David Hume

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1.

GNOSEOLOGÍA
1.1. ELEMENTOS DEL CONOCIMIENTO:
IMPRESIONES E IDEAS
Para Descartes, y también para Locke, todos los conocimientos eran en principio
“ideas” de la mente. Todo lo demás solo era conocido secundariamente, a través de las
ideas. Hume, aceptando el mismo planteamiento, encuentra, sin embargo, el término
idea más bien vago y lo sustituye por el de percepción. Los conocimientos son, pues,
para él primariamente percepciones.
Ahora bien, no todas las percepciones, no todos los conocimientos, son iguales. Hume
se fija en que unos son más intensos que otros, más vivaces, que en ellos se perciben
más detalles y, además, se imponen sin que el sujeto pueda evitarlo.
Las impresiones son percepciones que nos llegan a través de los sentidos. Las ideas,
por su parte son representaciones o copias de las impresiones en el pensamiento. En
consecuencia, son más débiles y menos vivas que las impresiones. Por tanto, las ideas
proceden de las impresiones.
Puesto que no hay nada en e entendimiento más allá de las impresiones o ideas, hay
que admitir que todos los contenidos de la conciencia provienen de la experiencia
sensible: no hay en el entendimiento ideas innatas, como afirmaba Descartes; la
mente es una tabula rasa, una hoja en blanco.
De aquí extrae Hume un criterio de verdad tajante: una idea es verdadera si podemos
señalar la impresión a la que corresponde. Si no se cumple este principio de
correspondencia entre impresiones e ideas, no se puede aceptar la verdad de un
concepto. En consecuencia, la experiencia es el origen y el límite de nuestro
conocimiento. Hume propone, en definitiva, un empirismo radical.

1.2. LEYES DE ASOCIACIÓN DE IDEAS


Todos los conocimientos que el ser humano posee, sean impresiones o ideas, se le
presentan con orden y regularidad. Siempre la misma mesa, la misma habitación, el
mismo compañero… Ello se debe a unos principios que unen y asocian entre sí las
impresiones, las llamadas leyes de la asociación y que Hume reduce a tres: la
semejanza, la contigüidad espacio-temporal y la causalidad (una fotografía hace
pensar en la persona fotografiada -semejanza-, el recuerdo de una clase, en el pasillo
de la entrada -contigüidad-, y el dolor de una quemadura, en el fuego que la produjo -
causalidad-). Con el asociacionismo, Hume pretende explicar el conocimiento humano
de la misma manera que Newton había explicado los fenómenos físicos.
1.3. TIPOS DE CONOCIMIENTO

De acuerdo con esta posición, Hume distingue dos tipos de conocimientos:

• Las relaciones entre ideas son independientes de los hechos. Las proposiciones
que las expresan son analíticas, universales y necesarias, porque el predicado el
predicado está contenido en el sujeto y su contrario es imposible. A este tipo de
conocimiento pertenece la lógica y la matemática.
• El conocimiento de hechos, que depende de las relaciones de contigüidad espacio-
temporal y de la causalidad, y cuya última justificación solo puede estar en la
experiencia. El conocimiento que proporciona es siempre individual y está limitado
al “aquí” y al “ahora” en que se ha producido.

Las verdades fácticas (cuestiones de hechos) no son necesarias, puesto que su


contrario no implica contradicción. A este tipo de conocimiento pertenecen las
ciencias empíricas, y sus verdades son solo probables.

1.4. CRÍTICA AL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD


Hume considera que el llamado principio de causalidad no tiene valor por sí mismo, a
priori. Su validez solo puede provenir de la experiencia y no existe ninguna experiencia
de la causalidad. Si la hubiera, se podrían descubrir los efectos de una cosa aunque
esta se viera por primera vez y no es así.
Esta constante unión lleva a pensar que hay una conexión necesaria entre la causa y el
efecto. Pero, ¿existe realmente esta conexión necesaria? Hume, analizando la relación
entre la causa y el efecto, descubre que en esa relación solo hay contigüidad y
sucesión. Cuando se produce un choque y el movimiento de un cuerpo es considerado
causa del otro, ambos cuerpos están próximos -contigüidad-, y el movimiento del
primero es anterior al movimiento del segundo -sucesión-. Pero la contigüidad y la
sucesión no son causalidad.
La experiencia proporciona ciertamente fenómenos que son contiguos y de los que
uno precede al otro. Pero, ¿hay realmente conexión necesaria entre ellos? No, no
existe ninguna impresión de “conexión necesaria”.
Pero, entonces ¿de dónde proviene la idea de causalidad, si no procede de ninguna
expresión de la experiencia?
El origen de la creencia no es otro que la costumbre y el hábito. Cuando dos cosas van
habitualmente unidas los seres humanos se acostumbran a esperar que al ocurrir la
primera ocurrirá a continuación la segunda. Es la costumbre la que los hace confiar en
que el curso de la naturaleza seguirá siendo como hasta el presente. El problema se
reduce, pues, a la cuestión: ¿se percibe alguna relación entre la causa y el efecto?
Hume cree que no. Y si no se percibe esa relación no se puede afirmar la existencia de
la causalidad.
1.5. CRÍTICA A LAS 3 SUSTANCIAS METAFÍSISCAS
 MUNDO EXTERNO
Los seres humanos normalmente creen en la existencia de un mundo externo, de un
mundo que está más allá de las impresiones y que es distinto de ellas, de un mundo
externo de cosas que tienen una existencia continuada e independiente de ellos
mismos y que es el origen de las impresiones. Pero, ¿es legítima esta creencia?, ¿se
puede demostrar?
Descartes recurría para hacerlo al argumento de un Dios bueno y veraz que no podía
consentir que el ser humano se engañara de forma continua e irremediable al juzgar
que existe un mundo de cosas.
Pero Hume, que solo está dispuesto a aceptar aquello de lo que se posean impresiones
o que se deduzca necesariamente de estas, y que no acepta la causalidad, no puede
pasar de las impresiones a algo diferente de ellas. La existencia de un mundo exterior
en el que existen cosas independientes del ser humano en las que se originan las
impresiones es fruto de una creencia poco racional. La existencia de cosas externas
independientes de los sujetos -la existencia de las sustancias- es algo que se acepta por
puro sentimiento o instinto, y no por argumentación racional: una creencia que
proviene de la gran intensidad y vivacidad de las impresiones.

 LA EXSITENCIA DE DIOS
En la cuestión de la existencia Dios, Hume adopta la misma posición que con respecto
a la existencia del mundo exterior. Es claro que de Dios no se poseen impresiones y
tampoco se puede demostrar su existencia por medio del principio de causalidad que
no tiene valor alguno. Racionalmente no se puede saber nada de Dios. Para el ser
humano Dios es «una adivinanza, un enigma y un misterio. Incertidumbre, duda y
suspensión de juicio, parecen el único resultado de nuestra investigación».

 EXISTENCIA, UNIDAD E IDENTIDAD DEL YO


Hume trata de llevar a rajatabla el criterio empirista y está dispuesto a no aceptar nada
de lo que no se tengan impresiones. Ahora bien, ¿se posee experiencia del yo?
Aparentemente sí. Cualquier persona posee muchas impresiones. Pero, ¿es alguna de
esas impresiones, impresión de su “yo”? ¿Hay alguna impresión en la que capte su
“yo”, como capta los colores o los sonidos?
Hume afirma rotundamente que no. Se tienen impresiones de cosas que pasan, pero
no del propio “yo”. Hay, es cierto, en cualquier ser humano una pluralidad de
impresiones ligadas entre si por la semejanza y la causalidad. Y, en virtud de esta
última, se supone que esas impresiones son causadas por un yo que se mantiene
idéntico. Pero la causalidad no tiene valor para Hume. Hay que considerar el “yo”
como una colección de impresiones.
1.6. CONCLUSIÓN: FENOMENISMO Y
ESCEPTICISMO
En definitiva, la filosofía de Hume desemboca en el fenomenismo y en el escepticismo.
En el fenomenismo porque, según Hume, no podemos justificar racionalmente la
existencia del mundo exterior, pues lo único que posee el sujeto son sus propias
percepciones. Y en el escepticismo porque, como hemos explicado en su crítica al
principio de causalidad, no es posible un conocimiento seguro a través de la
experiencia, pues el paso de la experiencia particular a una ley general tampoco está
justificado racionalmente.

2. LA ÉTICA
2.1. CRÍTICA A LA MORAL RACIONALISTA
Hume trata de fundamentar la moral en la naturaleza humana y se dirige a ella a la
hora de contestar a las preguntas de qué es lo bueno y qué lo malo, preguntas que
considera importantes para el ser humano, puesto que, en su opinión, los temas
morales son decisivos para su vida individual y ponen en juego la paz de la sociedad.
Las concepciones racionalistas vigentes en la época defendían que el bien y el mal
dependían de la razón. La virtud consistiría en la conformidad o no con la razón. Todos
los seres racionales tenían en sí unos principios y el acuerdo o desacuerdo con ellos
hacía que unas acciones fueran buenas y otras malas.
El principal argumento contra la concepción racionalista de la moral lo obtiene de la
misma consideración de esta. La moral es un conjunto de juicios con los que se intenta
influir en la conducta de uno mismo y en la de los demás, con los que se pretende que
se hagan determinadas cosas y se eviten otras. Ahora bien, Hume considera que la
razón es incapaz de influir en la conducta. La razón es impotente para ello. La razón
no puede ni impulsar ni impedir una acción de modo inmediato y directo, no puede ser
el origen de lo bueno y de lo malo. Las acciones pueden ser «laudables» o
«censurables», pero no razonables o irrazonables. La distinción entre el bien y el mal
no puede, pues, venir de la razón. La razón es totalmente inactiva y no puede ser causa
de principios tan activos como son la conciencia y el sentimiento de lo moral.
La función de la razón es descubrir la verdad o la falsedad de las proposiciones, verdad
o falsedad que proviene del acuerdo o desacuerdo entre ideas, o del acuerdo o
desacuerdo entre ideas y hechos reales, y este tipo de conocimiento ni influye ni
puede influir en las acciones.
Es decir, la razón proporciona, o bien relaciones de ideas, o bien cuestiones de hecho,
pero ninguno de esos dos tipos de conocimiento determina la acción.
2.2. LA FALACIA NATURALISTA
Hume critica también la moral racionalista porque en ella se da un salto ilegitimo del
ser al deber ser. Es lo que se denomina falacia naturalista. En los sistemas morales
racionalistas, afirma Hume, se parte de la afirmación de unos hechos como la
existencia de Dios u otros relativos a la naturaleza humana, y, de pronto, de las cópulas
habituales es y no es se pasa a otras bien distintas, debe o no debe ser.
¿De dónde procede esta nueva relación? Para que tuviera valor, tendría que estar
incluida en la anterior, cosa que no ocurre. De la relación “es” no se deduce en modo
alguno “debe ser”, luego no es posible aceptar ese salto como hacen las concepciones
morales racionalistas.

2.3. EL EMOTIVISMO MORAL


Como lo bueno y lo malo no proceden de la conformidad con la razón, solo cabe que
dependan del sentimiento. La moralidad es, por lo mismo, algo más sentido que
juzgado.
El bien es, ciertamente, algo agradable y el mal, en cambio, algo desagradable. Nada
existe tan hermoso como una acción noble y generosa, ni nada causa tanta
repugnancia como una acción cruel. Es el sentimiento el que lleva a alabar las buenas
acciones. La aprobación se halla ya en el placer inmediato que experimenta el ser
humano al contemplarla. Y estos sentimientos están tan arraigados en el ser humano
que es imposible destruirlos o desarraigarlos, a menos que la locura le trastorne.
Y dentro de estos sentimientos naturales propios del ser humano, Hume destaca la
simpatía, que es la capacidad para dejar de lado nuestros propios intereses para
situarnos en la perspectiva de la otra persona y comprenderla. Este sentimiento,
natural y desinteresado, es el fundamento de la vida moral.
Por eso, esta posición de Hume es conocida como emotivismo moral.

2.4. LA UTILIDAD, FUNDAMENTO DE LAS


CUALIDADES MORALES
En el terreno práctico, Hume admite que, además del sentimiento, se necesita de la
intervención de la razón en la vida moral, puesto que ella hace de guía y árbitro en
muchas cuestiones concretas.
En efecto, Hume, que lo que pretende es fundar la ética “en los hechos y en la
observación” para determinar qué es lo bueno y qué lo malo, trata de analizar las
cualidades que confieren al que las posee una especial estimación o reprobación por
parte de los que le rodean. Las cualidades que provoquen en los demás un sentimiento
de aprobación será “lo bueno” desde el punto de vista ético; “lo malo“ vendrá dado
por los comportamientos que originen reprobación.
En el análisis de esas cualidades Hume llega a la conclusión de que los
comportamientos que desencadenan actitudes aprobatorias tienen todos ellos algo en
común: la utilidad para la sociedad. Es la utilidad social la que provoca el agrado y se
convierte en el fundamento último de su ética. Se aprueba lo que es útil y se reprueba
lo que es pernicioso. La utilidad social es, pues, la que determina la bondad de los
actos humanos.
Y si son los sentimientos los que hacen que los actos útiles para la sociedad agraden, es
la razón la que señala qué tipo de actos y en qué medida benefician a la sociedad, con
lo cual, aunque su ética sea preferentemente emotiva, atribuye también un papel a la
razón.

3. POLÍTICA
La política es, para Hume, la ciencia que estudia a los seres humanos unidos en
sociedad, relacionados y dependientes unos de otros, y la considera como una ciencia
en la que se pueden establecer máximas generales, hipótesis y predicciones, aunque
no posea nunca la certeza de las matemáticas, pues en estas se trata con ideas y en
aquella con hechos.
La sociedad nace porque es útil a los seres humanos. Al vivir juntos aumentan la
fuerza, la habilidad y la seguridad. El núcleo inicial de la sociedad es la familia. Desde
niño el ser humano descubre las ventajas de vivir en sociedad, pues en ella unos seres
humanos ayudan y protegen a otros. La necesidad de conseguir y asegurar bienes
externos favorece más adelante la transición hacia sociedades más amplias.
La utilidad es, por tanto, el móvil que hace surgir la sociedad. De todas maneras, no
hay que imaginarse al ser humano primitivo consciente de estas ventajas. Hume no
tiene muy clara la idea de un primitivo estado de naturaleza en el que los seres
humanos vivieran solitarios, ya enfrentados y en guerra continua, como pretendía
Hobbes, ya pacíficos y poseídos de buenos sentimientos, como quería Rousseau.
Considera esa idea como una mera «ficción» útil para explicar cómo se organiza la
sociedad. Más que la reflexión teórica es la necesidad que los seres humanos sienten
lo que les lleva a vivir juntos.
Tampoco cree en un posible contrato social. Los contratos y las promesas no tienen
ningún poder vinculante fuera de la sociedad y, por ello, valen de poco antes de que la
sociedad exista. Admite, de todas maneras, que puede haber un contrato implícito
“como ocurre cuando dos seres humanos reman juntos, aunque no haya mediado
entre ellos acuerdo alguno, lo hacen en virtud de un cierto pacto”. Lo que conduce a la
constitución de la sociedad es, por ello, algo más sentido que pensado.
En un estado posterior la sociedad necesita organizarse políticamente. La justicia
natural no es suficiente para mantener el orden y reprimir los enfrentamientos y
crímenes. Aparecen, por ello, los gobiernos que, si al principio tienen como objetivo
principal mantener la justicia, más adelante elaboran y llevan a la práctica diversos
proyectos necesarios para el bienestar de las sociedades. Hume considera, de todos
modos, que pueden existir sociedades sin gobierno y cree que, de hecho,
primitivamente, fue así. Todavía hoy, afirma, se puede comprobar la existencia de
sociedades sin gobierno entre las tribus indias de América.
La necesidad de un gobierno surge del aumento de las riquezas y de las guerras y
enfrentamientos con otros pueblos. Los jefes surgidos de estas campañas conservan
algo de su autoridad después de las mismas, que si al principio solo les permite
intervenir en casos aislados, más delante, se hace permanente. Esta autoridad se
acepta por lo útil que resulta para la sociedad, por lo que Hume considera que, en
alguna medida, se puede hablar de un contrato implícito.
La razón por la que se obedecen las leyes no es otra que el interés y la utilidad. La
sociedad proporciona una seguridad y protección de la que no se goza siendo
completamente independiente. En esto coinciden, por tanto, la política y la moral.

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