01 Se Puede Hablar de Un Filme - Alain Badiou
01 Se Puede Hablar de Un Filme - Alain Badiou
01 Se Puede Hablar de Un Filme - Alain Badiou
Alain Badiou
Hay una primera manera de hablar de un film: consiste en decir “me agradó”, o
“no me ha entusiasmado mucho”. Estas palabras son indistintas, ya que la regla
del “agradar” deja su norma oculta. ¿Respecto de qué expectativa se enuncia el
juicio? Una novela policial puede agradar o no agradar, ser buena o mala. Estas
distinciones no hacen de la novela en cuestión una obra maestra del arte
literario. Designan más bien la cualidad, el color, del breve lapso pasado en su
compañía. Tras lo cual se verifica una indiferente pérdida de la memoria. A este
primer tiempo de la palabra lo denominaremos “el juicio indistinto”. Tiene que ver
con el indispensable intercambio de las opiniones, que se abre a menudo, ya a
partir de la consideración del tiempo que le es connatural, a aquellos momentos
agradables y precarios que la vida promete o sustrae.
En realidad, los efectos del juicio diacrítico se hallan recubiertos por un segundo
olvido, en una duración ciertamente diferente de aquel olvido provocado por el
juicio indistinto, pero en última instancia no menos perentoria. Cementerio de
autores, la calidad designa no tanto el arte de una época, como su ideología
artística. Ideología en la que, siempre, el arte verdadero representa una brecha
[trouée].
En mi precedente conferencia aquí mismo, dije, del arte del cine, dos cosas: -
Que trataba la idea al modo de una visitación, de un pasaje. -Que se refería a
todas las otras artes, que era todas ellas más una. Y que así, su tratamiento de
la idea capturaba singularmente su impureza.
Hablar de un film será a menudo mostrar cómo nos convoca a tal idea en la
fuerza de su pérdida; a contrapelo de la pintura, por ejemplo, que es el arte por
excelencia de la idea minuciosa e integralmente dada.
Después de todo, el cine no es más que toma, y montaje. No hay otra cosa.
Quiero decir: ninguna otra cosa que sea “el film”. Hay que sostener, entonces,
que desde el punto de vista del juicio axiomático, el film es lo que expone el
pasaje de la idea según la toma y el montaje. ¿Cómo llega la idea misma a su
toma [prise], es decir, a su sorpresa [sur-prise]? ¿Y cómo se la edita? Pero
sobre todo: ¿qué es lo que nos revela de singular el hecho de ser tomada y
montada en el uno-de-más heteróclito de las artes, y que no pudiéramos
anteriormente saber o pensar sobre esta idea?
En el ejemplo del film de Visconti, es claro que toma y montaje conspiran para
establecer una duración. Duración excesiva, homogénea con la perpetuación
vacía de Venecia, como con el estancamiento del adagio de Mahler, como así
también con la interpretación de un actor inmóvil, inactivo, del que no se
requiere, interminablemente, más que el rostro. Y en consecuencia, aquello que
es capturado aquí de la idea de un hombre en suspenso de su ser, o de su
deseo, es que de hecho tal hombre está en sí mismo inmóvil. Los recursos
antiguos han sido agotados, las nuevas posibilidades están ausentes. La
duración fílmica, compuesta en la ordenación de varias artes libradas a sus
insuficiencias, es la visitación de una inmovilidad subjetiva. Hénos ante un
hombre librado a partir de ahora al capricho de un encuentro. Un hombre, como
diría Samuel Beckett, “inmóvil en la oscuridad”, hasta que le llega la delicia
incalculable de su verdugo, es decir de su nuevo deseo, si es que alguna vez
llega.
Que sea el costado inmóvil de esta idea lo que se nos entrega, es lo que hace
aquí su pasaje. Se podría mostrar que las otras artes, o bien libran la idea como
donación –en grado sumo, la pintura–, o bien inventan un tiempo puro de la idea,
exploran las configuraciones del movimiento de lo pensable –en grado sumo, la
música–. El cine, por esa posibilidad que le es propia, por registro y montaje, de
amalgamar las otras artes sin presentarlas, puede –y debe– organizar el pasaje
de lo inmóvil.