Sobre Los Problemas Del Concepto de Proyeccion

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SOBRE LOS PROBLEMAS DEL CONCEPTO DE PROYECCIÓN

UNA TEORIA DE LA DISTORSIÓN APERCEPT1VA


Leopold BeIIak

“Proyección” es un término que hoy día se utiliza con suma frecuencia en psicología
clínica, dinámica y social. Frank (8) sugiere que los métodos proyectivos son típicos de
la tendencia general hacia un enfoque dinámico y holístico en la ciencia psicológica
reciente, así como en la ciencia natural. En el contexto de su artículo, establece un
paralelo entre las técnicas proyectivas y la posición del análisis espectral en la física.

El término “proyección” fue introducido por Freud ya en 1894 en su trabajo “Neurosis


de angustia”, donde afirmaba: “La psiquis desarrolla una neurosis de angustia cuando
no se siente en condiciones de realizar la tarea de controlar la excitación (sexual) que
surge endógenamente. Es decir, actúa como si hubiera proyectado esa excitación en el
mundo exterior”.

En 1896, en su trabajo “Las neuropsicosis de defensa” (10), siguió elaborando su


concepto de proyección y afirmó más explícitamente que la proyección es un proceso
que consiste en atribuir los propios impulsos, sentimientos y afectos a otras personas o
al mundo exterior, como un proceso defensivo que nos permite ignorar estos fenómenos
“indeseables” en nosotros mismos. Su trabajo sobre el caso de Schreber (11), vinculado
con la paranoia, constituye una elaboración ulterior de este mismo concepto. En pocas
palabras, el paranoico tiene ciertas tendencias homosexuales que transforma, bajo la
presión de su superyó, de “yo lo amo” en “yo lo odio”, una formación reactiva. Luego
proyecta o atribuye este odio al objeto amoroso original, convertido así en el
perseguidor. La atribución del odio probablemente tiene lugar porque la emergencia del
odio en la conciencia está prohibida por el superyó, y porque es más fácil hacer frente a
un peligro externalizado que a uno interno. En términos más específicos, el superyó
inhibe la expresión del odio porque lo desaprueba moralmente.

Asimismo, Healy, Bronner y Bowers (16) definen la proyección como “un proceso
defensivo dominado por el principio del placer, por el cual el yo lanza sobre el mundo
exterior deseos e ideas inconscientes que, si penetraran en la conciencia, resultarían
penosos para el yo”.

Aunque el concepto de proyección surgió en conexión con las psicosis y las neurosis,
fué aplicado más tarde por Freud a otras formas de la conducta; por ejemplo, como
mecanismo principal en la formación de creencias religiosas, hipótesis planteada en El
porvenir de una ilusión (12) y en Totem y tabú (13). Inclusive en este contexto cultural
la proyección continuaba siendo un proceso defensivo frente a la ansiedad. Si bien
Freud consideró originalmente que la represión era el único mecanismo de defensa, en
la actualidad la literatura psicoanalítica enumera por lo menos diez mecanismos.
Aunque la proyección está firmemente establecida como uno de los procesos defensivos
más importantes, se ha trabajado relativamente poco sobre ella. Sears (26) dice:
“Probablemente el de ‘proyección’ sea el término menos adecuadamente definido en
toda la teoría psicoanalítica”. Con todo, hay una larga lista de trabajos sobre la
proyección, particularmente a partir de la clínica psicoanalítica, así como algunos de
tipo académico.

El uso más amplio del término “proyección” se ha dado en el campo de la psicología


clínica, en relación con las llamadas técnicas proyectivas. Éstas incluyen el Test de
Rorschach, el Test de apercepción temática, el Test de Szondi, el Test de frases
incompletas y muchos otros. En todos estos tests se presenta al examinado un número
de estímulos ambiguos y se lo invita a responder a ellos. Se supone que, en esa forma, el
examinado proyecta sus propias necesidades y tensiones, y que éstas aparecerán como
respuesta a los estímulos ambiguos.

La definición de proyección ofrecida previamente fue útil para nuestros propósitos hasta
que surgió un problema crucial en relación con intentos de investigación experimental
de los fenómenos que se mencionan en otra parte (3, 4). El primer experimento consistía
en irritar a un número de sujetos y presentarles láminas del Test de apercepción temática
bajo condiciones controladas. En el segundo experimento, los examinados recibían la
orden post hipnótica de experimentar agresión (sin tener conciencia directa de ella)
mientras relataban historias sobre las láminas. En ambos casos, los examinados se
comportaron de acuerdo con la hipótesis proyectiva y exhibieron un aumento
significativo de la agresión, en comparación con las respuestas que dieron cuando no se
sentían agresivos. De modo similar, cuando a los examinados se les dio la orden post
hipnótica de sentirse sumamente deprimidos e infelices, se comprobó que en sus relatos
proyectaban tales sentimientos. Hasta aquí no había necesidad de modificar el concepto
de proyección como la adscripción al mundo exterior de sentimientos inaceptables para
el yo.

Con todo, cuando se modificó el experimento, en el sentido de que la orden post


hipnótica consistía en que el examinado debía sentirse sumamente eufórico, se
comprobó que también la euforia se proyectaba en las historias del Test de apercepción
temática. En ese momento se me ocurrió que era imposible incluir es situación en el
concepto de proyección como mecanismo de defensa, puesto que obviamente no había
necesidad de que el yo se protegiera contra los efectos “desorganizadores” de la euforia.
Es posible suponer una situación así, por ejemplo, cuando la euforia resulta inadecuada,
como frente a la muerte de una persona hacia la que se experimentan sentimientos
ambivalentes. Con todo, ésa no era la situación que se daba en el experimento. Por lo
tanto, era necesario seguir examinando el concepto de los fenómenos proyectivos y
sugerir una revisión de los procesos subyacentes.

Como ocurre tan a menudo, releyendo cuidadosamente la obra de Freud (siguiendo una
referencia del Dr. Ernst Kris) se comprobó que Freud había anticipado nuestra posición
actual. Dice en Totem y tabú (13), pág. 857:

“Pero la proyección no está especialmente creada con fines de defensa; también surge
cuando no hay conflictos. La proyección de percepciones internas al exterior es un
mecanismo primitivo que, por ejemplo, influye también sobre nuestras percepciones
sensoriales, de modo que normalmente desempeña el papel principal en la configuración
de nuestro mundo exterior. Bajo condiciones que no están aún suficientemente
determinadas, incluso las percepciones internas de procesos ideacionales y emocionales
se proyectan exterior, como las percepciones sensoriales, y son utilizadas para
configurar el mundo exterior, cuando deberían permanecer dentro del mundo interno”.

Y en la pág. 879:

“Lo que nosotros, tal como el hombre primitivo, proyectamos en la realidad externa, no
puede ser otra cosa que el reconocimiento de un estado en que una cosa dada está
presente a los sentidos y a la conciencia, junto a la cual existe otro estado en que la cosa
está latente, pero puede reaparecer, es decir, la coexistencia de percepción y recuerdo o,
para generalizar, la existencia de procesos psíquicos inconscientes junto a otros
conscientes”.

Creo que este pensamiento de Freud, que no fue ulteriormente elaborado o


sistemáticamente formulado en ninguna parte, y cuya expresión carece de la
sofisticación de la semántica moderna, contiene todo lo necesario para una teoría
congruente de la proyección y la percepción en general.

El supuesto básico de Freud es que los recuerdos de los perceptos influyen sobre la
percepción de estímulos contemporáneos. La interpretación del Test de apercepción
temática se basa sin duda en ese supuesto. Considero que la percepción pasada del
examinado de su propio padre influye sobre su percepción de las figuras paternas en las
láminas del TAT, y que esto constituye una muestra válida y confiable de sus
percepciones habituales de figuras paternas. Tanto la experiencia clínica como la
investigación experimental corroboran esta opinión. Mis propios experimentos han
demostrado que la conducta del experimentador puede sacar a luz sentimientos que, en
su origen, probablemente estuvieron relacionados con la figura paterna. Si bien estos
sentimientos tenían una influencia general susceptible de ser demostrada, aunque
temporaria, sobre la percepción de estímulos, las diferencias individuales se mantenían
de acuerdo con la estructura genéticamente determinada de la personalidad.

Parecería, pues, que los recuerdos de perceptos influyen sobre la percepción de


estímulos contemporáneos y no sólo con fines estrechamente definidos de defensa, tal
como se afirmaba en la definición original de proyección. Nos vemos obligados a
suponer que toda percepción actual sufre la influencia de la percepción pasada, y que la
naturaleza de las percepciones y su interacción mutua constituye el campo de la
psicología de la personalidad.

Es necesario describir la naturaleza de estos procesos perceptuales e intentar luego una


formulación de una psicología psicoanalítica de la personalidad basada en esas
concepciones.

APERCEPCIÓN Y DISTORSIÓN APERCEPTIVA

No parece muy conveniente utilizar el término “proyección” para los procesos


perceptuales generales que acabamos de describir, en vista de la historia del concepto y
de sus aplicaciones clínicas actuales. Por otro lado, el término “percepción” ha estado
tan íntimamente ligado a un sistema de psicología que no se ocupa de toda la
personalidad, que vacilo en seguir utilizándolo en el contexto de la psicología dinámica.
Si bien la terminología no constituye aquí un asunto de importancia crucial, sugiero que
en adelante se utilice el término “apercepción”. Defino la apercepción como una
interpretación (dinámicamente) significativa que un organismo hace de una percepción.
Esta definición, y el uso del término “apercepción”, nos permite sugerir, a los meros
fines de una hipótesis de trabajo, que puede haber un proceso hipotético de percepción
no interpretada, y que toda interpretación subjetiva constituye una distorsión
aperceptiva dinámicamente significativa; en cambio, también podemos establecer,
operativamente, una condición de percepción “objetiva” cognoscitiva, casi pura, en la
que una mayoría de examinados concuerda sobre la calidad exacta de un estímulo. Por
ejemplo, la mayoría de los examinados están de acuerdo en que la lámina 1 del TAT
muestra a un muchacho junto a un violín. Así, podemos establecer esta percepción
como una norma, y decir que todo aquel que, por ejemplo, describe esta lámina como un
muchacho junto a un lago (como ocurrió con un paciente esquizofrénico) distorsiona
aperceptivamente la situación que sirve de estímulo, Con todo, si permitimos que
cualquiera de nuestros examinados prosiga con la descripción, encontramos que cada
uno de ellos interpreta el estímulo de distinta manera; por ejemplo, como un muchacho
feliz, un muchacho triste, ambicioso, exigido por los padres. Por lo tanto, debemos
establecer que la percepción puramente cognoscitiva signe siendo una hipótesis y que
toda persona distorsiona aperceptivamente, siendo sólo de grado la diferencia entre una
distorsión y otra.

En el uso clínico del TAT se hace evidente que estamos frente a distorsiones
aperceptivas de distinto grado. El examinado a menudo no tiene conciencia de ninguna
significación subjetiva en la historia que relata. En la práctica clínica (5) se ha
comprobado que basta pedirle que lea la trascripción de su relato para colocarlo así a
una distancia suficiente de la situación como para percibir que los aspectos errados de
ella son imputables a él mismo. Sólo después de una considerable psicoterapia puede
llegar a ver sus impulsos más latentes; sin embargo, quizás nunca pueda “ver” las
menos aceptables de sus distorsiones subjetivas, sobre cuya presencia cualquier número
de observadores independientes estaría de acuerdo. Se justifica, pues, introducir una
cantidad de términos para la distorsión aperceptiva de distintos grados, a los fines de su
correcta identificación y comunicación. Debe entenderse que estas diversas formas de
distorsiones aperceptivas no existen necesariamente en estado puro y a menudo
coexisten evidentemente unas con otras.

FORMAS DE LA DISTORSIÓN APERCEPTIVA

Proyección invertida

Se sugiere que el término “proyección” quede reservado para el grado máximo de


distorsión aperceptiva. El polo opuesto sería, hipotéticamente, una percepción
totalmente objetiva, originalmente se describía la proyección en el psicoanálisis clínico
como inherente en particular a la psicosis y en general, a ciertas defensas neuróticas y a
algunos procesos «normales” de la maduración. Podemos decir que, en el caso de la
verdadera proyección, no se trata sólo de una adscripción de sentimientos y afectos
inconscientes, al servicio de la defensa, sino que aquéllos son inaceptables para el yo,
por lo que se atribuyen a objetos del mundo exterior. También cabe agregar que es
imposible hacerlos conscientes, excepto mediante prolongadas técnicas terapéuticas
especiales. Este concepto incluye el fenómeno observado en un paranoide, que puede
ser esencialmente expresado como el cambio desde el “yo lo amo” inconsciente, al “él
me odia”, consciente. En este caso, la verdadera proyección es en realidad un proceso
muy complejo, que probablemente involucra los siguientes cuatro pasos:

a) “yo lo amo” (un objeto homosexual): un impulso inaceptable del ello;


b) formación reactiva: “Yo lo odio”;
e) la agresión también resulta inaceptable y se reprime;
d) por fin, el percepto se transforma en “el me odia”.

Por lo común, es sólo esto último lo que llega a la conciencia.

Sugiero que este proceso se denomine proyección invertida, en contraste con la


proyección simple, considerada a continuación. El primer paso en el proceso involucra
por lo general la intervención de otro mecanismo de defensa, la formación reactiva.
Bastará decir aquí que, en el caso del paranoide, “yo lo odio” recibe aprobación,
mientras que “yo lo amo” (de modo homosexual) es socialmente desaprobado, cosa que
aprendió desde temprano, en relación con su padre, como un impulso peligroso. Por lo
tanto, en este caso “yo lo odio” anula y reemplaza al sentimiento amoroso, Así, en la
proyección invertida, en realidad encontramos primero el proceso de la formación
reactiva y luego una distorsión aperceptiva que trae aparejada la atribución del
sentimiento subjetivo al mundo exterior, como una proyección simple.

Proyección simple

Este tipo no es necesariamente de significación clínica, ocurre a diario y se ejemplifica


muy bien en el siguiente chiste:

Joe Smith quiere pedir prestada la cortadora de césped de Jim Jones. Mientras cruza su
propio jardín, piensa en cómo le pedirá la cortadora a Jones. Pero entonces piensa:
“Jones dirá que la última vez que le pedí algo prestado se lo devolví sucio”. Joe en su
fantasía le contesta que estaba en las mismas condiciones en que lo había recibido.
Entonces supone que Jones le responderá que probablemente le arruinará el cerco
cuando pase la cortadora por encima. Ante lo cual Joe replica..., y así continúa la
supuesta discusión. Cuando Joe llega por fin a la casa de Jim, éste se encuentra en la
puerta y le dice alegremente: “Hola, Joe, ¿qué puedo hacer por ti?” Y Joe responde,
enojado: “¡Puedes guardarte tu maldita cortadora de césped!”

El análisis de esta historia revela lo siguiente: Joe quiere algo, pero imagina una
negativa. Ha aprendido (de sus padres, sus hermanos, etc.) que quizás su pedido no se
vea satisfecho. Esto lo enoja. Por lo tanto, percibe a Jim como enojado con él mismo, y
su respuesta ante la agresión imaginada es: “Odio a Jim porque éste me odia”.

En forma más detallada, es posible ver este proceso de la siguiente manera: Joe quiere
algo de Jim. Esto evoca la imagen de pedir algo a un contemporáneo, su hermano, por
ejemplo, visto como un individuo celoso, encolerizado, que se negará. Así, el proceso
podría ser simplemente: la imagen de Jim es aperceptivamente distorsionada por el
recuerdo del percepto del hermano, lo cual constituye un caso de transferencia
inadecuada del aprendizaje. Intentaré explicar más tarde por qué Joe no puede
reaprender si la realidad demuestra que su concepción original era errónea. Se establece
el hecho empírico de que tal conducta neurótica por lo común no cambia, salvo con una
psicoterapia.

Joe se diferencia del paranoide no sólo por la menor rigidez con que mantiene sus
proyecciones, sino también por la menor frecuencia y exclusividad, así como por el
menor grado de ceguera o incapacidad para tomar conciencia de la medida en que la
distorsión es evidentemente subjetiva y “absurda”.

El siguiente es un proceso bastante común. Alguien llega tarde al trabajo la mañana del
lunes y, minutos después, cree, incorrectamente, que su jefe lo mira con fastidio. En
estos casos se habla de “una conciencia culpable”; esto es, se comporta como si el jefe
supiera que ha llegado tarde, cuando en la realidad aquél puede ignorarlo. Ello significa
que ve en el jefe la cólera que ha llegado a esperar en tal situación. Esta conducta se
comprende mejor como una distorsión simple (asociativa) a través de la transferencia de
aprendizaje, o, en situaciones más complejas, como la influencia de imágenes previas
sobre las presentes.

Sensibilización

Si modificamos el caso anterior, en que una persona llega tarde al trabajo, y lo


convertimos en una situación en la que el jefe experimenta un cierto enojo hacia el
empleado impuntual, observamos un fenómeno nuevo. Algunos individuos pueden no
percibir el enojo en absoluto ni reaccionar frente a él, mientras que otros lo observan y
reaccionan. En el segundo caso, comprobaremos que estos individuos son los que
tienden a percibir enojo incluso cuando éste no existe objetivamente. Se trata de un
hecho clínico bien conocido, al que se hace referencia como la “sensibilidad” de los
neuróticos. En lugar de la creación de un percepto objetivamente inexistente, nos
encontramos ahora con una percepción más sensible de estímulos existentes. La
hipótesis de la sensibilización significa meramente que un objeto que encaja en una
pauta preformada se percibe más fácilmente que otro que no encaja. Se trata de un
hecho ampliamente aceptado, por ejemplo, en los problemas perceptuales de la lectura,
en los que las palabras previamente aprendidas se perciben con mucha mayor facilidad
por su configuración que por su ortografía.

Creo que la sensibilización es también el proceso que tuvo lugar en el experimento


realizado por Levine, Chein y Murphy (19). Cuando dichos investigadores hicieron
pasar hambre a un número de sujetos y luego les mostraron muy fugazmente láminas en
las que, entre otras cosas, había productos alimenticios, encontraron dos procesos: a)
cuando tenían hambre, los sujetos veían comida en las láminas aun cuando no la había,
y b) los sujetos percibían correctamente figuras de alimentos con mayor frecuencia
cuando tenían hambre. Evidentemente, en semejante estado de carencia hay una mayor
eficacia cognoscitiva del yo para reconocer objetos que podrían poner fin a esa carencia,
y también fantasía compensatoria simple de realización de deseos, que los autores
llaman percepción autista. Así, pues, el organismo está equipado para la adaptación a la
realidad y también para la gratificación sustitutiva cuando la gratificación real no existe.
Esto constituye, en realidad, un aumento de la eficacia de la función yoica en respuesta
a una emergencia, una percepción más certera de la comida en el estado de hambre.
Creo que este proceso también puede incluirse en nuestro concepto de sensibilización,
ya que el hambre evoca ‘imágenes alimenticias y los estímulos alimenticios reales se
perciben con mayor facilidad.

Un experimento realizado por Bruner y Postman (7) sigue posiblemente el mismo


principio. Los autores hicieron que sus sujetos adaptaran un haz circular variable de luz
al tamaño de un disco circular sostenido en la palma de la mano. Los juicios
perceptuales se hicieron bajo la influencia de diversos grados de shock y también
durante un período de recuperación. Los resultados correspondientes al estado de shock
no variaron notablemente. Durante el período post shock, sin embargo, las desviaciones
del tamaño percibido con respecto al tamaño real fueron muy notables. Los autores
propusieron tentativamente una teoría de vigilancia selectiva. En términos de esa teoría,
el organismo hace sus discriminaciones más certeras bajo condiciones de tensión. Pero
cuando se alivian las tensiones, prevalece la expansividad y es más probable que se
cometan errores. Podemos agregar la hipótesis de que la tensión trae como resultado
inmediato una mayor percepción de la imagen en la memoria, y de que se hacen juicios
más certeros sobre la igualdad de tamaño entre la memoria perceptual del disco y el haz
de luz.

Que la percepción autista —la percepción de objetos alimenticios deseados en


condiciones de hambre frente a estímulos que no representan objetivamente tales
objetos— constituya una forma de la proyección simple o sea un proceso distinto,
depende de cuestiones bastante sutiles. Sanford (24) y Levine, Chein y Murphy (19),
han demostrado el proceso en forma experimental. Podemos decir que una mayor
necesidad de comida lleva a evocar objetos alimenticios, y que estos recuerdos de
perceptos distorsionan aperceptivamente todo percepto contemporáneo. El único
argumento que puedo proponer para establecer una diferencia con respecto a la
proyección simple, es el de que tratamos aquí con impulsos básicos simples que llevan a
distorsiones gratificadoras simples y no a las situaciones más complejas posibles en la
proyección simple.

El concepto del “mecanismo paja-viga” (motebeam mechanism) de Ichheiser (18)


también puede incluirse en el concepto de sensibilización. Ichheiser sugiere que se
hable de ese mecanismo en los casos de distorsión de la percepción social en los que un
individuo tiene exagerada conciencia de la presencia de un rasgo indeseable en un grupo
minoritario, aunque no percibe ese mismo rasgo en sí mismo. En otras palabras,
podemos decir que hay una sensibilización perceptual (coexistente con la ceguera
respecto del proceso mismo y de la existencia del rasgo en sí mismo, inherente a todo
mecanismo defensivo) debida a la propia selectividad que opera inconscientemente y a
la distorsión aperceptiva.

Externalización

La proyección invertida, la proyección simple y la sensibilización, en este orden, son


procesos de los cuales el individuo no tiene por lo común conciencia. Es,
consecuentemente, difícil conseguir que una persona tome conciencia de esos procesos
en sí misma. Por otro lado, todo terapeuta ha tenido la experiencia de un examinado que
le relata una historia, sobre una de las láminas del TAT de la siguiente manera:
“esta es una madre que mira dentro de la habitación para ver si Johnny ha terminado sus
deberes, y lo reprende por ser perezoso”. Al repasar las historias durante el
interrogatorio, el examinado puede decir espontáneamente: “Supongo que eso era lo que
ocurría con mi madre y conmigo, aunque no me di cuenta cuando le hice el relato”.
En términos psicoanalíticos, se podría decir que el proceso del relato fue preconsciente.
No era consciente mientras se desarrollaba, pero hubiera resultado fácil que lo fuera.
Ello implica que se trata de una configuración ligeramente reprimida de imágenes, cuyo
efecto organizador podía ser evocado fácilmente. Sugerimos el término
“externalización” para tal fenómeno, con el mero fin de facilitar la descripción clínica
de un proceso frecuente.

Percepción puramente cognoscitiva y otros aspectos de la relación estímulo-


respuesta

La percepción pura es el proceso hipotético en relación con el cual medimos la


distorsión aperceptiva de tipo subjetivo, o bien es el acuerdo subjetivo y operativamente
definido sobre el significado de un estímulo con el que se comparan otras
interpretaciones. Nos proporciona el extremo de un continuo en el cual todas las
respuestas varían. En tanto hay acuerdo general en el sentido de que la conducta es
racional y adecuada a una situación dada, podemos hablar de conducta adaptativa frente
al estímulo “objetivo”, que consideraremos a continuación.

En mis experimentos previos se comprobó que era posible provocar agresión en los
examinados, y que esa agresión era “proyectada” en sus relatos, de acuerdo con la
hipótesis de la proyección. También se encontró que ciertas láminas provocan con
mayor frecuencia respuestas agresivas, inclusive bajo circunstancias normales, si el
examinador se limita a pedir un relato basado en ellas. Así mismo se comprobó que
aquellas láminas que por su propia naturaleza sugieren agresión se prestan mucho más
fácilmente a la proyección de agresión que otras, cuyo contenido no la sugiere.

Se cree que el primer hecho (que una lámina que muestra una figura agazapada y una
pistola, por ejemplo, conduce a más relatos de agresión que otra que presenta una
tranquila escena campestre) es precisamente lo que el sentido común nos haría esperar.
En términos psicológicos, ello significa simplemente que la respuesta es, en parte,
función del estímulo. En términos de la psicología aperceptiva, significa que una
mayoría de examinados concuerdan en alguna apercepción básica de un estimulo, y que
ese acuerdo representa nuestra definición operativa de la naturaleza “objetiva” del
estímulo. La conducta congruente con estos aspectos de la realidad “objetiva” del
estímulo ha sido denominada conducta adaptativa por Gordon W. Allport (1). En la
lámina 1 del TAT, por ejemplo, el examinado se adapta al hecho de que en ella figura
un violín.

Cabe enumerar algunos principios:

a) El grado de conducta adaptativa varía de acuerdo con el grado de exactitud de la


definición del estímulo. Las láminas del TAT y las del Rorschach son relativamente no
estructuradas con toda intención, a fin de provocar tantas respuestas aperceptivamente
distorsionadas como sea posible. Por otro lado, si se presenta una de las figuras del Test
de Stanford-Binet —la que representa una lucha entre un hombre blanco y un grupo de
indios— la situación está bastante bien definida como para provocar la misma respuesta
en la mayoría de los niños comprendidos entre los diez y los doce años de edad.

b) El grado exacto de adaptación también está determinado por la Aufgabe o


disposición. Si se le pide al examinado que describa la lámina, hay más conducta
adaptativa que si se le pide que relate una historia sobre ella. En este último caso, tiende
a dejar de lado muchos aspectos objetivos del estímulo. Si se hace sonar una alarma
antiaérea, la conducta del examinado tiende a diferir enormemente si ha tenido
experiencias similares, espera escuchar la sirena y sabe qué hacer en tales
circunstancias. Su respuesta será distinta de la del examinado que desconoce la
significación del sonido y que puede interpretarlo como la trompeta del Juicio Final o el
anuncio de una interrupción del trabajo y actuar en consecuencia.

e) La naturaleza del organismo que percibe determina también la proporción entre la


conducta adaptativa y la proyectiva. El experimento de Levine, Chein y Murphy
demostró la sensibilización, y hemos comprobado que la gente distorsiona
aperceptivamente en grados variables. Incluso la misma persona puede reaccionar de
maneras completamente distintas a un estímulo cuando acaba de despertarse y cuando
está en pleno estado de vigilia.

Otros aspectos de la producción del examinado —por ejemplo, los que surgen en
respuesta a las láminas del TAT— se han considerado en forma más simple en un
trabajo previo (3). Me referí en esa ocasión a lo que Allport denominó “conducta
expresiva”.

Al hablar de aspectos expresivos de la conducta queremos decir que, si una variedad de


artistas están sometidos a condiciones idénticas, no podemos esperar producciones
creadoras idénticas. Habría diferencias individuales expresadas en la forma en que esos
artistas hacen sus pinceladas o usan el cincel; habría diferencias en los colores que
eligen y diferencias en la organización y distribución del espacio. En otras palabras,
ciertas características predominantemente mioneurales, como Mira (21) las denomina,
determinarían ciertos rasgos de los productos.

La conducta expresiva difiere en cuanto a su naturaleza de la adaptación y la distorsión


aperceptiva. Dada una proporción fija de adaptación y distorsión aperceptiva en la
respuesta de un examinado a cualquiera de las láminas del Stanford-Bínet, las personas
pueden variar en cuanto a su estilo y su organización. Una puede utilizar frases largas
con muchos adjetivos; otra, frases cortas y fecundas, con una secuencia estrictamente
lógica. Si los individuos escriben sus respuestas, puede haber variaciones en cuanto a la
manera de espaciar las palabras. Si hablan, pueden diferir en cuanto a la velocidad, y el
tono y el volumen de la voz. Todas estas son características personales de naturaleza
bastante estable en cada examinado. Del mismo modo, el artista puede cincelar
prestando atención al detalle y con precisión, o bien elegir una forma menos rigurosa.
Puede elegir una organización simétrica o descentrada. Y también como respuesta a la
alarma de ataque aéreo, una persona puede correr, agazaparse, saltar, caminar, hablar, y
hacer cada una de estas cosas de un modo estrictamente personal.
Entonces, si la adaptación y la distorsión aperceptiva determinan qué hace cada uno y la
expresión determina cómo lo hace, es innecesario acentuar que siempre se puede
preguntar cómo cada uno hace qué. La conducta adaptativa, la aperceptiva y la
expresiva siempre coexisten.

En el caso de la producción artística, por ejemplo, la proporción entre el material


adaptativo y el aperceptivo, y entre éstos y las características expresivas, puede variar
de un artista a otro, desde luego, y en cierta medida, de un producto de un mismo artista
a otro. Asimismo, la conducta expresiva influye sobre las producciones del TAT y
explica las diferencias individuales en cuanto estilo, estructura de la oración, proporción
verbos-sustantivos (8) y otras características formales. Los rasgos expresivos revelan,
pues, cómo un individuo hace algo; la adaptación y la distorsión aperceptiva nos dicen
qué es lo que hace.

Tomado de: L. E. ABT Y L. BELLAK. Psicología Proyectiva. Editorial Paidós

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