El Simbolismo Ancestral Del Agua
El Simbolismo Ancestral Del Agua
El Simbolismo Ancestral Del Agua
Se podría objetar a esto que los hombres en todas las épocas han distinguido
entre lo bello y lo útil; un bosquecillo podado siempre ha constituido un lujo,
mientras que un bosque se consideraba generalmente desde un punto de vista
utilitario. Se podría incluso argumentar que ha habido que esperar a la
educación moderna para inculcar el deseo de proteger determinada porción de
la naturaleza con una finalidad puramente estética. Y, sin embargo, en épocas
lejanas existían también bosques sagrados, que el hacha del leñador no podía
abatir. Su finalidad no era ni la explotación, en el sentido moderno del
término, ni el lujo. Belleza y realidad –dos atributos que el mundo moderno
distingue espontáneamente– estaban, y siguen estando, para aquellos que
tienen un punto de vista premoderno sobre lo sagrado, inseparablemente
unidas. Todavía en nuestros días encontramos bosques sagrados en el Japón o
la India, como existían antaño en la Europa precristiana; los citamos como un
ejemplo entre otros de naturaleza sagrada, pues hay también montañas
sagradas, así como elementos naturales que nos tocan de más cerca, tales
como fuentes, ríos o lagos. Incluso en la civilización cristiana, que evitaba en
general venerar estos diversos fenómenos de la naturaleza, existían, y existen
aún, fuentes y lagos –por ejemplo, el pozo de Chartres y la fuente de Lourdes–
que, por su conexión con acontecimientos milagrosos, han llegado a ser
considerados sagrados. Lo importante aquí no es que determinada montaña o
fuente sea vista como sagrada, luego inviolable, sino más bien que un
fenómeno particular sea invariablemente el ejemplo de todo un conjunto de
cosas ligadas unas a otras, de un orden total de la naturaleza, que posee una
importancia vital para una comunidad humana más o menos grande y que
expresa una realidad superior, o sobrenatural. Así, para los antiguos germanos,
el bosque era la base indispensable de su vida material, al mismo tiempo que
tenía la función de santuario que acogía una presencia divina. Todo bosque
poseía esta cualidad, y en este sentido era inviolable. No obstante, como el
bosque también tenía fines utilitarios, ciertos bosques particulares se
reservaban sólo para el ámbito sagrado; su función era recordar la
inviolabilidad de principio y la importancia espiritual del bosque como tal. La
vaca sagrada de los hindúes presenta un caso similar: en realidad, para ellos,
toda criatura viviente es sagrada, es decir, inviolable y simbólica, pues según
la doctrina hindú toda vida consciente participa del Espíritu divino. Como, sin
embargo, es imposible evitar en toda circunstancia dar muerte a criaturas
vivas, la ley de inviolabilidad se limitó prácticamente a algunas especies
simbólicas, entre las cuales la vaca ocupa un lugar especial como encarnación
de la misericordia maternal del cosmos. Al renunciar a abatir las vacas, los
hindúes muestran su veneración, en principio, por toda vida; al mismo tiempo,
protegen una de las bases más fundamentales de su modo de vida, que durante
milenios ha dependido de la agricultura y de la cría del ganado. Del mismo
modo, las fuentes sagradas, tan numerosas en la Cristiandad medieval,
llamaban la atención sobre el aspecto sagrado del agua como tal; recordaban
que el agua es un símbolo de gracia, lo que aparece claramente en el
simbolismo del bautismo. Lo sagrado se define por el temor reverencial del
que es objeto: es el reflejo de un principio eterno, y por lo tanto indestructible;
de ahí proviene directamente la inviolabilidad de la que goza.
Los cuatro elementos son, pues, los modos más simples de la materia en el
orden cósmico. Transpuestos al microcosmo humano, son también la imagen
más simple de nuestra alma, que, como tal, es inaprensible, pero cuyas
características fundamentales se pueden comparar a los cuatro elementos. Es
en esta perspectiva como san Francisco de Asís glorifica a Dios por los cuatro
elementos, uno detrás de otro, en su famoso «Cántico al Sol». En lo que
respecta al agua, escribe: «Alabado seas, Señor, por la Hermana Agua, que es
muy útil y humilde, y preciosa y casta» (Laudato si, o Signore, per sor acqua,
la quale e molto utile ed umile e preziosa e casta). Se podría tomar este verso
por una simple alegoría poética, pero de hecho su sentido es mucho más
profundo: la humildad y la castidad describen bien la cualidad del agua, que,
en un río, se adapta a cualquier forma, sin por ello perder nada de su pureza.
También aquí se encuentra una imagen del alma, que puede recibir toda clase
de impresiones y plegarse a todas las formas al tiempo que permanece fiel a su
esencia propia e indivisa. «El alma humana se parece al agua», pudo escribir
Goethe, retornando así una analogía que se encuentra tanto en las Escrituras
sagradas del Próximo Oriente como en las del Extremo Oriente. El alma se
parece al agua, igual que el espíritu es comparable al viento o al aire.
Sería demasiado largo enumerar todos los mitos y costumbres en los que el
agua aparece como una imagen o reflejo del alma. La idea de que el alma
puede reconocerse a sí misma contemplando el agua –encontrando en su juego
la animación de la vida, en su inmovilidad un alivio, y en su transparencia, la
pureza– quizá en ninguna parte está tan difundida como entre los japoneses.
La vida japonesa en su conjunto, y en la medida en que todavía está
determinada por la tradición, se halla penetrada de este sentido de pureza,
simplicidad y docilidad que se encuentra prefigurado en el agua. Los
japoneses acuden en peregrinación a ciertos saltos de agua famosos en su país
y pueden pasar horas contemplando la superficie tranquila del estanque de un
templo. La historia del sabio chino Hsuyu –un tema que reaparece
constantemente en la pintura japonesa– es reveladora: al enterarse de que el
Emperador deseaba poner todo su reino en sus manos, huyó a las montañas y
se lavó las orejas bajo un salto de agua. El pintor Harunobu lo representa con
los rasgos alegóricos de una joven noble que en la soledad de las montañas se
lava la oreja bajo un hilo de agua que cae verticalmente.
Para los hindúes, el agua como elemento vital se identifica con el Ganges, el
cual, desde su fuente que brota en los Himalayas, la montaña de los Dioses,
riega las llanuras más vastas y más pobladas de la India. El agua del Ganges
se considera pura, desde su fuente hasta su estuario, y de hecho está
preservada de toda polución por la arena fina que arrastra en su curso. A quien
se baña en el Ganges con espíritu de arrepentimiento, todos sus pecados le son
perdonados: la purificación interior encuentra aquí su soporte simbólico en la
purificación exterior, la que procura el agua del río sagrado. Es como si esta
agua lustral viniera del cielo, pues su origen en los hielos eternos del «techo
del mundo» simboliza el origen celestial de la gracia divina, la cual, en cuanto
«agua viva», encuentra su fuente en la Paz inmutable y eterna. En este caso, y
en los ritos comparables que encontramos en otras religiones o en otros
pueblos, la correspondencia entre el agua y el alma ayuda a ésta a purificarse,
o más exactamente a recobrar su pureza original y esencial.
Así, el agua simboliza el alma. Desde otro punto de vista –pero de un modo
análogo– simboliza la materia prima del macrocosmo. En efecto, al igual que
el agua encierra en sí, en el estado de puras posibilidades, la totalidad de las
formas que puede tomar en su fluir y en sus surgimientos, también la materia
prima contiene todas las formas del mundo en el estado indiferenciado.
Los mitos según los cuales toda cosa fue creada a partir de un mar original
encuentran un eco en este versículo coránico: «Nosotros (Dios) hemos creado
toda cosa viviente a partir del agua». La alegoría bíblica del Espíritu de Dios
cerniéndose sobre las aguas encuentra su equivalente en el símbolo hindú de
Hamsa, el cisne divino que hace que se abra el huevo de oro del cosmos que
flota en el océano primordial. En definitiva, cada una de estas
representaciones alegóricas vuelve a encontrarse en el Corán, cuando se dice
que al principio el Trono de Dios descansaba sobre las aguas.