Arrianismo Arrio
Arrianismo Arrio
Arrianismo Arrio
DOCTRINA
Pero la pregunta de cómo estaba el Hijo relacionado al Padre (Él mismo reconocido
totalmente como la Suprema Deidad), dio lugar, entre los años 60 y 200 d.C., a una
cantidad de sistemas teosóficos, llamados generalmente gnosticismo, cuyos autores
fueron Basílides, Valentino, Tatiano y otros especuladores griegos. Aunque todos ellos
visitaron Roma, no tuvieron seguidores en Occidente, el que permaneció libre de
controversias de una naturaleza abstracta, y fue fiel al credo de su bautismo. Los
centros intelectuales eran principalmente Alejandría y Antioquía, egipcios y sirios, y la
especulación se llevó a cabo en griego. La Iglesia Romana sostuvo firmemente la
tradición. Bajo esas circunstancias, cuando las escuelas gnósticas habían muerto con
sus “conjugaciones” de los poderes Divinos, y “emanaciones” del Dios Supremo
irreconocible (el “Profundo” y el “Silencio”) toda especulación se convirtió en la forma de
una pregunta tocante a la “semejanza” del Hijo con Su Padre y la “identidad” de Su
Esencia.
Tal es la genuina doctrina de Arrio. Usando términos griegos, niega que el Hijo es de
una sola esencia, naturaleza o sustancia con Dios; Él no es consubstancial
(homoousion) con el Padre, y por lo tanto no es como Él, o igual en dignidad, o
coeterno, o dentro de la esfera real de Deidad. El Logos que exalta San Juan es un
atributo, Razón, perteneciente a la Divina naturaleza, no una persona distinta de otra, y
por lo tanto es un Hijo meramente en figura retórica. Estas consecuencias siguen el
principio que Arrio mantiene en su carta a Eusebio de Nicomedia, que el Hijo “no es
parte del Ingénito”. De ahí que los sectarios arrianos que razonaban lógicamente eran
llamados eunomianos: decían que el Hijo era “distinto” del Padre. Y definían a Dios
como simplemente el Increado. Ellos son asimismo calificados como los exucontianos
(ex ouk onton), porque sostenían que el Hijo había sido creado de la nada.
Pero una opinión tan distinta a la tradición encontró poco apoyo; requería suavizarla o
paliarla, aún a costa de la lógica; y la escuela que suplantó al arrianismo desde el
comienzo afirmó la semejanza, ya sea sin adjuntos, o en todas las cosas, o en
sustancia, del Hijo al Padre, mientras continuaban negando Su co-igual dignidad y co-
eterna existencia. Estos hombres de la vía media, eran llamados semiarrianos. Se
aproximaban, en estricto razonamiento, al extremo herético; pero muchos de ellos
sostenían la fe ortodoxa, aunque inconsistentemente; sus dificultades rondaban sobre el
idioma o el prejuicio local, y en no pequeño número se sometieron a la larga, a la
enseñanza católica. Los semiarrianos intentaron por años inventar un acuerdo entre
opiniones irreconciliables, y sus cambiantes credos, concilios tumultuosos y mundanas
divisas nos dicen cuan mezclada y moteada era la multitud reunida bajo su bandera. El
punto que debe recordarse es que, mientras que afirmaban que la Palabra de Dios era
eterna, lo imaginaban a Él como habiéndose convertido en el Hijo para crear los
mundos y redimir la humanidad.
HISTORIA
Durante varios años la disputa fue furiosa; pero cuando, por su derrota a Licinio
(324), Constantino el Grande se convirtió en amo del mundo romano, se determinó a la
restauración del orden eclesiástico en el Oriente, como en Occidente ya había
emprendido la supresión de los donatistas en el Concilio de Arles. Arrio, en una carta
al prelado nicomedio, había rechazado la fe católica. Pero Constantino, aleccionado por
este hombre de mente mundana, envió de Nicomedia a Alejandro una carta famosa, en
la cual trató la controversia como una disputa vana acerca de palabras y agrandada por
la bendición de la paz. El emperador, deberíamos recordarlo, era solamente
un catecúmeno, imperfectamente familiarizado con el griego, mucho más incompetente
en teología, y aún así ambicioso de ejercer sobre la Iglesia Católica un dominio parecido
al que, como Pontifex Maximus, ejercía sobre el culto pagano. De esta concepción
bizantina (llamada en términos modernos como erastianismo) debemos derivar las
calamidades que durante muchos siglos marcaron el desarrollo del dogma cristiano.
Alejandro no podía ceder en un tema de tan vital importancia. Arrio y sus seguidores no
se rendirían. Por lo tanto, se reunió un concilio en Nicea, Bitinia, el que ha sido siempre
considerado como el primero ecuménico, y que sesionó desde mediados de junio de
325. (Ver Primer Concilio de Nicea). Comúnmente se dice que presidió Hosio de
Córdoba. El Papa Silvestre, estuvo representado por sus legados y asistieron 318
Padres, casi todos de Oriente. Desafortunadamente, las actas del concilio no se han
conservado. El emperador, que estuvo presente, prestó una religiosa deferencia a una
reunión que desplegaba la autoridad de la doctrina cristiana de un modo tan notable.
Desde un principio fue evidente que Arrio no contaba con un gran número de
favorecedores entre los obispos. Alejandro fue acompañado por su joven diácono, el
siempre memorable San Atanasio quien se involucró en una discusión con el
propio hereje, y desde ese momento se convirtió en el líder de los católicos durante casi
cincuenta años. Los Padres apelaron a la tradición contra los innovadores, y fueron
apasionadamente ortodoxos; mientras tanto se recibió una carta de Eusebio de
Nicomedia, declarando abiertamente que él nunca admitiría que Cristo era una sola
sustancia con Dios. Esta confesión sugirió unos medios de discriminación entre los
verdaderos creyentes y todos aquellos que, bajo ese pretexto, no sostenían
la ferecibida.
Pero estos incidentes, que podría parecer que cerraría el capítulo, probaron el comienzo
de conflictos, y llevaron a los más complicados procedimientos de los que hayamos
leído en el siglo IV. Mientras el credo arriano manifiesto era defendido por pocos,
aquellos prelados políticos alineados con Eusebio llevaban a cabo una doble lucha
contra el término “consustancial”, y su campeón San Atanasio. Éste, el mas grande de
los Padres Orientales había sucedido a Alejandro en el patriarcado egipcio (326). No
tenía más que treinta años de edad; pero sus escritos publicados, anteriores al Concilio,
desplegaban, en pensamiento y precisión, una maestría de los asuntos involucrados
que ningún maestro católico podía sobrepasar. Su vida inmaculada, temperamento
considerado y lealtad a sus amigos lo hacían difícil de atacar por ningún lado. Pero las
artimañas de Eusebio, quien en 328 recobró el favor de Constantino, estaban
secundadas por las intrigas asiáticas, y comenzó un período de reacción arriana. San
Eustacio de Antioquía fue depuesto bajo el cargo de sabelianismo (331), y el emperador
envió su mandato de que Atanasio debía recibir de regreso a Arrio a la comunión. El
santo se rehusó firmemente. En 325 el heresiarca fue absuelto por dos concilios,
en Tiro y en Jerusalén, el primero de los cuales depuso a Atanasio basado en falsos y
vergonzosos fundamentos de mala conducta personal. Fue exiliado a Tréveris y su
estadía de dieciocho meses en esos lugares cimentó más estrechamente a Alejandría
con Roma y el Occidente católico.
Sin embargo, cuando murió Constancio (350), y su semiarriano hermano fue dejado
supremo, la persecución a Atanasio se redobló en violencia. Mediante una serie de
intrigas los obispos Occidentales fueron persuadidos a removerlo a Arles, Milán, Rimini.
Fue con relación a este último concilio (vea Concilio de Rimini) (359) que San
Jerónimo escribió, “el mundo entero gimió y se maravilló de encontrarse arriano”. Pues
los obispos latinos fueron conducidos mediante amenazas y triquiñuelas a firmar
concesiones que en ningún momento representaban sus genuinas opiniones. Los
concilios fueron tan frecuentes que sus fechas son todavía materia de controversia.
Asuntos personales enmascaraban la importancia dogmática de la lucha que se había
desarrollado por treinta años. El Papa del momento, Liberio, valiente al principio,
indudablemente ortodoxo, pero arrancado de su sede y exiliado a la lóbrega soledad de
Tracia, firmó un credo, en tono semiarriano (compilado principalmente de uno de
Sirmium), abandonó a Atanasio, pero tomó una postura contra la así llamada
“Homoeana” fórmula de Rimini.
Su desarrollo entre los bárbaros fue más político que doctrinal. Ulfilas (311-388), quien
tradujo las Escrituras al maeso-gótico, enseñó una teología acaciana a
los ostrogodos del Danubio; reinos arrianos surgieron en España, África, Italia. Los
gépidas, hérulos, vándalos, alanos y lombardos recibieron un sistema que eran tan poco
capaces de comprender como de defender, y los obispos católicos, los monjes, la
espada de Clodoveo y la acción del papado, terminaron esto a comienzos del siglo VIII.
Nunca ha sido revivido en la forma que tomó bajo Arrio, Eusebio de Cesarea y Eunomio.
Individuos, entre los que están Milton y Sir Isaac Newton, fueron quizás contaminados
con el mismo. Pero la tendencia sociniana de la que salieron las doctrinas unitarias no le
debe nada a la escuela de Antioquía o a los concilios opuestos a Nicea. Tampoco ha
quedado ningún líder arriano con un carácter de proporciones heroicas en la historia. En
toda la historia no hubo sino un solo héroe---el impertérrito San Atanasio---cuya mente
fue igual a los problemas, como su gran espíritu lo fue a las vicisitudes, una cuestión
sobre la que el futuro del cristianismo dependió.
Fuente: Barry, William. "Arianism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert
Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01707c.htm>.
Arrio
Heresiarca, nació alrededor de 250, murió en 336 d.C. Se dice que era de ascendencia
libia y que su padre se llamó Amonio. En el 306, Arrio, que había aprendido sus puntos
de vista religiosos de Luciano, el presbítero de Antioquía y después mártir, se puso de
parte de Melecio, un cismático egipcio, contra Pedro, obispo de Alejandría. Siguió una
reconciliación y Pedro ordenó diácono a Arrio. Discusiones posteriores llevaron al
obispo a excomulgar a este inquieto eclesiástico que, sin embargo, se ganó la amistad
de Aquilas, sucesor de Pedro, que le ordenó presbítero en 313 y le puso a cargo del
muy conocido distrito de Alejandría, llamado Baucalis. Esto permitió a Arrio exponer
las Sagradas Escriturasoficialmente y ejerció mucha influencia cuando en 318 estalló su
disputa con el obispo Alejandro, sobre la verdad fundamental de la substancia y filiación
divina de Nuestro Señor (ver arrianismo). Mientras muchos prelados sirios seguían al
innovador, él fue condenado en Alejandría en 321 por su diocesanoen un sínodo de
cerca de cien obispos egipcios y libios.
El arreglado y parcial Sínodo de Tiro en el año 335 depuso a Atanasio con cargos
fútiles. Ahora se perseguía a los católicos; Arrio tuvo una entrevista con Constantino y
sometió un credo, que el emperador juzgó ortodoxo. Por un rescripto imperial Arrio le
requirió a Alejandro de Constantinopla que le diera la Comunión; pero el golpe de la
Providencia derrotó un intento que los católicos consideraban un sacrilegio. El
heresiarca murió repentinamente y fue enterrado por su propia gente.
Fuente: Barry, William. "Arius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert
Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01718a.htm>.
http://ec.aciprensa.com/wiki/Arrio