Análisis El Espíritu de Las Leyes

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Resumen libro IX.

De las leyes, según la relación que tienen con la fuerza


defensiva.
Capítulo VI.

De la fuerza defensiva de los estados en general

La mejor forma de que un estado pueda defenderse cuando surja un ataca


es que su extensión sea mediada, a fin de que sea proporcionada con el
grado de prontitud de que doto la naturaleza a los hombre para trasladarse
de un lugar a otro.

Tal es el caso de Francia y España, las cuales tienen la extensión requerida


y sus fuerzas pueden comunicarse con facilidad, los ejércitos en ambas
naciones se reúnen y pasan rápido de una frontera a otra.

Sucede lo contrario cuando un estado es inmenso tal es el caso de la Persia,


ya que cuando se ven atacado tiene que pasar meses para poder reunir una
tropa porque se encuentran dispersa, lo que conlleva a una victoria sin
esfuerzo por parte del atacante.

Capítulos VI, VII Y VIII. De una República que conquista

Establece que es contra la naturaleza que en una confederación se


conquisten unos a otros los Estados confederado, como sucede entre los
suizos. Pero es menos chocante en las confederaciones mixtas, cuya unión
está formada de pequeñas repúblicas y de cortas monarquías.

También es contra el orden común que una república democrática


conquiste ciudades que no pueden acomodarse a la clase de la democracia,
ya que es necesario que el pueblo conquistado pueda gozar de las
prerrogativas de la soberanía, según lo establecieron los romanos al
principio.

Los pueblos conquistados de esta manera se ven reducido a un estado triste,


y no gozan de las ventajas de la república, ni de las ventajas de la
monarquía.

Es por esta razón que cuando una república tiene bajo su dependencia a un
pueblo, es necesario que trate de remover los inconvenientes que nacen de
la naturaleza de las cosas, dándole un buen derecho político y buenas leyes
civiles.
CAPITULO 6 VI De la fuerza defensiva de los Estados en general.

Para que un Estado tenga la fuerza debida es menester que sea tal su
extensión que haya relación entre la celeridad con que puede ejecutarse
cualquier atentado contra él y la prontitud que puede emplear en frustrarlo.
Como el que comete puede presentarse en todas partes, es preciso que el
que defienda pueda acudir donde importe, y, por consiguiente, que la
extensión del Estado sea mediana, á fin de que guarde proporción con el
grado de velocidad que la naturaleza ha dado á los hombres para trasladarse
de un sitio á otro.

Francia y España tienen precisamente la extensión requerida. Las fuerzas se


comunican tan bien, que van á donde hace falta; los ejércitos se reunen y
pasan rápidamente de una frontera á otra, y no hay que temer ninguna de
aquellas cosas que exigen cierto tiempo para ser realizadas.

En Francia, por dichosa casualidad, la distancia de la capital á las diferentes


fronteras se halla en razón inversa de la debilidad de éstas, y el príncipe ve
mejor cada parte de su país á medida que está más expuesta.

Pero cuando un vasto Estado, tal corno Persia, es invadido, se necesitan


varios meses para que las tropas desparramadas puedan juntarse, y no se
puede forzar su marcha por tanto tiempo como se hace tratándose de quince
días. Si el ejército que está en la frontera queda derrotado, se dispersa
seguramente, porque no tiene cerca punto ninguno adonde retirarse: el
enemigo victorioso no encuentra resistencia, avanza á largas jornadas, se
presenta delante de la capital y le pone sitio, cuando apenas ha podido
avisarse á los gobernadores de las provincias para que envíen socorros. Los
que creen inminente la revolución, la apresuran al no obedecer, pues gentes
fieles tan sólo porque el castigo está próximo, dejan de serlo desde que se
aleja, y no trabajan ya sino en favor de sus intereses particulares. El
imperio se disuelve; la capital es tomada y el conquistador se disputa las
provincias con los gobernadores.

El verdadero poder de un príncipe no consiste tanto en la facilidad que


tiene para conquistar como en la dificultad que hay de cometerle, y, si me
atrevo á hablar así, en la inmutabilidad de su condición. Ahora bien, el
engrandecimiento de los Estados les hace presentar nuevos puntos
vulnerables.
Si los monarcas deben usar de prudencia para aumentar su poderío, no
deben tenerla menor á fin de limitarlo. Al remediar los inconvenientes de lo
pequeño, es menester que no pierdan nunca de vista los inconvenientes de
lo grande.

Libro 10

CAPÍ'I'ULo VI De una república que conquista.


Es contrario á la naturaleza de las cosas que, en una confederación, uno de
los Estados haga conquistas en otro, como hemos visto en nuestros días
entre los suizos. En las repúblicas federativas mixtas, compuestas de
pequeñas repúblicas y de pequeñas monarquías, esto no choca tanto.
Se opone también á la naturaleza de las cosas que una república
democrática conquiste ciudades que no pueden entrar en la esfera de su
democracia. Es menester que el pueblo conquistado pueda gozar de los
privilegios de la soberanía, como establecieron los romanos al principio. La
conquista debe limitarse al número de ciudadanos que se fije á la
democracia.
Si una democracia conquista un pueblo para gobernarlo como súbdito,
arriesga su propia libertad, pues tiene que confiar un poder excesivo á los
magistrados que envía al Estado conquistado.
¡En qué peligro no se habría visto la república de Cartago si Aníbal llega á
entrar en Roma! ¡Qué no hubiese hecho, victorioso, en su ciudad propia, él,
que tantas revoluciones causó después de su derrota! (1).
Nunca hubiese podido Hannon persuadir al Senado á que no enviase
socorros á Aníbal si la emulación tan sólo hubiese hablado por su boca.
Una asamblea tan sabia, según Aristóteles (cuyo dicho está confirmado por
la misma prosperidad de la república), no podía ser convencida sino por
argumentos poderosos. Era preciso ser muy estúpido para no ver que un
ejército que estaba á trescientas leguas de allí experimentaba pérdidas
necesarias, que se debían reponer.
El partido de Hannon quería que se entregase á Aníbal á los romanos. Por
entonces, pues, no temían á Roma: temían á Aníbal.
No eran creíbles, se dice, los triunfos de Aníbal. ¿Pero cómo dudar de
ellos? Esparcidos los cartagineses por toda la tierra, ¿ignoraban lo que
pasaba en Italia? Por lo mismo que no lo ignoraba, no querían enviar
socorros á Aníbal. Hannon se mostró más tenaz después de Trebia, después
de Trasimeno, después de Cannas: no era su incredulidad lo que aumentaba:
era su temor.

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