El Pajarito

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Entre más débil, más cerca del amor

Parábola “El pajarito”


(Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz)

¡Oh, Jesús, mi primer y único amigo, el UNICO a quien yo amo!, dime qué misterio es éste. ¿Por qué
no reservas estas aspiraciones tan inmensas para las almas grandes, para las águilas que se
ciernen en las alturas...? Yo me considero un débil pajarito cubierto únicamente por un ligero
plumón. Yo no soy un águila, sólo tengo de águila los ojos y el corazón, pues, a pesar de mi extrema
pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al Sol divino, al Sol del Amor, y mi corazón siente en sí todas
las aspiraciones del águila...

El pajarillo quisiera volar hacia ese Sol brillante que encandila sus ojos; quisiera imitar a sus
hermanas las águilas, a las que ve elevarse hacia el foco divino de la Santísima Trinidad... Pero ¡ay!,
lo más que puede hacer es alzar sus alitas, ¡pero eso de volar no está en su modesto poder!

¿Qué será de él? ¿Morirá de pena al verse tan impotente...? No, no, el pajarillo ni siquiera se
desconsolará. Con audaz abandono, quiere seguir con la mirada fija en su divino Sol. Nada podrá
asustarlo, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito
no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no
puede eclipsarse ni un instante.

Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que
pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese
pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible
que se oculta a su fe...!

Jesús, hasta aquí puedo entender tu amor al pajarito, ya que éste no se aleja de ti... Pero yo sé, y tú
también lo sabes, que muchas veces la imperfecta criaturita, aun siguiendo en su lugar (es decir,
bajo los rayos del Sol), acaba distrayéndose un poco de su único quehacer: coge un granito acá y
allá, corre tras un gusanito...; luego, encontrando un charquito de agua, moja en él sus plumas
apenas formadas; ve una flor que le gusta, y su espíritu débil se entretiene con la flor... En una
palabra, el pobre pajarito, al no poder cernerse como las águilas, se sigue entreteniendo con las
bagatelas de la tierra.

Sin embargo, después de todas sus travesuras, el pajarillo, en vez de ir a esconderse en un rincón
para llorar su miseria y morirse de arrepentimiento, se vuelve hacia su amado Sol, expone a sus
rayos bienhechores sus alitas mojadas, gime como la golondrina; y, en su dulce canto, confía y
cuenta detalladamente sus infidelidades, pensando, en su temerario abandono, adquirir así un
mayor dominio, atraer con mayor plenitud el amor de Aquel que no vino a buscar a los justos sino a
los pecadores...

Y si el Astro adorado sigue sordo a los gorjeos lastimeros de su criaturita, si sigue oculto..., pues
bien, entonces la criaturita seguirá allí mojada, aceptará estar aterida de frío, y seguirá alegrándose
de ese sufrimiento que en realidad ha merecido...

¡Qué feliz, Jesús, es tu pajarito de ser débil y pequeño! Pues ¿qué sería de él si fuera grande...?
Jamás tendría la audacia de comparecer en tu presencia, de dormitar delante de ti...

Sí, ésta es también otra debilidad del pajarito cuando quiere mirar fijamente al Sol divino y las nubes
no le dejan ver ni un solo rayo: a pesar suyo, sus ojitos se cierran, su cabecita se esconde bajo el
ala, y el pobrecito se duerme creyendo seguir mirando fijamente a su Astro querido.
Pero al despertar, no se desconsuela, su corazoncito sigue en paz. Y vuelve a comenzar su oficio de
amor. Invoca a los ángeles y a los santos, que se elevan como águilas hacia el Foco devorador,
objeto de sus anhelos, y las águilas, compadeciéndose de su hermanito, le protegen y defienden y
ponen en fuga a los buitres que quisieran devorarlo.

El pajarito no teme a los buitres, imágenes de los demonios, pues no está destinado a ser su presa,
sino la del Águila que él contempla en el centro del Sol del amor.

¡Oh, Verbo divino!, tú eres el Águila adorada que yo amo, la que atrae. Eres tú quien, precipitándote
sobre la tierra del exilio, quisiste sufrir y morir a fin de atraer a las almas hasta el centro del Foco
eterno de la Trinidad bienaventurada. Eres tú quien, remontándote hacia la Luz inaccesible que será
ya para siempre tu morada, sigues viviendo en este valle de lágrimas, escondido bajo las
apariencias de una blanca hostia...

Águila eterna, tú quieres alimentarme con tu sustancia divina, a mí, pobre e insignificante ser que
volvería a la nada si tu mirada divina no me diese la vida a cada instante. Jesús, déjame que te diga,
en el exceso de mi gratitud, déjame, sí, que te diga que tu amor llega hasta la locura... ¿Cómo
quieres que, ante esa locura, mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo va a conocer límites mi
confianza...?

Sí, ya sé que también los santos hicieron locuras por ti, que hicieron obras grandes porque ellos
eran águilas...

Jesús, yo soy demasiado pequeña para hacer obras grandes..., y mi locura consiste en esperar que
tu amor me acepte como víctima... Mi locura consiste en suplicar a las águilas mis hermanas que me
obtengan la gracia de volar hacia el Sol del amor con las propias alas del Águila divina...

Durante todo el tiempo que tú quieras, Amado mío, tu pajarito seguirá sin fuerzas y sin alas, seguirá
con los ojos fijos en ti. Quiere ser fascinado por tu mirada divina, quiere ser presa de tu amor...
Un día, así lo espero, Águila adorada, vendrás a buscar a tu pajarillo; y, remontándote con él hasta
el Foco del amor, lo sumergirás por toda la eternidad en el ardiente Abismo de ese amor al que él se
ofreció como víctima

¡Que no pueda yo, Jesús, revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu
condescendencia...!

Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y más pequeña que la
mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase
con entera confianza a tu misericordia infinita.

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