Los Atributos de Dios
Los Atributos de Dios
Los Atributos de Dios
Cada uno de los atributos de Dios califica a los demás, de modo que nunca son abstractos o
considerados de manera aislada. Por ejemplo, decir que Dios es “todopoderoso” (omnipotente) no
significa que pueda hacer cualquier cosa, sino que no está limitado por algo o alguien más grande
que él. Dios no puede negar su propia naturaleza, pero puede ejercer su voluntad soberana en
cualquier forma que elija.
Los teólogos han clasificado los atributos de Dios de varias maneras, pero estas formas
generalmente se dividen en dos categorías: atributos que describen a Dios en sí mismo y atributos
que describen a Dios en sus relaciones con las criaturas. Los primeros a menudo se llaman
incomunicables o absolutos (como la infinitud o la omnipresencia), y los últimos comunicables o
relativos (como la santidad o la fidelidad). Estrictamente hablando, todos los atributos de Dios son
incomunicables o propios de su naturaleza única como Dios. Pero muchos de ellos se refieren a la
actividad de Dios hacia las criaturas y también tienen correspondencias en el orden creado. Los
seres humanos no somos divinos, pero en muchos aspectos reflejamos su carácter como portadores
de su imagen. Por ejemplo, Dios sabe y entiende todas las cosas; es omnisciente. Los seres humanos
también tienen una mente y pueden saber muchas cosas, pero de una manera finita más que de la
manera infinita que Dios conoce todas las cosas. Del mismo modo, Dios es eterno, y le da a los
seres humanos algo que llamamos vida eterna, pero nuestra vida eterna tiene un principio, algo que
no sucede con la suya. También es un don de su gracia, mientras que su vida le pertenece a él por
naturaleza.
Debido a que los atributos incomunicables o absolutos de Dios son difíciles de comprender,
a menudo se los critica por ser incoherentes o problemáticos. Por ejemplo, muchos teólogos en
tiempos recientes han tenido dificultades con la impasibilidad de Dios (su incapacidad para sufrir)
porque piensan que un Dios que no puede sufrir en su misma naturaleza no es capaz de entender o
simpatizar con aquellos que sí lo hacen. Para ellos, Dios debe poder entrar en la experiencia del
sufrimiento humano para redimirnos de él. Los teólogos clásicos concuerdan con esta preocupación,
pero dicen que entrar en el sufrimiento humano es exactamente lo que ha hecho el Hijo de Dios
convirtiéndose en un hombre como Jesucristo. La persona divina del Hijo tomó para sí nuestra
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naturaleza para poder sufrir y morir de acuerdo con esa naturaleza en lugar de según su impasible
divinidad en sí. La teología cristiana siempre ha reconocido que los atributos de Dios se mantienen
unidos no en nuestra comprensión intelectual de ellos, sino en Dios mismo.
Versículos clave
Jn 1:18; 1 Ti 1:17; Ro 1:20; Col 1:15–16; He 11:27; He 6:17–18; 1 Co 15:50; Stg 1:17; He 13:8; He
4:15–16; Sal 145:7; Sal 139:7–10; Is 66:1
Los atributos incomunicables de Dios son esos atributos divinos que no pueden ser
comunicados (es decir, compartidos) por la humanidad; son exclusivos de la naturaleza
y el carácter de Dios.
• La unidad de Dios apunta a la enseñanza bíblica de que Dios es uno, singular e indiviso.
• La infinitud de Dios es su calidad de ser ilimitado, que no puede ser contenido por el
tiempo, el espacio o ninguna otra cosa.
Históricamente, los teólogos han debatido hasta qué punto los seres humanos son capaces de hablar
correctamente de la naturaleza y el carácter de Dios, puesto que ninguna palabra humana es
adecuada para definir a Dios y ninguna mente humana es capaz de comprenderlo. Si Dios está más
allá de la comprensión y descripción humanas (Is 55: 9), ¿es un acto de arrogancia que una persona
diga cómo es y cómo no es Dios? Sin embargo, la autorrevelación de Dios de su naturaleza y
carácter en las Escrituras le permite a la humanidad nombrar los atributos de Dios, aunque sea de
manera incompleta.
Versículos clave
• Is 55:9
• 1 Cr 17:20
• Is 40:18
• Jr 10:6–7
• Sal 102:25–27
• Sal 145:3–5
Auto-existencia de Dios
Dios existe por sí mismo, ya que no tiene causa u origen sino que, a diferencia de todo
lo demás, no ha sido creado.
Dios es autoexistente. “YO SOY EL QUE SOY”, le dijo a Moisés; él es el “YO SOY” (Ex
3:14–15). Esto significa que la existencia de Dios no es causada por, ni depende de ninguna manera,
de ninguna otra cosa. Dios no procede de ninguna cosa, a través de ninguna cosa, o a ninguna cosa.
Antes bien, “de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Rom 11:36). Mientras que las cosas
creadas existen según el poder, propósito y plan de Dios, él existe por sí mismo. Las cosas creadas
dependen de otras cosas y, en última instancia, de Dios; Dios no depende de nada. Antes de cada
cosa creada hay alguna otra cosa, pero Dios es primero. Todo lo creado existe por el bien de algo
posterior, pero Dios es el último de todos, aquel para quien todas las cosas existen. Dios es
absolutamente independiente.
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La autoexistencia de Dios no significa que Dios sea el creador o la causa de sí mismo. Dios
no se llamó a sí mismo a ser. Más bien, a diferencia de todo lo demás, Dios existe sin haber sido
creado o causado en absoluto. Algunos objetan a la fe en Dios pensando que incluso el creador
necesitaría alguna explicación adicional de su existencia. La doctrina de la autoexistencia divina es
que no es necesaria más explicación de la existencia de Dios que su propia naturaleza. Dios se
explica a sí mismo; en otras palabras, él no necesita explicación.
Dios no sólo existe por sí mismo en el hecho de que él es. También existe por sí mismo en lo
que o quien él es. Dios anuncia esto él mismo cuando le revela a Moisés el nombre divino: YO SOY
EL QUE SOY. Dios es lo que es. Él no es lo que su biología, educación y cultura lo hacen ser, como
ocurre con los seres humanos. Él no está hecho por Dios a la imagen de Dios. No está hecho a partir
del modelo de otra cosa, y no recibe el nombre de nadie más. Él no es bueno, poderoso u
omnisciente en relación con algún estándar externo. En vez de eso, cada nombre o propiedad que le
atribuimos a Dios viene definida en relación con la naturaleza de Dios.
Dios también existe por sí mismo por cuanto existe en última instancia para sí mismo y no
para otro. Si bien para un ser humano vivir para sí mismo es orgullo, Dios vive para sí mismo y se
ama a sí mismo porque es glorioso. Nada merece la estima, el amor y el disfrute de Dios más que su
propia naturaleza. Todo lo que crea y la redención de su pueblo son, en último término, para su
propio bien. Él nos ama para que pueda glorificarse a sí mismo.
Versículos clave
Éx 3:14–15 (Yo soy el que soy.); Job 22:2–3; 1 Co 8:6 (Por el cual son todas las cosas, y a través de
quien existimos.); Ap 4:11 (Digno, porque tú creaste, por tu voluntad.); Ro 11:36 (Porque de él, y
por él, y para él, son todas las cosas.); Hch 17:25 (Como si necesitase de algo.); Jn 5:26 (El Padre
tiene vida en sí mismo.); Job 35:7.
Unidad de Dios
Mientras que la unidad de singularidad enseña que Dios es el único ser divino, la unidad de
simplicidad enseña que la esencia de Dios está exenta de divisiones y partes. Se refiere a la unidad
interna y cualitativa de la esencia de Dios. Está libre de cualquier composición. Dios no está
compuesto de un conjunto de atributos; cada atributo es igual a su esencia. Todo lo que hay en Dios,
Dios lo es. Por ejemplo, él no tiene amor; él es amor. Él no tiene poder; él es omnipotente. Por lo
tanto, Dios es amorosamente poderoso y poderosamente amoroso.
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Versículos clave
Espiritualidad de Dios
Proclamar con Jesucristo que “Dios es Espíritu” (Jn 4:24) es afirmar que el ser de Dios es
inmaterial, invisible y simple. Dios no tiene cuerpo, ni partes compuestas, ni dimensiones físicas.
Por lo tanto, Dios está presente en todas partes y puede ser adorado en cualquier lugar (Jn 4:21).
Como Espíritu, Dios no puede ser destruido, contenido ni controlado por ninguna criatura. Algunos
han presentado la naturaleza espiritual de Dios como una referencia a una mente eterna o una fuerza
de energía porque resulta tentador imaginar los atributos de Dios mediante categorías humanas
familiares. Sin embargo, Dios no puede ser clasificado de esta manera; su espiritualidad no está
limitada por la comprensión humana.
En la época del Antiguo Testamento, la práctica religiosa común de las naciones era crear
ídolos físicos para que entraran en ellos los espíritus de los dioses. El ídolo se convertía en el punto
focal y la ubicación donde podía producirse la conexión con un dios: era el lugar de reunión donde
la gente podía adorar y donde el dios podía recibir sus sacrificios. En cambio, el segundo
mandamiento repudia la tentación de encarnar a Yahvé de esa manera (Ex 20:4–6). Los hebreos
debían ser únicos entre los pueblos del mundo por su celebración de la espiritualidad de Dios.
Yahvé no requiere de una forma física para comunicarse con su pueblo ni para recibir su adoración.
El Antiguo Testamento, sin embargo, registra una serie de “teofanías”, ocasiones en las que
Yahvé adoptó temporalmente forma corpórea. Las teofanías son notablemente distintas a la
adoración de ídolos, ya que Yahvé siempre inició tal acción como un acomodo temporal a la
necesidad humana y nunca como resultado de una necesidad divina de encarnación. Yahvé mismo
creó su forma física; ningún humano formó un ídolo o una imagen que luego él llenara. La
declaración bíblica de la espiritualidad de Dios, por lo tanto, fue un rechazo explícito de la práctica
de la idolatría y una proclamación de que la naturaleza inmaterial de Dios es una perfección divina.
Versículos clave
• Jn 4:24
• 1 Ti 1:17
• Jn 1:18
• 1 Ti 6:15–16
Simplicidad de Dios
La simplicidad de Dios requiere de dos afirmaciones básicas. En primer lugar, Dios está
exento de todo componente, existiendo dentro de su propia esencia divina y sin necesidad de un
“compositor”, algún otro ser que lo “junte”. Como causa no causada, no puede ser compuesto como
sus criaturas, cuya existencia es causada por una fuerza externa. No hay un género evolutivo del
cual procede Dios; él es eternamente y para siempre completamente divino en su esencia,
autoexistente y autosuficiente en todos los sentidos. En segundo lugar, tiene unos atributos claros
que no deberían confundirse con distinciones en su esencia. Los atributos de Dios (santidad, amor,
justicia, soberanía, et al.) describen cómo es Dios, pero a partir de ellos no cabe deducir que esté
dividido en su esencia. Su esencia y sus atributos son idénticos, no dependen de nada fuera de lo
otro. Además, los atributos de Dios no deberían clasificarse por orden de primacía o importancia. La
simplicidad de Dios afirma que Dios nunca tiene conflictos en sí mismo ni se confunde. En otras
palabras, no debería elevarse un atributo por encima de los demás. Del mismo modo, no deberían
enfrentarse su esencia y sus atributos. Por ejemplo, Dios no sólo actúa con amor o tiene la calidad
del amor, sino que en realidad es amor. Cabe observar, por supuesto, que en última instancia Dios es
“insondable”: la revelación de su ser es comprensible tan sólo a través de un lenguaje analógico
como “simplicidad”.
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su asunción de la humanidad plena, la naturaleza divina permanece distinta de su naturaleza
humana.
Atanasio, por ejemplo, argumentó en contra del arrianismo con la afirmación básica de que
el Padre y el Hijo no son “partes” o “modos” de Dios, sino que participan plenamente de la
naturaleza divina simple. Luego, Tomás de Aquino enfatizaría que Dios es “acto puro” y “ser
absoluto” — es autosuficiente, inmutable y sin causa. Hilario de Poitiers también observó que Dios
“no está compuesto de cosas compuestas” y que tiene “una naturaleza perfecta, completa e infinita”.
La Iglesia Oriental también distinguiría más adelante entre la esencia de Dios y sus “energías”,
siendo su esencia lo único que las personas de la Trinidad comparten, mientras que sus energías son
aquello en lo que la humanidad puede participar. La tradición cristiana no tiene una visión
monolítica de la simplicidad de Dios, especialmente teniendo en cuenta el desarrollo del concepto
entre los períodos patrístico y medieval. Sin embargo, la tradición cristiana ha coincidido en gran
medida en la indivisibilidad de la esencia y los atributos de Dios.
Versículos clave
Inmutabilidad de Dios
La doctrina de la inmutabilidad divina afirma que Dios está exento de todo cambio. Al
existir fuera del tiempo, él es todo lo que es en un momento inmutable, libre del movimiento y
desarrollo de la historia. Pero dentro del tiempo, sus criaturas lo experimentan como inmutable en
sus relaciones con los seres humanos y, por tanto, perfectamente digno de confianza.
La inmutabilidad distingue a Dios de las criaturas mutables, como los seres humanos y los
animales, que nacen, crecen y mueren. También lo distingue de las cosas inanimadas que son
moldeadas, movidas y destruidas. A diferencia de estas, Dios no tiene que crecer y cambiar, ni
puede ser reformado o destruido. Cualquier cambio que sufriera sería para bien o para mal, pero
cada uno de estos es imposible para un ser divino perfecto. Al mismo tiempo, Dios no es estático e
inerte. Más bien, está exento de cualquier cambio porque él es, simultáneamente, la totalidad de la
vida y la actividad.
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de la historia, Dios muestra su carácter inmutable. Donde se dice que Dios cambia de parecer, se
arrepiente o pasa de un estado emocional a otro, entendemos que está revelando su carácter
inmutable en ocasiones en el juicio y en otras ocasiones en la gracia. Cuando vemos un lado distinto
del rostro de Dios, no es porque haya cambiado, sino porque nosotros hemos cambiado en relación
con él. Al mismo tiempo, Dios muestra su inmutabilidad al permanecer perfectamente fiel a sus
promesas. Lo que Dios quiere es lo que hará, y lo que él comience, lo completará. La inmutabilidad
de Dios no es un obstáculo para la relación humana con Dios, sino el fundamento de la confianza en
él.
Versículos clave
Mal 3:6; Stg 1:17; Sal 102:26–28; Nm 23:19; Ro 1:23 (Contraste entre inmortal/mortal, inmutable/
cambiante.); Flp 1:6 (Dios terminará lo que comenzó.); He 13:8
Versículos adicionales
Infinidad de Dios
La perfección de Dios por lo que Dios no está sujeto a ninguna limitación; no se puede
aplicar ningún límite a su ser o sus atributos.
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Las Escrituras dan fe de múltiples aspectos de la infinitud de Dios. Dios es el que está más
allá de toda medida y límite (Job 11:7–10; Sal 145:3; Mt 5:48); incluso los cielos no puede
contenerlo (1 Re 8:27; 2 Cr 2:6). Él es el que permanece (Sal 90:1–2; 102:25–28; Ef 3:21) y
trasciende los límites temporales (2 Pe 3:8). Él es el que está presente en cada parte de la realidad
creada (Sal 139:7–10; Jr 23:23–24; Hch 17:27–28), y aun así no está contenido dentro de la
creación (1 Re 8:27; Is 66:1). Lejos de dejar a Dios alejado y distante de su creación, la infinitud
divina permite que Dios esté presente en todo momento y en todo el espacio, sin dejar de ser
distinto de él. Dios, que es infinito, puede crear y sostener criaturas en el tiempo y el espacio sin
absorberlas. Está presente junto a su creación, sosteniéndola y guiándola, sin dejar de ser
trascendente, sin estar sujeto a las categorías y limitaciones de la existencia de las criaturas.
Por último, puesto que la doctrina de la infinitud divina afirma la perfección ilimitada de la
esencia de Dios, su eternidad, inmensidad y omnipresencia, la infinitud divina también implica la
doctrina de la incomprensibilidad divina. Lo finito (la humanidad) no puede comprender lo infinito
(Dios), pero los seres humanos pueden llegar a un conocimiento limitado, verdadero, a medida de la
criatura, de Dios.
Versículos clave
2 Cr 2:6; Job 11:7–9; Sal 145:3; Is 40:12–17 (Comparativa en relación a las criaturas.); Is 48:12; Dn
4:34 (Comparativa en relación a las criaturas.); Mt 5:48; Ef 3:20; Hch 17:27–28; 2 P 3:8
Versículos adicionales
Eternidad de Dios
Dios es eterno por cuanto él no existe dentro del tiempo, sino que existe antes y fuera
del tiempo.
Mientras las criaturas cambian, mejoran y declinan con el tiempo, Dios es todo lo que es en
un único momento inalterable. Él no tuvo un comienzo en el tiempo, ni tendrá un final. Tal como
también se expresa en la doctrina de la inmutabilidad de Dios, éste no cambia de ninguna manera
que requiera una duración temporal. Al ser perfecto, no necesita crecer, desarrollarse o aumentar, ni
tampoco está sujeto al declive, la decadencia o la muerte. Al estar libre de todo cambio, trasciende
por completo el “antes” y el “después” del tiempo.
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Las criaturas sometidas al tiempo experimentan la eternidad de Dios en relación con el
tiempo. Si bien no hubo tiempo antes de que se creara el tiempo, no podemos sino pensar en Dios
como ya existente. antes del tiempo. También experimentamos la eternidad de Dios de esta manera:
que él es quien es en todo momento. Esto significa que el Dios que creó el mundo es el mismo Dios
a quien oramos. Si bien el tiempo ha pasado, Dios es el mismo. Para Dios, el tiempo es como un
gran lienzo desplegado ante él, y cada momento del mismo lo puede ver simultáneamente. Para él,
todos los tiempos están presentes. Mil años en nuestra experiencia no son nada a los ojos de Dios
(Sal 90:4).
La doctrina de la eternidad de Dios llegó a una sólida expresión teológica en los escritos de
los grandes teólogos Agustín, Boecioy Aquino. Agustín escribió que el paso del tiempo dependía de
los cambios de las cosas creadas. Aparte de la creación, no habría tiempo: “El tiempo comenzó con
la criatura”. Boecio imaginó la historia como la circunferencia de una rueda, con Dios sentado en su
centro, conectado por un radio a cada momento de la historia. Dios existe simultáneamente con
cada momento en el tiempo, pero él mismo no está dentro del tiempo. Tomás de Aquino explicó la
eternidad de Dios no como un momento estático, sino como “una posesión completa, y al mismo
tiempo plena, de una vida sin fin”. Los teólogos de la Reforma siguieron la tradición clásica en esta
afirmación.
Versículos clave
Ap 1:8; Is 40:28; Sal 90:2–4; Job 36:26; Jn 8:58 (Aquí, Cristo proclama su propia eternidad,
aludiendo a Éxodo 3:14.); 1 Ti 6:16; Is 57:15
Versículos adicionales
Gn 21:33; Dt 32:40; Dt 33:27; Neh 9:5; Sal 90:1–2; Sal 102:12; Is 43:10; Hab 1:12; Ro 16:26; 1 Ti
1:17; 2 P 3:8
Omnipresencia de Dios
Dios está presente en todas partes, en todos los espacios y lugares. Esto puede
malinterpretarse fácilmente imaginando que Dios ocupa el espacio en todas partes, como creen los
panteístas, o que Dios simplemente excede los límites del universo conocido. De hecho, hablar de la
omnipresencia de Dios es decir que Dios no tiene dimensiones espaciales. Él no tiene tamaño; Dios
está presente en todas partes porque no está localizado en ningún lugar. Dios es el creador del
espacio y el Señor del espacio y, por lo tanto, está libre de las limitaciones de los ejes x, y y z. La
omnipresencia divina se comprende mejor en relación con otros dos atributos divinos
incomunicables:
• Dios es eterno: no está limitado por el tiempo, sino que está igualmente presente en todo
momento.
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• Dios es espiritual: él es inmaterial y no está sujeto a lo físico, sino que está completamente
presente en todos los lugares.
Decir que Dios está presente en todas partes no disminuye la representación bíblica de que
Dios elige libremente estar presente de forma única en lugares concretos (Sal 132:13–14). Entonces
se da a entender un tipo más específico de presencia, a menudo una que asume que está presente
para bendecir o como un acto de intimidad relacional. El tabernáculo y el templo son los principales
ejemplos veterotestamentarios de esta realidad (1 Re 8:27–29).
De la misma manera, se piensa que el Cristo ascendido sigue siendo completamente divino
(y por lo tanto, en su naturaleza divina, omnipresente) mientras que también es completamente
humano (y por lo tanto, en su naturaleza humana, limitado a su cuerpo resucitado). Los cristianos
han sostenido diversas teorías sobre estas cuestiones, pero coinciden en que la omnipresencia de
Dios es a la vez una doctrina bíblica y necesaria, que lleva a los creyentes a adorar al único Dios
verdadero como Señor sobre el espacio y el tiempo.
Versículos clave
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Sal 139:7–10; 1 Re 8:27; Hch 17:24–25; Am 9:2–3; He 4:13; Dt 10:14; Dt 4:39
Versículos adicionales
Omnisciencia de Dios
La Biblia describe el conocimiento de Dios como ilimitado, integral y perfecto en todos los
sentidos; Dios es omnisciente (el término latino scientia significa “conocimiento”, mientras que el
prefijo omni- quiere decir “todo”; de ahí que omnisciente signifique “que lo sabe o conoce todo”).
En contraste con nuestro conocimiento, que surge de la conformidad pasiva de nuestras mentes a las
verdades u objetos dados, el conocimiento perfecto de Dios procede de su voluntad activa como
Creador de todo. En consecuencia, Dios no sólo sabe lo que quiere, sino también lo que no quiere.
Dicho de otro modo, Dios conoce todos los estados de las cosas, tanto los reales como los posibles
(lo que la tradición cristiana a menudo denomina “conocimiento medio”).
Vemos en las Escrituras que Dios conoce no sólo el presente (Sal 33:13–15) y el pasado (Job
38:4–5), sino también lo que está por venir (Sal 139:4; Is 46:9–10; Mt 26:34). Además, Dios conoce
a sus criaturas hasta un nivel de intimidad que no es posible entre las propias criaturas (Heb 4:13;
Sal 139:1–3). Además del conocimiento perfecto de la creación de Dios, las Escrituras también
enseñan que Dios se conoce a sí mismo de una manera única que corresponde a su propia vida
trinitaria, como vemos, por ejemplo, en el modo en que Jesús describe la relación entre el Hijo y el
Padre: “y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre conoce alguno, sino el Hijo” (Mt 11:27).
Otra cuestión que a menudo se plantea con respecto a la omnisciencia divina tiene que ver
con la manera en que Dios conoce todas las cosas, en particular el futuro. Por ejemplo, ¿Dios ve el
futuro como alguien que mira a través de una “bola de cristal” o, en realidad, lo hace desde algún
tipo de “punto de observación” atemporal situado en la eternidad, o conoce el futuro como
consecuencia de su voluntad de que sea así? El primer punto de vista deja abierta la posibilidad de
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que el conocimiento de Dios esté determinado por las acciones libres de las criaturas, mientras que
el segundo excluye esta posibilidad. Muchos teólogos wesleyano-arminianos prefieren la primera
opción, ya que tienen interés en destacar el material bíblico que prioriza el libre albedrío de la
criatura; muchos teólogos reformados calvinistas optan por la segunda perspectiva en deferencia a
los temas bíblicos que hacen hincapié en la soberanía de Dios sobre su creación, incluida la fe
humana. Ambas escuelas de pensamiento coincidirían, sin embargo, en que el conocimiento de Dios
sobre la criatura debe ser, en cierto sentido, de un tipo distinto al que tienen las criaturas entre sí, ya
que Dios se relaciona con la creación como Creador, como aquel de quien la creación depende para
su existencia.
Versículos clave
Sal 33:13–15; Sal 139:1–4; Job 21:22; Job 36:4; Is 46:9–10; Jr 1:5; Mt 10:30; He 4:13
Versículos adicionales
Gn 6:5; 1 Re 8:39; 2 Cr 16:9; Job 37:16; Sal 7:9; Sal 94:11; Sal 139:5–6; Pr 5:21; Pr 15:3; Jr 17:10;
Dn 2:20–22; Mt 6:8; Mt 10:29–30; Jn 2:24–25; Hch 1:24; Ro 11:33
Omnipotencia de Dios
Versículos clave
Sal 33:9; Sal 135:6; Job 42:2; Is 43:13; Is 46:10–11; Jr 32:17; Jr 32:27; Mt 19:26; Ro 1:16
Versículos adicionales
Gn 18:14; Éx 15:6; Dt 3:24; Jos 4:24; Job 42:4; Sal 93:4; Sal 115:3; Is 43:13; Jr 32:17–23; Mr
10:27; Lc 1:37; Ro 4:20–21; Ef 3:20
Gloria de Dios
La gloria de Dios es el esplendor y la belleza radiante que brillan a través de todos los
atributos divinos, pero es especialmente evidente en el Cristo crucificado y resucitado.
Pero es particularmente en el ámbito de la gracia divina donde puede verse la gloria de Dios.
El antiguo pueblo de Dios vio su gloria en la medida en él les mostró misericordia y gracia en su
liberación de la esclavitud egipcia (Ex 16:7, 10; 33:18–34:8; Lv 9:23; Dt 5:24). La gloria de Dios
llenó los lugares que posteriormente designó como lugares de reunión con su pueblo: el tabernáculo
(Ex 40:34) y el templo (1 Re 8:10–11).
Por encima de todo, la gloria de Dios está presente en la vida del Señor Jesús (Jn 1:14; Heb
1:3), y a través de su Espíritu Santo de gloria (1 Pe 4:14), la gloria de Dios llena la Iglesia (2 Cor
3:18; Jn 17:10). Fue su encuentro con Dios en el plano de la historia lo que permitió a los autores
bíblicos ver la belleza y hermosura de Dios brillar a través de lo creado. La idolatría consiste, por
tanto, en no darle a Dios la gloria que le corresponde y atribuirle esa gloria a una criatura. Dios está
correctamente impulsado por su gloria: repetidamente en libros como Ezequiel, él cita su gloria, su
nombre y reputación, como su motivación para una acción determinada (Ez 36:23). “Yo soy el
Señor”, dice a través de Isaías; “a otro no daré mi gloria” (Is 42:8).
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Un concepto relacionado es el de la belleza o hermosura del Señor. Por ejemplo, en el Salmo
27:4, el salmista dice: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de
Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su
templo”. Aquí, la belleza se atribuye a Dios como una forma de expresar la convicción del salmista
de que la visión de Dios cara a cara es la experiencia más profunda que puede tener un ser humano.
Nuevamente, en el Salmo 145:5, el salmista declara que meditará “en la hermosura de la gloria” o
belleza de la majestad de Dios. Del mismo modo, el profeta Isaías, en el siglo VIII a.C., predijo que
vendría un día en que Dios sería “corona de gloria y diadema de hermosura” para su pueblo (Is
28:5). Esta profecía encontró su cumplimiento en Jesucristo, cuya belleza y gloria se mostraron,
sobre todo, en su crucifixión y muerte por los pecadores, manifestando perfectamente el amor y la
justicia de Dios, y en su resurrección, ascensión y sesión a la diestra de Dios (Jn 7:39; 17:5; Heb
1:6).
Versículos clave
Versículos adicionales
Ez 1:28
Dado que para la tradición teológica clásica el Dios trino es simple, sus atributos son
idénticos a su ser. Debido a que la esencia de quién es Dios no puede sufrir cambios, la calidad e
integridad infinitas de los atributos divinos no pueden llegar a ser más grandes o más pequeñas de
lo que son eternamente. Pero, ¿cómo puede ser este el caso de sus atributos comunicables, atributos
que son esenciales en la vida de Dios, pero que se demuestran en relación con su creación?
Todos los actos de Dios son coherentes con y fluyen libremente de su naturaleza. Esto es tan
cierto de los atributos comunicables como de los incomunicables. Mientras que la santidad de Dios,
por ejemplo, es un atributo esencial, su ira parece ser contingente: presupone una creación (caída).
Sin embargo, no deberíamos enfrentar lo que es parte esencial del carácter de Dios con sus acciones
para con la creación. Son las criaturas las contingentes, no el carácter o la actividad de Dios. La ira
divina es simplemente la forma de manifestarse de la santidad de Dios en el contexto de la rebelión
y el pecado. De la misma manera, la misericordia de Dios presupone la existencia de criaturas
pecaminosas necesitadas de redención, pero esta misericordia es la forma en que Dios comunica su
intrínseca bondad amorosa hacia los objetos de esa redención.
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Los atributos comunicables de Dios muestran de un modo singular su naturaleza
profundamente personal. Cada atributo de Dios es igualmente un atributo de cada una de las
personas de la Trinidad: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espiritu Santo. Además, la gracia, la
fidelidad y el amor de Dios nos hablan de su carácter personal de una manera que su omnipresencia
o simplicidad no pueden hacer con tanta facilidad. Puesto que Dios creó a los seres humanos como
una imagen analógica de sí mismo, la atribución de atributos comunicables a Dios no es una
proyección antropomórfica de nuestra imagen sobre Dios, sino una proyección teomórfica de la
imagen de Dios sobre nosotros. Así pues, es con especial referencia a los atributos comunicables
que se dice que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios, y asimismo, en la obra
redentora de Dios, recreados y conformados a la imagen de Cristo.
Versículos clave
Sal 111; Éx 34:6–7; Sal 86:15; Sal 103:8; Sal 145:8; Dt 10:17–18; Jn 1:14–17
Bondad De Dios
La bondad de Dios puede concebirse en términos de Dios en sí mismo (ad intra) y de la obra
de Dios en la creación (ad extra). Una cosa es buena en la medida en que es todo lo que puede y
debe ser, es decir, perfecta. Sólo Dios es todo lo que puede y debe ser. Por lo tanto, dado que Dios
es totalmente perfecto, que no carece de nada, él es el bien supremo y absoluto. Además, dado que
él ya es completamente perfecto de acuerdo con su naturaleza, no tiene fin, ni bien, hacia el que ir
en pos. Es decir, Dios es inmutablemente incapaz de volverse más bueno o menos bueno. Referirse
a la bondad de Dios es simplemente referirse a Dios mismo. Esto es, la esencia de Dios es idéntica a
la bondad, y la bondad es un atributo esencial y necesario de la naturaleza divina. Ya que Dios es
infinito, su bondad es tan inconmensurable como lo son su ser y naturaleza. Además, como
autosuficiente, Dios no deriva su bondad de ninguna otra cosa. Por lo tanto, se basa en sí mismo
como bueno.
La bondad de Dios no es estática ni está aislada dentro de él, sino que es difusiva y
desbordante, como demuestra la decisión libre de Dios de crear. Como creador, su bondad se
desborda tanto en la creación como en la providencia. La creación es buena porque Dios, que es
bueno, es su origen y causa, su base y estándar (Gn 1:25; 1 Tim 4:4). Mientras que atributos divinos
como la infinitud y eternidad no pueden ser ejemplificados por las criaturas, éstas sí participan en
atributos divinos de bondad en mayor o menor grado. Dado que Dios es el bien supremo y absoluto,
él es el principal objetivo en pos del cual se dirige la creación, ya sea consciente o
inconscientemente. Por tanto, el fin adecuado de la humanidad es amar y descansar en Dios.
17
Además, Dios no puede crear el mal. El origen del mal moral es el amor a los bienes menores como
fines, en lugar de amar a Dios como un fin a través de los bienes creados.
Versículos clave
• Éx 33:19
• Jr 31:14
• Sal 34:8
• Sal 25:8
• Gn 1:25
Versículos adicionales
Gn 1:31; Sal 25:7; Sal 71:3; Sal 84:11; Sal 145:9; Nah 1:7; Mt 7:11; Mt 19:17; Mr 10:18; Stg 1:17
Amor de Dios
Para muchos, el amor de Dios se considera su atributo central en el sentido de que todos los
demás atributos divinos no son sino expresiones de su amor. Otros consideran que la santidad o la
soberanía de Dios es su atributo central. Otros más argumentan que no puede haber un solo atributo
primario. Independientemente de si uno ve el amor divino como la descripción central del ser de
18
Dios, no hay duda de que cada atributo divino está en armonía con todos los demás. Cada atributo
expresa el amor superabundante de Dios. Esto significa que Dios demuestra su amor no sólo en su
bondad, misericordia, gracia, compasióny fidelidad, sino también en su santidad, justicia, celos e
ira. Su amor es santo, así como su santidad es amorosa.
Dios no ejerce su amor únicamente hacia su creación, porque esto implicaría que Dios no se
realizó completamente hasta que creó algo. Más bien, las relaciones trinas eternas entre Padre,
Hijoy Espíritu se caracterizan por el amor. Algunos teólogos describen la Trinidad como una
reciprocidad de relaciones amorosas, mientras que otros describen este amor original en términos de
un amor propio divino legítimo. De cualquier manera (o tal vez de ambas), los cristianos están de
acuerdo en que desde la eternidad Dios ha desbordado de amor.
Dios no debería concebirse como alguien que vive bajo un estándar independiente de lo que
cuenta como amor; más bien él mismo define el amor para la humanidad. Dios es amor (1 Jn 4:8).
El amor de Dios es un atributo comunicable en el sentido de que debe ser imitado por la humanidad.
Como receptores del amor divino, los creyentes devuelven el amor, aunque de una manera humana
limitada, tanto a Dios como a los demás. Con sus propias acciones, Dios le enseña al mundo a amar
de manera activa y sacrificial, no sólo a aquellos que se encuentran dentro de la propia familia o
tribu, sino a cada prójimo (Mt 22:39–40), incluso a los enemigos (Mt 5:44).
Tres de las tensiones teológicas relacionadas con la doctrina del amor de Dios son las
siguientes:
• La relación entre el amor de Dios y su justicia: ¿se puede decir que Dios es amoroso cuando
castiga eternamente a aquellos que se rebelan contra él?
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• La tensión entre el amor de Dios y la doctrina de impasibilidad divina: ¿se puede afirmar que Dios
ama si no “sufre” con sus criaturas?
Pero es que a través Cristo, Dios sí sufrió con sus criaturas, y la Biblia proclama que el amor
de la cruz es una fuerza más poderosa que cualquier otra cosa que existe (Rom 8:31–39). “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15:13). A pesar de la
permanencia de algún misterio en las tres tensiones enumeradas anteriormente, los cristianos
depositan su fe en el carácter revelado de Dios. Los creyentes pueden estar seguros de que el amor
de Dios no se ve disminuido ni amenazado por nuestras preguntas sin respuesta. Dios mismo ha
demostrado que el amor verdadero, por naturaleza, se entrega a sí mismo.
Versículos clave
1 Jn 4:7–11; 1 Jn 3:1; 1 Jn 3:16; Ef 3:17–19; 1 Co 13; Mt 5:43–48 (El amor de Dios por el mundo.);
Jn 3:16 (El amor de Dios por el mundo.); 1 Jn 4:14 (El amor de Dios por el mundo.); Dt 7:7–8 (El
amor de Dios hacia su pueblo.); Dt 12 (El amor de Dios hacia su pueblo.); Jn 15:13–14 (El amor de
Dios hacia su pueblo.); Ro 5:8 (El amor de Dios hacia su pueblo.); Ap 1:5 (El amor de Dios hacia
su pueblo.); Dt 7:9 (La fidelidad del pacto de Dios.); Neh 1:5 (La fidelidad del pacto de Dios.); Neh
9:32 (La fidelidad del pacto de Dios.); Mi 7:20 (La fidelidad del pacto de Dios.)
Versículos adicionales
Éx 34:6–7; Dt 10:15; Sal 32:10; Sal 36:7; Sal 106:1; Sal 136:1; Sal 145:8; Jl 2:13; Ro 8:38–39; 2
Co 13:11; Ef 2:4–5; Tit 3:4–5
Misericordia de Dios
La misericordia de Dios es uno de los atributos comunicables de Dios, un atributo que los
humanos pueden emular en sus relaciones los unos con los otros. A lo largo de la Biblia, la
misericordia de Dios se representa no sólo como la disposición de Dios sino como su acción en
favor de un pueblo que no lo merece. La Biblia a menudo combina otros atributos divinos con
“misericordia”: compasión, gracia, fidelidad, bondad.
La misericordia es una expresión relacional del carácter de Dios y fluye de sus atributos de
bondad y amor. Es un aspecto vital de la relación de pacto de Dios con su pueblo que está basada en
la gracia. La misericordia de Dios es evidente cada vez que se retrasa el castigo, incluso cuando su
pueblo está perdido en el pecado y no es consciente de las consecuencias relacionales que conlleva
este pecado (Ex 34:6–7; Ez 33:10–11). Cuando las circunstancias del pueblo de Dios son terribles,
debido al conflicto inminente, la persecución física y espiritual u otros tipos de sufrimiento,
aquellos que temen a Dios apelan precisamente a su carácter misericordioso. Oran con la
expectativa de que actuará voluntaria y poderosamente como lo hizo en el pasado (Dn 9:17–19; Sal
20
25:6–7; 51:1–2). Una y otra vez en las Escrituras, Dios demuestra su misericordia al salvar, redimir
y restaurar a su pueblo.
Versículos clave
Versículos adicionales
Gracia de Dios
La gracia de Dios es un favor divino inmerecido, un favor del que vienen muchos dones.
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Jn 1:14–18). Por lo tanto, al recibir “la gracia del Señor Jesucristo” participamos en la plenitud
divina del “amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo” (2 Cor 13:13).
Los teólogos identifican varios tipos de gracia, varios propósitos por los cuales Dios ejerce
este atributo divino. La gracia común, una categoría que se encuentra con mayor frecuencia en la
teología reformada, es todo el favor que Dios le muestra a la humanidad que es menor que la
salvación. La teología wesleyana-arminiana enseña un concepto similar con su universal gracia
preveniente, una gracia que se extiende a todos y que les permite tomar una decisión libre a favor o
en contra de Dios. La gracia especial, por otro lado, es la gracia salvífica, la obra del Espíritu de
aplicar la expiación de Cristo a los seres humanos. La gracia justificadora y la gracia santificadora
son lo que algunos denominan la “gracia futura”. La teología reformada afirma que la gracia
salvadora es efectiva e irresistible, porque está soberanamente ordenada por Dios.
Versículos clave
Versículos adicionales
2 Re 13:23; Neh 9:17; Neh 9:31; Sal 111:4; Sal 116:5; Is 30:18; Jl 2:13; Ef 1:6–7; Ef 2:7; 2 Tes
2:16–17; He 4:16; 1 P 5:10
Santidad de Dios
La Biblia demuestra la santidad de Dios de dos maneras únicas pero coherentes. La primera
es su distinción con respecto a su creación (Is 6:3; Sal 99:9). Dios es totalmente otro; este es un
aspecto esencial de la adoración que merece (Os 11:9). A lo largo de la Biblia, la santidad de Dios
es la base de nuestra comprensión de su existencia fuera del tiempo y el espacio. Y, sin embargo, de
manera algo sorprendente, la Biblia continuamente presenta su santa presencia manifestándose
dentro e incluso morando entre su pueblo.
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La segunda forma en que la Biblia demuestra la santidad de Dios es describiendo su
presencia pura e incorruptible, una presencia que decide manifestar en proximidad con su pueblo
escogido. En el Antiguo Testamento, Dios manifiesta su santa presencia en varios lugares
singulares, marcándolos como espacios sagrados, a los que los humanos solamente podían entrar
observando ciertas purificaciones rituales centradas en la adoración. No obstante, la santidad de
Dios es incorruptible y no puede volverse impura por el contacto con la humanidad pecadora. De
hecho, tal contacto inmediatamente da como resultado que la presencia santa de Dios destruya o
consuma totalmente la impureza, una presencia representada como un fuego consumidor (Lv 10:1–
3; Dt 4:24).
Versículos clave
Is 6:3; Sal 99:9; Lv 10:1–3; Lv 11:4; Dt 4:24; Sal 5:7; Sal 11:4; Mr 1:24; Jn 16:4–15; 1 P 1:15–16;
Ro 12:1–2
Versículos adicionales
Éx 15:11; Lv 11:44; Jos 24:19; 1 Sm 2:2; Sal 22:3; Is 43:15; Ez 39:7; He 12:10; Ap 15:4
Justicia de Dios
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La justicia de Dios habla del carácter de Dios, específicamente en relación con la coherencia
entre su voluntad revelada y sus acciones a favor de su pueblo.
Por ejemplo, Dios, que es perfectamente santo, puede tener una disposición de misericordia
hacia aquellos que otros podrían considerar que no son merecedores de ella, hacia un pueblo
profano o impío. Entonces puede actuar a su favor de acuerdo con su amor y extender su gracia a
través del medio extraordinario de enviar a su Hijo a morir en una cruz. Debido a que Dios es justo
(el estándar de lo que es correcto), el atributo de Dios de la santidad está en perfecta armonía con su
disposición misericordiosa y sus acciones a favor de un pueblo que no la merece. Lo que parece
paradójico o incluso absurdo para los seres humanos finitos encuentra coherencia en la justicia de
un Dios eterno. También se convierte en el estándar de justicia revelado por el cual juzgamos
nuestra propia conducta.
En la Biblia, las normas justas de Dios (la ley) sirven como expresiones reveladoras de su
carácter, naturaleza y, posteriormente, su voluntad (Dt 4:7–8; Sal 19:7–9; Is 45:19). Están
destinadas a ser seguidas como actos de adoración llenos de fe que reconocen su amor y gracia por
su pueblo al tiempo que declaran su nombre al resto al mundo (Dt 8:1–10).
Ahora bien, desde la caída (Gn 3), la naturaleza humana se ha visto contaminada por el
pecado e incapaz de llevar a cabo el propósito original de estos mandamientos reveladores sin el
empoderamiento sobrenatural del Espíritu Santo de Dios que mora en ella. En el Antiguo
Testamento, el hecho de que Dios morara entre su pueblo, un acto lleno de gracia, iba íntimamente
ligado a su justicia. Al habitar en el tabernáculo y, más adelante, en el templo de Jerusalén, su ley no
sólo revelaba cómo debía adorar fielmente su pueblo, sino también la manera en que debía vivir
dentro de una comunidad que declaraba su nombre al resto del mundo. Un individuo declarado justo
ante los ojos de Dios cumplía fielmente los mandatos de la ley y, debido a la gracia de Dios, se le
permitía existir y ministrar en su presencia.
Versículos clave
Sal 97:2; Gn 18:25; Dt 32; Dt 4:7–8; Sal 19:7–9; Is 45:19; Hch 17:31; Ro 1:16–17; Flp 3:8–11; 2
Co 5:16–21
Veracidad de Dios
La Biblia describe a Dios no sólo como un narrador irreprochable de la verdad, sino también
como la fuente de la verdad misma. En otras palabras, la Palabra de Dios es verdadera no porque se
ajuste a una realidad externa llamada “verdad”, sino porque su Palabra es una expresión de la
verdad misma, es decir, la propia esencia de Dios. Esta es la razón por la que las Escrituras insisten
en que Dios “no puede mentir” (Tito 1: 2), ya que eso implicaría la negación de Dios de su esencia
misma, lo cual es una imposibilidad.
Versículos clave
• Nm 23:19
• 1 Sm 15:29
25
Sabiduría de Dios
Las Escrituras enseñan que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría” (Prov 9:10;
cf. Job 28:28; Sal 111:10). El verdadero discernimiento y la perspicacia divina solamente provienen
de un afecto correcto hacia la fuente última de estas cualidades.
Parado junto al nacimiento de toda esta sabiduría está Cristo, de quien el apóstol Pablo
declara que es sabiduría, encarnada (véase Jr 9:23–24 con 1 Cor 1:30): Cristo, la sabiduría eterna de
Yahvé (véase Prov 8:22).
Versículos clave
Versículos adicionales
26
1 Co 2:7; Ef 3:10
• Jn 14:6
• Jn 15:26
• Jn 17:17
• Tit 1:2
Versículos adicionales
He 6:18
Ira de Dios
La ira de Dios es su repulsión contra el mal, su decidido descontento con el pecado y los
pecadores.
C.H. Dodd propuso considerar la ira de Dios como un proceso impersonal, como el “proceso
inevitable de causa y efecto en un universo moral”. Argumenta que en el Nuevo Testamento “la ira
como actitud de Dios hacia los hombres desaparece, y su amor y misericordia lo abarcan todo”. Al
igual que Marción en el siglo II, Dodd rechazó la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la base
de una lectura selectiva del Nuevo Testamento, y al hacerlo redujo a Dios simplemente al amor.
Este último argumentó no sólo que “Dios es amor” sino también que “Dios es luz”. Pero no escasea
en el Nuevo Testamento, sobre todo en los Evangelios, la enseñanza sobre el juicio activo de Dios
sobre el pecado P. T. Forsyth escribió de manera muy perspicaz sobre el “santo amor de Dios”.
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El objetivo de Dodd al hablar acerca de la ira impersonal parece ser el de disociar a Dios de
la ira y el castigo, mostrar la ira como un mero subproducto del pecado, no algo realmente querido
por Dios. Tal postura no está exenta de implicaciones deístas: elimina un aspecto significativo de la
vida humana del gobierno activo de Dios. También es profundamente inquietante. ¿Puede Dios
realmente contemplar el abuso sexual y el asesinato de un niño sin ningún sentimiento de desagrado
o indignación?
La ira de Dios no debe verse como algo opuesto a su amor, sino como una manifestación de
ese amor. Lo opuesto a la ira no es el amor sino la indiferencia. El mandato de Pablo en Romanos
12:9 de que el amor sea “sin fingimiento” va seguido del mandato de aborrecer lo malo. Un marido
que amara a su esposa sentiría una ira celosa ante su infidelidad. La falta de odio hacia lo malo
implica una deficiencia en el amor. Un “Dios” que no detestara el mal no sería digno de nuestra
adoración, y de hecho no sería amoroso en el sentido en que la Biblia describe su amor.
Versículos clave
• Ro 1:18–32
• Nah 1:2–11
• He 3:7–11
• Ro 12:9
• Ro 12:19–13:5
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