La Ira Regia, Kome Koloto Madelaine

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LA IRA REGIA EN EL POEMA DE MIO CID

Komé Koloto de Dikanda Madeleine

Universidad de Douala
 
 
 
1. LA POTESTAD REAL
 
En la Alta Edad Media, la forma de gobierno de los Estados cristianos españoles era
la monarquía, como en todo el Occidente Europeo. La monarquía es, pues, la
proyección de la comunidad sobre un orden político. Los fines están influidos por el
Cristianismo del bien común, la salvaguardia de la fe, asegurando a todos el mayor
número posible de medios para la salvación del alma; el mantenimiento del orden
público, incluyendo el respeto de las propiedades privadas; la defensa y ampliación del
territorio mediante la guerra contra los musulmanes, enemigos de la fe, etc.
La potestad real es el factor principal en la promulgación de leyes. El rey ocupaba el
primer lugar, que se atribuía y ejercía de hecho la potestad suprema absoluta e ilimitada
en las variantes esferas de la política y de la administración. El rey hacía llegar su
poderío a todas las provincias del Estado mediante delegaciones temporales de parte de
su soberanía en gobernadores de distritos y sesiones perpetuas a buen número de
propietarios eclesiásticos y laicos. Los primeros monarcas fueron sobre todo caudillos
militares. Su misión principal era la defensa del Estado contra el enemigo y la
conservación de la paz.
Pronto sin embargo, junto al poder del rey, se opone una transformación. Otros
poderes nacidos de determinadas concesiones hechas por los monarcas actúan y llevan
consigo la renuncia de algunos derechos de soberanía. Estas concesiones son las
inmunidades. Según Sánchez Albornoz, en España, la inmunidad aparece como
donación graciosa del soberano a la Iglesia para salvar o alcanzar la salvación del alma
y de los antepasados o a los laicos para premiar servicios recibidos. La inmunidad
suponía los siguientes derechos: la percepción y la exigencia de tributos y servicios que
los habitantes estaban obligados a pagar y a prestar al soberano; la administración de la
justicia dentro de sus dominios; la recuperación de calumnias o penas pecuniarias
atribuidas al monarca; la recepción de fiadores o prendas para garantía de la
composición judicial; el encargo de la policía de las tierras inmunes; la exigencia del
servicio militar a los moradores del coto y el nombramiento de funcionarios que
sustituyen a los del rey en las distintas misiones que les competían. La idea era la de
suprimir al intermediario entre el monarca y el poseedor de la tierra. Disfrutaban de ella
el alto clero, los nobles y las órdenes militares, sobre todo, los eclesiásticos[1].
El monarca atendía al gobierno y administración del Estado, tanto en la esfera central
como en la provincial o local, por medio de funcionarios nombrados por él, los cuales
ejercían sus atribuciones en nombre del soberano. El rey administraba directamente la
justicia o por medio de funcionarios delegados suyos que actuaban en su nombre.
Una de las atribuciones de la potestad regia en la España medieval era el derecho que
tenía el rey de hacer caer en desgracia a los súbditos; y este derecho llevaba consigo el
de obligarles a su prescripción o destierro del reino. El poder del rey era absolutamente
arbitrario porque se dejaba influir por las decisiones de sus colaboradores. La
arbitrariedad del rey pone de relieve en el Poema de Mío Cid  una de las instituciones
medievales: la ira regia.
 
 
2. LA IRA REGIA COMO INSTITUCIÓN MEDIEVAL
 
 
2.1. Definición

El origen de la ira regia como institución de la Alta Edad Media proviene por una
parte de la pax regis visigótica y, por otra, de los Friendlos legung germánica. En los
godos, la conservación o la pérdida de la pax regis era eje firme de la autoridad de los
reyes germánicos. Según Grassotti:
 
[...] la situación del rey frente a la paz de la tierra descansa en el derecho popular no en el
derecho regio. Es decir, la paz general es la paz del rey no en el sentido de que ella fuera
protegida por un derecho regio especialmente desprendido del derecho popular sino que el
rey actuaba en la conservación de la paz y en el caso de la pérdida de la misma sólo como
órgano jurídico popular de la comunidad de la paz y del derecho[2].
 
La ira regis se vinculó con la pax regis y con el poder de poner a alguien fuera de su paz.
La ira regia era la sanción real a los que caían en desgracia del soberano o «incurrían en su ira»
o «perdían su amor»; y esta ira del rey o enojo real obligaba a salir del reino al que la había
provocado por su conducta. El rey podía romper la relación de vasallaje con su vasallo
cuando este incurría en su ira, desterrándole y haciéndole perder el beneficio que podía tener del
monarca y pudiendo en adelante el vasallo combatir contra su soberano. El súbdito o vasallo
que incurría en la ira real era llamado a veces ome airado.
 

2.2. Causas de la ira regia

Se puede preguntar si el rey airaba por puro capricho, es decir, por enemistad
personal o para penar delitos graves[3]. El rey podía airar por tres razones: a)
por malquerencia; b) por malfetría o delito del vasallo; c) por traición[4].
El rey podía dañar en la persona o en bienes a uno de sus naturales o vasallos sin
airarle. En algunos documentos de la Edad Media, averiguamos que estas causas eran
arbitrarias[5].
En la Friendlos legung germánica se incurría en la ira regia por malquerencia sin
necesidad de probar si el presunto culpable hubiera incurrido en delito alguno y sin
mediar proceso judicial de ninguna clase.
En el Fuero Viejo I, 4. 2., se distingue la situación de los echados sin merecimientos
por malfetrías.
En la Partida IV, 25-10, los que incurren en la ira regia son airados por tres razones:
por venganza de una persona o malquerencia, por malfetrías que han hecho en la tierra,
por razón de yerro en que haya traición o alevosía.
En el Fuero de Córdoba, los reyes seguían descargando su ira sin motivo o
justificación.
En el siglo XI, el poder del rey era absolutamente arbitrario porque en la sociedad
reinaba la envidia sumamente perjudicial.
Como delitos de traición o malfetría, podemos enumerar algunos casos tales como:
muerte de alguien sin previo desafío y declaración de enemistad después de la
reconciliación, en ciertas ocasiones; la entrada en vasallaje del señor de la ciudad, la
negativa a comparecer ante la justicia y a cumplir el mandato de reconciliarse con el
enemigo; la infracción de un determinado deber de fidelidad; el homicidio y el
homicidio del no desafiado, etc[6].
 

2.3. Las consecuencias de la ira regia


 
 
En los precedentes visigóticos, se establecía una larga serie de penas: la confiscación
de la totalidad o de una porción de los bienes del delincuente, el destierro, la pérdida de
la paz y la pena capital. Se admitía también en este sistema jurídico las penas
corporales, principalmente flagelación y mutilación y las infamantes[7].
El sistema jurídico español, que es la fusión del Derecho romano vulgar con el
consuetudinario germánico de los visigodos, ha conservado las mismas penas, es decir,
la pérdida de la paz, la confiscación de los bienes, el destierro, el arrasamiento de la
casa y, a veces, la pena capital.
A este propósito, García González afirma que la esencia de la traición implicaba la
idea de faltar a la confianza, a la fe obtenida. Observa también que no se califica de
traidor a los autores de las infracciones penales sino por una razón muy justificada, el
delito que lleva esa nota es el hecho delictivo más grave porque «la idea de traición es
algo muy arraigado en la mentalidad medieval penal»[8].
Las asomadas, verdaderas discordias civiles entre nobles y aun concejos provocadas
por enemistades personales o comunales, hipertrofiaban sentimientos de solidaridad
amistosa o familiar y producían por tanto malfetrías. La maledicencia envidiosa tenía en
la vida pública de entonces un extraordinario poder. Los acusadores al oído del rey
alcanzaban durante ciertos momentos de los siglos XI y XII un increíble ascendiente;
constituían una verdadera plaga que perturbaba hondamente el gobierno del Estado, en
cuanto el rey flaqueaba por carácter débil o receloso[9]. A continuación, citamos
algunas consecuencias:
 
2.3.1. La pérdida de la paz
 
Según De Hinojosa, casi todos los hechos que producían la pérdida general de la paz
eran considerados como «delitos de traición». Distribuye los delitos que causan pérdida
general de la paz en dos grandes grupos: los que son infracción de un determinado deber
de fidelidad y los que constituyen una desobediencia a la autoridad judicial [10].
La pérdida de la paz ofrece dos aspectos: uno negativo, que consiste en la privación
de todo derecho, ya sea ciudadano, económico, etc.y otro positivo, la obligación general
de perseguir al delincuente e incluso de darle muerte.
De Hinojosa sintetiza brevísimamente las consecuencias de la pérdida de la paz:
«Cualquier miembro de la ciudad podía matar impunemente al que la sufría; su casa es
arrasada; sus restantes bienes destruidos o confinados»[11].
Es el rey quien decide de que el delito constituye «traición» y manda pregón por
«traidor» al delincuente, formalidad que tenía por finalidad dar publicidad a la sentencia
y poner a todos en condiciones de poder cooperar en su ejecución.
 
2.3.2. El destierro

El destierro era una pena propia de los infanzones y ricos-hombres. Generalmente, no


iba acompañado de la confiscación de los bienes, de modo que el desterrado con sus
heredades seguía siendo un súbdito, como todos los demás, del rey que le desterró; sólo
había roto con éste los lazos especiales del vasallaje[12].
    El destierro que la terminología del Liber y de los Concilios denomina
indistintamente exilian, deportatios, relegatios o proscriptios se aplica algunas veces
como pena subsidiaria en caso de insolvencia; pero, por lo general, destierro y
confiscación de bienes iban íntimamente ligados y se impondrían con frecuencia en los
delitos de carácter político[13]. Para abandonar la villa se le concedía un plazo que varía
según los fueros.
    En las partidas de Alfonso X se concedían tres plazos: el primero, de tres días; el
segundo, de nueve y el tercero, de tres. Los vasallos del exiliado debían servirle en el
destierro y ayudarle a ganarse el pan, tanto si eran de criazón como de soldada[14].
    En la Partida IV, 25 610, se establece un plazo único de treinta días para que el rico-
hombre acusado de haber incurrido en la ira regia abandonara la tierra con permiso de
comprar las viandas necesarias para el camino hasta salir del reino.
    En el Fuero Viejo los vasallos debían expatriarse con su señor, sirviéndole en el
destierro hasta «ganarle pan» o «ganarle señor que le haga bien», ya que los lazos
personales del vasallaje eran más fuertes que los que les unían al rey como simples
súbditos. El rey debía echar de la tierra a su arbitrio a cualquier rico-hombre, su vasallo,
pero debía concederle tres plazos sucesivos para marcharse del reino: uno de treinta
días, otro de nueve y otro de tres; debía darle un caballo y alguien que le guiara en el
camino. Debía ordenar que le vendieran provisiones por su precio habitual sin
aumentarle ni perjudicarle en su hueste. Los ricos-hombres que permanecían en el reino
debían dar al desterrado un caballo cada uno y quien no se lo diese, de caer un día
cautivo en su poder, no tendría que ser liberado por él como los que hubiesen cumplido
tal deber[15].
    En el fuero de Teruel, se le concedía un plazo de treinta días o tres novenas, donde
ese término tenía  la finalidad de allegar fondos para el pago del homicidio[16].
    Durante el transcurso de ese tiempo el delincuente continuaba bajo la protección de la
paz y se halla plenamente a salvo de los ataques de sus adversarios. Se perseguía con el
destierro dos finalidades: infligir al delincuente una pena, como la que supone el
alejamiento de su villa, y evitar que ésta se convirtiera en teatro de la venganza de la
sangre. La duración del destierro es indeterminada, termina sólo cuando la parte
ofendida se presta a la reconciliación[17].
    Si el echado injustamente luchaba contra su rey al servicio de otro rey o señor y
sus campañas hacían botín en las tierras del rey o de alguno de sus vasallos, se debía
enviar todo el botín al rey diciéndole quiénes eran esos vasallos y pidiendo merced por
su señor. En la segunda ocasión, estaban obligados a hacer lo mismo, pero mandando
únicamente la mitad del botín. De ahí en adelante, quedaban libres de ese compromiso
sin que el rey pudiera tomar represalias.
 

2.4. Los que incurrían en la ira regia


 
    El Fuero Viejo reduce solamente a los ricos hombres, es decir, condes y varones, los
objetos de la ira regia. Se deduce también de las disposiciones del Fuero de
Oreja (1139) que los nobles de segunda categoría podían también incurrir en la ira
regia; también en la Crónica de la población de Ávila y de las leyes de Benavente de
1202.
    La primera vez que se amenaza con la ira regia a todo un concejo es en 1181, en la
carta de seguridad que Alfonso VIII dio al Monasterio de Sahagún. En esta carta se
especifican los términos de la ira regia. Los que no respeten el documento caerán en la
ira real con penas de la pérdida de los haberes y la vida[18].
    El conde, el infanzón o el caballero, que por una u otra causa provocaba la cólera
real, recibía una comunicación para salir del reino, ya una orden escrita —en las leyes
de León de 1208 Alfonso IX la llamaba sententia principalis—, ya una orden verbal que
le era transmitida por un portero regio (agente subalterno de la corte encargado de
misiones muy variadas).
    De Hinojosa demostró en su día que los porteros actuaban como ejecutores de las
órdenes reales y que sustituyeron en León y Castilla en el siglo XII al
antiguo sayón real. Sus principales atribuciones consistían en citar en nombre del rey,
notificar sus mandatos y dar posesión a los que obtenían sentencia favorable en el
Tribunal de la corte [19].
 
2.4.1. Las restricciones de los incurridos

    Los incurridos no podían enajenar sus bienes ni podían reptar. Tampoco podían
abogar en juicio ni podían testar. Nadie podía pedir merced al rey por ellos y no podía
ser perdonados por los reyes. Sus hijos varones quedaban infamados para siempre. No
podían heredar ni recibir orden de caballería, ni dignidad u oficio, ni podían reptar. La
salida del reino creaba al airado la angustia del plazo en que debía cruzar la frontera y la
necesidad de hallar en su marcha alojamiento y viandas.
    Le obligaba a pensar en proveerse de recursos para enfrentar las primeras jornadas
del exilio hasta que encontrara un señor con quien ganar su pan y el de los suyos.
 
2.4.2. El posible perdón
 
    Tanto el descargo de la ira regia como el posible perdón eran actos arbitrarios del
Rey no sujetos a proceso judicial alguno. Las primeras noticias que se tienen del perdón
real a un noble que ha incurrido en la ira regia son de los reinados de Alfonso VII y
Fernando II.
 
 
3. LA IRA REGIA EN EL POEMA DE MÍO CID
 
Desde su comienzo, el Poema se apoya en un concepto jurídico que justifica la
posición del rey: se trata de las consecuencias que produce la aplicación de la ira regia.
 
 
3.1. ¿Quién incurre en la ira regia?
 
    Sin darnos los motivos o las causas del destierro, el Poema pone de relieve la ira
regia  que aparece en el v. 22 «El Rey don Alfonso tanto avie la grand sana». El Cid,
noble de segunda categoría ha incurrido en la ira regia y ha sido penado con el
destierro. Hay además una prohibición real de acoger al desterrado en los términos del
reino.
 
Antes de la noche en Burgos dél entró su carta,
con gran recabdo e fuertemientre sellada:
que a mio Cid Roy Díaz que nadi nol diesse(n) posada.
                                                                (vv. 23-25)
 
 
    Del que caía en desgracia del rey se decía que «incurría en su ira», que «perdía su
amor», se le llamaba «airado».Veremos a lo largo del Poema que el Cid es considerado
airado.
 
quando en Burgos me vedaron compra y el Rey me a airado,
(v. 90)
Ya lo vedes que el Rey le a airado.
(v. 114)
 
 
3.2. Las causas que han motivado la ira regia
 
    El Cid ha sido acusado injustamente:
 
grado a ti, señor padre, que estás en alto!
Esto me an buelto mios enemigos malos.
(vv. 8-9)
 
    El Cid achaca su desgracia a sus enemigos y lo mismo repite su mujer :
 
Merced, Campeador, en ora buena fuestes nada!
Por malos mestureros de tierra sodes echado.
(vv. 266-267)
 
    La compasión que el pueblo de Burgos siente ante la injusticia del rey.
 
Dios, ¡qué buen vassallo! ¡Si oviese buen señor!
(v. 20)
 
    La equivocación del rey Alfonso cuando decide perdonar a su vasallo:
 
Huy eché de tierra al buen Campeador,
e faziendo yo ha él mal, y él a mí grand pro.
(vv. 1890-1891)
 
    Sólo cuando el autor ha establecido que la acusación y la pena del héroe son injustas,
nos dice el contenido concreto de dicha acusación: el Cid se ha quedado con parte de las
parias del rey de Sevilla debidas a Alfonso, es decir que el Cid ha sido acusado de hurto.
 
El Campeador por las parias fue entrado,
grandes averes priso e mucho sobejanos,
retovo dellos quanto que fue algo;
por en vino a aquesto por que fue acusado.
(vv. 109-112)
 
    A este propósito, Menéndez Pidal afirma que los reyes de esa época escuchaban toda
clase de delaciones, lo mismo que en los malos tiempos de Tiberio o de Domiciano, y
por ellas perseguían o despojaban a los principales magnates. Los acusadores al oído del
rey alcanzaban durante ciertos momentos de los ss. XI y XII una increíble
preponderancia, «mestureros» o «mezcladores» (esto es, cizañeros) constituían una
verdadera calamidad pública que perturbaba hondamente la vida social en cuanto el rey
flaqueaba por carácter débil o receloso[20].
 

3.3. Las penas que se imponen


 
    El rey condena al destierro al Cid.
 
¡Albricia, Albar Fáñez, ca echados somos de tierra!
(v. 14)
 
    Se le ha conferido un breve plazo de nueve días para salir del reino, al cabo del cual,
de no ejecutar las disposiciones regias, se le aplicara la pena de muerte.
 
Los seys días de plazo passados los an,
tres an por trocir, sepades que non mas.
Mandó el Rey a mio Cid(a) aguardar,
que, si después  del plazo en su tierral pudies tomar,
por oro nin por plata, non podríe escapar.
(vv. 306-310)
 
    Se le confiscaron los bienes, al menos los muebles y perdió sus honores.
 
Vío puertas abiertas e ucos sin cañados,
alcándaras vazias sin pielles e sin mantos
e sin falcones e sin adtores mudados.
(vv. 3-5)
 
    Durante el plazo de nueve días, el Cid confía a su familia en encomienda al
Monasterio de Cardeña. Lo que indica la falta de lugar donde vivir o el miedo por la
seguridad de su familia e indica también el privilegio de inmunidad de los monasterios
que se generalizó en los grandes establecimientos a partir del siglo XI. Los sayones del
rey no podían entrar dentro del recinto del dominio.
 
Dues fijas dexo niñas e prendet las en los braços;
aquí vos las acomienda a vos, abbat don Sancho;
dellas e de mi mugier fagades todo recabdo.
Si essa despensa vos falleciere o vos menguare algo,
bien las abastad, yo assí vos lo mando;
por un marco que dependades al Monasterio daré yo quatro.
(vv. 255-260)
 
    La encomienda de familias a grandes monasterios castellanos fue un fenómeno muy
frecuente en la Edad Media[21].
 

3.4. Las obligaciones de los vasallos del airado


 
    El destierro traía consigo otras complicaciones graves ya que el desterrado, a su vez,
tenía vasallos propios a quienes debía sostener y para quienes los lazos personales del
vasallaje eran más fuertes que los que les unían al rey como simples súbditos[22].
    Con respecto a la obligación de los vasallos de servir al rico-hombre en el destierro,
los servidores del Cid están en especial situación. El Campeador pregunta a sus
parientes y a sus vasallos cuáles quieren ir con él en el destierro y quiénes quieren
quedarse. Responde por todos Alvar Fáñez que todos irán con el Cid a gastar sus
caballos y sus haberes: unos dejan «los honores» y las tierras que recibieron del rey;
otros dejan su propia casa y heredades expuestas a la confiscación, y acuden al puente
señalado; todos se dirigen a Cardeña y besan la mano del Cid haciéndose sus vasallos.
 
Dios, cómmo fue alegre todo aquel fonssado,
que Minaya Álbar Fáñez assí era legado,
diziéndoles saludes de primos e de hermanos,
e de sus compañas, aquellas que avien dexado!
(vv. 926-929)
 
    A pesar de las amenazas que el rey hace desde el principio del Poema a los que
acompañan al Cid.
 
vos, que por mí dexades casas y heredades,
enantes que yo muera, algún bien vos pueda far:
lo que perdedes, doblado vos lo cobrar.
(vv. 301-303)
 
    La prohibición del rey es confirmada cuando él otorga el perdón a los vasallos que
salieron de Castilla con el Cid.
 
Oídme, escuelas, e toda la mi cort!
non quiero que nada pierda el Campeador;
a todas las escuelas que a él dizen señor
por que los deseredé todo gelo suelto yo;
(vv. 1.360-1.363)
 
    De allí en adelante, los vasallos podrán salir impunemente todos aquellos que quieran
acompañarlo.
 
de todo mio reino los que lo quisieren far;
buenos e valientes por a mio Cid huyar,
suéltoles los cuerpos e quítoles las heredades.
(vv. 891-893)
 
 
3.5. El perdón
 
    Tres cosas importantes llevan al rey a dar gracias a su vasallo:
    Al triunfo final de la batalla de Alcocer, el Cid envía parte de su botín de guerra al
rey Alfonso para impetrar su gracia. A la petición de gracia que hace Minaya, el rey
contesta que está muy reciente el castigo para conceder el indulto, aunque acepta el
regalo.
 
Dixo el Rey: «Mucho es mañana,
omne airado, que de señor non ha gracia
por acogello a cabo de tres semanas».
(vv. 881-883)
 
    El Cid, después del cerco y la toma de Valencia, espera obtener del rey la gracia de
que le permita llevar consigo a su mujer e hijas. El rey otorga el perdón de las hijas y
esposa del Cid y del resto de los vasallos que le acompañaron a su salida de Castilla.
 
Essora dixo el Rey: «plazme de coraçone;
hyo les mandaré dar conducho mientra que por mi tierra fueren,
de fonta e de mal curial(l)as e de desonore,
catad cómmo las sirvades vos y el Campeador.
(vv. 1355-1359)
 
    El Cid envía las riquezas (doscientos caballos) que ganó al derrotar a Yucef, rey de
Marruecos. El rey le otorga el perdón.
 
Oídme Minaya e vos, Per Vermudoz:
sírven mio Cid el Campeador,
el lo merece e de mí abrá perdón
viniesen a vistas no oviesse dent sabor.
(vv. 1897-1899)
 
    En esos versos, se alude al procedimiento legal que hará efectuar el perdón. La
primera intención real es convocar las vistas; del polo extremo de la ira se pasa hacia el
opuesto del amor, al reconocer que es necesario no volver a incurrir en desamor. El rey
manifiesta su simpatía por el Cid debilitando todo rigor legal.
 
Dezid a Ruy Diaz, el que en buen ora naçió,
quel iré a vistas do fuere aguisado,
do el dixiere, i sea el mojón.
Andar le quiero a mio Cid en toda pro.
(vv. 1.910-1.913)
 
    El Cid elige el lugar de las vistas: el Tajo.
 
Sobre Tajo, que es una agua (mayor),
ayamos vistas quando lo quiere mio señor.
(vv. 1954-1955)
    El rey da el plazo de tres semanas:
 
Saludad me a mio Cid, el que en buen ora cinxo espada;
sean las vistas destasiii semanas.
(vv. 1961-1962)
 
    Llegado el plazo, llegan de Castilla el rey y toda su corte.
 
Con el Rey atantas buenas conpañas.
(v. 1.974)
 
El Rey don Alfonso a priessa covalgaba,
cuendes e podestades e muy grandes mesnadas.
(vv. 1.979-1.980)
 
Con el Rey van leoneses e mesnadas galizionas,
non son en cuenta, sabet, las castellanas;
sueltan las riendas, a las vistas se van adeliñadas.
(vv. 1.982-1.984)
 
    El Cid entra acompañado de sus mesnadas en actitud victoriosa pero se humilla ante
su soberano. Se adelanta a pie con quince de sus más queridos caballeros y a la vista del
rey, se echa a tierra mordiendo las hierbas del campo en señal de sumisión: símbolo de
posesión del rey.
 
Con unos XV a tierras firió,
commo la comidía el que en buen ora naçió;
los inojos e las manos en tierra los fincó,
las yerbas del campo adientes las tomó,
lloramdo de los ojos, tanto avié el gozo mayor;
así sabe dar omildança a Alfonso so señor.
(vv. 2.019-2.024)
 
    El rey no consigue convencerle de que se levante y concede el perdón al héroe, que
postrado de hinojos, le besa las manos en señal de vasallaje. Una vez de pie, ambos se
besan en la boca. A continuación, el rey le invita a ser su huésped. El perdón que el rey
otorga al Cid es público.
 
Hinojos fitos. Las manos le besó,
Levós en pie y en la bocal saludó.
(vv. 2.039-2.040)
 
mio huesped seredes Cid Campeador!
(v. 2.049)
 
Mio Cid Ruy Diaz, que en ora buena nació,
en aquel día del Rey so huesped fue;
(vv. 2.056-2.057)
 
    El recobrar un honor ha de ser notorio. En el perdón que el rey otorga al Cid la acción
moral tiene dos planos: uno con el Cid activo y voluntario en las fronteras y otro, con el
rey pasivo y responsable en el centro (Castilla). El rey,por su función real, destierra
primero al Cid y después se reconcilia con él y, al fin, preside con serena impasibilidad
unas Cortes en las que administra justicia. Se presenta ejerciendo una de las funciones
más esenciales y características de la dignidad real: la de juez. La competencia del rey
en este orden era ilimitada, pues podía evocar así el conocimiento de todo linaje de
asuntos.
    Después de presentar la ira regia como institución medieval, y según el poema,
observamos que la ira regia, tal como se presenta en el Poema, no coincide exactamente
con las leyes, sino que deriva de ellas. Vamos a analizar a continuación lo que la ira
regia según el Poema tiene en común con la institución.
 
 
4. LA IRA REGIA SEGÚN LAS LEYES Y SEGÚN EL POEMA
 

4.1. El destierro
 
    El castigo con el destierro coincide con el Fuero Viejo y con las Partidas. No hay
ningún proceso judicial que regule la ira regia, ya que la «descarga de la ira regia se
hacía al margen de todo proceso legal»[23], es decir, en elPoema, no existe un juicio
con acusación formal y defensa ante la curia a otro órgano de justicia.
    La acusación y la credibilidad del rey son causas suficientes para condenar de
acuerdo con la ley, porque el rey es la ley: si el rey puede equivocarse, su autoridad no
se puede cuestionar.
    El plazo de nueve días difiere tanto del Fuero Viejo como de las Partidas.  Se ajusta
en la duración del plazo concedido al desterrado en los fueros municipales. Por ejemplo,
tanto el Fuero de León como el de Calatayud disponen que el desterrado puede contar
con nueve días antes de abandonar la villa.
 

4.2. La carta del rey dirigida al pueblo de Burgos


 
    Se prohíbe vender viandas o dar hospedaje al Cid bajo la pena de incurrir en la ira
regia.
 
Antes de la noche en Burgos dél entró su carta,
gran recabdo e fuerte mientre sellada:
que a mio Cid Ruy Diaz que nadi nol diessen posada,
e aquel que gela diesse sopiesse vera palabra
que perderie los averes e más los ojos de la cara,
e aun demás los cuerpos e las almas.
(vv. 23-28)
 
    La misma es la carta que se prescribía para un proceso legal y sólo se aplicaba a los
grandes señores que habían incurrido en traición; sin embargo aquí, se aplica a todo el
concejo de Burgos. Menéndez Pidal considera que la carta es «un resumen de
la cláusula penal que solía ponerse en las cartas de la alta Edad Media, maldiciendo con
ceguera y excomunión al que violase lo dispuesto en aquellas y condenándoles además
a una multa». La pena con que las cartas reales amenazaban al que acogiese o vendiese
viandas al delincuente era la confiscación y la ceguera, esto es, la pena de los que
desacataban las órdenes del rey. Los fueros aragoneses del siglo XII, lo mismo que
las Partidasen el siglo XIII prohíben el «vedar compra» al desterrado[24].
 

4.3. El castigo de los vasallos y de la familia del desterrado


 
    En el Poema, todos los vasallos que deciden acompañar al Cid en su destierro, sean
de criazón o de soldada, son a su vez castigados: se les confiscaron las heredades y se
amenazó sus cuerpos. Esto no ocurrió en el Fuero Viejo ni en las Partidas, donde se
expresa la obligación de los vasallos de criazón de acompañar al desterrado, un máximo
de treinta días los de soldada. Ni las leyes del Liber, ni el Fuero Viejo, ni
las Partidas castigaban a las familias de los que incurrían en la ira regia[25]. Sin
embargo, a partir de la documentación medieval, se sabe que la familia del acusado
sufría también la pena y éste parece ser el caso de la encomienda en Cardeña y de que el
Cid pidiera para ella perdón al rey[26].
 

4.4. La duración del estado de enemistad


 
    El estado de enemistad provocado por la ira regia podía durar lo que le quedaba de
vida si no se indultaba al inculpado. Al igual que su iniciación, su finalización era un
acto arbitrario del monarca, no sujeto a proceso judicial alguno ni a norma de derecho.
    Según Grassotti:
 
[...] sólo una circunstancia propicia volvía a la gracia real al airado, un servicio prestado al
soberano cuando éste le necesitaba de alguna manera; si el rey era conmovido por un gesto
del echado; si escuchaba ruegos de terceros o por razones que podríamos llamar de
Estados[27].
 
    En el Poema, el rey alude como razón principal para perdonar al Cid los servicios que éste le
ha prestado. Se sigue una ceremonia vasallática y cortesana cuando el rey perdona al Cid en las
vistas sobre el Tajo. Esta ceremonia es pública, se hace delante de todos los vasallos nobles y
consiste en la ceremonia vasallática de besar la mano. Este carácter público es general en esos
casos y se conserva bastante tarde. Además el rey invita al Cid a ser su huésped.
Por tanto, vemos que la vuelta al amor del rey se hace en el Poema de acuerdo con la
documentación del siglo XII y principios del siglo XIII.
    Digamos que la ira regia, tal como se presenta en el Poema, no coincide exactamente ni con
el Fuero Viejo, ni con las Partidas, ni con las leyes visigóticas, sino que deriva de ellas.
En numerosos actos humanos el poeta utiliza las instituciones. La vida está condicionada por
la ira o la gracia del rey. El autor presenta su héroe frente a las instituciones. El héroe es el
personaje delegado por la sociedad para cumplir lo que ésta no se atreve a cumplir. Es un ser
excepcional pero también el chivo expiatorio de la culpabilidad potencial e imaginativa de la
sociedad.
    La ira regia aparece como institución legal con todos los procedimientos; pero ¿cuál es la
reacción, el sentimiento del que incurre en la ira regia?
 
5. La ira regia, drama del personaje
 
    Don Rodrigo perdió de golpe posición y honra, cayó en la ira regia y se le desterró.
Según esta ira, el héroe transgredió la ley hurtando las parias del rey. El uso de la ira
regia provocó un conflicto trágico en su dimensión humana, pues el Cid no pudo
defenderse de las acusaciones. El Cid no tuvo otro remedio que obedecer y llevar su
«cruz». La situación fue fatal, catastrófica para él. El Cid se vio agobiado de dolor al
abandonar sus palacios de Vivar para salir al destierro, prorrumpió en una simple queja
contra sus enemigos.
 
Esto me an buelto mios enemigos malos.
(v. 9)
 
    Hay injusticia pero se trata de un elemento externo que no pertenece a la esencia del
Cid y del rey: los enemigos del Cid son los verdaderos instrumentos de la
desvinculación entre vasallo y señor[28]. El poeta pone de relieve el extraordinario
poder de la envidia.
    El destierro es para el Cid no solamente la calamidad individual que le sobreviene por
violencia de la fortuna sino que indirectamente significa deshonra que ha de ser
reparada más tarde. El poeta nos pinta la ira regia como motor de la tragedia, de la
fatalidad: algo dramático ha ocurrido al héroe.
 
5.1. La carta sellada y la reacción de los burgaleses
 
    Desde los primeros versos del Poema, el público o el lector está suscitado por la
curiosidad de saber cómo el héroe podrá vencer esta calamidad y se llena de simpatía
para con él. El Cid, como héroe épico, debe vivir a la vez humillación de la sociedad y
admiración de la misma. La ira regia se presenta como el peor castigo que puede ocurrir
a un hombre.
    El héroe desterrado suscita la admiración de los pueblos de Burgos, que podemos
interpretar de diferentes maneras. Digamos con L. Spitzer que
 
[...] no es el Cid quien debe mostrarse digno de la vida, es la vida la que debe justificarse
ante un ser ejemplar como él. El verso 20 «¡Dios que buen vasallo! ¡si oviesse buen señor!»
no nos revela la óptica del Cantar: el vasallo es bueno, el Rey es bueno, lo que falta es la
adecuada relación de buen vasallo a buen señor. Por imperfección de la vida humana que
no es precisamente vida paradisíaca. El poeta establece al fin la situación ideal[29].
 
    El autor utiliza el detalle legal para realizar la situación dramática: cuando la niña de
nueve años expresa el asombro y el miedo que el edicto del rey le infunde, sobre todo,
al ver el gran sello colgado y repitiendo lo que los mayores le han contado. La
conciencia de los burgaleses se objetiviza en el ejemplo de la niña; de esa manera el
fondo informativo del narrador se sitúa en un patetismo efectivista cuando da a
presentar frente a frente a un Campeador imponente, furioso, acoceando la puerta y a
una niña de nueve años, que expresa los sentimientos de los vecinos. La narración
transcurre angustiada; el héroe se siente solo, abandonado.
    La actitud de la niña hace comprender al Cid que los burgaleses no tenían otro
remedio; posiblemente su conducta no parece caritativa ni honesta. Pero no había de
esperar el Cid que los burgaleses se expusieran a perder, como él, todos sus bienes,
incluso sus vidas.
 
5.2. El episodio del engaño
 
    Cuando el Cid se da cuenta de la situación antipática de los burgaleses forzados por el
rey, en el colmo de la indigencia y del abandono en que se encuentra, su profunda
honradez se ve obligada a reunir a unos acreditados prestamistas judíos. El engaño de
los judíos por razón de necesidad con Martín Antolínez que actúa astutamente para
lograr lo que el Cid necesita: la pobreza obliga al Cid a intentar conseguir de los judíos
burgaleses un préstamo con garantía fingida; él idea el ardid de unas arcas de arena que
se dirán llenas de oro.
Este episodio derivado de cuentos de engaños semejantes y que el poeta sitúa con
acierto en su cuadro y ambiente e histórico de Burgos, completado con el detalle de la
vivienda de los judíos, relaja la tensión.
 
Passo por Burgos al castiello entrava.
(v. 98)
 
Tiene dos arcas lennas de oro esmerado.
Ya lo vedes que el Rey le a airado.
(vv. 113-114)
 
    El poeta reviste de gravedad heroica el episodio que no es sino una prueba de que el
Cid sale pobre del destierro siendo falsas las acusaciones. Cuando los judíos descubren
el fraude y se quejan a Minaya, éste, a nombre del Cid, les ofrece muy buena
recompensa.
 
Por lo que avedes fecho buen cosiment i avrá.
(v. 1.436)
 
    El poeta, ante un público cristiano, tiene que justificar la acción provechosa, nefaria
del héroe que no pecó, sino que engañó a los judíos por necesidad.
 
5.3. La despedida de su familia
 

    Rumbo a su destino, el Cid tiene que separarse de su familia instalada en el


monasterio de Cardeña. Es una escena dolorosa, después de unos días animados por el
ruido, el reclutamiento de los que van con él; la hora de irse se aproxima y por fin llega.
El poeta añade al dolor de la expatriación el desgarrador apremio de la prisa. La
comparación, que expresa el dolor sentido por las personas de la familia del Cid que se
separan con ocasión al destierro, es asimilada al dolor físico de la desgarradora de «uña
y carne» que existe en la familia del Cid[30].
 
asís penten unos d’otros commo la uña de la carne.
(v. 375)
 
Cuemo la uña de la carne ellos partidos son.
(v. 2.642)
 
    En esta parte, el poeta expone claramente la consecuencia afectiva de la ira regia: los
llantos de la madre y de sus hijas, los llantos del Cid. Desde ahora, el Cid es
considerado como un verdadero desterrado; es excluido de la sociedad y de la estructura
feudal, es decir, del mundo ordenado por Dios. Queda separado no sólo de su familia,
sino también de la tierra que tanta importancia tenía en el plano político y parecía como
seguridad para el vasallo. El Cid aparece muy débil. Es un hombre que sufre y debe
vivir el dolor de la separación.
 
 
6. CONCLUSIÓN
 

    Hemos tratado en este trabajo la ira regia, sus causas y consecuencias según las leyes
y según el Poema. Digamos que el poeta plantea un conflicto fundamental entre el
derecho privado y el derecho público. Ataca el primero y propone su sustitución por el
segundo. En otras palabras, se condena la ira regia porque carece de un proceso legal
que permita al acusado de defenderse de las imputaciones de que es objeto, por lo cual
es un procedimiento jurídico arbitrario.
    Según los documentos, los documentos, la iniquidad de la ira regia fue puesta de
manifiesto en las Cortes de León de 1188. Alfonso IX trató de remediar a la
arbitrariedad judicial, a los abusos de poder y a la falta de garantías para la seguridad
personal y de las propiedades. Los decretos pusieron una limitación a los abusos del
poder real impuesto por la nobleza. Los que beneficiaron de estos decretos fueron los
nobles de segunda categoría y los hombres libres que eran quienes sufrían normalmente
los atropellos de los ricos-hombres[31].

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