una colección de fuerzas trascendentes. Es una persona, una persona cuya sabiduría se muestra a
través de su providencia dentro de la historia.

La sabiduría de Dios es Dios ejerciendo plenamente su infinito conocimiento, y sin embargo


se deleita en compartir esta sabiduría con sus criaturas finitas. La sabiduría es un atributo
comunicable de Dios. Por lo tanto, los seres humanos tienen las capacidades de la razón, la lógica,
la percepción, la creatividad, la anticipación y muchos más. La sabiduría es la razón correcta, la
lógica correcta, la percepción correcta, etc. Se nos prometen bendiciones si usamos estas
capacidades con sabiduría.

Las Escrituras enseñan que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría” (Prov 9:10;
cf. Job 28:28; Sal 111:10). El verdadero discernimiento y la perspicacia divina solamente provienen
de un afecto correcto hacia la fuente última de estas cualidades.

La literatura bíblica sapiencial muestra la sabiduría de Dios y la profundidad y diversidad de


las ideas de Dios. Desde la dramática poesía épica de Job, pasando por los aforismos de Proverbios
y las reflexiones escépticas de Eclesiastés, hasta las ideas sencillas y prácticas de Santiago, la
sabiduría de Dios está a disposición de aquellos que portan su imagen a través de su palabra.

Parado junto al nacimiento de toda esta sabiduría está Cristo, de quien el apóstol Pablo
declara que es sabiduría, encarnada (véase Jr 9:23–24 con 1 Cor 1:30): Cristo, la sabiduría eterna de
Yahvé (véase Prov 8:22).

Versículos clave

Ro 11:33–36 (La sabiduría de Dios es inconmensurable.); Is 40:13–14 (El Espíritu de Yahvé no


necesita consejo.); Pr 8:22–31 (La sabiduría de Yahvé creó el universo.); Col 2:2–3 (Cristo esconde
los tesoros de sabiduría.); Ec 2:26 (Dios da sabiduría a quienes a él le place.); Pr 2:6 (Yahvé, nuestra
fuente última de sabiduría.); Ef 1:17 (El espíritu de sabiduría es un regalo de Dios.); Dn 2:23
(Gratitud hacia Dios por su sabiduría.); Stg 3:17 (Rasgos de la sabiduría que proviene de lo alto.);
Stg 1:5 (Dios nos da sabiduría cuando se la pedimos.)

Versículos adicionales

26
1 Co 2:7; Ef 3:10

• Jn 14:6

• Jn 15:26

• Jn 17:17

• Tit 1:2

Versículos adicionales

He 6:18

Ira de Dios

La ira de Dios es su repulsión contra el mal, su decidido descontento con el pecado y los
pecadores.

La ira de Dios no es un concepto popular en el Occidente liberal. Es ampliamente ignorado,


negado o radicalmente reinterpretado. Sin embargo, es una doctrina destacada en la Biblia. En el
Antiguo Testamento hay más de 580 referencias, en las que se utilizan más de veinte palabras
diferentes. En muchos casos, la ira de Dios se representa en términos radicalmente personales,
como en Nahum 1:2–11. En el Nuevo Testamento se menciona nuevamente con frecuencia, aunque
generalmente en términos menos personales, con algunos pasajes que afirman explícitamente que
Dios está enojado.

Es ampliamente reconocido que las descripciones de la ira de Dios son antropomórficas o,


para ser más precisos, antropopáticas. Se presenta a Dios en términos humanos. Es importante no
equiparar la ira de Dios con la ira humana, a menudo pecaminosa. Dios no tiene cambios de humor
y no “pierde los estribos”. El amor de Dios también es antropopático; no debemos caer en el error
de igualar el amor divino con el amor humano, con todas sus imperfecciones y distorsiones.
Entonces, ¿qué es la ira de Dios? Es su indignación ante el pecado, su repulsión al mal y todo lo que
se opone a él, su disgusto por ello y la demostración de ese desagrado. Es su resistencia apasionada
a cada voluntad que se pone en su contra.

C.H. Dodd propuso considerar la ira de Dios como un proceso impersonal, como el “proceso
inevitable de causa y efecto en un universo moral”. Argumenta que en el Nuevo Testamento “la ira
como actitud de Dios hacia los hombres desaparece, y su amor y misericordia lo abarcan todo”. Al
igual que Marción en el siglo II, Dodd rechazó la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la base
de una lectura selectiva del Nuevo Testamento, y al hacerlo redujo a Dios simplemente al amor.
Este último argumentó no sólo que “Dios es amor” sino también que “Dios es luz”. Pero no escasea
en el Nuevo Testamento, sobre todo en los Evangelios, la enseñanza sobre el juicio activo de Dios
sobre el pecado P. T. Forsyth escribió de manera muy perspicaz sobre el “santo amor de Dios”.

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El objetivo de Dodd al hablar acerca de la ira impersonal parece ser el de disociar a Dios de
la ira y el castigo, mostrar la ira como un mero subproducto del pecado, no algo realmente querido
por Dios. Tal postura no está exenta de implicaciones deístas: elimina un aspecto significativo de la
vida humana del gobierno activo de Dios. También es profundamente inquietante. ¿Puede Dios
realmente contemplar el abuso sexual y el asesinato de un niño sin ningún sentimiento de desagrado
o indignación?

La ira no es un atributo eterno de Dios como sí lo son el amor y la santidad. Es su reacción


en el tiempo al fenómeno del pecado. Además, la ira no es natural para Dios como sí lo es la
misericordia. Isaías 28:21 lo llama su “extraña obra” su “extraña operación”. Dios es “lento para la
ira”, tal como declara repetidamente el Antiguo Testamento, mientras que se deleita en mostrar
misericordia (Sal 103:8). Los padres que tienen que disciplinar a sus hijos entienden esto.

La ira de Dios no debe verse como algo opuesto a su amor, sino como una manifestación de
ese amor. Lo opuesto a la ira no es el amor sino la indiferencia. El mandato de Pablo en Romanos
12:9 de que el amor sea “sin fingimiento” va seguido del mandato de aborrecer lo malo. Un marido
que amara a su esposa sentiría una ira celosa ante su infidelidad. La falta de odio hacia lo malo
implica una deficiencia en el amor. Un “Dios” que no detestara el mal no sería digno de nuestra
adoración, y de hecho no sería amoroso en el sentido en que la Biblia describe su amor.

Versículos clave

• Ro 1:18–32

• Nah 1:2–11

• He 3:7–11

• Ro 12:9

• Ro 12:19–13:5

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