El Trabajo de Campo en El Archivo Campo PDF
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RESUMEN
En este trabajo2 realizamos una breve referencia al tipo
de investigaciones etnohistóricas desarrolladas en Argentina y
presentamos una reflexión sobre la propuesta metodológica de la
antropología histórica, identificando y examinando la incidencia
de algunos problemas del trabajo de campo en el archivo. Creemos
que este enfoque es una herramienta de investigación factible de
ser aplicada en el campo más amplio de los estudios de las ciencias
sociales que, cada vez más, incorpora el análisis de fuentes escritas
en sus pesquisas.
Palabras clave: etnohistoria, ciencias sociales, archivos,
metodología.
ABSTRACT
The current article presents a brief essay about the type of
ethnohistorical research developed in Argentina and a reflection
over the methodological approach of historical anthropology. It also
identifies and analyzes some of the problems archival fieldwork
might bring. We believe this approach is an adequate analysis tool
1
Fecha de realización: febrero de 2011. Fecha de aceptación: junio de 2011.
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Investigaciones que se realizan con el financiamiento del CONICET (PIP 0026) y la UBA (UBACyT F
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Una de nosotras ya se ha expresado sobre la pertinencia de estos rótulos y su postura frente a los
mismos (Nacuzzi 2000). Para los fines de este artículo, pueden considerarse (tal como las seguimos
usando en nuestro ámbito académico) expresiones similares.
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Aunque existe una tradición más antigua que puede remontarse hacia atrás, hasta el momento en que
aparece la Historia de la Nación Argentina (1936), en el cual los primeros capítulos están dedicados
a los “los aborígenes prehispánicos e históricos”, con un enfoque que conjugaba datos de las fuentes
históricas con los de la arqueología.
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No podemos determinar con exactitud si los modernos estudios de etnohistoria en Argentina se
debieron sólo a la influencia de las investigaciones de John Murra en el área andina de América o si hay
que reconocer también la contribución de la aparición de la mencionada revista Ethnohistory en Estados
Unidos. Desde la década de 1970 venían produciéndose aisladamente estudios de arqueología que
integraban datos etnohistóricos o estudios etnohistóricos que buscaban aportar a la interpretación del
registro arqueológico. Por lo menos, en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires, parece haberse
dado una primera influencia de la ethnohistory en la oscura década de 1970 y, con la llegada de la
democracia, un decidida impronta de los estudios andinos en la producción local que se plasmó en 1985
con la creación de una Sección Etnohistoria en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de
Filosofía y Letras de esa universidad (ver, para más detalle, Lorandi y Nacuzzi 2007).
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En el mismo sentido se ha pronunciado Eric Wolf ([1982] 1993): “a la ‘etnohistoria’ se le dio ese
nombre para separarla de la historia ‘verdadera’, que es el estudio de los supuestamente civilizados. Sin
embargo, del estudio de la etnohistoria se saca en claro que las materias de los dos tipos de historia son
las mismas” (33-34).
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Otros autores han señalado críticamente el enfoque de la historia sobre los hechos notables, los
hombres notables, las batallas heroicas y algunas situaciones políticas (Revel 2000) que (además de
responder a los paradigmas de una época) son aquellas cuestiones y situaciones sobre las que se han
guardado una mayor cantidad de relatos y documentos diversos y que resultan más accesibles para su
estudio.
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Como lo ha expresado Wolf ([1982] 1993): “Sin imperialismo no habría habido antropólogos, pero
tampoco habría habido pescadores denes, balubas o malayos para estudiar” (33).
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Lorandi creó en 1985 la Sección Etnohistoria mencionada. Para un panorama de los estudios
etnohistóricos desde otras regiones de la Argentina, ver Lorandi y Nacuzzi 2007.
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Una síntesis de esas investigaciones puede apreciarse en la obra compilada por Ana María Lorandi
(1997), El Tucumán Colonial y Charcas. En 2000, un nuevo panorama de los estudios producidos se
publicó en el volumen 9 de la revista Memoria Americana, disponible en www.seccionetnohistoria.com.
ar.
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Para una síntesis de la primera década de estudios etnohistóricos en Pampa-Patagonia, ver Mandrini
1992.
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poblados y misiones, los “salvajes” que dirigían malones alzándose con personas
y haciendas, eran nómades, se movían continuamente, cambiaban de lugar de
residencia. Ningún estudio sobre ellos parecía posible de realizarse12. A estos
grupos y problemas nos hemos dedicado las autoras (por ejemplo, en: Nacuzzi
1991 y 1998, Lucaioli 2005 y 2011) y es desde esta experiencia de tratar con
algunos tipos de fuentes (y no con otras) desde la cual reflexionamos en este
artículo sobre las estrategias metodológicas de la etnohistoria o antropología
histórica.
La investigación en etnografía histórica tiene como carácter distintivo el
hecho de que la recolección de datos se realiza en el campo del archivo, campo
que transitamos buscando reconstruir aquellos fenómenos sociales propios de
los grupos no europeos a partir de discursos escritos construidos por los otros:
viajeros, misioneros y funcionarios en contacto con ellos, aunque ajenos a sus
maneras de ver e interpretar el mundo. En las primeras páginas de la etnografía
fundante del quehacer antropológico, Malinowski (1995) advertía sobre la
dificultad que supone acceder a los datos a través del tamiz distorsionado
de misioneros, comerciantes y funcionarios gubernamentales, instando a
abandonar los espacios de colonización para mezclarse con los indígenas
en la vida del poblado. Los etnohistoriadores sólo podemos abordar la vida
indígena decodificando el discurso colonial a través de nuestras preguntas de
investigación. Este trabajo de campo que, con preguntas de etnógrafo, encara
las actividades del historiador requiere de ciertos recaudos metodológicos
específicos que nos hemos visto precisados a generar y multiplicar con el fin de
obtener datos fiables para nuestros estudios a partir de un continuo estado de
alerta y análisis sobre la literalidad de los discursos.
En este artículo pretendemos reflexionar sobre la propuesta metodológica
de la antropología histórica, identificando y analizando cómo inciden en ella
algunos de los problemas del trabajo de campo en el archivo13 que, aunque
son semejantes a los del historiador, se ven incrementados cuando se trata de
rastrear a los protagonistas anónimos de la historia: la preservación arbitraria de
los documentos, el ordenamiento impuesto por los repositorios (que responde
a lógicas ajenas a nuestro quehacer), el carácter fragmentario de la información,
el discurso explícito y los silencios de los escritos. Creemos que este enfoque,
hasta ahora ejercitado desde y para la antropología histórica, está demostrando
ser una herramienta de análisis factible de ser aplicada en el campo más amplio
de los estudios de las ciencias sociales que, cada vez más, incorporan el análisis
de fuentes escritas en sus pesquisas14.
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Además, en la mayoría de los casos, se trata de grupos desaparecidos después de la “Conquista del
Desierto” (campaña militar al sur entre 1879 y 1874) y la “Pacificación del Chaco” (campaña militar de
1884-1885), aunque, por lo menos desde los últimos diez años, se está dando un proceso de rescate de
algunas etnicidades ancestrales por algunos sectores de la sociedad, proceso que se ha dado en llamar
“re-etnificación”.
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En los archivos a los que hacemos referencia se guardan documentos oficiales de carácter
gubernamental y administrativo y algunas colecciones de papeles del ámbito privado. Otros tipos de
documentos escritos como las fuentes eclesiásticas, empresariales, los documentos de las ONGs, las
publicaciones periódicas y literarias están conservadas en otros repositorios o bibliotecas públicas o
privadas (Langer 2001).
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Consideramos que un concepto de fuente más amplio podría ser aplicado a otras disciplinas de las
ciencias sociales. Serían fuentes todo lo publicado o impreso (libros, periódicos, boletines, revistas, folletos,
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afiches), anotado en los márgenes, manuscrito en cartas, libretas de campo o diarios de viaje, material
inédito escrito por medio de procesadores de texto (todo lo que antes se denominaba “mecanografiado”),
como monografías, informes, conferencias, borradores de libros y artículos científicos, la información
no publicada previamente o aquella que no está destinada a publicarse: cartas, memos, instrucciones,
órdenes internas de diferentes empresas u organismos (Nacuzzi 2010).
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Destacamos, especialmente, nuestra intención de esbozar aquí una comparación entre el trabajo de
los etnógrafos y el de los etnohistoriadores, cuyas similitudes no han sido suficientemente exploradas
(como sí las fueron las del antropólogo y el historiador).
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Pensamos que, a pesar de los cuidados aplicados por el etnógrafo a la observación con participación
en el campo de la vida social, siempre puede haber omisiones en la información que se le transmite o en
cómo la registra y, también, una posible mirada sesgada por sus objetivos de investigación (la “empatía”
a la cual se refiere Farge (1991) para el trabajo en el archivo) o posibles errores de transcripción. La
etnografía positivista buscó paliar estas dificultades mediante la descripción holística de la vida social
(Malinowski 1995) y la perspectiva interpretativa de la disciplina etnográfica lo hizo abordando la
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posibles alteraciones en los datos tenemos mucho que aprender de los recursos
del etnógrafo y, para evitar el segundo de ellos, es ineludible la consideración de
los contextos mencionados.
También esa autora se ha referido al particular orden en que aparecen los
relatos de determinadas situaciones y a la tarea de reordenarlos y darles sentido
por medio de la búsqueda de otros papeles que complementen la información.
Otros autores, como Farge (1991), han advertido sobre la empatía entre
nuestras hipótesis y los datos que podemos obtener en los archivos, indicando
la necesidad de mantener una separación clara entre nuestro punto de vista
como investigadores y los discursos de los informantes en los documentos.
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Pratt (1997) ha señalado como “autoetnografía” a este comportamiento en el cual “los sujetos
colonizados se proponen presentarse a sí mismos de maneras que se comprometen con los términos
propios del colonizador” (27)
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Francisco de Viedma fue el fundador y primer Superintendente (1779-1784) del Fuerte de Nuestra
Señora del Carmen que se hallaba cercano a la desembocadura del río Negro en el Atlántico, al norte
de la Patagonia.
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El piloto de la Real Armada Basilio Villarino realizó diversas expediciones de reconocimiento de las
costas y ríos del norte de la Patagonia, en el marco de la expedición comandada por F. de Viedma
mencionada anteriormente.
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Una buena táctica para lograrlo es tratar a la bibliografía académica con los mismos recursos de
contextualización y sospecha que utilizamos para las fuentes (Nacuzzi 2010).
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A MODO DE CONCLUSIÓN
Estas reflexiones pretenden poner en diálogo problemas de método y
acceso a las fuentes, que son comunes a los científicos sociales que tratan temas
actuales y a los que hacemos etnografía histórica, o sea: los que nos dedicamos
a reconstruir la vida social y política de grupos étnicos que estuvieron en
contacto con los funcionarios y agentes del estado colonial y/o de las incipientes
repúblicas y, para ello, nuestra principal fuente de datos son los papeles que se
guardan en diversos archivos.
Creemos que poner en evidencia este tipo de problemas en común sirve
para estimular la discusión sobre los campos de nuestras disciplinas, discusión
que no debería estar centrada tanto en la preocupación por delimitarlas o
diferenciarlas sino en encontrar las vías de comunicación que puedan ser
fructíferas para el avance del conocimiento. Esos canales de contacto están,
indudablemente, en las cuestiones epistemológicas y metodológicas.
Cada vez más en las investigaciones sociales, se considera las fuentes
escritas como otro corpus de datos para tener en cuenta en la investigación.
En nuestro medio académico, hasta hace unos diez años, una investigación
en antropología social, por ejemplo, se planteaba como recurso metodológico
excluyente el trabajo de campo etnográfico. Hoy las cosas han cambiado y los
proyectos de investigación de los antropólogos sociales contemplan el estudio
de diversos tipos de fuentes escritas: historia clínicas, informes escolares, actas
de reuniones, registros de empresas, boletines informativos barriales, artículos
periodísticos de los diarios de mayor tirada.
Por ejemplo22, en un proyecto de investigación sobre violencia e
inseguridad en un barrio pobre (donde el método principal es el etnográfico),
se propone la búsqueda de artículos periodísticos que pongan en evidencia
las estigmatizaciones frecuentes hacia los habitantes de ese barrio o “villa
miseria”. En este caso, aparte de la evaluación de la función de algunos medios
de comunicación, habrá un primer abordaje de esos artículos como fuentes
escritas con sus particulares contextos de producción. Otro ejemplo aun
más interdisciplinario: en un proyecto de investigación sobre la vinculación
de diversos actores sociales con los sitios arqueológicos de una región
(considerados por el Estado como “patrimonio arqueológico”), se propone el
método etnográfico de la observación con participación como el modo principal
de obtención de los datos y también se contempla la consulta de diversas fuentes
escritas, como declaraciones de la UNESCO, legislación nacional y provincial,
demandas judiciales de las comunidades indígenas de la región y artículos
periodísticos.
Una experiencia particular fue la de una investigadora que realizó sus
visitas al archivo en la sede del comité central del Partido Comunista Argentino
(PCA). Su interés era estudiar la solidaridad internacional y su manifestación
en las brigadas que el PCA había enviado entre 1983 y 1985 a Nicaragua para
ayudar en la cosecha de café. Su problema de investigación pertenecía al pasado
reciente: el archivo no estaba atendido por personal especializado ni ordenado
Buenos Aires.
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