El Carácter Santo de Dios - 17

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 3

EL CARÁCTER SANTO DE DIOS

1. Concepto de santidad

Resumiendo lo que ya hemos dicho en otro lugar ', nos limitaremos a hacer notar que
toda la Ética cristiana, por comportar una participación de la naturaleza divina (cf. 2.a Ped. 1:4),
se basa en el carácter santo de Dios. Ahora bien, el concepto de santidad en Dios incluye dos
elementos que se complementan mutuamente: A) una majestad trascendente, por la que Dios es
totalmente distinto y distante de todo ser creado, por estar infinitamente exento de toda mancha,
de todo defecto y de toda limitación. El es el Ser Puro (cf. Ex. 3:14-15), sin mezcla de no-ser;
por tanto, la Perfección infinita, sin mezcla de imperfección; B) una bondad inmanente, por la
que Dios es el autor de todo bien infinitamente cercano a todo ser salido de sus manos,
especialmente a toda debilidad y miseria de los hombres (Hech. 17:25-28; 2.a Cor. 12:9; Sant.
1:17). Su infinita lejanía del pecado le permite una infinita cercanía al pecador: puede siempre
condescender sin rebajarse. Resumiendo: DIOS ES EL ÚNICO SALVADOR NECESARIO Y
SUFICIENTE ¡ESTA ES SU GLORIA! (cf. Jer. 17:5).

2. La santidad divina, exigencia de nuestra santidad

A lo largo del Antiguo Testamento, campea como un slogan insoslayable para el pueblo
de Dios la frase que, desde el Levítico —el libro de la santidad y de los sacrificios—, viene
repitiéndose constantemente en la Revelación Divina: "Y SERÉIS SANTOS, PORQUE YO
SOY SANTO" (Lev. 11:44; 19:2; 20:26; etc.). De manera parecida, el Apóstol Juan dice de los
creyentes que aguardan expectantes la 2.a Venida del Señor: "Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro." (1.a Jn. 3:3). La final comunión con
Dios exige una pureza absoluta, como se recalca en Apoc. 21:27: "No entrará en ella (en la nueva
ciudad de Dios) ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira."
Esta santidad no acaba en una mística unión con Dios, en una relación vertical, al margen
de nuestro quehacer cotidiano y de nuestra relación con el prójimo, sino que es de un
pragmatismo tremendamente concreto. El teólogo Juan no duda en asegurar: "Si alguno dice: Yo
amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha
visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1ª. Jn. 4:20). Y Santiago expresa
admirablemente cómo ha de reflejar el creyente la infinita lejanía del pecado y la infinita
cercanía a la miseria, que constituyen el carácter santo de Dios: "La religión pura y sin mácula
delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones
(acercamiento), y guardarse sin mancha del mundo (alejamiento) 2 (Sant. 1:27). He aquí un
magnífico resumen de conducta cristiana: condescender con misericordia hasta el fondo de la
miseria del prójimo, sin mancharse con su pecado. El apóstol Judas lo expresa de esta otra mane-
ra: "A algunos que dudan, convencedlos. A otros, salvad, arrebatándolas del fuego; y de otros,
tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne." (Jud. vv. 22-
23).

3. Dos clases de santidad

Resumiendo lo que explicamos con más detalle en otro lugar 3, diremos que es preciso
distinguir dos clases de santidad: A') de posición legal ante Dios, mediante la justificación de
pura gracia por la fe en el que justifica al impío (Rom. caps. 3 y 4). Con esta posición, todo
verdadero creyente es santo según el concepto primordial de santidad, o sea, queda separado,
puesto aparte por Dios, para quedar consagrado a El mediante el injerto en Jesucristo (Rom. 6:3-
11). Este concepto está simbolizado en el bautismo de agua, la cual lava por fuera. Al
imputársenos la justicia de Cristo, quedamos exentos del reato de culpa que comportaban
nuestros actos pecaminosos, y nuestro anterior estado de aversión a Dios se torna en estado de
gracia o de conversión a Dios. Dios nos mira ya como amigos; más aún, como hijos: B') de pose-
sión real, mediante la obra santificadora del Espíritu Santo, que comienza en la regeneración
espiritual, por la que nacemos de nuevo, adquiriendo una semilla de vida divina, la participación
de la naturaleza divina, en constante renovación moral de nuestra conducta (cf. Rom. 6:11-22;
8:29; 12:2; Flp. 3:12ss.). Así se lleva a la perfección la sustitución descrita en 2.a Cor. 5:21, para
que nuestro hombre interior se transforme a imitación del Postrer Adán (1.a Cor. 15:49; 2.a Cor.
4:16; Heb. 7:26; 1.a Jn. 3:3; etc.). Este concepto está simbolizado en el bautismo de fuego, que
consume por dentro.

4. Santificación por fe

Queda, pues, clara la distinción entre justificación legal (instantánea, en el momento de la


conversión) y santificación moral (progresiva, a lo largo de toda la vida). Una persona es salva
por fe (Rom. 3:28), no por obras, aunque sí para obras buenas (Ef. 2:8-10; Sant. 2:14-19). En el
proceso de nuestra salvación, TODO ES DE GRACIA Y POR FE. Hay creyentes que saben muy
bien que la justificación es por fe, pero piensan que la santificación es por obras, lo cual trae
funestas consecuencias de orden práctico, puesto que ponen un equivocado énfasis en el esfuerzo
por cumplir la voluntad de Dios y se deprimen ante las dificultades y las continuas caídas,
pudiendo fácilmente adquirir un complejo de culpa por lo pasado, de fracaso por lo presente, o
de miedo ante la amenaza de una tentación o de un peligro. Esta actitud está basada en un error
teológico. Debemos persuadirnos de que también la santificación es por fe y de pura gracia; no
depende de nuestro esfuerzo, sino de la docilidad al Espíritu Santo (Rom. 8: 14); esta actitud está
simbolizada en la parábola de Mr. 4:26-29, en que la semilla brota y crece sin que el sembrador
se percate siquiera de ello. La santidad es una vida de origen divino, una planta que crece desde
el interior por impulso divino (1.a Cor. 3:6-9). Un labrador planta, riega y limpia el suelo, pero
no se le ocurre tirar de las hojas, de los tallos, de las ramas, para que las plantas crezcan más
deprisa. Sólo cuando nos olvidamos de nuestra debilidad y de nuestros recursos, podemos
asirnos al poder de Dios que nos fortalece (2.a Cor. 12:9-10). Mientras Pedro tenía fija la mirada
en Cristo, caminaba con seguridad sobre las olas; sólo cuando bajó la vista al mar encrespado,
comenzó a hundirse por su propia impotencia (Mt. 14:28-31).

5. ¿Cómo encontrar meta y camino de santidad?

Siendo la santidad una participación de la vida divina, de la conducta de Dios, sólo el


Espíritu de Dios, el soplo por el cual Dios es ineludiblemente impulsado hacia el Bien, puede
mostrarnos la meta y el camino de la santidad. Lo hace convenciéndonos de nuestra miseria. Al
principio, le basta con infundir un sentimiento de hallarse perdido, destituido de auxilio y
necesitado de salvación; pero el reconocimiento profundo de la íntima miseria sigue, no precede,
al reconocimiento de la santidad de Dios. Sólo después de contemplar la gloria de Dios en el
Templo, se percató Isaías de su radical indignidad (cf. Is. 6:1-6). Por eso, en realidad, el
verdadero arrepentimiento sigue lógicamente al acercarse por fe a la cruz del Calvario. No se
convierte uno primero de los ídolos y después se acerca a Dios, como puede sugerir la versión
corriente de 1.a Tes. 1:9, sino que al acercarse a Dios, se vuelve a El desde los ídolos, como da a
entender el texto original.

CUESTIONARIO:

1. Concepto de santidad. —
2. ¿Por qué debemos ser santos? —
3. Dos distintos aspectos de la santidad. —
4. Supuesta la justificación por fe, ¿existe la santificación por obras? —
5. ¿Cómo se realiza el cambio radical de conducta, que conocemos con el nombre de
conversión?

***

También podría gustarte